Zizek, Slavoj - Porque No Saben Lo Que Hacen. El Goce Como Factor Politico

February 19, 2017 | Author: Fernando De Gott | Category: N/A
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Porque no saben lo que hacen

Espacios del S aber

S la v o j Z i z e k

Porque no saben lo que hacen 1. Paul V irilio, Un paisaje de acontecimientos. 2. Jacques D errida, Resistencias del psicoanálisis. 3. T erry E agleton , Las ilusiones del posmodemismo. 4. Sim on C ritch ley y otros, Desconstrucción y pragm a­

E l goce como un factor político

tismo. 5. C atherine M illot, G ide-G enet-M ìshim a. 6. F re d ric Jam eson y Slavoj Z iz e k , Estudios Culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo. 7 . Nícolás^Casullo, M odernidad y cultura crítica. 8. Slavoj Z izek, Porque no saben lo que hacen.

BIBLIOTECA CIENCIA POLITICA SISTEMA DE BÏ3UDTECAS PONTIFICA U. C. DE CHILE 2 s a1 O 0 ! !

P A ID Ó S Buenos Aires - Barcelona - México

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T ítu lo origin al: For they know not what they do V e rso , L o n d res - N ueva Y o rk , 199 6 © Slavoj ¿ iz e k 1991

T ra d u c c ió n de Jo r g e P iatigo rsk y

C u b ie rta de G u stavo M a cri M o tiv o de tapa extraíd o de G io rg io D e C h iric o , Los gladiadores, 1928

la. edición, 1998 A Kostja, m i hijo Im p reso en la A rg en tin a. P rin ted in A rgentina Q u eda h ech o el d ep ó sito que previene la L e y 11 .7 2 3

© C o p y rig h t de todas las ed icion es en castellano E d ito ria l P aid ó s S A IC F D efen sa 5 9 9 , B u en o s A ires E d icio n es P aid ós Ib érica S.A. M a ria n o C u b í 9 2 , B a rce lo n a E d ito ria l Paid ós M exican a S.A . R u b é n D a río 118, M é x ic o , D .F . Se te rm in ó de im p rim ir en él m es de ó c tu b re dé 1 9 9 8 en G rá fica M .P .S , S .R .L ., San tiago del E s te r o 3 3 8 - Lan ús, B ü érios A ires, R ep ú b lica A rg en tin a La reproducción total ¿.parcial dé este libro, en cualquier forma .qué sea, idéntica ó modificada, escrita a máqúiiia, por él sistema “nvultigrapli”, miméógrafc, impresó por fútricópia, foto duplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reserva­ dos. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

ISBN 950-12-6508-0

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Indice

Introducción. El destino de un chiste...............................

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Primera parte Epluribus unum

1. Sobre el U n o ..................................................................... 2. La caprichosa identidad.................................................. I I

19 89

Segunda parte El malestar en la dialéctica

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3. Lalengua hegeliana.......................................................... 4. Sobre el O tro.....................................................................

137 189

Tercera parte Cwn grano praxis

5. ¿Está bien todo lo que termina bien?......................... 6. Mucho ruido por una C o sa...........................................

235 299

índice analítico........................................................................

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Introducción E l destino de un chiste

El telón de fondo de este libro queda ilustrado del mejor ínodo con el chiste soviético sobre Rabinovich, un judío que quería emigrar. El burócrata de la oficina de emigración le preguntó por qué. Rabinovich respondió: “Hay dos razones. La primera es que temo que los comunistas pierdan el poder en la Unión Soviética, y que las nuevas fuerzas políticas nos culpen a nosotros, los judíos, por los crímenes comunistas...”. “Pero-interrumpió el burócrata-, esto es absurdo, ¡el poder de los comunistas es eterno!” “¡Bien -respondió Rabinovich con calma-, ésta es mi segunda razón.” En E l sublime objeto de la ideología, publicado en 1989,1 este chiste era todavía eficaz, pues según los últimos datos, la prin­ cipal razón de los judíos para emigrar de la Unión Soviética era la primera alternativa de Rabinovich. En efecto, temían que, con la desintegración del comunismo y la emergencia de fuerzas nacionalistas abiertamente antisemitas, una vez más lós judíos serían inculpados, sobre todo que hoy en día nos resulta fácil imaginar el chiste inverso. La respuesta de Rabi­ novich al burócrata sería: “Hay dos razones. L a primera es que sé que el comunismo en Rusia durará eternamente, que nada cambiará en realidad aquí, y esta perspectiva me resulta insoportable...”. “Pero -interrumpiría el burócrata- esto es absurdo. ¡El comunismo está desintegrándose en todas par­ tes! Y los responsables de los Crímenes Comunistas serán seve-

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Slavoj Zizek ramente castigados.” “¡Ésa es precisamente mi segunda ra­ zón! ”, respondería Rabinovích. Reteniendo de los viejos y buenos tiempos la idea de que el impulso del progreso en el socialismo es la autocrítica, este libro complementa los análisis de El sublime objeto de la ideolo­ gía, intentando articular el aparato teórico que nos permite captar el cambio histórico indicado por el extraño destino del chiste de Rabinovich: la irrupción del jgocg_enJa fo rm aje la reemergencia del nacionalismo y el racismo agresivos que acompañan a la desintegración del “socialismo real” de la Eu­ ropa oriental. A esto se refiere el título del libro: el psicoaná­ lisis es mucho más severo que el cristianismo; la ignorancia no es una razón suficiente para perdonar, puesto que lleva consi­ go una dimensión oculta de goce. Donde uno no sabe (no quiere saber), en las lagunas, los blancos del propio universo simbólico, uno goza, y no hay ningún Padre que perdone, puesto que esas lagunas se sustraen a la autoridad del Nom bre-del-Padre. Lo mismo que en El sublime objeto de la ideología, el espacio teórico de este libro está moldeado por tres centros de grave­ dad: la dialéctica hegeliana, la teoríaLRsicoamlítica lacanian y la crítica contemporánea de ía ideología. Estos tres círculos forman un nudo borromeo: cada uno de ellos vincula a los otros dtís; el lugar que ellos rodean, el “síntoma” que está en el medio, es por supuesto el goce por parte del autor (y el au­ tor espera que sea también el del lector) de lo que despectiva­ mente suele llamarse “cultura popular”: las películas policia­ les y de horror, los melodramas (¡le Hollywood... Estos tres círculos teóricos, sin embargo, no tienen el mismo peso: es el intermedio, la teoría de Jacques Lacan,'el que (como diría Marx) constituye “la iluminación general que baña a todos los otros colores y.los modifica en su particularidad”, “el éter particular que determina la gravedad específica de cada ser que se ha materializado en su seno”. En otras palabras, para expresarlo con el vocabulario de los desconstructivistas, el marco teórico de este libro está a su vez enmarcado por las partes lacanianas de su contenido. En contraste con el falso 12

Introducción “espíritu antidogmático” que mantiene una “distancia crítica” respecto de todo enunciado teórico para con servar la identidad constante y completa de su posición de enunciación, el autor está convencido de que sólo asumiendo sin reservas una posi­ ción teórica determinada uno se expone efectivamente a una crítica posible, i/^ Entonces, ¿en qué sentido preciso éste es un libro íacaniano? En su Pragmatismo, William James desarrolló la idea, re­ tomada por Freud, de que en la aceptación de una nueva teo­ ría hay tres etapas necesarias: primero es descartada como absurda; después hay quienes sostienen que la nueva teoría, aunque no carece de méritos, en última instancia se limita a presentar con nuevas palabras algo que ya saben todos; final­ mente se reconoce la novedad. A un lacaniano le resulta fácil discernir en esta sucesión los tres momentos del “tiempo lógico” articulados por Lacan:2 el instante de la mirada (“advierto inmediatamente que esto no es nada”), el tiempo para comprender (“tratemos de en­ tender lo que el autor dice” lo cual significa “veamos de redu­ cirlo a lo ya conocido”) y el momento de concluir (tomar la de­ cisión con dudas y aceptar la nueva teoría en su novedad, por miedo a que llegue a ser demasiado tarde para sumarse a la nueva doxd). Desde luego, estos tres momentos también de­ terminan la recepción de la propia teoría lacaniana: 1) “Senci­ llamente, Lacan nos está engañando; su denominada teoría es un sofisma totalmente carente de valor”;3 2) “Lacan se limita a formular en una jerga oscura lo mismo que el propio Freud y otros ya dijeron mucho más claramente”; 3) “Afirmo que yo mismo soy un lacaniano, por miedo a que los otros me con­ venzan de que no soy un lacaniano”. Pero lo que este libro intenta es precisamente romper esta lógica del “reconocimiento”, reemplazarla por el proceso de la cognición, del trabajo teórico: lo que hacemos es poner eíi funcionamiento el aparato teórico de Lacan. La obra elabora los perfiles de una teoría lacaniana de la ideología, avanzando paso a paso, a través de rodeos siempre nuevos, hacia su prin­ cipal objeto, el estatuto del goce en el discurso ideológico, 13

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Introducción

posponiendo este encuentro del mismo modo que en el amor cortés posponemos la reunión cumbre con la Dama. Lenta­ mente, el acento se desplaza de Hegel a los actuales atollade­ ros político-ideológicos, pasando por Lacan. Sin embargo, lo que le da a este libro su sabor específico no es tanto el contenido como su lugar de enunciación. Incluye los textos de conferencias pronunciadas en seis lunes consecu­ tivos en el semestre invernal de 1989-1990, en Liubliana, Yu­ goslavia. Estas conferencias eran un curso introductorio a Lacan organizado por la Sociedad Eslovena de Psicoanálisis Teórico, y apuntaban al público “benévolamente neutral” de intelectuales que constituían la fuerza impulsora de la demo­ cracia; en otras palabras, lejos de asumir la posición de un Amo “supuesto saber”, el conferenciante actuó como un ana­ lizante que se dirigía al analista constituido por su público. Las conferencias fueron pronunciadas en la atmósfera singu­ lar de esos meses: un momento de intensa fermentación polí­ tica, con “elecciones libres” a una semana de distancia, cuan­ do aún parecían abiertas todas las opciones; el momento de un “cortocircuito” que combinaba el activismo político, la teoría “superior” (Hegel, Lacan), y un goce irrestricto en la cultura popular “inferior”: un momento utópico singular que ahora, después de la victoria electoral de la coalición populista-nacionalista y la llegada de un nuevo “tiempo de truhanes”, no sólo ha terminado.sino que es cada vez más invisible, bo­ rrado de la memoria como un “mediador en desaparición”. Cada conferencia está compuesta de dos partes, puesto que duraba tres horas, de las siete a las diez, con uná pausa in­ termedia, Para emplear una expresión cinematográfica, era un “programa doble” teórico. Aunque estas'conferencias han si­ do ahora “ordenadas”, reescritas y editadas con las referencias convenientes, etcétera, subsisten en ellas, más de' una huella de las circunstancias caóticas en que se originaron, Esas huellas han sido preservadas deliberadamente, como una especie de monumento al momento singular d&su enunciación,

Notas 1. Slavoj Zizek, The Sublime Object o f Ideology, Londres, Verso, 1989, págs. 75-6 [ed cast.: El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI. 1992]. 2. Jacques Lacan, “Logical Tim e and the Asscrtion ofAmicipafed Certainty”, Newsktter of the Freudian Field, vol. 2, n° 2, Colum­ pia, Univ.ersity of Missouri, 1988. 3. Para que no se piense que esa posibilidad es totalmente fíctipja, permítasenos citar una reciente entrevista a Noam Chomsky: ^...rñj opinión franca es que (Lacan] era un charlatán consciente, y se limitaba a jugar con la comunidad intelectual de París, para ver cuánto absurdo podía producir sin dejar de ser tomado en serio” (Noam Chomsky, “An Interview”, en Radical Philosophy, 5 3, otoño de 1989, pág. 32).

