Winnicott, Donald - Deprivacion Y Delincuencia
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DEPRIVACIÓN Y DELINCUENCIA Compilado por Clare Winnicott, Shepherd y Madeleine Davis
Titular original: Deprivation and Delincuency Tavistock Publications Ltd. London and New York 1954 Clare Winnicott
ISBN O -422 -79180 -6 Traducción de Leandro Wolfson (Caps. 1, 2, 10 a 12, 14 a 20, 23 a 29) y Noemí Rosenblatt (Caps. 3 a 9, 13, 21 y 22) Revisión técnica y establecimiento del vocabulario: Lic. Jorge Rodríguez (U.B.A.) y Dra. María Lucila Pelento Cubierta de Gustavo Macri 1º Edición 1990 Impreso en la Argentina Printed in Argentina Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723 Copyright de todas las ediciones en castellano Editorial Paidós SAICF Defensa 599, Buenos Aires Ediciones Paidós Ibérica SA Cubí 92, Barcelona Editorial Paidós Mexicana Guanajuato 202, México
La reproducción total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea, idéntica o modificada, escrita a por el sistema impreso, por fotocopia,
fotoduplicación, etc., no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. ISBN 950 -4145- 9
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INDICE Prefacio de los compiladores Introducción de Clare Winnicott
6 6 Primera parte
NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA Introducción de los compiladores 1. Evacuación de niños pequeños (1939) 2. Reseña de De The Cambridge Evacuation Survey:A Wartime Study In Social Welfare And Education 3. Los niños en la guerra (1940) 4. La madre deprivada (1939) 5. El niño evacuado (1945) 6. El retorno del niño evacuado (1945) 7. El regreso al hogar (1945) 8. Manejo residencial como tratamiento para niños difíciles (1947) 9. Albergues para niños en tiempos de guerra y de paz (1946)
10 13 20 22 26 31 34 37 40 52
Segunda parte NATURALEZA Y ORÍGENES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL Introducción de los compiladores 10. La agresión y sus raíces (1939) 11.El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro (1963) 12. La ausencia de sentimiento culpa (1966) 13. Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil 14.La tendencia antisocial (1956) 15. Psicología de la separación (1958) 16. Agresión, culpa y reparación 17. Luchando por superar la fase de desaliento malhumorado (1963) 18. La juventud no dormirá (1964)
56 58 69 73 78 83 91 93 99 107
Tercera parte LA PROVISIÓN SOCIAL Introducción de los compiladores 19. Correspondencia con un magistrado (1943) 20. Las bases de la salud mental (1951) 21. El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar (1950) 22.Las influencias grupales y el niño inadaptado: el aspecto escolar (1955) 23. La persecución que no fue tal(1967) 24. Comentarios al “Informe del comité sobre los castigos en cárceles y correccionales (1961) 25.¿Las escuelas progresivas dan demasiada libertad al niño? (1965) 26. La asistencia en internados como terapia (1970)
110 112 115 117 128 135 136 141 148 3
Cuarta parte TERAPIA INDIVIDUAL Introducción de los compiladores 27. Variedades de psicoterapia (1961) 28. La psicoterapia de los trastornos del carácter (1963) 29.La disociación revelada en una consulta terapéutica (1965)
155 156 162 172
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RECONOCIMIENTOS Los artículos "La psicoterapia de los trastornos del carácter" y "El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro", incluidos en el libro The Maturational Processes and the Environment, se reproducen aquí con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de International Universities Press, de Nueva York. El artículo "La tendencia antisocial", tomado del libro Through Paediatrics to Psychoanalysis, se reproduce con la autorización de Hogarth Press, de Londres, y de Basic Books, de Nueva York.
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PREFACIO DE LOS COMPILADORES Nuestro propósito al seleccionar los artículos que componen este volumen ha sido presentar las ideas de Donald Winnicott de un modo que resulte práctico y a la vez interesante para el lector. Hemos incluido algunos artículos hasta ahora inéditos, algunos que sólo aparecieron en revistas que no están disponibles para su consulta, y también unos pocos trabajos bien conocidos que aparecieron en sus libros -esto último en beneficio de la claridad y la integridad de la exposición-. Deliberadamente hemos reducido al mínimo las correcciones en los artículos inéditos, aunque tenemos la impresión de que el propio Winnicott los habría revisado antes de hacerlos públicos. De lo anterior se deduce que forzosamente se encontrarán algunas repeticiones, pero nos parece que este pequeño precio bien vale la pena con tal de exponer en su conjunto las concepciones de Winnicott sobre el tema de este volumen. Clare Winnicott Ray Shepherd Madeleine Davis Londres Marzo de 1983 INTRODUCCIÓN DE CLARE WINNICOTT No parece exagerado afirmar que las manifestaciones de la deprivación y la delincuencia en la sociedad son una amenaza tan grande como la de la bomba nuclear. De hecho, existe sin duda un vínculo entre las dos clases de amenazas, pues a medida que aumenta el elemento antisocial en la sociedad se eleva también a un nuevo nivel de peligrosidad el potencial destructivo. En la actualidad estamos luchando para impedir dicho incremento del nivel de peligrosidad, y es preciso que apelemos para dicha tarea a todos los recursos que estén a nuestro alcance. Uno de esos recursos, indudablemente, es el conocimiento adquirido por alguien que haya debido hacer frente a los problemas de deprivación y la delincuencia asumiendo responsabilidad ante casos individuales. Donald Winnicott fue una de esas personas, catapultadas a esa posición por la Segunda Guerra Mundial, cuando fue nombrado psiquiatra consultor en el Plan Oficial de Evacuación de Personas, para una de las zonas de recepción de los evacuados en Inglaterra. Si bien las circunstancias en que se halló entonces Winnicott eran anormales a raíz de la guerra, el conocimiento que obtuvo gracias a esta experiencia es de aplicación general, ya que los niños deprivados que se vuelven delincuentes tienen ciertos problemas básicos que se manifiestan en formas previsibles, sean cuales fueren las circunstancias. Por lo demás, los niños que estuvieron a cargo de Winnicott necesitaban atención especial pues no podían ser alojados en hogares corrientes. En otras palabras, ya tenían dificultades en su propio hogar antes de que se declarase la guerra. Para ellos, la guerra fue un hecho casi incidental, salvo en aquellos casos (que no fueron pocos) en que les resultó francamente beneficiosa por cuanto los apartó de una situación intolerable, ubicándolos en otra en la cual podían recibir alivio y ayuda, y a menudo los recibieron. La experiencia de la evacuación durante la guerra tuvo profundos efectos en Winnicott, ya que allí encontró concentrada toda la confusión producida por la quiebra total de la vida familiar, y tuvo que vivir los efectos de la separación y la pérdida, de la destrucción y la muerte. Debió manejar y contener, e ir comprendiendo poco a poco, las reacciones personales manifestadas en comportamientos extravagantes o delictivos, y lo hizo trabajando en el plano local junto a un equipo de personas. Los niños que atendió habían llegado al final del camino; para ellos no existía nada más allá, y la principal preocupación de todos los que procuraban ayudarlos fue cómo brindarles sostén. Hasta ese momento de su carrera profesional, Winnicott se había dedicado a la clínica hospitalaria y la atención privada; en ambos casos, los niños que atendía eran traídos por los adultos responsables de ellos. Al forjar su temprana experiencia clínica evitó deliberadamente, en la medida en que pudo hacerlo, tomar casos de delincuentes, ya que el hospital no contaba con los recursos para ello y el propio Winnicott no se sentía en 6
condiciones de desviarse hacia este campo colateral de trabajo, que demanda enorme cantidad de tiempo y exige capacidades e instalaciones que él no tenía. Pensó que primero debía reunir experiencia trabajando con padres y niños corrientes dentro de su propio medio familiar y en su lugar de residencia. La mayoría de estos niños podían ser ayudados y era dable impedir que sufrieran un mayor daño psiquiátrico, en tanto que aquellos otros que ya habían caído en la delincuencia necesitaban algo más que ayuda clínica. Presentaban un problema de cuidado y de manejo de pacientes. Pero cuando estalló la guerra, Winnicott ya no pudo eludir más la cuestión de los delincuentes, y adrede aceptó el cargo de consultor del Plan de Evacuación sabiendo en buena medida en qué se metía, y que lo esperaba toda una nueva gama de experiencias. Su acervo clínico iba a tener que ampliarse para incluir los aspectos del tratamiento vinculados con el cuidado y el manejo de los pacientes. Poco después de iniciado el plan zonal al que se incorporó Winnicott, yo me sumé a su equipo como asistente social psiquiátrica y administradora de los cinco albergues destinados a los niños demasiado trastornados como para ir a vivir en hogares comunes. Pensé que mi primera tarea era tratar de desarrollar un método de trabajo que nos permitiera a todos (incluido Winnicott) aprovechar al máximo las visitas semanales que él nos hacía. El personal que residía en los albergues cargaba sobre sí todo el impacto de la confusión y desesperación de esos niños, y los resultantes problemas de conducta, el personal quería que se le dijera qué debía hacer, con frecuencia anhelaba ansiosamente recibir ayuda en la forma de instrucciones precisas. Llevó tiempo lograr que aceptasen que Winnicott no tomaría ese rol ni podía tomarlo, pues no estaba presente ni tan involucrado como ellos en las situaciones que presentaba la vida diaria con esos chicos. Gradualmente fueron reconociendo que todos debíamos asumir la responsabilidad por actuar con cada niño según nuestro y entender en las situaciones cotidianas. Luego reflexionaríamos acerca de todo lo hecho y, cuando Winnicott nos visitase, lo comentaríamos con él de la manera más sincera posible. Esta resultó ser una buena forma de trabajar, y la única viable en esas circunstancias. Nuestros encuentros con Winnicott eran el punto culminante de la semana y constituían una invalorable experiencia de aprendizaje para todos, incluido el propio Winnicott, quien llevaba un registro de la situación de cada niño y la tensión a que sometía al personal. Sus comentarios casi siempre se vertían en la forma de preguntas que ampliaban el debate sin violar jamás la vulnerabilidad de cada integrante del personal. Luego de tales encuentros, Winnicott y yo procurábamos formarnos una idea de lo que iba aconteciendo a partir de la masa de detalles que nos eran suministrados, y formular alguna teoría provisional al respecto. Esta era una labor totalmente absorbente, pues no bien se había formulado alguna teoría, ya tenía que ser descartada o modificada. Por otra parte, para mí constituía un ejercicio esencial, ya que durante la semana yo era la caja de resonancia de los problemas de los encargados de cada albergue, y quien debía brindarles apoyo permanente en los momentos difíciles. Mi misión era alertar al director del Plan de Evacuación acerca de los riesgos de ciertas medidas indispensables que podían desembocar en una catástrofe, e informar a Winnicott sobre todo lo que sucediera. No hay duda de que este trabajo junto a los niños deprivados confirió una dimensión completamente nueva al pensamiento y la práctica profesional de Winnicott, y gravitó en sus conceptos fundamentales sobre el crecimiento emocional y el desarrollo. Pronto comenzaron a cobrar forma y expresión sus teorías sobre los impulsos subyacentes en la tendencia antisocial. Sus ideas repercutían en el acontecer concreto de los albergues y en la forma en que el personal trataba a los niños, y él tomaba siempre cuidadosa nota de los resultados. Los cuadernos de anotaciones sobre los albergues aún existen y dan evidencia de su minuciosa observación y de la atención que prestaba a cada detalle. Paulatinamente se fueron estableciendo nuevos enfoques y actitudes, y se procuró alcanzar la inocencia que estaba por detrás de las defensas y de los actos delictivos. No había milagros, pero sí era posible 7
enfrentar las crisis viviéndolas en lugar de reaccionar frente a ellas, la tensión podía aflojarse y se renovaban la confianza y la esperanza. Yo terminé siendo quien mantenía la cohesión del trabajo grupal, dado mi contacto diario con el personal y los niños en los albergues. Asimismo, me parecía esencial que la comunicación entre todos cuantos estaban involucrados en el Plan de Evacuación -miembros del comité directivo, autoridades locales, padres de los niños y organismos públicos-fuese lo más clara y franca posible. De este modo, un amplio sector de la población se mantuvo informado acerca de los efectos que tenía en los niños la separación y la pérdida de sus familiares, y sobre la complejidad de la tarea de tratar de ayudarlos. La divulgación de esta clase de conocimiento de primera mano procedente de todas las zonas de evacuación del país fue lo que con el tiempo impulsó la creación de un comité estatutario de investigación sobre el cuidado de los niños separados de sus padres (el Comité Curtis) y finalmente llevó a la sanción de la Ley de Menores de 1948, un hito en la historia social de Inglaterra. Winnicott y yo prestamos testimonio escrito y oral ante el Comité Curtis. Respecto del trabajo en sí, Winnicott fue la persona que lo hizo funcionar, la figura central que congregó y contuvo la experiencia de todos nosotros y le dio sentido, ayudando al personal que convivía con los niños a mantener la cordura en el extraño mundo subjetivo en que durante largos períodos ellos permanecían. Para nosotros, una de las lecciones importantes de esta experiencia fue que no es posible enseñar actitudes mediante palabras: sólo se las puede "captar" por la asimilación de elementos presentes en las relaciones vitales. A menudo me han preguntado: “¿Cómo era trabajar con Winnicott?", y siempre eludí dar una respuesta, pero creo que si la diera sería más o menos ésta: era estar en una situación de total reciprocidad, en la cual el dar y el recibir eran indiscernible, y los roles y responsabilidades se daban por sentados y jamás se discutían. En ello residía la seguridad y libertad necesarias para que del caos y la devastación de la guerra surgiera una obra creadora. Y por cierto que surgió en muchos planos, y nos brindó satisfacciones a todos los que participamos en ella. Descubrimos nuevas dimensiones en nosotros mismos y en los demás. Nuestra capacidad potencial se realizó y se agrandó hasta el límite, de modo tal que emergieron nuevas capacidades. Así era trabajar con Winnicott. Los artículos incluidos en esta recopilación siguen una secuencia natural, partiendo de los que fueron escritos por Winnicott bajo la presión directa de su participación clínica en la guerra, en los que describe los efectos de la deprivación tal como él los experimentaba. Les siguen otros en los que expone sus ideas sobre la naturaleza y orígenes de la tendencia antisocial. La tercera sección está destinada al tipo de asistencia social necesaria para el tratamiento de los niños delincuentes; finalmente, se incluyen tres trabajos sobre la terapia individual y su empleo en la labor asistencial con los deprivados. Aunque estos escritos tienen un interés histórico, no pertenecen a la historia sino a la confrontación permanente entre los elementos antisociales de la sociedad y las fuerzas de la salud y la cordura, que pretenden recobrar lo que se ha perdido. Nunca se subrayará lo suficiente cuán compleja es esta confrontación. La interacción entre los asistentes y los asistidos es siempre el eje de la terapia en este campo o en esta clase de trabajo, y requiere continua atención y apoyo por parte de los especialistas profesionales, así como el respaldo esclarecido de los directivos responsables. Hoy, como siempre, la cuestión práctica reside en saber cómo puede mantenerse un medio que sea lo suficientemente humano, y lo suficientemente fuerte, como para contener tanto a los que brindan asistencia cuanto a los deprivados y delincuentes, quienes, pese a necesitar desesperadamente cuidado y contención, hacen cuanto está en sus manos para acabar con ello cuando lo tienen. 8
Primera Parte NIÑOS SOMETIDOS A TENSIÓN: LA EXPERIENCIA BÉLICA INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES Para Winnicott, los trastornos de conducta, que él a menudo denominaba "trastornos del carácter", eran la manifestación clínica de la tendencia antisocial. Abarcaban desde la voracidad y el mojar la cama en un extremo de la escala, hasta las perversiones y todas las clases de psicopatía (dejando de lado las derivadas de una lesión cerebral) en el otro. Rastrear los orígenes de la tendencia antisocial en una deprivación más o menos específica sufrida por el individuo en su infancia o niñez temprana confirió una dimensión totalmente nueva a la teoría del desarrollo emocional de Winnicott, teoría que él mismo describía como la espina dorsal de sus enseñanzas y de su labor clínica. La Segunda Guerra Mundial fue una divisoria de aguas para Winnicott en numerosos aspectos, pero quizás en ninguno con mayor evidencia que en la ampliación y florecimiento de su teoría del desarrollo, que llegó a convertirse en algo verdaderamente original y verdaderamente suyo. Y no hay duda alguna de que su encuentro durante la guerra con los niños deprivados contribuyó a forjarla. Hasta ese momento, en líneas generales la teoría psicoanalítica había atribuido la delincuencia y el delito a la angustia o la culpa provenientes de una inevitable ambivalencia inconsciente; vale decir, suponía que eran el resultado del conflicto que se presentaba cuando el odio (y, por ende, el afán destructivo) se dirigía hacia una persona amada y necesitada. La idea central era que cuando la culpa alcanzaba un grado excesivo y no hallaba salida mediante la sublimación o la reparación, el individuo debía hacer, o actuar, algo para tener de qué sentirse culpable. En otros términos, la etiología de la delincuencia se buscaba principalmente en una lucha librada el mundo interior, o la psique, del individuo. Cuando en la década de 1920 Winnicott comenzó a aplicar la teoría psicoanalítica a los casos que le aparecían en su clínica pediátrica, y más tarde a escribir sobre ellos, dejó bien en claro su creencia de que muchos síntomas infantiles, incluidos los trastornos de conducta, tenían sus raíces en esos conflictos inconscientes. Pero aunque sin duda alguna el acento estaba puesto en el mundo interior del niño, interesa advertir que en los retazos de historiales con los que ilustraba sus conferencias y artículos parecía a menudo considerar decisivo algún factor ambiental. Tomemos el caso de Verónica, por ejemplo, quien al año y medio comenzó a mojar la cama después de que su madre debió pasar un mes en el hospital; o el de Ellen, quien robó en la escuela, cuya familia se había deshecho cuando ella tenía un año; o el de Francis, cuyos episodios violentos fueron vinculados con la depresión de su madre. Por detrás del relato de todas estas historias uno percibe el sentir común, el saber común, remontándose a la historia, acerca de la necesidad que el niño tiene de un ambiente seguro y estable. Pocos años antes de la guerra, otro psicoanalista, John Bowlby, había tenido también la oportunidad de estudiar los antecedentes de niños con perturbaciones enviados a la Clínica de Orientación Infantil donde él trabajaba. En un estudio formal de 150 niños con diversas afecciones, encontró un nexo directo entre el robo y la deprivación –particularmente la separación respecto de la madre en la infancia-. Se pasa revista a este estudio en la carta que inicia esta sección del volumen. De modo que ya estaba preparada la escena, por así decir, para las experiencias de Winnicott durante la guerra, que como bien dice Clare Winnicott en la "Introducción" de este 9
libro, pusieron de relieve con una vividez impresionante la conexión entre deprivación y delincuencia. Sin embargo, Winnicott jamás perdió de vista la comprensión más profunda de estos problemas que el psicoanálisis posibilitaba. Entre otras razones, porque sin duda era (y es) necesaria alguna explicación que diera sentido a la aparente irracionalidad de la conducta delictiva, sus pautas rígidas y su compulsividad, que hacen que el perpetrador del delito se vea a sí mismo como un demente. Así pues, la teoría psicoanalítica acompañó a la observación y la experiencia práctica, y tomó forma en las proposiciones que se hallarán en la Segunda Parte de este volumen. Esta Primera Parte se ocupa de las experiencias de Winnicott durante la guerra, y comienza con la carta ya mencionada, que firmaban Bowlby, Winnicott y Emanuel Miller, puntualizando los peligros que entrañaba evacuar de las ciudades a niños menores de cinco años. A ella le sigue un artículo titulado "Los niños y sus madres", de 1940, en el que se muestran los efectos que tuvo dicha separación del medio hogareño y de la madre en dos de los niños evacuados. En el capítulo 2 se reseña un libro escrito en 1941, en el que se llevaba cabo el estudio estadístico de los problemas que presentaban los niños evacua-dos a Cambridge y que quedaban a cargo de sus maestros. A la sazón, Winnicott ya había llegado a contemplar todo el plan de evacuación como una "historia trágica", si bien elogiaba mucho a los maestros que se hacían cargo de las criaturas. También en este caso aparece mencionada la obra de Bowlby como la fuente de la clasificación de las conductas infantiles anormales en el estudio de referencia. Estos tres trabajos tienen en común una concepción que más tarde ganó amplia aceptación entre los profesionales: la de que cuando se sufre una pérdida, es previsible que haya una manifestación de desazón, y si esta reacción no se produce puede haber una perturbación más profunda. La carta resalta el valor de la capacidad para hacer el duelo – la reacción madura ante la perdida-. (El proceso del duelo es descrito en la Segunda Parte de este volumen, en el capítulo "Psicología de la separación".) Resulta evidente, empero, que en The Cambridge Evacuation Survey ya se había comprobado que otras reacciones, menos maduras, incluido cierto grado de comportamiento antisocial, no eran infrecuentes entre los alumnos. Se observará que para la época en que dio sus charlas radiales para padres adoptivos y naturales ("El niño evacuado" y “De vuelta a casa"), en 1945, Winnicott ya asignaba un valor psicológico positivo a la conducta antisocial de los niños, como reacción frente a la pérdida de seres queridos y de la seguridad, siempre y cuando ella encontrara apropiada respuesta en quienes estaban a cargo de ellos. Esta idea es el meollo de la teoría winnicottiana de la tendencia antisocial y era inherente, asimismo, a su labor clínica, pues afirmaba que el individuo que padece es quien más prontamente puede ser ayudado. Además de esos dos primeros capítulos, el resto de la Primera Parte se compone de charlas pronunciadas por Winnicott que originalmente constituyeron una sección de su libro The Child and the Outside World (El niño y el mundo externo), agotado desde hace mucho tiempo. Esa sección se denominaba "Niños sometidos a Tensión”, título que hemos tomado en préstamo aquí. La primera es una charla para maestros en la que muestra de qué modo escuchar los partes de guerra afecta a niños de distintas edades y tipos; se aprecia en ella la insistencia de Winnicott en que es preciso tener en cuenta el mundo interior de cada niño. Le siguen cuatro charlas radiales sobre la evacuación, emitidas por la BBC; la primera, de 1939, es sobre el dolor de la madre ante la pérdida de su hijo o hija y las múltiples aprensiones que experimenta al pensar en lo que su criatura puede vivir fuera del hogar; la segunda, de 1945, dirigida a los padres adoptivos, destaca el papel esencial que éstos desempeñaron en la evacuación (fue ésta la única oportunidad en que Winnicott se dirigió especialmente a los padres adoptivos); las dos restantes, también de 1945, dirigidas a los padres, se refieren a los problemas y placeres que les esperan cuando sus hijos retornen al hogar. Más que en ningún otro lugar quizás, es en estas charlas radiales, de lenguaje claro y vívido, donde sale a relucir en toda su hondura la comprensión que tenía Winnicott de los sentimientos producidos por 10
esas penosas separaciones. Y dichos sentimientos no sólo eran comprendidos por él, sino además respetados de un modo que debe de haber traído alivio a muchos de sus oyentes. Por último, se han incluido dos artículos, uno de 1947 y el otro de 1949, sobre el establecimiento de albergues para los niños que presentaban las mayores dificultades de manejo, y que por ello no estaban en condiciones de ser recibidos en hogares adoptivos. Se comprobó que estos niños ya habían sido deprivados, o sea, que habían sufrido una deprivación antes de ser evacuados. En el primero de estos artículos se relata historia fascinante del desarrollo del programa de albergues a partir de una necesidad tan urgente que dio lugar a la resuelta determinación de solucionarla. En general, fue una historia exitosa -si bien el éxito, en este tipo de empeños, siempre es relativo-, e interesará a todos quienes hayan estado en contacto con alguno de los numerosos albergues que se han creado después de la guerra para satisfacer muy diversas necesidades. En el último de estos artículos se insta a que el programa de albergues puesto en marcha durante el conflicto bélico encuentre cabida en épocas de paz para el manejo de los niños difíciles.
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l. EVACUACIÓN DE NIÑOS PEQUEÑOS CARTA AL BRITISH MEDICAL JOURNAL (16 de diciembre de 1939)
Señor: La evacuación de niños pequeños, de 2 a 5 años de edad, crea grandes problemas psicológicos. Se están elaborando planes para la evacuación, y antes de que se los complete desearíamos llamar la atención sobre estos problemas. Interferir la vida de un niño que da sus primeros pasos tiene peligros de los cuales existen pocos equivalentes en el caso de los niños de mayor edad. La evacuación de los niños mayores ha sido lo bastante exitosa como para mostrar, si es que antes no se lo sabía, que muchos niños de más de 5 años son capaces de soportar la separación de su hogar, y aun se benefician con ella. Pero de esto no se desprende que la evacuación de niños menores sin su madre pueda alcanzar igual éxito o estar libre de peligros. Entre las numerosas investigaciones realizadas sobre este tema puede citarse una reciente, llevada a cabo por uno de nosotros en la Clínica de Orientación Infantil, de Londres. Reveló que uno de los importantes factores externos que causan la delincuencia persistente es la prolongada separación del niño y la madre cuando aquél es pequeño. Más de la mitad de una serie estadísticamente válida de casos estudiados habían padecido la separación de su madre y su medio familiar durante seis meses o más en los primeros 5 años de vida. El examen de las historias individuales confirmó la inferencia estadística de que la separación era el factor etiológico sobresaliente en estos casos. Aparte de una patología grosera como lo es la delincuencia crónica, a menudo es dable atribuir a tales perturbaciones del ambiente del niño pequeño los trastornos leves de conducta, la angustia y la tendencia a contraer diversas enfermedades físicas, y la mayor parte de las madres de dichos niños lo saben y no están dispuestas a dejar a sus pequeños, salvo por muy breves períodos. Si bien un niño de cualquier edad puede sentirse triste o perturbado por tener que abandonar su hogar, lo que aquí queremos señalar es que en el caso de un niño pequeño tal experiencia puede implicar mucho más que la tristeza manifiesta. De hecho, puede equivaler a un "apagón" (blackout) emocional y dar origen fácilmente a una grave alteración del desarrollo de la personalidad, capaz de perdurar toda la vida. (Los huérfanos y los niños sin hogar constituyen una tragedia desde el vamos, y en esta carta no nos ocupamos de los problemas que plantea su evacuación.) Estas ideas son con frecuencia cuestionadas por personas que trabajan en guarderías y hogares para niños, quienes mencionan de qué extraordinaria manera los niños pequeños se acostumbran a una persona desconocida para ellos y parecen muy felices, en tanto que los que tienen unos años más muestran a menudo signos de desazón. Aunque esto sea cierto, en nuestra opinión esa felicidad puede muy bien resultar engañosa. Pese a ella, los niños con frecuencia no reconocen a su madre al regresar al hogar. Cuando esto sucede, se comprueba que han sufrido un daño radical y que el carácter del niño quedó seriamente distorsionado. La capacidad de experimentar y expresar tristeza marca una etapa en el desarrollo de la personalidad de un niño y de su capacidad para las relaciones sociales. Si estas opiniones son correctas, de ellas se desprende que la evacuación de niños pequeños sin sus respectivas madres puede ocasionar muy graves y generalizados trastornos psicológicos. Por ejemplo, puede provocar un gran aumento de la delincuencia juvenil en la próxima década. 12
Mucho más podría decirse acerca de este problema sobre la base de hechos conocidos. Con esta carta sólo queremos llamar la atención de las autoridades hacia la existencia del problema. Quedamos de usted, etc., John Bowlby Miller Emanuel Miller D. W. Winnicott Londres, 1939
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LOS NIÑOS Y SUS MADRES En una carta de una funcionaria pública que ha hecho mucho por los niños pequeños leo esto: “...después de quince años de experiencia, me he convencido de que para los niños de 2 a 5 años, las guarderías atendidas por maestros bien capacitados (y por un número suficiente de ellos) son mucho mejores para el niño que estar con su madre (…) estos niños necesitan cuidado y compañía de los 2 a los 5 años, y la mayoría de las madres tal vez les den demasiado de una de esas cosas o de ambas…”¿Será cierto esto? El tema de la relación entre los niños y sus madres no puede ser estudiado bien de cerca, y los problemas vinculados a la evacuación pueden volverse útiles si nos obligan a realizar un estudio más a fondo. Es un tema vasto, pero hay ciertas cosas que se destacan con claridad, y una de ellas es que cuanto menor sea la edad del niño más peligroso es separarlo de su madre. Hay dos maneras de enunciar esto, que en un principio parecen muy diferentes entre sí. Una es que cuanto menor es el niño, menos capaz es de mantener viva dentro de él la idea de que es una persona; vale decir, a menos que vea a esa persona o tenga una evidencia tangible de su existencia en un lapso de x minutos, horas o días, dicha persona estará muerta para él. Un niño de 18 meses era capaz de tolerar la ausencia de su padre gracias a que podía tener consigo una postal que aquél le había enviado y en la que le había escrito algunos signos familiares, y llorar con la postal cuando se iba a dormir. Pocos meses antes no habría sido capaz siquiera de esto, y si su padre hubiese vuelto, para él habría sido como si hubiese resucitado de entre los muertos. La otra manera de expresar esto no tiene nada que ver con la edad, sino con la depresión. Las personas deprimidas de cualquier edad tienen dificultades para mantener viva la idea de aquellos a quienes quieren, incluso aunque vivan en el mismo cuarto. Es innecesario tratar de conectar estas dos maneras diferentes de expresar lo mismo. Padres no instruidos saben reconocer intuitivamente la importancia de estas cualidades humanas y otras semejantes, y sin embargo las autoridades responsables de cosas tan importantes como la evacuación de niños no es raro que las pasen por alto. Un padre común de clase obrera escribe: "Le contesto, en nombre de mi esposa, a su carta del 4 de diciembre. Ella fue evacuada a Carpenders Park con John (de 5 años) y su hermano menor, Philip. Dice que John parece estar bastante contento y sano. Los veo todos los fines de semana, y John me pareció también estar perfectamente contento hasta hace poco. Pero ahora insiste en ver a su abuela, o sea, a mi madre. Ella fue evacuada a Dorset, aunque tal vez vuelva pronto. Le he prometido a John que, siempre y cuando ella vuelva, la va a ver…” Transcribo a continuación unas anotaciones correspondientes a una consulta hospitalaria del 12 de diciembre, en cuyo transcurso aparece la opinión manifestada por una madre común de clase obrera, que vive en Londres. Tony Banks: 4 años y medio, La señora Banks trajo a Tony y a su hermana Anna, de 3 años, y se mostró contenta de que yo estuviese dispuesto a compartir con ella la responsabilidad de las decisiones que debía tomar, pese a que el hospital estuviese cerrado. En la actualidad, la principal decisión se 14
refiere a la evacuación. Ella y sus dos niños se marcharon a Northampton cuando estalló la guerra. Se sentían desdichados en el pequeño alojamiento, donde debían dormir todos en la misma cama. Estaban allí tan cerca de la ciudad como en su propia casa, y sentían que tenían que sufrir todas las desventajas de la evacuación sin ninguna de sus ventajas. Después de un par de semanas se mudaron a otro alojamiento que resultó muy satisfactorio, salvo que Tony comparte la cama con su madre. Anna tiene una cuna. Cuando el padre los visita, duerme en la cama con su esposa y con su hijo. La familia Banks es muy feliz. El padre quiere mucho a los niños y ellos lo quieren a él. El tuvo una niñez feliz también, siendo el hijo único de una madre muy cariñosa. La señora Banks tenía cinco hermanos y su infancia fue feliz excepto por el hecho de que su padre era muy estricto. Piensa que jamás conoció realmente la felicidad hasta casarse, momento a partir del cual se dedicó por entero a su esposo e hijos. Opina la señora Banks que este período de su vida es ese período importante en que los niños son pequeños y responden tanto a uno de los detalles de un buen manejo en su crianza. Su problema, pues, es tratar de evitar el tener que perder lo que a su entender es lo mejor de la vida, por temor a algo que tal vez no suceda nunca. Piensa que sería lógico ausentarse de Londres por unos meses, pero no por tres años. Ella y su mando se necesitan doblemente, tanto en lo sexual como en lo amistoso, y el señor Banks los visita todos los fines de semana, por más que de este modo sólo le queda una pequeña proporción de su sueldo para sus propios gastos; no bebe ni fuma y piensa que no está en mala situación económica. La señora Banks sostiene que él debe ir a verlos una vez por semana porque ellos son pequeños y si él se ausenta por más tiempo ellos se inquietan, o lo que es peor, lo olvidan.. Una vez que el padre debió tomar el tren apurado Tony dijo: "Papá no me mimó bastante antes de irse", y se quedó sollozando sin consuelo. También el señor Banks se siente molesto si no ve a su familia regularmente. Los chicos hacen tantas preguntas ...: “¿Dónde está la abuelita?" (la madre de la madre), “¿Dónde la tía?", de modo tal que ella decidió volver con ellos una semana y llevarlos a ver a sus parientes. Esto funcionó bastante bien, pero ella piensa que si hubiera dejado pasar más tiempo los chicos se habrían desconcertado, y les hubiera resultado imposible volver a entablar contacto en forma satisfactoria. Por un pedido especial regresarán todos al alojamiento para Navidad, aunque ella cree que poco después de Navidad, tras sopesar bien las cosas, decidirá volver a la casa. Obviamente, el alojamiento es casi ideal, pero la señora Banks dice que por más que sea casi ideal no es lo mismo que la propia casa. Cuando le pregunté por Tony y el hecho de que durmiera en la misma cama con ambos cuando el padre los visita, en primer lugar ella me dijo que el niño está siempre dormido y por lo tanto nunca es testigo de nada. Afirma que prueba primero, le habla y confirma que está profundamente dormido. Más adelante me confesó que una vez se despertó -quizás su padre lo golpeó sin querer- y le preguntó “¿mami, por qué papá se sacude para arriba y para abajo?", a lo cual ella contestó “Oh, es que se esta frotando las piernas porque tiene mucho frío*, y él volvió a dormirse. Pero durante el día siguiente formuló gran cantidad de preguntas, principalmente sobre la guerra real. Le dice a su hermanita: “¡Silencio! debes quedarte quieta ahora, van a dar las noticias" e insiste en escuchar las noticias y le inquiere a su madre sobre los puntos que no comprende. Por ejemplo, si un barco se hunde, ¿cómo hacen los telegrafistas para enterarse de que se está hundiendo? ¿no se hunde el telegrafista junto con el barco? Por supuesto, este interés por las noticias tiene que ver con el hecho de que diariamente se entera de la muerte de personas, y sin duda la madre estaba en lo cierto al vincular su por las noticias con su interés por el acto sexual, que se ve obligado a tomar en cuenta, por lo menos en su fantasía, y tal vez conscientemente. Pese a su avanzado desarrollo intelectual se muestra incapaz de vestirse: no puede abrocharse los botones traseros de su pantaloncito ni los de sus zapatos; tampoco puede abrir la tapa del inodoro. Asimismo, come con mucha lentitud, tanto en lo que respecta a llevarse la comida a la boca como al completamiento del acto de la masticación. Es uno de esos chicos 15
que retienen el alimento en la boca, masticándolo y masticándolo sin cesar; a veces la madre debe sacarle de la boca un pedazo de carne que ha estado masticando durante una hora o más. Tony y su hermana lo pasan bien juntos y no quieren ni oír hablar de que los separen. Si los dejan totalmente solos se pelean; sus juegos son imaginativos pero tienden a vincularse con las cuestiones del momento, como las ambulancias y los refugios para protegerse contra las incursiones aéreas. Juegan a la mamá y al médico, y reconstruyen escenas de familias que toman el té; el juego preferido de Tony, que disfruta interminablemente, es el de los médicos y enfermeras. El padre se ha impuesto la obligación de liberar a la madre de los chicos los domingos, y es un convite que todos esperan con anhelo. Se muestra bondadoso con ellos, los lleva a caminar -a todos les gusta más que pasear en ómnibus-y les pregunta dónde quieren ir o qué quieren conocer; a todas luces se siente cómodo con los niños. Este chico ha venido a mi consultorio en el hospital desde que tenía tres años. Estaba bien hasta que nació su hermana, cuando él tenía 18 meses; a partir de entonces se puso violentamente celoso, en especial cuando su madre le daba de mamar a la beba. En esas circunstancias se abalanzaba contra su madre, le tiraba de la falda y trataba que le diera el pecho a él o bien se plantaba furioso cuando cambiaba los pañales a la beba o le preparaba la cuna. Sus celos hacia la nueva niña poco a poco se fueron convirtiendo en amor y en placer de jugar con ella. Cuando tuvo dos años, Tony sufrió un ataque de diarrea. El segundo acontecimiento importante de su vida fue la difteria, cuando tenía alrededor de 3 años. Poco después se notó que desarrollaba la ya mencionada inhibición para comer, que persistió hasta la fecha, aunque de bebé fue lindo y comilón. Apareció en él una propensión a una clara depresión. La asistente social señaló que mientras era bebé se lo había atendido mucho, aunque no en forma anormal, y que cuando nació la niña su padre se hizo cargo de él en tanto que su madre se encariñó más con la nueva criatura. En la actualidad, Tony tiene buena salud física. El daño que provoca la separación de un niño de su madre es ilustrado por el siguiente historial clínico: Eddie, de 21 meses, es el primero y único hijo de unos padres comunes, inteligentes; el padre es comerciante y la madre fue música profesional hasta casarse. A los 18 meses Eddie durmió por primera vez en el mismo cuarto con sus padres, mientras estaban de vacaciones. No quería dormirse si su madre no le hacía mimos. Lo levantaban a las 10 y lloriqueaba pero se dormía con bastante facilidad. En diversos momentos de esas vacaciones tuvo que ser mimado por su excesiva excitación, que hacía que no se durmiera por su cuenta. Esto se señaló como inusual en su caso, y se lo atribuyó al hecho de que tenía a su padre, a quien quería mucho, todo el día para él. En esta etapa no había nunca dificultad para tranquilizarlo, y lo único que se señala es que necesitaba ser tranquilizado. Después de estas vacaciones la familia volvió al hogar pero una semana más tarde estalló la guerra, de modo que Eddie se fue junto con su madre a lo de la madre de ésta, mientras el padre se quedaba solo. Allí Eddie durmió en la misma habitación que su madre. En esta etapa comenzó a necesitar mayores cuidados; en apariencia, lo perturbaba el disloque de la vida de sus progenitores, no obstante lo cual siempre podía ser confortado. Diez días más tarde, se consideró que ya había conocido lo bastante a su abuela como para quedarse con ella, mientras la mamá volvía a la casa para ocuparse del marido; pero por uno u otro motivo, la madre permaneció con éste un mes. Entonces le escribieron diciéndole que el chico se mostraba enfermizo, vagamente indispuesto, que estaba cortando dientes. La madre volvió y lo encontró con fiebre y dolor en las encías. Eddie está cortando sus últimos cuatro dientes de leche. A la madre le intrigó que estuviera tan molesto por la aparición de los dientes, ya que 16
en el pasado nunca lo había estado cuando le salieron. Pero lo que más la conmovió que al llegar ella, el niño no la reconoció. Fue afligente para la criatura y un verdadero golpe para ella, pero esperó pacientemente y a la mañana siguiente se vio recompensada: el niño pudo reconocerla. También había mejorado notablemente su estado físico y pudo dormir bien; asimismo, disfrutó charlando mucho a su modo con la madre. Aparentemente, su estado cambió desde el momento en que pudo reconocerla, así que era difícil pensar que hubiese padecido en verdad una enfermedad puramente física. Tres o cuatro días más tarde estaba lo más bien y contento, y viajó a la casa. Al arribar allí, no pudo al principio ocupar su cuarto porque lo estaba usando un amigo de la familia, de modo tal que debió dormir con los padres. Reconoció al padre de inmediato y supo dónde se encontraba, se puso a buscar sus viejos escondites y a pegar chillidos de júbilo y placer. Estaba muy contento de estar en casa, y la primera noche durmió bien. La segunda noche no durmió tan bien, y esta dificultad para dormir fue incrementándose hasta convertirse en un síntoma serio. Después de una semana pudo volver a su cuarto, que tanto le gusta, y durante las tres noches siguientes durmió mejor, pero luego la dificultad para dormir comenzó nuevamente. La gravedad del síntoma hizo que a la postre la madre resolviera traérmelo. El chico se levantaba y se ponía a gritar durante cuatro horas seguidas; en sus gritos pasaba de la rabia al terror, y del terror a la desesperación. La madre, una mujer cariñosa y sensata, se dio cuenta de que algo debía hacer, ya que evidentemente no se trataba de una cuestión de mal genio. La única forma que encontró fue acunarlo hasta que se durmiese, pero aun cuando se hubiera dormido profundamente, si ella se levantaba para salir de la habitación, el niño siempre se despertaba antes de que llegase a la puerta. De nada valía emplear con él el rigor ni darle explicaciones en cuanto a que todo estaba bien. Resuelta a no dejarse ganar por él, la madre puso a prueba su propia firmeza contra la de la criatura, con el resultado de que ambos quedaron agotados, y cuando se recobraron la situación no había mejorado en nada. Si ella se negaba a ceder a sus gritos y se iba, empezaba a pedir por el padre, una vez perdidas las esperanzas de que ella lo atendiese. Después de escucharlo gritar media hora seguida ella entraba en el cuarto y lo hallaba en un estado lamentable, enrojecido y cubierto de lágrimas y además sin haber podido contener las heces. Seguía lloriqueando hasta que ella lo tomaba entre sus brazos, donde se dormía finalmente, exhausto. Pero una o dos horas después la pugna se reiniciaba. Llamaron a un médico clínico, dijo que le estaban saliendo los dientes y aconsejó aspirina. Durante tres noches se calmó pero luego drama empezó de vuelta, peor que antes. Ahora bien, en todo este tiempo al niño se lo veía contento durante el día; no se portaba mal, se mostraba cariñoso y obediente, y podía jugar solo o con su mamá y su papá. La madre llegó a una solución de compromiso permitiéndole que durmiera en su cochecito en el cuarto de los padres. Esto era como permiso para quedarse allí pero sin que ello significase una estada permanente. A esta altura la madre se hallaba en un estado de gran incertidumbre, necesitada de ayuda. Declaró: "No siempre puedo ser firme con él, aunque debiera serlo, porque los vecinos del departamento de arriba se han quejado mucho de su llanto”. Era urgente este problema. porque un mes más tarde la familia debía mudarse a una casa de los suburbios, en cuyo caso el niño no sólo iba a perder la guardería conocida sino además a la empleada doméstica, que lo entendía muy bien pero que en esta etapa ya era incapaz de provocar en él un estado anímico que le permitiese a su madre salir del cuarto cuando estaba dormido. La madre confesó estar desesperada, sentía que todo lo que le había enseñado al niño se había volado como llevado por el viento. Si le daba una palmada en la cabeza repitiéndole “¡Qué chico malo!”, él se daba una palmada a su vez, como si le quisiera decir a su madre que todo eso ya lo conocía y que no necesitaba seguir insistiendo. Además, se había habituado a hacer rechinar sus dientes. El examen mostró que Eddie no pudo hacer frente fácilmente al reencuentro con su madre a raíz de que durante el lapso en que estuvieron separados la había odiado, y ni su presencia 17
ni su sonrisa le daban la seguridad de que ella iba a permanecer viva y a quererlo a pesar del odio que él le tenía. Que este trastorno se resolviese con la ayuda profesional no modifica el hecho de que el niño no pudo recobrarse con facilidad del trauma que le causara la separación de la madre. Sin olvidar en absoluto el daño físico que pueden causar las incursiones aéreas a los niños, y sin subestimar el perjuicio que puede provocarles ver a los adultos con miedo o asistir a la destrucción material, sería útil reiterar algo muy conocido: que no son sólo motivos de comodidad y conveniencia los que hablan en favor de la unidad familiar. Hay algo más: de hecho, la unidad de la familia le ofrece al niño una seguridad sin la cual no puede realmente vivir, y en el caso de un niño pequeño la falta de ella no puede dejar de interferir en su desarrollo emocional ni de empobrecer su personalidad y su carácter.
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2. RESEÑA DE THE CAMBRIDGE EVACUATION SURVEY: A WARTIME STUDY IN SOCIAL WELFARE AND EDUCATION (Editado por Susan Isaacs, 1941)
La evacuación era indispensable. En una desencaminada tentativa de aminorar los males inherentes al exilio, muchos han intentado figurarse que la evacuación es en realidad algo bueno, sensato, y que era necesaria una guerra para que se la pusiera en práctica. Sin embargo, para mí la evacuación es una historia trágica; o bien los niños quedan emocionalmente perturbados -tal vez hasta un grado mayor del que podrían recuperarse-, o bien ellos son felices y son los padres los que padecen -con el corolario de que ni siquiera sus propios hijos los necesitan-. A mi entender, el único éxito que puede reclamar para sí el plan de evacuación es que podría haber fracasado. No obstante, mi labor ha consistido en asistir a los fracasos y a las tragedias; además, una visión personal tiene escaso valor. En cambio, en The Cambridge Evacuation Survey obtenemos la visión de un equipo de colaboradores que realizaron una investigación sistemática en el lugar y en el momento de los hechos, y este libro decididamente merece ser estudiado. La opinión colectiva de los editores y de los nueve autores no es del todo pesimista, aunque en varios sitios de la obra se formulan fuertes críticas. Este libro compendia una enorme cantidad de ideas y de trabajo de clasificación y selección. Abarca el período que se extiende desde el estallido de la guerra hasta el final de la etapa previa al momento en que se iniciaron los bombardeos directos de ciudades. Después de esto, la reevacuación no habría hecho sino complicar toda tentativa de estudio estadístico. En este volumen las estadísticas son utilizadas con idoneidad, pese a lo cual nunca perdemos de vista a los niños, sus padres y padres adoptivos y sus maestros como seres humanos íntegros. Tal vez sea éste el motivo de que su lectura resulte tan grata. Una muestra del tono de la obra puede apreciarse en los siguientes extractos: "Nuestra conclusión más amplia y general es, pues, ésta: que el primer plan de evacuación habría sido en mucho menor medida un fracaso, en mucho mayor medida un éxito, si se lo hubiese programado con más comprensión hacia la naturaleza humana, la forma en que siente y en que es probable que se conduzcan los padres comunes y corrientes y los niños comunes y corrientes. "En especial, la fuerza de los lazos familiares, por una parte, y la necesidad de un conocimiento idóneo de cada niño, por la otra, parecen haber estado muy lejos de la comprensión de los responsables del Plan" (pág. 9). “... no proporcionar servicios personales a los que pudieran acudir los individuos para ser comprendidos y ayudados fue una extravagancia" (pág. 155) “Esta aguda lección sobre la ineficacia y el desperdicio de un enfoque parcial de un gran problema humano que por su propia naturaleza toca todos los aspectos de la vida humana, no es válida en modo alguno sólo para la crisis temporaria provocada por la dispersión de las poblaciones urbanas durante una guerra" (pág.11). El cuerpo principal del libro debe ser leído para poder apreciarlo, ya que ha sido cuidadosamente redactado y no se haría justicia a las conclusiones sacando un pedazo de la torta y ofreciéndolo como fruta fresca. Hay un esclarecedor y divertido capítulo sobre "Lo que dicen los niños". Fue posible someter al análisis estadístico las respuestas brindadas a dos preguntas simples: ¿qué te gusta 19
de Cambridge?¿qué extrañas en Cambridge? A veces las respuestas necesitaban ser interpretadas, pero todas ellas transmiten el sentir consciente de los interrogados. A un médico tal vez se le permita manifestar su pesar por el hecho de que los profesionales de la medicina resultaran tan insuficientemente preparados ante el tipo de problemas que planteó la evacuación, de que a nadie se le ocurriese solicitar ayuda al médico si no era para el manejo de la salud física y el tratamiento preventivo de infecciones y de infestaciones. Todo el peso recayó en los maestros, quienes, en la medida en que se les permitió, emprendieron extraordinariamente bien la nueva labor de cuidar de los niños en forma integral. En este estudio se menciona a un médico, el doctor John Bowlby, quien suministró una útil clasificación operativa de los niños en seis grupos bien definidos, de acuerdo con su grado de anormalidad: "A) Niños angustiados, que pueden o no estar, además, deprimidos; B) niños 'encerrados en si mismos', que tienden a retraerse de las relaciones con otras personas; C) niños celosos y díscolos; D)niños hiperactivos y agresivos; E) niños que presentan alternativamente estados de ánimo exaltados y deprimidos; niños delincuentes; F) niños delincuentes”. "Los niños fueron clasificados según estas seis formas de respuesta, y también se los ordenó, de acuerdo con la magnitud del trastorno, en tres categorías. El Grado I indica una dificultad leve, en ciertos casos no mucho más que una mera tendencia, que con un tratamiento razonable y comprensión del curso normal de los acontecimientos, en el hogar y en la escuela, se corrige por sí sola. El Grado II indica una inadaptación bastante seria, que exige tratamiento clínico, pero que es presumible que ceda con cuidado y atención especializados. El Grado III indica un trastorno emocional profundo que probablemente origine más adelante un derrumbe serio, si no es tratado en su primera etapa". La descripción que hace el doctor Bowlby de los niños que pertenecen a cada uno de estos tres grupos se basa, evidentemente, en la clínica, y por lo tanto tiene valor aun cuando la experiencia lleve a modificarla. Queda mucho por hacer con respecto a la evacuación y a las perturbaciones que ella ha causado en el desarrollo emocional, así como con respecto al empleo que algunos han hecho de ella para obtener auténticos y duraderos beneficios. Los sentimientos y factores inconscientes, por ejemplo, no son abordados directamente en este libro, a pesar de su gran importancia en este caso, como en todos los vinculados con las relaciones humanas. No obstante, este libro es representativo del tipo de obras que se necesitan, porque es objetivo y carece de sentimentalismo, y debemos estar agradecidos a la doctora Susan Isaacs y a sus colegas. Debe mencionarse el nombre de la señorita Theodora Alcock, aunque no figure en la lista de autores, ya que el estudio fue fruto del Grupo de Debates sobre los Niños que ella creara y al que de nosotros hemos concurrido con gusto durante varios años.
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3. LOS NIÑOS EN LA GUERRA (Escrito destinado a los docentes, 1940)
Para comprender el efecto que la guerra ejerce sobre los niños, primero es necesario saber qué capacidad tienen éstos para comprender la guerra y sus causas, y también las razones mediante las cuales justificamos nuestra lucha. Desde luego, lo que resulta válido para un grupo de una edad no lo es para otro. Esto puede parecer bastante obvio, pero es importante y trataré de expresar lo que ello implica. Aparte de las diferencias de edad, otro elemento significativo es la variación entre un niño y otro. Me propongo describir también esto. VARIACIONES SEGÚN EL GRUPO ETARIO Los niños muy pequeños resultan sólo indirectamente afectados por la guerra. El ruido de los cañones rara vez perturba su sueño. Los peores efectos se refieren a la separación con respecto a ambientes y olores familiares, y quizás de la madre, y a la pérdida de contacto con el padre, cosas que a menudo es imposible evitar. Con todo, puede ocurrir que tengan más contacto con el cuerpo de la madre del que se produciría en circunstancias ordinarias, y a veces necesitan conocer cómo se siente la madre cuando tiene miedo. Muy pronto, sin embargo, los niños comienzan a pensar y a hablar en términos de guerra. En lugar de charlar con los términos de los cuentos de hadas que se le ha leído y repetido, el niño utiliza el vocabulario de los adultos que lo rodean, y tiene la mente llena de aeroplanos, bombas y cráteres. El niño de más edad abandona la etapa de las ideas y los sentimientos violentos, y entra en un período de espera con respecto a la vida, un período que constituye un paraíso para la maestra, ya que por lo común, entre los 5 y los 11 años el niño anhela que se le enseñe y se le diga lo que se acepta como correcto y bueno. En este período, como se sabe, la violencia real de la guerra puede resultarle muy desagradable, si bien en la misma época la agresión aparece regularmente en el juego y en la fantasía con matices románticos. Muchos nunca superan esta etapa del desarrollo emocional, y el resultado puede ser inocuo e incluso llevar a un desempeño altamente exitoso. La guerra real, sin embargo, perturba gravemente la vida de los adultos que han quedado en esa etapa, y a quienes tienen a su cargo niños que están en este período de “latencia” del desarrollo emocional; ello los induce a seleccionar y aprovechar el aspecto no violento de la guerra. Una maestra ha encontrado una manera de hacer esto utilizando las noticias de guerra en la clase de geografía: esta ciudad del Canadá resulta interesante a causa de la evacuación, aquel país es importan te porque tiene petróleo o buenos puertos, esta nación puede tornarse importante la semana próxima porque cultiva trigo o produce manganeso. No se hace hincapié en el aspecto violento de la guerra. A esta edad un niño no comprende la idea de una lucha por la libertad, y sin duda es previsible que vea una considerable dosis de virtud en lo que un régimen fascista o nazi presuntamente proporciona, un régimen en el que un individuo idealizado controla y dirige. Esto es lo que ocurre dentro de la propia naturaleza del niño a esa edad, y no sería raro que sintiera que libertad significa licencia. En la mayoría de las escuelas se tenderá a poner de relieve el Imperio, las partes pintadas de rojo en los mapas del mundo, y no resulta fácil explicar por qué no se habría de permitir que en el período de latencia del desarrollo emocional los niños idealicen (ya que no pueden dejar de idealizar) su propio país y nacionalidad. Un niño de 8 o 9 años seguramente jugará a "ingleses y alemanes", como una variación sobre el tema "vigilantes y ladrones" u "Oxford y Cambridge”. Algunos niños manifiestan una 21
cierta preferencia por uno u otro bando, pero eso puede cambiar de día en día, y a muchos no les importa mayormente. Se llega luego a una edad en la que, si se trata de jugar a “inglese y alemanes", el niño preferirá identificarse con su propio país. La maestra sensata no demuestra apuro por llegar a esto. Considerar el caso del niño de 12 años o más es un asunto complejo, debido a los profundos efectos que tiene la demora de la pubertad. Como ya dije, muchas personas conservan parcialmente las cualidades correspondientes al llamado período de latencia, o regresan a esas cualidades luego de un intento furtivo por lograr un desarrollo más maduro. En esos casos, se puede decir que rigen los mismos principios que para el niño en verdadera latencia, excepto que los toleramos cada vez con mayor desconfianza. Por ejemplo, si bien es normal que un chico de 9 años prefiera ser controlado y dirigido por una autoridad idealizada, ello resulta menos sano si el niño tiene 14 años. A menudo es posible ver un anhelo definido y consciente por el régimen nazi o fascista en un niño que se demora en el borde, temeroso de lanzarse a la pubertad, y es evidente que ese anhelo debe ser tratado con simpatía, o bien ignorado con simpatía, incluso por parte de aquellos cuyo criterio más maduro en cuestiones políticas les hace ver con disgusto toda admiración por un dictador. En cierto número de casos, esta pauta se establece como una alternativa permanente de la pubertad. Al fin de cuentas, el régimen autoritario no ha surgido de la nada; en cierto sentido, es una forma de vida bien reconocida y practicada por grupos que ya no tienen edad para ella. Cuando pretende ser madura debe soportar toda la prueba de realidad, y esto pone de manifiesto el hecho de que la idealización implícita en la idea autoritaria constituye por sí misma una indicación de algo no ideal, algo que debe temerse, como se teme a un poder que controla y dirige. El observador puede percibir la mala influencia de ese poder, pero el joven devoto probablemente sólo sabe que está dispuesto a seguir ciegamente a su líder idealizado. Los niños que se acercan a la pubertad y enfrentan las nuevas ideas correspondientes a ese período, que encuentran una nueva capacidad para disfrutar de la responsabilidad personal, y que están comenzando a manejar un mayor potencial para la destrucción y la construcción, pueden encontrar cierta ayuda en la guerra y en las noticias de guerra. La cuestión es que los adultos son más sinceros en épocas de guerra que en tiempos de paz. Incluso quienes no pueden reconocer su responsabilidad personal por esta guerra, en general demuestran que pueden odiar y luchar. Hasta The Times está lleno de relatos de los que es posible disfrutar como de una fascinante historia de aventuras. La B.B.C. tiende a relacionar la "caza de los hunos" con el desayuno, la cena y el té del piloto, y los bombardeos a Berlín reciben el nombre de picnics, aunque cada uno de ellos produce muerte y destrucción. En la guerra todos somos tan malos y tan buenos como el adolescente en sus sueños, y eso le da seguridad. Como grupo adulto, podemos recuperar la salud mental luego de un período de guerra, y el adolescente, como individuo, puede tornarse algún día capaz de dedicarse a las artes de la paz, aunque para entonces ya no será un adolescente. Puede esperarse, por lo tanto, que el adolescente disfrute de los boletines de guerra que redactan los adultos, y que aceptará o rechazará según le plazca. Puede odiarlos, pero ya entonces sabe qué es lo que nos causa a todos tanta ansiedad, y eso alivia su conciencia cuando descubre que él mismo tiene la capacidad de disfrutar de las guerras y la crueldad que surgen en su fantasía. Algo similar a esto podría decirse con respecto a las adolescentes, y es necesario elaborar las diferencias entre niños y niñas en este sentido.
VARIACIONES SEGÚN EL DIAGNOSTICO Resulta extraño utilizar la palabra diagnóstico para describir a niños presumiblemente normales, pero es un término conveniente para señalar el hecho de que los niños difieren 22
enormemente entre sí, y que las diferencias según el diagnóstico de tipos caracterológicos pueden ser totalmente opuestas a las que revela la clasificación según el grupo etario. Ya indiqué esto al puntualizar la enorme tolerancia que es necesario tener frente a un adolescente de 14 años, según que se haya zambullido o no en los peligros de la pubertad, o se haya apartado de ellos para regresar a la posición más segura, aunque menos interesante, del período de latencia. Aquí llegamos a la línea limítrofe de la enfermedad psicológica. Sin tratar de distinguir entre salud y enfermedad, es posible decir que los niños pueden agruparse según la tendencia o dificultad particular con la que estén contendiendo. Un caso evidente sería el del niño con una tendencia antisocial para quien la guerra tiende a convertirse, cualquiera sea su edad, en algo esperado, algo que extraña si no se produce. De hecho, las ideas de tales niños son tan terribles que no se atreven a pensarlas, y las manejan mediante actuaciones que son menos crueles que los sueños correspondientes. Para ellos, la alternativa consiste en oír hablar de las terribles aventuras de otra gente. Para ellos el cuento de terror es un somnífero, y lo mismo puede decirse de las noticias de guerra si son suficientemente espeluznantes. A otro grupo pertenece el niño tímido que desarrolla fácilmente una orientación pasivomasoquista, o que tiende a sentirse perseguido. Creo que a ese niño le preocupan las noticias de guerra y la idea misma de la guerra, en gran parte debido a su idea fija de que los buenos siempre pierden. Se siente derrotista. En sus sueños, el enemigo derrota a sus compatriotas, o bien la lucha es inacabable, sin victoria para ningún bando, e implica siempre más y más crueldad y destrucción. En otro grupo encontramos al niño sobre cuyos hombros parece descansar el peso del mundo, el niño que tiende a deprimirse. De este grupo surgen los individuos capaces del más valioso esfuerzo constructivo, sea bajo la forma de protección a niños más pequeños o de producción de algo valioso en una u otra forma artística. Para esos niños la idea de la guerra es espantosa, pero ya la han experimentado en sí mismos. No hay esperanza, ni desesperación, que les resulte nueva. Se preocupan por la guerra tal como se preocupan por la separación de sus padres o la enfermedad de su abuela. Sienten que deberían estar en condiciones de solucionarlo todo. Supongo que para esos niños las noticias de guerra son terribles cuando son realmente malas, y jubilosas cuando proporcionan real tranquilidad. Con todo, habrá momentos en que la desesperación o el júbilo concernientes a sus asuntos internos se manifestaran en su estado de ánimo, cualquiera sea la situación en el mundo real. Pienso que estos chicos sufren más a causa de la variabilidad en el estado de ánimo de los adultos que por los altibajos de la guerra misma. Sería una tarea demasiado vasta enumerar aquí todos los tipos caracterológicos, y además innecesaria, puesto que lo dicho es suficiente para mostrar que el diagnóstico del niño afecta al problema de la manera en que se presentan las noticias de guerra en las escuelas. EL TRASFONDO DE LAS NOTICIAS De lo dicho quizás resulte evidente que, al considerar este problema, debemos saber tanto como sea posible sobre las ideas y sentimientos que el niño ya posee naturalmente, es decir, el terreno sobre el que caerán las noticias de guerra. Por desgracia, ello complica las cosas considerablemente, pero nada puede alterar el hecho de que la complejidad existe. Todos saben que al niño le preocupa un mundo personal, del cual es consciente sólo en un grado limitado, y que requiere una cierta dosis de manejo. El niño tiene sus propias guerras personales, y si su comportamiento exterior está en conformidad con las normas civilizadas, ello sólo se debe a un esfuerzo enorme y constante. Quienes lo olvidan se desconciertan ante los casos en que esa superestructura civilizada se derrumba, y ante las reacciones inesperadamente feroces provocadas por hechos muy simples.
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A veces se cree que los niños no pensarían en la guerra si no se les hablara de ella. Pero quien se tome la molestia de averiguar qué es lo que ocurre bajo la superficie de una mente infantil descubrirá por sí mismo que el niño ya sabe mucho sobre la codicia, el odio y la crueldad, así como sobre el amor y el remordimiento, el ansia de triunfar y la tristeza. Los niños pequeños comprenden muy bien las palabras "bueno” y "malo", y no tiene sentido decir que para ellos esas ideas sólo existen en la fantasía, ya que su mundo imaginario puede parecerles más real que el exterior. Debo aclarar que me refiero a la fantasía en gran parte inconsciente, y no a los ensueños diurnos o la invención de historias manejada conscientemente. Sólo es posible llegar a comprender las reacciones de los niños ante la difusión de las noticias de guerra estudiando, en primer lugar (o por lo menos teniendo en cuenta), el mundo interior inmensamente rico de cada niño, que constituye el trasfondo de todo lo que incide sobre él desde la realidad externa. A medida que el niño madura, se torna cada vez más capaz de distinguir la realidad externa o compartida de su propia realidad interna, y de permitir que una enriquezca a la otra. Sólo cuando el maestro conoce realmente la personalidad del niño está en condiciones de hacer el mejor uso posible de la guerra y las noticias de guerra en la educación. Puesto que, en la práctica, el maestro puede conocer al niño sólo en un grado limitado, sería una buena idea permitir que los niños hagan otras cosas –leer o jugar al dominó- o que se alejen completamente cuando se difundan las noticias de guerra por la B.B.C. Me parece, por lo tanto, que esos boletines de guerra nos proporcionan una útil oportunidad para iniciar el estudio de un enorme problema, y quizá nuestra primera tarea consista precisamente en comprender y reconocer su vastedad. Sin duda, el tema es digno de estudio pues, como muchos otros, nos lleva mucho más allá del proceso educativo diario, y llega hasta los orígenes de la guerra misma y a los aspectos fundamentales del desarrollo emocional del ser humano.
