You Beautiful Thing, You - Saffron A. Kent
January 25, 2024 | Author: Anonymous | Category: N/A
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CRÉDITOS Traducción Mona
Corrección Karikai Niki26 KatyKat Mona Guadalupe_hyuga
Diseño Bruja_Luna_
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ÍNDICE Importante _______________________ 3
Capítulo Catorce ________________ 185
Créditos__________________________ 4
Capítulo Quince ________________ 200
Sinopsis __________________________ 7
Capítulo Dieciséis _______________ 215
Nota del autor_____________________ 9
Capítulo Diecisiete ______________ 230
Parte 1 __________________________ 11
Parte 3 _________________________ 234
Capítulo Uno ____________________ 12
Capítulo Dieciocho ______________ 235
Capítulo Dos _____________________ 23
Capítulo Diecinueve _____________ 253
Capítulo Tres ____________________ 44
Capítulo Veinte _________________ 277
Parte 2 __________________________ 50
Capítulo Veintiuno ______________ 295
Capítulo Cuatro __________________ 51
Capítulo Veintidós ______________ 298
Capítulo Cinco ___________________ 67
Capítulo Veintitrés ______________ 314
Capítulo Seis ____________________ 83
Capítulo Veinticuatro ____________ 320
Capítulo Siete ____________________ 96
Capítulo Veinticinco _____________ 332
Capítulo Ocho __________________ 110
Capítulo Veintiséis ______________ 347
Capítulo Nueve _________________ 118
Capítulo Veintisiete _____________ 357
Capítulo Diez ___________________ 132
Capítulo Veintiocho _____________ 378
Capítulo Once __________________ 134
Parte 4 _________________________ 384
Capítulo Doce __________________ 153
Capítulo Veintinueve ____________ 385
Capítulo Trece __________________ 174
Capítulo Treinta _________________ 406
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Capítulo Treinta y Uno ___________ 423
Parte 5 _________________________ 510
Capítulo Treinta y Dos ___________ 426
Capítulo Treinta y Nueve_________ 511
Capítulo Treinta y Tres __________ 445
Capítulo Cuarenta _______________ 522
Capítulo Treinta y Cuatro ________ 460
Capítulo Cuarenta y Uno _________ 531
Capítulo Treinta y Cinco _________ 470
Capítulo Cuarenta y Dos _________ 548
Capítulo Treinta y Seis ___________ 490
Capítulo Cuarenta y Tres ________ 565
Capítulo Treinta y Siete __________ 491
Oh, You're So Cold ______________ 569
Capítulo Treinta y Ocho__________ 494
Acerca de la Autora _____________ 570
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SINOPSIS Tempest Jackson,
de diecinueve años, quiere un bebé.
No, su reloj biológico no ha dejado de funcionar, pero está desesperada por un amor incondicional. Rechazada por todos, excepto por su hermano, y a punto de ser casada por su padre para obtener beneficios económicos, anhela tener cerca a alguien a quien llamar suyo. Entra Ledger
Thorne. Dios del fútbol, devastadoramente guapo y rival de su
hermano. Hubo una vez algo entre ellos. Algo hermoso. Pero mientras Tempest creía estar locamente enamorada, Ledger sólo la utilizaba para una mezquina venganza. Así que Tempest tiene un plan: seducir al idiota sexy que le rompió el corazón, utilizarlo para quedarse embarazada y luego dejarlo tirado como él la dejó a ella, para casarse con un desconocido. Sólo que el problema de hacer bebés es que no se siente como una venganza. Se parece mucho a eso que solían tener: Caliente y tormentoso, intenso e íntimo. Pero Tempest no es tonta. Se apegará al plan. ¿Porque no fue Ledger quien convirtió su belleza en algo feo? Ahora le toca a ella...
NOTA: Se trata de una serie ambientada en el mundo de Bardstown, un spin-off de St. Mary’s Rebels.
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Para todas las chicas románticas: Dirigimos el mundo. Cambiamos el mundo. Hacemos de este mundo un lugar hermoso. No dejes que nadie te diga lo contrario. Para mi marido (y nuevo papá): Que me hace creer en el romanticismo cada día. Para mi pequeña, Adora: Eres preciosa. Gracias por elegirme a mí (y a tu papá) y por venir a nuestras vidas. Me encantaban tus pataditas en mi barriguita y te quiero aún más ahora que puedo besar tus piececitos. A mí: ¡Lo lograste! Escribiste el libro, el más duro y personal. Quisiste rendirte muchas veces, pero no lo hiciste. Recuerda siempre que puedes hacer lo que te propongas. De nuevo, no dejes que nadie te diga lo contrario.
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NOTA DEL AUTOR
L
a historia de Ledger y Tempest ha estado en mi cabeza desde 2020 (desde que concebí la idea de escribir St. Mary's Rebels, un grupo de chicas enviadas a un reformatorio). Sabía que Callie, de A Gorgeous Villain (libro 2 de la serie SMR) tendrá cuatro hermanos mayores y que todos esos hermanos tendrán sus historias individuales. Sabía que su hermano Ledger sería el primero en tener una historia una vez que terminara con la serie St. Este libro tenía que haber salido mucho antes este año. Pero en marzo, cuando estaba empezando a escribirlo, me enteré de que estaba embarazada. Estaba extasiada y emocionada y, por supuesto, muy, muy enferma durante las primeras 15 semanas. Escribir era imposible; sólo quería superar el primer trimestre, algo que durante un tiempo no creí posible. Cuando me recuperé, empecé a escribir y mi único objetivo era terminar el libro y publicarlo este año. Por supuesto, mi cuerpo no estaba al cien por ciento. El embarazo es duro y extremadamente real y me gustaría aprovechar este momento para impresionar a todas y cada una de las chicas que hay ahí fuera: si lo están haciendo, son mágicas y están llenas de una fuerza infinita. Muchas veces pensé que tendría que rendirme cuando me dolían los dedos y se me hinchaban después de horas de teclear; cuando me dolía la espalda; cuando tenía dolor de chichón, dolor en las costillas, dolor de cuello, dolores de cabeza. Lo que sea, lo tenía. Muchas veces lloré hasta quedarme dormida al ver que otros avanzaban y celebraban sus éxitos mientras que todo lo que yo tenía que mostrar después de un largo y duro día de trabajo eran unas mil palabras y la espalda dolorida. En esos momentos, hubo personas que vinieron a rescatarme y me gustaría darles las gracias aquí: Jennifer Mirabelli, Christina Santos, Katie Conde, mi hermana, mi marido. Su aliento, su apoyo, fue lo que me hizo seguir adelante. Este libro no estaría aquí sin ellos. También me gustaría dar las gracias a mis editores y correctores por complacerme siempre y por leer este libro tantas veces como he querido. A mis diseñadores de portadas (por el millón de portadas que mandé hacer para este libro); a los artistas que dieron vida a mi visión. Todos ustedes me inspiraron para seguir adelante y poder terminarlo. Por último, me gustaría decir que muchas de las cosas del embarazo por las que Tempest pasa en este libro están tomadas directamente de mí. Aunque algunas
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son ficticias. Espero que les guste este libro. Y si no, me siento orgullosa de haberlo escrito y terminado exactamente dieciséis días antes de dar a luz. Escribir un libro sobre el embarazo estando embarazada es una locura y nunca olvidaré esta experiencia.
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PARTE 1
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CAPÍTULO UNO Hace tres años
S
i me preguntan cómo conocí al amor de mi vida, les diré que fue en un partido de fútbol. Les diré que fue el destino.
Porque se suponía que no debía estar allí, ya ven.
Se suponía que tenía que estar de vuelta en Nueva York, en el colegio, asistiendo a mi última clase del día. Pero en un momento de locura, lo dejé y me escapé del colegio para ir a ver jugar a mi hermano en Bardstown. Pensé en darle una sorpresa. Principalmente porque es muy raro que vaya a verlo jugar. No sólo vivo en un internado en Nueva York y no puedo asistir a la mayoría de los partidos, sino también porque él siempre ha insistido en que no me quería cerca de los idiotas de sus compañeros de equipo; es así de super protector. Pero ese día pensé, ¿por qué no? Acababa de recibir de mis padres un regalo anticipado por mi decimosexto cumpleaños: un elegante coche negro. Y aunque técnicamente aún no debería conducir, no era razón suficiente para no ir. Así que fui. Y allí estaba. El compañero de equipo de mi hermano. Sucedió en un instante. Como en las novelas románticas que devoro para desayunar, comer y cenar. Lo vi volar por el campo, sus poderosas piernas lo llevaban a una velocidad que parecía humanamente imposible. Su larga melena ondeando al viento, su uniforme pegado a su cuerpo alto y musculoso. Y la forma en que marcaba un gol tras otro, regateando el balón, cabeceándolo, esquivando a los jugadores del equipo contrario, volteándose en el aire como si la gravedad no le sujetara como al resto de nosotros. Y sólo... me enamoré.
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De él. Sé que la gente dice que el amor a primera vista no existe. Pero bueno, ¿qué sabe la gente? No saben lo eléctrica que me sentí en ese momento. Lo emocionada y eufórica y jodidamente enamorada de él. No saben que ese día quería saltar y gritar en las gradas. Animarlo y aplaudirlo cuando acabó el partido y ganaron. Ah, y no saben en absoluto, y por lo tanto nunca podrán entender que, en medio de todos los vítores y la emoción por la victoria, me miró. Me vio a través del espacio. Sus ojos se posaron en mí y eso fue todo. Ese fue el momento en que comenzó nuestra historia de amor. Pero todas las historias de amor épicas tienen un problema, ¿no? Algo que separa a los amantes. Algún obstáculo que amenaza con destruir su felicidad y dejarles el corazón roto para siempre. El nuestro también. Y uno de los problemas de nuestra historia de amor —posiblemente el mayor, o digamos el segundo mayor— es que es imaginaria. Es falsa. Es inventada. Todo está en mi cabeza. Y en mi corazón. En mi corazón enfermo, obsesionado y borracho de amor. Aunque, para ser justos, no todo es imaginario. El partido de fútbol es real. Mi cariñoso y protector hermano es real y fui a verlo jugar. Y su compañero de equipo también es real. Por no hablar de todas las cosas que me hizo sentir el compañero de equipo de mi hermano, que también son reales. Pero el momento del final, cuando me vio y se enamoró al instante... Sí, eso nunca ocurrió. Es algo que leí una vez en una novela romántica. Y me gustó tanto —que él la viera a ella y sólo a ella en una habitación llena de gente— que decidí utilizarlo para mi propia historia. En realidad, no sabe que existo.
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No sabe que, en este preciso momento, estoy agazapada detrás de los espesos arbustos que bordean este extraño y desconocido patio trasero y que lo estoy observando mientras una fiesta hace estragos a nuestro alrededor. Que llevo observándolo desde el partido de la semana pasada. Me salto mis clases aquí y allá, conduzco hasta Bardstown sin licencia y lo sigo por la ciudad. Lo sigo a las fiestas y observo. De lejos. Todo suena muy acosador. Pero no pasa nada. Soy inofensiva. No tengo malas intenciones. No es que vaya a acercarme a él y saludarlo. Ni a coquetear con él —cosa que se me da muy bien, por no decir otra cosa— y pedirle que salga conmigo. No voy a hacer ningún avance hacia él, o cualquier tipo de contacto, incluso. No puedo. Aunque quisiera. Así son las cosas. Así que esto es todo lo que tengo y tendré. Observarlo desde lejos mientras él sigue con su vida. Mientras bebe de una botella de cerveza, se tira los trastos con sus amigos, se ríe con ellos. Aunque tengo que decir que todavía no lo he visto reír de verdad. Y cuanto más me hace esperar, más siento que me va a encantar cuando se ría. Lo que no me gusta especialmente es la plétora de chicas que lo rodean. La plétora de chicas que siempre están a su alrededor. Y desde que lo sigo —o medio sigo— desde hace unos días, he llegado a reconocer a unas cuantas. Hay una pelirroja a la que todo le hace gracia; una morena que lo mira como si estuviera contemplando la luna; una belleza de cabello negro y piel morena, cuyo culo está para morirse y nunca deja que ni él ni nadie lo olvide; y otro par de chicas a las que yo llamo morenas de paso porque van y vienen. No voy a mentir, este grupito de fanáticas que tiene me enoja un poco. El único consuelo es que no parece estar interesado en ninguna de ellas. Es decir, habla con ellas y tira la mierda con ellas también pero no las mira como si las quisiera. Lo cual es muy bueno. Muy bueno.
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Y pienso... espera. Espera, espera, espera. Parece que mi consuelo era temporal porque justo delante de mis ojos, llega una nueva incorporación al grupo. Una chica que nunca había visto antes, y en cuanto llega, sus ojos se centran en ella. Prácticamente devoran a esta nueva rubia con un corte de cabello corto y elegante. Tiene un cuerpo delgado, como de modelo, que le llega hasta la mandíbula esculpida, y lleva un vestido rojo de muerte. Y no puedo evitar darme cuenta de que la única chica por la que se ha interesado románticamente es todo lo contrario a mí. Tengo una larga melena oscura que me llega hasta la parte baja de la espalda. No soy muy alta. Al menos no por mí misma. Con tacones de diez centímetros, mido un metro sesenta. Si me pongo de puntillas, puedo llegar a medir un metro sesenta y cinco, pero nada más. Y desde luego no soy delgada. Pero tampoco soy curvilínea, de por sí. Pero para alguien tan bajita como yo, la carne que tengo en los huesos —en el culo y los muslos, el pecho que es un 32C decente y también las caderas— parece darme un aspecto de curvas compactas. Así que como he dicho, todo lo contrario a mí. ¿Es ese su tipo entonces? ¿Es por eso que nunca prestó atención a sus otras seguidoras, porque no son rubias delgadas como cañas? Me siento ofendida en su nombre. Estoy enfurecida en el mío. Y Dios mío, Dios mío, ¿adónde va con ella? ¿Adónde carajo van? Veo cómo la toma de la mano y tira de ella mientras empieza a caminar. Cruza la zona de la piscina y tira su botella de cerveza en una papelera sin romper el paso. Mientras tanto, la multitud de borrachos que lo rodea le da palmadas en la espalda y choca los cinco cuando se mueve entre ellos con facilidad. Como si fuera de la realeza o algo así. Pues sí. Por lo que he oído y visto. La realeza del fútbol ante la que se inclina no sólo la escuela, sino todo Bardstown.
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Pero eso no es importante ahora. Lo importante es que parece que no va a parar hasta llegar a su destino y creo que va a algún sitio con intimidad. Pero cuando llega a la terraza trasera que da al interior de la casa, se detiene y juro por Dios que mi corazón se detiene con él. Entonces, allí de pie, en la cubierta de madera elevada, se gira un poco. Y, joder, sus ojos se clavan en los arbustos que bordean el patio trasero. Justo donde me escondo. Como si supiera que estoy ahí. Pero eso... eso es imposible. Eso es... Mis pensamientos dejan de existir porque, tan pronto como se detiene y mira en mi dirección —lo cual es una locura; no hay forma de que lo sepa—, da media vuelta y reanuda sus decididas zancadas con la rubia a cuestas. Y en cuanto desaparece, salto de mi escondite y voy tras él. Mala, mala cosa que hacer. Muy mala. Y si me parara un segundo, se me ocurrirían todas las razones por las que es tan malo. Pero, como él, no me detengo. Corro por la hierba brumosa del patio trasero, me apresuro a bordear la piscina donde la gente retoza, atravieso su grupo de amigos y llego a la terraza trasera, dispuesta a entrar en casa. Pero me detienen justo en el umbral dos tipos que flanquean las puertas correderas de cristal. O más concretamente, dos tipos borrachos. Que también pueden estar drogados. Dado el fuerte olor a marihuana que desprenden. —Hola —dice uno de ellos. Antes de que pueda responder, el segundo dice: —Pareces nueva. Sí. Porque lo soy. Y ahora que me he parado, por fin tengo tiempo para pensar las cosas y darme cuenta de por qué esto es algo malo. Número uno: ambos llevan camisetas de fútbol, lo que podría significar que están en el equipo. Y si lo están, deben de conocer a mi hermano, y si están aquí —en esta fiesta, quiero decir—, entonces no deben de ser grandes fans suyos, por decirlo suavemente.
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—Y bonita —sigue el primero. El segundo me mira de arriba abajo, perezoso y borracho. —Sí, bastante caliente. Caramba. Empiezo con el tipo de cabello largo. —Hola. —Luego me dirijo al de la perilla—. No estoy segura de que llamar a una chica “bastante caliente” a tu manera sórdida sea una buena forma de empezar una conversación, pero —sonrío—, gracias. Lo sé. Pero el tipo de la perilla no se inmuta. —Bueno, yo digo la verdad, nena. —Sí, tampoco soy tu nena —le digo, arrugando ligeramente la nariz. Se inclina hacia delante. —Todavía no. Pero lo serás. Levanto las cejas. —¿Otra vez la verdad? —Puedes apostar tu bonito culito a que sí. —Entonces me mira de verdad el culo inclinándose más hacia delante—. No es pequeño. Pero apretado. —Sonriendo, continúa—: Puedes apostar tu bonito y apretado culo a que sí, nena. Bueno, ¿puedo abofetearlo un poco? Está tan borracho que seguro que una es suficiente para ponerlo en su sitio. Pero me resisto. Sólo porque no quiero hacer drama y llamar la atención. O que sepan quién soy yo o quién es mi hermano y todo eso. Aunque para ser honesta, las posibilidades de que estas personas me reconozcan son muy bajas. Como ya he mencionado antes, no vivo en la ciudad y apenas he asistido antes a ninguno de sus partidos. Pero aun así. —Bien. —De alguna manera mantengo mi sonrisa en su lugar—. Aunque me encantaría quedarme a charlar con ustedes, esta noche tengo muchas ganas de ponerme al día con mi amigo. Así que pueden… —Hago un gesto con las manos—, darme paso, por favor. El tipo de la perilla sonríe. —Podemos. Si nos dices tu nombre.
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—Krista —digo al instante. Claro que es mentira; no voy a decirles mi verdadero nombre. —Krista —repite. —Sí. Me mira de arriba abajo. —Muy bonito. Te queda bien. —Bonito nombre para una bonita chica, ¿verdad? Su sonrisa se ensancha. —Soy Rocky. Él es Joe. Desvío la mirada hacia Joe, que no ha dicho nada desde su saludo inicial. Y la razón, como descubro después de mirarle, es que me mira de forma extraña. Como si intentara buscar algo en mi cara. Joder. Por favor, dime que no está tratando de ver a quien me parezco o algo similarmente desastroso. Aun así mantengo la calma. —Hola, Joe. Hola, Rocky. —¿Y quién es tu amigo, Krista? —me pregunta el tipo de la perilla, Rocky. Vuelvo a centrarme en él. —Ese no era el trato. —¿Qué tal si nos lo dices y te dejamos ir? —No lo conocen. —Conocemos a todo el mundo en esta fiesta. —Levanta las cejas, lo que creo que pretendía parecer arrogante y sexy, pero debido a su estado de embriaguez parece un poco descuidado y cómico—. De hecho, eres la única persona que no conocemos y... —No, sí la conocemos. Joe habla por primera vez, y Jesús, ¿esto es lo que decide decir? —¿Qué? —Rocky le frunce el ceño. Joe frunce el ceño. —Sí, lo hacemos.
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—No, no hacemos. —Lo hacemos, idiota. —¿Sí? ¿Entonces quién es? Ante esto, Joe frunce más el ceño. —Creo que ella... —Su ceño se frunce aún más—. Es la hermana de Bobby. Rocky le lanza una mirada de desprecio, o lo que parece una mirada de desprecio en estado de embriaguez. —Vete a la mierda. La hermana de Bobby es Barbara. Joe frunce las cejas con confusión. —De acuerdo. Pero es la hermana de alguien. —Obvio, cara de mierda —Rocky espeta—. Tiene que ser la hermana de alguien. —O novia. Rocky se enfada mucho por eso. —Vete a la mierda, Joe. No es la novia de nadie. —O podría ser la follada de alguien. Rocky se levanta en la cara de Joe. —Sí. Va a ser mía. —¿Qué, tu novia? —¿Por qué demonios no? —Porque ya tienes una. Y no creo que a Simone le guste que la jodas. —Simone no está aquí, ¿verdad? —Porque está estudiando para un examen —le recuerda Joe. —Sí, que no es exactamente apoyar a su novio que acaba de ganar un partido. Ahora Joe es el enfadado. —Nunca la mereciste, maldito cerdo. de mí.
—Vete a la mierda otra vez, Joe. Y no la quiero. Ya tengo lo que quiero delante Discuten un poco más.
Y a lo largo de todo esto mis emociones van desde el miedo cuando Joe parece reconocerme —especialmente cuando dice que soy la hermana de alguien, que lo
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soy— a la diversión al ver a Rocky y Joe peleándose estúpidamente, pasando por la ira real por la tal Simone. Por supuesto que no conozco a la chica, pero hay una cosa que se llama hermandad. Y el idiota de su novio deportista está dispuesto a romper su confianza. Estoy con Joe aquí. Este tipo no la merece. —Hola, disculpen —intervengo, decidiendo poner fin a esta discusión y hacer avanzar las cosas, y por suerte ambos dejan de hablar—. ¿Podemos centrarnos en mí un segundo, por favor? —Me dirijo primero a Joe—. Tienes razón. Soy la hermana de alguien, pero no lo conoces, ¿de acuerdo? Y no me conoces a mí. No voy a su colegio. Ni siquiera vivo en la ciudad. Estoy de visita. Ya está. ¿Eso satisface tu curiosidad? — Luego me dirijo a Rocky—. Y por muy halagadora que sea toda tu atención borracha e infundida de marihuana, no me interesa. No me interesó desde el principio, pero ahora que sé que tienes a una chica, que por cierto suena realmente responsable y asombrosa, estudiando un sábado por la noche en lugar de perder el tiempo de fiesta contigo, no hay ni la más remota posibilidad de que yo vuelva a interesarme por ti. ¿Está claro ahora? ¿Puedo ir a saludar a mi amigo? O el tipo al que he estado medio acosando la semana pasada. cosas.
Que en este mismo momento está con una chica, haciendo sólo Dios sabe qué Bueno, yo también lo sé. Dios no es el único que sabe aquí. Y cada segundo que paso con estos imbéciles, él lo pasa con ella.
—Ahora escucha —dice Rocky—. No trates de jugar cuando ambos sabemos que te gusto. Me echo hacia atrás, sorprendida. —¿Qué? —Me has estado sonriendo, coqueteando conmigo desde el principio. —Mira, colega. —Le fulmino con la mirada—. Si estuviera coqueteando contigo, lo sabrías. Soy bien coqueta, ¿sí? Mis sonrisas pretendían ser educadas. Y ya está. Así que de nuevo, ¿puedo irme ya? La ira crepita en su cara, lo que me hace poner los ojos en blanco. —No seas una maldita provocadora, ¿de acuerdo? Le hinco un dedo en el pecho. —¿Por qué no dejas de ser un imbécil egocéntrico primero? Su mano surge de la nada y me agarra de la muñeca.
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—No me hagas enfadar, Krista. Eres mía y... Diría que no sé qué le hizo detenerse en mitad del discurso y de forma tan brusca, pero mentiría. Porque lo sé. Es lo mismo que hace que me suelte la muñeca. De nuevo, bruscamente. Mientras mira fijamente —él y Joe en realidad— algo por encima de mi hombro con los ojos muy abiertos y la boca abierta. También quiero darme la vuelta y mirarlo. O más bien a él. Es un él. Es él. Pero estoy congelada en mi sitio por alguna extraña razón. Y la propia palabra —congelada— podría significar que tengo frío. Que me recorre un escalofrío por la espalda. Que me estoy poniendo azul, que se me hiela la sangre. Pero no es cierto. Aunque es febrero y técnicamente invierno, siento lo que sentí aquel día. En el partido de fútbol. Siento que el aire se ha vuelto pesado e hinchado. Húmedo. Como antes de una tormenta. Un aguacero feroz que trae consigo un trueno tan fuerte y crepitante, tan brillante y cegador que tienes que taparte los oídos y cerrar los ojos. Que tienes que correr y ponerte a cubierto, protegerte de él. Pero no lo hago. No quiero ponerme a cubierto. No quiero huir. Quiero inclinar la cara hacia arriba y abrir la boca para bebérmelo. Quiero abrir los brazos y dejar que me alcance el rayo. Porque sé que no me hará daño. Nada lo hará. Estoy tan cargada y eléctrica como la tormenta. Soy tan líquida e informe como la lluvia que cae del cielo. Me caliento de excitación y ardo de emoción. Y cuando suena el trueno, ardo en llamas. —No —un gruñido viene de detrás de mí—, ella es mía. Entonces me doy la vuelta.
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Tengo que hacerlo. Porque tengo que verlo. Tengo que mirar fijamente al ojo de la tormenta. El oscuro y brillante ojo furioso de la tormenta. Y joder, es precioso. Es hermoso. Es más hermoso que cualquier cosa que haya visto en mi vida. De lo que nada tiene derecho a ser. Entonces, cambia su enfoque hacia mí. —Tú. Su gruñido me hace apretar el vientre y susurrar: —Sí. Esos ojos oscuros y furiosos se oscurecen aún más ante mi respuesta entrecortada. —Ven. Se da la vuelta y comienza a alejarse. Y me voy. Dondequiera que vaya. El compañero de equipo de mi hermano. No, no un compañero de equipo, sino el rival de mi hermano. El tipo que mi hermano odia hasta la médula. Ledger Thorne.
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CAPÍTULO DOS
E
l rival de mi hermano. Sí, ¿olvidé mencionarlo?
Si lo hice, aquí está: Ledger Thorne no sólo es compañero de equipo de mi hermano, sino también un rival. Explicaré lo que significa. Érase una vez, en un pueblo llamado Bardstown, dos jugadores de fútbol: Reed Jackson, que también es mi hermano mayor, y Ledger Thorne, el chico con el que he estado obsesionada la semana pasada. Los dos eran geniales por derecho propio. Tan geniales que les habían puesto apodos basados en sus estilos de juego: el Mustang Salvaje, porque mi hermano es supuestamente errático e impredecible en el campo de fútbol y porque conduce un Mustang blanco; y el Furioso Thorn, porque Ledger es conocido por su impulsividad y su ira, que mantiene bajo control cuando está en el campo (la palabra “bajo control” es la más importante) siguiendo un enfoque muy estructurado, y porque su apellido es Thorne. Llevan años jugando juntos. Siempre en el mismo equipo. Y, por tanto, siempre en el mismo bando. Sin embargo, en lugar de ser amigos o incluso compañeros de equipo cordiales, son enemigos. Son rivales. Adversarios. Enemigos. Competidores. Nadie sabe cómo empezó todo, pero lo que sí saben es que el Furioso Thorn, a pesar del nombre, valora su cabeza fría en el campo. Es el capitán del equipo, la autoridad, y le gusta dar ejemplo. Lo que no sienta muy bien al Mustang Salvaje, que probablemente también quería ser capitán, ya que ambos son igual de buenos. Lo que significa que el Mustang hace todo lo posible para que el Furioso pierda la cabeza en el campo. Lo que, a su vez, no encaja con el Mustang —que, de hecho, la pierde por culpa de un jugador de su equipo—, por lo que el Furioso, como capitán, hace todo lo que está en su mano para amargarle la vida al Mustang fuera del campo. Y así sucesivamente en un círculo vicioso. Pero eso no es todo. También tienen una apuesta extraoficial que suena muy oficial y que lleva años en marcha.
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Para ver quién marcaba más goles. Al final de cada temporada, se cuenta el número de goles marcados por cada uno de ellos individualmente y se declara un ganador. Y, al parecer, como Bardstown es una ciudad de fútbol, este “ganador” no sólo se lleva el derecho a presumir —que puede seguir utilizándose para provocarse unos a otros dentro y fuera del campo—, sino también el respeto de la ciudad, todas las chicas que se te ocurran, toda la fanfarria y bebidas y comida gratis durante todo el año. Todo esto, a un no aficionado al fútbol, le parecería muy surrealista. A mí me lo parece. Pero eso no significa que no sea cierto. Es tan cierto que hay bandos reales, o campos, si se quiere. El campamento Mustang, formado por todos los que adoran a mi hermano. Y el campamento Thorn, formado por los discípulos de Ledger Thorne. De todos modos, ¿recuerdas el segundo problema de nuestra épica historia de amor que había mencionado? Quiero decir, aparte de que sea imaginario. Es esto. Su legendaria rivalidad. De lo que no sabía nada hasta la semana pasada. Ya que no asisto a ningún partido y mi hermano nunca me ha dicho una palabra al respecto. Pero lo vi de primera mano en el campo, mi hermano y él enfrentándose. En realidad, mi hermano y él, prácticamente llegando a las manos en medio del partido por no recuerdo qué. Algo sobre que mi hermano no le pasaba el balón a un delantero para que él mismo pudiera hacer el tiro ganador. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que ahora lo sé. Sé cuánto se odian. Y aunque creo que es estúpido, infantil, ridículo y una puta idiotez pelearse por algo tan trivial como los deportes, tengo que elegir un bando. Y como soy una Jackson, automáticamente soy del Equipo Mustang. Siempre seré del equipo Mustang. Puedo traicionar a cualquiera en este mundo, pero no a mi hermano mayor. Nunca, jamás mi hermano mayor. Porque lo único que tenemos es al otro, y siempre ha sido así. Nosotros contra el mundo. Nosotros contra nuestros padres. Que en realidad no pueden llamarse
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padres porque no recuerdo la última vez que actuaron como tales. Cuando mi padre no está ocupado ganando millones, está jodiendo todo con una falda. Y cuando mi madre no está ocupada con sus chicos de la piscina, está viajando por el mundo y gastando esos millones. Por eso me prometí que me alejaría de él. Me prometí que me mantendría a distancia. Miraría, pero nunca tocaría. Soñaría, pero nunca desearía que se hiciera realidad. Pero mira lo que hice esta noche, lo que estoy haciendo esta noche. No sólo arruiné mi tapadera y entré, sin pensarlo ni planearlo, en lo que es esencialmente el campo enemigo “quiero decir, ¿qué iba a hacer si y cuando lo encontrara con esa chica rubia? ¿Cuál era mi plan de acción?” pero también, ahora estoy siguiendo a su líder a partes desconocidas. Sólo porque dijo, no, gruñó “Ven”. ¿Qué soy, un perro? Quiero decir que podría haberlo expresado bien y... No, espera. Espera un puto segundo. Porque eso no es todo lo que gruñó ahí atrás, ¿verdad? Gruñó algo más. Dijo... Pero entonces choco contra algo duro y pierdo el hilo. También mis pies. Aunque esto último lo recupero. Muy rápido. Y todo por la mano en mi bíceps. Su mano. Fuerte y caliente. Al igual que la cosa contra la que me estrellé —que sospecho que era su espalda— no hace ni dos segundos. Tan caliente que lo siento a través de la gruesa capa del abrigo de cachemira italiana que llevo puesto. Sin aliento y acalorada, paso de sus largos dedos alrededor de mi brazo a su brazo, que parece denso y macizo, a sus hombros, que también parecen musculosos, y todo ello a través de su chaqueta de cuero marrón, hasta llegar a su cara.
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Y digo: —No soy tuya. Porque eso es lo que había dicho. Allá atrás. Además de gruñirme para que “fuera” me llamó “suya”. Lo que claramente no soy. —Tú dijiste eso, allá atrás. —Bajo un poco la voz e intento imitarlo—. Ella es mía. No es tuya. Quiero decir, yo no soy tuya. Seguro que lo dijiste para salvarme de ellos. Y gracias por eso, pero... —No. —¿Qué? Ahora que he recuperado el aliento y el equilibrio, me doy cuenta de que no hay razón para que me agarre, pero sigue haciéndolo. De hecho, su agarre se ha hecho más fuerte en los últimos minutos. Al igual que sus rasgos. Lo cual es mucho decir, porque su cara ya parece tallada en piedra. Fue una de las primeras cosas en las que me fijé cuando terminó el partido y me apresuré a bajar a las gradas para ver bien al tipo que jugaba como un trueno y se enfrentaba cara a cara con mi hermano. Algo que nunca había visto hacer a nadie. Incluso relajado tras su victoria, pude notar que los huesos de su cara, su estructura, están forjados en acero. Los arcos de sus pómulos. El saliente de su mandíbula cuadrada. Su frente obstinada. Incluso su nariz arrogante. Y todo es muy amplio y masculino. Precioso. Como un rey. Y como he dicho antes, es el rey. El Furioso Thorn. Aunque ya no sé si ese apodo es apropiado para él. Después de seguirlo durante días y ser testigo de su belleza desde todos los ángulos, creo que su apodo debería ser otro. Puede que sea un exaltado —y está claro que ahora mismo parece enojado—, pero lo que es más, es hermoso. El hermoso Thorn. Así es como debería llamarlo la gente.
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Porque emparejar su cara de rey con sus brillantes ojos oscuros, su cabello oscuro —espeso y ondulado, cayéndole por toda la frente y el lateral de la cara, completamente despeinado y locamente hermoso—, más su chaqueta de cuero que se dobla hasta la anchura de sus hombros y sus vaqueros deslavados, es lo más hermoso que he visto nunca. —No lo hice para salvarte —explica, con la cara inclinada hacia mí. Ah, y no nos olvidemos de su voz. La he oído antes, aquí y allá, desde lejos, contaminado por el ruido del tráfico o la multitud. Pero es la primera vez que lo oigo de cerca, y además es preciosa. Áspera, baja y ronca. Me recuerda a mojar los dedos de los pies en la arena. —Entonces, ¿por qué lo hiciste? —pregunto, flexionando los dedos de mis botas—. Llamarme tuya si no es para salvarme. —Eso podría haberlo hecho, y lo hice, con una mirada —prosigue, ignorando mi pregunta. Lo creas o no, es la verdad. Si quería salvarme, y quería, no tenía ni que abrir la boca. Y eso es porque todos le tienen miedo. Miedo de su temperamento. Su ira temeraria. Yo también debería tenerlo, ¿no? Pero no es así. De hecho, su ira por alguna razón me hace sentir... segura. Como si nada pudiera tocarme cuando estoy cerca de él. Ni desastre, ni calamidad. Ni balas, ni flechas. Ni tormentas de nieve, ni huracanes. Porque él mismo es el trueno. Algo que sólo he sentido con mi hermano. Definitivamente no con mis padres ni con nadie más. —Porque todos te tienen miedo —digo, con la respiración entrecortada de nuevo. Le brillan los ojos. —Sí.
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—Porque eres el Furioso Thorn. Algo parpadea en sus rasgos que no puedo leer. —Veo que mi reputación me precede. Aunque su expresión es un misterio para mí, de algún modo sigo pensando que puede parecerse a... dolor. Y antes de que pueda detenerme, digo: —Aunque creo que ese es el apodo equivocado para ti. —¿Ah sí? —Sí. —Asiento—. Deberías llamarte de otra manera. —¿Y qué otra manera? —Hermoso Thorn. —Me relamo los labios—. P-porque eres hermoso. Sus ojos se clavan un segundo en mi boca. —¿Y cómo debo llamarte? —K-Krista —digo, encogiéndome por dentro. Normalmente se me da bastante bien mentir y no sentí la misma vacilación cuando les dije a Joe y Rocky mi nombre falso. Pero decírselo a él se siente mal. Lo que se siente aún más mal es cuando lo repite. —Krista. —Uh, sí. Krista. —Sonrío ligeramente—. Esa soy yo. Encantada de conocerte. —Debe ser. —¿Qué? —Para ti. —No... —Quiero decir, por lo que tengo entendido, es agotador. —¿Qué es agotador? Sus dedos se flexionan alrededor de mi brazo. —Seguirme todo el tiempo. —¿Qué? Sus ojos recorren mis rasgos antes de decir: —Lo haces, ¿verdad? El corazón me late en el pecho.
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—No... no sé de qué estás hablando. Yo... —Tú eres la guapa acosadora. Intento zafarme de su agarre y doy un paso atrás. —No... —Mi pequeña acosadora —dice, sus ojos oscuros brillan con fiereza—. Así que técnicamente eres mía. Por eso lo dije. —Yo... —Desde hace una semana. Desde el partido. Antes de que pueda contenerme, suelto: —Así que... ¿me viste en el partido? —Vestido negro y un abrigo púrpura brillante —murmura—. Que probablemente me animó a mí y a cada gol que hice. Sí, te vi. Lo hice. Sí que le animé a él y a todos los goles que marcó. Pero me sentía culpable. Porque cada gol que marcaba era un gol menos para mi hermano, y podía ver que eso le frustraba. Pero no podía detenerme. Como si ahora no pudiera evitar decir: —Estuviste increíble en el campo. La forma en que corriste fue como si tus pies ni siquiera tocaran el suelo. Volabas. Como si tuvieras alas o algo así. Algo que los demás no tenían. Sólo... pensé que era hermoso. Pensé que eras hermoso. Se toma su tiempo para responder. Probablemente porque está ocupado mirándome. Estudiando mi cara respingona. Y se lo permito, porque así tengo tiempo de asimilar la noticia. La gran noticia. Que me vio en el partido. Lo hizo. Todo este tiempo pensé que no sabía que yo existía. Que no tenía ni idea, pero la tenía. Tenía una pista. Dios mío. Dios mío. Dios mío. —¿Por eso me has estado acosando durante la última semana? —pregunta al fin—. ¿Porque piensas que la forma en que pateo una pelota es hermosa?
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—No —respondo. —¿Por qué no me iluminas entonces? Bien. ¿Por qué lo he estado siguiendo? Bueno, primero, es hermoso. Es el chico más guapo que he visto en mi vida. Y luego está el hecho de que me hace sentir cosas que ningún chico me ha hecho sentir nunca: eléctrica, eufórica, excitada. Igual que cuando leo mis novelas románticas. Pero eso no es todo. No es por eso por lo que estoy obsesionada o enamorada de él. Creo que estoy enamorada de él porque tengo la sospecha de que es como yo. O al menos nuestras historias son algo parecidas. Así que en todo mi acecho y observación y preguntas por ahí sobre él, su legendario temperamento no es lo único que he llegado a averiguar. Resulta que viene de una gran familia de hermanos. Tiene tres hermanos mayores y una hermanita. Y como Reed y yo, no tienen a nadie más que a ellos. Aunque técnicamente nuestros padres siguen vivos, su padre abandonó a la familia cuando él era niño y, unos años más tarde, su madre murió de cáncer. Y desde entonces se cuidan solos. De hecho, ellos solos —me refiero a todos los hermanos, incluido Ledger— han criado a su hermanita y han cuidado de ella. Y la gente dice que los hermanos Thorne harían cualquier cosa por su hermana. Dicen que la forma en que estos hermanos se mantienen unidos es cosa de leyendas y muy poco frecuente. Y yo sólo... sólo quiero abrazarlo, ya ves. Sólo quiero decirle lo increíble que es, lo maravilloso que es no sólo por cuidar de su hermana como sólo unos pocos pueden hacer, sino también por superar todas las adversidades y convertirse en uno de los mejores jugadores de fútbol con un futuro tan brillante. De hecho, me recuerda a la única persona en mi vida que me ha hecho sentir segura. Mi hermano. Y sí, sé que mi hermano tendría un ataque si alguna vez le dijera que es como su mayor enemigo. Pero en fin, esas son las razones por las que he estado pensando en él, obsesionada con él, siguiéndole a todas partes.
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No es que se lo vaya a decir. No soy idiota. Sé lo extraño que le sonará. Por extraño que suene a la gente que conozco y con la que crecí. Así que la gente con la que crecí o con la que voy a la escuela procede de una sociedad muy específica y extraña. La sociedad de los ricos. Donde cosas como el amor y la familia y la buena crianza de los hijos y demás no están muy arriba en la lista de prioridades. En mi mundo, todo el mundo está más preocupado por los vestidos y las joyas y las fiestas y los coches y las vacaciones exóticas. Los maridos engañan a sus mujeres y las mujeres a sus maridos. Los niños pasan de una niñera a otra hasta que crecen siendo egocéntricos y materialistas. Y entonces, se casan con el mismo tipo de gente y se comportan exactamente igual que sus padres. No quiero nada de eso. Quiero algo diferente. Me doy cuenta de que no sólo no tengo metas elevadas como las chicas de mi mundo, sino tampoco como las chicas del resto del mundo. No quiero ser ingeniera, ni médico, ni abogada, ni profesora, ni nada de eso. Lo único que quiero —lo único que he querido desde que tengo uso de razón— es el tipo de amor sobre el que leo en las novelas románticas. Quiero un hombre que me quiera, que me haga sentir segura, y quiero formar una familia con él. Por muy sencillos que sean estos deseos, son muy controversiales en mi mundo. Y cualquier cosa o persona que piense diferente es tachada de loca. Así que eso es lo que soy para ellos. Una chica loca que vive en su propio mundo. Y aunque me importa un carajo “de hecho hago alarde de ello, de mi forma anormal de pensar, sólo para fastidiarlos” lo que piensen de mí, sí me preocupa lo que él pueda pensar si le digo que me he enamorado de él a primera vista. Así que intento entretenerme. —Bueno, primero, no creo que puedas llamar acoso a lo que he estado haciendo la semana pasada. —¿No? —No —le informo sabiamente—. Acosar suena intenso. Acosar suena mal. Acosar implica un comportamiento criminal. Y yo no soy una criminal.
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Sus ojos recorren mi cara una vez más, algo parpadea en sus ojos. —¿Y tú qué eres? —se detiene un segundo antes de decir—: ¿Krista? Me vuelvo a encoger. Ojalá dejara de decir ese nombre. Ojalá dijera mi nombre. Aunque no pueda decírselo. Y aunque pudiera, nunca querría que me llamara por mi nombre. Es trágico, mi nombre. Shakesperiano y catastrófico. Levanto la barbilla. —En realidad, antes de responder a tu pregunta, lo que me gustaría saber es, si pensabas que te estaba acosando, cosa que claramente no era así, ¿por qué no me dijiste nada antes de esta noche? Su agarre vuelve a flexionarse alrededor de mi brazo. Y luego: —¿Por qué te he dejado correr detrás de mí con tus tacones altos todo este tiempo? —Mis pies se tambalean y él me devuelve el equilibrio. Luego baja la mirada hacia mis botas durante un segundo antes de levantarla—. Cuando está claro que no sabes andar con ellos. —Sé cómo caminar en ellos. Sus ojos van a su agarre en mi brazo entonces. —Siento discrepar. —En realidad, ¿sabes qué? —intento zafarme de nuevo de su agarre—, creo que estoy bien. Ya puedes soltarme. Y de nuevo, no me deja. —¿Por qué no contestas a mi pregunta primero? —¿Por qué no contestas a la mía? —digo secamente, rodando los hombros, forcejeando con más fuerza. Apenas presta atención a mis insignificantes forcejeos. —No soy yo el que intenta liberarse. —Esto es hostigamiento —le digo entonces. —Yo lo llamo defensa propia. —¿De qué? ¿Defensa propia de qué? —De mi linda acosadora.
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—Si tanto miedo me tienes, ¿por qué no dejas que me vaya? —¿Y hacer que saltes sobre mí en los estertores de tu obsesión acosadora? — Su voz, en cambio, suena divertida—. No, creo que prefiero mantenerte atrapada. —No voy a saltar sobre ti. —No puedo correr ese riesgo, ¿verdad? Gruño. Entonces. —Escucha, ¿okey? Siento haberte acosado. Siento haberte seguido esta semana pasada. Está claro que no voy a volver a cometer el mismo error. Así que, ¿por qué no me sueltas para que pueda irme y puedas volver con esa rubia que parece una modelo? —Luego, antes de que pueda contenerme, añado—: Que tengo que decir que tiene muy mal gusto para los zapatos. —¿Ah, en serio? —Sí —respondo—. Nunca combinaría esas sandalias plateadas con el vestido rojo que lleva. Tararea, aún sin soltarme. —Aunque no puedo decir que me interesen sus zapatos. —Bueno, claramente no. Si no, no estarías con ella. —O su vestido. Se me aprieta el corazón. —¿Por qué, porque no lo llevará durante mucho tiempo? —¿Por qué, eso te pone celosa? Mi corazón se aprieta más fuerte. —No. En ese momento, sus labios se estiran hacia un lado y veo cómo su rostro se vuelve aún más hermoso. Lo que no creía que fuera posible. Pero ahí lo tienes. El Hermoso Thorn puede volverse aún más bello. Y puedo quedarme aún más sin aliento y obsesionada con él. Incluso cuando quiero abofetearle la cara y pisotearle el pie. Se inclina un poco y clava su mirada en la mía. —No pasa nada. No tienes por qué estar celosa. —Yo...
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—Hay mucho de mí para todos. Y puedes probar una vez que termine con ella. Parpadeo. Entonces jadeo. Y entonces retrocedo, queriendo pegarle. —Eres repugnante. No es que tenga miedo de mí o de mis palabras venenosas. Riéndose, dice: —Pero por esta noche, esa rubia era sólo una tapadera. —¿Una tapadera para qué? —Para sacarte de tu escondite. Prueba de lo agotada que estoy es que tardo un segundo en entender de qué está hablando. Y entonces recuerdo algo de antes. Cuando, a pesar de que arrastraba a aquella rubia tras de sí con determinación, se había detenido en el porche trasero para echar un vistazo a los arbustos. El shock me recorre entonces. Al darme cuenta de que sabía que estaba escondida detrás de los arbustos. Aunque no debería. Quiero decir, ya ha admitido saberlo todo el tiempo, pero aun así. —Porque sabías dónde me escondía —digo finalmente. —Sí. —Todo este tiempo. —Sí. —Probablemente también sabías dónde me escondía en la última fiesta. —Detrás del árbol. Junto a los rosales. —Y la fiesta anterior. —Bajo la ventana del salón. Ay. No puedo creer que lo supiera. No puedo creer que supiera todo el tiempo que le he estado siguiendo. O lo pobres que son mis habilidades de acecho. Dios, qué jodidamente embarazoso. —Pero aun así decidiste no decir nada —le digo.
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—Sí, elegí no hacerlo. —Probablemente porque te has divertido demasiado riéndote de mí con tus amigos, ¿verdad? Su mandíbula se aprieta ante mis suposiciones. —No soy una persona muy amistosa. —Claro, eso es... —Y reírme de alguien a sus espaldas no es realmente mi estilo. —No... —Lo que no soy —dice entonces, cortándome de nuevo—, es una persona muy paciente. Así que, de nuevo, ¿por qué demonios me has estado siguiendo durante la última semana como un jodido mosquito que parece que no puedo quitarme de encima? —Porque estoy enamorada de ti —suelto. No sé por qué he dicho eso. Pero ¿qué otra cosa podría haber dicho? Además, no creo que vaya a dejarlo pasar. Así que lo mejor es decírselo —una versión muy suave de la verdad— e irse. Aunque mi respuesta sólo ha conseguido estrechar su agarre sobre mí y acercarlo más mientras murmura: —¿Ah sí? Hay algo en sus ojos y en la forma en que me mira que me pone la piel de gallina y, con la respiración entrecortada, digo: —Pero veo que el hecho de que te siga, no lo llamo acoso, digas lo que digas, te ha angustiado. Así que no lo haré más. Y si tú... —Ya no lo harás —dice, ahora con los ojos entrecerrados. —No, no lo haré —digo, prometiéndome eso a mí misma también. Porque sinceramente, por ese camino sólo hay traición a mi hermano y angustia. Así que es mejor que lo deje ahora antes de que vaya más lejos. Y Dios no quiera que descubra quién soy realmente. —Así que si me dejas ir, puedo salir de aquí y... —No. —¿Qué?
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—No te dejaré ir. Vuelvo a mirar sus dedos en mi bíceps antes de volver a él. —Pero acabas de decir que lo harías. —Mentí. Mi corazón late con fuerza en mi pecho. —Ledger, déjame ir o... —Todavía no. —Me aprieta la carne—. Krista. —Juro... —No hasta que te diga que yo también te he estado observando. Me quedo helada. —¿Qué? Por tercera vez esta noche, su mirada recorre mis rasgos. Me observa, pero esta vez su mirada es más perezosa. Lenta y deliberadamente. Como si estuviera catalogando cosas sobre mí y mi cara. —Sobre todo los ojos —dice unos instantes después. —M-mis ojos. —Sí. —Luego, entrecerrando los suyos mientras mira los míos, continúa—: Que creía que eran grises, pero no lo son. —Eh... ¿No lo son? —No todo el tiempo. —No lo entiendo. —A veces —me dice, sin dejar de mirarme a los ojos—, son azules. —No creo que eso sea cierto. Mis ojos siempre han sido grises. Algo que comparto con mi hermano. Junto con nuestro cabello oscuro. —Sobre todo a la luz del sol —dice sin embargo, irrumpiendo en mis pensamientos. —Oh —exhalo. —O cuando te ríes. —Yo... —Que es casi todo el tiempo, ¿no?
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—Bueno... yo... yo creo que sí. —Me sale como una pregunta, pero no sé qué más decir. Tararea. —Especialmente cuando estás comiendo algodón de azúcar. —¿Lo sabes? —digo, otra vez estúpidamente porque ¿no acaba de admitir que me vigilaba? —Que de nuevo es casi todo el tiempo, ¿no? —Me encanta el algodón de azúcar. Te amo. ¿Tú también me amas? ¿Por eso me ha estado vigilando? Dios mío, me ha estado observando. A mí. Todo este tiempo. Todo este maldito tiempo, y oh mi maldito Dios, por favor dime que significa lo que creo que significa. Por favor, dime que significa que él... —Y luego está tu peca oscura —dice, bajando los ojos hacia el lateral de mi cuello—. Situada justo en tu pulso. Late como un corazón. —¿Qué pasa con él? —A veces está y a veces no. —¿Cómo es posible? ¿Cómo... —A veces tu cabello largo, espeso e interminable la oculta. Pero a veces te revuelves el cabello o la brisa te lo echa hacia atrás, como ahora, y ahí está. Como un puto diamante escondido del que no puedo apartar la mirada. No puedo apartar la vista de ti. De lo rápido que late tu corazón. Como sigue mirando a ese lugar, sé que lo sabe. Exactamente lo rápido que late mi corazón. La respuesta es muy rápida. Extremadamente rápida. Mi corazón va supersónico en este momento.
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Va tan rápido por el tiempo y el espacio que puede desaparecer en cualquier momento. Que puedo desaparecer en cualquier momento. Así que sin querer, mis manos se dirigen a su camiseta —una cosa azul marino desteñida que hace pensar más en punk rock y guitarras eléctricas que en jugadores de fútbol, pero supongo que por eso le queda tan bien— y se agarran a ella para que no me desvanezca de este momento surrealista. —L-Ledger —susurro con la respiración entrecortada cuando él no dice nada. Le hace levantar los ojos. Como si despertara de un sueño. Como si no le hubiera gustado que le despertara. Quería seguir mirándome el lunar, el cabello. Quería seguir durmiendo y soñando. —Y luego —continúa, retomando el hilo de la conversación—. Luego estás tú. —Yo. —Y tus vestidos ajustadísimos y tus tacones altísimos. Lo dice tan violentamente, tan enfadado, que no puedo evitar contestarle: —A mis vestidos no les pasa nada, ni a mis tacones. —No —dice con los dientes apretados—. Excepto que tus vestidos apenas pueden contener tu apretado culo y tus tacones lo hacen parecer aún más apretado. Y cuando te pavoneas por la calle con algo que apenas puede contenerte y te hace parecer el doble de jugosa, toda la ciudad tiene que dejar de hacer lo que está haciendo y mirarte. Toda la ciudad tiene que parar y oírte hacer clic-clic-clic por la calle. Tienen que clavar sus ojos en tu cuerpecito curvilíneo, viéndolo rebotar y contonearse a tu paso. Observar ese hueco entre tus muslos, probablemente apostando a ver quién mete primero la mano ahí arriba. O tal vez meterla desde arriba. Porque tampoco es que tus vestidos oculten mejor tus tetas. De hecho, en todo caso… —Sus ojos bajan hasta mi pecho—, tus vestidos las levantan y las ofrecen como caramelos a cualquier hijo de puta hambriento. Creo que no respiro. Creo que me estoy asfixiando. Creo que me está asfixiando. Con sus palabras, todas sucias y pesadas y pegajosas como jarabe. Un jarabe tan dulce que no tengo más remedio que engullirlo en vez de aire.
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—Pero son tontos, ¿no? —dice, con la voz aún baja, los ojos aún oscuros y la mandíbula aún apretada. —¿Por qué? Vuelve a apretarme el brazo: —Porque no saben que eres mía. La corriente me recorre la columna vertebral y mis puños se aprietan más en su camisa. —No. —No saben que los voy a joder, si siguen mirándote. —¿Qué? —Si siguen queriendo tocarte. —Estoy... —Y sabes que puedo hacerlo, ¿verdad? Trago saliva. —Sí. —Dime por qué. —Porque eres el Furioso Thorn. —Lo soy. —Y tú me perteneces. Me balanceo un poco sobre mis pies. —Sí. —Nadie puede separarnos. —No. Vuelve a sonreír y en el fondo de mi mente pienso que esta sonrisa suya parece diferente. También me parece diferente. —¿Y sabes a quién disfrutaría más jodiendo, si alguna vez se interpusiera entre nosotros? —¿Q-Quién? —Tu pedazo de mierda de hermano. Parpadeo. —¿Qué?
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Su sonrisa no hace más que crecer. Y me doy cuenta de que es diferente porque es cruel. Hace frío. Tanto frío que me quema. —Y estoy bastante seguro de que lo hará —continúa, sus ojos también me queman—. Porque es así de idiota. Pero no pasa nada. Puedo con él. De hecho, llevo años queriendo hacerlo. Y ahora que te tengo —sus ojos ardientes recorren mi cuerpo de arriba abajo—, no dudaré en romperle los huesos y jugar al ping pong con sus globos oculares, si eso significa quedarme contigo. —Luego, aún más bajo—: Tempest. Me estremezco. Porque usó mi nombre real. Mi estúpido nombre de Shakespeare que he odiado desde que tengo memoria. Porque Shakespeare era un tonto que escribía tragedias y se deleitaba destruyendo los felices para siempre. Probablemente ni siquiera creía que existieran. Exactamente como la gente con la que he crecido. Pero más que eso, me estremezco porque el nombre que siempre he odiado suena tan... hermoso en su voz. Como si tuviera la magia de convertir las cosas feas en bellas. Aunque lo use burlonamente. Aunque me rompa el corazón en mil pedazos. Y eso hace, ¿verdad? Por lo insensible que suena. Qué cruel. Cómo lo supo todo el tiempo, que parece ser el tema de la noche. Eso lo sabía. Quién era yo. Quién era realmente, todo este tiempo. Y lo está usando en mi contra. —¿Quién iba a pensar, eh —continúa pensativo—, que el tipo al que no soporto, el tipo al que he odiado durante años, el mayor pedazo de mierda que he conocido, ese tipo tiene una hermanita tan guapa? Quiero decir, ¿dónde te escondía? Y lo estaba, ¿verdad? Ese cabrón. Probablemente porque lo sabía. Una mirada a su hermosa hermana puede convertir a un hombre en un gigante cachondo rabioso. Así que tal vez no puedo culparlo. Pero no importa ahora, ¿verdad? El acto está hecho. Eres mía.
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Y lo mejor es —se inclina más—, que tú tampoco quieres ir a ninguna parte. Mi pequeña acosadora. —Suéltame —gruño. —¿Sí? Enrosco el puño en su camiseta y le empujo. —Suéltame de una puta vez. No se mueve. —No creo que quiera. —Juro por Dios que si tú... —Creo —habla por encima de mí—, que ahora que me ha caído esta oportunidad, quiero aprovecharla. —¿Qué? —Usarte. —Ladea la cabeza—. Para joder con tu hermano. Se me ha caído el corazón al estómago. —No te atrevas. —¿No? —Entonces se ríe—. Pero vamos, será divertido. Todo lo que tienes que hacer es posar para la cámara y besarme un poco. —¿Qué? —Que apuesto a que te mueres por hacer de todos modos. Lo empujo de nuevo. —Déjame ir. —¿Estás diciendo que no te morías por besarme, Tempest? —pregunta—. Porque si es así, me cuesta creerlo. Especialmente teniendo en cuenta que estás enamorada de mí. Lo estás, ¿verdad? —No, ya no. Yo no... Me mira un poco más. —Ves, creo que no me gusta que me mientas, nena. —No me llames nena. No soy tu maldita nena. Se pone la otra mano en el pecho, donde tiene el corazón. —Bueno, eso dolió un poco. Pero vamos a dejarlo pasar, cariño, y centrarnos en las cosas importantes.
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—Tú... —Como tú y yo. Y ese beso delante de la cámara. Sus palabras, su sonrisa. Esos ojos. Me apuñalan, apuñalan mi corazón como espinas afiladas. Haciéndome sangrar por dentro. Haciéndome llorar y brotar todas las suaves y rosadas emociones que sentía por él. Pero que me aspen si le dejo ver eso. Que me parta un rayo si le dejo ver algo más que mi ira hacia él. —Escucha —empiezo, acercándome a él, mirándole con odio—, puto idiota, si se te ocurre utilizarme contra mi hermano, te voy a sacar los ojos. Y luego te pisotearé los putos pies con mis tacones altísimos y lo haré tan fuerte que no podrás jugar a tu amado fútbol durante el resto del mes. ¿Me entiendes? Así que quiero que me dejes ir antes de que te haga daño como ninguna chica lo ha hecho antes. Aun así, se toma su tiempo para mirarme. Luego: —Eres un petardo, ¿verdad? —Sí. —Lo empujo de nuevo—. Y te prenderé fuego, si no tienes cuidado. Vuelve a reírse, pero esta vez es más suave, más como una bocanada de aire mientras me sigue tomando el cabello. —Aunque no lo parezca. —No... —Te sientes más como una… —Un curioso ceño fruncido surge de su entrecejo—. Luciérnaga. Entonces me quedo quieta. Porque su tono ha cambiado, se ha convertido en algo parecido a... reverencia. Que seguro que está mal, pero no sé cómo llamarlo. —Frágil y brillante. Brillando en la oscuridad. Y como suena reverencial —lo cual, como ya he dicho, está mal y es ridículo— le empujo con más fuerza. Y por algún milagro —o no se lo esperaba o se estaba cansando de mis empujones y chascarrillos— me suelta. Pero me hace tropezar y tambalearme sobre mis tacones de 10 centímetros.
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Como si él fuera lo único que me sujetaba y me mantenía atada al suelo y ahora que no está, la gravedad me tiene en sus garras y caigo. De rodillas. Mis huesos golpean el pavimento con un crujido. Debe ser doloroso, pero no lo siento. Hay un dolor mucho más grande en mi pecho. Como antes, me rodea el bíceps con los dedos y me levanta. Pero a diferencia de antes, no me sujeta. O tal vez soy demasiado feroz en este momento para dejar que me agarre y él lo nota. —De verdad que no sabes andar con tacones, ¿verdad? —gruñe entonces—. Pero qué... —No lo hagas —chasqueo, limpiándome las manos en la falda, sin apenas sentir el roce de la gravilla sobre mi piel—. No me toques. Jamás. No sé en qué estaba pensando. No sé por qué pensé... —Trago saliva—. Pensé que tenías más de lo que la gente dice. No sé por qué pensé que eras... diferente. No lo eres. Está claro. Y sabes qué, mi hermano tiene razón en odiarte. Y espero que te gane en tu estúpido concurso. Con eso, me doy la vuelta y empiezo a alejarme. Empiezo a caminar hacia mi coche. No miro atrás. No pienso en echarle un último vistazo. Simplemente me meto en mi coche y salgo de allí. Veinte minutos después, mientras espero a que se abra la puerta del garaje, me parece ver unos faros brillantes por el retrovisor. Creo que conozco esos faros. Conozco ese vehículo. Es una camioneta negra destartalada que he estado siguiendo durante la última semana. Pero antes de llegar a esa conclusión, la puerta del garaje se desliza hacia arriba y decido no pensar en ello y seguir adelante. Porque nada de él debería importarme. Nada de él debería ser importante o vital o cambiar la vida. No es el tipo del que debería estar enamorada. Es el Furioso Thorn. La realeza del fútbol de Bardstown. Dios del fútbol. El rival y enemigo de mi hermano. Y haré lo que sea necesario para superarlo.
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CAPÍTULO TRES Su Hermoso Thorn
C
abello larguísimo. Piel cremosa. Boca regordeta y rosada como el algodón de azúcar.
Un puto vestido corto parcialmente oculto bajo el abrigo de invierno, pero no lo suficiente para ocultar lo ajustado que era. No lo suficiente para hacerme olvidar. El rastro de sangre que corría por sus rodillas. Debido a su caída. O que sus ojos azul grisáceo estaban empañados y húmedos cuando se fue. A decir verdad, no es asunto mío. Que se fue de aquí sangrando y llorando. Con el corazón roto. ¿Qué más esperaba? Teniendo en cuenta quién es ella y quién soy yo. Teniendo en cuenta quién es su puto hermano. Por lo que sé, este fue uno de sus trucos sucios. Usar a su hermana para distraerme del partido de la semana que viene y así poder ganar el concurso de este año. Así podría joderme en el campo como siempre hace. Aunque lo piense, sé que no es verdad. Si hay algo que ese imbécil ama más que a sí mismo, es a su hermanita. Y por mucho que odie admitirlo, lo entiendo. Lo entiendo perfectamente porque yo también tengo una hermanita y me cagaría de miedo si ella se le acercara. Estallaría mi puta cabeza si descubriera que él alguna vez —alguna vez— puso sus sucios ojos en ella. O peor, que la miraba desde lejos. Como he estado haciendo. A su hermana. Me refiero a esta semana. Como hice yo.
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Hace un año. Cuando la vi por primera vez. En mi defensa, no tenía ni idea de quién era. Estaba sentada en el capó de un coche, con las piernas colgando, mirando a la gente pasar por la calle. No sé exactamente qué me hizo fijarme en ella en primer lugar. ¿Fue el hecho de que tuviera un algodón de azúcar rosa en la mano o que lo combinara con su vestido rosa y sus sandalias? O tal vez fue el hecho de que su vestido era más bien una versión más grande de un puto top sin tiras, dejando al descubierto sus delicados hombros y la parte superior de sus muslos lechosos. En realidad, parecía un cuenco de nata y caramelos. O podría haber sido el hecho de que se estaba riendo de algo mientras mordía esa nube rosa azucarada. Y aunque suene bobo, su risa era como un tintineo. Como las campanillas de viento que a mi hermana le gusta colgar en las ventanas de toda la casa para volvernos locos con su molesto sonido. Sólo que en ella no era tan molesto. En ella era... musical. O alguna mierda. No obstante, me cabreó. Lo recuerdo. Me cabreó tanto que me hizo parar en seco. Sobre todo porque estaba agotado después de un largo día de entrenamiento. Quería ir a casa y remojarme en agua helada. También quería comer todo lo que estuviera a mi alcance. Mi hermana me había estado dando la lata para que le comprara magdalenas de su tienda favorita, Buttery Blossoms, para el postre, y como había perdido una apuesta con uno de mis hermanos, tenía que ser yo quien fuera a recogerlas. Lo que significa que estaba ocupado y tenía sitios donde estar. No tenía tiempo para quedarme de pie en la acera, congelado e inmóvil con una caja de magdalenas en la mano, y ver a una doble de Barbie comiendo algo que yo no tocaría ni con un palo de tres metros. Tampoco tuve tiempo de intimidar a las otras personas que también se pararon a verla. Un grupo de muchachos, que prácticamente se caían delante de la cafetería de al lado, que tenían sus ojos puestos en ella. Que, a su vez, se dispersaron como cucarachas cuando les lancé un silbido bajo y una mirada fulminante. Pero lo que más recuerdo es a él. El maldito Reed Jackson.
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El hecho de que llegara a la escena sólo unos segundos después de que yo hubiera echado a correr a esos babosos. Y el hecho de que, en cuanto ella lo vio, bajó de un salto del capó, sacudiendo todo su cuerpo menudo pero lleno de curvas, y se arrojó a sus brazos, riendo como campanillas de viento en un puto huracán. Fue entonces cuando me di cuenta de que el coche en el que había estado sentada era el suyo. Lo que significa que ella lo había estado esperando. Lo que significa que era suya. Su sabor de la semana. Su pedazo de culo. Su puta fanática. Durante unos segundos, mientras los observaba juntos —ella sonriéndole, él riéndose entre dientes; ella parloteando sin parar, él escuchándola pacientemente; ella acercándose para besarle la mejilla, él sonriendo y alborotándole el cabello—, mi mundo se cubrió de una película roja. Me ardía el pecho. Me ardían las tripas y los sonidos de mi propio cuerpo eran estridentes. En medio de todo esto, vi cómo se inclinaba y la besaba. En la frente. Lo cual, admitiré a regañadientes, era lo único que le había salvado aquel día. Porque por qué demonios iba a besarle la frente si tenía la boca toda azucarada y rosada de algodón de azúcar. Casi parecía... fraternal. Entonces algo hizo clic en mi cerebro y los miré, los miré de verdad. Me fijé en cómo ella le miraba como si colgara de la luna, como si fuera su héroe —algo que mi propia hermana hace conmigo y con mis hermanos— y cómo él la miraba a ella, como si no fuera un pedazo de culo caliente sino algo precioso, algo que hay que querer y proteger a toda costa, algo que mis hermanos y yo hacemos con nuestra hermana. Y me di cuenta. Era su hermana. La infame hermanita a la que Reed Jackson adoraba con locura. Iba a un internado en Nueva York y por eso nadie la había visto nunca. Sin embargo, la gente especulaba sobre la hermana, la única debilidad de Reed Jackson.
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Una vez que me di cuenta, mi neblina roja se disipó y pude respirar. Pero entonces se me ocurrió que había estado allí de pie, observando a la hermana pequeña de Reed Jackson. La hermana pequeña de mi enemigo. Asqueado, salí de allí. Y sinceramente, no esperaba volver a verla. Menos mal, porque no podía quitármela de la cabeza. De hecho, en el año transcurrido desde entonces, pensé en ella tan a menudo —algo que nunca admitiría en voz alta— que cuando volví a verla, en el partido de la semana pasada, pensé que estaba alucinando. Pensé que me había vuelto loco. Pero luego la volví a ver. Y seguí viéndola. Por la ciudad. Por las calles. En la tienda de magdalenas. En las fiestas. Siempre cerca. Siempre con los ojos puestos en mí. Estoy enamorada de ti. Quiero decir, qué demonios. ¿En qué demonios está pensando? O es extremadamente estúpida e ingenua. O realmente valiente, acechando al enemigo. ¿No sabe lo peligroso que soy? ¿No sabe que podría hacerle cosas? Usarla, abusar de ella. Arruinarla sólo para joder a su hermano. Sólo para sacar años y años de frustración que su hermano de mierda me ha causado. Sólo para ser el mejor jugador de fútbol de la ciudad. Que ya lo soy, pero estaría bien aplastar a la puta competencia. Menos mal que la mandé a casa sangrando y llorando. Aunque todavía me dan ganas de pegarle un puñetazo a algo y luego arrodillarme a sus pies para poder vendarle las heridas, me alegro de haberla asustado lo suficiente como para que mantenga las distancias a partir de ahora. Lo que de nuevo me hace querer golpear algo. Pero da igual. Sobreviviré.
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De hecho, prosperaré. Ahora que este capítulo se ha cerrado, puedo olvidarme de ella y centrarme en lo importante: el juego. Mi carrera. Ser el mejor. Ser mejor que el mejor para poder salir de esta ciudad de mierda y nunca mirar atrás. Cuando vuelvo a la fiesta, después de asegurarme de que ha llegado bien a casa —algo que no debería haber hecho pero que no he podido evitar—, voy en busca de mis objetivos. Los encuentro junto a la piscina, más o menos en el mismo sitio que antes. Sus ojos se abren de par en par cuando me ven acercarme, casi a punto de huir. Pero están borrachos y, por tanto, son lentos, y yo soy más rápido que todo el equipo junto. Así que los alcanzo antes de que puedan retroceder más de dos pasos. Agarrando los collares de ambos, gruño: —Si alguna vez le hablan, la tocan o incluso la miran, les romperé el puto cuerpo, ¿entienden? Joe y Rocky asienten instantánea y vigorosamente como bobos. Malditos idiotas. —Y díganle a todos los del equipo. —Los sacudo para enfatizar—. A todos los cabrones del equipo aquí esta noche. Nadie la toca. O se las verán conmigo. Ambos balbucean y asienten de nuevo, tropezando con sus propias palabras y las del otro. Satisfecho, los suelto y se escabullen. Me doy la vuelta y me voy por donde he venido, completamente harto de esta fiesta de mierda. De todos modos, tengo que volver a casa. Mañana tengo que entrenar temprano, antes que estos idiotas, y mi entrenador, que además es mi hermano, se va a cagar en la puta si llego tarde. En realidad, se va a cagar en un ladrillo si no llego diez minutos antes. Porque soy el capitán del equipo y como tal tengo que trabajar más que los demás. Estoy enamorada de ti. Subo a mi camioneta, dando un sonoro portazo tras sus palabras. Palabras estúpidas, ingenuas y molestas. De la chica que vi el verano pasado. De nata y caramelo. Que brilla en la oscuridad como una luciérnaga. La hermanita de mi rival.
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Maldita Tempest Jackson.
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PARTE 2
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CAPÍTULO CUATRO Presente
S
i me preguntan cómo conocí al amor de mi vida, les diré que fue en un hospital.
De acuerdo, no es un lugar de encuentro muy popular. Pero el destino es el destino. Y el amor es el amor, ¿no? Nunca se sabe cuándo y dónde va a golpear. En nuestro caso, nos sorprendió en el lugar más insospechado. En la UCIN. Vi su cuerpecito —más pequeño y diminuto que el de los bebés normales porque se había adelantado unas semanas, era prematura— conectado a cables y tubos y me enamoré al instante. El tipo de amor que sabía en ese momento —todavía lo sé en realidad— que durará toda la vida. El tipo de amor que es masivo y puro y que cambia absolutamente la vida. Un faro. Igual que su nombre: Halo. Halo Cora Jackson. Tiene cinco meses y es el amor de mi vida. Ah, y es mi sobrina. Sus ojos son grandes y azules, brillan como joyas y tiene la risa más bonita del mundo. Atada a mi pecho en un bonito fular portabebés, parpadea y le digo: —¿No es bonito, solos tú y yo? —Pa. Me inclino para besar su frente perfumada. —Lo sé, lo sé. Estoy siendo egoísta al alejarte de tu madre y de tus otras tías para que tú y yo podamos pasar un rato a solas. ¿Pero puedes culparme? Eres mi mejor amiga.
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—Ga. Ga. Pa —responde mientras agita el puño contra mí. La abrazo y le doy un beso. —Además sé que tú también me quieres, ¿verdad? Quieres a tu tía Tempest. Halo me sopla una burbuja de saliva, como si estuviera de acuerdo. Me río entre dientes. —Sí, lo haces, mi lindo pajarito. Más burbujas de saliva y esta vez acompañadas de unas simpáticas pataditas de sus pies regordetes que me dan en las costillas. Pero no me importa. Me encanta cuando mueve su cuerpecito. Vuelvo a besar su pequeño puño. —Mejores amigas para siempre. En ese momento, no sólo me da otra patada, sino que todo su cuerpo se agita y se sacude de felicidad. Además, se ríe. Y entonces tengo que besarle el puño una y otra vez, y un montón de veces más, porque ¿cómo no hacerlo? Ella es mi bebita linda. —¿Qué estás haciendo? Me sobresalto al oír la voz y levanto la vista. De pie en la boca de la cocina —donde estoy pasando el rato con Halo y, por supuesto, haciendo otras cosas desagradables— está mi otra mejor amiga, Callie. Normalmente me alegraría de verla. No sólo es mi mejor amiga, sino la primera desde que nos encontramos en un partido de fútbol hace tres años. Además, también es mi cuñada. Pero como estaba tratando de alejarme de ella, nada menos que en su casa, me siento un poco culpable. —Nada. Frunce el ceño, entrando. —Te has ido para siempre. Todo el mundo te está esperando. Todos incluyen a mi grupo de otras mejores amigas. Cortesía de Callie porque las conocí a través de ella. —Bueno, fui al baño. —Y luego—: Puedo ir al baño, ¿no? Maldita sea. Eso sonó súper defensivo. Y sospechoso.
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No estaba haciendo nada malo. Es sólo que a veces puedo llegar a ser un poco posesiva con Halo y no me gusta compartirla, ni siquiera con su mami. Y ahora que ella está aquí, tendré que renunciar a Halo. —¿Qué pasa? —Cuando llega hasta Halo y hasta mí, mira el pequeño bulto que llevo atado al pecho y se pasa un dedo por la mejilla rosada—. ¿Qué le pasa a tu tía, Lolo? —Ga. Ga. Ahhh. Acompañada de un feroz contoneo y bombeo de sus puños, tratando de saltar sobre su mami. Sabía que lo haría, así que ya estoy a medio camino de soltarme el fular para que Callie pueda ir por Halo. A pesar de ser una tía posesiva, no culpo a Halo. O Callie. Por hacer eso. Tampoco culpo a Halo por dedicarle a su mamá la mayor de las sonrisas cuando Callie la acomoda contra su pecho. Una sonrisa que ilumina toda la habitación. Y la sonrisa que Callie le devuelve posiblemente ilumina toda la ciudad de Bardstown. Y entonces Halo, o Lolo, como Callie la llama a veces, empieza a balbucear y a arrullar, y Callie asiente como si lo entendiera todo. Ojalá tuviera a alguien que me regalara una sonrisa así. —Bueno, Lolo dice —dice Callie, levantando por fin la vista—, que su tía necesita otro pastelito. A mi pesar, sonrío. —Tiene razón. O tal vez te está dando una señal de que está lista para probar tus pastelitos. —En absoluto. —Callie sacude la cabeza—. Sólo tiene cinco meses. Nada de sólidos hasta los seis meses. Halo vuelve a escupir —esta vez en señal de protesta, estoy segura— y, de la nada, Callie saca un paño para eructar y limpia la barbilla y los labios de Halo. Y lo hace sin siquiera mirar. Levanto las cejas. —¿Es porque temes que crezca demasiado rápido? Los hombros de Callie caen. —Lo es, ¿verdad? —Vuelve a mirar a Halo—. Quiero decir, estaba dentro de mí, ¿sabes? Como ayer. Solía dar patadas y puñetazos y —sonríe—, tenía hipo. Y
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entonces vino. Apenas podía mantener la cabeza erguida. Apenas mantenía el contacto visual. Estaba toda arrugada como mi monito. Y ahora mírala, arrulla y tiene los ojos muy grandes. El otro día, incluso señaló a un perro en el parque como si supiera lo que era. ¿Cómo? ¿Cómo se está haciendo tan grande e inteligente? ¿No debería estar pegada a mi pecho, chuparme las tetas y dormir? Creo que está creciendo más rápido que otros bebés. —Finalmente, Callie me mira con los mismos ojos azules que Halo—. ¿No crees? La miro con simpatía. Pero suspira abatida. —Crees que estoy loca. Halo arrulla de nuevo, probablemente tratando de calmar a su mamá. Su mami le da un besito en sus mejillas regordetas. —No, creo que eres una mamá —le digo, con un ligero nudo en la garganta—. En realidad, eres la mejor mamá del mundo entero. Callie levanta entonces la vista, con los ojos brillantes y una pequeña sonrisa en la cara. —Gracias. Te quiero. Le devuelvo la sonrisa. —Yo también te quiero. Entonces llega una voz desde el salón. —¿Dónde está todo el mundo? Tenemos que terminar lo que empezamos. Ambas nos miramos, ligeramente culpables de que, en lugar de hacer lo que se supone que debemos hacer, estemos aquí perdiendo el tiempo. En realidad es culpa mía, así que digo: —Mierda. Vámonos. Acariciando el traserito en pañales de Halo, dice: —Sí. El deber llama. En el salón, lo encontramos todo exactamente como lo dejamos: sofás de cuero marrón cubiertos de montones de ropa y accesorios, y cuando digo montones lo digo en serio. Creo que prácticamente me he traído todo mi armario esta noche. También hay montones de zapatos por el suelo de madera, porque también me he traído casi toda mi colección de zapatos: tacones, tacones de tiras, cuñas, sandalias, botines, botines de tacón alto, botines de tacón medio, tacones lápiz, tacones en bloque y todo lo que se te ocurra.
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Y en medio de todo, sentadas en el suelo entre vestidos y zapatos, están el resto de mis mejores amigas: Echo, Jupiter “es la que acaba de gritar” y Wyn. Aunque Wyn está en una pantalla de ordenador colocada sobre la mesita porque está en Nueva York y no ha podido venir en persona. Estoy muy orgullosa y feliz de decir que estas no son todas mis mejores amigas. Tengo dos más, pero las dos estaban demasiado ocupadas incluso para FaceTime y por eso no pudieron venir. Para alguien que creció con gente que la tachaba de loca y, por tanto, de no merecedora de su amistad, lo cierto es que he hecho muchos amigos. Y todo gracias a mi primera mejor amiga, Callie. Ella fue quien me presentó a cada uno de ellos y no podría estarle más agradecida. —Bueno, dime que sabes hacer esto —dice Jupiter en cuanto Callie y yo retomamos nuestros asientos en nuestro pequeño círculo. Tiene una brocha de maquillaje en la mano y apunta a Echo como si fuera a apuñalarle el ojo con ella. Y luego—: Porque déjame decirte que el contorneado no es mi fuerte en absoluto. Sacudo la cabeza. —Aquí, dame. —Me vuelvo hacia Echo, que se gira obedientemente hacia mí— . Ahora, cierra los ojos y relájate. Parece escéptica, pero hace lo que le digo. —De acuerdo. Y como Jupiter ya se ha limpiado la cara con el limpiador y el tónico que ha traído, recojo el bronceador y el iluminador y me pongo manos a la obra. Aunque tengo que decir que no hay mucho trabajo que hacer aquí. Con su cabello rubio miel y sus ojos castaños claros, Echo es una belleza natural. Sus pómulos ya son altos, por lo que sus mejillas están hundidas en la forma y la cantidad adecuadas. Todo lo que tengo que hacer es oscurecerlas un poco para que sean lo primero que la gente vea en su cara. Y tal vez acentuar su mandíbula un poco más de lo que ya está. Pan comido. Diez minutos después, está lista para enfrentarse al mundo. —Ahora abre los ojos —le digo y le pongo un espejo delante. Lo hace y en cuanto se ve, jadea. —Oh guau. Eso es... —Entrecierra los ojos, girando la cara de un lado a otro— . No puedo... no puedo creer que sea yo. No puedo creer que me vea tan bonita. Le sonrío. —Eres tú y eres así de guapa. El maquillaje sólo lo ha retocado un poco.
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—Exacto. —Jupiter la mira con los ojos muy abiertos y felices—. Las chicas no necesitamos maquillaje para ser guapas porque ya lo somos. El maquillaje solo nos da un poco de empuje. Jupiter levanta la palma de la mano para que choque los cinco y yo lo hago, sintiendo calor. Tengo que decir que cuando Callie me presentó a todas estas chicas, no estaba segura de que fueran a ser tan acogedoras. No porque no sean todas simpáticas e increíbles. Sino porque ya están muy unidas entre ellas y también porque hasta hace poco yo vivía en Nueva York y sólo visitaba Bardstown de vez en cuando. Además todas estas chicas fueron juntas a la escuela. Y tampoco era un instituto normal. Era un reformatorio sólo para chicas llamado St. Mary's School para Adolescentes con Problemas. Lo que significa que es un colegio para delincuentes, alborotadoras y rompedoras de reglas. Lo que también significa que ir a ese colegio y graduarse como lo hicieron este año no es nada fácil. Es un estigma. Además, hay un millón de normas, desde cuándo levantarse hasta cómo hacer los deberes y sacar buenas notas para graduarse. Es básicamente como una cárcel, y cuando estás en la cárcel, desarrollas vínculos para toda la vida. Así que pensé que como yo había tenido una experiencia diferente en el instituto, no sería capaz de congeniar con ellas y hacerlo tan rápida y fácilmente. Pero lo hice y aquí estamos. —Creo que esto es perfecto —dice Callie mientras Halo se envuelve en sus brazos, jugando con su trenza rubia dorada. Wyn interviene desde el ordenador, añadiéndose a la declaración de Callie. —Para lo que tenemos en mente. Callie la mira. —Lo sé. Esto va a ser increíble. —¿Verdad? —Wyn sonríe desde la pantalla—. Y yo que temía que nuestros días de planificación y conspiración hubieran terminado. Callie le devuelve la sonrisa mientras Halo arrulla de felicidad, probablemente viendo sonreír a su mami. —Nunca se acaba cuando hay un chico de por medio. —Un chico caliente y gruñón que no quiere acostarse contigo —añade Jupiter, sonriendo también. —Bueno, me alegro de que mi miseria las divierta a todas —dice Echo, frunciendo el ceño.
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Callie lanza a Echo una mirada comprensiva. —No vas a ser desgraciada durante mucho tiempo. Créeme. Te verá así y perderá la cabeza. Wyn asiente. —Y todas sus inhibiciones y reservas. Sin embargo, Jupiter sonríe. —Lo cual es muy irónico. Teniendo en cuenta cómo acabaste en esta situación. Ah, sí, la situación. A decir verdad, es bastante divertido. Así que la razón por la que estamos todos reunidos hoy aquí, en casa de Callie, es porque el novio de Echo, Reign “un jugador de fútbol muy guapo y gruñón” no quiere acostarse con ella. No es porque esté aburrido de su relación. No puede ser; primero, porque acaban de estar juntos hace un par de meses. Y segundo, porque lleva queriendo estar con ella desde el primer momento en que la vio, hace seis años. Pero ella empezó a salir con su mejor amigo, así que Reign se echó atrás, asegurándose así años y años de tormentosos suspiros por su parte, y resulta que también por la de ella. La razón por la que Reign no quiere acostarse con Echo es porque la última vez que lo hicieron los pillaron. Los padres de Echo. De hecho, la madre de Echo la pilló casi desnuda haciéndolo en la habitación de su infancia. Quiero decir, Dios mío. Provocó mucho drama paterno, angustia y lágrimas. Es un milagro que hoy estén juntos y que sus padres se hayan calmado lo suficiente para que Echo salga con Reign. En quien aún no confían plenamente. Y desde que causó todos los problemas en su relación, Reign, equivocadamente, se ha encargado de probarse a sí mismo. A sus padres. Lo que significa que no hay sexo. Dice que es por poco tiempo. Hasta que sus padres empiecen a confiar en él y en esta nueva relación. Pero hombre, han pasado como dos meses. Y todo lo que han hecho es tomarse de la mano, besarse y eso es todo. Ni siquiera los lleva a la segunda base. Y escucha esto: las dos viven en Nueva York, donde van a la universidad. Echo está en su primer
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año y Reign en el último. Así que no es como si hubiera alguna posibilidad de que sus padres supieran siquiera que están teniendo sexo, y mucho menos de pillarlos in fraganti como aquella vez. Pero aun así, Reign no cederá. Por eso, como Echo está de visita este fin de semana, todos nos ofrecimos a ayudar. Jupiter trajo maquillaje. Yo traje ropa y zapatos. Callie trajo, o mejor dicho, horneó magdalenas y preparó batidos de caramelo; el mío y el de Jupiter llevan un poco de vodka, mientras que Callie bebe uno virgen porque está dando el pecho. Y Wyn, que también vive en Nueva York con su novio, trajo apoyo moral y su propio refresco light. Aunque la situación es grave, no podemos evitar reírnos un poco. Y el ceño de Echo se frunce, y apunta primero a Júpiter. —Las odio. —Luego, a todas nosotras—: Las odio a todas. —Luego, sólo a Wyn—: No puedo creer que tú también te rías. Eres la más amable de todas, Wyn. Ella tiene razón. Wyn es la más amable de nosotras. Es gentil y de voz suave y nunca se ríe de nadie. Es básicamente una santa. Wyn frunce los labios y murmura: —Lo siento. —Luego—: Y tienes razón, soy la más amable de todas. Así que cállense todas y pensemos cuál va a ser nuestro próximo movimiento. Entonces todas fruncimos los labios e intentamos volver a lo nuestro. Callie es la primera en responder, balanceando suavemente a Halo, que parece dormirse en sus brazos, aun jugando con el cabello de su mami. —Yo digo que te vistas así en tu próxima cita y luego hagas el movimiento. —Exacto —dice Jupiter—. Al final de la cita, dile que entre en tu dormitorio. —Pero él no quiere ir —dice Echo, con los hombros caídos—. Siempre me deja delante del edificio y se va. Ni siquiera cruza la puerta, y mucho menos sube a mi habitación del tercer piso. —Una pausa, y luego—: Bueno, primero insiste en que entre, y cuando entro, es cuando se larga. Como un terco guardaespaldas protector sin manos. —¿Qué tal si le dices que necesitas arreglar algo? —Wyn ofrece—. Como, en tu habitación. —Ya lo he intentado —dice Echo—. Le dije que no podía abrir este tarro de mantequilla de cacahuete y que necesitaba sus habilidades de fuerza superior. Me
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miró y me dijo que parara. Y cuando le pregunté que parara de qué, me dijo que de torturarme, y se largó. Ni siquiera esperó a que entrara y ni siquiera recibí mi beso de buenas noches. —Ella levanta las manos—. Así que básicamente lo estoy torturando tratando de seducirlo. —Bueno, no está equivocado —dice Jupiter. Echo entrecierra los ojos. —¿Qué? —En el sentido de que si tus intentos de seducción funcionaran, no habría tortura. Porque ambos se aliviarían. Pero como hasta ahora has fracasado, es una tortura. Echo se queda mirando a Jupiter un segundo antes de tirarle un trozo de galleta; ah, porque Callie también hizo galletas con chispas de chocolate. —Vaya, gracias por la explicación, Jupiter Jones. El trozo cae en su regazo y se lo mete en la boca, sonriendo. —De nada, Echo Adler. Están a punto de discutir un poco más cuando intervengo: —Creo que tengo un plan. —Todos los ojos de la sala se centran en mí y explico—: Necesitas algo mejor que la mantequilla de cacahuete. Algo más drástico que la mantequilla de cacahuete. —¿Cómo qué? —pregunta Echo. —¿Qué tal tus dotes interpretativas? —Eso le da una pausa, pero sigo—: No importa. Puede resistirse a que le pidas ayuda falsa para un tarro de mantequilla de cacahuete, pero no podrá resistirse a que le pidas ayuda a gritos en caso de angustia. Incluso si es una angustia falsa. Los hombres son así de raros. Especialmente los que están enamorados de ti. Así que la próxima vez en tu cita, te pones ese vestido, te maquillas y te pones mis tacones asesinos de Dior. Y al final, cuando él te deje, finges tropezar y finges tropezar mal. Y lloras un poco, ¿okey? Y no importa lo falso que sea, porque si te quiere, no hay forma de que pueda resistirse a tomarte en brazos y llevarte a tu dormitorio del tercer piso. Y en cuanto lo haga, cierras la puerta y saltas sobre él. Echo se queda sin palabras. Todas lo están, en realidad. Todas me miran con ojos muy abiertos, llenos de asombro. Entonces Callie dice:
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—¿Leíste eso en una de tus novelas románticas? Mi corazón se contrae ligeramente. —Sí. Jupiter se inclina hacia delante. —¿Cuál es? ¿Puedes prestarme una copia? —Claro —le digo, con el corazón aún más oprimido. —No, yo primero —dice Echo—, yo soy la que tiene una crisis en su vida amorosa. —Volviéndose hacia mí—. ¿Me lo prestas, por favor? —Ajá —intento sonar entusiasmada en vez de chillona y asustada—. Lo traeré mañana. Ella sonríe. —Sí. Gracias. En primer lugar, quiero decir que me encanta el apoyo que me dan estas chicas por el hecho de que lea novelas románticas. De hecho, me animan a leer historias de amor; incluso me compraron un montón de libros de bolsillo para Navidad y mi cumpleaños el año pasado. Algo que nunca hubiera soñado que pasaría, dado cómo crecí, y eso hace que las quiera mucho más. Pero el caso es que ya no leo novelas románticas. Hace un año que no las leo. En realidad, más de un año. Trece meses para ser exactos. No sólo no las he leído, sino que además no me gusta pensar en ellas ni hablar de ellas. Así que esta conversación me incomoda un poco. Aunque, por supuesto, no lo saben. Si se lo dijera, sé que se preocuparían y me echarían la bronca. Cosa que no quiero en absoluto porque no hay nada de qué preocuparse. Sólo me estoy tomando un descanso del romance. Una especie de ruptura permanente, pero sí. Por suerte, me alegro de que hayamos dejado atrás el tema de las novelas románticas, y ahora Callie dice: —Puedo dar fe de que Román pierde la calma cada vez que cree que estoy angustiada. Y siempre ha sido así. Desde el principio. Y no sabes cuántas veces se ha preocupado y ha despotricado de mí porque no me cuidaba... —De acuerdo. —Señalo con un dedo a Callie—. No. No lo hagas. No quiero oír hablar de Román y tú haciéndose cosas, ¿bien? Es mi hermano.
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Es decir, mi hermano mayor. Se llama Reed, pero Callie le llama por su propio nombre, Román. Y él llama a Callie por su nombre especial, Fae. Como un Hada. Y aunque estoy encantada de que mi hermano y mi primera mejor amiga se hayan casado y tengan una preciosa niña, no voy a quedarme aquí sentada escuchando sus sensuales aventuras. Una hermana tiene sus límites. A Callie le brillan los ojos. —Sólo decía que tu idea tiene mérito. —Cállate. —No creo que sean sólo los chicos enamorados los que hacen eso —dice entonces Wyn—. Creo que son los chicos enamorados de Bardstown los que hacen eso. Creo que aquí hay algo en el agua. Los chicos de Bardstown son súper posesivos y protectores. Puedo dar fe de eso también. Porque Conrad siempre ha sido... —Cállate —Callie va—. Si dices una palabra más sobre mi hermano... —¡Ja! —Vuelvo a apuñalar con el dedo a Callie—. Ahora lo entiendes. Entrecerramos los ojos, pero tengo razón. Ahora ya sabe lo que se siente, porque el novio de Wyn es el hermano mayor —mayor; Callie tiene cuatro hermanos mayores— de Callie, Conrad. Como yo, está encantada de que una de sus mejores amigas se haya liado con su hermano, pero una hermana tiene sus límites. Wyn lo entiende perfectamente, porque me mira y me guiña un ojo. De hecho, la única chica de nuestro grupo que no está casada es Júpiter. Bueno, aparte de mí. Pero sé de buena tinta que tiene los ojos puestos en otro de los hermanos de Callie, Shepard. Que por desgracia tiene novia. Ouch. Me gustaría poder ayudarla o al menos hablar con ella. Pero dado que no soy experta en estas cosas, amar y conseguir que el chico te corresponda, todavía no he abordado el tema con ella. En cualquier caso, después discutimos los detalles del plan y cómo Echo va a acorralar a Reign y hacerle ceder. Hay muchas risas, magdalenas y batidos de caramelo y aún más esperanzas de que el plan salga bien. En algún momento, las chicas se marchan y Callie deja a Halo en su moisés del dormitorio principal. Dice que aún tiene miedo de perder de vista a Halo y dejar que duerma en su cuna de niña grande en su propio dormitorio.
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Ayudo a Callie con la limpieza aunque ella insiste en que puede hacerlo. Pero es una mamá primeriza y por muy competente que sea en el trabajo, se nota que le ha pasado factura. Entonces, como un reloj, oigo el crujido de los neumáticos y un coche que se detiene. Ya sé que es un Mustang blanco y que los pasos que salen del coche y suben las escaleras hasta el porche pertenecen a mi hermano mayor. La alegría que se dibuja en la cara de mi mejor amiga es algo hermoso. Está al mismo nivel que cuando Halo le sonríe y ella le devuelve la sonrisa. Pero no se mueve de su sitio junto al fregadero para ir a saludarle. Porque, de nuevo como un reloj, en cuanto abre la puerta principal, se oye un grito agudo y angustiado procedente del dormitorio. Y mi hermano, el nuevo papá, corre a rescatarla. Es así cada vez que vuelve del trabajo. Halo, sin falta, se despierta de la siesta y arma un alboroto hasta que su papá la calma. Y siempre se me hace un nudo en la garganta. Exactamente como cuando veo a Halo y Callie alcanzar a la otra. Me hace añorar cosas. Cosas que hace tiempo que enterré. Mi sueño de toda la vida de una familia, el amor. Un bebé. Mis pensamientos se interrumpen cuando Reed entra por fin en la cocina con Halo en brazos. Y mira a ese pequeño manojo de alegría/terror, parece tan contenta con su cabecita morena sobre los hombros de su papá, chupando el puño, con los ojos caídos y las mejillas sonrojadas. Mientras que hace unos momentos, estaba derrumbando toda la casa. Lo único que necesitaba era la atención de mi hermano porque es la princesita de papá. —Sabes que eres un completo pusilánime con ella, ¿verdad? —le digo a mi hermano. Me mira. —Hola a ti también, Pest. Le saco la lengua por llamarme con el peor apodo de la historia. Y le doy la espalda obedientemente cuando Callie se acerca a él, para darles un poco de intimidad. Me entretengo con mi trabajo hasta que oigo una bofetada y el siseo de Reed. Seguido de un: —¿Qué carajos? Me giro y veo a Callie mirando a mi hermano.
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—No maldigas, Román. Se mira la mano con la que creo que Callie le ha dado un manotazo. Luego: —Está dormida. —Todavía. —Menea la cabeza—. Los bebés pueden oírlo todo. ¿Y si se instala en su subconsciente y esa es su primera palabra? Se burla. —Su primera palabra va a ser pa-pa. —Oh, lo sabes, ¿verdad? —Joder, sí. Callie exhala bruscamente y Reed sonríe satisfecho. En realidad él también hace otra cosa. O más bien sus ojos hacen otra cosa de la que una hermana no debería ser testigo, así que me vuelvo una vez más y me concentro en mis platos. Mientras tanto, las discusiones continúan detrás de mí. —¿Qué? —pregunta Reed, algo cabreado. —Te dije que estas no son para ti —dice Callie. —No me importa —dice—. Estas galletas son mías porque tú eres mía. —Ni siquiera te gustan las galletas de avena con pasas. —Sí, porque son galletas de mierda. Otro sonido de bofetadas. Luego: —Entonces, ¿para qué las quieres? —Porque tú las hiciste. —Román. —Puedo imaginar a Callie negando con la cabeza—. No. Sólo las quieres porque las hice para Ledger. —Sí, ¿y por qué se beneficia él de las habilidades reposteras de mi mujer? Eres mía y todo lo que horneas me pertenece. —Sabes, realmente necesitas encontrar una manera de llevarte bien con Ledger. Él es mi hermano y tú eres mi esposo, ¿de acuerdo? Estamos casados. Así que es parte de nuestra familia. Toda esta rivalidad de instituto se está volviendo muy vieja y... Oh, ¿no he mencionado que antes de que mi mejor amiga fuera mi cuñada, Calliope Jackson, fue Calliope Thorne?
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Como uno de los infames hermanos Thorne. La hermanita a la que todos los hermanos Thorne cuidaron y criaron. Y de quien mi hermano se enamoró. Para consternación de todos. Especialmente la suya. El rival de mi hermano. Cuyo nombre acaba de mencionar mi mejor amiga y fue tan chocante, tan inesperado, que la ignoré. También me agarré enseguida al borde del lavabo, que sigo agarrando ahora. Pero me doy la vuelta bruscamente y suelto: —Me voy. Reed frunce el ceño. —¿Qué? —Los platos están hechos —le digo a Callie. Luego, a mi hermano—: Lo que significa que me voy. —¿Por qué? —Está confundido—. Puedes quedarte aquí. Que es lo que normalmente haría en lugar de volver a mi apartamento. Pero no esta noche. Me limpio las manos con el paño de cocina. —Sí, no. No es tan tarde y no estoy tan cansada. Puedo hacer el viaje. No es necesariamente mentira. Pero no es toda la verdad, ni la verdadera razón por la que quiero irme. Pero antes de que puedan discutir un poco más, me despido rápidamente de los dos, beso a Halo en la frente y salgo prácticamente corriendo de allí. Me meto en el coche y salgo corriendo. Probablemente tendré que explicarles mi repentina marcha más tarde, pero por ahora no pasa nada. Sé que estoy actuando como una lunática. Ya lo sé. Y ni siquiera hay una buena razón para ello. Así que sí, mi mejor amiga de la vida pronunció el nombre del chico del que una vez estuve enamorada. ¿Por qué no iba a hacerlo?
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Es su hermana pequeña. Por supuesto que diría su nombre, lo mencionaba en las conversaciones, nos mantenía a todas —incluida yo— al tanto de las cosas que pasaban en su vida. Por ejemplo, que ahora es jugador profesional de fútbol y vive en Nueva York, o lo bien que lo está haciendo. A ella, como a mí, le interesa muy poco el fútbol, pero como es una buena hermana, siempre habla de sus logros con orgullo. Así que no es nuevo para mí oír mencionar su nombre. Eso es lo primero. Lo segundo es que siempre que lo oigo, su nombre, me parece bien. Sí, me sobresalto un poco, pero no es para tanto. Más que nada porque ya lo superé. Sí. Estoy completa e irrevocablemente por encima de ese imbécil. Hace tres años, me mostró su verdadera cara. Me mostró quién era y me prometí que lo superaría, ¿no? Y lo hice. Seguí adelante. Lo superé. Fin de la historia. Así que de nuevo, estoy actuando como una lunática. Mi teléfono suena con un mensaje de texto, irrumpiendo en mis pensamientos. Papá: ¿Dónde estás? Papá: Te necesito en la casa. Joder. Joder, joder, joder. ¿Qué probabilidades hay de que lo ignore y él se lo tome a bien? Probablemente cero, ¿verdad? Golpeo el volante con los dedos, reflexionando. También me pregunto de qué podría tratarse. Pero luego creo que ya lo sé. Quiero decir, ¿de qué otra cosa podría tratarse, aparte de mi próxima boda? Oh otra vez, ¿no lo mencioné? Me voy a casar. Sí, lo haré. Tengo un prometido. Aún no hemos fijado una fecha. Sobre todo porque viaja mucho por trabajo, así que su horario es un poco impredecible. Pero va a suceder el próximo verano. Lo que demuestra que mi comportamiento de esta noche fue más que ridículo. Porque
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mírame, pronto seré una mujer casada y no podría estar más emocionada de lo que estoy. Ojalá no quisiera estrangularme cada vez que pienso en mis inminentes nupcias.
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CAPÍTULO CINCO
L
lamo a la puerta del estudio de mi padre como una buena hijita.
Algo que nunca pensé eso de mí misma. No porque al crecer me propusiera ser mala y hacerle la vida imposible a mi padre o algo así. Sino porque casi nunca estaba en su radar. Si no lo supiera, diría que nunca se dio cuenta de que tenía una hija. Sólo un hijo. Pero fue algo bueno, créeme. Ahora que estoy en su radar, no me deja en paz. Aun así, tarda al menos un par de minutos en responder a mi llamado. E incluso entonces no es él, sino su secretaria. Con el cabello revuelto y el labial corrido y una falda que no deja de bajarse mientras me mira con una sonrisa tímida. —Buenas noches, señorita Jackson —dice con voz alegre—. Lo siento, hemos estado ocupados firmando unos papeles. Es mentira. Aunque no pudiera sumar dos más dos —con dos más dos me refiero a la tardanza en abrir la puerta y a sus evidentes intentos de recomponerse—, no hay ningún expediente en su mano que sugiera que se trataba en modo alguno de una reunión para firmar papeles. Pero aun así, le sonrío como sonrío a todas las secretarias de mi padre. —No pasa nada. Estoy acostumbrada a que mi padre firme muchos papeles. Se ríe. —Es un hombre brillante, ¿verdad? No sé cómo sigo sonriendo, pero lo hago. —Sí. Muy brillante. —Bueno, entonces los dejo a los dos. —Eh, sólo... puedes llamarme Tempest —le digo mientras pasa a mi lado—. No hace falta ser tan formal. —De acuerdo. —Luego sonríe—. Además no vas a ser la señorita Jackson mucho más tiempo de todos modos, ¿verdad? Tu padre me contó lo de tu compromiso. Felicidades.
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Sigo sonriendo. —Gracias. Por fin se ha ido y entro en la habitación. Se me borra la sonrisa al ver a mi padre sentado en su sillón, con los ojos fijos en el teléfono. No se ha molestado en arreglarse como su secretaria. Tiene el cabello oscuro, muy parecido al mío y al de mi hermano, despeinado y la corbata torcida. No quiero ni saber qué pasa con el resto de su atuendo, así que menos mal que está sentado detrás de un gran escritorio de caoba. Cierro la puerta detrás de mí y él levanta la vista. Su rostro se divide en una sonrisa que calificaría de atractiva si no fuera tan... sórdido y malvado. Antes de que pueda decir nada, le pregunto: —¿Es nueva? Deja el teléfono a un lado. —Sí. A tiempo parcial mientras va a la escuela. Pero creo que puede ser material de tiempo completo. Vaya. —¿Cuántos años tiene? —cuestiono. —Tempest, sabes que es de mala educación preguntarle la edad a una chica. —No si no es legal —replico—. ¿Lo es? Legal. Su sonrisa sigue en su sitio. —¿Por qué, tienes miedo de que tu viejo vaya a la cárcel, nena? Que asco. De hecho, creo que vomité un poco en la boca. Su apodo para mí tiene que ser la cosa más ofensiva y sórdida jamás vista. No porque sea sórdido de por sí, sino porque él lo dice. Y lo odio. Prefiero que me llamen por mi trágico nombre. —Bueno —enarco las cejas—, si supiera que hay un solo policía en esta ciudad que te arrestaría, créeme que estaría aporreando su puerta en este mismo instante. Al oír esto, su sonrisa cae, no del todo, pero aun así, y su verdadero rostro se muestra. Que es básicamente ojos grises duros y rasgos apretados disgustados. —Yo tendría mucho cuidado con lo que digo a continuación —dice—. A nadie le gustan los listillos. Especialmente cuando viene de una niñita enclenque.
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Ah, la misoginia. ¿No es maravillosa? —Qué puedo decir —sigo—, soy tu hija. Lo aprendí de ti. —Que es la única razón por la que aún no te he puesto en tu lugar —dice, su voz prometiendo retribución—. Y sabes que puedo hacerlo, ¿verdad? Todavía de pie junto a la puerta, aprieto los dientes. Porque sí, sé que puede ponerme en mi lugar cuando quiera. Y no lo hará haciéndome daño, de por sí. Pero haciendo daño a la gente que me importa. O mejor dicho, mi hermano. —¿Qué quieres? —pregunto de mala gana. Sabiendo que me ha puesto en mi sitio, sonríe de nuevo y vuelve a sentarse en su asquerosa silla. —Sólo quería ver qué ha estado haciendo mi hija que pronto se casará. —Sabes, este es el clásico ejemplo de 'esta reunión podría haber sido un correo electrónico' —le digo, incapaz de evitar que el sarcasmo se cuele en mi voz—. Siempre puedes mandarme un mensaje y preguntar. —¿Y privarme del placer de verte? —Es curioso que te privaras del placer durante los últimos diecinueve años — digo—, hasta que te fui útil. Junta los dedos, observándome. —Me alegro de que lo recuerdes. Que me eres útil. Seguro que también recuerdas lo útil que eres para tu hermano, ¿verdad? Lo miro durante unos segundos. Miro su rostro despiadado, sus ojos calculadores. Mientras crecía, había momentos en los que lloraba a Reed por qué papá nunca se fijaba en mí. Le preguntaba qué me pasaba. Por qué nuestro padre no se preocupaba por mí. De hecho, solía ponerme celosa de mi hermano porque mi padre siempre le daba atención. Siempre vigilaba lo que hacía mi hermano. Sólo más tarde, cuando crecí, comprendí que el dedo de nuestro padre era en realidad su pulgar. Mantenía a mi hermano bajo su pulgar. Le obligaba a hacer cosas que en realidad no quería hacer. Y Reed las hacía por mí.
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Para mantenerme a salvo. Para mantenerme fuera de peligro. Durante toda nuestra infancia, me protegió de la ira de nuestro padre. Y sinceramente no sé qué habría hecho sin él. Es el mejor hermano del mundo. Y sí, sé lo útil que le soy ahora. Cómo soy la única persona que se interpone entre él y nuestro padre. —Sí que me acuerdo, padre —digo, con el corazón latiéndome furiosamente en el pecho—. No podría importarme menos serte útil. De hecho, si por mí fuera te dejaría pudrirte, y lo digo de todo corazón. Pero sí me importa mi hermano. Me importa lo que le pase. Que es la única razón por la que estoy haciendo esto. La única razón por la que he aceptado tu plan deshonesto. Me observa durante unos segundos antes de reírse entre dientes. —Bueno, no puedo decir que no aprecie tu sinceridad. Gracias al gran Señor entonces que tengas un hermano, o estaría jodido, ¿no? Le lanzo una sonrisa fingida. —Sí, lo estarías. Se ríe de nuevo. Luego: —Bueno, la razón por la que quería verte es que he concertado una reunión entre Ezra y tú con su secretaria. Mañana para cenar a las seis. —¿Qué, por qué? —Porque estás comprometida —dice con lo que yo considero su voz de obvio— . Y por maravilloso que sea, comprometida no es casada. Comprometida no es ni de cerca lo que necesitamos. Así que te reunirás con él; sacarás a relucir el encanto Jackson que seguro que tienes en algún lugar profundo y me conseguirás una fecha de boda, una fecha de boda anticipada, antes de que se vaya de la ciudad por negocios la semana que viene. Así podré quitarme a estos cabrones de encima. Aprieto los dedos a los lados. —Te refieres a esos cobradores de deudas. Mi padre me mira con los ojos entrecerrados. —¿Por qué no dejas los detalles para los mayores y te centras en estar guapa? Yo puedo ocuparme del tema del dinero. Las uñas se me clavan en la piel.
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—¿Pero no son los adultos los que nos metieron en problemas en primer lugar, papá? Así que tuviste que venir a mí, una chica tonta y enclenque que sólo sirve para parecer guapa, para que te librara de tus deudas de juego. Sí, eso es exactamente lo que ha pasado. Aparentemente mi padre, además de tirarse a chicas apenas legales, también es jugador compulsivo. Algo que nunca supe. Concedido que nunca supe muchas cosas sobre mi padre, pero de todas maneras. Y aún más aparentemente, se ha estado endeudando durante años. Así que ahora el agujero es tan profundo que necesita ayuda para salir. Entro yo, su joven hija a la que puede casar con una familia rica —los Vandekamps— para asociarse con ellos y robarles todo el dinero que tanto le ha costado ganar vendiéndoles su empresa, que está en quiebra en secreto. Ah, y como los Vandekamps han expresado su deseo de anunciar la adquisición de Jackson Enterprises el día de la boda, algo así como una doble celebración, mi padre se muere por una fecha para la boda. Una fecha adelantada porque esos cobradores de deudas le están respirando en la nuca. Al parecer, es necesario mencionar que son rusos y por lo que de alguna manera que los hace aún más peligroso. En cualquier caso, no creo que sea la primera vez que lo hace. Robar dinero, quiero decir. Aunque no puedo probarlo, creo que el negocio de mi padre —es un magnate inmobiliario; no tan grande como el de los Vandekamp, pero aun así— no es del todo legal. Creo que ha estado involucrado en un montón de acciones turbias y criminales a lo largo de los años. Pero como es más rico que el pecado —sólo en teoría por ahora— tiene a todos los policías y jueces y abogados y a toda la gente importante en el bolsillo. Bueno, excepto estos cobradores de deudas rusos. Pero no puedo decírselo a nadie, ¿verdad? Le estoy ayudando a engañar a una familia perfectamente inocente. Sí, lo estoy haciendo bajo coacción. Porque mi padre ha prometido vengarse de mi hermano si no lo hago. Y sé que cumplirá su amenaza. Sé que destruirá el nuevo negocio de mi hermano, un taller de coches antiguos llamado Auto Alpha, y que hará daño a su nueva familia, su nuera y su nieta. pase.
Y después de todo lo que mi hermano ha hecho por mí, no puedo dejar que eso Nunca.
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Pero sigo siendo cómplice. Sigo siendo mala gente como mi padre. Y Dios, lo odio. Odio a mi padre por obligarme a hacer esto. —Te gusta abrir la puta boca, ¿verdad? —dice mi padre en voz baja, amenazador—. Te pediría que te abstuvieras, pero creo que me gusta. Me gusta que intentes ser un ratoncito valiente. Porque así podré enseñarte de verdad lo que le tengo preparado a tu hermano. Por dejarme a mí y al negocio familiar. A pesar de mi rabia, el miedo me apuñala el pecho. Lo sabía. Sabía que mi padre ha estado buscando una razón para herir a Reed desde que consiguió distanciarse de nuestro padre. Cuando dije que Reed se interpuso entre mi padre y yo, lo decía en serio. Hizo todo lo que nuestro padre le exigió, incluso trabajar en la empresa de nuestro padre aunque lo odiara. Y durante años, fue miserable. Hasta que encontró la forma de separarse de todo y hacer lo que realmente quería. Y no puedo ser la razón de que todo lo que ha construido para sí mismo en los últimos meses se destruya. O lo que es peor, lo vuelva a arrastrar. Así que, por mucho que quiera abofetear a mi propio padre, le digo: —Te dije que lo haría, ¿no? Lo estoy haciendo. Estoy jodidamente comprometida con el hombre que quieres y te conseguiré la fecha de la boda. Así que te agradecería que dejaras de amenazarme cada dos segundos. Sus labios dibujan una sonrisa fría. —Tú no, pequeña, tu hermano. Nunca te haría daño. Respiro hondo. —¿Hay algo más? Meneando lentamente la cabeza, dice: —Ahora mismo, no. —Luego—. Y no llegues tarde mañana. No querrás hacerlo esperar. Libre por fin, salgo de su despacho pero, por desgracia, me encuentro con otro tipo de monstruo. Mi madre. Mientras que mi padre siempre me ignoró durante mi infancia, mi madre ignoraba mi existencia y parecía molesta de que quisiera pasar tiempo con ella. Me
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miraba como si fuera un estorbo, siguiéndola a todas partes, cuando ella tenía muchas cosas mejores que hacer, como fiestas, ir de compras, follar con otros, etcétera. Así que empecé a probar su maquillaje y sus zapatos, copiando su forma de vestir para que pensara que nos parecíamos. Nunca pasó, pero sí, lo intenté mucho con ella. —Tempest, cariño —me dice cuando me ve. —Hola, mamá. Se está arreglando las cejas después de lo que parece una sesión de yoga; va vestida con su ropa deportiva que sirve sobre todo para lucir sus curvas aún firmes y hay un instructor de yoga muy sexy detrás de ella. Le sonríe coquetamente —lo que me deja entrever qué contorsiones ha estado haciendo— y le hace un gesto con la mano para que se aleje mientras se acerca a mí. El tipo me echa un vistazo y, por segunda vez esta noche, vomito un poco en la boca. Quizá hubo un tiempo en que mi madre amaba a mi padre. Pero años de su traición han convertido a mi madre en una mujer sin sentimientos y endurecida que encuentra alegría en las cosas materialistas. —Te abrazaría, pero estoy toda sudada —dice, con su cabello rubio y sus ojos azules brillando bajo la lámpara de araña. —No pasa nada. Estoy bien. Me mira durante unos segundos, con una sonrisa en la cara. —Mira cómo has crecido. —Luego, estirando la mano para tocarme el cabello—. Aunque sigo diciéndote que te pongas rubia. Este color oscuro a veces te hace parecer un cadáver. Sigo sonriendo y le quito amablemente la mano del cabello. —Gracias, mamá. Lo pensaré. Suspira. —Pero no importa. No tiene importancia. —¿Sabes qué? Creo que voy a... —Quería hablarte del almuerzo que todos planean para la semana que viene —me dice, cortándome. —¿Qué almuerzo? —En el club —aclara, sus ojos ahora puestos en mi vestido de punto granate oscuro, perfecto para el otoño—. En tu honor. —Sí, no...
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—Todo el mundo está muy emocionado por tu compromiso —dice—. Nadie pensó nunca que pasaría, ¿sabes? Yo nunca pensé que pasaría. Con tus estúpidos libros y tus locas ideas. Pensé que serías una de esas solteronas mayores que todo el mundo manda a vivir a Francia o Italia. Pero mírate ahora, pronto serás una novia. Va a ser maravilloso. Sí, seguro que será maravilloso. Pero sólo para mi madre y todas esas mujeres que quieren desearme lo mejor. Porque les dará la oportunidad de regodearse. Una oportunidad para decir, te lo dijimos. Porque lo hicieron. Toda mi vida. Me dijeron que mis novelas románticas eran una mierda. Que estaba loca por creer en algo como el amor. En algo como la familia. Que estaba aún más loca por quererlo, por desearlo. En vez de desear cosas mejores, cosas prácticas como dinero o joyas o vacaciones y fiestas. Y yo les ponía los ojos en blanco. Las menospreciaba. Les decía que yo no era como ellas. Que quería algo real en mi vida. No quería acabar como ellas, jodiendo a sus cónyuges a sus espaldas, descuidándose el uno al otro, descuidando a sus hijos. Les decía que eran ellas las que estaban locos, no yo. Y que un día, escaparía de esta existencia sin sentido. Pero ahora no lo haré, ¿verdad? No sólo porque me voy a casar pronto —con alguien de mi mundo—, sino también porque tenían razón. Toda esa gente que me llamó loca. El amor no existe. No existe tal cosa como escapar de la existencia en la que nací. No al menos para mí. Por eso estoy tan orgullosa y emocionada de que mi hermano haya salido de esta. Que tenga todo lo que yo deseaba para mí y también para él. Una familia cariñosa, y por eso tengo que protegerla con todo lo que soy. Aunque diré que desde que me comprometí, he estado pensando en un aspecto de mi sueño. Mira, es un hecho que nunca voy a tener el tipo de amor o familia que quiero. Pero eso no significa que no pueda tener algo que amar y apreciar. Un bebé. ¿Verdad? Todavía puedo tener eso.
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O al menos eso es lo que pienso. Hasta el momento en que empiezo a ver a un bebé de cabello oscuro ondulado y ojos oscuros, parecido a alguien en quien no quiero pensar. Pero de todos modos, eso no significa que quiera estar presente en el regodeo. —Sabes qué, mamá, creo que voy a tener que revisar mi horario para la próxima semana. Pero te lo haré saber, ¿de acuerdo? Antes de que pueda decir nada, salgo de allí. Me escapo como me escapé de casa de mi hermano. Pero en lugar de volver a mi apartamento en la ciudad —alquilado con el fideicomiso de mi abuelo y que mi padre no puede tocar para que no tenga que vivir en este infierno de mansión—, voy a un bar llamado El Bardo Cachondo porque no me apetece estar sola ahora mismo. Es un sórdido bar deportivo con luces rojas de neón muy horteras que cubren cada centímetro del local. Hay una música muy fuerte y un montón de maldiciones e insultos en las pantallas de televisión en las que se ve un partido de fútbol. Ugh. Fútbol. Nunca me gustó ese deporte, nunca, y lo odio aún más ahora. Pero estoy aquí porque el alcohol es bueno y me dejan entrar con una identificación falso. Como hacen con todos los demás clientes menores de edad, universitarios o estudiantes de secundaria. Tomo asiento en la barra, evito con cuidado tocar el mostrador de aspecto sospechoso y pido un cosmo. Y como no quiero mirar las pantallas de televisión como todos los demás fanáticos del fútbol que hay aquí, decido mirar a mi alrededor. Lo cual transcurre sin incidentes durante unos segundos hasta que tengo que parar. Bruscamente. Más que nada porque por segunda vez esta noche, siento que me han sacado de mi cuerpo. He sido cruelmente expulsada, empujada, alejada de mi propio yo. Y esta vez, es aún más contundente que antes. Es aún más violento que cuando oí pronunciar su nombre en voz alta. Probablemente porque esta vez, no es sólo su nombre. Es él. Ahí. En carne y hueso.
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¿Qué demonios está haciendo aquí? Quiero decir sí, está en la ciudad ahora mismo aparentemente. Como demuestra que Callie le haya hecho sus galletas de avena y pasas favoritas. ¿Pero por qué demonios nos estamos encontrando? Mierda. Mierda. Mierda. Pero ése ni siquiera es el gran problema. El gran problema es que está aquí y no está solo. Tiene compañía. De la variedad femenina, por supuesto. Y como siempre, es exactamente su tipo: delgada como un palo, rubia y alta. Y por supuesto, ella lo está tocando. También se ha inclinado sobre él, de modo que su cabello rubio hasta los hombros le roza el antebrazo izquierdo, que está apoyado en la mesa del bar. Él está sentado con una botella de cerveza, los codos apoyados en la mesa y los anchos hombros aún más anchos porque está inclinado hacia delante. Es una postura familiar. Ya lo he visto cientos de veces. Y cada vez que lo veo, no puedo evitar pensar que esta pose desenfadada no le favorece. En el sentido de que no puede ocultar la intensidad apenas contenida que hay en él. La fuerza y el poder que encierra su musculoso cuerpo. La energía acalorada, el peligro eléctrico que corre justo bajo la superficie de su piel bronceada. Hace tres años, cuando lo vi por primera vez, pensé que era el tipo más intenso que había visto nunca. Y tres años después, nada ha cambiado. Sigue siendo el tipo más intenso que he visto. Una fuerza de la naturaleza. Una tormenta feroz. El Furioso Thorn. él.
Así que quizá no pueda culparla a ella, la chica que parece tan enamorada de
No hay nada más bello que el Furioso Thorn, descansando todo despreocupada pero no realmente, y su cabello. Los mechones oscuros, gruesos y rebeldes de su cabello. Su cabello loco.
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Que esta noche se ve aún más grueso y ondulado y más loco. Y más largo de lo que suele mantener. Ella está casi allí también, sus dedos se extienden, casi tocando los mechones ondulados caídos sobre su frente. Y a pesar de no culparla en absoluto por sus acciones, agarro el vaso de cosmo tan fuerte que temo romperlo. Pero el vaso se salva en el último segundo cuando la mano de él se levanta y sus largos dedos se enroscan en la esbelta muñeca de ella, deteniéndola en el proceso. —Oh, gracias a Dios —susurro, aflojando mi agarre del vaso. Tan irracional como acaba de ser mi respuesta, la di demasiado rápido. Porque en cuanto dije esas palabras, es como si me hubiera oído. Es como si supiera que estoy aquí sentada, observándola. Así que me devuelve la mirada. Aparta a la chica y su mirada gira hacia mí. A través del espacio abarrotado y teñido de rojo. Y joder, me agacho. Como hice hace tantos años. La noche que me pilló acosándolo. Bueno, él ya lo sabía. Así que digamos que fue la noche que me obligó a salir de mi escondite. La única diferencia es que aquella noche me cubrí detrás de un arbusto, mientras que esta noche es un tipo fornido que está tan absorto en el juego que no se da cuenta de que lo estoy utilizando para esconderme. Como una acosadora. Lo cual, me gustaría señalar, no soy. Esta noche no soy una acosadora. Pero después de lo agotada que he estado, tanto por mi viaje a casa de Callie como por lo de mis padres, no necesito una confrontación ahora mismo. No puedo soportarlo. Así que agacharme, esconderme y salir corriendo del bar es mi único recurso. Rápidamente, camino por la acera agrietada y vacía, con el tintineo de mis tacones, para llegar a mi coche en el aparcamiento adyacente al bar. Pero en cuanto llego a mi coche, descubro que en realidad no puedo alcanzarlo. Porque hay dos tipos apoyados en él.
