yo el supremo
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LUNES, 28 DE SEPTIEMBRE DE 2009
Análisis Crítico: Yo El Supremo Análisis Crítico: Yo, el Supremo (Augusto Roa Bastos)
Las primeras generaciones de la era post-independencia hispanoamericana experimentaron un proceso de definición política caracterizado por la oscilación entre la anarquía y el despotismo. La ruptura con la metrópoli significó la supresión de la autoridad patrimonial de la corona española, lo que obligó a los nacientes estados a buscar alternativas para llenar el vacío de poder generado por la emancipación. En la primera década de vida republicana, la región del “Río de la Plata había sufrido más intensamente que cualquier otra área” (Halperín: 1985, p. 278), ya que la caída del gobierno central generó una serie de conflictos que impidieron la consolidación de un orden político. Sin embargo, el destino de Paraguay parecía dirigirse en otra dirección gracias al liderazgo caudillista del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia. Conocido popularmente como ‘el Supremo’, el Dr. Francia emergió como el líder del proceso emancipador paraguayo e instauró un régimen que hizo de la antigua provincia jesuítica uno de los escasos reductos en donde se preservó el orden y la estabilidad. La figura del caudillo quedó inmortalizada en la literatura hispanoamericana gracias a la obra de Augusto Roa Bastos, Yo el Supremo. Publicada en 1974, la novela es una crónica de los 26 años de la dictadura absoluta que permite adentrarse en la mente de quien dirigiera el destino de Paraguay durante sus primeros años de vida independiente. Pero más que una biografía política, a través del uso del discurso y la narrativa se exhibe el carácter despótico y los métodos represivos utilizados en la búsqueda del poder absoluto. La novela también revela realidades históricas que subyacen al gobierno del Dr. Francia, al mismo tiempo que permite al lector introducirse en el imaginario del padre fundador de la República guaraní. Es por ello que el análisis de Yo el Supremo hace posible comprender la naturaleza excepcional de la experiencia paraguaya, además de examinar la psicología del dictador que toma en sus manos la dirección de una sociedad que se encierra en sí misma. La historia del Supremo gira entorno al proceso de emancipación paraguayo y a la posterior construcción del Estado nacional. Hacia 1810, la ex-provincia jesuítica presentaba algunos rasgos que la diferenciaban del resto de la región. La administración de los religiosos había creado una región económicamente autárquica además de una casta criolla relativamente débil en comparación con otras élites del Plata. Tal debilidad permitiría el desarrollo paralelo de una clase de pequeños propietarios que más adelante se convertiría en la base social del régimen de Rodríguez de Francia. La debilidad criolla también explica la razón de su postura moderada al inicio del proceso independentista. Ante el temor de la instauración de un sistema político-económico controlado por Buenos Aires, la élite se abstuvo de unirse a los esfuerzos de la Junta porteña y manifestó su sumisión al gobernador español. Una expedición bonaerense dirigida por el General Belgrano intentó fútilmente someter a los paraguayos, pero sí logró concretar un pacto para una eventual ruptura con la corona. La posterior caída del gobernador español llevó a la formación de un
triunvirato en el que el Dr. Francia representaba los intereses de los pequeños propietarios frente a la élite criolla (Guerra Vilaboy: 1986, p. 100). En 1811, se declaró la independencia del Paraguay, mientras Francia se consolidaba como la máxima autoridad del naciente Estado. En el Congreso de 1813, los paraguayos eligieron al ilustrado doctor como cónsul de la república, y más adelante, le otorgaron el cargo de Dictador Supremo, el cual fue confirmado en 1816 al nombrársele ‘Dictador Perpetuo del Paraguay’. De esta forma iniciaron los 26 años de la dictadura de Gaspar Rodríguez de Francia, período en el que se establecería un régimen de carácter personalistapaternalista cuyo leitmotiv sería la defensa de la soberanía paraguaya ante las amenazas provenientes de otras provincias del Plata y del Imperio brasileño. La labor de Rodríguez de Francia también estaría dirigida a establecer una maquinaria estatal. Sergio Guerra Vilaboy (1986, p. 122) aduce que la creación del Estado paraguayo se basó en lograr “absorber la dirección de la economía junto con la adopción de formas paternalistas de gestión”. Mientras que Tulio Halperín Donghi (1985, p. 276) explica que la consolidación del poder central se logró gracias a la persecución de peninsulares, la marginación de la élite asunceña, de los grandes terratenientes y los jefes de milicia; es decir, a través de la supresión de las fuerzas centrífugas que amenazaban la formación del Estado. Sin embargo, el establecimiento de la autoridad central y del aparato estatal no se produjo a través de un proceso de institucionalización constitucional. Por el contrario, el poder del régimen del Dr. Francia se encarnó en su liderazgo unipersonal, cuyo accionar fuera de un marco legal-institucional le convierte en una expresión del caudillismo decimonónico. El fenómeno del caudillismo surgió en el contexto iberoamericano del siglo XIX, el cual consistió en la aparición de “hombres cuya fuerza personal les permitía obtener la lealtad de un importante número de seguidores a los cuales movilizaba para enfrentarse a la autoridad constituida o para