Yo Quiero Ser

February 1, 2017 | Author: valegrajales | Category: N/A
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Yo

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ser Jorge Yarce

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caminos para la superación personal

EDICIONES

YO QUIERO SER Caminos para la superación personal © 2008 Jorge Yarce ISBN: 978-958-44-3047-2 Instituto Latinoamericano de Liderazgo, ILL Página web: www.liderazgo.org.co E-mail: [email protected] Primera edición: 2008 Diseño y diagramación: Jesús Alberto Galindo Prada [email protected] Ángela Mejía [email protected] Impresión: Quebecor World Bogotá - Colombia Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del autor. Todos los derechos reservados.

“Estamos hechos de la misma materia de nuestros sueños” (Shakespeare)

Indice

Introducción

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Capítulo 1: Aprender a ser El molde es único Quitarse la máscara Tres modos de vernos

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Capítulo 2: Aprender a pensar Inteligencia emocional Pensamiento sistémico

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Capítulo 3: Aprender a querer Paso a paso se llega “Dime lo que quieres y te diré quién eres”

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Capítulo 4: Aprender a amar Proceso del amor Amor y afectividad Amor que afirma al otro Amar sin medida

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Capítulo 5: Aprender a hacer “No soy lo que hago”

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Capítulo 6: Aprender a obrar Interiorizar lo que se hace Síntomas del caos Una enfermedad Coser con una aguja sin hilo Dinamismo necesario Valores y virtudes

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Capítulo 7: Aprender a trabajar Para que las cosas cambien Indicadores básicos Trabajo en equipo Tener para ser

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Capítulo 8: Aprender a lograr Madurez Calidad de vida Del equilibrio a la armonía

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Capítulo 9: Aprender a aprender Una actitud permanente Método LEHER

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Capítulo 10: Aprender a conocer Para no quedarse rezagado Conocimiento y competencias

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Capítulo 11: Aprender a crear Soltar “la loca de la casa” No hay centro, sino periferia Lo único importante Subir alto para divisar Un contagio sano Una aventura

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Capítulo 12: Aprender a comunicar No tanto el cómo, sino el qué Asertividad Desmasificada y asincrónica

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Capítulo 13: Aprender a emprender Se necesita en dosis grandes

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Capítulo 14: Aprender a administrar Dos sistemas en pugna

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Capítulo 15: Aprender a dirigir Importancia de los motivos

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Capítulo 16: Aprender a liderar Sólo algunas pistas Construir el liderazgo Lo que no puede faltar

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Capítulo 17: Aprender a trascender Algunos ejemplos La otra cara de la intimidad

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Capítulo 18: Aprender a convivir Lo más cercano y lo más lejano Aprender a ser amigo Si se da más, se es más Aprender a ser familia

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Capítulo 19: Aprender a participar Ser buen ciudadano

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Capítulo 20: Aprender a servir Servir, la prioridad Aprender solidaridad Ser socialmente responsable

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Capítulo 21: Yo quiero ser feliz

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Proyecto de vida Felicidad, éxito y plenitud Lo que nos quita la fuerza ¿ Y Dios? El amor hace trascender Una dimensión diferente Un motivo para esperar

Bibliografía

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Introducción “Me invitaron a que fuera; fui y no me dejaron ser” (Grafito)

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er es un verbo que puede significar muy poco o mucho, dependiendo del sentido que le demos. “Yo quiero ser” no se usa en el sentido de “yo quiero tener tal profesión”, o para afirmar que ya somos o existimos. En este libro,“Yo quiero ser” significa: yo quiero ser una persona plena, feliz, auténtica. No basta con existir. Hay que realizarse hasta llegar a SER, hasta tener nuestra propia personalidad y vivir a gusto con ella. Eso significa, para mí, “SER”. Lo relaciono con lo que soñamos de nosotros mismos, con ese yo profundo que queremos descubrir, esculpir diría yo, como quien talla un mármol precioso para obtener una obra de arte irrepetible, fruto de un esfuerzo constante por mejorar. Esa obra de arte que es cada uno de nosotros mientras vive, no está terminada. Siempre estamos trabajando en ella, y siempre hay algo que añadir, pulir o cambiar. Somos seres perfectibles, con un gran potencial interior que podemos sacar a la luz para alcanzar la excelencia como personas. Para desarrollar el potencial que hay en nosotros, la primera condición es “querer”, encender el motor de la voluntad para ir con decisión tras nuestro sueño. Y no descansar hasta comprobar que sea realidad en nuestra vida ese afán de plenitud, aunque el logro esté mezclado con la insatisfacción y la inconformidad. Este libro desea ser una ayuda para “hacer camino al andar”. Por eso tiene como subtítulo el lema “caminos

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Introducción para la superación personal”. Superación, según el diccionario, significa elevarse, subir, sobresalir, buscar lo más perfecto. No quiere decir que estos caminos sean los únicos. Son muchos, amplios y muy variados. Siempre hay maneras distintas de concebirlos y de recorrerlos, porque cada persona hace su propio camino. Se trata solamente de sugerir posibles recorridos, formas de aplicar el pensamiento a la vida, no en abstracto, sino la de cada uno, la que nos lleva a trabajar, a relacionarnos con los demás y a sufrir o a gozar. A veces no tenemos tiempo para pensar en estas cosas porque nos absorbe la actividad incesante o la preocupación por el éxito económico. Pero no siempre eso es lo que quisiéramos, porque tal vez vivimos sometidos a una especie de molde social que nos impone un estilo de vida que no escogimos. No tenemos tiempo para lo más importante, que somos nosotros y el sentirnos personalmente realizados. Es posible que caigamos en cuenta de que lo material ocupa demasiado espacio y lo espiritual muy poco. Este libro intenta que cada lector abra espacios para preguntarse: “quién soy” y “quién quiero ser”. Si contribuye a dar respuestas que faciliten la búsqueda personal de la felicidad, habrá cumplido el objetivo que se propuso el autor. A modo de resumen, los “caminos para la superación personal” aquí descritos son: − APRENDER A SER, que lleva a: 1) aprender a pensar, en forma innovadora, por nosotros mismos, fuera de lo establecido, saliéndonos de la rutina del pensamiento lineal, pensando emocional y sistémicamente; 2) aprender a querer, que es tener la voluntad como motor de la vida; 3) aprender a amar, lo que da un sentido definitivo a la existencia. (Aunque en el lenguaje corriente querer y amar se usan como sinónimos, aquí se distinguen: el querer es la voluntad que nos lleva a actuar. Amar es querer a alguien con quien establecemos una relación profunda, y con quien nos unimos en la amistad o en el amor, para compartir y para darse. − APRENDER A HACER, que lleva a: 1) aprender a obrar, que se da cuando el hacer se interioriza y la acción no se queda en lo que produce; se convierte en algo personal, consciente, propiamente de

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uno; 2) aprender a trabajar, que no se reduce a saber-hacer cosas; es un despliegue de energías humanas para producir con miras al perfeccionamiento personal y social; 3) aprender a lograr, porque el logro es indispensable para que la persona vea cumplidas las metas que la mueven a crecer interiormente − APRENDER A APRENDER, que lleva a: 1) aprender a conocer, de modo que al asimilar la información se obtenga el conocimiento incorporado conscientemente; 2) aprender a crear, que supone buscar nuevos caminos con el pensamiento y la imaginación, “descentralizar” el pensamiento frente a las formas habituales de hacer las cosas, sin esperar a que todo nos sea dado desde un “centro de poder” donde se decide todo; 3) Aprender a comunicar: no somos solos, ni vivimos solos, ni nos hacemos solos; vivimos en una constante relación interpersonal que supone comunicarse de muchas maneras. − APRENDER A EMPRENDER, que lleva a: 1) aprender a administrar: manejar el tiempo, las decisiones, los recursos; 2) aprender a dirigir, para orientar a las personas a su fin y que sean parte de un organismo vivo que las considera como lo principal; 3) aprender a liderar, que es tener la visión, la creatividad y los valores necesarios para influir en los demás motivándolos a la acción para que sean efectivos en el logro de sus metas − APRENDER A TRASCENDER, que lleva a: 1) aprender a convivir: descubrir el valor del encuentro con las demás personas sobre todo a través de la amistad y de la familia; 2) aprender a participar en la sociedad, construyendo comunidad y siendo buenos ciudadanos; 3) aprender a servir a los demás, a darles lo mejor de nosotros mismos, siendo personas solidarias y socialmente responsables. (Los modos de trascender nos ayudan a encontrar el SER como plenitud, la felicidad. En ella juega un papel importante otra dimensión de la trascendencia: Dios y la relación personal con Él). El lector no encontrará en esta obra fórmulas de ningún tipo. Son sólo esbozos de caminos que a cada uno toca luego abrir personalmente. Ojalá estas reflexiones le sirvan para “aprender a vivir”, para forjar un carácter basado en virtudes personales, que no sean fruto de una repetición mecánica de los valores, sino de una constante voluntad de hacer el bien para sí mismo y para los demás. Objetivo nada fácil de lograr. Además de empeño, hace una buena dosis de ilusión y de esperanza.

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Capítulo 1

Aprender a ser

Historia de Marcela

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“Haber sido no cuenta, ser es lo que importa” (Shakespeare) arcela Saralegui tiene 39 años. Es de esas mujeres a las que la vida le ha dado todo, lo que normalmente se entiende por “todo”: inteligencia, belleza, posición profesional y dinero, por su talento y experiencia de quince años en una empresa de finanzas en la que trabaja desde que terminó la carrera. Un buen contacto de su padre le abrió el camino, pero ella no ha escatimado ningún esfuerzo para subir alto en su carrera. Obsesivamente se había forjado ese proyecto a los 24 años. El suyo fue un éxito fulgurante basado en una dedicación absoluta al trabajo, hasta el punto de pensar que no había otra cosa más importante en el mundo. Unos días de descanso, después de una de esas agotadoras reuniones a las que asistía con frecuencia, le llevaron a caminar sola por una playa desierta, y en esas circunstancias le tocó enfrentarse consigo misma. Las cosas se fueron dando, le vinieron a la cabeza y se encontró pensando en su vida. Primero esa sensación de no saber estar sin hacer nada. Quería caminar y pensar, pero no podía. Algo la hacía creer que estaba en el lugar equivocado. Algo que no era su cuerpo le estaba pidiendo hacerlo. Decidió decirse la verdad a sí misma. “Tengo que poder hacerlo”, dijo para sus adentros. Tomaba fuerzas mirando el horizonte mientras palpaba su cuerpo cansado. No lo había descuidado ni un minuto, pero el reclamo venía de más adentro. “¿Qué me pasa?”, se decía. Así estuvo un par de horas, en ese tira y afloja de ella consigo misma.

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Capítulo 1

Aprender a ser Al día siguiente estaba igual, no había pasado del mismo punto. Entonces decidió prolongar su descanso dos días más, con el propósito de resolver ese problema. ¿Por qué ella? ¿Por qué así de repente? Marcela sabía bien que eso venía de atrás. Nunca le había dado importancia a esos pensamientos que pasajeramente le hacían algún tipo de señal. Algo le decía ahora que no podía aplazar más el tema. Muy pronto iba a cumplir los cuarenta y quería cruzar ese ecuador dándose cuenta para dónde iba. Y le metió el diente al problema sin temor a las heridas que podía causarse. Empezó por adquirir conciencia de que estaba añadiéndole años a su vida, al tiempo que sentía un profundo vacío, sin saber de qué y por qué. Era una especie de agujero negro en su alma, que hizo presencia súbita. Algo le insinuaba que no le estaba añadiendo vida a sus años, se estaba estancando, tenía un tapón en lo interior de su espíritu, algo que ponía en duda la felicidad que parecía reinar en su vida. No era una tragedia la que la impulsaba a esta crisis, ni sentimental, ni profesional, ni económica. Tenía todos los elementos para darse cuenta de que el reclamo no le llegaba de fuera. Por cierto, había estado media docena de veces en ese mismo sitio, con ocasión de parecidas actividades, y jamás se le había pasado por la cabeza ninguna preocupación parecida a la de ahora. Y empezó a tirar de la punta de un hilo de esa madeja, escribiendo en una servilleta de papel: “La vida social me cansa”. “Se me agotó el combustible”. “No pienso mucho en los demás”. “Mis hijos son una rutina afectiva”. “A la hora de la verdad, nadie me hace falta”. “Lo único que me importa es sentirme bien”. “Con mi esposo he llegado a un punto muerto”. “Me gustaría volver el reloj a ceros y empezar”. “Liberarme de todo y de todos sería la solución”. “Tanto tiempo pendiente de mí y ahora mismo no sé lo que quiero”. “Soy la dueña exclusiva de mi propia soledad”. “No soy capaz de estar en silencio y hablar conmigo misma”. “Si me preguntaran si me siento feliz tendría que decir que no”.

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Mientras acariciaba una concha de un caracol grande, porosa y agrietada, continuó con los disparos a quemarropa que brotaban de su interior, y en una segunda servilleta escribió: “Me he vuelto dura conmigo y con los otros”. “Tengo todo lo que quise tener, pero no me atrae tener más de lo mismo”. “Mis amigas me dejaron porque nunca les gasté tiempo”. “Se me está arrugando el corazón”. “A la mitad del camino me pregunto qué hubiera querido ser, y vacilo”. “He visto varias veces la película de mi vida y me resulta tediosa”. “Los hombres me desean, las mujeres me envidian y yo no me soporto”. “Si continúo así, ¿adónde voy a parar?”. “Siempre estoy de viaje, el hogar no me retiene”. “Mis hijos se parecen cada vez más a mí”. “Ellos están amaestrados para vivir la vida que llevan” “He terminado por pensar que la paz interior no existe” “Todo lo mío se resuelve en un estado de ánimo y en las cosas que lo sostienen” “Quisiera cambiar, pero ¿cómo?” “A estas horas, ¿si podré volver a empezar?” “Y todo esto, ¿no equivale a declararme fracasada?” “Realmente la única responsable de lo que me pasa soy yo” “La vida me dio unas cartas para jugarlas y aquí está el resultado” “No voy a echarle ahora la culpa a Dios, a quien hace años no tengo en cuenta” “Ha terminado por gustarme la vida que llevo, pero no es la que quiero” “Los demás piensan que lo tengo todo y yo pienso que no tengo nada” “Por todas partes me invade el tener y eso pesa demasiado” “Quisiera ser verdaderamente yo misma, aunque no tuviera lo que tengo ahora” “Habrá gente con mucho menos que lo que yo he conseguido y serán felices” “Me hiere el deseo de recobrar mi verdadero ser”. “Si mis amigos se asomaran dentro de mí, se horrorizarían”

Después de observar la gaviota que aparecía dibujada al lado del logo del hotel, siguió escribiendo en la tercera servilleta en blanco: “Si me faltaran las cosas que me rodean, las echaría de menos” “Si yo muero, a casi nadie le haría falta” “Si somos la huella que dejamos en los demás, yo ¿qué he estado haciendo?” “Soy experta en olvidarme de las cosas que he hecho mal”. “Siempre quiero ser el centro de la atención” “Cuando murió mi padre, a quien quería con locura, casi me muero” “Viéndolo bien, mi madre no tuvo casi vida propia: sólo vivía para sus hijos” “Todo esto me suena a estrés, pero yo creo que aquí hay algo más que eso”

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Capítulo 1

Aprender a ser “Guardar las apariencias, guardar las formas, dejar pasar, todo es lo mismo” “Lo que aguanté quince años sin darme cuenta, no lo soporto un segundo más” “Lo mío tal vez sea como para un psiquiatra, pero lo quiero afrontar yo misma” “A la verdad sobre mi misma no le puedo oponer nada, pero ¿cuál será?” “Lo importante es que tengo motivos para vivir y para luchar”

Fue subiendo las escalinatas que van de la playa al hotel. Estaba convencida de que estos días habían sido una puesta a prueba, un frenazo brusco, absolutamente necesario. Como si una máquina perfectamente engrasada, con todos sus mecanismos ajustados mecánica y electrónicamente, se hubiera parado en seco. Todavía no se acababa de explicar la forma repentina de la crisis y su contexto físico, pero pensaba: otros se mueren sin darse cuenta qué les pasa. “No te contentes con ser lo que eres, si quieres llegar a lo que todavía no eres. Porque allí donde te consideraste satisfecho, allí te paraste. Si dijeres “basta”, pereciste. Crece siempre, progresa siempre, avanza siempre” (San Agustín). De eso se trata en este libro: no contentarse con ser lo que ya somos o con lo que hemos logrado; no ser conformistas, aspirar a SER más. En todo Juan −dice Mark Twain− hay en realidad tres Juanes: el que los demás creen que es, el que él cree ser, y el que realmente es. Podríamos completar la idea diciendo que hay dos Juanes más en cada Juan: lo que quiere ser y lo que puede ser. Tanto sus posibilidades como sus aspiraciones lo definen, forman parte de su ser actual y de lo que todavía no es. Mientras se vive, la felicidad que buscamos es siempre plenitud en camino. No se trata de desdoblarnos en cinco personalidades distintas, sino de comprobar que lo que cada uno cree ser no es toda la fotografía de su ser. De ella también forman parte lo que los demás creen que uno es, lo que realmente uno es, y lo que cada uno puede ser y quiere ser. “Lo más apasionante de la vida humana −decía Chesterton− es lo que todavía no hemos vivido”, pero forma parte de nosotros como anhelo, incertidumbre o espera. San Agustín expresa esa misma idea de otra manera: “el hombre es el ser que es más que hombre”: su ser no se reduce a su naturaleza. Ser persona es mucho más que un “animal racional”. Es una individualidad única e irrepetible.

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A todos nos interesa saber qué es la persona y cómo desarrollar una personalidad propia. Ser persona no es algo acabado, terminado, o un don que se recibe y permanece estático. Es un ser abierto, siempre en posibilidad de perfeccionarse. Si la persona sólo imita lo que hacen los demás, trata de ser igual a ellos, se malogra porque no asume la responsabilidad de su propia vida. Hay personas a las que la vida les va imponiendo un modo de vivir que se vuelve un modo de ser. Lo que hacen se adhiere tan perfectamente a su conducta, que casi se olvidan de su propia personalidad y se refugian en lo impersonal: así se vive, se piensa y se hace. Pero así se deja de ser lo que uno realmente es y lo que quisiera ser. Es mucho más fácil esconderse detrás de un colectivo sin nombre que buscar tener una personalidad auténtica. Entre las características que nos sirven para describir a la persona (Grissez) podríamos destacar: El autodominio: hacerme cargo de mí mismo, ser dueño de mis actos. Ser capaz de autocontrolarme, ser autónomo. La autonomía se conquista en la medida en que se es autosuficiente para conseguir los bienes que integran la felicidad. La libertad: capacidad de autodeterminarme desde la voluntad, de decidirme a ser lo que quiero ser, porque puedo lograrlo si empeño todas mis fuerzas. Sin libertad no podríamos apenas movernos físicamente; nuestro ser interior se paraliza. En la libertad está en juego el destino de la persona. La autorrealización: mi intimidad que se va forjando a sí misma a través de todos los actos. Nadie puede hacerlo por nosotros. Nos toca enfrentarnos con nosotros mismos en forma valiente y sincera: para conocernos y para examinar lo que va mal; para orientarnos decididamente a la consecución de la felicidad. El darse, la entrega o donación de sí mismo: en virtud de mi apertura a los demás, me realizo dando lo mejor de mi mismo y recibiendo lo mejor de los otros. Esa entrega es como el precio de la libertad auténtica. No es una simple libertad para responder de qué somos libres, diría Nieztche, sino para qué somos libres. Lo que yo quiero ser y puedo ser, lo aprendo a ser. No he nacido ya con todo hecho, con un bagaje único. En el fondo, depende de mí mismo

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Aprender a ser el lograr ser persona. Yo seré lo que quiero ser si me lo propongo, si pongo en marcha mis posibilidades, las desarrollo y las integro en una unidad vital. Esto va contra el fatalismo de quienes creen que la vida que llevan depende de la suerte, de un destino desconocido o de un dios que arbitrariamente distribuye a unos bienes y a otros males. Como si fuera una lotería y no un reto, un desafío en el que se tiene éxito o se fracasa.

El molde es único Soy el único artesano de mi fracaso o de mi triunfo. No porque pasemos sobre los demás, sino porque contando con las circunstancias o a pesar de ellas, soy capaz de construir mi futuro con mis propias manos. No hay suerte o magia que valgan. Por eso la voluntad es tan decisiva o más que la razón. El pensamiento está abierto al conocimiento de los seres y la voluntad a la acción. La voluntad traduce a la acción el pensamiento. El querer le imprime el sello personal a la conducta. Ahí está presente el mundo afectivo (sentimientos, pasiones, emociones, motivaciones), lo que hoy se denomina la inteligencia emocional. Esta es más importante de lo que pensamos. Antes el pensamiento racional era lo definitivo, porque no conocíamos bien la relación entre cerebro y emoción. Pascal hablaba de la lógica del corazón, que sigue reglas muy distintas de la lógica de la razón. La acción voluntaria es la base del obrar del hombre en razón de su condición de ser libre. Empieza por ser antes un acto de la razón, objeto de juicio y deliberación, y después, de elección, decisión y ejecución. Yo tengo que aprender a ser persona única, irrepetible en el mundo, con una historia propia y singular, imposible de someterse a clonación o duplicado idéntico. Esa es mi aventura, mi reto y mi esperanza. La voy alcanzando poco a poco, entre aciertos, fracasos e ilusiones: lo que importa es caminar, vivir auténticamente, siendo nosotros mismos. “Aprender a ser” es lograr una personalidad definida y coherente, es decir, convertirse en una persona que sabe lo que quiere en la vida. En otras palabras, ser una persona de carácter, que sabe para dónde

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va en la vida y tiene unos objetivos y una misión claramente definidos. Además, conoce sus fortalezas y limitaciones. La persona es unidad vital que integra el conocimiento, los valores y la experiencia en las diferentes dimensiones del obrar humano. Esto se expresa de muy diversas maneras: vida feliz, vida lograda, vida auténtica, personalidad realizada, armónica y equilibrada, propia de una persona madura.



Quitarse la máscara

Pero, ¿cómo entender un poco mejor este tema de la personalidad? Soy persona, pero la personalidad la tengo que desarrollar, lograr con el paso de los años. De lo contrario, todos tendríamos la misma personalidad, y podemos constatar que no es así. Es necesario volver la mirada sobre nosotros mismos y avanzar en la comprensión de lo que la personalidad implica respecto de cada individuo. La palabra persona significa en griego antiguo la máscara que se colocaban los actores, que resonaba al hablar (prósopon). De ahí pasó a la lengua latina como sinónimo de los papeles que desempeñaban los artistas en un drama (dramatis personae). Persona, en la civilización cristiana, designa el modo de ser propio del individuo humano, lo que lo define como totalidad racional, espiritual y libre, en su dimensión existencial peculiar. Es necesario quitarse la máscara de la impersonalidad, no dejarse arrastrar por lo que otros piensan, dicen o hacen. Y asumir el enfrentamiento con la propia personalidad, entendida ésta como un centro de actividad que me configura a mí como ser único, distinto de los demás, y que me caracteriza mucho más concretamente que decir que soy un ser racional o pensante. Ser persona es condición que se tiene desde antes de nacer. Pero la personalidad es algo que se logra con el desarrollo existencial propio de cada uno, a lo largo de la vida, y siempre se está en camino de perfeccionamiento. Nunca se puede decir que ya se llegó o que se tiene mucha personalidad. Siempre estamos en mora respecto a nosotros mismos y respecto a los demás, cuyas expectativas sobre nosotros cuentan tan decisivamente como las que cada uno tiene respecto a sí mismo.

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Aprender a ser Ser persona quiere decir, de un lado, unidad y coherencia física, intelectual y espiritual y, de otro, responder por sí mismo y ejercer la voluntad libre para llegar a ser feliz en la entrega o servicio a los demás, que perfecciona y confiere trascendencia a lo que hago, y me proyecta fuera de mí mismo. Ser persona y poseer una personalidad es hablar de un sujeto único que piensa, quiere, actúa, y a lo largo de su vivir demuestra una identidad precisa, una continuidad y permanencia en el ser y en el modo de ser frente a los cambios que se presentan. La persona no es suficientemente identificable en la actuación instintiva o inconsciente, una acción en cierto modo automática. La persona se distingue de los demás seres en la medida en que su congruencia, su racionalidad y su responsabilidad dan cuenta de sí misma y confieren sentido a sus acciones. La personalidad aparece primero como intimidad, un principio interior de orden espiritual que posee capacidad de una reflexión madura que hace a la persona ponderada, objetiva y crítica, y le da apertura a la convivencia, a la que aporta su riqueza interior. La personalidad es un continuo dinamismo de desarrollo y crecimiento. Como un motor sin fin. Es lo que podemos llamar la realización humana en busca de la felicidad, meta presente en todo lo que hace. La personalidad no depende tanto del temperamento como del conocimiento y la reflexión, del criterio para juzgar las cosas, de la unidad de las acciones articulada por la voluntad, y de un proceso continuo de formación que impide que la persona se estanque. La personalidad se expresa en conducta unitaria, en acciones eficaces, en asumir libremente la responsabilidad de sí mismo. Cada acto de voluntad de la persona manifiesta el dominio que ejerce sobre las circunstancias y sobre el mundo material, porque sobre ella no puede ejercerse dominio, sino relación interpersonal de convivencia. En la medida en hay más fuerza de voluntad en una persona, hay mayor unidad y más perfecta coherencia. Ser persona y tener personalidad es ejercer la capacidad de sentir necesidades morales, y adoptar comportamientos éticos tanto en re-

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lación con su mundo corporal y espiritual como con el mundo social circundante (Millán Puelles). Yo construyo mi personalidad construyendo lo social. El hombre ha sido creado para el tú y para el nosotros, más que para el yo egoísta o individualista. La personalidad confiere autonomía y conciencia de sí, en cuanto se fundamenta en el ser, no en el hacer y en el tener. A la conciencia de sí sigue la voluntad de querer y de procurar la perfección de los otros. La persona no está encerrada en sí misma, tiene que trascender y proyectarse. Su ser es ser en tensión, en posibilidad de conquista diaria. Esta dimensión es indispensable para poder proceder a construir la convivencia social.



Tres modos de vernos

Existen lo que podrían llamarse “estratos de la personalidad” (Lersch): son diferentes tipos de fenómenos que es necesario distinguir para poder entender su mutua relación: biológicos, vitales, espirituales y referentes al yo personal. Se pasa progresivamente de lo anatómico y fisiológico a lo vital psicológico, y a la conducta superior del ser humano, inteligente y voluntaria y a la integración espiritual de sus actos en la unidad que denominamos persona. El temperamento corresponde a una primera clase de fenómenos que tienen que ver con la tipología física y fisiológica del individuo. Hay diferentes clasificaciones, que suelen mezclarse o confundirse con las del carácter, según los diversos autores (primario, secundario, extrovertido, intovertido, ciclotímico, endotímico, etc.) . Si nos conocemos bien, podemos manejarlo sin problemas, sabiendo a qué tendemos y cómo tendemos. Hay condicionamientos que ese temperamento impone sobre nuestro carácter y nuestra personalidad, pero lo importante es saber qué tipo de temperamento tenemos, aceptar que no vamos a cambiar de temperamente y y saber moderarlo. A veces creemos que no podemos superar ciertos modos de reaccionar por falta de carácter, y en realidad es el temperamento que nos está impulsando a actuar así. Es muy difícil cambiar lo que viene condicionado por la anatomía y la fisiología, o por la herencia genética. Por eso reaccionamos instintivamente ante ciertos estímulos. Lo importante en esos casos es tratar de que eso no determine todo lo que es una acción personal

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Aprender a ser que está más en nuestras manos controlar, no dejando que altere la racionalidad o la voluntariedad de la misma. El carácter es una tipología o modo de vernos basado más en lo psicológico que en lo fisiológico o anatómico, como ocurre con el temperamento. Y posee una flexibilidad mayor que el temperamento. No hablo del carácter en su sentido moral (“tener carácter”), sino en su sentido psicológico: “esa persona es un carácter...” En el carácter la reacción está mediatizada, es más consciente. Las clasificaciones de los diferentes caracteres, que a veces se intercambian con las de los temperamentos, son muy variadas: carácter activo, pasivo, nervioso, sentimental, flemático, colérico, apático, sanguíneo, etc. Pero, tanto el temperamento como el carácter se ven afectados, en diferente grado e intensidad, por lo emocional, que se presenta como algo irracional. Mientras más se sube en la escala de los fenómenos o estratos de la persona, más posibilidad hay de ejercer un control desde los que representan funciones más elevadas y personales. Cuando se habla de la esfera de los fenómenos del yo personal, la tercera forma de vernos, se quiere indicar lo propiamente espiritual, donde están presentes las potencias activas, la inteligencia y la voluntad, desde cuyo dinamismo se entiende la libertad como condición esencial de la persona. El yo personal nos coloca en el plano de la personalidad como centro unificador de todas las operaciones. Aquí hay mucha más independencia de lo fisiológico y lo psicológico, pero dentro de una interacción de todos los fenómenos, que se influyen constantemente. Las clasificaciones no están condicionadas, como en el temperamento y el carácter, por lo fisiológico o lo psicológico: son tipologías más amplias, como la de Spranger: hombre teórico, económico, estético, político, religioso. En cierto modo, puedo hacer cosas que van contra mi temperamento o contra mi carácter, pensándolo desde la esfera del yo personal o de la personalidad, o sea, de la libertad, no dejándome condicionar enteramente por ellos. En ese sentido, puedo afirmar que yo soy lo que quiero ser, en la medida en que despliego mis fuerzas, espiritual y libremente, tras los objetivos adecuados. Y nunca se puede decir ya basta, ya es suficiente, porque siempre puedo ser más, porque tengo por delante el futuro. “Construir la personalidad significa que la mayor parte de lo que hago, de lo que soy y de lo que seré, depende de mí, no de un código

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genético, aunque es cierto que poseo una naturaleza y ella recibe una influencia genética que me impone ciertos comportamientos. Eso quiere decir, sobre todo en la juventud y en la edad adulta, que es mucho más lo que yo decido a partir de mi comportamiento libre que lo que recibo por herencia. En el comienzo de la vida, la persona es dependiente en un alto porcentaje de otro ser (la madre), y lo que tiene de independencia proviene más de un adestramiento que de una tarea asimilada inteligentemente. Después, con el ejercicio racional de la inteligencia, surgen el conocimiento y la conciencia de sí. Se recibe una instrucción que va más allá del adiestramiento, que permite conductas más libres que antes y, por tanto, una mayor independencia y autonomía. Posteriormente, la educación permite moverse en esferas de libre querer, y la independencia se convierte en autodeterminación y autorrealización, con un menor grado de dependencia de los factores genéticos. La construcción de la personalidad es desarrollo humano integral, tarea de mejoramiento continuo, labor de esfuerzo para vencer las limitaciones y, sobre todo, empeño por forjar hábitos estables de vida que me permitan alcanzar un grado de madurez por el cual me convierto en dueño de mi destino. “Me invitaron a que fuera; fui y no dejaron ser”, decía un grafito en la calle de una gran ciudad. Quién sabe qué historia esconderían esas palabras, pero dejan qué pensar: debemos invitar a los demás a que, ante todo, sean lo que son y lo que quieren y pueden ser. A las demás personas, hay que dejarlas ser, que hagan su vida, que tengan un proyecto de sí mismas, un sueño para realizar, para luchar incansablemente por él. Así serán personas de verdad, que no se limitan a copiar conductas ajenas, que se preguntan quiénes son, para dónde van en la vida y cuál es la meta o sueño al que dedican sus mejores esfuerzos. Marcela, en el fondo, ha sentido un reclamo desde lo hondo de su personalidad, de su ser más íntimo, que le dice que las cosas no van bien, aunque parezca lo contrario. Algo dentro de ella estalló de un momento a otro y se ha planteado una crisis. Esta palabra en griego viene del verbo “crinein”, pasar las cosas por un cedazo, por un colador, discernirlas, para que quede lo más limpio, lo más puro. El

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Capítulo 1

Aprender a ser trabajo que Marcela tiene que hacer es consigo misma. Examinar su éxito profesional, y como mujer, a la luz de lo que ha querido ser, de lo que ha podido ser y de lo que realmente es. Es posible que le toque recomenzar en algunos aspectos que pueden ser especialmente difíciles. Tal vez tenga que dedicar más tiempo a sus hijos para conocerles auténticamente y ayudarles más. Quizás la relación con su esposo necesite una renovación profunda, para empezar una nueva época de su matrimonio antes de que se le acabe de morir en sus manos. Marcela está confundiendo su orgullo con una verdadera autoestima. Lo que hay en ella es falta de humildad para conocerse tal como es y para centrar su personalidad en aspectos más fundamentales que el éxito profesional, económico o sexual. La vida, decíamos al principio, le ha dado todo. O mejor, casi todo. Porque la crisis se debe, en buena medida, a la inconsistencia de su conducta, a la falta de coherencia entre los valores que dice tener y la vida que lleva. Tiene ahora la oportunidad única de ser honesta consigo misma. Marcela tomó entre sus manos las servilletas en las que había escrito una serie de frases en la playa y escogió aquellas que representaran algo positivo,. Releyó la primera servilleta y simplemente la firmó en señal de asentimiento, pero se dio cuenta de que con aquellas frases no podía construir nada. Estas eran sólo un diagnóstico descarnado de aquello a lo que la vida le había conducido. De la segunda servilleta sólo se libraron cuatro frases, que le parecían que iban a servirle para rehacerse. La primera fue la que más rumió en su soledad: “Realmente la única responsable de lo que me pasa soy yo”. Era una buena conclusión y un buen punto de partida. Por eso decidió asumir las consecuencias que esa responsabilidad implicaba. Las otras tres eran suficientemente claras para marcar el acento de su nueva vida y que deberían guiar su conducta más radicalmente: “Quisiera ser aunque no tuviera nada de lo que tengo ahora” “Habrá gente con mucho menos que yo y serán felices” “Me hiere el deseo de recobrar mi verdadero ser”.

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Quería estar más desprendida de lo que había conseguido, de todo lo que tenía, para poder tener lo único verdaderamente importante: su ser, su personalidad auténtica, su carácter bien definido, con unos valores que la hicieran feliz de verdad. No importa si lo que hasta hoy había conseguido era mucho o poco en términos materiales y de satisfacción psicológica. La tercera servilleta le dejó un sabor amargo pero decidió no infringirse más heridas y suponer que las frases eran parte de su desahogo consigo misma, fruto de esa autoexamen largo que la había llevado a quedarse dos días más caminando por la playa, absorta en su propia vida. Pero en esa servilleta estaba la palanca para salir adelante: “Lo importante es que tengo motivos para vivir y para luchar”. Ahí encontró la clave para hacerse planes con su futuro. Esos motivos, en su caso, eran también de carne y hueso: sus hijos y su marido. Además, claro está, de saber que lo más importante era no convertir el trabajo en la razón de ser de su vida. En cierto modo había dejado de vivir por dedicarse sólo a trabajar. Ahora necesitaría trabajar para vivir, de modo que el trabajo le permitiera espacios para las personas que ocupaban un sitio primordial en su vida.

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Capítulo 2

Aprender a pensar

Historia de Carlos

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“Hay quienes, en lugar de vivir de acuerdo a como piensan, piensan de acuerdo a como viven” arlos es considerado un “cerebro” por sus compañeros y colaboradores. Siempre lo ha sido. Era el mejor en matemáticas y física en la escuela y en la universidad. En su carrera de ingeniería civil participó en varios concursos de matemáticas, obteniendo siempre destacados lugares. En uno de ellos se coronó como campeón interamericano. El apodo que le tenían en el colegio lo dice todo: “cabezón”. Así se quedó. Han pasado veinte años desde entonces y ahora Carlos es gerente de planta de una multinacional de hidrocarburos. “Piénsalo bien” es su caballo de batalla con la gente: “has pensado otra manera de ver las cosas, has intentado analizarlo fríamente en otro momento, échale cabeza antes de hacer cualquier cosa…” Así va estimulando a los demás para que nadie se limite a ver los procesos de todos los días de la misma manera. Cree mucho en la capacidad de la gente. Lo dice en broma: “Fulanito es muy inteligente, lo que pasa es que no tiene en qué pensar”. Carlos se preocupa de que la gente sea lógica en sus razonamientos y en sus exposiciones. Si no se cumple esa condición, detiene al que habla y le pide que se explique mejor: “tu seguramente conoces mejor que nosotros este tema, pero yo no estoy entendiendo bien lo que nos dices”. Y lo que logra es normalmente mayor precisión en el que expone. Por otra parte, cuando se trata de buscar soluciones, se encarga de repasar muy bien sus planteamientos. Da gusto oír al “cabezón”: lleva años

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Aprender a pensar ejercitándose en la lógica del pensamiento, hasta tal punto que prefiere retrasar las reuniones, si se da cuenta de que los otros no han tenido tiempo para estudiar bien las cosas. Además, ha tenido a la mano un campo de experimentación de sus ideas y de su forma de pensar: sus clases en la universidad. Son el terreno donde debate sus dudas y apuntala las soluciones, y así mantiene su pensamiento fresco y actualizado. Es tremendamente exigente con los alumnos. Como buen profesor, sólo les enseña una parte, la más importante, de lo que sabe y, sobre todo, les enseña a pensar por sus propios medios sin aferrarse a las soluciones dadas en los libros. “Open your mind” es otra de sus frases de combate: “abran su mente”. Pongan atención detenidamente a los argumentos. Entiendan bien los hechos, capten dónde está el problema y entonces busquen las soluciones. Traten de ver si, además de la que se expone, hay otras que podrían ser mejores. Miren puntos de vista, escuchen bien, no sólo oigan las opiniones de los demás, establezcan relaciones, y verán que se les enciende la luz cuando menos piensan”. Sus colaboradores se sienten estimulados. Valora muy bien sus habilidades, su talento para afrontar ciertos problemas y el grado de conocimiento que poseen al analizarlo. Nunca se le escapa una palabra sobre la falta de capacidad de alguien. Simplemente dice: “le faltan datos”. Y logra superar situaciones difíciles, en que la gente está enfrentándose cada vez y parecería que la reunión fuera a acabar en punta. “¿No seremos lo suficientemente inteligentes para buscar un punto común que nos permita seguir adelante?”, comenta. Por ahí abre un camino para dejar las cosas sobre una base más segura de entendimiento. Evita que los asuntos se muevan en un terreno emocional, porque en ese terreno se siente menos fuerte y se confunde fácilmente: “El que grita no tiene razón” es su punta de lanza en este aspecto. Si él mismo se está saliendo de madre, simplemente anota: “necesito enfriar la cabeza en este punto, hable uno de ustedes por favor que yo intervendré más adelante”. Cuando le toca ayudar a alguien nuevo para que aprenda rápido, le comenta en privado lo que el jocosamente llama “Las 10 reglas para poner en marcha la cabeza”.

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1. Reflexionar en todo y siempre, lo que supone, entre otras cosas, analizar, comparar, contrastar, definir, describir, argumentar, justificar, evaluar, sintetizar, esquematizar, juzgar, y desentrañar los hechos o las ideas claves, con visión de totalidad. 2. Para entender bien algo: separar los hechos de las opiniones, buscar siempre el hilo de verdad que anda por ahí suelto en medio de todo lo que se dice. Buscar los antecedentes que ayudan a entenderlo. Examinar los factores emocionales. 3. Aplicar el colador o discernidor: criterio para ir a la cuestión de fondo y no enredarse en las ramas, con las minucias convertidas en árboles que no dejan ver el bosque. Ver la interdependencia. 4. Lectura personal, analítica, crítica, creativa, que capta los conceptos básicos. No puede ser precipitada o por encima. Siempre es bueno dar una segunda lectura porque se advierten matices. Y subrayar o anotar. 5. Escuchar atentamente: oír con atención, reteniendo los conceptos u opiniones de los demás. No anticiparse a hablar antes de que la otra persona haya terminado. 6. Explicar correctamente. Las cosas no hay que decirlas como vienen a la cabeza o como salen de la boca en un primer intento. Algunas están como entredichas, pero no han sido explicadas, lo cual hace falta para facilitar su comprensión. 7. Hablar, exponiendo en forma clara, concisa y completa las ideas leídas o propias para propiciar o continuar el diálogo con los demás. Siempre con serenidad y aceptando al otro como es. 8. Escribir: Confirmar que entendimos algo leído o escuchado o algo que vamos a exponer o a resumir. No se distorsiona el propio modo de pensar. Se gana mucho en exactitud, en claridad, en concisión y en brevedad. Si está bien pensado, pero mal expresado, se pierde la fuerza de los argumentos. 9. Repasar las ideas fundamentales para captar el grado de comprensión de las mismas y como una medida pedagógica que permite saber si se han entendido, escuchado o explicado bien los asuntos. Y hacer ver cuándo faltan las debidas conexiones.