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Están charlando y riendo, completamente ajenos al hecho de que este no es su vehículo. Respirando hondo, digo: —Hola, chicos. Ambos se detienen en mitad de la conversación y dirigen su atención hacia mí. Sus ojos recorren mi cuerpo de arriba abajo y les gusta lo que ven, porque ambos se apartan de mi coche como si estuvieran alerta y sus labios esbozan pequeñas sonrisas, también tontas y borrachas. —Hola —dice uno de ellos, o más bien balbucea. —¿Necesitas que te eche una mano con algo? —pregunta el segundo, o, de nuevo, balbucea como su amigo. —Porque nos encantaría echarte una mano —dice el primero, sin esperar mi respuesta. —Sí. Nuestras manos son muy capaces —añade el segundo. —Especialmente para una chica guapa como tú —remata el primero. Y entonces ambos se ríen. Como si hubieran soltado el chiste más gracioso del siglo o algo así. Dios, por favor, no necesito esto ahora. Aun así, pego una sonrisa paciente en mis labios. —Eso es... genial. Porque necesito que me echen una mano con algo. —Los ojos de ambos se abren de par en par y brillan, pero antes de que puedan empezar otra andanada de chistes poco convincentes, continúo—: Me encantaría que se alejaran de ese vehículo. Porque ese es mi coche y necesito salir de aquí. Ambos parpadean lentamente, como si estuvieran confusos, y luego, juntos, se giran y miran al coche que tienen detrás. Es asombroso cómo sus movimientos están perfectamente sincronizados. Entonces el primero dice: —¿Este es tu coche? —Sí. —Nos estás jodiendo. —No. Aunque ahora estoy un poco enfadada, no puedo evitar sentir una pizca de orgullo ante el asombro de su voz. Mi coche tiende a hacer eso. Es un Chevy Corvette
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de 1967 y es el coche más bonito jamás fabricado. Y no sólo porque esté pintado de rojo cereza. Lo tengo desde hace un año; me lo regaló mi hermano por mi decimoctavo cumpleaños. Lo restauró él mismo en su increíble garaje. —Y quieres que nos alejemos de él —continúa, irrumpiendo en mis agradables pensamientos. Bueno, ahora vuelven a molestarme. Suspirando, respondo: —Sí. —Para que puedas salir de aquí. —Eso es más o menos lo esencial, sí. Vuelve a abrir la boca, pero el segundo se le adelanta y dice: —¿Qué tal si nos vamos todos de aquí? Mi mirada se dirige hacia él. —¿Perdona? Se encoge de hombros, y por alguna razón no parece tan borracho como hace unos momentos. —Quieres salir de aquí. Resulta que nosotros también queremos salir de aquí. Y tú tienes un coche estupendo. ¿Qué tal si todos nos deslizamos en él y vemos a dónde nos lleva? joven.
—Joder, sí —dice el primero, saltando a bordo rápidamente—. La noche aún es El segundo da un paso adelante. —Y podemos divertirnos, tú y nosotros. Bien. Debería haberlo sabido.
Aunque según ellos la noche es joven, todavía es tarde. Y el aparcamiento está vacío salvo por nosotras tres y, por alguna razón, los chicos creen que eso les da licencia para ser prepotentes. —¿Qué clase de diversión? —pregunto. El segundo tipo —creo que es el más atrevido de los dos— responde: —De los que tienen un final feliz. —Luego vuelve a inclinarse hacia delante—. Para todos nosotros.
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Aunque no me gusta el hecho de que en los últimos segundos este tipo de aspecto sórdido y aspecto de borracho haya ganado varios centímetros entre nosotros, sigo manteniéndome firme. Sigo erguida sobre mis tacones y le miro a los ojos mientras le digo: —No soy de las que tienen un final feliz. —Ahora estás con nosotros —dice—, te lo daremos. Miro su cuerpo balanceándose arriba y abajo. —¿Seguro que te apetece? —Más que nada. —Porque por la forma en que te meneas y arrastras las palabras, no creo que tengas fuerzas para darte un final feliz, y mucho menos a mí y a tu amigo de ahí. Se queda inmóvil durante varios segundos junto con su amigo. En realidad, su amigo está quieto, excepto que está parpadeando muy rápido. Entonces. —Qué dem... Él no... No hay un puto final feliz para mí. —Eso es lo que me temo —asiento con un mohín fingido. Sacude la cabeza. —No hay un puto final feliz entre nosotros. No hay nada... —Vuelve a sacudir la cabeza, asqueado—. No hay nada entre nosotros. Así no. Levanto las palmas de las manos. —Oye, aquí no se juzga a nadie, hombre. El amor es el amor. El primer tipo balbucea un poco más, incapaz de formar ninguna palabra coherente. Pero el segundo sale de su estupor y avanza hacia mí, agarrando una de mis muñecas levantadas. —Te crees muy lista, ¿verdad? El corazón me salta a la garganta de miedo, pero aun así, aguanto. Retuerzo mi mano en su agarre. —Suéltame. Se burla. —Aunque ahora no tanto. —Me agarra con más fuerza y me mira aún más a la cara—. ¿Verdad? —Escucha...
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Me detengo porque siento que el aire cambia a mi alrededor. Siento que se vuelve pesado, caliente y estático. Eléctrico. Oh, no. No, no, no. Maldita sea. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué... —Ella es mía. Qué, no. Por supuesto que no. ¿Por qué diría eso? ¿Por qué diría exactamente las mismas palabras que dijo hace tres años? ¿Por qué estamos en una situación similar a la de hace tres años? ¿Por qué? Tan enfadada e irritada como estoy ahora mismo, sus gruñidos hacen el trabajo. Y los chicos que tengo delante se estremecen como si una furiosa tormenta acabara de cruzar el cielo. Lo he visto varias veces a lo largo de los años. Cómo la gente se estremece y tiembla en cuanto le ve. Cómo cuando los mira fijamente —porque de alguna manera siempre es el tipo más alto de Bardstown— se acobardan y se encogen sobre sí mismos. Y como una tonta, su ira, su reputación, su aura peligrosa me hicieron sentir segura. Como si nada pudiera tocarme mientras él esté cerca. Pero ya no soy tonta. Ya no encuentro atractivo su poder, su autoridad. Ya no. Incluso cuando el tipo que me sujetaba por la muñeca no sólo me suelta, sino que se echa hacia atrás y su columna vertebral golpea mi Chevy. Y su amigo, que también está acobardado, se aleja de él. Como si no quisiera que le asociaran con el tipo que va por ahí agarrando las muñecas de las chicas. —T-Tú eres el Furioso Thorn —dice tartamudeando. El segundo simplemente parpadea y traga saliva.
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—Somos grandes f-fanáticos —continúa—. Aunque apesta lo que pasó... Entonces viene otro gruñido de detrás de mí. —Largo. Y lo hacen. Como si estuvieran esperando su orden. Y luego estamos solos, él y yo. Exactamente lo que no quería que pasara.
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CAPÍTULO SEIS
E
stá detrás de mí. Todavía.
Esos tipos se han ido hace siglos. Bueno, probablemente por diez segundos más o menos, pero él todavía está de pie detrás de mí. Sin hacer ningún movimiento. Sin decir una palabra. Puedo oír su respiración. Oigo lo fuerte que es. Cómo me rozan la nuca, los hombros y la parte superior de la espalda, despertando la piel de gallina incluso a través del vestido. Cómo terminan en un gruñido bajo como el de un animal. Un animal salvaje y furioso. Yo también estoy furiosa. Sobre muchas cosas. Sobre el hecho de que me llamara suya cuando claramente no lo soy. Sobre el hecho de que vino a rescatarme cuando yo estaba totalmente manejando todo. Y que me siguió hasta el estacionamiento cuando yo no quería ninguna confrontación con él esta noche. Cuando sólo quería irme a casa en paz. Maldito imbécil. Pero sabes qué, no voy a ceder ante él. No voy a darle la satisfacción de irritarme. Él ha hecho eso en el pasado; me irritó, es decir. Porque como he dicho antes, es el hermano de mi mejor amiga. No es raro que ella me hable de él. Tampoco es raro que nos encontremos de vez en cuando, más o menos una vez cada pocos meses. Y cada vez que hemos tenido encuentros familiares, siempre ha acabado mal. Con él provocándome, mostrándose confiado y arrogante, y yo siguiéndole el juego —aunque lo haya superado— y arrepintiéndome después. Pero no voy a hacerlo más. Porque esta noche me he dado cuenta de algo. Me he dado cuenta de que Callie tenía razón; ahora es de la familia. Es el hermano de mi cuñada y vamos a vernos, a oír nuestros nombres todo el tiempo. No puedo dejar que me afecte así.
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Así que me pongo las manos a los lados y respiro hondo, muy hondo. Antes de darme la vuelta y pegar una sonrisa en mi cara. —Hola —digo alegremente—. Me alegro de verte por aquí. No espero que diga, sí, cómo estás. O mucho tiempo sin vernos. ¿Estás bien? Ya sé que los idiotas como él no tienen modales. Por eso no me sorprende que me mire fijamente, con los rasgos inexpresivos, que ante mi alegre sonrisa parecen aún más de madera. Pero sigo como si hubiera hablado. —Eso fue... —Totalmente innecesario—. Maravilloso. Lo que hiciste. —De nuevo, no espero que diga oh, no fue nada pero sigo teniendo esta conversación unilateral—. Cómo me salvaste, quiero decir. —Me llevo una mano al pecho—. Pero estoy bien. Todo gracias a ti. —Luego, aun sonriendo—. Pero chico, esos tipos eran algo, ¿eh? Y eran tus fanáticos. ¿Qué te parece? Debes sentirte extremadamente orgulloso. —Y luego, sólo porque no puedo evitarlo—, y humilde por su amor hacia ti. Aunque no sé de qué estaba hablando ese tipo... Como, lo que apesta y... —No —dice al fin. Ignoro que su respuesta de una sola palabra es idéntica a la que me dio hace tres años y siento el alivio de que al menos haya dicho algo. Y no tengo que seguir con la ridícula conversación unilateral. También ignoro que su voz suena arenosa. Ronca. Como si no hubiera hablado en mucho tiempo. Probablemente en tres años. Sigo manteniendo la sonrisa mientras pregunto amablemente: —¿No? —Estoy acostumbrado —responde, con sus ojos oscuros aún clavados en mí. Todo con arrogancia. Por supuesto. Está acostumbrado a que la gente adore a sus pies y cómo me gusta que me lo recuerde. De nuevo, no voy a dejar que me afecte. —Por supuesto. Siempre has sido una superestrella. —Y tú siempre has hablado demasiado. Idiota.
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—Otra vez —digo con sorna—, por supuesto. Tengo el hábito de hablar. Finalmente, veo que algo cambia en su expresión. Pasa de estar en blanco a estar todo tenso, sus ojos se entrecierran ligeramente. Lo cual es bueno y malo a la vez. Bien porque al menos muestra alguna reacción a mi conversación en lugar de mirarme con fastidio sin ningún recurso a la vista. Malo porque su expresión cambiante me ha obligado a prestar atención a los pequeños matices de su rostro. Algo que suelo evitar cuando tenemos la desgracia de cruzarnos. Aquí está la cosa: siempre ha sido hermoso. Nunca hubo dudas al respecto. Sus rasgos afilados y definidos. Su piel bronceada por jugar bajo el sol. Pero con los años, especialmente en el último año, algo ha cambiado. Sus rasgos se han afilado. Sus pómulos parecen los picos dentados de un acantilado; su mandíbula, afilada como una cuchilla. Sus ojos se han vuelto más oscuros e intensos y las líneas que rodean su boca son más pronunciadas. De alguna manera parece más atrevido. Más peligroso. Más poderoso. Más real. Podría ser un efecto secundario del paso a profesional y de su creciente popularidad. O podría ser algo tan intrascendente como el hecho de que ahora lleva una barba incipiente. En la mandíbula, quiero decir. Más gruesa que el rastrojo que llevaba, pero no tanto como para llamarla barba. En realidad, ahora que lo pienso, hace un año que no le veo bien afeitado. En trece meses para ser exactos. Me pregunto si... No, no me lo pregunto. No me pregunto por él. —¿Estás borracha? —pregunta entonces. Se me escapa un poco la sonrisa. —Qué, no. —Drogada entonces. Mi sonrisa se resbala un poco más. —No... No. Absolutamente no. Su mirada estudia mis rasgos y su ceño no hace más que fruncirse.
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—¿Y el algodón de azúcar? Tomaste demasiado azúcar y al final te rompió el cerebro. De acuerdo, sólo quiero dejar constancia y decir que por eso me provoca y le sigo el juego. No es todo culpa mía. Lo hace a propósito. Intenta sacarme una reacción a propósito. Y aunque intento ser mejor persona, sigue siendo muy difícil mantener la calma. —Nop. Mi cerebro está intacto y bien, gracias por preguntar. Aprieta la mandíbula. —¿Entonces por qué demonios sonríes como si estuvieras en un anuncio de dentífrico? —Porque intento ser amable, idiota —digo antes de que pueda contenerme, con las manos en los costados y los dientes apretados. —Amable. —Sí. —¿Por qué? —Porque lo creas o no, no me gusta pelear contigo. —¿No? —No. —Qué raro —murmura—, porque normalmente se me pone dura. —Pues tu estúpida erección va a tener que encontrar otra forma de sobrevivir. —Me inclino hacia delante, mirándote—. Porque somos familia, de acuerdo, y estoy jodidamente harta de pelear contigo. Sin embargo, me doy cuenta de que eso es exactamente lo que estoy haciendo. Peleando. Maldita sea. Aunque lo he superado y mi pequeño error de juicio por enamorarme de él, odio que pueda hacerme perder la calma tan fácilmente. Odio que tenga tanto control sobre mí mientras yo básicamente no tengo ninguno. Así que me enderezo y respiro hondo. También me recojo el cabello detrás de las orejas, me arreglo el vestido e intento recuperar la compostura. —Familia —dice, haciendo que le preste atención.
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Su expresión es algo que no entiendo. No es tan de piedra como antes y tampoco se divierte. Como hace sólo unos momentos, cuando me daba cuerda como a una muñeca sólo para verme bailar para él. Pero no pierdo el tiempo intentando resolver el misterio y respondo: —Sí. Porque mi hermano está casado con tu hermana. Eso significa que nos veremos y nos cruzaremos todo el tiempo. No podemos estar siempre peleándonos. Así que tenemos que hacerlo lo mejor posible y... mantener la paz. Me avergüenza admitir que no se me había ocurrido antes. Reed y Callie llevan casados tres meses y es la primera vez que me doy cuenta... Que él y yo somos familia. Estamos unidos para siempre, nos guste o no. Quizá por eso me asusté tanto en casa de mi hermano. Porque Callie mencionó su nombre y familia en la misma frase. O podría ser el hecho de que simplemente no quiero más fricción en mi vida. Ya tengo toneladas de complicaciones, toneladas de drama, y sólo necesito un poco de calma. Sea lo que sea, ahora sólo quiero irme a casa. Llenarme la cara de algodón de azúcar y vodka y dormirme. Pero al parecer tiene otros planes porque pregunta: —¿Y quién eres? —¿Qué? —Para mí —explica—. Ahora que somos familia. Es una buena pregunta. Pienso en ello. Entonces. —No sé. Quiero decir, soy la cuñada de tu hermana y tú eres el cuñado de mi hermano. Algo que apuesto a que odias. En realidad, odias los dos, pero no estamos hablando de eso. —Sacudo la cabeza—. De todos modos, quizá tú seas mi... ¿Cómo? Caramba. No. Por favor, dime que no iba a decir la palabra con H aquí. No, en realidad, por favor dime que no me entendió. —¿Soy tu qué? Pero claro que lo hizo.
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Y tengo la sensación de que no va a dejarlo pasar. Aun así, respondo: —No importa. —Más o menos. —No es importante lo que eres para mí. —Lo es. —Lo importante es que ahora somos una familia y... —Contéstame. —No deberíamos pelearnos por mucho que nos odiemos. Siento que algo me golpea la columna y me doy cuenta de que es mi Chevy. Aunque es un misterio para mí cómo llegué a mi coche cuando sé a ciencia cierta que estaba parada al menos a cuatro pasos de él. Pero más que eso, ¿cómo es que llegó a mi coche también? ¿Cómo es que apenas hay distancia entre nosotros? ¿Cómo pasé de mirarle desde una distancia respetable a que se inclinara sobre mí, con el cuello levantado, sus ojos, su loco cabello oscuro, su loca y hermosa cara, llenando todo mi campo de visión? A pesar de mí misma, mis dedos hormiguean con la necesidad de tocarlo. Tocar su barba incipiente. Sé que lo he negado en el pasado, esa necesidad de tocar su barba, de trazarla con mis dedos. He negado su existencia cada vez que nos veíamos y me fijaba en la barba que cubría su mandíbula asesina. Pero esta noche, negarlo es mucho más difícil. Probablemente porque está más cerca de mí de lo que ha estado en mucho tiempo, y es potente, su cercanía. Tanto que, aunque estoy de pie, me tambaleo sobre mis tacones de 15 centímetros. Y cuando lo hago, él está ahí para atraparme. Sus dedos me rodean el brazo y pierdo el aliento ante su contacto. El primero en un año. Trece meses para ser exactos. No vayas allí, Tempest. Ahora no.
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No cuando está tan cerca y tú estás especialmente frágil esta noche. —Todavía no sabes andar con tacones, ¿verdad? —murmura, con sus dedos apretándome el brazo. —Sé andar con tacones —protesto, aunque mi voz suena entrecortada. decir:
Sus ojos parpadean hacia su agarre sobre mí durante un segundo antes de —Siento discrepar.
—Bueno, como quieras. —Tuerzo el brazo, intentando liberarme de su agarre—. Ya puedes soltarme. Estoy bien. —No hasta que me digas lo que ibas a decir. Trago saliva.
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—¿Por qué sigues con el tema? —Porque puedo. Exhalo bruscamente. —Bien. Hermano. Iba a decir que ahora eres como mi hermano. Su agarre en mi brazo se hace más fuerte. —Como tu hermano. Me sonrojo. —Sí. Pero está claro que fue un error. Así que podemos olvidarlo, por favor, y... —No. Me sonrojo más e intento zafarme de su brazo. —Suéltame. Dijiste que me dejarías ir si te lo decía. —Mentí. Idiota. Tiro y vuelvo a tirar de mi brazo. —Suéltame o te juro que... —No —exclama, sacudiendo ligeramente amenazarme, ¿recuerdas? Ahora somos familia.
la
cabeza—.
No
puedes
—Tú... —Además, soy como tu hermano, ¿no? —dice bajando la voz—. Seguro que se me permite tocarte un poco.
Un escalofrío me recorre la espalda cuando dice “tocarte”. Como si tocar no fuera una palabra inocua, sino algo muy, muy sucio. —En realidad, no —le digo, tragando saliva—. No puedes tocarme. Es muy inapropiado. Tararea. —¿Lo es? —Sí. abajo.
Su pulgar se mueve entonces. En un movimiento repetido hacia arriba y hacia Como acariciándome.
Menos mal que el vestido que llevo tiene mangas o sentiría su roce en mi piel desnuda. —¿Qué tal ahora? —pregunta—. ¿Esto es inapropiado? —Sí —respondo, mi respiración empieza a acelerarse—. Y tampoco deberías estar tan cerca de mí. —¿No? —No. —¿Por qué no? —Porque... —Mi respiración se interrumpe durante unos segundos cuando su pulgar da un golpe especialmente largo en mi brazo—. Espacio personal, ¿okey? Se supone que tienes que respetar mi espacio personal, no joder con él. Eso fue absolutamente incorrecto. Porque ahora se aferra a ella, sus ojos parpadean. —Pero disfruto tanto hacer eso. Aprieto los dientes, luchando contra otro escalofrío. —¿Ves? A esto me refiero. Se supone que no debes decirme estas cosas. —Quieres decir, si quiero ser un buen hermano. —Sí. Es grosero y vulgar y simplemente... inapropiado. —Está claro que no sé nada sobre ser un buen hermano. —No, no lo sabes. Entonces, ¿por qué no sigues mi consejo y te alejas? —No. —Sacude ligeramente la cabeza—. Creo que me quedaré aquí y me empaparé de todo el conocimiento.
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—Yo... —¿Y qué más no debo hacer? —me pregunta, sus ojos recorriendo toda mi cara—. Si quiero ser un buen hermano. —Eso de llamarme tuya delante de todos los chicos que conozcas —le suelto. Al igual que antes con la palabra con H, tampoco pensaba decir esto. Aunque me ha estado molestando desde que lo dijo. Pero antes de que pueda lamentar mi lapsus linguae, prosigue: —Pero eres mía, ¿no? —No lo soy. Ni siquiera estoy cerca de ser tuya. Sus labios se estiran en una pequeña sonrisa. —Si no lo fueras, no habrías salido corriendo de allí como si te ardiera el culo sólo porque una chica se colgara de mi brazo. —No salí corriendo de allí por... —Y si crees que llamarte mía es inapropiado —me corta como si no le interesara escuchar mi excusa—, desde luego no te va a gustar lo que pensaba hacer para asegurarme de que sepan a quién perteneces. —¿Qué pensabas hacer exactamente entonces? Su respuesta tarda en llegar porque está ocupado dejándome sin aliento con sus ojos ardientes. —Meteré mi mano bajo tu ajustado vestido y agarraré tu culo aún más apretado. Sólo para asegurarme de que sepan de quién es la mano que va ahí arriba. Y cuando supieran que no es suyo como claramente querían, te habría levantado así, te habría echado al hombro y me habría marchado. Me equivoqué. Mis respiraciones estaban bien antes de esto. Aunque me miraba con ojos intensos, me dejaba respirar. Ahora me está ahogando completamente. No sólo con sus palabras soeces, sino con imágenes de él. Imágenes súper masculinas, tipo cavernícola. Como si estas cosas pasaran en la vida real. Como si un tipo normal, un tipo que no es él, fuera capaz de hacer cosas así. Trago saliva.
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—T-tú... —Pero ahora que sé que soy como tu hermano, probablemente también habría hecho otra cosa. A mi pesar, no puedo evitar preguntar: —¿Qué? Sus dedos me aprietan el brazo y se acerca aún más a mí. —En vez de agarrarte el culo, te lo habría azotado. Me sobresalto. —¿Qué? —Sólo porque somos familia, ya ves —ronca—. Y la familia se cuida entre sí, ¿no? Así que habría hecho que doliera. Probablemente habría soltado algunas lágrimas y gritos. Habría hecho que tu piel cremosa se pusiera rosa como el algodón de azúcar. Pero quiero que recuerdes algo, ¿sí? —No quiero... —Me habría dolido más a mí que a ti. —Tienes que alejarte de mí. —A menos —continúa pensativo—, que creas que es mejor que los azotes los dé el hombre de la casa y no alguien que es como tu hermano. —Vuelvo a hacer una mueca de dolor e hipo mientras él sigue—: Porque si es así, no me opongo a cambiar un poco nuestra relación familiar y ser el nuevo papi de la ciudad. —Aléjate de mí —digo en voz baja. Peligrosamente. —No. —O voy a gritar —le digo. —Sí, no creo que te haga ningún favor, llamar la atención de la gente. —No, no te hará ningún favor. —Porque cuando vean quién es mi nueva hermana, no me culparán por ponerle las manos encima. De hecho —se lame los labios—, me ayudarán a sujetarte para que pueda cumplir con mi deber de hermano y darte una puta lección por pavonear tu maldito culo en un bar en mitad de la noche. Aprieto y aprieto los dientes, la ira corriendo por mis venas como lava caliente. —Eres un idiota, ¿lo sabes? Un idiota asqueroso y...
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—Sí, lo soy —dice, sus propios ojos disparando fuego ahora—. Lo que no soy es tu puta familia o tu puto hermano. Por fin puedo ver que está enfadado. Que ha estado enfadado todo el tiempo. Desde que llegó a la escena y me salvó. Y eso sólo aumenta mi propia ira. —Tienes razón. No lo eres. Y soy una idiota por pensar eso —digo bruscamente—. Pero no te pedí que vinieras a salvarme. Lo tenía bajo control y... —No, no lo tenías. —Sí lo tenía. Yo... —No con la forma en que seguías hablando tonteras —espeta—, y si no te das cuenta de eso, entonces eres más idiota de lo que acabas de llamarte. —Sabes qué —me levanto en su cara—, jódete, de acuerdo. Que te jodan. Tú. Puedes... —Será mejor que cuides tu boca y limpies tu lenguaje —gruñe—. Porque si tengo que hacerlo, se te hincharán los labios y te dolerá la garganta durante una semana. Voy a responderle, pero no consigo pronunciar palabra. —Y antes de que te metas más en este agujero, déjame decirte que no lo haré porque sea tu nuevo hermano mayor. Llamaremos a esto un favor al mundo por salvarlo de tu boca indecente. Mi pecho se agita y juro que gruño. Estoy gruñendo de rabia. No es que le importe. —Ahora, vas a entrar en tu coche como una buena chica. Vas a conducir lejos y volver a casa. Y luego no vas a volver aquí. Nunca más. Definitivamente no por la noche y definitivamente no sin la puta supervisión de un adulto. ¿Entendido? No le doy la satisfacción de responder a su maldita pregunta condescendiente. No hasta que vuelve a apretarme el brazo, sacudiéndome esta vez y gruñendo: —Carajos, ¿entiendes? —Sí —digo apretando los dientes.
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—Bien. —Soltándome y dando un paso atrás, termina—: Hazlo entonces. — Luego, como para sí mismo—: Cuanto antes te vayas, antes podré seguirte y dar por terminada la puta noche. —¿Qué? —pregunto, confusa. —¿Qué? —¿Vas a seguirme de vuelta? —¿Y? —¿Crees que soy estúpida? —No hasta esta noche. Exhalo bruscamente. —No necesito que me sigas a casa, ¿de acuerdo? No soy una niña. Puedo conducir yo sola de vuelta y puedo hacerlo muy bien. Porque quién sabe lo que harás con ello después. Probablemente lo usarás como excusa para vengarte de mi hermano o algo así. Dios sabe que ya lo has hecho bastante siendo un imbécil furioso esta noche. Así que... —Si crees —me dice interrumpiéndome—, aunque sólo sea por un segundo que ponerte en tu sitio y divertirme un poco contigo es mi idea de venganza, entonces quizá hayas olvidado lo cabrón que puedo llegar a ser. No. No, no, no. No está diciendo eso. Me niego a aceptar que esté diciendo eso. —¿Lo has hecho? —continúa, con sus ojos clavados en los míos—. Pero no podrías, ¿verdad? Porque sólo han pasado trece meses. Trece meses. El número maldito. El número de la tragedia y la catástrofe. El número en el que no quiero pensar. Y por eso no lo hago. Me niego a pensar en ello. Me niego a pensar en lo que pasó hace trece meses. —Y si lo has hecho, estaré encantado de recordártelo. Me encantaría recordarte hasta dónde estoy dispuesto a llegar para vengarme y cómo voy a utilizarte exactamente para hacerlo. Y no sería difícil, créeme. Dado lo ansiosa que
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estabas por ser usada. Cómo jadeabas y te retorcías y me suplicabas que hiciera realidad todos tus sueños y abusara de ti. Se me cae el estómago. Grueso y pesado. Avasallador. Como si mi cuerpo se acercara a él. Mi cuerpo, mi alma, mi centro. Mi propia feminidad le tiende la mano para ser, sí, utilizada y sacrificada. Como aquella noche, hace trece meses. Pero no me doy tiempo ni espacio para reunir fuerzas, para calmarme. Entro en acción. Le empujo. Y gracias a Dios, se aleja. Gracias a Dios, me deja espacio para que pueda despegarme del metal y escapar por tercera vez esta noche. Y entonces rodeo mi coche, me lanzo en el asiento y lo piso. Estoy huyendo. Del pasado. De mi vergüenza por todas las cosas que prometí que nunca haría aquella noche de hace tres años, pero que aun así hice. Me prometí que lo superaría esa noche, ¿no? Pero mentí. Porque no lo hice. No esa noche. Ni al día siguiente. Ni la semana ni el mes siguiente. Ni siquiera un año. No lo superé; no dejé de perseguirlo; no dejé de pensar que había más en él de lo que la gente decía hasta hace trece meses. morir.
Hasta que me rompió el corazón tan irrevocablemente que pensé que iba a Pensé que me iba a ahogar en mis propios sentimientos y sueños tontos.
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CAPÍTULO SIETE Su Hermoso Thorn
C
uando la gente me pregunta qué siento cuando me enojo, les digo que es un picor. Si lo ignoro, no hace más que crecer. Si me rasco, también crece.
Y por crecer, me refiero al pequeño picor que empieza en algún lugar profundo de mis entrañas y se extiende. Se apodera de mi pecho, de mi garganta. Baja a mis piernas, mis dedos de los pies. Mis dedos, mi mandíbula. Los dientes. La nuca, los talones de los pies. Hasta que cubre cada parte de mi cuerpo como pequeñas hormigas rojas. Cubriendo mi visión con una película roja. Incontrolable. Innegable. Jodidamente explosiva. Así es como se siente mi ira. Y antes bromeaba. Cuando me preguntan cómo es mi ira, los mando a la mierda. Porque no es asunto suyo. No es asunto de nadie. Aunque en probablemente dos punto cinco segundos, ya no va a ser verdad. Porque parece que voy a tener que convertirlo en su asunto y ni siquiera me importa si me mete en problemas. Más problemas de los que ya tengo. No voy a sentarme aquí, en este puto restaurante de lujo, y dejar que esta chaqueta —que es una talla más pequeña— me asfixie por más tiempo. Giro los hombros y tiro del cuello de la camisa, apretando los dientes. cara.
También aprieto y aflojo el puño, esperando poder plantárselo a alguien en la O al menos en un mueble o en la pared. —Dímelo.
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Las palabras son pronunciadas por mi compañero de cena y mi agente, Gio. Él fue quien eligió este restaurante. Donde no puedes comer su comida sobrevalorada y sobre cocinada a menos que lleves un smoking. Y como nunca llevo chaqueta —y joder, tampoco camisa de vestir— me dieron una de las suyas. De la talla equivocada y jodidamente molesta. De ahí la rabia en mi corazón. O una de las razones por las que me siento cabreado ahora mismo. Lo veo cortar cuidadosamente un trozo de su filete. Está bien hecho y da asco. No sé cómo se come eso. Pero, de nuevo, pidió bien hecho y asqueroso. Yo no lo hice y todavía tengo eso. Quizá debería darle un puñetazo al camarero la próxima vez que venga a rellenarme el agua. De momento, dejo mi filete sin tocar y opto por el whisky. —¿Sobre qué? Es una pregunta de mierda. Sé lo que me está pidiendo. Sólo intento entretenerme. No, en realidad, estoy tratando de ser un imbécil. Un difícil hijo de puta de mierda. Y un grano en el culo. Me parece justo. Porque no es que Gio esté siendo un rayo de sol ahora mismo. O incluso en los últimos días, desde que dejé Nueva York y volví a Bardstown por un tiempo. Está actuando como si fuera mi culpa, esta mudanza. Como si realmente quisiera estar aquí. Que conste que no. Odio esta ciudad. Siempre lo hice. Aunque cuando vivía aquí, era un rey. Un dios. Un dios del fútbol. La gente adoraba el suelo que pisaba. Me miraban con asombro. Se arrastraban y se inclinaban a mi paso. Lo cual era estupendo. No voy a negar que no me encantaba toda esa atención. Pero aun así era una ciudad que me asfixiaba. Y hay razones para ello. Tres razones en las que no voy a ahondar ahora.
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estoy.
Basta decir que volver no era algo que hubiera planeado hacer. Pero aquí —Sobre tus sesiones. —Luego, mirándome, añade—: Sesiones obligatorias. Bien, eso fue deliberado. Obligatorio. La palabra y esa mirada.
Como si tuviera diez años y me tuvieran que castigar por algo que hice en el patio. Lo cual tengo que admitir que ha pasado un millón de veces cuando estaba en la escuela. Pero eso no viene al caso. Lo que ocurre es que mi propio agente cree que debe tener una conversación conmigo sobre mis sesiones obligatorias. O más bien mi agente ha sido enviado a tener una conversación conmigo sobre mis sesiones obligatorias. Así que para cabrearlo aún más —y por extensión, al que quiere que me espíe— le digo: —No funcionó. Hace una pausa en el proceso de cortar otro trozo y me mira. —¿Qué? Doy un largo trago a mi whisky. —Necesitas encontrar a alguien más. Al oír esto, baja los cubiertos. —¿Hablas en serio? No me molesto en contestar y bebo otro largo trago de mi whisky. Vuelve a sentarse. —Lo dices en serio, joder. Esta vez, le tiro un hueso y me encojo de hombros. Más que nada para cabrearlo aún más. Sus pobladas cejas se fruncen. —Esta es la segunda vez. Es la segunda maldita vez que despides a tu terapeuta. —Ella prefería el término consejera. En lugar de terapeuta —murmuro sin ánimo de ayudar. —¿Cuál es la diferencia?
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—Joder, si lo sé. —Levanto las cejas—. Justo una de las razones por las que la despedí. —Sí, ¿cuál es la otra razón? —Su oficina olía a queso. —¿Y? —El queso me enfada. —Otro encogimiento de hombros—. Lo que pensé que era derrotar el propósito de que esté allí. Entorna los ojos. —Realmente estás empezando a cabrearme, mocoso. Doy otro sorbo sin prisas a mi licor. —Entonces, ¿puedo sugerirte una terapia de control de la ira? No puedo decir que me haya servido de nada, pero no hay nada malo en intentarlo, ¿no? Exhala bruscamente. Ah, por fin. Un poco de alivio a mi incesante ira. Pero sólo dura unos segundos porque Gio habla, en voz baja. —Sabes, la gente me advirtió sobre ti. Y así, sin más, vuelve el picor. Flexiono los dedos de los pies y de las manos. Aprieto los dientes. Inquieto. Pero mi tono es indiferente. Por ahora. —¿Sí? Me hace un pequeño gesto con la cabeza. —Sobre tu temperamento. Tu comportamiento. —No puedo imaginar lo que tenían que decir. —Lo miro a los ojos—. Soy una puta delicia. —Me dijeron que hay una razón por la que te llaman Furioso Thorn. Cuando era niño, solía ver unos dibujos animados. No recuerdo cómo se llamaba, pero salía un tipo. Por lo general, era tranquilo y fácil de llevar, un vendedor de seguros. Pero cada vez que alguien decía la palabra “papaya” estallaba. Perdía su carácter tranquilo y se transformaba en un monstruo musculoso de color berenjena, que respiraba fuego y rompía cosas con sus propias manos.
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Era jodidamente divertido. Y aunque nadie pueda acusarme nunca de ser meloso y despreocupado, completamente identificable. Porque en cuanto alguien pronuncia mi apodo futbolístico —algo que acuñé en el instituto—, quiero rascarme el picor y romperle todos los huesos del cuerpo. Sólo para darles la razón. Mis dedos se enroscan con fuerza alrededor del vaso mientras mi propia voz se calla. —¿Ah sí? —Hay una razón por la que nadie más quiso ficharte —continúa—. A pesar de que tenías el potencial para ser una selección de primera ronda. Igual que tu hermano mayor. Mi hermano mayor. Siempre se reduce a esto, ¿no? Cómo no soy como mi hermano. O más bien hermanos. Mis tres hermanos mayores. Para contextualizar un poco: No tengo uno, sino tres hermanos mayores y una hermana menor. Todos mis hermanos son muy conocidos en el mundo del fútbol. De hecho, podría decirse que todos son leyendas. Los hermanos Thorne. La realeza del fútbol. Los dioses del fútbol. Mi hermano mayor, Conrad, alias el Thorn Original, era sin duda el mejor jugador cuando empezó su carrera universitaria. Antes de convertirse en profesional, los agentes y los equipos hacían cola para que firmara con ellos. Pero cuando interrumpió su carrera universitaria —tuvo que hacerlo— todas las miradas se volvieron hacia mis hermanos gemelos mayores: Shepard y Stellan. Y como era de esperar, Shepard, el Thorn Demoledor, porque es una bola de demolición en el campo, fue la primera elección del reclutamiento. Stellan —el Frío Thorn, porque la gente escribe poemas sobre su frialdad y calma en el campo— no entró fue reclutado, pero cuando expresó su deseo de unirse a los profesionales como entrenador, pudo elegir equipo. Y luego estoy yo. El Furioso Thorn. El problemático. El riesgo. El pícaro hermano Thorne.
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El hermano que podría acabar por fin con la mágica racha futbolística de los legendarios Thornes. Todo por culpa de su temperamento y su impulsividad. Esa comezón que vive dentro de él. Pero es mi picor, ¿recuerdas? Es mi maldición. Por muy incesante que haya sido toda mi vida, he aprendido a controlarlo. He aprendido a domarlo. El fútbol me ha ayudado. El fútbol me ha calmado a lo largo de los años. No sé qué tiene, pero tener el balón en la mano, estar de pie en el campo verde recortado, concentrarme en la red y visualizar el gol siempre me ha ayudado a calmar la inquietud de mis entrañas. El fútbol hace retroceder a las hormigas rojas y ayuda a tapar la caja de Pandora. Y a lo largo de los años, nunca he dejado que mi ira interfiriera en mi juego. Nunca dejé que interfiriera con mis ambiciones. Con lo mucho que sangré y sudé y morí en el campo. Pero a pesar de todo eso, a pesar de lo jodidamente bueno que soy, no fui la primera elección de ninguno de los equipos ni de ninguno de los agentes cuando entré en el reclutamiento. La razón por la que me eligieron fue porque Shepard convenció a los propietarios de su equipo para que me contrataran. También fue él quien convenció a su agente, Gio, uno de los mejores del sector, para que me fichara. —Pero te fiché —continúa, lanzándome su famosa mirada—. No sólo por hacerle un favor a tu hermano, sino también porque tenías talento. Me di cuenta. Tenías esa rara cualidad que sólo parecen tener los hermanos Thorne. Pero la calidad no lo es todo, ¿verdad? Para ser un italiano del Bronx de metro setenta y corpulento, tiene una buena mirada seria. Se sabe que pone de rodillas a jugadores, entrenadores y a la prensa. Pero yo no. Nunca me han intimidado muchas cosas en mi vida. Soy yo quien intimida. —¿Y por qué no me dices qué es? —pregunto, con la mandíbula desencajada. —Mantener la calma en el campo y no pegar a un jugador, para empezar. —Y luego—: Sobre todo en un estadio lleno de gente. Bien, se lo concedo. Cuando dije que mi enfado nunca interfirió en el juego, puede que haya mentido.
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Ha interferido. Una vez. Cuando le di un puñetazo en la cara a Ronnie Rodríguez, el delantero del equipo contrario. No fue mi mejor jugada. No debería haber hecho lo que hice, especialmente durante un partido en directo. Delante de testigos y cámaras de televisión. Todo lo que puedo decir es que por primera vez no pude controlarme. Y bueno, presentó cargos. La policía me arrestó y me mantuvo en una celda de detención durante una noche. Mi equipo pagó mi fianza y me enviaron a casa libre. Bueno, algo libre, porque tengo estas sesiones obligatorias de terapia de control de la ira. Forzadas sobre mí por la junta del equipo. Entre otras personas. Encima, me han suspendido. —Ya he presentado una disculpa sancionada por el equipo —digo con los dientes apretados—. Pasé una noche en la cárcel. Estoy suspendido, joder. Ni siquiera me dejan poner un pie en las instalaciones. Y todo esto después de haber marcado el gol de la victoria en el partido. Yo. Nadie más. Ni siquiera el santo de mi hermano. —No importa. Te lo dije, no es suficiente. —Sí, ¿y qué es suficiente? —Terapia de control de la ira. Jesucristo. —Así que sentarme en una silla, hablar de mis sentimientos, llorar en un pañuelo e inspirar y aspirar como si fuera una maldita embarazada de parto es lo que basta. Porque no estoy haciendo eso. No voy a ir a terapia, joder. No necesito terapia. Lo que necesito es volver al equipo y dejarme la piel como siempre he hecho para poder llegar a la Liga Europea. Algo con lo que todo el mundo especula a pesar de que solo llevo una temporada. Lo que necesito es fútbol.
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Para poder calmarme de una puta vez y no pensar en matar a alguien cada dos por tres. —Mira, chico —empieza suspirando—, entiendo que es frustrante. Entiendo que ésta es sólo tu primera ofensa, pero lo que tienes que entender es que tu reputación te precede. Todo el mundo del fútbol conoce tus problemas de ira. Saben que eres un comodín. Eres un exaltado. Ahora, si eso es justo, no lo sé. No me importa una mierda. Lo que me importa es que vuelvas al equipo. Prepararte para la próxima temporada. Y si para hacer eso, tienes que demostrar que has cambiado, entonces tienes que hacerlo. Sin malditas discusiones, ¿de acuerdo? Nada de andar jodiendo y despidiendo terapeutas. Haces la terapia. Te dan el alta y vuelves de una puta vez. —No. —¿Qué? —No. He hecho todo lo que se me ha pedido pero no voy a hacer terapia. —Jesucristo. —Tira la servilleta sobre la mesa—. ¿Cuál es tu puto problema? —No necesito que me psicoanalicen para demostrar mi valía al equipo. Si no pueden verlo, entonces me iré. —Te irás. —Joder, sí. —Primero, hay un contrato. Y segundo, ¿quién te aceptará? —Eres mi agente, ¿no? —le respondo—. Busca una solución. Espero que siga discutiendo conmigo. Pero se calla. Y me observa. Lo cual me doy cuenta de que me molesta aún más que cuando intenta intimidarme. —Escucha —empieza de nuevo, pero esta vez parece que voy a aborrecer, malditamente, lo que sea que esté intentando decir—. No sé qué te pasa. Cuál es tu problema. Todo lo que sé es que tienes uno. Soy el tipo de agente al que no le gusta involucrarse —después de una pausa—, a menos que me guste el cliente. Tú no me caes especialmente bien. Pero tampoco te odio especialmente. Así que voy a decir esto una vez: no tienes una maldita opción. Tienes que solucionarlo. Y no estoy hablando de terapia ahora mismo. —Y yo que pensaba que te comportabas como una novia pegajosa porque lo tuyo era la terapia. —Tus hermanos. A eso me refiero.
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Me agarroto en mi asiento. Mis músculos se tensan. Mi picor ruge y golpea mis huesos. —No quiero meterme en medio de un drama familiar —dice, con la mirada seria y penetrante—. Pero sé que tienes un problema con ellos. Sobre todo con tu hermano mayor. Es evidente. Nunca has sido una persona apacible, pero de algún modo conseguiste mantenerlo a raya mientras jugabas. Pero desde que Conrad se incorporó como entrenador, has estado errático. Prueba A: le diste un puñetazo a alguien durante un partido. Así que no sé cuál es tu problema con tu hermano, pero sea lo que sea, cualquier drama, tiene que desaparecer. Tienes que ocuparte de ello. Drama familiar. Por mucho que odie el término, no sé qué otra cosa podría describirnos mejor a nosotros, los hermanos Thorne. Nuestro pedazo de mierda de padre se fue tan pronto como nació nuestra hermanita Callie, declarando que no podía soportar convertirse en padre una vez más. Especialmente cuando Callie fue un accidente. Sus palabras, no las mías ni las de mis hermanos ni las de nuestra madre. Y unos años después, nuestra madre falleció de cáncer. Mientras que el abandono de nuestro padre fue repentino y surgió de la nada, la muerte de nuestra madre fue lenta y agónica. Llevaba más de un año enferma, entrando y saliendo del hospital, recibiendo quimioterapia y radioterapia, quedando reducida a meros huesos antes de exhalar su último suspiro. Tras su muerte, Conrad, siendo el mayor y mayor de edad, dejó la universidad y el fútbol y volvió para asumir la responsabilidad de mí y mis hermanos. Así que siempre ha sido más que nuestro hermano mayor. Es la única figura de autoridad que hemos conocido después de nuestra madre. Para Callie y para mí, los más jóvenes, es probablemente la única figura de autoridad que hemos conocido. Desde que éramos tan pequeños cuando nuestros padres salieron de nuestra vida. De todos modos, para el mundo, somos los hermanos Thorne. Siempre unidos. Siempre juntos y cuidándonos los unos a los otros. Y lo hemos hecho y lo haremos. Daríamos la vida el uno por el otro. Pero mientras que mis hermanos siempre han sido más o menos parecidos, siempre han estado un poco de acuerdo entre ellos —especialmente Conrad y Stellan—, yo no soy como ellos. Nunca lo fui. Pero quería serlo.
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Quería ser responsable y bueno como Conrad, que renunció a toda su vida para estar a nuestro lado. O como Stellan, que es básicamente Conrad 2.0 y, por derecho, la mano derecha de Con a la hora de cuidar de nosotros. O incluso Shepard, que siempre se ha mostrado imperturbable y despreocupado, al que le gusta divertirse pero sigue siendo la persona con la que puedes contar cuando necesitas algo. De hecho, la razón por la que usé un balón de fútbol en primer lugar —que más tarde se convirtió en la salvación de mi ira— fue imitar a mis hermanos mayores. Ser más como ellos. Que te incluyan en su grupo y no te traten como a un hermanito, un estorbo. Alguien a quien cuidar. Una carga. Aunque eso es lo que aparentemente soy, ¿no? Soy una bala perdida. Porque he sido bendecido con algo llamado rabia. Ira. Furia. Caos. Así que tienen que hacer todo lo posible para mantenerme a raya, para controlarme. Cuando era pequeño, todas estas normas me enseñaban cómo comportarme en la escuela, cómo comportarme con los profesores y los alumnos. Si me metía en una pelea más, perdería el derecho a ver la tele. O me castigaban, me mandaban a mi habitación todo el fin de semana. Luego, cuando crecí y me interesé por el fútbol, se trataba de cuántas horas tenía que practicar si quería ser el mejor como mis hermanos. Se trataba de cuándo ir a dormir, cuándo levantarme, qué comer, cuántos kilómetros correr, cuánto levantar pesas. Y todo vino de mi hermano mayor, mi entrenador del instituto, Conrad. Por supuesto, Stellan y Shepard ayudaron. Y no es que no haya obedecido sus reglas antes. No es que no haya hecho siempre todo lo que me han pedido, incluso cuando quería plantar mis puños en cada una de sus caras y huir de nuestra familia rota y sin padres. Pero no lo hice. Primero, porque era la única regla cardinal de Conrad: permanecemos juntos. Siempre.
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Y segundo, porque aunque no podía soportar vivir con mis dominantes hermanos y ser tratado como menos que nadie, no iba a abandonar a mi hermanita como hizo nuestro padre. Especialmente cuando solo nos teníamos el uno al otro. Pero ya es suficiente, ¿de acuerdo? He pagado todas mis cuotas. He cumplido sus órdenes. Estuve allí para la familia. Ahora quiero vivir a mi manera. Lo que significa que no quiero que me llamen o envíen mensajes de texto a todas horas del día. Lo que han estado haciendo durante el último mes, desde que ocurrió el incidente. No quiero que se presenten en mi apartamento sin avisar para ver cómo estoy, que es por lo que me mudé de Nueva York y volví a Bardstown, a nuestra antigua casa de la infancia que odiaba. Definitivamente no quiero que me echen encima a mi agente para que me espíe en su nombre. Y no voy a hacer ni puta terapia porque no es la junta la que quiere que lo haga, sino ellos. Los tres juntos. Se unieron contra mí. Como siempre. En lugar de estar a mi lado y cubrirme las espaldas, me obligan a acatar sus normas como si volviera a ser un niño pequeño. Pero que se jodan. Que se jodan todos. Ya no soy un niño pequeño. Y ya es hora de que lo entiendan, joder. —Bien —empiezo, mirando fijamente a los ojos de mi agente—. Ahora, quiero que me escuches con mucha atención, Gio, porque no voy a repetir esto. Pero lo harás. A mis hermanos, en cuanto salga de este restaurante dejado de la mano de Dios. No voy a hacer terapia. Y mis hermanos no pueden obligarme. Y si mis hermanos o la junta saben lo que es bueno para el equipo, tomarán el teléfono y me rogarán que vuelva. Tienes a Shepard, sí, pero no puede llevar al equipo él solo. Necesita un compañero y nadie está mejor calificado para ello que yo. Dada la racha de victorias que hemos tenido esta última temporada, desde que llegué a bordo, significa que lo que digo es la verdad. Así que vete y diles a mis hermanos y a cualquiera que tenga un problema conmigo que si quieren que les ayude a seguir así,
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más vale que empiecen a hacer todo lo posible por traerme de vuelta. Y lo mismo va para ti también, Gio. Haz lo que tengas que hacer para convencerlos de que no necesito terapia. O mejor aún, diles que cumplí mi condena y que ya estoy mejor. Porque tu veinte por ciento viene de mí, no de Conrad. Así que mejor deja de besarle el culo y empieza a besar el mío. Porque mis problemas de ira o no, sabes que voy a llegar lejos. Y no porque sea un Thorne. Sino porque soy yo. Y soy un maldito dios, ¿entiendes? Con eso, me levanto de mi asiento, dispuesto a abandonar este espacio brillantemente iluminado con suelos tan pulidos que tienen su propio resplandor. Pero solo llego a la mitad del camino cuando mis ojos captan algo. Un destello de cabello oscuro. Largo y espeso. Más brillante que los pisos de abajo. Emparejado con piel cremosa. De nuevo, más brillante que la araña de arriba. Pero no es eso lo que me hace seguir buscando. Es el vestido. Un vestido negro corto. Ajustado. Demasiado ajustado. Demasiado expuesto, como siempre. Lo que significa que puedo ver una puta tonelada de esa piel cremosa, sus delicados huesos, la inclinación de sus hombros, el arco de su cuello. Lo que también significa que no tengo que imaginarme sus curvas redondeadas. Para una chica tan menuda como ella, tiene muchas. Muchas hondonadas y valles donde pueden posarse mis manos. Un montón de suaves, suaves hinchazones donde los dedos pueden agarrar —mis dedos. Y apuesto a que cada hijo de puta en este lugar está pensando lo mismo. Como siempre, miro a mi alrededor y hago balance del lugar, de la gente, de los hijos de puta que la miran. Y los hay. Al menos cuatro de ellos, echando miradas cada pocos segundos, contemplando su cuerpo. Entonces mi visión empieza a volverse borrosa. Mi cuerpo empieza a calentarse. Incluso más que cuando estaba sentada a la mesa, viendo a Gio comer ese asqueroso filete y hablar de terapia. Un gruñido bajo se acumula en mi pecho, subiendo hasta la base de mi garganta. Exactamente igual que anoche. Por eso fui tras ella al bar. A pesar de que me propongo mantenerme alejado de ella. Bueno, eso no es muy cierto, ¿verdad?
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A veces sí. A veces me propongo alejarme de ella, y lo consigo. Pero otras veces no puedo. Otras veces es demasiado difícil mantener las distancias con ella, no caer en su órbita, no irritarla. Para encenderla como el petardo que es. Mi luciérnaga luchadora. No es mía, pero te haces una idea. Y sí, eso me convierte en un idiota. Aún más idiota porque he hecho cosas muy estúpidas cuando se trata de ella. Es algo en lo que pienso a menudo. Puede que incluso todos los días. Bien, entonces pienso en ello todos los putos días. Varias veces al día. Algunos días no puedo dejar de pensar en lo que hice. Anoche, sin embargo, mis intenciones eran nobles. Tenía que ir tras ella. Con el vestido que llevaba, aún más ajustado y corto que el de ahora, era una amenaza. Lanzando mil erecciones a su paso sobre sus ridículos tacones. Y menos mal, porque claro, había perros salivando a su alrededor. Al recordarlo, ese gruñido en mi pecho crece y crece. Sin embargo, lo que la deja salir y lo que cubre mi visión con una película de neón rojo no es su vestido, ni su cabello, ni su risa a carcajadas, ni siquiera esos hijos de puta que la miran como si fuera la chica más guapa del mundo —lo es, que conste— , sino el hecho de que toda su belleza y alegría se dirijan a una sola persona. Un tipo. Está de espaldas a mí, así que no sé quién es, pero parece de su mundo. Rico y pulido y vistiendo un traje que probablemente cuesta más que mi viejo camión. Algo que todavía conduzco a día de hoy. Y entonces mi visión se vuelve escarlata, de un rojo oscuro y sangriento, cuando su risa se convierte en sonrisa. Una sonrisa suave y soñadora. Una sonrisa sobre la que probablemente escriban en esas putas novelas románticas que a ella le gusta leer. De las que me contaba las historias, con todo el entusiasmo y demasiado puto detalle. Sin embargo, nunca la detuve ni le dije que no tenía ningún interés en escuchar cómo la hija del cura, aparentemente rebelde hasta
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la médula, se las arreglaba para seguir siendo virgen. Prefería oír cómo perdió la virginidad con el hijo del herrero en el granero. Pero eso fue hace mucho tiempo. Cuando esas sonrisas estaban reservadas sólo para mí. Aquella sonrisa de ensueño, húmeda, malditamente hermosa, que decía que yo colgaba las estrellas para ella cada noche. Como campanas de viento y atrapasueños. a ella.
Pero, al parecer, se la está regalando a un rico imbécil que está sentado frente Sí, ¿y de quién es la culpa, maldito bastardo? Sé que es culpa mía. Sé que he jodido las cosas. Pero mira, esa no es la cuestión, de quién es la culpa. La cuestión es que esa sonrisa me pertenece. Es mía.
Aparte del fútbol, era lo único que me calmaba entonces. Su sonrisa, su risa, su voz. Y el hecho de que se la regale a un imbécil no es algo que vaya a tolerar. No es algo que pueda permitirle. Me llaman Thorn el Furioso, ¿no? Bueno, voy a mostrarle exactamente lo que significa ese nombre.
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CAPÍTULO OCHO
T
iene el cabello rubio y los ojos azules. Su piel tiene un tono rosado. Pero no en exceso.
Lo suficiente para demostrar que no es una persona muy deportista. No puede ser; se quemará si permanece al sol más de una hora o así. Lo cual es un punto a su favor. En realidad un gran punto a su favor, porque yo tampoco soy una chica deportista. El segundo gran punto a su favor: tiene un gusto excelente para vestir. No se limita a ponerse una camiseta raída que parece demasiado genial para todo el mundo y unos vaqueros que han sido lavados tantas veces que están casi raídos y, como tales, muestran cada bulto y cada flexión del tendón. Basta con mirar su traje: a medida, en primer lugar. Armani, en segundo lugar. Y como es a medida y de Armani, le sienta como una segunda piel, mostrando sus hombros no demasiado anchos y sus bíceps no demasiado musculosos. Su impecable camisa blanca también muestra su torso delgado y plano y, de nuevo, no repleto de músculos ridículos y estúpidos. Es decir, se cuida sólo porque le gusta. No porque sea su estúpido trabajo o como si fuera un culturista o Dios no lo quiera, un atleta. Por no hablar de sus zapatos. Otra vez Armani. Y están pulidos hasta el último centímetro y bien atados. Como en un nudo mariposa. Que todo el mundo sabe que es la forma correcta de atarse los cordones. En general, mi prometido Ezra Vandekamp es perfecto. Si me iban a chantajear para que me casara con alguien, no podría haber pedido una pareja mejor para mí. Actualmente, estamos en la cena. La que preparó mi padre. Y le alegrará saber que he llegado a tiempo. Bueno, casi. Probablemente llegué cinco minutos tarde,
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pero a Ezra no le importó. Estaba ocupado con su teléfono, organizando reuniones y lo que sea. Doy un sorbo a mi cosmo mientras pregunto: —¿Qué tal la semana? Observo su cabeza dorada que sigue inclinada sobre su teléfono como si no me hubiera oído. No es que me importe. Puede que haya tenido suerte en lo del compromiso forzado, pero sigo sin querer estar aquí. Probablemente porque no lo conozco realmente —nos comprometimos hace unas tres semanas en una ceremonia privada, en Nueva York— ni tengo ningún deseo de conocerlo, dado que nuestro matrimonio va a ser una farsa. Pero sobre todo porque no quiero mentirle ni engañarlo como quiere mi padre. Pero es lo que es. Y estoy aquí para hacer un trabajo. Así que inclinándome hacia delante, lo intento de nuevo. —¿Fue estresante? Finalmente, me da un “hmm” sin compromiso. Sigo sonriendo. —Tu semana. ¿Cómo ha ido? Aun así, me hace esperar, sus dedos van a tal velocidad que temo que se rompan. Pero se detiene en el momento justo, deja el teléfono y me mira. —Ha estado bien —dice, dando un sorbo a su bebida—. Lo de siempre. Espero a que me lo explique, pero no lo hace. Va por su comida —por fin— y se entretiene con ella. Así que no es muy conversador. No es que pensara que lo era el otro par de veces que lo he visto, pero aun así. Necesito que al menos me preste algo de atención para poder empezar a difundir mi encanto Jackson como quería mi padre. —¿Cuándo te vas de viaje? —pregunto, aunque ya lo sé. Mi padre se aseguró de que memorizara todas las fechas. Termina de masticar, da un sorbo a su bebida. Luego: —La semana que viene. —¿Y cuándo vas a volver? Otra vez lo sé. Este es un viaje largo —se va a Corea para una fusión y a poner la primera piedra de un nuevo hotel que está construyendo su empresa— y va a tardar
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al menos un par de meses en volver. Por eso mi padre quiere una nueva fecha para la boda. Ezra se encoge de hombros, con los ojos puestos en su teléfono mientras se sirve unos fideos. —Unos meses. Dependiendo de cómo vayan las cosas por allí. Y luego, vuelve a escribir en su teléfono mientras mastica sus fideos. Maldita sea. Sigo chocando con un muro conversacional. Normalmente se me da bien hablar y hacer hablar a los demás. Pero Ezra es un hueso duro de roer. Así que supongo que tal vez no es tan perfecto. —Estás un poco ocupado, ¿eh? —comento, dando un sorbo a mi propia bebida. No hay respuesta. Lo cual era una respuesta en sí misma, supongo. Entonces. —Estaba pensando, ¿qué te parece una boda en primavera? Otro gruñido sin compromiso. —Quiero decir que sé que tenemos el verano en nuestras mentes, pero yo siempre quise casarme en primavera. Invierno incluso en realidad. O ya sabes, ¿cuándo es que vas a volver de nuevo? Esta vez parece que ni siquiera me ha oído. Y oh Dios mío, me estoy poniendo super frustrada ahora. Inclinándome hacia delante, le digo: —Ezra, ¿me estás escuchando? Nada. Me inclino hacia delante del todo, mi pecho toca el borde de la mesa. —¡Ezra! Eres gay. Eso llama su atención. Sabía que lo haría. También le hace fruncir el ceño. Con fuerza y enfadado. Aunque puedo ver que junto a su enfado, también hay un toque de miedo. Por eso, en lugar de reñirme, mira a su alrededor, tratando de calibrar si alguien me ha oído.
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—Nadie me ha oído —le digo, sintiéndome un poco mal por haber soltado su secreto a la ligera. Pero tenía que hacer algo para llamar su atención. Me devuelve la mirada, sus rasgos sólo reflejan ira. —Te ruego que te abstengas de decir esas cosas en público. —Mira, lo siento, ¿bien? Sé que eres —busco cómo decirlo—, poco abierto al respecto y por una buena razón, claro. Y te juro que me aseguré de bajar la voz. Pero he intentado hablar contigo y no me has prestado atención. Me observa durante unos segundos antes de suspirar. —Te pido disculpas. Esta fusión me está ocupando demasiado tiempo y acabo de llegar de una reunión. Pero te agradecería que... —Sí, por supuesto —digo inmediatamente—. No era mi intención molestarte. De hecho, no quiero pelearme contigo. Te pido disculpas. De verdad que lo siento. Y entiendo que tienes trabajo y estás ocupado. Pero nos vamos a casar pronto. Vamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. Yo sólo... quiero que podamos hablar el uno con el otro. En ese momento, toda la rabia residual se escapa de su cuerpo y éste se relaja. Incluso guarda el teléfono y asiente con la cabeza. —Lo siento. De verdad. Deberíamos poder hablar entre nosotros. —Luego se ríe entre dientes—: Que te cases conmigo no significa que tengas que aburrirte como una ostra. Así que, por favor, adelante. —No eres aburrido —digo sinceramente—. O al menos no perpetuamente aburrido. Estoy segura de que podemos encontrar una manera de animarte un poco. Se ríe un poco y yo suspiro aliviada por haber roto el hielo. Pero entonces se calla y aparece entre sus cejas un ligero fruncimiento, éste de curiosidad. —¿Por qué te casas conmigo? —¿Perdón? —Sé por qué me caso contigo —dice, con aire ligeramente suspicaz—. Pero nunca he preguntado por qué una chica tan guapa como tú se casa conmigo. Estoy seguro de que podrías tener a quien quisieras. Entonces, ¿por qué yo? Porque mi padre me está chantajeando para que me case contigo por tu dinero y no puedo hacer nada. Y nunca me he sentido peor que ahora.
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Porque sé por qué se casa conmigo y es tan injusta como mi razón. Es porque su padre es un idiota. Un idiota homofóbico. Al parecer, un día pilló a Ezra con uno de sus guardaespaldas y se indignó tanto que amenazó con quitarle la herencia y su puesto en la empresa si no se casaba con una chica. Creía que mi padre era un idiota malvado, pero resulta que tiene competencia en el padre de Ezra. Quizás por eso es tan buen amigo de mi padre. Que quiere robarles todo su dinero. Pero como no puedo decirle eso a Ezra, le digo otra cosa que es verdad. —Porque si no me caso contigo, mi padre encontrará a otra persona para que me case. Y puede resultar ser exactamente como él. Sí. Desde que mi padre me llamó a su estudio hace un mes y me dijo cuál iba a ser mi destino, vivía con un miedo constante. Pensaba que mi padre elegiría a alguien exactamente igual que él: grande y descarado, temible y cruel. Alguien que me trataría como a un objeto, abusaría de mí, me degradaría igual que ha hecho con mi madre. Con el resto de nosotros. Pero entonces conocí a Ezra y todos mis temores desaparecieron. Era educado, bien educado y muy, muy gay. Con la forma en que no podía apartar los ojos de su guardaespaldas. Aunque tengo que decir que mientras mis miedos desaparecían, mi sentimiento de culpa aumentaba. Pensé que si el hombre con el que me iba a casar era como mi padre, no tendría ningún problema en fingir ser amable con él para estafarle su dinero. Pero con Ezra, me duele hacer esto. Entonces sonríe y levanta su copa para que yo la choque. —Por nosotros. Por tener la desgracia de haber nacido de los dos peores padres del planeta. Con la culpa a flor de piel, le devuelvo la sonrisa. —Por nosotros. Y luego volvemos a la comida. Comemos, comemos, comemos. O mejor dicho, yo como y Ezra vuelve a escribir cosas en su teléfono.
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Hasta que pronuncio la cosa más bizarra de la historia. —¿Has pensado alguna vez en los bebés? Levanta la cabeza y me mira. —¿Qué? Maldita sea. ¿De dónde ha salido eso? Bueno, ya sé de dónde viene. Como he dicho, he estado pensando en bebés desde que me comprometí, pero no quería soltarlo así. Pero quizá sea algo bueno. Tal vez si lo hablo con mi prometido y hago un plan, él no irrumpirá en mis pensamientos. Sí, hace tiempo estaba enamorada de él y quería todas esas cosas con él, pero ya no es el caso. Así que sí, es bueno. —¿Qué piensas de ellos? —Eh... —Palidece—. ¿Qué pienso de los bebés? —Sí. ¿Te gustan? —¿Me gustan? —Sí. —Asiento, empezando a impacientarme porque me lo repite todo—. ¿Te gustan los bebés? —¿Por qué? —Porque siempre he querido uno. —Yo... —Y porque creo que un bebé podría ser algo perfecto. —Luego, añado—: Para nosotros. En realidad, sí. Se me acaba de ocurrir. Es más que bueno. Es genial. —No... —Sí. —Vuelvo a inclinarme hacia delante—. Si tenemos un bebé, puedes convencer a tu padre o a cualquiera que piense que eres gay, de que no lo eres. Que eres un hombre sano, heterosexual, con una mujer y un bebé en camino. Exactamente. Será perfecto para él.
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—¿Y cómo lo haríamos? —pregunta, con cara de estrés. Entonces, con mi mayor sonrisa, digo: —Podríamos, ya sabes, usar tu... Mis palabras se tragan cuando suena su teléfono y se apresura a responder la llamada como si quisiera tener otra conversación que la que estamos teniendo. Debería estar decepcionada pero, a mi pesar, no lo estoy. Porque iba a decir algo que me llena de desagrado y repulsión antes incluso de haberlo dicho. Aparentemente va en contra de la fibra misma de mi ser. Maldita sea. Odio que tener el bebé de mi prometido —incluso mediante técnicas in vitro como quería mencionar— no sea algo que quiera hacer en absoluto. Me hace sentir... sucia y miserable y simplemente triste. ¿Por qué? ¿Por qué, por qué, por qué? ¿Por qué no puedo quitármelo de la cabeza cuando se trata de mis sueños? Lo odio tanto. Lo odio por arruinarme esto. Odio... Algo se agita en el aire entonces, rompiendo mis pensamientos enloquecidos. Algo familiar. Una pesadez y turgencia familiares. Un escalofrío eléctrico familiar. Del tipo que sólo un dios enfadado puede hacerte sentir. Pero eso es imposible. Eso es... Frenéticamente, levanto la vista, dispuesta a buscar la fuente de la perturbación, y ahí está. En el centro de mi campo de visión. De pie y sobresaliendo en un lugar donde nada sobresale en absoluto. Donde todo es igual de cegadoramente brillante y, por tanto, mundano y no dramático. Pero es dramático. Es lo contrario de mundano. Él no pertenece aquí con su cabello loco y rebelde y su estructura demasiado poderosa. Demasiado grande, demasiado alto también. Pero lo que no encaja en absoluto aquí, en un lugar donde ser civilizado, educado y elegante es más un trabajo
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que otra cosa, es el hecho de que su complexión demasiado poderosa parece estar hecha de piedra. Pero incluso así puedo ver que está hirviendo. Prácticamente vibra. Listo para abrirse y derramarse como el cielo atronador, iracundo y violento. Y yo soy el objetivo. Yo. Porque me está observando. Y por lo que parece, lleva tiempo observándome. Y Dios, Dios siento un escalofrío de emoción rodar por mi espina dorsal. Por su repentina aparición en esta parte del mundo, mi parte, la parte aburrida. Pero eso no es todo. También siento esa aceleración familiar en mi vientre. Un latido familiar en mi vientre. Un pulso. Y antes de darme cuenta, me levanto de mi asiento. Me disculpo, le digo a Ezra que voy al baño y salgo corriendo.
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CAPÍTULO NUEVE
E
l baño está limpio. Lo cual es genial.
No es que esperara menos de este establecimiento de cinco estrellas, pero aun así. También está vacío. Lo que es aún mejor. Creo. No estoy segura de sí es bueno que no haya nadie aquí para observarme en un estado tan agitado. O si es malo que no haya testigos. Aunque por qué necesitaría testigos, no lo sé. No va a pasar nada, me digo. ¿Y qué si está aquí? ¿Y qué si parecía cabreado? Eso es lo suyo. Es el Furioso Thorn. Siempre está enfadado por algo. No tiene nada que ver conmigo. Debería estar más asustada por lo que acaba de pasar entre Ezra y yo. Es mi prometido —forzado, pero aun así— y por eso debería estar pensando en bebés con él y no... en él. La puerta del cuarto de baño se abre y, de repente, está de pie en el umbral. Cubriéndolo, bloqueándolo. Dominándolo. Sumergido en la belleza y la rabia. En el fondo de mi mente y de forma extremadamente inútil, me doy cuenta de que su barba incipiente es más espesa que anoche, lo que significa que aún no se ha afeitado. Y mis dedos, a pesar de todo, siguen hormigueando de ganas de tocarlo. ¿Por qué es tan importante, Tempest, lunática? —¿Qué haces aquí? —pregunto, sacudiendo todos mis pensamientos, mi voz alta y fuerte en el espacio vacío—. Este es un baño de mujeres. Y está ocupado, por si no te has dado cuenta. —Muevo una mano por mi cuerpo—. Por una mujer. Así que lárgate. Su respuesta a eso es entrar. Y cerrar la puerta. Lo que hace sin apartar la mirada de mí.
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Aunque sé que es una táctica intimidatoria —mantener sus ojos oscuros sobre mí—, no puedo evitar sentir un escalofrío de miedo en el pecho. Sobre todo ahora que estamos en un espacio cerrado. Pero como siempre, no voy a mostrarle que estoy perdiendo la cabeza. No merece saberlo. No se merece nada de mí. —¿Por qué cierras la puerta? —exijo entonces, con una voz que estoy elaborando cuidadosamente para que suene enfadada en lugar de temblorosa. De nuevo su respuesta es algo peor. Alarga el brazo hacia atrás y le pone seguro la puerta que acaba de cerrar. No puedo verlo porque su gran cuerpo musculoso bloquea sus acciones, pero sin duda oigo su chasquido. Incluso lo siento. Es como si un latido cayera de mi corazón y me golpeara el estómago. —Dios mío, ¿por qué bloqueas la puerta? En respuesta, empieza a moverse hacia mí. Pasos largos, lentos y merodeadores. Y no puedo evitarlo. No puedo evitar dar un paso atrás —una muestra de debilidad, lo sé— hasta que mi columna se estrella contra la pared. —¿Estás loco? —Vuelvo a hablar a pesar de que aún no se ha dignado a responder a ninguna de mis preguntas—. ¿Estás loco? ¿Qué haces aquí? ¿Qué haces aquí? ¿Y si alguien necesita ir al baño? ¿Y si es una emergencia y no pueden entrar? cerca.
Una vez más, no hay respuesta de su parte, excepto que está cada vez más Observándome. Acechándome como si fuera su presa.
—Va a ser culpa tuya —le digo, casi lanzándole las palabras—. ¿Me oyes? Tu puta culpa si alguien necesita ir al baño y no puede. Dios mío, ¿por qué no dice nada? ¿Por qué da tanto miedo? Estúpida idiota asustadiza.
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—¿Y si alguien pide ayuda? ¿Y si alguien llama a seguridad? ¿Qué vas a hacer entonces? No voy a cubrirte. —Sacudo la cabeza—. De hecho, gritaré con ellos. Voy a... Mis palabras se derriten en mi lengua porque él está aquí. Me ha alcanzado. Miro hacia abajo y veo que las puntas de sus botas marrones, que parecen las de un motero o una estrella del rock, están tocando las puntas de mis sofisticados y femeninos tacones de aguja plateados. Durante unos segundos, lo único que puedo hacer es mirarlas. Contemplar lo mal que le sientan las botas con la ropa que lleva, una camisa de vestir y una chaqueta demasiado ajustada, y lo bien que le sientan a él. Qué injusto es que piense que ésta debería ser la nueva tendencia en moda masculina. Botas Rockstar combinadas con una chaqueta una talla más pequeña. —Está todo mal —le digo. Luego levanta la vista—: Tus botas no combinan con tu atuendo. Y parece que te vas a salir de la chaqueta como el Increíble Hulk. —Esa es siempre tu amenaza, ¿no? —dice entonces, ignorando por fin y por completo lo que acabo de decir. Menos mal, porque lo que había dicho era una tontería. —¿Qué es? —Gritar. Trago saliva. —Eso es porque no me escuchas. —Sí, tengo oído selectivo cuando se trata de ti. —Tú... —Pero seguiré diciendo que eres tú —dice—, quien no escucha. —¿Qué se supone que significa eso? —¿Porque no fue anoche cuando te dije lo que pasaría si gritabas? firme.
Trago saliva, con las manos apoyadas en la pared, intentando mantenerme —No me importa lo que me hayas dicho. Quiero que...
—Te dije —me interrumpe con la mirada, alterando los latidos de mi corazón— , que gritar no te hará ningún favor, ¿recuerdas? Que te echarán un vistazo y lo entenderán. De hecho, no sólo me absolverán de cualquier pecado, sino que ellos
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mismos se convertirán en pecadores. Te sujetarán, te callarán y me dejarán hacer lo que he venido a hacer. Estoy temblando. O al menos mis muslos. Aunque ya no sé si es miedo. Está ahí, claro, pero cuando se preocupa, siempre hay una pizca de emoción. Siempre hay un toque de electricidad. Apretando los muslos, pregunto: —¿Y qué has venido a hacer aquí? —He venido a hacerte una pregunta —responde en voz baja, despreocupado, ocultando la mirada oscura y el tic en la mandíbula. —¿Qué pregunta? Pone una mano en la pared, por encima de mi cabeza, estirando hasta el límite su ya demasiado ajustada chaqueta, que parece más grande que antes. —Si matara a ese hijo de puta de ahí fuera, con el que estabas sentada en la mesa, ¿llorarías en su funeral? Mi respiración se detiene. —¿Qué? —Me debato entre dos caminos —prosigue, aun hablando en voz baja, lo que de alguna manera está haciendo que cada palabra que dice sea aún más peligrosa. —No estoy segura de que... —Podría romperle el cuello —me interrumpe—. Muy rápido, muy limpio; no sabrá qué le golpeó. O puedo romperle todos los huesos del cuerpo, uno a uno, lenta y metódicamente, hasta que grite de dolor y se mee en los pantalones. Y luego acabar con su sufrimiento y estrangularlo hasta la muerte. Mi respiración, que antes era tranquila y silenciosa, ahora es ruidosa. Se han vuelto agitadas y erráticas y mis palabras suenan igual. —Estás... Esto es... ¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué demonios...? —Personalmente prefiero la opción número dos. Porque no creo que simplemente romperle el cuello vaya a ser suficiente para mí. Quiero que duela. —¿Puedes... —Pero tampoco soy completamente irracional, entiendes. Puedo ser persuadido a tener piedad. —Yo no...
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—Así que si me dices que no te importará si muere, que ni siquiera irás a su puto funeral y mucho menos llorarás su muerte, elegiré la opción uno. Se lo pondré fácil. Así que —se acerca aún más a mí, inclinando su hermoso rostro para poder mirarme a los ojos—, ¿qué opción va a ser? Opción uno o dos. Ahora todo depende de ti. —Uno —suelto. Un músculo salta en su mejilla ante mi respuesta. —Uno. —S-sí. —¿Por qué? —Porque no voy a llorar. —En su funeral. —Sí. Ni siquiera iré a su funeral. —No lo harás. —No. —Sacudo la cabeza frenéticamente—. Ni siquiera me preocupo por él, ¿de acuerdo? No... —¿Que no qué? —suelta, con el músculo de la mejilla todavía saltando. En todo caso, creo que he conseguido enfadarle más, pero no entiendo cómo es posible cuando le estoy dando lo que quiere. Cuando le sigo la corriente en este retorcido juego del que ni siquiera conozco las reglas. —Sólo... sólo no le hagas daño, ¿está bien? —digo entonces, suplicante—. Haré lo que quieras que haga. Pero no le hagas daño a Ezra. Sólo... —Así se llama —dice, con la mandíbula desencajada—. Ezra. —Sí. —¿Quién demonios es? —N-nadie. Aprieta la mandíbula, sus ojos parpadean por toda mi cara antes de decir: —No esperarás que me crea eso, ¿verdad? Después de haber rogado tan bellamente por su vida. —Sólo... —Consejo profesional —dice, acercándose aún más, bajando aún más la voz— . No quieras suplicar por la vida de otro hombre delante de mí, si de hecho quieres
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salvarlo. Sólo conseguirás que lo mate más. Y eso es mucho decir porque ya quería borrarlo del mundo, joder, porque le sonreías. —¿Qué? —Eso es lo que hiciste, ¿verdad? —ronca, con los ojos entrecerrados—. Le sonreíste. Le diste lo que me pertenece. Espera un segundo. Sólo espera. ¿De eso se trata? ¿Es por celos? ¿Por eso está tan enfadado y actúa como un asesino en serie desquiciado? Aunque sigo odiando pensar en el pasado tan complicado que hubo entre nosotros —prefiero fingir que nunca ocurrió y que tomamos caminos separados después de aquella noche desastrosa de hace tres años—, diré que no es la primera vez. Que se ha puesto celoso, quiero decir. Aunque “celoso” probablemente no sea la palabra adecuada. Lo que siempre pensé que eran celos y tomé como una señal de su afecto secreto por mí —porque claramente no decía nada en voz alta y por eso tenía que hacer suposiciones— es simplemente su ego hablando. Siempre he dicho que nunca he conocido a un tipo como Ledger. Es intenso, más intenso que nadie que yo conozca. Es competitivo, de nuevo más que nadie que conozca. Probablemente incluso más que mi propio hermano, pero por favor, no me cites porque mi hermano ha hecho cosas muy jodidas en nombre de su estúpida rivalidad. En cualquier caso, esto no son celos. Esta es su respuesta Neanderthal. Por ver a otra persona jugar con su juguete. Que es lo que soy para él. O lo fui durante mucho tiempo y debido a mi propia estupidez. Así que el hecho de que sienta satisfacción ahora mismo es estúpido. No hay necesidad de eso. No hay necesidad de sentir excitación o emoción ni ninguna de esas viejas cosas que solía sentir entonces. Lo que debería estar ahora es enfurecida. Que lo estoy, por supuesto. Pero está contaminado por otras cosas. Aun así, me concentro en mi ira y digo:
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—No, no es así. Nunca lo ha hecho. Así que quiero que dejes de lanzar tu peso y te alejes de mí. Los músculos de su brazo levantado se tensan. —Dime quién demonios es. Levanto la barbilla. —No. Sus ojos están a punto de convertirse en rendijas. —No me jodas ahora, ¿sí? Quiero que me digas quién es o saldré y le daré una paliza hasta que me lo diga él mismo. También le fulmino con la mirada. —Primero, no harás nada de eso. Porque aunque te creas un dios o lo que sea, no lo eres. Lo que eres es una celebridad. No puedes pegarle a alguien y salirte con la tuya, ¿bien? Ni siquiera tú. De hecho, sólo dañará tu reputación y tu carrera y... —A la mierda mi carrera. —¿Qué? —Y a la mierda mí ya jodida reputación. —¿Qué significa eso? —pregunto, confusa. —Tienes cinco segundos para decirme quién es o me voy. —¿Qué quieres decir con ya jodida reputación? Que... —Uno. —¿Qué? —Dos. —¿Estás... —Tres. —No, no lo harás. —Cuatro. —Dime que no estás contando ahora mismo. —Cinco. Parece que el tiempo se detiene. La tierra también deja de moverse. La gente de fuera deja de existir y pienso, enloquecida, que aquí sólo estamos nosotros dos. Sólo están sus ojos negros como el
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carbón mirándome a los míos grises, y su olor a canela —el olor con el que a veces sueño— mezclado con el olor a algodón de azúcar. Sólo estamos él y yo. Encerrados en un lugar sin tiempo ni espacio. Pero claro, eso no es verdad, ¿no? Aunque me parezca que existimos en un plano diferente, no es así. Y él no lo ha olvidado. No se ha perdido como yo y por eso rompe el trance y aparta la mano de la pared, dispuesto a marcharse. Listo para hacer lo que prometió que haría. Y entonces me agarro a su chaqueta. Lo agarro con fuerza y firmeza, deteniéndolo. —No es nadie, ¿okey? Sólo un chico. Te lo prometo. Un amigo de la familia. Sus fosas nasales se agitan. —Un amigo de la familia. Me lamo los labios resecos. —Sí. Ni siquiera fue idea mía verle esta noche. Fue de mi padre y... —Tu padre. —Luego—. El hijo de puta de tu padre. No hace falta decir que cuando estaba loca por él, se lo contaba todo. Bueno, casi todo. Y esas cosas incluían mi historia paterna. Así que lo sabe todo sobre mi padre y mi madre. Por no mencionar que cuando Callie y Reed se juntaron, toda la familia Thorne se enteró de lo mierda que es mi padre. Mientras que todo lo que sé de mi familia es lo que he oído de los chismes de mi pueblo o de Callie. Pero no de él. Nunca de él. Y pensé que era porque aún no había roto la barrera con él y que tal vez debería hacerlo mejor. Pero por supuesto ese no era el caso. Simplemente no le gustaba. En fin. —Sí —le digo—. Él organizó la reunión. —¿Por qué? Mierda. Estamos entrando en territorio peligroso aquí. No quiero que sepa por qué.
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No quiero que nadie sepa por qué. —Porque —empiezo, agarrándome a un clavo ardiendo—. Como dije, es un amigo de la familia. Mi padre quiere que, no sé, me mezcle. No me cree. Lo veo claramente en su cara. Puedo ver claramente que él tampoco lo dejará pasar. Pero antes de que pueda obligarme a decirle la verdad, decido decírsela de todos modos, aunque sea parcialmente, y distraerle. —Mira, ya sabes que mi padre es un pedazo de mierda, ¿verdad? Así que como tal, está obligado a hacer cosas de mierda. —Enrosco mis manos en su chaqueta, evitando que salga corriendo mientras continúo—. Está tratando de jugar al casamentero, ¿de acuerdo? Está intentando juntarnos a Ezra y a mí. Quiere que, no sé, que nos comprometamos, que nos casemos, pero... —Su cuerpo se sacude y su mandíbula se tensa tanto que incluso a mí me duele, así que aprieto con más fuerza su estúpida chaqueta—. Pero no lo quiero. No quiero casarme con él. No quiero casarme con nadie ahora mismo. Así que quiero que te calmes, ¿sí? Quiero que te calmes y me dejes encargarme. Su cuerpo se sacude de nuevo y casi pierdo el control sobre él cuando gruñe: —Encárgate. —Sí. Porque eso es lo que estoy haciendo. —Voy a... —No —vuelvo a tirar de su chaqueta y le digo con firmeza—. No vas a hacer nada. Porque mira. —Levanto la mano izquierda y se la enseño—. ¿Ves un anillo de compromiso? Eso es porque, como te he dicho, me estoy encargando yo, y no quiero que nadie se entrometa, y menos tú. Sabía que esto pasaría. Si alguien se enterara —es decir, alguien que se preocupara por mí— de que me caso según los deseos de mi padre, se volvería loco. Especialmente mi hermano. Se daría cuenta enseguida de que algo va mal y haría todo lo que estuviera en su mano para sacarme de allí. Por eso no se lo he dicho a ninguno de mis amigos. Por no hablar de lo bien que pensé en quitarme el anillo y metérmelo en el bolso en cuanto entré en el baño. —¿Ahora puedes calmarte, por favor? —suspiro—. Y deja de actuar como un asesino suelto. No es necesario. No es como si no hubiera sonreído a chicos antes de hoy. De hecho, lo he hecho y... —Dios, no puedo creer que esté diciendo esto pero da igual—. He sonreído a chicos; he coqueteado con ellos. Deliberadamente. Sólo con el propósito de irritarte. Y nunca te volviste tan loco. Así que no entiendo qué...
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—Lo hice. —¿Qué? Su mandíbula sigue crispada y creo que es porque aún no le gusta que le haya pedido que se retire. —Después. —¿Después de qué? —Cuando no podías ver. Entonces lo estudio. Sus rasgos delineados por la ira. Sus ojos negros como el carbón. Ese cabello loco que le fruncía el ceño. La forma en que se inclina sobre mí, y recuerdo algo. Recuerdo que esto es lo que solía hacer. Inclinarse sobre mí, encorvar ligeramente los hombros, doblar la espalda. Así no tenía que ponerme de puntillas ni levantar demasiado el cuello, ni siquiera en tacones, para mirarle a los ojos debido a nuestra enorme diferencia de altura. Me encantaba. Solía pensar que lo hacía para tranquilizarme. Lo hacía para facilitarme las cosas y el hecho de que lo hiciera tan inconscientemente hacía que me gustara aún más. Como si quisiera suavizarme las cosas simplemente por instinto. Ahora lo sé mejor, por supuesto. Era sólo algo que hacía y no había ningún significado oculto tras ello. Pero el hecho de que lo esté haciendo ahora, en este momento, me está haciendo muy difícil recordar por qué no debería estar cerca de él. Por no hablar de lo que acaba de decir. —¿Estás diciendo que te volviste loco después de que me fui? —pregunto. Ya he dicho que no estoy orgullosa de cómo me he comportado con él en los últimos trece meses. Además de discusiones y peleas, también he intentado darle celos. He intentado ligar con chicos, sonreírles, hablarles con la clara intención de vengarme de él. Pero, por supuesto, nunca mostró ninguna reacción exterior a eso, y por eso siempre pensé que mis planes, por así decirlo, nunca funcionaron. —Sí —dice, devolviéndome al momento. Tengo el corazón en la garganta cuando balbuceo:
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—¿Qué les has hecho? —Los hice mierda. Ahora tengo el corazón en la punta de la lengua. —¿Incluso tu... hermano, Shepard? Porque sí, yo también coqueteé con él. Pero sólo una vez. Me sentí muy mal cuando lo hice. Vuelve a apretar los dientes. —Sí, realmente sabes cómo hacerlo, ¿no? —¿Hacer qué? —Apuntar al corazón. Me estremezco, extrañamente sintiendo disculpas. —Yo no... —Y sí, incluso mi hermano Shepard. Mi ojo se abre de par en par. —¿Te disculparás con tu hermano por mí? —No. —Pero... —Es mi hermano. Creció conmigo. Sabe cómo recibir un puñetazo. Trago saliva. —Nunca quise que esos chicos salieran heridos. Yo sólo... —Tratabas de hacerme daño. Me estremezco de nuevo. —Yo... —Y lo hiciste —dice, aunque no veo ningún enfado en él por esto, sólo una extraña especie de satisfacción. Como si le gustara, ser herido por mí—. Hoy, cuando le sonreíste, más que nunca. —Pero era sólo una sonrisa y... —Era una sonrisa que siempre guardabas para mí. Me sorprende tanto su afirmación que casi me golpeo la cabeza contra la pared.
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—¿Qué significa eso? Sus ojos oscuros como la noche bajan hasta mi boca. —Significa que sonríes mucho. Y tienes una sonrisa para cada ocasión. Una sonrisa sarcástica de labios apretados. Una sonrisa enfadada. Una sonrisa divertida, normalmente para cosas que a nadie le hacen gracia excepto a ti. Y luego hay momentos en los que sonríes y tus ojos brillan como pequeños diamantes azules. Tus mejillas se vuelven rosas como el algodón de azúcar. Tu pulso, esa peca que lo cubre, revolotea como un colibrí o algo así. Toda tu cara se vuelve suave, soñadora. Te iluminas, como una luciérnaga. Y lo haces para mí. —Lo hacías cuando me veías. Entonces. En la calle. En mi casa cuando venías a ver a Callie. En el campo de fútbol cuando ibas a mis partidos. A veces lo hacías incluso después de haberme visto sólo una hora antes. Era como si iluminara el mundo para ti. Para mi Luciérnaga. Luciérnaga. El apodo que me puso. A veces, a altas horas de la noche, pienso en las últimas palabras que me dijo. Eran feas. Esas palabras. Siempre me hacen llorar. Pero, como una lunática, lo que me hace llorar aún más es el hecho de que las puntuara con “Luciérnaga”. Sé que me puso ese apodo burlonamente, con malicia en el corazón. Y venganza. O tal vez me lo dio sin pensarlo mucho, no lo sé. En este punto, es un cara o cruz, pero desde luego no estaba fuera de lo que pensé inicialmente. El amor. No era porque yo le gustara en secreto o me adorara y no pudiera vivir sin mí. No me lo dio porque sentía lo que yo sentía. Y así, antes de que pueda pensar bien las cosas, susurro: —Te amé. Entonces su cuerpo se queda inmóvil. Durante unos instantes, creo que no respira. No le culpo. Yo tampoco respiro mucho. O en absoluto. De todos los escenarios que he imaginado en mi cabeza a lo largo de los años, decírselo en el baño de un restaurante de cinco estrellas trece meses después de que me rompiera el corazón, mientras mi prometido me espera sentado fuera, no es algo que haya entrado nunca en la lista.
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Y esa lista era larga. Porque me la imaginaba mucho. Me lo imaginaba día y noche, diciéndoselo. En lugar de dejar que piense que soy una loca enamorada de él, la hermana pequeña de su rival, soy la chica que está enamorada de él. Soy la chica que no puede vivir sin él. Que quiere que él la ame. Que quiere estar con él el resto de su vida. Muchas veces estuve a punto. Pero nunca pude porque tenía tanto miedo de que me rechazara. Tenía tanto miedo de que me mirara como si estuviera loca. Como lo hacía el resto del mundo. Para alguien que siempre ha sido tan valiente y temeraria y tan fuera de sí, actué como una cobarde, lo admito. Quizá el amor es algo que te cambia. Da valor a los cobardes y se lo roba a los valientes. No lo sé. Lo único que sé es que nunca se lo dije. Nunca le dije explícitamente que lo amaba. Y ahora que lo he hecho, no respira. Como si mi confesión lo hubiera matado. Estrangulado la vida fuera de él. Qué gran reacción, ¿verdad? Todas las chicas quieren esto a cambio. Decirle a un chico que lo aman y que ese chico parezca que ha visto un fantasma. —Lo hice —confirmo, clavando el cuchillo más profundamente en su corazón— . Nunca te lo dije porque tenía miedo. Tenía miedo de que no me respondieras. Cada vez que me convencía de decir esas dos palabras, de decirte la verdad, me echaba atrás. Pensaba que tal vez necesitaba un poco más de tiempo. Un poco más de tiempo para que te enamoraras de mí. Un poco más de tiempo para hacerte ver quién era yo. La chica enamorada. Así que hice todo lo que pude para que eso sucediera. Hice todo lo que pude para convencerte, para mostrarte lo que había en mi corazón. La forma en que te perseguí, la forma en que seguí llamándote, conduciendo para verte. La forma en que te sonreía con el corazón en los ojos. La forma en que te pedía que te abrieras a mí. Todo era porque te amaba y quería que lo vieras. Para que un día, cuando te dijera que te amaba, me lo respondieras. —Pero me alegro de no haberlo dicho nunca. Me alegro de que al menos me quede un poco de autoconservación. Porque fui una tonta, ¿no? Porque hiciera lo que hiciera, nunca me habrías visto como una chica a la que pudieras amar. Para ti,
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siempre fui la hermana pequeña de tu rival. Un peón. Una pieza de ajedrez. Alguien para usar contra mi hermano. Alguien de quien abusar para tus planes de venganza. —Anoche me preguntaste si me acordaba de tus planes de venganza, ¿verdad? Los recuerdo. Recuerdo cómo viniste a mi dormitorio hace trece meses en mitad de la noche. Recuerdo cómo después de dos años persiguiéndote, por fin me perseguiste. Por no hablar de que recuerdo por qué lo hiciste. Qué pasaba exactamente por tu cabeza cuando llamaste a mi puerta y me besaste por primera vez. Fue mi primer beso, ¿lo sabías? Y Dios, fue hermoso. Fue lo más hermoso que había experimentado en mi vida. Hasta que lo convertiste en algo feo. Hasta que convertiste mi primer beso en un beso de venganza. Se me saltan las lágrimas y no tengo medios para detenerlas. Y tampoco puedo detener mis palabras mientras continúo: —Así que ahora no puedes venir aquí y preguntarme por el chico al que estaba sonriendo. No puedes enfadarte por ello, ni ponerte celoso. No puedes recordar cómo te sonreía porque eres tú quien lo ha destruido todo. Tú eres quien cambió lo que podría haber sido nuestra historia de amor en una historia de venganza. Así que es mejor que nos mantengamos alejados el uno del otro. A partir de ahora, si me ves por la calle, en una reunión o en cualquier sitio, haz como si no estuviera. Y yo fingiré que no eres el chico al que amaba y que acabó rompiéndome el corazón.
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CAPÍTULO DIEZ Su Hermoso Thorn
E
lla también lo piensa. ¿No es así? Todos los días.
Cada segundo de cada maldito día. Como yo. Piensa en lo que le hice. Piensa en cómo le rompí el corazón. Pero no está enfadada por ello. Bueno, lo está. Claro que sí. Pero también siente otras cosas. Siente el dolor. La angustia. El maldito trauma por el que tuvo que pasar a mis manos. Jesús. ¿Por qué no me di cuenta antes? ¿Por qué no lo vi? Durante los últimos trece meses, la única forma en que he podido vivir conmigo mismo es saber que ella había seguido adelante. Que lo que le hice esa noche no dejó una impresión duradera. Que se había recuperado. Y finalmente, se dio cuenta de que perseguirme no era algo que debiera hacer. Es algo que he querido que entendiera desde el principio. Desde la noche de la fiesta en la que estaba escondida detrás de los arbustos. Y tengo que admitir que me cabreó. Que fuera capaz de seguir adelante tan fácilmente cuando todo lo que yo podía hacer era pensar en ella. Todo lo que podía hacer era pensar en esa noche hace trece meses. Y sí, la había provocado deliberadamente por eso.
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La alborotaba a propósito para que me prestara atención como solía hacer. Pero ahora sé que es como yo. Si sus lágrimas de hoy, la angustia en sus ojos son una indicación, ella ha estado atrapada en el pasado como yo. Y todo lo que he hecho es hacer las cosas aún más difíciles para ella. ¿Qué clase de idiota soy, eh? ¿Qué clase de idiota soy que haría algo así? ¿Qué clase de idiota no sólo rompe un corazón sino que lo pisotea repetidamente? Joder. Joder, joder, joder.
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CAPÍTULO ONCE
H
ace tres años, vi a un chico en el campo de fútbol y me enamoré al instante.
A pesar de que era el rival de mi hermano y alguien a quien mi hermano odiaba absolutamente. A pesar de que unos días después, en nuestra primera interacción, también lo odiaba y me prometí a mí misma que lo superaría y seguiría adelante. No lo hice. Al menos no de inmediato. Lo que hice fue exactamente lo contrario: Corrí tras él. Lo perseguí. Hice todo lo que pude para que me correspondiera. La única explicación que tengo de por qué hice todo eso es que era tonta. E ingenua, y creía en cuentos de hadas y novelas románticas. Creí, a pesar de todas las señales iniciales, que podía haber algo más en él que ser un deportista Idiota. Después de todo, mira lo que tuvo que vivir y superar. Lo parecido que es a mi propio hermano, al que quiero con locura. Así que decidí darle otra oportunidad. Lo que significaba seguirlo a todas partes. Aparecer en sus partidos y entrenamientos de fútbol, para disgusto de mi hermano. Aparecer en su casa para pasar el rato con su hermana, aunque he de decir que salir con Callie no era solo por su hermano; lo habría hecho de todas formas porque era mi mejor amiga, pero aun así. También significaba que cuando no podía ir a verlo, porque yo vivía en un internado en Nueva York y él estaba en Bardstown, le enviaba mensajes, llamaba o enviaba mensajes en las redes sociales. Todo con la esperanza de que me viera como algo más que la hermana pequeña de su rival. Porque así es como me veía la mayor parte del tiempo. La mayor parte del tiempo, me llamaba su guapa acosadora, cuando no me llamaba su Luciérnaga, y me ignoraba. Aparecía en sus partidos y apenas me prestaba atención. Me presentaba en sus fiestas y estaba demasiado ocupado con sus amigos para dedicarme una mirada. Le enviaba mensajes y a veces contestaba horas más tarde y, cuando se dignaba a responder, se mostraba distante y condescendiente y me amenazaba discretamente con utilizar esos mensajes contra mi hermano.
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Sin embargo, nunca lo hizo. Nunca reveló el mayor secreto que le oculte a mi hermano: que estaba obsesionada con su enemigo. Y como una loca tonta, lo tomé como una señal positiva. Lo tomé como “tiene más de lo que quiere que vea”. Especialmente cuando hacía algo dulce, de la nada y totalmente al azar. Como la vez que se enfadó mucho conmigo por venir en coche desde Nueva York para su partido cuando había tormenta. O cuando se puso celoso y advirtió a sus compañeros de equipo de mí en las fiestas. O todas las veces que iba a ver a Callie y prácticamente me ordenaba que me quedara a dormir porque era muy tarde. Todas esas veces quise decirle. Quería decirle que lo quería. Que lo amé desde el primer día, desde el primer momento en que lo vi. Pero me contuve. Quería que todo fuera perfecto. Tener la confianza y la seguridad de que me devolvería esas palabras. Así que cuando, hace trece meses, se presentó en mi dormitorio en mitad de la noche, inesperadamente y de la nada, pensé que eso era todo. Pensé que sería la noche en la que me diría que me quería y que por fin podría decírselo yo también. Y mi confianza y mi felicidad no hicieron más que crecer cuando, antes de que pudiera siquiera parpadear, su boca estaba sobre la mía, dándome mi primer beso y, al mismo tiempo, dejándome sin aliento. Quiero decir, ¿por qué si no me habría estado besando, verdad? Nunca lo hizo. Y tampoco vino nunca a mí, ni me persiguió, ni inicio ningún contacto conmigo. Fui la única que lo había perseguido hasta ese momento. Así que todas las señales apuntaban a que él estaba allí para lo que esperaba que estuviera allí. De algún modo acabamos en la cama, yo desnuda y abierta, medio loca de alegría. Y lujuria. Y necesidad y amor. Pero entonces dijo algo. Algo sobre no llevar condón, lo que multiplicó mi alegría. Porque, por supuesto, ese era mi sueño, ¿verdad? Así que, por supuesto, me apunté.
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Estaba ansiosa. Jadeando, retorciéndome, suplicando. feliz.
Pero entonces dijo algo más, que por fin me sacó de mi aturdimiento erótico y
—A ver cuánto le gusta que te deje preñada. Su puta hermana pero mi Luciérnaga. Mía. Esas fueron sus palabras exactas. Exactas. Y de repente todo se aclaró en ese momento. Claro. Fue como si me despertara después de un sueño muy profundo y largo, y por fin pudiera pensar con claridad. Por qué estaba allí. Por qué vino a mí entonces y no antes. Quién era yo para él. No era amor lo que lo trajo, era venganza. Yo no era la chica de la que estaba enamorado. Seguía siendo la hermana pequeña de su rival, y esa noche por fin iba a utilizarme como peón contra mi hermano. Que acababa de dejar embarazada a su hermana. Fue un accidente. Uno muy desafortunado en aquel momento porque, al igual que yo, Callie estaba en el instituto, un reformatorio, y se había hablado de expulsarla. Nos enteramos de todo eso unos días antes y supongo que fue su forma de vengarse. Reed dejó embarazada a su hermana, así que iba a hacer lo mismo conmigo, la hermana de Reed. Significa que todo este tiempo, todo el tiempo, así fue como me vio. Eso era todo lo que fui para él. Un objeto. Una pieza de ajedrez. Un peón. Y nada más. Todas esas pequeñas señales que vi, su dulzura, sus celos, no significaban nada en absoluto. Para empezar, apenas eran señales. Era yo. Lo imaginé todo. Lo inventé todo en mi cabeza. No necesitaba darle tiempo para darse cuenta de que sentía algo por mí. Lo que necesitaba era que yo superara de una vez mi amor por él y seguir adelante. Porque esto era tóxico.
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Lo que hacía era tóxico. Mi amor era tóxico. Él era, es, tóxico. ¿No es así? Es el tipo hecho de truenos y espinas. No sabe lo que es el amor cuando en lo único que ha pensado es en la venganza y lo único que ha conocido es la ira. Y es mejor que nos mantengamos alejados el uno del otro. —¿Verdad, bestie? —le digo a Halo, rompiendo mi silencio pensativo. La tengo de nuevo atada a mi pecho con el arnés rosa pálido y estamos en la cocina de Callie y mi hermano. Están disfrutando de una rara noche fuera, algo que les sugerí que hicieran, y estoy de niñera. Lo que significa que Halo y yo estamos haciendo cupcakes. Bueno, estoy haciendo cupcakes. Halo me patea las costillas y gorgotea mientras describo cada paso a medida que lo hago. Y cada vez que la miro, no puedo evitar fijarme en cómo se parece a Ledger. Es algo que sé que hago inconscientemente. Y cuando me doy cuenta de que lo estoy haciendo, soy capaz de apartarlo y ocultarlo. Pero esta noche mi subconsciente está más abierto y la tapa no se ve por ninguna parte. Estoy culpando a todos estos estúpidos encuentros con él en los últimos días. Sin mencionar, la charla que tuve con Ezra ayer. Nunca llegamos a terminar esa conversación, por cierto. Porque cuando salí del baño, agotada, ya se había ido. Pagado la cuenta y le dijo al mesero que me dijera que regresaba a la oficina. En cualquier caso, Halo se parece sobre todo a mi hermano y a Callie. El cabello oscuro de mi hermano “mi cabello también” y los ojos azules de Callie. Pero su nariz es la de él. Completamente. También su frente. Es terca y ancha como la suya. Y esta noche no puedo evitar pensar, imaginar, cómo habrían sido nuestros bebés. ¿Tendrían también su frente? Su nariz. Sus ojos oscuros. Tal vez tendrían su vena terca o… Suena el timbre, sobresaltándome un poco. —Qué raro —le digo a Halo, frunciendo el ceño.
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Ha percibido mi estado de ánimo, Dios, los bebés son tan intuitivos, y me observa con los ojos muy abiertos. Pero le sonrío y le froto el trasero. —No pasa nada, cielo. A lo mejor papá y mamá se han olvidado de algo. Vamos a ver, ¿vale? Le doy un beso en la frente y salgo de la cocina, frotándole la espalda y acariciando su cuerpecito caliente, intentando que se calme. Al doblar la esquina de la cocina y salir a la sala, mis pies se detienen. Porque puedo ver quién es. Claramente. A través de la puerta de cristal. Y él también puede verme. De hecho, sus ojos oscuros se clavan en mí con tanta intensidad, como si supiera que iba a estar aquí y estuviera esperando a que doblara la esquina para poder verme, que me empiezan a temblar las piernas. Mis piernas empiezan a sentirse pesadas, hechas de plomo. Siento todo el cuerpo como si estuviera hecho de plomo. Y lo primero que me viene a la cabeza es mi propia voz. Te quería. Se lo dije ayer. Lo hice. No puedo creer que lo hiciera, pero lo hice. Odio habérselo dicho. Odio haberle dado tanto poder y soltado el secreto que conseguí ocultarle durante tres años. De algún modo, logro moverme y reanudo la marcha. Que es cuando él también se mueve. O mejor dicho, sus ojos lo hacen. Bajan hasta donde tengo a Halo, acurrucada contra mi pecho. Me mira acariciarle el trasero y frotarle la espalda, y se mueve sobre sus pies. Su pecho con su típica camiseta de rockero, esta azul marino con estrellas rojas descoloridas, se mueve también con un largo suspiro y apoya una mano en la puerta. Observando y viéndome con Halo. Como inquieto.
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Como si imaginara lo mismo que yo. Antes de que llegara. El corazón me oprime el pecho. Mi vientre late. Más de lo que suele hacerlo cuando él está cerca. Pero lo ignoro. Es imposible que esté pensando en lo mismo que yo. Él no tiene la capacidad para eso. Todo lo que sabe es cómo destruir. Cuando llego a la puerta, por fin levanta la vista, con la mano aún pegada al cristal, y veo que sus ojos se han vuelto completamente negros. Tienen algo que parpadea en ellos. Algún tipo de emoción de la que rápidamente aparto la mirada y me ocupo de abrir la puerta. —¿Qué —me aclaro la garganta—, estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás en Nueva York? No contesta enseguida. Sus ojos siguen mirándome. O más bien a nosotras. Van de mi cara a Halo, que ahora mismo es completamente ajena a cualquier problema mientras arrulla y muerde el puño alegremente. Y lo están haciendo tanto rápida como lentamente. Como si estuviera tan hambrienta que a la vez se tomará su tiempo y no pudiera dejar de atiborrarse de lo que tiene delante. Es desconcertante. No es la primera vez que me ve con Halo. Es cierto que nos hemos visto dos veces más o menos en reuniones familiares desde que nació y estoy bastante segura de que una de esas veces estaba con Halo. Así que esta visión no es nueva. No sé por qué actúa como si nunca quisiera dejar de verme. —Ledger —digo para llamar su atención y que deje de mirarme así. Funciona. Pero de una forma extraña. Porque sus ojos vuelven a los míos y parece... sorprendido. —¿Qué? —pregunto, confundida. Se lame los labios. —Es la primera vez que lo dices.
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Deliberadamente mantengo los ojos alejados de su boca. —¿Decir qué? —Mi nombre. Ahora soy yo la sorprendida. —Eso no es... —En trece meses. —Eso no puede ser verdad. —Y sin embargo lo es. No sé qué pensar de su comentario. O el hecho de que se diera cuenta de algo tan trivial. Porque honestamente, no lo había hecho. Y tampoco lo hice deliberadamente, si es verdad. Quizá era la forma que tenía mi mente de protegerme después de todo. No digas el nombre del chico que te rompió el corazón. Quién sabe. Todo lo que sé es que es extraño y misterioso. Como su expresión. Vuelvo a aclararme la garganta. —Bueno, probablemente porque es una maldición que invoca al diablo. Entonces sus labios se mueven con una ligera diversión. —Probablemente. —¿Me vas a decir qué haces todavía en Bardstown? Cuando estoy segura de que deberías estar en Nueva York. Practicando hasta que, no sé, caigas muerto o algo así. Su respuesta llega tras un par de segundos de silencio. —Me estoy tomando un descanso del fútbol. —¿Qué? —Así que estaré en la ciudad por un tiempo. —¿Cómo es que te estás tomando un descanso del fútbol? —pregunto, confundida—. Nunca te tomas descansos. Es la verdad. Desde que lo conozco, se ha empeñado en no tomarse ningún descanso. Como nunca.
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Recuerdo que una vez se peleó con mi hermano y los dos acabaron en el hospital. Mientras que mi hermano salió con un tobillo torcido, él salió con una costilla muy lastimada. Y aun así insistió en ir al entrenamiento. Es más, incluso fue a su entrenamiento en solitario. Lo que solía hacer después de su entrenamiento obligatorio con el equipo. Así que sí, el fútbol es la vida de este tipo. Su sueño. Su ambición. Incluso su amor. El fútbol es la razón por la que empezó su rivalidad con mi hermano. Y, por supuesto, su rivalidad es la razón por la que, años después, acabó rompiéndome el corazón. A veces me pregunto habría pasado si no existiera el fútbol. No habría rivalidad. Sin venganza, y tal vez seríamos... —Ahora sí —dice irrumpiendo en mis pensamientos. Menos mal. No quiero seguir el camino del “y si...” Y tampoco quiero apaciguar mi curiosidad sobre su extraña ruptura con su amado juego. Así que, aunque mi confusión sigue ahí, no intento despejarla. En lugar de eso digo: —Bien. Como quieras. Pero, ¿qué haces aquí, en la casa? Me mira durante un segundo o dos antes de bajar los ojos hacia el bultito mimoso y oloroso que tengo sobre el pecho. Alarga la mano y pasa un dedo por la mejilla regordeta de Halo y, rayos, me tiembla tanto la barriga que doy gracias por seguir agarrada al pomo de la puerta. —Vine a ver a mi chica —dice suavemente y levanta los ojos hacia mí. —No creo que... El resto de su respuesta queda ahogada porque este bultito regordete que tengo en el pecho estalla en arrullos y gorjeos como si hubiera encontrado un tesoro. Supongo que la caricia de Ledger llamó su atención y ahora está como loca en mis brazos. Da patadas con sus pies regordetes, agita los puños, me golpea en las costillas y las tetas. Y es doloroso. Tiene cinco meses pero es fuerte, mi baby boo. Si no fuera porque el tipo que tengo enfrente también actuara como si hubiera encontrado un tesoro.
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Porque su boca se dibuja en la mayor sonrisa que le he visto. Normalmente sólo hace una mueca o se ríe con condescendencia. Pero esta es una sonrisa en toda regla y es una sonrisa de alegría. Pura y simple, que hace que mi corazón se acelere y mi mirada se fascine con ella. Incluso estoy memorizando todos los detalles. La forma en que sus labios se estiran, formando medias lunas perfectas. Cómo se relajan las arrugas alrededor de su boca. Cómo sus pómulos parecen menos afilados y severos, y sus ojos oscuros no brillan con dureza, sino con algo bonito y ligero. —Y se alegra de verme —murmura. Como si necesitara más pruebas, Halo balbucea de alegría. —Gah, gah, paaaaah. Con sus ojos en ella, dice. —Oye, Little Berry. Da una palmada. —Pah. Pah. Da. —¿Me extrañaste? Me vuelve a dar una patada en las costillas, gah, gah, gah. Pero apenas me doy cuenta. Porque estoy siendo testigo de algo más que está sucediendo delante de mí. Algo aún más fascinante que él sonriendo como si hubiera descubierto oro. Se está derritiendo. Disolviéndose. Ablandándose. Como un terrón de azúcar en el agua. Sólo porque un bebé de cinco meses le arrulla y se agarra a su largo dedo. Y eso no es todo. Lo que es aún más fascinante es que le devuelve el arrullo. O mejor dicho, la voz que utiliza con ella no es su voz habitual, áspera y rasposa, cubierta de arena. Es suave, profunda y rica. Guau. Thorn el Furioso al que todos temen arrulla porque está enamorado de una niña de cinco meses. Y esa niña de cinco meses parece igualmente enamorada de él. No sé cómo manejar esto.
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No sé qué hacer con estos conocimientos. Quiero decir, sabía que amaba a su sobrina. Por supuesto que lo sabía. Pero nunca lo vi antes. El cambio que se produce en él cuando está con Halo. Porque aunque él me haya visto antes con Halo, yo no lo he visto. Esta es la primera vez que lo veo interactuando con ella. Probablemente porque tiene muchos tíos que siempre están esperando su turno para jugar con ella. Además tiene una tía pegajosa, yo, una mamá pegajosa y un papá muy posesivo. Así que tal vez en todo eso me perdí de verlos juntos. Lo cual me parece positivo. Porque si lo hubiera hecho, estaría paralizada por la nostalgia. Estaría destrozada por el dolor. Por querer lo que nunca pude tener. Es tan duro estar aquí y verlo con ella. Tan difícil no derrumbarme y sollozar y suplicar. Suplicar por saber por qué no me amó. ¿Por qué no pensó que yo podía ser más? ¿Por qué no pudo verme como algo más que un peón? ¿Por qué mi sueño de una familia, un bebé con él no pudo hacerse realidad? —¿Quieres dármela? —dice levantando los ojos. No sé qué aspecto tengo ahora, pero sea lo que sea le hace fruncir un poco el ceño. Y dice: —¿Qué...? —Sí, aquí —digo, alejándome. La sujeto con un brazo y, con el otro, desabrocho el velcro de la parte delantera antes de pasarme la mano por la espalda para trabajar en los tirantes. Entonces me doy cuenta de que se acerca a mí, con el brazo en alto por alguna razón, y doy un respingo. No iba a tocarme, ¿verdad? Sea lo que sea lo que pensaba hacer, mi brusca retirada le hace apretar la mandíbula y baja el brazo. Siento un ligero pellizco en el corazón por haberlo rechazado, o muy probablemente la ayuda que estaba a punto de ofrecerme. Pero luego me digo que no tengo nada que lamentar.
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Rápidamente, me aflojo las correas y, con mucho cuidado, agarró mi escurridizo bulto y se lo transfiero al tipo que tengo enfrente. Pero probablemente no calculé la cantidad exacta de intimidad que se desata cuando haces algo así. Porque me quedo con la respiración entrecortada y el corazón palpitante mientras ambos nos inclinamos el uno hacia el otro, el dorso de mi mano rozando sus palmas, el vello áspero de sus antebrazos rozando los míos. Haciéndome saber lo caliente que está. Cómo su piel está cargada de electricidad. La transferencia tarda sólo un par de segundos, pero parece más tiempo. Mucho más tiempo, así que en cuanto Halo está segura en sus fuertes y abultados brazos, me alejo, enrollando el porta bebes en mis manos y diciendo: —Callie y Reed no están. Aparta la mirada de Halo, que le golpea la mandíbula con las palmas. —Lo veo. —Así que desperdiciaste un viaje. Deberías irte. Les diré... Me interrumpe el estridente sonido del temporizador, alertándome de que mis cupcakes están listos. Así que abandono la conversación, por importante que sea, y me dirijo a la cocina. Saco la cuarta tanda de mis sencillos cupcakes de vainilla y, dando vueltas, las pongo sobre la isla. Y, por supuesto, él está aquí. En la cocina. De pie en el lado opuesto de la isla. Sus ojos se fijan en el estado de las cosas. Joder. No quiero que vea lo que está viendo. De hecho, es la última persona que quiero que vea estas cosas sobre mí. En primer lugar, la cocina es un desastre. Cada centímetro del espacio está cubierto de algo, ya sean bandejas para hornear o ingredientes para hornear o productos horneados. Hay un montón de fresas cortadas en la isla y, por supuesto, hay jugos derramados como gotas de sangre que olvidé limpiar. También hay un gran bol de glaseado rosa bebé justo al lado, y de alguna manera he usado como tres espátulas diferentes para ponerle hielo a mis primeras tandas. Que también están sobre la isla. Además, hay harina derramada en las encimeras y en el piso, paquetes de queso crema y mantequilla desechados y azúcar espolvoreada por todas partes.
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Y luego está el hecho en sí de que estoy horneando. Que horneo. Algo que nunca le dije. O más bien otra cosa que nunca le dije. Más que nada porque soy autodidacta y no hago repostería realmente compleja. Sólo repostería sencilla como cupcakes de vainilla, brownies, tartas de manzana y cosas así. Además, él ya tiene una hermana que es una maestra pastelera. De hecho, era una de las cosas que nos unían a Callie y a mí. De todos modos, no quería que me compararan y me encontraran deficiente. Y el hecho de que vuelva a descubrir otro de mis secretos me está volviendo loca y quiero que se vaya. Por no mencionar que ayer mismo le dije que debíamos alejarnos el uno del otro. Pero antes de que pueda decirle todo esto, hace algo... loco. boca.
Alarga el brazo libre, toma uno de mis cupcakes y se lo mete completo en la Solo. Así, sin más. —¿Qué haces? —preguntó, elevando la voz. Se toma su tiempo para masticar y tragar. Luego. —Comiendo un cupcake. —No puedes comerte un cupcake.
En respuesta, toma otro y se lo mete también en la boca. Otra vez de un tirón y sin más. Cuando termina de tragárselo también, dice: —Parece que puedo. Exhalo bruscamente. —Estos no son para ti. Va por un tercer cupcake mientras dice: —¿No? —Deja de comerte mis cupcakes —exijo. No lo hace, claro, porque el tercero también se le mete en la boca. Entonces. —¿Para quién son? —Para tu hermana y mi hermano. Y otro. —¿Por qué, qué hicieron?
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Alargó la mano y le quito la bandeja antes de que pueda tomar el quinto. —Es un regalo de agradecimiento. Por dejarme cuidar de Halo. Me mira. —Sí, no. Creo que debería ser al revés. —Yo no... —Además, mi hermana puede hacer cupcakes para tu hermano siempre que quiera. Así que esto —se dirige esta vez al bol de glaseado—, es mío. —Con eso, sumerge su largo dedo en el glaseado y lo saca antes de llevárselo a la boca y decir: —Fresa, eh. Muy rico. —Dios mío, ahora todo ese lote está arruinado y... Me trago mis palabras cuando vuelve a meter el dedo y saca otra porción. Pero esta vez va por Halo, que abre la boca con avidez y lo lame todo, manchándose la boca de glaseado rosa. —¿Estás loco? —exclamo, corriendo hacia Halo con su paño para eructar—. Se supone que aún no debes darle sólidos. Y con azúcar. ¿En qué estás pensando? —A Halo le digo: —Lo siento, cariño. El tío Ledger está loco. No sé en qué está pensando. Sin embargo, Halo me sonríe, agita los puños y me golpea en la mandíbula mientras le limpio la cara, diciendo: —Da. Da. Daaaa. —Puedes explicarle a Callie cuando regrese cómo su hija ha probado sólidos por primera vez y ha ocurrido sin que ella... Me detengo porque, cuando regresó la vista hacia él, me doy cuenta de que me está mirando. Y eso habría estado bien si no lo hubiera hecho con tanta determinación. O con tanta intensidad y Dios, hambre. Eso es lo que hay, en sus ojos. Halo.
Que no quería ver antes cuando estaba en la puerta y caminaba hacia él con Me miraba con hambre, como si quisiera algo de mí. Como si ahora quisiera algo de mí.
Y no importa lo profundo que lo sienta, el tirón en mi vientre, no tengo nada que darle. Ya no. Así que me alejo de nuevo y digo... —No es la primera vez —dice.
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Levantó la vista. —¿No es la primera vez qué? Con los ojos todavía intensos, inclina la cabeza hacia Halo. —Este pequeño Berry ha probado los sólidos. —¿Qué? —Tu hermano ya se ha ocupado de eso. —¿Reed? —pregunto frunciendo el ceño—. Él ya... —Sí. A espaldas de mi hermana. Así que creo que estaré bien. —Pero por qué... —Porque Callie se está volviendo loca. —Frota la espalda de Halo; ella se gira hacia él y la arrulla—. Lleva semanas preparada para comer sólidos. Con lo que también estoy de acuerdo. Últimamente Halo muestra mucho interés por la comida. Puede seguir lo que estamos comiendo, se agarra a las cosas, intenta meterse cosas en la boca. Y bueno, la semana pasada cuando la estaba cuidando mientras Callie estaba en la cocina, Halo se las arregló para tragarse un trozo muy pequeño y blando de melocotón. Nunca se lo dije a Callie, por supuesto, porque se habría asustado, pero sí, la pequeña monada ya es mayorcita y está lista para comer comida de mayores. O al menos puré de verduras y frutas. —Sólo para que conste —digo entonces—. ¿Estás realmente de acuerdo con algo que hizo mi hermano? —No puedo confirmarlo ni desmentirlo —contesta tras un par de segundos. A mi pesar, mis labios esbozan una sonrisa. —No, creo que puedes. Confirmar, quiero decir. Su mandíbula se aprieta. Pero sigo. —Que acabas de estar de acuerdo con mi hermano. Su mandíbula se aprieta un poco más. —Tu archienemigo —añado. —Prefiero enemigo jurado —dice finalmente. —¿Por qué, porque enemigo jurado suena mucho más maduro que archienemigo? —Aparentemente.
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Entorno los ojos hacia él. —Me aseguraré de avisar a la policía de la madurez. Sus labios se levantan ligeramente también. —¿Por qué no haces eso mientras la pequeña Berry y yo terminamos estos cupcakes aquí? Mi corazón da un vuelco y preguntó, por fin sin poder contenerme: —¿Qué es Little Berry? —Fresa. —¿Qué pasa con eso? —Parece una. —Así que ese es tu apodo para ella. —Sí. —Y porque siempre le pones apodos a la gente. —No siempre, no. —Entonces... Sus ojos brillan. —Sólo en ocasiones especiales. Y supongo que hace tres años, conocerme fue una ocasión especial, ¿no? La hermana pequeña de su rival lanzándosele encima mientras debía estar contando sus bendiciones por la oportunidad que caiga en el regazo. —No puedes estar aquí —digo, repitiendo una versión de lo que dije antes. —¿Por qué? —Porque como he dicho, Callie y Reed no están aquí —le digo—. Puedo decirles más tarde que pasaste por aquí, pero... —O puedo decírselo yo mismo. —No. Tienes que irte ahora. Me mira fijamente durante un segundo o dos antes de decir: —No puedo romperle el corazón a mi chica. Sé que está hablando de Halo. Lo sé. Y tiene razón. Su corazón se rompería si se fuera tan pronto. Se aferra a él como un mono araña. Pero no puedo tenerlo cerca. No es bueno para mi psique.
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—Creo que te estás subestimando —le digo—. Eres un experto en romper corazones. Estoy segura de que encontrarás la manera de decepcionarla con delicadeza. Así que te agradecería mucho que te fueras porque no te quiero cerca de mí. Durante unos instantes, lo único que hace es mirarme fijamente. Sus rasgos tensos, su mandíbula crispada. Entonces. —Actué como un imbécil. —¿Qué? Respira hondo, su pecho sube y baja y Halo se mueve con él. —La otra noche. En el bar. —No... entiendo. Otro suspiro, no tan profundo como el anterior, pero lo suficiente para hacerme pensar que se está preparando. —Tenías razón. Mi hermana está casada con tu hermano ahora, para mí... Está buscando una palabra; puedo sentirlo. —Desagrado. —Esa es una palabra muy sosa. —Tengo mejores, pero... —¿Pero qué? —No puedo decirlo delante de ella. Con ella se refiere a Halo. Y el hecho de que cuide su lengua para su sobrina de cinco meses cuando mi propio hermano, su padre, no quiere hacerlo, me hace querer sonreír. Lo cual es una locura, porque nada en esta situación justifica ningún tipo de sonrisa. Cruzó los brazos sobre el pecho y continuo: —¿Muy a tu pesar? Otra exhalación. —Y me desquité contigo. —No sería la primera vez —digo, refiriéndome a lo que ocurrió hace trece meses.