hacerse del poder por medio de la violencia o la amenaza de la violencia” (Safford: 1991, p. 62). En un inicio, los caudillos emergieron entre los jefes militares que lucharon en la guerra de independencia, pero más adelante, el concepto se utilizó también para describir a aquellos líderes civiles que utilizaban la violencia para acceder al poder y para reprimir a las facciones rivales. La aparición de este fenómeno ha sido objeto de varios estudios académicos. Entre ellos, Frank Safford (1991, p. 66) señala que las luchas por la independencia elevaron el prestigio de los héroes militares, mientras el poder de las élites civiles se debilitó, lo cual generó una posterior militarización de la política. Sin embargo, esta hipótesis no explica el surgimiento de caudillos civiles o la aparición del fenómeno en regiones no afectadas por el conflicto emancipador, como sucedió en Paraguay. En cambio, Richard Morse plantea que el colapso de la autoridad colonial desató las fuerzas de las oligarquías, lo que generó la oscilación entre la anarquía y el despotismo. En su opinión, los líderes del momento intentaron reconstruir el dominio del Estado patrimonial a través del carisma y los lazos clientelistas con sus seguidores, lo que hizo imposible la institucionalización de su autoridad en una ‘legitimidad supranacional’ (Safford: 1991, pp. 9899). Otro autor del siglo XIX, Domingo Sarmiento, explica que la dispersión de la población en las zonas rurales junto con la falta de educación, impedía la formación de un gobierno organizado, y que tales condiciones facilitaban una lucha entre los más hábiles que se convertía en caudillaje cuando éstos intervenían en política (Villegas: 1986, pp. 28-29).
Si bien desarrollar un modelo sociológico del caudillismo del Dr. Francia podría ser el objeto de un estudio especializado, es posible enunciar algunas relaciones causales que sirvan para explicarlo. En el Paraguay de principios del siglo XIX, la debilidad de la élite criolla provocó que al momento de la independencia se careciera de un grupo capaz de organizar un nuevo modelo político. Tal debilidad también permitió el surgimiento de una clase de pequeños propietarios –los chacreros- que limitó el poder de los grandes latifundistas. Además, la tradicional autarquía económica de la provincia llevó a que la élite no buscara una adhesión inmediata a Buenos Aires, sino por el contrario, el recelo hacia un posible dominio bonaerense generó un conflicto con la ciudad porteña. Pero a su vez, la reticencia de la élite a proclamar la independencia abrió el espacio para que la movilización separatista proviniese de los chacreros y de los artesanos, quienes se oponían tanto al sistema español como al libre comercio bonaerense. Es así que la misma oligarquía se fue apartando paulatinamente del proceso, mientras emergía de forma paralela la figura del Dr. Rodríguez de Francia: un intelectual urbano marginado por la élite tradicional que tomó el liderazgo de las clases bajas movilizadas. Esta base social le permitió al ilustrado doctor hacerse con el poder y controlar el proceso político. Es por ello que el caudillismo del Dr. Francia no fue producto de su pasado militar ni se basó en la propiedad rural, sino que fue el resultado de la alianza de los grupos socioeconómicos medios y bajos con un intelectual marginado por la élite. Por tal razón, su caudillismo adquirió la peculiaridad de transformarse en un régimen radical que utilizó las relaciones carismáticas con las clases bajas para expulsar a la oligarquía y minar el poder de la Iglesia, mientras establecía políticas en favor de campesinos, chacreros y artesanos. En su radicalismo popular, Francia se aferró a la autarquía económica e impidió la penetración comercial de Buenos Aires. Con ello, protegió a los sectores agrícola y artesano, y estableció su “república campesina” (Guerra Vilaboy: 1986, pp. 120-121). Este modelo caudillista del Dr. Francia contrasta con el caudillismo de otras latitudes. En el caso de Perú y Bolivia, los resabios del antiguo ejército realista y del ejército libertador de Bolívar, aunado a la indiferencia política de la élite limeña, llevaron al ascenso de una serie de caudillos militares serranos que se aferraron al poder hasta la segunda mitad del siglo (Halperín: 1985, pp. 258-259). Mientras que en las provincias del Plata, el caudillismo fue de carácter telúrico, ya que la propiedad rural –las estancias- constituyeron la base del poder político. Si bien Juan Manuel de Rosas movilizó a grupos populares para alcanzar el poder, en ningún momento la base social de un caudillo dependió exclusivamente de las clases bajas, como en el caso del Dr. Francia. Esto explica la razón de la marginación política de dichos estratos en las pampas y en la antigua sede del virreinato limeño. Lo anterior también explica el motivo por el cual el caudillismo del Plata como el de Perú y Bolivia tuvieron características conservadoras, mientras el paraguayo fue de carácter radical o ‘jacobino’. Asimismo, mientras en Paraguay la mano dura del Dr. Francia fue suficiente para mantener bajo control al país, en el Plata, ni la fortaleza de Rosas fue suficiente para afianzar su autoridad frente a las provincias del litoral, cuyos caudillos locales siguieron desafiando al poder central. En Perú, siempre existió cierta animadversión de la élite limeña hacia los caudillos militares, pero su misma debilidad no le permitió disputar el poder sino hasta la década de 1860 con la formación del Partido Civilista.
