Weeks John R - Sociologia de La Poblacion

March 16, 2017 | Author: viviedit67 | Category: N/A
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SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN John R. Weeks Versión española de Mª del Mar Terán y José Juan Toharia Alianza Editorial 1984

ÍNDICE Capítulo 1 Introducción Fuentes de datos demográficos Censos de población El censo de Estados Unidos El registro de estadísticas vitales La combinación de datos censales y de estadísticas vitales Encuestas muestrales ¿Quién utiliza los datos demográficos? ¿Dónde obtener información publicada? Resumen y conclusiones Capítulo 2 Perspectivas demográficas. Doctrinas demográficas premodernas. La perspectiva malthusiana. Causas del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico. Cómo evitar las consecuencias La perspectiva marxista. Causas del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico. Malthus revisado. Marx revisado. Otras teorías clásicas de la población. Mill. Brentano. Durkheim. La teoría de la transición demográfica. La teoría de la transición demográfica en síntesis. Crítica de la teoría de la transición demográfica. La teoría del cambio y respuesta demográficos. La teoría del nivel relativo de ingresos. Resumen y conclusiones. Capítulo 3 La población mundial: una visión de conjunto. Breve historia de la población mundial. ¿Con qué rapidez pueden crecer las poblaciones?¿Por qué fue tan lento el crecimiento inicial?¿Por qué son tan rápidos los aumentos poblacionales recientes?¿Redistribución de la población mundial por medio de la migración? La expansión europea. La revolución urbana. Breve historia de la población de los Estados Unidos. Los países más poblados del mundo. China. India. ¿A qué velocidad está creciendo realmente la población mundial? Unión Soviética y Estados Unidos. Diferencias actuales en las tasas de crecimiento. El caso de China y de la India frente al caso de la URSS y de Estados Unidos. Pautas mundiales de crecimiento demográfico. Alta mortalidad y alta fecundidad. -Baja mortalidad y alta fecundidad. -Baja mortalidad y baja fecundidad. Resumen y conclusiones. Capítulo 4 Fecundidad: conceptos y mediciones.

¿Qué es la fecundidad? El componente biológico. El componente social. ¿Cómo puede ser controlada la fecundidad? Variables referidas a la relación sexual. Variables referidas a la concepción. Medición de la fecundidad. Tasa bruta de natalidad. Tasa de fecundidad general. Tasa de fecundidad especifica por edad. Tasa de fecundidad total. Tasa bruta de reproducción. Tasa neta de reproducción. Fecundidad de cohorte y fecundidad de periodo. Resumen y conclusiones Capítulo 5 Fecundidad: pautas, niveles y explicaciones. Explicaciones de la alta fecundidad. La necesidad de reemplazo social, Los hijos como protección y como mano de obra. El deseo de tener hijos varones. Ambivalencia. Países con alta fecundidad. India.-Ghana.-Kuwait. Explicaciones de la baja fecundidad Riqueza, prestigio y fecundidad. Ingresos y fecundidad. Ocupación y fecundidad. El enfoque económico. El enfoque sociológico. Países con baja fecundidad. Inglaterra.-Japón.-Estados Unidos Resumen y conclusiones. Capítulo 6 Mortalidad Componentes de la mortalidad Duración de la vida. Longevidad. Factores sociales. Causas de la mortalidad Degeneración. Enfermedades contagiosas. Productos del entorno económico y social. La medición de la mortalidad La tasa bruta de mortalidad. Tasas de mortalidad específicas por sexo y edad. Diferencias en la mortalidad por clase social

Ocupación. Ingresos\educación. Raza y etnia. Diferencias en la mortalidad según estado civil Diferencias en la mortalidad por sexo Diferencias en la mortalidad por edad Mortalidad infantil. Mortalidad de los adultos jóvenes. DOCUMENTO Mortalidad y el coste de los residencias de ancianos. Mortalidad en edades superiores. Diferencias en la mortalidad entre zonas urbanas y rurales. Pautas y niveles de mortalidad. Europa y Estados Unidos. Países menos desarrollados. Resumen y conclusiones Capítulo 7 Migraciones. Definición y medición de la migración. Tipos de migraciones: internas e internacionales. Explicaciones de la migración. Migración según la edad. Migración según el estado civil. Migración según el nivel educativo. ¿Cuántos norteamericanos cambian de lugar de residencia? ¿Adónde se traslada la gente? Consecuencias de la migración. Consecuencias individuales. Consecuencias sociales. La migración como componente de la política demográfica. Migración internacional. Migración legal. Migración interna. Resumen y conclusiones. Capítulo 8 Estructura y características de la población. Estructura por sexo y edad. ¿Qué es una estructura por sexo y edad? Edad. Sexo. Población estable y población estacionaria. Proyecciones demográficas. Impacto de la migración sobre la estructura por sexo y edad. Impacto de inmigración a Estados Unidos. Impacto de la migración interna dentro de una ciudad. Impacto de la mortalidad sobre la estructura por sexo y edad. Impacto a largo plazo de los cambios en la mortalidad. Impacto a corto plazo de los cambios en la mortalidad.

Influencia de la fecundidad sobre la estructura por sexo y edad. Tasa de dependencia. El impacto de la fecundidad sobre la estructura por edad de la población norteamericana. CDC: ¿Ahora o más adelante? 1975.- 1995.- 2015.- 2035.- 2055. Resumen y conclusiones Capítulo 9 Características poblacionales y oportunidades vitales Raza y etnia Educación Ocupación Ingresos Matrimonio y divorcio Defunción y divorcio Genocidio racial DOCUMENTO: Importancia decreciente de la religion como característica demográfica. Resumen y conclusiones Capítulo 10 Crecimiento poblacional y desarrollo económico ¿Qué es el desarrollo económico? Crecimiento económico y desarrollo económico Las bases estadísticas del debate Las bases ideológicas del debate ¿Constituye el crecimiento demográfico un estímulo para el desarrollo económico? ¿Carece el crecimiento demográfico de toda relación con el desarrollo económico? ¿Resulta el crecimiento demográfico perjudicial para el desarrollo económico? El desarrollo económico como fuente de cambios demográficos Impacto de las tasas de crecimiento demográfico sobre el desarrollo económico. Implicaciones del debate para la formulación de políticas de actuación El caso de Méjico El análisis de Coale y Hoover ¿Que es lo que ha ocurrido? Implicaciones para la política demográfica Capitulo 11 Crecimiento poblacional y recursos alimentarios La revolución agrícola La agricultura y la revolución industrial La revolución verde ¿En que consiste?. ¿Hasta qué punto es una revolución?. ¿Cómo puede aumentarse la producción de alimentos? Aumentando la superficie cultivada. Aumentando el rendimiento de la superficie cultivada. ¿Quién tiene los alimentos? ¿Quién debería proporcionar los alimentos? Recursos alimentarios y contaminación

La degradación del entorno agrícola. Riesgos para la salud en la producción de alimentos. Otros riesgos del entorno. Resumen y conclusiones Capítulo 12 Crecimiento poblacional y urbanización ¿Qué se considera urbano? Componentes demográficos de la urbanización La migración interna del campo a la ciudad Incremento natural Migración urbana Reclasificación Metropolitanización Impacto de los procesos poblacionales sobre la urbanización Orígenes Migración a las ciudades Proporción entre sexos en las ciudades Urbanización y mortalidad Urbanización y fecundidad Un ejemplo mejicano Impacto de la urbanización sobre las condiciones de vida El proceso de suburbanización en Estados Unidos Segregación residencial Otros aspectos del entorno urbano El impacto de la aglomeración urbana Resumen y conclusiones Capítulo 13 El crecimiento poblacional, la mujer y la familia. Condiciones demográficas que facilitan la dominación masculina. Factores demográficos que facilitan que la mujer tenga un status más elevado. La influencia de la mortalidad, de la fecundidad de la urbanización. Los Estados Unidos como ejemplo. La independencia económica, elemento clave del status. El status de la mujer y la fecundidad. ¿Por qué la elevación del status de la mujer afecta a la fecundidad? ¿Guardan alguna relación los factores demográficos con los actitudes hacia la liberación de la mujer?. Participación con la población activa y fecundidad. Maternidad adolescente. La situación en otros países. El status de la mujer y la familia. Posposición del matrimonio. Aumento de la cohabitación. Aumento de la ilegitimidad. Aumento de la tasa de divorcio. Descenso del número de nuevos matrimonios. El futuro de la familia en los países industrializados. Resumen y conclusiones.

Capitulo 14 Crecimiento poblacional y envejecimiento de la población. ¿Qué se considera viejo? Aspectos biológicos del envejecimiento. Aspectos sociales del envejecimiento. ¿Cuantas personas de edad avanzada existen?. Crecimiento de la población de edad avanzada en Estados Unidos. Características demográficas de la población de edad avanzada. Edad y sexo. Estado civil y formas de convivencia. Educación. Participación en la población activa e ingresos. ¿Con cuánto dinero cuentan los ancianos norteamericanos para vivir? Las personas de edad de los grupos minoritarios. El envejecimiento y el futuro de la sociedad. Resumen y conclusiones. Capítulo 15 Política demográfica. ¿Qué es una política demográfica? La evaluación del futuro. El establecimiento de una meta. ¿Quién necesita una política demográfica?. Cómo frenar el crecimiento. Influyendo sobre la mortalidad. Influyendo sobre la migración. Limitando la fecundidad. Más allá de la planificación familiar. El cambio social como cambio provocado. El incentivo económico. China y Singapur. Políticas indirectas que influyen sobre la fecundidad El fomento o el mantenimiento del crecimiento. África. Asia y América Latina. Resumen y conclusiones.

Capítulo 1 Introducción ¿Por qué estudiar demografía? Fuentes de datos demográficos Censos de población El censo de Estados Unidos El registro de estadísticas vitales La combinación de datos censales y de estadísticas vitales Encuestas muestrales ¿Quién utiliza los datos demográficos? ¿Dónde obtener información publicada? Resumen y conclusiones

INTRODUCCIÓN En el año 2000 seis mil millones de personas compartirán el mundo con nosotros (Un aumento inercible comparado con los cuatro mil millones de 1980) y hacer frente a ese crecimiento poblacional consumirá una cantidad creciente de los recursos del mundo. Este incremento masivo en el número de seres humanos tendrá una destacada incidencia en la crisis de la energía, la escasez de viviendas, el hambre creciente, la contaminación, la inflación y el desempleo; por otro lado vendrá también a plantear una amenaza muy clara para la libertad individual. Para hacer frente inteligentemente a un futuro que compartiremos con millones de personas más de las que hay hoy, hemos de entender por qué la población de la mayoría de los paises está creciendo (y por qué la de otros no) y lo que ocurre a las sociedades cuando sus pautas de natalidad, mortalidad o migración cambian. A lo largo de estos últimos años hemos oído a los pesimistas argumentar que el crecimiento poblacional es una bomba a punto de explotar con consecuencias catastróficas, mientras que por otro lado, los optimistas suelen decir que el crecimiento demográfico no es en realidad tan amenazador como parece y que los problemas se podrán resolver con más alimentos, con nuevas tecnologías, o con una mejor distribución de los recursos. La gente, en suma, siente preocupación por un futuro que todos sabemos que será afectado por las consecuencias del cambio demográfico, tanto si éste supone crecimiento (lo que ocurrirá en la mayoría de los sitios) como si supone disminución (lo que ocurrirá en unos pocos lugares). La comprensión de estos temas y de una amplia gama de cuestiones con ellos relacionados es lo que persigue la demografia, la ciencia de la población. El estudio de la población tiene varios componentes y me ocuparé de cada uno de ellos por separado. La primera parte de este libro pretende constituir una introducción a los estudios poblacionales. Este primer capítulo tiene como finalidad orientar al lector respecto de las distintas fuentes de información demográfica. El Capitulo 2 trata de seguir ayudando al lector a pensar en términos demográficos, introduciéndole en algunas de las perspectivas teóricas más importantes. Finalmente en el Capítulo 3 ofreceré una visión básica, de conjunto. de la situación demográfica actual (y pasada) del mundo, examinando dos de los elementos básicos del estudio de las poblaciones: el tamaño y la distribución geográfica de las mismas.

En la segunda parte abordaremos las cuestiones centrales para comprender cómo las poblaciones crecen y cambian en el tiempo. Dichas variaciones resultan de la combinación de la fecundidad (Capítulos 4 y 5), la mortalidad (Capítulo 6) y la migración (Capitulo 7). La interacción de estos tres procesos dinámicos de población influye también sobre (y a su vez es influida por) la estructura demográfica y las características demográficas de una sociedad. Estos dos componentes del estudio de las poblaciones constituyen los temas abordados en la tercera parte. La estructura demográfica (Capitulo 8) se refiere a la distribución de la población por edades y sexo. Esta cuestión, aparentemente banal, resulta tener sin embargo una importancia decisiva en la configuración social, económica y política de la sociedad. Las características demográficas (Capitulo 9) incluyen el estado civil, la educación, la ocupación y la pertenencia étnica, factores todos ellos estrechamente relacionados con el comportamiento demográfico de los individuos, de ahí su importancia. Finalmente, en la cuarta parte examinaré algunos de los problemas sociales contemporáneos relacionados con la población: resulta recomendable, antes de entrar en esta sección, haber estudiado las partes primera, segunda y tercera. Resulta, en efecto, necesario saber cómo y por qué la población cambia y crece, para poder entender la relación existente entre el crecimiento poblacional y el desarrollo económico (Capítulo 10); entre el crecimiento poblacional y el entorno urbano (Capítulo 12); entre el crecimiento poblacional y la situación de la mujer y de la familia (Capítulo 13): y entre el crecimiento de la población y su envejecimiento (Capítulo 14). Tales problemas invitan, por supuesto. a buscar soluciones, y así en el último capítulo (Capítulo 15) trataré de la política demográfica desde el punto de vista de lo que razonablemente puede hacerse respecto de estos problemas contemporáneos. Espero que a medida que vayamos descubriendo las interrelaciones existentes entre población y sociedad, el lector vaya adquiriendo, ante todo, un punto de vista realista acerca de las posibles consecuencias de los distintos tipos de cambios demográficos así como acerca de las posibles líneas de actuación para intentar cambiar el curso de los acontecimientos demográfícos. A la demografía le concierne prácticamente todo lo que influye sobre, o puede estar influido por, el tamaño de la población su distribución, procesos, estructura o características. Aunque la mayor parte de este libro está dedicado al análisis de la situación demográfica a escala mundial, ello no debe hacernos perder de vista el hecho de que estas grandes cuestiones no son en realidad sino el resultado de millones, o más bien, de millones de millones de decisiones individuales y de situaciones personales. Por ejemplo, todo el mundo experimenta por lo menos dos de los procesos demográficos básicos, nacer y morir. Y entre medias muchos de nosotros tenemos hijos y, seguramente, cambiamos de lugar de residencia al menos una vez. Por otro lado, problemas tan variados como las colas en el supermercado el alto precio de la gasolina, las posibilidades de casarse y tener hijos, la clase de vivienda que se pueda encontrar, la probabilidad de poder cambiar de situación ocupacional a mitad de la vida, o la clase de apoyo social posible que se espera recibir en la vejez constituyen sólo unos pocos ejemplos reveladores de lo amplias que son las bases demográficas sobre las que se asientan nuestras vidas. A medida que el mundo se ha hecho más consciente de su sustentación demográfica, los estudios poblacionales han pasado a ser utilizados en una amplia gama de estrategias de planificación. Tanto los gobiernos como las empresas privadas han descubierto que la demografia tiene importantes implicaciones para la planificación social, económica y política. Los legisladores necesitan considerar

la futura proporción de jubilados sobre el total de personas activas para establecer las adecuadas deducciones salariales destinadas a alimentar el fondo de pensiones para la vejez. Las compañías de seguros necesitan saber las probabilidades de defunción antes de aceptar un seguro de vida. Los constructores de viviendas necesitan saber la edad y el nivel económico de los posibles compradores antes de embarcarse en el proyecto de edificar una zona residencial. Los educadores necesitan tener una proyección del número futuro de estudiantes en un área determinada antes de contratar (o despedir) a profesores y empleados. Un ingeniero de caminos necesita saber la medida en que un determinado proyecto de conexión de dos autopistas puede afectar a la población de un pueblo o ciudad cercanos. Los fabricantes de pantalones vaqueros observan el creciente número de adultos jóvenes y el número decreciente de niños y a partir de ahí deciden una estrategia de promoción distinta para la venta de su producto. Estos son solamente unos pocos ejemplos de los modos en que la información demográfica puede ser utilizada. A medida que vayamos explicando las causas y las consecuencias del crecimiento poblacional y la utilidad que ese conocimiento puede tener, necesitaremos información sobre las fuentes de datos demográficos. ¿Cuál es la base empírica de nuestra comprensión de la relación entre población y sociedad? ¿Por qué estudiar demografía? El crecimiento demográfico puede, si no crear, sí multiplicar y magnificar una amplia variedad de problemas sociales, económicos y políticos. Estos son algunos de los problemas que guardan relación con el crecimiento de la población mundial: Hambre. Ninguno de los recursos básicos precisos para incrementar la producción de alimentos (tierra, agua, energía, fertilizantes) pueden ser hoy día considerados como abundantes. En consecuencia la producción de alimentos ha ido por detrás de la demanda prácticamente en todas las regiones geográficas, con la excepción de Norteamérica. Contaminación. A medida que ha crecido la población humana lo ha hecho también su capacidad de alterar el ecosistema del planeta. Por ejemplo, el mar Mediterráneo se ha convertido, en la actualidad, en un vertedero para los desperdicios de más de 400 millones de personas. La sobrepoblación, el boom turístico, el desarrollo industrial y la irresponsabilidad marítima amenazan hoy con convertir al Mediterráneo en un mar muerto. Inflación. La inflación se produce cuando la demanda supera a la oferta. Con el crecimiento de la población se ha producido una inflación inducida por la escasez. Vivienda. Como consecuencia de la expansión de la demanda de viviendas, el coste del terreno y de los materiales necesarios para su construcción se ha elevado por encima de la capacidad adquisitiva de muchos de los más de cuatro mil millones de habitantes actuales del mundo. Renta. Con la ralentización de la economía acaecida en la mayor parte del mundo en la década de 1970, el crecimiento demográfico puede anular en algunos países todo posible crecimiento económico. Energía. Cada nueva persona añadida a la población mundial supone una necesidad mayor de energía para la preparación de alimentos, para la obtención de ropa y cobijo para sostener la vida económica. Cada incremento en la demanda constituye una sangría adicional en las cada vez más

escasas reservas energéticas. Desempleo. Según estimaciones de los economistas, en las actuales condiciones tecnológicas, los países que experimentan una tasa de crecimiento demográfico del 3 por 100 deberían alcanzar una tasa de crecimiento económico del 9 por 100 simplemente para lograr mantener el actual nivel de empleo. En muchos países la población se está disparando mientras que la economía permanece estancada, dando así lugar a una intensificación del problema del desempleo. Analfabetismo. En muchos países de Asia, África y América Latina está aumentando el número de analfabetos, ya que la población está aumentando más deprisa que la construcción y equipamiento de escuelas. Libertad individual. A medida que es mayor el número de personas que comparten el espacio y los recursos de nuestro planeta, se hace preciso un número cada vez mayor de normas y regulaciones que aseguren el uso individual de los recursos, acorde con el bien común. FUENTES DE DATOS DEMOGRÁFICOS Para analizar una sociedad en particular desde el punto de vista demográfico no necesitamos saber cuánta gente vive en ella, cuántos nacen, cuántos mueren, cuántos llegan y cuántos se marchan. Esto, por supuesto, es sólo el principio: si queremos en efecto desvelar el misterio de por qué las cosas son como son, y no sólo describirlas, tenemos que conocer además las características sociales, psicológicas, económicas y hasta físicas de la gente que estamos estudiando. Empecemos, sin embargo, considerando las fuentes que proporcionan la información básica sobre el número de personas vivas y sobre el número de defunciones y migraciones. Este tipo de información es descompuesta a menudo en tres categorias: 1) Tamaño y distribución de la población; 2) procesos demográficos (fecundidad, mortalidad y migración); y 3) estructura y características de la población. La principal fuente de datos respecto del tamaño y distribución, así como de la estructura y características de una población, es el censo de población. La principal fuente de información para los tres procesos demográficos señalados es el registro de estadístícas viitales. Además, estas fuentes se ven a menudo complementadas con datos procedentes de encuestas muestrales. Censos de población Durante siglos los gobernantes quisieron saber a cuánta gente se extendía su autoridad. Esta curiosidad rara vez obedecía a razones de orden científico: más bien lo que los gobernantes querían saber era quiénes eran los que pagaban impuestos, o bien cuántos trabajadores o soldados potenciales existían. A las mujeres y a los niños se les solía ignorar. El modo más directo de saber cuánta gente hay en un sitio es contarla, y cuando se hace eso se está realizando un censo de población. Las Naciones Unidas definen un censo de población de forma más específica como “el proceso total de recogida, agrupación y publicación de datos demográficos, económicos y sociales, relativos a personas que viven en un país o en un territorio delimitado en un momento o momentos específicos” (United Nations, 1958:3). En la práctica esto no quiere decir que realmente cada persona haya sido vista y entrevistada por un agente censal. En la mayoría de los países lo que esta definición significa es que, en cada hogar, un adulto contesta las preguntas referidas a todas las personas que lo

componen. Estas respuestas pueden ser o bien contestaciones escritas a un cuestionario enviado por correo o bien contestaciones orales a las preguntas formuladas personalmente por los agentes del censo. Por lo que sabemos, los primeros gobernantes que realizaron un censo de su población fueron los de las antiguas civilizaciones de Egipto, Babilonia, China, Palestina y Roma [Shryock c al., 1973). Durante casi 800 años los ciudadanos de Roma fueron contados cada cinco años con propósitos militares y fiscales, extendiéndose este recuento a todo el Imperio Romano en el siglo V a. de C. La Biblia alude a esta práctica en el siguiente pasaje: “Por entonces salió un decreto del Emperador Augusto, mandando hacer un censo del mundo entero. Este fue el primer censo que se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. Todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad” (Lucas 2.13)*. No es difícil, por supuesto, imaginar las deficiencias que debía tener un censo que en vez de pagar censadores para que hiciesen el recuento exigía que la gente se presentase en su lugar de nacimiento. A finales del siglo XIX, el enfoque estadístico, como forma de abordar la comprensión de los asuntos económicos y de gobierno, comenzó a afianzarse en Occidente (Cassedy. 1969). El censo de población empezó a ser considerado como una posible herramienta para averiguar más cosas que simplemente cuánta gente hay y dónde reside. Los gobernantes empezaron a hacer preguntas sobre la edad, el estado civil, la ocupación (si se tenía), el nivel educativo. etc. Se calcula que en la década 1855-64, sólo el 17 por 100 de la población mundial había sido realmente contada (Shryoekctal., 1973). Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, las Naciones Unidas han estimulado la realización de censos de población, proporcionando a menudo para ello ayuda económica y técnica. Como resultado tenemos que entre 1953 y 1964, el 78 por 100 de la población mundial (incluyendo a China continental) fue censada. En la década de 1965-74, mi estimación, en base a datos publicados por las Naciones Unidas (1974), es que el recuento alcanzó el 55 por 100 de la población mundial. A lo largo y ancho del mundo existe una clara relación entre el grado de desarrollo económico de un país y la existencia o no en él de censos. Las razones explicativas de esta relación son numerosas, pero la más obvia es el coste económico de los censos (el censo realizado en 1980 en Estados Unidos, por ejemplo, supuso un gasto total de mil millones de dólares). En los países menos desarrollados las presiones sobre el gobierno para que realice censo son menores, ya que los beneficios de tal empresa a veces no parecen equiparables a su coste. Sin embargo durante la actual década de 1980 continuarán los esfuerzos por realizar censos en los países menos desarrollados, a menudo con la ayuda técnica de los Estados Unidos. Un buen ejemplo lo constituye el primer censo de Babrain (pequeño país de Oriente Medio) realizado en 1980 con asistencia norteamericana. De hecho, en 1979 y en 1980 el U.S. Bureau of Census (Oficina del Censo de los Estados Unidos) en colaboración con la U.S. Agency for International Development (Agencía de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional) organizó una serie de seminarios sobre la realización de censos para ser impartidos en una veintena, aproximadamente, de naciones en vías de desarrollo. El censo de Estados Unidos En Estados Unidos se ha realizado un censo de población cada diez años, desde 1790 como consecuencia del mandato constitucional de que los escaños en la Cámara de Representantes se

repartan de forma proporcional al tamaño y distribución de la población de cada Estado. Pero incluso en 1790 el gobierno utilizó el censo para averiguar más cosas que simplemente cuánta gente había, Ias preguntas incluidas en dicho primer censo fueron: nombre del cabeza de familia, número de varones blancos libres con 16 ó más años de edad, mujeres blancas libres, esclavos y otras personas (Shryocketal., 1973:22). Las preguntas del censo reflejaban la importancia social de esas categorías de individuos. Durante los primeros cien años de la historia censal de los Estados Unidos la población fue recontada por agentes federales. En el censo especial del año 1880, se contrataron agentes censales por primera vez, y en 1902 el Census Bureau (Oficina del Censo) pasó a ser parte permanente de la burocracia estatal (Francese, 1979). Dejando a un lado el núcleo compuesto por la información demográfica y la referida a la vivienda, las demás preguntas del censo han fluctuado de acuerdo con las preocupaciones de cada momento. El interés por la migración, por ejemplo, alcanzó su punto máximo en 1920, justo antes de que fuera aprobada una ley de inmigración restrictiva (ver Capítulo 7), contando el censo de aquel año con una batería de preguntas dirigida a la población nacida en el extranjero. En 1970, y dado el aumento registrado en el país por el número de personas impedidas, especialmente entre la población masculina joven, como consecuencia de la guerra del Vietnam, se incluyeron en el censo, por primera vez desde 1910, preguntas referidas a los imposibilitados. El Census Bureau añade o suprime preguntas tras consultar con otros organismos oficiales y con los usuarios de las estadísticas censales. Por ejemplo. el Census Bureau consideró la posibilidad de suprimir, en 1980, las preguntas relativas a los impedidos, pero el mantenimiento de las mismas fue apoyado de forma tan intensa por quienes habían utilizado los datos conseguidos en 1970 gracias a ellas, que el Censo de 1980 conservó dicha batería de preguntas (U.S. Burean of Census, 1979n). En 1976, y en respuesta a las crecientes necesidades originadas por el rápido ritmo del cambio social, el Presidente Ford firmó una ley autorizando la realización de un censo cada cinco años. El primero de estos censos quinquenales quizá se realice en 1985. Sin embargo, dado que el Congreso, en la ley que autorizó tales censos de media década, especificó que no serían utilizados para efectuar reajustes en la proporcionalidad del número de escaños, lo más probable es que el Censo de 1985 (si es financiado por el Congreso) no sea sino un mini-censo (como ha sido ya el caso, por ejemplo, del censo de media década canadiense). Si así fuera, no es de esperar que recuente cada hogar, sino más bien que se base en una encuesta realizada a una muestra gigantesca. Aunque en teoría el censo regular decenal constituye un recuento de todos y cada uno de los habitantes del país, en la realidad se dan omisiones (esto es lo que se llama error de coberrura). Se estima que en el censo de 1970 quedaron sin incluir unos cinco millones de personas (Siegel. 974), lo que representa algo más del 2 por 100 del total. Sin embargo, la posibilidad de quedar fuera del censo fue mucho más elevada para unos grupos de personas que para otros. Tuvieron más probabilidades, por ejemplo, de no ser Incluidos los hombres que las mujeres, las personas de color que los blancos, los niños pequeños y los jóvenes adultos que los adolescentes y los adultos mayores. El grupo social con mayor error de cobertura fue el compuesto por varones negros con edades entre 25 y 29 años: el Census Bureau estimó que casi el 20 por 100 de este grupo quedó sin censar (U.S. Census Bureau, 1973). Una evaluación provisional del recuento de la población india norteamericana indica una omisión de, aproximadamente, el 7 por 100 (Passel, 1976). Resulta además interesante señalar que el

cambio registrado en la población indio-americana entre 1960 y 1970 parece indicar que varios miles de personas cambiaron su identidad racial, pasando de considerarse blancos a hacerlo como indios (Passel, 1976). Personas con apellidos de origen español (especialmente los mejicano-americanos) pueden también haber quedado parcialmente fuera del recuento, pero el Census Hureau no ha logrado establecer ninguna “técnica que proporcione una estimación razonablemente fiable del grado de cobertura de esta población” (U.S. Bureau of Census, 1973:18). Una investigación realizada por el Census Bureau sobre este problema sugiere que “el grado de cobertura de la población hispana en 1970 se sitúa a un nivel intermedio del correspondiente a la población blanca y a la población negra” (Siegel y Passel, 1979:40). La infra-enumeración de determinados grupos étnicos minoritarios en el censo de 1970 fue sin duda el origen de las principales controversias que rodearon al censo de 1950. La infra-enumeración tiene dos componentes: en primer lugar, que no se dé con la gente y, en segundo lugar, que ésta no se sienta motivada a contestar al cuestionario. Aunque en el Censo de 1980 el Census Bureau fue muy innovador en cuanto al diseño de medios que permitiesen abarcar al mayor número posible de personas, se le ha criticado el no haber prestado suficiente atención al tema de la motivación (National Rescarell Council, 1978). Dado que la motivación para rellenar el cuestionario del censo resulta ser más baja entre los miembros de grupos minoritarios que entre la población blanca, el Census Bureau estableció un programa estadistico para las minorías, en conjunción con el censo de 1980. El propósito de este programa era informar a los grupos minoritarios sobre la utilidad que los datos del censo tenían para ellos y para su propia comunidad, y al mismo tiempo ayudarles a utilizar dicha información estadística. Por otro lado, la pregunta relativa a la identidad étnica fue ampliada en el Censo de 1980, comprendiendo 15 categorías. En 1980, el censo clasificó a cada persona en una de estas categorías: blanco, negro, japonés, chino, filipino, coreano, vietnamita, indio (americano), indio asiatico, hawaiano, guamanio, samoano, esquimal, aleutiano y otros. Ademas había una pregunta que indagaba si la persona tenía origen o ascendencia española o hispana, ofreciendo para la respuesta las categorías siguientes: mejicano-americano, mejicano o chicano, puertorriqueño, cubano y otro. Con anterioridad al Censo de 1980, se hicieron cuatro censos a escala reducida para poner a prueba nuevos métodos y nuevas preguntas. Dichos censos de prueba tuvieron lugar en Austín (Texas), Camden (New Jersey). Oakland (California) y Puerto Rico. Posteriormente tuvieron lugar ensayos generales, en Richmond (Virginia), la parte baja de Manhattan (Nueva York) y en dos condados rurales de Colorado, los resultados obtenidos fueron luego discutidos en una serie de sesiones públicas del Congreso, ayudando así a determinar el contenido final del Censo de 1980. Quizá el lector se esté preguntando cómo pudo el Censos Bureau llear a estimar cuánta gente se quedó sin censar. Fundamentalmente se utilizan dos métodos para evaluar el grado de cobertura de un censo: el primero se basa en la realización de un acoplamiento, caso a caso, mientras que el segundo supone un enfoque algo más esotérico denominado análisis de cohorte intercensal. El acoplamiento caso a caso puede consistir o bien en la realización efectiva de nuevas entrevistas o bien en la comprobación de los registros censales disponibles. Las nuevas entrevistas se efectúan mediante el sistema de encuestar a una muestra probabilística de hogares incluidos en el censo, procediendo luego a acoplar, caso a caso, cada persona de la muestra con las personas enumeradas en el censo. El supuesto en que se basa esta técnica es que las entrevistas de la encuesta, que suponen un esfuerzo

más intenso, darán lugar a un nivel de respuestas y a un recuento de los miembros del hogar con toda probabilidad mejor que el obtenido por el propio censo. Por supuesto, una Iimitación de esta técnica es que si un hogar fue omitido por completo en el primer recuento, volverá a ser omitido de nuevo en la muestra utilizada para las entrevistas. El segundo método (acoplamiento caso a caso) consiste en la comparación de las listas de las personas enumeradas en el censo con listas obtenidas de otras agencias u organizaciones. El análisis de cohorte intercensal se basa en el reconocimiento de que resulta más probable que individuos de unas edades (especialmente adultos y jóvenes y, más específicamente, varones jóvenes) y no de otras sean omitidos en el recuento. Así, comparando el número de varones con edades comprendidas entre los 20 y 24 años en 1970 con el número de varones de 10 a 14 años en 1960 podemos determinar si hay o no menos varones de 20 a 24 años en 1970 de lo esperable. Haciendo cálculos similares para todas las edades podemos llegar a estimar la existencia de posibles omisiones en ciertas categorías de edad y sexo. Aunque el error de cobertura constituye, en Estados Unidos, uno de los principales motivos de preocupación, pueden presentarse también problemas en cuanto a la exactitud de los datos obtenidos en el censo (errores de concepto). ¿Cuántos errores se producen en la contestación, revisión o tabulación de los cuestionarios? En comparación, con otros censos, las Naciones Unidas califican a los censos norteamericanos como altamente exactos, especialmente con respecto al recuento por edad, que es una de las características demográficas más importantes (United Nations, 1973). El U.S. Census Bureau (Oficina del Censo de los Estados Unidos) realiza sus propias comprobaciones sobre la exactitud de sus datos comprobando los resultados del censo con la Current Population Survey (Encuesta de Población Actual) y seleccionando una muestra de personas a reentrevistar para ver si dan las mismas contestaciones que dieron en los cuestionarios del censo (U.S. Bureau of Census, 1974, 1975a). Por supuesto. el error de contenido no constituye un problema en el censo de Eslados Unidos aunque los datos no sean exactos al 100 por 100. En general, los datos de las Naciones Unidas sugieren que cuanto más desarrollado es un país, más exactos son sus datos censales. Este hecho se explica con toda probabilidad en base al nivel educativo de la población. Finalmente, debo hacer notar que si bien el censo está orientado al recuento y caracterización de la población de un determinado territorio en un determinado momento, sus datos permiten, por lo menos, dos estimaciones diferentes del tamano de la población: la población de facto y la población de jure La población de facto incluye a las personas que hay en un territorio el día en que se hace el censo. La población de jure comprende a las personas que de una u otra forma «pertenecen» a un área determinada tanto si el día en que se realizó el censo estaban allí como si no (Shryock et al. . 1973:92). Para países con pocos trabajadores extranjeros, y en los que el trabajar en otros lugares es infrecuente, esta distinción apenas tiene sentido. Pero algunos países como Suiza o Alemania Occidenlal, con un gran número de trabajadores extranjeros, tienen una población de fato mucho mayor que la de jure. En los Estados Unidos se utiliza un concepto ligeramente diferente para contar a la gente. Los norteamericanos son recontados según «su residencia habitual», entendiéndose por tal a aquel lugar donde la persona duerme habitualmente. Este concepto se parece más al de población de facto que al de población de jure, ya que las personas sin residencia fija (trabajadores itinerantes,

vagabundos. etc.) son contabilizadas allí donde se las encuentra. Siempre que, a lo largo de este texto, se aluda a informaciones basadas en datos censales, el lector debe recordar que a menudo se coloca a las personas en categorías de forma algo arbitraria y que dichos datos no representan ninguna verdad absoluta. Con todo, he de decir también que los datos del censo son por lo general de una calidad demasiado alta como para ser menospreciados. Un censo de población, especialmente en Estados Unidos y en otros países muy desarrollados, constituye una fuente de información increiblemente rica sobre la sociedad humana, y a lo largo de este libro haré referencias frecuentes a datos censales. El registro de estadísticas vitales Cuando nacimos, alguien rellenó por nosotros un certificado de nacimiento; y cuando fallezcamos alguien habrá, igualmente, de rellenar por nosotros un certificado de defunción. Los nacimientos y las defunciones, así como los matrimonios, los divorcios y los abortos constituyen acontecimientos vitales, y al ser registrados y recopilados por el Estado para conocimiento público se convierten en estadísticas vitales. Estas estadísticas constituyen la principal fuente de datos respecto de nacimientos y defunciones, y son de la mayor utilidad cuando se las combina con datos censales como veremos más adelante en este capítulo. El registro de acontecimientos vitales se inició en Europa. corriendo a cargo de la iglesia. Los párrocos registraban a menudo los bautizos, los matrimonios y las defunciones y en años recientes los historiadores de la población han utilizado algunos de los registros parroquiales que aún subsisten para intentar reconstruir la historia demográfica de parte de Europa (ver Wrigley 1966) Un temprano hito en el registro de acontecimientos vitales con fines administrativos lo constituyó la ordenanza inglesa de 1532 que ordenó a los párrocos la compilación semanal de los BilIs of Mortality (Listas de defunciones) detallando el número y causa de los fallecimientos producidos El propósito que se perseguía con esta información regular era seguir la pista a las epidemias de peste (Shryock et al., 973: Pollard el al. 1974). Más de cien años después en 1662 un londinense llamado John Graunt a quien se ha considerado a veces como el padre de la demografía realizó un estudio de las series de Bills of Mortality existentes que constituyó el primer gran análisis demográfico conocido (Sutherland, l963) Graunt que era camisario de oficio dedicó su tiempo libre a realizar Investigaciones verdaderamente notables para su tiempo. Descubrió que de cada 100 personas que nacían en Londres, sólo 16 seguían vivas a la edad de 36 años y sólo tres a la edad de 66 (Dublio Lotka y Spiegelman 1949). Con estos datos pudo descubrir la alta incidencia de la mortalidad infantil en Londres y encontró no sin cierto asombro entre las gentes de su tiempo, que existían pautas regulares en la mortalidad registrada en las distintas partes de dicha ciudad. Algunos años más tarde en l693 Edmund Halley (famoso por el cometa que lleva su nombre) fue el primer científico que investigó sobre las probabilidades de defunción. Aunque Halley como Graunt era londinense pudo hacerse con una lista de nacimientos y defunciones registrados en la ciudad de Breslau situada en Silesia (Polonia). En el análisis de estos datos Halley utilizó la técnica de la tabla de mortalidad, llegando así a determinar que la esperanza de Vida en Breslau entre 1687 y 1691, era de 33,5 años (Dublin Lotka y Sp1ege1man

1949) Sin embargo a pesar del interés despertado por el trabajo de Graunt y por el de Halley hasta 1836 no se hizo obligatorio en Inglaterra el registro de las defunciones y nacimientos, y hasta 1839 no se creó en dicho país una oficina de estadísticas vitales, la primera de la historia. Hoy día los sistemas más completos de registro de acontecimientos vitales se encuentran en los paises más desarrollados y los menos completos (a menudo incluso inexistentes) en los menos desarrollados. La existencia de tales sistemas parece estar vinculada al nivel de analfabetismo (en cada zona tiene que haber en efecto, al menos alguien que pueda llevar el registro) y a la calidad de las comunicaciones, factores ambos asociados con el grado de desarrollo económico. Los paises que sí cuentan con sistemas de registro de acontecimientos vitales, varían en cuanto al grado de exhaustividad con que dichos acontecimientos son registrados. Ni stquiera en Estados Unidos se registran el 100 por 100 de los nacimientos. Según un estudio del U.S. Census Bureau en 1968 el registro de los nacimientos era completo en un 99 por 100 en Estados Unidos. Los gobiernos de muchos países elaboran, regularmente, estadísticas de mograciones internacionales, «basadas en los registros de entradas y salidas por los puertos oficiales de entrada y por los puestos fronterizos» (Shryock et al., 1973:33). Sin embargo es preciso utilizar e interpretar con cautela tales datos, ya que las migraciones son muy difíciles de controlar y aún más de registrar. La mayoría de los registros de emigrantes son sencillamente incompletos. Por ejemplo, en Estados Unidos la información disponible sobre la emigración ha sido escasa desde 1957 y, por supuesto, los datos referidos a la inmigración de extranjeros se refieren exclusivamente a los inmigrantes legales que, de hecho, pueden suponer un número muy inferior al de ilegales (véase Capítulo 7). La combinación de datos censales y de estadísticas vitales El registro de acontecimientos vitales proporciona información acerca del número de nacimientos y de defunciones (y acerca de otros acontecimientos) teniendo en cuenta características tales como la edad y el sexo, pero necesitamos saber además el número de personas con prohabilidades de experimentar dichos acontecimientos. Para ello podemos poner en relación las estadísticas vitales con los datos del censo, que incluyen esa información. Por ejemplo, por las estadísticas vitales podemos saber que hubo 3 millones de nacimientos en Estados Unidos en 1979, pero esta cifra por sí sola no nos dice si la tasa de natalidad era en esa fecha alta o baja. Para poder alcanzar alguna conclusión al respecto necesitamos poner en relación esos 3 millones de nacimientos con los más de 220 millones de americanos que existían en 1979: sólo así descubrimos que la tasa de natalidad era muy baja, inferior a 15 nacimientos por cada 1.000 habitantes. Dado que los censos no se realizan cada año, el lector puede preguntarse cómo se obtiene una estimación de la población en los años intercensales. Una vez más la contestación es que los datos del censo se combinan con las estadísticas vitales. Por ejemplo, la población en cualquier año posterior a un censo debe ser igual a la población enumerada en el censo más todos los nacidos desde su realización, menos los fallecidos a lo largo de ese período, más los inmigrantes, y menos los emigrantes. Naturalmente, cualquier deficiencia en una de dichas fuentes de datos se traducirá en inexactitudes a la hora de estimar el total de personas vivas en un momento determinado. Encuestas muestrales

A la hora de utilizar datos censales o estadísticas vitales, nos encontramos con dos dificultades: 1) dichos datos son recogidos con otra finalidad que la del análisis demográfico, por lo que no responden, necesariamente, a los intereses teóricos de demografia; y 2) son recogidos por una gran cantidad de personas, utilizando métodos muy distintos y ello puede dar lugar a múltiples clases de errores. Por estas dos razones (así como por el elevado coste de todos los procesos de recogida de datos a gran escala), cada vez es más frecuente el recurso a encuestas muestrales para la obtención de datos demográficos. Los estudios muestrales pueden proporcionar los datos sociales, psicológicos, económicos y hasta físicos antes aludidos, necesarios para entender por qué las cosas son como son. Utilizando una muestra cuidadosamente seleccionada, incluso de tan solo unos pocos miles de personas, los demógrafos han logrado obtener información sobre nacimientos. defunciones, movimientos migratorios y otras cuestiones, que permite comprender no sólo cómo es una determinada dinámica demográfica, sino también por qué es así. En algunas zonas del mundo pobres y remotas, los estudios muestrales pueden proporcionar, en ausencia de datos censales o de estadísticas vitales, estimaciones razonablemente correctas acerca de los niveles de fecundidad, de mortalidad y de movimientos migratorios. En Estados Unidos, una de las encuestas muestrales más importante es la Current Population Survey (Encuesta de población actual) realizada cada mes por el U.S. Bureau of Census (Oficina del Censo de los Estados Unidos). Desde 1943, miles de hogares (en la actualidad 50.000) son interrogados mensualmente sobre una amplia gama de temas, si bien el objetivo principal de la encuesta es recoger información sobre la población activa. Cada año se incluyen también preguntas detalladas sobre la fecundidad y los movimientos migratorios. y los datos asi obtenidos constituyen una importante fuente de información demográfica sobre la población norteamericana. ¿QUIÉN UTILIZA LOS DATOS DEMOGRÁFICOS? Sería un error pensar que los demógrafos profesionales son los principales usuarios de los datos demográficos procedentes de los censos, de las estadísticas vitales y de las encuestas. Desde el siglo XVII los comerciantes han constituido un importante grupo de usuarios de la información estadística. De hecho, la industria aseguradora surge con la recopilación de datos sobre la mortalidad. En la actualidad, los detallistas utilizan las estadísticas poblacionales con vistas a la organización de la propaganda, y decidir dónde abrir nuevas tiendas. Por su parte, las empresas manufactureras utilizan, por ejemplo, dichos datos para decidir si el área escogida para la construccion de una nueva fábrica cuenta con la mano de obra precisa o para determinar el posible impacto, sobre la venta de sus productos, d, determinados cambios poblacionales. Los programas de actuación establecidos por la Administración, especialmente en Estados Unidos, tienen en muchos casos la obligación de justificar, con datos del censo, la medida en que las acciones para las que se destinan determinados fondos son necesarias. La Administración Pública, en todos sus niveles, utiliza también datos demográficos en la planificación a largo plazo y en el diseño de los tipos de servicios públicos que serán precisos en distintos momentos a lo largo de los próximos años. Por otro lado, los datos demográficos permiten el seguimiento de cambios en la sociedad, tales como empeoramientos o mejoras en la sanidad, variaciones en las estructuras familiares o alteraciones en las relaciones étnicas. En un informe elaborado en 1978, el U.S. House Select Commitee on

Population (Comité específico sobre cuestiones de población de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos) se aludía a las respuestas improvisadas, innecesariamente costosas y a menudo, erróneas dadas en el pasado a los cambios demográficos, al tiempo que expresaba su esperanza de que en el futuro tales problemas fueran minimizados mediante un esfuerzo en la previsión de dichos cambios. La mayoría de los demógrafos utilizan los datos poblacionales para mejorar su comprensión de las sociedades humanas y ésa es la perspectiva que preside este Iibro. La utilización de los datos con este propósito favorece también por supuesto, los otros usos posibles de la información demográfica antes mencionados. Por ejemplo, los empresarios capaces de interpretar los cambios demográficos en términos humanos, y no sólo meramente estadísticos, sabrán, con toda probabilidad, hacer un uso más provechoso de dicha información. Del mismo modo, una comprensión más amplia por parte de los planificadores de la Administración Pública del sentido de los datos que mandan se traducirá en una mejor toma de decisiones de cara al bienestar común. Incluso para el lector, como individuo, la comprensión de las causas y consecuencias sociales, económicas y políticas del crecimiento poblacional supondrá una mejora de su capacidad para hacer frente a un futuro que, sin duda alguna, estará decisivamente influida por datos de orden demográfico. ¿Dónde obtener información publicada? La fuente de datos internacionales más útil y asequible es el Anuario demográfico de las Naciones Unidas publicado anualmente desde 1948. Otra fuente de datos, acompañada por una buena exposición de las técnicas del análisis demográfico, es el libro de Natban Keyfltz y Wilhelm Flieger Population: Faces crod Methods of Demography (San Francisco, W. H. Freeman and Co., 1971). El Population Reference Bureau publica de forma regular información sobre la población mundial en su Population Bulletin, y publica también una Dato Sheer anual que constituye una fuente fácilmente manejable de estimaciones actualizadas sobre algunos hechos demográficos básicos. Los datos referidos a Estados Unidos proceden fundamentalmente de los censos decenales y de las Current Population Surveys. Los datos censales están publicados en volúmenes que en forma resumida y por separado recogen la información referida a todo el país, a cada estado por separado y a cada Standard Metropolitan Statistical Area (Area Estadística Metropolitana Estandar: AEME). Las AEME son las áreas situadas alrededor de cada una de las ciudades de mayor tamano del país. El Census Bureau pone también a disposición pública una serie de cintas de ordenador que contienen datos referidos a determinadas regiones geográficas. Estas cintas pueden eneontrarse, cada vez con más frecuencia, en Universidades, en las delegaciones locales del gobierno y en empresas consultoras y de proceso de datos privadas. Existen también Subjet Reports sobre temas específicos (por ejemplo. sobre grupos étnicos, sobre movimientos migratorios, fecundidad, matrimonios y parejas casadas, etc.) realizados a partir de los datos censales. Los resultados de las Current Population Surveys son recogidos regularmente en varias series de los Current Population Reports (especialmente las series P.20 y P.23) del U.S. Bureau of Census. Información referida a nacimientos y defunciones en Estados Unidos, así como a matrimonios y divorcios, puede encontrarse en los Monthly Vital Bratisties Reports publicados por el National Center for Health Statistics. Para una visión global rápida de estos datos puede consultarse el reciente

Statistic Abstraet of tire United States (Resumen estadístico de Estados Unidos) publicado por el Census Bureau. Otra fuente valiosa de datos sobre Estados Unidos, publicada también por el Census Bureau, es el volumen Historieal Statistics of the United States front Colonial Tirites (Estadísticas históricas de los Estados Unidos desde el período colonial). RESUMEN Y CONCLUSIONES La demografía es la ciencia que se ocupa del análisis del tamaño, distribución, estructura, características y procesos de una población. Aun cuando dichos análisis son de inmenso interés científico, su mayor valor, para la mayoría de los lectores de este libro, radica probablemente en que permiten la comprensión de las consecuencias del crecimiento demográfico. Para comprender la forma de evitar las consecuencias no deseables del crecimiento demográfico, e incluso para llegar a saber cómo adaptarse al cambio futuro, es preciso entender antes las causas de dicho crecimiento. El objetivo principal de este libro es proporcionar al lector justamente esa información, para que pueda así comprender el importante papel que las cuestiones demográficas van a jugar en su futuro personal. La base sobre la que funciona toda ciencia está cunstituida por hechos y teorías. En este capítulo hemos examinado las principales fuentes de información demográfica. En el capítulo siguiente introduciré al lector en algunas de las principales teorías que tratan de explicar la manera en que el crecimiento demográfico guarda relación con el sistema social.

SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN John R. Weeks

Capítulo 2 Perspectivas demográficas. Doctrinas demográficas premodernas. La perspectiva malthusiana. Causas del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico. Cómo evitar las consecuencias. La perspectiva marxista. Causas del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico. Malthus revisado. Marx revisado. Otras teorías clásicas de la población. Mill. Brentano. Durkheim. La teoría de la transición demográfica. La teoría de la transición demográfica en síntesis. Crítica de la teoría de la transición demográfica. La teoría del cambio y respuesta demográficos. La teoría del nivel relativo de ingresos. Resumen y conclusiones.

PERSPECTIVAS DEMOGRÁFICAS Para llegar a dominar las cuestiones y los problemas poblacionales hay que poner en relación los hechos demográficos con los «por qué» y los «por tanto». En otras palabras, es preciso disponer de una perspectiva demográfica, es decir, de un esquema que permita relacionar la información básica con teorías acerca del funcionamiento demográfico del mundo. La perspectiva demográfica proporciona una guía para comprender las relaciones, a menudo intrincadas, existentes entre los factores demográficos (como el tamaño, distribución. estructura de edades y crecimiento de una población) y el resto de cuanto ocurre en la sociedad. A medida que el lector vaya desarrollando su propia perspectiva demográfica adquirirá una nueva manera de enfocar su comunidad o su trabajo, por ejemplo, o los problemas sociales y políticos del mundo y de su país. Podrá entonces preguntarse por la influencia que los cambios demográficos han tenido (o podrían haber tenido), y podrá evaluar las consecuencias demográficas de determinados acontecimientos. En este capítulo presentaré varias teorías acerca del modo en que los procesos poblacionales se

entrelazan con los procesos sociales generales. Algunos de los más influyentes pensadores del mundo han analizado la relación existente entre sociedad y población y sus esfuerzos han tenido una importante influencia sobre la acción (o inacción) gubernamental en muchos lugares del mundo. El propósito de esta exposición es permitir al lector empezar a desarrollar su propia perspectiva demográfica aprovechando lo que otros aprendieron y nos legaron. Existen dos grandes preguntas que han de ser contestadas antes de poder desarrollar una perspectiva propia: (1) ¿cuáles son las causas del crecimiento demográfico (o al menos del cambio demográfico)?; y (2) ¿cuáles son las consecuencias del crecimlento o del cambio demográfico? En este capitulo expondré varias perspectivas que aportan grandes respuestas a estos interrogantes al tiempo que nos introducen en las grandes lineas de la teoría demográfica. El capítulo comienza con una breve presentación del pensamiento pre-moderno sobre el tema de la población. La mayor parte de tales ideas constituyen doctrinas, es decir, algo opuesto a una teoría. Los primeros pensadores tenían la certeza de poseer las respuestas y de que sus aseveraciones representaban la verdad respecto del crecimiento demográfico y de sus implicaciones para la sociedad. Por el contrario, la esencia del pensamiento científico moderno consiste en suponer que no se tiene la respuesta y en aceptar el examen de cualquier indicio con independencia del resultado a que parezca apuntar. Para cribar los distintos indicios disponibles elaboramos explicaciones tentativas (teorías) que contribuyen a orientar nuestro pensamiento y nuestro afán por comprender. DOCTRINAS DEMOGRÁFICAS PREMODERNAS Las sociedades antiguas parecen haber tenido una única e intensa preocupación respecto de la población: daban un alto valor a la reproducción, como forma de reemplazo de las personas perdidas como consecuencia de la universalmente elevada mortalidad. De hecho la capacidad reproductiva era a menudo deificada, como por ejemplo ocurría en la antigua Grecia, donde una variedad de diosas tenía encomendada la función de ayuda a los humanos a traer, con bien, hijos al mundo y a criarlos hasta la edad adulta. Sin embargo. hasta la época de la Grecia clásica no encontramos una doctrina demográfica claramente formulada. En Las Leyes Platón insiste en que la estabilidad demográfica es esencial para alcanzar el estado de perfección humana deseado. Platón es así el primer exponente de la doctrina de que, por lo que respecta a la población humana, la calidad es más importante que la cantidad. Su idea no era, sin embargo, universalmente compartida: aproximadamente en ese mismo siglo, en la India, Kautílya (300 a. de C.) señalaba que aun cuando un territorio puede contar o bien con demasiada, o bien con demasiado poca gente en relación con sus recursos, la segunda de estas dos alternativas constituye el mal mayor. En el Imperio Romano los reinados de Julio y Augusto César estuvieron dominados por doctrinas claramente pronatalistas. Según Cicerón, los emperadores veían en el crecimiento demográfico un medio de cubrir las bajas causadas por la guerra y de producir los individuos necesarios para colonizar el imperio. Sin embargo, y pese a sus doctrinas pronatalístas, el Imperio Romano registró, en su etapa final, un descenso de la tasa de natalidad. La Edad Media, que se abre con la caída del Imperio Romano, tendió a estar dominada por doctrinas esencialmente antinatalistas. Sabemos, por ejemplo, que San Agustín (354-430) consideraba a la virginidad como la forma más elevada de existencia humana. Según él, una continencia sexual

generalizada contribuiría a completar la Ciudad de Dios y a acelerar el fin del mundo. Este período de la historia europea se caracteriza por su fatalismo y su estancamiento económico. En lo que a población respecta, durante siglos los pensadores se limitaron a la idea de que se trataba de algo que Dios se encargaba de regular. Hacia el siglo XIII, y tras el redescubrimiento de los escritos de Aristóteles, nuevas ideas empezaron a oírse en Europa. Para Tomás de Aquino contraer matrimonio y crear una familia en nada era inferior al celibato. Hacia el siglo XVII, con el auge del mercantIlismo (que sostenía la importancia, para las naciones, del aumento del comercio y de la riqueza) el crecimiento, y no ya el mero reemplazo, de la poblaclón empezó a ser considerado esencial para lograr el aumento de las rentas públicas. Para ciertos escritores, en Alemania, la riqueza de una sociedad era igual a la producción total menos los salarios pagados a los trabajadores. Dado que el nivel de salarios tendía a bajar a medida que crecía la mano de obra disponible, resultaba claramente ventajoso para un país contar con una población creciente. A la altura del siglo XVIII la doctrina pronatalista de los mercantilistas no parecía haber tenido éxito en fomentar un crecimiento demográfico rápido mientras que, en cambio. había pasado a ser asociada a la generación de niveles crecientes de pobreza. La reacción contra el pensamiento mercantilista cristaliza en la doctrina que, en esencia, sostenía que la tierra, y no las personas, constituye la verdadera fuente de riqueza de una nación. Adam Smith, uno de los más famosos exponentes de esta línea de pensamiento, pensaba que existía una armonía natural entre crecimiento económico y crecimiento demográfico, dependiendo éste siempre de aquél. Así, creía que el tamaño de una población viene determinado por la demanda de mano de obra, que a su vez es determinada por la productividad de la tierra. Es entonces, a finales del siglo XVIII, en pleno predominio del pensamiento fisiocrátíco. cuando hace su entrada en escena la primera gran teoría de la población, elaborada por Thomas Robert Malthus. LA PERSPECTIVA MALTHUSIANA La perspectiva malthusiana tiene su origen en los escritos del clérigo y profesor universitario inglés Thomas Robert Malthus su Ensallo sobre la población, publicado en 1798 (y de modo especial las posteriores ediciones que se sucedieron a lo largo de mas de 30 años) ha sido sin lugar a duda la mas influyente de cuantas obras han tratado de poner en relacion el crecimiento demográfico con sus consecuencias sociales Malthus ciertamente se apoyaba en autores anteriores pero fue el primero en trazar de forma sistemática una explicacion que ponía en relación las consecuencias del crecimiento con sus causas. Causas del crecimiento demográfico Malihus creía que los seres humanos, como las plantas y los animales no racionales, se veían “impelidos” a incrementar la población de la especie por lo que consideraba un poderoso “instinto" el impulso de reproducción. Más aún, si no existiesen frenos al crecimiento de la población, los seres humanos se multiplicarían hasta alcanzar cifras «incalculables», llenando millones de mundos en unos pocos miles de años (Malthus, 1872:6). Sin embargo. los humanos estamos muy lejos de haber

alcanzado tan impresionantes cotas. ¿Por qué? Por la intervención de esos frenos del crecimiento indicados por Malthus que, al impedir el desenvolvimiento pleno del potencíal biológico humano, han evitado que la tierra toda esté cubierta de individuos. Según Malthus, el freno último del crecimiento es la falta de alimentos. La base de su argumentación es que las poblaciones tienden a crecer más deprisa que sus recursos alimenticios, dado que la población tiende a crecer geométricamente (una pareja puede tener cuatro hijos, dieciséis nietos, etc.) mientras que, en su opinión, la producción de alimentos sólo puede crecer aritméticamente, al no poderse añadir más de un acre a la vez a la tierra cultivada. Así, según el orden natural de las cosas, el crecimiento de la población termina por desbordar las existencias de alimentos, y la falta de éstos acaba por detener el aumento de la población. Malthus era, por supuesto, consciente de que la inanición rara vez opera directamente como factor de mortalidad, pues por lo general son otros los factores que terminan con la vida de las personas antes de que éstas puedan morirse realmente de hambre. Esos otros factores constituyen lo que Malthus denomina frenos positivos, es decir, fundamentalmente aquellas medidas «tanto de orden moral como físico que tienden a debilitar y destruir prematuramente la constitución humana (Malthus, 1872:12). Existen también frenos preventivos, es decir, limitaciones de los nacimientos. En teoría los frenos preventivos incluidos todos los medios posibles de control de la natalidad, incluyendo la continencia, la anticoncepción y el aborto. Para Malthus, sin embargo, el único medio aceptable de impedir un nacimiento es el ejercicio de la contención moral. es decir, la posposición del matrimonio hasta que el varón esté seguro de que, caso de tener una familia numerosa, sus esfuerzos lograrán evitarle vestir con harapos, vivir en la más absoluta pobreza y la consiguiente degradación en su comunidad (1872:13), guardando entretanto castidad total. Cualquier otro medio de control de la natalidad, incluyendo la anticoncepción (tanto antes como después del matrimonio), el aborto, el infanticidio o cualquier “medio impropio” constituye. en su opinión, una práctica viciosa que no puede sino rebajar de manera señalada la dignidad de la naturaleza humana. La contención moral representaba una cuestión muy importante para Malthus ya que pensaba que si los individuos pudieran evitar los nacimientos por medios impropios, (como la prostitución, la anticoncepción, el aborto o la esterilización) entonces emplearian sus energías de forma económicamente improductiva, por así decirlo. Debo señalar que como teoría científica la perspectiva malthusiana deja mucho que desear, pues continuamente mezcla razonamientos de orden científico con otros de orden moral. Sin embargo, y pese a sus defectos (que fueron percibidos incluso en su época) la forma de razonar de Malthus le condujo a importantes conclusiones acerca de las consecuencias del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico Malthus creía que la pobreza es una consecuencia natural del crecimiento demográfico. Esto no es sino la conclusión lógica de sus argumentos básicos: (1) los seres humanos tienen un impulso natural de reproducción; (2) el incremento en la producción de alimentos no puede seguir el paso al crecimiento demográfico. En su análisis dio completamente la vuelta a las argumentaciones de Adam Smith y de los fisiócratas. En vez de pensar, como Adam Smith, que el crecimiento demográfico depende de la demanda de mano de obra, Malthus creía que, como consecuencia de la fuerza del

impulso de reproducción, la presión demográfica precede siempre a la demanda de mano de obra. Así la “superpoblación" (medida por el nivel de desempleo) termina por forzar una baja de los salarios hasta un punto que no permite a la gente casarse y tener familia. Con un nivel salarial tan bajo, con un excedente de mano de obra y con individuos dispuestos a trabajar más, simplemente por un salario de mera subsistencia, los propietarios de tierra pueden decidir contratar más mano de obra y poner más superficie en cultivo, aumentando así los medios de subsistencia. Malthus creía que este ciclo (aumento de los recursos alimenticios, que da lugar a un crecimiento poblacional. que a su vez da lugar a un exceso de población en relación con los recursos disponibles. que a su vez origina un retorno a la pobreza) formaba parte de una ley demográfica natural. Cada incremento en la producción de alimentos no supone así, desde su perspectiva, sino que con el tiempo haya más gente pobre. Como puede verse, Malthus no tenía en conjunto una opinión elevada sobre el género humano. Consideraba que la mayoría de sus congéneres eran demasiado “inertes, perezosos y enemigos del trabajo” (1798:36) como para tratar de embridar el ansia de reproducción cada vez que había más recursos disponibles evitando así aumentar la población y, con ello, volver a la situación de pobreza. De esta manera venía, fundamentalmente, a responsabilizar a los propios pobres por su situación de pobreza. Sólo hay una forma, improbable. de conseguir evitar esta lamentable situación. Cómo evitar las consecuencias Malthus sostenía que “el esfuerzo por evitar el sufrimiento, más que la búsqueda del placer, constituye el gran estímulo para actuar en la vida” (1789:359). El placer sólo estimula la actividad cuando su ausencia se hace dolorosa. Malthus pensaba que la persona racional, cultivada, seria capaz de percibir por adelantado el sufrimiento que le causaría no poder alimentar a sus hijos o vivir endeudado; en consecuencia, pospondría el contraer matrimonio o el tener relaciones sexuales hasta estar seguro de poder evitar ese sufrimiento. De existir esa motivación, y de operar por tanto el freno preventivo, entonces las lamentables consecuencias del crecimiento demográfico podrían ser evitadas. No hay así otra manera de romper el ciclo que cambiar la naturaleza humana. Malthus creía que si todo el mundo compartiese los valores de la clase media, el problema se resolvería por sí solo, pero consideraba que esto era imposible ya que no todas las personas tienen el talento preciso para llegar a convertirse, con éxito, en miembros virtuosos y diligentes de la clase media. Ahora bien, con que la mayoría al menos lo intentase la pobreza se reduciría considerablemente. Para Malthus el éxito material es consecuencia de la capacidad humana de planear racionalmente, es decir, de anticipar las consecuencias futuras del comportamiento actual. Personalmente fue un hombre que practicó lo que predicaba: planificó su familia racionalmente, esperando para casarse y tener hijos hasta los 39 años (es decir, hasta poco después de haber conseguido, en 1805, un trabajo seguro como profesor universitario). Además, él y su mujer (que era 11 años más joven) sólo tuvieron tres hijos, aunque más tarde sus detractores dijeran que había tenido 11. En resumen. para Malthus la principal consecuencia del crecimiento demográfico es la pobreza. Ahora bien, esta pobreza contiene el estímulo para la acción capaz de sacar a la gente de su miseria. Así pues, si la gente sigue siendo pobre es por su culpa, por no tratar de hacer algo al respecto. Por esta razón Malthus se oponía a las Leyes de Pobres (Poor Laws) inglesas (se trataba de leyes que

establecían determinadas asistencias sociales para los pobres) ya que consideraba que no servían sino para perpetuar la miseria. Permitían, en efecto, que los pobres fueran mantenidos por otros evitándoles así sentir ese gran sufrimiento cuya evitación hubiera podido llevarles a controlar los nacimientos. Malthus consideraba que si cada individuo tuviera que ocuparse de alimentar a sus hijos tendría mayor prudencia a la hora de casarse y de crear una familia. La argumentación malthusiana ha resultado, quizá, menos importante por su contenido real que por el vendaval de polémicas que originó. En sus ataques a Malthus, Karl Marx y Friedrich Engels se mostraron especialmente virulentos. LA PERSPECTIVA MARXISTA Karl Marx y Friedrieh Engels eran, ambos, adolescentes en Alemania cuando Malthus falleció en Inglaterra en el año 1834. Cuando se encontraron en Inglaterra, adonde cada uno había ido por su lado, las ideas de Malthus eran ya políticamente influyentes en la tierra natal de ambos. Varios estados alemanes y Austria, en efecto, habían reaccionado ante lo que consideraron un aumento excesivamtnte rápido del número de pobres promulgando leyes que prohibían casarse a quien no pudiera garantizar que su familia no acabaría dependiendo de la asistencia pública. En la práctica estas medidas se volvieron contra tales estados alemanes, pues la gente siguió teniendo hijos, sólo que fuera del matrimonio. Ello originó un aumento de los gastos de asistencia pública, ya que el estado tenía que hacerse cargo de los niños ilegítimos. Finalmente dicha legislación fue abolida pero no sin haber causado antes un gran impacto en Marx y Engels, que consideraron la perspectiva malthusiana como un ultraje a la humanidad. Su perspectiva demográfica nació así como reacción contra Malthus. Causas del crecimiento demográfico Ni Marx ni Engels abordaron nunca, directamente, la cuestión de por qué, y cómo, creeen las poblaciones. No parecen haber tenido, en este punto, grandes discrepancias con Malthus, aunque muy probablemente, de habérselo podido preguntar, se habrían mostrado más a favor de la anticoncepción que de la contención moral como forma de evitar los nacimientos. Estaban a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres y no veían mal alguno en evitar los nacimientos. Se mostraban sin embargo escépticos respecto de las leyes naturales o eternas de la poblaclón formuladas por Malthus (a saber, que la población tiende a desbordar los recursos), optando en cambio por percibir la actividad humana como producto de un entorno económico y social determinado. La perspectiva marxista básica es que cada sociedad, en cada momento histórico, tiene su propia ley de la población que determina las consecuencias del crecimiento demográfico. Para el capitalismo esas consecuencias son sobrepoblación y pobreza: en una sociedad socialista, en cambio, el crecimiento poblacional es absorbido inmediatamente por la economía, sin efecto secundario alguno. Esta forma de razonar suponía no tanto un rechazo abierto de la explicación malthusíana de por qué crecen las poblaciones cuanto un rechazo de su teoría de las consecuencias del crecimiento demográfico. Consecuencias del crecimiento demográfico

Marx y Engels rechazaban de plano la idea de que los pobres tienen la culpa de su pobreza. Pensaban, en cambio, que la pobreza es resultado de la mala organización de la sociedad, especialmente de la sociedad capitalista. En los escritos de Marx y Engels se encuentra implícita la idea de que la consecuencia normal del crecimiento demográfico debería ser un aumento significativo de la producción. Después de todo, todo obrero produce, obviamente, más de lo que precisa para su subsistencia: si no fuera así, ¿cómo podría sobrevivir toda la población dependiente (incluyendo los opulentos empresarios)? En una sociedad bien organizada, un mayor número de individuos debería suponer más riqueza, no más pobreza (Engels. 1844). Marx y Engels discrepaban especialmente de la idea malthusiana de que los recursos no pueden crecer tan rápidamente como la población. No veían razón alguna que permitiera sospechar que la ciencia y la tecnología no podrían aumentar las disponibilidades de alimentos y de otros recursos con la misma rapidez con que la población creciese. El propio Malthus pudo ver que las industrias fabriles realizaban beneficios, pero no se le ocurrió que pudieran realizarse transferencias de capital y de tecnología a la agricultura que permitieran un crecimiento de los recursos alimenticios tan rápido como el de la población. Sin embargo, en uno de los pasajes menos coherentes con el sentido general de su obra, Malthus indica que en Estados Unidos, tanto la población como la producción de alimentos había ido duplicándose cada 25 años. No sólo pensaban Marx y Engels que en general la pobreza no es el resultado final del crecimiento demográfico, sino que específicamente sostenían que incluso en la Inglaterra de su tiempo había riqueza suficiente para eliminar la pobreza. Si en Inglaterra el aumento de población había supuesto mayor riqueza para los capitalistas y no para los trabajadores, ello se debía a que los primeros se quedaban con parte del salario de los segundos en concepto de beneficios. Según Marx esto se realizaba desposeyendo a los trabajadores de sus herramientas para luego, en esencia, cobrarles por poder ir a la fábrica a trabajar. Por ejemplo, si un trabajador no tiene las herramientas precisas para construir un automóvil pero desea trabajar construyendo automóviles puede encontrar trabajo en una fábrica y acudir a ella ocho horas diarias. Ahora bien, según Marx el salarlo que percibirá corresponderá tan sólo a seis horas: el capitalista (o propietario de la fábrica) se queda con el resto en pago por la utilización de sus herramientas. Por supuesto, cuanto más se apropie el capitalista menos percibirá el trabajador y más pobre será. Por otro lado, Marx sostenía que el funcionamiento del capitalismo se basa en utilizar el trabajo de la clase obrera para obtener beneficios con los que adquirir máquinas tendentes a reducir la mano de obra necesaria, lo cual conduce a la creación de desempleo y pobreza. Asi pues, los pobres son pobres no por haber desbordado los recursos alimenticios sino únicamente porque los capitalistas les despojaron primero de parte de sus salarios y después hasta de su mismo trabajo, sustituyéndoles por máquinas. De este modo las consecuencias del crecimiento demográfico examinadas por Malthus eran sólo, en realidad, las consecuencias de la sociedad capitalista. no del crecimiento poblacional en sí. Si la sociedad fuera reorganizada de forma más equitativa (es decir, de forma socialista), entonces los problemas demográficos desaparecerían. En su formulación original. tanto la perspectiva malthusiana como la marxista eran algo provincianas, en el sentido de que su principal objeto de atención era la Inglaterra decimonónica. A medida, sin embargo, que ambos enfoques recibieron atención en otros lugares y en otras épocas, se

produjeron revisiones de los mismos. Tales reformulaciones reflejan el estado actual del debate entre Malthus y Marx. MALTHUS REVISADO Las revisiones del pensamiento de Malthus son etiquetadas generalmente como neomalthusianos. Son neo-malthusianos quienes aceptan como correcta la descripción de las consecuencias del crecimiento demográfico realizada por Malthus, pero disienten de él respecto de lo que debe hacerse para evitar nacimientos. Concretamente, los neo-malthusianos están a favor de la anti-concepción más que del simple recurso a la contención moral. A lo largo de toda su vida Malthus defendió constantemente la continencia moral contra quienes se mostraban críticos a este respecto (muchos de ellos, amigos suyos) y le animaban a adoptar una actitud más abierta respecto de otros medios de controlar la natalidad. Nunca cedió a tales presiones, pero la polémica abierta en torno a esta cuestión contribuyó en la práctica a difundir el conocimiento del control de la natalidad en la Inglaterra decimonónica. De hecho fue el juicio celebrado en 1877-79 contra un neo-malthusiano llamado Charles Bradlaugh por haber publicado un manual de control de la natalidad lo que perrnitió a un público inglés más amplio enterarse de tales técnicas (Himes, 1970). Probablemente, el neo-malthusiano contemporáneo más conocido es Paul Ehrlich, cuyo libro The Population Bomb (La bomba poblacional), publicado en 1968, contribuyó a alertar la conciencia pública sobre los posibles efectos del crecimiento demográfico reciente. Ehrlich, por supuesto, aboga por el uso de prácticamente todos los medios de control de la natalidad disponibles para frenar el crecimiento demográfico, pues, de no hacerse nada, vaticina la aparición, con carácter catastrófico, del hambre, la guerra u otra calamidad. El propio Malthus estaba menos preocupado que los neo-malthusianos contemporáneos por un colapso económico o político mundial porque en su tiempo esa posibilidad no parecía tan inminente. De hecho, cuando publicó su primer ensayo, Malthus ni siquiera sabía si la población de Inglaterra estaba creciendo. A finales del siglo XVIII, Inglaterra había comenzado a industrializarse pero no había realizado aún un censo. En realidad uno de los pasatiempos favoritos de los economistas de la época era discutir si la población inglesa estaba creciendo o decreciendo (obviamente, la situación no estaba tan clara como hoy). En 1801 fue realizado un censo experimental que proporcionó un recuento de la población, pero hasta que el experimento no fue repetido en 1811 (y a partIr de entonces, cada diez años) no fue posible calcular la tasa de crecimiento. Así pues, sólo trece años después de la publicación original de su ensayo pudo Malthus concluir con certeza que la población inglesa estaba efectivamente creciendo. Los neo-malthusianos difieren así de Malthus no sólo en que rechazan la contención moral como único medio aceptable de controlar la natalidad sino también en que perciben que el resultado del crecimiento demográfico no es sólo la pobreza, sino además un desastre generalizado. Para los neomalthusianos el mal derivado de la redundancia de población, ha ampliado su alcance; en consecuencia, los remedios propuestos son más dramáticos. MARX REVISADO No todos los que han adoptado una concepción marxista del mundo comparten totalmente la

perspectiva demográfica elaborada originalmente por Marx y Engels. Los países marxistas han tenido dificultades, en este terreno, dada la ausencia de directrices políticas implícita en la idea marxista de que distintos estados de desarrollo social producen diferentes relaciones entre crecimiento demográfico y desarrollo económico. En realidad, gran parte del llamado pensamiento demográfico marxista es atribuible a Lenin, uno de los más prolíficos intérpretes del pensamiento marxista. Para Marx el principio malthusiano operaba únicamente bajo el capitalismo: en un sistema socialista puro no habría problema demográfico. Desgraciadamente, no ofreció directrices para el periodo de transición. Todo lo más, Marx pareció implicar que la ley demográfica socialista sería la antítesis de la capitalista. En consecuencia ha sido difícil para los demógrafos soviéticos conciliar con la teoría el hecho de que las pautas demográficas de la Unión Soviética han sido llamativamente similares a las de otros países desarrollados. El socialismo soviético ha sido, además, incapaz de mitigar uno de los peores males atribuidos por Marx al capitalismo: la existencia de tasas más altas de mortalidad entre las clases trabajadoras que entre las clases altas. Pese a la escasa guía aportada por Marx y Engels, su idea de que el crecimiento demográfico no constituye un problema ha sido sostenida a menudo en la ideología oficial. Las palabras siguientes, pronunciadas por un representante soviético procedente de la República de Ucrania en una reunión celebrada en Ginebra en 1949, constituyen un típico ejemplo (es decir, típico hasta hace poco) de pronunciamiento oficial sobre este tema: “Cualquier sugerencia. en esta comisión. de fomentar la limitación del número de matrimonios o del número de hijos en el matrimonio, me pareceria propia de bárbaros. Un sistema social adecuado debe ser capaz de dar cabida a cualquier aumento de su población”. Sin embargo, desde la década de 1960 la actitud marxista se ha hecho menos rígida. Por ejemplo, en 1962 la propuesta realizada por el gobierno sueco a las Naciones Unidas de proporcionar asistencia anti-conceptiva a los países subdesarrollados fue recibida en silencio por la Unión Soviética, en vez de con la habitual indignación. En China, la realidad empírica de tener que regir a la población nacional más grande del mundo ha conducido a desviaciones respecto de la logica marxista. Ya en fecha tan temprana como 1953 el gobierno chino realizó esfuerzos por controlar la población suavizando las disposiciones relativas a la anticoncepción y al aborto. La buena cosecha de 1958 detuvo temporalmente esta tendencia, pero numerosos informes recientes revelan que, pese a que Marx negara la exIstencia del problema demográfIco, el régimen marxista chino se está enfrentando con uno. Esto no debe sin embargo hacer pensar que los teóricos marxistas han reelaborado por completo su filosofía. En Pakistán, por ejemplo, donde el gobierno (no marxista) ha reconocido oficialmente la necesidad de frenar el crecimiento demográfico, se han producido críticas de sectores marxistas que siguen argumentando que la creciente pobreza de dicho país sólo puede ser aliviada mediante una redistribución de la riqueza. Pero se ha producido un cambio sutil: ya no se afirma que el mantenimiento del crecimiento demográfico no origina consecuencias desastrosas. En vez de eso, muchos marxistas indican ahora que sólo tras una revolución socialista y tras la reorganización de la sociedad la gente se sentirá motivada a disminuir la tasa de natalidad. “Si (...) los gobiernos de los países en vías de desarrollo proceden a socializar el trabajo y los medios de producción de manera que todos se beneficien por igual, conseguirán una menor tasa de crecimiento demográfico (...)”.

Cuando todos disfruten las ventajas del avance tecnológico la gente reducirá el tamaño de su familia. En formulaciones como ésta el marxismo es revisado a la luz de la nueva evidencia científica acerca del comportamiento humano, de forma similar a como el pensamiento malthusiano ha sido revisado. El debate subre el crecimiento demográfico, iniciado por Malthus y alimentado por Marx, dio lugar a una serie de reformulaciones a lo largo de este siglo y del siglo anterior que constituyen el antecedente directo de las actuales teorías demográficas. En la próxima sección consideraremos brevemente la obra de tres personas que tuvieron un papel prominente en dichas reformulaciones: John Stuart Mill, Ludwig Brentano y Emile Durkheim. OTRAS TEORÍAS CLÁSICAS DE LA POBLACIÓN Mill John Stuart Mill fue un filósofo y economista inglés del siglo XIX enormemente influyente. Mill no se mostró tan agresivo con Malthus como Marx y Engels: su penetración científica era superior a la de Malthus y, por otro lado, sus ideas políticas eran menos radicales que las de Marx y Engels. Si bien Mill aceptaba los cálculos malthusianos sobre la capacidad potencial del crecimiento demográfico para desbordar la producción de alimentos como algo axiomático, correcto por definición, se mostraba en cambio más optimista que Malthus respecto de la naturaleza humana. Mill pensaba que, aunque el carácter de una persona es formado por las circunstancias, la voluntad del individuo puede influir mucho en la modelación de las circunstancias y en la modificación de futuros hábitos (Mill. 1924). La tesis básica de Mill era que el nivel de vida constituye el principal factor determinante del nivel de fecundidad. «A medida que el género humano se aleja de la condición animal, la población es limitada por el temor a la necesidad más que por la necesidad misma. Incluso allí donde no hay peligro de hambre muchos actúan de esa manera por temor a perder lo que han llegado a considerar su nivel decoroso de vida». La creencia de que la gente puede y debe ser libre de perseguir sus propias metas vitales le llevó a rechazar la idea de que la pobreza es inevitable (como Malthus sugería) o de que es creación de la sociedad capitalista (como alegaba Marx). Uno de los comentarios más famosos de Mill, en efecto, es que «la cicatería de la naturaleza, y no la injusticia de la sociedad, es la causa de las penalidades asociadas a la sobrepoblación». En el supuesto de que la población llegase alguna vez a superar las disponibilidades alimenticias Mill consideraba, no obstante, que podía llegarse a una situación temporal mediante, al menos, dos posibles soluciones: importar alimentos o exportar personas. Para Mill el estado ideal es aquél en el que todos los miembros de una sociedad están en una situación económica confortable. Alcanzado ese punto pensaba (al igual que Platón varios siglos antes) que la población debía estabilízarse y que los individuos debían tratar de progresar cultural, moral y socialmente, en vez de intentar continuamente mejorar económicamente. La idea parece buena, pero ¿cómo se llega a ese punto? Mill creía que antes de alcanzar el punto en que tanto la población como la producción se hacen estables se produce, esencialmente, una carrera entre ambas. Para pararla es precisa una dramática mejora en las condiciones de vida de los pobres. Para que el desarrollo económico y social se produzca es necesario un súbito aumento del nivel de renta que

permita un nuevo nivel de vida a toda una generación, permitiendo así que la productividad rebase el crecimiento de la población. Según Mill ésta fue la situación en Francia tras la revolución. "Durante la generación que la Revolución elevó de una miseria extrema y sin esperanza a una súbita abundancia se produjo un gran aumento de la población. Pero la nueva generación, nacida en circunstancias mejores, no ha aprendido a ser miserable; el sentido de la prudencia le lleva, claramente, a mantener el incremento demográfico dentro de los niveles de aumento de la riqueza nacional”. Mill estaba convencido, además, de que un importante ingrediente en el paso de una población a una situación de no crecimiento es que las mujeres no desean tantos hijos como los hombres: así, si se permite a aquéllas manifestar su opinión al respecto, se producirá un descenso en la tasa de natalidad. Mill, como Marx, era un ardiente defensor de la igualdad de derechos para ambos sexos. Uno de sus ensayos más notables, “On liberty” (Sobre la libertad), fue escrito conjuntamente por él y por su mujer. Por otro lado, Mill pensaba que la creación de un sistema de educación nacional para los niños pobres les proporcionaría el “sentido común" (según sus propias palabras) de evitar tener demasiados hijos. En conjunto, las ideas de Mill sobre el crecimiento demográfico fueron lo suficientemente destacadas como para sobrevivir aún, hoy día, en los escritos de Kingsley Davís. Richard Easterlín y Harvey Leibenstein, entre otros demógrafos contemporáneos cuyos nombres aparecen en las páginas que siguen. Sin embargo, antes de pasar a estos pensadores contemporáneos. es importante considerar a otros dos autores cuyo pensamiento, aunque viejo ya de muchas décadas, tiene resonancias sorprendentemente modernas: Brentano y Durkheim. Brentano Ludwig Brentano era un economista alemán que, al igual que Marx. se trasladó a Inglaterra para desarrollar allí su carrera intelectual. Brentano se mostraba muy crítico con Malthus porque, en línea similar a la de Mill, pensaba que no se puede esperar que los pobres reduzcan su fecundidad sin tener alguna motivación para hacerIo. Para Brentano la prosperidad es la causa del descenso de la tasa de natalidad: “a medida que aumenta la prosperidad aumentan también los placeres que compiten con el matrimonio; al mismo tiempo, la actitud respecto de los niños adquiere un nuevo carácter de refinamiento; ambos factores tienden a disminuir el deseo de concebir y de dar a luz" (1910:384). En el caso de la mujer, esta motivación se concreta en el deseo de no pasar toda la vida embarazada y en el hecho de que la crianza de los hijos puede suponer la interrupción de una carrera o de otra ocupación placentera. En el caso del hombre, la motivación tiene fundamentalmente un carácter económico: el tener que dedicar una parte mayor de sus recursos a los hijos puede ser una limitación en la obtención de otras satisfacciones. La limitación del número de hijos permite, además, maximizar el bienestar de cada niño. El pensamiento de Brentano se anticipa así a las teorías de las oportunidades alternativas que dominan el pensamiento demográfico contemporáneo, como veremos más adelante. Durkheim MiII y Brentano, ya lo hemos visto, centraron su atención en las causas del crecimiento de la

población. Por su parte Emile Durkheim, sociólogo francés de finales del siglo XIX, hizo de las consecuencias del crecimiento poblacional el fundamento de toda una teoría social. Al analizar la creciente complejidad de las sociedades modernas, cuya característica fundamental es la división creciente del trabajo. Durkheim señaló que “la división del trabajo varía en relación directa con el volumen y densidad de las sociedades y si, en el curso del desarrollo social, progresa de forma continuada es porque las sociedades se hacen de forma regular más densas y más voluminosas” (1933:262). Para Durkheim el crecimiento demográfico conduce a una mayor especialización social porque la lucha por la existencia se agudiza cuando aumenta el número de individuos. Si se compara una sociedad primitiva con una sociedad industrializada, la primera presenta un nivel muy bajo de especialización. En cambio, en las sociedades industrializadas el grado de diferenciación es elevado, es decir, la lista de ocupaciones y de clases sociales es cada vez más larga. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en el volumen y la densidad de la población. El crecimiento poblacional origina una competición por los recursos de que dispone la sociedad, y con el fin de mejorar sus posibilidades en esa lucha, cada individuo se especializa en una actividad. Esta tesis durkheimiana de que el crecimiento demográfico conduce a la especialización supone una derivación (reconocida por el propio Durkheim) de la teoría de la evolución darwiniana. Darwin, a su vez, reconocía su deuda con la obra de Malthus. El impulso teórico crítico del siglo XIX y de comienzos del XX preparó el terreno para la recogida, de forma más sistemática, de datos que permitiesen la comprobación de dichas teorías y para la decisión, sobre bases más sólidas, de cuáles mantener y cuales descartar. A medida que los estudios demográficos se fueron haciendo más cuantitativos fue haciéndose más visible un fenómeno denominado transición demográfica que atrajo la atención de los demógrafos. LA TEORÍA DE LA TRANSICIÓN DEMOGRÁFICA La teoría de la transición demográfica, que ha dominado el pensamiento demográfico de estos años, empezó en realidad siendo únicamente una descripción de los cambios demográficos acaecidos a lo largo del tiempo en los paises desarrollados. Concretamente, describía la transición desde una situación de alta natalidad y alta mortalidad a otra caracterizada por bajas tasas de natalidad y mortalidad. El primero en desarrollar la idea fue Warren Thompson quien en 1929, con datos referidos a “ciertos paises” para el período 1908-27, mostró que los países podían ser agrupados en tres grandes categorías según la pauta de crecimiento de su población: PaÍses del grupo A (Europa nórdica y occidental y Estados Unidos): desde finales del siglo XIX hasta 1927 han pasado de tener tasas de incremento natural muy elevadas a tenerlas muy bajas, "y en breve se harán estacionarios y empezarán a decrecer” (Thompson. 1929:968). Grupo B (Italia, España y los pueblos "eslavos” de Europa central): Thompson encontró pruebas de un descenso tanto en la tasa de natalidad como en la de mortalidad, pero indicó que "parece probable que la tasa de mortalidad siga descendiendo aún durante algún tiempo tan rápidamente, o más rápidamente incluso, que la tasa de natalidad. La situación en estos países del grupo B es básicamente igual a la de los paises del grupo A hace treinta o cincuenta años”. Grupo C (resto del mundo): En el resto del mundo Thompson halló escasas pruebas de la existencia de control sobre los nacimientos o las defunciones.

Thompson consideraba que estos países del grupo C (que comprendían entre el 70 y el 75 por 100 de la población mundial de la época), como consecuencia de esa falta de control voluntario sobre nacimientos y defunciones, seguirían teniendo un crecimiento “determinado en gran medida por sus oportunidades de aumentar los medios de subsistencia”. Malthus describía muy acertadamente sus procesos de crecimiento al escribir "que la población, invariablemente, crece cuando existen medios de subsistencia”. La obra de Thompson fue publicada, sin embargo. en un momento en que la preocupación por la sobrepoblación era relativamente escasa. De hecho en 1936 las tasas de natalidad en Estados Unidos y Europa eran tan bajas que Enid Charles publicó un libro de gran difusión titulado The Twiiight of Parenthood (El crepúsculo de la paternidad) cuyas palabras introductorias eran las siguientes: “Lejos de la amenaza malthusiana de la sobrepoblación existe hoy en cambio el peligro real de infrapoblación”. Por otro lado, las etiquetas que Thompson utilizó para sus categorías no eran excesivamente sugerentes (resulta, en efecto, difícil construir una teoría en torno a categorías denominadas simplemente A, B y C). Dieciséis años más tarde, en 1945. Frank Notenstein retomó el hilo de las tesis de Thompson y proporcionó nombres a los tres tipos de pautas de crecimiento que éste se había limitado a designar como A, B y C. Denominó descenso incipiente a la pauta del grupo A, crecimiento transicional a la del grupo B y elevada capacidad de crecimiento a la del grupo C. Nació así el término transición demográfica para designar al período de rápido crecimiento que se produce cuando un país pasa de tener tasas dc natalidad y mortalidad altas a tenerlas bajas; es decir, cuando pasa de una situación de alta capacidad de crecimiento a otra de descenso incipiente. En ese momento, a mediados de la década de 1940, la transición demográfica era simplemente una descripción del cambio demográfico, no una teoría. Pero como cada nuevo país estudiado venía a encajar en dicha descripción terminó por parecer que se había dado con una ley nueva, universal, del crecimiento demográfico que constituía un esquema evolucionista. Entre mediados de la década de 1940 y finales de la de 1960 el acelerado crecimiento demográfico pasó a ser en todo el mundo un tema de preocupación y los demógrafos dedicaron una gran atención a la transición demográfica como perspectiva teórica. A la altura de 1964, George Stolnitz podía ya concluir que "la transición demográfica constituye una de las pautas más generalizadas y mejor documentadas de los tiempos modernos... con una base que comprende cientos de investigaciones referidas a una multitud de lugares, periodos y acontecimientos específicos". La aparente originalidad histórica de la transición demográfica (todos los casos conocidos se han producido en los últimos 200 años) ha producido una gran abundancia de nombres alternativos para designarla, como revolución vital o revolución demográfica, por citar los más importantes. El término explosión demográfica, por ejemplo. alude a lo que Notestein denominó crecimiento transicional. A medida que la pauta del cambio demográfico fue tomando forma, aparecieron explicaciones referidas al por qué y cómo del paso de los distintos países por dicha transición. Tales explicaciones tendían a constituir aglutinaciones de elementos dispersos procedentes de las obras de los pensadores del pasado siglo y de comienzos del XX, ya estudiados en páginas anteriores de este capítulo. Así la transición demográfica pasó de ser una simple descripción de los acontecimientos a

convertirse en una perspectiva demográfica cuyo presupuesto último quizá pueda formularse como “ocúpate de la gente y la población se ocupará de sí misma” o como “el desarrollo es el mejor anticonceptivo”. Esta perspectiva se basa en la experiencia de la mayoría de los países que han experimentado la transición: las tasas de mortalidad disminuyeron a medida que mejoraba el nivel de vida y las tasas de natalidad casi siempre decrecieron unas pocas décadas más tarde, para finalmente alcanzar niveles muy bajos, aunque rara vez tan bajos como los de las tasas de mortalidad. Según esta teoría el desfase entre el descenso de la tasa de natalidad y el de la de mortalidad se debe a que la población tarda un tiempo en adaptarse al hecho de que la mortalidad es realmente más baja y a que las instituciones sociales y económicas que fomentaban una fecundidad elevada tardan asimismo en acomodarse a normas nuevas favorecedoras de una fecundidad baja en consonancia con los nuevos niveles de la mortalidad. Dado que para la mayoría de la gente la prolongación de la vida constituye un valor, no es difícil reducir la mortalidad, la reducción de la fecundidad, en cambio, va en contra de las normas establecidas en las sociedades que precisaban de altas tasas de natalidad para contrapesar la incidencia de altas tasas de mortalidad: dichas normas no resultan fáciles de cambiar, ni siquiera ante la inminencia de la pobreza. Finalmente, las tasas de natalidad terminan por decrecer a medlda que, al debílitarse la importancia de la familia como consecuencia de la vida Industrial y urbana, se debilita también la presión social en favor de la existencia de familias grandes. Se supone que lo que convertia a la familia numerosa en una meta deseable era que proporcionaba a los padres una reserva de mano de obra y una garantía de protección en la vejez. Según la teoría que estamos considerando ese mismo desarrollo económico que reduce la mortalidad transforma al mismo tiempo a la sociedad en una sociedad urbana e industrial en la que la escolarización obligatoria reduce el valor de los niños al sustraerlos a la mano de obra y en la que el descenso de la mortalidad infantil implica que ya no es preciso que nazcan tantos niños para conseguir un determinado número de hijos vivos. Por último, y como consecuencia de las múltiples variaciones de las instituciones sociales, “la presión en favor de una fecundidad alta se debilita y la idea del control consciente de la fecundidad va ganando fuerza progresivamente” (Teitelbaum, 1975:421). Para los marxistas el atractivo de la transición demográfica es doble: (1) la idea de distintas tasas de crecimiento durante distintas etapas del desarrollo es compatible con la idea de una transición desde una sociedad no socialista a otra socialista: y (2) la teoría de la transición demográfica enfatiza el papel del desarrollo como precursor de la baja fecundidad (lo que resulta coherente con la postura marxista), contradiciendo así el punto de vista neo-malthusiano según el cual el desarrollo sólo puede producirse una vez que el crecimiento demográfico ha sido controlado. Sin embargo. autores soviéticos recientes se han distanciado de la teoría de la transición demográfica porque la consideran demasiado simple y fácilmente adaptable a una interpretación malthusiana. A. P. Sudoplatov, demógrafo del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Moscú, sintetizó la reacción soviética contra la teoría de la transición demográfica en estas palabras: “a primera vista esta forma de plantear el problema parece proporcionar una base para replantear las ideas tradicionales malthusianas de la sobrepoblación”. Ahora bien, prosigue Sudoplatov, una consideración más detenida de la transición demográfica permite comprobar que presupone un mismo conjunto de condiciones poblacionales para todos los países a medida que avanzan en el tiempo. Esto le lleva a

concluir que “los que aceptan la teoría de la “evolución demográfica" coinciden, lo quieran o no, con el neo-malthusianismo en lo que respecta al papel y al lugar de la población en el desarrollo social”. Dado que el enfoque marxista huye de cualquier ley universal de la población, la teoría de la transición demográfica resulta más cercana al pensamiento neo-malthusiano que a la revisión de la perspectiva marxista. La teoría de la transición demográfica en síntesis La teoría de la transición demográfica percibe la alta fecundidad como una reacción ante la alta mortalidad. Al declinar la mortalidad disminuye la necesidad de una alta fecundidad y en consecuencia disminuyen las tasas de natalidad. En el periodo de transición se produce un intenso crecimiento, cuyas consecuencias no serán con toda probabilidad graves siempre que el descenso de la mortalidad se deba a un aumento del nivel de vida que, a su vez, genere la motivación de tener familias más reducidas. Ahora bien, ¿cuáles serán las consecuencias si la mortalidad desciende pero la fecundidad no? Por principio, esta situación tiende a quedar desertada en la teoría de la transición demográfica: pero comoquiera que constituye una cuestión crucial para el desarrollo de una perspectiva realista sobre los problemas demográficos del mundo, merece la pena dedicar alguna atención a los problemas que presenta la teoría de la transición demográfica. Crítica de la teoría de la transición demográfica En líneas generales, la teoría de la transición demográfica constituye una descripción razonable del curso de los acontecimientos demográficos en la mayoría de los países industriales actuales. Existen, sin embargo, algunas importantes excepciones. como por ejemplo el caso de Francia, donde la fecundidad descendió antes de que lo hiciera la mortalidad. Pero de mayor importancia resulta el hecho de que la teoría de la transición demográfica no es capaz de predecir los niveles de mortalidad o de fecundidad ni el ritmo del descenso de la fecundidad. Esto se debe a que a explicación de la conducta demográfica durante la transición tiende a ser etnocéntrica basándose de forma casi exclusiva en la idea de que lo que vale para un caso, vale para los demás. En otras pabras, si esto es lo que ocurrió en los países desarrollados. ¿por qué no habria de ocurrir también así en los países que no están tan avanzados? Una razón podría ser que las precondiciones para la transición demográfica son considerablemente diferentes ahora de lo que eran cuando los países industrializados comenzaron su transición. Por ejemplo, con anterioridad a la transición demográfica, pocos de los actuales países industrializados tenían tasas de natalidad tan altas como las de la mayoría de los países actualmente subdesarrollados, ni por supuesto niveles de mortalidad tan altos. Y cuando la mortalidad comenzó a descender lo hizo como resultado de un proceso interno de desarrollo económico, y no, como ocurre en la actualidad, como consecuencia de que un país extranjero suministre técnicas refinadas para la prevención de enfermedades. Dado que no existe una pauta común en el ritmo del descenso en cada país de la fecundidad, resulta razonable suponer que los factores socioculturales intervinientes en cada caso son hasta cierto punto diferentes. En general, es cierto que ha de producirse una limitación consciente de la fecundidad, pero ¿qué grado de cambio debe haber tenido lugar antes de que esto ocurra? Resulta

etnocéntrico creer que la gente, en todas partes, piensa y reacciona ante el mundo social de la misma manera en que lo hacemos nosotros. Sin embargo, esto es lo que parece implicar la mayoría de los defensores de la teoría de la transición demográfica. La teoría del cambio y respuesta demográficos constituye un intento de ir más allá de la explicación usual ofrecida por la teoría de la transición demográfica. LA TEORÍA DEL CAMBIO Y RESPUESTA DEMOGRÁFICOS Esta teoría fue formulada en 1963 por Kingsley Davis, más como una prolongación que como una alternativa a la teoría de la transición demográfica. Davis, que parte del supuesto de que para poder hacer algo respecto de las consecuencias es necesario conocer antes las causas, centra su atención en las causas del crecimiento demográfico. El problema básico que Davis trata de resolver constituye la cuestión central de la teoría de la transición demográfica: por qué (y bajo qué condiciones) un descenso en la mortalidad puede llevar a un descenso de la fecundidad. Para resolver esta pregunta, Davis se plantea qué es lo que ocurre a los individuos cuando la mortalidad disminuye. La respuesta es que es mayor el número de niños que logran llegar a adultos, generando así una presión mayor sobre los recursos familiares; los individuos tienen así que reorganizar sus vidas para intentar aliviar esa presión; es decir, la gente reacciona ante el cambio demográfico. Debe notarse que dicha reacción se produce en términos de objetivos personales, no de objetivos nacionales: lo que los gobiernos puedan desear al respecto rara vez cuenta. Si los miembros individuales de una sociedad no ganan nada actuando de determinada manera, dejarán de actuar asi. De hecho éste era uno de los principales argumentos de los neo-malthusianos contra la contención moral. ¿Por qué abogar por la posposición del matrimonio y de las relaciones sexuales y no por la anticoncepción cuando se sabe que pocos de los que pospongan el matrimonio pospondrán también las relaciones sexuales? Con razón recordaba Brentano (1910) que era una locura pensar, como hacía Malthus, que la continencia era el remedio para los pobres. En cualquier caso, el razonamiento de Davis es que la respuesta que los individuos dan a la presión demográfica creada por el aumento de la población viene deterrninada por los medios de que disponen. Una primera respuesta, de naturaleza no demográfica, consiste en tratar de aumentar los recursos trabajando más: durante más horas, en un segundo trabajo, etc. Si eso no resulta suficiente, entonecs la emigración de algunos miembros de la familia (prototipicamente los hijos o hijas solteros) constituye la respuesta demográfica más fácil. Davis (1963) pudo probar que ésta era la reacción de los campesinos con demasiados hijos al mandarles a la ciudad a aprovechar las posibles oportunidades (es decir, recursos) encontrables allí. Esta opción es, por supuesto, similar a la indicada por Mill más de cien años antes de que Davis realizara su estudio. Ahora bien, ¿cuál será la reacción de esa segunda generación, es decir, de esos hijos que ahora sobreviven y que antes no lo hubieran hecho dando así lugar a esa presión sobre los recursos? El argumento de Davis es que si (y este sí es con mayúsculas) existe de hecho una posibilidad de mejora social y económica, entonces la gente tratará de aprovecharla evitando tener familias tan grandes como las que causaron problemas a sus padres. Davis apunta que el motivo más poderoso para limitar la familia no es el miedo a la pobreza o la evitación del dolor, como creía Malthus; más bien, lo que motiva a los individuos a encontrar los

medios para limitar el número de sus hijos es la perspectiva de una prosperidad creciente. Davis se hace aquí eco de las ideas de Brentano, si bien añadiendo que, como mínimo, el deseo de conservar el status relativo alcanzado en la sociedad puede llevar a un deseo de evitar una descendencia excesiva que acabe con los recursos disponibles. Esto presupone, por supuesto, que los individuos en cuestión hayan alcanzado ya un status que merezca la pena mantener. Una de las principales contribuciones de Davis a nuestra perspectiva demográfica, como indica, es que parece basarse en un modelo implícito en el que el actor efectúa interpretaciones cotidianas de los cambios percibidos en su entorno... Por ejemplo, la gente reacciona ante un cambio en la mortalidad sólo si lo percibe: y entonces su respuesta viene determinada por la situación social en que se encuentra. El análisis de Davis fue uno de los primeros en sugerir la importante vinculación existente entre la vida cotidiana de los individuos y el tipo de cambios demográficos que se producen en la sociedad. Otro demógrafo contemporáneo que ha intentado este tipo de análisis es Richard Easterlin, cuyas ideas han recibido el nombre de teoría del nivel relativo de ingresos. LA TEORÍA DEL NIVEL RELATIVO DE INGRESOS La teoría del nivel relativo de ingresos (a veces llamada también nueva economía familiar) se basa en la idea de que la tasa de natalidad responde no a los niveles absolutos de bienestar económico sino a los niveles relativos a que se está acostumbrado (Easterlin. 1968: 1978). Easterlin parte del supuesto de que el nivel de vida que el individuo experimenta al final de su infancia constituye la base desde la que evalúa sus posibilidades como adulto. Una persona que al llegar a adulta puede mejorar fácilmente sus ingresos, en comparación con el nivel de ingresos de su familia en la parte final de su infancia, tiene más probabilidades de casarse pronto y de tener varios hijos. Por otro lado, un individuo que perciba que como adulto le será difícil alcanzar el nivel de vida al que de niño se acostumbró, probablemente tenderá a aplazar su matrimonio, o al menos el tener hijos. Hasta aquí la teoría de los ingresos relativos es Ilamativamente similar a lo escrito por Mill hace más de un siglo. Pero Easterlin va más allá, preguntándose por los factores que pueden hacer que una persona, al llegar a la edad adulta, se encuentre en una situación relativamente ventajosa o desventajosa. Para él la respuesta se encuentra en la relación existente entre las fluctuaciones de la economía y las respuestas demográficas a dichas fluctuaciones. En una sociedad libre de intervencionismos gubernamentales, una mejora a largo plazo (pongamos 15 años) de la economía fomentará la inmigración y podrá también hacer más fácil que la gente se case y tenga hijos. El podrá en este caso depende de otra variable demográfica que hasta ahora no había entrado en escena: la estructura de edad (es decir, el número y proporción de personas existente en cada edad en la sociedad). Si los jóvenes son relativamente escasos en la sociedad. y la economía va bien, existirá una demanda de los mismos relativamente alta. Podrán exigir salarios elevados y en consecuencia no les será problemático casarse y crear una familia. Por supuesto, la medida en que hacerlo pueda en realidad resultarles problemático dependerá de lo que dichos salarios les permitan adquirir en comparación con el nivel de vida a que están acostumbrados. Ahora bien, si la población juvenil es relativamente abundante. entonces la competición por las oportunidades de trabajo será dura: en consecuencia los jóvenes tendrán dificultades en mantener el nivel de vida a que están

acostumbrados, y mucho más aún en poderse casar y crear una familia, incluso si la economía marcha bien. Cabe preguntarse por qué puede ocurrir que exista una abundancia, o escasez, relativa de jóvenes en la estructura de edad. Aunque esto será estudiado con más detalle en el Capítulo 8, es suficiente señalar aquí que ello es debido fundamentalmente a las fluctuaciones de la tasa de natalidad, que derivan de cambios en la pauta de personas que se casan y tienen hijos. Así pues, Easterlin presenta un modelo de sociedad en la que el cambio demográfico y el cambio económico están estrechamente interrelacionados: los cambios económicos producen cambios demográficos que a su vez producen cambios económicos y así sucesivamente. Sin embargo, este modelo tiene un cierto sesgo de clase media: ¿qué ocurre. en efecto, con los individuos situados al final de la escala económica, para los que el esquema de la privación relativa no resulta aplicable al ser tan poco lo que de entrada tienen? ¿Están atrapados en un ciclo constante de sobrepoblación y pobreza? En 1848 Mill pensaba que ésa sería realmente su situación a no ser que una generación completa pudiera ser catapultada a la clase media. En 1957 Harvey Leibenstein sistematizó una idea que denominó “del mínimo esfuerzo crítico”. Leibenstein sostenía que si en una sociedad pudiera lograrse un aumento de capital suficientemente grande se producirían mejoras que, al elevar el nivel de vida, Invitaría a mantener baja la fecundidad (razonamiento similar en grandes líneas al realizado por Mill y Brentano décadas antes). La tesis de Lelbensteln, como la de Easterlin, ponía el énfasis en dos aspectos críticos de la teoría demográfica contemporánea: (1) el hecho de que el status socioeconómico relativo constituye un determinante de la conducta más importante que los niveles de vida absolutos; y (2) la importancia de los ciclos de retroalimentación, en contraste con las simples pautas. El valor de esta perspectiva radica en que constituye un lugar de encuentro para los demógrafos occidentales y los marxistas. El crecimiento demográfico no es percibido ya como causado simplemente por un único conjunto de factores: tampoco se percibe ya que haya de tener un único conjunto de consecuencias prescritas. Ahora sabemos que el mundo es más complicado y que el crecimiento demográfico origina cambios en la sociedad que a su vez estimulan nuevas respuestas en la conducta demográfica. RESUMEN Y CONCLUSIONES En este capítulo hemos seguido la evolución del pensamiento demográfico desde las doctrinas antiguas hasta las perspectivas sistemáticas contemporáneas. Malthus fue el primero, y sin duda el más influyente, de los escritores modernos. Malthus creía que la existencia de un ansia biológica de reproducción era la causa del crecimiento demográfico, cuya consecuencia natural era la pobreza. Marx, por otro lado, no disentía abiertamente de las causas establecidas por Malthus para el crecimiento, pero se mostraba en vehemente desacuerdo respecto de la idea de que la pobreza fuera la consecuencia natural del crecimiento de la población. Marx negaba que, en sí mismo, el crecimiento demográfico fuera un problema: sólo adquiría ese carácter en la sociedad capitalista. Quizá parezca sorprendente dedicar a alguien que negaba la importancia de la perspectiva demográfica parte de un capítulo dedicado justamente a destacar la trascendencia de la misma. Sin embargo, el enfoque marxista es lo suficientemente predominante entre los dirigentes de algunos países socialistas como para constituir en sí mismo una perspectiva demográfica de alguna

significación. La perspectiva de Mill, quien en muchas de sus ideas parece contemporáneo nuestro, se sitúa en un lugar intermedio entre la de Malthus y la de Marx. Mill pensaba que el incremento de la productividad podría conducir a la motivación de tener familias más pequeñas, especialmente si la influencia de las mujeres podía hacerse sentir y si la gente era alertada sobre las posibles consecuencias de tener una familia grande. Brentano llevó un paso más allá este tipo de motivaciones individuales, señalando con mayor detalle las razones por las que la prosperidad conduce, por lo general, a un descenso de la tasa de natalidad. Durkheim, por su parte. subrayaba más las consecuencias que las causas del crecimiento demográfico. Estaba convencido de que la complejidad de las sociedades modernas se debe, casi enteramente. a respuestas sociales ante el aumento de la población: la presencia de más personas conduce a niveles más altos de innovación y de especialización. Algunas perspectivas demográficas elaboradas más recientemente parten, implícitamente, del supuesto de que las consecuencias del crecimiento demográfico son graves y problemáticas, pasando directamente a explicar las causas del crecimiento de la población. La teoría de la transición demográfica indica que el crecimiento constituye un estadio intermedio entre dos situaciones más estables de alta mortalidad y natalidad, por un lado, y de baja mortalidad y natalidad, por otro. La aceptación de esta perspectiva implica percibir al mundo desde una óptica evoluclonista un descenso en la mortalidad será seguido. de forma casi Inevitable, por un descenso en la fecundidad. La teoría del cambio y de la respuesta demográficos considera el tipo de proceso de toma de decisiones individual que debe producirse antes de que la fecundidad comience a decrecer. La teoría del nivel relativo de ingresos (o de renta) se basa en la idea de que la conducta reproductiva no tiene su raíz únicamente en lo que ocurre en el resto de la sociedad sino también en el status relativo de cada individuo dentro de su sociedad. Se trata de una teoría que pone específicamente en relación la interacción entre las causas y las consecuencias del cambio demográfico.

SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN John R. Weeks Capítulo 3 La población mundial: una visión de conjunto. Breve historia de la población mundial. ¿Con qué rapidez pueden crecer las poblaciones.? ¿Por qué fue tan lento el crecimiento inicial? ¿Por qué son tan rápidos los aumentos poblacionales recientes? ¿Redistribución de la población mundial por medio de la migración? La expansión europea. La revolución urbana. Breve historia de la población de los Estados Unidos. Los países más poblados del mundo. China. India. ¿A qué velocidad está creciendo realmente la población mundial? Unión Soviética y Estados Unidos. Diferencias actuales en las tasas de crecimiento. El caso de China y de la India frente al caso de la URSS y de Estados Unidos. Pautas mundiales de crecimiento demográfico. Alta mortalidad y alta fecundidad. Baja mortalidad y alta fecundidad. Baja mortalidad y baja fecundidad. Resumen yconclusiones.

LA POBLACIÓN MUNDIAL: UNA VISIÓN DE CONJUNTO Breve historia de la población mundial Los seres humanos han existido en la tierra desde hace por lo menos un millón de años. Durante casi todo ese tiempo, fueron cazadores y recolectores, viviendo una existencia primitiva sin crecimiento demográfico apreciable alguno, si bien el tamaño de la raza humana fue aumentando de forma muy reducida. Se estima que hacia el año 8000 antes de Cristo, el tamaño de la población mundial era de unos 8 millones de habitantes, lo que implica un incremento natural (saldo de los nacimientos sobre las defunciones) de unas 15 personas por cada millón al año. Así, durante los primeros 990.000 años de existencia humana, la población mundial sólo alcanzó el tamaño de la actual ciudad de Nueva York. Durante los 8.000 años siguientes, el crecimiento de la población es estimado en unos 300 millones. Dicha fecha (8.000 a. de C.) va generalmente asociada a la Revolución Agrícola y representa un momento en el que el crecimiento de la población empieza a experimentar una ligera aceleración. Desde el año 8.000 a. de C. al año 1 d. de C. la población aumentó a un ritmo tal que suponía su duplicación cada 1.530 años. Desde el período romano (hacia el año 1 d. de C.)

hasta el comienzo de la Revolución Industrial (hacia el año 1750) la tasa de crecimiento se elevó algo y la población mundial alcanzó un tamaño de unos 800 millones. Esto supone una tasa de crecimiento con la cual la población tardaría 1.240 años en duplicar su tamaño. Desde entonces el tamaño y la tasa de crecimiento de la población mundial han aumentado dramáticamente. En el relativamente corto lapso de tiempo transcurrido entre 1750 y 1950 la población se ha más que triplicado, pasando de 800 millones a 2.500 millones, lo que supone un tiempo de duplicación de 122 años. En los 25 años que van de 1950 a 1975, otros 1.500 millones de personas vinieron a añadirse, haciendo un total de 4.000 millones, lo cual supone una tasa de crecimiento que implica un tiempo de duplicación de tan sólo 37 años. Tenemos así que durante cerca de un millón de años, la población del mundo creció muy despacio, para luego, en menos de 200 años, experimentar un vertiginoso aumento que la sitúa por encima de los 4.000 millones. No hay duda de que el término “explosión demográfica”, constituye una descripción adecuada de los acontecimientos demográficos recientes. Antes de continuar, deberíamos preguntarnos: ¿a qué velocidad puede crecer realmente una población? ¿Con qué rapidez pueden crecer las poblaciones? Las poblaciones humanas como todos los organismos vivos, pueden en potencia crecer a una tasa exponencial, es decir, en la misma proporción en que crece el dinero de una cuenta de ahorros cuando los intereses son devengados pero no retirados. Imaginemos que los 100 dólares invertidos en un certificado de depósito a 25 años a comienzos de año fuesen, en realidad, personas (50 hombres y 50 mujeres). Imaginemos además que durante los próximos 25 años, cada una de esas mujeres tenga 4 hijos (2 niños y 2 niñas) y que cada niña crezca y tenga a su vez 4 hijos. Así las 50 madres iniciales tendrán 4x50=200 hijos, de los cuales 100 llegarán a ser madres teniendo a su vez 4x100=400 niños. De esta manera al final de dicho periodo de 25 años habremos “ahorrado” las 100 personas iniciales y añadido a ellas sus 200 hijos y sus 400 nietos: es decir, habremos alcanzado un total de ¡700 personas! En tan sólo 25 años la población se habrá multiplicado por siete, y eso suponiendo que las madres no tuvieran más que 4 hijos cada una. En la realidad los hijos suelen nacer más distanciados que en este exagerado ejemplo, pero la cuestión es que los humanos tienen una tremenda capacidad potencial de crecimiento. Un modo corriente de medir el potencial de crecimiento implícito en cualquier combinación de tasas de natalidad y de mortalidad es calcular el tiempo de duplicación, es decir, el tiempo requerido para que una población duplique su tamaño si se mantiene su actual tasa de crecimiento. El tiempo de duplicación es, aproximadamente, igual a 70 dividido por la tasa de crecimiento (expresada en porcentaje anual). ¿De dónde sale el 70 en la fórmula de duplicación? La contestación no tiene nada de mágico ni de misterioso, como podría parecer. Dicha cifra se deriva del hecho de que las poblaciones crecen exponencialmente: cada generación incrementa a la generación anterior en una tasa compuesta. Matemáticamente, los logaritmos naturales expresan este crecimiento exponencial. Así pues, para saber cuánto tardaría una población en doblar su tamaño, debemos encontrar el logaritmo natural de 2, es decir, 0,70. Para evitar el tener que trabajar con decimales lo multiplicamos por 100. Tenemos así

que dividiendo 70 por la tasa de crecimiento encontramos el número de años requeridos para que una poplación duplique su tamaño. De modo similar, si queremos saber cuánto tardaría una población en triplicarse, tendremos que encontrar primero el logaritmo natural de 3, que es 1,10, o 110 después de multiplicarlo por 100. Si dividimos 110 por la tasa de crecimiento de la población encontramos el número de años que ésta tardará en triplicar su tamaño. Una vez que hemos comprobado lo rápidamente que una población puede realmente crecer, resulta razonable preguntarse por qué al principio el crecimiento de la población humana fue tan lento. ¿Por qué fue tan lento el crecimiento inicial? La razón por la que el aumento de la población fue tan lento durante el 99 por 100 de la historia de la humanidad fue que las tasas de mortalidad eran muy altas, y el riesgo de defunción era especialmente elevado entre recién nacidos y niños pequeños. En consecuencia, la gente se veía obligada a tener un gran número de hijos si quería tener dos o tres que sobrevivieran hasta la edad adulta. La esperanza de vida en los tiempos premodernos rara vez superaba los 30 años (en comparación con los más de 70 años en Estados Unidos hoy) y en esas condiciones cada mujer debía tener por término medio más de 4 hijos simplemente para asegurarse de que dos llegarían a adultos. En aquellas zonas en que la mortalidad era aún mayor (como la India, donde en época tan cercana como el comienzo de este siglo, la esperanza de vida era inferior a 20 años), las mujeres tenían que tener más de seis hijos por término medio para garantizar que al menos dos de ellos llegasen a adultos. Para la mayoría de las sociedades humanas el equilibrio entre este gran número de nacimientos y un número de defunciones casi igual, supuso la realización, a lo largo del tiempo, de tan sólo ligeros incrementos en el tamaño de la población. Hubo un tiempo en que se creyó que la Revolución Agrícola supuso un aumento de las tasas de crecimiento porque al asentarse las poblaciones, formando comunidades agrícolas estables, las tasas de mortalidad decrecieron. Se pensaba que la vida sedentaria había supuesto una mejora en las condiciones de vida, especialmente en la obtención de alimentos. La teoría dominante era que las tasas de natalidad permanecieron altas pero que las tasas de mortalidad decrecieron ligeramente, dando así lugar a un aumento de la población. Sin embargo, pruebas arqueológicas recientes, así como estudios referidos a una sociedad africana que en la actualidad se encuentra aún en la fase cazadora-recolectora, permiten otra explicación del aumento de población durante ese período. Posiblemente la vida sedentaria y la alta densidad poblacional asociadas a la agricultura supusieron en realidad una elevación de las tasas de mortalidad al crear problemas sanitarios y al aumentar el grado de exposición a las enfermedades contagiosas. En tales circunstancias, si las tasas de crecimiento de la población aumentaron, parece haber sido porque las tasas de fecundidad se elevaron a medida que los cambios en la dieta mejoraron la capacidad de las mujeres para concebir y tener hijos. Asimismo, se hizo más fácil destetar antes a los niños al ser mayores las posibilidades de disponer de alimentos blandos, fáciles de comer. Aunque esto último puede parecer no guardar relación alguna con la fecundidad, hay que pensar que en una sociedad cazadora-recolectora las mujeres pueden haberse sentido motivadas a espaciar sus hijos, dejando varios años entre cada uno, para facilitar así la crianza y el transporte del más pequeño, logrando éste espaciamiento mediante la continencia, el aborto o, posiblemente, incluso

mediante el infanticidio. En todo caso, la vida agrícola sedentaria eliminó muy probablemente la necesidad de espaciar los hijos. Este hecho, combinado con una mejor alimentación, acrecentó la capacidad reproductora y posiblemente permitió que los niveles de fecundidad se elevaran lo suficiente como para compensar, e incluso superar ligeramente, la alta tasa de mortalidad. Hay que tener presente, en efecto que una pequeña diferencia entre la tasa de natalidad y la de mortalidad basta, sin más, para explicar un crecimiento tan lento como el conseguido tras la Revolución Agrícola. Entre el año 8.000 a. de C. y el año 1.750 d. de C. la población mundial aumentó anualmente, por término medio, en tan sólo 67.000 personas. En el año 1980 el mundo aumentó su población en este mismo número de personas, pero ¡cada ocho horas! ¿Por qué son tan rápidos los aumentos poblacionales recientes? La rápida aceleración del crecimicnto de la población tras 1750 se debió casi por completo al descenso en las tasas de mortalidad que acompañó a la Revolución Industrial. Primero en Europa y en Norteamérica y más recientemente en países menos desarrollados, las tasas de mortalidad han disminuido antes y mucho más rápidamente que las tasas de fecundidad. El resultado es que cada año fallece mucha menos gente de la que nace. En los países industrializados, el descenso de la mortalidad se debió en un principio a los efectos del desarrollo económico y a las mejoras en el nivel de vida: la gente comía mejor, llevaba ropa de más abrigo, vivía en casas mejores, se bañaba más a menudo, bebía agua más limpia, etc. Estas mejoras en las condiciones de vida ayudaron a disminuir el riesgo de contraer enfermedades, y también a aumentar la resistencia contra ellas. Más adelante, después de 1900, la mayor parte del descenso de la mortalidad se debió a avances en la tecnología médica, especialmente en lo referente a la vacunación contra enfermedades infecciosas. El descenso en las tasas de mortalidad tuvo lugar, por primera vez, solamente en los países que se encontraban inmersos en el proceso de desarrollo económico. En cada uno de tales países (fundamentalmente de Europa y de América del Norte), la fecundidad empezó también a disminuir por lo menos una o dos generaciones después de que la tasa de mortalidad hubiera iniciado su descenso. Sin embargo, desde la Segunda Guerra Mundial, la tecnología médica y sanitaria se ha hecho asequible a todos los países del mundo, con independencia de su grado de desarrollo económico. En los países subdesarrollados aunque el riesgo de defunción ha bajado drásticamente, las tasas de natalidad han experimeritado por ahora, un descenso insignificante y el resultado es un rápido crecimiento de la población. El aumento del tamaño de la población no es el único cambio demográfico importante acaecido a lo largo de estos últimos siglos: se ha producido además una redistribución masiva de la población. Redistribución de la población mundial por medio de la migración A medida que la población, en distintas partes del mundo, ha ido creciendo, las presiones o los deseos migratorios han ido haciéndolo también. Las migraciones, por lo general, se han dirigido desde áreas con un rápido crecimiento poblacional hacia áreas con un crecimiento más lento (por ejemplo, de Méjico a Estados Unidos). Asimismo, cuando el movimiento de la población se produce exclusivamente dentro de un país se dirige, por lo general, desde áreas rurales con alto crecimiento demográfico hacia zonas urbanas.

En décadas anteriores, a medida que aumentaba la densidad de la población en un área determinada, la gente podía cambiar su residencia a lugares que no sólo crecían menos rápidamente sino que además estaban menos poblados (de forma similar a como, en el terreno meteorológico, los frentes de altas presiones se desplazan hacia zonas de bajas presiones). El ejemplo más ilustrativo acerca de este tipo de emigración lo proporciona la expansión por el mundo de la población europea. Se trata en efecto de un caso especialmente notable porque a medida que los europeos se extendieron por el mundo, fueron alterando allí donde llegaron la organización de la vida, incluyendo la suya propia. Realmente la expansión europea ha supuesto un hecho tan importante en la historia mundial que merece una atención algo más detenida. La expansión europea La emigración europea, que empezó en el siglo XIV, fue ganando impulso hasta constituir un proceso que, prácticamente, revolucionó toda la población humana. Con sus barcos de vela provistos de cañones, los europeos empezaron en los siglos XV y XVI a aventurarse hacia zonas del mundo entonces menos desarrolladas. Esto fue sólo el comienzo. La emigración, a escala masiva, de europeos a otras partes del mundo, no tuvo lugar hasta el siglo XIX, cuando los países de Europa empezaron a industrializarse y a aumentar su población. Antes de la gran expansión de la población y de la cultura de Europa, los europeos constituían aproximadamente el 18 por 100 de la población mundial. Casi el 90 por 100 de esta población de origen europeo residía entonces en la propia Europa. Hacia la década de 1930, en el apogeo de la dominación europea sobre el mundo, los individuos de origen europeo residentes en Europa, América y Oceanía representaban el 35 por 100 de la población mundial. A finales de la década de 1970 este porcentaje había descendido a poco más del 20 por 100. Desde la década de 1930 la expansión de Europa hacia el exterior prácticamente ha cesado. Hasta entonces, la población europea había crecido más rápidamente que la población de Africa, Asia y América Latina, pero desde la Segunda Guerra Mundial se ha producido una inversión de la tendencia: las áreas menos desarrolladas son las que tienen ahora poblaciones en rápido crecimiento. La demógrafa Judith Blake ha comentado al respecto que “el crecimiento de la población solía ser la recompensa por hacer las cosas bien: ahora es un castigo por hacerlas mal” (1979). Este cambio en las pautas demográficas se ha traducido en una variación en la dirección de las migraciones. En conjunto, en la actualidad la migración desde zonas menos desarrolladas a las zonas desarrolladas es mayor que la migración en sentido inverso. Una diferencia importante es que cuando los europeos emigraban, iban, por lo general, a poblar territorios en los que había muy poca gente. Esas fronteras o tierras vacías han desaparecido hoy por completo, y en consecuencia el resultado de la emigración a un país es un aumento de la densidad de población en el mismo. La revolución urbana, que es un importante proceso de redistribución de la población asociado a la migración, se encuentra estrechamente relacionada con esta creciente densidad demográfica del mundo moderno. La revolución urbana A lo largo de la historia del mundo, y hasta épocas muy recientes, la casi totalidad de la población

ha vivido en zonas básicamente rurales. Las grandes ciudades eran escasas y alejadas entre sí. Por ejemplo, resulta dudoso que incluso Roma, en la cima de su esplendor, alcanzara el millón de habitantes. Se estima que en fecha tan reciente como el año 1800 menos del 1 por 100 de la población mundial vivía en ciudades de 100.000 o más habitantes. En la década de 1970, en cambio, casi una cuarta parte de la humanidad vivía en ciudades de ese tamaño. La redistribución de la población desde las zonas rurales a las zonas urbanas es más acentuada en los países industrializados. Por ejemplo, en 1800 cerca de un 10 por 100 de la población inglesa vivía en zonas urbanas, fundamentalmente en Londres; en la década de 1970, más del 75 por 100 de los británicos vivían en ciudades. Pautas similares de urbanización se registraron en otros países europeos y en Estados Unidos, Canadá y Japón, a medida que fueron industrializándose. En las zonas del mundo menos desarrolladas la urbanización guardó estrecha relación con el desarrollo del comercio originado por la industrialización de Europa, América y Japón. En efecto, los europeos habían establecido colonias o relaciones comerciales en muchas zonas donde no se estaba produciendo un proceso de industrialización y en las que las principales actividades económicas estaban relacionadas con la compra y venta, es decir, eran de naturaleza comercial más que industrial. La riqueza acumulada por quienes se dedicaban a estas actividades obró como foco de atracción y en consecuencia, dio lugar, por todo el mundo, a un florecimiento de centros urbanos a medida que los europeos fueron buscando poblaciones a quienes poder vender sus productos. Así empezaron a desarrollarse enclaves urbanos en algunos países aun en ausencia de toda industrialización. En la actualidad, en las zonas menos desarrolladas del mundo, las poblaciones urbanas están creciendo a un ritmo mucho más rápido de lo que lo hicieron nunca en los países industrializados. Buena parte, sin embargo, del actual crecimiento de las ciudades se debe menos a migraciones de individuos desde zonas rurales a zonas urbanas que a la existencia en estas últimas de altas tasas de natalidad y de bajas tasas de mortalidad. Esto contrasta con la situación de las ciudades europeas al principio de su historia, caracterizada por la existencia de bajas tasas de natalidad y altas de mortalidad. En Estados Unidos el auge de las ciudades constituyó inicialmente una respuesta a la actividad comercial mantenida con Inglaterra, país que había comenzado a industrializarse varias décadas antes. No tardó mucho, sin embargo, en desarrollarse la industria norteamericana y así las ciudades de Estados Unidos comenzaron a atraer población no sólo de las zonas rurales del país sino también de otros países. Dado que el movimiento de personas hacia Estados Unidos y dentro de este país constituye uno de los elementos básicos de la expansión europea, detengámonos un momento en la historia demográfica norteamericana. BREVE HISTORIA DE LA POBLACIÓN DE LOS ESTADOS UNIDOS No hace falta ser demógrafo para ver que la población de Estados Unidos ha experimentado una transformación realmente increíble desde que Cristóbal Colón confundió a América con la India. Como en el resto del Nuevo Mundo, las armas y las enfermedades de los europeos diezmaron a la población amerindia, haciendo así más fácil el establecimiento de una nueva cultura. Se estima que

en 1650 la población de América del Norte consistía en unos 50.000 colonos europeos y en unos 750.000 indios nativos: los europeos estaban en minoría en una proporción de 15 a 1. Hacia 1850 la enfermedad y la guerra habían dejado reducida la población india a unos 250.000 individuos, mientras que la población europea había alcanzado los 23 millones pasando así a estar en mayoría en una proporción de 92 a 1. Buena parte del aumento del número de europeos en Norteamérica es atribuible a la inmigración, pero el porcentaje mayor corresponde en realidad al incremento natural de la población. En tiempos de la Revolución (o Independencia) Americana, la población de Estados Unidos era de unos dos millones de personas y crecía en unos 65.000 individuos al año. Sin embargo, sólo un 3 por 100, aproximadamente, de dicho incremento anual era debido a la inmigración. Con una tasa bruta de natalidad de unos 55 nacimientos por cada mil habitantes (comparable por tanto a las tasas de natalidad más elevadas registradas, por algunos países, en el mundo actual) y una tasa bruta de mortalidad de unas 28 defunciones por cada mil habitantes, el número de los nacidos era, cada año, dos veces superior al de los fallecidos. Una tal tasa de crecimiento implica la duplicación del tamaño de la población cada 25 años. Aunque los norteamericanos tienden a imaginar que, en esa época, oleadas de forasteros acudían al país en busca de libertad o fortuna, no fue sino en el segundo tercio del siglo XIX cuando la inmigración pasó a ser un factor sustancial en el crecimiento de la población estadounidense. De hecho, durante la primera mitad del siglo XIX la inmigración aportó menos del 5 por 100 del aumento de la población registrado en cada década, mientras que a partir de 1850, y hasta bien entrada la década de 1920, los inmigrantes vinieron a representar el 20 por 100 del crecimiento demográfico registrado en cada década. La expansión territorial contribuyó a la absorción de población fomentando a la vez su crecimiento, pero hacia los años veinte de este siglo los Estados Unidos dejaron prácticamente de tener territorios por poblar. Esta situación, combinada con el establecimiento a finales de la década de 1920 de nuevas restricciones a la inmigración, y seguida de un descenso de la tasa de natalidad durante la Depresión, hizo posible que surgiera un espectro nuevo y sin precedentes en la historia americana: la posibilidad de una disminución futura del número total de habitantes. El período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial dio un vuelco a todas las predicciones de un descenso en el volumen de población: en su lugar lo que se produjo fue una explosión demográfica. El período comprendido entre mediados de la década de 1940 y finales de la de 1950 es conocido generalmente como “era del baby boom”. Se trata de un momento en que Estados Unidos experimenta una rápida tasa de crecimiento poblacional, debida casi por completo a un aumento de la fecundidad. Según los criterios actuales, Estados Unidos es hoy uno de los países con más lento crecimiento demográfico. Concretamente la tasa de crecimiento poblacional de este país viene a suponer aproximadamente la tercera parte de la correspondiente al mundo en su conjunto. Con una población de más de 200 millones de habitantes, que suponen casi el 5 por 100 de la población total mundial, Estados Unidos constituye el cuarto país más poblado, superado sólo por China, la India y la Unión Soviética.

LOS PAÍSES MÁS POBLADOS DEL MUNDO Si la existencia de una relación directa entre el tamaño de la población de un país y su peso político en el escenario mundial resulta discutible, resulta en cambio incuestionable que el volumen de población guarda estrecha relación con el impacto que tiene una sociedad en el panorama demogr fico total mundial. Consideremos, pues, cuál es la situación demogr fica de los países actualmente más grandes (en el sentido de más poblados). China Con una población de casi mil millones de personas, la República Popular China es, claramente, el país más poblado del mundo. China, que cuenta casi con la cuarta parte de todos los habitantes del planeta, domina así el mapa del mundo dibujado a escala según el tamaño de las poblaciones. Muchos occidentales se sorprenden al enterarse de que la población de este país es tan grande. Ello se debe tanto al escaso contacto con el mismo como a la poca propensión de sus autoridades a divulgar cifras demográficas. En la Conferencia Mundial de la Población celebrada en 1974 en Bucarest, los representantes chinos solicitaron de las Naciones Unidas que borrasen toda referencia a la población china de los documentos oficiales. Quizá las autoridades chinas temían que las informaciones que, en el extranjero, pudieran realizarse sobre el tamaño de su población y sus tasas de crecimiento, no tuviesen suficientemente en cuenta que se trataba de un problema muy serio que la revolución comunista había heredado. A lo largo de las últimas décadas, sin embargo, el gobierno chino se ha enfrentado con energía al problema del crecimiento demográfico, recurriendo a medidas coercitivas para tratar de hacer disminuir la tasa de natalidad. Así, parece ser que en la actualidad las tasas chinas de natalidad y mortalidad están por debajo de la media mundial, y que la tasa global de crecimiento demográfico viene a ser similar, o incluso inferior, a la tasa media mundial. Basándonos en datos sintetizados por el U.S. Bureau of Census (1979) podemos conjeturar que una niña nacida en China tiene aproximadamente un 95 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta la edad de un año, y un 82 por 100 de probabilidades de hacerlo hasta la de 50 años. Cada mujer tiene ahora en promedio tres hijos, lo que supone un descenso sustancial respecto de la media de seis hijos por mujer estimada para 1953 a partir de los datos del censo de ese año. Quiero insistir que se trata de datos aproximados que inevitablemente enmascaran el amplio grado de variabilidad demográfica que según todos los informes existe entre unas partes y otras de tan vasto país. Existen, por ejemplo, informaciones que indican que tanto la fecundidad como la mortalidad son considerablemente más bajas en las ciudades que en las zonas rurales. En conjunto, China está creciendo en la actualidad a una tasa de aproximadamente 1,4 por 100 anual, lo que supone añadir unos 14 millones de personas, cada año, a la población mundial. India La India, con casi 700 millones de habitantes, constituye el segundo país del mundo en cuanto a tamaño de la población. En este país la mortalidad es algo más elevada que en China, y la tasa de natalidad muy superior a la china. Las mujeres indias tienen aproximadamente un 90 por 100 de

probabilidades, al nacer, de seguir vivas al cumplir un año de edad, y casi un 75 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta los 50 años. El número medio de hijos por mujer es de unos cinco, de los cuales cuatro tienen probabilidades de llegar a adultos. Con una tasa anual de crecimiento poblacional del 2 por 100, la población india añade, cada año, más de 13 millones de personas a la población total mundial. Debo indicar que estos datos se basan en proyecciones realizadas por el U.S. Bureau of Census a partir del supuesto de un descenso muy modesto de la fecundidad en la India, pero que con todo podría resultar mayor del que se diera en la realidad. En otras palabras, el nivel de fecundidad recogido aquí constituye, probablemente, una estimación baja de la actual actividad reproductiva de la India. Unión Soviética y Estados Unidos. La Unión Soviética y los Estados Unidos constituyen el tercer y cuarto países más poblados del mundo. En realidad, la similitud demográfica de ambos paises no guarda relación con las diferencias políticas entre ambos. Ambos tienen más de 200 millones de habitantes: el censo realizado en 1979 en la Unión Soviética arrojó un total de 262 millones de habitantes, frente a un total estimado en 225 millones en Estados Unidos. Ambos países se caracterizan por tener una baja tasa de crecimiento demogr fico, inferior a 1 por 100 anual, originada por la combinación de una baja fecundidad y una baja mortalidad. En la Unión Soviética, una recién nacida tiene aproximadamente un 97 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta la edad de un año, y un 93 por 100 de hacerlo hasta la de 50 años. El número medio de hijos por cada mujer soviética apenas es superior a dos, y prácticamente todos sobreviven hasta la edad adulta. Las proyecciones actuales sugieren que la población de la Unión Soviética alcanzará probablemente los 300 millones en torno al año 2000, como resultado de un ligero superávit de los nacimientos sobre las defunciones. Tanto la inmigración como la emigración son relativamente escasas. En Estados Unidos la mortalidad es sustancialmente la misma que en la Unión Soviética, pero las tasas de fecundidad son ligeramente menores. El fin del “baby boom” dio paso a un descenso en la tasa de natalidad tal que el número medio de hijos por mujer es ahora inferior a dos. Hay que resaltar, no obstante, que la existencia en Estados Unidos de una baja tasa de fecundidad no signíflca que se haya alcanzado el crecimiento cero demográfico. Son tantas las mujeres que tienen ese número medio de hijos, y son tan pocas las personas que fallecen, que la población continúa creciendo. Con la actual tasa los Estados Unidos no dejarán de aumentar en población hasta bien entrado el siglo XXI. Estos cuatro paises más poblados abarcan prácticamente la mitad de la población mundial, pero sólo el 30 por 100 de la superficie terrestre. La población restante se reparte entre otros más de cien países, entre los cuales sólo Indonesia, Japón y Brasil tienen más de 100 millones de habitantes cada uno (si bien Pakistán, Nigeria y Bangladesh se acercan rápidamente a esa cifra). Por otro lado, casi dos terceras partes de la población mundial vive en sólo diez paises, entre los cuales sólo tres (Estados Unidos, la URSS y Japón) tienen tasas de crecimiento demográfico relativamente bajas. Los siete restantes no sólo están muy poblados sino que además siguen creciendo a un ritmo rápido. DIFERENCIAS ACTUALES EN LAS TASAS DE CRECIMIENTO

La población mundial está creciendo en la actualidad a una tasa entre el 1,7 y el 2,0 por 100 anual. A ese ritmo, la población mundial verá duplicado su tamaño en un plazo de 35 a 41 años. Seis de los países más grandes del mundo (en cuanto a población) tienen un ritmo de crecimiento superior incluso a la media mundial: es el caso de Pakistán y Nigeria, seguidos de Brasil Bangladesh, Indonesia y la India. La tasa actual de crecimiento de Pakistán implica la duplicación de la población cada 23 años. En la India, con la actual tasa de crecimiento la población se duplicará en 35 años. Entre los restantes cuatro países (de los diez más poblados del mundo) Japón es el que está creciendo más lentamente seguido de Estados Unidos y la Unión Soviética y con alguna distancia de China. Con la tasa actual de crecimiento la población de Japón se habrá duplicado dentro de 160 años, la de Estados Unidos y la de la Unión Soviética en 88 años y la de China en 50 años. Los países que registran un crecimiento demográfico más rápido son los menos desarrollados económicamente; en cambio los que tienen un crecimiento más lento son los más avanzados industrialmente. Sin embargo, no ha sido siempre así. Antes de la Gran Depresión de los años treinta de este siglo, la población de Europa y Norteamérica era la que tendía a presentar el crecimiento más rápido en el mundo. Durante la década de 1930 la tasa de crecimiento poblacional en esas dos zonas descendió hasta igualarse prácticamente a la registrada en el resto del mundo. En ese período la población total mundial crecía a una tasa del 0,75 por 100 anual, que implicaba la duplicación cada 93 años. Después de la Segunda Guerra Mundial la situación ha vuelto a cambiar, pasando ahora Europa y Norteamérica a situarse entre las poblaciones con un crecimiento más lento. En la actualidad el rápido crecimiento demográfico que se registra en los países menos desarrollados de Asia, América Latina y África es el responsable de la mayor parte del crecimiento de la población mundial. En las regiones menos desarrolladas de África, América del Sur y Asia las tasas de aumento son uniformemente elevadas. En Europa, Unión Soviética y Norteamérica, son uniformemente bajas. El país que registra la tasa más elevada de crecimiento total de la población son los Emiratos Árabes Unidos. Se trata de un país rico, productor de petróleo, situado en el golfo Pérsico y cercano a Kuwait (que es el país que registra la segunda tasa más elevada de crecimiento demográfico). La tasa anual de crecimiento demográfico de 8,9 por 100 registrada en los Emiratos Árabes Unidos es resultado de la combinación de una alta fecundidad, una baja mortalidad y altos niveles de inmigración. Con esa tasa actual de crecimiento dicho país duplicará su población (que en 1980 era ligeramente inferior al millón de habitantes) en menos de ocho años. EL CASO DE CHINA Y DE LA INDIA FRENTE AL CASO DE LA URSS Y DE ESTADOS UNIDOS ¿Por qué la población de China y de la India crece más rápidamente que la de la Unión Soviética y Estados Unidos? Al comienzo de este capítulo planteé ya esta pregunta, y a estas alturas el lector debe tener ya claro que si China y la India crecen más rápidamente que Estados Unidos o la Unión Soviética es porque su tasa de natalidad es más alta. Esto no significa que la tasa de natalidad haya aumentado en China o en la India, sino más bien que ha disminuido en la Unión Soviética y en

Estados Unidos. Hace unos 150 años estos cuatro países tenían altas tasas de natalidad, pero Estados Unidos y la Unión Soviética han experimentado una mejora sustancial de su nivel de vida material que se ha visto acompañada de un descenso de la fecundidad. Esto mismo está empezando a ocurrir en China, pero no aún en la India. Dos aspectos básicos del rápido crecimiento demográfico de China y de la India merecen un comentario adicional. En primer lugar, tenemos que, por el simple hecho de su tamaño, aunque estuviesen creciendo mucho más lentamente seguirían añadiendo cada año sustanciales cifras absolutas de personas a la población mundial. Por ejemplo, mientras que Estados Unidos aporta en la actualidad poco más de un millón de personas cada año a la población mundial, China y la India juntas aportan casi 27 millones anuales. Pero aunque China y la India tuviesen un crecimiento tan reducido como el que actualmente tiene Estados Unidos seguirían aportando cada año, a la población mundial, un sustancial total de 13 millones de personas, como consecuencia de su enorme volumen de población. En segundo lugar, aunque las tasas de mortalidad han disminuido tanto en China como en la India, no son aún tan bajas como en muchos otros países del mundo. En consecuencia, si continuaran disminuyendo antes de que se produjera una severa reducción (sobre todo en la India) de la tasa de natalidad, el resultado sería una tasa de crecimiento demográfico aún mayor que el actual y una aportación anual a la población total mundial superior a la presente. PAUTAS MUNDIALES DE CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO Queda claro que China y la India tienen poblaciones tan grandes que resulta imposible no tenerlas en cuenta. Ahora bien, pese a todo no ocupan sino una parte de la escena demográfica mundial. Para comprender la situación demográfica de nuestro planeta es preciso contemplar la situación en su conjunto. Con este fin el resto del presente capítulo está dedicado a considerar algunos paises representativos de cada etapa de la transición demográfica. Comenzaremos por aquellos países que tienen aún tasas de mortalidad y de natalidad elevadas para terminar con los que las tienen bajas. Cada zona o país de los que vamos a considerar aparece además ubicado en un gráfico de la transición demográfica. La elección de esos países, dicho sea de paso, no obedece a ninguna razón oculta: sencillamente he escogido aquéllos para los que se dispone de datos razonablemente completos. Alta mortalidad y alta fecundidad En las últimas décadas la mortalidad ha disminuido tanto en el mundo que resulta cada vez más difícil encontrar países que tengan a la vez tasas altas de natalidad y de mortalidad. Antes de la Segunda Guerra Mundial esta búsqueda era fácil, ya que en África las tasas de mortalidad llegaban frecuentemente a ser de 40 defunciones por cada mil habitantes, es decir, cuatro veces y media la tasa actual de mortalidad de Estados Unidos. Prácticamente no existe ya ningún país con tasas de mortalidad tan elevadas, si bien sigue siendo en África donde se encuentran los mayores niveles mundiales de mortalidad y de fecundidad. La alta mortalidad y la alta fecundidad están a menudo estrechamente asociadas a niveles de desarrollo económico muy bajos. Por lo general se dan en países

que rara vez tienen los recursos económicos precisos para mantener un registro de los nacimientos y defunciones o para realizar algo más que un censo aislado. En consecuencia, los datos referidos a ese tipo de países son muy incompletos. Si de forma bastante arbitraria definimos como país de alta mortalidad aquél en que la tasa bruta de mortalidad es superior a 20 por 1.000, tenemos entonces que en 1979 existían al menos dos docenas de tales países en el mundo (el número exacto depende de la fuente que se utilice para estimar la mortalidad). Todos ellos tenían además altas tasas de natalidad y se encontraban situados en el África subsahariana o en Asia. En estos últimos años, la penosa situación de los habitantes de algunos países de esas zonas (Angola, Chad y Camboya) han merecido la atención mundial. En la primera edición norteamericana de este libro utilicé el caso de Camerún (país situado en el centro de África, justo al norte del ecuador, y dando al Océano Atlántico) para ilustrar la situación de los países con alta fecundidad y alta mortalidad. Escribí entonces que “países como Camerún contienen poblaciones potencialmente explosivas, en términos de crecimiento demográfico futuro, caso de mejorar las condiciones de mortalidad”. Hacia 1980 eso era, efectivamente, lo que estaba ocurriendo. A mediados de la década de 1970 la tasa de mortalidad comenzó a disminuir en Camerún y hacia 1980 la tasa de crecimiento demográfico pasó del 1,8 por 100 anual (que suponía la duplicación cada 39 años) al 2,3 por 100 anual (que implica la duplicación en 30 años). Malí sigue, sin embargo, constituyendo un ejemplo de país con alta mortalidad y alta fecundidad. Mis estimaciones tienen mucho de especulativas, dado lo incompleto de los datos, pero todo parece indicar que en dicho país los niveles de mortalidad y de fecundidad han permanecido prácticamente incambiados a lo largo de por lo menos dos décadas. Malí cuenta con 6 millones de habitantes y se encuentra situado al sur del Sahara, en la parte occidental del continente africano. El alto riesgo de mortalidad allí prevaleciente queda reflejado en el hecho de que una recién nacida no tiene sino un 40 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta los 50 años (frente al 92 por 100 de probabilidades de una recién nacida norteamericana). Esto se debe en parte a lo elevado de la mortalidad en Malí durante la primera infancia: es, por ejemplo, probable que uno de cada cinco nacidos fallezca antes de su primer cumpleaños; uno de cada tres fallece antes de cumplir 5 años. La alta fecundidad de Malí queda reflejada en el hecho de que el número medio de hijos por mujer es de más de seis, es decir, más de tres veces superior al registrado en Estados Unidos en la actualidad. Sin embargo, y a causa de la alta mortalidad, menos de cuatro de esos recién nacidos tienen probabilidades de llegar a adultos. Por supuesto que, en promedio, 3,6 hijos sobrevivan no deja de representar un elevado crecimiento numérico en cada generación. Por ello, a pesar de tener uno de los niveles de mortalidad más altos del mundo, la población de Malí está creciendo a una tasa que supone un tiempo de duplicación de tan sólo 35 años. De hecho, su población más que dobló su tamaño en los 35 años transcurridos entre 1945 y 1980. Baja mortalidad y alta fecundidad La gran mayoría de todos los países del mundo han conseguido niveles bastante bajos de mortalidad, pero siguen teniendo niveles altos de fecundidad. Estos países son los que están experimentando el crecimiento demográfico más rápido, destacando entre ellos los del Norte de África y la mayoría de los de Oriente Medio. Argelia constituye un buen ejemplo, que veremos más

adelante, la mayoría de los países latino-americanos pertenecen también a esta categoría, y veremos, como ejemplos, el caso de Méjico y Chile. La mayor parte de los países de Asia tienen unos niveles de mortalidad y de natalidad bastante elevados, y no necesito recordar que China y la India se encuentran entre ellos. Argelia: Argelia es el único país norteafricano para el que disponemos en la actualidad de datos demográficos detallados, pero podemos considerar a este país, en términos generales, representativo de la región en este terreno. Estimaciones aproximadas referidas al año 1979 indican que los paises del Norte de Africa tenían una tasa combinada de crecimiento del 2,9 por 100 anual; Argelia tenía una del 3,3 por 100. La tasa combinada bruta de mortalidad en los países norteafricanos era del 14 por 1.000, exactamente la misma que en Argelia. La tasa bruta de natalidad en la región era de 43 por 1.000, y en Argelia de 48 por 1.000. En general la tasa de natalidad argelina no ha experimentado cambios aun cuando su tasa de mortalidad ha disminuido dramáticamente y pese a haberse registrado en algunos países vecinos (fundamentalmente en Egipto) señales de un descenso en la fecundidad. En Argelia, una recién nacida tiene aproximadamente un 67 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta los 50 años. Se trata de una cifra ciertamente más alta que la de Malí pero aún sustancialmente inferior a la de Estados Unidos y Europa. El 10 por 100 aproximadamente de los nacidos mueren antes de cumplir un año, y el 13 por 100 antes de cumplir 5 años. En consecuencia una amplia mayoría de niños sobrevive hasta la edad adulta lo que, en un país como Argelia donde el número medio de hijos por mujer es de casi siete, origina un importante crecimiento de la población. Concretamente, en promedio, 5,5 de dichos hijos llegan a ser adultos. ¡Ello supone triplicar la población en cada generación! La alta fecundidad hace que un porcentaje elevado de la población (el 47 por 100) sea menor de 15 años; al mismo tiempo la más reducida tasa de mortalidad origina una proporción (4 por 100) de personas con 65 o más años mayor de la que suele registrarse en países con alta mortalidad. Méjico: En el otro lado del planeta, en Méjico, la población crece también rápidamente como resultado de la existencia de bajas tasas de mortalidad y altas de natalidad. En Méjico una recién nacida tiene un 81 por 100 de probabilidades de llegar a adulta. El riesgo de mortalidad infantil es menor en Méjico que en Argelia: un recién nacido tiene un 95 por 100 de probabilidades de seguir vivo a los cinco años. El número medio de hijos por cada mujer mejicana es de unos seis, y lo probable es que todos menos uno lleguen a hacerse adultos. Como en Argelia, la población casi se triplica en cada generación. La estructura de edad de Méjico es así muy similar a la de los países norteafricanos. Los niños menores de 15 años representan el 46 por 100 de la población, y los viejos (es decir, los mayores de 65 años) el 3 por 100. Chile: El grado de variación existente entre los países incluidos en la categoría baja mortalidad/alta fecundidad queda reflejado claramente comparando Méjico con Chile. Económicamente Chile está ligeramente mejor que Méjico y su grado de urbanización es algo mayor. Por otro lado, Chile ha experimentado ya un modesto descenso de la fecundidad, si bien para estándars europeos o norteamericanos ésta sigue siendo elevada. La mortalidad presenta niveles similares a los de Méjico. Una recién nacida tiene en Chile un 92 por 100 de probabilidades de llegar viva al primer cumpleaños, un 90 por 100 de alcanzar los 5 años, y un 81 por 100 de llegar a los 50 años. Cada mujer

chilena tiene, por término medio, apenas más de tres hijos (frente a los seis de cada mujer mejicana): de ellos, por término medio casi tres viven hasta ser adultos. Esto da lugar a un incremento demográfico, en cada generación, del 50 por 100, cifra sin duda respetable pero sustancialmente menor que el 270 por 100 de Méjico. Chile es uno de los países, dentro de la categoría de baja mortalidad/alta fecundidad, con menor tasa de crecimiento demográfico. En ese sentido no es realmente representativo de la situación prevaleciente en la mayor parte de América Latina, donde en conjunto la población tiende a duplicarse cada 26 años. Sin embargo, y como ya dije. Chile refleja bien la gran variedad de situaciones encontrables en dicha región. Algún menor grado de variación existe en Asia, donde la población se duplica cada 39 años. Casi todos los países asiáticos registran tasas de mortalidad bajas y tasas de natalidad altas, con algunas excepciones importantes (como por ejemplo Japón, donde la fecundidad es muy baja). Dentro de esta categoría, uno de los países asiáticos más importantes es, obviamente, la India, de la que ya he hablado. En la India, como en Chile, cada generación es mayor que la anterior en un 80 por 100. Hay, sin embargo, dos diferencias muy importantes entre estos dos países: (1) En la India la población es 60 veces mayor que en Chile. Es decir, en sólo seis días la India aporta al mundo tantos habitantes como Chile en todo un año. (2) Dado que la mortalidad no es aún tan baja en la India como en Chile, toda ulterior reducción de la mortalidad en la India se traducirá, probablemente, en tasas de crecimiento demográfico aún más rápidas. Baja mortalidad y baja fecundidad El estadio final de la transición demográfica consiste en la existencia de una baja mortalidad acompañada de niveles bajos de fecundidad, dando así lugar a una tasa de crecimiento demográfico muy baja que, por último, desemboca en el crecimiento demográfico cero. Los Estados Unidos de mediados de los años setenta proporcionan un ejemplo de este tipo de situación. Otros ejemplos son Canadá, Australia, Japón, la Unión Soviética y todo el continente europeo. Ya hemos considerado el caso de la Unión Soviética y de Estados Unidos. Veamos ahora brevemente el caso de Suecia, país que registra el nivel más bajo de mortalidad del mundo. Aparte de ser uno de los países más ricos del mundo, Suecia es también el que mejor nivel sanitario presenta. En el terreno demográfico esto se traduce en la existencia de probabilidades muy altas de supervivencia hasta edades avanzadas. Una recién nacida tiene en Suecia un 99 por 100 de probabilidades de llegar a los cinco años, y un 95 por 100 de alcanzar los 50. En realidad casi la mitad de todos los suecos viven por lo menos hasta los 80 años. En Suecia la baja mortalidad está acompañada por una baja fecundidad. Cada mujer sueca tiene una media de 1,9 hijos, todos los cuales llegan práticamente a la edad adulta. La prolongada existencia en Suecia de bajas tasas de natalidad y de mortalidad ha dado lugar a una población en la que sólo el 21 por 100 es menor de 15 años y más del 13 por 100 mayor de 65. Pese a que tanto la mortalidad como la fecundidad son bajas, Suecia sigue aumentando actualmente su total de población no como consecuencia del incremento natural sino de la inmigración. Al menos para algunos suecos la baja tasa de natalidad del país ha constiduído un auténtico motivo de preocupación. Recientemente el parlamento sueco ha considerado varios medios de fomentar un aumento real de la tasa de

natalidad. De no ser por el impacto de la inmigración procedente de otras zonas del mundo, el crecimiento demográfico en toda la Europa nórdica y occidental sería casi cero o incluso decreciente. Por ejemplo, Alemania oriental (la República Popular Alemana) está perdiendo realmente población: y la Alemania occidental (la República Federal de Alemania) estaría asimismo viendo disminuir su población de no ser por los inmigrantes. Resumen y conclusiones Hasta aproximadamente la Revolución Industrial, las altas tasas de mortalidad impidieron el rápido aumento del total de población mundial. La mejora en las condiciones de vida y los avances médicos aceleraron, de forma dramática, con posterioridad, el ritmo del crecimiento poblacional. A medida que las poblaciones crecieron las presiones para migrar (o el deseo de hacerlo) aumentaron también. La amplia expansión europea hacia las zonas menos desarrolladas del mundo, iniciada en los siglos XV y XVI, constituye el ejemplo más llamativo de emigración masiva y de redistribución de la población. Hoy día las pautas migratorias han experimentado un cambio, pasando a ser más las personas que se trasladan desde las zonas menos desarrolladas a los países industrializados. La revolución urbana (es decir, el traslado desde zonas rurales a zonas urbanas) está estrechamente asociada a la migración y a la densidad de población. En el mundo actual China y la India son los dos países más poblados, seguidos de la Unión Soviética y de Estados Unidos. Estos dos últimos países tienen un crecimiento mucho menor que los dos primeros porque su fecundidad es mucho menor. En términos generales ese hecho guarda relación con el superior nivel de vida de Estados Unidos y de la Unión Soviética; una rápida ojeada a la situación demográfica de los países del mundo confirma, en efecto, la sospecha de que los que tienen un menor aumento de población son los más ricos (si bien esto no es universalmente cierto).

Capítulo 4 Fecundidad: conceptos y mediciones. ¿Qué es la fecundidad? El componente biológico. El componente social. ¿Cómo puede ser controlada la fecundidad? Variables referidas a la relacion sexual. Variables referidas a la concepcion. Medición de la fecundidad. Tasa bruta de natalidad. Tasa de fecundidad general. Tasa de fecundidad especifica por edad. Tasa de fecundidad total. Tasa bruta de reproducción. Tasa neta de reproducción. Fecundidad de cohorte y fecundidad de periodo. Resumen y conclusiones

FECUNDIDAD: CONCEPTOS Y MEDICIONES Sea o no cierto que el descenso de la tasa de natalidad significara la solución de todos los problemas del mundo, el caso es que muchas personas parecen creerlo así. Si un país es pobre y su población creciente, la respuesla más corriente a su dilema es que reduzca su tasa de natalidad y lo mismo se escucha cuando los presupuestos de la seguridad social aumentan. Recientemente, un informe del White House Domestic House (Consejo para asuntos internos de la Casa Blanca) llegaba a la conclusión de que una solución básica para el problema de la inmigración ilegal es reducir la tasa de natalidad en los países de donde proceden los emigrantes. Dado que esta aparente panacea es mencionada con tanta frecuencia en relación con importantes cuestiones nacionales e internacionales, parece conveniente saber lo más posible sobre ella. Reducir la tasa de natalidad significa, evidentemente, limitar la fecundidad. Pero ¿qué es la fecundidad? ¿Cómo y por qué varia de un lugar a otro? Sobre estas cuestiones trata el presente capítulo que examina el concepto de fecundidad y analiza, a continuación, los medios que pueden alterar los niveles de fecundidad, para terminar considerando brevemente la forma en que la fecundidad puede ser medida. ¿QUÉ ES LA FECUNDIDAD? La fecundidad designa al número de hijos que tienen las mujeres. Nótese que aun cuando centramos fundamentalmente nuestra atención en el impacto global sobre una sociedad del número

de nacimientos que en ella se registren, no se puede olvidar que la tasa de natalidad no constituye sino la acumulación de miles, incluso millones, de decisiones individuales sobre si tener o no hijos. Así pues, cuando hablamos de una sociedad «con alto nivel de fecundidad» nos estamos refiriendo a una población en la que la mayor parte de las mujeres tienen varios hijos, mientras que por sociedad «con nivel bajo de fecundidad» entendemos aquélla en que la mayoría de las mujeres tienen pocos hijos. Pero, por supuesto. algunas mujeres en las sociedades con alta fecundidad tienen pocos hijos, y viceversa. La fecundidad tiene dos componentes, uno biológico y otro social. El componente biológico alude a la capacidad para reproducirse, y si bien constituye, como es obvio, una condición necesaria para la paternidad, no resulta suficiente por sí sola. El que realmente nazcan niños, o no, y el que nazcan más o menos, depende en gran medida (dando por supuesta la capacidad reproductiva) del entorno social en el que viven Las personas. El componente biológico Los demógrafos suelen designar como fertilidad a la capacidad física para reproducirse. Una persona fértil puede tener hijos, una persona infértil (o estéril) no. El término fecundidad es reservado, generalmente, para designar la puesta en práctica de la capacidad reproductiva, es decir, el alumbramiento real de hijos, y no la mera capacidad de tenerlos. Ahora bien, la estimacion del nivel de fertilidad de las personas suele realizarse a partir de su nivel de fecundidad, dado que la mayoría de ellos nunca se somete a pruebas clínicas que permitan establecer aquél. Así, se considera infértíles o estériles a aquellas parejas que durante un largo período de tiempo han intentado, sin éxito, tener un hijo. Según estimaciones recientes éste sería el caso de un 10 por 100, aproximadamente, de las parejas norteamericanas (Westett y Westoff, 1971). Las parejas que han permanecido casadas muchos años y que sin usar nunca anticonceptivos sólo tienen uno o dos hijos, pueden ser consideradas subfértiles, aunque no estériles. Esta categoría comprendería, aproximadamente, un 10 por 100 adicional de las parejas noneamericanas. La medición de la fertilidad ha hecho cada vez más difícil en estos últimos años al ser muy elevado el número de mujeres, sobre todo en los países altamente industrializados, que de forma rutinaria utilizan anticonceptivos, no poniendo así a prueba su capacidad reproductiva biológica. En la mayor parte de los individuos la fertilidad no se presenta bajo la forma de «todo o nada» en realidad, experimenta variaciones con la edad, al menos en el caso de las mujeres. La fertilidad de éstas tiende en efecto a aumentar desde la primera menstruación o menarquia (que por lo general se produce a los trece o catorce años) hasta los veintitantos años, cuando alcanza su nivel máximo para luego, y hasta la menopausia (o retirada definitiva de la menstruación), ir decreciendo. Este hecho de la creciente fertilidad de las adolescentes ha tenido, en Estados Unidos, algunas trágicas consecuencias: la fertilidad no suele ser la preocupación fundamental de las mujeres jóvenes que empiezan a disfrutar su vida sexual y con demasiada frecuencia el resultado es un embarazo inesperado y no querido. La triste realidad es que varios estudios recientes han puesto de relieve que muchas adolescentes mantienen relaciones sexuales sin adoptar ningún tipo de precaución basadas en la idea errónea de que son demasiado jóvenes para poderse quedar embarazadas. La mayoría de las personas (ya sean hombres o mujeres) son fértiles; por tanto, la cuestión (que

reviste mayor interés) de por qué existe tanta variación en la fertilididad es, en realidad, una cuestión social. El componente social Las oportunidades y las motivaciones para tener hijos varían considerablemente de unos entornos sociales a otros, dando lugar a una gran variabilidad en el número de hijos por mujer. Según el Guinness Book of World Records (Libro Guinness de los Récords) el record de fecundidad individual lo ostenta una mujer rusa del siglo XIX que en 27 embarazos diferentes dio a luz a 69 hijos, la mayoría de los cuales alcanzó la edad adulta (McWhirter y MeWhírter, 1975). Por lo que respecta a un grupo, el récord de fecundidad corresponde a los hulteritas, secta religiosa anabaptista que vive en comunas en Dakota del Norte y del Sur y en Canadá. A finales del siglo XIX unos 400 hulteritas emigraron de Suiza a Estados Unidos, y en el espacio de unos 100 años doblaron su población cinco veces hasta alcanzar el total actual de más de 15.000 personas (Westoff y Westoff 1971). En la década de 1930 las mujeres hulteritas tuvieron, por término medio, más de doce hijos cada una. El secreto de su fecundidad radica en una edad de matrimonio bastante temprana. una buena dieta, buena atención médica y una intensa dedicación al mandato bíblico “creced y multiplicaos". Y también, por supuesto, en una vida sexual regular sin recurrir a métodos anticonceptivos o al aborto, ya que para ellos toda forma de control de la natalidad constituve un pecado. Hacia la década de 1950 su nivel de fecundidad bajó a unos 11 hijos por mujer, por término medio, como resultado, aparentemente, de un ligero aumento en la edad femenina de contraer matrimonio (Eaton y Mayer. 1954). No deja de ser interesante que a pesar de su alta tasa de crecimiento demográfico los hulteritas constituyan hoy un grupo de granjeros con un nivel de vida muy alto. Esto se debe en gran medida a su capacidad de autosacriflcio (su forma de vida es comunal) y a un acertado uso de las técnicas agrícolas y ganaderas modernas. De todas maneras no representan sino una pequena fracción dentro de una sociedad industrial más amplia, de la que en buena parte dependen. No sabemos de ninguna sociedad global que haya alcanzado jamás el nivel reproductivo de los hulteritas, que se encuentra indudablemente cerca del máximo biológico posible para un grupo. Por ejemplo en Afganistán uno de los paises con mayor nivel de fecundidad del mundo el promedio es de unos ocho hijos por mujer mientras que en Estados Unidos y la mayor parte de Europa es de unos dos. ¿Por qué esta diferencia? Al contestar esta pregunta es preciso tener en cuenta dos cosas: en primer lugar, cómo pueden lograrse alteraciones en la fecundidad es decir cuáles son los medios disponibles para limitar los nacientos o fomentarlos; en segundo lugar, por qué puede estar o no la gente motivada a utilizar los distintos medios de control de la fecundidad existentes. Los medios de regulación de la fecundidad (el cómo) constituyen un factor interviniente en la relación entre la motivación (el porqué) y la conducta reproductiva real. Una vez que hayamos examinado en este capítulo cómo se produce esa intervención pasaremos a tratar de comprender, en el siguiente, por qué una pareja decide limitar, o no, su fecundidad. Por ahora, sin embargo, podemos partir del supuesto de que una pareja haya decidido, efectivamente, tener una familia pequeña. ¿Cuáles son los medios de que puede disponer para tratar de conseguirlo? En el resto de este capítulo examinaré el repertorio de medios utilizados en la sociedad norteamericana. Debe recordarse, no obstante, que no todos los caminos de control de la fecundidad están abiertos para

todo el mundo. El caso del aborto constituye a este efecto un buen ejemplo. Aunque en Estados Unidos es un método legal de control natalidad, no es un método «disponible» para quienes se oponen al mismo por razones religiosas o personales. ¿CÓMO PUEDE SER CONTROLADA LA FECUNDIDAD? Los medios de regulación de la fecundidad suelen ser denominados (al menos en los estudios demográficos) como variables intermedios (Davis y Blake, 1956) Constituyen en efecto las variables a través de las cuales han de dejar sentir su efecto todos los factores sociales que influyen sobre el nivel de fecundidad. Davis y Blake señalan la existencia de tres fases en el camino hacia la fecundidad: relaciones sexuales, concepción y gestación. La relación sexual es precisa para que se produzca una concepción: una vez lograda ésta, es preciso que la gestación termine con éxito para que pueda producirse el nacimiento de un niño vivo. El proceso puede ser interrumpido en cualquiera de esos puntos, pero empecemos por el principio, considerando en primer lugar aquellas variables que pueden afectar al grado de exposición de una mujer a la relación sexual. En el examen de las variables referidas a la concepción y a la gestación, el énfasis recaerá básicamente sobre la conducta de la mujer y no sobre la del hombre. Ello se debe simplemente al hecho de que si una mujer no mantiene nunca relaciones sexuales no podrá tener nunca un hijo, mientras que un hombre en ningún caso puede tener un hijo. Por supuesto, cualquiera de los dos sexos puede recurrir a la esterilización o a los anticonceptivos para evitar una concepción, pero si ésta se produce es la mujer, y sólo ella, quien habrá de llevar el peso del embarazo o del aborto. Variables referidas a la relación sexual Edad en que se establece la unión sexual: Obviamente, si una mujer nunca tiene relaciones sexuales no podrá tener nunca un hijo. La virginidad permanente es poco frecuente, pero cuanto más tiempo tarde una mujer, después de la pubertad, en tener relaciones sexuales menor número de hijos probablemente tendrá. Por término medio la mujer es fértil aproximadamente desde los 12 hasta los 45 años: en consecuencia, cuanto más espere más corto será el periodo en el que haya probabilidades de que tenga hijos. En la sociedad norteamericana anterior a 1960, la edad de contraer matrimomo y la edad de establecer una unión sexual era esencialmente la misma. Pero los tiempos han cambiado y estos dos aconcimientos no siempre se presentan ya unidos Con todo, el hecho es que una manera eficaz de aplazar el tener hijos consiste en posponer la actividad sexual, especialmente en la forma regular que el matrimonio implica en Estados Unidos. Los datos referidos a 1970 muestran que las mujeres que retrasan el matrimonio tienen, por término medio, familias más pequeñas que las que se casan jóvenes. Una de la principales razones para que sea así es que, una vez casada, la pareja recibe con frecuencia presiones de parientes y amigos para tener hijos: por ello, quienes no desean tener familia, o desean tenerla pequeñ,. suelen retrasar el matrimonio. Celibato permanente: El celibato permanente constituye la situación de aquellas mujeres que no se casan nunca. Realmente para nadie resultara una sorpresa que cuanto mayor sea, en una sociedad, la proporción de mujeres que nunca se casan, menor tienda a ser el nivel de fecundidad. El celibato, sin

embargo, no es un fenómeno muy frecuente: la proporción de mujeres que nunca contrae matrimonio es generalizadamente baja, no alcanzando nunca, fuera de Europa, ni siquiera el 10 por 100 (Dixon, 19711. El nivel más elevado de celibato permanente se encuentra en el oeste de Europa, que es asimismo donde, históricamente, se han dado algunos de los niveles de fecundidad más bajos del mundo. En Irlanda, por ejemplo, que registra los niveles de celibato más altos del mundo, en 1971 el 18 por 100 de las mujeres de 40 a 44 años nunca habían estado casadas (Ireland Central Statistics Office*, 1978). Tiempo entre uniones: En circunstancias normales, toda mujer que establece una unión sexual (como por ejemplo el matrimonio) tiene una actividad sexual más o menos regular. No todas las uniones sexuales son, sin embargo, permanentes: algunas terminan por divorcio, separación o abandono y otras por fallecimiento de uno de los cónyuges. Cuando en el período fértil de la vida de una mujer se produce una ruptura de su unión sexual, sin ser sustituida por otra nueva, se pierden durante meses o años probabilidades de embarazo irrecuperables. Con independencia de la edad a que las mujeres norteamericanas contraigan su primer matrimonio, si éste se rompe su fecundidad es menor que si permanecen casadas sin interrupción. Dudo sinceramente que haya nadie que rompa su matrínionio para evitar tener hijos: el resultado, sin embargo, es el mismo que si ese fuese realmente el propósito. Continencia voluntaria: La continencia voluntaria elimina, claramente, la probabilidad de embarazo en un matrimonio, pero no constituye una opción muy popular. De hecho, en los países industriales resulta infrecuente salvo en el período inmediatamente posterior a un parto, momento en el que en todo caso no tiene mucho efecto sobre la fecundidad, ya que el parto va seguido normalmente de un periodo de uno o dos meses de esterilidad, debido a la ausencia de ovulación en la mujer durante ese periodo. En las sociedades preindustriales el tabú sobre las relaciones sexuales postparto se prolonga en ocasiones varios meses (incluso varios años en aquellas sociedades en que las relaciones sexuales están prohibidas mientras la madre amamanta al hijo). Estos usos se basan generalmente en la creencia supersticiosa de que la relación sexual puede de alguna manera ser dañina para la madre o para el hijo (Davis y Blake, 1956:2323). La continencia voluntaria tras el parto, o incluso símplemente el amamantamiento prolongado de los niños, ayuda a mantener las tasas de natalidad muy por debajo del nivel máximo potencial en muchas sociedades premodernas al alargar los intervalos de tiempo que separan cada parto. Para individuos altamente motivados, y en áreas del mundo en que técnicas de control de la natalidad más refinadas son desconocidas o escasamente disponibles, la continencia puede constituir un medio frecuente para limitar la fecundidad. Por ejemplo, en 1970, Brandes (1975) estudió un pequeño pueblo rural español en el que la presión por limitar a dos hijos el tamaño de la familia era considerable. Cuenta Brandes la historia de un hombre de 35 años, con cinco hijos, que era «saludado constantemente con la frase: "Atate al catre», Como señala este autor, combinando coitos interruptus y continencia la mayoría de la gente del pueblo consigue mantener bajo el nivel de nacimientos. Aunque se quejan abiertamente de las frustraciones que esos métodos implican, están dispuestos a hacer el sacrificio con tal de asegurar las mejores oportunidades posibles a su alcance para sus hijos. Aquellos maridos que no pueden controlarse son hasta cierto punto considerados como animalizados.

Reining y sus colaboradores cuentan una historia similar, pero referida a un pequeño pueblo mejicano. Analizando la historía de la vida de una mujer de 37 años con cinco hijos descubrieron que dicha mujer no quería tener más hijos, en beneficio de los ya tenidos y para no agotar los recursos económicos de la familia. Pero como su marido no aceptaba el uso de anticonceptivos se negaba a dormir con él (Reining et al., 1977:136). Así pues, incluso en la década de 1970, cuando la motivación para limitar el tamaño de la familia existe, los campesinos consiguen hacerlo recurriendo a los métodos ancestrales de la continencia y del coitus interruptus (que examinaremos más adelante en este capítulo). Continencia involuntaria: La continencia involuntaria puede ser resultado o bien de la impotencia o bien de la separación involuntaria. No es fácil determinar la importancia del papel desempeñado por la impotencia en el control involuntario de los nacimientos. Por otro lado, sabemos que las separaciones temporales son bastante frecuentes en muchas ocupaciones (como vendedores o transportistas) o en determinadas circunstancias (vacaciones separadas, hospitalizaciones, deberes militares, etc.). En los países subdesarrollados, donde la migración laboral es más frecuente que en Estados Unidos, cabe asimismo esperar que la continencia involuntaria contribuya a reducir algo la fecundidad. Contrariamente a lo que constituye la pauta típica en Estados Unidos, en la mayor parte del mundo la migración laboral afecta sólo al trabajador o trabajadora, y no a su familia. En Estados Unidos la política de admisión de braceros que, en los años cincuenta y en los primeros de la década de 1960, permitió que miles de mejicanos (muchos de ellos casados, pero sin llevar consigo ni a su mujer ni a sus hijos) pudieran trabajar en granjas norteamericanas, constituye un claro ejemplo a este respecto. Frecuencia de las relaciones sexuales: Dentro del matrimonio (o de cualquier unión sexual) la regularidad de las relaciones sexuales influirá sobre las probabilidades de que se produzca un embarazo, especialmente si no se utilizan métodos anticonceptivos. En general, cuanto más frecuentes sean las relaciones sexuales de una pareja mayores serán las probabilidades de que la mujer quede embarazada. No obstante, es cierto que si una mujer tiene, por ejemplo, relaciones sexuales con el mismo hombre más de una vez al día cada día, la probabilidad de embarazo es menor de lo esperable, pues el esperma masculino no tiene oportunidad de madurar completamente entre cada eyaculación. Este es, sin embargo, un problema poco frecuente. En un estudio realizado en el Líbano, Yaukey ( 1961) encontró que durante el primer año de matrimonio, y entre las mujeres que no utilizaban anticonceptivos, cuanto más frecuentes eran las relaciones sexuales, más rápidamente se producía un embarazo. Diversos estudios realizados en Estados Unidos arrojan resultados similares. Por otro lado Kínsey encontró que entre los matrimonios norteamericanos estables la frecuencia de las relaciones sexuales decrece acusadamente con la edad, llegando a ser la mitad entre las mujeres de 41 a 45 años que entre las de 21 a 25 años. Variables referidas a la concepción Esterilidad involuntaria: Aun cuando lleve una vida sexualmente activa, una mujer puede no llegar a concebir un hijo por ser involuntariamente estéril. El principal control que sobre su fertilidad pueden tener las mujeres consiste en cuidarse fisícamente y en seguir una dieta adecuada. El resultado de esta mejor atención sobre sí mismas tiende, por supuesto, a aumentar y no a reducir la

fecundidad. Por ejemplo, en varios países africanos hata el 50 por 100 de las mujeres son involuntariamente estériles como consecuencia, al menos en parte, de enfermedades como la gonorrea. En Nueva Guinea, la puesta en práctica de una campaña de administración masiva de penicilina para erradicar la gonorrea tuvo el efecto añadido de elevar la tasa de natalidad (San Diego Union, 1977d). Un estudio de las tasas de fecundidad de la población negra norteamericana (Farley, 1970) revela asimismo que el aumento de la fecundidad registrado en este sector de la población a lo largo de las décadas de 1950 y 1960 se debió en parte a la mejora de las condiciones sanitarias, especialmente a la erradicación de las enfermedades venéreas. Por supuesto, la enfermedad no es el único factor que puede disminuir el nivel de fertilidad de una población. La nutrición desempeña también un importante papel, Rose Riseh (1978), demógrafa de la Universidad de Harvard, ha sugerido que antes de que la menstruación y la ovulación puedan producírse de forma regular es preciso que el organismo haya acumulado una cierta cantidad de grasa. En consecuenda, si el nivel nutritivo de una mujer es tan pobre que no permite dicho grado de acumulación de grasa, el resultado puede ser la aparición de una amenorrea y de ciclos anovulatorios. En el caso de las mujeres más jóvenes el resultado puede ser un retraso del inicio de la pubertad hasta que se alcance un cierto peso crítico. Es sabido también que el amamantamiento prolonga el período de amenorrea postparto y suprime la ovulación, produciendo así en muchas mujeres una infertilidad o subfertilidad temporal (Hateher et al., 1978). Existe, sin embargo, una creciente evidencia de que en los países menos desarrollados las mujeres están abandonando el amamantamiento en favor de la alimentación con biberón (Knodel, 1977). El impacto demográfico de esta tendencia se traducirá en dos consecuencias, posiblemente contradictorias. Por un lado, una menor frecuencia de amamantamiento dará lugar, en ausencia de prácticas antlconceptivas, a un aumento de la tasa de natalidad. Por otro lado, probablemente dará también lugar a un aumento de la tasa de mortalidad infantil, ya que en los países menos desarrollados la alimentación con biberón se acompaña a menudo con papillas a base de agua que son menos nutritivas que la leche materna. Además, las bacterias que se desarrollan en los biberones no esterilizados pueden causar enfermedades, especialmente diarreas, a menudo mortales para los recién nacidos. Métodos anticonceptivos: Por lo general, en países como Estados Unidos, los métodos anticonceptivos son lo primero que acude a la cabeza cuando se consideran posibles medios de reducir la fecundidad. Existen tantos tipos diferentes de anticonceptivos y tantas investigaciones nuevas sobre ellos actualmente en curso, que antes de pasar a considerarlos resulta útil agruparlos en categorías. Los distintos métodos anticonceptivos aparecen agrupados en tres categorías, según sean métodos referidos fundamentalmente a la mujer, al hombre o a ambos. A su vez, dentro de cada una de estas categorías se separan los métodos de barrera de los químicos y de los naturales. Dado que los individuos, o las parejas, combinan a menudo varios métudos, este esquema clasificatorio no implica una mutua exclusión entre ellos, sino que ofrece simplemente una posible ordenación de los mismos. Métodos referidos a la mujer: Los métodos de control de la natalidad denominados, típicamente, métodos de barrera son cuatro: el diafragma, las espumas o cremas espermicidas, el lavado vaginal y

el dispositivo intra-uterino (DIU). El diafragma es un disco de goma que se inserta en el interior de la vagina, sobre el cuello del útero, antes de la relación sexual. Por si solo, constituye una barrera fisica bastante poco eficaz para impedir la entrada de esperma en el útero y en las trompas de faloplo, donde tiene lugar la fecundación. Normalmente es utilizado conjuntamente con una espuma o crema espermicída con la que se le recubre antes de su inserción en la vagina. La función del espermicida es, así, matar al esperma y la del diafragma mantener al espermicida en el lugar preciso. Dado que el esperma puede vivir hasta ocho horas dentro de la vagina, es preciso mantener colocado el diafragma todo ese tiempo. Así utilizado, el diafragma (que fue inventado en 1883) puede ser muy eficaz; de hecho, y hasta la década de 1960 (cuando los anticonceptivos orales aparecieron en el mercado) constituyó un método de control de la natalidad bastante utilizado por las mujeres casadas. Dado que requiere un considerable grado de previsión, no resulta obviamente útil en aquellas ocasiones, especialmente fuera del matrimonio, en que la relación sexual se presenta de forma imprevista. El lavado vaginal después de la relación sexual, pese a su uso extendido, constituye un método de control de la natalidad prácticamente ineficaz. Si la sustancia utilizada en el lavado contiene un espermicida, entonces el esperma que haya quedado en la vagina será neutralizado. Ahora bien, como tras la eyaculación el esperma sólo tarda entre 10 y 20 segundos en pasar de la vagina al útero y a las trompas de falopio está claro que para tener alguna esperanza de evitar dicho paso habría que actuar con enorme rapidez (como mínimo). El DIU es una técnica anticonceptiva de la que muchos planificadores familiares pensaron que permitiría detener la explosión demográfica mundial. Su éxito, en la práctica, ha sido mucho menos espectacular. Aunque a lo largo del mundo es utilizado por unos 15 millones de mujeres (Hateher et al.. 1978) no ha encontrado la aceptación generalizada que muchos habían deseado. Nadie sabe con seguridad cómo evita la concepción; en general, se cree que al ser un cuerpo extraño origina en el interior del útero una reacción química que impide normalmente que se produzca la implantación del óvulo fecundado. Aunque puede tener diferentes formas, y estar hecho de diversos materiales, el DIU más comúnmente utilizado en Estados Unidos es una espiral de nylon y plástico. Aproximadamente un 2 o un 3 por 100 de las mujeres a quienes se coloca un DIU lo expulsan; en las demás el DIU permanece indefinidamente, en teoria, en su lugar, resultando muy eficaz en la prevención de embarazos. Un informe presentado en 1976 a una reunión de expertos convocada por la International Family Planning Research Assocíation (Asociación internacional de investigación en planificación familiar) indicaba que el DIU y la vasectomía (véase más adelante) son los dos métodos de control de la natalidad que, a la vez, minimizan los costes y maximizan la espontaneidad sexual (San Francisco Chronicle, 1976a). Sin embargo, en las zonas menos desarrolladas del mundo una elevada proporción (que alcanza a veces hasta el 50 por 100) de las mujeres que llevan colocado un DIU terminan por solicitar que les sea retirado. Las principales razones para ello suelen ser infecciones y hemorragias causadas por el DIU, a las que habría que añadir probablemente el miedo y la superstición. La “píldora”, o anticonceptivo oral, ha supuesto una revolución para muchas mujeres, especialmente en Estados Unidos, en lo que a control de la natalidad se refiere. La píldora es un compuesto de hormonas sintéticas que suprime la ovulación al mantener elevado el nivel de

estrógenos en la mujer. Eso impide que la glándula pituitaria envíe a los ovarios la indicación de liberar un óvulo. La píldora contiene además progesterona que hace que la mucosa cervical sea hostil a la implantación del óvulo, caso de ser éste, pese a todo, liberado. Existen tres tipos básicos de píldora anticonceptiva, con grados distintos de eficacia. La píldora combinada es eficaz prácticamente en el 100 por 100 de los casos, si se utiliza siguiendo las instrucciones. Contiene estrógeno y progesterona y se toma durante 21 días, con 7 días, a continuación, de descanso en los cuales la mujer tiene el flujo menstrual. La píldora secuencial consta de 15-16 tabletas que sólo contienen estrógeno, seguidas de 5 ó 6 píldoras combinadas. Este tipo de píldora es eficaz, en un 98 por 100, en la inhibición de la ovulación, pero no tiene bastante progesterona para actuar como anticonceptivo en el caso de que la ovulación llegara a producirse. El anticonceptivo oral menos eficaz es la «minipíldora», que sólo contiene progesterona. No inhibe la ovulación sino que actua generando un entorno hostil para el esperma y el óvulo, y ha de ser tomada a diario. La píldora constituye en Estados Unidos el método de control de la natalidad más popular y podría constituir en conjunto la solución casi perfecta de no ser por el problema de los efectos secundarios. Las mujeres que toman la píldora por primera vez experimentan a menudo náuseas, reblandecimiento de los senos y manchas en la piel, si bien por lo general estos problemas son pasajeros. Mucho más importantes son los riesgos de defunción que pueden, o no, estar asociados con la píldora. Aunque la evidencia disponible dista de ser concluyente, parece que los anticonceptivos orales pueden agravar problemas tales como la hipertensión, formación de trombos, cáncer, diabetes y migrañas. A las mujeres con antecedentes de alguno de estos problemas, no se les aconseja normalmente el oso de la píldora, Parecen existir pruebas particularmente claras de que la utilización de la píldora y el hábito de fumar se combinan para aumentar, en la mujer, el riesgo de hemorragia subaraenoide, que es un tipo de crisis cerebro-vascular aguda (Pelitti y Wingerd. 1978). La llamada "píldora del día siguiente” es otro anticonceptivo, de uso probablemente reducido. Consiste en una dosis masiva de estrógeno que es administrada a aquellas mujeres que, en la mitad del ciclo, han mantenido relaciones sexuales sin ningún tipo de protección: en otras palabras, a mujeres con alto riesgo de embarazo y que no desean esperar a una prueba de embarazo. Ahora bien, la píldora del día siguiente está compuesta de un estrógeno sintético, conocido por haber causado cáncer vaginal en jóvenes cuyas madres lo tomaron durante el embarazo. Por consiguiente, no sería prudente el uso de existir alguna sospecha de que la implantación se hubiera producido ya (Hateher el al. , t976). Métodos referidos al hombre: En el terreno de los anticonceptivos los hombres disponen de pocas opciones. De hecho éstas se limitan prácticamente al preservativo o condón. Consiste éste en una funda de goma o de látex con que se recubre el pene erecto inmediatamente antes de la relación sexual. Durante la eyaculación el esperma queda retenido dentro del condón que se quita inmediatamente después del coito, cuando el pene sigue erecto, para evitar así que el semen pueda salir de él. El preservativo es un método muy eficaz: cuando se le utiliza adecuadamente en conjunto con una crema espermicida es eficaz prácticamente en el 100 por 100 de los casos. Resulta además muy útil para evitar el contagio de enfermedades venéreas entre personas sexualmente promiscuas. La retirada constituye asimismo un método de control de la natalidad referido esencial (aunque no

exclusivamente) al hombre. Tiene una larga historia (se le menciona, por ejemplo, en la Biblia) pero su eficacia es relativamente limitada. En realidad consiste en una forma incompleta de relación sexual (de ahí su nombre formal de «coitus interruptus») ya que requiere que el hombre retire su pene erecto de la vagina de la mujer inmediatamente antes de la eyaculación. Se trata de un método con amplio margen de error, dado sobre todo que puede producirse emisión de semen antes de la eyaculación (Hateher et al. , 1978). Existen informes de que científicos chinos han puesto a punto una píldora anticonceptiva para hombres derivada de la planta del algodón y denominada tigossy. Según se afirma es eficaz en el 99,8 por 100 de los casos y carece de efectos secundarios, pero los científicos occidentales han suspendido toda opinión a su respecto hasta disponer de mayor información. Métodos referidos a la pareja: Hasta fechas recientes el principal método anticonceptivo que requería la cooperación de ambos miembros de la pareja era el método del ritmo. Sin embargo, y según un chiste muy difundido, el nombre dado a quienes utilizaban este método era el de. . . padres. Nuevos descubrimientos han venido a cambiar la situación a medida que la planificación familiar natural ha ido evolucionando hacia el método sinto-térmico de control de la natalidad. (Este método es analizado en detalle en el Documento de este capítulo.) Otros métodos de control de la natalidad que explícitamente requieren la colaboración de ambos miembros de la pareja son la masturbación mutua y la relación sexual oral-genital. En el artículo de 1956 de Davis y Blake estas formas de relación incompleta eran mencionadas como “perversiones”, en estos últimos años, sin embargo. con la aparición de actitudes mucho más abiertas en materia sexual y con la introducción de manuales de divulgación sexual de gran tirada, han pasado a ser vistas como técnicas de relación sexual más claramente aceptables. Estos métodos son practicados a veces en combinación con el coitus interruptus. En Francia, por ejemplo, según datos de la Encuesta Mundial de Fecundidad de 1978, la retirada es el método anticonceptivo más practicado entre parejas de 35 ó más años, y el segundo, después de la píldora, entre las parejas más jóvenes (Leridon, 1979). Métodos tradicionales: Sería un descuido por mi parte no señalar que la ciencia moderna no posee todos los secretos sobre la anticoncepción. Sociedades premodernas, en muchas partes del mundo, han sabido, durante siglos, de métodos basados en infusiones de hierbas para reducir la probabilidad de embarazo. En esta misma línea un equipo investigador de la Organización Mundial de la Salud ha descubierto que un pequeño guisante verde, que constituye un elemento básico de la dieta tibetana, actúa como inhibidor natural de la fecundidad (London Telegraph. 1979). Sería muy interesante comprobar la medida en que la fecundidad tibetana refleja la presencia en la dieta alimenticia de este anticonceptivo natural, pero como el Tibet ha sido absorbido por China carecemos de datos para intentar esa comprobación. En la cuenca amazónica de Ecuador, algunas tribus primitivas utilizan la raíz del ciprés para provocar una esterilidad temporal, al parecer con gran éxito. Según los científicos, un hongo microscópico que se desarrolla en dicha raíz sería el elemento causal de ese efecto anticonceptivo (Maxwell. 1977). ¿Hasta qué punto son eficaces las distintas técnicas anticonceptivas? La eficacia de un anticonceptivo se mide por su capacidad de evitar el embarazo. Hay dos maneras de medir esa efectividad. La primera consiste en medir la efectividad teórica, es decir, las probabilidades (expresadas en porcentajes) de que un método, en circunstancias ideales, logre evitar el embarazo

tras una relacion sexual. Por ejemplo, si decimos que los anticonceptivos orales son 100 por 100 eficaces queremos decir que si una mujer con un estado de salud normal, toma la píldora siguiendo exactamente las instrucciones nunca se quedará embarazada. La efectividad teórica no sólo es muy difícil de medir, sino que además ignora el posible fallo humano implícito en todo metodo. La forma más usual de medir la efectividad de un anticonceptivo consiste en considerar su efectividad de uso, es decir, la tasa real de embarazos asociada con su utilización. Hay varias maneras de medir la efectividad de uso pero la mas corriente es la denominada método de Pearl, o tasa de fallos embarazos (es decir el numero de fallos del anticonceptivo por cada cien años de exposicion al mismo). Por ejemplo, si 200 mujeres utilizan la píldora durante un año el total combinado de su exposición a ese anticonceptivo es de 200 años. Si cuatro de ellas se quedan embarazadas a pesar de utilizar la píldora, entonces la tasa de embarazo es de dos. En otras palabras, se han producido dos fallos (embarazos accidentales) por cada cien años de exposición al (o de uso del) anticonceptivo en cuestión. La efectividad de uso combina dos tipos de fallos: (1) fallos del método: caso, por ejemplo, de una mujer que se queda embarazada a pesar de llevar adecuadamente colocado un DIU: y (2) fallos de uso: caso, por ejemplo, de una mujer que está tomando la píldora y que olvida llevarla consigo en un viaje de fin de semana. La forma más precisa de medir la efectividad de uso consiste en estudiar grupos de parejas que utilizan durante un cierto periodo de tiempo (por ejemplo, un año),un determinado método anticonceptivo y observar cuántas de ellas acaban teniendo un embarazo accidental. La Encuesta Nacional de Fecundidad realizada en 1970 en Estados Unidos permite obtener este tipo de datos. Un análisis estadístico de datos tan preciso como el de estas tablas se consigue utilizando el método de la tabla de mortalidad. Esterilidad voluntaria: La última de las variables referidas a la concepción sobre la que cabe incidir para conseguir una baja fecundidad es la esterilidad voluntaria o esterilización. En el caso de las mujeres este procedimiento cubre un amplio espectro que va desde la extirpación de los ovarios (el más drástico) hasta el ligado de trompas (el menos drástico). La extirpación de ovarios (denominada ovariotomía) no sólo supone la eliminación de todos los folículos impidiendo así toda ovulación posterior, sino que además altera el equilibrio hormonal de la mujer. Se trata de una operación de relativa envergadura y por lo general se lleva a cabo por razones médicas no relacionadas con el deseo de no tener hijos. La operación que le sigue en entidad es la histerectomía o extirpación del útero, que produce una “menopausia” instantánea y requiere una intervención quirúrgica de importancia. Pese a ello sigue siendo un método frecuente de control de natalidad, si bien cada vez en menor medida. El tipo de esterilización femenina más frecuentemente recomendado es el ligado de las trompas de falopio. Ello supone que el óvulo es emitido normalmente, pero no puede llegar al útero ni, por tanto, entrar en contacto con el esperma. Este procedimiento no requiere, por lo general, ni un día de hospitalización. Un nuevo método, puesto a punto simultáneamente en China y en Estados Unidos, se basa en el bloqueo de las trompas de falopio inyectando en ellas una pequeña cantidad de silicona que forma asi un tapón. Ni este procedimiento ni el ligado de trompas afectan a las secreciones hormonales de la mujer, que sigue teniendo un ciclo menstrual con la única excepción de que el óvulo es absorbido por el organismo. Biológicamente no hay efecto alguno sobre la

respuesta sexual de la mujer, si bien no temer un embarazo puede estimular, psicológicamente, su sexualidad. En el caso de los varones, como en el de las mujeres, existen tanto medios drásticos como sencillos de esterilización. Un medio drástico es la castración, consistente en la extirpación o destrucción de los testiculos. Esto elimina generalmente la capacidad de respuesta sexual, haciendo al varón impotente (incapaz de conseguir la erección). La vasectomía, en cambio, no altera la capacidad de respuesta sexual masculina. Consiste en seccionar y ligar el conducto que une cada testículo con el pene. El varón vasectomizado continúa generando esperma, pero éste no puede salir del testículo, siendo reabsorbido en el organismo. La esterilización, y de modo espectal la vasectomía, ha recibido una especial atención en las campañas de control de la natalidad patrocinadas por el gobierno de la India. Según el Ministerio de Sanidad de este país, en septiembre de 1976 se alcanzó la cifra récord de 13 millones de personas esterilizadas en un mes. La esterilización es también frecuente en Estados Unidos. Variables referidas a la gestación. EI aborto Aun cuando la concepción haya tenido lugar ello no implica sin más un nacido vivo. Hay que tener en cuenta la mortalidad fetal involuntaria, bien por aborto espontáneo, bien porque el recién nacido nazca muerto. Pero para nuestro análisis reviste mayor importancia la mortalidad fetal voluntaria o aborto provocado. Las distintas técnicas existentes para provocar un aborto varían fundamentalmente en función de lo avanzada que se encuentre la gestación. Hasta el final de la décima semana de embarazo, un método frecuente es la extracción menstrual consIstente en eliminar mediante una suave succión el contenido del útero. Normalmente esto puede ser realizado en la propia consulta del médico. Entre la 11ª y la 13ª semanas, un método corriente es la aspiración que, si bien es similar a la extracción menstrual, requiere una succión mayor y es realizada, generalmente, en una clínica o ambulatorio. En el ano 1974, el 78 por 100 de todos los abortos legales registrados fueron realizados de esta manera. Entre la 14ª y la 15ª semanas se suele recurrir a un suave raspado del interior del útero con un instrumento alargado. Entre la 16ª 19ª semanas se practica generalmente el aborto reemplazando el fluido amniótico con una solución salina concentrada que origina contracciones del útero que a las pocas horas da lugar a la expulsión del feto y de la placenta. Esta técnica requiere una hospitalización de dos o tres dias. Después de 20 semanas de embarazo, o en caso de fracaso del método salino, el procedimiento abortivo típico es la histerotomía, que es similar a una cesárea, y que consiste en la extracción del feto mediante una pequeña incisión abdominal. En Estados Unidos casi las tres cuartas partes del total de abortos son practicados en mujeres solteras lo que parece sugerir que se trata, Con frecuencia. de un método utilizado como último recurso por quienes no adoptaron precauciones contra un posible embarazo. Por otro lado, casi la mitad de todas las mujeres que, en 1974, practicaron un aborto legal no tenían hijos (Famil Planning Perspectives 1976). Desde 1973, fecha en que el Tribunal Supremo norteamericano legalizó el aborto, la proporción (o ratio) de abortos respecto de nacimientos ha aumentado constantemente. En 1976 la ratio de abortos en Estados Unidos era más alta que en Inglaterra o Alemania Occidental y comparable a la de Suecia, pero más baja que en Japón o en Alemania Oriental. En 1977, sin embargo, el número de abortos descendió temporalmente en Estados Unidos como consecuencia de

la decisión del gobierno federal de recortar los fondos destinados a sufragar abortos a personas que recibían ayuda de la Seguridad Social. Para el conjunto mundial el recurso al aborto ha experimentado, en todo caso, constantes aumentos, habiéndose podido estimar recientemente que actualmente, en el mundo, uno de cada cuatro embarazos termina en aborto. Como veremos en el capítulo siguiente, el aborto ha desempeñado un papel decisivo en el descenso de la fecundidad a lo ancho y largo del mundo, y de forma especial en Europa y Japón. No obstante, hay que señalar que un recurso repetido al aborto puede poner en peligro tanto la salud de la madre (como consecuencia de posibles hemorragias e infecciones) como la de los futuros hijos. Las madres que han abortado voluntariamente antes, aunque fuera sólo una vez, y especialmente si fue mediante raspado, tienen algunas mayores probabilidades de dar a luz prematuramente, lo que incrementa en gran medida el riesgo de defunción del recién nacido. MEDICIÓN DE LA FECUNDIDAD Tras haber examinado los numerosos medios con los que se puede controlar la fecundidad casi podríamos pasar a examinar y tratar de explicar las pautas recientes de la fecundidad en el mundo. Sin embargo, en ese análisis habré necesariamente de utilizar distintas medidas de la fecundidad, cada una de las cuales merece ser objeto de atención por adelantado para que el lector pueda así tener conciencia de sus virtudes y defectos. En algunos casos la pauta seguida a lo largo del tiempo por la fecundidad de un país puede presentar un perfil distinto según que se utilice una u otra forma de medirla. Dado además que los periódicos y revistas aluden frecuentemente a tales medidas, la familiarización con ellas, además de ayudarnos a comprender las pautas y niveles de fecundidad, contribuirá a mejorar nuestra condición de consumidores de los medios de comunicación. El objetivo básico de la medición de la fecundidad es estimar el número de hijos que las mujeres tienen. Los datos utilizados en la medición de la fecundidad proceden por lo general de una combinación de datos censales y de estadísticas vitales, como vimos en el capítulo 1. Además, a veces existen datos disponibles procedentes de encuestas muestrales o de tabulaciones especiales del censo. La medición de la fecundidad se complica, sin embargo, a menudo como consecuencia de las diferencias entre un país (o parte de un país) y otro en cuanto a la cantidad y calidad de los datos existentes. Cuanto menor sea la información disponible, menos refinadas y precisas serán las estimaciones de la fecundidad. La medida del nivel de fecundidad más simple y más frecuentemente usada es la tasa bruta de natalidad. TASA BRUTA DE NATALIDAD La tasa bruta de nataltdad (TBN) es el número de nacidos vivos en un año dividido por la población a mediados del año. Para eliminar decimales, se suele multiplicar el resultado por 1.000: La TBN es «bruta» por dos razones (1) porque no tiene en cuenta qué personas dentro de la población estudiada tienen realmente probabilidades de tener un hijo y (2) porque ignora la estructura de edad de la poblacion, algo que puede afectar en gran medida al número de nacimientos esperables en un año determinado. Así puede ocurrir que la TBN encubra la existencia de diferencias

significativas en la conducta reproductiva real de dos poblaciones o por el contrario que revele diferencias que no existen en realidad. Por ejemplo imaginemos una poblacion de 1.000 personas que comprenda a 300 mujeres en edades de tener hijos; si la décima parte de éstas (es decir, 30) tienen un hijo en un año determinado, la tasa bruta de natalidad de esa población, en ese año, sera de 30 nacimientos por cada mil personas. Imaginemos ahora otra población en la que la décima parte de todas las mujeres tenga asimismo un hijo durante ese mismo año, pero en la que por cada 1.000 personas sólo existan 150 mujeres en edad de tener hijos. En esta segunda población sólo nacerán 15 niños y la tasa bruta de natalidad será de 15 por 1.000. A pesar de esta insuficiencia la tasa bruta de natalidad es utilizada muy frecuentemente, pues sólo requiere. para su cálculo, los siguientes dos datos: número de nacimientos en un año concreto y tamaño total de la población Caso de disponer, además, de los datos referidos a la distribución de la población por sexo y edad (obtenibles generalmente del censo) podemos entonces refinar más nuestra medición de la fecundidad calculando la tasa de fecundidad general. Tasa de fecundidad general La tasa de fecundidad general (TFG) utiliza información sobre la estructura por sexo y edad de una población y permite una mayor precisión a la hora de establecer quiénes tenían realmente probabilidades de tener los hijos nacidos en un año determinado. La TFG es el número total de nacimientos en un año dividido por el número de mujeres en edad de tener hijos. Veamos con un ejemplo la distinta medición de la fecundidad que proporcionan la TBN y la TFG. En 1935, durante la Depresión, la fecundidad en Estados Unidos era baja. La TBN en esa fecha era 19 nacimientos por cada 1.000 habitantes. En 1967, en medio del descenso de la fecundidad que siguió al «baby boom» de la postguerra, la TBN era de 18, lo que parecía sugerir que en esa fecha la fecundidad era en realidad más baja que durante la Depresión. Sin embargo lo que ocurría era que si la TBN de 1967 era menor que la de 1935 ello era debido a la diferencias, entre ambas fechas, en el número de personas en cada grupo de edad, y no a un menor número dc nacimientos. En 1967, en efecto, la población total se veía incrementada por los niños del «baby boom», que no tenían aún edad de tener hijos pero cuya inclusión en el total de población (es decir, en el denominador de la TBN) daba lugar a una disminución de ésta. Este problema queda corregido calculando la TFG. En 1935 la TFG era de 78 nacimientos por cada mil mujeres de 15 a 44 años. En 1967 era más elevada: 88 por 1.000. Vemos así cómo al poner más estrechamente en relación los nacimientos con las personas que tienen los niños obtenemos una idea más exacta del nivel reproductivo real. Si combinamos los datos de edad utilizados para calcular la TFG con datos referidos a la edad de la madre podemos alcanzar una medición aún más precisa de la fecundidad. Tasa de fecundidad específica por edad La tasa de fecundidad específica por edad constituye una de las formas más precisas de medir la fecundidad. Esta tasa, como las mediciones que más adelante veremos, requieren un conjunto de datos bastante complejo: nacimientos según edad de la madre y distribución de la población por edad y sexo. La tasa de fecundidad específica por edad (TFEE) mide el número de nacimientos que tienen lugar cada año por cada 1.000 mujeres de una edad determinada (agrupada generalmente en

bloques quinquenales). Por ejemplo, en Estados Unidos, en 1973, se produjeron 121 nacimientos por cada 1.000 mujeres con edades entre 20 y 24 años. En 1955, y asimismo en Estados Unidos, la actividad reproductora de las mujeres de 20 a 24 años era dos veces más intensa, con una TFEE, por tanto, de 242. En 1973 la TFEE para las mujeres de 25 a 29 años era de 114, comparada con otra de 191 en 1955. Podemos concluir así que entre 1955 y 1973 la fecundidad descendió más entre las mujeres de 20 a 24 años que entre las mujeres de 25 a 29 años. Resulta obvio que las TFEE suponen un análisis de la fecundidad basado en una comparación año a año. A la hora de intentar una comparación rápida, referida a toda una población, este procedimiento puede resultar sin duda engorroso. Por eso los demógrafos han puesto a punto un método que permite combinar las distintas TFEE en un índice único de fecundidad que abarca todas las edades: la tasa de fecundidad total. La tasa de fecundidad total La tasa de fecundidad total (TFT) viene a ser el equivalente a poder preguntar a las mujeres cuántos hijos han tenido una vez que todas han completado el periodo reproductivo. Por ejemplo, si estuviésemos interesados en saber el tamaño completo familiar en el ano 1975, esperar hasta el año 2000, más o menos, para tener la cifra exacta de los niños realmente nacidos no parece la mejor estrategia. En vez de hacer eso podemos calcular la tasa de fecundidad total (TFT) que, a partir de la información detallada disponible para una determinada fecha (las tasas de fecundidad específicas por edad), permite elaborar una proyección de lo que podría ocurrir en el futuro si todas las mujeres, a lo largo de su vida, tuviesen hijos en la misma proporción en que, en esa fecha, los tienen las mujeres de cada grupo de edad. Por ejemplo, en 1973 las mujeres de 20 a 24 años de edad tuvieron hijos en una proporción de 121 nacimientos por cada mil mujeres al año. En consecuencia, y para un período de cinco años (el que va de los 20 a los 24 años), por cada 1.000 mujeres cabe esperar un total de 605 nacimientos, si no se producen cambios en los demás factores. Aplicando esta misma lógica a todas las edades podemos calcular la TFT que no es sino la suma (indicada por el símbolo L) de las distintas TFEE. La TFEE de cada grupo de edad se multiplica por 5 si el grupo de edad abarca cinco años. Si utilizamos datos referidos a años individuales no habremos, lógicamente, de efectuar este ajuste. Aunque el cálculo de la TFT pueda parecer algo complicado su interpretación es simple y clara. La tasa de fecundidad total constituye una estimación del número de hijos nacidos a cada mujer suponiendo que las tasas de natalidad actuales permanezcan constantes. En 1973 la TFT era en Estados Unidos de 1.896 niños por cada 1.000 mujeres, o de 19 niños por cada mujer. Esta cifra supone casi la mitad de la correspondiente a 1955, que era de 3,6 hijos por mujer (siendo de señalar que en 1976 la TFT había bajado en Estados Unidos a un valor de 1,8). La TFT permite así una medición de la fecundidad ajustada a estos dos problemas: (1) quién tiene probabilidades de tener hijos, y (2) diferencias en la estructura de edad de diferentes poblaciones. Tasa bruta de reproducción Un refinamiento adicional de la tasa de fecundidad total se obtiene considerando únicamente la

proporción de recién nacidos que son mujeres (dado que sólo las recién nacidas son quienes con el tiempo, pueden traer hijos al mundo). Asi pues, si multiplicamos la TFT por la proporción de todos los recién nacidos que son niñas obtenemos la tasa bruta de reproducción. En Estados Unidos, en 1973, el 48.8 por 100 de todos los recién nacidos fueron mujeres. Como la TFT fue de 1,9, si multiplicamos esta cifra por 0,488 (que no es sino el porcentaje convertido en proporción) obtenemos una TBR de 0,93. La lasa bruta de reproducción es interpretada generalmente como el número de hijas que una recién nacida puede esperar llegar a tener a lo largo de su vida suponiendo que las tasas de natalidad permanezcan incambíadas e ignorando sus probabilidades de supervivencia a lo largo de todo su período reproductivo. La TBR es así «bruta» porque supone que una recién nacida logrará llegar viva hasta el final de su periodo fértil. En realidad algunas mujeres fallecerán antes de alcanzar la edad más alta en la que podrían tener hijos. Para tomar en cuenta esta probabilidad de defunción podemos calcular la tasa neta de reproducción. Tasa neta de reproducción La tasa neta de reproducción (TNR) es conocida también como tasa de reemplazo generacional, y representa el número de hijas que una recién nacida puede esperar tener tomando en consideración sus probabilidades de fallecer antes de llegar al final de sus años reproductivos. Dado que el cálculo de la TNR es algo complicado evito al lector su consideración aquí, relegándola al apéndice. Lo realmente importante ahora es que el lector aprenda a interpretarla, ya que se trata de una medida de la fecundidad citada con mucha frecuencia. Como índice de reemplazo generacional, una TNR de 1 indica que cada generación de mujeres sólo tiene la capacidad potencial de reemplazarse a sí misma. Ello refleja una población abocada a dejar de crecer, de no producirse cambios en la fecundidad o en la mortalidad. Un valor inferior a 1 indica un decrecimiento potencial del total de población, y un valor superior a 1 indica la capacidad de crecímiento potencial, salvo variaciones en la fecundidad y mortalidad. Debe quedar muy claro que la TNR no es equivalente a la tasa de crecimiento demográfico en la mayoría de las sociedades. Por ejemplo, en Etados Unidos, la TNR en 1977 era inferior a 1 (concretamente. 0,88) y sin embargo en esa fecha la población norteamericana seguía incrementándose en un millón y medio de personas al año. La TNR representa la capacidad futura de crecimiento potencial inherente al régimen de fecundidad y mortalidad de una población. Esa capacidad potencial se ve sin embargo afectada, en distintos momentos del tiempo, por factores como la existencia de peculiaridades en la estructura de edad (por ejemplo, altas proporciones de mujeres en las edades fértiles) o la migración. Fecundidad de cohorte y fecundidad de periodo Las medidas de la fecundidad consideradas hasta aquí se basan, todas, en datos de un período; es decir, se refieren a un periodo de tiempo específico y limitado, por lo general un año. Las medidas de la fecundidad basadas en datos de una cohorte, en cambio, están diseñadas para «permitir el seguimiento de la fecundidad de distintos grupos de mujeres a medida que avanzan a lo largo de sus años fértiles. En otras palabras, las tasas de periodo se centran en la experiencia de ciertos años específicos del calendario, mientras que las tasas de cohorte lo hacen en la experiencia de grupos de

mujeres a lo largo de un número de años. La medida básica de la fecundidad de una cohorte es el número de nacimientos producidos hasta una determinada fecha, lo cual lleva por último a la medición final de la fecundidad completa. Por ejemplo, las mujeres nacidas en 1915 empezaron a tener hijos durante la Depresión. En 1939, cuando alcanzaron los 25 años, habían dado a luz a 890 niños por cada mil mujeres (Heuser. 1976). En 1958, es decir, al cumplir los 44 años, y en pleno baby boom, esa cohorte de mujeres llegó al término de su período reproductivo alcanzando una fecundidad completa de 2.429 nacimientos por cada mil mujeres. Podemos comparar la fecundidad de esas mujeres con la de la cohorte de mujeres criada durante la Depresión y que empieza a tener hijos inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. La cohorte de mujeres nacidas en 1930 había dado a luz a un total de 1.415 por cada 1.000 mujeres al llegar a los 25 años, en 1954. Se trata de una cifra superior en un 60 por 100 a la correspondiente en la cohorte de 1915. En 1973, al llegar a los 44 años, la cohorte de 1930 había dado a luz a un total de 3.153 niños por cada 1.900 mujeres, es decir, a un 30 por 100 más que la cohorte de 1915. De hecho, si se examinan los datos de cohorte disponibles para Estados Unidos encontramos que las mujeres nacidas en 1933 constituyeron la cohorte de mujeres norteamericanas más fecunda desde la cohorte nacida en 1881. Esta información resulta, sin duda, iluminadora, pero no podemos esperar hasta que las mujeres completen su período fértil para estimar su nivel de fecundidad. En este sentido resulta útil contar con estimaciones de lo que las mujeres que se encuentran ahora en edad de tener hijos podrían hacer en el futuro. Para ello los datos de periodo, por sí solos, no son de mucha más ayuda que la información referida al número de nacimientos registrados en una cohorte hasta una determinada fecha, de ahí que los demógrafos, para estimar la fecundidad futura de una cohorte, recurran a preguntar a sus componentes cuántos hijos esperan tener en el futuro. Por ejemplo, en 1967 las mujeres con edades entre 25 y 29 años (es decir, nacidas en 1939-43) habían dado a luz un total de 2312 niños por cada 1.000 mujeres y esperaban tener otros 579 por cada 1.000 mujeres a lo largo de 105 siguientes cinco años. Es decir, para 1972 esperaban llegar a los 2.891 niños por cada 1.000 mujeres. A la altura de 1972 habían dado sin embargo realmente a luz a un total de sólo 2.749 niños por cada 1.000 mujeres. Debido a toda una serie de factores (entre los cuales se encontraban la mejora de las oportunidades de trabajo y la necesidad económica) la fecundidad real de esas mujeres terminó siendo menor de lo esperado. Como se ve, el método de estimación dista de ser perfecto, pero con todo es la técnica hasta ahora encontrada que mejor funciona a la hora de evaluar los niveles futuros de la fecundidad. RESUMEN Y CONCLUSIONES La fecundidad tiene un componente biológico y otro social. La capacidad de reproducirse es biológica (aun cuando puede ser influida hasta cierto punto por el entorno), pero hemos de buscar en el entorno social las razones por las que las mujeres tienen un determinado número de hijos. El control de la fecundidad puede lograrse mediante una variedad de medios. En general, incluyen formas de evitar la relación sexual, de evitar la concepción si la relación sexual se produce, y de

evitar que la gestación tenga éxito si la concepción se produce. Tanto la comprensión de estas variables intermedias como la de las mediciones de la fecundidad constituyen un importanre requisito previo para intentar abordar con éxito el análisis de las pautas y niveles de fecundidad. En este capítulo hemos considerado las medidas de la fecundidad más frecuentemente utilizadas en el análisis demográfico. En el capítulo siguiente me basaré en estos conceptos y menciones de la fecundidad al examinar y tratar de explicar la conducta reproductiva en distintas partes del mundo.

Capítulo 5 Fecundidad: pautas, niveles y explicaciones. Explicaciones de la alta fecundidad. La necesidad de reemplazo social, Los hijos como proteccion y como mano de obra. El deseo de tener hijos varones. Ambivalencia. Paises con alta fecundidad. India.-Ghana.-Kuwait. Explicaciones de la baja fecundidad Riqueza, prestigIo y fecundidad. Ingresos y fecundidad. Ocupacion y fecundidad. El enfoque económico. El enfoque sociológico. Paises con baja fecundidad. Inglaterra.-Japón.-Estados Unidos Resumen y conclusiones.

FECUNDIDAD: PAUTAS, NIVELES Y EXPLICACIONES Está ampliamente extendida la creencia de que para hacer disminuir de forma sustancial el nivel de fecundidad en los países donde ahora es muy alto bastaría con poder proporcionar la píldora a las mujeres o con poderles colocar un DIU. Esta es sin embargo una idea simplista y errónea. En realidad, se trata de una cuestión extremadamente compleja y en este capítuIo examinaremos algunos de los más importantes factores sociales, psicológicos y económicos que ayudan a explicar por qué algunas personas tienen familias grandes y otras no. Mi análisis tendrá dos niveles: por un lado proporcionaré al lector una información básica sobre las pautas y niveles de fecundidad, y al mismo tiempo señalaré algunas posibles explicaciones de dichas pautas y niveles. Para ello examinaré el papel de las variables intermedias analizadas en el capítulo anterior, así como el del entorno social en el que las personas viven y se reproducen.

Dado que la alta fecundidad es citada, con frecuencia, como problema constituye, por ejemplo, el principal factor responsable, por sí solo, de la continua alta tasa de crecimiento de la población mundial actual: el descenso de la mortalidad creó el problema, pero la alta fecundidad lo mantiene, y dado que prácticamente todas las sociedades que hoy tienen un bajo nivel de fecundidad experimentaron, en algún momento, niveles altos de fecundidad, comenzaré el capítulo con algunas explicaciones sobre este fenómeno. Utilizaré ejemplos de países en los que actualmente se registran niveles de reproducción elevados, y más concretamente, a la India. Pasaremos luego a examinar la transición desde la alta a la baja fecundidad tal como se produjo en Inglaterra, Japón y Estados Unidos, paises que tomaremos como ejemplos para explicar cómo y por qué se consigue una baja fecundidad. EXPLICACIONES DE LA ALTA FECUNDIDAD Una explicación de la alta fecundidad ampliamente aceptada es que, prácticamente en todas las sociedades, los individuos se sienten presionados a tener hijos, si bien en algunas sociedades estas presiones pronatalistas son más fuertes que en otras, Las presiones pronatalistas responden por lo general a la necesidad de reemplazar a los miembros de la sociedad, necesidad que se manifiesta fundamentalmente como deseo de tener hijos que proporcionen ayuda laboral y apoyo en la vejez y como anhelo de hijos varones. LA NECESIDAD DE REEMPLAZO SOCIAL Un aspecto crucial de una sociedad con alta mortalidad es que las probabilidades de que un recién nacido llegue a adulto no son muy elevadas. Ahora bien, para que una sociedad logre reemplazarse a sí misma, es preciso que, en promedio, cada mujer tenga por lo menos dos hijos que vivan lo suficiente para, a su vez, producir más hijos. Así, en condiciones adversas de mortalidad, toda persona que limite su fecundidad puede estar poniendo en peligro la existencia misma de la sociedad. Vistas así las cosas no resulta sorprendente que las sociedades se hayan resistido, por lo general, a dejar simplemente en manos de los individuos o de la casualidad la procreación del número de hijos requerido. En todos los lugares del mundo las ciudades han contado con instituciones sociales destinadas a fomentar la reproducción y a gratificar, de maneras diversas, la paternidad. Por ejemplo, entre los Kgatla, en el sur de Africa, la mortalidad era muy alta en la década de 1930, cuando Sehapera los estudió. Este autor descubrió que para los miembros de esa tribu era inconcebible que una pareja casada intentara deliberadamente reducir el número de sus hijos por razones económicas o personales. Sehapera observó la existencia de varios factores sociales que estimulaban a los Kgatla a desear tener hijo. Una mujer con muchos hijos es objeto de honores. Las parejas casadas adquieren una aureola de dignidad tras el nacimiento de su primer hijo. Dado que los Kgatla tienen un sistema de descendencia patrilineal (en el que la herencia se transmite a traves de los hijos varones), el nacimiento de un varón convierte al padre en fundador de un linaje que perpetuará su nombre y su recuerdo... los parientes de la madre, se alegrarán también de ello, ya que ese nacimiento les salva de la vergüenza.