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PRIMERA PARTE

E pluribus unum

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1 . Sobre el Uno

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I. 'E l nacimiento de un significante amo El esloveno no analizable

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Comencemos con nuestro lugar de enunciación: Esloveftia. ¿Qué significa, en términos psicoanalíticos, ser un eslo­ veno? En toda la obra de Freud solamente se menciona a un es­ loveno, en una carta al psicoanalista triestino Edoardo Weiss, dél 28 de mayo de 1922; no obstante, ésta única mención es más tjue Suficiente, pues condensa toda üna serie de cuestio­ nes clave de la teoría y la práctica psicoanalíticas, desde la am­ bigüedad del superyó hasta el problema de la madre cóino ;portadora de la ley/prohibición en la tradición

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La primera lectura consistiría simplemente en concebir al sujeto como el último significado, siempre elusivo, de la cadena significante: no hay ningún significante “adecuado” para el sujeto; ningún significante puede ser más que su metáfora; en él, el sujeto está siempre mal representado, si­ multáneamente revelado y oculto, dado y retirado, indica­ do, sugerido entre líneas... La lectura opuesta insistiría en que una cadena significan­ te está “subjetivizada” precisamente por su metaforicidad: lo que llamamos “sujeto” no es la X insondable, punto de referencia final de su significado, sino un nombre para la brecha misma que impide que el lenguaje humano se con­ vierta en una herramienta neutra para la designación de algún estado de cosas objetivo; es un nombre para los di­ ferentes modos en que el estado de cosas descrito es siempre-ya presentado desde alguna posición de enunciación parcial, sesgada. En otras palabras, nuestra palabra está “subjetivizada” precisamente en cuanto nunca “dice directamente lo que quiere decir”: en lugar de “vagina”, pode­ mos decir “flor de la feminidad”; esta segunda expresión, por repulsivamente exuberante que resulte, no es menos “objetiva” que la primera.39

El punto interesante de estas dos lecturas consiste en que, aunque opuestas, ambas poseen una especie de evidencia “pri­ maria”, “de sentido común”: de algún modo “sentimos” que no hay palabras para representar adecuadamente nuestra sub­ jetividad más íntima, y su contenido propio sólo puede ser alu­ dido, pero al mismo tiempo “sentimos” también que una pala­ bra que funcionara como un medio puro y transparente de designación sería en cierto sentido “sin-sujeto”, y que siempre so puede detectar la presencia de un sujeto en los elementos -dél estilo, los recursos metafóricos, etcétera: en síntesis, a tra71

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Sobre el Uno

vés de todos los elementos que, desde el punto de vista de la información que se transmite, representan un “ruido” super­ fluo. ¿Cómo podemos explicar esta oposición? La clave está contenida precisamente en la lógica paradójica de la excep­ ción, del término reflejo bajo cuya forma el género universal se encuentra consigo mismo entre sus especies. Recordemos una vez más la lógica marxista del realismo: el republicanismo en el cual se encuentra a sí mismo el realismo en la forma de su opuesto es una sustitución metafórica del realismo:

por medio del cual cero es contado como Uno. Ésta sería la defi­ nición lacaniana más elemental del sujeto: una nada que no es nna nada sino que es ya contada como Uno, vertida y remarcada por la excepción, el más-Uno de la serie de marcas. En otras palabras: una nada que aparece en la forma del opuesto que la representa, del Uno. La “metáfora original”, no es una susti­ tución de algo por otra cosa sino la sustitución de algo por na­ da; es el acto mediante el cual “hay algo en lugar de nada”, de triodo que la metonimia es una especie de la metáfora: el desliza­ miento metonímico desde un objeto (parcial) a otro es puesto en marcha por la sustitución metafórica constitutiva del suje­ to; el “uno por otro” presupone el “uno por nada”. Ahora podemos volver a los modos de leer la fórmula de la “metáfora del sujeto”. Está claro que en la primera lectura (el sujeto como el último punto de referencia, eternamente elusivo), el sujeto es aún concebido como sustancia, como una entidad sustancial trascendente, mientras que la segunda lec­ tura (el sujeto como la brecha que impide que nuestra palabra sea un medio neutro de designación) indica la dimensión pro­ pia del sujeto. En otras palabras, estas dos lecturas expresan en el nivel intuitivo del sentido común la dualidad misma de la sustancia y el sujeto.

republicanismo realismo Es decir que el republicanismo ocupa el lugar del realismo-en-general. Pero, como acabamos de ver, esta excepción (el significan­ te “puro”) es una entidad de dos caras, como Jano. • Por un lado, mantiene una relación metonímica con el gé­ nero univesal: en esa relación, una parte funciona como sustituto metonímico del todo; lo hemos visto en el ejem­ plo marxista de la producción: la producción es un térmi­ no de la tétrada producción-distribución-intercambioconsumo, pero simultáneamente representa al todo. ♦ Por otro lado, mantiene una relación metafórica con el va­ cío, la falta en el universal sustancial: la excepción llena el vacío que está en medio de la sustancia. A esta dualidad se refiere precisamente Lacan cuando ha­ bla del significante como “metonima del objeto” y “metáfora del sujeto”: la excepción mantiene una relación metonímica con el objeto sustancial, y una relación metafórica con el vacío : sin sustancia que es el sujeto. La metáfora, en su dimensión más radical, es esta última sustitución del cero por Uno, este . acto por medio del cual el Uno (el rasgo significante) “repre-, senta” el cero, el vacío que “es” el sujeto: en síntesis, el actq f

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El “un Uno” hegeliano y Hegel articula esta relación paradójica entre el cero y el Uno (en la cual el Uno es la inscripción del cero) en uno de los “nudos” cruciales de su Lógica, el pasaje del ser determina­ ndo (Dasein) al ser-para-sí (Fürsichsein) y el ser-para-uno (Semfür^Eines) como su especificación. Comienza recordando la .¿¿presión alemana empleada para preguntar por la cualidad de una cosa: W asfiir ein Ding ist das? (literalmente, “¿para qué tina cosa es esto?”, con el sentido de “¿qué clase de cosa es ésiá?'!). Sobre la base del doble significado de la palabra alemana ein (el artículo indeterminado “un” y el número “uno”), la lée como el “uno” de la unidad, como el “uno” opuesto a los

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Sobre el Uno

otros (los “otros-unos”): “¿para qué Uno la cosa es esto?” Y correlato de Uno? Hay que tener presente que, en cuanto al desprende la pregunta obvia: ¿cuál es este Uno para el cual al­ orden intrínseco de las categorías de la Lógica de Hegel, toda­ vía nos encontramos en el nivel de ía cualidad', el Uno que es­ go (la cosa) es? Hegel señala que este Uno no puede coincidir con “algo” tamos abordando no es aún el Uno de la cantidad, el Prímer(Etwas): el correlato de algo es algo-otro (ein Anderes); esta­ Uno al que puede añadirse el segundo, el tercero, etcétera. mos en el nivel de la finitud, de la realidad finita, de su red de Por esta razón, el correlato de Uno no es el otro sino el vacío determinaciones recíprocas, en la que algo está siempre vin­ (das Leeré)-, no puede ser el (algo-)otro puesto que el Uno es culado con alguna otra cosa, limitado, definido, “mediado” ya la unidad de sí mismo con su otro, el reflejo-en-sí-mismo por otros “algo”. El ser del algo es por lo tanto siempre un del otro, su propio otro: el Uno es precisamente el otro “in­ ser-para-otro (Sein-fiir-Aaderes); sólo se llega al Uno cuando trínseco” para el cual es la cosa, en el que persiste como supe­ este otro, este algo-otro para el cual él es algo, se refleja en el rada. Si, en consecuencia, el Uno es algo reflejado-en-sí-misalgo mismo como su propia unidad ideal, es decir, cuando al­ mo, puesto como su propia unidad ideal, el vacío es go ya no es para algo-otro sino para sí\ de este modo, pasamos precisamente el ?-cflejo-en-sí-mismo de la alteridad, es decir, una del ser-para-otro al ser-para-sí. El Uno denota la unidad ideal “pura” alteridad que ya no es algo-otro. de una cosa más allá de la multitud de sus propiedades reales: Sin embargo, persiste una ambigüedad: la relación entre el la cosa como elemento de la realidad es superada (aufgehoben) Uno y el vacío se concibe habitualmente como una coexisten­ en el Uno. El pasaje de algo al Uno coincide entonces con el cia externa, semejante por ejemplo a la de los átomos y el es­ pasaje de la realidad a la idealidad: el Uno para el cual es la pacio vacío que los rodea. Aunque esta concepción puede pa­ cosa qua real (“¿Para qué uno la cosa es esto?”) es esta cosa recer confirmada por el propio Hegel, para quien la categoría misma en su idealidad. del ser-para-sí adquirió existencia histórica en la filosofía ató­ Este pasaje implica claramente la intervención del orden mica de Demócrito, nada más erróneo: el vacío no es externo simbólico: sólo puede producirse cuando el Uno, la unidad y al Uno, mora en su corazón. El Uno está en sí “vacío”; el va­ ideal de una cosa más allá de sus propiedades reales, es nueva­ cío es su único “contenido”. En este punto puede ayudarnos mente encarnada, materializada, externalizada en su signifi­ una referencia a la “lógica del significante”: el Uno es lo que cante, La cosa como elemento de la realidad es “asesinada”, .Lacan llama el “significante puro”, el significante “sin signifi­ abolida, y al mismo tiempo preservada en su contenido ideal cado”, el significante que no designa ninguna propiedad posi­ (en síntesis, superada) en el símbolo que la pone como Uno: tiva del objeto, puesto que sólo se refiere a su pura unidad la reduce a un rasgo unitario designado por su marca signifi­ Conceptual, generada performativamente por este significante cante. En otras palabras, el pasaje del ser-para-otro al ser-pa­ (desde luego, los nombres propios son el caso ejemplar) y el ra-sí entraña un descentramiento radical de la cosa respecto vacío: ¿acaso el vacío no es precisamente el significado de este de ella misma: este “sí” de “para-sí”, él núcleo más íntimo de ■dignificante puro? Este vacío, el significado del Uno, es el sujeto su identidad, eá postulado, “puesto”, adquiere existencia real, . ■;del significante: el Uno representa al vacío (el sujeto) para los sólo en cuanto es una vez más externalizado en una marca ótros significantes. ¿Qué otros? Sólo sobre la base de este significante arbitraria. E l ser-para-sí equivale al ser de una cosa (Uno de la cualidad podemos llegar al Uno de la cantidad, al para su símbolo: la cosa es “más sí misma” en su símbolo exter­ :Y^no como el primero de una serie de conteo. No sorprende no arbitrario que en su realidad inmediata. Entonces que la misma expresión paradójica “el un Uno” (das Si el correlato de algo es algo-otro, ¿cuál es entonces el fin e Eins; Vun Un) aparezca tanto en Hegel como en Lacan:

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Sobre el Uno

Slavo] Zizek necesitamos el Uno de la cualidad, el “rasgo unario” {le trait unaire) de Lacan, para poder contarlos y decir “aquí hay un Uno, aquí está el segundo Uno, aquí el tercero... ” Con este pasaje del Uno de la cualidad al uno de la cantidad, el vacío se convierte en el cero. En otro nivel, lo mismo sucede con la primera pareja (de mala fama) de la Lógica de Hegel: el ser y la nada. En cuanto al “contenido”, no existe ninguna diferencia entre ellos. ¿Qué es, entonces, lo que sostiene la brecha que los separa, por qué no coinciden inmediatamente? El “ser” es la primera (más va­ cía, más inmediata) determinación formal (Formbestimmtbeit), la “verdad” (el “contenido”) de lo que es “nada”: una pura fal­ ta de cualquier contenido determinado. Precisamente a causa de esta coincidencia inmediata de sus respectivos “conteni­ dos”, la contradicción entre el ser y la nada es absoluta: no se trata de una simple incompatibilidad de dos “contenidos” po­ sitivos, sino de la contradicción más pura entre “contenido” y “forma”. Es decir que, en cuanto a su forma, el ser posee ya la determinación de “algo”, pero su contenido es “nada”; por lo tanto, es “nada en la forma de algo”, la nada contada como al­ go. Sin esta tensión absoluta, el ser y la nada coincidirían in­ mediatamente y el proceso dialéctico no se “pondría en mar­ cha”. Precisamente en cuanto esta contradicción es absoluta, “real-imposible”, es “reprimida”, “desalojada” a un pasado in­ temporal (como el antagonismo primordial de los impulsos en Schelling): Hegel reitera una y otra vez que el ser “no se pasa sino que se ha pasado”40 a la nada, por lo cual la primera categoría que puede emplearse en el presente es el ser deter­ minado (Dasein) o algo, la unidad del ser y la nada que “de­ viene”. En otras palabras, sólo con algo podemos realmente comenzar a pensar; el ser y la nada son la ausencia de deter­ minación concebida desde el interior del campo de la deter­ minación conceptual, y como tales, condenados al reino oscu­ ro del pasado eterno, intemporal.41 El papel desempeñado por la singular expresión alemana W asfür ein D ing... en el pasaje del ser-para-otro al ser-para-