Otra característica del caudillismo paraguayo fue el extenso control sobre la economía y el comercio en aras de preservar la autarquía del país. Por el contrario, tanto en Perú como en el Plata se establecieron políticas que promovían la importación de productos ingleses y la exportación agropecuaria, y se fomentó el endeudamiento externo, lo que más adelante sólo generaría dependencia económica e inestabilidad. Asimismo, el caudillismo del Dr. Francia permitió el establecimiento de un régimen relativamente estable en Paraguay, a diferencia de Bolivia, Perú y del Río de la Plata, donde el caudillismo más que generar estabilidad, provocó guerras civiles y golpes de Estado. Si bien Juan Manuel de Rosas representó el termidor rioplatense, la estabilidad política paraguaya no tuvo paralelo. Es así que el modelo caudillista de Rodríguez de Francia le convierte en una expresión muy singular del fenómeno político hispanoamericano. Pero a pesar de tales diferencias, el Dr. Francia compartió con todos los caudillos de la época el uso de la violencia como medio para la expresión del poder. Todos estos elementos propios de su dictadura se ponen en evidencia en la obra de Roa Bastos. El desarrollo narrativo en Yo el Supremo inicia con la publicación de un pasquín en la puerta de la catedral asunceña, en el cual el caudillo ordenaba decapitar e incinerar su propio cadáver y ejecutar a sus servidores civiles y militares. (Roa Bastos: 2005, p. 97). A raíz de tal hallazgo, el dictador y su secretario se dan a la tarea de investigar sobre la autoría del escrito, imputada en un inicio a la aristocracia criolla que en palabras del Supremo “ahora se atreven a parodiar mis Decretos Supremos” (2005, p. 94). La discusión sobre posibles responsables llega a sugerir que el pasquín pudo haber sido escrito por el mismo dictador cuando éste le dice a Patiño “…suponte que yo mismo soy un autor de pasquines” (2005, p. 124); sospecha que se confirma más adelante en el diálogo: “¿la letra del pasquín no es la mía? […] son suyas, Señor, tiene razón” (2005, p. 167). Este desenlace sorprendente introduce la actitud de crítica y ambigüedad que imperará a lo largo de la novela. Este hilo narrativo, que pareciera desenvolverse de forma lineal, se deja de lado para dar paso a una intertextualidad en la que se fusionan diversas historias, diálogos, recuerdos y momentos que llevan al lector a un viaje por diversas dimensiones espaciales y temporales del gobierno del Dr. Francia. Por ello, la organización de la obra no se presenta según las normas tradicionales del género novelesco. En lugar de divisiones por capítulos, Yo el Supremo es una compleja yuxtaposición de distintas secuencias y modalidades de escritura que sólo comparten la omnipresencia del Supremo como actor de los hechos. Esa omnipresencia se pone de manifiesto a través de la polifonía de diversos narradores y diálogos que a fin de cuentas representan las distintas facetas del dictador. Entre las modalidades de escritura, la Circular Perpetua es una carta oficial del Supremo hacia los funcionarios del Estado. A través de ella, se narran los acontecimientos de la historia del Paraguay entre 1810 y mediados de la década de 1820. La narrativa en la Circular inicia con la decisión del gobernador Velazco de separarse de Buenos Aires. A partir de entonces, el Supremo relata el desenvolvimiento del proceso emancipador paraguayo, las campañas de Belgrano para subyugar a la provincia guaraní, el tratado secreto de la aristocracia con el invasor y los eventos sucedidos en Asunción, en donde el Dr. Francia renuncia a su puesto en la Junta para luego volver con mayores poderes políticos. En el proceso narrativo, el Supremo recuerda eventos posteriores
a su instauración como dictador, entre ellos, la visita del enviado brasileño Correira da Cámara en 1825 o la gran conspiración de 1820 suprimida violentamente. De esta manera, laCircular Perpetua presenta diversos espacios geográficos como la sede del gobierno en Asunción –centro de la política paraguaya-, la prisión del Tevegó –símbolo de la represión del régimen-, así como las regiones fronterizas de Takuary y Corrientes –sitio de los enfrentamientos entre paraguayos y bonaerenses-. La Circular Perpetua es entonces la versión oficial y ‘verdadera’ de la historia paraguaya, que al ser narrada por el padre de la patria, se convierte en su legado a los funcionarios del gobierno. “Instruidos en los orígenes de la nación, los servidores del Estado serán capaces, después de la muerte del dictador, de continuar su obra con los mismos principios y objetivos” (2005, pp. 54-55). El Cuaderno Privado es un libro de comercio escrito a puño y letra del Supremo, en el que el dictador anota las cuentas de su gobierno (2005, p. 110). Pero en esta compilación, el dictador asienta reflexiones sobre los eventos de su gobierno, así como ideas y observaciones sobre diversos temas y asuntos de la dictadura perpetua. En el Cuaderno se devela la ‘psicología