Un estudio realizado en 1973 sobre otra sociedad africana, la de los Yoruba, en Nigeria occidental, señala el verdadero horror que producen allí las familias con menos de cuatro hijos (Ware, 1975). Ware señala que “aun cuando estuviera garantizado que dos hijos llegarían a adultos, los Yoruba encontrarían demasiado triste una familia tan reducida. Para ellos, en efecto, muchas de las características de la familia numerosa que en Occidente son valoradas negativamente (como, por ejemplo. el ruido y el bullicio), resultan en cambio atractivas” (1975:284). De manera más general, Davis ha analizado las formas en que la sociedad fomenta la fecundidad: A menudo encontramos, por ejemplo, que del hecho de haber contraído matrimonio se hace depender el pleno disfrute de la sexualidad, la posibilidad de poseer tierras, el acceso a determinados cargos y el ser tratado con respeto y veneración. Una vez realizado el matrimonio, entran en funcionamiento los estímulos dirigidos específicamente a fomentar la fecundidad. En las sociedades familistas, en las que el parentesco constituye el fundamento básico de la organización social, la reproducción es un medio utilizado prácticamente para alcanzar los principales objetivos vitales. La salvación del alma, la seguridad en la vejez, la protección del hogar pueden depender de la presencia, ayuda y consuelo de la descendencia. Como puede verse en estos ejemplos, las presiones sociales en pro de la fecundidad no se presentan en realidad en términos de necesidad de reemplazo social: no es, en efecto, probable que los individuos concretos perciban el sentido real de las mismas. En realidad las instituciones y normas sociales que estimulan la alta fecundidad constituyen algo tan asumido por los miembros de toda sociedad que cualquiera que dijera explícitamente “voy a tener un hijo para perpetuar mi sociedad” resultaría un tanto excéntrico. Por otro lado si la gente realmente actuara movida únicamente por el deseo de reponer las perdidas experimentadas por la sociedad entonces las sociedades que registran una alta fecundidad deberían tener en realidad un nivel de fecundidad mucho mas bajo ya que en las mismas las tasas de natalidad superan con mucho a las de mortalidad lo que resulta mas probable que motive a las mujeres a tener una fecundidad elevada es la idea de que así complacerán a otros miembros de la familia y contribuirán al poder y prestigio de esta como grupo. En ocasiones la motivacion para la fecundidad elevada tiene un carácter más específico, como ocurre con el deseo de tener hijos como medio de conseguir protección y mano de obra. Los hijos como protección y mano de obra En una sociedad premoderna, con alta mortalidad y alta fecundidad, los seres humanos constituyen el principal recurso económico. Incluso los niños pueden ayudar en muchas tareas, y a medida que van creciendo, constituyen el núcleo de la mano de obra que mantiene a quienes no pueden ya valerse por sí mismos, como es el caso de los ancianos. Muchas veces la necesidad de mano de obra o de protección en la vejez puede constituir la razón para seguir teniendo muchos hijos aun cuando la mortalidad haya decrecido y la necesidad, por tanto, de tener una amplia descendencia haya dejado de existir. Resulta sin embargo difícil saber cuándo ésta sigue siendo la motivación real para tener hijos y cuándo constituye simplemente una buena justificación que ofrecer a quien pregunte por las razones del elevado tamaño familiar. El deseo de tener hijos varones

Aunque está claro que hoy día en muchos paises el status de la mujer está mejorando constantemente, no deja de ser cierto también que, en muchas sociedades del mundo, determinados objetivos sociales, considerados como valiosos, sólo pueden ser conseguidos con el nacimiento y supervivencia de un hijo varón. La mayoría de las sociedades conocidas en la historía de la humanidad han estado, en efecto, dominadas por los hombres. Dado que en la mayor parte de las sociedades los hombres han sido considerados más valiosos que las mujeres, resulta fácil comprender por qué muchas familias siguen teniendo hijos hasta que logran tener al menos un hijo varón. Por otro lado, si las probabilidades de que los recién nacidos fallezcan son elevadas, entonces cada familia buscará tener como mínimo dos hijos varones para aumentar así la probabilidad de que uno de ellos alcance la edad adulta. Por lo tanto, en una sociedad con alta mortalidad, el deseo de contar con un hijo varón superviviente puede muy bien requerir el nacimiento de casi cuatro hijos, por término medio (dado que en todas las sociedades las niñas representan algo menos de la mitad de todos los recién nacidos; ( véase Capítulo 8). La India constituye un buen ejemplo de pais en que el deseo de los padres de contar con un hijo varón que les sobreviva es relativamente fuerte: la religión hindú, en efecto, requiere que los padres sean enterrados por un hijo varón. Esta creencia religiosa servia también, por supuesto, para asegurar el reemplazo de la sociedad en un contexto de alta mortalidad. Ambivalencia A medida que en la India y en otros países no desarrollados la mortalidad ha decrecido, la tasa de natalidad no ha experimentado ninguna disminución significativa. ¿Por qué no lo ha hecho? Para buscar la respuesta a esta pregunta tenemos que preguntarnos por qué la gente podría sentirse motivada a cambiar su comportamiento reproductivo. En el Capitulo 2 consideramos ya las teorías de la transición demográfica y del cambio y respuesta demográficos, que sugieren que un descenso en la mortalidad tiene consecuencias sobre la vida de los individuos al aumentar el número de miembros de la familia que sobreviven y que requieren alimentación y cuidados. Según estas teorías los individuos terminarán por percibir que resulta más ventajoso tener menos hijos que los que tuvieron sus padres, o menos que los que han tenido sus hermanos mayores, etc. No debe sin embargo olvidarse que, como ya indiqué también, la emigración puede constituir, durante algún tiempo, una solución fácil que retrase la reducción del tamaño de la familia. Existe además otro problema, en efecto, un principio básico de esas teorías es que para que se produzca una reducción de la fecundidad ha de existir un incentivo para mejorar de situación material, un deseo de aprovechar las oportunidades económicas. Pero si éstas no existen, ¿de dónde va a surgir la motivación para tener una familia reducida que permita mejorar las condiciones de vida? En el intervalo que actualmente se produce en los países menos desarrollados entre un descenso en la mortalidad y la aparición de motivaciones en favor de familias más reducidas, la alta fecundidad puede tender a persistir como consecuencia de la ambivalencia. Una pareja se encuentra en un estado de ambivalencia cuando no desea necesariamente tantos hijos como ahora, inesperadamente le sobreviven y sin embargo sigue siendo recompensada socialmente por ellos. La procreación rara vez constituye un fin en sí misma; más bien suele constituir un medio para alcanzar otros fines. Por lo tanto, si la consecución de esos otros fines es percibida como más importante que la limitación de la

fecundidad, las mujeres pueden seguir aceptando el riesgo del embarazo aun cuando sean ambivalentes respecto de si tener o no un nuevo hijo. El estudio de Nag ( 1962) sobre los sinhaleses (comunidad rural de Ceilán, hoy Sri Lanka), realizado en los años cincuenta proporciona un interesante ejemplo de ambivalencia respecto de la procreación. Entre los miembros de dicha comunidad existe la creencia de que el número de hijos que una persona tiene constituye un reflejo de sus méritos en una vida anterior. Tener así muchos hijos constituye una meta apetecida. Sin embargo, la carga de una familia numerosa (aumentada además en tamaño a causa del descenso de la mortalidad que permite que sean más los niños que viven más tiempo) recae por entero sobre la madre. Para el padre, en cambio, la vida se hace más fácil y prestigiosa con un mayor número de hijos. Nag relata que “los hombres desean sinceramente, y sin reserva alguna, tener familias grandes y se muestran vehementemente opuestos a cualquier forma de control de la natalidad" ( 1962:47). Esta oposición a los medios anticonceptivos se registra entre los varones casados, es decir, entre los que están en situación legal de tener hijos. Respecto de las mujeres, en cambio, Nag observa que su actitud es ambivalente. Muchas de ellas viven un conflicto interno entre el ideal social de la familia numerosa y su deseo personal de un menor número de hijos. Las respuestas que daban, al ser preguntadas sobre este tema, eran distintas cuando estaban en presencia de vecinos o parientes que cuando estaban solas ( 1962:47). Keyfitz y Fleiger (1971) señalan por otra parte que los sinhaleses tienden a comparar el tamano de su población con el de la de un grupo étnico rival, los Tamiles. Los varones ven así reforzada su motivación positiva en favor de las familias grandes aun cuando los sentimientos de ambivalencia sean cada vez mayores entre las mujeres. En realidad la existencia de esa ambivalencia entre las mujeres puede muy bien estar a la raíz del descenso en la fecundidad registrado en Sri Lanka, donde la tasa de fecundidad total pasó de 5,95 en 1953 (es decir, más o menos en la fecha en que Nag realizó su estudio) a un valor muy inferior, de tan sólo 3,4, en 1976. Simmons (1974) encontró asimismo indicios de ambivalencia respecto del tamaño de la familia entre las mujeres de las zonas rurales de Méjico (que es otro país con niveles de fecundidad constantemente altos). La tasa de fecundidad total era en Méjico, en 1970-72, de unos 6,5 nacimientos por mujer (Seiver, 1975), pero pese a ello, en una muestra de 2.000 mujeres Simmons sólo encontró a un 7 por 100 claramente a favor de las familias numerosas. Una amplía proporción de entrevistadas se mostraba incierta acerca de las ventajas y desventajas personales tanto de una familia grande como de una pequeña. Y en medio de esa indecisión, las familias tendían a crecer de tamaño. Sin embargo, una vez más, la ambivalencia parece haber sido precursora de una reducción de la fecundidad: en 1976 la tasa de fecundidad total había descendido en Méjico a menos de seis. Algunos de los factores que en distintos momentos de la vida de una mujer pueden aumentar el sentimiento de ambivalencia son, entre otros, la identificación exclusiva del papel de la mujer con la reproducción (es decir, la ausencia de toda ayuda por parte del varón en la crianza de los hijos), falta de participación laboral de la mujer fuera del círculo familiar inmediato, bajos niveles educativos, falta de comunicación entre marido y mujer, ausencia de posibilidades de movilidad social y un sistema de familia extensa en el que las parejas no precisan ser independientes económicamente para poder tener hijos. La mayoría de estos factores guardan relación con la dominación de las mujeres por los hombres. En suma, los incentivos en favor de una fecundidad elevada persisten a menudo

aun después del descenso de la mortalidad porque constituyen algo que se da por supuesto, algo que forma parte de la vida misma de las personas. Es importante recordar, por otro lado, que, cualquiera que sea el nivel de motivación, por lo general es mucho más fácil conseguir una fecundidad alta que una fecundidad baja. Para el individuo medio el mantener reducido el tamaño de su familia requiere un alto nivel de deseo de que así sea. PAISES CON ALTA FECUNDIDAD Una vez que hemos analizado por qué la alta fecundidad puede persistir aun después de que la mortalidad haya descendido, podemos proceder a analizar tres paises diferentes en los que se registra, en la actualidad, justamente esa situación: se trata de la India, de Ghana y de Kuwait. El caso de la India resulta especialmente interesante, ya que prácticamente cada una de las posibles explicaciones de la alta fecundidad que he indicado resulta aplicable al menos a alguna zona de ese pais. India Como ya hemos visto en el Capítulo 3, la India es un país grande culturalmente diverso, en el que la fecundidad ha registrado niveles constantemente elevados. Davis (1951) ha estimado en cerca de 49 por 1.000 la tasa bruta de natalidad correspondiente a 1881-91. Existen indicios de que tras 1921 esta tasa experimentó algún descenso pasando en 1941 a ser dr 45 por 1.000 aproximadamente. Los datos no son lo suficientemente fiables como para poder asegurar que este descenso tuviera lugar en la realidad. Pero si así fue no hay una explicación clara para ese descenso, ya que históricamente el uso de anticonceptivos ha sido muy limitado en la India. Davis señala, por ejemplo, que en un estudio realizado en 1941 en la ciudad de Kolhapur (población con casi 100.000 habitantes), sólo tres mujeres en una muestra de 1661 mujeres casadas utilizaban algún método anticonceptivo (1951:72). En 1951, tras un análisis exhaustivo de la población de la India y de Pakistán, Davis llegó a «la triste conclusión de que resulta poco probable un descenso inmediato y sustancial de la fecundidad en la India, salvo que se produzcan en la vida de este país cambios súbitos. imposibles de conocer o de prever ahora» (1951:82). En 1958 Coale y Hoover concluyeron que sólo una fracción insignificante de la población de la India (la Integrada por el grupo muy reducido de las personas urbanas con alto nivel educativo) había optado. de forma estable, por un nivel bajo de fecundidad. Entre 1941 y 1961 las estimaciones realizadas sobre la tasa de natalidad de este país indican que se mantuvo en torno a un 45 por 1.000. Sin embargo las estimaciones referidas al periodo 1961-71 indican un ligero descenso de la tasa bruta de natalidad, que habría pasado a ser de 42 por 1.000. Este descenso correspondería a una disminución real de la fecundidad matrimoníal de las mujeres indias, que podría ser resultado de los esfuerzos del gobierno por difundir técnicas de planificación familiar. y de modo especial la esterilización. Sin embargo este descenso de la fecundidad quedó desbordado por un descenso mayor en la tasa de mortalidad y en consecuencia en los años sesenta la población de la India creció con más rapidez que nunca. Tras revisar los estudios realizados sobre la India, Mandelbaum señala que por lo general

la mujer no conoce otra alternativa aceptable para ella que la de convertirse en esposa-madre (...) Con sólo unas pocas excepciones, su destino depende básícamente de su capacidad de procreación: tener hijos vivos y sanos constituye la señal de su éxito como persona. Las mujeres saben que sus maridos pueden fallecer antes que ella y los hijos, sobre todo los varones, pueden constituir una fuente de apoyo en su vejez. Los varones, por su parte, argumentan a menudo que necesitan hijos varones que les ayuden a cultivar la tierra, aun cuando ésta sea poca. Pero por encima de todo, en una nación donde la riqueza material a la que la mayoría de la gente puede aspirar es escasa, los hijos pueden constituir una forma de alcanzar cierto status social y de expresar la capacidad creadora de sus progenitores. Entre 1954 y 1960 se llevó a cabo un intenso programa de control de la natalidad en el estado de Punjab, conocido como el Khana, bajo el patrocinio de la Escuela de Sanidad Pública de la Universidad de Harvard, y con un coste superior al millón de dólares. Un seguimiento de este estudio realizado en 1969 demostró que dicho programa había constituido un fracaso. ¿Por qué? Tras analizar los datos del programa, se llegó a la conclusión de que ningún programa hubiera podido tener éxito, pues el control de la natalidad entraba en contradicción con los intereses vitales de la mayoría de los campesinos. Practicar la anticoncepción hubiera supuesto bordear deliberadamente el desastre económico. Sencillamente, si una persona no percibe que limitar el tamaño de su familia resulta claramente ventajoso no es probable que lo haga. A finales de la década de 1970 aparecieron, sin embargo, señales más esperanzadoras indicativas de una ralentización de la tasa de crecimiento. Entre 1971 y 1978 se estima que la tasa de fecundidad total ha pasado de 5,67 a 4,95 y la tasa de crecimiento de la poblacion parece haber quedado, en 1978, por debajo del 2 por 100 anual. Este descenso parece deberse, prácticamente por completo, a un aumento en el número de esterilizaciones voluntarias. Tiene cierta importancia resaltar que si bien la fecundidad es alta en la India, con sólo unos cuantos signos recientes de tender a disminuir, sigue estando muy por debajo de lo que podría ser el nivel máximo biológico. En este país, en efecto, la tasa de fecundidad total es ligeramente superior a seis hijos por mujer, es decir, menos de la mitad de la registrada entre los Hutteritas. ¿Por qué no es aún más alto el nivel de fecundidad de la India? La respuesta a esta pregunta ha de buscarse en el entorno social en el que tiene lugar la reproducción. La procreación constituye sólo una de las actividades necesarias para el funcionamiento de la sociedad. Hay muchas otras instituciones, como la religión, la política y la educación, que también son importantes y las actividades referidas a otros aspectos de la vida social a veces entran en competencia. o en conflicto, con la vida sexual o la procreación. En consecuencía prácticamente toda sociedad conocida cuenta con barreras sociales tendentes a impedir la maximización de la fecundidad, y la India no constituye una excepción a esta regla. En las distintas sociedades dichas barreras pueden consistir en el matrimonio tardío, en restricciones al matrimonio, en la definición de períodos en los que la relación sexual es tabú, o en toda una serie de costumbres que tienen por efecto mantener la fecundidad a un nivel más bajo del que, de otro modo, alcanzaría. Asi, aun cuando los individuos no experimenten, conscientemente, la motivación de limitar el tamaño de sus familias, las instituciones sociales son las que evitan que éstas alcancen su nivel máximo potencial.

Estas presiones cruzadas operan a través de las variables intermedias. Por ejemplo, en la India existe la creencia de que la salud de un recién nacido corre peligro si su madre tiene un nuevo hijo demasiado pronto. En consecuencia en muchas regiones existe un tabú que impide a la madre tener relaciones sexuales durante varios meses (y a veces durante más tiempo) después de un parto. Ello hace que el espaciamiento de los hijos en la India sea, por término medio, de 3 a 4 años. Esto, por supuesto, hace que el número total de hijos que una mujer puede tener a lo largo de su vida sea menor. Las mujeres Hurterítas, en cambio, dejan un espacío mucho menor entre sus hijos (menos de 2 años por término medio; véase Sheps. 1965) y este hecho por sí solo explica por qué tienen en conjunto más hijos que las mujeres indias. Se ha señalado también que existe en la India un “complejo de abuela embarazada”: una mujer que quede embarazada cuando ya sea abuela será objeto de sanciones sociales. Por otro lado, la idea generalizada es que, una vez acabado el período reproductivo de una pareja, debe cesar su relación sexual para evitar así todo posible riesgo de embarazo. (No resulta así sorprendente que sean justamente las mujeres que ya han completado su familia las primeras en prestarse a utilizar las técnicas anticonceptivas, tan pronto como se les habla de ellas.) Así pues, las parejas indias pueden controlar su fecundidad si desean hacerlo. A fin de cuentas la continencia constituye una técnica común de control de la natalidad al alcance de cualquiera. Lo que sencillamente ocurre es que la mayoría de las parejas no está motivada en realidad para tener una familia reducida. Como ha escríto Davis: “Lo que resulta racional a la luz de la situación de una pareja puede ser totalmente irracional desde el punto de vista del bienestar de la sociedad” (1967:733). El gobierno indio se ha mostrado cada vez más preocupado por la medida en que el bienestar nacional resulta afectado por el crecimiento demográfico y ha tomado medidas para tratar de forzar la esterilizacion “voluntaria” tras el tercer hijo. En el Capitulo 15 examinaremos esas medidas con más detalle; por el momento resulta suficiente indicar que los esfuerzos gubernamentales por limitar la natalidad encontró una oposición violenta en 1976 que desembocó en la posterior caída del gobierno anti-natalista de Indira Ghandi. Ghana Ghana se encuentra situada en el Africa tropical occidental y como muchos países africanos se caracteriza por tener una de las tasas de mortalidad y de natalidad más altas del mundo. Si las tasas de mortalidad siguen disminuyendo sustancialmente en el continente africano sin una caída correlativa de la fecundidad, esta zona del mundo puede experimentar un crecimiento masivo de su población. Incluso ahora las tasas de natalidad superan en Africa a las de mortalidad lo suficiente como para que, con el ritmo de crecimiento actual, la población pueda duplicarse cada 24 años solamente. En Ghana la tasa bruta de natalidad parece estar entre el 45 y el 48 por 1.000 y la tasa de fecundidad total entre 6,64 y 7,14 (US. Bureau ofCensus, 1977b). Se trata, ciertamente, de cifras increiblemente elevadas que llevan a pensar que tendrán que producirse en ese país cambios sustanciales antes de que la tasa de natalidad alcance niveles comparables a los de los paises industrializados. Lo cierto es sin embargo que Ghana presenta un mayor grado de urbanización que los países vecinos; el 32 por

100 de su publación reside en áreas urbanas. En éstas, y sobre todo en la capital Accra, el nivel de educación de hombres y mujeres tiende a igualarse y el estilo de vida tiende a occidentalizarse (lo que entre otras cosas incluye la limitaclón familiar). Con todo, los cambios son muy lentos y en 1966, según los datos de una encuesta, sólo el 11 por 100 de todas las mujeres residentes en Accra conocía algún método de control de la natalidad, porcentaje que entre las mujeres con al menos algunos años de escolarización subía al 28 por 100 y entre la élite urbana más educada al 65 por 100. En enero de 1970 se creó en Ghana un Programa Nacional de Planificación Familiar, pero a la altura de 1976 sólo el 2 por 100 de las mujeres casadas utilizaban regularmente algún método anticonceptivo (U.S. Bureau ofCensus. 1977b). Si la fecundídad sigue siendo elevada en Ghana es porque la mayoría de las parejas quieren tener familias grandes. En una encuesta realizada en 1966, el 63 por 100 de los varones y el 49 por 100 de las mujeres entrevistados en Accra declararon desear cinco o más hijos. En las zonas rurales el 78 por 100 de las mujeres querían tener cinco o más hijos y prácticamente ninguna deseaba tener menos de cuatro hijos. Entre los varones residentes en zonas urbanas sólo el 8 por 100 deseaba, en Ghana, tener menos de cuatro hijos, comparado con el 43 por 100 en Taiwan, el 34 por 100 en Pakistán y el 83 por 100 en Estados Unidos. Los escasos indicios existentes respecto de un potencial descenso de la fecundidad se registran entre una élite relativamente pequeña situada en los estratos ocupacionales altos (profesionales, administradores y ejecutivos); entre sus componentes, un 60 por 100 deseaba una familia con menos de cinco hijos. Aunque resulta difícil desenmarañar las causas y los efectos, el crecimiento demográfico rápido y la inestabilidad política parecen ir de la mano en los países menos desarrollados como Ghana. Este país fue, en efecto, la primera colonia del Africa tropical que alcanzó la independencia. En 1951 el gobierno británico permitió un autogobierno interno limitado y en 1957 concedió la independencia. Tras haber llevado a su país hasta ella, el presidente Nkrumah estableció un sistema autoritario. Fue derrocado en 1966, cuando se encontraba visitando Hanoi, siendo reemplazado por un gobierno militar que rigió los destinos del país hasta 1969, fecha en que el Dr. Busia ganó las elecciones, convirtiéndose así en primer ministro. Bajo el gobierno de Busia se estableció una política demográfica basada en el apoyo gubernamental a la planificación familiar. Un golpe militar, sin embargo, derrocó a Busia cuando éste se encontraba en Londres, en 1972. Una tal inestabilidad política no proporclona el contexto más adecuado para el desarrollo económico, al tiempo que el rápido crecimiento demográfico contribuye a agravar problemas como el del desempleo. La población, en efecto, duplicó su tamaño entre 1950 y 1976, estimándose que el desempleo aumentó de forma paralela en un 25 por 100. Kuwait Kuwait, pequeño país de Oriente Medio productor de petróleo, es uno de los países más ricos del mundo. Desde 1945 ha experimentado uno de los aumentos de renta más espectaculares de todos los conocidos en el mundo. Tiene también niveles bajos de mortalidad y muy altos de fecundidad (es decir, los niveles de fecundidad típicos de los países árabes). En la actualidad el número medio de hijos por mujer es de unos siete, y casi todos ellos llegan a adultos. Esta combinación de baja mortalidad y alta fecundidad origina uno de los niveles de incremento demográfico natural más altos

del mundo. La población de Kuwait sigue siendo pequeña (1,3 millones en 1979), pero de no producirse un descenso dramát¡co de la fecundidad se duplicará cada 19 años. La alta fecundidad no es, en Kuwait, resultado de la ignorancia o de la no disponibilidad de anticonceptivos. Las mujeres que tienen ya familias grandes han utilizado, durante años, la píldora o el DIU porque tras varios embarazos se sienten «saturadas». Todo kuwaiti tiene derecho a asistencia médica gratuita y puede obtener anticonceptivos gratis. La pregunta, lógicamente, es que motivación puede sin embargo existir para tener familias reducidas en una sociedad fuertemente pro-natalista en la que toda la educación (desde la primaria a la universitaria) es gratuita, en la que toda la asistencia médica y farmacéutica es asimismo gratuita, en la que los padres reciben un subsidio por cada hijo/a que asiste a la escuela primaria, y en la que cada ciudadano tiene prácticamente garantizado un puesto de trabajo. Kuwait constituye un prototipo de “Estado de bienestar” , desde el nacimiento hasta la defunción, con un amplio sistema de seguridad social. Alli las parejas tienen la posibilidad de mejorar su nivel de vida y, al mismo tiempo, de tener familias numerosas. Las presiones pro-natalistas se ven reforzadas por la dominación masculina sobre las mujeres y por la amplía diferencia de edad entre maridos y mujeres. así como por las escasas oportunidades existentes para las mujeres fuera de la vida lamiliar. Ahora bien, por intensas que tales presiones puedan ser, resultan no obstante insuficientes para explicar, por sí solas, la existencia continuada de una elevada fecundidad, pues sabemos que las costumbres sociales pueden ceder ante un cambio en las circunstancias sociales y económicas. Lo que parece ocurrir es que la rápida acumulación de riqueza, generosamente distribuida en la sociedad, no constituye precisamente una motivación para tener familias pequeñas, al menos no a corto plazo. Kuwait proporciona así una importante lección a la hora de explicar la alta fecundidad: no son sólo los pobres los que tienen hijos. ¿Qué es entonces lo que motiva a la gente para tener familias pequeñas o para no tenerlas en absoluto? Esta es una de las cuestiones más importantes con las que se enfrenta el mundo. EXPLICACIONES DE LA BAJA FECUNDIDAD La mayoría de las explicaciones de la baja fecundidad parten de la idea, de corte darwiniano, de la supervivencia de los más dotados (idea, dicho sea de paso, que Darwin derivó de los escritos de Malthus.. La explicación generalmente ofrecida es que si en una sociedad escasean los recursos considerados deseables, si la gente, para obtener algunos de esos recursos, tiene que reajustar su comportamiento demográfico, lo hará. Este es el componente básico de la teoría del cambio y de la respuesta demográficos que vimos en el Capitulo 2. En algunos casos la respuesta demográfica adecuada consiste en limitar el tamaño de la familia y la historia enseña que el deseo de adquirir riqueza y prestigio constituye a menudo la motivación de una respuesta demográfica que, entre otras cosas, incluye por supuesto la limitación del tamaño familiar. Riqueza, prestigio y fecundidad Históricamente los factores socio-económicos vinculados de forma más persistente con la fecundidad son la riqueza y el prestigio (los cuales a su vez guardan relación con el poder). Un

estudio de las sociedades primitivas ha puesto de relieve que el control de la población guardaba relación con la lucha por el poder y el prestigio, que se plasmaba a veces en un énfasis sobre la alta fecundidad (el poder puede depender de la cantidad) más que sobre la baja fecundidad. Sin embargo, en las sociedades urbanas industriales de los siglos XIX y XX el prestigio y la riqueza tienden a estar asociados con la baja más que con la alta fecundidad. Esta inversión de la relación puede resultar desconcertante a primera vista. Después de todo, podría pensarse que a medida que la gente adquiere riqueza y prestigio tiende a tener más hijos, ya que presumiblemente puede permitírselo. En Kuwait, por ejemplo, el alto nivel de ingresos está contribuyendo a mantener elevada la tasa de natalidad. Pero Kuwait es una excepción. La clave parece estar en la disponibilidad de los recursos. En la mayoría de los países la riqueza y el prestigio constituyen bienes sociales y económicos escasos: quien quiera lograrlos tiene que aceptar algún tipo de sacrificio si quiere imponerse a sus competidores. Uno de estos sacrificios es renunciar a una familia grande. En 1938 un inglés lo expresaba sucintamente del modo siguiente: “en nuestro actual sistema económico, y dejando la suerte a un lado, existen dos formas de prosperar: una es mediante la capacidad, y la otra mediante la infecundidad. Está claro que de dos hombres igualmente capaces, uno con un solo hijo y otro con ocho hijos, el que tiene un solo hijo es el que tiene más probabilidades de ascender en la escala social”. Así pues, la adquisición de riqueza puede exigir tener una familia pequeña, mientras que el tener ya riqueza permite, e incluso fomenta, tener una familia mayor. A menudo las personas que han controlado el tamaño de su familia para poder así adquirir riqueza y posición cuando alcanzan su objetivo (si es que lo logran) han pasado ya sus años reproductivos; o bien se han acostumbrado a una familia pequeña y deciden no tener más hijos pese a poder ahora permitírselos. Este desfase en la sincronización de riqueza y fecundidad constituye un importante elemento a tener en cuenta al repasar las explicaciones de la baja fecundidad. Estudio tras estudio, los demógrafos han podido comprobar que en los países industrialmente desarrollados las clases medias, de forma particular, tienen una fecundidad mucho más reducida que las clases bajas. Ingresos y fecundidad En 1978 el U.S. Census Bureau preguntó a Las mujeres norteamericanas el número de niños que habían tenido ya. De esos datos podemos inferir que cualquiera que sea la edad de las esposas, y tanto si éstas trabajan como si no, cuanto mayor es la cantidad de dinero de que dispone la familia, menor es el número de hijos nacidos hasta la fecha de la encuesta. Cuando la esposa trabaja el impacto sobre la fecundidad es mayor. En cada nivel de ingresos cada 1.000 mujeres de 30 a 39 años que trabajan han tenido por término medio unos 400 hijos menos que cada 1.000 mujeres de esas mismas edades que no trabajan. La diferencia más amplia se da entre las esposas que trabajan y tienen ingresos elevados (y que han tenido 1.521 hijos por cada 1.000 de ellas) y las esposas que no trabajan y tienen ingresos bajos (2.900 hijos por cada 1.000 de ellas). Sencillamente, la fecundidad entre estas mujeres más pobres y que no trabajan era superior en un 91 por 100 a la de las mujeres que trabajan y que tienen ingresos elevados.

Ocupación y fecundidad En los países industrializados las personas que desempeñan las ocupaciones más prestigiosas tienen menos hijos que las que tienen ocupaciones de menor prestigio. Existen pocas excepciones a esta generalización, y el caso de Estados Unidos no es una de ellas. Los niveles máxmo y mínimo de fecundidad se encuentran en los dos extremos de la escala ocupacional: las mujeres de los profesionales tienen, por ejemplo, entre los 30 y los 39 años, un hijo menos, como poco, que las mujeres de los granjeros de esas mismas edades. En las edades jóvenes existen claras diferencias entre las mujeres de trabajadores de cuello azul y de cuello blanco: las primeras registran niveles de reproducción claramente más elevados. Si consideramos el número de hijos esperados en vez del número de hijos tenidos hasta la fecha, se produce una interesante variación en los datos: las mujeres de los profesionales declaran esperar tener un número de hijos ligeramente superior al que indican las mujeres de otros trabajadores de cuello blanco. Esto parece sugerir que, como ha sido observado por un número creciente de investigadores, la relación entre fecundidad y nivel de ingresos es más complicada de lo que a primera vista parece. Con datos referidos a Suecia, Bernhardt (1972) descubrió que si bien existe una clara tendencia a que las familias más pequeñas se den en la clase media, dentro de cada clase social cuanto mayor el nivel de ingresos en relación con otros individuos pertenecientes a la misma clase, mayor el tamaño de la familia (10% datos fueron controlados por la edad y la duración del matrimonio). En otras palabras, dentro de cada clase social, aquellos que se encontraban en un lugar más alto de la escala tenían familias más grandes que los que ocupaban lugares más bajos. Esto puede ser quizá interpretado en el sentido de que los que están más arriba se sienten satisfechos con su nivel de ingresos y deciden ceder a las presiones pronatalistas, mientras que los que están más abajo siguen esforzándose por mejorar su posición relativa y, en consecuencia, aceptan limitar el tamaño de su fainiflía. Venieris (1979) ha analizado datos referidos a Estados Unidos para el periodo 1970-1973, llegando a resultados que apuntan a esta misma conclusión. Como sin duda resulta obvio a estas alturas para el lector, la relación posible entre riqueza y fecundidad es la que ha predominado a la hora de buscar explicaciones a la motivación para tener familias reducidas. Los distintos investigadores han utilizado diferentes enfoques al investigar dicha relación. Consideraremos a continuaclón los dos más importantes: el económico y el sociológico. EL ENFOQUE ECONÓMICO En 1960 Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, efectuó un análisis económico de la fecundidad. En su teoria los hijos aparecen tratados como bienes de consumo cuya adquisición requiere, de los padres, tiempo y dinero. Supone además Becker que cada pareja practica una racionalidad económica perfecta y un control de la natalidad asimismo perfecto en cuanto a su efectividad. A partir de ahí, y basándose en la teoría micro-económica clásica, sostiene que cabe hallar para cada Individuo una función de utilidad que exprese la relación entre el deseo de la pareja de tener hijos y todos los demás bienes y actividades que compiten con éstos por el tiempo y el dinero de los padres. Es importante resaltar que se toma en consideración tanto el tiempo como el

dinero, ya que si este último constituyese el único criterio, entonces cabría esperar (en una sociedad con presiones pro-natalistas) que, a más dinero, mayor número de hijos. Sin embargo. sabemos ya que en la mayoría de las sociedades, y de modo especial en los países industrializados, como por ejemplo Estados Unidos, son justamente los que en peor situación económica se encuentran los que tienden a tener más hijos. Al introducir en el cálculo el factor tiempo, así como el reconocimienlo implícito de que la clase social determina los gustos y el estilo de vida de las personas, la teoría económica se centra en la consideración del ajuste entre cantIdad y calidad de hijos. En el caso de las personas en peor situación económica cabe suponer la existencia de bajas expectativas para los hijos: en consecuencia el coste de los mismos alcanza su valor mínimo. En el caso de las personas pertenecientes a los estratos económicos más elevados cabe suponer la existencia de expectativas más altas para los hijos lo que implica una inversión de tiempo y dinero elevada para cada uno de ellos. Esta teoría supone también que los padres pertenecientes a esos estratos tienen más oportunidades de comprar cosas y de dedicarse a actividades que requieren tiempo. Por lo tanto, para poder tener el tipo de hijos que desean han de limitar forzosamente su número. El enfoque económico de la fecundidad contiene intuiciones que resultan muy sugerentes, pero sus defensores parten a veces de supuestos respecto del comportamiento humano insostenibles. Por ejemplo, no todas las personas se comportan de acuerdo con el mismo tipo de racionalidad, todas las parejas no hacen un uso perfecto de los anticonceptivos, ni todas comparten los mismos sentimientos respecto de los hijos. Sin embargo parece razonable teorizar que la gente se siente motivada a tener familias pequeñas porque de tener familias grandes tendría que renunciar a cosas que desea demasiado. Como ha escrito Turchi al repasar las teorías económicas de la fecundidad, "para quien sospeche, como hago yo, que el coste totaI de los hijos constituye un factor decisivo en la determinación del tamano de la familia, resulta importante poder contar con teorías que expliquen la manera en que las normas y las preferencias relativas a la procreación atectan a la demanda de hijos (1975:113). A lo que Turchi implícitamente se refiere es a los factores sociológicos que vinculan al individuo con la estructura económica y social. Es decir, aquellos factores que determinan la manera en que, a partir de la interrelación recibida del entorno social y económico, los seres humanos llegan a la formulación de decisiones. EL ENFOQUE SOCIOLÓGICO El enfoque sociológico enfatiza el hecho de que han de producirse cambios en la sociedad para que la gente se sienta motivada a pasar de un comportamiento conducente a una alta fecundidad a otro que implique una fecundidad baja. ¿Cuáles pueden ser esos cambios? Davis (1963; 1967) ha sugerido que las personas se sentirán motivadas a posponer el matrimonio y a limitar los nacimientos dentro del mismo si las oportunidades económicas hacen que les resulte ventajoso actuar así. Sostiene además que el tener hijos, per se, rara vez constituye un fin en si mismo; por lo general constituye un medio para lograr algún otro fin tal como satisfacer el ego, cumplir los roles sexuales, continuar una línea de descendencia, continuar la herencia de propiedades, asegurar económicamente la vejez, asegurar la mano de obra futura de la familia o responder a la supuesta

demanda de una deidad. Si los fines considerados importantes cambian, o si los medios disponibles para lograr esos fines cambian (por ejemplo, dinero en lugar de hijos), entonces el deseo de tener hijos puede experimentar variaciones. A medida que cambia toda una estructura social, o que lo hace la posición de una persona dentro de la estructura social, los fines o creencias que los individuos tienen en su mente cambian, y asimismo cambian sus motivaciones para tener hijos. Sabemos, por ejemplo, que a medida que aumenta el nivel de educación tiende también a aumentar el nivel de riqueza y de prestigio (véase Capitulo 9) y a disminuir el número de hijos. Todo parece indicar que la educación confiere una mayor capacidad para adquirir riqueza y prestigio y esto entra en competencia con la procreación, pues durante muchos años los hijos son consumidores de recursos más que productores de recursos. Este principio parece operar en aquellos individuos que tratan de experimentar un proceso de rivalidad social ascendente dentro de la sociedad, o que tratan de evitar un descenso social, es decir, una pérdida relativa de status social y económico. Por supuesto, las motivaciones en favor de la baja fecundidad no aparecen de forma mágica simplemente porque se aspire a conseguir riqueza, o porque se tenga una educación universitaria o porque se sea hijo único y se quiera tener también una familia pequeña. Las motivaciones en favor de la baja fecundidad surgen de nuestra comunicación con otras personas y con otras ideas. La conducta referida a la fecundidad, como toda otra conducta, está en gran parte determinada por la información que recibimos y procesamos y a partir de la cual actuamos. Las personas y las ideas con las que interactuamos en nuestra vida diaria configuran nuestra existencia como criaturas sociales. Al tratar de explicar la baja fecundidad no se ha puesto, realmente, el énfasis preciso en esos factores. En este sentido el estudio de la teoría de la transición demografica realizado por Ansley Coale en 1973 constituye una de las primeras excepciones. Coale trató de establecer cual habría de ser la percepción cotidiana del mundo, por parte de los individuos, que hiciera posible la limitación consciente de la fecundidad. En su revision de la teoría demográfica establece este autor la existencia de tres precondiciones para que se produzca un descenso sustancial de la fecundidad: (1) la aceptación de la elección calculada como elemento válido en la determinación de la fecundidad matrimonial; (2) la percepción de ventajas en una fecundidad reducida; y (3) el conocimiento y dominio de técnicas efectivas de control de la natalidad (Coale, 1973). Según Coale los cambios sociales que dan lugar a un descenso de la mortalidad originan, además, un cambio en la fecundidad sólo si se dan dichas tres pre-condíciones. Estas. por otro lado, pueden darse incluso en ausencia de todo descenso en la mortalidad. Los factores causales básicos que determinan su presencia, o no, incluyen las tradiciones y hábitos de pensamiento no medidos (Hurch, 1975:132). Estas pre-condiciones de Coale comprenden, implícitamente, tanto el enfoque económico como el sociológico de la baja fecundidad. La primera y segunda pre-condiciones guardan relación con la forma en que una persona percibe su entorno social, lo cual constituye un fenómeno esencialmente sociológico. La aceptación de la elección calculada (primera pre-condición) queda reflejada en el siguiente ejemplo, referido a la Norteamérica contemporánea: en un estudio de mujeres de clase baja con familias numerosas realizado en San Luis (Missouri) a finales de los años cincuenta, Rainwater llegó a la conclusión de que la falta de anticoncepción efectiva, tan frecuente en este grupo de personas, no se debe simplemente a ignorancia o error sino que responde a personalidades, visiones

del mundo y estilos de vida particulares (...) que se resisten a admitir elementos extraños tales como la planificación consciente y el uso de técnicas anticonceptivas teñidas de una fuerte carga emocional ( 1960: 167- 168). La segunda pre-condición de Coale, relativa a la percepción de ventajas en una familia más pequeña, sintetiza los argumentos básicos del enfoque económico y del sociológico. La tercera pre-condición, por último, guarda relación con las variables intermedias examinadas en el Capítulo 4, es decir, con las técnicas que pueden limitar la fecundidad. PAISES CON BAJA FECUNDIDAD Con la ayuda de estas explicaciones de la baja fecundidad podemos ahora tratar de describir y entender los tres casos más espectaculares de descenso a largo plazo de la fecundidad junto con un aumento paralelo del nivel de vida: los casos de Inglaterra, Japón y Estados Unidos. Antes, sin embargo, he de indicar que en Inglaterra, como en otras partes de Europa, el inicio de un descenso potencial de la fecundidad puede muy bien haberse producido antes de que la Revolución Industrial diese lugar a un aumento espectacular del nivel de vida. Existen datos que indican que la retirada (o coitus interruptus) era utilizado, en Inglaterra, para reducir la fecundidad matrimonial a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII; éste parece también haber sido el principal método utilizado para conseguir un descenso constante de la fecund¡dad matrimonial en Francia a finales dcl siglo XVIII y comienzos del XIX . Con toda probabilidad, el aborto era también muy frecuente (Wrígley, 1974). Por otro lado, el hecho de que en el período preindustrial las tasas de natalidad fuesen mucho más elevadas en las colonias europeas de América que en Europa parece indicar que en esta última el control de la fecundidad era ampliamente aceptado y practicado. Inglaterra La enorme conversión económica y social que la industrialización supuso tuvo lugar en Inglaterra antes que en ninguna otra parte. En la primera mitad del siglo XIX Inglaterra se encontraba ya de lleno en la Era del Maquinismo. Sin embargo, para el trabajador medio sólo a partir de la segunda mitad de dicho siglo se produjeron aumentos sostenidos en el salario real. Durante la primera parte del siglo XIX las guerras napoleónicas triplicaron la deuda nacional en Inglaterra, dando lugar a un aumento de los precios de hasta un 90 por 100 sin que aumentase la producción. Tenemos así que a lo largo de toda la vida profesional de Malthus su país padeció un nivel sustancial de inflación y de inestabilidad laboral. Estas condiciones relativamente adversas contribuyeron sin duda alguna al descenso general de la tasa de natalidad que tuvo lugar durante la primera mitad del siglo. Tras 1850 las condiciones económicas mejoraron considerablemente; la primera respuesta a la nueva situación fue un aumento de la tasa de natalidad, seguido de un descenso a largo plazo. En este periodo se dieron todas las pre condiciones señaladas por Ansley Coale para un descenso de la fecundidad: (1) la gente parecía haber aceptado la elección calculada como un elemento válido; (2) se percibía la existencia de ventajas en una fecundidad baja; y (3) se conocían medios efectivos de controlar la natalidad. Como ya he indicado antes, los británicos estaban ya acostumbrados a pensar en términos de limitación familiar, de posposición del matrimonio y de continencia, y el coitus interruptus dentro del matrimonio era conocido como medio eficaz de reducir la fecundidad. Así

pues, en la segunda mitad del siglo XIX la motivación para limitar el tamaño de la familia surgió de la existencia de un número cada vez mayor de hijos supervivientes combinada con la aspiración de lograr niveles de vida más elevados. En realidad la fecundidad aumentó, en Inglaterra, antes de descender. Al haber menos familias rotas por la defunción de uno de los cónyuges, y al producirse un aumento del nivel real de Ingresos (que permitía contraer matrimonio antes), las tasas de natalidad hubieron de experimentar lógicamente, un aumento hasta que los individuos lograron ajustar su comportamiento reproductivo a la nueva situación demográfica y económica. Esto queda reflejado en la tasa neta de reproducción, que mide el numero medio de hijas nacidas a cada mujer que lograron sobrevivir hasta la edad adulta (una cifra de 1 significa que tiene lugar un reemplazo generacional exacto) En 1841 la tasa neta de reproducción era de 1,35, aumentando a 1, en 1881. Es importante observar que la restricción de la fecundidad supuso. en muchos sentidos, un retorno a pautas pre-industriales, por ejemplo en lo relativo al hecho de que por término medio las parejas de cada generación tenían dos hijos que llegaban a adultos. Tenemos así que, como vimos al tratar de las teorías de la baja fecundidad, el descenso de la mortalidad produjo cambios en la vida de los individuos que requirieron una respuesta por parte de éstos. Los británicos reaccionaron fundamentaimente disminuyendo su fecundidad, si bien la emigración jugó también un papel destacable. La tesis ya familiar de Banks es que el aumento del nivel de vida en Inglaterra especialmente entre las clases medias, dio lugar a un descenso de la fecundidad al (1) aumentar las expectativas de movilidad social ascendente, (2) al crear el temor de quedar socialmente rezagado (había que estar a la altura de los vecinos) y (3) al redefinir el rol de la mujer (que pasa de ser ama de casa a convertirse en el frágil lujo del varón de clase media). Si bien es cierto que la tasa de natalidad disminuyó más rápidamente entre las clases altas inglesas que entre las bajas, también es verdad que al menos hacia 1876 todos los sectores de la sociedad inglesa estaban experimentando un descenso de la fecundidad. Desde entonces la fecundidad ha mantenido una suave tendencia descendente, con solo dos interrupciones: tras la Segunda Guerra Mundial, y más tarde a finales de los años cincuenta y comienzos de la década de 1960. Desde 1964, aproximadamente, la tasa de natalidad reemprendió su marcha descendente y desde 1973 Inglaterra ha alcanzado el crecimiento demográfico cero. Japón Durante el siglo XIX, bajo la influencia del shogunato Tokugawa, Japón desarrolló una economía aislada y autosuficiente basada en el comercio más que en el cultivo de la tierra. Los japoneses asimilaron ideas y tecnologías de China y de Corea y establecieron una economía comercial similar a la que se había desarrollado en Europa, pero independiente de ella. El período de despegne real del desarrollo económico japonés tuvo lugar, sin embargo, en 1878-1900 tras la restauración Meiji. Quizá no por azar, ese despegue tuvo lugar después del restablecimiento de relaciones con Europa. En 1920 tanto la tasa de natalidad como la de mortalidad comenzaron a descender lMuramatsu, 1971). El descenso en la fecundidad fue conseguido fundamentalmente mediante el recurso al aborto y la utilización de condones, de fabricación japonesa. La mortalidad, sin embargo, disminuyó más rápidamente que la fecundidad y en consecuencia la población aumentó rápidamente en tamaño,

registrándose al misma tiempo una alta tasa de urbanización como consecuencia de la emigración desde el campo a las ciudades. El crecimiento poblacional fue estimulado a comienzos del siglo XX por la política pronatalista e imperialista del gobierno japonés. Japón, como Inglaterra, contaba con una larga tradición de concienciación general respecto de las cuestiones demográficas. Existen pruebas claras de que la mortalídad y la fecundidad eran ya bajas en Japón, para los estandars mundiales, en fecha tan temprana como el siglo XVII. Todo parece indicar que la fecundidad se lograba mantener baja como consecuencia de la posposición del matrimonio y del recurso al aborto. Pero nuestro interés, respecto de la situación demográfica de Japón, se centra menos en lo que ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial que en el espectacular descenso de la fecundidad de la posguerra. Entre 1947 y 1957 la tasa bruta de natalidad disminuyó en un 50 por 100 pasando de 34,3 a 17,2 por 1.000. Visto desde el ángulo de la tasa de fecundidad total (que constituye una medida aproximada del número medio de hijos por mujer), el descenso resulta igualmente espectacular: en 1947 la tasa de fecundidad total era de unos 4,5 hijos por mujer, y en 1957 de tan sólo 2,0, valor éste inferior al del nivel de reemplazo. Así pues, en el espacio de sólo una década la actividad reproductora se redujo a la mitad, principalmente mediante el recurso al aborto provocado. Anteriormente el aborto era ilegal: la Ley de Protección Eugenéslca de 1948 hizo posible la práctica legal de abortos. En realidad, el propósito de esta ley no era reducir el crecimiento demográfico, sino proteger la salud de las mujeres eliminando la necesidad de recurrir a abortos clandestinos, cuyo número había experimentado un continuo aumento. Durante ese período el condón siguió siendo un anticonceptivo muy utilizado, y asimismo se produjo un ligero aumento en la edad femenina de contraer matrimonio (Kobayashí, 1969). Desde 1955 el uso de anticonceptivos ha aumentado de forma constante, y en la actualidad constituve la razón principal del mantenimiento de la baja fecundidad. El condón y la retirada o coitus interruptus es decir los metodos llamados tradicionales son los que predominan en Japon; ni la píldora ni el DIU han alcanzado una aceptación similar a la obtenida en Europa y en Estados Unidos. Como inciso, sin duda interesante cabe señalar el increíble impacto social que una antigua superstición puede seguir teniendo entre una poblacion moderna racional. Me estoy refiriendo al caso del Año del Caballo Fogoso. En 1966 que era el Año del Caballo Fogoso, la tasa de natalidad registró una súbita caída que sólo duró ese año. Según una extendida superstición japonesa. las niñas nacidas en tal año (que se repite cada 60 años) tienen un carácter turbulento, pudiendo incluso llegar a matar a sus maridos. En consecuencia, las mujeres nacidas en un Año del Caballo Fogoso resultan dificiles de casar. Por ello en 1966 muchas parejas evitaron tener descendencia. Esto se consiguió recurriendo básicamente a la anticoncepción más que al aborto. Ahora bien, en 1906 (otro Año del Caballo Fogoso) la fecundidad disminuyó asimismo dramáticamente; pero entonces los medios anticonceptivos modemos no existían. Estados Unidos Hacia el año 1800, cuando Malthus escribía su Ensayo sobre la población, se encontró con que la tasa de natalidad en NorteamérIca era llamativamente elevada y dedicó algunos comentarios a esas familias numerosas de la frontera sobre las que había leído varias referencias. Se estima, en efecto, que el número medio de hijos por mujer en la América colonial era de unos ocho. Probablemente no

sea exagerado decir que al principio de la historia de Estados Unidos la fecundidad fue mayor de lo que lo había sido nunca en cualquier país europeo. Los primeros datos disponibles respecto de la población norteamericana no son muy fiables, pero, en 1963, Ansley Coale y Melvín Zelnick efectuaron nuevas estimaciones de la tasa bruta de natalidad en Estados Unidos desde 1800. En esa fecha, y según dichos cálculos, la tasa bruta de natalidad era de casi 55 por 1 .000. es decir, superior a la que se registra hoy día en la mayoría de los países no desarrollados. Incluso en 1855 la tasa bru ta de natalidad era en Norteamérica de 42,8 por 1.000 es decir, comparable a la que tenía la India a comienzos de la década de 1970. Sin embargo, la tasa de natalidad había comenzado claramente ya a descender rápidamente y así hacia 1870 presentaba los mismos bajos niveles que los países europeos. Este descenso se mantuvo prácticamente inalterado hasta después de la Gran Depresión de los anos treinta de este siglo, periodo durante el cual la natalidad descendió bruscamente a unos niveles que sólo en fechas recientes han vuelto a rozarse. ¿Por qué tuvo lugar esa brusca caída? Como ya vimos en el Capítulo 3, casi todos los que emigraron voluntariamente a Norteamérica eran europeos. Así pues, los individuos que compusieron la población estadounidense en los primeros años de su historia procedían de un entorno social en el que la limitación de la fecundidad era conocida y practicada. A pesar del desplazamiento hacia la frontera occidental, en el siglo posterior a la independencia, Estados Unidos experimentó un rápido crecimiento urbano y comercial. Por razones muy similares a las de los europeos los norteamericanos redujeron su fecundidad en parte como respuesta a la caída de la mortalidad y en parte como respuesta al aumento de las oportunidades para mejorar sus condiciones de vida. La baja fecundidad fue resultado de un aumento en la edad media de contraer matrimonio y de distintos medios de controlar la natalidad dentro del matrimonio. La continencia y el coitus interruptus constituyeron, sin lugar a dudas, medios importantes en la reducción del tamaño familiar, y resulta asimismo probable que el aborto provocado jugara algún papel a este respecto (Sanderson, 1979). Tras la Primera Guerra Mundial se generalizó el uso de condones, tanto en Estados Unidos como en Europa; junto con el coitus interruptus y la continencia se encuentra en la raíz de la baja fecundidad regisada durante la Depresión (Hímes, 19761. En los años treinta el lavado vaginal era también un método muy utilizado en Estados Unidos, si bien, como ya vimos en el Capítulo 4, su eficacia anticonceptiva es relativamente limitada. Su utilización indica en todo caso la existencia de una motivación en favor del control de la natalidad que podía concretarse en un mayor cuidado a la hora de evitar embarazos (por ejemplo. eludiendo las relaciones sexuales sin ninguna protección en la mitad del ciclo, cuando el riesgo de concepción es más alto). Se estima por otro lado que el porcentaje de mujeres que en esas fechas utilizaban algún método anticonceptivo fluctuaba entre el 42 y el 95 por 100 (Himes, 1976:343). Resulta interesante observar que el condón, como el coitus interruptus y la continencia, requiere la iniciativa o la cooperación del varón, cosa que no ocurre con la mayoría de los métodos modernos. Durante la Depresión la fecundidad alcanzó niveles Inferiores a los equivalentes al reemplazo generacional. Esto no ocurrió únicamente en Estados Unidos, pero en este país dicha brusca caída vino a culminar el descenso más prolongado de la fecundidad que el mundo, hasta ahora, ha conocido. Se trataba, sin duda. de una respuesta a la inseguridad económica del periodo, sobre todo si se tiene en cuenta que esta inseguridad se producía inmediatamente después de un período de

creciente prosperidad. El temor de una pérdida de posición social puede así haber constituído, con toda probabilidad, un motivo para mantener reducido el tamaño de la familia. La respuesta demográfica de muchas parejas norteamericanas fue aplazar su matrimonio y aplazar el tener hijos. Las encuestas Gallup realizadas a partir de 1936 indican que el tamaño medio ideal familiar era de tres hijos y que la mayoría de los norteamericanos quería tener entre dos y cuatro hijos. Así pues, parece que la gente tenía en la práctica menos hijos de los que en circunstancias ideales desearía poder tener. En 1933 la tasa de natalidad alcanzó su punto históricamente más bajo, ya que las mujeres de todas las edades, con independencia del número de hijos ya habido, redujeron su nivel reproductivo. Pero a partir de 1934 las tasas de natalidad correspondientes al primer y al segundo hijos aumentaron progresivamente (lo que reflejaba a las personas que se casaban y tenían familias pequeñas), mientras que las correspondientes al tercer y cuarto hijos siguieron disminuyendo (lo que reflejaba el aplazamiento de una familia más amplia) hasta aproximadamente 1940. Coincidiendo con la entrada en guerra de Estados Unidos, a finales de 1941 y en 1942, se produjo una subida momentánea de la tasa de natalidad (originada por la salida para el frente de los maridos), seguida de un estancamiento durante los años de guerra. El final de la Segunda Guerra Mundial coincidió con uno de los más espectaculares y menos esperados fenómenos demográficos de la historia norteamericana: el “baby boom”. El “Baby boom”: Resulta fácil de comprender que inmediatamente después de terminar una guerra, a medida que las familias y las parejas vuelven a estar reunidas, tenga lugar un aumento temporal de la tasa de natalidad, como recuperación del tiempo perdido. Y eso es lo que ocurrió tanto en Estados Unidos como prácticamente en todos los países implicados activamente en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, y de forma sorprendente, el "baby boom” en Estados Unidos no duró uno o dos años, sino doce años. Durante la década de 1950 la tasa de natalidad siguió aumentando y la tasa de fecundidad total pasó de 2,19 en 1940 a 3,58 en 1957, lo que supone un aumento de casi 1,5 hijos por mujer. Al “baby boom” contribuyó de forma importante el que tras la guerra las mujeres empezasen a casarse antes y a tener hijos más pronto, una vez casadas. Por ejemplo, en 1940 el primer hijo nacía por término medio cuando la madre tenía 23,2 años. Hacia 1960 dicha edad media había pasado a ser 21,8 años. Esto tuvo como consecuencia un mayor agrupamiento de nacimientos que, en años anteriores, se hubieran producido de forma más espaciada. Por otro lado, no sólo tenían las mujeres jóvenes hijos a edades más tempranas, sino que además las mujeres de más edad seguían teniéndolos a edades más avanzadas de lo hasta entonces usual, debido al menos en parte a que durante la Depresión y la guerra habían ido posponiendo su nacimiento. Tras la guerra muchas mujeres dejaron de posponer el tener hijos, incrementando así el número de nacidos en cada año. ¿Por qué tuvo lugar el “baby boom”?: No tenemos una respuesta definitiva para esta pregunta, pero la explicación ofrecida por Easterlin (1968. 1978), y que en el Capítulo 2 consideramos bajo el rótulo de «hipótesis de los ingresos relativos», tiene una amplia aceptación. El análisis de Easterlin parte del hecho de que en Estados Unidos el descenso a largo plazo de la tasa de natalidad presenta un perfil desigual, con un descenso más rápido en unas épocas que en otras. En concreto, la disminución resulta ser más lenta en los períodos de mayor crecimiento económico. Sencillamente, si un joven

encuentra fácilmente un trabajo bien pagado puede casarse y tener hijos; por el contrario, si encontrar trabajo es dificil tiene que posponer el matrímonio y los hijos. Resulta, por tanto, natural que se produjera el “baby boom” después de la guerra, dado que entonces la economía estaba creciendo rápidamente. Lo inusitado fue que la economía creció más rápidamente que en décadas anteriores y que la demanda resultante de mano de obra pudo ser satisfecha menos fácilmente que antes con la inmigración a consecuencia del fuerte carácter restrictivo de la legislación reguladora de la misma aprobada en los años veinte (véase Capítulo 7). Además, el número de jóvenes que buscaban trabajo era más bien pequeño como consecuencia de la baja natalidad de los años veinte y treinta. Por último, la demanda de mano de obra no podía ser cubierta con mujeres, dado el claro sesgo negativo respecto del trabajo de la mujer casada (y especialmente de la casada con hijos) existente entonces en Estados Unidos. En algunos estados existía incluso la prohibición legal de que las mujeres pudiesen desempeñar determinadas ocupaciones. Por Supuesto, había mujeres. sobre todo solteras, que trabajaban, pero las oporunidades que se les ofrecían eran limitadas. En consecuencia, la expansión económica, la restricción de la inmigración, la existencía de una mano de obra escasa, y la discriminación contra el trabajo de la mujer vinieron en conjunto a suponer que los jóvenes que buscaban trabajo podían encontrar con facilidad posiciones bien remuneradas, casarse pronto y tener hijos. De hecho el nivel de ingresos aumentó tan rápidamente en Estados Unidos tras la guerra y a lo largo de la década de 1950 que resultaba relativamente fácil para las parejas conseguir el estilo de vida al que estaban acostumbradas, o incluso al que podrían moderadamente aspirar, y seguir teniendo dinero bastante para tener varios hijos. Como ha indicado Campbell (1969), la tesis de Easterlin resulta coherente con la teoría del cambio y respuesta demográficos formulada por Davis. Según Davis. es el miedo a la privación relativa más que la amenaza de hambre o de privación total lo que constituye el estímulo subjetivo para la limitación de la fecundidad. El otro lado de la moneda es que, cuando la persona se siente más segura, el deseo de tener hijos puede volver a aflorar si las presiones pronatalistas siguen haciendo sentir su efecto. En 1958 la tasa bruta de natalidad y la de fecundidad general registraron un claro descenso en Estados Unidos. Este cambio en sentido descendente se prolongó hasta finales de los años sesenta. Al principio esta disminución se debió simplemente al hecho de que la pauta relativa al matrimonio temprano y al menor espaciamiento de los hijos tocó fondo. Por otro lado, el número de mujeres en edades fértiles disminuyó también a medida que el relativamente pequeño número de niñas nacidas durante los años de la Depresión fueron haciéndose adultas. En ese momento, a comienzos de la década de 1960, nada hacia pensar en la aparición de una tendencia hacia familias más pequeñas. El tamaño ideal familiar para los norteamericanos se había mantenido básicamente constante entre 1952 y 1966, en torno a valores de 3,3 y 3,6 hijos. Pero en 1967 Blake descubrió que en una encuesta nacional realizada el año anterior las mujeres jóvenes (es decir, las menores de 30 años) que indicaban dos hijos como el tamaño ideal de familia, eran más numerosas que en cualquier otra encuesta anterior desde principios de los años cincuenta. Este dato constituyó la primera prueba sólida de que el tamaño de familia deseado podría estar a punto de experimentar una reducción. Toda una serie de factores sociales y económicos parecían sugerir, por otro lado, que la fecundidad podría seguir decreciendo aún durante algún tiempo. La tasa de crecimiento económico, por ejemplo,

había disminuido y ya no había escasez de mano de obra. Como observó Norman Ryder: «En Estados Unidos las cohortes que ahora llegan a la edad adulta tienen mayor tamaño que sus predecesoras. En consecuencia crecieron en hogares más saturados de personas, asistieron a colegios desbordados de alumnos y amenazan ahora con inundar el mundo de trabajo. Quizá sus componentes tengan que posponer el matrimonio debido a la escasez de empleos o de viviendas, y tener un menor número de hijos. No constituye una coincidencia el que las cohortes de individuos que en Estados Unidos arrojan los niveles de fecundidad más altos de este siglo sean también aquéllas que tienen un tamaño más reducido». Entre el comienzo de la década de 1960 y la mitad de la de 1970 la edad media de las mujeres norteamericanas al contraer matrimonio aumentó ligeramente y el número de hijos nacidos en total a las mujeres de 20 a 24 años disminuyó de forma regular (llegando en 1971 a ser inferior en un 27 por 100 a la cifra correspondiente a 1960). El periodo comprendido entre 1967 y 1971 resultó especialmente dramático: entre esas dos fechas el número total de hijos a tener a lo largo de su vida por cada mil mujeres con edades de 18 a 24 años disminuyó de 2.852 a 2.375. Entre 1971 y 1977 siguió disminuyendo, si bien más lentamente, hasta alcanzar un valor de 2.137 para luego, en 1978, subir a 2.166 (US. Bureau of Census, 1979d). Las expectativas en cuanto a número total de hijos de las mujeres de más edad disminuyeron también de forma drástica entre 1967 y 1977, pero la disminución se produjo más tarde en su caso que en el de las mujeres jóvenes. Las parejas jóvenes fueron, por supuesto, las que se vieron más influidas por la situación descrita por Easterlin. Prácticamente todo el descenso de la fecundidad se debe a una disminución de la fecundidad matrimonial, básicamente como resultado de un uso más eficiente de los anticonceptivos y de un mayor recurso al aborto. A medida que la fecundidad ha disminuido lo ha hecho también el tamaño ideal de la familia. Los datos procedentes de encuestas Gallup recogidos por Blake (1974) indican, por ejemplo, que lá proporción de mujeres blancas menores de 30 años que consideran dos hijos como el número ideal pasó de ser sólo el 16 por 100 en 1957 a ser el 57 por 100 en 1971. En 1978 más de la mitad de todos los norteamericanos entrevistados por la organización Gallup consideraba que dos hijos, o menos, constituía el tamaño ideal de la familia (si bien la mayoría correspondía a quienes contestaban «dos, y no a quienes indicaban que menos de dos»). Al reducirse el tamaño ideal de la familia se produce una erosión del apoyo a las familias grandes. En efecto, en 1945, recién acabada la Segunda Guerra Mundial, el 47 por 100 de los norteamericanos entrevistados consideraba ideal el número de cuatro o más hijos; en 1978 sólo el 17 por 100 expresaba esta opinión. Esta cifra seguía siendo, pese a todo, más alta que la correspondiente a Europa (donde sólo el 10 por 100 indicó como ideal ese tamaño de familia), pero más baja que la encontrada por Gallup en el Lejano Oriente (35 por 100), en América Latina (39 por 100) o en Africa (79 por 100). Desde 1976 la tasa bruta de natalidad ha vuelto de nuevo a registrar un lento aumento, pasando de 14,6 nacimientos por cada mil habitantes en 1976 a 15.5 en 1979 (National Center for Health Statistics, 1979). La tasa de nupcialidad ha experimentado asimismo un incremento, lo que parece sugerir que nos hallamos ante una oleada de nuevos matrimonios (muchos de ellos probablemente pospuestos en años anteriores) y una correspondiente potencial remesa de primeros hijos. No está sin embargo aún claro que se trate simplemente de un mero efecto óptico producido por miembros de la

generación del baby boom o que, por el contrario, suponga la iniciación de un ciclo ascendente ocasionado por el menor tamaño de las cohortes posteriores al baby boom. RESUMEN Y CONCLUSIONES La alta fecundidad es explicada frecuentemente como resultado de la necesidad de asegurar el reemplazo de la sociedad, lo cual a nivel individual se manifiesta por medio de una amplia variedad de presiones pro-natalistas (como, por ejemplo. el deseo de tener hijos varones, o la necesidad de tener hijos que proporcionen brazos a la familia, y protección en la vejez). Por otro lado, la alta fecundidad puede persistir incluso después del descenso de la mortalidad como resultado de la situación de ambivalencia derivada de las recompensas sociales por tener muchos hijos, por un lado, y de la carga que éstos representan, por otro. En la India, Ghana y Kuwait la alta fecundidad puede ser explicada en base a las presiones pro-natalista y al no existir motivo alguno para variar de comportamiento. Las personas esperan (y reciben) presiones de los otros para que tengan hijos, incluso en países de baja fecundidad como Estados Unidos. Por esta razón resulta a menudo dificil que la fecundidad disminuya cuando la mortalidad decae. Si el matrimonio y la procreación confieren prestigio cuando la mortalidad es elevada, ¿por qué no habrían de hacerlo cuando ésta es baja? El cambio de las normas sociales, en respuesta a los cambios en el entorno, puede ser lento, ya que el lazo de unión existente entre los niveles de mortalidad y de fecundidad no suele ser objeto de reconocimiento explícito y consciente. Las teorías explicativas de la baja fecundidad enfatizan el papel de la riqueza y del desarrollo económico en la reducción de los niveles de fecundidad, si bien parece claro que esos dos factores, por sí solos, no constituyen razón suficiente para una disminución de la fecundidad. Cuando existen recursos escasos y deseados, la riqueza, el prestigio. la posición, la educación y otros factores relacionados con éstos contribuyen a menudo a hacer que disminuya la fecundidad, pues contribuyen a cambiar la forma en que las personas perciben y evalúan el mundo social y su lugar en él. Los seres humanos tienen una sorprendente capacidad de adaptación cuando se lo proponen. Cuando las personas creen que no tener hijos, o tener pocos, es lo que más les interesa, se conducen de forma que consiguen no tener, o tener pocos, hijos. La existencia de técnicas anticonceptivas refinadas hace que esto resulte más fácil, pero no son imprescindibles, como lo demuestra la historia del descenso de la fecundidad en Inglaterra. Japón y Estados Unidos. A lo largo del tiempo muchas sociedades han demostrado que el nivel de fecundidad puede ser reducido si los individuos así se lo proponen; hasta hace muy poco, sin embargo, no hemos tenido la misma fortuna a la hora de controlar la fuerza de la mortalidad. Durante prácticamente toda la historia de la humanidad, las personas han estado a merced del entorno físico. Sólo en los últimos cien años los humanos hemos aprendido a controlar el riesgo de fallecer. El próximo capitulo analiza las teorías y los hechos relativos a la mortalidad.

CAPÍTULO 6 Mortalidad Componentes de la mortalidad Duración de la vida. Longevidad. Factores sociales. Causas de la mortalidad Degeneración. Enfermedades contagiosas. Productos del entorno económico y social. La medición de la mortalidad La tasa bruta de mortalidad. Tasas de mortalidad específicas por sexo y edad. Diferencias en la mortalidad por clase social Ocupación. Ingresos\educación. Raza y etnia. Diferencias en la mortalidad según estado civil Diferencias en la mortalidad por sexo Diferencias en la mortalidad por edad Mortalidad infantil. Mortalidad de los adultos jóvenes. Mortalidad en edades superiores. DOCUMENTO Mortalidad y el coste de los residencias de ancianos. Diferencias en la mortalidad entre zonas urbanas y rurales. Pautas y niveles de mortalidad. Europa y Estados Unidos. Países menos desarrollados. Resumen y conclusiones MORTALIDAD El factor que se encuentra en la raíz del actual crecimiento de la población mundial es el descenso de la mortalidad, no el aumento de la fecundidad. Prácticamente en el curso de nuestras vidas se ha logrado un tal control de la mortalidad que la mayoría de nosotros tiende hoy a dar por supuesto que disfrutará de una larga vida. De hecho, cada vez son más las personas, en el mundo, que alcanzan una larga existencia: estamos sobreviviendo en cantidades sin precedente. El triunfo de la humanidad sobre la enfermedad y la muerte representa. sin lugar a dudas, una de las más significativas mejoras jamás realizadas en las condiciones de la existencia humana, y en ese sentido podemos con razón sentirnos orgullosos. Sin embargo, una secuela de nuestro triunfo es el actual crecimiento de la población mundial y de los problemas asociados al incremento demográfico. Por otro lado, estos problemas seguirán

aumentando, pues aunque la mortalidad está cada vez más controlada siguen existiendo, entre diferentes partes del mundo y entre diferentes grupos sociales dentro de cada pais, amplias diferencias en cuanto a esperanza de vida. Estas diferencias representan una reserva potencial de crecimiento poblacional, ya que nuevos descensos en la tasa de mortalidad desencadenarán tasas aún mayores de aumento de la población, a no ser que logremos reducir la fecundidad. Hubo un tiempo en que la creencia de que las diferencias en la tasa de mortalidad eran de naturaleza genética o biológica, y por tanto difíciles de cambiar, estaba ampliamente extendida. Hoy sabemos, por el contrario, que la mayor parte de tales variaciones tienen un origen social y no biológico. El presente capítulo comienza desarrollando esta cuestión a partir del examen de las diferencias entre los componentes biológicos y sociales de la mortalidad. Pasaremos, tras ello, a indagar por qué fallece la gente, es decir, cuáles son las causas específicas de la mortalidad. A continuación, tras una breve explicación acerca de los instrumentos de medición de la mortalidad, pasaremos a constatar quiénes son los que fallecen: ¿en qué medida las causas de la mortalidad afectan, de forma diferencial, a las personas de distinta edad, sexo o categoría social? Una vez establecida así la base que permita la comprensión de la mortalidad como proceso demográfico básico procederemos, por último, a examinar el impacto de ésta sobre el crecimiento demográfico, considerando las pautas y niveles que la mortalidad presenta en Europa, Estados Unidos y en las naciones menos desarrolladas del mundo. COMPONENTES DE LA MORTALIDAD Existen dos aspectos biológicos en la mortalidad. El primero es la duración de la vida y se refiere a la edad máxima que los seres humanos pueden alcanzar. El segundo es la longevidad y se refiere a la capacidad para sobrevivir de un año a otro, es decir la capacidad de hacer frente a la muerte. La duración de la vida es un fenómeno casi enteramente biológico mientras que la longevidad tiene componentes tanto sociales como biológicos. Duración de la vida La duración de la vida, recordémoslo, alude al tiempo máximo que una persona puede vivir. Con frecuencia oímos de personas que dicen haber alcanzado una edad muy avanzada, pero por lo general se trata de afirmaciones de difícil comprobación. La edad más alta jamás alcanzada por un ser humano de la que se tiene plena confirmación es de 114 años, y fue conseguida por Pierre Jourbert, un fabricante de botas franco-canadiense fallecido en 1814. En 1979 un ex-esclavo llamado Charlie Smith falleció, en Estados Unidos, a la edad d 137 años, según él. Afirmaba, en efecto, haber nacido en Liberia en 1842 y haber sido llevado a los Estados Unidos en 1854, pero no hay forma de comprobar estos datos. El procedimiento usualmente seguido para verificar la edad de las personas con muchos años para las que no existe certificación de nacimiento consiste en buscar en las hojas censales información sobre ellas a edades más tempranas. En Estados Unidos dichas hojas censales están disponibles en microfilm en los Archivos Nacionales, en Washington D.C. Sin embargo, Charlie Smith tenía un nombre tan corriente y había cambiado tantas veces de domicilio que resultó imposible localizarle en los registros censales (Meyers, 1978).

Cabe a menudo sospechar que las personas ancianas exageran su edad. En un fascinante alarde de investigación detectivesca. Meyers logró desempolvar viejos datos censales que demostraban que un hombre de Pennsylvania, fallecido en 1866 a la supuesta edad de 112 años, había de hecho “envejecido” 27 años en la década transcurrida entre los censos de 1850 y 1860, y otros ocho años en el período de tan sólo seis años que separó el censo de 1860 de su fallecimiento. Claramente, se trataba de una exageración. Pruebas más recientes de exageraciones formuladas por centenarios norteamericanos han sido aportadas por Rosenwaike (1979), quien ha encontrado significativas discrepancias entre las edades recogidas en los certificados de defunción y las edades recopiladas en los censos. En 1975 fallecieron en Estados Unidos dos mujeres con edades de 120 años o más, según sus certificados de defunción (National Center for Health Statisties, 1976) pero, al menos que yo sepa, sus edades no han sido comprobadas con los correspondientes certificados de nacímiento. Otro tanto ocurre con ocho personas más que fallecieron en Estados Unidos, en 1975, a edades supuestamente superiores a los 114 años. En el futuro puede que la tecnología médica haga que los límites de la supervivencia humana se sitúen en edades más avanzadas. Sin embargo, la proporción de personas susceptibles, en la práctica, de acercarse a ese límite máximo de edad depende de una combinación de factores biológicos y sociales designados, en su conjunto, con el término longevidad, es decir, la capacidad de resistir a la muerte. Longevidad Factores biológicos: La longevidad está influida por las características genéticas con las que nacemos. La resistencia de los órganos vitales, la predisposición a determinadas enfermedades, la tasa de metabolismo, etc., son factores biológicos sobre los que, por el momento, tenemos poco control. Ahora bien, muchas de las debilidades biológicas más agudas tienden a manifestarse poco tiempo después del nacimiento y, en consecuencia, la mortalidad es considerablemente más elevada en el primer año, más o menos, de vida que en el resto de la infancia o juventud. Tras el año de vida inicial viene un periodo, que por lo general dura como mínimo hasta la edad media, en el que el riesgo de defunción es relativrnente bajo. Más allá de la edad media la mortalidad experimenta una acelerada tasa de erecimíento. Esta pauta de variación de la mortalidad según la edad es similar tanto si las tasas de mortalidad son altas como si son bajas. Los aspectos genéticos o biológicos de la longevidad han llevado a muchos teóricos, a lo largo de los años, a creer que las pautas de longevidad según la edad podían ser explicadas mediante una simple fórmula matemática, similar quizá a la ley de la gravedad o a otras leyes de la naturaleza. Sin embargo ninguna de estas teorías ha logrado demostrar su validez o su utilidad. Pese a la importancia que sin duda tienen nuestras debilidades y fortalezas biológicas, lo cierto es que los niveles reales de mortalidad correspondientes a cada sexo y edad en cada sociedad resultan estar en relación con los factores sociales que rigen el acceso a, y el uso de, las medidas sanitarias preventivas y curativas. Factores sociales El caso de la población abjasiana, en Rusia, constituye un buen ejemplo de cómo las influencias

sociales afectan a la longevidad. Los abjasianos viven en la región montañosa del Cáucaso y han sido recientemente objeto de considerable atencion ya que se considera que constituyen el pueblo de más larga vida en todo el mundo. Aunque sólo unos pocos de los que se dicen centenarios pueden demostrar serlo, resulta claro que, en promedio, los abjasianos viven más que la mayoría de los restantes habitantes del planeta. ¿Cuál es su secreto? Según el antropólogo Sula Benet que los ha estudiado recientemente, la longevidad de los abjasianos resulta de: «los factores culturales, sociales y psicológicos que estructuran su existencia, entre los que destacan la uniformidad y predictibilidad tanto del comportamiento individual como del grupal, la ausencia de rupturas en la actividad vital y la integración de los individuos de más edad en la vida familiar y comunitaria como miembros activos en el trabajo, en la toma de decisiones y en las distracciones. Y no resultan menos importantes las expectativas. culturalmente reforzadas, de una larga vida con buena salud así como los mecanismos utilizados para evitar el stress y la inexistencia de conflicto intergeneracional» (Benct, 1974:103). Así pues, Benet considera que la ausencia de stress social combinada con una motivación positiva hacia la vida derivada del respeto de que disfrutan los ancianos explica en buena medida la longevidad de los abjasianos. El pueblo ecuatoriano de Vilcabamba ha sido, asimismo, descrito como especialmente longevo. Los expertos médicos han atribuido la larga vida de que, en general, disfruta ese grupo de ecuatorianos a la altitud (1.550 metros), a la dieta (baja en grasas) y a la limpieza del aire y del agua. Además, la organización de la vida social presenta allí rasgos llamativamente similares a los encontrados entre los abjasianos. La vida es simple, básicamente carente de cambios y la gente permanece activa, física y mentalmente, mucho más allá de las edades de jubilación de los países industriales. Marún (1976:1 1) señala que los habitantes de Vileabamba «parecen libres de todo miedo y ansiedad. Integrados en la naturaleza y sintonizados con su entorno, apenas si saben de padecimientos físicos o mentales». Otros ejemplos del modo en que los procesos sociales y psicológicos parecen influir sobre la mortalidad han sido aportados por David Phillips. En el primero de una serie de estudios sobre el suicidio, Phillips (1974) encontró que este tipo de mortalidad tiende a aumentar cada vez que el suicidio de algún personaje famoso es objeto de amplia difusión. Sencillamente, hay individuos que hasta para morir «siguen al lider». Y lo hacen en casos aún más chocantes que el del suicidio. En efecto, en estudios posteriores PhllIlps encontró que el número de accidentes automovilísticos mortales (especialmente los referidos a un solo automóvil con una sola persona) aumenta tras la divulgación, en los medios de comunicación, de suicidios (Phillips, (9771 y que, por increíble que parezca, los accidentes mortales de avionetas particulares aumentan también cada vez que la prensa dedica una atención destacada a un crimen o a un suicidio. Resulta así que «los reportajes sobre crímenes o suicidios provocan posteriores crímenes o suicidios, algunos de los cuales se camuflan como accidentes aéreos» (Phillips, 1978:748). Es, por supuesto. más fácil morir que resistir a la muerte y esto añade interés a otra dimensión de las investigaciones de Phillíps. Este, en efecto, encontró que existe una tendencia, en las personas que se encuentran al borde de la muerte, a aplazar su defunción hasta después de algún acontecimiento especial, fundamentalmente un cumpleaños. Las conclusiones de Phillips tienen el suficiente interés como para que merezca la pena citarlas en detalle: «Hemos llegado a dos conjuntos de datos que

encajan con la idea de que algunas personas aplazan su defunción porque lograr llegar a una determinada fecha de cumpleaños resulta importante para ellas. En efecto, en cuatro muestras distinlas hemos hallado una caída en la mortalidad en el mes anterior al del cumpleaños y un aumento de la misma en el mes inmediatamente posterior. Hemos observado tambien la existencia de una relacion clara entre la fama de los componentes de un grupo y el tamaño de dichos descensos y aumentos de la mortalidad: cuanto más famoso el grupo mayores los descensos y aumentos en las defunciones que e producen. Estos resultados podrían deberse al azar, pero la posibilidad es lo suficientemente pequeña como para hacernos preferir una explicación alternativa. Existen indicios de que algunas personas aplazan su fallecimiento también para llegar vivos a acontecimientos distintos de su cumpleaños. En la ciudad de Nueva York, por ejemplo, que cuenta con una amplia población judía, se producen menos fallecimientos de los estadísticamente esperables inmediatamente antes del día en que se celebra la festividad judia de la expiación. Por otro lado, tenemos que en Estados Unidos se registra, generalmente, un descenso del número de defunciones justamente antes de cada elección presidencial (Phíllíps. 1972:651). Estos ejemplos ilustran algunas de las formas más extremas en que los factores sociales pueden incidir sobre la mortalidad. Sin embargo, normalmente los factores sociales tienen una influencia menos directa. En general, distintas pautas de organización social dan lugar a niveles distintos de protección ambiental contra la enfermedad y la muerte. Por ejemplo, en la ciudad surafricana de Johanesburgo la tasa de mortalidad por tuberculosis entre la población Bantú o negra era, en 1965, de 48 por 100.000. En esa misma ciudad y en ese mismo año la lasa de mortalidad por tuberculosis entre la población europea o blanca era de 4 por 100.000 (Boyden. 1972:418). Esta disparidad se explica en función de las diferencias en cuanto a condiciones sanitarias generales y en cuanto a posibilidades de diagnóstico y tratamiento médico. Existe una considerable variación, a lo largo y ancho del mundo, en cuanto a Iongevidad. En la medida en que los factores sociales influyen sobre las causas especificas de defunción (esto es, sobre las variables intermedias de la mortalidad, análogas, en este terreno, a las variables intermedias estudiadas en el Capítulo 4 con respecto a la fecundidad) cabe decir que los factores sociales se encuentran en la raíz de tales diferencias. CAUSAS DE LA MORTALIDAD En lineas generales, existen tres razones principales por las que las personas fallecen: 1) degeneran, 2) mueren por enfermedades que son transmitidas de unas personas a otras (enfermedades contagiosas); y 3) mueren por efecto de determinados productos del entorno económico y social. Degeneración El término degeneración alude al deterioro biológico de un organismo. En realidad se trata de un concepto demasiado vago para ser útil como causa de mortalidad, ya que dicho deterioro tiende a constituir un proceso gradual y, al menos en la medicina norteamericana, suele ser incluido dentro de la categoría de enfermedades crónicas. Las principales enfermedades crónicas asociadas con la degeneración orgánica son, en orden de importancia en cuanto a causa de mortalidad, las sigulentes:

enfermedades cardio-vasculares o del corazón, cáncer, apoplejía, arterioesclerosis, diabetes mellitus, cirrosis hepática, hipertensión y úlcera de estómago y de duodeno. La American Public Health Association (Asociación Americana de Salud Púbilca) define como enfermedad crónica a toda alteracion o desviacion del estado normal que tenga una o más de las sguientes características: ser permanente, estar causada por alteraciones patológicas no reversibles, requerir que el paciente se someta a rehabilitación, o rquerir. en principio, un largo período de supervisión, observación y atención. (BIum y Keranen 1966). No todas las enfermedades crónicas son debidas a un proceso degenerativo ni, por supuesto son necesariamente mortales. No obstante, la degeneración es tratada como una enfermedad aun cuando pueda ser resultado del deterioro natural e irrevocable de órganos o funciones corporales. En los Estados Unidos, en 1975, las enfermedades crónicas produjeron casi tres cuartas partes del total de fallecimientos registrados. Las enfermedades del Corazón, por sí solas, ocasionaron el 38 por 100 de todas las defunciones, mientras que el cáncer originó el 19 por 100. Debo indicar que por extraño que suene, el cáncer (neoplasmas malignos) no resulta fatal en la mayoría de los casos, en términos estrictamente técnicos. Tales neoplasmas se alimentan a expensas del resto del cuerpo con lo que nl individuo va adelgazando y perdiendo salud. Un estudio realizado en Búfalo y Nueva York en 1974 por Ambrus y otros investigadores puso de relieve que la principal causa de fallecimiento entre pacientes de cáncer la constituían infecciones causadas por bacterias resistentes a los antibióticos, seguidas por fallos respiratorios, hemorragias o trombosis e insuficiencia cardiovascular (Setence, 1974). Enfermedades contagiosas Las enfermedades contagiosas (conocidas también como enfermedades infecciosas) son aquéllas que pueden ser transmitidas de unas personas a otras. Este tipo de enfermedades dependen hasta tal punto del contacto humano que la Organización Mundial de la Salud ha expresado la sugerencia (quizá un tanto peregrina) de que si cada persona en el mundo llevase puesta durante un mes en sus contactos con otra gente una mascarilla de cirujano la gran mayoría de las enfermedades contagiosas sería eliminada. En 1979 se consiguió una importante victoria contra las enfermedades contagiosas con la eliminación, a escala mundial, de la viruela. Transcurridos dos años sin que se produjera ningún caso de esta enfermedad (siendo de señalar que la Organización Mundial de la Salud había ofrecido una recompensa de mil dólares a quien notificase un caso de viruela) los expertos de la O.M.S. declararon esta enfermedad oficialmente erradicada. Las principales enfermedades contagiosas, en orden de importancia en cuanto a su influencia en la mortalidad en los Estados Unidos, son: neumonía, tuberculosis, gripe, sífilis y hepatitis infecciosa. Ahora bien, la lista de enfermedades contagiosas potencialmente mortales que solía prevalecer en Estados Unidos y en otros paises desarrollados antes de ser controladas por la medicina era mucho más larga. Muchas de esas enfermedades constituyen aún, por otro lado, causas importantes de defunción en las naciones menos desarrolladas. Es el caso, por ejemplo, y en orden alfabético, del cólera, de la difteria, de la encefalitis, de la malaria, de la meningitis, de a poliomielitis, de la rubeola, del sarampión, del tétanos, del tifus, de la tosferína y de la varicela. En Estados Unidos, país en el que las condiciones sanitarias y de higiene personal son buenas y en el que la densidad poblacional

es razonablemente baja en conjunto, los fallecimientos debidos a enfermedades infecciosas representan menos del 5 por 100 del total (siendo en todo caso de resaltar que la neumonía causa, por sí sola, más de dos tercios de tales fallecimientos). Productos del entorno económico y social Es generalmente aceptado que los humanos introducen en su entorno, de forma regular. productos contaminantes y químicos que, según se sabe, aceleran el proceso de deterioro biológico. Resulta a veces desalentador para la gente descubrir que muchos productos, diseñados para mejorar la salud o hacer la vida más fácil, pueden producir cáncer. Un ejemplo concreto reciente es el de la ropa sometida a tratamiento anti-combustión, concebida para reducir el riesgo de quemaduras, sobre todo en los niños, en caso de incendio. Blum y Ames ( 1977) han aportado pruebas de que algunos de los productos químicos antí-combustión, pueden originar cáncer si son ingeridos por las personas (como es, por ejemplo, el caso de los niños pequeños que usan pijamas tratados con tales productos y pueden meterse en la boca, o chupar, parte de los mismos). Por otro lado, dichos productos químicos pueden ser absorbidos por la piel. Además, cuando los objetos impregnados con tales productos son arrojados a la basura puede darse lugar a que terminen introduciéndose en el ciclo de producción de alimentos, causando así daños aún mayores (BIum y Ames, 1977. Véase el Capítulo 11 para más información sobre este tema). Parece así como si el progreso en el control de la mortalidad se realizara, cada vez más, en sentido lateral (y no hacía adelante): es decir, cambiando un problema por otro más que mejorando realmente nuestro nivel general de salud. Existe una causa de defunción que no guarda relación con enfermedad alguna: la muerte accidental. Cada vez que una persona fallece en accidente automovilístico, o resbala y se mata en la bañera o es asesinada por un atracador. esa muerte puede ser atribuida al entorno económico y social. Se trata, en efecto, de fallecimientos que podrían producirse Incluso en ausencia de toda enfermedad o degeneración orgánica. Los únicos tipos de accidentes no atribuibles directamente al entorno económico-social son los debidos a fenómenos naturales tales como inundaciones, tornados, avalanchas, terremotos y otros. Sin embargo. en la mayoría de tales casos las defunciones pueden ser atribuidas a la aceptación por parte de los individuos de un determinado riesgo, por mucho que el certificado de defunción especifique que ésta se produjo por asfixía o ahogamiento. Por ejemplo. cuando se produce un terremoto la gente muere no por el temblor de tierra en sí, sino porque es aplastada por los edificios que no logran resistir su impacto. Y sin embargo siguen levantándose y ocupándose edificios construidos muy cerca (y en algunos casos justo encima) de lugares por donde se sabe que pasa una línea de falla. De modo similar. en las inundaciones no suelen perecer sino quienes, imprudenmente, levantan sus casas en zonas de inundación o en ugares poco seguros. Los tornados, por su parte, no suelen causar víctimas sino entre quienes no toman precauciones y por la razón que sea, no encuentran un sótano, una zanja o un terraplén en que guarecerse. En los Estados Unidos aproximadamente el 5 por 100 de todas las defunciones son accidentales, constituyendo los accidentes automovilísticos la partida principal. Antes de pasar a analizar las diferencias en los niveles de mortalidad resulta necesario considerar los métodos generalmente utilizados para medir la mortalidad.

LA MEDICIÓN DE LA MORTALIDAD Al medir la mortalidad lo que hacemos es intentar estimar la fuerza de la mortalidad, es decir, la medida en que la gente es incapaz de vivir su máximo posible biológico. La posibilidad de realizar mediciones acertadas varía en función de la cantidad de información disponible y, en consecuencia, las medidas de la mortalidad difieren considerablemente en su grado de refinamiento (como ocurría con las medidas de la fecundidad. Véase Capítulo 4). La medida de la mortalidad menos refinada y más comúnmente citada es la tasa bruta de mortalidad, que es el equivalente directo, en este terreno de la tasa bruta de natalidad. La tasa bruta de mortalidad La tasa bruta de morlalidad (TBM) es el número total de fallecimientos registrados en un año dividido por la media de la población total. Se le denomína “bruta” porque no toma en consideración las diferencias, en cuanto al riesgo de defunción, existentes según la edad y el sexo. No obstante es usada con gran frecuencia, pues su cálculo sólo requiere dos tipos de datos (el total de fallecimientos y el total de población) que a menudo pueden ser estimados con un grado de aproximación razonable, aun en ausencia de censos (siempre costosos) o de sistemas de registro del movimiento natural de la población. Las diferencias en las TBM correspondientes a dos países pueden deberse, por entero, a diferencias en la distribución por edad de sus respectivas poblaciones, aun cuando la fuerza de la mortalidad sea realmente la misma en ambos casos. Así, si una población cuenta con una alta proporción de viejos, su tasa bruta de mortalidad será mayor que la de una población con una alta proporción de adultos jóvenes, aun cuando en cada edad las probabilidades de fallecimiento sean idénticas en ambas poblaciones. A este respecto la diferencia entre la tasa bruta de mortalidad correspondiente a Berlin occidental y la correspondiente a Alemania occidental en 1967 constituye un buen ejemplo. En Berlín occidental la TBM era de 18, mientras que en Alemania occidental era de 11, lo que parecía sugerir que en Berlín-oeste la mortalidad era superior en un 64 por 100 a la de Alemania federal. Sin embargo, en ambos lugares una niña recién nacida tenía casi un 90 por 100 de probabilidades de vivir hasta los 55 años. Así pues, la fuerza de la mortalidad era idéntica, pero la tasa bruta de mortalidad se veía influida por el hecho de que en Berlín-oeste el 21 por 100 de la población tenía 65 años o más, mientras que en Alemania occidental este porcentaje era tan sólo del 12 por 100. Un ejemplo distinto lo proporciona la comparación entre Estados Unidos y Méjico en 1966. En esa fecha los dos países tenían la misma tasa bruta de mortalidad: nueve fallecidos por cada mil habitantes. Sin embargo en Méjico una niña recién nacida tenía una esperanza de vida inferior en 11 años a la de una recién nacida norteamericana. Lo que ocurría es que la alta tasa de natalidad de Méjico había dado lugar a una estructura de edades con altas proporciones de adultos jóvenes que contribuía así a rebajar la tasa bruta de mortalidad. Para poder captar las diferencias en la mortalidad por edad (y por sexo) tenemos que calcular las tasas de mortalidad específicas por sexo y edad. Tasas de mortalidad específicas por sexo y edad

Para medir la mortalidad en cada edad y en cada sexo hemos de contar con un sistema de registro de datos vitales que nos proporcione el número de fallecimientos por edad y sexo así como con datos censales que nos permitan estimar el número de personas en cada sexo y categoría de edad. La tasa de mortalidad específica por sexo y edad (TMESE) consiste en el número de personas fallecidas. en un año determinado, en una determinada edad (usualmente, entre las edades X y X+5) dividido por el número medio de personas en esa edad existentes en la población. En los Estados Unidos, en 1964, la TMESE para los varones con edades entre 65 y 69 años era de 0.042 (O si multiplicamos por mil, de 42 por 1.000) mientras que para las mujeres era de 0,022, es decir, casi la mitad. En 1900 la TMESE para los varones de 65 a 69 años era de 0,050 y para las mujeres de esas mismas edades de 0,055. Vemos así cómo en 64 años las tasas de mortalidad de los varones de 65 a 69 años se han reducido, en Estados Unidos, tan sólo en un 16 por 100, mientras que las de las mujeres de esa edad lo han hecho en un 50 por 100. A menudo resulta incómodo o complicado comparar, año a año, la mortalidad. De ahí la conveniencia de contar con un índice único que resuma la experiencia de mortalidad de una población teniendo al mismo tiempo en cuenta su composición por sexo y edad. Un índice de este tIpo muy utilizado es la esperanza de vida al nacer. Esta medIda se deduce de las tablas de mortalidad (que es un instrumento estadístíco relativamente complicado que quien esté interesado puede hallar en apéndice al final de este volumen). Por el momento lo que nos importa es saber que la esperanza de vida al nacer es la edad medía de fallecimiento para un grupo hipotético de personas nacidas en un año determinado y sujetas a los riesgos de mortalidad experimentados por los individuos de cada edad a lo largo de ese mismo año. (Sl nos paramos a pensarlo veremos que se trata de una medida similar, conceptualmente, a la tasa total de fecundidad ya examinada como medida refinada de la fecundidad en el Capítulo 4). La esperanza de vida al nacer de 77 años correspondiente, en 1976, a las mujeres norteamericanas no significa que esa fuera la edad media de las mujeres fallecidas en dicho año. Lo que significa es que si todas las mujeres nacidas en Estados Unidos en 1976 tuviesen a lo largo de su vida las mismas probabilidades de defunción que las registradas en dicho año por cada grupo específico de edad, entonces su edad media de fallecimiento sería de 77 años. Por supuesto, algunas de ellas habrían muerto en la infancia, mientras que otras habrían llegado a los 114 años. En todo caso, lo que las tasas de mortalidad específicas por edad correspondientes a 1976 implican es una edad media de fallecimiento de 77 años. Una vez consideradas las principales causas de defuncion y los metodos mas frecuentes para medir los niveles de mortalidad, podemos proceder a analizar algunos importantes factores sociales asociados con diferentes causas de defunción y con niveles de mortalidad correspondientemente diferentes: es el caso de las diferencias de mortalidad por clase social, raza o etnia, estado civil y carácter rural o urbano o lugar de residencia. Además, examinaremos otras dos importantes caracteristícas que influyen en la mortalidad: la edad y el sexo. DIFERENCIAS EN LA MORTALIDAD SEGÚN LA CLASE SOCIAL Las diferencias en la mortalidad según la clase social constituyen una de las desigualdades más omnipresentes en las sociedades modernas y, sin embargo, apenas si existen estudios sobre el tema.