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Cómo descargó su ira, su necesidad de venganza contra mi hermano, contra mí y me convirtió en un daño colateral. —Sí, bueno, por eso me disculpo. Retrocedo. —¿Qué? Se mueve sobre sus pies. —No debí haber hecho lo que hice. Actuado como un imbécil. Tú intentabas hacer las paces y yo... —hace una pausa—, lo estropeé todo. Como he dicho, tenías razón. Vamos a vernos. Mucho. Y no tiene sentido empeorar una situación que ya es mala —cierra los ojos un segundo—. Así que estoy aquí para decirte que voy a parar. —¿Parar qué? —Provocándote. Jugar contigo. Mi corazón se acelera por muchas razones. No sólo porque cuidara activamente su lenguaje para su sobrina, cuya cara está ahora metida en su cuello mientras se chupa el puño, con cara de sueño, sino también porque realmente se está disculpando por su comportamiento. Está reconociendo que sí, que ha estado intentando provocarme durante el último año. Ha estado intentando jugar conmigo. —¿Por qué lo hiciste? —pregunto—. Jugar conmigo en primer lugar. —Porque eres brillante, ardiente y luchadora como una luciérnaga. Se me corta la respiración. —Yo... —Y quería iluminarte y hacerte brillar. Abro la boca para decir algo. Aunque no sé qué debería decir en este momento. Nunca esperé esto de él. Una disculpa, un reconocimiento, una admisión real de su culpa. Algo que nunca había hecho antes y... Espera un segundo. Nunca lo hizo antes. Nunca me pidió perdón por nada. Por verme como nada más que un objeto cuando adoré el suelo que pisó durante años. Por presentarse en mi dormitorio hace trece meses para utilizarme contra mi hermano. Por dejarme llorando y rota, desnuda en mi cama y sin mirar atrás.
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¿Pero de repente se siente arrepentido por lo que pasó entre nosotros hace dos noches en el bar? ¿De verdad espera que me crea eso? ¿De verdad cree que no sé lo que está pasando aquí? Apretando los dientes, digo: —¿Has terminado? Tiene el ceño fruncido. —¿Qué? —¿Has terminado con tu maldita mierda? —Yo... —¿De verdad esperas que me crea esto? Toda esta rutina de disculpas falsas. Sus ojos se entrecierran. —Falsas. —Sí. Falsas. —Continuo—. Sé por qué estás haciendo esto. —Sí, ¿por qué? —Me compadeces. Se estremece. Un respingo de sorpresa. No porque tenga razón, sino porque no tiene ni idea de lo que estoy hablando. Lo veo claramente en su rostro. Eso me hace reflexionar un poco y frena mi hipótesis. Pero antes de que pueda reflexionar, habla. —¿Y por qué exactamente te compadezco? Ha bajado la voz y juraría que suena... enojado. Desplegando los brazos, trago. —P-porque dije lo que dije. Ayer. En el baño. Sus facciones están tan tensas que nada parece moverse ni animarse. —¿Qué es lo que dijiste? Me agarro al borde del mostrador para mantener el equilibrio que estoy perdiendo rápidamente. —Yo... puedo ver que... no es... —¿Qué?
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Enrosco los dedos de mis pies desnudos, temblando ligeramente, encogida por haber sacado el tema. —Te dije que... —¿Qué me dijiste? Maldita sea. —Dije la palabra con A —finalmente me decido—. ¿Ok? La palabra con A. Y no me parece exagerado pensar que me estás compadeciendo. Estás intentando, no sé, sentirte... menos incómodo o algo así. Porque nunca antes te has disculpado conmigo por nada y de repente veinticuatro horas después de haber dicho lo peor que podría haber dicho, estás aquí pidiendo perdón. Así que discúlpame si no te creo. No sé lo que está pensando porque su expresión sigue siendo inexpresiva. Y tampoco dice nada. Pero ojalá lo hiciera. Aunque sea para confirmar mis sospechas. Aunque a medida que pasan los segundos, cada vez es menos probable que sean ciertas. Finalmente, dice: —Entiendo por qué piensas eso. Pero esto no es compasión. —Entonces, ¿qué es... —Si sintiera lástima por ti, entonces no estarías de pie con tu vestidito amarillo como lo estás ahora. —¿Qué? —Estarías en esta isla, boca arriba con tu vestido en el suelo. Mientras tu piel desnuda tenía el color del algodón de azúcar. —dice—. Porque finalmente te estaría dando lo que has querido desde que tenías dieciséis años y te encontré escondida detrás de los arbustos. Algo que todavía quieres. No importa cuánto lo niegues o lo disfraces de asco. Es una cosa llamada P. O. L. L. A. que la gente usa, en circunstancias similares, para F. O. L. L. A. R. —Entonces—. Esto no es lástima, soy yo tratando de hacer lo correcto por primera vez.
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CAPÍTULO DOCE
E
stá haciendo lo correcto. Por primera vez.
Me pregunto si fue por eso por lo que lo dejé quedarse y no lo eché de casa como debería haber hecho. O si fue el hecho de que le creí. Que toda su inesperada disculpa no se debía a su lástima. Porque le creí. Estaba justo ahí, en su cara. Su conmoción. Su evidente enfado. El hecho de que se pusiera vulgar y estúpido era porque no le gustaron mis suposiciones. Y el alivio de eso fue tan grande que no quise amargarlo peleando. O podría ser porque Halo realmente no estaba de humor para dejar ir a su tío favorito. Y como tenía sueño y estaba aletargada y nunca es buena idea meterse con ella cuando está así, decidí dejarlo pasar. Sea como fuere, se quedó. De hecho, todavía está aquí. Un par de horas más tarde. Y han pasado cosas. Como por ejemplo, preparé la cena. Algo que, como la repostería, aprendí yo misma, porque nadie cocina de verdad de donde yo vengo; para eso tenemos gente y, de nuevo, algo que nunca le conté a Ledger. Pero pensé que iba a cocinar para mí de todos modos, y además él ya conoce mi repostería, así que qué más da un secreto más. Después de cenar, observé, furtivamente, cómo hacía la rutina de acostarse de Halo. Mientras debería estar en la cocina, lavando los platos y limpiando. Lo observé mientras la bañaba con cuidado, con sus largos dedos suaves y jabonosos. Vi cómo le peinaba el cabello con champú y le hacía una cresta que a su pequeña Berry le encantó y le hizo mucha gracia. Luego hizo burbujas y jugó con su patito y se río y río, algo que rara vez hace, con un aspecto precioso. Una vez terminado el baño, la secó, de nuevo con ternura, y le puso el pañal y la pijama. Luego le dio de comer mientras la mecía y se paseaba por la habitación. Llegados a este punto, normalmente Callie y yo le leíamos un cuento, pero él no necesitaba hacerlo. Porque no sólo estaba medio dormida antes de la hora de
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acostarse, sino que el hecho de que él jugara con ella y le hablara, con su voz arrulladora, casi la hizo dormirse. Sin embargo, esa fue mi gota que colmó el vaso. Oír su voz arrulladora de nuevo. Algo que no le habría imaginado capaz de hacer ni en un millón de años. Y como todo lo demás que hice en nuestra historia de amor unilateral, también imaginé mucho esto. Él con un bebé. Nuestro bebé. Entonces fue cuando hui y regresé a la cocina. Que es donde estoy ahora mismo. Lavando los platos. Enjabonar. Aclarar. Repetir. Hasta que siento algo. Primero, en el aire que hace que se me despierte la piel de gallina en los brazos. Y medio segundo después, un cosquilleo en la nuca. Para cuando me doy la vuelta, lo que me lleva incluso menos de medio segundo, todo mi cuerpo está cubierto de piel de gallina y hormigueos. Porque está aquí. Tan cerca. —¿Qué haces? —pregunto, mirándolo a los ojos oscuros que parecen más oscuros. Como respuesta se acerca más a mí y no puedo contener mi jadeo cuando su cara, sus labios se acercan mucho, mucho a mí, pareciendo dirigirse hacia mis labios—. Dios mío, qué... Pero entonces pasa de mí y estira el brazo, cerrando el grifo. Oh. De acuerdo. No. En realidad, no está bien. Así que cuando retrocede y apoya las caderas contra la isla, con los brazos cruzados sobre el pecho, le digo, lo más severamente que puedo: —Creo que ya te he pedido antes que respetes mi espacio personal. Me observa durante unos segundos, mis mejillas sonrojadas, mi pecho agitado. —Y lo haría si tú respetaras el mío.
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—Yo nunca... —No mi espacio personal, no. Pero sí mi intimidad. —Eso... —Lo que seguro que entra en la misma categoría que respetar el espacio personal de alguien. Mierda. Mierda. Claro que lo sabía. Por supuesto que sabía que lo estaba observando. Es asombroso. La forma en que lo sabe. Hace trece meses, lo habría tomado como una señal y pensado que está tan pendiente de mí y de lo que hago. Pero supongo que la verdad es que no se me da nada bien acechar. Aprieto las caderas contra el mostrador. —Estaba comprobando que Halo estaba bien. —Claro. —Ella es mi responsabilidad esta noche. Ya la has alimentado con cupcakes y melocotones. Así que tenía que asegurarme de que no rompías ninguna otra regla hecha por tu hermana. Todo cierto. Le dio algunos trozos de mis cupcakes y melocotones troceados. Creo que voy a tener que decírselo a Callie cuando regrese. Que su hermano es un rebelde total y su marido también. No me avergüenza ser la chismosa en este caso. Sus bíceps se tensan y flexionan mientras se endereza. —Mi hermana está loca, como ya he mencionado antes. Y no es culpa mía que tus cupcakes estén deliciosas y ella quiera más. —Eso es tan... —Capto lo que dice—. ¿Mis c—c—cupcakes están deliciosos? Sus ojos se clavaron en los míos. —Comí cinco seguidos. Estabas allí, ¿no? —Cuatro —le recuerdo como si fuera tan importante—. Te comiste cuatro. —Sólo porque te los llevaste. —Pero los recuperaste. Más tarde. —Claro que sí —dice—. Te dije que eran míos.
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Suyos. Dios, ¿alguna vez dejará de sonar tan posesivo? Casi me alegro de que nunca estuviéramos destinados a estar juntos. Si ahora es tan locamente posesivo, cuando para él no soy más que un objeto, imagínate lo posesivo que sería si alguna vez estuviéramos juntos. Así que en cierto modo todo salió bien, supongo. Sí, claro, Tempest. Como quieras. El caso es que consiguió hacerse con las magdalenas después de cenar y se comió la mayoría, además de darle de comer a Halo aquí y allá. Y sí, me llenó de placer y orgullo y pensé que podrían gustarle. O al menos que no los odiaba del todo. Pero estaba tan agitada en aquel momento, aún lo estoy, por cierto, que no dejé que me impactara. Aunque ahora lo estoy dejando. Le gustan mis cupcakes. Le gustan mucho, mucho. Todas mis preocupaciones del pasado fueron en vano. Sí. —Bueno, gracias —digo, en lugar de sonreír como una tonta—. Pero eso sigue sin significar... —¿Desde cuándo horneas? —¿Qué? —¿Y cómo es que nunca supe que lo hacías? —No lo sabes todo sobre mí —replicó. —En realidad creo que sí. —Claro que no —me burlo—. Por... —Sé la primera vez quisiste besar a un chico —dice, cortándome. —¿Qué? —Viktor Sullivan. —Yo... yo... ¿Qué? —Tenías cinco años. Abro y cierro la boca, incapaz de formar palabras.
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Porque... ¿Qué? Quiero decir, sí, había un chico llamado Viktor Sullivan cuando yo era pequeña, pero ¿cómo lo sabe? —Que fue la única razón por la que no fui tras él. Justo después de que me lo dijeras. —¿Por qué razón? —Tenías cinco años. No lo sabías. —Yo no... Se encogió de hombros. —Además me enteré de que se mudo a la costa oeste, y como no había ninguna amenaza inmediata, no creí necesario subirme a un avión. —¿Qué amenaza? —Sacudo la cabeza—. ¿De qué demonios estás hablando? No se detiene a explicar las cosas. Más bien continúa: —Sé cuándo fue la primera vez que probaste el algodón de azúcar. En la playa con tu hermano de mierda, cuando tenías cuatro años. Y dijiste que te sentías como si te estuvieras comiendo un trozo de nube y que eras un unicornio. —Yo... —Para que conste, no eres un maldito unicornio. Un cuerno feo en medio de la frente no es lo que quiero imaginarme cuando cierro los ojos. —Me mira de arriba abajo—. Aunque podrías ser una Barbie. —Creo —digo, respirando entrecortadamente—, que necesitas detenerte un poco y... No lo hace. —También sé el nombre de tu muñeca favorita: Krista. La tuviste desde los tres hasta los siete años y la única razón por la que dejaste de tenerla fue porque tu madre te vio jugar con ella y decidió deshacerse de ella por lo andrajosa que estaba. Espero que sepas que, al igual que tu padre, tu madre también es una mierda. Por cierto, Krista también es el nombre falso que me diste la noche que te llamé la atención por tu acoso —continua diciendo—. Sé cuál es tu película favorita: cualquier película de Hugh Jackman es tu película favorita porque te gustan los hombres fornidos y grandes. Pero como está felizmente casado y tiene dos hijos, de nuevo no pensé que fuera importante para mí subirme a un avión y cazarlo. Aunque creo que ahora se va a divorciar, así que quizá me suba a ese avión después de todo. Tu novela romántica favorita; por qué prefieres Dior a Jimmy Anthony o algo así cuando se trata de zapatos. También sé que tu color favorito es el rojo pero de alguna manera eres la que menos
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vestidos tiene de ese color. Te gusta más el verano, pero también el otoño. Porque el invierno significa llevar demasiada ropa y, al parecer, te gusta más causar estragos en mi psique que estar a cubierto. Y si te dieran un superpoder, querrías ser invisible para poder espiar a Tessa Thompson de séptimo curso, que era la que más se burlaba de tus novelas románticas, y destruirla. Hace una pausa de un segundo, así que creo que ha terminado, pero parece que no, porque añade: —Por cierto, en su día salía con uno de mis delanteros. Como para joder a su padre. Pero luego descubrimos que no sólo tenía debilidad por los futbolistas del otro lado de las vías, sino que también le gustaba esnifar un polvito blanco que no es muy legal. Y como es nuestro deber cívico informar de estas cosas, lo hicimos. Lo último que supe es que estaba en algún convento de Suiza. Y entonces se acabó. Todavía de pie allí todo casual y arrogantemente y como si nada hubiera sucedido hace un momento. Como si no me hubiera dejado alucinando. No sólo puso mi mundo patas arriba. Recitando hechos aleatorios y completamente inútiles sobre mí, hechos que ahora recuerdo que le dije. A través de varios mensajes y llamadas. Pero primero. —¿De verdad? —pregunto, mi voz suena extraña ahora—. Ya sabes, coca. Sus labios se crispan ligeramente ante mi tono escandalizado. —Sí. —Lo sabía. —Sacudo la cabeza—. Sabía que pasaba algo y que era algo malo. Nadie sabía por qué de repente desapareció un día y entró en esa prestigiosa escuela de Suiza. Prestigiosa —me burlo—. Ya. Espera a que se lo cuente a Callie. Sabe todo sobre Tessa y lo mucho que la odiaba. Y cómo siempre me he preguntado qué pasó con ella. Y ahora gracias a él, lo sé y... Dios mío. ¿Qué demonios estoy haciendo? ¿Por qué me preocupan más los chismes que lo que acaba de decirme?
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—¿C…cómo sabes todo esto? —pregunto, agarrando con fuerza el mostrador. —Tú me lo dijiste. —Lo sé —le digo, mojándome los labios—. Pero, ¿cómo recuerdas todo esto? ¿Cómo...? —Supongo que tengo buena memoria. mí.
—Y... —Intento recuperar el aliento—. ¿Y realmente hiciste eso? Por Tessa. Por Para eso tarda un par de segundos en contestar. Luego. —Sí. —¿Por qué? —Porque se metió contigo. —¿Y? —Así que me metí con ella. Me mojo los labios de nuevo. —Sí. Pero, ¿por qué? ¿Por qué te importaría tanto... —Porque eras la mejor amiga de mi hermana. Y porque podía. Mi corazón late y late en mi pecho. —Pero pensaba... pensaba que era la hermana pequeña de tu rival. Y nada más.
—Sí, bueno, es jodidamente complicado, ¿no? —dice fríamente—. Lo que eras o lo que eres. Sólo lo hice como un favor. No sé qué pensar de ello. Lo que hizo y por qué lo hizo. Por no mencionar que es jodidamente surrealista que lo hiciera. Si unimos todo esto a su disculpa, casi puedo empezar a suponer cosas. Casi puedo empezar a tener esperanzas. Pero no soy estúpida, ya no. Probablemente lo hizo porque podía, como dijo. Y como un favor. Nada por lo que asustarse. Aun así, no puedo evitar soltar: —No es Jimmy Anthony. Es Marc Anthony. Estás pensando en Jimmy Choo. — Sus ojos se entrecierran ligeramente ante mi corrección—. ¿Y de verdad Viktor Sullivan se mudó a la costa oeste? —Sus ojos se entrecierran aún más—. Sólo p-p-
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porque nunca oí nada al respecto y... —Cuando aprieta la mandíbula, cambio de tema—. Y once. Me observa durante unos instantes, con sus ojos oscuros penetrantes. Luego. —Jimmy Choo y Marc Anthony pueden irse a la mierda. Si quieres pruebas de que Viktor Sullivan se mudó a la maldita costa oeste, estaré encantado de volar hasta allí y traerte fotos suyas postrado en la cama de un hospital. ¿Y once qué? Me muerdo el labio ante el fuerte escalofrío que me recorre el cuerpo ante el absoluto asesinato que oigo en su voz al mencionar a Viktor Sullivan. Un chico que conocí en el patio cuando tenía cinco años y del que no me acordaba hasta que él lo mencionó. ¿Ves? Locamente posesivo. Por ninguna razón en absoluto. —Cuando empecé a hornear —respondo—. A los once años. Antes pensaba que sus ojos eran súper intensos, pero ante mi respuesta, se vuelven abrasadores. Ardientes. Quiero decir que se sienten como los rayos del sol, pero con él no hay brillo ni sol, sólo truenos y lluvia. Así que es como mirar el ojo de una tormenta. —¿Por qué no lo sabía? qué.
—Porque yo... —Trato de encontrar las palabras adecuadas para expresar por Sin embargo, no tiene ningún problema con eso. —Porque querías hornearlos para mí.
Me ruborizo, pensando por un segundo que debería mentir. Pero entonces, susurro: —Sí. —Mucho. —S…sí. —Y querías que me gustaran. Me sonrojo más. —Lo hacía. —Otra vez —dice en voz baja—. Mucho.
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Asiento. —Y por eso pensé que sería mejor que... nunca los hiciera. Para ti. —Pensaste mal —me dice, sus ojos aún me queman las mejillas. —Fue algo... —Trago de nuevo, me lamo los labios y enroscó los dedos de los pies, sintiéndome muy inquieta—. Lo leí en una novela romántica. —¿Qué novela romántica? —Mi favorita. Sus ojos van y vienen entre los míos. —El de la chica panadera y ese imbécil. —Jason no era un imbécil —digo, frunciendo el ceño aunque me digo a mí misma que quizá me estoy centrando en lo equivocado. Lo correcto es centrarse en que no mentía. Se acuerda de mi novela romántica favorita. Pero si me centrara demasiado en eso, sería una tonta y no una chica lista. —Sí, lo era —dice. —No, no lo era —insisto. —En lugar de decir la verdad como un hombre, seguía apareciendo en su pastelería y comiendo sus cupcakes como si no hubiera comido en días. —Seguía apareciendo y comiéndose sus cupcakes porque la quería, idiota. —No —explica—. Seguía apareciendo y comiéndose sus cupcakes porque quería meterse en sus pantalones. —¿Qué? —Que si lo hubiera admitido como un hombre al principio del libro, entonces no tendríamos que leer trescientas páginas de tonterías sólo para llegar a la misma conclusión al final. Me inclino, completamente indignada. —No fue una estupidez, ¿vale? Fue un flechazo. Su negocio estaba fracasando. Ella pensaba que no era lo suficientemente buena panadera como para salir adelante. Así que él apareció cada día para demostrarle que lo era. Que podía hacerlo. No puedo creer que no lo viera. Ugh. Chicos. Qué idiotas.
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—¿Qué es un flechazo? —pregunta después de un rato. —Uh, algo que es digno de sentirse embobado. Que te hace desfallecer. —Sí, no. Lo que tú crees que te desmaya es probablemente el sonido de mis pelotas subiendo dentro de mi cuerpo. —Ew —arrugo la nariz—. Eso es asqueroso. —La verdad a menudo lo es. Pongo los ojos en blanco. —Bueno, no importa. —¿Por qué no? —Porque ya no leo novelas románticas. Sólo sé que he dicho algo importante porque se queda inmóvil. Toda la ligereza y la diversión desaparecen de sus facciones y se contraen. Incluso las protuberancias de sus bíceps se tensan y sus venas se ponen tensas como cuerdas. —Ya no lees novelas románticas —repite en voz baja. Mis músculos también se tensan. —Uh, no. Pero eso es... —¿Por qué? —No es importante. No quiero hablar de ello. —¿Por qué? —insiste, bajando aún más la voz. —Yo... —¿Por qué ya no lees novelas románticas? —vuelve a preguntar, con la mandíbula temblando. —¿De verdad me estás preguntando eso? No contesta, simplemente me observa con indisimulada intensidad y, sí, rabia. Como si estuviera enfadado conmigo. Por renunciar a algo que amaba. —Porque no son reales, ¿de acuerdo? Un músculo salta en su mejilla ante mi respuesta, pero sigo. —Son mentira. Son fantasía. Te dan expectativas equivocadas. Te hacen soñar con cosas que no existen. Cosas que no pasan en la vida real. Porque...
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Ahora me tiembla la voz. Y no creo que pueda hacer esto. No creo que pueda seguir adelante. Quiero que se vaya. Quiero que se vaya porque esto es demasiado. Su presencia, su cercanía. Todos estos encuentros cuando sólo estoy acostumbrada a verlo quizá una vez cada tres o cuatro meses. E incluso entonces de pasada, donde o mantenemos las distancias o discutimos y seguimos adelante. —¿Porque qué? —insiste, con el rostro aún tallado en piedra y aspecto tenso. —Porque la vida real está hecha de truenos y espinas. Se estremece. Pequeño pero sé que está ahí. Y sé que mis palabras lo han herido. Porque sé que él sabe que son para él. Que digo que está hecho de truenos y espinas. —Y no caramelos y nata. Esta vez, me estremezco. Porque sé que está hablando de mí. Sé que me llama así. Está en sus ojos oscuros, penetrantes e intensos. Así que eso es lo que somos entonces. Un chico hecho de truenos y espinas. Y una chica hecha de caramelos y nata. No me extraña que no estuviéramos destinados a estar juntos. Al menos no en esta vida. —No —le digo, incapaz de mirar a otro sitio que no sea él—. La vida real no está hecha de caramelos y nata. Porque en la vida real, cuando ves a un chico en un estadio lleno de gente en un partido de fútbol y te enamoras de él, él no hace lo mismo. En la vida real, cuando lo persigues, no se detiene y deja que lo alcances. No te llama. No te manda mensajes, por mucho que tú quieras. Por mucho que saltes con cada sonido de tu teléfono, esperando que sea él. Por fin. Pero no es. Nunca lo es, ¿verdad? No sé por qué he dicho eso. Por qué tenía que demostrarle aún más lo desesperada que estaba entonces. Quiero decir, ¿no es suficiente que lo llamara como una yonqui casi todas las noches? ¿O que lo siguiera a todas partes y apareciera en casi todas las fiestas y todos los partidos?
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—Sí —gruñe como dándome la razón, y me retuerzo en mi sitio—. Nunca es él. Porque en la vida real, es un Idiota con un ego más grande que su cabeza. En la vida real, es un hijo de puta egoísta centrado en su juego, su carrera, su rivalidad. Porque en la vida real, es incapaz de centrarse en otra cosa, y eso está bien. O lo hubiera estado, si él, yo, no te hubiera arrastrado conmigo. Si no hubiera hecho lo que hice. O lo que quise hacer durante años. Todas las cosas que quería hacer. A ti. Durante años. Creo que tengo una idea bastante buena de lo que quería hacerme. Pero aun así, no puedo evitar susurrar: —¿Q qué cosas? Sus dientes rechinan, me mira fijamente, como si no supiera si debe decirlo. Pero entonces decide hacerlo de todos modos. —Aprovecharme de ti. Me congelo. Como si fuera la primera vez que oigo hablar de ello. Lo cual no es cierto en absoluto, pero aun así, es un shock. Pero lo ignora y sigue: —Para usarte contra tu hermano. Y lo hiciste tan fácil. Lo hiciste tan jodidamente tentador. Porque estabas en todas partes, ¿no? Dondequiera que mirara, allí estabas tú, con tus ojos azul grisáceo y tu cabello oscuro. Sonriéndome, acariciándome, adorando el suelo que pisaba. Era suficiente para excitarme durante días. —Una erección para arruinarte, destrozarte, destruirte, sólo para presumir de ello más tarde ante ese hijo de puta. Sólo para ver cómo se le borraba el color de la cara cuando le contara lo que le hice a su hermanita, a la que tanto quería. Porque adivina qué, su preciosa hermanita ya ha crecido y me quiere. Y por eso me dejaría hacerla pedazos y recomponerla, si yo quisiera. Como yo quisiera. Me dejaría hacerle cosas que él sólo podría imaginar en su cabeza a altas horas de la noche, cuando todo el mundo duerme y él está despierto, masturbándose con ellas. Sus ojos parecen tan lejanos, casi vidriosos, mientras sigue: —A veces me pregunto por qué no lo hice. Por qué no hice todas las cosas que quería hacer. Qué me lo impidió. Pero luego no importa, ¿verdad? Porque terminé haciéndolo. Terminé lastimándote esa noche. Todo para poder hacerle daño a él. Para poder vengarme. Lo hizo. Tiene toda la razón.
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Aunque de alguna manera se las arregló para no hacerme esas cosas, y sí, se lo habría permitido, todo en nombre del amor, acabó haciéndome daño de todos modos. Acabó arruinándome y destrozándome. Y destruyéndome como él quería. Así que el hecho de que pueda ver, por primera vez, algo muy parecido al remordimiento en su cara, algo muy parecido a la ira autodirigida, no debería importarme. No debería importar en absoluto. —Y por eso nunca fui yo —dice, rompiendo mis caóticos pensamientos, ahora centrados en mí—. Por eso esperaste y esperaste junto al teléfono, saltando a cada pequeño pitido, pensando que era yo pero no lo era. Porque lo que sentía por ti, la forma en que quería usarte para acariciar mi ego y la forma en que era tan difícil detenerme, no creí que pudiera soportar ir tras de ti. No creí que pudieras soportar que fuera tras de ti. Porque mira lo que pasó cuando lo hice. Cuando por primera vez dije a la mierda y te perseguí. Aparecí en tu dormitorio en mitad de la noche y te dejé rota y llorando a mi paso. Porque no vivo en las páginas de tus novelas románticas, ¿verdad? No soy tu héroe que se flecha y come cupcakes. Soy la vida real. Hecha de truenos y espinas. Y tú estás hecha de caramelos y nata. Y la única forma que conocía de mantenerte a salvo de mí y de mi retorcida cabeza era mantenerte lejos. ¿Dijo a salvo? Que me mantenía... a salvo. De sí mismo. Seguro. Eso era lo primero que sentí cuando estaba cerca de él. Me sentía segura. Resulta que al final no era cierto, pero el hecho de que me mantuviera a distancia en su retorcido intento de mantenerme a salvo es... no sé lo que es, excepto alucinante. No es la primera vez que uso esa palabra esta noche. Pero eso es lo que es. La razón por la que nunca inició ningún contacto conmigo fue porque estaba... protegiéndome. Eso es lo que significa, ¿no? Me protegía como un depredador protege a su presa. Un león sabe que es peligroso. Se imagina hundiendo sus dientes en la carne del cordero, desgarrándola y comiéndose su corazón. Se imagina destruyéndola de mil maneras porque eso es lo que hace, eso es lo que es. Así que, para protegerla, va en contra de su propio instinto e intenta echarla.
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Intenta perdonarle la vida. Y si la oveja fuera lista, seguiría su consejo y huiría. Pero no soy un cordero, ¿verdad? Soy un petardo. Una luciérnaga. Su Luciérnaga. Y siempre ha sido mi Espina. Mi hermosa espina. Y por eso estoy aquí, rota y deshecha, con las alas destrozadas. Desamparada y sola. —Creo que... estoy... —Pero eso no es importante —me corta, su rostro parece decidido—. Lo que pasó o quién soy o lo que hice. Lo importante es lo que hago ahora. —¿Qué? Me estudia durante un segundo, mi rostro, mi garganta, deteniéndose en la peca que tengo en un lado del cuello, antes de bajar a mi cuerpo, que sé que ahora tengo agarrotado. Todos mis músculos están tensos y alerta. Porque sea lo que sea de lo que está hablando me da mala espina. Una sensación muy mala. Entonces, en un instante, se me da la razón cuando se acerca tanto a mí que el siguiente aliento que tomo está impregnado de canela. Y Dios, Dios, captura el siguiente latido de mi corazón en su palma. Porque me rodea la garganta con sus dedos y su pulgar se clava en la peca que tengo en el cuello. —Q qué estás... —Siempre quise hacer eso —gruñe, tomando mi cara. —¿Hacer qué? —Siente tu pulso contra mi piel. Trago contra su agarre. —Yo... Flexiona los dedos, haciéndome jadear. —Siente cómo se acelera tu corazón cuando estoy cerca. Lo alto que saltara tu pulso por mí y tu peca justo encima bailaría, cuando realmente te tocara. La respuesta es: muchísimo.
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Extremadamente rápido y extremadamente alto. Apuesto a que también puede sentirlo. Cómo baila mi cuerpo a su son, y quiero que pare. Quiero que deje de tocarme así. —No sé lo que estás haciendo pero... Sus dedos se flexionan alrededor de mi garganta una vez más. —Dijiste que era tu primer beso. Parpadeo rápidamente, sintiendo la presión alrededor de mi cuello, asustada y santo Dios, excitada. —¿Qué? —Aquella noche —explica, con la oscuridad arremolinándose en sus ojos—. Cuando fui a tu dormitorio. —No estoy segura de por qué estamos... —Dijiste que era lo más hermoso que habías experimentado. —L-Ledger, por favor. yo... —¿Fue así? Mi pecho se agita, pero creo que no me entra aire y empiezo a sentirme débil. —S sí. —Pero luego lo volví feo —continúa. —Lo hiciste. Luego frota su pulgar sobre mi pulso, sobre mi peca. Sus ojos recorren mi rostro como si memorizara cada pequeña grieta y línea, cada pequeña cosa que me hace ser yo. —Puede que no sea el héroe de una novela romántica. Y puede que no pueda volver atrás las páginas y reescribir nuestra historia. Pero puedo hacer una cosa. —¿Qué cosa? —Puedo hacer que tu segundo beso sea aún más hermoso que el primero, Luciérnaga. Me sobresalto cuando usa mi apodo. Y esa es probablemente la única razón por la que no digo nada, por la que me quedo inmóvil y dejo que me cubra la boca. Su boca caliente, tibia y suave.
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Su boca húmeda. Y me da un beso. Mi segundo beso. Y a pesar de toda la confusión, toda la conmoción y todas las razones por las que es una mala idea, creo que es más bonito que el primero. No estoy segura de por qué, pero es verdad. Quizá porque sus labios son más urgentes que hace trece meses. Lo cual es mucho decir, porque entonces también eran jodidamente urgentes. También eran jodidamente dominantes. Se sentía como si finalmente estuviera cediendo a algo que siempre había querido. Por no hablar de lo que yo siempre quise. Y sí, éste también se siente así. Pero hay una capa añadida. Y creo que es la familiaridad. Es el hecho de que sabe cómo girar mi cabeza, en qué ángulo, a qué grado entrar profundamente en mi boca con su lengua. Es el hecho de que cuando su sabor, a canela, explota dentro de mi boca, es como tomar una dosis de tu droga favorita. La droga que te llevó a lugares lejanos la primera vez que la probaste, pero que también tenías miedo de explorar un territorio desconocido. Tenías miedo de tus propias reacciones, de tus propios sentimientos y gemidos y Dios, de la forma en que tu propia boca lo chupaba. En su sabor, su lengua, su boca. Ahora no existe ese temor. Cero vacilaciones y torpezas. Y no quiero parar. Nunca, nunca quiero parar. Que es precisamente por lo que debería parar. Porque esta es la peor idea del mundo. No sólo no deberíamos besarnos, sino que tampoco deberíamos hacerlo donde nos puedan atrapar. Por mi hermano y su hermana. Que tampoco tienen ni idea de nuestra historia. Cuando estaba loca por él, no quería decírselo a Callie porque no sabía si se opondría o qué y no quería correr ese riesgo y perderla potencialmente. Además, ella tenía sus propios problemas con mi hermano, así que no quería cargarla con los míos. Y para cuando pensé que tal vez podría decírselo, se embarazó y, por supuesto, la relación no sentimental que tenía con su hermano se había acabado.
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Así que sí, mala maldita idea y necesito ponerle freno ahora mismo. Me alejo de él, o lo intento, y explicar mis razones. Pero cuando no me deja, lo araño, araño sus hombros, el lateral del cuello. Lucho contra él. Contra su agarre de mi cuello, el puño de su otra mano que me doy cuenta que está en mi cabello, inclinando mi cuello para que él tenga todo el control sobre mí. Cuando ni siquiera eso funciona, muerdo su labio inferior, y gime, aspirando una bocanada de aire, sus dedos flexionándose sobre mi cuerpo. Y por fin consigo separarme de él. Con las frentes juntas, jadeo: —Qu qué... No podemos. Mi hermano puede volver en cualquier momento y... —Y si lo hace —dice, jadeando también, con la boca húmeda y los ojos vidriosos—. Espero que me dé lo que merezco. —Que... Esta vez, cuando viene por mí, de alguna manera sé que no se detendrá. No importa lo que haga. O lo que vi. O cuál es el peligro. No va a parar porque no le importa salir vivo de esta. No se preocupa por sí mismo. No le importa. No sé por qué me da miedo y me excita a partes iguales. Tanto es así que mis labios se derriten bajo el calor de los suyos y no puedo evitar devolverle el beso. No puedo evitar dejar que mi lengua explore cuando su boca se abre. En cuanto mi lengua toca la suya, gimo y sus dedos alrededor de mi garganta se tensan. Como si no sólo intentara captar el pulso de mi cuerpo, sino también ese sonido agudo que salía directamente de mi vientre. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Sé que le gusta ese sonido. Sé que le gusta cuando hago ruidos y gimo y lloró. Así que lo hago de nuevo. No es que sea difícil. Supongo que soy una llorona. algo que no sabía hasta aquella noche en mi dormitorio— lo cual es bueno porque a él gusta hacerme gemir.
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Así que cada vez que su lengua roza la mía, gimo. Cada vez que me chupa la boca, gimo. Y cuando me muerde el labio, me sacudo contra él y gimo. Lo que lo hace no sólo gemir, sino también apretarme la garganta. Y creo que es fácil interpretar eso como dominación. Y lo es, por supuesto. Pero también creo que está necesitado. Su agarre en mi cuello. Es su intento de sentirme. Sentir lo que me hace, cómo me afecta. Como si mis reacciones fueran afrodisíacas para él. Como si mis reacciones fueran lo que lo mantiene vivo. Como si realmente fuera un demonio como yo lo llamé y se alimentara de mi lujuria. O un león que se alimenta de mi pulso y de mi sangre y de cómo todo ruge para él. Así que le doy todo. Ni siquiera se me ocurre contenerme, o quizá sí pero, como a él, me da igual. Tiró de su cabello, que, por Dios, sigue siendo tan suave y espeso como hace trece meses, posiblemente más suave y espeso, tira del mío. Entierro los dedos en su barba incipiente y empuja su cuerpo contra el mío. Y sí, es precioso. Es lo más hermoso que he sentido nunca. Justo cuando pienso eso, oigo el portazo de un coche fuera. Pasos subiendo las escaleras, caminando por el porche. La puerta principal abriéndose. Joder. Mierda. Joder. Joder. Está aquí. Mi hermano está jodidamente aquí. Con su hermana. Y tal vez sea el subidón de adrenalina o mi fuerte voluntad de protegerlo, incluso después de todo, o algo más que no consigo descifrar en el momento, pero le doy un empujón tan fuerte que se ve impotente ante este. Es impotente contra mí y mi intento de romper el beso. Me mira fijamente como si no supiera dónde está y lo único que lo mantuviera con los pies en el suelo fuera mi boca bajó la suya. Pero entonces veo que se le ilumina el rostro y sé que también oye los pasos que se acercan.
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Mientras su boca, húmeda, rosada e hinchada, se estira en una sonrisa ladeada de satisfacción, la mía se abre. Mientras me suelta el cabello y el cuello para llevar su mano a mi cara y acariciar mi mejilla como si pensara que soy lo más bonito que ha visto nunca, más bonito que el beso que acaba de darme, mis manos se separan de su cuerpo y se cierran en puños a los lados. Y mientras frota sus pulgares sobre mi piel con tanta ternura, con tanta suavidad que me dan ganas de llorar, susurro: —Por favor. Lo que lo hace retroceder. Justo a tiempo, porque en cuanto lo hace, oigo una voz atronadora. —¿Qué demonios? Tengo los ojos muy abiertos mientras miro fijamente a Ledger y me lanza una sonrisa que sólo puedo calificar de satisfecha y tranquilizadora. Como si esto fuera exactamente lo que quería y, ahora que lo tiene, se va a ocupar de ello. Antes de que pueda reaccionar, mi hermano exige, con la voz aún más atronadora que antes: —¿Qué demonios estás haciendo? Con una última mirada hacia mí, Ledger se gira y, Dios mío, veo que se limpia la boca con el dorso de la mano, o al menos eso deduzco de sus gestos, ya que ahora está de espaldas a mí, antes de exclamar: —Hola a ti también. —Responde a la maldita pregunta, Idiota —gruñe mi hermano—, ¿qué demonios haces con mi hermana? —Lo mismo que probablemente haces todos los días con la mía. Oigo a Callie jadear. Reed gruñe. Y finalmente salto de detrás de la espalda de Ledger. —Está bromeando. Ni un momento antes, porque Callie está agarrando el brazo de mi hermano, probablemente intentando evitar que vaya por Ledger. Que está de pie con los pies separados, los dedos apretados a los lados como si estuviera preparado para luchar contra Reed. Pero sé, puedo sentirlo, que esta es una batalla que Ledger tiene toda la intención de perder.
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—Está bromeando —repito, esperando que mis mejillas sonrojadas y mi cabello enmarañado no me delaten—. No estaba haciendo... nada conmigo. Finalmente, Reed se digna a mirarme. —¿Por qué estaba tan cerca de ti? —Porque me estaba ayudando con los platos. Reed mira hacia el fregadero durante un segundo antes de volver de nuevo a Ledger. Con su mandíbula tintineante, dice: —Estaba. Antes de que Ledger pueda decir nada, respondo: —Sí, lo estaba. De verdad. ¿Así que puedes dejar de mirarlo? No lo hace. De hecho, añade, levantando la barbilla: —Quiero oírselo decir a él. En ese momento, Callie dice. —Roman, creo... —Vas a dejar que tu hermana hable por ti —corta mi hermano a su mujer y se burla de Ledger. Puedo sentir el calor, su ira que sé que pronto llegará a un punto en el que cambiará el aire que nos rodea, irradiando de él. —No lo sé, dímelo tú. ¿Vas a dejar que tu mujer te retenga para que no vengas por mí? Reed suelta un hervor de furia y da un paso adelante, angustiando a Callie, y yo ya estoy harta de los dos. —Paren, ¿de acuerdo? —digo con severidad, dando un paso adelante por mi cuenta—. Los dos. ¿Qué les pasa? Están actuando como si aún estuvieran en el instituto. Que fue hace años, ¿bien? Años. ¿Por qué no pueden seguir adelante de una maldita vez? Solía pensar que era el fútbol. Ese estúpido fútbol es el responsable de convertirlos en animales. —Sacudo la cabeza—. Pero supongo que estaba equivocada. No es fútbol; no puede ser. Quiero decir, ya ni siquiera juegas. Tienes un maldito garaje, Reed. —Girándome entonces hacia Ledger—. Y lo hiciste, ¿bien? Ganaste. Te hiciste profesional. Ahora estás en las grandes ligas. Todos piensan que eres el mejor. ¿No es eso suficiente? Deja de pelear. Por favor. Ahora son una familia. Paren de dejar que sus estúpidos egos los controlen.
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—Exacto. —Callie añade—: Hay un bebé durmiendo al final del pasillo. Tu bebé, Roman. —Dirigiéndose a Ledger, añade—: Y tu sobrina. Imagínate cómo se sentirá cuando crezca y vea a sus dos personas favoritas peleándose como niños en un patio de recreo. Reed respira con dificultad y Ledger también. Los pechos de ambos se mueven arriba y abajo casi violentamente mientras se miran. Dios, qué panda de neandertales. ¿Cómo pueden no ver que ambos son esencialmente la misma persona? Justo cuando pienso que este silencioso enfrentamiento nunca terminará, Ledger habla. —Me voy. Y vaya, exhalo un suspiro de alivio. Que creo que lo dejé salir demasiado pronto porque cuando Ledger va a tomar un recipiente de cupcakes, los había glaseado cuidadosamente y guardado en un recipiente para que Callie y Reed los disfrutaran más tarde —Reed gruñe: —¿Qué demonios haces con las magdalenas de mi hermana? Con los ojos clavados en mi hermano, Ledger pone la mano, con los dedos muy abiertos, en la tapa y desliza la caja por la isla hacia sí. No sé si a los demás les parece evidente o no, pero a mí me parece que ese gesto grita posesividad. —Si quieres cupcakes —dice Ledger, con voz grave y casi amenazadora—, pídele a tu mujer que te los haga. Estos son míos.
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CAPÍTULO TRECE Su Hermoso Thorn
C
uando la gente me hace la segunda pregunta más frecuente, de dónde viene mi ira, les digo lo que suelo hacer cuando me hacen la pregunta más frecuente. Que básicamente es irme a la mierda.
No me gusta que la gente intente meterse en mis asuntos. Pero la verdad es que no creo saber la respuesta a esta pregunta. No sé de dónde viene mi ira. No me siento a mirar por la maldita ventana, contemplando los cómos y los porqués de todo. Sin embargo, sé lo que sentí cuando cedí la primera vez. Fue en el patio del colegio y tenía unos cuatro años o así. Nuestro padre nos abandonó un año antes y un cabrón de mi clase no paraba de hablar de él. Todas las tardes tenía algo que decir sobre mí, mis hermanos, mi hermanita de apenas dos años y nuestra madre. Tenía algo que decir sobre cómo debíamos haber hecho algo para alejarlo. Que nuestro padre no nos quería lo suficiente como para quedarse. Los niños pueden ser crueles cuando quieren. Durante meses lo ignoré. Durante meses dejé que todo el malestar se acumulara en mi organismo, hasta que un día me sonrió y apenas abrió la boca para empezar con sus estupideces, exploté. Me lancé sobre él y lo derribé contra el suelo. Le di puñetazos y puñetazos y puñetazos tantas veces que olvidé por qué empecé. Lo único que sabía era que quería que se callara de una puta vez. Quería que nunca jamás pudiera hablar, emitir un sonido o sonreírle a alguien. De todos modos, tuvieron que llamar a los profesores y apartarme físicamente. Me suspendieron durante un tiempo y recuerdo que le dijeron a mi madre que buscara formas de controlar mi ira. Aunque entendían que nuestra situación en casa no era estable al cien por ciento, no podían permitir que un niño enojado causara estragos en el colegio. También recuerdo que mi madre se negó y les dijo que ella podía controlar a su propio hijo y que, de todos modos, apenas había nada que controlar. Creo que fue la única persona en mi vida que pensaba eso.
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Que no necesitaba la influencia del exterior para arreglar lo que estaba roto dentro de mí. Porque nada lo estaba. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es que sólo hubo una vez en mi vida en que me sentí así. Lo que sentí cuando golpeé a ese chico. Nunca sentí esa cantidad de rabia y furia recorriendo mi sistema, como si la hubiera experimentado por primera vez en mi vida, excepto esa noche. Hace trece meses. Cuando me presenté en su dormitorio con la intención de vengarme del Idiota que le arruino la vida a mi hermana. Y no, no era furia contra él, sino contra mí mismo. Por cruzar finalmente la línea. Por finalmente cometer el crimen que me había estado impidiendo durante los últimos dos años. Por convertirla al fin en un objeto que pudiera utilizar para mis fines. No le mentí cuando le dije que, de hecho, llevaba años impidiéndome hacer lo que hice aquella noche. Probablemente desde que ella volvió a mi vida, después de que la viera sobre el capó del Mustang blanco de su hermano. Y lo hizo difícil, sí. Hacía que fuera jodidamente difícil ser bueno y noble porque no sólo estaba en todas partes, sino que era lo único en lo que podía pensar. Ella era el primer pensamiento en mi cabeza cuando me despertaba por la mañana y el último antes de cerrar los ojos por la noche. En lugar de pensar en el fútbol, de hacer jugadas en mi cabeza, de hacer todo lo posible por salir de este pueblo y de los pulgares de mis hermanos, lo único en lo que podía pensar era en el color de sus ojos, en esa peca en el costado de su cuello, en su risa tintineante, en su voz de campanilla. Lo único en lo que podía pensar era en que si le torcía el dedo vendría corriendo. En cómo podría hacerla bailar a mí son, bailar descalza sobre cristales rotos y lo haría con esa maldita y hermosa sonrisa suya. Cómo podría besarla, morderla, dejarle moratones y las marcas de mis dientes y, en lugar de asustarse y encogerse lejos de mí, desnudaría su cuello, me ofrecería su muñeca, encontraría pequeños rincones en su cuerpo apretado a los que aún no había llegado. Jesús, me jodió la cabeza. Mi enfoque. Mi concentración. Por eso la mantuve a distancia. Por eso, cada vez que la hacía esperar un mensaje mío o la mantenía en vilo mientras la ignoraba en una fiesta, esperaba y rezaba para que se marchara. Que por
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fin entendiera el mensaje que intentaba enviarle desde que la encontré escondida detrás de los arbustos dos años antes. El mensaje de que yo era un arma cargada, vez. Estaba a sólo un gatillo de alojar una bala en su pecho y asesinar su corazón. Pero ahora ya no importa, ¿verdad? Porque acabé haciendo exactamente lo que me había impedido hacer. Disparé el arma y maté su corazón. Te quería... En cuanto oigo su voz en mi cabeza, un subidón recorre mi cuerpo y recuerdo dónde estoy. En este gimnasio de boxeo 24/7 llamado Yo Mama's So Fit, en un barrio sombrío de Bardstown. Llevo viniendo aquí desde que tenía catorce años. Es propiedad de uno de los amigos de Shep, Ark Reinhardt. Un tipo de aspecto duro del lado equivocado de las vías que ahora es uno de los hombres más ricos de Bardstown. No sólo por este gimnasio tan popular, sino también porque creó su propia empresa de seguridad. Sin embargo, al hacerme profesional, no he podido venir aquí en absoluto. Pero como no hay fútbol, todavía, puedo venir cuando quiera y dar palizas. Aunque tengo que decir que no es tan satisfactorio cuando todo lo que consigo golpear es esta bolsa de cadáveres en lugar de una persona real. Porque lo creas o no, tenía un saco de boxeo humano de verdad, mi amigo Reign Davidson. Uno de mis amigos futbolistas que está listo para convertirse en profesional el próximo enero. Tenía sus propios problemas y le gustaba que le pegaran. Pero desde que se juntó con la chica de sus sueños, Echo Adler, ha sido demasiado feliz para pasar el rato con el resto de nosotros, tristes perdedores. Así que aquí estoy, tratando de encontrar satisfacción y paz, pero por lo que parece, no está sucediendo. Me doy por vencido y decido regresar a casa, me doy una ducha rápida y me pongo un pantalón de chándal y una camiseta en los vestuarios. Conduzco de vuelta a la casa de mi infancia, donde vivo actualmente, preguntándome por milésima vez por qué. ¿Por qué demonios estoy viviendo en la misma casa de la que no he podido esperar a salir en toda mi vida? Podría vivir fácilmente en un hotel o algo así. En realidad, podría no haber regresado a Bardstown en primer lugar y volado prácticamente a cualquier parte del mundo en mi afán por escapar de mis prepotentes hermanos. Pero no estaba dispuesto a dejar a Callie completamente sola con ese imbécil. Aunque todos mis hermanos se han reconciliado, aunque sigue
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habiendo cierta animadversión entre ellos y el cabrón de Reed Jackson, yo soy el único que no ha olvidado lo jugador que solía ser. Y ahora que tienen un bebé juntos y Callie está tontamente enamorada de él, es aún más imperativo vigilar a ese cabrón para que no la cague. Como lo hizo en el pasado, así que aquí estoy. Cuando paso por delante de la casa, veo a alguien sentado en la escalera. Mi hermano, Stellan. Aparcó detrás de su coche y salgo de mi camioneta, con las tripas apretadas y los ojos clavados en él. Se levanta cuando llegó, su rostro severo y desaprobador, y le digo: —Qué casualidad verte aquí. Moviéndose sobre sus pies, responde: —No contestas las llamadas de nadie. —Perdí mi teléfono. Sus ojos, oscuros como los míos, parpadean hacia mi bolsillo antes de acercarse y decir: —Está en tu bolsillo. Así es. Aun así le digo: —¿Seguro que es mi teléfono? Podría ser, como dicen, un rollo de monedas o un chocolate. Me mira un momento. —¿Estás usando un eufemismo para referirte a tu polla? —¿Estás diciendo que no debería preocuparme por tus delicadas sensibilidades y simplemente ir al grano? Sus ojos se entrecierran con desagrado. —Es una broma —le digo entonces. —Todo es una broma para ti, ¿no? —No todo, no. —Sacudo la cabeza—. Sin embargo, algunas cosas sí. Deberías probarlo alguna vez. Su rostro permanece severo. —Creo que voy a pasar.
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Me encojo de hombros. —Tú decides. Pero si sigues así, muy pronto la gente no podrá distinguir entre tú y nuestro hermano mayor. De nuevo, una broma. Mientras que Stellan, Shepard y yo tenemos el cabello y los ojos oscuros, nuestro hermano mayor Conrad lo tiene rubio cenizo y los ojos azules. Es el único hermano que se parece remotamente a Callie. Supongo que ambos se parecen a nuestra madre, mientras que nosotros tres nos parecemos al padre que nos abandonó. De todos modos, es imposible que alguien confunda a Stellan con Conrad. Al menos no en el aspecto físico. Su comportamiento, sin embargo, es otra historia. —Gio me ha dicho que sigues negándote a la terapia —dice en su lugar, optando por ignorarme. Los músculos de mis entrañas se tensan aún más. —Deberías decirle a Gio que tiene que mantener la boca cerrada. O se la cerraré yo. Exhala un fuerte suspiro. —Sí, porque eso es lo que haces, ¿no? Le cierras la boca a la gente. —Aparentemente sí. —Aprieto la mandíbula—. Así que quizá deberías considerarte afortunado de que aún no haya tomado medidas para cerrar la tuya. Aunque te estás acercando mucho. Con eso, subo los escalones, dejándolo allí, y abro la puerta principal. Estoy a punto de pasar cuando Stellan dice: —Ultraflex no será la última marca que te abandone, lo sabes, ¿verdad? Una a una te irán abandonando si no juegas. Todos tus sueños y metas y todo por lo que has trabajado tan duro se va a ir por el desagüe. Ultraflex es una empresa que fabrica aparatos de gimnasia, y antes de que ocurriera todo el incidente me contrataron como imagen de sus nuevos diseños que lanzarán el año que viene. Acababan de anunciarlo cuando ocurrió y, al parecer, les cayeron tantas críticas por ello que al final tomaron la decisión de prescindir de mí. Gio llamó con la noticia la semana pasada.
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Aunque todavía no me han abandonado las otras marcas con las que he firmado en los últimos meses, Stellan tiene razón. Si no regreso al equipo, puede que me despida de todas mis campañas extracurriculares. No es que me importen. Me preocupa más el juego, pero aun así me escuece, joder. Me doy la vuelta para mirarlo y enarco las cejas. —Espeluznante. Pero aún faltan unas semanas para Halloween, así que ¿por qué no vas a pedir caramelos a otro sitio? Hay una pequeña posibilidad de que haya captado mi indirecta y ahora esté regresando al coche, listo para conducir de regreso a Nueva York y delatarme a Con. Porque obviamente, por eso está aquí, ¿no? Para cumplir las órdenes de Conrad. Porque así es como empezaba siempre cuando éramos niños. Yo hacía algo mal y Con primero enviaba a Shep a hablar conmigo. A mi nivel. Y me haría darme cuenta de mi error. Si él no podía hacer el trabajo, entonces sería el turno de Stellan. Si él tampoco tenía éxito, entonces era el momento de sacar la artillería pesada: nuestro hermano mayor en persona. Supongo que por fin he superado la etapa de Shep y por eso ha llegado Stellan. De todos modos, aún tengo esperanzas. Hasta que llegó a la cocina y sacó jugo de naranja de la nevera, engullo un tercio de la botella antes de tomar aliento y oigo: —¿Qué demonios? Por supuesto, no se ha ido a ninguna parte y probablemente esté haciendo un balance de la sala de estar. Bueno, no lo culpo; parece una zona de guerra ahí dentro. Mientras regreso el tapón, oigo por detrás: —¿Qué demonios ha pasado ahí dentro? Me tomo mi tiempo para volver a meter la botella en la nevera, buscando algún tentempié rápido que preparar no porque tenga hambre, aunque podría comer, sino porque quiero cabrear a mi hermano mayor. Él empezó por aparecer aquí y cabrearme, así que es justo. Por fin me doy la vuelta y sus ojos son rendijas y su mandíbula parece hecha de granito. Le estalla una vena en la sien y juro que puedo verlo. Stellan convirtiéndose mágicamente en Conrad.
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—¿Has terminado de jugar conmigo? —dice. Me apoyo en el mostrador. —La verdad es que no. Pero supongo que puedo tomarme un pequeño descanso. —¿Qué demonios le ha pasado a la sal? —Vuelve a preguntar—. ¿Por qué hay agujeros en las paredes y dónde están la mesa de café y el librero? —Tus libros están bien, por si eso te preocupa —le digo—. Los empaque y los puse en tu habitación. Sólo rompí la estantería. Pero la mesita no está, ha quedado destrozada. No pude hacer nada para salvarla después de tirarla contra la ventana. Limpié los cristales y ayer terminé de poner una ventana nueva. Y hay agujeros en las paredes porque me di cuenta de que limpiar después de tirar muebles no es tan divertido como lo pintan en la tele. Todo cierto. Vivir en la casa de mi infancia ha resultado ser un poco más traumático de lo que pensaba. Aunque regresado de Nueva York en alguna ocasión, la mayoría de las veces me he quedado una o dos noches, si acaso. Suelo quedarme en casa de un amigo o simplemente salir hasta que lo único que puedo hacer es caer muerto sobre la cama. Que es prácticamente todo lo que he estado haciendo desde que regrese. Aun así, la exposición prolongada a esta casa olvidada de Dios, donde mi madre murió y nuestro padre nos abandonó y donde Conrad gobernaba con puño de hierro, no es buena para mí. —¿Y de quién son esas malditas rosas? —Stellan pregunta. Entonces rechino los dientes. —¿Por qué no le preguntas al imbécil con el que compartiste útero? Stellan frunce el ceño confundido. —¿Shep? —Sí —respondo con los dientes apretados—. Parece que le hace gracia actuar como una novia pegajosa y envía flores tres veces al día. Porque me niego a contestar sus mensajes o llamadas. De nuevo, todo cierto. Ese imbécil es el ser humano más molesto del planeta. Al principio, eran sus incesantes llamadas y mensajes de texto y de voz. Cuando dejé pasar cada uno sin
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respuesta, recurrió a esto. Enviándome flores con pequeñas notas rosas. Como escritas por una ex novia loca. Hey amor, ¿cuándo nos reuniremos? Amor, ¿por qué no respondes a mis llamadas? ¿Ya no me quieres, amor? ¿Hay alguien más, amor? Si la hay, le voy a sacar los ojos por echárselos a mi hombre. Una nota tenía justo esto: Amooooooooorr. Tengo ganas de denunciarlo a la policía o de llamarlo de una puta vez. Sin embargo, Stellan mueve los labios, como si todo esto le hiciera gracia. —Oh, ¿así que esto te parece divertido? —gruño. Se encoge de hombros. —Al menos está llegando a ti. —Sí, ¿cómo te ha estado afectando durante el último año? —digo, observándolo atentamente—. Yendo detrás de la misma chica que te gusta. Me arrepiento en cuanto lo digo. No es algo de lo que a Stellan le guste hablar. En realidad, a Stellan no le gusta hablar de nada que sea demasiado personal para él. De nuevo, es como nuestro hermano mayor en ese sentido. Es reservado y callado. Aunque creo que Con ha mejorado un poco desde que se juntó con su chica, una de las amigas de Callie, Wyn Littleton. Lo que nos sorprendió a todos. Con no sólo va por una de las mejores amigas de Callie, sino también por alguien catorce años más joven que él. Que además fue su alumna durante un breve periodo de tiempo, cuando él era entrenador de fútbol en el colegio St. Mary's para adolescentes con problemas. Porque Con no es más que un seguidor de las reglas. En cualquier caso, todos nos alegramos mucho por él, incluyéndome, y lo digo de verdad. Pero no me refería a eso. Lo que decía es que Stellan es tan hermético como Con y no, nunca hemos hablado de que esté enamorado de la chica de Shep. Así que culpa mía. Pero joder, tiene que afrontarlo tarde o temprano.
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—No sé de qué estás hablando —dice, sin apenas mover los labios. —¿Así es como quieres jugar? —Sacudo la cabeza. —No, no quiero jugar en absoluto. Me burlo. —¿Crees que Shep no lo sabe? ¿Que no tiene ni idea de que su hermano gemelo está enamorado de su novia? ¿Crees que no puede sentirlo? La distancia entre ustedes dos. Cómo ya casi no sales con él. Cómo siempre estás demasiado ocupado para hablar con él, para... —Cierra la puta boca —gruñe, con su postura firme y preparada para la batalla—. O lo haré por ti. No eres el único de esta familia que sabe dar un puñetazo. Mi ira ruge entonces en mi interior. La comezón que siempre está ahí surge y siento que sucede. Las hormigas rojas arrastrándose bajo mi piel. Y empiezan a picarme las venas cuando continúa: —Ahora he venido a hacerte entrar en razón. Para hacerte ver cómo te haces daño actuando como un niño testarudo de cinco años. Tienes un problema, Ledger. Siempre has tenido un problema. Y necesitas ayuda. ¿Lo entiendes? Necesitas ayuda desde hace mucho tiempo y deberíamos haber hecho esto hace años. Porque francamente, estamos cansados de limpiar tus desastres. Esto ya no es el instituto. Necesitas responsabilizarte de tus actos. Necesitas enderezarte, ir a terapia, tener algo de responsabilidad. O estarás fuera del equipo. Esta vez para siempre. —Fuera. —¿Qué? —Lárgate de esta casa o juro por Dios que te echaré yo mismo —gruño, con la vista ya casi roja. Y también lo haré. Pero no antes de que le dé una paliza. No antes de romperle cada hueso del cuerpo y enviárselo a nuestro hermano mayor. Como un mensaje. —Quieres actuar como un mensajero —continúo—, bien. Aquí tienes un mensaje: tienes razón. Ya no soy un niño. Esto no es el instituto. Así que no puedes darme órdenes. No puedes castigarme ni ordenarme que friegue retretes si no sigo tus normas de mierda. Esos días se acabaron. El problema no soy yo, eres tú. Es él. Así que ve a decirle a tu jefe que si espera ganar un partido en la próxima temporada, será mejor que empiece a tratarme con respeto y se deje de ultimátums de mierda.
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Porque puede que seas feliz siendo su pequeño chico de los recados. Pero yo no soy la puta de nadie. Definitivamente no es de mi hermano mayor. Ya no. Y si quiere quitarme el fútbol como castigo, que así sea. No voy a echarme atrás como un cobarde. —Estás enfermo, lo sabes —gruñe Stellan, dándose la vuelta y marchándose. Y salvándose a sí mismo en el proceso. Porque ese es el momento en que dejo libre mi ira y pinto el mundo de rojo. Después de lo cual sólo oigo sonidos y choques. De cosas golpeando contra el suelo, retumbando contra las paredes. De mí rugiendo y furioso. No sé cuánto tiempo lo hago, pero me parecen horas. Cuando estoy cansado y agotado, me tiro al suelo, con la espalda apoyada en la pared, y me siento así durante horas. Hasta que suena un pitido y mi teléfono vibra contra mi muslo. Últimamente, si oigo mi teléfono, lo ignoro. Suele ser Gio o alguno de mis hermanos, con algún mensaje o llamada ocasional de mis compañeros de equipo. Durante mi estancia en el New York City FC, apenas he hecho amigos, salvo un par de chicos a los que les gusta verme de vez en cuando. Pero por alguna razón, mi teléfono sonando ahora mismo me hace buscarlo. Y cuando veo de quién se trata, me invade una oleada de calma. No sé cómo ni por qué ocurre, pero siempre ha sido así. Desde el principio. Desde que empezó a llamarme y mandarme mensajes. Cuando tenía un día de mierda, quizá una pelea con su hermano o Conrad regañándome en los entrenamientos porque pensaba que no estaba haciendo lo suficiente como capitán del equipo, mi teléfono emitía un mensaje de texto al azar y yo respiraba por primera vez con calma. A veces me pregunto cómo es que alguien que se llama Tempest y que tiene una personalidad tan volátil puede ser quien me dé paz. Pero lo hacía. Ella me dio calma y, a cambio, yo le di violencia y dolor.
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Mi disculpa de la otra noche ni siquiera empieza a cubrir el daño que he hecho. Tanto deliberadamente como por accidente. Mantenerme alejado tampoco arreglará las cosas Pero no sé qué lo hará. En cualquier caso, abro su mensaje. Luciérnaga peleona: No soy tu chica. Luciérnaga Peleona: Dijiste eso. Cuando viniste a casa de Callie y mi hermano. Pero no soy tuya. No puedo evitar sonreír mientras dejo que mis dedos ensangrentados tecleen una respuesta. Yo: Lo eres.
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CAPÍTULO CATORCE
V
ino por mí. Esa noche en casa de mi hermano y Callie.
Algo que Callie me dijo después de que se fuera. No con tantas palabras, por supuesto. Sólo que sabía que estarían fuera y que yo estaría allí cuidando de Halo. Lo que sólo puede significar una cosa: que venido a verme. Vino a... disculparse. Quiero decir, lo sé. Dijo que se disculpaba por haber sido un imbécil conmigo en el bar y que se retiraría y me dejaría vivir en paz de ahora en adelante. Pero era más que eso. Era más grande que él haciendo lo correcto. Fue su intento no sólo de disculparse, sino también de castigarse a sí mismo en el proceso. ¿Verdad? De eso se trataba ese beso, ¿no? Santa madre de Dios, ese beso. Que mi hermano casi presenció. Que él quería que mi hermano presenciara. Me dará lo que merezco... Eso es lo que dijo. Llevo dos días dándole vueltas y más vueltas y es la única conclusión a la que puedo llegar: no sólo quería disculparse sino que también quería que lo castigaran. Pero no voy a hacer lo de antes. No voy a suponer cosas y exagerarlas en mi cabeza, no. Voy a preguntarle. Así que, sentada en medio de la cama, con las piernas cruzadas y el teléfono en el regazo, selecciono su nombre en mi lista de contactos a regañadientes, pero también con cierta impaciencia, y, respirando hondo, escribo un mensaje. Yo: No soy tu chica. Yo: Tú dijiste eso. Cuando viniste a casa de Callie y mi hermano. Pero yo no soy tuya.
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No sé por qué empecé la conversación del modo en que lo hice hace tres años, cuando me encontró detrás de los arbustos, pero lo hice. Y ahora el corazón me late en el pecho con una ferocidad que me asusta. También me asusta la posibilidad de que no responda. O peor, me contestará y me invadirá una alegría tan estúpida que me daré asco a mí misma. Ese no es el objetivo de este ejercicio, me recuerdo. Mi teléfono emite un pitido y es él. En mi prisa por leer lo que dice, me equivoco de aplicación dos veces antes de llegar al lugar correcto. Hermoso Thorn: Sí, lo eres. Entrecierro los ojos ante su respuesta. Si te soy sincera, era de esperar, porque está loco de remate, pero aun así. Yo: No, no lo soy. Nunca lo he sido. Hermoso Thorn: A menos que hayas estado llorando por algún otro imbécil al azar durante el último año que yo no sepa, eres mía. No sé cómo es que prácticamente puedo oírle gruñir el mía a través del teléfono, pero lo oigo. Siempre he podido, incluso entonces. Y entonces, solía ponerme inquieta y dolorida. Me desesperaba tanto estar con él que, cuando terminábamos, me hacía cosas a mí misma. Mientras lloraba en mi almohada al mismo tiempo. Era una combinación rara, lo reconozco. Estar triste y cachonda, pero eso era lo que él me hacía sentir. Menos mal que borré todos esos mensajes de mi teléfono después de que pasara todo. También debería haber borrado su número, pero supongo que a estas alturas ya es un hecho que soy lo bastante patética como para haber memorizado su número, así que no habría servido de nada. En fin. Irritada, apuñalo la pantalla para escribir mi respuesta. Yo: ¿Y qué, soy tu chica desconsolada, enamorada y patética? Hermoso Thorn: No, tú eres mi Luciérnaga desconsolada, enamorada y luchadora. Yo: ¿Y eso en qué te convierte? Hermoso Thorn: Un Idiota cruel, sádico, al que habría que patear los huevos.
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No. Eres mi cruel, sádico y hermoso Thorn. No es que se lo dijera a él. En vez de eso digo esto: Lo que mi hermano habría hecho esa noche. Yo: No. En realidad mi hermano te habría matado. Hermoso Thorn: Lo habría intentado, seguro. Yo: Y habría tenido éxito. Hermoso Thorn: Tal vez. Tal vez no. Hermoso Thorn: De cualquier forma habría sido divertido. Yo: Estás loco, lo sabes, ¿verdad? Hermoso Thorn: ¿Sí? Yo: Sólo los locos creen que el asesinato es divertido. Especialmente los de ellos. Hermoso Thorn: Otra vez tal vez. Tal vez no. Hermoso Thorn: Aunque sigue siendo mejor que ser un Idiota cruel y sádico que debería recibir una patada en los huevos. Yo: Y por eso me besaste, ¿no? Yo: Porque querías que te castigaran. Yo: Así que nuestro primer beso fue un beso de venganza y el segundo fue tu retorcido intento de castigo por el primero. Yo: Es bueno saberlo. Respiro tan fuerte y tan rápido mientras termino de disparar todos los mensajes, uno tras otro. Me doy cuenta de lo enfadada que estoy. Me enfurece que piense que puede tocarme, besarme y ponerme las manos encima porque quiere. Todo por sus segundas intenciones. Por motivos que no tienen nada que ver conmigo. Y tienen que ver con todo lo que quiere en ese momento. Estoy a punto de escribir un larguísimo mensaje educándolo en el arte de respetar los deseos de una chica y dejarla tomar sus propias decisiones cuando mi teléfono empieza a sonar en mi mano, mostrando su nombre. O más bien el apodo que puse.
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Lo miro fijamente como si fuera una serpiente a punto de morderme o una pistola a punto de disparar una bala, y sabiéndolo, aun así me apresuro a aceptar antes de que salte el buzón de voz. Abro la boca para mandarlo a la mierda cuando gruñe: —Nuestro primer beso fue precioso y el segundo fue jodidamente fenomenal. Porque fue mi intento de darte algo más que hermoso. Algo más que fabuloso. Eso es lo que te mereces. No sólo algo hermoso, algo más que eso. Algo fuera de este mundo. Algo que no existe sino que sólo puede ser creado. Pero sobre todo fue mi intento de darte algo en lo que pensarás por la noche cuando llores en tu cama por mí, cuando pienses en cómo tu primer beso fue hermoso hasta que yo lo hice feo, en cómo no fue como los que lees en tus tontas historias de amor. Así que no, nuestro segundo beso no fue un intento de castigo, fue mi intento de darte un beso como los que lees en tus novelas románticas. —Aunque no voy a fingir y decir que si hubiera sido un intento de castigo, me habría disculpado por ello. Porque entonces tendría lo que me merezco. Tu hermano dándome la paliza del siglo. Porque lo que tu hermano le hizo a mi hermana fue un accidente, aunque me encantaría patearle el trasero por eso, pero lo que te hice a ti, lo hice deliberadamente. Lo hice con un propósito y malas intenciones. Y si hubiera sabido antes de la semana pasada que todavía estás dolida por lo que te hice hace un año, habría hecho esos intentos mucho antes. Habría tomado cartas en el asunto hace mucho tiempo y habría provocado a tu hermano para que me diera una paliza hasta que no pudiera reconocer mi propia cara en el espejo. Y como dije, no me disculparé por eso. Y tampoco me disculparé por cualquier intento que haga en el futuro. Así que puedes ahorrarte tu berrinche, ¿de acuerdo? —¿Qué vas a hacer mañana por la noche? —suelto. Y luego me dejo caer en la cama boca arriba y me cubro la cabeza con una almohada, encogiéndome de vergüenza, pero sin dejar de sujetar el teléfono contra la oreja. —¿Qué? Exactamente. ¿Qué hice? No quería hacerlo así. Primero, quería confirmar si mis sospechas eran ciertas. Y si lo eran entonces habría... Aunque ahora que lo pienso, no sé de qué otra forma podría haberlo hecho. Verás, la cosa es así: he estado pensando en ello, he estado pensando en muchas cosas, y he llegado a una conclusión.
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Que es que no lo he superado. Todavía no. Mira cómo le devolví el beso la otra noche. Como una completa zorra. Mira cómo me sigue afectando; cómo puede irritarme y provocarme y saca de mí reacciones que no debería poder sacar. Pero sobre todo, mira que cada vez que pienso en un bebé, pienso en él. Cada vez que imagino a un bebé en mis brazos, se parece a él. En resumen, no lo he superado. Pero quiero hacerlo. Y tengo un plan para eso. En cuanto a cómo superarlo. Sólo necesito su ayuda. Tirando la almohada, le digo: —Mañana por la noche. ¿Qué vas a hacer? —¿Por qué? —Porque sí. —¿Por qué? Exhalo un fuerte suspiro. seis.
—Porque me gustaría que nos viéramos en la esquina de Maple y Candle a las
Hay un silencio que dura unos segundos en los que vuelvo a encogerme de vergüenza. Parece que le estoy pidiendo una cita. Algo que ya he hecho antes, sí, lo he hecho, por desgracia, y él siempre ha dicho que no. Y permíteme decir también que nunca puso una excusa ni dijo nada educado para decepcionarme amablemente. Simplemente decía que no. Una palabra y tema terminado. Dios, ¿cómo es que seguí llamándolo y corriendo tras él incluso después de esas cosas? ¿Cómo es que tenía esperanza? ¿Qué clase de idiota era? Una gigante, eso es. —¿Me estás pidiendo una cita? —dice. Me quedo inmóvil en la cama ante el shock. Que no sólo sonara exactamente como si le estuviera pidiendo una cita, sino que tuviera el mismo pensamiento. —No —digo, rápido y un poco alto. El silencio que se hace a continuación está cargado de diversión. Por su parte, claro, no por la mía.
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Me aclaro la garganta. —Por supuesto que no. ¿Por qué pensarías eso? —Porque en la esquina de Maple y Candle hay un restaurante chino. —¿Y? —Así que es tu restaurante chino favorito. —¿Cómo... —Me lo dijiste, ¿recuerdas? Maldita sea. Lo hice. Sobre una de mis llamadas que aparentemente recuerda muy bien. —Sabes, para alguien que decía aburrirse tanto con mis divagaciones, recuerdas muchas. —Lo recuerdo todo —corrige. —Eso es... —Y la única razón por la que dije que me aburrían tus divagaciones fue para disuadirte de llamar. —Yo... —Que creo que ya me he explicado. Lo ha hecho. Era porque intentaba protegerme de sí mismo. Y aunque terminó haciendo exactamente aquello de lo que me estaba protegiendo, no puedo aferrarme a mi irritación en este momento. Maldita sea. Sólo él puede fastidiarme y hacerme derretir al mismo tiempo. —Bien. Como quieras —murmuró—. Y no es una cita. —Entonces, ¿qué es? Busco un término. Luego. —Una... reunión. —Una reunión. —Una reunión de negocios —dijo con repentina inspiración. —Una reunión de negocios.
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—Sí. —Asiento—. Piensa en ello como dos colegas que se reúnen para degustar una apetitosa y sorprendente comida china. —No se supone que debo llevar corbata o algo así, ¿verdad? Pongo los ojos en blanco. —No, no lo harás. —O una chaqueta. Vuelvo a poner los ojos en blanco. —Eso tampoco. —Gracias, joder. —Más que nada porque creo que aún no han hecho una chaqueta del tamaño del Increíble Hulk. —Eso soy —dice—. Del tamaño de un monstruo. Y no hablo sólo de mi pecho y mis hombros. Llevo años hablando con él, sé cómo funciona su mente. Cómo puede hacer que cualquier cosa sea sucia y un chiste de pollas. Y a mi pesar, sonrío. —Sabes que es un monstruo verde, Hulk, ¿verdad? Y no, tampoco estoy hablando de tu pecho y tus hombros —bromeo, sabiendo exactamente a qué se refiere. Se ríe entre dientes. —Verde o no, parece que has pensado mucho en el calor que llevo en los pantalones. El sonido me llega hasta el vientre, profundo y grave, y me muerdo el labio. —Yo no lo llamaría calor. Más bien algo extraterrestre. —Bueno, eso es un gran cumplido entonces, ¿no? —¿Lo es? —Ajá. Porque te hará ver estrellas. Niego mientras sonrío. —¿Podemos darle a tu ego un poco de descanso, por favor? Por esta noche. Mi mente está cansada. —¿Seguro que estás hablando de tu mente y no de otra cosa? —balbucea, haciendo otra insinuación.
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A lo que inmediatamente puse fin. — No, definitivamente estoy hablando de mi M.E. N. T. E. y no de algo llamado C. O. Ñ. O. —Pongo los ojos en blanco por tercera vez—. ¿Ya estás contento? Me has hecho decirlo. Tararea. aquí.
—Lo estaría. Si estuviéramos en tercero o si la pequeña Berry estuviera por —¿Conocías esa palabra en tercer grado? —La sabia en primer grado. Jadeo. —Cállate. No podrías haberlo hecho. —Pude y lo hice. —Mierda. —Luego—. ¿Crees que mi hermano la sabía? —No quiero hablar de tu hermano ahora —gruñe. —Sí, por supuesto. Yo tampoco. No sé por qué he dicho eso. —¿Y? —¿Y qué? —¿Vas a decirlo? Frunzo el ceño. —¿Decir qué? —La palabra que conocí en primer grado. —¿Quieres que la diga? —Te reto a que la digas. —Atrévete. —Ajá. —¿Cuántos años tienes? —Lo suficientemente mayor para decirlo y no ruborizarme como tú. —No me ruborizo. —Sí, así es. —No, no lo hago. —Lo harás si digo co...
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—No lo digas —interrumpo—. No lo digas. Vuelve a reírse y juro que quiero abofetearlo. Y luego embotellé el sonido de su risita y me lo metí en el bolsillo. Así podría pescarlo y escucharlo cuando quisiera. En cualquier caso, tiene razón. Me ruborizo. Que es lo más extraño. Nunca me sonrojo. Nunca me he sonrojado por otro chico en mi vida. Excepto él. Por no hablar de que nunca me he ruborizado al hablar, leer o pensar en sexo. Leo novelas románticas como si fuera mi trabajo, o al menos solía hacerlo. Puedo dar consejos a mis chicas sobre su vida amorosa y sexual como si nada. Como si hablara del tiempo. Soy una de las personas más extrovertidas que hay. De nuevo, excepto él. Cuando se trata de él y de que diga cochinadas, me convierto en un tomate. Como hice aquella noche en casa de Callie y mi hermano. O incluso antes, en el restaurante y en el bar. Y aunque antes estaba bien cuando estaba obsesionada, ahora lo odio. Sólo otra de las razones por las que necesito encontrar un cierre y finalmente pasar de él. Dejo escapar un suspiro. Temblorosa y temerosa. Continuo: —Por muy fascinante que sea todo esto, aún no ha respondido a mi pregunta. ¿Estas... —Sí. —¿Qué? Exhala un suspiro. —Estoy libre mañana por la noche. —¿Lo estás? —Eso es lo que dije. Sé que lo hizo.
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Eso ya lo sé. Pero la cosa es que esto es un gran problema para mí. Aunque no se trata de una cita y no le estoy pidiendo que se reúna conmigo con intenciones románticas, en realidad mis intenciones son todo lo contrario, sigue siendo algo en lo que he pensado mucho. Sigue siendo algo que deseaba muchísimo. Poder salir con él, compartir una comida en un restaurante como una pareja normal. Una pareja cuya vida no es tan complicada como la nuestra claramente era. Así que me tomé un momento para asimilarlo. Que dijo que sí para darme algo que siempre he querido. Pero ahora no tienen ningún uso. —De acuerdo —digo, aclarándome la garganta, retorciendo los bordes de la funda de mi almohada. —De acuerdo. —Pero no es una cita —le recuerdo, y por supuesto a mí misma. —Es una reunión de negocios. —Sí. Una reunión de negocios. —Tomo nota. —Y yo... —¿Tú qué? Cierro los ojos un segundo. Luego: —Quiero que me prometas algo. —¿Qué? —Quiero decir, obviamente no hay razón para que confíe en ti o en nada de lo que digas. No eres exactamente un buen tipo. —No, no lo soy. —Y te mereces que mi hermano te dé una paliza. —Lo sé, sí. —Pero... —Retuerzo y retuerzo la funda de la almohada—. No quiero que lo hagas. Se hace un silencio prolongado. Seguido de su silencioso: —No quieres que lo haga. —No.
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—¿Por qué? —gruñe, casi enfadado. —Porque eso no es lo que quiero de ti. No quiero que te pegue. Yo no... — suspiro—. Lo que hiciste, no se lo hiciste a él. Me lo hiciste a mí. Me rompiste el corazón. Me hiciste llorar. Soy tu chica, ¿no? Tu luciérnaga desconsolada, enamorada y luchadora. —Lo eres —gruñe. Me roba el aliento durante un segundo. —Entonces yo decido. Yo decido cuál debe ser tu castigo. Exactamente. El plan que tengo para cerrar y seguir adelante con mi vida: esto es todo. Castigo y venganza. Me vengaré por lo que hizo, lo castigaré y por fin, por fin seguiré adelante. —Tú. —Sí. Yo. Ni él, ni siquiera tú. ¿Lo entiendes? —Sí. —Bien. Entonces no quiero que hagas más intentos de castigo. No quiero que lo involucres en algo que es entre tú y yo. Así que tienes que prometer mantener esto entre nosotros. Nuestra reunión de mañana y lo que pase después. Tienes que prometer que nunca, nunca, lo usarás para tus propios fines. —No lo haré —dice inmediatamente y Dios, sinceramente. Como si estuviera siendo castigado y ni siquiera le importara. Está bien con lo que decida hacerle. Hace que la culpa me pellizque un poco el pecho, pero lo ignoro. En algún momento tengo que hacer algo por mí. Tengo que pensar primero en mí. Ya le di todo a él y lo rechazó, ¿no? Por no mencionar que no se lo pensó dos veces antes de hacer cosas por sí mismo. ¿Por qué debería importarme? Dejó escapar un suspiro de alivio. —De acuerdo entonces. Mañana a las seis. —Mañana a las seis.
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Veinte minutos antes de las seis, llaman a mi puerta. Resuena en mi vientre. Y entre mis muslos. Como el redoble de un tambor. Porque ya sé quién es. Porque puedo sentirlo a través del espacio. A través de la puerta, de la sala y del pasillo, hasta el cuarto de baño, donde estoy de pie frente al espejo. Si cierro los ojos y lo permito, sé que también puedo sentir su calor, la forma en que el aire se separa para hacerle sitio. Pero no puedo. No lo haré. Tengo que mantenerme alerta. He estado dispersa desde que me desperté esta mañana, incapaz de creer que realmente lo hice. De hecho, puse las cosas en marcha. Por mi búsqueda de romper mi corazón. Y el hecho de que esté justo delante de mi puerta en lugar de esperarme delante del restaurante como le dije, me está jodiendo el valor y el control cuidadosamente reunidos. Aun así salgo de mi cuarto de baño, con calma y frialdad. En lugar de mostrar lo asustada que estoy, pego una expresión neutra en mi rostro y abro la puerta. Y todos mis intentos de mantener la cordura se desvanecen. Todos mis pensamientos se desvanecen también, ahuyentados por ese cosquilleo entre mis piernas. Porque cada vez es más fuerte e incesante. Está creando demasiado ruido en mi cuerpo, en mi cabeza, como para oír o pensar otra cosa que no sea que parece diferente. O mejor dicho, tiene el aspecto de antes. Antes de que viniera a mi dormitorio. Antes, cuando todavía pensaba que era un buen tipo. Y eso es porque su barba ha desaparecido. Tiene la mandíbula bien afeitada.
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Por primera vez en un año puedo ver su cara con claridad. Puedo ver los huecos de sus mejillas y la inclinación asesina de su mandíbula. Puedo ver las comisuras de su boca, lo curvados que están y lo realmente afelpados y rosados que son sus labios. Y me doy cuenta de que me perdí de ver esos labios. Echaba de menos ver sus pómulos, su mandíbula masculina. Echaba de menos verlo. Lo cual no es nada bueno. Lo peor es que su ropa, aunque como de costumbre es una camiseta y unos vaqueros, también parece diferente. Su camiseta no está tan desteñida como de costumbre, aunque sigue siendo oscura y le queda muy bien. Y sus vaqueros no están desgastados como los de una estrella del rock. De hecho, apenas parecen desgastados. Y no olvidemos que está aquí. En mi puerta. —Te has afeitado —le digo mirándolo. —Ya era hora. —Y llevas ropa diferente. Se mira a sí mismo. —Llevo lo que suelo llevar. —No, no lo haces. —Agarró con fuerza el pomo de la puerta—. Tu camiseta no tiene un estampado de “soy demasiado genial para este mundo” y tus vaqueros apenas muestran la impresión de tu —agito mi mano libre—, paquete. Ahí abajo. Sus ojos brillan de diversión. —Bueno, soy demasiado genial para este mundo y has pensado en mi paquete entonces. —No tiene gracia. —Es un poco gracioso. Exhalo bruscamente. —Te dije que esto no es una cita. —¿Y? —¿Y qué estás haciendo? —chillo—. ¿Por qué estás tan bien afeitado y arreglado y qué haces en mi apartamento cuando te pedí que me esperaras en el restaurante? Por no decir que llegas pronto.
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Sus ojos oscilan entre los míos, relajados y tranquilos. —Esta es una reunión de negocios, ¿no? —Sí. Sí, lo es. —Así es como voy a una reunión de negocios. —Tú... —Bien afeitado y arreglado. Y temprano. Entonces lo fulmino con la mirada. —Eso sigue sin explicar qué haces en mi apartamento. —Está de camino —responde sin perder el ritmo. —No, no lo está. Vivimos en direcciones totalmente opuestas y... —Encontré un desvío. —¿Un desvío? Eso no hace... —¿Estás lista o no? —Pero... —Porque tengo un hambre infernal y si quieres discutir, podemos hacerlo por el camino —me corta. Entonces me muerdo el labio. Porque yo tampoco quiero discutir. Derrota todo el propósito de esta noche. Si quiero que haga lo que yo quiero, entonces tengo que ser agradable. Suspiro y asiento. —Bien. Déjame... —Luego, cambiando completamente de marcha al ver sus manos, digo—: Dios mío, ¿qué ha pasado aquí? —De hecho, alargó la mano, agarró una y la acercó para examinar sus nudillos—. ¿Qué te ha pasado en la mano? ¿Por qué parece...? —Tomó su otra mano también—. ¿Por qué ambas parecen como si alguien las hubiera atropellado con su coche? Lo hacen. Los nudillos están desgarrados y raspados. La piel está toda roja y sensible alrededor de ellos. Quiero decir que ya lo he visto antes con lesiones. Es jugador de fútbol; por supuesto que sufre lesiones, grandes y pequeñas, casi todos los días. Además, solía pelearse con mi hermano todo el tiempo. Así que, por supuesto, lo he visto antes con moratones y cortes.
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Y la razón por la que estos me preocupan es porque no vienen del fútbol y sé que tampoco vienen de mi hermano; él estaba bien ayer cuando lo vi. —Choqué contra un muro —dice, apartando las manos de mí y metiéndoselas en los bolsillos. —¿Qué? Su cara está tensa y en blanco mientras vuelve a interrumpir: —Vamos. —¿Qué pasó? —preguntó, tragando—. ¿Te has peleado con alguien? —Sí. —¿Con quién? —No lo sé. No me importa. —¿Por qué? Su mandíbula se aprieta. —¿Por qué crees que hago algo? —Yo... —Soy la Thorn el furioso, ¿no? —Otro apretón—. Eso es lo que hago. Me meto en peleas. Golpeo a la gente. Por alguna razón sus palabras desenfadadas no suenan tan desenfadadas y el corazón se me retuerce en el pecho. —Pero eso no es todo lo que... —Ya está —dice con decisión, dispuesto a dar media vuelta y marcharse. —Pero Ledger... —Mira —empieza, con la mandíbula desencajada—. Estamos haciendo una parada en el camino y como ya he dicho, tengo un hambre infernal. Así que nos vamos. —¿Qué parada? Exhala, molesto, y me apresuro a decirle: —No importa. No pasa nada. Deja que tome mi bolso.
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CAPÍTULO QUINCE
L
a parada en el camino fue en mi lugar favorito. Una librería en el corazón de Bardstown: Quemando la vela de medianoche. Cuando le pregunté qué hacíamos allí, me dijo:
—Te compro novelas románticas. —¿Qué, por qué? —Porque probablemente no las has comprado en más de un año. —Bueno, sí, pero yo no... —Que hayas conocido a un villano que te rompió el corazón en la vida real no significa que no puedas confiar en los héroes que viven en las páginas de tus novelas románticas. No es culpa tuya que en el mundo existan tipos hechos de truenos y espinas. Es culpa mía por no tener cuidado con una chica hecha de caramelo y nata. No pude decir nada después de eso. No supe qué decir después de eso. Aunque terminé comprando un montón de novelas románticas. Que él pagó. En ese momento, dije algo, pero todo lo que dijo fue: —Dije que te estoy comprando novelas románticas, ¿no? Así que esto es lo que parece. Y de nuevo me quedé en silencio, incapaz de comprender qué decirle. Así es como pasé toda la cena alias reunión de negocios. Sin decir una sola palabra. Tampoco dijo nada. De hecho, parecía un poco cabreado por momentos, lo que me disuadió aún más de decir nada. Eso y que me miraba intensamente. Y ahora estamos a un minuto más o menos de mi apartamento. Tengo que hacer algo. Tengo que encontrar la manera de iniciar la conversación y ponerla en marcha.
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Puedo ver el edificio de mi apartamento, por el amor de Dios. Ahí están las anchas escaleras que conducen a la enorme puerta principal de cristal. Y se acerca cada vez más y justo cuando estamos a punto de llegar a esas escaleras, tropiezo. O me hago tropezar. También me hago jadear y exclamar a propósito: —¡Ay! Iba a hacer más, a hacer una interpretación más convincente de que en realidad me acabo de hacer daño en el tobillo, me duele el tobillo derecho; totalmente al azar-, pero no tengo que hacerlo porque él ya está ahí. Para atraparme. Y entonces se adelanta y hace algo mejor: asegurándose primero de que estoy firme sobre mis pies, me suelta el brazo y se agacha. Me pasa un brazo por detrás de los muslos y el otro por los hombros y, antes de que pueda pestañear, me levanta y me tiene en sus brazos. Y luego sube las escaleras y entra en el edificio. Mientras tanto, sigo procesando el hecho de que me haya arrancado del suelo como si fuera una flor caída, como si no pesara absolutamente nada, y ahora me lleva en brazos, dando zancadas por el suelo pulido, al estilo de una novia. Sin dejar de llevar esa pesada bolsa llena de libros. Quiero decir que esto es una locura. Está loco. Lo único que hice fue soltar un pequeño, y falso, chillido de dolor y se lo tomó demasiado en serio. Le aprieto la camiseta por el pecho y el hombro, porque en realidad no sé dónde poner las manos, y lo miro. —No tenías por qué... Sigue mirando al frente mientras cruza el vestíbulo. —Quédate quieta. Intento retorcerme para liberarme de su agarre. —No, de verdad. Me encuentro bien. Yo... Me rodea con sus brazos, apretando mi cuerpo contra su pecho. —Quédate. Quieta. Y tengo que morderme el labio ante su dura orden.
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En el duro contacto con su cuerpo también. Duro y caliente. Excesivamente duro. Creo que esto último se debe probablemente a que me está cargando y todos sus músculos están tensos y flexionados en este momento. No es que no lo estén normalmente, pero, como ya he dicho, están muy tensos. Pero dejo de admirar sus músculos y cómo encajan mis curvas en los arcos de sus pectorales y vuelvo a insistir en que estoy bien, y me dice que me quede jodidamente quieta. Que es cuando por fin me doy cuenta de que retorciéndome como lo estoy haciendo le estoy poniendo las cosas aún más difíciles. Así que mantengo la boca cerrada y dejo que me lleve. Ni siquiera pío cuando, en lugar de tomar el ascensor, sube por las escaleras. Que conste que vivo en el cuarto piso, pero cuando llegamos a mi apartamento, apenas le falta el aliento y ni siquiera ha sudado. De hecho, apenas muestra signos de esfuerzo y, a pesar de mi culpabilidad, no puedo evitar admirar su fuerza. No puedo evitar acercarme un poco más a él, apoyar la mejilla en su pecho y escuchar los latidos de su corazón. Los atletas son milagrosos, ¿verdad? En realidad no, es milagroso. Él. Y nadie más. Dios mío, Tempest. Deja de ser una zorra y concéntrate. Bien. De acuerdo. Cuando llegamos a mi puerta, no pierdo ni un segundo en encontrar mi llave y abrirla. Porque fuerte o no, necesita un descanso. Yo también lo necesito. Necesito distancia física para poder pensar. Sin embargo, no lo consigo hasta que estamos dentro y en mi cocina. Que es cuando me baja, o más bien me sienta en la isla. También deja la bolsa que lleva cargando toda la tarde a mi lado, y lo hace con cuidado. Como si fuera algo precioso. Quiero decir, lo es. Para mí.
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Y no puedo evitar pensar que quizá para él también sea así. Pero no me da tiempo a pensar en ello, porque en cuanto me acomoda en la isla, hace una locura, otra vez, y se arrodilla y me rodea el tobillo derecho con los dedos. —Estaba mintiendo —suelto entonces, agarrándome al borde de la isla. Hice lo mismo que le aconseje a Eco. Por qué, no lo sé, pero así fue. Me mira. Y continúo: —Yo no... Eso fue falso. No me hice daño. Yo no... Sus dedos aprietan mis tobillos. —Lo sé. —¿Qué? —Que estabas mintiendo. Mi corazón late. —Entonces, ¿por qué... —Porque no quería correr el riesgo de que estuvieras diciendo la verdad. Intento zafarme de su agarre. —Pero ahora sabes que no lo estaba, así que deberías... Me agarra con más fuerza. —Además, hace tres años, me hice una promesa. Me quedo quieta, con las uñas clavadas en la isla. —¿Te refieres a hace tres años, cuando... nos vimos por primera vez? —Sí, llamémoslo así. Frunzo el ceño ante sus palabras, pero continúo. —¿Qué promesa? Acaricia mi piel con su pulgar, mis delicados huesos. —Aquella noche caíste de rodillas. Y caíste tan fuerte que sangrabas. —Su pulgar presiona mi piel entonces—. Y lo mejor que pude, que me permití hacer, fue seguirte a casa. Como un marica. —Pero eso es... —Así que me prometí que si alguna vez te hacías daño por mi culpa, me aseguraría de estar ahí para cuidarte.
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Suceden tantas cosas a la vez. Primero, no puedo creer que esté mencionando esa noche. No sólo eso, está sacando a relucir esa vieja lesión. Algo en lo que casi nunca pienso. Algo en lo que nunca pensaría, si él no lo hubiera mencionado hace un momento. Fue algo sin importancia. La verdad es que casi lo había olvidado. Y el hecho de que se acuerde, bueno, sé que tiene facilidad para recordar todo, y que se haya hecho una promesa a sí mismo basada en algo en lo que yo ni siquiera pienso, es... surrealista. Es algo que quiero tomarme un momento para asimilar. Pero no me da el espacio para hacerlo. Porque siento sus dedos moverse. Siento que sus dedos abandonan mi tobillo y suben por mis pantorrillas, ahora por las dos. Sus ásperos callos se arrastran y rozan mi suave piel, y los dedos de mis pies se curvan. Se me pone la piel de gallina y lo ve. Observa cómo sus dedos bronceados y magullados recorren mi piel lisa y de porcelana. Y tengo que aspirar y morderme el labio para no soltar un gemido. Porque si esto no es la encarnación literal de lo que somos, un chico hecho de truenos y espinas y una chica hecha de caramelos y nata, entonces no sé lo que es. Y creo que nunca he visto nada tan desgarrador y tan erótico al mismo tiempo. Dios, he perdido la cabeza, ¿verdad? Esta tiene que ser la experiencia más única y original de mi vida. Y lo único que hace es tocarme las piernas. Cuando llega a la parte trasera de mis rodillas, susurro: —Es por eso... Es por eso... Levanta la vista, sus ojos negros como el carbón y brillantes. —¿Por eso qué? Me mojo los labios. —¿Por eso te enojabas conmigo? Cuando yo, eh, conducía hasta Bardstown para tus partidos durante una tormenta o cuando estaba muy oscuro. Porque pensabas que podía hacerme daño y no querías que lo hiciera.
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Me frota la piel con los pulgares, haciendo que me retuerza y respire entrecortadamente. —Sí. —Y por eso también insististe siempre en que pasara la noche en tu casa cuando yo... —Otro movimiento de su pulgar, haciendo difícil hablar—. ...iba a ver a Callie? —Una de las razones —responde. —¿Cuál es la otro... —¿Me lo vas a decir? —¿Decir qué? Me observa durante unos segundos, con los pulgares moviéndose en círculos sobre la tierna piel de mis rodillas y el interior de mis muslos, antes de levantarse con un elegante movimiento. El cambio es tan brusco que me siento desorientada, como si el mundo se hubiera inclinado, y mis manos van automáticamente a agarrar sus bíceps para mantener el equilibrio. Se acomoda entre mis muslos, que o bien se abren solos para hacerle sitio o quizá los ha forzado, no sé, y dice: —El orden del día. Para tu reunión de negocios de esta noche. Oh. Bien. —Supongo que es importante —continúa, inclinándose sobre mí con los brazos a ambos lados de mis caderas, haciendo que sus hombros esculpidos parezcan más grandes que la vida—. Dado que fingiste tropezar por ello. Todo para que subiera a tu apartamento. Tiro de las mangas de su camiseta. —Bueno, para ser justos... —Un consejo —me interrumpe, sus ojos fijos en los míos—. La próxima vez, puedes simplemente preguntar en lugar de pasar por todo el problema. Me sonrojo, haciendo que sus ojos brillen. Entonces. —Nunca te pedí que me subieras, en primer lugar. Y segundo, podrías haber subido en ascensor en vez de... Hace una mueca. —Los ascensores son para maricas.
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—No, no lo son. Son para gente sensata. —Bueno, nadie me ha acusado nunca de ser sensato. Trago. —Te habría dicho la agenda si no hubieras estado tan... enojado en el restaurante. Sus ojos se entrecierran. —Y no me habría enojado tanto si no te hubieras puesto ese vestido. —¿Qué? Sus ojos se entrecierran aún más. —Porque si no lo hubieras hecho, habría podido respirar al menos una vez sin querer estrangular a alguien. Lo observó con el ceño fruncido antes de mirar mi vestido. —¿Este vestido? Gruñe en respuesta. Levantó la vista. —No hay nada malo con este vestido. Es modesto. Lo es. Ni siquiera estoy mintiendo sobre eso. Es un vestido color calabaza con un escote cuadrado que podría ser más amplio y exponer pero no lo es. Apenas deja ver el escote y las mangas me llegan hasta los codos. Y el dobladillo me llega apenas unos centímetros por encima de las rodillas y ya. Conozco los vestidos llamativos, tengo muchos, pero éste no es uno de ellos. —¿Entonces por qué quiero quemarlo? —¿Por qué estás loco? —No —afirma, con voz áspera—. Tú lo estas. Si crees que esto es modesto y que no has vuelto locos a todos los hombres de ese restaurante. Frunzo el ceño —Había como cuatro hombres en ese restaurante esta noche. Es noche de colegio, ¿de acuerdo? Y creo que uno de ellos estaba allí con su familia, una esposa y dos hijos. Y... —¿Y por qué crees que seguía buscando al mesero cada cinco segundos? —Uh, porque necesitaba agua y más galletas de la fortuna, ¿a quién le importa?
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—No, porque quería una excusa para mirarte. Para poder resolver el eterno misterio de lo grandes que son tus tetas y si podría meter su mano viscosa en tu escote. Y eso sólo porque su mano no es realmente lo que le interesa meter ahí abajo. —Ew, eso es... —Entonces, mordiéndome el labio—. ¿Qué es lo que realmente quiere meter ahí abajo? Sus fosas nasales se ensanchan y juraría que su pecho se expande tanto que parece que se va a salir. —No importa —me apresuro a decir—. Eso no tiene importancia. Pero tampoco creo que tengas razón. Estaba casado. —¿Y? —Con dos niños. —Sí —vuelve a gruñir enojado. —Así que no creo... —Exactamente por eso se va a ir a casa a follarse a su mujer mientras piensa en un sueño húmedo con una chica con un vestido naranja muy ajustado que ha visto esta noche en el restaurante. —Calabaza —le corrijo y sus cejas se fruncen—. El color de mi vestido. Es un vestido color calabaza. Su mandíbula se mueve un segundo y voy a retractarme de lo que he dicho, pero vuelve a gruñir: —Eso sigue sin cambiar el hecho de que cuando se excite esta noche, imaginará que lo hace en tu puta cara en vez de dentro de su mujer. —Eso es muy... ugh. —Arrugó la nariz—. Tal vez fue una noche de cita para él. —Con los niños. —Y qué, a algunas personas les gusta eso —le digo, dándole un manotazo en el brazo—. Y a lo mejor se está follando a su mujer porque está de buen humor. Después de la apetitosa comida china que ha comido. —No, está de buen humor por tus apetitosas tetas. Mi pecho se agita. —Eso es... —Y lo mismo se puede decir de ese maldito adolescente. —¿Qué adolescente?
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—El que abandonó toda pretensión de buscar al mesero y se limitó a quedarse mirándote como un jodido cachondo espeluznante. —No... —El que también estuvo a punto de correrse en los pantalones mientras miraba tu culo respingón mientras pasabas para ir al baño. Me suena y preguntó: —¿Al que le sonreí cuando regresé? —Sí —dice con los dientes apretados—. Lo que para que conste probablemente lo llevó al límite y le hizo pasar de estar a punto de correrse en los pantalones a que sea jodidamente probable que mañana por la mañana su madre ponga un par de pantalones sucios en la lavandería. —Yo... —Y lo mismo para esos dos meseros, ese barman, un par de repartidores que entraron. —Pero... —Así que sí —declara—. Estaba enojado. Y si no tuviera prisa por sacarte de allí, me habría tomado mi tiempo y les habría dado una paliza. Y luego quemado todos los vestidos de tu maldito armario. De hecho, los estaría quemando ahora mismo. Jadeo. —Estás... —Si pensara que ayudaría. Ahora respiro entrecortadamente y le araño la piel. —¿No crees que lo haría? —No. —¿Por qué no? —Porque podrías llevar un saco de arpillera y la gente seguiría mirándote. Me lamo los labios. —Eso no es verdad. Sus ojos se posan en mi boca. —Así que supongo que no es tu culpa, ¿verdad? —¿Qué no lo es? —No es culpa tuya que seas la chica más guapa que ha pisado esta tierra.
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Abro mucho los ojos. —No lo soy. —Y tampoco es tu culpa que quiera matar a cada hijo de puta que te mira. —Yo... —Y quieren mirar un poco demasiado —gruñe, mirando fijamente mis labios. —Ledger... —Quieren probar tu boca de algodón de azúcar. Vuelvo a lamerme los labios, temblorosa. Sus ojos se encienden. —O quiere tocar tu piel cremosa. No sé cómo soy capaz de respirar ahora mismo. O cómo es que estoy sentada inmóvil cuando todo lo que siento es inquietud. Ansiosa. Y Dios, tan jodidamente excitada. Y aún no ha terminado. No con la mirada fija en mis labios y definitivamente no con sus palabras. —O quiere atraparte en un frasco como la luciérnaga que eres. No es tu problema, ¿verdad? Es mi problema. Mío. Cada centímetro. Es mío. —Luego, una pausa después, aún mirándome los labios—. Mío. Mío. Mío. M... Entonces lo hago. agarro su rostro y coloco mis labios sobre los suyos Y lo hago todo muy duro. En contraste con todo lo demás hasta ahora. Nuestros susurros suaves como rosas y rasposos como caramelos derretidos. Pero, de nuevo, no creo que estemos hechos para cosas suaves, él y yo. Mi cruel, sádica y hermosa Espina. Y su desconsolada, enamorada y luchadora Luciérnaga. Quiero decir, mira lo que pasó la primera vez que nos vimos: Me corté las rodillas. Y mira lo que pasó, lo que debería haber sido la última vez: me rompió el corazón. Somos violentos y volátiles.
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Somos la tormenta, él y yo. Así que tal vez sea apropiado que tan pronto como tocó su boca con la mía, se desata el infierno. Sobre todo cuando sus brazos, que estaban apoyados en la isla a ambos lados de mí, me rodean como cuerdas. No, como bandas de acero. Acordonadas e implacables. Uno me rodea la cintura, empujándome hacia delante y haciéndome chocar contra su torso, como si estuviera enojado por los milímetros de espacio que nos separan. Y la otra me sujeta el cabello, me toca la nuca con las palmas y sus dedos se enredan en mis mechones. Y el gruñido que emite suena como un trueno. Baja por mi vientre, se tensa y duele. Provocando que ese lugar entre mis muslos, que está todo presionado contra su duro estómago, se hinche. Y emito un suave suspiro de satisfacción. Esto es bueno. Genial. Es jodidamente fenomenal. Nuestro tercer beso. En realidad es incluso mejor que nuestros dos primeros besos. Nuestros besos envejecen como el buen vino. Cuanto más lo hacemos, cuanto más tiempo lo hacemos, mejor se vuelven. Por no hablar de sus grandes manos y sus dedos brutales. También son jodidamente fenomenales mientras tiran de mi cabello. Mientras se retuercen en mi vestido, arrugando la tela, pellizcando la suave piel que hay debajo. Y no me hagas hablar de sus dientes. Sus dientes afilados y puntiagudos me muerden los labios. Además de su lengua dominante y canela que se introduce en mi boca, la invade y conquista. Sí, este es el mejor beso de todos. ¿Y sabes qué más? También es un beso que no tiene segundas intenciones. Es simplemente un beso. Por el bien del beso.
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Simplemente porque los dos queríamos. Porque él seguía mirándome los labios y yo seguía hipnotizada por sus palabras y pensando a qué sabía. Por no hablar de que acabábamos de besarnos. Hace como dos días y por eso queríamos más y... Pero espera un segundo. Recuerdo algo. Recuerdo que no debería estar ocurriendo. No debería ocurrir. Este beso. Este es nuestro beso más puro. Este es el beso sin agenda. Y yo tenía una, ¿recuerdas? Tenía una agenda cuando lo invité a cenar esta noche. No sólo el beso no estaba en la agenda de esta noche, sino que además, si iba a besarlo, debería hacerlo con una pasión cuidadosamente disimulada. Con un objetivo en mente. Cierre. Y venganza. Mis pensamientos se rompen cuando tira de mí. Cuando sus manos bajan hasta mi cintura y me desliza fuera de la isla. Chillando, me agarro con los muslos a sus caderas y rodeo su cuello con los brazos. Y en el segundo siguiente, estoy fuera de la isla y su cuerpo es mi única ancla en un mundo que gira y gira, me marea y me droga. Siento que camina conmigo segura en sus brazos, yendo a alguna parte. Sin dejar de besarme, sale a grandes zancadas de la cocina y creo que cruza el pasillo, hasta donde está mi dormitorio. Debería preguntar adónde vamos. Debería pedir que deje de besarme porque tengo una agenda. Porque necesito ordenar mis pensamientos y planear mi próximo movimiento. Y si sigue besándome como lo está haciendo ahora, como si me necesitara más que el aire y más que la comida y quizá incluso más que el sol, el cielo y la vida misma, joder, no podré dejar de devolverle el beso de la misma manera. No podré dejar de moverme también contra él. Qué es lo que estoy haciendo ahora.
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¿No? Me muevo contra él, frotando mi cuerpo, mis tetas y mi coño, ahí, lo dije, o al menos lo pensé en mi cabeza, contra sus músculos. Porque creo que me pica. Mis pezones necesitan rascarse. Y mi coño necesita caricias. Y no sé qué más hacer o dónde ir para conseguirlo. Además tengo la sensación de que no le va a gustar que vaya a otro sitio a aliviarme. A mí tampoco me gustaría. Así que es mi única opción. Por no mencionar que no para de amasarme el culo. En algún momento de nuestro viaje de diez segundos hasta mi dormitorio, sus brazos se han movido y ahora me está agarrando el culo, palmeando cada nalga y masajeando la piel de tal forma que quiero que lo haga sin mi estúpido vestido de por medio. Después de todo, quizá debería haberle pedido que quemara toda mi ropa. Así me vería obligada a andar desnuda todo el tiempo y podría tocar mi piel desnuda sin todas las tonterías de por medio. Ese es mi último pensamiento hasta que mi mundo se inclina y mi espalda se encuentra con algo suave y mullido. Las sábanas de mi cama. Deberían reconfortarme. Me encantan mis sábanas. Pero no lo hacen. Porque creo que en cuanto me acueste, dejará de besarme y, bueno, no quiero que lo haga. Quizá podamos hablar de la agenda dentro de un momento, cuando me haya saciado de canela y especias. Así que aprieto mis muslos alrededor de sus caderas y palmo su rostro para mantener nuestras bocas fundidas. Además, si se detiene, ¿cómo voy a verlo desnudo? Porque eso es lo que quiero. De repente, quiero verlo desnudo. Quiero ver su piel bronceada, su cuerpo que tanto trabaja. Me ha llevado a mí y a mis pilas de novelas románticas por cuatro tramos de escaleras sin el menor esfuerzo.
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El cuerpo que estaba encima de mí, presionado contra mí y en los mismos sitios, hace trece meses. No pude verlo la última vez, sabes. Nunca llegamos a esa parte. Así que quiero verlo ahora. Sin mencionar que quiero ver su pene. No, espera, su polla. Que sólo he visto como una ligera impresión a través de sus vaqueros raídos. Y por lo que he visto, apuesto a que es enorme. Es un monstruo. Y la quiero dentro de mí. Ahora mismo. Ya. Y tampoco quiero barreras. No. Nada de condones para mí. Ni ahora, ni nunca. ¿Quién inventó los condones? Son lo peor del mundo. Y cuando interrumpe el beso para aferrarse inmediatamente a mi mandíbula, seguida de la peca que tengo en un lado del cuello, murmuro: —Sin condones. Estoy a punto de inclinar la cabeza hacia un lado y desnudar aún más mi cuello cuando se detiene. Cuando pierdo el agudo pero delicioso aguijón de sus dientes. ¡¿Qué, por qué?! Ahora no tendré sus preciosas marcas de dientes para mirarme en el espejo más tarde. Abro los ojos de golpe y estoy a punto de exigirle una respuesta cuando me agarra de la mandíbula y gira mi cara para poder mirarme. Cuando estoy alineada, me rodea la garganta con los dedos, oh, joder, por qué me gusta tanto, haciéndome gemir y ondular mi cuerpo contra el suyo, mientras pregunta: —¿Qué ha sido eso? Su voz es un gruñido grueso que me hace gemir de nuevo.
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Aumenta la presión alrededor de mi garganta, haciéndome jadear de placer. —¿Qué? ¿Fue eso? Parpadeo varias veces, intentando recuperar el aliento. Intentando concentrarme en lo que me pregunta. Pero si sigue sujetándome la garganta así, probablemente no podré hacer nada de eso. —Yo no... Yo no... —¿Qué demonios has querido decir —gruñe, con los ojos negros y atronadores—, con que no hay condones? —Sin condones —exhalo. Me mira fijamente durante un par de segundos. Entonces, en un instante, me suelta la garganta y se aparta de mí. Se levanta de un salto, con el cabello revuelto y desordenado, la camiseta arrugada y su boca más hinchada y rosada. Todo gracias a nuestro beso de hace un momento. Y lo quiero de vuelta para poder despeinarlo un poco más. Pero no creo que vuelva. Incluso todo desordenado y despeinado, parece que su mente está en otras cosas mientras recorre mi cuerpo con la mirada, un músculo salta en su mejilla. Luego. —Explícate.
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CAPÍTULO DIECISÉIS
E
xplícate. Es una palabra y bastante sencilla de entender.
Aun así, me cuesta un poco recomponerme y aclarar las cosas. Posiblemente porque estaba tan absorta en el improvisado, y también desaconsejable, beso, tan drogada y tan ida, que ahora tengo que salir de todo eso con cuidado y volver a la realidad. Y la realidad está hecha de espinas y truenos, ¿no? Ni caramelos ni nata. Primero me siento y me aliso el vestido. Me cuesta un poco, porque el cuello está torcido y tirado hacia abajo, dejando al descubierto uno de mis hombros. No sé cómo lo ha conseguido, porque es un vestido ceñido con muy poca holgura sin desabrochar la cremallera. Luego trabajó en el dobladillo que me llega hasta la parte superior de los muslos, dejando entrever incluso mis bragas negras. De nuevo, no sé cómo lo ha conseguido si el dobladillo me aprieta tanto como el busto. Pero me lo bajo apresuradamente y estoy a punto de doblar los muslos para sentarme sobre ellos y levantar la mirada cuando un gruñido llega desde el otro lado de la habitación. —Más. Está de pie en la pared opuesta. En algún momento de los últimos segundos se alejó de los pies de mi cama hasta la pared más alejada de ella. Como si necesitara distanciarse de mí. Menos mal. Porque ahora que estoy saliendo poco a poco de la niebla, decido que es lo mejor. Ambos necesitamos cierta distancia el uno del otro. —¿Más qué? —preguntó, moviéndome bajo su escrutinio. Me mira a la cara un segundo antes de bajar los ojos y fijarse en mis muslos. —Tu vestido. —El músculo en su mejilla vuelve a saltar—. Bájalo más. Miro mi regazo antes de volver a levantar la mirada.
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—¿Por qué? —Porque me está jodiendo la cabeza. Vuelvo a mirar mi vestido y, sinceramente, no veo por qué. Pero no voy a discutir con él sobre esto y entonces le digo la verdad. —Es que... no puedo. —¿Por qué demonios no? —Porque no se estira más —le explico—. Esto es todo. Sus fosas nasales se agitan con desagrado. —Entonces tápate con algo, joder. —Yo... —No quiero tus putas bragas mojadas en mi maldita cara cuando estoy tratando de ser un santo aquí. Mi corazón da un vuelco y me doy cuenta de que tiene razón. Están mojadas. Y todo pegajoso. Así que hago lo que me dice y me cubro los muslos con una almohada. Y entonces me doy cuenta de que exhala y de que parte de la tensión abandona su cuerpo. Entonces. —¿Qué demonios querías decir con que no hay condones? Juego con el borde de la almohada mientras respondo: —Significa exactamente lo que parece. Nada de condones. Elijo un tono despreocupado porque creo que es lo mejor. Para parecer lo más informal posible. Así que no tiene ni idea de lo que realmente pasa dentro de mí. Así no tiene idea de mi plan secreto de venganza. —¿Y eso por qué? —pregunta, con los ojos afilados y clavados en mí. —Porque —digo y levanto la barbilla—, no quiero que haya nada entre nosotros cuando lo hagamos por primera vez. Espera unos segundos para responder. Y su respuesta es una repetición de mis propias palabras.
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—Cuando lo hagamos. —Sí. —Asiento lo más tranquila y cortés posible. —Por primera vez. —Sí. Esta vez no dice nada. Simplemente opta por mirarme fijamente con rostro inexpresivo y mirada intensa. Así que me veo obligado a añadir: —Con eso me refiero al sexo. De nuevo guarda silencio. Y otra vez digo: —Entre nosotros. —Y luego: —Para que no haya confusión. Finalmente dice, o más bien murmura: —A eso íbamos, ¿no? —Un segundo después añade: —Y con eso me refiero al sexo. Para que no haya confusión. Me sonrojo. Pero me digo a mí misma que sea fuerte y respondo: —Bueno, sí. Nos estábamos besando. —¿Y? —Entonces, ¿a dónde nos llevan los besos, Ledger? —No lo sé, dímelo tú, Luciérnaga. Le lanzó una mirada. —Lleva a hacerlo, ¿de acuerdo? Lleva al sexo. —Lleva a hacerlo cuando las dos personas implicadas pueden al menos llamarlo por lo que es: follar. Aprieto los dientes ante su condescendencia. Caramba, un día de estos voy a aprender a no sonrojarme cuando hablamos de cosas así. —Bien, lo que sea. Follar. Besar lleva a follar. —Enhorabuena, has dicho la palabra con F. —Vaya, gracias —respondo—. Y pensé que para alguien tan sofisticado como tú, lo sabrías.
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—Lo sé. Aunque no tenía ni idea de que lo supieras. —Eres un... Joder.
—Entonces, ¿esta era tu agenda? Para la reunión de negocios de esta noche. Me sonrojo un poco más, pero respondo: —Mira, me doy cuenta de que esto es... repentino. Y... —Es una forma de decirlo. Exhalo un fuerte suspiro ante su interrupción. —Y que deberíamos hablar de esto. Pero como he dicho, estabas enojado y... Cruza los brazos sobre el pecho. —Así que vamos a hablar ahora. Lo asimilo. Y tragó. O más bien, engullo de nerviosismo
—Entonces —me aclaro la garganta y empiezo—. Como ya sabes, te quería. Por aquel entonces, quiero decir. —Arrugó la nariz, avergonzada, sobre todo cuando me mira con tanta intensidad—. Corrí detrás de ti. Te perseguí e hice todo lo que pude para que te enamoraras de mí. Por supuesto, eso nunca funcionó y... acabaste rompiéndome el corazón hace trece meses. De todos modos, durante el último año, todo lo que hice fue tratar de olvidarte. Traté de sacarte de mi mente y vivir mi vida. Traté de seguir adelante. Y pensé que lo había hecho. Realmente pensé que lo logré. —Respiro hondo—. Pero resulta que no. Quiero decir que sí, pero no del todo. Sólo lo he superado a medias, por así decirlo. Quiero decir, prueba A: la forma en que te beso. Debería apartarte y gritar que te mataré o algo así, pero... —Me muerdo los labios, con las mejillas ardiendo—. Pero me aferro a ti como una... como una puta, o un ecologista muy entusiasta que abraza un árbol del parque que van a talar. Oh Dios, ¿por qué tuve que ponerlo así? Pero sigamos. —Lo cual no es nada halagador, y no me gusta. En realidad lo odio. Realmente lo odio. Así que se me ha ocurrido un plan. Y es encontrar un cierre. Me detengo aquí porque, bueno, necesito un descanso. Necesito respirar. Y necesito que diga algo.
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Cualquier cosa. Y lo hace, con la misma expresión que tenía antes de que empezara a hablar. —Cierre. Aunque no creo que ayudará. Su única palabra y sus rasgos inalterados. final.
En cualquier caso, he llegado hasta aquí, ¿no? Será mejor que llegue hasta el
—Sí. —Me acomodo el cabello detrás de las orejas—. Creo que estoy obsesionada contigo porque no he tenido ningún cierre. Ninguna sensación de que las cosas hayan terminado entre nosotros. Quiero decir, un minuto estoy pensando que estás en mi dormitorio para confesar tu amor por mí y al siguiente, finalmente me estoy dando cuenta de la verdad. Finalmente me di cuenta de que nunca me confesarás tu amor porque nunca me verás como otra cosa que la hermana de tu rival. Así que yo... Hago una pausa porque por fin hay un movimiento en su forma. Mueve la mandíbula de un lado a otro y su pecho ondula en grandes movimientos. Y por primera vez sé que esta es la cara de su arrepentimiento. La cara de su ira dirigida a sí mismo. Lo que me hace vacilar una vez más. Debilita un poco mi determinación. ¿Realmente necesito hacer esto? Venganza y todo eso. Aun así continúo: —Así que cuando dije que no quiero que te pegue mi hermano ni que intentes castigarte así, lo dije en serio. Porque no es eso lo que necesito de ti. No necesito que te rompas los huesos. No necesito que sangres por mí. Lo que necesito de ti es un cierre. Para poder seguir adelante. Para no tener que pensar en ti cada día. Para que ya no tengas el poder de hacerme llorar. Para no sentir más el dolor que me causaste. Para que no me duela y me sienta sola y sienta que nunca volveré a ser feliz. Espera un poco para responderme. Pero no lo culpo. Porque no creo que lo haga a propósito. Es que no creo que sea capaz de hablar ahora mismo.
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Creo que por ahora, necesita dejar que su remordimiento y furia se muevan a través de él. Necesita dejar que estas emociones sigan su curso antes de poder hablar. Lo que hace unos segundos después. Desencaja la mandíbula apretada y dice en voz baja y áspera: —¿Y cómo propones que te lo dé? —Follando —suelto antes de perder el valor. —Follando. —Sí. —Asiento—. Quiero decir, no debería ser una dificultad para ti. Porque tampoco es que seas inmune a mí. Te me insinuaste la otra noche. Sé que dijiste que querías darme un beso mejor que el primero. Pero no tenías que hacerlo. Nunca te lo pedí. Elegiste besarme. Querías besarme. Eso fue todo tuyo. —Lo fue, sí —responde al instante, sin vacilar ni hacer ningún comentario sarcástico. Lo que me roba el aliento durante los siguientes segundos. Pero consigo encontrarme y continúo: —Y si sólo ver mis bragas te está jodiendo la cabeza, entonces también tienes un problema. Te gusto. Puede que no me... —me detengo con la almohada—, me amaras entonces, pero me querías. Todavía me quieres. Así que es por el bien de los dos. Todo cierto. Creo que aún no he tenido que mentir. ¿Qué posibilidades hay de que no tenga que hacerlo? Que haya olvidado todo el incidente del condón y ahora caiga sobre mí como un animal desesperado y cachondo. —Eso sigue sin explicar lo de no usar condones —dice, con los ojos claros y alertas. Maldita sea. ¿Por qué está tan obsesionado con eso? Pensé que a los chicos les gustaba eso. Pensé que convencerlo de que lo hiciera conmigo sería lo difícil, no cómo debería suceder. Pero bueno. Está bien.
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Puedo manejar esto. Mantengo la mirada fija en la suya e intento que mis rasgos sean neutros mientras digo: —Supongo que me precipité. En mi defensa, me dejé llevar por el momento. Y pido disculpas. La falta de protección es un gran problema en cualquier situación, pero si le añades eso a nuestra historia, se convierte en un problema aún mayor. Hasta ahora. Tan cierto. —Significa que deberíamos haberlo hablado. Pero ya que no lo hicimos antes, hagámoslo ahora. —Vuelvo a aclararme la garganta—. ¿Estás limpio? No apartes la mirada. No apartes la mirada de él. No sólo porque quiero parecer sofisticada, una chica capaz de discutir estas cosas, y lo soy, por cierto; es él quien me distrae, sino también porque necesito mantener mis sentimientos alejados de los suyos. Esto son negocios. Se trata de que me destruya el corazón y recupere mi vida. celos.