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4. LA MADRE DEPRIVADA (Basado en una conferencia radial emitida en 1939, en momentos en que se procedía a la primera evacuación)
El cuidado infantil tiene una significación muy especial para los padres, y si se pretende comprender los problemas de las madres de niños evacuados, primero resulta necesario reconocer que los sentimientos concernientes a los niños en general no son los mismos que los sentimientos especiales que experimentan los padres hacia sus propios hijos. Lo que da sentido a la vida para muchos hombres y mujeres es la experiencia de la primera década de vida matrimonial, el periodo en que se construye una familia, y en que los niños necesitan todavía esas contribuciones a su personalidad y carácter que los padres pueden hacer. Esto es válido en general, pero sobre todo en el caso de quienes se ocupan personalmente del manejo de su casa, sin servicio doméstico, y de aquellos cuya posición económica, o nivel cultural, impone un límite a la cantidad y calidad de intereses y distracciones posibles. Para tales progenitores, renunciar al contacto permanente con sus hijos constituye sin duda una difícil prueba. Una madre dijo: "Renunciaríamos a nuestros hijos por tres meses, pero, si es por más tiempo, quizás incluso tres años, qué sentido tiene la vida?" Y otra manifestó: 'Todo lo que tengo ahora para cuidar es el gato, y mi única distracción es el bar.". Estos son pedidos de ayuda que no deberían desoírse. La mayoría de los relatos sobre padres cuyos hijos han sido evacuados no parecen captar esta simple verdad. Por ejemplo, se ha expresado la opinión de que las madres lo pasan muy bien, pues están libres para flirtear, levantarse tarde, ir al cine, o trabajar y ganar dinero, a tal punto que seguramente no desean que sus hijos vuelvan. Sin duda existen casos que justifican tal comentario, pero éste no se aplica a la mayoría de las madres; y a veces resulta válido en la superficie, pero no lo es necesariamente en un sentido más profundo, pues es bien sabido que una característica de los seres humanos es mostrarse indiferentes ante la amenaza de un dolor que no pueden tolerar. Nadie sugeriría que dar a luz y criar un niño es todo dulzura, pero la mayoría de la gente no espera que la vida carezca de amargura; sólo piden que la parte amarga sea la que ellos mismos han elegido. A la madre urbana se le pide, se le aconseja e incluso se la presiona para que renuncie a sus hijos. A menudo se siente casi atropellada, pues no puede comprender que la dureza de la exigencia surge de una realidad: el peligro de las bombas. Una madre puede mostrarse sorprendentemente sensible a la crítica; el sentimiento de culpa relativo a la posesión de hijos (o de cualquier cosa valiosa) es tan poderoso, que la idea de la evacuación tiende en primer lugar a hacerla sentir insegura y dispuesta a hacer cualquier cosa que se le indique, sin tener en cuenta sus propios sentimientos. Uno puede imaginársela diciendo: "Sí, por supuesto, llévenselos, yo nunca fui digna de ellos; los bombardeos no son el único peligro, yo misma no puedo proporcionarles el hogar que deberían tener". Por supuesto, no siente esto conscientemente, sólo se siente confusa o aturdida. Por ésta, y por otras razones, el sometimiento inicial frente al plan de no puede ser duradero. Eventualmente las madres se recuperan del choque, y entonces se necesita un largo proceso para que el sometimiento se transforme en cooperación. A medida que pasa el tiempo la fantasía cambia, y lo real se torna gradualmente claro y definido. Si uno intenta colocarse en el lugar de la madre, se plantea de inmediato esta pregunta: ¿por qué, en realidad, se aleja a los niños del riesgo de los ataques aéreos a un precio tan alto y causando tantas dificultades? ¿por qué se pide a los padres que hagan semejante sacrificio? 25
Hay varias respuestas. O bien los padres mismos realmente desean alejar a sus hijos del peligro, cualesquiera sean sus propios sentimientos, de modo que las autoridades sólo actúan en nombre de los padres, o bien el Estado atribuye más valor al futuro que al presente, y ha decidido hacerse cargo del cuidado y el manejo de los niños, sin tener para nada en cuenta los sentimientos, deseos y necesidades de los padres. Como es natural en una democracia, se ha tendido a considerar como válida la primera alternativa. A ello se debe que la evacuación haya sido voluntaria, y que se haya permitido que fracasara hasta cierto punto. De hecho, hubo incluso algún intento, aunque no muy entusiasta, por comprender el punto de vista de la madre. Conviene recordar que los niños son criados y educados no sólo para que lo pasen bien, sino también para ayudarlos a crecer. Algunos de ellos se convertirán a su vez en progenitores. Resulta razonable afirmar que los padres son tan importantes como los niños, y que es sentimental suponer que los sentimientos de los padres deben sacrificarse necesariamente por el bienestar y la felicidad de los hijos. Nada puede compensar a un progenitor corriente por la pérdida de contacto con un hijo y la falta de responsabilidad por su desarrollo corporal e intelectual. Se afirma que la vastedad del problema y de la organización requerida para efectuar la evacuación en masa es lo que limita la participación de los padres en cosas tales como la elección de hospedaje. La mayoría de los padres pueden aceptar este argumento. Con todo, el propósito de mi artículo es señalar que por mucho que las autoridades intenten establecer reglas y normas de aplicación general, la evacuación sigue siendo un asunto que involucra un millón de problemas humanos individuales, todos distintos entre sí, y todos de vital importancia para alguien. Por ejemplo, una madre puede conocer muy bien los problemas de la evacuación y estar al tanto de sus múltiples dificultades, pero eso no la ayudará a tolerar la pérdida de contacto con su propio hijo. Los niños cambian rápidamente. Al cabo de los años que esta guerra puede durar, muchos ya no serán niños y todos los bebés de hoy habrán salido de la etapa de rápido desarrollo emocional para pasar a la de un desarrollo intelectual y emocional más pausado. No tiene sentido hablar de postergar el momento de llegar a conocer a un niño, sobre todo si es pequeño. Además, las madres saben una cosa que quienes no están cerca del niño tienden a olvidar: el tiempo mismo es muy distinto según la edad a la que se tenga la experiencia de él. Un día feriado puede pasar casi desapercibido para los adultos, en tanto que les parecerá a los niños un enorme trozo de vida, y es casi imposible hacer sentir a un adulto la enormidad de tiempo que tres años significan para un niño evacuado. Realmente es una gran proporción de lo que el niño conoce de la vida, equivalente quizás a veinticinco años de vida para un adulto de 40 ó 50 años. El reconocimiento de este hecho torna a una mujer aun más ansiosa ante la posibilidad de perder su oportunidad de ser madre. Por lo tanto, la investigación de todos los detalles del problema de la evacuación pone de manifiesto problemas individuales que son importantes, incluso urgentes, a su manera. Partiendo ahora de la base de que los deseos de los padres están representados por las autoridades que actúan así en nombre de aquéllos, resulta posible comprender cuáles son las complicaciones que probablemente sobrevendrán. Mucha gente, incluyendo a los mismos padres, cree que todo estaría bien si se cuidara eficazmente de sus hijos; que éstos, si estuvieran bastante desarrollados emocionalmente como para soportar la separación, podrían en realidad beneficiarse con el cambio; sin duda los niños harían la experiencia de vivir en un hogar distinto, ampliarían sus intereses, y quizá tendrían un contacto con la vida de campo del que suelen carecer los niños urbanos e incluso los suburbanos. 26
No tiene sentido negar, sin embargo, que la situación es compleja y que de ningún modo puede confiarse en que los padres se sientan seguros en cuanto al bienestar de sus hijos. Hay una historia antigua y conocida, pero que rara vez deja de perturbar y sorprender a quienes tienen a su cargo niños ajenos. Los padres suelen quejarse por el tratamiento que sus hijos reciben mientras están lejos del hogar, y creen todo lo que un niño puede inventar en cuanto a malos tratos y, sobre todo, a mala alimentación. El hecho de que al salir de una institución para convalecientes un niño regrese al hogar en óptimo estado de salud, no impide que la madre presente una queja en el sentido de que su niño ha sido descuidado. Cuando se investigan tales quejas, rara vez se descubren fallas reales; son previsibles quejas similares en el caso de los hogares a los que se envía a los niños evacuados, y resultarían bastante naturales si se tienen en cuenta las dudas y los temores de las madres. Es de suponer que una madre sentirá antipatía por toda persona que descuide a su hijo, pero es igualmente razonable suponer que experimentará esa misma antipatía por quien cuida de su hijo mejor que ella misma, pues ese tipo de cuidado despierta su envidia o sus celos. Es su hijo y, simplemente, ella quiere ser la madre de su propio hijo. No es difícil imaginar lo que ocurre. Un niño regresa al hogar después de sus vacaciones y pronto capta una atmósfera de tensión en cuanto se le pregunta sobre algún detalle. ¿Te daba la señora Fulana un vaso de leche antes de dormirte?" El niño puede sentir alivio al contestar que no y complacer así a su madre sin tener que mentir. El niño se ve envuelto en un conflicto de lealtades, y se siente desconcertado. ¿Qué es mejor, estar en casa o lejos de ella? En algunos casos, la defensa contra ese mismo conflicto ha sido preparada mediante un rechazo de la comida en el hogar, en el campo, durante los primeros y los últimos días de su estada allí. Si la madre muestra considerable alivio, el niño siente la tentación de agregar unos pocos detalles fabricados por su imaginación. La madre comienza entonces a pensar realmente que ha habido un cierto descuido, y presiona al niño para obtener más información. La tensión crece cada vez más, y el niño prácticamente no se atreve a examinar sus propias afirmaciones anteriores. Es menos peligroso aferrarse a unos pocos detalles y repetirlos cada vez que surge el tema. Y así la desconfianza de la madre aumenta, hasta que termina por presentar una queja. Esta difícil situación tiene dos orígenes; el niño siente que sería desleal contar que ha estado alegre y bien alimentado, y la madre abriga la esperanza de que su competidora no pueda ni siquiera compararse con ella. Hay momentos en que resulta fácil establecer un círculo vicioso de desconfianza por parte del progenitor real y de resentimiento por parte de la madre circunstancial. Cuando pasa ese momento, queda abierto el camino para la amistad y la comprensión entre esas rivales en potencia. Todo esto quizá le parezca muy absurdo a un observador, que puede darse el lujo de ser razonable, pero la lógica (o el razonamiento que niega la existencia o la importancia de los sentimientos y conflictos inconscientes) no basta cuando una madre debe separarse de su hijo. Aunque una madre deprivada desee realmente cooperar con el plan de evacuación, tales sentimientos y conflictos inconscientes deben tenerse en cuenta. Entre un momento de desconfianza y otro, las madres tienden con igual facilidad a sobrestimar la bondad y la confiabilidad de los hogares circunstanciales, y a creer que sus hijos están a salvo y bien cuidados sin conocer los hechos reales. Así trabaja la naturaleza humana. Probablemente nada despierte tanto los celos maternos como el cuidado excepcional brindado a su hijo. Puede ocultar sus celos incluso de sí misma, pero así como tiene razones para preocuparse por la posibilidad de que descuiden a su hijo, tiene iguales motivos de preocupación en el sentido de que su hijo se acostumbre a situaciones que no pueden mantenerse a su regreso. Ello ocurre sobre todo cuando esa situación es sólo un poco mejor que la hogareña, pues si su alojamiento temporario es en un castillo, toda la experiencia ingresa al mundo de los sueños. El siguiente incidente revela la forma en que las pequeñas cosas pueden magnificarse. 27
Una madre se quejó de una madre circunstancial, y resultó que la queja consistía tan sólo en que esta última era generosa y propietaria de una confitería, mientras que la madre verdadera no sólo carecía de los medios para comprar al niño muchas golosinas, sino que también se las limitaba por temor a que se le arruinara la dentadura. Estos problemas no son distintos de los de la vida diaria. Cuando un pariente o un amigo se muestra muy generoso con un niño, la madre sufre al verse obligada a adoptar un papel estricto e incluso cruel, y la situación hogareña suele aliviarse cuando el niño encuentra una actitud firme en otra parte. Es obvio que no resulta prudente enterar a una madre de la maravillosa comida que el niño recibe en otro lado, y de todas las otras ventajas especiales que el hogar temporario puede tener con respecto al verdadero. Tampoco tiene sentido decir (sobre todo cuando es cierto) que el niño es más feliz en aquél que en éste. De hecho, puede haber mucho de oculta sensación de triunfo en tales comentarios. Con todo, los padres esperan informes y, sin duda, deben recibirlos, escritos sin intención de triunfo y con el objeto de permitirles seguir compartiendo la responsabilidad por el bienestar de sus hijos. Si no se mantiene el contacto, la imaginación comienza a suplir los detalles sobre la base de la fantasía. En un estudio más detallado de la madre deprivada, es necesario ir más allá de lo que cabe suponer que ella sepa sobre sí misma. Algo importante que se debe tener en cuenta es que una madre no sólo desea tener hijos, sino que los necesita. Cuando comienza a formar una familia, la madre organiza sus ansiedades, así como sus intereses, a fin de movilizar todo lo posible su impulso emocional con vistas a ese fin. Considera valioso verse permanentemente molestada por las ruidosas necesidades de sus hijos, y esto es cierto aunque se queje abiertamente de que sus lazos familiares son una molestia. Quizá nunca haya pensado en este aspecto de su experiencia maternal hasta que, cuando los chicos ya no están, se encuentra por primera vez poseedora de una cocina tranquila, al mando de un navío sin tripulación. Aunque su personalidad tenga la flexibilidad suficiente como para permitirle adaptarse a esa nueva situación, este desplazamiento de sus intereses requiere tiempo. Quizá se tome unas breves vacaciones de sus hijos sin necesidad de reorganizar sus intereses vitales; pero hay un período más allá del cual no puede continuar sin tener algo o alguien que le parezca digno de cuidar, e incluso digno de su fatiga y cansancio; también comienza a buscar alguna otra manera de ejercer poder en forma útil. En las situaciones corrientes, la madre se acostumbra gradualmente a intereses nuevos a medida que los hijos crecen, pero en la época actual de guerra se pide a las madres que pasen por este difícil proceso en unas pocas semanas. No es de extrañar que a menudo fracasen y lleguen a deprimirse o bien insistan absurdamente en el retorno de sus hijos. Este mismo problema presenta otro aspecto. Las madres pueden tener una dificultad similar para recibir a sus chicos de vuelta, después de haber reorganizado sus intereses y ansiedades para hacer frente a la experiencia de la paz y la tranquilidad hogareñas. También aquí es necesario tener en cuenta el factor tiempo. Esta segunda reorganización puede resultar más difícil que la primera, porque después del regreso de los chicos habrá un período, por breve que sea, en el que la madre deberá fingir ante sus hijos que está preparada para ellos, y que los necesita tanto como antes de su alejamiento; y tendrá que fingir porque, al principio, no se sentirá en condiciones de recibirlos. Necesita tiempo para adaptar sus pensamientos, así como los arreglos exteriores en el hogar a su regreso. En primer lugar, los niños realmente han cambiado, son mayores y han tenido nuevas experiencias; y también ella ha tenido toda clase de ideas sobre ellos mientras estuvieron lejos, y necesita vivir con ellos algún tiempo antes de llegar a conocerlos tal como realmente son. Ese temor a tener que hacer una adaptación profunda y penosa, con el riesgo de fracasar en el intento, impulsa a las madres a arrancar a sus hijos de los hogares circunstanciales, cualesquiera sean los sentimientos de quienes han hecho todo lo posible por el bien de esos 28
niños. Es como si las madres participasen en un juego en el que hubieran sido robadas y en el que su claro deber consiste en rescatar a los niños de manos de una bruja; como salvadoras vuelven a sentirse seguras de la existencia y de la fuerza de su propio amor. También habría que describir las actitudes especiales de madres más anormales. Hay un tipo de madre que piensa que su hijo sólo es bueno cuando ella lo controla personalmente. Incapaz de reconocer las cualidades positivas innatas del niño, previene a los futuros padres circunstanciales en cuanto a las posibles dificultades, y queda atónita cuando se entera de que el niño se comporta normalmente. Hay otro tipo de madre que habla mal de su hijo, tal un artista se muestra despectivo para con su obra y es, por lo tanto, la persona menos indicada en el mundo para venderla. Esa madre, como el artista, teme tanto el elogio como la crítica, y evita esta última mediante la propia subestimación de su obra. RESUMEN Dentro de los límites de este artículo, he tratado de mostrar que cuando un niño es alejado de sus padres surgen sentimientos muy intensos. Quienes se ocupan de los problemas relativos a la evacuación de niños deben tener en cuenta los problemas de las madres tanto como los de las madres circunstanciales, si aspiran a comprender las consecuencias de lo que hacen. Cuidar de niños ajenos puede ser una tarea difícil y exigente, y puede vivirse como una misión de guerra. Pero el simple hecho de verse privado de los propios hijos es una misión de guerra muy poco satisfactoria, que no puede atraer a progenitor, y que solo puede tolerarse si se aprecia debidamente las posibilidades de peligro. Por esa razón es necesario hacer un verdadero esfuerzo por descubrir cómo se siente una madre privada de su hijo.
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5. EL NIÑO EVACUADO (Conferencia radial destinada a los padres circunstanciales de niños evacuados, 1945)
Parece que hubiera transcurrido muy largo tiempo desde la primera evacuación, y cabe suponer que los problemas agudos vinculados con ella se han resuelto por sí solos en la mayor parte de los casos. Pero quiero recordarles algunas de nuestras experiencias y referirme sobre todo a los padres circunstanciales. No sería raro que una muy necesaria comprensión del cuidado infantil llegara a difundirse como consecuencia de lo que esa gente ha vivido. Casi todos los hogares de Gran Bretaña se vieron afectados por la evacuación, y sin duda toda mujer ha tenido su propia historia de evacuación que resume su experiencia y su punto de vista con respecto a este asunto. Me parece que sería de lamentar que toda esa experiencia se desperdiciara. Me referiré principalmente a quienes lograron mantener a sus pequeños evacuados durante algunos años, porque pienso que ustedes son quienes más pueden beneficiarse con cualquier intento por poner en palabras lo que han estado haciendo. Supongo que cuando las cosas anduvieron bien, ustedes pensaron que habían sido afortunados en cuanto al niño que les tocó. El niño o la niña tenía una cierta medida de confianza en la gente. Ustedes debían trabajar con ese material; es imposible tener éxito en esta tarea si el niño no colabora porque es demasiado enfermo, demasiado inestable mentalmente, o demasiado inseguro como para encontrar algo bueno en lo que ustedes tienen para ofrecerle. Se les envió a un niño que ya había iniciado satisfactoriamente su desarrollo emocional. Eso ocurrió antes de que ustedes lo recibieran en su casa y, si lo han tenido con ustedes durante un largo período, significa que permitieron que el desarrollo de su personalidad continuara, tal como permitieron que su cuerpo siguiera creciendo al proporcionarle alimento. El cuidado corporal de un niño es algo muy importante. Mantener a un niño sano y libre de enfermedad física es algo que necesita vigilancia constante, y en el curso de un largo período de evacuación debe haber habido ocasiones en que ustedes tuvieron que asumir responsabilidad por alguna enfermedad corporal, cosa que resulta mucho más difícil cuando no se trata de un hijo propio. Ustedes cuidaron del cuerpo del niño; pero la evacuación hizo comprender a muchos que eso es sólo una parte de algo más vasto: el cuidado del niño íntegro, que es un ser humano con una constante necesidad de amor y de comprensión. La cuestión es que ustedes han hecho mucho más que proporcionar alimento, ropa y calor. Pero ni siquiera esto bastaba. El niño venía de un hogar, y ustedes lo recibieron en su hogar. Y en el hogar parece subyacer la idea de amor. Es posible que alguien ame a un niño y, no obstante, fracase, el niño no tiene la sensación de estar en un hogar. Creo que lo importante aquí es que, cuando uno le da un hogar a un niño, le proporciona un pequeño fragmento del mundo que el niño puede comprender y en el que puede creer, en los momentos en que falta amor. Pues a veces es forzoso que falte amor, por lo menos superficialmente. Hay ocasiones, cada tanto, en que el niño irrita, hace enojar, y se gana una palabra colérica, y es por lo menos igualmente cierto que los adultos, incluso los mejores, están a veces de mal humor e irritables, y durante un buen rato no puede confiarse en que ellos manejen una situación con espíritu de justicia. Si existe una sensación de hogar, la relación entre un niño y los adultos puede sobrevivir a largos períodos de incomprensión. De modo que puedo suponer que si han conservado a un niño evacuado durante largo tiempo, significa que lo han instalado en su hogar, lo cual es algo muy distinto de dejarlo estar en su casa, y el niño ha respondido y ha usado ese hogar como tal. El niño llegó a creer en ustedes, y gradualmente pudo colocar en ustedes parte de sus sentimientos hacia la madre, de modo que, en cierto sentido, se convirtieron temporariamente en la madre del niño. Para lograr eso, deben haber encontrado alguna manera de manejar la muy difícil relación con la madre real, y habría que otorgar algo así como la Medalla del Rey Jorge a los padres y padres circunstanciales que lograron 30
entenderse, e incluso entablar amistad, frente a tantas causas posibles de incomprensión mutua. ¿Y qué decir del niño que se vio tan repentinamente desarraigado, aparentemente expulsado de su propio hogar y alojado entre extraños? No es sorprendente que necesitara una comprensión especial. Al principio, cuando se alejaba a los niños de las zonas de peligro, por lo común los acompañaba una maestra que ya los conocía bien. Esa maestra constituía un lazo con la ciudad natal, y en la mayoría de los casos se estableció un vínculo entre los niños y la maestra mucho más fuerte que el que suele existir en la relación corriente maestra-alumno. Es casi imposible pensar en el primer proyecto de evacuación sin la colaboración de esas maestras, pero todavía no se ha escrito la historia completa de esos intensos y, en cierto sentido, trágicos días de evacuación. Tarde o temprano todo niño tenía que aceptar los hechos, aceptar que estaba lejos del hogar y solo. Lo que ocurría en ese momento dependía de la edad del niño, así como de la clase de criatura que era y de la clase de hogar de donde provenía, pero en esencia todos debían enfrentar el mismo problema: aceptaban el nuevo hogar, o bien se aferraban a la idea de su propio hogar y trataban a su nuevo domicilio como un lugar donde debían permanecer durante unas vacaciones bastante prolongadas. Muchos niños aceptaron la situación y parecieron no presentar ningún problema, pero quizá sea posible aprender más de las dificultades que de los éxitos fáciles. Por ejemplo, diría que el niño que se adaptó de inmediato, y que nunca pareció preocuparse por su hogar, no había resuelto necesariamente bien las cosas. Podría muy bien tratarse de una aceptación nada natural de las nuevas condiciones, y en algunos casos esa falta de nostalgia demostró finalmente ser una trampa y una ilusión. ¡Es tan natural que un niño sienta que su propio hogar es mejor y que lo que cocina su propia madre es lo único digno de comerse! La mayor parte de las veces, ustedes comprobaron que el niño a su cuidado necesitaba un largo tiempo, quizá muy largo, para adaptarse. Sugiero que esto era deseable. Se necesitaba tiempo. El niño se mostró francamente angustiado con respecto a su hogar y a sus padres, y sin duda tenía buenos motivos para estarlo ya que el peligro para el hogar era real y bien conocido, y a medida que las historias de bombardeos comenzaron a circular, los motivos de preocupación aumentaron. Los niños procedentes de áreas bombardeadas no se conducían exactamente igual que los lugareños, ni intervenían en todos los juegos; tendían a mantenerse aparte, a vivir de las cartas y los paquetes que llegaban del hogar, y de las visitas ocasionales, visitas que a menudo provocaban tantos trastornos que los padres circunstanciales deseaban muchas veces que no fueran tan frecuentes. Las cosas no eran tan agradables cuando los chicos se comportaban en esta forma, se negaban a comer y estaban taciturnos casi todo el tiempo, soñando con volver a su hogar y compartir los peligros de sus padres, en lugar de disfrutar de los beneficios de la vida en el campo. En realidad, todo esto no era malsano, pero para comprenderlo debemos ahondar nuestro análisis. La preocupación real por las bombas no era todo. Un niño tiene sólo una capacidad limitada para mantener viva la idea de alguien amado cuando no tiene oportunidad de ver y hablar a esa persona, y en ello radica la verdadera dificultad. Durante algunos días o semanas todo anda bien, y luego el niño descubre que ya no puede sentir que su madre es real, o bien conserva la idea de que su padre, o sus hermanos, sufrirán algún daño. Esta es la idea que tiene en la mente. También tiene toda clase de sueños relativos a luchas terroríficas, que revelan los intensos conflictos de su mente. Y peor aun, después de un tiempo puede descubrir que ya no tiene sentimientos intensos de ningún tipo. Toda su vida ha tenido intensos sentimientos de amor, y ha llegado a confiar en ellos, a darlos por sentados, a sentirse fortalecido por ellos. De pronto, en tierra desconocida, se encuentra sin el apoyo de ningún sentimiento intenso, y eso lo aterroriza. No sabe que se recuperará si puede esperar. Quizás haya algún osito, una muñeca o alguna ropa rescatada del hogar, hacia los cuales 31
pueda seguir experimentando algunos sentimientos, y entonces ese objeto adquiere tremenda importancia para él. Esa amenaza de perder los sentimientos, que surge en los niños alejados durante mucho tiempo de todo lo que aman, da origen a menudo a peleas. Los niños comienzan a buscar dificultades, y cuando alguien se enoja sienten un genuino alivio; pero ese alivio no es duradero. Durante la evacuación, los niños han tenido que pasar por estos angustiosos períodos de duda e incertidumbre, imposibilitados de regresar al hogar, y debe recordarse que no estaban pupilos en una escuela, de la cual regresarían a su casa para las vacaciones. Debían encontrar un nuevo hogar lejos del hogar. Ustedes, como custodios de los niños, debieron hacer frente a toda clase de síntomas de esa angustia, incluyendo algunos muy conocidos, como mojarse en la cama, dolores y malestares de uno u otro tipo, irritaciones de la piel, hábitos desagradables, incluso el de golpearse la cabeza, cualquier cosa que permitiera al niño recuperar su sentido de la realidad. Si uno reconoce la angustia que subyace en esos síntomas, puede comprender cuán inútil resulta castigar a un niño por ellos; siempre es mejor ayudarlo demostrándole amor y una comprensión imaginativa. Fue sin duda entonces cuando ese niño evacuado pudo dirigir su mirada hacia ustedes y su hogar, que por lo menos era real para él. Sin ustedes, como sabemos por todos los fracasos, habría tenido que regresar a su hogar a enfrentar un peligro real, o bien su desarrollo mental se habría trastornado y distorsionado, con muchas probabilidades de sufrir alteraciones serias. Fue entonces cuando ustedes le hicieron un gran favor. Hasta ese momento el niño había estado tratando de conocerlos, acostumbrándose a la nueva casa, comiendo la comida que ustedes le daban. Ahora acudía a ustedes en busca de amor y de la sensación de ser amado. En esa posición frente al niño, ustedes eran no sólo las únicas personas que hacían algo por él, sino que también estaban allí para comprenderlo y ayudarlo a mantener vivo el recuerdo de su propia familia. También estaban allí para recibir sus intentos de dar algo a cambio de lo que estaba recibiendo, y eran necesarios para proteger al niño en esa relación atemorizante con el mundo bastante extraño que lo rodeaba allí y en la escuela, donde los otros chicos no eran siempre demasiado cordiales. Supongo que tarde o temprano adquirió la confianza necesaria en el hogar, y en la forma en que ustedes lo dirigían, como para poder darlo por sentado y luego, por fin, sentirse un miembro de la familia, un niño del pueblo igual que los otros, que incluso usaba el dialecto local. Muchos llegaron incluso a enriquecerse con esas experiencias, pero ello se produjo como una culminación de una compleja serie de acontecimientos en la que más de una vez podría haberse producido un fracaso. Y aquí están ustedes ahora, con un niño a su cuidado que ha utilizado lo mejor que ustedes pudieron darle, y deberían saber que todos reconocen que lo que ustedes han hecho no fue simple ni fácil, sino el resultado de un cuidadoso proceso. ¿Tiene esto algún otro valor, aparte del bien hecho a un niño? Sin duda algo valioso que puede obtenerse de la evacuación (cosa muy trágica en sí misma) es que todos los que han logrado mantener consigo un niño evacuado han llegado a comprender las dificultades, así como las recompensas, inherentes al cuidado de hijos ajenos, y pueden ayudar ahora a quienes están haciendo lo mismo. Siempre hubo niños abandonados y siempre ha habido padres adoptivos que hicieron el tipo de trabajo que ustedes han estado realizando, y con gran eficacia. Cuando se trata del cuidado total de un niño, la experiencia es lo único que cuenta, y si cada uno de ustedes ha podido, mediante su éxito con un niño evacuado, convertirse en un vecino comprensivo de un padre adoptivo en el período de posguerra, creo que la tarea de todos ustedes no habrá concluido cuando esos niños evacuados regresen a sus verdaderos hogares.
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6. EL RETORNO DEL NIÑO EVACUADO (Conferencia radial, 1945) Me he referido ya al niño evacuado, y he tratado de mostrar que en los casos en que la evacuación constituyó un éxito, ello nunca fue por casualidad, sino que significó en todos los casos un logro. Como seguramente ya lo suponen, no es probable que yo afirme que el retorno del niño evacuado es un asunto simple y directo. Sin duda, no puedo decirlo porque no lo creo. El retorno del niño que ha estado durante largo tiempo lejos de su hogar es algo sobre lo cual vale la pena reflexionar, porque un manejo poco cuidadoso en el momento crítico puede ser causa de mucha amargura. Permítaseme decir, sin embargo, que respeto los sentimientos de quienes prefieren no reflexionar sobre las cosas. Se manejan mejor con la intuición, y cuando hablan sobre lo que quizá deberán enfrentar la semana siguiente, pierden su espontaneidad, si es que no se atemorizan, ante los posibles peligros que prevén. Además, si el hablar constituye un sustituto de la acción o el sentimiento, entonces incluso es peor que inútil. Sin duda, hay personas que desean ampliar sus experiencias hablando y escuchando, y a ellos están dirigidas estas palabras. Como de costumbre, la dificultad radica en saber por dónde comenzar: ¡hay tantas clases distintas de niños, de hospedajes transitorios y de hogares! En un extremo encontramos niños que simplemente volverán a casa y se adaptarán fácilmente, mientras que, en el otro extremo, tendremos niños que se han adaptado tan bien a sus hogares circunstanciales que el retorno al propio significará un verdadero choque. Entre ambos extremos está toda la gama de los problemas. Como no puedo describirlos todos, debo tratar de llegar a la esencia del asunto. Desde luego, la evacuación ya ha terminado para gran cantidad de criaturas. Lo que yo pueda decir quedaría más claro si lo expresaran quienes han vivido esa experiencia. Mi propósito es transmitir algunos resultados de esas experiencias a quienes todavía no han recuperado a sus hijos. Me parece estar en lo cierto al afirmar que renovar la vinculación con los propios hijos no es por cierto nada sencillo. El problema se simplifica cuando los padres han podido establecer y mantener relaciones amistosas con la familia que cuidó del niño. Esto nunca es fácil. Que los propios hijos sean objeto de excelentes cuidados a veces es tan difícil de soportar como el hecho de que un extraño los descuide. Incluso resulta una verdadera tortura cuando se ha sido una buena madre, y llega el momento en que se comprueba que el hijo desea quedarse con una mujer que es una desconocida, y cuya manera de cocinar le encanta al niño. Pero, a pesar de todo esto, algunos progenitores lograron hacerse amigos de sus representantes en los afectos del niño fuera del hogar. Y si ello significó también que esas personas a menudo le hablaban al niño de sus padres, de sus hermanos y hermanas, todo ha sido incluso más fácil. Me encuentro con niños que no pueden recordar cómo son sus madres, y que sólo recuerdan con dificultad los nombres de sus hermanos y hermanas. Quizá durante largos años nadie se preocupó por hablarles de sus seres más próximos y queridos, y la vida pasada de esos niños, así como los recuerdos del hogar, quedaron encerrados en su interior. En algunos casos, se ha llevado a cabo durante casi todo el tiempo una especie de preparación para el retorno, pero en otros casos nada de esto ha ocurrido. De cualquier manera, las dificultades principales son las mismas, y derivan de que cuando la gente se separa no sigue viviendo con vistas al reencuentro, y sin duda nadie desearía que así fuera. Si la gente no contara con la capacidad de recuperarse de las separaciones dolorosas, por lo menos en alguna medida, quedaría paralizada. Ya dije que la capacidad de un niño para mantener viva la idea de alguien a quien ama, cuando no tiene contacto con esa persona, es limitada. Lo mismo puede decirse de los progenitores y de todos los seres humanos, en cierta medida. En este sentido, las madres 33
tuvieron casi tantas dificultades como sus hijos. Pronto comenzaron a sentir dudas sobre aquéllos, a temer que estuvieran en peligro, o enfermos, o tristes, o incluso que fueran objeto de malos tratos, al margen de la justificación real que había para sustentar tales ideas. Es natural que la gente necesite ver a las personas que ama y estar cerca de ellas, o bien preocuparse por ellas. En la situación corriente, con los hijos en el hogar, cuando una madre está preocupada le basta con llamarlos, o bien esperar hasta la próxima comida, y el hijo por el que ella se preocupa aparece y le da un beso tranquilizador. El contacto estrecho entre las personas tiene su utilidad, y cuando se ve súbitamente interrumpido, la gente, niños o adultos, experimenta temores y dudas y sigue sufriendo hasta que se produce la recuperación. Recuperación significa que, con el correr del tiempo, la madre deja de sentirse responsable de su hijo, por lo menos en una medida considerable. Eso es lo más espantoso de todo: la evacuación obligó a los padres a dejar de preocuparse por sus propios hijos. Si se aferraban a un niño y trataban de mantener vigente su responsabilidad hacia él cuando se encontraba a muchos kilómetros de distancia, es probable que su vida fuera un infierno y que además debilitara con ello el sentido de responsabilidad que se desarrollaba en los padres circunstanciales, quienes tenían la ventaja de estar en contacto con el niño. ¡Imaginen el conflicto en la mente de un buen progenitor común en esos momentos! A la madre no le quedaba más recurso que llenar su vida con otros intereses; quizá comenzó a trabajar en una fábrica o se dedicó a actividades de defensa civil, o desarrolló una vida privada que le permitió olvidar su profundo dolor. Además de preocuparse por sus hijos, a menudo se angustiaba por su esposo en el frente de batalla, y debía encontrar la manera de manejar sus instintos frente a la prolongada ausencia de marido. En comparación con todo esto, ¡qué poco importante parece el estallido de una bomba! Los niños partieron y crearon así un gran vacío, pero con el correr del tiempo esa brecha se fue cerrando y el vacío comenzó a olvidarse. El tiempo cura cualquier dolor y, aunque de mala gana, los padres comienzan a descubrir nuevos intereses. Como ya dije, muchas mujeres empezaron a trabajar, y otras tuvieron más hijos. Incluso sé de algunas que tenían dificultad para recordar cómo eran sus chicos. Si no se escriben cartas con frecuencia, es muy difícil seguir el rastro de media docena de chicos desparramados por todo el país y que posiblemente cambien de domicilio con cierta frecuencia. Lo que quiero decir ahora es que cuando los niños regresan a casa no siempre llenan fácilmente el vacío que crearon al partir, por la sencilla razón de que ese vacío ya no existe. La madre y el niño pudieron arreglárselas a pesar de la separación, y cuando se encuentren tendrán que comenzar desde el principio a conocerse. Este proceso lleva tiempo, y es necesario darle tiempo. Es inútil que la madre se precipite hacia el niño y le arroje los brazos al cuello sin averiguar primero si el niño está en condiciones de responder con sinceridad. Las criaturas pueden ser brutalmente sinceras, y la frialdad es muy dolorosa. Por otro lado, si se les da tiempo, los sentimientos pueden desarrollarse en forma natural, y una madre puede verse repentinamente gratificada por un abrazo genuino, que valió la pena esperar. La casa sigue siendo el hogar del niño y creo que éste se alegrará después de un tiempo de haber vuelto, si la madre sabe esperar. En los dos o tres años de separación, tanto la madre como el niño han cambiado, sobre todo el niño, para quien tres años de vida es una eternidad. Resulta trágico pensar que tantos progenitores hayan tenido que perderse esa experiencia tan fugaz, la infancia de sus propios hijos. Al cabo de tres años el niño es la misma persona, pero ha perdido todos los rasgos que caracterizan a una criatura de 6 años, porque ahora tiene 9. Y entonces, desde luego, aunque el hogar haya escapado a la destrucción de los bombardeos, aunque sea exactamente igual al que el niño dejó, le parece mucho más pequeño, porque él es mucho más grande. A esto se agrega que puede haber residido en una casa mucho más amplia que la propia en la ciudad, y que quizás haya tenido un jardín, o incluso una granja, por la que podía correr todo lo que quisiera y donde el único límite era no espantar a las vacas mientras se las ordeñaba. Debe ser difícil regresar de una granja a un departamento de una o dos habitaciones en un edificio. Con 34
todo, creo realmente que casi todos los niños prefieren estar en su propia casa, y se adaptarán a ella si se les da tiempo. Durante los períodos de espera puede haber muchas protestas. A una madre siempre le parecerá que cuando su hijo se queja está haciendo una comparación entre ella y quienes lo cuidaron. El niño muestra, por el tono de su voz, que algo lo decepciona. Conviene recordar que por lo común no compara su hogar actual con el anterior, sino que compara el hogar que encuentra con el que había construido en su imaginación mientras estaba lejos. Durante los períodos de separación se recurre mucho a la idealización, y esto es tanto más cierto cuanto más completa es la desunión. He comprobado que los niños y las niñas que han tenido tan malos hogares que fue necesario proporcionarles cuidado y protección especiales, por lo común imaginan que en alguna parte los aguarda un hogar maravilloso, con tal de que sepan encontrarlo. Este es el principal motivo por el que tienden a escaparse: tratan de encontrar su hogar. ¿Comprenden ahora que si bien una de las funciones de un verdadero hogar consiste en proporcionar algo positivo en la vida del niño, otra de sus funciones es corregir la imagen del niño, mostrándole las limitaciones de la realidad? Cuando el niño regresa al hogar con sus expectativas fantásticas tiene que experimentar una decepción, pero al tiempo redescubre que realmente tiene un hogar propio. También esto lleva tiempo. De modo que cuando los niños se quejan después de su retorno, a menudo muestran que mientras estuvieron lejos, construyeron un hogar mejor en su imaginación, un hogar que no les negaba nada, que no tenía problemas económicos ni de espacio; de hecho, un hogar al que sólo le faltaba una cosa: realidad. El hogar real tiene también sus ventajas, sin embargo, y los niños resultarán gananciosos si pueden llegar a aceptarlo tal como es. El retorno del niño evacuado es una parte importante de la experiencia de la evacuación, y nada sería más desalentador para quienes se han preocupado por hacer de ella un éxito que una negligencia en la última etapa. Sin duda, habría que facilitar a cada niño el regreso al hogar, y para ello debería haber alguien responsable que conozca al niño, a los progenitores circunstanciales y al verdadero hogar. A veces el regreso a casa un día lunes resulta desastroso, mientras que el miércoles todo anda bien. Quizá la madre esté enferma, o haya un nuevo bebé en la casa, o los albañiles no hayan terminado de arreglar el techo y las ventanas, y un mes o dos más tarde la diferencia sería enorme. En más de un caso el niño regresa al hogar pero necesita una supervisión experta durante un período, y aun entonces puede ser necesario que viva algún tiempo en un albergue, donde puede contar con manejo experimentado; sobre todo teniendo en cuenta que los hombres no han regresado todavía al hogar, y un hogar sin padre no es lugar adecuado para un niño vivaz ni para una adolescente. Por último, no debemos olvidar que para los niños con madres difíciles la evacuación ha sido algo así como un regalo del cielo. Para esos niños, el retorno al hogar significa un retorno a la tensión. En un mundo ideal, seguramente se les podría prestar alguna ayuda a esos niños después de su regreso. Será maravilloso saber que los niños de las grandes ciudades están de vuelta en sus hogares, y yo personalmente me alegraré de ver las calles y los parques otra vez llenos de chicos, que regresan a su casa después del colegio y que duermen en la casa de sus propios padres. Entonces será necesario intensificar la educación, y cuando los hombres y las mujeres vuelvan del combate habrá boy scouts y girl guides, y picnics y campamentos de vacaciones. Pero en todos los casos hay un momento que es el del regreso, y me gustaría sentir que he expresado claramente mi idea de que la renovación del contacto lleva tiempo, y que el manejo de cada retorno debe ser supervisado en forma personal.
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7. EL REGRESO AL HOGAR (Conferencia radial destinada a los padres, 1945) Conozco un niño de 9 años que ha pasado gran parte de su corta vida lejos de su hogar en Londres. Cuando oyó hablar sobre el retorno de los evacuados al finalizar la guerra, comenzó a reflexionar, a hacerse a la idea y a elaborar planes. De pronto, anunció:"Cuando esté en mi casa de Londres me voy a levantar temprano todas las mañanas para ordeñar las vacas". En este momento, con el fin oficial de la evacuación, cuando las madres abandonan las fábricas para dedicarse al cuidado de su casa, muchos progenitores dan la bienvenida a sus hijos que regresan a las grandes ciudades. Este es el momento que tantas familias han estado aguardando durante largos años, y que sería aun más feliz si también los padres pudieran regresar al hogar. Si no me equivoco, en este momento hay muchos están contemplando a sus hijos, preguntándose qué piensan y sienten y, también, si están en condiciones de proporcionarles todo lo que desean y necesitan. Me gustaría meditar unos minutos con ustedes sobre estos problemas. Aquí están los chicos de regreso en sus hogares, llenándonos los oídos con ruidos que hacía mucho no escuchábamos. La gente había olvidado que los niños son ruidosos, pero ahora lo recuerdan muy bien. Las escuelas vuelven a abrirse. Los parques acogen a sus antiguos visitantes: madres y cochecitos, niños de todos los tamaños, formas y colores. Las callejuelas de barrio se han convertido en canchas de cricket, en las que los niños se adaptan gradualmente al tránsito urbano. A la vuelta de muchas esquinas surgen pandillas de nazis o de otra clase de criminales, con armas fabricadas con trozos de madera, cazadores y perseguidos que hacen caso omiso por igual del transeúnte. Las rayuelas de tiza reaparecen en las veredas, para que las niñas sepan en qué cuadro deben saltar, y cuando reina buen tiempo y no hay otra cosa que hacer, niños y niñas se dedican a realizar proezas acrobáticas y a caminar con las manos o pararse cabeza abajo. En mi opinión, el momento más fascinante es el de la comida, cuando esos niños corren hacia sus hogares para comer lo que su propia madre les ha preparado. La comida en la propia casa significa muchísimo, tanto para la madre que se toma el trabajo de conseguir los alimentos y prepararlos, como para los hijos que la disfrutan. Y después viene el baño nocturno, o el cuento a la hora de dormir, y el beso de despedida; todas estas cosas son íntimas y no las vemos, pero no las ignoramos. Este es el material con que está hecho un hogar. Sin duda, es con estas cosas aparentemente triviales dentro y fuera del hogar que el niño teje todo lo que una rica imaginación puede tejer. El ancho mundo es un excelente lugar para los adultos que buscan escapar al aburrimiento, pero los niños comunes no están aburridos y pueden experimentar todos los sentimientos que son capaces de soportar dentro de su propia casa o a pocos pasos de la puerta de calle. El mundo resulta importante y satisfactorio principalmente si crece, para cada individuo, a partir de la calle en que está su casa, o del patio de atrás. Hay algunas raras personas, supongo que muy optimistas, para quienes la evacuación constituyó algo que traería nueva vida a los niños pobres de las ciudades. No podían considerarla como una gran tragedia, de modo que la eligieron como una de las ocultas bendiciones de la guerra. Pero alejar a los niños de sus hogares sanos nunca podía ser algo bueno. Y por hogar no entiendo, como ustedes saben, una casa con todas las comodidades modernas. Por hogar entiendo una o dos habitaciones que en la mente del niño han llegado a asociarse con la madre y el padre, y los otros niños y el gato, y el estante o el aparador donde se guardan los juguetes. 36
Sí, la imaginación de un niño tiene amplio lugar para desplegarse en el pequeño mundo de su propio hogar y de su calle, y en realidad lo que permite al niño jugar y, en muchas otras formas, disfrutar de su capacidad para enriquecer el mundo con sus propias ideas es la seguridad real que le proporciona el hogar mismo. Aquí surge una seria preocupación cuando tratamos de reflexionar sobre las cosas, e intentaré explicarles a qué me refiero. Digo que cuando un niño está en su casa puede experimentar allí toda la escala de sus sentimientos, y ello sólo puede resultar provechoso. Al mismo tiempo, no me alegran demasiado las ideas que surgen en la mente del niño con respecto al hogar cuando se aleja de él durante largo tiempo. Cuando está en su casa, sabe realmente cómo es; por eso puede modificarla en su fantasía a los fines de su juego. Y el juego no es simplemente placer, es algo esencial para su bienestar. Cuando está lejos, por otro lado, no tiene oportunidad de saber minuto a minuto cómo es su hogar, y así sus ideas pierden contacto con la realidad en una forma que fácilmente lo atemoriza. Una cosa es estar en casa y librar batallas a la vuelta de la esquina, para regresar y comer cuando llega el mediodía, y otra muy distinta ser evacuado, perder el contacto e imaginar asesinatos en la cocina. Una cosa es pararse sobre la cabeza en la calle por el placer de ver a la propia casa al revés antes de entrar en ella, y otra muy distinta estar a doscientas millas de distancia, convencido de que la casa está en llamas o destruida. Si una madre se trastorna cuando su hijo se queja de que su hogar no es tan bueno como él esperaba, puede estar segura de que tampoco es tan malo como él esperaba. Si eso es cierto, comprenderán cuánto más libre es un niño cuando está en su casa que cuando se encuentra lejos. Su regreso al hogar puede iniciar una nueva era de libertad para el pensamiento y la imaginación, siempre y cuando pueda tomarse tiempo para comprobar que lo que es real es real. Esto lleva tiempo, y es necesario permitir un lento despertar de la confianza. ¿Qué ocurre cuando un niño comienza a sentirse libre, libre para pensar lo que le place, para jugar a lo que se le ocurre, para encontrar las partes perdidas de su personalidad? Sin duda, también comienza a actuar libremente, a descubrir impulsos que habían estado dormidos mientras estuvo lejos, y a mostrarlos. Comienza a ser descarado, a perder el control, a dejar una parte de la comida, a preocupar a la madre y molestarla en sus otros intereses. Es probable que trate también de ver qué pasa si le roba alguna cosita para verificar hasta qué punto es cierto que se trata realmente de su madre y de que, en un cierto sentido, lo que le pertenece a ella también le pertenece a él. Todos estos signos pueden constituir un paso hacia adelante en el desarrollo, la primera etapa de un sentimiento de seguridad, aunque enloquecedora desde el punto de vista de la madre. El niño ha tenido que ser su propia madre y su propio padre severos mientras estuvo lejos y, sin lugar a dudas, ha tenido que ser demasiado estricto consigo mismo para estar seguro, a menos que no haya podido soportar la situación y se haya visto envuelto en dificultades en su hogar adoptivo. Sin embargo, ya de vuelta en el propio hogar, podrá tomarse unas vacaciones del autocontrol, por la sencilla razón de que dejará ahora el control en manos de la madre. Algunos niños han estado viviendo un autocontrol artificial y exagerado durante años, y cabe suponer que cuando comiencen a permitir que la madre se haga cargo del control, una vez más se convertirán hasta cierto punto en una molestia. Es por eso que resultaría muy conveniente que el padre estuviera también de regreso en ese momento. Creo que algunas madres se preguntan genuinamente si les es posible dar a su hijo, en Paddington, Portsmouth o Plymouth, tanto como le dio la gente que cuidó de él en el campo, donde había prados y flores, vacas y cerdos, verduras y huevos frescos. ¿Puede competir el hogar con albergues dirigidos por personas experimentadas, donde había juegos organizados, carpintería para los días de lluvia, conejos que aumentaban de número en jaulas construidas por los niños, paseos de fin de semana por los alrededores, y médicos que se ocupaban del cuerpo y la mente de los niños? Sé que todas estas cosas se hacían muy a menudo y muy bien en los hogares adoptivos y en los albergues, pero no hay muchos que se atrevan a afirmar que todo eso constituye un buen sustituto de un buen hogar. Estoy seguro de que, en general, por simple que sea el hogar del niño, es más valioso para él que cualquier otro lugar en que viva. 37
La comida y el alojamiento no son las únicas cosas que cuentan, y ni siquiera el hecho de proporcionar ocupaciones para los momentos de ocio, aunque todos sabemos muy bien que esas cosas son bastante importantes. Es posible proporcionarlas en abundancia y, sin embargo, faltará lo esencial si los padres de un niño, o sus padres adoptivos o tutores, no son las personas que se responsabilizan por su desarrollo. Está también el problema, ya mencionado, sobre la necesidad de tomarse unas vacaciones del autocontrol. Para que un niño crezca de tal modo que pueda descubrir la parte más profunda de su naturaleza es necesario que alguien sea desafiado, e incluso odiado por momentos, y ¿quién si no los padres del niño está en condiciones de ser odiado sin que exista el peligro de un rompimiento definitivo en la relación? Con el regreso de los hijos, quienes han logrado mantener a flote un hogar durante esos años de amarga separación pueden comenzar ahora, como padre y madre, a reparar el daño infligido al desarrollo de sus hijos por la falta de continuidad en su manejo. Esos padres asumieron una responsabilidad conjunta por su venida al mundo, y creo que ahora anhelan asumirla nuevamente, pero esta vez para ayudarlos a convertirse en ciudadanos. Como vimos, este asunto del hogar y la familia no es un lecho de rosas; el regreso de un hijo no significa que ahora la madre tiene quien le haga las compras (salvo que su propio impulso lo lleve a hacerlo) y el retorno de una hija no significa que la madre tiene alguien que le lave los platos (salvo, nuevamente, que el impulso la lleve a hacerlo). Su retorno significa que la vida de la madre será más rica, pero menos privada. Habrá pocas recompensas inmediatas. A veces deseará que los chicos vuelvan a su lugar de residencia anterior. Todos comprendemos lo que le pasa a esa madre, y a veces las cosas le resultarán tan difíciles que necesitará ayuda. Lo que ocurre es que algunos de los niños han sido tan lastimados por la evacuación que manejarlos está más allá de la posibilidad de los padres. Pero si estos logran salir adelante, y los hijos se convierten en ciudadanos, habrán realizado la mejor tarea del mundo. Sé de buena fuente que es maravilloso ayudar a los hijos a alcanzar la independencia y establecer sus propios hogares, y también a trabajar en algo que les produzca placer y a disfrutar de las riquezas de la civilización, que deben defender y promover. Los padres tendrán que ser fuertes en su actitud para con los hijos, así como comprensivos y cariñosos, y si eventualmente tendrán que mostrarse firmes vale la pena comenzar con firmeza. Resulta bastante injusto mostrar firmeza repentinamente cuando ya es tarde, cuando el niño ya ha comenzado a ponerlos a prueba y a comprobar hasta qué punto puede confiar en ellos. Y ahora, ¿qué diremos del niño que soñaba con regresar a su casa y ordeñar las vacas? Resulta evidente que no sabía mucho sobre las ciudades y la vida urbana, pero no creo que eso importe demasiado. Lo que pensé cuando oí esa frase fue que el niño tenía una idea, y bastante buena. Asociaba regresar al hogar con algo directo y personal. Había visto ordeñar vacas en la granja vecina a su albergue, pero nunca pudo hacerlo él mismo. Ahora que la guerra ha terminado, ¡volvemos a casa y basta de intermediarios! ¡Ordeñemos las vacas nosotros mismos! No es una mala actitud para los evacuados que retornan. Confiemos en que haya habido una madre y un padre esperando a Ronald, dispuestos, como él, a la expresión afectuosa directa, dispuestos a un abrazo fácil para darle el comienzo de una nueva oportunidad de entenderse con un mundo difícil.
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8. MANEJO RESIDENCIAL COMO TRATAMIENTO PARA NIÑOS DIFÍCILES (Escrito en colaboración con Clare Britton para Human Relations, 1947)
Los autores debieron tomar parte en un proyecto de guerra que surgió en cierto condado de Gran Bretaña en torno al problema presentado por los niños evacuados de Londres y otras grandes ciudades. Es bien sabido que parte de los niños evacuados no lograron adaptarse a sus alojamientos circunstanciales y que, mientras que algunos de ellos regresaron a sus familias y a los ataques aéreos, muchos permanecieron en aquéllos y se constituyeron en una verdadera molestia, salvo cuando se pudo proporcionarles condiciones especiales de manejo. Como psiquiatra visitante y asistente social psiquiátrica residente, formamos un pequeño equipo destinado a lograr que un proyecto de este tipo tuviera éxito en nuestro país. Nuestra tarea consistía en asegurarnos de que se utilizaran realmente todos los recursos disponibles para manejar los problemas que se planteaban: uno de nosotros (D. W. W.), como pediatra y psiquiatra de niños que había ejercido sobre todo en Londres, pudo relacionar los problemas específicamente vinculados con la situación de guerra y los problemas correspondientes de la experiencia recogida en tiempos de paz. El plan que se desarrolló fue necesariamente complejo, y sería difícil decir que un diente del engranaje tenía más importancia que cualquier otro. Por lo tanto, hemos de describir lo que ocurrió, porque se nos pidió que lo hiciéramos, y sin que pretendamos ser particularmente responsables por lo que de bueno hubo en todo ello; los criterios expresados son propios y se dan sin ninguna referencia a los otros participantes en el proyecto. Quizá sería mejor decir que también en nuestra tarea de asegurar que los niños recibieran realmente cuidado y tratamiento teníamos que tener presente la situación total, porque en todos los casos se necesitaba mucho más de lo que podía hacerse y de lo que, en realidad, se hacía; y en cada caso, por lo tanto, la evaluación de la situación total ejercía considerable influencia práctica. Lo que deseamos describir en particular es precisamente esa relación entre el trabajo realizado con cada niño y la situación total. Debe mencionarse que no hubo intento alguno de hacer de este proyecto un caso especial o un modelo piloto. No se buscaron ni se aceptaron subsidios de entidades dedicadas a la investigación. No se pretende afirmar que el proyecto con el que estuvimos relacionados fue particularmente eficaz o exitoso, o que alcanzó mejores resultados en nuestro condado que en otros. Es probable que la forma en que se desarrollaron las cosas en este condado hubiera resultado inadecuada en cualquier otro; y lo que sucedió puede tomarse como ejemplo de una adaptación natural a las circunstancias. De hecho, un rasgo significativo de todos los proyectos de guerra de este tipo fue la falta de un planeamiento rígido, lo cual permitió que cada Departamento Regional del Ministerio de Salud (de hecho, en cada condado de cada región) se adaptara a las necesidades locales; con el resultado de que al concluir la guerra nos encontramos con tantos tipos de proyecto como condados. Podría considerarse que esto constituye una falla de la planificación general; pero en este sentido sugerimos que la oportunidad de adaptarse tiene más valor que la previsión. Si se elabora y se aplica un proyecto rígido, se fuerzan situaciones antieconómicas cuando las circunstancias locales no admiten una adaptación; más importante aún, las personas que se ven atraídas a la tarea de aplicar un programa fijo son muy distintas de las que se interesan por desarrollar un proyecto por sí mismas. La actitud del Ministerio de Salud, al que le incumbió manejar estas cuestiones, nos parece haber apelado a una originalidad 39
creadora y, por ende, a un interés vivo por parte de quienes debían organizar el trabajo y los proyectos de trabajo de acuerdo con las necesidades locales. * En toda actividad relativa al cuidado de seres humanos, lo que se precisa son individuos con originalidad y un hondo sentido de la responsabilidad. Cuando, como en este caso, los seres humanos son niños, niños que carecen de un ambiente específicamente adaptado a sus necesidades individuales, los participantes que prefieren seguir un plan rígido quedan descalificados para la tarea. Todo amplio proyecto para el cuidado de niños carentes de una vida hogareña adecuada debe ser, por lo tanto, de tal tipo que permita un amplio grado de adaptación local y atraiga a personas de criterio igualmente amplio para trabajar en él. EL PROBLEMA EXISTENTE Los niños evacuados de las grandes ciudades eran enviados a los hogares de personas corrientes. Pronto se tornó obvio que parte de esos niños resultaba difícil de ubicar, y no sólo por el hecho de que algunos hogares fueran inadecuados. Los problemas de ubicación planteados en estos términos pronto degeneraban en casos de conducta antisocial. Un niño que no se adaptaba a su nuevo hogar regresaba a su casa y al peligro, o bien cambiaba de lugar de residencia; varios cambios de residencia indicaban una situación degenerativa, y tendían a ser el preludio de algún acto antisocial. En esa etapa, la opinión pública devenía un factor importante en la situación: por un lado, había alarma pública y las actividades judiciales que representaban las actitudes habituales para con la delincuencia, y por el otro, estaba la preocupación organizadora del Ministerio de Salud por desarrollar en cada localidad el interés por proporcionar a esos niños otro tipo de manejo, que impidiera su presentación final en los tribunales. Los síntomas en estos casos eran de muy diversas clases. Enuresis e incontinencia fecal ocupaban el primer lugar, pero encontramos toda la gama de dificultades posibles, incluyendo los robos en pandillas, el incendio de parvas de heno, el descarrilamiento intencional de trenes, ausentismo escolar, huida del hogar y asociación con soldados. Desde luego, también hubo signos más evidentes de angustia, así como estallidos maníacos, fases depresivas, enfurruñamientos, conducta desusada o enajenada y deterioro de la personalidad con pérdida de interés por la ropa y la higiene. Pronto se descubrió que los cuadros sintomáticos carecían de valor diagnóstico, y sólo revelaban que la angustia era resultado de una falla ecológica en el nuevo hogar adoptivo. Las condiciones anormales de la evacuación prácticamente tornaban imposible reconocer la enfermedad psicológica, en el sentido de una profunda perturbación endopsíquica aparentemente no relacionada con el ambiente. Esta situación se vio complicada por el proceso natural de mutua elección que llevó a los niños psicológicamente sanos a elegir los mejores alojamientos. La reacción inicial de las autoridades ante la aparición de un grupo conflictivo de niños fue dar a esas criaturas tratamiento psicológico individual, así como lugares donde pudiera alojárselos mientras recibían tratamiento. Con todo, poco a poco se vio que en este sentido era menester contar con el tipo de manejo que ofrecen las instituciones de internados. Además, pronto se tornó evidente que ese manejo constituía por sí mismo una terapia y que el manejo adecuado, como terapia, debía ser práctico, pues estaba en manos de personas que carecían de una formación acabada, es decir, de custodios que no eran expertos en psicoterapia sino que estaban informados, guiados y apoyados por el equipo psiquiátrico. Como medida básica, por lo tanto, se organizaron albergues de internados para la atención de los niños evacuados difíciles. En nuestro condado se utilizó en primer término una gran institución que estaba fuera de uso, pero debido a las dificultades de esa experiencia inicial las *
Podría decirse que el Ministerio de Salud “arrojó” una tarea a un condado, observó los resultados y actuó en consecuencia, situación que evoca el principio de tareas realizadas por “grupos sin lideres”, utilizado en el organismo encargado de la selección de oficiales en el Ejército británico.
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autoridades locales tuvieron la idea de establecer varios albergues pequeños, que se manejarían en forma personal, † mientras que el nombramiento de un asistente social psiquiátrico (ASP) que debía residir en ese condado surgió de la necesidad de coordinar el trabajo de los diversos albergues, y de reunir experiencia de un modo que beneficiase al proyecto en su conjunto. En las primeras etapas se pensó que era posible ofrecer un tratamiento que permitiera a cada niño encontrar ubicación en un nuevo hogar, pero la experiencia demostró que esa idea se basaba en una subestimación de la gravedad del caso. Era tarea del psiquiatra llamar la atención sobre el hecho de que esos niños estaban seriamente afectados por la evacuación, y que casi todos ellos tenían razones personales por las que ningún hogar adoptivo les resultaba bueno; debía demostrar, de hecho, que esos fracasos en la evacuación se producían casi siempre en niños que provenían de hogares perturbados, o que nunca habían tenido en su propia casa el ejemplo de un buen ambiente. La terapia mediante el manejo en albergues de internados requería una política estable, y fue preciso modificar las intenciones originales con respecto a los albergues para que los niños pudieran permanecer durante períodos indefinidos, hasta dos, tres o cuatro años. En la mayoría de los casos, los niños que resultaban difíciles de ubicar carecían de un hogar satisfactorio, habían experimentado la desintegración del hogar, o estaban a punto de experimentarla justo antes de la evacuación. Lo que necesitaban, por ende, no era tanto un sustituto de su propio hogar sino experiencias hogareñas primarias satisfactorias. Por experiencia hogareña primaria se entiende la experiencia de un ambiente adaptado a las necesidades especiales del bebé y del niño pequeño, sin la cual es imposible establecer los fundamentos de la salud mental. Sin una persona específicamente orientada hacia sus necesidades, el bebé no puede encontrar una relación eficaz con la realidad externa. Sin alguien que le proporcione gratificaciones instintivas satisfactorias, el bebé no puede encontrar su cuerpo ni desarrollar una personalidad integrada. Sin alguien a quien amar y odiar, no puede llegar a darse cuenta de que ama y odia a una misma persona, y encontrar así su sentimiento de culpa y su deseo de reparar y restaurar. Sin un ambiente físico y humano limitado que pueda conocer, no puede descubrir en qué medida sus ideas agresivas resultan realmente inocuas, y, por lo tanto, no puede establecer la diferencia entre fantasía y realidad. Sin un padre y una madre que estén juntos, y que asuman una responsabilidad conjunta por él no puede encontrar y expresar su necesidad de separarlos, y experimentar alivio cuando fracasa en ese intento. El desarrollo emocional de los primeros años es complejo y resulta imposible saltear etapas; y todo niño necesita indispensablemente cierto grado de ambiente favorable para superar las primeras y esenciales etapas de este desarrollo. Para que tengan valor, estas experiencias hogareñas primarias proporcionadas tardíamente en los albergues debían ser estables durante un período medido en años y no en meses; y resulta fácil comprender que los resultados nunca podrían ser tan buenos como los de los buenos hogares primarios. Por lo tanto, el éxito en la tarea de los albergues debe medirse por el grado en que morigeraron el fracaso del hogar verdadero. Un corolario de todo esto es que, para ser eficaz, la labor del albergue debe apelar a todo lo que pueda encerrar algún valor en el propio hogar del niño.
LA TAREA Hay varias maneras de describir el problema concreto: 1. Proteger al público de la "molestia" ocasionada por los niños difíciles de alojar. 2. Resolver los sentimientos públicos conflictivos de irritación y preocupación por los niños. 3. Intentar impedir la delincuencia. †
Cf. Curtis Report on the care of children (1946) H. M. S. O., Londres.
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4. Tratar de curar a esos niños "molestos" sobre la base de que estaban enfermos. 5. Intentar ayudarlos sobre la base de su sufrimiento oculto. 6. Intentar descubrir la mejor forma de manejo y tratamiento para este tipo de caso psiquiátrico, aparte de la emergencia específica de la guerra. Se verá que estas diversas formas de plantear la tarea deben tenerse en cuenta cuando se hace esta pregunta: “¿Cuáles fueron los resultados?". Con respecto a estas distintas formulaciones de la tarea podríamos decir lo siguiente: 1. En lo que se refiere a disminuir las "molestias" provocadas por los niños difíciles, 285 fueron hospedados y manejados en albergues; y esto constituyó un éxito, excepto en el caso de unos 12 que huyeron. 2. Con respecto a la irritación pública, muchas sintieron frustradas a menudo por el hecho de que los “delitos” de los niños se trataban como signos de angustia, en lugar do tratarlos como acciones que merecían un castigo; por ejemplo, un granjero a quien unos chicos le incendiaron el granero se quejaba de que los culpables parecían haberse beneficiado, en lugar de lo contrario, por su acto antisocial. En cuanto a la preocupación del público, muchas personas que estaban genuinamente preocupadas por el estado de cosas se sintieron aliviadas al saber que el problema había sido encarado. El trabajo de los albergues adquirió valor de noticia. 3. En una proporción de casos, se logró prevenir definitivamente la delincuencia; por ejemplo, cuando un niño inevitablemente destinado al tribunal de menores antes de ser admitido en el proyecto, logró con esa ayuda pasar por la adolescencia y encontrar empleo sin mayores incidentes y sin el control del Ministerio del Interior. En otras palabras, se manejó la dificultad como una cuestión de salud individual y social, y no como una mera venganza pública (inconsciente). La delincuencia potencial se trató como lo que es: una enfermedad. 4. Si consideramos que se trata de un problema de enfermedad, se devolvió la salud a una pequeña proporción de niños, y muchos otros pudieron mejorar apreciablemente su condición psicológica. 5. Desde el punto de vista de los niños, en muchos de ellos se descubrió un intenso sufrimiento, así como una enajenación oculta e incluso a veces manifiesta; y en el curso del trabajo rutinario se alivió en cierta medida, y se compartió en gran medida, mucho dolor. En unos pocos casos personales pudo efectuarse también psicoterapia, pero sólo lo suficiente para demostrar la enorme necesidad que existe (sobre la base del sufrimiento real) de terapia personal, en mayor medida de la que jamás podrá ofrecerse. 6. Desde el punto de vista sociológico, el funcionamiento del proyecto total constituyó una indicación de la forma de tratar a los niños potencialmente antisociales y dementes ‡ que padecen de trastornos no provocados por la guerra, si bien la evacuación hizo público el hecho de su existencia.
EL PROYECTO CRECE Así, el proyecto surgió de las agudas necesidades locales y del sentimiento, propio de la época de guerra, de que cualquier gasto resultaría justificado siempre y cuando la aplicación del proyecto resolviera el problema. Debido a la guerra, fue posible requisar casas y, en unos pocos meses, había cinco albergues que integraban el grupo y se mantenían relaciones ‡
La palabra demente (insane) se utiliza aquí deliberadamente, pues ninguna otra palabra resulta correcta y el término oficial, "inadaptado", desvirtúa toda la cuestión.
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amistosas con muchos otros. Desde luego, se proveyeron enfermerías, incluso en demasía, para el tratamiento de los evacuados físicamente enfermos, por lo que quedaba disponible lugar para alguno de los enfermos psicológicos de los albergues. El arreglo fue el siguiente: La autoridad nacional, el Ministerio de Salud, cubrió el ciento por ciento del presupuesto del Consejo del Condado, esto es, aceptó plena responsabilidad financiera por este trabajo. El Consejo nombró un comité de residentes en el condado, eligiéndolo entre ciudadanos destacados (cuyo secretario era el representante ante el Consejo) con poderes para actuar así como para informar y recomendar a su autoridad superior inmediata. Se nombró también un asistente social psiquiátrico full-time para cooperar con el psiquiatra visitante que recorría el condado una vez por semana. A partir de ese momento, el pequeño equipo psiquiátrico estaba en condiciones de prestar a las cuestiones personales la atención que resulta esencial en esta clase de tarea y, al tiempo, a través de reuniones del comité, podía mantener contacto con el aspecto administrativo general de la situación. De hecho, cuando se alcanzó esta etapa, con el amplio panorama central del Ministerio se pudo enfocar cuestiones de detalle. Cuando se examinan estas disposiciones, se comprende que con ellas se logró establecer un círculo. Los niños con problemas, debido a que constituían una molestia, habían creado una opinión pública que apoyaba las medidas destinadas a ayudarlos y que, de hecho, satisfacía sus necesidades. Sería erróneo decir que la demanda produce oferta en los asuntos humanos. Las necesidades de los niños no producen buen trato, y ahora que ha terminado la guerra, resulta difícil conseguir algo como albergues para esos mismos niños cuyas necesidades fueron satisfechas en tiempo de guerra. El hecho es que, en épocas de paz, el valor de molestia de los niños con problemas disminuye, y la opinión pública retorna a su estado de indiferencia somnolienta. En tiempos de guerra, la evacuación llevó los problemas de tales niños a las zonas rurales; también los exageró en momentos en que la tensión emocional general de la comunidad y la escasez de artículos y de mano de obra tornaban imperativa la prevención de daños y robos, y hacían ver con malos ojos todo aquello que diera más trabajo a la policía. No se trató de que la angustia de esos niños provocara una preocupación por ellos, sino más bien de que el temor de la sociedad frente a la conducta antisocial que padecía en un momento inoportuno puso en marcha una cadena de hechos que podían ser utilizados por quienes conocían el sufrimiento de los niños para proporcionar una terapia bajo la forma de manejo prolongado en internados, con cuidado personal a cargo de un equipo idóneo y bien informado. EL EQUIPO PSIQUIÁTRICO Debido a la situación descrita, la tarea del equipo psiquiátrico ofrecía dos aspectos: por un lado, era necesario poner en práctica los propósitos del Ministerio y, por el otro, se imponía satisfacer y estudiar las necesidades de los niños. Por fortuna, el equipo tenía responsabilidad directa frente a un comité que quería recibir información sobre todos los detalles. En esta experiencia de guerra, el comité voluntario estuvo compuesto siempre por los mismos miembros y, por lo tanto, se desarrolló junto con el proyecto. Por ser estable, el comité compartió con el equipo psiquiátrico un gradual "crecimiento en la tarea", de modo que cada éxito o fracaso contribuyó a reunir una experiencia que tuvo aplicación general y benefició a todos los albergues. Para ilustrarlo, es posible referir casos específicos, aun cuando el avance principal fue de índole general y no susceptible de ilustración. 1) Gradualmente se adoptó la idea de nombrar como custodios a matrimonios. Al principio se trató de un experimento, que sólo podía realizarse en una atmósfera de mutua 43
comprensión, por las complicaciones que creaban los problemas de la propia familia de los custodios y su relación con los niños del albergue. 2) La cuestión del castigo corporal se planteó en el comité, en el momento adecuado, por medio de un memorándum, lo cual llevó a la formulación de un criterio definido. § 3) Se propuso la idea, que gradualmente se adoptó, de que era mejor tener una sola persona (en este caso el asistente social psiquiátrico) en el centro de todo el proyecto, en lugar de que la responsabilidad se compartiera con la parte administrativa, con la consiguiente superposición y desperdicio de experiencias, ya que sería imposible integrarlas con la experiencia total. 4) El psiquiatra fue originalmente nombrado para efectuar terapia. Ello se modificó luego, asignándole la tarea de clasificar los casos antes de su admisión, y de decidir en cuanto a la elección de albergues. A la larga se convirtió en el terapeuta indirecto de los niños a través de sus charlas regulares con los custodios y su personal. En éstas y en otras innumerables formas, el comité y el equipo psiquiátrico empleado por él mantuvieron la flexibilidad y se adaptaron juntos a la tarea. Resulta imposible sobrestimar la importancia de todo esto, que se pone en evidencia al comparar esa situación con la relación directa con un Ministerio. En la administración pública británica es esencial que los funcionarios adquieran experiencia en los diversos departamentos del gobierno. El resultado es que si uno establece una relación personal y comprensiva con el jefe de un departamento en un ministerio, cuando se producen los inevitables cambios que traen aparejados la capacitación y la promoción, hay que comenzar desde el principio con otro individuo. Cuando esto ha ocurrido ya varias veces, uno comprueba que si bien siente que ha crecido con el trabajo mismo, ya no puede sentir que el jefe de la sección ha crecido también, ni esperar comprensión en cuanto a los detalles de la tarea. Puesto que indudablemente esta situación debe aceptarse como un fenómeno inevitable en las grandes organizaciones centralizadas, se debe recurrir a tales organizaciones en busca de una dirección general, pero hay que abandonar todo intento de mantenerlas en contacto con los detalles. No obstante, en ninguna tarea el detalle es más importante que en la relacionada con niños; y por eso siempre debe haber un comité de "liaison” constituido por personas interesadas que representen a la organización madre y que, a pesar de ello, sean capaces de descender a los detalles que constituyen la principal preocupación de quienes trabajan directamente en el campo, y estén dispuestas a hacerlo. Era importante que el asistente social psiquiátrico pudiera asumir una gran responsabilidad, y ello fue posible gracias a su conocimiento de que contaba con el apoyo del representante ante el Consejo y del psiquiatra. Este último, por el hecho de vivir apartado de los problemas inmediatos, podía considerar los detalles locales sin un compromiso emocional profundo y, al mismo tiempo, por ser médico, podía asumir los riesgos que debían enfrentarse con el fin de hacer lo mejor posible para los niños. He aquí un ejemplo de los beneficios del apoyo y la responsabilidad de un especialista. Un custodio llama por teléfono al asistente social psiquiátrico y le dice: "Uno de los chicos se subió al techo, ¿qué puedo hacer?" No se atrevía a asumir plena responsabilidad, pues no contaba con formación psiquiátrica, y sabía que el niño tenía tendencias suicidas. El asistente social psiquiátrico sabe que cuenta con respaldo psiquiátrico cuando responde: "No le preste atención y corra el riesgo". El custodio sabe que ésta es la mejor actitud, pero sin respaldo habría tenido que dejar lo que estaba haciendo en ese momento, descuidar las necesidades de los otros chicos, quizá llamar a los bomberos, y dañar así al niño al atribuirle tanta §
Con respecto al castigo corporal, la norma era que el comité confiara en el custodio que había nombrado, y dejaba en sus manos el derecho a infligir castigos corporales. Si al comité le disgustaba la actuación de un custodio, la solución en cambiarlo por otro, en lugar de intervenir directamente. Los niños pronto descubren la existencia de limitaciones al castigo corporal, y en la práctica un custodio se encuentra muy limitado en su acción si el comité lo frena. En un caso, debido a que el comité abrigaba ciertas dudas, se pidió a un custodio que anotara todos los castigos en un libro, que se revisaba semanalmente. Además de esta política general, había una tendencia a educar al personal, de modo que el castigo corporal se evitaba en la medida de lo posible. La comprensión de las dificultades personales de cada niño a menudo permitía prevenir la conducta pasible de castigo, y en algunos grupos el castigo corporal fue realmente raro durante largos periodos.
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importancia a él y a su travesura. De hecho, el resultado de su respuesta fue que durante la comida siguiente el niño estaba en su lugar y no se había producido ningún alboroto. El asistente social psiquiátrico y el psiquiatra visitante constituían un equipo psiquiátrico que evitaba toda situación engorrosa por el hecho de ser pequeño y que, no obstante, podía asumir responsabilidad en un amplio ámbito. Era posible tomar decisiones rápidas y poner en práctica actitudes dentro del marco de los poderes del comité que los había nombrado y ante el cual eran directamente responsables. Me aquí algunos otros ejemplos de detalles que demostraron ser importantes: 1. Encontramos necesario tomarnos el trabajo de reunir los fragmentos de la historia de cada niño y permitir que éste supiera que por lo menos una persona sabía todo lo relativo a él. 2. Todos los miembros del personal del albergue eran importantes. Un niño podía estar recibiendo ayuda especial a través de su relación con el jardinero o la cocinera. Por esa razón, la elección del personal era una cuestión que nos interesaba mucho. 3. Podía suceder que, repentinamente, un custodio no tolerase más a un niño en particular, y que la evaluación objetiva de ese problema exigiera un conocimiento muy íntimo de la situación. Nos manejábamos con el principio de que un custodio debe estar en condiciones de expresar sus sentimientos a alguien que, en caso de necesidad, podía tomar una decisión o impedir que el problema originara una crisis innecesaria. CLASIFICACIÓN PARA LA UBICACIÓN Los distintos tipos de trabajo psiquiátrico requieren distintas maneras de clasificar a los pacientes. A los fines de ubicar satisfactoriamente a estos niños en los albergues, la clasificación de acuerdo con los síntomas resultaba inútil y no se la utilizó. Se desarrollaron y aplicaron los siguientes principios: 1. En muchos casos resultó imposible establecer provechosamente un diagnóstico adecuado hasta que no se hubo observado al niño en un grupo durante un período. Con respecto a la cantidad de tiempo necesaria, una semana es mejor que nada, pero tres meses es mejor que una semana. 2. Si es posible obtener la historia del desarrollo del niño, la existencia o no de un hogar estable constituye un hecho de importancia fundamental. En el primer caso, es posible utilizar la experiencia que el niño tiene del hogar, y el albergue puede hacer acordar al niño de su propio hogar y ampliar la idea de hogar ya existente en él. En el segundo caso, el albergue debe proporcionar un hogar primario, y entonces la idea que tiene el niño de su propio hogar se mezcla o se confunde con el hogar ideal de sus sueños, en comparación con el cual el albergue resulta un lugar bastante deficiente. 3. Si existe un hogar, de cualquier tipo, es importante conocer sus anormalidades. Por ejemplo, un progenitor que sea un caso psiquiátrico, certificado o imposible de certificar, un hermano dominante o antisocial, condiciones de vivienda que constituyen por sí mismas una persecución. La vida en el albergue puede corregir hasta cierto punto estas anormalidades con el correr del tiempo, y capacitar poco a poco al niño para que considere objetivamente, e incluso comprensivamente, su propio hogar. 4. Si se conocen más detalles, es de gran importancia saber si el niño tuvo o no una relación satisfactoria con la madre. Si ha tenido la experiencia de una buena relación temprana, aunque la haya perdido, podrá recuperarla en su relación con algún miembro del personal. Si ese buen comienzo nunca se dio, el albergue no tiene ninguna posibilidad de crearlo, ab initio. A menudo la respuesta a este serio problema es una cuestión de grados, a pesar de lo cual vale la pena buscarla. En muchos casos es imposible obtener una historia 45
fidedigna, y entonces se torna necesario reconstruir el pasado a través de la observación del niño en el albergue durante varios meses. 5. Durante el período de observación en el albergue hay ciertos indicios especialmente valiosos, como la capacidad de jugar, de perseverar en el esfuerzo constructivo y de encontrar amigos. Si un niño puede jugar, ya se cuenta con un signo favorable. Si disfruta con el esfuerzo constructivo y persevera en él sin una exagerada supervisión y sin necesidad de aliento, entonces hay mayores esperanzas de que la vida en el albergue ejerza una influencia beneficiosa. La capacidad para hacer amigos también es un signo valioso. Los niños ansiosos cambian de amigos con frecuencia y con excesiva facilidad, y las criaturas seriamente perturbadas sólo pueden llegar a pertenecer a una pandilla, es decir, un grupo cuya cohesión depende del manejo de la persecución. La mayoría de los niños ubicados en albergues de evacuación se mostraron al comienzo incapaces de jugar, de sostener un esfuerzo constructivo o de consolidar amistades. 6. Los defectos mentales tienen importancia evidente, y en cualquier grupo de albergues para niños debe haber una sección especial para los que tienen bajo nivel intelectual. Ello no se debe tan sólo a que necesitan manejo y educación especiales, sino también a que agotan inútilmente al personal y despiertan un sentimiento de desesperanza. En una tarea tan difícil como es la de trabajar con niños con problemas, debe existir alguna esperanza de recompensa, aunque ésta no llegue nunca. 7. La conducta extravagante o dispersa y ciertas características inusuales de algunos niños preanuncian que, en general, constituyen material poco promisorio para la terapia mediante el manejo en el albergue. Tales niños desconciertan a los miembros del personal y los llevan a sentir que ellos también están locos. De cualquier manera, los niños de este tipo necesitan psicoterapia personal, si bien, aun cuando sea posible proporcionarles ese tratamiento, su curación está a menudo más allá de la comprensión con que contamos hoy. En realidad, son casos de investigación para analistas emprendedores, y hay pocas instituciones satisfactorias para estas criaturas. La clasificación bosquejada constituyó la base para la ubicación de los niños, pero la consideración esencial siempre debe ser: ¿qué pueden soportar este albergue, estos custodios, este grupo de niños, en este momento particular? Pronto se comprobó que era nocivo ubicar a un niño en un albergue simplemente porque necesitaba cuidados y había una vacante allí. Todo niño nuevo, perturbado en la forma en que lo estaban estos fracasos en la aceptación de un hogar circunstancial, no puede dejar de significar, al comienzo, una complicación y no un beneficio para la comunidad de un albergue. Estos niños (salvo quizás en las primeras semanas, engañosas e irreales) no contribuyen con nada y absorben energía emocional. Si el grupo los acepta, pueden contribuir en alguna medida, bajo supervisión, pero este es el resultado de arduos esfuerzos por parte del personal y de los niños ya establecidos. No hay nada más útil para los custodios de un albergue que esto: al incorporar a un niño nuevo, es necesario presentárselo a los custodios antes de resolver definitivamente el problema relativo a su ubicación. Cuando se sigue esta política, el equipo sugiere que el niño sea ubicado en el albergue, pero los custodios tienen a aceptarlo o rechazarlo. Si éstos consideran que pueden recibir a ese nuevo niño, entonces ya han comenzado a quererlo. Con el otro método, el de reclutar los niños sin consulta previa, los custodios no pueden evitar sus sentimientos negativos iniciales hacia el niño, y los otros sentimientos sólo aparecen con el correr del tiempo y con mucha suerte. Resultó muy difícil poner en obra esta decisión conjunta con respecto a la admisión, pero se hicieron todos los esfuerzos necesarios para evitar las excepciones a la regla, debido a la enorme diferencia práctica entre los dos métodos.
