W. Schmidt - Introducción Al at (Cap. I)

February 3, 2018 | Author: Jonathan Camps | Category: Prophet, Old Testament, Moses, Biblical Canon, International Politics
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Descripción: antiguo testamento...

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INTRODUCCION · AL ANTIGUO rrESTAMENTO Werner H. Schn1idt

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BIBLIOTECA DE ESTUDIOS BÍBLICOS

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WERNER H. SCHMIDT

SEGUNDA EDICION

Otras obras en la colección Biblioteca de estudios bíblicos: G. von Rad, Estudios sobre el AT (BEB, 3). G. von Rad, Teología del AT, 1-II (BEB, lÍ-12) . G. von Rad, El libro del Génesis (BEB , 18). S. Hermann, Historia de Israel (BEB, 23). M. Noth, Estudios sobre el AT (BEB, 44). H. J. Kraus, Teología de los salmos (BEB, 52).

EDICIONES SIGUEME SALAMANCA 1990

I

Panorama del antiguo testamento y de su historia

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LAS PARTES DEL ANTIGUO TESTAMENTO «Introducciones » al AT de: Eissfeldt 3 1964; A. Weiser 6 1966; (E. Sellin-) G. Fohrer 12 1979; O. Kaiser 4 1978; R. Smend, Die Entstehung des A T, 1978 ( =EntstAT). H. Haag, Diccionario de la Biblia, Barcelona 8 1981; H. Gese, Erwiigungen zur Einheir der biblischen Theologie (1970): Von Sinai zum Zion, 1974, 11-30; J . Conrad, Zur Frage nach der Rolle des Geset"es bei der Bildung des al//estamentlichen Kanons: Theol Yers XI (1980) 11 -19; G. Wanke, Bibel: TRE 6 (1980) 1-8.

1.

Nombre y estructura

El antiguo testamento debe su condición de «antiguo» al nuevo testamento. Ya el nombre, contrapuesto al de «nuevo testamento», suscita el problema de la interpretación cristiana de este cuerpo que recoge los materiales de una tradición. Pero la propia expresión «nuevo testamento», acuñada por la conciencia cristiana , remonta a los textos del antiguo testamento, más exactamente a la expectativa profética del futuro: Dios se reconciliará con su pueblo después del castigo. Según la promesa de Jer 31 31, una nueva alianza (en latín testamentum) vendrá a sustituir a la antigua quebrantada. Esta palabra «alianza» muestra ya de modo ejemplar cómo el antiguo testamento se puede superar a sí mismo en virtud de la esperanza. La conciencia cristiana puede conectar con esta expectativa de superación de su propio horizonte que anima al antiguo testamento. El nuevo testamento pone en relación las promesas proféticas con el futuro iniciado en Jesús (cf. 2 Cor 3; Heb 8). Hay que hacer notar, con todo, que la expresión «antigua alianza o testamento» aplicada a los libros del AT no aparece aún en el nuevo testamento. El nuevo testamento cita el antiguo como autoridad (por ejemplo: Le 10 25 s), como «escrito inspirado por Dios» (2 Tim 3 16). El AT es «el escrito» o «los escritos» sin más (Le 4 21; 24 27 s, etc.). Esta calificación refleja una gran estimación, un prestigio único en cierto modo; pero no debe malentenderse como si el AT fuese la palabra escrita frente al nuevo, que sería la palabra oral. El AT nació en buena parte, sobre todo en el mensaje profético, de la predicación oral, y sólo posteriormente se leía y comentaba durante el culto religioso (Neh 8 s; Le 4 17).

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Panorama del antiguo testamento y de su historia

Las partes del antiguo testamento

El AT viene designado en el nuevo con el término de «ley» (Jn 12 34; 1 Cor 14 21, etc.), más concretamente como «la ley y los profetas» o «Moisés y los profetas» (Mt 7 12; Le 16 16.29; Rom 3 21, etc.), y en una ocasión como «Moisés, los profetas y los salmos» (Le 24 44). Pero también estas denominaciones entrañan el peligro de un mal entendimiento, como si el AT fuera esencialmente de naturaleza jurídica o legalista. La «ley» no posee sólo el carácter de mandato (cf. Mt 22 40), sino también el de profecía (Jn 15 25; Mt 11 13). Y, por supuesto, el AT no se presenta como una compilación de leyes. La segunda fórmula y, sobre todo, la tercera -«Moisés, los profetas y los salmos»- reflejan perfectamel}te la estructura del AT. La triple articulación se encuentra ya de algún modo, alrededor del año 130 a.c., en el prólogo a la versión griega de los dichos (apócrifos) de Jesús Sirá. Todavía hoy es corriente en el judaísmo -aparte el nombre de miqra' «la lección», «el libro de lectura»- la sigla TNK (pronunciada renaJ). El término se compone de las consonantes iniciales de los nombres dados a las tres partes fundamentales del AT. T: Tora, es decir, «instrucción»: los cinco libros de Moisés: Gén, Ex, Lev, Núm y Dt. N: Nebiim, «los profetas» (incluyendo los libros históricos Jos y Re). K: Ketubim, los (restantes) «escritos», como el salterio y el libro de Job. La versión griega de los LXX, en cambio, es cuadrupartita y contiene algunos apócrifos (como los Macabeos, Baruc o Jesús Ben Sirá): libros legales (1-5 Moisés) históricos (Jos, Rut, Sam, Re, Crón, Esd, Neh, Mac y otros) poéticos (Sal, Prov, Ecl) proféticos (los doce profetas, Is, Jer, Lam, Ez y otros).

En el primer conjunto, formado por el Pentateuco o los cinco libros de Moisés (cf. infra, cap. 4 1), coinciden la tradición hebrea y la griega. Es lógico que el Pentateuco ocupe el primer lugar, ya que comienza con la creación del mundo y luego relata los orígenes (patriarcas, Egipto) y los fundamentos (Sinaí) de Israel. La tradición cristiana se aparta, en cambio, de la judía en la ordenación del segundo grupo. El judaísmo considera los libros de los grandes profetas Isaías, Jeremías, y Ezequiel (sin Daniel), y también el libro de los doce profetas menores, que reúne los escritos desde Oseas hasta Malaquías (contenidos originariamente en un rollo) como «profetas posteriores». Les anteceden los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes como «profetas anteriores». Esta contraposición «anteriores-posteriores» se puede explicar espacialmente, por el puesto que ocupan en el canon, o temporalmente por el orden de aparición de los profetas. En los escritos narrativos «anteriores» se recogen noticias sobre profetas como Natán, Elías o Elíseo. La unificación de las obras históricas y las proféticas en un bloque obedece quizá a la idea de que estos libros históricos fueron escritos por profetas (Samuel).