Aquí no hay lugar para las emociones. Especialmente emociones como los
Estoy bastante segura de que mientras yo estaba con el corazón roto y llorando por él estos últimos trece meses, él se estaba divirtiendo. Sí, sé que estaba arrepentido de lo que hizo, pero también sé que es un hombre. Un tipo muy popular, un jugador de fútbol profesional por el que las chicas se vuelven locas. Y no hay razón para que haya dejado pasar oportunidades que estoy segura se presentaron. En realidad, incluso cuando no tenía el corazón roto ni lloraba, sino que corría detrás de él, debía de estar durmiendo por ahí. Algo que no se me ocurrió hasta después de todo el incidente del dormitorio. Más que nada porque nunca lo vi con una chica, en esos dos años. La única vez que lo vi con una fue la noche que la usó como cebo para sacarme detrás de los arbustos. Pero aparte de eso, nunca lo vi prestándole atención a una, aunque recibía mucha atención de ellas. En cualquier caso, no se trata de eso. La cuestión es que necesito saber si está limpio, sé que lo está, y si puedo convencerlo de que renuncie a la protección. Porque si no puedo, ahí va todo mi plan de cierre/venganza/castigo.
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—Limpio —repite, como si no pudiera creer que le esté preguntando eso. —Sí. —Trago—. ¿Lo estás? —Sí —responde, con voz tranquila y baja. ¿Lo ves? Lo sabía. Porque sé cómo es. Es un demonio cuando se trata de su cuerpo y su salud. Siempre lo ha sido. El tipo hace ejercicio como tres veces al día o algo así. Nunca tomaría riesgos innecesarios cuando se trata del cuerpo que ha trabajado tan duro para construir. Aunque tengo que decir que todavía no me da ninguna idea sobre si se acostó o no con chicas en los últimos años. Y tú tampoco quieres saberlo, ¿recuerdas? Concéntrate, Tempest. —De acuerdo. Bien. —Asiento. Luego, poniéndome una mano en el pecho, digo: —Yo también estoy limpia. Y... —¿Es así? Frunzo el ceño. —¿Qué, crees que estoy mintiendo? —No, definitivamente no creo que estés mintiendo. —Entonces... —Pero tampoco creo que te hayas ensuciado nunca. —¿Qué... —Lo cual necesitas hacer para estar limpio. —prosigue—. Lo sabes, ¿verdad? Estudio su mirada a la vez atenta y arrogante. Como si lo supiera todo sobre mí. Como si con sólo mirarme pudiera saber el estado de mi virginidad. A eso se refiere, ¿no? El imbécil. —Sí, lo sé. Y lo estoy. Limpia, quiero decir. Después de haberme ensuciado. Es una forma tan infantil de decirlo. Pero él empezó. Sus ojos brillan.
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—Lo has hecho, ¿verdad? —Sí. —Levantó la barbilla—. Varias veces. Con varios tipos. —Luego, porque no puedo contenerme—. Y todos tenían pollas enormes. Pollas enormes. Pollas extraterrestres. Pollas que estaban fuera de este mundo. Pollas que me hacían ver... rabia.
—Has visto una polla —dice, moviendo la mandíbula de un lado a otro con Bien. ¿Cómo se atreve? —Sí. Muchas de ellas.
—¿Dónde? —Abro la boca para contestar pero no me deja—. Y una porno no cuenta. —No iba a... —O una descripción florida del apéndice de un hombre en tus novelas románticas. —Tú... —Por no decir, ¿cuándo has visto una? —sigue, su voz azotando—. Cuando aparentemente has estado llorando por mí los últimos trece meses. Lo fulmino con la mirada. —Eres un Idiota. —Mejor que ser un mentiroso, eh. Me pongo de rodillas. —Yo no... —Y no me refiero sólo al estado de tu virginidad. El corazón me da un vuelco. Cae. Hasta el fondo de mi vientre. Porque sé de lo que está hablando. Sé que puede sentirlo. Que le estoy ocultando algo. —Sabes de lo que estoy hablando, ¿verdad? —Luego—. Dada nuestra historia. Con esto, ni siquiera creo que mi corazón vaya a recuperar los latidos perdidos. No creo que mi corazón vuelva a latir.
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Me agarró el vestido, intentando hacerme la inocente. —Yo... yo no... —O me dices la verdad o me voy de aquí. ti?
—¿Vas... vas a irte de aquí en serio incluso cuando te he dicho lo que quiero de Sus fosas nasales se ensanchan. —Porque el cierre no es lo único que quieres de mí. Sí, eso no es lo único que quiero de él.
Como he dicho antes, con el fin de conseguir un cierre y finalmente seguir adelante, necesito venganza. Necesito castigarlo. Y decirle cómo voy a vengarme no es el plan. En realidad nada de esto era el plan en absoluto. No se suponía que lo besara esta noche. No se suponía que lo llevara arriba en primer lugar. Sólo quería hablar. Sólo quería decirle lo que quería de él, sólo en la medida en que necesitaba saberlo, y establecer las reglas básicas como, sí, una reunión de negocios. Se suponía que todo este asunto del condón/no condón no iba a surgir en absoluto. Al menos no esta noche que estoy tan agotada. Tenía un plan sobre cómo manejarlo cuando hiciéramos, ya sabes, el acto. En una semana. Durante mi ventana de ovulación. Dios, por qué. ¿Por qué tiene que ser tan perspicaz? ¿Por qué no puede dejar pasar las cosas? Y sé que lo dice en serio. Tiene toda la intención de irse de aquí si no le digo la verdad. Si no le cuento todo. Así que supongo que tengo que hacerlo, ¿no? El pavor se instala en mi vientre. Es frío y duro. Y afilado. Como él. Una espina.
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Mientras digo: —Sí. El cierre no es lo único que quiero de ti. Quiero... algo más también. Respira hondo, no sólo forzando el pecho con ello, sino también flexionando los hombros y los bíceps. —¿Y qué es lo que quieres? Quiero cerrar los ojos, necesito esconderme. Pero también descubro que no puedo. Porque también necesito esta conexión con él y esa necesidad es más fuerte. Esa necesidad es la más fuerte de todas, ¿no? Estar conectada a él. Tener de algún modo un trozo, para conservarlo, cuidarlo, alimentarlo y amarlo, para poder respirar. Para poder seguir adelante y vivir mi vida. es.
No sé por qué, sobre todo después de todo lo que me ha hecho, pero es lo que
Y en lugar de luchar contra ella como he estado haciendo hasta ahora, voy a abrazarla y utilizarla para liberarme. —Un bebé —susurro al exhalar. —Un bebé. No puedo evitar presionar con una mano mi vientre vacío. —Sí. Su mirada sigue concentrada en mi mano. —Mi bebé. —Tuyo. —Mío. En esto, tengo que cerrar los ojos. Porque no pensé que pudiera sonar tan posesivo. Tan territorial. Y sé lo territorial que puede sonar. Sobre todo cuando dice esa palabra: mío. Cuando abro los ojos, aún lo encuentro mirándome el vientre, y las palabras salen de mí como un río. —La razón por la que estaba tan ansiosa aquella noche, por la que te seguí la corriente, rogándote, suplicándote, no era sólo porque estuviera enamorada de ti. También fue porque...
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Sus ojos están clavados en mí ahora, mirándome fijamente a los ojos, con una mirada insondable mientras digo: —Tengo un secreto. Bueno, no es tanto un secreto, porque mucha gente lo sabe o lo sabía pero... Tú no lo sabías. Porque nunca te lo conté. Y... Dios, basta de divagar. Me lamo los labios. —Siempre he querido uno. Un bebé. No reacciona. En absoluto. Sigue mirándome, con ojos vacíos y cara fría. Un cuerpo que parece más grande que la pared contra la que está de pie. Más grande que esta habitación, mi apartamento, este edificio. Tal vez incluso el mundo entero, no lo sé. Todo lo que sé es que se siente poderoso en este momento. Se siente como si pudiera aplastar todo lo que siempre quise con un pisotón de su pie. Un chasquido de sus dedos. Y puede, ¿verdad? Ya lo ha hecho antes. Puede volver a hacerlo. Pero aun así, tengo que seguir adelante. —Un marido. Una familia. Una familia amorosa. Un marido leal. No es que te esté pidiendo ninguna de esas cosas. Quiero que lo sepas. No se trata de eso. No quiero formar una familia contigo ni nada de eso. Y estoy segura de que tú no quieres formar una conmigo. No somos... el uno para el otro. Pero puedes darme un bebé. Y quiero eso. Aunque me doy cuenta de lo arcaico que debe sonarte, lo poco ambicioso y poco inspirado o lo que sea. Quiero decir, las chicas quieren gobernar el mundo, ¿sabes? Quieren ser reinas y directoras ejecutivas y todo eso, y está bien. Más poder para ellas. Pero yo no soy así. Nunca lo he sido. —Sobre todo porque no tuve una familia cariñosa mientras crecía. No tuve una madre cariñosa ni un padre cariñoso. Estaba sola. Tenía a mi hermano, pero él también estaba solo. Los dos estábamos solos y... De donde yo vengo, eso es normal. La gente no se preocupa por cosas triviales como ir de vacaciones en familia o hacer cenas familiares. Lo hacen, pero no se trata de la familia en sí, sino del estatus que aporta ir de vacaciones a París o tomar un jet privado a las Bahamas. O comer en el
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último restaurante de moda del que puedan presumir ante sus amigos. Y supongo que quería que mi vida fuera diferente. Quería más. Y más en mi mundo significa relaciones reales. Amor. Familia y cosas así. Cosas que te hacen sentir seguro y protegido. Feliz. —Y para ser honesta, ahora que lo sabes todo, quería todas esas cosas contigo. Quería construir una vida contigo. —Entonces suelto una risita; no puedo evitarlo—. Dios mío, suena tan... estúpido ahora mismo. Quiero decir, ¿en qué estaba pensando, verdad? ¿Por qué pensé, aunque sólo fuera un segundo, que podríamos estar juntos? He leído libros con heroínas que hacen cosas muy tontas y supongo que yo soy más tonta que ellas. Pero de todos modos, ese no es el punto. El punto es que es mi sueño y pensé que si corría tras el amor, lo atraparía. Pensé que me lo metería en el bolsillo y me lo quedaría. Pero eso no es cierto, ¿verdad? Así que ahora tengo un sueño ligeramente modificado. Y es tener un bebé. Pero sólo un bebé, nada más. Quiero hacer una pausa aquí y tomar aliento, pero si no lo digo todo ahora, nunca podré decirlo, así que continúo. —Y la razón por la que no te lo dije enseguida fue porque tenía miedo. Tenía miedo de que si te decía la verdad, toda la verdad, saldrías corriendo. Sé que viniste a mí hace un año para hacer lo mismo que te estoy pidiendo que hagas ahora, pero tus razones eran diferentes. Querías venganza y querías usarme para conseguirla. No estoy segura de cuál era tu plan si de hecho me hubiera quedado embarazada, pero estoy segura de que no era vivir en santo matrimonio, ¿verdad? Estoy segura de que habrías encontrado alguna forma de contribuir o lo que fuera... —Lo cuidaría. Por ti —dice entonces. Bajo y áspero. Con una voz que suena desusada, apenas existente. Sin embargo, lo oigo y se me aprieta el corazón. —¿Lo pensaste? Algo parpadea en su mirada, algo que no entiendo pero que creo que es súper importante averiguar por alguna razón. —Sí. Estoy impresionada. Estoy totalmente anonadada. Porque pensé que lo único que tenía en mente entonces era venganza. Lo único que sentía era una ira ardiente y abrasadora.
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Ni siquiera se me ocurrió, ni siquiera como la más remota posibilidad, que hubiera pensado en otra cosa. Especialmente sobre las consecuencias de sus actos. —Iba a ser mi bebé —dice con voz ronca y áspera—. Mío. Claro que habría cuidado de él, de ella. —¿Ella? Asiente. Uno corto pero decisivo, un asentimiento inmediato como si no le importara que lo supiera. De hecho, quiere que lo sepa. —Ella. Ay, Dios. Dios mío. ¿Está diciendo que... ¿Está diciendo que pensó en el sexo del bebé? —Yo... yo no... No sé qué decir. Pero me doy cuenta de que es algo bueno. No necesito esto ahora. No necesito pensar en él en otros términos que no sean el hecho de que es el tipo que me rompió el corazón, así que se merece lo que se merece. No necesito pensar en cómo en su cabeza, era una niña y cómo ya había decidido cuidar de ella. —Pero, de nuevo, esa no es la cuestión —digo, yendo en contra de todo mi instinto—. La cuestión es que quiero un bebé. Y necesito olvidarte. Así que sume dos más dos. Pero entenderé si, sabiendo toda la verdad, no quieres hacerlo. Era conveniente para mí, pero estoy segura de que puedo encontrar a alguien que... —No. —¿Qué? Finalmente descruza los brazos y los aprieta a los lados, con los pies separados a la altura de los hombros. Voy a ser yo. Y finalmente, mi corazón empieza a latir. —¿Por qué? —pregunto. Aprieta los dientes, tensando los huesos de la mandíbula y las mejillas. Y luego:
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—Porque me pediste un final. Me pediste que te ayudara a seguir adelante, y como soy yo quien rompió tu sueño, quien te hizo daño, quien te aplastó, quien te provocó ese dolor en el pecho... Así que voy a ser yo quien lo arregle. Voy a ser quien te dé lo que quieres. Oh Dios, lo está. Está de acuerdo. Me va a dar lo que quiero. Debería alegrarme. Pero no lo estoy. Estoy devastada ahora mismo. Estoy casi destruida. Porque me dará un bebé. Y le daré venganza. Lo usaré para quedarme embarazada y luego lo dejaré atrás. Tan pronto como descubra que estoy embarazada, cortaré todos los lazos con él, y me llevaré a su bebé, me la llevaré a ella, lejos de él. Y así es como tendré mi cierre.
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CAPÍTULO DIECISIETE Su Hermoso Thorn
Y
o también tengo un secreto. Como ella.
No, no es que me convierta en lobo durante la luna llena o que tenga poderes que usó para salvar el mundo. Es el hecho de que cuando fui a verla esa noche, la venganza no era lo único que tenía en mente. También había algo más. Algo que nunca sentí antes de esa noche. En realidad, es algo que nunca había sentido antes de conocerla. Una necesidad. Eso sólo creció en cuanto abrió la puerta con su pijama de satén blanco, con aspecto virginal y follable. Y siguió creciendo y creciendo cuando caí sobre sus labios como un animal. Como deseé hacer desde la primera vez que la vi sobre el capó del coche de su hermano. Cuando la tuve debajo de mí, desnuda y abierta, confiada, mi necesidad mi necesidad tenía un corazón y diez cabezas. Mi necesidad se había vuelto bestial. Y no tenía nada que ver con darle una lección a su hermano ni con vengarse, sino con ella. Mi Luciérnaga. Tenía todo que ver con atraparla en un frasco. Para atarla. Atarla a mí tan fuerte y firmemente, tan permanentemente, que nunca jamás se libere. Que nadie podría arrebatármela. Ni el mundo. Ni su hermano. Ni siquiera a yo mismo. Ni el fútbol, ni mi carrera, ni mis metas y ambiciones.
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Era la necesidad de marcarla. Desde dentro. La necesidad de llenarla y bombearla de mí. Embarazarla. Es la misma necesidad que aflora cuando la veo con Halo. Cuando la veo jugar con las mejillas regordetas o los puños de Halo; cuando la veo calmar a Halo; atar a Berry a su pecho como si fuera realmente una madre. Como si hubiera nacido para esto. Dar, nutrir. Para calmar. De hecho ha empeorado en el último año, esta necesidad. Tal vez porque ya la he probado, a ella. Una muestra de cómo se vería su pequeño y apretado cuerpo, todo hinchado y maduro. Su piel cremosa más cremosa. Sus tetas turgentes más turgentes. Su maldito coño rosa más rosa. Mi tierra de caramelos personal. Todo azucarado y jugoso. No mentía al decir que sí, que lo he pensado. Dejarla embarazada y cuidar de ella. Aliviar sus dolores mientras crece. tomarla de la mano mientras da a luz a nuestra niña. De mirarla mientras alimenta a nuestro bebé con sus tetas y luego caer sobre ella yo mismo para alimentarme. Joder. Joder, joder, joder. No necesito pensar en eso ahora. No cuando estoy conduciendo de regreso y mi erección ya me duele y presiona contra mis vaqueros. No es el momento de tener un maldito accidente o, peor aún, de morir. Cuando estoy tan cerca de conseguir lo que quiero. Tan cerca de hacer realidad todos mis sueños. Así que me paro al lado de una calle desierta y saco mi polla. La froto y froto, con la polla ya resbaladiza por todo el semen que sigue goteando. Sigue goteando y goteando mientras pienso en todas las formas en que podré jugar con ella ahora, todas las formas en que podré llenarla de mí. Todas las formas en que conseguiré hacerla mía.
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Me corro al pensar en eyacular mi carga sobre su vientre hinchado al tiempo que chorreo leche de sus tetas en mi boca. Y Jesús, me corro como una puta bestia. Mi semen ensucia mis manos, mis vaqueros, salpica sobre la apretada repisa de mis abdominales. Una vez que he terminado, me dejo caer contra el asiento y respiro. Cierro los ojos e intento controlar mis sentimientos rabiosos y agresivos. Y pienso. Necesito pensar. No puedo dejarme llevar. No se trata de mí o de lo que yo quiero. Se trata de ella. Ya le he quitado mucho y no puedo quitarle esto también. No puedo hacer que todo gire en torno a mí. Quería una forma de arreglar las cosas, ¿no? Una forma de enmendarlo o al menos de empezar a hacerlo. Ya está. Lo que significa que no puedo quedármela. Por mucho que quiera, no puedo atraparla en un frasco. No sólo porque ella no lo quiere, sólo quiere un bebé, sino también porque tengo mis propios problemas, ¿no? Nada ha cambiado realmente con respecto a antes. Todavía tengo que pensar en mi carrera, que aparentemente parece estar en la cuneta ahora mismo. Pero eso no significa que no tenga objetivos. Que no haré todo lo que pueda, excepto inclinarme ante mis hermanos, para revivirla. Para salir jodidamente bien parado y demostrárselo. Lo que significa que no puedo ser un héroe de novela romántica. Y por mucho que me joda pensar en ella con otro hombre, el maldito Ezra, tengo que recordar que se trata de ella y no de mí viviendo mi jodida fantasía. Aunque me esté mintiendo. Lo hace, ¿verdad? Me di cuenta. Sé que todavía no me está diciendo toda la verdad. Hay algo más en su pequeño cerebro intrigante.
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Pero lo entiendo. Entiendo que no merezco la verdad. No merezco su confianza después de todo lo que he hecho. Pero eso no significa que voy a dejar que se salga con la suya tampoco. O tomarme por tonto. Así que si quiere conspirar y maquinar, la dejaré. Por ahora. Porque tarde o temprano, voy a descubrir la verdad. Voy a averiguar lo que está ocultando.
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PARTE 3
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CAPÍTULO DIECIOCHO
A
primera hora de la mañana suena el teléfono y me apresuro a levantarlo. La voz que viene del otro lado me hace estremecer. —¿Dónde demonios has estado?
Parpadeo, confusa. —¿Papá? —¿Por qué no contestas mis llamadas? —truena. Me aparto el cabello de la cara e intento concentrarme. —Yo no... no sabía que me llamabas. Me acabo de despertar. Yo... —Bueno, buenos malditos días para ti. Vuelvo a estremecerme, pero consigo sentarme recta en la cama. —De acuerdo, ¿puedes dejar de gritar y dejarme abrir los ojos al menos? Por supuesto que no. Porque su siguiente afirmación también es gritada. —Será mejor que agradezcas que todo lo que estoy haciendo ahora mismo es gritarte, joder. Suspiro. Maldita sea. Esto no es lo que necesitaba ahora. No a primera hora de la mañana. No soy para nada una persona mañanera. Necesito por lo menos dos o tres tazas de café antes de poder formar un pensamiento coherente y una vez que lo hiciera, iba a llamarlo. Sabía que tenía que hacerlo y también sabía que no le iba a gustar lo que tenía que decir. Pero llegó primero y ahora tengo que hacer control de daños, medio dormida. —Papá, escucha... —No me vengas con 'papá', zorra —arremete—. Me debes algo y a pesar de haber sido muy, muy claro, todavía no has cumplido. Cierro los ojos con fuerza.
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Tiene razón. Le debo una fecha de boda, o más bien una fecha de boda aplazada, y no, no he podido cumplir. Resulta que Ezra y yo no pudimos comunicarnos la semana pasada como me prometió. Ni siquiera pude ponerlo al teléfono, y lo intenté. Cada vez que lo llamaba estaba ocupado, y la verdad, lo entendía. Quiero decir que el tipo está ocupado con una fusión internacional y este enorme proyecto hotelero que va a supervisar. Por supuesto que está ocupado. Además, no es como si fuéramos mejores amigos y habláramos todos los días. Nuestro matrimonio es un acuerdo de negocios, y no ser capaz de ponerse en contacto entre sí no es tan raro. De hecho, eso es exactamente lo que ocurre en todos los matrimonios que he conocido. Mi madre y padre pasan semanas, a veces meses, sin hablarse ni saber lo que hace el otro. Aunque también entiendo que mi situación es diferente. No sólo se trata de un acuerdo de negocios, sino que también tengo algo que contarle. Algo ante lo que no estoy muy segura de cómo reaccionará, porque no llegamos a terminar nuestra conversación de aquel día en el restaurante, pero que de todos modos tiene que saber. Todavía tiene que estar en la misma página conmigo. Y francamente, como le dije en nuestra cena de la otra noche, creo que esto es algo bueno. No sólo por mí, sino también por él. Por su imagen. Para mantener a su padre y otras personas como su padre fuera de su espalda. Pero ahora se ha ido. Se fue ayer a Corea y, desde luego, no voy a darle la noticia por teléfono. Tampoco voy a acosarlo con la fecha de la boda por teléfono. Lo que significa que todo tendrá que esperar hasta que regrese. Podría ser en un par de meses, siendo optimistas, pero también podría ser más tarde. Todo depende de cómo le vayan las cosas allí. Sin embargo, cuanto más se retrase su regreso, más me preocuparé por decírselo. Pero eso está bien. El mayor problema es mi padre. Seguro que se enojara cuanto más tarde en regresar Ezra. Y eso no augura nada bueno ni para mí ni para mi hermano. Así que tengo que convencer de alguna manera a mi padre para mantenerlo a raya.
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Lo que significa que no puedo enfadarme y/o ser sarcástica con él. —Sí, sobre eso. Creo que... —Necesito esa fecha para la boda, ¿entiendes? —me dice de nuevo, con voz gruñona—. Necesito que esta fusión se lleve a cabo. Necesito ese maldito dinero y si piensas por un segundo que puedes dormir en el trabajo, haré que nunca puedas dormir por el resto de tu lamentable vida. ¿Me oyes? Haré que cada vez que cierres los ojos, veas la fea cara de tu hermano... —Cállate —suelto, perdiendo toda la paciencia con él. Hay un par de segundos de silencio. Luego: —¿Qué me dijiste? Agarró el teléfono con fuerza a mi oreja y, con el corazón palpitante, repito: —He dicho que cierres la maldita boca. —Te crees muy valiente, ¿eh? Decirle a tu padre que se calle por teléfono — gruñe—. ¿Por qué no... —Porque ya he terminado con tus amenazas —corto y sigo—. ¿Me oyes? He terminado, joder. Si quieres joderle la vida a Reed, adelante, hazlo. Y luego veremos lo rápido que te mueres cuando no veas ni un centavo del dinero que te han prometido los Vandekamp. Ahora ya te he dicho que estoy haciendo esto, que voy a hacer esto, así que dame algo de crédito, ¿de acuerdo? Quieres que haga un trabajo, déjame hacerlo. A mi manera. No a la tuya. —Ezra no es un perro al que pueda adiestrar para que haga lo que se le dice. Le encanta su compañía. Le encanta su trabajo. Y tiene mente propia. Si seguimos presionándolo, va a sospechar. Si quieres ese dinero, lo tendrás. Pero tendrás que ser paciente. Tendrás que dejarme dirigir el espectáculo un poco. Porque por mucho que te guste recordarme lo impotente que soy contra ti, también me necesitas. Necesitas que haga tu trabajo sucio para que sigas respirando el año que viene y el siguiente y el siguiente. Así que lárgate de una puta vez. Y sorprendentemente, lo hace. No me lo esperaba de él, pero me alegro de que lo haya hecho. Estoy jodidamente aliviada. No sólo porque mi mentira, muy arriesgada, por cierto, funcionó, sino también porque no puedo preocuparme por mi padre cuando tengo otras cosas de las que preocuparme. Y no hablo sólo de contarle a mi futuro marido esta pequeña decisión que he tomado. Es la decisión en sí misma.
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El hecho de que voy a tener un bebé. Bueno, voy a intentar tener un bebé. Y voy a empezar mañana. No soy yo; es la ciencia. Mi ventana de ovulación empieza mañana y por lo que he leído dura entre dos y cuatro días. Así que sí, si todo va bien, puede que acabe embarazada al otro lado de mi ventana de ovulación. Y por muy aterrador que sea, quedarme embarazada, sigue sin ser tan aterrador como de quién es el bebé del que me quedo embarazada. Y como de costumbre, cada vez que este pensamiento entra en mi mente, hago lo mismo que he estado haciendo durante la última semana. Desde la noche del restaurante chino. Lo empujo hacia abajo. Lo apartó de un empujón. Me distraigo. Y esta noche la distracción viene en forma de hornear con mi mejor amiga. —¿Por qué aceptaste hornear todo esto tú sola? —preguntó mientras trabajo en el glaseado. Con todo esto me refiero a doscientos cincuenta cupcakes. Con las mejillas sonrosadas y el cabello rubio alborotado enmarcándole la cara, suspira bruscamente. —Porque soy idiota y quería contribuir más. —Ya haces mucho por ellos —le recuerdo. —Pero no lo suficiente —dice mientras vierte la masa de las magdalenas en el molde—. Sólo trabajó allí a tiempo parcial. A veces canceló sin avisar y no les importa. Saben que tengo un bebé en casa. Intentan adaptarse a mis horarios. Y ésta es mi forma de contribuir más y de devolverles el favor. Callie trabaja en un estudio de ballet de la ciudad y van a hacer una venta de pasteles el próximo fin de semana. Ella misma es bailarina, enseña ballet a niñas pequeñas y le encanta. Aunque esto es sólo temporal. Hasta que comience la escuela en Juilliard el próximo año. Tuvo que aplazar su admisión un año porque se quedó embarazada de Halo. Que, como siempre, está atada a mi pecho mientras trabajo. La miro; está arrullando y jugando tranquilamente con su juguete sonajero.
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—Tu mamá está loca, pequeña Berry. Lo sabes, ¿verdad? Pero no pasa nada. Has tenido suerte. Porque tu tía es extremadamente lista e inteligente. Sacude su juguete. —Gah. Gah. Gaaaah. Miró a Callie, sonriendo. —¿Ves? Está de acuerdo conmigo. Sin embargo, pone los ojos en blanco. Entonces. —¿Desde cuándo la llamas Pequeña Berry? —¿Qué? —Sólo Ledger la llama así —me dice. Siento su mirada clavada en mí, pero me concentro en el glaseado y trato de sonar lo más informal posible. —¿Ah, sí? A lo mejor lo he oído de él. Todavía puedo sentir su mirada fija en mí. Me hace sentir que no se lo cree. Así que para despistarla y también porque realmente me muero por hablar de esto, le pregunto: —¿Puedo preguntarte algo? Tarda unos segundos en contestar, pero luego regresa a su tarea y responde: —Claro. Exhaló un suspiro tranquilo y, frotando los rizos oscuros de Halo, pregunto: —Cuando le dijiste a mi hermano que estabas embarazada, ¿cuál fue su reacción? De nuevo tarda unos segundos en contestar, pero esta vez es porque tiene una pequeña sonrisa en los labios. —Bueno, él ya lo sabía. —¿Qué? —Ya sabía que pasaba algo antes de que se lo dijera. —¿En serio? Nunca me lo dijiste. Se encoge de hombros.
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—Sí, él ya lo sabía. Y de alguna manera también sabía que me estaba volviendo loca y lo estaba. Tenía medio en mente no decírselo nunca y simplemente huir. —No lo hiciste. —Entonces me giró completamente hacia ella—. ¿En serio? —Sí. —Se ríe entre dientes—. Quería mantenerlo en secreto, ya sabes. Quería, no sé, castigarlo por todo lo que había hecho. Quiero decir, lo odiaba tanto en ese entonces y no se suponía que sucediera. Así que pensé que nunca se lo diría. Así que tal vez no estoy tan loca después de todo. Quizá mi necesidad de venganza, por fea que sea, no esté tan injustificada. —Entonces —intentó mantener la voz calmada y no mostrar mi entusiasmo ante esto—, ¿qué te hizo cambiar de opinión? Finalmente, se giró hacia mí, con sus ojos azules llenos de emociones y amor. —Lo hizo. —¿Qué? —Yo sólo... podía sentirlo, ves. Por la forma en que él sabía que yo estaba enloqueciendo a pesar de que todavía la quería —mira a Halo—, sabía que él también la quería. La deseaba con todas sus fuerzas. De hecho, ni siquiera estaba asustado. Estaba tan seguro desde el primer día. De todo. De estar ahí para mí, para ella. Haciendo todo lo que podía para hacer las cosas bien para mí, para nosotros, y ella ni siquiera había nacido aún. Y yo... no creía que pudiera hacerlo. No creí que pudiera quitarle eso. Él tenía mucho que dar, algo que yo nunca hubiera esperado hasta que quedé embarazada de nuestra niña. Así que sí, por mucho que quisiera odiarlo, castigarlo y darle una lección, no podía hacerlo así. No podía quitarle a su hija. Me escuecen los ojos. Por mis mejillas corren lágrimas silenciosas y me duele el corazón. De hecho, me duele el corazón más que en la última semana. Porque es exactamente así, ¿no? A pesar de todos sus defectos y todos sus errores y todas las formas en que estamos equivocados el uno para el otro, él es perfecto para ella. Su niña. De hecho, esa fue una de las cosas que me atrajo de él desde el principio, ¿no? Que ayudó a criar a su hermanita. Que estaba ahí para ella, tan protector, tan seguro y feroz. Y sé que él hará lo mismo, será igual, con nuestro bebé. Si alguna vez se lo cuento. Lo cual no voy a hacer. Es algo sobre lo que he estado yendo y viniendo toda esta semana.
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Mi plan inicial era empezar una aventura con él y una vez que, sin que lo supiera, hubiera logrado mi objetivo, lo terminaría y simplemente me habría marchado. No sería difícil; de todos modos, pronto me casaré e iba a hacer pasar al bebé como de Ezra. Ahora que sabe lo que estamos haciendo, eso no significa que mi plan haya cambiado. Todavía puedo no decírselo y cortar las cosas cuando me quede embarazada e irme a vivir el resto de mi vida con Ezra. Es cruel e inmoral y Dios, me pone enferma cada vez que pienso en ello. Pero necesito hacerlo. Por mí. Estoy muy feliz por Callie y mi hermano, pero ellos son una excepción. Yo no lo soy. Nosotros no lo somos. Así que necesito hacer todo lo que pueda para vengarme y seguir adelante. Así que por ahora, sólo me centro en una cosa y un día a la vez. Significado: Necesito hornear, hornear, hornear. O más bien decorar, decorar, decorar. Y creo que lo estoy haciendo bien hasta que oigo el grito ahogado de Callie. —No lo hagas. Para, Ledger. Esto no es para ti. Ni siquiera lo pienso. Doy la vuelta. Y de alguna manera ahí está. De pie junto a la isla. Sus ojos oscuros en mí. En mis manos, concretamente. Una en el culito en pañales de Halo y la otra en su olorosa cabeza. Es la primera vez que lo veo desde aquella noche y, por alguna razón, sigue pareciéndome tan grande. Como en mi habitación, de pie junto a la pared, exigiéndome la verdad. Exigiendo que le diera todo. Y era tan tentador hacerlo. Es tan tentador ceder al impulso y poner todo a sus pies. Y ese impulso no ha hecho más que crecer y hacerse más incesante con el paso de los días. Probablemente porque aunque no nos hemos visto en una semana, hemos hablado. Por teléfono. En las llamadas que hizo.
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¿No es surrealista? Esperé durante años a que hiciera una llamada, sólo una, y nunca la hizo. Aunque ahora sé por qué, todavía me duele. Todavía me hace llorar. Pero esta última semana, me llamó todas las noches. Justo antes de irme a dormir. Y cada noche me pedía que le contara una historia. Que le dijera qué libro estaba leyendo y le describiera punto por punto lo que estaba pasando. Y lo hice. Tal vez porque toda mi valentía se gastó en ocultarle este gran secreto. Sea lo que sea, me alegro de seguir aguantando. Que guardo una parte de mí y pienso en mí para variar. Aunque como dije, es difícil. Y verlo aquí, inesperadamente, no ayuda nada. Y tampoco ayuda que siga mirándome. Cómo sostengo a Halo. Cómo le froto la espalda y la acuno en mis brazos con naturalidad. Pero cuando levanta la vista, tengo que dar un paso atrás. Porque su mirada, negra y ardiente, es una fuerza propia. Tiene su propio impacto y energía, y sé, puedo sentirlo hasta el tuétano, lo que está pensando. Sé exactamente lo que está imaginando. Yo con nuestra niña. Su niña. Y Dios mío, mi vientre se aprieta tan fuerte, tan jodidamente fuerte, que necesito todo lo que hay en mí para no llevarme la mano al vientre. Necesito todo lo que hay en mí para no juntar los muslos y frotarme el dolor que me está causando entre las piernas. —Ledger —dice Callie—. ¿Me estás escuchando? Deja el cupcake. Al oír la voz de mi mejor amiga, recuerdo que no estamos solos, por supuesto que no, y apartó los ojos. Aunque no lo miro, siento sus ojos clavados en mí y me ruborizo. Dios, por favor no dejes que Callie vea esto. Suspiro aliviada cuando siento que se aparta de mí y se centra en su hermana. En lugar de hacer lo que ella le ha pedido, le quita el envoltorio y se lo mete entero en la boca como respuesta. —Me las vas a pagar —espeta. De nuevo, su respuesta es tragarse el cupcake y lanzarle una sonrisa burlona. Lo que sólo la enfada más.
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—Aléjate de los cupcakes, ¿de acuerdo? No son para ti. Encogiéndose de hombros, dice: —Supongo que sí. No lo sentí. —¿No sentiste qué? —El cupcake. —¿Qué? —Estás perdiendo tu toque. Se pone una mano en la cadera. —No. —Estar casada con ese hijo de puta... —A continua—, hermano te está poniendo peor cada día. Callie lo fulmina con la mirada. —En primer lugar, buen trabajo controlándote. Pero eso no significa que puedas insultar a mi marido. Y segundo, lárgate, ¿si? Si odias tanto mis cupcakes, no puedes estar en esta habitación. Pero la niña de Callie tiene otros planes. Porque a estas alturas ya se ha dado cuenta de que su tío favorito está aquí y está armando jaleo. —Creo que me quiere. A su voz, tengo que concentrarme en él. Y no puedo creer que siga mirándome de la misma manera. Sigue mirándome como si... ya estuviera embarazada. O si no lo estoy entonces no puede esperar a tenerme así. Está deseando meterme a su bebé y verme jugar con ella algún día. Menos mal que Callie sigue sin captar nada porque dice: —Sí, se vuelve loca cuando viene Ledge. Será mejor que se la entregues y que él la cuide. Así podremos centrarnos en la repostería. Después de despotricar, Callie regresa a su bol y empieza a preparar otra tanda de cupcakes. Mientras abandono el mío y camino hacia él. Algo que no debería ser tan difícil, poner un pie delante del otro, pero lo es porque está siguiendo mis movimientos.
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Cuando por fin llegó hasta él, tengo que apartar la mirada para no temblar tanto como lo estoy haciendo mientras aflojo el cabestrillo de alrededor de mi cuerpo. Cuando está lo bastante suelto, le entregó a Halo, que aún tiembla. La última vez que lo hicimos, nuestros dedos apenas se habían tocado y ahora sé que era porque se mantenía deliberadamente alejado de mí. Ahora no tanto. Ahora no sólo me toca los dedos, sino también los antebrazos, la parte inferior del codo. Incluso llega a rozarme con los dedos la cintura y las caderas, y aunque podría decirse que es perfectamente normal tocarme esas partes del cuerpo mientras le estoy entregando un bebé muy inquieto, en este caso era completamente innecesario. Porque Halo ya está segura en sus brazos. Entonces doy un paso atrás. Pero sólo porque su hermana está aquí. Si estuviéramos solos, probablemente olvidaría todo sobre la ventana de ovulación y caería sobre él. Como hice aquella noche. Totalmente desaconsejable. Estoy a punto de dar un paso atrás cuando Ledger, sin dejar de mirarme, se dirige a Callie. —¿Hay alguno que no hayas hecho? Siento que Callie se arremolina, pero por suerte estoy de espaldas a ella, así que no puede ver lo furiosamente que me estoy sonrojando. Lo miro con los ojos muy abiertos y su respuesta es mover los labios. —Eres un idiota... Mirando hacia otro lado, sacude la cabeza. —No puedes maldecir delante de la pequeña Berry, ¿recuerdas? Sé que lo está mirando. —¿Por qué sigues aquí? Está frotando la espalda de Halo, que golpea su mandíbula con las palmas. Por cierto, bien afeitado, igual que la semana pasada. —Porque todavía no has respondido a mi pregunta. Puedo sentir la ira que irradia Callie y hablo.
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—Estos. Se vuelve hacia mí, con la sonrisa aún en los labios, pero sus ojos son mucho más intensos que cuando miraban a su hermana. Lentamente, mira hacia donde señaló: la bandeja llena de cupcakes glaseadas. Luego, levanta la vista: —¿Los has hecho tú? —Sí. Se me queda mirando un instante antes de tomarlos. —Entonces son míos. —¡Ledger! —Callie gruñe. Pero su atención se centra en mí y en mis ojos sorprendidos. —Todos ellos. —Lo juro por Dios, Ledger, yo... No se queda a escucharla despotricar y simplemente se va con Halo y mis cupcakes. Bueno, suyos. Según él. Me cuesta un poco conseguir que Callie se calme, pero conseguimos terminar su gran proyecto. Y cuando regreso a casa después de eso, soy yo quien lo llama. En cuanto contesta, le digo: —¿Qué ha sido eso? Lo oigo suspirar. —¿Qué fue qué? De pie frente a mi cama, digo: —Sobre los cupcakes. —¿Los cupcakes? Frunzo el ceño. —No había nada malo con los cupcakes de Callie. —Lo había. —No, no había. Eran... —No los has hecho tú —dice.
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Ya tenía la boca abierta, preparada con una réplica, pero ahora no sé qué decir. No sé cómo enfadarme con él. Así que me tumbo en la cama y le digo: —No tenías que comerte casi toda la bandeja. Y llevarte las sobras a casa. Qué es lo que acabó haciendo. Para disgusto de Callie. Y cuando Callie está disgustada, mi hermano también lo está. Lo que significa que fue una cena “no” divertida. Sin embargo, suspira como de placer. —Tuve que hacerlo. —No, tú... —Porque eran míos. Y estaban jodidamente deliciosos. De nuevo, pierdo toda la calma y digo: —Estás loco, lo sabes. Tararea. —Mejor que ser un marica que apenas puede probar las magdalenas que hizo su chica sólo porque ella lo dijo. —Luego—. Como tu hermano. De nuevo, eso es exactamente lo que ocurrió. Reed llegó a casa del trabajo, vio cupcakes esparcidos por toda la isla de la cocina y tomó un par. Pero Callie se enfadó y él lo dejó así. A pesar de que Ledger se estaba riendo y comiendo cupcakes de su bandeja. La cual me gustaría señalar que no compartió con Reed. —Al menos podrías haber compartido uno con mi hermano —refunfuño. —Absolutamente no. —Hubiera sido lo más educado. —Que se jodan los educados —replica. —En serio, Ledger, ustedes necesitan... —Él habría hecho lo mismo. —No, no lo habría hecho —miento. —Sabes que lo habría hecho. Abro la boca para replicar, pero luego la cierro. Porque tiene razón.
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Mi hermano habría hecho lo mismo. Sólo porque parezca un poco domesticado después de casarse con Callie y tener a su niña, es tan Idiota como Ledger. Y lo sé; es mi hermano. Así que sacudiendo la cabeza, todo lo que digo es: —Bien. Lo habría hecho. Pero aun así no estuvo bien. Gruñe en respuesta. —¿Y por qué me estabas mirando? —pregunto entonces, tumbándome en la cama—. Delante de tu hermana, nada menos. —Porque ahora me toca a mí. —¿Te toca qué? —Mirarte fijamente —dice, con voz grave—. Me has mirado mucho, ¿recuerdas? Dado que eras mi guapa acosadora. Estaba jugando con el botón de mi vestido pero ante sus palabras, me detengo. Y me sonrojo. Que de alguna manera sabe. —¿Te estás sonrojando? —No. —Te estás sonrojando. —Cállate. Lo que lo hace reír. Mordiéndome el labio, digo: —¿Y qué, ahora eres mi acosador? —No —dice—. No creo que mirar y desear desde lejos sea mi fuerte. —Entonces, ¿qué es? —Tomando lo que quiero. —Luego—. Así que no, no soy tu acosador, Luciérnaga. Soy el secuestrador amistoso de tu vecindario. Tomo lo que quiero. Un escalofrío me recorre la espalda. —Eso está mal a muchos niveles. —Tal vez. Otro escalofrío ante su actitud arrogante. —En realidad es criminal.
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—Entonces cuando cuelgues el teléfono conmigo, deberías llamar a la policía. —Tal vez lo haga. —Y cierra las puertas. Aprieto los muslos. —Quizá también lo haga. —Aunque tengo que advertirte. —¿Sobre qué? —Si quiero llegar a ti, no existe una puerta que me impida el paso. Trago, se me seca la garganta. —Me estás asustando. —Sí, pero te gusta. Sí. Dios, sí. Sí que quiero. Y odio que lo sepa. Cambiando de tema, digo: —Fue obsceno. La forma en que me mirabas. —¿Fue así? —Sí. Fue como... —¿Cómo qué? —Como si estuvieras imaginando cosas. —¿Qué cosas? Me lamo los labios. —Yo... —Tú. —Embarazada. —Embarazada. —Con tu bebé. —Con mi bebé. Como siempre que lo dice, tengo que cerrar los ojos y apretar el vientre. Contra la avalancha de emociones que me recorren. Y menos mal que estoy tumbada,
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porque también tengo que luchar contra la debilidad de las rodillas y el pulso entre las piernas. Abriendo los ojos, preguntó de algún modo: —¿Si? Su voz es áspera cuando responde: —Si. Entonces tragó. Intentando mantener la falta de aliento lejos de mi tono. Intentando mantener enterrada la necesidad de verlo. Esto son negocios. Sólo negocios. Y venganza. Dios, odio la venganza. Odio estar haciendo esto. —Bueno, aún no estoy embarazada. —No, todavía no —acepta. —Entonces... —Aunque pronto. Lo dice como una promesa que suena como una amenaza. Una amenaza aún mayor que él afirmando ser un secuestrador criminal. —Bueno, eso no lo sabemos —le digo—. Quiero decir, sólo lo estamos intentando y... —No, ya lo sabemos. —¿Lo sabemos? —Sí, lo tenemos. Frunzo el ceño. —¿Cómo? —Porque soy yo. —¿Y? —Y tengo una polla superior. Eso me da completamente una pausa. —¿Qué?
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—Así que has tenido suerte —dice, y lo que todavía me da que pensar es el hecho de que suena serio. Absolutamente. —Lo dices en serio. —¿Parece que estoy bromeando? —Realmente crees que tienes una polla superior. —Soy mejor futbolista que la mayoría. Posiblemente el mejor. Siempre lo he sido. Tengo mejor cuerpo que la mayoría, siempre lo he tenido. Por supuesto mi polla es superior. Dios mío, está realmente loco, ¿verdad? No sé si reírme o abofetear su arrogante cara. O simplemente darle un beso. Pero espera, eso ni siquiera es lo peor, ¿verdad? —¿Y he tenido suerte? —Bueno, no me gusta presumir pero... Me apoyo en los codos. —¿No te gusta presumir? Exhala bruscamente y completa la frase. —Pero sí, tuviste suerte. —No puedo creer lo arrogante que eres. Eso que dices es de hombres. —Soy hombre, ¿no? Y no me avergüenza admitir que tengo una polla fenomenal. Pongo los ojos en blanco. —Oh, por favor. —Pero claro, no soy sólo yo, ¿verdad? También eres tú. —Me alegro de que te des cuenta. —Y sé que tienes un coño súper fértil. Ante esto, me incorporo completamente. —¿Qué? —Lo he visto, ¿recuerdas? —Yo no...
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—Todo rosado y maduro. —Luego—. Jugoso. —Dios mío, ¿podemos no hablar de mi coño? —Sé que se moja. Así de fácil. Pero apuesto a que también está súper apretado. —Bueno, muchas gracias pero... —Sí, deberías agradecérmelo —dice con voz gruñona, como si estuviera enfadado conmigo. Por tener un coño estrecho. —Tú... —Porque yo soy el que va a poner un bebé en tu vientre, y créeme, va a haber uno. Pero también soy el que se va a asegurar de que te guste. —¿Cómo qué? —Tu primera vez. —¿Mi p-p-primera vez? —susurro. Como si no lo supiera. Como si no se me hubiera ocurrido. Pero honestamente no fue así. Quiero decir que sabía que iba a ser mi primera vez, pero he estado tan centrada en todo lo demás, mi plan y la venganza y un bebé, su bebé, que no hice la conexión. No pensé en cómo junto con tantas otras cosas significativas que están sucediendo, hay otra cosa tan significativa como el resto de ellas. Mi primera vez. Perderé mi virginidad. A él. Como soñé desde que lo vi. —Sí —suelta—. He oído que es duro para una chica. Y una chica de tu tamaño, va a ser diez veces más difícil. Me hace apretar los muslos, pero esta vez también hay algo de miedo. —No lo sabes. —Joder, sí, lo sé. —Pero yo... —Sujeto la sábana, apretando y soltando los muslos—. Todavía me queda un día.
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Le hablé de mi ventana de ovulación y, extrañamente, accedió a dejarme dirigir el espectáculo y esperar. —Mira el reloj, Luciérnaga —dice, y mis ojos vuelan hacia el reloj digital de mi mesilla de noche—. Es medianoche. Significa que se te ha acabado el tiempo. Mis latidos se aceleran y suelto: —Pero... aún puedo echarme atrás. —No, no puedes. No lo digo en serio. En absoluto. Pero aun así lo digo: —Puedo. Todavía puedo elegir. —No, no puedes. —Pero... —Tuviste una elección. Hace una semana. Pero la desperdiciaste. —No lo entiendo. —Elegiste contarme tu sueño. —¿Y? —Y ahora que sé lo que quieres, lo que sueñas, lo estás consiguiendo. Y soy yo quien te lo da. Yo soy quien se asegurará de dártelo. Moveré el cielo y detendré la tierra; derribaré el suelo y partiré los mares para darte lo que tu corazón desea. Así que tenías elección, Luciérnaga, pero ya no la tienes. Ahora, en unas horas, harás las maletas y vendrás conmigo. Y voy a hacer tus sueños realidad.
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CAPÍTULO DIECINUEVE
E
s algo sacado de una novela romántica. El lugar al que me lleva. Para la ventana de ovulación.
Que conste que yo no quería ir a ninguna parte. Pensé que podría venir a mi apartamento y podríamos empezar el intento. Y también me gustaría dejar constancia de que mi idea apestaba totalmente. Sí, todavía quiero mantener los límites y tratar esto como un acuerdo de negocios. Pero Dios mío, este lugar es jodidamente fenomenal. Primero, está en medio del bosque. Y cuando digo “en el medio” lo digo en serio. Está tan adentrado en los bosques que rodean la autopista de Bardstown que no se ve nada en kilómetros y kilómetros, salvo los gruesos y frondosos árboles. El suelo está cubierto de hojas muertas y crujientes, y apuesto a que en verano y primavera apenas se ve el cielo a través de las copas de los árboles. Tal y como están las cosas, es invierno arrastrándose sobre el otoño y por eso las ramas están desnudas y peladas y se ven cielos grises interminables. Y segundo, hay una cabaña aquí. Pequeña cabaña de madera con tejado inclinado y chimenea; dos ventanas en la parte delantera y una puerta curva. Además, oh Dios mío, las maravillas son interminables, hay un lago resplandeciente. No es muy grande; puedo ver sus extremos, pero es muy bonito. Todo rodeado de arbustos y hermosas rocas, todo de aspecto tranquilo y privado. En cuanto detiene la camioneta, me bajo de un salto y corro hacia la cabaña antes de detenerme y girar sobre mí misma para asimilarlo todo. Tiene que ser el lugar más hermoso que he visto nunca. Me detengo cuando oigo cerrarse de golpe la puerta de la camioneta, lo veo acercarse a mí. Despacio.
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Como merodeando. Sus ojos en mí. Todo intenso y lleno de propósito. Lleva nuestras dos maletas colgadas del hombro y no puedo evitar fijarme en sus hermosas y tensas venas que le recorren los antebrazos. Por no hablar del sol de la tarde. Cuando llega, su piel bronceada y su cabello ondulado le hacen parecer bañado en oro. No del tipo de oro brillante, del tipo soleado, sino del tipo de oro que tiene matices más oscuros y sensuales. Un trasfondo más peligroso y amenazador. Cuando me alcanza, pregunto: —No me estarás secuestrando, ¿verdad? Recorre mi cuerpo con la misma lentitud con la que merodea. —¿Planeas huir? Me muerdo el labio y niego. —No. —Entonces estás a salvo. Segura. Lo que siempre siento a su alrededor. Incluso cuando no debería. Incluso cuando estar aquí, en medio del bosque y a solas con él, debería ser algo aterrador. Pero de alguna manera no lo es. De alguna manera, cada kilómetro que ponía entre Bardstown y nosotros me hacía sentir más ligera. Me hacía sentir más libre. Probablemente porque me alejaba de mi complicada vida y me acercaba a mi sueño. —Siempre me has hecho sentir eso —le digo. Sus ojos oscilan entre los míos. —¿Sentir qué? —Segura. —Trago, insegura de por qué le digo esto—. De hecho, es una de las primeras cosas que sentí cuando te vi. Pensé que me mantendrías a salvo. Como nadie lo había hecho.
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Sus rasgos se ondulan al responder: —Pero no lo hice. Sacudo la cabeza, me duele el corazón. —Pero lo intentaste. —Lo hice. —Así que eso es... —Pero no fue suficiente, ¿verdad? Doy un paso más hacia él, con el cuello inclinado. —Pero es... Hace lo suyo con su cuerpo, sus hombros, salvando la distancia entre nosotros para que no tenga que hacer el esfuerzo y dice: —Voy a hacerlo. Ahora mismo. Sé que no debería confiar en él. Lo sé. Pero de algún modo no puedo evitar susurrar: —Tengo miedo. Sobre tantas cosas. Los secretos que oculto. Mi padre, mi complicada vida. El bebé. Nuestro bebé. Pero, en cierto modo, lo que más me asusta es el hecho de que esta noche voy a perder la virginidad. Sé que es una tontería, dado que no sólo tengo tantas cosas de las que preocuparme, sino que además no es para tanto. Todas las chicas pierden la virginidad en algún momento. Y sí, duele, pero sobreviven, ¿no? Por no mencionar que lo he pensado durante mucho tiempo. Lo he leído en muchas novelas románticas y siempre he sustituido al héroe por él y a la heroína por mí. Así que no sé por qué me siento tan temerosa. Pero lo estoy y lo sabe. Y veo cosas destellando en sus ojos, arrepentimiento y hambre e impaciencia y tormento. Como si lo quisiera pero se arrepintiera. Se arrepiente de lo mucho que lo desea.
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—Lo sé —susurra. —¿Quieres...? —Me lamo los labios y agarró su camiseta—. ¿Quieres parar? Si duele demasiado. Menea la cabeza lentamente. —No. Retuerzo su camiseta. —Pero tú... —Sabes que no puedo. Todo lo que puedo hacer entonces es respirar desordenadamente. Y me acuna la mejilla con la mano libre. —¿Verdad? El suave roce de sus ásperos dedos me tranquiliza un poco. —S sí. Porque si se detuviera, entonces no conseguiría lo que quiero. Me frota la mejilla. —Pero haré lo mejor. Hundo la cara en la palma de su mano. —¿Me lo prometes? —Prometido. Trago de nuevo y asiento, creyendo absoluta e irrevocablemente que hará eso. Que hará todo lo posible por mejorar mi situación. Estoy a punto de alejarme y echar un vistazo a la cabaña cuando me aprieta la mandíbula y me detiene. —No tienes más vestidos rojos, ¿verdad? Me sorprende su pregunta sin venir y miró por un segundo mi vestido rojo. Que conste que este es muy modesto, incluso más que el que llevé en el restaurante la semana pasada, con cuello barco, mangas casquillo y cintura imperio que apenas deja ver mi culo ni mis piernas. Luego, mirándolo, le respondo: —Claro que sí. Aunque no he traído ninguno. Se queda pensativo un segundo antes de asentir y alejarse. —Bien.
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—¿Por qué? —Porque —dice, con voz grave, sus ojos recorren mi cuerpo una vez más como si no pudiera evitarlo—, el rojo es el color que provoca al toro. —¿Y? —Así que resulta que no es lo único que provoca. —Mi respiración se entrecorta y sigue—: Y no quiero hacerte más daño del necesario.
—¿Es una cita? —pregunto horas y horas después. Eso pasó, lo creas o no, en un abrir y cerrar de ojos. En cuanto entré en la cabaña, quedé fascinada con este lugar. Tiene una auténtica chimenea de leña, sofás de cuero oscuro y alfombras de felpa en el suelo. Con una planta abierta, se puede ver la cocina desde la sala de estar y hay un pasillo que conduce al dormitorio en la parte trasera. Al igual que la sala, el dormitorio también tiene chimenea y es muy acogedor. Hay una cómoda contra la pared, junto a la puerta, donde guardo todas las cosas que traje en la bolsa de viaje; una ventana gigante con vistas al lago y al follaje otoñal; un sillón de felpa junto a la ventana que parece muy masculino, pero en el que me imagino acurrucada bajo una manta, con las rodillas recogidas y una novela romántica en la mano. Pero no era eso lo que me interesaba. Me interesaba lo principal. Eso ocupaba casi todo el espacio de este dormitorio. La cama matrimonial. Con sábanas blancas y marcos de madera como cabecero. No sé por qué me fascinaron tanto, los marcos, pero así fue. Incluso llegué a tocarlos, a rodearlos con los dedos para ver lo resistentes que eran. Y luego me metí en la cama, probablemente porque el colchón parecía super alto y super cómodo y las sábanas parecían nuevas y de la tela más suave. Y lo siguiente que supe es que estaba oscuro y era la hora de cenar. Ya estamos aquí. En la cena.
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O mejor dicho, después de cenar, pero todavía en la mesa. Una mesa pequeña de madera oscura, como el resto de la cabaña, para no más de cuatro personas. Estamos sentados en lados opuestos y estas son las primeras palabras que ninguno de los dos ha pronunciado, como en el restaurante chino; aunque me alegro de que no esté enojado. Sin embargo, esta vigilante. Y mirando fijamente. Una vez más, me deja sin palabras el hecho de que no sólo se haya tomado la molestia de preparar la cena, lasaña, deliciosa por cierto, sino también de decorar el lugar con velas y luces de hadas. Suena surrealista, ¿verdad? Qué hizo eso. Que se tomó la molestia de colgar luces en las paredes y encender velas de verdad. De ahí mi pregunta. Deja el vaso de whisky que ha estado bebiendo, sí, también ha estado bebiendo durante toda la cena; sólo el vaso, posiblemente con dos dedos de whisky, pero aun así, y dice: —No. Una reunión de negocios. —Has decorado el lugar. —Eso es lo que hago para una reunión de negocios. No sé por qué sus palabras hacen que me retuerza en mi asiento y me ruborice como una loca. En realidad creo que no he dejado de sonrojarme desde la semana pasada, pero aun así. Dando un sorbo a mi agua, pregunto: —¿Qué es este sitio? —La cabaña de mi padre. Abro mucho los ojos. —La cabaña de tu padre. —Sí. —Yo no... —Sacudo la cabeza, sentándome recta en la silla—. No sabía que tu padre tenía una cabaña. Como que Callie nunca dijo nada sobre eso. —Porque no lo sabe.
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—¿Qué? Por primera vez desde que nos sentamos a comer, aparta los ojos de mí y mira el whisky. —No es algo de lo que hablemos. La cabaña en el bosque que pertenece al pedazo de mierda de nuestro padre. Una de las reglas que Con estableció hace mucho tiempo. —¿Reglas? Levanta la vista. —Reglas. Aunque sólo ha repetido mi única palabra, algo en su tono me hace ponerme aún más alerta. —¿Tu hermano tiene muchos? —Lo conoces, ¿verdad? —Sí. —Así que lo sabes. Creo que sí. No soy muy amiga de ninguno de sus hermanos. Ni siquiera creo haber hablado con ellos más de cinco minutos. Bueno, excepto aquella vez que coquetee con Shepard para cabrear a Ledger. Pero definitivamente sé que no he hablado más de dos frases con su hermano mayor, Conrad. Aunque también resulta ser el novio de una de mis amigas de St. Mary, Wyn. Aun así, siempre he sido capaz de decir que es un hombre con el que no deberías meterte. Aparte de ser el mayor de los Thorne y antiguo tutor de todos sus hermanos, también es uno de los hombres más autoritarios que he conocido. Uno de los más dominantes, y eso es mucho decir, dado que Reed es mi hermano y Ledger solía ser el amor de mi vida. Pero mientras que las vibraciones de Conrad son controladas y disciplinadas, e incluso con correa, las de su hermano menor son peligrosas, indómitas y listas para estallar en cualquier momento. En cualquier caso, me imagino a Conrad poniendo normas a sus hermanos. —¿Cuáles son sus otras reglas? —pregunto antes de poder contenerme. Había vuelto a mirar lo que quedaba de líquido ámbar en el vaso, pero ante mi pregunta, vuelve a dirigirse a mí. —No vayas a la cabaña. —Pero... —Me aclaro la garganta—. Estamos aquí.
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Se encoge de hombros despreocupadamente. —No quería que ninguno de nosotros tuviera que hacer nada con nuestro padre. Y a pesar de lo que parece, no estoy en desacuerdo con él. De hecho, durante mucho tiempo estuve de acuerdo con su plan de dejar que este lugar se pudriera. —Entonces, ¿qué cambió? —preguntó, sentada al borde de mi asiento. Mirándolo intensamente, agudizando el oído para no perderme nada. Es la primera vez que me habla de su familia. Y a pesar de mi decisión de mantener este acuerdo lo más formal posible, no voy a rechazar lo que me está dando. No voy a rechazar la oportunidad de echar un vistazo a su vida. Lo mismo que me atrajo de él en primer lugar. —Crecí —contesta. —No... —Me di cuenta de que no me gustaban mucho las normas y de que podía decidir por mí mismo —me interrumpe, sus ojos vuelven al whisky, como si mirara al pasado—. Pero a la gente no le gusta que intentes ejercer tu independencia. Sobre todo cuando son tu familia y cuando para ellos siempre has sido el más joven. Así que un día me harté. De todas las estupideces y reglas y lo que se les ocurriera cuando se trataba de mí, me escapé. Tenía doce años, creo. ¿Once? No recuerdo. Pero lo primero que hice tras conseguir mi supuesta libertad en mitad de la noche fue ir a la cabaña. Algo que estaba completamente prohibido. Caminé. Robé la bicicleta de alguien cuando me cansé de caminar y de alguna manera llegué aquí. Era bastante espeluznante, este lugar. Todo abandonado, en medio del bosque. Nadie había estado aquí en años, creo. Definitivamente no mis hermanos y definitivamente no mi pedazo de mierda de padre. Creo que la última vez que alguno de nosotros estuvo aquí fue cuando nuestros padres estaban con nosotros. Aunque no recuerdo nada de eso porque era sólo un niño. —De todos modos, pasé la noche aquí. Dormí en el suelo. Me desperté con el sol en la cara. Nadé en el lago. Dormí bajo un árbol cuando me cansé. Fue el día más hermoso y tranquilo que había pasado. A pesar de que tenía un hambre infernal. Pero por la tarde me di cuenta de que necesitaba volver. —¿Por qué? —susurro. De nuevo, levanta los ojos y noto que están nadando con mil cosas y quiero tomarme el tiempo de escudriñar cada una de ellas. Pero no lo entiendo.
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Porque todos se desvanecen en un instante y sus ojos se vuelven duros, su mandíbula se aprieta. —Por mi hermana. Por ellos, mis hermanos. Porque por muy harto que estuviera de mi supuesta familia, ellos me necesitaban. Mis hermanos necesitaban que les cubriera las espaldas y mi hermana necesitaba que cuidara de ella. Pero lo curioso es que ni siquiera se habían dado cuenta. De que me fui, de que llevaba horas fuera. Tal vez ni siquiera se les ocurrió la posibilidad de que pudiera abandonarlos. Todo lo que recuerdo es a Stellan diciéndome que me ocupara de lavar los platos. Y a Conrad dándome la lista de la compra semanal porque esa semana me tocaba hacer la compra. —Luego, suspirando—. De todos modos, desde entonces me gusta venir aquí siempre que necesito alejarme un rato. Y como no me importa dormir en el suelo ni pasar hambre, lo mantengo abastecido. Así que esta es su fortaleza. De soledad. De paz. Donde va a estar solo. Donde va para estar lejos de su familia. Su familia rota. Porque es eso, ¿no? Aunque siempre supe que nuestras historias eran similares, sin padres y sólo con hermanos en los que confiar, nunca antes pensé que su familia estuviera rota. Probablemente porque todos parecen tan compenetrados, Conrad es la autoridad y los demás siguen sus normas y sus órdenes. Siempre parecen tan unidos y juntos. De hecho, a veces es difícil distinguirlos. No por su aspecto, sino por su forma de comportarse. Su comportamiento, su aura, su presencia dominante. Pero quizá ese sea el problema, ¿no? Qué son tan parecidos entre sí. Todos son seguros y autoritarios. Protectores y súper masculinos. Están acostumbrados a conseguir lo que quieren. Excepto cuando están juntos. Y como es el más joven, entiendo que se lleve la peor parte. Lo que me hace pensar en otra cosa. Y antes de que pueda procesarlo del todo, suelto: —¿Por eso te estás tomando un descanso del fútbol? Por tus hermanos. Tal vez no debí preguntar esto.
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O al menos no tan bruscamente. Sus facciones se vuelven tensas y afiladas, cerradas. toma el vaso con los nudillos saliendo, apura el último trago, se levanta y suelta: —¿Has terminado? Sé que se refiere a mi plato vacío, pero también podría ser en el contexto de esta conversación, mi sondeo. Sin embargo, antes de que pueda responderle, toma mi plato, lo apila sobre el suyo y se dirige a grandes zancadas al fregadero. Mientras me siento allí con la mente dándome vueltas. Esa es la razón, ¿no? Sus hermanos. Aunque no ha dicho nada, su silencio es respuesta suficiente. Por eso se está tomando un descanso de algo que ama. Por Conrad y sus reglas. Porque todos sus hermanos, mayores que él, están de nuevo en el mismo lugar, probablemente atándolo con reglas y enjaulándolo con órdenes. En cuanto me pongo a pensar, me levanto del asiento y voy hacia él. Está de pie junto al fregadero, enjuagando los platos, su perfil aún es tenso, y quiero inclinarme. Rodearla con mis brazos y... abrazarlo. Abrazar al niño que solía ser. El hombre en que se ha convertido. Uno que pone a su familia por encima de todo. Pero sé que lo rechazará, mi simpatía, mi ternura. Este torrente feroz de sentimientos que incluso yo sé que no debería sentir, pero no me importa. Y como tengo que hacer algo, decir algo, es imperativo que lo haga, me dejo llevar: —Me encanta. No responde. De hecho, parece como si ni siquiera se hubiera enterado. Como si ni siquiera fuera consciente de mi presencia a su lado. Sin embargo, no voy a desanimarme. —La cabaña —digo—. Me encantó en cuanto la vi. De nuevo sin respuesta por su parte, pero sigo adelante. —Y me encantan todas las cosas que pones aquí. En esto, por fin consigo una reacción.
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Un apretón de mandíbula. Sé que no es mucho, pero es algo, ¿no? —También me encantó la comida —digo, casi con fiereza, como si quisiera que comprendiera la profundidad de mis sentimientos, las cosas que no soy capaz de decir—. Gracias por cocinar. Pero no hacía falta. Podría... Por fin, me mira. Me atraviesa con su mirada furiosa, deteniendo mis palabras a mitad de discurso. —¿Qué es esto? —¿Qué? Girando completamente hacia mí, gruñe: —¿Esto es lástima? —Qué, no. Yo... Parece que no se contenta con gruñirme y morder. Porque con sus siguientes palabras, también avanza sobre mí. —¿Me estás compadeciendo? No tengo más remedio que dar un paso atrás, acomodarme a su musculoso bulto y a su creciente ira mientras niego. —No. Ledger, yo no... —Porque déjame decirte —interrumpe, obligándome a retroceder con cada paso que da—. No me gusta. No me gusta que nadie se compadezca de mí. Y menos tú. Así que... Entonces lo detengo. Al menos sus palabras. Poniéndole una mano en su boca. suya.
Dios, es tan suave y afelpado y en vez de mi mano, quiero poner mi boca en la Pero me detengo y, mirándolo a los ojos oscuros y entrecerrados, le digo:
—No estoy compadeciéndote. Nunca me has dado lástima. Ni siquiera antes. La razón por la que me hiciste sentir segura fue por esto. Fue por cómo siempre te has preocupado por tu familia. Por tu hermana. La razón por la que quise construir una vida contigo fue por esto. Porque... —Su cálido aliento a canela me roza la palma de la mano y tengo que tragar—. Quería eso para mí. Yo... Mi hermano siempre ha sido
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el que me ha protegido y, quiero decir, tenía que hacerlo, ¿no? Es de la familia. Y aunque siempre le he estado muy agradecida, supongo que quería que alguien me protegiera no porque tuviera que hacerlo, sino porque quisiera, y... Quizá tú también quieras lo mismo. No sé de dónde vino el pensamiento, pero ahora que está aquí, no se irá. Y después de todo lo que me ha contado esta noche, ¿es de extrañar que esté ahí en primer lugar? Ya que nuestras historias son tan parecidas, ¿qué pasaría si... ¿Y si quiere lo mismo que yo? ¿Y si él también quiere una familia? Una esposa, un bebé. Alguien con quien compartir su vida, alguien que lo comprenda, proteja y mantenga a salvo y... No. Por supuesto que no. No puedo pensar de esta manera. No puedo ponerme esperanzada y romántica y olvidar por qué estoy aquí, para empezar. Estoy aquí por mí. No para él ni para nadie. Además, aunque quiera esas cosas, nunca dijo que las quisiera de mí. Además, no puedo ser yo quien se las dé. No puedo ser quien le dé nada en absoluto. Mi vida no es mía, ¿recuerdas? Así que con la misma brusquedad con la que le pongo la mano en la boca, se la quitó y la llevo a un lado. —Esto no es lástima. De verdad me gusta la cabaña. —Y luego, sólo porque me está mirando fijamente, con tanta concentración e intensidad como durante la cena, sigo—. Me gusta la chimenea. Y los sofás. Aunque yo pondría al menos un poco de rosa o morado en la habitación. Está todo muy negro y marrón. Y me encanta el sillón del dormitorio, junto a la ventana. Puedo sentarme ahí a leer durante horas. Además, tu cama es increíble. Parece una nube esponjosa, y aunque estos marcos son súper anticuados, creo que también me gustan. No sé por qué. Incluso los he tocado y... —Te gustaban los marcos —dice. —Sí.
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No responde, prefiere simplemente observarme. Así que, relamiéndome los labios, continúo: —No serían mi primera elección en una tienda, quiero decir. Pero parecían fuertes y resistentes y... —Eso es porque lo son —dice. Lamo mis labios de nuevo —Bueno. Bien. —¿Lo es? Mi corazón ha empezado a acelerarse ahora. Por su mirada, su tono misterioso. —Sí. Quiero decir, estoy segura de que disfrutas en esa cama. —Más o menos. —Me quedé dormida en ella en cuanto mi cabeza tocó la almohada, así que estoy segura de que a ti también te encanta dormir ahí. —Encanto es una palabra fuerte. —Además tú la compraste. —Lo hice. —Tan grande y... —Para ti. Retroceso. —¿Qué? Que es el momento en que me doy cuenta de que estoy atrapada. Entre él y la pared. Porque ante mi repentino movimiento, mi cabeza roza la pared y sé que no tengo adónde ir. Y aunque aún está a unos metros, todavía me siento como si me hubieran capturado. —Bueno, pensando en ti en mi cabeza —dice. Aprieto la columna contra la pared mientras aclaro: —Te compraste la cama conmigo en la cabeza. Menea la cabeza lentamente. —No, compré mi cama con marcos. Contigo en mi cabeza. —¿Qué...? —murmuró primero—. ¿Qué significa?
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Se acerca un poco más. —Sabes para qué se pueden usar los marcos, ¿no? Me aprieto aún más contra la pared. Aunque da igual; en realidad no voy a ninguna parte. —Uh, para poder aguantar. ¿Si hay un terremoto? Da otro paso hacia mí. —Cerca pero no. —Para poder sostenerme si la cama tiembla. —Inténtalo de nuevo. Mi corazón va y va ahora mismo. Apuesto a que él puede verlo, a un lado de mi cuello, mi peca bailando con el ritmo. Aunque todavía no ha apartado la mirada de mis ojos —Yo... —Entonces, de repente, se me ocurre y me hace ponerme acalorada y sonrojada de arriba abajo—. Para atar a alguien. Es entonces cuando mira. Al lado de mi cuello, quiero decir. Es entonces cuando se queda mirando mi pulso saltarín y mi peca bailarina. Y con un brillo satisfecho y perverso en los ojos, murmura: —Sí. —Yo no... —Aunque no a alguien, sólo a ti. —¿Yo? —chillo. —Porque como dije, compré mi cama con marcos pensando en ti. Por fin está aquí, donde no puedo respirar sin la amenaza de que mis pechos rocen su pecho, cerrando de golpe la puerta de la jaula que ha hecho para mí. Verdaderamente atrapándome entre la pared y su cuerpo. —Pero yo no... ¿Cuándo... —Unos meses después de verte. —Pero eso fue hace tres años. —Sí, digamos que sí.
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—¿Estás...? —Tengo hipo y me aclaro la garganta—. ¿Estás diciendo que querías atarme entonces? —Sí. Contengo la respiración. —¿Lo hiciste? —Sí. —¿Por qué? —¿Por qué crees? Ante su pregunta, mi corazón se ralentiza. Me tiemblan las rodillas. Y aunque estoy pegada a la pared y tengo apoyo, sigo necesitando más. Así que voy por él. Por su camiseta y el puño. Es una locura, mis acciones, cuando he descubierto la respuesta a su pregunta. Locas, desaconsejables, peligrosas. Pero tal vez esto es lo que llaman síndrome de Estocolmo. Cuando buscas consuelo en tu torturador. ¿Y no son todas las historias de amor con el corazón roto un clásico ejemplo del síndrome de Estocolmo? ¿Dónde buscas desgarrar tu corazón de la misma persona que lo rompió en primer lugar? Así que tal vez todo encaje. Todo es como debe ser. Yo buscando seguridad en él. —Utilizarme para hacer daño a mi hermano —susurro, con la respiración entrecortada. El remordimiento relampaguea en sus facciones, tensándolas, agudizándolas. —Sí. Haciendo que su cuerpo también se endurezca. Endureciendo sus músculos, convirtiéndolo en algo más que músculos y huesos. Y extiendo mis dedos sobre su pecho, tratando de traerlo de vuelta. Intentando inyectarle vida de nuevo mientras preguntó: —¿Es una de las cosas que imaginabas? Antes. Cuando intentabas mantenerme a salvo.
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Su mandíbula se aprieta. —Sí. Oh. Quería atarme entonces. No, quería traerme aquí, en medio de la nada que sé que nadie sería capaz de encontrar, no si no sabían a dónde iban, y atarme a su cama. La cama que compró pensando en mí. Sé que está mal. Es despreciable, lo que pensó, lo que imaginó. Y debería estar horrorizada. Pero sólo puedo pensar en él queriendo llevarme a su lugar seguro. A un lugar al que va para escapar. Para estar solo. Oh Dios, estoy loca, ¿no? Esto va más allá del síndrome de Estocolmo. Esto es... una locura absoluta. Pero aun así, no puedo evitar sentir un aleteo en la barriga. Un estremecimiento en mis muslos. En mi coño. Ante la idea de estar atada en su cama. —¿Qué... qué te imaginabas? —pregunto entonces, presionando mis palmas sobre su pecho, sintiendo los latidos de su corazón. Que se está desacelerando, creo, a mi pregunta. pie.
Y es como si ahora fuera él el que necesita apoyo para poder mantenerse en Porque pone la mano en la pared junto a mi cabeza y se inclina. Mientras gruñe, con los ojos tormentosos y oscuros: —Cómo me habrías dejado, si lo hubiera querido.
No sé por qué niego la verdad, ya lo sabe de mí; ya he confesado mis sentimientos, pero lo hago al responder: —No lo habría hecho. —Sí, lo habrías hecho. —No. —Sí. —Yo...
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—Si te hubiera mirado y torcido el dedo una vez, habrías venido corriendo hacia mí. No sé por qué resulta tan excitante, lo contrario de lo que debería ser: denigrante y condescendiente. Pero lo es. Mi piel se estremece y mi cuerpo palpita al imaginarlo haciendo eso. No sólo entonces, sino ahora. Señalándome con el dedo, diciéndome que lo siga a donde vaya. Es por el whisky, estoy segura. Que vi que bebía y de alguna manera me emborraché también. Aun así, sacudo la cabeza. —Eso no... Eso no es verdad. Ignora ese pensamiento y continúa: —Y si te hubiera dicho que subieras a mi camioneta, ya habrías estado a mitad de camino dentro antes de que terminara mi frase. —No, habría preguntado. —¿Preguntado qué? —A dónde íbamos. —Como has hecho hoy —dice en tono llano. La verdad es que no. Hice exactamente lo que describe. Subí a su camioneta antes de que abriera la puerta hasta la mitad. Sobre todo porque siempre he querido montar con él. Siempre quise ver su interior, sentirlo, olerlo, estar en él. —Hoy ha sido... —me muevo inquieta contra la pared—, diferente. —No, no lo fue. —Lo era —insisto por alguna razón. Que ignora una vez más, ya que pone su otra mano en la pared también. Como si quisiera dejar claro su punto de vista, gritarme su punto de vista. Aunque no entiendo cuál es su punto. Yo tampoco entiendo cuál es el mío. No entiendo lo que está pasando ahora. Excepto que quiero que se detenga y que continúe; no puedo decidirme. Pero decide por mí cuando dice, con su mirada oscura como la noche:
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—Y entonces te habría sacado de la ciudad, sin decir una sola palabra, y tú me habrías mirado como si te llevara al cielo. Vuelvo a sacudir la cabeza. —No. —Te habría traído aquí, a la cabaña y te habría enseñado el dormitorio y te encantaría la cama tanto como hoy. De hecho, ni siquiera habría tenido que decirte que te metieras en ella, lo habrías hecho tú sola. Pero no creo que te hubieras dormido. —Me gustaría... —Porque estarías demasiado excitada. —Yo... —Estar aquí. Estar conmigo. Por fin. Porque no sólo te dediqué una mirada, cosa que nunca hice antes, sino que te metí en mi camioneta y te traje hasta aquí. Te llevé a este hermoso lugar con una hermosa cabaña, una hermosa cama con marcos, y hubieras pensado que éste era el mejor día de tu vida. El día más hermoso. El día en que tus sueños se hicieron realidad sólo porque el chico del que estabas enamorada te prestó un poco de atención. —Una pausa—. ¿No lo harías? —Sí —suelto, con los dedos tirando de su camiseta—. Lo habría hecho. Habría pensado que era el mejor día de mi vida y seria estúpida y... —Valiente. —¿Qué? Sus ojos brillan con una emoción que no capto de inmediato cuando dice: —Habrías sido valiente. Fuiste valiente. Al exponerte. Querer algo e ir por ello. Soñar con algo y hacer todo lo posible para hacerlo realidad. Tuviste valor. Tuviste agallas. Hiciste lo que tu corazón te dijo que hicieras, sin reservas, sin remordimientos. Tuviste fe. Hiciste lo que otros sólo pueden soñar. Lo que otros escriben y leen. Así que fuiste valiente, Luciérnaga. No estúpida. Eres la chica de tus novelas románticas. La chica hecha de caramelos y nata. Sólo cuando termina me doy cuenta de la expresión de sus ojos. Admiración. Pura y descarada. Cree que soy admirable. Por haber hecho lo que hice. Valiente por ponerme ahí fuera y por exponer mi corazón, mis terminaciones nerviosas. Por tener fe.
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No tiene sentido. ¿Verdad? Debería avergonzarme por todas las cosas que hice. Por eso estaba negando la verdad, ¿no? Porque estoy avergonzada. Porque me avergüenzo de todas las cosas que he hecho en nombre de correr tras él, en nombre del amor. Así que sí, no tiene sentido. Pero entonces... ¿No es así? ¿Por qué no es eso lo que la gente hace también con Dios? No saben, no realmente, si Él existe. No saben si lo que creen es verdad o se puede demostrar. Pero aun así lo adoran. Siguen su palabra. Siguen las escrituras y la religión sin avergonzarse. ¿Por qué iba a ser diferente lo que yo sentía por él? ¿Por qué el amor ha de ser diferente del culto? En cuanto la verdad se instala en mi cerebro, en mi corazón, en las grietas de mi cuerpo, sé lo que tengo que hacer. Sé que tengo que decírselo. La verdad. Esta vez toda la verdad. Porque no puedo hacerlo. No puedo hacerle esto. No puedo vengarme de alguien que no sólo me ha hecho darme cuenta de algo tan importante, que me ha cambiado la vida, sino que además ya está arrepentido de lo que hizo. Así que no podemos hacer esto. Tenemos que parar. Debería irme y... —Y quería atarte a mi cama —dice, devolviéndome al momento. Con urgencia, agarró su camiseta y le digo: —Ledger, yo... —Pero, ¿quieres oír la peor parte? —pregunta, con los ojos vidriosos y alertas a la vez. —No, no importa. Tú...
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—Lo peor es que aunque sabía, desde el principio, desde el día en que te vi, que eras la chica sobre la que escriben libros, aun así lo habría hecho. Aun así te habría atado. Mirado a tus ojos grises, a tus ojos confiados, y aun así te habría atado con una cuerda y a mi cama. —No, Ledger... —Y entonces —se lame los labios—, te habría pedido que sonrieras para la cámara. —¿Cámara? —Sí —gruñe—. Te habría pedido que posaras. Que posaras para mí. Y ambos sabemos que lo habrías hecho. En un santiamén. —Lo habría hecho —le digo sin vacilar, sin ninguna vergüenza. Y es increíble. Es glorioso. Me pregunto por qué no lo hice antes. —Y luego le habría enviado esas fotos a tu hermano —continúa. Espero estremecerme. Espero sentir rabia, que es lo que siento normalmente, o más bien lo que he sentido durante el último año. Pero no. No está ahí. La ira. La furia. En vez de eso, quiero... calmarlo. Quiero apretarle la mandíbula, bien afeitada y afilada, y decirle que no pasa nada. No pasa nada si quería hacerlo, porque lo importante es que no lo hizo. Me doy cuenta de que es una estupidez, porque aunque no hizo lo que describe, hizo algo, ¿verdad? Actuó según su fantasía de venganza. Pero, ¿y qué? Sinceramente. Que si vino a mi dormitorio con la intención de utilizarme para hacer daño a mi hermano. Estaba enojado y con razón; mi hermano dejó embarazada a su hermana y, por supuesto, estaba enojado. Nunca lo culpé por eso, que conste. Nunca lo culpe por estar enojado. Sólo lo culpé por no ser capaz de controlarlo y desquitarse conmigo. Y aunque el hecho de que él no sea capaz de controlar su ira es un problema en sí mismo que no voy a tocar ahora mismo, puede que esa noche simplemente
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cometiera un error. Una mala decisión y todo el mundo merece una segunda oportunidad, ¿verdad? Quiero decir, mira lo que iba a hacer. Lo que casi hice. Así que suelto su camiseta y me dirijo a su cara. Acaricio sus mejillas y abro la boca para decirle que no pasa nada. Pero habla primero. —Y entonces, claro, te habrías dado cuenta de lo que he hecho y se te habría roto el corazón. Probablemente estarías llorando. Me pedirías que te dejara ir. Incluso suplicarías y lucharías, gritarías, patearías. Pero no lo haría. No lo haría porque... —¿Por qué? Apoya las palmas de las manos en la pared, apretando así su cuerpo contra el mío, presionando sus costillas contra mis tetas. —Porque aún no he terminado contigo. Mi respiración arrastra mi pezón a lo largo de sus músculos. —¿No? —No. Lo que hice fue por tu hermano. Por la rivalidad, por venganza. Por ganar. Pero ahora es mi turno. Ahora lo que voy a hacer es por mí. Para mis ojos. Para nadie más. Aunque como un hijo de puta, yo también lo captaría en cámara. —¿Capturar qué? —A ti. —A mí. —Pintada. —¿P-pintado? —Con mi semen. Entonces me sacudo, una corriente recorre todo mi cuerpo. De arriba abajo. Cosquilleándome el cabello, haciéndome cosquillas en la garganta. Rascándome las tetas y los pezones, apretándome la barriga. Hasta el coño, los muslos y los dedos de los pies, todos palpitantes. —No es lo normal —dice, con sus ojos clavados en los míos—, hacer que una chica te la chupe la primera vez que están juntos. Es algo que decían mis hermanos. Ten paciencia, me decían. Sé consciente de lo que ella quiere. Sé suave. Y aunque
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odiaba que me dijeran qué hacer, entendía por qué. Las chicas son delicadas, ¿no? Son frágiles y vulnerables. Recorre con la mirada mis facciones, mis labios entreabiertos, mis mejillas sonrojadas. Continua. —Y tú eres la más frágil de todas. La más delicada. Toda suave como la seda, hilada de azúcar. Hecha de caramelo y nata. Mi luciérnaga. Pero aun así te habría metido la polla hasta la garganta y follado como si fueran mis últimos momentos en esta tierra. Y aun así me habría corrido en tu cara, soplado por toda ella como si fueras una puta. Vuelvo a sacudirme. Esta vez con más violencia que antes. Y se da cuenta. Sus cejas se fruncen y su cuerpo se aprieta aún más contra mí. —Pero no quiero que tengas miedo, Luciérnaga. No es porque piense que eres una puta, no. No es porque no te valore, entiéndelo. Es porque te valoro demasiado. Es porque creo que nunca he querido que una chica me la chupe como quiero que lo hagas tú. Como si no rodearas mi polla con tus labios, me moriría. Como si no empujara mi polla dentro de tu boca y siguiera empujando y empujando hasta llegar al fondo de tu garganta, estirando no sólo tus labios en el proceso sino también tu delicada garganta, me moriría aquí mismo, ahora mismo. Por eso. Dime que lo entiendes. Asiento. Porque no puedo no asentir. Porque parece que depende de mi respuesta. Su cordura depende de ello. Su vida misma depende de que entienda que, aunque quiera que se la chupe como una puta, me sigue apreciando. Y Dios, lo sabía. Sabía que por eso tiene que obligarme a chuparle la polla como a una puta. Porque me quiere demasiado. Porque cuando mi Bella Espina quiere a alguien como quiere a su Luciérnaga, no queda más remedio que tratarla como la puta que soy para él de todas formas. Es la forma más pura de apreciar. La forma más elevada de atesorar.
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Así que no sólo asiento, sino que susurro: —Lo entiendo. Lo entiendo. —Bien. —Deja escapar un suspiro, tragando—. Eso es bueno. Porque no sería capaz de soportarlo. No sería capaz de soportarlo si pensaras que estoy haciendo esto por otra cosa que no sea eso. Si pensaras que te trato como a una puta es por otra cosa que no sea porque quiero. Y Jesús, quiero. Quiero, joder. Tanto, joder. Quiero colgar tu cabeza sobre el borde de la cama. Sólo para que sea más fácil deslizar mi polla hasta el fondo de tu garganta. No sólo eso, también quiero mirar. También quiero ver lo que pasa. Ver cómo se hincha tu delgada garganta con mi gorda polla dentro. Quiero ver cómo se aceleran tus latidos, cómo baila tu peca sobre tu pulso mientras te ahogo con mi polla. Ahora me cuesta respirar. Y su polla no está cerca de mi boca. Lo cual me parece una parodia. Creo que es un grave error de la justicia y la equidad. No sólo porque desea tanto mi boca, sino también porque yo quiero dársela, mi boca, mi garganta. Mis respiraciones. —Y eso es porque siempre he querido estrangularte —me informa—. Siempre he querido hacerte arcadas. Soy un hombre, ¿no? Me gustan las mamadas sucias. Me gusta cuando una chica babea alrededor de mi polla. Me gusta cuando gotea por su barbilla y se acumula en el triángulo de su garganta, en su escote. Y tú tienes un escote fantástico, ¿verdad? Así que sí, lo he pensado, tu delgada garganta hinchándose de polla y tu saliva acumulándose entre tus gordas tetas. Pero la razón principal por la que quiero que luches por respirar es porque siempre he pensado que sería pacífico. Tus sonidos de ahogo. Tus gemidos y quejidos. Siempre he pensado que si pudiera controlar tu respiración, controlar el aire que entra en tu cuerpo, controlar los latidos de tu corazón de algodón de azúcar, me daría paz. Me tranquilizaría. Quiero decirle que ya lo está haciendo. Ya tiene el control de mí, de mi cuerpo, de mi corazón y de mi respiración. —Así que eso es lo que haría. Hacerte ahogar un poco, tal vez mucho. Hacer que te atragantes con mi polla, estropear tu rímel, arruinar tu pintalabios antes de pintar tu bonita cara con mi semen. Y cuando termine te pediré que mires a la cámara y saques la lengua. Para que pueda capturarte. Tu belleza. Para guardarla para siempre. Para llevarla conmigo a todas partes. Y todo esto porque quiero. Sin agendas. Sin segundas intenciones. Sólo tú y yo.
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Sólo él y yo. También quiero eso. Lo deseo tanto que cuando se acerca a mi boca, no lo detengo. Aunque debería. Aunque debería decirle que tengo un motivo oculto. Tengo una agenda. O al menos yo hacía. Pero con nuestras bocas fundidas, cuando me toma en brazos y me lleva a su dormitorio, descubro que lo único que soy capaz de hacer es dejarlo y devolverle el beso.
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CAPÍTULO VEINTE
D
ebería decírselo ahora. Lo sé.
Sobre todo porque estamos en el dormitorio y ya no nos besamos. Estoy en la cama y está de pie a los pies de ella. Esta es la oportunidad perfecta para decir algo, para decirle la verdad y poner fin a esto. Pedirle que me lleve de regreso a Bardstown porque esto ha sido un error. —Tengo... Me detengo porque elige este preciso momento para despojarse de su camiseta. Con sus ojos oscuros clavados en mí, echa la mano hacia atrás y se agarra la camiseta. De un tirón se la sube y se la pasa por encima de la cabeza, y entonces me quedo mirando su enorme pecho. Masivo y musculoso. Macizo, musculoso y desnudo. Masivo, musculoso, desnudo y jodidamente hermoso. Es más hermoso de lo que recuerdo. Más hermoso de lo que era hace trece meses, y créeme, era bastante hermoso entonces. Pero parece que ha engordado aún más en el último año. Cosa que sospechaba, por supuesto. Podía intuirlo a través de su camiseta, pero aquí está la prueba. Ha engordado. Sus hombros se han vuelto más redondeados. Y su pecho se ha arqueado y ensanchado, de modo que cuando se estrecha hasta su esbelta cintura, el efecto es más espectacular. El efecto es jodidamente alucinante. Por no mencionar que ahora tiene un paquete de ocho. Ocho. No sólo seis. Como si un paquete de seis fuera para perdedores y como él es un dios del fútbol, necesitara tener ocho. Y tienen que estar apretados, estriados y en forma de escalera.
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Como si pudiera poner mis delicados pies sobre ellos y usarlos para trepar por su cuerpo. De hecho, podría sujetarlos con las manos, esas protuberancias densas y musculosas, como tubos de acero o algo así. Esto no es real. Nadie tiene un cuerpo así. Ni siquiera él. Míralo. El tipo no sólo tiene un cuerpo perfecto, también tiene esa gloriosa V por la que todas las chicas se vuelven locas. Y bueno, yo siempre he sido una de esas chicas y ahora puedo decir que siempre lo seré, porque esos surcos y hendiduras no han hecho más que profundizarse y afilarse durante el último año. Y por mucho que no quiera apartar la vista de su hermoso torso, lo hago. Porque si sigo esa V, también sigo ese rastro de vello oscuro. Que empieza en su apretado ombligo y desaparece por sus vaqueros. Lo que me lleva a ese bulto en sus vaqueros. Sí, el bulto. Porque es duro. Ya. Aunque no puedo culparlo porque también estoy mojada. Ya. Así que supongo que estamos en el mismo barco. Y entonces siento que una gota de humedad se desliza por mi cuerpo, mojando mis bragas ya desordenadas porque sus antebrazos sexys, veteados y cubiertos de polvo de vello oscuro van a parar a sus vaqueros y mis ojos vuelan hasta los suyos para descubrir que sigue mirándome. —¿Qué estás haciendo? —preguntó estúpidamente. ¿No es obvio lo que está haciendo? —Te toca a ti —responde, con voz rasgada. —¿Mi turno de qué? —La última vez fui yo. El que te vio desnuda. —Mi corazón late y se estremece mientras sigue—. Pero tú nunca llegaste a verme. Así que ahora te toca a ti. Díselo. Cuéntaselo. Ahora. Por el amor de Dios, díselo ahora, Tempest, antes de que se quite los pantalones y te fría totalmente el cerebro.
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Pero no lo hago. Ni siquiera abro la boca, o al menos no la abro para formar palabras. Aunque la abro para otras cosas. Como para jadear y exhalar: —Joder. Porque lo ha hecho. Se ha desabrochado los vaqueros y se los ha bajado, y no. Simplemente no. Por supuesto que no. Eso definitivamente, definitivamente no es real. Lo que estoy viendo no es real en absoluto. No puede ser. Su pene no puede ser tan grande. De hecho ni siquiera puedo llamarlo pene. Sé que así es como se llama la cosa de un hombre, pero su cosa no puede llamarse así. Su cosa necesita llamarse polla. Una polla. Un martillo o un bate de béisbol. Porque sí, es largo. Tan largo que podría tocarle el ombligo. Pero eso no es lo peor, ¿o lo mejor? Lo peor es que es grueso. Es muy grueso. Que en realidad está siendo tirado hacia abajo por su propio peso. Así que sobresale de la mata de vello oscuro, con aspecto rubicundo y enfadado. O tal vez no es el peso de su polla en sí. Es el peso de las otras cosas. Con la que su polla está decorada. Como esos piercings. O más bien las cositas horizontales tipo barra, tres que parecen una escalera. He visto pollas antes, aunque sí, sólo las he visto en el porno como tan fácilmente se dio cuenta la otra noche. Y admitiré que soy una aficionada al porno, pero en todos los años que llevo aventurándome, creo que nunca he visto una polla perforada. —Q qué... —Me aclaro la garganta y me doy cuenta de que, en algún momento de los últimos diez segundos de mirar fijamente sus piercings y el bate de béisbol de su polla, me he acercado más—. ¿Qué es eso? —La escalera de Jacob.
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Tiene la voz ronca, como si le costara hablar, pero ahora no me importa. Me interesan más las cosas brillantes y plateadas que sigo mirando con los ojos muy abiertos. —¿Siempre lo has tenido? —No. —¿Lo tuviste, eh, la última vez? —No. Mi mano se estira sola, pero no llegó a tocarla. Sin embargo me acerco mucho y creo que veo que se mueve, su polla. —Entonces, ¿cuándo... —Después de eso. Me acerco un poco más y sé que esta vez se ha sacudido. Una gotita de algo blanco sale también de la cabeza y se desliza por la longitud de su dura vara. Es semen, Tempest. O presemen. Llámalo por su nombre. Sé que estoy asombrada ahora mismo. De lo fascinante que es esto. Lo hermosa que es su polla con brillantes en ella. —¿Por qué? —susurro, y ni siquiera me avergüenzo de que suene reverencial. —Porque sabía que dolería. Mis ojos vuelan entonces hasta los suyos. Y Dios, ha cambiado. Sus rasgos, su cuerpo. Sus ojos. Son negros y sí, los he visto oscurecerse así, pero nunca los vi cargados de lo que sólo puedo llamar tanta lujuria y tanto dolor. Y sus pómulos, más afilados y altos que nunca. Además su pecho sube y baja rápidamente, como si no pudiera tomar suficiente aire. Y está todo sudado. Le caen gotas de sudor por la frente. Veo otra deslizándose por el lateral de su cuello acordonado. —¿Doler? Asiente pero a duras penas, como si eso también fuera duro para él.
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—Después de lo que te hice. Mis ojos se abren aún más. —¿Qué? —El tipo me dio un par de opciones. Y traté de elegir la que pensé que me dolería más. —¿Lo has hecho a propósito? —preguntó con la respiración entrecortada. Como él. Rápido y ruidoso. —Tuve que hacerlo. Recibir palizas en el ring de boxeo no me hacía nada. —¿Te dieron una paliza? —Ahora mi respiración es aún más fuerte que la suya—. ¿A propósito? —Sí. —Otra gota de sudor cae por un lado de su cara—. Unas cuantas veces. —Eso es... —Pero como he dicho, no hicieron nada. Y entonces oí a un par de chicos hablar de ello en el vestuario y pensé, por qué no —luego, encogiéndose de hombros—, dolió durante unos segundos pero... tampoco creo que ayudara. Entonces lo estudio. Sus rasgos severos, sudorosos y sonrojados. Sus ojos oscuros. El cuerpo hecho de losas de músculos tensos, casi vibrantes. Su poder, su fuerza. —Estás loco —susurró. Sus fosas nasales se ensanchan. —Mejor que ser el Idiota que te hizo llorar y no hizo nada al respecto. —sigue— : Aunque fuera lo mínimo. Cierro los ojos. Entonces. —¿Ledger? Frunce ligeramente el ceño. —¿Sí? Abriéndolos, le digo, muy seria y severamente para que sepa que lo digo en serio: —Ahógame con tu polla. Ahora mismo. Me mira fijamente durante un segundo antes de que sus facciones se relajen ligeramente y sus labios se muevan.
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Lo que me parece una completa pérdida de tiempo y lo contrario de ahora. Así que cierro la brecha entre nosotros y lo atacó. Y gracias a Dios, está listo para mí. Gracias a Dios, captura mi boca, la conquista como a mí me gusta. No, en realidad. Gracias a Dios que no se detiene ahí. No se limita a besarme. También se ocupa de otras cosas. Como tirar y tirar de mi vestido rojo, quitármelo del cuerpo y tirarlo en alguna parte, seguido de mi molesto sujetador y mis aún más molestas bragas. Todo mientras sólo rompe el beso unos segundos aquí y allá. Pero eso no es todo. Al igual que domina mi boca con un beso húmedo y caliente, con lengua y dientes, también domina mi cuerpo desnudo. Me aprieta el cabello. Me dobla el cuello. La columna. Me empuja sobre la cama y se frota sobre mí. ¿O soy yo? ¿Soy yo la que me froto contra él? ¿Soy yo la que sube y baja y se pone de lado a lado y frota mis tetas turgentes y mi vientre tembloroso sobre su cuerpo desnudo, mi coño desnudo y húmedo contra su polla? Creo que sí. Soy yo. Yo soy la que está siendo guarra aquí. Puta. Pero no creo que le importe. Dijo que quería que le chupara la polla como una puta. Pero no, espera. ¿No le acabo de pedir que me ahogue con su polla? Esto no se siente como ahogo. Esto se siente como si nos dirigiéramos hacia lo otro. Follar. Con cómo me balanceo bajo él y cómo se acomoda entre mis muslos con su polla justo ahí, apretada contra mi coño húmedo y caliente. Así que voy recordándoselo. Pero para hacer eso, necesitamos romper el beso primero. Lo cual no es tarea fácil porque no me deja. Cada vez que intento apartarme, me da más de su peso. Me da más de su lengua y sus besos se vuelven más duros, más hambrientos. Así que no tengo más remedio que empujarlo, sus hombros. No tengo más remedio que agitarse bajo él, lo que consigue exactamente lo contrario, porque nos une aún más.
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Así que finalmente, tomó medidas drásticas y le muerdo el labio. Sisea y se echa hacia atrás, e intento escapar. A lo que gruñe y me agarra del cuello. —Deja de intentar escapar de mí. Pero no escapó. En vez de decírselo, la gota de sangre en su labio me desvía. —Estás... estás sangrando. —Me cabrea —vuelve a gruñir, con la cara desencajada por la ira. Mis manos en sus hombros van a su cara. —P-pero no quería morder tan fuerte. Yo... Me aprieta el cuello. —¿Lo entiendes? Arqueó el cuello mientras jadeo: —Lo siento. —A la mierda tu perdón y a la mierda esa sangre —gruñe, la gota de sangre rezumando por sus labios—. Sólo dime que no intentarás escapar de mí. Me lamo los labios en lugar de lamer esa gota. —No lo hacía. —Vuelve a gruñir y aprieto mis manos en su mejilla—. Sólo... sólo quería decirte que olvidaste hacer algo. —¿Hacer qué? Me balanceo bajo él, sintiéndome extremadamente tímida y cachonda al mismo tiempo. —Átame a la cama. Se sacude sobre mí, sus músculos se tensan. —¿Qué? —Y hazme chuparte la polla. Me mira fijamente durante unos segundos. Luego. —¿Es eso lo que dije que haría? ¿Hacer que me la chupes? Trago bajo su agarre. —N no. —Entonces, ¿qué dije? —Que me follarías la garganta.
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Sus dedos se flexionan alrededor de mi cuello. —Exactamente. Froto mis muslos contra sus caderas, inquieta. —Así que... —Y por muy ansioso que estés, esta noche no se trata de eso, ¿verdad? —Pero... Otra flexión de sus dedos, su poder sobre mí. —¿Lo es? —No. —¿De qué se trata esta noche? —Joder. Su mandíbula se aprieta, esa gota de sangre baja ahora hasta su barbilla. —No. Esta noche es sobre mí tomando tu pequeña cereza apretada. Me sacudo bajo él, mi coño se frota contra su polla, haciéndolo gruñir de nuevo. —De acuerdo. —Y dejarte con mi semen en tu coño recién reventado. —Ledger... —Dime por qué. Trago de nuevo. —Porque... quiero un bebé. Los suyos se estrechan ligeramente. —Sí. Porque quieres un bebé y soy el que te lo va a meter en tu barriguita. Lo es. Ya lo sé. Pero el caso es que aún no lo sabe todo y debería contárselo. Pero si se lo dijera, podría enfadarse y poner fin a esto. Y a lo largo de los minutos que han pasado desde que decidí que debía decírselo, me he dado cuenta de que... quiero hacerlo. Quiero tener sexo con Ledger. Al menos una vez. Simplemente porque quiero. Sin agendas. Sin segundas intenciones. Nada más que él y yo.
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Y podemos hacerlo esta noche, ¿verdad? Al menos por una noche podemos estar juntos sin el pasado, sin ninguna historia y definitivamente sin el futuro. Así que lo dejé pasar. Por ahora. Asiento. —Sí. —Entonces, ¿quién soy? —¿Qué? —¿Quién demonios soy, Luciérnaga? —insiste. El corazón golpea mi pecho mientras digo: —El tipo que pondrá un bebé en mi barriguita y hará realidad mi sueño. —Lo soy, ¿no? Así que ahora soy yo quien va a llevar las riendas, ¿entiendes? —Empuja mi cabeza contra la almohada un poco más, arqueando mi cuello—. Soy yo quien va a decidir dónde va a ir mi gran polla. Si te ahogo la garganta con ella o si la uso para cremar ese coño. Todo lo que tienes que hacer es quedarte donde te ponga y dejarme follar el agujero que quiera, ¿de acuerdo? —De acuerdo. Aunque me balanceo bajo él, rompiendo mi palabra al segundo siguiente. Entonces entrecierra los ojos y suelto: —Pero, ¿puedo besarte, por favor? Vuelve a apretar la mandíbula como irritado, pero un segundo después me deja hacerlo. Me deja besarlo y lamer su boca. Lamer su mandíbula y esa gota de sangre que tuvo que derramar por mi culpa. Sé que no le importa, sé que quiere hacer daño por lo que me hizo, pero no puedo dejarlo dar otro mordisco de dolor. Ya no. Así que nos besamos, lamemos y tocamos, deslizándonos el uno contra el otro. Hasta que lo siento justo ahí. Justo en mi entrada. Miro hacia abajo y lo veo en posición, con esos clavos plateados brillantes y húmedos de su semen, quizá incluso de mis propios jugos, que me doy cuenta de que
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han manchado mis muslos. Mis muslos están extendidos y doblados por las rodillas. Y ya que están sobre la cama, rodeo su cintura afilada con las piernas y apoyó las manos que agarraban las sábanas en sus bíceps. —Es la hora —susurra. —De acuerdo —susurro. —Iré despacio —añade, frunciendo el ceño, con nuevas gotas de sudor cubriéndole la frente. Subo la mano y quito las gotas, acariciando su piel. —No tienes que hacerlo. Sus párpados se cierran y aprieta la mandíbula. Pero creo que ese apretón es extrañamente una señal de alivio. A mi toque, a mi cuidado. Luego, tragando, dice: —La gente dice que es mejor hacerlo rápido. Como arrancar una tirita. —Hace una mueca de dolor como si supiera lo que se siente, y probablemente lo sepa por haber jugado al fútbol toda su vida—. Pero después de eso. —De acuerdo. —Pero yo... —¿Tú qué? —No me detendré. —Lo sé. —Si duele demasiado. —Todavía con el ceño fruncido y goteando sudor, dice: —No creo que sea capaz. Y aun frotándole el ceño y acariciando su frente, digo: —No pasa nada. Traga. —No, no lo entiendes. Yo... yo no he... —¿No qué? Sus bíceps se tensan. Como por el esfuerzo que le supone mantenerse en pie y despegarse de mí. Pero dado que puede subirme cuatro tramos de escaleras, sé que es algo más. Es algo más. —¿Qué pasa, Ledger? —pregunto, con el corazón apretando en el pecho.
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—Yo no he hecho esto —dice, con las venas erizándose en el cuello. —¿Qué? —En tres años. —¿En tres años? Gruñe en respuesta. Como si eso fuera todo lo que tenía en sí mismo. Para dar en este momento. Pero siento decir que quiero más. Exijo más. —¿Qué quieres decir? —preguntó con urgencia—. ¿Que no has hecho esto en tres años? ¿Que no has tenido sexo en tres años? Su pecho se agita con su respiración y todo lo que consigue decir, sus palabras entrecortadas. —No creí merecer ningún placer —un suspiro sale de él, su polla tambaleándose contra mi coño, goteando presemen—, después de cómo te he seguido tratando. Entonces me estremezco. Mi pecho se agita, mi vientre se ahueca. Mis muslos se tensan a su alrededor. —Hazlo —digo. No son las palabras más bonitas y arregladas. Especialmente después de lo que me dijo. Después de lo que acaba de revelar. La alucinante respuesta a todas las preguntas que he tenido sobre si ha estado o no con otras chicas. Cuando corría detrás de él. Y honestamente todo eso parece tan trivial ahora. Tan mezquino y pequeño. Frente a esto. A él. Flotando sobre mí, apenas capaz de aguantar, temblando de necesidad. Moviendo las caderas bajo él, frotando mi coño contra su polla. —Métela. Es por mí, ¿verdad?, por lo que has esperado. Es por mí por lo que te has hecho daño. Y sé que no pudo ser fácil. No el dolor, sino también la espera. Especialmente desde que me lancé sobre ti en aquel entonces. Cómo me ponía todos esos vestidos ajustados sin ningún cuidado, sin pensar en ti. Alardeaba de mis tetas, de mi culo, poniéndote furioso y cachondo. Y hoy me vestí de rojo y te torturé todo el
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camino hasta aquí. Porque no sólo provoca al toro, ¿verdad? Te provoca a ti también. Así que hazlo. Fóllame. Ahora. Sus fosas nasales se ensanchan. Su mandíbula se aprieta. Y con un gruñido y un poderoso empujón de sus caderas, lo hace. Se abre camino. Fuerza y desgarra y se aloja dentro de mí. Y gritó, echando la cabeza hacia atrás, con el cuerpo como si me hubieran prendido fuego. Sé que yo también sangro. No cabe duda. Puedo sentirlo. Puedo sentir su polla, gruesa y dura, tachonada de barras, perforando mi carne suave, resbaladiza y apretada, magullando. Y, de algún modo, liberándola en el mismo suspiro. Haciéndome brotar sangre y semen al mismo tiempo. Porque nunca ha habido nada más doloroso y más hermoso que esto. Que su invasión forzada. Es extraño que el dolor y la belleza vayan de la mano, pero quizá no sea así. Nunca se hace nada bello sin pasar antes por algo de dolor, ¿verdad? Ya sea la creación de una estrella o de un diamante. Ya sea el nacimiento de una nueva vida o la muerte de la inocencia de una niña. Así que estoy feliz. Estoy feliz de que duela y Dios, duele tanto que sé que lo que sea que estemos haciendo va a ser la cosa más hermosa de todas. Pero no parece creerlo. Porque hay agonía en su rostro. Agonía en cada centímetro de su cuerpo. Sus respiraciones se entrecortan. Sus brazos tiemblan. Y sus ojos están frenéticos. Sus ojos están agitados y llenos de pánico y está canturreando: —Joder, joder, joder. Lo siento, lo siento. Lo siento mucho. Lo siento mucho, nena. Yo... Mi polla... Mi... Joder, joder, joder... Habría seguido si no hubiera levantado la cabeza y arrancado las palabras de un beso. Entonces, contra su boca entreabierta, susurro: —No lo sientas.
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Sus manos temblorosas me enmarcan la cara, secándome las lágrimas que ni siquiera sabía que estaba derramando. —Duele, ¿verdad? Mi vientre se aprieta mientras una nueva oleada de dolor me inunda. Pero lo único que digo es: —Si, pero es precioso. Me presiona las mejillas con los dedos. —Es jodidamente feo. Yo lo hice feo. Yo... —Es la cosa más bonita que existe. Me mira fijamente durante unos instantes antes de negar. —Me retiro. —No, no lo hagas. No... Jadeo cuando intenta deslizarse hacia fuera y el dolor se intensifica de nuevo, haciendo que mi cuerpo se contraiga mientras se derrama una nueva tanda de lágrimas. Lo que le hace apretar los dientes de rabia. Pero puedo ver que también hay placer. Porque supongo que se siente bien. La estrechez de mi coño. Las paredes resbaladizas. Pero lo ignora todo para cuidar de mí. Para lamerme las lágrimas y susurrarme disculpas por toda la piel. Cerrando los ojos, gimo, sintiendo su polla palpitar dentro de mí: —Dijiste que no pararías. Su pecho se agita. —Porque soy un Idiota. No sabía de lo que estaba hablando. —Lo hiciste. Sí quieres. No quiero que te vayas —susurró, agarrando su cabello. —Supongo que no puedo de todos modos —dice entre besos—. Estás jodidamente pegada a mi polla. Lo estoy. Atascada e inmovilizada. Atrapada
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Y aunque siento que me llega otra oleada de dolor, no puedo evitar sonreír entre lágrimas. —Es porque soy una Luciérnaga. Levanta la vista, sus ojos atormentados brillan de posesión, su polla palpita aún más fuerte dentro de mí. —Sí, lo eres. —Tu luciérnaga enamorada. —Mi luciérnaga enamorada. —Y tú eres mi Bella Espina. —Lo soy. —Entonces —ajusto la parte inferior del cuerpo, tratando de aliviar el dolor—, haz que quede bien. Su mano baja inmediatamente a mis caderas para detenerme. —Lo haré. —¿Lo prometes? —Prometido. Se agacha para besarme y se dispone a hacerlo. Se pone a hacerlo encajar, a hacernos encajar. La Bella Espina y su Luciérnaga. Lo que a primera vista puede parecer imposible, antinatural, que encajemos. Pero no lo es. No cuando me besa con su boca húmeda, hambrienta y caliente. No cuando ese beso casi me hace olvidar que tengo una polla gigante dentro de mi ser, estirándolo, presionando mi pelvis y haciéndola arder. Y cuando me toca, mi clítoris, con sus dedos mágicos, mi casi olvido se vuelve completo. Es como si me succionara el dolor. Succionando el veneno no sólo con la boca, sino también escurriéndolo con sus dedos expertos. Y poco a poco voy delirando. Me pongo eufórica. Apenas soy consciente.
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De lo que estoy haciendo, de las cosas que me rodean. Todo lo que sé es que estoy saboreando canela en mi lengua. También respiro canela. También rasco con las uñas algo liso y largo, musculoso y arqueado, tal vez su espalda o sus oblicuos. Mis talones recorren algo áspero, probablemente el dorso de sus muslos cubiertos de vello. Pero sobre todo, soy consciente de esta necesidad. Esta intensa y potente necesidad de moverse. Para retorcerme debajo de él. Creo que esta necesidad ha sustituido a mi dolor. En realidad, no sólo lo ha reemplazado, sino que se ha hecho más grande de lo que era el dolor. Mucho más grande e incesante y urgente. Así es. Me muevo y joder, creo que veo estrellas. Así que me muevo de nuevo y ahí está otra vez: un destello de estrellas y luz brillante. Supongo que entonces tenía razón. Su polla es mágica. Está fuera de este mundo. Y Dios, la fricción. También hay una fricción ahí abajo que no había sentido antes. Eso me hace gemir en su boca, y me pregunto si son esos sementales. Esos hermosos sementales que tiene que castigarse por lastimarme. Que ahora me están dando esta experiencia de otro mundo. Este inmenso placer. Incluso placer poético. Su dolor convirtiéndose en mi placer. Y Dios mío, quiero más. mí.
Quiero más de su poesía. Quiero más de su arte, de la belleza que creó para
Así que sigo moviéndome. Sigo ondulando y retorciéndome. Y también es tan fácil. Tan fácil moverse bajo él. Sin esfuerzo. Es casi como si nos deslizáramos el uno contra el otro. Deslizándonos y resbalando.
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Como si estuviéramos en un sueño. Y en este sueño, no sólo ha hecho que su polla quepa en mi coño, sino que también ha hecho que nuestros cuerpos encajen. Sus caderas encajando en la unión de mis muslos, su pelvis chocando contra la mía. Mis pechos pesados y mis pezones apretados se deslizan justo debajo de sus pectorales arqueados. Mis muslos acomodándose en el hueco de su cintura afilada y mis talones clavándose en su culo musculoso y flexible. Y antes de darme cuenta, algo empieza a acumularse en mi vientre. Especialmente donde está mi ombligo. Algo apretado e hinchado. Algo que puede llamarse un orgasmo. Sólo que éste no es suave como los orgasmos que me he dado en el pasado. O corriente. Esto es otra cosa. Una tormenta. Un huracán. Un destello brillante de estrellas fugaces. En ese momento, abro los ojos y vuelvo al mundo, y me doy cuenta de que nada de lo que está pasando es un sueño. Encajamos. Es fácil moverse contra él. Es fácil retroceder ante sus incesantes caricias. Y Dios santo, su polla está llegando a lugares dentro de mí que mis pequeños dedos nunca alcanzaron. Mi vibrador nunca lo hizo, incluso, y este es sin duda el trabajo de sus pircings. Por supuesto. Por no mencionar que ahora ha dejado de besarme. En vez de eso, me está observando. Y lo está haciendo con una ferocidad que coincide con esta cosa que se arremolina en mi vientre. Esta cosa que da miedo. Tanto que me agarro a él con más fuerza. Sobre todo cuando sus embestidas se vuelven igual de feroces y el miedo se multiplica por diez. —L-Ledger... —Jadeo, con los ojos muy abiertos—. Creo que… Una gota de sudor de su trabajado cuerpo cae entre mis pechos. —Hazlo.
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Sacudo la cabeza frenéticamente. —No... no puedo. —Córrete en mi polla, Luciérnaga. ¿Correrme? No puedo correrme. Nunca me he corrido antes. Sigo negando. —Tengo miedo. Tengo... Sin dejar de embestir, se acerca aún más y susurra contra mis labios entreabiertos: —Estoy aquí. —Yo... —Te mantendré a salvo. Entonces es cuando lo hago. Me corro en su polla. No, chorreo. Porque dijo que me mantendría a salvo. Estalló fuera de mí cuando esa presión en mi vientre se libera. Y es brutal. Violento. Es como un exorcismo que me hace echar la cabeza hacia atrás y gritar hacia el techo, hacia el cielo. También me hace arquear la espalda. Además creo que me tiemblan las piernas. Mi vientre se aprieta como un tambor, pero aun así no puedo evitar que mi pelvis se balancee y empuje y Dios, que me corra. No puedo dejar correrme. O aferrándome a sus hombros, agarrándolos y arañándolos. Y se aferra a mí de nuevo. Me mantiene a raya con una mano en la cadera y la otra alrededor del cuello. Segura. Estoy tan segura así. Bajo su dominio. Sus implacables embestidas. Es la experiencia más feroz de mi vida. La experiencia más atronadora. Y no me extraña que sea él quien me lo dé. El propio trueno. Mi espina.
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Que en el segundo siguiente, viene también. Con embestidas duras pero erráticas y la cabeza hacia atrás, se correo mi interior. Su polla palpita y palpita dentro de mi canal resbaladizo e hinchado. Mientras me llena con su semen. Me llena y me llena con su semen vivificante. Me llena hasta el punto de que siento que me desborda, me embadurna los muslos, las sábanas. Y cierro los ojos y rezo. Rezo para que, a pesar de todo, eche raíces. Se ilumine dentro de mí y me dé un pedazo de él. Del tipo hecho de espinas y truenos. Del tipo que solía amar. Es lo más egoísta que he hecho, que he deseado, pero no puedo evitarlo. No puedo evitar que cuando baja de su subidón, le devuelva el beso con todo lo que soy. Y cuando termina de besarme y baja por mi cuerpo para sorber los jugos salpicados, no puedo evitar gemir y dejárselo hacer. No puedo evitar dejar que me chupe las tetas y mi suave vientre. No puedo evitar pensar que quizá esté haciendo algo más que eso. Está chupando mis jugos, bebiéndoselos de mi ombligo, pero también está imaginando y rezando por cosas como yo. Para que su semilla eche raíces en mi vientre y le dé un pedacito de mí.
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CAPÍTULO VEINTIUNO Su Hermoso Thorn
E
stá durmiendo. Completamente muerta para el mundo. Supongo que la cansé.
Tanto por la forma animal en que me la follé como por el baño que le preparé.
Para aliviar sus dolores y molestias. No voy a mentir, siempre he estado orgulloso de mi polla, de su tamaño y de su grosor. Y lo digo de una manera muy vanidosa e inmadura. De una forma en la que te pavoneas por el vestuario pareciendo engreído porque eres un Idiota arrogante. Y cuando me hice el piercing, en algún lugar de mi mente tenía la hipotética idea de darle placer a costa de mi dolor. Y sí, también me sentí orgulloso por ello. Orgulloso de poder soportar el dolor, aunque resultó ser muy poco, y de que si alguna vez tenía la oportunidad, si alguna vez tenía la suerte suficiente, de acercarme a su dulce coño, la haría alucinar. Aunque creo que ella me voló la cabeza. Con lo estrecha que era. Con lo pequeña y suave. Como el terciopelo. Y aunque hubiera imaginado su estrechez por no haber sido tocada, nunca jamás hubiera imaginado que sería una eyaculadora. Gimo y me paso una mano por la cara, sin dejar de mirarla dormir. Necesito eso otra vez. Tengo que volver a tenerlo. Su venida se incontrolablemente.
derramó
sobre
mí,
su
Sus gritos me llenan la cabeza, me dan paz. Y eso es lo que me convierte en Idiota, ¿no?
cuerpo
tenso
y
temblando
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Porque mira lo que estoy haciendo ahora mismo. Duerme boca arriba, con el cabello recién secado esparcido por la almohada y las pestañas proyectando sombras sobre sus pálidas mejillas. No la dejé ponerse ropa después del baño y estaba tan ida que no discutió. Así que hay una manta cubriendo su cuerpo de mis ojos, lo que no me gusta mucho pero está bien. Parece muy confiada ahora mismo, con los dedos ligeramente enroscados, una mano junto a su mejilla y la otra sobre su vientre apretado pero suave. No debería hacer esto. No debería quitarle la mano de la mejilla y levantarle el brazo. No debería hacer un lazo con la cuerda que traje alrededor de su muñeca y la tablilla como le dije que quería hacer. Definitivamente no debería hacer lo mismo con su otro brazo. Pensarlo hipotéticamente y hacerlo son dos cosas distintas. Cuando sus brazos están sujetos por el nudo, que no está demasiado apretado para clavarse en sus muñecas mientras duerme y tiene suficiente holgura para que pueda mover los brazos sin soltarse, me enderezo y me alejo de ella. La observo durante unos segundos porque no puedo apartar los ojos de ella. En mi cama. Atada y desnuda. ¿Cuántas veces lo he imaginado a lo largo de los años? Un millón de veces probablemente. Pero esto no es para eso. No la estoy atando para mí. No lo hago por alguna fantasía enfermiza. Donde la tengo encerrada en el dormitorio, atada y desnuda, y la lleno de mi semen cuando quiero. Donde la miro y la cuido mientras crece hinchada con mi bebé. Y cuando expulsa a un bebé, le meto otro en la barriga. Y sigo haciéndolo y haciéndolo hasta que envejecemos juntos. Jesús. No pienses en eso. No pienses en eso ahora, maldito enfermo. Hago esto porque me está mintiendo. Me está ocultando algo. Estoy haciendo esto para forzar la verdad fuera de ella. Para asustarla un poco. Para intimidarla y que me diga qué demonios está pasando realmente. Y porque siento que va a salir corriendo. Tal vez estoy siendo paranoico, pero necesito saber, y hasta ahora ella no ha ofrecido la información por su cuenta.
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Así que esto es una solución rápida. No voy a secuestrarla ni a mantenerla aquí como prisionera. No hay forma de retenerla, punto. Ella no es mía para quedármela. Nunca lo fue. Nunca lo será. Así que sí. Me meto en la cama con ella, desnudo y duro. Por supuesto, no voy a hacer nada, no después de la paliza que le he dado en el coño hace solo una hora. Solo quiero abrazarla y dormir. Sólo quiero poner mi mano en su vientre, acomodarla donde está su ombligo. Su vientre. Y cuando lo hago, cierro los ojos y espero. Espero que aunque no pueda haber nada entre nosotros, quiera esto. Quiero un bebé. Quiero dejar un pedacito de mí dentro de ella. Para que yo pueda tener un pedacito de ella. Para cuidar y apreciar para siempre.
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CAPÍTULO VEINTIDÓS
L
o primero que veo al despertarme es la extensión de su pecho. Subiendo y bajando suavemente con su respiración. Todo carne lisa y ondulada.
Carne dormida.