LA IDEA TERAPÉUTICA CENTRAL
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La idea central del proyecto consistía en proporcionar a los niños una estabilidad que ellos pudieran llegar a conocer, que pudieran poner a prueba, en la que gradualmente llegaran a creer, y en torno de la cual pudieran jugar. Esta estabilidad, en esencia, existía al margen de la capacidad de los niños, individual o colectivamente para crearla o mantenerla. ** La estabilidad ambiental era transmitida por la comunidad en general a los niños. El Ministerio proporcionaba el trasfondo, con la ayuda del Consejo. De ese trasfondo surgía el comité, que en este proyecto estaba afortunadamente constituido por un grupo de personas experimentadas y responsables, lo cual permitía confiar en su continuidad. Luego estaba el personal del albergue, así como los edificios y terrenos, y la atmósfera emocional general. La tarea del equipo psiquiátrico consistía en traducir la estabilidad esencial del proyecto en términos de estabilidad emocional en los albergues. Sólo cuando los custodios se sienten felices, satisfechos y estables, pueden los niños beneficiarse de su relación con ellos. En estos albergues los custodios se encuentran en una posición tan difícil que necesitan indispensablemente la comprensión y el apoyo de alguien. En el proyecto que describimos, el equipo psiquiátrico era el encargado de proporcionar ese apoyo. Lo esencial, pues, era la creación de estabilidad, y sobre todo de estabilidad emocional, en el personal del albergue, aunque, desde luego, ello nunca podía lograrse completamente. No obstante, esa era siempre la finalidad de la tarea. A fin de ayudar a crear un trasfondo emocional estable para los niños, se recomendó al comité, y se adoptó, la política de emplear custodios casados, ya mencionada. Los custodios casados pueden tener hijos propios, y entonces surgen enormes complicaciones. Con todo, esas complicaciones se ven compensadas por el enriquecimiento de la comunidad del albergue a raíz de la existencia de una familia real en su seno. Alguna vez se dijo en tono de crítica: "el albergue parece estar hecho para que lo disfrute su personal”, pero para nosotros no se trataba de una crítica. El personal debe llevar una vida satisfactoria, debe tener tiempo libre, vacaciones adecuadas y, en tiempos de paz, una recompensa económica justa, para que se pueda realizar algún trabajo con los niños enfermos y antisociales. No basta con proporcionar a un precioso albergue un buen personal. Para que el manejo en un internado resulte eficaz, el personal debe permanecer en el albergue durante un período suficientemente prolongado como para que pueda ocuparse de los niños hasta que les llegue el momento de dejar la escuela y empezar a trabajar, pues la tarea del personal no termina hasta que han puesto a los niños en el mundo. I No hay ninguna capacitación particular para custodios de albergues, y aunque lo hubiera su selección como personas adecuadas para la tarea tendría mayor importancia que su formación. Resulta imposible generalizar con respecto al tipo de persona que puede ser un buen custodio. Nuestros custodios eficaces han diferido entre sí ampliamente en cuanto a educación, experiencia previa e intereses, y han provenido de diversos ámbitos. Damos una lista de las ocupaciones previas de algunos de ellos: maestro, asistente social, asistente eclesiástico, artista comercial, profesor y directora de una escuela, maestro y directora de un instituto correccional, empleado en una institución de asistencia pública, asistente social de reclusos. Encontramos que la naturaleza de la formación y la experiencia previas importa muy poco en comparación con la capacidad para asimilar nuevas experiencias y para manejar en forma genuina y espontánea los hechos y las relaciones de la vida. Esto reviste máxima importancia, pues sólo quienes tienen bastante confianza como para ser ellos mismos y manejarse con naturalidad pueden actuar con congruencia a lo largo de los días. Además, los niños que llegan a los albergues someten a los custodios a tan severa prueba que sólo quienes **
Sin duda, los experimentos en el sentido de que los niños establezcan su propio gobierno central siempre deberían hacerse, si hay que hacerlos, con quienes han tenido una buena experiencia temprana en el hogar. En el caso de estos chicos deprivados, parece cruel obligarlos a hacer precisamente aquello sobre lo cual no abrigan esperanza.
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son capaces de ser ellos mismos soportan el esfuerzo. Debemos señalar, sin embarco, que hay momentos en que los custodios deben "actuar naturalmente" en el sentido en que un actor lo hace. Ello resulta particularmente relevante en el caso de los niños enfermos. Si un niño se presenta llorando y dice: "Me corté el dedo", justo en el momento en que el custodio está preparando su planilla de impuesto a los réditos, o cuando la cocinera ha anunciado que se va, aquél debe actuar como si el niño no se hubiera presentado en un momento tan molesto, pues esos niños a menudo son demasiado enfermos o ansiosos como para aceptar las dificultades personales del custodio, . además de las propias. Por lo tanto, tratamos de elegir a quienes poseen esa capacidad de ser consecuentemente naturales en su conducta, pues nos parece un rasgo esencial para esta tarea. También consideramos importante la posesión de alguna aptitud para la música, la pintura, la cerámica, etc. Por encima de todas estas cosas, sin embargo, es vital que los custodios sientan un genuino amor por los niños, pues sólo eso les permitirá ayudarlos a atravesar las inevitables dificultades de la vida en un albergue. Las personas brillantes que organizan muy bien un albergue y pasan a otro para hacer allí lo mismo, constituyen una desventaja en lo que a los niños respecta. Lo que torna valioso el hogar es su naturaleza permanente y no la eficacia con que está organizado. No esperamos que los custodios pongan en práctica ningún régimen prescrito ni que apliquen planes aprobados. Los individuos a quienes es necesario indicar qué deben hacer no sirven, porque las cosas importantes deben decidirse en el momento y en una forma que resulte natural para quien debe actuar. Sólo así se torna real la relación del custodio con el niño, y, por ende, importante para éste. Se alienta a los custodios a construir un hogar y una vida de comunidad según su propia capacidad, y se comprueba que lo hacen de acuerdo con sus creencias y forma de vida. Por lo tanto, nunca habrá dos albergues iguales. Comprobamos que hay algunos que prefieren organizar grupos grandes de niños, y otros que prefieren tener relaciones personales íntimas con unas pocas criaturas. Algunos se inclinan por el trabajo con niños anormales de un tipo u otro, y otros prefieren manejar retardados mentales. La educación de los custodios para la tarea es importante, y se ha considerado previamente como parte de la tarea del psiquiatra y del asistente social psiquiátrico. Lo más eficaz es realizar esa educación en el trabajo mismo, mediante el examen de los problemas que se plantean. Es conveniente que los custodios tengan suficiente confianza en sí mismos como para saber razonar en términos psicológicos y discutir los problemas con otros colegas y con personas experimentadas. La elección del resto del personal para el albergue, aparte de los custodios, ofrece dificultades peculiares, sobre todo cuando los niños son más bien antisociales. En el caso de niños normales, los ayudantes pueden ser personas jóvenes que se están formando para la tarea, practicando la asunción de responsabilidad y actuando por propia iniciativa, con vistas a ser custodios en el futuro. Cuando los niños son antisociales, sin embargo, el manejo debe ser firme y a veces, incluso, dictatorial, de modo que los ayudantes deben transmitir constantemente órdenes del custodio aunque prefieran seguir su propia iniciativa. Por lo tanto, se cansan con facilidad o bien disfrutan de no tener que tomar decisiones, en cuyo caso tampoco son muy útiles. Estos problemas son inherentes a la tarea. II Si se reconoce cuán íntimamente está ligado el sentimiento de seguridad de un niño a su relación con los padres, se torna evidente que ninguna otra persona puede darle tanto. Todo niño tiene derecho a un hogar propio en el que pueda crecer, y sólo una desgracia lo priva de él. En nuestra tarea en el albergue, por lo tanto, aceptamos que no podemos dar a los niños nada tan bueno como su propio hogar y que sólo podemos ofrecerle un sustituto.
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Cada albergue trata de reproducir tan acabadamente como puede un ambiente hogareño para cada uno de sus niños. Ello significa, en primer lugar, proveerlo de cosas positivas: una morada, comida, ropa, amor y comprensión humanos; un horario, instrucción escolar, materiales e ideas que contribuyan a enriquecer su juego y a realizar un trabajo constructivo. El albergue proporciona también padres sustitutos y otras relaciones humanas. Y luego, cuando todo esto ha sido provisto, cada niño, según el grado de su desconfianza y de desesperanza con respecto a la pérdida de su propio hogar (y a veces su reconocimiento de todo lo que era inadecuado en él), se dedica a poner a prueba al personal del albergue tal como lo haría con sus propios padres. A veces lo hace directamente, pero la mayor parte del tiempo se contenta con lograr que otro niño lo haga por él. Un elemento importante de estas pruebas es que no se trata de algo que, una vez realizado, termine. Siempre hay alguien que constituye un estorbo. A menudo un miembro del personal dice: "Todo estaría muy bien si no fuera por Tommy ..”, pero en realidad todos los demás pueden permitirse estar "bien" precisamente porque Tommy constituye una molestia y les demuestra que el hogar puede soportar la prueba a que lo somete Tommy y, por ende, probablemente soportar también la que ellos podrían imponerle. La respuesta habitual de un niño ubicado en un buen albergue tiene tres fases. Durante la primera y breve fase, el niño se muestra notablemente "normal" (transcurrirá mucho tiempo antes de que vuelva a ser tan normal); alienta nuevas esperanzas, rara vez ve a la gente tal como es, y el personal y los otros chicos todavía no le han dado motivos para sentirse decepcionado. Casi todos los niños pasan por un breve período de buena conducta al llegar al albergue. Es una etapa peligrosa, pues lo que el niño ve y a lo que responde en el custodio y su personal es su propio ideal de un padre y una madre buenos. Los adultos se inclinan a pensar: "Este niño se da cuenta de que somos buenos y confía fácilmente en nosotros". Pero el niño no ve que sean buenos; no los ve en absoluto, simplemente imagina que lo son. Es un síntoma de enfermedad creer que algo pueda ser ciento por ciento bueno y el niño comienza con un ideal que está destinado a derrumbarse. Tarde o temprano, el niño entra en la segunda fase, el derrumbe de su ideal. Comienza por poner a prueba en forma física al edificio y la gente. Quiere saber cuánto daño puede causar y hasta dónde puede llegar impunemente. Luego, si comprueba que él puede ser manejado en el aspecto físico, es decir, que el lugar y la gente que lo habita nada tienen que temer de él desde el punto de vista físico, comienza su verificación mediante sutilezas, creando discordias entre los miembros del personal, tratando de que la gente se pelee, de que se traicionen y haciendo todo lo posible para beneficiarse con todo ello. Cuando un albergue no se maneja en forma satisfactoria, la segunda fase se convierte en un rasgo casi constante. Si el albergue soporta estas pruebas, el niño pasa a la tercera fase, se acomoda con un suspiro de alivio, y se une a la vida del grupo como un miembro corriente. Debe tenerse en cuenta que sus primeros contactos reales con los otros niños asumirán probablemente la forma de una pelea o algún tipo de ataque, y hemos observado que, con frecuencia, el primer niño atacado por el recién llegado se convierte más tarde en su primer amigo. En síntesis, los albergues proporcionan cosas buenas y positivas, y oportunidades para que su valor y su realidad sean constantemente puestos a prueba por los niños. El sentimentalismo no tiene sentido en el manejo de niños, y ningún beneficio final puede resultar de ofrecerles condiciones artificiales de indulgencia; mediante una justicia cuidadosamente administrada, es necesario enfrentarlos poco a poco con las consecuencias de sus propias acciones destructivas. Cada niño podrá soportar todo esto en tanto haya podido sacar algo bueno y positivo de la vida en el albergue, esto es, en tanto haya encontrado personas verdaderamente dignas de confianza, y haya comenzado a construir un sentimiento de confianza en ellos y en sí mismo. Debe recordarse que los niños necesitan que se respete la ley y el orden, y que ese respeto constituye un alivio para ellos, pues significa que la vida en el albergue y las cosas buenas que éste representa serán preservadas a pesar de todo lo que ellos puedan hacer. 49
El inmenso esfuerzo que representan veinticuatro horas dedicadas al cuidado de estos niños no se reconoce con facilidad en los sectores de más jerarquía, y quien sólo está de visita en un albergue y no comprometido con él puede olvidar con facilidad este hecho. Cabría preguntar por qué los custodios permiten que se los complique emocionalmente. La respuesta es que esos niños, que buscan una experiencia hogareña primaria, no progresan en absoluto a menos que alguien se comprometa emocionalmente con ellos. Cuando estos niños comienzan a sentir esperanzas, lo primero que hacen es exasperar a alguien. La experiencia siguiente constituye la esencia de la terapéutica por medio de albergues. Se deduce, por lo tanto, que los albergues deben ser pequeños. Además, los custodios no pueden aceptar ni un niño más de los que son capaces de tolerar emocionalmente en cualquier momento dado, pues si se coloca un niño de más a su cuidado, se ven obligados a protegerse mediante la indiferencia frente a alguien que no está preparado para soportarla. El número de personas por el que un ser humano puede preocuparse seriamente en un momento dado tiene un límite, y si se pasa por alto este hecho, el custodio se ve obligado a realizar un trabajo superficial e inútil, y a reemplazar con un manejo dictatorial la sana mezcla de amor y firmeza que preferiría utilizar. O bien, y ésta es una experiencia bastante común, se derrumba y anula todo lo logrado hasta ese momento, pues todo cambio de custodios produce bajas entre los niños e interrumpe la terapia natural de la tarea en el albergue.
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9. ALBERGUES PARA NIÑOS EN TIEMPOS DE GUERRA Y DE PAZ (Contribución al simposio sobre “Lecciones de psiquiatría infantil", leída en una reunión de la sección médica de la Sociedad Psicológica Británica el 27 de febrero de 1946, y posteriormente revisada y publicada en 1948)
La evacuación creó sus propios problemas, y la guerra, su propia solución a los problemas. ¿Podemos utilizar, en la paz, los resultados de lo que tan penosamente se experimentó en momentos de tensión aguda y conciencia del peligro común'? La experiencia de la evacuación probablemente aportó muy poco de nuevo a la teoría psicológica, pero no cabe duda de que, gracias a ella, llegaron a ser conocidas por gran cantidad de personas cosas que de otra manera habrían permanecido ignoradas. Sobre todo el público en general tomó conciencia del hecho de la conducta antisocial, desde mojarse en la cama hasta provocar el descarrilamiento de trenes. Se ha dicho con acierto que el hecho de la conducta antisocial constituye un factor estabilizador en la sociedad, que es (en cierto sentido) un retorno de lo reprimido, algo que nos recuerda la espontaneidad o impulsividad individual y la negación social de lo inconsciente a que ha quedado relegado el instinto. Por mi parte, tuve la fortuna de trabajar con un concejo provincial (entre 1939 y 1946) en conexión con un grupo de cinco albergues para niños que resultaba difícil ubicar en hogares particulares. Durante ese trabajo, que significó una visita semanal al condado, llegué a conocer detalladamente a 285 niños, la mayoría de los cuales fueron observados durante varios años. Nuestra tarea consistía en encarar los problemas inmediatos, y tuvimos éxito o fracasamos en la medida en que logramos solucionarles o no, a los encargados de la evacuación local, las dificultades que amenazaban con hacer fracasar su trabajo. Ahora que la guerra ha terminado, todavía pueden extraerse elementos valiosos de la experiencia por la que pasamos, sobre todo del hecho de que el público tenga ahora conciencia de las tendencias antisociales como fenómenos psicológicos. Desde luego, no queremos sugerir que los albergues, o escuelas de pupilaje para niños inadaptados como se los llama oficialmente ahora, constituyen una panacea para los trastornos emocionales infantiles. Nos inclinamos a pensar en el manejo en albergues, simplemente porque la alternativa es no hacer nada en absoluto, debido a la escasez de psicoterapeutas. Pero es necesario controlar esta tendencia. Con esta salvedad, puede afirmarse que hay niños que necesitan urgentemente que se cuide de ellos en alguna especie de hogar. En mi clínica en el Hospital de Niños de Paddington Green (una sala de atención médica externa) hay una proporción de casos que necesitan indispensablemente el manejo que se proporciona en un albergue. Hay dos grandes categorías de estas clases de niños en tiempos de paz: niños cuyos hogares no existen o cuyos padres no pueden ofrecerles un trasfondo estable en el que el niño pueda desarrollarse, y niños que tienen un hogar pero en el cual un progenitor está mentalmente enfermo. Tales criaturas se presentan en nuestras clínicas de tiempos de paz y comprobamos que necesitan exactamente lo mismo que aquellas otras que nos resultó difícil ubicar durante la guerra. Su ambiente familiar les ha fallado. Digamos que esos niños necesitan estabilidad ambiental, manejo personal y continuidad de manejo. Suponemos un nivel corriente de cuidado físico. Para asegurar el manejo personal, quienes trabajan en un albergue deben ser idóneos y los custodios deben estar en condiciones de soportar el esfuerzo emocional inherente al cuidado adecuado de un niño, pero sobre todo de niños cuyos propios hogares no han podido soportar esa tensión. Por esa razón, los custodios necesitan del apoyo constante del psiquiatra y el 51
asistente social psiquiátrico. 6 Los niños (no conscientemente) apelan al albergue y, si éste fracasa, a la sociedad en un sentido más amplio, en busca de un marco para su vida, que su propio hogar no pudo darles. Cuando no se cuenta con personas idóneas, no sólo se torna imposible el manejo personal, sino que además aquéllas están expuestas a la enfermedad y a los colapsos y, por ende, se pone en peligro la continuidad de la relación personal, que es esencial en este trabajo. El psiquiatra que está a cargo de una clínica desde la que se envían casos a los albergues debería trabajar en uno de ellos, a fin de mantenerse en contacto con los problemas especiales que este trabajo envuelve. Lo mismo puede decirse de los magistrados en los tribunales de menores, quienes harían muy bien en formar parte de los comités que dirigen los albergues. Psicoterapia. En el caso de las criaturas antisociales examinadas en las clínicas, resulta inútil limitarse a recomendar una psicoterapia. Lo esencial es ubicar a cada niño en el albergue adecuado, y la ubicación adecuada hace las veces de terapia en un considerable número de casos, siempre y cuando se le dé tiempo. Es posible utilizar además psicoterapia, y es fundamental hacer los arreglos pertinentes con mucho tacto. Si se dispone de un psicoterapeuta, y si los custodios del albergue necesitan realmente ayuda con respecto a un niño, entonces puede utilizarse la psicoterapia individual. Pero surge una complicación que no se puede ignorar: para el cuidado eficaz de un niño de este tipo, el mismo debe llegar a convertirse casi en una parte del custodio, y si alguna otra persona le proporciona tratamiento, el niño puede perder algo vital en su relación con el custodio (o con algún miembro del personal) y al psicoterapeuta no le resultará fácil compensar esa pérdida por más que esté en condiciones de ofrecer una comprensión más profunda. Cuando los custodios son eficaces para este tipo de tarea, en general no ven con gran simpatía la psicoterapia de los niños a su cuidado. En la misma forma, a los buenos padres les molesta profundamente que sus hijos se sometan a un psicoanálisis, aun cuando ellos mismos lo soliciten y cooperen plenamente. En este proyecto, el asistente social psiquiátrico y yo nos mantuvimos en íntimo contacto con los custodios, tanto en lo relativo a sus problemas personales como en lo concerniente a los niños y a los problemas de manejo que se presentaban. Esto contrasta con el trabajo corriente en una clínica, donde el psiquiatra puede resultar particularmente eficaz en una relación personal directa con cada paciente infantil y con los padres. Provisión de albergues. No debe sorprendernos el hecho de que los ministerios hayan establecido medidas que favorecieron a los albergues, y tampoco el encontrarnos con niños que necesitan albergues y descubrir que, no obstante, nada ocurre e incluso muchos albergues están cerrando sus puertas por todo el país. El contacto entre la oferta y la necesidad sólo pueden proporcionarlo hombres y mujeres capaces, dispuestos a vivir una experiencia con los niños y a permitir que un grupo les robe unos cuantos años de su vida. Aquellos de nosotros que estamos clínicamente comprometidos con esos niños debemos desempeñar en todo momento un papel en el intento de reunir las tres cosas -política oficial, custodios y niños- y no esperar que ocurra nada realmente bueno aparte de nuestros propios esfuerzos voluntarios y personales. Incluso en la medicina estatal, las ideas y los contactos clínicos corresponden al clínico, sin el cual el mejor proyecto resulta ineficaz. Ubicación. El método que evidentemente debe adoptar una organización de gran tamaño (como el Concejo Municipal de Londres, o un ministerio) consiste en organizar la distribución de los casos desde una oficina central que se mantenga en contacto con los diversos grupos de albergues. Si tengo en mi clínica un niño que necesita un albergue (y eso siempre es urgente), debo enviar un informe que incluya el cociente intelectual y un informe escolar a la oficina 6
Parecería que al psiquiatra le incumbe cierta responsabilidad por la elección del personal, ya que el estado mental y físico de las personas que lo integran es esencial en la terapia. Un albergue cuyo personal es elegido y manejado por una autoridad, y cuyos niños están bajo el cuidado de otra, no tiene muchas probabilidades de alcanzar el éxito
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central, desde donde se distribuye cada caso según la rutina. Pero yo no entro en el juego, ni lo hacen los padres, salvo cuando el niño está tan mal que lo único urgente es librarse de él de inmediato. En esta producción en masa falta por completo un elemento personal. El hecho es que si tengo un niño a mi cuidado no puedo sencillamente poner su nombre en alguna lista. Se debe permitir a médicos y padres que participen en la ubicación de sus hijos; deben comprobar que lo que se les proporciona es efectivamente bueno. Debe haber algún vínculo personal entre la clínica y el albergue; alguien tiene que conocer a alguien allí. Si nadie se conoce, surge la desconfianza, porque en la imaginación hay padres malos, médicos malos, custodios malos, albergues malos, ministerios malos. Y por malo entiendo malintencionado. Si un médico o un custodio no es conocido como bueno, fácilmente se le atribuyen intenciones malévolas. Resulta evidente que nuestros hogares para convalecientes no son apropiados para esos niños, que por lo común gozan de excelente salud y necesitan un manejo a largo plazo por parte de custodios especialmente elegidos y apoyados por el asistente social psiquiátrico y el psiquiatra. Por otra parte, las enfermeras adiestradas en hospitales parecen tornarse inadecuadas para esta tarea por su misma formación profesional; además, muchos pediatras ignoran todo lo relativo a la psicología. Prevención de la delincuencia. Se trata de una tarea profiláctica para el Ministerio del Interior, cuya principal función consiste en aplicar la ley. Por un motivo u otro, he encontrado oposición a esta idea entre médicos que trabajan para el Ministerio del Interior. Pero los albergues para evacuados en todo el país lograron impedir que muchos niños llegaran a los tribunales, ahorrando así enormes sumas de dinero, al tiempo que producían ciudadanos en lugar de delincuentes; y desde nuestro punto de vista como médicos, lo importante es que los niños han estado bajo el cuidado del Ministerio de Salud, esto es, que se los reconoció como enfermos. Sólo cabe esperar que el Ministerio de Educación, que ahora ∗ se ha hecho cargo de este problema, resulte tan eficaz en épocas de paz como el Ministerio de Salud durante la guerra, en esta tarea para el Ministerio del Interior. Tesis principal. Gracias a mis dos cargos pude estar en contacto con la necesidad de albergues en Londres, al mismo tiempo que me encargaba de la creación de albergues en un área de evacuación. Como médico de un hospital de niños en Londres, me impresionó la forma en que esta solución de tiempos de guerra resolvía el problema relativo al manejo de los casos antisociales en épocas de paz. En dieciséis ocasiones pude enviar pacientes infantiles externos a los albergues que yo visitaba como psiquiatra. Sucedió por casualidad que tuve ambos puestos, y me parece una buena medida, que podría adaptarse a las condiciones de la paz. Debido a mi posición, pude constituirme en un vínculo entre el niño, las padres o parientes, y los custodios del albergue y también entre el pasado, el presente y el futuro del niño. El valor de esta tarea no debe medirse solamente por el grado de alivio en la enfermedad psiquiátrica de cada niño. Su valor radica también en la provisión de un lugar donde el médico pueda ocuparse de niños que, sin él, degeneran en el hospital o en el hogar, causando honda angustia a los adultos y muchas dificultades a otros niños. Resulta triste pensar que muchos de los albergues de la época de la guerra han cerrado, y que ahora no se hace ningún intento serio por proporcionar ese tipo de ubicación tan necesaria para los casos antisociales precoces. En cuanto a los niños dementes, no se toma para ellos ninguna medida. Oficialmente no existen.
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Este párrafo fue escrito en 1945. (Nota de los E)
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Segunda parte
NATURALEZA Y ORÍGENES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL
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INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES
Hemos ordenado los trabajos que integran la Segunda Parte procurando agrupar los diversos aspectos del enfoque global de Winnicott sobre la tendencia antisocial de tal manera que su lectura resulte amena y comprensible. Muy a menudo, la destructividad forma parte de la conducta delictiva; de ahí que iniciemos esta sección con dos trabajos referentes a las raíces de la agresión, dirigidos a los progenitores y a otras personas responsables del cuidado de niños de corta edad. El primero, escrito en 1939, es un capítulo del libro The Child and the Family ∗ , actualmente agotado; el segundo, que data de 1964, reemplaza al anterior en The Child, the Family and the Outside World, editado por Penguin Books. En ambos, Winnicott entiende las raíces de la agresión como algo innato que coexiste con el amor. El primer trabajo está muy influido por Melanie Klein, quien, desarrollando ideas de Freud, señaló que la elaboración del impulso destructivo presente en el mundo interior del niño se transforma, con el tiempo, en el deseo de reparar, construir y asumir responsabilidades. El segundo artículo da una explicación más original: en él Winnicott equipara la agresividad existente en los comienzos de la vida con el movimiento corporal, por un lado, y con la diferenciación entre lo que es el self y lo que no es el self, por el otro. Asimismo, hace hincapié en el juego y en el uso de los símbolos como medios de contención de la destructividad interior (esta idea ya aparece prefigurada en la disertación "El regreso al hogar", incluida en la Primera parte). Winnicott infiere que la destructividad caracteriza al niño antisocial cuya personalidad no deja espacio para el jugar y que, por ende, éste es reemplazado por la actuación (acting out). El lector hallará diferentes enfoques de estos y otros aspectos de la destructividad en los capítulos "Agresión, culpa y reparación" (un trabajo hasta ahora inédito, que data de 1960), de la Segunda Parte, y “¿Las escuelas progresivas dan demasiada libertad al niño?" (1965), de la Tercera parte. El segundo capítulo de esta sección, escrito en 1963, es la exposición más completa que ha formulado acerca de la capacidad que tiene todo individuo de desarrollar un sentimiento de preocupación por el otro, o sea, de responsabilidad personal por la destructividad que lleva dentro de sí como parte de su naturaleza. El autor ya había tratado el mismo tema en e! trabajo que encabeza esta Segunda Parte, pero ofrece básicamente una adaptación y reelaboración propias del concepto de "posición depresiva" ideado por Klein. Una de las diferencias principales es el mayor énfasis puesto por Winnicott en la importancia del ambiente humano (en particular, de la madre) en lo que atañe a atender y a nutrir la tendencia innata del niño hacia la preocupación por el otro. Dicha importancia viene muy al caso en el presente contexto, pues, según Winnicott es precisamente en este período de desarrollo de la capacidad de preocuparse (digamos, desde los 6 meses a los 2 años de edad) cuando la deprivación o la pérdida pueden acarrear consecuencias particularmente devastadoras: tal vez entrañen la supresión u obstrucción del incipiente proceso de socialización, originado en las tendencias innatas del niño. El artículo siguiente, "La ausencia de un sentimiento de culpa" (1966) establece un nexo directo entre esta idea de la obstrucción de la capacidad de preocuparse y la tendencia antisocial. Nos recuerda asimismo que la moral social implica una transigencia ... y aquí Winnicott expresa su opinión de que el principio moral más temprano y riguroso consiste en no traicionar al self. ∗
Versión castellana: Conozca a su niño, Buenos Aires, Paidos, 1984, 2º ed.
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"Psicología de la separación", escrito en 1958 para los asistentes sociales, también está ligado a estas ideas. Parte de las ideas sobre el duelo enunciadas por Freud y muestra de qué modo el duelo depende de la capacidad de tolerar el odio hacia una persona que ha sido amada y perdida. Ninguno de estos dos trabajos había sido publicado hasta ahora. El capítulo "La tendencia antisocial" (1958) ocupa el centro de esta sección, por ser la exposición más concluyente que ha dejado Winnicott sobre el tema. En él describe las dos orientaciones de la conducta antisocial que a su juicio eran las importantes, ejemplificadas por el robo y la mentira, de un lado, y los actos destructivos, del otro. Rastrea sus orígenes en la vida de los bebés y los niños de corta edad, y formula el concepto de que la delincuencia es un signo de esperanza. “Algunos aspectos psicológicos de la delincuencia juvenil" es una disertación pronunciada en 1946 ante un grupo de magistrados. Aunque en cierto modo pertenece al conjunto de trabajos escritos durante la guerra, la incluimos aquí porque expresa en un lenguaje más simple mucho de lo dicho en "La tendencia antisocial"; además, pone mayor énfasis en la tendencia destructiva presente en la delincuencia, o sea, en la búsqueda de un marco seguro dentro del cual estén a salvo los impulsos y la espontaneidad. Esta disertación representa un punto en la trayectoria de Winnicott en el que iban cobrando nitidez muchas de las ideas que habría de utilizar en trabajos posteriores. Los dos últimos capítulos de la Segunda parte, "Luchando por superar la fase de desaliento malhumorado" (1961) y "La juventud no dormirá" (1964) tratan la conexión entre la adolescencia y la conducta antisocial, exploran la atmósfera por entonces reinante en el mundo social y, valiéndose de la teoría del desarrollo emocional, indican las razones del comportamiento característico del adolescente y su desconfianza hacia las soluciones de compromiso. La conducta antisocial aparece aquí como un desafío que los elementos maduros de la sociedad deben afrontar y contener con firmeza, si bien Winnicott afirma que la única "cura” para la adolescencia es el paso del tiempo. En todo el campo de la psicología no existe, probablemente, otro autor que haya enfocado en forma tan práctica los problemas de la adolescencia.
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10. LA AGRESIÓN Y SUS RAÍCES (Artículo destinado a los docentes, escrito alrededor de 1939)
AGRESIÓN El amor y el odio constituyen los dos principales elementos a partir de los cuales se elaboran todos los asuntos humanos. Tanto el amor como el odio implican agresión. La agresión, por otro lado, puede ser un síntoma del miedo. Sería una tarea muy compleja examinar a fondo las cuestiones envueltas en esta afirmación preliminar, pero es posible decir algunas cosas relativamente simples sobre la agresión, dentro de los alcances de este trabajo. Comienzo con un supuesto, que no todos consideran justificado; todo el bien y el mal que se puede encontrar en el mundo de las relaciones humanas ha de encontrarse en el corazón del ser humano. Llevo el supuesto aun más lejos y afirmo que en el niño hay amor y odio de plena intensidad humana. Si se piensa en términos de lo que el niño está organizado para soportar, se llega fácilmente a la conclusión de que el amor y el odio no son experimentados con mayor violencia por el adulto que por el niño pequeño. Si se acepta todo esto, se deduce que basta observar al ser humano adulto, al niño o al bebé, para comprobar que el amor y el odio existen en ellos; pero si el problema fuera tan simple, no habría problema. De todas las tendencias humanas, la agresión, en particular, está oculta, disfrazada, desviada, se la atribuye a factores externos y cuando aparece siempre resulta difícil rastrear sus orígenes. Los maestros conocen los impulsos agresivos de sus alumnos, sean latentes o manifiestos, y cada tanto se ven obligados a enfrentar estallidos agresivos o niños agresivos. Mientras escribo esto alcanzo a escuchar estas palabras: "Debe sufrir por una energía superflua que no está bien canalizada". (Escribo esto sentado en el parque de una escuela donde los maestros realizan una reunión, y parte de sus palabras llegan hasta mis oídos.) Aquí se percibe que la energía instintiva que está encerrada constituye un peligro potencial para el individuo y la comunidad, pero cuando se trata de aplicar esa verdad surgen complicaciones reveladoras de que todavía queda mucho por aprender sobre los orígenes de la agresividad. Una vez más, la charla de los maestros llega hasta mí: “…¿y saben lo que hizo el último trimestre? Me trajo un ramito violetas, y casi me dejo engañar, pero después supe que las había robado del jardín vecino. 'Dad al César...', dije. ¡Incluso roba dinero y les compra caramelos a los otros chicos...!" Desde luego, aquí no se trata de una simple agresión. La niña desea sentir afecto hacia los demás, pero no tiene mayores esperanzas respecto de su capacidad para ello. Quizá lo logre por un momento si la maestra o los otros chicos se engañar, pero para ser digna de amor debe conseguir algo de una fuente exterior a sí misma. A fin de comprender las dificultades de una niña como ésta debemos comprender sus fantasías inconscientes. Es donde podemos estar seguros de encontrar la agresión que origina su sentimiento de desesperanza y, por ende, indirectamente provoca su actitud antisocial. Pues la conducta agresiva de los niños que llega a la atención de un maestro nunca es una cuestión de mero surgimiento de instintos agresivos primitivos.
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No es posible construir una teoría útil de la agresividad infantil partiendo de esa premisa falsa. Antes de examinar la fantasía, buscaremos la agresión primaria que aparece en las relaciones externas. ¿Cómo podemos acercarnos a ella? Desde luego, debemos estar preparados para descubrir que nunca podemos ver desnudo el odio que, según sabemos, existe en el corazón humano. Incluso el niño pequeño que nos quiere hacer saber que le gusta dejar caer ladrillos, sólo nos informa de ello porque en ese momento participa en la actividad general de construir una torre con ladrillos, y en ella puede ser destructivo sin sentirse desesperanzado. Un niño bastante tímido de 4 años tiene ataques durante los cuales se muestra completamente irrazonable. Le grita a la niñera, a la madre o al padre, “Les v-v-voy a qq-quemar 1-la c-c-c-casa! ¡Les v-v-voy a arr-rr-rrancar las t-t-tripas!" Quienes no están familiarizados con estos ataques los consideran sumamente agresivos, y en sus orígenes lo fueron. Mágicamente destruyen. Pero, con el correr del tiempo, el niño ha llegado a reconocer que la magia fracasa, y ha transformado los ataques agresivos en orgías en las que goza lanzando invectivas verbales. Ese trabajo oral con las consonantes es terrible, pero no hay ninguna violencia real. En cambio, realmente lastima a los padres cuando no puede disfrutar de los regalos que ellos le hacen. Y la agresión es efectiva cuando se lo lleva a un picnic, por ejemplo, pues debido a su conducta exasperante quienes lo rodean quedan agotados. Agotar a los padres es algo que el niño más pequeño puede hacer. Al principio los cansa sin saberlo; luego espera que disfruten de ese cansancio que él les provoca; finalmente lo hace cuando está enojado con ellos. Un niño de 2 años y medio fue traído a mi consultorio porque, aunque en otros sentidos es una criatura modelo, "de pronto se pone a morder a la gente, incluso hasta hacerla sangrar". A veces arranca mechones de cabello a quienes se ocupan de él, o arroja tazas y platos sobre el piso. Cuando pasa el ataque, se siente triste por lo que ha hecho. Sucede que el niño sólo lastima a quienes ama. Principalmente, lastima a su abuela materna, una inválida, a quien habitualmente cuida como si fuera un adulto, acomodándole la silla y ocupándose en general de sus necesidades. Aquí hay algo bastante parecido a la agresión primaria, pues el niño está constantemente estimulado por la madre y la abuela, y éstas sienten (acertadamente, según mi criterio) que el niño muerde "sólo cuando está excitado y no sabe qué hacer al respecto". Alcanzar este atisbo de la agresión primaria a esa edad no es muy común. El remordimiento que sigue a los ataques suele asumir la forma de proteger eficazmente a la gente de todo daño real. En un análisis se encontraría que los ataques de este niño encierran algo más que agresión primaria. Alentados por este éxito parcial, pasemos al pequeño bebé. Si un bebé se dispusiera a lastimar sin límite, no podría causar mucho daño real. ¿Puede entonces el bebé mostrarnos la agresión desnuda? De hecho, esto no se comprende claramente. Es bien sabido que los bebés muerden el pecho de la madre, incluso hasta hacerlo sangrar. Con las encías pueden producir grietas en los pezones, y cuando aparecen los dientes ya cuentan con un elemento que les permite causar mucho daño. Una madre me dijo:"Cuando me trajeron a la nena se abalanzó sobre mi pecho en forma salvaje, me apretó los pezones con las encías y me hizo salir sangre. Me sentí deshecha y aterrorizada. Necesité mucho tiempo para recuperarme del odio que se despertó en mí contra la pequeña bestia, y creo que ése fue un motivo importante por el que ella nunca logró tenerle verdadera confianza al buen alimento". He aquí el relato de una madre que revela su fantasía, tanto como lo que puede haber ocurrido en realidad. Cualquiera haya sido la actitud real de este bebé, no cabe duda de 58
que la mayoría de los niños no destruyen el pecho que se les ofrece, aunque tenemos pruebas de que desean hacerlo e incluso de que creen destruirlo al mamar. Lo corriente es que en el curso de doscientas o trescientas mamadas muerdan menos de una docena de veces. ¡Y muerden principalmente cuando están excitados y no cuando están frustrados! Conozco a un bebé que al nacer ya había cortado un incisivo inferior, por lo que podría haber lastimado seriamente el pezón, y luego sufrió de una inanición parcial en su intento de proteger al pecho de todo daño. En lugar de morder el pecho, utilizaba para mamar la parte interior del labio inferior, lo cual le provocó una lastimadura. Parecería que en cuanto aceptamos que el bebé puede y necesita dañar, debemos admitir la existencia de una inhibición de los impulsos agresivos que tiende a proteger lo que el bebé ama y que, por lo tanto, corre peligro. Al poco tiempo de nacer, los bebés varían en cuanto al grado en que muestran u ocultan la expresión directa de los sentimientos, y constituye en cierta medida un consuelo para las madres de bebés siempre enojados y gritones saber que el bebé buenito y dócil que duerme cuando no come, y come cuando no duerme, no necesariamente está estableciendo un mejor fundamento para la salud mental. Evidentemente, es valioso para el bebé experimentar rabia con frecuencia a una edad en que no necesitan sentir remordimiento. Enojarse por primera vez a los dieciocho meses debe ser algo verdaderamente aterrador para el niño. Si es verdad, entonces, que el niño tiene una enorme capacidad para la destrucción, también es cierto que tiene una enorme capacidad para proteger lo que ama de su propia destrucción, y la principal destrucción siempre existe en su fantasía. Lo que conviene observar con respecto a esta agresividad instintiva es que, si bien no tarda en convertirse en algo que resulta posible movilizar al servicio del odio, originalmente forma parte del apetito, o de alguna otra forma de amor instintivo. Es algo que aumenta durante la excitación, y su ejercitación resulta altamente placentera. Quizá la palabra voracidad exprese más claramente que cualquier otra la idea de fusión original de amor y agresión, aunque el amor aquí está limitado al amor oral. Creo que hasta ahora he descrito tres cosas. Primero, hay una voracidad teórica, o amor-apetito primario, que puede ser cruel, dañino, peligroso, pero que lo es por azar. La finalidad del niño es la gratificación, la tranquilidad de cuerpo y espíritu. La gratificación trae paz, pero el niño percibe que al gratificarse pone en peligro lo que ama. Normalmente llega a una transacción, y se tolera una gratificación considerable sin permitirse ser demasiado peligroso. Pero, en cierta medida, se frustra, de modo que debe odiar alguna parte de sí mismo, a menos que pueda encontrar algo fuera de él que lo frustre y que soporte el odio. Segundo, se llega a una separación entre lo que puede lastimar y lo que tiene menos posibilidades de lastimar. Por ejemplo, es posible disfrutar del morder independientemente de amar a la gente, mordiendo objetos que no pueden sentir. En esta forma, es posible aislar los elementos agresivos del apetito y reservarlos para cuando el niño esté enojado, y eventualmente movilizarlos para combatir la realidad externa que se percibe como mala. Nuestra búsqueda de la agresión desnuda a través del estudio del niño ha fracasado en parte, y debemos tratar de aprovechar nuestro fracaso. Ya indiqué los motivos de nuestro fracaso al mencionar la palabra fantasía. La verdad es que al proporcionar una descripción muy detallada de la conducta de un bebé o un niño debemos dejar de lado por lo menos la mitad, pues la riqueza de la personalidad es en gran parte un producto del mundo de las relaciones internas que el niño construye todo el tiempo a través del dar y tomar psíquicos, algo que tiene lugar permanentemente y que es paralelo al dar y tomar físicos, fácilmente observables.
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La parte principal de esta realidad interna, un mundo que se siente como ubicado dentro del cuerpo o de la personalidad, es inconsciente, excepto en la medida en que el individuo pueda aislarla y separarla de los millones de expresiones instintivas que contribuyen a determinar su cualidad. Vemos ahora que se trata de un campo para la acción de las fuerzas destructivas que aún no hemos explorado, un campo que está dentro de la personalidad del niño, y aquí sin duda podemos encontrar (en el curso del psicoanálisis, por ejemplo) las fuerzas buenas y malas en su máxima expresión. Poder tolerar todo lo que uno puede encontrar en la propia realidad interna constituye una de las grandes dificultades humanas, y una finalidad humana importante consiste en establecer una relación armoniosa entre las propias realidades interna y externa. Sin pretender profundizar en el origen de las fuerzas que luchan por el predominio dentro de la personalidad, puedo señalar que cuando las fuerzas crueles o destructivas amenazan con predominar sobre las amorosas, el individuo debe hacer algo para salvarse, y una de las cosas que hace es volcarse hacia afuera, dramatizar el mundo interior, actuar el papel destructivo mismo y conseguir que alguna autoridad externa ejerza control. El control puede de este modo establecerse en la fantasía dramatizada sin ahogar en exceso los instintos, mientras que la otra posibilidad, el control interior, debería aplicarse en forma general, y el resultado sería un estado de cosas conocido clínicamente como depresión. Cuando existen esperanzas con respecto a las cosas interiores, la vida instintiva es activa, y el individuo puede disfrutar del uso de sus impulsos instintivos, incluyendo los agresivos, para reparar en la vida real lo que ha dañado en la fantasía. Esto constituye la base del juego y el trabajo. Puede observarse que, al aplicar la teoría, uno está limitado por el estado del mundo interior de un niño, en cuanto a la posibilidad de ayudarlo a lograr la sublimación. Si la destrucción es excesiva e inmanejable, es posible lograr muy poca reparación y nada podemos hacer por ayudarlo. Todo lo que le queda al niño es negar que las fantasías malas le pertenezcan, o bien dramatizarlas. La agresividad, que ofrece un serio problema de manejo para el maestro, es casi siempre esa dramatización de la realidad interna cuya maldad impide tolerarla. A menudo implica un abandono de la masturbación o de la explotación sensual que, cuando tienen éxito, proporcionan un vínculo entre la realidad externa y la interna, entre los sentidos corporales y la fantasía (aunque la fantasía es principalmente inconsciente). Se ha señalado que hay una relación entre renunciar a la masturbación y el comienzo de la conducta antisocial (mencionada hace poco por Anna Freud en una conferencia inédita), y la causa de esa relación ha de encontrarse en el intento del niño por lograr que una realidad interna demasiado terrible como para ser admitida se relacione con la realidad externa. La masturbación y la dramatización proporcionan métodos alternativos, pero cada uno fracasa en su objetivo, porque el único vínculo verdadero es la relación entre la realidad interna y las experiencias instintivas originales que la construyeron. Sólo el tratamiento psicoanalítico puede encontrar esa relación, y como la fantasía es demasiado terrible para ser aceptada y tolerada no puede utilizarse en la sublimación. Los individuos normales hacen lo que los anormales sólo pueden hacer mediante el tratamiento analítico, esto es, modificar su yo interno mediante nuevas experiencias de incorporación y producción. Encontrar maneras seguras de desembarazarse de lo malo constituye un problema constante para niños y adultos. Gran parte se dramatiza y se maneja (falsamente) atendiendo a la eliminación de elementos físicos que proceden del cuerpo. Otro método utiliza los juegos o el trabajo, que involucran una acción distintiva susceptible de ser disfrutada, con el consiguiente alivio en lo relativo al sentimiento de 60
frustración e injusticia: un niño que pega trompadas o patea una pelota se siente mejor gracias a eso, en parte porque disfruta golpeando y pateando, y en parte porque inconscientemente siente (falsamente) que ha expulsado lo malo a través de los puños y los pies. Una niña que anhela tener un bebé, en cierta medida anhela la certeza de que ha introyectado algo bueno, que lo ha conservado, y que algo bueno se desarrolla en su interior. Necesita esa certeza (aunque sea falsa) debido a sus sentimientos inconscientes en el sentido de estar vacía o llena de cosas malas. Su agresión es lo que genera en ella esas ideas. También, desde luego, busca la paz que cree poder obtener si se gratifica instintivamente, lo cual significa que teme a los elementos agresivos de su apetito que amenazan con dominarla si se la frustra durante la excitación. La masturbación puede ayudar en el segundo caso, pero no en el primero. De todo esto se deduce que el odio o la frustración ambiental despierta reacciones manejables o inmanejables en el individuo, de acuerdo con la cantidad de tensión que ya existe en su fantasía inconsciente personal. Otro método importante para manejar la agresión en la realidad interna es el masoquista, mediante el cual el individuo consigue experimentar sufrimiento, lo cual le permite en una misma acción expresar agresión, recibir un castigo, aliviarse así de los sentimientos de culpa y disfrutar de excitación y gratificación sexuales. Este problema está fuera del tema que consideramos. En segundo lugar, existe el manejo de la agresión provocada por el miedo, la versión dramatizada de un mundo interior demasiado terrible. La finalidad de la agresión es encontrar un control y provocar su ejercicio. Es tarea del adulto impedir que esa agresión vaya demasiado lejos, mediante el ejercicio de una autoridad confiable, dentro de cuyos límites es posible dramatizar y disfrutar sin peligro cierto grado de maldad. El retiro gradual de esa autoridad constituye una parte importante en el manejo de adolescentes, los que pueden ser agrupados según su capacidad para soportar la eliminación de la autoridad impuesta. Los padres y los maestros deben cuidar de que los niños nunca encuentren una autoridad tan débil que pierdan todo control, o bien, debido al miedo, que se hagan cargo ellos mismos de la autoridad. La autoridad que se asume por ansiedad es dictadura, y quienes han hecho el experimento de permitir que los chicos controlen su propio destino saben que el adulto sereno es menos cruel en ese papel que un niño que asume excesiva responsabilidad. En tercer lugar, y aquí el sexo establece una diferencia, está el manejo de la agresividad madura, el que se observa claramente en los adolescentes varones y que en gran medida motiva la competencia adolescente en los juegos y en el trabajo. La potencia tolerar la idea de matar a un rival (lo cual conduce al problema del valor de la idea de la guerra, un tema bastante impopular). La agresividad madura no es algo que deba curarse, sino algo que debe observarse y permitirse. Si resulta inmanejable nos hacemos a un lado y la ley resuelve la situación. La ley está aprendiendo a respetar la agresión adolescente, y el país cuenta con ella en tiempos de guerra. Finalmente, toda agresión que no se niega, y por la que es posible aceptar responsabilidad personal, puede utilizarse para fortalecer los intentos de reparación y restitución. En el trasfondo de todo juego, de todo trabajo y de todo arte, hay un remordimiento inconsciente por el daño realizado en la fantasía inconsciente, y un deseo inconsciente de comenzar a arreglar las cosas. El sentimentalismo contiene una negación inconsciente de la destructividad que está en la base de la construcción. Es muy perjudicial para el niño en desarrollo y eventualmente puede llevarlo a que necesite efectuar una demostración directa de la 61
destructividad que, en un medio menos sentimental, podría haber expresado indirectamente al manifestar deseos de construir. En parte es falso afirmar que "deberíamos proporcionar una oportunidad para la expresión creadora si queremos contrarrestar los impulsos destructivos de los niños". Lo que se precisa es una actitud no sentimental frente a todas las producciones, lo cual significa apreciar no tanto el talento como la lucha que está detrás de todo logro, por pequeño que sea. Pues, aparte del amor sensual, ninguna manifestación humana del amor se siente como valiosa si no implica una agresión reconocida y controlada. Una de las finalidades del desarrollo de la personalidad es que el individuo pueda recurrir cada vez más a lo instintivo. Ello involucra ser capaz de reconocer cada vez más la propia crueldad y voracidad que entonces, y sólo entonces, pueden ponerse al servicio de la actividad sublimada. Sólo si sabemos que el niño desea derribar la torre de ladrillos le resultará valioso que comprobemos que puede construirla.
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LAS RAÍCES DE LA AGRESIÓN (Escrito para The child, the family and the outside world, 1964)
El lector se habrá percatado ya - por diversas referencias sueltas, dispersas a lo largo de este libro- de que sé que los bebés y los niños berrean, muerden, patean, le tiran del cabello a la madre y tienen impulsos agresivos, destructivos o, de algún modo, desagradables. El cuidado de los bebés y los niños se complica al ocurrir episodios destructivos, que tal vez necesiten ser manejados y, sin duda, requieren comprensión. Si yo pudiera describir teóricamente las raíces de la agresión, contribuiría a la comprensión de estos incidentes cotidianos. Sin embargo, me pregunto cómo podría hacerle justicia a un tema tan extenso y difícil, y recordar al mismo tiempo que muchos de mis lectores no estudian psicología, sino que están dedicados al cuidado práctico del bebé o el niño. En pocas palabras, la agresión tiene dos significados: por un lado, es directa o indirectamente una reacción ante la frustración; por el otro, es una de las dos fuentes principales de energía que posee el individuo. Si ahondamos en esta formulación simple, surgirán problemas inmensamente complejos; por tal razón, en este trabajo sólo puedo ofrecer una elaboración inicial del tema fundamental. Todos convendrán en que no podemos limitarnos a hablar de la agresividad tal como se manifiesta en la vida del niño. El tema es más amplio y, en todo caso, siempre nos referimos a un niño en desarrollo. Lo que nos interesa más profundamente es el modo en que una cosa nace y crece a partir de otra. A veces la agresión se manifiesta de manera palmaria y se agota por sí sola, o bien necesita que alguien la enfrente e impida de algún modo que el individuo agresivo cometa daños. Con la misma frecuencia los impulsos agresivos no aparecen en forma abierta, sino encubiertos bajo alguna manifestación contraria. Quizá sea una buena idea examinar varias de estas manifestaciones contrarias, pero antes debo formular una observación general. Es prudente suponer que todos los individuos son básica y esencialmente semejantes, pese a los factores hereditarios que hacen de nosotros lo que somos y nos diferencian a unos de otros. Con esto quiero decir que en la naturaleza humana hay algunas características que presentan todos los bebés, todos los niños y toda persona de cualquier edad, y que una exposición amplia del desarrollo de la personalidad humana, desde la más temprana infancia hasta la independencia adulta, podría aplicarse a todos los seres humanos sean cuales fueren su sexo, raza, color de piel, religión o medio social. Las apariencias pueden variar, pero siempre hay denominadores comunes en las cuestiones humanas. Un bebé tiende a ser agresivo, en tanto que otro casi no manifiesta agresividad alguna desde que nace y, sin embargo, ambos tienen el mismo problema. La diferencia de actitud obedece simplemente a que los dos manejan de manera distinta su carga de impulsos agresivos. Si observamos a un individuo para tratar de ver cómo surge en él la agresión, nos encontramos ante el hecho concreto del movimiento infantil. Este comienza aun antes del nacimiento y se manifiesta no sólo en las vueltas que da el feto en el vientre materno, sino también en los movimientos más bruscos de sus extremidades, perceptibles para la madre. El feto o el bebé recién nacido mueven una parte de su cuerpo y, al moverla, choca con algo. Un observador podría decir que ha dado un golpe o puntapié, pero aquí falta el principio esencial del acto de golpear o patear, porque el 63
feto o el bebé recién nacido todavía no se han convertido en personas capaces de tener un motivo claro para una acción determinada. Así pues, en todo bebé existe esta tendencia a moverse, obtener algún tipo de placer muscular por medio del movimiento, y a sacar partido de la experiencia de moverse y toparse con algo. Si seguimos el curso de esta característica del individuo, con exclusión de todas las demás, podríamos describir el desarrollo de un bebé señalando una progresión desde el movimiento simple hasta acciones que expresan rabia, o bien hasta estados de ánimo que denotan odio (o control del odio). Podríamos seguir adelante y describir cómo un golpe accidental puede transformarse en un golpe dado con la intención de hacer daño; quizá detectemos una actitud paralela de protección de ese objeto a la vez amado y odiado. Más aun: podríamos rastrear la organización de las ideas e impulsos destructivos de un niño, tomado como individuo, hasta obtener una pauta de conducta. En un proceso de desarrollo sano, todo lo dicho puede manifestarse como el modo en que las ideas destructivas (conscientes e inconscientes), y las reacciones que ellas provocan, aparecen en los sueños y juegos del niño y en la agresión dirigida contra aquellos elementos de su ambiente inmediato que se considera dignos de ser destruidos. Estos golpes tempranos inducen al bebé a descubrir el mundo exterior, distinto de su self, y a empezar a relacionarse con los objetos externos. Por lo tanto esa conducta, que pronto será agresiva, al principio es un mero impulso que conduce a un movimiento y a los comienzos de la exploración del mundo exterior. Siempre existe este tipo de vínculo entre la agresión y el establecimiento de una diferenciación neta entre lo que es el self y lo que no es el self. Espero haber dejado en claro que todos los seres humanos se asemejan entre sí, pese al hecho cierto de que cada individuo es esencialmente distinto de los demás, de modo que ahora podré referirme a algunos de los muchos contrarios de la agresión. Por de pronto, está el contraste entre el niño audaz y el tímido. El primero tiende a lograr el tipo de alivio que proporciona la expresión abierta de la agresión y la hostilidad; el segundo propende a no encontrar esta agresión en el self sino en otra parte, y a asustarse de ella o esperar con aprensión su venida desde el exterior. El primero es un niño afortunado, porque descubre que la hostilidad expresada es limitada y gastable; el segundo nunca llega hasta un punto final satisfactorio, sino que persiste en dar por sentado que tendrá dificultades.. . y a veces las tiene realmente. Algunos niños presentan una clara tendencia a ver en la agresión ajena un reflejo de sus propios impulsos agresivos controlados (o sea, reprimidos). Dicha tendencia puede tomar mal cariz si se agota la provisión de persecución y el niño debe suplirla con delirios. En tal caso, nos encontramos ante un niño que siempre espera ser perseguido y quizá se vuelve agresivo en defensa propia contra un ataque imaginario. Este comportamiento es patológico, pero su pauta puede detectarse en casi todos los niños una fase de su desarrollo. Veamos otro contrario de la agresión: el contraste entre el niño que se vuelve agresivo con facilidad y el que retiene la agresión "dentro de si mismo", convirtiéndose en un niño tenso, formal y excesivamente controlado. La consecuencia natural de esta segunda actitud es cierta inhibición de todos los impulsos y, por ende, también de la creatividad, por cuanto ésta se halla ligada a la irresponsabilidad de la infancia y la niñez, y a un estilo de vida abierto y espontáneo. Aunque este niño pierda parte de su libertad interior, puede decirse que su conducta es beneficiosa porque, gracias a ella, el niño comienza a desarrollar el dominio de sí mismo junto con cierta consideración hacia los demás, en tanto que el mundo es protegido contra un comportamiento que, de otro modo, sería cruel. Todo niño sano adquiere la capacidad de ponerse en la situación de otra persona y de identificarse con los objetos e individuos externos. 64
El excesivo dominio de sí presenta varios aspectos Por ejemplo, un niño "bueno", incapaz de matar una mosca, puede sufrir erupciones periódicas de sentimientos y conductas agresivas (tener una rabieta, cometer una maldad) que no tendrán valor positivo para nadie y mucho menos para él, que a veces ni siquiera recuerda más tarde lo ocurrido. Lo único que pueden hacer los padres en tales casos es buscar el modo de superar ese episodio tan desagradable y abrigar la esperanza de que, con el tiempo, su hijo llegará a expresar la agresión de manera más significativa. Los sueños constituyen una alternativa más madura para la conducta agresiva. El soñante destruye y mata en su fantasía; este tipo de sueño va asociado a diversos grados de excitación corporal y no es un mero ejercicio intelectual, sino una experiencia real. El niño que es capaz de manejar sus sueños se está preparando para todo tipo de juego, ya sea a solas o con otros niños. Si el sueño contiene una carga excesiva de destrucción o implica una amenaza grave contra objetos sagrados, o si sobreviene el caos, el niño despierta sobresaltado y gritando. La madre desempeña su papel al estar disponible y ayudar al niño a salir de la pesadilla, a fin de que la realidad exterior pueda cumplir una vez más su función tranquilizadora. El niño puede tardar casi media hora en despertar por entero a la realidad, y es posible que la pesadilla en sí sea para él una experiencia extrañamente satisfactoria. A esta altura de mi exposición, debo diferenciar con claridad el sueño del ensueño diurno. No me refiero aquí al acto de enhebrar fantasías estando despierto. La diferencia esencial entre el sueño común y el ensueño diurno radica en que el soñante está dormido y se lo puede despertar; tal vez olvide su sueño, pero lo soñó, y esto es lo importante. (También existe el sueño verdadero que rebasa los límites del dormir e invade la vida de vigilia del niño, pero ésa es otra historia.) Me he referido al juego, que se alimenta de la fantasía y del reservorio de lo que puede ser soñado, y de los estratos más profundos de lo inconsciente. Salta a la vista el papel importante que desempeña la aceptación de los símbolos en el desarrollo sano del niño. Un objeto "representa" a otro, proporcionando así un gran alivio frente a los crudos y desagradables conflictos que genera la verdad desnuda. Cuando un niño ama tiernamente a la madre y al mismo tiempo desea comerla, cuando ama y odia a la vez al padre y no puede desplazar ese odio o ese amor a un tío, cuando quiere deshacerse del nuevo hermanito y no puede expresar tal sentimiento de manera satisfactoria perdiendo un juguete, se produce una situación desagradable. Algunos niños son así y simplemente sufren.. . Con todo, la aceptación de los símbolos suele empezar a una edad temprana, dejándole al niño un espacio para maniobrar en su experiencia de vida. Por ejemplo, cuando el bebé adopta muy pronto un objeto específico para abrazarlo y mimarlo, dicho objeto representa al bebé y a su madre. Es un símbolo de unión, como lo es el pulgar para el niño habituado a chupárselo, y este símbolo en sí mismo puede ser atacado y/o valorado por encima de toda pertenencia ulterior. El juego se basa en la aceptación de símbolos y por consiguiente, encierra posibilidades infinitas. Gracias a él, el niño puede experienciar cuanto encuentre en su realidad psíquica interior y personal, que es la base de su creciente sentido de identidad. Allí habrá amor, pero también agresión. En cada niño en proceso de aparece otra alternativa muy importante frente a la destrucción: la construcción. En condiciones ambientales favorables, y mediante un proceso complejo que he intentado describir en parte, se establece una relación entre un afán constructivo y la aceptación personal, por parte del niño en crecimiento, de la responsabilidad por la vertiente destructiva de su carácter. La aparición y el mantenimiento del juego constructivo es una señal importantísima de buena salud. No se lo puede implantar -como tampoco se puede implantar la confianza-, sino que 65
aparece con el tiempo. Es el resultado de la totalidad de las experiencias vividas por el niño en el ambiente inmediato suministrado por los padres o por quienes actúan como tales. Podemos poner a prueba la relación entre agresión y construcción quitándole a un niño (o a un adulto) la oportunidad de hacer algo por sus allegados y seres queridos, o de "contribuir con algo”(contribute in) de participar en la tarea de atender a las necesidades de la familia. Cuando hablo de "contribuir con algo" o participar, me refiero a hacer determinadas cosas por gusto o para asemejarse a alguien, pero percatándose al mismo tiempo de que eso es lo que se necesita para asegurar la felicidad de la madre o el funcionamiento del hogar. Es algo así como "encontrar su lugar". Un niño participa simulando que cuida del bebé, tiende la cama, maneja la aspiradora o hace pasteles. Para que esta participación lo satisfaga, es preciso que alguien tome en serio el trabajo simulado. Si los demás se ríen de él se convierte en simple mímica y el niño experimenta una sensación de impotencia y de inutilidad. No es raro que en tal momento sobrevenga un estallido de franca agresión o destructividad. Aparte de ser provocada a título experimental, esta situación puede presentarse en la vida corriente cuando nadie comprende que en un niño la necesidad de dar es aun mayor que la necesidad de recibir. La actividad de un bebé sano se caracteriza por los movimientos naturales y la tendencia a golpear o golpearse contra los objetos, así por el uso gradual de ambos junto con las acciones de berrear, escupir, orinar y defecar- al servicio de sus sentimientos de rabia, odio o venganza. El niño llega a y odiar al mismo tiempo, aceptando la contradicción. Uno de los ejemplos más importantes de la conjunción del cariño y la agresión es el afán de morder, que cobra sentido aproximadamente a partir de los cinco meses. A la larga se incorpora al placer de comer, sea cual sea el alimento ingerido; pero al principio lo excitante era morder el objeto bueno, el cuerpo de la madre, y eso genera en el bebé ideas relacionadas con el acto de morder. De este modo acaba por aceptar los alimentos como símbolos del cuerpo de la madre, del padre o de otro ser querido. Todo este proceso es muy complicado. Al bebé y al niño les lleva mucho tiempo dominar las ideas y excitaciones agresivas, adquirir la capacidad de controlarlas sin perder por ello la capacidad de ser agresivos -en el odio o en el amor- cuando resulte oportuno. Oscar Wilde dijo: “Todo hombre mata lo que ama". Vemos a diario que, junto con el cariño, debemos esperar el daño. Quienes se dedican al cuidado de los niños notan que éstos tienden a amar aquello que dañan. Hacer daño es una parte importante de la vida del niño; el interrogante es: ¿cómo hallará nuestro hijo el modo de emplear estas fuerzas agresivas en la tarea de vivir, amar, jugar y, más adelante, trabajar? Y esto no es todo: aún tenemos que determinar el punto de origen de la agresión. Como hemos visto, el proceso de desarrollo del recién nacido incluye los primeros movimientos naturales y los gritos; pueden causarle placer, pero no tienen un significado claramente agresivo porque el bebé todavía no está bien organizado como persona. Aun así, queremos saber de qué modo un bebé destruye el mundo quizás en una fase muy temprana de su vida. Es un interrogante de vital importancia, por cuanto el residuo de esta destrucción infantil "no fusionada" puede destruir en forma efectiva el mundo en que vivimos y al cual amamos. En la magia infantil, el niño puede aniquilar el mundo con sólo cerrar los ojos y recrearlo con una nueva mirada y una nueva fase de necesidad. Las sustancias tóxicas y las armas explosivas dotan a la magia infantil de una realidad que es el polo opuesto de lo mágico. La inmensa mayoría de los bebés reciben un cuidado suficientemente bueno en las etapas más tempranas de su vida; gracias a él alcanzan cierto grado de integración de su 66
personalidad, por lo que resulta improbable que se produzca una irrupción masiva de una destructividad carente de sentido. La medida preventiva más importante que podemos tomar es reconocer el papel que desempeñan los padres, al facilitar los procesos de maduración de cada bebé en el curso de la vida familiar. En especial, podemos aprender a evaluar el papel que desempeña la madre en los inicios mismos de la vida del hijo, cuando éste pasa de una relación puramente física con su madre a otra en la que responde a la actitud de ella, y cuando lo puramente físico empieza a ser enriquecido y complicado por factores emocionales. Aún queda pendiente un interrogante: ¿conocemos el origen de esta fuerza inherente al ser humano, que sustenta la actividad destructiva o el sufrimiento equivalente cuando el individuo se autocontrola? Detrás de todo esto encontramos la destrucción mágica, normal en las fases más tempranas del desarrollo del bebé y que corre paralela a la creación mágica. La destrucción primitiva o mágica de todos los objetos tiene que ver con el hecho de que para el bebé los objetos cambian: dejan de ser "parte de mí" para convertirse en algo "distinto de mí"; ya no son fenómenos subjetivos, sino percepciones objetivas. Por lo común este cambio se produce en forma muy paulatina, siguiendo los cambios graduales que experimenta el bebé en desarrollo. Empero, cuando el suministro materno es deficiente, estos mismos cambios ocurren súbitamente y de un modo imprevisible para el bebé. La madre que guía a cada hijo con sensibilidad y delicadeza a través de esta etapa vital de su desarrollo temprano le da tiempo para adquirir toda clase de habilidades, que le permitirán afrontar el sacudón de reconocer la existencia de un mundo que escapa a su control mágico. Si se le da tiempo para que desarrolle sus procesos de maduración, el bebé podrá ser destructivo, odiar, patear y berrear, en vez de aniquilar mágicamente ese mundo. De este modo, la agresión efectiva se considera un logro. Las ideas y la conducta agresivas adquieren un valor positivo comparadas con la destrucción mágica, en tanto que el odio se transforma en una señal de civilización, cuando tenemos presente el proceso global de desarrollo emocional del individuo y, en particular, sus etapas más tempranas. En otro trabajo he intentado explicar precisamente estas etapas sutiles a través de las cuales cuando el quehacer materno y la parentalidad son suficientemente buenos la mayoría de los bebés acceden a una vida sana, adquiriendo además la capacidad de dejar a un lado el control y la destrucción mágicos, de disfrutar con la agresión que llevan dentro de sí al mismo tiempo que gozan con las gratificaciones, las tiernas relaciones afectivas y la riqueza interior que constituyen la vida de un niño.
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11. EL DESARROLLO DE LA CAPACIDAD DE PREOCUPARSE POR EL OTRO (Trabajo presentado ante la Sociedad Psicoanalítica de Topeka el 12 de octubre de 1962; publicado por primera vez en 1963) El origen de la capacidad de preocuparse por otro presenta un problema complejo. La preocupación es un aspecto importante de la vida social. Los psicoanalistas solemos buscar sus orígenes en el desarrollo emocional del individuo. Queremos conocer la etiología de la preocupación, el punto exacto de su aparición dentro del proceso de desarrollo del niño, por qué algunos individuos no logran afirmar su capacidad de preocuparse y cómo se pierde el sentimiento de preocupación parcialmente afianzado. La palabra "preocupación" se utiliza para referirse, en positivo, al mismo fenómeno al que se alude en negativo con la palabra "culpa". El sentimiento de culpa es una angustia vinculada con el concepto de ambivalencia; implica cierto grado de integración del yo individual, que posibilita la conservación de la imago del objeto bueno junto con la idea de su destrucción. La preocupación entraña una integración y un desarrollo más avanzados y se relaciona de modo positivo con el sentido de responsabilidad del individuo, sobre todo con respecto a las relaciones en que han entrado las mociones instintivas. La preocupación se refiere al hecho de que el individuo cuida o le importa el otro, siente y acepta la responsabilidad. Si tomamos la enunciación de la teoría del desarrollo en su nivel genital, podríamos decir que la preocupación por el otro es la base de la familia: ambos cónyuges asumen la responsabilidad por el resultado del acto sexual, más allá del placer que él les produce. En la vida imaginativa global del individuo, el tema de la preocupación plantea cuestiones aun más amplias: la capacidad de preocuparse está detrás de todo juego y trabajo constructivos, es propia de la vida sana y normal, y merece la atención del psicoanalista. Hay muchos motivos para creer que la preocupación con su sentido positivo aparece en la fase más temprana del desarrollo emocional del niño, en un período anterior al del clásico complejo de Edipo, que implica una relación entre tres individuos, cada uno de los cuales es percibido por el niño como una persona completa. Empero, es innecesario señalar con exactitud el momento de su aparición; a decir verdad, la mayoría de los procesos iniciados en la temprana infancia nunca se afianzan por entero en esa etapa de la vida, sino que continúan fortaleciéndose con el crecimiento ... y éste persiste en la niñez tardía, en la edad adulta y hasta en la vejez. El origen de la capacidad de preocuparse suele describirse en términos de la relación entre la madre y el bebé, y situarse en un momento en que el hijo ya es una unidad establecida y percibe a su madre (o a la figura materna) como una persona completa. Este avance pertenece esencialmente al período de relación bicorporal. En toda descripción del desarrollo del niño se dan por sobrentendidos ciertos principios. Deseo señalar que tanto en el campo de la psicología como en el de la anatomía y la fisiología, los procesos de maduración constituyen la base del desarrollo del bebé y el niño. No obstante, en el desarrollo emocional es obvio que deberán cumplirse determinadas condiciones externas para que el niño pueda realizar su potencial de maduración. En otras palabras, el desarrollo depende de la existencia de un ambiente bueno; cuanto más atrás nos remontemos en nuestro estudio del bebé, tanto más cierta será la imposibilidad de que se cumplan las etapas tempranas de su desarrollo sin un quehacer materno suficientemente bueno.