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sí no puede menos que recordar las observaciones irónicas en cuanto a que “según Hegel, el Absoluto habla alemán”. Ade­ más, éste no es el único caso; en la Lógica hay toda una serie de “pasajes” conceptuales basados en juegos de palabras o ambigüedades propios del idioma alemán: por ejemplo, los tres significados de Aufkebung (anular, conservar, superar), el modo en que la categoría de Grund (razón y fundamento) es deducida de la lectura del verbo alemán zugrundegeben (des­ componer, desintegrar) como zu-Grunde-gehen (ir al propio fundamento), etcétera. Pero Hegel de ningún modo concibe estos rasgos como una especie de privilegio del alemán (a di­ ferencia de Heidegger respecto del alemán y del griego). Pa­ ra Hegel, éstos son coincidencias afortunadas en las que, por azar, el significado de alguna palabra (más exactamente, la es­ cisión de su significado) adquiere una dimensión especulativa. Los significados habituales y cotidianos de las palabras siguen activos en el nivel del entendimiento, y las defmciones cientí­ ficas “exactas” no hacen más que endurecer el cerco no-dia­ léctico; el significado especulativo que, en principio, elude tanto a las palabras (conceptos) como a las proposiciones, puesto que sólo emerge en el movimiento completo del silogismo, este significado, en virtud de un encuentro contingen­ te feliz, puede surgir en el nivel puro de las palabras. Vemos entonces que Hegel está lejos del cuadro con­ vencional del “panlogicismo” que se le atribuye: la “verdad especulativa”, expresión del Absoluto, ¡tiene que basarse en recursos tan frívolos como los juegos de palabras y las ambi­ güedades contingentes! Hegel socava en este punto la oposi­ ción platónica (planteada en el Cratilo) entre “lo natural” y “lo arbitrario” del lenguaje, oposición a partir de la cual, más tarde, en el pensamiento moderno, evolucionaron las dos concepciones fundamentalmente divergentes del lenguaje: la “racionalista” (que lo reduce a un sistema de signos arbitra- / ríos cuyo significado es convencional y que, en consecuencia, no porta ninguna verdad intrínseca) y la “romántica” (según la cual el lenguaje no puede reducirse a una herramienta o medio externo puesto que, en su profundidad, lleva un senti-

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Slavoj Zizek do original olvidado por el progreso de la historia). La posi­ ción de Hegel con respecto a esta alternativa es paradójica: sostiene que el lenguaje no contiene una verdad intrínseca, pero esa verdad no debe buscarse en oscuros orígenes, en una remota raíz original disipada por la instrumentalización pro­ gresiva; esta verdad resulta más bien de los encuentros con­ tingentes que se producen más tarde. En principio, el lenguaje “miente”, hace invisible el movimiento dialéctico de los con­ ceptos, pero a veces, gracias a algún accidente oportuno, pue­ de emerger el contenido especulativo. Contrariando lo que sostiene la tradición platónica, la verdad no está contenida en el universal como tal: su emergencia es estrictamente una cuestión de coyunturas particulares.

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1. Sigmund Freud/Edoardo Weiss, Lettres sur la pratique psycbanalytique, Toulouse, Privat, 1975, pág. 55. 2. Ibíd., pág. 57. . 3. El esloveno “inmoral” mencionado no sólo encarna el modo paradójico en que están vinculados el goce y la ley, sino que oculta además otra sorpresa, que nos lleva a la clave de la fantasía nacional eslovena, al tema del “superyó materno”, de la madre (y no el padre) como portador de la ley/prohibición. El esloveno de Freud trataba de aprovechar el proceso analítico de un modo singular. El papel del pago del paciente al analista es bien conocido, Al aceptar el dinero del paciente, se crea y conserva una distancia entre él y el analista; el analista puede mantenerse al margen del circuito íntersubjetivo del deseo en el cual el analizante'está atrapado (pago de la deuda simbó­ lica, etcétera). Nuestro esloveno trastornaba esta condición analítica básica de un modo particular, que le permitía incluso explotar eco­ nómicamente su análisis. Weiss escribe: V. t H a c e algu no s días m e e n te ré d é q u e le m e n cio n ó al padre, com o h o n o rario s m íos, una sum a un ta n to su p erio r a la que yo le había fijado. E l padre acostu m braba pagar estas cuen tas en efectiv o . L e d io el dinero destinado a m í al p acien te, y éste se qued ó con la diferen cia. (Ib íd ., págs.

55-6.)

Sobre el Uno dre) no tiene ninguna autoridad sobre este esloveno, el único inte­ rrogante que queda abierto es cómo era posible que eludiera la psi­ cosis. Puesto que se trata de un esloveno, probablemente no resulta demasiado riesgoso proponer la hipótesis de que de algún modo, en el trasfondo, está oculta la figura ubicua de la madre; en otras pala­ bras, que era la madre (y no el padre) quien encarnaba la ley para él, . con tanta firmeza y severidad que bloqueaba la posibilidad misma de una relación sexual “normal”. Cuando el Nombre-del-Padre es reemplazado por el Nombre-de-la-Madre, una “vuelta de tuerca” adicional refuerza la presión sobre el sujeto de la deuda simbólica. 4. Tal vez este punto de vista podría caracterizarse como el del embajador de Persia (de las célebres Cartas persas de Montesquieu): una extraña mirada dirigida a nuestro mundo, para generar nuestro extrañamiento respecto de él. 5. Ring Landner, “Who dealt?”, en The Penguin Book of American Short Stories, Harmondsworth, Penguin, 1969, págs. 295-306. 6. Desde luego, la interpretación paranoica de la historia sosten­ dría que la narradora desempeñaba el papel de la parlanchína ino­ cente que arruina la vida de sus compañeros con toda intención: para vengarse del esposo, por el hecho de que no la amara. 7. Martin Jay, The Dialectical ímagination, Londres, Heineinann, 1974, capítulo 7. 8. El “síndrome autoritario” es también sintomático en eí senti­ do del sinthome, de una formación significante que estructura nues­ tro núcleo más íntimo de goce; lo demuestra la fascinación de la au­ toridad que es un componente crucial de su ejercicio, el goce que acompaña a la subordinación del sujeto a la exigencia autoritaria: en el; “síndrome autoritario” la personalidad liberal ubica y organiza su goce. ; 1 9. Pauí-Dominique Dognin, Les “sentiers escarpés” de Kdrl Marx, I, París, CERF, 1977, pág. 132. 10. La prueba fundamental de que Marx dominaba el doble re­ flejo hegeliano es su deducción del capitalista a partir del concepto de capital. La relación del sujeto (la fuerza laboral) y el objeto (las Condiciones objetivas del proceso de producción) necesariamente se í refleja dentro de la subjetividad de la fuerza laboral, y de tal modo , ■complica la lógica de la “reificación” (“relaciones entre cosas en lu; gar de relaciones entre personas”). No basta con sostener que en el capitalismo las relaciones entre los individuos aparecen en forma reiJicada como relaciones entre cosas; lo esencial es que la relación de los individuos con las “cosas” se refleja en la relación entre los indi-

En cuanto el Nombre-del-Padre (la ley cuyo portador es el pa 18.

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Skvoj Zizek viduos, y la necesaria inversión de la “reificación” es la “personifica­ ción”, el proceso en virtud del cual las "cosas” asumen la forma de “personas” (el capital se vuelve el capitalista), Esta segunda reflexión, esta reflexión “al cuadrado” en la que la primera (la “reificación”, "cosas en lugar de personas”) se refleja a su vez en las “personas” constituye la especificidad de la autorrelación dialéctica. 11. Jacques Lacan, The Fonr Fundamental Concepts of PsychoAnalysis, Londres, Hogarth, 1977, pág. 112 [ed. cast.: El Seminario. Libro IV. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Ai­ res, Paidós, 1994]. 12. Para una introducción detallada a este concepto, véase Slavoj Zizek, The Sublime Object ofldeology, Londres, Verso, 1989, ca­ pítulo 3 [ed. cast.: ob. cit,, nota 1 de la Introducción]. 13. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, París, Seuil, 1981, págs. 281-306 [ed. cast.: Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984]. 14. Ibíd., pág. 303. 15. Fredric Jameson, The Ideologies ofTheory. Minneapolis, University of Minnesota Press, 1988, pág. 7, vol. 1. 16. En este punto podemos ver por qué, si aplicamos al carisma del rey esta lógica de la figura del judío como una “ilusión óptica”, no vale la objeción de que el rey de facto nunca funciona como un significante “vacío”. No vale la objeción de que los sujetos lo obede­ cen porque y sólo en cuanto creen en su realeza "sustancial”: lo que parece una objeción es en realidad la consecuencia básica de la pro­ pia teoría criticada. Desde luego, una condición del carisma del rey es que los sujetos crean en su realeza (como en el antisemitismo es una condición de su eficacia que el sujeto perciba al judío como una entidad sustancial, positiva, y no como la materialización de una operación textual puramente formal). En cuanto el mecanismo es expuesto, pierde su poder. En otras palabras, precisamente en cuanto es mal reconocida, la operación textual puramente formal determina el modo en que per­ cibimos al judío o al rey en su positividad material: en ausencia de esta operación formal, el judío sería percibido como una persona igual a las otras, y no como portador de algún mal intrínseco, miste­ rioso, como alguien cuya misma existencia es engañosa. Lo que ocu­ rre con el rey es homólogo. ¿Por qué nos fascinan tanto los detalles cotidianos de la vida de las familias reales? (¿Tiene un amante la princesa Diana? ¿Es gay el príncipe Andrés? ¿Es cierto que la reina Isabel a menudo se emborracha?) ¿Por qué nos fascinan esos detalles 80

Sobre el Uno que en las familias corrientes no nos resultarían tan interesantes? Porque, como resultado de la mencionada operación pura?nenteformal, estos rasgos cotidianos sufren una especie de "transustanciación” y comienzan a funcionar como emanación de la realeza. 17. Jacques Lacan, Écrits: A Selection, Londres, Tavistock, 1977, pág. 316 (traducción corregida) [ed. cast.: Escritos, 1 y 2, México, Siglo XXI, 1985]. 18. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre III: Les Psychoses, ob. cit., pág. 169 [ed. cast.: El Seminario. Libro III. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1984]. 19. Jacques Lacan, Le Séminaire, livre XVII: VEnvers de la psycharialyse (1969-70), manuscrito no autorizado. 20. Arthur Danto, Mysticism and Morality, Hannondsworth, Pen. guin, 1976, pág. 82. 21. Para un análisis materialista histórico, los puntos de especial interés son los fenómenos en los que el dinero no ha sido aún redu­ cido a un “equivalente general” neutro, cuando todavía atestigua el peso material de relaciones sociales concretas. Un ejemplo obvio es la distinción aparentemente “irracional” y “superflua” entre la libra y la guinea (una libra y un chelín). ¿De dónde ha salido este misterioso excedente del cinco por ciento? Con la guinea se pagaba a los médi­ cos, abogados y otros profesionales: era una libra más una especie de propina para quienes, por la dignidad de su posición social, no po­ dían aceptar propinas. En la división kantiana de las facultades, estas profesiones se contaban entre las basadas en el “discurso del Amo”, . : y no en el “discurso de la Universidad”: tienen que ver con la creen­ cia y el poder (la creencia como fundamento del poder) y no con el conocimiento “impotente” (la facultad de teología, la facultad de de1 récho, la facultad de medicina). ■.V'. 22. Un análisis adicional debería abordar la fuerza de trabajo, una mercancía especial cuyo “valor de uso”, el trabajo en sí, es fuente de valor y, por lo tantq, produce un excedente o plusvalía sobre su pro­ pio valor como mercancía. Es aquí, en este punto de autorreferencia : donde la fuerza que produce valor se intercambia por valor, encontramos el otro aspecto del dinero: no es sólo SI, el significante amo, el equi: . Valente general, sino también el objeto. El correlato lacaniano de la plusvalía es el goce excedente encarnado en el objet petit a, el objeto / / Càusa de deseo. El intercambio de la fuerza de trabajo por dinero ;; póstula entonces una equivalencia “imposible”:fuerza de trabajo - diuna especie de “juicio infinito” hegeliano, cuyos términos son radicalmente incompatibles.