Ello es debido, fundamentalmente, a la díticultad de obtener los datos precisos. Los certificados de defunción, en efecto, rara vez contienen información sobre la ocupación del difunto, y prácticamente nunca sobre su nivel educativo o de ingresos; y cuando contienen datos referidos a la ocupación, en la mayor parte de los casos indican simplemente jubilado o ama de casa, sin proporcionar ninguna otra pista sobre su status social. Ello hace que para conseguir datos sobre las probabilidades de defunción de los miembros de distintos estratos sociales sea preciso recurrir a estrategias más indirectas. El principal método utilizado es la comparación de registros, como por ejemplo en el estudio de Kitagawa y Hauser (1973) referido a Estados Unidos. El único otro país para el que existen datos razonablemente comparables es Inglaterra. Esta estrategia de la comparación de registros consiste en relacionar los certificados de defunción correspondientes a las personas fallecidas en un año censal con la información censal obtenida sobre dichas personas antes de su fallecimiento. La edad y la causa del fallecimiento se obtienen del certificado de defunción, mientras que los datos censales proporcionan información sobre la ocupación, educación, ingresos, estado civil y raza. Ocupación Los datos disponibles tanto para Estados Unidos como para Inglaterra indican que cuanto mayor es el nivel de prestigio ocupacional de un grupo, menor su tasa de mortalidad. Entre los varones norteamericanos blancos fallecidos en 1960 entre las edades de 25 y 64 años, las tasas de mortalidad de los obreros superaban en un19 por 100 a la media, mientras que las de los profesionales eran inferiores en un 20 por 100 a la media (Kitagawa y Hauser, 1973). No deja de ser interesante que las tasas de mortalidad más bajas se registrasen entre los trabajadores agrícolas: eran inferiores en un 24 por 100 a la tasa media correspondiente al conjunto de los varones activos. Kitagawa y Hauser agruparon asimismo a los varones en categorías ocupacionales más amplias, encontrando que la mortalidad de los trabajadores de cuello blanco era inferior en un 8 por 100 a la media, mientras que la de los trabajadores manuales superaba a la media en un 7 por 100. Para Inglaterra, Benjamín (1969) ha reunido información de este mismo tipo referida a las diferencias en la mortalidad, en 1951, según la ocupación. Agrupó las ocupaciones en cinco niveles de clase social y encontró que en la clase más elevada las tasas de mortalidad eran inferiores en un 2 por 100 a la media, mientras que superaban a ésta en un 18 por 100 en la clase más baja. En la clase intermedia las tasas de mortalidad superaban en un 1 por 100 a la media. Dado que estos datos se referían a varones, Benjamín pensó que podrían estar reflejando riesgos laborales más que aspectos más generales inherentes a los estilos de vida de las distintas clases sociales. En consecuencia, procedió a comprobar los niveles de mortalidad de las mujeres, no expuestas a los riesgos laborales de sus maridos. Utilizando a las esposas como grupo de control Benjamín pudo detectar las ocupaciones claramente peligrosas para la salud de los varones. Por ejemplo, en Inglaterra, en 1951, los sopladores de arena y de vidrío tenían tasas de mortalidad sustancíalmente superiores a la medía, mientras que las tasas de mortalidad de sus esposas sólo superaban ligeramente la media. No obstante, en general, Benjamin encontró que 105 niveles de mortalidad de las mujeres presentaban la misma pauta que los de los maridos. Al examinar las causas de defunción según la clase social, Benjamín encontro que en las clases sociales más bajas los fallecimientos debidos a enfermedades contagiosas eran más frecuentes. Por

ejemplo, entre los varones activos con edades entre 20 y 64 años las tasas de mortalidad por tuberculosis, bronquitis y neumonía eran entre dos y tres veces superiores en la clase social más baja que en la más alta. Por otro lado, las tasas de mortalidad por enfermedades crónicas tales como trastornos coronarios, cirrosis hepática, diabetes y apoplejía eran uniformemente más elevadas en las clases sociales más altas que en las más bajas. Los aspectos más importantes de la ocupación y de la clase social que guardan relación con la mortalidad son, incuestionablemente, el nivel de ingresos y el nivel educativo: el nivel de ingresos porque permite comprar protección contra (y cura para) las enfermedades, y el nivel educativo porque ayuda a conocer las formas de minimizar el riesgo de contraer enfermedades. Ingresos y educación Existe una llamativa relación, en Estados Unidos, entre el nivel de ingresos y el de mortalidad. Los datos de Kitagawa y Hauser, referidos a 1960, muestran claramente que cuanto más elevados los ingresos, más baja la mortalidad. En las famílias blancas, las tasas de mortalidad de los varones con edades entre 15 y 64 años y con ingresos anuales de 10.000 dólares o más son casi la mitad de las correspondientes a los varones de esas mismas edades pero con ingresos inferiores a 2.000 dólares anuales. Entre las mujeres se registraba una pauta simIlar. Al analizar las diferencias en la mortalidad según la clase social para cada causa específica de defunción, Kitagawa y Hauser tomaron en cuenta solamente la educación. No obstante pudieron observar que los efectos del nivel educativo y del de ingresos tendían a ser independientes el uno del otro: en otras palabras, tener a la vez un alto nivel educativo y un alto nivel de ingresos resultaba más ventajoso que tener sólo uno de ellos. Al igual que ocurría con los ingresos, cuanto más alto el nivel educativo más bajo el riesgo de defunción. Un varón de raza blanca con estudios primarios tenía, en 1960, un 6 por 100 de probabilidades de fallecer entre las edades de 25 y 45 años, mientras que dicha probabilidad era sólo la mitad para un graduado universitario. Entre las mujeres el nivel educativo produce diferencias aún mayores, sobre todo entre las situaciones extremas. Una mujer blanca con estudios universitarios tenía, a los 25 años, una esperanza de vida superior en diez años a la de una mujer con tan sólo cuatro, o menos, años de escolaridad. El riesgo de defunción, en cada una de las causas principales de fallecimiento, es menor para los varones con al menos un año de estudios universitarios que para los que tienen un nivel educativo mas bajo. Las diferencias más pequeñas se registran en el caso de las enfermedades degenerativas crónicas, y las mayores en el de los fallecimientos por accidentes. Esto resulta coherente con lo que, en teoría, cabe esperar que sea el efecto de la educación sobre a mortalidad: aumentar la capaddad del individuo para evitar situaciones peligrosas, de alto riesgo. Aunque existen pocos estudios para hacer posible un examen más detenido de esta cuestion. resulta claro que, cualquiera que sea el índice de estratificación social utilizado, el status social afecta a la mortalidad. Otras características inerentemnete asociadas con diferencias en el status social son la raza y la etnia. Raza y etnia

En la mayoría de las sociedades en que existe más de un grupo racial o étnico, uno de ellos tiende a dominar a los demás. Esto se traduce, por lo general, en desventajas sociales y económicas para los grupos subordinados que con frecuencia se concretan en una menor esperanza de vida para los individuos que los integran. Esto es cierto sin lugar a dudas en el caso de Estados Unidos. Los datos recogidos por Kítagawa y Hauser en 1960 para Estados Unidos muestran que a cada edad, hasta los 75 años, la mortalidad entre la población de color es superior en más de un 10 por 100 a la mortalidad de la población blanca. Entre las edades de 30 a 40 años las tasas de mortalidad de la población de color son más de dos veces superiores a las de los blancos. Sin embargo, dentro de la población de color existen, a su vez, importantes diferencias. Las tasas de mortalidad, en Estados Unidos, de la población negra son claramente más elevadas que las de la población blanca, y éstas a su vez más altas que las de los americanos de origen japonés. Por ejemplo, en 1960 un varón blanco podía esperar, al nacer, vivir seis años más que un varón negro, pero siete años menos que un varón japonés-amerícano. Las diferencias entre las mujeres eran similares. Estas disparidades en la mortalidad pueden deberse, al menos parcialmente, a diferencias en los niveles de ingresos: en 1959, en efecto, la renta media familiar de los americanos de origen japones era superior a la de los blancos, mientras que la de los negros era inferior a la media nacional. Sin embargo no cabe achacar únicamente a las diferencias de ingresos las desventajas, respecto de la mortalidad, experimentadas por la población de color. Kitagawa y Hauser encontraron también, en efecto, que en Estados Unidos, en 1960, las tasas de mortalidad seguían siendo superiores en un 20 por 100, como mínimo, dentro de cada nivel de estratificación, entre los negros que entre los blancos. También la población de color tiene mayores riesgos de fallecimiento que la población blanca en prácticamente toda las causas principales de defunción. Estados Unidos es uno de los pocos países para los que existen datos recientes referidos a diferencias étnicas en la mortalidad, pero estudios anteriores pusieron de relieve que en 1931, en la India, los miembros de una secta religiosa llamada Parsi tenían una esperanza de vida al nacer superior en 20 años a la del total de la población india. Esta diferencia parecía ser debida a la posición económica relativamente elevada de los Parsis (United Nations, 1953). De modo similar, en la decada de 1940, antes de la partición de Palestina que dio lugar al Estado de lsrae la tasa de mortalidad entre los musulmanes era dos o tres veces más alta que la de los judíos. Esta diferencia parecía deberse a la mayor proporción de médicos por habitantes existente entre los judíos (United Nations. 1953). DIFERENCIAS EN LA MORTALIDAD SEGÚN EL ESTADO CIVIL Desde hace tiempo se ha comprobado que las personas casadas tienden a vivir más que las no casadas. Hasta fechas muy recientes esta diferencia solía ser explicada en base a un proceso selectivo: las personas con mala salud o con alguna disminución física tenían menores probabilidades de contraer matrimonio y mayores de fallecer. En 1973 Gove reexaminó el tema fíjandose en los datos relativos a la causa de la defunción en el período 1951-61 en Estados Unidos. Su análisis indica que las diferencías en la mortalidad entre personas casadas y solteras son especialmente señaladas en los tipos de defunción en que el estado

psicológico del individuo afecta a sus probabilidades vitales. Gove cita el ejemplo de las tasas de suicidio, que entre los varones solteros de 25 a 64 años son dos veces más elevadas que entre los casados de esas mismas edades. Entre las mujeres las diferencias van en la misma dirección, pero no son tan grandes. Los varones y mujeres solteros registran también una incidencia más alta de la mortalidad debida a lo que Gove denomína “uso de narcóticos socialmente aprobados”, tales como el alcohol o el tabaco. La cirrosis hepática guarda relación con el alto consumo de alcohol, y los varones solteros presentan una tasa de mortalidad por esa enfermedad tres veces superior a la de los casados (los varones divorciados tienen una tasa nueve veces superior), también aquí las diferencias son menos acusadas entre las mujeres. Por otro lado, la tasa de mortalidad por cáncer de pulmón (enfermedad asociada al consumo de cigarrillos) es superior, en un 45 por 100 entre los varones solteros que entre los casados (y entre los varones divorciados, tres veces mayor). Finalmente Gove observa que en la mortalidad asociada con enfermedades que requieren «un cuidado prolongado y metódico» también los solteros se encuentran en desventaja. En esos casos, las tasas más elevadas se registran entre los varones divorciados, que tienen tasas de mortalidad nueve veces más altas que los varones casados. En general, el análisis de Gove parece sugerir que las personas casadas (especialmente los varones) tienen niveles de mortalidad más bajos que las personas solteras porque su grado de ajuste psicológico y social es mayor. Estos datos, sin embargo, no deben incitar a decisiones apresuradas. Por ejemplo, si tú, lector, eres ahora soltero, no vayas a casarte simplemente porque pienses que así puedes prolongar tu vida. Un estudio más reciente sobre la salud (pero no sobre la mortalidad) de las personas según su estado civil sugiere que las personas solteras están en realidad más sanas que las casadas, incluso teniendo en cuenta la edad (Wilder, 1976). Los datos de la Nattonal Health Survey (Encuesta nacional sobre salud} de Estados Unidos para 1971-72 muestran que las personas solteras se ven restringidas en sus actividades por enfermedad menos días al año, registran una menor incidencia de procesos agudos y realizan menos visitas al médico o al hospital que las personas casadas. Sin embargo, las personas separadas, divorciadas y viudas tenían un nivel menor de salud que las que permanecían casadas. DIFERENCIAS EN LA MORTALIDAD POR SEXO En general. las mujeres viven más tiempo que los hombres, y las diferencias en este terreno van ensanchándose. En 1910 la esperanza media de vida de las mujeres era superior en tres años y medio a la de los varones, en Estados Unidos; en 1978 la diferencia ha pasado a ser de siete años. Este fenómeno ha despertado,de antiguo, la curiosidad y ha sido investigado con especial detalle por Retherford (1975]. Retherford señala que un gran número de estudios muestran que en todo el reino animal las hembras viven más tiempo que los machos, lo que podría indicar la existencia de una básica inferioridad biológica en la capacidad para sobrevivir de éstos respecto de aquéllas. Sin embargo, aun cuando en las poblaciones humanas la regla general es la mayor supervivencia de las mujeres, no se trata de una pauta universal lo cual implica que hay factores sociales (Retherford los llama “factores externos”) que también intervienen. Por ejemplo, un estudio realizado en 1970 por Preston demostró el papel que desempeñaba el consumo masculino de cigarrillos en el ensanchamiento de

las diferencias, por sexo, de la mortalidad en Estados Unidos. Desde 1900, los varones han fumado cigarrillos en mucha mayor medida que las mujeres, y ello ha contribuido a elevar sus riesgos de defunción por cáncer, enfermedades degenerativas pulmonares (tales como bronquitis crónica y enfisema) y enfermedades cardiovasculares. Examinando las causas de defunción por edad para cada sexo. Retherford logró evaluar la importancia de cada causa de fallecimiento. Encontró así que en las edades más bajas (1 a 5 anos) la disminución en Estados Unidos entre 1910 y 1965 de las enfermedades infecciosas y parasitarias supuso realmente una reducción de las diferencias en la mortalidad por sexo, aunque las mujeres seguían estando en ventaja. Sólo en las edades superiores a 50 años la diferencia ha ido ampliándose sustancialmente con el tiempo. explicándose en su mayor parte por la incidencia del cáncer y de las enfermedades cardiovasculares, lo que parece sugerir claramente que en Estados Unidos (y con toda probabilidad también en otros paises occidentales) la creciente diferencia en la mortalidad entre los sexos se debe, primordialmente, a los efectos de las pautas masculinas de consumo de tabaco. A lo largo de las próximas décadas veremos, probablemente, cómo esta diferencia se reduce, o al menos cómo deja de amplíarse. La razón, por supuesto, está en que después de la Segunda Guerra Mundial ha aumentado el número de mujeres que fuman; en consecuencia, entre las mujeres que ahora van alcanzando los grupos de edad más altos la proporción de fumadoras es, con toda probabilidad, mayor de lo que lo era en cohortes anteriores. El resultado es un previsible aumento en la tasa de mortalidad femenina por cáncer de pulmón. Entre 1970 y 1976 las tasas de mortalidad por cáncer de pulmón aumentaron en un 5 por 100 entre los varones de 55 a 64 años, pero lo hicieron en un 60 por 100 entre las mujeres de esa misma edad (National Center for Health Statístics. 1978a: Tabla 32). En 1950 una mujer tenía cinco veces menos probabilidades que un hombre de morir, en Estados Unidos, de cáncer de pulmón; en 1976 la diferencia se había reducido, pasando las probabilidades a ser sólo tres veces menores. DIFERENCIAS EN LA MORTALIDAD POR EDAD Mortalidad infantil Pocas cosas en el mundo resultan más impresionantes y abrumadoras que la responsabilidad de ocuparse de un recién nacido, tan frágil y tan totalmente dependiente de los demás para su supervivencia. En muchas sociedades este grado de fragilidad y dependencia se traduce en la existencia de altas tasas de mortalidad infantil (número de fallecimientos durante el primer año de vida por cada mil nacidos vivos). En algunos de los países menos desarrollados. especialmente en Africa ecuatorial, las tasas de mortalidad infantil llegan a alcanzar los 200 fallecimientos por cada mil nacidos vivos. Esta cifra corresponde a Níger, país asolado por el hambre y la sequía en la década de 1970, pero resulta representativa de la situación en esa región del mundo. En contraste, la tasa de mortalidad infantil más baja del mundo corresponde a Suecia, donde sólo ocho de cada 1.000 nacidos fallecen durante su primer año de vida. En países caracterizados aún por una alta mortalidad, como es el caso de las sociedades del Africa ecuatorial, los fallecimientos ocurridos en el primer año de vida pueden llegar a suponer hasta una cuarta parte del total anual de defunciones. Los fallecimientos correspondientes a niños menores de

10 años representan cerca de dos tercios del total de fallecimientos. Sin embargo, a medida que la tasas de mortalidad decrecen y que los Individuos empiezan a vivir más tiempo las defunciones pasan a concentrarse en las edades más altas. En Suecia, por ejemplo, los fallecimientos correspondientes a niños menores de un año suponen tan sólo el 2 por 100 del total de defunciones, y los de niños menores de 10 años sólo el 3 por 100 del total. ¿Por qué registran los recién nacidos tasas de mortalidad más elevadas en unos paises que en otros? La simple mención de las dos características comunes a las sociedades en que las tasas de mortalidad infantil son bajas resume, de forma inmejorable la respuesta: niveles educativos y de renta altos. Por educación entendemos aquí simplemente el conocimiento de unas cuantas reglas básicas que evitarían muertes infantiles innecesarias. Por ejemplo, en un estudio realizado en un pequeño pueblo rural de la India se pudo determinar que el tétanos era una importante causa de mortalidad infantil. Investigaciones posteriores atribuyeron esta pauta al hecho de que el cordón umbilical era cortado a menudo utilizando herramientas agrícolas, y a que era recubierto con cenizas de hogueras cuyo combustible, como es frecuente en esa parte del país. estaba compuesto por excrementos de vaca. El nivel de ingresos es importante, pues permite proporcionar a los recién nacidos una dieta nutritiva y sana que prevenga la diarrea, que es una importante causa de mortalidad infantil. Las madres que amamanten a sus hijos lo harán con mejores resultados si su dieta es la adecuada en cantidad y calidad. El nivel de renta se encuentra también asociado frecuentemente a la capacidad que un país tiene de proporcionar, o un individuo de pagar, protección médica adecuada contra la enfermedad. En lugares donde las tasas de mortalidad infanttl son elevadas, las enfermedades contagiosas constituyen una importante causa de defunción, siendo así que la mayoría de ellas podrían ser evitadas con asistencia médica. Por ejemplo, entre 1861 y 1960, la tasa de mortalidad en Inglaterra y Gales pasó de 160 a 20, debiéndose más de las dos terceras partes de este decrecimiento al control de las enfermedades contagiosas. El grado de resistencia a la enfermedad guarda, por supuesto, una estrecha relación con el grado general de salud del niño, y éste a su vez está estrechamente asociado al grado de salud de la madre (Bouvier y Van de Tak, 19761. Las madres que tienen buena salud durante el embarazo y después del parto ttenen mayores probabilidades de tener hijos sanos. Dado que el nivel de salud es, generalmente, más alto en los países más desarrollados, es en ellos también donde, por lo general, la mortalidad infantil es más baja. La relación entre salud y nivel de renta no es perfecta, sin embargo. Por ejemplo, entre los paises relativamente grandes (es decir, excluyendo los diminutos emiratos ricos en petróleo). Suecia es el que presenta el nivel más elevado de riqueza por persona, y el nivel más bajo de mortalidad infantil. Ahora bien, Estados Unidos, que es el tercer país más rico, ocupa sólo el decimocuarto lugar por lo que hace a la mortalidad infantil. Quizá buena parte de esta diferencia se deba a que las mujeres norteamericanas no se cuidan tan bien como las suecas. Esto merece una explicación más detallada. En países avanzados como Estados Unidos o Suecia una amplia mayoría de las defunciones infantiles corresponde a nacimientos prematuros, y en muchos casos éstos se producen como consecuencia de la falta de cuidado adecuado durante el embarazo. Las embarazadas que no siguen una dieta adecuada, que fuman o toman drogas, o en general que no tienen cuidado de su estado, tienen una elevada probabilidad de dar a luz prematuramente, colocando así a su hijo en clara

desventaja en cuanto a supervivencia post-parto (Weeks, 1976). En los Estados Unidos, los niños concebidos ilegítimamente tienen muchas más probabilidades de defunción que los concebidos legítimamente, incluso aunque la madre contraiga matrimonio antes de su nacimiento (véase Weeks. 1976). Uno de los factores asociados con estas mayores probabilidades de defunción es, una vez mas, el cuidado prenatal. Si una madre descuida su embarazo, su hijo tiene mayores probabilidades de fallecer una vez nacido. Por supuesto, éstas son defunciones que desde un punto de vista médico no pueden ser evitadas, pero que sí podrian evitarse sí la presión social para que la madre se cuide adecuadamente durante el embarazo fuera mayor. Aunque la mortalidad infantil mide los fallecimientos de niños durante su primer año de vida, el momento más peligroso para un recién nacido es el inmediatamente anterior y posterior al parto. Existen medidas especiales de la mortalidad infantil que toman este riesgo en consideración. Por ejemplo, la mortalidad fetal tardía se refiere a los fallecimientos de fetos que tienen lugar por lo menos después de 28 semanas de gestación. La mortalidad neonatal mide las defunciones de recién nacidos dentro de los 28 días siguientes al nacimiento. La mortalidad postneonatal abarca los fallecimientos ocurridos desde los 28 días hasta el año. Existe además un índice denominado mortalidad perinatal que incluye los fallecimientos fetales tardíos y los fallecimientos en los primeros siete días después de nacimiento. En Estados Unidos la tasa de mortalidad fetal (el número de fallecimientos fetales por cada 1.000 nacidos vivos y fallecimientos fetales tardíos) descendió de 14,9 en 1950 a 7,5 en 1976, lo que supone una caída del 50 por 100. La tasa de mortalidad neonatal (fallecimientos neonatales por carta non nacidos vivos) descendio en ese período de 20,5 a 10,9, es decir, una caída del 47 por 100. La tasa de morlidad postneonatal (fallecimientos postneonatales por cada 1.000 nacidos vivos) pasó de 8.7 en 1950 a 4,3 en 1976, disminuyendo por tanto en un 51 por 100. La tasa de mortalidad perinatal (fallecimientos fetales tardíos más fallecimientos en los 7 días siguientes al nacimiento por cada 1.000 nacidos vivos y fallecimientos fetales tardíos) pasó de 32,5 en 1950 a 16,7 en 1976: un descenso del 49 por 100. En conjunto puede verse que se han realizado progresos en la ayuda a los recién nacidos para sobrevivir desde la última etapa de la gestación hasta el final del primer año de vida. El parto puede ser un momento traumático y peligroso no sólo para el niño sino también para la madre. Hasta hace pocas décadas el embarazo y el parto constituian las dos principales causas de fallecimiento de las mujeres adultas jóvenes. Pasemos ahora a considerar la mortalidad durante esa edad. Mortalidad de los adultos jóvenes En la actualidad, en Estados Unidos, los adultos jóvenes tienen un riesgo de defunción muy bajo. Existe menos de una probabilidad entre cien de que una persona de 25 años fallezca antes de alcanzar los 30: ese riesgo era en cambio mayor en 1900. Por lo que hace a las mujeres de esas edades, resulta especialmente importante el descenso de la mortalidad asociada al parto. Por ejemplo, en 1964, las tasas de mortalidad materna pasaron a no suponer sino el 9 por 100 de las registradas en 1900. El descenso de la mortalidad materna, pese a su importancia, no explica sin embargo por sí solo el cambio registrado. Fue el declive de las enfermedades contagiosas el que, en realidad, abrió el

camino en el descenso experimentado, a lo largo del tiempo, por la mortalidad de los jóvenes adultos. Estos, ya sean hombres o mujeres, rara vez fallecen hoy como consecuencia de este tipo de enfermedades. En cambio, los pocos que a esas edades fallecen ahora lo hacen, con mucha mayor probabilidad, como consecuencia de accidentes automovilísticos o de otro tipo. Entre las mujeres de 25 a 30 años, los accidentes causan un tercio de todas las defunciones, y entre los varones de esas mismas edades, los dos tercios. Esta pauta en realidad desde la primera infancia hasta las edades medias, cambiando considerablemente en las edades superiores. Mortalidad en edades superiores A medida que las personas se adentran en los cincuenta años de vida sus probabilidades de fallecimiento empiezan a crecer de forma acelerada. En las edades superiores a los 60 años, la gran mayoría de quienes, en ambos sexos, fallecen lo hacen como consecuencia de enfermedades cardiovasculares. Más concretamente, entre dos tercios y tres cuartas partes de las personas de esa edad fallecen por un ataque al corazón o una apoplejía. Es probable que muchos, si no la mayoría, de los fallecimientos por causas cardiovasculares signifiquen degeneración biológica; con todo, los factores sociales (especialmente el stress) suelen guardar relación con las enfermedades hipertensivas coronarias, asociadas a la hipertensión crónica. El segundo lugar (pero a gran distancia) entre las causas de defunción de las personas de más edad se encuentra el cáncer. Los neoplasmas malignos causan el 13 por 100 de todas las defunciones de mujeres de 60 años o más, y el 16 por 100 de las de varones de esas mismas edades. El tipo de cáncer que produce mayor mortalidad entre las personas de edad es el que afecta a los órganos digestivos, especialmente al estómago, intestino o páncreas. Un tercio de todas las defunciones por cáncer corresponde a esta categoría. El segundo tipo de cáncer más frecuente es el que afecta a la mama y al sistema genito-urinario, y viene a suponer una cuarta parte de todas las defunciones por cáncer. Debo señalar que el cáncer de pulmón, pese a lo mucho que sobre él se ha escrito, no supone sino el 10 por 100 de todas las defunciones por cáncer registradas entre ancianos: su impacto mortífero es mayor en los cincuenta y primeros sesenta que en edades más avanzadas. LA MORTALIDAD Y EL COSTE DE LAS RESIDENCIAS DE ANCIANOS En Estados Unidos muchas residencias para ancianos y jubilados establecen sus precios basándose en parte en la esperanza de vida correspondiente a la de la persona que ingresa en ellas. Dichas residencias recurren así a tablas de mortalidad para establecer la cantidad de dinero que ha de abonar cada nueva persona admitida. Cuanto más joven sea la persona, mayores serán sus posibilidades de supervivencia y mayor será por tanto para ella el coste de la residencia. El precio del ingreso en una típica casa de retiro como la que estudié en San Diego en 1975 cubre dos tipos distintos de gastos. En primer lugar, el gasto de alojamiento, que consiste en una cantidad fija cuya cuantía se establece a partir de la "experiencia de la compañía" y también, de forma vaga, a partir de la esperanza de vida. En cambio, la otra parte del precio, correspondiente a los gastos por cuidados permanentes (que incluyen tres comidas diarias, limpieza de la habitación, lavado de ropa, luz, agua, mantenimiento, administración, enfermeras, central telefónica y servicios médicos no

cubiertos por el seguro de enfermedad), está calculada casi exclusivamente a partir de la esperanza de vida. Aunque esta parte del precio total puede ser abonada en vencimientos mensuales más que mediante una suma abonada de una sola vez al ingresar, esta segunda forma de pago es la preferida, con mucho, por las residencias. Tablas de mortalidad y precios. El coste del cuidado permanente es así establecido a partir de la esperanza de vida correspondiente al sexo, y a la edad en el momento de ingresar, de cada persona. Por ejemplo, en la residencia que yo estudié (que era una de las siete administradas por una entidad sin ánimo de lucro vinculada a una iglesia) las tablas de mortalidad utilizadas estaban construidas a partir de la experiencia proporcionada por los anteriores residentes. Según las mismas, una mujer ingresada en 1975 con 62 años de edad podía esperar vivir 22 años más; en consecuencia la suma a pagar ascendía as 82.714 dólares. En el caso de un hombre de esa misma edad la esperanza media de vida restante era de 19,2 años; en consecuencia, para él la suma a pagar era 77.743 dólares. Una vez satisfechas estas cantidades, el recién admitido tendría derecho a ser admitido permanentemente, con independencia de la duración real de su vida: el fallecer antes de lo estimado no da lugar a devolución de dinero alguna, pero el vivir más tiempo de lo calculado tampoco implica ningún pago adicional. Dada la importancia de las cifras, y dado que su cuantía viene determinada en parte por los valores contenidos en la tabla de mortalidad, cabe preguntarse si las tablas de mortalidad utilizadas por la residencia recogen adecuadamente el nivel esperable de mortalidad entre la población. Si la tabla sobreestima la esperanza de vida, cada fallecimiento supondrá un beneficio económico para la residencia. Pero si la infraestima puede originar serias dificultades financieras, que podrían obligar a recortar los servicios ofrecidos. Comparación de las tablas de mortalidad estadounidenses y de las utilizadas en la residencia de ancianos. Al comparar la esperanza de vida calculada por la residencia a partir de sus datos con la correspondiente a la población general de Estados Unidos en 1973, hallamos que la residencia de ancianos calcula para sus residentes vidas considerablemente más largas que las correspondientes a la población general. Por ejemplo, según la residencia, a los 65 años un varón tiene una esperanza de vida superior en cuatro años a la correspondiente en realidad a los varones norteamericanos de esa edad. Al coste mensual de 420 dólares por cuidados permanentes estimado por la residencia, esos cuatro años representan 20.160 dólares. En las tablas de mortalidad de la residencia estudiada la esperanza de vida es asimismo mayor para las mujeres que la establecida para la población general. Cabe, sin embargo, argumentar que los datos relativos al conjunto de la población estadounidense muy probablemente no reflejan con exactitud la mortalidad realmente registrada en las residencias de ancianos, ya que éstas acogen fundamentalmente a personas de raza blanca, con status ocupacionales medios o altos, y con probabilidades de supervivencia indudablemente superiores a las de la población general. Los datos sobre mortalidad utilizados por la residencia en sus cálculos proceden, en efecto, de su propia experiencia y de la de otras residencias similares. Por consiguiente, lo que procede es examinar la experiencia de la población acogida en la residencia a partir de los datos disponibles. Podemos, por ejemplo, tratar de calcular la proporción de residentes que sobrepasan la esperanza de vida establecida en principio para ellos. Supervivencia por encima de la esperanza de vida. La residencia que estamos considerando funcionaba desde 1962. Pude conseguir datos de mortalidad para el periodo comprendido entre enero de 1970 y

octubre de 1975 así como la lista de todos los residentes en noviembre de 1975. En dicha fecha había 300 mujeres y 57 hombres en la residencia. Entre las primeras, el 37 por 100 había alcanzado o superado su esperanza de vida. Entre los hombres este porcentaje era del 42 por 100. De las 75 mujeres fallecidas en la residencia entre enero de 1970 y noviembre de 1975 el 47 por 100 había alcanzado o superado su esperanza de vida; entre los 35 varones fallecidos el porcentaje correspondiente era del 54 por 100. Combinando ambos sexos tenemos que el 49 por 100 de los fallecidos murieron tras haber alcanzado o superado la esperanza de vida que, según las tablas de mortalidad de la residencia, les correspondía. Estos datos vienen a indicar así que los valores de las tablas de mortalidad utilizadas en la residencia eran razonables: podemos en efecto suponer que el 50 por 100 fallecido antes de alcanzar su esperanza de vida resulta compensado, en cuanto a años vividos, por el 50 por 100 que vive más de lo esperado. En realidad, sin embargo, en la residencia estudiada no se había alcanzado aún esa situación. Una mayoría de las personas que siguen vivas no ha alcanzado aún su edad estimada de fallecimiento. Por otro lado, entre los fallecidos casi el 50 por 100 había alcanzado su esperanza de vida, pero el número medio de años vividos por los que habían fallecido era inferior en 0,7 años a lo esperado. Posdata. A comienzos de 1977 la entidad que administraba esta y varias otras residencias de ancianos anunció que estaba al borde de la bancarrota. Los precios fijos del alojamiento y los pagos de los cuidados no habían tenido en cuenta la inflación y, además, la gente estaba alcanzando edades más altas de las esperadas. Sin embargo, se ha acusado a dicha entidad de funcionar con un esquema de tipo piramidal según el cual los pagos eran utilizados para conseguir créditos con los que adquirir nuevas propiedades. Cuando dicho esquema de funcionamiento se vino abajo, los residente se encontraron con la cancelación de sus contratos vitalicios, viéndose entonces forzados a pagar una renta mensual (más elevada, en proporción, que antes) para poder seguir en la residencia. DIFERENCIAS EN LA MORTALIDAD ENTRE ZONAS URBANAS Y RURALES Hasta hace sólo unas décadas vivir en una ciudad podía ser mortal. Los niveles de mortalidad eran invariablemente superiores en, ellas que en sus alrededores: el amontonamiento de personas en espacios reducidos, la inexistencia de una adecunda estructura sanitaria y el contacto con viajeros que podían ser transmisores de enfermedades contribuían a mantener en las mismas niveles elevados de enfermedades contagiosas. Por ejemplo, en 1841 la esperanza de vida para los varones ingleses era de 40 años, y para las mujeres de 42, pero para los habitantes de Londres era cinco años más corta. En Liverpool, ciudad portuaria de la floreciente zona minera de Manchester, la esperanza de vida era tan sólo de 25 años para los varones y de 27 para las mujeres. En términos de probabilidades, una niña nacida en Liverpool en 1841 tenía menos de un 25 por 100 de probabilidades de llegar viva a su 55 cumpleaños, mientras que una niña nacida en el campo tenía, en esa fecha, tenía un 50 por 100 de probabilidades de alcanzar esa edad. En aquella época las condiciones sanitarias de Liverpool eran simplemente atroces. Pumphrey observa que: "a lo largo de la calle corrían a menudo arroyos y profundos canales no cubiertos de los que periódicamente había que retirar materiales sólidos (excrementos humanos). Entre junio y octubre nunca se vaciaban los fosos de las letrinas pues se observó que cualquier movimiento de los mismos inevitablemente originaba enfermedades.

En general, cabe concluir que las diferencias iniciales entre la mortalidad urbana y la rural se debían menos a la existencia de condiciones favorables en el campo que a la existencia de condiciones decididamente no favorables en las ciudades. Con el tiempo, sin embargo, los avances médicos y las mejoras del entorno beneficiaron más a la población urbana que a la rural, dando así lugar a la actual situación, caraeterizada por la existencia de mejores condiciones de mortalidad en las zonas urbanas. Las tasas de mortalidad urbanas tienden a ser hoy bajas porque las medidas sanitarias públicas han controlado las enfermedades infecciosas y porque la tecnología médica logra mantener con vida a los recién nacidos y a otras personas con alto riesgo de defunción. Sin embargo la vida urbana suele a menudo estar asociada con una pauta peculiar de mortalidad. San Francisco tiene fama de ser una ciudad donde se bebe mucho, y los datos referidos a la mortalidad tienden a confirmar esa reputación: la tasa de defunción por cirrosis hepática era dos veces y media más alta en San Francisco, en 1973. que en el conjunto de Estados Unidos (National Center for Health Statisties, 19751., Varios estudios realizados en Estados Unidos han revelado que las tasas de mortalidad por enfermedades cardíacas tienden a ser más elevadas en las zonas urbanas que en las rurales, y lo mismo ocurre con cl cáncer provocado por la contaminación ambiental (Kitagawa y Hauser, 1973). En el año 1900 el cáncer estaba situado al final de la lista de las principales causas de defunción: en la actualidad ocupa el segundo lugar en la misma. La importancia cada vez mayor del cáncer como causa de defunción, y el origen que parece tener en nuestro entorno vital, han dado logar a una creciente toma de conciencia acerca de la manera en que la sociedad moderna se organiza para utilIzar los recursos y eliminar los desechos. PAUTAS Y NIVELES DE MORTALIDAD La mayoría de nosotros percibe nuestra larga esperanza de vida como algo natural. Sin embargo hace apenas un siglo las tasas de mortalidad eran más altas en todo el mundo de lo que lo son hoy en ningún lugar. Europa y Estados Unidos En realidad, sólo desde el comienzo del siglo XX se han producido en Europa y en Estados Unidos caídas profundas de la mortalidad. Ello no obstante desde los comienzos de la era cristiana tuvieron lugar mejoras graduales. En el imperio romano la esperanza media de vida era de unos 22 años. Con ese nivel de mortalidad una niña recién nacida tenía sólo un 15 por 100 de probabilidades de llegar viva a los 55 años. En la Inglaterra medieval la esperanza de vida al nacimiento era de unos 35 años, y a mediados del siglo XIX, es decir algunas generneinnes después de la desaparíción en Europa de la peste bubónica, habia alcanzado ya los 43 años. En esa época una recién nacida tenía un 46 por 100 de probabilidades de alcanzar los 55 años (United Nations, 1953). Entre el año 1 d. de C. y el año 1861, se produjo. como puede verse, un aumento de 31 puntos de porcentaje en las probabilidades de supervivencia hasta los 55 años. El aumentar en otros 31 puntos dichas probabilidades de supervivencia (sítuándolas así en un 77 por 100) llevó sólo otros 79 años, es decir, desde 1861 a 1940. En esta última fecha la esperanza de vida al nacer de las mujeres inglesas

subió, en efecto, a 64 años. Desde finales del siglo XIX a la actualidad las defunciones por enfermedades infecciosas tales como la tuberculosis, la escarlatina, el tifus, la tosferina, el sarampión, la viruela, el cólera y la diarrea han sido reducidas de forma drástica,especialmente entre los niños pequeños. Aunque las tasas de mortalidad empezaron a decrecer a mediados del siglo XIX las mejoras se produjeron al principio lentamente por varias razones. En época no tardía como mediados del siglo pasado seguían siendo frecuentes, en Europa, periodos de hambre (el caso de Irlanda a finales de la década de 1840 y de Suecia, tras las malas cosechas de comienzos de la década de 1860, constituyen ejemplos destacados). Los períodos de malas cosechas se producían de forma generalizada e incidían muy fuertemente sobre las zonas afectadas pues las dificultades en los transportes dificultaban mucho la ayuda. Epidemias y pandemias de enfermedades infecciosas, incluyendo la gripe de 1915, contribuyeron a mantener alta, hasta incluso este siglo, la tasa de mortalidad (United Nations, 1953). Hasta hace poco, las mejoras en la longevidad obedecían fundamentalmente a mejoras en el entorno, no a avances en los cuidados médicos. McKeown y Record (1962), que han realizado las investigaciones pioneras en esta cuestión, indican que los factores que más influyeron en el descenso de la mortalidad en el siglo XIX fueron mejoras en la dieta alimenticia y cambios en la higiene, quedando las mejoras médicas reducidas, básicamente, a la vacunación antivariólica. Las caídas más importantes de la tasa de mortalidad tuvieron lugar en Europa y Estados Unidos durante la primera mitad del siglo XX y fueron resultado del creciente papel de la terapia médica (es decir, del tratamiento médico de personas ya enfermas) y de nuevos cambios en la dieta y sanidad pública. La experiencia de la población norteamericana ha sido, en general, comparable a la de los europeos, si bien existen pruebas de que en los siglos XVIII y XIX la mortalidad era ligeramente menor en Estados Unidos que en Europa. Sin embargo, hacia el año 1900 la esperanza de vida al nacer era prácticamente la misma en Inglaterra que en Estados Unidos, y así ha seguido siendo hasta la actualidad. En Estados Unidos, hoy, una recién nacida tiene un 90 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta los 55 años. De hecho, con los actuales niveles de mortalidad, que se traducen en una esperanza de vida de unos 77 años para las mujeres (para los varones es más baja) más de la mitad de todas las mujeres nacidas seguirán vivas a los 75 años, y una de cada cuatro alcanzará los 85. Aunque parezca trivial, no deja de ser interesante el hecho de que la actual mortalidad sea tan baja como para hacer posible que el 10 por 100 de todos los niños nacidos en Estados Unidos tengan una tatarabuela viva (Keyfitz, 1970). En los países desarrollados la tasa de mortalidad ha continuado decreciendo, si bien a un ritmo lento. La continuación de esta tendencia requerirá, probablemente, que persistamos en las variaciones de nuestros estilos de vida. «Puede afirmarse sin lugar a dudas que una reducción significativa de nivel sedentario de nuestras vidas, del exceso en la nutrición, del alcoholismo, de la hipertensión y del consumo excesivo de cigarrillos salvaría más vidas entre los 40 y los 64 años que los mejores tratamientos médicos actuales» (Kristein, Arnoid y Wynder 1966:461). Paises menos desarrollados El control de las enfermedades contagiosas ha sido la principal causa del descenso de la mortalidad en el mundo. Esto es tan cierto hoy para los paises del mundo menos desarrollados como antes lo fue

para Europa y Estados Unidos. Existen, sin embargo, considerables desigualdades, de unas zonas subdesarrolladas del mundo a otras, en la pauta de decrecimiento de la mortalidad. En general, los países más fuertemente influidos por la cultura europea son los que han experimentado antes, y con más intensidad, el descenso de la mortalidad. Entre las naciones menos desarrolladas, la mortalidad alcanza los niveles más bajos en América Latina, seguida de Asia, mientras que la mayor parte de los países africanos van claramente detrás en su lucha contra la enfermedad. Antes del siglo XVI, es decir, antes de la conquista española, lo que ahora denominamos América Latina estaba salpicada de civilizaciones primitivas en las que la medicina era practicada como un arte mágico, religioso y curativo. En un interesante intento de reconstrucción histórica, Ortiz de Montellano (1975) realizó controles químicos de determinadas hierbas que, según los aztecas mejicanos, tenían ciertas propiedades curativas, encontrando que la mayoría de las que pudo analizar eran realmente efectivas. La mayor parte de tales remedios correspondían a problernas muy similares a los que. hoy día, hacen gastar a los norteamericanos millones de dólares al año en medicinas: catarros, enfriamientos, náuseas y diarrea. Sin embargo, y desgraciadamente, esos remedios no resultaron suficientes para combatir las enfermedades que los españoles trajeron consigo. Existen abundantes pruebas de que el contacto con éstos diezmó a la población mejicana. La guerra y los movimientos migratorios apenas sí causaron bajas en comparación con los efectos mortales de la viruela, de las infecciones bacterianas, de los trastornos agudos gastrointestínales, del sarampión y del tifus (Halberstein el al., 1973). La mortalidad permaneció en América Latina a un nivel elevado hasta la década de 1920, comenzando entonces a disminuir a un ritmo creciente. Hasta 1920, la esperanza de vida al nacer, era más baja, a todo lo largo de América Latina, de lo que lo había sido en la Europa medieval. Sin embargo, desde la década de 1920 las tasas de mortalidad han decrecido tan rápidamente que, en la actualidad, Méjico (tomando su caso como un ejemplo representativo de la región en su conjunto) ha reducido la mortalidad al nivel que presentaba en Estados Unídos en el año 1940. En otras palabras, llegar al nivel de mortalidad que los países Europeos tardaron como poco cinco siglos en alcanzar, llevó tan sólo medio siglo en América Latina. El más lento descenso de la mortalidad en Europa y en Estados Unidos se debe al hecho de su estrecha asociación, en dichas áreas, con el desarrollo económico, cosa que en las regiones subdesarrolladas del mundo (incluyendo a América Latina) ha sido verdad en menor medida. Un país no tiene ahora que desarrollarse económicamente para mejorar su nivel sanitario: puede conseguirlo simplemente imitando los servicios públicos sanitarios occidentales e importando atención médica de los países europeos. Como escribe Arriaga, «dado que los programas de salud pública de los países atrasados dependen estrechamente de otros paises, cabe esperar que cuanto más tarde se aplíque un programa masivo de salud pública en un país subdesarrollado carente de toda experiencia previa en ese terreno mayor será el descenso de la tasa de mortalidad» (1970:331). Entre las técnicas que pueden ser utilizadas para bajar la mortalidad aun en ausencia de desarrollo económico, cabe citar la exterminación de insectos y roedores transmisores de enfermedades, la adición de cloro al agua potable, la instalación de un sistema de alcantarillado adecuado, vacunaciones, suplementos en la dieta, uso de nuevos medicamentos y mejor higiene personal (Arriaga, 1970). Estos factores han producido un descenso de las tasas de mortalidad especialmente rápido en Latinoamérica así como en varias zonas de Asia.

Malasia y Tailandia, que tienen en la actualidad una esperanza de vida al nacer, para las mujeres, de más de 60 años, son, entre los paises asiáticos con alto nivel de fecundidad, los que han experimentado un mayor descenso de la mortalidad. Sin embargo, los paises asiáticos situados más al oeste, incluyendo a la India y a Pakistán, tienen por término medio una esperanza de vida de 45-50 años, es decir de 10 a 15 años más baja. La mortalidad infantil constituye un factor fundamental para explicar estas diferencias: en la India una recién nacida tiene aproximadamenie un 15 por 100 de probabilidades de fallecer en su primer año de vida, mientras que en Malasia dichas probabilidades son sólo de un 4 por 100. En Africa, que es la región del mundo menos afectada por las sociedades industriales, las altas tasas de mortalidad siguen prevaleciendo, si bien en general están disminuyendo. A lo largo de la mayor parte del continente africano la esperanza de vida apenas supera los 40 años, es decir, se encuentra a un nivel similar al que, desde al menos la Edad Media, predominaba en la Europa preindustrial. Por regla general, cuanto mayor la tasa de mortalidad, menor el nivel de desarrollo económico y menor la información disponible. En consecuencia, no disponemos de todos los detalles sobre la mortalidad africana que nos gustaría poder tener, pero sí sabemos que en esa parte del mundo las elevadas tasas de mortalidad son consecuencia de enfermedades infecciosas que matan no sólo a los recién nacidos sino también a proporciones significativas de personas en todos los grupos de edad. La persistencia en Africa de enfermedades infecciosas debe servirnos a todos de recordatorio de que existen y de que pueden amenazar nuestras vidas si descuidamos nuestra vigilancia. El control de la muerte no puede, una vez alcanzado, darse por supuesto, ya que, como certeramente escribió Zinsser: «por segura y bien organizada que la vida civilizada pueda llegar a ser, los virus, bacterias, protozoos, pulgas infectadas, piojos, chinches, mosquitos y garrapatas estarán siempre acechando en las sombras, listos para lanzarse al asalto cuando el descuido, el hambre o la guerra hagan bajar las defensas. Incluso en tiempos normales toman como presas a los débiles, a los más jóvenes y a los más viejos. viviendo junto a nosotros en una misteriosa oscuridad, a la espera de su oportunidad» (1935:13-14). RESUMEN Y CONCLUSIONES El control de la mortalidad ha mejorado enormemente la condición humana, pero ha producido simultáneamente en todo el mundo un aumento de la población. Existen, sin embargo, amplias variaciones, entre unos paises y otros, y dentro de cada país, tanto en las probabilidades como en las causas de fallecimiento. Las diferencias en la mortalidad según la clase social constituyen una de las formas de desigualdad más extendidas en las sociedades modernas. Por ejemplo, cuanto mayor es el prestigio de una ocupación, menor la tasa de mortalidad entre quienes la desempeñan. De modo similar, a mayor nivel educativo y de renta, menores tasas de mortalidad. Las desventajas sociales y económicas que padecen los grupos minoritarios se traducen a menudo en esperanzas de vida más bajas. Así ocurre en Estados Unidos, donde la mortalidad de la población de color supera en más de un 10 por 100 la de la población blanca. El estado civil es también una variable importante: las personas casadas tienden a vivir más que las no casadas. Las mujeres aventajan, en todas las edades, a los hombres en cuanto a supervivencía, y esta

diferencia en la mortalidad de los sexos se ha ido ensanchando a lo largo del tiempo. En general. el mayor riesgo de defunción corresponde a los recién nacidos (desde el nacimiento hasta el primer año) y luego, ya, a las personas en edades de jubilación. En Estados Unidos la mayor parte de la mortalidad infantil corresponde a niños nacidos prematuramente. Asimismo en ese país existe un riesgo muy bajo de fallecimiento entre los adultos jóvenes, constituyendo los accidentes la principal causa de defunción a esas edades. El riesgo de fallecer aumenta en las edades superiores y entre quienes tienen más de 60 años la mayoría de las defunciones se deben a enfermedades cardiovasculares. Históricamente las personas residentes en zonas urbanas han experimentado. en todas las edades, tasas de mortalidad más elevadas. Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial la mortalidad urbana ha pasado a ser igual o más baja que la rural. Un dato que he reiterado es que la mortalidad debida a enfermedades contagiosas constituye la principal causa de la alta mortalidad a nivel mundial. En aquellos países en que la mortalidad es ahora baja, la reducción del volumen de fallecimientos fue debida a avances en el control de las enfermedades contagiosas. En cambio, en aquellos lugares del mundo en que las tasas de mortalidad siguen siendo elevadas, las enfermedades contagiosas constituyen la principal causa de defunción. En general, las mejoras en los niveles de salud de las poblaciones dependen más de la adopción de medidas de sanidad pública (preventivas) que de la adopción de medidas médicas (curativas). Hasta ahora hemos considerado dos de los tres procesos demográficos: fecundidad y mortalidad. El próximo capítulo completará nuestro acercamiento a los fundamentos del análisis demográfico con un análisis de los procesos migratorios.

SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN John R. Weeks

Capítulo 7 Migraciones. Definición y medición de la migración. Tipos de migraciones: internas e internacionales. Explicaciones de la migración. Migración según la edad. Migración según el estado civil. Migración según el nivel educativo. ¿Cuántos norteamericanos cambian de lugar de residencia? ¿Adónde se traslada la gente? Consecuencias de la migración. Consecuencias individuales. Consecuencias sociales. La migración como componente de la política demográfica. Migración internacional. Migración legal. Migración interna. Resumen y conclusiones.

MIGRACIONES Aun cuando un país cerrase la puerta por completo a la inmigración, ¿serviría ello de algo? A lo largo de la década de 1970 casi 800 millones de personas fueron añadidos a la población mundial, haciendo así aún más difícil para cada individuo el encontrar acomodo en la economía del mundo y obligando a menudo a quienes buscaban trabajo a cambiar de residencia para poder, efectivamente, encontrarlo. Como dice un viejo proverbio mejicano, «no pidas a Dios que te dé, pidele que te ponga donde hay». Para muchos, “donde hay" es en Estados Unidos. AIlí llegan «a pie, por tren, aire o mar. desde casi cada país. Algunos entran escondidos en camiones, apretujados, en durísimas condiciones» (Chapman. 1976). Aun cuando los emigrantes ilegales que llegan a Estados Unidos proceden de todos los lugares del mundo, casi el 85 por 100 procede exclusivamente de Méjico, de lugares como Jalisco, Oaxaca y Michoacan. Acuden a la frontera para escapar a la pobreza (con suerte, para ver aumentado su nivel de ingresos en un 800 por 100, y algunos ya no regresan nunca al lugar de partida. La migración, tanto si es legal como ilegal, puede alterar profundamente a una comunidad o a todo un país en muy poco tiempo. Aunque constituye, junto con la fecundidad y la mortalidad, uno de los tres procesos demográficos, difiere de éstas en muchos aspectos además de los obvios. Para empezar,

tenemos que la migración resulta muy difícil de medir; en consecuencia, sabemos menos sobre ella que sobre la mortalidad o la fecundidad. Lo cual, por supuesto, significa que lo que sabemos acerca de las complejas razones por las que la gente emigra es aún menos que lo que sabemos acerca de por qué tienen hijos (cuestión ésta asimismo compleja) y de por qué mueren. Por otro lado, y a pesar del hecho de que hay mucho que no sabemos acerca de quien emigra y por qué. La migración ha sido objeto de un control gubernamental mucho mayor que la fecundidad o la mortalidad. Estados Unidos es una nación de inmigración (tanto legal como ilegal) en la que los individuos no cesan de moverese dentro del país, como si buscasen un "otro lugar” casi mágico que pudiera ofrecer más de lo que ya se tiene. A medida que los individuos se trasladen hacia allí y, una vez dentro, cambian de residencia, contribuyen al crecimiento y al cambio de la población tanto a corto como a largo plazo; y la migración, cuando y donde tiene lugar, constituye un proceso demográfico de considerable importancia. Comenzaré este capítulo con algunos comentarios sobre la definición y la medición de la migración. Pasaré luego a examinar algunas de las explicaciones ofrecidas respecto de por qué la gente emigra, la mayoría de las cuales se basan en el análisis de quiénes son los que cambian de residencia y hacia dónde lo hacen (tema éste al que a continuación dedicaré alguna atención). Procederé luego a examinar algunas de las consecuencias de las migraciones: los resultados potencialmente dramáticos de éstas constituyen, en efecto, un factor principal tras los intentos, por parte de los gobiernos, de controlar la traslación en el espacio de los individuos. Por último cerraré el capítulo con un examen de algunas de dichas medidas gubernamentales. DEFINICIÓN Y MEDICIÓN DE LA MIGRACIÓN La migración es definida como cualquier cambio permanente de residencia e implica la interrupción de las actividades en un lugar y su reorganización en otro (Goldscheider, 1971:64). Aunque definir la migración parece algo sencillo, la medición real de la misma resulta difícil como consecuencia de su complejidad potencial. Para empezar, tenemos que la migración puede, o no, producirse; de tener lugar, puede o no repetirse; y de repetirse puede consistir en un retorno al punto original de partida o bien en la marcha hacia un nuevo punto de destino. Además, y para complicar más las cosas, la migración puede implicar a más gente que a un solo individuo aislado: una familia, o incluso un pueblo entero, pueden emigrar al mismo tiempo. Los Individuos pueden recorrer distancias cortas o largas y pueden o no cruzar lineas de demarcación políticas (como las que separan a provincias o estados). En otras palabras, el puro y simple acto de la migración constituye un fenóneno asombrosamente difícil de medir. De hecho, hasta la misma definición dada de la migración admite dudas acerca de lo que pueda entenderse por “permanente” y por “residencia”. Este tipo de ambigüedades no se dan, obviamente, salvo en casos muy extraños, respecto de los nacimientos y defunciones. Casi toda la información de que disponemos respecto de la migración hacia, y dentro de, Estados Unidos ha sido obtenida preguntando a la gente dónde residía en una determinada fecha anterior. Por ejemplo, el censo de 1970, cerrado al 1 de abril de ese año, preguntaba por el lugar de residencia al 1 de abril de 1965 (en los censos anteriores se incluyeron preguntas similares). A partir de la

información así obtenida podemos concluir si una persona reside en la misma casa, provincia o país en que lo hacia en 1965, pero no podemos saber cuantas veces, o a qué lugares, esa persona puede haber emigrado entre tales dos fechas. La Current Population Survey pregunta cada mes de marzo, a una muestra de población norteamericana, por el lugar de residencia el 1 de marzo del año anterior, pero aquí también nos encontramos con el problema de no poder saber lo ocurrido entre ambas fechas. Gran parte de la información que analizaré en este capítulo procede, justarnente, de estas dos fuentes. TIPOS DE MIGRACIONES: INTERNAS Y INTERNACIONALES Las personas que cambian de lugar permanente de residencia suelen ser clasificadas (o tipificadas), a efectos de facilitar la investigación, según que atraviesen o no líneas de demarcación política, y en el caso de hacerlo, según cuáles sean éstas (límites comarcales y provinciales o fronteras estatales), y tamhién según el punto de origen y de destino. La distinción más importante, sin embargo, es la que se hace entre la migración interna y la externa o internacional. La migración Interna implica un cambio permanente de residencia dentro de las fronteras nacionales. El U.S. Census Bureau (Oficina del Censo estadounidense) realiza una distinción adicional clasificando como migraciones únicamente a los cambios de residencia entre condados (que incluyen, lógicamente, a los cambios de residencia entre estados de la Unión). Es decir, una persona que cambia de residencia dentro de un mismo condado es considerada por el Census Bureau como una persona móvil, pero no como emigrante. En otras palabras, todos los que emigran son individuos móviles, pero no a la inversa, al menos según las categorías del Census Bureau de Estados Unidos. Respecto del área de origen (es decir, del lugar que se deja atrás) una persona es emigrante, e inmigrante respecto del lugar de destino. Si el cambio de residencia es de un país a otro, estamos ante un movimiento migratorio internacional o externo (una vez más, emigración si lo percibimos desde el área de origen, e inmigración si lo hacemos desde la de destino). La distinción entre movimientos migratorios internos y externos es importante porque estos segundos resultan, por regla general, más difíciles de realizar que los primeros, en el sentido de que requieren una motivación mucho mayor. Ademas el impacto cultural de la migración externa es, por lo común, más fuerte que el de la migración interna. Resulta en efecto más probable que el hecho de atravesar una frontera suponga un cambio de idioma, de costumbres y de vida política (es decir, en general. un cambio en los estilos de vida y en las concepciones del mundo) que el hecho de trasladarse simplemente dentro de un mismo país. En las últimas décadas al menos (y quizá también siempre, pero no podemos saberlo con certeza), las migraciones internacionales han sido relativamente menos frecuentes que las internas, en todo caso, muchas de las explicaciones ofrecidas para el fenómeno migratorio resultan aplicables, presumiblemente, a ambos tipos por igual. EXPLICACIONES DE LA MIGRACIÓN Explicar un movimiento migratorio supone explicar tanto por qué algunas personas no cambian de

lugar de residencia, como por qué otras (de hecho la mayoría) sí lo hacen. La forma principal en que se han elaborado explicaciones o teorías ha consistido en observar las pautas seguidas por los flujos migratorios para luego, tratar de explicar por qué los individuos se trasladaron, en determinada cantidad, hacia una determinada dirección. Este tipo de explicaciones sólo de forma muy aproximada pueden ser consideradas como teorías, pero en todo caso constituyen cuanto por el momento tenemos. A lo largo de los años la explicación de la migración más oida ha sido la llamada teoría de la expulsión-atracción, que afirma que algunos individuos se trasladan porque se ven expulsados de su anterior lugar de residencia, mientras que otros lo hacen porque se ven atraídos hacia otro lugar. Ravenstein (1889) fue el primero en exponer esta idea al analizar la migración en Inglaterra a partir de los datos del censo de inglaterra y Gales. Según él los factores de atracción son más importantes que los de expulsión: "la existencia de leyes inadecuadas u opresivas, de algunos impuestos, de un clima desagradable, de un entorno social hostil y hasta de una actuación coactiva (como en el caso del transporte o del comercio de esclavos) ha producido, y sigue aún produciendo, corrientes migratorias, pero ninguna de ellas puede compararse en volumen con las resultantes del deseo inherente a la mayoría de los hombres de "mejorar" su situación material. Lo que Ravenstein viene así a decir es que el deseo de mejorar, más que el de escapar a una situación desagradable, el principal factor causal de las migraciones, al menos en la Inglaterra de finales del siglo XIX. En lenguaje cotidiano podríamos designar simplemente como stress o tensión a los factores susceptibles de empujar a una persona a cambiar de lugar de residencia. Sin embargo, resulta probablemente infrecuente que la gente reaccione, ante una situación de tensión, recurriendo a la migración, a no ser que piense que existe una alternativa razonablemente atractiva, es decir, lo que podríamos llamar un factor de atracción. El modelo analítico de las ciencias sociales configura la toma de decisiones como un proceso de análisis y cálculo de los costes y beneficios de cada situación. El emigrante potencial sopesa los factores de expulsión y de atracción y decide finalmente emigrar si los beneficios de hacerlo superan a los costes. Por ejemplo, si una persona pierde su empleo, puede resultarle ventajoso cambiar de lugar de residencia si en el lugar donde ahora vive no hay trabajo, si el seguro de desempleo ha expirado y si en otro lugar existe la posibilidad de encontrar trabajo. O, por utilizar un ejemplo algo más optimista, puede ocurrir que una persona reciba una excelente oferta de trabajo en una importante empresa ubicada en otra ciudad. En este caso, el aumento en los ingresos y en el prestigio ¿compensarán los costes de desarraigar a la familia y de dejar atrás casa, amigos y comunidad actuales? Este es un dilema relativamente frecuente entre los norteamericanos de clase media, ya que muchas grandes empresas tienen por norma la rotación geográfica regular de sus empleados de más alto nivel. Pero esto no es algo exclusivo del mundo de la empresa; el ascenso en la carrera militar y en la académica, por citar solo dos de los muchos otros ejemplos posibles, requiere con frecuencia el traslado a una ciudad distinta. Esta asociación entre migración y ascenso en la carrera profesional sirve para ilustrar la hipótesis respecto de los movimientos migratortos aparecida recientemente en la literatura sociológica, según la cual las decisiones de emigrar "surgen de un sistema de estrategias adoptado por el individuo a medida que va avanzando por el ciclo vital.” (Sione 1975:97). Si partimos del supuesto de que los individuos emplean gran parte de su vida en perseguir fines distintos, entonces la migración puede

ser percibida como un posible medio (una estrategia de implementación) para alcanzar un determinado fin (por ejemplo, un mayor nivel educativo, un mejor trabajo, una casa más confortable, un entorno más agradable. etc.). No se trata ciertamente de una hipótesis que deslumbre por su novedad (en definitiva es poco más que una versión actualizada de las conclusiones alcanzadas por Ravenstein hace un siglo), pero no por ello deja de ser una hipótesis muy razonable. Lee (1966) ha observado, en efecto, que dos de las generalizaciones con mayor validez temporal que cabe hacer respecto de los fenómenos migratorios son éstas: 1. La migración es selectiva (es decir, no emigra cualquiera, sino sólo una determinada porción de la población). 2. La mayor propensión a emigrar que se registra en determinadas etapas del ciclo vital constituye un factor importante en la determinación de los emigrantes. Una etapa concreta de la vida asociada, de forma desproporcionada, con la migración es la llegada a la edad adulta, Se trata de un período en que el deseo de alcanzar un mayor nivel educativo alcanza su cenit, y en el que además se entra en el proceso de buscar trabajo o de iniciar una carrera y de contraer matrimonio. Migración según la edad Datos recientes referidos a Estados Unidos reflejan claramente esta pauta. La movilidad era muy superior entre los adultos-jóvenes que entre los de las demás edades. Aunque los datos corresponden al período 1975-78 en Estados Unidos, la misma pauta se registró en ese país en fechas anteriores y se registra en la actualidad en otros países. La emigración resulta predominante en las edades entre 20 y 34 años, es decir, en las correspondientes a los adultos jóvenes: más de la mitad de todos los nortemericanos que en 1978 tenían esas edades habían emigrado de un condado a otro entre 1975 y 1978, y dos terceras partes habían cambiado al menos una vez de residencia, aunque fuese a distancias cortas. Después de los 35 años de edad la propensión a emigrar decae considerablemente, las tasas altas que se registran entre los niños pequeños reflejan, por supuesto, el hecho de que a menudo la migración es un proceso familiar y no sólo individual. En las edades más avanzadas, el porcentaje de individuos que cambian de lugar de residencia refleja el hecho de que muchos norteamericanos cuando se jubilan van a vivir a un lugar distinto. Utilizando datos de las Current Population Surveys (Encuestas de población actual), Long (1973) ha estimado que, según la información correspondiente al periodo 1966-71, la edad específica en que un norteamericano medio tiene más probabilidades de emigrar más allá de la línea de demarcación de un condado es la de 22 años, edad que no por azar corresponde. para muchos, a la de la graduación universitaria y a la del matrimonio. La edad en que las probabilidades de migrar son menores es la de 60-61 años, es decir, algunos años antes de la jubilación. Migración según el estado civil Las diferencias en la migración según el estado civil contribuyen a ilustrar la relación existente entre los procesos migratorios y las etapas del ciclo vital, ya que existe la expectativa social de que las personas al casarse establezcan un nuevo hogar (si bien la migración hacia ese nuevo hogar puede

muy bien producirse ahora antes del matrimonio formal). Desde 1972 el Census Bureau no ha publicado datos referidos a la movilidad geográfica de los norteamericanos según la antigüedad de su matrimonio, pero los datos anteriores a esa fecha muestran la existencia de una clara relación entre matrimonio y migración. Por ejemplo. en Estados Unidos el 90 por 100 de las mujeres con edades entre 18 y 24 años casadas por primera vez entre marzo de 1970 y marzo de 1971 cambiaron de lugar de residencia durante ese año; y el 35 por 100 de ellas se trasladó como mínimo a un condado distinto. Esta movilidad era superior a la del conjunto de las mujeres de esas edades. Por otro lado, entre las mujeres con edades entre 25 y 34 años, el 34 por 100 de las recién casadas trasladaron como mínimo su residencia de un condado a otro, en comparación con sólo el 10 por 100 de todas las mujeres de esas edades. Tras el matrimonio, la incidencia de la migración varía también según el número, y las edades, de los hijos. Entre las parejas jóvenes cuanto menor la familia, y cuanto mas pequeños los hijos, mayores las probabilidades de la migración. Por ejemplo, entre las parejas en que el marido tenía entre 25 y 34 años en 1975, el 42 por 100 de las que no tenían hijos cambiaron su lugar de residencia de un condado a otro entre 1970 y 1975, porcentaje que en cambio era del 35 por 100 en las parejas con un hijo, y de sólo el 25 por 100 en las que tenían cuatro o más hijos. Así pues, cuanto mayor la familia, mayores los obstáculos para la migración. Por otro lado la probabilidad de un cambio en el lugar de residencia resultaba mayor si el hijo mayor era menor de seis años: una vez que los hijos alcanzan la edad escolar la tentación de cambiar de lugar parece disminuir. En edades superiores la relación entre ciclo familiar y migración cambia de sentido. Entre las parejas en las que el marido tenía de 45 a 54 años en 1975, las que tenían hijos tenían también probabilidades algo mayores que las demás de cambiar de lugar de residencia (U.S. Bureau of Census, 1975a). Más aún: las familias mas grandes eran las que más probabilidades tenían de hacerlo. Esto refleja. probablemente, al menos tres fenómenos diferentes: (1) a medida que las familias crecen aumenta la necesidad o el deseo de tener una casa más grande; (2) a medida que las familias crecen puede aumentar la necesidad de cambiar a un trabajo más remunerado; y (3) las personas con mejores trabajos y con ingresos más elevados son las que muestran mayor tendencia a cambiar de lugar de residencia (como veremos), al tiempo que dichos mayores ingresos pueden dar lugar a familias más grandes. En general, y de forma especial en Estados Unidos, la frecuencia de la migración aumenta a medida que lo hace el nivel de ingresos y el de educación. Dado que la consecución de un determinado nivel educativo desencadena a menudo toda una cadena de acontecimientos que desembocan en el desempeño de una determinada ocupación y en la obtención de unos determinados ingresos, podemos considerarla como un aspecto especialmente importante del ciclo vital, sobre todo para la amplia clase media de la sociedad norteamericana. Migración según el nivel educativo Existe una tendencia clara a que la tasa de migración aumente a medida que lo hace el nivel de estudios alcanzado: una persona (varón o mujer) con un título universitario tiene en Estados Unidos tres veces más probabilidades de haber cambiado su residencia de un condado a otro entre 1975 y 1978 que una persona con la educación básica incompleta.

Dado que las diferencias en las tasas de migración correspondientes a hombres y mujeres no son muy grandes, cabe llegar a la conclusión de que éstas se ven obligadas a seguir a sus maridos (cuyo nivel educativo es presumiblemente similar) cuando éstos cambian de lugar de residencia. A medida que va siendo cada vez mayor el número de mujeres integradas en la población activa cabe preguntarse si la ocupación de la mujer tendrá el mismo efecto que la del hombre sobre las probabilidades migratorias de la familia. La respuesta parece ser que no. Un estudio reciente de Duncan y Perrued (1976) indica que entre las mujeres casadas que trabajan, ni su prestigio ocupacional ni su contribución relativa al total de los ingresas familiares inciden sobre las probabilidades de cambiar de lugar de residencia de una familia. En cambio, dichas probabilidades presentan una clara relación con el prestigio ocupacional del marido: a medida que éste aumenta, también lo hace la movilidad geográfica. Podemos así concluir que en Estados Unidos la migración interna parece estar estrechamente asociada al ciclo vital y al status social. A menudo puede constituir una estrategia de implemeritación, es decir, un medio de conseguir algo percibido como inexistente en el lugar actual de residencia. De hecho, para la mayoría de las personas la decisión de cambiar de lugar de residencia guardará una estrecha relación con los estadios del ciclo vital, por lo que dicha tesis resulta de especial relevancia. Merece la pena señalar que Long (1973) ha estimado que el norteamericano medio cambia de lugar de residencia unas trece veces en su vida. Es decir, un norteamericano de 20 a 24 años tiene aún, por realizar, un promedio de nueve cambios de lugar de residencia e incluso uno de 40 a 44 años tiene aún por delante un promedio de tres cambios (estamos hablando, por supuesto, de casos promedio, que rara vez se encuentran tal cual en la realidad). ¿CUÁNTOS NORTEAMERICANOS CAMBIAN DE LUGAR DE RESIDENCIA? Estados Unidos es un país en continuo movimiento, y siempre ha sido asi. El Census Bureau ha estimado en unos 80 millones (es decir, en un 41 por 100 del total) el número de norteamericanos con edades superiores a los cinco años que en 1975 vivían en una casa distinta a la ocupada en 1970. Muchos de esos 80 millones de norteamericanos habian cambiado de domicilio sin duda más de una vez a lo largo de ese quinquenio, así que en realidad representan más bien el mínimo probable de migración realmente registrada. De ese total, menos de 4 millones corresponden a personas que en 1970 vivían en el extranjero; así pues, la mayoría de la migración registrada era claramente interna. Casi la mitad de los migrantes vivían en 1975 en la misma área metropolitana que en 1970, pero en cambio casi 17 millones de norteamericanos habían trasladado su residencia a un estado diferente. Aunque ciertamente la movilidad geográfica de los estadounidenses es muy elevada, no constituye sin embargo un caso único. Tras comparar a nivel internacional datos referidos a movimientos migratorios, Long y Boertlein (1976) encontraron que los australianos registraban tasas de migración ligeramente mas elevadas que los estadounidenses y que las de éstos. a su vez, resultaban escasamente superiores a las de los canadienses. Por otro lado, y en conjunto, los residentes en dichos tres paises se muestran mucho más propensos a migrar que los británicos o los japoneses. Para Long y Boertlein esto se debe a que Estados Unidos, Canadá y Australia son paises de inmigración, donde la idea de migrar no resulta algo innovador sino por el contrario algo aprendido

sencillamente al estudiar la historia de los antepasados. En consecuencia. para los habitantes de esos tres paises resulta más probable que para los habitantes de paises donde la migración es un fenómeno menos corriente concebir la migración como una posible estrategia vital. Otra interesante cuestión que Long y Boertlein se plantean es si el gran número de estadounidenses que cada año cambia de residencia da lugar o no a un deterioro de la calidad de vida. ¿Es acaso cierto que Estados Unidos está criando una nueva raza de nómadas; que se está convirtiendo en una nación de extraños; que, como consecuencia de la migración, sus habitantes se están convirtiendo en personas alienadas y solitarias? Según Long y Boertlein (1976), la respuesta es no. Las tasas de movilidad residencia y de migración han permanecido sustancialmente estables en Estados Unidos desde mediados de los años cuarenta de este siglo; lo que ocurre, señalan estos autores, es que la cada vez mayor facilidad en los transportes y comunicaciones puede, sencillamente, haber aumentado nuestra percepción de la magnitud de la migración (y, cabría añadir, quizá también de la de otros problemas como, por ejemplo, la soledad). ¿ADÓNDE SE TRASLADA LA GENTE? La cuestión de adónde se dirige la gente se encuentra íntimamente relacionada con las razones para cambiar de lugar de residencia y con el número de personas que lo hacen. Dado que la migración tiende a estar asociada a ciertas etapas del ciclo vital y que representa un intento de mejorar la calidad de vida resulta natural que los emigrantes tiendan a dirigirse hacia aquellos lugares donde perciben mayores oportunidades. Así pues, son consideraciones de tipo económico las que hacen que los emigrantes se dirijan a donde las probabilidades de prosperar económicamente parecen buenas y no a otros lugares (Lee, 1966). La historia de las migraciones internacionales parece sugerir que a menudo dichas probabilidades han sido identificadas con la existencia de un territorio abierto en el que la tierra pareciera prometer un alto beneficio económico. En épocas más recientes han sido identificadas también con un trabajo en la ciudad y en consecuencia se ha producido un predominio de la migración desde zonas rurales (con un nivel bajo de renta) a zonas urbanas (con un nivel de renta más elevado). Dentro de Estados Unidos y durante varias décadas, la migración tomó la dirección de los centros de industrialización de los estados del norte y noreste y de los prósperos núcleos agrícolas e industriales de los estados del oeste. La marcha hacia el oeste fue el más fuerte de estos movimientos de población (Shryock, 1964). Ello supuso, en un principio, que los valles montañosos al oeste de la costa atlántica constituyeron el punto de destino de los movimientos migratorios; luego se produjo la ocupación de las llanuras; finalmente, y sobre todo desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la costa del Pacífico se ha convenido en un punto de destino muy popular. Hasta aproximadamente 1950 las migraciones se dirigieron también desde los estados del sur a los del noreste y centro-norte. Esto correspondía, generalmente, a una emigración del campo a la ciudad: desde el sur, económicamente deprimido, a las ciudades industrializadas del norte. En los años cincuenta esta pauta de emigración neta desde el sur pasó a invertirse y los estados del noreste y centro-norte pasaron a convertirse, cada vez más, en puntos de origen, más que de destino, de movimientos migratorios.

Desde finales de la década de 1960 se han producido dos nuevas y significativas inversiones en cuanto al destino de la migración interna estadounidense. En primer lugar, el fuerte movimiento hacia el oeste ha cedido el paso a un fuerte movimiento migratorio hacia el sur: a medida que el oeste se ha ido congestionando, el sur se ha hecho más receptivo a las nuevas actividades económicas y a los nuevos migrantes. Todo ello forma parte del movimiento general de los habitantes de Estados Unidos hacia el “cinturón del sol” que se extiende desde Florida hasta el sur de California. En efecto, entre 1970 y 1975, el estado de Florida fue el que más población atrajo, seguido de California y Tejas. En términos porcentuales, fue Arizona quien creció más rápidamente durante dicho quinquenio (su población aumentó en un 25 por 100), seguida de Florida y Nevada. No hay que caer, sin embargo, en el error de pensar que la gente trataba simplemente de huir del frío: Alaska constituyó el cuarto estado, en cuanto a rapidez de crecimiento, entre 1970 y 1975. como resultado claramente de las expectativas laborales que despertó el proyecto del oleoducto. Las oportunidades de empleo han sido durante mucho tiempo, y siguen siendo aún, el principal factor determinante de la dirección de la migración. La segunda gran inversión de la pauta migratoria tradicional consiste en la explosión demográfica del campo estadounidense. En la década de 1950 sólo la décima parte de los condados no metropolitanos registraba. en Estados Unidos, un crecimiento demográfico como consecuencia de una inmigración neta: en cambio, entre 1970 y 1975 las dos terceras partes de tales condados registraron un saldo migratorio positivo, siendo de señalar que dichos incrementos no fueron simplemente resultado de un proceso de suburbanización y de expansión urbana (aunque esto fuera parte de la explicación real del proceso), ya que el crecimiento se registró también en áreas rurales aisladas. Este renacimiento del Estados Unidos rural se ha producido a expensas de las grandes áreas metropolitanas, sobre todo (pero no únicamente) de las ciudades de los estados del noreste y centronorte. Entre los lugares que a lo largo del quinquenio 1970-1975 perdieron población se encuentran la ciudad de Nueva York, Filadelfia, Cleveland, Cincinnati, Chicago, San Luis, Los Angeles y Seattle. ¿Por qué se produjo esta inversión de la pauta migratoria? Desde antiguo los estadounidenses han tenido en gran valor la vida rural y pastoril, aun cuando la misma supusiera renunciar a una rápida mejora en el nivel de ingresos, si bien han preferido también, por lo general. permanecer cerca de un área metropolitana grande. El automóvil y las autopistas han facilitado, por supuesto, esta posibilidad. Ahora bien, Morrison y Wheeler (1976) señalan que en las áreas rurales están apareciendo industrias que ofrecen oportunidades de empleo nunca antes existentes en ese entorno rural tan altamente valorado. Tres son, básicamente, según estos autores, dichas industrias: (1) industrias basadas en el creciente número de jubilados emigrados a zonas rurales en mejor situación económica que nunca antes y precisados de servicios; (2) industrias recreativas; y (3) industrias relacionadas con la energía, fundamentalmente la minería de carbón. Con toda probabilidad estas áreas continuarán aumentando, a veces de forma espectacular, su población, lo que sin duda dará lugar a problemas de ajuste: ajuste a corto plazo entre nativos e inmigrantes, y ajuste a las consecuencias a largo plazo de la migración. CONSECUENCIAS DE LA MIGRACIÓN

La migración pone en contacto a personas que, probablemente, han crecido con visiones del mundo, formas de encarar la vida, actitudes y pautas de comportamiento muy diferentes. La migración entre sociedades, por ejemplo, constituye la causa principal de muchas de las tensiones raciales y étnicas del mundo actual. Kingsley Davis ha llegado incluso a comentar que “las ventajas de la inmigración son tan dudosas que uno se pregunta por qué los gobiernos de las naciones industriales la favorecen” (1974:105). La migración puede en efecto producir alteraciones profundas en una sociedad en un corto periodo de tiempo. Consecuencias individuales Los procesos migratorios tienen consecuencias tanto para el individuo como para el grupo. A nivel individual la migración puede originar stress, desorganización de la vida cotidiana o incluso distintas formas de enfermedad mental. Rieger y Beegle resumen así, por ejemplo. los problemas con que en Estados Unidos se enfrenta quien emigra desde una zona rural a otro entorno distinto: “Las relaciones normales en la vieja comunidad han quedado interrumpidas. El emigrante pasa a menudo por un periodo de desempleo que origina una sensación de inseguridad económica, cuando no de dependencia. Puede encontrar que la gente es, en su nuevo lugar de residencia, distinta de la que está acostumbrado a tratar, y puede encontrarle en condiciones y en situaciones nunca antes experimentadas en su experiencia anterior. Por lo general, se encuentra en cierta situación de desventaja educativa a la hora de competir en el mercado de trabajo. Todos estos factores, en conjunto, pueden producir ansiedad en tanto no se consiga un nivel satisfactorio de estabilidad y seguridad" (1974:43). Una de las formas de hacer frente a un nuevo entorno consiste en buscar la compañía de otras personas con el mismo origen cultural y geografico. Esto es a menudo favorecido, cuando no forzado, por la existencia de enclaves o ghettos donde residen inmigrantes anteriores y recientes originarios de idénticas, o similares, áreas de procedencia. De hecho, la aparición de uno de estos enclaves puede contribuir a facilitar la migración, al reducir el miedo a lo desconocido en cada potencial nuevo inmigrante. En las áreas de recepción los inmigrantes anteriores, ya adaptados y dispuestos a ayudar en el ajuste e integración social de los recién llegados, constituyen para éstos verdaderos guías respecto del nuevo entorno. En algunos casos una determinada área puede servir como centro de integración tanto de inmigrantes internacionales como de inmigrantes internos. Es el caso, por ejemplo, del área mejicano-americana (que anteriormente era un área lituana) situada al suroeste del centro de Detroit. Se trata de una zona fácil de tipificar, a partir de los datos censales, por la alta proporción de personas hispano-hablantes, y fácil de identificar en una visita personal por la existencia de restaurantes mejicanos, de una fábrica de tortillas, de una tienda de objetos típicos y de una iglesia católica donde el español es el idioma predominante. Este área ha constituido un punto de arribada para la migración interna de mejicano-americanos desde zonas rurales, al menos desde 1920, y al mismo tiempo ha sido un polo de atracción para los ciudadanos mejicanos que emigraban a Estados Unidos. Aunque localmente se la conoce como barrio, no se trata de un área cerrada de la que resulte imposible salir. De hecho sólo una pequeña parte de la población hispano-hablante de Detroit reside ahora allí, pero la mayor parte de la misma vivió allí (o tuvo padres o cónyuges que

vivieron allí) en algún momento. Aunque el encontrarse con personas de procedencia similar puede reducir, para el nuevo inmigrante, el esfuerzo de adaptación requerido, existen datos que parecen sugerir que a la larga las consecuencias sociales de esta tendencia a agruparse (sobre todo entre parientes) se traducen en un retraso de su integración y asimilación en el nuevo entorno. Un estudio longitudinal realizado en Michigan por Rieger y Beegle (1974) indica que, al menos en comunidades pequeñas, los nuevos inmigrantes que más rápidamente se integran son aquéllos que no cuentan con parientes en el lugar de acogida. En otro estudio longitudinal realizado en Arkansas por Hendrix (1976) se encontró que, si bien la migración debilitaba los lazos de parentesco en el lugar de origen, en el lugar de destino el parentesco no contribuía en cambio a facilitar la integración de quienes emigraban del campo a la ciudad; es decir, una conclusión similar a la de Rieger y Beegle. Hendrix encontró, sin embargo, que la integración en un nuevo entorno se veía facilitada cuando existían relaciones intensas de amistad (no de parentesco). Consecuencias sociales Las consecuencias de la migración para el individuo (sobre todo para el desarraigado) son, sin duda, de gran interés pero sus consecuencias sociales, es decir, su impacto sobre la composición demográfica y la estructura social tanto del área donante como de la receptora, tienen un alcance más general. La composición demográfica se ve afectada por la naturaleza selectiva (en base fundamentalmente a la edad) de la migración. El área donante experimenta, por lo general, pérdida de población entre los adultos jóvenes, que pasan a sumarse a la poblac¡ón del área receptora. Por otro lado, dado que a esas edades es cuando tiene lugar la mayor parte de la reproducción, el área receptora ve aumentado, en consecuencia, su nivel de incremento natural a expensas del área donante. Este efecto de la migración sobre el incremento natural se ve además reforzado por la relativamente baja probabilidad de defunción de los adultos jóvenes en comparación con la de los miembros de la población de edad más elevada. Cuando la naturaleza selectiva de la migración se combina con un volumen elevado de la misma, como por ejemplo ocurre en Estados Unidos, las pautas de relación social y de organización social pueden verse alteradas. Las relaciones familiares extensas se debilitan, aunque no quedan destruidas, y las instituciones locales, económicas, políticas y educativas tienen que ajustarse a los cambios en el número de personas a las que cada una de ellas ha de prestar servicios. Podemos captar algunos de tales cambios en la comparación realizada por Morrison (1974) entre la inmigración a San José (California) con la emigración procedente de San Luis (Missouri). San José es una ciudad cuya economía está creciendo rápidamente y cuya población está aumentando con rapidez, básicamente como consecuencia de la inmigración. Tanto los niveles de inmigración como de emigración son allí elevados, dando así lugar a un importante trasiego de personas. Según Morrison este alto nivel de entradas y salidas de individuos puede resultar beneficioso para el crecimiento económico futuro de la zona, ya que una población altamente móvil puede adaptarse rápidamente a los cambios: las variaciones en la demanda local de los distintos tipos de ocupaciones pueden ser satisfechas fácilmente gracias al elevado trasiego de los componentes de la fuerza de trabajo.

En contraste con San José, la ciudad de San Luis ha estado perdiendo población desde 1970, sobre todo en los distritos del centro. Esto se ha debido fundamentalmente a la existencia de una masiva emigración hacia las afueras, y de modo especial hacia las zonas residenciales suburbanas, por parte tanto de blancos como de negros. Uno de los resultados de este proceso ha sido la ya conocida pauta de acumulaclón relativa en la ciudad de personas en situación de desventaja. Los que no pueden dejarla pertenecen, en efecto, de forma desproporcionada a los grupos raciales y étnicos minoritarios, o bien son personas pobres, ancianas, desempleadas o que viven de subsidios estatales. Parte de la diferencia entre los casos de San José de San Luis radica en la extensión de los límites de la ciudad: San Luis es una ciudad mucho más vieja y su circunscripción administrativa es mucho más reducida que la de San José. Pero la misma situación general se repite con frecuencia no sólo en Estados Unidos sino también en otras partes del mundo. La inmigración es estimulada por el crecimiento económico y, a la vez, contribuye a éste, ya que el flujo de adultos jóvenes que viene a añadirse a la población genera la demanda de una amplia variedad de bienes y servicios (puestos de trabajo, alimentación, vivienda y servicios). Por otro lado, la emigración suele ser asociada con frecuencia a la existencía de una economía que se ve desbordada por el tamaño de su población. Dado que los individuos socialmente ambiciosos y educacional y ocupacionalmente más dotados son justamente los que con mayor probabilidad abandonan este tipo de contexto, su marcha contribuye a aumentar la tendencia del mismo hacia el progresivo estancamiento o declive económico. El proceso dual de inmigración de un grupo étnico o racial, precedido o seguido por la emigración de otro grupo étnico o racial, refleja una de las principales consecuencias sociales de la migración: su impacto sobre la estratificación social. Los inmigrantes tienden a sentir que su status socio-económico mejora al migrar a un determinado lugar del mismo modo que los que emigran de él piensan que su posición mejora al abandonarlo. En resumen, la migración es, de los tres procesos demográficos, el que mayor impacto tiene a corto plazo sobre la sociedad. Constituye un proceso selectivo que requiere siempre cambios y ajustes por parte de quienes se ven implicados en él. Y lo que es más importante: cuando la migración alcanza un cierto volumen puede tener un impacto significativo sobre la estructura social, cultural y económica tanto del área donante como de la receptora. A causa justamente de su impacto potencial la migración es objeto, con frecuencia, de regulación gubernamental. LA MIGRACIÓN COMO COMPONENTE DE LA POLÍTICA DEMOGRÁFICA La migración es, de los tres procesos demográficos, el más fácil de controlar, al menos en teoría. No se puede, en efecto, legislar contra la muerte (salvo suprimiéndola como forma de castigo) y pocos se han atrevido a hacerlo contra los nacimientos. En cambio sí se pueden levantar barreras legales, e incluso físicas, contra la migración. En la práctica, por supuesto, el control de la migración resulta difícil si la gente está fuertemente motivada a cambiar de lugar de residencia. Pese a ello las autoridades locales y nacionales a veces lo intentan. En esta sección me centraré en el análisis de las políticas y directrices referidas a la migración existentes en Estados Unidos. Migración internacional

Antes de la Primera Guerra Mundial existían pocas restricciones en la migración hacia Estados Unidos. El número de inmigrantes venía así determinado por el deseo de los individuos particulares más que por cualquier otra cosa. Un estímulo para la migración especialmente importante fue, por supuesto, la caída en la tasa de mortalidad registrada en Europa durante el siglo XIX que dio origen a un largo período de crecimiento demográfico. La libre migración desde Europa a las zonas templadas del mundo (sobre todo a Norte y Suramérica y a Oceanía) representa uno de los trasvases de población, a escala internacional, más significativos de la historia. El impacto social, cultural, económico y demográfico de este movimiento migratorio fue enorme. El reconocimiento de los problemas creados por la migración libre abrió, aproximadamente al tiempo de la Primera Guerra Mundial, una nueva era de restricciones que se concretó en el establecimiento de numerosos controles en los países receptores, es decir, en los paises que constituían el punto de destino de la migración internacional. Estados Unidos y Canadá tomaron la iniciativa en este movimiento restrictivo. La ideologla latente tras el control de la inmigración era la la de preservar la pureza étnica: la frase “no demasiado cansados, no demasiado pobres, no demasiados”, probablemente resume adecuadamente el sentimiento predominante a este respecto en la época. Antecedentes históricos: El descubrimiento de oro en California a mediados del siglo XIX originó una demanda de mano de obra (para la construcción del ferrocarril y para el cultivo de la tierra) que fue en parte cubierta con la migración, mediante contrato, de trabajadores chinos. Sin embargo, en 1869, y una vez completado el ferrocarril transcontinental, resultó más fácil la llegada al Oeste de obreros americanos, apareciendo en cambio en el este, en varias ocasiones, los trabajadores chinos como rompehuelgas. El resentimiento generalizado contra éstos creció hasta tal punto que en 1882 el Congreso decidió romper un tratado recientemente firmado con China, suspendiendo por diez años la inmigración china. Se intentó sin éxito que los tribunales revocasen dicha decisión y con el tiempo las restricciones impuestas a los chinos, incluso a los ya residentes en Estados Unidos, fueron endureciéndose (de hecho, las Chinese Exclusion Acts, o Leyes de Exclusión de los Chinos, como eran llamadas, no fueron abolidas sino en 1943). La exclusión de los chinos dio lugar a un incremento, en las décadas de 1880 y 1890, de la inmigración japonesa; a finales de siglo, sin embargo, la hostilidad se dirigió también hacia ellos así como hacia varios otros grupos de inmigrantes. A finales del siglo XIX la composición étnica de la inmigración hacia Estados Unidos había experimentado un cambio: la población procedente del sur de Europa (y sobre todo de Italia) pasó a predominar sobre la procedente de la Europa del norte occidental, En 1800 el 86 por 100 de todas las personas nacidas fuera de Estados Unidos eran de origen europeo, pero sólo el 2 por 100 procedía del sur de Europa (casi exclusivamente de Italia). Sólo 30 años más tarde, el 86 por 100 de los nacidos fuera de Estados Unidos seguían siendo europeos, pero ahora los procedentes del sur de Europa representaban el 14 por 100, es decir, se habían multiplicado por siete. En 1892 el centro de recepción de emigrantes de la ciudad de Nueva York fue trasladado a la isla de Ellis para facilitar la selección entre quienes deseaban trasladar su residencia a Estados Unidos, como respuesta a la creciente exigencia pública de un mayor control sobre los potenciales nuevos residentes. En 1891 el Congreso había aprobado una ley según la cual no se permitiría la entrada en

el país a los extranjeros que padeciesen una enfermedad contagiosa, aborrecible o peligrosa o que hubiesen cometido un crimen. La locura fue añadida a esta lista en 1903 y la tuberculosis en 1907. En 1917 fue aprobada una disposición muy controvertida que exigía saber leer y escribir y como consecuencia de la cual quedaba excluido todo extranjero mayor de 16 años que no supiera hacerlo. En 1921 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la primera ley de la historia de este país que establecía un límite numérico a la inmigración. La ley de Cuotas de 1921 limitaba el número de extranjeros de cualquier nacionalidad al tres por ciento de los nacidos fuera de Estados Unidos con esa misma nacionalidad y que en 1910 resídian allí. Por ejemplo, en 1910 había en Estados Unidos 11.498 personas que habían nacido en Bulgaria: como consecuencia, cada año se permitiría la entrada al país a 345 personas (es decir, el 3 por 100 de la cifra anterior) procedentes de Bulgaria. Según esta ley unas 350.000 personas podían entrar cada año en Estados Unidos dentro de la cuota de inmigración; los parientes cercanos de ciudadanos estadounidenses y los miembros de determinadas profesiones (por ejemplo artistas, enfermeras, profesores y sirvientes) no estaban afectados por el sistema de cuotas. La promulgación de esta ley se explica porque la situación de crisis y caos económico de Europa tras la Primera Guerra Mundial dio lugar a la extendida creencia de que millones de europeos desgarrados por la guerra estaban a punto de volcarse hacia Estados Unidos dando lugar a una verdadera inundación humana que podria alterar completamente el tradicional estilo de vida norteamericano. La ley de 1921 estuvo en vigor sólo hasta 1924, fecha en que fue reemplazada por la Immigration Quota Act (Ley de Cuota de Inmigración). La ley de 1924 era aún más restrictiva que la de 1921, ya que el debate público sobre el tema de la inmigración produjo desgraciadamente la popularización de teorías racistas según las cuales los nórdicos (es decir, las personas procedentes del noroeste de Europa) eran genéticamente superiores a los demás. Inicialmente la ley de 1924 estableció un sistema de cuotas sobre la base de admitir anualmente una cifra de inmigrantes procedentes de cada país equivalente al 2 por 100 de oriundos de ese mismo país que según el censo de 1890 (y no el de 1910) fueran ya residentes en Estados Unidos. La utilización de las cifras del censo de 1890 como base para efectuar los cálculos se debía a que en dicha fecha el 70 por 100 de los nacidos fuera de Estados Unidos procedian del noroeste de Europa, en tanto que en el censo de 1910 (que era el que la ley de 1921 tomaba como base) sólo el 50 por 100 de los nacidos fuera del país procedían de esa zona de Europa. Sin embargo, y como respuesta a la acusación de que la nueva ley de inmigración era deliberadamente discriminatoria, en 1929 se adoptó un nuevo sistema de cuotas: el National Origins Quota, o cuota según el origen nacional, de gran complejidad. Según el nuevo sistema, un Consejo de Cuota especial debía elaborar el porcentaje correspondiente a cada nacionalidad en el censo de 1790 (el primero realizado en Estados Unidos) para establecer luego las adiciones a ese número inicial aportadas por las inmigraciones subsiguientes. No era una tarea fácil. Dado que los datos precisos para ese cálculo sencillamente no existían fue preciso recurrir a supuestos arbitrarios o a estimaciones discutibles. Una vez establecido así el sistema de restricciones según el origen nacional, el número real de inmigrantes procedente de cada país al que se permitía la entrada era calculado aplicando el porcentaje correspondiente a la cifra de 150.000, que era el número máximo total anual establecido para la inmigración. Así, si el 60 por 100 de la población era de origen inglés, entonces el 60 por 100 de los 150.000 inmigrantes admitidos cada año (es decir, 90.000) podrían proceder de Inglaterra. La

cifra total de inmigrantes admitidos cada año era en realidad superior a 150.000, ya que a cada país se le concedía un mínimo de cien visados. Por otro lado, los parientes cercanos de los ciudadanos estadounidenses seguían estando exceptuados de las cuotas. Una ley similar fue promulgada en Canadá en 1927 (Boyd). En todo caso, el Congreso se reservaba la capacidad de anular esas motas en caso de necesidad, como por ejemplo hizo durante y tras la Segunda Guerra Mundial al objeto de acomodar a los refugiados procedentes de Europa. En 1952, y en medio del ambiente anticomunista característico de la era Matcarthy, tuvo lugar en Estados Unidos un nuevo intento por controlar la corriente migratoria mediante el incremento de los requisitos tendentes a asegurar la «compatibilidad» de los inmigrantes con la sociedad norteamericana establecida. La ley McCarran-Walter, o ley de inmigración y naturalización de 1952, mantuvo el sistema de cuotas según el origen nacional añadiéndole un sistema de preferencias basado fundamentalmente en la Ocupación. La ley McCarran-Walter permitía que hasta un 50 por 100 de los visados correspondientes a cada pais fuesen concedidos a personas altamente cualificadas, cuyos servicios eran precisados con urgencia. Los parientes de ciudadanos estadounidenses aparecían clasificados en segundo lugar, seguidos de las personas sin ninguna capacitación profesional y sin parientes en Estados Unidos. La libertad de emigración hacia Estados Unidos quedaba asi severamente restringida incluso en el caso de aquellos paises que, según el sistema de cuotas en base al origen nacional, gozaban de alguna ventaja. La situación era parecida en Canadá. donde una ley similar fue aprobada en ese mismo año. Quiero indicar que Canadá tenía al menos dos razones para adoptar las mismas políticas de inmigración que Estados Unidos: en primer lugar comparte con este país buena parte de su herencia cultural: por otra. comparte con él una frontera. Esta similitud cultural y esta proximidad física hubieran podido hacer que Canadá resultara inundado con todos los inmigrantes excluidos de Estados Unidos, de no adoptar una similar legislación restrictiva al respecto. Política de inmigración contemporánea: En la década de 1960 fueron derogados los aspectos étnicamente discriminatorios de la política de inmigración estadounidense, manteniéndose en cambio sus aspectos restrictivos. La ley de inmigración de 1965 (ley Kennedy-Johnson) puso fin a un sistema, mantenido durante casi medio siglo, según el cual el origen nacional constituía el principal factor determinante de la admisión en Estados Unidos de emigrantes procedentes de paises no pertenecientes al hemisferio occidental. Una vez más, cambios similares tuvieron lugar en Canadá en 1962. Aunque el criterio del origen nacional ha sido eliminado, siguen existiendo sin embargo restricciones en cuanto al número total de inmigrantes que, por primera vez, afectan también a las personas procedentes de paises del hemisferio occidental. La ley de 1965 establece un límite anual de 120.000 personas procedentes del hemisferio occidental, y de 170.000 procedentes del resto de los países, sin que en ningún caso puedan ser admitidas más de 20.000 personas procedentes del mismo país. Una vez más el Congreso se reservó el derecho de establecer excepciones a esos límites para determinados casos especiales (como por ejemplo el de los refugiados vietnamitas, de los cuales en 1975 había unos 130.000. La ley mantiene un sistema modificado de preferencias que coloca en primer lugar a los inmigrantes que son parientes de ciudadanos estadounidenses: las personas cuyos hijos tienen la ciudadanía

estadounidense pueden emigrar al margen de las cuotas. En la actualidad se exige además a aquellos solicitantes que se acogen a la preferencia ocupacional un certificado del Departamento de Trabajo (Labor Department) que especifique que su capacitación profesional resulta necesaria en Estados Unidos. En 1976 la ley fue enmendada en el sentido de que los padres de ciudadanos norteamericanos tendrían la máxima prioridad sólo si sus hijos son mayores de 21 años. El objetivo de este cambio era impedir la estratagema usada con cierta frecuencia por mujeres embarazadas que entraban ilegalmente en Estados Unidos, tenían allí su hijo (que automáticamente se convertía en ciudadano estadounidense) e inmediatamente solicitaban la concesión de la ciudadania sobre la base de ser madres de un ciudadano estadounidense. Es posible, e incluso probable. que las restricciones a la inmigración procedente del hemisferio occidental hayan contribuido al problema de los residentes ilegales en Estados Unidos, especialmente de los procedentes de Méjico (que representan aproximadamente el 55 por 100 de todos los residentes ilegales en aquel país. El requisito del certificado laboral, así como la cuota numérica correspondiente a los países del hemisferio occidental, entraron en vigor en un momento en que la población de Méjico crecía mucho más deprisa que su economia y, por tanto, que su mercado laboral. Así pues, en dicho país se daban claramente los factores denominados de expulsión. La migración de mano de obra no cualificada de Méjico a Estados Unidos constltuyó, en los años cincuenta y sesenta, una alternativa posible gracias al programa de admisión de braceros que los cultivadores de California consiguieron hacer aprobar como forma de conseguir mano de obra barata. Sin embargo, en la década de 1960 los mejicano-americanos (es decir, los ciudadanos estadounidenses de origen mejicano) se movilizaron con éxito contra el programa de braceros. Esto, unido a la exigencia de requisitos laborales mas restrictivos, hacen explicable que la inmigración ilegal desde Méjico haya experimentado desde entonces un auge. Parece claro que, a lo largo de los años, la política de inmigración de Estados Unidos, y en menor medida la de Canadá, ha sido una política de guardabarrera, concebida para impedir la entrada a las personas consideradas como indeseables. Las personas consideradas, en general. como más deseables eran los profesionales: médicos, científicos, profesores, juristas y otros. Un interesante aspecto, por cierto, de la abolición del criterio del origen nacional es que ha permitido el aumento de la proporción de inmigrantes legales que son profesionales. En el periodo 1961-65, es decir, en los últimos cuatro años de vigencia del sistema de cuotas por origen nacional, el 20 por 100 de los emigrantes económicamente activos eran profesionales; en el cuatrienio 1968-72 ese porcentaje subió al 30 por 100, es decir, a una cifra que era más de dos veces superior al porcentaje de profesionales en la población activa estadounidense del periodo. La razón básica de esta pauta parece hallarse en una especie de fuga de cerebros, en aquellos paises desde los que con el anterior sistema de inmigración resultaba imposible, o muy difícil, lograr la admisión en Estados Unidos. Por ejemplo, en el periodo 1961-65 menos del 9 por 100 de todos los inmigrantes llegados a Estados Unidos procedían de Asía y África: en 1968-72 representaban en cambio casi el 30 por 100 (predominando los procedentes de Asia). Entre estos inmigrantes los profesionales se encontraban claramente sobrerrepresentados. Al hacerse menos restrictiva que en el pasado la política de «guardabarrera» en Estados Unidos, la composición étnica de la inmigración ha experimentado cambios espectaculares. Entre 1965 y 1975 el número de europeos admitidos en el país aumentó en un 38 por 100, porcentaje en modo alguno

comparable al 540 por 100 de aumento registrado por la inmigración procedente de Asia. En cuanto al origen nacional de los inmigrantes admitidos en 1975 en Estados Unidos, el mayor número procedía de Méjico: entre los diez paises que más inmigrantes aportaron cuatro eran asiáticos; y en cuanto a Europa, los dos países con mayor número de emigrantes hacia Estados Unidos fueron ambos del sur (Portugal e Italia). Los años setenta constituyeron una década conflictiva y desde 1975 los Estados Unidos han admitido varios cientos de miles de refugiados procedentes de Vietnam. Un efecto residual de la guerra de Vietnam fue la creación de una gran población de refugiados, compuesta básicamente de personas de origen chino, que emigró no sólo hacia Estados Unidos sino también hacia Hong Kong y otros países del sureste asiático. El holocausto que prácticamente tuvo lugar en Camboya a finales de los años setenta produjo también un amplio número de refugiados que se dispersó por el sureste de Asia. La invasión soviética de Afganistán, a finales de 1979, dio lugar también a una población de refugiados afgana que se dirigió a Irán y Pakistán. En Estados Unidos la década de 1980 se abrió con la aprobación gubernamental para la entrada de decenas de millares de refugiados cubanos, muchos de los cuales no habían conseguido el permiso de entrada en el país a través de los cauces legales normales. La inmigración legal representa como poco el 20 por 100 del incremento neto anual de la población en Estados Unidos: más de tres cuartas partes de esa inmigración procede de los países menos desarrollados. No quiero dejar de subrayar que Estados Unidos es el cuarto país más poblado del mundo: en consecuencia, a pesar de la importancia relativa que en el mismo tiene la inmigración internacional, el total anual de inmigrantes legales supone añadir a la población total menos de un 0.2 por 100. La cifra de inmigrantes ilegales, en cambio, es considerada a menudo como excesivamente grande. Migración ilegal No se sabe la cifra exacta de personas que cada año entran ilegalmente en Estados Unidos: las estimaciones varían desde 80.000 hasta cuatro millones. Como ya he dicho, la mayoría de los inmigrantes ilegales (probablemente más del 80 por 100) proceden de Méjico. Si recurren a entrar ilegalmente en Estados Unidos es porque el rápido crecimiento demográfico de Méjico ha dado lugar a una alta tasa de desempleo, y la entrada ilegal resulta más barata y rápida que la efectuada a través de los cauces legales. Los inmigrantes ilegales mejicanos no se diferencian, probablemente, mucho de los legales: unos y otros son jóvenes, laboralmente poco cualificados, y deseosos de encontrar trabajo. A lo largo de la década de 1970 el Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos aprehendía un promedio anual de unos 700.000 ciudadanos mejicanos susceptibles de deportación. Utilizando la teoria de la “punta del iceberg” hay quien ha sostenido que el total de mejicanos que cada año cruzan ilegalmente la frontera puede muy bien ser de unos cuatro millones. Esta estimación está sin embargo viciada por el hecho de que muchos inmigrantes ilegales son detenidos y deportados varias veces en un mismo año, así como por la circunstancia de que se ignora el número de los que emigran, sobrestimando así el efecto neto de la migración. Tomando en consideración estos y varios otros factores, Heer (1979), ha estimado que la inmigración neta de mejicanos en Estados Unidos puede no exceder de los 250.000 aproximadamente.

La migración ilegal constituye un tema con amplias zonas de ambigüedad respecto del cual Briggs (1976) puede haber efectuado el diagnóstico “definitivo” al decir que Estados Unidos quizá se encuentre ante la mayor inmigración de su historia, y quizá no. Aun aceptando la estimación “moderada” de 250.000 inmigrantes anuales, el impacto de un tal proceso migratorio ha de resultar sin duda sustancial: “la presión de esta mano de obra oculta rara vez puede ser vista pero siempre puede ser sentida". Esta presión, además, continuará aumentando al menos por dos razones: en primer lugar, porque los inmigrantes mejicanos tienen niveles de fecundidad más altos que los ciudadanos estadounidenses. Y en segundo lugar porque las proyecciones referidas a la mano de obra mejicana realizadas por el U.S. Bureau of Census (1979c) sugieren un aumento del 80 por 100 en el número de personas que entre 1980 y el año 2000 se incorporarán a la misma. Como puede, pues, verse, continuarán existiendo presiones que empujen a los mejicanos a emigrar hacia Estados Unidos, a no ser que se produzca una disminución en la tasa mejicana de desempleo. Como Indicó Roberto de la Madrid cuando era gobernador de Baja California del Norte, la única forma de acabar con la migración ilegal es «construir una valla de puestos de trabajo». Migración interna Pese a la importancia política de las migraciones internacionales, la redistribución interna de las poblaciones constituye cuando menos un tema de similar interés. La cuestión es cómo puede un gobierno (en cualquiera de sus niveles) influir sobre las decisiones individuales para lograr, por medio de la migración, la pauta de distribución de la población más deseable. En algunos países, como por ejemplo Brasil, fomentar la migración hacia el interior del país para así desarrollar los recursos de esa región y aliviar al tiempo la presión demográfica y económica en las zonas costeras, ha constituido de antiguo un problema. En las regiones menos desarrolladas del mundo el principal problema con que se enfrentan los gobiernos es la existencia de una migración excesiva desde las áreas rurales a los ya grandes y muy poblados centros urbanos. Aproximadamente tres de cada cuatro gobiernos de los paises menos desarrollados han adoptado medidas tendentes a alejar la migración rural de las grandes áreas metropolitanas, dispersándola hacia otras zonas menos densamente pobladas (Findley, 1977). Estos países están, así, intentando promover pautas de migración interna similares a las que se intentan estableceer en Estados Unidos, donde un problema corriente es la existencía de áreas que quieren reducir el establecimiento en las mismas de nuevos residentes. Un caso muy conocido es el del estado de Oregón. En 1971 Tom McCall, gobernador a la sazón de dicho estado, declaró: “Visítenos a menudo, pero, por amor del cielo, no se venga a vivir aquí”. Las autoridades de Oregón nunca adoptaron sin embargo ninguna medida oficial tendente a limitar la inmigración hacia ese estado y a mediados de la década de 1970 Oregón era el séptimo estado de la Unión en cuanto a rapidez de crecimiento. En 1975 Bob Straub, que sucedió a McCall como gobernador, abandonó la anterior política (si es que en realidad había llegado a haber una) sobre esta cuestión y declaró que Oregón deseaba impulsar el crecimiento de sus zonas escasamente pobladas. El caso de Petaluma, municipio situado al norte de San Francisco, constituye probablemente el ejemplo más conocido en cuanto al intento de establecer medidas tendentes a limitar la inmigración. En 1950 Petaluma tenía menos de 15.000 habitantes, pero en 1972 su población se había más que

duplicado y las proyecciones realizadas indicaban que para 1985 podría llegar a alcanzar los 70.000 habitantes. La mayor parte del incremento real experimentado se había producido en el bienio 197072 como consecuencia de la inmigración a medida que todo el área de la bahía de San Francisco vio aumentar el tamaño de su población. Ante una tal situación la comunidad tiene pocas opciones. Una de ellas, y muy eficaz, consiste en limitar el número de unidades de vivienda por construir: si no existen viviendas suficientes, la gente tendrá que irse a vivir a otro sitio. Y esta fue la estrategia adoptada por el municipio de Petaluma. En agosto de 1972 Petaluma aprobó una ordenanza que limitaba la construcción de grandes urbanizaciones y edificios de apartamentos a 500 unidades anuales hasta al menos 1977, quedando al margen de la restricción las casas construidas en bloques de cuatro o menos. Los constructores plantearon una demanda judicial contra el municipio ya que, en su opinión, la decisión era arbitrarta e inconstitucional y en caso de ser adoptada a escala estatal podría generar una grave escasez de viviendas. En 1974 un tribunal federal de distrito sentenció que en efecto el plan adoptado por Petaluma era inconstitucional porque violaba el derecho a viajar y cambiar de residencia. En 1975, sin embargo, un tribunal de apelación anuló esta sentencia considerando que lo que estaba en cuestión en el caso no era el derecho a viajar, ya que los demandantes eran constructores inmobiliarios y no personas deseosas de residir en Petaluma. En 1976 el Tribunal Supremo de Estados Unidos confirmó, sin comentarios, esta decisión del tribunal de apelación. Un caso más claro de intento de limitación del tamaño de la población a partir de la limitación del número de viviendas es el de Boca Ratón, en Flonda. A principios de 1972 este municipio estableció en 40.000 la cifra límite total de viviendas potencialmente existentes, lo que suponía fijar el total de población en unas 100.000 personas. El resultado inicial de la decisión fue un pánico comprador y una increíble Inflación del valor de la propiedad inmobiliaria, al intentar todo el mundo comprar antes de que se alcanzase el límite establecido. La consecuencia fue un cambio en el entorno social de Boca Ratón. La suerte final de su política de limitación de la migración es aún incierta. En 1976 la limitación impuesta a la construcción de viviendas fue cuestionada con éxito ante un tribunal de Florida, pero el municipio ha apelado esta sentencia disponiéndose a llegar hasta el Tribunal Supremo de Estados Unidos. Estos ejemplos no agotan, por supuesto, todos los posibles medios por los que una comunidad puede tratar de influir, de manera menos directa, sobre las probabilidades de que existan flujos de emigración o de inmigración. Uno de tales posibles medios adicionales es de naturaleza económica. En pocas palabras: si un área puede atraer la instalación de industrias, entonces los puestos de trabajo que éstas suponen atraerán la llegada de individuos. Si logra atraer industrias intensivas en capital más que en mano de obra, un municipio puede influir, al menos parcialmente, sobre la magnitud del impacto demográfico. Una estrategia de este tipo por lo general termina cristalizando no en medidas aisladas tendentes a influir sobre el crecimiento demográfico, sino formando parte de un plan tendente a controlar el crecimiento. En grandes áreas metropolitanas del Sun Belt (cinturón del sol), como San Diego o Miami, ha Hegado a aceptarse como algo prácticamente inevitable la existencia de un crecimiento demográfico continuado. El flujo de inmigrantes es demasiado grande como para intentar pararlo, y el hacerlo sería percibido, por otra parte, como una amenaza para la economía local. En consecuencia se recurre a prever el crecimiento, estableciéndose (o preparándose) medidas

relativas al uso de la tierra, al objeto de controlar la distribución de los inmigrantes en cada área de la región para así minimizar el deterioro sobre la calidad de vida. RESUMEN Y CONCLUSIONES Denominamos migración a todo cambio permanente de residencia. Es, sin duda, el más complejo de los tres procesos demográficos, pues requiere tener en cuenta la gran variedad en cuanto a número de veces que los individuos cambian de residencia, el gran número de lugares a los que pueden trasladarse y la increíble diversidad de razones por las que alguien, en determinado momento, puede decidir trasladar su residencia a otro sitio. Aunque el desarrollo de explicaciones teóricas de la migración ha sido escaso en las pasadas décadas, una explicación de los movimientos migratorios que cada vez goza de mayor popularidad es la que los percibe como una estrategia de implementación, sobre todo durante la etapa adultajoven del ciclo vital. Así el emigrante-tipo en Estados Unidos durante la década de 1970 era una persona de poco más de veinte años, casada, con un alto nivel de educación y en busca de un trabajo mejor en un condado no metropolitano de uno de los estados del Sun Belt (cinturón del sol). Los procesos migratorios tienen consecuencias dinámicas para los propios emigrantes, para las áreas de las que proceden y para aquéllas a las que se dirigen. Algunas de esas consecuencias, sobre todo en el caso de las áreas de origen y de destino, resultan fáciles de predecir una vez conocidas las características de los emigrantes. Por ejemplo, si los inmigrantes son adultos jóvenes con un nivel educativo alto, buscarán trabajos bien remunerados, contribuirán a la prosperidad económica de la zona y, muy probablemente, crearán familias que, a su vez, contribuirán a aumentar la población del área y la demanda, en ella, de servicios. Naturalmente, algunas de las consecuencias pueden ser percibidas localmente como positivas, y otras como negativas. En Estados Unidos existe una relativamente larga tradición de intentos, por parte de las autoridades gubernamentales, de controlar el número y las características de los que inmigran al país o a determinadas zonas específicas dentro de él, al objeto, claramente, de maximizar el impacto “positivo". Aunque no siempre resulta perceptible, la calidad de nuestra vida cotidiana se ve en gran medida afectada por los movimientos migratorios: en efecto, incluso aun cuando nosotros. personalmente, no cambiemos nunca de lugar de residencia, pasaremos buena parte de nuestra vida adaptándonos a las personas que han venido a vivir en nuestro entorno y a la pérdida de las que lo han abandonado. Cada persona que entra en nuestra vida expande el tamaño potencial de nuestra red de relaciones sociales, sobre todo porque muchas de las personas que cambian de lugar de residencia lo hacen fisica pero no simbólicamente: es decir, seguimos en contacto con ellas. En el siguiente capítulo consideraremos la forma en que la migración, la fecundidad y la mortalidad contribuyen a moldear la estructura por sexo y edad de una población: es decir, una estructura que afecta la vida de cada uno de nosotros al establecer cuántas son las personas, de cada sexo y edad, que componen nuestro entorno humano.