del dictador’: un monólogo interno en el que el Supremo presenta, desde su propia perspectiva, el balance de su gobierno. Los Apuntes presentan el perenne diálogo entre el Supremo y su secretario Policarpo Patiño. En ellos, se dilucida el conducir del día a día de su gobierno con la preocupación del dictador por los hechos más minuciosos de la administración. De esta forma, el Supremo se involucra directamente en la compra de flautas para las escuelas y juguetes para niños, en el rescate de un meteoro que cae en territorio paraguayo, en el fusilamiento de un sirviente, y ayuda a una viuda a enterrar a su difunto esposo. A través de los Apuntesse evidencia la relación quijotesca entre el Supremo y su Patiño, que convierte al segundo en un reflejo del primero hasta el punto en que el mismo Patiño será acusado de querer suplantar al Supremo “para hacerse Rey del Paraguay” (2005, p. 542). A estas tres modalidades se les suman las notas aclaratorias del Supremo y del compilador. Todas ellas, se unen en un mosaico literario que recrea los eventos de la dictadura de Rodríguez de Francia, cuya conducción paternalista del Estado se conjugó con la férrea persecución de disidentes y opositores. La crítica y desconfianza hacia criollos y clérigos, su tenaz defensa de la soberanía paraguaya ante los países extranjeros, la represión de opositores y enemigos políticos -en especial aquellos que fraguaron la conspiración de 1820- y su particular trato hacia los extranjeros –entre ellos los hermanos Robertson, a quienes se les impide abandonar el país para luego ser expulsados de forma deshonrosa- son temas que se desarrollan a lo largo de la compleja narrativa en Yo el Supremo. La paranoia del dictador incluso le lleva a ordenar la captura y ejecución de su secretario al ser acusado de conspirar en contra del Supremo. La oda crítica de Roa Bastos hacia el poder represivo culmina con la narración de la muerte del caudillo, y en un claro desprestigio simbólico, se describe la descomposición de sus restos y la posterior incógnita sobre el paradero del cráneo del Dr. Francia. El desenlace grotesco de Yo el Supremo demuestra que la novela no es una plana descripción de la vida y gobierno de Rodríguez de Francia. Debajo de esta compleja construcción narrativa,
subyace un entramado de temas políticos y sociales que no sólo reflejan la realidad del Paraguay del siglo XIX, sino de una colectividad latinoamericana presa del autoritarismo y del poder. De esta forma, Yo el Supremo constituye un ejemplo más de lo que Guillermo Tedio (2004, párr. 6) llama la ‘nueva novela histórica latinoamericana’, que consiste en utilizar eventos históricos para construir una fantasía literaria que le sirve al autor como medio para expresar su interpretación de la realidad social. Esta interpretación literaria de la realidad es lo que Roa Bastos pone de manifiesto a lo largo de su novela, en la que utiliza el lenguaje para reprochar el estigma del poder y la enferma pretensión de un hombre que quiere controlar de forma paternalista a toda su sociedad. Debido a que el mismo autor fue víctima de la dictadura de Alfredo Stroessner, Yo el Supremo es otro grito de disconformidad de la intelectualidad hispanoamericana contra la dictadura y el poder. Pero en esto subyace también la crítica hacia el deseo del gobernante de moldear a una sociedad a través de la escritura y del lenguaje. Cuando el Supremo altaneramente indica que “Yo no escribo la historia. La hago. Puedo rehacerla según mi voluntad” (Roa Bastos: 2005, p. 325), se arroja sobre su persona el poder de dirigir el destino de la nación, y determinar su vida y desarrollo; en otras palabras, de crear su historia según su visión y conveniencia. “Yo soy el árbitro. Puedo decidir la cosa. Fraguar los hechos. Inventar los acontecimientos” (2005, p. 329). De esta manera, el destino de la nación ha quedado subyugado al poder personal del dictador, quien cree tener la capacidad de decidir sobre una naciente sociedad. El poder absoluto se ha individualizado y personalizado exclusivamente en la figura del Dr. Francia. Y este poder se expresa a través de la escritura, que es utilizada por el Supremo para transmitir sus órdenes a los funcionarios del gobierno y para narrar la ‘verdadera’ historia del nacimiento de la República. Su fin, tal padre protector de sus ilusos hijos-ciudadanos, es “instruir a los funcionarios civiles y militares sobre los hechos cardinales de nuestra Nación”, (2005, p. 157). De esta manera, y como un Napoleón iberoamericano, la Circular Perpetua tiene como objetivo educar a los paraguayos para crear ciudadanos obedientes e inteligentes. El recurso de la escritura se convierte en un instrumento para erigir una identidad nacional y para expresar el poder del Supremo en su deseo de homogeneizar la mentalidad de la nación. La ‘verdad’ que irradia de su pluma es la expresión intrínseca de la represión intelectual y un recurso que también pone de manifiesto su posición como padre