Creo que tiene un aspecto más oscuro a primera hora de la mañana, todo sonrojado por el calor y el sueño. También pienso en que no puedo creer la forma en que me quedé dormida anoche, que ni siquiera me di cuenta de que estaba durmiendo a mi lado. Ni siquiera me di cuenta hasta ahora de que su pesado brazo me rodea la cintura y nuestras cabezas están tan juntas que compartimos una almohada, yo de espaldas y él girado hacia mí. Su mitad inferior está cubierta con la manta, la misma que tengo puesta yo. Pero puedo ver un ligero atisbo de su feliz estela, esa V jodidamente increíble y, Dios mío, el apretado globo de su trasero. ¿Sabes cuando el trasero de un chico es tan musculoso y estrecho que se hunde a los lados? Sí, creo que definitivamente tiene eso. Y me hace tragar saliva y mover los muslos inquietamente uno contra otro. Lo que a su vez hace que el dolor entre mis piernas se acentúe y haga una mueca de dolor. —¿Todavía te duele? La pregunta se formula con voz profundamente ronca y mis ojos vuelan hacia arriba para descubrir que los suyos están abiertos y despejados. Lo que significa que ha estado despierto por un tiempo. —Te despertaste —susurro, fijándome en sus facciones. Aunque parece que lleva despierto un buen rato, sus facciones siguen relajadas y sonrojadas por el sueño. Tiene el cabello revuelto, más revuelto que de costumbre, con ondas que le caen sobre la frente con desenfreno. Su boca está más suave que nunca. Dios, es hermoso.
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—Gracias por el baño de anoche —susurro tímidamente, mirando hacia su garganta—. Estaba tan completamente fuera de mí que no llegué a... —Dime cuánto. Levanto entonces los ojos y noto que un ceño fruncido estropea sus facciones relajadas. —No es... —Dime cuánto te duele. Sé que no le va a gustar esa respuesta. Pero también sé que no va a soltar la suya, así que le respondo, bajando de nuevo a su garganta: —Un poco. Su brazo sobre mí me aprieta la cintura en una orden silenciosa para que levante la vista. —¿Cuánto es un poco? Levanto la vista, pero no es fácil. —No mucho. Su mandíbula se aprieta. —Tempest. Ahora frunzo el ceño. —Oye, nunca me llamas por mi nombre. —¿Qué? —Siempre me llamas Luciérnaga —le digo. —¿Y? Sigo frunciendo el ceño. —Si me llamas Tempest así, en voz baja y gruñona. ¿Es tu forma de decirme que tengo problemas? Su brazo vuelve a apretar mi cintura. —Es mi forma de decirte que respondas a la maldita pregunta. —Creo que no aprecio tu tono, Ledger —digo, sólo para ser difícil. —Me importa un carajo. —Deberías si voy a ser...
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Se me corta la respiración ante lo que iba a decir. La madre de tu hijo. Iba a decir eso. Y no tengo derecho a hacerlo, ¿verdad? Quiero decir que todavía no le he dicho la verdad. Y tuve tantas oportunidades anoche para desahogarme. Pero elegí guardar silencio. Todo porque quería tener sexo con él. Todo porque sabía que si se lo decía, iba a ponerle fin y muy posiblemente me odiaría para siempre. Y a pesar de todo eso, anoche recé por un bebé. de él.
Recé para que su semilla echara raíces y para que yo pudiera tener una parte Dios, soy tan egoísta. Mueve su brazo de alrededor de mi cintura y lo desliza hasta mi estómago.
Me apoya la palma de la mano en el bajo vientre y extiende los dedos, presionándome la pelvis con el talón, haciendo que me arquee. Luego, se levanta sobre el codo para inclinarse sobre mí y convertirse en toda mi visión: —Y deberías decirme la verdad si voy a ser el padre de tu bebé. —Me estremezco, pero él sigue: —Lo que va a ocurrir, Tempest, ¿verdad? Voy a poner un bebé en tu vientre. —Clava su mano aún más profundamente en mi suave carne y mi columna se arquea aún más—. Aquí mismo. En este lugar. Aquí es donde está tu vientre, ¿no? —L…Ledger, yo... Sin aflojar la presión, me frota la pelvis y, Dios mío, ¿por qué se me hincha todo ahí abajo? ¿Por qué me hace mover las caderas y apretar los muslos? —Ahora sabes lo grande que es mi polla, ¿verdad? De verdad. Sabes que si me lo propongo, si realmente me esfuerzo, puedo tenerla así de alta. Puedo meterla así de profundo, justo en tu útero. Y puedo llenarlo. Puedo llenarlo con tanto semen, Tempest, que no podrás aguantarlo. Como anoche, saldré de ti como un río, manchando tus muslos, encharcando las sábanas. Pero no importará, ¿verdad? Porque lo que se escape, lo volveré a meter. Así que todavía puedo dejarte llena de mí. Llena de mi polla, de mi semen, de mi jodido bebé. Así que será mejor que me digas la verdad. Sus palabras me hacen ondular.
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Mecer las caderas arriba y abajo, girarlas de un lado a otro, aunque me sienta adolorida. Mi excitación por él es mayor que cualquier pequeña molestia de anoche. Mi excitación parece incluso mayor que el problema que tengo entre manos. La verdad. Sé que no me está preguntando por la gran verdad que le oculto, no puede, ¿verdad? pero lo parece. Pero en lugar de mostrarme inteligente y valiente, como me dijo anoche que era, susurro: —Me... duele. Ahí abajo. No es tan malo como anoche, pero lo siento. Cuando me muevo demasiado. Me observa durante unos segundos, con algo ilegible en el rostro. Imposible de leer pero dura que le hace exhalar bruscamente. También hace que su mandíbula sea firme y casi de piedra. Luego, me hace un gesto brusco con la cabeza. —Entonces no te vas a mover. Con eso, se levanta de la cama. Todo desnudo. Su trasero firme y musculoso con esas curvas a los lados, sí, las tiene en plena exhibición. Además de su espalda y omóplatos. Están ondulando, moviéndose, crispándose y todo lo que está haciendo es caminar hacia el baño. Sigo acostada y simplemente levanto un poco la cabeza para intentar verlo mientras le pregunto: —¿Qué haces? La puerta del baño está parcialmente abierta pero no puedo verlo. Pero sí lo escucho. El sonido de su orina, y tengo que apretar mis muslos otra vez. Porque me golpea lo íntimo que es esto: él meando con la puerta entreabierta. Tan íntimo que creo que ni siquiera los novios lo hacen. Al menos no al principio de una relación. Creo que esto está reservado a los matrimonios, o a las parejas que llevan años y años juntos. El hecho de que lo haga ahora, sin ningún pudor, me llena de algo muy parecido a la alegría. También la lujuria.
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Lo cual no es bueno porque necesito concentrarme. Y decírselo. Entonces oigo la cisterna y se abre el grifo. Luego me dice: —Comerás. Tomarás medicinas y luego volverás a dormir. Frunzo el ceño. —¿Por qué? No contesta durante un par de minutos. Probablemente porque se está lavando los dientes, refrescándose o lo que sea. De nuevo, algo tan normal e íntimo. Algo que me hace moverme inquieta bajo las sábanas a pesar del dolor. Luego, apareciendo en la puerta, declara: —Porque necesitas descansar. —Oh. Eso sale entrecortado y totalmente sin pensar. Porque sigue desnudo. Y porque estoy ocupada mirando su frente. Pero no su pecho ni sus brazos. Quiero decir, son hermosos y todo, pero los he visto un montón de veces. Estoy más centrada en su polla. Mierda A la luz del día, me parece aún más intimidante. Parece un tronco de árbol, tan pesado, rubicundo y venoso. No me extraña que me duela tanto. Incluso medio duro y apoyado contra su muslo, parece muy grande y poderoso. Además, esos pernos en forma de escalera. Lo hacen más robusto pero hermoso. —Deja de mirarlo, carajo —suelta, aún de pie en el umbral. Mis ojos saltan para mirarle a la cara. —Es muy grande. Sus ojos se entrecierran. —Si no dejas de mirar, se hará más grande. —Como, enorme. Suspira y se adentra en la habitación. Giro la cabeza sobre la almohada para ver cómo se acerca a la cómoda y abre un cajón. —¿Siempre ha sido así? —le pregunto con curiosidad mientras recoge un pantalón de chándal gris. Cuando empieza a ponérselos en silencio, continúo—: Me
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refiero a si naciste así, con una polla más grande que la media. —Termina de ponerse los pantalones pero aún no ha dicho ni una palabra. Mientras cierra el cajón, le pregunto: —¿Pesa mucho? ¿Se mueve cuando caminas? ¿Puedes sujetarlo con una mano? ¿Necesitas las dos manos para sujetarlo? Se gira para mirarme. —No, pero tú sí. —¿Que haría qué? —Necesitas tus dos manos de bebé para sostenerlo. Ignoro su comentario condescendiente y le pregunto: —¿Hacen condones de tu talla? —No tenemos que preocuparnos por los condones ahora, ¿verdad? —¿Crees que si lo hicieran, lo llamarían cuádruple X o algo así? A efectos de medición, claro. —¿Qué tal si lo averiguamos metiéndotelo en la boca y midiéndolo con tu reflejo nauseoso? —Por eso siempre presumes de tu polla, ¿no? —Si te sigue doliendo cada vez que te la meto en el coño, entonces no creo que tenga nada de lo que presumir. Tragando saliva, me muerdo el labio. —Es que nunca había visto una polla tan grande. —Nunca has visto otra polla que no sea la mía, y punto. —Ni siquiera en el porno. —A la mierda el porno. No necesitas porno ahora que me tienes a mí. —¿Crees que todos los chicos... —No se te permite pensar en otros chicos. Me da un vuelco el estómago. —¿Y las chicas? Ellas... —No tengo interés en pensar en otras chicas. Mi estómago se agita con más fuerza. —¿Hablabas en serio? —¿Sobre qué?
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—Que no te habías acostado con nadie en tres años. Su mandíbula hace tic. —¿Qué te parece? —No puedo creer que hicieras eso. Su mandíbula hace tic de nuevo. —Nadie hace eso. —Yo lo hago —dice entonces. —Ni siquiera ocurre en los libros románticos. —Entonces quizá deberías leer libros diferentes. Abro la boca para decir algo. Pero parece que se me han quedado las palabras en la punta de la lengua. Y hay dos razones para ello. Uno, me doy cuenta de que estoy desnuda. Algo de lo que debería haberme dado cuenta mucho antes, pero supongo que llevaba gafas del color de la lujuria. Y la razón por la que me doy cuenta ahora es porque hago mi primer intento de incorporarme desde que me desperté, haciendo que mi acogedora mantita se deslice por mi cuerpo. Y cuando voy a recogerla, me encuentro con la segunda razón. Eso es que no puedo. Recogerla quiero decir. O al menos no tan fácilmente como me hubiera gustado. Porque mi brazo está atascado. Mis dos brazos están atascados. Y aunque se mueve lo suficiente como para que consiga resolver mi apuro con la manta, mi principal problema sigue siendo: tengo los dos brazos pegados a la cama. No, están atados a la cama. Con una cuerda. Atada alrededor de mis muñecas y esos listones de madera de los que hablábamos anoche. Los miro fijamente durante un par de segundos. Intento comprender lo que veo. Tratando de determinar si esto es real o no. Pero incluso después de intentar entenderlo, no lo entiendo. No tengo ni idea de por qué veo lo que veo.
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Entonces le miro confundida. —¿Qué... qué es esto? Él, en cambio, parece tranquilo. Parece completamente indiferente, lo contrario de confuso. Incluso llega a apoyar las caderas en la cómoda, cruzando los brazos sobre su musculoso pecho mientras responde: —Una cuerda. El hecho de que sea tan indiferente ante todo me está confundiendo aún más. Y me asusta. Entonces, retorciéndome las muñecas atadas que sólo puedo llevar ligeramente hacia delante, pregunto: —¿Por qué está atada a mis muñecas? —No deberías hacer eso —dice. —¿No debería hacer qué? Mueve la mandíbula ligeramente afeitada y me señala la muñeca. —Retorcer las muñecas así. El nudo está lo bastante flojo como para no dejar marcas, pero no deberías tentar a la suerte. Bien. De acuerdo, me está dando consejos sobre la cuerda. Me da aún más miedo. Porque no creo... Oh, Dios, déjame respirar un segundo. No creo que se trate de un accidente, una broma o algo hecho sin propósito. —Mi suerte —murmuro, con el pavor oprimiéndome el corazón. —Sí. —¿Puedes explicarme, sin embargo, cómo tenté a mi suerte de todos modos para terminar atada a tu cama? Algo amenazador destella en sus ojos. —Terminaste atada a mi cama porque no quiero que vayas a ninguna parte. —¿Y adónde crees que voy a ir que tuviste que atarme? —Eso es lo que pretendo averiguar. De acuerdo.
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Bien, relájate. Seguro que hay una buena explicación para esto. Aunque hasta ahora no me ha dado ninguna. Pero está bien. No pasa nada. Mantén la calma, me digo. Luego, agarrando con fuerza la sábana bajo mis brazos. —Ledger, ¿qué demonios está pasando? No hay que mencionar que eso no se escuchó muy tranquilo. Pero realmente no me importa. Necesito que me dé una respuesta directa o voy a perder la cabeza. —Apesta, ¿verdad? —murmura entonces, con voz suave—. No saber. —¿De qué estás hablando? Su mandíbula se aprieta, sus bíceps se flexionan. —Estoy hablando de la verdad. —¿Qué? —Que todavía no me has dado. Me estremezco. Entonces me desinflo. Como si con sus palabras hubiera reventado un globo dentro de mí y toda mi rabia se esfumara. Lo único que queda es culpa. Lo que creo que es fácil para él notar en mi cara. Porque dice. —No lo has hecho, ¿verdad? Trago saliva y sacudo la cabeza. —No. Mueve la mandíbula de un lado a otro, observándome y mirándome. Luego: —Entonces, oigámoslo. Así que esto es todo. Ha llegado el momento de decirle la verdad, y me doy cuenta de que la culpa no es lo único que hay dentro de mí.
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También hay tristeza. Abyecta miseria. Un pozo profundo y oscuro. Porque una vez que se lo diga, esto habrá terminado. Esta cosa entre nosotros. Porque me va a odiar, ¿no? Soy la chica que iba a usarlo. Iba a dejarlo en ridículo y a abandonarlo cuando terminara mi propósito. Y aunque ya había decidido no hacerlo, debería habérselo dicho antes de acostarnos. Me volví egoísta y codiciosa y Dios, merezco su ira y odio y cualquier otra cosa que elija darme. Con el corazón retorciéndose en mi pecho, empiezo: —Bueno, ya sabes que quiero un bebé. Sabes que quiero seguir adelante y vivir mi vida. Libre de ti, quiero decir. Libre del desamor y la tristeza y.... y todo eso. Pero yo... no iba a decirte si me quedaba embarazada y nada. No iba a decirte que hay un bebé. Nunca. Un silencio sepulcral se une a mi confesión. Que no es lo que esperaba en absoluto. No sé qué esperaba exactamente, pero que me mirara con expresión inexpresiva no era. Es como si no me hubiera oído. O tal vez sí, pero no captó realmente el significado de lo que le estoy diciendo. Así que sigo insistiendo: —Iba a mentirte. En cuanto supiera que estaba embarazada, iba a romper nuestra relación y marcharme. Y nunca jamás te iba a decir que habíamos hecho un bebé juntos. Iba a desaparecer por un tiempo y volver cuando tuviera al bebé. E iba a... —me estoy encogiendo, jodidamente encogida, por dentro—, hacerlo pasar por el de otro hombre. Sí, eso era exactamente lo que iba a hacer. Y cuando volviera, habría vuelto casada y diciéndole a todo el mundo que el bebé era de mi nuevo marido, Ezra. Aunque esa no es mi preocupación inmediata ahora mismo. Mis estúpidos e ingenuos planes de venganza.
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Estoy más preocupado por el hecho de que todavía no ha mostrado ninguna reacción. Todavía no se ha movido o crispado o flexionado un solo músculo de su cuerpo. —Y quería hacerlo, quería mentirte y usarte y dejarte, porque quería vengarme. Quería darte una lección. Quería que supieras lo que se siente cuando alguien te engaña y te utiliza para sus propios fines. Supongo que pensé que si te hacía lo que tú me hiciste a mí, por fin tendría un final. Finalmente dejaría de sentirme tan tonta y estúpida por la forma en que corrí tras de ti. Finalmente... seguiría adelante. «Pero entonces me di cuenta de algo. En realidad, tú me hiciste darme cuenta. Anoche. Me hiciste darme cuenta de que no tengo nada de lo que avergonzarme. No tengo nada por lo que sentirme estúpida. Porque todo lo que hice fue escuchar a mi corazón. Todo lo que hice fue ir tras algo, alguien que amaba. Y fui valiente al hacerlo. Fui valiente al exponerme, al ir tras lo que quería, al amarte hasta el punto de la temeridad. Y la valentía requiere eso, ¿no? Imprudencia e irreflexión. Si siempre hiciéramos caso a nuestro instinto de supervivencia, nadie escalaría una montaña ni se zambulliría en un océano. Si siempre nos protegiéramos, nunca nos aventuraríamos a lo desconocido. Nadie cambiaría nunca el mundo, ni el propio ni el ajeno. Nadie crearía nunca algo, inventaría algo, descubriría algo. Nadie se enamoraría nunca. Y creo que no quiero vivir en un mundo así. Un mundo sin los románticos y los soñadores, los poetas, los contadores de historias. De todos modos, necesitaba eso. Necesitaba oír eso. Eso es lo que necesitaba. Para poder seguir adelante. Para tener un cierre. Para... recuperar mi vida, y tú hiciste eso por mí, Ledger. Tú... Suspiro, me escuecen los ojos. «Solía pensar que lo que hiciste era imperdonable. Que era lo más horrible que nadie me había hecho nunca. Y puede que sea cierto, pero también creo que no eres el único. Al exteriorizar mí ira. Yo soy igual. Y he estado enfadada durante mucho tiempo, ya ves. He estado enojada y amargada y simplemente miserable. Durante mucho tiempo. Y ya no quiero estar enfadada. No quiero odiarte más. Me cansé de odiarte. He terminado de mirar atrás. Se acabó. «Supongo que te puse en un pedestal. En aquel entonces. Pensaba que eras el tipo perfecto y que no podías equivocarte, pero eso no es justo para ti. Eres humano. Cometes errores como el resto de nosotros. Y por eso te perdono. Por lo que hayas hecho. Por cómo me trataste. No sólo esa noche, sino antes también. Te perdono por todo, Ledger. Hasta que no lo dije todo en voz alta, no me había dado cuenta de lo cierto que era cada palabra.
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Lo puse en un pedestal. Esperaba demasiado de él. Esperaba que dejara sus problemas de toda la vida por mí, su ira, su ego. Su rivalidad con mi hermano. Esperaba que me eligiera a mí antes que a su sueño eterno del fútbol. Y aunque la ira nunca es buena y la venganza y la rivalidad al final sólo te hacen daño, no tenía derecho a esperar que cambiara todo eso por mí. Si alguna vez quiere cambiar, tiene que hacerlo por sí mismo. Para nadie más. Así que supongo que es hora de dejar el pasado a un lado. Es hora de madurar y aceptar que entonces yo era demasiado joven para él y él estaba demasiado enfadado para mí. Y que es mejor que nunca hayamos estado juntos. Algunas historias no están hechas para ser historias de amor. Y nuestra historia es una de ellas. Pero nuestra historia tampoco tiene por qué ser una historia de odio. Aunque puede que ya no esté en mis manos. Después de lo que acabo de decirle, es imposible que no me odie o no esté enfadado conmigo. Aunque no sé qué estará pensando ahora. No sé qué le pasa por la cabeza. —De todos modos no se trata de eso. No se trata del pasado. Al menos ya no. Sé que debería haberte contado todo esto, anoche. Antes de acostarnos, e iba a hacerlo pero... Pero me asusté. Y egoístamente. Quería tener una noche contigo. Donde sólo estuviéramos tú y yo y nada más. Pero supongo que me equivoqué. Porque sí tuvimos algo más en medio y yo lo puse ahí: mi mentira. Y todo lo que puedo decir es que... —Hago una pausa para inspirar temblorosamente—. Lo siento. Lo siento muchísimo, Ledger. Sé que no es suficiente y no espero que aceptes mis disculpas. Cuando yo no acepté las tuyas. Pero desearía no haber hecho lo que hice o lo que planeaba hacer. Supongo que me dejé llevar demasiado por la venganza y el odio y lo tergiversé todo en mi cabeza. No es una excusa, pero es todo lo que tengo. Creo que sería mejor si me fuera. No debería haber venido aquí en primer lugar. No debí... —No. —¿Qué? Por fin veo un movimiento en él: sus pies se mueven y su columna se endereza aún más. Apenas es nada, pero me alegro de que esté ahí. Me alegro de que responda.
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Por alguna razón es mejor que su silencio absoluto hasta ahora. —No irás a ninguna parte. Parpadeo. —Pero... Pero acabo de decirte que... —Sé lo que me dijiste —me corta—. Eso sigue sin cambiar el hecho de que no vas a ninguna parte. —Yo no... —Que quisieras castigarme no significa que no debas conseguir lo que quieres —afirma, su voz suena decidida—. Lo que siempre has querido. Todo lo que puedo hacer es respirar en este momento. Respirar y parpadear. Porque no... definitivamente no me lo esperaba. Me mira fijamente durante unos segundos, como si recogiera sus pensamientos, antes de decir: —No te culpo por querer vengarte. Yo me vengué. La venganza es lo único que conseguí y te admiro por querer eso. Te admiro muchísimo por querer ponerme en mi sitio. Así que no, no vas a ir a ninguna parte porque tengo la intención de cumplir mi promesa. Tengo la intención de darte tu sueño. —Entonces termina—. Rompí tu sueño una vez, no voy a volver a hacerlo. Eso por fin me hace hablar. —Pero mi sueño no era tu responsabilidad. Acabo de decírtelo. Acabo de decirte que te puse en un pedestal y Ledger, no tienes que... —Tengo que hacerlo y lo es —dice, con la determinación delineada no sólo en su voz sino también en sus rasgos, en todo su duro cuerpo—. Mi responsabilidad. Mi trabajo. Lo observo durante unos segundos porque no sé qué más hacer. No sé qué puedo hacer salvo memorizar sus rasgos bañados por el sol, las sombras y los surcos de su pecho desnudo, el tono exacto de su piel bronceada, esos pantalones de chándal grises a la vez sueltos pero aun así moldeados de algún modo contra sus fuertes muslos. Ese cabello desordenado y alocado. Esos ojos oscuros. Es demasiado hermoso para ser verdad. Lo que dice también es demasiado bonito para ser verdad. —Entonces... —Trago saliva—. Estamos... ¿Estamos haciendo esto?
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—Lo hacemos. Todavía estoy aturdida. Todavía estoy en lo que posiblemente sea el mayor shock de mi vida, pero me queda suficiente vida, suficiente esperanza, como para empezar a sonreír. Hasta que dice: —¿Iba a ser él? —¿Qué, quién? Despliega los brazos y los baja a los costados, sus dedos se crispan de inmediato. Las venas que recorren sus antebrazos se tensan de inmediato. Amenazadoramente. Cómo pueden ser amenazantes las venas, no lo sé. Pero las suyos sí. Y también sus ojos fieros, su mandíbula apretada. Como si esperara a que todo lo demás estuviera resuelto primero, la verdad, su promesa, antes de llegar a esto. A lo que sea que me está preguntando. Lo cual comprendo cuando esos fieros ojos suyos bajan hasta mi vientre. Levantando la vista un segundo después, dice: —¿Iba a ser ese cabrón del restaurante? El miedo cuaja en mi vientre. —L…Ledger... —Lo era, ¿verdad? Sacudo la cabeza. —No lo hace... Su mandíbula se aprieta y aprieta. —El tipo que ibas a hacer pasar por el padre del bebé. —Yo... —El padre de mi bebé. Mierda. Mierda, mierda, mierda. Maldita mierda. ¿Cómo lo sabe?
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¿Cómo demonios lo sabe? Y Dios, Dios, puedo sentirlo. Puedo sentir el aire girando. Puedo sentirlo zumbando y volviéndose pesado. Con su ira. Con su furia que parece aumentar y aumentar. Intento ponerme de rodillas, y entonces me doy cuenta de que sigo atada. Pero apartando eso, me apresuro a explicar: —Pero no importa. No importa quién iba a ser ni... ni nada de eso. No voy a hacer eso, Ledger. No voy a alejar a tu bebé de ti. Nunca lo alejaré de ti. No voy a... Mis palabras se detienen en seco cuando se aparta de la cómoda. Cuando me toma, mi cara sonrojada, mi forma agitada, mi mano atada, como por última vez antes de salir de la habitación. Antes de dejarme aquí. —¿Qué estás haciendo? —pregunto, frenética—. ¿Adónde vas? Mis palabras no impiden que se dé la vuelta y se dirija hacia la puerta y mi voz se vuelve aún más alta y chillona. —Ledger, ¿a dónde demonios vas? A dónde... Se detiene en el umbral. —Voy a traerte el desayuno. Y algunos analgésicos. Suena tan extraño. Tan loco ante todo lo que ha pasado. Frente a su ira que aún puedo detectar en sus facciones. En el aire. Por no mencionar, el hecho de que todavía estoy atada. —Qué... Estás... —Como te he dicho, vas a comer y luego a descansar. Ahorra fuerzas. —¿Ahorrar mis fuerzas para qué? —Para las cosas que tengo planeadas para ti... —Te estás volviendo loco. —Y tu ventana de ovulación —termina su frase que suena más como una amenaza.
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El miedo se ha instalado permanentemente en mí. En mi pecho. En mi estómago. Y no puedo evitar tirar de la cuerda. Tuerzo mis muñecas, tratando de liberarme. Su respuesta a eso, en un tono muy práctico, sólo lo empeora. —Te dije que no hicieras eso. —¿Me lo has dicho? Tú... —Respiro hondo—. Desátame. Ahora. —No. —Ledger —le digo, todo mi cuerpo temblando—. Desátame ahora mismo. — Cuando se limita a mirarme fijamente, continúo—: No puedes irte. No puedes... —Aunque aprecio el espíritu de venganza y merezco todo de ti, tampoco voy a dejar que me jodas. —Pero acabo de decirte que no soy... —Sí, me cuesta un poco creerte. —Dios, Ledger. Por favor, ¿bien? —Vuelvo a tirar de la cuerda—. Hablemos de esto. Hablemos... —Por mucho que me guste bromear contigo y tu constante parloteo, creo que voy a pasar. Porque no creo que tengamos nada de qué hablar. Nosotros... —Eso no es cierto —estallo, haciendo fuerza contra la cuerda—. Eso no es... Tenemos cosas de las que hablar. Tenemos... —Porque lo que hemos venido a hacer aquí no implica hablar mucho, ¿verdad? Aunque sí implica tu boca. Pero sólo hasta el punto en que te digo que la abras para poder meterte la polla y follarte la garganta como la maldita cosa preciada y apreciada que eres. —Voy a decir algo, pero él se adelanta—. Pero no quiero que te preocupes, ¿de acuerdo? Seguiré metiéndome donde debo. No puedo desperdiciar mi carga en tu garganta cuando la estoy guardando para tu coñito fértil, ¿verdad? Intento hablar pero, de nuevo, él llega primero. «Pero si vuelves a interrumpirme mientras hablo, puede que tenga que cambiar de táctica y llegar hasta tu garganta después de todo. Sólo para darte una lección. Que puede empezar ahora mismo si quieres. En vez de desayunar y calmar tu coño adolorido, puedo darte una barriga llena de mi semen y una maldita garganta adolorida. Y como estás atada, no podrás hacer nada al respecto. Así que te sugiero que cierres la maldita boca, hables lo menos posible y seas una buena chica para mí. O no tendrás mi semen donde realmente lo quieres.
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CAPÍTULO VEINTITRÉS Su Hermoso Thorn
N
o debería haberlo hecho. No debería haberla atado en primer lugar y luego dejarla allí, gritando y llorando.
Hacen falta unas diecisiete vueltas corriendo por el bosque y cortar leña suficiente para pasar este invierno, si no el siguiente, para que mi ira se calme. Lo sabía. Supe, incluso antes de que me lo dijera, que había estado ocultando algo parecido. Sabía que fuera lo que fuera, la haría huir. Alejarla de mí. No es que sea mía para quedármela, pero sí. Y no mentía cuando dije que entendía su necesidad de venganza. Incluso admiro que intentara ponerme en mi lugar. No merezco menos. Lo que no merezco es su perdón. Especialmente cuando ni siquiera sabe cuál es mi verdadero crimen. Ni siquiera sabe que esa noche tenía en mente algo mucho peor que la venganza. Que quería atraparla. Quería entrelazar su vida con la mía, atarla a mi egoísta y lamentable trasero. A pesar de saber que no tengo nada que dar a cambio. Pero eso no es importante ahora. Lo importante es que ella iría a él. Casi lo había admitido. Si se fuera de aquí, se iría con esa mierdecilla del restaurante. Alguien mejor que yo. Alguien que no la haya herido como yo. Alguien que sepa cuidarla, que sepa amarla como ella quiere ser amada, como ella quiere ser querida. Alguien mejor para darle el sueño que ha estado albergando toda su vida. Alguien cuya vida, cuya carrera no sea un desastre. Y no puedo dejar que lo haga. No puedo dejar que se vaya con él.
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Todavía no. Un día, sí. Pero no ahora. No hasta que le dé su sueño. Y con suerte para entonces, habré encontrado la manera de dejarla ir. Pero sí, ahora no. Y hablando de carrera, tengo que hacer algo. Es algo en lo que he estado pensando desde que la traje aquí. En realidad, incluso antes. Quizá la noche en que me habló de sus sueños y decidí que sería yo quien se los daría. De pie bajo el sol de la tarde, con el sudor chorreándome por el cuello y el pecho desnudo, saco el teléfono de mis pantalones de correr y marco el número que ya he marcado infinidad de veces pero que nunca pensé que volvería a marcar tan pronto. Especialmente después de evitar sus llamadas y mensajes durante semanas. Descuelga después de un timbrazo como si hubiera estado esperando mi llamada todo este tiempo. —Ledger —dice a modo de saludo—. ¿Va todo bien? Aprieto los dientes. Tanto al oír su voz después de semanas y semanas, como la preocupación en su tono. Mi hermano mayor, Conrad, y yo nunca habíamos pasado tanto tiempo sin hablarnos. Incluso cuando nuestra madre vivía y él estaba en la universidad, llamaba a casa cada dos o tres días para ver cómo estábamos. Sobre todo porque nuestra madre estaba enferma durante esos meses, pero también porque él es así. Es responsable. Es un cuidador. Un guardián. Y se empeñaba en hablar con cada uno de nosotros. Y luego, cuando todos nos dispersamos y nos fuimos a la universidad, siguió con ese ritual y nos llamaba individualmente cada semana. Todas sus llamadas siempre empezaban con ¿va todo bien? Como si un peligro invisible nos acechara siempre a los Thorne. Aunque cuando me hace esta pregunta, normalmente quiere decir ¿están bien todos los que me rodean? O si me he roto algún hueso últimamente.
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Ignorando la punzada de añoranza que me produce su voz y mi irritación ante su vieja pregunta, le digo: —Sí, todo va bien. —Y luego—: Todos los que me rodean también están bien. Lo oigo suspirar. Otra cosa que hace mucho cuando estoy cerca. Suspirar y respirar hondo. A veces pidiendo paciencia. Otras veces irritado y molesto. Este es irritante al decir: —Te he estado llamando. Todos lo hemos hecho. —Sí, lo sé. Stellan me lo dijo cuando se presentó en casa la semana pasada. Te diré lo mismo que le dije a él. —¿Qué es qué? —Perdí mi teléfono. Otra respiración aguda e irritada. —¿Crees que esto es una broma? —Mierda. Dijo lo mismo. —Dejé escapar una risita sin gracia—. Bueno, entonces le dije... —Basta. Aprieto los dientes ante su tono. Aprieto los dientes con más fuerza cuando habla. —No necesito que me cuentes tu conversación con Stellan. Ya sé lo que pasó y lo tonto de mierda que eres y que aún no has terminado de joder. —Y luego, tal vez porque no puede contenerse, continúa—. ¿Entiendes que todo por lo que has trabajado pende de un hilo ahora mismo? ¿Que la junta no está contenta contigo? Estás perdiendo apoyos a diestra y siniestra y la prensa se está volviendo loca por eso. Muy pronto, ninguna cantidad de control de daños de RP va a ayudar. El equipo te abandonará para salvar sus propios traseros y te quedarás sin nada. Todo por lo que has trabajado, todo por lo que hemos luchado tan duro para darte, Stellan, Shep, y yo, todo va a desaparecer. Sólo porque no puedes sacar la cabeza de tu trasero. Y... —Sí, lo sé —lo corté entonces—. Y como tú, no necesito un maldito golpe por golpe de lo que Stellan ya me dijo. El familiar ardor se enciende en mis entrañas. La conocida opresión. El picor.
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Eso amenaza con apoderarse de todo y teñir de rojo mi visión. El silencio en la línea se prolonga unos segundos antes de que él acorte: —Bueno, al menos estabas escuchando. —Lo estaba —le digo, con los músculos tensos—. Así que si no te importa, me gustaría ir al grano. —Por supuesto entonces, vamos al maldito grano. —Lo haré. —¿Hacer qué? —Ir a, maldita, terapia. Fue difícil pronunciar esas palabras. Era difícil decir otra cosa que no fuera, vete a la mierda. A él y, por extensión, también a mis otros dos hermanos. Que he terminado con esto. He terminado de estar en deuda con ellos. Estoy harto de ser su hermano pequeño impulsivo que todos ellos pueden mandar y mantener a raya. Puedo hacerlo solo. Pero esa es la cuestión, ¿no? Mi reputación me precede. Algo que a mi agente le gusta recordarme cada dos días. No importa lo buen jugador que sea, lo valioso que sea para el equipo. Me dejarán caer y si se sabe por qué entonces ningún equipo en su sano juicio me aceptaría. Y si sólo fuera yo, no me importaría. Me dolería, sí, que se destruyera mi sueño de ser el mejor, de ir a la Liga Europea, pero viviría con ello. Si eso significaba finalmente liberarme de mi familia. Pero ya no soy sólo yo. También es ella. La chica que dejé en mi habitación con la puerta cerrada. A pesar de que todavía está atada y no puede ir a ninguna parte. Eres un maldito psicópata, ¿no? Sí, sólo para ella. Mi Luciérnaga y ella también. Esa pequeña niña en su vientre. No sé si ella está allí todavía o no. Pero sé que también lo hago por ella.
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Porque soy yo quien la mantendrá. Pase lo que pase en el futuro, dónde o con quién, la rabia me salta en las venas al pensarlo, acabe mi Luciérnaga, siempre me ocuparé de ella y de nuestra niña. No voy a ser como nuestro padre, que abandonó todo, toda responsabilidad y nos dejó a su suerte. No voy a abandonarlas nunca, jamás. Y si para ello tengo que ir a terapia y que analicen mi cerebro por mis malditos problemas, lo haré. Haré cualquier cosa por ella. Para ellas. Porque por fin tengo algo por lo que merece la pena luchar. Por fin tengo algo más grande que el fútbol, mis ambiciones. A ellas. —Lo harás. Aprieto y aprieto los dientes durante uno o dos segundos. —Sí. —¿Qué ha cambiado? —Eso no es asunto tuyo. —Lo es. Porque no sólo soy tu hermano, soy tu entrenador. Y necesito saber si puedo confiar en este repentino cambio de corazón o no. —Puedes. —Todavía... —No, no tienes que oír por qué ni cómo. Todo lo que necesitas saber, como mi entrenador, es que lo haré. Voy a tomar ese tiempo y luego voy a volver y tomar mi maldito lugar en el equipo. No pronuncia ni una palabra, pero noto que le rechinan los dientes. Puedo sentir cuánto odia que no lo obedezcan. Al menos hay cierta satisfacción en ello. Pero sólo dura unos segundos antes de hablar. —Bien. Si quieres que las cosas sean así, es cosa tuya. Pero ahora, como tu hermano, déjame decirte algo: no confío en ti. Nunca he confiado en ti. No con esta cosa dentro de ti. Esta ira hirviente, esta rabia acalorada. Tu impulsividad. Y he hecho todo lo posible para sacarlo de ti. He tratado de hacer todo lo posible para borrar eso de tu sistema y hacer que te endereces. Y por un tiempo pensé que lo habías hecho.
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Pensé que habías encontrado algo para mantener tu ira bajo control. El fútbol. Creí que el fútbol podría arreglarte por fin, hacerte mejor, hacerte responsable, ayudarte a madurar de una puta vez para que yo no tenga que recibir una llamada cada dos días diciéndome que mi hermano pequeño está empezando a hacer estupideces otra vez. Que mi hermano pequeño es la perdición de la existencia de todos, incluida la mía. Pero aparentemente no. Aparentemente, no has cambiado. Sigues siendo mi hermano pequeño que no me dejaba dormir sentado junto al teléfono esperando malas noticias y que me daba puta vergüenza allá donde iba. Y como tu hermano tengo que decirte que esperaba algo mejor de ti. Esperaba que no siguieras jodiendo por ahí. Y como tu entrenador, si descubro que no estás cumpliendo tu parte del trato o que eres un lastre para el equipo, te soltaré tan rápido que lo pensarás dos veces antes de jugar conmigo. Me escuecen los ojos. Una quemadura. Es diferente de mi ira que siempre está al acecho bajo la superficie. Es más devastador y doloroso que eso. Y es algo que sólo he sentido cerca de él: tristeza y soledad. —No se preocupe, entrenador, el único partido que pienso jugar es aquel para el que nací —le digo—. Y como tu hermano, déjame decirte que no tienes que preocuparte por mí nunca más. Estás fuera de peligro y relevado de todos tus malditos deberes de hermano.
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CAPÍTULO VEINTICUATRO
E
stá durmiendo. Con su brazo echado sobre mi cintura y su frente amoldada a mi espalda. O más bien mi espalda se amoldó a su frente.
Es demasiado duro e implacable para doblegarse a la forma o voluntad de otro. Y si alguna vez hubo alguna duda al respecto, hoy quedó despejada. Sobre todo cuando esta mañana no sólo me dejó atada en su cama, haciéndome decidir infantilmente que no volvería a hablarle ni a mirarlo, sino también cuando me hizo romper esa promesa sólo unos minutos después. Lo miré y le hablé, sobre todo para lanzarle insultos y amenazas. Como. —Fuera de mi vista, hijo de puta. Y: «No quiero tu estúpida comida ni tus estúpidos medicamentos —cuando trajo el desayuno y los analgésicos. «No necesito ir al baño. Puedo aguantarme. No te apiades de mí cuando los dos sabemos el monstruo que eres —cuando se acercó con la intención de desatarme y dejarme usar las instalaciones. «Rezo para que nunca tengamos un bebé. Rezo para que se te caiga la polla. «Si acercas ese Godzilla a mi coño, te lo joderé. «Si crees que me olvidaré de esto, te equivocas. ¿Lo entiendes? Nunca olvidaré esto, Ledger. Jamás. Y créeme, mi hermano se enterará de esto. Mi hermano y tu hermana. Y la policía. Porque te llevaré a la corte, imbécil. He terminado de protegerte. Tú sólo mira y espera. Ni una sola vez me respondió nada. Y sí, acabé haciendo todas las cosas que él quería que hiciera de todos modos: comer, ir al baño, tomar la medicación y todo eso. Pero, por supuesto, no hizo lo que yo quería que hiciera. Desatarme y déjame ir.
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Así que me senté allí, desnuda, atada y enfadada. Aunque muy pronto mi enfado se convirtió en frustración y desesperación. Así que después de un par de horas sentada sobre mi trasero, me acurruqué en mí misma y empecé a llorar contra la almohada. En ese momento, entró en la habitación, pero no le di la oportunidad de exponer sus intenciones. Le tiré una almohada y le dije que se largara. Y luego, de alguna manera, me fui a dormir. Creo que dormí a ratos; cuando estaba dormida, podía sentir que entraba en la habitación para ver cómo estaba, pero me hice la dormida, hasta la hora de la cena, cuando vino otra vez con la comida y, para entonces, estaba tan cansada que no dije ni una palabra y me limité a comer lo que me dio. Aunque odiaba lo sabrosa que estaba: lasaña. Odié que también me diera el postre: helado de algodón de azúcar, mi favorito, que debió de comprar expresamente para mí cuando fuimos en coche a la cabaña. Pero más que eso, odiaba que después de un tiempo, entrando y saliendo del sueño, no pudiera retener mi ira. No podía retener mi ira e indignación y la sensación de injusticia y culpa. Porque le mentí, sabiendo que estaba mal. Que era jodidamente poco ético y por supuesto tan poco ético como sus acciones del año pasado. Que era de lo que se trataba, pero aun así. Así que me merecía su ira y su cólera. Sea como sea. Pero... Eso no significa que no vaya a aprovechar esta oportunidad. Siendo esta oportunidad: Estoy desatada. Me he despertado hace unos diez minutos y me he dado cuenta de que por fin, por fin estoy desatada y Dios, tengo que salir de aquí. Tengo que correr. No puedo quedarme aquí toda atada hasta que él acabe con su ira. Por no hablar de lo furioso que se puso cuando asumió, con razón, que era a Ezra a quien iba a acudir después de quedarme embarazada. Cosa que seguiré haciendo, ¿no? Tengo que hacerlo. No es que tenga elección. Así que sí, necesito irme. Necesito irme porque no podemos hacer esto. No podemos hacer un bebé.
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Así que, con la respiración contenida, aparto su pesado brazo de mi cuerpo e ignoro cómo echo de menos al instante su calor, el peso de sus acordonados músculos. De algún modo, me mantenía en tierra y a salvo. Aprieto los ojos al pensarlo. No quiero pensar en eso. No quiero pensar que ésta era la primera vez desde que me comprometí a la fuerza que me sentía segura en algún sitio. En realidad, era la primera vez que me sentía segura desde que me dejó en aquel dormitorio hace más de un año. Necesito concentrarme. Cuando le quito el brazo y me aseguro de que sigue durmiendo, salgo lentamente de la cama y pongo los pies en el suelo, esperando que no haya tablones sueltos. Pero la amenaza de un suelo que cruje no es suficiente para detener mi intento. Tampoco lo es el hecho de que note algo alrededor de mi muñeca. Brilla en la oscuridad. Bajo la luz nacarada de la luna que entra por la ventana. Un vendaje blanco. Me ha vendado las muñecas que llevaban atadas todo el día. Probablemente porque no paraba de retorcérmelas, intentando liberarme pero, sobre todo, rebelándome contra lo que me había dicho. Aparto todos los sentimientos angustiosos y tiernos ante la idea de que cuide de mí y me pongo de puntillas, por suerte, de momento no hay tablones sueltos y busco algo que ponerme. Tomo lo primero que encuentro, su camiseta desechada, tirada en el suelo a los pies de la cama. Me la pongo y vuelvo a ignorar el acogedor calor que se desliza por mi piel y lo suaves que son sus camisetas. Una vez vestida, es hora de irse. Me doy cuenta de que no sólo es medianoche, sino que además estamos en medio del bosque. No tengo ni idea de a dónde voy ni de cómo salir de aquí. Pero no me importa; tengo que irme. Respirando hondo pero tranquila, me dirijo hacia la puerta del dormitorio, que afortunadamente está abierta. Pero antes de salir de ella, me detengo y lo miro. Observo su cuerpo dormido durante un segundo, intentando memorizarlo. Está acostado de lado, igual que ayer cuando me desperté, lujurioso y caliente. Tiene un brazo debajo de la almohada y el otro, que me quité del cuerpo, descansa a su lado. La luz de la luna baila sobre las crestas y curvas de sus músculos, creando sombras y dibujos. Cómo su cabello está desordenado y casi en abanico sobre la almohada, sus suaves labios relajados y entreabiertos. Cómo, incluso dormido, no pierde ni una gota de su poder, de su belleza.
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Pero sobre todo me fijo en lo tranquilo que parece. Por lo general, cuando está despierto y en marcha, siempre hay algo tenso en él. O tiene el ceño ligeramente fruncido o la mandíbula apretada. O tal vez la inclinación de sus hombros es demasiado severa o la línea de su espalda es demasiado recta. La única vez que lo he visto completamente en paz es ahora, mientras duerme. O cuando está con Halo, y no puedo evitar ponerme una mano en el estómago, plana y vacía. Se me aprieta el corazón y vuelvo a dudar. Probablemente porque cuando se entere de que lo he dejado en mitad de la noche, la paz que tanto le ha costado conseguir se evaporará. Por no hablar de que lo estoy dejando solo y ¿no ha estado siempre solo? No es tu responsabilidad, Tempest. Tienes que irte. Ahora. Me llevo los dedos a los costados, lo miro por última vez y me doy la vuelta para dirigirme a la puerta principal. La abro sin problemas y salgo. En la noche que parece brillante incluso a través de la copa de los árboles, la luz de la luna y las estrellas iluminan mi camino. Dando gracias al universo de que al menos una cosa va a mi favor en este momento, despego. Corro en la dirección por la que creo que hemos venido. Aunque, sinceramente, ahora mismo todas las direcciones me parecen iguales, y mi único objetivo es alejarme lo más posible de la cabaña. Así que sigo adelante, con los pies descalzos haciendo crujir las hojas, pisando ramas y piedras perdidas, tropezando de vez en cuando. Pero no pasa nada. No voy a rendirme tan fácilmente. Nada puede detenerme. Eso es lo que pienso hasta que oigo un enorme bramido que rasga el aire, cortándolo por la mitad y deteniéndome en seco. Al principio pienso que es un animal. Un animal salvaje asilvestrado, algo en lo que no había pensado antes pero debería haberlo hecho; estamos en medio del bosque. Pero entonces ese rugido animal grita mi nombre y me doy cuenta de que es peor que un animal.
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Es él. Y además de ser salvaje y asilvestrado, tiene un pensamiento único. Venir por mí. Para cazarme y atraparme. Así que, como la presa asustada que soy, empiezo a correr de nuevo. Esta vez corro con más fuerza, pisando cosas irregulares que estoy segura de que me están cortando la piel y haciéndome sangrar. Pero no puedo permitirme preocuparme por eso en este momento. Las lágrimas me nublan la vista y el corazón me late tan deprisa y tan fuerte en el pecho que sé que se me va a salir del cuerpo en cualquier momento. Pero no me detengo. Hasta que piso algo demasiado afilado y tropiezo. Y esta vez, lo hago tan fuerte que no hay forma de salvarme de la caída. Cuando algo detiene mi rápido descenso. Una gran mano me rodea el bíceps y me hace retroceder. Y me estrello contra una pared de músculos calientes y esculpidos que soporta sin problemas el peso de mi cuerpo y la velocidad a la que corría. Él no sólo se lleva la peor parte, sino que me ofrece un aterrizaje suave —de nuevo seguro— cuando ambos nos encontramos con el suelo. Con él debajo de mí, acunando mi espalda y manteniéndome bien arropada contra su pecho. Pero ignoro la seguridad y todas las cosas acogedoras que me proporciona y empiezo a forcejear con él. Le doy patadas con las piernas, araño sus brazos que ahora me rodean el pecho y la cintura, intentando dominarme mientras gruño, grito y me contorsiono, retuerzo el cuerpo, intentando liberarme. En todo caso, me sujeta con más fuerza y, de algún modo, nos hace rodar de tal forma que acabo debajo de él, con su poderoso cuerpo en posición de dominio, aprisionado entre mis muslos abiertos y su pesado torso inmovilizándome contra el suelo. Sin embargo, mis brazos siguen libres y, hasta que los toma como prisioneros, lucho. Lo golpeo y le doy puñetazos, sigo arañando todo lo que cae en mis manos. Sus hombros, su cuello y su cara. Su cabello. Todo el tiempo cantando: —Déjame ir. Déjame ir. Déjame ir. Responde a mi asalto con fuertes gruñidos y quejidos, cediendo más de su peso a mi pequeño cuerpo. No es que me importe. Puede asfixiarme con sus músculos y
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enterrarme en el suelo, pero no voy a parar. Hasta que consigue trabarme las dos manos a ambos lados de la cabeza, deteniendo mi asalto. —Basta —gruñe entonces, con el rostro a la vez ensombrecido y despejado, aumentando su peligrosa aura. Jadeando, intento quitármelo de encima, retorciendo y girando el torso. —Suéltame. Gruñe ante mis intentos y me aprieta los brazos contra el suelo. —No. —Eres tan... —No hasta que te calmes. No lo hago. Lucho contra él con más fuerza, pateando sus muslos con los talones, haciendo rodar mis caderas. —A la mierda calmarme. Que te jodan. Jode... —Jesucristo —dice—. Cálmate de una puta vez o te harás daño. Abro la boca para decirle que será él quien acabe herido al final de esto cuando su torso me golpea tan fuerte que pierdo el aliento. Me hace pensar que hasta ahora no estaba intentando someterme. No intentaba inmovilizarme como la luciérnaga que soy. Pero ahora sí. Y no tengo más remedio que quedarme quieta bajo él. Inmóvil, jadeante y con odio. Cuando sabe que me tiene bajo su control, afloja su agarre alrededor de mis muñecas. No lo suficiente como para que pueda hacer algo al respecto, pero sí lo suficiente como para que no me corte el suministro de sangre. También está jadeando. cara.
Pero creo que es más por la agitación, la preocupación absoluta que veo en su —¿Estás loca? —pregunta con voz áspera y ronca. —No, tú lo estás. Si crees que puedes retenerme aquí.
—¿Estás loca? —Su cara se acerca más a la mía, su voz áspera pero ahora subiendo de volumen.
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Yo también me levanto en su cara. —Déjame ir. Entorna los ojos. vas?
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¿A dónde demonios crees que
—¿A dónde crees, Idiota? —Vuelvo a mover las caderas, o más bien lo intento, pero por supuesto no llego a ninguna parte—. Lejos de ti. —¿Te has parado a pensar por un segundo —continúa, despacio, un poco amenazador—, lo peligroso que es estar en el bosque en mitad de la noche? —No. —Aprieto los dientes y los dedos—. Porque estoy dispuesta a arriesgarme aquí afuera antes que estar ahí adentro contigo. Un músculo salta en su mejilla. Salta y salta y se acerca tanto a mí que la punta de nuestras narices se roza con cada respiración que hacemos. —Especialmente embarazada.
—retumba
bruscamente—,
cuando
podrías
estar
Trago saliva. Y me concentro en mi vientre. Porque siento una punzada, un tirón en mi vientre. Pero más que eso, juro que puede sentirlo. Él puede sentir ese tirón en mi vientre porque, en respuesta, presiona hacia atrás con su estómago. ella.
—Especialmente cuando podrías haberte hecho daño aquí. —Luego—. Tú y Trago saliva de nuevo.
Yo también me acero contra él, contra su preocupación, su angustia tan evidente que he estado ignorando desde que le vi la cara. Pero cada vez es más difícil. Mucho más difícil a medida que pasan los segundos y me pregunto si lo que dice puede ser cierto. ¿Y si está ahí adentro y todas estas carreras y tropiezos le han hecho daño? Sé que todo esto es irracional y una locura y sólo producto de nuestra imaginación. He leído en Internet que la implantación puede tardar entre cinco y quince días, pero... La sola idea de hacerle daño me resulta aborrecible. Sólo la idea
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de que tal vez ella está tratando de trabajar su camino a nosotros dentro de mí en este momento me dan ganas de darme una patada por ser tan imprudente. —No le ha pasado nada —le digo. Aprieta la mandíbula. —Eso no lo sabes. —Bueno, aún no sabes si estoy embarazada. —Podrías estarlo, carajo. —No lo estoy —insisto, aunque no me gustaría nada más. Y sólo porque no me gustaría nada más, añado—: Y espero que no. No con tu bebé. Un aguijón atraviesa mi corazón. Y es tan vicioso que me estremezco. Creo que él también se estremece. Pero no puedo estar segura. antes.
—¿No lo entiendes, carajo? —dice entonces, su voz suena aún más áspera que Más lijado, más gutural. —¿Entender qué? —Podrías haber... —¿Podría haber qué? No responde de inmediato. Primero, traga. Gruesa y bruscamente.
Luego, sus ojos recorren mis rasgos, mi garganta, hasta mi pecho, y creo que no es sin propósito. Creo que está intentando examinarme, determinar si estoy bien o no. —Cuando me desperté y no te encontré en la cama, pensé... —Otro trago espasmódico y torpe—. Pensé que nunca te volvería a ver. Pensé que... pensé que te habías escapado y que te había pasado algo. Algo... malo. Algo horrible. Estos bosques, no son... No puedes vagar por ellos si no tienes ni idea de a dónde vas. No puedes... —luego, con sus dedos apretando mis muñecas—, estuviste a punto de caer. —Estaba bien —le digo, sorprendida por cómo tropieza con sus palabras. Aprieta los dientes antes de intentar hablar de nuevo.
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—Podrías... Podrías haberte torcido el tobillo. Podrías haberte roto la pierna, golpearte la cabeza contra el suelo. Podrías haber... —Vuelve a apretar la mandíbula—. Sangrado. Herirte, y podría haber tardado horas en encontrarte. Horas para llegar a ti y venir a rescatarte y si algo hubiera pasado durante ese tiempo. Si algo... —Pero si no pasó nada. Estoy bien —suelto sin poder contenerme. Finalmente incapaz de ignorar su preocupación. Su pecho me oprime con otra de sus respiraciones erráticas, mientras dice: —Si te hubiera pasado algo aquí afuera, si te hubieras hecho daño, habría perdido la maldita cabeza. Habría... —Otro apretón de dientes—. Habría perdido la maldita cordura si tú y ella... Si perdiera a mi familia. Otra vez. Habría... —Tu f…familia —exhalo. Vuelve a estremecerse. Como si no se hubiera dado cuenta de que lo había dicho. En voz alta. Como si no se hubiera dado cuenta de que había expuesto un nervio especialmente vulnerable de su cuerpo. Una vena secreta en su corazón que late rápidamente. Como si no se hubiera dado cuenta de que, sin que yo tenga que levantar el dedo, ha hecho que le esté tocando el pulso. Y lo sabía, ¿verdad? Conocía su deseo secreto y por eso parece tan deshecho. Por eso parece tan loco y animal. Bestial y primitivo. Bajo la luz de la luna. Porque pensó que su familia estaba herida. —Crees que soy tu... —Empiezo pero tengo que tomarme un momento para mí—. ¿Soy tu familia? Su pecho choca contra el mío con las respiraciones feroces que hace. —Creo que podrías estar embarazada de mí y no deberías estar corriendo en mitad de la puta noche cuando podrías hacerte daño o salir herida. Sacudo la cabeza, obstinada en hablar de esto. —No, pero acabas de decir que yo, que nosotros... Vuelve a apretarme las muñecas.
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—Si eres tan buena escuchándome, quiero que escuches esto: nunca, nunca, hagas lo que has hecho esta noche. Ni se te ocurra ponerte así en peligro. —Me mira fijamente durante un segundo y luego—: ¿Está claro o tengo que dejarlo claro yo? Y créeme, no te va a gustar cómo lo hago. Debería enfadarme con él. Enojarme. Por ser tan prepotente. Tan dominante y controlador, especialmente después de cómo pasé todo el día de hoy. Estar atada a su cama. Pero no lo estoy. Lo que sí estoy es triste. Tan jodidamente triste porque tiene razón. Para hacer esto quiero decir. Tiene razón al barrer todo esto bajo la alfombra. Porque por un momento, lo había olvidado. Había olvidado que no puedo ser su familia. De hecho, no puedo ser nada para él. No sólo porque pronto seré de otra persona, sino también porque no quiero. ¿Verdad? Quiero decir que es el tipo que me rompió el corazón, y aunque lo he perdonado, no lo he olvidado. Todavía no he olvidado que tiene cosas en su vida que son más importantes para él que yo. Su ego, su ira, su carrera. Su odio hacia mi hermano todavía. Que esté arrepentido de cómo me trató y que haya aceptado ayudarme con mi sueño no significa que todo lo demás haya desaparecido entre nosotros. No, siguen ahí. Así que es inútil hablar de lo que acaba de revelar. En realidad deberíamos hablar de otra cosa. Algo aún más importante. Así que empuñando mis manos, me concentro. —¿Por qué, va a involucrar cuerdas de nuevo? Su mandíbula hace tic. «¿Vas a atarme a la cama y mantenerme aquí? Contra mi voluntad. Otro tic. Pero luego responde:
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—No debería haber hecho eso. —¿Qué? Su pecho vuelve a chocar con el mío mientras respira hondo. —No debería haberte atado. No debería haberte dejado allí. Estaba... —Celoso —completo la frase por él, intentando sonar severa aunque un poco de vapor ha abandonado mi cuerpo ante tan fácil reconocimiento. —Sí. —Porque pensaste que Ezra... —No —gruñe, apretando su agarre, empujando su torso contra el mío—No digas su puto nombre. A pesar de que no es aconsejable, no puedo evitar arquear la espalda bajo él. —Lo haré. Si quiero. Esta vez su gruñido sale del centro de su pecho, un sonido mezquino y amenazador, no acompañado de palabras. «Y no es asunto tuyo. —Juro por Dios, Luciérnaga, que si tú... —No —lo corto y, aunque odio lo que voy a decir a continuación, lo hago porque es lo correcto. Es lo único que puedo hacer frente a sus celos locos. Lo único que me sacará de aquí y me alejará de él. No puedo tenerlo complicando mí ya complicada vida. —¿No lo ves? No puedes ponerte celoso. No tienes derecho a ponerte celoso, Ledger. No soy tu novia. No soy tu esposa. No soy nada para ti. —Mi garganta se siente llena de vidrio afilado—. Y después de lo que hiciste hoy, tampoco soy la madre de tu bebé. Porque no vamos a tener un bebé juntos. Que me sigas llamando tuya no significa que lo sea. Y se me permite decir su nombre si... —No lo digas —advierte. Y estoy agradecida por ello. Por su advertencia, por cortarme. Porque se estaba volviendo doloroso Decir esas cosas. Se estaba volviendo físicamente imposible expulsar las palabras. Me estaban haciendo sangrar. Me rozaban la lengua, golpeaban contra mis dientes. Así que necesitaba un descanso, una pausa de un par de segundos antes de reanudar y hacer lo correcto.
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Abro la boca para continuar lo que estaba diciendo, pero entonces susurro: —Ezra. Mierda. Mierda, mierda, mierda. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Por qué lo provocaría así? Y lo he provocado. Porque en cuanto lo digo, sus fosas nasales se inflaman. Todo su cuerpo se tensa sobre mí, palpitante. Y no sé por qué pero lo repito. —Ezra. —Y esta vez sigo—: Ezra. Ezra. Ezra. Ezra. Ez... Y luego descubro que ya no puedo. Porque su boca golpea la mía. Duro. Capturando mis palabras, besando mi aliento bajo la luz de la luna.
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CAPÍTULO VEINTICINCO
E
sto es una locura. Esto es insano. Esto no debería pasar. Se supone que no debemos hacer esto.
Se supone que no debo hacer esto. No debería provocarlo más, incitarlo así. No debería abrir tanto la boca y dejarlo que saquee dentro. No debería darle mi lengua para que la chupe. Dios, y no debería morderle el labio para que él me muerda el mío. No, debería alejarlo. No puedo darle señales contradictorias. Así que, de alguna manera, empiezo a hacerlo. Ahora que tengo las manos libres, me soltó las muñecas para poder meterme los dedos largos y malvados en el cabello y maniobrarme la cara a su antojo, empiezo a tirarlo del cabello. Tiro de los mechones desordenados. Le araño el lateral del cuello. Le clavo las uñas en los hombros, se las paso por la espalda, a lo largo de sus densos bíceps. Me balanceo bajo él. Mueve y gira mis caderas. Retorciéndolas. Todo con la esperanza de quitármelo de encima. Todo con la esperanza de que deje de besarme y pueda decirle que me deje ir. Que me lleve de vuelta. Pero lo que ocurre es lo contrario. Lo que ocurre es que gime y gruñe al sentir el escozor de mis uñas. Y me devuelve el empujón, siguiendo el ritmo de mis caderas, empujando y empujando contra ese lugar entre mis muslos. Ese lugar adolorido y lastimado. Y oh cielos, me doy cuenta de que no llevo bragas. Cosa que por supuesto sabía; no tuve tiempo de ponerme ninguna cuando me escapé. Pero de lo que no me había dado cuenta o no me había permitido darme cuenta hasta ahora es de que él también está desnudo. Al menos está con el pecho desnudo y ahora mi coño desnudo se frota contra su abdomen desnudo y estriado, pintando su
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piel con mi excitación, haciéndolo resbaladizo, pegajoso y todo desordenada. Como él siempre ha querido pintar la mía con la suya. Y eso sólo empeora las cosas. Me está excitando como nunca antes me había excitado nada, y en lugar de intentar quitármelo de encima, no hago más que acercarlo. Sólo lo beso y le devuelvo el beso. Sin embargo, justo cuando creo que me voy a quedar sin aire, rompe el beso y aprovecho mi oportunidad. —Déjame... ir —le digo mientras su boca baja hasta mi cuello—. Déjame ir, Ledger. No lo hace. Se abalanza sobre mí y va por mi peca. Chupa y chupa, dejando definitivamente las marcas de sus dientes. Vuelvo a tirarlo del cabello. —Deja de besarme, Idiota. Yo no... no quiero esto. Yo no... Tengo que parar a causa de un grito ahogado que emito porque él elige ese momento para clavarme los dientes de verdad en la piel, posiblemente como castigo a lo que estoy diciendo. Y todo mi cuerpo se arquea y se balancea bajo él como electrocutado. Este psicópata. Entonces empiezo a abofetearlo. Sus hombros, sus brazos, su mandíbula, cualquier cosa que pueda agarrar. Y lo hace más. Me muerde más y Dios, ¿por qué se siente tan bien? ¿Por qué todo lo que está haciendo se siente tan bien? Cada mordisco, cada lametón, cada chupada, cada empujón de sus caderas me está volviendo cada vez más demente y jodidamente loca. —No puedes decirme lo que tengo que hacer. No puedes... No después de haberme atado —le digo, todavía atacándolo con las uñas—. Me ataste, carajo. Y me dejaste allí. Simplemente te fuiste. Estaba tan... asustada y furiosa. Quería pegarte. Quería golpearte la cara. Quería... te quería... Dios, te quería tanto. En medio de mi desvarío, me doy cuenta de algo.
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Me doy cuenta de que sus mordiscos y fuertes empujones se han convertido en calmantes succiones y suaves balanceos. Y sus gruñidos se han reducido a guturales cantos de lo siento. Sus dedos, que antes me apretaban el cabello, ahora me acunan las mejillas y, Dios mío, sus labios se mueven. Salen de mi garganta y suben, se detienen en mi mandíbula, me lamen la piel, y me doy cuenta de que estoy llorando. Mis lágrimas corren por mis mejillas y él se las está bebiendo, lamiéndolas mientras repite lo mismo una y otra y otra vez. Que es cuando ocurre. Que es cuando pierdo todo sentido de la racionalidad, creo. Pierdo toda mi resistencia. No es que antes hubiera mucha. Apenas pendía de un hilo. Pero todavía tenía algún concepto del bien y del mal. Todavía tenía algún concepto de que no deberíamos hacer esto. Pero ahora todo ha desaparecido. Además de lamerme las lágrimas, me ha robado toda cordura. Y le agarro la cara y le susurro mis propias disculpas. —Lo siento, ¿de acuerdo? Siento haberte mentido. Por ocultarte la verdad. No... no puedo... no puedo creer que fuera a hacer eso. Que iba a alejarla de ti. —Le clavo los dedos en las mejillas mientras me restriega la boca abierta por toda la cara—. Ella es tuya. Sólo tuya. Y siento haberte provocado. Por decir su nombre. —Se sacude sobre mí, sus propios dedos apretándose sobre la mandíbula, mi barbilla—. Intentaba ponerte celoso. Intentaba... No sé por qué lo hago. No sé por qué quiero que sufras como me haces sufrir a mí. No... No sé... Deberías hacer que nunca hiciera eso. Deberías... Me calla con otro beso y éste se lo devuelvo sin reservas. Como quería hacer con el último. Pero se acaba demasiado pronto y de repente me encuentro mirando sus ojos oscuros, más oscuros que la noche. De repente, me encuentro con las muñecas atrapadas igual que antes y quiero liberarme. No porque quiera huir, sino porque quiero tocarle. Quiero volver a sentir sus músculos densos y sólidos, su piel suave. Pero no lucharé contra él. No lo haré. No quiero pelear. Sólo lo quiero a él.
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—Debería —ronca, sus labios se ciernen sobre los míos. Levanto la cabeza, intentando captarlos. —Sí. Sin embargo, los mantiene fuera de su alcance, mientras dice: —¿Y cómo crees que debo hacerlo? —No... no lo sé. No sé qué... —Sí, quiero. —¿Cómo? —Con mi polla. —Sí. —Asiento con impaciencia, girando las caderas bajo él—. Sólo métemela. —Dime dónde. Para esto, definitivamente sé la respuesta. —En mi boca. —¿Sí? —Sí —respondo con impaciencia. Vuelve a bajar y me raspa los labios: —Dime por qué. De nuevo, intento capturar su boca pero no lo consigo. —Porque... —¿Porque qué? Respiro con dificultad, inquieta, mientras lo miro. —Porque he dicho su nombre. Su mandíbula se aprieta y una onda recorre su cuerpo. —Lo hiciste. Intento de nuevo llegar a él, a sus labios, pero es en vano. —S…sí. —Y sólo el hecho de que haya tenido que besarte en esa misma boca para que te callaras me enoja. —Lo sé y lo siento. Yo... Otro tic de su mandíbula.
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—Lo siento no es suficiente, ¿verdad? Trago saliva y niego con la cabeza. —No. —Sentirlo no hace que esté bien que dijeras su nombre cuando te pedí específicamente que no lo hicieras. —Lo sé. Yo... —Entonces tienes razón. Tengo que hacer que no vuelvas a hacerlo. Necesito hacer que el nombre de nadie más salga de esa boca que no sea el mío. —Sí. —Y sólo hay una manera de hacerlo, ¿no? —Ajá. —Es para que te den arcadas con mi polla. Trago saliva de nuevo, asintiendo. —Sí. Sus dedos aprietan mi cara. —Es para hacer que te ahogues con ella. —Sí. Dios, por favor. —La única forma de quitarte el sabor del nombre de ese hijo de puta de la boca es lavándotela con mi semen. Giro mis muñecas en su agarre, mis muslos se aprietan a su alrededor. —Sí. La única manera. —Y eso es porque eres mi puta, ¿no? Me sacudo bajo él. —Lo estoy haciendo. —Mi maldita puta —muerde—. Mi maldita propiedad. —Lo soy. —Y no importa lo que digas, no importa cuánto lo niegues, sigue sin cambiar el hecho de que eres mi Luciérnaga. Mía. Sé que me está devolviendo mis propias palabras de antes. Sé que lo hice enojar al decir esas cosas.
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Y también sé que debería discutir con él sobre eso ahora mismo. Pero como he dicho, mi concepto de lo que está bien y lo que está mal se ha roto por completo por la mitad. Me he vuelto tan loca como él en este momento y no me importa si es tóxico o venenoso o un choque de trenes. Lo deseo y quiero que me haga lo que quiera. —De…acuerdo. Entonces aprieta la mandíbula, tan amenazador como siempre. —Así que vamos entonces —dice—. Pongámonos a trabajar. Vamos a bautizar esa boca de algodón de azúcar con mi polla para que sea apta para ser llamada mía de nuevo. Con eso, se levanta y se aleja de mi cuerpo. jugos.
Se arrodilla entre mis muslos abiertos. Separados y mojados y untados con mis Tan mojada que mi piel brilla a la luz de la luna. Su piel también.
Sus abdominales, ese pequeño rastro feliz, todo empapado en mi semen y con un aspecto muy brillante. A pesar de lo hermosa que es la vista, no puedo perder el tiempo en ella. No ahora que estoy siendo castigada por decir el nombre de otra persona y mi atención debe centrarse en la herramienta de mi castigo. En el gran bulto de su pantalón de chándal gris. Pesado y palpitante. Juro que puedo verlo latir a través de la tela. Pero más que eso me parece ver una mancha húmeda en él. Haciéndome ver que está goteando. Y Dios, no puedo dejar que se desperdicie. Cuando debe estar en mi boca para que pueda volver a ser una buena puta. Su puta otra vez. Así que, bajo su intenso escrutinio, me levanto de mi posición boca abajo y me pongo a cuatro patas. Veo sus músculos estremecerse, su pecho agitarse y su abdomen flexionarse. Y entonces empiezo a arrastrarme hacia él, haciendo que sus ojos se entrecierren y su mandíbula se convierta en granito. No es una distancia larga, por supuesto; está
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aquí mismo. Pero el par de pasos que tengo que dar parecen más largos de lo habitual. Probablemente por la forma en que me mira. Con hambre y desesperación. La impaciencia también. Porque cuando llego allí, entre sus muslos abiertos, y voy por su cinturón, su brazo surge de la nada y sus dedos se entierran en mi cabello, apretando los mechones. Entonces me da un tirón, me levanta y me acerca a su cuerpo. —No pensaste que lo olvidaría, ¿verdad? —ronca. Mis manos van a sus costados y se aferran. —¿Olvidar qué? —Que no eres la única que necesita ser bautizada. —No lo entiendo. Me aprieta el cabello con el puño y me acerca. —Yo también la cagué, ¿no? Te até, te dejé sola. Todo porque estaba celoso y enfadado. Todo porque en el momento en que dijiste su nombre, me jodió. Y me jodió tanto que todo lo que podía ver era rojo. Durante horas y horas después de eso. —Tú no... —Así que —me echa la cabeza hacia atrás—, mientras tú te ahogas con mi polla, yo voy a ahogarme en tu coño. Mientras babeas sobre mí, voy a beberme hasta la última gota de tus jugos. Y mientras tú luchas por meterme en tu boca, yo voy a meter mi lengua en tu apretado coñito, que estoy seguro de que ya ha recuperado su tamaño original, a pesar de que lo estiré anoche, y me lo voy a follar hasta que chorrees por toda mi cara y me conviertas en un hombre nuevo. Un hombre —dice—, digno de llamarte su puta. No me da la oportunidad de responder a eso porque empieza a ponerme en posición y a reacomodar mi cuerpo. Primero, se tumba en el suelo conmigo encima, con mis muslos a horcajadas sobre su duro vientre. Luego, con toda su gracia y gloria atléticas, me hace girar y me vuelve a tumbar, pero esta vez de espaldas a él. Y entonces va por mi camiseta. O más bien su camiseta, y me la quita. La tira a un lado, dejando mi cuerpo al descubierto a la luz de la luna y el bosque.
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Y sinceramente estoy tan excitada, hambrienta y preparada para ello que no me opongo. No hago ningún ruido. Simplemente dejo que me tire hacia atrás hasta que estoy a horcajadas sobre su cara mientras la mía está donde está su polla palpitante. Al mismo tiempo, le bajo los pantalones de chándal para descubrir su polla gruesa, venosa y enjoyada. Y entonces caigo sobre él. Rodeo su cabeza con mis labios y gimo al sentir su primer sabor. Hago que se retuerza, que sus abdominales se contraigan debajo de mí, mientras suelta un largo suspiro como si ya estuviera en casa. Como si todo el trauma de esta noche, de encontrarme fuera de su cama y salvarme de caer, por fin, por fin, se le estuviera pasando. Por fin está abandonando su cuerpo y no podría estar más feliz. Yo misma no podría sentirme más aliviada. Pero sólo por un segundo o dos, porque después de eso su boca prueba por primera vez mi coño y estoy destrozada. Estoy arruinada, mi cuerpo se desmorona así como así. Y podría haberme recompuesto si él no hubiera ido por esa segunda lamida, y por la tercera, y por la cuarta, y luego se hubiera aferrado completamente a mi coño, bebiendo de él como había dicho. Y también le gusta lo que bebe. Porque está gruñendo y gimiendo y sorbiendo, haciendo ruidos que me golpean justo en el centro del vientre. Es tan íntimo, Dios. Es tan jodidamente íntimo, él lamiendo mi coño. Por alguna razón, follarme con su polla, por increíble y estremecedor que fuera, no suena tan intenso como que me chupe el coño. Y Dios mío, era mi clítoris, ¿verdad? Ahora me está chupando el clítoris y creo... creo que tiene que ser lo más íntimo que nadie me haya hecho nunca. Que alguien podría hacerle a alguien. Y... Primero lo oigo antes que sentirlo. Su palma golpeándome en el trasero. ¿Acaba de... azotarme? Antes de que pueda adaptarme al repentino giro de los acontecimientos y a la quemadura en la nalga, gruñe:
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—Esto es una lección, ¿recuerdas? Si quieres ser una buena puta para mí, Luciérnaga, ponte a trabajar de una maldita vez. No voy a dejar que este coño se corra hasta que te esté tocando el fondo de la garganta y todo lo que puedas respirar sea a mí. Lo remata con otra bofetada y, a pesar de la quemadura y la pequeña molestia, me pongo manos a la obra. Porque no puedo ser egoísta. Aunque no sé si chuparle la polla es una gran lección o incluso un castigo. Porque de nuevo, en cuanto le lamo la punta, gimo. Su sabor a canela estalla en mi lengua y esta vez, sin distraerme, abro la mandíbula de par en par y lo envuelvo con mis labios. Y cuando lo hago, consigo tocar esas piezas en forma de escalera y sí, no es un castigo en absoluto. Más bien una recompensa. Para mí y también para él. Los consiguió para hacerse daño, ¿no? Para castigarse por esa noche. Así que esta noche lo recompenso. Lo hago sentir bien mientras los lamo y los acaricio con la lengua, sintiendo el delicioso peso del metal en mi lengua. Su delicioso sabor se mezcla con el de su canela. Y creo que lo hago demasiado bien porque no sólo su cuerpo salta y se retuerce debajo de mí, sino que su boca en mi coño vacila. Me hace sonreír. Y chuparlo más fuerte. Agarrarlo con las dos manos (tenía razón, necesito las dos manos para sujetarlo) y volverme loca con su preciosa polla. Aunque no sé cómo sabe que me deleito haciéndolo perder el control, pero lo sabe. Porque me vuelve a pegar en el trasero, haciéndome saltar y mover las caderas, y utiliza sus grandes y ásperas manos para separarme las nalgas y meterse de lleno en mi coño completamente expuesto. Después de eso, creo que se convierte en un concurso. Ambos estamos lamiendo, chupando y frotando. Estoy cabalgando su cara mientras él cabalga mi boca. Bailo sobre él, con mis caderas retorciéndose, y él se estremece debajo de mí, sus muslos se tensan y saltan.
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Abro la boca todo lo que puedo, sin importarme el dolor, las grietas que empiezan a aparecer y que mañana estarán a flor de piel, y me la meto hasta el fondo, ahogándome con mis intentos, atragantándome y ensuciándole la polla y las bolas. Y me está chupando los labios del coño, rozando mi clítoris súper sensible con la nariz, y Dios, puedo sentirlo. Puedo sentir mis jugos saliendo a borbotones y a él bebiéndoselos tan rápido como salen. Transformándolo. Haciéndolo renacer. Lo que me hace estar aún más decidida a hacerlo bien para él. El mejor que ha tenido nunca. Así que no me rindo. Sigo intentando absorberlo todo lo que puedo, subiendo y bajando por su longitud, que probablemente esté ahora tan resbaladiza por mis babas como mi coño chorreante. Mientras siento que algo se arremolina y se aprieta en mi vientre, balanceo mis caderas sobre su lengua, cabalgando sobre su cara. Pero creo que lo tengo todo bajo control. Creo que voy a durar hasta que lo haga tocar el fondo de mi garganta. Pero todos mis planes se desbaratan cuando siento un pinchazo. Ahí abajo. No es de sus dedos ni de sus labios. Es de sus dientes. Desde el pequeño pellizco que me da en el clítoris y toda mi concentración, mi control ganado a pulso y mi dedicación a adorar su polla se van por el desagüe y me vengo. Su longitud se desliza fuera de mi boca y arqueo la espalda, gimiendo y temblando, pensando que esto no acabará nunca. Este terremoto en mi cuerpo, en mi coño. Sobre todo si no deja de chuparla. Cuanto más me chupa y bebe, más goteo y chorreo y más tiemblan mis muslos. En un momento dado creo que me desmayo, aunque mi cuerpo sigue sacudiéndose y retorciéndose. Porque lo siguiente que sé es que estoy de rodillas y él está detrás de mí. No tengo ni idea de cómo ha pasado. Cómo ha conseguido zafarse de debajo de mí y colocarme sin que me diera cuenta de nada. Todo lo que sé ahora es que está alineando su polla empapada de saliva con mi coño aún apretado, listo para entrar.
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Y yo digo, limpiándome la baba de la boca: —E…espera. Levanta la vista, con el pecho brillante por el sudor y mis jugos, la boca brillante también, el pecho agitándose tan rápido como un tren a toda velocidad. —No has... —No consigo recuperar el aliento, pero persevero—. No te has corrido y... Mis palabras terminan en un grito ahogado y un gemido agudo, casi un grito. Porque él elige ese momento para empujar dentro de mí. Y me habría caído de cara al suelo con la fuerza, el leve dolor de su invasión, si no tuviera una mano agarrando mis caderas y su brazo alrededor de mi vientre tembloroso. Así las cosas, lo único que hago es gritar y sacudirme con su polla palpitando dentro de mí mientras él tira de mí hacia arriba, con la columna inclinada y la cabeza apoyada en su pecho. —Otra vez —me gruñe al oído—, no pensaste que lo olvidaría, ¿verdad? Está bombeando dentro de mí, prolongando mi orgasmo de antes, así que me cuesta concentrarme. Pero sigo diciendo: —¿Olvidar qué? —Que se supone que mi carga termine en tu vientre, no en tu garganta. Acaba con un violento empujón de sus caderas y mis manos vuelan hacia atrás y se aferran a sus ondulantes oblicuos. No sé de dónde me viene la lucidez, pero le recuerdo: —Pero no quiero.... —Lo haces. —Otra sacudida de sus caderas mientras una de sus manos abandona mi cadera y se aferra a mi garganta—. Carajo, quieres a mi bebé. Arqueo la espalda, me deleito con su control mientras insisto sin motivo: —N…no. Me agarra por el cuello y me echa la cabeza hacia atrás para que lo mire boca abajo. Entonces. —Sabes para qué son, ¿verdad? Me aprieta una parte del cuerpo, las caderas, que me hace sacudirme contra él y gemir. Pero es lo único que puedo hacer. De todas formas, no parece necesitar una respuesta mía porque la da él mismo:
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—Estas. Suaves. Carnosas. Caderas. —Cada palabra es interrumpida por el golpe de su polla y cada golpe de su polla es interrumpido por mis gemidos y quejidos—. Estas caderas suaves y carnosas no son sólo algo a lo que agarrarme cuando te folle así, y créeme, va a haber muchas veces en las que machaque este coño por detrás como si fuera un animal y tú mi perra en celo. —Me vuelve a apretar la cadera, haciendo que me muerda el labio por el placer/dolor que me produce—. Estos también son para cuando te dé un bebé. Esto es lo que llaman caderas de parir, Luciérnaga, y tú las tienes a raudales. Las tienes para días, carajo, y si crees que voy a dejar que se desperdicien, mejor piénsalo otra vez, ¿de acuerdo? Estoy jadeando y gimoteando y mis ojos están a punto de cerrarse, pero él me aprieta la garganta, haciéndome abrirlos de golpe y vuelvo a jadear. —Ojos en mí —gruñe con los dientes apretados—, cuando te esté educando sobre pájaros y abejas. Me estremezco con su tono, mi coño espasmódico sobre su vara, chorreando semen que no sólo lo empapa a él, sino también a mis muslos. Y Dios, no para. No deja de bombear dentro de mí y ahora hay ruidos. Hay ruidos de aplastamiento con cada embestida. Pero aun así lo oigo. Escucho lo que dice. —Y éstas —dejando mi cadera, se acerca a mis pechos y aprieta uno—, ¿no te has preguntado nunca por qué están tan turgentes y maduras? Por qué tus pezones parecen cerezas jugosas —hace rodar uno entre el pulgar y el dedo, haciéndome gritar—, y por qué cuando caminas, estas tetas se agitan bajo tu vestido como si se murieran por salir y encontrar una puta boca hambrienta que pueda agarrarse a ellas. —Me aprieta la carne con fuerza y dice—: La única boca hambrienta de la que tienes que preocuparte ahora mismo es la mía. Para tu información. No te metas ninguna puta idea en la cabeza, ¿bien? Estas. Son. Mías. —Una vez más, acentúa sus palabras con fuertes golpes de cadera y, de nuevo, yo hago uh, uh, uh—. Y para el bebé que te voy a dar. Porque estas son lo que llaman tetas de lechera, Luciérnaga. Son tetas hechas para ordeñar, para mamar, para beber, y de nuevo, si crees que voy a dejar que se desperdicien, entonces tal vez no eres tan inteligente como crees. Ahora mismo parece una bestia. Sumergido en la luz plateada de la luna, sus ojos son negros como el azabache y sus rasgos tensos y sonrojados. Y no puedo evitar preguntarme cómo es que quedé atrapada con alguien como él. Cómo es que me tiene tan en sus garras que no quiero irme. Que nunca jamás
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quiero irme. Que siempre quiero vivir aquí, entre sus brazos violentos y su corazón animal. —Y luego —ronca, sus embestidas se ralentizan un poco, dejándome recuperar el aliento—, está este coño. —La mano con la que me agarraba la teta, después de golpeármela una vez y hacerme gemir, baja hasta mi coño—. ¿Por qué crees que está tan apretado, nena? ¿Por qué crees que Dios te dio un coño tan pequeño que no sólo es difícil de meter, sino también de sacar? ¿Por qué crees que Dios hizo que tu coño no sólo se mojara como si nada, sino que también fuera tan pegajoso que cuando intentas salir, no te deja ir. No te deja salir, así que tienes que quedarte dentro. Tienes que bombear, bombear, bombear dentro de él y antes de que te des cuenta o de que puedas siquiera pensar en salir y hacer lo correcto dejándote sin criar, ya estás vertiendo tu carga dentro de. Ya estás llenando ese puto coño apretado hasta el borde como un maldito adolescente que nunca ha bombeado en nada excepto en su puño. No tengo ni idea de lo que dice. No tengo ni la más remota idea mientras balanceo la cabeza sobre su pecho y gimo, me sacudo y retuerzo las caderas. Porque no sólo me susurra estas cosas al oído, sino que también me frota el clítoris al mismo tiempo, y tiene razón. Tiene tanta razón que mi coño se humedece como si nada. Porque esos ruidos de aplastamiento se han disparado. Oigo cómo me mojo cada vez más. Me oigo a mí misma sacando jugo. —Así que sí —susurra de nuevo—, quieres un bebé. Porque ese es tu propósito, Luciérnaga. Por eso te pusieron en esta tierra olvidada de Dios con un cuerpo como ese. Con unas caderas tan carnosas que no puedes evitar golpearlas hasta que se ponen rojas. Con tetas tan lechosas que no puedes evitar morderlas y un coño tan apretado que no puedes evitar correrte dentro de él. Por eso. ¿Entiendes? Por eso tienes unas curvas tan cerradas y un cuerpo hecho para follar y procrear. ¿Y quién te va a criar a ti, nena? —T…tú —le susurro aunque no tengo ni idea de cómo lo he hecho. Cómo formé una palabra y cómo supe cuándo decirla. —Exacto. —Sigue frotándome el coño con los dedos mientras su polla entra y sale de mí a un ritmo lento y perezoso—. Yo. ¿Y eso por qué? Mi visión entra y sale de foco. —P…porque soy tu Luciérnaga. —Ajá. Y porque soy tu Thorn, ¿no? —Lo eres.
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—Bien. —Me da un suave beso en el cabello—. Así que no más peleas, ¿de acuerdo? No más discusiones sobre si quieres a mi bebé o no. Porque ambos sabemos que lo quieres. Y los dos sabemos que te lo voy a dar. Drogada e hipnotizada, asiento. —De acuerdo. —Aunque —me respira en la frente durante un segundo, como si se le estuviera haciendo realmente difícil mantener una conversación ahora que todo se ha calmado y el placer se está volviendo insoportable—, tengo que decir que quizá tenías razón al huir de mí. —Me pongo rígida, pero él sigue—: Porque con un cuerpo así, voy a querer procrearte una y otra vez. Voy a querer poner a mi bebé dentro de ti tan pronto como tu barriga vuelva a estar firme y esbelta. Así que un consejo, ¿de acuerdo? No dejes que te atrape así, no dejes que te atrape sin un bebé en la barriga porque si lo hago, te voy a agarrar en donde te encuentre y te voy a meter la polla en tu apretado agujero y te voy a follar hasta que te vuelvas a reproducir, ¿de acuerdo? Y con tu coño fértil y mi polla superior, sabes que lo haría. Y por suerte no tengo que responder, porque en ese momento no sólo me golpea el coño como me había golpeado el trasero y luego las tetas, sino que yo también me vengo. Y me vengo como un huracán, con un orgasmo aún más intenso que el anterior. Aunque, para ser sincera, llevo viniéndome desde que empezó a lamerme el coño y a susurrarme tonterías al oído. Aunque esta vez al menos soy consciente de cuando me empuja hacia abajo, haciéndome caer sobre las manos y las rodillas, y reanuda su bombeo a una velocidad vertiginosa. Me folla como acaba de decir que haría, sujetándome, con su mano ahora enredada en mi nuca y sus caderas golpeándome el trasero. Aunque me gustaría poder girar la cabeza y verlo. No me había dado cuenta, pero fue uno de los momentos culminantes para mí. Junto con sus palabras sucias pero eróticas y, por supuesto, su polla dentro de mí. Pero no sólo me mantiene atada con su mano, sino que además no tengo fuerzas para hacer otra cosa que aguantar todo lo que me da, mi cuerpo sacudiéndose y mi cabello volando alrededor de mi cara con sus brutales embestidas. Ah, y llegando. Porque aún no he dejado de hacerlo. Ni siquiera cuando siento que alcanza el clímax y se corre él mismo. De hecho, mi interminable orgasmo se hace aún más fuerte al sentir su polla saltando y palpitando dentro de mí, descargando su carga. Que sé que querré una y
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otra y otra vez. Incluso cuando me dé un bebé y todo esto termine. Porque si mi coño está hecho para procrear, la suya es la polla que está hecha para procrearme. Y el pensamiento es tan peligroso y seguro, como el sol que sale cada mañana que creo ver estrellas. Creo ver trozos de ellas cayendo a nuestro alrededor y sonrío, sintiendo aún su polla palpitando dentro de mí, corriéndome yo también. Pero entonces me doy cuenta de que no son estrellas. Son luciérnagas. Toneladas y toneladas de ellas, rodeándonos, iluminando la noche para nosotros. Y son tan mágicas. Mágicas y majestuosas. Preciosas. Son lo más bonito que he visto nunca. Y unos minutos después, cuando Ledger termina y se retira de mi cuerpo sólo para recogerme en sus brazos al estilo nupcial, aún se quedan y retozan a nuestro alrededor y no puedo evitar susurrar: —Luciérnagas. Recogiéndome en brazos, empieza a caminar. —Sí. Levanto la vista hacia su rostro, iluminado por estas diminutas criaturas y la poderosa luna. —¿Por eso me llamas Luciérnaga? Porque iluminan tu bosque favorito. Le brillan los ojos. —Te llamo Luciérnaga porque iluminas mi vida. Mi corazón se acelera a pesar de que no se había calmado mucho después de nuestro alucinante sexo. —Son hermosas. No aparta los ojos de mí mientras dice: —Sí. Y creo que en lugar de las luciérnagas, está hablando de mí. También estoy hablando de él cuando mi corazón susurra, cosa hermosa, tú.
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CAPÍTULO VEINTISÉIS
—¿P
or qué quieres una niña? —le pregunto una hora después. baño.
Cuando estemos de vuelta en la cabaña y en el
Es vaporoso y caliente y absolutamente perfecto. No me había dado cuenta de lo agotada que estaba después de un día de llorar, enfadarme, luego correr y sí, el épico sexo en el bosque. Y al parecer, él también está agotado porque se toma un poco de tiempo para responderme. Y es un poco adorable. Él despertándose ahora después de haberse quedado casi dormido. La forma en que abre los ojos, con las cejas ligeramente fruncidas por la confusión. Y la forma en que respira somnoliento, su cálido pecho moviéndose bajo mi mejilla. Por no mencionar que sus brazos, que me rodeaban como si no pudiera dejarme ir, se sacuden ligeramente antes de apretarse. —Hola —susurro, mirándolo. Finalmente inclina la cara, centrándose en mí. —Porque me gusta la idea de una niña con ojos azul grisáceo y cabello oscuro. Que adore el algodón de azúcar y tenga una risa tintineante como campanillas de viento. Parpadeo. Luego: —¿Crees que tengo una risa tintineante como campanillas de viento? Su mirada recorre mi cara. —Sí. —Te has... —Me relamo los labios—. Nunca habías dicho eso antes. Me mira los labios. —Tampoco he dicho nunca que tu voz sea alta. Jadeo. —¿Cómo te atreves?
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—Pero lo encuentro pacífico. Abro mucho los ojos. —¿Pacífico? —Sí. —Y luego—: ¿Por qué si no crees que te pido que me cuentes historias por la noche? —Porque... —No puedo creer que esté diciendo esto—. Te doy paz. —Claro —dice, su voz suena extrañamente divertida—. Y me pone a dormir. Abro la boca para decir algo, pero entonces me doy cuenta de lo que ha dicho. Le doy un golpe en el pecho y le digo: —Eres un imbécil. Nunca volveré a contarte un cuento. Se ríe ligeramente. —Lo harás. —No lo haré. —Sólo para que puedas torturarme. Eso me da una pausa. —En realidad, no es mala idea. Sonríe. —Esa es mi chica sedienta de sangre. Entonces me ruborizo. Por más de una razón. No sólo tiene razón sobre mi sed de sangre y venganza —algo que no sabía que tenía hasta que le conocí sinceramente—, sino también porque esta noche lo hice sangrar literalmente con todos mis arañazos y clavándole las uñas. Tiene arañazos por toda la espalda, los costados, el cuello. Algo que me horrorizó tanto cuando las vi en el espejo del baño. Pero lo único que hizo fue sonreír y decir, con orgullo incluso: —Mi chica tiene uñas de maldad. —Lo siento mucho —había susurrado angustiada. —Pero está bien. Tengo una polla mala. Estamos en paz. Dios, está loco, ¿verdad? A pesar de ruborizarme, enarco las cejas.
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—Bueno, teniendo en cuenta lo petarda que soy, ¿estás seguro de que serás capaz de aguantar no a una, sino a dos como yo? Su diversión aumenta. —Creo que estaré bien. Dado que soy un Thorn y soy el único que sabe manejar mi Luciérnaga. digo:
Me estremezco ante su tono afectuoso pero también estoy decidida mientras le —¿Y si resulta ser una romántica empedernida como yo? —Espero que sea una romántica empedernida. —Puede que incluso lea novelas románticas.
—Espero que lea novelas románticas. —Y luego—: De hecho, yo le compraré una cuando llegue el momento. —¿Y qué pasa con los tacones altos? —¿Qué pasa con ellos? —¿Y si, como a mí, le gustan los tacones altos? —Si lo hace, me aseguraré de que nunca caiga. —¿Y si se cae? —Entonces estaré allí para atraparla. Maldita sea. Odio cuando hace eso. Odio cuando es así de dulce; no puedo enfadarme o molestarme con él. Sacudiendo la cabeza, susurro: —Te volverá loco. —Es su derecho divino volverme loco. —Y el tipo del que se enamore. Eso le da una pausa. Luego, con un ligero fruncimiento de cejas. —El tipo del que se enamore. —O una chica —le digo—. Ya sabes, alguien especial en su vida. Su ceño se frunce. —No. —¿Qué?
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—No lo sé. Yo también frunzo el ceño. —¿No sabes qué? —Si habrá alguien especial en su vida. —Yo no... —Además de mí. Parpadeo en silencio. Luego. —Tú. —Sí. Abro la boca para responder, pero luego la cierro. Hago esto un par de veces antes de preguntar: —¿Estás diciendo que no quieres que haya alguien especial en su vida? —No —explica frunciendo el ceño—. Digo que no necesita a nadie especial en su vida cuando ya me tiene a mí. Entonces lo miro. En su ceño enojado. La obstinada inclinación de su barbilla. Sus cejas arrogantes. Sí, está loco. Y sí, creo que es adorable. —Eso es muy —busco una palabra que no lo ofenda—, dulce. Aunque creo que no tuve éxito porque su ceño fruncido no hace más que crecer. —Pero Ledger, creo que tienes que prepararte para la eventualidad de que ella vaya a tener a alguien más en su vida... —No necesito prepararme para nada. Aprieto los labios para detener la carcajada. —Quiero decir, claro que vas a ser su primer amor, pero... —Y el último. No hay ningún pero. De acuerdo, me la puso muy difícil para mantener la risa a raya. Pero de algún modo consigo mantenerme seria.
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—Pero llegará un momento en que encontrará a alguien —abre la boca pero hablo por encima de él—, que, no sé, la llevará al baile de graduación o al baile de bienvenida. O a citas o... —La llevaré al baile de graduación y al baile de bienvenida. —Yo... —Están extremadamente sobrevalorados, por cierto, pero sí, si ella quiere ir, la llevaré. Y ella no necesita un chico Idiota que la lleve a citas. Yo haré eso también. De hecho, le enseñaré que todos los chicos que conozca nunca serán lo suficientemente buenos para ella y que es mejor que se mantenga alejada de todos ellos. —Entonces—. Oh, o una chica. Ninguna chica es lo suficientemente buena para ella tampoco. Pero no importa porque como dije, ella ya tiene a alguien especial en su vida. —¿Tú, quieres decir? —Sí. —Suenas completamente loco, lo sabes, ¿verdad? —Mejor que ser un padre perdedor que deja que su niña salga con imbéciles. Me quedo sin palabras después de eso. Sólo podía estudiar su cabello húmedo, sus pestañas mojadas, las gotas por toda su piel bronceada y sonrojada. Papá. Va a ser padre. ¿No es así? No sé por qué me golpea así. O más que eso, el hecho de que si él va a ser papá, entonces yo voy a ser mamá. Lo que me cambiará la vida igual o más, pero... Lo único que puedo pensar ahora mismo es que él ya es más papá para nuestra niña, que puede o no estar aún ahí, de lo que nuestros padres lo fueron nunca para nosotros. El suyo lo abandonó a él y a sus hermanos en cuanto pudo, y el mío, aunque ha estado presente toda mi vida, es más bien una presencia maligna. ¿Cómo se me ocurrió ocultársela? Alejar a su familia de él. —Quiero quedarme aquí —suelto sin delicadeza alguna. Sus brazos a mi alrededor se flexionan. —¿Qué?
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Sé que es un shock para él. Para mí también es un shock. Antes de decir las palabras en voz alta, no sabía que las iba a decir. No sabía cuánto deseo quedarme aquí. En el lugar que le da paz. Porque aparentemente también me da paz a mí. Después de meses y meses de vivir con miedo y al límite por culpa de mi padre, quiero algo... tranquilo y sencillo. Quiero algo que me dé alegría. Y estar aquí con él, a pesar de lo que ha pasado hoy, ha sido lo más alegre que me ha pasado desde el año pasado. Sé que a él también le pasa lo mismo. Este es su lugar favorito, su lugar de soledad, y sé que algo está pasando con sus hermanos y el fútbol. Tal vez si nos quedamos aquí, pueda descubrirlo todo y ayudarle. Como él me ayuda a mí. Así que a la mierda la ventana de ovulación. A la mierda la realidad. A la mierda todo por ahora. Y vivir en el paraíso. —E…En la cabaña. —Vuelve a fruncir el ceño y le explico—: No quiero irme mañana. Como habíamos planeado, pero... —¿Pero qué? Me giro un poco más hacia él. Porque esto es importante. Esto es algo que hay que decir y decidir antes de que ambos nos despidamos de la vida real por un tiempo. —Tienes que prometerme que no harás lo que hiciste hoy. Tienes que prometerme que no te pondrás celoso. —Veo cómo aprieta la mandíbula, pero sigo— : Sé que no te gusta oír esto y que puede molestarte. Pero Ledger, es la verdad, ¿de acuerdo? No puedes estar celoso. No tienes derecho a ponerte celoso. Es sólo un amigo de la familia. Él es... —Un amigo de la familia. —Sí —le digo con firmeza—. Nunca puede haber nada entre nosotros. Así no. Me mira fijamente durante unos segundos y espero que se lo crea. Sé que he tergiversado un poco mis palabras. Porque hay algo entre nosotros. Pero aunque seamos novios, nunca podrá haber nada entre nosotros porque él es gay. Cuando guarda silencio y no me atrapa en una especie de mentira, continúo: —No soy tuya. No lo soy. Nunca lo fui y nunca lo seré. Y lo siento. Dios, siento muchísimo haber pensado siquiera en ocultártela. Pero te prometo que no lo haré. Nunca jamás te ocultaré esta bebé, Ledger. Y me prometo a mí misma que encontraré la manera de hacerlo realidad.
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No importa lo que me depare el futuro ni adónde vaya, me aseguraré de que Ledger nunca esté lejos de ella. Porque igual que nosotros somos su familia, él es la nuestra. Él es mío. Y estaré a su lado. Tanto como pueda. Sé que no va a ser lo ideal, mi vida es más complicada de lo que nadie cree, pero no soy nada si no soy ingeniosa. No soy nada si no una luchadora. Soy valiente; él me lo dijo. Y encontraré la manera. Pero necesito que me prometa que no puede hacer lo que hizo hoy. Me acerco a su cara y la acuno con las palmas de las manos. —Lo decía en serio cuando dije que eso es todo lo que quiero de ti. Un bebé. Y nada más. No quiero... —El corazón se me oprime en el pecho—. Un nosotros. No hay un nosotros. Así que necesito que me prometas que no te pondrás celoso ni territorial porque... Se endereza y, por segunda vez esta noche, utiliza su magia atlética para colocar mi cuerpo. Me sujeta por la cintura y me da la vuelta para que, en lugar de sentarme entre sus muslos como hasta ahora, me siente a horcajadas sobre sus caderas. Llevando sus manos a mis nalgas, me dice: —Porque mi polla es lo único que quieres. Me estremezco, y mis manos se posan en sus hombros. —Cuando lo dices así, suena muy vulgar, pero... Me aprieta las nalgas. —No hay otra forma de decirlo, Luciérnaga. Me sonrojo. —No, no es... Quiero decir que sí. Me doy cuenta, pero en realidad no es así. Sólo lo dije porque no quiero que haya confusión entre nosotros y... —Confusión. —Sí. Yo sólo... —Me retuerzo en su regazo y él vuelve a apretarme las nalgas, deteniéndome—. Escucha, esto está saliendo mal. Lo que quería decir es que los dos necesitamos un descanso de la realidad, tú y yo. Sé que no has dicho nada, pero
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puedo adivinarlo. Algo pasa entre tú y tus hermanos y está afectando a tu juego. Y yo... sólo quiero ayudar y... —No necesito tu ayuda. —Pero yo... —Aunque lo que realmente necesito saber —me interrumpe—, es cuál es tu realidad. —No es nada —digo rápidamente y sin convicción, tensándome. —Supongo que es el Idiota de tu padre. —Eso no es importante. —Intento apartarme de él—. Eso no es lo que estaba diciendo. Estaba diciendo que... No me suelta, mantiene su agarre sobre mí firme y apretado. —Que todo lo que quieres de mí es mi polla. Hago otra mueca de dolor. —Mira, no quería decir eso. Quería decir... —Deberías haberlo hecho —dice entonces—. Porque de todas formas no tengo nada más que darte. —Eso no es verdad. Eso es... La determinación acecha en sus facciones mientras vuelve al tema que he estado intentando evitar. —¿Vas a contarme lo que te está haciendo el pedazo de mierda de tu padre? Lo miro en silencio, maldiciendo a mi propia boca por llevarme por este camino. Entonces. —No. Un músculo salta en su mejilla, sus ojos oscuros y disgustados. «Porque como ya he dicho, no es importante y no quiero hablar de él. Ni de nada relacionado con la vida real —le digo con decisión—. Sólo necesito que me prometas que no te comportarás como hoy porque estás celoso, y que me dejarás irme cuando quiera. Aun así, permanece callado y disgustado. Y tengo que susurrar. —Por favor, Ledger. Prométemelo. —¿Vas a huir de mí como hiciste esta noche? —pregunta al fin.
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Sacudo la cabeza. —No lo haré. No huiré. Lo prometo. —Lo prometes. —Sí. No te preocuparé así. Sus ojos recorren mis rasgos. —Bien, entonces. Podemos quedarnos aquí, en la cabaña. Y puedes irte cuando quieras. Pero cuando descubra lo que hace tu padre, no quiero que me culpes por lo que le haga a cambio. Su tono amenazador me produce escalofríos. Y me calienta de adentro hacia afuera. Aunque haré todo lo posible para que nunca se entere. Porque como mi hermano, él también perderá su mierda. De hecho, la perderá más que mi hermano. Pero no voy a pensar en eso ahora, cuando he conseguido lo que quería. Así que sonriendo, susurro: —Nos quedamos aquí entonces. —Sí. —No lo puedo creer. —Sonrío—. Soy muy feliz. Recorre mis facciones con la mirada. —Ya lo veo. —Voy a bañarme en el lago todos los días —digo contenta—. Y podemos hacer un picnic junto al agua. Podemos mirar las hojas otoñales y... —Creo que ahora tienes que callarte. Me echo hacia atrás, ofendida. —¿Qué? —Porque creo que si te dejo hablar más, me vas a dormir. —Jadeo, pero él sigue—: Y entonces esta enorme erección que tengo desde que nos sentamos en la bañera se echaría a perder. —Eso es muy... —¿Y entonces dónde estará tu pobre coñito hambriento de semen? —Odio...
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Me pone una mano en la boca. —Shh. Así que menos hablar y más follar, ¿bien? —Con la otra mano, me golpea el trasero—. Vamos, si voy a estar atrapado aquí contigo, podrías hacer algo útil. Porque mi polla no se va a follar sola ahora, ¿verdad? Ugh. Es tan arrogante. Pero me encanta, me encanta, me encanta de todos modos.
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CAPÍTULO VEINTISIETE
T
odas las noches empiezan igual. Se ducha antes de acostarse y, cuando termina, aparece desnudo en el umbral. Yo ya estoy bajo las sábanas y, al verlo, siento que se me acelera el estómago.
Empieza a merodear hacia la cama, sus ojos clavados en mí de una forma que sólo puedo calificar de depredadora. Y mi agarre de las sábanas se hace más fuerte cuanto más se acerca a la cama. No es mi intención aferrarme a las sábanas como si quisiera protegerme de él, pero es algo que me ocurre todas las noches. Quizá porque parece muy grande y amenazador. Una bestia en realidad. Una criatura de estos bosques sin ropa para domar sus músculos desbordantes. No hay tapadera de civismo que oculte lo poderoso, fuerte y crudo que es. Además su polla está justo ahí. Todo duro, perforado con joyas centelleantes y palpitante a cada paso que da hacia mí. Me estremece los muslos y me aprieta el corazón. Ese tronco de carne, surgiendo de una mata de cabello oscuro. Y no puedo esperar a que llegue. No puedo esperar a que me la meta. Por eso siempre me sorprende que, cuando llega hasta mí, intente apartarme de él. No es que vaya a ninguna parte. Su mano se alza como una serpiente de cascabel y me agarra por el cuello. Mi pulso se acelera bajo su agarre, saltando y brincando bajo mi piel. Me agarra para devolverme a mi sitio, cerca de él, y ponerme de rodillas. Solo tarda unos segundos, pero para cuando llego a donde él quiere que vaya, ya estoy a medio camino del paraíso sin aliento. Donde controla el aire que entra en mis pulmones. Y reparte sólo un puñado de latidos por minuto. Haciendo que todo sea lento, perezoso y pegajoso. —Suéltate —gruñe suavemente, refiriéndose a la sábana. Parpadeo y hago lo que me pide. Entonces mira mi camisón con el ceño fruncido.
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Me mantiene inmovilizada con la mano alrededor del cuello y tira de los delicados tirantes de mi camisón color melocotón. Me sacudo cada vez que cede a su fuerza superior, y cada sacudida mía oscurece más sus ojos. Hace que presione con el pulgar sobre mi peca, mi pulso, como si me inculcara una vez más que él tiene el control. Es él quien decide cuándo respiro y cuándo late mi corazón. —¿Qué número es éste? —pregunta entonces. —Siete. —Y sigues sin aprender. —Porque te gusta. —¿Me gusta qué? —Desgarrarlos. Tira de mi cuello, acercándonos aún más. —Sí, eh. Mis manos van automáticamente a posarse en sus abdominales calientes, trazando las crestas, los peldaños de sus músculos húmedos. llevo.
—S…sí. Creo que secretamente te gusta romper mis camisones. Por eso los
Y menos mal que se pasó por mi apartamento hace unos días y me trajo un montón de más ahora que nos vamos a quedar aquí una temporada. Tararea. —Tal vez. —Porque te gusta demostrar que nada puede impedirte t…tenerme. Se lame los labios, con tanta satisfacción como hambre. —Y nadie puede, ¿verdad? Aprieto los muslos ante su gesto. —No. —Así que tal vez estás aprendiendo después de todo. Asiento, mordiéndome el labio. Que es cuando viene a mí con un beso. Y me aferro a ello con todo lo que soy. Pero como siempre, su beso termina demasiado pronto porque me empuja y se mete entre mis muslos. Baja a la cama y pone su boca justo ahí.
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En mi coño. Cuando suelta el primer lengüetazo, me bajo de la cama, arqueo la espalda y abro más los muslos que antes. Pero nunca son lo bastante anchos como para que él quepa fácilmente entre ellos. Sigue teniendo que poner las manos en mis miembros para abrirlos más, para ensanchar el espacio. Por no hablar que tiendo a cerrarlos cuando se lleva todo mi cuerpo a la boca, chupando mis labios resbaladizos y sacudiendo mi apretado clítoris contra el paladar. Como está haciendo ahora. Así que tiene que mantener sus manos ahí, sus grandes dedos acariciando mi carne e inmovilizándome contra la cama. Que por supuesto me encanta. Me encanta que me inmovilice como la luciérnaga que soy. También me encanta cuando me inmoviliza con su polla en la boca. ¿Recuerdas el sesenta y nueve que hicimos en el bosque? Ha pasado más de una semana desde entonces y ahora se ha convertido en mi cosa favorita del mundo. Bueno, aparte de que realmente me folle. Y él lo sabe. Sabe lo mucho que me gusta que me ahogue con su polla mientras me come el coño y lo mucho que me gusta que lo haga de forma que no pueda moverme en absoluto. Con mi cabeza colgando sobre el borde de la cama y él inclinado sobre mi cuerpo tembloroso para llegar a mi coño. Y sí, lo hace mientras estoy atada. Nunca tuve problemas con la cuerda. Mi único problema era que no me dejaba salir, así que me encanta cuando hace eso. Me encanta cuando me ata y me folla la boca, quitándome el control. Algo en su posición dominante, con él clavándome la polla en la garganta una y otra vez mientras azota con su lengua mi clítoris, cubriendo mi cuerpo pálido con el suyo bronceado, hace que me corra tan rápido y tan fuerte que no paro en siglos. Pero a veces le gusta simplemente separarme los muslos y comerme. Le gusta sorber mi coño, gemir y gruñir de gusto. Le gusta mover la cabeza de un lado a otro como si bañara su boca, su mandíbula, en mis jugos. Y créeme, siempre hay mucho, mis jugos, mi semen, que sigue saliendo de mí continuamente. Corre por mis muslos, empapa las sábanas, pero sobre todo acaba en su boca. Pronto le agarro del cabello húmedo y consigo que se acerque, mis muslos llegan a doblarse en mis rodillas, mis talones empujan contra sus hombros, golpeándolos. Lo que supongo que es una señal para él de que estoy cerca y entonces depende de él si quiere llevarme hasta allí o tomarse su tiempo con ello, volviéndome aún más loca y hambrienta.
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Esta noche, sin embargo, se apiada de mí y, cuando se da cuenta de mis signos reveladores, empuja su lengua hacia dentro, atravesando mi pequeño agujero con ella y dándome un indicio del dolor eléctrico que se avecina, y me muerde el clítoris. Y en cuanto lo hace, me hace el daño que tanto me gusta y me parto en dos. Siempre es una revelación, la forma en que me vengo por él. Mis piernas tiemblan sin control, mi pelvis se contrae y mi coño húmedo como la mierda se aprieta y pulsa, chorreando sin que yo lo diga. La forma en que mi cuerpo entrega todo lo que soy y se vacía completamente para él. La forma en que nunca jamás me hice venir por mí misma. ¿Y por qué no iba a hacerlo? Quiero decir, míralo. Míralo salir de entre mis muslos, su boca húmeda, su garganta reluciente. Incluso su pecho agitado y sus abdominales contraídos están empapados. Mi venida se pegaba a su piel bronceada y caliente y a sus músculos densos como pequeñas gotas de lluvia. Que luego se frota en la piel. yo.
Como una especie de animal, bañándose en su pareja, haciéndose oler como Y cada vez que lo veo hacer eso, un mini orgasmo me recorre. Aun así, quiero su polla ahora.
En vez de que la bombee en su puño, quiero que la bombee en mi coño hambriento. Además, se ve muy duro, rubicundo y tan grueso en este momento. Más grueso que nunca. Lo que significa que está más cachondo que nunca. Lo que no es un buen augurio para mí y mi pequeño coño. Lo que a su vez significa que me va a encantar. Recorre mi cuerpo desnudo con la mirada y yo arqueo la espalda, levantando las tetas, agitándolas como a él le gusta, y abro un poco más mis muslos húmedos para él. Incluso llego a tocarme el coño, a pasar los dedos por el centro de mi núcleo desordenado y descuidado mientras le devuelvo la mirada. Y como siempre que hago eso, sus ojos se entrecierran hasta convertirse en rendijas y su mandíbula se aprieta tanto que casi dejo de atormentarlo. Gruñendo, me
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aparta la mano del coño como si sólo él tuviera derecho a tocarlo, ni siquiera yo. Y me hace un gesto con el dedo para que me dé la vuelta. Es un gesto tan arrogante que roza la grosería. Como si ni siquiera se molestara en usar sus palabras o ser civilizado al respecto. Y eso me gusta tanto que, aunque sigo temblando, hago lo que se me ordena. Me doy la vuelta y me pongo de rodillas para él. Y entonces él está allí. Donde más lo necesito, justo detrás de mí y penetrándome antes de que pueda parpadear. Y estoy muerta para el mundo y viva solo para él. Lo primero que siento es dolor. Siempre está ahí, no importa cuántas veces me haya follado en la última semana. La lucha por entrar al principio, sus gemidos frustrados, mis gemidos adoloridos y cachondos. Mis propios intentos de zafarme de él que frustra muy fácilmente cuando me agarra de mis caderas carnosas y aniñadas y tira de mí hacia atrás. Pero después de cinco o seis golpes, mi coño no tiene más remedio que ceder y doblegarse a su voluntad, abriéndose para dejar espacio a su dura polla. Así que el dolor disminuye, pero los bordes más afilados del placer aún permanecen. Y creo que es porque así, toca lugares dentro de mí que no creo que sean posibles en ninguna otra posición. No creo que esos sementales suyos en forma de escalera puedan rozar estos lugares, acariciar estas partes íntimas de mí de ninguna otra forma. Así que incluso el placer se convierte en algo que tengo que sufrir. Con gemidos entrecortados, dientes apretados y ojos llorosos. Mientras empujo hacia atrás en sus poderosos empujes. Pero... Por muy adictivo y demoledor que sea todo esto, lo mejor está aún por llegar y espero y rezo para que así sea esta noche. Empieza con su pulgar en mi trasero. Justo donde está mi segundo pequeño agujero. Toda mi pelvis se contrae, incluido mi canal resbaladizo, haciéndolo gemir y penetrarme con más fuerza durante los segundos siguientes. Luego, con el otro brazo, me agarra el cabello con el puño y me levanta, haciendo que me arquee contra su
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pecho. También hace que su pulgar se introduzca en mi agujero, aunque solo un poquito. Pero es suficiente para hacerme gemir. —No. Ralentiza sus embestidas y me agarra del cuello para mirarme boca abajo, su forma favorita de mirarme, según he descubierto. —¿No? Alargo la mano para agarrarle los muslos y le susurro: —No, por favor. Un músculo le salta en la mejilla mientras desafía: —¿Por qué no? —P…porque. —¿Porque qué? —Dolerá. —Sí —me aprieta la garganta y me da un fuerte empujón, haciendo que mis tetas de lechera se sacudan—, a ti. —Sí. —Pero me parecerá un sueño a mí. —Pero no puedes ser egoísta. —Sí, ¿pero por qué no? —Porque yo...—Tengo que parar aquí para ir uh, uh, uh porque él da tres empujones seguidos, duro y rápido—. Voy a t…tener a tu bebé. Aún no lo sabemos. Pero realmente espero que ocurra pronto. Se ríe cruelmente, con dureza. —Razón de más para usar tu otro agujero ahora que he usado tu coño. Me corren petardos por las venas. Sus palabras amenazadoras. Su tono amenazador. Sólo el hecho de que sé que puede hacerlo pero no lo hará. No sin hacerlo bien para mí. Así que susurro como siempre:
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—¿Sólo un toque? Y como siempre, se burla. —Sabes que no me detendré en uno. —Pero no podré sentarme hasta dentro de una semana. Otro fuerte empujón que me hace rechinar los dientes. —Tu problema, ¿no? No el mío. —O caminar derecha. —Otra vez. No es mi problema. Clavo las uñas en la parte posterior de sus muslos y me aprieto contra su cuerpo. —¿Y si alguien pregunta? Me mira con ojos entrecerrados y cachondos. —¿Pregunta qué? Me relamo los labios. —Por qué camino raro. —Sabes mentir, ¿verdad? Se te da bien —se burla en un susurro áspero. Sacudo la cabeza. —No puedo. Te prometí que no mentiría. —¿Estás diciendo que ahora eres una buena chica? —Sí. —¿Qué va a decir una buena chica si alguien le pregunta por qué camina raro? —Yo... —Se me corta la respiración cuando me golpea de nuevo, su torso chocando contra mi trasero —. Tendré que decirles que lo hiciste tú. Me metiste la polla en el trasero y era muy grande. No cabía. Pero tú no... —Tuve cuidado —completa mi frase. —No. Pero todavía lo pusiste ahí. —Sí, todavía lo pondré ahí. —Y dolió. —Pobrecita —murmura, bajando a besarme la frente mientras vuelve a acariciarme el agujero trasero con el pulgar. Me sacudo y aprieto su longitud con mi coño.
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—Y fuiste muy malo conmigo. —Lo fui. —No lo quería. —Sí, seguías diciendo que no, ¿verdad? —Sí. —Pero yo tampoco escucharía eso. —Te dije que pararas. Que no me gustaba. —Pero ya te he dicho que me encanta, carajo, así que tienes que aguantarte. —Sí. —Porque follar por el trasero es para los chicos, no para las chicas, ¿no, nena? —Sí. —Además va a terminar pronto de todos modos. —Lo hará. —Pero claro que mentí. —Siempre lo haces cuando me follas ahí. —Dime por qué. —Porque siempre dices... —Mi respiración es entrecortada ahora como siempre lo hace cuando estoy hilando este cuento sucio, pervertido, volviéndolo a él y a mí toda loca y cachonda—. Que mi trasero se siente como el cielo. —Sí, así es —dice, su boca rozándome la frente, su pulgar casi dentro de mi trasero y sus perezosos empujones dándome vida—. Tu trasero se siente como si hubiera muerto he ido al cielo. Y sé que es un error. No debería estar en el cielo cuando probablemente mi nombre esté escrito en el infierno desde el principio de los tiempos. —Yo no... —Pero entonces, no voy a ser ese tonto hijo de puta que pierde la oportunidad, ¿verdad? Voy a quedarme aquí, follarme el trasero apretado de un ángel que cometió el error de agacharse delante de mí hasta que me separen de ella y me pongan donde pertenezco. Intento advertirle entonces. Intento decirle que no puedo seguir jugando a este juego. El juego en el que yo soy una Luciérnaga sin Poder y él es mi Thorn Egoísta. El juego en el que parece que él es el único que gana, pero en realidad ganamos los dos.
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Que me voy a venir. Pero supongo que él ya lo sabe. Porque me empuja al límite con sus siguientes palabras: —¿Qué tal si hacemos un trato? ¿Qué tal si hago que te vengas ahora mismo y me follo tu trasero? Porque si te vienes, significa que te gusta, ¿no? No importa cuántas veces digas que no. Porque si te vienes, puedes decirles que aunque te haya follado el trasero sin tu consentimiento y te haya hecho daño, te has corrido encima de mí. Como una buena pequeña puta. En ese momento, el orgasmo que me invade es aún mayor que el anterior. Es tan masivo, doloroso y eléctrico que me envía a otra estratosfera. Donde no sé quién soy ni dónde empiezo. O lo que está pasando a mi alrededor, pero sí sé cuándo él se corre. Cuando me llena hasta el borde con su semen. Su semilla. Y luego, como siempre, me levanta y me prepara un baño. Me quedo dormida al instante mientras me lava el cabello y calma mi cuerpo aún tembloroso. Así que sí, así son nuestras noches. Sin embargo, nuestras mañanas también tienen una rutina. Siempre es el primero en despertarse y Dios, se despierta a una hora realmente intempestiva como las 5AM cada mañana. Pero en lugar de molestarme por ello, me gusta disfrutar del espectáculo. Tras su ritual matutino, sale como después de la ducha: desnudo. Deja caer la toalla al suelo y se dirige a la cómoda para sacar su ropa de correr. Con la sábana envolviéndome el pecho, me apoyo en el codo y lo miro mientras se pone los pantalones de correr. —Sabes que no tienes un hada mágica de la limpieza que limpia lo que ensucias, ¿verdad? Entonces se gira hacia mí, con el pecho aún desnudo y los pantalones bajos sobre las caderas, mostrando su V, con un aspecto fresco y listo para empezar el día. —Pero tengo una Luciérnaga que lo hace por mí. —¿Ah, sí? Asiente lentamente, sus ojos me miran de arriba abajo. —Sí. Y yo diría que ella misma es bastante mágica. Mi corazón da un vuelco.
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—Recoge tu toalla, Ledger. —¿Y privarte del placer de hacerlo tú misma? —exclama—. Ni en sueños. —No me gusta limpiar lo que ensucias. Es una mentira total, pero da igual. Sonríe, cruzando los brazos sobre el pecho, flexionando todos sus músculos y haciéndose aún más atractivo. suelo?
—Sí, ¿por eso casi tienes un orgasmo cada vez que dejo la ropa sucia en el Me incorporo, ofendida, aún agarrada a mi sábana. —No tengo casi un orgasmo. —Bien, un mini orgasmo entonces. —Eres un imbécil, ¿bien? Puedes... —Pero yo sí. Me quito el cabello de la cara y le miro fijamente. —¿Sí qué? —Casi reviento en los pantalones cuando te agachas a recoger mi toalla.