Capítulo 8 Estructura y características de la población. Estructura por sexo y edad. ¿Qué es una estructura por sexo y edad? Edad. Sexo. Población estable y población estacionaria. Proyecciones demográficas. Impacto de la migración sobre la estructura por sexo y edad. Impacto de inmigración a Estados Unidos. Impacto de la migración interna dentro de una ciudad. Impacto de la mortalidad sobre la estructura por sexo y edad. Impacto a largo plazo de los cambios en la mortalidad. Impacto a corto plazo de los cambios en la mortalidad. Influencia de la fecundidad sobre la estructura por sexo y edad. Tasa de dependencia. El impacto de la fecundidad sobre la estructura por edad de la población norteamericana. CDC: ¿Ahora o más adelante? 1975.- 1995.- 2015.- 2035.- 2055. Resumen y conclusiones

CAPITULO 8 EXTRUCTURA DE LA POBLACIÓN POR SEXO Y EDAD No se puede ver crecer a una población de la misma forma en que podemos ver como se va llenando un estadio de fútbol. Podemos percibir el cambio si dejamos un determinado lugar durante varios años y volvemos luego a él. Tendremos entonces la misma experiencia que cuando comparamos dos fotografías tomadas en distintos momentos del tiempo. La forma más usual, sin embargo, de observar los cambios demográficos consiste en considerar su efecto sobre la estructura por sexo y edad de un área, es decir, sobre el número de personas de cada sexo y edad existentes. Por ejemplo, si se han producido cambios recientes en la fecundidad, eso influirá sobre el número de niños que acudirá a la escuela elemental; por otro lado, los anteriores niveles de fecundidad o la migración reciente pueden afectar al número de nuevos apartamentos en construcción (o desocupados) para acoger a las familias jóvenes. En general es la interacción entre fecundidad, mortalidad y migración lo que produce la estructura por sexo y edad. Esta es un elemento clave en la vida de un grupo social: constituye, a la vez, un registro de la historia pasada y una ariticipación de la futura. Los procesos demográficos no sólo producen la estructura por sexo y edad sino que, a su vez, se ven

afectados por ésta (proporcionando así un ejemplo más de lo complejo que se torna el mundo cuando lo contemplamos con mirada demográfica). Decir que los cambios en la estructura por sexo y edad afectan prácticamente a todas las instituciones sociales y representan un decisivo factor de cambio social no constituye una exageración excesiva. En este capítulo nos adentraremos en este complejo tema considerando en primer lugar el impacto de cada uno de los tres procesos demográficos sobre la estructura por sexo y edad, para luego pasar a examinar el impacto potencial de la estructura por sexo y edad sobre el cambio social a partir del análisis de dos posibles líneas de evolución de la población de Estados Unidos: la que supone conseguir el crecimiento cero de la población ahora, y la que supone conseguirlo más adelante. ¿QUÉ ES UNA ESTRUCTURA POR SEXO Y EDAD? En sentido estricto, una estructura es algo que se levanta o construye. En ciencias sociales el término es utilizado en sentido más amplio para aludir a la red de interrelaciones existentes entre las distintas partes de una sociedad. El concepto estructura por edad y sexo combina, en realidad, ambas definiciones puesto que alude al número de personas de una determinada edad y sexo existente en la sociedad y se construye a partir del input que constituyen los nacimientos en la edad cero y de las defunciones y movimientos migratorios a cada edad. La edad y el sexo inciden de forma importante sobre el funcionamiento de la sociedad, ya que ésta asigna roles y, con frecuencia, organiza a sus miembros en grupos sobre la base de la edad y del sexo. Los jóvenes son tratados de modo distinto que los viejos, y de cada uno de estos dos grupos se esperan formas de conducta diferentes. Las mujeres son tratadas de forma distinta que los hombres y, nos guste o no, de unas y otros se esperan formas de comportamiento diferentes. Con independencia de nuestra posición ideológica acerca de la justicia o injusticia de tales distinciones lo cierto es que existen en todas las sociedades humanas conocidas. Por otro lado, en las edades más jóvenes y en las más avanzadas las personas dependen en mayor medida de las demás para su supervivencia; en consecuencia, las proporciones de individuos correspondientes a tales edades ejercen una influencia sobre el funcionamiento de la sociedad. Edad Según sea la proporción de individuos correspondiente a las distintas edades se considera que una población es vieja o joven. En general, una población con más de, aproximadamente, el 35 por 100 de sus componentes en edades inferiores a los 15 años es considerada “joven”, y una población con más del 10 por 100, aproximadamente, de sus miembros en edades de 65 o más años es considerada “vieja”. Por otro lado, decimos que una población se rejuvenece cuando la proporción de jóvenes sobre el total aumenta; inversamente, decimos que envejece cuando aumenta la proporción de personas de edad sobre el total. Las pirámides por edad y sexo permiten visualizar más claramente estas relaciones. La pirámide de base más ancha (la que tiene en realidad tanta forma de volcán como de pirámide corresponde a una población joven, caracterizada ante todo por una elevada fecundidad y con una tasa de crecimiento que implica la duplicación de su tamaño cada 18 años. La estructura de edad envejecida constituye el extremo opuesto: es el caso de la pirámide con forma casi rectangular que cuenta casi con el mismo

porcentaje de personas en cada edad y que no experimenta aumento alguno en su tamaño. Sexo Suele suponerse con frecuencia que en cada edad existe el mismo número hombres que de mujeres: en realidad, rara vez es ése el caso. La migración, la mortalidad y la fecundidad inciden, de forma diferente, en la creación de desigualdades en la razón (o ratio) hombres/mujeres, conocida como razón por sexo. Por ejemplo, en algunos casos la migración tiene más probabilidades de afectar a las mujeres (teniendo éstas asi que ser sumadas o restadas de la estructura por sexo y edad) mientras que en otras situaciones quienes tienen más probabilidades de migrar son los varones, dando lugar así también a desigualdades en la estructura por edad y sexo. La mortalidad crea desigualdades en la proporción de cada sexo, ya que, en cada edad los varones registran tasas de mortalidad superiores a las de las mujeres. El descenso de la mortalidad ha beneficiado a la población femenina en forma desproporcionada. Los países occidentales han pasado así a caracterizarse cada vez más por contar con más mujeres que hombres en los grupos de más edad. Por ejemplo, en 1975, en Estados Unidos había sólo 69 varones de 65 o más años por cada 100 mujeres de esas mismas edades; y con 85 años de edad sólo había 48 varones por cada 100 mujeres. El Impacto más predecible sobre la razón varones/mujeres (o ratio por sexo) corresponde a la fecundidad, ya que prácticamente en todas las sociedades humanas conocidas suelen nacer más varones que mujeres. Quizá constituya esto un mecanismo de adaptación biológica para compensar, al menos en parte, la mayor mortalidad masculina. En Estados Unidos nacen, normalmente, 105 niños por cada 100 niñas, siendo esta razón niños/niñas ligeramente más elevada entre los blancos que entre los negros. A lo largo del tiempo se ha producido en ese país un aumento gradual de la razón entre sexos al nacer entre la población negra, probablemente como consecuencia de mejoras sanitarias. Conviene señalar que las parejas quizá puedan, en un futuro no muy lejano, elegir el sexo de sus hijos. Resulta ya posible incidir sobre la proporción entre sexos, al nacer, de los animales vertebrados no mamíferos, y se están investigando diversas técnicas que permitan la aplicación de esos procedimientos a la población humana. El aborto selectivo, tras la identificación del sexo del feto, constituye un posible medio de incidir sobre la razón entre varones y hembras que nacen; sin embargo, otro método más ampliamente adaptable consiste en controlar los espermatozoos portadores del sexo masculino y del femenino. Westoff y Rindfuss (1974) piensan que si estos métodos llegan alguna vez a alcanzar una aceptación generalizada se producirá muy probablemente un aumento a corto plazo de la razón varones/hembras al nacer, ya que la preferencia por los varones, como primer hijo (y por más varones que hembras en el total de hijos), es muy frecuente en todo el mundo. Sin embargo, Westoff y Rindfuss llegan también a la conclusión de que tras un período inicial de transición la proporción entre sexos al nacer terminaría probablemente por reverter al nivel natural de unos 105 varones por cada 100 mujeres, ya que las desventajas originadas por la presencia de demasiados, o demasiado pocos, miembros de cualquiera de los sexos serían controladas propiciando más nacimientos del sexo deficitario. Finalmente el resultado sería un retorno a un estado de cosas similar a la actual situación en Estados Unidos, donde el superavit de varones sobre hembras se mantiene a lo largo de las edades más jóvenes, hasta que la mayor

mortalidad masculina empieza a hacer sentir su efecto. En Estados Unidos, por ejemplo, había en 1975 más varones que mujeres en todas las edades inferiores a 23 años; a partir de esa edad, sin embargo, y en todas las restantes, el número de mujeres era superior al de varones. POBLACIÓN ESTABLE Y POBLACIÓN ESTACIONARIA La influencia a largo plazo de la mortalidad y de la fecundidad queda expresada, de forma particularmente clara en los modelos formales demográficos denominados población estable y población estacionaria. Una población estable es aquélla en la que ni las tasas de natalidad especificas por edad, ni las tasas de mortalidad específicas por edad han experimentado variación alguna a lo largo de un periodo dilatado de tiempo. Una población estable lo es así en el sentido de que los porcentajes de personas de cada edad y sexo no varían en el tiempo. Ello no obstante, una población estable puede estar creciendo a una tasa constante (es decir, puede tener una tasa de natalidad más elevada que la tasa de mortalidad), o puede estar decreciendo a una tasa constante (si tiene una tasa de natalidad inferior a la de mortalidad), o bien puede permanecer incambiada (caso de que la tasa de natalidad sea igual a la de mortalidad). Este último supuesto corresponde a la población estacionaria. La población estacionaria constituye así un caso especial de población estable: todas las poblaciones estacionarias son estables, pero no todas las poblaciones estables son estacionarias. Por razones analíticas se suele suponer que una población estable está cerrada a la migración. Desde 1760, fecha en que Leonhard Euler desarrolló por vez primera la idea de población estable, los demógrafos han utilizado este concepto para explorar el grado exacto de influencia de distintos niveles de mortalidad y de fecundidad sobre la estructura por sexo y edad. Dicho análisis es posible utilizando un modelo de población estable porque en él aparecen suavizados los altibajos en la estructura de edad creados por la migración y por las fluctuaciones en la tasa de mortalidad o en la de natalidad. Si los demógrafos no pudieran estudiar más que poblaciones reales, no sería posible llegar a detectar todas las relaciones mencionadas en páginas anteriores. Lo que en realidad hacen es examinar las poblaciones reales para luego aplicar, a esa realidad, uno de los modelos de población estable para así llegar a captar los procesos demográficos subyacentes que influyen sobre la estructura por edad y sexo de una población. Los modelos de población estable resultan de enorme utilidad para comprender la dinámica de los procesos demográficos y constituyen una ayuda importante para el desarrollo de la teoría demográfica. Ahora bien, como lo que por lo general nos interesa es anticipar lo que ocurrirá en el mundo real, utilizamos nuestras teorías para elaborar proyecciones sobre el futuro de la población con las que intentar determinar lo que tiene más probabilidades de ocurrir. PROYECCIONES DEMOGRÁFICAS Una proyección demográfica es el cálculo del número de personas que cabe esperar que vivan en una determinada fecha futura dado el número de personas vivas ahora y a partir de ciertos supuestos razonables respecto de las tasas de mortalidad y fecundidad específicas. Las proyecciones demográficas constituyen, en muchos sentidos, el instrumento más útil de los disponibles en el análisis demográfico. Al permitirnos ver cual podría ser el futuro tamaño y composición de la población a partir de distintos supuestos respecto de las variaciones en la mortalidad y en la

fecundidad, hace posible una evaluación del curso más probable de los acontecimientos en años venideros. Asimismo, proyectando la población hacia el futuro, desde un punto concreto en el tiempo, podemos determinar las fuentes del cambio demográfico a lo largo del tiempo. Para realizar una proyección demográfica se parte de una distribución (en frecuencias absolutas, no en porcentajes) por sexo y edad para un año-base concreto. Normalmente se utiliza como año-base un año para el que existan datos más completos y exactos; es decir, prototípicamente, un año censal. Además de esa distribución por sexo y edad necesitamos contar con tasas de mortalidad específicas por edad para ese año-base (es decir, una tabla de mortalidad para el año utilizado como base), tasas de fecundidad específicas por edad para ese año-base y, de ser posible, tasas específicas por edad de inmigración y emigración. Los datos son agrupados generalmente en intervalos quinquenales, tales como 0-4 años, 5-9 años, 10-14 años, etc., lo cual facilita la relación de proyecciones de cinco en cinco años. Por ejemplo, si realizamos proyecciones tomando 1980 como año-base, y el año 2000 como año meta, elaboraremos proyecciones intermedias para 1985, 1990 y 1995. Una vez obtenidos los datos para el año-base, y una vez determinado el año-meta, el paso siguiente consiste en realizar una serie de suposiciones sobre el curso futuro de cada componente del crecimiento demográfico entre ambos años. ¿Seguir disminuyendo la mortalidad? De ser así, ¿qué edad sería más afectada y qué magnitud tendrán los cambios? Y en cuanto a la fecundidad, ¿disminuir , permanecer estable o quizá aumentar en algunas edades y disminuir en otras? Si cabe esperar un cambio, ¿cómo ser de grande? ¿Cabe esperar un cambio en las tasas de emigración o de inmigración? Obsérvese que si la población que analizamos es la de todo un país, sólo tendremos en cuenta la migración internacional, mientras que si la proyección que preparamos se refiere a una provincia, comarca o municipio habremos de considerar tanto la migración interna como la internacional. Lo cierto es, sin embargo, que como normalmente no se dispone de datos adecuados sobre las migraciones éstas suelen ser ignoradas a menudo en las proyecciones demográficas. El proceso de elaboración de una proyección demográfica comprende varios pasos y es realizado para cada intervalo (normalmente de cinco años, como ya ha que dado dicho) entre el año-base y el año-meta. En primer lugar, los datos referidos a la mortalidad específica por edad son aplicados a cada grupo quinquenal de edad de la población del año-base para estimar el número de supervivientes en ese grupo de edad a lo largo de los próximos cinco años. Por ejemplo, si había en Estados Unidos, en 1980, 10.820.000 mujeres con edades entre 20 y 24 años y si la probabilidad de supervivencia femenina desde los 20-24 años a los 25-29 es de 0,92 (según sabemos por la tabla de mortalidad), entonces en 1985 deber haber un total de 9.973.000 mujeres de 25 a 29 años. Este proceso de “supervivencia” de la población a lo largo del tiempo es calculado para todos los grupos de edad de la población del año-base. Las probabilidades de migración (caso de disponerse de tales datos) son aplicadas de esta misma manera. En una proyección demográfica con intervalos quinquenales la función de la estimación de la fecundidad es doble: (1) calcular el número probable de niños nacidos durante cada intervalo quinquenal; y (2) calcular cuántos de tales recién nacidos fallecerán en cada intervalo quinquenal. La estimación del número de futuros nacimientos se obtiene multiplicando las correspondientes tasas de fecundidad específicas por edad por el número de mujeres en cada una de las edades fértiles. Se procede luego a sumar el número total de nacimientos, y se aplica a esa cifra la probabilidad de

supervivencia entre el nacimiento y el final del intervalo quinquenal. La experiencia enseña que la conducta reproductiva suele cambiar (a más o a menos) más rápidamente de lo que tienden a pensar los demógrafos: en consecuencia, las proyecciones demográficas suelen ahora matizar sus pronósticos ofreciendo tres alternativas: una alta, una media y otra baja. La estimación alta parte del supuesto del descenso probable más bajo (o aumento m s alto) de la fecundidad y se traduce lógicamente en un tamaño probable de población mayor. La estimación baja supone el descenso mayor (o el aumento menor) y se concreta en el más pequeño de los tamaños probables de la población proyectados. La proyección media refleja por lo general el curso de los acontecimientos que el demógrafo considera más probable. En suma, las diferencias entre las estimaciones alta, media y baja proceden básicamente de los distintos supuestos adoptados respecto del curso de la fecundidad. En consecuencia, a corto plazo prácticamente todas las diferencias se explican por diferencias en el número de personas jóvenes. Por ejemplo, en la proyección de la población de Méjico realizada por el U.S. Bureau of Census (1979e) la proyección alta para 1990 es de 102.349.000 habitantes mientras que la proyección baja es de 88.103.000. La diferencia entre ambas cifras (que supone una cantidad equivalente a la población de California) corresponde prácticamente en su totalidad a las edades de 0 a 14 años. Que Méjico termine acercándose más a la estimación alta o a la baja depende en buena medida del éxito que tenga la actual campaña para reducir en ese país la tasa de natalidad. Ahora bien, Méjico constituye también un ejemplo de país en el que la emigración exterior puede tener una gran influencia. Pasemos pues a considerar las formas en que la migración puede influir sobre la estructura por sexo y edad de una población. IMPACTO DE LA MIGRACIÓN SOBRE LA ESTRUCTURA POR SEXO Y EDAD Una población que experimente una inmigración o una emigración netas (y prácticamente todas las poblaciones, salvo la población mundial en su conjunto, experimentan o una u otra) ver casi con seguridad alterada como consecuencia de ello su estructura por sexo y edad. Dado que la inmigración ha sido especialmente importante en Estados Unidos, el caso de este país proporciona un buen ejemplo para iniciar nuestro análisis. Impacto de la inmigración en Estados Unidos Podemos evaluar el impacto potencial de la migración internacional hacia Estados Unidos considerando la composición por sexo y edad de los inmigrantes en un año reciente. En la pirámide de edad correspondiente a los inmigrantes legales a Estados Unidos en 1975, destaca claramente el grupo de 20 a 29 años. En cada grupo de edad, los inmigrantes del sexo femenino superan a los del sexo masculino. El impacto de un grupo de casi 400.000 inmigrantes parece que debería ser impresionante y lleno de consecuencias sociales. Sin embargo Estados Unidos es una nación con más de 200 millones de habitantes y por ello, a corto plazo, unos cuantos cientos de miles en más o en menos no suponen mucha diferencia (pese a ser una cifra equivalente a la de los habitantes de la ciudad de Roma en la época imperial). Ahora bien, si tenemos en cuenta que salvo la población india nativa todos los norteamericanos son descendientes de inmigrantes, percibiremos claramente que, a largo plazo, el impacto de la inmigración sobre la población de Estados Unidos ha sido sustancial. Desde un punto de vista económico la inmigración puede beneficiar a una sociedad, especialmente

si quienes inmigran son básicamente adultos sin hijos. Cuando ése es el caso, otra sociedad (el área donante) corrió con los gastos de criar y educar a esos migrantes, mientras que el área receptora se beneficia de su productividad económica. De hecho, es justamente esta pérdida de la productividad económica de los adultos jóvenes la que tiende a crear tantos problemas en el área que éstos abandonan. Estas influencias de las migraciones tienden a ser mayores cuando se producen dentro de un mismo país, es decir, en el caso de las migraciones internas de una región a otra, de una provincia a otra, de una ciudad a otra o, incluso, de unas partes de una ciudad a otras distintas. Impacto de la migración dentro de una ciudad En general es cierto que cuanto más precisamente se defina un área geográfica más probable resulta que su estructura por sexo y edad se haya visto afectada por la migración, y más probable asimismo resulta que la “personalidad” de ese área se vea afectada por (y por supuesto, que a su vez afecte a) la composición por sexo y edad. Como prueba de ello tenemos que, según los gráficos, la composición por sexo y edad de la población del estado de California es muy similar a la del conjunto de Estados Unidos. Ahora bien, si reducimos el campo óptico y dentro de California consideramos exclusivamente el caso de San Diego, aparecen variaciones locales debidas a la influencia, sobre todo, de la Marina, y también de la Universidad (hay tres universidades dentro del término municipal). Y si reducimos aún más nuestro campo óptico, centrándonos en zonas específicas de la ciudad, entonces las variaciones se hacen aún mayores, y empieza a emerger el carácter peculiar de cada barrio, modelado por una determinada composición por sexo y edad (que a su vez éste ha contribuido a modelar), y que a su vez afecta a (y se ve afectada por) la migración. Por supuesto, los efectos de los otros dos procesos demográficos (la mortalidad y la fecundidad) acompañan siempre a los de la migración. EL IMPACTO DE LA MORTALIDAD SOBRE LA ESTRUCTURA POR SEXO Y EDAD Impacto a largo plazo de los cambios en la mortalidad La mortalidad se asemeja a la migración en que afecta a todas las edades y a ambos sexos, pero difiere en que la pauta que suelen seguir los fallecimientos tiende a ser la misma en todas las sociedades. En prácticamente todas las sociedades las edades más bajas y las más altas son las que registran mayor riesgo de defunción; asimismo, en las sociedades modernas (en las que la mortalidad materna es muy baja) los varones tienen, en todas las edades, más probabilidades de fallecer que las mujeres, acentuándose estas diferencias con la edad. Y no sólo tiende a ser constante la pauta seguida por la mortalidad, sino que además cuando los niveles de ésta cambian, todas las edades se ven afectadas, si bien algunas en mayor medida que otras. La mejora en las condiciones sanitarias de una sociedad disminuye la mortalidad en todas las edades, si bien la tasa de mortalidad descenderá en forma desproporcionadamente mayor en las edades más bajas que en las más altas. De modo similar, cuando se produce una situación de hambruna o se declara una epidemia las tasas de mortalidad suben en todas las edades, pero una vez más los más jóvenes y los más viejos serán los más afectados. El resultado final de esto es que una importante variación en el nivel de mortalidad de una sociedad tiene consecuencias mucho menos dramáticas para la composición por sexo y edad de una población

que si dicho cambio se produce en la migración o, como vamos a ver, en la fecundidad. A largo plazo, los cambios en la mortalidad no afectan por sí solos, de forma apreciable, la estructura por sexo y edad de una sociedad. Sin embargo, y en la medida en que un descenso en la mortalidad tiene alguna influencia, aunque pequeña, ésta consiste en un ligero rejuvenecimiento de la población: resultado algo paradójico, ya que a primera vista parece que una menor mortalidad debería tener el efecto de envejecer la población, al permitir que la gente viva más tiempo. Si no ocurre así es porque el descenso desproporcionadamente mayor de la mortalidad infantil tiende a producir el efecto opuesto. Este impacto del descenso de la mortalidad sobre la estructura por sexo y edad resulta claramente perceptible a corto plazo, siempre que no se produzca al mismo tiempo que un descenso en la fecundidad. Impacto a corto plazo de los cambios en la mortalidad A corto plazo un descenso en los niveles de mortalidad puede incrementar de forma sustancial el número de jóvenes. Uno de los mejores estudios sobre este efecto es el análisis realizado por Arriaga (1970) de los países de América Latina, a partir de datos referidos a 11 países para los que existía información sobre el descenso de la mortalidad registrado desde 1930 hasta la década de 1960. Arriaga descubrió que de los 27 millones de personas que en el conjunto de los 11 países no hubieran estado vivas en la década de 1960 de no haberse producido, desde la de 1930, un descenso en la mortalidad, 16 millones, es decir, el 59 por 100 tenía menos de 15 años, (1970:103). En términos relativos, el descenso de la mortalidad en América Latina aumentó notoriamente la proporción de individuos en las edades más jóvenes, elevó ligeramente la de las edades más altas y redujo la de las edades medias (es decir, entre 14 y 64 años). En términos absolutos, sin embargo, aumentó en todas las edades el número de personas. El descenso de la mortalidad tuvo así un impacto similar al de un aumento de la fecundidad, al tiempo que contribuyó a que éste tuviera lugar. Esta apariencia de un aumento de la fecundidad es, por supuesto, consecuencia del hecho de que una mayor proporción de niños sobreviva en cada edad de la infancia: es como si las mujeres estuvieran teniendo más hijos, contribuyendo así a ensanchar la pirámide de edad. La contribución que el descenso de la mortalidad realiza al aumento de la fecundidad consiste en que aumentan las probabilidades de que las mujeres (y sus cónyuges) sobrevivan a lo largo de su período reproductivo; en efecto, en condición de alta mortalidad una cierta proporción de mujeres moriría antes de dar a luz a todos los hijos que podría haber tenido. Cuando las tasas de mortalidad decrecen, aumenta la proporción de mujeres que vive para tener más hijos, siempre y cuando los cambios sociales no introduzcan motivaciones para limitar la fecundidad. El efecto sobre la fecundidad de un cambio en la mortalidad ha sido estudiado, entre otros, por Ridley (1967), quien ha podido demostrar que la mejora de las probabilidades de supervivencia aumenta el número de hijos tenidos por cada mujer, elevando también la tasa neta de reproducción. Obsérvese que la única vez en que un cambio en la mortalidad da lugar a un cambio en la composición por sexo y edad de la población es cuando la variación en la mortalidad es diferente en diferentes edades. Si el cambio en las probabilidades de supervivencia de una edad a otra es exactamente igual en ambos sexos y en todos los grupos de edad, entonces la estructura por sexo y edad permanecer incambiada.

INFLUENCIA DE LA FECUNDIDAD SOBRE LA ESTRUCTURA POR SEXO Y EDAD Tanto la migración como la mortalidad pueden afectar a todas las edades y afectan en grado distinto a cada sexo. El impacto de la fecundidad es básicamente diferente. Para empezar, y como es obvio, tenemos que la fecundidad sólo añade individuos en la edad cero, pero ese efecto permanece en la población año tras año. Así si la tasa de natalidad experimentase súbitamente una caída en un año determinado (como, por ejemplo, ocurrió en Japón en 1966), ocurriría que, a medida que la cohorte nacida entonces fuera envejeciendo, siempre presentaría un tamaño menor que el de la cohorte inmediatamente anterior y (al menos en el caso japonés) que el de la inmediatamente siguiente. Si, por el contrario, la fecundidad aumenta, entonces cada grupo de edad más joven contar con más componentes que el inmediatamente anterior. Estas dos situaciones (fecundidad creciente y fecundidad decreciente) han ejercido una influencia importante en la estructura por sexo y edad de la población de Estados Unidos, como veremos más adelante. En general, el impacto de los niveles de fecundidad es tan importante que, con exactamente el mismo nivel de mortalidad, la sola alteración del nivel de fecundidad puede producir estructuras por sexo y edad que abarquen toda la gama de situaciones posibles, desde las características de sociedades primitivas hasta las propias de sociedades altamente desarrolladas. Resulta claro que la importancia que el control de la fecundidad tiene en cualquier política demográfica difícilmente puede ser exagerada. TASA DE DEPENDENCIA Un índice frecuentemente utilizado para medir el impacto social y económico de las distintas estructuras de edad es la tasa (o razón) de dependencia; es decir, la razón de la población en edades dependientes (o sea, los más viejos y los más jóvenes) respecto de la población en edad de trabajar. Cuanto mayor sea esta tasa, mayor el número de personas que cada individuo económicamente activo tiene que mantener; inversamente, cuanto menor sea, menos son las personas que dependen de cada individuo en edad de trabajar. Veamos un ejemplo. Supongamos que una población de 100 personas cuente con 45 miembros menores de 15 años y con 3 mayores de 65; el resto estaría en las edades económicamente activas (15-64). Esta situación, dicho sea de paso, es similar a la de Méjico, uno de los países del mundo con más elevada fecundidad. Pues bien, como puede verse, en esta población hay 48 personas en edades dependientes (0-14 y 65+), frente a 52 personas en edad de trabajar: la tasa de dependencia es, por tanto, de 48/52, es decir, 0,92. Esto significa que hay 0,92 dependientes por cada persona en edad de trabajar, lo que supone una carga bastante elevada, especialmente si tenemos en cuenta que en la mayoría de las sociedades no todos los que tienen edad de trabajar efectivamente trabajan. Podemos comparar esta tasa de dependencia de 0,92 con la existente en una población de 100 personas en las que 25 tienen menos de 15 años, 9 tienen 65 o más años y el resto (66) se encuentra en edad de trabajar. Este es, por ejemplo, el caso de Estados Unidos. En esta situación la tasa de

dependencia es de 34/66, es decir, 0.52, lo que significa que cada persona en edad de trabajar tiene que mantener en esta población casi a la mitad de personas dependientes que en cambio tendría que mantener en Méjico. La tasa de dependencia no refleja toda la complejidad que encierra una estructura de edad, pero constituye un indicador útil de la carga (o ausencia de carga) que determinadas estructuras de edad imponen sobre una población. Para los individuos que tienen familias grandes el impacto de una estructura de edad joven, por ejemplo, resulta fácil de percibir. Pero incluso para quienes no tienen hijos, o tienen pocos, el efecto de una tal estructura de edad se hace sentir a través de mayores impuestos para financiar la enseñanza, la atención sanitaria o las viviendas subvencionadas. Para los que están en el mundo de la empresa (ya sea pública o privada), una estructura de edad que incluye una elevada proporción de población dependiente puede significar que quienes trabajan pueden ahorrar menos, al tener que invertir en sus familias mayor parte de sus ingresos, al tiempo que el dinero de los impuestos tiene que ser empleado en proporcionar alimentos, vivienda y educación y no en financiar a la industria. Las consecuencias sociales y económicas de distintas estructuras de edad no necesitan, para manifestarse, la comparación de casos tan extremos como el de Estados Unidos y Méjico. Limitándonos simplemente al caso de Estados Unidos, podemos realizar comparaciones con situaciones pasadas y futuras que nos permiten descubrir que determinados cambios en la fecundidad han tenido un tremendo impacto sobre la estructura global de la sociedad norteamericana, y que incluso cambios muy pequeños podrían alterar en el futuro de forma significativa la naturaleza de su vida social y económica. EL IMPACTO DE LA FECUNDIDAD SOBRE LA ESTRUCTURA POR EDAD DE LA POBLACIÓN NORTEAMERICANA En la historia reciente de la fecundidad en Estados Unidos (y al mismo tiempo la situación económica de esos años), por encima de los 55 ó 60 años los cambios que pudieran haberse producido tienden a quedar oscurecidos por la aceleración creciente, a esas edades, de la mortalidad, pero para las edades por debajo de esas cifras el efecto de la Depresión sobre la tasa de natalidad resulta claramente visible. Por ejemplío, las personas que en 1975 tenían entre 41 y 46 años nacieron entre 1931 y 1936, es decir, en el momento culminante de la Depresión. En aquellos años la tasa de natalidad era muy baja (por debajo del nivel de reemplazo). Además, desde 1921-25 la fecundidad había ido decreciendo. Si sólo miramos la distribución por edades de la población masculina, podríamos caer en la tentación de atribuir esos entrantes de la pirámide de edad a bajas ocurridas en la Segunda Guerra Mundial; una ojeada a la situación de la estructura de edad de la población femenina basta sin embargo para rechazar esa hipótesis: las mujeres no entraron en combate y sin embargo presentan los mismos entrantes en esas edades. A finales de la década de 1930 la tasa de natalidad se recuperó algo, y, por supuesto, en las décadas de 1940 y 1950 tuvo lugar el “baby boom” a medida que la economía fue recuperándose tras la guerra mundial. Cabe considerar como generación del “baby boom” aproximadamente a aquellos individuos que en 1975 tenían entre 15 y 30 años. Tras 1960 la tasa de natalidad comenzó a declinar, viniendo a sumarse cada año a la población menos personas que el año anterior. Así, en 1975 había menos personas en el

grupo de edad de 0 a 5 años que en cualquier otro grupo de edad inferior a 30 años. Ese perfil (revelador de una creciente escasez de nacimientos) constituirá un rasgo distintivo de la estructura por edad de la población norteamericana hasta mediados del siglo XXI. Durante todo ese tiempo servirá de recordatorio de la inflación, constricción del mercado de trabajo, escasez de energía y liberación de la mujer de finales de la década de 1960 y de la década de 1970 (como mínimo). En 1975, en Estados Unidos, el 25 por 100 de la población tenía menos de 15 años (es decir, la población no era joven exactamente); al mismo tiempo, el 10 por 100 tenía 65 ó más años, lo cual colocaba a la población al borde mismo de lo que suele considerarse una población vieja (recuérdese lo dicho anteriormente en este capítulo). Esto puede resultar extraño al lector que haya podido oír decir, en años recientes, que Estados Unidos se había convertido en una sociedad dominada por valores Juveniles. Sin embargo, en 1975 los niños del “baby boom” andaban por los veinte años, constituyendo el grupo juvenil dominante (ya que como consecuencia del descenso de la fecundidad en la década de 1960 el número de individuos en los grupos de edad inferiores es menor). Este descenso en la fecundidad es el que, en realidad, ha envejecido a la población norteamericana. Se trata, pues, de un proceso que no tiene su raiz en nada que haya ocurrido al sector de m s edad. Las distorsiones que cabe apreciar en la estructura por edad tienen algunas interesantes implicaciones de cara al futuro y en la próxima sección tendré ocasión de aludirlas al examinar dos proyecciones distintas acerca del posible curso futuro de las tasas de natalidad. Una de esas proyecciones parte del supuesto de una manipulación de las tasas de natalidad para conseguir el crecimiento demográfico cero (CDC) en la década de 1970, mientras que la otra presupone que la fecundidad se mantendrá incambiada en los niveles correspondientes a mediados de la década de 1970, desembocando así gradualmente (y no abruptamente) en el CDC. CDC: ¿AHORA O MÁS ADELANTE? La inquietud pública acerca del crecimiento demográfico en Estados Unidos se mitigó considerablemente en la década de 1970, tras la conmoción de los años sesenta. No deja de ser interesante constatar que, en el período de mayor preocupación pública hacia 1966-70, la tasa de natalidad norteamericana había empezado ya a disminuir; la preocupación era así más bien una reacción tardía al “baby boom” (y quizá también al corolario de otras cuestiones sociales características de los años sesenta). Sin embargo, la disminución del interés en los Estados Unidos de los años setenta por los problemas demográficos fue prematura, ya que es casi seguro que la población norteamericana seguirá creciendo hasta comienzos del próximo siglo. Con los actuales niveles de fecundidad, y con niveles de migración y de mortalidad relativamente incambiados, la población norteamericana dejará de crecer hacia el año 2010. En esa fecha la población contará con al menos 24 millones más que en 1975: es decir, se producirá un incremento equivalente a añadir un nuevo estado con una población como la de California (y eso que mi proyección es más bien conservadora). Hay quienes argumentan que el país ni puede ni debe tolerar la adición de 24 millones de personas y que el CDC debería ser alcanzado inmediatamente. ¿Cuáles son las posibles consecuencias de estas dos diferentes estrategias de crecimiento? La forma principal de apreciarlas consiste en comparar las estructuras por sexo y edad a que cada una de ellas podría dar lugar. En todo caso, y cualquiera que sea el curso futuro del crecimiento demográfico, los

cambios en la estructura por sexo y edad jugarán un papel crucial en el desarrollo futuro de Estados Unidos. Para captar estas cuestiones con mayor nitidez he realizado dos proyecciones para la población norteamericana desde 1975 hasta 2055. La primera proyección (CDC ahora) parte del supuesto de que a partir del año 1975 la población norteamericana deje de aumentar de tamaño. La segunda (CDC más adelante) se basa en el supuesto de que el CDC se producirá más adelante, como consecuencia de la continuación de los niveles de fecundidad de 1975. En aras de la simplicidad he ignorado el impacto de la migración internacional y he supuesto que las tasas de mortalidad continuarán en los niveles de 1975 (estos presupuestos son los que hacen que mis proyecciones resulten conservadoras). 1975 Empecemos por situar las proyecciones en la perspectiva adecuada, repasando la situación en 1975. El descenso en la tasa de natalidad que siguió al “baby boom” obllgó a ciertos ajustes en varios sectores de la sociedad norteamericana. Durante los primeros años del “baby boom” había escasez de aulas y de profesores, así que se construyeron nuevos colegios y se pusieron en marcha programas de formación del profesorado. La posterior caída de la natalidad llevó al desempleo a un gran número de maestros. Además, muchas empresas que habían obtenido grandes beneficios vendiendo productos para recién nacidos hubieron de replantearse su mercado. Los niños del “baby boom” habían crecido y no estaban teniendo tantos hijos como sus padres (ésta es, por cierto, la verdadera historia de por qué el champú para niños se convierte en champú de belleza para adultos). Por otro lado, al integrarse los niños del “baby-boom” en el mercado de trabajo en cantidades anualmente crecientes aumentaron las dificultades de la economía para proporcionar trabajo a todos; no es así sorprendente que durante la década de 1970 los niveles de desempleo fueran altos de forma persistente. Por otro lado, en las edades medias (35-45 años) encontramos a las cohortes de personas más favorecidas de la historia de Estados Unidos. Nacieron durante la Depresión (lo cual, como se recordará, significa que su número total es reducido) y eran demasiado jóvenes para participar en la Segunda Guerra Mundial (aunque sí se vieron implicados en la guerra de Corea). Constituyen cohortes favorecidas, en primer lugar, en sentido económico, ya que entraron en el mercado de trabajo en una época de relativa expansión económica. Como además su número total era menor que el de cohortes anteriores, su integración laboral fue más rápida, encontrando además menos competencia para ascender en sus carreras. En conjunto la elevación experimentada por su nivel de vida desde la infancia hasta mediados de la edad adulta fue probablemente mayor que la de ninguna otra generación de norteamericanos. En las edades más elevadas (cerca de la edad de jubilación, o después de ésta) el número de personas era mayor que en ninguna otra época. Los problemas creados por la generación del “baby boom” relegaron, sin embargo, a un segundo plano a las generaciones más viejas, carentes de la unidad política (aunque ciertamente no de la fuerza numérica) precisa para hacer sentir su voz en los procesos de toma de decisiones públicas. En cualquier caso, su creciente tamaño ha dado lugar a la construcción de nuevas residencias para jubilados, a la aparición de oportunidades laborales

referidas a la población anciana y al temor de que el sistema de seguridad social pudiese entrar en bancarrota. De haberse conseguido en 1975 el CDC, ¿la estructura por edad y sexo sería, en 1995, más o menos problemática? Veámoslo. 1995 En ausencia de toda migración, el crecimiento demográfico cero significa que el número de nacimientos en un año determinado es igual al número de defunciones. Por supuesto, si en el caso de Estados Unidos tenemos en cuenta a los movimientos migratorios (que presentan un saldo favorable a la inmigración sobre la emigración) entonces tendrían que producirse menos nacimientos que defunciones para mantener el CDC. Por lo tanto, las distorsiones en la estructura de edad que para el año 1995 representan la distorsión mínima esperable en una estrategia de CDC-ahora. Dado que en Estados Unidos la mayoría de los fallecimientos corresponden a personas ancianas (como consecuencia del nivel de mortalidad de este país), el número de ancianos existentes en la población de 1975 constituye un buen indicador del número potencial de niños pequeños encontrables en 1995, el número de ancianos es pequeño en comparación con el número de personas en edad de tener hijos lo que supone que el número de niños por pareja habría de ser recortado drásticamente para igualarlo al número de personas fallecidas. Entre las posibles consecuencias de una caída tan rápida de la fecundidad se encuentra el hecho obvio de que, tras la constricción en el mercado de la educación superior y tras el dramático descenso en el número de nuevas familias acaecido en los años ochenta, hacia 1995 no se produciría sino una ligera recuperación. Dado que el número de familias grandes o en expansión estaría severamente recortado, la industria de la construcción se vería también afectada. Podría, sin embargo, producirse una demanda mayor de alojamientos y servicios especializados para ancianos, ya que el número de éstos habría aumentado en 1995. La existencia de un menor número de personas en las cohortes correspondientes a adultos jóvenes, junto con la perspectiva de un número aún menor de personas en las cohortes de edades más bajas, debería suponer una ventaja relativa para los adultos jóvenes a la hora de incorporarse al mercado de trabajo. Sin embargo, el experimentar una movilidad ascendente rápida probablemente les resulte muy difícil, ya que la generación del “baby boom” seguirá inundando el mercado laboral. Además el menor tamaño familiar puede muy bien traducirse en un sustancial aumento del número de mujeres en el mercado laboral, aumentando así la competencia por empleos y ascensos. El problema de la creación de puestos de trabajo y de oportunidades de realización profesional se verá además complicado por la dificultad de hacer crecer a la economía en una situación de no crecimiento demográfico. Los norteamericanos (especialmente los de clase media) han solido generalmente dar por supuesto el progreso económico, tendiendo a vivir como una privación la no subida de su nivel material de vida; sin embargo es posible que con cl CDC la calidad de la vida haya de medirse en términos no materiales. Es, por supuesto, probable que, tanto con CDC-ahora o con CDC-más adelante, el futuro de la sociedad norteamericana se caracterice por la búsqueda del progreso no material. La creciente demanda mundial de recursos crea obstáculos cada vez mayores a la capacidad de la sociedad

norteamericana de lograr mejorar su nivel de vida. De hecho hay quien argumenta (por ejemplo, Hernández, 1974) que en Estados Unidos el progreso material es en realidad algo lateral, que no supone un verdadero aumento de la calidad de la vida. La sustitución de las galletas caseras por productos fabricados en serie, o la popularidad de las hamburgueserias o de los juegos electrónicos, por ejemplo, representan cambios en los estilos de vida pero no necesariamente mejoras. La subida del nivel de vida quizá queda medida mejor por indicadores más convencionales como mejoras sanitarias, viviendas más confortables, más y mejor educación, y mayor capacidad de apreciación y creación artística. Con toda probabilidad en el futuro veremos cómo al menos una parte de la atención se centra, cada vez más, en estos aspectos de la calidad de la vida más que en la simple diversificación de los bienes y servicios de consumo. Debería estar claro para el lector que a la altura de 1995 la única diferencia entre la proyección CDCahora y la proyección CDC-más adelante consiste en el número de personas menores de 20 años. En la proyección CDC-más adelante (basada en el mantenimiento de los niveles de fecundidad de 1975) se produce un ligero aumento, entre 1975 y 1985, en el número de nacimientos, lo que da lugar, en 1995, a un ligero aumento en el número de personas de 10 a 20 años. Esto es consecuencia del paso por las edades fértiles del saliente correspondiente en la pirámide de 1975 a las mujeres jóvenes: éstas eran en efecto tantas en 1975 que, incluso con una tasa de fecundidad total de menos de dos hijos por mujer, su fecundidad origina un aumento del número de nacimientos anuales. Esto quedaría compensado en la década 1985-95 por el número relativamente menor de mujeres jóvenes (nacidas en los años sesenta y setenta) que alcanzarían entonces sus edades reproductivas. Esta situación refleja el impulso del crecimiento demográfico: la alta fecundidad de una generación tiene un cierto impulso que se mantiene en el tiempo y da lugar a una alta fecundidad en la generación siguiente. Con todo, lo cierto es, sin embargo, que el número de nacimientos en la proyección CDC-más adelante es básicamente estable, dando lugar con toda probabilidad a unas mínimas dislocaciones sociales, políticas y económicas. El precio de esta estabilidad, por supuesto, es que la población seguirá creciendo. Según esta proyección, entre 1975 y 1995 la población de Estados Unidos pasaría de 214 a 235 millones de habitantes. 2015 Hacia el año 2015 el número de ancianos (y por tanto el número aproximado de defunciones) aumentará cada año, abriendo así la posibilidad de un aumento en la fecundidad. En la proyección CDC-ahora la estructura de edad se ensancha por la base a medida que un nuevo “baby boom” comienza a reemplazar a la generación del viejo “baby boom” (la cual en el año 2015 ha alcanzado ya, en conjunto, la edad de jubilación). El perfil social y económico de la sociedad sería entonces considerablemente distinto del actual: estaría caracterizado por el predominio de personas mayores, de edades medias y por una situación de transición hacia un mayor énfasis en las familias y en la juventud. Las parejas que, para conseguir el CDC, hubieron de tener un solo hijo tendrán ahora dos o tres nietos. La economía deber moverse a la vez en dos direcciones, para ajustarse al mismo tiempo a las demandas crecientes de la población infantil y a las crecientes necesidades de los ancianos. Cabe pensar que, en términos de conducta social, esta sociedad (dominada por los adultos de las edades medias superiores) sería bastante

rígida. La tóníca dominante, en efecto, entre 1975 y 2015 sería la disminución en las probabilidades de comportamientos innovadores por parte de la juventud, como consecuencia del incremento de la razón adultos/niños y el consiguiente probable aumento del control social. En la proyección CDC-más adelante la población habría alcanzado en el año 2015 los 237 millones, aproximadamente. Esto supone un aumento del 11 por 100 respecto de la población de 1975, pero inferior al 1 por 100 respecto de la de 1995. En esta fecha más o menos (en realidad, cinco años antes, es decir, en 2010) la población habría dejado finalmente de crecer (es decir, habría alcanzado el CDC), para a partir de ahí iniciar una disminución muy lenta de su tamaño. La estructura de edad sugiere la existencia de una población dominada, en términos numéricos, por personas en las edades medias superiores. Pero a diferencia de la población en la proyección CDC-ahora, la población en la proyección CDC-más adelante tendría una composición por edad bastante equilibrada. La edad media de la población sería cada vez más alta, pero este proceso sería gradual y no se vería perturbado por la necesidad de una reorientación juvenil (como ocurre en cambio en esa fecha a la población de la proyección CDC-ahora). 2035 y 2055 En el año 2035 la proyección CDC-ahora daría lugar a una estructura de edad, entre los 0 y los 59 años, muy similar a la de un país subdesarrollado. Cada año, durante 60 años, el número de recién nacidos habría sido cada vez mayor para compensar el número creciente de fallecimientos originado por el aumento de la población de más edad. Esta pauta continuaría, en realidad, durante cinco años más. Ahora, en 2035, el número de niños pequeños (0-4 años) supera al existente en 1975, contribuyendo así a incrementar el tamaño de la población dependiente, ya abultado como consecuencia del número de personas en edad de jubilación. En el año 2035 todos los miembros de la generación del “baby boom” se habrían muerto o jubilado: los jubilados, por otra parte, podrían representar una enorme fuerza social y política en la sociedad norteamericana. Su influencia sobre la sociedad se vería aumentada por el hecho de que la edad de jubilación habría tenido que ser prácticamente eliminada, para evitar crear una falta de mano de obra. Aun cuando dominada aún por las personas de edad, la sociedad norteamericana del año 2035 tendría que empezar a pensar en el futuro (por ejemplo, en su situación en el año 2055) cuando los adultos jóvenes pasasen de nuevo a tener una influencia destacada, como tenían en 1975, sobre la economía, la política y el tejido social del país. En el año 2055 los Estados Unidos estarían haciendo frente a un nuevo “baby boom”, poniéndose así de nuevo en marcha la rueda del ciclo de la fecundidad. Este ciclo seguiría repitiéndose mientras la política demográfica estadounidense estuviese centrada en el mantenimiento del CDC. No resulta, sin embargo, difícil suponer, a la luz de lo que llevamos visto, que esa dinámica de cambios masivos, cada diez o veinte años, en el número de personas en cada grupo de edad habría llevado antes de esta fecha al abandono de la política de CDC en aras de la estabilidad económica, política y social. Por ejemplo, el impacto económico de las fluctuaciones a lo largo del tiempo de la estructura de edad resulta perceptible si nos fijamos en la tasa de dependencia. En el caso de la proyección CDC-ahora, en los 40 años que separan 1995 y 2035 la tasa de dependencia prácticamente se duplica para luego, en otros veinte años (es decir, de 2035 a 2055), bajar a un nivel inferior al de 1975. Esta pauta tendría

como consecuencia una serie cíclica de déficits y superávits de plazas escolares, de plazas en los asilos de ancianos, de puestos de trabajo para los jóvenes, de bienes de consumo, etc. En el caso de la proyección basada en la idea del CDC-más adelante, la estructura por sexo y edad continúa, con los años, suavizando su perfil. La población experimenta un énfasis decreciente respecto de los niños y un predominio creciente de las personas de edades medias y avanzadas. La amplia mayoría de la población se encuentra en edad de trabajar lo cual, en el terreno económico, supone una situación más ventajosa que la de la proyección CDC-ahora. Las tasas de dependencia en la proyección CDC-más adelante son siempre más bajas que en la proyección CDC-ahora a partir del año 2015, y sobre todo en el ano 2035, fecha en la que la diferencia a este respecto entre las dos proyecciones es especialmente grande. Podemos así concluir que los cambios abruptos en los niveles de fecundidad requeridos para hacer posible el CDC-ahora producen con el tiempo distorsiones duraderas en la estructura de edad que pueden crear constantes problemas de ajuste para la sociedad. Este dilema es el mismo que la sociedad norteamericana hubo de encarar con la generación del baby boom. Al principio se presentaron los problemas de la escolarización y del empleo; el futuro estará caracterizado por problemas de consumo económico (encontrar casa, conseguir un ascenso, etc.); finalmente, acabarán presentándose los problemas de la jubilación y de una seguridad social sobrecargada. RESUMEN Y CONCLUSIONES La estructura por sexo y edad de una sociedad constituye un aspecto sutil, a menudo ignorado, de la estructura social de un país. El número de personas existentes en cada edad y en cada sexo constituye un factor importante de cara a la organización y funcionamiento de la sociedad. La estructura por sexo y edad está determinada por completo por la interacción de las tres variables demográficas. La migración puede tener un impacto sustancial, dado que la población migrante tiende a concentrarse en determinados grupos de edad: además, y por lo que hace al sexo, la migración es con frecuencia selectiva. A la mortalidad corresponde el impacto menor a corto plazo sobre la distribución por sexo y edad; pero cuando experimenta una caída brusca (como por ejemplo en los países menos desarrollados) su impacto se traduce en un rejuvenecimiento de la población. Al mismo tiempo el descenso de la mortalidad influye sobre la estructura por sexo de la población de edad avanzada al originar un número cada vez mayor de mujeres que de hombres. Los cambios en la fecundidad son los que, por lo general, producen los cambios mayores en la estructura por edad de una sociedad. Un descenso de la fecundidad envejece la población, y un aumento la rejuvenece. El aumento de la fecundidad tiende también a producir un mayor número de varones que de mujeres, dado que en general nacen más niños que niñas. Por ejemplo. según las Naciones Unidas, en 1974, en el mundo, la población masculina superaba en 10 millones a la femenina. Esto era debido a que el mantenimiento de altos niveles reproductivos había dado lugar a una estructura por edad de la población mundial claramente juvenil, en la que el predominio, entre los recién nacidos, de los varones daba lugar a la existencia de una mayoría de varones en el total general. El análisis de dos pautas alternatIvas de posible cambio futuro de la población de Estados Unidos (la alternativa CDC-ahora y la alternativa CDC-más adelante) nos ha permitido apreciar el impacto

que el cambio en la fecundidad puede tener sobre la estructura por sexo y edad e, indirectamente, sobre la estructura global de la sociedad. Resulta razonable suponer que las distorsiones en la estructura de edad podrían dar lugar a cambios en la organización económica, en la situación política y en la estabilidad social.

SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN John R. Weeks Capítulo 9 Características poblacionales y oportunidades vitales Raza y etnia Educación Ocupación Ingresos Matrimonio y divorcio Defunción y divorcio Genocidio racial DOCUMENTO: Importancia decreciente de la religion como característica demográfica. Resumen y conclusiones

CARACTERÍSTICAS POBLACIONALES Y OPORTUNIDADES VITALES ¿Qué supone, en Estados Unidos, ser negro? En términos de oportunidades vitales puede significar que las probabilidades de tener un nivel educativo alto, una ocupación prestigiosa, buenos ingresos y un matrimonio estable sean menores que si se es blanco. Estas diferencias en cuanto a oportunidades vitales no son reflejo de las características personales del individuo, ya sea éste blanco. negro o amarillo, sino que constituyen indicadores de la organización social y económica de la sociedad; es decir, reflejan las caracteristicas demográficas que contribuyen a definir una sociedad. En este capitulo analizaremos algunas de las más importantes de tales características. como raza y etnicidad. nivel educativo, ocupación. ingresos y estado civil. El análisis de estas últimas cuatro características será realizado, por otro lado, en términos de la pertenencia racial o étnica, tratando de establecer con detalle la medida en que el hecho de pertenecer, en Estados Unidos, a uno u otro grupo racial o étnico incide sobre las propias oportunidades vitales. Una razón importante para tomar conciencia de tales diferencias en las oportunidades vitales es que guardan una estrecha relación con diferencias en el comportamiento demográfico (especialmente con el reproductivo). En Estados Unidos, como en otros lugares del mundo, la mayor natalidad registrada por algunos grupos se ha convertido en una cuestión con trascendencia política. El capítulo concluye con un análisis del genocidio racial. RAZA Y ETNIA La población blanca domina la sociedad norteamericana no sólo política sino también demográficamente: representa, en efecto, el 87 por 100 de la población total (según datos referidos a 1978 del U.S. Bureau of Census, 1979d), mientras que la población negra supone el 12 por 100, constituyendo el grupo minoritario más amplio. A lo largo del último medio siglo el peso relativo de la población negra sobre la población total ha ido aumentando lentamente, a partir del 10 por 00, aproximadamente, que representaba en 1920

(Farley. 1970). En tiempos de la Revolución americana Ios negros suponían cerca del 20 por 100 de Ia población norteamericana, pero el fin del comercio de esclavos junto con la masiva inmigración europea alteraron en el siglo XIX la proporción existente entre la población blanca y la negra. Con la posterior ralentización (al menos en términos relativos) de la inmigración internacional la mayor tasa de incremento natural de la población negra ha podido reflejarse en un creciente peso relativo de ésta sobre la población total. El segundo grupo minoritario en importancia, en Estados Unidos, es el constiuido por la población de origen hispánico. Se trata de una categoría acuñada por el Census Bureau (Oficina del Censo) para agrupar a aquellas personas que «indican que ellas mismas, o sus antepasados, proceden de Méjico, Puerto Rico, Cuba, España o de algún país hispano-hablante de Centro o Suramérica» (U.S. Bureau of Census, l976a:37). Las personas de origen hispánico pueden pertenecer a distintas razas, pero la mayoría está clasificada como población blanca. Este grupo representa el 5 por 100 de la población total norteamericana. La raza y la etnicidad son características que frecuentemente se traducen en desventajas políticas y económicas para unos grupos respecto de otros. En Estados Unidos así ha sido ciertamente en el caso de la población negra, que representa más del 90 por 100 de la población no-blanca. Dichas desventajas se reflejan en esperanzas de vida más cortas (véase Capítulo 6) y en ingresos medios más bajos, incluso a igualdad de nivel educativo y ocupacional con la población blanca. Paradójicamente, esta situacíón de desventaja puede quedar reflejada incluso en la existencia, entre la población negra con alto status social, de familias más pequeñas que las de la población blanca de niveles equivalentes: tener una familia pequeña puede ser parte del mayor sacrificio requerido a los negros para alcanzar el mismo nivel socioeconómico que los blancos. Una de las razones principales para tener una familia reducida es hacer posible una educación más prolongada. EDUCACIÓN Si bien existen distintas teorías explicativas de las menores probabilidades que los miembros de grupos minoritarios tienen, en Estados Unidos, de alcanzar un nivel educativo tan elevado como el de la población blanca, el hecho en sí mismo parece estar fuera de discusión. En 1978, una persona negra y con más de 24 años tenía en dicho país un 48 por 100 de probabilidades de haber completado la enseñanza secundaria, probabilidades que en cambio eran del 68 por 100 en una persona de esa misma edad pero blanca. Una persona de origen hispánico, por su parte, tenía en ese mismo año y a esa misma edad tan sólo un 41 por 100 de probabilidades de haber terminado la educación secundaría (U.S. Bureau of Census, 1979g). Por supuesto, los datos referidos a personas de 25 ó más años no permiten percibir con claridad los recientes esfuerzos realizados en Estados Unidos por mejorar la calidad (y cantldad) de la educación ofrecida a los miembros de los grupos minoritarios. La consideración, en cambio, de los sectores más jóvenes (por ejemplo. los comprendidos entre los 20 y 24 años) permite comprobar el resultado de esos esfuerzos. Tenemos, en efecto, que una persona de 20-24 años blanca tenía en 1977 un 85 por 100% de probabilidades de haber completado la enseñanza secundaria, frente a un 75 por 100 en el caso de una persona negra y un 61 por 100 en el de una de origen hispánico: entre la población más joven el nivel educativo global es más elevado, pero siguen persistiendo las diferencias raciales y étnicas.

Estas se hacen especialmente grandes en el caso de la educación universitaria. En 1977 tenían casi un tercio más de probabilidades que los negros y los hispánicos de contar, a los 20-24 años, con alguna educación universitaria. Entre 1970 y 1975 todos los grupos experimentaron un aumento en el porcentaje de bachilleres, pero las mejoras fueron claramente mayores entre los negros que entre la población de origen hispánico. De hecho, el desnivel educativo entre blancos y negros se redujo sensiblemente durante ese lustro, prolongando así una pauta iniciada tiempo atrás; la población de origen hispánico, en canibio, perdió terreno en ese área respecto de la población total. Por ejemplo, a lo largo de ese período se produjo un aumento de 8 puntos de porcentaje en las probabilidades de terminar la enseñanza secundaria entre los varones blancos, frente a un aumento de 10 puntos entre los negros pero de tan sólo 4 puntos entre los hispánicos. Con todo, hacia 1978 el porcentaje de jóvenes (de 18-19 años) blancos e hispánicos matriculados en la Universidad era prácticamente el mismo: 23 y 24 por 100, respectivamente. Entre los varones blancos de 18-19 años el porcentaje de individuos matriculados en la Universidad alcanzaba en esa fecha el 36 por 100, es decir, una cifra superior a la registrada entre negros e hispánicos (U.S. Bureau of Census, 1979g). Otro grupo discriminado que, en Estados Unidos, ha realizado progresos en el terreno educativo es el de las mujeres. Durante largo tiempo tanto hombres como mujeres mejoraron, de forma regular, sus niveles educativos, si bien por lo general los hombres terminaban contando con más años de educación formal que las mujeres. En 1960, casi en el cenit del «baby boom», el 60 por 100 de las mujeres norteamericanas de 25 a 34 años habían completado la enseñanza secundaria, frente al 56 por 100 de los varones de esas mismas edades (según datos del U.S. Bureau of Census, 1976b). Parece ello indicar que en esa fecha el nivel educativo de las mujeres era superior al de los varones (véase Tabla 9.1.). En 1977, en cambio, el 82 por 100 de las mujeres de 25 a 34 años tenían el título de bachiller, frente al 85 por 100 de los varones de esas edades, lo que parece indicar que las mujeres empezaban, en esa fecha, a quedar rezagadas en el terreno educativo. Lo que estos datos no permiten ver es la medida en que hombres y mujeres continúan su educación más allá del bachillerato en busca de mejores oportunidades profesionales. En 1960, es cierto, el número de bachilleres era ligeramente mayor entre las mujeres que entre los varones: pero en cambio sólo el 13 por 100 de las mujeres con el bachillerato terminado conseguía a su vez un título universitario, porcentaje que entre los varones con título de bachiller ascendía al 26 por 100. Sin embargo, en 1977 las mujeres habían mejorado su situación educativa hasta el punto que, en esa fecha, había un 24 por 100 de probabilidades de que un bachiller femenino, con 25-34 años, fuese también licenciada universitaria. Para los varones de las mismas edades las probabilidades eran del 32 por 100, lo que significaba una diferencia mucho menor de la existente en 1960 entre hombres y mujeres. Por otro lado, tenemos que en 1977 cuanto más baja la edad, menor la diferencia: a los 5-29 años, el 31 por 100 de los varones con título de bachiller eran también licenciados universitarios, mientras que entre las mujeres de esas edades el porcentaje era del 25 por 100; en edades más jóvenes (20-24 años) tenemos que el 36 por 100 de los varones y el 33 por 100 de las mujeres con título de bachiller habían completado al menos dos años de universidad. La realidad parece ser así que a lo largo de los años sesenta y setenta las mujeres fueron reduciendo diferencias con los hombres en el terreno de la educación superior, lo cual parece razonable inferir

que guarda alguna relación con la posposición del matrimonio y el descenso en la fecundidad. Para las mujeres, como para todo el mundo, reducir las diferencias educativas es importante porque el nivel educativo constituye un indicador decisivo del tipo de ocupación a que se puede aspirar, varones blancos tienen casi dos veces más probabilidades que los negros de ser trabajadores de cuello blanco. Concretamente, en Estados Unidos, en 1975, el 52 por 100 de los blancos (de 16 o más años) empleados, lo estaban en trabajos de cuello blanco frente al 31 por 100 de los negros y el 33 por 100 de los hispánicos (U.S. Bureau of Census. 1 976a). La ocupación constituye una característica especialmente importante pues es, sin discusión, el aspecto más definitorio, en una sociedad industrializada, de la identidad social de una persona. De ella cabe inferir el nivel educativo y de ingresos, y el lugar y tipo de residencia, es decir, el estilo de vida en general. Constituye además un indicador de status social en la medida en que refleja la posición de cada persona en la jerarquía social. Desde un punto de vista social, la ocupación es tan importante que a menudo es la primera (y en ocasiones la única) cosa que un extraño nos pregunta cuando le conocemos. Se trata en efecto de algo que proporciona información sobre el tipo de conducta esperable de nosotros, así como del tipo de comportamiento esperable de los demás a nuestro respecto. Aunque al lector que crea que «todos somos personas» le resulte dificil aceptarlo, lo cierto es que no hay ninguna sociedad en la que todo el mundo sea tratado exactamente igual. Dado que en cada país existen literalmente miles de ocupaciones diferentes, se hace preciso algún criterio que permita agruparlas en unas cuantas categorías. El Bureau of Census ofrece un esquema clasificatorio que divide a las ocupaciones en diez categorías mutuamente excluyentes. La primera categoría ocupacional (por lo general la más prestigiosa) es la de «Profesionales, técnicos y similares» (entendiéndose por "similares" las ocupaciones de igual categoría), que agrupa a médicos, abogados, catedráticos de universidad, ingenieros. etc. En Estados Unidos, en 1977, casi el 15 por 100 de los hombres y mujeres blancos, el 14 por 100 de las mujeres de color y el 10 por 100 de los varones de color se encontraban comprendidos en esta categoría. La segunda categoría («Gerentes y administradores, excepto los agrícolas») comprende a la mayor parte de los funcionarios estatales, al personal directivo de banca a los gerentes de tiendas y comercios y a ocupaciones similares. En 1977 un norteamericano blanco tenía un 15 por 100 de probabilidades de encontrarse en esta categoría, mientras que un norteamericano negro sólo tenia un 6 por 100. Vienen después los «Vendedores», categoría que no requiere mayor explicación, y luego los «administrativos», entre los que se incluyen la mayoría de las ocupaciones de cuello blanco de menor rango, tales como cajeros de banco o contables. Las ocupaciones precitadas pertenecen todas a la amplia categoría de las ocupaciones llamadas de cuello blanco. En 1977 agrupaban en Estados Unidos al 42 por 100 de la población activa masculina blanca, pero sólo al 27 por 100 de la de color. La mayor parte de las restantes ocupaciones forman parte del grupo genérico de los trabajadores de cuello azul, incluyendo a «Oficios y similares» (carpinteros, fontaneros, etc.). Es ésta una categoría que abarca a una amplia variedad de ocupaciones es la que cuenta con mayor número de varones. Otras ocupaciones de cuello azul son las de «Operarios», que incluye a la mayoría de los obreros industriales; «Operadores de medios de transporte», que incluye a los conductores de camiones y autobuses, y los «Trabajadores no agrícolas», como los obreros de la construcción. Finalmente, las dos categorías restantes no son

exclusivamente ni de cuello blanco ni de cuello azul: «Trabajadores de servicios», tales como empleados de lavanderías, y «Trabajadores agrícolas», que incluye por igual a gestores, supervisores y trabajadores. Sería un error, por supuesto, fijarse sólo en los varones, pues la participación de la mujer en la población activa y el status de su ocupación tienen efectos demográficos independientes, sobre todo respecto de la natalidad. En 1977 en Estados Unidos las mujeres con 25 o más años económicamente activas representaban más del tercio de la población activa total. Sin embargo, la distribución de las mujeres por niveles ocupacionales pone de relieve la existencla de importantes divergencias respecto de la pauta correspondiente a los varones. Un mayor porcentaje de mujeres que de varones de color eran profesionales o trabajadores técnicos, mientras que entre los blancos los porcentajes correspondientes a ambos sexos eran prácticamente los mismos. Esto es sin embargo engañoso: hay que tener en cuenta que las principales sub-categorías dentro de este grupo son las de enfermero/a y maestro/a de escuela elemental, es decir, ocupaciones dominadas por mujeres pero a menudo consideradas de menor prestigio (e ingresos) que las profesiones dominadas por los hombres. La categoría «administrativos» acoge a una de cada tres mujeres blancas y a una de cada cuatro mujeres de color. Existen asimismo altas proporciones de mujeres en el sector servicios. En general puede verse que entre los varones existe una mucho mayor diversificación ocupacional que entre las mujeres. Como el lector sin duda habrá supuesto, esta pauta no es peculiar de Estados Unidos sino que, prácticamente, es universal. Una de las principales características distintivas de todo nivel ocupacional es la cantidad de educación formal requerida para poder acceder a él. La estrecha relación existente entre ocupación y educación queda reflejada en el hecho de que en 1970 casi las dos terceras partes de todos los profesionales y técnicos eran licenciados universitarios, así como más de la cuarta parte de todos los gerentes y administradores. En cambio, sólo uno de cada 100 trabajadores de cuello azul contaba con un título universitario (U.S. Bureau of Census, 1970:231). Dado que los miembros de los grupos minoritarios tienen menos probabilidades que los blancos de alcanzar niveles educativos elevados, sus probabilidades de tener ocupaciones de alto prestigio son asimismo menores. Por otro lado tienen, sencillamente, menos probabilidades de tener siquiera trabajo. En 1975 la tasa de desempleo entre la población negra de más de 16 años era de casi el 15 por 100, es decir, el doble que la registrada entre la población blanca (8 por 100) y algo más que la correspondiente a la población de origen hispánico (13 por 100, U.S. Bureau of Census, 1976a). Como es bien sabido, los niveles de desempleo son particularmente elevados entre quienes no terminan la enseñanza secundaria: ahora bien, en 1974, entre los jóvenes de 20-24 años, la tasa de desempleo para los negros que habían abandonado, sin completar, sus estudios de bachillerato era dos veces y media superior a la de los blancos en la misma titulacíón (28 por 100 frente a 11 por 100. Véase U.S. Bureau of Census, 1975c). Estas diferencias en empleo y status ocupacional se traducen, por supuesto, en desigualdades de ingresos entre los miembros de una y otra raza. INGRESOS La desigual distribución de la renta en la sociedad norteamericana no constituye ningún secreto. En 1977, en Estados Unidos, al 5 por 100 más rico de todas las familias correspondía el 16 por 100 de la

riqueza total de la nación, mientras que el 40 por 100 más pobre sólo contaba con el 19 por 100. Ciertamente esta situación representa una ligera nivelación con respecto de la existente en 1947, cuando el 5 por 100 más alto copaba el 18 por 100 de la riqueza y el 40 por 100 más bajo sólo el 17 por 100 (US. Bureau of Census, 1979m). Como puede verse, el cambio ha sido ciertamente reducido. Sin embargo no hay que confundir distribución de la renta con nivel absoluto de ingresos. Desde por lo menos la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos han experimentado un proceso de movilidad económica estructural; es decir, la nación en su conjunto se ha hecho más rica aun cuando la distribución relativa de la renta haya experimentado pocas variaciones. Entre 1950 y 1977 la renta mediana en dólares constantes (es decir, manteniendo constante el poder adquisitivo) casi se duplicó en Estados Unidos: de un valor equivalente al de 8.356 dólares de 1977, registrado en 1950, pasó a un valor de 16.009 dólares en 1977; es decir, experimentó un aumento del 92 por 100 en tan sólo 27 años. Ello supone que en cuanto a ingresos la situación de la familia media norteamericana era dos veces mejor en 1977 que en 1950. Sin embargo, la situación de la familia media había empeorado en 1977 respecto de su situación en 1950. Una consecuencia de este aumento a largo plazo en la renta ha sido el cambio que se ha producido en el desfase entre los ingresos de blancos y negros. En 1950 la familia media negra contaba con una renta media anual inferior en 3.968 dólares a la de la familia media blanca (calculada en dólares de 1977). En 1960 el desnivel era de 5.430 dólares, es decir, mayor en tamaño aun cuando en términos porcentuales la renta de la población negra había experimentado un aumento del 38 por 100, frente a un aumento del 37 por 100 en la de la población blanca. En 1970 este desnivel entre las rentas medias de las familias blancas y negras había subido a 5.805 dólares (a pesar del hecho de que la renta de las familias negras había experimentado un incremento del 56 por 100 decenal, y la de las familias blancas, sólo del 34 por 100) y en 1977, fecha en que los ingresos se estabilizan, la diferencia ascendía a 6.598 dólares. La población negra se ha encontrado así en la extraña situación de ver cómo en términos porcentuales su renta crecía más deprisa que la de los blancos al tiempo que en números absolutos quedaba cada vez más rezagada. Este es uno de los paradójicos resultados de la movilidad estructural, es decir, de esa situación en la que toda una sociedad experimenta una movilidad ascendente. Se trata de la única ocasión en que un grupo puede mejorar su situación social y económica sin hacerlo a costa de otro grupo. Al cesar la movilidad estructural cesó asimismo la mejora en términos relativos de la situación de la población negra. A partir de ahí, en efecto, todo aumento en la renta hubiera supuesto la puesta en práctica de una política deliberada y consciente de redistribución de la renta entre los distintos grupos étnicos. Para cualquier individuo en concreto, el nivel de ingresos es por supuesto el resultado de muchos y distintos factores, pero sobre todo de su nivel educativo y ocupacional. La educación facilita la obtención de ingresos elevados al permitir al individuo convertir su nivel educativo en éxito ocupacional. Pero incluso dentro de cada nivel ocupacional sigue siendo cierto que a mayor nivel educativo mayor nivel de ingresos. En algunas ocupaciones la mejora del propio nivel educativo (siguiendo cursos de ampliación, consiguiendo grados académicos más avanzados, etc.) constituye uno de los principales medios de ascender en la escala retributiva de una organización. La relación global positiva entre ingresos y educación es tan perfecta como pudiera imaginarse: a cada nivel más elevado educativo corresponde un nivel medio de ingresos más alto. En el caso de los

varones, el seguir estudios universitarios durante al menos cinco años significa unos ingresos medios anuales superiores en 6.500 dólares a los de quienes tras el bachillerato no siguen estudiando. En el caso de las mujeres la diferencia es de 5.000 dólares. Un estudio realizado en la Universidad de Michigan puso de relieve que, entre una amplia gama de variables, la cantidad de educación recibida constituye por si sola el factor predictivo más claro del status ocupacional y del nivel de ingresos. Ahora bien, en el caso de una persona de raza negra existen muchas probabilidades de que ella (o al menos su padre o madre) estén ganando menos dinero del que obtendrían, a igualdad de las demás condiciones, en el caso de ser de raza blanca. Por ejemplo, en 1977 la renta de las familias negras en que el cabeza de familia sólo tenía estudios de bachillerato era inferior en unos 4.000 dólares a la de una familia blanca equivalente. En las familias cuyo cabeza de familia tenía titulación universitaria la renta era asimismo superior en unos 4.000 dólares en las de raza blanca que en las de raza negra (U.S. Bureau of Census. 1979m). ¿Por qué estas diferencias? Una razón puede muy bien ser la discriminación, factor difícil de olvidar (y también de medir) a la hora de explicar el hecho de que los miembros de un grupo étnico minoritario ganen menos dinero que los blancos a pesar de detentar niveles educativos y ocupacionales comparables. Hauser y Featherman (1974) han realizado un valioso intento de medir (aun cuando de forma indirecta e inferencial) el efecto de la discriminación. Según indican, en 1962 los varones blancos de 35-44 años ganaban por término medio 3.755 dólares más al año que los varones negros de esas mismas edades. En 1972 la diferencia entre los ingresos medios había pasado a ser de 3.195 dólares. Si se controlan estas diferencias por factores tales como la situación familiar (educación del padre, ocupación del padre, antecedentes campesinos), número de hermanos (en la medida en que una familia demasiado grande pudiera significar una merma de oportunídades), educación del entrevistado y nivel ocupacional no se consigue dar cuenta de ellas en su totalidad. Seguramente en 1962 y en 1972 casi el 40 por 100 de las diferencias de renta quedaban sin explicar. Ello lleva a estos autores a conjeturar que la discriminación es, probablemente el factor ausente en el análisis MATRIMONIO Y DIVORCIO La capacidad del cabeza de familia para proveer a las necesidades económicas de la familia suele ser aludida, desde distintas perspectivas, a la hora de determinar la probabilidad del matrimonio primero y, una vez contraído éste, del divorcio. El matrimonio puede tener lugar antes y más fácilmente si el cabeza de familia (típicamente, pero no siempre, el varón) tiene un trabajo bien remunereado. Si el empleo es inseguro o el sueldo demasiado escaso el resultado puede ser el divorcio o la separación (en forma, por ejemplo, de abandono de la familia, llamado a veces "divorcio de los pobres"). La consideración de la historia de la formación y disolución de los matrimonios en Estados Unidos viene, en general, a prestar apoyo a estas ideas. En 1890 más de un tercio de todas las mujeres de 14 o más años (34 por 100) y casi la mitad de todos los varones (144 por 100) estaban solteros. Entre 1890 y 1960 el celibato fue cada vez menos frecuente a medida que las mujeres, y sobre todo los hombres, contraian matrimonio a edades más tempranas. Tan sólo a partir de la década de 1960 ha vuelto a resurgir la pauta del matrimonio aplazado, pero sin alcanzar, ni entre las mujeres ni entre los varones, los niveles anteriores a la Segunda Guerra Mundial. Los cambios en la popularidad del matrimonio temprano han sido básicamente iguales

entre blancos y negros (Farley, 1970), si bien en general era más probable la soltería en los blancos que en los negros. La edad cada vez más baja, a lo largo del siglo XX, de contraer matrimonio ha sido, probablemente, resultado de la mejora en el nivel de vida que ha supuesto, para los varones, una mas temprana independencia económica (precondición ésta de gran importancia para poder contraer matrimonio en la mayoría de los paises occidentales. Véase Davis, 1972a). Por otro lado, la mayor difusión y disponibilidad de las técnicas anticonceptivas han contribuido a hacer que el matrimonio no sea ya sinónimo de paternidad casi segura; ello ha facilitado que las parejas se casen antes, en la seguridad de no verse inmediatamente abrumados con el peso de una descendencia. Sin embargo, desde la década de 1960, la ralentización del crecimiento económico, junto con la dura competencia por los puestos de trabajo originada por la entrada en edad laboral de la generación del "baby boom", ha hecho que resulte más ventajoso para las parejas aplazar el matrimonio para poder así sacar el máximo partido a las oportunidades educativas y de promoción. Una vez casados, las parejas perciben más ventajas en tener una familia pequeña. Las mujeres, por su parte, encuentran preferible, si desean seguir una carrera propia (posibilidad ésta que sólo recientemente se ha abierto a las mujeres casadas), tener pocos hijos, o ninguno (véase Capítulo 13). En general, en Estados Unidos la sanción social contra los matrimonios tempranos ha ido suavizándose a medida que el bienestar económico de la población se ha incrementado, las leyes reguladoras del divorcio (y las presiones sociales en su contra) se han flexibilizado y ha aumentado el control de la fecundidad. Por otro lado, el control de la fecundidad ha incidido sobre el atractivo del matrimonio temprano: la posibilidad de una relación sexual regular sin riesgo de embarazo puede implicar un menor sentimiento de obligación formal en las parejas jóvenes. De ahí que recientemente los matrimonios tiendan a posponerse. Existen aún diferencias reales en la probabilidad de contraer matrimonio según la raza, pese a que los cambios, a lo largo del tiempo, han sido similares en los distintos grupos étnicos norteamericanos. En efecto, un blanco tiene más probabilidades de estar casado, y de seguir viviendo con su mujer. que un negro, y en consecuencia, menores probabilidades de estar divorciado o viudo. Si nos fijamos, por ejemplo, en los varones de 25 a 29 años, encontramos que en Estados Unidos, en 1978, el 66 por 100 de los blancos estaban casados y vivían con su esposa, frente a tan sólo el 43 por 100 de los negros. En el caso de las mujeres blancas y negras la diferencia es aún mayor: 72 por 100 frente a 41 por 100, respectivamente (U.S. Bureau of Census, 1979e). A esas edades la viudedad no es, realmente, un problema, pero sí lo es la separación y el divorcio: en 1978 el 8 por 100 de los varones blancos de esas edades estaban divorciados o separados, frente al 16 por 100 de los varones de color. También aquí la diferencia es mayor en el caso de las mujeres: una de cada diez mujeres blancas estaba separada o divorciada, frente a una de cada cinco mujeres de color. Comparaciones similares pueden ser realizadas para otros grupos de edad, pero me he centrado en la población de 25 a 29 años porque se trata de las edades en que resulta especialmente probable que la pareja cuente con niños que puedan resultar afectados por la estabilidad (o falta de estabilidad) del matrimonio. Quizá el aspecto más preocupante de la inestabilidad sea su posible influencia negativa sobre la vida de los niños. A este respecto cabe señalar que en 1978, en Estados Unidos, el 84 por 100 de los niños blancos menores de 18 años que no estaban aún casados seguían viviendo con su padre y

madre; en cambio, menos de la mitad (44 por 100) de los niños negros de esas mismas edades vivían en esa fecha con sus dos padres (US. Bureau of Census, 1979e). El 13 por 100 de los niños blancos vivian con su madre sólo, mientras que entre los niños negros este porcentaje ascendía al 42 por 100. Entre la población negra el porcentaje de niños que viven con su padre y madre ha disminuido desde 1970, lo que indica una estabilidad matrimonial en este sector de la población menor incluso en 1978 que en 1970. Muy posiblemente esto guarde relación con la ralentización en el aumento de la renta de población negra a partir de comienzos de la década de 1970, como hemos visto antes. DEFUNCIÓN Y DIVORCIO La mayor frecuencia actual del divorcio en Estados Unidos refleja muchas cosas, entre ellas el debilitamiento del control ejercido por los hombres sobre las mujeres y la mayor duración general de la vida, factores ambos suceptibles de generar mayor conflictividad matrimonial. Según se ha estimado, maridos y mujeres viven hoy día juntos nueve años más, por término medio, que a principios de siglo (suponiendo que permanezcan casados hasta el fallecimiento de uno de ellos. Véase Glick y Parke, 1965). En 1857, en Estados Unidos, las probabilidades de que un marido de 25 años y una mujer de 22 siguiesen ambos vivos cuando esta segunda cumpliese los 65 años eran tan sólo de 27 por 100, entre las parejas casadas cien años más tarde, es decir, en la década de 1950, estas probabilidades habían pasado a ser exactamente el doble. Algunos matrimonios que antaño hubieran sido disueltos por la muerte lo son hoy por el divorcio. Esto se desprende con claridad del hecho de que la tasa anual combinada de disolución matrimonial tanto por fallecimiento de uno de los cónyuges como por divorcio se haya mantenido llamativamente constante durante más de un siglo. En el Gráfico 9.3 puede verse que la tasa global de disolución matrimonial ha permanecido sustancialmente incambiada entre 1860 y 1970: a medida que ha disminuido la viudedad ha aumentado, proporcionalmente, el divorcio. En Estados Unidos el nivel ocupacional (que es un indicador razonable respecto de la estabilidad laboral y del nivel de ingresos) y el propio nivel de ingresos tienden a guardar relación con la probabilidad de disolución matrimonial. En la Tabla 9.4 puede verse el porcentaje de personas empleadas en cada nivel ocupacional que, hacia 1970.,habían tenido al menos una experiencia de inestabilidad matrimonial. Los agricultores y empresarios agricolas, tanto varones como mujeres, son los que registraban un nivel de inestabilidad matrimonial más bajo. Pero dejando a un lado su caso, cabe observar una clara tendencia a que los varones con ocupaciones de alto prestigio tengan matrimonios más estables que los varones con ocupaciones de prestigio bajo. Por ejemplo, el 16 por 100 de los profesionales habían tenido experiencia de inestabilidad matrimonial, frente al 25 por 100 de los operadores de medios de transporte (camioneros y similares). Entre las mujeres no se registra una pauta clara, pero en general puede verse que, como en el caso de los varones, las trabajadoras de cuello blanco tienen menos probabilidades que las de cuello azul de haber tenido un matrimonio inestable. En los niveles de status superiores, las mujeres empleadas tienen más probabilidades que los varones de haber tenido un matrimonio inestable. Aquí cabe especular con dos posibles relaciones de causa-efecto. En aquellas ocupaciones que requieren un nivel sustancial de competencia y preparación (como es el caso de muchas de las comprendidas en los niveles profesionales y empresariales) no es infrecuente que las exigencias del trabajo se traduzcan en stress familiar como

consecuencia del conflicto de roles entre las obligaciones como esposa y las obligaciones profesionales. Tendríamos así que, en ese tipo de situaciones, el trabajo puede ser fuente de problemas matrimoniales. Por otro lado, probablemente es más frecuente que en los niveles más bajos de la escala ocupacional las mujeres que trabajan lo hagan justamente porque la inestabilidad matrimonial les ha forzado a ello. Aunque existe una relación inversa entre nivel ocupacional y disolución matrimonial, como acabamos de ver, lo cierto es que estas diferencias han tendido a atenuarse a lo largo del tiempo, a medida que las tasas de divorcio en los status superiores han ido aumentando (Gliek, 1975). Dichos niveles de status siguen siendo los que registran mayor proporción de matrimonios estables (al menos en un sentido formal), pero lo hacen en menor medida que en el pasado. Las diferencias raciales en cuanto a ocupación e ingresos son coherentes, en general, con la pauta de inestabilidad matrimonial registrada en Estados Unidos. Por ejemplo, un varón blanco con una edad de 25 a 29 años en 1979, y casado al menos una vez, tenía en esa fecha un 11 por 100 de probabilidades de que su primer matrimonio hubiese acabado ya, frente a un 38 por 100 de probabilidades en el caso de una mujer negra de esa misma edad (U.S. Bureau of Census, 1980. tabla 1). Las probabilidades correspondientes a las mujeres blancas y a los varones negros (14 y 25 por 100, respectivamente) se sitúan entre esos dos niveles extremos. GENOCIDIO RACIAL El que, en comparación con los blancos, los negros registren en Estados Unidos niveles más bajos de éxito escolar, de status ocupacional, de ingresos y de estabilidad matrimonial ha sido atribuido a veces al hecho de que, por término medio, las familias negras son más grandes que las blancas. Aunque el estudio de Hauser y Featherman (1974) antes mencionado pone en entredicho esta idea, no deja de ser cierto que, en promedio, la población negra tiene más hijos que la blanca. Por otro lado también es verdad que los programas de control de natalidad han sido dirigidos, en forma desproporcionada, hacia la población de color (Kammeyer et al., 1975). El mas bajo status de la población negra, en Estados Unidos, unido al intenso esfuerzo gubernamental por proporcionarle medios de controlar la natalidad ha dado pie para que se emplee la cuestión del genocidio racial. ¿Están acaso los blancos tratando de impedir que los negros sigan aumentando en número? Antes de considerar esta cuestión, veamos los datos disponibles respecto del tamaño familiar. En 1978 las mujeres blancas con edades entre 18 y 44 años tuvieron un promedio de 1.519 hijos por cada mil de ellas, mientras que las mujeres negras de esas mismas edades habían dado a luz a un promedio de 2.034 niños por cada mil mujeres, es decir, una cifra superior en un 34 por 100 a la de las blancas. En 1978 las mujeres negras tuvieron, en cada edad, casi medio hijo más que las mujeres blancas (U.S. Bureau of Census, 19790. Y lo que es más, las mujeres negras esperaban tener un número de hijos mayor que el esperado por las blancas. El nivel educativo es la caracteristica demográfica con más probabilidades de influir sobre la fecundidad; pues bien, incluso a igualdad de nivel educativo los negros tienen mas hijos que los blancos (con la sola excepción que más adelante veremos). Por ejemplo, en 1978 las mujeres negras de 25 a 34 años que habian terminado el bachillerato tuvieron menos hijos que las mujeres negras que no lo habían terminado, pero más que las mujeres blancas con titulo de bachiller. La relación es la

misma en el caso de las mujeres con estudios universitarios. Pero esto no es todo. Según datos detallados del Censo de 1970, las mujeres negras con título universitario tienen progresivamente menos hijos que sus homólogas blancas. Desde los 30-34 años en adelante, las universitarias de raza negra tienen, en promedio dos o menos hijos cada una, es decir, un tamaño de familia que supone entre el 77 y el 87 por 100 del tamaño de familia alcanzado por las mujeres blancas con título universitario de esas mismas edades. La explicación para este desfase en la fecundidad de ambos grupos parece clara. Como consecuencia de la discriminación, para una mujer negra el conseguir, primero, y el sacar partido, después, a su título universitario supone mayores sacrificios que para una mujer blanca. A lo largo de la historia, uno de los sacrificios más importantes que la gente ha hecho para lograr salir adelante ha consistido en reducir su tamaño familiar: claramente, ésta es la estrategia adoptada por la población negra. Esas mujeres constituyen, sin embargo, una excepción, ya que los niveles de reproducción y de crecimiento global son más altos entre la población negra que entre la blanca. En 1978 la población negra norteamericana estaba creciendo a una tasa (1,6 por 100 anual) dos veces mayor que la población blanca (0,8 por 100 anual) (US. Bureau of Census. 1979.d). Con esos niveles la población negra se duplicaría en 44 años, y la blanca en 88. Estos superiores niveles de crecimiento, debidos fundamentalmente a una mayor fecundidad, producen naturalmente una estructura de edad más joven entre los negros que entre los blancos, que se refleja en una tasa de dependencia de 0,60 para la población negra, en 1978, frente a otra de sólo 0,51 para la población blanca. Esta mayor carga demográfica puede crear dificultades económicas a las familias negras: sin embargo hay quienes siguen creyendo que en el número está la fuerza. Según Weisbord (1973), el argumento de que el aumento del poder negro en la sociedad estadounidense depende de la cantidad de personas de color ha estado circulando desde la década de 1920. Weisbord señala que para los portavoces de algunos movimientos negros nacionalistas y revolucionarios la planificación familiar y el aborto constituyen parte de una conspiración contra la poblacion afroamericana que buscaría mantener a los negros en su lugar limitando su número. Cita este autor un articulo de Dick Gregory publicado en 1971 en Ebony en el que, como «respuesta al genocidio » (este era el titulo del articulo), se aconseja «ocho niños negros -y otro en camino» Las voces que con más estridencia aluden al genocidio son las de varones negros jóvenes (Weisbord. 1973: Darity et al.. 1971), no las de las mujeres, que son quienes tienen que gestar esos niños requeridos por una política de aumento numérico. Las mujeres negras han rechazado abiertamente la idea de que el control de la natalidad es una forma de genocidio (Pohíman. 1973:453): pero el rechazo más sutil se ha producido bajo la forma de una creciente eficacia en el uso de los medios anticonceptivos por parte de las mujeres negras (sobre todo las menores de 30 años. Véase Westoff 1976a), Los datos proporcionados por la National Survey of Family Growth (Encuesta nacional de crecimiento familiar) realizada en 1973, ponen de manifiesto que existen pocas diferencias en cuanto a uso de técnicas anticonceptivas entre mujeres negras y blancas de 15 a 24 años (Westoff, 1976b): en consecuencia, las tasas de fecundidad correspondientes a la población negra decrecieron casi dos veces mas deprisa que las correspondientes a la población blanca a lo largo de la década de 1960 (Westofl, 1976a). A pesar de (o quizá a causa de) este rápido descenso de la fecundidad de la población negra, existen

datos que indican que la cuestión del genocidio racial sigue constituyendo un problema latente. En un estudio realizado en 1971 por Darity, casi la mitad de todos los varones negros menores de 30 años entrevistados se mostraron de acuerdo con la frase: «fomentar el uso por parte de los negros del control de natalidad es comparable a tratar de eliminar a este grupo de la sociedad». En todo caso, los varones negros parecen haber sido consecuentes con sus ideas: Westoff (1976b) indica que en 1973 los varones negros destacaban de forma llamativa por su rechazo de toda medida preventiva del embarazo. En 1973, en efecto, las probabilidades de haber recurrido a la esterilización eran ocho veces mayores entre los varones blancos que entre los negros (24 veces mayores en el específico grupo de los varones de 15 a 24 años), y las probabilidades de haber utilizado un condón tres veces mayores. Por supuesto, no hay una evidencia sólida que permita vincular las actitudes respecto del genocidio racial con el uso de métodos anticonceptivos, pero la relación entre ambos no deja de ser intrigante. Aunque resulta imposible saber si el temor de un genocidio racial es real o no, se trata en todo caso de una cuestión que no se ha planteado sólo en Estados Unidos. Muchos países subdesarrollados hacen un uso destacado de esta idea en sus relaciones con los países desarrollados; por otro lado, se trata de una cuestión que ocupa un lugar central a la hora de determinar la política a seguir para fomentar el desarrollo económico. En Estados Unidos, como en otros muchos países, las oportunidades vitales de los individuos difieren en alguna medida según su raza o pertenencia étnica. Como ya he indicado, los blancos representan el 87 por 100 de la población y son quienes tienen además las mayores probabilidades de conseguir un alto nivel educativo, un empleo. una ocupación de alto prestigio y un matrimonio estable. Cada uno de estos factores está también en relación con el hecho de que los blancos tienden a tener familias más pequeñas que los negros. A causa de este hecho (y quizá de otros) los programas de control de la natalidad son a menudo orientados más hacia la población negra que hacia la blanca, lo cual hace pensar en un posible genocidio racial a muchos negros. especialmente a los varones jóvenes. Aunque no hay apenas pruebas para sugerir que los programas de control de la natalidad estén inspirados por la idea del genocidio racial, muchos piensan que su temor de que asi sea es legítimo: podría sencillamente tratarse de una forma de mantener bajo control a los grupos minoritarios. A medida que la ayuda exterior norteamericana ha ido vinculándose cada vez más a la puesta en práctica de una política demográfica, esta suspicacia respecto de los programas de control de natalidad se ha introducido en las relaciones entre Estados Unidos y los paises del Tercer Mundo. La relación entre crecimiento demográfico y desarrollo económico se ha convertido en el centro de un debate mundial. RESUMEN Y CONCLUSIONES Las características demográficas proporcionan importantes orientaciones sobre la vida social y económica de una sociedad. Su importancia en el estudio de las poblaciones deriva del hecho de que suelen guardar una estrecha relación con los procesos demográficos, influyendo sobre, y a la vez siendo influidas por, la fecundidad (como hemos visto en este capítulo), la mortalidad y la migración. Las diferencias en características tales como la raza, la etnia, la educación, la ocupación, el nivel de

ingresos y el estado civil reflejan variaciones en las opontunidades vitales de los individuos. En este capítulo hemos considerado las distintas oportunidades vitales según la raza y la pertenencia étnica en la Norteamérica contemporánea. La distribución de las características poblaciones en Estados Unidos indica que si se es de raza negra el nivel educativo alcanzado puede ser menor que si se es de raza blanca: asimismo, las posibilidades de no encontrar trabajo son mayores y en el caso de encontrarlo, lo más probable es que se trate de una ocupación menos prestigiosa que la que se conseguiría caso de ser blanco. Los negros no constituyen, por supuesto, el único grupo que, en Estados Unidos, se encuentra en desventaja: en este capitulo hemos considerado también las diferencias, en cuanto a oportunidades vitales, de la población de origen hispánico, o de las mujeres de cualquier raza. A finales de la década de 1960, y en los primeros años setenta, la población negra (sobre todo los adultos jóvenes) empezó a identificarse con los países subdesarrollados del Tercer Mundo, trazando analogías entre su situación y la de quienes viven en zonas antaño colonizadas por los europeos y dominadas aún políticamente por otros países (véase Blauner, 1972). La analogía se extiende asimismo a las tasas de crecimiento (más altas entre la población negra que entre la blanca) y al hecho de que un importante porcentaje de población negra (sobre todo los varones) perciben el control de la natalidad como parte de una conspiración genocida. Quienes abogan en favor de que los negros adopten técnicas de control de la natalidad suelen hacerlo desde la idea malthusiana de que los individuos sólo pueden mejorar sus oportunidades vitales teniendo familias pequeñas, de tamaño manejable. Esta no es una cuestión que interese sólo en Estados Unidos: por el contrario, se encuentra en la base del debate sobre la relación existente entre el crecimiento demográfico y el desarrollo económico, como veremos en el próximo capítulo.

Capítulo 10 Crecimiento poblacional y desarrollo económico ¿Qué es el desarrollo económico? Crecimiento económico y desarrollo económico Las bases estadísticas del debate Las bases ideológicas del debate ¿Constituye el crecimiento demográfico un estímulo para el desarrollo económico? ¿Carece el crecimiento demográfico de toda relación con el desarrollo economico? ¿Resulta el crecimiento demográrico perjudicial para el desarrollo económico? El desarrollo económico como fuente de cambios demográficos Impacto de las tasas de crecimiento demográfico sobre el desarrollo económico. Implicaciones del debate para la formulación de politicas de actuación El caso de Méjico El análisis de Coale y Hoover ¿Que es lo que ha ocurrido? Implicaciones para la política demográfica

CRECIMIENTO POBLACIONAL Y DESARROLLO ECONÓMICO ¿Constituye el control del crecimiento poblacional un paso previo necesario para el desarrollo económico? Los países desarrollados, como por ejemplo Estados Unidos, argumentan que los países subdesarrollados no lograrán salir del círculo vicioso de la pobreza si no logran poner bajo control su crecimiento demográfico. Por su parte los países subdesarrollados, y de modo especial los que cuentan con gobiernos socialistas, insisten en dejar de lado la cuestión demográfica, ya que desde su punto de vista la causa de su pobreza relativa se encuentra en la explotación económica y la dominación política que sobre ellos ejercen los países desarrollados. La Conferencia Mundial de la Población, celebrada en Bucarest en 1974, y a la que asistieron representantes gubernamentales de todo el mundo, se caracterizó, justamente, por este debate. Se discutió entonces un “plan de acción mundial” en el que los países desarrollados deseaban que se diese una alta prioridad a los programas de planificación familiar para tratar así de combatir el grave obstáculo para el desarrollo económico que potencialmente, según ellos, podría llegar a constituir el crecimiento demográfico. Esta propuesta fue sin embargo derrotada por una interesante coalición entre países católicos y socialistas, quedando finalmente considerablemente rebajada la importancia del crecimiento poblacional como impedimento para la mejora de la condición humana. El Plan de Acción respecto de la Población Mundial finalmente adoptado restó un compromiso tan vago y omnicomprensivo que en poca, por no decir ninguna, medida contribuyó a resolver el debate. La cuestión de si el desarrollo económico se ve afectado por el crecimiento demográfico (y, en caso afirmativo, en qué medida), subyacente en los debates de la Conferencia Mundial de la Población, sigue constituyendo una de las cuestiones de interés más actual en nuestro mundo contemporáneo. La posición que los gobernantes adopten al respecto influirá de forma decisiva sobre el tipo de

política demográfica y de desarrollo que propugnen. En este capítulo examinaremos varias facetas de esta polémica, teniendo siempre en cuenta la medida en que cada aspecto de la cuestión puede conducir a alternativas de actuación diferentes. El capítulo se abre con un examen del concepto, ya mencionado pero aún no analizado, de desarrollo económico. A continuación examinaremos tres ángulos distintos del debate: (1) el crecimiento demográfico constituye un estímulo para el desarrollo económico; (2) el crecimiento demográfico no es un factor que guarde una relación importante con el desarrollo económico, y (3) el crecimiento demográfico es un obstáculo para el desarrollo económico. Examinaremos las implicaciones, de cara a la toma de decisiones de cada una de estas posiciones y concluiremos con una breve consideración del caso de México para ilustrar algunos de los conceptos y de las líneas de actuación analizados en el capítulo. ¿QUÉ ES EL DESARROLLO ECONÓMICO? La definición más frecuente de desarrollo económico es que significa un aumento en la renta media, definida por lo general como renta per cápita, o por persona. Una idea estrechamente relacionada con ésta es que el desarrollo económico tiene lugar cuando aumenta el output por trabajador; ahora bien, dado que un mayor output debería significar mayores ingresos, puede verse que se trata en realidad de las dos caras de una misma moneda. Ahora bien, una persona que, para hacer frente al aumento de precios, desempeñe, en un año, dos trabajos a la vez no mejorará necesariamente de situación económica: si acaso, conseguirá que ésta no empeore. Así pues, una definición más ajustada de desarrollo económico es la que alude a un aumento en la renta real, es decir, a un aumento en la cantidad de bienes y servicios que en realidad se pueden adquirir. Un aspecto importante del desarrollo es, en efecto, que supone una mejora del bienestar de las personas. Y esto es algo que incluye más dimensiones que un simple incremento de la productividad: incluye un correlativo aumento de la capacidad de los individuos de consumir (bien comprando, bien teniendo a disposición) las cosas necesarias para mejorar su nivel de vida. Esta lista de mejoras puede incluir mayores ingresos, un empleo estable, más educación y mejor salud y alimentación, consumo de más alimentos y mejores viviendas, un aumento de servicios públicos tales como agua, electricidad, transportes, actividades recreativas y protección policial y contra incendios. CRECIMIENTO ECONÓMICO Y DESARROLLO ECONÓMICO La expresión crecimiento económico alude a un aumento en la cantidad total de riqueza de una nación (o de cualquier otra unidad de análisis) sin tomar en consideración el número total de sus componentes, mientras que el concepto de desarrollo económico pone en relación dicho aumento de riqueza con el total de personas integrantes de la unidad que lo experimenta. Por ejemplo, en 1976 la renta total nacional era, en Estados Unidos, de 1.504.776.000.000 dólares (es decir, un billón y medio de dólares). Para los 215 millones de estadounidenses existentes en esa fecha esto suponía una renta media anual de 6.995 dólares por persona. En Suecia, en 1976, la renta nacional era “sólo” de 66.000 millones, pero como el número de suecos era muy inferior al de norteamericanos (superando apenas los 8 millones) la renta media per cápita era superior en Suecia (8.044 dólares) que en Estados Unidos. En contraste con estos dos países ricos tenemos a un país como la India, cuya renta total estimada en

1976 era de 81.000 millones de dólares; esta cifra era superior a la correspondiente a Suecia, pero como el total de población de la India (más de 600 millones de personas) era también muy superior al de Suecia, la renta anual per cápita quedaba reducida a tan sólo 132 dólares. Así pues, a cada norteamericano “medio” (si tal cosa existe) corresponde una riqueza 53 veces superior a la del Indio “medio”. La renta nacional de la India, medida en dólares constantes (para controlar el Impacto de la Inflación), era un 52 por 100 más alta en 1974 que en 1960, pero como entre ambas fechas la población aumentó con similar rapidez la renta per cápita aumentó sólo en un 13 por 100 a lo largo de esos catorce años. Entre 1974 y 1976 la renta nacional disminuyó ligeramente en la India y la renta per capita pasó de 140 dólares en 1974 a 132 dólares en 1976. Hasta aquí hemos considerado el desarrollo económico en términos de ingresos o rentas medias; ahora bien, dichos valores medios esconden a menudo desigualdades y disparidades en la distribución de la renta. Puede en efecto ocurrir que el aumento per cápita en la productividad beneficie sólo a unos pocos, y no a toda la población. De hecho, según algunos economistas, sólo la concentración de ingresos puede dar lugar al ahorro de dinero bastante para permitir ulteriores inversiones y un mayor crecimiento económico. Kuznets (1965), por ejemplo, ha sugerido que la desigualdad de ingresos es característica de la primera fase del desarrollo económico, cuando la formación de capital resulta de tan crucial importancia: sólo más adelante es posible un mejor reparto de la renta. Podría establecerse una analogía aproximada con el caso de una familia que quisiera “desarrollarse económicamente” comprando una casa: como los miembros de esa familia tendrían que ahorrar para pagar la entrada y los gastos de compra, probablemente tendrían que pasarse de cosas que les gustaría poder adquirir, ya que todo el dinero disponible sería destinado a la compra de la casa. Sólo después de haberla comprado la familia dejaría de tener que sacrificarse y su renta podría distribuirse más entre sus miembros. La analogía no es perfecta, pero sirve para ilustrar algo que los primeros empresarios industriales sabían muy bien: es preciso posponer el consumo si se quiere reinvertir los ingresos para generar más crecimiento. El crecimiento económico implica a menudo la introducción de máquinas cuyo trabajo resulta más eficiente y más barato que el de las personas, pudiendo ello conducir a una paradójica situación en la que se produzca un aumento de la renta per cápita del país (es decir, en la que tenga lugar un proceso de crecimiento económico), al tiempo que el nivel de vida real de casi toda la población experimente un descenso (es decir, sea de una ausencia general de desarrollo económico). Bauer (1972) ha estudiado esta diferencia entre crecimiento y desarrollo observando que la paradoja opuesta (descenso de la renta per cápita, pero aumento del nivel de vida como consecuencia de una redistribución de la renta) puede también darse. Por supuesto, en este último ejemplo sólo se produce un verdadero desarrollo económico si la mejora en el nivel de vida puede ser mantenida. En suma, el concepto de desarrollo económico, en su sentido más amplio, alude al aumento sostenido del bienestar socio-económico de una población. La medición del desarrollo económico constituye sin embargo un importante problema, ya que los datos disponibles se refieren, en su mayoría, solamente a los niveles de ingresos y no a la distribución de los mismos. Tenemos así que utilizar esos datos para inferir la naturaleza de los cambios que puedan estar teniendo lugar en una sociedad. En realidad si pudiéramos medir con exactitud el desarrollo económico tal y como aquí lo he definido, todo el debate sobre su relación con el crecimiento demográfico podría quedar resuelto.

LAS BASES ESTADÍSTICAS DEL DEBATE Existe una asociación estadística casi incuestionable entre desarrollo económico y crecimiento demográfico: cuando uno cambia, tiende a hacerlo también el otro. Ahora bien, y como el lector sin duda ya sabe, dos cosas pueden estar relacionadas entre sí sin que por ello una haya de ser causa de la otra. Por otro lado, cabe pensar que las pautas de causa y efecto experimenten cambios a lo largo del tiempo. ¿Contribuye el crecimiento demográfico a promover el desarrollo económico? ¿La asociación entre crecimiento demográfico y desarrollo económico constituye únicamente una coincidencia? ¿O constituye acaso el crecimiento demográfico un obstáculo para el desarrollo económico? Este es el debate planteado. El problema estriba en que los datos actualmente disponibles se prestan a una variedad de interpretaciones. En general, los países en los que los niveles medios de renta son bajos tienden a presentar tasas elevadas de crecimiento demográfico. Entre los 105 países con tasas de crecimiento poblacional similares o superiores a la media mundial (2,0 por 100), 90 (es decir, el 86 por 100) contaban con una renta per cápita inferior a 1.000 dólares anuales. En 1965, Kuznets definió como subdesarrollados a los países con una renta per cápita inferior a 100 dólares, según el nivel de precios de los años 1952-54 (1965:176). Aceptando que entre esa fecha y 1979 se produjera, aproximadamente, una duplicación de los precios, tendríamos que considerar en 1979 como subdesarrollado (y no simplemente como menos desarrollado, que es un término más general) a todo país con una renta per cápita inferior a 200 dólares. Pues bien, según esta definición contaríamos con 24 países subdesarrollados, de los cuales 22 (es decir, el 92 por 100) tienen poblaciones con un ritmo de crecimiento igual o superior a la tasa media mundial. Inversamente, los países con alto nivel de renta tienden a presentar tasas de crecimiento demográfico bajas; de los 33 países con una renta media de 3.000 dólares o más, 26 tienen tasas de crecimiento poblacional inferiores a la media mundial. La relación, sin embargo, no es perfecta: hay seis países, con grandes recursos petrolíferos, que presentan niveles altos de renta y altas tasas de crecimiento demográfico; en cambio hay siete países (básicamente del sur de Europa y del Caribe) que tienen tasas de crecimiento bajas y también bajos niveles de ingresos. Resulta claro que una baja tasa de crecimiento demográfico no garantiza un alto nivel de renta, y viceversa. Por otro lado, datos como éstos que consideramos, referidos a un momento concreto en el tiempo, no pueden ser utilizados para establecer relaciones de causa/efecto, sin que hasta la fecha nadie haya logrado elaborar un conjunto convincente de datos que permita establecer la validez de una u otra posición. En consecuencia, los datos pueden ser objeto de interpretaciones muy diversas, según las inclinaciones ideológicas de cada uno. LAS BASES IDEOLÓGICAS DEL DEBATE Así pues, el debate en torno a la relación entre crecimiento demográfico y desarrollo económico presenta tres ángulos. En el primer ángulo se encuentran, fundamentalmente, los nacionalistas (es decir, los que tratan de liberar a sus países de la explotación económica y política de naciones más poderosas), cuyo argumento básico es que el crecimiento demográfico estimula el desarrollo económico. Un corolario usual de esta perspectiva nacionalista es que a mayor número de personas,

mayor productividad y mayor poderío. En el segundo ángulo encontramos a los marxistas, cuyo argumento es que la injusticia social y económica es resultado, a la vez, de la ausencia (o lentitud) del desarrollo económico y de la creencia -errónea- de que existe un problema poblacional. La perspectiva marxista mantiene así que no existe relación de causa/efecto alguna entre crecimiento demográfico y desarrollo económico: la pobreza, el hambre y otros problemas referidos al bienestar social, asociados con la ausencia de desarrollo económico, son resultado de la existencia de instituciones sociales y económicas injustas, y no del crecimiento demográfico. Finalmente, en el tercer ángulo se encuentran los antagonistas históricos de los marxistas, es decir, los neo-malthusianos, quienes por supuesto defienden la tesis de que el crecimiento demográfico, de no ser controlado, borrar toda posible mejora económica. La diferencia entre Malthus y los neomalthusianos es que el primero se oponía al control de natalidad, mientras que los segundos abogan con fuerza en favor de su utilización como freno preventivo del crecimiento poblacional. ¿Constituye el crecimiento demográfico un estímulo para el desarrollo económico? En muchas zonas de Africa y, de forma especial, en América Latina, se escuchan voces nacionalistas que abogan por el crecimiento demográfico como un medio de crear el estímulo y la mano de obra precisos para desarrollar los recursos nacionales, fomentando así el avance económico. Países como Brasil y Ecuador, por ejemplo, son presentados a veces como infra-poblados en relación con la potencial riqueza de sus recursos naturales. Quizá el exponente más conocido de la idea de que el crecimiento demográfico constituye la chispa que prende la mecha del desarrollo económico es el economista agrícola británico Colín Clark. Clark insiste en que, a largo plazo, una población creciente tiene más probabilidades que una población estacionaria o decreciente de conducir al desarrollo económico. Señala el caso de la historia de Europa, donde la Revolución Industrial y el aumento en la producción agrícola se vieron acompañados, de forma casi general, por el crecimiento demográfico. El argumento de Clark se basa en la tesis de que el crecimiento poblacional constituye la fuerza motivadora que da lugar a la puesta en cultivo de las tierras baldías, a la desecación de pantanos y a la puesta a punto de nuevas técnicas de cultivo, de fertilización y de irrigación, es decir, a la aparición de “revoluciones” en la agricultura. El núcleo central de la argumentación de Clark, que es formulado también por Boserup (1965) y que ha sido a menudo repetido en todo el mundo (sobre todo por la Iglesia católica), queda adecuadamente sintetizado en la siguiente cita: “El crecimiento demográfico es la única fuerza capaz de hacer cambiar a estas comunidades sus métodos y de, a largo plazo, transformarlas en sociedades mucho más avanzadas y productivas. El mundo tiene inmensos recursos físicos, agrícolas y minerales aún sin utilizar. En las sociedades industriales los efectos económicos beneficiosos de la existencia de mercados amplios y en expansión son muy claros. Los principales problemas creados por el crecimiento demográfico no son los de la pobreza, sino los derivados del incremento excepcionalmente rápido de la riqueza en ciertas regiones favorecidas que cuentan con una población en expansión, de la atracción hacia las mismas de corrientes migratorias y del ensanchamiento incontrolable de sus ciudades” (Clark, 1967, prefacio). Esta misma línea de razonamiento forma parte de la estrategia para el desarrollo propugnada por

Hirschman, cuya argumentación es la siguiente: (1) Un aumento en el tamaño de la población reducirá el nivel de vida de la misma salvo que sus componentes reorganicen sus vidas para incrementar la producción. (2) Un “postulado piscológico fundamental” es que la gente se resistirá a un descenso en su nivel de vida. (3) (...) la resistencia de la comunidad a ver disminuido su nivel de vida origina un aumento en su capacidad de controlar su entorno y de organizarse para el desarrollo. El resultado es que ahora la comunidad ser capaz de explotar oportunidades de crecimiento económico que ya existían antes pero que no se utilizaban” (1958:177). De hecho la tesis de que el crecimiento demográfico resulta beneficioso para el desarrollo económico tiene algún fundamento. En Europa y Estados Unidos hay pruebas suficientes para sugerir que el desarrollo puede haberse visto estimulado por el crecimiento de la población. En efecto, algunos historiadores ven en el descenso de la tasa de mortalidad de la Europa pre-industrial, (asociado en parte a la desaparición de la peste y quizá también a la introducción de la patata) el detonador de la Revolución Industrial. Dicha reducción en la tasa de mortalidad habría dado lugar a un crecimiento demográfico que, a su vez, habría aumentado la demanda de recursos. El caso del ferrocarril en Estados Unidos, que abrió la frontera y aceleró el desarrollo de los recursos proporciona un ejemplo análogo de cómo el crecimiento demográfico puede influir sobre el desarrollo económico. Fishlow (1965) ha demostrado que el ferrocarril (que contribuyó a acelerar el desarrollo económico de los estados occidentales de la Unión) era quien seguía a los individuos en su marcha hacia el oeste -y no al revés. Aunque la historia pueda enseñarnos que el crecimiento demográfico tuvo un efecto beneficioso en el desarrollo de los países que hoy tienen un alto grado de industrialización, las estadísticas muestran, por otro lado, la existencia de diferencias muy importantes entre la experiencia europeonorteamericana y la de los países menos desarrollados actuales. En líneas generales puede decirse que estos últimos no están siguiendo los pasos de los países actualmente desarrollados. Por ejemplo, los países menos desarrollados tienen un punto de partida, en cuanto a nivel de vida, mucho más bajo que el que tuvieron Europa o Estados Unidos en la fase inicial de su desarrollo económico. Además Kuznets (1972) ha mostrado que, aunque la tasa de crecimiento económico en muchos países subdesarrollados ha sido, recientemente, más elevada de lo que lo fue en períodos comparables de la historia de los países desarrollados, el crecimiento poblacional es también en los primeros significativamente mayor: sus tasas de crecimiento demográfico son mucho mayores de lo que lo fueron nunca en los países europeos o norteamericanos (quizá con la excepción del periodo colonial de la historia de Norteamérica). En realidad las tasas de crecimiento demográfico del mundo subdesarrollado carecen prácticamente de paralelo en la historia de la humanidad. Resulta así que el crecimiento demográfico puede haber contribuido a estimular el desarrollo económico en los países desarrollados al forzar a los hombres a salir de su torpor natural y al inducir la innovación y el cambio tecnológico, o al acelerar la sustitución de la mano de obra por trabajadores más preparados. Los países menos desarrollados de la actualidad, sin embargo, no precisan de ningún tipo de estímulo interno para ser innovadores. En el mundo que les rodea pueden percibir los frutos del desarrollo económico: ello les lleva de forma casi natural a desear participar de ellos en la mayor medida posible (situación ésta que suele ser designada como revolución de las expectativas crecientes). Los habitantes de los actuales países menos desarrollados saben lo que es el desarrollo

económico y estudiando la historia de los países hoy muy industrializados pueden percibir cómo, al menos en el pasado, se podía llegar a alcanzarlo. En todo caso parece poco probable que el crecimiento demográfico siga siendo necesario como detonador, aunque en realidad existen pocas pruebas sólidas en favor de una u otra postura. Saber que otros son más ricos no constituye, necesariamente, un incentivo suficiente para mejorar económicamente, la propia vida, y aun cuando lo constituyera, los medios de lograrlo pueden estar fuera de alcance. Y en este punto es donde los marxistas toman la palabra. ¿Carece el crecimiento demográfico de toda relación con el desarrollo económico? El diagnóstico marxista de la cuestión es que los problemas demográficos desaparecerán cuando se resuelvan otros problemas y que el desarrollo económico puede producirse con rapidez en una sociedad socialista. Marx y Engels creían que cada país, en cada período histórico, tiene su propia ley de la población y que el desarrollo económico guarda relación con la estructura político-económica de la sociedad y en modo alguno con el crecimiento demográfico. En realidad, el argumento de Marx parece ser que el que la población de un país crezca o no a medida que éste avanza económicamente depende de la naturaleza de su organización social. En una sociedad capitalista explotadora la clase dirigente podría tener interés en fomentar el crecimiento demográfico para así mantener bajo el nivel salarial; en un sistema socialista, en cambio, ese interés no existiría. Para los socialistas cada miembro de la sociedad nace con los medios para proveer a su propia subsistencia; en consecuencia, el desarrollo económico debería beneficiar en forma proporcional a cada persona. La única razón para que así no ocurra es que la sociedad esté organizada para explotar a los trabajadores, permitiendo a los capitalistas obtener grandes beneficios a costa de parte de lo que aquéllos deberían en realidad ganar. En tiempos recientes varios líderes de países menos desarrollados han argumentado que ésa es justamente la manera en que funciona el sistema económico mundial. Se acusa a los países desarrollados occidentales de comprar materias primas a un precio barato a los países en vías de desarrollo, vendiéndoles en cambio a un precio caro productos manufacturados, colocándoles así, de forma permanente, en situación de endeudamiento y dependencia. Se sugiere además que si el poder económico de los países desarrollados pudiera ser reducido, y el de los países en vías de desarrollo reforzado, el impulso que el desarrollo adquiriría en estos últimos disiparía problemas tales como el hambre y la pobreza que en la actualidad se atribuyen a la existencia de una población excesiva. En ese momento el problema demográfico desaparecería porque, sencillamente, no es realmente un problema. La posición socialista es así que una vez resueltos todos los demás problemas sociales (y en primer lugar los de raíz económica) los propios individuos se encargan de resolver con toda facilidad cualquier posible problema demográfico, caso de existir éste. Esta era claramente la actitud de Friedrich Engels, quien en 1981 escribía en una carta: “si en un determinado estadio la sociedad comunista se ve obligada a regular la producción de seres humanos (...) ser precisamente esa sociedad, y sólo ésa, la que podrá realizarlo sin dificultad”. Los defensores de este punto de vista disponen de algunas pruebas a su favor. En la Rusia de los años veinte, tras la revolución comunista, Lenin abolió la legislación anti-abortista y las restricciones legales al divorcio para favorecer la liberación de la mujer; el resultado fue un descenso bastante

rápido de la tasa de natalidad (demasiado rápido incluso, en opinión del gobierno soviético, que en los años treinta volvió a ilegalizar el aborto). En Cuba la respuesta demográfica ante un gobierno marxista fue exactamente la opuesta: poco después de la revolución de 1959 la tasa bruta de natalidad aumentó del 27 por 1.000 en 1958 al 37 por 1.000 en 1962. El demógrafo cubano Juan Pérez de la Riva ha explicado que tras la revolución desapareció el paro en el campo, se abrieron nuevas oportunidades en las ciudades y un exuberante optimismo condujo al descenso de la edad de contraer matrimonio y al abandono de la planificación familiar. Desde entonces la tasa de natalidad ha vuelto a descender hasta niveles similares a los que se daban antes de la revolución como consecuencia del establecimiento, por el gobierno de Castro, de clínicas de planificación familiar que intentaban evitar los abortos ilegales y ayudar a las mujeres a prevenir embarazos no queridos. Los datos referidos a países marxistas como Rusia, Cuba y, por supuesto, China, sugieren la conclusión de que una revolución puede alterar el panorama demográfico de un país; la relación, sin embargo, de éste con el desarrollo económico sigue siendo borrosa. Por ejemplo, de esos tres países Rusia es claramente el más desarrollado económicamente y es asimismo el que tiene la tasa más baja de crecimiento poblacional. Sin embargo, la renta media parece ser superior en Cuba que en China pese a tener China una tasa menor de crecimiento demográfico. Por supuesto, con estos ejemplos no se puede dar por zanjada la cuestión, ya que los neo-malthusianos cuentan también con datos que parecen apoyar sus puntos de vista. ¿Resulta el crecimiento demográfico perjudicial para el desarrollo económico? En el mundo industrializado el argumento neo-malthusiano de que el crecimiento rápido de la población constituye un obstáculo para el desarrollo económico tiene una amplia aceptación. En su formulación básica, se trata de una proposición muy simple: cualquiera que sea la razón por la que una economía empieza a crecer el crecimiento no se traducir en desarrollo económico si la población no crece más despacio de lo que lo hace la economía. A este respecto cabe establecer una analogía con el caso de un pequeño negocio: un tendero, por ejemplo, sólo obtendrá beneficios sí sus gastos (es decir, los costes generales) resultan inferiores a sus venta brutas. Para una economía la adición de nuevas personas implica gastos (o costes generales demográficos), ya que es preciso proporcionarles alimentos, vestidos, alojamiento, educación y otros bienes y servicios: si los costes demográficos igualan o superan al producto nacional bruto, entonces no podrá producirse ninguna mejora (o beneficio) en el nivel global de vida. Veamos algunas cifras que ilustran gráficamente este punto. Entre 1960 y 1976 la renta nacional aumentó en Méjico en un fenomenal 163 por 100. Ahora bien, durante ese mismo período el tamaño de la población aumentó en más de un tercio y como consecuencia de ello la renta per cápita aumentó, entre dichas dos fechas, tan sólo en un 54 por 100, aproximadamente. Es decir, el crecimiento demográfico absorbió el 67 por 100 del incremento total de la renta nacional. Durante ese mismo período la renta nacional aumentó en Estados Unidos en un 73 por 100, pero sólo el 33 por 100 de ese incremento quedó absorbido por el aumento de la población. Así la renta per cápita aumentó en Estados Unidos entre esas dos fechas en un 49 por 100, es decir, en un porcentaje prácticamente idéntico al registrado en México. Pero para conseguir ese mismo aumento la economía norteamericana sólo hubo de crecer la mitad que la economía mexicana. Por supuesto, conviene

recordar que la renta per cápita constituye sólo un promedio; evidentemente, no todo el mundo participó por igual, tanto en México como en Estados Unidos, de ese aumento de la riqueza total. La situación parece así muy sencilla: si las poblaciones tuvieran un crecimiento más lento, el desarrollo económico podría producirse con mayor facilidad. Los neomalthusianos llegan así a la conclusión de que el crecimiento demográfico resulta perjudicial para el desarrollo económico. Este punto de vista est tan extendido en las sociedades occidentales que merece una consideración más detallada que contemple los dos lados de la relación. El desarrollo económico como fuente de cambios demográficos Hasta aquí sólo he considerado un lado de la relación existente entre crecimiento demográfico y desarrollo económico: las consecuencias sobre el cambio económico del cambio demográfico. Pero si queremos llegar a comprender a fondo la idea de que el crecimiento demográfico constituye un obstáculo para el desarrollo económico tenemos que tener también en cuenta el otro lado de la moneda. La mayor parte de los datos disponibles parecen sugerir que fue el desarrollo económico el que originó el descenso de la mortalidad y el que, con el tiempo, contribuyó a motivar el descenso de la fecundidad en los países industrializados. En otras palabras, el desarrollo económico constituyó, primero, un estímulo para el aumento de la tasa de crecimiento demográfico, y después un estímulo para su disminución. Esta es la relación que subyace en la teoría de la transición demográfica y la que los marxistas aducen para refutar la posición neo-malthusiana. Esta doble relación entre crecimiento demográfico y desarrollo económico fue señalada con claridad en 1958 por Ansley Coale y Edgar Hoover en un estudio que ha tenido un impacto sin precedentes en la teoría y en la investigación sobre crecimiento demográfico y desarrollo económico. Señalan estos autores que el desarrollo económico originó un descenso de la mortalidad en los países desarrollados, y que asimismo fue el desarrollo económico de esos países el que dio lugar a un descenso de la mortalidad en el resto del mundo. Esto es cierto tanto si el lector acepta, como si no lo hace, mi anterior sugerencia de que el crecimiento demográfico puede haber estimulado, inicialmente, el crecimiento económico que condujo a la Revolución Industrial. Lo importante aquí es que la teoría de la transición demográfica sugiere que el mismo desarrollo económico que redujo las tasas de mortalidad contiene en su seno la motivación precisa para que las parejas reduzcan su fecundidad. Ahora bien, dado que en los países menos desarrollados las tasas de mortalidad han disminuido como resultado del desarrollo económico ajeno, ¿por qué esperar que en los mismos aparezca la motivación para limitar la fecundidad sin una intervención similar desde el exterior? Y lo que es más importante aún, ¿por que preocuparnos porque la fecundidad descienda o no? ¿Qué diferencia supone para el bienestar futuro de una población el continuar con tasas altas de natalidad y bajas de mortalidad? Para los neo-maltusianos la respuesta es, por supuesto, que supone una diferencia muy grande. Impacto de las tasas de crecimiento demográfico sobre el desarrollo económico: El crecimiento demográfico puede suponer una diferencia respecto de la cantidad de recursos consumidos en el mundo, respecto del precio a pagar por cosas como la comida o la gasolina y respecto del espacio físico disponible para cada uno de nosotros. El crecimiento de la población en

cualquier lugar del mundo puede incluso amenazar la calidad de nuestra propia existencia, además de inhibir la mejora de las condiciones de vida en aquellos países que se debaten por lograr desarrollarse económicamente bajo el peso de un número de habitantes creciente día a día. En realidad, como mínimo son tres los aspectos del cambio demográfico que pueden afectar al curso del desarrollo económico: la tasa de crecimiento poblacional, el tamaño de la población y la estructura de edad de la misma. El punto de partida del desarrollo económico es la inversión de capital. El capital representa un stock de bienes que se utiliza para la producción de otros bienes y no para su disfrute inmediato. El capital puede consistir, ciertamente, en el dinero gastado en maquinaria pesada o en una línea de montaje: pero resulta más adecuado concebirlo con un carácter más genérico, que incluya todo cuanto es invertido hoy para producir un rendimiento mañana. Enfocado así comprende no sólo equipamientos y construcciones, sino también inversiones en educación, sanidad, y en general, la acumulación y aplicación de conocimientos. Para que una economía crezca, el nivel de inversión de capital tiene que crecer. Por lo tanto, cuanto más alta sea la tasa de crecimiento demográfico mayor habrá de ser la tasa de inversión; esto es lo que Leibenstein (1957) ha designado como el listón demográfico. Si una población crece tan deprisa que desborda la tasa de inversión entonces se verá atrapada en un ciclo vicioso malthusiano de pobreza; el crecimiento económico habrá sido bastante para alimentar más bocas, pero no para escapar de la miseria. El problema se complica porque, en los países que hoy registran un rápido crecimiento de la población, la pobreza es ya muy elevada, haciendo así imposible el ahorro del dinero preciso para la realización de las inversiones requeridas para impulsar el crecimiento rápido de la economía. Además, la mayoría de los actuales países menos desarrollados tienen un pasado de colonización y dependencia de otros países respecto de su situación económica y política. Esto ha supuesto a menudo no sólo el descuido de los problemas económicos, sino también una mayor preparación de los líderes nativos para la confrontación política que para la gestión económica. La consecuencia es una fuerte dependencia del capital extranjero, es decir, del dinero ganado y ahorrado por naciones más ricas y con menor crecimiento demográfico. En dichas naciones la inversión inicial de capital requerida para lograr el desarrollo fue, por supuesto, mucho menor en términos relativos de la que hoy es necesaria. Esto se debe a varias razones, incluyendo entre ellas el hecho de que los países desarrollados partieron con tasas de crecimiento poblacional considerablemente menores y no tuvieron que integrarse en un sistema económico mundial muy avanzado que requiriese, para poder competir en él, altos niveles de tecnología. El esfuerzo de los países menos desarrollados actuales por mejorar económicamente se enfrenta a un conjunto de circunstancias mundiales distintas de las que hubieron de afrontar en su momento los países hoy desarrollados. Muchas de estas circunstancias constituyen probablemente (aunque no necesariamente) vallas a salvar. La energía constituye un ejemplo: ¿de dónde obtenerla? La agricultura, la industria, el transporte y la vida diaria requieren, por supuesto, grandes cantidades de energia. Originariamente el agua, la madera y el carbón constituyeron recursos cuya conversión en energía resultaba barata, pero el mundo actual depende cada vez en mayor medida del petróleo, y el precio de éste, como es sabido, ha aumetado dramáticamente desde los primeros años de la década de 1970. Los países más afectados son, obviamente, los que además de estar menos desarrollados

cuentan con pocos recursos energéticos propios. Sólo si los países productores de petróleo invirtieran sus beneficios en esos países más afectados podrían éstos mantener el crecimiento de sus economías. Un marxista argumentaría que esta cuestión no tiene nada que ver con el crecimiento de la población, ya que en un mundo comunista los recursos serían distribuidos de manera justa entre quienes los necesitan. Un neo- malthusiano, por su parte, indicaría que con independencia del orden económico prevaleciente en una nación o en el mundo, la existencia de un crecimiento demográfico rápido hará más difícil para la economía, que un crecimiento demográfico lento, el lograr salir adelante. Impacto del tamaño de la población sobre el desarrollo económico: A medida que una población aumenta de tamaño, la capacidad de acopiar recursos para el desarrollo puede hacerse progresivamente menor. Y esto se aplica tanto a las naciones individuales como al mundo en su conjunto. Podemos imaginar que toda actividad económica habría de cesar en el mundo cuando se alcanzase una situación en la que a cada persona no correspondiese más que el sitio preciso para poder mantenerse en pie, pero en realidad el límite se encuentra en un punto muy anterior. Pero ¿como cuánto de anterior? Esta es una cuestión aún sin resolver pero que ha sido objeto de amplia reflexión cada vez que los investigadores han tratado de definir el tamaño óptimo de población para el mundo o para un determinado país. Tratar de determinar el tamaño óptimo supone indagar el tamaño que una población puede alcanzar antes de que el nivel de vida comience a reducirse. Existe un reconocimiento general de que el tamaño está asociado con economías de escala: es decir, tanto la existencia de demasiada población, como de demasiad poca, puede retrasar por igual el desarrollo económico. El mundo está en mucha mejor situación económica con cuatro mil millones de habitantes que con mil millones. La General Motors puede producir un automóvil a mejor precio que un individuo particular precisamente porque son tantos los automóviles que vende que puede permitirse instalar costosas cadenas de montaje que reducen los costes de producción por unidad. Dando por sentado que a veces una mayor cantidad resulta más económica lo cierto es, sin embargo, que una población puede llegar a ser demasiado grande para ser eficiente, o tan grande que, a un determinado nivel de vida, agotar sus recursos. Alcanzado ese punto puede decirse que ha superado su capacidad de sostenimiento, es decir, que ha desbordado el tamaño de población que en teoría podría ser mantenido indefinidamente a un nivel de vida determinado. La capacidad de sostenimiento variará, lógicamente, en función del nivel de vida escogido para la población mundial: cuanto más bajo sea éste, mayor el número de personas que pueden ser mantenidas indefinidamente. Por otro lado, si el nivel de vida deseado es demasiado elevado, la capacidad de sostenimiento puede quedar desbordada, iniciándose una pérdida progresiva de recursos que puede desembocar en el agotamiento de éstos. En este caso, la capacidad de sostenimiento a largo plazo se ve mermada. Por ejemplo, si todos los actuales pobladores del mundo nos conformásemos con vivir como el campesino medio del sur de Asia el número de habitantes que el mundo podría sostener sería considerablemente mayor que si todos aspirásemos en cambio a vivir como los miembros del consejo de administración de la General Motors. En realidad es altamente dudoso que el mundo contenga los recursos precisos para permitir a cuatro mil millones de habitantes tener un nivel de vida cercano al de un ejecutivo del mundo de la empresa bien situado.