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Si se unifican los dos primeros grupos, agregando los cinco libros de Moisés a los libros históricos, se forma una división tripartita más clara que la hebrea, que corresponde a la distinción temporal : pasado (obras históricas), presente (Salmos, Proverbios) y futuro (profecía). Es la estructura que ha pasado a nuestra Biblia a través de la versión latina, la Vulgata.

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Existen en realidad algunas notas comunes entre las obras narrativas y las proféticas. Ambas coinciden en la concepción de la historia, e_specialmente en la estrecha conexión que se establece entre la palabra (precedente o subsiguiente-interpretativa) y el acontecimiento. En los dos campos se encuentra, además, el mismo enfoque (de la escuela deuteronómica), que concreta la culpabilidad del pueblo en la transgresión del primero y segundo mandamientos. Así, la trabazón entre las obras históricas y las proféticas remonta, al parecer, a una época primitiva.

La tradición cristiana no subsume las obras históricas en la profecía; inspirándose en la versión griega y en la latina, que sigue sus huellas, agrupa el Pentateuco con los libros de Josué y Reyes como libros históricos y les agrega otros escritos narrativos (Crón, Esd, Neh, Est). De este modo el Pentateuco pierde algo de su posición especial y aparece destacado su carácter de obra histórica, en conexión con el libro de Josué: la conquista del país de Canaán se presenta como el cumplimiento de la promesa hecha a los patriarcas y a Israel. Toda la historia de los patriarcas o de la creación hasta la época del postexilio forma

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Las partes del antiguo testamento

en cierto modo una continuidad que se refleja de modo diferente en los distintos escritos entre el Génesis y Esdras-Nehemías. La tercera parte del canon veterotestamentario tampoco ofrece perfiles claros en la tradición judía ni en la cristiana. En este complejo se inclúyeron los «escritos» (sagrados) que no encontraron cabida en los dos primeros cuerpos; el orden de estas obras permaneció impreciso durante siglos. En la Biblia hebrea, tras los escritos más voluminosos: Salmos, Job y Proverbios, siguen los cinco Meguillot, es decir, los rollos de las cinco fiestas anuales con Rut, Cantar de los cantares, Eclesiastés, Lamentaciones y Ester (cap. 26); finalmente, Daniel y la obra histórica de las crónicas (Esd, Neh, 1-2 Crón). La tradición cristiana distingue, basándose también en la tradición greco-latina, una parte de la colección (Job, Sal, Prov, Ecl, Cant) como «libros poéticos», formando unidad, mientras adjudica una segunda parte (Crón, Esd, Neh, Est), a los libros históricos y una tercera (Lam, Dan) a los proféticos.

«elogio de los antepasados» a lsaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas, mientras que falta toda alusión al libro de Daniel, que apareció alrededor de 165 a.c.

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2.

Nacimiento del canon

La ausencia de un principio claro de ordenación en la estructura del AT se explica por su proceso de formación histórica. Los libros se fueron agregando paulatinamente a la lista sagrada, sobre todo en el bloque de los «escritos». Y las diversas etapas de formación del AT influyeron sin duda en la distribución del mismo. La parte más antigua es el Pentateuco, que se fue constituyendo a lo largo de siglos, hasta adquirir su figura actual en el siglo V o al menos en el IV a.c. Los samaritanos, que se escindieron lentamente de la comunidad de Jerusalén -de modo definitivo en la época helenística- conocieron y conservaron sólo la torá o los cinco libros de Moisés como autoridad por la que regían sus vidas (cf. cap. 12 3 d). El Pentateuco fue también muy anterior a su traducción griega, que apareció en Egipto a partir del siglo III a.c. A este núcleo se agregaron, aproximadamente en el siglo III a.c., los libros de los profetas. Al parecer, la era de la profecía había tocado a su fin (cf. Zac 13 2 s), para dejar paso a las interpretaciones. Alrededor de 190 a.c., Ecl 48 s enumera ya en el

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¿No estaba reclamando el Pentateuco una continuación, aunque no puediera ostentar la misma dignidad? Los cinco libros de Moisés contienen alusiones, en sus partes narrativa e histórica, al asentamiento de Israel en tierras de cultivo. Los textos históricos, en cambio, y a veces también los proféticos, se refieren a las tradiciones fundamentales de la primera época de Israel. Por otra parte, la costumbre de leer durante el culto religioso pasajes de la «ley» y del profetismo (Hech 13 15), podría remontar a una época mucho más antigua (cap. 13 1 e).

El grupo de los «escritos» quedó perfilado sólo en la época neotestamentaria, cuando el AT en sus componentes y en su texto quedó fijado y «canonizado», es decir, fue reconocido como inspirado y, por tanto, como norma de fe y de vida para la comunidad. La adición de las Crónicas o del libro de Daniel a esta tercera parte del canon denota la aparición relativamente tardía de estas obras, ya que no hallaron cabida en algunas colecciones antiguas, ya cerradas. Aquella fijación definitiva del AT tuvo lugar a finales del siglo I después de Cristo (quizá en el sínodo de Jabne-Jamnia), cuando la comunidad judía se consolidó de nuevo tras la destrucción de Jerusalén y del templo (70 d.C.). ¿Influyó en la formación del canon el progresivo distanciamiento frente al cristianismo? No sólo la torá gozó de gran autoridad desde mucho antes, sino que también los libros proféticos y los salmos eran considerados ya de hecho como «canónicos». Parece ser, no obstante, que el nuevo testamento no llegó a conocer aún al antiguo en la forma precisa que nos es familiar; de todas formas, el nuevo testamento cita varias veces algunos escritos (Jds 14 s; cf. 1 Cor 2 9, etc.) que fueron eliminados como apócrifos, es decir, como no canónicos. Esta historia del canon continuó en las iglesias cristianas, que no coinciden del todo en el contenido del AT, reteniendo al~ gunos apócrifos (iglesia católica) o excluyendo otros (iglesia luterana, iglesias de estricta reforma).

Panorama del antiguo testamento y de su historia

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2 EPOCAS DE LA HISTORIA DE ISRAEL

ESTRUCTURA DEL ANTIGUO TESTAMENTO HEBREO

NOMBRE

CONTENIDO

Torá «Instrucciones»

Pentateuco 1-5 Moi = Gén, Ex, Lev, Núm, Dt

Nebiim «Profetas»

«Profetas anteriores» (más antiguos): Jos, Jue, 1-2 Sam, 1-2 Re «Profetas posteriores» (más recientes): Is, Jer, Ez, Libro de los doce profetas (OsMal).

