Yacay Y acay
rumbo a las Llanuras Kaibas Luz María del Valle
Yac Yacay ay
rumbo a las Llanuras Llanuras Kaibas
Luz María del Valle Ilustraciones de Francesca Mencarini
editorial amanuta
YACAY RUMBO A LAS LLANURAS KAIBAS Colección Niños con Cuento © Luz María del Valle, 2010 © de esta edición: Editorial Amanuta Limitada, 2010 Santiago, Chile www.amanuta.cl e-mail:
[email protected] Edición general: Ana María Pavez y Constanza Recart Ilustraciones: Francesca Mencarini Diseño: Philippe Petitpas Primera Edición: Mayo 2010 N° registro: 191.253 ISBN: 978-956-8209-56-8 Impreso en Chile editorial amanuta Todos los derechos reservados
del Valle, Luz María. Yacay rumbo a las Llanuras Kaibas / Luz María del Valle. Ilustraciones de Francesca Mencarini. 1º ed. - Santiago: Amanuta, 2010. [204 p.]: il. 20 x 15 cm. (colección Niños con Cuento). ISBN: 978-956-8209-56-8 1. CUENTOS INFANTILES CHILENOS Mencarini, Francesca, il.
Yacay
rumbo a las Llanuras Kaibas
editorial amanuta COLECCIÓN NIÑOS CON CUENTO
Para ti, mamá.
Índice 1. Huida ............................................................................................. 15 2. El gigante ....................................................................................... 19 3. Río abajo ....................................................................................... 33 4. Algunos tropiezos ........................................................................ 49 5. El Lago de la Paz .......................................................................... 59 6. Alguien más viajará ..................................................................... 71 7. Las Selvas Túparas ........................................................................ 83 8. El río Grande ............................................................................... 97 9. El baile de la trenza ..................................................................... 109 10. Las habilidades secretas de Ribo ............................................. 125 11. Las Llanuras Kaibas .................................................................... 139 12. Una noche sin dormir ............................................................... 145 13. Los kaibos ................................................................................... 153 14. Los espías ................................................................................... 157 15. La batalla de las vasijas ............................................................. 167 16. Terror en el pozo ....................................................................... 183 17. Adiós a los kaibos ...................................................................... 193
Algunos personajes que encontrarás en esta historia Volocordos Sus casas están en las ramas de los árboles del Gran Bosque, tienen piel celeste, alas en la espalda y plumas en la cabeza; se alimentan de vegetales y su vista es excelente a la luz del día; pueden volar y caminar, pero no nadar, aunque les encanta mojarse y jugar en el agua.
Yacay
Tolbon
El rey Coron
La reina Nira
Ragon
Maullianos Sus casas están junto a las raíces del Gran Bosque, aunque antes vivían en cuevas en las montañas; sus cuerpos son fuertes y ágiles, cubiertos de hermosos pelajes; son cazadores, comen solo carne, tienen excelente visión nocturna, pueden nadar y corren más veloces que cualquier otra criatura.
El joven rey Imiu
Gania
La curandera Guimia
El guerrero Gaibor
Linco
Guácaros Viven normalmente al otro lado de las montañas Media Luna. Son extremadamente fuertes, comen carne y cambian de lugar cuando se les acaba el alimento. A veces atacan violentamente a otras criaturas sin provocación.
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1. Huida
Detrás de una enorme roca, una criatura fétida y sucia gruñó sin voz. Se escuchó el susurro vibrante de su garganta y la nariz esnifando, buscando a su próxima víctima. De la boca sobresalían unos colmillos húmedos, amarillentos. Alguien jadeaba al otro lado de la piedra, aterrorizado. Un sollozo infantil se escapó entre los jadeos. El horrible guácaro lo escuchó. Rodeó la piedra con solo dos pasos de sus piernas torcidas y la sombra de sus brazos extendidos alcanzó a la víctima, que gritó de terror. Pero entonces otra sombra apareció. Era una sombra enorme, que cubrió al guácaro desde arriba de la piedra. Algo gigantesco y pesado cayó sobre la cabeza del guácaro. No, no era algo… ¡era alguien!
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Se oyó un crujir de huesos. –¡Vienen detrás de mí, corre! –gritó el gigante. Varios gruñidos se escucharon a escasos metros. Una extraña criatura salió corriendo a tropezones desde detrás de la roca, nerviosa, sin mirar atrás. El gigantesco ser que la había salvado trató de levantarse con dificultad. Tomó lo que quedaba del guácaro que acababa de destrozar y lo lanzó contra el grupo que se aproximaba. Luego cojeó mientras se alejaba lo más posible de su protegido. Se internó entre altos árboles, tratando de atraer a la horda de monstruos
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tras él. Corrió, cojeó, se arrastró. Los guácaros lo seguían de cerca. Solo un pensamiento lo mantenía con fuerzas: “No debo caer”. Poco más allá, cuando ya sentía que sus fuerzas desmayaban, una charca se interpuso en su camino. Tropezó y cayó de bruces. El agua lo cubrió por completo. Conteniendo la respiración, se giró con dificultad para mirar a la superficie. Esperaba ver las patas y los hocicos amenazantes en cualquier momento sobre su cuerpo. Pero nada sucedió. Cuando no soportó más, levantó la cabeza para respirar. No vio ni un solo guácaro alrededor. Inmóvil durante varios minutos esperó y esperó. Todo era silencio. Pensó que tal vez los guácaros habían perdido su rastro, porque seguramente el agua había borrado su olor. Tembloroso y gimiendo se sentó y luego hizo grandes esfuerzos para levantarse. Salió de la charca y cojeó, internándose más y más entre los árboles. –Quizá los túparos puedan ayudarnos –pensó en voz alta.