La investigación empírica más cuidada y conocida acerca del tamaño óptimo de la población mundial es el informe del Club de Roma, “Los límites del crecimiento”(Meadows 1972:1974), que se plantea cuál es el tamaño de la población que permitiría al mundo maximizar el bienestar socio-económico de sus habitantes. Tras elaborar un modelo de simulación por ordenador de varias pautas de cremiento demográfico y de inversión de capital para el desarrollo de recursos, los autores del estudio llegaron a la conclusión de que la población mundial es tan grande, y consume recursos a un ritmo tan prodigioso, que para el año 2100 los habrá agotado, produciéndose entonces el colapso de la economía mundial y la caída en picado del tamaño de la población mundial. La introducción en el modelo del supuesto más optimista lleva al equipo dirigido por Meadows a las siguientes conclusiones: “Los recursos están completamente explotados, lográndose reciclar el 75 por 100 de los utilizados. La generación de contaminación se reduce a la cuarta parte de la registrada en 1970. El rendimiento de la tierra se duplica y se ponen a disposición de la población mundial medios efectivos de controlar la natalidad. El resultado es la obtención temporal de una población constante con una renta mundial per cápita cercana a la actual en Estados Unidos. Por último, y pese a todo, el crecimiento industrial se detiene, la tasa de mortalidad aumenta al agotarse los recursos, la contaminación se acumula y la producción de alimentos disminuye” (1972:147). Este era sin duda el pronóstico más pesimista sobre el impacto del tamaño de la población en el desarrollo económico desde la publicación del libro de Ehrlich, “Population Bomb”(1968), en el que el hambre y la guerra a escala mundial son presentadas como resultado casi inevitable del continuo aumento de la población mundial. Se trataba sin duda de una variación más sobre el tema malthusiano de la tendencia, por parte del crecimiento demográfico, a desbordar los recursos. Tomada al pie de la letra podría resultar tan descorazonadora como para invitar a pensar que no vale la pena seguir preocupándose: la población mundial ya existente es demasiado grande y tiene adquirido ya un impulso para nuevos incrementos tan fuerte que impide toda mejora continuada en la condición de los hombres. Sin embargo, el estudio demuestra la posibilidad de que, para el mundo en su conjunto, la población óptima presente un tamaño no superior al actual. Las implicaciones de este estudio no dejan de ser chocantes. Meadows analiza la necesidad de un “equilibrio dinámico” entre población y capital simultáneo a un florecimiento de “otras actividades humanas deseables y satisfactorias: educación, arte, música, religión, investigación científica básica, deporte e instituciones sociales”. Esto ofrece poco consuelo a los países que aún no se han desarrollado, ya que lo que para ellos implica es que deben dajar de crecer demográficamente y tener la esperanza de que se produzca una redistribución de la renta por parte de los países más ricos. Antes de tomar demasiado en serio estas tenebrosas predicciones, detengámonos un momento a considerar la idea de que en la estela del colapso económico se producirá un descenso de la población. Van de Walle (1975) ha señalado que el modelo contenido en Limits to Growth parte del supuesto de la reversibilidad histórica: es decir, que las tasas de mortalidad podrían aumentar en el futuro del mismo modo en que disminuyeron en el pasado. Van de Walle considera que ésta es una suposición sin fundamento: nuestros conocimientos de nutrición y dietética no se perderían, como tampoco perderíamos nuestra capacidad de reorganizar la vida a partir de niveles de vida diferentes que mantuviesen el mismo nivel sanitario pese a contar con menores recursos alimenticios.

La aterradora imagen malthusiana de ingentes cantidades de personas agotando los recursos disponibles, resulta sin duda abrumadora y tiende así a impedir ver otras consecuencias negativas más sutiles (y con muchas más probabilidades de convertirse en problemas reales que el hambre, la guerra o el colapso económico a escala mundial) que el crecimiento demográfico tiene para el desarrollo económico. Me refiero a las consecuencias asociadas a la estructura de edad de las poblaciones que tienen un crecimiento demográfico rápido. Impacto de la estructura de edad sobre el desarrollo económico: Una población que crece rápidamente tiene una estructura de edad joven. Esto significa que una proporción relativamente elevada de la población se encuentra en edades jóvenes. Esto tiene dos importantes consecuencias económicas: por un lado, la estructura de edad afecta al nivel de dependencia; por otro, dificulta la generación del ahorro preciso para las inversiones en la industria y para la creación de los puestos de trabajo a ofrecer al número, siempre creciente, de jóvenes que alcanzan la edad laboral. Dependencia: Un tema importante en el estudio de Coale y Hoover (1958) sobre el desarrollo económico, ya mencionado, es que una alta tasa de crecimiento demográfico lleva a una situación en que la razón entre personas en edad de trabajar y personas dependientes (es decir, o demasiado jóvenes o demasiado viejas para trabajar) es mucho menor que si la población tuviera un crecimiento menor. Esto significa que en una sociedad cuya población crece rápidamente cada persona que trabaja tiene que producir más (es decir, tiene que trabajar más) simplemente para mantener el mismo nivel medio de vida que en una sociedad con un menor crecimiento demográfico, Esto, por otro lado, resulta obvio: un padre con seis hijos tiene que ganar más dinero que un padre con sólo tres hijos si quiere que su familia tenga el mismo nivel de vida que la de este último. Pero hay algo más. Un país depende, al menos en parte, del ahorro que se produce en su interior para generar las inversiones de capital con las que permitir la expansión de su economía, cualquiera que sea su sistema político. Con una estructura de edad muy joven, el dinero tiende a ser canalizado hacia la satisfacción de las necesidades de un mayor número de personas (comida. etc.) más que hacia el ahorro. Como Kelley ha indicado, una estructura de edad muy envejecida puede dar lugar asimismo a bajos niveles de ahorro, ya que los jubilados por lo general detraen dinero, y no lo aportan. Incorporación a la fuerza de trabajo: En una población que crece, el número de futuros nuevos integrantes de la fuerza de trabajo crece también cada año, a medida que cada grupo de jóvenes alcanza la edad de trabajar. Para que haya desarrollo económico el número de nuevos puestos de trabajo debe, al menos, guardar proporción con el número de personas que los buscan. La expansión del empleo guarda relación, por supuesto, con el crecimiento de la economía que, a su vez, depende de una inversión de más difícil generación cuando la estructura de edad es joven. La existencia de altas tasas de crecimiento demográfico tienen una consecuencia adicional. La combinación de la existencia de familias más grandes (cuyo cuidado es, típicamente, responsabilidad de la madre) con la de una competición más dura por los empleos disponibles perjudicar , con toda probabilidad, al empleo femenino. Como ha mostrado Ester Boserup (1970), los trabajos que

desempeñan las mujeres, en la mayor parte de las sociedades, son los que no quieren los hombres; cuando la tasa de crecimiento demográfico es alta, el nivel de desempleo tiende también a ser alto, y en consecuencia disminuyen los trabajos rechazados por los hombres. Cabe sospechar que esto constituya un nuevo camino conducente al ciclo vicioso de pobreza nacional. En efecto, si la fecundidad es alta y la mortalidad baja, las mujeres tendrán familias grandes y pocas probabilidades de empleo; sin la perspectiva de encontrar trabajo las mujeres tendrán pocos incentivos para optar por un estilo de vida que excluya el matrimonio y la procreación, quedando asi atrapadas en las redes de la familia. IMPLICACIONES DEL DEBATE PARA LA FORMULACIÓN DE POLÍTICAS DE ACTUACIÓN He intentado, hasta aquí, resumir los aspectos principales de las tres posiciones principales existentes en el debate mundial en torno al crecimiento demográfico y al desarrollo económico. En última instancia, por supuesto, cada una de dichas posiciones ha de ser puesta en relación con el hecho de que el crecimiento demográfico no puede persistir por mucho tiempo, con independencia de su impacto a corto plazo sobre el desarrollo económico. A largo plazo la tasa de crecimiento demográfico acabará por ser de cero porque el planeta sencillamente no puede tolerar un crecimiento indefinido. Por otro lado, parece fuera de discusión que resulta claramente preferible que la mitigación de la tasa de crecimiento de la población mundial se deba más a un descenso de la tasa de natalidad que a un aumento de la de mortalidad. Así pues, si se quiere maximizar la condición humana, la fecundidad tendrá que acabar disminuyendo. Ninguna de las tres perspectivas que hemos analizado es incompatible con el descenso a largo plazo de la fecundidad; cada una de ellas, sin embargo, enfoca de manera diferente el tratamiento a dar, a corto plazo, a la tasa de natalidad. Quien considere que el crecimiento demográfico es bueno para el desarrollo de la sociedad será con toda probabilidad pro-natalista y considerará que el control de la natalidad debe ser aplazado hasta que su país haya aumentado su población. Para un marxista con toda probabilidad el único uso razonable del control de la natalidad es permitir liberar a la mujer de la dominación masculina. Para un neo-malthusiano la planificación familiar constituirá, con toda probabilidad, un paso previo necesario para el desarrollo económico: unos cuantos dólares gastados en planificación familiar equivalen, para él, a cien dólares de inversión industrial. En otras palabras, para un neo-malthusiano resulta menos costoso y económicamente más ventajoso gastar dinero en evitar nacimientos que en tratar de criar y de encontrar trabajo a un mayor número de personas. EL CASO DE MÉXICO En su ya clásico estudio sobre crecimiento demográfico y desarrollo económico Coale y Hoover (1958) consideraron brevemente el caso de México dedicando básicamente su atención al caso de la India. A diferencia de la India (que ha sido el primer país del mundo que ha institucionalizado los programas de planificación familiar como parte de la política nacional del gobierno), México ha mantenido hasta fechas muy recientes una política oficial pronatalista. Dado que México ha registrado, de forma regular, una de las tasas de incremento natural de la población más elevadas del mundo, resulta sin duda de gran interés preguntarse si el crecimiento demográfico ha constituido allí un estímulo o un obstáculo para el desarrollo económico, y cuál ha sido la posición gubernamental

respecto de la política demográfica. El análisis de Coale y Hoover El análisis realizado por Coale y Hoover en 1958 tomaba como punto de partida un momento en que la población mejicana experimentaba ya un crecimiento rápido como consecuencia del descenso de la mortalidad y del mantenimiento de la fecundidad a un nivel elevado. En efecto, el crecimiento de la población mejicana se remonta como poco hasta 1930, cuando la mortalidad empezó a disminuir. Hacia 1955 la esperanza de vida al nacer (para ambos sexos) era de unos 53 años. Este equivalía a una tasa bruta de mortalidad de 14 por 1.000; la tasa de incremento natural, por otro lado, era de 30 por 1.000 o del 3 por 100, es decir, muy por encima de la media mundial. Coale y Hoover realizaron proyecciones del futuro tamaño de la población mexicana sobre la base de suponer que la mortalidad decrecería progresivamente, de modo que hacia 1985 la esperanza de vida al nacer fuera de 70 años. Establecieron tres proyecciones diferentes, cada una de ellas basada en un supuesto distinto acerca de la evolución futura de la fecundidad: (1) que ésta permaneciera incambiada: (2) que disminuyera en un 50 por 100 entre 1955 y 1980: y (3) que disminuyera en un 50 por 100 entre 1965 y 1980. A continuación examinaron el distinto impacto de cada una de las proyecciones sobre el crecimiento y desarrollo económico futuro. En 1955 México tenía unos 31 millones de habitantes y la población proyectada para 1970 era de 50 millones; sólo en el caso de producirse un descenso espectacular de la fecundidad entre 1955 y 1970 el total de población previsto para esta fecha podría ser menor. Para Coale y Hoover a mayor tasa de crecimiento démográfico y a mayor tamaño de la población, mayores dificultades para el desarrollo económico. Según ellos, de mantenerse la alta tasa de incremento poblacional: (l) México podría tener dificultades en mantener la auto-suficiencia agrícola: (2) las exportaciones habrían de ser reducidas; (3) la importancia de artículos de consumo aumentaría a costa de los bienes de capital: y (4) la inversión extranjera disminuiría también como consecuencia de la incertidumbre acerca del crecimiento económico introducida por la alta tasa de crecimiento económico. En general, más personas significan más consumo, menos inversión y, por último, un nivel más bajo de renta per cápita. Cuanto menor sea la tasa de fecundidad, con más rapidez aumentar el out-put per cápita, sencillamente porque se puede utilizar más dinero para el desarrollo de la economía en vez de para el mantenimiento de la población. Coale y Hoover no encontraron razón alguna para esperar un descenso de la fecundidad en México, al menos no como resultado de una acción gubernamental. La única posibilidad que a este respecto veían se basaba en el hecho de que más de un tercio de la población mexicana era urbana, y la fecundidad urbana es menor que la rural. En lineas generales el análisis de Coale y Hoover sugería que el crecimiento demográfico constituiría en México un importante factor disuasorio del desarrollo económico. ¿Ha sido así en realidad? ¿Qué es lo que ha ocurrido? El censo mexicano de 1970 arrojó un total de población de unos 51 millones, es decir, un millón más que la estimación máxima realizada por Coale y Hoover a partir de la población de 1955. La mortalidad descendió ligeramente más deprisa de lo que habían supuesto; según sus estimaciones la esperanza de vida al nacer de los varones mexicanos sería, en 1970, de 61 años: la curva real fue 64

años. Predijeron el mantenimiento de la alta fecundidad y según su modelo, hacia el año 1970 la tasa anual de crecimiento demográfico sería del 3,4 por 100 anual: la tasa real en ese año fue del 3,3 por 100. Con toda probabilidad la emigración hizo que la tasa de crecimiento resultara menor de lo que, de otra forma, hubiese sido. En 1979 la población de Méjico era estimada en unos 66 millones, con una tasa anual de crecimiento del 2,6 por 100, aproximadamente. Si bien es verdad que los niveles de fecundidad registrados en las ciudades son menores, en México, que los registrados en las áreas rurales, ello no significa que la fecundidad no sea elevada en las zonas urbanas. Según el censo de 1970, en la ciudad de México las mujeres de 35 a 39 años habían tenido ya, en promedio, más de cuatro hijos. En 1978 la tasa de fecundidad total correspondiente al país en su conjunto era de 5,18, lo que supone un descenso sustancial respecto del valor de 6,69 referido a 1960, e incluso un descenso sorprendente respecto de la tasa de 6,03 registrada en 1975. Pese a todo, se trataba aún de una tasa de fecundidad total muy superior a la registrada en Estados Unidos, e iba acompañada de tasas globales de crecimiento demográfico tan elevadas como antes. ¿Cuál ha sido su relación con el desarrollo económico? Hemos visto ya en este capítulo cómo la tasa de crecimiento económico ha sido muy elevada en México (de hecho, más elevada que en Estados Unidos, si bien los niveles de renta per cápita siguen siendo mucho más bajos que en este país). Sin embargo, el mejicano medio tenía en 1976 una situación economica mejor en un 53 por 100 a la de 1960: así pues si utilizamos este criterio podemos decir que pese al rápido crecimiento de la población, estaba teniendo lugar un proceso de desarrollo económico. Pero ¿se trata de algo que podrá mantenerse? Implicaciones para la política demográfica No es en modo alguno seguro que el crecimiento demográfico esté reteniendo el desarrollo económico de México pero la sospecha de que así sea ciertamente existe. El gobierno mexicano tiene esta misma sospecha y así, en 1973, dio el primer paso hacia el control de la población. En 1970 el presidente Luis Echeverría incluyó en su campaña electoral una política pro-natalista, pero en 1973 dicha orientación fue abandonada y el gobierno puso en marcha un programa de planificación familiar voluntaria. En enero de 1974 la Constitución mexicana fue modificada para garantizar a cada pareja el derecho a planificar libremente su familia. Centenares de clínicas en todo el país ofrecen información y ayuda para controlar la natalidad. La población mejicana ha reaccionado con una rapidez sorprendente ante estas medidas. En una situación de inflación, recesión y altos niveles de desempleo los mexicanos han recurrido de forma espectacular a la anticoncepción para limitar sus cargas familiares reduciendo el número de hijos. En 1977 casi un millón de personas adoptaron por primera vez técnicas anticonceptivas (fundamentalmente la píldora) en comparación con los sólo 44.000 que en 1972 (año en que se produjo el cambio de actitud gubernamental en este terreno) utilizaron por vez primera esas técnicas. El resultado ha sido que entre 1970 y 1978 la tasa de natalidad específica por edad disminuyó en un 28 por 100 entre las mujeres de 35 a 39 años, en un 17 por 100 entre las de 25 a 29 años, y en un 18 por 100 entre las de 20 a 24 años. Si bien sigue siendo cierto que sólo el 26 por 100 de las mujeres utilizan anticonceptivos, los cambios en la fecundidad están claramente en marcha. Pero por supuesto la batalla está lejos de haber terminado en México. La tasa de natalidad, aun cuando decreciente, sigue siendo alta y entre 1980 y el año 2000 la población

mexicana pasar de 71 a 131 millones de habitantes, simplemente como resultado de la dinámica de crecimiento implícita en el número de los ya nacidos. Incluso con un descenso rápido de la fecundidad la población de México no dejar de crecer hasta bien entrado el siglo XXI. Y para esa fecha su tamaño podria fácilmente ser superior al de la población de Estados Unidos. No hace falta decir que para entonces la economía mejicana habrá puesto en uso todos sus recursos.

Capitulo 11 Crecimiento poblacional y recursos alimentarios La revolución agrícola La agricultura y la revolución industrial La revolución verde ¿En que consiste?. ¿Hasta qué punto es una revolucion?. ¿Cómo puede aumentarse la producción de alimentos? Aumentando la superficie cultivada. Aumenlando el rendimiento de la superficie cultivada. ¿Quién tiene los alimentos? ¿Quién debería proporcionar los alimentos? Recursos alimentarios y contaminación La degradación del entorno agricola. Riesgos para la salud en la producción de alimentos. Otros riesgos del entorno. Resumen y conclusiones

CRECIMIENTO POBLACIONAL Y RECURSOS ALIMENTARIOS Cuando la comida abunda, se la desperdicia o se la trata como a una simple mercancia. Pero cuando se la percibe como el sustento de la vida su distribución pasa a constituir una cuestión con gran carga emocional. ¿Resulta realmente posible alimentar a todo el mundo cuando la población crece tan rápidamente? ¿Habrá alimentos suficientes en el año 2000 para los seis mil millones de habitantes que según se estima para entonccs poblarán nuestro planeta? Dedicaré la primera mitad de este capítulo a la búsqueda de respuesta para estas preguntas. Sin embargo la relación entre crecimiento poblacional y recursos alimenticios no se reduce simplemente a averiguar cuánto grano hay o puede haber. En efecto, la producción de alimentos para un número siempre creciente de personas tiene entre otros costes el de la contaminación, que puede tener como consecuencia la reducción de la capacidad de producir nuevos alimentos y del nivel global de vida. La segunda parte del capítulo irá dedicada a la consideración de este dilema. ¿Cómo ha llegado el mundo a esta situación en que ahora se encuentra, en que no sólo resulta difícil producir los alimentos necesarios sino que además, el hacerlo puede resultar perjudicial para nuestra salud?

¿Cómo se ha llegado a una situación en la que la mitad de la población mundial está inadecuadamente alimentada (unos 400 millones se encuentran incluso, prácticamente al borde de la muerte por inanición) y en que, en el tiempo simplemente que lleva leer esta página, una persona habrá muerto de hambre mientras que 32 niños habrán nacido? La explicación de esta situación guarda relación en parte, y de forma obvia, con el crecimiento demográfico, en parte con el desarrollo (o falta de desarrollo) económico, y en parte con las peculiaridades de la organización social (es decir, con la forma en que se distribuyen los alimentos y se incide sobre el medio ambiente). En este capítulo analizaré las pautas mundiales de producción de alimentos, efectuando un breve repaso histórico desde la Revolución Agrícola hasta la Revolución Verde, y considerando en detalle la relación entre producción de alimentos y crecimiento demográfico. Una vez alcanzada esa perspectiva me centraré en la pregunta, tan frecuentemente formulada y siempre inquietante: ¿habrá alimentos suficientes para alimentarnos a todos adecuadamente? Por último examinaré los nocivos efectos colaterales que comporta el intento de aumentar el rendimiento agrícola, y que pueden muy bien determinar el límite máximo de personas que pueden ser alimentadas. LA REVOLUCIÓN AGRÍCOLA Hace aproximadamente unos diez mil años, el hombre logró cultivar plantas y domesticar animales haciendo así posible la producción de alimentos y el asentamiento permanente en un lugar. El cultivo de plantas guarda, por supuesto, relación con el uso de herramientas para trabajar la tierra. Cabe encontrar rastros de la invención y utilización agrícolas de tales herramtentas en muchos lugares distintos del mundo. Algunos de los rastros más antiguos corresponden a lugares situados en la región del mar Muerto, en Oriente Medio (Cipolla, 1965), donde todo parece indicar que la Revolución Agrícola tuvo lugar hacia el año 8000 a. de C. Desde el extremo oriental del Mediterráneo, las innovaciones agrícolas fueron difundiéndose lentamente hacia el oeste a través de Europa (alcanzando las islas británicas hacia el año 3000 a. de C.) y hacia el este a través de Asia. En el hemisferio occidental se consiguió asimismo, hace varios miles de años, el cultivo de plantas y la domesticación de animales, dando lugar a un aumento en la cantidad de alimentos por persona que podían ser producidos. Como el lector habrá supuesto, el incremento en la producción de alimentos estaba asociado con el crecimiento de la población (posiblemente como causa, posiblemente como consecuencia). En conjunto, la Revolución Agrícola creó una economía que al proporcionar a los hombres una fuente de alimentos más segura, les permitió multiplicarse en una medida hasta entonces desconocida. La idea malthusiana clásica, por supuesto, es que la puesta en cultivo de la tierra fue la causa del aumento de la población al permitir disminuir la mortalidad y, posiblemente, aumentar la fecundidad. Una perspectiva alternauva es que la aparición de aumentos espontáneos en el tamaño de la población, quizá como consecuencia de un superávit a largo plazo de nacimientos sobre defunciones, creó la necesidad de encontrar formas nuevas de obtener alimentos, dando así lugar a la aparición gradual de la revolución agrícola. En todo caso, una vez logrado, por una u otra razón, el aumento en el rendimiento agrícola resultó posible alimentar a más personas en una misma localización; así pues, aun en el caso de que fuesen aumentos independientes de población los que originaran la Revolución Agrícola (es decir, aun aceptando que la necesidad fuese la madre de la invención), no por ello dejaría de ser cierto que los cambios económicos tuvieron un

efecto de retro-alimentación (¡incluso en sentido literal!) cuyo resultado fue el fomento del crecimiento demográfico. Con independencia de que el crecimiento demográfico pusiera, o no, en marcha los cambios en la agricultura, lo cierto es que la Revolución Agrícola tuvo como resultado proporcionar sustento a más personas que antes. Y es a este hecho al que cabe atribuir el lento pero básicamente constante aumento de la población en la mayor parte del mundo durante los varios miles de años anteriores a la Revolución Industrial. LA AGRICULTURA Y LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL La Revolución Industrial del siglo XIX fue precedida por (en realidad, fue posible gracias a) importantes cambios en la agricultura que mejoraron de forma significativa el rendimiento agrícola (Clough 1968). Esos factores que, en Europa y Norteamérica, contribuyeron a aumentar la productividad agrícola en un corto espacio de tiempo fueron entre otros: 1) la mecanización del proceso de cultivo y cosecha; 2) el uso creciente de fertilizantes y de la irrigación; y 3) la reorganización de la tenencia de las tierras. La Revolución Industrial generó toda una serie de instrumentos mecánicos, sobre todo cosechadoras mecánicas, que aceleraron enormemente la recolección. Las cosechadoras, arrastradas originalmente por caballos o bueyes, pasaron después a ser tiradas por un transformador de energía más eficiente: el tractor. En conjunto, la mecanización de la agricultura aumentó enormemente el número de áreas que una persona (o unas pocas personas) podían cultivar, y la cantidad de tierra que podía ser dedicada a la producción de más de una cosecha anual, dado que el cultivo y la cosecha resultaban mucho más fáciles. Aunque la mecanización constituyó, ciertamente, un factor principal en el aumento de la productividad agrícola, sobre todo en Norteamérica, donde la tierra era abundante en relación con el número de personas existentes, no constituye sin embargo un requisito imprescindible. El único requisito real es la intensificación de la agricultura, es decir, la obtención de un mayor rendimiento de la tierra utilizada, ya sea por medios mecánicos, mediante la energía humana o cualquier otra forma. En Norteamérica, donde la densidad de población era baja y la mano de obra escasa, la energía suplementaria precisa para intensificar la agricultura procedió de los instrumentos mecánicos. Por otro lado en Japón, donde incluso en los orígenes de la industrialización había un excedente de mano de obra, dicha energía suplementaria tuvo un origen humano: más personas trabajando más y más eficazmente la tierra. Un método para intensificar la agricultura consiste en recurrir a la cosecha múltiple, es decir, a la producción de más de una cosecha anual con el mismo trozo de tierra. El uso cada vez mayor de fertilizantes y la progresiva irrigación de áreas anteriormente demasiado secas para poder ser cultivadas han contribuido en gran medida a hacer posible las cosechas múltiples y un uso más intenso de la tierra dedicadas a producir una cosecha única al permitir cultivarlas cada año (sin tener que dejarlas regularmente en barbecho). La reorganización de la tierra cultivable ha hecho posible también muchas innovaciones agrícolas. La agrupación de parcelas en unidades más grandes y la utilización de prados y pastizales para cultivos y no para pastos han permitido un aumento de la producción, sobre todo en Estados Unidos

y en Europa. ya que las explotaciones agrícolas grandes introducen economías de escala que permiten invertir en tractores, fertilizantes, sistemas de irrigación y otras costosas mejoras. En Estados Unidos éste es un proceso con una larga historia y que aún continua: por ejemplo, entre 1960 y 1974 el número de pequeñas explotaciones agrícolas disminuyó en ese país en un 50 por 100, pasando de un total de 3.600 a otro de sólo 1.800. Esto no quiere decir que el número de acres cultivados haya disminuido mucho, sino más bien que existe una creciente tendencia hacia el establecimiento de grandes explotaciones agrícolas y la desaparición de las pequeñas granjas familiares. He de añadir que la comercialización de las explotaciones agrícolas no está vinculada de forma tan estrecha, como se cree a veces, a grandes sociedades mercantiles. En 1975 sólo el 7 por 100 de la tierra cultivada pertenecía. en Estados Unidos, a empresas: el 5 por 100 era de propiedad estatal: el resto era propiedad de individuos independientes o de consorcios o de heredades. Aunque sin duda se trata de algo obvio, quizá convenga repetir que la expansión industrial no puede producirse sin un aumento proporcional de la producción agrícola. La industrialización está asociada tipicamente con la migración de individuos desde zonas rurales a zonas urbanas, originando así un trasvase de mano de obra de la agricultura a la industria. En consecuencia los trabajadores que no abandonan el campo han de ser capaces de producir más para que haya suficiente para ellos mismos pero también para el sector no agrícola de la población. Así pues, la Revolución Industrial hubiera sido imposible de no haber tenido lugar un incremento de la producción agrícola. El economista clásico Adam Smith señaló en una ocasión que “cuando mediante la mejora y el cultivo de la tierra (...) el trabajo de media sociedad resulta suficiente para proporcionar alimentos a la sociedad en su conjunto, la otra mitad (...) puede ser utilizada (..) en la satisfacción de las restantes necesidades y caprichos del género humano”. En el mundo moderno esos caprichos y necesidades guardan generalmente relación con el desarrollo económico el cual resulta enormemente favorecido si el sector agrícola logra acceder al estadio moderno de alta productividad por persona empleada, ya que sin dicha alta productividad sería preciso importar alimentos. En el mejor de los casos, la importación de alimentos puede ayudar a un país a salir del paso hasta que se produzca el desarrollo agrícola: pero a medida que la población siga creciendo de forma acelerada, aumentarán las presiones para producir más alimentos. Ese ha sido el caso, en décadas recientes, de muchos de los países menos desarrollados, en los que el intento de lograr un aumento rápido de la producción de alimentos ha generado la Revolución Verde. LA REVOLUCIÓN VERDE ¿En qué consiste La Revolución Verde se inició silenciosamente en los años cuarenta de este siglo en Méjico, en el International Maize and Whcat Improvement Center (Centro Internacional para la mejora del maíz y del trigo) de la Fundación Rockefeller. El objetivo era dar con un medio que permitiese incrementar la producción de granos. Bajo la dirección de Norman Borlaug fueron puestas a punto nuevas variedades de alto rendimiento (VAR) de trigo. conocidas como variedadcs enanas porque tienen tallos más cortos y pedúnculos más numerosos que la mayoría de las variedades tradicionales. A mediados de los años sesenta estas variedades de trigo fueron introducidas en una serie de países, especialmente en la India y Pakistán, con un rápido y espectacular éxito, como cabía esperar tras los

experimentos realizados en Méjico. En 1954 el rendimiento más alto en el cultivo de trigo babia sido, en Méjico, de unas tres toneladas métricas por hectárea: la introducción del trigo VAR aumentó el rendimiento, con una gestión cuidadosa de las cosechas, a seis o incluso ocho toneladas. Una diferencia fundamental radicaba en el hecho de que en las variedades más tradicionales el tallo era más largo y tendía a quebrarse antes de la cosecha, incrementando así las pérdidas por acre: en las variedades enanas esto no ocurre, al tener un tallo más corto. Esta diferencia es, en efecto, crucial ya que la rotura del tallo puede tener efectos devastadores: destruye algunas espigas y daña a otras, por otro lado, la mayor resistencia frente a la rotura hace posible la intensa fertilización e irrigación necesarias para obtener altos rendimientos. La Revolucion Verde no se limitó al trigo de alto rendimiento: en 1962 la Fundación Ford comenzó a investigar sobre el cultivo del arroz en el lnternationaí Rice Research Instituto, en Filipinas. En unos pocos años se logró poner a punto una variedad enana de arroz de alto rendimiento que, como el trigo VAR, aumentó espectacularmente el rendimiento de cada acre cultivado. La producción de arroz experimentó así un aumento en India y Pakistán, lo mismo que en Filipinas, Indonesia, Vietnam del Sur y varios otros países menos desarrollados. En los años sesenta el aumento en el número de acres dedicados al cultivo de arroz y trigo VAR fue lo suficientemente significativo como para merecer un nombre definitorio propio, y así en 1968 la Agency for International Development de Estados Unidos acuñó el término de Revolución Verde para designarlo. En 1965 solo 200 acres en todo el mundo, estaban plantados con trigo VAR en 1971 esa superficie habia pasado a ser de 50 millones de acres. En la India la producción de trigo aumentó de 11 millones de toneladas en 1965 a 27 millones en 1968. La Revolucion Verde esconde, sin embargo, un problema, para producirse con éxito necesita mucho mas que la simple utilización de nuevos tipos de semillas Estas precisan además de fertilizantes, plaguicidas e irrigación en cantidades abundantes y este problema se complica aún más por el hecho de que los fertilizantes y plaguicidas son normalmente, productos derivados del petróleo y de que los sistemas de irrigación necesitan carburante para que las bombas funcionen Se trata de elementos caros cuyo precio, además, aumenta continuamente a medida que como consecuencia de la creciente concentración mundial de la produccion del petróleo el precio de éste (y por tanto de sus derivados) experimenta aumentos sucesivos. Así pues, para que un país en vías de desarrollo pueda tener su Revolución Verde es preciso que cuente con recursos suficientes para comprar los fertilizantes, los plaguicidas y los sistemas de irrigación necesarios para producir altos rendimientos, ya que sin tales accesorios el resultado que se obtiene del trigo o del arroz VAR es básicamente comparable al proporcionado por muchas variedades tradicionales. Dadas éstas y otras dificultades resulta razonable plantearse hasta qué punto la Revolución Verde es, realmente, una “revolución”. ¿Hasta qué punto es una revolución? Para ser eficaz a nivel mundial la Revolución Verde requeriría cambios fundamentales en la forma en que la vida está organizada en las áreas rurales, y no sólo un cambio en las plantas cultivadas o en los fertilizantes utilizados. Esto se debe a que la Revolución Verde está basada en los métodos de cultivo occidentales (especialmente estadounidenses y canadienses) que enfatizan la utilización de costosos utillajes y equipamientos y el principio de alto riesgo/alto beneficio implícito en toda

economía de escala. Para un campesino tradicional, con un nivel de producción de mera subsistencia, y acostumbrado a cultivar una variedad de cosechas (no sólo para completar su dieta alimenticia sino también para reducir el riesgo, ya que incluso en un mal año existen probabilidades de lograr buenos resultados en algún cultivo), este tipo de agricultura occidental no tiene por qué resultar necesariamente atrayente. Por supuesto la minimización de los riesgos supone minimizar también los beneficios (es decir, la posibilidad de generar excedentes abundantes). Es de indicar que los riesgos más importantes proceden de los caprichos de la naturaleza, básicamente en forma de mal tiempo, y también de nuevos tipos de plagas y enfermedades. Una helada temprana o una lluvia intensa pueden dar al traste con una cosecha. Por otro lado, aunque las plantas VAR son resistentes a las principales enfermedades y los plaguicidas resultan eficaces contra las principales plagas el ciclo vital de inmunidad dura sólo unos cinco años. Pasado ese tiempo, nuevas rormas de plagas o de enfermedades pueden haber tenido oportunidad de establecerse, arruinando así una cosecha. Obviamente sí, por así decirlo, todos nuestros huevos están en un mismo cesto, el fracaso en la cosecha puede ser económicamente desastroso. La aceptación de este riesgo es algo corriente en las sociedades occidentales, pero para los campesinos con cosechas de mera subsistencia en los paises menos desarrollados, supone toda una nueva forma de pensar y concebir el mundo. Otro importante peligro inherente en el cultivo de una sola cosecha (o de un número muy reducido de cosechas) es la deficiencia nutricional. El valor nutritivo de las variedades de alto rendimiento no es muy diferente del de variedades anteriores de trigo o arroz y su cultivo puede en cambio eliminar el de cosechas con mayor nivel nutritivo, como por ejemplo de guisantes, judías y lentejas. Una nutrición deficiente puede originar retrasos en el desarrollo fisico y metal, creando así, en la sociedad, problemas sanitarios y sociales que incrementan las dificultades para lograr aumentar la productividad agrícola y el desarrollo económico. Asi que el tipo de cambios que los campesinos occidentales realizarían para incrementar la producción de alimentos podrían disminuir (y de hecho. han disminuido ya en algunos casos) la calidad de vida en determinadas zonas del mundo menos desarrollado. La Revolución Verde es así algo más que simplemente un avance en el cultivo de plantas. Para producirse con eficacia requiere plantaciones en gran escala (lo cual puede suponer la alteración de los sistemas de tenencia de la tierra existentes) y otras formas de organización social. Requiere además, dosis masivas de productos dependientes de fuentes de energía, tales como fertilizantes, plaguicidas y sistemas de irrigación. Un grupo de expertos agrícolas norteamericanos ha estimado que el cultivo de un acre de maíz de alto rendimiento requiere una cantidad de energía equivalente a 80 galones de gasolina. En los países menos desarrollados ello supone que un campesino que obtiene sólo un rendimiento de mera subsistencia habría de gastar todos sus ingresos anuales para poder participar en la Revolución Verde. Lógicamente, no es probable que ningun campesino acepte pagar tan alto precio, a no ser que se le concedan créditos en condiciones muy favorables, algo que no resulta fácil de encontrar en muchas partes del mundo. El coste de la energía no constituyó un problema durante las fases iniciales de la Revolución Verde. No debe, por tanto, sorprendernos que la misma lograra anotarse sus principales tantos antes del aumento de los precios de los carburantes. A lo largo de los años finales de la década de 1960, y hasta 1972, los países en vías de desarrollo

lograron producir la suficiente cantidad de alimentos para, si no llegar a ser totalmente autosuficientes, sí lograr al menos no aumentar su nivel relativo de dependencia de los países desarrollados. Durante esos mismos años la producción de alimentos en los países desarrollados superó con creces el crecimiento de su población, permitiendo no sólo aumentar la cantidad de personas a alimentar en cada uno de ellos, sino también la generación de un excedente que destinar a los países en vías de desarrollo. Entre 1960 y 1974 la población mundial aumentó en un 33 por 100, pasando de tres mil a casi cuatro mil millones; durante ese mismo período la producción mundial de grano aumentó en un 48 Por 100. Sin embargo estas cifras globales camuflan los problemas de determinadas regiones concretas del mundo. Por ejemplo, en 1965 la India hubo de importar 11 millones de toneladas métricas de trigo para alimentar a su poblacion. Posteriornente, y a medida que la Revolución Verde hizo sentir su impacto, la producción agrícola interna aumentó y en 1972 la India era casi auto-suficiente en cuanto a alimentos. Desgraciadamente, esta dinámica no pudo ser mantenida y en 1975 la India volvió a verse forzada a comprar grano (casi 7 millones de toneladas métricas ese año) porque las cosechas quedaron muy por debajo de lo esperado. En general, desde comienzos de la decada de 1970 la Revolución Verde ha quedado un tanto marchita, a medida que la producción se ha visto incapaz de crecer con mas rapidez que la población y que las importaciones de alimentos de los países menos desarrollados han aumentado en términos absolutos. Por ejemplo, en 1970-71 los países menos desarrollados importaron 15 millones de toneladas métricas de grano, mientras que en 1973-74 importaron 30 millones. En 1975 la cifra subió a 51 millones, y en 1979 a 80 millones. En 1979 la producción mundial de alimentos apenas experimentó incremento alguno respecto de 1978 (creció tan sólo en un 0,5 por 100); sin embargo la población aumentó en un 2 por 100. De hecho 1979 fue un año especialmente malo, ya que la sequía padecida en la India y en la Unión Soviética disminuyó la cosecha mundial de granos. Aunque las exportaciones de alimentos hacia los paises en vías de desarrollo han ido aumentando, el número de países exportadores de granos es muy limitado. Cabe así preguntarse cuáles son las perspectivas para alimentar a la gente en aquellos países que no son agrícolamente auto suficientes. La actual estructura de edad del mundo, en la que predominan las edades más jóvenes, implica un elevado impulso de crecimiento demográfico aun en el supuesto de que se produjese un descenso inmediato de la fecundidad en todo el mundo. Sabemos así que el mundo deberá proporcionar alimentos en un tuturo inmediato a, al menos, dos mil millones más de personas de las ahora existentes, si no a más. ¿Podrá la producción de alimentos satisfacer esta demanda?

¿CÓMO PUEDE AUMENTARSE LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS? El incremento en la cantidad de alimentos producidos presenta dos aspectos. Un problema es producir suficientes alimentos; el segundo es producirlos allí donde son más necesarios (es decir, en los paises pobres con rápido crecimiento demográfico). Voy a tratar aquí fundamentalmente el primer problema, es decir, la cuestión a nivel global. Los distintos enfoques existentes acerca de cómo lograr incrementar los recursos alimenticios disponibles pueden ser resumidos en dos grandes categorías: aumentando la superficie cultivada y aumentando el rendimiento por acre. Existe además

otra solución a corto plazo: distribuir los alimentos de forma más equitativa. Aumentando la superficie cultivada Sólo el 11 por 100 de la superficie terrestre mundial es susceptible de ser cultivada, y la mayor parte de la misma se encuentra ya en cultivo. Por otro lado, esta cantidad está en realidad disminuyendo, como consecuencia, en algunos lugares del mundo, de la erosión o desertízación del suelo, y en otros del ensanchamiento del espacio urbano. La mayoría de las principales ciudades están ubicadas en regiones agrícolas fértiles susceptibles de proporcionar diariamente alimentos frescos a sus poblaciones. Sólo en épocas recientes los transportes y la refrigeración han reducido (pero no eliminado) esta necesidad. A medida que las ciudades han crecido en tamaño, la tierra cultivable circundante ha ido siendo explanada y pavimentada para permitir la edificación de edificios comerciales o de viviendas. En Estados Unidos, por ejemplo, unos 40 millones de acres son de uso urbano; de ellos la mitad aproximadamente fueron en algún momento tierras de cultivo. Hay además en dicho país unos 32 millones de acres cubiertos por autopistas y carreteras. La utilización para fines no agrícolas de fértiles tierras de labor ha llegado a constituir en Estados Unidos un problema tan debatido que dos agencias federales (el Departamento de Agricultura y el Council on Environmental QuaIity) patrocinaron conjuntamente una investigación, que duró 18 meses, sobre la cuestión. Son pocos los lugares que, en el mundo, aún aguardan al arado, con las notables excepciones de determinadas zonas del Africa sub-sahariana y del interior de Suramérica, que entre las tierras aún sin utilizar son las más aptas para el cultivo, sin que eso quiera decir que sean tierras de primera calidad Para poner en cultivo el Africa sub-sahariana habría antes que erradicar a la mosca tse-tse y para poder cultivar el interior de Suramerica seria preciso dominar la jungla Por otro lado en muchas zonas de la jungla, la apertura de claros ha permitido descubrir que la tierra no es apta para el cultivo al contar con una capa fertil muy delgada. En Norteamérica buena parte de la tierra que solía formar parte de la «reserva agrícola» ha sido puesta ya en cultivo y la tierra que queda sin usar es marginal, en el sentido de que serian precisas ingentes cantidades de tiempo y dinero para prepararla para el cultivo. Se ha estimado en unos 2.000 dólares por acre, por término medio, el coste de la puesta en cultivo de la misma y aún entonces, el rendimiento esperable por acre sería en ella muy inferior al de las zonas de mayor calidad. En Estados Unidos existen unos 75 millones de acres que podrían ser cultivados en caso de extrema necesidad. Pero la utilización agrícola de esas tierras requeriría la desecación de pantanos, la irrigación de desiertos y la explanación de montes, todo lo cual supondría un coste muy elevado tanto en dólares como en energía. Como ha comentado Lester Brown, presidente del Worldwateh Institute, “si se esta dispuesto a pagar el precio se pueden cultivar hasta las laderas del monte Everest. Se ha sugerido tambien que el mar podría constituir una fuente viable de tierra de cultivo. La puesta en cultivo del mar incluye tanto la pesca como la recogida de algas para el consumo humano, ahora bien, el coste de cultivar algas y otras plantas es tan elevado que no parece que ésta sea una alternativa viable al cultivo de la tierra. El pescado constituye, por supuesto, una excelente fuente de proteínas; por otro lado, entre los productos derivados de la pesca se encuentra un fertilizante de precio muy reducido, aumentando así su atractivo como recurso. Entre 1950 y 1970 las capturas

anuales de pesca aumentaron en el mundo de 22 a 70 millones de toneladas (Brown, 1975); las existencias pesqueras parecían entonces casi inextinguibles. Pero en la década de 1970 las capturas disminuyeron de forma significativa, debido en parte al abuso en las mismas. Desde entonces la cantidad de pesca obtenida se ha mantenido estable, en el mejor de los casos, de año a año, lo cual por supuesto significa una disminución en la cantidad de capturas per capita. Por otro lado, a medida que han ido aumentando los problemas de la pesca, se ha ido incrementando el nivel de conflicto entre países con flotas pesqueras, sobre todo en lo referente a los límites de las aguas territoriales. Según Ehrlieb y Ehrlich (1972:125), los biólogos han medido cuidadosamente las riquezas del mar, han considerado las posibles formas de recolectarlas y han llegado a la conclusión de que no pueden constituir la solución al problema de la falta de alimentos. Así pues, la evidencia disponible parece indicar que con los actuales niveles de pesca, y con la puesta en cultivo de toda la tierra disponible con un rendimíento equivalente al actual, seguiria sin haber alimentos suficientes para alimentar en el año 2000 a la población mundial. Existen en el mundo unos 4.000 millones de acres de tierra naturalmente cultivable (excluyendo, por tanto, a las tierras marginales) y existen también unos 4.000 millones de personas: es decir, hay aproximadamente un acre de tierra cultivable por cada persona. Ahora bien, la dieta media norteamericana equivale en la actualidad al rendimiento anual de 1,25 acres. Asi pues con los niveles actuales de producción, sólo hay tierra para proporcionar una dieta media norteamericana a unos 3.200 millones de personas aun poniendo en cultivo toda la tierra disponible. En otras palabras salvo que los países desarrollados reduzcan drásticamente su consumo de alimentos, el crecimiento de la población mundial exige prácticamente un aumento sustancial en el rendimiento de la tierra cultivada. Aumentando el rendimiento de la superficie cultivada Existen distintas maneras de incrementar el rendimiento agrícola, y con frecuencia la obtención de mejoras sustanciales requiere la combinación de varios métodos. Entre éstos se encuentran la mejora de las plantas, la extensión de la irrigación y el mayor uso de plaguicidas y fertilizantes. Dedicaré además alguna atención a ciertos problemas referidos fundamentalmente a la financiación y a la reforma agraria, que pueden limitar la motivación o la capacidad de poner en práctica dichos métodos de aumentar el rendimiento de cada acre cultivado. Mejora de plantas: Ya he indicado que la mejora de las especies de plantas existente constituye la piedra angular de la Revolución Verde. Hasta ahora dicha mejora a afectado principalmente al trigo y al arroz pero existe, por supuesto, la posibilidad de poner a punto variedades de alto rendimiento (VAR) de soja, cacahuete y otras plantas ricas en proteínas. Dado que los granos VAR (trigo y arroz) han encontrado ya una amplia acogida a todo lo largo del mundo, no cabe probablemente pensar que la solución pueda ser un aumento espectacular en el cultivo de VAR. Los informes disponibles indican que ya a comienzos de la década de 1970, prácticamente toda la tierra que en Méjico se dedicaba al cultivo de trigo estaba plantada con trigo VAR. En el Asia comunista, aproximadamente el 35 por 100 del trigo cultivado y el 20 por 100 del arroz eran VAR; asimismo, en India v Pakistán buena parte de la tierra cultivada lo es con dichas variedades. Un posible camino para la investigación genética es la obtención de mayores niveles nutritivos en las plantas actualmente cultivadas. A fin de cuentas, y como ya vimos, el trigo y el arroz VAR tienen

un nivel nutrícional equivalente al de las variedades convencionales; por lo tanto, si se lograra poner a punto plantas con mayor valor nutritivo, se lograría reducir el nivel de malnutrición aun sin incrementar el rendimiento por acre cultivado. Un ejemplo de la investigación actual en este terreno lo constituye la puesta a punto de especies sintéticas como el triticale, que se obtiene cruzando trigo y centeno (Wittwer, 1975). Tan importante al menos como la dimensión nutricional de la mejora de plantas es la obtención de defensas contra las enfermedades y las plagas. Los rápidos cambios en las distintas plagas requieren una constante vigilancia y alteración de la resistencia de las semillas. A fin de cuentas los insectos compiten en gran medida con nosotros por los recursos alimenticios mundiales; se ha estimado, en efecto, que las distintas clases de plagas pueden llegar a destruir hasta un tercio, cada año, de todas las cosechas mundiales (Wlttwer, 1977). Es este un problema que acecha a las cosechas tanto antes como después de la recolección. Existen además otros serios obstáculos para el aumento de la productividad por acre incluso con (o especialmente con) semillas VAR, tales como la disponibilidad de agua, fertilizantes y plaguicidas (citados por el orden mas usual de importancia). Agua: Las semillas de alto rendimiento requieren generalmente, para su desarrollo con éxito, importantes cantidades de agua. La irrigación presupone, lógicamente, una fuente de agua (como, por ejemplo, un embalse), una inversión inicial de capital para construir canales e instalar tuberías y energía para hacer funcionar a las bombas. Las existencias de cada uno de estos elementos son cada vez más reducidas. Por lo que hace a las fuentes de agua, entre 1950 y 1970 aumentó gradualmente (...) la superficie irrigada y nuevos e importantes proyectos de irrigación fueron emprendidos en China, India y muchos otros países en vías de desarrollo. La superficie total irrigada aumentó casi en un 3 por 100, ya que la mayoría de los lugares más adecuados para la construcción de embalses han sido ya utilizados (Brown,1975:1058). Una idea de la magnitud del problema del agua nos la proporciona el hecho de que es preciso medio millón, aproximadamente, de galones de agua para cultivar un acre de arroz y de que en Estados Unidos el 96 por 100 del consumo total de agua corresponde a la agricultura. Fertilizantes y plaguicidas: Para maximizar su rendimiento, las plantas han de ser también alimentadas (fertilizadas) y protegidas (rociadas con plaguicidas). Como ya he indicado, los fertilizantes son cada vez más caros, y por lo tanto cada vez más dificiles de obtener para los países menos ricos. De hecho, en 1970, las tres cuartas partes de todos los fertilizantes fueron utilizadas en Estados Unidos y en Europa, y menos de la cuarta parte en los paises menos desarrollados. Las existencIas de plaguicidas son aún menores lo cual supone un problema para la obtención de una alta productividad agrícola pero quiza constituye indirectamente una bendicion para el ecosistema mundial como veremos mas adelante en este capitulo. La disponibilidad de fertilizantes no constituye un problema tecnológico. Sabemos como fabricarlos; la cuestión es poder hacer frente a su coste y contar con las instituciones sociales y económicas que los produzcan y distribuyan. En la actualidad casi todos los fertilizantes químicos son producidos en los paises desarrollados ya que es en ellos donde tienden a existir los incentivos de elevados beneficios para una producción más elevada. Incentivos para obtener rendimientos mayores: Como ya hemos visto, los campesinos cuyas cosechas sólo les permiten alcanzar el mero nivel de subsistencia, que son los que predominan en los

países menos desarrollados, tienden a operar minimizando los riesgos, lo que por lo general significa tambien que su nivel productivo está lejos de su capacidad máxima potencial. ¿Qué podría motivarles a aumentar su producción? Una respuesta puede ser la reforma agraria. En efecto, una elevada probabilidad de incrementar los beneficios podría constituir una motivación importante para incrementar la producción, y una forma de lograr esa situación es poner la propiedad de la tierra en las manos de quienes la trabajan (Gordon, 1975). Esto equivale a permitir que sean quienes toman el riesgo quienes obtengan también los beneficios, y no un terrateniente ausente. La reforma agraria parece haber contribuido a mejorar la productividad agrícola en Méjico y Taiwan, si bien se afirma también que en muchos lugares del sur de Asia ésta ha mejorado sin que se hubiera producido aquélla (Crosson, 1975). En todo caso se ha señalado que en China, donde las granjas colectivas en gran escala constituyen ia regla, las parcelas de propiedad privada constituyen sólo el 5 por 100 de toda la tierra, pero producen el 20 por 100 de todos los alimentos. Otro método potencial de aumentar los incentivos consiste en subvencionar, mediante créditos gubernamentales o protección en los precios, los riesgos asumidos por los campesinos. Sin apoyos institucionales (de los gobiernos o de grandes cooperativas) resulta improbable que el rendimiento por acre pueda ser aumentado de forma sistemática. Reducción de desperdicios: Una forma sutil pero eficaz de obtener más de cada acre destinado a la producción de alimentos es desperdiciar menos. Y esto se puede lograr de dos maneras: no comiendo más de lo que se necesita y no tirando la comida. Se ha sugerido que los habitantes de los paises ricos llegan a tirar literalmente hasta un 25 por 100 de la comida que compran (Newsweek, 1974:67). Asimismo, los norteamericanos podrían comer menos carne sin dejar por ello de estar bien nutridos. Hacen falta varias libras de grano para producir una libra de carne roja, y existen otras formas más eficientes de obtener proteínas (por ejemplo, consumiendo soja, cacahuetes, guisantes y judías). Los aminoácidos que se obtienen de la carne, pero no de las proteínas vegetales. podrían quizá obtenerse de otros alimentos, como el trigo enriquecido con usina (Gordon, 1975). La reducción de las proteínas de origen animal permitiría así destinar parte de la producción de grano al consumo humano, y no al animal. Por supuesto, la mayoría de los norteamericanos no acogería con agrado una tal propuesta: comer carne forma tanta parte de la cultura americana como no hacerlo forma parte de la cultura de la India. En Estados Unidos la idea de una comida sin carne encuentra así la misma resistencia que en la India la idea de matar vacas, monos o incluso ratas, dada la creencia allí extendida de que todos los seres animados son sagrados. Las ratas, por otro lado, guardan relación con un tipo de desperdicio más repulsivo: la destrucción de alimentos una vez producidos. En la India esto ocurre, al menos en parte, porque las ratas llegan a la comida antes que los seres humanos. Ehrlich y Ehrlich (1972) señalan que haría falta un tren con una longitud de casi 3.000 millas para poder transportar todo el grano que las ratas se comen en la India en un solo año. En 1975, año en que la India tuvo buenas cosechas, las ratas (que superan en número a los humanos en una proporción de 8 a 1 ) tuvieron un día de fiesta devorando el grano almacenado (Time, 1976). En China, según diversos informes, el gobierno ha tratado de controlar el número de ratas existente utilizando un raticida que parece afectar a los enemigos naturales de aquéllas (es decir, a los gatos y a las comadrejas) con mayor rapidez que a los propios roedores. La rata come el veneno, el gato se come a la rata y ambos mueren. Pero como las ratas se reproducen

más rápidamente que los gatos y las comadrejas, su número sigue creciendo, mientras que los gatos están desapareciendo. En la actualidad podría producirse suficiente comida en el mundo para eliminar la malnutrición siempre y cuando su distribución fuese equitativa a todo lo largo del planeta y que se renunciase a suministrar a cada individuo el equivalente a una dieta media diaria norteamericana. Lo cierto es, sin embargo. que la comida no está distribuida equitativamente a lo largo del mundo, lo que plantea cuando menos dos cuestiones; (1) ¿quién tiene los alimentos?, y (2) ¿a quién incumbe la responsabilidad de proporcionar alimentos al mundo? ¿QUIÉN TIENE LOS ALIMENTOS? Casi la mitad de todos los alimentos utilizados en el mundo están basados en los granos (trigo, maiz y arroz, por ejemplo); así pues, si sabemos qué paises disponen de grano y cuáles no, tendremos una idea bastante aproximada de la situación alimenticia del mundo. A finales de la década de 1970, Estados Unidos, Canadá, Argentina, Australia y Nueva Zelanda eran los únicos países exportadores de grano, mientras que la mayoría de las restantes áreas del mundo eran importadoras en términos netos. Por ejemplo, aunque la población norteamericana representa sólo el 4 por 100 del total mundial de población, los campesinos norteamericanos producen el 12 por 100 del trigo mundial, el 46 por 100 del maíz y el 68 por 100 de la soja. Además, en los mataderos norteamericanos se sacrifica el 14 por 100 de la carne consumida a nivel mundial (Food and Agricultural Organization, 1974). Si bien entre los importadores hay tanto países ricos como paises pobres, existen importantes diferencias demográficas entre ambos. Los países ricos experimentan un crecimiento demográfico muy reducido; en consecuencia su demanda de alimentos aumenta más como consecuencia del deseo de mejorar su dieta que como resultado de la existencia de un mayor número de bocas a alimentar. Considérese por ejemplo la controvertida venta de grano estadounidense a la Unión Soviética en 1972, año en que este país tuvo una cosecha bastante mala. En años anteriores se había hecho frente a las malas cosechas dedicando más cantidad de grano al consumo humano y menos al animal, pero en 1972, y prácticamente cada año desde entonces, los soviéticos decidieron que podían permitirse el mantener la carne en su dieta, sobre la base de importar grano, evitando así recurrir a la reducción de la producción de carne. Tales compras de grano, efectuadas básicamente a Estados Unidos redujeron severamente los excedentes disponibles en las principales naciones exportadoras. En el extremo opuesto se encuentran aquellos países que carecen de recursos para comprar alimentos cuando el mal tiempo afecta a sus cosechas. Es el caso. por ejemplo, de los países situados al sur del desierto del Sahara (sobre todo, de Chad y Níger), en los que una prolongada sequía redujo drásticamente la cantidad de alimentos que pudo ser cultivada. En el norte del Chad, zona agostada por ocho años de sequía, un grupo de padres imploró a un funcionario de las Naciones Unidas que no enviase medicinas para combatir la epidemia de difteria que se había declarado. Según dijeron, era mejor para sus hijos morir como consecuencia de la misma que seguir pasando hambre o crecer dañados en su desarrollo mental por la malnutrición prolongada (Newsweek, 1974). La sequía afectó también fuertemente al sur de Níger, pero un equipo de antropólogos descubrió que su impacto demográfico no fue exactamente el que habían esperado. Faulkirigliam y Thorbahn

(1975) descubrieron que en un pueblo (que consideraron representativo de la región) la población creció en realidad en un 11 por 100 durante el período de sequía. A pesar de ésta y de la situación de hambre casi generalizada, la tasa de mortalidad no alcanzó valores anormalmente altos para la zona, y el número medio de hijos por mujer llegó a ser superior a seis. En la zona del Sahel, al sur del Sahara, se producen sequías con devastadora predecibilidad: así, y durante más de 2.000 años, los habitantes de la zona han aprendido a combatir la sequía y la alta mortalidad teniendo familias grandes. En los años inmediatamente anteriores a la sequía de los años setenta, la tasa de mortalidad había experimentado una disminución como consecuencia sobre todo de la mejor atención que recibían las parturientas, al existir una clínica de maternidad cerca del pueblo. El Impacto que la sequía tuvo sobre la mortalidad fue reducir su tendencia decreciente: en cambio no tuvo efecto aparente alguno sobre la tasa de natalidad. Tenemos así un ejemplo de región donde la población está creciendo, generando en consecuencia una mayor demanda de alimentos sin que dicha región sea necesariamente capaz de producirlos. ¿De quién es entonces la responsabilidad de alimentar a esas personas? ¿QUIÉN DEBERÍA PROPORCIONAR LOS ALIMENTOS? Si planteo esta cuestión no es para darle respuesta (se trata en efecto de una cuestión moral, no cienlífica) sino para poder exponer al lector las principales y contrapuestas, perspectivas existentes al respecto. Por ejemplo según el Environmental Fund, la generosidad norteamericana ha servido para fomentar en muchos países menos desarrollados la actitud de que «los países hambrientos tienen derecho a producir tantos hljos como les plazca» mientras que «la responsabilidad de alimentarlos corresponde a otros (1976:2). Según dicha institución, la verdadera crisis es el crecimiento demográfico. En consecuencia propugna una perspectiva neo-malthusiana y hace un llamamiento a los países menos desarrollados para que reduzcan sus tasas de natalidad, en respuesta a la creciente necesidad de alimentos. Otros, como Bread for the World* (19761 y Berg (1973), han sostenido que la responsabilidad más importante de los países desarrollados es proporcionar alimentos y otras ayudas para el desarrollo a los países no desarrollados, ya que éstos sólo se sentirán motivados a limitar el tamaño de la familia si tienen la certeza de que su población infantil vivirá y contará con alimentos suficientes. Esta postura implica, sin embargo, el fomento de un crecimiento demográfico adicional, al menos durante un cierto período de transición. Por ejemplo, en un pueblo rural de Punjab, en la India, la modernización de la agricultura a finales de la década de 1960 dio lugar a un aumento de la tasa de natalidad. originando un crecimiento demográfico aún más rápido. Una tercera posición, mucho más extrema que las dos anteriores, recibe el nombre de criba (o triage): los países con recursos alimenticios han de seleccionar, entre quienes carecen de ellos, a aquéllos con mayores probabilidades de salir adelante, concentrando en ellos exclusivamente toda la ayuda alimenticia disponible (Environmental Fund, 1976). Esta posición ha llevado al menos a un autor (Morgan, 1976) a sugerir que los recursos alimenticios pueden constituir en un futuro no muy lejano un arma estratégica para la política exterior norteamericana. En otras palabras, Estados Unidos podría presionar a un país para actuar de determinada manera, amenazándole con retirarle el

abastecimiento de maíz, trigo o soja. Con independencia de las posibilidades a corto plazo, lo cierto es que a largo plazo no hay más solución que detener el crecimiento demográfico: en algún momento el límite finito de los recursos terminará por cerrar la puerta al crecimiento de la población. La degradación del medio ambiente mediante la contaminación es un factor cuyos efectos, de cara a la limitación de la futura producción de alimentos y al deterioro de la condición y de la salud humanas, se están haciendo sentir ya. Dicho deterioro ambiental guarda relación con los intentos de lograr una productividad agrícola y una producción de energía cada vez mayores. No deja de ser irónico que algunas de las técnicas que abren mayores esperanzas de lograr incrementar los recursos alimenticios (y en consecuencia el nivel de vida) originen cambios en el propio ecosistema que podría haber hecho posible la obtención de más alimentos. RECURSOS ALIMENTICIOS Y CONTAMINACIÓN Prácticamente cada paso en la mejora de la productividad agrícola (desde la irrigación al uso de fertilizantes y plaguicidas pasando por la creación de fuentes de energía y la producción de maquinaria) tiene su coste en términos de degradación ambiental. La degradación del entorno agrícola El cultivo descuidado de la tierra puede conducir a la auténtica destrucción de la misma. Por ejemplo, una irrigación inadecuada constituye una de las varias causas de erosión del terreno, que origina cada año la pérdida de valiosas tierras cultivables. Se ha estimado que sólo en Estados Unidos, durante los últimos 200 años, como poco un tercio de la capa fértil de las tierras cultivables se ha perdido convirtiendo en inservibles unos 100 millones de acres de tierra cultivada. La rotación de cultivos y la aplicación de abono orgánico ayudan a reducir la erosión del suelo, pero en algunas zonas del mundo la tierra se ve desprovista hasta del excremento de vaca, que es utilizado como combustible para cocinar o calentarse. La tierra arrancada por la erosión suele acabar en el lecho de los ríos o en el fondo de los lagos, donde en ocasiones origina problemas adicionales cegando depósitos naturales de agua (Gordon, 1975). Riesgos para la salud en la producción de alimentos Hay tres aspectos importantes en el incremento de la producción (y del consumo) de alimentos que merecen atención, dados sus efectos secundarios potencialmente dañinos: el uso de plaguicidas, los fertilizantes y los aditivos. En cada uno de estos tres casos han sido utilizados productos de los que ahora sabemos que pueden ser venenosos o cancerígenos (es decir, susceptibles de producir cáncer). Gran parte del éxito en el incremento de la producción de alimentos durante, y después de, la Segunda Guerra Mundial se debió a la utilización de plaguicidas químicos. Por mucha agua o fertilizantes que se apliquen a una cosecha, los resultados serán nulos si las plagas la dañan antes o después de la recolección. El DDT fue el primer plaguicida utilizado en gran escala. Sin embargo, a raíz del libro de Rachel Carson, The Silent Spring (La primavera silenciosa), publicado originariamente en 1962, que dio la alarma sobre el hecho de que la toxicidad del mismo se incrementaba a lo largo de la cadena alimenticia, llegando a poder poner en peligro la propia vida

humana, su uso fue prohibido en Estados Unidos, y ha decrecido sustancialmente en el resto del mundo. Sin embargo, muchos de los plaguicídas químicos que han reemplazado al DDT también han sido objeto de críticas. En 1974, por ejemplo, el aldrin y el dicidren (dos hidrocarburos dorados muy utilizados para combatir plagas en los maizales) fueron añadidos a la lista de productos prohibidos en Estados Unidos por la U.S. Environmental Protection Agency (Agencia de los Estados Unidos para la protección ambiental). Varias pruebas pusieron en efecto de manifiesto que ambas sustancias originaban cáncer de hígado en los ratones de laboratorio, lo cual permitía inferir razonablemente que podrían tener el mismo efecto sobre los humanos. Desgraciadamente el heptacloro (producto que ha sustituido en el mercado al aldrin y al dicidren) parece también ser cancerígeno (Carter, 1974a). En 1979 la Environmental Protection Agency (EPA) redujo la cantidan autorizada de pronamida, plaguicida de uso frecuente en las lechugas. Pese a existir la sospecha de que dicho producto causaba cáncer en los ratones de laboratorio, la EPA no prohibió su uso al argumentar los cultivadores de lechugas que perderían anualmente cosechas por valor de 17 millones de dólares si no podían utilizarlo (San Diego Union, 1979a). La EPA, por otro lado, prohibió en 1979 dos herbicidas que contenían TCDD (dioxina) al existir una fuerte sospecha de que pueden causar abortos y defectos congénitos. Estos ejemplos sirven para ilustrar uno de los principales problemas asociados a la producción de alimentos, sobre todo en Norteamérica y Europa, donde los plaguicidas han tenido mayor utilización. Los productos químicos, en efecto, no sólo están en las plantas y en el suelo, sino que son arrastrados por las aguas llegando a los rios y corrientes subterráneas, y son ingeridos por otros animales que los humanos, a su vez, pueden comer. En cada paso su toxicidad se hace más concentrada. En realidad, la industria química sólo ha entrado en escena, en este respecto, a comienzos de la década de 1940 (Carson, 1962) y el incremento sustancial en el uso de plaguicidas químicos no ha tenido lugar, como es obvio, sino en fechas mucho más cercanas. Dado que el efecto de los mismos sobre la salud humana puede tardar de 20 a 30 años en hacerse notar, apenas si estamos empezando ahora a entrar en el periodo en que el efecto sobre la mortalidad del uso de plaguicidas puede empezar a ser discernible (si bien, por supuesto, son muchos los que señalan que la tasa de defunciones por cáncer está aumentando, aunque aún no se haya podido establecer una inequívoca relación de causa-efecto). Entretanto se ha seguido buscando un plaguicida orgánico, ya que el problema del control de las plagas sigue siendo uno de los problemas principales en la producción y almacenamiento de alimentos. El rápido aumento del uso de fertilizantes (especialmente los compuestos de nitrógeno) ha planteado también la cuestión de su efecto potencial sobre el entorno. En 1950 el mundo utilizaba solamente dos megatones de fertilizantes nitrogenados la Revolución Verde cambió sin embargo la situación y así en 1974 la cifra pasó a ser de 40 megatones: en el año 2000 se estima que puede llegar a ser tres veces más alta. Existen algunos datos que indican que el fertilizante experimenta una transformación en contacto con la tierra, convirtiéndose en una especie de gas que podría vaciar la capa de ozono que recubre la tierra. Ello, a su vez. daría lugar a una menor protección contra los riesgos de los rayos ultravioleta, como veremos más adelante. Existen además riesgos adicionales en la producción de determinados alimentos derivados del uso

de aditivos. En los países desarrollados sobre todo se añaden sustancias químicas a los alimentos para proteger su valor nutritivo, para prolongar su tiempo de conservación (conservantes) y para cambiar o resaltar los sabores y colores. En algunos casos los aditivos constituyen una gran ayuda en la alimentación humana al evitar el deterioro de los alimentos, conservando su valor nutritivo. Su uso ha contribuido a la distribución masiva de alimentos y ha hecho posible que haya personas que puedan vivir a grandes distancias de las fuentes de alimentos. El uso de conservantes constituye una manera de evitar el deterioro de alimentos debido a la aparición de micro-organismos: una mayor utilización de los mismos permitiría así aliviar en parte la escasez de alimentos a escala mundial. Por ejemplo, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud, el 20 por 100 aproximadamente de todos los recursos alimenticios mundiales resultan deteriorados por la aparición de microorganismos. Sin embargo existe una crítica creciente a los conservantes por consíderárseles agentes cancerígenos potenciales. El nitrato de sodio, utilizado durante siglos en la conservacion de carnes al objeto de evitar el botulismo, es ahora sospechoso de ser un agente cancerígeno, al menos en algunas combinaciones dietéticas. Se ha sugerido, por otro lado, que algunos tipos de conservantes pueden dar lugar a desequilibrios nutricionales susceptibles de originar trastornos de la conducta. Otros riesgos del entorno En los países en que se producen plaguicidas, fertilizantes, tractores y otros productos industriales, la contaminación es un efecto secundario que amenaza no sólo a la vida humana, sino también a la animal y vegetal. Las industrias extractivas (minería de carbón y minerales, o perforación de pozos de petróleo, por ejemplo) y manufactureras (factorías químicas, altos hornos, etc.) suelen producir residuos que pueden contaminar el aíre y el agua. Muchos de esos contaminantes tienen sólo un leve efecto irritativo sobre los humanos, mientras muchos otros son reconocidos agentes cancengenos que pueden recortar la esperanza de vida. Un caso que recibió mucha atención pública es el de la Reserve Mining Company, situada al norte de Duluth, en Minnesota, dedicada a la extracción de magnetita u óxido de hierro de la taconita (que es un mineral de hierro de baja calidad). Entre 1955 y 1974 la compañía echó diariamente al lago Superior (cuyas aguas eran tan puras que eran utilizadas como agua potable sin ningún filtraje por la ciudad de Duluth y otras ciudades situadas en la orilla del lago) miles de toneladas de restos de taconita. En 1973, sin embargo, se descubrió que el agua potable de Duluth contenía fibras de amianto, que parecían proceder de la taconita sumergida. Dado que casi el 50 por 100 de todas las personas que trabajan el amianto (frente al 18 por 100 de la población general de Estados Unidos) fallece de cáncer, parece claro que el amianto es un agente cancerígeno. Se encontraron partículas de amianto no sólo en el agua, sino también en el aire; pese a todo, la factoría siguió funcionando al considerarse que las pruebas indicativas de un riesgo para la salud pública no eran incontrovertibles. Otro caso muy conocido es el de la contaminación del río Missíssippi, en Luisiana, por residuos industriales. Según investigaciones llevadas a cabo, existía una relación estadísticamente significativa entre las tasas de mortalidad por cáncer y la utilización como agua potable de las aguas del río Mississippi. Estos dos casos constituyen sólo otros tantos ejemplos de los muchos posibles. Cada vez son más numerosas las pruebas de que los efectos secundarios industriales son perjudiciales para la salud

humana. El impacto de dicha contaminación sobre la capacidad potencial de la tierra para producir alimentos resulta, por el momento, mucho menos claro. Existen pruebas de que el agua contaminada puede alterar la vida marina, matando peces y otras fuentes de alimentos de procedencia marítima. Existen asimismo pruebas aisladas de que la contaminación del aire puede inhibir la producción agrícola. Por ejemplo, se sabe que en Estados Unidos el smog u ozono y otros oxidantes han causado daños a las plantas en California y en el Noreste, desde Boston a Washington D.C. Se sabe que la contaminación del aire es susceptible de dañar, entre otros, los cultivos de patatas, maíz, tomates, judías verdes, judías pintas, habas, uvas, naranjas, tabaco, espinacas, cacahuetes, soja y alfalfa. Cada vez son más numerosas las pruebas de que una amplia gama de actividades humanas pueden perturbar la capa de ozono de la atmósfera que nos protege de los efectos potencialmente dañinos de los rayos ultravioleta contenidos en la luz solar. En la lista de dichos posibles factores perturbadores destacan los fertilizantes nitrogenados, los agentes catalíticos liberados por los SST, las explosiones nucleares y los envases de aerosoles (Hammond and Maugh, 1974), Según algunos científicos, el aumento de la radiación solar asociada con una reducción de ozono podría retrasar el crecimiento de algunos de los más importantes cultivos de alimentos, si bien por el momento las escasas pruebas disponibles al respecto se refieren solamente a los tomates, las lechugas, los guisantes y el mijo. Aunque no existen aún pruebas concluyentes, se ha sugerido que la contaminación estratosférica podría dar lugar a alteraciones del clima, que, de producirse, afectarían en gran medida a las actuales pautas de producción de alimentos. RESUMEN Y CONCLUSIONES El rápido crecimiento de la poblacion mundial requiere lógicamente a su vez un crecimiento igualmente rápido de la producción de alimentos. Dado que no queda casi en el mundo tierra por cultivar, la única esperanza de cara al futuro parece residir en el incremento de los rendimientos de la superficie cultivada. En realidad, eso es lo que la Revolución Verde ha tratado de conseguir: combinar la genética vegetal con el uso de plaguicidas, fertilizantes, irrigación, rotación de cosechas y cosechas múltiples para tratar de obtener más alimentos de cada acre. Con los niveles de tecnología actuales, resulta razonable suponer que la población mundial podría ser alimentada durante un gran número de años venideros si se pudiera lograr una adecuada distribución de los recursos alimenticios y si los campesinos de los países menos desarrollados lograran alcanzar su nivel productivo máximo. El que esto ocurra o no es algo que depende fundamentalmente de cuestiones políticas. sociales económicas. He señalado también cómo, paradójicamente, la producción y el consumo de alimentos guardan relación con riesgos potenciales para la salud. Muchos de los ingredientes que permiten un aumento de los rendimientos, una conservación mas prolongada o un mejor sabor de los alimentos pueden estar dando lugar, de forma inadvertida, a una disminución de la calidad global de la vida. Los costes en términos de salud deben pues así ser añadidos a los costes de la irrigación, de los fertilizantes, de los plaguicidas, de la puesta a punto de nuevas semillas VAR y a los demás costes que el mantenimiento del ritmo actual de la producción de alimentos implica. Resulta prácticamente inconcebible que todos los habitantes del mundo puedan llegar algún día a comer como los norteamericanos de la actualidad. En realidad, la dieta de estos últimos habrá de experimentar

cambios significativos a lo largo de las próximas décadas, en respuesta a las demandas contrapuestas sobre la producción norteamericana de alimentos. Dado que con la tecnología actual no sería posible proporcionar a todos los habitantes del mundo una dieta equivalente a la dieta media norteamericana, cabe pensar que quizá el mundo haya superado ya su tarnano óptimo, es decir, que haya desbordado ya su capacidad de sostenimiento. El tiempo se encargará de decir si esto es cierto o no, pero si de algo podemos estar seguros es de que en muchas zonas del mundo existen hoy personas que son víctimas del rápido crecimiento de la población: sencillamente, no tienen comida suficiente. ¿Que ocurre con esas personas? Emigran a las ciudades, esperando encontrar trabajo o al menos comida gratis o barata. Resulta en efecto irónico que la pobreza más intensa se registre en el campo, es decir, cerca justamente de las fuentes de alimentos, y no en las ciudades. Las ciudades, sin embargo. albergan algunos de los problemas más difíciles de las sociedades humanas, así como algunos de sus mayores logros. El capítulo siguiente examina los componentes demográficos de esa versión moderna del pozo de los deseos que es el entorno urbano.

Capítulo 12 Crecimiento poblacional y urbanización ¿Qué se considera urbano? Componentes demográficos de la urbanización La migración interna del campo a la ciudad Incremento natural Migración urbana Reclasificación Metropolitanización Impacto de los procesos poblacionales sobre la urbanización Orígenes Migración a las ciudades Proporcion entre sexos en las ciudades Urbanización y mortalidad Urbanización y fecundidad Un ejemplo mejicano Impacto de la urbanización sobre las condiciones de vida El proceso de suburbanización en Estados Unidos Segregación residencial Otros aspectos del entorno urbano El impacto de la aglomeración urbana Resumen y conclusiones

CRECIMIENTO POBLACIONAL Y URBANIZACIÓN La mayoría de los norteamericanos vive, y nació, en ciudades y esto es algo que comparten con la mayor parte de los habitantes del mundo occidental, hay quien percibe a la ciudad como algo obvio y natural, hay quien la maldice y hay quien encuentra su encanto irresistible; pero no hay nadie que niegue que la vida urbana constituye el núcleo mismo de la civilización industrial occidental. Las ciudades, por supuesto, no son algo nuevo, y su influencia sobre la vida social tampoco constituye un rasgo distintivo de nuestra época; lo que sí es un fenómeno reciente en la historia humana es la amplia eclosión actual de la vida urbana, es decir, el explosivo crecimiento de la población urbana. Hay que tener en cuenta que a comienzos del siglo XIX menos del 3 por 100 de la población mundial vivía en ciudades, mientras que en la actualidad lo hace el 40 por 100. Según distintas proyecciones, a finales de este siglo uno de cada dos habitantes del planeta vivirá en áreas urbanas. Este rápido proceso de urbanízactón, o redistribución de individuos desde el campo a la ciudad, constituye uno de los fenómenos demográficos más significativos de la historia del mundo, tan importante al menos como la propia «explosión» demográfica. ¿Cuates son tos componentes demográficos de la urbanización y cuáles son las consecuencias demográficas para la sociedad de esa cada vez mayor concentración de personas en las zonas urbanas? Estas son las preguntas en torno a

las cuales se articula este capítulo. La ciudad está claramente implicada en una amplia variedad de problemas, cuestiones y logros en todas las sociedades, pero mi intención aquí no es efectuar un repaso a la historia de la vida en la ciucad (tema que podría llenar, y de hecho ha llenado, volúmenes enteros). Mi objetivo es más bien proporcionar al lector una perspectiva demográfica sobre la urbanización. Para ello empezaré por un análisis de los componentes demográficos de la urbanización dedícando especial atención a la forma en que migración, mortalidad y fecundidad interactúan con el proceso de urbanización, y enfatizando el papel de la vida urbana en la reducción de la fecundidad. Por último consideraré la cuestión de si la urbanización puede, o no, tener tantos efectos malos como buenos: en otras palabras, si la aglomeración resulta o no dañina para la existencia humana. Antes, sin embargo, de entrar de lleno en el contenido del capítulo, definamos brevemente lo urbano. ¿QUÉ SE CONSIDERA URBANO? Podemos definir como urbano al lugar en que se concentran personas cuyas vidas se organizan en torno a actividades no agrícolas. La característica esencial de lo urbano en esta definición es la de ser no agrícola. Un pueblo agricultor con 5.000 habitantes no debería así ser considerado urbano, mientras que una colonia de artistas que contase con 2.500 habitantes puede muy bien ser designado, con toda corrección, como lugar urbano. Como puede apreciarse, el concepto de lo «urbano» tiene cierta complejidad. Se trata, en efecto, de un concepto que está en función de: (1) el puro y simple tamaño de la población, (2) del espacio, (3) de la proporción o ratio de la población respecto del espacio (densidad o concentración), y (4) de la organización social y económica. La investigación demográfica rara vez abarca, desgraciadamente, todos esos ingredientes. Las limitaciones de los datos disponibles, y en ocasiones simplemente la conveniencia, suelen llevar a los investigadores (y a la burocracia estatal también) a deflnir a un lugar como urbano simplemente en base al tamaño de la población. Así, lugares con 2.000, 5.000, 10.000 o más (y en ocasiones menos) habitantes son a veces considerados como urbanos a efectos de una determinada investigación. Por supuesto, cada uno de estos topes arbitrarios presupone la existencia de importantes variaciones en la conducta humana. Aunque a primera vista los conceptos de área rural y área urbana parezcan constituir una dicotomía, en realidad forman un continuo en uno de cuyos extremos podríamos situar a un aborigen cazador-recolector, y en el otro al ocupante de un apartamento en Manhattan. Entre ambos se encontraría una variedad de niveles diferentes. Sugiero, por ejemplo, al lector que la próxima vez que viaje desde la ciudad al campo (o al revés) trate de decidir dónde colocaría esa arbitraria línea divisoria entre ambos. Otra característica esencial de lo urbano es que la vida social y económica se encuentra organizada en torno a actividades no agrícolas. Ello supone el reconocimiento explícito de que las personas urbanas organizan sus vidas de forma distinta que las personas rurales. Estas diferencias de comportamiento quedan generalmente recogidas en el término “urbanismo”, que alude al estilo de vida del habitante de la ciudad (sobre esto volveremos más adelante). Veamos ahora los aspectos demográficos del proceso mediante el cual una sociedad se transforma de rural en urbana, es decir, del proceso de urbanización.

COMPONENTES DEMOGRÁFICOS DE LA URBANIZACIÓN La urbanización alude al cambio en la proporción de miembros de una población que vive en lugares urbanos. Se trata de una medida relativa que puede variar desde el 0 por 100 si una población es enteramente agrícola, al 100 por 100, si una población es enteramente urbana. La urbanización puede ser resultado de la migración interna del campo a la ciudad, del incremento natural, de la migración urbana internacional, de la reclasificación como urbanos de lugares rurales o de una combinación de estos procesos. LA MIGRACIÓN INTERNA DEL CAMPO A LA CIUDAD La migración de individuos dentro de un mismo país desde lugares rurales a lugares urbanos corresponde a la definición clásica de urbanización ya que constituye la forma más obvia en que intuitivamente puede ser visualizado el trasvase de población del campo a la ciudad. Sin lugar a dudas en los paises desarrollados la migración desde el campo a la ciudad constituye una fuerza básica en el proceso de urbanización. A lo largo del tiempo la poblacion agrícola de esos paises ha tendido a decrecer en números absolutos así como en términos relativos, pese a haberse producido un crecimiento global de la población. En los países menos desarrollados sin embargo, la migración desde el campo a la ciudad es importante en términos absolutos pero no implica una consiguiente despoblación de las áreas rurales. Ello se debe, por supuesto, a la diferencia existente entre las tasas de incremento natural de los países menos desarrollados y las de los países desarrollados. Incremento natural Aun cuando no tenga lugar una redistribución física de personas desde las áreas rurales a las urbanas, la proporción de miembros de cualquier población residente en entornos urbanos aumentará si la tasa de incremento natural es mayor en ellos que en en las zonas rurales. Esta situación rara vez se da, pero merece la pena conocer porque la situación justamente inversa es la responable de la inexistencia de un proceso rápido de urbanización en muchos países en vias de desarrollo a pesar de darse en ellos tasas elevadas de migración desde el campo a la ciudad. Cuando en las zonas rurales la tasa de incremento natural es muy elevada, la migración a las ciudades puede simplemente contribuir a mantener relativamente equilibrada la población rural y urbana, más que a incrementar la proporción correspondiente a esta última. Migración urbana internacional Aunque generalmente no se le concede gran importancia la migración internacional contribuye también a incrementar el nivel de urbanización, ya que la mayoría de los migrantes internacionales tienden a dirigirse a las ciudades del país de acogida cualquiera que fuese su lugar de residencia en el país de origen. Desde la perspectiva pues, del área receptora, el impacto de la migración internacional supone incrementar la población urbana sin efectuar en cambio, ninguna adición significativa a la pobladón rural, haciendo así que aumente la proporción sobre el total

correspondiente a la primera. En el caso de Estados Unidos la mayoría de los inmigrantes terminan ciertamente convirtiéndose en residentes urbanos. Por ejemplo en dicho país, en 1970, el 91 por 100 de la población nacida en el extranjero vivía en ciudades, frente al 71 por 100 de la población nativa. Una situación similar se ha registrado en América Latina, sobre todo en Argentina, Uruguay, Chile y Venezuela. Reclasificación Resulta también posible la urbanización in situ. Esto ocurre cuando, debido a la migración, al incremento natural o a ambos, el número absoluto de habitantes de un lugar se hace tan grande que alcanza o supera el tamaño mínimo establecido convencionalmente para distinguir las localidades urbanas de las rurales. Obsérvese que la reclasificación es más un fenómeno administrativo que otra cosa: se basa en la definición unidimensional (a partir del tamaño solamente) de lo urbano, sin incorporar ningún concepto adicional referido a la actividad económica y social. Por supuesto, lo más probable es que, a medida que un lugar aumente en tamaño absoluto, experimente al mismo tiempo una diversificación económica y social, desapareciendo actividades agrícolas y apareciendo actividades de carácter más urbano. Esto tiende a formar parte del cambio social que tiene lugar allí donde se produce un incremento del tamaño de la población: en efecto, una población agrícola puede alcanzar con rapidez un tamaño rebosante, y en tales condiciones el atractivo de las actividades de tipo urbano (tales como la industria, el comercio y los servicios) resulta incrementado. Metropolitanización En algunos paises como Estados Unidos, las ciudades han alcanzado un tamaño tan grande, y su influencia se ha extendido a tal distancia que se utiliza a veces la distinción entre condados metropolitanos y no metropolitanos más que la distinción más vaga, pero aún útil, entre urbanos y rurales. En 1977 el 72 por 100 de la población de Estados Unidos vivía en áreas metropolitanas cuya superficie equivalía al 14 por 100 del territorio total del país. Desde 1950 la superficie correspondiente a las áreas metropoltanas ha pasado a duplicarse exactamente en Estados Unidos, en correspondencia a la casi duplicacion de la propia poblacion metropolitana. No obstante el proceso de metropolitanización parece haberse estabilizado. Por ejemplo entre 1970 y 1974 aparecieron 21 nuevas áreas metropolitanas, frente a ninguna en el periodo 1974-1977. De hecho su crecimiento demográfico tomado en conjunto se ha detenido prácticamente. IMPACTO DE LOS PROCESOS POBLACIONALES SOBRE LA URBANIZACIÓN Orígenes Las primeras ciudades no fueron muy grandes, ya que la mayoría de ellas no eran demográficamente autosuficientes. La antigua ciudad de Babilonia pudo haber tenido 50.000 habitantes. Atenas posiblemente 80 000 y Roma quizá hasta 500.000; pero, dichas ciudades eran solo islotes urbanos en un mar de ruralidad Constituían el símbolo de la civilización, centros visibles sobre los que se escribía sobre los que hablaban los viajeros y lo suficientemente grandes como para

poder ser, siglos mas tarde, excavados por los arqueólogos. Nuestra visión de la historía antigua está desfigurada por el hecho de que nuestro conocimiento de los detalles de la vida social se limita fundamentalmente a las ciudades, pese a que podemos estar seguros de que la población residente en las mismas representaba solamente una mínima fracción de la población total. Las primeras ciudades tenían que renovar constantemente sus efectivos con migrantes procedentes de sus aledaños, ya que en ellas las tasas de mortalidad eran generalmente más altas, y las de natalidad más bajas, que en el campo, dando así lugar a un saldo anual favorable a las defunciones sobre los nacimientos. El carácter demográficamente autosuficíente de las zonas urbanas modernas tuvo su origen en la transformación de las economías basadas en la agricultura (que tenían sus centros de producción en el campo) en economías basadas en la manufactura (localizados en la ciudad). El control de la economía facilitó en gran medida a las ciudades el dominio político sobre las áreas rurales, garantizando así su propia subsistencia económica. Un período crucial de transición en este proceso tuvo lugar entre 1500 y 1800, aproximadamente, con el descubrimiento de nuevas tierras, el auge del mercantilismo (que se basaba más en los productos manufacturados que en la tenencia de tierras) y el inicio de la Revolución Industrial. Todos estos acontecimientos estaban fuertemente entrelazados, dando lugar a una diversificación comercial que significó un poderoso estímulo para la economía europea. Durante este período se edificaron las bases de la posterior industrialización, pese a todo seguía tratándose de un periodo pre-industrial y en gran medida preurbano. Durante esa época, por ejemplo, las ciudades inglesas tenían una tasa de crecimiento sólo ligeramente superior a la de la población total: por consiguiente la proporción de población urbana sobre el total aumentaba muy lentamente. Entre 1500 y 1800, Londres pasó de tener 80.000 habitantes a contar con algo más de un millón, lo cual representa una tasa media anual de crecimiento considerablemente inferior al 1 por 100. Asimismo, durante ese mismo periodo de 300 años, la población londinense pasó de representar el 2 por 100 de la población total inglesa a suponer el 10 por 100, aumento éste ciertamente significativo pero en modo alguno llamativo. En el año 1801 sólo el 18 por 100 de la población inglesa residía en ciudades de 30.000 o más habitantes, y casi las dos terceras partes de dichos residentes urbanos se concentraban en Londres. Así pues en vísperas de la Revolución Industrial, Europa era, como el resto del mundo, predominantemente agraria. En esa época ni Inglaterra ni ningún otro país, experimentaron una urbanización rápida dado que la industria no había crecido aún lo suficiente como para requerir la existencia de una población urbana sustancial. Por otro lado, las ciudades no podían aún mantener el tamaño de su población a través, exclusivamente, del incremento natural. El despegue del proceso de urbanización no se produjo hasta el siglo XIX, en estrecha sincronización con la industrialización y el descenso de la mortalidad que abrió el camino al crecimiento demográfico. Las antiguas ciudades de Roma y Tenochtitlan (capilal del imperio azteca en Méjico) no basaban obviamente su atractivo en la industria, sino en el hecho de que este sistema de organización social permitía producir el excedente alimenticio necesario para mantener a una amplia población urbana (empleada fundamentalmente en actividades administrativas artísticas y de servicios). De modo similar, el crecimiento de la ciudad de Londres, hasta alcanzar el millón de habitantes en 1801, fue debido más a los prolegómenos de la industrialización (al comercio y a las actividades financieras,

por ejemplo) que a la propia industrialización. A medida que fue teniendo lugar el desarrollo económico las ciudades crecieron porque se convirtieron en lugares económicamente eficientes. Por ejemplo, los centros comerciales reúnen en un mismo lugar a vendedores y compradores de bienes y servicios. De forma similar los centros industriales reúnen a las materias primas, a los trabajadores y al capital financiero necesario para la producción provechosa de bienes. Polítícamente los centros urbanos son también eficientes ya que centralizan el poder permitiendo así una administración más eficaz de las bases sobre las que éste se sustenta. Las ciudades, en suma, permiten un desempeño más eficaz de las funciones de la sociedad que el que sería posible alcanzar si la población estuviera dispersa en el espacio. Como acertadamente escribe Mumford (1968): «No hay, en efecto, ninguna actividad urbana que no haya sido desempeñada con éxito en unidades aisladas en un entorno rural. Pero existe una función que sólo la ciudad puede realizar: la síntesis y sinergia de las múltiples y separadas partes, poniéndolas continuamente en contacto en un lugar de encuentro común donde es posible la relación directa cara a cara. El papel de la ciudad. pues, es incrementar la variedad, la velocidad, el alcance y la continuidad de las relaciones humanas». La eficacia de las ciudades se debe en parte a que reducen los costes al reunir tanto a productores como a consumidores de una gran variedad de bienes y servicios. Al reducir los costes las ciudades permiten que aumenten los beneficios de la industria. Esos beneficios se traducen en mayores niveles de vida, por lo que no resulta sorprendente que, a medida que las ciudades se han industrializado, sus tasas de mortalidad hayan disminuido. Las tasas de incremento natural son más altas en las ciudades de los paises en vías de desarrollo de lo que lo fueron nunca en las de los paises desarrollados y otro tanto ocurre con las tasas de incremento de la poblacion rural. Así pues y dado que sigue dándose una sustancial migración desde el campo a la ciudad la transformación de los países menos desarrollados en sociedades predominantemente urbanas se está produciendo a un ritmo muy rapido. Dado que las interrelaciones entre urbanización, por un lado, y migración, mortalidad y fecundidad por otro, han experimentado algunos cambios a lo largo del tiempo merece la pena detenerse a considerarlas. Migración a las ciudades De no haber sido por la migración, las ciudades del siglo XIX no habrían aumentado el tamaño de su población. En realidad, en ausencia de toda migración el predominio de las defunciones sobre los nacimientos habría dado lugar a una desurbanización. Por supuesto la migración se produjo porque el desarrollo económico creó la demanda de una población humana que se satisfizo mediante la progresiva despoblación del campo. Las ciudades industriales fueron las que atrajeron mayores contingentes humanos, si bien las ciudades comerciales, incluso en países no industriales, generaron también una demanda de mano de obra, creando asi oportunidades para que los individuos pudieran trasladarse desde las zonas rurales a las urbanas. Las ciudades de la mayoría de los paises colonizados atestiguan este hecho. Por ejemplo a la migración se debe entre el 75 y el 100 por 100 del crecimiento total de las ciudades latino-americanas en el siglo XIX. En el sur de Asia y en Africa occidental el crecimiento de las ciudades fue estimulado también por los contactos comerciales con una economía europea en expansión. Por supuesto en los países altamente industrializados y

urbanizados la población agrícola es tan reducida que el crecimiento demográfico de las ciudades (y también de los propios países) depende ahora del incremento natural de las áreas urbanas más que de la migración. Aunque en si misma constituye un importante fenómeno, la migración guarda también relación con la fecundidad, ya que los migrantes tienden a ser adultos jóvenes en edades reproductivas. Por otro lado, los migrantes procedentes de zonas rurales suelen terminar alcanzando niveles de fecundidad que son más reducidos que los prevalecientes en sus zonas de procedencia, pero más elevados que los típicos del entorno urbano a que se han trasladado. Por supuesto, el impacto sobre la fecundidad de la migración depende en alguna medida de que en la misma predominen los varones o las mujeres (o ninguno de los dos). Proporción entre sexos en las ciudades En Norte y Suramérica y en Europa las mujeres tienden a ser más móviles que los hombres mientras que en Africa y Asia son más los hombres que las mujeres quienes migran desde las zonas rurales a las urbanas. Las diferencias en la proporción entre sexos de los migrantes vienen determinadas fundamentalmente por las oportunidades existentes de empleo para las mujeres. Entre las regiones del mundo en vías de desarrollo, América Latina es la única en la que el número de mujeres, en la corriente migratoria, supera al de hombres; se trata también de una zona en la que las oportunidades de empleo para las mujeres son mejores en las ciudades que en el campo (véase Boserup. 1970). La pauta predominante en la organización del trabajo agrícola en Europa, Norteamérica y Suramérica ha sido que el hombre realice la mayor parte del trabajo extra-doméstico, quedando las mujeres relegadas básicamente a los quehaceres domésticos, en cambio, en Africa y Asia,(incluyendo a los países árabes y a la India) la mujer ha tenido generalmente un papel más prominente en el trabajo agrícola cotidiano (y de modo especial en las empresas comerciales asociadas con los mercados de productos agrícolas, etc). Por lo tanto, parece una tesis rezonable que, a medida que una economía se desarrolla y aumentan las oportunidades en las ciudades, las mujeres serán más sensibles que los hombres a dichas oportunidades si están implicadas menos activamente en la mano de obra agrícola. Por ejemplo, en los paises de Europa, Norteamérica y Suraméríca en que la actividad agrícola de las mujeres es reducida, las ciudades presentan una proporción entre sexos claramente feminizada. Urbanización y mortalidad Según estimaciones de Davis (1973), la esperanza media de vida al nacer en la ciudad sueca de Estocolmo era en 1861-70 de sólo 28 años, sin embargo, para el conjunto de Suecia la esperanza de vida en esa época era de 45 años. Hemos visto ya en el Capítulo 6 que la capacidad de resistir a la muerte ha sido transmitida por los países industriales al resto del mundo, iniciándose en las ciudades el control de la mortalidad para, desde ellas, extenderse a las zonas rurales. Esta pauta de difusión del control de la mortalidad fue similar en los que hoy son países desarrollados, pero con una importante diferencia: cuando la mortalidad disminuye como respuesta al desarrollo económico se producen a la vez cambios estructurales que tienden a reducir también la fecundidad, pero cuando el control de la mortalidad se introduce con independencia del desarrollo económico, deja de existir

una fuente común para el descenso de la mortalidad y de la fecundidad, y así, mientras que la mortalidad decrece, la fecundidad permanece estable. El resultado es que en los paises menos desarrollados, los niveles de fecundidad son hoy más elevados (tanto en las zonas rurales como en las urbanas) de lo que lo fueron en los que hoy son paises desarrollados cuando éstos se encontraban en un momento comparable en el proceso de descenso de la mortalidad. Urbanización y fecundidad Es casi un axioma en demografía que los niveles de fecundidad urbanos son más bajos que los rurales. Y por supuesto es asimismo cierto que la fecundidad es más elevada en los países menos desarrollados que en los desarrollados. Si juntamos estas dos generalizaciones podemos concluir que la fecundIdad urbana será menor que la rural en los países menos desarrollados, pero mayor que la fecundidad urbana registrada en los países desarrollados. En las ciudades de los paises menos desarrollados la alta fecundidad tiende en parte a persistir porque el entorno urbano es allí menos hostil a la reproducción que en épocas anteriores en otras regiones Los países menos desarrollados cuentan a menudo con sistemas de seguridad social, viviendas subvencionadas, educación gratuita y clínicas infantiles y de maternidad accesibles. En todo caso la menor fecundidad que por regla general suele registrarse en los entornos urbanos merece algún mayor análisis. Por lo general cabe pensar que las personas residentes en áreas urbanas diferirán claramente en sus formas de comportamiento de las residentes en entornos rurales. En el terreno demográfico tan importantes y obvias son en efecto, esas diferencias que el desnivel entre la fecundidad urbana y la rural constituye uno de los temas más sólidamente documendos en la literatura demográfica. En Estados Unidos, en 1940, existían diferencias sustanciales en el número de hijos por mujer, según su lugar de residencia. Las mujeres residentes en zonas rurales, por ejemplo, tenían en cada edad a partir de los 19 años el doble, como mínimo, de hijos que las mujeres residentes en zonas urbanas. En las zonas rurales, tener una familia grande puede ser útil (por la mano de obra que proporciona), pero aun cuando no fuera así, una forma de hacer frente al excesivo número de miembros es fomentar la migración hacia la ciudad. Una vez allí, los problemas potenciales de tener una familia grande se hacen más tangibles; además la vida urbana ofrece más alternativas a la vida familiar que la vida rural. En décadas recientes la antaño amplia divergencia entre los niveles urbanos y rurales de fecundidad se ha reducido a medida que la fecundidad en las zonas rurales ha disminuido en relación con la de las zonas urbanas. Ello refleja la creciente dependencia de las zonas rurales respecto de la producción y del eslílo de vida urbanos. Aunque la diferencia entre la fecundidad urbana y rural no sea ya, en Estados Unidos, la que solía ser, sigue sin embargo existiendo. En 1978 la fecundidad seguía registrando, en efecto, sus valores más elevados en las áreas rurales. Un ejemplo mejicano Lo ocurrido en Izinizunizan, pequeño pueblo mejicano, puede servirnos de ilustración respecto del impacto de los procesos demográficos sobre la urbanización. Durante casi 400 años la población de Izinizunizan se mantuvo estable en torno a los 1.000 habitantes (Foster, 1967). A mediados de la

década de 1940, es decir, aproximadamente en la época en que Fosler comenzó a estudiar dicho pueblo, el tamaño de la población comenzó a aumentar lentamente como consecuencia del descenso experimentado desde finales de la década de 1930 por la tasa de mortalidad. En 1940 la población contaba con 1.077 habitantes, la tasa de mortalidad era de 30 por 1.000 y la de natalidad de 47 por 1.000, lo que suponía una tasa de incremento natural del 17 por 1.000. Durante algún tiempo tuvo lugar una emigración en pequeña escala a nivel local para mantener el equilibrio entre la población y los recursos limitados del entorno, pero hacia 1950 la tasa de mortalidad había pasado a ser de sólo 17 por 1.000 mientras que la de natalidad había aumentado, como consecuencia de la mejora en la atención medica que redujo la incidencia de los abortos involuntarios y de la mortalidad fetal. Así en 1950 el pueblo contaba ya con 1.336 habitantes (Foster, 1967). Hacia 1970 la población se había nivelado en torno a los 2.200 habitantes (es decir, un maño dos veces mayor que el de 1940); sin embargo de no ser porque la migración opera prácticamente como drenaje de todo el incremento natural registrado en Tzintzuntzan, su población volvería a duplicarse en unos 20 años. ¿Y qué es lo que tiene que ver el crecimiento de la población en un pequeño pueblo mejicano con la urbanización? La respuesta por supuesto, es que dio lugar a un movimiento migratorio hacia las ciudades: el 70 por 100 de todas las personas que abandonan Tzintzuntzan se dirigen a entornos urbanos, siendo la Ciudad de Méjico (situada a unos 370 kilómetros de distancia) el destino más frecuente. En el Capítulo 2, al examinar la teoría del cambio y respuesta demográficos, señalé que una de las primeras respuestas demográficas ante la presión poblacional es la migración. Pues bien, en Méjico, como en la mayoria de los paises del mundo, la ciudad constituye su punto de llegada. Por otro lado, las características demográficas de los que marchan a la ciudad son las esperables: tienden a ser más jóvenes con un nivel educativo ligeramente mayor un mayor status ocupacional y espíritu más innovador que los no migrantes. Para los tzinuntzeños, la migración a Ciudad de Méjico ha supuesto la elevación del nivel de vida de las familias que migraron, una alteración de la concepción del mundo tanto de adultos como de niños (en el sentido de un mayor espíritu de independencia y afán de logro) e, indirectamente, la “urbanización” del pueblo que dejaron atrás. Este último efecto se debe al hecho de que tener amigos y parientes en Ciudad de Méjico significa, para los habitantes del pueblo, adquirir conciencia de que forman parte de un mundo más amplio. Todos estos factores, en conjunto, hacen más fácil para cada generación de tzíntzuntzenos la migración a Ciudad de Méjico, ya que éstos saben lo que allí pueden esperar hallar y a quién pueden recurrir en busca de ayuda. El proceso de disminución de la mortalidad y de migración hacia las ciudades comenzó en Tzintzuntzan a finales de la década de 1930, cuando un proyecto gubernamental dotó al pueblo de agua corriente, electricidad y una carretera asfaltada que lo conectó con el mundo exterior (Kemper y Foster, 1975). En fechas más recientes. la política gubernamental de expansión del sistema escolar puede haber tenido el efecto de fomentar la migración, al elevar el nivel de aspiraciones de los individuos. No obstante, lo que por ahora falta en el proceso de urbanización de los tzintzuntzenos es un descenso perceptible en la fecundidad. Poco se sabe acerca de la fecundidad de los que emigraron, pero entre los que permanecieron en el pueblo la fecundidad sigue siendo alta. Un factor fundamental en la reducción de la fecundidad de los emigrantes es que las mujeres encuentren

trabajo. En Méjico. sin embargo, la tasa de participación femenina en la población activa es muy baja, por lo cual cabe pensar que dicho efecto sea mínimo. En líneas generales el impacto demográfico de la migración femenina es, por supuesto, doble, ya que cada mujer que emigra a la ciudad se lleva también allí consigo a sus posibles hijos. Si es económicamente activa, su nivel de fecundidad será más reducido que el de las mujeres que no trabajan y ello contribuirá a amortiguar el impacto de su migración. Sin embargo, si las mujeres jóvenes no pueden encontrar trabajo, aumentarán las probabilidades de que se casen y se dediquen a la familia y los hijos (como veremos en el Capítulo 13). Esto parece ser, por ejemplo, lo ocurrido en Chile en la década de 1950, cuando se produjo un aumento sustancial en la tasa de natalidad de las áreas metropolitanas, y en cambio un aumento apenas perceptible en la de las zonas rurales. En efecto, entre 1952 y 1960 la tasa de fecundidad general aumentó de 3,42 a 4,46 en Santiago, la capital de Chile, mientras que en las zonas no urbanas aumentó solamente de 4,76 a 5,05. Una importante razón para este aumento de la tasa de natalidad parece haber sido el hecho de que el lento crecimiento de la economía (en relación con el incremento de la población entre 1952 y 1960) redujo las oportunidades laborales de las mujeres (Weeks, 1970). A medida que la proporción de mujeres integradas en la población activa disminuye, aumenta la proporción de las que se dedican exclusivamente a la vida familiar, con el consiguiente aumento de la fecundidad. Hasta ahora he considerado los ínputs demográficos sobre el proceso de urbanización, analizando la forma en que mortalidad, migración y fecundidad interactúan para producir el crecimiento de la ciudad y la transformación de la sociedad rural en urbana. Pero, ¿cuáles son las consecuencias de la urbanización para las condiciones de vida de los hombres? IMPACTO DE LA URBANIZACIÓN SOBRE LAS CONDICIONES DE VIDA Las ventajas de las ciudades son, por supuesto, las que las hacen atractivas y las que por ejemplo explican, al menos parcialmente, la transformación de Estados Unidos desde una sociedad predominantemente rural a otra fundamentalmente urbana en el espacio de unas pocas generaciones. El impacto negativo de la urbanización sobre la condición humana representa el conjunto de consecuencias no queridas que impiden que la ciudad sea todo lo atractiva que, de otra forma, podría ser. Las ventajas de la ciudad se han traducido por lo general en un nivel de ingresos más elevado para sus habitantes que para los campesinos. De hecho tiende incluso a ser cierto que cuanto mayor la ciudad, más elevados los ingresos de sus habitantes. Esta diferencia en los niveles retributívos ha constituido, y sigue constituyendo, incuestionablemente una motivación fundamental para trasladarse a las ciudades y permanecer en ellas. Lo cual no equivale a decir que la gente prefiera necesariamente vivir en la ciudad; lo contrarío puede, en realidad, ser más cierto. A lo largo de la historia norteamericana ha sido frecuente la denuncía de los vicios y miserias de la vida urbana y la ciudad ha sido a menudo comparada desventajosamente con la existencia pastoril (véase Fiseher, 1976: cap. 2). Por supuesto, los individuos reconocen las ventajas de la ciudad, y los norteamericanos prefieren vivir cerca de una ciudad, aunque no dentro de ella. En un estudio se indica que en las encuestas de opinión realizadas desde 1948 se detecta que una amplia mayoría de norteamericanos

indican preferir vivir en zonas rurales o en ciudades y pueblos pequeños. Sin embargo. cuando, en 1971, Zuiehes y Fuguitt añadieron por primera vez una pregunta en el cuestionario referida al deseo de residir cerca de una ciudad grande, dichas preferencias rurales generales se hicieron más específicas. En efecto, según los datos de su encuesta, el 61 por 100 de todas las personas que declararon preferir vivir en zonas rurales o en ciudades pequeñas indicaron asimismo el deseo de no residir más lejos de 30 millas (unos 50 kilómetros) de un centro urbano. En general los norteamericanos aspiran, a la vez, a la libertad de espacio que ofrece el campo y a las ventajas económicas y sociales de la ciudad. Las zonas suburbanas constituyen. por supuesto, la solución de compromiso. El proceso de suburbanización en Estados Unidos Segregación residencial En 1899 Adna Weber observó que las ciudades norteamericanas estaban empezando a suburbanizarse, es decir, a crecer en sus zonas circundantes. Sin embargo, hasta la década de 1920 el proceso de suburbanización no tomó realmente impulso. Rawley (1972) ha señalado que entre 1900 y 1920 la gente seguía concentrándose en el centro de las ciudades: sólo después de 1920 las zonas suburbanas comenzaron a aumentar de forma regular en población con mayor rapidez que el centro de las ciudades. Dos factores guardan relación con la suburbanización: el deseo de los norteamericanos de vivir en las zonas menos congestionadas situadas en las afueras, y la posibilidad de hacerlo (resultado, esto último, del aumento en el nivel general de riqueza y de la existencia de autobuses y automóviles. Vid. Tobín. 1976). Estos dos medios de transporte han introducido un componente de flexibilidad geográfica impensable cuando quienes marchaban a residir a las zonas suburbanas dependían exclusivamente del tranvía para trasladarse desde sus hogares a su lugar de trabalo en la ciudad. Desde los años veinte hasta la década de 1960 el proceso de suburbanización prosiguió su desarrollo gradual en Estados Unidos (y, de hecho. en la mayor parte de las ciudades del mundo). El impacto al respecto del automóvil queda gráficamente reflejado en el dato siguiente: en 1975, en Estados Unidos, el 85 por 100 de cuantos trabajaban acudían a su trabajo en automóvil (turismo. camión o furgoneta). Por término medio los trabajadores norteamericanos recorren una distancia de unos 15 kilómetros hasta llegar a su lugar de trabajo, invirtiendo en ello, en promedio, 20 minutos (1979). Con el tiempo, sin embargo, el viaje cotidiano desde el suburbio a la ciudad, sobre el que tanto se ha escrito, ha cedido el lugar al traslado cotidiano desde una zona suburbana a otra distinta a medida que muchas empresas han ido adoptando la pauta general de abandonar el centro urbano. En 1975, por ejemplo, el 12 por 100 de cuantos trabajaban viajaban diariamente desde una zona suburbana al centro urbano, 25 por 100 desde una zona suburbana a otra, 5 por 100 desde el centro urbano a alguna zona suburbana, siguiendo el resto alguna otra pauta distinta. En la década de 1970 el proceso de suburbanización experimentó una innovación: crecimiento más allá de los suburbios. Como señalé en el Capítulo 7, en los años setenta cesó el vaciado de las áreas no metropolitanas en Estados Unidos, pasando éstas por el contrario a experimentar un nuevo vigor, llegando incluso a crecer tan deprisa como las zonas suburbanas (en términos porcentuales, ya que no en números absolutos). Una parte al menos de este crecimiento quizá corresponda a un proceso

de ulterior suburbanización de la élite suburbana. Esta hipótesis puede quedar en parte confirmada por el hecho de que quienes se mudan a las áreas no metropolitanas suelen tener un nivel más elevado de ingresos que quienes lo hacen a las zonas metropolitanas (U.S. Bureau of Census, 1979k). Por otro lado ocurre que a lo largo de los últimos años han ido disminuyendo las diferencias, en cuanto a características socio-demográficas, entre los residentes en el centro urbano y los residentes en la zonas suburbanas. Así pues, quizá algunos individuos hayan considerado que para poder diferenciarse de los demás debían irse a vivir más allá de las zonas suburbanas. De forma más general cabe asimismo asociar esta pauta con el proceso de huida de la población blanca y de segregación residencial. Aunque el suburbio se ha convertido en un elemento legendario de la sociedad norteamericana el proceso de suburbanización ha sido protagonizado casi exclusivamente por la población blanca. Por ejemplo, en 1970 en 15 grandes zonas estudiadas por Farley (1976), el 58 por 100 de la población blanca vivía en los suburbios, frente a sólo el 17 por 100 de la población no blanca. A medida, por otro lado, que crecían las zonas suburbanas, la composición racial de la población residente en el centro de las ciudades experimentó asimismo cambios espectaculares. Desde los años treinta, en efecto, la proporción de blancos residentes en el centro urbano ha ido disminuyendo progresivamente, mientras aumentaba de forma acusada la proporción de negros, sencillamente, mientras la poblacion blanca se suburbanizaba, la población negra experimentaba un rápido proceso de urbanización. Entre 1910 y 1930 tuvo lugar un importante proceso migratorio de poblacion negra desde el sur hacia las ciudades del Norte y del Oeste. La población urbana negra creció a lo largo de dichos 20 años en más de un 3 por 100 anual. al tiempo que la población rural experimentaba una disminución no sólo en términos relativos, sino también en términos absolutos. Las razones de esta migración desde las zonas rurales eran fundamentalmente de orden económico. El descenso experirnentado en la demanda mundial de los productos agrícolas sureños proporcionó el factor de expulsión. Operaron también factores de atracción tales como la demanda de mano de obra existente en las ciudades del Norte y del Oeste, demanda que podía ser satistecha a bajo coste con la emigración desde el Sur de población negra. Durante la Depresión la urbanización de la población negra experimentó una ralentización, pero al comienzo de la Segunda Guerra Mundial la mitad de la población negra norteamericana vivía ya en ciudades (la población blanca habia alcanzado ese mismo nivel de urbanización 30 años antes). Tras la Segunda Guerra Mundial la urbanización (y consiguiente desruralización) de la población negra reemprendió su marcha a un ritmo superior incluso al registrado tras la Primera Guerra Mundial. Así, en 1960, la población negra era urbana en un 58 por 100 en el Sur y en un 95 por 100 en el Norte y en el Oeste. Esta urbanizacion reciente se debe no sólo a la recuperación de la economía tras la guerra, sino también al hecho de que al haberse restringido severamente la migración internacional (vease Capítulo 7) aparecieron para los negros oportunidades en el mercado de trabajo que antes eran aprovechadas por los emigrantes europeos. La concentración de población negra en las zonas centrales más viejas dentro de las ciudades se ve agravada por el hecho de que su tasa de incremento natural es más elevada que la de la población blanca (Véase Capítulo 9). Dado que en Estados Unidos la tasa de mortalidad tiende a ser sólo ligeramente más elevada entre los negros que entre los blancos (véase Capítulo 6), dicha mayor tasa

de incremento natural se explica exclusivamente por la existencia de un alto nivel de fecundidad entre la población negra residente en el centro de las ciudades. La consecuencia de este proceso de urbanización de los negros, de sus tasas urbanas de Incremento natural y de la relativamente mayor suburbanización de los blancos es una mayor segregación dentro de las áreas urbanas entre las poblaciones blanca y negra. La segregación de los individuos en barrios distintos sobre la base de sus diferentes características sociales (tales como raza, ocupación o nivel de ingresos) constituye un rasgo muy frecuente en las sociedades humanas. En Estados Unidos, sin embargo, la segregación residencial a partir de la raza es mucho más intensa que la segregación a partir de cualquier otro rasgo. Por ejemplo, Farley ( 1976), ha demostrado que tanto dentro de las áreas predominantemente blancas como de las predominantemente negras existe un grado sustancial de segregación residencial a partir de rasgos tales como el nivel educativo, la ocupación o el nivel de ingresos y esto tanto en el centro como en los suburbios. La ciudad de Detroit proporciona a este respecto un ilustrativo ejemplo: en 1970 habría sido preciso hacer cambiar de residencia a más de un tercio de todos sus habitantes (tanto blancos como negros) con titulación universitaria para lograr una distribución residencial equilibrada en todas las zonas de la ciudad, de los licenciados universitarios. En cambio habria sido preciso hacer cambiar de zona de residcnca al 91 por 100 de todos los licenciados universitarios de raza negra para lograr una situación de integración residencial racial de los titulados universitarios (Farley, 1976). Los componentes demográficos de la suburbanización no explican, por supuesto, la segregación residencial; simplemente señalan su existencia.. Una de las explicaciones más aceptadas se basa en la idea de que «la ordenación de status se efectúa en la sociedad a través de la imposición de distancias sociales» (Berry et al. , 976:249). El status social de los negros norteamericanos ha sido, históricamente. más bajo que el de los blancos. Dicha ordenación de status solía ser mantenida simbólicamente a través de mecanismos tales como uniformes, alojamientos separados, etc., que eran lo suficientemente obvios como para permitir la existencia de una distancia social aun cuando negros y blancos viviesen en estrecha cercanía física. Sin embargo, a medida que la población negra fue abandonando el Sur trasladándose a las zonas urbanas industriales, muchos de tales símbolos negativos de status quedaron también atrás. En consecuencia la segregación espacial viene a servir de medio para mantener la distancia social allí donde la “etiqueta” es decir, el reconocimiento de los símbolos denotativos de distancia social, ha quedado diluida. Así pues, a medida que los negros han mejorado su nivel educativo y de ingresos y su status ocupacional, los blancos han conseguido mantener la distancia social a través de la segregación residencial facilitada por la suburbanización. ¿Cambiará esta situación en el futuro? Probablemente no. La población negra estadounidense está experimentando en la actualidad un aumento en su tasa de suburbanización, pero el número real, en términos absolutos, de negros que se mudan a los suburbios sigue siendo pequeño. Por otro lado las pautas de segregación residencial tienden a persistir incluso en los suburbios. Farley ha señalado que «resulta dificil imaginar que se produzcan cambios abruptos en estas pautas en el futuro inmediato» ( 1976:36). Berry y sus coautores se han hecho eco de esta idea, indicando que «resulta improbable que en los años venideros tenga lugar una integración residencial sustancial por raza tanto en los centros de las ciudades como en las zonas suburbanas» (1976:262).