Ketubim «Escritos»

Sal, Job, Prov 5 Meguillot: Rut, Cant, Ecl, Lam, Est, Dan, crónicas históricas (Esd, Neh, Crón).

PROBABLE FIJACION («CANONIZACION»)

Siglo V/IV a;C. (Samaritanos)

siglo III

a.c.

alrededor de 100 d.C.

A. Alt, Kleine Schriften zur Geschichte des Vofkes Israel 1-lll, 1953s; selección en: Grundfragen zur Geschichte des Volkes Israel, 1969; M. Noth, Geschichte lsraels, 8 1976; M. Metzger, Grundriss der Geschichte lsraefs, 1963. 51979; A. H. Gunneweg, Geschichte lsraels bis Bar Kochba, 1972. 31979; S. Herrmann, Historia de Israel. En la época del antiguo testamento, Salamanca 1979 (cf. R. Smend, EvTh 34 (1974) 304-313); A. Jepsen, Von Sinuhe bis Nebukadnezar, 1975, 21976 (con tabla cronológica y fuentes del antiguo oriente); G. Fohrer, Geschichte lsraels, 2 1979; J . H. Hayes-J. M. Miller, lsraelite and Judaean history, 1977; H. H. Ben-Sasson (ed.), Geschichte des jüdischen Vofkes i, 1978.

El AT se formó en el devenir de la historia y hace referencia en la mayor parte de sus textos a los acontecimientos históricos. Pero su narración es un testimonio de fe que no busca conservar la tradición en su figura originaria, «puramente histórica», sino que la vincula con la actualidad, modificándola al mismo tiempo. Por eso toca al historiador la tarea de desentrañar críticamente la historia de Israel partiendo del material del AT. Esta reconstrucción se basa en un triple paso metodológico: 1) análisis de las fuentes, con. inclusión del material oral contenido en las mismas, 2) búsqueda y evaluación del material extrabíblico del antiguo Oriente, y 3) conclusiones -cautelosas- sobre los hechos históricos.

La tradición escrita de cierta entidad se inicia en Israel al comienzo de la época de los reyes; los recuerdos de épocas anteriores se transmitían oralmente, a menudo en forma de leyendas. El estado de las fuentes, como también los diversos métodos empleados, hacen que los resultados obtenidos en el área de ·1a prehistoria y de la historia primitiva de Israel sean bastante dudosos. Israel sólo se configura como realidad histórica después de su inmigración a Canaán; pero su conciencia como pueblo se funda en tradiciones nacidas en época anterior al asentamiento en este país. Partiendo de este hecho, se puede dividir la historia de Israel en cinco o seis épocas Oas fases IV y V se pueden fundir en una): l. Prehistoria nómada siglos XV?-XIII II. Epoca primitiva preestatal siglos XII-XI

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Panorama del antiguo testamento y de su historia

III. IV. V. VI.

ca. 1000-587 587-539 desde 539 desde 333

Epoca de los reyes Exilio Postexilio Era del helenismo

Epocas de la historia de Israel

EPOCAS

Este breve panorama no pretende, obviamente, afrontar los complejos problemas de la historiografía ni abordar los múltiples episodios de la historia de Israel en sus conexiones con el oriente antiguo. Representa sólo un marco para insertar en él los acontecimientos más importantes para la comprensión del antiguo testamento.

CRONOLOGIA

reino septentrional: Israel, reino meridional: Judá Presión aramea (esp . 850-800) Hegemonía asiria (ca . 750-630) ca. 733

PRINCIPALES EPOCAS DE LA HISTORIA DE ISRAEL

EPOCAS

CRONOLOGIA

Tiempo de Judá

ACONTECIMIENTOS

732 722

s. XV-XIII Promesa a los patriarcas Liberación de Egipto Manifestación en el Sinaí 11. Epoca primitiva s. XII-XI Conquista del nuevo país preestatal Organización del país Peligro de los fiTiempo de los jueces listeos Guerras de Yahvé Confederación tribal: «anfictionía» (?) III. Epoca de la mol.

Prehistoria nómada

701

Hegemonía babilónica (desde 605) ca . 622

597

narquía Tiempo del reino único ca. 1000

Tiempo de los reinos separados: 926

IV. Exilio Saúl David (capital Jerusalén) Salomón (construcción del templo) División del reino (primera fecha segura de la historia de Israel; 1 Re 12)

Yahvista?

587

25

ACONTECIMIENTOS

Elías, Eliseo, ¿elohísta? Guerra siro-efraimita Amós (ca. contra Judá (2 Re 760) Oseas 16 s; Is 7) (ca. 750-725) Isaías (ca. 740-700) Pérdidas territoriales de Israel (2 Re 15 29) y Conquista de Samaria por los asirios (2 ·Re 17) Asedio de Jerusalén por los asirios (2 Re 18-20 = Is 36-39; l 4-8) Reforma de Josías (2 Re 22 s; Deuteronomio) Jeremías (ca. 626-586) Primera destrucción de Jerusalén; diez años después: Ezequiel Destrucción definitiva de Jerusalén por los babilonios (2 Re 24 s; Jer 27 s). Lamentaciones historia deuteronomista: Dt 2 Re (ca. 560) Escrito sacerdotal DtIsaías

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Panorama del antiguo testamento y de su historia

EPOCAS

V.

Postexilio

CRONOLOGIA

539

Hegemonía persa 520-515 (539-333)

Era helenista

333

164

64

1.

Epocas de la historia de Israel

ACONTECIMIENTOS

Caída de Babilonia en manos de los persas (Is 46 s, etc.) Reconstrucción del templo (Esd 5 s) Alejandro Magno (victoria en Issus sobre los persas)

Ageo, carías

Za-

crónicas históricas

Nueva consagración del templo durante la rebelión macabea Libro de Daniel Conquista de Palestina por los romanos.