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2. El gigante
Días después de su milagrosa escapada, el gigante caminaba por la orilla de un río, siguiendo su curso corriente abajo. Todavía cojeaba con dolor y dificultad y estaba agotado por el largo viaje junto a las montañas. Observó cómo en la orilla opuesta, en la medida en que avanzaba, los árboles eran cada vez más altos y anchos, hasta llegar a ser gigantescos. Con sus hojas plateadas brillando al sol y enormes raíces levantando la tierra, eran imponentes. Llegaba a dar miedo cruzar el río, pero, al mismo tiempo, la belleza de tan inmenso bosque producía una atracción irresistible, casi mágica, que invitaba a develar los misterios de las criaturas que vivían allí. ¿Sería verdad lo que le habían dicho los túparos sobre esas criaturas? ¿Existirían de verdad hombres-gato y hombres voladores?
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Hasta hacía solo unas horas dudaba de la existencia de los árboles gigantes… ahora que los estaba viendo, tenía la esperanza de que todas las maravillas que le habían contado de ese lugar fueran reales. Se acercó más al agua, hundió los adoloridos pies y el frío de la corriente lo alivió por un momento, pero enseguida se convirtió en una tortura para su herida. Apretó los dientes y avanzó, contento de ver que en lo más profundo, el río no alcanzaba a cubrirlo hasta los hombros. Con algo más de confianza, dio otro paso y otro más. Pero entonces un sonido ronco y profundo lo sobresaltó. Era el silbido grueso e interminable de algún instrumento musical, tal vez un cuerno… Parecía venir del corazón del bosque. Siguió avanzando más lentamente, pero con decisión. Se le nublaba la vista por el esfuerzo. Arrastrándose, logró salir del agua. Sus ojos vieron manchas de vivos colores al frente, junto a las raíces inmensas. Las manchas se acercaban, se movían… tenían pies. Parpadeó. Cerró los ojos, inspiró profundamente y volvió a abrirlos. La vista se le aclaró un poco. Su corazón comenzó a latir con fuerza. –¡Seres celestes con alas!… ¡Y otros como gatos!… ¡Lo logré! –exclamó con las últimas fuerzas de sus pulmones, y, justo antes de desmayarse, alcanzó a gritar–. ¡Ayúdenme, por favor! ¡Salven a mi pueblo!
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Cuando volvió a abrir los ojos, estaba tirado de espaldas. El dolor de su pie había desaparecido por completo, pero se sentía mareado. Unos ojos de pupilas verticales lo miraban desde una cara felina, de hermoso pelaje negro y brillante, atravesado por una larga mancha blanca.
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–Está despertando –dijo la voz aguda de otra cara igualmente felina, aunque gris y gastada–. Buen trabajo, Imiu. El gigante se incorporó, y su movimiento produjo un nervioso salto de los dos maullianos hacia atrás. Con esfuerzo se puso de pie. Sus piernas eran tan gruesas que parecían dos troncos, su cuerpo entero era fuerte y macizo y de un color grisáceo. La cabeza era completamente calva. En ella sobresalían dos orejas muy grandes y planas, que se movían hacia adelante y hacia atrás. Una tremenda narizota ganchuda de enormes agujeros casi tapaba la pequeña boca triangular, que terminaba en punta hacia abajo. Sus redondos ojos negros mostraban tanto miedo como los del grupo de volocordos y maullianos que rodeaban al hombre-elefante apuntándolo con sus arcos y lanzas. –Te doy la bienvenida al Gran Bosque, forastero. Soy Coron, rey de los volocordos –dijo el padre de Yacay, y señaló al joven de la mancha blanca–, y este es Imiu, rey de los maullianos. –Prolongue el cielo las lluvias para ustedes, amigos reyes –contestó el gigante–. Mi nombre es Ribo y vengo desde muy lejos, del país de los kaibos, a pedirles… a rogarles que ayuden a mi pueblo. Volocordos y maullianos bajaron sus arcos y lanzas.