Otros aspectos del entorno urbano No todo el mundo recela de las ciudades. Sus partidarios pueden constituir una minoría, pero una minoria sin duda selecta dentro de la sociedad norteamericana (otro tanto cabe decir respecto de otras sociedades). Las personas que más tienden a preferir vivir en ciudades son más jóvenes mejor educadas y con ocupaciones de status más elevado que las que prefieren vivir fuera de las áreas metropolitanas. Este proceso selectivo resulta indicativo de lo que la ciudad ofrece: educación, ocupaciones de status elevado y oportunidades de movilidad social, sobre todo para los más jóvenes. Estas características son justamente las que, en muchos lugares del mundo, hacen aún más deseable la migración hacia la ciudad. En Africa, por ejemplo, la educación ha constituido la clave de la movilidad social, y según distintas encuestas ésa es justamente una de las motivaciones más importantes para emigrar del campo a la ciudad (Hance, 1970). El amor que norteamericanos y europeos parecen sentir por el campo no es compartido en Africa. Según Hance (1970: 18), muchos africanos «en cuanto tienen siquiera una educación primaría consideran que el trabajo agrícola (o incluso a veces cualquier trabajo fisico) no constituye ya una ocupación apropiada. De hecho, parte de la juventud africana percibe la vida del campesino, en la que el individuo se encuentra sometido a fuerzas físicas ajenas a su control, como la más miserable que pueda existir, mientras que la vida urbana parece ofrecer la liberación y el rápido avance social». Si bien es cierto que las ciudades ofrecen oportunidades culturales y económicas no encontrables en ningún otro lugar, sus habitantes a veces contraponen dichas ventajas a uno de los inconvenientes más unánimemente percibidos en la creciente urbanización: la aglomeración. El impacto de la aglomeración urbana Durante siglos la aglomeración humana en las ciudades resultó sin lugar a dudas perjudicial para la salud. El amontonamiento de personas dentro de viviendas insalubres en ciudades sucias contribuyó a elevar la tasa de mortalidad. Por otro lado, y como a menudo es el caso, a medida que las ciudades fueron alcanzando tamaños sin precedentes en la Europa del siglo XIX la mortalidad se dejó sentir entre sus habitantes con fuerza desigual. Entre los económicamente bien situados la mortalidad disminuyó más deprisa. Las zonas en que se amontonaban personas con ingresos más bajos quedaron en cambio marcadas «por el nauseabundo olor de la enfermedad, por el vicio y el crimen» (Weber, 1899:414). Cuando los primeros estudiosos de los efectos de la urbanización (como por ejemplo Weber y Bertillon) hablaban de aglomeración y sobreaglomereación tenían en la cabeza un concepto de densidad relativamente simple: número de personas por habitación, o por manzana o por kilómetro cuadrado. Weber señala así que el Censo de Inglaterra de 1891 «considera que existe sobreaglomeración en todos los alojamientos ordinarios que tienen más de dos ocupantes por habitación, incluyendo dormitorios y cuartos de estar» (1899:416). Para Weber el remedio para los efectos nocivos (sic) de la aglomeración de personas es sencillo: «la existencia de una cierta cantidad de aire y espacio para cada ocupante de una habitación evitará algunos de los peores efectos del amontonamiento: la abundancia de agua, una buena pavimentación y el alcantarillado harán que las condiciones sanitarias sean buenas». La delincuencia y el vicio se asocian a menudo a la vida urbana. Lo cierto en todo caso es que, en

Estados Unidos al menos, las tasas de criminalidad son más elevadas en la ciudad que en el campo. Pero ¿qué es lo que hay en la aglomeración de personas que pueda explicar las diferencias de conducta social encontrables entre las zonas urbanas y las rurales? La respuesta a esta cuestión requiere previamente una definición más específica del término «agIomeración». La definición más simple de aglomeración es esencialmente demográfica y alude a la densidad: relación entre el número de personas y el espacio físico. A medida que son más y más las personas que ocupan un área determinada aumenta la densidad en la misma y por consiguiente la aglomeración. En esas condiciones, ¿qué cambios cabe esperar en la conducta? En un texto publicado en 1905, Georg Simmel sugirió que la aglomeración produce «una intensificación de la estimulación nerviosa» ( 1905:48) que origina una situación de stress a la que la gente se adapta reaccionando cerebral y no emocionalmente. «Ello supone que los habitantes de la ciudad tienden a convertírse en personas intelectualizadas, racionales, calculadoras y emocionalmente despegadas las unas de las otras» (Físeher, 1976:30). Tenemos así un primer esbozo del concepto de «urbanismo» (entendido en el sentido de que la aglomeración urbana origina cambios en la conducta), concepto utilizado frecuentemente con implicaciones negativas. Quizá la formulación más famosa de las consecuencias negativas de la ciudad se encuentre en el artículo de Louís Wirth “Urbanism as a Way of Lífe” (1938). En dicho artículo, Wirth sostenía que el resultado del urbanismo es el aislamiento y la desorganización de la vida social, Para este autor la densidad fomenta la impersonalidad y la explotación de unas personas por otras, Durante dos décadas nadie cuestionó la tesis de Wirth. Como ha señalado Hawley, «en un breve artículo Wirth condícionó así la interpretación de la densidad para toda una generación de científicos sociales» (1972:524). La idea de que el aumento de la densidad de población tiene efectos secundarios nocivos quedó en un segundo plano durante algún tiempo para resurgir con fuerza considerable en los años sesenta a raíz de un informe realizado por Calhoun sobre la conducta de ratas de laborario en condiciones de aglomeración. La aglomeración entre ratas: Aun cuando Calhoun había iniciado en 1947 sus estudios sobre los efectos de la aglomeración en las ratas, no fue sino en 1958 cuando inició sus experimentos más famosos (cuyos resultados fueron publicados en 1962). En un granero situado en Rockville, en el estado de Maryland, Calhoun diseñó una serie de experimentos en los que varías poblaciones de ratas podían moverse libremente en condiciones que hacían posible su observación detallada pero sin ninguna influencia humana en la conducta de cada una de ellas con los demás. Calhoun construyó cuatro compartimentos, cada uno de ellos con todos los accesorios precisos en la vida normal de las ratas, separados por mamparas electrificadas. Inicialmente ocho crías de rata fueron colocadas en cada compartimento y cuando se hicieron adultas Calhoun instaló rampas entre cada compartimento. A partir de ahí el experimento adquirió una dinámica propia en cuanto a los efectos del crecimiento de la población en una superficie limitada. Normalmente las ratas tienen una forma de organización social bastante simple, consistente en grupos de 10 a 12 Individuos, ordenados jerárquicamente, que defienden un mismo territorio. Generalmente un macho domina el grupo y el status de cada miembro del grupo se refleja en la cantidad de territorio que se le concede. Cuando las 32 ratas iniciales se convirtieron en 60, uno de los machos dominantes se adueñó de cada uno de los dos compartimentos extremos, estableciendo harenes de 8 a 10 hembras. Las ratas

restantes quedaron agrupadas en los dos compartimentos centrales, donde surgieron problemas de congestión en los comederos. Cuando la población pasó de 60 a 80 ratas las pautas de conducta degeneraron en lo que Calhoun denominó un «colapso de comportamiento»: la aglomeración de animales dio lugar a graves distorsiones de la conducta. El comportamiento siguió siendo sustancialmente normal en los dos compartimentos de los extremos en los que cada macho dominante defendía su territorio durmiendo al pie de la rampa, pero en los dos compartimentos centrales se produjeron importantes cambios en la conducta sexual, en la referida al anidamiento y en la referida al territorio. Algunos machos se hicieron sexualmente pasivos; otros por el contrario se hicieron sexualmente hiperactívos, persiguiendo inmisericordemente a las hembras. Las hembras mostraron síntomas de desorganizacion en sus habitos de anidamiento construyendo nidos muy deficientes, dejando mezclarse a las camadas y perdiendo la pista de sus crías. La mortalidad de éstas aumentó significativamente. Por ultimo los machos parecieron haber perdido su sentido de la territorialidad. Al no tener espacio que defender, los machos de los dos compartimentos centrales sustituyeron al territorio por el tiempo y así tres veces al día se peleaban en torno al comedero. Cabe resumir el estudio de Calhoun diciendo que entre las ratas por él estudiadas, la aglomeración (es decir, el incremento en el número de ratas dentro de una superficie fija) dio lugar a la disrupción de importantes funciones sociales y a la desorganizacion social. Estos cambios en la conducta social se presentaron asociados a síntomas de stress psicológico, como por ejemplo cambios en el sistema hormonal como consecuencia de los cuales resultaba difícil a las hembras llevar sus embarazos a término y cuidar de las crías. La importante pregunta que cabe ahora plantear es: ¿cabe interpretar este comportamiento de las ratas como una indicación de cuál podría ser la respuesta a la aglomeración por parte de los humanos? Los humanos a nivel macro social: Las graves distorsiones de la conducta observadas por Calhoun en las ratas no han sido nunca observadas entre seres humanos. Sin embargo, estudios recientes parecen sugerir que a nivel grupal (o macro social) el aumento de la densidad poblacional (como resultado, fundamentalmente, del crecimiento del tamaño de la población) tiene algunas consecuencias predecibles entre los humanos. Por ejemplo, Mayhew y Levinger (1976:98) señalan que a medida que aumenta el tamaño de una población cabe esperar que lo haga también la proporción de interacciones violentas: «las oportunidades estructurales para el homicidio, el robo o el asalto violento aumentan en tasa creciente con cada aumento del agregado poblacional». Sencillamente, hay más personas con las que tener conflictos y al mismo tiempo es cada vez menor la proporción de personas sobre las que ejercemos un control social directo (que podría disminuir las probabilidades de que un conflicto derivara en violencia). El aumento del tamaño poblacional lleva a una mayor superficialidad y transitoriedad en las interacciones humanas, es decir, a un mayor anonimato. Según Mayhew y Levinger «dado que los seres humanos son por naturaleza organismos finitos, que disponen de una cantidad finita de tiempo que dedicar al flujo total de señales y estímulos que reciben, el resultado inevitable es que la cantidad media de tiempo que pueden dedicar a un volumen de contactos cada vez mayor (...) es una función decreciente del tamaño del grupo. Esto es algo que ocurrirá solamente por azar» (1976:100). Dado que ninguna persona tiene tiempo para desarrollar relaciones personales intensas (es decir, relaciones primarias) más que con unos pocos individuos, cuanto mayor sea el número de éstos que

entren en su vida menor será la proporción de ellos con los que pueda mantener un trato intenso. Esto da lugar a menudo a una situación de stress personal generado por el hecho de tener que estar continuamente escogiendo entre la amplia masa de contactos humanos posibles. A mayor número de individuos, mayor la variedad de expectativas que los demás mantienen respecto de mí, y de obligaciones que yo tengo hacía ellos. Los probemas derivados justamente de no tener bastante tiempo para tratar a todos los que deberíamos tratar, y de la extstencia de expectativas contradictorias respecto de nuestro comportamiento se traducen en la aparición de una “tensión de rol”, es decir, en la conciencia de la dificultad de cumplir con las obligaciones del propio rol. La mayoría de los problemas derivados del tamaño de la población parecen darse sobre todo en las grandes zonas metropolitanas, y allí es en todo caso donde revisten mayor intensidad. Pero también las comunidades rurales experimentan un incremento en la densidad de la interacción social a medida que aumentan de tamaño. Dado que el crecimiento de la población está asociado con una más intensa interacción, el no crecimiento de la misma debería suponer un alivio de la situación. En un estudio sobre el impacto del no crecimiento sobre las áreas metropolitanas norteamericanas Rust, en efecto, pudo observar que dichas comunidades cuentan a menudo con intensos lazos de relación de carácter religioso, familiar y étnico. En las mismas «la incidencia de enfermedades debidas al stress es baja. Su nivel de influencia es mínimo. La vivienda es barata y abundante y en muchos casos ocupada en propiedad» (1975:2t8). A la hora de considerar los efectos de la aglomeración no basta con fijarse en el tamaño y en la densidad de la población. La aglomeración es más un proceso que un estado de cosas. Se trata, por naturaleza, de algo que es más una experiencia personal que una simple cuestión de densidad humana (Baum y Davis. 1976). En otras palabras si la aglomeración es nociva es porque dos personas que en otras circunstancias pueden tener reacciones similares reaccionan en cambio de forma diferente cuando se encuentran inmersas en una aglomeración. La forma en que reaccionamos ante una concentración creciente de gente depende de dos cosas: de que percibamos dicha situación como una aglomeración y de nuestra experiencia personal previa en situaciones similares. Esta dimensión del fenómeno de la aglomeración corresponde así a un nivel individual o micro-social. Los humanos al nivel microsocial: Desde Weber a Calhoun los estudios sobre la aglomeración pusieron el énfasis en un concepto de densidad definido en base a dos variables: espacio físico y población. Los trabajos posteriores de Somer (1969) y Hall (1966) añadieron el concepto de espacio personal al concepto de espacio físico. La idea del espacio personal viene a ser que cada uno de nosotros vive inmerso en una especie de burbuja que nos separa de los demás y en la que cualquier intromisión nos origina tensión. Esta burbuja de espacío personal es un fenómeno socialmente definido, y por tanto varía en tamaño de una culturas a otras. Por ejemplo, mientras charlan amistosamente dos turcos estarán casi cara con cara, mientras que dos norteamericanos se mantendrán al menos a un metro de distancia uno de otro. La lista de estudios sobre las reacciones de la gente ante la violación de su idea del espacio personal (es decir, de sus expectativas respecto del grado de acercamiento físico personal de los otros) es ya bastante larga (véase al respecto Fiseher, 1976). La gente no experimenta necesariamente tensión en un vagón de metro o en un ascensor congestionado porque esto es algo con lo que uno se puede

esperar encontrar, pero un individuo experimentará sin duda incomodidad si una persona desconocida se sitúa pegada a él en un ascensor en que ambos fuesen los únicos ocupantes o si alguien se le sienta justamente al lado en una biblioteca, un restaurante o un parque en el que no hubiese nadie más. En todos esos casos se produce una violación del espacio personal: la otra persona ha actuado de una forma no usual que nos produce incomodidad. Ahora bien, mientras haya alguna escapatoria posible será fácil mitigar nuestra sensacion de incomodidad y tension. Esto nos lleva a añadir un nuevo elemento a la definicion de aglomeracion: el tiempo. La aglomeración alude al numero de personas por espacio por unidad de tiempo utilizamos a menudo el término congestión para designar situaciones de muy alta densidad que se producen durante espacios de tiempo relativamente cortos, por ejemplo, el tráfico en horas punta, los comedores colectivos a mediodia o los grandes almacenes en vísperas de fiesta. Precisamente este tipo de congestión es el que daba lugar al “colapso del comportamiento” estudiado por Caihoro una congestión ante la que no hay escapatoria la importancia de que exista una posibilidad de escapatoria es que proporciona una forma inmediata de aliviar la ansiedad o el stres a que pudiera dar lugar un creciente nivel de aglomeración. En otras palabras, permite un retorno inmediato a una situación de menor aglomeración. Sin embargo a medida que la gente marcha a vivir a las ciudades o que aumenta el tamaño de la familia con el nacimiento de hijos, el nivel absoluto de aglomeración experimentado diariamente a nivel personal puede aumentar disminuyendo al tiempo las posibilidades de escapatoria. Sin lugar a dudas los factores culturales contribuyen a definir el grado de agIomeración que un individuo puede tolerar sin experimentar sus efectos nocivos. Resulta asimismo importante distinguir entre los conceptos de alta densidad (que es fundamentalmente lo que hemos estado considerando aquí) y de sobreaglomeración (que suele ser definido como un número excesivo de personas por habitación). De hecho la mayor parte de los investigadores parten del supuesto de que cuanto mayor el número de personas por hogar, mayor el número de obligaciones y exigencias y por tanto mayor la sensación de aglomeración. Al objeto de comprobar los efectos de dicha aglomeración personal (definida simplemente como el número de personas por habitación). En 1979 realizaron una encuesta en Chicago a una muestra de 2.035 entrevistados. Entre otras cosas hallaron que cuanto mayor el nivel de aglomeración mayor su impacto negativo sobre las relaciones ostiles dentro del hogar y, en general, sobre la salud mental de sus miembros. Esta relación se mantenía inalterada aun controlando los datos por factores tales como la raza, el sexo, la edad, la educación, el nivel de ingresos y el estado civil. A pesar de la aparente validez del análisis realizado por Gove y sus colaboradores, su conclusión de que la aglomeración tiene un efecto nocivo sobre la conducta humana constituye más la excepción a la regla que la regla misma. La mayoría de los investigadores, en efecto, no han tenido, por lo general, éxito al intentar establecer ese tipo de relación. ¿Por qué resulta tan difícil establecer más pruebas del daño fisiológico y psico-sociológico que produce la aglomeración? Probablemente por la capacidad del ser humano para salir adelante, es decir, para adaptarse a nuevas estructuras. Es en realidad durante ese proceso de adaptación cuando aparece la ansiedad y el stress. Si la aglomeración resulta nociva para la existencia humana lo más probable es que sea el proceso de aglomeración, más que la alta densidad en si misma, lo que origine

ese efecto pernicioso. Así las cosas el proceso de aglomeración puede ser percibido de la misma forma que cualquier otro proceso de cambio (social, demográfico, etc.). El fallecimiento de una persona querida nos exige un esfuerzo de adaptación. Asimismo, el nacimiento de un hijo origina problemas de reorganización familiar y la migración requiere el aprendizaje de toda una serie de nuevas actividades sociales. La aglomeración de personas en las ciudades no constituye así un fenómeno peculiar. En realidad, resulta improbable que sea más dañino para la existencia humana que cualquiera de los otros cambios que experimentamos en nuestras vidas. RESUMEN Y CONCLUSIONES La urbanización es el proceso mediante el cual una sociedad pasa de depender básicamente del campo a hacerlo básicamente de la ciudad. Se trata de un proceso que acompaña casi siempre estrechamente al desarrollo económico. Esto, por sí solo, basta para sugerir la estrecha conexión teórica existente entre la urbanización y los procesos demográficos. Aunque la migración desde el campo hacia la ciudad constituye un aspecto básico de la urbanización, la mortalidad y la fecundidad guardan también con ésta una importante relación, a la vez como causas y como consecuencias. La presión demográfica creada en las zonas rurales por el descenso de la mortalidad y las oportunidades económicas ofrecidas por las ciudades han estado, históricamente, vinculadas a la urbanización. Por otro lado en la actualidad la mortalidad tiende generalmente a ser más baja en las ciudades que en las zonas rurales, lo que permite la existencia de tasas de incremento natural urbano superiores a las registradas en el pasado. El desarrollo de los países industrializados está lleno de ejemplos de cómo la vida urbana contribuye a generar las dos primeras de las tres precondiciones señaladas por Ansley Coale para que pueda producirse un descenso en la fecundidad: la aceptación de la elección calculada como un elemento en las decisiones personales sobre el tamaño familiar y la percepción de ventajas en tener familias pequeñas (véase Capítulo 5). Los niveles de fecundidad son aún menores en las ciudades norteamericanas que en las zonas rurales; pero en las ciudades de los países menos desarrollados la fecundidad urbana, pese a ser inferior a la rural, es a menudo mucho mayor que la que se registra en las ciudades del mundo desarrollado. El resultado es que en los países del tercer mundo las ciudades están creciendo muy rápidamente sin que ello conlleve una variación proporcional del porcentaje de personas residentes en entornos urbanos. En consecuencia, el crecimiento de las ciudades y el desarrollo económico no están vinculados entre sí tan estrechamente como la urbanización y el desarrollo. Pese a todo, el alto nivel de urbanización de los países industriales y el cada vez más alto de los países menos desarrollados indican la importancia de este fenómeno. En general cabe decir que las consecuencias beneficiosas más directamente perceptibles son las que tienen que ver con la existencia de niveles de vida más elevados en las ciudades que en las zonas rurales. Las consecuencias perniciosas (delincuencia, impersonalidad, etc.) parecen deberse más al puro y simple tamaño de la población que a cualquier otro factor derivado de la aglomeración. Aunque por definición las ciudades son lugares con alta densidad de población, no parece que ello origine en las personas trastornos metabólicos o sociales importantes. Cabe también pensar que ningún ser humano se ha

visto nunca expuesto a niveles de aglomeración similares a los padecidos por las ratas en el célebre experimento dc Calhoun. Los humanos parecemos adaptarnos a la alta densidad poblacional mediante la definición y defensa de nuestro propio espacio personal.

Capítulo 13 El crecimiento poblacional, la mujer y la familia. Condiciones demográficas que facilitan la dominación masculina. Factores demográficos que facilitan que la mujer tenga un status más elevado. La influencia de la mortalidad, de la fecundidad de la urbanizacion. Los Estados Unidos como ejemplo. La independencia económica, elemento clave del status. El status de la mujer y la fecundidad. ¿Por qué la elevación del status de la mujer afecta a la fecundidad? ¿Guardan alguna relacion los factores demograficos con los actitudes hacia la liberación de la mujer?. Participación con la población activa y fecundidad. Maternidad adolescente. La situación en otros paises. El status de la mujer y la familia. Posposición del matrimonio. Aumento de la cohabitación. Aumento de la ilegitimidad. Aumento de la tasa de divorcio. Descenso del número de nuevos matrimonios. El futuro de la familia en los paises industrializados. Resumen y conclusiones.

EL CRECIMIENTO POBLACIONAL, LA MUJER Y LA FAMILIA. No tuvo tiempo para ser ella porque estaba demasiado ocupada con el cuidado de sus hijos y de su marido: una historia corriente, a fln de cuentas, que sirve sin embargo, de punzante recordatorio de la íntima relación existente entre el crecímiento demográfico y el papel desempeñado por la mujer en la sociedad. Durante miles de años (como poco, hasta el siglo XIX) la elevada mortalidad hizo necesaria la existencia de familias grandes. Esto unido a la relativa situación de dependencia de las mujeres durante el embarazo y el postparto dio lugar a una situación claramente desventajosa para las mujeres. Sin embargo en años recientes se han producido cambios significativos en el status y en el papel social de la mujer así como en el tamaño y organización de la unidad familiar, sobre todo en las sociedades industrializadas. Aun cuando no existe una inequívoca relación de causa-efecto entre el cambio demográfico y los cambios en el rol de la mujer y en la organización de la familia, el abordar estos temas desde una perspectiva demográfica nos permitirá comprenderlos mejor. A tal efecto examinaré primero aquellos factores demográficos que tienden a facilitar la dominacion de los hombres sobre las mujeres. Analizaré después los factores demográficos que en mi opinión, han contribuido a erosionar

esa dominación y a elevar el status de la mujer alterando su rol social. Después daré la vuelta a la cuestión y consideraré la forma en que los cambios en el status y en el rol de la mujer pueden ser factores importantes para el mantenimiento de un nivel bajo de fecundidad (prolongando así lo ya visto en el Capítulo 5). En la segunda mitad del capítulo analizaré la interrelación existente entre los cambios demográficos y las variaciones en la estructura familiar, prestando especial atención a los cambios en la familia y a las alteraciones en el rol de la mujer. El comporente demográfico, pese a su importancia es a menudo ignorado. El lector debe tener claro, sin embargo, que no estoy tratando de crearle la impresión de que el cambio demográfico es necesariamente la «fuerza motriz» principal tras los restantes cambios sociales que tienen lugar, mi idea es más bien que el cambio demográfico constituye probablemente una caua necesaria, pero no suficiente, de los cambios que tienen lugar tanto en la familia como en la vida de las mujeres. El movimiento de liberación de la mujer constituye, por derecho propio, un fenómeno social que. sin lugar a dudas, ha inspirado muchos de los cambios producidos. Por otro lado, todo un conjunto de fuerzas sociales han influido en la remodelación de la familia acaecida en las sociedades industriales. Dicho esto, debo indicar que mi objetivo en este capítulo es más bien limitado. No me propongo examinar todas las facetas del movimiento de liberación femenina ni todas las dimensiones del cambio familiar. Lo que voy a intentar hacer es proporcionar al lector un ejemplo de cómo la consideración desde una perspectiva demográfica de una de las principales cuestiones sociales contemporáneas puede añadirle una importante dimensión. CONDICIONES DEMOGRÁFICAS QUE FACILITAN LA DOMINACIÓN MASCULINA El lector está ya, sin duda, familiarizado con el hecho de que las presiones pronatalistas suelen ser especialmente fuertes en las sociedades caracterizadas por altos niveles de mortalidad y de fecundidad. En dichas áreas resulta preciso tener varios hijos simplemente para garantizar que sobrevivan los suficientes para reemplazar a la generación adulta. Así pues, un componente del status social de la mujer es que, en una situación de alta mortalidad, su vida tiende a estar dominada por la gestación, crianza y cuidado de los hijos dependiendo estrechamente su posición social del éxito que alcance en esas tareas. Por otro lado, la existencia de un alto nivel de mortalidad significa que la actividad reproductiva debe comenzar, en la mujer, a una edad temprana, ya que el riesgo de defunción, incluso para un adulto, puede ser lo suficientemente alto como para que la sociedad no pueda permitir que esos primeros y más fértiles años reproductivos sean “desperdiciados” en actividades distintas de la construcción de la familia. En una sociedad premoderna con una esperanza de vida de unos 30 años, una tercera parte de todas las mujeres de 20 años fallecen antes de cumplir los 45, haciendo por tanto imperioso que el período reproductivo comience lo antes posible. Sin embargo una de las ironías de las sociedades de alta mortalidad es que la menarquia tiende a producirse a edades más tardías que en las sociedades con baja mortalidad como consecuencia de deficiencias dietéticas y de problemas sanitarios. El período reproductivo no suele empezar en ellas antes de los 18 ó 19 años, ahora bien, una vez iniciado se ponen en marcha fuertes presiones sociales tendentes a garantizar la continuidad de los

embarazos. Las mujeres que se casan jóvenes y empiezan a tener hijos pueden verse así sujetas a una doble maldición : habrán de pasar más años cargadas con los hijos y se encontrarán en una posición más vulnerable que facilitará su dominación por los hombres. Los hombres no necesitan casarse tan jóvenes como las mujeres, dado que no son ellos los que tienen los hijos y que, por otro lado, permanecen fértiles durante más tiempo. Cuanto más viejo y socialmente más experimentado sea un marido en relación con su mujer, más fácil le será dominarla. No es una coincidencia que en los países musulmanes de Oriente Medio, donde el grado de libertad de las mujeres es probablemente menor que en cualquier otro lugar del mundo, los maridos sean por término medio ocho años más viejos que sus mujeres. En Estados Unidos, en cambio, los maridos apenas son, por término medio, un año y medio más viejos que sus mujeres. FACTORES DEMOGRÁFICOS QUE FACILITAN QUE LA MUJER TENGA UN STATUS MÁS ELEVADO. La influencia de la mortalidad, la fecundidad y de la urbanización. Tres son los procesos demográficos que han permitido a las mujeres ampliar su rol social: el descenso de la mortalidad, la caída de la fecundidad y el mayor grado de urbanización. La creciente liberación de la muerte temprana experimentada por los seres humanos constituye uno de los principales factores que han influido en el aumento del status social de la mujer. En la primera mitad del siglo XIX la esperanza de vida al nacer para las mujeres estadounidenses era de unos 40 años, lo que suponía que cada recién nacida contaba sólo con un 30 por 100 de probabilidades de alcanzar la edad de jubilación (es decir, los 65 años). Por otro lado, de cada 100 mujeres con 20 años de edad sólo el 45 por 100 podía esperar seguir viva a los 65. En cambio en 1974, una mujer norteamericana tenía al nacer un 81 por 100 de probabilidades de sobrevivir hasta la edad de jubilación (como ya vimos en el Capítulo 6); y de cada 100 mujeres con 20 años de edad, 83 seguirán vivas a los 65 años. En consecuencia, y dado que las mujeres y los niños tienen ahora muchas más altas probabilidades de supervivencia que en otras épocas la presión para (o al menos la necesidad de) iniciar a edad temprana el período reproductivo y tener varios hijos puede experimentar una reducción. El descenso de la mortalidad no significa que se hayan evaporado las presiones sociales en favor de la procreación. Este dista mucho de ser el caso, como veremos más adelante. Pero sí es cierto que existen mayores probabilidades de que haya disminuido su fuerza. De hecho en la actualidad la aceptación social en Estados Unidos de que una mujer pueda quedarse soltera es mayor que nunca antes en su historia. La mayoría de las mujeres casadas norteamericanas dedican ahora sus vidas a hacer más cosas que tener y criar hijos, ya que el número de éstos es menor que en las generaciones anteriores y por otro lado ellas viven más años. Una mujer media norteamericana que entre los 20 y 30 años tenga un hijo dedicará, en el mayor de los casos, unos 30 años a su gestación y crianza. Ese tiempo es, sin embargo, mucho más corto que el que realmente tendrá de relativa (y en realidad creciente) independencia respecto de sus obligaciones familiares: en efecto, si sus hijos están distanciados entre sí en dos años y si tuvo el primero a los 20 años, entonces cuando ella cumpla 28 años su hijo más pequeno pasará ya

todo el día en el colegio, y a ella le quedarán aún 50 años más de vida. ¿Puede entonces resultar sorprendente que las mujeres hayan buscado alternativas al cuidado de la familia? Estos descensos en la mortalidad y en la fecundidad guardan ambos relación con el desarrollo económico y éste, a su vez, con la urbanización. La mortalidad disminuyó en las ciudades antes que en las áreas rurales (Capítulo 6) y por otro lado el entorno urbano suele estar casi siempre asociado a niveles de fecundidad más bajos que los registrados en las áreas rurales (Capitulo 12). A diferencia del campo, la ciudad proporciona oportunidades ocupacionales, tanto a hombres como a mujeres, cuya consecuencia implica un desplazamiento del matrimonio (y por tanto un potencíal descenso de la fecundidad) y un número deseado de hijos dentro del matrimonio más bajo. Otros aspectos del entorno urbano, y de forma particular la mayor dificultad para encontrar en él viviendas espaciosas, pueden contribuir también a reducir el tamaño familiar en las ciudades. La urbanización supuso inicialmente un proceso migratario desde las zonas rurales a las urbanas. Para las mujeres migrantes ello sígnificó quedar liberadas de las presiones pro-matrimoniales y pronatalistas que quizá existían en sus hogares paternos. La migración puede así haber incrementado la capacidad individual de adaptación al entorno social de las áreas urbanas, donde los hijos tienden a ser menos valorados. Desde la perspectiva de una madre también es cierto que en las modernas sociedades urbanas e industriales el volumen de la migración puede, por sí solo, reducir su grado de implicación activa diaria con sus hijos adultos y con sus nietos. Como ya vimos en el Capitulo 7, los jóvenes adultos son especialmente propensos a migrar, y cada uno de los que cambia de lugar de residencia puede muy bien dejar atrás a una madre. Esto no significa, por supuesto, que ésta sea menos feliz, pero sí supone que dispondrá de más tiempo libre para buscar ocupaciones alternativas y para poner en cuestión las normas sociales que prescriben que las mujeres tengan un status más bajo que los hombres y menores oportunidades para trabajar fuera del hogar. Es posible que el proceso de urbanización ocasionara inicialmente, en el mundo occidental, un aumento en el grado de dependencia de la mujer antes de contribuir a su liberación. La razón para ello es que en Occidente el desarrollo económíco abrió, generalmente, menos oportunidades de empleo urbano para las mujeres que para los hombres. Al mismo tiempo la vida en la ciudad reduce a las mujeres que permanecen en el hogar a actividades domésticas no pagadas en cotraste con lo que ocurre en la sociedad rural donde la mujer tiene a menudo la oportunidad de trabajar en la agricultura y en la venta de sus productos. Así pues, la mujer urbana desempleada puede verse reducida a desempeñar un papel económico en su familia mas reducido que el de la mujer agrícola. En tales circunstancias y a medida que la esperanza de vida de las mujeres urbanas aumenta y que su actividad procreadora disminuye la falta de actividades alternativas no puede sino traducirse en presiones a favor de un cambio. Quiero insistir una vez mas en que la mortalidad, la fecundidad y la urbanización constituyen factores necesarios, pero no suficientes para originar la actual elevación del status de la mujer en las sociedades industrializadas. Es necesario, además, las circunstancias que actúen como catalizador de tales factores demográficos subyacentes. Los movimientos feministas han proporcionado dicha fuerza catalítica. Los Estados Unidos como ejemplo

Si bien en Estados Unidos la mortalidad y la fecundidad han estado disminuyendo desde el siglo XIX y la urbanización ha ido produciéndose a lo largo de todo ese tiempo, no fue sino durante la Segunda Guerra Mundial cuando se produjo la combinación particular de circunstancias económicas y demográficas que permitió cobrar impulso a la tendencia hacia la igualdad de los sexos. La demanda de armamento y de otro material bélico a comienzos de la década de 1940 se produjo justamente al tiempo del masivo alistamiento de varones en el ejército, originándose así una creciente demanda de mano de obra civil prácticamente en todos los sectores. En épocas anteriores esta demanda hubiera sido satisfecha mediante la inmigración de trabajadores extranjeros, pero la Ley de inmigración Reed-Johnson promulgada en los años veinte (véase Capitulo 7) había establecido un sistema de cuotas nacionales que limitaba fuertemente la inmigración. Los únicos paises a los que correspondían cuotas lo suficientemente grandes como para haber permitido un mayor flujo migratorio se hallaban a su vez implicados en la guerra y no constituían por tanto una fuente potencial de mano de obra. La falta de varones y de inmigrantes para satisfacer la demanda de mano de obra vino así a abrir el camino para la integración de las mujeres en la población activa. Desde por lo menos el comienzo de este siglo la proporción de mujeres solteras que buscaba, y efectivamente encontraba, trabajo había sido sustancial, cada año entre el 45 y el 50 por 100 de las mismas eran económicamente activas. Pero a comienzos de la década de 1940 el número de mujeres solteras resultó insuficiente para satisfacer las necesidades del mercado laboral, en parte porque la mejora de la economía había facilitado también el matrimonio temprano. Así pues, fueron sobre todo las mujeres de más edad, es decir, las que habían dejado ya atrás su etapa reproductiva, las que en mayor medida respondieron a la hora de cubrir el déficit de mano de obra existente. Fueron estas mujeres las que abrieron un nuevo camino para el empleo femenino en Estados Unidos. El cambio mayor en la tasa de participación en la población activa se registra entre las mujeres de 45 a 54 años. Si tenemos en cuenta que más del 92 por 100 de las mismas estaban casadas, esto representó obviamente, una ruptura con el pasado. ¿Quiénes eran esas mujeres? Eran las madres del período de la Depresión, es decir, las madres que tuvieron que renunciar a las familias grandes que deseaban (véase Capítulo 5) para poder salir adelante en una de las peores crisis económica de la historia de Estados Unidos. Se trataba, pues, de mujeres que tenían familias más reducidas que las que tuvieron sus madres y que en consecuencia estaban más predispuestas a participar en la fuerza de trabajo. Ahora bien, el tamaño ideal de la familia seguía siendo, en Estados Unidos, de más de tres hijos y al mejorar la economía los bajos niveles de fecundidad de los años treinta cedieron el paso a niveles más elevados durante los años cuarenta y los cincuenta. Las mujeres que durante la Depresión tuvieron familias pequeñas abrieron así la puerta al empleo de las mujeres casadas, pero las mujeres más jóvenes no aprovecharon esas nuevas oportunidades en las décadas de 1940 y 1950. De hecho, entre 1940 y 1950 la tasa de participación en la población activa de las mujeres de 25 a 34 años disminuyó en realidad en un 4,5 por 100. Las mujeres de esas edades, en efecto, se dedicaban más a casarse y tener hijos que a buscar un trabajo remunerado. Entre 1940 y 1950 el porcentaje de mujeres de 20 a 24 años que estaban casadas pasó del 53 al 68 por 100. En 1940 la tasa de fecundidad total era en Estados Unidos de 2,3 hijos; diez años más tarde había subido a 3,2 (es decir, había aumentado en casi un hijo por mujer). Pero no terminó ahí el incremento: a la altura de 1960 la tasa

de fecundidad total había alcanzado los 3,7 hijos por mujer. El baby boom de la postguerra supuso, sin embargo, una anomalía en la historia demográfica norteamericana, una especie de gran repecho en el largo camino hacia la baja fecundidad. A finales de la década de 1960 el número de hijos por mujer reemprendió su pauta descendente. LA INDEPENDENCIA ECONÓMICA, ELEMENTO CLAVE DEL STATUS En la mayoría de los sistemas sociales las personas que pueden ocuparse de sí mismas y tienen dinero bastante para ser autosuficientes disfrutan de mayor líbertad, y de un status más elevado que quienes dependen económicamente de otros. A su vez, entre los económicamente independientes suele existir una jerarquización, tendiendo los niveles de ingresos más altos a asociarse con status más elevados que los ingresos bajos. El punto de partida, en todo caso, lo constituye el ser independiente, y cada vez son más las mujeres que lo alcanzan. Entre 1955 y 1977 se produjo un incremento sustancial en el número total y en la proporción de mujeres norteamericanas que trabajaban y tenían ingresos propios. En 1955, por ejemplo, por cada cien varones empleados a tiempo completo durante todo el año, sólo había 28 mujeres, cifra que en 1977 pasó a ser de 49 mujeres. Este aumento de la participación en la población activa se debió básicamente a las mujeres jóvenes. Las tasas correspondientes a las mujeres de más edad siguieron aumentando en la década de 1950 como lo habían hecho en la de 1940: pero en las décadas de 1960 y 1970 se produjo una incorporación en cantidades récord de mujeres jóvenes a la población activa. Por supuesto, el simple hecho de tener trabajo no garantiza sin más a una persona el tener un nivel de ingresos satisfactorio. En 1977 el salario medio de las mujeres que trabajaban a tiempo completo durante todo el año suponía sólo el 58 por 100 del salario de los varones en similares circunstancias. Como consecuencia de ello el 32 por 100 de los hogares cuyo cabeza de familia era una mujer se encontraban por debajo del nivel de pobreza, frente a sólo el 6 por 100 de los hogares cuyo cabeza de familia era un hombre. ¿Por qué existen estas diferencias de ingresos por sexo? La respuesta es que las mujeres están discriminadas tanto respecto del tipo de trabajos que pueden conseguir como de la retribución que perciben (Halaby, 1979). Como ya vimos en el Capítulo 9, las mujeres que trabajan tienden a estar concentradas en un haz bastante reducido de categorías ocupacionales. En Estados Unidos existen muy pocas mujeres que sean obreras de la construcción; pero en cambio entre los enfermeros, los maestros de enseñanza primaria y los cajeros de banco la mayoría son mujeres. Incluso dentro de una misma ocupación las mujeres ganan menos que los hombres. En 1977 entre los contables que trabajaban a tiempo completo durante todo el año los del sexo femenino ganaban, en promedio, 11.155 dólares anuales, y los del masculino 17.312. En la Industria manufacturera los administradores del sexo femenino ganaban en promedio 11.277 dólares, y los del masculino 22.523. Incluso en el caso de los tenedores de libros (entre los que las mujeres tienden a predominar numéricamente) existían claras diferencias por sexo las mujeres ganaban 8.516 dólares frente a 13.520 los hombres. Estas diferencias parecen indicar que incluso desempeñando la misma ocupación las mujeres tienden a tener menos poder que los hombres (England, 1979). A este respecto parece interesante señalar que incluso en la Unión Soviética, donde tanto la ideología política como la ley consagran el princtpio de

igualdad de salario a igualdad de trabajo, las mujeres sólo ganan aproximadamente el 65 por 100 de lo que, a igualdad de condiciones, ganan los hombres (Swafford, 197B). En el fondo del túnel parece sin embargo brillar una luz, ya que los datos disponibles muestran claramente que la situación de las mujeres ha experimentado alguna mejora. Aun cuando en 1977 el 32 por 100 de los hogares que tenían por cabeza de familia a una mujer se encontraban por debajo del nivel de pobreza, esto en realidad constituía un avance respecto de 1960, fecha en que dicho porcentaje era del 42 por 100. Ya que estamos con este tema, resulta interesante señalar que las probabilidades de que un hogar con una mujer como cabeza de familia se encontrara en 1977 por debajo del nivel de pobreza, eran directamente proporcionales al número de hijos que dependían de esa mujer. Así, los hogares sin hijos sólo tenían un 9 por 100 de probabilidades de estar por debajo del nivel de pobreza; pero si la madre cabeza de familia tenía tres hijos, entonces dichas probabilidades alcanzaban el 54 por 100. Por último, prácticamente todos (el 80 por 100) los hogares que, teniendo una madre como cabeza de familia, contaban con cinco o más hijos se encontraban por debajo de dicho nivel (U.S. Bureau of Census, 1979m). EL STATUS DE LA MUJER Y LA FECUNDIDAD Desde un punto de vista demográfico, un aspecto importante de la mejora en el status de la mujer es su potencial efecto inhibidor de la fecundidad. Al examinar esta relación son dos las preguntas que surgen: (1) ¿Por qué el cambio en el status de uno de los sexos afecta a la fecundad?; (2) ¿Qué pruebas existen de que realmente esto sea así? ¿Por qué la elevación del status de la mujer afecta a la fecundidad? La respuesta a esta pregunta constituye una ampliación de las teorías explicativas de la baja fecundidad consideradas en el Capítulo 5 ya que combina el enfoque social y el económico de la baja fecundidad. La explicación se basa en la idea de que si los costes de tener un nuevo hijo son percibidos como superiores a las ventajas, entonces una mujer que tenga ya dos hijos decidirá no tener un tercero; si tiene seis decidirá no tener el séptimo, etc. . . En dichos costes hay dos aspectos, cada uno de los cuales guarda una relación diferente con el status de la mujer. Los costes de cosas tales como los bienes de consumo (construirse una casa, comprarse una embarcación, etc.) pueden constituir una motivación para que la pareja. con independencia del grado de libertad personal de la mujer, limite su fecundidad. El deseo de las parejas de obtener determinados bienes materiales y de alcanzar (y aparentar, mediante un consumo ostentoso) un alto nivel de vida ha constituido, en efecto, un componente importante en la tendencia a largo plazo hacia la disminución de la natalidad registrada en los países industrializados. Dicho deseo ha contribuido a su vez a la mejora del status de la mujer al liberar una mayor parte de su tiempo y energías como individuos para actividades no famfliares, como ya hemos visto antes en este capítulo. Ahora bien, a medida que han aumentado para las mujeres las alternativas a la vida familiar (es decir, a medida que les ha sido posible optar entre permanecer solteras o sin hijos o proseguir una carrera) la procreación ha pasado a implicar un nuevo tipo de coste. Cuando las mujeres no tenían en general la posibilidad de alcanzar un alto nivel educativo, una

carrera profesional prestigiosa y un nivel de ingresos alto, el renunciar a estas cosas no era percibido lógicamente como un precio a pagar por tener hijos. Pero cuando esas posibilidades existen, el renunciar a ellas, o el aplazarlas, para en cambio criar una familia puede ser percibido como un sacrilegio. Resulta así aparente una vez más la estrecha interrelación existente entre la fecundidad y el status de la mujer: a medida que la fecundidad ha ido disminuyendo, las mujeres han ido disponiendo de más tiempo libre que dedicar a actividades vitales alternativas: y a medida que el número y el atractivo de estas alternativas ha ido aumentando también lo han hecho los costes de tener hijos. Las ventajas, o beneficios, de tener hijos son menos tangibles pero no por ello menos importantes que los costes. Entre otras cosas incluyen una sensación de satisfacción psicológica y de ser realmente adulto, así como una mayor integración en la familia y en la comunidad. Estos dos últimos aspectos corresponden a una amplia categoria de recompensa con que la sociedad premia a la paternidad: la aprobación social. Como ya vimos en el Capítulo 5, en toda sociedad existe una considerable presión social para que la gente se case y tenga hijos, ya que mientras los hombres sigan siendo mortales ninguna sociedad puede descuidar la reproducción. Obviamente una sociedad con un bajo nivel de mortalidad se preocupará menos por esta cuestión que una sociedad con alta mortalidad, pero para que cualquier sociedad siga existiendo es preciso que un número suficiente de niños nazca, sea criado y socializado. Para garantizar que esto ocurra efectivamente así todas las sociedades han institucionalizado las presiones pro-natalistas (es decir, las presiones para que la gente se case y tenga hijos), y éstas suelen ser tan extendidas, sutiles y asimiladas que la gente suele considerar su decisión de tener hijos como voluntaria Y sin embargo nada más lejos de la realidad. Como ha señalado Blake (1972), la procreación constituye una conducta prescrita para las mujeres norteamericanas, es decir, incuestionablemente la norma o pauta de conducta considerada como preferible. ¿Qué es lo que nos lleva a plegarnos a cumplir tales normas? En primer lugar, desde que nacemos somos socializados tanto en el aprendizaje de las mismas como en considerarlas justas. En segundo lugar, el proceso cotidiano de interacción con otros nos pone en contacto constante con el proceso de reforzamíento de las normas, dado que los demás se ven afectados por como actuemos nosotros. Así, según sea nuestra conducta, nos premiarán con su aprobación o nos castigarán con su rechazo. Por otro lado, la mayor parte de la gente se encuentra a gusto en una familia con hijos ya que, por definición, todos nos hemos criado en un ambiente en el que, por lo menos, había un niño. Así pues, el tener hijos nos permite revivir, y aun compensar, nuestra propia infancia: recreamos el pasado y a través de nuestros hijos tratamos de quitarnos las espinas de los posibles fracasos que como adultos podamos experimentar. En un sentido más instrumental, los hijos suelen constituir un medio de establecer relaciones sociales en una comunidad a través del colegio, de los deportes organizados o de las actividades de grupo. Las ventajas de la procreación consisten fundamentalmente en la satisfacción personal y social que proporciona, ya que en la sociedad norteamericana son ciertamente escasas, por no decir ninguna, las ventajas económicas que se derivan del heho de tener hijos. Desde su más tierna infancia cada uno de nosotros ha estado expuesto a las ventajas y a los costes de tener y criar hijos. Uno de los mejores índices del resultado en cada persona, de este cálculo interno de los pros y contras de la vida familiar lo proporciona el rol social correspondiente a su sexo con el que se identifica. Esta identificación suele ser conceptualizada en forma de un continuo que en

un extremo tiene lo que cabría designar como orientacion tradicional y en el opuesto la orientación moderna. En el caso de la mujer la identificacion con un rol social femenino tradicional suele estar asociada con la percepción de que las ventajas del matrimonio y de la familia superan con mucho a sus costes. La mujer con una orientación tradicional probablemente no aspira a alcanzar una educación avanzada, o una carrera o una independencia económíca, sino que se siente personalmente realizada casándose de forma tradicional (probablemente a una edad muy joven) y teniendo tantos hijos como ella y su marido piensan que pueden permitirse tener. La mujer situada en el polo opuesto de la escala percibe en cambio mas costes que ventajas en la procreacion. En consecuencia y muy probablemente tenderá a posponer el matrimonio (si es que se casa) hasta haber completado sus estudios y haber maximizado sus oportunidades ocupacionales manteniendo abiertas todas sus opciones. Su carrera y su independencia economica le permitiran así con toda prohabilidad tener un status igual o superior al de su marido (si es que finalmente se casa) y no es probable que desee alterar esta situación teniendo hijos. La mayoría de las mujeres norteamericanas probablemente se encuentren en un punto medio dentro de ese continuo, es decir, en una posicion en la que el coste de tener hijos se evalúa en terminos de oportunidades perdidas pero en la que las ventajas de tenerlos son percibidas asimismo como demasiado grandes como para poder ignorarlas. Esto puede dar lugar a toda una serie de formulas de compromiso que permitan mantener baja la fecundidad sin llegar a eliminarla por completo. Algunas de estas opciones incluyen el aplazamiento del matrimonio para completar la educación e iniciar una carrera profesional y luego interrumpir ésta para tener una familia pequeña. O bien la mujer puede decidir casarse a una edad temprana, tener una familia pequeña y luego dedicarse a alguna actividad alternatíva -opción ésta que la existencia de una baja mortalidad hace posible- o, como es cada vez más frecuente, la mujer puede decidir proseguir su carrera profesional y al mismo tiempo criar uno o dos hijos. Cualquiera que sea el camino escogido, la mujer que se identifica con un rol social femenino que enfatice a la vez la minimización del coste de tener hijos y la maximización de sus ventajas es ya una persona liberada de la inmersión total en la vida doméstica, pero que sigue percibiendo a la familia como una fuente de aprobación social y de gratificación personal. Dado que en Estados Unidos la diferencia entre que el número medio de hijos por mujer sea de uno o de tres equivale sencillamente a la diferencia entre una población decreciente y otra que duplica su tamaño cada 47 años, la variación que pueda darse incluso dentro de las familias pequeñas resulta de gran importancia. En definiliva, la elevación del status de la mujer resulta crucial para el futuro del tamaño de la familia y, por tanto, del crecimiento de la población. A medida que los costes de tener hijos superen a las ventajas (situación que quedará reflejada en una mayor «modernización» del rol social femenino con el que se Identifiquen las mujeres) el tamaño de la famIlia disminuirá. Dichos costes aumentarán a medida que las alternativas a la procreación que se abran a las mujeres aumenten en cantidad y calidad, y a medida que éstas aumenten sus posibilidades de independencia económica. Participación en la población activa y fecundidad En 1980 casi una de cada dos mujeres estaba integrada, en Estados Unidos, en la población activa.

Treinta años antes, en 1950, esa proporción no llegaba a una de cada cuatro. El elementn má llamativo en este aumento de la participación femenina en la población activa registrado en los años sesenta y setenta es el incremento experimentado por el porcentaje de mujeres con hijos menores de 3 años empleadas fuera del hogar. Por ejemplo, entre 1950 y 1977 la tasa de participación en la población activa aumentó en un 95 por 100 para el conjunto de las mujeres casadas, pero lo hizo en un 259 por 100 para las que tenían hijos muy pequeños. Los cambios en las actitudes prevalecientes en la sociedad respecto de la aceptabilidad de que una madre con hijos trabaje, facilitaron sin duda este proceso. Esta liberalización de las actitudes se debió en parte a un factor específicamente demográfico: la disminución de las enfermedades infantiles graves y de la mortalidad infantil. Hoy día es en efecto mucho menos probable que un niño contraiga una enfermedad que le obligue a guardar cama durante largo tiempo y que exija una atención más intensa, y extensa, por parte de sus padres (Hoffman, 1975). Por otro lado, el aumento en la participación en la población activa de mujeres con hijos pequeños viene a reforzar las normas sociales que definen como deseable a una tamflia pequeña. Como ya vimos en el Capítulo 5, en las sociedades industriales la mayoría de los individuos declara hoy preferir una familia con dos hijos. En consecuencia la mujer que decida tener una familia pequeña no se verá presionada, como antes, por el ambiente para tener más de uno o dos hijos. La iniciación del ciclo reproductivo no implica ya, por tanto, necesariamente, una sucesión permanente de embarazos. La mujer puede así, si lo desea, suspender durante algún tiempo su participación en la poblacion activa, o quizá incluso seguir trabajando mientras tiene y cuida a sus hijos. A pesar de que el porcentaje de madres que trabajan ha aumentado, sigue siendo cierto en alguna medida que los roles sociales de padre/madre y trabajador/a tienden a ser incompatible. El hecho de que las dos terceras partes de todas las mujeres casadas y con hijos pequeños no trabajen refleja probablemente esa incompatibilidad. Sin embargo, en caso de necesidad económica (por ejemplo, cuando la mujer enviuda, se separa o se divorcia) tenemos que más de la mitad de las que tienen hijos menores incluso de 3 años se encuentran trabajando. Esta incompatibilidad de roles puede ayudar a explicar la constante relación negativa existente entre fecundidad y participación en la población activa. Utilizando datos procedentes del Estudio nacional longitudinal sobre la experiencia laboral de las mujeres jóvenes, Waite y Stolzenberg señalan «que entre las mujeres que planean estar trabajando a los 35 años, el tamaño familiar esperado es inferior, en promedio, en 0,767 hijos al de las mujeres que no esperan estar formando parte de la población activa a los 35 años» ( 976:247). Su análisis permitió además comprobar a estos autores que «los planes de procreación y de participación en la población activa tienden a estar ya establecidos antes del matrimonio y que la relación entre los planes de trabajo y la fecundidad esperada es básicamente la misma entre las mujeres jóvenes casadas y las solteras" (Walte y Stolzenberg. 1976:250). Llegan así a proponer la hipótesis de que el efecto inverso de los planes de trabajo sobre la fecundidad aumenta desde los 19 a los 29 años porque durante ese periodo mejora en las mujeres el conocimiento de las exigencias de la maternidad y su información acerca de las oportunidades laborales. En consecuencia nuestro razonamiento es que la medida en que las mujeres limitan su fecundidad esperada para adaptarlas a sus planes de empleo aumenta a medida que van cumpliendo años.

La relación existente entre participacton en la poblacion activa y fecundidad se complica por el hecho de que no todos los trabajos son iguales; naturalmente algunos son más prestigiosos y requieren una mayor implicacion que otros. Groal y sus colaboradores (1976) encontraron en una encuesta realizada en 1971 en Ohio que entre los protestantes de raza blanca y una vez controlados los datos por edad, educación y duración del matrimonio las mujeres dedicadas a profesiones liberales habían tenido, en promedio, 1,9 hijos, frente a 2,4 las mujeres que desempeñaban tareas administrativas o trabajaban como vendedoras y 2,9 las mujeres que eran trabajadoras manuales. El nivel de ingresos guarda relación con el status de la ocupación y así encontramos que cuanto más gana una mujer mayores las probabilidades de que tenga pocos hijos. La conclusión que parece desprenderse es que quizá sólo los trabajos personalmente más gratificantes (que son los que están más asociados con un nivel educativo elevado) conduzcan a una fecundidad más baja (Hoffman, 1975). En conclusión, «tanto de forma tangible como de manera intangible el nivel educativo, el tipo de trabajo y la retribución proporcionan beneficios (es decir no tenerlos sería un coste) que reducen la motivacion para tener hijos. Del análisis de Scanzoní se deduce tambien que entre las mujeres que trabajan es mayor la probabilidad de que exista una concepción moderna del rol social femenino que entre las que no trabajan, asimismo, entre las que trabajan, el grado de modernídad de la concepción del rol social de la mujer guarda una estrecha relación con el grado de prestigio del trabajo y con su nivel retributivo. Resulta claro por tanto que la liberación del rol tradicional femenino conduce a una fecundidad más baja porque los hijos pueden significar una traba para la educación, el trabajo y la capacidad adquisitiva de la mujer (esto es a lo que se denomina costes de oportunidad de la procreación). En Estados Unidos existen datos bastantes para avalar la idea de que la igualación del status del hombre y la mujer debe contribuir a mantener baja la fecundidad, aun cuando no fuera realmente la causante del descenso experimentado por ésta. La pregunta que inevitablemente surge es si cabe esperar que una elevación del status de la mujer en los paises menos desarrollados y con alta fecundidad suponga una reducción del nivel de fecundidad, siendo así que en realidad parece haber sido más bien el descenso mismo de la fecundidad el que, en Estados Unidos, permitió la elevación del status de la mujer. En otras palabras, ¿pueden las mujeres liberarse de la dominación masculina sin que haya tenido antes lugar el tipo de desarrollo económico y social experimentado por las naciones hoy industrializadas? La respuesta a ambas cuestiones es un sí condicionado. En mi opinión no es precisa la existencia de niveles bajos de fecundidad, aunque probablemente sí la de niveles más bajos de mortalidad, para que pueda producirse un cambio en las actitudes de, y hacia, las mujeres. Por otro lado, si se logra cambiar la forma en que la gente percibe al mundo (lo cual sin lugar a dudas constituye una tarea monumental) se habrá logrado con toda probabilidad influir indirectamente sobre el nivel de fecundidad. ¿Y cómo se puede influir sobre la percepción del mundo que tienen los individuos? Un elemento clave para lograrlo es la educación asi como que las mujeres tengan libertad para permanecer solteras y sin hijos hasta haber completado sus estudios y haber establecido sus propias alternativas. Cualquiera que sea la sociedad que consideremos, uno de los principales obstáculos para la independencia femenina, y por tanto para lograr una baja fecundidad, es, sin lugar a dudas, la

maternidad adolescente. Maternidad adolescente Los roles adecuados para el propio sexo se aprenden a una edad temprana. Las niñas aprenden a ser mujeres y los niños a ser hombres, las niñas a ser madres y los niños a ser padres. La familia es una institución inherentemente pronatalista ya que prácticamente todos los hijos, incluso aquéllos cuyo nacimiento no estaba planeado, son deseados al nacer. Esto significa que los padres de cada niño tienden a valorar la paternidad, al menos en alguna medida; en consecuencia lo probable es que los hijos sean socializados en los roles y valores de la paternidad. En otras palabras, para la mayoría de los niños, y desde edades muy tempranas, resultarán muy obvias las ventajas de la procreación y la aprobación social que encuentra la paternidad. En cambio las alternativas a la procreación y a la crianza de los hijos no se hacen tan obvias sino mucho más adelante. Sólo cuando los jóvenes empiezan a desligarse de la familia en la que crecieron tienen probabilidades de evaluar de forma realista las opciones vitales que como adultos se les abren. Cuanto antes efectúe una persona (sobre todo una mujer) su elección entre las distintas alternativas, más probable resulta que escoja el matrimonio. Por el contrario, aunque una persona termine por casarse (como de hecho hace aproximadamente el 95 por 100 de los norteamericanos U.S. Bureau of Census. 1975b), si aplaza el matrimonio hasta después de la adolescencia aumentan las probabilidades de que pueda adquirir una percepción propia del rol social de su sexo y de que su evaluación de los costes y ventajas de la procreación la inclinen a preferir una familia pequeña. Cuando una adolescente se casa o tiene un hijo se le cierran muchas oportunidades que, en caso contrario, hubiera podido tener. Las probabilidades de terminar sus estudios, de proseguir una carrera profesional o de llegar a ser económicamente independiente quedan gravemente reducidas. En cambio se elevan considerablemente las probabilidades de que acabe teniendo una familia superior en tamaño a la media. Por ejemplo, los datos del Censo estadounidense de 1970 muestran que entre las mujeres casadas por primera vez entre 1955-1964 sólo el 36 por 100 de las que se casaron con 14 a 17 años de edad habían completado en 1970 el bachillerato. En otras palabras, aún después de 6 a 15 años de matrimonio entre las mujeres que se casaron siendo adolescentes seguían predominando las que no tenían el titulo de bachiller. En cambio, entre las mujeres que pospusieron su matrimonio solamente hasta los 15 años el 71 por 100 había terminado el bachillerato. En cambio, sólo el 2 por 100, entre estas últimas, tenían también un título universitario, mientras que entre las mujeres que pospusieron su matrimonio hasta los 23 ó 24 años el 80 por 100 eran bachilleres y el 20 por 100, además, licenciadas universitarias. Mientras otras mujeres continuaban estudiando, las que se casaron jóvenes tenían hijos. En 1970, incluso controlando los datos por la edad que en esa fecha se tenía, las mujeres casadas por primera vez entre los 14 y los 17 años habían tenido un número de hijos superior en un 20 por 100 al tenido por las mujeres que se casaron entre los 22 y los 24 años. He de señalar que no sólo las casadas adolescentes tienen más hijos que las mujeres que posponen su matrimonio, sino que resulta más probable que su matrimonio termine en divorcio y que sus hijos (sobre todo los concebidos prematrimonialmente) mueran en la infancia (Wecks, 1976).

La posposición de la procreación hasta después de la adolescencia es un factor decisivo para evitar la total inmersion de la mujer en las actividades familiares. En 1960 el 44 por 100 de las mujeres norteamericanas con edades entre 15 y 19 años no tenían hijos, subiendo en 1965 este porcentaje al 48 por 100 y al 50 por 100 en 1977. Una pauta similar se registra entre las mujeres de 20 a 24 años. Sencillamente, las mujeres jóvenes han ido posponiendo su matrimonio, y lo que es más importante, la procreación. Si esta tendencia continúa cabe razonablemente esperar una ampliación de las oportunidades abiertas a las mujeres y el mantenimiento de la baja fecundidad en Estados Unidos. Y si esta tendencia se extendiera a los paises menos desarrollados (donde el matrimonio temprano y una rápida sucesión de hijos constituye a menudo la norma) entonces la fecundidad disminuiría rápídamente en los mismos. LA SITUACIÓN EN OTROS PAISES En general los países que registran los niveles más evados de fecundidad presentan también las edades de matrimonio más bajas para las mujeres. Por ejemplo, en Europa y Estados Unidos, donde predomina la baja fecundidad, la edad media de contraer matrimonio es, para las mujeres, superior a 20 años de forma generalizada; en cambio, en Africa del Norte, Oriente Medio y Sur de Asia, donde predomina la alta fecundidad, la edad media de contraer matrimonio es generalizadamente inferior a 20 años (Dixon, 1971). Un importante lactor a tener en cuenta a la hora de explicar esta diferencia es el porcentaje de mujeres económicamente activas, que constituye un indicador aproximado del status social de la mujer. En la India, donde la edad media de contraer matrimonio es inferior a 17 años y donde se registra uno de los niveles de fecundidad más altos del mundo, el porcentaje de mujeres empleadas con un salario fuera de la agricultura es muy bajo. Asimismo las alternativas al matrimonio y a la formación de una familia de que disponen estas mujeres son muy reducidas, lo que constituye a la vez un síntoma de su dominación por los hombres y el origen de sus altos y estables niveles de procreación. La negativa a atribuir un status similar al hombre y a la mujer se encuentra fuertemente enraizada en la cultura india. En 1970, en dicho país, el número de niñas de 11 a 14 años escolarizadas suponía sólo la mitad del de niños. En una encuesta realizada en 70 países en 1976, George GaÁkip encontró que sólo el 56 por 100 de las mujeres indias creían que en su país la mujer tenía las mismas oportunidades educativas que el hombre, porcentaje éste que era uno de los más bajos de todos los países estudiados (San Diego Unlon, 1977e). Una elevación del status de la mujer en la India conduciría casi con toda seguridad a un descenso de la fecundidad. En Bangladesh, país musulmán vecino de la India, sólo el 3,3 por 100 de las mujeres residentes en ciudades estaban empleadas en actividades no agrícolas. Este bajo porcentaje de mujeres económicamente activas tiende en realidad a tener un mayor número de hijos que las mujeres que no trabajan, lo que hace pensar que la necesidad económica constituye la principal razón de su actividad laboral. En las zonas urbanas de Bangladesh la participación femenina en las actividades económicas depende en última instancia, de un cambio en los valores sociales. El Islam no parece suponer ya una barrera para el trabajo de la mujer fuera del hogar, al menos en casos de necesidad. Pero en Bangladesh la mayoría de los hombres sigue considerando que la casa y las actividades domésticas

constituyen lo más adecuado para las mujeres, a las que perciben como subordinadas a ellos. La mayoría de las familias siguen esforzándose más por educar a sus hijos que a sus hijas, pues parten del supuesto de que los hijos constituyen un mejor activo económico que las hijas. Salvo que se produzca un cambio en estos valores, no resulta esperable ninguna variación sustancial en el grado de participación femenina en la población activa. Prácticamente todos los países del mundo que cuentan con un gobierno de orientación marxista han establecido de forma oficial que el status de la mujer es igual al del hombre. Pero la clave de la baja fecundidad reside no en el establecimiento de un principio, sino en su puesta en práctica. Por ejemplo, en la Unión Soviética y en la República Popular China la clave de la baja y rápidamente decreciente fecundidad se encuentra en el hecho de que la mujer tiene realmente un acceso casi igual que el que tiene el hombre a todas las ocupaciones. En Cuba, en cambio, aunque la tasa de participación femenina en la población activa es elevada, las mujeres siguen estando relegadas a los niveles ocupacionales más bajos. En consecuencia, la fecundidad no ha disminuido en Cuba tan como de otra forma hubiera cabido esperar. En Méjico, donde la tasa de natalidad da muestras de iniciar un descenso, las mujeres tienen oficialmente el mismo status que los hombres, si bien en la práctica (sobre todo en el mercado de trabajo) hasta ahora son pocos los cambios que se han introducido para permitir que este principio se haga realidad y, por tanto, que tenga un impacto sustancial sobre la fecundidad. Menos de la quinta parte de las mujeres mejicanas forman parte de la población activa, y de ellas más de la mitad son solteras. Aún se está dando ahora en Méjico la misma pauta que se registraba hace unas décadas en Estados Unidos: las mujeres trabajan hasta que se casan, pero dejan normalmente de hacerlo tan pronto como empiezan a tener hijos. EL STATUS DE LA MUJER Y LA FAMILIA En años recientes ha sido frecuente oir que la familia está muriendo o, al menos, que está pasada de moda. Aunque estas formulaciones distorsionan la situación real, no deja de ser cierto que se ha producido una importante metamorfosis en la estructura familiar de los paises industrializados. En las secciones siguientes voy a indicar la naturaleza de dichos cambios y a analizarlos desde la perspectiva de lo hasta ahora visto sobre el cambio en el status de la mujer. Cinco son los cambios principales que están teniendo lugar en la estructura familiar de los países industrializados: (1) la posposición del matrimonio, acompañada de (2) un aumento de la cohabitación, (3) un aumento de la ilegitimidad, (4) un aumento de la tasa de divorcio, y (5) un descenso en la tasa de nuevos matrimonios. Posposición del matrimonio En 1956, fecha en que alcanzó su nivel más bajo la edad media de contraer matrimonio era de 20,1 años para las mujeres y de 22,5 para los varones. En 1979, en cambio, dicha edad media había subido a 22,1 años para las mujeres (lo que significó un aumento de 2,0 años) y a 24,4 años para los hombres (un aumento de 1,9 años) (U.S. Bureau of Census. 1980). El impacto de este aumento en la edad de contraer matrimonio puede percibirse de forma más clara fijándonos en el porcentaje de individuos

que siguen solteros. En 1960 el 29 por 100 de las mujeres norteamericanas de 20 a 24 años permanecían solteras (es decir, no habían estado nunca casadas), porcentaje que en 1970 había subido al 36 por 100 y en 1978 al 49 por 100. En 1979 el 27 por 100 de las mujeres con 25 años de edad seguían solteras, porcentaje que era justo el doble que el registrado en 1960. Pautas similares se registran en otros países industrializados, especialmente en Suecia y Dinamarca, paises que, por así decirlo, son los que tienden a imponer la moda en estas cuestiones. La capacidad de las mujeres para ser económicamente independientes explica en buena medida esta posposición del matrimonio, ya que esa independencia les permite tener opciones alternativas al matrimonio y a los hijos y les ayuda a escoger con mayor libertad el estilo de vida preferido. Por supuesto, los hombres constituyen la otra mitad de la ecuación matrimonial, y para los hombres tanto como para las mujeres la responsabilidad y la carga económica que el matrimonio supone pueden resultar menos atractivas en una época de expectativas materiales más elevadas, de mayor competencia por los puestos de trabajo y de inflación generalizada. Aumento de la cohabitación Como sin duda el lector ha supuesto, la elevación de la edad de contraer matrimonio no equivale sin más a la ausencia total de relaciones sexuales. Al contrario, el aumento de la cohabitación (vivir juntos sin estar casados) ha constituido, en efecto, uno de los más llamativos cambios recientes que ha llevado a pensar que la familia estaba muriendo. Resulta fácil de entender que haya quien piense que así es ya que en Estados Unidos el número de parejas no casadas pasó de totalizar medio millón en 1970 a suponer más de un millón en 1979. Como era esperable, el aumento más espectacular se ha producido entre los adultos jóvenes. Las cohortes del baby boom contribuyeron a que el número de parejas no casadas menores de 35 años se multiplicara por siete entre 1970 y 1978. En efecto, en 1970 existían sólo 80.000 parejas no casadas menores de 35 años, que representaban menos del 15 por 100 del total de parejas no casadas; en 1979, en cambio, existían 614.000 parejas no casadas menores de 35 años, que representaban el 49 por 100 de todas las parejas no casadas. Durante ese período de nueve años se produjeron pocos cambios en la proporción de personas mavores de 35 años que vivían juntas sin estar casadas. Este aumento de la cohabitación no se debe simplemente al aumento del número de jóvenes adultos. Obsérvese que en 1970 existían 50 millones de norteamericanos con edades comprendidas entre 18 y 34 años y que en 1979 este número pasó a ser de 62 millones: es decir, se produjo un aumento del 26 por 100. Sin embargo el número de parejas no casadas con edades comprendidas entre 18 y 34 años aumentó en esos años en un 768 por 100. Debe sin embargo recordarse que las parejas no rasada repreentan solamnte una pequeña fracción del total de parejas. De hecho en 1978 las 614.000 parejas no casadas existentes, menores de 35 años, representaban tan sólo el 3 por 100 aproximadamente del total de parejas menores de 35 años. Esta proporción está sin embargo aumentando rápidamente y en Suecia y Dinamarca, países que históricamente parecen constituir la vanguardia del cambio social en el mundo desarrollado, las parejas no casadas representan casi el 20 por 100 del total. Dado que las mujeres tienen ahora la posibilidad de una mayor independencia, puede ser también

que estén menos dispuestas a comprometerse en una relación sin haberla antes puesto a prueba durante algún tiempo. Para ambos sexos la cohabitación puede constituir un medio de evitar la responsabilidad emocional y económica implícita quizá en el matrimonio. Entre las mujeres más jóvenes la concepción de un hijo fuera del matrimonio sigue siendo a menudo fruto de la ignorancia acerca del ciclo menstrual y de la amplia gama de anticonceptivos disponibles. De hecho el aumento del número de hogares con un solo padre ha sido particularmente grande entre los jovenes con un nivel educativo inferior al bachillerato. Esto suele además ir asociado a la declinación generalizada de toda responsabilidad en materia anticonceptiva por parte de los varones jóvenes. En el caso de las mujeres con mas de veinte años la ilegitimidad refleja, sin embargo con toda probabilidad el deseo de tener un hijo sin un deseo paralelo de estar casada. Esta forma de pensar quiza sea particularmente característica de aquellas mujeres con un cierto grado de militancia feminista. Aumento de la tasa de divorcio A lo largo del siglo XX el aumento de la tasa de divorcio ha supuesto un importante factor de cambio para la familia. El aumento de la tasa de divorcios se encuentra estrechamente relacionado, al menos estadísticamente, con el aumento de la longevidad. A lo largo de este siglo, si bien ha aumentado la probabilidad de que marido y mujer alcancen una edad avanzada, ha disminuido en cambio la de que sigan casados el uno con el otro al llegar a esa edad. Preston y McDonald (1979) han estimado que mientras que el 16 por 100 de todos los matrimonios contraídos en 1915 terminaron en un divorcio, el 36 por 100 de los contraídos en 1964 terminarnn de esa manera. Desde 1960 el aumento en el número de personas divorciadas ha sido particularmente asombroso. Por qemplo, en 1960 existían en Estados Unidos 35 personas divorciadas por cada 1.000 personas casadas y con su conyuge presente; en 1978 dicha cifra se había casi triplicado, pasando a ser de 92 por 1.000. Los factores que conducen a la cohabitación en vez de al matrimonio pueden también tener importancia en este aumento de la tasa de divorcio. La mayor posibilidad de independencia de la mujer ha aumentado su capacidad para abandonar a un compañero insatisfactorio sin sufrir por ello consecuencias sociales y económicas tan desastrosas como antaño. Por otro lado esa mayor independencia femenina ha atenuado asimismo, probablemente, la medida en que el hombre se siente implicado en un matrimonio que le resulta insatisfactorio (sobre todo si no hay niños por medio). Descenso del número de nuevos matrimonios Durante la mayor parte de este siglo el divorcio solía dar lugar en seguida a un nuevo matrimonio, dando asi lugar a la creencia popular de que los norteamericanos estaban derivando hacia la monogamia seriada (o, quizá, poligamia seriada). Este diagnóstico resultó sin embargo prematuro, ya que en Estados Unidos la tasa de nuevos matrimonios comenzó a decrecer a mediados de la década de 1970, de modo similar a como había pasado antes en Suecia. Este cambio (como cada uno de los cambios que hemos visto antes) influyó sobre el tamaño medio de la familia norteamericana. Dado

que el número de nuevos matrimonios dismínuyó y que el primer matrimonio era pospuesto, entre 1970 y 1979, y a pesar de la cohabitación, el número de norteamericanos de 18 a 34 años que vivían solos casi se triplicó. Además, entre 1960 y 1977, el aumento tanto de la tasa de ilegitimidad como de divorcio, unido al descenso en la tasa de nuevos matrimonios, se tradujo en la duplicación del porcentaje de hijos menores de 18 años que vivían con uno solo de sus padres (9 por 100 en 1960, 18 por 100 en 1977. La tasa de nuevos matrimonios aumentó durante años de forma paralela a la de divorcios, porque las alternativas al matrimonio o resultaban socialmente inaceptables o económicamente demasiado complejas. Sin embargo la creciente aceptación social de la cohabitación y de las relaciones sexuales no matrimoniales, junto con la aceptación (tanto legal como social) de las familias con un único padre y la mayor capacidad de los hogares encabezados por una mujer para salir adelanle, han contribuido a reducir la anterior necesidad de un rápido nuevo matrimonio. En Estados Unidos los cambios que están teniendo lugar en la estructura familiar se están produciendo fundamentalmente en las cohortes del baby boom. Sin embargo, cambios similares se produjeron con anterioridad en Europa (sobre todo en Suecia y Dinamarca) donde no tuvo lugar ningún baby boom. Westoff ha sugerido que las instituciones del matrimonio y la tamilia registran indicios de cambio porque «la transformación económica de la sociedad se ha producido mediante la disminución de la autoridad tradicional y religiosa, la difusión de un ethos de racionalidad e individualismo la educación universal de ambos sexos, la creciente igualdad de las mujeres, la mayor supervivencia de los niños y la emergencia de una cultura orientada hacia el consumidor que tiende cada vez más a maximizar la gratificación personal». Si bien estos cambios resultan fáciles de explicar, la pregunta que podemos hacernos es si son simplemente cambios temporales o si, por el contrario, representan cambios más permanentes en el paisaje familiar. EL FUTURO DE LA FAMILIA EN LOS PAISES INDUSTRIALIZADOS Por lo general los demógrafos son remisos a predecir el futuro, mostrando esa misma cautela que conviene a todo científico social. Sin embargo, muchas de las pautas de cambio demográfico observadas son lo suficientemente estables como para permitirnos aventurar cuál será el curso futuro de los cambios que está experimentando la familia. Parece probable que no se produzca una reducción de la amplia gama de formas alternativas de vida ahora encontrables, y ello porque a su vez parece improbable que tenga lugar una marcha atrás tanto en el status de la mujer como en el bajo nivel de fecundidad. Esta sugerencia de que la fecundidad se mantendrá baja requiere una explicación, dado que: (1) en el Capítulo 5 señalé que en Estados Unidos la tasa de natalidad había aumentado ligeramente a finales de la década de 1970, y (2) que las cohortes que en la década de 1990 llegarán en Estados Unidos a la edad adulta serán menores en tamaño que la generación del «baby boom». El lector que en los Capítulos 2 y 5 siguiera de cerca la argumentación de Easterlin llegará a la conclusión de que, a medida que dichas cohortes más pequeñas lleguen a la edad adulta, resultará más fácil para los hombres encontrar trabajo y eso animará a las mujeres a casarse y tener hijos. Este curso de los acontecimientos es posible pero improbable ya que no es pensable que las mujeres renuncien

fácilmente a las mejoras logradas en el terreno laboral y en otras dimensiones, incluso en una situación de menor incertidumbre económica. En realidad lo esperable es que continúen las presiones en favor de la igualdad sexual. Por otro lado los problemas económicos que han contribuido a integrar a las mujeres en la población activa no dan muestras de ir a desaparecer en el futuro inmediato. El crecimiento demográfico mundial, que constituye prácticamente una certeza, incrementará la demanda de recursos, dando así lugar a una elevación de los precios en todo el mundo. Y en Estados Unidos las cohortes más jóvenes habrán de enfrentarse, al llegar a la edad adulta, con la competencia de los inmigrantes, aun cuando la legislación sea cambiada para limitar de nuevo la inmigración legal (que no resulta muy probable). La migración ilegal (con independencia de la legislación vigente) seguirá siendo mayor que en el pasado, como ya vimos en el Capítulo 7. Quiero añadir que, en mi opinión, los principales cambios referidos a la familia han tenido ya lugar; las variaciones futuras serán pequeñas y en la misma dirccción apuntada en las secciones precedentes. Considero improbable un retorno a las tempranas edades de contraer matrimonio características de los años cincuenta. La tendencia actual hacia niveles más aIlá de partiipación en la educación superior, sobre todo en el caso de las mujeres. contribuirá probablemente a mantener elevada la edad del matrimonio y a impulsar a las mujeres hacia ocupaciones que pueden competir con las actividades familiares. El alto coste de la vivienda puede contribuir también a la posposición del matrimonio y a fomentar la permanencia de las mujeres en la población activa. Unido esto a una mayor aceptación de la cohabitación puede dar lugar a un auge de esta forma de convivencia, aunque quizá no tan espectacular como el experimento durante los años setenta. Las presiones en favor de la baja fecundidad por razones económicas junto con la clara capacidad para controlarla y la independencia económica, que se mantendrá, de las mujeres hacen muy probable que continúen dándose proporciones sustancialmente altas de hogares con un solo padre. Si en el futuro las presiones económicas siguen siendo fuertes, cabe también esperar un aumento en el numero de hogares con múltiples generaciones. Incluso en la actualidad los hijos adultos parecen permanecer durante más tiempo en la casa paterna (o regresar a ella tras un breve intento de independencia). Resulta también posible que algunos adultos jóvenes casados encuentren ventajoso vivir con los padres de uno de ellos. Este arreglo resulta más probable si ambas parejas (la de los padres y la de los hijos) tienen sólo uno o dos hijos. Por su parte los miembros más viejos de la sociedad pueden encontrar ventajoso compartir sus hogares con nietos casados, con otros parientes o incluso con personas sin lazo alguno de parentesco, como forma de compartir gastos en un mundo cada vez más caro. En resumen, resulta probable que el gran cambio en la familia sea el experimentado en la década de 1970: los cambios futuros serán probablemente menos dramáticos e irán en la misma dirección que los que tuvieron lugar en los años setenta. No debe sin embargo olvidarse que la inmensa mayoría de todos los norteamericanos (más del 90 por 100) sigue contrayendo matrimonio y que la mayoría de los residentes en Estados Unidos (el 62 por 100 en 1979) forman parte de un hogar que consta de marido y mujer. Por otro lado, la mayoría de los hijos menores de 18 años (el 77 por 100 en 1979) viven con su padre y con su madre. El matrimonio y la familia no son instituciones universales ni en Estados Unidos ni en ninguna otra sociedad industrial, pero siguen constituyendo la forma de

convivencia predominante en el mundo industrializado. RESUMEN Y CONCLUSIONES Varios factores demográficos han influido sobre el status de la mujer sobre todo la disminución de la mortalidad, el descenso de la fecundidad y la urbanización. La dependencia de la mujer respecto del hombre ha disminuido a medida que su vida se ha alargado y que pasa una mayor parte de la misma sin hijos en un entorno urbano donde existen alternativas a la procreación y a la vida familiar. A su vez la elevación del status de la mujer parece jugar un papel importante en el mantenimiento de la fecundidad a un nivel bajo, y puede constituir un factor potencialmente importante para reducirla en los países menos desarrollados. Esta influencia parece producirse mediante la elevación de los costes (tanto directos como de oportunidad) de tener hijos incrementando al mismo tiempo la conciencia de las ventajas que tenerlos puede significar. Un factor especialmente decisivo a la hora de ampliar el rol social femenino es la posposición del matrimonio y de la procreación hasta después de la adolescencia. pues ello aumenta las probabilidades de que surjan posibilidades alternativas. El crecimiento demográfico y el status de la mujer son factores importantes subyacentes en los cambios que la familia ha experimentado. La independencia económica de las mujeres y las presiones económicas se han combinado con otra amplia serie de cambios sociales (tales como una mayor tolerancia sexual y un menor control social sobre la familia) para producir la posposición del matrimonio, el aumento de la cohabitación, el aumento de la ilegitimidad, el aumento de la tasa de divorcios, una disminución en el número de nuevos matrimonios y una disminución general del tamaño de la familia. Resulta probable que la década de 1970 registrase el cambio más rápido en la familia y que el futuro traiga únicamente la prolongación de las pautas actuales sin ninguna alteracion espectacular. El futuro nos traerá, sin embargo, una variación espectacular al menos en un segmento de la sociedad: el de la población anciana. En el próximo capítulo analizaremos la relación entre el crecimiento de la población y su envejecimiento.

Capitulo 14 Crecimiento poblacional y envejecimiento de la población. ¿Qué se considera viejo? Aspectos biológicos del envejecimiento. Aspectos sociales del envejecimiento. ¿Cuantas pensonas de edad avanzada existen?. Crecimiento de la población de edad avanzada en Estados Unidos. Caracteristicas demográficas de la población de edad avanzada. Edad y sexo. Estado civil y formas de convivencia. Educación.

Participación en la población activa e ingresos. ¿Con cuánto dinero cuentan los ancianos norteamericanos para vivir? Las personas de edad de los grupos minoritarios. El envejecimiento y el futuro de la sociedad. Resumen y conclusiones.

CRECIMIENTO POBLACIONAL Y ENVEJECIMIENTO DE LA POBLACIÓN Casi todos los viejos son básicamente iguales: han perdido el interés por lo sexual, se encuentran mal la mayor parte del tiempo, no rinden laboralmente tanto como la gente más joven y tienen ingresos por debajo del nivel de pobreza. Pues bien, si el lector cree todo esto realmente está mal informado. La verdad, en efecto, es que en Estados Unidos (y en realidad en cualquier otro país) los viejos no son todos básicamente iguales. Al contrario, tras varias décadas de historia personal y de exposición a múltiples pautas distintas de interacción social, los viejos tienden a parecerse entre sí menos aún que las personas de edades menos avanzadas. Entre las personas de edad avanzada existe una gran diversidad en cuanto a interés por lo sexual, a satisfacción vital (habiendo quien es muy desgraciado y quien es extremadamente feliz), a rendimiento laboral y a nivel de ingresos. Quiere esto decir que quien se lance alegremente a fáciles estereotipaciones de los viejos asume un riesgo de equivocarse elevado, y además creciente, ya que la población anciana está aumentando en el mundo, y sobre todo en los países industrializados, a un ritmo rápido. El descenso mundial de la mortalidad no sólo ha supuesto que más recién nacidos logren sobrevivir hasta llegar a adultos: ha significado también que más adultos logren sobrevivir hasta llegar a viejos. En consecuencia, las mismas sociedades que se han visto ante la necesidad urgente de proporcionar educación, trabajo y alimentos a un sector juvenil en rápida expansión, tendrán que enfrentarse también con el problema de atender a un número cada vez mayor de ancianos, a medida que dichas cohortes jóvenes vayan avanzando a lo largo del ciclo vital. En este capítulo vamos a considerar tanto las causas como las consecuencias de este aumento en el número de personas de edad avanzada. Comenzaré definiendo lo que se entiende por población de edad avanzada para después examinar su tamaño y distribución geográfica por el mundo y analizar por qué, y con qué ritmo, está creciendo. A continuación me centraré en la situación existente en Estados Unidos, analizando no sólo el aumento, en proporción y en números absolutos, de la población anciana sino también sus características demográficas. Este análisis de las características de la población de edad avanzada preparará el terreno para el análisis de la manera en que el proceso de envejecimiento puede influir con toda probabilidad, sobre el curso futuro de la sociedad, sobre todo en Estados Unidos. ¿Qué se considera viejo? La edad, tal y como generalmente la concebimos, es algo socialmente construído; es decir, algo de lo que hablamos y que definimos y redefinimos a partir de categorías sociales y no pura y simplemente biológicas. La célebre pregunta de Satchel Paige: “¿Qué edad tendrías si no supieras la edad que tienes?”, o incluso el conocido lugar común: “Sólo es viejo quien se siente viejo”, expresan

claramente la idea de que la edad viene definida por nuestra interacción con otros individuos en el mundo social. Si los demás me definen como una persona vieja, me tratarán como a una persona vieja, con independencia de que yo sienta o no que efectivamente lo soy. La vejez no tiene un umbral cronológico explícito. No obstante, en Estados Unidos, y en la mayoría de los países del mundo, suele definirse la vejez como el período de la vida que empieza a los 65 años. Esta cifra tiene un carácter casi mitíco en Estados Unidos, ya que es la edad en que se alcanza el derecho a disfrutar de importantes ayudas estatales como la seguridad social y la atención gratuita médica y hospitalaria. En 1935, cuando el actual sistema de seguridad social estadounidense fue diseñado, se estableció el requisito de contar con 65 años, y no otra edad, más por costumbre que por elección deliberada. Esa era en efecto la edad establecida normalmente para la jubilación en los escasos fondos de pensiones norteamericanos entonces existentes así como en el sistema de seguridad social alemán. La Older American Act (Ley sobre los norteamericanos de más edad) aprobada en 1965 por el Congreso de los Estados Unidos estableció ayudas, en algunos de sus programas, para las personas de 60 o más años, pero en general la edad de 65 años constituye un punto de referencia firmemente asentado en el mundo occidental, y en consecuencia es la que adoptaré en este capítulo para definir la vejez. El lector debe sin embargo tener bien claro que se trata de una decisión arbitraria, y que por el simple hecho de cumplir sin más 65 años una persona no pasa a tener automáticamente todos los rasgos definitorios de la vejez. De hecho, la mayor parte de los individuos no se perciben a sí mismos como viejos sino mucho más all de esa edad. Nuestro interés demográfico por las personas de edad avanzada se deriva del hecho de que, a medida que el número de las mismas aumenta en términos absolutos y proporcionales, tienen lugar importantes cambios en la organización de la sociedad. Las instituciones legales, políticas, educativas, familiares y económicas experimentan, por igual, cambios a medida que en la sociedad aumenta, aunque sólo sea levemente, el peso relativo de la población de edad avanzada. Ello se debe al hecho de que el envejecimiento introduce variaciones tanto biológicas como sociales en la vida de los individuos. Aspectos biológicos del envejecimiento El envejecimiento biológico se caracteriza por un conjunto de procesos concurrentes designado globalmente como senectud, que consiste en una disminución de la capacidad física junto con un aumento de la vulnerabilidad ante la enfermedad. Algunas de las principales generalizaciones que pueden hacerse sobre el envejecimiento son las siguientes: (1) los cambios fisiológicos que se producen tienden a ser irreversibles pero graduales a todo lo largo del periodo que va desde la edad adulta a la vejez; (2) a mayor complejidad de una función corporal, mayor la rapidez de su declive; (3) los individuos envejecen con ritmos diferentes, y dentro de una misma persona los distintos tejidos y sistemas pueden asimismo envejecer con ritmos desiguales; (4) el envejecimiento origina una disminución de la capacidad de reaccionar ante el stress; (5) el envejecimiento comporta una menor resistencia ante la enfermedad. La explicación actualmente más aceptada de por qué la gente se hace más vulnerable ante la enfermedad y la muerte a medida que envejece es que con la edad disminuye la eficacia del sistema innunológico del organismo. La alimentación desempeña también un papel importante en el envejecimiento biológico (de forma similar a como afecta a la salud en todas las

edades): las probabilidades de defunción son mayores en aquellas personas ancianas que no tienen una dieta adecuada. Es importante no confundir la senectud, o proceso biológico de envejecimiento, con la senilidad. Este segundo término alude a la pérdida de facultades mentales que, según sabemos hoy, es producto de un amplio número de enfermedades muchas de las cuales son, de hecho, remediables. Cuando somos jóvenes tendemos a menudo a percibir de forma exagerada los cambios físicos que realmente conlleva el hecho de envejecer. El carácter gradual de dichos cambios permiten generalmente una progresiva adaptación a los mismos; por otro lado los cambios más significativos pueden tener lugar más tarde, o ser diferentes en naturaleza, de lo que sospechábamos cuando éramos más jóvenes. Por ejemplo, una de las ideas más estereotipadas sobre la vejez se refiere a la actividad sexual de las personas de edad avanzada. En realidad, dicha actividad sexual tiende a mantenerse, y en un nivel sustancialmente elevado, hasta edades muy avanzadas, al menos hasta el fallecimiento de uno de los cónyuges. El grado de frecuencia y de satisfacción de las relaciones sexuales en la vejez parece depender más de las preferencias individuales que de la edad en sí misma. Es decir, resulta probable que quienes de jóvenes disfrutaron de una vida sexual activa sigan teniéndola de viejos. Sin duda la capacidad física de una persona para tener relaciones sexuales puede disminuir con la edad: pero con toda probabilidad su nivel de actividad sexual estará influido más por factores sociales que por factores biológicos. Aspectos sociales del envejecimiento El mundo social de los ancianos es diferente del de las personas más jóvenes porque prácticamente todas las sociedades cuentan con un sistema de estratificación por edad, o lo que es igual, de asignación de papeles y status sociales sobre la base de la edad. A medida que los individuos envejecen cambian las obligaciones y expectativas sociales a ellos referidas. Por otro lado determinados tipos de conducta son considerados apropiados para algunas edades pero no para otras. En los países occidentales quizá el aspecto más crucial de la estratificación por edad sea la relegación de los ancianos a un status más bajo que el de las personas más jóvenes. Distintos indicadores de status, tales como grado de participación en los recursos económicos, influencia en los procesos de toma de decisiones y amplitud de las relaciones sociales, concurren en sugerir que en la sociedad occidental el envejecimiento conlleva una pérdida de status. ¿Por qué es esto así? ¿Por qué los países industrializados occidentales difieren en este terreno de las sociedades agrícolas tradicionales? La explicación más conocida de este fenómeno es la propuesta por Donald Cowgill (1979). Su teoría se basa en el modelo causal en el que cuatro factores básicos inherentes al proceso de modernización (tecnología sanitaria, tecnología económica, urbanización y educación) se combinan para dar lugar a una disminución del status de la población de edad avanzada. La tecnología sanitaria que acompaña a todo proceso de modernización aumenta la longevidad, como ya sabemos. A su vez, la mayor longevidad genera una competencia intergeneracional por los puestos de trabajo, dado que no es ya probable que se produzcan fallecimientos que permitan a los jóvenes integrarse, y prosperar, en el mercado laboral. Esta competencia ha dado lugar al fenómeno que denominamos jubilación. El trabajo constituye una actividad altamente valorada en la sociedad,

ya que el trabajo origina ingresos; y dado que los ingresos constituyen uno de los principales factores definitorios del status, la jubilación conlleva inexorablemente una pérdida de status. La tecnología económica que acompaña al proceso de modernización implica la creación de ocupaciones nuevas, fundamentalmente urbanas. Dado que hay más probabilidades de que los jóvenes, y no los viejos, sean quienes emigren a las ciudades, y que las ocupaciones urbanas tienden a estar mejor pagadas que las rurales, el resultado es “una inversión de status, derivado del hecho de que los hijos logran alcanzar un status más elevado que el de sus padres. en vez de simplemente pasar a ocupar el status de éstos, como en la mayoría de las sociedades premodernas”. El tercer factor que según Cowgill origina una disminución del status de los viejos es la urbanización. Además de guardar relación con la movilidad geográfica y la inversión de status, como ha sido ya mencionado, la urbanización da lugar a una segregación residencial entre viejos y jóvenes. Esto a su vez origina una mayor distancia social entre generaciones, relegando a los padres a un papel más periférico en la vida de sus hijos. La mayor distancia física entre los componentes de las distintas generaciones contribuye así a aumentar la distancia social y a reducir aún más el status de los viejos. El proceso de modernización guarda una estrecha asociación con el aumento de la educación formal. En las sociedades preliterarias la educación consiste fundamentalmente en la transmisión, por parte de los ancianos, de sus experiencias en la vida. La idea de que se aprende a fuerza de darse golpes, y de que la experiencia es el mejor maestro (ideas éstas que incrementan el status de los viejos) son ampliamente predominantes. La modernización, por el contrario, tiende a institucionalizar la educación formal de masas, cuyo contenido es más técnico que vivencial. Los nuevos programas educativos son dirigidos siempre fundamentalmente a los jóvenes. En consecuencia éstos terminan teniendo un nivel educativo superior al de sus padres. El resultado de todo ello es el empeoramiento de la posición de los viejos al aumentar la distancia intelectual y moral (es decir, de valores) entre generaciones. La educación trae consigo (de hecho forma parte de) un cambio en el sistema de valores de la sociedad. La espiral creciente del proceso educativo se traduce en la variación de los valores y de los niveles intelectuales de una generación a otra. A medida que las fuerzas históricas moldean y determinan el status de los viejos en la sociedad, contribuyen también a configurar el carácter mismo de éstos. Esta es justamente la idea que subyace en el concepto de flujo de cohorte, que alude a la evolución a lo largo del tiempo de un grupo de personas. Matilda White Riley ha explicado claramente este concepto al indicar que cada cohorte “está vinculada a la historia de la sociedad a través de su fecha de nacimiento. En consecuencia el envejecimiento de cada cohorte se ve influido por la especial situación en la historia de la época a la que pertenece”. Así pues, en una era de cambio social acelerado como la del último siglo, cabe esperar que cada nueva generación que alcanza la vejez difiera sustancialmente de la anterior. Esto tiene importantes implicaciones para el futuro de la sociedad, como veremos más adelante en este capítulo, ya que lo que viene a implicar es que el cambio social y la innovación no son solamente cosa de jóvenes. Empezamos ahora a comprender que los cambios sociales experimentados por las personas más jóvenes transformar n también a la población de edad avanzada, a medida que dichas cohortes vayan llegando a la vejez.