Slavoj Zizek Marx determina al proletariado como una subjetividad pura, sin sustancia, una pura posibilidad de actualización que se vuelve contra sí misma (cuanto más produce el trabajador, menos posee, puesto que el producto de su trabajo asume la forma de un poder extraño dirigido contra él). De este modo Marx presenta su propia versión de la fórmula hegeliana “el espíritu es un hueso” (el propio Hegel propuso la versión “la riqueza es la persona”, que ya prefigura a Marx): el proletariado es un sujeto sin sustancia, un vacío de pura potencialidad sin ningún contenido positivo, liberado de todos los vínculos sustancíales con las condiciones objetivas de producción, y una entidad que se vende en el mercado y es por lo tanto postulada como igual a una pieza muerta de metal (8 0/7, la conjunción de la subjetividad vacía, barrada, y la moneda, el objeto causa de deseo en el capitalismo). Lo que dice Marx, discípulo de Hegel, es, desde lue­ go, que no hay ningún 8 sin sostén en a: el sujeto no puede llegar a su ser-en-sí, no puede liberarse de todos los lazos sustanciales y apa­ recer como el punto de la negatividad pura, a menos que sea puesto como equivalente a su antípoda absoluto, la moneda, esa pieza inerte de metal que uno puede tener en la mano y manipular a discre­ ción... 23. Ernst Nolte, Three Faces o f Fascista, Nueva York, Mentor, 1969, pág. 85. 24. G. K. Chesterton, “A Defence of Detective Stories”, en H. Haycraft (comp.), The Art o f the Mystery Story, Nueva York, The Universal Library, 1946, págs. 5-6. 25. Digamos al pasar que ésta era ya la tesis de Adorno. En su Negative Dialectics (Nueva York, Contínuuin, 1973) señaló que la desvalorización filosófica tradicional de la retórica como herramien­ ta secundaria que no hace más que perturbar el enfoque directo de la verdad, pertenece en realidad al ámbito de la retórica. El gesto retó­ rico supremo consiste en renunciar a la retórica y referirse a ella de modo negativo (“Lo que diré ahora no es pura retórica, lo digo se­ riamente...”). ! 26. Karl Marx/Friedrich Engels, Collected Works, vol. 10, Lon­ dres, Lawrence & Wishart, 1978, pág. 95. Incidentalmente, esta pa­ radoja del “reino sin nombre de la república” también sirve como ejemplo perfecto de lo que significa la “reconciliación” hegeliana. El Partido del Orden creía en la Restauración, pero la posponía indefi­ nidamente, “preservando la forma republicana con su ira espuma­ jeante e invectivas implacables contra ella” (ibíd., pág. 96). En sínte­ sis, al seguir cautivada por el espectro de la monarquía que había que 82

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Sobre el Uno

restaurar, al tratar la Restauración como un ideal cuya realización se posponía indefinidamente, el Partido del Orden pasaba por alto el hecho de que este ideal estaba ya plenamente realizado en el “reino sin nombre de la república”, Ellos ya tenían en sus manos lo que buscaban, la “forma republicana” era la forma de aparición de su opuesto, el realismo como tal. 27. Hegel’s Science o f Logic, Londres, Alien & Unwin, 1969, pág. 415 [ed. cast.: Ciencia de la lógica, Buenos Aires, Mondolfo, 1982], 28. Un ejemplo perfecto de esta inversión hegeliana (el pasaje del sujeto al predicado) se encuentra en la teoría de la relatividad. Como se sabe, la revolución de Einstein en la concepción de la rela­ ción entre el espacio y la materia se produjo en dos pasos. Primero, él refutó la idea newtoniana de un espacio homogéneo, “uniforme”, al demostrar que la materia “curva” el espacio. Se debe a la materia que el camino más corto entre dos puntos no sea necesariamente una línea recta; si el espacio es “atraído” por la materia, el camino más corto es una curva. Pero éste fue sólo el primer paso de Eins­ tein; implica aun el concepto de la materia como una entidad sustan­ cial, un agente independiente del espacio, que actúa sobre él: lo cur­ va. La ruptura Eruptiva crucial fue generada por el segundo paso de Einstein, su tesis de que la materia en sí no es más que espacio curvo. Ya en el nivel del estilo, esta inversión (de la materia qua causa que curva el espacio en materia qua la curvatura misma del espacio) es profundamente hegeliana. Repite la figura que aparece reiterada­ mente en Hegel, cuya forma general es ejemplificada del mejor mo­ do por la dialéctica de la esencia y la apariencia. No basta decir que la esencia (oculta) aparece de un modo distorsionado, que la aparienú cia no es nunca adecuada a su esencia. Debemos añadir que la esencia misma no es más que esta dirtorsión de la apariencia, esta no-adecuación de la apariencia a sí misma, esta autofisura. (En los términos de la lógica de la deflexión: la esencia se refleja en la apariencia, puesto que no es más que el reflejo-sobre-sí de la apariencia.) Esto es lo que está en juego en el “pasaje del sujeto al predicado” hegeliano. Cuando Hegel dice que (en oposición al juicio del entendimiento, en el cual el sujeto qua entidad sólida, sustancial, dada, es complementada por los ... predicados, sus atributos), el juicio especulativo se caracteriza por el - “pasaje” del sujeto al predicado, la estructura de este pasaje paradójico se corresponde perfectamente con el mencionado ejemplo de la teoría de la relatividad. Primero, la curvatura del espacio es postulada como un “predicaj ■,; do” de la materia qua entidad sustancial; después, “el sujeto pasa al 83

Slavo] Zizek predicado”; se pone de manifiesto que el sujeto real de este proceso es la “curvatura misma del espacio”: en otras palabras, lo que antes aparecía como predicado. Incluso la tesis hegeliana fundamental so­ bre la “sustancia como sujeto" tiene que aprehenderse contra el fon­ do de este pasaje del sujeto al predicado. La sustancia es el “sujeto” en cuanto soporte sólido, idéntico a sí mismo, de sus “predicados”, mientras que el sujeto hegeliano es el sujeto (sustancial) que ha “pa­ sado al predicado”. Según la bien conocida crítica nominalista a Hegel que encon­ tramos en el primer Marx (entre otros autores), la mistificación bási­ ca de la especulación hegeliana está en el modo en que el predicado comienza a funcionar como sujeto: “En lugar de concebir la idea universal como un predicado de los sujetos individuales, concebimos estos sujetos individuales que existen concretamente como puros momentos-predicados de la Idea universal, verdadero sujeto del pro­ ceso dialéctico”. Esta crítica dice la verdad sin advertirlo. Su único problema es que le atribuye a Hegel el sustancialismo platónico de las ideas, como si la Idea hegeliana fuera un universal sustancial pla­ tónico que penetra y anima la esfera de lo particular, la realidad ma­ terial. En otras palabras, lo que pasa por alto es que la matriz funda­ mental de la dialéctica hegeliana es el mecanismo que expone como “secreto de la construcción especulativa”, como mecanismo oculto de la “mistificación” dialéctica: es decir, la “inversión” de sujeto y predicado. En el curso del proceso dialéctico, lo que al principio se presuponía como sujeto se transforma retroactivamente en algo puesto por su propio “predicado”. Este trastrocamiento podría especificarse adicionalmente como la inversión de la “alteridad” u “otredad de la conciencia” en la “con­ ciencia misma en su alteridad”. Consideremos la conocida tesis de Lévi-Strauss de que la descripción (etnológica) del “pensamiento sal­ vaje” es una descripción salvaje de nuestro propio pensamiento. Lo que aparece como una propiedad del objeto es en realidad una pro­ piedad de nuestro, propio procedimiento interpretativo acerca del ob­ jeto. Lo que aparece como la “alteridad de la cohciencia” (el exótico “pensamiento salvaje”, ajeno a nosotros) es “la conciencia misma en su alteridad” (nuestro propio pensamiento en su éstado ‘‘salvaje”). En otras palabras, lo que tenemos es una vez más la inversión del sujeto en predicado: el sujeto sustancial opuesto a “conciencia”, que aparece como una entidad dada positivamente (“pensamiento salvaje”), pasa a un "predicado”, a una determinación de esta misma “conciencia” que observa (el carácter “salvaje” de su procedimiento descriptivo). 84

Sobre el Utio 29. Es casi superfluo señalar la aplicabilidad de este concepto de la identidad al análisis de la identidad social. La tríada de la ley como opuesta al crimen, los crímenes particulares y la ley como crimen unlversalizado (el modo en que la ley misma, ante el contenido par­ ticular de los crímenes, se escinde en ella misma y su propio reverso obsceno, perverso) ya ha sido utilizada por Lilian Zac para analizar el discurso ideológico de la dictadura militar argentina (véase su ma­ nuscrito inédito “Logical Resources and the Argentinian Military Discourse”, Colchester, University of Essex, 1989). En su confrontación con la amenaza subversiva “terrorista”, el discurso oficial se escindió en discurso público y discurso secreto. En el nivel público, se organizó en torno a los valores de la unidad nacional, la ley y el orden, la paz pública, etcétera, contra la amenaza del enemigo subversivo omnipresente. Pero el discurso publico era siempre acompañado por su doble sombrío: un discurso secreto en el que el “enemigo” era reducido a un objeto impotente de tortura; un discurso que hablaba de “desaparecidos”; el discurso de la llama­ da “guerra sucia”, el cual, en nombre de la salvación nacional, per­ mitía violar las normas legales y los derechos humanos más elemen­ tales; un discurso en el que emergía un goce obsceno generado por el hecho de que la razón de Estado transforma nuestra indulgencia con las pulsiones sádicas en la realización del Deber patriótico [...] Este reverso oculto del discurso oficial, que circunda a “lo que todo el mundo sabe” aunque no se habla de ello públicamente (los “secretos públicos” sobre a quién se llevaron anoche, dónde están las cámaras de tortura y las tumbas colectivas, etcétera), no es una espe­ cie de mancha externa en la superficie inmaculada del discurso pú­ blico, sino su reverso necesario: la condición de su eficiencia. El dis­ curso público que se legitima con una referencia a la estabilidad y paz sociales, etcétera, sólo sigue siendo “eficaz” mientras lo duplica un discurso oculto que difunde un terror generalizado, indefinible, y un horror paralizante. ■ 30. Jacqueline Rose, “Margaret Thatcher and Ruth Ellis”, New Vormation, 6, Londres, Routledge, 1989. 31. Umberto Eco, Foucaulfs Pendulum, Nueva York, Harcourt Brace Jovanovich, 1989, pág. 69 [ed. cast.: El péndulo de Foucault, Buenos Aires, Ed. De La Flor, 1997]. 32. Andrzej Warminski, Readings in Interpretaron, Minneapolis, ; University of Minnesota Press, 1987, pág. 110. . 33. Jacques-Alain Miller, “Matrice”, Omicar?, 4, París, 1975, ¿pág. 6.