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Aprender a pensar 10. Preguntar, siempre preguntar: por qué, para qué, cómo. La inteligencia se pone a prueba preguntando. Hacer preguntas inteligentes es la forma más original de pensar. Los clásicos hablaban de tres formas de pensar: especulación o teoría (theoría en griego significa “contemplación”), en cuanto el pensamiento se dirige a captar las cosas como son y a expresarlas en conceptos; práctica (praxis) o pensamiento dirigido a la acción, convertido en obrar humano: saber hacer, diríamos hoy; y producción (poiésis) que lleva a transformar la naturaleza y a obtener cosas que llamamos artificiales. Pensar (racionalmente) es “ejercitar el entendimiento para alcanzar o comprender una cosa”, dice el Diccionario de la Academia de la Lengua. Es reflexionar, analizar, entender, comprender, discernir, criticar, informarse, comparar, contrastar, idear, interpretar, crear, atreverse, plantearse interrogantes y resolverlos, sintetizar, esquematizar, jugar, argumentar, etc. Todo esto implica un ejercicio constante de la inteligencia, el instrumento por excelencia con que cuenta la persona para conocer, para saber, para crear nuevas realidades. Pero el pensamiento no es sólo conceptual sino divergente, emocional, complejo y sistémico. Sólo así se piensa de manera completa. Hoy en día se habla de formas de pensamiento diferentes al pensamiento racional basado en un proceso lógico de abstracción que lleva de lo individual a lo general, hasta el concepto. Por ejemplo, el llamado pensamiento lateral o divergente, que expresa todo lo que escapa a lo racional. Como dice Edward de Bono, no se trata del pensamiento rutinario que inevitablemente ejercemos todos en alguna medida, así como caminamos o respiramos, dependiendo de la dotación recibida por cada uno. Hay que mejorar ese pensamiento, como hacemos cuando utilizamos la técnica para aprender mejor un deporte y jugarlo más eficazmente.

Inteligencia emocional De Bono afirma que todo pensamiento es emocional porque la decisión, la elección y la acción están determinadas por emociones, sentimientos y valores. De esta manera, pensar no es sólo racionalizar o intelectualizar. En cierta medida, el pensamiento emocional va por delante del racional o se le adelanta, porque los sentimientos se desencadenan mucho más rápido que los racionamientos. Se presen-

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ta inesperadamente, pues no somos capaces de elegir las emociones, sino que éstas se producen. Digamos que se perciben las cosas de otra manera y se conectan de modo distinto entre sí. La inteligencia emocional, término popularizado por David Goleman, “es la capacidad para reconocer sentimientos en sí mismo y en otros, siendo hábil para manejarlos al trabajar con otros”. El éxito de una persona no depende en su totalidad del coeficiente intelectual o de los estudios académicos. Lo que más importa es el nivel de inteligencia emocional. Goleman habla de una lógica emocional que es asociativa, que también simboliza la realidad, que permite percibir las cosas, y que da lugar a convicciones “emocionales”. Todo ello en una interacción permanente entre mente racional y emocional, en la cual la voluntad juega también un papel moderador, pues mantiene la emoción bajo el control de la razón. La mente emocional es capaz de poner en marcha la mente racional. La inteligencia nos hace tener conciencia de las emociones, comprender los sentimientos de los demás, tolerar las presiones y frustraciones que soportamos en el trabajo, acentuar nuestra capacidad de trabajar en equipo y adoptar una actitud empática y social, que nos brindará mayores posibilidades de desarrollo personal. “Nuestra mente no está organizada como un ordenador que pueda brindarnos una pulcra copia impresa de los argumentos racionales a favor y en contra de una determinada decisión, basado en todas las ocasiones anteriores en que hayamos tenido que afrontar una situación similar. En lugar de ello, la mente hace algo mucho más elegante, calibrar el poso emocional que han dejado las experiencias previas y darnos una respuesta en forma de presentimiento o sensación visceral” Principios de la inteligencia emocional: • Percepción: todo lo que incorporamos por los sentidos. • Retención: memoria, capacidad de almacenar información y de acceder a esa información • Análisis: procesar la información y reconocer pautas. • Emisión: expresión o acto comunicativo del pensamiento. • Control: referido a todas las funciones humanas.

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Aprender a pensar Hay interdependencia entre todas ellas. Es más fácil recibir datos si uno está interesado y motivado, y si el proceso de recepción es compatible con las funciones cerebrales. Tras haber recibido la información de manera eficiente, es más fácil retenerla y analizarla. A la inversa, una retención y un análisis eficientes incrementarán nuestra capacidad de recibir información. Y la calidad de análisis es afectada por la capacidad para recibir y retener la información. Estas funciones convergen en la emisión o expresión, ya sea mediante el mapa mental, el discurso, el gesto u otros recursos, de lo que se ha recibido, retenido y analizado. El control se refiere a todas las funciones mentales y físicas, incluyendo la salud general, la actitud y las condiciones ambientales. Para Goleman “hay 3 aplicaciones claves de la inteligencia emocional: ser capaz de ventilar las quejas como críticas útiles, crear una atmósfera donde la diversidad resulta valiosa en lugar de ser motivo de fricción y trabajar eficazmente en equipo... En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o menos inteligentes que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos o con los demás”.

Pensamiento sistémico Aprender a pensar es afrontar la complejidad de la realidad y desmenuzarla. Aclarar estructuras, como propone Peter Senge, en una perspectiva de integrar razón e intuición. Es visión intensificadora de la conexión con el mundo real y del compromiso con la totalidad. Hay cosas que no se explican según la lógica lineal, sino por una especie de sinergia, de complementariedad entre razón e intuición. Aprender a entender que todo está conectado con todo y nada tiene sentido sino en función de los demás, es aprender a pensar sistémicamente. Cada cosa que existe está conectada con todas las demás. Creer que el mundo es en un conjunto de piezas independientes es lo más distante del pensamiento sistémico, como lo es tratar de entender la vida haciendo separaciones entre aspectos. La visión sistémica u holística del mundo y de la vida nos permite entender que todos somos interdependientes y que todos necesitamos de todos para vivir y para lograr la sostenibilidad hacia el futuro. La naturaleza nos enseña a pensar y actuar sistémicamente cuando observamos las interacciones entre los distintos reinos o tipos de

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seres que la integran, puesto que ninguno puede existir sin el otro. Cuando aprendemos a pensar sistémicamente aprendemos la existencia de las redes y las conexiones entre todos los fenómenos propios de la naturaleza y de la vida humana. El aprender a ser necesita del aprender a pensar sistémicamente porque el ser implica totalidad, estar completo en sí mismo. Y en la persona eso es inseparable de los demás, pues la sociabilidad es algo constitutivo del ser. Cada cosa que ocurre en el mundo es el resultado no de una, sino de muchas causas que se integran de manera compleja y que sólo se pueden entender cuando se aprende a pensar con una visión integradora, totalizante, sistémica. El pensamiento sistémico le ha permitido a la física, la química, la biología, la psicología y la filosofía entender muchos fenómenos que desde una visión lineal era imposible comprender. La visión lineal nos pone en dificultades cuando tratamos de resolver los problemas dando tratamientos independientes a los fenómenos. En la relaciones con las personas, el pensamiento sistémico nos ayuda en la tarea de comprender los comportamientos de los demás teniendo en cuenta las circunstancias que rodean cada comportamiento. Tratar de aislar a las personas de su entorno, o de las circunstancias en las cuales actúan, es un gran error que dificulta las relaciones interpersonales y genera conflictos difíciles de manejar. Una aplicación práctica de las ideas del pensamiento sistémico en la vida de las personas, es entender que yo soy lo que soy solamente en función de todos los demás, aquellos con quienes interactuó en mi vida social personal y profesional. Cuando comprendo el sentido del pensamiento sistémico en función de mi desarrollo como persona es cuando aprendo a considerar la importancia del servir y de la solidaridad como conductas que le dan sentido a la vida y, por lo tanto, al ser. El pensar tiene que ser coherente con el ser, llevar a que la persona sea y crezca en su propio ser. Si no hay armonía entre lo que se piensa y lo que se es, hay un desajuste vital, se está abriendo el camino al fracaso. A veces ocurre que sólo la vía del corazón aclara los caminos que hay que seguir, porque la razón con su lógica más estricta e inflexible, la del pensamiento racional habitual y lineal, no ofrecido sino una sola salida. En esos casos no es extraño que la duda y la vacilación haya que resolverlas a través del corazón, como lo recuerda Tamaro: “Cuando frente a ti se abran muchos caminos y

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no sepas cuál tomar, no elijas uno al azar, siéntate y espera. Respira con la profundidad confiada con que respiraste el día que viniste al mundo; sin dejarte distraer por nada, espera y vuelve a esperar. Quédate quieta, en silencio, y escucha tu corazón. Cuando te hable, levántate y marcha hacia dónde él te lleve” (S. Tamaro). Existe el riesgo de una tiranía del uno o de la otra. La frialdad de la razón es necesaria en ciertos momentos, pero lo que nunca parece conveniente es la dureza del corazón. Éste tiene “razones” que la inteligencia desconoce y hay que encontrarlas. Hay que lograr el equilibrio entre la inteligencia racional y la emocional a la hora de la acción. Carlos ha logrado que sus empleados y compañeros de trabajo se acostumbren a pensar todo antes de empezar a actuar. Nunca les reprocha las soluciones erradas fruto de la precipitación. Se sirve de esas ocasiones para invitar al interesado a revisar los hechos, datos, problemas y soluciones que aplicó a determinada situación, para examinar los resultados obtenidos y ver por qué las cosas no salieron como se esperaba. Analizar la causa del error y cómo deben plantearse las cosas para evitar que se repita la equivocación. Ha empezado a insistirles en la necesidad de pensar con inteligencia emocional y, a la vez, no dejarse llevar por sólo lo emocional al tomar sus decisiones. Igualmente, poco a poco, les enseña a pensar sistémicamente, con ejemplos prácticos sacados de la experiencia de lo que cada uno hace, de manera que piensen en el todo y no sólo en una parte de lo que hacen y de lo que hace la empresa. Lo más importante es que los empleados logran avances en su modo de trabajar y en su capacidad de análisis y de visión de la totalidad. Todos los que pasan por la división de Carlos en la empresa se sienten motivados a trabajar en esa línea, porque saben que van a aprender a base de cuestionamientos que el jefe les hace a cada momento. Algo parecido ocurre con los alumnos de la Universidad. A principios de curso, las inscripciones en la clase de Carlos (“Prospectiva y estrategia aplicadas”) llegan al máximo de estudiantes permitidos. Los ejemplos y casos que les pone el profesor. La forma como da sus clases, de modo activo y participativo, procurando que los alumnos piensen por sí mismos y desarrollen su capacidad de racionalización, lleva a que ellos digan que esas clases son un auténtico goce.

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Capítulo 3

Aprender a querer

Historia de Fernando

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El verdadero problema del hombre no es no tener, es no querer (Tibhon) ernando tiene 25 años y va a empezar su vida profesional como administrador de empresas. No ha tenido que preocuparse de nada, porque hasta ahora su papá se ha hecho cargo de él. Fernando pensaba que su problema era que le habían dado todo sin ningún esfuerzo de su parte. Luis, su amigo de colegio y de universidad, le decía que él era “un hijo de papi”. Fernando asentía diciendo que él no tenía la culpa. Su vida se la habían programado sus padres, que dejaban muy poco campo a su iniciativa. Incluso le habían arreglado el noviazgo con la hija de sus mejores amigos, esa inseparable pareja que acompañaba a sus papás a todas partes. Después de varias escenas de reclamos paternos, Fernando decidió cortar con ella rompiendo la programación prevista por sus padres. Se buscó una beca para irse al extranjero y escaparse de esa sombra superprotectora. La consiguió y les dio por hecho el viaje. Fue a parar a un kibutz o comuna en Israel, donde le hicieron trabajar duro durante un año. Pidió quedarse otro más y lo dejaron por su buen desempeño. La profesora que coordinaba su trabajo, a quien confió su historia familiar, le dijo que allí se “haría un hombre”. Y efectivamente empezaba a sentirse “otro”, al que tal vez no podía controlar bien. Su trabajo era físicamente agotador. Dormía lo justo para recobrar las fuerzas. Decidió probar una nueva vida, sin familia que lo marcase cada hora. Acostumbrado a una disciplina de comidas y sueño, desajustó ambos.

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Capítulo 3

Aprender a querer A los seis meses estaba irreconocible: de barba y aspecto descuidado, se había aficionado al alcohol. Probó la droga y se entregó a una serie de relaciones sexuales con compañeras de otros países que participaban del plan. Eso también lo veía como una forma de escape para liberarse del pasado. Cuando regresó al país, sus padres se encontraron con que el Fernando que había llegado era bien distinto del que se había ido hacía dos años. A los pocos días les dijo a sus padres que quería irse a vivir independientemente. No tenían porqué preocuparse, él se pagaría todo con el trabajo conseguido al regreso. Que no le impusieran más planes porque ya le habían impuesto tantos que finalmente no sabía lo que quería. El reclamo causó profusas lágrimas maternas y violentas reacciones paternas. El siguió en su idea de descubrir por sí mismo la vida que quería llevar. Sus padres aterrados por el cambio, pusieron el grito en el cielo y acudieron a todos sus amigos para frenarlo, pero Fernando se salió con la suya. A veces, confundimos querer y amar, porque en el lenguaje común se usan como sinónimos. Pero, hablando más estrictamente, son distintos aunque muy entrelazados: el querer es la voluntad en acción, lo que nos permite llevar algo a la práctica. Amar en cambio es querer a alguien con quien establecemos una relación profunda, y con quien nos unimos en la amistad o en el amor, para compartir algo común a los dos. Sin ese amor la vida se desorienta. Y sin una voluntad capaz de querer, no es posible amar a nadie. El querer es el motor de la voluntad y de la libertad. Si sabemos querer podremos llegar a amar, y el amor debe ser la palabra que predomine en nuestra existencia. El problema más delicado para la persona no es no tener, es no querer. Y, como consecuencia, no dejarse querer. Esto es preocupante. Si nos falta algo material, por mucho que nos parezca indispensable, no lo es. Pero si nos falta algo espiritual −el querer−, eso si es verdaderamente preocupante. El problema al que hay que temerle de verdad es a una voluntad enferma, a encontrarnos con que no queremos nada, con que no tenemos voluntad y, por lo tanto, la libertad está amenazada en la raíz. Si eso pasa, no es extraño que la vida de las demás personas empiece a importarnos poco.

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Ni el entendimiento puede entender sin la voluntad, ni la voluntad puede querer sin el conocimiento previo que le facilita la inteligencia. Según desde donde se mire, se puede establecer la prioridad de una u otra: la inteligencia le propone a la voluntad lo que va a ser objeto de su querer y, de otro lado, la voluntad mueve a la inteligencia a conocer. Lo que nos interesa ver es cómo en la práctica la persona fija su voluntad de modo estable en el bien que necesita conseguir, porque no puede permanecer en actitud de indecisión o inseguridad en su conducta ni quedarse sólo en buenas intenciones. Hay que actuar, hay que tomar decisiones, hay que expresar propósitos (decisiones anticipadas sobre el futuro) y ver si se cumplen. Hay que tener rectitud en las intenciones y en las acciones, que quiere decir capacidad de la voluntad para rectificar constantemente el rumbo de la propia conducta. Podríamos decir que, a estos efectos, es más frágil la voluntad que el entendimiento. Por eso ocurre que aunque tenga muy claro lo que debo hacer en mi vida, no me resulte tan fácil saber cómo voy a lograrlo. Muchas veces hay más preocupación, en el ámbito de la educación, por formar la inteligencia que la voluntad. Porque los resultados de la voluntad son menos medibles, aparentemente, que los de la inteligencia. Pero son igual de importantes o más, porque comprometen el obrar entero. Quien dice la voluntad dice el entorno cercano y decisivo para ella: los sentimientos, todo lo que escapa a la esfera de la razón, esa otra forma de “razonar” que tiene el cerebro humano, la inteligencia emocional.

Paso a paso se llega Tratemos de entender un poco el proceso de la voluntad: • La concepción o representación, que consiste en captar la realidad de los objetos: sensibles o inteligibles. Sin esa representación, la voluntad no se mueve. Ya tengo una idea de lo que quiero, y al empezar el proceso, hay una cierta complacencia espontánea con esa idea. • La deliberación es lo que sigue: un examen atento de lo que tenemos en mente y de los medios que nos pueden llevar al objetivo que buscamos. Hago una especie de balance de pros y contras de esa idea.

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Capítulo 3

Aprender a querer • La decisión, o elección que conlleva una decisión, es el acto central en el que se va a poner en juego la actuación de la voluntad y el ejercicio de la libertad. Es una elección deliberada, seleccionada y voluntariamente querida. • La ejecución es la ordenación y puesta en marcha de las acciones necesarias para hacer efectiva una determinada decisión. Este proceso es complejo y está sujeto a las alteraciones que la misma voluntad puede introducir, saltándose u omitiendo pasos. Pero resulta útil para no confundir una complacencia no deliberada con una intención, o ésta con una decisión. La voluntad puede provocar la representación, estimular la deliberación o inhibirla, ejercitar su dominio en la elección, y aplicarse a lograr el objetivo en la ejecución. Por eso puede ocurrir que se hayan dado los tres primeros pasos y en el cuarto la voluntad se vuelva hacia atrás. Pueden surgir algunos problemas al dar cada uno de los pasos: en la representación se dan la apatía ­−el no interesarse por nada, la falta de centros de interés o de motivación−, la sugestión o la hiperemotividad. En la deliberación pueden presentarse la pereza mental, la impulsividad, el capricho o la superficialidad. En la decisión o elección se dan la indecisión y la veleidad. En la ejecución la debilidad de voluntad en cuanto da lugar a inactividad, pérdida de tiempo, desorden, inconstancia, falta de atención, exceso de imaginación, etc.

“Dime lo que quieres y te diré quién eres” Este refrán resume el poder de la voluntad en la configuración de la personalidad. Dicho con otras palabras: cada uno puede llegar a ser lo que quiere ser. Es cuestión de proponérselo y de obrar en consecuencia. Se puede, pues, aprender a querer, que es una manera de expresar que la voluntad está siempre en proceso de formación. Una consideración proactiva (anticipativamente responsable) de la voluntad nos lleva a examinar dos de sus modalidades prácticas que tienen gran importancia en la conducta: la decisión y el propósito. En la decisión, la voluntad expresa un querer presente, aquí y ahora. Decidir es aprender a querer en presente. O sea, decir y hacer. No es sólo decidir o elegir: es comprometerse con lo que se decide para hacerlo efectivo. Por eso, en la decisión se actualiza la libertad, no sólo en relación con los fines que se proponen a la conducta, sino con los medios para lograr el objetivo que nos hemos propuesto.

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En el propósito la voluntad expresa un querer futuro, compromete por adelantado acciones futuras. La voluntad proactiva es voluntad que propone con anterioridad, que se anticipa activamente a los acontecimientos, que no se limita a dejar que pasen (pasividad) o a reaccionar ante ellos (reactividad, por ejemplo: a una persona que grita, contestarle con gritos). Y es voluntad propositiva porque no se enreda en lo negativo y busca la afirmación constructiva. El propósito es posible porque la persona puede comprometer libremente su futuro. El esfuerzo por dar vida a los propósitos y por mantenerse en ellos, tiene que ver con la fidelidad. Ella está vinculada no sólo a la lealtad a las personas, sino al amar las realidades que nos rodean, la acción misma, el trabajo y la complejidad de acciones que están comprometidas en él. Fernando fue maleducado por sus padres. Con una idea muy equivocada, le dieron todo lo que ellos no pudieron tener, pues llevaron una vida sacrificada para sacarlo adelante. No tuvieron en cuenta las campanas de alerta del colegio, diciéndoles que el niño era caprichoso. Pensaban que el colegio no entendía que Fernando pertenecía a una clase social en la que esas cosas eran normales. Acabaron viviendo su vida por él, sin dejarle espacios de libertad y sin ayudarle a forjar su voluntad. La ruptura de Fernando con sus padres fue brusca, pero en cierto modo prevista. Cuando a uno no le dan la libertad a tiempo o no lo educan para manejar su responsabilidad, termina cobrándola por sí mismo. Eso fue lo que hizo Fernando: aprovechó el viaje al exterior para hacer lo que le dio la gana, sin importarle lo que fueran a pensar sus padres, pero sin importarle tampoco si lo que hacía estaba bien o no. “Fernandito”, el hijo bueno de papá y mamá, se convirtió en el rebelde Fernando, alejado de sus padres y entregado a una vida desordenada. En ella no hay diálogo con nadie sobre sus asuntos más importantes e íntimos: ¿qué quiere?, ¿qué busca en la vida?, ¿para dónde va?, ¿cuáles son sus motivaciones?, etc. Fernando tiene debilitada su voluntad y su capacidad de querer. La ejerce para poder elegir lo que le gusta, no como una voluntad madura que piensa en lo que le conviene, independientemente de si le gusta o no. Es decir, una voluntad para regular su

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Capítulo 3

Aprender a querer conducta, para desarrollar determinados valores, para controlar ese desmedido afán de hacer lo que quiere demostrando a sus padres que puede actuar sin ellos o contra ellos. Tarde o temprano Fernando tendrá que hacerse aquellas preguntas y responder con sinceridad, ver si está logrando lo que quería y cuál es la calidad de sus relaciones con la demás gente, incluidos sus padres. No puede retrasar por más tiempo esa definición. Nadie puede hacerlo ahora por él, como lo hicieron en un momento en forma equivocada sus padres, y sólo él puede construir su futuro desde su propia voluntad. Pueden las cosas salir bien, sin olvidar la lección pasada.

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Capítulo 4

Aprender a amar

Historia de Margarita

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“Ojalá pudiéramos, a fuerza de amar, llevar al amor más allá del amor” (A. Sarrazine) argarita se enamoró muy joven de un muchacho que estudiaba ingeniería, hijo de un amigo de su padre, en cuya casa se conocieron desde pequeños. A ella no le gustó tanto por su atractivo físico como por su talento y su rectitud. Parecía ser el molde de su padre, un hombre bueno y el mejor amigo de sus amigos, a quienes era fiel y a quienes procuraba darles lo mejor de sí mismo. El padre murió cuando su hijo era todavía adolescente, y la chica apenas estaba terminando su colegio. A raíz de la muerte de su papá, Jerónimo maduró mucho. Asumió sus responsabilidades como hermano mayor. Todo eso resultó ser un motivo para que Margarita viera en él al hombre de sus sueños. Fue un noviazgo intenso, entusiasta y de mutuo entendimiento. Como quien dice, eran el uno para el otro. Jerónimo le propuso matrimonio, las familias aceptaron encantadas, y se casaron. Pronto los hijos empezaron a llenar la casa: María Antonia, Luis, Julito y luego Inés y Pablo. Todavía siendo profesionales jóvenes se encontraron con que tenían cinco hijos. Para ambos, además, una carga económica sólida. Ella, profesional también, montó su propia empresa y salió adelante. Aparecieron pronto dificultades de trabajo para él, quien mantenía un perfil bajo frente a su esposa, inteligente, bonita y gran ejecutiva. Ella le daba dos vueltas a él, pero su marido era un hombre totalmente dedicado a ella y a sus hijos, que no solía figurar ni sobresalir en la vida social. Pero llegó lo que no esperaba nadie. Con los hijos mayores ya adolescentes, y con niños pequeños, ella empezó a

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Capítulo 4

Aprender a amar sentir cansancio de la rutina del hogar. Sus viajes y contactos en congresos resaltaron sus condiciones y su atractivo como mujer. Empezó a sentir que su marido no estaba a su altura. Poco a poco se dejó galantear y se enamoró de uno de sus colegas y amigos de negocios. Disminuyó el entusiasmo por sus hijos y la vida conyugal le aparecía aburrida. Llegó hasta el punto de plantearle a Jerónimo reclamos por sus fracasos profesionales, por sus descuidos en la presentación, comparándolo con sus colegas, pero sin confesarle que estaba enamorada de otro. Se notaba si la frialdad y sequedad de ese amor juvenil que se había mantenido encendido por casi 20 años. Si he dicho que el mundo de los sentimientos juega un papel importante en la configuración vital de una persona, con mayor razón puedo afirmar que el amor es la fuerza integradora de todos esos mundos, en cualquiera de las variadas formas que adopta. No planteo un tema de orden sentimental, pues puede alguien decirme: “ya llegó usted con el cuento del amor como receta para todo”, que se puede prestar, además, a las más variadas y contradictorias interpretaciones. Debo decir que nada hay más alejado de mi intención que poner las cosas de ese modo. Trato de desmitificar ese uso manipulador del amor. Hablo de él no sólo como una instancia superior de la realización personal, sino como la culminación del querer, de la intencionalidad volitiva, para diferenciarla del conocimiento, que corresponde a la intencionalidad cognoscitiva. Conociendo y queriendo nos hacemos personas. Amar es una forma de querer, pero no todo querer es amor. El amor es querer a personas concretas, traduciendo el querer a obras de entrega y de servicio. De ahí que hablo de aprender a amar como uno de los caminos de la superación personal, sin el cual quedaría incompleto ese proceso, y como en el aire todas las aspiraciones humanas a la felicidad. Si algo define y da razón de una persona es el saber querer y su plenitud, el amor, que es la forma de encuentro más profunda y la forma peculiar como los demás “existen” en mí.

Proceso del amor Siguiendo a Jesús Arellano, los pasos básicos del proceso existencial del amor (o de la amistad) son: • Aceptar a la otra persona. • Vivirla desde dentro de mí mismo. • Darme a ella

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En primer lugar, tenemos que aceptar a los otros como son, y no como queremos que sean, es decir, no anteponer los prejuicios. Hay que tratar a cada uno como a un tú diferente. Cada persona tiene sus sueños, su proyecto vital, lo cual merece un profundo respeto como punto de partida para una relación interpersonal positiva. No sólo hay que aceptar a los demás como son, sino que hay que dejarlos ser lo que son, no imponerles nuestro punto de vista sobre cómo pensamos que deberían ser. En segundo lugar, vivir al otro desde dentro de uno. Esto no significa simple simpatía mutua. Es ponerse en su situación, como se dice comúnmente, “ponerse en sus zapatos”, buscar la sintonía vital con él, la empatía. Tengo que hacer un esfuerzo para ponerme en su situación, para acercarme a su interioridad con enorme respeto. Pero hacer eso desde la mía, no desde la superficie de ambas personalidades o desde lo corporal. Estamos en el terreno más delicado porque tratamos al otro como otro que tiene un ser personal íntimo y abierto, como el mío. En tercer lugar, el darse, la donación mutua, la disponibilidad y el servicio, que es lo que sella profundamente una relación y constituye el antídoto más seguro contra el egoísmo: “El alma ante todo es rica por lo que da” (Tibhon). Un amor que no da es desamor, se queda en un sentimiento vago y cae en el egoísmo de hacer que la otra persona gire en torno a mí. A algunos oídos puede sonar raro esto, pero es una realidad innegable. Amar no es gustarse, sentirse, verse o tocarse. Amar es compartir, entregar lo mejor de sí buscando ser correspondido aunque, a veces, esa correspondencia no se de. “El amor no es mirarse el uno al otro. Es mirar juntos en la misma dirección” (Saint Exúpery). Si no hay entrega, surgen los problemas, que sólo se superan si hay disposición al diálogo, a rectificar los errores, a comprender y perdonar y a volver a empezar.

Amor y afectividad Parto de una visión global de la afectividad, relacionada con la armonía de todo el ser. La entiendo como capacidad de amar, que le confiere sentido a la sexualidad, pero que no se reduce a ella. Por eso no es propio hablar de educación de la afectividad, sino de educación afectiva. Como tampoco es exacto hablar de educación de la sexualidad, sino de educación para el amor, que incluye la sexualidad, no la simple genitalidad.

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Aprender a amar Debemos evitar la visión simplista o parcial de realidades complejas. Por ejemplo, el instinto sexual: podemos mirarlo como algo biológico innato, determinado a un fin preciso. Pero sabemos que ese instinto tiene efectos que van más allá de lo biológico, y que afectan a la persona entera. Cuando decimos que una persona se deja llevar por sus instintos, estamos señalando que falta el equilibrio global, el control inteligente y voluntario que orienta y abre al sentido pleno de esa realidad. El hombre no es arrastrado por sus instintos, como ocurre con el animal, que no tiene libertad. Aquí, como en otros aspectos de la vida humana, se ve que se trata de un camino de búsqueda, sembrado de temblor y misterio. Por eso, no es extraño que la afectividad aparezca envuelta en un velo enigmático y que nos aproximamos a ella con pudor, porque se trata de la intimidad de la persona. La decisión de amar existente en toda persona, busca concretarse, pero es la voluntad la que toma la decisión de amar y la mantiene en forma de fidelidad. Es más determinante la capacidad de dar que la de recibir. Si se desajusta, puede incurrirse en la autocomplacencia erótica o en la utilización del otro como objeto manipulable. La persona necesita de la autodisciplina. Por ejemplo, es normal que haya que sujetar la imaginación, que tiende a sacarnos de la realidad y a pintarnos mundos inexistentes, muchas veces llenos de reclamos que estallan en múltiples direcciones o de variaciones que nos llevan de un extremo al otro. Y, sobre todo, hay que vencer el egoísmo que nos centra en nosotros mismos y en nuestra comodidad, placer o satisfacción. Moderar las pasiones, cuando estas son desordenadas, es propio de una afectividad equilibrada que logra la armonía y madura efectivamente a través del esfuerzo, de la coherencia vital, de una alta autoestima, pero también de motivaciones que nos lleven a reconocer y valorar a quienes amamos más que a nosotros mismos. El destino de un árbol es dar frutos. Si el árbol madura bien, da frutos maduros. Si no es así, los frutos caen verdes, antes de tiempo, o se pudren porque algo externo los contagia. Para madurar efectivamente, la persona necesita desplegar sus fuerzas físicas, psíquicas, espirituales, intelectuales y afectivas, en toda la riqueza y profundidad que estas dimensiones implican, siempre en armonía con el sentido de su vida, con una finalidad que la

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trasciende a ella misma. Dicho de otro modo, al toque intelectual de sus acciones no debería faltarle nunca el toque afectivo, que hace de la persona el ser de la ternura.

Amor que afirma al otro El afán humano de trascender, de ir más allá, que se denota en las operaciones intelectuales y voluntarias, me lleva a salir de mí mismo y me centra en la persona amiga o amada, y me veo, en cierta forma, desde ahí. Además, vivo para ella. Todo eso lo siento y experimento como una manera de poner a prueba mi ser espiritual. Aunque puede estar presente lo sensitivo, lo más valioso que hay entre los dos es algo inmaterial, que no está físicamente en ninguna parte ni es sólo un sentimiento, sino que se trata de algo que existe entre las dos personas. Ambas son conscientes de que la otra les trasciende y de que hay algo de orden espiritual entre ellas. Para que haya amor auténtico, debo girar en la órbita del otro. Así lograré que también él haga lo mismo, y vendrá el encuentro que da plenitud si hay entrega mutua, la cual se realiza de diferentes maneras en los distintos tipos de amor. El amor lleva a buscar y a sacar de cada uno su “mejor tú” (Pedro Salinas), no lo que nos dicta la primera impresión o el simple entusiasmo de un primer encuentro. Es el fruto del esfuerzo: “El amor mal conviene a los perezosos; para existir en plenitud requiere gestos precisos y fuertes” (Tamaro). El amor hombre-mujer, la amistad, la fraternidad y la filiación o paternidad, son diferentes modos del amor con distintos componentes. Por ejemplo, en el primero juega un papel decisivo la atracción sexual, en cambio, en la amistad lo juega la semejanza entre los amigos, los valores que se comparten. En la filiación y la paternidad no hay atracción, sino más bien un sentimiento de benevolencia, de querer ante todo el bien del hijo o del padre, dependiendo desde dónde se mire la relación. En una concepción hedonista −donde prima el placer– el amor se reduce al placer sexual. Es una visión parcializada. En ella amar es gustarse, un asunto más o menos epidérmico y biológico o emotivo. Lo que ocurre es que sobre el placer no se puede construir lo propiamente personal y humano. En cambio, si hay entrega entre dos personas, surge el lazo más perdurable que nos hace mirar fuera de nosotros y construir algo en común.

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Aprender a amar Si se sabe amar, se está preparado para aprender a vivir el dolor como una experiencia de vida que no hay que tomar como algo negativo, sino como algo que aquilata el amor –“dentro del dolor está la verdad como el agua en la entraña viva de la roca” (Ricardo León). El dolor hace trascender por sobre las circunstancias materiales, de salud o bienestar individual, para centrarse en la comunidad formada por quienes se aman: el nosotros.

Amar sin medida También podríamos relacionar todo esto con la autoestima, el recto amarse a sí mismo, que conlleva el reconocimiento y la valoración por parte de los demás. Desde ahí se ponen las bases para la relación interpersonal. La ecuación que define propiamente esa relación es Todo = Todo (Arellano). No importa las cantidades de lo que haya de cada lado. Puede haber de un lado un vaso de agua y del otro un océano, pero lo importante es que estén igualmente llenos. Lo que vale es lo que las personas son, no lo que tienen. Hay que buscar en los demás primero lo bueno, lo que los hace fuertes, para apoyarse ahí y brindarles un refuerzo. Para entender esto no hace falta sufrir en carne propia la decepción o el descorazonamiento. Basta mirar a muchas personas que andan desorientadas en su visión de lo que quieren y andan sin un amor de verdad: “Un corazón desorientado es una fábrica de fantasmas” (San Agustín). Pero un corazón orientado por la razón hace a la persona feliz, porque le da consistencia a lo que ama, la lleva a ser más como persona y a ayudar al otro también a ser más. La plenitud que la persona logra en el amor no depende estrictamente de la lógica del conocimiento de la otra persona, o de que estén “claras las reglas”. Al contrario: no es cuestión de reglas, de condiciones que establezcan lo que cada uno pone o da. Debe primar la espomtaneidad en la relación. La regla del amor es no someterse a reglas, pues está de por medio la disponibilidad, la aceptación del otro tal como es, . Por eso el amor abre puertas a mundos insospechados, a un infinito de posibilidades, a riqueza de vivencias inesperadas, a respuestas nuevas, a cambios, a esperar sin cálculo y con generosidad. “La medida del amor es amar sin medida” (San Agustín).

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¿Qué pasó con Margarita y Jerónimo? Margarita está a punto de echar abajo lo construido arduamente durante dos décadas. Su mamá, una persona que ha vivido enteramente para su marido y sus hijos, se dio cuenta de lo que pasaba y abordó a cada uno por separado, tratando de salvar a los dos, salvar el matrimonio y salvar a los hijos. Habló con ella a fondo y se enteró de todo lo que pasaba en detalle. Le hizo ver que lo de ahora podría ser un capricho pasajero, pero que sí había razones para pedir un cambio a su marido, a quien ella le confesaba que todavía quería. Igualmente le hizo ver lo que sería de los hijos si prosperaba esa relación que la conducía a dejar a su esposo y darse, según ella, “la vida que me merezco”. Se refería a ropa elegante, refinamientos de todo tipos, viajes al exterior y, en general, un nivel de vida que hasta ahora no había podido darse. A él lo despertó un poco de su ingenuidad y simpleza, y le hizo ver que tenía que “ponerse las pilas” si quería salvar su matrimonio y su hogar. Buscó a un íntimo amigo del padre de Jerónimo, le contó todo y le pidió que le ayudara en esta difícil tarea. Aparentemente en esta pareja ha habido no sólo enamoramiento, sino una donación o entrega sincera. Con el paso de los años, esa entrega se ha enfriado en Margarita, que ha descubierto, a los 35 años, sus posibilidades de éxito entre los hombres De pronto ha soltado la atadura de su compromiso fiel para probar el fruto prohibido y soñar con un futuro distinto, más concentrada en sí misma, con una buena carga de autoestima convertida en egoísmo. Jerónimo está asustado y ha empezado a poner todos los medios para reconquistar a su esposa. Los hijos mayores empiezan a percibir que algo pasa entre papá y mamá, pero no saben qué es exactamente. No se sabe qué va a pasar con ellos. Lo único cierto es que la decisión de no seguir adelante con su aventura la la tiene Margarita, y darle una oportunidad a su esposo, además de valorar muy bien lo que puede suponer para ella y para sus hijos una ruptura del amor de toda una vida.

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Capítulo 5

Aprender a hacer

Historia de Guillermo

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“Para saber lo que debemos hacer, hemos de hacer lo que queremos saber” (Aristóteles). uillermo no piensa en otra cosa que en el dinero. Desde pequeño hacía negocios con sus compañeros de colegio, procurando siempre sacar una ventaja. Incluso vendía parte de los dulces y caramelos que le daban en la casa para llevar al colegio. No perdía oportunidad de llevar cosas que pudieran interesar a sus compañeros, especialmente después de encargarle a su mamá que se las trajera en uno de sus frecuentes viajes a Miami. Era un muchacho de una actividad frenética: se apuntaba a todos los deportes y en todos se defendía más o menos bien. En las asignaturas de estudio le ocurría otro tanto. No era el mejor pero tampoco se quedó colgado ningún año. Y al salir de clase, el plan era casi siempre ir a casa de alguno de sus amigos, estudiar un rato, ver televisión, “chatear” por Internet y después ir al cine con algunos amigos. En su casa no sabían cómo alcanzaba a tener tanta actividad. En el colegio lo apodaban cariñosamente “Maquinita”, lo cual correspondía a su actividad y a su modo de ser. Todo le salía como a las máquinas que funcionan bien. Su problema era que no sabía estar solo, se desesperaba y le parecía que se iba a enloquecer. Siempre tenía que estar haciendo algo, conversando con alguien, jugando o corriendo de un lado para otro, o haciendo sus negocios. Todos sus compañeros lo buscaban porque con todos se llevaba bien. El paso a la universidad le dio muy duro. Ya no encontró esa camaradería constante, y ese andar de

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Aprender a hacer un lado para otro como si todo diera lo mismo. Ya no había formas de hacer lo que hacía en el colegio. Mientras tanto, sin que se percatara del porqué, sus padres se habían separado y le toco irse a vivir con el papá, que vivía absorbido por sus negocios y no le dedicaba tiempo al muchacho. “Maquinita” empezó a sentir que ya no era el centro de la atención, ni en la casa ni en la clase. No encontraba de qué hablar con sus compañeros, a los que buscaba como tabla de salvación para huir de la soledad. Seguía siendo un niño ansioso de ser acogido y de ser protegido, pero no encontraba las fáciles respuestas de antes. La carrera de mecánica le resultaba aburrida y no tenía problemas con ella. Siempre se las arreglaba para estudiar y para aprobar. Sus ojos saltones y vibrantes empezaron a mostrar tristeza y, de tanto en tanto, de ellos saltaban unas lágrimas inesperadas. “Maquinita” volvió a acelerarse al abandonar la carrera y dedicarse al taller automotriz que le montó su padre. Volvió el frenesí de los años juveniles y se entronizó en él la ambición de hacer dinero por sobre todo. Todo se convirtió en fuente de negocios: dedicaba casi catorce horas al taller, comiendo de carrera y durmiendo poco. Se montó un “superapartamento” en cuanto pudo, con todas las comodidades y caprichos. Pero allí nunca estaba. Sólo había algo que lo identificaba siempre: no podía estar a solas por un momento porque entraba en crisis. No quería comprometerse con nadie. Todo lo veía con un sesgo utilitario y de negocios. La gente empezó a cansarse de “Maquinita”. A sus 30 años no tenía una sola amistad íntima, no le gustaba leer ni conversar sobre nada serio. Hay un dato preocupante en su vida. Ya son varias las ocasiones en las que, estando en la autopista en su carro deportivo, ha sentido deseos de acelerar al máximo y ver qué pasa o, mejor, perder el control total, porque piensa para sus adentros: “no vale la pena vivir así”. “Hacer” está tomado aquí en su sentido de “hacer cosas”, producir. Es la acción humana que conduce a tener cosas materiales. La persona en cuanto hace, produce o crea determinadas cosas, da lugar a resultados de algún modo externos a ella. Cuando ese hacer no tiene la caracterización del trabajo, decimos que la persona, por ejemplo, descansa o juega, o sea, hace de otra manera, distiende sus fuerzas.