La prehistoria nómada

La historia, que precede a la aparición de un escrito, comenzó en el antiguo oriente ya a principios del tercer milenio antes de Cristo; Cuando Israel ingresó en el espacio histórico, los pueblos orientales antiguos tenían detrás de sí un largo pasado en el que Israel se sabía inserto (Gén 10). Pero los antepasados de Israel (a pesar de Gén 11 28 s; 12 4 s) no procedían, al parecer, del área de las .culturas superiores asentadas en Mesopotamia y en el valle del Nilo. Gén 11 20 s cita nombres propios, como Najor o Harán, que son topónimos de Mesopotamia septentrional; en el propio AT aparece también Harán como Jugar (Gén 11 31 s; 28 10). Pero es poco probable que aquella región, y menos aún la más lejana Ur (11 28.31), fuera la patria de los antepasados de Israel. Existían simplemente con aquella población relaciones de parentesco (27 43; 22 20 s; 24 4 s), como también con los vecinos más próximos del este' y del sur, Amón, Moab (19 30 s) Y Edom (36 10 s), que procedían del movimiento migratorio arameo.

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Los verdaderos antecesores de Israel fueron aquellos grupos de población aramea que en el curso del tiempo avanzaron en diversas oleadas desde el desierto o la estepa hacia la tierra fértil. Los parientes de . Abrahán se supone que fueron arameos (Gén 25 20; 28 s; 31 18.20.24 y passim), y el credo profesado en Dt 26 5 dice acerca de los antepasados del patriarca: «Mi padre era un arameo errante». Posiblemente los antepasados de Israel hablaron arameo en sus orígenes y sólo después de pasar a la vida sedentaria adoptaron la lengua del país: el hebreo. Hasta el nombre de Yahvé es probablemente arameo (hwh, «ser») y expresa aproximadamente «él es, él se manifiesta (como eficiente, auxiliador)», sentido que aparece asumido en la interpretación de Ex 3 12.14: «Yo estoy contigo».

Aproximadamente en la segunda mitad del segundo milenio antes de Cristo se formaron las tres tradiciones fundamentales para la conciencia del futuro pueblo de Israel: la promesa a los patriarcas, la liberación de la servidumbre en Egipto y la manifestación en el Sinaí. En el resumen del complejo proceso de la tradición, difícil de seguir en sus pormenores, que se recoge en el AT, estas tres tradiciciones están ligadas en una línea histórica continua: los padres Abrahán, Isaac y Jacob se hallan en una secuencia de generaciones, los hijos de Jacob o Israel proliferan en Egipto y de ellos se origina el pueblo de Israel (Ex 1 7); y Moisés constituye la figura de enlace en la serie de acontecimientos que abarca un amplio espacio de tiempo desde la opresión en Egipto, pasando por la permanencia en el Sinaí, hasta la migración hacia el este del Jordán (Dt 34). La fe entiende el pasado como la acción de un Dios sobre un pueblo que es conducido colectivamente a la tierra prometida, y configura la historia desde este punto final, en un sentido más unitario del que descubre la mirada científica. Las tradiciones desde el libro de Exodo hasta el de Josué experimentan más tarde una «orientación panisraelita» (M. Noth). Originariamente dichas tradiciones no hablaban de la totalidad del pueblo. Las leyendas del libro de los Jueces describen aún la época posterior en términos más objetivos, como historia de las tribus. Así, la crítica histórica debe destacar la interpretación del brael total que impregna profundamente las tradiciones del Pentateuco; pero debe examinar

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Epocas de la historia de Israel

además si no confluyen en la historia patriarcal e israelita inicial, incluso en la tradición del Exodo y del Sinaí, otras tradiciones de diverso origen y contenido, fruto de las experiencias de grupos independientes. Se trata de un problema capital de la historiografía; en este campo', las reconstrucciones históricas no pasan de ser meros tanteos. l. Concretamente, sobre la religión de los antepasados sólo cabe hacer conjeturas. La solución clásica, cada vez más cuestionada actualmente (A. Alt, 1929), detectó un tipo especial de religión familiar o tribal que encajaba bien en la forma de vida de los nómadas: la fe en el «Dios de los padres».

(de) Bet-El», en Betel (Gén 35 1; cf. 31 13) o El Olam, «Dios (de la) eternidad», en Berseba (21 33; cf. 16 13 y passim). En otro estadio las divinidades de los patriarcas y de El fueron identificadas (Ex 3 6.13 s; 6 2 s) con Yahvé, el Dios de Israel (cf. Jos 24 23). Este proceso no significa una deformación de la fe yahvista, porque ya el Dios de los patriarcas había hecho su promesa a. los hombres y así se había abierto a la historia y, sobre todo, era adorado de modo «monolátrico», es decir, sólo dentro de la respectiva tribu.

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El «Dios de Abrahán», el «Terrible (¿pariente?) de Isaac» o el «Fuerte de Jacob» (Gén 31 29.42.53; 46 1; 49 24 s) no estaban ligados a ningún santuario servido por sacerdotes, sino que se manifestaban -en solitario- al cabeza de una tribu nómada y le prometían orientación, protección, descendencia y posesión de la tierra (12 1; 28 15.20 y passim). Pero Israel relacionó la prometida posesión de la tierra con toda Palestina y extendió la promesa del hijo en promesa de formación de un pueblo (15 4 s y pasim).

Según la exposición del Génesis, los patriarcas hacían un alto durante sus migraciones en determinados lugares santos y allí gozaban de las manifestaciones divinas (cap. 5 2 e). Presumiblemente los grupos patriarcales se asentaron inicialmente en los alrededores de estos lugares: Abrahán en Hebrón (Gén 13 1s; 18; 23), Isaac en Berseba, al sur (24 62; 25 11; 26 23 s). Jacob al este del Jordán en Penuel y en Majanaiin (32 2.23 s) y al oeste del Jordán, cerca de Siquén y de Betel (28 to s; 33 19 s; 35 1 s). Estos diversos puntos de asentamiento hacen pensar que los grupos patriarcales vivieron inicialmente separados unos de otros. Así, Abrahán, Isaac y Jacob quedaron ligados posteriormente en una cadena generacional, cuando los distintos grupos y tribus se unificaron o incluso -a plazo muy largo, aunque no demasiado- se fundieron en un estado. A través del comercio, de la búsqueda de pastos o de la visita de santuarios, sobre todo al hecerse sedentarios, los seminómadas toparon con los cananeos nativos e identificaron los dioses de éstos con las divinidades El de los santuarios de la tierra fértil, como El Bet-El, «Dios

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2. También se presenta como cumplimiento de una promesa (Ex 3 s; 6) la liberación de Egipto, que se convirtió para Israel en su creencia fundamental (20 2; Os 13 4; Ez 20 5; Sal 81 11 y otros). Mas parece ser, según todos los indicios históricos, que sólo estuvo en Egipto un grupo que posteriormente se integró en el pueblo de Israel, presumiblemente en el reino septentrional. La tradición, aun con todas estas restricciones, contiene un núcleo seguro. Algunos antepasados de Israel, viéndose obligados a emigrar a Egipto, principalmente por la amenaza del hambre (Gén 12 to; 42 s), trabajaron allí en la construcción de las ciudades granero Pitón y Ramsés (Ex 1 11). Estos datos nos llevan al siglo XIII a.c., cuando Ramsés II hizo erigir en el delta oriental, al margen nordeste de su imperio, una nueva capital («casa de Ramsés»). El grupo de trabajo huyó (cf. 14 5) y fue perseguido, pero se puso a salvo, quizá gracias a una catástrofe natural. El testimonio más antiguo de ello es una canción que describe este acontecimiento, no como victoria de Israel, sino exclusivamente como obra de Dios sin colaboración humana: Cantad a Yahvé, sublime es su victoria; caballos y carros ha arrojado en el mar (Ex 15 21; cf. 14 13 s.25).