Slavo] Zizek 34. En la cuestionada proposición de Lacan “La Mujer no exis­ te”, la “existencia” debe concebirse en el estricto sentido hegeliano, no simplemente como sinónimo de “ser”. En la Lógica de Hegel, la categoría de la existencia tiene su lugar al final de la segunda parte, que trata sobre la “esencia”, pero el correlato de la existencia no es la “esencia”, presentada en pareja con la "apariencia”; la “esencia” es el ser en cuanto “aparece”, en cuanto es puesto como “mera aparien­ cia”. En efecto, el correlato de la existencia es el “fundamento” (das Grund): la existencia es el ser en cuanto está “fundamentada”, funda­ da en un Fundamento único universal que actúa como su “razón su­ ficiente”. En este preciso sentido “La Mujer no existe”: ella no posee un fundamento único, no puede ser totalizada con referencia a algún principio abarcativo. En consecuencia podemos ver que esta tesis lacaniana excluye radicalmente la idea “chauvinista masculina” de que el hombre es el centro propio y fundamento de la mujer, en cuyo ca­ so la mujer existiría: se sustrae al “dominio masculino” precisamente en la medida en que no existe. 35. Karl Marx, Grundrisse, Harmondsworth, Penguin, 1972, pág. 107. 36. Ibíd./pág. 99. 37. Hegel's Science o f Logic, ob. cit., pág. 583. 38. Ibíd. 39. A causa de esta metaforicidad original, el cif-amiento como tal genera un goce excedente que no puede explicarse por la necesidad de eludir la censura que prohíbe mencionar de modo directo, literal, algún contenido. Uno de los casos supremos de goce procurado por el ciframiento del significante es la obra de Bertolt Brecht titulada Me Ti. Buch der Wendimgen, que traspone la historia del socialismo a un relato sobre la guerra civil en un antiguo imperio chino (Trotski se convierte en “To-Tsi”, y así sucesivamente). El efecto mismo de “extrañamiento” que sirve como justificativo “oficial” del procedi­ miento de Brecht (la necesidad de obligar al lector a tomar distancia de su propia constelación histórica y observarla como un país exóti­ co, extranjero, en el que las cosas pierdén su carácter evidente) pre­ supone como base dq su eficacia el goce procurado por el acto de ci­ framiento como tal. ' ’ 40. HegeVs Science o f Logic, ob. cit., págs. 82-83. 4L En otro nivel, lo mismo ocurre con el pasaje de la “postula­ ción” a la reflexión “externa”: ¿cómo es posible que la reflexión que postula se conciba a sí misma como externa respecto de sus presu­ puestos; cómo es posible que asuma la existencia de algunos presu­ 86

Sokre el U?io puestos sustanciales y en consecuencia "olvide” que esos presupues­ tos son puestos por su propia actividad? Por cierto, ¿cómo es esto posible, cuando, en el nivel de la reflexión postuladora encerrada en su círculo, no hay, estrictamente hablando, nada que olvidar? O, pa­ ra decirlo de otro modo: ¿cómo puede el sujeto que reflexiona caer de pronto víctima de la ilusión de que eí contenido sustancial está ; perdido para él, cuando no hay ningún contenido sustancial suscep­ tible de perderse antes de la experiencia de la pérdida? La respuesta, desde luego, es que para “olvidar” (o “perder”) algo, primero es pre­ ciso olvidar que no hay nada que olvidar: este olvido es lo que por empezar posibilita la ilusión de que hay algo que olvidar. Por abstractas que puedan parecer, estas cavilaciones se aplican inmediatamente al modo en que funciona una ideología: la lamenta­ ción nostálgica por los valores olvidados del pasado olvida el hecho de que esos valores no tenían ninguna existencia anterior a nuestros lamentos, que los hemos literalmente inventado con nuestros lamen­ tos por su pérdida...

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2. La caprichosa identidad

I. L a i m p o s i b i l i d a d El “monismo ” de Hegel La opinión sobre Hegel contra la que se dirige toda nues­ tra interpretación (una opinión que es hoy en día un lugar co­ mún en todo el espectro filosófico, desde Adorno hasta el postestructuralismo) sostiene que Hegel afirma el derecho de lo particular, que él, por así decirlo, abre la puerta a su rique­ za y concibe la red de diferencias como algo intrínseco del concepto universal, como resultante de la autoarticulación de su contenido inmanente, pero que precisamente a través de esta operación el exterior fenoménico queda reducido a la automediación del concepto interior y todas las diferencias son “superadas” de antemano, en cuanto se las postula como mo­ mentos ideales de la identidad mediada del concepto consigo mismo... La lógica involucrada es, desde luego, la de la rene­ gación fetichista, transmitida por la fórmula “je sais bien, mais .quand mente. . sé muy bien que Hegel afirma la diferencia y dá negativídad, pero sin embargo... (por medio de la relación ydel concepto consigo mismo, esta negatividad es en última ^instancia reducida a un momento abstracto de la autodiferenelación de la identidad). ; ; Lo que hay detrás de esta renegación es el miedo al “co-

Slavoj Zizek nociiniento absoluto” como a un monstruo que amenaza con suprimir todo contenido particular, contingente, en la automediación de la Idea absoluta, y de tal modo “tragarse” nues­ tra libertad más íntima y nuestra individualidad singular; este miedo adquiere la forma de la conocida paradoja de la prohi­ bición de lo imposible: el “conocimiento absoluto” es imposi­ ble, es un ideal inalcanzable, un ensueño filosófico, y precisa­ mente por esta razón debemos luchar para que no nos tiente... En síntesis, el “conocimiento absoluto” es lo Real de sus críticos: la construcción de una posición teórica inalcanza­ ble, “imposible”, que estos críticos deben presuponer para definir su propia posición distanciándose de aquélla, afirman­ do, por ejemplo, la positividad del “proceso vital efectivo”, irreductible al movimiento lógico del concepto.1 El enigma es por qué los críticos de Hegel necesitan este adversario de paja para establecer su posición. Esto resulta aún más extraño por el hecho de que la mayoría de los defen­ sores de Hegel, con una especie de mala conciencia, también aceptan tácitamente la necesidad de distanciarse del monstruo de la Idea que todo lo devora, e intentan “salvar a Hegel” afirmando tímidamente que “en realidad, Hegel admite una autonomía relativa de lo particular, y no anula simplemente todas las diferencias en la unidad de la Idea”. Por lo general se refugian en la conocida fórmula de “la identidad de la iden­ tidad y no-identidad” (la cual, digámoslo al pasar, es más propia de Schelling que de Hegel). Lo que no advierten los críticos ni tampoco esos defenso­ res es el hecho crucial de que Hegel subvierte paradójicamen­ te el “monismo” al afirmarlo de un modo mucho más radical que el que sus críticos se atreverían a sospechar. La idea habi­ tual del “proceso dialéctico” es la siguiente: hay una escisión, una dispersión de la unidad original; lo particular prevalece sobre lo universal, pero cuando la desintegración alcanza su punto culminante, se invierte en su opuesto, y la Idea logra reunir-internalizar (ver-inñem) toda la riqueza de las determi­ naciones particulares, con lo cual reconcilia los opuestos... En este punto, los críticos se apresuran a añadir que esta “su­ 90

La caprichosa identidad peración” (Aufljebimg) de las determinaciones externas, con­ tingentes, nunca se produce sin un cierto remanente: siempre hay un resto que se resiste a la internalización-superación dia­ léctica, siendo al mismo tiempo su condición de posibilidad. En otras palabras, lo que el movimiento dialéctico no puede explicar es un cierto exceso que es simultáneamente la condi­ ción de su posibilidad y de su imposibilidad... ¿'Qué hay de erróneo en esta crítica? La clave está en la gramática, en el empleo de los tiempos por Hegel. El mo­ mento final del proceso dialéctico, la “superación de la dife­ rencia”, no consiste en el acto de su superación, sino en la ex­ periencia de que la diferencia estaba siempre-ya superada; de que, en un sentido, nunca existió efectivamente. La superación dialéctica es entonces siempre una especie de “deshacer” re­ troactivo (Ungeschehen-Machen)] no se trata de superar el obs­ táculo a la unidad, sino de hacer la experiencia de que el obs­ táculo nunca lo fu e, de que la apariencia de “obstáculo” se debió exclusivamente a nuestra errónea perspectiva “finita”. Podríamos rastrear esta lógica paradójica hasta análisis particulares de Hegel, por ejemplo, su tratamiento del crimen y el castigo en la filosofía del derecho. La meta del castigo no es restablecer el equilibrio haciendo pagar el crimen, sino afirmar que, en un sentido ontològico radical, el crimen no existió en absoluto, es decir, que no tiene efectividad plena; por medio del castigo, el crimen no es abolido externamente, sino postulado como algo que ya antes era ontologicamente nulo. Llevada al extremo, la lógica del castigo en Hegel dice lo siguiente: ontològicamente, el crimen no existe, no es nada más que una apariencia nula y vacía, y precisamente por esta ra­ zón debe ser castigado.2 ; I En este punto podemos ya ubicar el primer error de la lectura desconstructiva de Hegel realizada por Derrida: ella ’derrumba una puerta abierta. Derrida señala la paradoja bási-' ca del argumento de la “metafísica de la presencia” cuando ¡enfrenta fenómenos que tienen el estatuto de “suplementos” y son ejemplificados por la escritura, en la sucesión de argujpentos mutuamente excluyentes, del tipo del chiste freudiano

Slavo] Zizek

La caprichosa identidad

de la olla prestada (“Nunca te pedí prestada una olla; además, la olla ya estaba rota cuando me la prestaste...”). La escritura es totalmente externa a la presencia interior del significado, sencillamente el significado no concierne a su constitución; la escritura es extremadamente peligrosa en cuanto amenaza os­ curecer la inteligibilidad de la intención-del-significado... Pero Hegel, paradójicamente y de un modo que para Derrida es impensable, asume abierta?nente ambas proposiciones: lo que dentro de la metafísica tradicional funciona como un síntoma, un desliz que debe desenterrar el trabajo empeñoso de la lectura desconstructiva, es en Hegel la tesis fundamental y ex­ plícita: hay que luchar contra el crimen, por ejemplo, preci­ samente a causa de que no tienen ninguna consistencia onto­ lògica.

contra la cual, en consecuencia, es imposible prevenirse. Sólo cuando la infección se ha propagado, la conciencia, que sin ad­ vertirlo ha cedido a su influencia, se percata de ella... cuando la conciencia se percata de la pura percepción [de la Ilustración], esta última ya está difundida; la lucha contra ella refleja el hecho de que la infección se ha producido. La lucha es demasiado tar­ día, y todos los remedios adoptados no hacen más que agravar la enfermedad, pues ella ha aferrado la médula de la vida espiritual, es decir, el concepto de conciencia, o la pura esencia en sí de la conciencia. Por lo tanto, además, no hay ningún poder en la conciencia que pueda superar la enfermedad. Como está presen­ te en la esencia misma, sus manifestaciones, mientras siguen ais­ ladas, pueden suprimirse, y suavizarse los síntomas superficiales. Esto constituye una gran ventaja para ella, pues le permite no di­ lapidar su poder ni mostrarse indigna de su naturaleza real, que es lo que ocurre cuando irrumpe en síntomas y simples erupcio­ nes antagonistas ai contenido de la fe y a sus conexiones con la realidad del mundo externo a ella. Más bien, siendo por el mo­ mento invisible e imperceptible Espíritu, infiltra las partes no­ bles de un extremo al otro, y pronto ha asumido la posesión completa de todas las visceras vitales y los miembros del ídolo inconsciente; entonces, “una hermosa mañana le da a su camara­ da un empujón con el codo, y ¡bang!, ¡plaf! el ídolo cae al suelo” (Diderot, El sobrino de Rameau). “Una hermosa mañana” cuyo mediodía es exangüe si la infección ha penetrado en todos los ór­ ganos de la vida espiritual. Sólo la memoria conserva aún la for­ ma muerta del estado anterior del Espíritu como una historia , que se ha esfumado, no se sabe de qué manera. Y la nueva ser, piertte de la sabiduría elevada para recibir adoración puede de es: te modo desprenderse sin ningún dolor de lo que no es más que una piel marchita.J