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A diferencia del hacer, el obrar nace de no limitarse a la actividad en sí ni a las cosas que resultan del simple hacer, sino de convertir el hacer en actuar operativo, es decir, aquello que la persona hace con un control desde dentro de sí misma. El obrar corresponde a la dimensión humana, es decir, al actuar voluntario y consciente de la persona El hacer, a través del obrar, se convierte en trabajo (aunque no necesariamente toda forma de obrar sea trabajo), con unos logros determinados que son para bien de la persona. Acabo enunciar las tres ramificaciones del camino del “aprender a hacer”: “aprender a obrar”, “aprender a trabajar” y “aprender a lograr”. Buscar los resultados del obrar en general y del trabajo en particular. La actividad puede quedarse en el simple hacer cuando nos limitamos sólo a las cosas que tenemos como fruto del hacer, sobre todo si se trata de la posesión de cosas materiales. Todos los “caminos para la superación personal” están concatenados formando un tejido, una red. Hay que tener siempre presente su mutua integración en el ser personal que les confiere unidad. El “aprender a hacer “ necesariamente tiene que conectarse con el “aprender a ser”, precisamente a través del “aprender a obrar”. De lo contrario, se llevaría una vida dividida, esquizofrénica. Todo esto la persona lo aprende. No basta con estar, con hacer o con tener. Como ya se dijo, es necesario desarrollar una personalidad, llegar a ser lo que todavía no se es, aspirar a un ser más pleno. Si no fuera así, todas las personas seríamos idénticas, lo cual contradice la realidad: unas llegan más lejos que otras porque despliegan más su potencial, a través de los hábitos. Unos quehaceres son más prácticos y otros más teóricos. Entre los primeros están los oficios, que son una forma más elemental del hacer. Entre los segundos, los saberes profesionales con base al conocimiento científico. A la hora de integrarlos en la conducta, no tiene ya tanta importancia las diferencias entre unos y otros, sino la coherencia a que den lugar en la actuación. No se es “más” por tener una profesión intelectual, pero ésta permite horizontes más amplios. Si ellos no se viven en unidad de conducta, se convierten en problema. Podría darse que otra persona, a través de un quehacer más sencillo, tuviera mayor coherencia o unidad de vida. Esa integración supone un acople entre el pensar, el hacer y el obrar.

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Aprender a hacer La persona que sabe-hacer mediante un oficio o profesión, y necesita conocer bien muchos elementos técnicos que la facilitan su trabajo. No se puede dar la espalda a la técnica y decir “eso no va conmigo” o “yo no sirvo para eso”. Con el incesante desarrollo de la informática, hay que tener una formación básica en ella para poder hacer. Se trata de una herramienta, de un medio que ayuda a cumplir un fin. Si no es así, la persona se vuelve un esclavo de la técnica.

“No soy lo que hago” El riesgo de un hacer dislocado del sentido puede llevar al activismo, a la adicción al trabajo, que acaba por dominar a la persona. Es una especie de “materialismo de la acción”. En lugar de dignificarse y elevarse, se rebaja. La persona termina haciendo para tener, no haciendo para ser. A quienes trabajan, a veces se les da un trato como si lo que importara fuera únicamente la producción. Si lo ideal es que la persona sea lo primero y el centro de la organización, hay que hacer que la práctica corresponda a ese ideal. Por ejemplo, hay muchas empresas que dicen tener esa prioridad, pero, ante ciertas exigencias de la competitividad, hacen lo contrario. Caen en la trampa de despojar a sus trabajadores de lo que los hace más productivos y más comprometidos con el futuro de la organización, su capacidad de crecer interiormente a través de lo que hacen. Hay un aforismo que afirma que “nadie puede, no queriendo, querer”, o sea, ser obligado íntimamente a dejar a un lado su voluntad. En la vida laboral, la experiencia indica que de hecho se induce a rutinas y hábitos que evidencian el “materialismo del hacer”, o sea, una especie de mecanización deshumanizante del trabajo personal. Por hacer continuamente, no se llega necesariamente al ser personal. Tiene que mediar una voluntad que interiorice el hacer y lo vuelva humano. A veces miramos atrás una vida entera de trabajo en condiciones en las que no ha habido tiempo para desarrollarnos personalmente, y concluimos que ese trabajo se llevó de calle las aspiraciones de otro orden. Es un indicativo de que la persona se estaba reduciendo a “ser lo que hacía”. Son formas de cosificación del trabajo y de la persona. Cuando yo no logro convertir lo que hago en obra (riqueza subjetiva y espiritual

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del trabajo), derivo en lo opuesto: lo que cuenta son los resultados cuantificables, que entran en el ámbito de la técnica, lo económico y lo administrativo. A todo lo demás se le considera fuera de contexto. No basta tener los cinco sentidos en lo que se hace (concentración, intensidad, orden y constancia), hay que darle sentido personal, involucrar lo que se busca, lo que se quiere, lo que se logra, lo que me afecta a mí y afecta a los demás. No puedo convertir en fines, por ejemplo, todo lo relacionado con la técnica, que tiende a absorber exageradamente el papel de lo humano. Siempre será una herramienta, por muy “técnico” que sea el oficio o trabajo que se desempeña. En la medida en que el protagonismo del trabajo se lo lleven los medios que empleo en él, pierde su sentido humano porque el verdadero protagonista es la persona. El caso de “Maquinita” es muy expresivo. De él se apoderó desde muy joven la locura de hacer por hacer, de moverse por moverse, de no tener una vida propia, una intimidad que compartir, una capacidad de establecer relaciones y unos intereses distintos al simple quehacer. Ni sus estudios ni su actividad profesional posterior estaban debidamente equilibrados. Los padres lo dejaron solo desde pequeño, y se contentaron con verlo ir y venir, pero no lo siguieron de cerca. Y cuando más los necesitaba, se quedó completamente a la deriva. Los éxitos profesionales de Guillermo no le bastan para afrontar los problemas que tiene. Necesita afecto, compañía y orientación, para recomponer esa “máquina” que muestra un desgaste profundo. Necesita dar un sentido a su vida, que no lo tiene porque el que cree tener realmente no es el que necesita. La angustia ha vuelto aparecer en su vida con tintes de desesperación y de tentaciones de suicidio. Guillermo es considerado el primer calibrador de motores de la ciudad. Parece sentir que su motor está roto y no sabe qué hacer. No tuvo amigos en el colegio, y menos en la universidad. El no poder estar solo era como un síntoma de una situación más delicada: no cultivaba su propia interioridad y le faltaba control de si mismo, precisamente para poder tener dominio del quehacer. Lo devoraba el activismo o adicción al trabajo. Guillermo, además, no tuvo la ayuda para encauzar ese espíritu de negociante que se manifestó en él desde pequeño y que lo fue absorbiendo, primero en el colegio, al exagerar el afán de ganar

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Aprender a hacer dinero con las ventas a sus compañeros, y más tarde, al vivir completamente para su taller y para conseguir cosas, olvidando que el dinero es solamente un medio, no un fin. El problema de la soledad y posteriormente de la angustia, con sus manifestaciones extremas, no son más que el punto al que se puede llegar cuando se presentan desajustes serios de la personalidad. Guillermo no ha tenido la ayuda de un psicólogo o de un psiquiatra que le puedan aconsejar sobre cómo reconstruir un poco aquella parte del tejido de su vida que está roto. No es imposible una recuperación, pero hace falta cambiar de actitud seriamente en la forma de afrontar el trabajo, y recuperarse en el terreno de las amistades y de las relaciones sociales en general.

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Capítulo 6

Aprender a obrar

Historia de Carolina

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La fuente está en tí; cava cada vez más hondo y brotará siempre” (Marco Aurelio) adie pone en duda que Carolina sea una mujer activa. Ella sola puede con toda la carga de su hogar, marido y 3 hijos, y la propia de su trabajo. Se le pasan los días y ella se repite a menudo al final del día: “yo, ¿qué he hecho hoy?” La pregunta se ha vuelto habitual, como la respuesta: la sensación de no estar satisfecha con haber llenado el día de mil actividades. Como si en realidad no hubiera trabajado. No tiene una respuesta clara a esa pregunta, que se viene haciendo con insistencia en los dos últimos años. Carolina acaba temprano en la tarde sus labores como secretaria de un colegio, llega a la casa, se pone en traje de faena y se dedica a establecer orden en cosas y personas: la cocina, las tareas de los colegios, preparar la comida, hacer las llamadas para recordar la reunión de mañana en la noche con un grupo de padres de familia, la salida al supermercado a comprar unas cosas, la conversación pendiente con la vecina, y la llamada a la suegra para preguntarle cómo va el postoperatorio. Así un día y otro. Alcira, su amiga de toda la vida, le ha hecho uno que otro comentario en ese sentido. Ambas recuerdan que desde que estaban en el colegio Caro era una niñita superactiva. En todo lo que se podía estar ella estaba. Y si no, se hacía llamar. Las demás compañeras le seguían la corriente. Organizaba todo lo que estaba a su alcance. A diario quemaba muchas calorías que le venían bien a sus kilos de más y le daban cierta gracia al actuar.

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Aprender a obrar No era, ni mucho menos, tranquila y lenta, al contrario de la idea inicial que podía hacerse de ella quien no la conociera. Rodrigo, su esposo, es el típico marido “tumba”: metido en sí mismo, callado y escurridizo a las actividades de su mujer y sus hijos, que no quiere hacer amigos para no comprometerse. Lo que él ha dejado de hablar y hacer en 20 años de matrimonio, lo ha dicho y hecho con creces Carolina. Ella domina la geografía de su hogar. No se mueve una hoja en él sin que Carolina intervenga. Se la pasa haciendo y dando órdenes a sus hijos, igual que en el colegio. Según su etimología latina “obrar” significa trabajar, en su sentido de esfuerzo u ocupación humana que empeña la voluntad y la inteligencia. En cambio, “labor” significa el quehacer como esfuerzo físico que produce fatiga. Esa distinción, nos da una pista para entender la diferencia entre hacer y obrar, de la que se viene hablando en este libro. Del pensar se pasa al querer y del querer a la acción como un hacer productivo que, en la medida en que lo buscamos con el afán de alcanzar un fin, un porqué específico, se convierte en obrar auténticamente humano. Dicho de otro modo: no basta pensar, querer y hacer: hay que obrar. El hacer convertido en obrar exige una disciplina mental, unos hábitos que sólo se consiguen con al esfuerzo constante y con el aprendizaje permanente. Nadie puede declararse exento de ese progreso y pretender dar saltos que impiden una maduración indispensable, un proceso que exige formación y entrenamiento, conjugar conocimientos, adquirir habilidades, desarrollar capacidades y practicar valores.

Interiorizar lo que se hace En esto consiste el obrar: hacer un trabajo cualquiera quedándose, por decirlo así, con el control de la situación. No dejando que cualquier forma del hacer humano absorba a la persona y la controle. El hacer produce unos resultados externos a mí. Lo que miro en el obrar es lo que queda en mí, no lo meramente exterior, sino el producido de la acción. Estamos apuntando a la acción humana que guarda algo para sí, que es como la huella que queda en ella misma después de hacer

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cosas. Tomando palabras de Aristóteles sobre el conocimiento como “progreso hacia sí mismo”, las aplicamos a la acción, para mirarla como progreso hacia el interior de la persona. Significa desenvolverse adecuadamente en la vida y tener una conducta estable que conduzca a una armonía y un equilibrio personales. No es fácil lograrlo ni explicarlo porque, a pesar de lo mucho que se haga, sólo si se interioriza lo que se hace, se puede decir con propiedad que se obra. No se trata de un juego de palabras para llamar la atención, sino de una realidad que se constata cada día. Hacer es más o menos fácil y no requiere necesariamente un empeño espiritual a fondo. En cierto modo, hacer es lo que hacen el hombre y las máquinas. Pero la persona no se limita a ese hacer. Va más allá, está llamada a apropiárselo de una manera inteligente, a hacer un trabajo dominando la situación. Estamos apuntando no a las cosas que se hacen, sino a la acción humana que guarda algo para sí. El riesgo que se corre es muy claro: tener todas las capacidades y habilidades necesarias para producir, para generar resultados, pero si lo que queda en la persona es únicamente la fatiga del trabajo, empiezan los problemas porque se produce un desdoblamiento contrario a lo que debería ser. Esta es la causa de muchos cansancios mentales y desencantos con la vida de trabajo, con un determinado trabajo, cuando pasan muchos años de estar haciéndolo. Se desconoce la causa o nos desesperamos en su busca, o acabamos por pensar que es el destino que nos tocó y que no hay nada que hacer al respecto. Todo lo contrario. Temprano o tarde nos tenemos qué preguntar por el sentido de lo que hacemos, si avanzamos, si crecemos como personas ;o si el hacer, el trabajo por ejemplo, nos vacía interiormente, nos deja sin fuerzas o nos produce una insatisfacción vital.

Síntomas del caos Pueden señalarse algunos síntomas que delatan que una persona, por muy elemental que sea su oficio, puede estar envuelta en formas de hacer que eluden la pregunta por el sentido de lo que hace:

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Aprender a obrar • Empezar y acabar sin pensar antes en qué se va a hacer y cómo se va a hacer. • Mientras se hace no hay detenimiento para una breve reflexión de cómo van las cosas, cómo se siente y cómo se sienten los de más conmigo. • No se evalúan los resultados de lo que se está haciendo, para ver, al final, si se hizo todo lo propuesto • No se piensa en el grado de satisfacción que se logra al cumplir unas metas. • Domina el hacer continuo, con los altibajos de las interrupciones, de las faltas de atención, y de las distracciones provenientes de fuera. La rutina que proviene de hacer las cosas en forma mecánica esta al acecho. Es el acostumbramiento a hacer las cosas sin pensarlas, que degenera poco a poco en mediocridad. Lo importante es que yo tenga el control de lo que hago y que el hacer sea consciente e interiorizado. Hay personas que pasan por su trabajo como por entre un túnel, al final de cual salen jubilados. Si la vida se les ha ido en “trabajar, trabajar, trabajar”, tendrían la necesidad de preguntarse por el resultado interior de los años de trabajo, en términos de crecimiento y madurez personales. “Hacer” pensando sólo en lo que hay que hacer, es un horizonte muy pobre porque falta una motivación. Hay sólo encadenamiento de acciones porque sí, porque “me pagan para eso” o porque “mi familia depende de ese quehacer”. No hay más preocupaciones ni más preguntas, porque “yo no nací para filosofar”. Es quitarse de encima una responsabilidad que hay que afrontar y que genera preguntas y necesidad de dar respuestas.

Una enfermedad Hay quienes hacen su trabajo como un enfermo con una fobia que le lleva a lavarse muchas veces las manos, porque duda si se las ha lavado bien. Por eso va una y otra vez al lavamanos. Puede ir cien veces, pero piensa que realmente no se ha lavado las manos. Yo puedo hacer mucho durante todo el día, y cada vez que me detengo

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puedo pensar que debo seguir haciendo, y así hasta terminar la jornada de trabajo. Hay que romper la cadena que me lleva a actuar así y, en determinado momento, hacerse, implícita o explícitamente, la pregunta: ¿qué hago yo aquí?, ¿lo que hago, lo hago a gusto?, ¿lo que hago, me hace crecer como persona? De pronto me encuentro con una posible respuesta que me dice que soy un activista en el trabajo. La persona activista o que vive el trabajo como una adicción, se siente vacía, al contrario de la persona activa, que convierte el hacer en obrar y a través del trabajo crea espacios de enriquecimiento de su intimidad. El activismo es una deformación del trabajo. El activista depende de lo que hace, es esclavo de lo que hace, no se puede estar sin hacer aquello porque le parece que nada distinto al trabajo le satisface. Una típica actitud del activista es moverse de un lado a otro antes de empezar a hacer. No se concentra en el quehacer o se concentra de modo que se le olvida que tiene otras obligaciones, que se trabaja para vivir, no que se vive para trabajar. El activismo es una nueva idolatría, la de la acción por la acción, la de llegar por llegar, al precio que sea, para conseguir resultados. El activista sustituye valores: el tener es mucho más que el ser. Sus motivaciones tienden a invertirse. Siguiendo la clasificación de Pérez López, en el activista son más fuertes las motivaciones externas o extrínsecas, como el dinero, la salud física o el bienestar material, que las intrínsecas o interiores −satisfacción, desarrollo personal−, que se subordinan a aquellas y, en el fondo, al egoísmo Desde las motivaciones interiores es más fácil conectar con las motivaciones trascendentes, que llevan al servicio a los demás y a la sociedad, a la amistad y a la solidaridad. Pero el activista piensa más en sí mismo que en los demás, y lo que le importa es lo que él tiene y lo que él sabe, más que el darse a los demás. Al activista, el trabajo, hecho de esa manera, lo desgasta porque no es verdadero obrar. Está pendiente más de lo accesorio y lo secundario, desechando lo principal e importante que es asumir el control interior. El activista quema muchas energías pero no saca adelante los objetivos que se propone, porque le falta disciplina para trabajar horas seguidas sin interrumpir ni ser interrumpido. Ante los objetivos culturales, inte-

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Aprender a obrar lectuales, espirituales, la respuesta del activista es “no tengo tiempo”, “no me alcanza el día”, “tengo demasiadas cosas entre manos”. El activista es fácil presa del materialismo y del consumismo. No así la persona que da una dimensión trascendente a su trabajo, siguiendo una jerarquía de valores. Quien trabaja responsablemente, sabe que su conducta es gobernada por lo espiritual (inteligencia y voluntad) y desde ahí busca lo esencial, lo principal, lo importante. Para el activista hay tiempo para todo, pero no para lo indispensable: asumir el trabajo en una visión personal que eleva y dignifica.

Coser con una aguja sin hilo El activista cose con aguja sin hilo porque hace cosas, pero no progresa interiormente. Incluso algunas veces va para atrás o le parece estar anclado, se siente seco y estéril. No sabe exactamente lo que hace y acaba por no saber exactamente lo que quiere. Llega un momento en que lo único que hace es seguir trabajando más y más, sin parar, como si a fuerza de un quehacer descontrolado se pudiera llegar a lo importante. El activista acusa una pereza mental “activa” que lo domina y le lleva a resultados interiores pobres o escasos. Invade al activista una especie de ansia en lo externo y en la superficie de su trabajo, pero en el fondo siente indiferencia. La entraña está vacía, y el exterior está pleno de cosas sin una cabeza que las dirija. Por eso es muy cambiante. En cierto modo el activista en un espíritu pobre que se defiende con las apariencias, y vive de la renta de sus logros pasados. Diferente del activista es la persona que hace sabiendo lo que hace y para qué lo hace: es decir, obrando para producir unos resultados, unos beneficios materiales o económicos, un servicio, pero también para desarrollarse personalmente, para incrementar su capital intelectual y para contribuir a la sociedad. Se obra responsablemente, si se sabe lo que se quiere y la forma de lograrlo, si se administra la propia libertad, lo cual consiste no sólo en usar bien el libre albedrío, la capacidad de elección, sino en la capacidad de comprometerse y ser leal a lo prometido. Obrar significa también tener una conducta recta, íntegra, es decir, aprender a vivir la dimensión ética de la vida, la razón de bien y

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mal que hay en las acciones humanas. El bien es lo que perfecciona a cada ser, que es el sujeto de la bondad. El valor es la bondad que atrae, la bondad en cuanto deseada y encarnada en alguien. Algo “vale” para un sujeto espiritual, que lo reconoce y aprecia, que le produce una satisfacción íntima, por ejemplo, en el valor ético que llamamos responsabilidad. Se da también un reconocimiento en los valores culturales y sociales. Esto no depende de cada uno subjetivamente, a su arbitrio, porque existen unos principios básicos comunes, unas leyes naturales que inspiran los valores y que los legitiman.

Dinamismo necesario El obrar humano se rige por algunos principios éticos fundamentales: leyes objetivas, universales, inmutables, válidas para todos, que inspiran la buena conducta personal y social. Enunciemos un principio que reúna esas características: “el respeto a la dignidad humana” que es universal, vale para todos en todos los tiempos, no cambia, y es independiente de lo que yo piense. Esta afuera de mí, no puedo discutirlo: o respeto el principio o lo quebranto y, al quebrantarlo, hago daño al otro y a mí mismo. En el campo ético nos encontramos con esos principios, sobre los que se fundamentan el desarrollo de la persona, la convivencia y el orden social. Su validez no depende de otras ciencias o de que la gente los acepte por elección mayoritaria. Los grupos sociales y el Estado tienen que reconocerlos, descubrirlos, no crearlos, porque son inherentes a la condición humana, de manera parecida a como la ley de la gravedad es inherente a los cuerpos. Valor viene del latín “valére” (“estar en forma”, “ser fuerte”, “ser capaz de algo”, “valerse por sí mismo”), y del griego “axios”, (“lo que vale”, “lo que tiene precio”, “lo que es digno de estimación”). El valor puede ser considerado como un concepto o ideal deseable, algo que atrae (civismo, generosidad...), pero, sobre todo, como algo realizado, incorporado a la vida, que no se queda en la aspiración o en el ideal general. “El valor es un bien descubierto y elegido en forma libre y consciente, que busca ser realizado por la persona” (Derisi).

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Aprender a obrar Los valores presentan siempre dos caras: la afirmativa, −la propia de los valores−, o la cara negativa, que podemos llamar antivalor o contravalor: generosidad versus egoísmo, amor versus odio, lealtad versus traición. Los valores se desprenden de los principios, son subjetivos, más concretos, particulares y específicos que los principios, que son generales y universales. Por ejemplo, del respeto a la dignidad humana pueden deducirse valores como el respeto a sus ideas y opiniones, la tolerancia en la relación entre personas, la equidad y otros.

Valores y virtudes En los valores que no representan un compromiso espiritual tan fuerte −los físicos, económicos, sociales, culturales, estéticos− como los éticos, podemos decir que la noción misma de valor posee una intensidad diferente. La dependencia de los principios da a los valores éticos fuerza y validez general, tanto al ideal o deseo de valor como al valor real vivido por un sujeto concreto. Por ejemplo, la persona respetuosa (valor vivido) encarna el valor “respeto” (ideal deseable, concepto de valor), que está conectado al principio que afirma el respeto a la dignidad humana. Cuando yo necesito comprobar si un valor está siendo interpretado o aplicado de una manera correcta, invoco el principio del cual éste se desprende, para verificar si el valor está de acuerdo o en armonía con él. Se puede decir que cuando muchas personas viven los mismos valores, esos valores compartidos se practican corporativa o socialmente. Virtud viene del latín “vis” y del griego “areté” (perfección, excelencia) y “ethos” (hábito). La virtud es la encarnación operativa habitual del valor. Las virtudes son hábitos estables de obrar un valor especifico. Su fuerza no depende tanto de la repetición de unos actos, sino de la voluntad estable de realizar el valor que encarnan. A veces, en el lenguaje común valor y virtud se usan como sinónimos. Pero los valores, a diferencia de la virtud, pueden permanecer

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en un plano más impersonal, como ideales o conceptos no incorporados a la vida, o incorporados sólo a través de acciones aisladas. El campo de los valores es más amplio que el de las virtudes. Muchos valores llevan el mismo nombre de las virtudes (sinceridad, prudencia, fidelidad, etc.). La persona necesita de ambos: no se reduce a aceptar los valores, sino que requiere la virtud. Se puede afirmar que toda virtud es un valor, pero que no todo valor es una virtud. Por ejemplo, la calidad es un valor, no propiamente una virtud como la responsabilidad o la lealtad. Cuando hablamos de que una persona es generosa, nos referimos a su modo habitual de vivir el valor de la generosidad, a su disposición de dar y darse a los demás, a lo que ya está acostumbrada sin necesidad de hacerlo consciente en cada ocasión, porque ya lo hace inconscientemente, espontáneamente. Este aspecto es muy importante en el arraigo del valor en la persona en forma de hábito estable. La virtud permite obrar con mayor facilidad, buscar más eficientemente la excelencia en la vida personal y la operatividad de los valores a nivel corporativo o social. La virtud ayuda a vencer resistencias instintivas, emocionales o ambientales, y a romper la indiferencia frente a los valores. No basta con respetar los principios o las normas ante las cuales nos sentimos obligados, que en cierta manera se nos imponen desde fuera, o los valores que aceptamos sin enraizarlos psicológicamente en cada uno. La virtud exige tener sin temor a perder lo que se tiene, renovar el esfuerzo y la iniciativa y reconocer al otro. Desde la virtud la persona se da cuenta de que buscar sólo su beneficio propio no basta. Si lo hiciera, estaría renunciando a su felicidad. En el fondo, a la persona no le basta tener o poseer cosas, e incluso tener conocimientos. Tiene que ir más lejos, salir de sí, trascender a los demás, y esto sólo lo logra con la virtud. Carolina sabe muy bien lo que es coser con una aguja sin hilo. En los primeros años de su actividad profesional, y luego en los de su matrimonio, era una típica activista, como ya pudimos ver al comienzo. Alcira, testigo de su continuo desgaste, sin verla avanzar interiormente, le ayudó a una reflexión sincera sobre la eficacia de

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Aprender a obrar sus tareas. Se dio cuenta de que realmente hacía muchas cosas cada día, pero no se sentía realizada porque esas actividades la dejaban agotada, no satisfecha. ¿Para qué las hago?, ¿Por qué las hago?, ¿Cómo las hago? Decidió entonces hacer un plan diario asignando un horario determinado a cada cosa. Al principio le quedaban faltando horas para cumplir todo lo previsto. Pero no se desanimó. Ella insistió una y otra vez, descubriendo al mismo tiempo las razones por las que era tan activista en unas cosas y en otras tan serena y activa. Se dio cuenta de que la motivación para las primeras era poca y para las segundas era mucha. Poco a poco Carolina le dio un vuelco a su trabajo y a su dedicación al hogar, logrando un equilibrio estable y dinámico, pues sabe adaptarse a las necesidades de los cambios a los que le lleva la demanda por parte de otras personas que cuenta con ella para el voluntariado del barrio, para la asociación de padres de familia y para el grupo de adelgazamiento, que es una de sus obsesiones.

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Capítulo 7

Aprender a trabajar

Historia de Daniela

El hombre fue creado para trabajar como el ave para volar (Génesis)

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aniela Fernández fue nominada el año pasado “Ejecutiva del año”. Es presidenta de una empresa que trabaja con la Bolsa de Valores. Lleva casi todo el día, prendido de la oreja izquierda, un celular inalámbrico desde el cual maneja todos sus asuntos. Se lo pone al llegar a la oficina a las 7 de la mañana y se lo quita al dejarla a las 7 de la noche. Su capacidad de trabajo tiene asombrados a sus compañeros, que no esconden la sana envidia que sienten por ella. Sobre todo porque a Daniela casi todo le sale bien. Tiene tiempo para todos en la oficina, quienes le preguntan cosas a cada momento. El día arranca con una reunión de planeación del grupo directivo para evaluar primero el cierre del día anterior, examinando en detalle el comportamiento de los indicadores de la Bolsa, los negocios hechos y las relaciones con los clientes. Luego se examinan las proyecciones para la jornada y el posible manejo de los papeles más sensibles en el mercado. Hacia las diez de la mañana Daniela empieza un despacho con los cuatro vicepresidentes para ver con ellos las acciones inmediatas a tomar, y para enterarse cómo va el personal a su cargo. Luego le dedica un par de horas a la marcha de la Bolsa para estar bien enterada del curso de las negociaciones. Interrumpe una que otra vez con una llamada a propósito de algo que merece su atención. Y después se entrevista con los corredores para escuchar su opinión sobre los movimientos del día.

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Aprender a trabajar A la una de la tarde Daniela lleva ya 6 horas intensas de trabajo sin perder la calma. Va a su casa, almuerza con su esposo la mayor parte de los días, pues trabajan ambos no muy lejos de la casa y han decidido hacer eso siempre para tener un rato de charla más íntima, porque por la noche ya están los tres hijos revoloteando por ahí. De dos y media a cinco y media de la tarde Daniela se dedica a los posibles nuevos clientes, y a ver cómo han ido desarrollándose los planes de contacto con ellos. Durante una hora recibe a gente que quiere verla para asuntos relacionados con el negocio. Después dedica una hora a contactos telefónicos y a devolver llamadas. Y la última hora es de estudio y análisis para preparar el comité de la mañana siguiente, entre otras cosas mirando en la Web el comportamiento de las demás Bolsas de valores y fondos relacionados con el negocio de su empresa. A las seis y media en punto emprende el camino de su casa. Al llegar se quita el celular de la oreja y deja el aparato en un sitio donde pueda oírlo. Allí el mundo cambia completamente y durante tres horas sólo piensa en sus hijos y en su marido. No se le ocurre ni le queda tiempo de pensar en nada de la oficina. Sólo alguna llamada excepcionalmente importante de uno de los vicepresidentes. Ellos saben que les está vedado llamarla a esas horas, y que deben resolver los asuntos con base en sus atribuciones. La vida social de Daniela tiene dos caras. Unas pocas reuniones sociales, máximo dos a la semana. Y los fines de semana dedicados enteramente a su familia. Así asegura estar en las noches con sus hijos, hablar con ellos, ayudarles en sus trabajos, jugar con los dos más pequeños, conversar con su esposo de los asuntos del día, ver las noticias en televisión y hacer un poco de ejercicio. Esa rutina es regular en ella y sabe muy bien que el romperla le produce dolores de cabeza. El aspecto central del camino para “aprender a hacer” es “aprender a trabajar”. Ya se habló de la diferencia entre hacer y obrar. De modo que podremos tener más clara también la relación entre trabajar y obrar. Si trabajamos sólo para producir resultados externos, sólo “hacemos”. Si trabajamos para interiorizar lo que hacemos, y quedarnos con la operación en nosotros, estamos trabajando de verdad. Hablo ahora del trabajo en sí mismo como un despliegue de energías humanas para producir bienes o servicios, con o sin valor eco-

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nómico, en cualquier campo de la actividad, y con miras al perfeccionamiento personal y social. El trabajo como ley de vida de toda persona: aprender a trabajar para vivir. Prepararse para la vida es formarse bien (trabajo formativo) para ejercer una profesión (trabajo productivo). La persona tiene por misión construir el mundo y esto lo consigue trabajando. El trabajo expresa una relación de dominio frente al mundo, distinta de la relación de coordinación o convivencia con los demás, y de la de subordinación a su fundamento, a Dios como creador del hombre. Lo importante es dejar claro que el trabajo exige una actitud determinante, decidida, inteligente y activa, que compromete a la persona con lo que hace , con quienes trabaja, y para quienes trabaja. El trabajo no es un fin en sí mismo, tiene valor de medio y por eso la persona puede hacer de él un instrumento de perfeccionamiento y de realización personal o de desadaptación vital o insatisfacción. El trabajo es acción creadora, no pasiva o receptiva. Exige una actitud que compromete a la persona con el mundo y con las otras personas, abierto a lo trascendente, es decir a lo que va más allá de cumplir una tarea técnicamente bien y obtener un medio de subsistencia. Reducir el trabajo a su función económica, o a un simple factor que se suma al capital es, por lo menos, falta de visión. “Proponer al hombre –son palabras de Aristóteles– solamente lo humano significa desconocer la grandeza del hombre”. El trabajo se puede entender de modo objetivo (en función de lo que produzco) o subjetivo (en función de lo que me produce interiormente). Cuando pienso en lo que me produce, no desde el punto de vista material, sino desde el punto de vista de mi realización personal, adquiere una trascendencia y una connotación de generosidad (doy buen ejemplo, no espero sólo una retribución material, y los demás se benefician de todo lo que hago bien). Aunque yo no tenga la intención de ser generoso, resulto siéndolo en función de las personas que están en relación con el trabajo que yo realizo. El impacto favorable que causa en los demás hace que rebose el nivel de satisfacción que yo buscaba. Puedo hacer mi trabajo objetivamente bien, en cuanto a lo que produzco, pero subjetivamente mal, en cuanto a lo que me produce, por ejemplo, porque no me permite crecer interiormente, porque no

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Aprender a trabajar sé interiorizar ese trabajo, porque no desarrollo virtudes en él, porque me dejo llevar por el activismo, etc. No importa cuál sea el trabajo que una persona realiza. Por insignificante que parezca, tiene el mismo poder realizador en la medida en que se logre interiorizarlo, integrarlo a la vida. Todo esto depende de una actitud frente al trabajo, del sentido que se da al trabajar, y de lo que finalmente se busca con el esfuerzo que se hace. Trabajo, por muy importante que sea, sólo es un medio para lograr el fin de la persona, su felicidad.

Para que las cosas cambien “No es el sentirse bien en el trabajo lo que nos hace buenos. Más bien es el volvernos buenos en el trabajo lo que nos hace sentirnos bien respecto de nosotros mismos” (R. O’Connor). Si el trabajo enriquece a la persona, la hace sentirse mejor, es eficiente (manejo de instrumentos, método) y eficaz (resultados positivos). Cuando tenemos bien claro en la cabeza para qué trabajamos, la finalidad de ese esfuerzo de todos los días, se supera la rutina tediosa, la apatía y la indiferencia. Un trabajo vivido con una actitud positiva frente a las dificultades se convierte en tarea activa, con espíritu de iniciativa y creadora. “El trabajo creador resulta de un equilibrio dinámico donde se combinan libertad y necesidad, riesgo y responsabilidad, esfuerzo y satisfacción” (Donati). Este equilibrio produce satisfacción y deseo de servir mejor. Inseparablemente unido a la mejora en el trabajo está el aprovechamiento del tiempo. La Biblia dice: “Para cada cosa hay su momento; existe un tiempo para todo lo que hay que hacer bajo el cielo”. El tiempo se aprovecha mejor cuando se establece una jerarquía, un orden sistemático de tareas y necesidades que nos dice lo que debe hacerse primero, segundo... etc. Es decir, para poder hacer un trabajo de calidad hay que saber administrar bien el tiempo. Si el trabajo no lleva a la persona a sentirse realizada, a sentir gusto por lo que hace y a la armonía existencial, puede convertirse fácilmente en un “trabajo mercancía”, en el cual se siente explotada, o se convierte en una rutina despersonalizada

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o en un hacer incesante y fatigoso, que produce cansancio físico o psicológico. Algún autor dice que “un quehacer que no nos hace mejores, no nos hará mejorar lo que hacemos”. La realización personal se logra en la medida en que el ambiente de trabajo positivo es estimulante y generador de un sentido de pertenencia a la organización. El trabajo tiene un carácter expansivo, es decir, haciendo bien nuestro trabajo hacemos bien a los que nos rodean El hombre alcanza el desarrollo de su personalidad trabajando. El trabajo tiene tal valor para él que es muy difícil concebir su felicidad sin trabajar, cualquiera que sea, una tarea que lo mejore interiormente, y que lo expanda en todas sus dimensiones: humana, profesional, cultural, espiritual, social. Parte importante de ese trabajo es el esfuerzo de uno mismo para integrar todas las facetas del trabajo en una unidad de vida o coherencia.

Indicadores básicos Trabajar bien significa: • Hacer todo bien desde el primer momento. • No dejar las cosas empezadas ni comenzar varias al tiempo. • Hacer una tras otra, salvo que haya que atender a varias a la vez. • Una vez dispuestos los elementos de trabajo, comenzar a trabajar sin dilaciones. • Concentrarse en la actividad que nos corresponde evitando distraerse o distraer a los demás. • Ser constante, sobre todo cuando llega el cansancio o cuando nos sentimos con menos ganas de trabajar. A veces toca hacer las cosas sin ninguna gana, por sentido de responsabilidad. • Hacer primero lo principal y luego lo secundario. • Evitar la precipitación: hay que dedicar unos minutos antes de empezar a planificar bien las acciones del día y seguir ese plan para llegar a todo lo previsto.

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Aprender a trabajar • Si cometemos un error, reconocerlo enseguida. E intentar de nuevo aquello mismo, consultando, si es necesario. • Cuando el error proviene de intentar hacer bien las cosas, se saca algo positivo, se adquiere experiencia. • Todo trabajo implica prestar un servicio, directa o indirectamente, y siempre se puede servir mejor, incrementar la calidad de lo que se hace. • Competitividad: que pueda compararse con el de otras personas y ser elegido como el mejor. • “Hacer lo que se debe y estar en lo que se hace” (J. Escrivá), o sea, tener la cabeza y los sentidos puestos en lo que estamos realizando. • Si el trabajo de otros depende de nosotros, no basta con decir las cosas: hay que hacer que se hagan. La efectividad se logra diciendo y haciendo, y haciendo hacer. • Estar en los detalles: de presentación, de trato cualitativo, personalizando la atención, terminar bien todo, incluso aquello que no se ve. Recordar que: “Lo más grande van sin reparo con lo pequeño. Lo mediocre va solo” (Tagore) • Disponibilidad: que puedan contar con uno siempre. • Perseverancia en el empeño: lo fácil es empezar, lo difícil, perseverar en la tarea. Importa más colocar últimas piedras que primeras piedras. • Intensidad: No importa hacer muchas cosas sino hacer las cosas bien.

Trabajo en equipo Hoy en día es muy difícil concebir el trabajo sin una disciplina de trabajo en equipo. Siempre habrá talentos solitarios que en determinados ámbitos de la creatividad, literaria por ejemplo, que producen individual y aisladamente. Cada vez más el trabajo es participativo, no sólo por el hecho de contar con los demás, sino porque el trabajo en equipo no anula la actuación individual , aunque la subordina a los objetivos comunes. El trabajo en equipo pone a pruebas la capacidad comunicación. Es indispensable saber expresarse y saber escuchar. El trabajo en

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equipo permite ampliar los propios puntos de vista, opiniones o visión de los temas o problemas. Implica también someter el trabajo personal a la crítica externa a nosotros, y valorar posiciones y criterios distintos a los nuestros. Trabajando en equipo hay mayores posibilidades de conocer la verdad y ocasión de comparar y correlacionar las diferentes formas de ver las cosas. Por otra parte, el trabajo en equipo nos da posibilidad de enriquecer la personalidad en el trato con los demás, sobre todo si captamos y aprendemos de ellos sus cualidades, si mutuamente nos ayudamos a corregir los defectos de unos y otros. A veces el trabajo en equipo cuesta más porque pensamos que es mejor y más rápido hacer las cosas individualmente que ayudar a hacerlas o enseñar a hacerlas a otros. Es una concepción equivocada y corta de miras. Hay cosas que o se hacen colectivamente o no se hacen, precisamente porque suponen compartir objetivos, métodos y a veces las herramientas de trabajo. El trabajo en equipo no sólo favorece la confrontación, sino que fomenta el pluralismo de enfoques, la tolerancia, la complementariedad. Es muy necesario para adelantar con éxito cualquier proyecto, incluido el proyecto de vida, que necesariamente está ligado a grupos como la familia, la empresa, el círculo de amistades, el equipo deportivo, y a otras formas asociativas que requieren participación y solidaridad para cumplir sus metas. En el grupo se da primacía a los aportes individuales. En cambio en el equipo se requiere tanto el esfuerzo individual como el colectivo. Además prima en él la integración de voluntades hacia un propósito común. Y esto muchas veces es dispendioso en términos de esfuerzo y tiempo, pero vale la pena por los resultados que produce y por la mejora de sus integrantes. Es propio del trabajo en equipo el compromiso y el sentido de pertenencia que genera en sus miembros. Se mira el aporte de todos como valioso y vinculado al éxito que se logre en la tarea común. Se aprende a ver la relación que existe entre las tareas individuales y el objetivo común. El trabajo en equipo ayuda a madurar valores como la disponibilidad, la responsabilidad, la sinceridad, la confianza, la tenacidad, la flexibilidad, el espíritu de iniciativa y la comprensión.

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Tener para ser El hombre tiene las cosas que hace, que le rodean y utiliza. Tiene unos medios, fruto del trabajo, entre ellos el dinero. Si los convierte en fines, distorsiona su obrar y pone en peligro su auténtica satisfacción, incluso su felicidad por la confusión entre tener y ser. Hay que saber tener, saber ser propietario, poseedor o usuario de las cosas. Conocerlas y usarlas sin compartir el ser con ellas. Si lo comparte, deforma la realidad y la invierte: personifica a las cosas (las quiere, se le meten en el alma) y cosifica a las personas (las trata como si fueran cosas acabadas, terminadas, distantes, indiferentes...). Tolstoi pone a dialogar dos caballos: “Los hombres son muy raros. Dicen: tengo tierras, tengo dinero, tengo casas. Y a continuación agregan: tengo esposa, tengo hijos, tengo amigos. Si el verbo va bien con lo primero, ¿cómo puede explicarse lo segundo?” Lo importante es que la persona pueda tener ejerciendo un dominio, un señorío sobre las cosas, no siendo dominado por ellas, porque si no, se viene abajo la estructura medular que une el ser, el pensar, el querer, el amar, el hacer, el trabajar y el lograr. Desde el ser es posible dar sin perder lo que se da, lo que se tiene, proceso en el cual surge la generosidad, que no necesariamente está ligada al tener, porque puedo darme sin tener mucho que dar en el orden material. La persona da o sirve porque es un ser con intimidad, que se abre al otro, un ser que comprende que su vida como tarea es añadir al tener el dar, y esto es amar, amor que resume todas las actitudes del hombre, un amor recíproco que dignifica, que no se cansa de dar, que comparte y colabora, con la esperanza puesta más en los otros que en sí mismo. Daniela tiene fama de mujer ejecutiva y superocupada, accesible, que dedica tiempo a la gente que trabaja con ella. Desde el más alto ejecutivo, hasta la más sencilla de las aseadoras del edificio, le tienen aprecio porque no escasea en ella la sonrisa y la amabilidad para dirigirles un saludo o agradecerles un servicio. Camina a buen ritmo por los pasillos del edificio, pero no da la sensación de estar

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corriendo. Y si la paran para preguntarle algo, siempre presta atención haciendo ver al interlocutor que va de paso. Tiene Daniela la preocupación de actualizarse profesionalmente. Quiere hacer una Maestría en Finanzas. Sabe que no dispone de mucho ni de poco tiempo, pero siente que necesita estudiar más. Ha conversado varias veces con Alfonso, su esposo, quien le ha aconsejado esperar a que las cosas se despejen un poco. Pero pasa el tiempo y no ha podido tomar esa determinación. Después de varios diálogos en ese sentido, opta por matricularse en una Maestría Virtual, con una carga presencial mínima. Pero eso sí, requiere sacar una hora diaria, después de que los hijos están acostados para consultar las materias en Internet. Y los fines de semana un par de horas adicionales. Los colegas y colaboradores se quedan asombrados al saber la noticia, pero se ofrecen a colaborarle al máximo. Daniela cree que podrá superar bien las dificultades que le trae este nuevo reto.