protector de una nación de iletrados. Su posición de dictador paternalista, en necesidad de tener que ‘ilustrar’ y dirigir a sus incultos ciudadanos con su ‘verdad’, queda plasmada cuando el Supremo aduce que “…soy vuestro padre natural […]. Como quien sabe todo lo que se ha de saber y más, les iré instruyendo sobre lo que deben hacer para seguir adelante. Con órdenes sí, mas también con los conocimientos que les faltan sobre el origen, sobre el destino de nuestra Nación” (2005, p. 127). Sin embargo, tal buen ejemplo de dictador latinoamericano, el poder se disfraza en aras del ‘bienestar de la nación’ o de la ‘voluntad popular’. El poder absoluto y la conducción caprichosa del Estado parecieran legitimarse cuando el Dr. Francia argumenta “…que mi voluntad representa y obra por delegación de la incontrastable voluntad de un pueblo libre, independiente y soberano” (2005, p. 365). De esta manera, la narrativa de Roa Bastos es una crítica hacia la tendencia regional de favorecer formas de caudillismo en las que el poder se personifica en la figura de un
líder totalitario, que utiliza el lenguaje y la retórica para monopolizar la dirección de la sociedad, para lo cual recurre al supuesto interés general en aras de disfrazar su conducción personalista y caprichosa de la nación. La novela es también una exaltación a la peculiaridad única del Paraguay: a su cultura bilingüe y “a las extrañas y trágicas peripecias de su vida histórica y social” (2005, p. 24). El simbolismo utilizado a lo largo de Yo el Supremo sirve de instrumento literario para expresar la intención crítica de su autor, así como para exaltar el imaginario colectivo y la diversidad de la nación paraguaya. La doble persona Yo-El es sin duda el mayor simbolismo a lo largo de la novela, que incluso dilucida el elemento discursivo detrás del título de la misma. La duplicidad puede considerarse como una fusión del ‘Yo privado’ que representa la persona del Dr. Francia, y el ‘Él impersonal’ que representa a la figura del dictador como hombre público, símbolo de la unidad del Estado. La distinción se palpa en dos de las modalidades de la novela: “en el Cuaderno privado se expresa a solas y secretamente el YO; en la Circular se expresa pública y solemnemente el ÉL” (2005, p. 59). Esta doble persona se fusiona bajo el epíteto de Supremo Dictador. “Yo es Él, definitivamente. YO-ÉL-SUPREMO. Inmemorial. Imperecedero” (2005, pp. 589-590). El Supremo no es más que la unión de las dos facetas del Dr. Francia: de su faceta interna, sus ideas y su psicología, con su faceta de hombre externo, de estatista, de padre de la patria. Juntos, el individuo y el dictador dan origen a una unidad superior: El Supremo. La negación de sus padres y la idea de que “Yo he podido ser concebido sin mujer por la sola fuerza de mi pensamiento […]. Yo he nacido de mí y Yo solo me he hecho Doble” (2005, p. 250) es otra expresión de que el Supremo no es producto de la biología, sino de una fusión intelectual en el seno de la figura de Rodríguez de Francia. El poder se concentra en la fusión del individuo y del dictador: “Mi dinastía comienza y acaba en mí, en Yo-Él.” (2005, p. 238). Si bien estas alusiones le confieren un carácter mítico al caudillo, el simbolismo de la dualidad se extiende más allá. En el caso de su secretario, Policarpo Patiño, su presencia saca a relucir la relación amo-sirviente –expresión particular de la autoridad y del poder-, y evidencia la existencia de un doble exterior del Supremo. Patiño es el encargado de poner por escrito los dictados del Supremo, es decir, su escritura materializa las órdenes verbales del Dr. Francia por lo que es una expresión del poder absoluto. Sin embargo, como explica Milagros Esquerro, autora del prólogo a la 5ª edición, “el amanuense no puede dar una fiel reproducción de lo que dicta el Supremo, porque entre la palabra oral y la escritura hay una abismal diferencia” (2005, p. 60). Cuando el Dr. Francia le reprocha a Patiño que “…cuando te dicto, las palabras tienen un sentido; otro, cuando las escribes […] hablamos dos lenguas diferentes” (2005, p. 158), el simbolismo se refiere a la existencia de dos tradiciones lingüísticas en Paraguay: el guaraní como lenguaje oral y el castellano como lenguaje escrito (2005, p. 60). De tal manera que la perenne tensión entre el caudillo que dicta y el secretario que escribe no es más que la resolución de las contradicciones sociales entre dos grupos étnicamente diferentes –el mestizo y el guaraní- que al fusionarse habrán de formar la bilingüe nación paraguaya. La presencia del perro Sultán es otro ejemplo de la dualidad. Al igual que Patiño, Sultán es un doble del dictador pero con la diferencia de que éste presenta una actitud crítica hacia el