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Habrán acontecido muchas cosas en el desarrollo del bebé, antes de que podamos empezar a referirnos a la preocupación. La capacidad de preocuparse es una cuestión de salud, una capacidad que, una vez establecida, presupone una organización compleja del yo que sólo puede concebirse como un doble logro: en el cuidado del bebé y el niño, por un lado, y en sus procesos de crecimiento interior, por el otro. Para simplificar el tema que deseo examinar, daré por sentado que en las etapas tempranas de su desarrollo el niño está rodeado de un ambiente suficientemente bueno. La capacidad de preocuparse es, pues, siguiente a unos complejos procesos de maduración cuya efectivización depende de que se preste un cuidado suficientemente bueno al bebé y al niño. Entre las muchas etapas descritas por Freud y los psicoanalistas freudianos debo escoger una que hace necesario el uso de la palabra "fusión", entendiéndose por tal el logro de un grado de desarrollo emocional en el que el bebé experimenta mociones eróticas y agresivas simultáneas hacia un mismo objeto. Por el lado erótico hay una doble búsqueda de satisfacción y de objeto; por el lado agresivo hay un complejo de rabia, que se vale del erotismo muscular, y de odio, que entraña la conservación de la imago de un objeto bueno con fines comparativos. El impulso agresivo-destructivo tomado en su totalidad contiene, además, una forma primitiva de relación de objeto en la que el amor lleva implícita la destrucción del objeto amado. Esta explicación adolece, por fuerza, de cierta vaguedad; sin embargo, para seguir mi razonamiento no necesito saberlo todo acerca del origen de la agresión, porque doy por sentado que el bebé ha adquirido la capacidad de combinar las dos experiencias (erótica y agresiva), y de hacerlo con respecto a un mismo objeto. Dicho de otro modo, ha llegado hasta la ambivalencia. Cuando esta ambivalencia se incorpora de hecho al proceso de desarrollo de un bebé, éste adquiere la capacidad de experienciarla tanto en la fantasía como en la función corporal de la que aquélla fue originariamente una elaboración. Además, el bebé empieza a relacionarse a sí mismo con objetos que presentan cada vez menos el carácter de fenómenos subjetivos y, más, el de elementos percibidos objetivamente como "distintos de mí". Ha empezado a establecer un self, una unidad que está contenida físicamente dentro de la envoltura corporal de la piel y, a la vez, está integrada psicológicamente. En la psique del hijo, la madre se ha convertido en una imagen coherente a la que se le puede aplicar el término de "objeto total". Esta situación, al principio precaria, podría denominarse "la etapa de Humpty Dumpty”: el muro sobre el que Humpty Dumpty se ha sentado precariamente es la madre, que ha de ofrecerle su regazo. ∗ Este adelanto implica un yo que empieza a independizarse de la madre como yo auxiliar. Ya puede decirse que el bebé tiene un interior y, por ende, un exterior. Ha nacido el esquema corporal, que cobra complejidad a un ritmo acelerado. De aquí en adelante el bebé lleva una vida psicosomática. La realidad psíquica interior, que Freud nos enseñó a respetar, se transforma para el bebé en una cosa real: ahora, él siente que la riqueza personal reside dentro del self. Esta riqueza personal se desarrolla a partir de la experiencia simultánea de amor y odio que lleva implícito el acceso a la ambivalencia, cuyo enriquecimiento y refinamiento conducen, a su vez, al surgimiento de la preocupación. Me parece útil postular que para el bebé inmaduro existen dos madres, a las que podría denominar "madre-objeto" y "madre-ambiente”. No deseo inventar designaciones que se anquilosen con el tiempo, tornándose rígidas y obstructivas, pero ∗
Alude a una canción infantil inglesa, cuyo protagonista (Humpty Dumpty) es un huevo que cae desde un lugar elevado y se hace añicos. (N: del T.]
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creo poder utilizarlas en este contexto para describir la enorme diferencia que existe – desde la perspectiva del bebé- entre estos dos aspectos de su crianza: la madre vista como objeto, o sea, como el objeto parcial que puede satisfacer las necesidades urgentes del bebé, y la madre vista como la persona que lo resguarda de lo imprevisible y suministra un cuidado activo, en cuanto a la manipulación y el manejo general del niño. En mi opinión, lo que hace el bebé cuando su ello ha alcanzado el punto máximo de tensión, así como el uso que da entonces al objeto, difieren mucho del modo en que ese mismo bebé usa a la madre como parte del ambiente global. 7 Conforme a esta terminología, la madre-ambiente recibe todo cuanto pueda llamarse afecto y coexistencia sensual, en tanto que la madre-objeto pasa a ser el blanco de la experiencia excitada, respaldada por la burda tensión de los instintos. Sostengo que la preocupación aparece en la vida del bebé como una experiencia muy compleja y sutil, dentro del proceso de reunión de la madre-objeto y la madre-ambiente en la psique del bebé. El suministro ambiental conserva su importancia vital, si bien el bebé comienza a adquirir la capacidad de tener esa estabilidad interior propia del desarrollo de la independencia. En circunstancias favorables, cuando el bebé llega hasta el grado necesario de desarrollo personal acontece una nueva fusión. Por un lado tenemos la experiencia y fantasía plenas de la relación de objeto basada en el instinto; el bebé usa el objeto sin detenerse a pensar en las consecuencias, o sea, lo usa en forma incompasiva (si utilizamos el término como una descripción de nuestra visión personal de lo que está pasando). Por el otro, como elemento paralelo, tenemos la relación más tranquila entre el bebé y la madre-ambiente. Cuando ambas se aúnan, se produce un fenómeno complejo al que deseo referirme especialmente. Veamos cuáles son las circunstancias favorables necesarias en esta etapa. Primera: la madre debe continuar viva y disponible no sólo físicamente, sino también en el sentido de no tener otro motivo de inquietud. Segunda: el bebé debe advertir que la madre-objeto sobrevive a los episodios impulsados por los instintos, que a esta altura han cobrado toda la fuerza de las del sadismo oral y demás resultados de la fusión. Tercera: la madre-ambiente cumple una función especial, cual es la de seguir siendo ella misma, sentir empatía hacia su bebé, estar presente para recibir el gesto espontáneo del hijo y mostrarse complacida. La fantasía que acompaña las mociones del ello incluye el ataque y la destrucción. Además de imaginarse que come el objeto, el bebé quiere apoderarse de su contenido. Si el bebé no destruye el objeto no es porque lo proteja, sino debido a la capacidad de supervivencia del objeto mismo. Este es un aspecto de la cuestión. El otro aspecto se refiere a la relación del bebé con la madre-ambiente. Esta puede proteger a su hijo a tal extremo que el bebé se inhiba o se aparte de ella. Desde este punto de vista, la experiencia del destete contiene un elemento positivo para el bebé; además, ésta es una razón por la que algunos bebés dejan de mamar por sí solos. En circunstancias favorables, el bebé va adquiriendo una técnica para resolver esta forma compleja de ambivalencia. Experimenta un sentimiento de angustia porque, si consume a la madre, la perderá; empero, esta angustia se ve modificada por el hecho de que el bebé puede aportarle algo a la madre-ambiente. El hijo confía cada vez más en que tendrá la oportunidad de contribuir con algo, de darle algo a la madre-ambiente, y esta confianza lo capacita para soportar la angustia. Al soportarla altera la calidad de esta angustia, transformándola en sentimiento de culpa.
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Harold Scarles ha desarrollado recientemente este tema en su libro The non Human Enviroment in Normal Developement and Schizophrenia, Nueva York, International Universities Press, 1960.
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Las mociones instintivas conducen primeramente al uso incompasivo de los objetos y, luego, a un sentimiento de culpa soportado y mitigado por la contribución a la madreambiente que el bebé puede hacer en el término de algunas horas. Asimismo, la presencia de la madre-ambiente le ofrece al hijo la oportunidad de dar y reparar, capacitándolo para experienciar las mociones de su ello con una audacia cada vez mayor (en otras palabras, libera la vida instintiva del bebé). De este modo, la culpa no se siente sino que permanece en estado latente o potencial y sólo aparece (como tristeza o depresión) si no se presenta la oportunidad para reparar. Una vez establecida la confianza en este ciclo benigno y en la expectativa de una oportunidad de dar y reparar, el sentimiento de culpa con las mociones del ello sufre una nueva modificación. Para designarla, necesitamos un término más positivo: por ejemplo, “preocupación”. En esta nueva fase el bebé adquiere la capacidad de preocuparse, de asumir la responsabilidad por sus impulsos instintivos y por las funciones correspondientes. Este proceso suministra uno de los elementos constructivos fundamentales del juego y el trabajo, pero en el proceso evolutivo fue la oportunidad de dar y contribuir la que hizo posible que el bebé fuera capaz de preocuparse. Vale la pena señalar un detalle, especialmente con respecto al concepto de angustia "soportada": a la integración más estática de las etapas anteriores se ha sumado la integración en el tiempo. La madre es quien hace que el tiempo transcurra (éste es un aspecto de su funcionamiento como yo auxiliar), pero el bebé cobra un sentido personal del tiempo que al principio sólo abarca un lapso breve. Este sentido del tiempo es similar a la capacidad del bebé de mantener viva la imago de la madre en su mundo interior, el cual contiene además los elementos fragmentarios, benignos y persecutorios, derivados de las experiencias instintivas. La longitud del lapso por el que un hijo puede mantener viva la imago materna en su realidad psíquica interior depende, en parte, de los procesos de maduración y también del estado en que se encuentre su organización defensiva interna. He bosquejado algunos aspectos de los orígenes de la preocupación, correspondientes a las etapas tempranas en que la presencia constante de la madre tiene un valor específico para el bebé: el de posibilitarle la libre expresión de la vida instintiva. Empero, el hijo debe lograr este equilibrio una y otra vez. Tomemos el caso evidente del manejo de la adolescencia o el caso, igualmente obvio, del paciente psiquiátrico, para quien a menudo la laborterapia marca un punto de partida hacia una relación constructiva con la sociedad. O bien consideremos el caso de un médico y sus requerimientos: ¿en qué situación quedaría si lo depriváramos de su trabajo? Igual que otras personas, él necesita de sus pacientes, necesita tener la oportunidad de utilizar sus habilidades adquiridas. No me explayaré sobre el tema de la falta de desarrollo de la preocupación o la pérdida de la capacidad de preocuparse cuando ésta ya ha quedado casi establecida, pero no del todo. Para ser breve, diré que si la madre-objeto no sobrevive, o la madreambiente no suministra una oportunidad de reparación confiable, el bebé perderá la capacidad de preocuparse y la reemplazará por angustias y defensas más primitivas, tales como la escisión o la desintegración. Hablamos a menudo de la angustia de separación, pero en este trabajo he intentado describir lo que acontece entre la madre y su bebé, y entre los padres y sus hijos, cuando no hay una separación y no se corta la continuidad externa del cuidado del niño. He tratado de explicar lo que ocurre cuando se evita la separación.
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12. LA AUSENCIA DE UN SENTIMIENTO DE CULPA (Disertación dirigida a la Asociación para la Salud Mental de Devon y Exeter, fechada el 10 de diciembre de 1966)
Creo innecesario describir la idea convencional del bien y el mal. En un ambiente dado (madre, familia, hogar, grupo cultural, escuela, etc.) esto es bueno y aquello no es bueno. Los niños encajan sus propias ideas dentro de este código para someterse a él o bien se rebelan y sostienen opiniones opuestas en algún aspecto. Poco a poco esta situación se altera, ya sea porque se vuelve tan compleja que el código pierde sentido o porque el niño madura, afirmando su sentido del self y su derecho a tener opiniones personales acerca de todo. El niño maduro todavía experimenta el placer o la necesidad de poder cotejar sus ideas con el código aceptado, aunque sólo sea para saber cómo están las cosas entre él y la comunidad. Este es un rasgo permanente que caracteriza incluso al adulto maduro. En este tipo de exposición surge muy pronto el interrogante de hasta qué punto el código moral se enseña y hasta qué punto es innato. Dicho en términos prácticos: ¿hay que esperar a que nuestro hijo use el orinal o combatir su incontinencia desde el principio? Para responder a preguntas como ésta, el investigador debe ahondar en la vida del niño en desarrollo y estudiar la sutilísima acción recíproca entre la tendencia evolutiva o proceso de maduración personal o heredado, por un lado, y el ambiente facilitador, representado por seres humanos que algunas veces se adaptan a las necesidades del niño y otras fracasan humanamente en su intento de adaptación, por el otro. Si emprendemos tal estudio, pronto nos topamos con dos doctrinas cuyas posiciones extremas son muy disímiles y, de hecho, inconciliables: a) No podemos arriesgarnos. ¿Cómo sabemos que en el niño en desarrollo hay factores innatos que tienden a favorecer el advenimiento de un sentido de lo que está bien y de lo que está mal? El riesgo es demasiado grande. Debemos implantar un código moral en esa alma virgen, antes de que el niño llegue a una edad en la que pueda oponernos resistencia. Luego, si la suerte nos ayuda, los preceptos morales que hemos adoptado como "revelados" aparecerán en todos aquellos que no estén dotados en exceso de lo que podríamos llamar "pecado original". En el polo opuesto encontramos el siguiente punto de vista: b)Los únicos preceptos morales válidos son los que nacen del individuo. Después de todo, el código moral "revelado” que sustentan los partidarios de la otra posición extrema fue elaborado, a lo largo de los siglos o milenios, por miles de generaciones de individuos ayudados por algunos profetas. Más vale seguir esperando hasta que cada niño, por medio de procesos naturales, adquiera un sentido personal del bien y del mal. Lo importante no es la conducta, sino los sentimientos que puede tener un niño con respecto a lo que está bien y a lo que está mal, aparte de los que le dicte la sumisión. No hace falta que intentemos reconciliar a los partidarios de estas dos opiniones extremas. Será mejor que tratemos de mantenerlos separados para que no se encuentren y riñan, pues nunca podrán ponerse de acuerdo. Me gusta creer en la existencia de un modo de vida basado en la premisa de que, en última instancia, las normas morales ligadas a la sumisión tienen poco valor; lo que vale es el sentido personal de lo que está bien y de lo que está mal que posee el niño. Abrigamos la esperanza de verlo evolucionar en él, junto con todo lo demás que evoluciona, impelido por los procesos heredados que conducen a todo tipo de
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crecimiento. A partir de esta premisa, reconocemos las dificultades y nos abocamos a su estudio para aprender a enfrentarlas en la teoría y en la práctica. En términos prácticos y simples, supongamos que una madre tiene dos hijos que aprenden a controlar sus esfínteres en forma natural, para gran conveniencia de ella, pero el tercero sigue orinándose, ensuciándose y causándole dolores de espalda. Cuando esta madre piensa en su tercer hijo, quizá se detenga a reflexionar acerca de la moralidad innata y se pregunte cómo hará para exigirle sumisión a ese niño sin destruir su alma. Si aplicamos este tercer enfoque, debemos tener muy en cuenta los siguientes hechos: 1) Al principio el bebé se halla en un estado de dependencia absoluta, pero pronto pasa a una dependencia casi absoluta y, luego, a una relativa, siguiendo una tendencia a la independencia. Este proceso se apoya considerablemente en la capacidad de los padres, madres, etc., cuya eficiencia nunca puede exceder los límites humanos (la perfección no tiene sentido), que adoptan por fuerza actitudes diferentes hacia los distintos niños y que experimentan un cambio constante a causa de su propio crecimiento, sus propias experiencias emocionales y su propia vida privada, que estarán viviendo o habrán dejado a un lado temporariamente por amor al bebé que están criando. 2) Cada hijo difiere del precedente y del siguiente, en el sentido de que lo heredado es personal; ni siquiera los hermanos gemelos tienen tendencias heredadas idénticas, aunque pueden ser similares. Por lo tanto, las experiencias recogidas en el reducido campo de la relación entre la madre y el bebé no son generales, sino específicas, y esto aun haciendo abstracción de las anormalidades. 3) Hay anormalidades de diversos grados: en un caso las circunstancias favorecen las experiencias tempranas; en otro, ocurren intrusiones que provocan reacciones burdas. Nuestra hipotética madre de tres hijos tal vez no tuvo tropiezos técnicos graves durante la crianza de los dos primeros, pero con el tercero tuvo un tropiezo en el sentido literal del término, estuvo a punto de quebrarse la muñeca y debió atender su lesión antes de responder a una sutil comunicación del bebé, indicadora de una necesidad que ella habría atendido de manera natural si en ese momento no hubiese estado preocupada por sus propios problemas.... que, por supuesto, el no podía percibir ni comprender. Es posible que la madre y su tercer hijo se acostumbren a una pauta de procedimiento que podría expresarse así: "De acuerdo. Puedo confiar en ti como lo hacía antes, siempre y cuando aceptes mi derecho a posponer mi sumisión con respecto a la higiene". Las madres y los progenitores en general se pasan el tiempo practicando una psicoterapia eficaz, en relación con las fallas inevitables de las técnicas que aplican y sus efectos en el curso de la vida de cada bebé. Nosotros, los observadores, somos propensos a advertirles que están "malcriando" al hijo. Con esto los reprendemos del mismo modo en que la gente censura al psicoterapeuta que da cierta libertad a un niño durante la sesión de terapia, o aun a quienes intentan comprender la conducta antisocial en vez de extirparla por la fuerza, como sería su deber ... según ellos creen. Si examinamos algunos ejemplos bastante normales de niños que crecen en un medio en el que las relaciones humanas son bastante confiables, podremos estudiar el modo en que se desarrolla en cada niño el sentimiento de lo que está bien y de lo que está mal, y sacar provecho de lo aprendido. Aunque el tema es enormemente complejo, ya no estamos perdidos en alta mar o, al menos, ya conocemos los faros que pueden orientarnos. Si Freud señaló el valor del concepto del superyó como un área de la psique muy influida por las figuras parentales introyectadas, Klein desarrolló el concepto de las formaciones superyoicas tempranas, que aparecen hasta en la psique del bebé y son 73
relativamente independientes de las introyecciones parentales. Naturalmente, no puede haber una independencia de las actitudes parentales, como podemos comprobarlo cada vez que vemos a un bebé que extiende la mano para asir algún objeto y contiene su impulso para evaluar, ante todo, la actitud de la madre. Dicha actitud puede ser loca, o sana. Supongamos que la madre manifiesta alarma porque su bebé tiende la mano hacia una cacerola verde; su actitud es sana si la cacerola contiene agua hirviendo, pero es loca si la madre cree que todo recipiente verde puede contener arsénico. Inevitablemente, todas estas situaciones dejarán perplejo al bebé por un tiempo, hasta que empiece a convertirse en un "científico". ¡Dichoso el niño cuya madre es al menos consistente! En un trabajo anterior 8 procuré resumir el concepto de Posición Depresiva formulado por Melanie Klein (el cual, aunque mal designado, es importante en el presente contexto) y me es imposible volver a tratarlo en esta disertación. No obstante, pienso que así como un bebé o un niño de corta edad se transforma a veces en un ente completo, una unidad, un todo integrado, alguien que si pudiera expresarse diría "Yo soy", del mismo modo puede presentarse una situación en la que existe un sentido de responsabilidad personal. En tal caso, cuando dentro de sus relaciones el niño tiene ideas e impulsos destructivos (p. ej., yo te amo, yo te como), asistimos al nacimiento evidente y natural de un sentimiento personal de culpa. Como dijo alguna vez Freud, el sentimiento de culpa habilita al individuo para ser verdaderamente malvado. En la pauta que nos ocupa, el niño tiene un impulso, tal vez muerde algo (o come un bizcocho), le viene a la mente la idea de comer el objeto (digamos el pecho materno) y entonces se siente culpable (“Dios mío, qué malo y detestable soy!"). De todo esto nace el impulso de ser constructivo. Si en la pauta está ausente el sentimiento de culpa del niño, éste no llega a admitir ese impulso, sino que tiene miedo y se inhibe con respecto a la totalidad del sentimiento que va formándose alrededor de dicho impulso. He arribado, pues, al tema de la ausencia de un sentimiento de culpa. En mi razonamiento me he remontado desde lo que Melanie Klein denominó Posición Depresiva, que es un logro del desarrollo sano, hasta el bebé cuyo grado de experiencia no ha hecho posible que se creara tal situación, por cuanto: 1) La falta de confiabilidad de la figura materna hace que cualquier esfuerzo constructivo resulte vano; en consecuencia, el sentimiento de culpa se vuelve intolerable y el niño se ve impelido a retornar a la inhibición o a perder el impulso que, de hecho, forma parte del amor primitivo. 2) Peor aún: las experiencias tempranas no han posibilitado la realización del proceso innato que conduce hacia la integración; por consiguiente, no existe en el niño ninguna unidad, ni se siente totalmente responsable por nada. Tiene impulsos e ideas que afectan su conducta, pero nunca se puede decir: "Este bebé tuvo el impulso de comer el pecho materno”. (Propongo este ejemplo para no salirme del campo limitado al que artificiosamente me he reducido, con fines ilustrativos.) Me es difícil saber cómo puedo ahondar más en mi tema aquí y ahora, en el poco tiempo de que dispongo. Querría llamarles la atención con respecto al caso especial del niño afectado por la tendencia antisocial que tal vez está en vías de convertirse en un delincuente. En este caso, más que en ningún otro, la gente nos dice: "Este muchacho (o esta chica) no tiene el menor sentido moral, carece de todo sentimiento clínico de 8
D. W. Winnicott, “The Dcpressive Position in Normal Emotional Development” (1954-1955) en Through Paediatrics to Psycho Analysis, Londres, Hogarth Press. 1976. (Véase también capitulo 11 de este volumen, “El desarrollo de la capacidad de preocuparse por el otro”, donde Winnicott elabora el concepto de Klein.) (N. de los comps.)
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culpa". Empero, nosotros refutamos esta idea, porque descubrimos su falsedad cuando tenemos una oportunidad de investigar psiquiátricamente al niño, sobre todo en la etapa previa al afianzamiento de los beneficios secundarios. La aparición de estos beneficios va precedida de una etapa en la que el niño necesita ayuda y se desespera porque dentro de él hay algo que lo compele a robar y destruir. Este proceso se atiene de hecho a la siguiente pauta: 1. todo marchaba suficientemente bien para el niño; 2. algo alteró tal estado de cosas; 3. el niño se vio abrumado por una carga que excedía capacidad de tolerancia y sus defensas yoicas se derrumbaron; 4. el niño se reorganizó, apoyándose en una nueva pauta de defensa yoica de menor calidad; 5. el niño empieza a recobrar las esperanzas y organiza actos antisociales, esperando compeler así a la sociedad a retornar con él a la posición en que se hallaban ambos cuando se deterioró la situación y a reconocer el hecho; 6. si esto sucede (ya sea luego de un período de cuidados especiales en el hogar o, en forma directa, durante una entrevista psiquiátrica), el niño puede dar un salto regresivo hasta el período previo al momento de la deprivación y redescubrir tanto al objeto bueno como el buen ambiente humano que lo controlaba a él, cuya existencia, en principio, lo habilitó para experimentar impulsos (incluidos los destructivos) No se advertirá que esta última fase es difícil de cumplir, pero ante todo se debe comprender y aceptar el principio general. En realidad, cualquier madre o padre con varios hijos sabe cuán reiteradamente ocurre, y da resultado, esta enmienda mediante el empleo de técnicas adaptativas específicas y temporarias. Por difícil que nos resulte aplicar estas ideas, es preciso que desechemos de plano la teoría de la posible amoralidad innata del niño. Esta carece totalmente de significado desde el punto de vista del estudio del individuo que se desarrolla conforme a los procesos de maduración heredados, entrelazados en todo momento con el funcionamiento del ambiente facilitador. Por último, permítanme presentarles algunas de las cosas que nos enseñan nuestros pacientes esquizoides, o que ellos necesitan que sepamos. En varios sentidos, estos pacientes son más que nosotros pero, por supuesto, se sienten terriblemente incómodos. Quizá prefieran seguir sintiéndose incómodos, en vez de "curarse". Cordura es sinónimo de transigencia y, para ellos, en esto radica el mal. Las relaciones sexuales extraconyugales carecen de importancia, comparadas con la traición al self. Es cierto (y creo poder demostrarlo) que las personas cuerdas se relacionan con el mundo por medio de lo que yo llamo el engaño; o, mejor dicho, si existe en el individuo una cordura éticamente respetable, apareció en su más temprana infancia, cuando el acto de engañar no tenía importancia alguna. El bebé crea el objeto con el que se relaciona, pero ese objeto ya estaba allí; por ende, en otro sentido, el bebé encuentra primero el objeto y luego lo crea. Sin embargo, esto no es suficientemente bueno. Cada niño debe ser capacitado para el mundo o, de lo contrario, éste carecerá de significado; la técnica adaptativa de la madre permite que el niño sienta esta creación como un hecho. Cada bebé debe tener una experiencia de omnipotencia suficiente, sólo así podrá adquirir la capacidad de ceder esa omnipotencia a la realidad externa o a un principio divino. De esto se infiere que el único acto real de comer se basa en no comer. La creación de los objetos y del mundo adquiere significado a partir de la no creatividad y el aislamiento. La compañía sólo se disfruta como un progreso con respecto al aislamiento esencial, ese mismo aislamiento que reaparece cuando el individuo muere. 75
Algunas personas deben pasar la vida entera no siendo, en un esfuerzo desesperado por hallar un fundamento para ser. Para los individuos esquizoides -ante quienes me siento humilde, aunque dedico mucho tiempo y energías a tratar de curarlos por lo incómodos que se sienten- todo lo falso (p. ej., estar vivo por sumisión) es malo. Podría ilustrar esta idea, pero quizá sea mejor limitarme a su enunciación. Si alguien puede espigar algo de esta recopilación desprolija, ojalá lo que recoja tenga valor ... Como ven, acabo recayendo en el concepto del sentimiento de culpa, tan fundamental para la naturaleza humana que algunos bebés mueren a causa de él o, si no pueden morir, organizan un self sumiso o falso que traiciona el verdadero self en tanto parece triunfar en áreas que los observadores consideran valiosas. Las mores de la sociedad local son simples distracciones, comparadas con estas fuerzas poderosas, que aparecen en vida y en las artes, así como en términos de integridad. Ustedes deben saber que sus hijos adolescentes - algunos de ellos pacientes psiquiátricos- se preocupan más por no traicionarse a sí mismos que por el hecho de si fuman o no, o si malgastan o no malgastan su tiempo durmiendo. Salta a la vista que excluyen de tajante las soluciones falsas (lo mismo hacen los niños de corta edad, aunque su actitud es menos discernible). Este es un hecho desagradable pero cierto; es una verdad sumamente perturbadora. Si quieren gozar de una vida tranquila, les recomiendo no tener hijos (ya deben hacerse cargo de ustedes mismos, y eso puede darles suficiente trabajo) o zambullirse de cabeza en la parentalidad no bien los tengan, cuando (si los ayuda la suerte) lo que ustedes hagan pueda impeler quizás a esos individuos más allá de la breve fase de engaño, antes de que lleguen a una edad suficiente para afrontar el principio de realidad y el hecho de que la omnipotencia es subjetiva. No sólo es subjetiva, sino que además, como fenómeno subjetivo, es una experiencia efectiva. .. bueno, lo es al principio, cuando todo marcha suficientemente bien.
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13. ALGUNOS ASPECTOS PSICOLÓGICOS DE LA DELINCUENCIA JUVENIL (Conferencia pronunciada ante magistrados, por invitación, 1946)
Deseo ofrecer una descripción simple, pero no falsa, de un aspecto de la delincuencia, una descripción que vincula la delincuencia con la falta de vida hogareña. Podría resultar útil para quienes desean comprender las raíces del problema del delincuente. En primer lugar, sugiero considerar la palabra inconsciente. Esta charla está dirigida a magistrados que, por su están acostumbrados a ponderar las pruebas, a reflexionar sobre las cosas, así como a sentir respeto por ellas. Ahora bien, Freud contribuyó con algo que resulta verdaderamente útil aquí. Demostró que si utilizamos el sentimiento en lugar de la reflexión, no podemos excluir el inconsciente sin cometer serios errores; de hecho, sin hacer el papel de tontos. El inconsciente puede ser un estorbo para quienes gustan de las cosas claras y simples, pero decididamente resulta imposible que quienes planean y meditan no lo tengan en cuenta. El hombre que siente, el hombre que intuye, lejos de excluir el inconsciente, siempre ha estado sometido a su influencia. Pero el hombre que piensa no ha comprendido aún que puede pensar y, al mismo tiempo, incluir en su pensamiento lo inconsciente. La gente que piensa, y que ha encontrado muy superficial el camino de la lógica, inició una reacción hacia la sinrazón, una tendencia sin duda peligrosa. Sorprende comprobar hasta qué grado algunos pensadores de primera línea, e incluso algunos científicos, no han podido utilizar este progreso científico particular. ¿No vemos acaso cómo los economistas pasan por alto la voracidad inconsciente, cómo los políticos ignoran el odio reprimido, la incapacidad de los médicos para reconocer la depresión y la hipocondría que subyacen en enfermedades como el reumatismo y que dañan el sistema industrial? Incluso tenemos jueces incapaces de comprender que los ladrones buscan algo más importante que bicicletas y lapiceras. Todo magistrado tiene plena conciencia de que los ladrones tienen motivos inconscientes. En primer lugar, sin embargo, quiero exponer y destacar una aplicación muy distinta de este mismo principio. Quiero sugerir que se considere el inconsciente en su relación con la tarea judicial, que consiste en aplicar la ley. Es precisamente porque anhelo conseguir que los métodos psicológicos se utilicen en la investigación de los casos criminales y en el manejo de los niños antisociales. que deseo atacar una de las más graves amenazas para un progreso en esa dirección; dicha amenaza surge de la adopción de una actitud sentimental para con el crimen. Si parece haber progresos, pero están basados en el sentimentalismo, carecen de valor; se producirá sin duda una reacción y entonces sería preferible que no hubiera habido progresos. En el sentimentalismo existe un odio reprimido o inconsciente, y esa represión es malsana. Tarde o temprano el odio hace su aparición. El delito provoca sentimientos públicos de venganza. La venganza pública podría significar algo muy peligroso si no existieran la ley y quienes la aplican. Particularmente cuando actúan en los tribunales, los jueces dan expresión a los sentimientos públicos de venganza, y sólo en esa forma es posible sentar las bases para un tratamiento humanitario del delincuente. Opino que puede haber un hondo resentimiento con respecto a esta idea. Si se les pregunta a muchas personas, responderán que no desean castigar a los delincuentes, que
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preferirían que se los tratara como enfermos. Pero mi sugerencia, basada en premisas muy definidas, es que no es posible cometer ningún delito sin contribuir, al mismo tiempo, a la fuente general de sentimientos públicos inconscientes de venganza. Una de las funciones de la ley consiste en proteger al delincuente contra esa venganza inconsciente y, por ende, ciega. La sociedad se siente frustrada, pero permite que el trasgresor sea juzgado en los tribunales, después de un cierto tiempo y una vez que las pasiones se han calmado; cuando se hace justicia se proporciona una cierta satisfacción. Existe el peligro, bien real, de que quienes desean ver a los delincuentes tratados como enfermos (como realmente son) vean frustrados sus propósitos, justo cuando parecen lograrlos, por no tener en cuenta el potencial inconsciente de venganza. Sería peligroso adoptar una finalidad puramente terapéutica en los tribunales. Habiendo dicho esto, voy a pasar ahora a lo que me interesa mucho más, la comprensión del delito como una enfermedad psicológica. Se trata de un tema enorme y complejo, pero trataré de decir algo simple sobre los niños antisociales y la relación de la delincuencia con la carencia de vida hogareña. Ustedes saben que al examinar a los diversos alumnos de una escuela de readaptación social, el diagnóstico puede oscilar desde niños normales (o sanos) hasta esquizofrénicos. Sin embargo, algo conecta entre sí a todos los delincuentes. ¿Qué es? En una familia corriente, un hombre y una mujer asumen una responsabilidad conjunta por sus hijos. Nacen niños, la madre (apoyada por el padre) cría a cada uno de ellos estudiando su personalidad, manejando el problema personal de cada uno en la medida en que afecta a la sociedad en su unidad más pequeña, la familia y el hogar. ¿Cómo es el niño normal? ¿Simplemente come, crece y sonríe dulcemente? No, no es así. Un niño normal, si tiene confianza en el padre y en la madre, actúa sin ningún freno. Con el correr del tiempo, pone a prueba su poder para desintegrar, destruir, atemorizar, agotar, desperdiciar, trampear y apoderarse de lo que le interesa. Todo lo que lleva a la gente a los tribunales (o a los manicomios) tiene su equivalente normal en la infancia y la niñez, y en la relación del niño con su propio hogar. Si el hogar es capaz de soportar todo lo que el niño hace por desbaratarlo, éste puede ponerse a jugar, no sin haber hecho antes toda suerte de verificaciones, sobre todo si tiene alguna duda en cuanto a la estabilidad de la relación entre los padres y del hogar (entendiendo por hogar mucho más que la casa). Al principio el niño necesita tener conciencia de un marco para sentirse libre, y para poder jugar, hacer sus propios dibujos, ser un niño irresponsable. ¿Por qué es necesario todo esto? El hecho es que las primeras etapas del desarrollo emocional están llenas de conflicto y desintegración potenciales. La relación con la realidad externa todavía no está firmemente arraigada; la personalidad aún no está del todo integrada; el amor primitivo tiene un fin destructivo, y el niño pequeño no ha aprendido todavía a tolerar y manejar los instintos. Puede llegar a manejar estas cosas, y muchas más, si lo que lo rodea es estable y personal. Al comienzo, necesita indispensablemente vivir en un círculo de amor y fortaleza (con la consiguiente tolerancia) para que no experimente demasiado temor frente a sus propios sentimientos y sus fantasías y pueda progresar en su desarrollo emocional. Ahora bien, ¿qué ocurre si el hogar no proporciona todo esto a un niño antes de que haya establecido la idea de un marco como parte de su propia naturaleza? La opinión corriente es que, al encontrarse "libre" procede a disfrutar de esa situación. Esto está muy lejos de la verdad. Al ver destruido el marco de su vida, ya no siente libre. Se torna ansioso, y si tiene esperanzas, comienza a buscar un marco fuera del hogar. El niño cuyo hogar no logra darle un sentimiento de seguridad busca las cuatro paredes fuera de su hogar; todavía abriga esperanzas, y apela a los abuelos, tíos y tías, amigos de la familia, la escuela. Busca una estabilidad externa sin la cual puede perder la razón. Si alguien se la proporciona en el momento adecuado, esa estabilidad puede crecer en el 78
niño como los huesos de su cuerpo, de modo que gradualmente, en el curso de los primeros meses y años de su vida, pueda pasar de la dependencia y de la necesidad de ser manejado a la independencia. A menudo, el niño obtiene de sus parientes y de la escuela lo que no ha conseguido en su propio hogar. El niño antisocial simplemente busca un poco más lejos, apela a la sociedad en lugar de recurrir a su familia o a la escuela, para que le proporcione la estabilidad que necesita a fin de superar las primeras y muy esenciales etapas de su crecimiento emocional. Quisiera expresar esta idea en esta forma. Cuando un niño roba azúcar, está buscando a una madre buena, la propia, de la que tiene derecho a tomar toda la dulzura que pueda contener. De hecho, esa dulzura le pertenece, pues él inventó a la madre y a su dulzura a partir de su propia capacidad de amar, de su propia capacidad creativa primaria, cualquiera sea ésta. También busca a su padre, que protegerá a la madre de sus ataques contra ella, ataques efectuados en el ejercicio del amor primitivo. Cuando un niño roba fuera de su hogar, también busca a su madre, pero entonces con un mayor sentimiento de frustración, y con una necesidad cada vez mayor de encontrar, al mismo tiempo, la autoridad paterna que ponga un límite al efecto concreto de su conducta impulsiva, y a la actuación de las ideas que surgen en su mente cuando está excitado. En la delincuencia manifiesta esto nos resulta difícil, como observadores, porque lo que encontramos es la necesidad aguda que tiene el niño de un padre estricto, que proteja a la madre cuando aparezca. El padre estricto que el evoca también puede ser afectuoso, pero en primer lugar debe mostrarse estricto y fuerte. Sólo cuando la figura paterna estricta y fuerte se pone en evidencia, el niño puede recuperar sus impulsos primitivos de amor, su sentimiento de deseo de reparar. A menos que se vea envuelto en dificultades el delincuente sólo puede tornarse cada vez más inhibido de amar, y en consecuencia más y más deprimido y despersonalizado, y eventualmente incapaz de sentir en absoluto la realidad de las cosas, excepto la realidad de la violencia. La delincuencia indica que todavía queda alguna esperanza. Como verán, no es necesariamente una enfermedad que el niño se comporte en forma antisocial, y a veces la conducta antisocial no es otra cosa que un S.O.S. en busca del control ejercido por personas fuertes, cariñosas y seguras. La mayoría de los delincuentes son en cierta medida enfermos, y la palabra enfermedad se torna adecuada por el hecho de que, en muchos casos, el sentimiento de seguridad no se estableció suficientemente en los primeros años de vida del niño como para que éste lo incorpore a sus creencias. Un niño antisocial puede mejorar aparentemente bajo un manejo firme, pero si se le otorga libertad no tarda en sentir la amenaza de la locura. De modo que vuelve a atacar a la sociedad (sin saber qué está haciendo) a fin de restablecer el control exterior. El niño normal, a quien su propio hogar ayuda en las etapas iniciales, desarrolla una capacidad para controlarse. Desarrolla lo que a veces se denomina un "ambiente interno", con una tendencia a encontrar buenos ambientes. El niño antisocial, enfermo, que no ha tenido la oportunidad de desarrollar un buen "ambiente interno" necesita absolutamente un control exterior para sentirse feliz, para poder jugar o trabajar. Entre ambos extremos, niños normales y niños enfermos antisociales, hay otros que pueden adquirir confianza en la estabilidad, si es posible proporcionarles durante un período de varios años una experiencia continua de control ejercido por personas afectuosas. Un niño de 6 ó 7 años tiene más probabilidades de obtener ayuda en esta forma que otro de 10 u 11. Durante la guerra, muchos de nosotros tuvimos la experiencia de esta provisión tardía de un medio estable a niños carentes de vida hogareña, en los albergues para niños evacuados, y sobre todo a los niños que resultaba difícil ubicar. Estos estuvieron bajo la supervisión del Ministerio de Salud. En los años de la guerra, los niños con tendencias antisociales fueron tratados como enfermos. Me complace decir que esos albergues no están cerrados ahora y que han sido transferidos al Ministerio de 79
Educación. Esos albergues cumplen una tarea profiláctica para el Ministerio del Interior. Pueden tratar la delincuencia como una enfermedad tanto más fácilmente cuanto que la mayoría de esos niños aún no han comparecido ante tribunales de menores. Este es, sin duda, el lugar adecuado para el tratamiento de la delincuencia como una enfermedad del individuo y, sin duda, el lugar adecuado para la investigación y la oportunidad de adquirir experiencia. Todos conocemos el excelente trabajo realizado en algunas escuelas de readaptación social, pero el hecho de que la mayoría de sus alumnos hayan sido condenados por un tribunal contribuye a crear dificultades. En estos albergues, llamados a veces pensiones para niños inadaptados, hay una oportunidad para que quienes ven en la conducta antisocial el S.O.S. de un niño enfermo desempeñen una función y puedan así aprender. Cada albergue o grupo de albergues perteneciente al Ministerio de Salud durante la guerra tenía un comité de manejo, y en el grupo con el que estuve relacionado, el comité de legos se interesó realmente en los detalles de la labor efectuada en el albergue y asumió responsabilidad al respecto. Sin duda, muchos jueces podrían integrar esos comités, y así ponerse en contacto estrecho con el manejo concreto de los niños que aún no han comparecido ante los tribunales. No basta con visitar escuelas o albergues, o con oír hablar a la gente. La única forma eficaz consiste en asumir alguna responsabilidad, aunque sea indirecta, mediante un apoyo inteligente a quienes manejan criaturas que tienden a la conducta antisocial. En esos albergues para los llamados inadaptados, es posible trabajar con una finalidad terapéutica, y ello establece una gran diferencia. Los fracasos eventualmente llegan a los tribunales, pero los éxitos se convierten en ciudadanos. Desde luego, el trabajo realizado en estos albergues con pocos niños y personal adecuado está a cargo de los custodios. Estos deben ser idóneos desde el comienzo, pero necesitan educación y oportunidades para revisar su labor a medida que la realizan, y también deben contar con alguien que medie entre ellos y esa cosa impersonal llamada ministerio. En el proyecto que conocí, esa tarea estaba a cargo del asistente social psiquiátrico y del psiquiatra. Estos, a su vez, necesitaban un comité que creciera con el proyecto y aprovechara la experiencia. Este es el tipo de comité en el que un juez podría ser de considerable ayuda. Volvamos ahora al tema de los niños carentes de vida hogareña. Aparte del descuido (en cuyo caso llegan a los tribunales de menores como delincuentes), es posible manejarlos en dos formas. Se les puede hacer psicoterapia personal, o bien proporcionarles un ambiente firme y estable con cuidado y amor personales, y aumentar gradualmente la dosis de libertad. En realidad, sin esto último, no es probable que la psicoterapia personal tenga éxito. Y con la provisión de un sustituto hogareño adecuado, la psicoterapia puede tornarse innecesaria, lo cual es afortunado porque prácticamente nunca se puede contar con ella. Pasarán años antes de que se disponga, incluso, de unos pocos psicoanalistas bien adiestrados para ofrecer los tratamientos personales que tan urgentemente se necesitan en muchos casos. La psicoterapia personal apunta a capacitar al niño para completar su desarrollo emocional. Esto significa muchas cosas, incluyendo el establecimiento de una buena capacidad para sentir la realidad de las cosas reales, tanto externas como internas, y para lograr la integración de la personalidad individual. El pleno desarrollo emocional significa esto y mucho más. Después de estas etapas primitivas, aparecen los primeros sentimientos de preocupación y culpa, y los primeros impulsos de reparación. Y en la familia misma surgen las primeras situaciones triangulares, y todas las complejas relaciones interpersonales inherentes a la vida en el hogar. Además, si todo anda bien, y si el niño se torna capaz de manejarse a sí mismo y a su relación con los adultos y con otros niños, aun así comenzará a enfrentar 80
complicaciones, como una madre deprimida, un padre con episodios maníacos, un hermano algo cruel, una hermana con pataletas. Cuanto pensamos en estas cosas, más comprendemos por qué los bebés y los niños pequeños necesitan absolutamente el marco de su propia familia y, de ser posible, una estabilidad del ambiente físico también; y de tales consideraciones deducimos que a los niños carentes de vida hogareña hay que proporcionarles algo personal y estable cuando todavía son bastante pequeños como para aprovecharlo en cierta medida, o bien nos obligarán más tarde a proporcionarles estabilidad en la forma de un reformatorio o, como último recurso, de las cuatro paredes de una celda carcelaria.
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14. LA TENDENCIA ANTISOCIAL (Trabajo leído ante la Sociedad Psicoanalítica Británica el 20 de junio de 1956)
La tendencia antisocial le plantea al psicoanálisis algunos problemas teóricos y prácticos difíciles de tratar. En su introducción a La juventud descarriada, de Aichhorn, Freud demostró que el psicoanálisis no sólo ayuda a comprender la delincuencia, sino que además se enriquece al comprender la labor que realizan quienes deben tratar con delincuentes. He optado por referirme a la tendencia antisocial, y no a la delincuencia, porque la defensa antisocial organizada está recargada de beneficios secundarios y reacciones sociales que dificultan su investigación a fondo hasta llegar al meollo de la cuestión. En cambio, la tendencia antisocial se puede estudiar tal como aparece en el niño normal o casi normal, en quien se relaciona con las dificultades inherentes al desarrollo emocional. Comenzaré por dos simples referencias al material clínico: Para mi primer análisis de un niño, elegí a un delincuente. El muchacho asistió con regularidad a las sesiones durante un año, hasta que se puso fin al tratamiento a causa de los disturbios que provocaba en la clínica. Diría que el análisis iba bien y que su terminación fue penosa para ambos, pese a las malas pasadas que me jugó en varias ocasiones: se escapaba y subía a los techos, y otra vez hizo correr tal cantidad de agua que inundó el sótano; violentó la cerradura de mi auto, se subió a él y, valiéndose del arranque automático lo puso en marcha con el motor en primera. La clínica ordenó dar por terminado el tratamiento para bien de los demás pacientes. El muchacho fue derivado a una escuela de readaptación social. En la actualidad tiene 35 años; ha podido ganarse la vida con un trabajo adecuado a su temperamento inquieto, está casado y tiene vanos hijos. No obstante, temo seguir su caso porque podría volver a comprometerme con un psicópata; prefiero que la sociedad siga cargando con la responsabilidad de su manejo. Salta a la vista que este niño no debió ser tratado por medio del psicoanálisis, sino colocándolo en un ambiente adecuado. En su caso, el psicoanálisis sólo tenía sentido como tratamiento adicional ulterior. Desde entonces, he observado cómo fracasan en el psicoanálisis de los niños antisociales los analistas de cualquier orientación. El caso siguiente demuestra, en cambio, con qué facilidad podemos tratar a veces una tendencia antisocial, si la terapia es complementaria de una asistencia ambiental especializada. Una amiga me consultó con respecto al mayor de sus cuatro hijos, llamado John. Le era imposible traerlo abiertamente a mi consultorio porque su esposo se oponía a la psicología por razones religiosas, de modo que sólo podía reunirse ella (conmigo) para conversar acerca de los robos compulsivos del muchacho, que iban tomando un cariz bastante grave: para entonces, ya robaba en gran escala tanto en los comercios como en el hogar. Por motivos prácticos, la madre y yo sólo pudimos concertar un almuerzo rápido en un restaurante, durante el cual ella me contó sus cuitas y me pidió consejo. Toda ayuda de mi parte sería imposible, a menos que pudiera prestársela en ese momento y lugar. Así pues, le expliqué el significado de los robos y le sugerí que buscara un buen momento en su relación con John y le hiciera una interpretación de
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tales actos. Al parecer, todas las noches ella y John mantenían por breves instantes una buena relación recíproca cuando el niño ya se había acostado; entonces él solía hablarle de la luna y las estrellas. Ella podría aprovechar ese momento. Le propuse lo siguiente: "Dígale que usted sabe que él no roba porque desee o necesite lo que roba, sino porque busca algo a lo que tiene derecho: está formulando una demanda a su madre y su padre, pues se siente deprivado de su amor". Le aconsejé que usara un lenguaje comprensible para el niño. Sus padres eran músicos y yo conocía a la familia lo bastante bien como para percibir de qué modo John se había convertido hasta cierto punto en un niño deprivado, pese a tener un buen hogar. Tiempo después recibí una carta de mi amiga, comunicándome que había seguido mi consejo: "Le dije que cuando robaba dinero, comida y objetos, en realidad quería tener a su mamá. Debo admitir que en verdad no esperaba ser comprendida, pero al parecer me entendió. Le pregunté si pensaba que no lo amábamos porque a veces era muy desobediente; me contestó sin ambages que no se creía muy amado. ¡Pobrecito! No puedo expresarle lo mal que me sentí. Le dije que nunca volviera a dudar de nuestro cariño, que si alguna vez le asaltaba la duda me lo recordara y yo se lo reafirmaría. Por supuesto, pasará tiempo antes de que necesite que me lo recuerde, ¡fue un sacudón tan grande! Se diría que necesitamos este tipo de conmociones. Por lo tanto, me muestro mucho más efusiva con él para tratar de evitar que recaiga en sus dudas. Hasta ahora, los robos han cesado por completo". La madre había conversado con la maestra de John, explicándole que el niño necesitaba ser amado y apreciado. La maestra accedía a cooperar, pese a que John causaba muchos problemas en la escuela. Transcurridos ya ocho meses, puedo informar que John no ha vuelto a robar y que sus relaciones con la familia han mejorado muchísimo. Al considerar este caso debe recordarse que yo había conocido muy bien a la madre en su adolescencia y, hasta cierto punto, la había atendido durante una fase antisocial. Era la hija mayor de una familia numerosa. Pertenecía a un hogar muy bueno pero su padre había impuesto una disciplina rígida, especialmente cuando ella era una niña de corta edad. Por consiguiente, mi intervención actuó como una doble terapia al posibilitarle a esa mujer joven llegar a vislumbrar sus propias dificultades a través de la ayuda que pudo prestar a su hijo. Cuando podemos ayudar a los padres a prestar ayuda a sus hijos, de hecho los estamos ayudando a tratar sus propios problemas. (En otro trabajo me propongo presentar casos clínicos ilustrativos sobre el manejo de los niños con tendencias antisociales. Aquí sólo intento enunciar brevemente en qué se basa mi actitud personal ante el problema clínico.) NATURALEZA DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL Esta tendencia no es un diagnostico ni admite una comparación directa con otros términos de diagnóstico tales como neurosis y psicosis. Se la puede encontrar en un individuo normal o en una persona neurótica o psicótica. Aparece a cualquier edad, si bien, para mayor simplicidad, me referiré únicamente a los niños antisociales. Podemos concatenar del siguiente modo las diversas expresiones en uso en Gran Bretaña: Una criatura se convierte en niño deprivado cuando se lo depriva de ciertas características esenciales de la vida hogareña. Emerge hasta cierto punto lo que podría llamarse el "complejo de deprivación". El niño manifiesta entonces una conducta antisocial en el hogar o en un ámbito más amplio. La tendencia antisocial del niño
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puede imponer, con el tiempo, la necesidad de considerarlo un inadaptado social y ponerlo bajo tratamiento en un albergue para niños inadaptados o llevarlo ante la justicia como un menor ingobernable. El niño, convertido ahora en delincuente, quedará en libertad condicional por orden judicial o será enviado a una escuela de readaptación social. Si el hogar de ese niño deja de cumplir alguna función importante, la ley de Menores de 1948 autoriza al Comité de Menores a tomarlo a su cargo y proporcionarle "cuidado y protección". En lo posible se buscará para él un hogar adoptivo. Si estas medidas no dan resultado, puede decirse que el joven adulto se ha convertido en psicópata; quizá la justicia lo envíe a un correccional o a la cárcel, según correspondiere por su edad. El término reincidencia designa la tendencia establecida a repetir los actos delictivos. Todo este léxico no se refiere en absoluto al diagnóstico psiquiátrico del individuo. La tendencia antisocial se caracteriza por contener un elemento que compele al ambiente a adquirir importancia. Mediante impulsos inconscientes, el paciente compele a alguien a ocuparse de su manejo. Incumbe al terapeuta comprometerse en este impulso inconsciente del paciente y tratarlo, valiéndose de su manejo, tolerancia y comprensión. La tendencia antisocial implica una esperanza. La falta de esperanza es la característica básica del niño deprivado que, por supuesto, no se comporta constantemente en forma antisocial, sino que manifiesta dicha tendencia en sus períodos esperanzados. Esto podrá ocasionar inconvenientes a la sociedad (y a usted, si la bicicleta robada es la suya...), pero quienes no se ven afectados en modo alguno por estos robos compulsivos pueden percibir la esperanza subyacente. Cabe preguntarse si nuestra propensión a encomendar a otros el tratamiento del delincuente no obedecerá, entre otras razones, a que nos desagrada ser víctimas de un robo. Comprender que el acto antisocial es una expresión de esperanza constituye un requisito vital para tratar a los niños con tendencia antisocial manifiesta. Una y otra vez vemos cómo se desperdicia o arruina ese momento de esperanza a causa de su mal manejo o de la intolerancia. Es otro modo de decir que el tratamiento adecuado para la tendencia antisocial no es el psicoanálisis, sino el manejo: debemos ir al encuentro de ese momento de esperanza y estar a la altura de él. Los especialistas en la materia saben desde hace mucho tiempo que hay una relación directa entre la tendencia antisocial y la deprivación. En la actualidad y esto se lo debemos en gran parte a John Bowlby, se ha generalizado el reconocimiento de que existe una relación entre la tendencia antisocial individual y la deprivación emocional; los casos típicos se dan aproximadamente entre el año y los dos años de edad, o sea cuando la criatura deja de ser un bebé y empieza a dar sus primeros pasos. Cuando existe una tendencia antisocial habido una verdadera deprivación y no una simple privación. En otras palabras, el niño ha perdido algo bueno que, hasta una fecha determinada, ejerció un efecto positivo sobre su experiencia 9 y que le ha sido quitado; el despojo ha persistido por un lapso tan prolongado, que el niño ya no puede mantener vivo el recuerdo de la experiencia vivida. Una definición completa de la deprivación incluye los sucesos tempranos y tardíos, el trauma en sí y el estado traumático sostenido, lo casi normal y lo evidentemente anormal.
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Esta idea parece estar implícita en la monografía de Bowlby, Maternal Care and Mental Health , (Los cuidados maternos y la salud mental), pág. 47, donde compara sus observaciones con las de otros investigadores y sugiere que las diferencias en los resultados se explican por la diferencia de edad entre los niños en el momento de su deprivación. 84
Nota: Al enunciar la "posición depresiva" de Klein con mi propia terminología, procuré dejar en claro la estrecha relación existente entre el concepto de Klein y el énfasis puesto por Bowlby en la deprivación. Las tres etapas de reacción clínica que describe Bowlby con referencia a un niño de dos años que es hospitalizado pueden formularse, teóricamente, en términos de una pérdida gradual de la esperanza provocada por la muerte del objeto interno o versión introyectada del objeto externo perdido. Se puede profundizar la discusión de la importancia relativa que tendría la muerte del objeto interno por la rabia y el contacto de "objetos buenos" con productos del odio contenidos dentro de la psique, así como la madurez o inmadurez del yo en tanto afecte la capacidad de mantener vivo un recuerdo. Bowlby necesita la intrincada enunciación de Klein, construida en torno a la comprensión de la melancolía y derivada de Freud y Abraham 10 , pero también es cierto que el psicoanálisis necesita tener en cuenta el énfasis puesto por Bowlby en la deprivación, pues sólo así podrá abordar este tópico especial de la tendencia antisocial. Dicha tendencia siempre dos orientaciones, si bien a veces el acento recae más en una de ellas. Una de esas orientaciones está representada típicamente por el robo y la otra por la destructividad. Mediante el primero, el niño busca algo en alguna parte y, al no encontrarlo, lo busca por otro lado si aún tiene esperanzas de hallarlo. Mediante la segunda, el niño busca el grado de estabilidad ambiental capaz de resistir la tensión provocada por su conducta impulsiva; busca un suministro ambiental perdido, una actitud humana en la que el individuo pueda confiar y que, por ende, lo deje en libertad para moverse, actuar y entusiasmarse. El niño provoca reacciones ambientales totales valiéndose en particular de la destructividad, como si buscara un marco en constante expansión, un círculo cuyo ejemplo inicial fue el cuerpo o los brazos de la madre. Podemos discernir una serie de encuadramientos: el cuerpo de la madre, sus brazos, la relación parental, el hogar, la familia (incluidos los primos y otros parientes cercanos), la escuela, la localidad de residencia con sus comisarías, el país con sus leyes. Al examinar los comportamientos casi normales y las raíces tempranas de la tendencia antisocial (encaradas en función del desarrollo individual) deseo tener presentes en todo momento estas dos orientaciones: la búsqueda de objeto y la destrucción. EL ROBO El robo va asociado a la mentira y ambos ocupan el centro de la tendencia antisocial. El niño que roba un objeto no busca el objeto robado, sino a la madre, sobre la que tiene ciertos derechos. Estos derivan de que (desde el punto de vista del niño) la madre fue creada por él. Al responder a la creatividad primaria del hijo, la madre se convirtió en el objeto que el niño estaba dispuesto a encontrar. (Aquí conviene aclarar dos puntos: el niño no pudo haber creado a su madre; además, el significado que ella tenga para el niño depende de la creatividad de éste.) Cabe preguntarse si es posible acoplar las dos orientaciones: el robo y la destrucción, la búsqueda de objeto y la conducta provocante, las compulsiones libidinales y las agresivas. A mi juicio, ambas se unen dentro del niño y esa unión representa una tendencia a la autocuración, entendiéndose por tal la cura de una defusión de los instintos. 10
Véase el cap. 15 (Nota de los comps.)
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Cuando en el momento de la deprivación original hay cierta fusión de las raíces agresivas (o de la motilidad) con las libidinales, el niño reclama a la madre valiéndose de un comportamiento mixto -roba, hace daño, arma líos- que varía conforme a los detalles específicos de su estado de desarrollo emocional. A menor fusión corresponde una mayor separación entre la búsqueda de objeto y la agresión, así como un mayor grado de disociación en el niño. De esto se infiere que la capacidad de causar fastidio observada en el niño antisocial es una característica esencial y, en el mejor de los casos, favorable, por cuanto indica una vez mas la posibilidad de recobrar la perdida fusión de las mociones libidinales y motilidad. En el cuidado corriente del bebé, la madre debe habérselas constantemente con su capacidad de causar fastidio. Por ejemplo, es común que el bebé se orine sobre el regazo de la madre mientras mama. Más adelante, este acto aparece como una regresión momentánea durante el sueño o al despertar (enuresis). Cualquier exageración de esta capacidad de causar fastidio puede indicar la existencia, en el bebé, de cierta deprivación y tendencia antisocial. Esta tendencia se manifiesta en el robo, la mentira, la incontinencia y, en general, en las conductas barulleras o que arman líos. Aunque cada síntoma posee un significado y valor específicos, el factor común en que se basa la intención con que procuro describir la tendencia antisocial es la capacidad que tienen los síntomas de causar fastidio. El niño explota dicha capacidad... y no lo hace por casualidad; su motivación es inconsciente en gran parte, pero no necesariamente en su totalidad. PRIMERAS SEÑALES DE LA TENDENCIA ANTISOCIAL En mi opinión, las primeras señales de deprivación son tan comunes que pasan por normales. Tomemos como ejemplo la conducta imperiosa del niño, que la mayoría de los padres afrontan con una mezcla de sumisión y reacción. No es sinónimo de omnipotencia infantil, por cuanto ésta es una cuestión de realidad psíquica y no de conducta. La voracidad es un síntoma antisocial muy común, estrechamente ligado a la inhibición del apetito. Si estudiamos la voracidad encontraremos el complejo de deprivación. En otras palabras, si un bebé se muestra voraz es porque experimenta cierto grado de deprivación y cierta compulsión a buscarle una terapia por intermedio del ambiente. La buena disposición de la madre a proveer lo necesario para satisfacer la voracidad del bebé explica el éxito del tratamiento en la gran mayoría de los casos en que tal compulsión es perceptible. En un bebé, la voracidad (greediness) no es sinónimo de avidez (greed). La palabra "avidez" se emplea en la enunciación teórica de los formidables reclamos instintivos que el bebé le hace a la madre al comienzo de su vida, o sea, cuando apenas empieza a posibilitarle a ella una existencia independiente y acepta por primera vez el principio de realidad. Entre paréntesis, he oído decir a veces que una madre debe fallar en su adaptación a las necesidades de su bebé. Me pregunto si no será una idea equivocada, basada en la consideración de las necesidades del ello y la desatención de las necesidades del yo. Una madre debe fallar en cuanto a la satisfacción de las demandas instintivas del hijo, pero puede alcanzar un éxito absoluto en cuanto a "no dejar caer al bebé" y proveerle lo necesario para atender las necesidades de su yo, hasta tanto él pueda tener una madre introyectada sostenedora del yo y esté en edad de mantener esta introyección, pese a las fallas del ambiente actual en lo que atañe al soporte del yo. El impulso de amor primitivo (pre-compasivo) no es idéntico a la voracidad incompasiva. En el proceso de desarrollo del bebé, los separa la adaptación de la madre. 86
Esta fracasa forzosamente en su empeño por mantener un alto grado de adaptación a las necesidades del ello, con la consiguiente posibilidad de que todo infante se vea deprivado hasta cierto punto; no obstante, el bebé es capaz de inducir a su madre a que le cure esta subdeprivación atendiendo a su voracidad, su tendencia a hacer barullo y armar líos, y demás síntomas de deprivación. La voracidad del niño forma parte de su búsqueda compulsiva de una cura que provenga de la misma persona (la madre) que causó su deprivación. Esta voracidad es antisocial y precursora del robo; la madre puede atenderla y curarla mediante su adaptación terapéutica, tan fácilmente confundida con la indulgencia excesiva. Debemos señalar, sin embargo, que la acción de la madre sea cual sea, no anula su falla inicial en su intento de adaptarse a las necesidades yoicas del bebé. Por lo común la madre puede atender los reclamos compulsivos del infante, aplicando así una eficaz terapia contra el complejo de deprivación, cercana a su punto de origen. Casi cura al bebe porque le permite expresar su odio, siendo que ella, la terapeuta, es en verdad la madre deprivadora. Como se advertirá, aunque el bebé no está obligado en absoluto hacia la madre porque ella haya respondido a su impulso de amor primitivo, la terapia materna crea en él cierto sentimiento de deuda, entendiéndose por terapia materna la buena disposición de la madre a atender los reclamos derivados de la frustración que empiezan a tener cierta capacidad de causar fastidio. La terapia materna puede curar al bebé, pero no es amor maternal. Este modo de ver la actitud indulgente de la madre entraña una enunciación del quehacer materno más compleja que la comúnmente aceptable. A menudo se concibe el amor materno en función de esta actitud indulgente que, en realidad, es una terapia con respecto a una falla del amor maternal. Insisto en que es una terapia, una segunda oportunidad que se da a las madres, pues no siempre se puede esperar que tengan éxito en su tarea inicial de amor primario, que es la más delicada. Si una madre hace esta terapia como una formación generada por sus propios complejos, decimos que es demasiado indulgente con el bebé, que lo malcría. Esta terapia suele dar buenos resultados en tanto la madre sea capaz de practicarla porque percibe la necesidad de atender a los reclamos del niño, de complacer su voracidad compulsiva. Quizá comprometa no sólo a la madre, sino también al padre y al resto de la familia. Desde el punto de vista clínico, existe una delicada zona fronteriza entre la terapia materna eficaz e ineficaz. Con frecuencia observamos cómo una madre malcría al bebé y sabemos que esta terapia no tendrá éxito, porque la deprivación inicial ha sido demasiado grave para "curarla de primera intención", como diría un cirujano refiriéndose a una herida. Así como la voracidad puede ser una manifestación de la reacción ante la deprivación y de una tendencia antisocial, lo mismo puede decirse de la enuresis, la destructividad compulsiva y la tendencia a fastidiar o armar líos. Todas estas manifestaciones están estrechamente relacionadas entre sí. En la enuresis (una afección muy común) se pone énfasis en la regresión en el momento del sueño, o bien en la compulsión antisocial a reclamar el derecho a orinar sobre el cuerpo de la madre. Para estudiar más a fondo el robo tendría que referirme al deseo compulsivo de salir a comprar algo, una manifestación común en la tendencia antisocial que encontramos en nuestros pacientes psicoanalíticos. El terapeuta puede hacer un análisis prolongado e interesante de un paciente sin alterar este tipo de síntoma, que no pertenece a las defensas neuróticas o psicóticas del paciente, sino a una tendencia antisocial originada como reacción ante una deprivación específica, ocurrida en un momento determinado. De esto se infiere con claridad que los regalos de cumpleaños, así como el dinero que se da a los niños o adolescentes para sus gastos personales, absorben parte de la tendencia antisocial normalmente previsible.
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Siempre desde el punto de vista clínico, dentro de la misma categoría a que pertenece el salir a comprar algo encontramos las salidas sin finalidad alguna, a modo de rabonas, manifestaciones de una tendencia centrífuga que reemplaza el gesto centrípeto implícito en el robo. LA PÉRDIDA ORIGINAL Deseo señalar un punto en especial: en la base de la tendencia antisocial hay una buena experiencia temprana que se ha perdido. El bebé ha adquirido la capacidad de percibir que la causa del desastre radica en una falla ambiental; ésta es, sin duda, una característica fundamental de la tendencia antisocial. El conocimiento correcto de que la depresión o desintegración obedece a una causa externa, y no interna, provoca la distorsión de la personalidad y el afán de buscar una cura por medio de una nueva provisión ambiental. El grado de madurez del yo que este tipo de percepción posibilita hace que se desarrolle una tendencia antisocial, en vez de una enfermedad psicótica. Los niños presentan muchas compulsiones antisociales que sus padres logran tratar con éxito en sus etapas tempranas. Empero, los niños antisociales presionan constantemente para obtener esta cura mediante una provisión ambiental, pero son incapaces de aprovecharla. (Dichas presiones pueden ser inconscientes, o tener motivaciones inconscientes.) Parecería que la deprivación original acontece durante el período en que el yo del infante o niño de corta edad está en vías de fusionar las raíces libidinales y agresivas (o de la motilidad) del ello. En el momento de esperanza el niño hace lo siguiente: Percibe un nuevo medio, dotado de algunos elementos confiables. Experimenta un impulso que podríamos llamar de búsqueda de objeto. Reconoce que la incompasión está a punto de convertirse en una característica. Por consiguiente, agita el ambiente que lo rodea, en un esfuerzo por inducirlo a mantenerse alerta frente al peligro y organizarse para tolerar el fastidio que él le cause. Si la situación persiste, debe poner a prueba una y otra vez la capacidad de ese ambiente inmediato de soportar la agresión, prevenir o reparar la destrucción, tolerar el fastidio, reconocer el elemento positivo contenido en la tendencia antisocial, y suministrar y preservar el objeto que ha de ser buscado y encontrado. En circunstancias favorables- o sea, cuando no hay un exceso de locura, compulsión inconsciente, organización paranoide, etc.- es posible que con el tiempo, y gracias a esas circunstancias, el niño pueda encontrar a alguien a quien amar, en vez de continuar su búsqueda presentando reclamos sobre objetos sustitutos que han perdido su valor simbólico. En la etapa siguiente el niño tiene que ser capaz de experienciar la desesperación dentro de una relación, en vez de limitarse exclusivamente al sentimiento de esperanza. Más allá de esto se extiende para él la posibilidad real de tener una vida propia. Cuando los celadores y el personal especializado de un albergue guían a un niño a través de todos estos procesos, hacen una terapia sin duda comparable al trabajo analítico. Por lo común, los padres llevan a cabo esta tarea completa con uno de sus hijos. No obstante, progenitores perfectamente capaces de criar y educar a niños normales fracasan con el hijo que manifiesta una tendencia antisocial. En esta enunciación he omitido adrede las referencias a la relación entre la tendencia antisocial y: La actuación (acting out) La masturbación. El superyó patológico y el sentimiento inconsciente de culpa. 88
Las etapas del desarrollo libidinal. La compulsión de repetición. La regresión a la fase previa a la preocupación. La defensa paranoide. Los vínculos de la sintomatología con el sexo. TRATAMIENTO En suma, el psicoanálisis no es el tratamiento indicado para la tendencia antisocial. El método terapéutico adecuado consiste en proveer al niño de un cuidado que él pueda redescubrir y poner a prueba, y dentro del cual pueda volver a experimentar con los impulsos del ello. La terapia es proporcionada por la estabilidad del nuevo suministro ambiental. Los impulsos del ello sólo cobran sentido si el individuo los experiencia dentro del marco de las relaciones del yo; cuando el paciente es un niño deprivado, las relaciones del yo deben obtener el soporte de la relación con el terapeuta. Según la teoría aquí expuesta, el ambiente es el que debe proporcionar una nueva oportunidad para las relaciones del yo, por cuanto el niño ha percibido que su tendencia antisocial se originó en una falla ambiental en el soporte del yo. Si el niño es un paciente psicoanalítico, el analista tiene dos alternativas: 1) hacer posible que la transferencia cobre peso fuera del marco analítico; 2) prever que la tendencia antisocial alcanzará su máxima potencia dentro de la situación analítica y estar preparado para soportar el impacto.
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15. PSICOLOGÍA DE LA SEPARACIÓN (Artículo escrito en marzo de 1958 para uso de los asistentes sociales) Recientemente se ha escrito mucho sobre el tema de la separación y sus efectos; éstos pueden enunciarse basándose en los resultados de la observación clínica. Hoy en día se ha llegado a un acuerdo considerable con respecto a qué se puede esperar cuando se separa de la figura parental al bebé, o niño de corta edad, por un lapso demasiado prolongado. Se ha comprobado que existe una relación entre la tendencia antisocial y la deprivación. A continuación intentaré estudiar la psicología de la reacción ante la pérdida, aprovechando los grandes aportes hechos a nuestra comprensión del tema desde que Freud publicó su trabajo Duelo y melancolía, influido, a su vez, por las ideas de Karl Abraham. Para comprender a fondo la psicología de la angustia de separación, es necesario e importante que procuremos relacionar la reacción ante la pérdida con. el destete, la aflicción, el duelo y la depresión. Quienes trabajan con niños deprivados deben adoptar ante todo, como base teórica de su labor, el principio de que la enfermedad no deriva de la pérdida en sí, sino de que esa pérdida haya ocurrido en una etapa del desarrollo emocional del niño o bebé en que éste no podía reaccionar con madurez. El yo inmaduro es incapaz de experienciar el duelo. Por tanto, cuanto haya que decir acerca de la deprivación y la angustia de separación debe fundarse en una comprensión de la psicología del duelo. PSICOLOGÍA DEL DUELO El duelo en sí es un indicador de madurez en el individuo. Su complejo mecanismo incluye el siguiente proceso: el individuo que ha sufrido la pérdida de un objeto introyecta a éste y lo odia dentro del yo. Desde el punto de vista clínico, lo muerto del objeto introyectado varía de un momento a otro, según predomine el odio o el amor hacia él. Durante el duelo el individuo puede ser feliz por un tiempo, como si el objeto hubiese resucitado, porque ha revivido en su interior, pero aún tiene por delante más odio y la depresión volverá tarde o temprano. Algunas veces vuelve sin una causa obvia; otras, retorna traída por sucesos fortuitos o aniversarios que recuerdan la relación mantenida con el objeto y subrayan, una vez más, el modo en que le falló al individuo al desaparecer. Con el tiempo, en los individuos sanos, el objeto interiorizado empieza a liberarse del odio (tan poderoso al principio) y el individuo recobra la capacidad de ser feliz pese a la pérdida del objeto y a causa de su resurrección dentro del yo. Un bebé que no ha alcanzado determinada etapa de madurez no puede llevar a cabo un proceso tan complejo. Hasta el individuo que ha llegado a esa etapa necesita que se cumplan determinadas condiciones para poder elaborar el proceso de duelo. El ambiente que lo rodea debe prestarle apoyo y sostén mientras efectúe esa elaboración; asimismo, el individuo debe estar libre del tipo de actitud que impide experimentar tristeza. A veces los individuos que ya son capaces de hacer el duelo se ven impedidos de elaborar los procesos por falta de comprensión intelectual, como sucede cuando en la vida de un niño se teje una conspiración de silencio en torno a la muerte. En algunos de estos casos, una información simple sobre el hecho basta para posibilitarle al niño el cumplimiento del proceso de duelo; de lo contrario, caerá en la confusión. Lo mismo puede decirse con respecto a la información que se da a un niño acerca de su adopción.