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Aprender a lograr

Historia de Juan Pablo

“Nunca sabe el hombre de lo que es capaz hasta que lo intenta” (Charles Dickens)

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uan Pablo nació para ser un gran deportista. Desde pequeño era notoria su afición a los deportes. Mantenía sus zapatos de fútbol colgados al hombro, de manera que en cuanto resultaba una oportunidad de patear el balón, con quien fuera, la aprovechaba sin perder un minuto. El deporte era su pasión dominante. Sin embargo, eso no suponía descuido en sus estudios. No era el mejor, pero se peleaba los primeros puestos. En algún momento de su vida pensó en ser un futbolista profesional. Practicaba también el baloncesto, la natación y el ciclismo, con buen éxito en todos esos terrenos. Su condición física le ayudaba bastante en ese empeño. Sus hermanos y sus amigos se beneficiaban de esa pasión porque andaba siempre armando planes para jugar. Cuando empezó su carrera de medicina no disminuyó la afición, pero sí el tiempo dedicado a practicar sus deportes preferidos. El deporte, además de mantenerlo fuerte físicamente, le había dado algo que para él tenía un precio único: el tomarse la vida con espíritu deportivo, saber que unas veces perdía y otras ganaba, pero en el fondo, él siempre ganaba porque tenía la oportunidad de competir. Esa era la razón de ser de su amor por la práctica de los deportes. Los compañeros de colegio, y posteriormente los de la universidad, gustaban de la compañía de Juan Pablo por su espíritu optimista y su buen humor, que siempre destacaban, sobre todo cuando se presentaban dificultades y las cosas no iban bien. Eso también lo aplicaba a los problemas de su casa, en la que el papá era violento con su madre y sus hermanos.

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Aprender a lograr A veces, creía su papá que él le tomaba el pelo simplemente porque trataba de bajarle el tono a las discusiones y enfrentamientos con un chiste o con una sonrisa. Ya como médico quiso aplicar al ejercicio de la medicina lo aprendido en el deporte. En la clínica en la que hizo el internado y la especialización se hizo querer de todos, especialmente de los pacientes, que lo buscaban así no les tocara con él. Cuando se graduó de especialista en cardiología le ofrecieron quedarse ahí. El juego y el deporte exigen mucho a la hora de alcanzar metas. Piden esfuerzo y entrenamiento. Diríamos que la persona adquiere un espíritu deportivo ante la vida para darle mayor calidad personal. En este sentido lo más parecido a la vida es el deporte. En ambos buscamos resultados, pero no siempre supone triunfar sobre el otro. En el juego basta con competir bien, aunque no se gane. En la vida, hay que luchar por unos ideales, aunque no siempre se consiguen cabalmente. Pero el deporte le brinda a la vida algo muy valioso: la deportividad, optimismo y el buen humor. Eso es un logro. El logro es muy importante para el hacer humano, para el trabajo y para el obrar de la persona. Todos buscamos como logro los buenos resultados. En cuanto los obtenemos, pensamos que nuestro hacer, nuestro trabajo o nuestro obrar han valido la pena. Muchas veces a esos resultados los llamamos éxito, y a su falta le decimos fracaso, aunque no siempre lo sea. Ferreiro y Alcázar han explicado muy acertadamente cómo lo opuesto al éxito como logro económico y profesional es el fracaso. Y lo opuesto a la plenitud (a las aspiración por lo mejor, a la felicidad, a la madurez, al logro) no es el fracaso, sino el vacío. Una vida vacía es una vida no lograda. Lo ideal es que el logro como plenitud vaya acompañado del éxito en su sentido profesional y económico. Pero es compatible con un cierto fracaso que, incluso, le sirve a la persona como experiencia para darse cuenta de que el logro no estriba sólo en el éxito profesional o económico. Hay aspectos que van más allá, relacionados con la trascendencia respecto a los demás o a la sociedad: el servicio, la solidaridad, el patriotismo. En el logro convergen la eficacia y la eficiencia de todas sus tareas. Está claro que sin resultados no puede comprobarse el acierto de los esfuerzos por llegar a SER. Esos resultados pueden tener mu-

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chos nombres: rendimiento en el trabajo, calidad de los servicios y productos, valores vividos, satisfacción personal, calidad de vida, etc. Lo que no quiere decir que se tengan que dar todos al mismo tiempo o sucesivamente. El logro también puede ser visto en términos de proyecto de vida, es decir, de cómo se van cumpliendo los objetivos y metas que cada uno se ha fijado en lo humano, en lo físico y de salud, en lo económico, en lo intelectual y espiritual, en la dimensión social o en el aspecto religioso. Habrá campos en los que se podrán establecer unos indicadores en alguna medida más objetivos. En la valoración definitiva de ese logro, tendrá importancia lo que observen las personas que tienen un conocimiento directo de uno y poseen elementos de juicio apropiados. Hay tres características relacionadas con el logro: visión, proactividad y madurez. Respecto a la visión, recordemos a Senge: “No importa lo que la visión es sino lo que la visión logra”. Personal o corporativamente se puede tener muy bien definida la visión, pero eso no basta. Hay que hacer que sea realidad, hay que trabajar por los planes, objetivos y metas hasta ver los frutos del esfuerzo continuado. La proactividad es mirar hacia el futuro, tratando de anticiparse responsablemente, o sea, generando respuestas que introducen cambios en los planes y proyectos de modo que cuando se presenten sea más fácil implementar la solución.



Madurez

“La madurez consiste en conocer, asumir y recorrer la distancia que separa el ideal de su realización” (R. Yepes). Veamos la estrecha relación que hay entre el ser persona, el proyecto de vida, la aspiración a la plenitud y el logro, con la madurez humana, que implica, entre otras cosas: • Saber juzgarse a sí mismo y a los demás, con realismo, serenidad y cordura, teniendo muy en cuenta las circunstancias propias y ajenas. • Capacidad de querer y de actuar con libertad, responsabilidad y coherencia.

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Aprender a lograr • Tener un carácter equilibrado en sus manifestaciones interiores y exteriores (evitar las ondulaciones de un extremo a otro). • Reflexión y control sobre los propios actos. • Integración en la vida social sin presunción ni vanidad, con ánimo de servir. • Capacidad de evaluación de sí y de los otros, donde juega un papel clave la humildad, que es la verdad de uno mismo. En otras palabras, ser lo que se es y como se es, aceptándose a sí y a los otros, pero con disposición a mejorar para adaptarse a los demás. Hablamos de la madurez como algo dinámico que implica saber qué se es como individuo, con qué valores se cuenta y cómo es el medio en el que nos desenvolvemos como personas y nuestra relación con él. Se suele contraponer la madurez a la juventud, porque ésta es una etapa de mayor ilusión, fantasía y subjetividad, pero también de un choque más abrupto con la realidad. Frente a la madurez en la que tiende a prevalecer la objetividad, la actitud de entrega y de servicio a los demás, incluso de abnegación. Pero no hay que excluir que la juventud como etapa cronológica presente una maduración con factores que pueden aparecer como propios de la madurez cronológica, que en realidad se dan en todo tipo de madurez, incluida la “madurez joven”. Así nos explicamos que haya personas que adelantan su proceso de maduración, logrando una estabilidad de espíritu, y una unidad o coherencia de vida que los convierten en personas maduras, a pesar de su juventud cronológica. Porque saben para dónde van, lo que quieren, cómo lograrlo, y tienen un sentido profundo del compromiso y del servicio a los demás. Todos nos hemos encontrado en la vida con este tipo de “jóvenes maduros” También se da un fenómeno en contravía de aquél: personas que, por su edad, sus conocimientos y sus circunstancias en la vida, deberían tener un rango de madurez determinado y no lo tienen, pues carecen de las cualidades propias de un hombre o mujer maduros. Se dejan arrastrar por las variaciones emocionales y se comportan como

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niños cuando deberían reflejar la compostura y la seriedad propios de una edad madura. También puede presentarse el hecho curioso de que haya gente que aparenta madurez en las formas o en la conducta, pero no tiene con qué respaldarla correctamente. Adoptan actitudes y comportamientos propios de la madurez, pero como no maduran, se convierten en algo así como esos frutos verdes que caen del árbol antes de tiempo.

Calidad de vida La calidad de vida está relacionada con la madurez, con el logro y la felicidad. Se trata de algo que suele entenderse muy limitado al bienestar subjetivo, pero personalmente creo que va más allá de una conquista física o material. Va hacia algo trascendente, porque tiene que ver con la libertad y con los sueños y la capacidad de planear el futuro, que es parte de la ilusión que anida en todo ser humano. Pero el logro tampoco se reduce a tener calidad de vida, aunque un sentido completo de la calidad de vida está mucho más cerca del logro. Con “calidad de vida” se indica una red de satisfacciones que hacen sentir feliz a una persona. Tiene que ver con el bienestar físico y mental, afectivo y social, ecológico, de seguridad, educación y recreación, pero sobre todo, con cómo la persona humana desarrolla su ser en esas condiciones básicas de vida, que varían según las diferentes sociedades y culturas. No es posible, por eso, la estandarización de un elemento con tanta carga subjetiva. No es lo mismo cómo se plantea la calidad de vida en una sociedad en grado de extrema pobreza que en un país desarrollado, aunque en ambos pueda hablarse de objetivos básicos comunes a la calidad vida. Hay muchas personas que no tienen casi nada y otros que lo tienen casi todo, hablando en términos económicos y físicos. Entre unos y otros hay un gran abismo, muchas veces insalvable. Tal vez en los primeros ni siquiera podamos hablar de calidad de vida, porque les falta lo fundamental en términos físicos. No se alcanza a plantear el tema de la calidad de vida, porque lo primero es lograr sobrevivir. La calidad de vida es el conjunto de circunstancias (físicas, económicas, intelectuales, afectivas, culturales, espirituales y sociales)

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Aprender a lograr que permiten a la persona el ejercicio auténtico de su libertad, para poder elegir los fines y bienes para su felicidad, y cumplir su aspiración a una mayor realización personal. La calidad de vida no se define sólo en términos de lo que le interesa a la persona individualmente. Es necesario tener en cuenta su relación con el otro, es decir, su inserción en el ámbito familiar, laboral y de relaciones sociales. Como se dijo antes, es un concepto que tiene mucho de subjetivo, pero igualmente posee unos componentes ligados necesariamente al entorno social, al medio ambiente, a la cultura y a los valores espirituales. En la calidad de vida entran en juego factores cuantitativos y cualitativos, siendo más detectables los primeros (alimento, vivienda, salud, trabajo, educación, movilidad, servicios, recreación, nivel de seguridad, etc.) que los segundos (todo el ámbito de la satisfacción y de cómo se siente la persona). En los segundos, aunque hay muchas circunstancias que la facilitan, hay crisis cuando las personas no se sienten bien, a pesar de tener todas esas cosas. A veces son las mismas circunstancias las que dificultan lograr un equilibrio vital. Curiosamente, algunas veces, ni el trabajo, ni el descanso, ni las relaciones sociales les aportan la armonía necesaria en la vida. Calidad de vida es un tema que se puede y debe abordar desde muy diferentes puntos de vista, y en el que las condiciones de vida misma, como dije antes, adquieren sentidos muy diferentes de una sociedad y de una cultura a otra. Por ejemplo, respecto a factores físicos relacionados con la salud o con la situación económica, con la familia y con la inserción en las organizaciones sociales. O respecto a los factores de orden psicológico y espiritual como lo relacionado con la realización afectiva y el equilibrio emocional de la persona. Además, cada uno va modelando esa calidad de vida según las diferentes edades y épocas, de modo que se trata de algo vivo, dinámico y cambiante, que no se puede someter a reglas fijas, sino a orientaciones y descripciones generales.



Del equilibrio a la armonía

Más que hacer un listado de componentes de la calidad de vida , lo que importa es subrayar la búsqueda de un equilibrio entre todas ellas. Equilibrio difícil pero necesario, según se ha señalado entre

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los indicadores objetivos y los subjetivos. Estos últimos se destacan, sobre todo la satisfacción y las manifestaciones de madurez intelectual y emocional que son comprobables por las demás personas, así como la fecundidad de las relaciones interpersonales y sociales. Habría que usar, además de equilibrio, el término armonía, para indicar no sólo la adecuada presencia y proporción de los factores que integran la calidad de vida, sino la adquisición y progresivo enriquecimiento interior proveniente de un estilo de vida coherente. Son dos componentes, uno estético y otro ético que hace ver que hay un sentido de la vida, una plenitud de ser. Se trata no sólo de aspirar a un nivel de bienestar que pueda medirse, sino de examinar, por decirlo así, el nivel de “bienser”, o sea, el logro de las aspiraciones más altas del ser humano en términos espirituales,. En ese sentido “calidad de vida” se convierte en un principio ordenador, con base en el cual se puede determinar la capacidad de logro de una persona o de una organización. Para que en ella los individuos vivan y busquen el perfeccionamiento como personas y como miembros de una comunidad, de un modo razonablemente aceptable. Desde ahí puede entenderse mejor por qué la búsqueda de la calidad de vida es un tema importante en las decisiones sobre en qué trabajar, cómo trabajar, para qué trabajar, cómo manejar la propia vida, la salud, el ejercicio, la enfermedad y el descanso, la vida familiar y social. Nos reta a buscar la felicidad, a pensar en el logro, con ayuda de los demás, a través de un camino complejo, desde una visión integral del bienestar humano y de la fuerza espiritual de la persona. Con el paso de los años y el peso del trabajo, Pablo ya no dedica al deporte las horas que le dedicaba antes, en su época de estudiante de bachillerato y de universidad. Pero el deporte ha dejado una huella indeleble en su carácter. Suele decir que el deporte le enseñó a ser persona mucho más que ninguna otra actividad. Gracias a él pudo llevar bien los años de estudio muy exigente de su carrera. Y sobre todo afrontar los problemas de la familia, en la que tuvo que hacerse cargo de padres y hermanos a la muerte del papá, a quien le tocó atender en urgencias cardíacas. Ahora procura inculcar a sus hijos ese espíritu deportivo en el que cree que se practican muchos valores decisivos para la vida. No siempre sus ocupaciones le per-

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Capítulo 8

Aprender a lograr miten compartir el deporte con ellos, pero los acompaña un rato y siempre los anima. En la casa no falta la continua referencia al deporte en los ejemplos y situaciones en los que quiere poner presente un determinado aspecto de la vida. Los amigos de Juan Pablo cuentan con él para todos sus planes de celebraciones y fiestas, a las que no siempre puede acompañarles. Cuando lo hace, se nota la diferencia porque su presencia irradia espíritu positivo y sentido deportivo de la vida. Eso se advierte en las conversaciones, en los momentos de distensión, y al sortear los inconvenientes y diferencias propios de la convivencia entre personas que llevan una vida intensa y agitada.

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Capítulo 9

Aprender a aprender Historia de Lucila

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“Enseñar es recordar a los demás que saben tanto como tú. Somos todos aprendices, todos ejecutores, todos maestros” (R. Bach).

ucila va a cumplir sus bodas de plata como profesora de una escuela tecnológica a la que ha dedicado sus mejores esfuerzos en todo este tiempo. Su materia es la menos tecnológica de todas: metodología del estudio. Podía perfectamente haberse dedicado a ejercer la ingeniería civil, carrera en la que fue la primera estudiante de su promoción. Incluso en la universidad donde se graduó le ofrecieron quedarse ahí como profesora. Pero ella veía más reto en la escuela tecnológica y allá fue a parar. Preocupada por los métodos de enseñanza y por la metodología del estudio, se empeñó en lograr que los estudiantes que ingresaban a la escuela tuvieran una buena orientación para aprovechar al máximo esos tres años de estudio, que los capacitarían para ser técnicos en un determinado campo. Cansada de la metodología pasiva que a ella le tocó cuando estudiaba su carrera, quiso hacer de sus clases un taller de aprendizaje activo. No se contentaba con explicar unos conceptos, por ejemplo, sobre la lectura eficaz. Enseguida pasaba a hacerles ejercicios para que cada uno de los alumnos pusiera a prueba lo aprendido. Por su parte, asistía a cuanto curso, reunión o evento que tuviera que ver con los cambios y metodologías en la enseñanza superior. Y en ellos descubría nuevas cosas, aprendía formas diferentes para poner en práctica con sus alumnos. Una vez era un nuevo test para medir rendimiento en la lectura, otra un sistema de tomar apuntes, otra unos cuestionarios sobre habilidades en el aprendizaje y así sucesivamente. Su clase, que en

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Aprender a aprender apariencia podría prestarse a ser aburridora y repetitiva, era una verdadera aventura. Invitaba a profesores de la escuela para que hablaran a los estudiantes sobre la metodología particular de sus materias, indicaba lecturas opcionales a sus alumnos, aplicaba en clase diferentes técnicas de trabajo en grupo, proyectaba un video, repartía unas “frases para pensar”, y realizaba talleres de creatividad para que estudiantes desmitificaran ese campo y vieran cómo podían ser creativos desde ahora. No dejaba pasar la oportunidad de señalar sus fortalezas y debilidades a la hora de hacer una exposición o de trabajar en grupos pequeños. Después de diez años de estar explicando esa materia Lucila hizo su Maestría en investigación tecnológica. Su campo de acción se amplió enormemente pues lo que hasta ahora era introducir a los nuevos alumnos a la metodología del estudio, pasó a ser un trabajo de mayor alcance para toda la escuela: cómo incorporar la tecnología a todos los procesos de enseñanza de modo que se despertara el afán investigador de los alumnos. Muy pronto la nombraron directora de estudios de la Escuela. “Aprender a aprender” define lo que debe ser la actitud de las personas y las organizaciones respecto al futuro: crear comunidades de aprendizaje, donde todos aprenden y todos enseñan, u organizaciones inteligentes (learning organizations) en las que tiene un claro predominio el capital intelectual. Este es resultado del capital humano (el conocimiento que tienen las personas) y del capital estructural (aquel conocimiento que se queda en la organización). Se trata de una actitud básica y permanente. Una verdadera educación −no sólo entrenamiento− en la era del conocimiento ha de ser aprendizaje durante todo la vida (long life learning). Actitud que comienza en cada persona independientemente de si estudia o trabaja. Dicho con otras palabras (Gunter Pauli en su libro “Avances”): hay tres tipos de tecnologías: de producto, de proceso y de la organización. La primera se refiere a la fórmula o ingredientes que contiene un producto. La segunda a la manera de prepararlo, al cómo. La tercera a aquello que está en el producto pero no se ve y que equivale al capital estructural, fruto del capital humano y, propiamente hablando, de su aprendizaje. Nos referimos aquí mucho más a este tipo de “tecnología” que, por otra parte, no se reduce a ser sólo tecnología, sino herramienta asimilada en forma de conocimiento.

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“En una época de cambio radical el futuro pertenece a los que siguen aprendiendo. Los que ya aprendieron se encuentran preparados para vivir en un mundo que ya no existe” (Eric Hoffer). El protagonista social por excelencia en la era del conocimiento es la inteligencia, no la información, que es sólo un aspecto. No basta poseer información, hay saber qué hacer con ella. El potencial del talento humano y su crecimiento interno es lo que da lugar a las comunidades de aprendizaje, dinámicas, flexibles, competitivas, en constante evolución y adaptación a las necesidades del entorno. Por eso ha tomado fuerza hablar del capital intelectual (el acervo intelectual acumulado −conocimiento, propiedad intelectual, información, experiencia− en las personas y en la organización), es decir, el conocimiento que posee la fuerza de trabajo, o algo así como un “poder cerebral colectivo”, la riqueza producto del conocimiento: o los activos intelectuales, por oposición a los activos físicos o financieros. Si parto de la idea de que no lo sé todo, o que no sé suficientemente para alcanzar metas más altas, me dispongo a aprender más y a trabajar aprovechando la inteligencia, experiencia y saber acumulado de los demás. Por eso van tan unidos el desarrollo del capital intelectual y los equipos inteligentes de trabajo.

Una actitud permanente El capital intelectual es un activo variable para compartir. Nadie aprende solo, ni se realiza solo, ni trabaja solo. La comunidad de aprendizaje garantiza la sinergia de muchas inteligencias en pos del mismo objetivo: alinearse en torno a una tarea autogestionada y autocontrolada, que implica que todos en ella tienen que ejercer activamente su inteligencia, sus conocimientos, su experiencia para innovar y buscar mejorar procesos y resultados, apoyados también en la inteligencia personal o corporativa. En el capital intelectual estructural, es decir, en la tecnología de la organización, radica la ventaja competitiva de una organización, porque el acceso a tecnologías de proceso y de producto es tan fácil que se puede comprar, mientras que el acceso a la tecnología organizacional no se puede comprar porque hay que crearlo y desarrollarlo No se trata del aprendizaje en cuanto a ver qué metodología se aplica para hacer más efectiva la enseñanza del conocimiento o para

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Aprender a aprender ver cómo se logra una capacitación eficaz. Es algo totalmente diferente. Es un cambio de enfoque en el que las nuevas tecnologías y metodologías tienen sin duda una cabida importante, pero el centro de todo es la actitud de estar aprendiendo permanentemente. Supone un cambio de enfoque y de mentalidad. Antes, unos aprendían y otros enseñaban: el jefe a su colaborador, el maestro a su alumno, el padre a su hijo. Ahora, todo el mundo enseña y todo el mundo aprende. Hay cauces de aprendizaje, pero yo no soy sólo receptor. Mi aprendizaje se involucra en un proceso total en el que contribuyo al aprendizaje de los demás y ellos hacen lo mismo respecto a mí. A la hora de desglosar los caminos internos del “aprender a aprender”, he escogido tres: aprender a conocer, aprender a crear y aprender a comunicar. Considero que aprender a investigar es una tarea que, aunque tiene unas características y cauces específicos, comparte cosas en común con esos tres caminos, y debe desarrollarse más directamente en las instituciones educativas.

Método LEHER Entre las realizaciones de Lucía en su clase de Metodología del estudio está lo que ella denominó el Método LEHER aplicado a los talleres con los alumnos, para lograr en ellos, y en las discusiones surgidas el mayor aprovechamiento. Lo llamó así utilizando la primera letra de cada palabra clave de los cinco aspectos del método: Leer : Lectura personal, analítica, crítica, creativa, que capta los conceptos básicos. No puede ser precipitada o por encima. Ayuda el subrayar o remarcar los aspectos principales. Escuchar : Oír con atención, reteniendo los conceptos u opiniones de los demás. No anticiparse a hablar antes de que la otra persona haya terminado. Hablar : Exponer en forma clara, concisa y completa las ideas leídas o propias para propiciar o continuar el diálogo con los demás Escribir : Poner por escrito para confirmar que entendimos algo leído o escuchado o algo que se va a exponer, a preguntar o a resumir. Así no hay lugar a distorsionar el propio modo de pensar o el

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de los demás cuando se resumen sus ideas o se habla a nombre del grupo. Reflexionar : Absolutamente necesario antes, en y durante cada uno de los pasos anteriores. Es como el hilo conductor que los hace posible y los une. Lo anterior supone, entre otras cosas, analizar, comparar, contrastar, definir, describir, argumentar, justificar, evaluar, sintetizar, esquematizar, juzgar, y lograr que cada persona ejerza activamente su inteligencia como capacidad de respuesta a unos incentivos y de penetración en unos contenidos, para desentrañar las ideas claves. Para expresar lo aprendido o lo creado pueden emplearse formas de expresión diferentes a la palabra como el idea mapping o el concept mapping : representación gráfica de unas ideas o conceptos, es decir, expresarlos acudiendo a un gráfico, esquema o dibujo. El trabajo en grupos o equipos informales es, a veces, arduo, pues se debe aprender a oír a los demás, criticar sus ideas, exponer las propias, hacer que todos intervengan, resumir la posición del grupo, presentar a la discusión de las ideas en un tiempo determinado, seguir las pautas del profesor, instructor o facilitador de la sesión.

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Aprender a conocer

Historia de Norberto

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“Detrás de toda información deficiente hay una formación deficiente” (J.M. Desantes) orberto lleva treinta años en la empresa a la que ha dedicado su vida desde los ventiocho, después de estar un tiempo dedicado a la enseñanza. Se define siempre como un hombre de la vieja escuela, de los que se hizo a sí mismo esforzadamente. Su padre no podía pagarle los estudios y le tocaba trabajar de día para hacer de noche su carrera de contabilidad, aunque tiene un sentido natural para manejar las finanzas. Ha estado en ese campo desde su primera vinculación a la organización. En un tema tan sensible y delicado para una empresa, supo ganarse la confianza de todos muy pronto. Pero a sus colegas les preocupa los métodos un poco antiguos que Norberto usa en su tarea. Tiene una serie de libretas en las que anota a lápiz sus números y las operaciones que piensa realizar. Esas libretas negras ya tienen tradición en las reuniones de la Junta Directiva y en los Comités. Todos piensan que el día que Norberto pierda una de sus libretas, podrían surgir problemas para la compañía. Norberto se ha resistido durante mucho tiempo al uso de los computadores. La gente a su cargo los tiene que usar, pero a él hay que pasarle las cosas impresas para que haga sus anotaciones y pase a sus libretas de mano lo que le parece más importante. Cuando se le dice algo en el sentido de que se está quedando atrás, se lleva las manos a la cabeza y comenta: “mientras tenga ésta en su sitio, no pasará nada”. Lo que ocurre

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Aprender a conocer es que ya está pasando, porque todo el equipo directivo, encabezado por su hijo Juan de Dios, está preocupado con la actitud negativa de Norberto a meterse en el mundo de la informática. “Aprender a aprender” significa que hay que mejorar nuestras aptitudes para conocer más y poder desempeñarnos profesionalmente mejor. Un camino muy importante para lograrlo es estar bien informado, que no es tener o poseer muchos datos, ni saber dónde está la información. Es mucho más: de los datos hay que pasar a su integración significativa, –información propiamente hablando−, para llegar a convertir la información en conocimiento (asimilación personal de la información) y traducirlo en una práctica productiva permanente. Hay que saber, saber-hacer y hacer. Como ya comenté antes, las tecnologías que ofrece el mundo de hoy abren un inmenso espacio para el acceso al conocimiento. Por ejemplo, solamente con una conexión a la red mundial de Internet, cualquier persona puede obtener prácticamente el tipo de información y convertirlos en conocimiento propio. Poseer información no es suficiente. La información, ligada al uso del computador personal como herramienta de trabajo, dentro de la vida profesional, resulta de gran utilidad para ponerse al día, siempre que genere en nosotros procesos de conocimiento, a nivel elemental o a nivel de un estudio más estructurado, científico (objetivo, racional, metódico y sistemático).

Para no quedarse rezagado Estamos ya en plena era de la información y del conocimiento. En ella lo verdaderamente valioso es la persona formada, que es aquella que integra el conocimiento a la vida, no como un acervo teórico, sino como una disciplina de trabajo. Con orden, con un gran sentido de aprovechamiento del tiempo y con un ánimo firme de no rezagarse ni abandonarse a su pasado, a experiencias personales que probablemente ya no tienen validez. La información es capital para estructurar redes de trabajo. Hoy en día eso se traduce en bases de datos, a las cuales se tiene un acceso discriminado según el tipo de información que se maneje. Si no se comparte la información, no es posible hacer efectiva la parti-

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cipación, y mucho menos la delegación de funciones en otros, ni el empowerment (empoderamiento). Hay que compartir la información y los conocimientos si se quiere estructurar equipos inteligentes de trabajo, capaces de adelantar sus cometidos hasta el final. Ellos mismos generan información y conocimiento útil. Por eso, el poder hoy lo tiene el que sabe lo que tiene que hacer con el conocimiento, expande las capacidades de las personas, les plantea retos constantes y les ofrece nuevas formas de resolver los problemas. Apenas estamos viendo los primeros pasos de una revolución que cambiará fundamentalmente el mundo. Surgen por doquier comunidades de aprendizaje que ayudan a mantener viva la preocupación por actualizarse, compartir nuevos conocimientos y experiencias y saber cómo operan los demás. El aprendizaje, a través del aprender a conocer, es fuente permanente de crecimiento del individuo y de la organización, en la medida en que permite permanentemente verificar y validar los conocimientos, enriquecerlos y generar nuevos conocimientos. Conocer implica la reflexión constante y la repercusión de ella fuera del sujeto, quien hace como de fuente instauradora de energía convertida por él en conocimiento dirigido a la práctica.

Conocimiento y competencias Entiendo la competencia como la articulación de los conocimientos, las habilidades, las actitudes y valores, que se evidencian en el trabajo como acción productiva. Las competencias señalan lo que una persona sabe, puede y quiere hacer, en cuanto es observable por otros. Se refieren al conocimiento como aptitud y a los conocimientos adquiridos. Las habilidades y destrezas, técnicas e instrumentales, equivalen a la “materialización” del saber, a lo que la persona sabe hacer con lo que sabe. Es el dominio de las estrategias, métodos e instrumentos adecuados a su capacidad para buscar, indagar, descubrir y plantear soluciones creativas y concretas. La habilidad va siempre unida a lo técnico-operativo: no es sólo saber cómo funcionan las cosas, sino manejarlas concretamente en su contexto y circunstancias peculiares.

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Aprender a conocer La actitud abarca las disposiciones emocionales del sujeto, sus motivaciones e intereses. Es decir, todo aquello que es distinto de la capacidad intelectual, de los conocimientos y de la habilidad o destreza. Los valores, como ya se vió en el “aprender a obrar”, son especificaciones del bien que atrae, que se desea poner en práctica. En el caso de las competencias, corresponde a algo deseable en quien va a desempeñarse en un determinado campo Los distintos elementos que conforman una competencia no están necesariamente todos siempre o en igual nivel. Según el tipo de competencia de que se trate puede ser más necesario el conocimiento, la habilidad o las actitudes y valores. La habilidad o destreza se aprende a través del entrenamiento, que también se modifican y se aprenden a través de la formación. Cuando se trata de mirar el desempeño profesional de una persona, aprender a conocer es una condición necesaria que le permite mantenerse actualizado para lograr un nivel estable de productividad. Si no hay productividad, individual o profesional, será muy difícil para la persona competir en el mundo de hoy. Mientras mayor sea el flujo de los conocimientos, más se facilitará su uso y, por tanto, se mejorará el nivel de contribución que se espera de cada uno en el resultado total. El reto para quienes generan y difunden conocimientos, hoy en día, es ponerlos a disposición de todos con la mayor facilidad de acceso, con el contexto necesario para su utilización. Por enorme que sea el volumen de conocimientos, nunca suplirá la formación que se requiere para su eficiente manejo. Es un problema de visión, para que tanto a nivel personal como organizativo se sepa mantener siempre el carácter instrumental de la información y el conocimiento. No creer que porque se maneja o dispone de un volumen inmenso de datos, informaciones y conocimiento , el talento humano va a sobrar. El talento es indispensable para filtrar selectivamente la información y discernir sobre cómo los conocimientos se sitúan dentro del marco de la ciencia o del arte, y cómo la persona puede desplegarlos a través de sus habilidades, actitudes y valores. En la medida en que el conocimiento esté distribuido en más personas, no disminuye el capital intelectual personal, ni tampoco el

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corporativo. Ambos se incrementan y fortalecen. Y la persona que tiene más poder es la que es capaz de comunicar o generar más conocimientos a partir de su capital intelectual. Norberto sabe que todavía le quedan unos buenos años de actividad al frente de las finanzas de la empresa. Después de pensarlo mucho y de sospechar que la capacidad de aguante de Juan de Dios y los demás directivos está llegando a su límite, decide romper el cascarón y lanzarse a utilizar el computador. En poco tiempo no sólo se da cuenta de lo fácil que le ha resultado el aprendizaje, sino que para su actividad se le abre un horizonte insospechado. Todas los cálculos que hacía con base en su libreta y en su calculadora Texas Instrument, que cumplió hace poco los 25 años, con el manejo de Excel se convierte en algo mucho más rápido y completo. Le va quedando tiempo para ponerse a calcular cosas para las que nunca había tenido tiempo. La sorpresa en la Junta Directiva es mayúscula cuando el próximo informe financiero es presentado por Norberto utilizando Power Point, para explicar una serie de gráficos sobre los cuales no se tenía antecedente alguno, salvo por parte de los enterados en esos temas. Norberto les dice que ante todo quiere ofrecerles disculpas por su resistencia sin fundamento a entrar por este camino y les da las gracias por la comprensión que han tenido con él. El trabajo de Norberto ofrece una cara completamente nueva para él y para sus colegas de trabajo. Hasta para sus hijos es una novedad verlo encerrado en su estudio al frente del computador consultando diferentes fuentes financieras del mundo a la hora de preparar sus análisis e informes. No es extraño verlo explicando a uno de sus hijos, también experto en finanzas, la forma como está realizando esos análisis, deseoso también de recibir de él su experiencia en ese campo.

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Aprender a crear

Historia de Juan Ricardo

“Algunas personas ven las cosas y preguntan por qué. Yo sueño con cosas y pregunto, ¿por qué no?” (B. Shaw)

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uan Ricardo era el gerente de una industria de caldos de gallina, en la época en que todavía se presentaban en cubitos desleíbles al contacto con el agua caliente. Después de muchos años de estar produciendo estos cubitos, empezaron a presentarse pérdidas, comprobadas al hacer el control de calidad. El informe del jefe de producción decía que se estaba perdiendo el 15% de la producción por desperfectos. Alarmado, el gerente convoca a un comité extraordinario en el que están presentes el jefe de planta, el jefe de la cadena de producción, el jefe de ventas, los de mercadeo y ventas, de relaciones públicas y publicidad, y el asesor de creatividad. Después de analizar la situación y de escuchar las diferentes observaciones sobre las posibles causas del problema, toman las determinaciones técnicas y administrativas para evitarlo, esperando una drástica reducción del margen de pérdidas. Pasado un mes los informes que llegan a la gerencia indican que el porcentaje de desperfectos alcanza el 10% de la producción. Nada contento con ese resultado, el gerente convoca de nuevo al comité ya citado y les hace ver la gravedad de la situación, sobre todo frente a la competencia que “puede estar ganando nuevos clientes a costa nuestra”. El Comité extrema las medidas y refuerza los controles de calidad. Se fija una nueva reunión para dentro de un mes, cuando se tengan los resultados de dicho control, para evaluar la eficacia de las medidas adoptadas. Efectivamente

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Aprender a crear tiene lugar ese comité en el día previsto, y el dato más importante que se analiza es que la cifra de desperfectos se redujo al 7%. El gerente les recuerda la teoría japonesa “cero defectos” como parte de la política de calidad en la producción. En esa reunión el jefe de publicidad informa a los demás que la competencia acaba de sacar el caldo de gallina en polvo, sin cubitos. En la sala hay un estupor general. El gerente se pregunta: ¿Qué hemos estado haciendo? La creatividad es la capacidad que tiene la persona de abrir nuevos caminos con la inteligencia y la imaginación, y recorrerlos a medida que los abre. Su horizonte es casi infinito. Sin creatividad no hay horizonte propio, y la educación y el trabajo se convierten en colonizar la mente con las ideas ajenas o dejarse llevar de la rutina en los procesos, sin innovación alguna. Dicho más llanamente: creatividad es fomentar la capacidad de observación y atención para hacerse preguntas e intentar responderlas primero por sí mismo, y luego ayudado por otros. No importa que parezcan tonterías, sueños o locuras. La creatividad no es algo exclusivo de filósofos, artistas o de los creativos de la publicidad. Es, más bien, un requisito para el ejercicio de todos los oficios, para todos los niveles y para la persona, cualquiera que sea su grado de cultura, porque todos podemos pensar, actuar y vivir más creativamente. Creatividad es capacidad y habilidad para producir cosas nuevas o para innovar. Creativo es quien es capaz de ver en las cosas lo que otros no ven. Puede darse gente con alto coeficiente intelectual, muy creativa o poco creativa. Desafortunadamente lo que estamos encontrando en el mundo de hoy es que, a veces, paradójicamente, a mayor nivel intelectual, más limitaciones hay para la creatividad. No es asunto de grado de inteligencia o de ejercicio del hemisferio derecho del cerebro, que se asocia a la inteligencia emocional y al pensamiento “lateral” o “divergente”. El pensamiento lineal, demasiado sometido a la memoria, a los esquemas, a los caminos trillados, se va quedando sin creatividad. Por eso hace falta desarrollar un pensamiento recursivo, innovador, que abra nuevos caminos a la inteligencia. Que no se limite al paradigma lineal causa-efecto. Hay que dejar que el pensamiento y la expresión fluyan desde la persona, sin encorsetarlos en esquemas predeterminados. Hay que avanzar hacia el pensamiento complejo y sistémico para entender las

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realidades, es decir, ver las cosas desde el todo, no desde las partes, partir de la visión global. Y examinar cómo el lenguaje lleva hacia las interrelaciones, los significados de totalidad, etc. La creatividad nos permite ubicarnos desde fuera del problema para poder buscar alternativas de solución. Cuando falta, nos desgastamos demasiado tratando de encontrar la solución a los problemas



Soltar “la loca de la casa”

“La fuerza de las ideas orientadoras se deriva de la energía que se libera cuando se unen la imaginación y la aspiración. La comprensión de esta fuerza ha sido siempre un distintivo de los grandes líderes” (P. Senge). No hay que tenerle miedo a la imaginación ni dejarse arrastrar por ella. Aunque Teresa de Jesús la llama “la loca de la casa”, hay que soltarla y favorecer la espontaneidad. Hay que orientarla y aterrizarla para que no se quede en los sueños. Como cuando se está ante un papel en blanco y se quiere escribir o dibujar algo, hay que emborronar antes de que las cosas cojan cuerpo. Lo importante es que la imaginación esté aliada a la inteligencia para enriquecerla y abrirle mundos, variados y contrastantes. Ante la mucha información, tan propia de la sociedad del conocimiento, la creatividad puede tener en ella un punto de partida o una fuente de inspiración, si se sabe aprovechar bien, seleccionarla, entenderla y aplicarla, reflexionando con los propios modos de pensar. En este sentido todo lo que provenga de las redes virtuales puede ser un instrumento muy útil para estimular la creatividad. Existe el peligro de quedarse sólo en la información, que es una de las situaciones más graves en el mundo de hoy: la gente está llena de datos, que no integra en información coherente que conduzca al conocimiento, a la comunicación inteligente, y al trabajo en equipos de alto rendimiento. Estos forman redes de cooperación con apoyo en bases de datos que se van alimentando con los aportes de todos los equipos, en busca de la solución de los problemas. Porque de nada sirve tener información y conocimientos si no son materia prima para brindar soluciones a necesidades reales. La

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Aprender a crear imaginación y la creatividad en el mundo de hoy, caracterizado por el consumismo, están siendo utilizadas para crear instrumentos que responden a necesidades ficticias, antes que utilizarlas para resolver problemas y necesidades reales. Vivimos en un mundo donde las personas están llenas de problemas inventados y de cosas que no necesitan. E invadidas por necesidades sin resolver. En las encuestas entre dirigentes de todos los sectores, la creatividad es una de las características que más se destacan a la hora de definir el liderazgo. Va muy unida a la visión, los valores, la comunicación y el compromiso. Resulta imposible pensar en el liderazgo sin creatividad o sin capacidad de innovación. La creatividad es una “ventaja competitiva perdurable” para el líder y para la empresa. No basta pensar en la capacidad intelectual, los conocimientos o la experiencia profesional. La creatividad exige mucho más que eso. Una persona creativa busca siempre nuevas formas de pensar, de obrar y de ver las cosas, rechaza lo rutinario, no acepta el conformismo. La ciencia, el arte y la técnica cuentan con la creatividad. La inteligencia y la actividad mental o emocional juegan un papel decisivo, pero necesitan impactos que las despierten, acontecimientos o algunas situaciones que las conmuevan y las estimulen. La apertura hacia las cosas, las personas, y la curiosidad , son también despertadores de la creatividad. Igualmente la ilusión, el empeño y el entusiasmo.