E l “tejer silencioso del Espíritu ” El rasgo crucial de esta “anulación retroactiva” dialéctica es el intervalo que separa el proceso del cambio de “conteni­ dos” respecto del acto formal de cierre: la necesidad estructu­ ral de la demora del último respecto del primero. En un senti­ do, en el proceso dialéctico “las cosas ocurren antes de que ocurran efectivamente”; todo está ya decidido, el juego ha terminado antes de que podamos tomar conocimiento de él, de modo que la “palabra de reconciliación final” es un acto puramente formal, una simple enunciación de lo que ya había tenido lugar. Quizás el ejemplo más sutil de este intervalo sea el tratamiento por Hegel de la lucha de la Ilustración contra la superstición en la Fenomenología del espíritu, donde él habla del “tejer silencioso e incesante del Espíritu en la simple inti­ midad de su sustancia”, que t [...] es comparable con una expansión silenciosa o con la difusión, digamos, de un perfume en una atmósfera que no se resiste. Es una infección penetrante que no se hace notar de antemano co­ mo algo opuesto al elemento indiferente en el cual se insinúa, y 92

De modo que el proceso dialéctico está marcado por una doble escansión. Primero tenemos el “tejer silencioso del Es­ píritu”, la transformación inconsciente de toda la red simbó­ lica, de todo el campo del significado. Después, cuando la obra ya está hecha y todo está decidido “en sí mismo”, llega él momento de un acto puramente formal por medio del cual lá forma anterior del espíritu también se quiebra “para sí”. El 93

V v

Slavoj Zizek punto crucial es que la conciencia llega necesariamente demasia­ do tarde; sólo puede advertir que han retirado los cimientos bajo sus pies cuando la enfermedad infecciosa ya domina el campo. La estrategia de lo nuevo, de la “enfermedad” espiri­ tual, debe entonces evitar la confrontación directa mientras sea posible; debe ser un “tejer silencioso”, como la excava­ ción subterránea de un topo, mientras aguarda el momento en que un leve empujón con el dedo bastará para derrumbar el poderoso edificio. Esta lógica, ¿no evoca espontáneamente la conocida esce­ na de los dibujos animados en la que un gato camina con toda tranquilidad sobre el precipicio, pero cae cuando mira hacia abajo y toma conciencia de que está en el aire? El arte de la subversión no consiste en luchar con el gato mientras camina sobre terreno firme, sino en permitir que continiíe con la ca­ beza alta y, mientras tanto, socavar el fundamento mismo so­ bre el que se desplaza, de modo que una vez realizado el tra­ bajo sea suficiente un simple silbido, un recordatorio para que mire abajo de sus pies, y el gato caerá solo. Además, ¿no esta­ mos en el centro mismo de la idea lacaniana del “entre-dosmuertes” {rentre-deux-morts)} A propósito de la “forma de la conciencia” cuyo cimiento está ya socavado por el “tejer si­ lencioso” del Espíritu, aunque aun no lo sabe, ¿no podríamos decir que ya está muerta sin saberlo, que sólo está aún viva porque no sabe que está muerta?4 En el pasaje citado, lo que dice Hegel es que al prestarse a tomar parte en el debate, al responder a los argumentos de la Ilustración, la reacción mis­ ma a la Ilustración ya estaba “infectada” por ella: aceptaba de antemano la lógica de su enemigo. La polémica de sir Robert Filmer con John Locke consti­ tuye un caso paradigmático. Filmer intenta reafirmar la auto­ ridad patriarcal con argumentos racionales propios de la Ilus­ tración (se refiere a los derechos naturales, recorre un largo camino tratando de demostrar que al principio los reyes eran los padres biológicos de sus súbditos, etcétera). Encontramos una paradoja análoga en los neoconservadores modernos, que aducen la necesidad de poner límite a los “excesos” democrá­ 94

La caprichosa identidad ticos igualitarios con argumentos tomados del razonamiento de su adversario: señalan los efectos benéficos de la ley y el orden en la libertad y el bienestar individuales, etcétera. En general, podríamos decir que se gana una batalla ideológica cuando el adversario comienza a hablar nuestro lenguaje sin te­ ner conciencia de ello. Lo que encontramos es el lapso ya mencionado. La ruptura nunca se produce “ahora”, en el pre­ sente en que las cosas desembocan en una decisión. “En sí”, la batalla ha terminado antes de que estallara: el hecho mismo de que comience es un signo inequívoco de que ya ha concluido, de que “el tejer silencioso” ya ha hecho su trabajo, de que los dados ya han sido arrojados. El acto final de la victoria tiene siem­ pre un carácter retroactivo; la decisión final tiene la forma de la afirmación de que todo está ya decidido. No carece de importancia que hoy en día el citado pasaje de Hegel tenga connotaciones psicoanalíticas; el “tejer silen­ cioso del Espíritu” es el nombre que da Hegel a la reelaboracién inconsciente, y sería legítimo leer el pasaje citado como una refinada descripción psicológica del proceso de conver­ sión. Tomemos el caso de un ateo que se convierte en cre­ yente. A él lo desgarran feroces luchas interiores, la religión lo obsesiona, escarnece agresivamente a los creyentes, busca las razones históricas del surgimiento de la “ilusión religiosa”, etcétera: todo esto no hace más que probar que el asunto ya está decidido. JLlya cree, aunque todavía no lo sabe. La lucha ihterior no termina con la gran decisión de creer, sino con la sensación de alivio por el hecho de que, sin saberlo, él siempre-ya había creído, de modo que sólo le resta renunciar a su vana resistencia y reconciliarse con su creencia. Lo que demuestra del mejor modo que el psicoanalista tiene una per­ cepción refinada es su capacidad para reconocer el momento eh que el “tejer silencioso” ya ha realizado su trabajo, aunque. ;,el paciente esté aún asediado por dudas e incertidumbres.5

La caprichosa identidad

Slavoj Zizek “De la nada a la nada a través de la nada ” Una primera respuesta a la objeción de que Hegel es “mo­ nista” consistiría entonces en afirmar que Hegel es incluso un “monista” más radical que lo que sus críticos osan imaginar: en el curso del proceso dialéctico, la diferencia no es “dejada atrás”, sino que su existencia misma se cancela retroactiva­ mente. Sin embargo, ¿no nos encontramos en la posición in­ sostenible de los defensores de un monismo absurdamente “fuerte”, según el cual lo que efectivamente existe es el Uno y las diferencias son ficticias, sin ningún fundamento en la rea­ lidad? La salida de este aparente atolladero aparece en la na­ turaleza circular del proceso dialéctico; a través de él, las co­ sas se convienen en lo que siempre-ya eran. En general, se considera que este lugar común trillado apunta al supuesto evolucionismo ontológico de Hegel; el de­ sarrollo en su totalidad sería sólo una explicitación de lo que la cosa ya es “en sí”, implícitamente: una realización externa de su potencial interior. El círculo del desarrollo dialéctico está entonces cerrado, nada nuevo ocurre en realidad, la se­ milla ya es “en sí” el árbol, etcétera. Para disipar el espectro de este evolucionismo ontológico que como regla se le impu­ ta a Hegel, es preciso invertir toda la perspectiva, introdu­ ciendo la dimensión de la negatividad radical: la “verdad” de cualquier cosa (determinada, particular) reside en su autoanulación. La proposición “una cosa se convierte en lo que siempre-ya.ha sido” significa por lo tanto “en el curso del proceso dialéctico, una cosa alcanza su verdad mediante la superación de su ser inmediato”: un paso hacia la verdad implica por de­ finición una pérdida de ser. Recordemos la distinción lacaniana entre las dos muertes, y conectémosla con la teoría hegeliana de la repetición en la historia: todos tenemos que morir dos veces. Napoleón, en Elba, ya estaba muerto (su rol histórico había concluido), pe­ ro él aún realizaba agitación y trataba de recobrar el poder. ¿Por qué? Hay una sola respuesta posible: no tenía conciencia de que estaba ?mieno. En este preciso sentido podríamos decir

que, con la derrota de Waterloo, Napoleón “se convirtió en lo que ya era”, en un muerto; murió por segunda vez. Lejos de ser una excepción, una “demora” que perturbaba el curso “normal” de la dialéctica del proceso histórico, Napoleón en Elba es el paradigma de esta matriz elemental. Todo el pro­ ceso dialéctico transcurre “entre las dos muertes”, una enti­ dad “se convierte en lo que es” realizando su negatividad intrínseca; en otras palabras, tomando conocimiento de su propia muerte. ¿Qué es el “conocimiento absoluto” sino el nombre del momento final de este proceso, cuando la “con­ ciencia” se purifica de todo presupuesto de ser positivo, el momento que se paga con una pérdida radical, el momento que coincide con la pura nada? Esta “nada” a la que se llega al final de la Fenomenología del espíritu no es más que otra designación del hecho de que “el concepto no existe”, o, para decirlo en términos lacanianos, de que “el gran Otro no existe”, de que es una estructura pu­ ramente formal “muerta”, sin ningún contenido sustancial. Aquí está la respuesta al reproche de “monismo absoluto”. Hegel sólo parece un “monista” si le atribuimos un ser real, sustancial, al concepto, es decir, sólo si olvidamos la relación k negativa descrita entre el conocimiento y el ser. La fórmula , hegeliana de tan mala reputación según la cual hay identidad entre la razón y la realidad, debe por lo tanto leerse de un r... modo que difiere del habitual: significa que ni la razón ni la ' ' . realidad existen “en sí”. ..

La realidad es en sí nula, carece de consistencia: sólo “existe” en cuanto está fundada en la estructura concepj.y tual, en cuanto estructurada a través de la razón. ••■■■$:*. Por otro lado, Hegel es antiplatónico por excelencia: na' da hay más extraño a él que una concepción sustancialista del concepto (según la cual “sólo los conceptos existen c efectivamente”). Todo lo que “existe efectivamente” es la naturaleza y la historia extraconceptuales; el concepto no . es más que su pura estructura lógica, sin ninguna sustancíalidad. R

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En este sentido, podríamos decir que el “conocimiento absoluto” implica el reconocimiento de una imposibilidad absoluta, insuperable: la imposibilidad de acuerdo entre el co­ nocimiento y el ser. En este punto debemos invertir la fór­ mula kantiana de las “condiciones de posibilidad” trascenden­ tales; un objeto dado positivamente sólo es posible, sólo surge contra el fondo de su imposibilidad; nunca puede “convertir­ se en sí mismo” por completo, realizar todo su potencial, al­ canzar la plena identidad consigo mismo. En cuanto acepta­ mos la definición hegeliana de la verdad (el acuerdo de un objeto con su concepto) podemos decir que ningún objeto es nunca “verdadero”, nunca “se convierte plenamente en lo que efectivamente es”. Esta discordia es una condición positiva de la consistencia ontològica del objeto, no porque el concepto sea un ideal que el objeto empírico no alcanza nunca, sino porque el concepto en sí participa del movimiento dialéctico. En cuan­ to un objeto se acerca demasiado a su concepto, esta proximi­ dad cambia al concepto mismo, lo desplaza. Tomemos por ejemplo las tres formas del “Espíritu absoluto”: el arte, la re­ ligión y la filosofía. Una forma de arte en total acuerdo con el concepto de arte (en la cual la idea aparezca intacta en el me­ dio de los sentidos) ya no sería arte sino religión; sin embar­ go, en la religión cambia la medida de la verdad, el concepto al que el objeto debe corresponder. De modo homólogo, la filosofía no es más que una forma de religión que correspon­

dialéctico. El “Uno” del “monismo” de Hegel no es entonces el Uno de una identidad que abarque todas las diferencias, si­ no un “U no” paradójico de negatividad radical que siempre bloquea la realización de cualquier identidad positiva. La “as­ tucia de la razón” hegeliana debe concebirse precisamente contra el trasfondo de este imposible acuerdo del objeto con sil concepto; no destruimos un objeto al destrozarlo desde afuera, sino, todo lo contrario, permitiéndole que despliegue libremente su potencial y de tal modo llegue a su verdad: i:;