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Se ha señalado convenientemente que una parte del odio hacia el objeto perdido puede ser consciente; sin embargo, cabe prever que habrá más odio del que se siente. Cuando este odio y la ambivalencia hacia el objeto perdido son hasta cierto punto conscientes, no hay duda de que nos hallamos una vez más ante una señal de buena salud. Podemos examinar globalmente el tema de la deprivación basándonos en esta breve enunciación de la psicología del duelo, y percibir que el asistente social trata el efecto de la pérdida(ya ocurrida o en curso) que el yo inmaduro del individuo es incapaz de afrontar con madurez, o sea, mediante el proceso de duelo. El asistente social necesita tener un diagnóstico. En otras palabras, tiene que ser capaz de comprender en qué etapa de su desarrollo emocional se hallaba el bebé o niño cuando ocurrió la pérdida, para poder evaluar el tipo de reacción que ella ha provocado. Por supuesto, cuanto más cerca esté el niño de poder hacer el duelo, tanto mayor será la esperanza de que pueda recibir ayuda aun cuando padezca alguna enfermedad clínica grave. Por otro lado, cuando la pérdida activa unos mecanismos muy primitivos, el asistente social quizá deba admitir que está sujeto a una limitación fundamental con respecto a la ayuda que puede prestarle a ese bebé o niño. Este no es el lugar adecuado para las reacciones primitivas ante una pérdida, que indican un grado de madurez insuficiente para el duelo. No obstante, puedo dar algunos ejemplos. A veces podemos demostrar que la pérdida simultánea de la madre y su pecho crea una situación en la que el bebé pierde no sólo el objeto, sino también el aparato para utilizarlo (la boca). La pérdida puede ahondarse hasta abarcar toda la capacidad del individuo, en cuyo caso, más que una desesperanza de redescubrir el objeto perdido, habrá una desesperanza basada en la incapacidad de salir en busca de objeto. Entre estos dos extremos - reacciones muy primitivas la pérdida y duelo- hay toda una escala de fallas de comunicación atormentadoras. Dentro de este campo se observa clínicamente toda la sintomatología de la tendencia antisocial; el robo aparece aquí como una señal de esperanza, quizá bastante temporaria pero positiva mientras dure, antes de que el individuo recaiga en la desesperanza. A medio camino entre los dos extremos descritos hay un tipo de reacción ante la pérdida que indica la anulación de lo que Melanie Klein dio en llamar el establecimiento de la posición depresiva en el desarrollo emocional. Cuando todo marcha bien, el objeto (la madre o figura maternal) permanece cerca del bebé hasta que éste llega a conocerlo plenamente, en el momento de su experiencia instintiva, como una parte de la madre que está siempre presente. En esta fase el individuo experimenta un aumento gradual de su sentido de preocupación; si en su transcurso pierde a la madre, el proceso se revierte. El hecho de que la madre no esté allí cuando el bebé se siente preocupado provoca la anulación del proceso integrador, de manera tal que la vida instintiva queda inhibida o disociada de la relación general entre el niño y el cuidado que le prestan. En tal caso, el sentido de preocupación se pierde; en cambio, cuando el objeto (la madre) continúa existiendo y desempeñando su rol, el sentido de preocupación se robustece paulatinamente. El florecimiento de este proceso da como resultado esa madurez que denominamos "capacidad de hacer el duelo".
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16. AGRESIÓN, CULPA Y REPARACIÓN (Disertación pronunciada ante la Liga Progresiva el 8 de mayo de 1960)
Deseo de mi experiencia como psicoanalista para exponer un tema recurrente en el trabajo analítico, que ha tenido siempre gran importancia. Concierne a una de las raíces de la actividad constructiva: la relación entre construcción y destrucción. Tal vez ustedes lo reconozcan al punto como un tema desarrollado principalmente por Melanie Klein, quien reunió sus ideas al respecto bajo el título de "La posición depresiva en el desarrollo emocional". No viene al caso establecer si es o no un título acertado. Lo importante es que la teoría psicoanalítica evoluciona en forma constante, que Melanie Klein fue quien tomó la destructividad existente en la naturaleza humana y empezó a explicarla y encontrarle sentido desde el punto de vista psicoanalítico. Fue un adelanto importante, acaecido en la década siguiente a la Guerra Mundial; muchos de nosotros tenemos la impresión de que no podríamos haber llevado a cabo nuestro trabajo sin este agregado importante a lo dicho por Freud acerca del desarrollo emocional del ser humano. Melanie Klein amplió lo enunciado por Freud sin alterar los métodos de trabajo del analista. Podría suponerse que el tema atañe a la enseñanza de la técnica psicoanalítica. Si no me equivoco, esto no les molestaría a ustedes. Empero, creo sinceramente que es un tema de vital importancia para toda la gente pensante, sobre todo porque enriquece nuestra comprensión del significado de la expresión "sentimiento de culpa", asociándola a éste, por un lado, con la destructividad y, por el otro, con la actividad constructiva. Todo esto parece bastante simple y obvio: surge la idea de destruir un objeto, aparece un sentimiento de culpa y el resultado es un trabajo constructivo; pero si ahondamos en la cuestión descubrimos que es mucho más compleja. Cuando se intenta ofrecer una descripción completa del tema, se debe recordar que el momento en que esta secuencia simple empieza a cobrar sentido, a ser realidad o a tener importancia constituye un logro dentro del desarrollo emocional del individuo. Es típico de los psicoanalistas que, al tratar de abordar un tema como éste, siempre piensen en función del individuo en proceso de desarrollo, lo cual significa remontarse a una etapa muy temprana de su vida para ver si se puede determinar el punto de origen. Por cierto que la más temprana infancia podría concebirse como un estado en que el individuo es incapaz de sentirse culpable. En consecuencia, y refiriéndonos siempre a una persona sana, cabe suponer que más adelante podrá tener o experienciar un sentimiento de culpa quizá sin registrarlo como tal en su conciencia. Entre estos dos puntos se extiende un período en que la capacidad de experienciar un sentimiento de culpa está en vías de establecerse. A él me referiré en esta disertación. Aunque no es necesario dar edades y fechas, diría que a veces los progenitores pueden detectar los inicios de un sentimiento de culpa antes que su hijo cumpla un año, si bien nadie pensaría que la técnica de aceptación de una responsabilidad plena por las ideas destructivas propias queda firmemente establecida en el niño antes de los cinco años. Al ocuparnos de este desarrollo, sabemos que hablamos de la niñez en su totalidad y, en particular, de la adolescencia ... y si hablamos de la adolescencia también nos referimos a los adultos, ningún adulto lo es en todo momento. Las personas no se limitan a tener su edad cronológica; hasta cierto punto, tienen todas las edades, o no tienen ninguna. Diré de paso que, a mi entender, nos resulta relativamente fácil llegar a la destructividad que llevamos dentro cuando la vinculamos con la rabia por una
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frustración o el odio contra algo que desaprobamos, o cuando es una reacción ante el miedo. Lo difícil es que cada individuo asuma plena responsabilidad por la destructividad personal que en forma inherente atañe a una relación con un objeto percibido como bueno o, dicho de otro modo, con la destructividad que se relaciona con el amor. Aquí viene al caso hablar de integración, porque si es dable imaginar una persona totalmente integrada, esa persona asumirá plena responsabilidad por todos los sentimientos e ideas propios del estar vivo. En cambio, la integración fallará si nos vemos obligados a encontrar los objetos que desaprobamos fuera de nosotros y a un precio: la pérdida de aquella destructividad que en realidad nos pertenece. Por eso digo que todo individuo debe desarrollar la capacidad de responsabilizarse por la totalidad de sus sentimientos e ideas. La palabra "salud" (en el sentido de una buena salud) está estrechamente ligada al grado de integración que posibilita asumir esta responsabilidad plena. La persona sana se caracteriza, entre otras cosas, por no tener que aplicar en gran medida la técnica de la proyección para hacer frente a propios impulsos y pensamientos destructivos. Comprenderán que paso por alto las etapas más tempranas, lo que podríamos llamar los aspectos primitivos del desarrollo emocional. No hablo de la primeras semanas o meses de vida, porque un derrumbe en esta área del desarrollo emocional básico ocasionaría una enfermedad mental que requeriría la internación del individuo; me refiero a la esquizofrenia, que no entra en el tema de esta disertación. Aquí doy por sentado que en cada caso los padres han provisto lo imprescindible para que el bebé inicie una existencia individual. Lo que quiero decir podría aplicarse tanto al cuidado de un niño normal durante una etapa determinada de su desarrollo como a una fase del tratamiento de un niño o adulto, pues en psicoterapia nunca sucede nada verdaderamente nuevo. En el mejor de los casos, alguna parte del desarrollo de un individuo que no había sido completada originariamente se completa, hasta cierto punto, en el curso del tratamiento. A continuación citaré algunos ejemplos tomados de tratamientos psicoanalíticos, en los que omitiré todo detalle ajeno a la idea que procuro exponer. Caso I Este ejemplo ha sido extraído del análisis de un hombre que ejerce la psicoterapia. Empezó una sesión contándome que había ido a ver el modo en que se desempeñaba en sus tareas un paciente suyo; en otras palabras, había abandonado el rol del terapeuta que trata al paciente en el consultorio y lo había visto en su lugar de trabajo. El paciente tenía mucho éxito en su trabajo, que era muy especializado y requería movimientos muy rápidos. Durante las sesiones de terapia, el paciente también ejecutaba movimientos rápidos (que en ese ámbito carecían de sentido) y se revolvía en el diván como un poseso. Mi paciente dudaba de si había sido acertado o no visitar a su paciente en el lugar de trabajo, aunque creía probable que tal acción lo había beneficiado a él. A continuación se refirió a sus propias actividades durante las vacaciones de Pascua. Tiene una casa de campo, le gustan mucho los trabajos físicos, cualquier actividad constructiva y los aparatos y herramientas, que sabe usar. Me describió diversos sucesos de su vida doméstica que no creo necesario relatar con todo su colorido emocional; diré tan sólo que volvió a referirse a un tema que ha tenido importancia en la fase más reciente de su análisis, y en el que desempeñan un gran papel varios tipos de herramientas mecánicas. En camino hacia mi consultorio, suele detenerse a contemplar una máquina-herramienta expuesta en una vidriera cercana a mi casa y provista de unos dientes espléndidos. Este es el modo en que mi paciente llega hasta su agresión oral, al impulso de amor primitivo con toda su crueldad y destructividad. Podríamos llamarlo "comer"(eating). En su tratamiento tiende a esta crueldad del amor primitivo y, como supondrán, la resistencia a enfrentarla era tremenda. (Diré de paso que este
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hombre conoce la teoría y podría ofrecer una buena explicación intelectual de todos estos procesos, pero hace psicoanálisis de postrado porque necesita ponerse verdaderamente en contacto con sus impulsos primitivos, no como una cuestión mental, sino como una experiencia instintiva y una sensación corporal.) En la hora de sesión pasaron muchas otras cosas, incluido un examen de la pregunta: ¿podemos comer nuestra torta y, al mismo tiempo tenerla? ∗
Sólo deseo extraer de este caso la siguiente observación: cuando salió a la luz este material nuevo, relacionado con el amor primitivo y la destrucción del objeto, ya se había hecho alguna referencia al trabajo constructivo. Cuando le hice al paciente la interpretación de que necesitaba de mí y quería destruirme "comiéndome", pude recordarle lo que él había dicho acerca de la construcción. Le recordé que así como había visto a su paciente desempeñando su trabajo, advirtiendo entonces que sus movimientos espasmódicos tenían sentido dentro de su oficio, yo podría haberlo visto a él trabajando en su jardín y utilizando artefactos mecánicos para embellecerlo. Podía abrir brechas en las paredes y talar árboles, disfrutando enormemente con ello, pero esta misma actividad, aislada de su meta constructiva, habría sido un episodio maníaco carente de sentido. Esta es una característica constante de nuestro trabajo y constituye el tema de mi disertación de hoy. Tal vez sea cierto que los seres humanos no pueden tolerar la meta destructiva presente en su forma más temprana de amar. Sin embargo, el individuo que trata de llegar hasta ella puede tolerar la idea de su existencia si comprueba que ya tiene a mano una meta constructiva, que otra persona le puede recordar. Al decir esto, pienso en el tratamiento de una paciente mía. En una etapa inicial de su terapia cometí un error que estuvo a punto de arruinarlo todo: interpreté el sadismo oral, o sea el acto de devorar cruelmente el objeto, como perteneciente a una forma primitiva del amor. Poseía muchas evidencias de ello y mi interpretación fue en verdad acertada ... pero la di demasiado pronto: tendría que haberla formulado diez años después. Aprendí la lección. En el largo tratamiento siguiente la paciente se reorganizó y se convirtió en una persona real e integrada, capaz de aceptar la verdad con respecto a sus impulsos primitivos. Al cabo de diez o doce años de análisis diario, estuvo preparada para recibir esa interpretación. Caso II Al entrar en mi consultorio, un paciente vio un grabador que me habían prestado. Esto le inspiró algunas ideas. Mientras se acostaba en el diván y cobraba fuerzas para la hora de trabajo analítico que tenía por delante, me dijo: "Me gustaría suponer que una vez terminado el tratamiento, lo que haya ocurrido aquí conmigo tendrá valor para el mundo de un modo u otro". Anoté mentalmente que este comentario podría indicar que el paciente estaba al borde de otro de esos ataques de destructividad que yo había debido tratar, una y otra vez, en sus dos años de terapia. Antes de que transcurriera la hora de sesión, el paciente accedió en verdad a un nuevo conocimiento de la envidia que me tenía por ser un analista relativamente bueno. Tuvo el impulso de darme las gracias por ser bueno y capaz de hacer lo que él necesitaba que yo hiciera. Ya habíamos pasado por todo esto en otras ocasiones, pero ahora el paciente estaba más en contacto con sus sentimientos destructivos hacia lo que podría denominarse un objeto bueno. Una vez que quedó plenamente establecido todo esto, le recordé su esperanza - expresada al entrar en el consultorio y ver el grabador- de que su tratamiento en sí resultara valioso y ∗
Traducimos literalmente esta pregunta para que se note su nexo con la referencia al acto de “comer”. Es un dicho popular inglés cuyo equivalente en español podría ser “no se puede oír misa y andar en la procesión”. (N. del T.)
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constituyera un aporte al acervo general de las necesidades humanas. (Por supuesto no era necesario que yo se lo recordara, pues lo importante era lo que había sucedido y no la discusión de lo que había sucedido.) Cuando relacioné estos dos puntos, mi paciente dijo que mi interpretación le parecía correcta pero que habría sido horrible si yo la hubiese hecho basándome en su primer comentario, o sea si le hubiese dicho que su deseo de ser útil indicaba un deseo de destruir. Era preciso que él llegara primeramente al afán destructivo pero, eso sí, que lo hiciera a su modo y en el momento que le resultara oportuno. No cabe duda de que, si pudo acceder a un contacto más íntimo con su destructividad, fue gracias a su capacidad de pensar que en definitiva lo suyo sería una contribución. Pero el esfuerzo constructivo es falso -y esta falsedad es peor que la falta de sentido- a menos que, como dijo mi paciente, el individuo llegue primero a establecer contacto con su destructividad. Le pareció que cuanto había hecho hasta entonces en la terapia carecía de bases adecuadas y, como él mismo me lo recordó, en realidad venía a tratarse conmigo para sentar esas bases. Diré de paso que este hombre ha hecho un trabajo muy bueno, pero siempre que se acerca al éxito experimenta un sentimiento creciente de futilidad y falsedad, una necesidad de demostrar que no vale. Esta pauta ha regido su vida.
Caso III Una colega comenta el caso de un paciente suyo, que accede a un material que podría interpretarse correctamente como un impulso de robarle a su analista. De hecho, tras haber pasado por la experiencia de un buen trabajo analítico, le dijo: "Ahora he descubierto que la odio por su agudeza intelectual, que es justamente lo que necesito que usted me dé. Siento el impulso de robarle ese don, o lo que sea, que la capacita para hacer este trabajo". Ahora bien, estas palabras habían sido precedidas por un comentario, dicho al pasar, sobre lo agradable que sería ganar más dinero para poder pagar unos honorarios más altos. Aquí vemos lo mismo que en el caso anterior: el individuo alcanza una plataforma de generosidad y la usa de tal modo, que desde ella se puede vislumbrar la envidia y el impulso de robar y de destruir al objeto bueno, todos ellos subyacentes bajo esa generosidad y correspondientes a la forma primitiva de amar.
Caso IV He extraído la siguiente viñeta de la extensa descripción del caso de una adolescente cuya terapeuta es a la vez su cuidadora: la muchacha se aloja en el hogar de la terapeuta, quien cuida de ella como si fuera una hija más. Este régimen de atención tiene sus ventajas y desventajas. La adolescente había padecido una enfermedad grave y, en la época en que ocurrió el incidente que relataré, salía de un largo período de regresión a la dependencia y a un estado infantil. Podría decirse que ya no había regresión en su relación con el hogar y la familia, pero todavía se encontraba en un estado muy especial en el reducido ámbito de las sesiones vespertinas de terapia, que se efectuaban dentro de un horario fijo. Llegó un momento en que la adolescente expresó el odio más profundo hacia su terapeutacuidadora, la señora X. Todo iba bien durante el resto de las 24 horas, pero en la sesión de terapia la muchacha destruía total y reiteradamente a la señora X. Resulta difícil dar una idea de hasta qué punto la odiaba como terapeuta y, de hecho, la aniquilaba. Este caso no era similar al del terapeuta que iba a ver al paciente en su lugar de trabajo, por cuanto la señora X tenía a la joven bajo su cuidado constante; ambas mantenían dos relaciones independientes y simultáneas. Durante el día comenzaron a suceder toda clase de incidentes novedosos. La adolescente empezó a manifestar su deseo de ayudar a limpiar la casa, lustrar los muebles y ser útil. Esta ayuda era algo absolutamente nuevo; nunca había integrado la pauta personal de la muchacha cuando vivía en su propio hogar, ni aun antes de contraer aquella enfermedad grave. Creo que debe haber pocas adolescentes que hayan prestado tan escasa ayuda efectiva en su hogar: ni siquiera ayudaba a lavar la vajilla. Esta colaboración fue, pues, un rasgo muy novedoso en ella. Emergió calladamente, por decirlo así, como un elemento paralelo a la
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destructividad total que la adolescente empezaba a descubrir en los aspectos primitivos de su amor, a los que accedía en su relación con la terapeuta durante las sesiones.
Como ven, aquí se repite la misma idea que afloró en los casos anteriores. Por supuesto, la toma de conciencia de la destructividad por parte de la paciente posibilitó la actividad constructiva manifestada durante el día, pero en este momento quiero que ustedes vean el proceso a la inversa: las experiencias constructivas y creativas posibilitaban el acceso de la adolescente a la experiencia de su destructividad. Observarán que de estos ejemplos se extrae un corolario: el paciente necesita tener una oportunidad de contribuir, de cooperar en algo, y aquí es donde el tema de mi disertación se enlaza con la vida cotidiana. La oportunidad de practicar una actividad creativa, un juego imaginativo, un trabajo constructivo, es precisamente lo que tratamos de proporcionar a todas las personas de manera equitativa. Volveré sobre esto más adelante. Ahora intentaré las ideas expuestas en forma de casos ilustrativos. Estamos tratando un aspecto del sentimiento de culpa que nace de la tolerancia de nuestros impulsos destructivos en la forma primitiva del amor. Dicha tolerancia genera algo nuevo: la capacidad de disfrutar de las ideas, aun cuando lleven en sí la destrucción, y de las excitaciones corporales correspondientes. (Hay una correspondencia mutua entre estas excitaciones y las ideas.) Tal avance proporciona espacio suficiente para la experiencia de preocupación, base de todo lo constructivo. Notarán que podemos utilizar varios pares de términos, según la etapa de desarrollo emocional que describamos: aniquilación destrucción odio crueldad ensuciar dañar etcétera.
creación recreación amor fortalecido ternura limpiar reparar
Permítanme formular mi tesis del siguiente modo. Si les agrada, pueden observar cómo una persona hace una reparación y comentar con sagacidad: “¡Ajá! Eso indica una destrucción inconsciente". Empero, si proceden así no prestarán gran ayuda al mundo. La alternativa es interpretar esa reparación como un acto mediante el cual esa persona está fortaleciendo su self, posibilitando así la tolerancia de su destructividad inherente. Supongamos que ustedes bloquean la reparación de algún modo. Esa persona quedará incapacitada, hasta cierto punto, para responsabilizarse de sus impulsos destructivos y, desde el punto de vista clínico, el resultado será la depresión o una búsqueda de alivio mediante el descubrimiento de la destructividad en otra parte (o sea, utilizando el mecanismo de la proyección). Concluiré esta breve exposición de un tema muy extenso enumerando algunas aplicaciones cotidianas del trabajo en que se funda lo dicho hasta aquí: a) La oportunidad de contribuir, de un modo u otro, ayuda a cada uno de nosotros a aceptar esa destructividad básica, vinculada con el amor, que es parte integral de nosotros mismos y que llamamos "comer". b) Proporcionar esa oportunidad y ser perceptivo cuando alguien tiene momentos constructivos no siempre da resultado; es comprensible que así sea. c) Si le damos a alguien esa oportunidad de contribuir, podemos obtener tres resultados:
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1. Era exactamente lo que esa persona necesitaba. 2. El individuo da un uso falso a la oportunidad y sus actividades constructivas cesan, porque él siente que son falsas. 3. Si le ofrecemos una oportunidad a un individuo incapaz de acceder a su destructividad personal lo sentirá como un reproche y el resultado será desastroso desde el punto de vista clínico. d) Podemos utilizar las ideas aquí tratadas para obtener cierta comprensión intelectual acerca del modo en que actúa un sentimiento de culpa cuando está a punto de transformar la destructividad en constructividad. (Debo señalar que el sentimiento de culpa al que me refiero suele ser silencioso y no consciente. Es un sentimiento latente, anulado por las actividades constructivas. El sentimiento de culpa patológico, que se percibe como una carga consciente, es harina de otro costal). e) A partir de esto llegamos a comprender, en cierta medida, la destructividad compulsiva que puede aparecer en cualquier parte, pero que es un problema específico de la adolescencia y una característica constante de la tendencia antisocial. La destructividad, aun siendo compulsiva y engañosa, es más sincera que la constructividad, cuando ésta no se funda como corresponde en un sentimiento de culpa derivado de la aceptación de los propios impulsos destructivos, dirigidos hacia un objeto que se considera bueno. f) Estas cuestiones se relacionan con los procesos importantísimos que se desarrollan (de manera poco discernible) cuando una madre y un padre proporcionan a su hijo recién nacido un buen punto de partida para su vida. g) Por último, llegamos al fascinante y filosófico interrogante: ¿podemos comer nuestra torta y, al mismo tiempo, tenerla?
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17. LUCHANDO POR SUPERAR LA FASE DE DESALIENTO MALHUMORADO (Trabajo basado en una conferencia dictada ante el personal superior del Departamento de Menores del Concejo del Condado de Londres, en febrero de 1961. Revisado y publicado en 1963)
El actual interés mundial por la adolescencia y sus problemas denota las circunstancias especiales de la época en que vivimos. Si deseamos explorar este campo de la psicología, bien podemos comenzar por preguntarnos a nosotros mismos si los adolescentes de uno y otro sexo desean ser comprendidos. Creo que la respuesta es: "No". En realidad, los adultos deberían comunicarse entre sí, secretamente, lo que han llegado a comprender acerca de la adolescencia. Sería absurdo escribir un libro sobre la adolescencia destinado a los adolescentes, porque es un período de la vida que debe ser vivido. Fundamentalmente es un período de descubrimiento personal, en el que cada individuo participa de manera comprometida en una experiencia de vida, un problema concerniente al hecho de existir y al establecimiento de una identidad. Sólo hay una cura real para la adolescencia: la maduración. Combinada con el paso del tiempo produce, a la larga, el surgimiento de la persona adulta. No se puede apresurar el proceso aunque, por cierto, se lo puede forzar y destruir con una manipulación torpe, o bien puede deteriorarse desde adentro cuando el individuo padece una enfermedad psiquiátrica. A veces necesitamos que se nos recuerde que si bien la adolescencia es algo que siempre llevamos adentro, cada adolescente se hace adulto en pocos años. Es fácil provocar la irritación del adulto ante los fenómenos de la adolescencia con sólo referirse a ésta, por descuido, como un problema permanente, olvidando que cada adolescente está en vías de convertirse en un adulto responsable que se interesa y preocupa por la sociedad. Si examinamos los procesos de maduración, veremos que en esta fase de la vida el niño o niña debe hacer frente a cambios importantes, relacionados con la pubertad; adquiere capacidad sexual y aparecen las manifestaciones sexuales secundarias. El modo en que el adolescente afronta estos cambios y las angustias que ellos generan se basa, en grado considerable, en una pauta organizada en su temprana infancia, cuando atravesó por una fase de rápido crecimiento físico y emocional. En esta fase más temprana, los niños sanos y bien cuidados adquirieron el llamado "complejo de Edipo”, o sea la capacidad de hacer frente a las relaciones triangulares, de aceptar en toda su potencia la capacidad de amar y las complicaciones consiguientes. El niño sano llega a la adolescencia equipado con un método personal para habérselas con nuevos sentimientos, tolerar la desazón y rechazar o apartar de sí las situaciones que le provoquen una angustia insoportable. Ciertas características y tendencias individuales, heredadas o adquiridas, derivan igualmente de las experiencias vividas por cada adolescente en su temprana infancia y su niñez; son pautas residuales de enfermedad asociadas al fracaso (más que al éxito) en el manejo de los sentimientos propios de los dos primeros años de vida. Las pautas formadas en conexión con experiencias vividas durante la infancia y la niñez temprana incluyen, por fuerza, muchos elementos inconscientes y no pocas cosas que el niño ignora porque aún no las ha vivenciado. Siempre surge el mismo interrogante: esta organización de la personalidad, ¿cómo hará frente a la nueva capacidad instintiva? ¿cómo se modificarán los cambios propios 98
de la pubertad para amoldarlos a la pauta de personalidad de cada adolescente? Es más: ¿cómo abordará cada uno algo tan novedoso como el poder de destruir y aun matar, un poder que no se mezclaba con sus sentimientos de odio cuando era un pequeñuelo que daba sus primeros pasos? En esta etapa de la vida el ambiente desempeña un papel importantísimo, a tal extremo que en un informe descriptivo lo mejor es presumir la existencia e interés continuados de los padres biológicos y la organización familiar más amplia. Gran parte del trabajo de un psiquiatra concierne a problemas relacionados con fallas ambientales producidas en alguna etapa de la vida; este hecho subraya la importancia vital del ambiente y el medio familiar. Podemos dar por sentado que la gran mayoría de los adolescentes viven en un ambiente suficientemente bueno. La mayoría de ellos alcanzan de hecho la madurez adulta, aun cuando en su proceso de maduración les den dolores de cabeza a sus padres. Con todo, hasta en circunstancias óptimas, con un ambiente que facilite los procesos de maduración, cada adolescente aun tendrá que superar muchos problemas personales y fases difíciles. EL AISLAMIENTO DEL INDIVIDUO El adolescente es esencialmente un ser aislado. Cuando se lanza hacia algo que puede dar como resultado una relación personal, lo hace desde una posición de aislamiento. Las relaciones individuales, actuando de a una por vez, son las que con el tiempo lo conducen hacia la socialización. El adolescente repite una fase esencial de la infancia: el bebé también es un ser aislado, al menos hasta que puede afirmar su capacidad de relacionarse con objetos que escapan al control mágico. El infante adquiere la capacidad de reconocer y acoger con beneplácito la existencia de objetos que no forman parte de él pero esto es un logro. El adolescente repite esta lucha. Es como si debiera partir de un estado de aislamiento. Primero debe poner a prueba sus relaciones sobre objetos subjetivos. De ahí que a veces los grupos de adolescentes de menor edad nos parezcan aglomeraciones de individuos aislados que intentan -todos a la vez- formar un conjunto mediante la adopción de ideas, ideales, modos de vestir y estilos de vida mutuos, como si pudieran agruparse a causa de sus preocupaciones e intereses recíprocos. Por supuesto, pueden llegar a constituir un grupo si son atacados como tal, pero es una agrupación que cesa al terminar la persecución. No es satisfactoria, porque carece de dinámica interna. Este fenómeno del aislamiento y la necesidad de asociarse basándose en los intereses mutuos imprimen un matiz especial a las experiencias sexuales de los adolescentes más jóvenes. Por lo demás, ¿no es cierto acaso que en esta etapa el adolescente no sabe todavía si será homosexual, heterosexual o simplemente narcisista? En verdad, puede ser doloroso para un adolescente percatarse de que sólo se ama a sí mismo; esto puede ser peor para el varón que para la muchacha, porque la sociedad tolera la presencia de elementos narcisistas en la adolescente, pero se muestra intolerante con el muchacho que se ama a sí mismo. A menudo ellos y ellas pasan por un largo período de incertidumbre acerca de si llegarán a tener impulsos sexuales. En esta etapa, la masturbación compulsiva puede ser un esfuerzo reiterado por liberarse del sexo, más que una forma de experiencia sexual. En otras palabras, puede ser un intento reiterado de abordar un problema puramente fisiológico que se torna apremiante, antes de empezar a comprender a fondo el significado de lo sexual. Las actividades heterosexuales u homosexuales compulsivas también pueden servir, por cierto, para liberar la tensión sexual cuando aún no se ha adquirido la capacidad de unión entre dos seres humanos completamente desarrollados. Es más probable que esta
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unión aparezca primero en el juego sexual con meta inhibida, o bien en una conducta afectuosa que haga hincapié en la dependencia o interdependencia. Nos hallamos una vez más ante una pauta personal que aguarda el momento oportuno para unirse a los nuevos desarrollos instintivos; empero, en el largo período de espera, los adolescentes tienen que hallar el modo de desahogar su tensión sexual. Por eso es previsible que los más jóvenes recurran a la masturbación compulsiva, aunque tal vez se sientan molestos por la insensatez de ese acto que ni siquiera les produce necesariamente placer y tiene sus complicaciones. Por supuesto, el investigador rara vez llega a conocer la verdad acerca de estas cuestiones tan secretas; un buen lema para él sería: "Quien haga preguntas debe prever que le contestarán con mentiras". EL TIEMPO OPORTUNO PARA LA ADOLESCENCIA El hecho de que los adolescentes puedan serlo en el momento correcto, o sea, a la edad que abarca el desarrollo de la pubertad, ¿no indica acaso una sociedad sana? Los pueblos primitivos ocultan los cambios de la pubertad bajo diversos tabúes o bien transforman al adolescente en adulto en el lapso de algunas semanas o meses valiéndose de ciertos ritos y pruebas severas. En nuestra sociedad actual, el adulto se forma mediante procesos naturales a partir del adolescente que avanza impulsado por las tendencias de crecimiento. Esto significa muy probablemente que hoy en día el joven recién llegado a la edad adulta es un individuo fuerte, estable y maduro. Claro está que debemos pagar un precio por esto, en tolerancia y paciencia. Además, este adelanto somete a la sociedad a una nueva tensión: para los adultos a los que les ha sido birlada su adolescencia, es afligente verse rodeados de muchachos y chicas que gozan de una adolescencia floreciente. A mi entender, hay tres progresos sociales principales que, actuando en forma conjunta, han alterado todo el clima en que se desenvuelven los adolescentes. Las enfermedades venéreas ya no son un factor disuasivo El fantasma de estas enfermedades ya no asusta a nadie. Las espiroquetas y los gonococos ya no son los agentes de un Dios castigador (como se creía, por cierto, hace cincuenta años). Ahora se pueden combatir con penicilina y otros antibióticos adecuados. Recuerdo muy bien el caso de una muchacha a la que conocí después de la Primera Guerra Mundial. Conversando conmigo, me dijo que el miedo a las enfermedades venéreas había sido el único freno que le impidió convertirse en prostituta. Comenté que tal vez, algún día, esas enfermedades podrían prevenirse o curarse, y ella replicó horrorizada que no imaginaba cómo podría haber superado la adolescencia -apenas había dejado atrás- sin ese miedo del que se había valido para no desviarse del camino recto. Ahora es madre de una familia numerosa y se diría que es una persona normal, pero debió librar la lucha de su adolescencia y enfrentar el desafío de sus instintos. Fueron tiempos difíciles para ella; robó y mintió un poco, pero emergió como un adulto. Los anticonceptivos El avance de las técnicas anticonceptivas le ha dado al adolescente la libertad de explorar. Es una nueva libertad, que le permite descubrir la sexualidad y la sensualidad no sólo aunque no desee ser padre o madre, sino también cuando expresamente quiere evitar que venga al mundo un bebé no deseado, que no tendrá buenos padres que lo críen. Por supuesto, siempre ocurren y seguirán ocurriendo accidentes que derivan en abortos desgraciados y peligrosos, o en el nacimiento de hijos ilegítimos.
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No obstante, creo que al examinar el problema de la adolescencia debemos aceptar que el adolescente moderno, si tiene ganas de hacerlo, puede explorar todo el campo de la vida sensual sin sufrir la agonía psíquica provocada por la concepción accidental. Si bien ésta es una verdad a medias, por cuanto aún resta la agonía psíquica vinculada al miedo a tener un accidente, este nuevo factor ha alterado el problema en los últimos treinta años. Ahora percibimos que la agonía psíquica no deriva tanto del miedo como del sentimiento de culpa individual. No quiero decir con esto que todo niño nazca ya con un sentimiento de culpa, sino que el niño sano adquiere (mediante un proceso muy complejo) un sentido de lo bueno y de lo malo y la capacidad de experienciar un sentimiento de culpa. Además, cada niño tiene ideales propios y una noción de lo que desea para su futuro. Aquí entran en juego poderosísimos factores conscientes e inconscientes, sentimientos y miedos antagónicos que sólo pueden explicarse en función de la fantasía total del individuo. Por ejemplo, una muchacha se sintió compelida a endilgarle a su madre dos hijos ilegítimos antes de sentar cabeza, casarse y fundar una familia. Lo hizo motivada, entre otras cosas, por un deseo de venganza relacionado con el lugar que ella ocupaba en su familia y por la idea de que le "debía" dos bebés a su madre; obligada a saldar esta deuda antes de iniciar una vida independiente. A esta edad -y, a decir verdad, en todas las edades- las motivaciones conductuales pueden ser extremadamente complejas y cualquier simplificación faltaría a la verdad. Por suerte, en la mayoría de los casos de adolescentes en dificultades, la actitud de la familia (de por sí compleja) refrena las actuaciones alocadas y ayuda al adolescente a superar los episodios desagradables. Se terminaron las guerras La bomba de hidrógeno tal vez esté produciendo cambios aun más profundos que las dos características de nuestra época que acabo de mencionar. La bomba atómica afecta la relación entre la sociedad adulta y la marea de adolescentes que parece entrar permanentemente en ella. La nueva bomba no es tanto el símbolo de un episodio maníaco, de un momento de incontinencia infantil expresado mediante una fantasía hecha realidad: el furor convertido en destrucción efectiva. La pólvora ya simbolizó todo esto, así como los aspectos más profundos de la locura, y hace ya mucho tiempo que el mundo fue alterado por la invención de ese polvo que transformaba la magia en realidad. La consecuencia más trascendental de la amenaza de una guerra nuclear es que de hecho significa que no habrá otra guerra. Se argüirá que en cualquier momento podría estallar un conflicto en algún lugar del mundo, pero, a causa de la nueva bomba, sabemos que ya no podremos resolver un problema social organizándonos para librar una guerra. Por consiguiente, ya no hay nada que justifique impartir una severa disciplina militar o naval. No podemos proporcionarla a nuestros jóvenes, ni justificar su inculcación en nuestros niños, a menos que apelemos a una parte de nuestra personalidad que debemos llamar cruel o vengativa. Ya no tiene sentido tratar a nuestros adolescentes difíciles preparándolos para luchar por su patria y su rey. Hemos perdido un recurso que estábamos habituados a usar, y tal pérdida nos retrotrae violentamente a este problema: existe algo llamado adolescencia, que constituye de por sí un hecho concreto, y la debe aprender a convivir con ella. Podría decirse que la adolescencia es un estado de prepotencia. En la vida imaginativa del hombre, la potencia no es una mera cuestión de rol activo y rol pasivo en el acto sexual, sino que incluye la idea del hombre que triunfa sobre otro hombre y la admiración de la adolescente por el vencedor. Creo que ahora tendremos que envolver todo esto en la mística de café y los ocasionales tumultos en que se echa mano al cuchillo. Hoy en día la adolescencia tiene que contenerse -más aún: debe contenerse
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como nunca se vio obligada a hacerlo hasta ahora- y hemos de tener en cuenta que posee un potencial bastante violento. Cuando pensamos en las atrocidades que comete de vez en cuando la juventud moderna, debemos contraponerle todas las muertes y crueldades que ocasionaría esa guerra que ya no estallará, toda la sexualidad liberada en cada guerra que hemos tenido y que ya no tendremos. Así pues, la adolescencia ha venido para quedarse ... y con ella han venido la violencia y la sexualidad inherentes. Los tres cambios enumerados se cuentan entre los que están actuando sobre nuestras actuales preocupaciones sociales. Una de las primeras lecciones que debemos aprender es ésta: el adolescente no es un personaje al que podamos echar del escenario a empellones, valiéndonos de tejemanejes falsos. La lucha por sentirse real La negativa a aceptar soluciones falsas, ¿no es acaso una característica primordial de los adolescentes? Su feroz moralidad sólo acepta lo que se siente como algo real. Esta moralidad, que caracteriza igualmente a la infancia, llega mucho más hondo que la perversidad y tiene por lema "Sé fiel a ti mismo". El adolescente está empeñado en tratar de encontrar ese self o “si-mismo” al que debe ser fiel. Esto se relaciona con un hecho que ya he mencionado: la cura para la adolescencia es el paso del tiempo, lo cual significa muy poco para el adolescente que rechaza una cura tras otra porque encuentra en ellas algún elemento falso. Una vez que puede admitir que transigir es una actitud permisible, quizá descubra diversos modos de suavizar la inflexibilidad de las verdades esenciales. Por ejemplo, una solución es identificarse con figuras parentales o alcanzar una madurez sexual prematura; puede producirse un desplazamiento del énfasis de la violencia a las proezas deportivas, o bien de las funciones corporales a los logros o realizaciones intelectuales. Por lo general los adolescentes rechazan estos tipos de ayuda, porque todavía no son capaces de aceptar la transigencia. En cambio, tienen que atravesar lo que podríamos denominar una fase de desaliento malhumorado, durante la cual se sienten fútiles. Al decir esto pienso en un muchacho que vive con su madre en un departamento pequeño. Es muy inteligente, pero desperdicia las oportunidades que le brinda la escuela secundaria. Pasa las horas tendido en su cama, amenazando con tomar una sobredosis de algo y escuchando melancólicos discos de jazz. A veces echa llave a la puerta del departamento y su madre debe llamar a la policía para que la ayude a entrar. Tiene muchos amigos; cuando vienen todos, trayendo comida y cerveza, el departamento se anima La fiesta puede durar toda una noche o un fin de semana y en ella abunda bastante el sexo. El muchacho tiene una amiga estable y sus impulsos suicidas se relacionan con las ideas que le rondan por la supuesta indiferencia de ella. Le falta una figura paterna pero, en realidad, ignora esta carencia. No sabe qué quiere ser, lo cual aumenta su sentimiento de futilidad. No le faltan oportunidades, pero las pasa por alto. No puede dejar a su madre, pese a que ambos están cansados de soportarse mutuamente. El adolescente que evita toda de compromiso, en especial el recurrir a identificaciones y experiencias debe partir de la nada, desechando por entero los trabajosos logros de la historia de nuestra cultura. Los vemos pugnar por empezar desde el principio, como si no pudieran tomar nada de nadie. Forman grupos basándose en uniformidades de menor importancia y en ciertos aspectos superficiales visibles de cada grupo, que varían con la edad y el lugar de residencia. Buscan una forma de identificación que no los traicione en su lucha por conquistar una identidad, por sentirse reales, por no amoldarse a un rol asignado por los adultos y, en cambio, pasar por todos
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los procesos y experiencias necesarios, sean cuales fueren. Se sienten irreales, salvo en tanto rechacen las soluciones falsas, y eso los induce a hacer ciertas cosas que son demasiado reales desde el punto de vista de la sociedad. Por cierto que la sociedad queda atrapada, y en grado sumo, en esa curiosa mezcla de desafío y dependencia que caracteriza a los adolescentes. Quienes se ocupan de ellos se preguntan, perplejos, cómo pueden mostrarse desafiantes hasta cierto punto y, al mismo tiempo, manifestar una dependencia pueril y aun infantil. Además, los padres se dan cuenta de que están desembolsando su dinero para posibilitar la actitud desafiante de sus hijos aunque, por supuesto, son ellos quienes sufren las consecuencias de esos desafíos. Este es un buen ejemplo de cómo los que teorizan, escriben y hablan operan en un estrato diferente de aquel en que viven los adolescentes. Los progenitores o sus sustitutos afrontan apremiantes problemas de manejo. No les preocupa la teoría, sino el impacto recíproco entre el adolescente y su padre. Por consiguiente, podemos hacer una lista parcial de las necesidades que atribuiríamos a los adolescentes: La necesidad de evitar la solución falsa, de sentirse reales o de tolerar el no sentir absolutamente nada. La necesidad de desafiar, en un medio en que se atiende a su dependencia y ellos pueden confiar en que recibirán tal atención. La necesidad de aguijonear una y otra vez a la sociedad, para poner en evidencia su antagonismo y poder responderle de la misma manera. SALUD Y ENFERMEDAD Las manifestaciones del adolescente normal guardan relación con las de varios tipos de enfermos. Por ejemplo, la idea de repudiar las soluciones falsas se corresponde con la incapacidad de transigir del paciente esquizofrénico; con esto contrasta la ambivalencia psiconeurótica, así como la impostura y el autoengaño que hallamos en personas sanas. Hay una correspondencia entre la necesidad de sentirse real, por un lado, y los sentimientos de irrealidad asociados a la depresión psicótica y la despersonalización, por el otro. También la hay entre la necesidad de desafiar y un aspecto de la tendencia antisocial, tal como se manifiesta en la delincuencia. De esto se infiere que en un grupo de adolescentes las diversas tendencias suelen ser representadas por los individuos más enfermos. Un miembro del grupo toma una sobredosis de una droga; otro guarda cama, afectado por la depresión; un tercero echa mano fácilmente a su navaja. En cada caso, detrás del individuo enfermo, cuyo síntoma extremo ha hecho intrusión en la sociedad, se agrupa una pandilla de adolescentes aislados. Aun así, la mayoría de estos individuos –lleguen o no a participar en acciones grupales-, aunque tienen una tendencia antisocial, carecen del impulso suficiente por debajo de ella, para traducir el síntoma en actos molestos y provocar una reacción social. El enfermo tiene que actuar por los otros. Digámoslo una vez más: si el adolescente ha de superar esta etapa de su desarrollo por medio de un proceso natural, debemos prever que ocurrirá un fenómeno al que podríamos llamar "fase de desaliento malhumorado del adolescente". La sociedad tiene que incluir este fenómeno entre sus características permanentes, tolerarlo e ir a su encuentro, pero no debe curarlo. Cabe preguntarse si nuestra sociedad es lo bastante sana como para hacer esto. Un hecho viene a complicar la cuestión: algunos individuos (ya sean psiconeuróticos, depresivos o esquizofrénicos) están demasiado enfermos para alcanzar una etapa de desarrollo emocional que pueda denominarse adolescencia, o sólo pueden 103
llegar a ella de un modo muy distorsionado. Me ha sido imposible incluir en esta breve exposición un cuadro de la enfermedad psiquiátrica grave, tal como se presenta en este nivel de edad. No obstante, hay un tipo de enfermedad que no se puede dejar a un lado en ninguna exposición referente a adolescencia: la delincuencia. Aquí volvemos a percibir una estrecha relación entre las dificultades normales de la adolescencia y la anormalidad que podríamos denominar "tendencia antisocial". La diferencia entre ambas no radica tanto en sus respectivos cuadros clínicos, sino más bien en la dinámica (o sea, en el origen) de cada una. En la base de la tendencia antisocial siempre hay una privación. Quizás haya consistido simplemente en que, en un momento crítico, la madre se hallaba deprimida o en un estado de retraimiento, o bien se desintegró la familia. Hasta una deprivación leve puede someter las defensas disponibles a una tensión y esfuerzo excesivos y acarrear consecuencias duraderas, si ocurre en un momento difícil de la vida de un niño. Detrás de la tendencia antisocial siempre está la historia de una vida hasta cierto punto sana, en la que se produjo un corte tras el cual la situación nunca volvió a ser como antes. El niño antisocial busca de una manera u otra, con dulzura o violencia, el modo de lograr que el mundo reconozca la deuda que tiene hacia él; para ello, trata de a reformar la estructura o marco roto. Lo repito una vez más: la deprivación está en la base de la tendencia antisocial. No podemos decir que en la base de una adolescencia sana (tomada en un sentido general) haya una deprivación inherente; con todo, hay algo difuso, igual a la deprivación pero cuyo grado de intensidad no llega a imponer una tensión y esfuerzo excesivos a las defensas disponibles. Esto significa que los miembros extremos del grupo con el que se identifique el adolescente actuarán en nombre de todos sus integrantes. La dinámica de este grupo que se sienta a escuchar blues, o lo que esté de moda, tiene que contener toda clase de elementos propios de la lucha del adolescente: el robo, los cuchillos o navajas, las fugas y las violaciones de domicilio. Si no pasa nada, los jóvenes que integran el grupo empiezan a sentirse inseguros de la realidad de su protesta; con todo, en sí mismos no están suficientemente perturbados como para cometer un acto antisocial. Pero si en el grupo hay una chica o muchacho antisocial que esté dispuesto a cometer un acto de tal índole que provoque una reacción social, todos los demás se sentirán inducidos a unírsele, se sentirán reales, y esto le proporcionará al grupo una estructura temporaria. Cada uno será leal al individuo antisocial que haya actuado en nombre del grupo y le prestará apoyo, aunque ninguno habría aprobado lo hecho por él. Creo que este principio se aplica al uso de otros tipos de enfermedad. La tentativa de suicidio de un miembro del grupo es muy importante para todos los demás; lo mismo puede decirse cuando uno de ellos no puede levantarse de la cama, paralizado por la depresión. Todos están al tanto de lo que está sucediendo. Este acontecer pertenece a todo el grupo. La composición de éste varía, sus integrantes pasan de un grupo a otro, pero por alguna razón cada uno de estos adolescentes utiliza a los miembros extremos del grupo para ayudarse a sí mismo a sentirse real, en su lucha por soportar este período de desaliento malhumorado. Todo se reduce al problema de cómo ser adolescente durante la adolescencia. Serlo es todo un desafío para cualquiera. Esto no significa que nosotros, los adultos, debamos decir constantemente: “!Miren a esos queridos muchachitos que pasan por su adolescencia! Tenemos que tolerarles todo y dejar que rompan nuestras ventanas". El meollo del asunto no es éste, sino que ellos nos desafían y nosotros respondemos al reto como parte de las funciones de la vida adulta. Insisto en señalar que respondemos al desafío, en vez de dedicarnos a curar algo intrínsecamente saludable.
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La gran amenaza del adolescente es la que va dirigida a esa pequeña parte de nosotros mismos que no ha tenido una adolescencia efectiva. Ese pedacito de nuestro ser hace que miremos con resentimiento a quienes son capaces de tener su fase de desaliento malhumorado, y que deseemos encontrar una solución para ellos. Hay centenares de soluciones falsas. Todo cuanto digamos o hagamos estará mal. Nos equivocaremos al prestarles apoyo y nos equivocaremos al retirárselo. Quizá nos atrevamos a no ser "comprensivos". Con el tiempo, descubrimos que ese muchacho o esa chica ha salido de la fase de desaliento malhumorado y ya es capaz de identificarse con sus progenitores, con grupos más amplios y con la sociedad, sin sentirse amenazado de muerte, sin temor a desaparecer como individuo.
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18. LA JUVENTUD NO DORMIRÁ (Escrito para New Society, 1964)
"Desearía que no hubiese edad intermedia entre los 16 y 23 años o que la juventud durmiera hasta hartarse, porque nada hay entre esas edades como no sea dejar embarazadas a las chicas, agraviar a los ancianos, robar y pelear." Cuento de invierno
Esta cita pertinente apareció hace poco en The Times, incluida en una correspondencia por lo demás necia sobre el tema de los jóvenes pandilleros. La situación actual es realmente peligrosa, y el peor resultado a que podría llevar la actual tendencia de los adolescentes a practicar la violencia en grupos sería empezar un movimiento comparable a la fase inicial del régimen nazi, cuando Hitler resolvió de la noche a la mañana el problema de los adolescentes ofreciéndoles el papel de superyó de la comunidad. Fue una solución falsa, como se advierte al echar una mirada retrospectiva, pero que resolvió de manera temporaria un problema social que presentaba algunas semejanzas con nuestro problema actual. Todos preguntan cuál es la solución. Personas importantes proponen varias respuestas alternativas, pero lo cierto es que no hay solución alguna, salvo que cada adolescente de uno u otro sexo crezca y madure con el tiempo hasta hacerse adulto (a menos que esté enfermo). Quienes no comprenden —como lo hizo Shakespeare— que aquí interviene el factor tiempo, reaccionan de un modo nocivo. En verdad, la mayor parte de la alharaca proviene de individuos incapaces de tolerar la idea de dejar que el tiempo resuelva el problema, en vez de recurrir a una acción inmediata. Si aprehendemos la situación en su totalidad notaremos que, por supuesto, hay factores favorables. El que infunde más esperanzas es la capacidad de la inmensa mayoría de los adolescentes para tolerar su propia posición de "no saber hacia dónde ir". Esos jóvenes idean toda clase de actividades interinas para hacer frente al aquí y ahora, mientras cada uno aguarda el momento en que adquirirá el sentido de existir como una unidad; para que esto suceda, es preciso que el proceso de socialización se haya desarrollado suficientemente bien durante la niñez y en esa fase que a veces se denomina "período de latencia". Si observamos cómo juegan los niños a "¡Yo soy el rey del castillo, tú eres el sucio bribón!", percibiremos que convertirse en un individuo y disfrutar la experiencia de la autonomía plena es de por sí un acto violento. La publicidad dada a todo acto de vandalismo cometido por pandillas se explica porque, en realidad, el público no quiere enterarse (por vía oral o escrita) de las actividades emprendidas por adolescentes que carezcan de una predisposición antisocial. Es más: cuando sucede un milagro, como lo fueron los Beatles, algunos adultos dan un respingo, cuando podrían suspirar aliviados... si no envidiaran a los jóvenes en esta época en que se privilegia la adolescencia. Vale la pena señalar un titular aparecido en The Obseruer el 24 de mayo (de 1964): "Mantienen a raya a roqueros". ∗ Es una sobria explicación de cómo funciona la autoridad, con los dos fenómenos —la policía que "sostiene" ("holding") y la sociedad que contiene— inherentes a la eterna dialéctica de los individuos que crecen ∗
En el original: "Rockers Held". "Held" es el participio pasado del verbo inglés lo hold que significa indistintamente "asir, contener, retener, sostener, detener, mantener a raya"; de ahí el comentario del autor. (N. del T.]
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en una sociedad de adultos que han logrado identificarse con ella por las buenas o por las malas. (A veces este logro es precario y depende de la existencia de un subgrupo social.) El hecho de que exista un elemento positivo en la actuación antisocial puede ayudarnos mucho en nuestro examen del elemento antisocial, actual en algunos adolescentes y potencial en casi todos. Este elemento positivo pertenece a la historia personal completa del individuo antisocial. Cuando la actuación es muy compulsiva, se relaciona con una falla ambiental experienciada por el individuo. Así como en el robo (si tenemos en cuenta el inconsciente) hay un momento en que el individuo abriga la esperanza de saltar hacia atrás, por encima de una brecha, y alcanzar algo que le reclama a un padre con pleno derecho, del mismo modo en la violencia hay un intento de reactivar un sostén firme, perdido por el individuo en una etapa de dependencia infantil. Sin ese sostén firme un niño es incapaz de descubrir los impulsos, y los únicos impulsos disponibles para el autocontrol y la socialización son los que se descubren y asimilan. Cuando una pandilla empieza a cometer actos de violencia a causa de las actividades compulsivas de algunos muchachos y chicas verdaderamente deprivados, siempre existe en los otros adolescentes leales al grupo la violencia potencial en espera de esa edad que Shakespeare (en el pasaje citado) fijó en los 23 años. Hoy en día, desearíamos más bien que "la juventud durmiese" desde los 12 años hasta los 20, y no desde los 16 hasta los 23, pero la juventud no dormirá. La tarea permanente de la sociedad, con respecto a los jóvenes, es sostenerlos y contenerlos, evitando a la vez la solución falsa y esa indignación moral nacida de la envidia del vigor y la frescura juveniles. El potencial infinito es el bien preciado y fugaz de la juventud; provoca la envidia del adulto, que está descubriendo en su propia vida las limitaciones de la realidad. O bien digamos, para citar una vez más a Shakespeare, que algunos no tienen "juventud ni vejez, sino una especie de letargo de sobremesa que con ambas sueña" {Medida por medida).
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Tercera parte
LA PROVISIÓN SOCIAL
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INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES
La Tercera Parte es en muchos sentidos una continuación de la Primera, ya que se ocupa principalmente del manejo práctico de los niños difíciles, a la vez que subraya la necesidad de que el asistente profesional posea algún conocimiento del desarrollo emocional normal. Comienza con una carta dirigida a un juez de menores en 1944, donde le sugiere que observe al delincuente juvenil procurando establecer, con ayuda de dichos asistentes profesionales, qué tipo de provisión social existente resultaría más útil para ese caso específico. Winnicott insiste sobre todo en la necesidad de crear más albergues y de que los magistrados participen en su dirección. El segundo trabajo es un artículo de fondo del British Medical Journal (1951) en el que reseña la monografía de Bowlby Maternal Care and Mental Health (Cuidado materno y salud mental), publicada por la Organización Mundial de la Salud, y sus conclusiones sobre los efectos que provoca en el niño su separación de los padres y del hogar, derivadas de estudios estadísticos. Winnicott sugiere el posible uso de estas conclusiones como una especie de medicina preventiva. Los dos capítulos siguientes, "El niño deprivado y cómo compensarlo por la pérdida de una vida familiar" (1950) y "Las influencias grupales y el niño inadaptado" (1955) se refieren específicamente a niños tomados en custodia y están destinados a los responsables de su cuidado. El primero traza pautas para la evaluación de los factores personales y sociales de la deprivación, y expone el tipo de suministro que se proveerá conforme al diagnóstico individual. El segundo sienta las bases de la formación del grupo desde el punto de vista de la integración del individuo, y contrasta los grupos maduros con los que necesitan una cobertura superpuesta para que sus miembros, tomados individualmente, accedan al autovalimiento. Termina con una clasificación de los niños según el grado de integración personal que hayan alcanzado. Cada uno de estos trabajos expone con claridad un aspecto determinado de la teoría del desarrollo emocional normal: el primero tiene especial interés, pues contiene una descripción formal muy temprana del uso de objetos y fenómenos transicionales que es, quizás, el concepto que más fama ha dado a Winnicott. Hemos incluido la reseña de la autobiografía de Sheila Stewart, porque trata en tono más informal la creencia de Winnicott en que un comienzo suficientemente bueno puede capacitar al niño para afrontar la pérdida de su vida familiar. "Comentarios en torno al 'Informe del Comité sobre los Castigos en Cárceles y Correccionales'" (1961) es un trabajo inédito que aborda el conflicto entre las ideas de castigo y de terapia. Contiene un pedido de que se estudie en forma teórica el tema del castigo; asimismo, formula opiniones acerca del tráfico clandestino de tabaco en las cárceles y los correccionales, las evasiones y la interferencia externa en el manejo de los correccionales. El capítulo sobre las escuelas progresivas se compone de una disertación pronunciada en 1965 durante un congreso en Dartington Hall, y algunas notas tomadas por Winnicott durante su viaje de regreso en tren. Señala la necesidad de establecer un diagnóstico personal y social de los niños que concurren a estas escuelas, a fin de que el personal especializado tenga conciencia del número de casos en que está haciendo terapia con niños antisociales. Investiga el significado del adjetivo "progresivas" en sus aspectos positivos, negativos y prácticos, y examina la naturaleza de la destructividad. El capítulo final es la Conferencia David Wills, pronunciada en 1970 ante la Asociación de Asistentes Sociales y Judiciales para Menores Inadaptados, y hasta ahora inédita. Fue la última disertación pública del doctor Winnicott y se comprende 109
fácilmente el inmenso placer con que fue escuchada. Es una mirada retrospectiva a un albergue de la época de la guerra, que escoge aquellos aspectos de importancia más duradera para el cuidado de los niños deprivados y hace una evaluación final del trabajo social más exigente: la atención asistencia! en internados.
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19. CORRESPONDENCIA CON UN MAGISTRADO (Cartas publicadas en The New Era in Home and School, enero de 1944, a raíz de un artículo de Winnicott aparecido en mayo de 1943) Granja Fincham, Rougham, King's Lynn, Norfolk. Estimado doctor Winnicott: Me dirijo a usted con referencia a su artículo "Investigación de la delincuencia" y el breve trabajo de la doctora Kate Friedlander sobre el mismo tema, que me envió el Instituto para el Tratamiento Científico de la Delincuencia, a cuyos conceptos me suscribo. Siempre me ha interesado la aplicación del psicoanálisis al crimen y la delincuencia; mi interés ha tomado un cariz muy práctico desde que me nombraron juez y presidente de las Quarter Sessions. ∗ Me interesa lo que usted dice acerca del ambiente y los factores externos, porque el procedimiento más habitual de un tribunal consiste en modificar el ambiente que rodea a un delincuente. Fuera de Londres es muy difícil disponer lo necesario para que un delincuente sea analizado, por lo que el tribunal se ve obligado a considerar otras alternativas: multa, prisión, libertad condicional o bajo fianza (esta última sujeta o no a alguna condición), internarlo en un correccional o enviarlo a una escuela de readaptación social. El problema está en que el magistrado — al decir esto hablo por mí, pero creo ser un caso típico— no sabe casi nada de los correccionales o escuelas de readaptación, y no conoce mucho los métodos y experiencia de los agentes de vigilancia judicial a cargo de los menores en libertad condicional; sólo puede juzgar a estos últimos por los resultados que obtengan. Hoy en día hace falta tender un puente entre los conocimientos psicoanalíticos modernos, tal como se ejemplifican en su artículo, y el procedimiento y práctica corrientes de los tribunales en lo penal. En su consultorio, usted puede concentrar su atención en el bien del paciente; en un tribunal, tenemos que pensar asimismo en el bien de la comunidad, y esto complica las cosas. Los jueces disponemos de instrumentos muy toscos y burdos, y cuesta establecer un equilibrio entre el deseo de convertir a la persona que tenemos delante en un miembro valioso de la sociedad, por un lado, y el deseo de disuadir a otros malhechores por el otro. Personalmente no creo mucho en el efecto disuasivo del castigo, pero algunos magistrados sí creen en él y debo tener en cuenta sus opiniones. Días pasados tuve un caso desalentador: un muchacho de unos 17 años, que muy poco tiempo atrás había cometido varios hurtos y a quien había tratado con indulgencia recurriendo a la prédica, compareció otra vez ante el tribunal como reincidente. ¿Qué hemos de hacer en casos como éste? En esta región poco poblada, situada a más de 160 kilómetros de Londres, nuestras alternativas de acción son limitadas. Si alguna vez tiene tiempo de estudiar estos problemas de carácter más bien general pero extremadamente práctico y comunicarme sus opiniones, le quedaría muy agradecido. Atentamente, Roger North Calle Queen Anne 44, Londres, W. 1.
∗
Instancia judicial típicamente británica; es un tribunal de limitada jurisdicción penal y civil y de apelación, instalado trimestral mente por jueces de paz en los condados y por notarios en los municipios. (N. del S.]
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Estimado señor North: Me agrada enterarme de que usted, como magistrado, se ha interesado por mis comentarios sobre la delincuencia y por el artículo de la doctora Friedlander. Reconozco abiertamente que el psicólogo tiene poco que ofrecer a los magistrados. Por cierto que en mi artículo señalé lo siguiente: el magistrado tiene que expresar la venganza inconsciente del público (el procedimiento judicial es un intento de prevención del linchamiento); el psicólogo debe efectuar largos estudios para poder comprender a fondo la labor que efectúan, en forma intuitiva, los buenos magistrados, agentes de vigilancia judicial, etc.; se duda de que el tratamiento psicoanalítico efectivo de los delincuentes y criminales resulte alguna vez valioso para la comunidad, porque es mucho lo que debe hacerse en él, para cambiar fundamentalmente a un solo individuo. El psicoanálisis de un delincuente sólo tendría justificación sociológica desde el punto de vista de la investigación; por eso soy un firme partidario de él. Me permito subrayar una vez más nuestro reconocimiento de que nosotros, los psicólogos, podemos ofrecer a los magistrados una cantidad limitada de ayuda en forma de terapia directa. Su carta me estimula a formular algunas sugerencias más prácticas que tal vez podrían prestar ayuda efectiva al magistrado que, como usted, procura comprender los factores intervinientes más profundos. Lo cierto es que las medidas útiles tomadas por un tribunal, sea cual fuere, siempre resultan ser muy personales. Podemos desarrollar toda clase de ideas y planes, pero en la práctica el buen trabajo siempre lo hace algún individuo que mantiene estrecho contacto con el menor en dificultades. A mi entender, un tribunal sólo tiene las siguientes alternativas de acción posible: 1) En algunos casos, no muchos, el hogar del menor es bueno. En tal caso lo mejor es dejar al menor en ese hogar, donde unos padres fuertes y unidos están dispuestos a manejarlo y pueden hacerlo. Cuando un menor se mete en dificultades en tales circunstancias, suele ser porque algún otro niño o adolescente menos afortunado lo ha descarriado. Aunque rara vez se puede recurrir a esta solución, siempre debemos recordar que es la mejor y que los padres son los custodios adecuados de sus propios hijos. 2) Con mucho mayor frecuencia, el menor pertenece a un hogar que apenas si es lo bastante bueno para dejarlo en él bajo el cuidado personal de un buen agente de vigilancia judicial, quien se convierte en la persona que "establece la diferencia" al proveer algo que faltaba en el hogar: el amor respaldado por la fuerza (en este caso, la fuerza de la ley). No debemos olvidar que el agente de vigilancia judicial sólo puede tomar a su cargo un determinado número de casos, debido al excesivo esfuerzo y tensión emocionales a que lo somete su trabajo; tampoco debemos olvidar su necesidad indudable y forzosa de tener horas libres y vacaciones. 3) A menudo el hogar del menor no es lo bastante bueno como para dejarlo en él, ni siquiera con la ayuda de un agente de vigilancia judicial. Hay que buscar un buen albergue, capaz de proporcionar el cariño y el manejo enérgico que estos menores claramente necesitan. En la actualidad, los albergues establecidos para los niños evacuados difíciles de alojar son casi los únicos adecuados. En mi opinión, es importante y significativo que estos albergues sean patrocinados por el Ministerio de Salud Pública y no por el Ministerio del Interior, lo cual significa que aquí no interviene la venganza pública. 4) Cierto porcentaje de los menores que comparecen ante la justicia han llegado demasiado lejos en su conducta y escapan a las posibilidades de un manejo de un albergue; sólo se los puede controlar con mano dura, y esto sería muy nocivo para los menores que no estén tan enfermos. Aquí interviene la venganza pública y el Ministerio del Interior debe responsabilizarse por ellos.
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El psicólogo debería ser capaz de prestar ayuda práctica al magistrado en la tercera alternativa (albergues), por cuanto está en condiciones de formular los principios en juego y brindar sugerencias prácticas con respecto a la organización y manejo del albergue. Yo les aconsejaría encarecidamente a los magistrados que participaran en la organización y manejo de un albergue similar a los ya existentes para niños evacuados difíciles de alojar, pues sólo así podrán familiarizarse con los problemas reales que se plantean en las escuelas de readaptación social adonde deben enviar, en cierto modo a ciegas, a tantos muchachos y chicas que quedan bajo la jurisdicción de su tribunal. Podrían asignar a ese tipo de albergue a algunos de los menores comprendidos en la tercera categoría de la clasificación precedente. Quienes hemos tenido experiencia práctica con tales albergues y hemos pasado de los fracasos (totales o parciales) a los éxitos relativos podemos ayudar al magistrado a seguir adelante con cierta posibilidad de éxito inmediato, lo cual significa salvar a algunos niños de su derivación a una escuela de readaptación social recurriendo a los albergues. No quiero decir con esto que todas las escuelas de readaptación social sean malas, pese a que inevitablemente estas instituciones son propagadoras de una educación delictiva (igual que las cárceles), pero la lista de espera es muy larga y no hay nada peor para un niño o adolescente que permanecer por tiempo indefinido en un Hogar de Derivación. Podemos decir desde ya que un albergue debe ser pequeño (de 12 a 18 menores) para que resulte útil, que su política debería ser mantenerlos allí hasta su egreso de la escuela y que todo depende del director. Este debería ser casado y ambos cónyuges deberían ser codirectores del albergue. Tendrán la fortaleza suficiente para poder manifestar un cariño profundo; el sentimentalismo quedará absolutamente prohibido. El psicólogo debe visitar el albergue y entrevistarse con el director y la totalidad del personal; es indispensable que mantenga conversaciones informales sobre los menores internados. Sólo así el personal podrá pensar en cada menor como un ser humano cabal, con una historia de desarrollo, un ambiente hogareño y un problema actual. La selección del cocinero y jardinero sólo es inferior en importancia a la elección del director. En verdad, todo miembro del personal —incluida la criada por horas— es una gran ayuda o un gran estorbo. Hay que seleccionar cuidadosamente a los menores antes de derivarlos al albergue; un solo menor inadecuado para estar allí puede arruinarlo todo y provocar la rápida degeneración de una situación interna por lo demás bien controlada. La mejor base para una clasificación es una evaluación del hogar al que pertenece el menor, que contemple su existencia o inexistencia y la estabilidad relativa de la relación conyugal de sus progenitores. Más vale guiarse por esto que por la malignidad de los síntomas o por las faltas que hayan motivado la remisión del menor ante la justicia. Salta a la vista que al magistrado le sería imposible hacerse enteramente responsable del albergue, por cuanto los intereses de éste no serían idénticos a los del tribunal y sus fracasos no deben empañar la dignidad del mismo. No obstante, pienso que el Ministerio del Interior apoyaría con gusto la idea de que los magistrados se interesaran por este tipo de albergue patrocinado por el Ministerio de Salud Pública, pues así cada juez podría integrar la Comisión Directiva de "su" albergue. Estos principios generales, y muchos otros, podrían asentarse fácilmente por escrito. Este es, a mi juicio, el modo en que el psicólogo puede ofrecerle al sagaz magistrado de un Tribunal de Menores una ayuda definida y práctica. Atentamente, D. W. Winnicott 113
20. LAS BASES DE LA SALUD MENTAL (Artículo de fondo publicado en el British Medical Journal. el 16 de junio de 1951)
Aun siendo una prolongación del trabajo corriente en materia de salud pública, la higiene mental va más allá que ésta, por cuanto altera el tipo de personas que componen el mundo. Resulta significativo que el informe de la segunda sesión del Comité de Expertos en Salud Mental de la Organización Mundial de la Salud (OMS) 1 se ocupe principalmente del manejo de la infancia y la niñez, dando por sentado algo que los médicos quizá no habrían aceptado cincuenta años atrás: las bases de la salud mental del adulto se echan en su infancia y niñez y, por supuesto, en su adolescencia. La introducción al informe comienza con la siguiente enunciación: "El principio individual más importante a largo plazo para el futuro trabajo de la OMS en el fomento de la salud mental, contrapuesto al tratamiento de los trastornos psiquiátricos, es alentar la incorporación al trabajo de salud pública de todo lo conducente a promover tanto la salud física como la salud mental de la comunidad". A continuación, el informe examina los servicios de maternidad, el manejo del bebé y el niño en edad preescolar, la dependencia de éste respecto de su madre, la salud escolar en sus aspectos más amplios y los problemas emocionales derivados de la discapacidad física y el aislamiento de los niños afectados por enfermedades infecciosas, como la lepra y la tuberculosis. El Comité reconoce que el asistente de salud mental en formación tiene más por hacer que por aprender. Afronta "un problema emocional a causa de la naturaleza misma del tema, con total independencia de cualquier dificultad intelectual para comprender los hechos. Su primer impacto emocional es mucho mayor que el provocado por la sala de disección o el quirófano". La publicación de este informe va acompañada de la edición de una monografía de la OMS sobre el cuidado materno y la salud mental escrita por el doctor John Bowlby, asesor de salud mental de la OMS, como aporte al programa de las Naciones Unidas para el bienestar de los niños sin hogar. 2 En su trabajo en la Clínica Tavistock, el doctor Bowlby ya ha demostrado que reconoce la necesidad de presentar los conceptos psicológicos de manera tal que induzcan al asistente científico con formación profesional a adoptar el enfoque estadístico. Podemos decir desde ya que su informe posee interés y valor notables. Las investigaciones que dan resultados bien definidos son pocas y muy espaciadas, en comparación con la magnitud alcanzada en todo el mundo por la práctica de la psicoterapia individual; quizás haya algunos aspectos de la psicología que no pueden arrojar resultados utilizables por el investigador estadístico. El éxito de la monografía se debe en parte al tema elegido: el efecto que provoca en el desarrollo emocional de los bebés y niños la separación del hogar y, específicamente, de la madre. Como dice el doctor Bowlby, esas criaturas "no son pizarrones de los que se puede borrar el pasado con un plumero o esponja, sino seres humanos que llevan consigo sus experiencias previas y cuya conducta actual se ve profundamente afectada por los sucesos pretéritos". Bowlby logra demostrar, citando cifras convincentes, cómo la separación puede aumentar la tendencia a desarrollar una personalidad psicopática. Ha descubierto que casi todos cuantos han trabajado en este campo llegaron a la misma conclusión: "Se cree que el requisito esencial para la salud mental es que el bebé y el niño de corta edad experimenten una relación cálida, íntima y continua con la madre (o su sustituta permanente), que proporcione a ambos satisfacción y goce". Esto no es una novedad: es lo que sienten las madres y padres, y
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WHO Technical Reports Series, ns 31, Ginebra, 1951. Maternal Care and Mental Health, Ginebra, 1951.