No hay centro, sino periferia La creatividad tiene mucho que ver con la “descentralización del pensamiento” (M. Resnick). El hombre tiende a centralizar todo porque cree que la centralización es un dogma: en la naturaleza, en la mente, en las empresas, en la sociedad o en el Estado. Investigaciones recientes demuestran que no es así, y que en todos esos campos opera la descentralización. Por tanto, procede el desmonte de la visión piramidal de las organizaciones y del liderazgo en ellas. Aplicando esta idea a la naturaleza, se ha descubierto, contrariamente a lo que se daba por cierto, que no hay líderes en las bandadas de pájaros, ni en las colonias de

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abejas o de hormigas, y que el sistema inmunológico tampoco está centralizado, como tampoco lo están el cosmos, ni el cerebro, ni tienen que estarlo la educación, las empresas, los países o las organizaciones políticas. De ahí que convenga favorecer el pensamiento creativo descentralizado y fomentar la descentralización y desburocratización a todos los niveles, en pos de la simplificación, de la flexibilización de los procesos, de los equipos de trabajo, y de las mismas organizaciones. En campos como la política, la “perestroika” (renovación) y el “glasnot” (transparencia) de Gorvachov fueron procesos creativos dentro de un mundo acostumbrado al inmovilismo y al dogmatismo ideológico. Simplemente se aireó lo que llevaba 70 años encerrado, fosilizado y preconizado como “la verdad”. Se colocó una bomba en el más centralizado y totalitario de los imperios contemporáneos, que se disolvió. La cortina de hierro era en realidad una cortina de humo, y por eso se esfumó fácilmente. Se inyectó libertad en un sistema totalitario, que también se desplomó. Una lección histórica de envergadura para la humanidad y para otros sistemas filosóficos, económicos, sociales o políticos, que pueden convertirse en totalitarios en la medida que tienden al monopolio de la opinión, a la concentración del poder económico, a no respetar el pluralismo de posibilidades y de opiniones. El pluralismo es necesario para que haya equidad y justicia en la construcción de lo social, y defensa de las libertades personales y sociales, sin las cuales no hay auténtica política ni auténtica democracia.

Lo único importante Si se hace pasar la creatividad a un primer plano, entonces es mucho más eficaz el trabajo. Por ejemplo, los directivos empresariales, hoy en día, están sometidos a las estructuras administrativo-financieras, y dicen no tener tiempo para ninguna otra cosa, para sacar la cabeza de lo rutinario y pensar creativamente, lo cual es indispensable para competir en mundo globalizado y de constantes cambios. Para eso sirve precisamente el talento creativo: para dejar la rutina, y buscar la renovación basada en una concepción de la empresa como organización humana.

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Aprender a crear Si los procesos y las tecnologías se vuelven más importantes que las personas, e incluso que los objetivos mismos de la empresa, se pierde el sentido de las organizaciones, que se convierten en entidades con tecnologías muy avanzadas, pero las empresas no funcionan. A manera de ejemplo, esto pasa en una clínica u hospital donde los procesos y las tecnologías están muy bien estructurados, pero los trámites para el ingreso de un paciente son tan largos y complejos que algunos pacientes pueden morirse en el área de urgencias, esperando poder suministrar todos los datos para cumplir con los requisitos. Para innovar hay que aplicar las nuevas tecnologías, rediseñar los procesos y los modos de trabajar, de gestionar el servicio, de manejar el tiempo, de tomar decisiones, de trabajar en equipo, etc. Ayuda bastante a este propósito el contacto con la realidad cambiante de los negocios y de las organizaciones en otras partes del mundo, el conocer las expectativas de los mercados, los fenómenos globales, los entornos. Tener la visión de conjunto sobre lo que ocurre en cada sociedad concreta, en el marco de las tendencias o megatendencias hacia el futuro. Hay que pensar en cómo son vistas desde fuera las organizaciones. En cómo son vistas por la competencia, en mirarlas a la luz de las innovaciones de otras latitudes, así parezcan muy lejanas del contexto propio. Es decir, “sacar la cabeza del agujero” y mirar horizontes más amplios. El espíritu creativo lleva a concebirlas, −se dijo atrás−, como “organizaciones de aprendizaje”, en las que se practica el constante aprender a aprender, actitud capital para renovarse metodológicamente, para formarse continuamente, para convencerse de que “aprender es descubrir que ya sabes y actuar es demostrar que lo sabes” (R. Bach). Para conseguir organizaciones creativas, hay que conformar equipos inteligentes, que construyan plataformas y escenarios internos para el aprendizaje continuo dentro de la empresa. Esto cambia no sólo el modo de trabajar, sino la relación entre las personas, porque se tiende a horizontalizar las empresas, es decir, ya no cuenta tanto el gerente-rey del que dependen todas las decisiones. Estas pasan a

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depender de un nosotros, de un equipo con iniciativa, con actitud activa, con objetivos comunes desde el comienzo, con aportes profesionales variados, interdisciplinarios e hiperdisciplinarios. La organización del futuro se ve como un conjunto de redes interdependientes de información, cooperación y servicios. En ellas, las decisiones se toman y se estructuran en cadenas de trabajo, debidamente coordinadas, con una potencialidad y una virtualidad que les permite ir mucho más lejos que a la empresas estructuradas sólo en torno a tecnologías y procesos. Hay que formar equipos para delegarles responsabilidad, funciones y poder. Si no, no hay verdadera participación en la empresa ni se facilitan las formas de acción solidaria.

Subir alto para divisar La educación de las personas no consiste en ponerse al día en los fenómenos del desarrollo técnico y científico de esta época, sino en prepararse para el futuro. Y formar gente con capacidad de detectar las grandes tendencias, para orientar las empresas en los procesos de cambio, y para comprender cómo las empresas se integran a la sociedad. De eso depende el futuro. Para llegar a él hay que tener mucha visión, un espíritu creativo e innovador puesto a prueba en el día a día. Y desarrollar formas diferentes de percepción de los problemas, por ejemplo, atendiendo mucho más a las emociones y sentimientos de las personas que a la funcionalidad y al lenguaje de formulario. La creatividad supone una inteligencia alerta, capaz de admirarse más que de saber cosas, capaz de crítica constructiva y no de crítica destructora de las iniciativas de sus subordinados. Capaz de estar en los detalles porque lo esencial ya está captado, aptitud para tener y aplicar una escala de valores y de prioridades. Poco a poco aparecen las organizaciones “virtuales”, concebidas como redes inteligente de coordinación de acciones y operaciones, en las que la relación interpersonal necesita apoyarse en la confianza, el respeto y la autoridad, respaldada por los conocimientos, ganada por prestigio adquirido al dirigir, por la ejemplaridad y por la vivencia auténtica de los valores corporativos.

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Aprender a crear El entramado de todo ello le da consistencia a una organización, coherencia, unidad, capacidad de proyección y de expansión, fuerza para transformar procesos, para cambiar estrategias, para crear un clima de exigencia y de estímulo permanente, de reto personal y de propósitos corporativos permanentes. Si no, a las personas y a las organizaciones las devoran los problemas y la gente habituada a no cambiar, a resistir detrás de un escritorio, a no enfrentarse competitivamente, se convierteen un obstáculo, en un freno para su crecimiento.

Un contagio sano Creatividad que lleva a decir y a hacer. A diseccionar los casos ajenos y sacar de ellos los cambios de conducta que exigen premura, persistencia en las soluciones y seguimiento al perfeccionamiento humano de los empleados. Hay que conocerlos muy bien para lograr que den mucho más y alcanzar metas más ambiciosas. Hay que traducir el conocimiento a indicadores de comportamiento: Lo que se puede medir, se puede manejar. Hay muchas cosas que estamos acostumbrados a no medir: apatía, sinceridad, prepotencia, disponibilidad, laboriosidad, honestidad, colaboración, chismografía, autoritarismo, desorden, pereza, creatividad, comunicación, disponibilidad, egoísmo, generosidad. Unas veces para convertir los puntos críticos o negativos en oportunidades de cambio, y otras para que lo positivo contrarrestre lo negativo y se progrese, se apunte a conductas y comportamientos de mayor calidad, de excelencia y liderazgo contagiables al resto de la institución. Creatividad y libertad están muy relacionadas. Hay auténtico liderazgo si la persona es creadora de espacios de libertad desde su propia libertad comprometida. Si ella conduce hacia los objetivos, supera establemente los condicionamientos y la estrechez de miras de las actitudes individualistas. La educación y la formación continuas necesitan una renovada dosis de espíritu creativo que haga ver que la vocación a la creatividad es posible en todos o, al menos, en muchos más de los que habitualmente se piensa que tienen acceso a ese mundo.

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Estrictamente hablando, la creatividad no se enseña como un contenido más del conocimiento, sino como una actitud, una disposición, un modo de afrontar las realidades, una manera de vivir y de pensar que influye en todo lo que se hace. La creatividad no surge por decreto, ni por copia de modelos o por repetición de fórmulas experimentadas en otra parte, o por la adopción de la última moda empresarial, tecnológica o educativa. Hay que sembrar inquietudes, darle oportunidades a la gente, sacarla de la cadena del activismo incesante, y dejarla pensar con calma, para que refresque la mente, mire otros panoramas, observe la naturaleza y el trabajo de otros, sin prisas, ni obsesiones, ni etiquetas despersonalizantes. Creatividad es que la gente pueda hacerse preguntas, escrinir borradores o redactar archivos con hipótesis y soluciones, que juegue lógicamente, que reflexione sobre su modo de actuar. También para detectar las incoherencias, los pasos en falso, los desalientos, las mediocridades y los errores, para sacar de ellos experiencia, afán emprendedor, ganas de cambiar, impulso creativo.

Una aventura Es imposible pensar en la creatividad sin pensar en que se trata de una auténtica aventura. Toda actividad humana tiene una gran dosis de aventura, de viaje a lo desconocido, de incertidumbre y riesgo, pero eso no debe disminuir el afán creativo e innovador. Al contrario, debe impulsarlo porque los posibles errores en esas búsquedas e intentos son parte positiva de la experiencia por acertar (“Si cierras la puerta a los errores, habrás dejado afuera la verdad”, R. Tagore), por convertir la empresa en un sistema de vasos comunicantes, El trabajo especializado hoy tiende a cerrar espacios a la persona, cuando en realidad debería ser un campo de expansión y de nuevos espacios para la excelencia. Todo depende de que se mantenga alta la motivación, porque la respuesta al llamado de la creatividad se da por parte de todos para el bien de todos y para poder ejercer, en ella y desde ella, un liderazgo

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Aprender a crear proactivo, renovador, y esperanzado, impulsor de cambios y transformaciones duraderas. Todos podemos ser promotores de creatividad porque podemos aprender enseñando y enseñar aprendiendo. A la hora de la verdad, “enseñar es recordar a los demás que saben tanto como tú. Somos todos aprendices, todos ejecutores, todos maestros” (R. Bach). ¿Qué fue lo que realmente ocurrió en la fábrica de caldo de gallina en cubitos, que trataba de remediar el problema de los desperfectos en la línea de producción para evitar pérdidas y merma de la productividad? Pues simplemente sólo estudiaron una vía para resolver el problema. Nunca pensaron en otra posibilidad que remediara radicalmente el problema. Pensaron que tenía que ser por fuerza siempre con base en cubitos. Mientras tanto la competencia se les adelantó y lanzó al mercado el mismo caldo en polvo, sin más problemas. A esta gente claramente le faltó creatividad, iniciativa e imaginación. Deberían haber mirado otras industrias similares, publicaciones sobre la posible evolución de la presentación del producto, estrujarse la cabeza para encontrar soluciones diversas y no encerrarse en el mismo paradigma. La competencia fue más creativa: Posiblemente supieron de los problemas de éstos, auienes no se les ocurrió saverigüar lo qué estaría pensando la empresa competidora.

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Capítulo 12

Aprender a comunicar

Una orden militar de guerra

“Cada uno de nosotros tiene que ser para alguien una llave. Sin ella hay puertas que no se abrirán o que no se cerrarán” (E. Wiesel)

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el general al coronel: Mañana habrá eclipse de sol a las nueve, lo cual no ocurre todos los días. Haga salir a los hombres en traje de campaña al patio para que vean este raro fenomeno. Yo daré las instrucciones necesarias. En caso de lluvia no podremos ver nada y entonces llevaremos a los hombres a los comedores. Del coronel al capitán: Por orden del raro fenómeno del señor general, mañana habrá eclipse de sol en traje de campaña. Según instrucciones del señor general, si llueve no se podrá ver nada en el patio y entonces el eclipse tendrá lugar en los comedores, cosa que no ocurre todos los días. Del capitán al teniente: Por orden del señor coronel, mañana a las nueve, en traje de campaña, habrá un eclipse de sol en los comedores. El señor coronel dará órdenes si debe llover en el patio o en otra parte, lo cual no ocurre todos los días. Del teniente al sargento: Mañana pasadas las nueve, mi coronel eclipsará al sol en el patio, como todos los días; eso, siempre que haya buen tiempo y no llueva en los comedores. Del sargento al cabo: Mañana a las nueve, tendrá lugar el eclipse de mi coronel en traje de campaña, por efectos del sol. Si llueve en los comedores, cosa que no ocurre todos los días, yo daré instrucciones necesarias en el patio.

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Aprender a comunicar Comentario de los soldados: Parece que mañana, antes o después, todavía nadie sabe porque aquí nadie sabe nada, el sol en traje de campaña hará eclipsar a mi coronel en los comedores: lástima que eso no ocurra todos los días. Esta caricatura de la transmisión de una orden militar nos sirve para introducirnos en el tema “aprender a comunicar”. La comunicación es el arte de transmitir información, pensamientos, ideas, sentimientos, creencias, opiniones o datos, de una persona a otra, a un grupo o entre dos o más grupos entre sí. Ese intercambio produce cambios en quien recibe la comunicación y en quien la emite, si es recíproca. Tiene un punto de partida el emisor y un punto de llegada, el receptor. Los elementos básicos tradicionales en el proceso de la comunicación son: emisor, receptor, mensaje y canal o medio. Para transmitir lo que se comunica, normalmente se acude a símbolos (codificación del mensaje) y a descifrar esos símbolos (decodificación). La comunicación humana emplea los signos, es convencional e intencional. Procede en forma libre, acumulativa y activa. Sus contenidos son muy variados y se transmite por cualquier procedimiento utilizado para enviar mensajes entre personas. En ella se da un intercambio de información, con miras a un objetivo común. Esto se realiza a nivel de las personas y de las organizaciones o grupos. Todo grupo se mueve en torno a un objetivo común. La forma de conectar los grupos o equipos de trabajo es comunicarlos. La calidad de su trabajo depende, muchas veces, de la calidad de la comunicación entre ellos. La palabra es uno de los dones más maravilloso de la naturaleza. Está en la base de muchos de los procesos de comunicación. Aprender a usarla –en sus distintas formas– supone práctica de técnicas, como las requieren también la comunicación gestual y la audiovisual. A pesar de una descripción tan sencilla, la comunicación se vuelve más compleja por la diversidad de interpretaciones, lenguajes, distorsión por factores sentimentales o emocionales, desconfianza, rechazo, barreras de diferente orden, etc. Todo ello crea confusión e incomunicación entre las partes.

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No tanto el cómo, sino el qué Necesitamos un compromiso responsable con la comunicación y esto significa que yo tengo que responder por la manera como los demás reciben los mensajes que emito. Como personas estamos continuamente en comunicación con otros. Y nos quejamos muchas veces de que no hacen caso a lo que les comunicamos. Aprender a comunicarse es también saber expresarse bien –oral, gestual y audiovisualmente–, llegar a la gente con el mensaje que se quiere. Es dialogar, escuchar, informar, establecer la comunicación dentro de un grupo. Es también, conocer bien la influencia de los medios masivos de comunicación y saber aprovecharlos (cine, radio, prensa, televisión, publicidad, multimedio, relaciones públicas...). Existe una indudable necesidad de desarrollar aptitudes para la comunicación, porque ella es un gran instrumento para hacer realidad la participación y la convivencia. Sin comunicación eficiente, es imposible administrar, dirigir o liderar. No basta que unas personas trabajen juntas, usen las misma fuentes de información, o tengan los mismos medios técnicos. La comunicación se construye con base en el conocimiento, trato y disponibilidad de parte y parte. Hay un intercambio permanente de información, pero también −lo que suele ser más difícil− de sentimientos y actitudes generados por el mutuo comportamiento. Hay que preguntarse cómo es de efectiva esa comunicación. Si está presidida por una actitud de apertura y de diálogo, si es intransigente, si discurre sincera y verazmente, o es sinuosa, con verdades a medias o con reticencias que generan temor. La comunicación auténtica genera confianza, seguridad y estimula la participación. Cuando es negativa, trae confusión y distancia a las personas entre sí. En las organizaciones, buena parte del tiempo de un directivo está dedicada a comunicar determinada información y a examinar sus efectos. La interdependencia constante entre sus miembros exige una comunicación efectiva y transparente. Si ella se da, mejoran las relaciones, hay mayor participación y compromiso. Bien sea por cauces formales (informes, noticias, etc.) o informales (rumores,

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Aprender a comunicar comentarios de pasillo, etc.), la comunicación fluye a diferentes niveles, facilitando el intercambio o el compartir ideas, opiniones, experiencias.

Asertividad La comunicación se facilita si hay conocimiento propio y de las demás personas. Si la percepción de sus acciones, ideas, opiniones y valores es adecuada, sin dejar que se cuelen los prejuicios, las primeras impresiones, lo negativo o la falta de interés por lo que hacen. La comunicación interna tiene que superar dificultades que llevan a la incomunicación, como las diferencias culturales, de posición, de lenguaje, u otras distorsiones que se producen por diferentes causas. Hay que superar los problemas que se generan en la recepción del mensaje, en su comprensión y aceptación. Dos aspectos importantes a destacar en una comunicación realmente eficaz son la retroalimentación y la asertividad. La primera va unida a saber escuchar. El dar y recibir retroalimentación, positiva o negativa es esencial para lograr las metas señaladas y para dar apoyo a la gente en forma constante. La asertividad facilita una comunicación sincera y transparente, veraz y oportuna, respetuosa de los demás y de sus ideas, opiniones y valores. Es decir las cosas con claridad, aceptando que los otros tengan puntos de vista diferentes, con firmeza, sin mostrarse agresivo, ni sumiso, que son los dos extremos. La comunicación requiere valores como la sinceridad, la autenticidad, la disponibilidad, la veracidad, el interés, la comprensión la empatía, la asertividad, la objetividad, la sinergia, y otros más. La comunicación es una herramienta proactiva, no un instrumento de poder. Muchos gerentes han confundido la tendencia mundial del conocimiento como ventaja competitiva, con el uso de la información como instrumento que da poder. Estos directivos se constituyen en jefes capos, al estilo del narcotráfico. Por conveniencia propia, distorsionan la información a su interés y la fraccionan por miedo a perder poder. Para así presentarse como redentores en medio de la confusión. Igual sucede con ciertos empleados de confianza que manipulan la información a su favor.

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A veces en las empresas es poca la historia escrita, estando condenadas a procesos cíclicos de lentitud administrativa. Si la información circula libremente de abajo a arriba y de arriba a abajo, los procesos corren más rápido, no hay feudos de poder, hay transparencia en la gestión y visión clara de la organización. Ya está muy superada la vieja costumbre de creer que comunicar es informar las decisiones tomadas en la cúspide de la organización para que se pongan en práctica. O que comunicar es hacer que esa información circule de un lado a otro, o dedicarse a la imagen externa de la empresa. Y hemos dicho que los secretos de alto nivel, los cuadernos donde los gerentes financieros guardaban los cálculos y cifras de la bolsa. Todo eso ya no existe ni tiene sentido. Todo está disponible, en su mayor parte, en fuentes accesibles de uno u otro modo. Lo deseable es que la gente en la organización quiera conocer la mayor parte de esos “secretos”. La información unilateral ha sido superada por la bilateral y por la multilateral, donde lo que interesa es que hasta el último rincón de la organización esté penetrado del mayor volumen de información útil, para que fluya esa información en todos los sentidos sin importar tanto, como antes, si era generada “arriba” o “abajo”. Lo que importa es que la comunicación sea asimilada, discernida y utilizada para bien del conjunto. Todo esto facilita que en lugar del individualismo y de la actividad centrada en el propio yo, sea más fácil conjugar el nosotros, que es la afirmación de la pluralidad, del trabajo común y compartido, en la búsqueda de metas comunes que nos comprometen a todos. La información se convierte en una fuente abierta y común de la que cada uno toma lo que más le interesa y conviene.

Desmasificada y asincrónica Cada vez se tiende más a la comunicación interactiva desmasificada. Eso quiere decir que ya los medios, entre ellos especialmente la Internet, no están pensados y diseñados para masificar a la gente,

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Aprender a comunicar sino para facilitar la satisfacción de necesidades personales de comunicación. Por eso uno interactúa, hace conocer su perfil de lector o de consumidor, se comunica personalmente con sus amigos, acude a los centros de interés para sí, y en ellos intercambia información y opiniones. Aparte de cierta información clasificada, toda la otra información, mientras a más gente llegue, mucho mejor, porque nadie correrá el peligro de quedarse desinformado. Que todos estén informados, facilita la participación y la sinergia entre todos. Hay ya suficiente conciencia para percibir el auge creciente de la comunicación interpersonal frente a los estragos que sobre ella ha causado la masificación indiscriminada. Vivimos en una sociedad de masas, pero en ella la persona no puede ser asumida o ahogada por la tecnología o convertida en ser número anónimo. Incluso cuando se trata de medios de comunicación masiva, también en el denominado ciberespacio, se abre paso la necesidad de la interactividad que permite a quienes participan en el proceso de comunicación mantener el control de su papel en el discurso mutuo (Williams, Rice y Rogers). Los nuevos medios –informática, redes, multimedio– se desmasifican en la medida en que busquen una individualización que los semeje al encuentro cara a cara. No son un encuentro personal en sentido estricto; son diferentes de los medios masivos porque permiten la participación singularizada de los actores del proceso de la comunicación, y porque el control del sistema pasa del productor del mensaje a su consumidor. Eso se acentúa con el asincronismo, que consiste en que el tiempo de envío y recepción del mensaje se conforma más a las necesidades del usuario individual que a las de todos los participantes en un sistema simultáneo o sincrónico. Lo estamos viendo en el uso de lnternet como vehículo para la conversación personal, para la entrevista cara a cara o con un grupo, actividades en las que puede lograrse un alto grado de personalización que nunca alcanza la inmediatez y la calidez del encuentro personal, pero que acorta distancias en forma asombrosa.

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El hecho de que quien utiliza las formas nuevas de comunicación acuda a ellas en el momento en que lo necesita, incrementa el número de usuarios y la periodicidad de su acceso. Este asincronismo lleva a que las personas puedan escuchar los mensajes de otras personas, o simplemente ver las noticias de la televisión, o leer y ver las que se generan en los diferentes medios virtuales, en el horario que mejor les convenga, sin necesidad de estar presentes en el momento en que salen al aire. No se está sustituyendo la comunicación interpersonal basada en la presencia física del otro, que siempre tendrá su significación propia y única, pero se está facilitando el encuentro en formas cada vez más vivas. Porque no sólo veo y oigo a la persona, sino que puedo ver el contexto en el que se desenvuelve y su situación geográfica más amplia. Incluso hay experimentos educativos con personas con alguna limitación física, que demuestran que la interacción que logran con programas educativos puede ser más eficazmente personalizada que dentro de un grupo, que debe ser tratado con parámetros comunes a todos. Apenas estamos empezando a ver los alcances de los cambios en la comunicación interactiva desmasificada que ofrecen estos medios. “Para comunicarnos bien necesitamos conocernos a nosotros mismos y a nuestro marco de referencia, y ser capaces de valorar a otras personas. Sólo entonces será posible encontrar las mejores formas para comunicarnos efectivamente, tanto para transferir información como para cimentar relaciones.” (Rudlow-Panton: “Comunicación Efectiva”).

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Capítulo 13

Aprender a emprender

Historia de Clara

“Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo, sino que primero has de evocar el anhelo del mar libre y ancho” (Saint-Exupéry)

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lara es ingeniera industrial. Ha sido gerente de operaciones de una multinacional de productos electrónicos. Después de dos años en esa empresa, ha decidido que lo suyo es comenzar su propia empresa. Recuerda muy bien lo que le enseñaba el profesor de Liderazgo: “El talento es para ponerlo a crear desde ahora. Hace tiempo el empleo en este país se acabó. Si quieren hacer algo interesante, dedíquense a crear su propio negocio. Para saber si tienen de dónde, háganse un perfil psicológico y unas entrevistas para saber si ustedes poseen esa condición. No basta con la capacidad de hacer un plan de negocios. El 95% de los planes de negocios de los estudiantes se quedan en el tintero”. Esas palabras le quedaron sonando, les dio muchas vueltas, habló con compañeros suyos que se habían lanzado a poner en marcha un negocio, unos con éxitos y otros con fracaso. Pero se dijo a sí misma: “yo saldré adelante porque tengo madera. Al fin y al cabo mi abuelo y mi papá han sido negociantes exitosos. Tengo el desafío de no defraudarlos, de no desperdiciar lo que me enseñaron”. Hizo un primer proyecto y lo sometió al examen de una incubadora de empresas. Allí le hicieron muchas observaciones pero la animaron a seguir adelante. Le dieron su respaldo y se presentó al Programa del gobierno “ Jóvenes Emprendedores”. Allí la tuvieron 6 meses esperando el dictamen sobre una posible financiación. Finalmente se la concedieron y le ofrecieron asesoría en administración y aspec-

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Aprender a emprender tos contables. Los aceptó. Y arrancó a los tres meses la producción después de hacer un segundo sondeo de mercado y de asegurarse bien la distribución del producto. La empresa ejerce un liderazgo en la sociedad de hoy, en muchos aspectos (investigación, innovación, mercadeo, comunicaciones, servicios, control de calidad, etc.). A esa posición y a sus resultados organizacionales y económicos la han conducido personas con características especiales: emprendedoras, con capacidad directiva, líderes. Ese espíritu emprendedor propio de la empresa es válido para las personas en particular. Empieza realmente en ellas. Pero consideremos antes qué significa emprender. Emprender es mucho más que poseer información, que tener conocimientos o estar muy preparado. Se necesita convertir todo esto en acciones o realidades que demuestren que lo que se sabe y se conoce tiene validez en la búsqueda de contribuciones al desarrollo empresarial. Es necesaria la “sabiduría práctica”, es decir, saber interrelacionar los conocimientos y experiencias y traducirlos, convertirlos a realidades que funcionen, que produzcan determinados resultados, de acuerdo con los medios de que se dispone. Otro ingrediente importante para desarrollar la capacidad emprendedora es la actitud frente al riesgo, entendido no como el comportamiento irresponsable del individuo frente a situaciones peligrosas –temeridad–, sino como la preocupación permanente por retar la estabilidad de lo rutinario, por encontrar alternativas distintas para hacer las cosas. Parte de la capacidad emprendedora son la imaginación, el entusiasmo y la motivación, que van muy unidas al espíritu creativo, que constituye un buen acicate para emprender. Un ingrediente fundamental de la persona emprendedora es la capacidad de soñar con nuevos horizontes, el afán de lucha permanente por lograrlos, y la actitud positiva de pensar siempre que son posibles. Para darse cuenta de si uno realmente desea un futuro mejor, lo mejor que puede ocurrir es hacer que suceda. La persona emprendedora tiene la capacidad para salirse del camino normal, para ver lo que otros no ven, para pensar y hacer lo que parece imposible porque para ella lo posible ya está hecho. De ver en cada cosa oportunidades para hacer lo que otros no hacen.

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El secreto del éxito por parte de quien emprende un proyecto, empresa u organización es estar permanentemente enamorado de ese proyecto, del propósito fundamental que lo anima y de las metas que quiere alcanzar. El origen de la palabra empresa está relacionado con el término antiguo “impresa”, que significa lema o divisa para distinguir una aventura caballeresca. Era el símbolo que los caballeros llevaban impreso en sus escudos o armaduras, que les recordaba a ellos y a los demás permanentemente el fin específico que se proponían. En el español de hoy lo relacionamos más con el término emprender: la tarea de un grupo de personas con el propósito determinado de producir unos determinados beneficios. Lo cual supone siempre una labor ardua o difícil. Sin este espíritu emprendedor no surgen ni prosperan las organizaciones Entre los beneficios que produce la empresa están, desde luego, los económicos, para sus socios o dueños, para sus aliados estratégicos o grupos de interés, entre ellos sus empleados. Pero son igualmente importantes los beneficios de orden personal, todo lo que tiene que ver con el desarrollo y perfeccionamiento humano de su gente. También algo de lo que se habló ya, el capital intelectual: la experiencia y los conocimientos, el saber acumulado y práctico que hay en las personas (capital humano) y el que existe en la organización (capital estructural). Y finalmente, un beneficio que no puede faltar: la contribución de la empresa a la sociedad en la que está inmersa (responsabilidad social empresarial).

Se necesita en dosis grandes La educación es un ámbito muy adecuado para fomentar el espíritu emprendedor en las personas. No se trata solamente de educar para el trabajo, sino de fomentar actitudes y valores que abran los caminos de la creatividad personal y lleven a nuevas formas de comprometer el trabajo individual y colectivo. A la posibilidad de que quienes están estudiando vayan elaborando sus propios proyectos empresariales, sobre todo en la universidad, aunque eso no asegura que tengan espíritu emprendedor. Las empresas, por su misma índole, se apoyan en el espíritu emprendedor o fracasan. No basta con contar con profesionales forma-

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Aprender a emprender dos en la universidad o en las mismas empresas. Necesitan gente con visión, con una mentalidad de desafío. Gente que esté renovando permanentemente sus conocimientos y confrontándolos con los diferentes frentes de la globalización. Del “aprender a emprender” podemos destacar algunos aspectos: • El espíritu emprendedor es espíritu de liderazgo • El imperativo es construir nuevos caminos rompiendo el equilibrio de lo establecido, buscar nuevas salidas. • “El espíritu de liderazgo comporta el ser creativo; para resolver problemas antiguos, para ver las cosas de otra manera, para plantearse problemas nuevos, para repensar la organización” (R. Navarro). • Hay que desencadenar lo espontáneo e informal en cada uno. Lo formal es actuar de acuerdo a como otros han actuado o a como se espera de acuerdo con las funciones asignadas. • Lo espontáneo es ir más allá de lo que le piden a uno, es proponerse alcanzar metas ambiciosas, es plantearse el ser más creativo, es no acostumbrarse a hacer las cosas siempre de la misma manera. • La gente robotizada no abre caminos ni resuelve dificultades para las que no está preparada. La gente curiosa, imaginativa, arriesgada, ama los retos y lo desconocido. Las empresas necesitan una generación de profesionales con auténtico espíritu emprendedor, que sueñen con desafíos grandes en el campo empresarial y social, que en lugar de temer a las crisis y los problemas. Que piensen que es el momento preciso para despertar el potencial de liderazgo que llevan dentro, y que lo hagan realidad, concientes de que siempre los mayores éxitos los cosechan quienes afrontan los mayores riesgos. Aquí podemos decir que el espíritu emprendedor conecta de nuevo con el liderazgo, para no apocarse ante las crisis y los problemas que traen consigo la economía globalizada o los condicionamientos de los nuevos mercados. Y sobre todo, para implementar tecnologías que les permitan mejorar la productividad y la competitividad, con base al desarrollo permanente de su capital humano, que es el

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que puede garantizar su sostenibilidad hacia el futuro y su flexibilidad y adaptabilidad a los cambios. Hoy en día Clara vive muy contenta de haberse lanzado a la aventura de emprender una nueva empresa que, como todas, empezó en pequeño. Poco a poco creció y con ella la aplicación de los conocimientos y experiencias logradas en la práctica profesional. Ha tenido siempre la asesoría de aquel profesor de procesos de producción que la animó a ser emprendedora. Sus productos se venden en todos el país, y ya tiene todo preparado para afrontar la internacionalización, abriendo dos sucursales en el extranjero. Su afición a dar clases ha tenido una salida muy buena. El decano de su carrera la llamó hace dos años para que se hiciera cargo de la cátedra “Emprendimiento empresarial”. Clara no sólo puede mostrar su empresa, sino que se ha dedicado a recabar información de todos los proyectos que han sido aprobados por “Jóvenes emprendedores”. Ya tiene detectada una docena de negocios prósperos iniciados por estudiantes.

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Aprender a administrar

Historia de Arturo

“No se puede vivir de balances y crucigramas. No se puede vivir sin poesía, color, ni amor” (Saint-Exupéry)

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rturo es un hombre nacido para vender. Desde muy joven se dedicó a seguir los pasos de su padre y, después de trabajar un tiempo con él, instaló su propio negocio a los 20 años. Sólo tenía su título de bachiller, ganas y un ejemplo al lado. Tomó dos o tres líneas de distribución de telas, que era el fuerte de la firma de su padre. Pronto había establecido sucursales en tres ciudades fuera de la suya. En esas sucursales, en la parte administrativa, puso a personas de su confianza porque sus conocimientos administrativos eran escasos. Les pedía resultados a través de los balances, y de su análisis por parte de revisor fiscal de la compañía, un viejo compañero suyo de bachillerato quien cursó Contaduría en la universidad. Con el crecimiento de los negocios, a Arturo se le complicó un poco la vida, precisamente por su falta de conocimientos de administración. Seguía siendo un vendedor estrella pero, a veces, vendía los inventarios que no tenía. No se informaba previamente , o no entendía suficientemente bien los informes que le pasaban de la contabilidad. No se hacían reservas de prestaciones legales o para imprevistos. Arturo quería todo el dinero posible disponible para compra de inventarios. Decía a sus gerentes de sucursal: “Ya llegará el dinero y lo repondremos”. En el curso de pocos años la expansión de Arturo en sus negocios era de admirar: ya tenía oficinas en diez ciudades. Pero cada vez era más acuciante la necesidad de flujo de caja para compras de grandes volúmenes de mercancía. Tuvo que empezar a solicitar créditos, varios al

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Aprender a administrar tiempo, cuyo pago fue programado oportunamente, aunque empezaba a incumplir los plazos. Ahora sí Arturo empezó a preocuparse seriamente porque su talento y capacidad lo había llevado muy lejos en el negocio, pero se encontraba contra la pared por la forma de manejarlo. El que administra se propone algo, busca los medios, organiza, planifica y busca resultados favorables. Aprender a administrar es saber organizar los recursos de la forma más eficiente para lograr resultados positivos. Todos necesitamos, más temprano que tarde, saber administrar. Hay conocimientos sobre administración, y se pueden adquirir y habilidades y destrezas mediante el entrenamiento, o capacidades que se desarrollan a nivel de la formación profesional, por ejemplo, en las carreras de administración de negocios. No es necesario llevar el espíritu de empresa en la sangre, pero tampoco hay que esperar a aprenderlo en una universidad. Esto se comprueba en muchas personas que saben administrar en la práctica, a base de hacerlo y de mejorarlo. Pueden perfeccionarlo, sin duda, incorporando a esa práctica el conocimiento científico. Del mismo modo que el manejo de la informática es un elemento imprescindible hoy, y lo será mucho más en el futuro, el saber principios de administración forma parte de la preparación para la vida, que no solamente se recibe en los centros educativos, sino también en la familia y en la experiencia diaria. Quien administra es responsable de la producción de resultados específicos. Se puede ser excelente profesional pero pésimo administrador. La inclinación natural lleva a pensar que debe administrar el mejor o el más inteligente, el más enérgico o el más comunicativo. Son sólo cualidades que no bastan para hacer de una persona un administrador. Visto el problema sólo desde el ángulo de la administración, estamos ante un mecanismo de producción, como un conjunto de procesos en los que existe una contribución de trabajo y una retribución por el mismo, donde interesan los resultados ante todo, en lo que Pérez-López denomina las motivaciones extrínsecas o externas. Uno de los excesos del administrador es centrar su gestión en el poder. El poder tiende a ejercerse coactivamente. Aunque haya con-

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cordancia de las personas en un grupo de trabajo, casi todo está siempre movido por el sistema de incentivos económicos y materiales. Se planifica la acción, se comunica a cada uno lo que se espera de él, y se mueve a las personas a hacer su tarea individual. Hay un predominio de las estructuras formales, de la productividad y del manejo de los incentivos. Desde el punto de vista de la gestión, podríamos decir que quien administra puede sentirse satisfecho cuando al juzgar sus resultados la conclusión es que ha logrado mantener la armonía y la estabilidad de su “negocio”, y que las expectativas se han cumplido de una manera suficiente.

Dos sistemas en pugna Siguiendo una idea del autor antes citado, en una empresa hay que administrar un sistema técnico (en su sentido general) y un sistema humano. Ellos pugnan a veces por el predominio, cuando en realidad deberían convivir armónicamente. El sistema humano tiene una prioridad cualitativa, porque el centro de la organización son las personas que hacen posible que funcione el sistema técnico. Este comprende: • Lo administrativo, lo financiero, la producción, los servicios, el mercadeo, las ventas, lo técnico propiamente dicho, la planeación, el control, etc. • Todo lo que es tradicional desde siempre en las empresas, que va unido a la productividad en términos de resultados económicos. • Todo lo que de alguna manera está regulado por los manuales de funciones, a los que la gente debe atenerse estrictamente para saber si cumple o no con sus obligaciones laborales. • En este sistema se es bueno porque se hace lo que está previsto y como está previsto: se siguen las formalidades del caso. • Predomina la obligación sobre la libertad y la espontaneidad en el trabajo • Incluso podemos decir que forman parte de él lo laboral y la capacitación entendida como mera información que se da a las personas para que funcionen mejor.

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Aprender a administrar Cuando el sistema técnico es el el corazón, se da pie a simplificaciones y afirmaciones de este estilo: “Los negocios son los negocios”, “Aquí estamos sólo para producir balances positivos”, “Las empresas no tienen alma”, “Lo importante es hacer dinero”, etc. Sobre todo cuando detrás de ellas hay un cierto descuido del sistema humano, subordinándolo al técnico, de modo que en la práctica las personas no son lo primero. No quiere decir eso que el sistema técnico, en la forma como aquí lo entiendo, no sea necesario, incluso en el sentido de utilización creciente de la tecnología, para modernizar las empresas y hacerlas más productivas. Lo anterior también vale para las entidades estatales, y para las instituciones educativas públicas y privadas, cuando en ellas se da más importancia a los controles, al cumplimiento de las normas, a los trámites burocráticos, y al poder e influencia dentro de ellas para lograr los objetivos. El cliente, usuario o público que acude al servicio, está sometido a los procedimientos, sin personalización alguna. Los formularios, los sellos, los títulos, el escalafón, la remuneración de acuerdo al cargo, las calificaciones, los informes, las contralorías, son lo definitivo. En las empresas donde predomina el sistema técnico (formalista), pierde fuerza el desarrollo de los recursos humanos. La capacitación no es considerada como prioridad. Y si la hay, es para los empleados, no para los directivos, que piensan que no la necesitan. A lo que no esté relacionado directamente con las utilidades, las ventas y los servicios, no hay que gastarle ni tiempo ni dinero. Ese tipo de organización pasa por todas las modas empresariales de cambio (la calidad total, la reingeniería, el downsizement, los indicadores de gestión, etc.). Transcurrido un tiempo todo sigue igual: la resistencia de los mandos medios, la prepotencia de los jefes y la reducción de los presupuestos de los departamentos de recursos humanos, hacen que los resultados sean pobres y que sea muy difícil el cambio de mentalidad. Hace unos años, cuando Sears entró en una crisis y estuvo a punto de la bancarrota, el presidente que la sacó de la crisis, reunió a todos los jefes para plantearles el liderazgo necesario para salvar la compañía. Uno de ellos le preguntó si iba a leer los manuales de funciones de la compañía de un siglo atrás a la fecha, y él simplemente le contestó: “Yo no vine a leer manuales de funciones, sino a salvar esta organización”.

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Dentro del sistema técnico: • Los empleados se atienen más a las tareas y procesos. • Los cargos son “nidos” propios donde no cabe el cambio ni entra nadie. • Cualquier renovación es recibida con aire de fracaso anticipado. • Sólo el interesado conoce a fondo lo que hace y si falta, se crea un caos. • No hay transmisión de experiencias. • La gente aprende a golpes y fracasos. • El sistema humano abarca: • Los valores organizacionales y su incorporación a las personas. • El aprendizaje permanente de todos. • El desarrollo de la inteligencia emocional. • La búsqueda de la excelencia personal profesional. • Considerar el trabajo cotidiano como fuente de realización. • El liderazgo democrático, participativo y proactivo. Al contrario del sistema técnico, que se guía más por lo previsto, por lo formal, por las obligaciones que hay que cumplir, el sistema humano impulsa el desarrollo racional y la acción libre y espontánea de la persona en su trabajo. De manera que lo realice no con mentalidad de estricto cumplimiento, sino de colaboración y de servicio prestado con más iniciativa y creatividad personal. En el sistema humano son igualmente importantes el cliente externo y el cliente interno (los demás empleados, colegas de trabajo y los jefes) porque con éste se constituyen equipos y se establece una complementariedad de esfuerzos. En lugar de nidos de trabajo, lo que hay son redes de colaboración, donde todo el mundo marcha hacia el objetivo acentuando el liderazgo. Dentro del sistema humano: • Se trabaja con base a valores personales y corporativos. • Hay un aprendizaje personal y colectivo permanente.