La redacción hímnica (Ex 15), lo mismo que la prosaica (14), de la tradición ofrece dos rasgos de la fe veterotestamentaria que -junto con las notas de exclusividad y de prohibión de imágenes (Ex 20 2 s y otros)- distinguen esa fe hasta época tardía: se reclama intervenciones de Dios en la historia y reconoce al Dios que libra de los peligros. Pero el recuerdo de estos hechos de opresión (Ex 1 15 s; 5) o de liberación (14 23.26.28 s P; 15 8 s; Sal 136 13 s; Is 51 9 s y otros) se fue cargando de fantasía y color en el curso del tiempo. Los

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Epocas de la historia de Israel

milagros de las plagas y de la noche de pascua, que obligaron al faraón a dejar salir a Israel, son simbólicos: los hijos y los nietos, todo el mundo, debe saber lo que Yahvé hizo con Israel (Ex 9 16; 10 2).

la conclusión de la alianza y fundación de unos lazos comunes e íntimos entre Dios y el pueblo (Ex 24; 34) y el anuncio del código de Dios (esp. Ex 20-23; 34).

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A la última plaga nocturna, la matanza de los primogénitos de los hombres y de los animales, sólo escapará el que se inmunice con un rito protector. Este rito delata el origen de la pascua, que remonta a la época nomádica. Había sido un rito apotropaico (aspersión del dintel de las casas o de las tiendas con sangre ovina y consumo de su carne asada) con el que los pastores se protegían a sí mismos y a sus rebai\os de un demonio desértico: el «exterminador» (Ex 12 ·23; cf. Heb 11 28). La pascua adquirió en Israel un cará_cter nuevo: integrada en la fiesta de los ácimos, en la que se consumía durante siete días pan sin levadura (Ex 13; cf. 23 1s; 34 18), se convirtió en el día conmemorativo de la salida de Egipto (12 14 P; cf. Dt 16 3.12 y passim) y en ocasión 4e proclama de los preceptos divinos (Ex 12 24 s; 13 8.14 s y passim).

3. El nombre de Dios «Yahvé» va ligado inicialmente al Sinaí (Jue 5 4 s; Dt 33 2); y de Moisés se dice que «subió al encuentro de Dios» para «poner al pueblo en contacto con él» (Ex 19; 24; cf. 33 12 s; 1 Re 19). ¿Se hallaba el Sinaí, cuya situación exacta se ignora, en la zona limítrofe de los nómadas madianitas? Es posible que los antepasados de Israel recibieran la fe en Yahvé por mediación de los madianitas (cf. Ex 18 12) o de los quenitas (cf. Gén 4 1s); lo cierto es que la tradición conservó el recuerdo fidedigno de que Moisés era yerno de un sacerdote madianita (Ex 2 16 s; 18) o de un quenita (Jue 1 16; 4 11). Es posible que Moisés recibiera por esta vía la fe en Yahvé y la transmitiera luego a los esclavos de Egipto (cf. Ex 3 s). Habida cuenta que el nombre de Moisés es egipcio -quizá con el significado de «hijo»-, se puede ver en su persona un eslabón entre los territorios de Egipto, Madián y el Jordán oriental (Dt 34 s s). El papel mediador de Moisés en la revelación del Sinaí ¿pertenece también a la tradición? No está claro, en cualquier caso, qué es lo que ocurrió «realmente» en el Sinaí. La perícopa sinaítica comprende sustancialmente tres temas: la teofanía o aparición de Dios en un fenómeno de la naturaleza, de ti~ po volcánico o tormentoso (Ex 19 16 s),

31

El legado primitivo comprende sin duda la teofanía y muy probablemente también el encuentro con Dios que da lugar a unas relaciones permanentes que sólo mucho después se designarán como «alianza». Pero la proclamación del código ¿no fue en sus orígenes un elemento de otra tradición independiente? Comó sea, cuando el decálogo, el código de la alianza (Ex 2023) y otras compilaciones de preceptos legales y de normas de culto fueron agregados a la perícopa sinaítica, el derecho comunitario y el culto divino aparecen como una consecuencia de las relaciones existentes entre Dios y el pueblo. Entre la salida de Egipto y la revelación del Sinaí, de un lado, y la conquista de Canaán, de otro, se inserta el episodio de la «marcha por el desierto». No forma una unidad cerrada, sino que se compone de leyendas y escenas de todo tipo. Describen sustancialmente la ayuda que Dios presta a su pueblo en las necesidades y peligros durante sus andanzas: el hambre (el maná y las codornices Ex 16; Núm 11), la sed (el agua de la roca Ex 17; Núm 20; cf. Ex 15 22 s), la amenaza enemiga (guerra con Amalee Ex 17 8 s), etc. En este contexto se insertan episodios que delatan la falta de confianza de Israel en las promesas divinas, las «murmuraciones» del pueblo, que echa de menos las «ollas» de Egipto (16 3; Núm 11). Todas estas diversas tradiciones locales provenientes de la zona más meridional de Palestina (esp. Ex 17) ¿se agrupan alrededor de un centro que el AT sólo evoca de un modo vago y velado (Dt 1 46; 32 s1; 33 8; Núm 13 26; 20 y passim)? Los antepasados de Israel ¿vivieron durante un largo período en la región de los oasis de Cades? ¿Se encontraron allí los huidos de Egipto con otros grupos, eventualmente procedentes del espacio sinaítico? Aquella permanencia ¿representó un alto en el camino hacia Canaán que fue decisivo para la difusión de la fe yahvista? Hay muchas preguntas pendientes, pero pocas respuestas seguras sobre este período de la prehistoria de Israel y sobre esta zona ya tan próxima a Palestina.