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lo que han descubierto quienes trabajan con niños. Lo novedoso de este informe es su intento de traducir la idea en cifras. Hay tres fuentes principales de información: los estudios que parten de la observación directa de los bebés y niños de corta edad; los estudios basados en la investigación de las historias tempranas de personas enfermas; los estudios de seguimiento de grupos de niños deprivados, clasificados en varias categorías. El resultado más importante de estas investigaciones— en especial cuando hayan sido confirmadas y ampliadas— será quizá servir la lección para la profesión médica, incluidos los administradores. Por fuerza, a los especialistas en salud física siempre les será difícil tener presente el hecho de que la salud mental es más importante. ¡Es tan fácil perturbar el desarrollo emocional!... Tal vez sea encantador tener en una sala de hospital a un niño internado que ha olvidado a su madre y ha llegado a una etapa en que traba amistad con el primero que venga, pero está comprobado que un niño, sobre todo si es de corta edad, no puede olvidar a un padre sin que su personalidad resulte dañada. Por suerte, hoy en día se tiende a permitir la visita diaria a los niños internados en salas u hospitales pediátricos. Reconocemos que esta política ocasiona grandes inconvenientes a las enfermeras, pero aun el pequeño volumen de trabajo, meticulosamente controlado, que Bowlby puede presentar con referencia a este aspecto limitado del tema indica hasta qué punto vale la pena tomarse esta molestia adicional. El efecto que provoque en el niño la separación de su madre dependerá, por supuesto, del grado de deprivación y la edad del niño. Saltaba a la vista la necesidad de reformar los métodos de cuidado de los bebés criados en una institución desde sus primeros días de vida. En nuestro país, la opinión pública respaldó con firmeza a la Comisión Curtis y la siguiente Ley de Menores de 1948. Está ganando creciente aceptación la idea de que en lo posible no se debe apartar a ningún niño del cuidado de su madre. Esta enunciación simple no debe ser empañada por el hecho secundario de que una minoría de padres sean personas enfermas desde el punto de vista psiquiátrico y, por ende, nocivas para sus hijos. Sería una larga tarea enseñar a los padres y madres del mundo a ser buenos padres, sobre todo porque la mayoría de ellos ya lo saben... y sus conocimientos al respecto son mucho mejores que los que nosotros podríamos impartirles jamás. Resulta, pues, apropiado que la OMS emprenda su estudio de la salud mental por el polo opuesto, donde la enseñanza puede dar resultados. Se llega así a dos conclusiones importantes: 1) la crianza impersonal de los niños tiende a producir personalidades insatisfactorias y aun caracteres antisociales activos; 2) cuando existe algo parecido a una buena relación entre el bebé o niño en desarrollo y sus padres, se debe respetar la continuidad de esta relación y no interrumpirla nunca sin motivos justificados. Bowlby compara la aceptación de estos hechos con la de ciertas realidades de la pediatría en su faz física (p. ej., la importancia de las vitaminas en la prevención del escorbuto y el raquitismo). La aceptación del principio señalado por las estadísticas de Bowlby podría derivar en una reducción de las tendencias antisociales —y del sufrimiento que se esconde tras ellas— exactamente del mismo modo en que la vitamina D ha disminuido el porcentaje de casos de raquitismo. Tal resultado constituiría un gran logro de la medicina preventiva aun sin tener en cuenta los aspectos más profundos del desarrollo emocional, tales como la riqueza de la personalidad, la fuerza del carácter y la capacidad de alcanzar una autoexpresión plena, libre y madura.
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21. EL NIÑO DEPRIVADO Y COMO COMPENSARLO POR LA PERDIDA DE UNA VIDA FAMILIAR (Conferencia pronunciada en la Asociación Guardería Infantil, julio de 1950)
Como introducción al tema que trata del cuidado que debe dispensarse al niño que se ha visto deprivado de una vida familiar, es importante no perder de vista que la comunidad debe ocuparse, básicamente, de sus miembros sanos. Debe dárseles prioridad a los hogares buenos, por el simple motivo de que los niños criados en su propia familia serán miembros útiles de la comunidad: el cuidado de estos niños es, por lo tanto, provechoso para la sociedad. Si aceptamos esto, deducimos dos consecuencias. Primero, debemos preocuparnos ante todo de que el hogar corriente cuente con los medios indispensables en cuanto a vivienda, alimentos, ropa, educación y recreación, así como también con los medios adecuados para desarrollar su cultura. Segundo, no debemos inmiscuirnos en la vida privada de una familia, que es una empresa en marcha, ni siquiera en su propio beneficio. Los médicos tienen particular tendencia a interponerse entre las madres y sus bebés, o entre padres e hijos, siempre con la mejor de las intenciones, y con el fin de prevenir la enfermedad y promover la salud; y los médicos no son los únicos en cometer ese error. Por ejemplo: Una madre divorciada me pidió consejo en la siguiente situación. Tenía una hija de seis años, y una organización religiosa, con la que el padre de la niña estaba vinculado, deseaba separar la niña de la madre y ubicarla como pupila en una escuela, incluso durante el período de vacaciones, porque dicha organización no aprobaba el divorcio. De modo que era preciso pasar por alto el hecho de que la niña se sintiera bien y segura junto a su madre y a su nuevo padrastro, y sumirla en un estado de deprivación nada más que para obedecer un principio que sostenía que una criatura no debe vivir con una madre divorciada. Numerosos niños deprivados son en la práctica manejados de una u otra manera, y la solución radica en evitar el mal manejo. No obstante, debo aceptar que yo mismo, como tantos otros, soy un decidido destructor de hogares. Son múltiples las ocasiones en que apartamos a los niños de sus familias. Por ejemplo, en mi clínica tenemos todas las semanas casos en los que es preciso sacar urgentemente al niño de su hogar, si bien es cierto que rara vez se dan estos casos en niños menores de cuatro años. Todos los que trabajamos en este campo conocemos el tipo de caso en que, por un motivo o por otro, se ha creado una situación tal que, a menos que el niño se aleje durante unos días o semanas de la casa, la familia se desintegrará o el niño terminará compareciendo ante un tribunal de menores. A menudo es posible pronosticar que el niño se beneficiará lejos de la casa y que lo mismo ocurrirá con la familia. Hay muchos casos angustiosos que se resuelven por sí mismos si podemos tomar estas medidas con suficiente rapidez, y sería lamentable que todo lo que estamos realizando por evitar la destrucción innecesaria de buenos hogares significara, de alguna manera, menoscabar los esfuerzos de las autoridades que son responsables de proporcionar alojamiento, a corto o a largo plazo, para el tipo de niños que considero aquí. Cuando digo que tenemos casos como éstos todas las semanas en mi clínica, me refiero a que en la gran mayoría de los casos logramos ayudar al niño dentro del marco ya existente.
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Esta es, desde luego, nuestra meta, no sólo porque resulta económica, sino también porque cuando el hogar es suficientemente bueno, constituye el lugar más adecuado para asegurar el crecimiento del niño. La gran mayoría de los niños que requieren ayuda psicológica padecen trastornos relacionados con factores internos, trastornos en el desarrollo emocional, que en gran medida se deben al simple hecho de que la vida es difícil. Tales trastornos pueden tratarse sin separar al niño de su familia.
EVALUACIÓN DE LA DEPRIVACIÓN A fin de descubrir cuál es la mejor manera de ayudar a un niño deprivado, debemos comenzar por determinar qué grado de desarrollo emocional normal tuvo inicialmente gracias a la existencia de un medio suficientemente bueno: i) relación madre-hijo, ii) relación triangular padre-madre-hijo; y luego, a la luz de lo que se ha logrado establecer, debemos tratar de evaluar el daño ocasionado por la deprivación, en el momento en que comenzó y durante el período en que se mantuvo. Por lo tanto, aquí la historia del caso es de gran importancia. Las seis categorías que enumero a continuación pueden resultar útiles como métodos para clasificar los casos y hogares deshechos: a) Un hogar bueno corriente, desintegrado por un accidente sufrido por uno de los progenitores o por ambos. b) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que son buenos como tales. c) Un hogar deshecho por la separación de los padres, que no son buenos como tales. d) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre es buena; los abuelos pueden asumir un rol parental o contribuir en alguna medida. e) Hogar incompleto, por ausencia del padre (hijo ilegítimo). La madre no es buena. f) Nunca hubo hogar alguno. Además suelen hacerse clasificaciones mixtas: a) Según la edad del niño, y también la edad que tenía cuando ese medio suficientemente bueno dejó de existir. b) Según el temperamento y la inteligencia del niño. c) Según el diagnóstico psiquiátrico del niño. Tratamos de evitar toda evaluación del problema basada en los síntomas del niño, o en el grado en que el niño se convierte en una molestia, o en los sentimientos que su situación despierta en nosotros, pues tales consideraciones suelen inducir a error. A menudo la historia es incompleta o deficiente en sus aspectos esenciales. Además, y con suma frecuencia, la única manera de determinar la existencia de un medio temprano suficientemente bueno consiste en proporcionar un medio bueno y ver de qué manera lo utiliza el niño. Aquí conviene hacer un comentario especial sobre el significado de las palabras "de qué manera utiliza el niño un medio bueno". Un niño deprivado es un niño enfermo, y el problema nunca es tan simple como para que la mera readaptación ambiental baste para que el niño recupere la salud. En el mejor de los casos, el niño que puede beneficiarse con un simple cambio ambiental comienza a mejorar, y a medida que ello ocurre se vuelve cada vez más capaz de experimentar rabia por la deprivación pasada. El odio contra el mundo está allí, oculto en el interior del niño, y la salud no se alcanza hasta haber experimentado ese odio. En no pocos casos, se llega efectivamente a experimentar odio, e incluso esta pequeña complicación puede provocar problemas. Sin embargo, este resultado favorable sólo sobreviene si todo es relativamente accesible para el self consciente del niño, cosa que rara vez sucede, puesto que, sea en pequeña o en gran medida, los sentimientos correspondientes a la falla ambiental no son accesibles a la conciencia. Cuando la deprivación tiene lugar luego de una temprana experiencia satisfactoria puede sobrevenir ese resultado favorable y es 117
factible llegar a sentir el odio correspondiente a la deprivación, como se ilustra en el siguiente ejemplo: Se trata de una niña de siete años, cuyo padre murió cuando ella tenía tres, a pesar de lo cual superó exitosamente esa dificultad. La madre la cuidaba muy bien y volvió a casarse. Fue un matrimonio feliz y el padrastro quería mucho a la niña. Todo anduvo bien hasta que la madre quedó embarazada, momento en que el padre modificó su actitud con respecto a la hijastra. Se dedicó por completo a su propio hijo futuro y retiró a la niña todo el afecto que había depositado en ella. Las cosas empeoraron después del nacimiento del bebé, y la madre se encontró en una difícil situación de lealtades conflictivas. La niña no podía prosperar en esa atmósfera pero, como pupila en una escuela, posiblemente pueda progresar e incluso comprender las dificultades surgidas en su hogar.
En cambio, el siguiente caso muestra los efectos de una experiencia insatisfactoria temprana: Una madre me trae a su hijo de dos años y medio. El niño tiene un buen hogar y sólo se siente feliz cuando cuenta con la atención personal del padre o de la madre. No puede separarse de ésta y, por lo tanto, no puede jugar por su cuenta, y siente terror frente a los desconocidos. ¿Qué sucedió en este caso, considerando que los padres son personas normales y corrientes? El hecho es que el niño fue adoptado cuando tenía cinco semanas de vida y ya por ese entonces estaba enfermo. Existen algunas pruebas de que la encargada de la institución en que nació le dedicaba particular atención, ya que intentaba ocultarlo de las parejas que acudían en busca de un niño para adoptar. El traspaso a las cinco semanas de vida provocó un severo trastorno en el desarrollo emocional del niño, y sólo ahora los padres adoptivos están comenzando a superar gradualmente las dificultades, que sin duda no esperaban, teniendo en cuenta que el niño que adoptaron era casi un recién nacido. (De hecho, trataron por todos los medios de conseguir un bebé que tuviera aun menos tiempo de vida, digamos de una o dos semanas, porque sabían que podían surgir complicaciones.)
Debemos saber qué cosas ocurren en el niño cuando un buen marco se desbarata y también cuando ese marco adecuado jamás existió, y ello implica estudiar todo el tema del desarrollo emocional del individuo. Algunos de los fenómenos son bien conocidos: el odio se reprime o bien se pierde la capacidad de amar. Otras organizaciones defensivas se establecen en la personalidad infantil. Puede haber una regresión a algunas fases tempranas del desarrollo emocional que fueron más satisfactorias que otras, o bien un estado de introversión patológica. Con mucho mayor frecuencia de lo que generalmente se cree, se produce una disociación de la personalidad. En su forma más simple, ello hace que el niño presente una fachada exterior, sobre la base del sometimiento, mientras la principal parte del self que contiene toda la espontaneidad se oculta y está permanentemente enfrascada en relaciones misteriosas con objetos idealizados de la fantasía. Aunque resulta difícil hacer una formulación simple y clara de estos fenómenos, es menester comprenderlos a fin de poder distinguir cuáles son los signos favorables en los casos de niños deprivados. Si no entendemos qué sucede cuando el niño es muy enfermo, no percibimos, por ejemplo, que una depresión en un niño deprivado puede constituir un signo favorable, sobre todo cuando no está acompañada de intensas ideas persecutorias. En todo caso, una simple depresión indica que el niño ha conservado la unidad de su personalidad y tiene un sentimiento de preocupación, y que sin duda está asumiendo la responsabilidad de todo lo que le ha salido mal. Asimismo, los actos antisociales, como mojarse en la cama y robar, indican que, al menos por el momento, existe todavía alguna esperanza de redescubrir una madre suficientemente buena, un hogar suficientemente bueno, una relación entre los padres suficientemente buena. Incluso la rabia puede indicar que hay esperanzas y que, por el momento, el niño es una unidad capaz de sentir el choque entre lo que tal vez imagine y lo que concretamente encontrará en eso que denominamos realidad compartida. Consideremos el significado del acto antisocial, por ejemplo robar. Cuando un niño roba, lo que busca (me refiero al niño en su totalidad, incluyendo al inconsciente) no es el objeto robado, sino a la persona, la madre, a quien el niño puede robarle con todo derecho, 118
precisamente porque es su madre. En realidad, cada criatura puede inicialmente afirmar de buena fe su derecho de robarle a su madre porque fue él quien la inventó, la ideó, la creó a partir de una capacidad innata de amar. Por el solo hecho de estar allí, la madre le fue entregando a su hijo, poco a poco y en forma gradual, su mismísima persona como material para que el niño creara, le diera forma, de modo que al final, la madre subjetiva creada por él se parece bastante a la que todos podemos ver objetivamente. De la misma manera, lo que busca el niño que se moja en la cama es la falda de la madre, que está allí para que él la moje en las primeras etapas de su existencia. Los síntomas antisociales son tanteos en busca de una recuperación ambiental, y lo que indican es esperanza. Fracasan, no porque estén erróneamente dirigidos, sino porque el niño no tiene conciencia de lo que sucede. El niño antisocial, por lo tanto, necesita un medio especializado que posea una meta terapéutica, capaz de ofrecer una respuesta real a la esperanza que se expresa a través de los síntomas. Con todo, para que esto produzca un resultado terapéutico eficaz, es necesario que se lo desarrolle durante un período prolongado, puesto que, como ya dije, gran parte de los sentimientos y los recuerdos del niño permanecen en un nivel inconsciente. Además, el niño debe también adquirir un considerable grado de confianza en el nuevo medio, en su estabilidad y su capacidad para mostrarse objetivo, antes de decidirse a renunciar a sus defensas contra la intolerable angustia que cada nueva deprivación puede volver a desencadenar. Sabemos, entonces, que el niño deprivado es una persona enferma, con una historia de experiencias traumáticas y una manera personal de hacer frente a las consiguientes angustias y también una persona con una capacidad de recuperación mayor o menor conforme al grado en que ha perdido toda conciencia del odio pertinente y de su capacidad primaria para amar. ¿Qué medidas prácticas pueden adoptarse para ayudar al niño deprivado? LA AYUDA- AL NIÑO DEPRIVADO Evidentemente alguien tiene que ocuparse del niño. La comunidad ya no niega su responsabilidad con respecto a los niños deprivados, sino que actualmente rige la tendencia contraria. La opinión pública exige que se haga todo lo posible por el niño que carece de una vida familiar propia. Muchos de nuestros problemas actuales obedecen a las dificultades de orden práctico relacionadas con la aplicación de los principios que nacen de esta nueva actitud. Nunca llegaremos a darle a un niño lo que éste requiere promulgando una ley ni poniendo en marcha la maquinaria administrativa. Todo esto es necesario, pero no es más que una etapa inicial y precaria. En todos los casos, el manejo adecuado de un niño incluye a seres humanos, y es preciso elegirlos cuidadosamente; asimismo, a todas luces contamos con un número limitado de personas capaces de cumplir esa tarea. Dicha cantidad aumenta si la maquinaria administrativa proporciona también intermediarios, individuos que pueden por un lado hacer frente a las autoridades y, por el otro, mantenerse en contacto con quienes efectúan realmente la tarea, apreciar sus cualidades, reconocer el éxito cuando éste se logra, permitir que el proceso educativo fermente y haga interesante el trabajo, examinar los fracasos y sus motivos, y estar dispuestos a ofrecer su ayuda cuando es preciso apartar en corto plazo a un niño de un hogar adoptivo o un albergue. El cuidado de un niño es un proceso que absorbe todo el tiempo de una persona y que la deja sin la suficiente reserva emocional para enfrentar los procedimientos administrativos o los problemas sociales que en algunos casos plantea la policía. En cambio, quien está capacitado para controlar y manejar los aspectos administrativos o policiales no suele ser el más indicado para encargarse del cuidado de un niño.
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Al entrar a considerar ahora cuestiones más específicas, resulta esencial recordar el diagnóstico psiquiátrico de cada niño al que nos proponemos ayudar. Como ya señalé, este diagnóstico sólo puede hacerse después de haber tomado una cuidadosa historia personal o quizás al cabo de un período de observación. Lo importante es que un niño deprivado de su marco familiar tal vez haya tenido un buen comienzo en su infancia e incluso haya disfrutado de los albores de una vida familiar. En ese caso, las bases de la salud mental del niño quizás estén ya bien establecidas, de modo que la enfermedad provocada por la deprivación se produjo en un período de salud. En cambio otro niño, que tal vez no parezca ser más enfermo, carece de toda experiencia sana que pueda redescubrir y reactivar en un nuevo ambiente y, además, puede haber existido un manejo tan complejo o deficiente de la temprana infancia, que las bases para la salud mental en términos de estructura de la personalidad y sentido de realidad sean muy escasas. En estos casos extremos, es necesario crear por primera vez un buen medio, o quizás este medio adecuado no resulte tampoco eficaz porque el niño es básicamente enfermo, e incluso exista por añadidura una tendencia hereditaria a la demencia o a la inestabilidad. En los casos extremos, el niño es demente, aunque esta palabra nunca se use para referirse a una criatura. Es importante tener en cuenta este aspecto del problema, pues de lo contrario quienes evalúan los resultados pueden sentir cierta extrañeza al comprobar que se dan fracasos incluso con el mejor de los manejos, y que siempre existen niños que al crecer se convierten a la postre en adultos dementes, o en el mejor de los casos, antisociales. Una vez establecido el diagnóstico, en términos de la presencia o ausencia de rasgos positivos en el ambiente temprano y en la relación del niño con él, el próximo aspecto a considerar es el procedimiento. Quisiera señalar aquí (y lo hago en mi condición de psicoanalista de niños) que el principio básico para el manejo de niños deprivados no es el tratamiento psicoterapéutico. La psicoterapia es algo que eventualmente, según esperamos, podrá agregarse en algunos casos a todas las otras medidas adoptadas. En términos generales, la psicoterapia personal no constituye en este momento una medida práctica. El procedimiento esencial consiste en proporcionar al niño una familia. Podemos clasificar lo que le ofrecemos de la siguiente manera: i) Padres adoptivos, que quieren dar al niño una vida familiar como la que le hubieran ofrecido sus verdaderos padres. En general se acepta que ésta es la solución ideal, pero debemos apresurarnos a agregar que es esencial que los niños puedan en estos casos responder a todo lo bueno que se les ofrece. Esto significa, en la práctica, que en algún momento de su pasado hayan tenido una vida familiar suficientemente buena y hayan podido responder a ella. En su hogar adoptivo encuentran la oportunidad de redescubrir algo que tuvieron y perdieron. ii) En la segunda categoría figuran pequeñas instituciones a cargo, de ser ello posible (pero no necesariamente), de matrimonios, cada una de las cuales alberga niños de diversas edades. Estas instituciones pueden agruparse, lo cual resulta ventajoso tanto desde el punto de vista administrativo como desde el punto de vista de los niños, que adquieren así primos, por así decirlo, además de hermanos. También aquí se intenta alcanzar el resultado óptimo, por lo cual resulta esencial descartar a los niños que no pueden aprovechar algo tan bueno. Un niño inadecuado para ese medio puede destruir la labor de todo un grupo. Debe recordarse que una buena labor resulta emocionalmente más difícil que otra no tan buena, y si se fracasa, los que han tomado a su cargo esa tarea tienden automáticamente a adoptar tipos de manejo más fáciles y menos valiosos. iii) En la tercera categoría los grupos son más numerosos; el albergue tal vez pueda hospedar hasta dieciocho niños. Los encargados o custodios pueden mantener contacto personal con todos ellos, pero cuentan con ayudantes y el manejo de estos últimos constituye una parte importante de su labor. Las lealtades están divididas, y los niños tienen oportunidad para enemistar a los adultos entre sí y explotar los celos latentes. Aquí el nivel de manejo ya no es tan bueno. Pero, en cambio, nos ofrece el tipo de manejo indicado para lidiar con el tipo 120
menos satisfactorio de niño deprivado. La forma en que se manejan las cosas es menos personal, más dictatorial, y las exigencias con respecto a cada niño también son menores. Una criatura que vive en una institución de este tipo tiene menos necesidad de contar con una experiencia favorable previa que le sea posible revivir; en ella hay menos necesidad que en las instituciones pequeñas de que el niño adquiera la capacidad de identificarse con la institución, al tiempo que conserva su impulsividad y espontaneidad personal. El nivel intermedio de eficacia es suficiente para estas instituciones más amplias, es decir, una fusión de la identidad con los otros niños del grupo, lo cual implica pérdida de la identidad personal y pérdida de la identificación con el marco hogareño total. iv) En nuestra clasificación se ubica luego el albergue de mayor tamaño, donde los encargados se dedican sobre todo al manejo del personal y sólo indirectamente al manejo minucioso de los niños. Aquí existen ventajas, en tanto es posible hospedar a un número mayor de criaturas. El hecho de que el personal sea más numeroso significa que hay más oportunidades de que sus miembros intercambien ideas, y también de que los niños formen equipos y desarrollen así una saludable competencia. Pienso que este tipo de albergue apunta a una forma de manejo capaz de lidiar con los chicos más enfermos, es decir, aquellos que tuvieron muy pocas experiencias buenas en el comienzo de su vida. El director, una figura bastante impersonal, puede mantenerse en un segundo plano como representante de la autoridad que estos niños necesitan, porque son incapaces de conservar a un mismo tiempo la espontaneidad y el control sin ayuda exterior. (O bien se identifican con la autoridad y se convierten en pequeños colaboracionistas, o bien actúan en forma impulsiva, dejando completamente el control en manos de la autoridad externa.) v) Tenemos, por último, la institución aun más amplia, que hace lo que puede por los chicos en condiciones realmente intolerables. Durante algún tiempo seguirá siendo necesario contar con este tipo de instituciones. Es preciso dirigirlas con métodos dictatoriales, y lo que es provechoso para el niño individual ocupa aquí un papel secundario, debido a las limitaciones impuestas por lo que la sociedad puede proporcionarle en forma inmediata. Constituyen una excelente forma de sublimación para los dictadores en potencia; y hasta podríamos encontrar otras ventajas en esta indeseable situación pues, al poner el acento en los métodos dictatoriales, es posible impedir, durante períodos bastante prolongados, que los niños muy difíciles se vean envueltos en dificultades con la sociedad. Los niños verdaderamente enfermos pueden ser más felices aquí que en instituciones mejores, y pueden llegar a jugar y aprender, tanto que el observador no informado se sentirá indudablemente impresionado. En tales instituciones resulta difícil reconocer a los niños que ya están en condiciones de pasar a un tipo de manejo más personal, que fomente su creciente capacidad de identificarse con la sociedad sin perder su propia individualidad. Terapéutica y manejo Quisiera ahora comparar los dos extremos del manejo, el hogar adoptivo y la institución de grandes dimensiones. En el primero, como ya dije, la meta es verdaderamente terapéutica, pues se confía en que el niño, con el correr del tiempo, se recuperará de la deprivación que, sin ese manejo, no sólo le dejaría una cicatriz sino también una verdadera invalidez psíquica. Para que ello ocurra, se necesita mucho más que la respuesta del niño frente a su nuevo ambiente. Es probable que al comienzo el niño responda sin demora y que quienes se ocupan de él lleguen a pensar que ya no habrá más problemas. Pero cuando el niño adquiere mayor confianza, evidencia una creciente capacidad para experimentar rabia con respecto a la falla ambiental previa. Desde luego, no es demasiado probable que las cosas tomen exactamente este cariz, sobre todo porque el niño no tiene conciencia de los cambios revolucionarios que tienen lugar en ese momento. Los padres adoptivos comprobarán que periódicamente se convierten en el blanco del odio del niño, y tendrán que hacerse cargo de la rabia que poco a 121
poco el niño está comenzando a poder sentir y que corresponde a la falla de su verdadero hogar. Es importante que los padres adoptivos comprendan esta situación a fin de que no se sientan descorazonados, y los inspectores encargados de supervisar las condiciones de vida del niño también deben estar advertidos con respecto a tal situación, pues de lo contrario censurarán a los padres adoptivos y creerán las historias de los chicos acerca de que allí se los castiga y se los mata de hambre. Si los padres adoptivos reciben la visita de un inspector dispuesto a encontrar todo tipo de defectos, tal vez se sientan excesivamente ansiosos y traten de seducir al niño para que se muestre alegre y cordial, con lo cual lo privarán de una parte muy importante de su recuperación. A veces un niño se las ingenia para lograr que lo castiguen o lo traten con crueldad, en un intento de introducir en la realidad presente una maldad que le permita enfrentarla por medio del odio; entonces el progenitor adoptivo que se muestra cruel es en realidad amado debido al alivio que el niño experimenta al poder transformar el "odio versus odio" encerrado en su interior en un odio que sale al encuentro del odio externo. Por desgracia, es probable que el grupo social al que pertenecen los padres adoptivos juzgue erróneamente esta situación. Pero hay maneras de encontrar una salida. Por ejemplo, algunos padres adoptivos trabajan sobre el principio del rescate. Para ellos, los verdaderos padres del niño fueron realmente malos y lo repiten una y otra vez para que el niño lo oiga, con lo cual logran desviar el odio que aquél siente contra ellos. Este método puede resultar bastante eficaz pero pasa por alto la situación de la realidad y, de cualquier manera, perturba algo que es característico de todo niño deprivado, esto es, la tendencia a idealizar su propio hogar. Sin duda, es más conveniente que los padres adoptivos puedan soportar las oleadas periódicas de hostilidad y sobrevivir a ellas, e ir estableciendo una nueva relación con el niño, cada vez más segura, porque es menos idealizada. En cambio, el niño ubicado en una gran institución no es objeto de un manejo que tiene como meta curarlo de su enfermedad. Los objetivos son, en primer lugar, proporcionar techo, comida y ropa a los niños abandonados; segundo, establecer un tipo de manejo a través del cual los niños vivan en una situación de orden y no de caos; y tercero, evitar que el mayor número posible de niños entren en conflicto con la sociedad hasta el momento en que sea necesario devolverlos al mundo, es decir cuando tengan aproximadamente dieciséis años. De nada sirve falsear las cosas y tratar de crear la impresión de que en este extremo de la escala se hace algún intento por formar seres humanos normales. En tales casos, lo que se impone es un manejo estricto, y si a esto se le puede añadir cierta dosis de humanidad, tanto mejor. Debe recordarse que incluso en las comunidades muy estrictas, en tanto haya congruencia y justicia en el manejo, los niños pueden descubrir rasgos humanos entre ellos y hasta llegar a valorar la actitud estricta porque implica estabilidad. Las personas comprensivas que trabajan con este tipo de sistema pueden encontrar diversas maneras de introducir momentos de mayor humanidad. Por ejemplo, una de ellas consistiría en seleccionar algunos niños apropiados y permitirles que periódicamente se pusieran en contacto con el mundo exterior, a través de visitas a tíos sustitutos en los que se pueda confiar. Siempre se encontrarán personas dispuestas a escribir al niño en el día de su cumpleaños e invitarlo a sus casas para tomar el té tres o cuatro veces por año. Estos son sólo algunos ejemplos, pero nos dan una idea del tipo de cosas que pueden hacerse, y que de hecho se hacen sin perturbar el marco estricto en que viven los niños. Debe recordarse que si la base del sistema es la severidad, les creará confusión a los niños que ese marco tan riguroso presente excepciones y fisuras. Si es inevitable que el marco sea estricto, entonces también debe ser congruente, confiable y justo, a fin de poder encerrar valores positivos. Además, siempre hay niños que abusan de los privilegios, de modo que a veces no existe otro remedio que suprimirlos, sacrificando con ello a los niños que sabrían aprovecharlos bien. En este tipo de institución en gran escala, y para asegurar la paz y la concordia, se acentúa la importancia del personal directivo, como representante de la sociedad. Dentro de este 122
marco, es inevitable que, en mayor o menor grado, los niños pierdan su propia individualidad. (No paso por alto el hecho de que en las instituciones de tipo intermedio se puede permitir el crecimiento gradual de los niños que son bastante sanos como para crecer, a fin de que les sea posible identificarse cada vez más con la sociedad, sin perder la identidad.) Habrá también algunos niños que, precisamente por ser lo que yo llamaría dementes (aunque se supone que no deberíamos emplear esa palabra), constituyen siempre fracasos, por más que se les ordene lo que tienen que hacer. Para esos niños debería existir algún equivalente del hospital psiquiátrico para adultos, y creo que aún no hemos logrado determinar qué medidas debe adoptar la sociedad para ayudar a esos casos extremos. Son niños tan enfermos que el solo hecho de comenzar a mostrarse antisociales indica en su caso un principio de mejoría. Quiero concluir esta sección refiriéndome a dos cuestiones de gran importancia en lo relativo a las necesidades del niño deprivado. Importancia de la historia temprana del niño La primera de estas cuestiones se refiere en particular al asistente social especializado en el cuidado infantil, sobre todo en tanto una de sus funciones consiste en vigilar de cerca la nueva situación. Si yo me ocupara de dicha tarea, ni bien destinaran un niño a mi cuidado, desearía reunir inmediatamente toda la información posible acerca de la vida de ese niño hasta el momento presente, por insignificante que fuera. Esto siempre resulta perentorio porque, a medida que transcurre el tiempo, cada vez es más difícil obtener el material indispensable. Recuerdo lo desesperante que era, durante la Segunda Guerra Mundial, al tratar de subsanar las fallas del plan de evacuación, comprobar que había niños acerca de los cuales jamás podríamos obtener ningún tipo de información. Sabemos que los niños normales preguntan a veces en el momento de acostarse: "¿Qué hice hoy?", y entonces las madres les responden: "Te despertaste a las seis y media y jugaste con tu osito hasta que tu padre y yo nos despertamos, y después te levantaste y saliste al jardín, y luego desayunaste, y luego...", y así sucesivamente, hasta que el niño logra integrar todo el programa del día desde afuera. El niño posee en realidad toda la información, pero prefiere que lo ayuden a tomar conciencia de ello; eso lo hace sentir bien y real, y lo ayuda a distinguir la realidad del sueño y del juego imaginativo. Esto mismo, pero en gran escala, estaría representado por la forma en que un progenitor corriente rememora todo el pasado del niño, tanto las partes que éste apenas recuerda como las que ignora por completo. Carecer de esto, que parece tan poco importante, constituye una seria pérdida para el niño deprivado. Sea como fuere, siempre debería haber alguien que esté en posesión de todos los datos pertinentes. En los casos más favorables, quien está oficialmente a cargo del niño podrá mantener una larga entrevista con la verdadera madre, permitiéndole que gradualmente vaya revelándole toda la historia de su hijo a partir del nacimiento de éste, y quizás detalles importantes acerca de sus propias experiencias durante el embarazo y también las que desembocaron en la concepción, las cuales pueden haber determinado o no gran parte de su actitud para con el niño. A menudo, sin embargo, el encargado del niño se verá obligado a recurrir a múltiples y variadas fuentes para obtener información; y hasta el nombre de un amigo que el niño tuvo en la institución de que proviene puede ser valioso. Luego debe encarar la tarea de establecer contacto con el niño, una vez que se ha granjeado la confianza de éste. Habrá que encontrar la manera de hacer saber al niño que allí, o en un archivo en la oficina de ese funcionario, está la historia de la vida que ha llevado hasta ese momento. Quizás el niño no quiera enterarse de nada por el momento, pero puede ocurrir que esos detalles hagan falta más tarde. En particular, el niño que es hijo ilegítimo y el que pertenece a un hogar deshecho son los que eventualmente necesitan enterarse de los hechos, como requisito indispensable para lograr la salud —y doy por sentado que tal es la meta en el caso 123
del hijo adoptivo—. El niño ubicado en el otro extremo, manejado mediante métodos dictatoriales en un grupo numeroso, cuenta con menos posibilidades de alcanzar un grado de mejoría que le permita asimilar la verdad con respecto a su pasado. Debido a todo esto, y a que existe una gran escasez de trabajadores sociales de este tipo, la tarea debe iniciarse en el extremo más normal. Aun así, es probable que tales personas consideren que, a pesar de sus buenos deseos, no pueden afrontarla por estar recargados de trabajo. Lo que quiero decir es que estos expertos deben negarse terminantemente a tomar más casos de los que pueden manejar. No hay medias tintas en lo que se refiere al cuidado de los niños; es cuestión de dedicarse de lleno a unos cuantos chicos y enviar a los demás a la institución con métodos dictatoriales, hasta tanto la sociedad encuentre alguna otra salida mejor. Para que el trabajo sea eficaz debe ser personal, pues de lo contrario resulta cruel, tanto para el niño como para el experto que lo toma a su cargo. La tarea será provechosa sólo si es personal y si quienes la cumplen no están sobrecargados de trabajo. Debe recordarse que si los trabajadores sociales especializados en el cuidado infantil aceptan demasiado trabajo es forzoso que se produzcan fracasos, y a la larga aparecerán los expertos en estadística y se apresurarán a demostrar que todo está mal enfocado y que los métodos dictatoriales son más eficaces para proveer de obreros a las fábricas y de servicio doméstico a las familias acomodadas. Fenómenos transicionales La otra cuestión a la que quiero referirme puede examinarse considerando primero al niño normal. ¿A qué se debe que los niños corrientes puedan tolerar verse privados de sus hogares y de todo lo que les es familiar sin enfermar? Diariamente ingresan niños a los hospitales, niños que luego salen, no sólo físicamente curados, sino sin haber padecido ningún trastorno e incluso enriquecidos por la nueva experiencia. Los niños se alejan repetidas veces de su hogar para pasar una temporada con tíos y tías, y de todos modos acompañan a sus padres cuando éstos abandonan el círculo de su comunidad para trasladarse a un ambiente desconocido. Se trata de un problema muy complejo, que podemos encarar de la siguiente manera: imaginemos a algún chico que conozcamos bien, y preguntémonos qué se lleva ese niño a la cama para que lo ayude en el tránsito de la vigilia al mundo de los sueños: un muñeco, o quizá varios; un osito; un libro; un trozo de aquel antiguo vestido de la madre; un pedazo de frazada vieja; o tal vez un pañuelo que reemplazó al babero en una determinada etapa del desarrollo infantil. En algunos casos, es posible que no haya existido un objeto de este tipo, y el niño simplemente succionó lo que tenía más cerca; el puño, y luego el pulgar o dos dedos; o tal vez realizara alguna actividad de tipo genital que muy bien podría considerarse como masturbación; o al estar boca abajo sobre la cama, quizás efectuara movimientos rítmicos, demostrando la naturaleza orgiástica de la experiencia a través de la transpiración en la cabeza. En algunos casos, a partir de los primeros meses de vida, el niño exige la presencia personal de un ser humano, probablemente la madre. Existe una amplia gama de posibilidades que es dable observar con frecuencia. Entre los diversos muñecos y ositos que pertenecen a un niño, puede haber uno en particular, posiblemente blando, que recibió cuando tenía diez, once o doce meses, al que trata de una manera brutal y al mismo tiempo afectuosa y sin el cual no puede siquiera concebir la idea de irse a la cama; sin duda, si fuera preciso alejar al niño, habría que asegurarse de que se llevara consigo ese objeto; y si llegara a perderse, sería catastrófico para él y, por lo tanto, para quienes lo cuidan. Es improbable que alguna vez llegue a regalar ese objeto a otro niño y, de cualquier manera, ningún otro niño tendría interés en poseerlo, ya que, con el correr del tiempo, se convierte en un objeto roñoso y maloliente, a pesar de lo cual nadie se atrevería a lavarlo. Este objeto es lo que yo denomino un objeto transicional, lo cual me permite ilustrar una dificultad que todo niño experimenta y que consiste en relacionar la realidad subjetiva con la 124
realidad compartida que es posible percibir objetivamente. Cuando pasa de la vigilia al sueño, el niño salta de un mundo percibido a un mundo creado por él mismo. En la zona intermedia experimenta la necesidad de todo tipo de fenómenos transicionales, esto es, de un territorio neutral. Yo describiría este objeto tan preciado diciendo que existe un acuerdo tácito en el sentido de que nadie pretenderá afirmar que ese objeto real forma parte del mundo, ni tampoco que ha sido creado por el niño. Se acepta que ambas cosas son ciertas: el niño lo creó y el mundo se lo proporcionó. Esta es la continuación progresiva de la tarea inicial que la madre común y corriente permite que su niño emprenda cuando, mediante una muy delicada adaptación activa, se ofrece ella misma, o quizás su pecho, mil y una veces, en el momento en que el bebé está en condiciones de crear algo similar al pecho que ella le da. La mayoría de los niños que corresponden a la categoría de inadaptados no han tenido un objeto de este tipo, o bien lo han perdido. Pero estos objetos deben representar algo, lo cual significa que no es posible curar a estos niños mediante el simple recurso de proporcionarles un nuevo objeto. Con todo, un niño puede llegar a depositar tanta confianza en la persona que se ocupa de él, que los objetos que son profundamente simbólicos de esa persona aparecerán espontáneamente, y eso se experimentará como una buena señal, como por ejemplo poder recordar un sueño o soñar con un acontecimiento real. Todos estos objetos y fenómenos transicionales permiten al niño soportar frustraciones, deprivaciones y la aparición de situaciones nuevas. ¿Estamos del todo seguros de que, en nuestro manejo de los niños deprivados, respetamos los fenómenos transicionales que ya existen? Creo que si examinamos en esta forma el uso de los juguetes, las actividades autoeróticas, los cuentos y canciones a la hora de dormir, comprobaremos que, mediante estos recursos, los niños han adquirido cierto grado de capacidad para soportar que se los deprive de todo aquello que les es familiar, y aun de aquello que les es necesario. Un niño que ha sido trasladado de un hogar a otro o de una institución a otra podrá tal vez superar la situación, si se le permite llevar consigo un objeto blando o un trozo de tela, o se le entonan canciones conocidas a la hora de dormir, que le permitan vincular el pasado con el presente, o si sus actividades autoeróticas son respetadas, toleradas e incluso valoradas como un aporto positivo. Sin duda, en el caso de niños que viven en un medio perturbado, estos fenómenos asumen una importancia especial y su estudio debería ayudarnos a aumentar nuestra capacidad para ayudar a estos seres humanos zarandeados de un lado a otro, antes de que hayan podido aceptar lo que nosotros aceptamos sólo con enorme dificultad, esto es, que el mundo nunca es como nosotros quisiéramos crearlo y que lo mejor que puede ocurrimos es que haya una coincidencia suficiente entre la realidad externa y lo que podemos crear. Nosotros sí hemos podido aceptar que la idea de una identidad entre ambos es tan sólo una ilusión. Quizás a la gente que ha tenido experiencias ambientales afortunadas le resulte difícil comprender todas estas cosas; no obstante, el niño trasladado de un lugar a otro debe enfrentar este tremendo problema. Si deprivamos a un niño de los objetos transicionales y perturbamos los fenómenos transicionales establecidos, le queda sólo una salida, una división de su personalidad, en la que una mitad se relaciona con un mundo subjetivo y la otra reacciona sobre la base del sometimiento frente al mundo. Cuando se establece esta división y se destruyen los puentes entre lo subjetivo y lo objetivo, o bien cuando éstos nunca fueron muy estables, el niño es incapaz de funcionar como un ser humano total. 3 En cierta medida, esta situación existe siempre en los niños que son puestos bajo nuestro cuidado porque carecen de una vida familiar. Aun en los casos que confiamos en poder enviar a padres adoptivos o a pequeñas instituciones siempre se encontrará cierto grado de disociación. El mundo subjetivo tiene para el niño la desventaja de que, si bien puede ser ideal, también puede ser cruel y persecutorio. Al principio, el niño traducirá en estos términos 3
Para un examen más detenido de este tema, véase "Transitional Objects and Transitional Phenomena", en D. W. Winnicott, Collected Papers, Londres, Tavistock Publications, 1958, cap. XVIII, y Hogarth Press, 1975.
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todo lo que encuentre, y entonces el hogar adoptivo será maravilloso y el hogar verdadero horrible, o viceversa. Al final, sin embargo, si todo sale bien, el niño podrá fantasear acerca de hogares buenos y malos, y soñar y hablar acerca de ellos, y hacer dibujos que los representen y, al mismo tiempo, percibir el hogar que le proporcionan sus padres adoptivos tal como es en realidad. El hogar adoptivo real tiene la ventaja de no oscilar bruscamente de lo bueno a lo malo y viceversa. Se mantiene siempre como algo medianamente decepcionante y medianamente tranquilizador. Quienes manejan niños deprivados podrán cumplir mejor su tarea si reconocen que cada niño tiene, en cierta medida, la capacidad de aceptar un territorio neutral, localizado de una u otra manera en la masturbación, en jugar con un muñeco, en disfrutar de una canción infantil o algo parecido. Así, a partir del estudio de lo que proporciona placer a los niños normales, podemos descubrir qué es lo que los niños deprivados necesitan en forma apremiante.
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22. LAS INFLUENCIAS GRUPALES Y EL NIÑO INADAPTADO: EL ASPECTO ESCOLAR
(Conferencia pronunciada en la Asociación de Profesionales para los Niños Inadaptados, abril de 1955)
Me propongo estudiar aquí algunos aspectos de la psicología de los grupos, lo cual tal vez nos ayude a comprender mejor los problemas inherentes al manejo grupal de los niños inadaptados. Consideremos en primer lugar al niño normal, que vive en un hogar normal, tiene metas y asiste a la escuela con el deseo de aprender, y que es capaz de encontrar su propio ambiente e incluso ayudar a mantenerlo, desarrollarlo o modificarlo. En cambio, el niño inadaptado necesita un medio donde se ponga el acento en el manejo más que en la enseñanza, la cual constituye algo secundario y a veces especializado, que se asemeja más a la enseñanza diferencial que a la instrucción en asignaturas escolares. En otras palabras, en el caso del niño inadaptado, "escuela" tiene el significado de "albergue"; y por tal motivo los que se ocupan del manejo de niños antisociales no son maestros que caprichosamente añaden un pequeño toque de comprensión humana, sino psicoterapeutas de grupo que aprovechan la ocasión para enseñar algo. Por lo tanto, los conocimientos sobre la formación de grupos son de gran importancia para su trabajo. Los grupos y la psicología de los grupos constituyen un tema muy amplio, del que he seleccionado una tesis central: la base de la psicología grupal es la psicología individual, y en particular la de la integración personal del individuo. Por ende, comenzaré con una breve descripción de la tarea que significa la integración individual. EL DESARROLLO EMOCIONAL INDIVIDUAL La psicología surgió de un tremendo caos a partir de la idea, ahora aceptada, de que existe un proceso ininterrumpido de desarrollo emocional, el cual se inicia antes del nacimiento y se mantiene durante toda la vida, hasta que llega la muerte como consecuencia de la vejez. Esta teoría constituye la base de todas las escuelas de psicología y brinda un principio que resulta aceptable para todas ellas. Tal vez existan violentas discrepancias con respecto a uno u otro punto, pero esta simple idea de continuidad en el crecimiento emocional sirve para mancomunarnos a todos. Partiendo de esta base, podemos estudiar la forma que adopta el proceso y las diversas etapas en las que existe peligro, sea que éste tenga un origen interno (los instintos) o externo (las fallas ambientales). Todos aceptamos la afirmación general de que cuanto más nos internamos en la exploración de este proceso individual, más importancia asume el factor ambiental. Esto implica aceptar el principio de que el niño pasa de la dependencia a la independencia. En condiciones normales, esperamos que el individuo llegue gradualmente a identificarse con grupos cada vez más amplios, sin perder su propia identidad ni su espontaneidad individual. Si el grupo es demasiado grande, el individuo quedará aislado; y si es demasiado restringido, perderá su sensación de pertenecer a una comunidad. Nos esforzamos enormemente por ofrecer ampliaciones graduales del significado de la palabra grupo cuando tratamos de crear clubes y otras organizaciones adecuadas para los adolescentes, y juzgamos los resultados en la medida en que cada niño llega a identificarse sucesivamente con los diversos grupos sin experimentar una pérdida excesiva de su individualidad. Organizamos asociaciones de niños exploradores y guías para los
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preadolescentes, con sus correspondientes divisiones infantiles para niños de 8 a 11 años, o sea aquellos que están atravesando el período de latencia. La escuela primaria constituye una ampliación y una prolongación del hogar. Cuando se trata de proporcionar una escuela al niño de menos de dos años, vemos que aquélla está integrada con el hogar y que no atribuye demasiada importancia a la instrucción, porque lo que un niño necesita a esa edad son oportunidades organizadas para el juego y condiciones controladas para iniciarse en la vida social. Aceptamos que para el niño de esa edad el verdadero grupo es su hogar y, en lo que respecta al bebé, sabemos que una interrupción en la continuidad del manejo familiar resulta desastrosa. Si examinamos las etapas iniciales de este proceso, vemos que el bebé depende enormemente del cuidado de la madre, de su presencia permanente y de su supervivencia. La madre debe hacer una adaptación suficientemente buena a las necesidades del niño, pues de lo contrario éste inevitablemente desarrollará defensas que distorsionarán el proceso; por ejemplo, la criatura deberá asumir las funciones del medio si éste no resulta confiable, de modo que existe un self verdadero que está oculto, y no vemos más que un falso self dedicado a la doble tarea de ocultar al auténtico y someterse a las exigencias que el mundo le plantea permanentemente. En un período más temprano, el bebé está en brazos de la madre y sólo comprende el amor que se expresa en términos físicos, es decir, a través de ese sostén humano y vital. Aquí encontramos la dependencia absoluta, y en esta etapa tan temprana no existen defensas contra las fallas ambientales, salvo la suspensión del proceso del desarrollo y la psicosis infantil. Consideremos ahora lo que ocurre cuando el medio tiene una actitud adecuada, que siempre responde a las necesidades concretas de ese momento. El psicoanálisis se ocupa fundamentalmente (y así debe hacerlo) de la satisfacción de las necesidades instintivas (el yo y el ello), pero en este contexto nos interesa más la provisión ambiental que posibilita todo lo demás, esto es, en este momento nos interesa concretamente la madre que sostiene al bebé y no la madre que alimenta al bebé. ¿Qué es lo que se manifiesta en el proceso del crecimiento emocional individual cuando este sostén y el manejo general son suficientemente buenos? De todo lo que observamos, lo que nos interesa fundamentalmente aquí es esa parte del proceso que llamamos integración. Antes de la integración, el individuo no está organizado, es un mero conjunto de fenómenos sensorio-motores, a los que el ambiente otorga cierta cohesión. Después de la integración, el individuo ES. O sea, el bebé se ha convertido en una unidad, puede decir YO SOY (si pudiera hablar). Ahora el individuo tiene una membrana que lo delimita, de modo que repudia todo lo que no es él mismo, y lo vuelve externo a él; tiene ahora un "adentro" en el que pueden acumularse recuerdos de experiencias y construirse la estructura infinitamente compleja inherente al ser humano. No importa que este desarrollo se realice de golpe o gradualmente a lo largo de un prolongado período; lo cierto es que existe un antes y un después, y que, de por sí, esto hace que el proceso se convierta en un hecho trascendental. No cabe duda de que las experiencias instintivas contribuyen en gran medida al proceso de integración, pero también es fundamental que exista ese medio suficientemente bueno, alguien que sostenga al niño y se adapte a sus necesidades cambiantes. Esa persona sólo puede estar movida por el tipo de amor que conviene a esta etapa, un amor que entraña poder identificarse con el bebé y sentir que vale la pena adaptarse a sus necesidades. Decimos que la madre se consagra a su hijo, temporaria pero auténticamente; y ella está dispuesta a hacerlo con todo gusto, hasta tanto su bebé deje de necesitarla. Sugiero que ese momento en que el niño puede decir YO SOY es un momento muy doloroso; el nuevo individuo se siente infinitamente expuesto. Sólo puede soportar, o más bien arriesgar, ese YO SOY si se siente rodeado por los brazos de alguien. Quisiera agregar que en ese momento es conveniente que la psique y el cuerpo ocupen los mismos lugares en el espacio, de modo que la membrana que lo delimita no sea tan sólo un
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límite para la psique en un sentido metafórico, sino también la piel de su cuerpo. "Expuesto" equivale entonces a "desnudo". Antes de la integración hay un estado en que el individuo sólo existe para quienes lo observan. Para el niño, el mundo exterior no está diferenciado, ni hay tampoco un mundo personal o interno ni una realidad interna. Después de la integración el bebé comienza a tener un self. Antes de la integración, lo único que puede hacer la madre es prepararse para el momento en que el bebé la repudie; después de ella, puede ofrecerle apoyo, calor, cuidado amoroso y ropas (y pronto comenzará a satisfacer los instintos del bebé). También en este período previo a la integración existe un área entre la madre y el niño que es madre y niño a la vez. Si no se presentan inconvenientes serios, esta zona se divide poco a poco en dos: la parte que el niño a la larga repudia y la que en un determinado momento reclama. Pero es inevitable que subsistan vestigios de esta área intermedia, cosa que observamos más tarde en la primera posesión a la que el niño se aferra afectivamente, y que tal vez sea un trozo de frazada, una servilleta, un pañuelo de la madre, etc. A los objetos de este tipo los he denominado "objetos transicionales", y lo importante aquí es que dichos objetos son, simultáneamente, una creación del niño y una parte de la realidad externa. Por tal razón, los padres los respetan aun más que a los ositos, las muñecas y los juguetes que aparecen poco después. El niño que pierde ese objeto transicional pierde al mismo tiempo la boca y el pecho, las manos y la piel de la madre, la creatividad y la percepción objetiva. Este objeto es uno de los puentes que ponen en contacto a la psique individual con la realidad externa. Del mismo modo, resulta inconcebible que, antes de la integración, el bebé pudiera existir siquiera sin un quehacer materno suficientemente bueno. Sólo después de la integración podemos afirmar que, si la madre falla, el niño muere de frío, o decae cada vez más, o estalla como una bomba de hidrógeno y destruye al self y al mundo a un mismo tiempo. El niño recién integrado está, entonces, en el primer grupo. Antes de esta etapa sólo existe una formación primitiva pre-grupal, en la que los elementos no integrados se mantienen unidos gracias a un medio del que aún no se han diferenciado, y que es la madre que sostiene al niño. Un grupo constituye un logro del YO SOY, y constituye una hazaña peligrosa para el bebé. En las etapas iniciales necesita protección, a fin de que el mundo externo repudiado no tome represalias contra el nuevo fenómeno y lo ataque desde todos los sectores y en todas las formas concebibles. Si continuáramos este estudio de la evolución del individuo, comprobaríamos de qué manera el crecimiento personal cada vez más complejo complica el cuadro del crecimiento grupal; pero, por el momento, sigamos examinando las consecuencias de nuestro supuesto básico. LA FORMACIÓN DE GRUPOS Hemos llegado a la etapa de una unidad humana integrada y, al mismo tiempo, la de alguien que podríamos llamar la madre que proporciona protección, y que conoce muy bien el estado paranoide inherente a esa nueva integración. Confío en que lo que quiero decir resultará claro si utilizo los términos "unidad individual" y "protección materna". Los grupos pueden originarse en cualquiera de los dos extremos implícitos en estos términos: i) Unidades superpuestas, ii) Protección. i) La base de la formación grupal madura es la multiplicación de unidades individuales. Diez personas, todas ellas bien integradas, superponen sus diez integraciones y, en cierta 129
medida, comparten una membrana demarcatoria. Dicha membrana representa ahora la piel de cada miembro individual. La organización que cada individuo aporta en términos de integración personal tiende a mantener desde adentro la entidad grupal, lo cual significa que el grupo se beneficia con la experiencia personal de los individuos, cada uno de los cuales ha sido cuidado durante el momento de la integración y protegido hasta alcanzar la capacidad de protegerse a sí mismo. La integración del grupo implica al comienzo cierta amenaza de persecución, por lo cual cierto tipo de persecución puede producir en forma artificial la formación de un grupo, pero no de naturaleza estable. ii) En el otro extremo, un conjunto de personas relativamente no integradas puede recibir protección, y ello da lugar a que se forme un grupo. Aquí el funcionamiento grupal no nace de la acción de los individuos sino de la protección. Los individuos pasan por tres etapas: a) Se alegran de recibir protección y adquieren confianza. b) Comienzan a explotar la situación, se vuelven dependientes y hacen una regresión a la etapa de no integración. c) Cada uno de ellos por su cuenta comienza a alcanzar cierta integración, y en esas circunstancias utiliza la protección que le ofrece el grupo y que necesita debido a sus temores de persecución. Los mecanismos de protección se ven sometidos a un tremendo esfuerzo. Algunos de estos individuos alcanzan la integración personal y están así en condiciones de pasar al otro tipo de grupo, en el que los individuos mismos instrumentan el funcionamiento grupal. Otros no pueden curarse con la terapia de protección únicamente, y siguen necesitando ser manejados por una institución pero sin identificarse con ella. Al examinar un grupo es posible determinar cuál de los extremos predomina. La palabra "democracia" se utiliza para describir el agrupamiento más maduro, y la democracia sólo puede aplicarse a un conjunto de personas adultas en el que la gran mayoría ha alcanzado integración personal, además de ser maduras en otros sentidos. Los grupos adolescentes pueden alcanzar cierto grado de democracia bajo supervisión, pero es un error esperar que la democracia madure entre los adolescentes, aun cuando cada uno de ellos sea maduro. En el caso de niños sanos, la protección debe ser manifiesta, al tiempo que se proporciona a los individuos todas las oportunidades necesarias para que contribuyan a la cohesión grupal mediante el empleo de las mismas fuerzas que promueven la cohesión en las estructuras yoicas individuales. El grupo limitado favorece la contribución individual. EL FUNCIONAMIENTO GRUPAL CON EL NIÑO INADAPTADO El estudio de las formaciones grupales constituidas por adultos, adolescentes o niños sanos ayuda a comprender el problema del manejo grupal con niños enfermos, entendiéndose por ello inadaptados. Esta desagradable palabra, inadaptación, significa que, en algún momento del pasado, el medio no logró adaptarse adecuadamente al niño, por lo cual éste se vio obligado a hacerse cargo de la protección y a perder así identidad personal, o bien debió obligar a alguien a hacerse cargo de esa protección, a fin de contar con una nueva oportunidad para alcanzar integración personal. El niño antisocial tiene dos alternativas: aniquilar su verdadero self o convulsionar a la sociedad hasta que ésta le proporcione protección. En el segundo caso, si encuentra protección el verdadero self puede aflorar nuevamente, y es mejor vivir en una prisión que aniquilarse en un sometimiento carente de sentido. En términos de los dos extremos descritos, resulta evidente que ningún grupo de niños inadaptados se mantendrá unido merced a la integración personal de sus miembros. Ello se
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debe en parte a que el grupo está compuesto por adolescentes o niños, que son seres humanos inmaduros, pero sobre todo a que tales niños, en mayor o menor medida, no están integrados. Por lo tanto, cada uno de ellos experimenta una necesidad de protección anormalmente intensa porque está enfermo—precisamente por esa causa— esto es, por alguna falla en este aspecto del proceso de integración que tuvo lugar en algún momento del pasado. ¿Qué podemos hacer, entonces, para asegurarnos de que lo que les brindamos a estos niños se adapta a sus necesidades cambiantes a medida que avanzan hacia la salud? Existen dos métodos posibles: i) Según el primero, un albergue aloja al mismo grupo de niños y es responsable de ellos; les proporciona lo que necesitan en las diversas etapas de su desarrollo. Al comienzo, el personal les brinda protección y el grupo es un grupo de protección. En él, los niños (después de un período de "luna de miel") empiezan a empeorar y, con suerte, llegan al nivel más bajo de la no integración. Por fortuna, éste es un proceso lento en el que los niños se usan recíprocamente, de modo que por lo común siempre hay un niño que está peor que los otros en un momento dado. (¡Qué tentador resultaría poder ir librándose cada vez de ese niño en particular, con lo cual se fallaría siempre en el momento crítico!) Gradualmente, y uno tras otro, los niños comienzan a alcanzar la integración personal y, en el curso de cinco a diez años siguen siendo los mismos, pero se han convertido en una nueva clase de grupo. Se puede entonces comenzar a abandonar la técnica de protección, y el grupo empieza a integrarse en virtud de las fuerzas tendientes a la integración que existen en cada individuo. El personal está siempre preparado para restablecer la protección, como sucede cuando, por ejemplo, un niño roba en su primer empleo, o de alguna otra manera manifiesta síntomas del temor inherente al logro tardío del YO SOY o del estado de independencia relativa. ii) Utilizando el otro método, un grupo de albergues trabaja en forma conjunta. Cada uno de ellos es clasificado conforme a la naturaleza de la tarea que realiza, y conserva su tipo. Por ejemplo: El albergue de tipo A proporciona un 100% de protección. El albergue de tipo B proporciona un 90% de protección. El albergue de tipo C proporciona un 65% de protección. El albergue de tipo D proporciona un 50% de protección. El albergue de tipo E proporciona un 40% de protección. Los niños conocen los diversos albergues que constituyen el grupo a través de visitas intencionalmente planeadas, y se realizan asimismo intercambios de personal. Cuando un niño en un albergue de tipo A alcanza cierto grado de integración personal, pasa al que le sigue en la escala. Así, los niños que evolucionan llegan finalmente a un albergue de tipo E, que está en condiciones de proteger al adolescente que se lanza al mundo. En tal caso, el grupo de albergues está protegido a su vez por alguna autoridad y por una comisión especial. Lo embarazoso del segundo método es que los miembros de los distintos albergues no lograrán comprenderse recíprocamente a menos que se reúnan y se los mantenga plenamente informados en cuanto al método utilizado y su eficacia. El albergue de tipo B que ofrece un 90 por ciento de protección y se encarga de las tareas más desagradables será objeto de cierta desvalorización; en él habrá escapadas y momentos de alarma. El albergue de tipo A estará en mejor situación porque allí no existe la libertad individual; todos los niños parecerán felices y bien alimentados, y los visitantes los seleccionarán como la mejor entre las cinco categorías. Su director se verá obligado a ser dictatorial, y sin duda pensará que los fracasos en los otros albergues obedecen a una falta de disciplina. Pero los niños que viven en el albergue de tipo A ni siquiera han emprendido la marcha; simplemente se están preparando para iniciarla. En los albergues de tipo B y C, donde los niños están tirados en el suelo, no pueden ponerse en pie, se niegan a comer, se hacen caca en los pantalones, roban toda vez que experimentan un impulso amoroso, torturan a los gatos, matan ratones y los entierran para 131
poder tener un cementerio adonde ir a llorar, debería haber un aviso: no se admiten visitas. Los directores de estos albergues tienen a su cargo la permanente tarea de proteger almas desnudas, y son testigos de tanto sufrimiento como el que puede observarse en los hospitales mentales para adultos. ¡Qué difícil resulta conservar un buen personal en semejantes condiciones! RESUMEN Entre todo lo que podría decirse acerca de los albergues como grupos, he preferido referirme a la relación que existe entre el trabajo grupal y el mayor o menor grado de integración personal de los niños individuales. Creo que se trata de una relación básica: en el caso positivo, los niños traen consigo sus propias fuerzas integradoras; en el negativo, el albergue proporciona protección, que es algo así como proveer de ropa a un niño desnudo y sostener en forma humana y personal a un bebé recién nacido. Si existen confusiones en cuanto a la clasificación del factor de integración personal, es imposible que un albergue cumpla eficazmente su tarea. Las enfermedades de los niños inadaptados predominan, y los más normales, que podrían contribuir al trabajo grupal, no cuentan con una oportunidad para hacerlo, ya que es necesario proporcionar protección todo el tiempo y en todas partes. Creo que esta excesiva simplificación del problema se verá justificada si puedo ofrecer un lenguaje simple para una mejor clasificación de los niños y de los albergues. Quienes trabajan en estos últimos se convierten en blanco permanente de la venganza, ante hechos provocados por innumerables fallas ambientales tempranas en las que no tuvieron la menor intervención. Para que puedan resistir el tremendo esfuerzo que significa tolerar esto e incluso, en algunos casos, corregir las fallas pasadas gracias a su tolerancia, deben al menos saber qué es lo que están haciendo y por qué no siempre tienen éxito. CLASIFICACIÓN DE LOS CASOS Partiendo de la base de que se aceptan las ideas que he propuesto, podemos entonces internarnos gradualmente en la complejidad del problema de los grupos. Concluiré con una clasificación esquemática de los distintos tipos de casos. a) Los niños que están enfermos en el sentido de que no han logrado integrarse en unidades, por lo cual no pueden aportar nada a un grupo. b) Los niños que han desarrollado un falso self, cuya función es establecer y mantener contacto con el medio y, al mismo tiempo, proteger y ocultar el verdadero self. En estos casos, hay una integración aparente, que se pierde en cuanto se la acepta como real y se le exige una contribución. c) Los niños que están enfermos en el sentido de mostrarse retraídos. Aquí se ha alcanzado la integración y la defensa consiste en una reorganización de. las fuerzas benignas y malignas. Estos niños viven en su propio mundo interno, que es artificialmente benigno aunque alarmante debido a la acción de la magia. Para ellos el mundo externo es maligno o persecutorio. d) Los niños que conservan una integración personal mediante un énfasis exagerado en la integración, y una defensa frente a la amenaza de desintegración que consiste en establecer una personalidad fuerte. e) Los niños que han contado con un manejo temprano suficientemente bueno y han podido utilizar un mundo intermedio con objetos que asumen importancia porque representan, a un mismo tiempo, objetos valiosos externos e internos. No obstante, han experimentado una interrupción de la continuidad en el manejo al punto de impedir el uso de esos objetos
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intermedios. Estos niños son las criaturas "complejas deprivadas" habituales, cuya conducta desarrolla cualidades antisociales toda vez que vuelven a abrigar esperanzas. Roban y anhelan recibir afecto y pretenden que aceptemos sus mentiras. En el mejor de los casos, hacen una regresión general o localizada, como mojarse en la cama, lo cual representa una regresión momentánea en relación con un sueño. En el peor de los casos, obligan a la sociedad a tolerar sus síntomas de esperanza, aunque no pueden obtener beneficios inmediatos de sus síntomas. No encuentran lo que anhelan a través de los robos pero, eventualmente, y debido a que alguien tolera esos robos, en cierta forma pueden renovar su convencimiento de que tienen derecho de reclamarle algo al mundo. Este grupo incluye toda la gama de la conducta antisocial. f) Los niños que han tenido un comienzo pasablemente bueno pero sufren los efectos de figuras parentales con quienes sería inadecuado que se identificaran. Aquí encontramos innumerables subgrupos, algunos ejemplos de los cuales son: i) Madre caótica. ii) Madre deprimida. iii) Padre ausente. iv) Madre ansiosa. v) Padre que aparece como una figura severa sin haberse ganado el derecho a serlo. vi) Progenitores que se pelean, a lo cual se le suma el hacinamiento y el hecho de que el niño duerma en la habitación de los padres, etc. g) Niños con tendencias maníaco-depresivas, con un elemento hereditario o genético, o sin él. h) Niños que son normales excepto cuando se encuentran en fases depresivas. i) Niños con temores de persecución y una tendencia a dejarse avasallar o a avasallar a los demás. En los varones, esto puede constituir la base de actividades homosexuales. j) Niños que son hipomaníacos, en los que la depresión está latente o bien encubierta por trastornos psicosomáticos. k) Todos los niños que están suficientemente integrados y socializados como para padecer, cuando enferman, las inhibiciones, compulsiones y organizaciones defensivas contra la angustia y que, en general, se clasifican bajo el término de psiconeurosis. 1) Por último, los niños normales, por los que entendemos aquellos que, frente a anormalidades ambientales o situaciones de peligro, pueden utilizar cualquier mecanismo de defensa, pero que no se ven llevados a utilizar un tipo particular de mecanismo de defensa debido a distorsiones en el desarrollo emocional personal.
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23. LA PERSECUCIÓN QUE NO FUE TAL (Reseña del libro de Sheila Stewart, A Home from Home, 1967)
Como aficionado a las autobiografías le doy la bienvenida a este libro por sus valores, que hacen de él una buena lectura. Como clínico noto con alivio que Sheila Stewart, esa hija de la desgracia, descubrió que el mundo la iba modelando gradualmente hasta transformarla en una persona feliz. En su historia se observan todas las espantosas condiciones ambientales que persiguen y acosan a tantos hijos ilegítimos dándoles buenos motivos para quejarse, pero también se advierte que por alguna razón esas persecuciones no acosaron a Sheila. De ahí que la autora no desvíe al lector por la senda atormentadora de las lamentaciones y, en cambio, lo deje en libertad para espigar verdades de los episodios más insignificantes y de la secuencia de incidentes. Por ejemplo, el paulatino desarrollo sexual de Sheila, hasta convertirse en una relación amorosa real que la condujo al matrimonio, es sumamente instructivo. Mucho de esto dependió del tipo de cuidado parental, a menudo áspero, que le brindó la directora del internado religioso donde se crió; no podría pedirse mejor publicidad para cierta sociedad religiosa, ∗ Los pequeños incidentes son, a mi juicio, los que dan veracidad a la historia. Veamos un ejemplo. Durante la guerra, Sheila y los demás niños fueron evacuados a Ascot, y ella describe así cómo recolectaban fondos para el internado: "No me importaba pintar los cartelones que anunciaban ESTACIONAMIENTO POR 10 CHELINES, pero me sentía una mendiga vendiendo a todos esos caballeros y damas distinguidos nuestros ramilletes de flores frescas y ramitas floridas para llevar en el ojal, de confección casera (...), y cuando ellos me decían ´¡Oye, toma esto para tu alcancía!', yo tomaba el billete estrujado y lo retenía con fuerza en mi mano ardiente de resentimiento, hasta que todos los vehículos partían (...). Sabía que el billete de cinco libras no era mío, sino que pertenecía a la 'alcancía' de la Familia, y lo entregaba a la directora junto con las demás propinas". Compárese este relato con el incidente narrado por Robert Graves ante la Escuela de Economía de Londres (¡justamente!) en el Discurso Anual Conmemorativo de 1963, que él tituló "Mammón": "Me viene a la memoria un incidente ocurrido durante unas vacaciones cuando, de niño, vivía en Gales del Norte. Nos habíamos detenido a tomar el té en una granja a orillas del lago. Vi que llegaba un birlocho con más visitantes y corrí a abrir la puerta de entrada. Uno de los viajeros me arrojó una moneda de seis peniques y, aunque no la devolví, me chocó que tomaran mi cortesía desinteresada por una búsqueda de propina". Los comunes denominadores pueden ser unidades muy simples. En mi carácter de clínico debo añadir una opinión sobre las razones por las que los elementos persecutorios no acosaron a Sheila, como era de esperar. Sheila tuvo una experiencia inicial básicamente buena en la costa norte de Devon junto a su "mamá danesa", que recogía caracoles marinos, y su "papá danés", que era pescador, gozando de la libertad de las playas. Por eso el final feliz es un eco de la frase con la que principia el libro: "Me senté tranquilamente en la escollera, balanceando los pies descalzos. Estaba cansada de recoger caracoles y correr por la arena mojada, para dejarlos en los baldes que Danma había traído a la playa..."
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El autor alude a la Church of England Children's Society, entidad de la Iglesia Anglicana dedicada al cuidado y asistencia del niño. (N. del T.]
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24. COMENTARIOS AL "INFORME DEL COMITÉ SOBRE LOS CASTIGOS EN CÁRCELES Y CORRECCIONALES (BORSTALS ∗ )" (1961) Este informe, que me parece muy valioso, da la impresión de haber sido redactado tras una investigación a fondo del tema. He leído con especial agrado el comentario franco sobre el tráfico de tabaco que formuló un preso, cuya transcripción con todos sus errores gramaticales le da visos de veracidad. Deseo hacer cinco observaciones con respecto al informe, la primera de ellas de carácter general: 1) En otro escrito he llamado la atención acerca del peligro real que encierra la tendencia moderna a caer en el sentimentalismo, toda vez que se consideran los castigos a aplicar a los delincuentes. Como psicoanalista me siento inclinado a ver en cada delincuente a una persona enferma y acongojada, aunque su congoja no siempre es evidente. Desde este punto de vista, podría decirse que es ilógico castigar a un delincuente, pues lo que necesita es un tratamiento o un manejo reparador. Pero lo cierto es que ese individuo ha cometido un delito y la comunidad tiene que reaccionar, de un modo u otro, ante la suma total de delitos cometidos contra ella en un lapso dado. Una cosa es ser un psicoanalista que investiga por qué se roba y otra, muy distinta, es ser la persona a quien le han robado la bicicleta en un momento crítico. De hecho hay un segundo punto de vista: el psicoanalista es también un miembro de la sociedad y, como tal, participa de la necesidad de manejar las reacciones naturales de la persona perjudicada por el acto antisocial. No podemos apartarnos del principio de que la función primordial de la ley es expresar la venganza inconsciente de la sociedad. Es muy posible que un delincuente en particular sea perdonado y, sin embargo, exista un acervo de venganza y miedo que no podemos permitirnos pasar por alto. No podemos pensar únicamente en el tratamiento individual de los criminales, olvidando que la sociedad también necesita un tratamiento para los agravios o daños recibidos. En la actualidad, somos muchos los que nos sentimos inclinados a ampliar cuanto sea posible la gama de delitos que se tratan como enfermedades. La esperanza en tal ampliación me induce a afirmar de plano que la ley no puede renunciar de pronto al castigo de todos los malhechores. Si los sentimientos de venganza de la sociedad fueran plenamente conscientes, ella podría tolerar que se los tratase como enfermos, pero la parte inconsciente de esos sentimientos es tan grande, que en todo momento debemos posibilitar que se mantenga (hasta cierto punto) la necesidad de castigo, aun cuando éste no sea útil para el tratamiento del delincuente. Aquí hay un conflicto que no podemos eludir simulando que no existe. Tenemos que ser capaces de percibirlo como algo esencial en cualquier examen serio del tema del castigo. Es importante que mantengamos constantemente estas cuestiones en primer plano, pues de otro modo la sociedad reaccionará contra la idea de tratar al delincuente como enfermo aunque se puedan demostrar las bondades de este procedimiento, como sucede en el caso de la delincuencia infantil. Hoy en día se tiende a hacer todo lo posible por el niño delincuente o antisocial, en vez de vengarse de él. Los adolescentes y adultos jóvenes también entran en esta categoría, salvo que hayan cometido crímenes realmente graves. Tal vez, con el tiempo, otros sectores de la comunidad antisocial podrán tratarse como enfermos, más que como individuos sujetos a castigo. El informe que nos ocupa menciona que la mayoría de los médicos considerarían ∗
Borstal (correccional) es una designación genérica dada en Inglaterra a establecimientos penitenciarios para delincuentes juveniles, sentenciados a una pena de tiempo indeterminado. El nombre deriva de la ciudad de Borstal, del condado de Kent, donde por primera vez se instaló un correccional de esa naturaleza. (N. del S.]