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Aprender a administrar • Se parte de la misión y la visión para llegar a los objetivos estratégicos. • Los jefes son quienes tienen más necesidad de aprender. • La autoridad se ejerce como un servicio prestado con prestigio. • Se atiende más a las relaciones internas y externas. Una organización en la que hay un predomino del sistema humano sobre el técnico, está gobernada con liderazgo más que con autoritarismo, con ejemplo más que con órdenes o controles, con participación más que con prepotencia y aislamiento de los jefes. Pero esto supone adentrarse en lo que consiste el aprender a dirigir y a liderar, para poder comprender el alcance pleno del manejo del sistema humano. La honestidad y amistad que une a Arturo con sus actuales gerentes en cada sucursal, ha asegurado que no se presenten pérdidas o robos en las operaciones de ventas y suministro de mercancías. Sin embargo, el promedio de la cartera vencida supera en mucho los 90 días, plazo máximo para que los clientes efectúen los pagos. La situación de la empresa, con graves riesgos administrativos por delante, sobre todo por la falta de preparación de Arturo, lleva a este finalmente a tomar la decisión de adelantar estudios nocturnos de administración. Sus colaboradores ven eso como una medida improbable por la edad de Arturo y por sus muchos compromisos sociales y familiares, además de los propios de una empresa grande. Arturo pide ayuda a su esposa y sus hijos para que entiendan y acepten la situación. Después de cinco años de sacrificios, Arturo se gradúa en administración de negocios. Y ni corto ni perezoso, se apunta a un postgrado en finanzas corporativas, que tendrá lugar viernes en la tarde y sábado en la mañana. El panorama en la empresa, a partir de ahí, cambia por completo. Arturo consolida el equipo de colaboradores, realiza una planeación estratégica de la compañía, elabora un presupuesto de costos, gastos e ingresos y se empeña en que todas las personas deben capacitarse, empezando por los directivos. Con la fuerza de su ejemplo, esto resulta más fácil. Pronto la empresa de Arturo se convierte en una de la primeras y más sólidas del país en su campo.

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Capítulo 15

Aprender a dirigir

Historia de Angela María

“Dirigir es educar”

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ngela María es hija de padres muy ricos, se educó en las mejores universidades del país y luego se especializó en Stanford, con todos los honores, en marketing internacional. Al regresar, su padre la puso a trabajar a su lado para que fuera cogiendo experiencia y se empapara de la historia de la empresa, fundada por el abuelo durante el auge de la construcción en los años cincuenta. De ahí surgió poco a poco una holding ramificada en financiera, constructora e inversionista. La empresa ha sido siempre una empresa familiar, manejada por gente de la familia sin intervención de terceros. Ni siquiera a sus yernos y nueras el papá de Angela María les ha dado cabida. Son la “otra familia que un día se quedará con esto, pero mientras yo viva se harán las cosas a mi manera”. Esa manera de hacer las cosas es características de la empresa: autoritarismo, sistema piramidal de gobierno, todo pasa por la Gerencia General, y no se hace nada sin la aprobación de don Ernesto Gómez. Ni siquiera la presencia de Angela María bastaba para entender que ella podía tomar ciertas determinaciones. Si lo hacía, era encarada por su padre: “Mientras yo esté al frente, aquí mando yo”. El trato de don Ernesto con sus ejecutivos puede calificarse de violento. En cuanto trataban de convencerlo de algo, empezaba a levantar la voz haciendo predominar su palabra y su opinión. Los salarios eran magníficos pero el trato no les resultaba satisfactorio, ni para la misma Angela Ma-

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Aprender a dirigir ría, quien veía en la forma de actuar de su padre todo lo contrario de lo que había aprendido en las organizaciones modernas que visitó y sobre las cuales hizo estudios. Se sentía altamente frustrada y estaba pensando en dejar la compañía de su padre en busca de nuevos horizontes donde pudiera practicar lo aprendido en el exterior. Aprender a dirigir, o el dominio del arte de dirigir, va mucho más allá que el arte de administrar. Pero nos algo innato, sino que es una habilidad que se puede trasmitir o aprender, y que supone el desarrollo de unas capacidades concretas. Para aprender a dirigir hay que saber, por supuesto, administrar pero, sobre todo, desarrollar a las personas, saber hacer trabajar a quienes están bajo esa dirección, buscando máximo rendimiento y máxima satisfacción. A diferencia de quien sólo administra, quien dirige es más consciente de las necesidades de realización de su grupo. No puede estar satisfecho solamente con que la gente haga bien su trabajo. La dirección es siempre dirección de personas y de relaciones entre personas, dirección de equipos de trabajo, no tanto dirección de procesos. Quien dirige está preocupado porque su gente crezca, se desarrolle, tenga sentido de pertenencia y exista un verdadero equipo. Sin querer decir con esto que el administrador no trabaje en equipo. El administrador normalmente mira la empresa como un gran mecanismo que hay que hacer funcionar engranando bien todas sus partes, y no como un organismo vivo compuesto por personas, que lleva a plantear todo de manera diferente. El papel principal del director es hacer que otros hagan, más que ponerse él directamente a hacer. Se centra fundamentalmente en que se haga, sea por él, por su grupo, o por otro grupo, pero que se haga. Quien dirige traduce la misión y los fines a políticas y objetivos, dentro de un plan estratégico. La planeación y la programación reflejarán esos fines a través de políticas y pautas que las rigen. Hay que establecer metas a corto y largo plazo, enlazar fines y medios, necesidades ac­tuales y futuras, señalando las orientaciones del caso, calculando el tiempo, el esfuerzo y las etapas necesarias.

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Y ofrecer retroalimentación (feedback), dar recompensas, motivar, brindar apoyo, ayudar al logro de la satisfacción en el trabajo. La dirección tiene que ver más con la empresa considerada como un cuerpo vivo, en la que la gente trabaja no sólo por unos incentivos, sino por la satisfacción personal y por servir.

Importancia de los motivos No es que dejen de tener importancia los motivos extrínsecos en el trabajo, sino que adquieren un papel igualmente importante los motivos interiores o intrínsecos, como el sentirse a gusto en el trabajo, autoperfeccionarse, tener reconocimiento, y los motivos trascendentes. Estos y los motivos interiores entran dentro de la atención especial de quien dirige. No es que el aministrador no los tenga presentes, pero está más relacionado con los externos o extrínsecos: funciones de las personas, retribución, condiciones de trabajo, etc. La dirección incorpora a los motivos externos los internos o intrínsecos propios de cada persona que participa en la empresa. La satisfacción atiende más a lo interno que a lo externo. Tiene que ver más con el crecimiento personal que con la eficacia como producción de resultados cuantificables. Eso abre mucho más el mundo del desarrollo humano en la organización. En las organizaciones cuenta mucho el ejercicio del poder, no sólo el coactivo, que procede del organigrama o de la estructura administrativa, sino el espontáneo, que no está sujeto a esa estructura. Para ejercer este poder no hay que esperar a recibir órdenes, sino ejercer la iniciativa y la autonomía para obrar. Además, los grupos se convierten en equipos de trabajo y surge el sentido de pertenencia como algo necesario para que exista compromiso. Entra en juego un factor que Pérez-López denomina “atractividad”. La acción organizativa no sólo ha de ser eficaz sino atractiva, es decir que debe tener un grado de aceptación por parte de la personas y debe satisfacerles lo más completamente posible. Adquiere fuerza la estructura no formal, sin que desaparezca la formal. Dirigir es, en este caso, producir resultados, eficacia, pero también hacer eficientes a las personas, buscarles su sitio en la organización, colocarlas en el centro de la actividad. Quien dirige está mas atento a lo que la empresa está en capacidad de hacer hacia adelante que en lo que ya está hecho.

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Aprender a dirigir Se entiende, pues, que quien tiene la capacidad para dirigir, es consciente de que su compromiso con la organización va mucho más allá de mantener unos resultados mediante la administración de unos recursos. El compromiso del director es desarrollar la organización y desarrollar su gente, de manera que las necesidades de una y otra logran un verdadero nivel de satisfacción. Aprender a dirigir es desarrollar cualidades como la audacia, la visión de conjunto, la capacidad para comunicarse, la comprensión, la flexibilidad, la firmeza, el optimismo, la recursividad y otros. Quien dirige puede emplear, a mi modo de ver, cinco estrategias claves para lograr que la organización, centrada en la persona y en su potencial, sea competitiva y produzca los resultados esperados. Destaco éstas para hacer un énfasis determinado en ciertos aspectos que resumen lo dicho hasta ahora. 1ª: El potencial de la gente es lo principal. Ese potencial es corporal o de salud, intelectual o profesional, emocional o motivacional, espiritual y social. Eso exige una permanente atención a diferentes aspectos de la formación de las personas y crear oportunidades para que se perfeccionen. Y sobre todo para que cada uno elabore su plan de carrera dentro de la organización. Hay que dedicar los mejores esfuerzos a seleccionar la mejor gente por competencias y valores. Es la única manera posible de aspirar a la franja de la excelencia y de los equipos de alto rendimiento. Gente que aprende a aprender constantemente y que siempre trabaja en equipo. El desarrollo del potencial humano busca fortalecer valores como la autoexigencia, la autorresponsabilidad y el autoliderazgo. Todo ello facilita la desconcentración porque se parte de una descentralización mental: no estar esperando órdenes, no depender sólo de las funciones, actuar inteligentemente con iniciativa y capacidad de innovación. Se faculta a la gente para que actúe de acuerdo con la misión, la visión y los objetivos y metas, pero con autonomía y responsabilidad personales 2ª Construir una cultura organizativa basada en valores. Las empresas no son simples mecanismos de producción y servicios en las que las personas son piezas sueltas o aisladas, guiadas

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únicamente por una noción económica del éxito. Tener éxito es lograr la efectividad y la calidad en lo que se hace. La cultura de una organización o institución se apoya en el concepto de persona que se maneja, en la idea misma de empresa, en la visión y conocimiento adecuado de sus estructuras, en la concepción del trabajo, del clima organizacional, en los principios y valores que la guían, y en la responsabilidad social. Esa cultura se logra después de un trabajo de varios años para que la gente interiorice esos valores y los proyecte en el ambiente de trabajo de modo que llegue a otras personas que también procurarán vivirlos y difundirlos. 3ª Hay que hacer que el trabajo sea una fuente de realización personal. Para lograrlo, ante todo desencadenar lo espontáneo e informal en cada uno, la racionalidad, la afectividad y las condiciones de liderazgo. El trabajo no es un castigo ni una condena que hay que aceptar irremediablemente por la condición humana. Es una situación existencial que puede y debe llevar a la gente a un crecimiento personal, no sólo a la búsqueda de una necesidad de bienes materiales para sobrevivir.Trabajar no es ni carga, ni castigo, ni algo aburridor, sino la oportunidad de construir para uno y para los demás, para hacer, para tener, para obrar, para ser, para dar y para servir. La gente emotivamente equilibrada y rica en fuerza comunicativa interpersonal, crea un clima de trabajo donde caben todos. 4ª Hay que procurar que todo el mundo actúe por motivaciones trascendentes. Es decir, por servir a los demás, por solidaridad, por amistad, y por todo aquello que lo hace a uno trascender, más allá de la satisfacción, de la realización personal, del salario o de las prestaciones. La organización no formal, espontánea y libre, es la que despierta el potencial de su gente para que haga las cosas mucho mejor, haga más de lo que se propone y lo haga antes de lo previsto. Con satisfacción, crecimiento personal y perfeccionamiento continuo.

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Aprender a dirigir La espontaneidad lleva a hacer más allá de lo que le piden a uno, proponerse alcanzar metas ambiciosas y no acostumbrarse a hacer las cosas siempre de la misma manera. La gente curiosa, imaginativa y arriesgada, ama los retos y lo desconocido. 5ª. El aprendizaje permanente debe ser constante. Convertir la empresa en una organización “inteligente”, en la que todos aprenden y todos enseñan, y donde todo el mundo trabaja en función de hacer mejor las cosas, con o sin estímulos especiales. La única forma de que el sistema humano de la empresa tenga la prioridad es desarrollar conocimientos, capacidades y habilidades, a través del entrenamiento y del acompañamiento personal. Si “dirigir es educar”, hay que saber, saber-hacer y hacer-hacer a quienes dependen de quien dirige. El poder debe ser el poder del saber, del saber-hacer y del saber dirigir. La estrategia es complementada por la “intrategia”, es decir, por el estudio de los procesos internos para incrementar el nivel de compromiso y de confianza de la gente con la empresa. Se piensa en los beneficios, en que serán más y mejores en la medida en que se cuenta con mejor gente, con su plan de carrera definido y realizada en el ámbito familiar El aprendizaje corporativo constante lleva a estructurar empresas más planas en su dirección, más flexibles y apoyadas en equipos inteligentes de trabajo, con capacidad de cambio. Angela María se propuso convencer a su padre de que era necesario cambiar el estilo de dirección. Sobre todo después del episodio en la que ella fue protagonista. Estaba con su esposo en una discoteca el sábado por la noche descansando de todo el ajetreo de la semana. De pronto suena el celular de su papá diciéndole que la necesita inmediatamente en su oficina. Ella le expresa que está descansando, que dejen eso para el lunes. Su padre, poniéndose violento, le dice que si no va, se verá obligado a prescindir de ella en la empresa. Angela María acude, a pesar de todo, con el propósito de que, una vez resuelta esa situación concreta, hablará a fondo con su padre. Busca el momento oportuno y lo hace. Con tal capacidad de

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convencimiento, serenidad y firmeza que, al final, su padre tiene que rendirse a la evidencia de lo que ella le dice: la conveniencia de que venga alguien de fuera a dirigir la empresa familiar. Ella se compromete a ayudarle muy de cerca en ese proceso. Se hace la selección por parte de una firma especializada en contratación de directivos, para escoger al nuevo Gerente General. El organigrama −no piramidal− se estructura de manera que no exista interferencia de los miembros de la familia en la acción del Gerente General, estableciendo una serie de juntas y comités en los que ellos estarán presentes. El sistema funciona y en poco tiempo don Ernesto empieza a ejercer una labor más de orientación general desde la Presidencia y se dedica a impulsar todo lo relativo al sistema humano de la compañía.

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Capítulo 16

Aprender a liderar

Historia del hijo que quería ser líder

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“El cambio es de lo que se ocupan los líderes” (J. Adair) uentan que un hijo le dijo a su padre que quería ser un líder y le preguntó cómo podía lograrlo. El padre le respondió que lo primero que tenía que hacer era ser consciente de su conducta. Que cada vez que sintiera que había hecho daño a una persona, clavara un clavo en el muro que rodeaba su casa. El hijo aceptó el reto y empezó a tomar mayor conciencia de sus actos. Siguiendo el consejo de su padre, el hijo comenzó a poner clavos en el muro cada vez que hacía daño, maltrataba a una persona o no la respetaba. Luego de un tiempo el hijo dejó de poner clavos en el muro, porque ya era consciente de sus actos y trataba bien a las personas. Entonces preguntó a su padre: ¿y ahora qué hago?. El padre le respondió diciéndole que por cada acto de bien y servicio que realizase, sacara un clavo de los que había clavado en el muro. El hijo nuevamente aceptó el reto y empezó, poco a poco, a sacar los clavos. Era conciente, y además se dedicaba a ayudar a las personas. En poco tiempo logró sacar todos los clavos. Contento, se acercó donde su padre, quizá con un poco de vanidad y le dijo: ¡he terminado! ¡Logré sacar todos los clavos!. Finalmente he aprendido a ser un líder. Sin embargo, acto seguido, lo asaltó una duda: ¿ahora qué haré con todos los huecos que dejaron los clavos en el muro? El padre le respondió: “no los toques; están allí para recordarte siempre que en tu camino de aprendizaje dejaste huella de dolor en la gente

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Aprender a liderar y que, gracias a su entrega, comprensión y colaboración, ahora puedes ser la persona que eres”. ¿Qué distinción hay entre un gerente y un líder?, se pregunta Peter Drucker. La respuesta: “el gerente hace lo que está mandado y el líder lo que toca hacer”. Ahí tenemos, de un lado, el manejo del sistema técnico de acuerdo con las reglas o la dirección de un organismo vivo según las funciones asignadas a cada uno. Y de otro lado, la espontaneidad, lo no previsto, lo informal que supone hacer lo que toca en determinado momento, incluso saltándose las normas o funciones existentes, porque si se atiene a ellas, las cosas seguirán iguales. El líder es el ser de los imprevistos, de lo no esperado, de la crisis y de los problemas. Su espíritu está templado en el desafío y en la visión de futuro. Por eso no le tiene “miedo a los miedos” que todos los gerentes o directivos suelen tener en una empresa. Y no hablamos aquí del liderazgo reservado a una minoría, sino de la posibilidad o capacidad que hay en toda persona de influir positivamente en los demás. O sea, un liderazgo participativo y democrático que es accesible a un mayor número de personas, y no se queda en una elite. Los motivos que impulsan la acción del líder, recordando una vez más a Pérez López, son aquellos que abarcan todo el espectro de la motivación: desde los más exteriores y vinculados a los resultados materiales y económicos, tanto para la empresa como para la persona, hasta los de mayor trascendencia social (solidaridad, responsabilidad social y otros), pasando, lógicamente, por los que tienen que ver con el interior de las personas y con su crecimiento. El líder trabaja conjugando todos esos factores pero con mucha creatividad para lograr que su gente también trabaje con una gran consciencia de ellos. El poder en el liderazgo se refuerza en cuanto a su proactividad o capacidad de anticiparse, de asumir responsabilidades dentro de él, de correr riesgos y de vencer los factores negativos sin dejarse contaminar por ellos. El líder ayuda a trabajar más por confianza mutua que por imposición funcional, confianza que es fruto de la unidad y coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace y de estar siempre en actitud

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de colaboración. Para que haya consistencia (resultados operativos) tiene que existir una evaluación permanente de los efectos de las decisiones que se toman.

Sólo algunas pistas Podemos entender el liderazgo como la capacidad de conducir a otros libremente al logro de sus objetivos personales, y de canalizarlos a un objetivo común, influyendo en ellos no por vía de mando o poder formal, sino por vía de ejemplaridad, de “arrastre” del mando entendido como prestigio y servicio, con base en los valores. El liderazgo posee un componente de visión para romper la rutina, para innovar y crear, con buena dosis de prospectiva y de estrategia. Muchas veces se ejerce por fuera de la autoridad formal. Ser líder es poseer valores compartidos, comprometer a la gente a través de la ejemplaridad. Es lo que podría denominarse “espíritu de liderazgo” (Navarro), que se constituye en un estilo de vida, más que en un conjunto de características uniformes que puedan trasladarse de persona a persona. Es propiamente autoliderazgo. Los líderes son personas creativas que cuestionan siempre sus actuaciones y se hacen preguntas que normalmente los demás no se hacen. Hacen lo que los demás no se atreven a hacer por considerarlo una utopía. Abren caminos donde no los hay. Ser líder es algo accesible a todo el mundo –no es un privilegio−, pero no todo el mundo acepta el reto de encarnar el liderazgo. Es cuestión de desarrollar las potencialidades de las personas en la dirección adecuada, ponerlas en condición de influir por sí mismas en los demás, de modo que su compromiso con ellos, y su modo de conseguir resultados genere un libre seguimiento. El líder es ante todo responsable de la gente. Cree en el cambio y lo produce transformando la cultura de la empresa u organización. Refuerza la participación y la solidaridad, y actúa con visión del contexto social, de las autoexpectativas y de las expectativas de los demás frente al grupo y frente a él. El líder debe ser consciente de que administra procesos y dirige personas, pero no debe encontrarse inmerso en tareas que le

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Aprender a liderar impedirían tener la visión de conjunto, hacer trabajar a los equipos y a quienes lo rodean más inmediatamente. No está preocupado de tocar ningún instrumento en particular, pero los conoce bien todos y se dedica a hacer que su orquesta toque bien. Es decir, conjuga con propiedad el nosotros, ayudando a la gente a conocer sus necesidades reales. Combina eficacia, eficiencia y efectividad. El líder provoca tensiones creativas, hace de la empresa una organización constantemente en renovación. Mira y percibe a través de varias fuentes y se monitorea a sí mismo para aprender a elevar su exigencia y su calidad de respuesta. He hablado de aprender a emprender a través de tres caminos, considerándolos separadamente: aprender a administrar, aprender a dirigir y aprender a liderar. Pero es necesario dejar muy en claro que los tres, como los anteriores, están interrelacionados completamente y que el máximo nivel de desarrollo del espíritu emprendedor sabe moverse por los tres citados.

Construir el liderazgo El líder afronta su compromiso con el futuro personal, organizacional y social, como persona que inspira confianza y credibilidad porque es capaz de producir los resultados que se necesitan, contando con la estructura de la organización o reinventándola. Además, atrae con su ejemplo y su capacidad de mirar a la construcción de un bien común. El líder –es una idea de Drucker− busca resultados para todos, no simplemente popularidad, fama o seguidores. Hay seguidores si los resultados se dan. Es también un estilo de vida que conduce a transformar una sociedad. El liderazgo se hace, se construye en cada uno, a través de la excelencia personal. La construcción del liderazgo es tarea ardua y tenaz, pero la sociedad lo necesita, y el lugar donde comienza es el sitio de estudio o de trabajo diario. Construir el liderazgo, dentro de una visión renovada y renovadora, es estar a la ofensiva, no a la defensiva: es primero construir un

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sueño y luego tratar de hacerlo realidad, poniendo todos los medios necesarios, sin descanso, con motivación y autorresponsabilidad. El problema de la sociedad actual no es de líderes carismáticos, de maquinistas para la locomotora que mueve la sociedad, sino de vías para el tren (buenas bases) y de agujas (los líderes) que señalan su dirección correcta y lo conducen a la meta fijada de antemano. Puede ocurrir que uno piense que las circunstancias son las más difíciles, las menos oportunas, que para eso sería mejor pensar en otra época. Pero, como afirma Dickens, “el peor momento es el mejor momento”. Esta es la época en la que nos ha tocado vivir y en la que debemos dar el giro copernicano a la crisis de la sociedad. Esto es lo propio de los líderes: asumir la responsabilidad cuando otros huyen de la tarea por cobardía o por temor o intimidación. El nuevo liderazgo es creativo, innovador, asertivo, proactivo, arriesgado, optimista, y sueña, con los ojos despiertos, en una nueva sociedad. Con gratitud hacia el pasado, por lo que otros han hecho por nosotros, pero con ambición suprema hacia un futuro mucho mejor, para lograr el crecimiento de la sociedad en todos sus aspectos.

Lo que no puede faltar La integridad existe cuando hay en las personas principios y valores que se reflejan en su conducta personal, y luego en la vida familiar y social. No existe un listado fijo de valores sobresalientes del liderazgo. Deben destacarse los valores éticos (compromiso, rectitud, honestidad, lealtad, responsabilidad, justicia) junto con otros que hacen posible su acción orientadora (visión, valentía, creatividad, comunicación, excelencia, servicio, autoridad, aprendizaje permanente, afán emprendedor, etc.). Los valores tienen que interiorizarse, hacerse práctica habitual, modo de conducta inconsciente, para llegar a obrar de acuerdo con ellos sin que haya que explicitar en cada caso la intención o la conciencia de vivirlos. Lo que sirve de sustento firme a la acción del líder es una ética personal basada en la libertad, el amor y la entrega personal. Esto

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Aprender a liderar implica un liderazgo comprometido, que antepone los intereses de la sociedad a los personales, el bien común al bien particular. El líder es seguido libremente si da respuestas exitosas, si es integro y ejemplar con su grupo. Es una libertad comprometida y solidaria que responde por todos, no por uno solo. El liderazgo busca la participación social, estructuras justas y solidarias, diálogo y una democracia real que implica gestión del desarrollo en bien de la comunidad. Si se promueve el liderazgo, habrá nuevos líderes, gente emprendedora, que busca la excelencia, que aprende continuamente y trata de responder a las necesidades del país. La lección que le dio el padre al hijo que quería ser líder fue muy clara: hay que aprender a serlo, y pueden ser muchos los errores que se cometan en el intento. Ahí radica la validez del empeño, reconocer que se cometen errores (“si tienes miedo a los errores, dejarás por fuera la verdad”, Tagore). Y lo primero que hizo el muchacho fue escuchar a su padre. “Se necesitan dos años para empezar a hablar y sesenta para saber escuchar” (Hemingway). El aprendizaje del liderazgo es arduo, pero si se emprende cotidianamente, se llega muy lejos. No es cuestión de un aprendizaje de técnicas de persuasión o de influencia, que en determinado momento pueden ser útiles. Es ante todo un estilo de comportamiento, algo que sólo la vida vivida puede dar, apoyándose en unas facultades y en unas capacidades y valores que la persona tiene. El primer paso que debe dar aquella persona que quiere ser líder es aprender a ser consciente de su conducta, pues éste es un elemento clave para lograr el liderazgo personal. La historia termina con la etapa más evolucionada del liderazgo interpersonal: el servicio a los demás. No podemos ser líderes si no tenemos primero la capacidad de liderarnos a nosotros mismos. El liderazgo personal se logra cuando la persona emprende el camino trabajando su autoestima, creatividad, visión, equilibrio y capacidad de aprender. El liderazgo interpersonal se logra posteriormente, cuando la persona domina la comunicación, aprende a dirigirse a otros y a entregarles el poder, a trabajar en equipo y a servir a sus seguidores.

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Liderazgo para servir a los demás es la lección que encierra la historia contada al principio de este capítulo. El servicio requiere que en la persona exista un deseo de trascender lo personal. El liderazgo, por definición, implica esa trascendencia para poder lograr una influencia que lleva a orientar, motivar, dirigir y hacer que se logren los objetivos personales o del grupo.

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AprenderHistoria a trascender de un amor verdadero “Hay que dar trascendencia a la vida centrándola en SER y, a partir de ahí, ir más allá, donde están los demás y donde está Dios”

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n hombre de cierta edad vino a una clínica para hacerse curar una herida en la mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer. Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer, que vivía allí. Me contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzheimer muy avanzado. Mientras acababa de vendar la herida le pregunté si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. -No, me dijo. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me reconoce. Entonces le pregunté extrañado: Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? Me sonrió y dándome una palmadita en la mano me dijo: -Ella no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella. Tuve que contenerme las lágrimas mientras salía y pensé: -Esa es la clase de amor que quiero para mi vida. Trascendencia significa, etimológicamente, cruzar más allá, pasar al otro lado, ir más allá del horizonte. En el lenguaje corriente decimos que algo tiene trascendencia cuando tiene cierta importancia.

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Aprender a trascender Decimos que hay que dar trascendencia al trabajo que hacemos, para significar que no se debe quedar simplemente en los resultados materiales, económicos o intelectuales, porque pensamos que ese algo tiene que ir más allá, debe estar dotado de una significación, de un sentido que supera todas aquellas significaciones. Cuando algo trasciende es porque va más allá de nosotros mismos. Podemos hablar de trascendencia en el conocimiento o en el querer, precisamente porque no se quedan en el sujeto que conoce o que quiere, sino que se dirigen a lo que está fuera de él, a las cosas o a las otras personas. También se habla de conceptos trascendentales, propios de todo ser, como la verdad, la belleza y la bondad porque trascienden a un ser en concreto y se pueden aplicar a todos.

Algunos ejemplos La trascendencia es dimensión de la vida humana, pero no se reduce a ella. Una forma de experimentarla es, por ejemplo, la vivencia del dolor. No lo sabemos explicar claramente, pero lo sentimos profundamente. La muerte es como una categoría suprema de la experiencia del dolor. Cuando alguien se muere, decía Unamuno, “se nos muere”, porque hay representa un desgarro de nuestro ser, sobre todo si se trata de una persona querida, que está en la esfera de nuestra intimidad. En la muerte, la trascendencia llama a nuestra puerta de una manera muy especial. La trascendencia la aplicamos a cosas que se ocultan a nuestros ojos o a nuestra inteligencia, que no podemos comprender fácilmente. Que no son conocidas como la mayoría de las demás cosas, pues permanecen en cierto modo ocultas. Como ocurre con la inmaterialidad que hay en el ser humano o con los deseos del corazón humano de superar las barreras del tiempo, de querer vivir siempre. Como nos recuerda Alejandro Llano, se trata de un enigma propio del hombre, que se profundiza al advertir, con palabras de Aristóteles, que él es “en cierta medida todas las cosas”, de modo que no le resulta ajena ninguna de ellas porque está siempre abierto a la totalidad de los seres. En él convergen la inmanencia (lo que está dentro de él, de su interioridad) y la trascendencia. Es decir, el anhelo de lo que el hombre quiere va más allá de los límites de su cuerpo y de su

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mente, va más allá incluso de su ser: “El hombre supera infinitamente al hombre” (Pascal). Se trata de problemas que escapan a una visión simplista del ser del hombre, que nos permiten entrever que su ser tiene una característica peculiar: se plantea estas cosas. Es el único ser que puede volver sobre sí mismo −conciencia− y comprender temas que están fuera del alcance de su corporalidad. Y explicarlos con base a un principio inmaterial o espiritual, en el que parece radicar esa capacidad de volver sobre sí mismo y de plantearse el sentido de la vida propia y de los demás. Las personas se dan cuenta de que su ser no se agota en sí mismas, que ser persona es, de alguna manera, tender un puente al infinito. Nos podemos plantear todos esos interrogantes porque somos libres y porque en nosotros hay algo que es inmaterial, que hace posible que soñemos y que busquemos la felicidad. El primer nivel de la trascendencia es advertir que somos conscientes de la realidad que nos rodea, que la podemos conocer, y darnos cuenta de nuestra propia subjetividad, que es compleja y difícil. Desde ella advertimos no sólo las realidades materiales, sino lo demás: las otras personas y el mundo que construimos con ellas, la sociedad. Este ya es otro nivel de la trascendencia que palpamos de una manera muy viva a través del diálogo con los demás. Y el tercer nivel es la aceptación de un otro absoluto, de Dios como causa y fin de la vida humana. En estos “caminos para la superación personal” tomamos el sentido de la trascendencia en relación con el descubrimiento y aceptación de los otros, en la relación interpersonal, y en los vínculos sociales. Después de haber examinado el ser, el hacer, el aprender y el emprender, nos toca recorrer el camino del trascender, en el que se ponen a prueba todas los demás aspectos. La trascendencia de Dios se plantea en el último capítulo. El ser humano está hecho para buscar una plenitud que está en él, pero, a la vez, fuera de él. ¿De qué sirve haber recorrido los anteriores caminos si no alcanzamos una verdadera conciencia del significado de la trascendencia? Por ejemplo, la familia, primer ámbito de realización personal y de trascendencia hacia los demás, es testigo de frecuentes problemas

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Aprender a trascender que tienen su origen en no saber compartir la vida con ellos. Igualmente muchos problemas de inserción en la vida social provienen de no saber trascender el ámbito del yo, el egoísmo cerrado, para afirmar el nosotros de lo social.

La otra cara de la intimidad La trascendencia es la dimensión más importante de la vida humana porque no somos solos, ni vivimos solos, ni nos salvamos o perdemos solos, ni somos para nosotros mismos y para nadie más. La persona es un ser con los demás y para los demás. La trascendencia tiene sus raíces en lo más profundo de la personalidad. Desde la edad más temprana hay que ayudar a descubrirla para que la persona sea consciente y la busque a lo largo de su vida. Si no se trasciende, la vida se trivializa, pierde peso e incluso esa pérdida explica la violencia que se ejerce sobre ella y, en buena parte, la violación de los derechos humanos. La trascendencia es la “apertura”, la otra cara de la intimidad , que es capacidad de la persona de volver sobre sí misma, de poseer un “ser interior”, una profundidad que le permite distinguirse conscientemente de los demás y tener su propio mundo. Con otras palabras, es la riqueza interior propia de la persona que no se queda en sí misma, sino que se abre a los demás. Podemos decir que esa intimidad, en un sentido, es afirmación de algo que permanece en mí (inmanencia), y en otro, es la afirmación de lo que sale desde mí hacia el otro (trascendencia), sin dejar de ser yo lo que soy, sin perder mi propia unidad. La persona se posee a sí misma y, a la vez, entra en relación interpersonal en la medida en que percibe los otros como personas que tienen una intimidad que no puede desconocerse. Son realmente otros fuera de mí y más allá de mí. Este camino tiene tres vías principales: aprender a convivir, donde incluimos el aprender a ser amigo y a ser familia; aprender a participar, donde incluimos el aprender a ser buen ciudadano; y aprender a servir, en el que incluimos el aprender a ser solidario y a ser socialmente responsable.

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La historia del comienzo, tomada de la Web, nos revela con toda su fuerza la trascendencia que se da en un verdadero amor, que no se reduce a lo físico ni a lo romántico. El verdadero amor es la aceptación de todo lo que el otro es, de lo que ha sido, de lo que será y de lo que ya no es. Cuando tu mayor debilidad es el amor, eres la persona más fuerte del mundo, porque es una forma maravillosa de trascender hacia el otro y de reconocer que lo que nos une está por encima y más allá los dos. Cada uno trasciende al otro y los dos trascienden hacia realidades más altas y más profundas. Impresiona mucho la historia porque enseña que cuando se quiere de verdad, hay dos intimidades en contacto en lo más profundo de su ser, así lo físico ya no cuente mucho, o como en este caso, cuando ella no lo reconoce a él. El amor se está dando como si ella estuviera consciente y se diera cuenta de lo que pasa. La donación mutua es fruto de la trascendencia del amor. Lo que éste da es gratuito, pues no se puede pedir nada a cambio. La generosidad es el valor que hace trascender de una a otra persona.

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Capítulo 18

Aprender a convivir

Historia de las 3 ollas

“Es que quiero sacar/ de tí tu mejor tú/ Ese que no te viste y yo te veo/ nadador por tu fondo, preciosísimo (Pedro Salinas)

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n hijo se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía cómo hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencido. Estaba cansado de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro. Su padre, un chef de cocina, lo llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre fuego fuerte. Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejo hervir sin decir palabra. El hijo esperó impacientemente, preguntándose qué estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un plato. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en otro recipiente. Mirando a su hijo le dijo: “Hijo, ¿qué ves?” - “Zanahorias, huevos y café”, fue su respuesta. Le pidió acercarse y que tocara las zanahorias. Lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. El muchacho sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. Humildemente le preguntó a su padre: “¿Qué significa esto, papá?” Él le explico que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente. La zanahoria llegó al agua, fuerte, dura; pero después de pasar por el agua hirviendo se había vuelto débil, fácil de deshacer. El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después

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Aprender a convivir de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido. Los granos de café, sin embargo, eran únicos; después de estar en agua hirviendo, habían cambiado al agua. “¿Cuál eres tú?”, le preguntó a su hijo. Cuando la adversidad llama a tu puerta, ¿cómo respondes? ¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero que cuando la adversidad, el dolor, las dificultades en la convivencia con los demás te afectan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza? ¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable, poseías un espíritu pronto, pero después de una crisis, un fracaso o una contrariedad te has vuelto duro, rígido y alejado de los otros? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargado y áspero, con un espíritu y un corazón endurecido, poco afectuoso con la gente?. ¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviente, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición, el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, reaccionas mejor y haces que las cosas y las personas a tu alrededor mejoren. ¿Cuál de los tres eres tú? Una actitud básica para hacer realidad la trascendencia como convivencia es tratar a las personas como personas, como seres dotados de una intimidad, no como cosas. Tratarlas como algo importante, que dialogan de tú a tú. Son presencias mensajeras, un complemento para mi vida. En cualquier caso, tienen algo qué decirme. A veces, las tratamos como a las cosas, con indiferencia, o dándole la misma importancia a las cosas que a ellas. La persona está cercana. Da lugar a una presencia interior. Crea un vínculo que llamamos “nosotros”, entre dos o entre muchos. Todo encuentro con una persona es una llamado a algo nuevo, es una posibilidad que se me abre. La convivencia −en el trabajo, en la amistad, en el amor, en la familia− deja huellas en mi vida. Lo contrario a la presencia es la distancia, lo que nos separa de las demás personas. A veces intenta reemplazar la presencia de las personas en su interior por la presencia de las cosas y entonces se materializa, se sensualiza, y al tratar a las personas no convive, rechaza y separa, establece una distancia que lo aísla o lo hace menos humano. En la convivencia está presente la libertad como compromiso, que permite ser al hombre interdependiente y realizarse como tal, como un ser relativo a los demás, que construye con ellos el ámbito de lo social, que vive con los demás y para los demás.

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A través de la convivencia auténtica, la persona se explica también sus relaciones con los demás, por ejemplo, en el trabajo o en la vida en familia. Encuentra en ella misma y en quienes le rodean razones trascendentes para hacer de la convivencia un diálogo amoroso, la expresión más elevada de todas las formas del encuentro humano. Convivir no es estar juntos: es estar comprometidos. La prueba de la verdadera convivencia la da la separación de las personas. Si la convivencia es auténtica, la separación en el espacio o en el tiempo no disminuye el compromiso, lo aumenta. Como ocurre con el fuego y el viento. Si el fuego es verdadero, el viento, en lugar de apagarlo, lo convierte en llamarada. Es lo que ocurre con la separación de las personas amadas. Si no hay compromiso, la distancia hace morir la convivencia, la relación pasa al olvido.





Lo más cercano y lo más lejano

La necesidad de aprender a convivir se pone en evidencia cuando en la sociedad estamos al tanto de las cosas que suceden en los lugares más distantes, y que no tienen, a veces, mucho significado, pero no nos damos cuenta de las cosas que suceden a nuestro alrededor, en las personas más próximas. Parece que la norma que se impone en la sociedad es que para ser un buen vecino o un buen empleado lo importante es no “meterse con nadie”. Es decir, la negación del convivir y del comprometerse con los demás. Convivir es disfrutar juntos, sufrir juntos, construir juntos, luchar juntos, alegrarse juntos. Esto implica disponibilidad, apertura, comprensión y acogida. No significa que estemos siempre en una actitud de exaltación o de triunfo. Muchas veces sentiremos las aristas que produce la diversidad de las personas o probaremos la amargura de la indiferencia o del rechazo. Pero lo importante es que eso no se convierta en un hábito que nos lleve a rechazar a los demás. La persona convive porque ser persona significa ser con otros, participar de una comunidad más radical. El lenguaje refleja esa realidad: no convivimos porque nos entendemos con las palabras. Hablamos y nos entendemos de muchas maneras, no sólo hablando, porque somos unos para otros. Así está diseñada nuestra vida. Ella es, por constitución, conviviente y comunitaria.

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Aprender a convivir La convivencia y sus compromisos son modalidades de la libertad. La concepción de la libertad como compromiso es acorde con la concepción abierta de la vida humana y supera la indiferencia propia de una visión individualista. Esta libertad y sus expresiones en la convivencia llevan a la persona a hacer lo que tiene que hacer para que su vida se desarrolle en plenitud. Se trata de una convivencia en la que ella debe ser persona singular y, a la vez, semejante, persona comunicativa.

Aprender a ser amigo La amistad –dice Aristóteles– es lo más necesario para la vida. Es una de las formas más espléndidas del amor humano. Aunque también vale decir de ella lo que Eurípides, por boca de un actor de una de sus obras, expresa sobre el amor: es lo más dulce y lo más amargo. A veces, nos toca recibir de los amigos también lo amargo, porque están más cerca a nosotros, nos conocen bien, no podemos ocultar nuestras sombras ante ellos, y confiamos en que nos comprendan, a pesar de nuestros errores y de que podamos causarles dolor. O recibimos de ellos también la corrección amistosa, que tiene más valor que la llamada de atención de un extraño. Sólo los buenos amigos se corrigen entre sí. Los otros, los que no lo son, quizás murmuren al ver nuestros defectos. Somos para ellos y ellos para nosotros, luz y sombra, noche y día, ánimos y desánimos. Ya hemos mencionado en “aprender a amar” las características esenciales del amor y la amistad (tomadas de Jesús Arellano). Las resumimos aquí para relacionarlas con el “aprender a convivir” y porque lo dicho allí vale plenamente aquí. En la amistad se acepta al amigo como es, no como queremos que sea. Cada persona tiene sus sueños, sus cosas, que pueden parecer locuras, pero forman parte de su proyecto vital, de lo que quiere llegar a ser en la vida. En la amistad no podemos anteponer nuestros prejuicios, nuestro modo de ser y de ver. Es un punto vital para la amistad y para la convivencia entre personas. Es el primer paso para poder ser buenos amigos de nuestros amigos. Hay que tratar a cada uno como un tú diferente.