2.

El período primitivo preestatal (la toma de Canaán y el tiempo de los jueces)

En una época en que el imperio hitita de Asia menor caminaba a su ocaso y los grandes imperios de Egipto y de Mesopo-

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Epocas de la historia de Israel

tamia experimentan una decadencia de su poder, más o menos en el tránsito del último período de la edad de bronce a la edad de piedra, los antepasados seminómadas de Israel penetraron en Palestina y se organizaron en tribus. Este proceso de inmigración, que suele denominarse con expresión deliberadamente neutral «toma de la tierra» (A. Alt), apenas tuvo un carácter belicoso (contra lo expresado en Jos 1-12); Israel no fue conquistando todo el país bajo la guía de un jefe común; fue más bien un proceso fundamentalmente pacífico, estratificado y probablemente de larga duración, que realizó el tránsito gradual a la vida sedentaria.

del Jordán (Rubén, Gad). Entre las tres zonas habitadas del oeste del Jordán avanzaban un cinturón nórdico de ciudades-estado cananeas, atravesando la llanura de Jezrael (Jue 1 21; Jos 17 14), y otro meridional, que se extendía desde Jerusalén hacia el oeste (Jue 1 21.29.35). Pero este pasillo apenas representaba una verda dera separación de «Israel».

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La diversidad de situaciones que se creó entre las distintas zonas se revela en algunos incidentes que aparecen relatados de modo más o menos fortuito: la tribu de Dan, que intentaba asentarse en Palestina central, fue desplazada a la parte más septentrional (Jue 1 34; 13 2.25; 17 s; Jos 19 40 s). También las tribus de Rubén (cf. Jos 15 6; 18 11; Jue 5 15 s), Simeón y Leví (Gén 34; 49 5 s) parece ser que se establecieron en un principio en Palestina central. La tribu de Isaac («jornalero» significa su nombre) pudo adquirir su derecho de asentamiento, probablemente, al precio de ciertas prestaciones de servicio obligatorio a las ciudades cananeas (cf. Gén 49 14 s; también Jue 5 17).

La migración de los distintos grupos se produjo presumiblemente desde diversas direcciones. Quizá Judá (alrededor de Belén) se pobló con grupos del sur (cf. Núm 13 s); y Palestina central, incluyendo las zonas de Benjamín y de la «casa de José», con grupos procedentes del este (Jos 2 s). En cualquier caso, la colonización tuvo lugar primero en las zonas montañosas poco pobladas (cf. Jos 17 16; Jue 1 19.34). Las áreas fortificadas de las llanuras, ciudades-estado políticamente independientes, que gozaban de una superioridad bélica gracias a los carros de combate, no podían ser conquistadas, como indica muy significativamente Jue 1 21.21 s en su reconstrucción de la historia primitiva de Israel. De este modo se formaron cuatro zonas de asentamiento poco vinculadas entre sí: los dos centros «casa de José» en Palestina central y Judá al sur, y los dos territorios, más marginales, del norte de Galilea (Aser, Zabulón, Neftalí e Isacar) y del este

33

En cualquier caso, durante el tiempo, algo tardío, de los jueces pudo haber comunicación de personas o de tribus procedentes de Palestina central y de Galilea (Jue 4 s; 6 s). ¿Existían también relaciones con Judá en el sur? (cf. Jos 7 1.16; 15 16 con Jue 3 9; eventualmente 12 8)?

A la toma de la tierra, concluida alrededor del siglo XII a.C., siguió la progresiva organización del país. Este período, en el que «Israel se impuso» (Jue 1 28), es el que se caracteriza en buena medida por los confrontamientos bélicos con las ciudades-estado cananeas, especialmente en la batalla de Débora (Jue 4 s; cf. 1 11.22 s; Jos 10 s; Núm 21 21 s; también Gén 34). Las tribus redujeron a servidumbre a los cananeos (Jue 1 28 s; Jos 9), para integrarlos paulatinamente; de este modo Israel pudo asumir las ideas religiosas de la población nativa. ¿No asumieron también los métodos cananeos de la agricultura? (cf. Sal 126 5 s). La lluvia bienhechora y la fecundidad del suelo ¿no eran un don de los dioses del país, sobre todo del dios Baal? Pero el carácter exclusivista de la fe en Yahvé sólo permitía una solución, que se impuso al cabo de mucho tiempo : Yahvé es dueño de las estaciones del año (Gén 2 5; 8 21 1; 1 Re 17 s; Os 2 y passim). Israel asimilaría las fiestas agrarias que vio practicar en los santuarios del país, como Betel o Siló (Jue 9 27 ; 21 19 s; cf. Ex 23 14 s). La canción de Débora (Jue 5) celebra la victoria de una coalición de tribus con la ayuda de Yahvé, en la llanura de Jezrael, contra las ciudades cananeas. También en otros casos de necesidad se unieron las tribus limítrofes (cf. 7 23 s) para la «guerra de Yahvé» bajo la guía de un «juez» carismático, bien contra los ataques de enemigos vecinos, como los amonitas (Juc 11; 1 Sam 11), bien contra la invasión de tribus hostiles, como los madianitas (Jue 6 s; cap. 11 3 b). Las tribus vecinas se reunían, aparte las ocasiones de guerra, para el culto común en diversos santuarios (cf. Dt 33 19 sobre el

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Epocas de la historia de Israel

Tabor). ¿Existía además una mancomunidad de todas las tribus? ¿Formaba Israel, antes de la creación del estado, una confederación de doce tribus, una «anfictionía» (M. Noth), bajo la advocación común de Yahvé?

Siquén (cf. Gén 33 ts-20; Jos 24 y passim), sólo poseen una historia común desde David, minimiza en exceso la organización de la época preestatal. En todo caso, con tal hipótesis apenas cabe dar una respuesta satisfactoria a la ardua pregunta sobre el modo cómo se impuso la fe yahvista en el sur. Las tradiciones patriarcales suponen unas relaciones muy estrechas entre Berseba (Gén 26 23 s) o Hebrón (Gén 18) al sur y Siquén (12 6 y passim) al norte. Todas las tradiciones de los libros de Josué y los Jueces, difundidas también en el sur (Jos 7; 10; Jue 3 9, y passim) ¿pueden proceder de la época de los reyes? La misma descripción de Jue l hace alusión a las normativas sobre propiedad que regían en Judá. La lista de los «jueces menores» que ofrece Jue 10 1 s; 12 s s conserva quizá recuerdos de un tribunal de justicia para el norte o incluso para todo Israel.