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casos psiquiátricos (y, en especial, maníaco-depresivos) por lo menos al 5% de la población carcelaria actual. En suma, quienes nos esforzamos por difundir el principio de que es preferible tratar al delincuente, antes que castigarlo, no debemos cerrar los ojos al gran peligro de provocar la reacción de la sociedad al pasar por alto su necesidad de ser vengada, no por un crimen en particular, sino por la criminalidad en general. El informe describe con mayor claridad la necesidad de protección que experimenta el público y el miedo de la sociedad, que el acervo inconsciente de venganza. Me doy cuenta perfectamente de que este punto de vista es muy impopular en la actualidad. Cada vez que lo postulo, sé que me comprenderán mal y creerán que pido el castigo de esos enfermos —los antisociales— más que su tratamiento. 2) Como ya he dicho, lo más valioso del informe es quizá la declaración del preso acerca del tabaco que, según creo, da pie a un comentario sobre la necesidad de fumar. No hace falta ser psicoanalista para saber que no se fuma por mero placer. Fumar es un acto muy importante en la vida de muchas personas, al que no se puede renunciar sin sustituirlo por otra cosa. Puede tener una importancia vital para los individuos, sobre todo en una comunidad en la que reina la desesperanza. El psicoanalista está en condiciones de observar de cerca el consumo de tabaco y, en verdad, hay mucho por investigar al respecto antes de que se lo pueda comprender clara y adecuadamente. No obstante, ya es dable afirmar que es uno de los medios de que se valen los individuos para aferrarse a duras penas a la cordura en circunstancias en que, si dejaran de fumar, perderían el sentido de la realidad y su personalidad tendería a desintegrarse. (Esto se aplica en especial a quienes se abstienen de ingerir alcohol u otras drogas.) Por supuesto, el hecho de fumar implica mucho más que esto, pero pienso que quienes manejan el tema del consumo de tabaco en las cárceles deberían tener en cuenta que la persistencia de un gran tráfico de tabaco, pese a todas las reglamentaciones y a cuanto hagan las autoridades por restringirlo, confirma una teoría: los criminales en general padecen un gran desasosiego y un miedo constante a volverse locos. Quienes no han experimentado el miedo a la locura —y son muchos— no logran imaginarse lo que puede significar para un individuo verse privado de una ocupación digna por un largo período de su vida y estar siempre al borde del delirio, las alucinaciones, la desintegración de la personalidad, los sentimientos de irrealidad, la pérdida del sentido de que el cuerpo de uno sea de uno, etc. La investigación superficial no revelará estas cosas, sino tan sólo la euforia que acompaña la adquisición de tabaco, y la habilidad y astucia con que actúa toda la pandilla de traficantes. Sin embargo, no hace falta calar muy hondo para descubrir el miedo a la locura. Aunque nunca he investigado a presos adultos, el estudio minucioso de muchos niños que, con el tiempo, engrosarán la población carcelaria me ha enseñado que el miedo a la locura está siempre presente y que la predisposición antisocial, tomada en su totalidad, es un complejo mecanismo de defensa contra los delirios de persecución, las alucinaciones y la desintegración sin esperanza de recuperarse. Hablo de algo peor que la desdicha; en general, deberíamos sentirnos complacidos cuando un niño o un adulto antisocial llega hasta la etapa de infelicidad, porque en ella hay esperanza y la posibilidad de prestarle ayuda. El antisocial empedernido tiene que defenderse hasta de la esperanza, porque sabe por experiencia que el dolor de perderla una y otra vez es insoportable. De un modo u otro, el tabaco le suministra algo que le permite ir tirando y posponer la vida para más adelante, cuando el hecho de vivir vuelva a tener sentido. De esto se infiere una sugerencia práctica. El informe da a entender que debería aumentarse el salario de los presos, aduciendo que ha habido un alza real en el precio del tabaco, en tanto que los salarios se han mantenido estacionarios. Empero, el incremento propuesto en el salario individual no posibilitará el consumo de 30 gramos de tabaco por semana. Hay una cantidad mínima (que podría determinarse) que haría la vida soportable 136
para el preso; en mi opinión, hay mucho que decir en favor de una acción que le posibilite a cada preso disponer, por lo menos, de esta cantidad mínima. Ante la posible existencia de algunos no fumadores, parecería más sensato permitir la venta franca del tabaco igual que en la Marina, que aumentar los salarios. En teoría, una mayor paga colocaría inevitablemente al no fumador en condiciones muy favorables para convertirse en un "magnate del tabaco", porque sería un hombre rico dentro de la comunidad carcelaria. Si nadie propone la venta franca del tabaco en las cárceles es, tal vez, porque el público podría creer que de ahí en adelante los presos vivirán estupendamente bien y, por lo expresado en el primer punto, es obvio que me doy cuenta de que el público debe saber que no se los mima. Aun así, debería intentarse esta solución en la medida en que se pueda educar al público. Creo que si se le señala este hecho, la mayoría de la gente comprenderá que, para el individuo condenado a largos años de prisión, el hábito de fumar hace que la vida le resulte simplemente soportable, en vez de convertirse en una tortura mental constante. 3) Cuando llegó el momento de inspeccionar los correccionales, el comité visitador quedó evidentemente horrorizado por el estado en que encontró a algunos muchachos. Al parecer, tenían el cabello revuelto y no se cuadraban inmediatamente cuando algún superior pasaba a su lado. Quizás el público exija de veras la observancia de una disciplina militar en los correccionales, pero no lo sabemos con certeza e intuyo que esta parte del informe puede causar mucho daño. El comité expresa en forma inequívoca que no pide una disciplina militar pero, probablemente, sólo haya dos alternativas: a) una disciplina militar más bien al estilo nazi, que hará reinar la paz y el orden, pues mantendrá tan ocupados a los muchachos que no les quedará tiempo para pensar o crecer; b) una posición extrema, bastante horripilante, que posibilitará el acceso de los adolescentes a lo más profundo de su desesperanza, o sea, al fondo de su enfermedad, pero que podrá ser el inicio de su crecimiento. Si esta segunda alternativa no puede ser explicada en términos comprensibles para el público, habrá que implantar una disciplina militar... aunque el propósito en que se basa toda la formación del personal de los correccionales es, precisamente, evitar ese tipo de disciplina. Como lo señala el comité, dirigir un correccional es una tarea tremenda, que sólo puede ser emprendida por alguien imbuido de una vocación misional. En verdad, el comité no criticó en absoluto a los directores de los correccionales, ni retaceó su reconocimiento de las dificultades de su labor. No obstante, si un director ha de temer que un miembro de una comisión se presente de improviso y vea a un muchacho con el cabello revuelto, se verá obligado a implantar una disciplina casi militar. En la segunda alternativa —y estas dos son las únicas— siempre habrá algunos muchachos que sólo se sentirán sinceros y decentes si están desaliñados como vagabundos. Cuando llegan a esta etapa, su futuro no es totalmente lóbrego y su pronóstico encierra cierta esperanza. En cambio, la disciplina militar convierte a todos los menores internados en casos desahuciados, porque en esa atmósfera ningún joven puede desarrollar su personalidad y su responsabilidad individual. En mi opinión, las autoridades responsables de los correccionales deberían confiar plenamente en los directores y dejarles obrar según su criterio. Si un director no les merece confianza deberán apartarlo del cargo pero, en tanto lo ocupe, corresponde que le den libertad para experimentar, buscar a tientas su propio camino y probar la segunda alternativa. Durante este proceso exploratorio descubrirá a algunos muchachos inadaptables a todo trato, salvo la disciplina militar o la cárcel; y sus superiores deberían quitárselos de encima por algún medio. El comité menciona este punto y señala la necesidad de fundar, sin pérdida de tiempo, un correccional experimental para esa minoría que arruina el trabajo emprendido en favor de la mayoría de los internados en los correccionales corrientes. Sería una necesidad apremiante, pues si no se la atiende enseguida, el plan iniciado en los correccionales fracasará por completo y la disciplina sustituirá a la terapia de manejo.
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4) El informe trata el tema de las "escapadas" (absconding) y señala que es un término más adecuado que "evasión" (escaping), por cuanto los correccionales son establecimientos de puertas abiertas. Sin embargo, echo de menos una investigación de las causas de esas escapadas. El informe no deja muy en claro si los miembros del comité saben o no que se han estudiado bastante los aspectos psicológicos de las escapadas. Durante la guerra se efectuaron muchos estudios al respecto en los albergues para niños evacuados, aunque tal vez no todos se publicaron. Los menores no se escapan por mera cobardía o porque su manejo se rige por un sistema equivocado. El hecho de escaparse tiene a menudo rasgos positivos y representa la confianza creciente del niño en que ha encontrado un lugar donde sería bien recibido si volviese a él después de haberse ido. A mi entender, el procedimiento descrito en el informe para tratar a los menores escapados que vuelven al correccional deja poca libertad de criterio al personal especializado del establecimiento, que quizá, basándose en su estudio del caso, sabe muy bien que ese niño o muchacho sólo necesita ser recibido con un abrazo, o bien, si este recibimiento es demasiado efusivo, que se le permita reintegrarse a la rutina del correccional sin alharacas... y con un suspiro de alivio. A veces, los muchachos se escapan impelidos por la convicción de que su madre ha sido atropellada por un vehículo, que su hermana está hospitalizada con difteria, o algo por el estilo. Desde el punto de vista del observador, tienen la idea absurda de que podrán averiguar la verdad. En la práctica, cuando logran acercarse a su objetivo ya han perdido su propósito principal, por lo que a menudo sólo se ve a un muchacho fugitivo que se enreda con malas compañías y roba dinero para comprarse comida. Entre los niños anormales que integran cualquier grupo antisocial siempre abundan los que desarrollan ideas sorprendentes acerca de cómo es su hogar, cuando han pasado cierto tiempo lejos de él. Es un hecho muy conocido, pero que vale la pena repetir. Al cabo de algunos meses de internación en un albergue u otra institución, un muchacho o una chica que han sido rescatados del hogar más sórdido (p. ej., un subsuelo espantoso, habitado por unos padres crueles y ebrios) pueden pensar con tal intensidad que el hogar es la suma de todo lo bueno, que llegue a parecerles estúpido no escapar hacia él. En tales casos, basta que el niño o adolescente llegue hasta su hogar; luego, se lo podrá conducir cordialmente de regreso al internado, triste, desilusionado y muy necesitado de un poquito de afecto. El manejo de estos menores una vez que han vuelto al lugar de internación, sea cual fuere, siempre es un asunto muy delicado y sólo pueden encargarse de él las personas que conozcan bien al muchacho o chica. Es improbable que una comisión visitadora pueda actuar de manera óptima en tales ocasiones. 5) En un informe sobre castigos, parecería importante incluir algún tipo de reflexión teórica acerca de qué significa el castigo para el individuo que lo recibe y para la persona que lo aplica. Tal capítulo teórico quizás habría estado fuera de lugar en este informe; empero, el castigo es un tema que necesita ser estudiado e investigado como cualquier otro. En todos los casos puede decirse que el problema presenta dos aspectos: por un lado, la sociedad exige que se castigue al individuo; por el otro, ese individuo está enfermo y, por ende, no se encuentra en condiciones de beneficiarse con el castigo. En verdad, lo más probable es que tenga que contraer tendencias patológicas (masoquistas o de otro tipo) para hacer frente al castigo tal como viene. El castigo puede dar resultado en casos muy favorables. Supongamos que un padre ha estado lejos del hogar por varios años, a causa de la guerra, y que su hijo ha llegado a dudar de su existencia. El niño puede recuperar el sentido de que tiene un padre, si éste se muestra severo cuando su hijo manifiesta una conducta antisocial. Con todo, estos casos son raros y es improbable que se encuentren en un correccional El castigo sólo tiene valor cuando da vida a una figura paternal fuerte, amada y confiable, ante un individuo que ha perdido
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precisamente eso. Puede decirse que todo otro castigo es una expresión ciega de la venganza inconsciente de la sociedad. Podría decirse mucho más, por cierto, acerca de la teoría del castigo. En tanto omita los fundamentos teóricos del tema, ningún informe sobre los castigos podrá expresar de manera adecuada las tendencias progresistas de la sociedad moderna.
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25. ¿LAS ESCUELAS PROGRESIVAS DAN DEMASIADA LIBERTAD AL NIÑO? (Contribución a una conferencia sobre "El futuro de la educación progresiva", celebrada en Dartington Hall los días 12, 13 y 14 de abril de 1965)
En este trabajo me veo obligado a abordar el tema que me ha sido asignado desde el punto de vista teórico, pues no poseo una experiencia directa de las escuelas progresivas ni como alumno ni como docente. Mi especialidad es la psiquiatría del niño basada en el psicoanálisis. Por consiguiente, debo examinar el tema de las escuelas progresivas teniendo en cuenta el trabajo que he llevado a cabo con un sinnúmero de niños enfermos y, a veces, con sus progenitores enfermos. DIAGNOSTICO Toda atención médica basa su acción en el diagnóstico. Esta es una verdad indudable tanto en la psiquiatría general como en la psiquiatría del niño. En ambas el diagnóstico individual del paciente va acompañado de un diagnóstico social. En este trabajo, que someto a la consideración de ustedes, sostengo la tesis de que nada puede decirse con respecto a la Educación Progresiva sin basarse en un diagnóstico bien fundado. Se podrá decir, quizá, que la educación propiamente dicha consiste en enseñarle al niño a leer, escribir y hacer cálculos, presentarle los principios de la física o exponerle los hechos de la historia, si bien aun dentro de este campo limitado el maestro debe aprender a conocer al alumno. La educación especial, sea cual fuere, es otra cosa. La finalidad de las escuelas progresivas trasciende la enseñanza común y corriente y entra en el campo más amplio de las necesidades individuales. Por lo tanto, se admitirá fácilmente que quienes tratan el tema de las escuelas progresivas se interesan forzosamente por estudiar la índole de cada alumno. Empero, no podemos presumir que un pedagogo disponga de una base teórica para establecer diagnósticos, y es aquí, tal vez, donde el psiquiatra de niños puede prestarle ayuda. Por si hiciera falta un ejemplo, tomaré como caso ilustrativo otro problema: el del castigo corporal. A menudo oímos hablar de los aspectos beneficiosos o perjudiciales del castigo corporal, o leemos acerca de ellos, y sabemos que su discusión seguirá siendo irremediablemente inútil, porque nadie trata de clasificar a los niños por el estado de crecimiento emocional en que se encuentran. Tomemos dos casos extremos: en una escuela para niños normales, provenientes de hogares normales, la cuestión de los castigos corporales se considerará, quizá, junto con otros temas de mediana importancia; en cambio, en una escuela para niños con trastornos de conducta, muchos de ellos provenientes de hogares deshechos, el castigo corporal debe encararse como una cuestión de vital importancia y, en verdad, como una técnica de manejo siempre nociva para el alumno. Sin embargo —y esto es bastante curioso— en ocasiones una comisión directiva puede prohibir, por mandato, la aplicación de castigos corporales como parte del método de manejo del primer grupo de niños, pero en el segundo grupo tal vez haya que mantenerla como una posibilidad, como un recurso que se podría emplear si las circunstancias parecieran justificarlo (en otras palabras, no se lo prohíbe por mandato de una comisión directiva).
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Este es un problema relativamente simple, comparado con el amplio tema de las escuelas progresivas y el lugar que ocupan en la comunidad, pero quizá podamos utilizar la analogía en la introducción. Será preciso ir paso a paso, partiendo de la premisa de que el niño es físicamente sano. CLASIFICACIÓN A Niño normal (desde el punto de vista psiquiátrico). Niño anormal (desde el punto de vista psiquiátrico). ¿Qué se entiende por normal? La cuestión de la normalidad o buena salud ha sido tratada por muchos autores, entre quienes me incluyo 1 . El hecho de que un niño sea sano o normal no implica que esté libre de síntomas, sino que la estructura de su personalidad presenta unas defensas organizadas de manera satisfactoria, pero sin rigidez. Las defensas rígidas traban el crecimiento ulterior del niño y perturban su contacto con el ambiente. Las señales positivas de buena salud psíquica son la continuidad del proceso de crecimiento y el cambio emocional efectivo orientado hacia el desarrollo, entendiéndose por tal: el desarrollo hacia la integración; el desarrollo de la dependencia a la independencia; el desarrollo de los instintos. A lo que debemos agregar: el desarrollo en cuanto a la riqueza de la personalidad. El hecho de que el desarrollo se produzca a un ritmo constante es otra señal positiva, (Es difícil evaluar la salud en función de la conducta.) Ahora es cuando debe entrar en juego el diagnóstico social: Hogar intacto y en funcionamiento. Hogar intacto con funcionamiento deficiente. Hogar deshecho. Hogar no establecido. y también: Hogar bien integrado a un grupo social
Amplio reducido Hogar en proceso de establecerse dentro de la sociedad. Hogar retraído de la sociedad. Hogar excluido de la sociedad por decisión de ésta.
Tal vez se admitirá que en una comunidad la mayoría de los niños son: Sanos y su vida tiene por base una familia intacta, integrada a un grupo social (si bien este grupo puede ser reducido o aun presentar algún aspecto patológico). Las escuelas destinadas a estos niños se evaluarán por su capacidad para facilitar: En lo personal, el enriquecimiento de la personalidad. En lo familiar, la integración del hogar a la vida escolar. En lo social, el entrelazamiento inicial con el grupo social al que pertenece la familia, así como la posible ampliación del grupo social al que pertenezca, como individuo, el niño o adolescente que está creciendo para convertirse en un adulto independiente. 1
D. W. Winnicott, The Child and the Family, Londres, Tavistock Publications, 1957; The Child, the Family, and the, Outside World, Londres, Penguin, 1964.
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Hay que tener en cuenta la existencia de un porcentaje de niños que pueden calificarse de normales o sanos, pese a que provienen de familias deshechas o con conexiones sociales "difíciles". La categoría de niños sanos incluye, asimismo, a aquellos que son enfermos en el sentido de que padecen de: Psiconeurosis. Trastornos anímicos. Interacción psicosomática patológica. Personalidad con estructura esquizoide. Esquizofrenia. La mayoría de estos niños pueden considerarse normales o sanos si pertenecen a familias intactas y socialmente integradas; se los puede tratar mediante el manejo o la psicoterapia en el medio hogareño-escolar. Las dificultades que presentan se cuentan entre las corrientes que surgen, en cada año lectivo, en la comunicación entre el hogar y la escuela, pudiendo clasificarse junto con las enfermedades infecciosas habituales en la primavera, las apendicitis agudas y otros casos de emergencia, o las fracturas propias de la práctica deportiva. Es obvio que cuando alcanzan un grado extremo, estas enfermedades pueden influir en la elección del tipo de escuela. DIAGNOSTICO DE DEPRIVACIÓN Hay una forma de clasificación que tiene importancia vital para quienes abordan la cuestión pensando en los sistemas educacionales y que, sin embargo, no siempre ocupa el lugar debido. Implica un corte transversal de la clasificación por tipo de organización defensiva neurótica o psicótica y, en un extremo, incluye hasta a algunos niños potencialmente normales. Tal clasificación se basa en la deprivación. El niño deprivado (ya sea en forma total o relativa) ha tenido un suministro ambiental suficientemente bueno que posibilitó la continuidad de su existencia como persona diferenciada. Luego se vio deprivado de él, en un estadio de su desarrollo emocional en el que ya podía sentir y percibir el proceso. Este niño queda atrapado entre las garras de su propia deprivación (adviértase que no me refiero a una privación), y a partir de entonces debe hacerse que el mundo reconozca y repare el daño; pero como gran parte del proceso se desarrolla en el inconsciente, el mundo fracasa en su intento... o paga caro su éxito. Calificamos a estos niños de inadaptados y decimos que son presa de la tendencia antisocial. El cuadro clínico se observa en: a) El robo (la mentira, etc.) y el hecho de aventurarse a plantear reclamos. b) La destrucción, en un intento de forzar al ambiente a reconstruir el marco de referencia cuya pérdida deprivó al niño de su espontaneidad, por cuanto ésta sólo tiene sentido en un medio controlado. El contenido no tiene significado sin una forma. El diagnóstico así establecido tiene máxima importancia cuando se discute el lugar que ocupan las escuelas progresivas. Puede decirse que un grupo de niños deprivados 1) necesita una escuela progresiva; y, al mismo tiempo, 2) muy probablemente acabará con ella. En otras palabras, los partidarios de las escuelas progresivas afrontan el siguiente desafío: estas escuelas tenderían a ser utilizadas por personas que procuran colocar a niños deprivados. Toda idea de suministrar oportunidades de aprendizaje creativo, o sea, de impartir una mejor educación a niños normales, quedará viciada por el hecho de que un alto porcentaje de los alumnos serán incapaces de ponerse a aprender porque estarán ocupados en otra tarea más importante, como lo es descubrir y afirmar por sí mismos su propia
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identidad, resurgiendo así del estado de pérdida del sentido de identidad que acompaña la deprivación. Con frecuencia un buen resultado no debe medirse en términos académicos; quizá lo único que hizo la escuela fue retener a un alumno (o sea, no expulsarlo) hasta que llegó el momento de transferirlo a un ámbito de vida más amplio. De este modo, en algunos casos la escuela habrá logrado curar (o casi curar) a un niño deprivado que se obstinaba compulsivamente en ser antisocial. Junto a estos logros habrá, por fuerza, algunos fracasos atormentadores que llenarán de pesadumbre al personal de la escuela, por cuanto ha tenido ocasión de ver el lado bueno de la naturaleza del niño, así como su lado malo (conducta antisocial compulsiva), en sus manifestaciones máximas. Considero importante describir con la mayor claridad posible este aspecto de la labor que realiza la escuela progresiva. De otro modo sus responsables se desalentarán y, si eso ocurre, es probable que su escuela cambie gradualmente hasta convertirse en una escuela corriente, adecuada para educar a niños sanos provenientes de familias intactas pero que habrá dejado de ser progresiva. NOTAS TOMADAS EN EL TREN (Después de la conferencia en Dartington Hall, abril de 1965)
Primera parte La calificación de ESCUELAS PROGRESIVAS es un rótulo legítimo que implica: 1) "Tender hacia adelante" (forward eaching). 2) Operar a partir de un elemento creativo, y acaso rebelde, que forme parte de la índole de una persona. Esto significa que la aceptación general socava la motivación. La torpeza de los individuos puede ocasionar un derroche de energías, pero la ventaja debe medirse en términos de originalidad, experimentación, tolerancia del fracaso y liderazgo. "Tender hacia adelante" significa: a) Tener una base firme en cuanto a la conciencia de lo actual en términos del aquí y ahora. b) Añadir a esta actualidad (a este aquí y ahora efectivos) un avance firme y constante. (La determinación de los principios ya ganados debe quedar a cargo de la escuela, pero el rebelde creativo puede encargarse de vigilar su propia conducta al acecho de posibles reincidencias.) c) El significado de la palabra avance depende en parte de: 1) el aquí y ahora efectivos; 2) el temperamento del pionero. Para el movimiento "progresivo", el "avance" podría tener que ver con los siguientes factores: Positivos A. La dignidad del individuo por derecho propio y como base de la dignidad social. B. Una teoría del desarrollo emocional individual que tenga en cuenta: 1) el potencial heredado; 2) el proceso de maduración (heredado);
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3) el hecho de que el desarrollo del proceso de maduración depende de la existencia de un ambiente que lo facilite; 4) la evolución DE LA DEPENDENCIA A LA INDEPENDENCIA, combinada con la evolución del ambiente, que primero se adapta y luego falla en su intento de seguir adaptándose (cambio graduado). C. Una teoría de las fallas humanas (en personalidad, carácter o conducta) que tenga en cuenta: l)las anormalidades del ambiente; y 2) las dificultades inherentes al crecimiento humano, al establecimiento del self, y a la auto expresión. Corolario: suministrar los medios necesarios para aplicar la psicoterapia individual. D. Una teoría que repare en la importancia de la vida instintiva y reconozca no sólo lo que no es consciente, sino también lo reprimido, pues la represión es una defensa que absorbe energías. E. Una teoría que encare la sociedad desde el punto de vista de: 1) su historia, su pasado y su futuro; 2) la contribución del individuo (por intermedio de la unidad familiar) a las agrupaciones y funcionamiento sociales. Negativos Desagrado y recelo hacia el adoctrinamiento, entendiéndose por tal: 1) la propaganda flagrante; o bien, 2) la enseñanza desvinculada del aprendizaje creativo; o bien, 3) las técnicas propagandísticas sutiles (que influyen en la conducta, las ideas políticas, las creencias religiosas, los principios morales y las actitudes en general). Cuestiones prácticas (Suministro de oportunidades) medio rural, equipamiento, contacto con la industria local, para la prestación de servicios locales, etc. Los padres compartirán la responsabilidad con vistas a una actitud general. Su participación será relativamente directa (participación indirecta en el sistema escolar público, ya sea por la vía política o por intermedio del Departamento de Educación y los Centros de Formación Docente). Problemas 1) Cómo enseñar mejor basándose en la capacidad de aprendizaje del individuo. 2) Cómo combinar: a) la libertad dada al individuo, con b) los controles necesarios para que el individuo no establezca sistemas superyoicos internos (inconscientes) burdos y primitivos, o aun sádicos. 3) Cómo evaluar los fracasos y sacar provecho de ellos (son un elemento esencial del experimento). ¿Cómo podemos evitar que un pionero se vuelva conservador y obstruccionista? Interrogantes 1) ¿El rótulo de "progresiva" está vinculado en forma absoluta con la coeducación, como lo está con la rebelión frente al adoctrinamiento? (Yo diría que no.)
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2) ¿El rótulo de "progresiva" está ligado a la intolerancia del odio, al afrontamiento del odio, al control que hace frente a la agresión, a la intolerancia de la competencia (como eufemismo de "guerra")? 3) El intento de abarcarlo todo que caracteriza a algunas escuelas progresivas, ¿encierra una huida de la fantasía, en el sentido de que no tienen en cuenta la realidad psíquica interna del individuo? (El individuo retraído, rodeado de un medio inculto, puede tener una experiencia personal más plena que algunos individuos que participan en una situación (extravertida) que presenta un funcionamiento más rico.) Diría que la respuesta es: "En la mayoría de los casos, no, pero posiblemente sea así en algunos".
Segunda parte Desarrollo del tema del control Axioma: No conviene hablar del control, salvo un comentario sobre el diagnóstico del niño o el adulto que puede quedar bajo control (cf. el párrafo pertinente en mi trabajo para la conferencia). La madurez (relativa) del individuo, tal como se detecta en la historia y la calidad de su relación con el objeto de amor primario que él ha establecido, será un factor importante cuando se considere la cuestión del diagnóstico de las personas bajo control. Sugiero que la siguiente especulación podría resultar provechosa: ¿Qué puede hacer un ser humano con un objeto? Al principio la relación es con un objeto subjetivo. Sujeto y objeto se separan y apartan poco a poco; luego aparece la relación con el objeto percibido de manera objetiva. El sujeto destruye al objeto. Este proceso se divide en tres fases: 1) el sujeto conserva al objeto; 2) el sujeto usa al objeto; 3) el sujeto destruye al objeto. 1) Esta es la idealización. 2) Uso del objeto: es una idea compleja y sofisticada, un logro del crecimiento emocional sano que sólo se alcanza con el tiempo y la buena salud. Entre tanto, adviene: 3) que aparece clínicamente como un rebajamiento del objeto desde la perfección hacia algún tipo de maldad. (Se lo denigra, ensucia, desgarra, etc.) Esto protege al objeto, porque sólo el objeto perfecto es digno de ser destruido. Esto no es una idealización, sino una denigración. A medida que el individuo crece, la destrucción puede ser representada adecuadamente en la fantasía (inconsciente), que es una elaboración del funcionamiento corporal y de todo tipo de experiencias instintivas. Este aspecto del crecimiento posibilita al individuo preocuparse por la destrucción que acompaña la relación de objeto y experimentar un sentimiento de culpa por las ideas destructivas que acompañan al acto de amar. Basándose en esto, el individuo descubre la motivación del esfuerzo constructivo, el dar y el remediar (lo que Klein llamó la reparación y la restitución). En este caso, el problema práctico deriva de la distinción entre: 1) deteriorar el objeto bueno para hacerlo menos bueno y, por ende, menos sujeto a ataques; y, 2) la destrucción que está en la raíz de la relación de objeto y que (cuando el individuo es sano) es encauzada hacia la destrucción que acontece en lo inconsciente, en la realidad psíquica interior del individuo, en su vida onírica, sus actividades lúdicas y su expresión creativa. Esta última clase de destrucción no necesita ser controlada. Lo que hace falta, en este caso, es suministrar las condiciones que posibiliten el constante crecimiento emocional del individuo, desde su más temprana infancia hasta que, en su búsqueda de una solución personal, pueda disponer de las complejidades de la fantasía y el desplazamiento.
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En cambio, las acciones compulsivas de denigrar, ensuciar y destruir—que corresponden a la destrucción que está en la raíz de la relación de objeto— implican una alteración del objeto con la intención de hacerlo menos excitante y menos digno de ser destruido. Estas acciones requieren la atención de la sociedad. Por ejemplo, la persona antisocial que entra en una galería de arte y tajea un cuadro de un gran maestro antiguo no actúa impelida por el amor a ese cuadro ni, en realidad, es tan destructiva como el amante del arte que preserva el cuadro, lo usa plenamente y lo destruye una y otra vez en sus fantasías inconscientes. No obstante, el primero ha cometido un acto de vandalismo aislado que afecta a la sociedad, obligándola a protegerse. Este ejemplo casi obvio sirve, quizá, para demostrar que existe una gran diferencia entre la destructividad inherente a la relación de objeto y la destructividad derivada de la inmadurez de un individuo. Del mismo modo, la conducta heterosexual compulsiva tiene una etiología compleja y no se asemeja ni de lejos a la capacidad de un hombre y una mujer de amarse sexualmente, cuando han decidido fundar un hogar para su eventual prole. El primer caso incluye el elemento de deteriorar lo perfecto, o de ser deteriorado y perder la cualidad de perfecto, en un esfuerzo por reducir la angustia. En el segundo caso, dos personas relativamente maduras han hecho frente a la destrucción, la preocupación y el sentimiento de culpa que llevan dentro, y han quedado en libertad de programar el uso constructivo del sexo, sin negar por ello los elementos en bruto que rodean la fantasía del acto sexual total. Uno descubre sorprendido cuan poco saben el amante romántico y el adolescente heterosexual acerca de la fantasía del acto sexual total, consciente e inconsciente, con su rivalidad, su crueldad, sus elementos pregenitales de destrucción cruda y sus peligros. Quienes enarbolan la bandera de la educación progresiva tienen que estudiar estas cuestiones. De lo contrario, caerán con excesiva facilidad en el error de confundir la heterosexualidad con la buena salud, y aquélla les parecerá conveniente cuando la violencia no asoma o se muestra tan sólo como el pacifismo irracional y reactivo de los adolescentes, que tiene poco que ver con las crudas realidades del mundo actual en el que, algún día, esos adolescentes entrarán como adultos competitivos.
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26. LA ASISTENCIA EN INTERNADOS COMO TERAPIA (Conferencia David Wills, pronunciada ante la Asociación de Profesionales para la Atención de Menores Inadaptados el 23 de octubre de 1970. El doctor Winnicott murió en enero de 1971) Gran parte del crecimiento es un crecimiento hacia abajo. Si vivo lo suficiente, espero consumirme y empequeñecerme hasta poder pasar por ese agujerito que llamamos morir. No necesito ir muy lejos para encontrar un psicoterapeuta vanidoso: ése soy yo. En la década de 1930, durante mi formación como psicoanalista, tenía la sensación de que con un poco más de preparación, habilidad y suerte podría mover montañas haciendo las interpretaciones correctas en el momento oportuno. Eso sería practicar la terapia, una terapia por la que valdría la pena afrontar las cinco sesiones semanales, su costo y el efecto disruptivo que el tratamiento de un miembro de una familia puede causar en el resto de ella. Al ir adquiriendo mayor perspicacia, descubrí que también yo —como mis colegas— podía trabajar en forma significativa el material de los pacientes a medida que lo presentaban durante las sesiones; podía infundirles mayor esperanza y, por ende, inducirlos a comprometerse más y a acrecentar constantemente su valiosa cooperación inconsciente. En verdad, todo aquello era muy bueno y yo pensaba pasar el resto de mi vida profesional practicando la psicoterapia. En un determinado momento expresé mi opinión de que no había otra terapia que la practicada sobre la base de cinco sesiones semanales de 50 minutos y por el tiempo necesario (que podría abarcar varios años), por un psicoanalista formado en su especialidad. Lo dicho parecerá una tontería, pero ésa no ha sido mi intención; sólo quiero decir que es una especie de comienzo. Tarde o temprano se inicia el proceso de empequeñecimiento; al principio es doloroso, hasta que uno se acostumbra. En mi caso, creo que empecé a empequeñecerme cuando vi por primera vez a David Wills. David no se permitiría enorgullecerse de su trabajo en un viejo asilo de pobres de Bicester. El suyo fue un trabajo notable y estoy orgulloso de él. El lugar tenía dos características principales: baños grandes, construidos para que los viajeros pudieran bañarse con comodidad (originariamente, el conjunto de edificios había sido destinado a hotel estatal en la ruta de Oxford a Pershore) y por el ruibarbo de color champaña que crecía silvestre, el qué era más apreciado por el personal del establecimiento (en el que me incluía como psiquiatra visitante) que por los muchachos. Era apasionante participar en la vida de ese albergue para menores evacuados con problemas de conducta, creado a raíz de la guerra. Por supuesto, a él iban a parar los muchachos más indóciles de la región y era muy común oír la siguiente secuencia de ruidos: se acercaba un auto a cierta velocidad; alguien tiraba de la campanilla, desencadenando un estruendo de campanillazos, y abría la puerta de entrada; luego se oía un portazo y el rugido de un auto que había quedado con el motor en marcha y ahora arrancaba como si lo persiguiera el demonio. Íbamos hasta la entrada y descubríamos que habían introducido rápidamente a un niño o adolescente, a menudo sin previo aviso telefónico. Acababan de encajarle un nuevo problema a David Wills... Tal vez el muchacho sólo había prendido fuego a una parva de heno u obstruido las vías del ferrocarril, pero estas travesuras eran mal vistas en la época de Dunquerque, cuando vivíamos sobre el filo de la navaja con respecto al cariz que tomaría la guerra. Fueran cuales fueren las circunstancias, detrás de aquella puerta violentamente cerrada siempre había un nuevo huésped.
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¿Qué papel desempeñé allí? Bueno, aquí es donde trataré de describir el crecimiento hacia abajo. Al principio, en mis visitas semanales veía a uno o dos menores, en entrevistas individuales donde ocurrían las cosas más sorprendentes y reveladoras. A veces conseguía que David y algunos miembros del personal especializado escucharan mi relato de la entrevista y mis estupendas interpretaciones, basadas en un insight profundo, del material presentado atropelladamente por chicos ansiosos de recibir ayuda personal. Empero, me daba cuenta de que mis pequeñas semillas caían en suelo pedregoso. Aprendí bastante pronto que en aquel albergue ya se hacía terapia. La practicaban sus muros y techos; los vidrios del invernadero, que servían de blanco a los ladrillazos; los baños absurdamente grandes, en los que debía quemarse una cantidad enorme de carbón — tan escaso y costoso en tiempos de guerra— para que los chicos pudieran chapotear y nadar en las bañeras con agua caliente hasta el ombligo. La practicaban el cocinero; la regularidad con que llegaba la comida a las mesas; los cobertores suficientemente abrigados y quizá de colores cálidos; los esfuerzos de David por mantener el orden pese a la escasez de personal y a un sentimiento constante de futilidad absoluta, porque la palabra "éxito" era ajena a la labor que cumplía aquel asilo de pobres de Bicester. Por supuesto, los muchachos se escapaban, robaban en las casas de la vecindad y se empeñaban en romper vidrios, hasta que la comisión directiva del albergue empezó a preocuparse en serio. El ruido de vidrios rotos adquirió proporciones de verdadera epidemia. Por suerte el ruibarbo de color champaña crecía muy lejos de los pabellones, hacia el oeste, en un lugar tranquilo donde los agotados miembros del personal podían quedarse a contemplar la puesta del sol. Cuando empecé a investigar más a fondo lo que sucedía en el albergue, descubrí que David estaba haciendo cosas importantes, basándose en determinados principios que todavía hoy estamos tratando de establecer y relacionar con una estructura teórica. Tal vez sea una forma de amar, sobre la que me explayaré más adelante. Por ahora tenemos que examinar las prácticas naturales en un medio hogareño, para poder imitarlas deliberadamente y adaptarlas, de manera económica, a las necesidades individuales de los niños o a la atención de las situaciones particulares que se presenten. Sigo hablando de David Wills no sólo porque esta conferencia lleva su nombre, sino también porque verlo trabajar fue para mí uno de los primeros aldabonazos educativos que me hicieron comprender la existencia de un aspecto de la psicoterapia que no se puede describir en términos de hacer la interpretación correcta en el momento adecuado. Naturalmente, necesité aquella década de estudios en la que exploré a fondo el uso de la técnica que deriva realmente de Freud y que él ideó para investigar lo inconsciente reprimido; por supuesto, este objeto de investigación no admitía un enfoque directo. Sin embargo, empecé a percatarme de que en la psicoterapia es preciso que, al cabo de la entrevista individual, el niño o adolescente pueda regresar a un tipo de cuidado personal, y que hasta en el psicoanálisis propiamente dicho— y por tal entiendo el tratamiento basado en un régimen de cinco sesiones semanales, que estimula el pleno desarrollo de la transferencia— se necesita un aporte especial del paciente, que podría describirse como cierto grado de confianza en las personas y en el cuidado y ayuda disponibles. Por ejemplo, David había organizado una especie de sesión semanal en la que participaban todos los muchachos y podían hablar con entera libertad. Como se supondrá, su conducta era desordenada y a menudo exasperante: daban vueltas por el salón; se quejaban de esto y de aquello; cuando se les pedía que juzgaran a un infractor, sus veredictos solían ser muy duros y hasta crueles. No obstante, en la atmósfera de extremada tolerancia que David lograba crear, algunos menores expresaban cosas muy importantes. Uno percibía de qué modo cada muchacho trataba de afirmar una identidad sin lograrlo en realidad, salvo, quizá, por medio de la violencia. Podría decirse que cada niño clamaba por una ayuda
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personal (lo mismo harían las niñas en igual situación), pero ese tipo de ayuda no está disponible para todos y en aquel albergue se trabajaba a partir del manejo grupal. Sé que muchos han hecho este trabajo antes que Wills y después de él; David diría que él mismo lo hizo mucho mejor en otros lugares. Aun así, desde mi punto de vista, en Bicester se llevó a cabo una labor excelente, imposible de medir con la vara de los éxitos y los fracasos superficiales. También es cierto que aquel grupo de varones era excepcionalmente difícil de tratar, por cuanto estaban a medio camino entre la esperanza y la desesperanza. En general no habían abandonado las esperanzas, pero tampoco podían ver hacia dónde debían orientar su búsqueda de ayuda para obtenerla. El modo más fácil de conseguir ayuda es recurriendo a la provocación y la violencia, pero los niños del albergue tenían esta otra alternativa, tan diferente, que les permitía guardar sus quejas para sus adentros y expresarlas en las reuniones de los martes a las cinco de la tarde. A esta altura de mi disertación, es preciso examinar con detenimiento la terapia que suministran las instituciones asistenciales de internados. Empero, desearía advertir ante todo que dichas instituciones no son una mera necesidad planteada por la insuficiencia de personal con formación adecuada para brindar tratamiento individual. La terapia de internado se creó para suplir la falta de dos condiciones esenciales para la terapia individual, o bien de una de ellas. La primera es disponer de un medio que posibilite el tratamiento adecuado a los pacientes como individuos; en el caso de estos niños, el único medio apto para ese tratamiento es el internado. La segunda es que el niño posea un ambiente interno, como lo denominó Willi Hoffer 2 , o sea una experiencia de suministro ambiental suficientemente bueno que haya sido incorporada y adaptada a un sistema de confianza en aquello que lo rodea; los niños inadaptados traen consigo una baja cuota de ambiente interior. Cada caso requiere un doble diagnóstico, personal y social. Los internados pueden suministrar ciertas condiciones ambientales que, de hecho, necesitamos comprender para practicar el psicoanálisis, aun en su forma más clásica. Empero, psicoanalizar a un paciente no significa tan sólo verbalizar el material que él aporte, listo para ser verbalizado, en una forma de cooperación inconsciente —aunque sabemos que cada vez que esto se logra, disminuye proporcionalmente el esfuerzo del paciente por mantener reprimido algo, el cual entraña siempre un desperdicio de energía y genera síntomas—. Aun en un caso adecuado para el psicoanálisis clásico, lo principal es suministrar condiciones que posibiliten este tipo especial de trabajo y permitan obtener la cooperación inconsciente del paciente para producir el material que se verbalizará. En otras palabras, el requisito previo para que una interpretación clásica y correcta resulte eficaz es que el paciente adquiera confianza (o como quiera llamársela). Cuando trabajamos en internados podemos prescindir de la verbalización y del material listo para su interpretación porque allí se hace hincapié en la provisión total, que es el medio, pero salta a la vista que hay ciertos elementos imprescindibles. Sólo enumeraré algunos: 1) Si el internado es bueno, hay en él una actitud general que lleva implícita una confiabilidad inherente. Ustedes querrán que me apresure a advertir que esta confiabilidad es humana y no mecánica. Podría ser mecánica, en el sentido de que el servicio puntual de las comidas ayuda a crear esa confiabilidad, pero, sean cuales fueren las reglas establecidas, ella será relativa porque los seres humanos no son confiables. Un psicoanalista puede serlo durante las cinco sesiones semanales de 50 minutos, aunque en su vida privada sea tan poco confiable como cualquier otra persona; esto es importantísimo, y se aplica igualmente a una enfermera, un asistente social o quienquiera trate a otros seres humanos. El punto esencial de la asistencia en internados, cuando se la encara como terapia, es que los niños comparten la vida privada de los asistentes sociales y, por ende, "se contagian" esa falta de 2
Véase W. Hoffer, The Early Development and Education of the Child, Londres, Hogarth Press, 1981.
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confiabilidad tan humana. No obstante, hasta en un servicio de 24 horas hay cierta orientación profesional y, en todo caso, se debe alentar al personal especializado a que se tome un tiempo de descanso, además de darle la oportunidad de desarrollar una vida privada. Si examinamos los fundamentos del papel terapéutico de la confiabilidad, vemos que un alto porcentaje de los menores que son candidatos a ingresar en un internado se han criado en un ambiente caótico, ya sea de modo general o en una fase específica de su vida (pueden darse ambas cosas). Para un niño un ambiente caótico es sinónimo de imprevisibilidad, en el sentido de que él siempre debe estar preparado para un trauma y esconder el sagrado núcleo de su personalidad donde nada pueda tocarlo, para bien o para mal. Un ambiente atormentador confunde la mente y el niño puede desarrollarse en un estado de constante confusión, sin organizarse nunca en cuanto a su orientación. En el lenguaje clínico decimos que estos niños son inquietos, carentes de todo poder de concentración e incapaces de perseverar en algo. No pueden pensar en lo que serán cuando lleguen a la edad adulta. En realidad, se pasarán la vida ocultando lo que podríamos denominar su verdadero self. Quizá lleven algún tipo de vida en la periferia del falso self, pero su sentido de estar existiendo estará vinculado con un self verdadero central e inaccesible (un-get-at-able). Si acaso se les da la oportunidad de quejarse, se lamentarán de que nada les parece real, esencialmente importante o una verdadera manifestación del self. Quizás encuentren una solución en el sometimiento, con una violencia siempre latente y a veces manifiesta. Detrás de su aguda confusión mental está el recuerdo de la angustia impensable que experimentaron cuando, por una vez al menos, encontraron el núcleo de su self y lo lastimaron. Esta angustia es física e intolerable para el individuo que la padece. La describimos como una caída perpetua, desintegración, falta de orientación, etc., y debemos saber que los niños que llevan encima el recuerdo de semejante experiencia difieren de los niños que, habiendo recibido un cuidado suficientemente bueno en los inicios de su infancia, no tienen que habérselas siempre con esta amenaza oculta. Con el tiempo, la confiabilidad humana suministrada en un internado puede poner fin a un grave sentimiento de imprevisibilidad, por lo que podemos describir en estos términos gran parte de la acción terapéutica ejercida por la asistencia brindada en el internado. 2) Podemos ampliar esta idea en términos de sostén (holding). Al principio es de carácter físico (el óvulo y luego el feto son "sostenidos" dentro de la matriz); después se le añaden elementos psicológicos (el bebé es sostenido en los brazos de alguien); más adelante, si todo va bien, aparece la familia, y así sucesivamente. Si un internado se ve en la necesidad de suministrar un sostén al niño en una fase muy temprana de su infancia afrontará una tarea difícil o imposible; empero, muy a menudo la terapia que produce el internado radica en que el niño redescubre en ese ambiente una situación de sostén suficientemente buena, perdida o desbaratada en una etapa determinada de su vida. James y Joyce Robertson nos han aclarado con creces todo esto en sus escritos y películas; por su parte, John Bowlby ha hecho más que nadie por atraer la atención del mundo hacia la sacralidad de la situación de sostén temprana y las dificultades extremas con que se topan quienes intentan remediarla. Debemos recordar en todo momento que cuando un niño está desesperanzado su sintomatología no es muy molesta; en cambio, cuando abriga esperanzas, sus síntomas empiezan a incluir el robo, la violencia y reclamos fundamentales que sería irrazonable satisfacer, salvo cuando se refieran a la recuperación de lo perdido... o sea, el reclamo que hace a sus padres el niño de muy corta edad. 3) Querrán que mencione el hecho de que la terapia practicada en un internado nada tiene que ver con una actitud moralista. El profesional puede tener sus ideas con respecto al bien y el mal. Sin duda, el niño tendrá su propio sentido moral, ya sea en forma latente —en espera de una oportunidad de convertirse en un rasgo de su personalidad— o bien como un elemento presente y ferozmente punitivo. 150
Sin embargo, el profesional que trabaja en un internado no hará terapia relacionando la sintomatología con el pecado. El uso de una categoría moralista, en vez de un código de diagnóstico, no reporta beneficio alguno, porque el segundo se basa realmente en la etiología, o sea, en la persona y el carácter de cada niño. Tal vez sea preciso castigar a los niños "difíciles", pero tal necesidad deriva de las molestias y la irritación que provoca su sintomatología en quienes tratan de que el internado cause buena impresión entre los miembros de la comisión directiva que los visiten, pues éstos representan a la sociedad, que brinda el necesario apoyo económico. En todo caso es posible que los niños prefieran recibir un castigo limitado, porque es mucho menos abrumador que el castigo vengativo que prevén. El espíritu vengativo no tiene cabida alguna en el cuidado del niño y la asistencia en internados, pero todos somos humanos y es posible que durante el año casi todos hayamos tenido un momentáneo arranque vengativo. Sería una simple falla humana, ajena a la técnica terapéutica. 4) Aún quedarían por mencionar muchos otros grandes principios. Uno de ellos tiene que ver con la gratitud. Yo diría que ustedes no esperan recibirla, en la medida en que su lema sea practicar la terapia. Todo cuanto hacen en tal sentido son actitudes profesionales deliberadas, fundadas en cuestiones propias del hogar natural, y si un progenitor da por sentado el agradecimiento del bebé está abrigando falsas esperanzas. Como es sabido, los padres esperan largo tiempo antes de hacer que un niño diga "gracias" y, cuando lo hacen, no pretenden que ese "gracias" signifique "gracias" (los Beatles ridiculizaron muy bien esta idea en su canción "Muchas gracias"). Los niños descubren que decir "gracias" forma parte del sometimiento y pone de buen humor a las personas. La gratitud es algo muy refinado, que puede aparecer o no según el rumbo que tome el desarrollo de la personalidad del niño. Podríamos decir con frecuencia que siempre recelamos de la gratitud, en especial si es exagerada, pues sabemos cuan fácilmente puede ser una manifestación de aplacamiento. Por supuesto, no le estoy pidiendo a nadie que rechace un regalo; tan sólo estoy diciendo que ustedes no hacen su trabajo con miras a recibir el agradecimiento de los niños. En una reciente asamblea de asistentes sociales, el director del colegio de Derby citó la siguiente exhortación de San Vicente de Paúl a sus discípulos: "Rogad a Dios que los pobres los perdonen por ayudarlos". Creo que esta frase contiene la idea que estoy formulando; cabría esperar que nosotros diéramos gracias a los niños por estar necesitados de asistencia, aunque al usar la terapia que les suministramos puedan fastidiarnos y agotarnos. 5) Cuando les va bien, los niños se descubren a sí mismos y se vuelven molestos; ésta es una parte importante del aspecto terapéutico de nuestra labor. Esos niños atraviesan por fases en que la violencia y el robo son las únicas formas posibles de manifestar su esperanza. Todo niño que recibe tratamiento terapéutico en un internado pasa inevitablemente por una fase en la que se convierte en candidato a chivo emisario. ("Si tan sólo pudiéramos librarnos de ese chico, estaríamos muy bien"). Este es el período crítico. Creo que coincidirán conmigo en que en tales períodos la tarea de ustedes no es curar los síntomas, predicar la moral u ofrecer sobornos, sino sobrevivir. En este medio, "sobrevivir" significa no sólo salir del trance vivos e indemnes, sino también no verse provocados a adoptar una actitud vengativa. Si sobreviven, y sólo entonces, tal vez se sientan utilizados (de manera muy natural) por ese niño que se está transformando en persona y que recién ha adquirido la capacidad de manifestar un gesto de cariño bastante simplificado. Hasta es posible que de vez en cuando le oigan decir "gracias", pero por cierto las habrán merecido, porque han tratado de hacer algo que debería haber sido hecho cuando el niño se hallaba en una etapa temprana de su desarrollo y que se perdió a causa de las rupturas de la continuidad de la vida del niño en su hogar natural. Ustedes deben tener por fuerza cierto porcentaje de fracasos, y también deberán sobrevivir a esto para poder disfrutar de los éxitos ocasionales. 151
Espero haber puesto en claro que, desde mi punto de vista, la asistencia en internados puede ser un acto de terapia muy deliberado, hecho por profesionales en un medio profesional. Puede ser una manera de manifestar cariño, pero a menudo debe parecer una forma de odio, y la palabra clave no es "tratamiento" o "cura", sino más bien "supervivencia". Si ustedes sobreviven, el niño tiene una probabilidad de crecer y transformarse en algo parecido a la persona que habría sido, si el derrumbe de su ambiente no hubiese acarreado el desastre.
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Cuarta parte
TERAPIA INDIVIDUAL
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INTRODUCCIÓN DE LOS COMPILADORES
El primer capítulo de esta Cuarta parte, hasta ahora inédito, contiene una breve descripción del psicoanálisis y expone, en un lenguaje sencillo, las diferencias entre las necesidades terapéuticas del individuo psicótico, el psiconeurótico y el antisocial. El segundo capítulo se refiere específicamente al tratamiento individual de los trastornos del carácter, vincula a éstos con la deprivación y establece la relación entre la terapia del individuo antisocial y las dos orientaciones principales de la tendencia antisocial. Este trabajo, que incluye dos ejemplos clínicos, muestra de manera muy clara cómo se inserta la teoría de Winnicott sobre la tendencia antisocial en la teoría psicoanalítica, tal como se había desarrollado hasta ese momento. Por último, ofrecemos la descripción completa de una consulta terapéutica acerca de una niña de 8 años que robaba en la escuela. Ella nos demuestra de qué manera la mentira está estrechamente ligada al robo y, por medio de los dibujos espontáneos de la niña, revela del modo más vivido y dramático la índole de una deprivación específica.
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27. VARIEDADES DE PSICOTERAPIA
(Disertación pronunciada en Cambridge ante la Asociación para los Aspectos Sociales y Médicos de la Enfermedad Mental, el 6 de marzo de 1961)
Ustedes habrán oído hablar con mayor frecuencia de variedades de enfermedad que de variedades de terapia. Naturalmente, ambas están relacionadas y tendré que referirme primero a la enfermedad y luego a la terapia. Soy psicoanalista y no se molestarán si les digo que la formación psicoanalítica es la base de la psicoterapia. Ella incluye el análisis personal del analista en formación. Aparte de esta capacitación, la teoría y la metapsicología psicoanalíticas influyen en toda psicología dinámica, sea cual fuere su escuela. Con todo, hay muchas variedades de psicoterapia. Su existencia no debería depender de las opiniones del profesional, sino de los requerimientos del paciente o del caso. Digamos que en lo posible aconsejamos el psicoanálisis, pero cuando éste es imposible o hay razones para desaconsejarlo, puede idearse una modificación adecuada. Aunque trabajo en el centro mismo del mundo psicoanalítico, tan sólo un porcentaje muy pequeño de los muchos pacientes que, de un modo u otro, llegan hasta mí reciben tratamiento psicoanalítico. Podría hablar de las modificaciones técnicas requeridas para los pacientes psicóticos o fronterizos, pero éste no es el tema que deseo tratar ante ustedes. Me interesa especialmente la forma en que un analista profesional puede utilizar con eficacia otra técnica que no sea el análisis. Esto es importante cuando se dispone de un tiempo limitado para el tratamiento, como sucede tan a menudo. Con frecuencia esas técnicas parecen ser mejores que los tratamientos que, en mi opinión, causan un efecto más profundo (me refiero a los psicoanalíticos). Ante todo, permítanme enunciarles una característica esencial de la psicoterapia: no se la debe mezclar con ningún otro tratamiento. Por ejemplo, si adquiere importancia la idea de una posible aplicación de la terapia por electroshock o shock insulínico, será imposible trabajar con el paciente porque se altera todo el cuadro clínico. El paciente teme y/o anhela secretamente el tratamiento físico y el psicoterapeuta nunca llega a habérselas con su problema personal real. Por otro lado, debo dar por sentado que se suministra una adecuada atención física al organismo del paciente. El siguiente paso consiste en preguntarnos cuál es nuestra meta. ¿Queremos hacer lo más o lo menos que se pueda? En el psicoanálisis nos preguntamos: ¿cuánto podemos hacer? En el hospital donde trabajo adoptamos la posición opuesta, ya que nuestro lema es: ¿qué es lo mínimo que necesitamos hacer? Nos induce a tener siempre presente el aspecto económico del caso, a buscar la enfermedad central o social de una familia para no malgastar nuestro tiempo (y el dinero de alguien) tratando a los personajes secundarios del drama familiar. Lo expresado hasta aquí nada tiene de original, pero quizá les guste oírselo decir a un psicoanalista, ya que los analistas son especialmente propensos a empantanarse en tratamientos prolongados, en cuyo transcurso pueden perder de vista un factor externo adverso. Por lo demás, entre las dificultades que tiene un paciente, ¿cuántas se deben al simple hecho de que nadie los ha escuchado nunca de manera inteligente? Descubrí muy pronto, hace ya cuarenta años, que la recepción de la historia clínica de la boca de la madre es de
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por sí una forma de psicoterapia, si se efectúa correctamente. Debemos adoptar con naturalidad una actitud no moralista y darle tiempo a la madre para expresar lo que tiene en mente. Cuando concluya su exposición, tal vez añadirá: "Ahora comprendo de qué modo los síntomas actuales encajan en la pauta global de la vida familiar de mi hijo. Ahora puedo manejarlo, simplemente porque usted me dejó relatar toda la historia a mi modo y tomándome mi tiempo". Esta cuestión no atañe únicamente a los padres que traen a sus hijos a la consulta. Los adultos expresan otro tanto acerca de sí mismos, y podría decirse que el psicoanálisis es una larga, larguísima recepción de una historia. Por supuesto, ustedes están al tanto del tema de la transferencia en el psicoanálisis. En el medio psicoanalítico los pacientes traen muestras de su pasado y de su realidad interior, y las exponen en la fantasía correspondiente a su relación siempre cambiante con el analista. Así, poco a poco, lo inconsciente puede hacerse consciente. Una vez iniciado este proceso y obtenida la cooperación inconsciente del paciente, siempre hay mucho por hacer; de ahí la extensión de los tratamientos corrientes. Es interesante examinar las primeras entrevistas. El analista se cuida de ser demasiado "inteligente" al comienzo de un tratamiento, por una buena razón. El paciente trae a las primeras entrevistas toda su fe y su recelo con respecto al analista, quien debe posibilitar que estos sentimientos extremos encuentren su expresión real. Si hace demasiadas cosas al principio del tratamiento, el paciente huirá o, impelido por el miedo, adquirirá una estupenda fe en su terapeuta y quedará casi hipnotizado. Antes de seguir adelante debo mencionar algunas otras premisas. No puede haber ninguna área reservada en el paciente. La psicoterapia no formula prescripciones con respecto a la religión, intereses culturales o vida privada del paciente, pero si éste mantiene bajo llave (por decirlo así) una parte de sí mismo está evitando la dependencia inherente al proceso terapéutico. Como verán, esta dependencia lleva implícita la correspondiente confiabilidad profesional del terapeuta, aun más importante que la confiabilidad del facultativo en la práctica médica corriente. Es interesante señalar que el juramento hipocrático, que echó las bases del ejercicio de la medicina, reconoció este hecho con brutal claridad. Por otra parte, según la teoría en la que se funda todo nuestro trabajo, un trastorno que no tiene causas físicas (y que, por ende, es psicológico) representa una traba en el desarrollo emociona) del individuo. La meta de la psicoterapia es pura y exclusivamente deshacer esa traba para posibilitar el desarrollo allí donde, hasta entonces, éste fue imposible. En un lenguaje diferente, aunque paralelo, el trastorno psicológico es sinónimo de inmadurez, específicamente de inmadurez en el crecimiento emocional del individuo, que incluye la evolución de su capacidad para relacionarse con las personas y con el ambiente en general. Para ser más claro, debo presentarles un panorama del trastorno psicológico y las categorías de inmadurez personal, aunque ello implique una burda simplificación de un tema muy complejo. Establezco tres categorías. La primera trae a la memoria el término "psiconeurosis". Abarca todos los trastornos de los individuos que en las etapas tempranas de su vida recibieron cuidados suficientemente buenos como para hallarse, desde el punto de vista de su desarrollo, en condiciones de afrontar las dificultades inherentes a una vida en plenitud y de fracasar, hasta cierto punto, en sus intentos de contenerlas. (Por vida en plenitud se entiende aquella en la que el individuo domina sus instintos, en vez de ser dominado por ellos.) Debo incluir en esta categoría las variedades más "normales" de la depresión. La segunda categoría nos recuerda la palabra "psicosis". En este caso algo anduvo mal en los detalles más tempranos de la asistencia del bebé, provocando una perturbación en la
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estructuración básica de su personalidad. Esta falta básica, como la denominó Balint 1 , puede haber producido una psicosis durante la infancia o la niñez; también es posible que dificultades ulteriores pongan en evidencia una falta (fault) en la estructura yoica que hasta entonces había pasado inadvertida. Los pacientes comprendidos en esta categoría nunca fueron lo suficientemente sanos como para volverse psiconeuróticos. Reservo la tercera categoría para los casos intermedios. Son individuos que empezaron bastante bien, pero cuyo ambiente les falló en un momento dado, o en forma reiterada, o durante un período prolongado. Son niños, adolescentes o adultos que podrían afirmar con razón: "Todo marchó bien hasta... y mi vida personal no puede desarrollarse, a menos que el ambiente reconozca que está en deuda conmigo". Por supuesto, no es habitual que la deprivación y el sufrimiento consiguiente sean accesibles a la conciencia; por lo tanto, en vez de un reclamo verbal, encontramos clínicamente una actitud que manifiesta una tendencia antisocial y que puede cristalizar en la delincuencia y la reincidencia en el delito. Así pues, por ahora, están observando las enfermedades psicológicas desde el extremo equivocado de tres telescopios. A través del primero ven la depresión reactiva, relacionada con los afanes destructivos que acompañan los impulsos amorosos en las relaciones entre dos cuerpos (básicamente, entre el bebé y la madre), y la psiconeurosis, relacionada con la ambivalencia, o sea con la coexistencia del amor y el odio, propia de las relaciones triangulares (básicamente, entre el niño y los padres). Desde el punto de vista experiencial, estas relaciones son a la vez heterosexuales y homosexuales, en proporciones variables. A través del segundo telescopio ven cómo el cuidado defectuoso del bebé deforma las etapas más tempranas del desarrollo emocional. Admito que algunos bebés son más difíciles de asistir que otros, pero como nuestra intención no es echar culpas, podemos atribuir la enfermedad a una falla en la asistencia del bebé. Vemos una falla (failure) en la estructuración del self personal y en la capacidad del self para relacionarse con objetos que forman parte del ambiente. Me gustaría excavar más este rico filón, junto con ustedes, pero no debo hacerlo. Este segundo telescopio nos permite ver las diversas fallas que dan origen al cuadro clínico de esquizofrenia, o a las ocultas corrientes psicóticas que perturban el flujo parejo de la vida en muchos de nosotros, que nos ingeniamos para conseguir que nos rotulen de personas normales, sanas y maduras. Cuando observamos las enfermedades de esta manera, sólo vemos exageraciones de elementos de nuestro propio self; no vemos nada que justifique la segregación del enfermo psiquiátrico. De ahí el gran esfuerzo y tensión que exige el tratamiento o atención psicológicos de los enfermos, cuando se lo prefiere a las drogas y a los denominados "tratamientos físicos". El tercer telescopio nos aparta de las dificultades inherentes a la vida y nos encamina hacia perturbaciones de otra naturaleza, por cuanto la persona deprivada no puede llegar hasta sus propios problemas inherentes a causa de cierto rencor, de una exigencia justificada para que se remedie un agravio casi recordado. Probablemente, los aquí presentes no entramos en absoluto en esta categoría. La mayoría de nosotros podemos decir: "Nuestros padres cometieron errores, nos frustraron constantemente y les tocó en suerte introducirnos en el Principio de Realidad, archienemigo de la espontaneidad, la creatividad y el sentido de lo Real, PERO nunca realmente nos “dejaron caer". Es este dejar caer el que constituye la base de la tendencia antisocial. Por mucho que nos desagrade ser despojados de nuestras bicicletas o tener que recurrir a la policía para prevenir la violencia, vemos y comprendemos por qué ese niño o adolescente nos obliga a afrontar un desafío, ya sea mediante el robo o la destructividad. 1
M. Balint, The Basic Fault, Londres, Tavistock Publications, 1968. (Versión castellana: La falta básica, Buenos Aires, Paidós, 1.982.]
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He hecho todo cuanto las circunstancias me permitían para erigir un fundamento teórico que sirva de base a mi breve descripción de algunas variedades de psicoterapia. CATEGORÍA I (psiconeurosis) Si las enfermedades comprendidas en esta categoría requieren tratamiento, desearíamos suministrar una terapia psicoanalítica, un encuadre profesional que brinde confiabilidad y en el que lo inconsciente reprimido pueda hacerse consciente. Esta transformación se provoca mediante la aparición, en la "transferencia", de innumerables muestras de los conflictos personales del paciente. En un caso favorable, las defensas contra la angustia originada en la vida instintiva y su elaboración imaginativa pierden gradualmente su rigidez, y van sometiéndose cada vez más al sistema de control deliberado del paciente. CATEGORÍA II (falla en la asistencia y cuidados tempranos) En tanto estas enfermedades requieran tratamiento, es preciso darle al paciente la oportunidad de tener las experiencias propias de la infancia en condiciones de dependencia extrema. Advertimos que tales condiciones pueden encontrarse fuera de la psicoterapia organizada; por ejemplo, en la amistad, el cuidado que se preste al individuo a causa de una enfermedad física y las experiencias culturales (que, en opinión de algunos, incluyen las llamadas "experiencias religiosas"). La familia que continúa cuidando de un hijo le da reiteradas oportunidades de regresar a un estado de dependencia, y aun de gran dependencia. En verdad, este seguir estando disponibles para restablecer y realzar los elementos de cuidado que inicialmente correspondieron al cuidado del bebé constituye una característica común de la vida familiar, cuando se halla bien inserta en el medio social. Coincidirán conmigo en que algunos niños disfrutan de su familia y de su independencia creciente, en tanto que otros continúan usando a su familia como recurso psicoterapéutico. Aquí entra en juego la asistencia social a cargo de profesionales como una tentativa de ofrecer, en forma profesional, la ayuda que los progenitores, las familias y las unidades sociales suministrarían en forma no profesional. Los asistentes sociales en general no son psicoterapeutas, en el sentido con que describí a éstos al hablar de los pacientes comprendidos en la categoría I, pero sí lo son cuando atienden las necesidades de los pacientes de la categoría II. Mucho de lo que una madre hace con su bebé podría denominarse "sostén". El sostén efectivo es muy importante; es una tarea delicada, que sólo puede ser llevada a cabo con delicadeza y por las personas adecuadas. Es más: una interpretación cada vez más amplia del término incluye gran parte del nutrimiento del bebé. El concepto de sostén acaba por abarcar todo manejo físico, en tanto se adapte a las necesidades de un bebé. El niño aprecia que de a poco se le permita desprenderse, por la época en que los padres le presentan el Principio de Realidad, que al comienzo choca con el Principio del Placer (omnipotencia abrogada). La familia continúa este sostén, y la sociedad sostiene a la familia. La asistencia social de casos individuales podría describirse como un aspecto profesionalizado de esta función normal de los progenitores y las unidades sociales locales, un "sostén" de personas y situaciones, mientras se da una oportunidad a las tendencias de crecimiento. Dichas tendencias están presentes en todo individuo y en todo momento, salvo cuando la desesperanza generada por una falla ambiental reiterada ha llevado al individuo a un retraimiento organizado. Las tendencias han sido descritas en términos de integración, de conciliación y enlace entre la psique y el cuerpo, de desarrollo de la capacidad de relacionarse con objetos. Estos procesos siguen su curso a menos que sean bloqueados por fallas en el sostén y en la respuesta a los impulsos creativos del individuo. CATEGORÍA III {deprivación)
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Cuando los pacientes se ven dominados por un área de deprivación de su pasado, el tratamiento debe adaptarse por fuerza a este hecho. Como personas pueden ser normales, neuróticas o psicóticas. Apenas si podemos identificar la pauta personal porque, no bien empieza a revivir la esperanza, el niño produce un síntoma (robar o ser robado, destruir o ser destruido) que obliga al ambiente a reparar en él y actuar. La acción suele ser punitiva pero, por supuesto, lo que necesita el paciente es un pleno reconocimiento y resarcimiento de su deprivación. Como ya he dicho, muchas veces es imposible hacer esto porque gran parte del proceso es inaccesible a la conciencia; con todo, importa señalar que una investigación seria y profunda, efectuada en las etapas tempranas de una trayectoria antisocial, brinda con bastante frecuencia la pista y la solución del caso. Un estudio de la delincuencia debería partir del estudio de los rasgos antisociales de niños relativamente normales, pertenecientes a hogares intactos. He notado que muchas veces puede rastrearse la deprivación, así como el sufrimiento extremo que causó y que alteró todo el curso del desarrollo del niño. (He publicado casos y, si hay tiempo, citaré otros ejemplos.) La cuestión es que todos los casos no tratados y los intratables quedan a cargo de la sociedad. En ellos, la tendencia antisocial fue en aumento hasta transformarse en una delincuencia estabilizada. En estos casos es preciso suministrar ambientes especializados, que deben dividirse en dos clases: 1) los que abrigan la esperanza de socializar a los menores a quienes sostienen; y, 2) aquellos cuyo único objeto es mantener en orden a sus menores para proteger a la sociedad, hasta que esos muchachos y chicas sean demasiado grandes para seguir internados y salgan al mundo convertidos en adultos que se meterán en dificultades una y otra vez. Si se actúa con sumo rigor, estas instituciones pueden funcionar a la perfección. ¿Se dan cuenta de que es muy peligroso basar un sistema de cuidado del menor en la labor realizada en hogares para inadaptados y, especialmente, en el manejo "exitoso" de los delincuentes en los centros de detención? Fundándonos en lo antedicho, tal vez podamos comparar los tres tipos de psicoterapia. Se sobrentiende que el psiquiatra clínico tiene que ser capaz de pasar fácilmente de un tipo de terapia a otro y, si es preciso, de aplicarlos todos a la vez. En el caso de las enfermedades psicóticas (categoría II) debemos organizar un "sostén" complejo que, de ser necesario, incluya la atención física. El terapeuta o la enfermera profesional intervienen cuando el ambiente inmediato del paciente no logra hacer frente a la situación. Como dijo un amigo mío ya fallecido, John Rickman: "La locura es la incapacidad de encontrar a alguien que nos aguante". Aquí entran en juego dos factores: el grado de enfermedad del paciente y la capacidad de tolerancia de los síntomas que manifieste el ambiente. Esto explica por qué andan sueltos por el mundo individuos más enfermos que algunos de los internados en manicomios... El tipo de psicoterapia al que me refiero puede parecerse a la amistad, pero no lo es porque el terapeuta cobra honorarios y sólo ve al paciente por un tiempo limitado, en sesiones concertadas de antemano. Además, lo trata por un lapso limitado, por cuanto el objetivo de toda terapia es llegar a un punto en el que acaba la relación profesional: la vida del paciente (en todos sus sentidos) toma el timón y el terapeuta pasa a atender otro caso. El terapeuta observa en su trabajo unas normas de conducta más elevadas que en su vida privada (en esto se asemeja a otros profesionales). Es puntual, se adapta a las necesidades de sus pacientes y, en su contacto con ellos, no hurga en sus propias ansias frustradas. Es obvio que los pacientes muy graves de esta categoría someten la integridad del terapeuta a una gran tensión, por cuanto necesitan realmente el contacto humano y la manifestación de sentimientos reales, pero también necesitan confiar absolutamente en una relación que los coloca en una situación de máxima dependencia. Las mayores dificultades surgen cuando el paciente ha sido seducido en su infancia, pues en tal caso, durante el tratamiento, experimentará por fuerza el delirio de que el terapeuta está repitiendo la 159
seducción. Su recuperación depende, por supuesto, de que se deshaga esta seducción de la infancia que sacó prematuramente a ese niño de su vida sexual imaginaria, para llevarlo a una vida sexual real, arruinando así el juego ilimitado, requisito primordial de todo niño. En la terapia para enfermedades psiconeuróticas (categoría I) se puede obtener con facilidad el medio psicoanalítico clásico ideado por Freud, pues el paciente aporta al tratamiento cierto grado de fe y capacidad de confiar en su analista. Cuando todo esto se da por sentado, el analista puede dejar que la transferencia se desarrolle a su modo y, en vez de los delirios del paciente, entrarán en el material de análisis sueños, ideas e imaginaciones expresados en forma simbólica, que podrán ser interpretados conforme se vaya desarrollando el proceso mediante la cooperación inconsciente del paciente. Esto es todo cuanto puedo decir, por razones de tiempo, acerca de la técnica psicoanalítica. Se puede aprender y es bastante difícil, pero no es tan agotadora como la terapia destinada a tratar los trastornos psicóticos. Como ya he señalado, la psicoterapia para el tratamiento de una tendencia antisocial sólo da resultado si el paciente está casi en los inicios de su trayectoria antisocial, o sea, antes de que se hayan afianzado los beneficios secundarios y las habilidades delictivas. Tan sólo en estas etapas iniciales el individuo sabe que es un paciente y, de hecho, siente la necesidad de llegar hasta las raíces de su perturbación. Cuando se puede aplicar este método de trabajo, el terapeuta y su paciente emprenden una especie de investigación policial valiéndose de cualquier pista disponible, incluido cuanto sepan acerca de los antecedentes del caso. Trabajan en una delgada capa situada en un nivel intermedio entre lo inconsciente profundamente enterrado, por un lado, y la vida consciente y el sistema de la memoria del paciente, por el otro. En las personas normales esta capa intermedia entre lo inconsciente y lo consciente está ocupada por los intereses y aspiraciones culturales. La vida cultural del delincuente es notoriamente escasa, porque sólo tiene libertad cuando huye hacia el sueño no recordado o hacia la realidad. Cualquier intento de explorar la zona intermedia no conducirá al arte, la religión o el juego, sino a una conducta antisocial compulsiva, de por sí nada gratificante para el individuo y dañina para la sociedad.