Supremo. Sultán abre los ojos del Dr. Francia ante la eminente traición de Patiño y predice la decadencia del dictador: “A la sordera se sumará la ceguera verbal […]. Perderás también por completo la memoria visual […]. Seguirás viendo algunos objetos; no podrás ver las letras de los libros ni lo que escribes” (2005, p. 557). De esta forma, el perro simboliza un elemento de confrontación literaria contra el caudillo. Al afirmar que el dictador perderá su capacidad verbal, se aduce que perderá su capacidad de dar órdenes, de dictar, de mandar; es decir, la expresión de su poder absoluto. Si Sultán es un elemento de auto-crítica, la existencia de un corrector le añade la confrontación exterior a la autoridad suprema. El corrector aparece como un actor misterioso que se inmiscuye en los escritos del Dr. Francia en el Cuaderno Privado -la expresión del Yo interior-, y entabla un diálogo polémico con el dictador. El simbolismo del corrector también es de carácter dual. Por un lado, es el juicio de la posteridad sobre la vida y gobierno de Rodríguez de Francia; por otro lado, es “la voz de la parte culpable de la conciencia del Supremo en el momento del balance final” (2005, p. 61). Es el cuestionamiento de su gobierno, de sus acciones, y sobre todo, de su poder absoluto. Cuando el corrector le reprocha que “de las prisiones subterráneas para esos pobres gatos del patriciado […] construiste sobre ese laberinto otro más profundo y complicado aún: el laberinto de tu soledad” (2005, p. 209), la alusión es clara al carácter represivo de su gobierno. La prisión política de Tevegó, donde aquellos “vagos, malentretenidos [sic], conspiradores, prostitutas, migrantes, tránsfugas, […] que en otro tiempo su Excelencia destinó a aquel lugar, ya no son más gente [sino] bultos nomás” (2005, pp. 111-112), constituye el mayor símbolo de la represión. Al perseguir a sus antiguos homólogos en la Junta, Francia se convirtió en la encarnación del poder unipersonal, pero al mismo tiempo, forjó su propio futuro recluido en la soledad del poder en su aislado rincón paraguayo. El temor ante los “estados extranjeros, gobiernos rapaces, insaciables agarradores de lo ajeno [como] el pantagruélico imperio de voracidad insaciable [que] sueña con tragarse al Paraguay” (2005, p. 183) llevó al Supremo a velar por la dignidad de la República. Para ello, estableció una política de cautela ante sus vecinos, que consistiría en un progresivo aislamiento comercial del resto del mundo. En nombre de la defensa de la Revolución, el Dictador Supremo estableció una cortina de acero frente a las pretensiones de un “Buenos Aires que quiere refundir a los paraguayos” (2005, p. 356). La defensa de la Revolución no sólo requirió la reclusión del Paraguay. Esa Revolución, que en lo ojos del Dr. Francia era la única de carácter puro, puesto que sus “fuerzas [revolucionarias] radican en los campesinos libres [y] en la incipiente burguesía rural” (2005, p. 345), necesitaba también de la más violenta represión contra sus opositores locales. “El Director de la Revolución soy yo. Los traicioneros golpes thermidorianos nos acechan a cada paso. Hace falta una mano de hierro para conjurarlos (2005, p. 346). Esta auto-concepción de su régimen y del peligro que corría por las conjuras oligarcas, le llevó a establecer un régimen de persecución contra sus enemigos internos. Su odio contra la aristocracia, que “desde hace un siglo ha traicionado la causa de nuestra Nación” (2005, p. 133), llevó al dictador a destruir a esta élite como clase beneficiada. “Redacté leyes iguales para el pobre, para el rico. Las hice contemplar sin contemplaciones. […]. Acabé
con la injusta dominación y explotación de los criollos sobre los naturales” (2005, pp. 135-136). Pero este proceso de destrucción de la oligarquía adquirió tonos de represión violenta. A raíz de la conspiración de 1820 -en la que participaron militares y miembros de la élite - el caudillo inició un proceso de ejecuciones y detenciones en la cárcel del Tevegó. La represión acabaría con los enemigos del régimen y dejaría la puerta abierta para la consolidación del poder absoluto, el fantasma que tanto condena Roa Bastos. Una nota del compilador –ese actor que introduce la visión del autor en la trama narrativa- resume la dinámica del proceso: “Los problemas de meteorología política fueron resueltos de una vez para siempre en menos de una semana por los pelotones de ejecución” (2005, p. 522). Sin embargo, en la persecución del poder absoluto los rivales destruidos no se limitaron al ámbito de lo terrenal. Tras negar a la falsa religión judeocristiana, el Supremo le reprocha al Padre Céspedes: “¿En esta religión debo creer? Desconozco a este Dios de la destrucción y de la muerte. ¿A un Dios desconocido debo confesar mis pecados?” (2005, p. 501). Era lo que faltaba: el temor de Roa Bastos por el poder absoluto y por el enfermo orgullo humano se ha terminado de consolidar. No hay individuo, grupo, ni siquiera Dios, que se atreva ahora a cuestionar al Supremo. Pero la materialización del poder del Supremo debía de alcanzarse con la formación de un Estado. Ese Estado, que aún se resistía a consolidarse en el resto de Hispanoamérica, era para el Supremo un ideal