34

A tenor de textos antiguos (Gén 29 31 s; 49; Dt 33) y tardíos (por ejemplo l Crón 2 t s), se confedera un grupo de doce tribus, personificadas en los doce hijos del patriarca Jacob-Israel, articulándose por su antecedente materno: Hijos de Lía: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Hijos de Raquel: José (Efraín, Manasés), Benjamín. Hijos de las criadas: Dan, Neftalí o Gad y Aser. En una lista posterior (Núm l; 26) falta Leví; el número doce se mantiene mediante la división de José en (sus hijos) Efraín y Manasés.

Los símbolos y la realidad se entremezclan en el sistema; pero ¿cuál es su fondo histórico? El número doce, constante a pesar de su diversa articulación y persistente a través de siglos, apenas cabe derivarlo de la época de los reyes, ya que la monarquía trajo consigo un estado nacional y territorial superador de la estructura tribal. La ordenación jerárquica de las tribus tampoco responde en la época tardía a la realidad histórica, pues las tribus de Rubén, Simeón y Leví (cf. Gén 34; 49 3-7) perdieron su importancia desde tiempo atrás o habían decaído totalmente. Por eso los grupos dentro de la lista entrañan, al menos parcialmente, una variada prehistoria de federaciones tribales. El grupo que forman las seis tribus de los hijos de Lía tienen probablemente un pasado propio; se habían asentado ya, quizá, en Palestina central antes de la penetración de los hijos de Raquel, José y Benjamín, después de abandonar Egipto, llevando consigo, acaso, la fe yahvista e introduciéndola en Israel. El texto de Jos 24 ¿guarda recuerdo de este hecho?

Una vez unificadas las doce tribus desde el sur hasta el norte debieron de existir también ciertos usos comunes entre todas ' tal vez una organización colectiva. ellas, La idea, más lógica, según la cual Judá en el sur y las tribus mediopalestinas Efraín/Manasés, con el epicentro de la fe yahvista alrededor de

35

Lo cierto es que se va formando en Palestina, con las distintas ciudades-estado de las llanuras y con las zonas de asentamiento israelita de las montañas, una organización más perfecta, del mismo modo que los pueblos vecinos de Israel (los amonitas, los moabitas y los endomitas en el este y el sureste y los arameos al norte y al nordeste) fundaron estados nacionales.

3.

El período monárquico

También en la llanura costera del sur surgió una nueva potencia, que pronto representaría una amenaza para Israel: los filisteos. No eran semitas (por eso el AT los califica de «incircuncisos»); confluyeron más bien en Palestina con la población marítima nacida de la migración dórica y formaron cinco ciudades-estado (Gaza, Ascalón, Asdod, Eqrón y Gat). En tanto que los ataques de tribus o de pueblos enemigos en el período de los jueces se mantuvieron dentro de unos límites en el espacio y en el tiempo, la potencia creciente (cf. Jue 3 31; 13-16) y permanente (1 Sam 4 s; 10 5) de los filisteos, con su armamento superior de hierro (cf. 13 19 s; 17 7), obligó a Israel a organizar una acción conjunta bajo una guía estable. Así, por imperativos de la política exterior, se fundó hacia el año 1000 a,C. la monarquía y se formó un estado único (1 Sam 8-12; cf. cap. 11 3 c).

36

a)

Epocas de la historia de Israel

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Epoca común de los dos reinos

El reinado de Saúl, con sus éxitos iniciales (l Sam 11; 13 s) y el desastroso final (1 Sam 28; 31), fue de corta duración. Fracasó ante la amenaza de los filisteos, que sólo David logró conjurar de modo definitivo. Una vez más se plantea la cuestión de las relaciones entre el norte y el sur. El reino de Saúl y el de su hijo Esbaal, que gobernó durante un breve tiempo de transición (2 Sam 2 9 s), ¿abarcaban sólo el posterior reino septentrional sin Judá? Como sea, el área del poderío de Saúl se extendió también al sur. David, de la genealogía de Jesé («raíz de Jesé»), nacido en Belén de Judá, fue llevado a la corte de Saúl en Gibea, al norte de Jerusalén (1 Sam 16 14 s; cf. 22 6); pero Saúl, celoso de los éxitos de David, que guerreaba con un escuadrón de mercenarios, le persiguió hasta las zonas del sur (1 Sam 22 s).

Tras un breve interregno, David fue ungido como rey, primero en Hebrón para la casa de Judá (2 Sam 2 1-4) y posteriormente, mediante convenio, para las tribus septentrionales (5 1-3). La investidura oficial tenía lugar mediante la unción, que efectuaban los representantes del pueblo (2 4; 5 3), y ocasionalmente el profeta, en nombre de Dios (2 Re 9; 1 Sam 1O 1; 16 13). Así, el rey es el «ungido» de Yahvé (mashiªch, «Mesías»: 2 Sam 23 1 s; Sal 2 2; 20 7 y passim) y, por tanto, inviolable (l Sam 24 1.11) . Es además hijo de Dios por adopción (Sal 2 7; 89 27 s; 2 Sam 7 14). Le compete el dominio universal (Sal 2; 110) y su «justicia» se ejerce, más allá de la esfera social, en la misma naturaleza (Sal 72).

David no sólo unificó en su persona las tribus meridionales y septentrionales, sino que incorporó a Israel las ciudades cananeas independientes. Sometió además con su ejército permanente los pueblos vecinos, como los filisteos al oeste, los amonitas, los moabitas y los emonitas al este y los arameos al norte (2 Sam 8; 12 30), formando en el espacio siro-palestino un gran reino para el que crearon él· y sus sucesores la necesaria organización (cap. 3 3). En el marco de esta ampliación del poder se dio un paso que sería transcendental para el futuro, también para la fe de Israel.