¿Cuántas personas de edad avanzada existen? En 1980 existían en el mundo unos 260 millones de personas con 65 o más años de edad. Si todos vivieran bajo una misma bandera constituirían, sencillamente, el cuarto país más grande del mundo. Dicha población anciana representaba el 6 por 100 de la población mundial total. Ahora bien, no hay que olvidar que este porcentaje varía considerablemente de unos lugares del mundo a otros. Por ejemplo, en 1980 los países más desarrollados comprendían sólo el 27 por 100 de la población total mundial, pero el 48 por 100 de la población mundial de más de 65 años. Estas amplias diferencias entre distintas regiones del mundo en cuanto al número de ancianos están influidas, por supuesto, por las diferencias existentes en cuanto a la mortalidad. En los países más desarrollados la esperanza media de vida al nacer es de 71 años, frente a sólo 56 en los países menos desarrollados. El tamaño total de la población influye también en esta cuestión. Por ejemplo, la población de China continental es tan grande que aun cuando sólo el 5 por 100 de la misma (frente a un promedio del 10 por 100 en los países más desarrollados) tiene 65 o más años, China es el país del mundo con mayor número absoluto de ancianos: 48 millones en 1979. Estados Unidos y la Unión Soviética ocupan el segundo lugar con unos 25 millones de viejos cada uno. La India, pese a ser el segundo país más poblado del mundo, aparece sólo en cuarto lugar en cuanto a número total de ancianos, con 20 millones. En conjunto, el 45 por 100 de todas las personas con 65 o más años existentes en el mundo viven en los cuatro países más poblados. La proporción existente de pesonas de 65 o más años respecto del total de población de un país depende fundamentalmente de la tasa de natalidad: una tasa de natalidad baja eleva la proporción relativa de viejos sobre el total; una tasa de natalidad alta la reduce. La mortalidad, y, en menor medida la migración tienen sin embargo también alguna influencia sobre la proporción de viejos existentes en un país. En consecuencia, la mayor proporción de población anciana se registrará en una sociedad que tenga una baja tasa de natalidad, una baja tasa de mortalidad y un saldo migratorio negativo, es decir, más emigración que inmigración (ya que los emigrantes suelen ser adultos jóvenes). La República Democrática Alemana (Alemania oriental) constituye a este respecto un buen ejemplo, ya que reúne estos tres requisitos; en consecuencia registra el porcentaje más elevado del mundo de población mayor de 64 años (16 por 100). Inversamente, la menor proporción de personas ancianas se registrará en un país con alta natalidad, alta mortalidad y saldo migratorio positivo, es decir, más inmigración que emigración. Mali presenta como mínimo los dos primeros requisitos y cuenta con la proporción más baja, a nivel mundial, de población mayor de 65 años: tan sólo el 1 por 100 de sus 6 millones de habitantes tienen esa edad u otra superior. En conjunto África es la región del mundo con menor proporción de viejos en su población: tan sólo el 3 por 100, en promedio. Crecimiento de la población de edad avanzada en Estados Unidos En el año 1900, Estados Unidos contaba solamente con algo más de 3 millones de personas con 65 o más años y con sólo 122.000 personas con más de 85 años. En 1980 el número estimado de personas mayores de 65 años alcanzaba casi los 25 millones (lo cual suponía un aumento del 800 por 100 en 80 años), mientras que la población mayor de 85 años superaba los 2 millones (un aumento, por tanto, del 700 por 100). Al final de este siglo existirán casi 31 millones de norteamericanos ancianos, de los cuales más de 3 millones tendr án más de 84 años. Entre 1950 y 1980, cuando la población mundial

registró un crecimiento explosivo, del 2 por 100 anual, la población de edad avanzada aumentó en Estados Unidos en un 2,3 por 100 anual. En realidad la población de más de 85 años de edad aumentó en Estados Unidos a lo largo de ese período a un ritmo del 4,2 por 100 anual. Estas cifras explican la creciente preocupación por las condiciones de vida de los ancianos, y el rápido aumento, en Estados Unidos, de las partidas presupuestarias destinadas a ayudar a la población de edad avanzada. A la hora de estimar el posible crecimiento futuro de la población anciana estadounidense resulta posible realizar proyecciones muy razonables para, al menos, los próximos 65 años, dado que esos futuros viejos han nacido ya y que no es probable que se produzcan cambios sustanciales en la mortalidad durante las próximas décadas. La baja tasa de natalidad registrada durante la Depresión significa que a medida que los nacidos durante ese período vayan llegando a los sesenta años, a finales de este siglo se producirá una disminución temporal del crecimiento de la población anciana. Cabe en efecto esperar que entre 1890 y el año 2000 la población de 65 y más años aumente sólo en unos 2 millones (pasando de 29,8 a 31,8 millones), aumento reducido si lo comparamos con el registrado en las décadas de 1970 y 1980 (5 millones en cada una). Por supuesto, a medida que la generación del “baby boom” vaya alcanzando la vejez, lo cual se producirá entre el año 2010 y el 2030, se producirá una explosión en el número de ancianos, que pasará de 34,8 millones en 2010 a 55 millones en 2030. Tras esto, la baja fecundidad de los últimos años de la década de 1960 y de la década de 1970 dará lugar a la estabilización del tamaño de la población anciana norteamericana (datos tomados de U.S. Bureau of Census, 1978b). Características demográficas de la población de edad avanzada En las páginas siguientes exploraremos las características demográficas de la población anciana. Centraremos nuestra atención en el caso de Estados Unidos, ya que es el país para el que disponemos de mayor información, pero cuando sea posible recogeré también datos referidos a otras sociedades. Vamos a considerar la distribución por sexo y edad de la población mayor de 65 años, su nivel educativo, su ocupación y grado de participación en la población activa, sus ingresos, su estado civil, sus formas de convivencia y su raza. Edad y sexo No hay que olvidar que la población anciana rara vez constituye un grupo homogéneo. El definir como vieja a la población con edades superiores a 65 años implica tomar en consideración una gran variedad de edades. Por ejemplo, no resulta infrecuente en Estados Unidos que personas de 65 años sigan teniendo vivos a uno de sus padres al menos. A medida que las generaciones más jóvenes vayan envejeciendo esto será aún más frecuente, ya que la edad en que las mujeres completan su ciclo reproductivo ha ido disminuyendo y por tanto se ha reducido la diferencia de edad entre padres e hijos. haciendo en consecuencia más probable su supervivencia conjunta hasta edades avanzadas. Así pues, el “bache generacional” que probablemente parecía tan obvio cuando padres e hijos eran jóvenes, puede seguir vigente en las relaciones interpersonales pero camuflado por el hecho de que ambas partes serán ya ancianas. Desde el punto de vista de la sociedad, la composición por edad y sexo de la población anciana

incide sobre el tipo y nivel de servicios a proporcionar para mantener la calidad de vida inalterada. Dado que generalmente la salud se deteriora más rápidamente después de los 75 años, aproximadamente, el tamaño de la población "vieja-joven" (es decir, la comprendida entre los 65 y los 79 años) en relación con el de la población "vieja-vieja" (es decir, la mayor de 80 años) resulta de gran importancia. Por otro lado, dado que las mujeres tienden a sobrevivir a los hombres, el número de viudas existentes en las edades avanzadas afecta también a la estructura social (estado civil, formas de convivencia, ingresos y pautas de interacción social, de la población anciana. Aun cuando el número absoluto de ancianos crecerá, en el futuro inmediato, a un ritmo inferior al registrado durante el período 1950-1980, el hecho de que la población anciana se vaya haciendo proporcionalmente más vieja seguir creando la necesidad de dedicar recursos a la población de edad avanzada. Esta necesidad se incrementar sobre todo en lo referido a atención sanitaria, cuidados a largo plazo, transportes, viviendas subvencionadas, cuidados diurnos, comidas preparadas, aseo personal y ayuda doméstica. En 1977 el gasto medio en atención sanitaria por persona mayor de 65 años ascendió a 1.745 dólares. Aunque este dinero procedía de distintas fuentes (seguros privados, gobierno federal o estatal o los mismos particulares) la mayor parte, en realidad el 67 por 100, era dinero público. En conjunto, 41.000 millones de dólares se gastaron en 1977, en Estados Unidos, para proporcionar atención sanitaria a los ancianos. Esta cifra supuso un espectacular aumento en comparación con los 8.000 millones gastados, con ese mismo fin, en 1966. Como han señalado Gibson y Fisher, esta cantidad seguirá aumentando. Dentro del grupo de los mayores de 65 años, la proporción de personas con 75 o más está creciendo. Dado que las personas de mayor edad tienden a padecer enfermedades crónicas (casi la mitad del total de personas con más de 65 años se ven limitadas en su actividad como consecuencia de alguna dolencia crónica) y que las enfermedades y heridas tienen mayor incidencia en ellas, suelen ser hospitalizadas con mayor frecuencia y durante periodos más prolongados. Por ejemplo, en Estados Unidos el número medio de días de estancia en un hospital era de 8,3 para las personas mayores de 85 años, pero de sólo 3 para las que tenían entre 65 y 69 años. El uso anual de las casas de convalecencia por las personas mayores de 85 años era de 86 días al año, en promedio, cifra cinco veces mayor que la correspondiente al conjunto de todos los mayores de 65 años. Dado que la mayor parte del coste de estas hospitalizaciones es sufragada con fondos públicos, resulta claro que el envejecimiento de la población anciana, así como el aumento global en el número de viejos, se traducir en una presión creciente sobre el presupuesto nacional. Distribución por sexo de la población de edad avanzada. Es bien sabido que las mujeres tienden a vivir más que los hombres. En Estados Unidos existen aproximadamente 146 mujeres mayores de 65 años por cada 100 hombres. Por lo general ésta es la pauta en las sociedades industrializadas (incluso, de forma más general, en las sociedades occidentalizadas). En Suecia, en 1976, había 128 mujeres mayores de 65 años por cada 100 hombres de esas edades; en Japón la razón era 132:100, y en Méjico 112:100. En la mayoría de las sociedades las mujeres llevan la delantera, en cuanto a capacidad de supervivencia, desde el momento mismo de la concepción y en algunos paises, como por ejemplo Estados Unidos, las diferencias a este respecto

entre hombres y mujeres se acrecientan con la edad. Esta pauta, sin embargo, no se registra de forma universal en todas las sociedades. En la India, en 1977, había sólo 93 mujeres mayores de 65 años por cada 100 hombres de esas edades. La India es, en efecto, uno de los 24 países en los que la población anciana masculina supera en tamaño a la femenina. De esos 24 paises, 22 se encuentran o en África o en Asia occidental, Asia y Oriente Medio. Casi todos son países en los que predominan religiones tradicionales locales, o bien el Islam, factor éste que tiene importancia, ya que en ese tipo de sociedades el status de la mujer tiende a ser más bajo. En al menos cuatro casos la religión islámica es la religión oficial del estado; por otro lado en la lista se encuentran el segundo y tercer países con mayor número de población musulmana: la India y Bangladesh. En África (sobre todo en la región septentrional) y en la parte occidental de Asia (incluyendo a Oriente Medio) el status de la mujer es particularmente bajo en relación con el nivel medio mundial. Resulta así probable que en esos países las mujeres se encuentren en desventaja en cuanto a alimentación y atención sanitaria (incluyendo la protección contra los riesgos de la mortalidad materna en los países de alta fecundidad) y que esa desventaja se traduzca en la existencia de menores proporciones de mujeres que lleguen a ancianas. Estado civil y formas de convivencia El desequilibrio que en la mayoría de las sociedades se produce en la proporción de hombres y mujeres viejos refleja la existencia de cambios en el estado civil que a su vez implican cambios en las formas de convivencia para muchos individuos a medida que envejecen. En Estados Unidos, en 1976, el 79 por 100 de todas las mujeres de 35 a 39 años estaban casadas y vivían con sus esposos: entre las de 65 a 74 años este porcentaje había pasado a ser del 47 por 100 y entre las mujeres de 75 o más años sólo el 22 por 100 seguían casadas y viviendo con su esposo. De hecho, entre las mujeres norteamericanas mayores de 75 años más de las dos terceras partes son viudas. La situación existente en Estados Unidos a este respecto constituye un reflejo de la encontrable en el resto del mundo. Las probabilidades de que, al envejecer, los hombres experimenten un cambio en su estado civil son, lógicamente, menores ya que lo usual es que sus esposas les sobrevivan. El cambio de estado civil, ¿afecta a las formas de convivencia? La respuesta es sí, puesto que son más las mujeres que terminan viviendo solas. Por otro lado, la creencia común de que los viejos suelen terminar en un asilo es, como quizá ha supuesto el lector, un mito. Tan sólo el 5 por 100, aproximadamente, de los ancianos norteamericanos reside en viviendas colectivas especialmente diseñadas para acoger ancianos. En otras palabras, para las mujeres, en Estados Unidos, la vejez supone con mayor probabilidad vivir sola que hacerlo en una institución o con otras personas de edad. En 1978 el 36 por 100 de todas las mujeres con edades entre 65 y 74 años vivían solas, porcentaje que subía al 48 por 100 entre las mayores de 75 años. Entre los hombres, el vivir solo es menos frecuente: entre los que tenían entre 65 y 74 años el 13 por 100 vivían solos, mientras que entre los que tenían más de 75 años, ese porcentaje era del 21 por 100. En las sociedades norteamericana y europea, los ancianos viven mucho más distanciados de sus hijos que en sociedades asiáticas como, por ejemplo, Japón. En Japón no sólo es corriente que cuando uno de los cónyuges muere el superviviente vaya a vivir con sus hijos, sino que incluso las tres cuartas partes de las parejas ancianas viven con un hijo. Esta forma de convivencia se da en menos del 20 por 100 de todas las

parejas ancianas estadounidenses. ¿Se occidentalizarán a este respecto los japoneses y, en consecuencia, variar esta pauta de convivencia de los ancianos con sus hijos? Quizá si, pero de ser así el proceso ser probablemente muy lento, ya que no es probable que en el transcurso de una sola generación se erosione el respeto y dignidad de que los ancianos gozan en Japón. Aun cuando la proporción de padres ancianos que viven con sus hijos está disminuyendo en dicho país, sobre todo en las áreas urbanas y entre las personas de mayor nivel educativo (como cabría esperar según la teoría de Cowgill), de seguir la pauta actual, más de las dos terceras partes de todos los ancianos seguirán viviendo con sus hijos en el año 2000. Educación En la actualidad, en el mundo, los viejos tienen niveles educativos más bajos que los adultos jóvenes. En Estados Unidos en 1978, por ejemplo, las personas de 25 a 34 años tenían casi dos veces más probabilidades que las mayores de 65 años de ser bachilleres; y dichos adultos jóvenes tenían tres veces más probabilidades de ser graduados universitarios. La razón de esto, como ya indiqué antes, es que las personas de más edad crecieron en una época en la que no era tan corriente el ir a la universidad o, incluso, el terminar el bachillerato. De hecho, en tan sólo los 8 años que van de 1970 a 1978 la proporción de personas mayores de 65 años que, en Estados Unidos, tenían el título de bachiller aumentó del 16 al 22 por 100. Este incremento se debió exclusivamente a la existencia de un nivel educativo más elevado entre las nuevas cohortes que llegaban a la vejez, no a los recientes y todavía aislados intentos de volver a conectar a la población de edad avanzada con el sistema educativo. Si los viejos tienen, en promedio, un nivel educativo más bajo no es porque sean menos competentes, o estén menos capacitados para seguir estudios superiores o incluso porque sean menos ambiciosos, sino más bien porque el mundo ha experimentado, a lo largo de los últimos dos o tres siglos, una verdadera escalada educacional como consecuencia de la cual cada generación tiende a tener un nivel educativo superior al de la auterior. Por ejemplo, en Italia en 1981 menos del 20 por 100 de las mujeres con 71 o más años de edad sabían leer y escribir, mientras que entre las de 21 a 30 años este porcentaje era del 40 por 100. Diferencias similares se daban entre los hombres y podían también hallarse en otras sociedades europeas decimonónicas. A partir de la consideración del nivel educativo alcanzado por las personas que en 1980 tenían entre 30 y 39 años, podemos estimar el nivel educativo que en el año 2015 tendrán las personas de 65 a 74 años. Ahora bien, si se producen modificaciones en el sistema educativo en el sentido de que las personas de todas las edades tengan un mayor acceso a la educación, entonces en el futuro las diferencias, en cuanto a nivel educativo alcanzado, entre los sectores más jóvenes y más viejos de la población disminuirán. Participación en la población activa e ingresos En las sociedades industrializadas la vejez constituye por definición el período en que se abandona la población activa. La aprobación en Estados Unidos de la Social Security Act (Ley de la seguridad social) a mediados de la Gran Depresión de los años treinta obedeció al propósito explícito de motivar a la gente para dejar de trabajar. La idea era permitir que las personas empleadas de más

edad dejasen el sitio a los trabajadores jóvenes, disminuyendo así entre éstos la tasa de desempleo. La edad arbitrariamente escogida de 65 años quedó consagrada como la edad de jubilación. La mayoría de las empresas y de los organismos oficiales hicieron de los 65 años la edad obligatoria de retiro. Una rápida consideración de las prestaciones de la seguridad social permite detectar los incentivos que tiene un trabajador jubilado para seguir inactivo tras su jubilación. Entre los 65 y 72 años de edad una persona no puede compatibilizar las prestaciones que recibe de la seguridad social con un trabajo en el que percibe más de unos pocos miles de dólares anuales (los ingresos procedentes de pensiones e inversiones no cuentan a estos efectos, con lo cual esta regla no afecta de la misma manera a los más ricos). Sólo a partir de los 72 años una persona puede trabajar a tiempo completo y al mismo tiempo percibir, íntegramente, las prestaciones de la seguridad social. Este sistema, combinado con la jubilación forzosa, ha funcionado bien como mecanismo de expulsión de la población de edad avanzada de la población activa. En efecto, en 1890 el 75 por 100 de todos los varones seguían trabajando después de los 64 años mientras que en 1977 sólo el 20 por 100 seguían empleados después de esa edad. La disminución de la participación de la población de edad avanzada en la fuerza de trabajo ha experimentado una aceleración considerable en años recientes. Por ejemplo, en 1960 más del 33 por 100 de todos los hombres con 65 o más años seguían trabajando (al menos a tiempo parcial), mientras que en 1977 ese porcentaje era tan sólo del 20 por 100. La tasa de empleo de las mujeres de edad ha disminuído también, aunque no tanto. En 1960, el 11 por 100 de las ancianas seguían trabajando, frente a sólo el 8 por 100 en 1978. Entre los hombres la pauta es similar para blancos y negros; en cambio las probabilidades de que las mujeres negras sigan trabajando en la vejez son inferiores en un 50 por 100 a las de las mujeres blancas. El tipo de persona con mayores probabilidades de seguir trabajando en edades avanzadas corresponde al varón, casado y que vive con su esposa. No parece preciso indicar que cuando una persona abandona la población activa lo más probable es que su nivel de ingresos disminuya. La pensión mínima que concede la seguridad social se encuentra por debajo del nivel de pobreza si bien el establecimiento en 1974 del SSI (Supplemental Security Income: Ingresos suplementarios de la seguridad social) para los ancianos ha venido a significar que la mayoría de éstos tienen ahora garantizado, en Estados Unidos, un nivel de ingresos superior al nivel de pobreza. De hecho, entre 1959 y 1976 el porcentaje de ancianos con ingresos por debajo del nivel de pobreza disminuyó, en Estados Unidos, del 35 al 15 por 100. Con todo, esta segunda cifra sigue siendo superior a la media total nacional. que en 1976 era del 12 por 100. ¿Con cuánto dinero cuentan los ancianos norteamericanos para vivir? En 1977 la renta media de las familias a cuya cabeza se encontraba una persona de 65 o más años era de 9.110 dólares anuales, es decir, apenas algo más de la mitad de la media general de todas las rentas familiares, que ascendía a 16.009 dólares. En gran medida esta diferencia se debe al hecho de que los ancianos no forman parte de la población activa. Obsérvese que en 1977 las personas de 65 o más años cuyos únicos ingresos eran los procedentes de un trabajo ganaban en promedio 15.304 dólares al año, es decir, una cifra muy cercana a la media total familiar. En cambio las familias de ancianos sin más ingresos que las pensiones de la seguridad social ganaban al año un promedio de tan sólo 4.370 dólares. Afortunadamente en 1977 sólo el 7 por 100 de las familias norteamericanas

encabezadas por una persona de 65 o más años tenían como único ingreso la pensión de la seguridad social. Casi todas las familias lograban combinar las prestaciones de la seguridad social con otras fuentes de ingresos tales como pensiones, dividendos o intereses, rendimientos de propiedades inmobiliarias, retribuciones por trabajo (incluyendo el caso de los auto-empleados) o asistencia pública. En la vejez, el hecho de ser propietario de la propia casa sin duda aumenta la sensación de seguridad: pues bien, el 70 por 100 de todos los ancianos estadounidenses son dueños de sus casas. Desgraciadamente la inflación mundial de la década de 1970 ha socavado el nivel de ingresos de los ancianos, especialmente los de aquéllos que reciben pensiones no actualizables en función del nivel de precios. El resultado era fácil de predecir: un lento, pero perceptible, aumento del número de jubilados que vuelven a integrarse en la población activa, empezando una nueva carrera. Por supuesto, no todos los ancianos viven en familias. Muchos, especialmente aquéllos que se encuentran en la octava o novena década de vida, viven solos como individuos sin parientes: ése era el caso, en 1977, en Estados Unidos, de casi la mitad de todos los ancianos. La renta media de estas personas era de sólo 3.829 dólares, mientras que la renta media de todas las personas que en Estados Unidos vivían solas sin parientes era de 5.907 dólares. El 17 por 100 de estas personas viejas y sin parientes contaban, para vivir, exclusivamente con la pensión de la seguridad social, lo que suponía unos ingresos medios anuales de 2.768 dólares: el resto contaba con al menos una fuente adicional de ingresos. En conjunto la conclusión es clara: quien no cuente en su vejez con más ingresos que la pensión de la seguridad social bordear el nivel de pobreza. ¿Cómo puede una persona aumentar sus probabilidades de tener una situación favorable cuando llegue a vieja? La respuesta es: teniendo de joven una situación favorable. Por ejemplo, el nivel educativo alcanzado guarda una estrecha relación con el nivel de ingresos que se tiene en la vejez. En Estados Unidos, en 1977, las personas con 65 o más años que habían completado cinco o más años de estudios universitarios tenían una renta promedio de 21.706 dólares anuales. De ellas el 19 por 100 seguía aún trabajando, a tiempo completo, todo el año. En cambio las personas que después de obtener el título de bachiller no siguieron estudiando tenían, en promedio, unos ingresos de 10.780 dólares anuales y sólo el 11 por 100 seguía trabajando después de los 65 años a tiempo completo y todo el año. Cada año de estudios en la juventud reporta en promedio, en la vejez, unos 1.500 dólares anuales adicionales (en dólares de 1977). Sin embargo, al menos para un sector de la población norteamericana, el de los ancianos pertenecientes a grupos minoritarios, la obtención de un nivel de vida decoroso en la vejez resulta más difícil como consecuencia de la falta de oportunidades padecida en la juventud. Las personas de edad de los grupos minoritarios Suele decirse que las personas que son a la vez viejas e integrantes de un grupo étnico minoritario se encuentran ante un doble handicap. Como miembros de un grupo minoritario han tenido que pasarse la vida haciendo frente al prejuicio y la discriminación: como personas ancianas han de enfretarse además con la discriminación y el prejuicio de que es objeto toda persona por el solo hecho de ser vieja. En realidad, y para empezar, las personas pertenecientes a grupos minoritarios cuentan

con menos probabilidades que las pertenecientes a los grupos mayoritarios de llegar a viejas. Pero cuando llegan tienen asimismo menos probabilidades de hacerlo en buena situación económica. La estrechez económica de los ancianos pertenecientes a grupos minoritarios queda reflejada en la proporción de los mismos que se encuentra por debajo del nivel de pobreza: en 1977, mientras que sólo el 12 por 100 de los blancos con 65 o más años vivían por debajo de dicho nivel, lo hacían el 36 por 100 de los negros de esas mismas edades. En 1969 la mitad exactamente de todos los ancianos negros se encontraba por debajo del nivel de pobreza. Entre las personas de origen hispánico el 22 por 100 tenían en 1977 un nivel de vida inferior al nivel de pobreza. En términos de ingresos, las pautas correspondientes a los ancianos son similares a las registrables entre las personas más jóvenes, sólo que a un nivel más bajo. En 1977 la renta promedio familiar para los varones de 65 y más años de origen hispánico era de 8.971 dólares, y de 6.720 para los ancianos negros. Para las mujeres de esas mismas edades las cifras correspondientes eran 10.129 dólares para las de origen hispánico y 6.215 para las negras (U.S. Burean of Census, 1979d). Dos cosas resaltan en estos datos: en primer lugar, el hecho de que los ingresos de los ancianos de origen hispánico están mucho más cerca de los de los ancianos blancos (suponen el 83 por 100 de los ingresos de los blancos, en el caso de los hombres, y el 100 por 100 en el de las mujeres) de lo que lo están los ingresos de los ancianos negros (que representan el 70 por 100 de los ingresos de los blancos, en el caso de los hombres, y el 62 por 100 en el de las mujeres). En segundo lugar, las diferencias entre los ingresos de los ancianos negros y de los de origen hispánico respecto de los ingresos de miembros más jóvenes de dichas minorías (las personas con edades entre 55 y 59 años) son más reducidas que las encontrables entre los blancos. Por ejemplo, en 1977 los varones blancos de 65 y más años vivían en familias cuyos ingresos medios suponían sólo el 47 por 100 del nivel de ingresos de los blancos de 55 a 59 años. Entre los varones de origen hispánico y entre los varones negros dicho porcentaje era el mismo: 58 por 100. Una pauta análoga existía en el caso de las mujeres. La explicación de este hecho puede ser que los miembros de los grupos minoritarios no ganan, por lo general, tanto cuando son jóvenes como los blancos: por lo tanto, al envejecer tienen menos que perder que éstos. Desgraciadamente esto ha llevado a veces a la idea errónea de que los ancianos de los grupos minoritarios pueden adaptarse más fácilmente a la jubilación que los blancos, ya que la disminución en el nivel de vida que ésta comporta es menor para ellos que para éstos. El hecho de tener ingresos más bajos supone importantes variaciones, en cuanto a estilos de vida, para los ancianos de los grupos étnicos minoritarios. Ello incluye el tipo de vivienda de que pueden disponer. En las residencias de ancianos la proporción de personas pertenecientes a las minorías étnicas es mucho menor de lo que debería corresponder a su peso relativo en la población total. Esta cifra desproporcionadamente pequeña puede deberse en parte a la falta de interés por parte de los miembros de las minorías étnicas en residir en ese tipo de lugares (si bien hay pocas pruebas en las que apoyar esta idea) o bien puede deberse a la discriminación (y aquí si que hay pruebas a favor de este hipótesis). Sin embargo, el factor más importante no es, probablemente, ni el grado de aceptación de esas residencias, ni la discriminación, sino más bien el hecho mismo del coste de esas residencias de ancianos. Por otro lado, el coste de las viviendas disminuye las probabilidades de que los miembros de los grupos minoritarios sean dueños de sus casas al llegar a viejos. En 1976, en Estados Unidos, el 72 por 100 de todos los blancos con 65 o más años eran dueños de sus viviendas, frente a

sólo el 58 por 100 de los negros y el 55 por 100 de las personas de origen hispánico. Por otro lado, el menor nivel de ingresos de los ancianos de los grupos minoritarios, así como su situación minoritaria general, influyen sobre el tipo de ayudas que reciben: resulta en efecto más probable que entre los mismos el grado de ayuda recibido de parientes y amigos, más que de instituciones privadas o públicas, sea más alto que entre los blancos. Esto es cierto sobre todo en el caso de los ancianos de origen mejicano, pero también en el de los ancianos negros y asiáticos. La asistencia pública que, como consecuencia de la Older American Act de 1965 pueden obtener los ancianos norteamericanos, suele alcanzar menos a los ancianos pertenecientes a las minorías que a los ancianos blancos. A este respecto la lengua suele constituir una barrera importante. Por otro lado, los ancianos de los grupos minoritarios que logran tener acceso a las prestaciones estatales (tales como comidas subvencionadas, transporte, atención sanitaria y servicios legales) pueden encontrarse con que éstas son culturalmente inadecuadas para ellos. Un ejemplo clásico es el caso de las comidas subvencionadas ofrecidas a los ancianos sin tomar en cuenta sus hábitos y preferencias alimenticias. Dado que el número de ancianos pertenecientes a grupos minoritarios está aumentando, su nivel de ingresos, los tipos de alojamiento, las redes asistenciales y la disponibilidad y adecuación de la asistencia pública serán temas cada vez más importantes en los años venideros. En realidad, dado que la población estadounidense de edad avanzada está aumentando de tamaño tanto en números absolutos como proporcionalmente (mientras que la población anciana mundial está ciertamente aumentando también en números absolutos, pero aún no en términos relativos). Podemos pensar que en el futuro la influencia de los ancianos ser mayor, con toda probabilidad, que nunca antes en la historia. El envejecimiento y el fnturo de la sociedad ¿Cómo será el futuro para los ancianos? ¿Qué influencia tendrá sobre el futuro de la sociedad el creciente número de ancianos? Ambos lados de la moneda tienen un interés considerable, y dada su estrecha interrelación los trataré conjuntamente. En Estados Unidos el futuro traerá la existencia de muchas más personas con más de 75 años y de muchos más ancianos pertenecientes a los grupos minoritarios. Será preciso realizar ajustes para acoger esos incrementos, tanto en el sistema familiar como en los sistemas públicos de asistencia. Es posible que el crecimiento de la población anciana, junto con el descenso de la fecundidad registrado en los años sesenta y setenta, desvie el foco de la atención familiar de los niños hacia los ancianos. Al mismo tiempo esto puede aumentar la intensidad de la interacción entre las generaciones viejas y jóvenes y hacer que aumenten las medidas referidas a los ancianos. Una medida que, en este sentido, constituye ya un hito fue la aprobación por el Congreso, en 1978, de una ley que anulaba la jubilación forzosa a los 65 años para todas las categorías ocupacionales (con sólo unas pocas excepciones). No es, por lo tanto, ya posible que una empresa obligue a una persona a jubilarse por razones simplemente de edad (siempre que ésta, claro está , sea inferior a 70 años). Por supuesto, aquellas personas que sigan trabajando después de los 64 años verán reducidas las prestaciones de la seguridad social hasta que alcancen los 72 años: pero así y todo es posible que experimentemos un retorno a una situación de vidas laborales más prolongadas, como la existente antes de la Depresión. Esto podría incrementar las posibilidades de independencia económica de los

ancianos, sobre todo de las mujeres, que constituyen la parte principal de la población de edad avanzada (Campbell, 1979). Mientras la tasa de natalidad siga siendo baja y el número de nuevos integrantes de la población activa no supere excesivamente el número de puestos de trabajo disponibles, el grado de conflicto intergeneracional respecto de la integración en la fuerza de trabajo deber de ser mínimo. Ahora bien, si los nuevos integrantes de la población activa (incluyendo entre ellos a muchas mujeres jóvenes) encuentran que sus oportunidades de empleo están bloqueadas por la permanencia laboral de los ancianos, aumentarán las probabilidades de conflicto. Una de las principales ventajas de esta vida laboral potencialmente más larga es por supuesto, que contribuir a aliviar la situación de los sistemas de seguridad social. A medida, en efecto, que la generación del baby boom vaya envejeciendo y pueda aspirar a las ayudas establecidas para los ancianos, aumentará la razón entre los recipiendarios de ayuda estatal y el número de personas activas. En consecuencia, la carga económica (es decir, la carga impositiva) sobre las generaciones más jóvenes (es decir, los individuos que ahora están en la infancia o que acaban de nacer) será enorme. Ello originará, probablemente, presiones para que los ancianos sean algo más autosuficientes, no sólo prolongando su vida laboral sino también creando organizaciones de ayuda mutua que alivien a los organismos públicos de parte de su peso. No deja de resultar irónico que el sistema de seguridad social, diseñado en gran medida para animar a las personas de edad avanzada a dejar de trabajar, pueda salvarse en el futuro justamente porque la gente permanezca activa durante más tiempo. Las opciones abiertas a los ancianos están aumentando ya. Entre ellas cabe citar la posibilidad de trabajar más años, las mayores posibilidades de seguir estudiando (gracias a los cursos universitarios diseñados para alumnos de todas las edades) y descuentos en los transportes que abren oportunidades de viajar antes inexistentes. Lo más probable es que estas tendencias se mantengan incambiadas hasta bien entrado el siglo XXI como consecuencia del flujo de cohortes antes mencionado, por ejemplo, la mayor participación de la mujer en la población activa y su consiguiente mayor independencia económica le permitirán tener un mayor sentido de libertad personal a medida que vaya envejeciendo. Por otro lado, el alto nivel de incidencia sobre la vida política que la juventud alcanzó en los años sesenta probablemente cederá el lugar a una influencia aún mayor de los ancianos cuando dichos jóvenes lleguen a la vejez. Tenemos ya, por ejemplo, que las personas de 55 a 64 años son las que, en elecciones nacionales, registran un grado menor de abstención, seguidas de cerca por las personas de 65 a 74 años. A medida que la actual generación de jóvenes vaya envejeciendo, la población de edad avanzada se hará, probablemente, más tolerante respecto de una amplia variedad de estímulos vitales y mostrar un mayor grado de comprensión respecto de las cuestiones y problemas de los ancianos. Es así probable que, como consecuencia del flujo de cohortes, los diez objetivos originales de la Older American Act de 1965 puedan finalmente ser alcanzados. Esos objetivos son: 1. Un nivel de ingresos adecuado. 2. La mejor salud física y mental posible. 3. Una vivienda adecuada.

4. Servicios de rehabilitación y curación completos. 5. Oportunidad de empleo sin discriminación por edad. 6. Jubilación con salud, honor y dignidad. 7. Dedicación a actividades útiles o significativas. 8. Servicios comunitarios suficientes en caso de necesidad. 9. Aprovechamiento inmediato de los hallazgos y adelantos de la investigación. 10. Libertad, independencia y libre ejercicio de la iniciativa individual. La meta original de quienes abogaban en favor de los ancianos era la seguridad en la vejez; las metas de la Older Americans Act van, sin embargo, más allá de la simple seguridad: apuntan hacia la autonomía. “La idea de la vejez como etapa vital está cediendo el paso a la idea del envejecimiento como proceso vital” (Fiseher. 979:65). El futuro de estos objetivos parece ser especialmente optimista si tenemos en cuenta que muchos de los que contribuyeron a su establecimiento están ahora empezando a alcanzar la vejez. Resumen y conclusiones Al mismo tiempo que la mortalidad y la fecundidad se mantienen en un nivel bajo en los paises desarrollados, las poblaciones se están haciendo más viejas. A medida que una población envejece se producen cambios en muchos aspectos de la organización social, ya que el proceso de envejecimiento comporta numerosos cambios en los mismos individuos, tanto biológicos como sociales. Los cambios biológicos guardan relación con el deterioro gradual del funcionamiento del organismo y la consiguiente mayor vulnerabilidad ante la enfermedad. Los cambios sociales guardan relación fundamentalmente con el sistema de estratificación por edad que, en las modernas sociedades industriales, ha relegado a los ancianos a un status más bajo que el que solían tener en las sociedades agrícolas, menos desarrolladas. Esta pérdida de status parece ser el resultado combinado de la mayor longevidad (que da lugar a la jubilación, que tiene un status más bajo que la actividad laboral); de la tecnología económica (que convierte en obsoleta la capacitación laboral de los ancianos); de la urbanización (que segrega a las generaciones y refuerza la inversión de status entre ellas; y de las mejoras en la educación (que hacen que los hijos tengan un nivel educativo más elevado que los padres). En relación con estos cambios históricos está, por otro lado, el hecho de que cada cohorte es única en cuanto a las experiencias históricas y sociales que vive a medida que avanza por el ciclo vital. Esto introduce un elemento dinámico en el proceso de envejecimiento, que permite anticipar los cambios futuros en las características demográficas y en los estilos de vida de los ancianos. La población de edad avanzada estadounidense se caracteriza por el desequilibrio de la razón entre sexos debida al hecho de que la mortalidad masculina es superior a la femenina. Esto significa que, a medida que las mujeres envejecen, aumentan las probabilidades de que enviuden y pasen a vivir solas. La vejez suele suponer también una dramática disminución de ingresos, ya que la gente es obligada a dejar de trabajar. Los ancianos pertenecientes a las minorías étnicas se enfrentan con un handicap doble, ya que, cuando son jóvenes, tienen menos probabilidades de acceder a la educación superior y a las categorias ocupacionales que permiten tener en la vejez ingresos elevados. Las perspectivas de futuro de la población anciana varían según el nivel de desarrollo de cada

sociedad. Si la teoría de Cowgill respecto de la influencia de la modernización sobre el status de los viejos es correcta, entonces cabe pensar que la esperable cada vez mayor modernización de los países en vías de desarrollo se traduzca, en el futuro, en una pérdida de status de la población anciana. Por otro lado en los países desarrollados el futuro aumento en el número y proporción de ancianos, combinado con los cambios que se producirán a medida que las cohortes más jóvenes vayan envejeciendo, sin duda darán lugar a una elevación del status de los ancianos. De hecho ya han aparecido medidas gubernamentales dirigidas a mejorar, en Estados Unidos, la vida de los ancianos y su impacto ha sido razonablemente eficaz. Resulta, sin embargo, muy poco usual que las medidas gubernamentales tengan un impacto tan perceptible sobre la vida de las personas, como vamos a ver en el siguiente capítulo cuando consideremos las políticas demográficas cuyo objetivo es influir sobre el crecimiento demográfico.

Capítulo 15 Politica demográfica. ¿Qué es una política demográfica? La evaluación del futuro. El establecimiento de una meta. ¿Quién necesita una politica demográfica?. Cómo frenar el crecimiento. Influyendo sobre la mortalidad. Influyendo sobre la migracion. Limitando la fecundidad. Más allá de la planificación familiar. El cambio social como cambio provocado. El incentivo económico. China y Singapur. Políticas indirectas que influyen sobre la fecundidad El fomento o el mantenimiento del crecimiento. África. Asia y América Latina. Resumen y conclusiones.

POLÍTICA DEMOGRÁFICA ¿Qué podríamos hacer, para cambiar la situación, si pensáramos que la población está creciendo demasiado deprisa o demasiado despacio? Este capítulo final nos dará ocasión de poner en práctica la perspectiva demográfica hasta aquí adquirida, tratando justamente de responder a este interrogante examinando las medidas adoptadas en distintos países en distintos momentos para influir sobre los acontecimientos demográficos. En definitiva en eso radica la utilidad principal de una perspectiva demográfica: en permitirnos, mediante la comprensión de las causas y consecuencias del crecimiento demográfico, mejorar nuestras condiciones de vida. Comenzaré este capítulo considerando lo que es una política demográfica para que el lector pueda percibir cómo la complejidad misma del proceso de formulación de políticas de actuación es la que, de forma casi inevitable, hace que no exista generalmente acuerdo a la hora de establecer lo que hay que hacer. Esta falta de acuerdo ha dado lugar a que, a través de medidas de actuación muy diferentes, se haya tratado de alcanzar un mismo y común objetivo (como por ejemplo frenar el crecimiento, fomentarlo o mantenerlo). A continuación introduciré al lector en alguna de estas distintas políticas de actuación, así como en algunas propuestas específicas que han sido, o que podrían ser, puestas en práctica para alcanzar un determinado objetivo. Pero empecemos primero por aclarar qué es una política demográfica.

¿QUÉ ES UNA POLÍTICA DEMOGRÁFICA? Toda política de actuación consiste en un conjunto de procedimientos diseñados para orientar el comportamiento. Su propósito es o bien procurar que éste sea coherente, o bien modificarlo para hacer posible la consecución de una meta determinada. Una política demográfica constituye una estrategia para conseguir una determinada pauta de cambio poblacional. Dicha estrategia puede estar al servicio de una meta única (por jemplo, lograr la reducción en 10 puntos de la tasa bruta de natalidad a lo largo de un período de 5 años), o bien puede tener un objetivo multidimensional (por ejemplo, tratar de «racionalizar» o de «modernizar» el comportamiento reproductivo). Por supuesto, en ambos casos el objetivo perseguido sólo requerirá la puesta en práctica de una política demográfica cuando existan indicaciones de que sin ella no podría ser alcanzado. En los dos ejemplos mencionados me he referido a políticas demográficas directas, es decir, a políticas de actuación cuyo objetivo específico es alterar la conducta demográfica. Existen también, sin embargo, políticas demográficas indirectas, que son aquéllas que no son necesariamente diseñadas para influir en el cambio demográfico pero que terminan pese a ello incidiendo sobre el mismo. Más adelante me ocuparé brevemente de estas políticas indirectas, por el momento me centraré tan sólo en las directas. LA EVALUACIÓN DEL FUTURO Durante siglos los humanos hemos tratado de escudriñar el futuro, ya que el conocimiento de lo que se avecina nos permite prepararnos para ello o, incluso, evitarlo. Sin embargo, la dirección o anticipación del futuro resulta una tarea casi imposible, salvo en términos muy generales, dada la extraordinaria complejidad del mundo social y físico. En consecuencia, los demógrafos rara vez se aventuran a predecir el futuro, recurriendo en cambio a la realización de proyecciones, que son afirmaciones de lo que podría suceder bajo determinadas condiciones específicas. En realidad, a lo largo de este libro he acudido frecuentemente, de forma implícita, a distintas proyecciones. Por ejemplo, cuando señalé en páginas anteriores que en 1980 la población mundial estaba creciendo tan deprisa que se duplicaría en tan sólo 38 años, estaba realizando una proyección. En otras palabras, lo que pretendía decir con ello es que si las tasas de natalidad y mortalidad se mantuvieran incambiadas en los niveles registrados en 1980, en el año 2018 habría en el mundo dos veces más habitantes que en 1980. No estaba diciendo que habrá necesariamente esa cantidad: la cifra real correspondiente a esa fecha puede ser menor (si la fecundidad disminuye o la mortalidad aumenta) o mayor (si la mortalidad decrece sin un descenso correlativo de la fecundidad). Mi intención era únicamente indicar las consecuencias posibles de las tasas actualmente existentes. Las proyecciones nos permiten también plantearnos la posibilidad de pautas alternativas de evolución futura en el caso de producirse un cambio en las condiciones prevalecientes. Por ejemplo, en el capítulo 8 realicé una proyección de la población estadounidense hasta el siglo XXI a partir de dos supuestos diferentes: (1) que las pautas actuales se mantuvieran incambiadas, y (2) que en 1975 Estados Unidos hubiera alcanzado el CDC. Mediante esta forma de considerar alternativas diferentes se pueden establecer las bases para la elaboración hipotética de distintos cursos de los acontecimientos.

La mayoría de los intentos de formular políticas de actuación (tanto en el terreno demográfico como en otras áreas) se malogran justamente cuando llegan a la fase consistente en determinar cómo será la situación futura. Dado que la mayoría de las personas tienen atisbos y percepciones del mundo diferentes (por pequeñas que dichas diferencias puedan ser), resulta a veces imposible llegar a un acuerdo en todo lo que vaya más allá, por ejemplo, de establecer cuántos jóvenes de 19 años habrá el año que viene en Estados Unidos. Y sin embargo, quien intentase dejar de lado esta cuestión de la evaluación del futuro no haría sino anular la posibilidad de poner en práctica una política de actuación, al haber suprimido su base misma de sustentación. El establecimiento de una meta Una vez que tenemos una idea de cómo puede ser el futuro (o al menos un abanico de alternativas razonables al respecto), podemos compararla con lo que aspiramos que éste sea en el terreno demográfico y social. El establecimiento de una meta no constituye una tarea fácil, y su dificultad aumenta a medida que es mayor el número de personas implicadas en la labor. El resultado es que, por lo común, las metas suelen ser de naturaleza muy genérica e idealista. Por ejemplo, las referidas al terreno demográfico incluyen cuestiones tales como la mejora del nivel de vida, la eliminación del hambre y de la tensión racial, el mantenimiento de la paz internacional y la promoción de la libertad personal. El futuro demográfico es evaluado con vistas fundamentalmente a determinar la medida en que las pautas demográficas proyectadas comportarán un aumento o una disminución de las probabilidades de conseguir otras metas más amplias. En otras palabras, el control de la población rara vez constituye un fin en sí mismo, sino más bien una estrategia de implementación que permite la consecución de otros objetivos. Esto es algo similar a lo indicado en el Capitulo 5, cuando señalé que para los individuos el tener hijos constituye generalmente un medio para conseguir otros fines, más que un fin en sí mismo. Al examinar el curso futuro de los acontecimientos demográficos podemos así preguntarnos si el crecimiento demográfico proyectado reducirá, o no, las probabilidades de desarrollo de una determinada economía. Los cambios previstos, según la proyección realizada, en la distribución por edad y sexo, ¿afectarán en alguna medida a la capacidad de la economía de proporcionar trabajo a todos, dando así lugar a un nivel de ingresos más bajos o a una mayor sobrecarga en el seguro de desempleo? El crecimiento y progresiva urbanización proyectados para este o aquel grupo étnico, ¿dará lugar a un mayor nivel de tensión u hostilidad interracial? El crecimiento demográfico previsible según la proyección realizada, ¿dará lugar a un colapso económico-demográfico de dimensiones catastróficas que reestructurará la vida política mundial? Cuando la meta que deseemos llegar a alcanzar, cualquiera que sea ésta, no coincida con el futuro proyectado, podemos recurrir al conocimiento demográfico para proponer medidas específicas que eviten las consecuencias no deseadas. Por supuesto, nuestro trabajo no acabaría ahí: en efecto, una vez puestas en práctica nuestras medidas, habríamos de proceder a una continua evaluación de las mismas para asegurarnos de que están teniendo el efecto deseado y que no están produciendo efectos secundarios no queridos. ¿Quién necesita una política demográfica?

No resulta probable que una población, o un gobierno, «tradicional», es decir, que espere que el mañana siga siendo exactamente igual al hoy, elabore políticas de actuación destinadas a cambiar las formas de conducta. Las políticas demográficas que pudieran existir (pero que resulta improbable que existan) en un país así tendrían como objetivo el mantenimiento del statu quo y con toda probabilidad serían coactivamente pronatalistas, es decir, podrían prohibir el divorcio o el aborto, dificultar la liberación de la mujer, etc. En general tenderían muy probablemente a desincentivar el tipo de conducta innovadora susceptible de originar un cambio demográfico. Sin embargo, la dinámica del crecimiento demográfico constituye a menudo un estímulo para el cambio social tan poderoso que en realidad no existe ningún país, y prácticamente ninguna comunidad, que pueda permitirse la complacencia o el tradicionalismo en esta materia. Prácticamente todas las regiones del mundo se encuentran, en efecto, con la necesidad de prever un futuro que estará influido en alguna medida por el cambio demográfico. A la hora de establecer una política de actuación gubernamental sería sencillamente una omisión imperdonable no tomar en consideración la capacidad potencial de cambio y las probabilidades de que éste se produzca en una dirección distinta de la deseada por los ciudadanos. Afortunadamente así lo han comprendido, en años recientes, prácticamente todos los países del mundo. Lo cual, por supuesto, no significa que todas las metas establecidas por éstos sean idénticas o que todos los países con metas similares coincidan en cuanto a la necesidad, o en cuanto a los medios, a la hora de poner en práctica una política demográfica; significa sencillamente que la mayoría de los países han tomado conciencia de que el cambio demográfico constituirá un elemento importante en el futuro inmediato. Las distintas medidas que cabe adoptar para lograr el ajuste entre las metas deseadas y las proyecciones establecidas comparten básicamente una de estas tres grandes orientaciones: (1) frenar el crecimiento, (2) fomentar o promover el crecimiento, y (3) mantener el crecimiento. Cada uno de estos grandes tipos de políticas de actuación puede traducirse en una amplia variedad de medidas concretas con las que lograr el tipo deseado de futuro demográfico. La más generalizada y controvertida de estas tres políticas demográficas es la tendente a frenar el crecimiento. La examinaremos en primer lugar, y con más detenimiento. CÓMO FRENAR EL CRECIMIENTO Las principales medidas demográficas propuestas para (y en) la mayor parte del mundo son las tendentes a frenar el crecimiento demográfico. Como ya he indicado en ocasiones anteriores, dado que ninguna población, en ningún país, puede crecer indefinidamente, la adopción de medidas que contribuyan a frenar el crecimiento tendrá sin duda resultados más deseables que los que produciría dejar que los acontecimientos demográficos, sociales y económicos siguiesen su curso. Y esto parece ser especialmente cierto en los casos en que el desarrollo económico constituye también una de las metas deseadas. El crecimiento de la población puede ser frenado incidiendo sobre uno, o más, de los tres procesos demográficos, es decir, sobre la mortalidad, la migración y la fecundidad. Influyendo sobre la mortalidad Una posible manera de reducir el crecimiento de la población es propiciar un retorno a los

anteriores altos niveles de mortalidad, pero, como es lógico, no hay ningún país que abogue por esta solución. Se ha llegado a decir, si bien no del todo en serio, que dado que el espectacular descenso de la mortalidad registrado en los países menos desarrollados es el causante de la actual preocupación mundial por el crecimiento demográfico, y en los mismos no se produce una disminución de la fecundidad, debería permitirse un aumento de sus niveles de mortalidad. La ética del bote salvavidas y el «triage» constituyen dos perspectivas que permitirían una desaceleración de crecimiento al originar una elevación selectiva de la mortalidad. La ética del bote salvavidas se basa en el supuesto de que, al ser limitada la capacidad de dicho bote, una sobrecarga del mismo podría dar lugar a su hundimiento: en consecuencia sólo aquellos individuos con una probabilidad razonable de superviencia (es decir, y trasponiendo el ejemplo a nuestro caso, sólo los países con baja fecundidad) deberían ser admitidos a bordo. La retirada de la ayuda médica y alimenticia a los países menos desarrollados podría dar lugar a una espectacular elevación de la tasa de mortalidad en los mismos, permitiendo al mismo tiempo una singladura más larga a los países más prósperos instalados en el bote salvavidas. Una idea cercana a ésta es la del triage (palabra francesa que significa selección o criba) y tiene como punto de referencia la práctica seguida en los hospitales de campaña de separar a los heridos en tres grupos: los que están en suficientemente buenas condiciones como para poder sobrevivir sin tratamiento inmediato alguno, los que lograrán sobrevivir si son atendidos inmediatamente y los que morirán con independencia del cuidado que reciban. Este enfoque, como el de la ética del bote salvavidas, desemboca en la necesidad de realizar una selección a la hora de proporcionar ayuda económica y alimenticia cuando las disponibilidades de ambas resulten ser muy inferiores a su demanda. Significa, sencillamente, proporcionar ayuda solamente a aquellos países que dan muestras de poder controlar su tasa de crecimiento demográfico, abandonando el resto a su suerte. Desde mi punto de vista, la posibilidad de una elevación de la mortalidad constituye materia más de una novela de ciencia ficción que de la política demográfica. Ahora bien, hay otro aspecto del control de la mortalidad que sí forma parte a menudo de las medidas tendentes al control del crecimiento: me refiero a la reducción de la mortalidad. Pese a haberse registrado un descenso de la mortalidad en la mayor parte de los países del mundo, las tasas de mortalidad siguen todavía siendo, con frecuencia, más elevadas en los países menos desarrollados que en los más avanzados. Resulta así dificil para la mayoría de los gobiernos dedicar tiempos y dinero a la reducción del crecimiento sin dedicar también atención a la disminución de la mortalidad, y ello por supuesto no hace sino exacerbar el problema. Aunque la disminución de la fecundidad y la de la mortalidad no tienen por qué estar necesariamente unidas, los programas tendentes a la reducción de ambas tienden a estar administrativamente vinculados, ya que en muchos lugares del mundo la política de control de la fecundidad se basa en proporcionar ayuda anticonceptiva a las mujeres a través de clínicas sanitarias. Sobre esto volveremos más adelante. Suele afirmarse a menudo que la fecundidad no disminuirá en tanto los padres no tengan la certeza de que sus hijos sobrevivirán. Si en realidad las mujeres tienen más hijos de los que desearían simplemente para compensar la incidencia de una mortalidad elevada, parece razonable concluir que la disminución de la mortalidad infantil supondrá una disminución de la necesidad de tener hijos. Y a su vez esto dará lugar a una demanda de métodos y medios para controlar la natalidad,

Una propuesta de este tipo fue realizada en su momento por S. Chandrasekhar, entonces ministro de Sanidad de la India, al sugerir que nacen muchos niños y muchos de ellos mueren en la infancia y todo parece indicar que el elevado número de nacimientos constituye una respuesta al número de niños que fallecen. Por lo tanto, cualquier intento de propiciar la existencia en la India de familias pequeñas presupone un serio esfuerzo por reducir la tasa de mortalidad infantil. Su argumento es así que la reducción de la mortalidad infantil dará lugar a una reducción del tamaño familiar, ya que las parejas terminarán por darse cuenta de que ya no necesitan tener muchos hijos para tener asegurado que les sobreviva al menos un hijo varón que, según lo establecido por la religión hindú, se ocupe de enterrarles a su fallecimiento. De hecho, las teorías generalmente ofrecidas para explicar la transición demográfica desde una situación de alta natalidad y mortalidad a otra de baja mortalidad y natalidad se basan justamente en la presunción de ese nexo causal. Chandrasekhar indica que la existencia de familias pequeñas tiende a estar asociada a la existencia de niveles más bajos de mortalidad infantil, y que si las parejas indias tomaran conciencia de este hecho, entonces podría acentuarse su motivación para tener un menor número de hijos, a partir del supuesto de que una mayor proporción de éstos lograría alcanzar la edad adulta. El problema con esta idea de que la reducción de la mortalidad infantil terminaría por hacer disminuir la fecundidad es que se basa en el supuesto de que si la gente tiene más hijos es porque simplemente quiere, en realidad, compensar el impacto de una mortalidad elevada. En el Capítulo 5 vimos ya hasta qué punto resulta dudoso este presupuesto. En la India, en todo caso, resulta particularmente debatible. Por ejemplo, en la primera encuesta global de opinión a escala mundial realizada por George Gallup (1976), y en la que se entrevistó a 10.000 personas de 70 países diferentes, se pudo comprobar que en la India, y a pesar de la presión demográfica existente, ¡la mitad de los entrevistados deseaba que la población creciese aún más! Cabe en consecuencia pensar que toda nueva disminución de la mortalidad infantil tendrá el efecto, no querido pero no por ello menos predecible, de elevar, y no de disminuir, la tasa de crecimiento demográfico. En realidad esto es lo que ocurrió a lo largo del período 1951-1975, en el que la mortalidad infantil registró un descenso apreciable en uno de los estados más grandes de la Unión India. Pese a la existencia en el mismo de un programa oficial de planificación familiar, los niveles de fecundidad apenas si experimentaron variación alguna. Datos referidos a Guatemala parecen, de hecho, sugerir que el que la disminución de la mortalidad infantil infuya sobre el nivel de fecundidad puede llevar como mínimo dos generaciones. En conjunto, la manipulación de la mortalidad parece ser inhumana, políticamente irrealizable, y en todo caso ineficaz como medio deliberado de frenar la tasa de crecimiento demográfico. En realidad casi todos los intentos de reducir la mortalidad no buscan sino mejorar las condiciones humanas de vida, con independencia de los posibles efectos sociales colaterales de dicha reducción. La elaboración de una política demográfica alternativa viable debe pues basarse en la manipulación de una variable distinta -quizá- de la migración. Influyendo sobre la migración Emigración: Obviamente la emigración no constituye una solución viable para aliviar la presión demográfica mundial, aunque fue sugerida como una posibilidad a raíz de la primera llegada de los

norteamericanos a la luna (apuntándose incluso la posibilidad de establecer colonias en el espacio), pero el coste de una tal solución y los problemas de organización social y de desarrollo tecnológico que supondría son tan enormes que no merece la pena dedicarle mayor atención. En el pasado sin embargo, y para determinados países y grupos de personas, la migración ha constituido un remedio muy útil para aliviar la presión demográfica, al permitir el trasvase de individuos desde zonas densamente pobladas a regiones más deshabitadas. En realidad no era otra la política propuesta básicamente, hace siglos, por Platón en su República, cuando tras sugerir que el tamaño óptimo para una comunidad griega era de 5.040 habitantes. Indicó que sería preciso establecer colonias que absorbieran el crecimiento de la población. En capítulos anteriores hemos visto ya cómo la emigración ha constituido frecuentemente una respuesta al crecimiento demográfico. Los europeos emigraron al hemisferio occidental, los indios han emigrado hacia Asia y Africa, los jamaicanos se han orientado recientemente hacia Gran Bretaña, y los mejicanos siguen emigrando hacia Estados Unidos. Pero en ninguno de estos casos, ni en muchos otros, la emigración ha supuesto el resultado de una política deliberada. ¿Por qué no? Porque como vimos ya en el Capitulo 7, la migración es un proceso altamente selectivo: los más propensos a emigrar son, en efecto, los individuos más motivados y con mayor nivel educativo, es decir, justamente los que, generalmente, ninguna sociedad quiere perder. A los gobiernos de los países que registran un alto flujo emigratorio les inquieta el estar perdiendo población especialmente preparada: por otro lado, las ciudades en las que se da una elevada emigración están perdiendo probableniente a los contribuyentes con niveles de ingresos más elevados. A medida que los trabajadores más cualificados abandonan una ciudad pueden terminar por hacerio también las industrias (y viceversa), privando así a ésta de una de sus principales fuentes de ingresos. Por lo tanto, una ciudad que experimenta una emigración neta ha de hacer frente al hecho de que el proceso migratorio está trasvasando hacia los lugares con una expansión más rápida a los individuos más móviles y económicamente racionales, mientras que las personas menos móviles tienden a quedar concentradas en las zonas con una expansión más lenta. En pocas palabras, las pautas emigratorias del pasado indican que son justamente los individuos con una mayor capacitación económico-laboral y un nivel de ingresos más elevado los que tienen más probabilidades de abandonar un área determinada. La cuestión de a quién habría que incentivar para que se marchara a la hora de establecer una política de emigración plantea, por supuesto, un espinoso problema ético. La historia está llena de ejemplos de emigraciones forzadas cuyo propósito, en general, no era sin embargo controlar el crecimiento demográfico sino controlar más bien la disidencia política o religiosa. La idea de una vida mejor, tal y como se la conceptualiza en Occidente incluye, entre otras cosas, el que nadie tenga que temer verse expulsado arbitrariamente de su hogar y obligado a marchar a otro lugar, la posibilidad, por tanto, de que la emigración forzosa forme parte de una política demográfica directa parece remota. Migración interna: Muchos países han fomentado la migración interna como parte de una política de redistribución de la población. Por ejemplo, en Indonesia, en los años cincuenta, el gobierno llevó a cabo un intento de transmigración consistente en propiciar el asentamiento de personas residentes en la isla de Java en otras islas menores y menos densamente pobladas. El objetivo de esta política era proporcionar

trabajo a los campesinos sin tierra y mejorar la economía de dichas islas. Sin embargo, esto en poco contribuyó a aliviar el problema del crecimiento demográfico en Indonesia, el quinto país más poblado del mundo. Keyfitz ha examinado con algún detalle el impacto global de la migración, como medio de control de la población, en general y en el caso concreto de Indonesia. Señala que conseguir que la gente cambie de lugar de residencia presupone, por un lado, superar la falta de atractivo que hoy día tienen los asentamientos pioneros, y por otro importantes gastos para ayudar a cada nuevo colono durante el primer año, o los los primeros años, como mínino. Dadas estas dificultades de reclutamiento y de apoyo económico, el número de colonos que sería preciso lograr trasvasar desde las zonas densamente pobladas para sustituir eficazmente al control de natalidad en las mismas merece ser considerado con atención. Para Keyfitz, los aspectos cruciales de la migración son la edad y el sexo de los migrantes. De cara a la maximización del impacto a largo plazo de la emigración, las mujeres de 13 a 19 años constituyen los candidatos óptimos. Por ejemplo, con datos de 1966 referidos a la isla de Mauricio, Keyfitz ha podido estimar que en dicho país la emigración de 1.000 mujeres de 15 a 19 años hubiera equivalido a la emigración de 1.983 recién nacidos. La migración, por supuesto, constituye sólo una solución temporal al problema del crecimiento demográfico, ya que en algún momento los espacios vacíos a los que la gente se traslada terminarán por llenarse. Por otro lado, para que una política dc este tipo pudiera ser selectiva sería preciso que migrasen enormes cantidades de personas. Por ejemplo, para que, en Indonesia, la isla de Java pudiera reducir a cero su tasa de crecimiento demográfico jugando únicamente con la emigración de población a otras islas, sería preciso que anualmente el 57 por 100 de los componentes de cada uno de los grupos de edad jóvenes emigrasen. Inmigración: La mayoría de los países que registran en la actualidad altas tasas de crecimiento demográfico no reciben un volumen sustancial de inmigración. En caso contrario, el establecimiento de barreras para la migración hubiera podido ser un buen primer paso para frenar su crecimiento. Los países que registran hoy niveles sustanciales de inmigración son los de Norteamérica y Europa, es decir, países desarrollados. En algunos de ellos, sobre todo en Inglaterra y en Estados Unidos, existe preocupación por el nivel alcanzado por la inmigración, pero sobre todo por las consecuencias sociales y económicas de la misma; es decir, más por la variedad de orígenes culturales y económicos de los inmigrantes que por el crecimiento demográfico en sí mismo. Como el lector recordará, en el Capítulo 7 analicé los distintos intentos del gobierno norteamericano de restringir la inmigración. La política al respeeto del gobierno federal se ha orientado a evitar la entrada en Estados Unidos de las personas consideradas indeseables por múltiples y diversos motivos. Innegablemente esta política ha tenido el efecto indirecto de mantener el crecimiento demográfico a un nivel más bajo del que, de otro modo, hubiera alcanzado. Dentro de Estados Unidos más de 300 ciudades han tratado, activamente, de restringir el número de inmigrantes hacia ellas, y en la mayoría al menos de estos casos, esa política respondía al intento de frenar el crecimiento demográfico, por temor a que la presencia en la zona de un número excesivo de personas redujera la calidad de vida de la misma. Hasta la fecha estos intentos de limitar la inmigración han tenido un grado de éxito altamente variable, en el mejor de los casos. En última instancia, el medio

más eficaz de frenar el crecimiento es incidir sobre la raíz del mismo: es decir, limitar la fecundidad. Limitando la fecundidad La mejor forma de reducir el crecimiento de una población es limitar su fecundidad, pero es también la más compleja. Al tratar de limitar la fecundidad es preciso tener en cuenta dos aspetos importantes: (1) el deseo de los individuos de limitar el tamaño de su familia, y (2) la capacidad para, efectivamente hacerlo. Ignorar el primer aspecto supone condenar al fracaso a cualquier política que se establezca: ignorar el segundo supone perder la oportunidad de reducir, o detener, más rápidamente el crecimiento demográfico. Desgraciadamente la mayoría de las políticas orientadas a la limitación de la fecundidad puestas en práctica en distintos países se han centrado únicamente en este segundo aspecto: es decir, han tratado de aumentar la capacidad de las parejas de controlar su fecundidad. Este tipo de programas forman parte de la categoría genérica de la planificación familiar. Planificación familiar: Una de las políticas demográficas de limitación de la fecundidad más popular a nivel internacional consiste en dotar a cada mujer de la capacidad técnica de tener el número de hijos que desee. La planificación familiar implica el suministro de información, servicios y accesorios para la prevención de embarazos. Supone también enseñar a las mujeres (y a veces también a los hombres) a conocer su cuerpo y a evitar los nacimientos, generalmente mediante el uso de anticonceptivos, pero a veces también mediante el aborto o la esterilización. El presupuesto original de los programas de planificación familiar era que las mujeres tenían familias grandes debido a la falta de información sobre cómo prevenir los embarazos o a la no disponibilidad de medios anticonceptivos. Aun cuando a lo largo de estos últimos años este presupuesto ha sido puesto crecientemente en cuestión, los programas de planificación familiar han continuado siendo el medio más popular de poner en práctica una política tendente a reducir el crecimiento demográfico. Una de las principales razones para esta prevalencia generalizada de la planificación familiar es que, como ya indiqué antes, suele estar asociada con programas sanitarios, cuya aceptación es prácticamente universal. Este es un aspecto importante de la cuestión, ya que existe una gran sensibilidad política, cuando no social, respecto de casi todo lo concerniente a la reproducción. Por ejemplo, el básico conservadurismo político latente en la idea de planificación familiar es lo que la hizo tan aceptable para la U.S. Commission on Population Growth and the American Future. A fin de lograr la "estabilización del crecimiento demográfico» en Estados Unidos, dicha Comisión recomendó la adopción de varias medidas tendentes a permitir la libertad de elección, entre ellas fundamentalmente (aunque no exclusivamente) la ampliación del volumen y alcance de los programas y servicios de planificación familiar. A la altura de 1975, 34 países en vías de desarrollo, que representaban las tres cuartas partes de la población de las naciones del Tercer Mundo, habían adoptado una política demográfica antinatalista. En todos esos países dicha política se centraba básicamente en el suministro de servicios de planificación familiar. Tan sólo en siete de esos países se establecieron además medidas con un objetivo explícito más amplio que simplemente mejorar la capacidad de las mujeres de evitar embarazos. La difusión por el mundo de los servicios y técnicas de planificación familiar, que se ha producido con gran rapidez desde 1965, aproximadamente,

puede ser atribuida a los esfuerzos de unas cuantas personas con dinero y quizá a unos 300 ó 400 profesionales, la mayoría de ellos norteamericanos. En la práctica dicha difusión ha sido obra, básicamente, del Departamento de Estado de los Estados Unidos, a través básicamente de la Agency for International Development (Agencia para el Desarrollo Internacional), del Fondo de las Naciones Unidas para actividades relativas a la población, del Banco Mundial y de la International Planned Partnthood Federation (Federación internacional de planificación familiar). El movimiento en pro de la planificación (como en cierta manera la revolución verde) trata de transmitir comportamientos y técnicas occidentales (fundamentalmente norteamericanas) a los países menos desarrollados. El caso de Guatemala, que está tratando de conseguir una reducción sustancial de la tasa de natalidad extendiendo a las zonas rurales los programas gubernamentales de planificación familiar, constituye un típico ejemplo de política demográfica enfocada desde la perspectiva de la planificación familiar. El Ministerio de Sanidad guatemalteco proporciona estos servicios como parte de la atención sanitaria a madres e hijos; por otro lado, cada año prepara a unos 40 técnicos sanitarios rurales, especializándoles en planificación familiar. Aunque son sólo 34 los países que de forma explícita han establecido este tipo de políticas, la mayoría de los países del mundo o bien apoyan o bien no se oponen activamente a los esfuerzos por difundir la planificación familiar. En la mayoría de los casos el apoyo o la falta de oposición se fundamenta más en el respeto a los derechos humanos que en consideraciones estrictamente demográficas. El mayor nivel de ambivalencia respecto de la planificación familiar y del control de la fecundidad se registra en Africa, sobre todo en su mitad septentrional. El mayor grado de aceptación pública de la planificación familiar se registra en cambio, como cabía esperar, en los países más industrializados, donde la tecnología anticonceptiva y la fácil disponibilidad del aborto y de la esterilización han hecho mucho más fácil la permanencia en niveles bajos de la tasa de natalidad. Dado el deseo de las parejas, en esos países, de reducir, y mantener baja, la fecundidad, los programas de planificación familiar han encontrado una creciente aceptación sin la necesidad de una política gubernamental explícita al respecto. En Estados Unidos la Commission on Population Growth and the American Future (Comisión para el estudio del crecimiento demográfico y del futuro norteamericano) recomendó la adopción de una serie de medidas, pero hasta ahora poco se ha hecho por traducir dichas recomendaciones en actuaciones gubernamentales. La inoperancia gubernamental en este terreno se debe en parte a la inexistencia de una sensación de urgencia, ya que la tasa de natalidad se acercaba, en Estados Unidos, a los niveles más bajos jamás alcanzados justamente en 1972, año en que la Comisión hizo públicas sus conclusiones. Por otro lado, dos de las recomendaciones de la Comisión potencialmente más efectivas se encontraron con la oposición cerrada del presidente Nixon, contrario al aborto y a proporcionar a los adolescentes información y servicios anticonceptivos. Con posterioridad, sin embargo, a este rechazo presidencial ambas recomendaciones terminaron por convertirse en medidas operativas merced a sendas sentencias judiciales. Dado que los programas de planificación familiar constituyen el principal tipo de política demográfica utilizada en el mundo para frenar el crecimiento demográfico, podemos preguntarnos si realmente son eficaces o si por el contrario constituyen únicamente un paliativo limitado que se adopta únicamente para mantener relaciones cordiales con los países industriales más poderosos que, a fin de cuentas, son los que proporcionan buena parte de la asistencia económica y técnica para

la puesta en marcha de tales programas. En 1975, 13 de los 23 países menos desarrollados para los que existían datos disponibles, tenían programas de planificación familiar subvencionados como mínimo en un 50 por 100 por agencias internacionales o por gobiernos extranjeros: entre los restantes, la mayoría recibía algún tipo de ayuda externa en este terreno. ¿Son eficaces los programas de planificación familiar?: Tras efectuar un balance de los servicios de planificación familiar, Mauldin llegó a la conclusión de que «los resultados de los programas de planificación familiar son muy variados, cubriendo un arco que va desde resultados muy pobres a resultados moderadamente buenos y hasta resultados casi espectaculares». Sus datos son hasta cierto punto interesantes, ya que resulta imposible saber lo que hubiera ocurrido en cada caso en ausencia de todo esfuerzo, pero todo parece indicar que el éxito en lograr una reducción de la tasa de natalidad ha sido especialmente grande en Hong Kong, Taiwan, Singapur, Mauricio, Corea del Sur, China y Costa Rica. En cada uno de estos casos se había registrado un proceso de desarrollo económico, por lo que resulta probable que los programas organizados no hicieran sino reforzar un descenso de la fecundidad que de todas formas se hubiera producido. En otros países, como Tailandia, Colombia, Jamaica, Venezuela, Guatemala, Méjico y Turquía, la tasa de natalidad disminuyó moderadamente con la adopción (pero no necesariamente a causa de ella) de programas de planificación familiar. En todos estos países (y en algunos más con circunstancias similares), las tasas de natalidad siguen siendo muy elevadas, a pesar de haber iniciado un descenso. Todo parece indicar que será precisa una nueva política demográfica que vaya más allá de la planificación familiar, (véase sobre esto más adelante) para mantener o acelerar dicho descenso. En muchos países, como Kenia, Ghana, Bangladesh, India, Indonesia, Irán y la República Dominicana los programas de planificación familiar apenas si han tenido un impacto observable. En el caso sobre todo de Africa, como ha señalado, los programas contaban con una financiación tan escasa, estaban tan mal organizados y tuvieron por tanto una repercusión tan reducida que no cabía en realidad esperar que tuvieran éxito. En general, hay tres categorías de países en los que cabe encontrar programas de planificación familiar: aquéllos en los que la fecundidad era ya baja antes de la aparición de programas organizados, aquéllos en los que los programas de planificación familiar probablemente reforzaron el descenso de la fecundidad y, por último, aquéllos en los que los programas de planificación familiar han tenido poco o ningún impacto sobre la tasa de natalidad. Veamos un ejemplo de cada categoría. Descenso de la fecundidad sin planificación familiar organizada: el caso de Estados Unidos: Hasta la década de 1940 la fecundidad disminuyó en Estados Unidos sin que existiera ningún programa amplio de planificación familiar. Sin embargo, el movimiento en favor de la planificación familiar, o de la paternidad planeada, cuenta en realidad en Estados Unidos con una larga historia que se remonta al siglo XIX, cuando muchos de los esfuerzos iniciales tenían por objetivo la abolición de las restricciones legales a la distribución y venta de anticonceptivos y al aborto. En 1873, cuando ya se había iniciado la producción de condones, y en medio de un generalizado descenso de la fecundidad esdounidense, el Congreso aprobó la Ley de Comstok, que prohibía la distribución postal de anticonceptivos. La Ley de Comstok no fue derogada hasta 1970, si bien en 1936 había quedado recortada en su alcance por una sentencia judicial.

Como ha señalado Jaffe (1971:119), hasta 1958 no fue abolida en la ciudad de Nueva York la prohibición de recetar anticonceptivos en los hospitales públicos, abriéndose desde entonces la posibilidad de que las instituciones sanitarias con financiación pública ofrecieran servicios de planificación familiar. Y sólo en 1965, cuando una sentencia del Tribunal Supremo anuló la disposición que en el estado de Connecticut prohibía el uso de anticonceptivos, un gran número de estados derogaron sus propias normas restrictivas a este respecto. En Estados Unidos, y desde 1967, el Congreso ha financiado, con el presupuesto federal, programas de planificación familiar, pero la Family Planning Services and Population Research Act (Ley de servicios de planificación familiar y de investigación demográfica) de 1970 prohibió la financiación con fondos públicos de cualquier organización que facilitase la realización de abortos, pese a que en esa fecha varios estados habían legalizado ya el aborto. En 1973 el Tribunal Supremo anuló todas las leyes restrictivas existentes en este terreno en Estados Unidos eliminando así uno de los últimos obstáculos a la libertad de elección en la prevención de nacimientos. En Estados Unidos, como en otros países del mundo, el descenso de la fecundidad no esperó, para producirse, a que fueran abolidas las restricciones legales a la anticoncepción o al aborto, ni a que el gobierno financiase la puesta a punto de nuevas técnicas anticonceptivas como el DIU o la píldora (cuya elaboración, por cierto, fue debida a la financiación privada) o a que el gobierno facilitase medios de controlar la natalidad gratuitos o subvencionados. La fecundidad disminuyó espectacularmente desde el siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial, aumentó luego durante un breve periodo, y volvió luego a decaer espectacularmente. Sólo en el momento de producirse esta segunda disminución disponían las mujeres de una amplia gama de medios de prevenir el embarazo, medios que en esencia formaban parte del aumento del nivel de vida. En la actualidad puede conseguirse en ese país con más facilidad y mayor margen de confianza que en ninguna época anterior esa misma media de la limitación familiar. Descenso de la fecundidad reforzado por un programa de planificación familiar: el caso de Taiwan: Taiwan, que en los años sesenta era presentado como el país que había respondido a un programa de planificación familiar muy bien organizado con un espectacular descenso de la fecundidad, constituyó uno de los ejemplos iniciales del éxito que cabía obtener con la planificación familiar. Sin embargo, un análisis detallado de los datos permite comprobar que la tasa de fecundidad general estaba disminuyendo ya allí antes de la Segunda Guerra Mundial, durante el período de la ocupación japonesa. La retirada de los japoneses tras la guerra privó al país de la mayoría del personal especializado: pero éste seguía contando con las fábricas y con una mano de obra acostumbrada al trabajo industrial. Los taiwaneses supieron aprovechar rápidamente estos recursos. A medida que la economía fue creciendo, la mortalidad disminuyó y las tasas de natalidad decrecieron en una réplica casi perfecta del modelo de la transición demográfica. Desde comienzos de los años cincuenta, tanto la economía como la población de Taiwan han crecido con rapidez. Entre 1952 y 1967, por ejemplo, la renta per cápita se duplicó y aun cuando la población creció, la fecundidad, se encontraba en pleno decrecimiento. Inmediatamente después de la guerra tuvo lugar un baby boom, pero desde 1951, aproximadamente, la tasa de natalidad comenzó a disminuir de forma sostenida, siendo así que los programas de planificación familiar no comenzaron

hasta 1959, y no estuvieron completamente organizados hasta 1963. Hasta 1968 el gobierno no adoptó, en realidad, una política oficial de aprobación y fomento de la planificación familiar. Durante el período 1963-68 la tasa de fecundidad total pasó de 5,3 a 4,3 y en 1976 alcanzó un valor de sólo 3,1. En sólo dos décadas (desde 1956 a 1976) la tasa de fecundidad iotal quedó reducida a menos de la mitad, pasando de 6,7 a 3,1. Así pues, la planificación familiar contribuyó sin duda a mantener, y posiblemente a acelerar, la disminución de la fecundidad en Taiwan. Como consecuencia de la puesta en práctica de un programa de amplio alcance, se proporcionó un DIU, u otros anticonceptivos (sobre todo condones), o se esterilizó a centenares de miles de mujeres, pero sólo después de que la población de Taiwan estuviera ya generalmente motivada a tener familias reducidas. Reducida influencia sobre la fecundidad de un programa de planificación familiar: el caso de la India: En 1952 la India empezó a probar la utilización de programas de planificación familiar para mantener a la población en un nivel proporcionado a las necesidades de la economía. Aunque al principio los avances en este terreno fueron muy lentos, debido a la cautela con que el gobierno indio abordó la cuestión, a la altura de 1961 había ya en funcionamiento unas 1.500 clínicas que facilitaban, de forma generalmente gratuita, condones, diafragmas, cremas espermicidas y otros servicios. En 1963 la tasa de natalidad no registraba aún cambio alguno y el gobierno (ahora con la asistencia de la Fundación Ford) reorganizó sus esfuerzos de planificación familiar, fundamentalmente en el sentido de hacer llegar el mensaje anticonceptivo a un número mayor de personas. Pese a ello la tasa de natalidad siguió inalterada y en 1966 tuvo lugar una nueva reorganización, siendo nombrado en 1967 ministro de Estado para la Sanidad y la Planificación familiar el demógrafo S. Chandrasekliar. Chandrasekliar potenció el uso de los medios de comunicación de masas, ofreció transistores a los varones que aceptasen ser vasectomizados, logró que el aborto fuera legalizado, y en general activó la planificación familiar mucho más que en todos los años anteriores. La esterilización masculina, que además de ser permanente es el método de control de la natalidad más barato, recibió especial atención del gobierno indio. Asi, entre 1967 y 1973 (fecha en que Chandrasekliar dejó su cargo), 13 millones de personas fueron esterilizadas en la India. ¿Varió acaso en forma proporcional la tasa de natalidad? Como ya indiqué en el Capílulo 3. entre 1961 y 1971 la tasa de natalidad puede haber disminuido, si bien ligeramente, en la India: pero como a lo largo de ese periodo la disminución de la tasa de mortalidad fue aún mayor, la realidad es que a mediados de la década de 1970 la población de la India estaba creciendo más deprisa que nunca. ¿Por qué fracasaron los esfuerzos por extender la planificación familiar? Porque los que los realizaron no tuvieron en cuenta el contexto social más amplio en el que tiene lugar la reproducción. Resultaba en efecto una ingenuidad pensar que los planificadores familiares podrían generar, a voluntad, el tipo de revolución social y cultural requerido para convertir a la familia reducida en la norma y práctica cotidiana en toda la India. En 1976 el gobierno indio comenzó a dar señales de desesperación en lo tocante a la disminución de la tasa de crecimiento demográfico y se convirtió en el primero en inclinarse claramente por la adopción de medidas coercitivas. Al Dr. D. N. Pal, director de Planificación Familiar en Bombay, se le atribuyen las afirmaciones siguientes: «El 90 por 100 de la gente no espera nada de la vida. ¿Cómo se la puede entonces motivar, si no tiene nada que perder? La única salida para esta situación pasa por

la coacción». Varios estados consideraron la posibilidad de establecer medidas coactivas, entre ellos el de Maharashira (cuya capital es Bombay), donde se discutió un proyecto de ley que establecía una pena de multa o de cárcel para toda pareja que en los seis meses siguientes al nacimiento de su tercer hijo no se sometiese a la esterilización. Aunque dicho proyecto no llegó a ser aprobado, en 1976 el gobierno indio ordenó a todo el personal a su servicio que limitase a tres el número de hijos con la amenaza, presumiblemente, de pérdida del empleo en caso de desobediencia. Como resultado de esta política de fomento de la esterilización, el número de personas (fundamentalmente varones) esterilizadas en la India pasó de 13 millones en 1976 a 22 en 1977. Es de observar, en cambio, que menos de 4 millones de mujeres (es decir, sólo el 3 por 100 del total de mujeres casadas) utilizaban el DIU o la píldora. Las medidas de Indira Ghandi contribuyeron ciertamente a elevar el número de esterilizaciones, pero generaron una violenta hostilidad, que llevaron a su derrota en las elecciones de 1977. Los problemas enconados por el gobierno indio a la hora de tratar de reducir la natalidad no parecen deberse simplemente a su forma de enfocar la política demográfica. Dos países vecinos, culturalmente similares y geográficamente contiguos. Pakistan y Bangladesh, adoptaron también, oficialmente, políticas de control de la población, pero ni uno ni otro lograron una disminución significativa de la fecundidad. De hecho, esta falta de flexibilidad de la tasa de natalidad ante los esfuerzos por reducirla es común, por lo general, a todos los países del mundo de religión islámica. ¿Por qué no son siempre eficaces?: La conclusión que parece desprenderse de los tres casos estudiados es la ya señalada antes en este libro: el descenso de la fecundidad depende mucho más de la motivación de los individuos que de la tecnología o de los esfuerzos gubernamentales. Recuérdese también que en 1963, al examinar el rápido descenso de la fecundidad en Japón, las Naciones Unidas señalaron que «la importante lección a aprender de la experiencia japonesa es que el deseo de un menor número de hijos se difunde rápidamente si existe una motivación intensa; pero de no existir ésta, resulta improbable que los programadores de la planificación familiar logren sus objetivos». Una formulación más contundente, y ampliamente citada, de esta misma idea es la ofrecida por Davis, quien escribe que al santificar la doctrina de que las mujeres deberían tener el número de hijos que deseen, y al presuponer que si sólo tienen ese número el crecimiento demográfico se reducirá automáticamente en la medida precisa, los formuladores de las actuales políticas demográficas olvidan preguntarse por qué las mujeres desean tantos hijos y cómo cabría influir sobre dicho deseo. Una vez más tenemos que el presupuesto que subyace en los programas de planificación familiar, y que les presta la apariencia de ser programas diseñados para limitar la fecundidad, es que millones de mujeres en todo el mundo (incluyendo Estados Unidos) tienen más hijos de los que desearían porque desconocen o no disponen de los métodos para controlar eficazmente la natalidad. Por otro lado, la planificación familiar está destinada a mejorar la capacidad de la mujer para tener el número de hijos que desee (tanto si ese número es cero como si es ocho), y por tanto es poco lo que hace por influir en el deseo de la pareja de tener hijos. Un problema adicional es que los programas de planificación familiar son atribuidos casi invariablemente a instituciones médicas, como si el control de la natalidad fuese un problema sanitario. Ahora bien el tener hijos no es una enfermedad a evitar mediante intervención médica, sino más bien algo normal que se busca. En consecuencia no resulta prrobable que las personas que

busquen medios de controlar la natalidad acudan en masa a clínicas. En ausencia del deseo de tener familias más reducidas, un programa de planificación familiar no logrará reducir la fecundidad: por lo tanto, para ser eficaz, una política demográfica debe ir más allá de la planificación familiar. MÁS ALLÁ DE LA PLANIFICACIÓN FAMILIAR: El cambio social como cambio provocado En los Capítulos 5, 9 y 13 consideramos ya qué tipos de factores sociales motivan a la gente para querer familias más reducidas. Desgraciadamente la mayoría de las políticas demográficas puestas en práctica no han tenido en cuenta el hecho de que es preciso que exista una motivación antes de que las personas se sientan atraídas por un programa diseñado para proporcionar anticonceptivos, esterilizaciones y abortos. ¿Cómo puede alterarse el deseo de tener hijos? Dado que la gente tiene hijos porque los beneficios percibidos superan a los costes, es preciso diseñar una política, o un conjunto de políticas, que eleven los costes y reduzcan los beneficios. Ello equivale a provocar el cambio social. Los costes de tener hijos pueden ser elevados de forma directa, mediante la imposición de multas o el establecimiento de impuestos y la eliminación de deducciones o ayudas por hijo, o bien de forma indirecta, reduciendo el número de viviendas disponibles o elevando artificialmente el precio de los bienes de consumo infantiles. Las ventajas de tener hijos pueden ser reducidas de forma directa, ilegalizando el trabajo intantil, o de forma indirecta, reduciendo las presiones pro-natalistas existentes actualmente en prácticamente todas las sociedades, y eliminando las sanciones asimismo existentes para las conductas anti-natalistas. La reducción de las presiones pro-natalistas implicará, fundamentalmente, un cambio en los roles sexuales enseñados a niños y niñas, dispensando a ambos sexos un igual trato en las esferas educativas y educacionales. Si la feminidad y la madurez de una mujer pueden expresarse de otra manera que simplemente dando a luz, entonces disminuirá su necesidad de tener hijos como forma de obtener reconocimiento social. De modo similar, si el papel del hombre es definido en menor medida en términos de dominación, entonces la creación de una familia, como forma de lograr el reconocimiento social, le resultará menos necesaria. En todo caso será preciso que existan alternativas a la familia y a los hijos que proporcionen vínculos similares de relación social y organicen en su entorno la actividad cotidiana. Esto no quiere decir que sea precisa la abolición de la familia, sino simplemente una reducción de su importancia, lo cual por supuesto puede requerir (quizá debiera mejor decir, requerirá) un cambio social masivo, una auténtica revolución en la forma en que la vida social está organizada. Una política tendente a incidir sobre la motivación tendrá, por definición, que alterar la forma en que la gente percibe el mundo social y en que se relaciona cotidianamente con su entorno. Implicará además una reestructuración de las relaciones de poder dentro de la familia, así como una reordenación de prioridades con respecto a los roles sexuales, una reorganización de la estructura económica para incrementar la participación en la misma de las mujeres, y un esfuerzo concertado para elevar el nivel educativo de todos los miembros de la sociedad. La historia parece sugerir que la mayoría de estos cambios, al menos en el caso de los paises occidentales, han tenido lugar de forma natural a medida que iba produciéndose el desarrollo económico. Sin embargo, no depende inseparablemente del desarrollo: por tanto, podrían ser provocados de forma deliberada aun antes de

que tuviera lugar un proceso de desarrollo económico en gran escala. De hecho, resulta probable que este tipo de canbios sociales contribuyera a acelerar el desarrollo económico al dar lugar a una mejora sustancial de la condición de los seres humanos, al menos según los estandars occidentales. La supresión de las penalizaciones establecidas para el comportamiento antinatalista tiene también como punto de partida la redefinición de los roles sexuales: sencillamente, hace precisa una aceptación social más positiva de las personas soltera, o sin hijos. Pero cabe mencionar cambios más específicos, referidos prácticamente a todas las sociedades, como por ejemplo los siguientes: (1) cambiar los sistemas impositivos en los que los solteros tributen más que los casados, (2) eliminar las deducciones impositivas por hijo, (3) eliminar o reducir los beneficios de la maternidad, y (4) dejar de conceder prestaciones mayores (por ejemplo, en el seguro de desempleo o en la ayuda médica) a las personas con hijos que a las personas sin hijos. Uno de los primeros planes que utilizó los incentivos económicos de manera positiva para incidir sobre el deseo de tener hijos fue el elaborado por Stephen Enke para el gobierno indio. El incentivo económico En 1959 Stephen Enke calculó que en muchos países como la India los recursos invertidos en los hijos (alimentación, vestido, cuidados médicos, educación. etc.) no generan rendimientos tan elevados como los invertidos en proyectos ordinarios necesitados de capital (como por ejemplo una fábrica, un embalse, etc.). Seqún Enke, en esos países el gobierno podría permitirse pagar a hombres y mujeres una prima económica por cada nacimiemo evitado de forma permanente. La India constituía el país ideal para poner a prueba esta teoría, ya que en aquella época los gobiernos de varios estados de la Unión y distintas compañías privadas ofrecían ya a sus empleados la realización gratuita de vasectomías y además una pequeña compensación económica. Enke propuso una compensación económica mayor, quizá hasta de unos 100 dólares (es decir, el equivalente a más del salario de todo un año en la India) y recomendó la esterilización más que la anticoncepción (por implicar un coste para una sola vez), y de los hombres más que de las mujeres (al ser la vasectomía la forma más barata de esterilización). Para Enke la concesión de una compensación más elevada se justificaba porque puede resultar varios cientos de veces más ventajoso invertir dinero en evitar nacimientos, de la forma aquí sugerida, que en los proyectos de desarrollo tradicionales. Se trataba sin duda de una idea innovadora, pero Enke ignoró dos problemas colaterales y prestó escasa atención a un tercero. En primer lugar, y quizá sobre todo, no hizo indicación alguna acerca de lo que la sociedad debía planificar para esas mujeres que iban a encontrarse sin una numerosa familia que atender: ¿se les permitiría el acceso a los centros educativos y al mercado laboral o bien simplemente descenderían a un nivel más bajo en la escala de prestigio social? En segundo lugar, y en estrecha relación con este primer punto, no evaluó la medida en que una compensación económica más elevada podría constituir una motivación bastante para someterse a la vasectomía para un número de varones lo suficientemente elevado como para alterar la tasa de natalidad. Finalmente abordó de forma incompleta el problema de como conseguir el dinero para las vasectomías y las compensaciones, limitándose a sugerir que podría ser obtenido «de conceptos impositivos adicionales». El plan de Enke constituyó ciertamente una sugerencia útil de como elaborar un programa social

tendente específicamente a limitar la fecundidad. Sus insuficiencias, sin embargo, explican que no fuera adoptado. Su mayor fallo fue no tomar en consideración el deseo de las parejas de tener hijos. Como ya he repetido en varias ocasiones, una variación en dicho deseo constituye el elemento precursor necesario de todo descenso en los niveles de fecundidad. Enke propuso también un plan alternativo que, en su opinión, sería menos eficaz pero que tenía en cambio la ventaja de no requerir pagos inmediatos en metálico. El plan consistía en la creación de un fondo de jubilación para las mujeres, invirtiendo dinero en el mismo por cada año que su titular pasase sin dar a luz a un hijo. Este plan está siendo puesto actualmente en práctica para los empleados de varias plantaciones privadas de té en la India y ha recibido el respaldo del Banco Mundial (1974). La evaluación de su impacto demográfico tras varios años de existencia ha permitido comprobar que pese a no tener un éxito tan espectacular como se esperaba, ha incidido sin embargo en la reducción de la fecundidad. Además de la India, sólo otros pocos países han intentado ir más allá del simple establecimiento de programas de planificación familiar. En dos de esos paises, la República Popular China y Singapur, la tasa de natalidad parece haber sido más sensible que en la India a dichas medidas adicionales. China y Singapur Desde la revolución comunista de 1949, la población de la República Popular China prácticamente se ha duplicado. El gobierno chino es consciente de la magnitud del problema demográfico y se encuentra embarcado en la puesta en práctica del programa de reducción del crecimiento poblacional más voluminoso. ambicioso y trascendente jamás emprendido en el mundo. La Constitución china de 1978 establece que “el estado promueve y fomenta la planificación de los nacimientos”. La viceprimer ministro Chen Muhua explicó en 1979 las razones para esta prescripción constitucional. Según ella, hay tres explicaciones básicas para el hecho de que en China el control de la población sea ahora “dictado y requerido por el modo socialisla de producción”: (1) un aumento demasiado rápido de la población resulta perjudicial para la aceleración de la acumulación de capital: (2) un rápido aumento de la población obstaculiza los esfuerzos para elevar rápidamente el nivel científico y cultural de toda la nación; y (3) el crecimiento demográfico rápido resulta perjudicial para la mejora del nivel del vida, Estos argumentos coinciden básicamente, como puede verse, con los expuestos en el Capitulo 10 al analizar la relación entre crecimiento demográfico y desarrollo económico. La meta del gobierno chino, por increíble que parezca, es lograr el CDC para el año 2000. Como ya vimos en el Capitulo 8, para conseguir esto sería preciso que las familias con un solo hijo pasasen a constituir la norma, dado que la actual estructura por edad de la población china es muy joven, con una gran proporción de personas en las edades reproductivas. ¿Cómo pretenden los dirigentes chinos lograr este objetivo? El primer paso es convencer a las mujeres para que no tengan un tercer hijo (en efecto, los hijos terceros, o de un orden de nacimiento aún más elevado, representaron en 1979 el 30 por 100 de todos los nacimientos. El segundo paso es promocionar la familia con un solo hijo. Estos objetivos se conseguirán en parte incrementando la presión social (propaganda, activismo de los militantes del partido) y en parte aumentando la fabricación y distribución de anticonceptivos. La clave de la política reside, sin embargo, en un sistema cuidadosamente elaborado de incentivos económicos (o recompensas) para las familias con un solo hijo. y de desincentivos (o sanciones) para

las familias más amplias. En las ciudades. las parejas con un solo hijo que se comprometan a no tener más (y estén utilizando algún medio de control de la fecundidad) pueden solicitar un certificado de hijo único. Dicho certificado les da derecho a recibir una asignación mensual para contribuir a los gastos de crianza del hijo hasta que éste cumpla 14 años. Además, las parejas con un solo hijo tienen preferencia a la hora de obtener vivienda; ésta tiene la misma superficie que las viviendas atribuidas a parejas con dos hijos: su hijo tiene preferencia al solicitar admisión en los centros de enseñanza y al solicitar trabajo; y al jubilarse esas parejas recibirán una pensión superior a la media. En el campo los incentivos son algo diferentes. Las familias rurales con un solo hijo reciben cada mes una serie adicional de puntos laborales (que determinan el pago en metálico y en especie) hasta que el hijo cumpla 14 años, y la misma ración de grano que una familia con dos hijos. Además, todas las familias rurales reciben una parcela de igual superficie para su cultivo particular, con independencia de su número de hijos, resultando así beneficiadas indirectamente las familias pequeñas. A nivel provincial se está experimentando también la aplicación de un impuesto cuya cuantía se eleva con cada hijo a partir del segundo. Además, y a partir del segundo hijo, los padres han de correr con todos los gastos (de maternidad, educativos y médicos) de cada nuevo hijo. En la actualidad estas medidas están siendo aplicadas de forma sólo experimental y a nivel local, pero resulta muy probable que, a medida que el intento de lograr el CDC vaya adquiriendo impulso, su aplicación se extienda a toda China. Si China ha puesto en práctica recientemente tanto fuertes incentivos para las familias pequeñas como penalizaciones para las grandes, la pequeña, pero cada vez más poblada, república de Singapur ha venido utilizando una política de desmotivación de las familias grandes desde 1969. Singapur es una ciudad-estado situada al norte de Malasia cuya población apenas supera los 2 millones de habintes. De ellos casi las tres cuartas partes son de origen chino, lo cual no deja de ser signiflcativo. Tras conseguir en 1965 la independencia de Gran Bretaña, el gobierno de Singapur comprendió que la rápida tasa de crecimiento de su población haría imposible la continuación del desarrollo económico. Al principio la orientación escogida fue la de los programas tradicionales de planificación familiar, poniendo el énfasis en la distribución de anticonceptivos a través de clínicas y hospitales (Salaff y Wong. 19781. Sin embargo, tras cuatro años de planificación familiar el gobierno se sintió inquieto por la lentitud con que descendia la tasa de natalidad. En consecuencia procedió en 1969 a liberalizar la ley del aborto y a establecer algunas penalizaciones económicas tendentes a difundir la idea de que «con dos basta». Estas medidas incluían, entre otras cosas, una abrupta elevación de los costes de la clínica de maternidad para cada hijo adicional, el establecimiento de bajas prioridades para la admisión escolar de los hijos terceros y posteriores, la anulación tras el segundo hijo del permiso pagado de dos meses por maternidad para las mujeres empleadas en la Administración pública y sindicadas, el establecimiento de una baja prioridad, en la adjudicación de vivienda, para las familias numerosas y la cancelación de toda exención tributaria para las familias con más de tres hijos. ¿Han resultado eficaces estas medidas de índole básicamente coactiva? Sin lugar a dudas, sí: entre 1966 y 1975 la tasa de fecundidad total disminuyó en Singapur desde un valor de 4,5 hijos por mujer a otro de sólo 2,1. continuando aún el descenso. Los datos disponibles parecen indicar que esta

politica de desincentivación ha sido particularmente efectiva en lograr reducir la fecundidad de las mujeres de más edad (es decir, de 30 y más años) y en provocar, de forma indirecta, la posposición del matrimonio de las mujeres más jóvenes.

POLÍTICAS INDIRECTAS QUE INFLUYEN SOBRE LA FECUNDIDAD Al tiempo que China se esforzaba por cambiar su organización social para provocar la disminución de la tasa de natalidad, los paises de Europa oriental se han encontrado con que algunas de sus políticas económicas y de vivienda han situado a su tasa de fecundidad en niveles más bajos de los deseados. En fecha tan cercana como el año 1920, la tasa bruta de natalidad en Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumania, Yugoslavia y Rusia seguía siendo igual, o más alta, que la encontrable cien años antes en la Europa occidental y nórdica. Sin embargo, desde comienzos de los años cincuenta, y hasta la actualidad, la fecundidad ha seguido en esos paises una ten dencia descendente, atribuible fundamentalmente a la incidencia del aborto. Por ejemplo, se estima que en 1972 aproximadamente el 60 por 100 de todos los embarazos fueron interrumpidos en Hungria y la URSS mediante un aborto. En Bulgaria ese porcentaje era del ordendel 44 por 100, en Checoslovaquia del 36 por 100 y en Polonia del 23 por 100. La importancia del aborto queda ilustrada por lo ocurrido en Rumania en 1966. Ese año el gobierno rumano decidió detener la tendencia decreciente de la tasa de natalidad (debida básicamente al uso extendido del aborto) ilegalizándolo, salvo para casos extremos. El gobierno des-incentivó también el uso de otros medios anticonceptivos, suspendiendo su importación y cesando toda propaganda en favor de su utilización. El resultado fue que la tasa de natalidad experimentó una subida espectacular, pasando del 12 por 1.000 en 1966 al 40 por 1.000 en 1967: es decir, aumentó en un 233 por 100. Si bien tras 1967 volvió a decrecer a medida que las mujeres recurrieron al aborto ilegal y a otros medios de controlar la natalidad, en 1976 la tasa de natalidad no había alcanzado aún el nivel de 1966. Por otro lado, todo parece indicar que en el futuro Rumania registrará un efecto de “baby boom” similar al experimentado por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial (Berelson, 1979). En toda Europa oriental los niveles de fecundidad resultan desconcertantemente bajos para los dirigentes de esos países, cuya ideología es oficialmente marxista. Sin embargo, lo cierto es que en los mismos las motivaciones para limitar el tamaño familiar son muy fuertes. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial esta parte de Europa ha experimentado un déficit de mano de obra como consecuencia del número de bajas sufrido durante la guerra y de la existencia de una alta tasa de industrialización. La ideología marxista imperante en la Europa del Este enfatiza la igualdad entre los sexos y minimiza la importancia de la familia y de las relaciones de parentesco: ello ha facilitado la integración laboral de la mujer, disminuyendo al mis mo tiempo su propensión a tener una familia grande que pudiera obstaculizar su actividad profesional. Por otro lado, la escasez de viviendas ha contribuido a limitar en muchas parejas el deseo de tener hijos, y ese mismo efecto ha tenido el lento aumento del nivel de vida que sitúa, por ejemplo, a las familias húngaras ante el dilema de optar entre un hijo o un automóvil. La situación encontrable a nivel mundial no deja así de ser irónica: mientras que unos paises tienen tasas altas de natalidad que sus dirigentes tratan de reducir, en otros países esas tasas son bajas y sus

dirigentes preferirían que fuesen más elevadas.

EL FOMENTO O EL MANTENIMIENTO DEL CRECIMIENTO Muchos paises desarrollados, sobre todo en Europa del Este, están poniendo en práctica políticas demográficas tendentes o a mantener su bajo nivel de crecimiento (sin permitir que disminuya más) o incluso a elevar ligeramente su tasa de crecimiento. Bulgaria, por ejemplo, ha establecido como meta la elevación de la fecundidad hasta alcanzar un número medio de 3 hijos por familia; Checoslovaquia quiere que su fecundidad alcance un n¡vel medio de 2,3 hijos por familia; la política demográfica de Hungría persigue el incremento gradual de la tasa bruta de natalidad para garantizar la consecución de un nivel de reemplazo; y la de Polonia trata de controlar la disminución excesiva de la natalidad manteniendo la tasa neta de reproducción ligeramente por encima del nivel de reemplazo. Australia es otro país industrializado que intenta fomentar la expansión de su población por considerar que ello resulta beneficioso para su economía. Sin embargo su política demográfica se orienta a fomentar más la inmigración que la elevación de la tasa de natalidad. Pero a este respecto quizá el caso más significativo sea el de los paises menos desarrollados que, o bien son activamente pronatalistas o bien se muestran satisfechos con su situación demográfica actual. En este segundo caso cabe indicar que la no adopción de medida alguna constituye también. en esencia, una forma de política demográfica, basada en la consideración de que no existen apenas discrepancias entre los cambios deseados y los cambios que, a partir de las proyecciones demográficas, cabe esperar que efectivamente se produzcan. Africa Es bien conocido que los dirigentes de Camerún consideran que su país está infrapoblado. En consecuencia no se fomenta allí la planificación familiar, aunque existe la posibilidad de recurrir a ella como medida sanitaria. En varios otros países africanos como Argelia, Dahomey, Etiopía. Tanzania y Alto Volta, el gobierno reconoce como un derecho humano la evitación del embarazo no deseado, pero no facilita precisamente el ejercicio efectivo del mismo. En Madagascar y Mozambique el gobierno respectivo no es abiertamente pro-natalista, pero en ninguno de los dos paises existen programas de planificación familiar. Se ha observado que en muchos países subsaharianos, como Chad y Níger, existe un activo empeño por aumentar el tamaño de la población. Esto parece deberse al «deseo de alcanzar economías de escala por medio del incremento de la densidad poblacional y de tener un mercado doméstico más amplio. En todos estos países la política demográfica se orienta hacia la progresiva disminución de la tasa de mortalidad. Asia y América Latina En Asia existen al menos dos paises distintos (Birmania y Arabia Saudita) caracterizados por mantener una actitud pro-natalista. Como en la mayor parte de África, existen allí programas de planificación familiar, pero los anticonceptivos resultan dificiles de obtener. Arabia Saudita ha establecido, por otro lado, restricciones muy severas a la emigración.

En América Latina, Brasil mantiene una política demográfica favorecedora del crecimiento demográfico, ya que, pese a ser el séptimo pais más poblado del mundo, cuenta con una extensa región interior que desea poblar y desarrollar. En la Conferencia Mundial de la Población celebrada en 1974 en Bucarest, la delegación brasileña reconoció el derecho de los individuos a practicar la planificación familiar: sin embargo el gobierno de Brasil no proporciona ningún apoyo económico a ese tipo de actividad, ni hace nada por fomentarla. En Brasil se considera que el crecimiento de la población es necesario para ocupar las regiones escasamente pobladas situadas al norte y al oeste del país, para crear un potente mercado interno para el comercio y la industria y para alcanzar los requisitos demográficos mínimos que le permitan convertirse en una potencia mundial (Nortman, 1975:28). El gobierno contrarevolucionario chileno se ha declarado también a favor de un incremento significativo de la población para proteger al pais del crecimiento demográfico experimentado por los países vecinos. La realidad, sin embargo, parece discurrir en la dirección opuesta. Desde el derrocamiento del gobierno socialista de Allende en 1973, el régimen de Pinochet ha impuesto una política de austeridad que ha reducido los ingresos y ha elevado el nivel de desempleo. En la práctica esto ha venido a fomentar la emigración, la posposición del matrimonio y el recurso generalizado a la anticoncepción dentro del matrimonio. Realmente no parece éste ser el mejor camino para aumentar la población. Como puede verse, he dedicado una atención reducida a las políticas demográlicas tendentes a mantener o incrementar la población. La razón para ello es que dichas políticas se están convirtiendo, rápidamente, en claros anacronismos. En épocas anteriores, caracterizadas por una mortalidad alta e incontrolada. los gobiernos que deseaban propiciar un incremento de la población tenían que promocionar de forma activa la procreación, ofreciendo en ocasiones pagos mensuales por cada hijo adicional para tratar así de incrementar el atractivo de la vida familiar (Camp, 1961). Pero en la actualidad la mortalidad es más reducida en todo el mundo que en ninguna época anterior, y por otro lado disponemos de la tecnología médica y sanitaria precisas para reducir las tasas de mortalidad y mantenerlas bajas. Por lo tanto, lo único que hace falta hacer para fomentar el crecimiento de la población es evitar que la disminución de la tasa de natalidad sea tan rápida como la de la tasa de mortalidad y, como ya sabemos, eso rara vez constituye un problema. Mucha mayor dificultad presenta en cambio la tarea de distribuir la población en el espacio de la forma considerada preferible (cuestión ésta que he considerado en los Capítulos 7 y 12) y de hacer disminuir la tasa de mortalidad (problema éste que hemos analizado en este capítulo). RESUMEN Y CONCLUSIONES La principal utilidad de la demografía consiste en proporcionar un instrumento con el que modelar el futuro para tratar de mejorar las condiciones, tanto sociales como materiales, de la existencia humana. Ello requiere la adquisición previa de una perspectiva demográfica, es decir, la comprensión de cómo las causas del cambio poblacional están relacionadas con las consecuencias. A lo largo de los 14 capítulos anteriores he explorado los factores incidentes en, y resultantes de, dichas causas y consecuencias: cómo y por qué la mortalidad, la fecundidad y la migración cambian: cómo afectan a la estructura por sexo y edad de una sociedad y cómo las caracterísricas demográficas son influidas por, y a su vez afectan a, los cambios demográficos; cómo el crecimiento demográfico afecta

al desarrollo económico, a los recursos alimenticios y a la contaminación, al entorno urbano y al status de la mujer, y cómo los cambios demográficos aIteran al proceso de envejecimiento de la población de las sociedades industrializadas. En el examen de todas estas cuestiones estaba implícita la idea de que la comprension de lo que ocurrió en el pasado y de lo que está ocurriendo en el presente nos proporciona los elementos precisos para hacernos una idea de cómo puede ser el futuro, y este es por supuesto el primer paso para propugnar o promover una política demográfica. Sobre la base de lo que el lector sabe ya sobre el cambio demográfico, puede intentar una estimación de cómo será el futuro si las cosas no cambian. En el supuesto de que esa estimación arroje un resultado inquietante que le lleve a abogar por la adopción de medidas tendentes a frenar la tasa de crecimiento demográfico, en las páginas anteriores habrá encontrado ideas sobre lo que puede hacerse para reducir el incremento de la población. Pero si el lector no se siente inquieto por el resultado de su estimación del futuro, entonces quizá haría mejor en volver a leer este libro.

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