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Luego hay otra característica importante: vivir al amigo desde dentro, desde su intimidad. No vivir desde el punto de vista de uno, sino ponerse en la situación del otro. No es conocerse, simpatizar, caerse bien. Es más que eso, algo más profundo. Los poetas han tratado de explicarnos eso de muchas maneras. Pedro Salinas canta: “Qué alegría vivir/ sabiéndose vivido/ Rendirse/ a la gran certidumbre, oscuramente / que otro ser, fuera de mí, muy lejos/ me está viviendo”. “Los ojos que tu miras no son ojos porque los miras. Son ojos porque te ven”, reza el verso de Antonio Machado. La mirada tiene que ver con la amistad. Los ojos son el balcón del alma, por donde nos asomamos como somos, donde revelamos nuestro ser. Si bien es cierto que “hay miradas que matan”, la nuestra debe ser acogedora de nuestros amigos. No puede ser una mirada destructora, rechazadora o despojadora de la intimidad del otro.

Si se da más, se es más Una última característica decisiva de la amistad es darse al amigo, lo que los griegos llamaban el ágape, la entrega. Es el paso más profundo de la amistad y del amor. Está precedido del eros o amor sensible y de la filía o semejanza mutua tan propia de la amistad. Es el antídoto más seguro contra el egoísmo, contra la soberbia que aísla. Se es más en la medida en que se da más. Todo esto no es una utopía, sino una realidad palpable que requiere esfuerzos: pensar más en los demás que en uno mismo. Si hay esa actitud, el proceso de la amistad va a más, busca la plenitud, enriquece. La “tessera hospitalis” era la tableta de barro o cerámica (symbolón, símbolo) que los griegos usaban al despedirse de los amigos: se partía en dos y cada uno guardaba una parte, de modo que al reencontrarse después de mucho tiempo, una manera de reconocerse era juntar esas dos partes y ver si coincidían. No somos solos ni nos salvamos solos. Andamos buscando esa otra parte que nos hace falta y que sólo la llena la vida de los demás: padres, hermanos, amigos, novia, esposa, seres queridos, compañeros de trabajo, vecinos, colaboradores, colegas de empeños sociales, políticos, etc.

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Aprender a convivir Somos “proteicos”, diferentes, singulares, con aristas que a veces hacen daño. Pero, a la vez, somos unos para otros. Por eso debemos encontrarnos. En el encuentro, las zonas íntimas del cuerpo deben ser las más protegidas. Muchas veces, vemos que se hace lo contrario: la gente va exhibiendo impúdicamente su cuerpo, como si el vestido no custodiara algo valioso, la intimidad de las personas. Hay que estructurar la vida de modo que saquemos de cada uno, de nosotros y de los otros, el mejor tú (Pedro Salinas) que podamos. De lo contrario aumentará la muchedumbre de los solitarios de que hablaba Claudel, a pesar de estar rodeados de gente, televisión, cine, publicidad, bienes de consumo, caprichos, salud, viajes, etc. Nuestras palabras y nuestra vida deben ser símbolos que signifiquen mucho para los otros, no meros signos de una presencia física o psicológica. La calidad del encuentro depende de esto. “Nadie da de lo que no tiene”, afirma el dicho clásico. Pero en la amistad hay, a veces, que dar de lo que no se tiene. Es decir, desarrollar con esfuerzo y sacrificio la capacidad de dar, haciendo actos de generosidad, dando nuestro tiempo, por ejemplo, con el que solemos ser avaros. Hay que buscar en los otros primero lo bueno, sus cualidades, y luego lo menos bueno, los defectos, tratando de comprenderlos, ayudándoles a luchar contra ellos. Como quien tiene que sacar agua y debe empezar por fabricar el pozo, cavar hondo hasta encontrar el líquido fresco que va a calmar la sed. En la amistad hay que ser pacientes, saber esperar. Nadie se hace persona de un día para otro. Cuando tratamos de ayudar a que los demás mejoren, estamos obteniendo nuestro propio bien. Recordemos que los bienes más importantes de la vida no son de orden material ni tienen precio, aunque necesitemos de las cosas materiales para disfrutarlos: paz, amor, cultura, libertad, esperanza, fe. Eso pasa con la amistad: no se puede valorar por el dinero que se tiene en el banco, por el número de tarjetas de crédito o por la capacidad de hacer invitaciones. La amistad se mide por la huella indeleble que plantamos en el corazón de nuestros amigos.

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Aprender a ser familia La aventura de “ser familia” y “hacer familia” se fundamenta en el amor recíproco que se entrelaza en una unidad fecunda. En la familia toda persona empieza a caminar por la vida y en ella está llamada a encontrar la felicidad. Al no poder disponer, como le dé la gana, de sí misma ni de su tiempo, no por eso es menos libre. Si hablamos de raíces y de estar arraigados en la familia, podemos compararla con un árbol bien plantado, que crece si tiene raíces hondas y se nutre de la savia, que es el amor de la pareja y el amor de padres a hijos. La familia es un árbol que necesita constante cuidados para que de frutos en cada estación: echarle agua, podarlo, quitar las ramas secas, abonarlo, darle adecuado sol y adecuada sombra. Los frutos aparecerán y se caerán de su peso, ya maduros, lo cual hace que haya nuevas ramas, dando vida a nuevas familias, que serán sanas y fuertes si se nutre de la misma savia, el amor generoso. El árbol cuya raíz es el amor conyugal, se hace fecundo y se perpetúa en los hijos. Como es árbol fuerte, soporta los temporales y aguanta pie en tierra. Toda familia auténtica se convierte en árbol de buena sombra al que vienen otros a cobijarse y a buscar alivio y aliento para seguir adelante. En la familia auténtica todo puede arreglarse. Así como la sangre acude a la herida, en la familia todos convergen al punto donde hay crisis. Si no es así, es porque a los demás les da lo mismo o no tienen la cabeza puesta en su familia. La unidad de la familia es unidad desigual, porque sus miembros son también distintos, cada uno con su propia personalidad. Todos en la familia son igualmente importantes, y nadie puede acaparar para sí la posesión de la verdad, el prestigio o el buen o mal humor. La familia debe tener ciertos silencios para que cada uno oiga el latir del corazón de los otros, es decir, para que sepa escuchar amorosamente sus reclamos y sus ilusiones, sus quejas y sus sufrimientos, sus alegrías y sus fracasos. En la vida en familia se alimenta el alma si la persona es austera, sin cálculos y desconfianzas, si procura ser muy familiar, o sea ínti-

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Aprender a convivir ma, serena, y alegre. “La alegría anuncia siempre –Bergson– que la vida ha triunfado”. Alegría que es “el clima necesario de cualquier sistema eficaz de educación” (A. Luciani). Una familia triste es una triste familia. La vida que se ha vivido en el seno de la familia se pone a prueba cuando los hijos emigran hacia nuevos destinos en su vida. Cuando se es familia y se hace familia, aunque no se viva ya en la familia de origen, se sigue dando un amor. Resumamos “aprender a ser familia”, en 10 puntos, a modo de decálogo: 1. Ser familia es vivir para los que amamos y sentirnos parte viva de una comunidad de amor en la que cada parte es esencial. No hacer declaraciones de amor, sino demostrarlo con hechos. 2. Ser familia es ayudar a los demás miembros de la familia a realizar su fin como personas. No es darles cosas o nuestro tiempo. Es darnos sin medida, sin poner condiciones, sin calcular qué va a pasar. 3. Ser familia es darnos a conocernos como somos y aceptar a los demás como son. No fingir, no guardar las apariencias, revelar sinceridad de vida, transparencia en el obrar, y aceptación de los propios defectos. 4. Ser familia es vivir la libertad como compromiso generoso, por sobre el egoísmo, el cansancio, los desgastes de la vida, y por sobre la idea de que la libertad es únicamente hacer cada uno lo que quiera. 5. Ser familia es compartir la vida a diario, la común y corriente, la que puede engendrar rutina, sabiendo que sólo el amor sacrificado, que también se renueva a diario, es el arma para atacar la rutina, el desánimo, el aburrimiento o la tentación de infidelidad. 6. Ser familia es servir a los demás, conscientes de que nos necesitan tanto como nosotros necesitamos de ellos. Y más si se trata de los hijos, cuya vida está en manos de los padres, que no pueden darles mal ejemplo o dejarlos expuestos a la falta de amor.

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7. Ser familia es trabajar pensando en quienes amamos. Si el hogar se lleva en la mente y el corazón, trabajaremos mejor, con la motivación de saber que todo lo que hacemos tiene que ver con la familia. 8. Ser familia es tener siempre abiertas las puertas del corazón primero que todo para los nuestros, luego para los demás. Si anteponemos el trabajo, la amistad u otros intereses, el desorden se meterá en el corazón. 9. Ser familia es saber recomenzar cada día. No acumular pesares, errores, malestares, malos genios, silencios amargos o todo lo que nos quite la paz. 10. Ser familia es descubrir el valor de vivir, reír juntos y descansar juntos, pero también sufrir, creer y esperar juntos. La historia de la zanahoria, el huevo y los granos de café que el padre ofrece al hijo para ver cuál es la elección que hace, nos sirve para entender que la convivencia positiva es siempre fruto de alguien que se sacrifica, que supera las adversidades que se oponen a ella, para darles la vuelta y hacer de lo negativo algo positivo. Cualquier ámbito de convivencia que escojamos (familia, amistad, empresa, escuela, grupo social, etc.), nos ofrece un terreno para mejorar, para buscar ahí lo que nos complementa y perfecciona y lo que puede complementar y perfeccionar a los demás. Pero eso tiene un precio: la disponibilidad y la entrega, como el disolverse de los granos de café en el agua y dar lugar a algo nuevo. En la convivencia pasa con frecuencia lo que le ocurre a las piedras de un río. Uno encuentra que casi todas son pulidas, con tendencia a la forma redonda. Lo que no pensamos es que llevan tal vez centenares o miles de años rozándose unas con otras hasta adquirir esa forma tan pulida. Todo trato entre personas ofrece las aristas de una y otra que chocan entre sí, y tienden a hacerse daño con sus modos de ser, temperamentos, defectos, caprichos… Pero si esas mismas personas se aceptan como son, se respetan profundamente, y ofrecen a los demás lo mejor de sí mismas, el ambiente cambia.

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Aprender a participar

Historia de Felicia

“Ser buen ciudadano es anteponer el bien común al particular, amar a la patria cumpliendo las leyes, y ser ejemplar en las virtudes que hacen posible la convivencia en la vida social”

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elicia Martínez fundó hace diez años una ONG con el exclusivo propósito de ayudar a los jóvenes a participar en la vida política del país. Le puso un nombre: “Jóvenes por la Democracia”, con la idea de significar el propósito fundamental de la entidad: llenar, en cierta manera, el vacío existente en las instituciones educativas sobre el tema. No tanto con la idea de enseñar una materia en los colegios, lo cual en parte se hace, sino de organizar entre ellos mismos diferentes eventos que les permitan una vivencia directa de los procesos democráticos. Entre sus actividades están los Foros de la Juventud, que convocan a muchachos de los colegios de una ciudad para que en un gran auditorio se reúnan y conozcan, a través de invitados especiales que tratan los temas de modo accesible a ellos. Procurando el diálogo con ellos y la resolución de sus inquietudes. Previamente, en cada colegio, se han reunido antes los estudiantes para preparar, ayudados por sus profesores, sus posibles intervenciones en el tema específico que se va a tratar en cada Foro. La respuesta no se ha hecho esperar. Aparte de los Foros organizados en la capital, otros se han ido sucediendo en las demás ciudades, con gran acogida por parte de los jóvenes. Allí se ha discutido sobre las instituciones del país, los mecanismos electorales, la ideología de los partidos políticos y posibles formas de participación, a través de las escuelas y colegios, para crear una red formadora de democracia. Siempre con la idea de educar para la participación, para lograr una mayor conciencia sobre los problemas fundamentales de la democracia, y para mover a los jóvenes a actuar.

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Aprender a participar Felicia ha contado con la ayuda de fundaciones nacionales y extranjeras, interesadas en fomentar la educación para la democracia entre los jóvenes. Se han publicado ya varias cartillas de información básica, que concuerdan en algunos puntos con las campañas del Ministerio de Educación en la búsqueda de una renovación metodológica para la enseñanza del civismo en los colegios. Se han tenido reuniones muy útiles entre funcionarios del Ministerio, representantes de fundaciones y entidades que comparten esa preocupación, y la ONG que dirige Felicia. Se respira en esas reuniones un aire de optimismo y de estar tocando cosas muy reales, poniendo las bases a un aspecto importante para el futuro de la sociedad. A sus estudiantes de sociología en la Universidad, Felicia les hace partícipes de estos proyectos, logrando la colaboración directa de algunos de ellos, e incluso de algunos estudiantes de otras universidades, interesados en el tema. Comenta con ellos, en un Seminario que ha establecido sobre democracia, los distintos eventos y actividades, para recoger las inquietudes juveniles y para hacerles una retroalimentación de lo que se va logrando al nivel de los colegios. En una reciente reunión de directores de colegios públicos y privados se destacó el trabajo realizado por “Jóvenes por la democracia”, que se puso como entidad modelo de ayuda a las instituciones educativas para el fomento de la participación ciudadana. En esa reunión se insistió en que la misión de los colegios es, ante todo, preparar a los jóvenes para ser buenos ciudadanos. Lo cual se logrará, obviamente, si cumplen la tarea de formarlos académica, humana y éticamente, es decir, con valores que luego han de practicar en la vida social, el primero de ellos el compromiso de participar en los destinos de su propio país. La participación es una de las ideas-guía para el siglo XXI: la familia, la educación, empresa y la sociedad tienen que recorrer los caminos de la participación para poder satisfacer las necesidades de sus miembros en el momento actual. En cada una de ellas la participación adquiere unas modalidades especiales. Los padres pueden establecerse mecanismos en la familia, que faciliten la participación y la firmación de los hijos para vivirla (diálogo, responsabilidades compartidas, etc.). Lo mismo podemos decir de la empresa, en la cual se fomenta la participación no sólo cuando se habla de participar en la propiedad de la empresa, sino cuando se estimula que sus integrantes se comprometa mejor con lo que hacen, si han intervenido en la preparación de las

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estrategias de trabajo. No es sólo escucharles, sino buscar un diálogo permanente y configurar formas de participación en las decisiones, fomentando la autorresponsabilidad y la autonomía. En este capítulo nos referimos de modo especial a la participación en la sociedad. Y concretamente, a la participación en la democracia como algo vital para que sea más que un mecanismo de elección popular, un sistema para la gestión social del desarrollo, en el que tomen parte todos los ciudadanos. No se puede construir una comunidad sin esa activa participación en la democracia. No importa que las personas no sientan el deseo de respaldar ninguna opción política determinada. Al menos deben expresar su opinión con un voto en blanco. La pasividad y la inercia de muchos ciudadanos es una falta de omisión que permite que la democracia muestre sus vacíos, precisamente por la falta de participación de los ciudadanos. Participando aprendemos, nos hacemos mejores como personas y como ciudadanos de una nación, ayudando a los demás a ser y a hacer, dando trascendencia a las acciones, al trabajo diario y contribuyendo a que todo el mundo ejerza sus derechos y cumpla sus obligaciones con la sociedad. Otro modo de decir lo mismo es que la participación facilita que entre todos construyamos la comunidad, aspecto indispensable para la vida en sociedad, que constituye una necesidad y una aspiración constante por la que vale la pena trabajar permanentemente. Por ejemplo, desde la educación, para que los jóvenes y adultos sean más conscientes de lo importante que es esa participación social y política en sus vidas. La comunidad no es algo abstracto. Es una realidad concreta que depende de quienes la conforman, pero que los guía todos a conseguir un bien común, que es mucho más importante que el bien particular. Para la participación, en cualquiera de sus niveles, se educa y es necesario aprender a participar.





Ser buen ciudadano

La sociedad se construye entre todos, y la participación es como la espina dorsal que hace posible dicha construcción Si la persona, desde el seno de la familia, ha sido educada para participar, y

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Aprender a participar si luego encuentra en la empresa también la posibilidad de actuar participativamente, le será más fácil entender lo que supone la participación en el plano social y político, como mecanismo inherente a la democracia. Hay que recordar que la participación es un medio, requiere un proceso educativo, necesita de compromiso y está estrechamente unida a la comunicación. Sin comunicación eficaz no existe participación. Muchas veces hay que empezar por compartir la información, hecho que lleva a que se asuma la responsabilidad de emplearla. “Un individuo al que se le da la información no tiene más remedio que tomar la responsabilidad” (Carlson). La sociedad necesita gente formada que sepa dirigir la propia vida, pero que también sean ejemplares en la convivencia y en la participación. Hay quienes sólo esperan que la sociedad les retribuya o reconozca sus méritos. La actitud correcta es la contraria: ver qué espera de ellos o que pueden ofrecerle. No sólo a raíz de acontecimientos sobresalientes, sino a través de los compromisos de la vida normal, familiar, de trabajo y de relaciones sociales. Nadie puede volver conscientemente la espalda a la comunidad que contribuyó a educarle, a prepararle para la vida y en cuyo seno desenvuelve su vida. No hay que ver esto únicamente en términos de justicia legal –doy para que des– sino más bien en términos de servicio al bien común, de justicia social, en la que yo devuelvo lo que he recibido en forma de trabajo, solidaridad, civismo y patriotismo. El buen ciudadano siente el peso de su responsabilidad social, lo acepta y se esfuerza en cumplirlo a cabalidad, es pacífico y trabaja por la paz, cumple las leyes, fortalece la moral pública, vive y custodia los usos y costumbres que forman parte del patrimonio social. También conoce las tradiciones, la cultura y la historia de su nación. Cuida su idioma, respeta las normas de tráfico, protege el medio ambiente, venera los símbolos patrios, brinda un apoyo especial a los niños, los enfermos y los ancianos y defiende la vida. Con todo eso, trabaja en la construcción de ese “metro de patria” que es cada familia. No se puede ser buen ciudadano si no se está educado para la vida social desde la infancia, y si no se tienen bien arraigados ciertos

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valores muy dentro del ser: civismo, lealtad, justicia, servicio, solidaridad y patriotismo. Ninguno de ellos está pasado de moda: están vigentes, aunque existan cambios en la forma de vivirlos, no en el fondo de lo que cada uno de ellos significa. A través de “Jóvenes por la Democracia”, la entidad promovida por Felicia Martínez, se ha logrado convocar el Primer Congreso Nacional sobre Participación Juvenil en la Democracia”, organizado por los mismos jóvenes, con asesoría de la ONG y de otras fundaciones, y con la colaboración económica de empresas públicas y privadas. Durante los tres meses previos, los jóvenes enviaron sus ponencias a la Secretaría del Congreso, que hizo una selección de las mismas para ser leídas por sus autores en las sesiones de la tarde, divididos en grupos según cuatro temas preferentes. Por la mañana se tuvieron cada día tres conferencias sobre los temas seleccionados por ellos mismos, con invitados cuyos nombres fueron consultados con los líderes representantes de los colegios de cada ciudad. El último día en la tarde, las mesas de trabajo se concentraron en elaborar unas conclusiones y unas propuestas temáticas para guiar el trabajo de los dos años siguientes en la formación para la democracia y la participación. Se decidió crear una mesa permanente de trabajo con delegados de los muchachos, del Ministerio de Educación, de las asociaciones de colegios privados y públicos y de las fundaciones interesadas en apoyar la iniciativa. Con la presencia activa y el liderazgo de Felicia, a la que en buena parte se debe todo esto.

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Capítulo 20

Aprender a servir

Historia de los hermanos Durero

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“Servir es el máximo orgullo de una persona: no la rebaja, la enaltece”. urante el siglo XV, en una pequeña aldea cercana a Nuremberg, vivía una familia con 18 niños. Para poder poner pan en la mesa, el padre y jefe de la familia trabajaba casi 18 horas diarias en las minas de oro, y en cualquier otra cosa que se presentara. A pesar de las condiciones tan pobres en las que vivían, dos de los hijos de Albrecht Durero querían desarrollar su talento para el arte, pero bien sabían que su padre jamás podría enviar a ninguno de ellos a estudiar a la Academia. Después de muchas noches de conversaciones calladas entre los dos, llegaron a un acuerdo. Lanzarían al aire una moneda. El perdedor trabajaría en las minas para pagar los estudios al que ganara. Al terminar sus estudios, el ganador pagaría entonces los estudios al que quedara en casa, con las ventas de sus obras o como fuera necesario. Lanzaron al aire la moneda un domingo al salir de la Iglesia. Albrecht Durero hijo ganó y se fue a estudiar a Nuremberg. Albert, su hermano, comenzó entonces el peligroso trabajo en las minas, donde permaneció por los próximos cuatro años para sufragar los estudios de su hermano, que desde el primer momento fue toda una sensación en la Academia. Los grabados de Albrecht, sus tallados y sus óleos llegaron a ser mucho mejores que los de muchos de sus profesores. Para el momento de su graduación, ya había comenzado a ganar considerables sumas con las ventas de su arte. Cuando el joven artista regresó a su aldea, la familia Durero se reunió para una cena festiva en su honor. Al finalizar la memorable velada, Albrecht se puso de pie en su lugar de honor en la mesa, y propuso un brin-

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Aprender a servir dis por Albert, su hermano querido, que tanto se había sacrificado para hacer sus estudios una realidad. Sus palabras finales fueron: “Y ahora, Albert hermano mío, es tu turno. Ahora puedes ir tú a Nuremberg a perseguir tus sueños, que yo me haré cargo de ti”. Todos los ojos se volvieron llenos de expectativa hacia el rincón de la mesa que ocupaba. Albert tenía el rostro empapado en lágrimas y movía de lado a lado la cabeza, mientras murmuraba una y otra vez: “No...no...no...”. Finalmente, Albert se puso de pie y secó sus lágrimas. Miró por un momento a cada uno de aquellos seres queridos, y se dirigió luego a su hermano, y poniendo su mano en la mejilla de aquel le dijo suavemente: “No, hermano, no puedo ir a Nuremberg. Es muy tarde para mí. Mira lo que cuatro años de trabajo en las minas han hecho a mis manos. Cada hueso de mis manos se ha roto al menos una vez, y últimamente la artritis en mi mano derecha ha avanzado tanto que hasta me costó trabajo levantar la copa durante tu brindis... mucho menos podría trabajar con delicadas líneas el compás o el pergamino y no podría manejar la pluma ni el pincel. No, hermano... para mí ya es tarde”. Más de 450 años han pasado desde ese día. Hoy en día los grabados, óleos, acuarelas, tallas y demás obras de Albretch Durero pueden ser vistos en museos alrededor de todo el mundo. Un día, para rendir homenaje al sacrificio de su hermano Albert, Albrecht Durero dibujó las manos maltratadas de su hermano, con las palmas unidas y los dedos apuntando al cielo. Llamó a esta poderosa obra simplemente “Manos”, pero el mundo entero abrió de inmediato su corazón a su obra de arte y se le cambió el nombre a la obra por “Manos que oran”. Cuando vea una copia de esa creación, mírela bien. Permita que sirva de recordatorio, si es que lo necesita, de que nadie, nunca, ¡triunfa solo!” (Historia relatada por Og Mandino)

Servir, la prioridad Hay que recorrer el camino del aprender a servir. Para algunos oídos esto puede sonar a cosa rara, pero lo raro es vivir alejado de algo tan importante en la vida de las personas. Hay que educarse para servir a los demás, a la familia, a la sociedad. Servir enorgullece a la persona, no la rebaja, la enaltece. Pero para servir hay que estar disponible, hay que tratar a los demás con un respeto infinito Podría afirmarse, en síntesis, que si no vivimos para servir, no servimos para vivir. Aprender a servir es ayudar a los demás a hacer, a ser y a crecer como personas. Servir no hace servil al hombre. Al contrario, le permite hacer lo más grande que una persona tiene a

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su alcance: hacer felices a otros. Por ahí, más que por una excesiva preocupación de sí mismo, puede llegar la propia felicidad. Servir para implantar una cultura del dar, no del tener. Quien sirve está ayudando a construir la vida del otro. Quien da es más feliz que aquel que posee, porque para dar hay que poseer y desprenderse de lo que se posee. Dar no es sólo dar cosas, dar tiempo, dar oportunidades. Es ante todo, darse, poner a la altura de las necesidades de los otros, estar siempre disponible para ayudar, para colaborar, para cuidar (cultivar, vivir de cerca) la relación con ellos. La persona tiene una interioridad que respalda la acción exterior de servicio. Si le falta, entonces sucumbe ante las dificultades, se agrandan los obstáculos, se aleja de los otros o se defiende con palabras que no nacen de lo hondo de sí mismo, sino de las convenciones sociales que permiten guardar las apariencias o, simplemente, desempeñar un papel. La persona necesita del silencio interior para poder entender bien sus propias palabras y para que ellas sean sonidos significativos, mensajes que llegan a su destino, que se entienden porque revelan una vida vivida. “Busca en ti mismo” no es una invitación al egoísmo, sino a la intimidad, para desde ella llegar a los demás. A veces el ruido que hay en torno a nosotros, o la vanidad por quedar bien, o por lucir las conquistas materiales o profesionales, no nos deja advertir las necesidades de los demás. El orgullo ocupa demasiado espacio, a costa del espacio que deberían ocupar las personas. No hay cultura del dar cuando en un momento de crisis todo el mundo acude a contribuir con algo para resolver una situación pasajera. Lo más importante y clave del servir es estar habitualmente dispuesto a que los demás cuenten efectivamente con nosotros. No es sólo exclamar: “qué bueno que existas”, sino “qué dicha compartir contigo la vida”. Esto no es posible si no damos. Dar a los demás, no lo que no necesitamos, sino entregarles lo mejor que tenemos, así no sea lo más perfecto cuantitativamente, lo más valioso. Lo que importa es lo cualitativamente más valioso: disponibilidad, espíritu de servicio y de sacrificio, voluntariedad, comprensión, generosidad, magnanimidad.

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Aprender a servir

Aprender solidaridad Otra de las formas de prepararse bien para la vida, y parte del aprender a convivir, es vivir la solidaridad, que implica mucho más que una sensibilidad social epidérmica reducida a mirar desde lejos la pobreza, la injusticia, la discriminación, la distancia entre las clases sociales, los problemas del propio país o de la sociedad actual. Es verdad que sólo aprendemos lo que vivimos, y que sólo “aprendemos de aquellos a quienes amamos” (Goethe). Por eso hay que pensar en experiencias y vivencias que sirvan al hijo, al alumno, al empleado, al directivo, al colega, para comprender que se trata de una dimensión absolutamente necesaria en su vida. En contravía del aburguesamiento, de la vida excesivamente cómoda, de los caprichos de quien todo lo tiene, o de quien no cuida lo que tiene porque sólo piensa en su bienestar y en su placer, o huye del dolor y las necesidades ajenas. En derecho, la obligación solidaria es aquella que afecta a todos y a cada uno, porque cada uno debe responder por todo si los otros fallan. En lo social equivale al compromiso que nos une con todos, por el cual yo tengo derecho a esperar de ellos, pero ellos igualmente tienen el derecho a esperar de mí. Ante el otro como persona, no basta con reconocer la interdependencia. Es necesaria la colaboración, acto propio de la solidaridad. Parte ella de la capacidad de comprender la realidad del otro y abrir al tiempo una vía reversible: el que da recibe y el que recibe da. Es la superación del individualismo egoísta, que antepone el propio bienestar al de los demás y, en el plano social, subordina el bien común a los intereses de grupo, de partido, de empresa, etc. No se puede comprender bien la importancia de la solidaridad si no se acepta que va indisolublemente unida al carácter social de la vida humana, a la libertad comprometida, a la participación como reclamo básico de la vida en sociedad. La solidaridad es un modo de ser que lleva a actuar, que se hace explicito y real con los hábitos, algo que se aprende como se aprenden los demás valores. A veces ella parte del tener material y eco-

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nómico, porque hay quienes no pueden responder como personas porque les falta lo elemental para vivir. Ese tener sirve de camino al ser. Debe ser siempre un tener para poder ser y poder dar y servir. La raíz primaria de la solidaridad está en la familia, donde se aprenden las virtudes esenciales y se adquiere la dotación básica para la vida. Los otros ámbitos de la solidaridad son los grupos secundarios, como la empresa, que habiendo logrado tantos avances tecnológicos y económicos, sin embargo, en este aspecto se ha quedado muchas veces corta. En este sentido hay que dar un giro radical. Por eso se insiste tanto hoy en la cultura corporativa, que es la trama de esos valores articulada en un determinado entorno o contexto al que debe servir. De esta manera se ve más clara la solidaridad como una tarea específica, de la persona y la empresa, de cara a una comunidad también específica. Ya se dijo que la empresa tiene como fin no sólo el beneficio económico, que forma parte esencial de su razón de ser. Realmente el beneficio no es completo si no se tiene en cuenta esa solidaridad, indispensable para construir una comunidad. La solidaridad debe defenderse frente a posiciones individualistas que proclaman la libertad de mercado sin límites. No se puede dejar que “domine la vida social la lógica implacable del intercambio” (Soria), cuando puede estar amenazada la supervivencia de los grupos sociales y de las personas. Éstas no se pueden equiparar como se equiparan e intercambian las cosas. La solidaridad es regida muchas veces por la lógica de la gratuidad. Si el desarrollo económico y los beneficios de la empresa no son para todos, no estará siendo ella un sistema de cooperación y un ámbito de solidaridad



Ser socialmente responsable

Servir es servir a todos, no sólo en la perspectiva personal que vengo tratando aquí, sino en la perspectiva propia de las organizaciones, llamadas a compartir sus beneficios con la sociedad a través de lo que podemos llamar un liderazgo socialmente responsable: devolverle lo que ella de muchas maneras les ha dado. Me refiero, en primer lugar, a su entorno estratégico que es el centro de su acción. No podemos extender la responsabilidad social a todo el país y a todos los sectores. Es conveniente hablar de una

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Aprender a servir responsabilidad social limitada, no universal e indiscriminada, porque puede prestarse a confundirla con la justicia social misma, o con el hecho de que se les pida a las empresas estar en todos los frentes. La responsabilidad social es el nuevo nombre de la proyección social de la empresa con su entorno, superado ya el viejo paradigma asistencialista y de apoyo caritativo. La sociedad es tarea de todos y en lo económico, de modo especial, de los empresarios. Éstos tienen los medios y deben de volcar su acción a remediar lo que el Estado no alcanza a hacer, y aquello que de todos modos les corresponde por justicia. Ni el concepto se debe quedar en divagaciones, ni la acción libre de los empresarios de todos los niveles puede quedarse en mera palabrería, mientras los problemas sociales avanzan vertiginosamente, causados, sobre todo, por la inequitativa distribución del ingreso. No se trata de una simple moda, pasajera, como ocurre con ciertas teorías de cambio que van de aquí para ya, creando una cierta efervescencia y que, al final, no echan raíces fuertes y son reemplazadas por una nueva tendencia. Se trata más bien de un propósito fundamental para aunar esfuerzos y responder a las expectativas de la sociedad frente al compromiso de las empresas con ella, para superar esa distancia que habitualmente se ha presentado entre ellas y su entorno social. No es un tema nuevo, porque siempre ha habido empresarios responsables, pero se está presentando actualmente en forma novedosa, de modo que se pueda encauzar el afán de servicio de las empresas a la sociedad, en una forma más consistente y organizada. No existe un enfoque unánime sobre los contenidos del concepto de responsabilidad social, pero abarca un conjunto amplio de temas: la ética social en la empresa; la rendición de cuentas a la sociedad; la participación y la solidaridad; la ayuda de los empresarios a la restauración del tejido social, afectado por la violencia, la pobreza y las desigualdades sociales; la necesidad de sumar fuerzas entre el sector público, el privado y el social para acudir a los puntos más vulnerables de la sociedad; la necesidad de unir esfuerzos en la lucha por un futuro sostenible, no sólo desde el punto de vista ambiental, sino económico, social y ético.

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De todos modos, siempre existe el riesgo de darle demasiada amplitud al concepto, que puede convertirse en una panacea donde se meten todos los temas de actualidad para la empresa. Y que los empresarios vayan de un lado para otro, con muy buena voluntad, en busca de la fórmula mágica para resolver el problema de fondo de su plena vinculación con la comunidad. Es evidente que se trata de responder a un clamor sobre necesidades, por falta de responsabilidad no sólo de los empresarios, sino de todos los que tienen que ver con sus empresas (los aliados estratégicos o grupos de interés). Nadie se puede apropiar de la responsabilidad social como si fuera un tema exclusivo de una élite empresarial. Esto afecta también a la universidad, a las instituciones educativas, a las ONG’s y a quien en la sociedad esté inmerso en tareas de emprendimiento para hacer un aporte a la gestión social del desarrollo. La responsabilidad social no se puede quedar en una enumeración de buenas intenciones de los dirigentes empresariales, ni tampoco en algo controlado por quienes manejan los mercados, o algo que sólo pueda ponerse en práctica cuando a los empresarios les va económicamente bien a pesar de que a la sociedad le vaya mal. La sociedad no soporta esas variables caprichosas: debe ser un compromiso habitual de servicio, que permite unas determinadas soluciones a un costo que no pueden satisfacer los beneficiarios y que subsidiariamente está a cargo de los empresarios. Hemos hablado de participación ciudadana y de la necesidad de que los individuos se comprometan cada vez más con la democracia como sistema de gestión social del desarrollo, si se quiere construir comunidades más integradas y solidarias. Aquí cabría hablar de la responsabilidad social como ejercicio de la “ciudadanía corporativa”, para significar el papel de las organizaciones dentro de la participación social, para indicar que no es algo sobreañadido, sino indispensable. “Hacer comunidad”, “hacer ciudad”, “hacer país”, “hacer patria”, son diferentes formas de lo que la responsabilidad social representa, como algo que va unido inseparablemente a la vocación de ser empresario. La responsabilidad social es la mejor forma de dar trascendencia al trabajo empresarial. En cierto modo, a la hora de mirar ese servicio al entorno, las empresas se están jugando su sostenibilidad social.

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Aprender a servir Es una tarea ética porque las organizaciones, apoyadas en sus valores corporativos, en su visión y en su misión, vienen al encuentro de la sociedad, y los proyecten en ella, reforzando la ética a todas las acciones que buscan hacer realidad un liderazgo socialmente responsable. Ser socialmente responsable es trascender a través de la vocación de servicio de las organizaciones, una forma de participación social y una manifestación real de solidaridad que les permite ir más allá de los intereses particulares. “El que no puede vivir en comunidad, no necesita nada por su propia autosuficiencia, y no es miembro de la sociedad, sino una bestia” (Aristóteles). Lo que enferma a la sociedad endémicamente es el individualismo, sobre el cual no se puede construir lo comunitario, como no se puede sobre el egoísmo –individual, de clase o de grupo– crear la auténtica solidaridad. La historia de servicio y solidaridad de los hermanos Durero es inolvidable. El sacrificio de uno hizo posible el triunfo del otro. En las situaciones en que se da la solidaridad entre personas y entre grupos, pasa eso mismo. El bien de todos no se logra si el bien individual trata de primar sobre aquél. Sólo cuando comprendemos que hay un bien común por el que vale la pena trabajar, servir y ayudar a los demás, entonces decidimos participar en esa tarea como si fuera la más importante. La solidaridad, como los demás valores éticos, no puede imponerse. Es un llamado a las personas para que compartan las necesidades, sufrimientos y esperanzas de los otros, sobre todo de aquellos que, por razones obvias, están más cercanos, en la propia familia, en la comunidad de vecinos, en la escuela, en la universidad, en la empresa, en su entorno estratégico, en el grupo social, religioso o político. Es más fácil que los grandes acontecimientos que convocan la solidaridad obtengan una respuesta de los Estados y de las naciones y grupos: la caída de las torres el 11 de septiembre, el Tsunami en Asia… En esos casos es más fácil que se produzca ese movimiento de solidaridad. Lo difícil es arraigar en las personas este sentimiento y este valor desde temprana edad para que surja en forma más espontánea, no sólo cuando hay necesidades palpables, sino en lo ordinario de la vida, como ocurrió con los hermanos Durero.

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Lo anterior supone combatir la indiferencia ante los problemas de los demás, que procede también del desconocimiento. En una gran ciudad de nuestros días, es posible que los jóvenes de clases sociales adineradas no pasen nunca por los cinturones de miseria que las rodean, y no se enteren cómo vive la gente pobre, los desplazados por la violencia, los adictos a la droga que, para ellos, es como si no existieran. Eso produce una falta de sensibilidad, que no siempre es su culpa. Hay que pensar en los padres y maestros, en las instituciones educativas que se vuelven clasistas, y que contentan su conciencia con una pequeña labor social con los ancianos de los alrededores, pero que no emprenden esa urgente tarea de educar en la solidaridad a sus propios estudiantes.

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Yo Historia quiero ser feliz sobre la existencia de Dios “Lo que se necesita para conseguir la felicidad no es una vida cómoda, sino un corazón enamorado” (J.Escrivá).

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ice el profesor de ciencias a uno de sus alumnos: - ¿Es usted cristiano? ¿Cree en Dios? - Sí, completamente. - ¿Es bueno Dios? ¿Es todopoderoso? - Sí señor. - ¿Si hay una persona enferma y usted la puede curar, lo haría? - Sí, lo intentaría - Mi hermano era un buen cristiano. Murió de cáncer, aunque pidió a Jesús que lo sanara. ¿En qué sentido es bueno Jesús? (Nerviosismo... no hay respuesta,) - ¿No me puede contestar? Empecemos de nuevo: ¿Es bueno Dios? - Sí - ¿Es bueno Satanás? - No - ¿De dónde viene Satanás? - De Dios exactamente, ¿no? (vacilación) - Dígame, hay maldad en este mundo? - Si señor, hay maldad por todas partes. - Entonces, quién creó la maldad? - (No contesta). - Hay enfermedad, inmoralidad, odio, fealdad, todas esas cosas horribles existen en este mundo?

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Yo Quiero ser feliz - Sí señor. - ¿Quién las creó? - (No responde) - Por favor, respóndame: ¿Dios creó la maldad, no? - El alumno baja los ojos y el profesor se pavonea por la clase diciendo: ¿Cómo es que ese Dios bueno creó toda la maldad que ha habido en todos los siglos?. Todo el odio, las barbaridades, el dolor, las torturas, las muertes, todo lo feo, y todo el sufrimiento que cubre el planeta, ¿han sido creados por ese Dios bueno? - (Silencio) - ¿No se ve por todas partes, no lo ve? (se acerca a la cara del alumno) ¿Es bueno Dios? - No señor. - ¿Cree en Jesucristo? - Sí señor - ¿Ha visto a Jesús? - No señor, nunca lo he visto. - Entonces, díganos: ¿ha oído a Jesús? - No señor, no lo he oído. - ¿Ha tocado a Jesús, ¿tiene alguna prueba de sus sentidos sobre la existencia de Dios? - No señor - Sin embargo ¿sigue creyendo en El? - Sí señor. - Eso sí que es fe. Según las reglas del protocolo empírico, demostrable y probable, su Dios no existe. Por favor, tome su asiento. - (El alumno se siente derrotado). Ahora toma la palabra un compañero suyo. - Profesor, ¿me puedo dirigir a la clase? - Ah...otro cristiano valiente, comenta el profesor. - Tiene algunos puntos interesantes, señor. Pero tengo una pregunta para usted:

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- ¿Existe el calor? - Sí, responde el profesor. - ¿Existe el frío, señor’. - Sí existe el frío. - No señor, el frío no existe (el profesor ya no se ríe). Se puede producir muchísimo calor; supercalor, megacalor, calor al rojo vivo, poco calor o nada calor; pero no hay tal cosa como el frío. Se puede llegar a 273 grados bajo cero, que es la ausencia del calor, pero no se puede bajar más. No existe el frío. Si existiera, podíamos bajar a más de 273 grados bajo cero. Frío es una palabra que utilizamos para describir la ausencia de calor. No se puede medir el frío. El calor se mide en unidades térmicas porque el calor es energía. El frío no es el contrario del calor sino la ausencia de calor - (Silencio absoluto) - ¿Existe la oscuridad, profesor? - Es una pregunta estúpida. ¿Qué es la noche, sino la oscuridad? - ¿A dónde quiere llegar?, añade el profesor. - ¿Así que afirma usted que existe la oscuridad?, dice el alumno. - Si, contesta el profesor - Pues se equivoca de nuevo. La oscuridad no es una cosa. Es la ausencia de algo. Puede haber luz baja, luz normal, luz brillante, luz intermitente. Pero si no hay luz durante un tiempo, no tenemos nada, y se llama oscuridad. Esa es la definición que se da a la palabra. En realidad no hay oscuridad. Si hubiera, podríamos hacer la oscuridad más oscura y usted me podría dar una jarra de ella. - ¿Me puede dar una jarra de oscuridad, profesor? - (Sonrisas) - ¿Me quiere decir dónde quiere llegar? - Sí profesor. Mi punto es que su premisa filosófica tiene un fallo en su base y por eso su conclusión tiene que ser errónea. - ¿Errónea?, ¿Cómo se atreve? - (Silencio en la clase).