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Ribo explicó a sus anfitriones que venía de mucho más allá del río Grande, más allá de las Selvas Túparas. Su viaje se debía a que en las Llanuras Kaibas, donde vivía su pueblo, la última estación seca había traído más desgracias que de costumbre. Grupos de guácaros los estaban atacando y, a pesar de que hasta ahora los kaibos vencían por la fuerza, los hombres-perro cada vez llegaban en mayores cantidades y estaban causando terribles daños en las llanuras. –Durante el último ataque de esas bestias nauseabundas quedé atrapado entre los guácaros y mi familia. Escapé de milagro. En la selva, los túparos me contaron que siguiendo las montañas, al otro lado del río Viejo, encontraría el Gran Bosque, donde vivían los únicos que han vencido a los guácaros alguna vez. –¿Los túparos? –preguntó Yacay. –Sí, los sabios de la selva, que todo lo ven y todo lo oyen. Me contaron que habían visto una horda de guácaros huir por el otro lado de las montañas, escapando de hombres-gato y hombres voladores… o sea, de ustedes. –¿Y cómo son esos túparos? –preguntó Imiu. –Son muy misteriosos –respondió Raico, el más anciano volocordo del Gran Bosque–, es muy difícil verlos si ellos no te
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quieren ver a ti. Salen a tu encuentro como fantasmas, sigilosos, y desaparecen antes de que puedas seguirlos. Si tus intenciones no son buenas, pueden matarte en un segundo; pero si tienes una pregunta importante, probablemente sepan la respuesta. Yacay rascó las rojas plumas de su cabeza. Pensó que conocía muy poco el mundo. ¿Cómo era posible que existiesen tantas criaturas distintas y tantos lugares de los que nunca había oído hablar? Le vinieron unas ganas tremendas de viajar y explorar. Quería ver esas llanuras donde solo llovía la mitad del año y conocer a sus habitantes, los kaibos. Quería mojarse en el que llamaban río Grande… ¿sería más grande aún que el río Viejo, que corría junto al Gran Bosque? Soñó con volar sobre la selva y ver a los túparos. Tan distraído estaba en estos pensamientos que se perdió parte de la conversación. Se dio cuenta de que Vol Coron había estado contando la historia de la batalla contra los guácaros, su tema favorito de conversación. Oyó cómo su padre relataba el final de aquellos días, cuando descubrieron que su enemigo temía al agua y entonces cavaron una larga zanja, la llenaron de agua y quedaron rodeados por un lado con el río Viejo y, por el otro, con esta zanja, que llamaron río Nuevo. –… Y desde entonces nunca más un guácaro se ha acercado a estas tierras– terminó su relato el rey Coron.
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–¿Así que los guácaros temen al agua? –preguntó extrañado el gigantesco hombre-elefante, y enseguida añadió, como hablando consigo mismo–. Esa debe ser la razón por la que no aparecen durante la estación lluviosa en las Llanuras Kaibas. Pero cerca de nuestro pueblo no hay ningún río. Solo un par de pequeños arroyuelos… no será suficiente… ¡Estamos perdidos! Un silencio siguió a las palabras de Ribo. El gigante, con lágrimas en los ojos, aceptó una cesta de frutas que le ofrecieron dos volocordas. En medio del silencio, todos abrieron enormemente los ojos cuando vieron que Ribo tomaba una fruta, la acercaba a su nariz y, con ella, la empujaba hasta la boca. ¡La nariz se movía! Casi sin masticar, el hombre-elefante fue tragándose una fruta tras otra con tal rapidez, que pronto las volocordas tuvieron que traerle otra cesta. Mientras tanto, el rey Coron, Imiu, Yacay y Gaibor, el más destacado guerrero maulliano, discutían en voz baja. Pronto Imiu alzó la voz y propuso una reunión del Consejo. Los guerreros y los ancianos se sentaron en círculo junto al gigante, que seguía comiendo sin parar. Los demás tuvieron que volver a sus casas, pues las reuniones del Consejo eran solemnes y secretas.
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Vol Coron tomó la palabra: –Buen viento a todos mis guerreros y ancianos, buen viento a los amigos maullianos. Los invito a discutir sobre la situación de Ribo. Enseguida habló Imiu: –Saludos, guerreros y ancianos; saludos, amigos volocordos. Acojo la invitación de Vol Coron. –Saludos, rey Imiu –dijo Gaibor–, como maulliano y como guerrero no puedo abandonar a un amigo que pide ayuda. Pienso que debemos acompañarlo y luchar a su lado. Si no tienen agua suficiente para hacer un río, al menos tendrán mis brazos para disparar y mis piernas para correr. Me ofrezco como voluntario. –Yo también estoy dispuesto –dijo entonces Yacay–. Creo que un grupo de nosotros podría acompañar a Ribo llevando todas las armas que podamos transportar. ¿Sabes usar un arco, Ribo? –Nunca hemos tenido armas –explicó Ribo, sentado y apoyado en un árbol–. Nosotros nos enfrentamos a golpes con los guácaros. Nuestro peso y nuestra fuerza son las únicas armas que conocemos. Esta herida de mi pie me la hice al saltar sobre uno de ellos.