—Ja, ja. —Lo señalo con un dedo—. Muy ofensivo y un cliché en el género del porno sirvienta. Desplegando los brazos, se acerca a la cama. —Y cuando corres por la cocina, con las mejillas sonrojadas por el calor y las tetas temblorosas, para traerme cada noche mis galletas o cupcakes a tiempo para la cena. —Otra vez, cliché. —Pero sobre todo —llega hasta la cama y, poniendo una mano sobre ella, se agacha—, estoy a punto de correrme encima cuando me escribes tus listas. De acuerdo, eso es nuevo. Parpadeo un par de veces. —¿La l…lista de la compra? —Sí —dice, sus ojos van de un lado a otro—. Porque me hace sentir que dependes de mí. Para las cosas. Que si quieres algo, seré yo quien te lo dé. Sabes que seré yo quien te lo dé. Ahora el corazón me golpea el pecho y digo sin aliento:
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—Por tercera vez, cliché. —Luego añado: —Aunque éste pertenece al género súper masculino caballeresco. Le hace gracia y murmura: —Bueno, por algo es un tópico, ¿no? —Yo... Sus ojos recorren mi cara. —Porque si yo estoy a punto de estallar en mis pantalones ahora mismo, tú estás goteando sobre las sábanas. Mi corazón se aprieta. —No lo estoy. —Puedo olerte. —No puedes olerme. Eso es absurdo. —Pero cierto. —Sabes qué, deberías irte. —¿Sí? —Sí. Se te hace tarde para tu estúpido entrenamiento. —Eso también te da un mini orgasmo. Pongo los ojos en blanco, aunque tiene razón. —Deberías irte ya. La madera no se cortará sola si te quedas aquí todo el día mirándome. Porque eso es lo que hace: corta madera y luego da vueltas y vueltas alrededor de este lugar. Mientras yo holgazaneo en la cama, observándolo a través de la ventana. Y sí, teniendo mini orgasmos. —No, no lo hará —acepta. —Entonces... —Creo que si me quedo aquí mirándote todo el día, no hay poder en esta tierra que pueda cortar esta madera, y mucho menos yo. Asiento sabiamente. —Exacto. —Luego, pregunto confusa—. ¿Qué? ¿Qué madera? Su boca se levanta en una mueca.
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—¿Por qué no lo piensas mientras hago esto? —Haces q... Su mano sale disparada y me agarra por la nuca, tirando de mí hacia él. En ese momento, me besa hasta dejarme sin aliento y, cuando termina, se endereza y, recoge una camiseta, se va. Casi ha llegado a la puerta cuando doy un grito ahogado. —Lo acabo de entender —le digo a su espalda en retirada—. Tu estúpida e inmadura broma de la madera. Entonces, antes de que pueda pensarlo, tomo una almohada de al lado y se la tiro, haciéndolo soltar una risita. Con un suspiro, me acomodo contra las almohadas y lo hago sonriendo. Sin embargo, como siempre, me vuelvo a dormir después de verlo blandir el hacha y sus hipnóticos y rítmicos movimientos. Sólo para despertarme una hora más tarde, lo que sigue siendo temprano para mí, para empezar el día. Lo que suele incluir preparar el desayuno antes de que vuelva, sudoroso y jadeante. Todo delicioso. Así que supongo que tenía razón; corro por la cocina, intentando tenerlo todo listo a tiempo. Como sea. De todos modos, el lugar donde desayunamos depende del tiempo que haga. A veces, cuando hace sol, salimos a hacer un picnic junto al lago, como le dije que quería. Nos bañamos en el lago, paseamos y todo eso. Pero a veces, cuando está nublado y llueve, nos quedamos en casa y, después de terminar de desayunar, pasamos el rato en el salón. Sobre todo junto a la gran ventana que da a la bonita lluvia y al bosque. Solemos acabar en la acogedora alfombra, yo sentada apoyada contra el sofá y él —lo creas o no— con la cabeza en mi regazo mientras le leo mis novelas románticas favoritas. De lo que, por supuesto, se burla. Si no se duerme después de un rato. Lo cual no me importa en absoluto porque parece tan tranquilo así. Pero a veces se queda despierto y eso suele ocurrir cuando el libro es super angustioso. Y no puedo creer que esté diciendo esto, pero es una gran gallina cuando se trata de angustia. —¿Qué mierda?
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Dejo de leer. —¿Qué? —Están a punto de follar en su despacho —afirma como si yo no lo supiera. —Bueno, sí. ¿Y? —Entonces. —Frunce el ceño, las líneas alrededor de su boca se tensan—. Van a quedar atrapados, ¿no? Cierro el libro y lo dejo a un lado mientras respondo: —No te lo voy a decir. No te lo voy a estropear. Su mandíbula se aprieta. —No me importa. No vamos a leer esa mierda. —¿Por qué no? —Porque es una estupidez —dice, con el ceño fruncido—. Porque son idiotas. Porque por qué mierda iban a correr ese riesgo, follando en su maldita oficina. Y porque si van a hacer eso, ser tan estúpidos, no voy a perder el tiempo leyendo sobre ello. Elige lo que quieras. Sólo para contextualizar: Estoy leyendo uno de mis libros favoritos en el que el héroe es un profesor de poesía y la heroína es su alumna, que se obsesiona con él y lo acosa. Y he llegado a la parte en la que el héroe y la heroína están a punto de hacerlo en su despacho. Aprieto los labios para no echarme a reír. Aunque no creo que lo esté haciendo muy bien, porque su ceño se frunce aún más y me fulmina con la mirada. De alguna manera consigo controlar mi diversión y le digo, pasándole los dedos por la frente: —Sabes que esto es sólo ficción, ¿verdad? —No me importa. —Y es un romance. Al final van a estar juntos, para que lo sepas. —No me importa una mierda si se juntan al final. Sigo sin perder el tiempo leyendo su estúpida historia. Recorro con los dedos el lateral de su cara, sus pómulos altos y la inclinación de su mandíbula. —Creo que sí te importa. —No, no lo hace.
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Esta vez no puedo evitar sonreír y le respondo: —Creo que el gran villano Ledger Thorne, alias mi Hermoso Thorne, al que todo el mundo teme, tiene un poquito de miedo a las novelas románticas angustiosas. Sus ojos se entrecierran. —¿Es así? —Sí. —Asiento, sonriendo como una tonta—. Creo que eres un gran bebé malo cuando se trata incluso de un poco de drama en las historias de amor. Su mandíbula hace un tic antes de murmurar: —Y eso es gracioso, ¿eh? Me río entre dientes. —Un poco, sí. Y entonces me inclino y beso su ceño fruncido. Pero luego pienso que tal vez debería besarlo un poco más, mucho más, así que le doy besos por toda la cara. Desde sus pómulos afilados hasta la punta de su nariz arrogante. De un lado a otro de su mandíbula esculpida, antes de volver y darle un beso en la boca respingona. mí.
Me deja hacerlo un rato, probablemente medio minuto o así, antes de venir por
Antes de que sus brazos salgan disparados y me agarre la nuca con uno y el cabello que formaba una cortina a nuestro alrededor con el otro. Me aprieta los mechones y me acerca a sus labios para besarme como es debido. Un beso como a él le gusta. Húmedo y minucioso. Eso también me gusta. Pero no por mucho tiempo. Porque muy pronto se separa y me tira al suelo. Está sentado, pero me derriba sobre la alfombra, maniobra con mi cuerpo debajo de él, lo hace rodar sobre la acogedora alfombra y se lanza al ataque. Con esto no me refiero al tipo sexy, sino al otro. De las que hacen cosquillas. Y no puedo parar de chillar, retorcerme, reír y gritar contra él. No puedo dejar de empujarlo y de quedarme sin aliento cuando no funciona. Incluso le advierto que me voy a orinar si no deja de torturarme, pero por supuesto
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no se asusta. Justo cuando creo que me voy a desmayar o que me voy a mear de verdad, se detiene y se me queda mirando, jadeante y sonrojado. Yo también estoy sonrojada. Probablemente más que él. Definitivamente estoy jadeando más que él, seguro. —T…tú eres... —Trago saliva, apretando los puños contra sus hombros—. Eres un imbécil. Sus propias manos, que de alguna manera han acabado enmarcando mi cara con sus dedos enterrados en mi cabello, se tensan. —Mejor que ser un imbécil que no te hace reír. No sé cómo es posible, pero mi corazón que late rápidamente se aprieta. —Eso es... —Eres hermosa, lo sabes —ronca, sus ojos brillan, nadando con cosas. —Yo... —La chica más hermosa que he visto nunca. —Tú... —A veces no sé si envolverte en la seda más suave y darte de comer algodón de azúcar mientras te sientas en mi regazo. —Creo que tienes que dejar de hablar. —O quemar toda tu ropa para que pueda mantenerte desnuda 24/7. —Deja de hablar, Ledger. —Y estrangularte con mi polla cuando me apetezca. Parpadeo. —Bien, ahora voy a llorar. Me frota las mejillas con los pulgares. —¿Sí? —Sí. —Subo mis muslos abiertos por su cuerpo y los envuelvo alrededor de sus caderas—. No puedes ser todo poético y sucio y esperar que mantenga la calma. Sus labios se crispan. —Bueno, si lloras, estoy aquí para secar tus lágrimas. Olfateo.
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—¿Con tu polla? —Si yo lo quiero. —¿Puedo elegir? Entonces me sube aún más los muslos. —¿Cuándo has podido elegir? Casi se me ponen los ojos vidriosos. —Oh, buen punto. Y lo hace. Limpia mis lágrimas con su polla. Bueno, primero me hace despojarme de ellas mientras estoy de rodillas, luchando por meterme su gran polla en la boca, pero sí, me da totalmente lo que quiero. Así son todos nuestros desayunos y cuentos románticos. A veces no quiero que termine, mi tiempo aquí. No quiero volver a la realidad. Volver a Bardstown, donde todo es sombrío y desesperanzador. Por eso los mensajes de texto y las llamadas telefónicas con mis amigas también son breves. He quedado con ellas un par de veces, pero no con tanta frecuencia como antes. Al principio se preocuparon un poco, pero les aseguré que todo iba bien, así que ya han dado marcha atrás. Lo cual es estupendo. Pero supongo que no siempre se consigue lo que se quiere, ¿verdad? Porque la realidad llama a mi puerta cuando tengo la regla. He estado mirando el calendario a medida que pasaban los días y durante un tiempo parecía que se me había cumplido el deseo. Se me había retrasado la regla y, dado que siempre he sido bastante regular, no podía sino albergar esperanzas. Pero todas mis esperanzas se desvanecen cuando una mañana, tras días de retraso, me despierto con los signos reveladores del momento del mes. Y como mi periodo siempre es malo, tengo los muslos ensangrentados y un dolor insoportable en el vientre. Tanto es así que ésta se convierte en la primera mañana en la que me despierto antes que él. De hecho, salto de la cama y corro al baño cuando, junto con oleadas de dolor en la pelvis, siento también una oleada de náuseas. Mientras vomito en el váter, Ledger entra corriendo y yo le hago señas con las manos, diciéndole en silencio, mientras vomito, que se vaya.
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Pero se acerca aún más y, poniéndose de rodillas, me toma en brazos. Me tira del cabello hacia atrás mientras vacío el estómago. Cuando termino, me ayuda a tirar de la cadena y a levantarme con piernas temblorosas. Abre el grifo del lavabo, me echo agua a la cara y me lavo los dientes. Mientras me muero lentamente por dentro. Y todo el tiempo está detrás de mí, frotándome la espalda, muy preocupado, siento la tensión en su cuerpo, pero paciente con lo que necesito en ese momento. Me limpio la cara con la toalla que me tiende y creo que ya estoy bien. Creo que puedo contarle tranquilamente lo que me pasa, pero cuando nuestras miradas se cruzan en el espejo, no puedo evitarlo. No puedo contener las lágrimas ni el sollozo que me sale por la boca. Me hace girar y me pega a su pecho. Me aprisiona en su cálido abrazo y sollozo y me agito contra su robusto cuerpo mientras le cuento con palabras entrecortadas y balbuceantes que me acaba de venir la regla. No sé cómo esperaba que reaccionara ante esta noticia, pero lo único que hace es frotarme la espalda un poco más mientras repite: —No pasa nada. No pasa nada. Te tengo. Te tengo, cariño. Clavo las uñas en su pecho desnudo y balbuceo: —E…Ella es... Es lo único que consigo decir, pero a él no le importa. Sigue haciendo lo que ha estado haciendo, frotándome la espalda, apretando mi cuerpo contra el suyo, prestándome todo su calor mientras hace ruidos de silencio. Pero lo intento de nuevo, levantando la vista. —Ella no está... Ella no está aquí. Su mandíbula se aprieta y me hace sollozar aún más. Está decepcionado, ¿verdad? Claro que sí. Lo deseaba tanto como yo, pero lo único que hace es secarme las lágrimas y decirme: —No pasa nada. Nosotros... —No, no lo está —chasqueo, o más bien lo intento mientras también me entra el hipo—. No está aquí, Ledger. No estoy embarazada. Pensé que lo estaba cuando no me vino la regla, pero era tarde y está aquí y ella no está y yo. —Lo miro con ojos suplicantes y tristes—. ¿Y si... y si me pasa algo?
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Se me ha ocurrido en mitad de la noche, verás. Que aunque lo desee con todas mis fuerzas —y siempre lo he deseado con todas mis fuerzas— no hay garantías. ¿Y si algo va mal? Y si... Me aprieta el cuerpo, rompiendo mis pensamientos. —No te pasa nada. Y lo dice en serio. Me doy cuenta. Lo que pensé que era decepción en su cara es en realidad determinación. Está decidido a conseguirlo. De hecho, tiene fe absoluta en que así será. Y entonces quiero derretirme. Quiero fundirme en su pecho, en su calor. Sus palabras. Quiero dejar que me tranquilice y luego llevarme a la cama y tenerme en sus brazos para siempre. Pero no puedo hacerlo. Tengo que decirle algo. Necesito decirle algo. —Escucha —digo, controlando mi desdicha y poniendo las manos en su dura mandíbula—. Sé que quieres esto. Sé que la quieres. Pero... —Respiro hondo y tembloroso y sigo adelante—. Si no puedo, por alguna razón, por la razón que sea, dártela, entonces quiero que vayas a buscar a otra persona, ¿entiendes? Quiero que salgas y la encuentres con... alguna otra chica. Quien podría... No me salen las palabras porque se abalanza sobre mí y me da un beso en la boca, haciéndome callar. Lo cual es bueno y malo a la vez. Porque no quiero hablar de él construyendo algo con otra chica. No quiero ni pensar en eso. Y sé lo egoísta que suena, dado que no puedo construir nada con él. Porque la regla no es la única realidad a la que tenemos que enfrentarnos, ¿no? Tenemos otras cosas en camino y pronto.
Se me ha vuelto a retrasar la regla. Y me despierto con ligeras náuseas por tercer día consecutivo. Después del mes pasado, sé lo que podría significar pero también sé lo que no. Hay una manera de averiguarlo pero he tenido miedo.
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¿Y si no es lo que estoy pensando? ¿Y si todas mis esperanzas son en vano? Aun así, no puedo esconderme bajo las sábanas para siempre, ¿verdad? Así que me levanto de la cama y voy al baño. Abro el botiquín y saco la sencilla prueba que me dirá la verdad, bueno, el 99% de las veces: una prueba de embarazo. Algo que Ledger compró por toneladas y toneladas sin que yo lo pusiera nunca en la lista. Hago la prueba rápidamente y espero los dos minutos que se me indican. Que resultaron ser los dos minutos más largos de mi vida. Cuando llega la hora, agarro con fuerza la prueba mientras compruebo mi destino. Al principio, no puedo creerlo. Creo que estoy viendo cosas. Pero de alguna manera se registra. Y cuando lo hace, el conocimiento me golpea en el vientre. Justo en mi vientre. Antes de que pueda pensarlo conscientemente, salgo corriendo del baño. Corro por el pasillo, abro de golpe la puerta principal y me apresuro a llegar hasta él. Sé que está haciendo ejercicio, cortando leña; pude verlo a través de la ventana antes de ir a hacer la prueba. Además, puedo oírlo. El golpe hipnótico con el que siempre me duermo. A pesar del ruido, me oye llegar. Menos mal, porque en cuanto se da la vuelta y me ve, con el ceño fruncido, me tiro a sus brazos. Pero gracias a su diabólico horario de entrenamiento, apenas se inmuta. Le rodeo el cuello con los brazos y, durante los primeros segundos, no hago más que respirar su aroma a almizcle y canela. Y creo que él hace lo mismo con las palmas de las manos bajo mi trasero, agarrándome las nalgas cubiertas de bragas, y la nariz hundida en mi cuello, nuestros pechos moviéndose al compás. Entonces, susurro, jadeando. —Creo que deberías prepararte el esmoquin. —¿Qué? —Porque parece que vas a ir al baile de graduación.
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No responde, pero sé que me ha oído. Pero más que eso, sé que me entiende. Porque sus dedos en mi trasero aprietan con fuerza. Pero aun así no quiero que haya confusión, así que continúo: —Papá. Ante esto, se queda completamente quieto. Su pecho, que respira agitadamente, se congela y no detecto ni un solo movimiento en su cuerpo, al que estoy pegada. Aprieto sus caderas desnudas con mis muslos y estoy a punto de separarme de él, pero es él quien lo hace. Una de sus manos se me sube al cabello y me tira de la cabeza hacia atrás. Es entonces cuando me doy cuenta de que todas sus emociones, toda la vida de su cuerpo se ha reflejado en sus hermosos ojos oscuros. —¿Qué me has dicho? —ronca, apenas capaz de sacar las palabras, su voz uniforme. Sonrío. —Estoy embarazada. —Embarazada. —Con tu bebé. —Mi bebé. Mi sonrisa se transforma en una mueca mientras se me llenan los ojos de lágrimas. —Ella está aquí. Ya viene. Lo hemos conseguido. Finalmente, un escalofrío lo recorre. Un temblor. Más grande que nunca. Mayor que la sacudida que me había dado al ver la prueba yo misma. Así que deslizo mis manos hasta su cara y acuno sus mejillas y le pregunto lo que él me pregunta todos los días. —¿Eres feliz? Con sus ojos líquidos y parpadeantes de mil emociones, ronca: —Carajo, sí.
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En ese momento, se me saltan las lágrimas y él baja a lamérmelas antes de sellar nuestros labios en un dulce, dulce beso.
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CAPÍTULO VEINTIOCHO Su Hermoso Thorn
H
ay ciertos momentos en tu vida que recuerdas para siempre. Que sabes que recordarás siempre.
No porque sean recuerdos felices —la mayoría no lo son—, sino porque son los recuerdos que han dado forma a tu vida. El día que tu padre se fue y tu madre no paraba de llorar. El día que te diste cuenta de que no iba a volver. La primera vez que golpeaste a alguien y te sentiste tan jodidamente bien. El día que murió tu madre. La primera vez que quisiste huir de casa; era eso o matar a tu propio hermano mayor y sus reglas. La primera vez que tuviste un balón de fútbol en la mano. El primer gol que marcaste. El día que la viste por primera vez, sentada en el capó del coche de su hermano. La primera vez que vino a tu partido de fútbol. La primera vez que te sonrió. El día que le rompiste el corazón y la dejaste llorando en su dormitorio. Y luego está el día en que te dice que está embarazada. Con tu bebé. E inmediatamente después de decirte eso y cambiar toda tu jodida vida y hacerte el hijo de puta más feliz de este planeta, le manda un mensaje a un tipo llamado Ezra. Ezra Vandekamp, ese es su nombre completo. Es un magnate inmobiliario y el heredero del imperio Vandekamp. Actualmente está en Corea para una gran fusión y la colocación de la primera piedra de un proyecto de construcción de un edificio hotelero. Dicen que es la próxima obra maestra de la arquitectura y que él es un genio en la gestión tanto de los negocios como del diseño. También dicen que puede ser lo que el imperio Vandekamp necesita para seguir el ritmo de los cambiantes mercados arquitectónico e inmobiliario. Hay toda una entrevista sobre él en Architectural Digest y Forbes; la he buscado en Internet.
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No me gusta leer así que no lo leí entero. Además, no creía que pudiera hacerlo. No después de leer sus mensajes, o más bien un par de ellos. Que conste que no había ido a husmear en su teléfono. Estaba justo ahí, en la mesita de noche, abierto en la aplicación de mensajes. Acababa de ir a ducharse después de que me la follara contra el árbol justo después de darme la noticia. Descubrí que no podía evitar establecer esa conexión con ella. Aunque lo que nos habíamos propuesto ya estaba hecho. Resultó que a ella tampoco le importaba, así que me la follé como un animal y luego la llevé de vuelta a la cabaña, donde jugueteó un rato con su teléfono —lo recuerdo específicamente— antes de ir a darse una ducha, y yo a la caza de un par de pantalones nuevos. Que es cuando lo vi. Los textos. Ella: No puedo esperar a que vuelvas. Tenemos mucho de qué hablar. Él: Todavía tratando de envolver las cosas aquí. Te mantendré informada de mi regreso. Eso fue hace una semana. En la semana que ha seguido, he intentado sacármelo de la cabeza. He intentado ignorarlo. Cada vez que cogía el teléfono, intentaba no fijarme en él y preguntarme a quién le estaría mandando un mensaje. ¿Por qué tiene una puta sonrisa en la cara? ¿La ha puesto al día de su maldito regreso? ¿Están haciendo planes para verse? Sobre todo, ¿qué van a hacer cuando se reúnan? ¿Va a sonreírle como lo hizo en el restaurante cuando los vi juntos? ¿Va a intentar tocarla? Porque si lo hace, voy a romper cada hueso de cada dedo que entre en contacto con su piel cremosa. En realidad voy a romperle cada dedo y punto. Y sus dedos de los pies. Puede que sea un magnate inmobiliario aprobado por su padre, pero yo soy el Furioso Thorn; puedo partirlo en dos si se le ocurre mirarla. Porque él es eso, ¿no? Aprobado por su papá. No, no me he olvidado de eso. De lo que me había contado en el restaurante hace unas semanas, de que el pedazo de mierda de su padre quería que se juntara con él, quería que se mezclara con él. Y tampoco me he olvidado del hecho de que quiera quedarse aquí para escapar de la realidad, que ya sé que tiene algo que ver con su padre.
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Entonces qué, ¿la está forzando a casarse con Ezra? ¿Está diciendo que no y su padre no lo deja pasar? ¿La lastimaría, lastimaría al bebé que crecía dentro de ella, si no accedía a sus exigencias? ¿De qué se trata? ¿Qué mierda es esto? Si no lo sé, ¿cómo puedo protegerla? Así que, como ya he dicho, en la semana que ha seguido he intentado no pensar en ello, pero he acabado obsesionándome de todos modos. Por eso estoy haciendo esto. A primera vista puede parecer delictivo, y sí, lo es; entrar en el apartamento de alguien y robar documentos importantes es delictivo, y también puede parecer que estoy rompiendo la promesa que le hice. La promesa que le hice hace semanas. Sobre no ponerme celoso y dejarla marchar cuando quiera. Pero no lo hago. Quiero ser muy claro al respecto. Que este no soy yo rompiendo la promesa. Este soy yo específicamente tomando medidas para no romperla. Este soy yo poniendo mi obsesión por este pedazo de mierda de Ezra, mis celos —que ella me pidió específicamente que no sintiera— a descansar. Y por supuesto, tratando de protegerla de cualquier peligro que la esté esperando en el mundo real. No tengo ninguna intención de retenerla por lo que está a punto de pasar aquí. ¿Por qué iba a hacerlo? Ella no quiere nada de mí —excepto una bebé, que hemos hecho— y yo no tengo nada que darle. Aunque estoy yendo a sesiones regulares de terapia —con una mujer mayor llamada Dra. Mayberry que me vigila demasiado de cerca para mi gusto—, todavía no me han permitido volver a jugar. Al parecer, lo haré cuando haya completado un cierto número de sesiones obligatorias. Lo que significa que mi carrera sigue siendo un desastre. Y francamente va a seguir así hasta que salga de debajo de los pulgares de mis hermanos.
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Y aunque ahora cuidar de ella y de nuestra niña se ha convertido en mi prioridad en lugar del fútbol o la liga europea, sigo siendo el mismo que le hizo daño. Sigo siendo el mismo tipo que apenas sabe nada del amor ni de las emociones más suaves ni de la ternura. Sigo sin poder darle una vida de novela romántica. Así que todo esto es para protegerla y controlar mi rabia. ¿Podría salir todo mal? Claro que sí. ¿Podría verlo como que la estoy traicionando? También malditamente, sí. Pero eso no me importa ahora. Ahora mismo, necesito hacer esto. Necesito calmar a la bestia, aclarar mi cabeza, mi visión que está pintada de rojo desde que vi esos textos. Para no empeorarlo. No rompo la promesa que me pidió específicamente y mato a Ezra. Y tal vez, sólo tal vez, pueda protegerla de su padre en el proceso también. —Necesito que firmes esto —me oigo decirle. Sentada a la mesa del comedor, apenas levanta la cabeza de la lista de la compra que está haciendo. —¿Firmar qué? De pie sobre ella, aprieto los dientes. —Estos papeles. —¿Qué papeles? —pregunta. Luego, a ella misma—: Espera, ¿tenemos esa salsa de tomate que te gusta? ¿O ya no nos queda? —Yo... —Sabes qué, déjame ir a ver y... Está a punto de levantarse de la mesa cuando la detengo, con voz más severa de lo que quisiera. —Puedes comprobarlo más tarde. Sólo firma los malditos papeles. Finalmente levanta la vista, con el ceño fruncido. —Eso fue muy grosero. Lo hago por ti. Porque si uso otro tipo de salsa de tomate para la pasta, te pones quisquilloso. No me pongo insolente ni quisquilloso. Por cualquier cosa. Nunca.
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Pero no quiero discutir con ella ahora que ya estoy al límite y tiemblo de impaciencia. —Tardaré dos segundos. Luego puedes volver a hacer todas las putas listas que quieras. Su ceño no hace más que fruncirse. —¿Qué son exactamente estos papeles? —Del seguro. —¿Qué? Exhalo bruscamente. —Te quiero en él. En mi seguro médico. Así que le pedí a mí agente que iniciara el papeleo. Y necesita tu firma antes de archivarlo. Odio estar mintiéndole. O más bien, no decirle toda la verdad. Porque en el paquete que le he dado hay papeles del seguro. Es sólo que hay algo más allí también. Su rostro se suaviza y se apoya una mano en su vientre aún plano. —¿Para ella? Mierda. Carajo. ¿Por qué tiene que ser tan condenadamente hermosa? Tan desgarradoramente hermosa. Le brillan los ojos azul grisáceo y tiene las mejillas sonrosadas. Lleva el cabello oscuro recogido en un moño desordenado, como suele hacer a la hora de la cena, y algunos mechones de cabello le molestan en la nuca. Y no veo otra manera. No veo cómo mi ira puede ser aplacada si no hago esto. Tampoco veo otra forma de protegerla. Miro su pequeña mano en su estómago, se me aprieta el pecho y digo: —Sí. Si cabe, su cara se vuelve aún más suave. —Bien. Dámelos. Antes de que pueda cambiar de opinión, deslizo los papeles hacia ella. Toma el bolígrafo y firma en cada página donde yo le digo. Y ya está.
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Como ya he conseguido que un par de testigos comprados firmen los papeles antes, con su nombre, esto está jodidamente hecho. Se levanta de la silla y se acerca a la nevera, murmurando de nuevo algo sobre la salsa que me gusta. Pero no la oigo por encima del rugido de mi sangre. El trueno en mi corazón. El zumbido en mis oídos. Siento que mi inquietud y mis celos disminuyen. El rojo se filtra de mi visión y por fin puedo ver el mundo con claridad. Por fin puedo respirar. El primer respiro libre que he tomado desde que vi esos textos. Mía. Es mía. Aunque no se trata de eso, no puedo evitar sentir una ráfaga de satisfacción recorriéndome. Al pensar que Ezra no puede alejarla de mí. Su padre no podrá alejarla de mí. Nadie puede. No hay poder en esta tierra ni en el cielo. Porque ahora estoy entre ellos y ella y nuestra bebé. Lo soy. Su marido. Y ella es mi esposa.
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PARTE 4
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CAPÍTULO VEINTINUEVE
—¿E
stás bien? pregunto al oscuro interior en cuanto la camioneta se detiene.
Sin embargo, no me responde. Sigue agarrando el volante con la misma fuerza que lo ha hecho durante la última hora, mientras conducía desde la cabaña hasta la casa de mi hermano. Pero no me ofende su silencio. Sé que hay varias razones para ello. Primero porque yo no lo quería aquí en primer lugar. También tuvimos una discusión al respecto, que obviamente ganó él. Y aunque estoy secretamente contenta de que esté aquí conmigo —voy a necesitar todo el apoyo moral que pueda conseguir esta noche—, sigo pensando que habría sido mejor que se hubiera quedado afuera. Por su bien quiero decir. Porque se lo voy a decir a mi hermano. Que estoy embarazada. Con el bebé del tipo que ha odiado durante años. Por no mencionar que, por extensión, también se lo contaré a mi mejor amiga. Que puede o no tener idea de mi historia de obsesión con su hermano. Bueno, si no lo sabía antes, lo sabrá después de esta noche. Mi hermano también lo hará. Porque ha llegado el momento de derramar todos mis secretos cuando se trata de su rival de la escuela secundaria. Que todavía no ha hablado así que lo intento de nuevo. —Ledger... Se baja de la camioneta y me corta la palabra. Últimamente se enfada mucho cuando hago cosas sola, como guardar la compra o abrir la puerta, así que espero a que dé la vuelta al vehículo para que lo haga él. Y salgo. Despacio.
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De nuevo algo por lo que se enfada mucho. Cuando hago las cosas a mi velocidad de antes del embarazo. No sé si enfadarme por su locura o simplemente reírme porque es lindo, sí, pero totalmente innecesario. Especialmente en esta etapa. Cuando sólo estoy embarazada de siete semanas. Me sigue pareciendo surrealista que ya hayan pasado siete semanas, cuando parece que fue ayer cuando me enteré de que estaba embarazada. Incluso ayer recibimos la confirmación del médico. Queríamos ir antes, en cuanto lo supimos hace unas semanas, pero la gente de la clínica nos aconsejó esperar un poco. Porque a veces es difícil detectar un latido tan pronto. Así que sí, siete semanas. Lo que significa que ha llegado el momento de decirles a mi hermano y a mi mejor amiga que vamos a tener un bebé. Y esa es la segunda razón por la que está tan callado y estresado. Por el hecho de que les diga algo. No cree que necesiten saberlo. No cree que sea de su incumbencia lo que hacemos, lo que pasa entre nosotros, lo que ocurre con este pequeño secreto en mi vientre. Algo que es muy irónico, porque en otro tiempo él era todo fanfarronería y venganza. Lo que demuestra que hemos llegado muy lejos, él y yo. Y hasta cierto punto estoy de acuerdo con él. Que esto no es asunto suyo. Ambos somos adultos y ambos tomamos una decisión. Pero siguen formando parte de nuestras vidas, así que deberían saberlo. Así que cuando parece que después de cerrar la puerta está a punto de alejarse de mí, lo agarro del brazo para detenerlo. —Todo va a salir bien. Me mira, sus ojos duros, las líneas de su bello rostro firmes. Aún en silencio. Todavía disgustado. Así que le pongo la mano en la cara, frotándole el músculo que le salta en la mejilla. —Es mi hermano, ¿de acuerdo? No dirige mi vida, pero tiene derecho a saberlo. Ese músculo late bajo mi tacto durante un par de segundos. Luego:
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—Quiero que sepas que si te dice algo, si te molesta en lo más mínimo, voy a.... —No, no lo harás —le digo con tono firme pero tranquilo—. No harás nada. Dejarás que yo me encargue. —Yo... —Como te pedí, ¿recuerdas? Le pedí que lo hiciera. Antes de irnos, le pedí que me dejara llevar esto. Que me dejara manejar lo que pasara esta noche. No le gustó, pero tampoco podía decirme que no. Otra cosa que ha pasado en las últimas semanas; no puede decirme que no. A nada. La verdad es que es divertido. La forma en que me mima y me cuida como si fuera lo más preciado para él en el mundo. Pero ahora mismo, aprieta la mandíbula porque como he dicho, odia esto. —Mira —le lanzo una pequeña sonrisa y acaricio su dura mandíbula—, sé que odias esto. Sé que odiaste cuando te pedí que me prometieras que me dejarías encargarme de ello. Pero créeme cuando te digo que lo conozco, ¿bien? Sé cómo manejarlo. Es mi hermano y... —Y tú eres mi es... Sus palabras se detienen en seco. Lo cual es extraño. Lo más extraño es que parece como si lo hubieran aturdido. Se le va todo el color de la cara y se queda completamente blanco. Y no lo entiendo. ¿Qué acababa de pasar? ¿Qué iba a decir? Preocupada, me acerco a él. —¿Ledger? ¿Qué pasa? ¿Qué... Su trance se rompe entonces y parece tan enfadado como antes. Como si nunca hubiera pasado nada. —No me importa si lo conoces o si es tu hermano. No permitiré que alguien, y con eso me refiero a nadie, te moleste en este momento. Suspiro ante su expresión implacable.
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—Puede que se enfade al principio, claro. Pero entrará en razón cuando vea lo feliz que soy. Al menos eso espero. Que vea la sonrisa en mi cara que no puedo contener estos días. La esperanza en mis ojos, la forma en que camino sobre las nubes, la forma en que no puedo dejar de tocar mi vientre aún plano esperando, solo esperando, a que crezca y se hinche. —¿Y lo eres? —pregunta cómo le ha dado por preguntar desde que nos enteramos del embarazo. Y siempre lo hace con una mirada extrañamente intensa. Como si todo dependiera de mi respuesta. Toda su vida depende de ello. Su mundo. Su propia existencia. Como si no fuera capaz de soportarlo si no soy feliz. Es una locura y muy dulce. Y cielos, me hace desear cosas que no debería desear. Como el hecho de que nunca quiero irme. Nuestra cabaña. Nuestro pequeño país de los sueños. Nuestro paraíso. El hecho de que quiero quedarme aquí con él para siempre. Sonriendo, asiento. —Más que nada. Su mandíbula se aprieta por la emoción. En su mirada se arremolinan cosas y hago lo que me he acostumbrado a hacer estos días. Agarro su mano y la llevo a mi vientre. En cuanto sus dedos me tocan, exhala un largo suspiro. Una larga y tranquila respiración. Eso me hace pensar que todas sus preocupaciones acaban de abandonar su cuerpo y lo único que le importa es esto. Lo que hay en mi estómago. —Y ellos también —añado. Sus dedos se flexionan y su pecho se estremece. —Ellos. Me muerdo el labio, mirándole a los ojos llenos de asombro. —Ajá. Los dos. Traga saliva, sin palabras.
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Yo también me he quedado sin palabras. Ni en un millón de años podría haber esperado que, cuando fuimos a la consulta del médico y la técnico sacó su varita, oiríamos no uno, sino dos latidos. Uno detrás de otro, totalmente arrítmicos, pero la música más dulce que jamás haya existido. Ledger estaba tan conmocionado que durante unos instantes se quedó congelado. Y cuando salió de su estupor, me di cuenta de que sus ojos parecían los más bonitos que ha tenido nunca. Porque estaban relucientes. Antes de que pudiera señalárselo, sacó su teléfono móvil y grabó el vídeo. Que ve y escucha todas las noches antes de irse a dormir. —No sé cómo vas a decidirte —susurro entonces, controlando mis emociones y presionando mi propia mano sobre la suya. —¿Decidir qué? —A cuál llevar al baile de graduación. Frunce ligeramente el ceño. —No voy a hacerlo. —¿No? —Mierda, no —dice, clavando los dedos con más fuerza—. Me llevo a las dos. Niego con la cabeza. —Eres un completo creador de niña de papi, ¿lo sabías? —¿Qué es una niña de papi? —Alguien como tú. Alguien extremadamente protector y posesivo. Súper duro por fuera pero un gran blando como... —Entonces digo—. Oye, un gran blando como el algodón de azúcar por dentro. —Algodón de azúcar. —Sí. Toda alma dulce y azucarada y un brillante corazón rosa. —Entrecierra los ojos, pero no me inmuto—. Y mira, ahora tendrás dos princesas a las que mimar. —¿Has terminado? Me llevo una mano al pecho. —Aww, qué dulce. —Ya está. Ensancho los ojos fingiendo horror y digo con voz cantarina:
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—Oh, qué miedo, papi. Me habría reído de mi propio chiste. Pero de alguna manera no se siente como tal. No cuando me está mirando así. Por la palabra P me refiero. Con una intensidad exacerbada y algo oscuro, más oscuro que el atardecer de principios de invierno que nos rodeaba; más oscuro que sus ojos negros como el carbón, acechando en su mirada. Hace que mi corazón lata más rápido. Hace que se me acelere el pulso entre los muslos. Haciéndolos temblar y estremecerse. Y justo cuando creo que voy a estallar con él, con la conciencia y su potente mirada, lo rompe. Da un paso atrás, retirando su mano de mi cuerpo. —Acabemos con esto. Tiene razón. Hay cosas más importantes en las que pensar ahora mismo. Que la forma en que me mira y me hace sentir. Pero antes de que pudiera obedecerle, dice: —Y son tres. —¿Tres qué? Sus rasgos son inexpresivos, pero su voz ondea con significado cuando responde: —Tres princesas. No dos. Sólo cuando estoy a medio camino de casa de mi hermano lo entiendo. Entiendo lo que quería decir. No sólo tiene dos princesas a las que mimar, tiene tres. Y la tercera soy yo. ¿Verdad que sí? Una sonrisa se dibuja en mis labios al llegar a casa de mi hermano. Solo por ahora. El plan es que yo llegue primero y que Ledger me siga unos minutos después. Para que parezca que no llegamos juntos. Incluso le pedí a Ledger que estacionara
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fuera de la vista de la casa. Puede traer su camioneta cuando sea el momento de hacer su entrada. Sólo porque quiero darles la noticia con calma, no hacerla estallar como una explosión. Así que primero vamos a cenar, que fue como le propuse a Callie el plan de esta noche: cenemos juntos, y luego, cuando acabe, le preguntaré a Reed si podemos hablar en privado, que es cuando daré la noticia. Cuando llamo a la puerta, un Reed de aspecto cansado, cabello oscuro desordenado y ojos inyectados en sangre, la abre con una Halo somnolienta en brazos. —Hola, hermano —saludo con simpatía. Luego me vuelvo hacia la bebé aletargada, frotando sus suaves rizos—. ¿Qué tal vamos? Callie me contó por teléfono que a Halo le están saliendo los dientes y que sus horarios están desajustados. Es decir, que los horarios de ambos están desajustados y no han dormido mucho. Reed se hace a un lado, dejándome entrar mientras dice: —Bueno, apenas dormimos anoche y no hemos parado de gritar y llorar en todo el día. Así que —le frota la espalda con la palma de la mano, tranquilizándola—, bastante bien, carajo. Le doy una mirada por su palabra con C. Hace una mueca. —Oh, mierda. Mi niña está sufriendo. Esa es más o menos toda la tortura que puedo soportar ahora mismo. Callie sale de la cocina, tan hermosa como siempre, pero también como la madre agotada de una bebé enferma. —Es verdad. Estoy dejando que se salga con la suya. Antes de que pueda responder, llaman a la puerta y tanto Callie como Reed fruncen el ceño. Reed más largo y duro que Callie. Porque puede ver quién es a través de la puerta de cristal. El odiado enemigo de mi hermano y el querido hermano mayor de mi mejor amiga. Con movimientos bruscos, Reed abre la puerta. —¿Qué mierda estás haciendo aquí? Me estremezco ante el tono grosero de mi hermano.
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Y entonces me estremezco ante el apretón en la mandíbula de Ledger. No porque crea que va a romper la promesa que me hizo. Sino porque sé que no lo hará. Sé que está tratando de controlar su temperamento en este momento y sé que lo está haciendo por mí. —Estaba en la zona —dice finalmente, dándome la razón. —En la zona —repite Reed. —Eso es lo que dije. zona.
—Vivo en el medio de la nada, imbécil. No hay tal cosa como estar en la misma Ledger se mueve sobre sus pies. —Bueno, qué puedo decir, me gusta pasear por el medio de la nada. Reed echa humo.
—Tienes cinco segundos para decirme exactamente qué mierda estás haciendo aquí o te cierro la puerta en la cara. Y lo he tenido. —Reed —le digo—. Ya basta. Déjalo entrar. Su hermana vive aquí. Y su sobrina. Reed me mira durante unos segundos antes de volverse hacia Callie, que le niega con la cabeza. Mí desaprobación es lo que hace que mi hermano ceda y se aparte de la puerta, dejando entrar a Ledger. Cierro los ojos aliviada, pero los abro de golpe cuando siento su mirada clavada en mí. Me mira de arriba abajo, como si quisiera asegurarse de que estoy bien. A pesar de que lo dejé hace sólo como diez minutos. Por muy desacertado que sea, mirarnos fijamente delante de nuestros hermanos, no puedo culparle por ello. Porque yo tampoco puedo quitarle los ojos de encima. No puedo evitar querer ir hacia él y rodearlo con mis brazos. Querer calmarlo. Querer hacer desaparecer su tensión. Dios, odio la maldita realidad. Odio el mundo. Odio a toda la gente que hay en él. Sólo quiero que volvamos a nuestro pequeño paraíso en medio de un bosque y que no nos vayamos nunca. —Esta es la tercera vez.
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La voz de Reed me hace estremecer y desvío la mirada de Ledger para mirar a mi hermano. Reed.
Sus palabras van claramente dirigidas a Ledger, así que vuelve a centrarse en —¿Tercera vez qué?
—Es la tercera vez que te encuentro aquí, husmeando alrededor de mi hermana. —Mi corazón da un vuelco mientras Reed sigue—: Si descubro que hay una razón para eso, nadie, ni siquiera tu hermana, podrá impedirme que te alimente con tus propios dientes, ¿entendido? La mandíbula de Ledger hace tic durante unos momentos suspendidos. Pero no esperaría menos. No del todo satisfecho porque Ledger vaya a quedarse, Reed aún le levanta la barbilla de mala gana y se da la vuelta, dirigiéndose al sofá donde creo que estaba sentado, haciéndole compañía a Halo y cuidando de ella, antes de que llegáramos. Y Callie se dirige hacia su hermano, rodeándole el torso con los brazos y plantando la cara en su pecho, exhausta. Estupendo. Simplemente genial, ¿no? Todo va súper bien. No.
En realidad, me retracto. Todo va bien, si no súper bien. Tras la tensión inicial entre Reed y Ledger, las cosas parecieron suavizarse. Muy posiblemente gracias a Halo. Porque ambos intentan animarla y hacerla sonreír. Tantas veces en las últimas dos horas he querido tocarme el estómago e imaginar cómo jugará Ledger con nuestras dos niñas; cómo las cuidará; cómo las llevará en sus gruesos y esculpidos brazos; cómo las dormirá en su fornido pecho. Cómo lo llamarán papá; cómo, al igual que Halo, también se emocionarán al verlo; balbucearán y arrullarán y jugarán con su alocado cabello; gatearán o se tambalearán o correrán sobre sus regordetes pies para llegar hasta el hombre que será su campeón para el resto de sus vidas. Dios, no puedo esperar.
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Estoy deseando ver a mis niñas jugar con su papá. Y su padre siendo un total pusilánime para ellas. Pero me abstengo. De tocarme la barriga, quiero decir. Porque si eso no es una señal inequívoca del secreto que llevo, entonces no sé lo que es. Y esta no es la forma en que quiero que mi mejor amiga descubra la verdad. Pero de todos modos, como he dicho, las cosas han ido bien. Así que nunca se me ocurre que seré yo quien lo mande todo a la mierda. Pero lo hago. Y el estúpido culpable es el pastel de zanahoria que Callie ha horneado de postre. Las especias que contiene y su olor, normalmente muy atrayente. Sinceramente, esto me daba un poco de miedo. La cena me provoca náuseas. Pero hasta ahora no he tenido ningún síntoma. Tengo náuseas leves aquí y allá, pero aparte de eso he estado bien. Pero solo estoy de siete semanas, y el médico nos dijo que es bastante pronto para que aparezcan síntomas importantes. No me enteré de nada durante toda su explicación sobre las hormonas y demás, pero por lo que entendí, las próximas semanas podrían ser brutales. Si lo son, no hay nada de qué preocuparse porque mi cuerpo simplemente está haciendo su trabajo. Además, pensé que si quería hacer preguntas más tarde, siempre podría acudir a Ledger. Porque, lo creas o no, el hombre estaba tomando notas. Y haciendo preguntas. Sobre qué, no lo sé. He oído algo sobre cómo aliviar los síntomas si aparecen y si un embarazo gemelar es diferente a un embarazo simple, y si es probable que eso me cause más estrés y síntomas graves. Pero de todos modos, el hecho de que mis náuseas estén en su peor momento ahora mismo y que cada respiración que hago parezca empeorarlas no es lo que necesito en este momento. Ni siquiera puedo tragar; lo siento todo pesado y pegajoso en la boca. En la barriga y en el pecho. Aunque no quiero hacer sospechar a nadie. No antes de que se lo diga. Así que no tengo más remedio que darle bocados a este trozo gigante de tarta de zanahoria. —¿Estás bien? —pregunta Callie, con el ceño fruncido.
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—Ajá —digo, frunciendo los labios y tragando saliva con mucha dificultad. —No tienes muy buen aspecto —sigue Callie. —No, yo... —Exhalo lentamente—. Bien. —¿Por qué parece que vas a vomitar? Ese es Reed. Tanto con su preocupación de hermano mayor como con su disgusto. Y eso me asusta más, porque siendo mi hermano mayor y mi único cuidador toda la vida, él sí sabe cómo es mi cara de enferma. Al instante sacudo la cabeza, intentando negarlo; lo que resulta ser un error. —Si vas a vomitar, Pest —continúa Reed—, será mejor que... —¿Puedes dejarla en paz? —Ledger chasquea—. Déjala respirar, por el amor de Dios. Entonces lo miro. He intentado evitar mirarlo durante toda la cena aunque de vez en cuando sentía sus ojos clavados en mí. Mirarlo ahora me ayuda un poco, me hace sentir más segura y que las cosas van a ir bien. —Sí, ¿qué sabes tú de eso, Idiota? ¿Quién mierda eres tú para decirme cómo hablar con mi hermana? —Reed gruñe. —¿Podemos bajar la voz? —dice Callie—. Halo está durmiendo al final del pasillo y... Estoy bastante segura de que está diciendo algo más. Pero no la oigo porque, al segundo siguiente, salgo disparada de la silla y corro fuera del comedor. Atravieso la puerta del cuarto de baño por el pasillo y las piernas me fallan, haciéndome caer al suelo y frente al váter, donde finalmente vomito. Dios. Nunca he sentido tanto alivio en mi vida como ahora. Aunque sólo dura un segundo o quizá dos. Porque primero, cuando dejo de tener arcadas y puedo respirar, oigo ruidos detrás de mí: raspado de sillas en el suelo, ruido de pasos, voces en alto, sobre todo masculinas. Y segundo, cuando creo que se me han pasado las ganas de vomitar y puedo salir corriendo del baño para ver qué demonios está pasando, vuelven enseguida. Y viene con ganas de venganza. Eso me hace seguir vomitando hasta que no me queda nada en el cuerpo pero mis músculos siguen contrayéndose de forma importante.
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Cuando creo que voy a desmayarme, siento una mano en la espalda. Una mano calmante y fresca. Que coincide con la calmante y fría voz de mi mejor amiga. —¿Estás bien? Jadeando, me abrazo al inodoro. —Yo... yo no... —No pasa nada —me arrulla, frotándome la espalda como si fuera su niña angustiada—. Se me pasará. Te lo prometo. Sacudo la cabeza. —¿Qué... qué está pasando ahí afuera? —Ya no tienes que preocuparte por eso —me dice, apartándome el cabello de la cara—. Respira hondo unas cuantas veces. Intento incorporarme y enderezarme. —No, creo que estoy... bien ahora. Yo... —Dale un minuto —me aconseja, sin dejar de frotarme la espalda—. A veces se siente así. Pero luego te golpea de la nada y... Se corta porque tiene razón. Justo cuando creía que había terminado, vuelvo a vomitar y, durante los minutos siguientes, sigo vomitando en el váter. Cuando termino y me duelen los músculos, Callie se acerca por detrás y tira de la cadena. Me ayuda a levantarme y a caminar hasta el lavabo, donde me abre el grifo y procedo a enjuagarme la boca y a limpiarme. Me sostiene durante todo esto y se lo agradezco porque no parece que pueda valerme por mí misma. —¿De cuánto estás? Ante su pregunta, levanto los ojos y me encuentro con los suyos en el espejo. Lo saben. Ella lo sabe. Tal vez porque, al igual que tocarse la barriga, vomitar por un alimento cualquiera, algo que te gustaba mucho antes del embarazo, es otro indicio inequívoco. Además, ella misma ha pasado por todo esto. Así que aunque quisiera, no podría negárselo.
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Y honestamente no quiero de todos modos y susurro: —Siete semanas. —Es suyo, ¿verdad? —pregunta a continuación, con ojos francos y tono claro— . De mi hermano. Trago saliva, intentando calibrar su estado de ánimo, pero no consigo nada. Además, de nuevo es la verdad, así que asiento. —Sí. —Luego—: Pero no se lo digas —oigo entonces el portazo contra la pared y me enderezo del fregadero, tirando la toalla—, él también lo sabe, ¿verdad? Mi hermano. Callie hace una mueca. —Bueno, no había forma de ocultarlo. Cuando vomitabas aquí adentro y Ledger se volvía loco ahí afuera, intentando llegar hasta ti, más o menos se dio cuenta. Ahora tengo náuseas por otra razón. —Necesito salir. Necesito... —No —Callie me detiene—. Lo que necesitas es reunir fuerzas. Necesitas relajarte y quizás acostarte. —No puedo acostarme —digo frenéticamente, apartándome del espejo y encarándome a ella—. Están ahí afuera y estoy bastante segura de que Reed está intentando cometer un asesinato ahora mismo. Callie sigue sin inmutarse. —Bueno, si lo es, entonces puedo asegurarte de que Ledger puede cuidar de sí mismo. Ya han hecho esto antes, ¿recuerdas? Ambos saben cómo manejarse. Tu salud es más importante ahora mismo, sobre todo cuando después de esto sólo va a ser más duro. —No, no lo han hecho. —¿Qué? No puedo creer que esté aquí, explicándole cosas cuando Ledger está ahí fuera, pasando por Dios sabe qué. Pero cuanto antes terminemos de charlar, antes podré salir. —Escucha, la razón por la que vine aquí esta noche fue para decírselos. A ti y a mi hermano. Iba a explicarlo todo y, de alguna manera, suavizar la situación lo suficiente como para que mi hermano no acabe matando al tuyo. —Pero...
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—Y puede hacerlo, ¿de acuerdo? Reed puede y matará a Ledger si no salgo e interfiero. Porque en mi estúpida sabiduría infinita, le dije a Ledger que se comportara. Callie sigue confusa. —Le dijiste que se comportara. —Sí —digo frenéticamente, mi temor aumentando por segundos—. Le dije que no se enemistara con Reed. Se lo hice prometer, así que tenemos que salir de aquí y salvar su maldita vida. Ella sigue sin moverse. —Lo hiciste prometer. —Sí —digo exasperada—. ¿Por qué es para tanto? —Porque sí —responde lentamente—. Nadie puede hacer prometer nada a mi hermano. Es impetuoso, ¿recuerdas? Completamente impredecible y... —¿Sabes qué? —Cruzo los brazos sobre el pecho, aun sintiéndome débil pero no tanto como para expresar mi punto de vista—. Me parece muy ofensivo que hables así de tu hermano. No es impetuoso. —Y luego—: De acuerdo, puede que lo sea. Pero eso no es todo lo que es. Es algo más que Thorn el Furioso. Así que sí, ha hecho algunas cosas impredecibles en el pasado y ha cometido algunos errores. ¿Pero quién no? ¿Estás diciendo que eres tan perfecta que nunca has cometido un error? Se preocupa por la gente, ¿bien? Tal vez no lo demuestre todo el tiempo pero lo hace y sí, le hice prometer y estuvo de acuerdo y... —De acuerdo, lo entiendo —dice Callie, con la cara delineada con algo muy parecido a la diversión—. Mi hermano es un santo. —Yo nunca... Alarga la mano y me aprieta el hombro. —Oye, me alegro. En realidad estoy bastante emocionada. Por todo esto. —¿Lo estás? —Sí. —Sonríe—. No sólo porque ahora podemos ser hermanas dobles, sino también porque mi hermano ha encontrado a alguien que por fin lo entiende. Ledger siempre ha sido diferente, ya sabes. Del resto de mis hermanos. Bueno, es igual en muchos aspectos pero es... su propia persona. Su personalidad es diferente y siempre me pregunté, mientras crecía, si alguna vez lo entendimos completamente. Y el hecho de que lo consigas, de que puedas ver realmente debajo de la superficie, es la noticia más maravillosa de todas. —Luego sonríe—. Además, van a tener un bebé juntos. Es increíble. Es la mejor noticia que he oído desde que mi estudio me dijo que iban a
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abrir una guardería. —Luego, aún más emocionada—, ¡Dios mío, tengo que decidir qué ponerme para tu boda! —Jadeando, continúa—: ¿Puede Halo ser tu niña de las flores? Por favor, yo la entrenaré. Parece tan feliz ahora mismo. Algo que no esperaba. Al menos no de inmediato. Pensé que tendría que convencerme más, y nunca pensé que lo diría, pero esto es peor. Esto es peor que lo peor. Porque no me voy a casar con Ledger. Ni siquiera estamos juntos. Sí, criaremos a nuestras bebés juntos, pero desde la distancia. Será una situación armoniosa de copaternidad. ¿Verdad? Bueno, tiene que serlo. Porque no hay otra opción. —Escucha, Callie, la cosa es que... Se lleva una mano a la frente. —Dios mío, ¿qué estamos haciendo? Tenemos que salir antes de que mi marido mate a tu futuro marido. Mierda, sí. Así que salimos corriendo y, cuando salimos, me alivia ver que Ledger está vivo, pero me angustia el hecho de que parezca destrozado. Ya tiene los ojos hinchados y hematomas por toda la mandíbula. Además le sangran los labios. Y está inmovilizado contra su camioneta con Reed en su garganta. Me apresuro a bajar los escalones delanteros mientras digo: —Reed, basta. Mi plan es separar físicamente a mi hermano de Ledger si hace falta. Pero se desmorona porque Ledger me mira y me tiende la mano. —Quédate atrás. Me detengo con Callie a mi lado. —Ledger, tú... —No te acerques, Tempest —jadea, con el pecho agitado.
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—Pero... Mis protestas se detienen cuando Reed tira de la camiseta de Ledger, apartándolo de la camioneta, antes de devolverle el golpe. Con fuerza, Ledger hace una leve mueca y yo jadeo. Entonces. —Respóndeme, hijo de puta. ¿Es por lo que le hice a Fae? ¿Es esta tu idea de venganza por dejar embarazada a tu hermana? —Roman, déjalo... Reed vuelve los ojos hacia Callie, su mirada llena de veneno. —No lo hagas. Callie se muerde el labio y se retira. Y odio interponerme entre ellos. Reed nunca, nunca, le niega nada a Callie. Atravesaría un cristal roto con tal de ver sonreír a Callie. Así que, que le diga que no me estruja el corazón. Dolorosamente. —Reed, por favor —imploro entonces—. Deja que se vaya. Déjalo... —No —dice entonces Ledger, respondiendo a la pregunta de Reed. Ignorándonos a Callie y a mí, Reed se vuelve hacia él. Luego, como si no hubiera hablado, aprieta con más fuerza la camiseta de Ledger y dice: —¿Y qué, querías hacerlo? Ledger se lame el labio ensangrentado. —Sí. Es la respuesta equivocada porque Reed golpea a Ledger bajo la mandíbula, haciendo que su cabeza se ladee. Vuelvo a gritar para que Reed pare. Callie también lo hace. Pero no escucha. Ni siquiera se aparta de Ledger. —¿Estás diciendo que querías esto? Que le hiciste esto a propósito. Dejaste embarazada a mi hermana a propósito. boca.
Ledger se encara de nuevo con Reed, limpiándose la sangre que gotea de su —Sí. Quería embarazar a tu hermana a propósito. Así que lo hice.
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De nuevo, es la respuesta equivocada. En realidad, es probablemente la respuesta más equivocada en ese momento, porque hace que Reed monte en cólera. Y cuando empieza a llover golpes sobre Ledger, no se detiene. Sigue y sigue y yo no sé qué hacer. No sé cómo hacer que mi hermano pare. Excepto gritar a todo pulmón: —Fui yo, ¿de acuerdo? Yo se lo pedí. Incluso intento ignorar la orden anterior de Ledger y correr hacia ellos. Pero esta vez es Callie quien me detiene. Sacude la cabeza mientras me susurra: —No puedes. No en tu estado. Tan impotente, lo intento de nuevo. —Reed, por favor. Déjalo. Déjalo ir. Yo le dije que lo hiciera. Fui yo. Mi decisión. Algo de lo que he dicho penetra a través de la niebla y Reed finalmente se detiene. Gracias a Dios. Aunque si Ledger estaba destrozado antes, ahora está completamente roto. Su camiseta está raída. Hay sangre por todas partes. Moretones y cortes brotan a diestra y siniestra de su cara. Y ni una sola vez durante todo esto intentó defenderse. De hecho, ni siquiera una vez intentó defenderse. Ni una sola vez intentó esquivar la ira de mi hermano o protegerse de alguna manera. Todo porque me hizo una promesa. Todo porque él es mi hermoso Thorn y yo soy su Luciérnaga enamorada. Y estoy aquí, mirándolo con toda la miseria y toda la pena en mis ojos, mientras él me mira con toda la preocupación en los suyos. Por el ataque de náuseas que pasé y todo el estrés que estoy pasando ahora en mi estado. bien.
Finalmente, cedo y me pongo la mano en el estómago. Para decirle que están Estamos bien.
mí.
—Tu decisión —dice Reed, todavía sujetando a Ledger pero ahora centrado en Resoplo y me limpio las lágrimas silenciosas de la mejilla.
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—Sí, fui yo. La mandíbula de mi hermano se aprieta. —¿Por qué? Me froto el vientre con caricias cortas. —P…porque siempre quise un bebé. Ante esto, la mirada de mi hermano se dirige a mi vientre. Luego, mirando hacia arriba. —¿Por qué él? Antes de que pueda decirle algo a mi hermano, Ledger gruñe: —Déjala en paz. Pero Reed lo ignora mientras repite: —¿Por qué él, Tempest? Porque hubo una vez en que lo amé. Y lo amé con locura y todos los sueños que había tenido se apegaron a él. Y aunque ahora las cosas son diferentes —yo ya no estoy enamorada y él nunca lo estará; además, nuestras vidas son un desastre—, yo seguía queriendo un trozo de él. Seguía queriendo algo con lo que recordarlo. Porque por mi vida, no puedo imaginarme no tener eso. No puedo imaginarme no estar conectada a él de alguna manera. Empezó como una venganza, un esfuerzo por seguir adelante, pero ahora se ha convertido en mucho más. Nos hemos convertido en mucho más de lo que éramos el uno para el otro. Somos una familia. Y adivina qué, también acabó dándome mucho más que un bebé. Me devolvió mi yo. Durante el último año, he vivido con vergüenza. Vergüenza por enamorarme de él. Vergüenza por perseguirlo. Vergüenza por ser tan estúpida como para pensar que podría haber algo entre nosotros. Pero él me enseñó otra cosa. Me hizo darme cuenta de que soy valiente. Y así, esta noche, también voy a soltar la vergüenza que he albergado incluso antes de este último año. La vergüenza de enamorarme del enemigo de mi hermano. La culpa por traicionarlo.
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Porque no lo estaba haciendo. Sólo estaba siguiendo a mi corazón. Y hacer eso nunca puede estar mal. Podría herir a mi hermano con esta noticia que estoy a punto de darle, sí. Y lo lamento. Siempre lo sentiré por cualquier daño que esté a punto de hacerle en este momento. Pero no me voy a arrepentir de haber querido a quien quise antes y de haberlo tomado en la capacidad que pude ahora. Así que endureciendo mi espina dorsal, respondo: —Porque él y yo, tenemos historia. —Historia —dice mi hermano con voz llana. —Sí. —Asiento, aun manteniendo orgullosa una mano sobre mi estómago—. Sé que esto te resultará chocante porque nunca te lo he dicho. Y eso es culpa mía. Debería habértelo dicho. Debería haberte dicho algo. Mucho antes de esto. Pero durante mucho tiempo pensé que te estaba traicionando. Estaba traicionando tu confianza por... querer al tipo que tanto odiabas. Porque lo quería. Lo quería. Más que quererlo. Lo amaba y... Y la verdad es que no quiero avergonzarme más. Del pasado y de a quién quería. O del hecho de que elegí hacer esto. Porque avergonzarme de eso significaría avergonzarme de mí misma y no lo estoy. No me avergüenzo de mí misma ni de lo que quiero. De hecho, soy valiente. Por querer estas cosas e ir tras ellas. Aunque a los demás les parezcan poco convencionales. Me presiono el vientre con una mano. «Y sé que puede parecerte poco convencional. Quizá incluso un error. Pero no lo es. Es mi decisión. Una decisión muy adulta. Algo que he pensado mucho y durante mucho tiempo. Y si lo dejas ir y olvidas tu enojo por un segundo, te contaré todo. Sobre el pasado. Sobre por qué elegí hacer esto, ¿de acuerdo? Sólo por favor, yo... —¿Cuánto tiempo? —Reed pregunta. —¿Qué? —¿Cuánto dura tu jodida historia? Antes de que pueda responderle, Ledger dice: —Déjala en paz. Reed percibe algo en la voz de Ledger y se vuelve hacia él. —¿O qué? —O es hora de que te enseñe... —por primera vez esta noche, busca los puños de mi hermano en su camiseta y los sacude—, ...cómo dar un puñetazo de verdad. —Sí, ¿qué te lo impedía antes?
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La mandíbula de Ledger es su única respuesta. —Supongo que mi hermana, eh. Que al parecer es tu novia. Bueno, tu novia embarazada. Quien me acaba de decir que me ha estado traicionando todo este tiempo. Me estremezco ante el tono enfadado de Reed. Y sé que Ledger se da cuenta porque su tono se vuelve inquietantemente suave. —Si quieres enfadarte por eso, adelante. Pero si la haces enojar en estas condiciones, después de que vomitó sus entrañas en tu baño, te haré tragar tus propios dientes, ¿entiendes? Antes de que puedas venir por los míos. —¿Es así? —Carajo, sí —Ledger muerde—. Y no quieras ponerme a prueba con eso porque si ahora nos estamos poniendo etiquetas de instituto, déjame decirte que no es mi maldita novia. Es la chica por la que quemaría el mundo. La chica por la que mataría. Y luego moriría mil putas veces por ella. Y sí, la dejé embarazada. No con uno, sino con dos bebés. Lo que significa que ahora no tengo que proteger a dos, sino a tres personas. Te enterraría sin pensarlo mientras tu mujer y tu hermana miran. Así que te sugiero que pienses mucho antes de abrir la boca. Durante mucho tiempo sólo oigo mi respiración. Frenética, pesada y necesitada. Tan necesitada de él. Para ir a él. Abrazarlo, tocarlo. Besarlo. Pero entonces Reed habla. —Bueno, ese fue un maldito buen discurso, ¿no? Ledger gruñe; juro que lo oigo. «Estoy impresionado —continúa—. Y completamente de acuerdo con esta puta locura que tienen entre manos. Excepto —un músculo late en su mejilla—, ¿se lo has dicho ya? Ledger se pone rígido ante eso. —No lo has hecho, ¿verdad? —Reed continúa con una sonrisa de satisfacción— . La chica por la que quemarías el mundo. No le has dicho la verdad. El corazón me golpea en el pecho.
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El golpe es aún más fuerte cuando noto la tensión que irradia el cuerpo de Ledger. —Reed —grito, sin poder evitar el temblor en mi voz. Mi hermano se vuelve entonces hacia mí, con el rostro duro y los ojos —tan parecidos a los míos— que parecen enfadados. —Eres una adulta, ¿no? Lo has pensado bien. Enhorabuena por haberte unido a un tipo que no solo ha arruinado su carrera, sino que, al parecer, también es un mentiroso. Y no te ha dicho ni una palabra al respecto. Pero oye, envíame la invitación de boda, ¿de acuerdo? Y guárdame un trozo de pastel porque me encantaría ver este choque de trenes en tiempo real.
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CAPÍTULO TREINTA
—D
e acuerdo, con eso debería bastar —digo, terminando de curar el último de sus cortes. En nuestro baño. No en casa de mi hermano y Callie.
Porque estamos de vuelta en la cabaña. Después de la pelea, mi hermano nos dejó a todos allí y se fue a dar una vuelta. Callie intentó que nos quedáramos —y yo quise, porque Halo está enferma y le vendría bien toda la ayuda—, pero dado que Reed abandonó literalmente el lugar porque Ledger y yo estábamos allí, lo mejor era irnos. —Aunque sigo pensando que deberíamos ir a Urgencias porque no me gusta el aspecto de tu nariz. Me preocupa que pueda estar rota. No es la primera vez que digo esto esta noche, pero hasta ahora, se ha negado por completo. Todo porque vomité un poco esta noche. Bueno, mucho, pero aun así. Pero es lo normal, ¿no? Estás embarazada, vomitas. Pero no, déjalo que le dé importancia a algo que le pasa a todas las embarazadas. Cuando opta por guardar silencio, lo que básicamente significa que otra vez no, sacudo la cabeza y recojo el botiquín, dispuesta a guardarlo, cuando me agarra del brazo y tira de mí hacia atrás. Y no tengo más remedio que mirarlo a los ojos. No lo era hasta ahora. No lo he hecho, desde que dejamos la casa de Callie y Reed. No porque esté enfadada con él. O porque crea lo que dijo mi hermano de que miente. Pero sabía que si lo miraba, me derrumbaría y le preguntaría. Le rogaría que me dijera qué demonios le pasa. Y a sus hermanos. Y por qué y cómo está afectando a su fútbol.
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Hasta ahora, en las últimas semanas no lo he hecho. Más que nada porque ambos hemos estado intentando evitar la realidad y viviendo dentro de nuestra propia burbuja. Además entiendo lo de guardarse las cosas para uno mismo. Ahora más que nunca, cuando él mismo sospecha que le oculto cosas y ha respetado mis deseos de no hurgar. Pero ahora que por fin lo miro, que lo miro a los ojos, me resulta mucho más difícil resistirme. Es mucho más difícil quedarse aquí y no hacer nada. Algo así como abrazarlo y tranquilizarlo y, al mismo tiempo, luchar de alguna manera contra el mundo entero por él. Por sus ojos inyectados en sangre y agonizantes. Como si alguien lo estuviera desgarrando por dentro y estuviera sangrando. más.
Y el hecho de que su cara esté más morada e hinchada que no, lo empeora aún —Ledger —empiezo—, Lo que mi hermano... —Me suspendieron —dice, con voz ronca pero firme. —¿Qué? Su pecho se mueve con una respiración. —Del equipo. Me late el corazón. —¿Por qué?
Ante esto, su pecho se mueve aún más, su respiración es más larga y ruidosa. Dejo el estúpido botiquín y le agarro de la cintura desnuda. De alguna manera sé que necesita el apoyo para lo que va a decir a continuación. Y el hecho de que me ponga las manos en la cintura, como si agradeciera que estuviera allí, sólo hace que me den más ganas de llorar. Pero no puedo. No ahora que necesita que sea fuerte. —Porque le di un puñetazo a alguien. —¿Qué, a quién? Aprieta la mandíbula un segundo antes de responder: —Otro jugador. Del equipo contrario. Y lo hice en el partido, durante el partido. —¿En televisión en directo?
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Otro apretón pero asiente. —Sí. —Luego—. Y él... presentó cargos. Me acerco a él. —¿Qué? —Pasé una noche en la cárcel. —Dios mío, yo... yo no... —Pero eso no importa —me interrumpe—. Mi equipo movió muchos hilos para sacarme en veinticuatro horas, lo que les dio mucha mala publicidad. La prensa no paraba de decir que, en lugar de castigar al jugador que se había vuelto loco en el campo, estaban intentando salvarle el trasero. Así que me suspendieron para el futuro inmediato. —Y luego—: Y bueno, me obligaron a hacer terapia de control de la ira. Así que hasta que un terapeuta me considere apto para volver, no puedo jugar. No puedo poner un pie en las instalaciones. No puedo ir a los entrenamientos. No puedo hacer nada. —¿Terapia de manejo de la ira? Me mira fijamente con ojos duros y sus labios desgarrados se tuercen en una sonrisa amarga. —Soy Thorn el Furioso, ¿no? El exaltado. El jugador impredecible. Quién sabe lo que haría si no me controlaran. —Pero eso no es todo lo que eres. Sí, tienes tus momentos, pero... —Para ellos sí. —¿Quiénes son ellos? Esta es la pregunta a la que no responde, pero no le hace falta. Ya lo sé. —Tus hermanos —susurro. La ira recorre sus facciones antes de decir, en voz baja: —Bueno, me conocen mejor que nadie. No lo hacen. No le conocen en absoluto mejor que la mayoría. No creo que nadie lo conozca. Al menos no al verdadero. No las capas y capas que lo hacen ser quien es. Eso es lo que Callie dijo esta noche, ¿no?
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Que nadie lo ha entendido nunca, comprendido lo que lleva dentro. —¿Por qué le pegaste? —pregunto, mis manos en su pecho ahora, acariciando su carne caliente y suave, tratando de calmarlo. Sus cejas se fruncen. —¿Qué? —¿Por qué le pegaste? A este tipo —le explico—. ¿Qué hizo? Sus ojos miran los míos de un lado a otro. —Nunca nadie me ha preguntado eso. Y Dios mío, podría empezar a llorar aquí mismo. Podría empezar a llorar a mares por lo triste, solitaria y jodidamente desgarradora que suena esa afirmación. Cómo me destroza el corazón y sella mi creencia de que nadie, absolutamente nadie, sabe quién es. Mis brazos suben y se agarran entonces a sus hombros, mis dedos se clavan en su piel y mi cuerpo se acerca automáticamente aún más al suyo, mis curvas se amoldan a sus partes implacables para que pueda tocarlo por todas partes. Para que pueda filtrarme en él y darlo en paz. —Estoy preguntando —susurro, levantando el cuello y mirándolo fijamente. Sus brazos hacen lo mismo, me rodean la cintura y me aprietan el vestido. —Porque estaba hablando de más. Y no por primera vez. —¿Hablando de qué? Su agarre en mi vestido se tensa y se toma unos segundos antes de responder: —La verdad. Subo aún más las manos y me agarro a un lado de su cuello, presionando con el pulgar sobre su pulso. Como él hace con el mío. No de forma dominante, no. Sino a mi manera, mi manera suave, intentando calmar sus latidos mientras le pregunto: —¿Qué verdad? Se lame los labios desgarrados. —Sobre cómo nunca podría haber entrado en el equipo. No sin la ayuda de mi hermano. —¿Qué? —Fui el último en ser elegido —dice, con la mirada fija y concentrada—. Si Shep no hubiera intervenido, nunca habría entrado en el equipo, y mucho menos en
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algún equipo. Nunca habría conseguido un agente, y encima tan prestigioso. Shep fue quien convenció a todos en el New York FC para que me dejaran subir a bordo. Les dio seguridades, garantías. Respondió por mí y les dijo que, aunque mi reputación me precede y se me considera un comodín, soy su hermano. Tengo talento, soy trabajador, y nunca los defraudaría. Sacudiendo la cabeza, continúa: «Lo odiaba. Odiaba que tuviera que venir a rescatarme. Cómo tuvo que salvarme una vez más. Salvar al cabeza hueca de su hermano pequeño. Como solía hacer cuando éramos niños. No sólo eso, Stellan también intervino. También respondió por mí. Les dijo que como entrenador asistente me mantendría a raya. Se aseguraría de que me comportara. Y entonces apareció Conrad. El entrenador estrella que todo el mundo siempre quiso en su equipo y, por supuesto, la directiva estaba jodidamente feliz no sólo de engancharlo, sino también porque sabía cómo manejarme. Sabía qué hacer, qué reglas poner, cómo empujarme a dar lo mejor de mí y mantenerme controlado. Por eso acudieron a él cuando la cagué. Se ríe con dureza. «Acudieron a él cuando no sabían cómo salvar sus traseros después de lo que yo había hecho. Y en vez de cubrirme las espaldas, mi propio hermano me tiró debajo del autobús. Fue idea suya mandarme al banquillo. Mandarme a terapia. Tratarme como a un lastre. Como siempre ha hecho. El aire que nos rodea ha cambiado. Se siente pesado e duro. Como antes de una tormenta. Y me doy cuenta de dos cosas en este momento. Una, que hacía mucho tiempo que no sentía esto. Este cambio en el aire que él provoca, que su ira provoca. Ni siquiera lo sentí en casa de mi hermano y Callie. Y creo que es porque ha estado tan en paz las últimas semanas. Incluso ha estado tranquilo y feliz. Y segundo, su ira no es ira en absoluto. Su ira, por la que es tan famoso, por la que es conocido en todas partes —tanto que sí, su reputación le precede—, no es ira en primer lugar. Es dolor. Es dolor y angustia. Es tormento y trauma. No está enfadado con sus hermanos, está dolido por sus acciones. Le duele que no le den el beneficio de la duda. Probablemente nunca lo hicieron. Que nadie le dé
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nunca el beneficio de la duda. Le duele que diseñen reglas y construyan jaulas y dicten sentencias para refrenarlo, en lugar de escucharlo de verdad. En lugar de comprenderlo de verdad. Y cuando estás tan aislado, tan incomprendido, tu dolor sale en forma de ira. Ira que hiere a otras personas. Pero también a él, ¿no? Quiero decir, no tengo que buscar más allá de mí misma para esto. Sólo imaginar lo atormentado que ha estado por lo que me hizo. No sólo hace poco más de un año, sino desde el día en que nos conocimos. Se ha estado castigando todo este tiempo por herirme, por descargar su rabia conmigo. Y estoy a punto de decírselo. Estoy a punto de decirle que su ira no es ira en absoluto. Que su apodo —el estúpido apodo de mierda — es un mito. Todo sobre él es un gran mito gigante. Cuando dice, con urgencia: —Y quiero que sepas algo. Quiero que sepas que sí, carajo, odiaba la idea del control de la ira y aún la odio, pero lo estoy haciendo. —¿Qué? La determinación se dibuja en su rostro lastimado, pero todavía hermoso. —Si es la única manera de volver al equipo, lo haré. Iré a terapia. —¿Lo harás? —Sí. Lo haré por ti. Mi pecho se agita. —¿Por mí? ¿Ahí es donde va? ¿Es ahí donde ha estado yendo las últimas semanas cuando no va a hacer la compra? A terapia. Nunca le pregunté porque, de nuevo, no quería parecer entrometida, pero me lo he preguntado. Su mirada se clava en la mía y sus dedos en mi cintura se despliegan y se extienden, tocándome la barriga de un extremo a otro. —Y por ellas. —Me clava los pulgares en el ombligo y yo me arqueo—. Lo haré porque, por primera vez en mi vida, tengo un propósito. Un propósito más grande. Un propósito más grande que el fútbol, los trofeos o los campeonatos. Un propósito
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más grande que mi ego, venganza, rivalidades. Y es mantenerlos. Es cuidar de ellos. Y de ti. No voy a decepcionarlas. No voy a defraudarlas. Sé que no te dije la verdad antes de esta noche. Sé que te oculté este gran secreto y…. lo siento. Lo siento muchísimo. La única excusa que tengo es que no quería, ni por un segundo, que pensaras que soy incapaz. Que soy incapaz de cuidar de ti y de ellas. Porque no lo soy. No soy como mi padre. No soy como tu padre. Quiero que lo sepas. Nunca haré nada para que tú o ellas se sientan inseguras o desatendidas o... Presiono mi mano temblorosa sobre sus labios para que se detenga. —Confío en ti. Sus ojos se iluminan ligeramente en respuesta. Pero no quito la mano de su boca hasta que diga lo que tengo que decir. —Me importa. No me importa que me hayas ocultado esto. Yo también te he ocultado muchas cosas. —Sigo haciéndolo—. Y tampoco me importa lo que dijo mi hermano. Lo que ha hecho esta noche, cómo ha reaccionado, me ha dolido, y en cierto modo entiendo de dónde viene. No sé si alguna vez será capaz de perdonarme por ocultarle la verdad. Pero no me importa lo que piense. No sobre esto. Sobre nosotros. Sobre ti. Luego, poniéndome una mano en la barriga, donde me está agarrando, continúo: —Aunque no necesito que cuides de mí, Ledger, sé qué harás todo lo que esté en tu mano para cuidar de ellas. Harás todo lo que puedas para mantenerlas, para estar siempre a su lado. Ya lo estás haciendo. Ya eres el mejor padre del mundo. Pero quiero que me escuches, ¿de acuerdo? Quiero que sepas y entiendas que esto es por ti. Tu carrera. Tu terapia. Especialmente tu terapia. Pero Ledger, si lo estás haciendo, necesitas hacerlo por ti. Por ti mismo. No por mí o por nuestras bebés. Ni por nadie más. Y sé que estás herido por lo que han hecho, tus hermanos, pero creo que has sido infeliz sin ellos, ¿no? Igual que tú has sido infeliz sin el fútbol. Y creo que al menos deberías hablar con ellos o... De repente, va por mi muñeca. Me agarra y me quita la mano de la boca, sus dedos extrañamente apretados, aplastando mi pulso como si quisiera matarlo. O tal vez absorberlo en su piel como un beso, no lo sé. Sólo sé que me quedo sin aliento ante la repentina intensidad de su mirada. Y en su voz cuando dice: —Confías en mí. Mi respuesta es irreflexiva y sin esfuerzo, como una memoria muscular.
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—Más que en nadie. Y no me avergüenza decirlo. No me avergüenza admitir que el tipo que rompió mi confianza hace más de un año es el tipo en el que más confío del mundo. Porque la chica a la que le rompió el corazón, ya no soy esa chica. He crecido. Mis gafas de color rosa se han ido. Sé que tiene defectos. Sé que es capaz de hacer cosas malas, pero también sé que es capaz de hacer cosas buenas. Cosas tan preciosas que me hacen llorar. Cosas tan bellas que nadie las ha imaginado jamás. Como estas dos bebés en mi vientre. Así que sí, confío en él. Aunque no entiendo su reacción. No entiendo por qué su cuerpo parece temblar un poco antes de quedarse inmóvil. Y por qué su mirada es afligida antes de volverse dura. Mientras tanto, sus dedos alrededor de mi muñeca me han quitado el pulso, o al menos lo han ralentizado. Luego, como si supiera que estoy a punto de desmayarme, da un paso atrás. Me suelta bruscamente y quiero decirle que eso es lo que puede matarme, su repentino abandono, no su brutal agarre. —Voy a correr —dice antes de salir del baño. Dejándome aturdida a su paso. Dejando que me pregunte qué acaba de pasar. Pero quizá no debería. Quizá ya debería estar acostumbrada, porque no es la primera vez que sale a correr por la noche. Tampoco es la segunda ni la tercera vez. Lleva semanas haciéndolo. Desde que descubrimos que estoy embarazada. Al igual que su intensidad y su necesidad de mimarme han crecido y cambiado, su rutina también ha cambiado. Además de ir a terapia quiero decir. Seguimos durmiendo en la misma cama y él sigue acurrucándome toda la noche —de hecho, a veces siento su brazo alrededor de mí demasiado apretado, demasiado enjaulado; no es que me importe, pero he notado la diferencia— y sigue despertándose antes que yo para ir a hacer ejercicio.
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Pero no hay juguetonas bromas mañaneras como antes. O incluso después. Ahora hace ejercicio durante más tiempo. Nuestros desayunos —que seguimos tomando juntos— son más tranquilos. Los momentos de contar historias también son más sombríos. Sus idas al supermercado son más largas y, después de cenar, suele desaparecer para otra ronda de ejercicios. Pero el cambio más grande y épico es que ya no tenemos sexo. Casi nunca me toca, excepto por la noche, cuando nos acurrucamos juntos. O mejor dicho, me abraza porque cuando llega a la cama, yo ya estoy dormida. Y aunque he intentado ser paciente con él, me pregunto si este cambio drástico se debe... a mí. Porque ya no me quiere. Como, ya sabes, sexualmente. Y si ahora que me ha dado mi sueño, su sueño también por cierto, piensa que no hay necesidad de intimidad física entre nosotros. Salgo del baño con piernas de palo y me lo encuentro abriendo y cerrando cajones. Ya se ha quitado los vaqueros y se ha puesto los pantalones de chándal grises, y ahora se está poniendo con destreza una camiseta que, personalmente, me parece aún más letal que los pantalones de chándal; es blanca y de aspecto extremadamente suave, y tiene grandes sisas en lugar de mangas. Tan grande que se le ven las costillas y los oblicuos y cómo se ondulan cuando se mueve. Dios. ¿Por qué? Por qué tiene que ser tan sexy y por qué tengo que estar tan obsesionada con su cuerpo cuando empiezo a pensar que quizá él no lo esté con el mío. Ya no. —Yo... No se vuelve al oír mi voz vacilante, sigue ocupado en recoger el teléfono y las llaves y metérselos en los bolsillos del pantalón de chándal. Cuando termina, se vuelve, pero ni siquiera me dedica una mirada mientras se dirige a la puerta, con todas las líneas de su rostro herido, severas y afiladas. Está a punto de cruzar el umbral cuando vuelvo a intentarlo: —Creo que deberíamos... —No me esperes levantada.
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Con el corazón desbocado, le sigo hasta el pasillo, sus pasos acelerados le alejan cada vez más de mí. Desesperada, le suplico: —Creo que deberíamos hablar. —Y luego—: Ahora que estoy embarazada. Finalmente, se detiene. Y observo los amplios planos de su espalda subir y bajar con su respiración. No estoy segura de qué tipo de aliento es. Un aliento fortificante o un aliento que dice finalmente. Como si estuviera esperando que yo sacara el tema, esto de hablar. Para que pudiéramos... Podríamos ir por caminos separados. Quiero decir que eso es lo que va a pasar con el tiempo, ¿no? Me voy a ir muy pronto. Tan pronto como Ezra regrese. He estado en contacto constante con él todo este tiempo, sobre todo mensajes de texto y un par de llamadas telefónicas aquí y allá. Normalmente me aseguro de que Ledger no esté cerca cuando eso ocurre. No quiero que sospeche o se altere, sobre todo cuando en cierto modo no hay nada por lo que alterarse. Sí, me voy a casar con él pero no, no hay nada entre nosotros ni lo habrá nunca. Pero en fin, de momento las cosas no le han ido bien en Corea y ha tenido que prolongar su viaje. Que para ser honesta, estoy realmente muy contenta. No tengo ganas de volver a engañarlo cuando vuelva. Además, ahora también tengo algo más que contarle y no tengo ni idea de cómo va a reaccionar ante mi feliz noticia. Sin embargo, he decidido insistir en todo eso más adelante. Lo único bueno de todo esto es que mi padre no puede decir lo mismo. Un par de veces que he hablado con él estas últimas semanas ha sonado enfadado y agitado. Y por una vez, no conmigo, sino con el padre de Ezra. Quien aparentemente insiste en contratar a un tasador de su elección. Resulta que, cuando una empresa compra otra empresa, el comprador trae un tasador para evaluar el valor de la empresa que están comprando. Lo cual, por supuesto, tiene sentido, pero como la empresa de mi padre está en ruinas, había convencido muy astutamente al Sr. Vandekamp para que utilizara al tasador elegido por mi padre, que iba a decantar todo a favor de mi padre. Pero ahora el Sr. Vandekamp tiene dudas. ¡Vamos Sr. Vandekamp! A pesar de que es un pedazo de mierda homofóbica. En fin, mi padre se está ocupando de eso y, por una vez, se me ha quitado la presión de encima.
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Pero todo eso no significa que me quede aquí. En mi espacio seguro. Con el tipo que me hace sentir segura. No estoy segura de lo visibles que son, mis frenéticos pensamientos y mi activa imaginación, en mi cara. Pero, aun así, intento controlar mis facciones cuando se da la vuelta. Entonces, en tono de madera, pregunta: —Hablar de qué. —¿Seguro que quieres ir a correr? —pregunto en su lugar—. Quiero decir, estás hecho polvo y... —¿De qué hay que hablar? Maldita sea. Ahora que he abordado el tema, no sé por dónde empezar. ¿Cómo formular la pregunta, te has aburrido de mí? —Tempest —me incita/advierte cuando paso minutos sin decir nada. Me recompongo y digo: —Bien. Deberíamos hablar de cosas. Ahora que estoy embarazada. —Eso ya lo has dicho. —Sí —le doy la razón. Entrecierra los ojos en respuesta. —Bien, sé que quería que nos quedáramos aquí. Cuando estábamos intentando... Dejo mi frase colgando porque espero que él llene el silencio. Pero ¿cuándo ha llenado él los silencios? Se contenta con quedarse ahí mirándome en un silencio melancólico. Así que tengo que seguir: —Pero ya no lo estamos intentando. —No, no lo estamos —dice al fin. No puedo leer su tono, pero tampoco puedo perder más tiempo intentando darles vueltas a las cosas en mi cabeza. Necesito dejarlo salir. —Y bueno, todo lo que hemos hecho en los últimos meses es... intentarlo. follar.
—Sí. —Entonces sigue—. Todo lo que hemos hecho en los últimos meses es
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Me estremezco con su palabra follar. No es lo más chocante que ha dicho nunca, pero algo de lo que dice en este momento en que estamos teniendo una discusión seria me hace cosas. —Sí, lo hemos hecho —digo de alguna manera—. Así que me preguntaba, ahora que estoy embarazada —Dios, por favor, deja de decir eso—, e incluso tuvimos nuestra primera cita y todo, si, eh, todavía debería quedarme aquí o... —O. —Eh —dejé escapar otro suspiro—, v…volver. —Volver. —Sí, de vuelta a B…Bardstown. En cuanto lo digo, un dolor tan punzante me atraviesa el pecho que es un milagro que no haya soltado un grito ahogado. Por no hablar de que se convierte en un milagro aún mayor para mí quedarme quieta y no temblar cuando repite mis palabras una vez más en un tono de madera y sin emoción. —Quieres volver a Bardstown. Sacudo la cabeza. —N…no... Quiero decir, sí. Si crees que debo hacerlo. Si quieres que lo haga. —Porque ya no estamos follando. Trago saliva. —Sí, y si quieres... Que se joda esto. Esta vez, doy un grito ahogado y me agarro a la pared de al lado, apoyándome en ella porque me tiemblan las rodillas. Sólo de pensar que se vaya con otra. De alguna manera se siente como ambas cosas: una cosa grande, una cosa gigante y una cosa tan tonta que podría empezar a reír hasta llorar. Después de todo lo que hemos pasado, de todo lo que hemos crecido y nos hemos acercado, de que yo esté embarazada de él, de que seamos una familia —no convencional, pero una familia al fin y al cabo—, que él se vaya con otra chica me parece tan trivial. Parece que ni siquiera debería preocuparme por esas cosas. Pero claro que debería estarlo. Que yo crea que hemos llegado tan lejos no significa que él piense eso.
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Que vaya a ser papá no significa que su vida deba detenerse. Además, había estado célibe los últimos tres años por mi culpa, ¿no debería poder vivir su vida ahora? —Mira —respiro hondo—, ni siquiera me has tocado. En días. Bueno, si somos sinceros, hace semanas. Como desde que descubrimos que estoy embarazada. — Luego, pensándolo bien—. En realidad, eso no es cierto. Creo que ocurrió más o menos cuando me hiciste firmar esos estúpidos papeles del seguro. Lo cual fue muy dulce, por cierto. Mientras yo sólo podía ver vídeos de bebés, tú tenías cosas prácticas y reales en la cabeza. Pero quizás... quizás quieras vivir tu vida ahora. Sólo porque sé que estarás ahí para las bebés y ya sabes, serás un buen padre, no significa que debas impedirte... —¿Qué? Sigo sin poder leer su tono, pero respondo de todos modos: —Vivir tu vida. Quiero decir, no hay razón para que no salgas y.... estés con a…alguien. Y puede que ahora yo te estorbe y, sinceramente, tampoco me quedo atrás. Yo también tengo tipos salivando por mí. Y sólo porque esté embarazada no significa que no pueda... seco.
Su repentina ráfaga de movimientos hace que mis palabras se detengan en Lo cual es bueno para ser honesta.
Porque estaba haciendo lo que siempre hago: intentar darle celos, y realmente necesito cambiar eso de mí. No es sano y no sirve para nada cuando no tenemos futuro juntos. Por no mencionar que se lo he pedido específicamente y le he hecho prometer que no se pondrá celoso. Pero en cualquier caso, tengo otras cosas en las que pensar en este momento. Como el hecho de que esté aquí, donde yo estoy, y me esté clavando a la pared. Con sus manos extendidas a ambos lados de mi cabeza, formando una jaula, y su rostro lastimado inclinado hacia mí. Bien. Eso me gusta. Me gusta estar atrapada en las jaulas que me hace. De hecho, me gusta tanto que me agarro a él, a sus elegantes músculos y le susurro: —¿Qué haces?
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—¿No puedes qué? —gruñe. Confundida, pregunto: —No puedo... ¿qué? —Sí. —Sus ojos brillan—. No puedes qué. Sólo porque estás embarazada. Ah, claro. Estaba diciendo algo en ese sentido. Acaricio su piel caliente. —Yo…yo no... recuerdo. —¿No? —No. Sus ojos vuelven a brillar. —¿Qué tal si te lo recuerdo? —De acuerdo. Creo que le daría el visto bueno a casi todo en este momento. Estoy tan bajo su hechizo que ni siquiera me importa si es patético. No me importa que le sea fácil engañarme. Para sacudirme y emocionarme, herirme y moldearme en la forma que él quiera. —¿Sabes quién eres? —pregunta. —¿Quién soy? —Para mí —matiza. —Para ti. —Sí —asiente—. ¿Quién eres para mí? —Yo... yo no... —¿Eres mi novia? —No. —Entonces, ¿quién eres? En su tono, su uso específico de la palabra novia, algo se burla de la parte posterior de mi mente. —La chica que...
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—¿La chica que yo qué? —La chica por la que quemarías el mundo —le repito las palabras de antes, las que le dijo a mi hermano. —¿Qué más? El corazón me late en el pecho. —La chica por la que matarías. —Lo haría, ¿verdad? —Sí. —Ahora cuéntame. —Su piel vibra bajo mis dedos, vibra caliente y suave—. ¿Quién puso esas bebés en tu vientre? Mi vientre palpita. —T…tú lo hiciste. —Yo lo hice. —Sí. —Yo, ¿sí? —Sí. —No esos tipos que salivan por ti. —Ellos no, no. —Yo, Ledger. —Sí. —Ahora quiero que sumes dos y dos, ¿de acuerdo? Trago saliva. —De acuerdo. —Si Ledger —empieza, con los ojos negros—, te pusiera esas bebés en la barriga, las bebés que van a crecer y a hacerla redonda e hinchada, que van a cambiar tu cuerpo y a hacerlo aún más maduro y suave. Y si Ledger quemara el mundo entero por ti. ¿Qué crees que les haría a los tipos que se atreven a mirarte y a salivar por ti y por tu cuerpo embarazadísimo? Me rasco la piel, frotándome los muslos. —Ledger, sólo estaba... —Dímelo.
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—Matarlos. —Sí. Y haría que doliera. Lo haría jodidamente insoportable. —Tú... —¿Qué crees que deberías hacer? —¿No mirar a otros chicos? —No. —Yo... —Ni siquiera deberías pensar en ellos. —Oh. —No deberías estar donde están ellos. —Pero... —Lo que deberías hacer, si quieres evitar un asesinato en masa y evitar que me envíen al corredor de la muerte por ello, es quedarte encerrada. Es quedarte aquí, carajo. Donde ningún hijo de puta pueda mirarte ni llegar a ti. ¿Entiendes? —Sí —digo, temblando y con las rodillas débiles. —Bien. —Sólo intentaba darte celos. —Lo sé. —Entonces, ¿por qué... —Porque no quieres que otros chicos saliven por ti. —No, no lo hago. —Me deseas. —Sí. —Así que aquí estoy, nena —dice con tono amenazador—. Salivando sobre ti. Olisqueando tus faldas como un animal. Golpeándome el pecho y chasqueando los dientes contra cualquier Idiota que se te acerque. Pero ¿recuerdas lo que te dije de los animales, de los toros? —Sí —me relamo los labios—, me dijiste que no debía p…provocarlos. —Exactamente. Porque ya soy media bestia para ti, un toro furioso, y si sigues provocándome, voy a ser peor que cualquier animal que hayas conocido. Mis bragas están mojadas.
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Mi coño está inundado. Y no creo que pueda soportar ni un segundo más separada de él. —Entonces, ¿por qué no... —Ahora —dice, alejándose de mí—. Quiero que te vayas a dormir porque ya has tenido suficiente maldita excitación por una noche y yo necesito ir a correr hasta que no pueda pensar, carajo. —Pero tú... Esta vez, no puedo hablar porque estoy medio agachada y vomitando por todo el suelo. Que es lo que seguiré haciendo durante las próximas semanas.
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CAPÍTULO TREINTA Y UNO Su Hermoso Thorn
M
i esposa. Esposa Y cada vez es más difícil permanecer alejado de ella.
Cada vez es más difícil no tocarla. No hacerla mía, no solo sobre el papel, sino también en la intimidad. No hacer ese acto que secará la tinta del papel y sellará el acuerdo en todos los sentidos. Cada día que pasa me recuerdo a mí mismo las razones por las que debo mantener las distancias: 1. No soy el hombre para ella. 2. Ni siquiera sabría cómo ser el hombre para ella. El hombre que puede darle todas las cosas que quiere y hacerla feliz. 3. De todas formas, ella no quiere nada de mí. 4. Y no debería porque le estoy mintiendo. 5. La engañé para que se casara conmigo. Sí, era necesario en ese momento. Para controlar mi ira. Para mantener a raya mis celos. Aunque no puedo decir que hacerla mi esposa haya cambiado mucho. Sigo tan enojado, tan celoso ante de la idea de Ezra jodido Vandekamp, como antes de que firmara esos papeles. En realidad ahora es peor. Sobre todo porque es mi esposa y no puedo decírselo a nadie. No puedo gritarlo a los cuatro vientos como quisiera. No puedo escribirlo en las paredes ni grabarlo en el suelo. No puedo pintarlo con spray en cada edificio por el que paso. Mi esposa. Mi esposa. Mi esposa. Lo que una vez más me hace pensar que mi ira puede ser realmente un problema.
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Que mi ira puede destruirlo todo, si no tengo cuidado. Que tal vez, sólo tal vez, debería abrirme y hablar con la Dra. Mayberry. Tengo que verla de todos modos, ¿no? Podría hablar con ella y usar su legendaria sabiduría de la que todos me hablan. Especialmente ahora que se me permite volver a la práctica. Tal vez la buena doctora pueda darme algunos consejos. mí?
¿Cómo decirle a tu esposa que ahora es tu esposa? ¿Y cómo evitar que huya de Porque cuando se entere va a huir; lo sé. Me va a quitar a nuestros bebés y no creo que pueda culparla.
Ya se va a ir algún día —y sí, aún recuerdo mi promesa de dejarla marchar cuando lo haga— y esto sólo hará que se vaya más rápido. Así que no tocarla, no quitarle esta última cosa, es mi pequeño esfuerzo por hacer lo correcto. No es que vaya a importar, pero cuando haces lo incorrecto, lo más incorrecto que alguien podría hacerle a alguien, hacer lo correcto se convierte en tu única opción. Además, no voy a aprovecharme de ella cuando está así. Enferma y débil. Este primer trimestre está siendo duro para ella. No para de vomitar y apenas puede retener la comida. Ha perdido peso. Está pálida y débil. Dice que le duelen las tetas. No soporta el olor de sus comidas favoritas. Llora en cualquier momento. Creo que no es sólo hormonal. Creo que también es porque el idiota de su hermano aún no le ha dicho nada y podría matarlo por eso. Por hacerla pasar por un momento tan difícil en su condición. Por no mencionar que odia el algodón de azúcar con pasión. Lo único que la alivia remotamente es oler cáscaras de naranja. Las guarda en su mesita de noche y cada vez que tiene un ataque de náuseas, las huele como una drogadicta. Así que he llenado nuestra cabaña de naranjas. También le gustan los paseos nocturnos al aire fresco, así que me aseguro de llegar a casa después del entrenamiento a tiempo para llevarla a dar uno. Me aseguro de agarrarla de la mano y sostenerla cuando se marea o tiembla. Lo que también ocurre mucho estos días. Al parecer todo esto son hormonas y tiene muchas debido al embarazo gemelar. Pero aparentemente no hay de qué preocuparse porque cuanto peor está, mejor va el embarazo.
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Palabras de su médico, no mías. Que se joda. Que se jodan todos los médicos. De hecho, que se joda cualquiera que diga que el embarazo es algo alegre. No lo es. Es una maldita tortura. Y lo peor es que ni siquiera es una tortura para mí. Es una tortura para ella y no puedo hacer otra cosa que frotarle la espalda, comprarle naranjas y sujetarle el pelo cuando vacía el estómago. He estado tan enojado por todo esto que cuando nos dicen —en nuestra cita de la décima semana— que si queremos podemos saber el sexo de nuestros bebés con un simple análisis de sangre, me niego. Les digo que no quiero, para sorpresa de mi Luciérnaga. Porque a veces siento que también estoy enojado con ellos. Con nuestros bebés. Por enfermar tanto a su mamá. Es jodidamente irracional; lo sé. Tampoco lo digo en serio. Porque en cuanto se me pasa por la cabeza, me invade la culpa y remordimientos. Pero la cosa es que no puedo verla así. No puedo ver a mi mujer decaída y sin fuerzas. Duele. Lo cual sé que es irónico porque cuando descubra que efectivamente es mi esposa y su propio esposo le miente, le va a doler más que cualquier hormona del embarazo.
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CAPÍTULO TREINTA Y DOS
H
oy estoy embarazada de quince semanas. Y hoy es el día en que voy a decirle a mi prometido que voy a tener un bebé. Dos bebés, en realidad.
Dos niñas. Aunque aún no se ha confirmado. Porque elegimos no saberlo. Bueno, él está eligiendo no saberlo. El papá. No sé por qué. Cuando le pregunté todo lo que dijo fue que no importaba. Lo que me confundió, pero luego me di cuenta de que tenía razón. En realidad no importa lo que tengamos porque los amaré sin importar qué. Él también lo hará. De hecho, creo que es más divertido así. Tendremos algo bueno que esperar en el futuro. Bueno, aparte de conocer a los bebés. Porque ya tenemos muchas cosas malas sucediendo en el futuro. O al menos yo las tengo. Incluida esta reunión. Hace unos días recibí el mensaje que llevaba semanas temiendo. Era de Ezra, diciéndome que por fin, después de meses, regresaba. Y que si tenía algo de tiempo esta semana, deberíamos vernos. Por supuesto que dije que sí. Y, por supuesto, inmediatamente después, mi padre me llamó y me dijo que contaba conmigo para traerlo a casa. Por eso estoy aquí. Para llevarlo a casa en este elegante restaurante del centro de Manhattan. Y decirle que lo que habíamos hablado antes de que se fuera a Corea se está haciendo realidad. Es decir, que estoy embarazada y que podríamos darle un giro a su favor y hacer que todo el mundo, incluido su padre, se olvidara de su sexualidad.
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Que el padre de mis hijos también va a estar implicado más adelante no es algo que le vaya a decir hoy. También entiendo que habrá cobertura de prensa para esto, nuestra boda y mi embarazo, etc. Pero ya lo resolveremos más adelante y, bueno, para eso tenemos relaciones públicas, ¿no? Primero tengo que asegurar el plan de mi padre y, por ende, el futuro de mi hermano antes de volver a mover el bote. Así que, con la respiración contenida, espero a que llegue. Sólo que no lo hace. Al principio creo que me ha dejado plantado. Pero entonces, en un extraño giro de los acontecimientos, una morena muy seria se acerca a mi mesa y se sienta frente a mí antes de que me dé cuenta de lo que está pasando. Con su moño apretado y sus gafas, junto con una cartera muy formal que deja sobre la mesa y de la que saca una carpeta gruesa antes de dejarlo en el suelo, parece la secretaria de alguien. Una secretaria muy eficiente y profesional. Abro la boca para preguntarle quién es cuando levanta la vista y me dedica una sonrisa cortante. —Hola, soy Alice. La asistente del Sr. Vandekamp. Así que bingo. Es asistente. Parpadeo un par de veces antes de recordar mis modales. —Um, hola. Antes de que se me ocurra preguntarle qué hace aquí, me dice: —Al Sr. Vandekamp le ha surgido algo urgente, así que no podrá venir. Lo lamenta. Pero no quería faltar a la cita contigo, su prometida —me lanza una pequeña sonrisa formal— , así que me ha enviado a mí en su lugar. Doble bingo. Es eficiente. Me lo explicó todo sin que tuviera que preguntar. El único problema es de qué vamos a hablar mientras Ezra no esté aquí. hacer.
—Bueno —digo, confusa—. Aunque no estoy muy segura de lo que vamos a...
—Podemos discutir la logística, por supuesto —dice como si debiera ser obvio para mí. Me aclaro la garganta. —¿Discutir la logística de qué? Se levanta las gafas. —De la boda. Que es para lo que me envió aquí. —Abro la boca para responder, pero ella ya está abriendo la gruesa carpeta y destapando un
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bolígrafo que ni siquiera la había visto sacar de su cartera—. Ahora, lo primero es lo primero: ¿qué te parece el veinte de abril? —¿Perdón? Levanta la vista un segundo. —Para la fecha de la boda. —Entonces vuelve a su archivo—. Eso es lo más pronto que puedo hacerlo. Y la siguiente fecha es —pasa unas páginas—, hasta el verano. Lo que el Sr. Vandekamp sabe que no te gusta tanto, ya que siempre quisiste una boda en primavera. —De nuevo levanta la vista—. Entonces, ¿qué te parece? Tardo un segundo en responderle. E incluso entonces todo lo que puedo decir es: —¿20 de abril? —Sí. —Asiente—. ¿Funciona esa fecha? —Para eso —me relamo los labios y trago saliva—, sólo faltan seis semanas. —Correcto. —Yo... —Si te preocupan todos los preparativos y cosas así, por favor, no le des más vueltas. Soy muy buena en mi trabajo. Una vez que concretemos la fecha y el lugar de la boda que te gustaría, organizaré tu cita con un organizador de bodas y me aseguraré de que todo salga a tu gusto. Menos mal que se me pasaron las náuseas la semana pasada o estaría vomitando por toda la mesa. Veinte de abril. El día de mi boda. Entonces estaré de veintiuna semanas. Mis bebés tendrán el tamaño de un plátano grande, más o menos; he estado buscando en Google el desarrollo del bebé semana a semana durante las últimas semanas. Lo único que parecía darme alegría cuando me sentía mal todo el tiempo. Eso y las cáscaras de naranja y los paseos por el bosque. Pero esto último se debe a que di esos paseos con él. Mientras lo agarraba de la mano. Mientras me sentía segura y cálida a su lado. Que no será por mucho tiempo, ¿verdad? Sólo me quedan seis semanas.
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Y quiero culpar a Ezra por eso. Quiero enojarme con él por soltarme esto sin discutirlo ni dignarse a venir a verme. Pero no puedo. Porque el acuerdo que tenemos no requiere que me vea. De hecho, incluso si fuéramos a casarnos de verdad, no tendríamos que vernos en absoluto, no hasta el día de nuestra boda. Y él me estaba escuchando, la última vez que nos habíamos visto. Cuando, de nuevo, no tenía que hacerlo; ni en un matrimonio falso ni en uno real. En realidad, creo que todo esto, que su ayudante se presente con instrucciones específicas de tomar nota de lo que quiero, es su forma de ser amable conmigo. Para demostrarme que se preocupa por mí aunque en realidad no vayamos a casarnos. Así que debería estar encantada. Que a pesar de que mi padre eligió a un hombre para mí, terminé con alguien considerado. Además lo traje a casa y no tuve que hacer nada. Tengo una fecha de boda por la que mi padre va a estar muy contento. Pero lo único que quiero es derrumbarme y sollozar. Lo único que quiero es hacerme un ovillo en el suelo y no levantarme nunca. Nunca enfrentarme a la realidad. Porque no quiero hacerlo. No quiero casarme con él. No quiero. Nunca lo hice. Y ahora en lugar de algo vago, una boda de verano, tenemos una fecha de boda. Una maldita fecha de boda real que está a sólo seis semanas de distancia y ... Sólo la idea de abandonar esa cabaña, de dejarlo para el resto de mi vida me está dando ganas de vomitar y Ezra ni siquiera sabe aún lo del embarazo y yo... —¿Señorita Jackson? La voz de Alice irrumpe en mis pensamientos y mi respuesta llega antes de que haya tenido tiempo de pensar en todo. —Sí, funciona. —¿La fecha? —Sí. Sonríe. —Perfecto. Mientras lo anota en su archivo, le digo: —Y mi madre estará encantada de coordinar con usted los planes de boda. Su sonrisa se ensancha cuando también toma nota de ello.
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—Y... —intento respirar hondo pero no lo consigo—, por favor, dale las gracias a Ezra de mi parte. Por organizar todo esto. Y gracias por venir a verme y ser tan competente. —Por supuesto. Sólo hago mi trabajo. —Bien, de acuerdo. —Le lanzo una sonrisa temblorosa—. Sólo voy a... irme. Su sonrisa vacila ligeramente. —Bueno. ¿Pero estás bien? Tú no... —Estoy bien. Estoy absolutamente bien. Creo que sólo necesito un poco de aire fresco. Con eso, me pongo de pie y salgo de allí.
Es hermoso. El hombre más hermoso que he visto. Su pelo alocado azotado por el viento. Su piel bronceada enrojecida. Su cuerpo fuerte corriendo por el campo. Sus piernas siempre mantienen el balón en su poder, la mayoría de las veces gracias a su destreza y otras a su fuerza de voluntad. En cualquier caso, es difícil arrebatarle el balón una vez que lo tiene en su poder. Y si lanza, sabes que va a marcar. Lo he visto en los entrenamientos y en los partidos infinidad de veces para saberlo. Y tengo que decir que lo extrañaba. Verlo jugar. Extrañaba la sensación eléctrica que había sentido la primera vez que lo vi jugar en el instituto Bardstown. La euforia, la emoción. El temor de estar en presencia de algo grandioso, algo de otro mundo y majestuoso. Que estoy en presencia de Furioso Thorn. Sólo que nunca fue y nunca será eso para mí. Para mí, es mi Hermoso Thorn. Y no puedo quitarle los ojos de encima. Pero tengo que hacerlo cuando un par de minutos después oigo a alguien decir: —Es bueno, ¿verdad? Sobresaltada, me giro y descubro que la voz pertenece a Conrad Thorne.
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El mayor de los hermanos Thorne y entrenador del New York City FC. Cuando salí del restaurante, lo único que quería era dar un paseo por la ciudad. Un paseo lento y pausado. Aunque quería correr y correr sin parar. Pero estos días me mareo muy rápido y como soy propensa a caerme, me lo tomé con calma. Porque ya no estoy sola, ¿verdad? Tengo estos dos pajaritos dentro de mí, estas dos maripositas, mis lindos compañeros. Tengo que pensar en ellos. Y lo tengo a él. Se volvería loco si me pasara algo a mí o a ellos. Tanto que he dejado de llevar tacones. Sólo para su tranquilidad y la mía. Pero en fin, di pasos lentos y medidos antes de pedir un taxi y acabé aquí. En el estadio del New York City FC. Donde sabía que lo encontraría, practicando para su partido de regreso la semana que viene. Algo para lo que ha estado trabajando muy duro. Aunque olvidé que puede haber una posibilidad de encontrarme con su hermano. No a Shepard ni a Stellan, a los que puedo ver a través de esta ventana de pared a pared en la que estoy, Shepard corriendo en el campo y Stellan en la barrera, dirigiendo a los jugadores. Sino él. Con, su hermano mayor. —Es más que bueno —le digo—. Es fantástico. Sus ojos, azules y completamente distintos a los oscuros de Ledger, me absorben y sus labios se estiran en una sonrisa muy leve. —Lo es. —Luego se gira para mirar el partido y añade—: Y siempre lo ha sido. Talento puro y duro. Mejor y más fuerte que nadie con quien me haya cruzado. Yo también me giro hacia el juego. Completamente de acuerdo con él. Stellan toca el silbato y detiene el juego antes de dirigirse a Ledger y a otro chico, en cuya camiseta pone Rivera, y habla con ellos. Veo a Ledger escuchando a Stellan, pero en un momento dado aprieta la mandíbula y sé que lo que está oyendo no es algo que le guste. Veo el enojo parpadear en sus facciones y, por un segundo o dos, creo que va a estallar contra Stellan. Pero luego le hace un gesto brusco con la cabeza y se reanuda el juego. Suelto un suspiro de alivio.
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No porque crea que es su apodo, Furioso Thorn, sino porque si se hubiera enojado, la gente pensaría que lo es. Sus hermanos lo creerían, y es mucho más que eso. Entonces oigo a Conrad moverse sobre sus pies. —Pero es su propio enemigo. Le devuelvo la mirada. —¿Perdón? estás?
De nuevo, se aparta de la ventana y se mete las manos en los bolsillos. —¿Cómo Abandonando una vez más el juego, me dirijo también a él.
Porque creo que esto —lo que sea que vaya a pasar ahora— requiere toda mi atención. —¿Cómo estoy? Me mira la barriga y la toco en un gesto descaradamente posesivo. Todavía no se me nota mucho, aunque mis vestidos antiguos, al ser tan ajustados, ya no me quedan bien y he empezado a llevar cosas un poco más sueltas en la cintura. Pero noto la curva expandida cuando me toco la barriga. —Sí. He oído que la has pasado mal. Me disculpo por no haber ido a verte o hablar contigo directamente. Sé que has sido amiga de Callie durante mucho tiempo y por supuesto, son familia. Por Reed, y ahora... esto. Es sólo que... —Suspira entonces, frotándose la nuca—. Ha sido un shock. Lo cual no es una excusa, pero quiero que sepas que estoy aquí para ti. Sé que no hemos tenido muchas oportunidades de interactuar en el pasado, pero si surge la necesidad, puedes contar con que estaré... —No será así —lo corté. Me mira durante un segundo, y aunque con su pelo rubio oscuro y sus ojos azules no se parece en nada a mi Ledger cabello y ojos oscuros, aún puedo ver las similitudes entre ellos. Todavía puedo ver que tienen el mismo lenguaje corporal, el mismo porte, la misma aura dominante. Especialmente cuando me mira en silencio. Pero no voy a intimarme. —Porque Ledger me está cuidando bien. Así que no tienes que disculparte ni ofrecer tu ayuda. Estoy cubierta, gracias. Estoy diciendo la verdad. Estoy cubierta. No sólo porque Ledger ha cuidado muy bien de mí estas últimas semanas, cuando pensaba que me iba a morir y que probablemente nunca llegaría al segundo
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trimestre, por no hablar del tercero o de la fecha prevista del parto, sino también porque tengo muy buenos amigos. Primero está Callie, mi mejor amiga y mi cuñada. Que, después de darles la noticia a ella y a mi hermano, vino directamente a la cabaña esa misma semana, en cuanto Halo empezó a sentirse mejor. Sin duda le sorprendió nuestra elección de casa, sobre todo cuando le dije a quién pertenecía. Como Ledger no iba a hacerlo, también le expliqué su significado. Lo que hizo que se le salieran las lágrimas antes de decirme, una vez más, lo feliz que estaba de que por fin nos hubiéramos juntado. Al parecer, ella tenía todas las pistas de que había algo entre nosotros. Supongo que no la engañamos con nuestras miradas intensas, roces y demás durante los últimos años. Así que en ese momento tuve que reventar su burbuja y decirle que no lo somos. No entré en muchos detalles sino que simplemente dije que no estábamos hechos el uno para el otro y hasta ahora ha aceptado la idea —aunque a regañadientes— y no me ha cuestionado ni nada. En cualquier caso sé que está feliz de que vayamos a tener un bebé. Y no uno, sino dos. —¿Cómo Stellan y Shepard? —dijo emocionada el día que había venido. Ledger acababa de regresar de su segundo entrenamiento del día y había respondido: —Joder, no. No como Stellan y Shepard. —¿Qué? claro que como ellos. Son gemelos. —Son engendros de Satanás. —Bueno, eso es cierto. Shep definitivamente lo es. —Mis niñas no se parecen en nada a Stellan y Shep. —Luego, con una leve cara de bobo—. Son mis dos pequeñas luciérnagas. Callie sonrió. —Oooh, eso me gusta. Dos pequeñas luciérnagas. —Y luego—: Dios mío, se me acaba de ocurrir una idea increíble para unas manoplas que quiero tejerles. Después de eso se fue por la tangente sobre todas las cosas que va a tejer para ellos mientras todo lo que podía hacer era mirarlo y sonrojarme. Pero en fin, también me contó que Conrad y todos sus hermanos lo estaban pasando mal con la noticia. Algo de lo que se enteraron por Ledger y por lo que Ledger y yo nos peleamos, porque no tenía ni idea de que él iba a decírselo. Si lo hubiera sabido, me habría gustado estar allí cuando eso ocurriera para apoyarlo. Como cuando se lo dije a Reed.
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Quien, por cierto, aún no lo ha asimilado. Llevo semanas sin hablar con mi hermano y me duele igual que la noche que le conté lo del embarazo. Y de nuevo, Callie me dijo que le diera tiempo. Aunque no estoy segura de que el tiempo vaya a poder hacer su magia esta vez. De todas formas, aparte de Callie, también tengo a mis otros amigos. Que todos aparecieron un fin de semana u otro en las últimas semanas. Júpiter, Eco, Poe, incluso Wyn, la novia de Con, Salem por FaceTime porque está en California con su novio, el futbolista profesional Arrow Carlisle. Quien, por cierto, volará con él la semana que viene para su partido contra el New York City FC. Pero eso no viene al caso. La cuestión es que Conrad no necesita preocuparse por mí. Tengo a mi gente. Y lo tengo a él. El hombre más maravilloso e incomprendido del mundo. Estoy a punto de poner fin a esta conversación con Conrad y girar para ver el entrenamiento cuando empieza: —Me alegro. De que estés cubierta y te esté cuidando bien. Y espero que dure. Pero —cambia de pie y reflexiona un segundo antes de decir—, si no es así, quiero que sepas que estaremos a tu lado. No solo yo, sino todos nosotros. Stellan, Shep, Callie. Toda la familia. Mi espina ya estaba recta y ya estaba preparada para que dijera algo que me hiciera enojar en cuanto empezara a hablar. Pero aún no estaba preparada para el torrente caliente de ira que me recorre al oír sus palabras. Toda la familia. Eso de alguna manera no incluye a Ledger. Llevo las manos a los costados y levanto la barbilla. —Como he dicho, no tienes que preocuparte por eso. Mi familia ya está a mi lado. De nuevo me mira en silencio y de nuevo me sorprende lo parecidos que son entre sí, el hermano mayor y el menor. Dios, hasta sus estaturas son parecidas y ahora que no llevo tacones, lo noto mucho más. —Me alegro de que sea cierto —dice, con los ojos llenos de significado—. Y es admirable que confíes tanto en él. Pero te haría un gran daño si no te dijera que con él es complicado. Es leal y trabajador, sí. Es un buen hermano. Pero no sé si podrías confiar en él. No sé si podrías confiar en su comportamiento impredecible. Hace cosas que terminan lastimándolo y a la gente que lo rodea y quiero que estés preparada para eso. Quiero...
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capaz.
—Lo sé —le digo sólo para poner fin a lo que está diciendo—. Sé de lo que es Frunce el ceño. —Y sin embargo aquí estás diciendo que confías en él.
—Sí, porque lo sé —digo con orgullo—. Porque sé que tiene defectos. Sé que tiene sus problemas. Sé que está hecho de cosas feas. Y no me dan miedo, esas cosas. No tengo miedo de enfrentarme a ellas y mirarlas fijamente. Porque también sé que está hecho de cosas hermosas. Como el resto de nosotros. Como tú y como yo. Como el resto de tu familia, que sorprendentemente no incluye a tu propio hermano. Entonces me acerco más a él. A la mierda su altura y a la mierda su aura intimidatoria. Apoyaré a Ledger ahora y hasta el fin de los tiempos. Es mi familia, nuestra familia. —Y también déjame decirte algo más, a veces las personas que nos conocen más y desde hace más tiempo son las mismas que realmente no nos ven. Son los que no aprecian realmente lo que tenemos que ofrecer. No aprecian realmente los matices sutiles que hay en nosotros. En realidad, al diablo con los matices sutiles. Son ellos los que están completamente ciegos a todo lo que nos hace ser nosotros. Sé que amas a tu hermano. Sé que has hecho sacrificios por él. Sé que te preocupas por él. Pero me gustaría que tú también lo entendieras. Desearía que te tomaras el tiempo para mirar más de cerca y ver por ti mismo lo completamente increíble que es. Cómo cada parte de él, lo bueno y lo malo, lo bonito y lo feo, lo hace ser él. Y todo lo que necesita de ti es que lo veas. Sólo una vez. No estoy segura si decir estas cosas haría alguna diferencia. O si a Ledger le gustaría que hablara con su hermano y me metiera en sus asuntos a sus espaldas. Pero me alegra haberlo hecho. Alguien tenía que decirlo. Alguien tenía que cubrirle las espaldas y decirle a esa gente que dejara de juzgarlo eternamente y de juzgarlo únicamente por sus errores y... En ese momento oigo un portazo que resuena en todo el pasillo azul en el que estamos. A un lado hay puertas de oficinas y vitrinas con trofeos y fotos antiguas. Pero el otro lado está casi completamente lleno de ventanas y todo, desde las vitrinas de trofeos hasta las fotografías y las ventanas, tiembla con el impacto. Y entonces lo veo salir de la esquina, todo sudado y acalorado y bueno, enojado. Pero no conmigo. Sino con su hermano, por lo que parece, porque sus ojos oscuros están clavados en él mientras se acerca a grandes zancadas.
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—¿Qué mierda? —murmura mientras se acerca. Y trato de interferir. —Ledger... —¿Qué le dijiste? —Ledger pregunta a su hermano. Que parece completamente indiferente o molesto por la repentina aparición de Ledger y su comportamiento agresivo. Sacudiendo la cabeza, dice con voz tranquila: —Yo no... —¿Qué mierda le has dicho? —vuelve a preguntar, deteniéndose ahora justo delante de Conrad. Me interpongo entre ellos e intento tranquilizar a Ledger de nuevo. —Ledger, no. No ha dicho nada. Él... Sus ojos siguen fijos en su hermano. —Contéstame. ¿La estás molestando? —Tienes que calmarte, Ledger —dice Conrad desde detrás de mí. Y Ledger avanza sobre él. Pero afortunadamente estoy aquí para detenerlo. Estoy aquí para poner mis manos sobre su cuerpo y empujarlo hacia atrás. Aun así, es difícil hacerlo callar mientras gruñe: —¿O qué? ¿Me vas a echar? Esta vez para siempre. —Se inclina hacia delante—. Porque déjame decirte algo, me importa una mierda. Me importa una mierda. Puedes tomar tu fútbol y metértelo por el culo. Si me entero de que la has enojado, se acabaron las apuestas. No me importa jugar para ti ni para ningún otro equipo. Ahora y siempre. —Ledger. —Con el corazón palpitante, me dirijo a su cara e intento que se centre en mí—. En serio. No ha dicho nada. No me ha molestado, ¿bien? Sólo estábamos conversando, lo juro. Estoy bien. Tarda un par de segundos en apartar la mirada de su hermano y centrarse finalmente en mí. Gracias a Dios. —Tienes que calmarte —vuelvo a decirle, mirándolo a sus ojos enojados. Sin embargo, permanece en silencio. En silencio y con la mirada fija. Respirando con dificultad. Lo que está bien. Mientras no haga nada precipitado por mi culpa. Porque piensa que necesita protegerme de algún grave peligro invisible. Y Dios, ¿cómo es posible que la gente no pueda ver eso? Que la gente no pueda ver lo protector que es. Cuán leal y protector.