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Yo Quiero ser feliz - Usted se basa en el dualismo: vida y muerte, dios bueno y dios malo. Usted ve el concepto de Dios como algo finito, que se puede medir. Pero la ciencia no puede explicar ni siquiera lo que es un pensamiento. La ciencia utiliza la electricidad y el magnetismo, que nunca ha visto o entendido completamente. Ver la muerte como el contrario de la vida, es ignorar que la muerte no puede existir como cosa sustantiva. La muerte no es el contrario de la vida, sino la ausencia de ella. - ¿Hay maldad, profesor?, ¿No es la maldad ausencia de bondad? - (El profesor enojado y mudo). - Sí hay maldad en el mundo, profesor, y todos estamos de acuerdo. Si Dios existe tendrá que ver con esa maldad, tendrá algún propósito con ella. La Biblia dice que Él nos hizo libres, y cada uno con su libertad escoge el bien o el mal. - (El profesor enojado) Como científico filosófico no veo que este asunto tenga que ver con escoger. No reconozco ni el concepto de Dios ni otro factor teológico que tenga nada que ver con la existencia del mundo, porque a Dios no se le puede observar. - Yo habría pensado que la ausencia del código moral de Dios es uno de los fenómenos más observables hoy (responde el alumno). La prensa gana miles de millones informándonos de esa ausencia cada semana. - Dígame profesor: ¿enseña usted a sus alumnos que han descendido del mono, como parte del proceso natural de la evolución? - Sí, por supuesto. - ¿Ha visto con sus propios ojos la evolución? Como nadie ha observado ese proceso en desarrollo, ¿no estará enseñando usted una opinión? - Le perdonaré la audacia por tratarse de una discusión filosófica. - ¿Ya terminó?, pregunta airado el profesor. - No... (contesta el alumno). Y sigue: O sea, ¿tampoco acepta el código moral de Dios en cuanto a la justicia, por ejemplo? - Yo sólo creo en lo que hay en la ciencia. -Ah…la ciencia (sonríe el alumno). Como usted ha dicho, la ciencia es estudio de fenómenos observables. Pero la ciencia también tiene fallos en sus premisas.

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- ¿Que la ciencia tiene fallos? - (La clase, expectante). - Para seguir con el punto que enfatizaba con mi compañero, ¿le puedo dar un ejemplo de lo que quiero decir? - (Silencio... el alumno mira a la clase) - ¿Hay alguien aquí que haya oído el cerebro del profesor, que lo haya tocado u olido?...Parece que no hay nadie. Evidentemente nadie aquí ha percibido por sus sentidos el cerebro del profesor. Bueno, según las reglas del protocolo empírico, demostrable y probable, la ciencia dice que el profesor no tiene cerebro. - (Caos en la clase). Texto de David Bronstein. Hemos recorrido cinco “caminos para la superación personal” a lo largo de las anteriores páginas, tratando de dar respuestas a esa exclamación de muchas personas en algún momento de su vida: “Yo quiero ser”. Este último capítulo trata de la aspiración a la felicidad que, por ser lo más buscado en el mundo, no deja de entrañar ilusiones, angustias e interrogantes sobre cómo lograrla. No basta desearla, sino que es necesario “hacer camino al andar”, ver cómo la logro en mi vida de modo concreto, y qué tiene que ver con mis sueños. Insisto en que lo que recibimos como dotación genética, o como legado o dependencia del medio, no es tanto como lo que podemos hacer de nosotros libremente. Cada uno es feliz en la medida de su querer y de su poder para volver realidad lo que espera de sí mismo.



Proyecto de vida

El proyecto de vida nos confirma en la idea de que no somos una máquina producida en serie. Cada uno es un trabajo de artesanía peculiar, propio, único. En este sentido cada uno será lo que quiera ser, aunque no dependa enteramente de él. Cada uno forja su propio proyecto de vida y lo saca adelante como quien esculpe una estatua, su más preciada obra de arte, no para con-

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Yo Quiero ser feliz templarla como algo distante, sino para sentirla, vivirla, encarnarla plenamente. Todo esto requiere esfuerzo y sacrificio. Forjar una personalidad fuerte, serena y atrayente, tiene una exigencia muy grande: no contentarse con la medianía y aspirar a lo mejor. Y con ese proyecto se busca llegar a la anhelada felicidad, a la plenitud, a su vida lograda, a sentir que ha alcanzado la meta, al nivel de lo que se puede alcanzar en el tiempo de una vida, lo que he querido significa a lo largo de este libro con el término SER. Somos felices en la medida en que alcanzamos aquello a lo que aspiramos. Para ser feliz hay que hacerse preguntas y responderse valientemente: ¿Para qué estoy en la vida?, ¿Qué quiero de mí mismo?, ¿Cuál es el contenido de la felicidad que busco? No basta decir que buscamos la felicidad. Es más importante saber en qué consiste esa felicidad. La condición humana responde a unas características esenciales, pero hay mucha distancia entre la vida biológica y la vida biográfica, o sea, entre lo que soy por naturaleza y lo que alcanzo existencialmente. El proyecto de vida es nuestro plan estratégico personal. El para qué es la visión, el “sueño” que construyo de mi mismo, lo que aspiro a conseguir, el horizonte grande, el proyecto de vida. La misión es el por qué existo, cuál es la razón de ser de mi vida, para qué estoy como persona en el mundo. Si me propongo ser muy feliz, como horizonte general al que apunta mi vida, tengo que concretarlo mucho más, definiéndolo en el tiempo y en sus contenidos. No basta con una aspiración o con un sentimiento común a todos. Hay que llenar esa aspiración de contenidos más específicos: físicos, intelectuales, emocionales, profesionales, éticos, culturales y sociales. Claro que la visión de mi futuro madura, define sus contornos a medida que la vida avanza, y cuanto antes se tenga esa visión, habrá más tiempo de trabajar por ella. La felicidad no llega si yo voy corriendo de un lado para otro, sometiéndome a todo tipo de experiencias, o leyendo o sabiendo muchas cosas. Hay gente que, sin moverse casi de su domicilio, madura enormemente, se ve que han logrado el objetivo porque centran sus esfuerzos en ser lo que quieren ser, lo cual no depende de coordenadas geográficas, sino de coordenadas vitales, de la mente y del corazón.

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La felicidad es un asunto personal e intransferible. Nadie lo puede hacer por mí, nadie puede ser feliz por mi. Sólo yo soy el responsable y el autor de la respuesta, cualquiera que ella sea, aunque mejor que sea una que me lleve verdaderamente a sentirme realizado. No somos tan diferentes unos de otros como para no aprender de la vida ajena cuando la gente se siente lograda. Son pistas que nos pueden servir. Por las calles de las ciudades hay mucha gente que busca ansiosamente la felicidad sin encontrarla, porque no saben qué es lo que están buscando. Su vida parece marcada por el “deseo sin esperanza” de que habla Dante en la Divina Comedia. Hoy en día podríamos decir que hay gente que ni siquiera llega al nivel del deseo o sólo llega al nivel biológico o material. Tal vez son arrastradas por el ideal del éxito económico o por dar gusto a sus sentidos sin negarles nada, por la filosofía del placer. El mundo se les viene abajo por una desgracia económica, por la falta de salud o por una contrariedad sentimental. Les puede el qué dirán o el ambiente que les rodea, lo que los demás son o tienen, lo que piensan de ellos, o cómo los ven, y no descansan hasta tener lo mismo. Al pensar en el proyecto de vida, no se trata de devanarse los sesos con esquemas y un listado de todo lo que podemos describir en un plan estratégico para la propia vida. Hay muchas páginas escritas sobre el tema que no voy a repetir aquí. A algunas personas puede servirles seguir aquellos autores o los lineamientos que doy aquí. Lo que sí nos sirve a todas las personas es tener un plan básico de lo que queremos de nosotros mismos y plasmarlo en forma breve y clara, grabándolo en la mente, o poniéndolo sobre un papel que podamos mirar de vez en cuando, para no olvidar lo que nos hemos propuesto. Siguiendo las ideas de Ferreiro y Alcázar, lo importante es tener muy claras cuáles son las necesidades humanas básicas: corporales o materiales, relacionadas con el tener; intelectuales o de conocimiento, relacionadas con el saber-hacer y de la voluntad o afectivas, relacionadas con el ser. Cuando tratamos el “aprender a ser” vimos el “aprender a querer” y el “aprender a amar”, siendo este último el aprendizaje que más da a la persona y el que más a fondo se graba en su ser. Todas las demás necesidades pueden concentrarse en esas tres, que son reales y comprobables en la vida de cada día. Eso facilita la configuración de cualquier proyecto.

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Yo Quiero ser feliz Tratemos de configurar las bases de un proyecto de vida teniendo en cuenta los “caminos para la superación personal”: En el “aprender a ser” nos encontramos con que el aprender a pensar nos plantea las necesidades de conocimiento (saber) a través del proyecto intelectual o profesional y de carrera; el “aprender a querer” tiene que ver con la voluntad y la libertad que logran su plenitud en el “aprender a amar”. Ahí está de lleno todo lo relacionado con la afectividad, que no puede actuar sin la base del conocimiento, y que connota la capacidad de amar. En el “aprender a hacer” nos encontramos con las necesidades corporales y materiales (salud, vivienda, comida, vestido, dinero, transportes, etc.) que están relacionadas con el tener. Son cosas que dan placer sensible, seguridad física y poder económico. En la medida en que son fruto de un “aprender a trabajar” (saber-hacer), que no se queda en puro hacer o en el resultado externo del trabajo (los productos), conectan con el “aprender a obrar”, con esa capacidad humana de acción y operación controlada por la persona, interiorizada, que lleva al crecimiento. Y se relacionan con el “aprender a lograr”, o sea, con la necesidad de obtener resultados satisfactorios para la persona, en la línea de la búsqueda de la madurez y de la calidad de vida El “aprender a aprender” está relacionado también con la necesidad de fundamentos para la acción: conocer, crear y comunicar. Por lo tanto, se encuadran aquí todos los planes conectados con el proyecto intelectual y profesional. Lo mismo ocurre con el “aprender a emprender” en sus tres variantes: aprender a administrar, aprender a dirigir y aprender a liderar. En el “aprender a trascender” caben planes para el proyecto de vida relacionados con los demás, con nuestro papel en la comunidad, y los de orden espiritual relacionados con la fe en Dios.

Felicidad, éxito y plenitud Conviene no confundir la felicidad con él éxito material, porque puede ocurrir que nos sintamos felices y no seamos económicamente exitosos, o al contrario. Ferreiro y Alcázar hacen una distinción muy útil: plenitud se opone a vacío y éxito a fracaso; son dos coordenadas distintas. Puedo ser exitoso y sentirme vacío, así como puedo fracasar materialmente y sentirme pleno espiritualmente.

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Tomamos el éxito como el logro de metas económicas y materiales, dentro del ámbito del tener. El fracaso se produce cuando esas metas no se consiguen. O cuando se cae en la corrupción. El éxito requiere mucho más esfuerzo que el fracaso. Pero normalmente no se piensa en que el éxito no depende sólo de lo que personalmente hacemos. Hay otros factores que juegan un papel importante: suerte, oportunidad, relaciones. Además, el éxito es temporal, no dura siempre, tiende a decaer con el tiempo. Si lo interpretamos en términos de dinero, puede que dure bastante una vez logrado un nivel. En términos de placer, además de los altibajos, también decae. E igualmente ocurre con el poder, pues llega un momento en que ya no se tiene poder. Todo eso quiere decir que no haya que poner éxito, placer y poder como metas superiores, trabajando paralelamente por la plenitud, por lo que he llamado SER. Ferreiro y Alcázar afirman que “vivir una vida plena o caer en la vaciedad, depende de la elección que hago en cada momento, de lo que busco cuando actúo, del uso que hago de mi libertad. Eso depende única y exclusivamente de mí, con independencia de lo que ocurra a mi alrededor”. Las dificultades surgen cuando tenemos que escoger caminos que nos llevan al éxito, pero ponen en riesgo la plenitud o pueden ser causa de vacío, de carencia de felicidad. O cuando buscamos la plenitud sabiendo que puede haber fracasos por el lado material, y vacilamos porque no nos damos cuenta de que hay ciertos fracasos compatibles con esa plenitud. Si con esas dos coordenadas formamos una matriz, y buscamos el punto en que estamos, nos daremos cuenta de que junto a las posiciones extremas, hay posiciones intermedias. Es decir, que hay una gama muy grande que permite colocarse más o menos cerca de la plenitud o del vacío, del éxito y el fracaso, pero cada pareja de términos opuestos se conjuga de manera diferente. Así ocurre en la vida: no estamos necesariamente en los extremos, sino que vamos desplazándonos hacia un punto u otro de acuerdo a como actuamos, que es la única manera de vivir. Lo importante es que en el proyecto de vida predomine la búsqueda de la felicidad como plenitud personal, en la que, como ya se vió, juegua un papel importante el trascender hacia los demás, para amar, para dar, para servir y ser solidarios. Para hacerse a sí mismo y para

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Yo Quiero ser feliz ser feliz hay que vivir de cara a los demás. No podemos aislarnos o pensar que podemos ser feliz estando o siendo solos. Nada más equivocado. Eso si que constituye la sin salida, el vacío existencial. La persona es un ser corporal y espiritual en estrecha e inconfundible unidad de alma y cuerpo. Es también un ser conviviente, con una relación con los demás que está arraigada en su propio ser. Pero, a veces, miramos a los demás por encima, superficialmente y no los vemos de verdad, es decir, no penetramos en su interior, que es lo importante. Nos quedamos en el atractivo, en el físico, en el encanto, en la apariencia, o en su inteligencia, pero no nos fijamos en la persona como tal, en sus cualidades esenciales, lo cual se logra sólo con el trato íntimo. Nuestro SER será pleno no en cuanto tengamos más cosas, sino en la medida en que seamos mejores. Es lo que llamamos excelencia, la perfección que buscamos, no tanto en lo que hacemos, como en lo que somos y procuramos ser cada día. Nunca lo logramos del todo, por eso estamos siempre en camino, esforzándonos siempre, con la mira puesta en el ideal. Nadie puede responder por su propia vida de un modo absoluto, a pesar de la autonomía de la voluntad y del ejercicio de la libertad que todos tenemos. El único que responde plenamente por nosotros es Dios, quien nos hizo. Miguel Angel, mirando al Moisés ya terminado, lo golpeaba suavemente y le preguntaba: “¿Perché non parli?, “¿Por qué no hablas?” Es decir, había quedado tan perfecto, que sólo le faltaba hablar. Y cada uno de nosotros es infinitamente más que esa mole de mármol, por muy bien tallada que esté. Dios y los demás hombres preguntan a cada uno de nosotros: “¿Por qué no hablas?”. Si hemos sido hechos tan perfectos, o mejor, perfectibles, con un espíritu que tiende al infinito, con un ansia de felicidad que no se colma plenamente en la tierra, ¿por qué dejamos que las cosas que no llenan el espíritu acallen la voz del alma?, ¿por qué el consumismo y el activismo no nos dejan vivir en comunicación personal con los demás, y ésta se reduce, muchas veces, a parloteo superficial, a hablar del clima, de la moda, de la comida y muy poco de los bienes esenciales (vida, amor, verdad, trabajo, libertad, fe...)? Miguel Angel decía también, contemplando las piezas de mármol antes de ser trabajadas: “Ahí está. Sólo hay que quitarle lo que

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sobra”. Hay mucha cosa en nosotros que sobra: pereza, comodidad, vanidad, aburguesamiento, indolencia, aislamiento. Para lograr la felicidad, y hacer vida nuestra razón de ser, nuestro servicio a la sociedad, hay que levantarse sobre sí mismo para ver mejor a los demás. Para hacerse a sí mismo hay que utilizar mucho cincel y martillo contra el material noble, pero informe, que existe en nosotros, y así modelar nuestra propia personalidad, no simplemente nuestra singularidad para llamar la atención. Hay que trabajar mucho –trabajo formativo y productivo–, prepararse bien humana e intelectualmente, profesional, social y espiritualmente. Sin prisa pero sin pausa, si queremos estar en el frente de la batalla por buscar una sociedad mejor, que sólo puede hacerse con hombres o mujeres mejores, con capacidad de rebeldía frente a lo rutinario, a lo establecido, al conformismo o a la pasividad. “Sólo se merece la libertad y la vida aquél que se esfuerza por conquistarla cada día” (Goethe). Estas palabras son un llamado a luchar por conquistar progresivamente una fortaleza interior que resista los embates del tiempo que tiende, como en el mito de Cronos, a devorar a sus propios hijos. En nuestro caso, a las propias criaturas salidas de nuestras manos: muchas cosas dejadas a medias, desesperanzas por lo no logrado y desaliento por los problemas que tenemos en la búsqueda de lo que consideramos que nos dará un poco de felicidad. Lo importante es no perder el punto de mira y saber que lo que cuenta no es tanto la vida vivida, sino lo que tenemos por delante.

Lo que nos quita la fuerza Uno de los obstáculos frecuentes en el camino hacia la felicidad personal es dar demasiada importancia al cuerpo. El cuerpo es un compañero inseparable, −en él somos y actuamos−, pero nos plantea ciertos caprichos que nos pueden tomar ventaja frente a las necesidades del espíritu. Vivimos en una sociedad en la que hay demasiado cuidado por el cuerpo. La gente se pasa horas en una sauna, y le cuesta concentrarse para leer un libro o simplemente para pensar un problema. Como decía Thibon, el culto al cuerpo entraña un desprecio del alma. Si no se controla, la sensualidad, encadena progresivamente, quita fuerzas a la persona y, a veces, es fuente de angustias.

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Yo Quiero ser feliz Cuando hay descontrol en ese terreno, tarde o temprano la persona se da cuenta del deterioro que produce vivir sólo para satisfacer los deseos. Aunque a veces se ensordece la conciencia, de pronto viene alguna experiencia en la que se advierte una fisura, una rendija por las que entra la tristeza o la desesperación. Entonces va al psiquiatra o al psicólogo a ver qué puede hacer con ella. Hay muchas dependencias que hacen daño al cuerpo y al alma: las drogas, el narcisismo, el poder, la corrupción, el pesimismo, el consumismo, el relativismo. De eso hay dosis masivas en las personas y en el ambiente. Hay que estar alertas para que nuestra mente y nuestro corazón no se vean arrastrados por esas dependencias La persona puede comprometer su libertad cuando le arrastra el erotismo, la sensualidad desbordada. La exaltación de los sentidos puede ser fatal, aniquiladora. En cambio, con el dominio de las pasiones, purifica su libertad, la hace capaz de renunciar a muchas cosas incluso lícitas, lo cual es fuente de valores y de virtud. Las personas somos capaces de cosas muy grandes, pero también de abismo, de esa brecha que se abre en el alma, que no es otra cosa que la nada que habita en nosotros, esa tendencia a la disolución, al abuso de los sentidos, que refleja una falta de coherencia de vida. Hay que tener llenas las alforjas del alma para el largo camino de hacer realidad nuestros sueños, para poner en práctica nuestro proyecto de vida y no dejar de luchar por nuestro SER. “Lucha” (ascesis), palabra poco grata a ciertos oídos, es un término que los griegos usaban para expresar la necesidad de no dejarse vencer por las pasiones. Muy cercana a otro término que también utilizaban mucho, “purificación” (catarsis). En la vida hay una lucha permanente en la persona entre lo que la perfecciona y eleva, y lo que la rebaja o envilece. San Agustín dice que es la tensión entre la “libertad menor” (libre arbitrio de la voluntad) y “libertad mayor” (libertad para buscar el sentido último de su vida fuera de sí mismo en quien lo creó, en Dios). Hay que plantearse el problema de la libertad en nuestra vida: si la tenemos, si la utilizamos bien, si nos lleva a conseguir las metas de nuestro proyecto de vida. A la libertad está muy unida la fidelidad para mantener unos propósitos fundamentales. No es un sí por adelantado y nada más. Es un sí en forma de propósito que compromete el futuro, pero

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seriamente. Una actitud permanente de poner la mirada, como hacen los navegantes, en las estrellas –ideales, sueños, locuras, utopías– para que los orienten y así poder llegar a buen puerto. Con palabras de Nietzche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará siempre el cómo”.

¿ Y Dios? La trascendencia absoluta (Dios) es distinta de las otras formas de trascendencia que se han analizado en este libro. Sería extraño que habláramos de felicidad humana y no mencionáramos para nada a Dios, como si fuera ajeno a ella, o como si se tratara de un tema fruto sólo de una convicción religiosa. Es algo que está en lo más hondo de las inquietudes del hombre de todos los tiempos. No voy pues a tratar de decir la última palabra. Simplemente voy a expresar lo que pienso. El lector podría reclamarme que, de todos modos, parto de unos supuestos para hablar del tema. Así es, y no es posible prescindir de ellos. No es tanto un problema de conocimiento o de cultura, sino de vivencias y convicciones muy arraigadas, que son más fuertes que nosotros mismos, y que afloran al tocar cuestiones como la trascendencia, Dios, el mal, la muerte, el espíritu, la inmortalidad, la eternidad, la conciencia, la inmaterialidad, la subjetividad, la libertad, el infinito, la reflexión, la interioridad, la ultratemporalidad… Son temas situados en la frontera de la vida, inevitables, porque parecen surgir del ser del hombre como parte de su condición. Pero no se plantean como los problemas típicos de la física −la gravedad, la aceleración, o la relatividad−, en los que hay unas verdades científicas establecidas a lo largo de los siglos. Aquellos temas permanecen siempre en una especie de penumbra que toca a cada persona tratar de desvelar y de sacar el concreto significado para su existencia. Escapan a una visión simplemente natural del ser del hombre y nos impulsan más allá. El ser humano puede volver sobre sí mismo −conciencia− y tratar de entender lo que trasciende a la corporalidad, la dimensión espiritual en la que parece radicar esa capacidad de volver sobre sí mismo y de plantearse el sentido de la vida. En lo humano tenemos experiencias, como huellas cercanas a lo enigmático o misterioso. Son realidades o situaciones que nos acer-

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Yo Quiero ser feliz can y que nos dan pistas de que hay algo más. Por ejemplo, cuando alguien nos quiere de verdad, y se separa de nosotros, nos queda una especie de presencia mensajera, que nos habla y nos dice que, a pesar de las barreras del espacio y del tiempo, esa persona vive en nosotros. Algo de eso ocurre en la separación física definitiva, cuando alguien se muere. O cuando una madre espera un hijo, tiene la vivencia de lo desconocido, porque se trata de otra vida, que está dentro de su cuerpo, pero que la trasciende misteriosamente. Ese sentimiento es intangible e invisible. E igualmente pasa con la experiencia de la fe, cuando alguien cree en Dios, advierte su presencia, establece una relación de adoración o de oración, pero sabe que Dios lo trasciende completamente. Como dice Thibon: “lo visible es camino de lo invisible, que a veces es más real que lo visible, pero depende de cada uno que lo visible sea realmente un camino para lo invisible” La muerte de los otros nos da otra pista, cuando pensamos lo que significa el horizonte al que nos abre, o la cerrazón que se nos echa encima. Aunque no lo queramos, con la muerte estamos siendo confrontados por el sentido último de la vida. Y al mismo tiempo, por el significado definitivo del amor, por la justificación del dolor o por la razón de ser del mal. Realidades enigmáticas a las que sólo se puede responder desde el espíritu, porque sólo el espíritu humano puede vivir la experiencia de las distintas formas de la trascendencia. El ser humano está hecho para trascender, para no quedarse en lo que es, sino para ir más allá, para buscar una plenitud que está en él pero, a la vez, fuera de él. Porque hay algo en él que se resiste a morir, que le impulsa a querer vivir siempre, a pesar de la ineludible muerte que lo acecha. Parece una tremenda contradicción, pero no lo es.

El amor hace trascender El amor humano, dice Thibon, es “una puerta al infinito”, nos abre a la trascendencia y encierra un presentimiento de eternidad como más allá del tiempo. Muchas veces más real e intenso en nosotros que lo que vemos y tocamos. “Ojalá pudiésemos, a fuerza de amar, impulsar el amor más allá del amor” (Sarrazine). Así como en el ser amado buscamos el complemento que nos falta, en Dios, buscamos la perfección que no tenemos y que anhelamos. Hay en la persona un núcleo espiritual que pervive, un afán de in-

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mortalidad que tiene una razón de ser, su propia alma, que no corre la suerte del cuerpo que se disuelve en sus elementos físicos. Ahí confluyen esas realidades no conocidas completamente, misteriosas, que mantienen en vilo al hombre. Su espíritu (del cual Teresa de Jesús dice que debe ser “la sustancia del alma misma”) es inmaterial e inmortal. La conciencia certifica ese querer escapar de la ley de la mortalidad. No podemos decir que el tema de Dios es un problema al estilo de los problemas de la ciencia, ni tampoco reducirlo a ser un problema del corazón o de la cabeza. Si fuera un “problema”, lo podríamos acotar en unas premisas y aplicarle el método científico. Lo intentamos con el método filosófico, que tampoco nos da certeza total, aunque puede conducirnos a la afirmación de un principio o fundamento externo del universo y de la vida humana, prescindiendo de lo que conocemos por la religión. Lo que sí podemos hacer es pensar en Dios y tratar de entender por qué el hombre es capaz de hacerse esa pregunta y de intentar responderla afirmativamente. No se hace una pregunta absurda, contradictoria con las leyes de su existencia. Es una pregunta acorde con su dignidad, con la capacidad de su intelecto. Los primeros pensadores cristianos decían que el hombre era un ser “capaz de Dios” (capax Dei), o sea, que puede descubrir a Dios con la fuerza de su raciocinio. El dilema es escoger entre el azar, la suerte, la abstención, o Dios. En caso de duda, yo me quedo con Dios. Dar la espalda siempre es más fácil que hacer frente. Hoy en día pululan las posturas agnósticas, puesto que el ateísmo ya no está de moda, en las que ni se afirma ni se niega. O si se afirma, se dice que no podemos conocer su existencia. “El agnóstico –piensa Ortega y Gasset− es un órgano de percepción acomodado exclusivamente a lo inmediato”. Ese modo de pensar conecta con el materialismo imperante en la sociedad, y con la discusión sobre el mal: si existe el mal, no es posible admitir que exista Dios. O si existe y no lo suprime, entonces Dios no es un Dios bueno. El afán de seguridad y de bienestar material, el huir del dolor y de la muerte, son cosas muy propias para evitar salidas “inconvenientes” que nos llevarían a buscar en Dios, el responsable de esos males, y a aceptar y vivir esas realidades de otro modo. Hasta tal punto que algunos no creen en él, pero sí lo hacen responsable de esas cosas. Por eso, Thibon dice que el ateísmo de hoy no es no creer en Dios, sino creer en cualquier cosa. De lo contrario, se cae en las ingenuidades de seguir

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Yo Quiero ser feliz preguntándose por qué el cirujano no encuentra el alma al abrir a un paciente o por qué los astronautas no ven a Dios en el espacio. Dios no puede ser objeto de un enfoque utilitarista, porque enseguida se le rebaja como si fuera un objeto de consumo. Pero tampoco se trata de convertir a Dios en un enredo o en un ser mítico. Los mitos son algo completamente distinto (símbolos o representaciones anticipadas de lo que puede ser la muerte o el más allá del hombre, para tratar de entender lo que es o lo que le pasa). Dios se presenta a los ojos humanos no como una representación, sino como la superación de todas las representaciones simbólicas, como un ser personal que entra en diálogo con el hombre. Tampoco Dios está a la mano porque podamos tratarlo como se tratan los acontecimientos humanos, aportando evidencias para una investigación judicial. No es éste el momento de hablar de las diferentes argumentaciones que, en el plano de la filosofía y a lo largo de los siglos, se han propuesto como caminos para demostrar que la razón humana puede llegar por sí sola a la existencia de Dios. Quisiera, más bien, señalar que hay argumentos históricos, culturales, psicológicos y éticos expresados por filósofos y científicos, indicando que por esos caminos se llega a Dios, y que tal vez sean esos los caminos de la inmensa mayoría de las personas. Pero de ahí a reducir a pensar que sólo la fe nos lleva a El, sería una forma de rebajar la dignidad y la capacidad de la razón humana.



Una dimensión diferente

“El hombre piensa, el hombre sabe que va morir” dice Pascal. Si todo termina con la muerte, entonces la vida pierde su sentido. Es como si pasara una segadora que corta de un tajo la felicidad y el amor, todo aquello por lo cual vivimos, y por lo cual estamos incluso dispuestos a morir con tal de no perderlo. Si todo acaba ahí, la vida no sería más que un gran engaño, una estafa que nos han hecho a todos para hacernos correr tras el absurdo. No hay tal engaño, porque el único ser capaz de plantearse este dilema (muerte o inmortalidad) somos nosotros. Sin la trascendencia no sabríamos tampoco dar razón de la libertad, que hace posible que demos respuestas en uno u otro sentido, que escojamos uno u otro camino, incluso al margen de Dios. Está claro, como dice Josemaría Escrivá, que “Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad”,

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y no parece que quisiera arrepentirse de habernos concedido el don que hace posible los demás dones en nuestra vida. La experiencia de la muerte de los demás, y el presentimiento de la propia, constituye un drama porque se ponen en máxima tensión y ruptura el fundamento espiritual y el material, que se necesitan el uno al otro. Y no quieren vivir separado el uno del otro. Cuando llega la inevitable separación del cuerpo, el alma se resiste a quedarse sola, aunque sea capaz de sobrevivir al cuerpo, porque ya no estará en un ser completo, sino sólo en su espíritu. La muerte es la soledad radical de uno consigo mismo, porque nos morimos nosotros, no los demás. Según Marcel, es el “exilio absoluto”. Además, la muerte está muy desprestigiada como tema de conversación. De vez en cuando hay quienes destacan su importancia. Uno de ellos Steve Jobs, el fundador de Apple, en su famoso discurso a los estudiantes de Stanford en junio del 2005: “Recordar que moriré pronto es la herramienta más importante que haya encontrado alguna vez para ayudarme a tomar las grandes decisiones en mi vida. Porque casi todas –las expectativas externas, el orgullo, el temor de la vergüenza o del fracaso– estas cosas desaparecen con la muerte, dejando sólo lo que es realmente importante”. “Recordar que vas a morir es la mejor forma que conozco para evitar la trampa de pensar que tienes algo que perder. Ya estas desnudo. No hay razón para no seguir tu corazón. Nadie quiere morir. Aun cuando las personas quieren ir al cielo no quieren morir para ir allá. Y la muerte es el destino que todos compartimos. Nadie se ha escapado de ella alguna vez. Y es como debería ser, porque la muerte es muy probablemente la mejor invención de la vida. Es el agente que cambia la vida. Limpia lo viejo para dar vía a lo nuevo. Ahora mismo, lo nuevo eres tú, pero algún día no muy lejos de ahora, llegarás a ser gradualmente el viejo y serás apartado. Disculpen por ser tan dramático, pero es la pura verdad”. Si lo dice un filósofo o un predicador, el tema pasa de largo. Pero que lo diga una figura contemporánea del mundo de la tecnología y los negocios, tiene una fuerza especial. Y que lo diga a unos jóvenes que están comenzando su vida, tiene un relieve notorio porque, en un sentido, les está aguando la fiesta, porque no se esperaban esas palabras del inventor del Ipod que tienen pegado a sus orejas todo el día. En otro sentido, les está haciendo el mejor de los regalos, ha-

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Yo Quiero ser feliz cerlos pensar en las realidades importantes de la vida, de las cuales normalmente no les hablan ni mucho ni poco en la universidad. Si todas las ansias de infinito y de perdurar se quedan sin respuesta, en una especie de vacío total; si el deseo de perfección que anida en todo hombre no lleva a un fin o a una meta superior, entonces “apague y vámonos”. Entre apostarle a la suerte impredecible de la aniquilación o a la salvación, me quedo con ésta. Si hay dudas, ya veremos a la hora de la verdad. Es cuestión de recordar lo que decía Sócrates a sus discípulos antes de beber la cicuta, a la que se le había condenado por defender la inmortalidad del alma: “Les he hablado mucho de ella, pero no sé más que ustedes. Por lo demás, pronto lo sabré”. Siguiendo una idea de Thibon, podemos decir que Cristo habló también de la inmortalidad, que prometió de modo patente al buen ladrón al pie de la Cruz. Pero no lo condenaron a muerte por defender la inmortalidad, sino por decir que Él era la Verdad, y que había nacido para establecer un reino que no era de este mundo. Sudó sangre pensando en su muerte, e invocó al Padre para que, si era posible, no pasara por ella. Sócrates fue un sabio: Cristo era Dios redentor que derrotó a la muerte. Por eso, con Cristo el dolor humano se convierte en sufrimiento salvador. Lo que acababa normalmente en tragedia irremediable, se convirtió a partir de ese momento en un drama por el cual la vida humana puede acabar bien. “Esta ha sido la gran revolución cristiana: convertir el dolor en sufrimiento fecundo: hacer, de un mal un bien” (J. Escrivá).

Un motivo para esperar En la religión (viene de “religación”) es una relación real, no simplemente imaginaria, del hombre con el Otro, que se descubre en la vida humana y no necesariamente depende de una fe religiosa previamente aceptada Por distintos caminos el ser humano llega a una religiosidad a través de la cual descubre la trascendencia absoluta en su vida. Pero puede llegar a ese descubrimiento por la fe religiosa explícita que se le comunica a través de un sistema de creencias que proceden no de su razón, sino de una revelación de Dios. Todo eso lleva al ser humano a un comportamiento y a unas manifestaciones que constituyen formas de diálogo, de entrar en contacto con Dios, que se le presentan como un llamado libre al que puede responder, en el fondo, sólo desde su propia interioridad. Todos los

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hábitos y creencias que la persona ha recibido, y que procura vivir y entender, no le bastan por sí mismas, aunque representen un bien espiritual. Estas cosas adquieren un sentido pleno cuando la persona, desde su intimidad, se abre libre y conscientemente a esa realidad trascendente, al Otro absoluto que es, a su vez, Amor, desde el cual y para el cual conecta todas las demás realidades de su vida. He dicho que lo opuesto a la trascendencia es la inmanencia, ese quedarse encerrado en los estrechos límites de la existencia corporal y del yo. Por ahí, se puede caer en el nihilismo, en el ateísmo o en el agnosticismo. Esta angustia paraliza la vida humana y nos pone ante la muerte como un límite, un muro, contra el cual se despedaza la existencia y choca toda posibilidad de sobrevivir, todo anhelo de inmortalidad. Hay una angustia válida, que es la que procede de la conciencia de ser limitados, de sentirnos profundamente vulnerables. También a causa de los errores, y por lo que los cristianos llamamos el pecado, que introduce la muerte a la vez que abre las puertas a la recuperación del hombre por Dios. Con la fe, la angustia busca apoyo en el Otro, que nos da sentido porque nos lleva a trascender la muerte. Y en esa perspectiva, la muerte no es aniquilación porque cobra sentido por otra muerte, la de Cristo. Deja de ser barrera para ser liberación, porque Él triunfó sobre la muerte. Hay vidas a las que acercándolas a este misterio recobran su sentido, dejan de ser vidas perdidas, se curan por algo que las trasciende. Hay muchas vidas fracasadas, perforadas por el rictus amargo de la muerte anticipada, a veces por la ruptura física que produce la enfermedad o por el drama psicológico de una patología de la personalidad. Pero siempre hay un poco de luz, posibilidad de recuperarlas, de infundirles nueva vida. En el camino hacia la muerte el ser humano necesita dónde apoyarse, sabe que su horizonte no es desértico, que espera algo que da sentido al seguir caminando en la existencia. Es como un lucero que no puede apagarse porque andaríamos en la oscuridad por siempre, mientras buscamos esa plenitud que no llega aún. Ésa es la esperanza, lo que nos sostiene como caminantes. No tener la plenitud no es algo puramente negativo, es una indicación de que tenemos posibilidades mientras dispongamos del tiempo para preparar nuestras alforjas para más allá del tiempo.

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Bibliografía La vida humana es siempre estar en camino hacia algo, no en camino hacia ninguna parte. Es decir, tenemos un ideal, una meta desde el principio del camino, que consciente o inconscientemente influye en mantenernos en camino. Pero con la mirada puesta en esa meta discurre la vida concreta, la realización personal diaria. No hay felicidad que esté sólo al final del camino. Si es verdadera felicidad, de algún modo está a la base de toda pregunta por el sentido de nuestra vida. La esperanza, en ese sentido, va unida a la invocación, a la llamada que desde el ser del hombre se dirige, como un disparo al infinito, para ser oída por Alguien que ha sembrado la raíz de esa esperanza en el corazón humano. Ese Alguien, Dios, nos quiere felices y nos ha hecho para SER. Volvamos a la historia con la que comenzamos el libro: la crisis de Marcela Saralegui, quien ha decidido poner un freno a su activismo profesional y plantearse valientemente una serie de preguntas para buscarles respuestas. Se ha dado cuenta de que lo que está en juego no es sólo su propia felicidad, sino su calidad de vida, obviamente relacionada con la felicidad. Su marido, sus hijos, su tranquilidad estaban amenazados por sus ambiciones económicas y profesionales, y por su desaforado ritmo de vida. Sabe que no tiene que dejar la profesión en la que ha encontrado muchas satisfacciones y la ha llevado muy lejos. Debe replantear esa dedicación a la luz del sentido de vida que quiere dar a su existencia. Quiere ser feliz, en los términos descritos en este capítulo final. Por eso conviene no dejarla sola con sus interrogantes, sino avanzar en las respuestas. Posiblemente en la vida de Marcela se dará progresivamente un mayor equilibrio entre lo racional y lo emocional que facilitará que ella tenga un mayor control de su tiempo, de sus actividades y de sus relaciones para poderlos manejar equitativamente en los diferentes frentes de acción. En el fondo, lo que Marcela tiene planteado es el tema de la madurez, ver si se dan esos factores que nos dicen si hemos logrado esa madurez y que fueron examinados atrás: saber juzgarse a sí mismo y a los demás, capacidad de querer y de actuar con libertad, carácter equilibrado, reflexión y control sobre los propios actos; integración en la vida social sin presunción ni vanidad, con ánimo de servir; capacidad de evaluación de sí y de los otros. El camino que tiene Marcela por delante no es fácil, pero hay una garantía que le sirve para todo lo que va a hacer: la prioridad

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fundamental que ha establecido: primero su hogar, luego su trabajo y luego la vida social; primero lo espiritual, luego lo intelectual y luego lo físico. Sin separaciones ni compartimentos, buscando siempre la coherencia de vida. Decide, pues, tratar el tema con su esposo y contarle lo que le sucedió en el viaje al Congreso, las reflexiones que se hizo y las conclusiones que sacó. Él se queda admirado de lo que ella le cuenta, le agradece de todo corazón que haya visto así de claras las cosas y le expresa que cuenta con todo su apoyo. Al final, le expresa: “Te hemos recuperado como esposa y como madre, lo cual me servirá a mi para ser un mejor esposo y a nuestros hijos para poder disfrutar más de su mamá. Vamos a hacerlo entre todos y, por qué no, vamos a confiar también en la ayuda de Dios”.

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Bibliografía

Se relacionan algunos libros citados de memoria o literalmente y otros cuya lectura ha influido en el autor, que pueden interesar al lector: 1. AA. VV.: Paradigmas del liderazgo, Mc Graw Hill, Madrid 2001. 2. ADAIR, J.: El arte del pensamiento creativo, Legis, Bogotá 1992. 3. ALVAREZ DE MON, S.: Desde la adversidad, Prentice Hall, Madrid 2003. 4. ARELLANO, J.: 6 Cuestiones del hombre nuevo, Copygraf, Sevilla 1969 5. ARENDT, H. La condición humana, Paidós, Barcelona 1993 6. AYLLÓN, J.R.: En torno al hombre, Rialp, Madrid 1992; Desfile de Modelos, Rialp, Madrid 2002. 7. BACH, R.: Ilusiones, Javier Vergara, B.Aires 1986. 8. DE BONO, E.: Aprender a pensar, Plaza Janés, Bogotá 1991. 9. DE FELIPE, A.-RODRIGUEZ, L.: Guía de la solidaridad, Temas de hoy, Madrid 1995. 10. DE FINANCE, J.: Ensayo sobre el obrar humano, Gredos, Madrid 1966. 11. DONATI, P.: La ciudadanía societaria, Universidad de Granada 1999. 12. DRUCKER, Peter y AA.VV: El líder del futuro, Planeta, Bogotá 1997. 13. FERREIRO, P.-ALCÁZAR, M. El gobierno de personas, Ariel, Barcelona 2002. 14. FRANKL, V.: El hombre en busca de sentido, Herder, Barcelona 1989. 15. GRISEZ, G.-SHAW, R.: Ser persona, Rialp, Madrid 1993. 16. GOLEMAN, D.: La inteligencia emocional, Javier Vergara, B.Aires 1996. 17. GÓMEZ-LLERA, G.-PIN, J.R.: Dirigir es educar, Mc Graw-Hill, Madrid 1993. 18. ARENDT, H. La condición humana, Paidós, Barcelona 1993. 19. HEIFETZ, R.: Liderazgo sin respuestas fáciles, Paidós, B. Aires 1997.

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