a alcanzar. Como le indicara al Doctor Echeverría en una visita al Paraguay, “nosotros los intelectuales […] hemos de establecer primero las instituciones a fin de que a su vez ellas hagan las leyes, eduquen a los hombres a ser hombres” (2005, p. 349). Los planes para la formación del Estado se volvieron una realidad con la creación de un Ejército de ciudadanossoldados y de un funcionariado burocrático. Ambos “han de recibir una formación rigurosa que les permita a los unos defender la Nación de sus enemigos; a los otros, administrar justicia a favor del pueblo” (2005, p. 533). Y gracias a su manejo detallado de las cuentas de la Tesorería –razón de ser del Cuaderno Privado- Rodríguez de Francia puede asegurar que “tenemos el Estado más barato del mundo […]; debemos esforzarnos ahora en la defensa de este inconmensurable bien” (2005, p. 534). Pero este ideal de un Estado institucionalizado sucumbió ante su ansia de poder paternalista. Ese poder absoluto, que debía quedar en manos de un Estado impersonal, se personificó en la imagen del Supremo: una figura omniabarcante que se identifica a sí mismo con el gobierno y la sociedad como un todo. “El Supremo es aquel que lo es por su naturaleza. Nunca nos recuerda a otros salvo a la imagen del Estado, de la Nación, del pueblo, de la Patria” (2005, p. 163). La concentración de poder, la personificación del Estado en la figura del Dr. Francia, el empleo desmedido de la represión y el encierro político e intelectual de Paraguay son los temas que Roa Bastos quiere censurar con su novela. La extraña y compleja intertextualidad estilística sirve a este propósito: ya sea mediante el diálogo con su amanuense, del dictado perpetuo o de su monólogo interno, el lenguaje es el mayor instrumento del Supremo para materializar su poder absoluto, y ese mismo lenguaje es la herramienta que utiliza Roa Bastos para cuestionar la temática del poder. A través de la simbólica fusión del autor, de la posteridad y de la conciencia del Supremo en la figura del corrector, el autor consuma su crítica sumaria al régimen de Gaspar Rodríguez de Francia:
Creíste que la Patria que ayudaste a hacer, que la Revolución que salió armada de tu cráneo, empezaban-acababan en ti […]. Te alucinaste y alucinaste a los demás fabulando que tu poder era absoluto […]. Dejaste de creer en Dios pero tampoco creíste en el pueblo con la verdadera mística de la Revolución; […] cuando la llama de la Revolución se había apagado en ti, seguiste engañando a tus conciudadanos con las mayores bajezas, con la astucia más ruin y perversa […]. Enfermo de ambición y orgullo, de cobardía y miedo, te encerraste en ti mismo y convertiste el necesario aislamiento de tu país en el bastión-escondite de tu propia persona (2005, pp. 593-594).
El mensaje de Roa Bastos es claro: el poder desmedido del Dr. Francia y su paranoia psicológica han condenado al Paraguay decimonónico al peor de los aislamientos. Pero el mensaje no se limita a lo particular. La crítica al poder, a la represión, a la retórica discursiva y al encierro político es un mensaje general contra el autoritarismo hispanoamericano. Quizá el Dr. Francia es el recurso simbólico para repudiar a la dictadura de Alfredo Strossner o esa propensión de América Latina de encerrarse en sí misma al caer presa de de la retórica y del poder absoluto. En respuesta, el autor recurre a la fortaleza de la pluma y del lenguaje para reprochar el estigma del poder absoluto. Sin embargo, la crítica interpretativa de Roa Bastos no es la única visión sobre el gobierno del Dr. Francia. Sergio Guerra Vilaboy, profesor de la Universidad de la Habana, concibe el período en cuestión como “una dictadura nacional revolucionaria” encaminada a asegurar la soberanía de la nación a través de un “férreo control estatal sobre el comercio y la economía” (Guerra Vilaboy: 1986, p. 120). El autor enfoca el estudio desde una perspectiva socioeconómica y califica al dictador como el constructor de una sociedad igualitaria, en la que se logró eliminar la propiedad semifeudal de la oligarquía criolla y de la burguesía peninsular. En lugar de criticar la temática del poder, el cubano alaba los esfuerzos del Dr. Francia por mantener la independencia política y económica del Paraguay. Para ello, fue necesario que el Estado adoptara formas paternalistas de gestión económica en detrimento de la propiedad privada, por lo que las fuerzas productivas no surgieron de una burguesía naciente sino de un capitalismo de Estado. En su interpretación marxista, Guerra Vilaboy (1986, p. 120) concluye que la dictadura de Rodríguez de Francia constituyó una manifestación radical del movimiento independentista, la cual no sólo alcanzó mayores progresos socioeconómicos, sino que se convirtió en una manifestación sui géneris de la tendencia hacia el socialismo latinoamericano. No obstante, en su concepción materialista-dialéctica, Guerra Vilaboy reconoce que la construcción socioeconómica de Paraguay no era más que una