La astucia [List] no es lo mismo que el engaño [Pfijjigkeit]. La mayor astucia es la actividad abierta al público (el otro debe ser to¡mado en su verdad). En otras palabras, con esta apertura un hombre expone al otro que tiene en sí, aparece como es en y pa­ ra sí mismo y, por lo tanto, se deshace de sí mismo. La astucia es el gran arte de inducir a los otros a ser como son en y para sí 1mismos y sacar esto a la luz de la conciencia. Aunque los otros están en lo justo, no saben cómo defenderlo por medio de la pala­ bra. La mudez es astucia mala, mediocre. En consecuencia, un ■ verdadero maestro es en el fondo sólo el que puede provocar que ■' el otro se transfomie a sí mismo a través de su acto.1 í

El cuadro del sistema hegeliano comò un todo cerrado que asigna su lugar apropio a cada momento parcial es por lo tanto profundamente engañoso. Cada momento parcial, por así decirlo, está “truncado desde dentro”, nunca puede con­ vertirse plenamente “en sí mismo”, nunca puede alcanzar “su propio lugar”, está marcado por un impedimento intrínseco, y este impedimento es lo que pone en marcha el desarrollo

La astucia de la razón simplemente toma en cuenta la grieta ontológicamente constitutiva del otro: el hecho de que el otro nunca corresponde plenamente a su concepto. Por lo úfántq, no debe ser obstruido; basta con tentarlo a revelar su v.érdad, con la confianza de que de tal modo el otro se disol­ verá (transformará). Este procedimiento tiene su lugar en las raciones interpersonales más íntimas, así como en la estrate­ gia política. Por ejemplo, en una relación interpersonal tensa, -$pando alguien se queja del modo en que su compañero los fllpitra a ambos en da realización de su potencial, es sensato ;||eplegarsc y dejar el camino abierto a la supuesta víctima de •'^opresión. Pronto resultará claro si detrás de la queja hay al|Mfi.contenido sustancial, o si toda la identidad del otro conjppé én lamentarse y quejarse. Es decir: necesita el otro de$.$peradamente la figura de un adversario “represivo en pá:ausencia toda su identidad se desintegraría?

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de a su concepto.6

La condición de (Imposibilidad

Skvoj Zizek Daniel Sibony ha reconocido el mismo procedimiento en lo que él denominó “el trabajo de Mitterrand como analista”. En lugar de empujar a los comunistas a un gueto político, Mitterrand les pidió sabiamente que se unieran al gobierno, poniendo a prueba su “capacidad para gobernar”. El resulta­ do es conocido. Resultó evidente que detrás de su retórica “reformista” no había ningún contenido político sustancial. Ahora bien, debería quedar en claro en qué sentido Lacan, a principio de la década de 1950 (bajo la influencia obvia de Kojéve), equiparó la posición del psicoanalista con la del sa­ bio hegeliano. La “inactividad” del psicoanalista consiste en no intervenir activamente en el trabajo del analizante, en ne­ garse a ofrecerle cualquier apoyo en la formación de ideales, metas, etcétera: el analista sólo le permite, le hace posible lle­ gar a su contenido reprimido y articularlo en el medio de la palabra, con lo cual este contenido es puesto a prueba como su verdad. Uno de los grandes temas centrales de la desconstrucción derrideana es la ya mencionada inversión o complementado« de la fórmula trascendental kantiana de las “condiciones de posibilidad”. La condición infraestructural de posibilidad de una entidad es al mismo tiempo la condición de su imposibi­ lidad; su identidad-consigo-misma.sólo es posible contra el fondo de su autorreferencia, de una autodiferenciación y una autoposposición mínimas, que abren una brecha para siem­ pre, obstruyendo la plena identidad-consigo-misma... Debe­ ría estar claro que la misma paradoja está inscrita en el núcleo de la dialéctica hegeliana. La “inversión” clave del proceso dialéctico se produce cuando reconocemos en lo que al prin­ cipio aparecía como una “condición de imposibilidad” (como un obstáculo para nuestra plena identidad, para la realización de nuestro potential) la condición de posibilidad de nuestra con-, sistencia ontológica. En sentido estricto, ésta es la lección de la dialéctica del “alma bella” en la Fenomenología del espíritu. E l “alma bella” lamenta incesantemente las crueles condiciones del mundo del que es víctima, que le impide la realización de sus buenas

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La caprichosa identidad intenciones. Lo que pasa por alto es que sus propias quejas contribuyen a la preservación de esas “condiciones” lamenta­ bles: es decir, que el alma bella es en sí misma cómplice del desorden del mundo del que se queja. Encontramos elemen­ tos del alma bella en cierto tipo de “disidencia” en el “socia■lismo real” que se derrumba. Incluso después de que el siste­ ma ha iniciado su desintegración terminal, esa “disidencia” sostiene con vehemencia que “nada ha cambiado realmente”, qué detrás de una máscara nueva subsiste “el mismo antiguo rneollo bolchevique totalitario”, etcétera. Esa “disidencia” ne­ cesita literalmente a un adversario totalitario, “bolchevique”. Su “desenmascaramiento” compulsivo en realidad provoca al adversario y lo lleva a desplegar su carácter “totalitario”. Vi­ ve totalmente en el momento, aguardando que “la máscara caiga” y resulte evidente que el adversario es el mismo y viejo partido totalitario. El “objeto del deseo” real de ese “disiden­ te” no es derrotar al adversario, y menos aún restablecer un Orden democrático en el cual el adversario se vea obligado a aceptar el papel de un rival por el poder en pie de igualdad con los otros, sino su propia derrota, en concordancia con la lógica de “Tengo que perder, tengo que recibir un golpe du& ib, puesto que éste es el único modo de demostrar que yo te­ nía razón en mis acusaciones al enemigo”. Este razonamiento paradójico ilustra con claridad el ca:fácter intrínsecamente antagonista del deseo. Mi deseo “ofi­ cial” es que el Partido Comunista se convierta en un acompafíánte.y rival democrático, pero en realidad temo ese cambio más que a la plaga en sí, pues sé muy bien que me haría per­ der píe y me forzaría radicalmente a modificar toda mi estra} tegia; mi deseo real es que el Partido Comunista no cambie, ;:^[ue siga siendo totalitario. La figura del enemigo, el partido •que supuestamente impide mi realización, es en realidad la ó|j)recondÍción misma de mi posición de alma bella; con esa fij ,.t.;|0fa yo perdería al gran Culpable, el punto con referencia al \ TjCÜál mi posición subjetiva adquiere su consistencia. Es contra £ ; fondo como debemos concebir una proposición de Hegel pí||úe,:encontramos en su Ciencia de la lógica: “Como camino de

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Slavoj Zizek reconciliación, la fuerza negativa reconoce su propia presencia en aquello contra lo que lucha”. En el monstruo del “Par­ tido”, la fuerza negativa de la “disidencia” debe reconocer una entidad de la que depende su propia consistencia ontológica, una identidad que le da significado a su actividad: en otras palabras, su esencia. Esta lógica paradójica podría ser ejemplificada adicional­ mente con una idea que es una especie de correlato en la filo­ sofía analítica de la “astucia de la razón hegeliana”: la idea de los “estados que son esencialmente subproductos”, elaborada por Jon Elster.8 Cuando, como resultado de la actividad del sujeto, surge un cierto estado de cosas no deseado (cuando, por ejemplo, en un Estado “totalitario” en desintegración, un intento intimidatorio se dispara por la culata y fortalece a las fuerzas de la oposición democrática, como el asesinato de Chamorro en los últimos meses de la dictadura de Somoza en Nicaragua), el sujeto no tiene derecho a decir “Yo no preten­ día esto", y de tal modo eludir su responsabilidad. En cuanto la “realidad es racional”, precisamente la realización externa, social, de nuestras metas e intenciones es lo que demuestra su verdadero significado; cuando realizamos nuestra intención, quedamos frente a su “verdad”. Este es también el modo de concebir la célebre proposi­ ción lacaniana de que quien habla recibe su propio mensaje en forma invertida (en su verdad) del otro al que se dirige. El sujeto cuya actividad no da en el blanco, que consigue lo opuesto de lo que quería, debe cobrar fuerzas suficientes para reconocer en este resultado inesperado la verdad de su inten­ ción. Es decir que la verdad es siempre la verdad del “gran O tro” simbólico; no se produce én la intimidad de mi expe­ riencia interior, sino que resulta del modo en que mi activi­ dad se inscribe en el campo “público” de las rélaciones inter­ subjetivas. Para citar la famosa frase final de Lacan en su “Seminario sobre «L á carta robada»”, “una carta siempre lle­ ga a su destino”. Aunque el alma bella no esté preparada para reconocerse como destinataria de la carta que le devuelve la realidad “social”, aunque se niegue a descifrar en el desorden^

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La caprichosa identidad del mundo la verdad de su propia posición subjetiva, la carta llega de todas maneras a destino: el desorden del mundo es un mensaje que atestigua la verdad de la posición del sujeto; cuanto más ignorado es este mensaje, más insiste y continúa su “tejer silencioso”.

Ih Reflexión La lógica de la remarca > La lección de lo que hemos elaborado hasta ahora es que Hegel debe leerse cuidadosa y literalmente. Por ejemplo, cuando dice que el hueso más duro de roer del enfoque espe­ culativo es el reconocimiento de la identidad de los contrarios como contrarios, descubrir la positividad en la negatividad mis­ ma, esto no significa que ios contrarios sean de algún modo unificados, armonizados (contra lo cual siempre podríamos aducir que en esta operación nunca deja de quedar un resto qué resiste a la síntesis), ni que la fuerza negativa sea de algún modo “invertida” y convertida en positividad, que la positivi­ % dad la “envuelva” (contra lo cual siempre podríamos sostener qué hay un exceso de negatividad que se resiste a la absorción Zfeii la positividad de la identidad mediada dialécticamente). #^óm o hemos visto a propósito de la astucia de la razón, el Agesto crucial del enfoque dialéctico consiste en presentar la í>|dhnensíón "positiva” (habilitadora, “productiva”) propia de lo negativo como tal; ese gesto, consiste en comprender que lo que ha aparecido en primer lugar como una agencia pura: ;f|jÚénte negativa (obstructora) funciona como una condición ;l||Íúposibilidad positiva de la entidad a la que obstruye. El carácter erróneo de la opinión corriente sobre Hegel kéÉlpge más clámente en este punto, a propósito de la inversión negativo en positividad. El hueso más duro de roer para ' ^||yúnf()que no-dialéctico es la afirmación hegeliana de la |:..||j||ierza infinita de lo negativo”. Es decir que no basta con ^ ’^ S p cé b ir a Hegel cómo el pensador de la negatividad, como 103

Slavo] Zizek el filòsofo que se lanzó a la danza báquica de la negatividad barriendo con toda identidad sustancial positiva. Lo que este enfoque deja al margen es simplemente la identidad en sí, el modo en que la identidad se constituye a través de la relación refleja de lo negativo consigo mismo. Trataremos de echar luz sobre este hueso duro a partir de un atolladero sintomáti­ co de la lectura derrideana de Hegel. Parecería que el abordaje derrideano de Hegel repite la mencionada lógica paradójica del “suplemento” elaborado por Derrida a propósito de su análisis modelo del papel de la escritura en el texto platónico. Primero, la escritura es sim­ plemente excluida como una externalidad secundaria que no afecta la presencia interior de la Idea; después, en segundo lu­ gar, él se ve obligado a reconocer su proximidad inesperada, como si la esencia interior estuviera siempre-ya afectada, in­ cluso constituida por el proceso de escribir (por ello tenemos que repetir la exclusión de la escritura en otro nivel, dentro de la Idea misma). Derrida y los intérpretes derrideanos (Nancy, Lacoue-Labarthe, Gasche), de modo análogo, co­ mienzan oponiendo a Derrida y Hegel, y presentan a Hegel como una especie de antípoda efectivo de Derrida. Dicen ellos que la dialéctica hegeliana es la culminación de la metafísica de la presencia, la máquina lógica del concep­ to, que, por medio de su automediación, “supera” y abarca toda heterogeneidad, cerrando el círculo de un movimiento teleologico en cuyo seno toda diversidad es postulada de an­ temano como su propio momento ideal - y esto en contraste con Derrida, quien afirma la diseminación irreductible del proceso de la differance, la imposibilidad de encerrar este pro­ ceso en el círculo de la identidad automediada... Pero, en se­ gundo término, esos intérpretes derrideanos reconocen que es casi imposible trazar una distinción entre el proceso de la . autodiferenciación del concepto y el movimiento de la dijferance; reconocen qué la línea de separación entre ellos es casi imperceptible, que su proximidad es casi absoluta. Por esta razón, la delimitación que ellos dibujan debe repetirse y, co­ mo ya hemos señalado, la forma de esta repetición se asemeja 104