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Estoy tan absorta mirándolo y acariciándole la mejilla, concentrándome en sus respiraciones tranquilizadoras, que no me doy cuenta de que estamos rodeados de gente. No hasta que Conrad dice: —Está bien. Todo está bajo control. Es entonces cuando aparto la mirada de Ledger —que no creo que tenga ni idea de que ya no estamos solos— y descubro que todo el equipo, incluidos algunos entrenadores y miembros del personal, están inundando el pasillo. Mierda. ¿Van a pensar que está causando problemas otra vez? —A las duchas —dice Conrad, saliendo de detrás de mí. Luego, a Stellan, que se abre paso entre la multitud para colocarse delante: —Ahora. Stellan asiente y hace un gesto al equipo para que despeje el espacio. Lo cual hacen, excepto el tercer hermano Thorne, Shepard. Stellan y Shepard son exactamente iguales, ¿verdad? Es tan difícil encontrar una diferencia entre sus rostros inquietantemente idénticos, ojos oscuros y pelo oscuro — observando a Ledger y Conrad. —Shep. —Conrad le hace un gesto con la barbilla—. Ahora. No le gusta; puedo verlo en su cara, pero al final lo hace y se va. Y con una última mirada a Ledger y a mí, Stellan se marcha también, dejando el pasillo vacío una vez más. Suelto un suspiro de alivio y Conrad me dice: —Puedes usar mi oficina. En ese momento, Ledger mira a su hermano y, con tono áspero, le dice: —Si tienes algo que decir, dímelo a mí. No a ella. No en su estado. Conrad se queda mirando a su hermano unos segundos antes de asentir con la cabeza. Luego se dirige a mí: —Ha sido un placer hablar contigo, Tempest. Cuídate. Exhalando, asiento. —Gracias. A ti también. Y entonces, se marcha, dando zancadas por el pasillo de forma parecida a como lo había hecho su hermano pequeño sólo unos minutos antes. Recordándome una vez más las similitudes entre ellos. Pero entonces no tengo tiempo de pensar en estas cosas porque, apartándose de mí, Ledger me toma de la mano y tira de mí en dirección contraria, muy posiblemente a la oficina de Conrad. Cuando llegamos, me hace entrar y cierra la puerta, inmovilizándome contra ella. Todo impaciente.
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Luego, apoyando las manos en la madera como si fuera a hacer flexiones, me mira de arriba abajo. De la cabeza a los pies, y lo dejo que lo haga. Porque sé por experiencia que no va a estar satisfecho si no se ha asegurado, por sí mismo, de que estoy realmente bien. Es una de las cosas que hace desde que empezó a ir a los entrenamientos. Probablemente porque no está conmigo todo el día y piensa que no vigilarme como un halcón las 24 horas del día puede hacerme daño. Así que sí, si era malo cuando acabábamos de enterarnos de mi embarazo, ahora es aún peor. Con su constante preocupación y tratándome como si estuviera hecha de seda y plumas. Por supuesto, lo dejo hacerlo todo, porque discutir con él es inútil. Además tengo muchas ganas de decirle esto. —No deberías haber hecho eso, Ledger —le digo—. No deberías haber discutido así con Conrad. Ahora todo el mundo va a pensar que tu terapia no está funcionando y ¿qué pasa si realmente te echan del equipo? Que... —A la mierda la terapia. —Ledger... —¿Estás bien? —pregunta frunciendo el ceño. —Tienes que tomártelo en serio, Ledger. Tu terapia, tu juego. Tu carrera. Sé que dijiste que sólo lo haces por nosotros pero necesitas... —¿Estás —enuncia cada palabra—, jodidamente bien? Observo su rostro impaciente, lleno de ansiedad. Con preocupación. Sobre mí y los bebés. Sé que cuando está así, no puedo hacer que escuche nada. No puedo hacer que vea mi punto. Y Dios, quiero que lo haga. Demasiado. Quiero que entienda que, por mucho que me guste que se tome en serio sus responsabilidades, hay ciertas cosas que son sólo para él. Ciertas áreas de la vida en las que puede ser egoísta, sobre todo si están relacionadas con su sueño: el fútbol, su carrera, la Liga Europea. Sé que odia la terapia. Es bastante evidente cada vez que vuelve a casa de sus sesiones. Está más agitado y enojado de lo que suele estar después de pasar un día
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con sus hermanos. Y quiero que entienda que no tiene por qué ser así. No tiene por qué tratar sus sesiones como tareas, algo simplemente para mantener su trabajo. Sé que son obligatorias, pero puede aprovecharlas. Tal vez pueda ayudar a reparar los problemas con sus hermanos. En cualquier caso, como ya he dicho, ahora mismo no puedo hacerle ver nada. Así que me rindo por el momento y le respondo: —Sí. No estoy molesta, Ledger. Tu hermano no estaba... —Me ocuparé de mi hermano más tarde. —No hay nada de que ocuparse. —¿Qué haces aquí? —pregunta, con la tensión aun delineando sus facciones. Lo que me recuerda que sí tenía un propósito al venir aquí; sólo quería verlo. Y por qué exactamente quería hacer eso. En realidad, todo vuelve precipitadamente, sacudiéndome y robándome todo el aliento. Robando toda la esperanza de mi pecho. Seis semanas. Sólo me quedan seis semanas con él. verte.
Reprimiendo mis facciones para mantener la calma, susurro: —Sólo quería Me estudia detenidamente y espero no revelar nada.
No quiero estresarlo antes de su partido de regreso. Sin mencionar que cuando se lo diga, obviamente no voy a revelar la verdad. Que me voy a casar con el hombre del que ni siquiera quiere que diga el nombre. Lo que significa que voy a tener que mentir. Y no estoy deseando que eso ocurra. Por mucho que odie el juego que estoy jugando con prácticamente todo el mundo en mi vida en este momento, todavía estoy bien con él. Lo que no me parece bien y no quiero en absoluto es mentirle. Sólo de pensarlo se me aprieta el pecho. Pero no tengo otra opción. Si quiero mantener a salvo a mi hermano y a su familia, tengo que hacer esto. Así que lo haré, pero no tengo que hacer nada ahora mismo, ¿verdad? Lo que significa que voy a tener que contener mis emociones en este momento. —¿Te encuentras mal? —pregunta entonces.
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—No. —Sacudo la cabeza, intentando sonreír—. No, en absoluto. Me encuentro bien. Ya no tengo náuseas, ¿recuerdas? Hace días que desaparecieron. Ya lo sabes. —Sí, pero el embarazo es jodidamente raro. Esta vez no tengo que intentarlo; mi sonrisa es genuina y divertida. —No lo es. —Lo es, maldición. —Me encanta estar embarazada —digo sinceramente. Incluso la parte de las náuseas. Locamente o tal vez no tan locamente, me hace pensar que mi cuerpo está haciendo su trabajo. Que están a salvo ahí dentro. Están creciendo y están sanos, y si tengo que sufrir durante unas semanas, que así sea. Por supuesto, Ledger tiene opiniones diferentes y no ha dudado en compartirlas. Aunque no tanto con palabras. Sino con su lenguaje corporal. Se ponía tenso y agitado cada vez que vomitaba lo que comía. De hecho, una vez incluso asustó a la enfermera. Estaba en la báscula y ella hizo un comentario inocente sobre el peso que había perdido. Que por cierto era sólo un kilo. Y Dios, casi se orina en los pantalones cuando Ledger la atravesó con su mirada furiosa. Como si fuera su culpa que yo estuviera perdiendo peso. Mi chico está loco. Y hermoso. Y no sé qué haré cuando pasen las seis semanas y tenga que dejarlo. —Bueno, estoy jodidamente contento —dice. Su enojo sólo consigue divertirme más. —¿No te gusta que esté embarazada? —No me gusta que vomites. —Son sólo las hormonas. —Si tengo que oír hormonas una vez más, voy a hacer un agujero en esta pared. —Y gemelos, ¿recuerdas? Así que el doble de hormonas. —Acabas de decir la palabra mágica, Luciérnaga. Me río entre dientes. —Además, quién iba a decir que tenías un esperma tan súper fértil. Hace una mueca. —Lo sabíamos. Pongo los ojos en blanco. —Así que de todas formas todo es culpa tuya.
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Se acerca, sus bíceps se tensan. —Lo sé. Toda mi diversión se desvanece entonces, y frotando sus bíceps tensos y vibrantes, le digo: —¿Recuerdas lo que dijo el médico? Todo es normal y estoy sana. Así que puedes estar tranquilo. Su mandíbula se aprieta y dice en tono áspero: —No puedo. —¿Por qué no? —Porque alguien te molestó. —Nadie... —¿Quién fue? —Ledger... Se acerca aún más, sus brazos vibran por el esfuerzo. —¿Quién te molestó? El corazón me late con fuerza en el pecho y, con la respiración entrecortada, miento: —Nadie. —¿Fue tu padre? —No. —Fue él, ¿verdad? Trago grueso. —No es él. —Sabes que lo voy hacer pedazos, ¿no? Mi corazón se acelera aún más ante su tono violento. —No necesito que lo hagas. —Sí, lo sé. —Y luego—: Por eso no he hecho nada. —Y no lo harás. —Aún —aclara. Nos miramos fijamente durante unos segundos. Miro sus ojos violentos y sus rasgos duros y probablemente se esté dando cuenta de mi respiración acelerada y mis mejillas sonrosadas. No sé lo que está pensando, pero sé lo que estoy pensando yo. Es lo mismo que pienso cada vez que lo miro estos días. Cada vez que veo su ceño fruncido de preocupación cuando me ve luchar con mis síntomas de embarazo o lo veo volver a casa —Dios, a casa— todo estresado y agitado después de un largo día de entrenamiento o de sus sesiones de terapia.
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Lo mismo que pienso cuando se desliza en la cama conmigo y me envuelve en sus brazos y deja que me acurruque en su pecho. Y cuando se levanta por la mañana, vuelvo a pensar lo mismo. Hasta ahora no he podido hacer mucho al respecto. Con mis síntomas y su loco horario, no he seguido esta línea de conversación. Además, pensé que necesitaba adaptarse a trabajar de nuevo con sus hermanos, ir a una terapia que todavía odia y de la que nunca habla. Pero no puedo esperar más. Sólo me quedan seis semanas con él. Necesito hacer que cada día cuente. Así que cuando parece que va a alejarse de mí, me aferro a él. —En realidad, necesito algo de ti. Lo miro entrar en su modo proveedor. —¿Qué? Viendo cómo una gota de sudor se desliza por el lateral de su cuello, susurro: —Quiero que me beses. Se estremece. E intenta retroceder de todos modos. Pero no lo suelto; me aferro a sus bíceps con los dedos y me relamo los labios. —Hasta que no pueda respirar. Sus fosas nasales se agitan. —Tú... —Y luego quiero que me beses un poco más. —Tempest. —Y sigue besándome hasta que me maree por la falta de aire. —Cállate —gruñe, intentando retroceder de nuevo. Pero voy con él. —Y también necesito que me toques la barriga. Se estremece ante eso. —Porque no lo has hecho —continúo, sintiendo los aleteos en mi barriga—. Y eso no es bueno, Ledger. —Cierra la puta boca —consigue decir y da un pequeño paso atrás. De nuevo lo sigo. —Tienes que tocarla para que nuestros bebés conozcan el tacto de su papá. La gente dice que ayuda con el vínculo. Su pecho se agita. —Aléjate de mí.
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—Y también quiero eso. —Tempest, yo... —Quiero que me toques. Ha pasado tanto tiempo, Ledger. Han pasado semanas y meses y no sé si podré soportarlo más. —Te juro que si no dejas de hablar, yo... —Y he sido muy paciente contigo —le digo, siguiéndolo de nuevo cuando da un paso atrás—. Te he dado tiempo y no te he molestado por eso. Aunque no tengo ni idea de por qué te comportas así. No sé por qué ya no me tocas. —Para —gruñe, con la mandíbula crispada—, de hablar. —Quiero decir, al principio pensé que tal vez querías a otras chicas —gruñe esta vez sin palabras, haciéndome hacer una pausa—, pero no creo que sea así. Tampoco creo que te aburras de mí. Y... —¿Qué? Me muerdo el labio. —Es una preocupación lógica. ¿Y si todos los “intentos” que hemos tenido han hecho que te aburras de mí y...? —Pues no es así —dice con los dientes apretados. —De acuerdo. —De hecho, hizo lo contrario —murmura como para sí mismo. —¿Qué es lo contrario? Mi pregunta lo hace dar cuenta de que lo ha dicho en voz alta y sacude la cabeza una vez. —No importa una mierda. —Pero... —Ahora quiero que dejes de seguirme y me dejes ir. —No puedo —le digo—. Soy tu pequeña acosadora, ¿recuerdas? Siento que cierra los puños a los lados. —No quiero usar la fuerza porque... —Estoy embarazada. Sus ojos se entrecierran. —Así que realmente necesitas... —Y morirías antes de dejar que me pasara algo a mí o a ellos. Entonces se inclina sobre mí. —Sabes, odio que me interrumpan y... —Oh, ya lo sé.
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Aprieta la mandíbula un segundo antes de decir: —Y si no dejas de hacer eso, voy a tener que tomar el tipo de medidas para cerrarte la boca que quizá no te resulten tan agradables. Me muerdo el labio. —Cuento con ello. Exhala bruscamente. Poniéndome de puntillas, susurro: —Pero creo que a estas alturas deberías saber que hay muchas cosas que me divierten. Incluido el tipo de medidas que tomas para cerrarme la boca. Otra respiración agitada. Seguido de un segundo y otro más. Antes de que su boca se abalance sobre la mía y haga lo que le pedí. Me besa hasta dejarme sin aliento.
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CAPÍTULO TREINTA Y TRES
L
a camioneta se detiene bruscamente y doy gracias a Dios por ello. Porque no sé cuánto tiempo podría haberlo soportado.
De hecho, los segundos que tarda en rodear la camioneta para llegar hasta mí parecen mucho más largos de lo que son. Y entonces abre la puerta de golpe y, antes de que pueda hacer ademán de salir, ya me está levantando y me lleva a la cabaña. Sé que podría ser su impaciencia —es decir, yo también soy impaciente—, pero de algún modo, cuando cruza el umbral conmigo en brazos, al estilo nupcial, parece significativo. Parece un gran momento. Lo cual es ridículo porque ya lo hizo una vez. La noche que huía de él y me atrapó en el bosque. La única diferencia es que esa noche yo estaba tan fuera de mí, que apenas sabía lo que estaba pasando. Pero hoy, ahora mismo, soy muy consciente de todo. Su fuerte agarre sobre mí, su calor, mi costado apretado contra su pecho. Sus ojos. Que no sólo están fijos en los míos, sino que también son oscuros y están llenos de unas emociones inexplicables pero intensas. Como si pensara lo mismo que yo. Que esto es significativo. Él llevándome a través del umbral. Pero a medida que nos acercamos al dormitorio, alejo estos pensamientos tontos y me centro en el ahora. En este momento. Que pensé nunca llegaría. Sobre todo viendo que ha pasado más de una hora desde el beso en la oficina de su hermano. Tiempo que ha estado ocupado en reunirse con sus compañeros de equipo. Al parecer estaban merodeando por el pasillo, y en cuanto salimos de la oficina, varios de ellos se acercaron. Al principio me sentí un poco abrumada. Sólo porque mi mente había estado en otras cosas, como lo rápido que podríamos volver a tocarnos. Pero poco a poco me
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relajé porque todos fueron muy amables conmigo, sonrientes y educados, felicitándome por los bebés. Pronto me di cuenta de que Ledger sólo es cercano a un par de chicos: Un chico llamado Riot Rivera, el mismo que estaba con él cuando Stellan había suspendido el entrenamiento para, supongo, darles algunos consejos; y este otro chico llamado Vlad Pavlov. Vlad era hablador y encantador, mientras que Riot era reservado, aunque, por supuesto, educado. Tengo que decir que entre Riot y Vlad, me gustaba más Riot. Sólo porque tiene una niña de tres años llamada Sophia y parecía totalmente enamorado cuando hablaba de ella. Algo así como Ledger. También pude conocer o al menos saludar tanto a Stellan como a Shep. A pesar de mi impaciencia por quedarme a solas con Ledger, me habría gustado hablar más con sus hermanos, solo porque son familia y para tranquilizarlos y decirles que lo que habían presenciado con Conrad era un malentendido total y que no debían culpar a Ledger. Pero el chico en cuestión no estaba de acuerdo. Me dejó saludarlos y luego prácticamente me arrastró fuera, abandonando por completo el edificio. Me metió en su camioneta, condujo de vuelta a nuestra cabaña y ahora aquí estamos. Yo en la cama después de que me depositara allí, y él de pie en medio de la habitación, observándome. Pensando en algo. Lo que no me gusta; no quiero que piense en nada. No quiero que se eche atrás, no ahora. No cuando ambos hemos esperado y esperado por esto. Y sé que él lo ha hecho. Si ese beso demostró algo, fue que también ha estado esperando. Ha estado esperando para tocarme. Para follarme. Sigo sin saber por qué se ha estado conteniendo todo este tiempo; probablemente piense que el embarazo me ha vuelto frágil o algo así. Pero no voy a dejar que se meta en su cabeza y arruine esto. Así que digo lo primero que se me ocurre. —¿Cómo lo sabían todos? Parpadea, sacudiéndose un poco como si estuviera tan absorto mirándome y en sus pensamientos que lo hubiera olvidado todo. Menos mal que lo desperté entonces.
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—¿Saber qué? Su tono es rasposo y bajo, áspero, excitado. Y me excita y me cambia la voz también mientras pregunto: —Quién más. Tus compañeros de equipo. —Luego le explico: —Incluso cuando llegué. El guardia de seguridad sabía quién era y también el chico de recepción. Todos parecían saber que yo... Me entretengo buscando una palabra mejor. —¿Todos parecían saber que tú qué? Trago saliva, pensando que quizá no haya mejor palabra que la que ya tengo. —Que yo... te pertenezco. —Porque me perteneces. Mi corazón se acelera mientras acuno mi vientre ligeramente hinchado. —Y que voy a tener tus bebés. —Porque es así. Me froto la barriga en círculos. —Bueno, todos parecían muy agradables. Aprieta los dedos, observa mis movimientos durante un segundo y me pregunto si lo hago por mí o por él. Si le estoy provocando para que venga por mí, para que venga a tocarme la barriga que sé que lo desea. Levantando la vista, dice, con la voz aún más baja: —No lo son. —¿Qué? —Agradables —muerde. —Pero todos ellos... —Lo que son, son un puñado de putos cachondos. Mi mano se detiene y frunzo el ceño. —¿Qué? Eso no es... —Que no podían apartar los ojos de ti. —No creo que eso sea cierto. —Aunque supieran —aprieta los dientes—, que me perteneces. —Yo... —Y que llevas a mis bebés. Sacudo la cabeza. —Creo que estás exagerando, como siempre. Hay... —Aunque —su expresión parpadea con posesión y algo más—, no debería sorprenderme ahora, ¿verdad? —¿Perdón?
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—Siempre ha sido así. —¿Tus compañeros me miraban? —Incluso antes. —¿Te refieres a cuando fui a tu entrenamiento en el instituto? —pregunto, dándome cuenta de que lo otro que hay en sus ojos es nostalgia. Está recordando cosas de antes mientras dice: —Entonces también te miraban. Frunzo el ceño, intentando recordar también: —No... lo recuerdo. —Eso es porque no podías quitarme los ojos de encima —me dice—. Así que no tenías ni idea de lo que pasaba a tu alrededor. Me sonrojo, pero no me avergüenza admitir la verdad, ya no. Así que acepto. —No podía, no. Pero sigo sin creer que me miraran como dices. Entonces me mira. Como si hubiera perdido la cabeza. Y luego: —Eras la única chica de la grada que no iba a nuestro instituto y avergonzabas al equipo de animadoras por la forma en que te levantabas y saltabas en el asiento cada vez que marcaba un gol. Así que sí, se te quedaban mirando. —Eso no es cierto —le digo—. No me levantaba y saltaba cuando marcaba un gol. Mi hermano también estaba allí, ¿recuerdas? Me habría matado si hubiera animado a su enemigo. —Podía ver tus tetas erguidas temblando de alegría en tu puto vestido cada vez que marcaba un gol —me responde—. Así que sí, te levantabas y saltabas y aplaudías mientras sonreías tan brillante como el sol, cegando a medio instituto con tu felicidad. Entonces me muerdo el labio. Sonreiría, sí. Porque era lo único que podía hacer. Porque como ya he dicho, mi hermano estaba allí, y solía enojarse muchísimo porque me presentara a los entrenamientos y a sus partidos cuando siempre me había pedido que no lo hiciera. Pero ahora me estoy replanteando las cosas. Aun así, mantengo mi postura. —De nuevo, creo que estás exagerando. Crees que todos los chicos me miran y... —¿Por qué crees que marcaría tantos goles? —pregunta. —¿Qué? Sus ojos se entrecierran, dándole una mirada amenazadora. —¿Por qué crees que pelearía tanto con tu hermano por la pelota?
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Parpadeo. —¿Por qué crees —sigue—, que me pelearía con tu hermano no sólo por la pelota, sino por cualquier cosita que se me ocurriera? —Por mí —exhalo. —Porque estabas mirando —dice, con sus ojos clavados en los míos—. Porque quería que supieras que yo era más fuerte. Que él. Mejor que él. Quería demostrarte que podía aplastarlo con mis propias manos si quisiera. Y luego alejarte de él mientras yacía allí roto y desangrándose. Le ha salido un tic en la mandíbula que lo hace parecer diez veces más agresivo. Más violento ahora. Y el hecho de que pueda ver el contorno de su polla a través de sus pantalones de entrenamiento —todavía lleva su ropa de entrenamiento de antes, toda deliciosamente sudorosa y masculina—, toda dura y grande y tan jodidamente feroz, me hace palpitar de lujuria. Me deja el coño resbaladizo y jugoso. —Pero sobre todo —continúa, su mano yendo a su polla ahora, presionándola sobre sus pantalones como si calmara el dolor—, quería alejarte de mis compañeros de equipo idiotas que jadearían sobre ti como un puñado de perros y te darían lo que habías estado pidiendo. También aprieto los muslos. Puede que incluso me esté balanceando y frotando sutilmente el aire, pero no puedo estar segura. Lo único que sé es que lo quiero aquí, no allí, y quiero que sea yo quien frote esa polla, quien la calme, quien la acaricie y la lama, no él. Lamiéndome mis propios labios porque aún no puedo lamer los suyos, pregunto: —¿Pidiendo qué? tetas.
Sus ojos bajan por mi cuerpo, concretamente a mi pecho. —Una follada de
Sus palabras me golpean con fuerza, justo en el centro de la barriga, y tengo que hacer lo que él está haciendo. Tengo que masajearme como él se está masajeando la polla. razón.
También quiero masajearme las tetas con la otra mano porque creo que tiene Creo que sí quería eso.
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Quizá por eso, inconscientemente, me levantaba y saltaba en aquellas gradas, aunque sabía que era peligroso hacerlo con mi hermano presente. —Lo hacías, ¿verdad? —pregunta. Y aunque ya sabe la respuesta, asiento. —Sí. Entonces se lame los labios. Como si, al igual que yo, quisiera lamer otra cosa ahora mismo, tal vez mis tetas. Pero como no puede, tiene que conformarse con su propia boca. Todavía masajeándose, dice: —Y lo haría. Pero no lo haría a puerta cerrada, no. —¿Q-qué? Entonces levanta los ojos y sé que dice la verdad. Sé que cada palabra que sale de su boca es la verdad honesta de Dios. Porque está tan ido, ves. Su lujuria se ha apoderado de él, cada parte de su cuerpo, cada pulgada de su cerebro y cada hilo de su alma. No tiene en él mentir en este momento. Para inventar cosas. Y eso me emociona aún más por alguna razón. Para escuchar la verdad. Escuchar todo lo que imaginó. Porque creo que a mí también me gustará. Como cuando me contó la historia de esta cama y lo que quería hacerme en ella. —Porque necesito enviar un mensaje, ¿no? —continúa, con la lujuria arremolinándose en su mirada—. Necesito dejarles claro a ellos, a mis compañeros de equipo, que esta explosiva chica me pertenece. Que le perteneces al capitán. No eres propiedad pública. No eres suya para mirar, para salivar, para fantasear. No se supone que se masturben en la ducha, pensando en tus tetas. No se supone que imaginen lo firmes que son o lo altas que están en tu cuerpo. O de qué color son tus pezones. Y si te las chupan, cómo se pondrán de duras, de oscuras, de jugosas. No se supone que hagan nada de eso. Tus tetas no son suyas para pensar en ellas. Y tampoco tu piel lechosa, tus labios de algodón de azúcar y ese hueco entre tus muslos cremosos como la mierda. Donde pueden meter sus pollas de lápiz y follar tu cuerpecito apretado hasta que se corran en tus bragas. —Y eso es porque sólo yo debo hacerlo. Sólo el capitán puede pensar en estas cosas. Sólo al capitán se le permite follar a esta niña alegre que no va a nuestro instituto pero que se presenta en los entrenamientos como si fuera su trabajo, y llevarla al vestuario. Sólo él puede hacer que se arrodille a sus pies, rasgar su maldito
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vestido endeble por la mitad y exponer sus tetas que son responsables de cada erección en un radio de diez millas. Sólo el capitán, ¿entiendes? Yo. Asiento. Creo. También digo algo que suena como: —¿Y hacer qué con ella? —Es difícil elegir, ¿verdad? —murmura mientras pasea sus ojos por todo mi cuerpo arrodillado. De rodillas y balanceándose, y no creo que siga siendo sutil. Creo que ahora sí que voy por ello, empujando en el aire, apretando las piernas, buscando la fricción. Pidiéndolo, como había dicho. —Aunque quiero darte lo que has estado pidiendo, también quiero usar tu boca. Estirar tus labios alrededor de mi gran polla y hacer que me sonrías de esa manera. Y también quiero meter mi polla entre tus muslos y cabalgarlos como si fuera tu coño y echarte crema por todas tus bragas. Pero sólo porque no voy a enseñarles lo que esconden tus bragas. Porque si lo hago, ningún espectáculo que tenga planeado en el vestuario va a alejarlos de ti. Si les enseño tu jugoso coño, se abalanzarán sobre ti como una manada de lobos. Y por supuesto que puedo manejarlos a todos y protegerte, pero estoy más interesado en follar que en pelear. Así que vamos a tener que hacerlo con tus bragas puestas. —Y quizás por eso haré las tres cosas. Te follaré las tetas. Me follaré tu boca y luego me follaré ese hueco entre tus muslos. —P-pero... Pero qué pasa con... —¿Con quién? —Mi hermano —susurro—. También está allí y... Vuelve a entrecerrar los ojos, pensativo. —Bueno, como he dicho, podría aplastarlo y dejarlo morir en el campo. O podría encerrarlo fuera de los vestuarios. Sólo para evitarle la vergüenza. Aunque me importa una mierda si mira. O si golpea la puerta o trata de derribarla, llama a seguridad o lo que sea. No voy a parar. De hecho, eso sólo me hará ir más duro. Quizá te folle las tetas al ritmo de sus golpes. Tal vez te folle la boca de esa manera también. Y tal vez cuando me corra, gima más fuerte que él pidiendo ayuda. —Y créeme cuando te digo que no tiene nada que ver con la venganza. No es para su beneficio. No es lo que estoy haciendo ahora. Es por ellos. Los chicos. Que estarán parados alrededor viéndome abusar de ti. Que estarán de pie, probablemente golpeando sus pollas como yo estoy golpeando ese hueco entre tus muslos. Lo que por supuesto me hará enojar, pero supongo que los dejaré vivir. Porque estoy tratando de probar un punto aquí. Estoy tratando de enviar un mensaje
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de que me perteneces, ¿no? Y sólo yo puedo usarte. Sólo yo puedo calmarme con tu cuerpo, venirme en tu cuerpo, abusar de tu cuerpo para encontrar la paz. Sólo yo puedo acelerar o ralentizar tu corazón. Sólo yo puedo sacártelo del pecho o jugar con él. Sólo yo puedo mantenerlo a salvo y atesorarlo mientras viva. Sólo yo. —Luego, burlándose—. Lo que probablemente debería haber hecho hoy también. —¿Por qué no lo hiciste? —susurro. Probablemente porque he perdido la cabeza. O tal vez porque si tiene razón, que sus compañeros de equipo me miraban hoy, entonces quiero que envíe un mensaje. Quiero que le diga al mundo que no soy de ellos para que me miren. Sólo soy suya. Ahora y mientras viva. Que es completamente irracional y por supuesto falso, pero no es algo en lo que quiera pensar. Lo que quiero es existir con él en este momento. Existir y rememorar nuestra historia. Nuestra historia. No es una novela romántica, pero sigue siendo una historia de amor y odio, desamor y venganza. Puede que no seamos felices para siempre, pero siempre recordaré estos días que hemos pasado juntos y nuestro pasado cargado de tensión y anhelo como algo por lo que alegrarme. Y quizá algún día se lo cuente también a ellos. Mis bebés. Sobre cómo se conocieron mamá y papá y lo que papá significa para mamá. —Porque ahora las cosas son diferentes —dice, sacándome de mi propia cabeza. —¿Cómo de diferente? —Diferente porque eres mi es... Se detiene bruscamente y le pregunto: —¿Soy tu qué? Sus ojos bajan de nuevo a mi vientre, que sigo acunando y frotando en círculos. —Tienes a mis bebés en tu vientre. —Sí. Levantando los ojos, murmura: —Así que nadie más puede mirarte. O a ellos. —Finalmente, da un paso hacia mí y yo exhalo aliviada—. Nadie puede ver lo que le
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he hecho a tu cuerpo. Cómo lo he hecho más suave y redondo. Más maduro e hinchado. Nadie ve cómo tu barriga se estira y crece cada día para mantener a salvo a mis bebés. Cómo tú y tu cuerpo están haciendo sacrificios, cómo tú y tu cuerpo soportan cada dolor y molestia que les he dado, sólo para alimentar y atesorar a mis bebés. Es porque ahora tu cuerpo es un templo, ¿no? Y sólo yo puedo adorar en tu altar. —Luego, cuando está a sólo un par de pasos, dice—: Bueno, antes también era un templo, pero supongo que ahora soy menos pecador que antes. Por fin está cerca y levanto la mano para acariciar su mejilla. —No eres un pecador. Se burla, su aliento se le escapa de golpe. —No, no lo soy. Soy más que eso. Soy el pecado mismo. —Eso no es... —Muéstrame. —¿Qué? Se lame los labios. —Tu cuerpo. Ahora se me escapa la respiración de golpe. No es que antes no lo hiciera, pero aun así. Ahora mis respiraciones son aún más agitadas y rápidas. Mientras voy a hacer su voluntad. Ni siquiera espero a enseñarle mi nuevo cuerpo. No puedo. Quiero que mire. He estado queriendo que mire. Para ver lo que me hizo. Cómo me veo ahora. Toda orgullosa y ansiosa. Porque sé que le gustará. Sé que le gustarán mis curvas ensanchadas, mi vientre hinchado. Le gustarán mis tetas más grandes, mis pezones más oscuros. Todas las venitas y lunares que siguen apareciendo cada día. Y eso es porque él quiere esto tanto como yo. Sí, se ha enojado por mis síntomas y por todo el dolor que he tenido que soportar, pero sé que no le gustaría que fuera de otra manera. De hecho, ahora que sabemos que vamos a tener gemelos, no querría menos. Y en el momento en que me quito el vestido y el sujetador, se demuestra que tengo la razón y que estoy equivocada. Equivocada porque no sólo le gusta, sino que le encanta. Y la razón porque lo quiere tanto como yo. De hecho, lo desea tanto que le tiemblan las rodillas.
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Algo que nunca pensé que pudiera pasarle a un hombre y encima uno tan masculino. Pero supongo que debería haberlo sabido. Si algo puede debilitarle las rodillas y hacer que se venga abajo, son estos bebés que están creciendo dentro de mí. Porque ahí es donde está: de rodillas en el suelo, sus manos ásperas agarrando mis caderas redondeadas y su boca en mi vientre hinchado. Como ya he dicho, estoy de quince semanas y mi ropa oculta la barriga. Pero también estoy embarazada de gemelos, lo que significa que mi barriga es más grande de lo normal en una embarazada de quince semanas. Y está haciendo exactamente lo que dijo antes. La está adorando. Con su boca. Que al principio simplemente presiona sobre mi piel antes de abrirla y respirar sobre mi bulto. Pero no se detiene ahí, no. Es sólo el principio. Después de respirar sobre mi barriga, la lame. Como si probara mi piel. Como si pensara que ahora sabe diferente debido a los bebés. Porque mi cuerpo está creciendo algo para él. Quizá lo sea, no lo sé. Desde luego lo siente así, porque después de ese primer largo lametón con la parte plana de la lengua, gime. Y lo hace de nuevo. Y una y otra vez. Como si fuera su nueva cosa favorita, el sabor de mi barriga de embarazada. Después de lo cual pasa a chupar. Es entonces cuando las cosas se vuelven locas y salvajes y lo único que puedo hacer es enterrarle los dedos en el pelo y dejar que me haga lo que quiera. Dejar que me la chupe, la lama y la pellizque mientras frota sus manos por todo mi bulto y mis caderas. Mientras toca y acaricia y manosea y memoriza todo sobre mi nuevo cuerpo, desde venas a lunares y pequeñas líneas plateadas en la parte inferior de mi bulto. Al principio intento llevar la cuenta de todo lo que me hace. Así podré pensar en ello más tarde, cuando esté en el entrenamiento, o incluso más tarde, cuando yo ya no esté. Pero pronto pierdo la noción de todo. Sólo están su boca y sus gemidos. Mis dedos en su pelo y mis gemidos a la par de sus sonidos. Especialmente no me importa nada cuando se aparta de mi vientre y sube a mi pecho. Mis tetas.
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Que también han crecido y cambiado. Aunque al principio me dolían las tetas, ahora ya no me duelen y están muy sensibles. Porque en el momento en que sus labios encuentran la parte inferior de mi teta y aspiran la carne, me estremezco y arqueo la espalda, probablemente ya al borde del orgasmo sólo con su boca en mi pecho. Mi “probablemente” se convierte en “definitivamente” cuando pasa a mi pezón. Porque abre la boca más de lo que lo ha hecho nunca, aspira toda la carne que puede y se lanza por ella. Prácticamente tiene toda mi teta en la boca mientras la chupa, la succiona y la trabaja en su boca, mientras sus manos la aprietan. Sus dedos aprietan y aprietan rítmicamente como si la estuviera ordeñando. Como si estuviera ordeñando mis tetas y bebiendo de ellas. Tiene que ser la experiencia más erótica de mi vida, sin lugar a dudas. Y eso es mucho decir porque me corro cada vez que follamos. Aunque no me estoy corriendo ahora mismo, sí que estoy llegando al orgasmo, al clímax y gimiendo y retorciéndome cuanto más tiempo permanece pegado a mis pechos. Aparte de su boca, sus gemidos y sus manos sobre mí y el hecho de que mi canal está palpitando y palpitando, empapando mis bragas, tengo muy poca conciencia de lo que ocurre a mi alrededor. Puedo sentir movimientos aquí y allá, sensaciones cambiantes. Como si mi mundo se inclinara sobre su eje antes de sentir algo suave en mi columna. Supongo que me está acostado en la cama. Luego siento su calor cerniéndose sobre mi cuerpo, lo que significa que se ha apoyado sobre mí. Y entonces siento sus manos tirando de mis bragas, probablemente intentando quitármelas. Así que intento ayudarlo, aunque me resulta muy difícil encontrarle sentido a mis propias extremidades que se han vuelto gelatinosas y a mi columna que se ha vuelto líquida. En cualquier caso, creo que estoy desnuda y ahora le toca a él. Porque ha dejado de jugar con mis pechos y se ha alejado de mí. Abro los ojos y veo que está de pie a los pies de la cama, quitándose la camiseta y bajándose los pantalones. Y lo hace de una forma muy mecánica. De una forma rápida y eficaz para poder volver pronto a mí. Algo de eso, su impaciencia y sus movimientos mecánicos, lo hacen aún más sexy para mí. Un hombre despojado de toda delicadeza y estilo.
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Un hombre tras una cosa y sólo una cosa. Yo. Y mi coño. Lo que consigue sólo un microsegundo después, cuando se sube a la cama, con su polla dura y chorreante golpeando sus abdominales, y separa más mis muslos para dejar espacio a su enorme cuerpo. Pero entonces hace una pausa. Justo en mi entrada. Su polla goteante estaba a punto de entrar. Lamiéndose los labios, ronca: —Quiero hacer algo. Lamiendo los míos, susurro: —¿Qué? Traga saliva, sus ojos extrañamente intensos y preocupados a la vez. Antes de inclinarse hacia un lado y sacar algo de su mano. Un celular. Su celular. Y sin que él tenga que decirlo, lo entiendo. Lo entiendo todo. Pero lo dice de todos modos. —Quiero capturarlo. La primera vez. Mi coño se aprieta en respuesta. —La primera vez que me folle tu coño embarazado. —Hazlo —le digo mientras otro pulso recorre mi canal. Abre las fosas nasales como si pudiera olerlo. Puede oler mi excitación. Y luego: —¿Segura? —Ajá. Su pecho se agita. —Es sólo para mí. —Lo sé. —Es sólo para cuando... —¿Cuándo qué? Aprieta la mandíbula un segundo. —Cuando estoy todo frustrado y enojado en la práctica y...
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Aprieto las sábanas. —Y no puedes llegar a mí. Otro apretón. —Sí. —Para que puedas descargar todas tus frustraciones en mí y calmarte. Me hace un pequeño gesto de asentimiento. —Así puedo mirarte a ti y a tu vientre redondo y masturbarme pensando que hice algo bien. Pensando que al otro lado de toda esta mierda por la que tengo que pasar cada día, hay alguien esperándome. Que tú me estás esperando. Mi hermosa y embarazada Luciérnaga. Mi paz. De nuevo, no sé cómo es posible sentirse tan excitado y lujurioso mientras el corazón se te rompe dentro del pecho. No sé cómo es posible que mis ojos lloren mientras mi coño está jugoso y húmedo. Pero tal vez sea posible con él. Con mi Hermoso Thorn. Que está hecho de un mundo de emociones y que me hace sentir cada una de ellas cada segundo de cada día. Así que, de nuevo, le digo que sí y que se dé prisa. Y lo hace. Juguetea con el celular, enciende la cámara y yo abro aún más los muslos. Ansiosa, preparada y muriéndome por hacerlo. De ser su hermosa y embarazada Luciérnaga. Su paz. Su todo, de hecho. Pero en el momento en que me penetra, haciéndome gemir y arquear la espalda, creo que se convierte en mi paz. Se convierte en mi todo y no hay necesidad de palabras. No hace falta decir nada ni conmemorar este momento con palabras. Se nos nota en la cara: sonrojados y eufóricos. Sus ojos entrecerrados, su boca entreabierta, sus pómulos sonrosados. Y mis mejillas enrojecidas, mis dientes mordiéndome los labios ante el repentino brote de dolor, mis ojos clavados en su forma arrodillada. Y, por supuesto, todo está ahí, en nuestro cuerpo. Sus músculos bronceados y sudorosos, flexionándose y tan completamente masculinos cuando empieza a moverse dentro de mí. Y el mío, rosado y cremoso, salpicado de sus mordiscos, sacudiéndose y estremeciéndose a cada embestida.
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Al principio empieza despacio. Probablemente porque lleva el celular en una mano, apuntando directamente hacia donde entra y sale. Y quiere capturar el momento y quiere hacerlo a la perfección. Pero cuando empiezo a perder la cabeza, cuando empiezo a sacudirme y a empujar hacia atrás, intentando cerrar los muslos porque es demasiado —no sólo sus caricias largas y perezosas, sino también el hecho de que, tras el golpe inicial de su polla dentro de mi coño, ahora ha pasado a todo mi cuerpo, registrando mi vientre de embarazada, mis tetas turgentes, como si no quisiera perderse nada—, él también se vuelve loco. Sus embestidas se intensifican, sus caderas se abalanzan sobre mí, sus pesadas pelotas golpean mi culo. Incluso tiene que apoyarse en su mano libre cuando baja sobre mí. Porque creo que cada vez le cuesta más sostenerse. A mí también me cuesta cada vez más. Aguantar, mantener los ojos abiertos y ver cómo nos mira en la pantalla. Verlo enloquecer, cuanto más mira. Verlo sudar, apretar y aflojar la mandíbula, tensar los abdominales, hacer vibrar su pecho con sus gruñidos. Así que lo entiendo. También entiendo cuando ya no puede sostener el celular y tiene que dejarlo caer sobre la cama. Para que pueda observarme en tiempo real. Probablemente sea culpa mía, porque arqueo y arqueo la espalda, y me empujo contra él cada vez que puedo. También estoy frotando mi cuerpo con mis manos, mi vientre, mis caderas. Mis tetas y mis pezones. Todo porque quiero darle un buen espectáculo. Quiero darle algo que realmente lo tranquilice cuando yo no esté. Pero supongo que mis esfuerzos fueron demasiado buenos y anularon todo el propósito, y ahora está apoyado sobre ambas manos, viéndome hacer todo esto en tiempo real. Y ahora no puedo decidir qué es más excitante: que me vea a través de una pantalla mientras me retuerzo y meneo mi cuerpo para él o que me vea así. Supongo que mi cuerpo decide por mí en el segundo siguiente. Cuando un orgasmo me invade de la nada. En un segundo, me estoy tirando de los pezones y frotando mi barriga de embarazada, y al siguiente me estoy agarrando a sus bíceps, arañándole la piel mientras un trueno me recorre.
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Un trueno que me sacude desde dentro. Eso me hace gemir y gritar, que luego él captura en su boca. Mientras él también se desborda. Mientras se corre conmigo y dentro de mí. E incluso a través de mi propia revelación de un orgasmo, lo aferro a mí. Rodeo sus caderas agitadas con los muslos, rodeo sus hombros flexionados con los brazos y dejo que se hunda en mi cuello. Dejo que gima y gruña contra mi piel mientras se corre y se corre, sonando drogado y dolorido. Pero no pasa nada. Estoy aquí para absorberlo todo. Su clímax, su semen. Su dolor, su tortura. Su violencia. Y convertirlo en algo hermoso. Pero me gustaría poder hacerlo el resto de mi vida. Sólo desearía poder estar ahí para él al final de todos sus días de mierda. Y no sólo durante las próximas seis semanas.
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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO Su Hermoso Thorn
—¿Y
cómo lo hiciste?
Ante su pregunta, miro a mi amigo Reign. — ¿Hacer qué? —Dejarla embarazada —explica.
Lo miro en silencio mientras doy un sorbo a mi cerveza. Estamos en un bar de la ciudad, celebrando el cumpleaños de un compañero. Que conste que no estoy muy familiarizado con el chico y que no suelo hacer actividades en grupo. Pero la Dra. Mayberry cree que es bueno que me mezcle, y como sus informes periódicos de progreso son lo que me mantiene en el equipo, soy su marioneta hasta que me corte los hilos. Gio está muy feliz por ello. De todos modos, Reign acaba de ser reclutado por un equipo en Florida, pero está de visita por un par de días. Y como conoce a la mayoría de estos chicos, fue invitado. —Si no sabes cómo dejar embarazada a una chica, no sé si deberíamos estar teniendo esta conversación. Me hace un gesto con el dedo. Luego, con el ceño fruncido. —¿Cómo coño lo has hecho tan rápido? Y con gemelos nada menos. Mis labios se crispan. —¿Por qué, estás buscando dejar embarazada a tu chica? Su ceño se frunce. —No debería. —¿Sí? ¿Por qué no? —Sólo tiene dieciocho años, idiota. —¿Y? —Y está en la universidad. Inclino mi botella hacia él. —Apenas saliste de la universidad. —Pero acaba de empezar. Tiene metas. Y se supone que debo ser un buen novio y apoyar esas metas. No debería estar pensando en... —se interrumpe con una mueca.
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Mis labios se crispan con más fuerza. —¿Pensando en qué? —Plantar a mi bebé en ella. Verla toda —sus ojos brillan como si realmente se lo estuviera imaginando ahora mismo—, suave y redonda. Toda mía. —Bueno —le digo, intentando no reírme—. Ya es tuya. Vuelve al momento con un suspiro. —Sí, pero no así. Sé lo que dice. Sé lo que quiere decir. También lo sentí. De hecho todavía la siento. Y la he dejado embarazada. Con gemelos nada menos. Pero también he hecho otras cosas, ¿no? Otras cosas despreciables. Lo que significa que no es mía. Aunque quisiera que lo fuera. Incluso si ella quisiera serlo. —Y ahora ha empeorado —dice. —Desde que te mudaste. —Sí. —Sacude la cabeza—. Estamos intentando que se mude a Florida, pero no será hasta el próximo semestre, así que sí. Suspirando, lo saco de su miseria. —No es todo lo que parece. El embarazo es duro. —Me escucha absorto, así que continúo—: Fue una puta tortura, hombre. Esos primeros meses. Vomitaba a diestra y siniestra, no podía retener nada. Lloraba sin parar. Los olores raros la dejaban mareada. Le dolían las tetas. Jesús —sacudo la cabeza—, y lo peor es que no podía hacer nada. Dicen que el jengibre ayuda, pero a ella no le hizo nada. Ni siquiera podía retener el agua, había perdido mucho peso. Y todo lo que pude hacer fue quedarme allí y agarrarla del pelo mientras vaciaba el estómago. —Joder —dice Reign. —Así que será mejor que te lo pienses mucho antes de hacer algo drástico — le digo—. De hecho, en el momento en que te entren ganas de ir a pelo y dejarla embarazada, sales a correr. Levantas. Haces ejercicios. Bebes hasta dormirte. Haces lo que sea para combatir el impulso. Y la apoyas, ¿me oyes? En todas sus metas. Haz lo que dice. Dale lo que quiere. Trátala como si fuera tu reina y no seas un idiota egoísta. Antes de que Reign pueda responder, alguien más se une a nuestra pequeña pareja.
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Riot Rivera. Uno de mis únicos amigos en el equipo y un delantero como yo. —¿De qué estamos hablando? —pregunta, acomodándose en el sofá con una cerveza de las suyas. Reign se gira hacia él. —Ledge por aquí está dando consejos de amor. Riot abre mucho los ojos. —¿De verdad? —Sí. —Déjame adivinar, todo tiene que ver con tener una gran polla y saber usarla. Reign se ríe. —Parece que no. Aparentemente, nuestro legendario amante tiene algunos consejos sobre cómo estar en una relación. Riot hace una pausa sorbiendo su cerveza y me mira como si estuviera jodidamente sorprendido. —Me estás jodiendo. Los labios de Reign se crispan. —No. —Pero metió la polla en la conversación al menos una vez, ¿verdad? —Ni una sola vez. —Joder —resopla igual que lo había hecho Reign momentos antes. —¿Le hablas a tu hija con esa boca, imbécil? —Me dirijo a Riot. Que tiene la audacia de reírse. —No, me lavo la boca antes de hablar con mi hija cada vez que maldigo. No te preocupes, te enseñaré cuando tengas la tuya. Le hago una seña, lo que le hace reír aún más. Como yo, Riot también es nuevo en el equipo. Pero, por supuesto, no fue la última elección como yo. De hecho, fue uno de los primeros. Con su padre y sus tíos puertorriqueños, futbolistas, el fútbol corre prácticamente por sus venas. Aunque durante un tiempo parecía que no iba a poder entrar en ningún equipo ni hacerse profesional. Porque una aventura de una noche que tuvo en la universidad acabó embarazada —sin que él lo supiera— y le dejó el bebé. Hay mucho drama de por medio: ella intenta sacarle dinero a cambio del bebé, lo amenaza con ir a la prensa y todo eso. Pero en cualquier caso, me alegro de que acabara aquí u odiaría literalmente a todos los del equipo. Lo cual no es un problema para mí, pero tener una cara amiga es agradable. También es la única razón por la que me quedo a tomar otra cerveza cuando quiero salir de aquí y volver a casa. Como es mi turno, voy a la barra a pedir otra
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ronda. Pero mientras espero mi pedido, me encuentro con la última persona que pensaba ver aquí. Por no decir, la última persona que quería ver. Pero por lo que parecía, yo era la única persona a la que quería ver. Me preparo para lo que quiera decirme mientras se sienta a mi lado en la barra. Le hace una señal al camarero y pide whisky —el licor preferido de mi hermano mayor— antes de dirigirse a mí. —Me alegra verte mezclado con el equipo. —Órdenes del médico —le digo. Sus labios se curvan ligeramente. —Bueno entonces, es bueno verte siguiendo sus órdenes. Me encojo de hombros. —No tengo elección, pero claro. El camarero nos pone nuestros pedidos delante y me dispongo a marcharme. Si quiere hablar de mis sesiones de terapia, que lo haga en profundidad con la propia doctora. No voy a quedarme aquí analizando mi mierda con él. Cuando dice la única cosa que tiene el poder de mantenerme aquí. —Tempest es agradable —murmura, dando un sorbo a su whisky. Apartándome del mostrador, me pongo en alerta al instante. —¿Qué quieres? Me mira, con el ceño fruncido. —¿Qué quiero? —Sí. —Me paro con los pies separados—. ¿Qué es lo que quieres de mí? Has venido a verme, ¿no? Porque de ninguna manera estás aquí para celebrar el cumpleaños de alguien. Ese no es tu estilo. Envías a tus sirvientes a hacer eso. —Mis sirvientes. —Stellan. —Inclino la barbilla hacia la esquina en la que está con un par de jugadores y otro ayudante del entrenador—. Justo ahí. Shep no está aquí esta noche, de lo cual me alegro. Porque si estuviera, sería difícil para Stellan mezclarse por orden de Conrad. Seguro que lo habría hecho. Pero habría sido una tarea, o mejor dicho, más bien una tarea para mi otro hermano mayor. Apartando la mirada de Stellan, me centro en Conrad. —Entonces, ¿qué es? Me mira en silencio, mi columna recta y mi postura de combate. Luego, sacude la cabeza: —Nada. Sólo me preguntaba cómo se me había escapado. —¿Cómo se te escapó qué? Se encoge de hombros, dando otro sorbo despreocupado a su bebida. —Que estás enamorado de ella. Se me hace un nudo en el estómago.
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El impacto de sus palabras es tan fuerte que parece un puñetazo. Incluso una implosión. Sacudiéndome hasta la médula, sacudiendo mis huesos. Robándome palabras, robándome pensamientos. Como no digo nada —no puedo—, continúa: —Lo estás, ¿verdad? Sigo sin hablar. Aún no he reunido el suficiente sentido común para formar palabras, y mucho menos para ponerlas en el orden correcto para soltar frases. Girando hacia mí, sigue: —Porque nunca te he visto así. Bueno, te he visto enojado y agitado. Pero nunca te he visto así con nadie fuera de la familia. Ante la palabra —familia, suelto: —Eso suele pasar cuando todo lo que he oído de tu boca con respecto a ella han sido idioteces de las grandes. No estoy mintiendo. Todavía no sé qué le dijo el día que me visitó en el entrenamiento hace una semana. Se lo he preguntado a ella, pero no quiere decírmelo. Sigue insistiendo en que está bien y que Conrad no le dijo nada desagradable. Lo cual me resulta difícil de creer, teniendo en cuenta lo Idiota que ha sido con su embarazo. Sin embargo, sabía que así sería. Mi hermano se pone muy nervioso cada vez que oye la palabra —embarazo. Se volvió loco cuando Callie quedó embarazada el año pasado. Me avergüenza decir que lo apoyaba en ese momento. Sólo por saber de quién era el bebé. Pero Conrad tiene razones más profundas. Nuestra madre lo tuvo cuando sólo tenía dieciocho años, en el instituto, y Conrad cree que fue un error. Que si no lo hubiera tenido tan joven, quizá las cosas serían diferentes ahora. Aunque no sé cómo es posible. Nuestro padre seguiría siendo un idiota y nuestra madre seguiría muerta. Pero en fin, cuando le di la noticia del embarazo de Tempest —aunque no era asunto suyo, tampoco iba a ocultarlo—, no hace falta decir que no se lo tomó bien. Hizo lo que siempre hace, juzgar y sermonear. Mientras parecía extremadamente decepcionado conmigo y mi “precipitado e irreflexivo proceso de toma de decisiones". Eso no sólo “arruinaría mi vida, sino ahora también la de otra persona", incluidos esos dos bebés que lleva en su cuerpo. Y si realmente necesitaba eso cuando mi atención debía centrarse en recuperar mi carrera casi destruida.
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Es cierto que toda su decepción iba dirigida a mí, pero aun así no es descabellado pensar que también le haya dicho las mismas cosas a ella. Y si lo ha hecho, no voy a ser responsable de lo que le haga. —Pero toda esa mierda ha sido por ti —dice, mirándome fijamente. —Que es la única razón por la que no he vuelto a ser noticia. eh.
Ante esto, me sorprende con una pequeña sonrisa. —Gracias a Dios por eso, —Yo... —¿Sabes cuál era el problema de nuestro padre? —me pregunta bruscamente. —¿Qué? Da otro sorbo a su whisky y se queda mirando el vaso. —Aparte del alcohol.
No estoy seguro de por qué estamos hablando de esto, pero respondo de todos modos: —Mujeres. Lo cual es cierto. A nuestro padre le gustaba acostarse con cualquiera. Además de pasarse los días bebiendo y echándole la culpa de todas sus desgracias a su mujer y a sus hijos, que conste que nunca tuvo problemas para tener. —Cristo —murmura—. Sí, me olvidé de eso. —Bueno, tenía una larga lista de problemas. No es culpa suya. Se ríe ligeramente. —Sí, los tenía. —¿Por qué estamos hablando de él? Su mandíbula se aprieta durante un segundo mientras mira pensativo el líquido oscuro. Luego: —Porque la he cagado. Arrugo las cejas. —¿Cagado cómo? Por fin se gira hacia mí, con el rostro marcado por la determinación y, aunque parezca mentira, remordimiento. Al instante me pone nervioso. Porque supongo que ahora estamos llegando a la verdadera razón por la que vino a verme al bar esta noche. —Odiaba a nuestro padre —dice en voz baja pero feroz—. Lo odiaba tanto, joder, que me alegré cuando se fue. Me alegré de que fuéramos a estar solos, mamá, yo y todos ustedes. Claro, era una gran responsabilidad, pero la habría asumido con gusto. La acepté con gusto. —Y luego: —Aunque empecé a resentirme mucho con el paso de los años. Pero esa no es la cuestión. La razón por la que odiaba tanto a nuestro
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padre no era porque se acostara por ahí o se despertara en su propio vómito la mayoría de las veces. Lo odiaba por lo que le hizo a mamá. Físicamente. —¿Qué? Vuelve a apretar la mandíbula, esta vez sé que de rabia, mientras dice: —Tenía mal genio. Y era mezquino y cruel, y le gustaba desquitarse con mamá, a veces conmigo. No me gusta pensar en eso. No me gusta... recordarlo, ni siquiera en mi cabeza. Pero lo hacía. Y cuando ustedes llegaron, hice todo lo que pude para protegerlos de eso y estoy feliz de decir que nunca lo vieron. Tal vez Stellan aquí y allá, incluso Shep, pero sobre todo hice todo lo posible para interferir. Y saben qué, hay días en los que me siento orgulloso de eso. De haberlos protegido a ustedes, mi familia, contra un monstruo. Pero aparentemente, no lo hice. Hay una persona a la que no protegí de él, de toda la mierda, y esa eres tú. Hay un zumbido en mi cuerpo. La misma que he sentido desde que tengo memoria. El ejército de hormigas rojas arrastrándose bajo mi piel, tensándola y picándome. Me dan ganas de rascarme, de romper algo, de causar estragos. Y si no lo controlo, pintará el mundo de rojo y me hará causar estragos. Me hará vomitar y partir por la mitad. ¿Es por eso? ¿Es por eso que siento esta agitación incesante? ¿Es por eso que siempre estoy dispuesto a quemar el mundo y hacerlo estallar? ¿Es por eso que la engañé para que firmara esos papeles y es por eso que me siento tan desquiciado y celoso cada vez que pienso en ella dejándome y corriendo a los brazos de otro? Por genética, por nuestro pedazo de mierda de padre. El arrepentimiento nada en los ojos de mi hermano mientras continúa: —Puede que no te haya golpeado, pero me aseguré de que sintieras el impacto. Me aseguré de que sufrieras las consecuencias, de que sintieras el aguijón, el dolor. Y la única excusa patética que tengo es que te puse en la misma categoría que él. Te metí en el mismo saco que él. Yo... —Traga grueso—. Cada vez que recibía una llamada de tu escuela o alguien llamaba a la puerta para quejarse de que su hijo lloraba porque le diste un puñetazo en el patio o de que sus rosales estaban destrozados porque los atropellaste con la bici, me acordaba de cómo era nuestro padre. Me acordaba de lo que hacía y de cómo había días en que le teníamos miedo y yo... Era duro contigo, Ledger. Te criticaba. Te juzgué antes de que supieras lo que significaba esa palabra. Y pensé que lo hacía por tu propio bien. Pensé que lo hacía para que no terminaras
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como él, para que no te convirtieras en el monstruo que fue nuestro padre. Y supongo que estaba tan cegado por eso, con una visión de túnel tan jodida que nunca vi todas las diferencias entre tú y él. —Nunca vi, nunca aprecié las cosas que hiciste por la familia. Todas las formas en que estuviste a nuestro lado, todas las formas en que siempre nos cubriste la espalda. Las formas en que ayudaste incluso cuando eras un niño. Cómo asumías responsabilidades sin que nadie te lo dijera. Cómo hacías la compra sin que te lo pidiéramos, cómo ayudabas a Shep cuando estaba ocupado con el entrenamiento de fútbol. De hecho, debería haber sido obvio para mí cuando te escapaste y... —¿Lo sabías? Sus ojos se clavaron en los míos. —Claro que sí. Eres mi hermano pequeño. Claro que sabía que te habías escapado. —Luego, burlándose—. Y por supuesto, como un hermano mayor de mierda, supuse que era porque estabas enojado y tenías una rabieta. —Estaba enojado. —Sí, pero tenías derecho a estarlo —dice—. Te ataqué duro esa semana. En los entrenamientos. Te regañé sólo porque fallaste un gol y nunca valoré el hecho de que habías metido todos los goles antes de eso. Todo porque, en el fondo, tenía miedo de que, si te dejaba fallar una vez, volviera a ocurrir una y otra vez, y de que acabaras como él. Y qué si podría haberlo evitado pero no lo hice. Qué lamentable excusa de hermano, eh. —No —digo inmediatamente, sintiendo el pecho cada vez más apretado—. Fuiste un buen hermano mayor. Eres un buen hermano mayor. Hiciste lo mejor que pudiste. —No contigo. Suelto una risita áspera, con la respiración entrecortada y los músculos tensos. —Pero, ¿y si tuvieras razón? ¿Y si yo...? —No lo eres —dice con firmeza, sus ojos parpadean con convicción—. Porque si lo fueras, no querrías matarme sólo porque dije su nombre. Aprieto la mandíbula. —Pero aun así... Su mano sale disparada y me agarra la nuca como solía hacer cuando era niño y quería que no sólo escuchara algo, sino que también lo entendiera. —Escúchame, tú no eres como él. Me pasé la vida pensando eso. Me pasé la vida castigándote por eso y sé el gran error que fue. Sé lo grande que es mi arrepentimiento, y créeme cuando te digo que no es un buen sentimiento. De hecho, es la peor sensación del mundo, juzgar a mi propio hermano, y me niego a que lo hagas, ¿entendido? Me niego
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rotundamente a que te juzgues a ti mismo. No eres como él. Nunca fuiste como él. Eres más hombre de lo que él nunca fue. Eras más hombre a los doce años, cuando te escapaste pero volviste porque no podías abandonar a tu familia, de lo que él nunca fue, ¿sí? Por eso volviste, ¿no? Aprieto la mandíbula, incapaz de responder en este momento. Pero resulta que no necesita que le diga nada. Simplemente me aprieta el cuello, casi sacudiéndome, y dice: —Y si aún tienes dudas al respecto, quiero que pienses en ella. Quiero que pienses en la chica que amas y que me hizo verlo. —¿Qué? Sus fosas nasales se ensanchan con una respiración agitada. —Ojalá pudiera decir que tuve esta epifanía yo solo. Pero no fue así. Fue ella. Me dijo que me dejara de tonterías y pensara de verdad en las cosas. Ese día. Me dijo que te mirara de verdad y lo hice. Y estoy jodidamente avergonzado de decir que fue fácil. Más que fácil ver las diferencias. Mientras lo observo, atónito, lanza su último golpe. —Así que si a ti también te resulta difícil ver las diferencias, quiero que pienses en ella. La chica a la que amas y que te ama tanto o más. No lo hace. No lo hace. Lo hizo una vez, sí. Pero no puede ser tan tonta como para amarme ahora. Y yo tampoco la amo. ¿Lo hago? Porque si lo hago, ¿en qué me convierte eso? Si la amo, ¿cómo podría hacerle lo que le hice? ¿Cómo iba a mentirle? ¿Cómo pude seguir mintiéndole, a sabiendas, conscientemente? Sólo porque sé que si le dijera la verdad, que la engañé para que se casara conmigo, huiría. ¿Y cómo es que eso no es lo peor que le he hecho? A pesar de mis buenas intenciones, a pesar de la enorme culpa que se hace cada vez más grande a medida que pasan los días sin que le diga la verdad, me aproveché de su confianza y me la follé. No sólo eso, también lo grabé. En realidad, me la follo todas las noches y lo grabo. Me la follo todas las noches como un animal depravado y luego la grabo para poder verlo en el entrenamiento y masturbarme. Para poder mirar su cara, mirar su
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cuerpo. Porque no sé qué haría si no pudiera hacer eso. No sé cómo respiraría, cómo latiría mi corazón y bombearía mi sangre. No sé cómo viviría de un segundo a otro. Y si la amo, ¿cómo puedo ser tan egoísta? No es la primera vez que me lo pregunto. ¿Cómo pude hacerle estas cosas — entre otras cosas del pasado— a la única chica que me ha dado paz? La chica que me va a dar los dos regalos más preciados que nadie me ha dado nunca. Mi Luciérnaga. Mi esposa.
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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO
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odas las noches tenemos la misma discusión y me encanta. —Sabes, no va a pasar sólo porque tú quieras —le digo, divertida, jugando con su pelo alocado. Me apoya la mano en el vientre. —Ya pasará.
—Quizá sean tan testarudos como su padre —señalo. Me toca la barriga con más fuerza. —Quizá su mamá debería callarse para que papá pueda concentrarse. Pongo los ojos en blanco y tiro ligeramente de un mechón. Y luego: —Quizá no les guste que su papá adivine mal su sexo. Gruñe, aún concentrado en mi vientre. Entonces me muerdo el labio, observando su ceño de concentración. Estamos acostados en la cama: él está recién duchado y solo lleva su pantalón de chándal gris, y yo llevo un diminuto y sedoso camisón de color negro; que conste que tienen ropa de maternidad muy sexy que acentúa tu barriguita y tus pechos más grandes. De todos modos, tiene la cabeza apoyada en el codo, los ojos fijos en mi vientre redondeado mientras lo frota suavemente, de un lado a otro, con los dedos que casi me abarcan desde la base de las tetas hasta el ombligo. Como si me las estuviera incitando, intentando que se despierten y hagan lo que él quiere que hagan. —No sería tanto problema si se lo pidieras al médico —comento, tirándole del pelo un poco más. Porque todavía no lo ha hecho, por alguna razón. Lo que nunca pensé que sería tan divertido, el no saber. Pero me encanta tomarle el pelo con eso. Y aunque está totalmente concentrado en otra cosa, yo sigo diciendo: — Apuesto a que son niños. Los dos. Oh, imagina si lo fueran. Yo podría ser su reina. Su única reina y... Por fin levanta la vista, sus dedos amontonan la tela sobre mi barriga. —Serás una de tres. Dios, es tan hermoso, ¿verdad?
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Tan hermoso. Todo relajado y sonrojado tras la ducha, con el pelo alborotado aún más desordenado y húmedo, intentando establecer un vínculo con nuestros bebés. —¿Una de tres de qué? —Princesas. —¿Tuyas? —Joder, sí. Sonrío, recorriendo sus altos pómulos de rey. —¿Por qué, porque eres Ledger Thorne y el mundo entero se inclina ante ti? —No, porque son mías y saben lo que quiero. —Eso es... —Y el mundo entero se inclina ante mí, pero yo sólo me inclino ante ellas. Sus dos niñas. Y yo. Trago saliva, intentando contener las mariposas de mi vientre de embarazada. O tal vez sean ellas, revolcándose de felicidad dentro de mí, revoloteando como mis pequeñas mariposas ante la convicción y el amor de su papá. —¿Pero recuerdas lo que dijo la doctora —susurro—, y todas esas otras páginas web? No se van a mover hasta por lo menos la semana diecinueve o veinte. Y solo estoy de diecisiete semanas. Vuelve a fruncir el ceño. —A la mierda los médicos. —¿Sigues enojada con ella por no venir a rescatarme durante el primer trimestre? —Sí —dice en tono de —duh. Mis labios se crispan. —Estás loco, ¿lo sabías? Sus ojos se clavan en los míos. —Mejor que ser un Idiota inútil que deja sufrir a su Luciérnaga embarazada y no hace absolutamente nada. —Luego, reanudando sus suaves movimientos sobre mi vientre—. Aunque también lo soy. Me giro hacia él, con la piel temblorosa. Porque esta vez, su toque no es para nuestros bebés, sino para mí. Está ahí simplemente porque quiere tocarme y porque sabe lo loca que me pongo por él estos días. —No lo eres —le digo.
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—¿No? —No —susurro, frotándome los muslos—. Haces cosas para aliviar mi sufrimiento. Su pulgar se engancha en mi ombligo y sus ojos se entornan. —¿Estás sufriendo, cariño? Aprieto los muslos. —Ajá. —¿Dónde? —Ya sabes dónde. Una sonrisa parpadea en su hermosa boca. —Finjamos que no. Muevo las piernas inquieto, gimoteando: —Ledger, no seas malo. Su sonrisa se hace más grande. —¿Sí? Pero te gusta tanto. —A mi no. —Creo que sí. —No me gusta. —El hecho de que anoche te volvieras tan loca que tuviéramos que cambiar las sábanas dice lo contrario. Oh Dios, no puedo creer que esté sacando el tema. Estaba muy avergonzada. Porque anoche fue otra cosa. Me tuvo en vilo durante lo que parecieron horas y cuando me dejó correr, me corrí tan fuerte que empapé las sábanas. Y ni siquiera estoy bromeando. Es como si desde que me quedé embarazada sintiera todo diferente. El primer trimestre era todo olores y sabores y me ponía enferma a la mínima. Pero este, mi segundo trimestre, es todo hambre. Hambre de comida. Hambre de él. Incluso me pongo caliente mientras le leo mis novelas románticas. Lo cual debo decir que no es realmente una sorpresa, porque antes también me ponía así. Pero mientras que antes podía ocultarlo, ahora no puedo. No puedo ocultar en absoluto mi rubor, mi respiración entrecortada, la forma en que me lamo los labios y me retuerzo. Pero sinceramente, si este es el único síntoma del segundo trimestre, lo aceptaré.
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Aunque no estoy segura de cómo me siento con sus burlas y sus estúpidas insinuaciones. —No he sido yo —le digo, mi mano va a sus abdominales y se aferran a ellos. —Creo que has sido tú —me contesta, mientras me acaricia el costado, desde la cintura hasta el culo, incluso la parte superior de los muslos. Y cada vez que vuelve a subir, me sube más y más el camisón, rozándome la piel con la seda, que se me pone de gallina. —Fueron las hormonas —insisto, volviendo a acariciarle la piel. Está tan cerca de mí sobre la almohada que su aliento a canela me roza los labios. —No, estoy bastante segura de que fuiste tú. Lo araño con las uñas. —Yo... Se acerca un poco más. —Estoy bastante seguro de que siempre has sido así. —¿Cómo? —Puta. Gimo y me empuja de nuevo sobre la espalda, esta vez rodando conmigo, con su mano aun tirando de mi camisón, moviéndolo hacia arriba y hacia arriba, dejando al descubierto mis bragas. Y como la puta que acaba de llamarme, balanceo las caderas y abro las piernas, rogándole que llene el espacio que hay entre ellas. —Lo has sido, ¿verdad? —gruñe, arrastrando mi camisón hacia arriba y mostrando mi barriga de embarazada—. Siempre has sido una puta. Mi cabeza va y viene sobre la almohada. —No. —Para mí —añade un condicionante. Me sonrojo. —N—no es verdad. Creo que sonríe ante mi negativa, pero tengo los ojos cerrados y no puedo asegurarlo. —Todo lo que tengo que hacer es mirarte y empiezas a gotear. Tu coño empieza a chorrear y te corre por los muslos. Te debilitas detrás de las rodillas, apenas puedes mantenerte en pie. Porque sabes cuál es tu lugar. —¿Dónde? —De espaldas y a mis pies. Con la boca abierta, las piernas abiertas y el culo arqueado. Así puedo turnarme en todos tus agujeros. Creo que todo esto ya está ocurriendo.
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Ya tengo las piernas abiertas. Ya estoy arqueando el culo hacia arriba y tengo la boca entreabierta mientras arrastro bocanadas y bocanadas de aire, pero sigo sin poder respirar. —No —niego, abriendo y cerrando los ojos—. Tú me hiciste esto. Es porque estoy embarazada. Me pasa la nariz por toda la garganta, tarareando. —Bueno, no puedes culparme, ¿verdad? Quiero decir que si te paseas por ahí pareciendo una puta tan buena para mí, apestando a coño como una fruta madura, por supuesto que aceptaré tu oferta. Por supuesto que voy a meter mi polla en ese coño descuidado tuyo y poner un bebé en ti. No uno, sino dos. Porque tienes el coño más dulce y caliente que me he follado nunca. Y si fuera posible, Luciérnaga, te metería otro bebé ahora mismo, joder. A estas alturas estoy destrozando las sábanas, gimoteando y retorciéndome tanto que estoy meciendo la cama. O tal vez todo eso está sucediendo dentro de mí. —Ledger, yo... Mis palabras se convierten en un grito ahogado porque elige ese preciso momento para meterme la polla. Y lo hace con fuerza. Porque sé que él también se ha estado excitando y ahora se le ha acabado la paciencia. Y lo único que quiere es follarme y destrozarme. Y lo hace hasta que me corro encima de él. Y como está muy excitado, me folla otra vez. Pero esta vez me hace rodar hacia un lado y se coloca detrás de mí. Me levanta la pierna por encima de su brazo, me acuna el vientre con una mano y me agarra el cuello con la otra, y me penetra así, golpeando ángulos totalmente distintos con su polla enjoyada. Cuando me corro por segunda vez, vuelve a cambiar de posición. Me pone de rodillas y me folla a lo perrito. Sé que es su postura favorita porque así mi culo queda expuesto y también mi ano. Donde me mete el pulgar, porque le gusta tenerme llena de él de todas las formas posibles. Su polla en mi coño, su pulgar en mi culo y sus bebés en mi barriga. A mí también me encanta. Aunque me encantaría más si encontrara la forma de llenarme la boca también. Como siempre, me corro con sólo pensarlo y esta vez él no puede resistirse a mi núcleo palpitando alrededor de su polla y se corre conmigo. Después me limpia, me prepara un baño y dormimos abrazados. Con él agarrado a mi estómago y a nuestros bebés. Y siempre envío en secreto un deseo al cielo para que se muevan. Para él.
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Que por fin los sienta rodar bajo mi piel. Algo que desea desesperadamente. Algo que quiero desesperadamente que sienta. Antes de irme. Porque tengo que hacerlo, ¿no? Encerrada en esta cabaña, con sus brazos rodeándome por la noche, susurrando sobre nuestros bebés, observando su amor por ellos, es muy fácil fingir. Soñar. Pensar que sí, que seré una de tres. Tres princesas. Que mimará el resto de nuestras vidas. Que apreciará y atesorará. Pero, por supuesto, eso no es cierto. No hay —resto de nuestras vidas —sólo cuatro semanas. Hasta mi boda. Y cada día que pasa estoy más convencida de que no quiero casarme. Que no quiero irme de aquí, dejarlo a él y casarme con alguien a quien no amo. No quiero casarme con nadie y punto. Sin embargo, no es posible. Sobre todo cuando tengo que ir a probarme el vestido de novia. Algo en lo que no se me había ocurrido que tendría que participar. Sobre todo cuando le dije a la asistente de Ezra, Alice, que podía ponerse en contacto con mi madre para todos los detalles de la boda. Como era de esperar, mi madre se ha puesto muy contenta. Tanto que ni siquiera se molesta en consultar nada conmigo y toma todas las decisiones ella sola. Lo que molesta un poco a Alice porque piensa que yo debería tener voz y voto en mi propia boda. Y por lo tanto me envía actualizaciones periódicas sobre lo que está sucediendo. Incluso después de haberle dicho que no me importa y que mi madre sabe más. Y el hecho de tener que participar incluso en esto me da ganas de vomitar. Porque no creo que sea capaz de soportar verme en el espejo, con un vestido blanco cuando ni siquiera quiero presentarme en el lugar que mi madre había elegido. Por no mencionar que estoy embarazada de gemelos.
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Esto significa que mi barriga está creciendo a un ritmo alarmante y va a ser muy difícil ocultárselo a mi madre. En una prueba. Aunque no debería haberme preocupado. Porque mi madre es egocéntrica y vanidosa. Aunque toda la tienda de novias sabe que estoy embarazada —le dije a la vendedora que es un secreto y que mi madre es muy chapada a la antigua, cosa que ella aceptó muy entusiasmada—, mi madre piensa que simplemente he engordado. Y que debería vigilar lo que como hasta que me case. —No querrás salir toda hinchada en las fotos de tu boda, ¿verdad? —me dice después de insistir en que almuerce con ella. Apuñalo la lechuga porque, de nuevo, insiste en que coma ensalada. —No, madre. Me mira críticamente. —Y creo que te está saliendo papada. —Bueno, lo siento —digo, sin que parezca que lo siento. Porque realmente no me importa. A mi no. A la única persona que quiero que le guste mi cuerpo lo hace. De hecho, está loco por el, por mis tetas firmes y mi vientre redondo, y lo demuestra cada día. Así que no me importa lo que piense mi madre. Además, mi vida se está desmoronando ahora mismo. Acabo de probarme vestidos para mi boda. La boda en la que no quiero participar. Me importa una mierda si estoy engordando. Suspira tristemente. —Ejercicio y dieta, mi amor. Tienes que seguir un régimen estricto. Si quieres puedo ponerte en contacto con mi instructor de yoga. —¿El que vi en la casa? —pregunto, recordando a un hombre musculoso y sudoroso que lanzaba miradas a mi madre. —Es muy bueno. Esbozo una sonrisa que seguro que sale como una mueca. —Lo pensaré. Probablemente en otra vida, añado en silencio.
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En esta, quiero que este estúpido almuerzo termine para poder retomar mi rutina normal. Que es ir a verlo. Al igual que las noches, mis mañanas también tienen una rutina regular. Se va a entrenar por la mañana temprano mientras sigo en la cama, donde me quedo holgazaneando una o dos horas más. Estos días dormir hasta tarde siempre suena a paraíso. Luego me levanto, desayuno porque siempre tengo hambre y empiezo a preparar la comida para ir a verlo a la ciudad. Algo que al principio no le gustó mucho. Y no sólo porque siga pensando que sus compañeros no pueden dejar de mirarme, sino también porque cree que soy súper delicada y que hay que cuidarme porque estoy embarazada. Simplemente le puse los ojos en blanco y seguí apareciendo. No voy a sus partidos desde que volvió al equipo porque no quiere que vaya —demasiado lleno y peligroso— y no hay forma de que ceda en eso, así que para esto, él fue el que se comprometió. Pero los veo por la tele y lo llamo después de cada partido. Y permítanme decir que me encanta verlo. No solo porque lo está haciendo muy bien desde su regreso —ganaron contra el equipo de Arrow Carlisle hace unos días; oh, y fue muy divertido ir a cenar con él y Salem—, sino porque está muy vivo en el campo. Tan en su elemento. Todo un dios. Que domina no sólo el campo, sino todo el estadio, ya que todos los ojos están puestos en él. Pero, en fin, cuando termina la comida improvisada con mi madre, tomo un taxi y atravieso la ciudad a toda prisa para ir a verlo. Abrazarlo, olerlo, y simplemente estar con él. Por todo esto, probarme vestidos de novia no sólo me entristecía por mi futuro, sino que además me sentía como... si lo estuviera engañando. Como si lo estuviera engañando al llevar vestidos pensando en otro hombre. Lo cual es ridículo. Porque no tenemos una relación. Ni siquiera queremos tener una relación. Pero cada vez que me veía en el espejo, un dolor punzante me atravesaba el pecho. Un dolor paralizante y juraría que mi vientre se tensaba. Como si mis bebés lo
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supieran y lo desaprobaran. Se agitaban en mi vientre por lo que le estaba haciendo a su papá. Así que en cuanto lo veo, me lanzo por él. Hundo la nariz en su pecho y respiro su aroma a almizcle y canela. Y como está acostumbrado a que últimamente esté sentimental y emotiva, no me pregunta nada. Simplemente me abraza con más fuerza y me mece como si fuera un bebé. Al cabo de un rato levanto la vista. —Te deseo. Y de nuevo, está acostumbrado a eso, a que lo desee todo el tiempo. Porque tenía razón la otra noche; soy una puta para él. Una completa puta. Cada vez que nos tocamos, me pongo caliente e inquieta. Pero no estoy sola en mi lujuria, ¿verdad? Porque cada vez que vengo a comer, primero me arrastra a un lugar solitario —a veces la sala de enfermería, las habitaciones nocturnas con literas, una vez fue en un rincón de los vestuarios después de que todos se hubieran ido al campo y una vez fue en el gimnasio— y me obliga a ponerme de rodillas y chupársela. De hecho, algunos días su lujuria es tan grande que apenas me lo meto en la boca y lamo la punta. Apenas sacudo esas barras contra el paladar, y se corre. Está palpitando y sacudiéndose en mi lengua como si me hubiera estado esperando desde que me dejó durmiendo en nuestra cama, y verme en su celular no fue suficiente. Y otros días, como hoy, estamos en una oficina vacía y yo estoy de rodillas. Mientras me mira fijamente. A mis tetas que saca del cuello de mi vestido y a mi barriga de embarazada que me hace exponer levantándome el vestido y haciéndome apretar entre los dientes mientras se masturba a largos y perezosos golpes. Que rápidamente se convierten en cortos y rápidos. Hasta que se corre en mi estómago. Y luego me lo froto por toda la piel. Como le gusta. —Joder —gime mientras me mira hacerlo—. Eres una diosa, ¿verdad? Una diosa hermosa, chupapollas y embarazada. Sacudo la cabeza, frotándome los pezones duros y resbaladizos por su semen. —No, soy tu preciosa, chupapollas y embarazada Luciérnaga.
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Se lame los labios mientras me observa y me mira con avidez. —Sí, y ahora hueles como yo. ti.
—¿Es por eso que te gusta, cuando te froto en mi piel? Porque me hace oler a
Levanta los ojos, negros como el carbón y nadando de emociones. —Y porque advertirá a los otros chicos de ti. Siempre mi celoso y posesivo Thorn. Algo en ese pensamiento me tranquiliza. Me hace sentir tranquila después de la mañana que he tenido. Su agitación porque viniera otro y me arrebatara. No tiene sentido, pero siempre me siento segura cuando se pone así. Pero en lugar de concentrarme en todas esas emociones angustiosas, me concentro en el hecho de que me ayuda a ponerme en pie y me da la vuelta, su mano se mete bajo mi vestido, me manosea el culo, busca mis bragas que sé que apartará a un lado antes de penetrarme. —Aunque hasta ahora no ha funcionado, ¿verdad? —Consigue exponer mi coño y coloca su polla en mi húmedo agujero—. Todavía te miran. A tu cuerpo embarazado. No les importa de quién son los bebés que llevas en el vientre. Sólo te quieren para ellos. Voy a decir algo, pero empuja y todas mis palabras mueren. Todos mis pensamientos se vuelven suyos y sólo suyos. Como si purgara toda la fealdad de mi interior y volviera a hacer las cosas bellas. Y como no tengo mucho tiempo, intento hacer lo mismo por él. Intento asegurarme de que antes de irme, le devuelva algo bonito. Como su familia. Sus hermanos. Así que una semana después, con la ayuda de Callie, organizo una especie de picnic. En la cabaña. Sé que es un gran paso, revelar a sus hermanos que Ledger no sólo ha estado manteniendo la cabaña, sino que ahora vive aquí. Al menos por el momento. Pero tiene que hacerse. No puede ocultar este hecho para siempre. Además estaré ahí para él si algo sale mal. Ledger, por supuesto, no está contento.
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Lleva refunfuñando desde que le conté mi plan. Pero el hecho de que no se niegue es una prueba más de lo mucho que me mima. Me deja tomar la iniciativa. Lo que significa que invito a todo el mundo: a todos sus hermanos, a Reign, su amigo, incluso a Riot de su equipo con su pequeña y a todos mis amigos de St: Callie, Wyn, Poe, Júpiter y Eco. También invito a mi hermano, o más bien hago que Callie lo invite,— pero no aparece. Callie dice que es porque está ocupado en el taller, pero sé la verdadera razón. Todavía no me ha perdonado por todo. Me duele el corazón, pero no voy a pensar en eso ahora que tengo otras cosas en las que centrarme. Por ejemplo, cómo le va a Ledger con sus hermanos. Ya tenían alguna pista sobre la cabaña; Callie me dijo que era mejor facilitarles la información, así que organizó una reunión familiar en su casa —sin Ledger, lo que me molestó porque es tan parte de la familia Thorne como el resto, pero lo entendí— y les habló de la cabaña. Y por lo que he oído, Shep estaba muy enojado y muy expresivo al respecto. Stellan estaba callado y pensativo. Pero Conrad era tan vocal como Shep pero a favor de Ledger. Y luego todos tuvieron una larga discusión sobre lo injustos que habían sido con Ledger, con Conrad a la cabeza de la acusación. Y Dios, me avergüenza decirlo pero rompí a llorar incluso antes de que Callie hubiera llegado al final. No puedo ni imaginar por lo que todos ellos pasaron a manos de su patético padre perdedor. Y cómo mi Ledger sufrió por ello incluso después de que su padre se hubiera ido, y lo hizo todo solo. Lo que me hace querer romper a llorar una vez más. Pero tengo compañía y, como he dicho, necesito concentrarme. Aunque mi concentración vacila con la llegada de este invitado inesperado. Isadora Holmes. La infame novia de Shepard, y bueno, el enamoramiento secreto no tan secreto de Stellan. —Así que es ella —murmura Callie a mi lado. Estamos de pie junto a la mesa de picnic que ha montado Ledger. Está cargada con toda la comida que hemos hecho Callie y yo. Como a las dos nos encanta cocinar y hornear, no dejamos que nadie más trajera nada. Además, sé cuánto le gustan a Ledger las cosas que le preparo, así que no iba a darle algo cocinado por otra persona. No precisamente hoy. —Y ella es impresionante —dice Poe—. Me encanta su vestido.
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Lleva un maxi vestido chic de estilo bohemio con un cárdigan suelto de crochet. Tiene el pelo oscuro y ondulado recogido en un moño suelto con algunos mechones que enmarcan su rostro de aspecto exótico. Aunque Shep no hubiera mencionado que es medio sudasiática —su madre nació y se crió en la India—, sus ojos almendrados y su tez bronceada la habrían delatado. Y Poe tiene razón; es impresionante, incluso más que su vestido. —Bueno, parece agradable —murmura Eco, que está al otro lado de Callie. Sin embargo, cuando Callie la fulmina con la mirada, Eco pide perdón. —Bien, de acuerdo —cede Callie—. Así que es hermosa. Lo que es muy triste porque quiero odiarla. Hasta ahora, ha sido muy educada, aunque un poco reservada. Probablemente porque no conoce a nadie aquí, excepto Shepard. Quien, para su crédito, se mantiene cerca de su lado. —Nunca podrías odiarla —dice Poe a mi lado. —¿Por qué no? —Porque no creo que hayas odiado a nadie en tu vida —dice encogiéndose de hombros. —Oh, ¿tú si? —Sí. A-Alaric. Alaric Marshall es el ex tutor de Poe y su actual y eterno novio. El término, dice Poe, no le gusta mucho. Lo hace sentir como un adolescente en lugar de un distinguido profesor de historia de treinta y tantos años. Que es exactamente por lo que a Poe le gusta usar el término. Y sí, una vez, ella odiaba a Alaric. Nada menos que con pasión. Hasta que el vestido lo llevo a entrar en su vida como director interino en St Mary's, y ahí es donde su historia de odio se convirtió en una historia de amor. Hoy no está aquí —se encuentra fuera de la ciudad para dar una conferencia como invitado en una universidad de Chicago—, pero todos podemos afirmar sin temor a equivocarnos que venera el suelo que pisa Poe y mima a su diva sin cesar. —Por favor —Callie pone los ojos en blanco—, eso sólo era tensión sexual, a punto de explotar. —No lo era —Poe lo niega—. No al principio. Al principio realmente quería matarlo.
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—¿Y no te alegras de no haberlo hecho? —Wyn chirría desde donde está de pie al otro lado de Eco. Poe sonríe. —Sí. Muy, muy contenta. —¿Saben qué, chicos? —dice Eco—. Creo que la estamos mirando y es de muy mala educación. Pero tiene razón. Estamos todos aquí, en fila india, y la miramos como si fuera un animal de zoológico. Y aunque antes estaba bien —todos estábamos sorprendidos por su repentina aparición; nadie la había visto antes de esto y Shep nunca dijo que iba a traer una cita—, ya no lo está. Porque no somos los únicos que la miramos. Stellan también. Pero a su manera sutil. Una mirada aquí, una mirada allá. Y cada vez que lo hace, todo su cuerpo se tensa. Se agita y se enoja y estoy segura de que ella se da cuenta porque, lo creas o no, le devuelve la mirada. Aunque sus miradas no son tan sutiles y cada vez que lo hace, todos contenemos la respiración, pensando que este es el momento en que Shep se va a dar cuenta de que su novia está mirando a su hermano gemelo. —No me importa —dice Callie obstinadamente—. Está abriendo una brecha entre mis hermanos. —Tal vez haya una explicación perfectamente buena para ello —aplaca Wyn. —¿Sí? ¿Cuál crees que es una buena explicación para venir aquí como la cita de Shep y luego mirar a su hermano gemelo? Todos nos encogemos de hombros y sacudimos la cabeza. Aun así, es Wyn quien se pone firme y se separa de nuestro grupo. —Sabes qué, creo que es suficiente. Deberíamos hacerla sentir bienvenida. —Luego, dirigiéndose a Callie—: Y ese es tu área, ¿no? Callie frunce los labios. Ante esto, finalmente digo algo. —Siempre me hiciste sentir bienvenida. —Sí, a mí también —asiente Eco. —Sí, vamos —dice Poe, agarrando el brazo de Callie y arrastrándola. Dispersando así esta reunión. Mientras todos se dirigían hacia Isadora, tomo otra dirección y me acerco a nuestra otra amiga, Jupiter. Ha estado de pie al otro lado de la mesa, manteniéndose
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cuidadosamente alejada de nuestro grupo. Y sé por qué. Aunque no la hubiera visto intercambiar miradas extrañas con Eco, su amiga más cercana, lo habría sabido. Apoyo la cadera en la mesa cuando llego hasta ella. —Oye, ¿estás bien? —Ajá. Estos pasteles de cangrejo son realmente buenos —dice, desarrollando un repentino interés en dicho alimento mientras que hasta ahora, ha estado observando a Isadora como el resto de nosotros. Y bueno, también Shepard. —No tienes que mentirme —le digo. —No, realmente lo son. La miro. —Quiero decir, lo sé. —¿Saber qué? —pregunta, sin perder de vista el plato de pasteles de cangrejo mientras sigue apilándolos sobre el suyo. —Lo que es enamorarse de un hermano Thorne. Eso le da una pausa y sus ojos se desvían hacia mí. Verde esmeralda y brillantes, son unos de los ojos más impresionantes que he visto nunca. Y parecen tan tristes aunque intente ocultarlo. Baja su plato lleno de pasteles de cangrejo. —Yo no... —He visto cómo lo miras —digo en mi tono más amable y amistoso—. Cada vez que está cerca se te pone esa mirada triste. Bueno, primero hay felicidad pero luego poco a poco se eclipsa por la tristeza. Durante unos segundos parece que va a discutir, pero entonces sus hombros se hunden y susurro: —Lamento que tenga novia. Con los ojos bajos, murmura: —No importaría aunque no la tuviera. —¿Por qué no? Vuelve a levantar la vista, pero esta vez sé que no va a responderme ni a aclararme lo que quiere decir. En lugar de eso, desvía la mirada hacia donde están todas las chicas hablando con Isadora. Que empieza a parecer más tranquila. —Me gusta su piel —dice bruscamente—. Bronceada y bonita. Miro a Shep un segundo antes de decir: —A mí también me gusta tu piel. Me mira. —No, no te gusta. A nadie le gusta el tipo de piel que se quema con facilidad. —No —admito—, pero se sabe que a la gente le gustan las fresas con nata.
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Que es exactamente lo que parece Júpiter con su pelo rojo y su tez de porcelana. Jupiter me mira extrañada antes de negar con la cabeza y volver a los pasteles de cangrejo. Así que ella no lo ve. Pero yo sí: Shep comiendo fresas con crema mientras su novia está ocupada con las chicas, sin dejar de mirar a Jupiter. Y por la forma en que la mira, seguro que piensa lo mismo que yo: hay algo seductor en las fresas con crema. Lo que me hace súper feliz. No sé qué está pasando entre toda esta gente, Shepard y Stellan e Isadora y ahora también Jupiter. Pero por primera vez, tengo esperanzas en mi amiga y no podría estar más emocionada. También tengo esperanzas en mi chico de allí. Que está junto a Conrad en la orilla del lago y parece mantener una agradable conversación. O mejor dicho, no están discutiendo ni parecen enojados el uno con el otro, lo cual es una victoria en mi libro. Y al cabo de un rato, cuando todos los chicos deciden jugar un partido de fútbol, mi felicidad se duplica porque Shep y Ledger están en el mismo equipo y, aunque Stellan y Conrad acaban en el bando contrario, sigue pareciendo que los cuatro hermanos Thorne están jugando juntos en lugar de unos contra otros. Estoy sonriendo el resto del día y pensando locamente que nada podrá empañar la alegría que esto me ha proporcionado cuando recibo un mensaje. De Ezra. Y dice que está libre para reunirse conmigo pasado mañana.
Dos días después, me dispongo a reunirme con Ezra para comer y contárselo todo. Para que podamos idear un plan para manejarlo todo con su padre y el mío, e incluso ante la opinión pública, si es necesario. casa.
No puedo creer que esté diciendo esto, pero me alegra que Ledger no esté en Ni siquiera está en la ciudad.
Se ha ido a un partido fuera de casa, y por mucho que odie esta primera separación entre nosotros, no quiero que esté cerca de mí cuando se lo cuente a Ezra e inevitablemente vuelva a casa, disgustada y llorando. Sé que va a ocurrir aunque reciba la noticia de mi embarazo sin que yo tenga que tranquilizarlo.
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Será el último clavo en el ataúd, y entonces nada me impedirá decirle a Ledger que se nos ha acabado el tiempo. Que ya es hora de que abandone nuestro pequeño país de los sueños y nos reincorporemos a la vida real. Y seguir caminos separados. Sólo conectados por estos dos pequeños seres que llevo. Sólo espero que confíe en mí lo suficiente como para saber que no le voy a quitar a sus hijos. Que seguirá formando parte de su vida aunque esté casada con otro hombre. Por no hablar de que he decidido contárselo todo a Ledger cuando esté casada y mi hermano y Callie estén a salvo. Sobre el plan de mi padre; por qué me casé con Ezra; por qué tuve que guardarle el secreto a pesar de que sospechaba que algo iba mal en mi vida. Todo. Y de nuevo sólo espero que entienda que mis manos estaban atadas. Y que lo hice por la familia, por la suya y por la mía. Estoy a punto de salir por la puerta para reunirme con Ezra cuando suena mi teléfono. Es Callie y, distraída, contesto: —Hola, voy a salir. ¿Puedo...? —Tempest. Su voz, que suena tan débil y pequeña, me hace detener. Hago una pausa en el proceso de encogerme el abrigo primaveral que ocultará mi barriga hasta que consiga decírselo a Ezra y le pregunto: —¿Qué pasa? ¿Es Halo? —No —dice, moqueando—. Yo... Es Reed. Su tienda. Ante esto, el pavor se instala en mi pecho y mi propia voz casi coincide con la suya. —¿Qué? —Hay... —empieza, pero se detiene un segundo. Luego—, esta mañana vinieron unas personas a hacer una inspección. Quiero decir, ni siquiera sabía que iba a haber una. Reed tampoco lo sabía y... Y dicen que no tiene la documentación requerida. —¿Qué papeleo es necesario? y...
—No lo sé. Yo no... Todo lo que sé es que aparentemente es un gran problema —¿Y qué?
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Espera unos segundos y, aunque comprendo que puede estar intentando ordenar sus pensamientos —los míos parecen bastante dispersos ahora mismo—, sigo queriendo que se dé prisa. —Tempest —empieza, con la voz igual de temblorosa—, dicen que podrían cerrar la tienda y que podría haber una investigación sobre Reed. Y que podrían suspenderle la licencia —traga saliva—, para siempre. No sé... no sé cómo ha podido pasar. Él ama esa tienda. Esa tienda es su vida y él es tan cuidado al respecto. Siempre ha estado al tanto de todo y su negocio estaba empezando a repuntar ahora y... no sabía a quién llamar y estoy... estoy enloqueciendo. Ojalá pudiera decirle algo. Dios, no sé qué decirle. Tiene razón. A mi hermano le encanta esa tienda. Ha sido una parte importante de su vida desde que era adolescente y Callie tiene razón. Es muy cuidadoso con todo, y más ahora que es el dueño en vez de trabajar allí. Siempre está al tanto de las licencias, los equipos, de mantener a raya a los otros chicos que trabajan allí y... Joder. Joder, joder, joder. ¿Es... él? ¿Es nuestro padre? ¿Pero por qué haría eso? He hecho todo lo que me ha pedido y... —Escucha, Callie —digo, mi voz me suena extraña—. Voy a resolver esto, ¿si? Voy a preguntar por ahí y ver qué está pasando. Espera a que te llame, ¿si? No_, no te asustes. No estoy segura de haber hecho nada para calmar sus temores, sobre todo cuando yo misma parezco tan asustada. Pero, por desgracia, ahora no tengo tiempo de preocuparme por eso. En cuanto cuelgo, llamo a papá y contesta antes incluso de que suene el primer tono, lo que me hace pensar que tal vez estaba esperando mi llamada. Lo que hace que el miedo se me suba a la garganta, estrangulándome. —Alguien ha madrugado —dice alegremente. Estoy en la puerta principal de la cabaña, así que me apoyo en ella mientras gruño al teléfono: —¿Qué has hecho? —¿Esta mañana?
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Cierro los ojos un segundo. —¿Qué mierda has hecho, papá? De nuevo su voz es casual cuando responde: —Bueno, me desperté, desayuné... —Papá, no me jodas ahora —lo corté, presionando mi columna contra la puerta—. Sólo dime lo que le hiciste a Reed. —Ah, eso. —Suspira—. Bueno, todavía nada y esa es la verdad. Pero lo estoy pensando. —Yo no... —Trago saliva, con la garganta seca y áspera—. ¿Por qué demonios le harías algo? ¿Por qué ahora? ¿Por qué... —Porque mis sentimientos están heridos. —¿Qué? —Primero, es tu hermano —continúa, sin ningún sentido para mí—. Y ahora eres tú. —¿Qué estás... —¿Qué he hecho yo para merecer este trato? ¿Por qué insisten en mantenerme fuera de sus vidas? Fuera de la vida de mis nietos. Mi bolso cae al suelo con un golpe seco. —¿Qué? Hay silencio al otro lado. Espantoso y aterrador. No pudiendo soportarlo, estoy a punto de hablar cuando mi padre decide empeorarlo aún más yendo primero. —No pensaste que me enteraría, ¿verdad? —Yo... —No creíste que podrías ocultarme esto, ¿verdad, nena? No pensaste que me joderías y que no tomaría represalias —dice, su voz se hace más fuerte con cada palabra—. ¿Lo hiciste? Sacudo la cabeza frenéticamente. —No lo hice. No te he jodido. Estaba... —¿Crees que Ezra se va a casar contigo así? Una puta de mierda embarazada de un perdedor. ¿Crees que su padre lo aprobaría? ¿Crees que va a entregarme ese dinero ahora, después de meses de dar largas? —Papá, yo... —Ledger Thorne, ¿verdad? Ese es su nombre. No creía que pudiera estar más aterrorizada de lo que estaba, pero me equivocaba.
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Ahora el terror me carcome los huesos. Me carcome los músculos y la piel, me hace temblar, me da ganas de vomitar, ataca mi respiración, mis palabras, mis pensamientos. —Sí que sabes elegirlos —continúa—. Un jugador de fútbol con problemas de ira. Sabes que su carrera está en la mierda ahora mismo, ¿verdad? Están hablando de deshacerse de su culo de perdedor. No es que me importe a quién elijas para abrirte de piernas. De tal palo, tal astilla. Pero sí me importa cuando me jode. —Yo no estaba... —Empiezo, empujando las palabras—. No te estoy jodiendo. No importa que esté embarazada o de quién son los bebés. Yo... —Bebés —interrumpe, su voz peligrosa y espeluznante—. No lo sabía. Entonces cierro los ojos. Por mi estúpido, estúpido error. Nunca quise que mi padre se enterara. No hasta que se lo contara a Ezra y decidiéramos un plan para afrontar la situación. E incluso entonces, si hubiera una manera de mantener la noticia oculta de su maldad, lo habría hecho. Habría hecho cualquier cosa y todo para mantener a mis bebés lejos de mi padre. De mi madre también. De todos en mi otra vida. Gente que no entiende el significado de familia o amor o cualquier cosa remotamente pura. Nunca pensé, ni en mi imaginación más descabellada, que se enteraría de esta manera. No sólo eso, sino que tomaría represalias cuando menos lo esperaba. Cuando he hecho todo lo que estaba en mi mano para doblegarme a sus deseos. —No importa que esté embarazada —repito—. Sólo faltan tres semanas para la boda y aun así voy a casarme con Ezra. Seguiré cumpliendo mi parte del trato. Sólo tienes que dejarme hacer las cosas a mi manera y... —Lo harás. —¿Qué? —Te vas a casar con Ezra, pero no en tres semanas. Pasado mañana. —Pasado mañana... —Sí, porque ahora hago las cosas a mi manera —declara. —¿Qué significa eso?
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—Significa, nena —dice con voz suave y amenazadora—, que he terminado de jugar. He terminado de dejar que me engañes, ¿entiendes? Ahora, si quieres que tu hermano pueda conservar su inútil tienda y su jodida e inútil licencia, harás exactamente lo que te diga. Dejarás de juntarse con ese perdedor y aparecerás en la fiesta de esta noche, en honor a tu boda. Y aparecerás de forma que nadie tenga ni idea de lo puta que eres. ¿Entiendes lo que te digo? Nadie lo sabrá. No hasta que estés bien casada con ese maricón de mierda y ese dinero esté en mi cuenta bancaria. Porque créeme, si alguien se entera y esta boda se cancela por cualquier maldita razón, voy a poner a tu hermano en un mundo de dolor. Y también a tu amante. Dos por el precio de uno. No sería difícil; su carrera ya pende de un hilo. Una llamada al dueño del New York City FC del que soy amigo y se habrá ido. Y todo será culpa tuya. Tuya y de esos bebés bastardos que llevas en el vientre.
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CAPÍTULO TREINTA Y SEIS Su Hermoso Thorn
S
e ha ido. Mi esposa se ha ido.
Debería haberlo sabido. Debería haber sabido que algo iba mal cuando no sólo no me llamó después del partido como suele hacer, sino que tampoco me contestó la llamada. Y simplemente me envió un mensaje diciendo que estaba demasiado cansada para hablar. Nunca está demasiado cansada para hablar. De hecho, estos dos últimos días que he estado fuera, he tenido que ser quien le dijera que colgara y descansara un poco. Así que sí, debería haberlo sabido. Al principio creo que lo sabe. Sabe lo que hice, cómo le mentí, la engañé, y por eso rompió su promesa y se fue sin decírmelo. Y como dije, no la culparía. Pero los papeles que prueban que es mía, el certificado de matrimonio, está a salvo en la caja fuerte del dormitorio donde lo dejé. Así que no es eso. ¿Pero qué es? ¿Por qué mierda se iría? ¿Por qué mierda iba a romper su promesa conmigo? ¿Es su padre? Es su padre, ¿no? Y es ese chico. El chico que ella insistió era sólo un amigo de la familia. Temblando de furia, de miedo, con la vista borrosa y enrojecida, llamo a la única persona que conozco que puede decirme qué mierda está pasando. Reed contesta al tercer timbrazo y yo grito: —¿Dónde mierda está? —¿Qué? —¿Dónde mierda está mi esposa?
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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE Su Hermoso Thorn
M
i esposa se va a casar. Y el nombre del chico es Ezra Vandekamp.
Aparentemente está comprometida con él desde el verano pasado. Lo que significa que estaba prometida la noche que me encontré con ella en The Horny Bard y luego otra vez, en ese puto restaurante de lujo. Por eso sonreía de esa forma, de su forma especial. Estaba comprometida la noche que la besé en la cocina de su hermano. Estaba prometida la noche que la llevé a su librería favorita y más tarde cuando me pidió que me la follara para poder cerrar el tema. Estaba comprometida cuando la llevé a la cabaña, todo el tiempo que estuvimos intentándolo y el tiempo posterior. Estaba jodidamente comprometida. Ella. Estaba. Jodidamente. Comprometida. Y sé que es su padre. Lo sé. Lo sabía entonces y lo sé ahora. Pero lo que no entiendo es ¿por qué? ¿Por qué? ¿Qué tiene contra ella? ¿Por qué mierda no me lo ha contado? Salgo de la camioneta justo cuando suena el celular. Quiero dejar que salte el buzón de voz, pero el idiota me ha ayudado a buscar a mi esposa, así que le doy a aceptar. —¿Qué? —¿Ya llegaste? —Reed pregunta. Miro el elegante lugar de la boda, a las afueras de Bardstown, cuya dirección me ha dado Reed hace sólo un par de horas. Tras mi frenética llamada, se puso en
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contacto con sus —viejos— como le gusta llamarlos, y así fue como se enteró de su boda hoy. La de su hermana y la de mi esposa. —Sí —digo. —Escucha, todo este puto plan apesta a mi padre, ¿me oyes? —gruñe—. Pest nunca haría esto. Nunca se casaría con alguien elegido por él. Conozco a mi hermana y... —Mi esposa —le gruño—. Es mi esposa. ¿Y dónde mierda estabas tú cuando estaba enferma y miserable y vomitando todo el puto tiempo dolida porque el idiota de su hermano no podía sacar la cabeza de su culo? Lo oigo inhalar y exhalar durante unos segundos, como si se estuviera tranquilizando. Quizá debería hacer lo mismo. La Dra. Mayberry lo aprobaría. Me ha estado enseñando ejercicios de respiración. Junto con técnicas de racionalización para desarmar mi ira y estudiarla desde todos los ángulos. Lo llama el clásico —pensar antes de reaccionar. Pero no puedo pensar. Ahora no. No cuando está ahí dentro, a punto de que me la arrebaten. —No voy a hablar de eso contigo —gruñe Reed. —Bien, porque no tengo el puto tiempo. —Pero tendremos unas palabras sobre lo otro. ¿Sobre cómo es que mi hermana, que hasta ahora sólo tenía a tus bebés, por jodidamente trágico que sea, de repente es tu puta esposa? Menos mal que tuvo que quedarse atrás por algún contratiempo en su tienda o lo habría estrangulado con mis propias manos. —No, vamos a dejar que nuestros puños hablen y cuando gane, te dejaré decidir si quieres que te deje vivir o morir. —Imbécil, voy a... —¿Y sabes por qué, Jackson? —Lo corté—. Por qué voy a ganar. Porque esto no es una competencia de medir pollas para mí. Estoy luchando por mi puta esposa y voy a destruir a cualquiera y a todos los que se interpongan entre ella y yo. Con eso, cuelgo y voy a buscarla.
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Primero, voy a sacarla de aquí. Voy a ponerla a salvo. Y luego... Luego hablaremos de todas sus mentiras. Hablaremos de cómo me ha estado mintiendo durante meses. Cómo me engañó deliberadamente sobre Ezra. Cómo dijo que sólo era un amigo de la familia. A cada paso que doy, me recuerdo que también le he estado mintiendo. Que la he estado traicionando desde que la hice firmar esos papeles. Por no mencionar, ¿es eso lo que él sentía cuando estaba enojado, cuando quería arremeter contra el mundo? Sé que Con dijo que no lo soy, pero ¿esto me hace como mi padre? Pero nada parece penetrar. Nada parece cambiar las cosas. Mi mundo está agrietado y pintado de rojo. Y nada lo arreglará hasta que encuentre a mi esposa y la lleve a casa conmigo.
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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO
L
o amo. Estoy enamorada de él. De Ledger Thorne.
El mundo lo llama furioso, pero yo lo llamo hermoso. Para el mundo, es impulsivo y temerario. Pero para mí, es el hombre más atento y cariñoso que he conocido. El más seguro. El más fuerte. El más incomprendido. El hombre que me dio estos dos bebés en mi vientre sólo porque era mi sueño. Terminó convirtiéndose en su sueño también, pero aun así. Lo supe de golpe cuando lo dejé hace poco más de cuarenta y ocho horas. La razón por la que quería un trozo de él para el resto de mi vida. Por qué no fui capaz de seguir adelante después de lo que había pasado entre nosotros. Por qué no quiero casarme con Ezra, ni con nadie. Bueno, aparte del hecho de que estoy siendo forzada a ello. Es porque lo amo. Nunca dejé de amarlo. Y no me arrepiento de ello. No siento en absoluto vergüenza ni estupidez ni ningún tipo de remordimiento. El único remordimiento que tengo es no haberme dado cuenta antes. Cuando estaba allí, con él. En realidad, no dejé ninguna nota, ni ningún mensaje en el que dijera adónde iba o que iba a ninguna parte. Simplemente empaqué mi ropa, agarré mis cosas y me fui. Sé que le había prometido que no me iría así. Que se lo diría primero. Pero no tenía elección. Tenía que hacerlo. No sólo para mantener a salvo a mi hermano y a su familia, sino también a él. Y él siempre me ha hecho sentir segura, ¿verdad? Así que esta soy yo asegurándome de que todo lo que ha soñado, todo por lo que ha trabajado, también esté a salvo.
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Y para asegurarme de que hago todo lo posible por obedecer las órdenes de mi padre, me miro al espejo por milésima vez. Gracias a la vanidad de mi madre, nos hemos decidido por un vestido que puede ocultar perfectamente mi barriga de dieciocho semanas. Tiene volantes por todos lados y una especie de cinturilla que empieza justo debajo del busto, asegurándose de que nadie sepa el secreto que estoy escondiendo. También anoche, en la fiesta, me puse algo parecido y fingí sorber champán mientras nuestros padres, el de Ezra y el mío, nos hacían dar vueltas por la sala como la pareja feliz. Todo el mundo se sorprendió gratamente de la precipitación de nuestra boda, sobre todo cuando ya se habían enviado las invitaciones. Pero bajo la dirección de nuestros padres, interpretamos el papel de la feliz pareja que no veía la hora de casarse, y sobre todo después de cómo Ezra se había retrasado en Corea estos últimos meses, tenía sentido adelantar la fecha. Pero, por supuesto, la verdadera historia es que, gracias a mi padre, el padre de Ezra consiguió ciertas fotografías de Ezra en una posición comprometida con otro hombre. Según mi padre, había recibido la información de que esas fotos podrían salir en el periódico cualquier día, lo que por supuesto el padre de Ezra no quería. Así que, en honor a su amistad, mi padre propuso que la boda se celebrara lo antes posible, concediendo además al señor Vandekamp que anunciara la fusión de dos empresas en la recepción de esa misma noche. Mi padre es una serpiente, ¿no? No es la primera vez que me siento mal por Ezra. No solo lo están engañando, sino que se va a llevar una sorpresa tremenda cuando me vea con la barriga hinchada en nuestra primera noche juntos. Pero si tengo que elegir entre él y mantener a salvo a mi familia, siempre elegiré a mi familia. Siempre lo elegiré a él. Dios. Debe estar volviéndose loco ahora mismo. Debe estar perdiendo la cabeza, la paz. Y cielos, la estaba recuperando, ¿no? El picnic fue un éxito. Pude ver que hizo algunos progresos reales con sus hermanos. Significaba que ir a entrenar todos los días con ellos ya no sería una tarea tan pesada para él. Y tal vez, sólo tal vez, empezaría a interesarse más en su terapia obligatoria. Pero ahora con mi ida, siento que volvería al principio. Su vuelo de regreso era muy temprano esta mañana y ya debe saber que me he ido, ¿está enojado porque he roto la promesa que le hice? ¿Está preocupado? ¿Cree que esto tiene algo que ver con mi padre? Que...
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Oigo el chasquido de la puerta al abrirse y jugueteo con mi vestido para asegurarme de que mi bulto sigue oculto. Pero no debería haberme molestado. Porque la persona que veo en el espejo, que acaba de entrar en la habitación, es alguien que sabe. De hecho, fue la primera persona que lo supo. Que estaba embarazada de sus bebés. Y parece... Tan bien. Tan increíble, un bálsamo para mi alma dolorida con su camiseta oscura y sus vaqueros deslavados, su pelo desordenado y cayéndole sobre las cejas, sus mejillas bien afeitadas. Me hace pensar que debe haberse afeitado antes de subir al avión porque sabe cuánto me gusta ver los bellos arcos y la curvatura de su cara. Me giro justo cuando cierra la puerta tras de sí, con los ojos más oscuros que he visto nunca clavados en mí. Y lo primero que hago, después de girarme para mirarlo, es dar un paso adelante, sabiendo en mi corazón que lo resolverá todo. Que me llevará lejos de aquí. Mi corazón por fin empieza a latir por primera vez desde que salí de la cabaña y mi boca se estira en una sonrisa. Pero entonces me detengo. Y pienso. Está aquí. Aquí. Y me caso en menos de una hora. Y tengo que asegurarme de casarme en una hora. Por su bien y el de mi hermano. Así que no puedo ir a él. No puedo arrojarme a sus brazos y pedirle que me lleve. Necesito sacarlo de aquí. Necesito que se vaya. —¿Q-qué estás haciendo aquí? Su mandíbula se tensa y, en respuesta, comienza a caminar hacia mí. —¿C-cómo sabías dónde encontrarme? —pregunto, empezando a caminar hacia atrás. Su respuesta sigue siendo la misma que antes, avanzar hacia mí. Excepto que ahora me está abalizando, de arriba a abajo.
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En mi vestido de novia. Y lo está haciendo lentamente. Muy, muy despacio. A propósito y deliberadamente. Y me doy cuenta de dos cosas en este momento. Uno: su revisión, aunque más lenta de lo habitual, es lo que suele hacer cuando llega a casa después de un largo día de entrenamiento. Para asegurarse, para su tranquilidad, de que estoy bien. Y eso me rompe aún más el corazón. Y dos: está exactamente igual que aquella noche. La noche que vino a mí con la venganza en mente, y eso me destroza el corazón por completo. Está en el aire. Está hinchado y pesado. Cargado y eléctrico con su ira. Algo que se me pasó por alto pero que ahora me resulta muy evidente. Y es aún más evidente que está enojado porque está herido. Le he hecho daño con mis acciones. Le he hecho daño rompiendo la promesa que le hice. Le he hecho daño. Y ojalá tuviera tiempo para arreglarlo. Pero no lo tengo. Porque es aún más importante que lo saque de aquí. Ledger enojado no es algo bueno. Ledger enojado destruye cosas como lo hizo esa noche. Necesito aplacarlo lo suficiente para que se vaya sin causarse daño a sí mismo y a mi hermano. —Mira, lo sé... —Levanto las manos en un gesto tranquilizador—. Sé que estás herido. Estás enojado. Lo sé. Puedo verlo, sentirlo. Sé que debes tener preguntas. Te dejé. Y no dejé una nota y no... —Me lamo los labios—. Te preocupé. Y eso fue exactamente lo que dije que no haría. Exactamente lo que había prometido que no haría. Rompí la promesa que te hice. Ya lo sé. Pero te juro... te juro por Dios, Ledger, que responderé cada pregunta que tengas, ¿de acuerdo? Haré lo que quieras que haga. Aceptaré cualquier castigo que quieras darme. Y yo... lo iba a hacer de todos modos. Sé que no tienes motivos para creerme, pero, por favor, confía en mí cuando te digo que iba a explicártelo todo. Iba a contártelo todo, a confesártelo todo una vez... Trago saliva, odio tener que usar esa palabra delante de él. —Una vez estuviera casada. Aún no había encontrado la manera. Pero iba a hacerlo. Y sé que odias hablar de él, pero es un buen chico. Iba a hablar con él y Ezra habría... Mis palabras se detienen cuando mi columna choca contra la fría ventana.
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Por no hablar de cuando su mandíbula cruje y rechina los dientes al oír el nombre —Ezra. Trago saliva de nuevo y susurro porque ahora está lo bastante cerca para oírme. Ahora está lo bastante cerca como para que sólo lo vea a él y su cara tallada en granito y huela su aroma a canela. —Por favor, Ledger. Sé que estás enojado. Ya lo sé. Pero, por favor, no hagas nada. No ahora mismo. Sólo por favor espera, ¿de acuerdo? Sólo vete. Por ahora. Y te prometo que te encontraré después de la boda y te explicaré... Esta vez me detengo porque me agarra del brazo. Con fuerza. Dolorosamente. Y antes de que pueda respirar, me hace girar y me pone de cara a la ventana. Las cortinas están parcialmente abiertas y puedo ver el patio desde aquí. Veo el altar. Las sillas, las flores, las pequeñas velas que mi madre insistió en que teníamos que tener aunque la boda se hubiera retrasado tres semanas. Los invitados empiezan a tomar asiento. La banda está instalada en una esquina. El ministro está en su sitio, hablando con mi padre. Por eso mi madre odiaba esta habitación. Porque se veía todo y debía haber cierto misterio antes de la boda. Le siento detrás de mí, su cuerpo tan cerca pero sin tocarme todavía. Y a pesar de todo, doy un paso atrás para poder tocarlo. Para sentir sus músculos duros contra mi cuerpo. Ver cómo encajamos. Porque es muy posible que esta sea la última vez. Ahora me caso y aunque puedo explicarle por qué, no creo que quiera hacer nada conmigo. Nunca puedo imaginarlo como la pieza lateral de alguien. Nunca podré imaginarme que no sea el centro del universo de alguien, y de todas formas no querría eso para él. Sin mencionar que nunca dijo que quería estar para siempre conmigo. Aunque también mentí sobre eso. Quiero estar para siempre con él. Pero no voy a conseguirlo. Y parece que tampoco voy a conseguir retroceder hacia él porque me detiene, flexionando su agarre en mi brazo y me dice: — Muéstrame quién es. Las primeras palabras que ha dicho, y me dan escalofríos. —Ledger, por favor. No hagas esto. No...
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—Dime quién es. —Mi madre podría llegar en cualquier momento. Por favor, tienes que... Su otra mano me rodea la garganta y me hace arquear mientras me dice al oído: —Por mucho que me guste oír tu voz, no quiero. Ahora mismo no. Sólo quiero que uses esa boca chupapollas tuya para decirme lo que te estoy pidiendo. Asiente si lo entiendes. Trago saliva, con el miedo recorriéndome. Pavor y excitación. Por lo posesivamente que me sujeta. Mi garganta. Asiento. —Bien —elogia, su pulgar presionando mi peca—. Muy bien. Ahora, dime quién mierda es. Con la respiración entrecortada, susurro: —A_, ahí. Junto al…Junto al altar. Ahora está con mi padre. Además del ministro y su padre también. Tararea. —Ahora muéstrame a tu padre. —A su... A su lado izquierdo. Al oír esto, suelta un fuerte suspiro, pero por lo demás no me explica por qué me pregunta todo esto. Así que vuelvo a intentarlo: —Ledger, yo... —Shh —me arrulla al oído, haciéndome gemir—. No te pedí que hablaras, ¿verdad? —Pe-pero... Su agarre sobre mi cuerpo se hace más fuerte. —No me enojes, ¿de acuerdo? No cuando estoy pendiendo de un hilo. Si haces lo que te digo te dejaré ir. Cierro los ojos un segundo. —¿Lo p-prometes? Su agarre se tensa aún más. —Sí. —Yo... —Pero tampoco creo que tengamos un buen historial de promesas. —Se me aprieta el corazón cuando continúa—: Pero ahora no tienes elección, ¿verdad? No con tanta gente ahí fuera, esperando a que camines hacia el altar para casarte con otro hombre. Así que vas a tener que hacer lo que te diga y te será mucho más fácil si me sigues la corriente. Mi respiración es aún más entrecortada que antes. No porque tenga miedo.
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No lo tengo. No de él. Aunque esté enojado. Como le dije a su hermano, sé de lo que es capaz. No estoy ciega ante sus defectos y sé que no me hará daño físico ni a mí ni a nuestros bebés. Es el dolor que acecha en su voz es lo que me hace más difícil respirar. El dolor que causé. Entonces, ¿no me corresponde a mí arreglarlo? O si no, aliviarlo un poco. Lo que me hace asentir y siento su pecho moverse con una respiración. Como de alivio. Pero eso sólo dura un segundo porque habla con voz tensa. —Ahora dime quién está detrás de ti. Abro la boca para contestarle, pero me detengo. Porque lo siguiente que sé es que su mano en mi brazo se mueve y va hacia abajo. Baja y baja hasta que llega a la falda abombada de mi vestido de novia y empieza a arrastrarla hacia arriba. Y de nuevo quiero preguntarle qué está haciendo, pero esta vez se me adelanta y vuelve a hablar. —Dime quién te está subiendo el vestido de novia, Tempest. Siento que me manosea el culo, los muslos mientras digo: —Ledger. Consigue levantarlo todo mientras dice: —Bien. —Ahora quiero que se lo digas. —¿Perdón? No sé a qué se refiere, por qué no he entendido lo que me pide, pero creo que tiene que ver con el hecho de que ahora va por mis bragas. Tantea los bordes y tira de ellas hacia abajo, y me olvido momentáneamente de todo menos de sus dedos ásperos y del hecho de que estoy tan mojada para él. Cuando las ha bajado hasta el punto de que simplemente caen al suelo y sólo me queda quitármelas, responde: —Dile a tu papi quién te ha bajado las bragas y quién te está abriendo las piernas ahora mismo. —Yo no... —Dilo. —Tira de mi cabeza hacia atrás—. “Ledger me está bajando las bragas, papi. Me hace abrir las piernas”. Dios. Dios.
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Esto está muy mal. ¿Verdad que sí? Que me pida que lo haga. Y sin embargo se siente tan tentador. —Dilo —gruñe, sacudiendo mi cabeza—. Y mantén los putos ojos abiertos, ¿bien? Míralo cuando hables con él. —L-Ledger me está bajando las bragas, P-api —susurro, manteniendo los ojos donde él quiere—. Me obliga a abrir las piernas para él. Me da un suave beso en la frente, tan contradictorio con cómo se está comportando ahora. —Buena chica. Pero aun así, me regodeo en sus elogios. Me mojo aún más. —Ahora díselo —continúa mientras siento que se arrastra detrás de mí—. Dile lo que estoy haciendo. Me relamo los labios al oírlo bajarse la cremallera. —Se está abriendo los pantalones y creo... —¿Qué crees? Me estremezco cuando siento su caliente tronco de carne posarse sobre mi culo desnudo con un golpeteo. —Creo que me la va a meter. —¿Meter qué? —pregunta, esta vez golpeando de verdad mi culo con su polla. Golpeteo, golpeteo, golpeteo. Y siento sus piercings, la punta ya húmeda de su polla aguijoneando mi carne. —S_, su polla —susurro. —¿Sí? ¿Es grande, cariño? papi.
Asiento, sin dejar de mirar a mi padre, que acaba de soltar una carcajada. —Sí, —¿Te duele cuando te la mete? —Sí. Mucho. —Pero te gusta, ¿no? Asiento. —Me encanta, papi. Me encanta tanto...