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28. LA PSICOTERAPIA DE LOS TRASTORNOS DEL CARÁCTER
(Trabajo leído en el 11º Congreso Europeo de Psiquiatría del Niño, celebrado en Roma en mayo y junio de 1963)
Pese al título elegido para este trabajo, es imposible abstenerse de discutir el significado de la expresión "trastorno del carácter". Como lo ha señalado Fenichel 2 , cabe preguntarse si existe algún análisis que no sea un "análisis del carácter". Todos los síntomas son el resultado de actitudes específicas del yo, que en el análisis aparecen como resistencias y que han sido adquiridas durante los conflictos infantiles. Así es en verdad y, hasta cierto punto, todos los análisis son realmente análisis del carácter. Y añade: Los trastornos del carácter no constituyen una unidad nosológica. Los mecanismos en los que se fundan pueden ser tan diferentes como aquellos en los que se basan las neurosis sintomáticas. Por ende, un carácter histérico será más fácil de tratar que uno compulsivo y, a su vez, éste será más fácil de tratar que un carácter narcisista. Salta a la vista que la expresión "trastornos del carácter" es demasiado amplia para ser útil, o bien tendré que utilizarla de un modo especial. Si opto por la segunda alternativa, debo indicar qué uso le daré en este trabajo. Ante todo, la confusión será inevitable a menos que se reconozca que los tres términos —carácter, buen carácter y trastorno del carácter— traen a la memoria tres fenómenos muy diferentes. Tratar simultáneamente a los tres sería caer en lo artificioso; sin embargo, los tres están interrelacionados. Freud escribió que "un carácter moderadamente confiable" era uno de los requisitos fundamentales para el éxito del análisis, pero aquí nos estamos refiriendo a la no confiabilidad como rasgo de la personalidad y Fenichel pregunta: ¿esta in-confiabilidad puede ser tratada? Podría haber preguntado: ¿cuál es su etiología? Al observar los trastornos del carácter, me doy cuenta de que estoy observando a personas totales. La expresión "trastornos del carácter" implica cierto grado de integración que es de por sí una señal de buena salud, desde el punto de vista psiquiátrico. Los trabajos que precedieron al mío nos han enseñado muchas cosas y han fortalecido en mí la idea de que el carácter es algo relacionado con la integración. El carácter es una manifestación de una integración lograda; un trastorno del carácter es una deformación de la estructura yoica, si bien se mantiene la integración. Quizá convenga recordar que en la integración entra el factor tiempo: el carácter del niño se ha formado sobre la base de un proceso evolutivo constante y, en este sentido, el niño tiene un pasado y un futuro. Parecería oportuno utilizar el término "trastorno del carácter" para describir el intento de un niño de adecuar sus propias anormalidades o deficiencias en el desarrollo. Siempre suponemos que la estructura de la personalidad es capaz de soportar la tensión y el esfuerzo impuestos por la anormalidad. El niño necesita avenirse a su pauta personal de angustia, compulsión, modalidad temperamental, recelo, etc., y relacionarla con los requerimientos y expectativas del ambiente inmediato. 2
O. Fenichel, The Psychoanalytic Theory of Neurosis, Nueva York, W. W. Norton, 1945. (Versión castellana: Teoría psicoanalítica de las neurosis, Buenos Aires, Paidós, 1964.]
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En mi opinión, el valor del término radica específicamente en una descripción de una deformación de la personalidad que se produce cuando el niño necesita adecuar cierto grado de tendencia antisocial. Esto nos lleva de inmediato a una enunciación del uso que le doy al término. Las palabras que utilizo nos permiten centrar la atención no tanto en la conducta, sino más bien en las raíces de la mala conducta que abarcan toda el área intermedia entre la normalidad y la delincuencia. Ustedes pueden estudiar la tendencia antisocial en su propio hijo sano que a los 2 años toma una moneda de la cartera de su madre. La tendencia antisocial siempre nace de una deprivación y representa el reclamo del niño de volver, por detrás de ella, a la situación reinante cuando todo iba bien. Me es imposible desarrollar el tema en este trabajo, pero debo mencionar lo que yo llamo "tendencia antisocial" porque se la encuentra con regularidad al hacer la disección de los trastornos del carácter. Al adecuar su propia tendencia antisocial, el niño tal vez la oculta, desarrolla una formación reactiva contra ella (p. ej., se vuelve escrupuloso), se siente agraviado y adquiere un carácter quejumbroso, o bien se especializa en tener ensueños diurnos, mentir, orinarse en la cama, chuparse el pulgar o frotarse los muslos en forma compulsiva, evidenciar una masturbación crónica leve, etc. Asimismo, puede manifestar periódicamente su tendencia antisocial por intermedio de un trastorno de la conducta, siempre compulsivo y asociado a la esperanza, que consiste en robar o en agredir y destruir. Por consiguiente, desde mi punto de vista, los trastornos del carácter se refieren principalmente a una deformación de la personalidad intacta provocada por los elementos antisociales que contiene. El elemento antisocial es el que determina la intervención de la sociedad (o sea, de la familia del niño, etc.), la cual debe hacer frente al desafío y sentir agrado o desagrado por ese carácter y su trastorno. Aquí tenemos, pues, el comienzo de una descripción: Los trastornos del carácter no son sinónimo de esquizofrenia. En ellos hay una enfermedad oculta, dentro de una personalidad intacta. De algún modo, y hasta cierto punto, involucran activamente a la sociedad. Podemos clasificarlos basándonos en: El éxito o fracaso del individuo cuando su personalidad total intenta ocultar el elemento de enfermedad. En este contexto tener éxito significa que la personalidad, pese a su empobrecimiento, ha adquirido la capacidad de socializar la deformación del carácter para encontrar beneficios secundarios, o bien para hacerla compatible con una costumbre social. Fracasar significa que el empobrecimiento de la personalidad va acompañado de una falla en el establecimiento de una relación con la sociedad en general, debida al elemento de enfermedad oculto. La sociedad desempeña un papel efectivo en la determinación del destino de la persona afectada por un trastorno del carácter. Lo hace de diversos modos; por ejemplo: Tolera hasta cierto punto la enfermedad del individuo. Tolera la incapacidad del individuo de contribuir con algo. Tolera o aun disfruta las deformaciones del modo en que el individuo contribuye con algo. O bien enfrenta el desafío de la tendencia antisocial del individuo, con una reacción motivada por: 1) El deseo de venganza. 2) El deseo de socializar al individuo. 3) La comprensión y su aplicación a la prevención. El individuo afectado por un trastorno del carácter puede adolecer de:
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1) Empobrecimiento de la personalidad, sentimiento de agravio, irrealidad, conciencia de la falta de un propósito serio para su vida, etc. 2) Incapacidad de socializarse. Aquí tenemos una base para la psicoterapia, porque ella se relaciona con el sufrimiento del individuo y su necesidad de ayuda. Empero, en los trastornos del carácter, el sufrimiento interviene tan sólo en las etapas tempranas de la enfermedad; los beneficios secundarios pronto prevalecen, alivian el sufrimiento e interfieren en el impulso del individuo de buscar ayuda o aceptar la que le ofrezcan. Debemos admitir que en lo pertinente al "éxito" (o sea, al ocultamiento y socialización del trastorno del carácter) la psicoterapia enferma al individuo, porque la enfermedad ocupa una posición intermedia entre la defensa y la salud del individuo. En cambio, cuando el individuo "fracasa" en su intento de ocultar su trastorno, en una etapa temprana puede experimentar un impulso inicial de buscar ayuda pero, a causa de las reacciones de la sociedad, esta motivación no lo impele necesariamente a buscar un tratamiento para su enfermedad más profunda. El indicador con respecto al tratamiento de los trastornos del carácter es el papel que desempeña el ambiente en la cura natural. El ambiente puede "curar" los casos muy leves porque la causa del trastorno fue una falla ambiental en el área del soporte del yo y la protección, producida en una etapa de dependencia del individuo. Esto explica por qué los niños suelen "curarse" de un trastorno incipiente en el curso evolutivo de su propia niñez mediante el simple uso de la vida doméstica. Los padres tienen una segunda oportunidad de sacar a flote a sus hijos e incluso una tercera, pese a las fallas (en su mayoría inevitables) habidas en su manejo en las etapas más tempranas de su vida, cuando el niño es muy dependiente. La vida familiar es, pues, el medio que ofrece la mejor oportunidad para investigar la etiología de los trastornos del carácter. A decir verdad, es en esa vida familiar (o en su sustituto) donde va formándose de manera positiva el carácter del niño. ETIOLOGÍA DE LOS TRASTORNOS DEL CARÁCTER Cuando se estudia la etiología de estos trastornos hay que dar por descontados, por un lado, el proceso de maduración del niño, la esfera libre de conflictos del yo (Hartmann) y el movimiento de avance impulsado por la angustia (Klein) y, por el otro, la función ambiental que facilita los procesos de maduración. En todos los casos, la maduración efectiva del niño requiere una provisión ambiental suficientemente "buena". Teniendo presentes estas premisas, podemos decir que hay dos deformaciones extremas y que ellas se relacionan con la etapa de maduración durante la cual la falla ambiental sometió, en verdad, a un esfuerzo excesivo a la capacidad de organización defensiva del yo: En un extremo está el ocultamiento por el yo de las formaciones de síntomas psiconeuróticos (disposición relacionada con la angustia propia del complejo de Edipo). En este caso la enfermedad oculta es una cuestión de conflicto dentro de lo inconsciente personal. En el otro extremo está el ocultamiento por el yo de las formaciones de síntomas psicóticos (escisión, disociaciones, deslizamiento fuera de la realidad, despersonalización, regresión y dependencias omnipotentes, etc.). En este caso la enfermedad oculta está en la estructura yoica. No obstante, la intervención esencial de la sociedad no depende de que la enfermedad oculta sea psiconeurótica o psicótica. De hecho, en los trastornos del carácter está presente otro elemento más: la percepción correcta por el individuo, en un momento de su temprana infancia, de que al principio todo iba bien o suficientemente bien, pero luego todo marchó mal. En otras palabras, el individuo percibe que en un momento dado, o a lo largo de una 163
fase evolutiva, hubo una falla efectiva en el soporte del yo que sostenía su desarrollo emocional. Esta perturbación provocó en él una reacción que ocupó el lugar del simple crecimiento. Los procesos de maduración quedaron obstruidos por una falla del ambiente facilitador. Si es correcta, esta teoría de la etiología de los trastornos del carácter conduce a una nueva descripción de su gestación. A lo largo de su vida, el individuo que entra en esta categoría lleva encima dos cargas separadas. Una es, por supuesto, la carga cada vez más pesada de un proceso de maduración perturbado y, en algunos aspectos, atrofiado o postergado. La otra es la esperanza de que el ambiente reconozca y repare la falla específica que ocasionó el daño; esta esperanza nunca se extingue del todo. En la gran mayoría de los casos, los padres, familiares o custodios del niño admiten el hecho del "abandono" (tan a menudo inevitable) y logran que el niño se recupere del trauma haciéndolo pasar por un período de manejo especial, de mimos o de lo que podríamos llamar cuidado mental. Si la familia no remedia sus fallas el niño sigue adelante con ciertas desventajas, por cuanto: 1.) está empeñado en arreglárselas para llevar una vida propia, a pesar de la falta de desarrollo emocional; 2) está constantemente expuesto a tener momentos de esperanza, en los que le parecería posible obligar al ambiente a efectuar una cura; de ahí sus actuaciones. Entre el estado clínico del niño así dañado y la reanudación de su desarrollo emocional (con todas sus connotaciones desde el punto de vista de la socialización) se interpone la necesidad de inducir a la sociedad a reconocer y reparar el daño. Detrás de la inadaptación de un niño siempre hay una falla del ambiente, que no se adaptó a las necesidades absolutas de ese niño en un momento de relativa dependencia (falla que es al principio una falla en la asistencia y el cuidado). A ella puede añadírsele ulteriormente una falla de la familia, al no curar los efectos de las fallas anteriores, y otra de la sociedad, cuando ocupa el lugar de la familia. Permítaseme subrayar que, en este tipo de casos, es posible demostrar que la falla inicial ocurrió en un momento en que el desarrollo del niño acababa de posibilitarle la percepción de la falla como hecho real, así como de la índole de la inadaptación ambiental. El niño muestra ahora una tendencia antisocial. Como ya he dicho, en la etapa previa a la adquisición de los beneficios secundarios, dicha tendencia siempre es una manifestación de esperanza. Puede mostrarla de dos maneras: 1) Planteando reclamos a los otros respecto a: tiempo, preocupación por él, dinero, etc. (manifestados mediante el robo). 2) Abrigando la expectativa de que alcanzará el grado de fortaleza y organización estructurales, y de "retorno", esencial para que el chico pueda descansar, relajarse, desintegrarse y sentirse seguro (manifestada mediante la destrucción, que provoca a su vez un manejo enérgico del niño). Esta teoría de la etiología de los trastornos del carácter me servirá de base para examinar el tema de la terapia. INDICACIONES PARA LA TERAPIA El tratamiento de estos trastornos tiene tres metas: 1) Hacer una disección profunda, que llegue hasta la enfermedad oculta que sale a la luz en la deformación del carácter. Puede haber un período preparatorio, durante el cual se invita al individuo a convertirse en paciente, o sea, a enfermarse en vez de ocultar la enfermedad.
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2) Responder a la tendencia antisocial que, desde el punto de vista del terapeuta, evidencia la esperanza que alienta el paciente. Se responderá a ella como si fuera un S.O.S., un grito del corazón, una señal de socorro. 3) Hacer un análisis que tome en cuenta la deformación del yo y la explotación, por el paciente, de las mociones del ello durante sus tentativas de autocuración. El intento de responder a la tendencia antisocial del paciente presenta dos aspectos: Posibilitar sus reclamos de que tiene derechos con respecto al amor y confiabilidad de una persona. Suministrarle una estructura de sostén del yo, relativamente indestructible. De esto se infiere que el paciente "actuará" de tiempo en tiempo; sus actuaciones pueden ser manejadas e interpretadas en tanto guarden relación con la transferencia. Los problemas que aparecen en la terapia se refieren a la actuación antisocial que está fuera del mecanismo terapéutico total, o sea, que involucra a la sociedad. La enfermedad oculta y la deformación del yo requieren un tratamiento psicoterapéutico, pero al mismo tiempo se debe tratar de contrarrestar la tendencia antisocial a medida que vaya manifestándose. Esta parte de la terapia tiene por objeto llegar hasta el trauma original. Esto debe hacerse durante la psicoterapia o, si ésta no es asequible, durante el manejo especializado que se suministre. En el curso de este trabajo, las fallas del terapeuta o de quienes manejen la vida del niño serán reales y podrán mostrarse como otras tantas reproducciones simbólicas de las fallas originales. Su realidad es genuina, especialmente en la medida en que el paciente haya retornado al estado de dependencia propio de la edad en que sufrió la deprivación, o lo recuerde. El reconocimiento de la falla del analista o custodio capacita al paciente para experimentar el sentimiento de rabia que corresponde, en vez de sentirse traumatizado. El paciente necesita retrotraerse a la situación reinante antes del trauma original, a través del trauma transferencial. (En algunos casos, se da la posibilidad de que el paciente llegue muy pronto hasta el trauma de deprivación en la primera entrevista). La reacción ante la falla actual sólo tiene sentido si ésta es la falla ambiental original, desde el punto de vista del niño. La reproducción de ejemplos en el tratamiento tal como surgen de la falla ambiental original, junto con la pertinente experiencia de rabia del paciente, liberan los procesos de maduración de éste. Debemos recordar que el paciente se encuentra en un estado de dependencia y necesita recibir un soporte del yo, así como un manejo ambiental (sostén), dentro del encuadre del tratamiento. La fase siguiente tiene que ser un período de crecimiento emocional, durante el cual el carácter se fortalezca positivamente y pierda sus deformaciones. En circunstancias favorables la actuación propia de estos casos queda confinada a la transferencia, o bien se la puede incorporar a ella en forma productiva interpretando el desplazamiento, el simbolismo y la proyección. En un extremo está la cura "natural" común, que acontece dentro de la familia del niño. En el otro están los pacientes con perturbaciones graves, cuya actuación puede imposibilitar el tratamiento mediante interpretaciones, pues el trabajo se ve interrumpido por las reacciones de la sociedad ante los robos o actos destructivos que comete el paciente. En un caso moderadamente grave se puede manejar la actuación, siempre y cuando el terapeuta comprenda su significado e importancia. Puede decirse que la actuación es la alternativa de la desesperación. La mayor parte del tiempo, el paciente desespera de poder corregir el trauma original; de ahí que viva en un estado de depresión relativa o de disociaciones que enmascaran la amenaza constante de caer en un estado caótico. Sin embargo, cuando empieza a trabar una relación de objeto o a investir a una persona, se pone en marcha una tendencia antisocial, una compulsión a plantear reclamos por medio del robo o de una conducta destructiva y así activar un manejo duro, o incluso vengativo. 165
En todos los casos, para que la psicoterapia tenga éxito, el analista debe observar al paciente durante una o muchas de estas molestas fases de conducta antisocial manifiesta... y, con excesiva frecuencia, el tratamiento es interrumpido justamente en esos momentos molestos. No siempre se abandona un caso porque la situación se ha vuelto intolerable; es igualmente probable que se lo abandone porque los padres, familiares o custodios ignoran que estas fases de actuación son inherentes al caso y pueden tener un valor positivo. Estas fases del manejo o tratamiento presentan dificultades tan grandes en los casos graves, que la ley —o sea, la sociedad— se hace cargo de ellos y deja en suspenso su tratamiento psicoterapéutico. La piedad o la benevolencia dejan paso a la venganza de la sociedad; el individuo deja de sufrir y de ser un paciente, transformándose en un criminal con delirio de persecución. Deseo llamar la atención de ustedes con respecto al elemento positivo contenido en los trastornos del carácter. El hecho de que un individuo que está intentando acomodar cierto grado de tendencia antisocial no llegue a tener un trastorno del carácter indica que está expuesto a sufrir un derrumbe psicótico. El trastorno del carácter indica que la estructura yoica del individuo puede ligar las energías relacionadas con la atrofia de los procesos de maduración, así como las anormalidades en la acción recíproca entre el niño y la familia. En tanto los beneficios secundarios no adquieran importancia, la personalidad con trastornos del carácter siempre estará expuesta a derrumbarse y caer en la paranoia, la depresión maníaca, la psicosis o la esquizofrenia. En suma, podemos describir el tratamiento de estos trastornos partiendo de la premisa de que es el mismo que se aplica a cualquier otro trastorno psicológico, o sea, el psicoanálisis (siempre y cuando sea asequible). Tal premisa debe ir seguida de estas consideraciones: 1) El psicoanálisis puede tener éxito, pero el analista debe prever que encontrará una actuación en la transferencia, comprender su significado e importancia y ser capaz de asignarle valor positivo. 2) El análisis puede tener éxito pero a la vez resultar difícil por las características psicóticas que posee la enfermedad oculta, que obligan a que el paciente se convierta en un enfermo (p.ej., en un psicótico o esquizoide) antes de empezar a mejorar; el analista deberá echar mano a todos sus recursos para tratar los característicos mecanismos de defensa primitivos. 3) El análisis puede ir bien encaminado pero, si la actuación no queda confinada a la relación de transferencia, el paciente será apartado del analista y mantenido fuera de su alcance, ya sea por la reacción de la sociedad ante su tendencia antisocial o por la aplicación de la ley. Este caso puede presentar muchas variantes, dada la variabilidad con que reacciona la sociedad, que va desde la venganza brutal hasta mostrarse dispuesta a darle al paciente la oportunidad de una socialización tardía. 4) Muchos casos de trastorno incipiente se tratan con éxito en el hogar del niño, ya sea mediante una o varias fases de manejo especial (en las que se "malcría" al niño) o mediante un cuidado especialmente personal (o un control estricto) a cargo de una persona que ama al niño. El tratamiento no psicoterapéutico de los trastornos incipientes o tempranos, por medio del manejo grupal, es una extensión del método anterior. La misión de estos grupos es suministrarle al niño un manejo especial que su familia no le puede dar. 5) A veces un paciente llega al consultorio del terapeuta manifestando ya una tendencia antisocial arraigada y una actitud empedernida, fomentada por los beneficios secundarios. En tales casos no se recurre al psicoanálisis, sino que se procura suministrar un manejo firme por personas comprensivas, a modo de tratamiento y antes de que se suministre uno correctivo por orden judicial. La psicoterapia individual podría servir de tratamiento adicional, si fuera accesible.
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6) Un caso de trastorno del carácter puede presentarse como caso judicial; aquí, la reacción de la sociedad está representada por la orden judicial que dispone la libertad vigilada del menor, o bien, su reclusión en una escuela de readaptación social o un establecimiento carcelario. Cuando se imparte en una fase temprana del trastorno del carácter, la orden judicial de reclusión puede contribuir de manera positiva a la socialización del paciente. Una vez más hallamos un paralelo entre la reacción de la sociedad y la cura natural que suele aplicar la familia del paciente: para éste, dicha reacción es una demostración práctica del "amor" que le tiene la sociedad, o sea, de su buena disposición para "sostener" su self no integrado y enfrentar la agresión con firmeza (con el fin de restringir los efectos de los episodios maníacos) y al odio con el odio (en la medida adecuada y bajo control). Esta última es la mejor forma de manejo satisfactorio que recibirán jamás algunos niños deprivados; muchos menores deprivados, antisociales y revoltosos se transforman de fierecillas ineducables en chicos educables bajo el régimen estricto de un hogar de derivación ∗ . Esta mejoría, obtenida en una atmósfera dictatorial, encierra un doble peligro: que tal sistema produzca dictadores y aun persuada a los pedagogos de que una atmósfera de severa disciplina, con reglas y deberes que ocupen hasta el último minuto del día, es un buen tratamiento educativo para los niños normales... cuando, en realidad, no lo es. LAS NIÑAS En términos generales, todo lo dicho hasta aquí se aplica tanto a los varones como a las niñas. Empero, en la etapa de la adolescencia, la naturaleza del trastorno del carácter difiere por fuerza de un sexo a otro. Por ejemplo, las muchachas tienden a manifestar su tendencia antisocial ejerciendo la prostitución, y uno de los peligros de la actuación es que tengan hijos ilegítimos. En la prostitución hay beneficios secundarios. Uno de ellos es el descubrimiento, por las adolescentes, de que prostituyéndose pueden contribuir con algo a la vida de la sociedad, cosa que no pueden hacer por ningún otro medio. Encuentran a muchos hombres que se sienten solos, que buscan una relación más que el placer sexual y están dispuestos a pagar por ella. Asimismo, estas muchachas esencialmente solitarias logran establecer contacto con otras adolescentes prostitutas. El tratamiento de las adolescentes antisociales que han empezado a experienciar los beneficios secundarios de la prostitución presenta dificultades insuperables. En este contexto, tal vez no tenga sentido pensar en un tratamiento. En muchos casos ya es demasiado tarde para aplicarlo. Lo mejor es desistir de todo intento de curar la prostitución y, en cambio, concentrar los esfuerzos en darles a estas muchachas techo, comida y la oportunidad de mantenerse sanas y limpias. EJEMPLOS CLÍNICOS Un caso común En un tiempo, tuve bajo tratamiento psicoanalítico a un niño que se hallaba en la etapa de latencia tardía, al que vi por primera vez cuando tenía 10 años, y que desde su muy temprana infancia (poco después de su nacimiento y mucho antes de su destete, acaecido a los 8 meses) había sido muy inquieto y propenso a los estallidos de furia. Su madre era una neurótica que había pasado su vida en un estado depresivo fluctuante. El niño robaba y solía tener arrebatos agresivos. Su análisis marchaba bien y, en un año de sesiones diarias, habíamos llevado a cabo un considerable trabajo analítico franco y directo. ∗
En inglés: remand home; es una especie de hogar de tránsito para menores que serán derivados a otras instituciones. (N. del T.]
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No obstante, cuando su relación conmigo adquirió importancia, se excitó mucho, trepó al techo de la clínica, inundó el subsuelo e hizo tal alboroto que debimos interrumpir el tratamiento. A veces su conducta entrañaba un peligro para mí: un día se introdujo por la fuerza en mi auto, estacionado fuera de la clínica, y lo puso en marcha en primera por medio del arranque automático, al no tener la llave de contacto. Por la misma época reincidió en los robos y la conducta agresiva fuera del medio terapéutico. El Juzgado de Menores lo envió a una escuela de readaptación social, precisamente cuando el trata miento psicoanalítico estaba en su apogeo. Si yo hubiese sido mucho más fuerte que él, tal vez habría manejado esta fase y tenido la oportunidad de completar el análisis; pero, dada la situación, debí abandonar el caso. (A este muchacho le fue moderadamente bien en la vida. Entró a trabajar como camionero —un oficio adecuado a su temperamento inquieto— y, en la época en que hice el seguimiento del caso, llevaba 14 años en el puesto. Se había casado y tenía tres hijos. Su esposa se había divorciado de él, tras lo cual él se había mantenido en contacto con su madre, de quien obtuve los datos para el seguimiento). Tres casos favorables Un niño de 8 años empezó a robar. Tenía un buen hogar. A los 2 años había sufrido una deprivación relativa, cuando su madre quedó embarazada y fue presa de una angustia patológica. Los padres lograron atender las necesidades especiales del niño y casi habían llevado a cabo una cura natural. Los ayudé en esta larga tarea haciéndoles comprender, en alguna medida, lo que estaban haciendo. En una consulta terapéutica, efectuada cuando el niño tenía 8 años, pude hacerle "palpar" su deprivación. En un salto regresivo, el niño volvió a una relación de objeto con la madre buena de su infancia y dejó de robar. Cierta vez me trajeron en consulta a una niña de 8 años, a causa de sus robos. Tenía un buen hogar y entre los 4 y 5 años había sufrido en él una deprivación relativa. En una sola consulta psicoterapéutica, la niña retrocedió a su contacto infantil temprano con una madre buena y, a partir de entonces, cesaron sus robos. También se orinaba y se ensuciaba; esta manifestación leve de su tendencia antisocial persistió por un tiempo. Un niño de 13 años, pupilo en una escuela privada muy distante de su hogar (que, por lo demás, era bueno), estaba cometiendo robos en gran escala, tajeando sábanas y alterando el orden por diversos medios: metía en líos a sus condiscípulos, escribía obscenidades en los baños, etc. En una consulta terapéutica pudo comunicarme que a los 6 años había pasado por un período de tensión intolerable, cuando lo enviaron a la escuela de pupilos. Llegué a un acuerdo con los padres para que este niño, que era el segundo de tres hermanos, pudiera tener un período de "cuidado mental" en su propio hogar. Lo utilizó para hacer una fase regresiva y luego concurrió a una escuela diurna. Más adelante ingresó como pupilo en una escuela de la vecindad. Sus síntomas antisociales cesaron bruscamente después de esta única entrevista conmigo y el seguimiento indica que le ha ido bien. Ya ha egresado de la universidad y se está afianzando como hombre adulto. En este caso resulta particularmente cierto que el paciente trajo consigo la comprensión de su problema; sólo necesitaba que los hechos fueran reconocidos y que se intentara remediar, en forma simbólica, la falla ambiental. Comentario. En estos tres casos, en los que se pudo prestar ayuda cuando los beneficios secundarios aún no habían adquirido importancia, mi actitud general como psiquiatra hizo posible que cada niño declarara un área específica de deprivación relativa. El hecho de que esto fuera aceptado como algo real y verdadero capacitó al niño para saltar hacia atrás, por encima de la brecha, y renovar una relación con objetos buenos que había sido bloqueada. Un caso fronterizo entre trastorno del carácter y psicosis
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Un muchacho lleva ya varios años bajo mi cuidado, aunque sólo lo he visto una vez. La mayoría de mis contactos han sido con la madre, en tiempos de crisis. Muchas personas han tratado de prestar ayuda directa al joven, que ahora tiene 20 años, pero él pronto se vuelve reacio a cooperar. Su cociente intelectual es alto y todos aquellos a quienes ha permitido que le enseñen algo han dicho que podría ser un actor, poeta, pintor, músico, etc., excepcionalmente brillante. Concurrió a varias escuelas, siempre por períodos breves, pero como autodidacto se mantuvo muy por delante de sus pares; en la adolescencia temprana su método consistía en ayudar a sus amigos en sus tareas escolares, como lo haría un preceptor, y luego mantenerse en contacto con ellos. Durante el período de latencia fue hospitalizado. Le diagnosticaron una esquizofrenia, pero él nunca aceptó su condición de paciente y emprendió el "tratamiento" de otros muchachos. Por último se fugó del hospital y pasó un largo período sin instrucción escolar. Solía tenderse en la cama y escuchar música lúgubre, o encerrarse con llave en su hogar para que nadie pudiera llegar hasta él. Amenazaba constantemente con suicidarse, sobre todo a causa de sus violentas aventuras amorosas. De tiempo en tiempo organizaba fiestas interminables, en cuyo transcurso a veces se cometían daños contra la propiedad. El muchacho vivía con su madre en un departamento pequeño. La mantenía siempre sobre ascuas, sin darle nunca la menor posibilidad de salir de esa situación, por cuanto no estaba dispuesto a marcharse del hogar, ni a ir a la escuela, ni a concurrir a un hospital, y era lo bastante listo como para hacer exactamente lo que quería sin caer jamás en el delito, con lo cual se mantenía fuera de la jurisdicción judicial. He ayudado a la madre en varias oportunidades, poniéndola en contacto con la policía, el servicio de libertad vigilada y otros organismos de asistencia social. Cuando el muchacho se declaró dispuesto a concurrir a determinada escuela secundaria, "tiré de algunos hilos" para posibilitar su ingreso. Los profesores lo encontraron muy adelantado con respecto de su grupo etario y lo alentaron mucho, entusiasmados por su talento... pero él abandonó el colegio antes de terminar sus estudios y obtuvo una beca en una buena escuela de arte dramático de nivel terciario A esa altura decidió que su nariz respingada era deforme y acabó por persuadir a su madre de que le costeara una operación de cirugía plástica para enderezarla. Luego encontró otras razones que le impedían avanzar y triunfar en la vida, sin darle a nadie, empero, oportunidad alguna de ayudarlo. Esta situación persiste. En la actualidad, el joven está internado en observación en un hospital psiquiátrico, pero ya hallará el modo de salir de él y establecerse una vez más en su hogar. La historia temprana de este joven nos da la pista para explicar la parte antisocial de su trastorno del carácter. En realidad, el fue el producto de un matrimonio que tuvo un comienzo desdichado y un rápido fin; a poco de separarse de la madre, el padre se volvió paranoide. La pareja se había casado inmediatamente después de una tragedia y su unión estaba condenada al fracaso, porque la mujer todavía no se había recuperado del golpe. Esa tragedia había sido la muerte de su adorado novio, que ella achacaba a un descuido del hombre con quien se casó enseguida. Este muchacho podría haber recibido ayuda a edad temprana, quizás a los 6 años, cuando lo llevaron por primera vez al consultorio de un psiquiatra. En esa ocasión, el niño podría haber guiado al psiquiatra hasta el material de su deprivación relativa y, a su vez, el profesional podría haberle explicado el problema personal de su madre y por qué mantenía con él una relación ambivalente. Pero, en vez de esto, el psiquiatra dispuso su hospitalización. De ahí en adelante el niño se endureció hasta convertirse en un caso de trastorno del carácter, en una persona que atormenta compulsivamente a su madre, sus maestros y sus amigos.
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En esta serie de resúmenes de casos no he procurado describir un ejemplo de tratamiento psicoanalítico. Los casos tratados exclusivamente por medio del manejo son innumerables e incluyen a todos los niños que al sufrir algún tipo de deprivación son adoptados, enviados a un hogar temporario o internados en pequeños albergues dirigidos al modo de las instituciones terapéuticas, que ofrecen atención personalizada. Si describiera un caso perteneciente a esta categoría, daría una impresión falsa. En verdad, es preciso llamar la atención con respecto al hecho de que el tratamiento de los trastornos del carácter incipientes siempre tiene éxito, sobre todo en el hogar y en toda clase de grupos sociales, y con total independencia de la psicoterapia. No obstante, el trabajo intensivo con los pocos casos que lo requieren es el que esclarece el problema de los trastornos del carácter —lo mismo puede decirse de otros tipos de trastornos psicológicos— y el trabajo de los grupos psicoanalíticos en diversos países es el que ha echado las bases para una formulación teórica, además de haber empezado a dar a los equipos de terapeutas especializados una explicación sobre las razones de sus tan frecuentes éxitos en la prevención o tratamiento de los trastornos del carácter.
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29. LA DISOCIACIÓN REVELADA EN UNA CONSULTA TERAPÉUTICA
(Capítulo preparado en 1965 para el libro Crime, Law and Corrections)
Me propongo tomar y discutir un detalle del cuadro clínico antisocial, cuya importancia deriva de la regularidad con que se reitera en las historias clínicas. Para ejemplificar lo que quiero decir, describiré una entrevista psicoterapéutica a una niña de 8 años que después de esa sesión puso fin a sus robos reiterados, de lo que cabría inferir que fue significativa. El detalle que sirve de tema a este estudio aparece hacia el final. El lector deberá tener presente esto, mientras asimile todo el contenido de una prolongada entrevista en la que se trataron otras cuestiones. TEMA EN DISCUSIÓN En los casos que relatan los padres y maestros, reaparecen una y otra vez declaraciones como ésta: "El muchacho negó haber robado objeto alguno. No parecía manifestar el menor sentimiento de culpa, ni de responsabilidad. Sin embargo, al verse confrontado con sus huellas digitales y tras un interrogatorio persistente, admitió haber robado las mercaderías". Por lo común, a esta altura de las circunstancias el muchacho sospechoso empieza a cooperar con el investigador y da muestras de que en todo momento supo lo que negaba saber. Lo mismo da que el menor bajo sospecha o investigación sea varón o niña. Ejemplo de disociación tomado de una historia clínica Los padres de un muchacho de 14 años me relataron detalladamente su temprana infancia. Su desarrollo había sido normal hasta los 3 años en la que fue hospitalizado a raíz de una grave enfermedad física. Pareció recuperarse de esta experiencia. Cuando tenía 5 años sus padres se mudaron de la ciudad al campo, por lo que él debió cambiar de escuela. Su personalidad se alteró. Por un tiempo se reunió con chicos rudos e indóciles, formó un grupo con ellos y se convirtió en un niño muy difícil. Perdió todo poder de concentración y de hecho abandonó sus tareas escolares, que había cumplido bien en los diversos colegios a los que había asistido hasta entonces. La directora de la escuela le tenía simpatía, pero él no cesaba de importunarla. Por la misma época dejó de relacionarse fácilmente con las mujeres, se volvió intolerante hacia todas ellas y estrechó su comunicación con el padre. Luego de este período de dificultades, y a raíz de él, sus padres lo enviaron a una escuela especializada, porque su retraso intelectual y sus malos modales lo habían vuelto inaceptable para las escuelas comunes. En todo este lapso el niño siempre había evidenciado poseer, por lo menos, un nivel medio de inteligencia. Los padres sabían ahora que tenían ante sí un problema. Renunciaron a sus ambiciones con respecto al hijo y le buscaron otra escuela muy especializada, con la esperanza de que allí lo curarían. Me lo trajeron en consulta porque en esta escuela no había tenido ninguna mejoría. Pregunté si robaba y me dijeron que no, aunque recientemente habían hallado en su poder unos sobrantes del dinero para gastos de viaje, que debería haber devuelto. Ante los primeros regaños, el niño negó todo conocimiento de lo que había hecho. Lo mismo sucedió cuando le pregunté si destruía objetos. Cierta vez tomó una pistola de aire comprimido del armario en el que su padre guardaba las armas y aterrorizó con ella a todos. Cuando lo
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reprendieron pasó un día entero respondiendo con mentiras, hasta que se dio por vencido, confesó de plano y dijo que había sido un estúpido. Es indudable que esta familia no maneja al hijo con rigor excesivo. Los padres son muy capaces de asumir responsabilidades sin exagerar su severidad. El problema radica en el niño, que se ve compelido a actuar de manera impropia. Ahora tiene 14 años y lo encontraron fumando. El director de la escuela conversó con él al respecto. El muchacho confesó, admitió que había infringido las reglas y prometió no reincidir. A los pocos días volvieron a sorprenderlo fumando y esta vez no tuvo nada que decir. Este muchacho es un adolescente deprivado y un tanto paranoide que vive en su propio hogar, con una buena familia. Le cuesta hacerse de amigos; dicen que desea con vehemencia la amistad de otros, pero es incapaz de conquistarla. Cuando le dijeron que podía ver a un doctor, supo enseguida a qué se referían y escribió a su familia: "Espero que el doctor pueda enderezar las cosas". Tenía conciencia de algo que era incapaz de evitar mediante un esfuerzo deliberado; en otras palabras, padecía de una compulsión que no podía explicar, y cuando descubría lo que había hecho impelido por esa compulsión, no podía creerlo. Me propongo fomentar el estudio de esta situación que, de hecho, atrae nuestra atención hacia aspectos interesantes de la teoría de la conducta antisocial. FORMULACIÓN PRELIMINAR Mi tesis es que este tipo de historia clínica ofrece un ejemplo de disociación. El progenitor o el director de la escuela le habla al niño de una parte disociada y, al responderle, ese niño no miente. Al negar conocimiento de lo sucedido, el niño está afirmando algo que es cierto para él como totalidad; para el niño el aspecto del self que cometió el acto no forma parte de su personalidad total. Algunos dirán quizá que estamos frente a una escisión de la personalidad. Empero, tal vez sea mejor reservar el término "escisión" (splitting) para los mecanismos de defensa primitivos subyacentes en la sintomatología de las personalidades esquizofrénicas o fronterizas, o de individuos con esquizofrenia oculta, y retener el término "disociación" (dissociation) para describir los casos en que es posible establecer una comunicación con el self principal sobre una parte de este mismo self. Este tipo de desintegración parcial es característico del niño antisocial de uno u otro sexo. Si se lleva adelante la investigación, es posible que el sospechoso acabe por pasar de esta área de verdadero "estar siendo" (true being) a otra clase de integración, conforme a su capacidad de lograr dicha integración en el área intelectual del funcionamiento del yo. Adviértase que cuando ese muchacho o chica admite haber cometido el acto, el investigador ya le está hablando al aparato intelectual. A esta altura la integración no resulta difícil. El individuo es capaz de saber, comprender y recordar; las fuerzas que producen la disociación han dejado de actuar. Ahora el individuo admite su culpa, pero no la siente. Su respuesta, que antes era negativa, ahora es afirmativa. Este cambio ha ido acompañado de una modificación de la relación entre el investigador y el sospechoso. El segundo se ha vuelto inaccesible, salvo en lo pertinente al aspecto intelectualizado de su personalidad, y de nada vale ya que el investigador continúe indagándolo, si bien el cambio puede resultar conveniente desde el punto de vista sociológico. Tal vez convenga llegar hasta los hechos, pero éstos no tienen valor alguno si se intenta ayudar al sospechoso. En suma, el psicoterapeuta tiene una posibilidad de ayudar al individuo en tanto éste dé una respuesta negativa absolutamente sincera, porque es la parte principal de su personalidad la que necesita ser ayudada. Esa persona, en su totalidad, actuó bajo una compulsión cuyas raíces eran inaccesibles para su self consciente, por lo que podemos decir que ella padece de una actividad compulsiva. Donde hay sufrimiento puede prestarse ayuda.
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FORMULACIÓN ADICIONAL Si desarrollamos aun más esta idea, tendremos que formular o reformular la teoría sobre la conducta antisocial. Vale la pena postular la existencia de una tendencia antisocial. El valor de esta expresión radica en que abarca no sólo aquello que convierte a un niño en un individuo de temperamento antisocial, sino también los actos delictuosos, leves y graves, propios de la vida hogareña corriente. En toda familia siempre se cometen delitos leves; es casi normal que un niño de 2 años y medio robe una moneda del monedero de la madre, o que un niño de más edad hurte de la despensa algún producto muy especial. Por lo demás, todos los niños cometen daños contra pertenencias domésticas. Estos actos sólo se tildarían de conducta antisocial si el niño viviera en un internado. También debemos incluir en este rubro la enuresis, la encopresis y la pseudología (una tendencia muy cercana al robo). No existe una separación neta entre estos actos delictuosos y la tendencia del niño a dar por sentado que le permitirán hacer un poco de barullo, desgastar su ropa y su calzado, lavar mal las cosas, descuidar su higiene personal y, en el caso de los bebés, ensuciar un sinnúmero de pañales. La expresión "tendencia antisocial" puede extenderse hasta abarcar cualquier reclamo de la energía, el tiempo, la credulidad o la tolerancia maternos o parentales que exceda los límites razonables. Claro está que un mismo reclamo puede parecerle razonable a un padre e irrazonable a otro... Puede aceptarse como un hecho que no hay una clara línea demarcatoria entre la conducta antisocial compulsiva de un individuo que reincide en el delito, en un extremo, y, en el otro, las exigencias exageradas casi normales que se les hacen a los padres en la vida diaria de cualquier hogar. Por lo general puede demostrarse que los padres que tratan a un hijo con excesiva indulgencia practican con él psicoterapia, habitualmente útil, de una tendencia antisocial del niño —salvo que lo malcríen por razones propias y no por las derivadas de las necesidades de la criatura—. FORMULACIÓN TEÓRICA SIMPLIFICADA En su definición más simple, la tendencia antisocial es un intento de plantear un reclamo. Normalmente se otorga lo reclamado. En sicopatología, el reclamo es una negación de que se perdió el derecho a plantear reclamos. En la conducta antisocial patológica, el niño antisocial se ve impulsado a remediar la falla olvidada y a obligar a la familia y la sociedad a hacer otro tanto. La conducta antisocial corresponde a un momento de esperanza en un niño que en otras circunstancias se siente desesperanzado. La tendencia antisocial nace de una deprivación; la finalidad del acto antisocial es remediar el efecto de la deprivación negándola. La dificultad que surge en la situación real tiene dos aspectos: 1) El niño ignora cuál fue la deprivación original. 2) La sociedad no está dispuesta a tener en cuenta el elemento positivo de la actividad antisocial, en parte porque le molesta verse agraviada o dañada (lo cual es muy natural), pero también porque no es consciente de este punto importante de la teoría. Debe hacerse hincapié en que la tendencia antisocial está fundada en una deprivación y no en una privación. Esta última produce otro resultado: si la ración básica de ambiente facilitador es deficiente, se distorsiona el proceso de maduración y el resultado no es un defecto en el carácter, sino en la personalidad. La etiología de la tendencia antisocial comprende un período inicial de desarrollo personal satisfactorio y una falla ulterior del ambiente facilitador, que el niño siente aunque no la aprecie intelectualmente. El niño puede conocer esta secuencia de hechos: "Me iba
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bastante bien; después, no pude seguir desarrollándome. Sucedió cuando vivía en... y tenía... años, y ocurrió un cambio". En condiciones especiales (p.ej., en psicoterapia) puede hacerse actual en un niño este entendimiento basado en la memoria. Mentiríamos si dijéramos que el niño suele sostener estas ideas conscientemente, pero así sucede a veces y es común que un niño tenga un conocimiento claro de la deprivación en una versión posterior de la misma: por ejemplo, un período de soledad insoportable, experienciado a los 7 años de edad y asociado con la congoja ante una muerte o el ingreso en una escuela de pupilos, con el consiguiente alejamiento del hogar. Es obvio que la deprivación no distorsionó la organización del yo del hiño (psicosis), pero sí lo movió a obligar al ambiente a reconocer el hecho de su deprivación. A menos que se sienta desesperanzado, el niño siempre debe tratar de saltar hacia atrás por sobre el área de zozobra intolerable y llegar hasta el período anterior recordado, cuando él y sus padres daban por sentada su dependencia y el niño hacía a sus padres una demanda apropiada a su edad y a la capacidad de ellos para adaptarse a las necesidades de cada hijo. Así pues, la tendencia antisocial puede ser una característica de los niños normales, así como de los niños de cualquier tipo o diagnóstico psiquiátrico, salvo la esquizofrenia, por cuanto el esquizofrénico vive en un estado de distorsión asociado Con la privación y, por ende, no está lo bastante maduro como para padecer una deprivación. La personalidad paranoide encuadra muy fácilmente la tendencia antisocial dentro de la tendencia general a sentirse perseguido; de ahí la posibilidad de que contenga una superposición de dos tipos de perturbación: de la personalidad y del carácter. La mejor forma de estudiar la tendencia antisocial es observando al niño menos enfermo, al que se siente verdaderamente perplejo al descubrir que lleva a cuestas una compulsión a robar, mentir, causar daño y provocar diversas reacciones sociales. Si esta investigación se combina con una labor terapéutica —como se debería hacer siempre—, es indispensable tomar las medidas necesarias para establecer un diagnóstico temprano y actuar con la mayor eficacia y rapidez posibles. De hecho, es preciso que el investigador se mantenga en contacto con una escuela o un grupo privado y que éstos le deriven los niños ante la primera manifestación de un defecto del carácter, o de síntomas que provoquen una reacción social, antes de que entre en juego el castigo. No bien se produce un forcejeo entre la tendencia antisocial y la reacción social, comienzan los beneficios secundarios y el caso en cuestión se encamina hacia ese endurecimiento que relacionamos con la delincuencia. EL DETALLE ESPECIFICO DE LA NEGACIÓN La etapa temprana y el niño menos enfermo son especialmente adecuados para abordar esta negación, por cuanto en ambos se la puede tratar como un síntoma indicador de cierta fortaleza y organización yoicas, con la consiguiente carga positiva en la evaluación del pronóstico. El niño que no reconoce su acto antisocial es un niño acongojado que necesita ayuda y puede recibirla. Su zozobra obedece a que se siente compelido a actuar; esta compulsión de origen desconocido lo enloquece y lo induce a recibir con agrado toda comprensión y ayuda en esta etapa temprana o predelictiva. El siguiente informe (resumido) sobre la entrevista a una adolescente esclarecerá esta idea. El caso de una muchacha de 17 años Le pregunté si robaba y ella me respondió: "Bueno... en una sola ocasión, cuando tenía 7 años, pasé por un período en el que agarraba constantemente los peniques y cualquier otra cosa de ese tipo que encontraba por ahí, en mi casa. Siempre me he sentido muy culpable por esto y nunca se lo he contado a nadie. En realidad es muy tonto de mi parte (guardar el secreto). ¡Fue una falta tan pequeña!".
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A esta altura de la entrevista hice una interpretación. Le dije que la dificultad radicaba en que ella no sabía realmente por qué había robado esas monedas; en otras palabras, había actuado bajo una compulsión. Le hablé del tema. Ella se mostró muy interesada y comento: "Sé que los niños roban cuando han sido privados de algo, pero hasta ahora nunca se me había ocurrido que, por supuesto, mi problema era que tenía que robar y no sabía por qué. Lo mismo sucede con las mentiras. Verá usted, es patéticamente fácil engañar a la gente, y yo soy una estupenda actriz. No quiero decir con esto que podría actuar sobre un escenario, pero en cuanto me meto en un engaño puedo llevarlo a cabo tan bien, que nadie se da cuenta. El problema está en que a menudo son engaños compulsivos y no tienen sentido". LA ENTREVISTA PSICOTERAPÉUTICA A continuación ofreceré una descripción completa y detallada de una entrevista psicoterapéutica a una niña de 8 años, traída a la consulta a causa de sus reiterados robos. (También tenía enuresis, pero este problema no excedía los límites de comprensión y tolerancia de sus padres.) El lector hallará al final de ella el ejemplo de la negación representando una disociación. Derivación: La escuela había advertido claramente que los robos de Ada estaban causando problemas; si el síntoma persistía, la niña tendría que dejar el colegio. Ada vivía demasiado lejos como para que yo pudiera pensar en ponerla bajo tratamiento; podría verla una sola vez, o a lo sumo algunas veces (no muchas). Por consiguiente, debería hacer todo lo posible por resolver su caso en la primera consulta terapéutica. Este no es el lugar apropiado para describir la técnica utilizada en este tipo de consultas; no obstante, enunciaré algunos principios: 1. Para hacer este trabajo se requiere un conocimiento del psicoanálisis clásico. 2. Sin embargo, no se trata de un trabajo psicoanalítico, por cuanto se efectúa en la atmósfera subjetiva original del primer contacto. El profesional aplica esta terapia no analítica aprovechando un sueño referente al analista que el paciente puede haber tenido en la noche anterior a este primer contacto, o sea, basándose en la capacidad del paciente de tener fe en una figura comprensiva y dispuesta a ayudarlo. 3. Su intención es jugarse el todo por el todo en la primera entrevista o en las tres primeras. Si el caso requiere un trabajo adicional empieza a alterarse su naturaleza, convirtiéndose en un tratamiento psicoanalítico. 4. De hecho, la parte principal del tratamiento queda a cargo del propio hogar del niño y de sus padres, quienes requieren información y apoyo constantes. Ellos están más que dispuestos a cumplir esta tarea, si pueden hacerlo. Dicho de otro modo, los padres odian perder la responsabilidad inmediata sobre su hijo... y eso es lo que sienten cuando el niño inicia un tratamiento psicoanalítico, éste marcha bien y arrecia la neurosis de transferencia. De esto se infiere que los niños carentes de un medio básico que los apoye, o cuyos progenitores padezcan una enfermedad mental, no pueden recibir una ayuda concreta mediante este método rápido. 5. El tratamiento tiene por objeto desenganchar algo que está impidiendo el manejo del niño por sus propios padres. Debemos recordar que en la inmensa mayoría de los casos los progenitores no necesitan recibir ayuda, ni consultan a un psiquiatra, porque tienen éxito en su tratamiento del chico por medio del manejo. Ayudan a sus hijos a superar las fases de conducta difícil adoptando técnicas complejas que forman parte del cuidado parental. Lo que no pueden ni deben hacer es emprender con el niño un trabajo psicoterapéutico como éste, porque en él se llega hasta un estrato que el niño nunca ha revelado a sus padres y que pone en contacto con su inconsciente.
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Entrevista: Vi a la niña sin entrevistar antes a la madre, que me la había traído. Actué así porque a esta altura del caso no me interesaba obtener un relato fiel de sus antecedentes, sino lograr que la paciente me abriera su corazón, primero lentamente, a medida que adquiriera confianza en mí, y luego en profundidad, si descubría que podía arriesgarse a hacerlo. Nos sentamos ante una mesita sobre la que había dispuesto varias hojas de papel de tamaño pequeño, un lápiz negro y una caja con algunos lápices de colores. Estaban presentes dos asistentes sociales psiquiátricos y un visitante.
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Ada respondió a mi primera pregunta diciéndome que tenía 8 años; tenía una hermana mayor de 16 años y un hermanito de 4 años y medio. Luego dijo que le gustaría dibujar, pues era "su pasatiempo favorito". Dibujó varias flores en un florero (fig. 1), una lámpara que colgaba del techo frente a ella (fig. 2) y la hamaca instalada en el patio de recreo, con el sol y algunas nubes (fig. 3; obsérvense las nubes). Comentario: Estos tres dibujos tenían poco valor como tales y carecían de imaginación; eran figurativos. No obstante, las nubes incluidas en el tercero poseían un significado, como se verá hacia el final de la serie de figuras. Ada dibujó luego un lápiz (fig. 4). "¡Oh, Dios mío! -exclamó—-. ¿No tiene una goma de borrar? Es cómico... algo anda mal en él". Le contesté que no tenía ninguna goma de borrar y que si estaba mal hecho podría modificarlo; así lo hizo y acotó: "Es demasiado gordo". Comentario: Cualquier analista que lea esto ya habrá pensado en varios tipos de simbolismos y en diversas interpretaciones posibles. En este trabajo las interpretaciones son escasas y, como se verá, se reservan para los momentos significativos. Por supuesto, uno tenía en mente dos ideas: un pene erecto o el vientre de una mujer embarazada. Hice algunos comentarios pero ninguna interpretación. A continuación dibujó una casa con sol, nubes y una planta florecida (fig. 5; obsérvense las nubes). Le pregunté si podía dibujar una persona. Ada respondió que dibujaría a su prima (fig. 6) pero, mientras lo hacía, dijo: "No puedo dibujar manos". A esta altura de la sesión yo confiaba cada vez más en que saldría a relucir el tema de los robos, por lo que pude apoyarme en el "proceso" de la propia paciente. De allí en adelante, lo importante no era precisamente lo que yo dijera o no dijera, sino que me adaptara a las necesidades de la niña y no le pidiera que ella se adaptara a las mías. El ocultamiento de las manos podía relacionarse con el tema del robo o el de la masturbación; ambos se relacionaban entre sí, por cuanto el robo sería una actuación compulsiva de fantasías de masturbación reprimidas. (El dibujo de la prima contenía una nueva indicación de embarazo, pero este tema no adquirió significación en esta sesión. Nos habría conducido al embarazo de la madre de Ada, cuando la niña tenía 3 años.)
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Ada le buscó una explicación lógica al ocultamiento de las manos, y dijo: "Está escondiendo un regalo". "¿Puedes dibujar el regalo?", le pregunté. El obsequio era una caja conteniendo pañuelos (fig. 7). "La caja está torcida", comentó Ada. "¿Dónde compró el regalo?", inquirí. Ella dibujó el mostrador de John Lewis, una de las principales tiendas de Londres (fig. 8; adviértase la cortina que cae en el centro del dibujo y véase la fig. 21). Le pregunté por qué no dibujaba a la señora que compraba el regalo, con la evidente intención de poner a prueba su capacidad para dibujar manos. Ella volvió a dibujar una mujer con las manos ocultas, vista desde atrás del mostrador (fig. 9). El lector habrá advertido que los dibujos tienen trazos más fuertes desde que la imaginación entró a participar en su concepción.
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El tema de la compra y entrega de regalos formó parte de presentación de sí misma que me estaba haciendo Ada, pero ni ella ni yo sabíamos que adquiriría importancia más adelante. Yo sabía, empero, que la idea de comprar se empleaba por lo común para encubrir la compulsión de robar y que, a menudo, la entrega de regalos es una explicación racional destinada a encubrir esa misma compulsión. "Me gustaría mucho ver a la señora de espaldas", dije, y Ada dibujó la fig. 10. La niña quedó sorprendida ante su dibujo, y exclamó: "¡Oh! Tiene brazos largos como los míos; está tanteando en busca de algo. Lleva un vestido negro de mangas largas; es el que tengo puesto. En otro tiempo perteneció a mamá". Ahora, la persona que aparecía en las figuras representaba a la misma Ada. En la fig. 10 la niña había dibujado las manos de una manera especial: los dedos me recordaban el lápiz demasiado gordo. No formulé ninguna interpretación. Yo no sabía con certeza cómo evolucionaría la sesión; quizás, esto sería todo cuanto obtendría de Ada. Durante una pausa, la interrogué acerca de las técnicas que utilizaba para dormirse —o sea, para hacer frente al cambio del estado de vigilia al sueño—, y a las dificultades por las que pasan los niños que tienen sentimientos conflictivos con respecto a la masturbación.
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"Tengo un oso muy grande", dijo Ada. Mientras lo dibujaba con cariño (fig. 11) me contó su historia. También poseía un gatito de carne y hueso, que encontraba en su cama cuando despertaba por la mañana. Me habló de su hermano, que se chupaba el pulgar, y dibujó la mano del niño con varios pulgares para chupar (fig. 12). Obsérvense los dos objetos, parecidos a los pechos maternos, que ocupan el mismo lugar donde había nubes en dibujos anteriores. Tal vez esta figura incluía recuerdos del hermano cuando era bebé, tendido sobre el cuerpo de la madre, cerca de sus pechos. No hice ninguna interpretación. El ritmo de nuestro trabajo conjunto decayó, como si se mantuviera en suspenso. Se diría que Ada se preguntaba inconscientemente si sería seguro (léase "ventajoso") ahondar más en el tema. Mientras se interrogaba a sí misma sin saberlo, dibujó "un alpinista orgulloso" (fig. 13).
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Hacía poco que Hillary y Tensing habían escalado el Everest. Esta idea me proporcionó cierta medida de la capacidad de Ada de experienciar un logro y, en el campo sexual, llegar hasta un climax. Pude utilizar esto como un indicio de que Ada sería capaz de plantearme su problema principal y darme la oportunidad de ayudarla a resolverlo. En vez de formular interpretaciones, establecí deliberadamente un nexo entre aquel dibujo y los sueños: "Cuando sueñas —le pregunté— ¿sueñas con escalar montañas y otras cosas por el estilo?" Ada respondió relatándome un sueño muy embrollado. En su narración, muy atropellada, vino a decirme algo así: "Voy a Estados Unidos. Estoy con los indios y consigo tres osos. El chico de la casa de al lado está en el sueño. Es rico. Me perdí en Londres. Hubo una inundación; el mar penetró por la puerta de calle. Todos huimos en un auto. Dejamos algo detrás. Creo que... no sé qué era. No creo que haya sido Teddy (su osito de juguete; me parece que dejamos la cocina de gas". Me contó que había sido una pesadilla muy desagradable y que, al despertar de ella, había corrido al dormitorio de sus padres, se había metido en la cama de la madre y había pasado allí el resto de la noche. Evidentemente, me estaba describiendo un agudo estado de confusión. Este fue quizás el punto central de la entrevista o el llegar a lo esencial de su experiencia de enfermedad mental. De ser así, el resto de la sesión podría considerarse un cuadro recuperatorio a partir de ese estado de confusión.
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Luego de este relato, Ada hizo varios dibujos más. He olvidado qué representaba el primero de ellos (fig. 14). A continuación dibujó una aspidistra (fig. 15) y pensó en ella mientras me hablaba de arañas y de otros sueños que había tenido, en los que "bajaban ejércitos enteros" de escorpiones punzantes "y había uno enorme en mi cama". También hizo un dibujo confuso que mostraba algo así como una mezcla de casa común (morada fija) y casa rodante (hogar móvil, que le recordaba las vacaciones familiares; fig. 16). Por último, dibujó una araña venenosa (fig. 17).
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La araña tenía ciertas características que la vinculaban con la mano. Probablemente, en este caso simbolizaba a la vez la mano masturbadora y los genitales femeninos, así como el orgasmo. No hice interpretaciones. Le pregunté cuál sería un sueño triste y Ada respondió: "Alguien resultó muerto... mamá y papá, pero los dos volvieron a ponerse bien". Luego dijo: "Tengo una caja con 36 lápices de colores". (Fue una alusión a los pocos lápices que le había suministrado yo y, supongo, a mi mezquindad.) Habíamos llegado al término de la fase central, si bien debe recordarse que yo no sabía si acontecería algo más. No obstante, me abstuve de formular interpretaciones y esperé que operara el proceso preestablecido. Tal vez tomé la alusión de Ada a mi tacañería (referencia a los lápices) como una señal de que ése sería el momento oportuno para que saliera a relucir su impulso de robar. Sin embargo, continué absteniéndome de toda interpretación y me mantuve a la expectativa, por si acaso Ada deseaba seguir adelante. Al cabo de un rato, Ada dijo espontáneamente: "Soñé con un ladrón". Había comenzado la etapa final de la entrevista. Se advertirá que de aquí en adelante los dibujos de Ada son mucho más audaces. Quienquiera la observara dibujar percibiría con claridad que la niña actuaba impelida por una necesidad y un impulso profundos. Uno casi se sentía en contacto con su inconsciente. Ada hizo otro dibujo y dijo: "Un hombre negro está matando a una mujer. Detrás de él hay algo, una cosa con dedos o algo así" (fig. 18).
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Después dibujó al asaltante con el cabello erizado; era una figura más bien cómica, parecido a un payaso (fig. 19). "Las manos de mi hermana son más grandes que las mías — dijo—. El ladrón está robando las joyas de una señora rica, porque quiere hacerle un lindo regalo a su esposa. No podía esperar hasta ahorrar el dinero necesario".
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Aquí reaparece, en un nivel más profundo, el tema representado anteriormente por la mujer o muchacha que compraba pañuelos en una tienda, para regalarlos a alguien. Nótese la inclusión de formas que se asemejan a las nubes de algunos dibujos previos, sólo que ahora parecen indicar una cortina y hay un moño.
No hice ninguna interpretación, pero el moño despertó mi interés: si fuera desatado, revelaría algo. 187
Estas cortinas y el moño reaparecen en la fíg. 20, que muestra el regalo. Ada miró lo que había dibujado y añadió: "El ladrón lleva una capa. Su cabello parece unas zanahorias, un árbol o un matorral. En realidad es muy bondadoso".
Aquí intervine yo y le pregunté acerca del moño. Ada dijo que pertenecía a un circo. (Nunca había estado en uno.) Dibujó un malabarista (fíg. 21), en lo que podría interpretarse como un intento de convertir el problema no resuelto en una profesión, y reaparecieron una vez más la cortina y el moño. Pensé entonces que este último simbolizaba la represión y me pareció que Ada estaba preparada para que alguien se lo desatara. Así pues, le pregunté: "¿Alguna vez sacas (robas) cosas tú misma?". Aquí aparece el tema de mi estudio en esta descripción de una entrevista terapéutica. Por este detalle, he invitado al lector a seguir el desarrollo del proceso en esa niña que aprovechó la oportunidad para ponerse en contacto conmigo. Mi pregunta provocó una doble reacción, representativa de la disociación. "¡NO!", contestó Ada y, al mismo tiempo, tomó otra hoja de papel, dibujó un manzano con dos manzanas y le añadió pasto, un conejo y una flor (fig. 22). Este dibujo mostró qué había detrás de la cortina. Representaba el descubrimiento de los pechos maternos escondidos, por decirlo así, detrás de la vestimenta de la madre. Ada había simbolizado así una deprivación. Debemos comparar y contrastar este simbolismo con la visión directa ilustrada en la fíg. 12, que contiene un recuerdo del hermano (un bebé) en contacto con el cuerpo materno.
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En ese momento hice el siguiente comentario: "¡Oh, ya veo! Las cortinas eran la blusa de mamá; ahora las has atravesado y has llegado hasta sus pechos". En vez de responderme, Ada hizo otro dibujo (fíg. 23) y explicó: "Este es el vestido de mamá que más quiero. Todavía lo tiene". El vestido databa de cuando Ada era una niña pequeña. Lo dibujó como lo vería un niño cuyos ojos quedaran, aproximadamente, a la altura de la parte media de los muslos maternos. El tema de los pechos se continúa en las mangas abullonadas. Los símbolos de fertilidad son los mismos que aparecieron en el dibujo de una casa (fíg. 5); además, están transformándose en números. El trabajo realizado en la entrevista había terminado. Ada gastó un tiempito en "volver a la superficie", entregándose a un juego que continuaba el tema de los números como símbolos de fertilidad (figs. 24, 25 y 26).
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La niña estaba lista para marcharse y, como se mostraba feliz y satisfecha, pude dedicarle diez minutos a la madre, que había esperado durante una hora y cuarto. 190
En esta breve entrevista me enteré de que Ada se había desarrollado satisfactoriamente hasta los 4 años y 9 meses. A los 3 años y medio había asumido el nacimiento del hermano sin alterarse, si bien manifestó cierta preocupación exagerada por él. Cuando Ada tenía 4 años y 9 meses, su hermano (de 20 meses) contrajo una enfermedad grave y nunca recuperó la salud. La hermana mayor de Ada le había dispensado muchos cuidados maternales, pero cuando el hermanito enfermó transfirió toda su atención a él, causándole una grave deprivación a la niña. Pasó un tiempo antes de que los padres se percataran de que el cambio en la conducta de la hermana había afectado gravemente a Ada. Hicieron todo cuanto pudieron por remediar el daño, pero transcurrieron unos dos años antes de que Ada diera señales de recuperarse. Por entonces, cuando tenía ya 7 años, Ada empezó a robarle cosas a la madre y, luego, a cometer hurtos en la escuela. Esta conducta se había convertido recientemente en un problema grave; no obstante, Ada nunca pudo admitir de plano sus robos. Llegó al extremo de llevarle a su maestra dinero robado y pedirle que se lo fuera entregando de a poco, demostrando con ello que aún no se había dado cuenta de todas las implicaciones de sus hurtos. El desempeño escolar de Ada se había visto afectado no sólo por estos robos compulsivos, sino también por su incapacidad para concentrarse en las tareas. Se sonaba la nariz constantemente y se había transformado en una niña gorda, torpe y desgarbada (recuérdese la fig. 4 y el comentario: "El lápiz es demasiado gordo.- Algo anda mal en él"). En suma, pese a vivir en su propio hogar y con una buena familia, a los 4 años y 9 meses Ada había sufrido una deprivación relativa que la dejó en un estado de confusión. Cuando redescubrió un sentimiento de seguridad, empezó a robar impelida por una compulsión disociada que no podía reconocer como propia. Resultado de la entrevista psicoterapéutica No cabe duda de que la entrevista fue significativa pues, si bien Ada continuaba robando en el momento en que se efectuó, no cometió más robos en los tres años y medio transcurridos desde entonces. Su trabajo escolar mejoró rápidamente. (En cambio, la enuresis nocturna no se resolvió hasta un año después de la entrevista.) La madre me informó que desde el momento en que habían salido de la clínica Ada entabló un nuevo tipo de relación con ella, una relación íntima y desenvuelta, como si le hubieran quitado un obstáculo. Esta recuperación de una vieja intimidad ha persistido; y parece indicar que durante la entrevista se restableció de veras el contacto perdido cuando la hermana mayor, en un desplazamiento súbito, volcó hacia el hermano enfermo los cuidados maternales que hasta entonces había dispensado a la niña. Aquí tenemos, pues, un ejemplo detallado de la disociación a la que me refiero en este trabajo. Ada no podía admitir que robaba. Cuando le pregunté si alguna vez lo hacía, me respondió con un "¡No!" rotundo pero, al mismo tiempo, indicó que ya no necesitaba robar porque había encontrado lo perdido: el contacto simbólico con los pechos maternos. RESUMEN DEL CASO Se describe con detalle una entrevista terapéutica, mostrando cómo se resuelve la compulsión de robar en una niña de 8 años. En el momento crítico, la niña negó que hubiera robado alguna vez. Al mismo tiempo, atravesó la barrera y llegó hasta lo perdido, convirtiendo así su "¡No!" en una verdadera afirmación. Dicho de otro modo, en ese instante la disociación dejó de ser operativa. En este caso, no se intentó en absoluto inducir a la niña a admitir su conducta, o sea, a pasar de la disociación a un área de comprensión intelectual e integración. Se trabajó en un
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estrato más profundo; allí, la entrevista pudo producir un resultado que no fue el insight consciente ni la confesión, sino la verdadera curación de una disociación.
FIN
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Esta edición se terminó de imprimir en RIPARI S.A. General J.G.Lemos 248, Buenos Aires en el mes de febrero de 1991
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nald Woods Winnicott fue uno de los gigantes de la psiquiatría y el psicoanálisis de niños. Murió en 1971, al cabo de una distinguida carrera de la que dan testimonio sus prolíficos escritos, algunos de los cuales hoy se consideran clásicos en el campo del desarrollo infantil. Muchos de sus trabajos permanecen inéditos o se han vuelto inaccesibles para el lector. La presente compilación se centra en los temas de la deprivación y la delincuencia juvenil. Los artículos reflejan las ideas de Winnicott sobre la deprivación y el modo en que ésta favorece la tendencia antisocial (delincuencia juvenil). Buena parte del material se basa en experiencias del período bélico (segunda guerra mundial), durante el cual Winnicott fue testigo de muchas clases de deprivación, sobre todo en su trabajo con niños evacuados. Los artículos se ocupan asimismo de la previsión social que se requiere para el tratamiento de los niños delincuentes y del empleo eficaz de la terapia individual. En varios pasajes los compiladores sitúan los artículos en su contexto histórico. El libro incluye una Introducción de la viuda del autor, Clare Winnicott, quien lamentablemente falleció poco después de completar el manuscrito. De la obra de Winnicott impresa en castellano, El gesto espontáneo, Conozca a su niño y Los bebés y sus madres pertenecen a nuestro fondo editorial.
Paidós Psicología Profunda
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