La caprichosa identidad inesperadamente a la renegación fetichista, a la fórmula sais bien, mais quand m ém e...” Su primera parte articula el co­ nocimiento que subvierte al punto de partida (Hegel como el filósofo de la identidad metafísica, etcétera), mientras que la segunda parte no refuta la primera, sino que simplemente vuelve al punto de partida y se aferra a él como a un artículo ¿efe: “Sé muy bien que en Hegel cualquier identidad es sólo un momento transitorio en el proceso de la diferencia, pero a pesar de esto (yo sigo creyendo que) la identidad especulativa en última instancia supera todas las diferencias”. Encontramos lo que quizá sea el ejemplo más claro de esta discordia en The Tain o f the M irror,9 de Rodolphe Gasche, li­ bro en el cual la relación entre la desconstrucción derrideana y la filosofía de la reflexión aparece elaborada con inmensa erudición y agudeza teóricas. Pero la primera sorpresa es el modo en que Gasche presenta como específicamente “derri­ deana” toda una serie de proposiciones que parecen tomadas de la Lógica de Hegel (por ejemplo, en las págs. 201-2): “cual­ quier entidad es lo que es sólo por estar dividida por el Otro al que se refiere para constituirse”. Esta es una cita casi literal del comienzo de la “lógica de la esencia” de Hegel. Para con­ servar la distancia entre Hegel y Derrida, Gasche se ve en­ tonces obligado a atribuir a Hegel una versión simplificada .absurda del “idealismo absoluto”, resumiendo las trilladas tri­ vialidades de manual sobre “el Uno dialéctico que abarca al ■Uno y lo múltiple” (pág. 277, etcétera). Se llega a un extremo cuando Gasche refuta a Hegel por medio del propio Hegel: pre­ senta un supuesto límite de Hegel, y para trascenderlo aduce proposiciones elementales de la propia lógica hegeliana, co­ pio en el siguiente pasaje característico: La posibilidad de comprender dialécticamente la oposición entre lo duplicado y su doble como una relación de exteríorizaÓción y reapropiación del doble en tanto negativo de lo duplicado depende lógicamente de la duplicación originaria según la cual ningún ano puede referirse en su aparición a sí mismo salvo du­ plicándose en un Otro (pág. 228),

La caprichosa identidad

Slavoj Zizek

marcas; esta diferencialidad debe buscarse en su autorreferenEn síntesis, primero se le atribuye a Hegel una noción ab­ cia; toda serie de marcas, en cuanto sémica (portadora de sig­ surdamente simplificada de la reflexión dialéctica (“reapropia­ nificado), “debe contener un movimiento tropológico adicio­ ción del doble como negativo de lo duplicado”); a continua­ nal en virtud del cual el sema (la marca) se refiere a lo que ción se enuncia como condición de esta reapropiación, demarca las marcas, a los blancos entre las marcas que rela­ supuestamente para salir de la dialéctica, la percepción dialéc­ cionan cada marca con todas las otras”.10 En síntesis, en cual­ tica elemental de que una entidad sólo puede referirse a sí quier serie de marcas hay siempre por lo menos una que fun­ misma duplicándose en un Otro. ciona como “vacía”, “asémica”, es decir que remarca el Esta ambigüedad intrínseca de la lectura desconstructiva espacio diferencial de inscripción de las marcas. Una marca de Hegel surge con la mayor violencia a propósito del con­ sólo se convierte en marca a través del gesto de remarcar, cepto crucial de “superación” {Aufbebung). Por supuesto, en la puesto que sólo la remarca abre y sostiene el lugar de su ins­ primera etapa, Hegel y Derrida aparecen claramente opues­ cripción. tos. Se llama Aufbebung a la superación dialéctica de las dife­ ¿No estamos así en medio de la “lógica del significante” rencias, al modo en que el concepto abarca la heterogeneidad, tal como la ha elaborado Jacques Alain Miller en sus dos bre­ la diversidad, transformándose en un momento superado ves textos “canónicos”, “Suture” y “Matrix”, 11 en el segundo ideal de su propia identidad; las diferencias son reconocidas. de los cuales incluso emplea los mismos términos que Derri­ qua “superadas”, qua momentos de una totalidad articulada, da (la marca y el lugar vacío de su inscripción, sostenido por mientras que todo el énfasis de Derrida está en un resto “inuna marca vacía adicional, etcétera)? ¿No es acaso la proposi­ fraestructural” que se resiste a la sublimación, que persiste en su ción elemental de la “lógica del significante” (que Derrida de­ heterogeneidad, y precisamente como tal (como el límite de secha en una breve nota, rémarque, en De la gramatología) que la superación, como una roca en la que se basa necesariamen­ toda serie de significantes debe contener un elemento excete la superación) es su condición positiva. Pero en una segundente paradójico que, dentro de esta serie, ocupe el lugar de ta etapa esta oposición entre la Aufbebung y su resto queda ^ la ausencia misma de significante o, para recurrir a la fórmula desdibujada. Por ejemplo, cuando en Dissémination Derrida que durante mucho tiempo ha formado parte de la jerga, sea aborda la problemática mallarmeana de la “remarca” (ré-marun significante de la falta del significante? Es decir que, en qué), concede que la Aufbebung como matriz elemental de la cuanto el orden del significante es diferencial, la diferencia en reflexión especulativa hegeliana es casi indistinguible de los /' éí éntre el significante y su ausencia debe estar inscrita dentro gráficos de la remarca, de modo que los,gestos de diferencia­ dé él, y esta “valencia que no es sólo una entre otras”,12 ¿no es ción tienen que repetirse de un modo más refinado y ambiél SI lacaniano, el significante amo, el significante-sin-signigüo. La lectura/reescritura derrideana de la remarca mallar­ Hficado, “asémico”, que siempre suplementa la cadena del comeana merece un examen más .atentp puesto que, como qlóciiniento (S2) y de tal modo la habilita? Además, el lugar veremos, es allí donde Derrida se acerca más a la lógica lacaAyácío representado por la remarca, ¿no es el “sujet barré' lacaniana del significante. [ ) hiano, el sujeto del significante, de modo que esta matriz que ¿Cómo llegamos desde la marca {marqué) a la remarca? y'|||á:la más elemental ya hace posible inferir la definición laca¿Por qué toda marca (todo trazo significante) tiene que ser í^ifílana del significante como lo que “representa al sujeto para remarcado? El punto de partida de Derrida es el carácter di­ J(iodos los otros significantes”? La remarca, ¿no representa al ferencial de la textura de las marcas. Una marca no es más ^llPpacio vacío de inscripción para todas las otras marcas? que un trazo, un haz de rasgos que la diferencian de otras

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Slavoj Zizek Para hacer “palpable” esta lógica de la remarca, recorde­ mos cierto procedimiento que se puede encontrar en diferen­ tes ámbitos del arte, desde la pintura (la relación entre figura y fondo) hasta la música (la relación entre la melodía y el acompañamiento) y el cine: la inversión paradójica por medio de la cual lo que al principio aparece como motivo (figura), retroactivamente, después de ser remarcado por un nuevo motivo (figura) se convierte en acompañamiento (fondo), mientras en una inversión complementaria lo que al principio parece como “puro acompañamiento” se convierte retroacti­ vamente en el motivo principal. Comencemos por las parado­ jas gráficas de Escher. Su procedimiento básico es el interjue­ go dialéctico de la figura y el fondo, la gradual transformación del fondo en figura, la remarcación retroactiva del fondo co­ mo figura y viceversa. El resultado paradójico de este inter­ juego (por ejemplo, la incongruencia de una serie de escaleras por las cuales, si uno desciende, termina encontrándose de nuevo en la cima) atestigua la presencia del sujeto: el sujeto es esta misma inconsistencia de la estructura -en nuestro caso, el vacío, la brecha invisible e “imposible” entre el escalón más alto y el más bajo, llenada por una ilusión óptica-. Y la más conocida de las paradojas visuales de Escher, la de dos manos que sostienen lápices y se dibujan recíprocamente, ¿no es un caso perfecto de dos marcas que simultáneamente se “remar­ can entre sí”? No obstante, para detectar la lógica de la remarca no se necesita buscar en los márgenes del arte, donde el arte se aproxima al engaño técnico (las paradojas, la anamorfosis, et­ cétera). Basta con considerar bajo otra luz las obras de la “co­ rriente principal”. Por ejemplo, Mozart. Todos conocemos el lugar común de que la música de Mozart es “celestial”, “divi­ na”. Esta caracterización tiene un grano de verdad. Apunta a un procedimiento mozartiano típico, en el cual la melodía inicial es acompañada, por otra línea melódica que, por así de­ cirlo, desciende “desde arriba” y retroactivamente cambia el estatuto de la primera, convirtiéndola en un “acompañamien­ to” (el ejemplo más conocido es el del tercer movimiento de 108

La caprichosa identidad la Serenata N° 10 en Si Mayor). Podríamos decir que este se­ gundo motivo “celestial” remarca, reenmarca de modo nuevo, el motivo inicial. Quizá podríamos también arriesgar la hipó­ tesis elemental de que precisamente ese remarcamiento de los motivos, ese pasaje al acompañamiento, se pierde en Beethovén, en cuya obra sólo aparece excepcionalmente (por ejem­ plo, en el tercer movimiento de la Novena Sinfonía).13 En el ámbito del cine, Alfred Hitchcock suele practicar una inversión análoga. Es un ejemplo la famosa panorámica dé Los pájaros, que desde gran altura toma un pequeño pueblo en el cuál acaba de estallar un incendio. Súbitamente entra en el cuadro un pájaro desde atrás de la cámara; pronto se le une uña pareja, seguida por toda la bandada. De tal modo se re­ marca la misma toma. Lo que al principio parecía una visión de la escena desde un punto de vista “neutral”, objetivo, es mhjétivizado como la visión amenazante que las propias aves tienen de sus víctimas. Francis Ford Coppola utilizó un pro­ cedimiento semejante, aunque inverso, en los títulos inicíales de La conversación. La cámara muestra diversas escenas de un parque lleno de transeúntes durante la pausa del almuerzo, con una banda sonora de voces extrañamente distorsionadas. Los espectadores pensamos automáticamente que se trata de un fondo neutro, sólo ilustrativo de los títulos, cuya única función es crear el clima correcto. Pero pronto resulta evi­ dente que la escena presentada durante los títulos (una agen­ cia dé detectives intenta espiar con dispositivos electrónicos a liria pareja adúltera) es la clave de toda la película. El punto crucial que no hay que pasar por alto es que la referencia al nivel imaginario de la Gestalt no basta para explicar este interjuégo dialéctico de “figura” y “fondo”. Las inversiones de este tipo solo son posibles dentro del universo del significante, es decir, en un universo en el que por lo menos un elemento re­ presenta el lugar de inscripción de todos los otros * Sin la ins- i cfipcíón, sin la serie de elementos, sin un elemento que re­ marca el lugar de inscripción de los otros, la distancia entre la “figura” y el “fondo” no puede establecerse.
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