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Mis palabras se convierten en quejidos y maullidos cuando me mete la polla de golpe. Y mis brazos salen disparados, mis palmas presionando contra la ventana. El corazón casi se me sale también del pecho. Porque creo que lo saben. Toda la gente de ahí fuera. Ezra. Mi padre. El ministro. A todos. Saben que alguien le ha metido la polla a la novia. Que alguien la está violando ahora mismo mientras la obliga a estar de pie junto a la ventana, con vistas al altar al que está a punto de llegar en menos de una hora. Mientras la hace hablar con su padre. ¿Cómo pueden no hacerlo? Es sísmico, estas cosas sucias que me hace. Es un cambio de vida, su primer empujón. Es un fenómeno como siempre. Que comienza con un dolor, una molestia, un estiramiento y se convierte en algo tan hermoso que apenas puedo mantener los ojos abiertos. Que apenas puedo entender lo que ocurre a mi alrededor. Pero, por supuesto, él lo sabe. Claro que sabe lo descerebrada que me vuelvo cuando me folla. Tan inconsciente como una muñeca. Su muñeca que sólo existe para su placer y diversión. Para hacer su voluntad. Porque me da una fuerte estocada mientras me aprieta la garganta y me azota el culo. —Ojos abiertos, Luciérnaga. Mantén tus putos ojos en tu papi mientras te follo con el vestido que él pagó. Se me abren los ojos. —Ledger... —Él pagó por esto, ¿no? Tu maldito vestido de novia. Asiento. —Sí. —Y esta habitación. —Lo hizo. —¿Y la boda? ¿También la pagó él? Clavo los dedos en el cristal. —Sí. Creo que sí. —Bien. —Me vuelve a apretar la garganta—. Quiero que lo mires mientras abres las piernas para mí. Quiero que le digas cada cosa que te estoy haciendo, que te he hecho, como deberías haberlo hecho antes.
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—Yo... Otra bofetada en el culo, esta vez haciendo que me duela de verdad mientras sigue moviéndose dentro de mí. —Como deberías haber hecho cuando te obligaba a casarte con ese pedazo de mierda. —Me estremezco—. Lo es, ¿verdad? Esto es lo que te está haciendo. Obligándote a casar con alguien que no quieres, ¿verdad? Y muy a mi pesar, asiento. —Sí. —Entonces deberías habérselo dicho, ¿no? —Ledger, yo... —¿No deberías? —gruñe, sus manos sobre mi cuerpo se vuelven feroces, tan feroces como sus embestidas. Y a pesar de sus órdenes, tengo que cerrar los ojos por un segundo. Con culpa. Con dolor. Tengo que respirar aunque lo hace cada vez más difícil cuando no deja de apretarme el cuello, de apretarme el pulso con el pulgar. Cuando no deja de follarme. Cuando no deja de ahogarme en su olor, de susurrarme cosas al oído. Cuando no para. —Sí —respondo. —Así que se lo dirás ahora —dice, dándome otro fuerte empujón que me hace sacudirme y arquearme contra él—. Le dirás todo lo que te estoy haciendo mientras lo hago y quizá entonces, entonces, te dejaré que me digas por qué mierda harías esto, por qué mierda romperías tu promesa conmigo y me robarías la paz. Con eso, va por mi cuello. Me hunde los dientes en la piel y me chupa la peca, mi pulso que tanto le gusta. Me escuecen los ojos mientras gimo. Se me hace un nudo en la garganta mientras retrocedo ante sus embestidas, con el coño tan húmedo que los jugos me bajan por los muslos y empapan mi liguero blanco. Y no puedo evitar susurrar: —Está... Está dejando su huella en mí, papi. Ledger gruñe en mi piel, satisfecho y aprobador. —Y creo... creo que lo está haciendo a propósito. Otro gruñido. Pero esta vez suelta mi piel con un chasquido y pregunta: —¿Y eso para qué?
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—Para que cuando... cuando camine por el pasillo y me ponga delante del ministro y del hombre con el que me voy a casar, todo el mundo pueda ver a quién pertenezco. Todo el mundo pueda ver lo que me hizo. Gruñe por tercera vez y se toma unos instantes para simplemente follarme. Simplemente moverse dentro de mí con indolencia. Y se lo permito, no sólo porque ahora mismo no tengo elección, sino porque también cuanto más me hace decir estas cosas, menos me escandalizo. Menos tímida y más libre. ¿Por qué no iba a hacerlo? Es el hombre que amo y si no puedo dejar que me reclame orgullosa delante del mundo, entonces lo haré aquí. De pie junto a la ventana, mirando a todo el mundo mientras me folla por detrás. —Te encanta esto, ¿verdad? —Ledger susurra como el diablo en mis oídos. El diablo que es mi dios. —Sí, papi. Pe_, pero yo... —¿Tú qué? —Pero me gusta más cuando... —Mi respiración se entrecorta cuando me golpea justo en mi punto G, sus piercings haciendo de las suyas—. Cuando se corre dentro de mí. Suelta una bocanada de aire que suena sospechosamente como una risita baja. —Sí, te gusta. Es obvio, ¿no? Su mano abandona mi culo y se desliza hasta mi vientre. El vientre que en realidad no se ve con el vestido pero que se siente al tocarme. Y lo hace. Extiende la palma de la mano sobre mi bulto, sobre sus bebés que descansan dentro, y mi coño se aprieta sobre su polla ante la descarada muestra de su posesión y dominio. ellos.
Ante la flagrante exhibición de su propiedad, no sólo de mí, sino también de
—Es obvio lo que dejaste que te hiciera —dice, hundiendo sus dedos en mi bulto—. Y mira lo que pasó. —Ajá, me quedé em_, embarazada. —Sí, lo hiciste —gruñe, sus caderas golpeando contra mi culo—. Y ahora tienes una barriga hinchada que andas escondiendo del mundo.
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—Pero no quiero. —¿No? Sacudo la cabeza, con la visión borrosa. —No. Mueve su mano desde mi barriga hasta mi pecho. —¿Y qué pasa con estas tetas gordas, eh? Gimo cuando aprieta uno. —No caben... —¿No caben en qué? —No caben en mi vestido, papi. Otra bocanada de aire mientras me rellena las carnes. —Claro que no. Porque eso es lo que pasa cuando te abres de piernas para un hombre y dejas que se corra dentro de ti, ¿no? Te pone crías. Tienes la barriga llena de sus bebés y las tetas llenas de leche. Muevo la cabeza de un lado a otro, apenas capaz de mantener los ojos abiertos. Apenas puedo ver a mi padre riéndose con el Sr. Vandekamp, completamente ajeno a lo que le está pasando a su hija. Completamente ajeno a cómo estoy rompiendo sus reglas y dejando que el padre de mis bebés me folle antes de caminar hacia el altar. Mientras me pellizca el pezón y gimo de nuevo, sacudiéndome y agitándome contra él. Aun así, le digo: —Todavía no, papá. Mis tetas... —Pero va a ocurrir pronto, ¿no? —susurra, y luego gime como si no pudiera esperar a que ocurra, a que mis tetas engorden aún más con la leche—. Va a pasar, y créeme cuando te digo que ese chico, ese puto idiota, que te metió a sus bebés, no te va a dejar en paz. No va a dejarte ir. Va a estar sobre ti, ¿entiendes? Tan pronto como termines de alimentar a sus bebés, será su turno de alimentarse. Y se aferrará a ti. A tus tetas y beberá y beberá y drenará tus putas tetas. Y me lo imagino. No puedo evitar imaginarlo. Su boca en mis tetas lechosas, chupando y bebiendo de mí. Mientras nuestros bebés duermen después de ser alimentados. Me lleva tan al límite que no puedo evitar arañar el cristal y advertirle: —Oh Dios, Ledger, creo que voy a.... —Pero ahora no tienes que preocuparte por eso, ¿verdad? —dice, con la respiración agitada y las caricias cada vez más rápidas—. Todavía tienes tiempo. Por ahora, de lo único que tienes que preocuparte es de cómo tu coño va a estar lleno de su semen cuando camines hacia el altar. Cómo apestarás a él cuando estés delante de ese pedazo de mierda de prometido tuyo y no tendrá ni idea de que alguien ya llegó
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allí primero. Alguien ya le ganó tu coño. Alguien ya llenó tu vientre y tu coño y te hizo su puta. ojos.
Y no sé cómo saco fuerzas para hacerlo, pero giro la cabeza para mirarlo a los Parecen drogados, idos, lujuriosos y agitados, todo al mismo tiempo.
Suelto el cristal, acerco una mano a su mandíbula y le digo: —Pero no pasa nada. Porque soy su puta. Sólo suya y de nadie más. Casarme con alguien no cambiará eso. ¿Y sabes por qué, papi? Porque tú ya no eres mi papi. Él lo es. Y yo soy su princesa. Una de tres. Y entonces me dejo llevar. Mientras observo su rostro, sus ojos que pierden su agitación, eclipsándose por completo por la lujuria, me permito apoyar la cabeza en su hombro y sucumbir al orgasmo que me amenaza desde hace un rato. Me dejé venir y venir, empapando mi vestido de novia y mi liga. Probablemente empapando su ropa también. Me dejo estremecer y retorcerme contra él, gemir y gritar por todas esas sensaciones dentro de mí. Sensaciones y emociones. Emociones que ahora comprendo mejor que nunca. Son amor, ¿verdad? Todas estas cosas que me hace sentir. Lo bueno, lo malo, lo feo. Todo lo que siento por él empieza por A y acaba por R. Desde siempre. Desde el principio de los tiempos. Mis pensamientos se rompen cuando siento que se hace más grueso dentro de mí, más duro y más grande, alertándome de que va a correrse. Y lo hace, siento los latigazos calientes de su semen y los apretados latidos de su polla, pero sólo por un rato. Porque en medio de su orgasmo, saca su polla y la apunta al agujero más estrecho de mi cuerpo, que hasta ahora sólo había penetrado con el dedo. Introduce la cabeza, mezclando mi placer con el dolor hasta correrse dentro de mi culo. Hasta que la llena con su semen. Y entiendo por qué lo hace.
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Es la misma razón por la que abandona mi garganta y empuja sus dedos dentro de mi boca, yendo profundo, más profundo que nunca. Es porque quiere llenarme por todas partes. Quiere reclamar cada agujero de mi cuerpo. Antes de casarme con otro. Y el pensamiento es tan triste que es todo lo que puedo hacer para no romper a llorar. Es todo lo que puedo hacer para no convertirme en un charco en el suelo, o peor, decirle que me lleve. Pero no puedo hacerlo. Necesito salir de este país de los sueños y entrar en el mundo real. Sólo me queda un poco de tiempo antes de que vengan por mí, así que cuando termina, me doy la vuelta sobre piernas temblorosas. Lo miro, dispuesta a decirle que se vaya y que se lo explicaré todo más tarde, cuando me doy cuenta de que está concentrado en otra cosa. Algo por encima de mis hombros y por la ventana. Algo que ha hecho que sus rasgos se endurezcan una vez más. Pero también hay algo más acechando en su rostro. Algo que se parece mucho a la satisfacción, la victoria y el triunfo. He visto esa mirada suya antes. Sobre todo en sus partidos o cuando se peleaba con mi hermano. Pero no entiendo por qué se vería así ahora. Estoy a punto de preguntarle cuando oigo el peor sonido del mundo. El sonido de mi puerta al abrirse y pasos, muchos pasos, golpeando y golpeando dentro de la habitación. Sin embargo, por alguna razón aún no he apartado la mirada de Ledger. Tal vez porque estoy congelada. Estoy aterrorizada. Estoy jodidamente petrificada ahora mismo. Pero él no. Está tranquilo. Aún victorioso. Como si quisiera que esto sucediera. Como si quisiera que la gente irrumpiera en la habitación. —Lo sabías —susurro—. Sabías que nos verían. Querías que lo hicieran. Lo veo en su cara. Que sí, que lo sabía y que sí, que quería.
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Pero antes de que pueda responder, una mano aparece en su hombro, jalándolo de la camiseta y haciéndolo girar. Y sé a quién pertenece esa mano. También sé a quién pertenece esa voz. —¿Quién mierda eres tú? ¿Qué mierda le estás haciendo a mi hija? Sin embargo, en lugar de contestarle —a mi padre—, Ledger se toma su tiempo para subirse la cremallera y abrocharse los pantalones. —Creo que es obvio lo que le estoy haciendo a tu hija. —Tú... —Y el responsable de los bebés lleva. —¿Qué? —Pero la verdadera pregunta, papi, es ¿quién mierda crees que eres? ¿Y por qué crees que está bien casarla con un imbécil rico cuando ya está casada conmigo? Es entonces cuando miro la habitación. Hasta ahora me había quedado mirando su ancha espalda, su postura recta pero arrogante. Pero ahora noto que mi habitación está llena de gente: Ezra, su padre, mi madre, el ministro, algunas otras personas que no conozco y que nunca he visto antes. Están todos aquí. Todos están viendo esto. Y todos están conmocionados. Todos parecen horrorizados. Y por desastroso que sea, que vean cómo me follan, el hecho de que mi boda pueda arruinarse ahora y por tanto todas las amenazas de mi padre puedan hacerse realidad, no puedo centrarme en eso. Ni siquiera puedo concentrarme en el hecho de que en el segundo siguiente oigo un golpe. Un crujido. De puño conectando con hueso. Y es el puño de Ledger conectando con la mandíbula de mi padre y no para ahí. Estos sonidos, estos golpes, no. Siguen y siguen con mi padre llevándose la peor parte. Con la gente dando un paso adelante, tratando de detener a Ledger, tratando de separarlo de mi padre, tratando de apartarlo. Pero fue en vano. No para de pegar y pegar a mi padre.
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En algún momento, incluso golpea a Ezra y siento la necesidad de detenerlo. Siento un leve impulso de poner fin a todo esto. Pero no puedo. No puedo. Lo único que puedo pensar mientras me mantengo al margen, viendo cómo Ledger le da una paliza a mi padre y pone la habitación patas arriba, es que dijo casada. Dijo que ya estamos casados. Como que estoy casada con él. Casada. Pero eso no es cierto, ¿verdad? Eso no es... No puede ser verdad. No puede. No puedo ser su... esposa. No puedo ser... Dios mío. Soy su esposa.
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PARTE 5
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CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE
T
empest Thorne. Mi nombre es Tempest Thorne.
Bueno, técnicamente no. Todavía no. No hasta que cambie formalmente mi nombre, pero aun así. Y tengo esposo. Algo que desconocía hasta hace unas horas. Hasta que él, mi esposo, se coló en mi habitación antes de mi boda y me folló. A plena luz del día. A la vista de los invitados de la boda y de mi futuro esposo. Y de mi padre. Tratando de ser descubierto. Tratando de reclamarme, y cuando nos atraparon, golpeó a mi padre. Y mi futuro esposo. Sin embargo, he oído que van a estar bien. Eso es lo que me dicen. Algo que probablemente debería haber sabido ya que estaba en la habitación en el momento de la golpiza. Pero supongo que estaba preocupada. Y no por el hecho de que probablemente todo el mundo me viera follar y esa fuera su intención. Sino por el hecho de que me estaba follando mi esposo. Mi esposo. Más adelante fue detenido —alguien tuvo la suficiente inteligencia para llamar al 911— y ahora está en una celda de detención. Porque ambos presentaron cargos, mi padre y mi prometido. Además hubo numerosos testigos que lo vieron todo. En cualquier caso, estoy aquí en la comisaría. Porque quiero verlo. Primero, quiero preguntarle cosas. Y luego, necesito decirle algunas cosas también. Aunque no lo creas, no es fácil reunirse con un presunto delincuente. Pero gracias a todas las conexiones que tiene mi hermano y a la reputación que tienen sus hermanos, hacen una excepción. Así que aquí estoy, caminando por la comisaría, escoltada por un policía uniformado. Me lleva a la parte de atrás de la comisaría, más
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allá de todos los mostradores, y abre una puerta que, al parecer, conduce a todas las celdas de detención. Bueno, sólo hay cuatro. Y todas están vacías excepto la del final. Me dirige hacia ella y me deja instrucciones de que sólo dispongo de diez minutos y de cómo salir cuando haya terminado. Pero sólo lo oigo a medias porque lo estoy mirando fijamente. El tipo que se levanta lentamente, con los ojos inyectados en sangre fijos en mí, la cara magullada —probablemente no tanto como la de mi padre o la de Ezra, pero aun así—, el pelo y la ropa hechos un desastre. Mi esposo. Bajo la tenue luz, parece casi atormentado. Destruido. Arrepentido incluso. No sé de qué. Ha cometido tantos delitos últimamente que es difícil elegir de cuál se arrepiente. Por hacer lo que ha hecho hoy. O por lo que ya había hecho: convertirme en su esposa sin que lo supiera. Así que de momento, no me interesan sus remordimientos. O su preocupación. Lo cual es evidente cuando recorre mi cuerpo con la mirada. Llevo un vestido negro que, a diferencia de mi vestido de novia y del resto de la ropa que llevo desde hace un par de semanas, no oculta mi bulto. Lo acentúa, lo muestra al mundo. Por lo que estoy agradecida, si soy sincera. Todo esto de esconder a mis bebés del mundo me estaba dejando un sabor amargo en la boca. Parecía que me avergonzaba de ellos, cuando no es así. Así que al menos una cosa buena ha salido de todo esto: ya no tengo que esconder la barriga. —No deberías haber venido... —Estamos casados —le digo, cortándolo, sonando severa y sin emoción por una vez. Y estoy orgullosa de eso. Siempre es quien mantiene sus cartas cerca del pecho. Pero por una vez, me gustaría tener la sartén por el mango. Creo que me lo merezco después de todo.
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Se estremece ligeramente. Pero por lo demás permanece en blanco mientras repite: —No deberías estar aquí ahora. Este no es el lugar para ti. Este no es... —¿Lo estamos? Sus fosas nasales se agitan y sus manos se llevan a los costados. —Lo estamos. Lo estamos. Estamos casados. Es mi esposo. Y soy su esposa. Y no por primera vez hoy, desde que me enteré, creo... Creo que somos una familia. Una familia. Algo que siempre quise. Algo que él siempre quiso. Pero no así, ¿verdad? No mintiendo, engañando y traicionando. Inspirando hondo, pregunto: —¿Desde cuándo? Su mandíbula se tensa un segundo antes de responder: —Desde el día que te pedí que firmaras los papeles del seguro. Frunzo el ceño, pensando en el día en que vino a verme con los papeles. Recuerdo que fue después de cenar y se acercó a mí con cara de malhumorado e impaciente. Pero no me importaba; estaba feliz y nada podía empañar mi felicidad. Estaba en las nubes, pensando que todos mis sueños se habían hecho realidad. No sólo eso, sino que el chico que elegí para hacer realidad mis sueños era tan responsable, pensaba en el futuro, se ocupaba de las cosas. Y bueno, lo hacía. Pero no de la forma que pensaba. Sacudo la cabeza. —Pero eran papeles del seguro. Yo... los vi y... —Lo eran —me dice, sus ojos van y vienen entre los míos, probablemente intentando leerme—. Pero también había algo más. En la carpeta que te di. —Pero no puedo creer que yo no... —Estabas ocupada con tu lista. Ah, bien. Mi lista de la compra. Algo que olvidé.
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—Y ya sabías que me encanta hacer esas listas —le digo. —Sí. —Así que elegiste ese momento deliberadamente. No responde, pero no tiene por qué hacerlo. Lo entiendo. —Como si hubieras elegido esa ventana hoy. Deliberadamente —sigo. De nuevo, sin más respuesta que el endurecimiento de su mandíbula. Pero de nuevo, lo entiendo. —¿Por qué? —pregunto entonces. Suelta un suspiro como si no quisiera decirlo. Pero lo dice. —Vi algo en tu celular. —¿Qué? De nuevo, parece que no quiere contestarme, pero habla. —El día que me dijiste que estabas embarazada, yo... Tu celular estaba en la mesita de noche. Y mientras estabas en la ducha, vi tus mensajes de texto. Con él. A estas alturas todos sabemos quién es. Y cómo reacciona él —mi esposo; Dios, mi esposo— cada vez que sale a relucir en cualquier conversación, así que no pierdo el tiempo calmándolo, ni cuestionándolo. Simplemente pregunto: —¿Y? Al oír esto, exhala tan bruscamente que sus fosas nasales se abren; sus puños se crispan a los lados. En realidad, todo su cuerpo se crispa. Y luego: —¿Y qué crees? Me puse celoso. —Te pusiste celoso. —Sí. —Incluso después de decirte que no debías. Incluso después de hacerte prometer... Sus manos suben y se agarran con fuerza a los barrotes. —Bueno, no puedes culparme, ¿verdad? Al parecer tenía algo por lo que estar celoso. Porque no era sólo un amigo de la familia. Era tu jodido prometido. Ahora mis exhalaciones son agudas y fuertes. El corazón se me acelera y se me acelera en el pecho. Y no puedo creerlo, pero a pesar de mi inmensa rabia con él, sigo sintiéndome mal por haber tergiversado la verdad. Que deliberadamente usé las palabras de manera que lo engañara.
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Que hice algo para lastimarlo. Sin embargo, alejo esos pensamientos. No estoy aquí para sentir lástima por él. —Así que te casaste conmigo porque te pusiste celoso. Dios, suena tan infantil. Tan inmaduro. Tan jodido y retorcido. Que podrías casarte con alguien sólo porque te pusiste celoso y enojado y... Respiro hondo antes de explotar. Antes de acercarme a él y empezar a atacarlo, golpeándolo en el pecho, la cara. Arañando su piel, sacando sangre. Todo porque aunque estoy enojada con él por cómo me ha mentido y engañado durante todas estas semanas, estoy esperando. Sigo esperando que lo niegue. Que me dijera que no, que se casó conmigo porque me amaba. Porque no podía vivir sin mí y no sabía qué más hacer. Qué no sabía cómo hacerlo si no era quebrantando las leyes y renunciando a la moral. Porque yo lo amo, ¿no? Soy su luciérnaga enamorada y lo anhelo con cada aliento que doy. Lo anhelo en toda su tóxica y jodida gloria. Mi hermoso Thorn. Cuando sé que no va a responder —aunque de todas formas no hace falta respuesta porque sí, me engañó para que me casara con él porque estaba celoso—, le pregunto: —¿Por qué, para que no me escapara con él y te dejara? —No —estalla, vehemente, con toda la convicción del mundo—. No por eso. Esa nunca fue mi intención. —¿Cuál era tu intención, Ledger? —pregunto, sarcásticamente. Veo cómo sus puños se flexionan alrededor de los barrotes, cómo se le ponen blancos los nudillos y se le erizan las venas de los antebrazos. Veo cómo aprieta la mandíbula y sus ojos se entrecierran mientras responde: —Para no matarlo, maldición. —¿Qué?
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Si antes pensaba que apretaba doblando los barrotes, me equivocaba. Ahora está tensando su agarre y lo está haciendo diez veces más fuerte. Lo está haciendo con el propósito de forzarlos a separarse. Lo está haciendo con el propósito de romper a través de ellos y llegar a mí. Y debería terminar esta discusión e irme. Debería terminar para siempre y jodidamente irme. Pero soy una glotona de castigo. Soy una glotona por él. Porque me quedo clavada en mi sitio, con el corazón casi —casi— deseando que lo consiga. Que consiga liberarse y venga a mí. —Cada vez que pensaba en él —explica a grandes rasgos—, me daban ganas de cometer un asesinato. Me daban ganas de cazarlo y golpearlo. Y sabía que tenía algo que ver con tu padre. Lo sabía. Sabía que él y tu puto padre estaban conectados de alguna manera y... Eso era lo único que se me ocurría. Eso era lo único que me calmaría, que me haría no perder la cabeza. Lo único que te mantendría a salvo de ellos. Porque si me casaba contigo, tendrían que pasar por mí para llegar a ti. Para llegar a ellos. No. No voy a pensar en eso. No voy a centrarme en eso. Que intentaba mantenerme a salvo a mí y a nuestros bebés aunque no supiera de qué me estaba protegiendo. Que está tan arraigado en él —su sentido de la protección— que hizo lo único que se le ocurrió. Me la dio. Literalmente. Me dio su protección de la forma más tradicional posible. —Pero no iba a retenerte —continúa, su mirada clavada en la mía, gritando la verdad—. No iba a obligarte a quedarte cuando sé que no puedo darte las cosas que quieres. —¿Qué cosas? Se encoge de hombros. En realidad se encoge cuando gruñe: —Amor. —Amor. —Sí. —¿Por qué no? No sé por qué pregunté eso.
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Por qué hay necesidad de repetir las cosas cuando ya sé la respuesta. Cuando sólo va a hacerme daño — de nuevo — lo que tiene que decir. —Porque no sé cómo, joder —suelta, con cara de frustración, como una bestia con moretones por toda la cara, atrapada en una jaula de la que no sabe cómo escapar—. No sé amar, ¿si? Nunca he amado a nadie. Nunca he querido amar a nadie antes. El amor no es lo primero en lo que pienso cuando me levanto por la mañana ni lo último cuando me voy a dormir. Ese lugar siempre ha estado reservado para el fútbol. Para mis ambiciones, mi carrera, mis trofeos de campeón, los ejercicios y las jugadas y los putos entrenamientos. Y aunque ahora mis prioridades han cambiado, sigo sin saber cómo cambiar el hecho de que no sé nada sobre el amor. No sé cómo cambiarme a mí mismo. No sé... Se detiene y noto que sus ojos bajan hasta mi vientre. A donde sus bebés duermen dentro de mí. Su boca se separa entonces. Como si intentara respirar. Y renueva sus esfuerzos para liberarse. Renueva sus esfuerzos para separar esos barrotes de metal. Levantando los ojos, dice: —No sé cómo. Y es cuando me muevo. Tengo que hacerlo. Sus ojos me golpearon como un puñetazo. Justo en el centro de mi vientre. En mi vientre. Hay tanto anhelo en ellos. Tanto anhelo y hambre. Tanta desesperación y ansia. De aprender. De cambiar. Saber lo que es el amor. Y quiero decirle que ya lo sabe. Ya sabe amar. Ama a sus bebés hasta los huesos, hasta el alma, hasta el tuétano. Ama a sus hermanos, a su hermana, a su familia. A su madre que murió, que fue abandonada por su padre mucho antes de que realmente se fuera. Y entiendo que es diferente del amor romántico. El tipo de amor que quiero de él, pero apuesto a que, si se lo permite, también puede hacerlo. Pero no voy a decírselo. Porque aunque se lo diga no importará.
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Es algo que tiene que resolver por sí mismo. Es un problema que debe resolver por sí mismo. Al igual que sus problemas de ira y su terapia y su relación con sus hermanos. He hecho todo lo que he podido. Ahora es el momento de irme. Que es lo que he venido a decirle. Que me voy. Le prometí que lo haría, y aunque las cosas se desviaron un poco, estoy aquí para despedirme. —Tienes razón —digo entonces y se estremece—. No puedes darme lo que quiero. Porque no creo que puedas darte a ti mismo lo que quieres. Creo que aún no has descubierto lo que quieres. No has descubierto por qué reaccionas como lo haces. Por qué haces las cosas que haces, por las que la gente te llama Furioso Thorn. Y era uno de ellos. Quiero decir, no me gustaba el nombre pero aun así me lo creía. Seguía pensando que eras un chico enojado y vengativo que no podía pensar en otra cosa que en ganar. Nada más que llegar a la cima, conseguir tu trofeo, tu gloria, el éxito. Y después de lo que hiciste aquella noche, la noche que apareciste en mi dormitorio, no creo que nadie pueda culparme. Pero como mucha, mucha gente, como tus propios hermanos, me equivoqué. —No estás enojado. Quiero decir que lo estás. Claro que lo estás, pero eres mucho más que eso. Estás solo. Estás aislado. Estás herido. Eres un incomprendido. La gente te juzga tan rápido. Tus propios hermanos te juzgan tan rápido. Te ponen reglas, tratan de atarte en una jaula. Intentan controlarte. Lo que no hacen es darte una oportunidad. Lo que no hacen es darte el beneficio de la duda. No te escuchan, no ven lo que necesitas, lo que quieres. Y quizá por eso tú tampoco lo ves. —Tal vez por eso no te has dado cuenta de que no estás enojado con tus hermanos, estás herido por ellos, por sus acciones. Que la noche que viniste a mi dormitorio, a vengarte de mi hermano, fue un acto de lealtad. Sí, cometiste un error al intentar descargar tu rabia conmigo, pero lo hacías por tu hermana. Y hoy —suelto una carcajada entrecortada y áspera—. Lo que has hecho hoy, reclamándome, saboteando deliberadamente mi boda, mi dignidad, es porque te has sentido herida. Por mí. Algo que nunca quise hacer, no a ti. Pero lo hice de todos modos. Te oculté cosas. Usé deliberadamente las palabras para tergiversar la verdad. Hui, rompí mi promesa. Así que hoy fuiste tú reaccionando a eso. Me encojo de hombros, mis ojos se llenan de lágrimas, nublándome la vista. — Pero nada de eso importa ahora. No he venido aquí a psicoanalizarte. Sé cuánto odias eso. He venido a decirte que me voy. Y que conste que tenía toda la intención de
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decírtelo siempre antes de irme. Pero luego pasaron cosas y... —Sacudo la cabeza, una lágrima cae por mi mejilla—. No pude. Pero ahora estoy aquí. Y te digo que me voy. Y no, no me voy con él. Ya no es mi prometido. Cancelaron la boda después de lo que pasó, lo cual es comprensible. Y bueno, le conté lo que mi padre estaba planeando, cómo quería hacerse con su dinero, así que sí. Ese barco ya zarpó. Lo tiene. Cuando la policía se llevó a Ledger y la multitud se dispersó, fui a ver a Ezra. Mientras le curaban las heridas, le conté todo. Toda la verdad: el plan de mi padre y cómo me estaba obligando a ayudarlo; mi embarazo, quién es Ledger... y, por supuesto, se enojó. Tenía todo el derecho a estarlo. Y por mucho que odie lo que ha pasado hoy, me alegra haberme sincerado con él. Estoy segura de que mi padre ya lo sabe. Que lo delaté. A pesar de que fue llevado al hospital inmediatamente y estoy seguro de que su venganza se acerca. Y no sé qué puedo hacer para detenerlo ahora. No sé si la tienda de mi hermano se puede salvar. Tampoco sé si su carrera puede salvarse. —Y la razón por la que estaba de acuerdo con todo era porque estaba amenazando a mi hermano, su tienda. Y a ti. Tu carrera. Estaba tratando de darte tu sueño como tú me diste el mío. Ah, y para que conste, es gay. Ezra. Así que lo que te dije, que nada podía pasar entre nosotros, era mentira pero tampoco lo era. En cuanto a los bebés, te prometí que no te los quitaría y no lo haré. Pero ya no te quiero en mis citas con el médico. Son demasiado... personales. A menos que haya un problema con los bebés, no te quiero cerca de mí. Una vez que dé a luz, sin embargo, podemos trabajar en un horario o algo así. Pero hasta entonces, no hay razón para que nos veamos. Vuelvo a encogerme de hombros y me limpio las lágrimas. Que es cuando finalmente lo veo. Por fin le veo la cara. Su piel, normalmente bronceada y sonrosada, está completamente blanca y sus moretones parecen aún más dramáticos. Más dolorosos y sangrientos. O tal vez sea lo tensas que están sus facciones. Lo tensas y esculpidas que están, tirantes sobre sus huesos, lo que hace que parezca que le duele algo. Con dolor físico real. Suspiro y preparo mi propio cuerpo para mis siguientes palabras. —Confío en que te encargarás del papeleo. Ya que se te da tan bien. Así que espero recibir pronto los papeles del divorcio por correo y... Se me corta la respiración.
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Y me sacudo, mis manos suben para acunar mi vientre. Eso fue... —¿Qué pasa? —pregunta con voz urgente. Le contestaría, pero lo siento de nuevo. Y esta vez sé lo que es con seguridad. Un pie. Pateándome. En el mismo sitio que antes. Y luego hay otra patada, en una parte diferente de mi vientre y creo que es del otro bebé. Que, como su hermana, me da otra patada en el mismo sitio. —Tempest —dice otra vez—. ¿Qué mierda pasa? ¿Qué...? Levanto la vista y una sonrisa se dibuja en mi rostro antes de que pueda siquiera pensar. —Creo que... creo que son ellos. Están pateando. Están... —Me río entre dientes, agarrándome la barriga—. Hay otro. Y oh Dios mío, realmente se siente como una patada. Quiero decir, sólo están de dieciocho semanas y... Tiene los ojos muy abiertos y clavados en mi vientre. Y respira despacio, como si no quisiera asustarlos. Como si no quisiera que dejaran de patear y se fueran. Y antes de que sepa lo que estoy haciendo, estoy a medio camino de él para que pueda poner su mano allí también y sentirlos. Lo ha estado esperando y esperando, ¿verdad? Y mira, él tenía razón. Sabía que patearían antes de la fecha habitual y lo hicieron y sin duda debía sentirlos. Pero justo cuando estoy a punto de acercarme a él, el mismo policía que me trajo aquí aparece a mi lado. —Es hora de terminar —dice y recuerdo dónde estamos. Recuerdo que está entre rejas y he venido a despedirme. ¿Y no acabo de decir que no lo quiero cerca de mí? Así que debería dejarlo. Ahora mismo. Pero sigo dudando. Son sus bebés. Los ama. ¿No debería sentir lo mismo que yo? Sólo por un segundo y... —Deberías irte —dice, su tono neutro, un músculo latiendo en su mejilla.
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Pero puedo ver miles de emociones en sus ojos. Puedo ver cómo traga saliva, cómo su pecho se estremece con su respiración entrecortada. Y sé que no quiere que lo haga. Pero yo sí. Me voy porque tiene razón. Debería irme. Aunque sea doloroso sentir este tipo de alegría sin él. Sentir que se mueven y patean y no compartirlo con la única persona que puede entender la profundidad de mi alegría. Pero es lo mejor. Mientras doy la vuelta y me voy, quiero llamarme idiota. Por amarlo. Por no dejar de amarlo nunca. Pero no lo haré. Porque aunque todavía no he aprendido a no amarlo, al menos he aprendido lo suficiente para no maltratarme por ello. Al menos he aprendido lo suficiente para saber que soy valiente. Lo que significa que sobreviviré a esto. Sobreviviré sin él. Lo haré.
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CAPÍTULO CUARENTA Su Hermoso Thorn
—N
o te quiero ahí dentro —le digo a Reed en cuanto para el auto delante de su enorme mansión. Sólo he estado aquí una vez.
La noche que la descubrí espiando detrás de los arbustos. Y no voy a mentir, no me gustó su aspecto. No me gustaban las diferencias entre nosotros. Cómo ella vivía en un palacio mientras la pintura se desconchaba de las paredes de mi dormitorio. —Lástima —dice Reed a mi lado. —Tú... —Es mi hermana —chasquea, con los dedos apretados en el volante. —Es mi esposa —respondo mientras me desabrocho el cinturón. Pero entonces me detengo. Porque no lo es. O al menos, no por mucho tiempo. Hace dos días me pidió el divorcio. Me dijo que se iba y nada de eso fue inesperado. Sabía que cuando se enterara de lo que hice, se iría. Y se llevaría a mis bebés. Por algún milagro, no lo ha hecho. No lo hará. Y no sé cómo sentirme al respecto. No sé si merezco esa misericordia. Después de todo. —¿Vamos a hacer esto o no? —Reed chasquea impaciente, irrumpiendo en mis pensamientos. —Sí, lo haremos —digo igual de impaciente.
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Porque como he dicho, han pasado dos días y ese mierda “su padre” todavía respira. Por lo que he oído, el imbécil sólo tiene unas costillas rotas, un collarín y la nariz partida. Así que ahora es el momento de terminar el trabajo. Es hora de ponerlo bajo tierra. Habría llegado antes. Pero presentó cargos, y como tiene a todos los jueces y policías de la ciudad en el bolsillo, era difícil pagar la fianza. Ningún juez estaba dispuesto a llevar el caso hasta que Con encontró a un viejo abogado amigo suyo que llevó el caso ante el que posiblemente sea el único juez que tiene problemas con Jackson. Oyó el caso, fijó la fianza y aquí estoy. Sin embargo, tengo que decir, que incluso después de que las cosas hayan empezado a suavizarse entre nosotros, no esperaba que Conrad viniera a rescatarme. No con la fianza y definitivamente no con el equipo. Pero lo hizo. Habló con la junta, me cubrió las espaldas y les explicó por qué hice lo que hice. Aunque no están contentos, me dejan quedar. Dado que Conrad respondió por mí. No sé cómo se lo pagaré, pero sé que no le defraudaré. De todos modos, las acusaciones siguen vivas y coleando, pero eso va a cambiar esta noche. Muchas cosas van a cambiar esta noche. Los dos salimos del Mustang blanco de Reed y nos acercamos a la puerta principal. —Voy a matarlo —dice Reed. —No si lo mato primero. Aprieta y afloja los dedos como si los estuviera calentando. —Debería haberlo matado hace mucho tiempo. —Y ya que no lo hiciste, debería haberlo matado hace dos días cuando descubrí lo que estaba haciendo. —Bueno, vamos a terminar el trabajo esta noche. Con eso, empuja la puerta principal y entra en su propia casa por primera vez en probablemente más de un año. O incluso más. No estoy muy familiarizado con su historia, excepto para saber que Reed siempre ha odiado a su padre y el sentimiento es mutuo. De todos modos, se dirige a lo que supongo que es la oficina de su padre y también entra por esa puerta. Y ahí está.
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El imbécil que la ha estado lastimando. Está sentado en una silla que parece un trono, con el cuello sujeto por un collarín y la cara llena de moretones. Aunque, como he dicho, mi golpiza no sirvió para hundirlo dos metros bajo tierra, estoy orgulloso de haberle causado algún daño. Y creo que lo ha impresionado, porque al verme, sus ojos se abren de par en par y se echa hacia atrás en la silla. Miedo. Bien. Sin embargo, se recupera rápidamente y dice: —¿Qué mierda haces aquí? ¿Cómo diablos has salido? —Resulta que no eres el dueño de todos los jueces de la ciudad —responde Reed, deteniéndose junto a su escritorio. —¿Cómo no me enteré de esto? —Quizá ya no pagas lo suficiente a tus sirvientes. —Sonríe—. He oído que tienes problemas de dinero. Su padre agarra el celular con los ojos entrecerrados. —Voy a llamar a la puta policía. Y luego podemos hablar de problemas de dinero. Porque veo eso en tu futuro. Reed se adelanta y le quita el celular de las manos. Lo lanza al otro lado de la habitación y dice: —Hablemos primero de tu futuro. Porque parece más sombrío que el mío. Su padre aprieta la mandíbula. —Crees que puedes intimidarme, chico. Podría aplastarte con mis propias manos. —Cristo, has estado diciendo eso desde siempre —murmura Reed. —Una llamada y todo desaparece. Todo lo que trabajaste tan duro para construir. Todo lo que hiciste para salir de debajo de mis putas botas y... —Está bien —lo interrumpo, ya aburrido de su parloteo—. No necesitas hablar para esta parte. Así que, ¿por qué no te callas y escuchas? Entonces se gira hacia mí. Sus ojos están ensangrentados y disparan fuego, y no me gusta que haya perdido el miedo. No importa, voy a volver a ponerlo ahí, en su misma alma, donde pertenece. —¿Quién crees que eres, ¿eh? —escupe—. ¿Con quién crees que estás hablando, tú…?
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—Te lo dije, todo lo que tienes que hacer es escuchar —lo interrumpo—. Es por tu propio bien. —Mi propio bien, eh. —Sí, y con eso quiero decir, si quieres vivir hasta mañana. —Tú... —La conclusión es: Quiero que la dejes en paz. —¿Dejar en paz a quién? —Mi esposa. —Tu esposa. —Porque no me gusta cuando alguien se mete con ella. —Sí, se enoja mucho por eso —agrega Reed. —Y no me importa si ese alguien es la escoria de su padre —termino. Me observa durante unos instantes. Luego sonríe: —¿Y qué te hace pensar que te haré caso y la dejaré en paz después de que lo haya destrozado todo, maldición? Ignorando su arrogancia, continúo: —Y luego quiero que hagas desaparecer la investigación de mierda sobre la tienda de tu hijo. —Se ríe entre dientes, pero sigo— . Y cuando acabes con todo eso, quiero que retires también los cargos contra mí. Pierde los papeles y se ríe de eso. Le doy tiempo para que se le pase la alegría. Puede que pase un tiempo antes de que vuelva a reír. —Ha sido divertidísimo —dice aun riéndose. Ladeo la cabeza hacia un lado. —Como he dicho, es por tu propio bien. —¿Es así? —Sí, porque he oído que estos rusos son despiadados. —Luego, dirigiéndome a Reed—. ¿No lo son? Finalmente veo que el miedo vuelve a colarse en sus ojos. Justo como quería. Reed se encoge de hombros. —Eso he oído también. —Luego, dirigiéndose a su padre—. ¿Y no les debes un montón de dinero, padre? El dinero que no tienes. —El dinero que nunca tuviste —le digo. —Y, de todas formas, nunca pensaste darlo —añade Reed.
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—¿Qué? —gruñe el imbécil. —Eso es lo que van a pensar cuando les diga que la hija que pensabas casar a cambio de vender tu patética empresa ya está casada. Lleva meses casada. No sólo eso, está embarazada. De mis hijos. —Lo que sólo puede significar una cosa, papá, ¿no? —Reed pregunta con algo parecido al regocijo en su voz. —Que les estuviste mintiendo todo el tiempo —completé—. Que no tenías intención de darles nunca lo que les debes. —Y mentir es algo malo —dice Reed—. Es algo realmente malo cuando se lo haces a esos rusos. El padre de Reed nos mira durante unos instantes, sus ojos van y vienen entre nosotros, el miedo se le sube a los ojos, a la cara. Su mente da vueltas. —Imbéciles —exhala—. ¿Qué, crees que te van a creer? He tratado con ellos durante años. Me conocen. Ellos... —Lo que es exactamente el punto —dice Reed, inclinándose hacia adelante—. Ellos te conocen. Saben la mierda que eres. Saben que harías cualquier cosa por dinero, incluso ser tan estúpido como para engañarlos. —¿Crees que casarla era el único truco que tenía en la manga? —escupe—. Esa puta puede haber... Pongo las manos sobre el escritorio, me inclino hacia delante y se estremece. —No escuchas, ¿verdad? —Tú... —Y aparentemente, tampoco tienes muy buena memoria. Así que déjame explicarte algunas cosas, ¿si? —Vuelve a abrir la boca pero no lo dejo hablar—. Tú no eres el jefe aquí. Ya no lo eres. No cuando te metes con ella y definitivamente no cuando sigues metiéndote con ella. Porque tengo la mitad de ganas de dejarme de intermediarios y terminar yo mismo lo que empecé hace dos días. —Miro su collarín—. Al menos te acuerdas de eso, ¿no? Podría romperte fácilmente el resto de las costillas y dejarte jadeando en tu mansión de un millón de dólares. Así que yo tendría mucho cuidado con lo que dices a continuación. Porque si oigo salir algo contra mi esposa de tu asquerosa puta boca, también te arrancaré la lengua y te la haré comer. Ahora vibra de rabia. Y miedo. Pánico puro y verdadero.
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—Y créeme, papá —añade Reed—, sería un placer ayudarlo. De hecho, disfrutaría más eso que haciendo esa llamada a los rusos. Hay algo en hacer el trabajo uno mismo en lugar de que otro se encargue. Su padre aprieta los dientes ahora, el odio gotea de sus ojos. —Tienes un día para decidir —le digo—. Y si eliges tomar una decisión con la que no estemos contentos, será mejor que empieces a planear tu funeral. Porque no creo que a nadie le importe lo suficiente como para hacerlo por ti. Me doy la vuelta y me voy. Reed sigue, porque creo que está tan harto de su padre como yo. Nos adentramos en la noche y por fin puedo respirar. Puedo respirar porque lo he conseguido. Por fin hice el trabajo y la protegí. Algo que debería haber hecho hace dos días. Algo que fui a hacer allí en primer lugar. Pero como siempre, mi ira, mi egoísmo se apoderaron de mí y acabé destruyéndolo todo. —Eso fue épico —exhala Reed, probablemente sintiendo lo mismo. —Tu padre debería comer vidrio. —No oirás ninguna objeción por mi parte. Le dirijo una mirada. —Tienes buenos contactos. Me devuelve la mirada. —Trabajé con mi padre durante años. Sé dónde esconde sus trapos sucios y de quién obtenerlos. Así es como llegamos a saber lo de los rusos y sus deudas de juego, y por qué la estaba utilizando en primer lugar. —Pero no habría funcionado sin ti —termina encogiéndose de hombros. Puede que no. Tal vez al menos algo bueno salió de mi maldito crimen. —Bueno, aun así me alegro —digo. Se encoge de hombros. —De nada. —No he dicho gracias —respondo más por costumbre que por otra cosa. —Querías hacerlo —suelta, probablemente también más por costumbre que por otra cosa. Me giro para mirarlo. —No lo creo.
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También me mira a mí. —Bueno, tienes razón. Necesitarías aprender modales para eso. Y creo que faltaste a la escuela cuando enseñaban eso. —Sí, lo hice. Junto contigo. Nos miramos fijamente durante un rato. Luego digo: —Dice que somos parecidos. —¿Quién? —Mi esposa. Probablemente no debería decirlo, pero supongo que quiero decirlo todo lo que pueda antes de que deje de ser verdad. Los ojos de Reed se entrecierran como si no le gustara. —Mi esposa dice lo mismo. Sé que no. Porque a mí tampoco me gusta. Que mi hermana sea su esposa. —No somos amigos —le digo. —Joder, no. —Pero si alguna vez regresa. —Nos ocuparemos de ello. —Juntos. Me hace un pequeño gesto con la cabeza. —Absolutamente. —Por Luciérnaga. —Por Fae. —Luego—: Aunque no sé si me gusta el nombre que tienes para mi hermana. —Sé que odio el puto nombre que tienes para la mía. —Entonces acordemos no estar de acuerdo. —De acuerdo. Nos miramos un poco más. Entonces, Reed habla. —No puedo creer que te hayas casado con mi hermana. —Sí, yo tampoco me puedo creer que lo haya hecho —digo, con voz grave y el pecho apretado. —Está más que enojada —añade. —No la culpo.
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—Realmente vas a... —Hace una mueca—. ¿Divorciarte de ella? La opresión se intensifica, pero consigo responder: —Sí. —Pero eso es jodido. —Sacude la cabeza—. Ustedes... van a tener bebés juntos. —Y por lo que recuerdo, no estabas muy contento con eso. —¿Puedes culparme? Eres tú. Me río sin gracia. —No, no creo que pueda. —Escucha, tal vez... mierda. —Suspira—. No puedo creer que esté diciendo esto, pero tal vez pueda hablar con ella, hacerla... —Sólo cuida de ella —le digo. Quiero decir mucho más aquí. ella.
Quiero decir que ayúdala a sanar si puedes. Ayúdala a que todo desaparezca para Seca sus lágrimas. Hazla sonreír. Haz que me olvide. Haz que olvide que alguna vez me conoció. Sólo hazla olvidar... Porque yo no puedo hacerlo.
No puedo ser quien la cure cuando soy el trauma de su vida. No puedo suturar su corazón cuando soy la espina que lo ha apuñalado y atravesado una y otra vez. Porque no soy bueno para ella, ¿verdad? Quiero decir que siempre lo supe. Pero hay una cosa de la que no me había dado cuenta antes. No hasta que me lo dijo hace dos días. Que tampoco soy bueno para mí mismo. Creo que nunca lo he sido. Siempre pensé que podía controlar mi ira. Que mi ira era mía y, por tanto, estaba bajo mi control. Que podía controlarla si quería. Podía contenerla, domarla. Pero no creo que eso sea cierto. Y aunque mi ira ha jodido cosas antes —mi carrera, mi relación con mis hermanos— esta es la primera vez que ha jodido algo para lo que nací. Esta es la primera vez que ha jodido algo que creo que es mi trabajo dado por Dios. Es la primera vez que hago daño a mi familia. Mi única y verdadera familia.
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Es algo que he estado sintiendo cada vez más en los últimos meses, pero he tenido miedo incluso de darle voz. El hecho de que ella es mi familia. Es la que siempre estuvo a mi lado. Pasara lo que pasara. Desde el primer día. De hecho, estuvo a mi lado incluso después de que rompí su corazón y su confianza. Me defendió frente a mis hermanos. Me defendió frente a su hermano. Me defendió porque también soy su familia. Y en lugar de alejarla de su farsa de boda cuando tuve la oportunidad, la vi con ese vestido de novia y perdí la cabeza. Cedí a mis impulsos egoístas y reclamé mi derecho de la única manera que sabía. Me enojé, me puse celoso y egoísta. La lastimé. Y a esos bebés inocentes en su vientre. Los lastimé a todos. Dando un paso atrás de Reed, empiezo a alejarme. —¿A dónde demonios vas? —grita. —Quiero dar un paseo. Dicen que pasear puede ser catártico. Pasear puede hacerte pensar. Y ha llegado el momento de que piense de verdad quién soy. Qué clase de hombre soy. Y si este es el tipo de hombre que quiero ser. El que hace daño a su familia, como lo hizo mi padre. Que hiere a los bebés que aún no han nacido. Que lastima a la chica que ama. La amo, ¿verdad? La amo. Probablemente desde el primer momento en que la vi. Que es exactamente el tiempo que llevo lastimándola y haciéndole daño. Todo por lo que soy. Ha sido la realización más fácil y más dura de mi vida. Así que sí, voy a dar un paseo y resolver algunas cosas. Voy a averiguar cómo no herir a la gente que quiero. Porque, al parecer, el abandono no es la única forma de hacer daño a la gente que te rodea. A veces quedarse es peor que irse. Así que estoy haciendo precisamente eso.
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CAPÍTULO CUARENTA Y UNO
—O
h, Dios mío. —Exhalé en nuestra llamada FaceTime la noche antes de que todo estallara—. Estos son tan lindos.
Su cara parecía insegura mientras miraba los bodies más monos de la historia. —¿Sí? —Duh. Levantó la vista. —Sigo pensando que son un poco grandes. Está loco, eso es lo que pensé. ¿De qué hablaba? Porque no podía dejar de sonreír ante esas pequeñas cosas. No podía evitar que mi corazón, mi vientre, se apretara y apretara de amor. Por supuesto, entonces no sabía que era amor lo que sentía por él. Sólo pensé que me encantaba el hecho de que comprara esas cosas para nuestros bebés. Que mientras estaba en un partido fuera de casa, eso era lo que tenía en mente. Nuestros bebés. Y así les compró su primer regalo. Apoyado sobre almohadas, estaba tumbado en la cama. —Ledger, por tercera vez, esta es la talla correcta, ¿de acuerdo? Los bebés crecen muy rápido. Así que cállate ya y quítate la camiseta. El ligero ceño entre sus cejas se despejó y me lanzó una mirada desde el otro lado de la pantalla. —Quítame la camiseta. —Sí. —Asentí—. Y ponte eso en el pecho. Quiero ver. —¿Ver qué? —Qué aspecto tienen. —Me mordí el labio, apretando los muslos, imaginando cómo serían nuestros bebés descansando sobre su pecho. Me miró fijamente durante un rato, con los labios crispados, antes de agarrar la camiseta y quitársela de un tirón, haciendo que el pelo le cayera sobre la frente en una maraña desordenada y haciendo que me retorciera en la cama. Pero eso no fue nada comparado con lo que sentí cuando se puso esos dos bodies -rosa y azul, con “El mejor amigo de papá” escrito con purpurina- sobre el pecho desnudo. Creo que casi exploto de hormonas al ver esas ropitas de bebé tan coloridas.
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—Oh Dios, creo que... —susurré reverentemente. —¿Qué crees? —Creo que me corrí un poco —le dije. Sus labios se crisparon aún más. —Un poco. Sacudí la cabeza. —Mucho. Más que mucho, no lo sé. Sólo sé que pareces un papi ahora mismo. —Un papá, eh. —Ajá. —¿Los suyos o los tuyos? Lo miré. —De ellos. Levanta los labios en una mueca, su mirada arrogante y presumida. —Pero eso no es lo que querías decir, ¿verdad? Mordiéndome el labio, negué con la cabeza. —No. —Entonces, ¿qué era lo que querías decir? Sonrojada furiosamente, me mordí el labio con más fuerza. —El mío. Sus ojos se desorbitaron y pensé que probablemente era la primera vez que decía la palabra “mío” en su contexto. Y eso lo excitó un poco. Para alguien tan posesivo como él, nunca pensé que ese sería el caso. Pero me gustó. Me ha gustado mucho. —¿Eso significa que serás una buena chica y harás lo que diga papi? Empecé asintiendo, pero luego cambié de opinión y negué con la cabeza. — Tal vez. —Tal vez. —Dependiendo de lo que pase si no hago algo que dice papi. —Si buscas un castigo, Luciérnaga, no tengo que ser tu papá para dártelo. —Entonces, ¿qué tienes que ser? —pregunté sin aliento. —Tu Thorn. Volví a apretar los muslos. —Mi hermoso Thorn. Y entonces le pasó lo mismo que siempre me pasa a mí. Sus ojos se volvieron líquidos con tantas emociones mientras su respiración se volvía ruidosa por la
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excitación. Me di cuenta de que quizá yo le hago lo mismo que él me hace a mí: hacerlo experimentar un espectro de emociones al mismo tiempo. —Así que por qué no eres mi pequeña y buena Luciérnaga y te quitas ese camisón inútil —dijo relamiéndose los labios—, y me enseñas esas tetas que sé que se mueren por que me las folle. Y por supuesto que lo hice. También nos permitimos un poco de sexo telefónico —bueno, mucho, dado que me corrí dos veces— y luego me fui a dormir, pensando que lo volvería a hacer mañana por la noche y pasado mañana. Y cuando volviera, volvería a ponerle esa ropa de bebé en el pecho para recordar su aspecto antes de hacerle todas las cosas que acabábamos de hacer en persona. Pero eso nunca acabó ocurriendo. Lo que ocurrió fue algo totalmente distinto. Algo inesperado y surrealista. Quiero decir, no la parte en la que tuve que dejarlo —siempre supe que eso iba a pasar— sino todo lo demás. Él apareciendo tan inesperadamente y rompiendo mi boda. Golpeó a mi padre y a Ezra. Acabó en la cárcel y, de algún modo, nos salvó a mí y a mi hermano de nuestro padre. Sí, lo sé. Sé cómo vino a rescatarme en cuanto lo sacaron de apuros. Algunos días estoy muy agradecida por ello. Otros días pienso que no hay nada que agradecer. Él fue el que arruinó todo en primer lugar. Si no hubiera tenido la necesidad de mostrarme como su maldita propiedad, yo misma habría salvado el día. Pero entonces también estaría atrapada en una farsa de matrimonio y ahora viviría bajo el pulgar de mi padre. Así que realmente no lo sé. No sé si quiero estrangularlo o envolverme a su alrededor para no separarnos nunca. Pero, por supuesto, no puedo hacer ninguna de esas cosas porque han pasado nueve semanas desde aquel día olvidado de la mano de Dios y nuestras vidas ahora son diferentes. Mi vida es diferente ahora. Sí, vivo en el mismo apartamento de Bardstown y tengo el mismo círculo de amigos que me visitan todo lo que pueden, y yo hago lo mismo. Por suerte, ahora las
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cosas están bien con mi hermano. Volvió en sí y se disculpó profusamente y, por supuesto, lo perdoné. Es mi hermano; solo estaba mirando por mí. Lo que significa que podré ver a Callie y a Halo como antes. De todos modos, sigo leyendo novelas románticas y horneando todo lo que puedo. Voy de compras cuando puedo, me mimo con días de spa y todo eso. Pero ahora también hago cosas diferentes, como pasear mucho. Al principio fue porque me lo recomendó el médico: hacer ejercicio ligero, respirar aire fresco para que la sangre fluya, etcétera. Pero ahora creo que me gusta. Me saca de mi apartamento y me obliga a vaciar mi mente y simplemente ser. Y aunque antes leía novelas románticas, ahora se las leo a mis bebés. O más bien les hablo mientras leo, les enseño cosas como saber lo que vales, ser lo suficientemente valiente para ser vulnerable y tener sentimientos. Y lo que es más importante, les enseño a enamorarse de la persona adecuada y, si no lo consiguen, a tener la fuerza para dejarlo y ponerse a sí mismos en primer lugar. Pero el mayor cambio en mi vida ha sido cuando empecé a trabajar en mi librería: Burning the Midnight Candle. Soy una de las dependientas, experta en el género romántico. Nunca antes me había planteado trabajar. Supongo que, a pesar de todos mis esfuerzos por ser diferente al resto de la gente que me rodea, se me pegaron un poco. Ninguna chica de mi entorno ha trabajado nunca; nunca lo han necesitado. Todas tenemos fondos fiduciarios y padres o maridos ricos. Y aunque siempre odié a mi padre y nunca quise nada de él, no tuve el mismo problema en tocar el dinero de mi abuelo. Pero ahora que pronto voy a tener a mis hijos, se me ha ocurrido que tengo que predicar con el ejemplo. Si quiero que sean responsables e independientes y una fuerza a tener en cuenta en los tiempos que corren, tengo que enseñarles cómo se hace. Por supuesto, conseguir un trabajo de ventas en una librería local no es exactamente lo más alto de la escala profesional, pero todos empezamos en algún sitio, ¿no? Y me gusta. Me gusta hablar de libros con la gente, compartir mis libros favoritos, regalarle a alguien un escritor o una historia favorita. También estoy descubriendo que, aparte de los románticos, me encantan los libros infantiles. Probablemente porque me encanta relacionarme con los niños y atender la sección infantil me da la oportunidad de hacerlo. Pero sí, la vida es diferente y creo que me gusta. Bueno, en general me gusta. O de nuevo, unos días sí y otros no.
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Hoy ha sido un mal día y sabía que lo sería. Porque es día de partido, y otra de las cosas que he empezado a hacer de otra manera -o mejor dicho, que no he dejado de hacer después de tomar el hábito mientras vivía con él; parecido a retomar la lectura de mis novelas románticas- es ver sus partidos. Creo que es importante y que debería acostumbrarme por el bien de nuestros bebés. Deberían saber quién es su papá. Lo que hace. Lo que le gusta y lo bueno que es en eso. Y es bueno. Lo es. Su regreso ha sido bueno para el equipo. Llevan una racha ganadora y parece que este año se llevarán el trofeo de campeones. Algo que no ha sucedido en mucho, mucho tiempo. Y todo es gracias a Ledger. De hecho, la prensa dice que Ledger ha demostrado ser la estrella más brillante del clan Thorne esta temporada y podría decirse que no es la magia de los hermanos Thorne, sino la suya y sólo la suya la que está marcando la diferencia. Y estoy muy orgullosa de él. Tan jodidamente orgullosa de él que estoy literalmente que reviento. Nuestros bebés también están orgullosos porque cada noche de partido se mueven como locos. Ruedan, dan patadas y puñetazos, a veces también hipo, armando alboroto. Y siempre tengo que calmarlos frotándome la barriga hinchada mientras les digo lo increíble que es su papá. Cómo los quiere a los dos y sé que ahora mismo está fuera –que es lo que mami les ha dicho-, pero que cuando se me quiten de encima vendrá a visitarme. Lo que inevitablemente me hace llorar y sollozar. Esta noche, sin embargo, algo más está sucediendo además de mis fuegos artificiales. Algo que sólo puede describirse como dolor. Punzante y rozando lo insoportable. En realidad, me ha estado ocurriendo durante todo el día, atacando la región pélvica y extendiéndose hasta la columna vertebral; atacando también la región púbica e irradiando hacia los muslos. Además, mi vientre, de vez en cuando, se ha sentido como una pesada bolsa de cemento. Mi médico me advirtió sobre las
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contracciones de Braxton Hicks 1 y, como estoy embarazada de gemelos, pueden ser más dolorosas y aparecer antes. Pero, por Dios, nunca me dijo que fueran tan dolorosas. Estoy a punto de llamarla para informarme cuando un dolor tan intenso y fulgurante se apodera de mi parte media que tengo que tumbarme de lado y hacerme un ovillo. Cuando parece que no va a pasar en absoluto como los otros dolores punzantes que he tenido durante todo el día, de alguna manera busco mi teléfono y llamo a mi hermano. No sé lo que le digo, pero creo que me ha entendido porque grita: —Ya voy, ¿de acuerdo? Aguanta. Y entonces me desmayo.
Me despierto aturdida. Mucho más atontada de lo que suelo estar. Al principio, no tengo ni idea de dónde estoy ni de por qué me duele todo el cuerpo. Pero entonces oigo un pitido mecánico, el chirrido de suelas de goma en el suelo, el silbido de puertas que se abren y se cierran, y me doy cuenta de que estoy en el hospital, tumbada en una cama. Pero más que eso, creo que no estoy sola. En mi habitación, quiero decir. Creo que hay alguien aquí. Y ese alguien me toma de la mano. Ya sé quién es incluso antes de mirarlo. Ya lo conozco por su tacto. La forma en que me agarra la mano con tanta fuerza, sus dedos grandes y oscuros rodeando los míos, pequeños y pálidos. Incluso cuando duerme.
1
Contracciones Braxton Hick: Conocidas como "falsas contracciones", son contracciones uterinas que pueden ocurrir durante el embarazo. Estas contracciones se denominan de esta manera en honor al médico británico John Braxton Hicks, quien las describió por primera vez en el siglo XIX. Son diferentes de las contracciones de parto reales.
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Me tomo un segundo para mirar, su cabello desordenado, sus dos brazos echados sobre la cama, su cabeza apoyada en ellos, su cara casi oculta. Lo único que puedo ver son sus cejas y sus ojos cerrados y un poco de su nariz testaruda. Hay algo que me hace sonreír. Pero entonces me doy cuenta de que no debería sonreír ni alegrarme en su presencia. Y tengo que admitir que lo estoy. Le dije que se alejara y esto no es alejarse. Intento liberar mi mano de su agarre y separarme de él. Pero ni siquiera en sueños me suelta. Su agarre se tensa y veo cómo se fruncen sus suaves cejas. Y un segundo después, sus ojos se abren de golpe y chocan con los míos. Se levanta de un tirón y, a mi pesar, no puedo evitar adorar las líneas de sueño de su cara. Como antes de que lo despertara de un tirón, había estado durmiendo mucho. Había estado durmiendo tan cómodamente, lo cual es ridículo porque estaba medio despatarrado en un lado de la cama mientras estaba sentado en el asiento más incómodo que he visto nunca. —Estás despierta —dice con su voz alterada por el sueño. La voz que había llegado a atesorar cuando vivíamos en nuestro país de los sueños. Me atraviesa el pecho un dolor agudo. Es diferente del dolor que siento en el medio, pero creo que no es menos insoportable. Miro nuestras manos unidas y vuelvo a intentar soltarme. También nos mira las manos, nota mi forcejeo por soltarme de él y, uno o dos segundos después, me suelta. Luego pregunta: —¿Cómo te sientes? Mirando fijamente su mandíbula que ahora mismo está apretada, le hago mi propia pregunta: —Tú... ¿Qué haces aquí? Se endereza aún más, sus ojos extrañamente alerta para un tipo que acaba de ser sacudido despierto, y me asimila. A su manera habitual. —Sí. Yo... me llamaron. Intento ignorar lo bien que me sienta que me miren así. Qué familiar y reconfortante.
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Y seguro. Definitivamente intento ignorarlo cuando sus ojos se detienen en mi montículo bien visible y sus dedos se convierten en puños. Como si quisiera tocarme la barriga y lo hiciera con muchas, muchas ganas. Me recuerda a aquel día en la cárcel cuando nuestros bebés se movieron por primera vez y él no podía sentirlo. —¿Quién? —pregunto, tratando de distraerlo de la vista de mi vientre hinchado. Levanta los ojos hacia los míos. —Tu hermano. Bien. Al parecer, mi hermano y él son ahora mejores amigos. Otra de las consecuencias inesperadas de aquel horrible día. Hablan por teléfono. Reed le da informes completos sobre mi salud y le informa de mis citas con el médico. Además, mi hermano también le envía ecografías y lo mantiene informado sobre el peso de nuestros bebés y otras cosas. Tuve una discusión con él sobre este tema y me dijo en términos inequívocos que, como padre, Ledger tenía todo el derecho a saber sobre el bienestar de sus hijos. Que lo que pasara, pasaba entre nosotros dos y que nuestros bebés no debían sufrir. No es que fuera a hacerlos sufrir, pero entiendo su punto de vista. Además, mientras Ledger no esté allí en persona, me parece bien que se entere de mis citas. —Pensé que... —digo, frunciendo el ceño—, tenías un partido esta noche y... —Partido en casa. Vine justo después. Trago saliva, con la garganta seca. —¿Qué ha pasado? —Me llevo la mano al estómago, presionándome el montículo—. Están... —Están bien —me dice—. Tú también estás bien. —Pero yo... —Fue Braxton Hicks. —Traga saliva—. Al parecer, uno de los casos más graves. Pero todo parece normal. Sólo tienes que tomártelo con calma unos días. —Oh. —Exhalo aliviada, con la mano aún presionándome el bulto. —¿Cómo te sientes? —Sigue mirándome de arriba abajo, con evidente preocupación en su mirada—. ¿Necesitas algo? Trago saliva de nuevo. —Creo... creo que necesito orinar. En ese momento, se levanta tan bruscamente que me sobresalta un poco. Pero luego entiendo por qué.
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Cuando se agacha y me ayuda a sentarme. Incluso llega a bajarme las piernas al suelo como si fuera una inválida. No me importa tanto como debería. Estoy bastante segura de que mi hermano también le habló de mi movilidad reducida y, en secreto, se lo agradezco. Porque levantarse de la cama, sobre todo después de tanto tiempo tumbada, se ha convertido en una tarea pesada. Ahora estoy de veintisiete semanas y enormemente embarazada. Y cuando digo enormemente, lo digo en serio. Soy como una ballena. Me duele la espalda casi siempre. Tengo los pies hinchados. Al darme la vuelta en la cama parece que estoy escalando una montaña y tengo que hacer pis prácticamente todo el día. Llevar gemelos no es ninguna broma y, en mis momentos de irracionalidad, también lo he culpado de ello. Si su estúpida polla no fuera tan potente, probablemente estaría superando el segundo trimestre como el resto de las mujeres. Pero no, tenía que tener un esperma super fértil que me diera gemelos a la primera. De todos modos, me acompaña al baño, donde hago mis necesidades y me echo un poco de agua en la cara. Cuando termino y abro la puerta, está allí esperándome. Pero en lugar de ir con él, simplemente me quedo allí. Y lo miro. Han pasado casi nueve semanas desde la última vez que lo vi en persona. Lo he visto por televisión, concentrado y dominando el campo de fútbol. He visto sus entrevistas, en las que es breve y directo, siempre parece que tiene prisa por irse y está muy concentrado en su juego y en nada más. Claro que me he alegrado por él. El fútbol siempre ha sido su sueño y me alegro de que esté recibiendo toda la gloria que se merece. Pero no voy a negar que también me he sentido un poco triste y dolida y bueno, de acuerdo, francamente miserable, porque él siguió adelante tan rápido. Que le dije que se alejara y lo hizo y ahora está prosperando. También se le nota en la cara. Aparte de la barba incipiente en la mandíbula y su cabello loco y adormilado, tiene buen aspecto. Parece sano y descansado, incluso después del partido de esta
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noche. Y a mí me parece que alguien cercano a mí ha muerto o se ha puesto muy enfermo y me paso el día llorando por él, porque mis ojeras son más bien oscuras profundidades de desesperación; hace semanas que no me peino y mi piel tiene más poros y grasa que nunca. Y yo sólo... Estoy tan enojada con él de repente. Tan jodidamente enojada. Por ser tan jodidamente guapo; por seguir adelante; por estar aquí cuando le dije que no quería verlo. Por escucharme, por una vez, y alejarse durante semanas. Cuando todo lo que ha hecho es meterse en mi vida una y otra vez. Como, ¿qué demonios? Así que aprieto los dientes y aparto la mirada de él porque no puedo soportar su belleza cuando todo lo que he hecho en las últimas nueve semanas es llorar y agonizar por él, y empiezo a alejarme. Y él elige este momento para desobedecer mis deseos y me echa una mano de todos modos. Me pone una mano en la parte baja de la espalda, me agarra del codo y me acompaña. Lo odio por esto. Lo hago. Pero guardo silencio porque, bueno, necesitaba que me echaran una mano y, además, si voy a discutir con él, prefiero estar sentada que de pie. Una vez que estoy situada en la cama y él ha apoyado las almohadas lo suficiente, le digo: —Gracias por venir. Pero no hace falta que te quedes. Me lanza una mirada inescrutable. —¿Tienes hambre? —¿Dónde están mi hermano y Callie? Me mira fijamente durante un rato. —Se fueron a casa. No pudieron encontrar una niñera tan tarde, así que tuvieron que irse. Asiento en señal de comprensión. —Bueno, tú también deberías irte. No hace falta que te quedes ahora que estoy despierta. Seguro que pronto vendrá una enfermera y... Como si la hubiera invocado con mis palabras, una enfermera viene a comprobar mis constantes vitales. Dice lo mismo que me dijo Ledger. Que tuve un caso severo de Braxton Hicks pero que todo parece normal ahora. Pero que debería
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tomármelo con calma a partir de ahora. Sin estrés, sin ansiedad. Intentaré descansar todo lo que pueda y mi médico vendrá a verme por la mañana. Asiento a todo pero Ledger, como siempre, tiene dudas. Como solía hacer cuando íbamos juntos a mis citas. Y su pregunta tiene que ver con lo que puedo o no puedo comer ahora mismo. Cuando la enfermera me da el visto bueno para comer lo que quiera pero centrándome en proteínas y fibra, se va. —Tú no... —Voy a traerte comida —me corta con expresión decidida—, y estaré en la sala de visitas. Parece a punto de irse y le digo: —No, no lo harás. —No quiero discutir contigo... —Entonces no lo hagas. Haz lo que te digo. —Luego, como no puedo evitarlo, añado—: No es como si fuera la primera vez. —¿Qué? —Nada. —Me subo las sábanas por el cuerpo, intentando parecer relajada y despreocupada—. Como he dicho, no hay razón para que te quedes. Todo está bien ahora y... —¿Y qué? Me digo que no debería decirlo. No debería decir absolutamente nada. Pero como no sé cómo guardarlo dentro, mi rabia y mis palabras, lo digo. —Y la sala de visitas es sólo para la familia. De hecho, las pernoctaciones son sólo para la familia. Su mandíbula se tensa. De pie a los pies de la cama, con las manos entrelazadas y la postura erguida, parece tan grande e intimidante. Como si pudiera intimidar a cualquiera para salirse con la suya. Y sé que puede. Bueno, excepto cuando realmente cuenta, ¿verdad? —Y tú no eres mi familia —le digo levantando la barbilla. Su mandíbula se aprieta con más fuerza y creo ver que se estremece. Y si es verdad, estupendo.
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Quiero que mis palabras le hagan daño. Quiero que se lastime y sufra. Tanto como yo. —Tomo nota —dice, con los labios fruncidos. —Bien. Entonces deberías... —Pero eres mía. Aprieto las sábanas con tanta fuerza que sé que estoy cortando la circulación de mi propia sangre. —No soy tuya. Nunca lo fui y nunca lo seré y... —Mi familia. Y eso me saca de quicio. Porque vaya Idiota, eh. Recuerdo la última vez que lo dijo. En el bosque, y desde entonces no ha dicho ni pío de esto. Y este es el momento que elige para decirlo. Este. Cuando estoy tan molesta con él. Cuando quiero abofetearlo. Cuando antes de esto, a pesar mío, esperé y esperé y esperé. Que me dijera eso otra vez. —Yo no —le digo con severidad. —Tú... —Firmé los papeles del divorcio. Ante esto, sé que definitivamente se estremece. Sé que su cuerpo definitivamente se tambalea un poco. Aunque tengo que decir que no me siento tan bien como pensaba. Cuando por fin le conté lo de los papeles. Cuando finalmente le lancé esas palabras a la cara. Sí, fui yo quien lo pidió y sí, me dio lo que quería. Pero, de nuevo, ¿cuándo lo ha hecho? Cuando. Prueba A: no se va como le estoy pidiendo. Pero no podía esperar a enviarme los papeles del divorcio. Igual que no podía esperar a dejarme y volver a su precioso fútbol. —Que no haya llegado a enviarte la documentación no significa que no esté hecha —le digo—. Así que ya está. Ya no soy tu familia. Si alguna vez lo fui, entonces... —¿Crees que un pedazo de papel hace la diferencia si eres mi familia o no? —Desde luego que sí, ¿no? Antes. Cuando me hiciste firmar los papeles del matrimonio —me burlo.
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Su mandíbula se tensa y se crispa, haciendo que las líneas de su cara se destaquen en relieve, causando que su piel se sonroje y ruborice. Como si la sangre le corriera a toda velocidad por las venas, precipitándose y provocando el caos. Entonces. —Deberías descansar. Con eso, parece dispuesto a marcharse de nuevo y ya estoy harta de él. Con su conveniente elección de hacer lo que quiere y lo que le digo que haga. —Bien, genial —digo, apretando la sábana en mis puños—. ¡Vete! Eso es lo que te encanta hacer, ¿verdad? —¿Qué? —¿Qué, qué? Sus fosas nasales se agitan. —Si tienes algo que decirme, ¿por qué no lo dices de una puta vez? —Oh, quieres que lo diga, de acuerdo entonces. —Le lanzo una sonrisa fingida—. Veamos: Lo primero que hiciste después de salir bajo fianza fue salvarme de mi padre como una especie de héroe. Cuando fuiste tú, tú, quien lo arruinó todo en primer lugar. Así que si crees que voy a darte las gracias... —No lo hice por las gracias —retumba. Respiro hondo. —Y lo segundo que hiciste fue pedir el divorcio y que me enviaran los papeles por correo... —Me pediste el divorcio —me interrumpe de nuevo—. Y me pediste que los enviara por correo. —Claro, y haces todo lo que te pido, ¿no? —Yo... Esta vez le interrumpo y le digo: —¿Y yo también te pedí que te fueras de la ciudad? Su mandíbula va y viene, pero por lo demás permanece en silencio. —¿Lo hice? —pregunto de nuevo—. Porque desde luego no podías irte lo bastante rápido, ¿verdad? Como si no pudieras esperar a salir de aquí. Como si nada te atara a esta ciudad. Como si no dejaras nada atrás. Nada en absoluto y... —Me fui —dice, con la voz trémula—, porque dejarlo todo atrás era mi única opción. Lo observo entonces, estudio su rostro. O más bien, su cara arreglada que ya no parece tan arreglada.
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Su piel no brilla con salud y sus ojos ya no parecen tan despiertos. De hecho, parece como si se hubiera despojado de su fachada. De repente, su imagen pulida ha desaparecido y parece atormentado y roto. Incluso demacrado, con los pómulos afilados y la mandíbula aún más afilada. —¿Qué significa eso? —susurro entonces. Me mira con esos ojos que antes parecían alerta y ahora parecen cansados. Cansado y brillante. Me toma desde la parte superior de mi cabeza hasta la parte inferior de mis pies cubiertos de sábanas. Persistiendo en mi bulto de nuevo. Pero esta vez no lo distraigo. Lo dejo mirar. Dejo que tome fuerzas porque es lo que parece que está haciendo. Luego, con voz áspera y vulnerable, dice: —Toda mi vida he pensado que lo peor que puede hacer una persona es dejar a alguien atrás. Como hizo mi padre. Como hizo mi madre después de él. Sé que no estaba en sus manos ni bajo su control, pero seguía sintiéndolo como un abandono. Todavía se sentía como ser dejado atrás, dejado solo, descartado. Y en algún momento desarrollé algo llamado problemas de abandono. —Luego, encogiéndose de hombros—. Al menos así lo llama mi terapeuta. Problemas con ser dejado atrás, abandonado. Es todo muy complicado y científico, pero... dice que de ahí viene también mi ira. Esta necesidad de estar siempre al límite, a la defensiva. Mi necesidad de alejar a la gente y... eso es lo que hice contigo. Al principio. Hace una pausa y me mira a los ojos. —El día que viniste a mi partido, hace ahora casi cuatro años, no era la primera vez que te veía. Te había visto antes. Un año antes. Sentada en el capó del Mustang de tu hermano. Llevabas un vestido rosa. Estabas comiendo algodón de azúcar, sonriendo a la gente y, por supuesto, todo el mundo se fijó en ti. Todo el mundo en la calle. No podían evitar fijarse en ti, y yo era uno de ellos. También había un grupo de chicos. Sólo unos adolescentes molestos que estaban... —Aprieta la mandíbula—. Que te miraban, hacían chistes groseros y todas esas tonterías que hacen los chicos, que yo he hecho. Pero por alguna razón, quería sacarles los ojos. Por mirarte. Quería romperles los dientes por bromear y reírse de ti. Y yo... sentí algo que sólo había sentido por mi familia hasta entonces. Esta grave necesidad de proteger. Esta necesidad urgente de mantenerte a salvo y lejos de todos los peligros del mundo, de todos los imbéciles. Era sólo instinto, ves. Ni siquiera te conocía y aun así quería protegerte con cada fibra de mi ser, como... Como si lo llevara en la sangre. Como si hubiera nacido con ello. Con este trabajo de protegerte,
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esta necesidad constante de cuidarte. No estoy muy seguro, pero creo que por eso me asusté tanto. De ti. —¿De mí? —Sí, que pudieras hacerme sentir así. Que pudieras tener tanto poder sobre mí. Que pudieras hacerme desear cosas que no quería desear. —Entonces agacha la cabeza, sacudiéndola—. Pero, por supuesto, ambos sabemos cómo lidié con eso, ¿no? Me negué a que te acercaras a mí. Podía ver que te estaba haciendo daño, pero me negué a hacer nada al respecto. Me negué a desearte. Me decía a mí mismo que era venganza, o que te estaba protegiendo de mí mismo, o que no tenía tiempo para nada más que para el fútbol, o lo que se me ocurriera, pero... creo que todo era cosa mía. Eran mis problemas. Algo de lo que no me había dado cuenta hasta ahora. Y... Jesús. —Se pasa una mano por el cabello—. Se pone peor. Se pone mucho peor porque cuando me cansé, jodidamente cansado de quererte y negarme a mí mismo, hice algo drástico. Hice algo tan egoísta. Yo... fui a tu dormitorio. En la primera oportunidad que tuve. —Pero yo te perdoné —le corté, incapaz de retener mis palabras, incapaz de ver cómo se torturaba por algo que yo hace tiempo que dejé atrás—. Por esa noche. Te perdoné, Ledger, y lo dije en serio. Y quiero que tú... —Pero no sabes de qué me perdonas —dice. —¿Qué? Mete las manos en los bolsillos y se mueve sobre sus pies. Me hace pensar que se está preparando para lo peor. Que se está preparando para lanzar una bomba, no sobre mí, sino sobre sí mismo. Como si fuera un terrorista suicida que sabe que cuando apriete ese botón, no sólo arderá todo su mundo, sino que él arderá con él. —Aquella noche, cuando acudí a ti, la venganza no era lo único que me rondaba por la cabeza. De hecho, después de pensarlo durante tanto tiempo y de hablarlo con mi terapeuta, no creo que la venganza ocupara ni la mitad de mi mente. Creía que sí, pero... Sí, estaba enojado por lo que hizo tu hermano, pero supongo que en ese momento me importaba tan poco él y tanto tú que la venganza podría haberme llevado hasta allí. Podría haber sido mi excusa, pero tenía un propósito diferente. Una agenda completamente diferente cuando vine a ti, y era... —Una respiración profunda de nuevo seguida de una maldición murmurada—. Era para embarazarte. Por mí. No para tu hermano. —¿Qué?
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Noto que cierra los puños dentro de los bolsillos. La vena de su cuello palpitaba. Luego: —Quería ponerte un bebé para poder atarte a mí. Para poder conservarte. Para que nadie -ni siquiera yo- pudiera separarnos. Después de dos años manteniéndote alejada y negándome a mí mismo lo que realmente quería “a ti” me volví tan loco, me cegué tanto por esa necesidad primaria que no pensé en ti ni un solo segundo. No pensé en lo que querías o en cómo mi imprudente necesidad afectaría a tu vida, sólo... sólo te quería a ti. Quería mostrarle al mundo que eras mía. Que me pertenecías. Quería hacer que nunca pudieras dejarme. Como el resto de ellos. »Y un año después, me pediste que hiciera lo mismo y, por Dios, pensé que me había sacado la lotería. Pensé que todos mis sueños se habían hecho realidad y seguía diciéndome que era sólo por ti. Que no era por mí. No merecía sentir felicidad por esto y no podía ser egoísta. Pero lo fui, ¿no? Te engañé para que te casaras conmigo. Me dije que era porque necesitaba calmar mi ira, mis celos. Me dije que era mi necesidad de protegerte. Y aunque eso pudo haber sido cierto, la verdadera razón de nuevo fui yo. Era porque eso era lo que yo quería. Ya había puesto un bebé en ti, dos bebés, y simplemente... no podía pasar otro día sin asegurarme de que fueras mía. Completa e irrevocable y permanentemente. »Y de nuevo, se pone peor, ¿no? Por lo que hice el día de tu boda. Sabía, jodidamente sabía, que no era tu elección, casarte con él. Que estabas siendo forzada por tu padre y que debía haber una puta buena razón para que estuvieras dispuesta a sacrificar tu propia vida. Y yo vendría a rescatarte, lo juro por Dios. Juro por Dios que ésa era mi intención, pero... te vi con ese vestido de novia, como en un sueño, tan hermosa que se me partía el corazón sólo de mirarte, y no pude contenerme. No pude detener esta oleada de posesividad, esta oleada caliente de ira, y otra vez, te jodí. »Así que la razón por la que me fui, Tempest, algo que me prometí que nunca haría, fue porque tenías razón. Porque durante mucho tiempo no supe lo que quería. No sabía por qué hacía las cosas que hacía. Pero ahora lo sé. Lo descubrí. Finalmente lo descubrí. Es porque te amo. Así que esta es la bomba. Y cae. Y exploto. Muero. Me mata este momento. Asesinada. Aniquilada y destruida.
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»Te he amado desde el primer momento en que te vi y quise protegerte — gruñe—. Y te amaré hasta el momento en que mi corazón deje de latir. Pero, por desgracia, eso no augura nada bueno para ti. Porque imagina ser amada por alguien como yo. Imagina ser amada por un hombre que está tan roto por dentro que, desde que te vi, te he estado haciendo daño. Que te he estado haciendo llorar y desangrándote. Imagina ser amada por alguien cuyo interior está enmarañado y retorcido como una cuerda gruesa o un alambre de espino. Cuyo corazón es una bomba de relojería. Cuya alma está hecha de espinas y truenos. Imagina ser amado por alguien que está tan controlado por sus miedos, sus problemas, que —traga saliva—, nunca podrá hacerte feliz. Nunca podré hacer feliz a la chica que amo. La chica que es mi verdadera familia. Porque tú eres eso, Tempest. He tenido miedo de decirlo. He tenido miedo incluso de pensarlo, dado lo rota que siempre ha estado mi familia pero... tú has sido la familia más verdadera que he conocido. Estuviste a mi lado y me cubriste la espalda cuando no tenías que hacerlo. Cuando no deberías haberlo hecho, y yo... les hice daño y abusé de ustedes y los traumaticé exactamente como mi padre hizo con mi madre, con nosotros. Así que dejarte era lo único bueno que podía hacer por ti. Porque mi amor no es cosa de novelas románticas. No es el material de los sueños. Es de lo que están hechas las tragedias. Es de lo que hablan cuando hablan de cuentos con moraleja. Sobrevivir a mi amor es sobrevivir a una guerra. Amarme es destruir tu paz. Y la única forma de asegurarme de que no tuvieras que hacerlo era marcharme. Alejarme de ti es la única forma en que puedo amarte y mantenerte a salvo al mismo tiempo.
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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS
L
lamo a la puerta y espero a que se abra. Cuando ni siquiera suena después de un par de minutos, vuelvo a llamar. Bueno, golpeo la puerta con el puño hasta que se abre de golpe y ahí está.
Ceñudo. Y desnudo. —¿Por qué estás desnudo? —pregunto, mirando su pecho sudoroso y palpitante. —Qué... —¿Y jadeando? Su ceño se frunce. —¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no...? Pongo una mano en su pecho (principalmente solo para sentirlo porque siempre ha sido difícil resistirse cuando está todo sudoroso) y lo empujo hacia atrás para poder entrar. La casa de su infancia. He estado aquí antes, por supuesto. Muchas veces, cuando Callie y yo estábamos en la escuela secundaria, nunca perdí la oportunidad de venir y observar a su hermano mayor como la pervertida que era. Y siempre pensé que su casa era hermosa. No porque tuvieran cosas elegantes sino porque todas las cosas que tenían fueron acumuladas a lo largo de los años. Fueron muy utilizados y amados. Significaban algo para la gente que vivía aquí. Una casa perfecta para una familia perfecta. Pero ahora sé lo equivocada que estaba. No eran una familia perfecta. Eran –son– sólo eso: una familia. Con sus propios defectos, grietas y problemas. Aunque todavía me gusta esta casa, no me gusta el hecho de que esté atrapado aquí solo. Con todos los recuerdos y la historia. Escucho la puerta cerrarse de golpe. —¿Por qué no estás en el hospital? Tú... Me giro para enfrentarlo. —Nunca respondiste mi pregunta. —¿Que pregunta?
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—¿Por qué estás desnudo? Bueno —lo miro de arriba abajo y descubro que lleva sus infames pantalones deportivos grises—, semidesnudo. Y jadeando. Por cierto, todavía sigue haciendo eso, su pecho sube y baja con su respiración agitada. Mientras me mira como si hubiera perdido la cabeza. Le levanto las cejas cuando todavía no ha respondido mi pregunta. Luego, con un profundo suspiro, lo hace. —Estaba atrás, haciendo ejercicios. —¿Por qué no estás de vuelta en Nueva York, con tu equipo? Tienes un partido fuera de casa en unos días —pregunto, aunque sé la respuesta; me lo dijo mi hermano. Dijo que Ledger se quedará aquí durante los próximos días y no participará en el próximo juego. Aparentemente, Conrad y los demás estaban completamente de acuerdo. —Me tomaré un descanso durante los próximos días. —¿Por qué volviste a golpear a alguien? —bromeo, tratando de provocarlo. Su mandíbula se aprieta. —Lamentablemente no. —Entonces... —¿Por qué crees? Por mí. Yo también lo sabía. No, mi hermano no tuvo que decírmelo; Lo descubrí por mi cuenta. Resulta que hay muchas cosas que ha estado haciendo por mí. Esto último es por el susto que tuve anteayer. Me mantuvieron en observación durante veinticuatro horas y me dejaron ir con instrucciones claras de relajarme y tomarme los próximos días con calma. Mi hermano y Callie me recogieron y tenían toda la intención de llevarme a casa con ellos. Pero les pedí que me dejaran aquí. Algo por lo que ambos estaban muy felices, si el suspiro de alivio de Callie y el murmullo de mi hermano, “ya era hora maldición”, eran algo a tener en cuenta. —Muéstrame tu habitación —le digo a continuación. —¿Qué? —Está arriba, ¿no? Segundo piso. —Que...
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Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia las escaleras. Es un poco intimidante subir todas esas escaleras yo sola, pero no creo que tenga que preocuparme por eso. Porque alguien va a venir a rescatarme. Y en el segundo siguiente, lo hace. Me agarra del bíceps para detenerme, y lo hace con tanta suavidad que tengo que evitar conscientemente suspirar. De apoyarme en él, en su cuerpo fuerte y caliente. A su cuidado. Me gira hacia él, de nuevo con suavidad, lo que contrasta totalmente con la expresión de su rostro. Tenso y atronador. Un ceño fruncido en su frente. Una tensión en la mandíbula y los huecos en las mejillas resaltando. —¿Qué carajo estás haciendo? —gruñe. —Subiendo a tu habitación —le digo, tratando de oler su aroma a canela mezclado con su almizcle. —Por qué... —Porque quiero verla. Sí. He querido verlo desde que tengo uso de razón. En aquel entonces, porque estaba muy obsesionada con él y todo lo que hacía. Ahora, porque durante una de nuestras conversaciones a la hora del baño, me dijo que siempre que viene de visita siempre se queda en su habitación. Aunque no sea necesario. Es algo que hace por costumbre y lo odia. Casi tanto como odia la casa. —Bueno. —Se pellizca el puente de la nariz y sus dedos se aprietan y aflojan alrededor de mi brazo—. ¿Por qué demonios no estás en el hospital? —Porque me dejaron salir. Exhala un profundo suspiro. —¿Por qué diablos harían eso? Yo les dije... —Sé lo que les dijiste —digo con las cejas levantadas—. Pero cuando vinieron a ver cómo estaba, pensaron que no era necesario que me quedara allí más tiempo. Entonces me dejaron ir. Estaban un poco indecisos al respecto, dado que el Furioso Thorn les había ordenado que me mantuvieran allí por un par de días más. Con él pagando la cuenta, claro, porque como dije, ya no era necesario que me quedara allí más tiempo. De
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todos modos, insistí en que quería que me dieran de alta e irme a casa. Y a pesar de lo que les habían ordenado hacer, lo hicieron. Sus ojos se estrechan. —Los malditos lo hicieron. —Tú... —Los voy a llamar. —No, no lo harás —le digo con calma. —Yo sí. Está listo para dejarme ir cuando dejo escapar una advertencia: —Si los llamas, subiré estas escaleras sola. Me mira fijamente durante unos segundos, su rostro es una máscara de disgusto. —Lo harías. —Sí, y mira —miro los escalones por un segundo—, hay muchísimos. Estoy bastante segura de que es algo estresante en mi condición. Exactamente lo que el médico dijo que no debía hacer. Se toma un segundo para responder. Entonces. —¿Me estás amenazando? —Sí. El disgusto en su rostro aumenta, haciendo que entrecierre los ojos. —Así que será mejor que decidas lo que quieres hacer —continúo cuando él sigue estudiándome en silencio—. No creo que tú... En lugar de palabras, chillo. Porque se agacha para levantarme y llevarme en brazos. Estilo nupcial. De nuevo, todo gentil y cautelosamente como si yo fuera el tesoro más preciado que jamás haya tenido en sus brazos. Me recuerda aquella vez en que me llevó a través del umbral de nuestra cabaña. El día que fui a verlo practicar. Parecía algo muy importante y, por supuesto, lo era. Significativo y tradicional. Lo que hace un novio con su nueva novia la noche de su boda. Dios, no puedo creer que estuviera casada con él en aquel entonces. Este tipo poderoso que está subiendo las escaleras conmigo con veintiocho semanas de embarazo sin sudar. Por un segundo, cuando empezó, quise decirle que
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me bajara porque ahora pesaba mucho. Pero luego pensé que era su trabajo llevarme, ¿no? Su trabajo es cuidar de mí. Eso es lo que me dijo ayer. Entre otras cosas claro. Así que no voy a detenerlo. Pero él tampoco podrá detenerme entonces. De cuidarlo. Pero llegaremos a todo eso en un segundo. Primero, quiero ver su habitación. Cuando entramos, me baja lentamente y miro a mi alrededor. Esta es la primera vez que estoy dentro. En todas mis visitas a su casa, nunca puse un pie dentro de su habitación. No porque no quisiera o no hubiera aprovechado la oportunidad para colarme en su habitación si se me hubiera presentado. Sino porque siempre estuvo cerrada. Ya sea con él dentro o fuera. De todos modos, no creo que haya cambiado mucho a lo largo de los años. Por lo que puedo ver, todavía parece el dormitorio de un adolescente. Hay un escritorio en una esquina y aunque no hay libros encima, todavía puedo imaginarlo cargado con ellos. Hay una cómoda, también vacía arriba, pero puedo imaginarme a Ledger apilando su ropa encima. O en el suelo, como solía hacer en la cabaña. Hay una cama doble que no creo que pueda acomodarlo ahora, si es que podía cuando vivía aquí a tiempo completo. Es una habitación atrapada en la historia. solo.
Y cuanto más lo veo, más me convenzo de que no puedo dejar que haga esto Suspirando, lo miro. —Mmm. Tendremos que hacer algo con la cama. Él está parado en la puerta, rígido y tenso. Ante mis palabras, la tensión en su cuerpo sólo crece. —¿Qué? —No hay manera de que los cuatro podamos caber aquí. —Yo… —Se traga todo lo que iba a decir y se mantiene en el tema—. Cuatro.
—Bueno, sí —le digo—. Tú y yo y nuestras dos pequeñas mariposas. Ah, y mi almohada corporal. Tengo uno enorme que sostiene mi barriga y mi espalda al mismo tiempo. Así que supongo que cinco.
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—Qu... —Se traga sus palabras de nuevo. Luego—. ¿Dónde está tu hermano inútil? ¿Qué estaba haciendo cuando te dieron el alta? ¿Por qué carajo no me llamó y me dijo cuando supo que estaba...? Entrecierro los ojos hacia él. —¿Cuando supo que estabas qué? Su primera respuesta es respirar profundamente. Probablemente porque cometió un desliz hace un momento. Luego, sacudiendo la cabeza y frotándose la cara con la mano, dice: —No importa. Él... —¿Cuando supo que ibas a conducir hasta el hospital y esperar en la sala de visitas hasta que te echaran, sin siquiera avisarme que estabas allí? —Luego agrego— : Como lo hiciste ayer. Como un centinela silencioso o algo así. Un guardián. Un protector. Un cuidador. Que vigila las cosas sin que nadie sepa que está ahí. Que es lo que hizo ayer; De nuevo, algo que me dijo mi hermano cuando vino a recogerme hoy. Después de que Ledger me contó todas las cosas, cosas que nunca podría haber imaginado ni en mis sueños más locos, se fue. Simplemente me dejó allí. Y si no hubiera estado tan conmocionada, aturdida y jodidamente atónita por lo que había revelado, probablemente lo habría detenido. No sé qué le habría dicho porque fue mucho que procesar, toda la información que me arrojó. Pero sí, lo habría detenido. De alguna manera lo habría mantenido allí, en la habitación conmigo. Probablemente para asegurarme de que era real y que no lo había soñado. —Si todavía piensas que mi hermano controla algún aspecto de mi vida, entonces no sé qué decirte —le digo, mirándolo a los ojos—. Y mientras me estaban dando de alta, mi hermano estaba en el estacionamiento, acercando el auto para poder recogerme en la entrada principal. Y como el médico me dijo que tenía que irme a casa y descansar, le dije a mi hermano que me trajera aquí. —Aquí —dice, mirándome fijamente. —Sí. —Asiento de nuevo. Luego agrego—. Pero una advertencia: necesito atención constante ahora mismo. Masajes en pies, masajes en espalda, masajes en
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vientre. Tener gemelos es difícil. Sólo tengo veintiocho semanas, pero me veo enorme. Además soy torpe y ... —No eres enorme —interrumpe. —Es muy dulce de tu parte decirlo, pero... —O torpe. Le doy una mirada. —Siempre pensaste que lo era cuando usaba tacones. —Yo era un idiota. —¿Eras? —Lo soy. Mis labios se contraen. —La gente se aleja de mí en la calle porque creen que estoy lista para explotar en cualquier momento. —La gente también es idiota. Lo miro fijamente y él mira hacia abajo. Soy la primera en romper mi silencio. —Y necesito guacamole y patatas fritas las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Entonces tienes que abastecerte de eso. Y este increíble jugo de mango y maracuyá que encontré en la tienda hace unas semanas. Necesito que te abastezcas de eso también. Pero primero, como dije, esta es la cama equivocada y... —No. —¿Qué? Rechinando los dientes, me mira durante unos segundos. —Absolutamente no. —¿Absolutamente no qué? —No te quedarás aquí. —Yo... —Eso es lo que es esto, ¿no? Entras aquí como si ésta fuera tu casa y... —Esta es mi casa. —Sí, ¿cómo lo sabes? —Porque vives aquí. Un suspiro después, gruñe: —Esto es por lo de ayer, ¿no? Esto se debe a lo que dije. —¿Y si lo es?
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—Entonces, estás... —¿Estoy qué? —interrumpí, dando un paso hacia él. Apretando los dientes, automáticamente da un paso atrás. Avanzo hacia él de todos modos. —¿Estoy qué, Ledger? Dilo. Te reto a que me lo digas, que me insultes cuando estoy embarazada. —Su espalda choca contra la pared y yo estoy aquí, atrapándolo con mi cuerpo de embarazada—. No con uno sino con dos malditos bebés. Porque no se pueden hacer las cosas a medias, ¿verdad? Porque sólo tenías que ir y meterme dos bebés de una sola vez. Porque tu estúpido y maldito esperma es súper fértil y una amenaza. Levanta las manos en un gesto de “calma”. —Mira, no estaba bromeando ayer. Yo no estaba… —Suspira, frotándose la cara con una mano nuevamente—. Estoy jodido, ¿entiendes? Estoy retorcido y feo por dentro y no sé si alguna vez seré... Mi corazón se aprieta y se aprieta por él. —¿Alguna vez serás qué? Traga, sus ojos aún más vulnerables que ayer. Vulnerable, fundido y brillante con todo lo que hay dentro de él. —Normal —dice con voz áspera. Me duele tanto el corazón en este momento que no sé cómo no estoy gritando de dolor. Cómo no me estoy encorvando con eso. ¿Cómo no sabe que me está matando en este momento? —No sé si alguna vez seré —traga de nuevo—, no jodido. No egoísta. No sé si algún día seré como esos héroes sobre los que leíste. De hecho, sé que no lo seré. No puedo serlo. No es algo que... —Tienes razón. —Su respiración se corta ante mi declaración, pero sigo adelante—. No sé si alguna vez serás como los chicos sobre los que leí. Y sí, me lastimaste. Me haces llorar. Rompiste mi corazón. Me haces querer abofetearte, darte puñetazos y enojarme contigo. Pero no haces eso siendo quien eres. Eso lo haces, Ledger, siendo quien no eres. Lo haces negando quién eres. Negando las cosas que quieres. Teniendo miedo. »Lo haces, ¿no? Eso es lo que me dijiste. Que tienes miedo de que la gente te deje, de que la gente te abandone. Tienes miedo de pasar por el mismo dolor que pasaste cuando eras niño y por eso hiciste todas esas cosas. Lastimándome, alejándome, aferrándote a mentiras y excusas. Así que estoy aquí para decirte algo. Su respiración todavía está entrecortada pero ahora es ruidosa. Ruidosa, caótica y fuerte. Tanto es así que desearía poder retractarme de mis palabras.
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Ojalá pudiera callarme y dejarlo en paz. Pero la cuestión es que él nunca estará en paz sin mí. Porque él me quiere. Me desea desde hace mucho tiempo. Aparentemente incluso antes de que yo lo quisiera. Su obsesión conmigo es más larga que la mía con él. Y sé, sé lo tortuoso que es. Querer algo y nunca tenerlo. En realidad, es incluso más tortuoso que querer algo pero negar que lo quieres en primer lugar. Y no soy sólo yo, ¿verdad? Es todo lo demás en su vida también. Su relación con sus hermanos. Su familia. Quizás incluso amigos. Así que estoy aquí para darle todo eso. Estoy aquí para dárselo. —¿No quieres saber qué es, Ledger? —pregunto, incitándolo, tentándolo. Y por un segundo, parece que va a asentir. Me va a preguntar qué. Está en cada línea de su rostro, en la forma en que traga nuevamente como si tuviera sed. La forma en que me acoge con tanta hambre en sus ojos. El hambre tan poderoso que me devora. Me come el corazón. Mis órganos. Mi alma y mi médula. —Tienes que irte —dice abruptamente, preparándose para salir de la pared. Pero avanzo hacia él, acercándome tanto que si quiere evitar tocarme, necesita dejar de respirar o respirar más lentamente. Menos mal que no tengo tales objeciones y mi siguiente respiración es un largo suspiro que arrastra mis pechos hinchados y mis pezones hinchados a lo largo de su pecho. Que se estremece. —Es el hecho de que mentí —susurro, arrastrando mis senos a lo largo de su pecho nuevamente. Otro escalofrío lo recorre. Este más violento que el primero. —Tempest, yo… Agarro sus calientes oblicuos y mis dedos se aferran a su carne musculosa. — ¿Nunca te preguntaste por qué te pedí que me dieras un bebé? —Abre la boca pero sigo—. Te daré una pista: no es porque quisiera un cierre. Su cuerpo se tensa; Puedo sentirlo en sus músculos que vibran como una cuerda.
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—Es porque te mentí. Mentí cuando dije que te odiaba. Que dejé de amarte cuando rompiste mi corazón, mis sueños. Mentí cuando dije que todo lo que quería de ti era un bebé y nada más. La verdad es que nunca dejé de amarte. Te amé incluso cuando te odié. Y quiero algo de ti. Es lo que siempre he querido de ti. Siempre. ¿Puedes al menos adivinar qué es ese algo? Parece asustado. Dios, se ve aterrorizado y una vez más pienso que debería parar pero no puedo. No lo haré. Por el bien de ambos. »Es para que tú también me ames. Para permitirte amarme también, Ledger. Sin excusas y mentiras. Sin segundas intenciones. Sin miedo. Porque lo hago. Te amo así. Te he amado así desde el primer momento que te vi y te amaré así hasta que mi corazón deje de latir. Y déjame decirte algo más también. Si tu amor es guerra, entonces mi amor es paz. Si tú eres de lo que están hechas las tragedias, entonces yo estoy hecha de cuentos de hadas. Si eres tóxico, entonces yo soy la cura. Porque soy la niña hecha de caramelos y crema, ¿recuerdas? Y soy la única que puede manejar al niño hecho de truenos y espinas. Soy la única que puede cuidarlo como se merece. La única que puede envolverlo en mis brazos y mantenerlo a salvo. Soy la única que puede protegerlo. Porque él es mi familia. Como si fuera suya. Lo que significa que si quieres quedarte aquí, en esta casa que no te gusta, yo me quedaré aquí contigo. Si quieres hacer terapia y trabajar en cosas, entonces estaré aquí para escucharte después de cada sesión. O si no quieres hablar conmigo, me sentaré contigo en silencio y simplemente te tomaré la mano. Ante esto, deslizo mis manos por su cuerpo y presiono mis dedos sobre su pecho, extendiéndolos sobre su corazón. Eso es palpitar. Tanto es así que puedo ver la vena en el costado de su cuello pulsando. Puedo verlo palpitar y tengo que admitir que me gusta este cambio de roles. Me gusta el hecho de que soy yo quien lo fija en su lugar. Soy yo quien está observando ese pulso como un depredador. Soy yo, su luciérnaga enamorada. Aunque ya no tan enamorada. —Te amo, Ledger —le susurro solo para que quede claro. Una mueca de dolor recorre su cuerpo.
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De hecho, cada respiración que toma le hace estremecerse y sacudirse, como si estuviera a punto de desmoronarse. Así que le doy fuerzas. Le doy mi peso, toco nuestros cuerpos, mi pecho que respira con firmeza se alinea con su torso tembloroso. Levanto las manos para agarrarle los hombros, separo los dedos y presiono con el pulgar su vena agitada, intentando calmarla. Pero sobre todo le entrego la fuerza de estos dos pequeños seres que tengo en el vientre. Los seres que hicimos. Por amor. Como sea que lo hayamos llamado en ese momento, siempre fue amor. El uno para el otro. —Dilo —ordeno con mi vientre redondeado apoyado contra su pelvis. —Tempest... —Di que tú también me amas, Ledger. Probablemente traga por millonésima vez. Eso también es entrecortado. Su manzana de Adán se balancea fuerte y torpemente. —Yo soy... —exhala, sus ojos taladrando los míos. Le doy una pequeña y serena sonrisa. —No hay que tener miedo. Te tengo. —No soy bueno en esto. —Está bien. Tomaré tu mano y te mantendré a salvo hasta que lo hagas. Su frente se apoya contra la mía. —Voy a lastimarte. Yo sé eso. —Te diré cuando lo hagas para que puedas mejorarlo. Sus manos entran en acción y agarran mi cintura engrosada. —No puedo... no puedo prometerte que no te haré llorar. —Nos aseguraremos de abastecernos de pañuelos de papel y helado de algodón de azúcar. —No sé si puedo ser lo que necesitas que sea. —Ya lo eres. —Yo... —Dilo —ordeno de nuevo, esta vez presionando mi vientre contra su pelvis. Y sus dedos se abren en mi cintura mientras susurra, como si se estuviera muriendo y todo lo que necesitaba era un pequeño empujón al límite:
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—Yo también te amo. Antes de que pueda responder a eso, él hace algo más como si se muriera por hacer eso también. Besarme. Y como yo también me moría por ello, lo dejé hacerlo. Lo dejo devorar mi boca para poder devorarlo en respuesta. Dejo que me pruebe para poder saborearlo también. Entonces puedo sentirlo invadir mi boca como ha invadido mi corazón y mi alma desde el primer momento que lo vi. Para poder estar en sus brazos por primera vez sin que nada nos separe. Ni sus mentiras, ni las mías. Ni su miedo, ni el mío. Solo nosotros. Aunque sólo nosotros no es cierto, ¿verdad? Porque tenemos algunas cosas entre nosotros. De hecho, dos cosas. Y esas cositas lindas deciden que este es el momento de dar a conocer su presencia, haciendo que su mamá sonría y su papá se separe de la boca de mamá. Sorprendido, dice: —¿Qué fue…? Me río cuando los siento patear justo debajo de mi ombligo, sorprendiendo a Ledger nuevamente. —Ellos. Sus labios hinchados por los besos se abren. —¿Los b-bebés? —Uh Huh. Siento otra patada y esta vez se separa un poco y mira mi vientre hinchado. Y lo mira de una manera que me hace pensar que en realidad está esperando a que salgan de allí en cualquier momento. En realidad está esperando ver un pie real asomando a través de mi ropa. Cuando vuelve a suceder, respira: —Jódeme. Ellos son... —Muy activos, sí. —Sonrío—. Todos los técnicos siempre me dicen que son los bebés más activos que han visto en mucho tiempo.
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Sus ojos se dirigen a los míos y sus puños se abren y cierran alrededor de mi cintura. —Él nunca… Reed nunca me dijo eso. Yo… Puse mis manos sobre las suyas, haciéndolo soltar mi vestido y poniéndolas al frente. Donde sus bebés están haciendo un escándalo. Luego agrego: —Reed no lo sabe todo. Sus dedos tiemblan y agarran mi vientre como si nunca fuera a soltarme. Bien. No quiero que lo haga. Luego, en el segundo siguiente, soy yo la que se asusta porque él está de rodillas. Justo como aquella vez en la cabina cuando tocó mi barriga por primera vez. Como si ya no pudiera sostenerse más. Y antes de que pueda asimilar eso, se inclina hacia adelante y apoya su frente contra mi barriga como si estuviera adorando. Hundo mis dedos en su cabello y él mira hacia arriba. —Gracias. —¿Por qué? —Por dejarme tocarlos. Incluso cuando no soy... Presiono un dedo sobre sus labios. —Lo eres. Para mí. Para ellos. En esto, sucede algo que nunca antes había visto. Que nunca imaginé que alguna vez vería. Sus ojos, normalmente de color marrón oscuro (aunque ahora negros como boca de lobo), se llenan de algo parecido a lágrimas. Se ponen rojos y su mandíbula se aprieta de emoción. Y luego me da un beso en el vientre. No sé si esto es intervención divina o si el universo es tan hermoso a veces que todos tus sueños se hacen realidad. Porque ante su beso, siento otra patada en mi vientre justo en ese lugar y esta vez, él se ríe. Y lo hace una y otra y otra vez. Hasta que me cubre todo el vientre con sus dulces besos y yo esté riendo y llorando y volando de alegría. Como él. Al recogerme, me pone en su vieja cama y sigue besándome una y otra vez hasta que estoy todo líquido bajo su cuerpo duro. —Podría acostumbrarme a esta cama —digo, riéndome cuando me deja salir a tomar aire. Me mira con ojos lánguidos. —Esta cama apesta.
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Juego con su cabello. —¿Pensaste en mí mientras estabas acostado en ella? Pasa su pulgar por el costado de mi cara. —Joder, sí. Mis dedos en su cabello se detienen. —¿Lo hiciste? Me lanza una mirada. —¿Por qué crees que siempre tenía la puerta cerrada cuando venías? Con los ojos muy abiertos, respondo: —¿Porque estabas... pensando en mí? —Y haciendo otras cosas. —¿Qué otras cosas? —¿Qué crees que hace un chico cuando está obsesionado con una chica? Que está justo al lado, riéndose con su hermana menor mientras charla sobre las cosas más inútiles de las que jamás se haya hablado. Le golpeo el hombro. —Oye, no… —Me masturbé —dice, interrumpiéndome. Mi ira momentánea desaparece. —Oh. —Por tu voz. Por tu risa. Por el olor a algodón de azúcar que siempre dejabas en el pasillo. Esta vez mi oh está silencioso y jadeante. Él sonríe. —Quizás sea la única persona que alguna vez se haya masturbado con la línea de bolsos de otoño de Chanel. Me muerdo el labio. —No puedo creer que hayas hecho eso. —Yo tampoco. —No puedo creer que me hayas visto un año antes de que yo te viera. —Probablemente no podía creer que la chica que vi fuera la misma que empezó a acosarme un año después. —No puedo creer que hayas venido a mi dormitorio porque querías dejarme embarazada por ti y no para vengarte —continúo. —De nuevo, probablemente lo mismo que querías que te embarazara un año después. Por ti y no para vengarte. Sacudo la cabeza y me fijo en su hermoso rostro. —Somos almas gemelas, ¿no? Su expresión juguetona desaparece y una mirada intensa se apodera de su rostro. Sus ojos.
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Mi corazón comienza a latir con fuerza, temeroso de que nuestra frágil felicidad se rompa en cualquier momento. Pero antes de que pueda preguntarle qué pasa, me suelta y cae de rodillas al suelo. Me apoyo sobre mis codos (pronto no podré hacer eso debido a lo rápido que estoy creciendo) y pregunto: —¿Qué... qué estás haciendo? Me mira fijamente durante uno o dos segundos antes de respirar profundamente. —No tengo palabras elegantes. Ni siquiera sé si alguna vez podría encontrarlas, incluso si fuera a buscar, pero… —Se aclara la garganta—. Pero quiero hacer esto bien. Por primera vez quiero hacer algo porque quiero hacerlo. Con valentía y sin miedo. —Luego—: Bueno, tal vez con miedo pero aún así. Otra respiración profunda después: —Ya sabes que te amé desde el primer momento en que te vi y te he lastimado más de lo que cualquier hombre ha lastimado a la mujer que ama. Has visto mis partes feas y si hay algo de belleza en mí, también lo has visto. He roto muchas promesas mientras cumplí las demás. Te he hecho llorar. Te he hecho reír. Te asusté y te hice sentir segura. He roto tu corazón y he intentado, a mi manera retorcida, curarlo. Y sabiendo todo eso, sabiendo lo jodido que estoy y lo lejos que me queda por llegar, te pido que te cases conmigo. Te pido que seas mi esposa, y Tempest, no te voy a hacer ninguna promesa porque no quiero romperlas. No voy a decir que no te haré llorar porque probablemente lo haré. No voy a decir que esconderé mis partes feas porque, repito, probablemente tampoco lo haré. Pero diré que siempre estaré ahí para ti. Quemaré el mundo por ti. Mataré por ti. Me acostaré sobre vidrios rotos y caminaré sobre granadas por ti. Viviré, respiraré y moriré por ti. —Él mira mi vientre—. Y por nuestros bebés. —Mirando hacia arriba, pregunta, en la demostración más vulnerable de emociones—: ¿Quieres casarte conmigo? Está borroso en este momento porque mis ojos están llenos de lágrimas. Pero aun así veo algo en la palma de su mano. Una caja de terciopelo azul. No tengo idea de dónde lo produjo ni cuándo. Todo lo que sé es que está ahí y, lentamente, la abre para revelar el anillo más hermoso que he visto en mi vida. Un diamante de talla princesa sobre una banda de oro blanco con dos pequeños diamantes a ambos lados. E inmediatamente sé que esos dos diamantes son nuestros bebés. Que pensó en ellos cuando lo compró. —Cuando lo hiciste...
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—El día que fui con tu padre. —¿Te refieres a después de que saliste de la cárcel? —Sí. —P-pero ya había pedido… Sacude la cabeza una vez. —Yo sólo… quería hacer algo bien. Por una vez. — A continuación—: Te engañé para que te casaras conmigo, sin siquiera pedírtelo, darte un anillo o hacer todas esas cosas tradicionales con las que sé que soñaste. Así que compré este anillo, sabiendo que probablemente nunca podría dártelo y que me quemaría el bolsillo por el resto de mi vida. Lo cual es... —¿Lo cual es qué? —No haber podido hacerte esa pregunta después de no habértela hecho antes egoístamente —sus ojos oscilan entre los míos—, es exactamente lo que merezco. Ha habido muchos momentos así con él. En los que me rompe el corazón y al mismo tiempo me lo cura, y todavía no me he acostumbrado. Todavía no tengo ni idea de cómo manejar todas estas emociones a la vez. Así que me duele decir: —No puedo. Él parpadea. Como si estuviera afligido. Pero sólo dura un momento porque después de eso una expresión de resignación se apodera de su rostro. Como que romperle el corazón está bien. Es lo que se merece y Dios, eso me ahoga tanto que una lágrima cae por mi mejilla. Y prometo, aunque él me haya dicho que él mismo no haría ninguna promesa, que algún día le haré creer que vale cada centímetro de mi amor. Que es la cosa más hermosa que he visto en mi vida. Por ahora, sin embargo, me limpio las lágrimas y acaricio su mandíbula. — Porque ya estamos casados. Tarda unos segundos en responder. —¿Que? —Nunca firmé los papeles del divorcio. De nuevo, unos segundos de pausa antes de repetir: —Nunca firmaste los papeles del divorcio. Lentamente una sonrisa florece en mis labios. —Mentí. —Mentiste.
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—De nuevo. —De nuevo. Asintiendo, pregunto: —¿Aún crees que no puedo manejar tus partes feas, Ledger Thorne? Lentamente, su boca se estira en su característica sonrisa arrogante. —Eres un petardo, ¿no? —No, soy una luciérnaga. —Mi luciérnaga. —Y tú eres mi espina. Esta vez, voy a darle un beso y devoro la deliciosa sonrisa en sus labios. Y por supuesto, él me devora. Y, por supuesto, creo que nuestros bebés tienen que armar un escándalo porque son como su mamá. Siempre muriendo por la atención de papá. Quien va a agarrar mi vientre y frotarlo, tratando de calmarlos. Tratando de decirles que finalmente está aquí. Que estará aquí por el resto de nuestras vidas. Lo cual me recuerda… Rompiendo el beso, susurro contra sus labios: —Por cierto, sé lo que vamos a tener.
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CAPÍTULO CUARENTA Y TRES Su Hermoso Thorn
H
ay líneas plateadas en la parte inferior de su vientre redondeado.
Creo que regresaron cuando tenía aproximadamente quince semanas. Y aunque en aquel entonces apenas eran visibles, ahora puedo verlas claramente. Puedo ver claramente cómo ha cambiado su cuerpo desde la última vez que lo vi. Cómo ha crecido y se ha estirado hasta convertirse en un hogar acogedor para nuestros bebés. Y entonces lo beso. Beso cada una de sus estrías plateadas. Tumbada en mi cama de mierda, completamente desnuda, se ríe y le tiembla el vientre. Lo que los hace temblar también y por eso los observo, con mucha atención, mientras ruedan por su cuerpo, justo debajo de su piel cremosa, haciéndola revolotear y contraerse. Exactamente como dos pequeñas mariposas. —¿Duele? —susurro, todavía mirando cómo se mueven y revolotean. De hecho, he instalado el campamento junto a su vientre, con la cabeza apoyada en mi mano mientras examino sus nuevos lunares, las nuevas pecas que le han salido en las semanas que hemos estado separados. Sí, su hermano -quien de alguna manera se ha convertido en un amigo-; Sigue siendo jodidamente surrealista decir eso: me mantuvo informado sobre su salud a pesar de que le dije que no lo hiciera. Le dije que era una invasión de su privacidad pero él no quiso escuchar. Y no puedo negar que absorbí cada cosa que me dijo. Pero no es nada comparado con verlo con mis propios ojos. Al verla, nuestros bebés se revolcaban en su cuerpo mágico, parecido al de una diosa. Me riza el pelo como siempre. —No. Aún no. A veces me hace cosquillas.
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Ante esto, el lado izquierdo de su vientre se mueve y ella vuelve a reírse. Y voy a darle otro beso, haciéndola gemir. Luego pregunta: —¿Y entonces? Nunca dijiste lo que pensabas de los nombres. Miro hacia arriba. —Dove Thorne. Ella asiente. —Para la niña, sí. —Y Warden Thorne. —Bueno, War —me corrige—. Para el niño. —Dove y War. —¿No es perfecto? Dove significa paz y Warden significa protector. Entonces la gente puede llamarlo War que es Guerra, pero por dentro, será el más blando y siempre protegerá a su hermana con todo lo que será. Como su papá. —Como su papá —susurro mientras algo se me clava en la garganta. —Como su papá, sí —responde con brillantes ojos azul grisáceo. Tragando, digo con voz áspera: —Los amo. —¿Sí? —Sí. —Y te amo. Cuanto más lo digo, más fácil se vuelve. Más fácil resulta creer que, después de todo, puede que esto no sea un sueño. Que ella realmente está aquí. Realmente lleva mi anillo en el dedo. Que ella todavía es mi esposa. Sé que tengo un largo camino por recorrer cuando se trata de lidiar con mis problemas. Y nuevamente, es surrealista decir que me gusta hablar con el Dr. Mayberry pero estoy dispuesto a esforzarme. Si algo me ha enseñado el fútbol es que el trabajo duro y la concentración siempre dan sus frutos. Así que voy a trabajar duro. Voy a concentrarme. Voy a luchar contra mis demonios. Pero, sobre todo, dejaré que me tome de la mano mientras me guía en nuestra nueva vida. Voy a dejar que ella me proteja como yo voy a protegerla a ella. Voy a dejar que ella nos mantenga a mí y a nuestros bebés a salvo como yo voy a mantenerlos a ellos a salvo. No seré irracional y cometeré errores como lo hice antes, cuando ella intentaba protegerme de su padre y ponerla en peligro.
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Aunque todavía no puedo creer que ella estuviera tratando de hacer eso. Por mí. Pero lo hizo. Y eso es porque ella es mi familia, ¿no? Ella y estos bebés. Dove y War. —Yo también te amo —susurra mi esposa, haciendo que mi maldito corazón se acelere. Y vuelvo a estudiar su cuerpo de diosa. Madura, hinchada y enrojecida. La línea oscura que va desde la parte superior de su vientre de embarazada hasta su coño rosado. Sus tetas hinchadas y sus pezones oscurecidos. Sus lindos dedos de los pies y de las manos hinchados que beso probablemente por décima vez en la última media hora. Beso y adoro cada parte hasta que me siento entre sus muslos y devoro su dulce boca de algodón de azúcar. Hasta que me deslizo dentro de su coño embarazado, haciéndola gemir. Contra su boca, digo: —Mía. Mirando hacia arriba con ojos aturdidos, susurra: —Tuya. —Mi mujer —gemí en su boca. Jadeando, ella responde: —Mi marido. En ese momento, la beso de nuevo. Con amor. Con alivio. Con jodida paz podré besarla por el resto de su embarazo. Por el resto de nuestras vidas. Porque ella es mía, ¿no? Mi novia. Mi luciérnaga. Mi esposa. Y yo soy de ella. Su hombre. Su espina. Su marido.
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Y tenemos guerra y paz entre nosotros.
Fin
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OH, YOU'RE SO COLD
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La historia de Stellan Thorne. Disponible en diciembre del 2023
ACERCA DE LA AUTORA Escritora de malos romances. Aspirante a Lana Del Rey del mundo del libro.
Saffron A. Kent es una de las autoras más
vendidas de novelas románticas contemporáneas y para nuevos adultos del USA Today. Tiene una maestría en escritura creativa y vive en la ciudad de Nueva York con su esposo nerd y comprensivo, junto con un millón de libros.
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