fantasía socialista –similar a las ideas de aquellos ideólogos calificados por Karl Marx como utópicos-, ya que en su mismo paternalismo, el Dr. Francia no eliminó los rezagos de una economía patriarcal y evitó la consolidación de una burguesía capitalista, etapa necesaria para la edificación de una sociedad socialista sin clases. salvaje El balance histórico del régimen de Gaspar Rodríguez de Francia permite concluir que su liderazgo personalista hizo posible la instauración de un orden político estable que salvó al rincón guaraní de la desenfrenada anarquía que afectaba a la región del Río de la Plata. Francia evitó que la provincia cayera presa de los intereses de Brasil y Buenos Aires, y su sólida cortina de acero fomentó la autosuficiencia económica del país. Su legado incluyó la edificación de pilares básicos para la formación de un Estado paraguayo, entre ellos, un Ejército, un sistema de tribunales, un
funcionariado y un ordenado sistema fiscal. Sin embargo, su muerte significó todo un trauma para una nación que se sintió huérfana sin la conducción del caudillo. Sus sucesores, Carlos Antonio López y Francisco Solano López, mantuvieron el control estatal de la economía y se beneficiaron del monopolio del poder heredado del régimen del Dr. Francia. No obstante, en aras de introducir rudimentos para la modernización, los López gradualmente pusieron fin al aislamiento paraguayo. El contacto con la modernidad habría de ser fatal para la estabilidad interna. Bajo Solano López, Paraguay abandonó su aislamiento y buscó convertirse en una ‘Prusia sudamericana’ al modernizar sus fuerzas armadas e intervenir activamente en la geopolítica del Plata (Lynch: 1992, pp. 309-313). En respuesta, los brasileños y bonaerenses formaron la Triple Alianza y aplastaron la soberanía de la república guaraní. El orgulloso legado del Dr. Francia había sido violado y Paraguay retornaba a un estado primitivo. El deseo de retornar a ese orden de la época del caudillo llevó a la creación del Partido Colorado, que identificado con la tradición ‘lopista’ y autoritaria de los primeros años de la república, gobernó hasta principios del siglo XX. El nacionalismo popular se convirtió en una bandera de los colorados, quienes a mediados del siglo XX se convirtieron en partido de gobierno bajo la dictadura de Alfredo Stroessner (Di Tella: 1993, p. 170). Las tradiciones de poder dictatorial y nacionalismo popular –propias de la dictadura del Dr. Francia- renacieron con la figura de Stroessner. La represión de su gobierno, que habría de afectar directamente a Augusto Roa Bastos, sería el acicate para que el autor lanzara un grito literario de inconformidad contra el poder y la retórica lingüística: Yo el Supremo. La novela representaba un ataque contra el poder absoluto de antaño y la dictadura del presente; contra el aislamiento del siglo XIX y la represión del XX; contra el caudillismo civil de Gaspar Rodríguez de Francia transformado en el pretorianismo militar de Alfredo Stroessner. Fuentes consultadas Texto Base: Roa Bastos, A. (2005). Yo el Supremo. (5ta ed.). Madrid, España: Ediciones Cátedra. Fuentes de Consulta: Bach, C. (1996). Augusto Roa Bastos: La realidad superada[Versión electrónica], Revista América O.E.A., Washington D.C. Recuperado el 18 de septiembre, de http://www.romanistik.uni-mainz.de/hisp/roa/La_realidad_superada.htm Di Tella, T. (1993). Historia de los partidos políticos en América Latina, siglo XX. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica. Florencia Zaldívar, J. (2006). Yo, el supremo: las otras historias en la historia [Versión electrónica], Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid. Recuperado el 15 de septiembre, de http://www.ucm.es/info/especulo/numero33/yoelsupr.html Guerra Vilaboy, S., Ansaldi, W., Ayala Mora, E., et al (1986).Dictaduras y Dictadores. México D.F., México: Siglo XXI Editores.
Halperín Donghi, T. (1998). Historia contemporánea de América Latina. Madrid, España: Alianza Editorial. Halperín Donghi, T. (1985). Historia de América Latina, 3 – Reforma y disolución de los imperios Ibéricos, 1750 - 1850. Madrid, España: Alianza Editorial. Hanke, L. (1961). América Latina (continente en fermentación).México D.F., México: Aguilar. Lynch, J. (1992). Las Repúblicas del Río de la Plata. En L. Bethell (ed.). Historia de América Latina (pp. 295-315) Barcelona, España: Editorial Crítica. Safford, F. (1991). Política, Ideología y Sociedad. En L. Bethell (ed.), Historia de América Latina (pp. 42-103), Barcelona, España: Editorial Crítica. Tedio, G. (2004). Historia, ficción, poder y lenguaje en ‘Yo el supremo’, de Augusto Roa Bastos [Versión electrónica], Revista de estudios literarios, Universidad Complutense de Madrid. Recuperado el 15 de septiembre de, http://www.ucm.es/info/especulo/numero28/yosuprem.html Villegas, A.(1986). Reformismo y revolución en el pensamiento latinoamericano. México, D.F., México: Siglo XXI.
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