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David conquistó con sus mercenarios la ciudad cananea, más exactamente jebusea, de Jerusalén, situada en un territorio en cierto modo neutral, entre los reinos del norte y del sur; levantó allí su residencia (2 Sam 5 6 s) e hizo de ella, con el traslado del arca (2 Sam 6), el centro cultual de la fe yahvista. Salomón fue nombrado sucesor al trono merced a intrigas cortesanas y por decisión soberana del propio David (1 Re 1). Erigió en la capital un templo (1 Re 6-8). Las relaciones comerciales que entabló a nivel internacional le procuraron riquezas (9 11.26 s; 10). Así fue posible un período de paz y se crearon las bases para la «sabiduría» de Salomón (3; 5 9 s; cf. cap. 27 1). El templo, en estrecha conexión con el palacio real, adquirió la dignidad de un santuario estatal (cf. Am 7 13), donde los sacerdotes actuaban como verdaderos funcionarios (1 Re 4 2). La nueva creencia de que Yahvé habitaba en el templo (8 12 s) o en Sión (Is 8 1s; Sal 46; 48; y cap. 25 4 e), evocaba quizá demasiado el período nómada. Junto a los santuarios del país, Jerusalén parece haber sido el lugar donde las ideas religiosas extrañas -el monte de Dios (Sal 48 3), la lucha contra el dragón (Sal 77 17 s) y también la creación del mundo (8; 24 2; 104 y passim)- influyeron sobre la fe yahvista y la configurar~m, dándole un nuevo sentido.

b)

Epoca de los reinos separados, en especial del reino septentrional de Israel

El gran reino creado por David comenzó a fragmentarse en tiempo de Salomón en sus zonas extremas (1 Re 11 14 s.23 s), para llegar a la escisión definitiva después de su muerte. El antiguo enfrentamiento entre el norte y el sur que las revueltas en vida de David y de Salomón, bajo el lema «¿qué nos importa a nosotros David?» (2 Sam 20 1; 1 Re 12 16; cf. 11 26 s), habían mantenido vivo, se enconó de nuevo y de modo definitivo con la división del reino (926 a.C.; 1 Re 12). A casi dos siglos de distancia, el profeta lsaías lo consideraba aún (7 11) como el día del juicio. A partir de entonces, Judá en el sur, con la capital Jerusalén, e Israel en el norte mantuvieron su propia independencia política como estados soberanos.

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Epocas de la historia de Israel

De David y de Salomón sólo se dan datos genéricos sobre sus respectivos cuarenta años de reinado (1 Re 2 11; 11 42). Con la división del reino comienza la cronología segura, dentro de la cual caben pequeñas diferencias en las cifras; desde entonces el libro de los Reyes va comparando entre sí los tiempos de reinado de los soberanos del norte y del sur (cap. 11 3 d), y la historia de Israel se inserta con más claridad en el acontecer bien conocido del antiguo oriente (1 Re 14 25 s; 2 Re 3 y passim). Con el advenimiento de la monarquía aparecen además las fuentes escritas: primero, las crónicas de los hechos de David y de la sucesión a su trono (cap.11 3 e); luego, los «diarios» oficiales de los reyes (1 Re 11 41; 14 19 y passim). Sobre todo, la fuente escrita yahvista y, un siglo o siglo y medio después, la fuente elohísta del Pentateuco se redactaron, a lo que parece, en el período de Salomón.

Jehú (845-818) llegó al poder gracias a una revolución apoyada por los círculos fieles a Yahvé. Aunque se opuso a la orientación sincretista de la corte (2 Re 9 s), fue rechazado más tarde por el profeta Oseas a causa de sus crueldades (1 4 s). Jehú fundó la dinastía de mayor duración, que reinó casi un siglo. A ella perteneció Jeroboán 11 (787-747), que parece haber conocido un período de prosperidad en su reino (2 Re 14 25 s). En el último cuarto de siglo se fueron sucediendo los usurpadores (entre ellos Menajén, Pecajías, Pécaj), hasta que comenzó la decadencia durante el régimen de Oseas 722 a.c. (2 Re 17).

38

La dinastía de David reinó en el sur durante más de tres siglos y su residencia siguió siendo Jerusalén con su santuario real. En el reino del norte faltan los correspondientes puntos de referencia; por eso muestra una mayor inestabilidad. La capital cambió de sede: Siquén, Penuel (1 Re 12 25), durante largo tiempo Tirsá (14 11; 15 21.33 y passim), finalmente y de modo definitivo Samaria, una colina antes deshabitada que compró Omrí alrededor del 880 a.c. (16 24; cf. 2 Sam 24 21 s); la,nueva residencia era propiedad del rey, al igual que Jerusalén. También en el reino septentrional hubo, naturalmente, intentos de formación de dinastías (1 Re 15 25; 16 8.29 y passim); pero eran desbaratados tarde o temprano de modo violento (1 Re 15 27; 16 9 y passim). El movimiento profético parece haber contribuido a ello, designando a veces a los nuevos soberanos (revolución de Jehú, 2 Re 9 s; cf. el esquema de 1 Re 11 29 s; 14 14 y passim). Desde luego, los profetas se constituyeron en implacables críticos de la monarquía. Entre los soberanos del reino del norte destacaron: El primer rey, Jeroboán I (926-907), hizo a Israel independiente en la esfera cúltica, elevando a Betel y a Dan a la categoría de santuarios del reino (1 Re 12 26 s; cf. Am 7 10.13). Omrí, en cuya memoria los asirios denominaron al reino septentrional «casa Omrí», y su hijo Ajab (alrededor de 880-850) fomentaron el sincretismo para la integración de la población cananea. La tolerancia e incluso el apoyo a la religión de Baal (1 Re 16 31 s) provocaron la resistencia de los profetas, especialmente de Elías (cap. 13 4).

39

En política interior, el desarrollo de este estado estuvo determinado por la amplia participación de la población cananea con sus propios esquemas políticos, jurídicos, sociales y religiosos. En política exterior su principal preocupación consistió en tener a raya el expansionismo de Judá. Entre los dos estados hermanos sólo hubo ocasionalmente relaciones amistosas; existieron frecuentes conflictos fronterizos en la región benjaminita, al norte de Jerusalén (1 Re 14 30; 15 16 s; 2 Re 14 8 s). Un adversario mucho más peligroso y duro surgió en el norte. Ya en tiempos de Salomón logró independizarse el estado arameo de Damasco (l Re 11 23 s); pronto envolvió a Israel en luchas fronterizas (15 20) y durante la segunda mitad del siglo IX en verdaderas guerras (20; 22; 2 Re 6 s; 8 12; 13; Am 1 3 s y passim). Israel sólo obtuvo la paz cuando los asirios debilitaron la potencia de Damasco y se retiraron durante algunos decenios (entre 800-750) del espacio siro-palestino, con lo que Israel pudo recuperar los territorios perdidos (2 Re 13 25; 14 25.28). Pero ya a finales de esta época (desde 760 aproximadamente) los profetas Amós, Oseas e Isaías anunciaron el «fin» de Israel. En el siglo IX los asirios hicieron valer sus pretensiones sobre Siria (854/3 batalla de Karkar del Orantes contra una coalición de pequeños estados, entre ellos Israel), pero sólo desde 740 se realizó el avance hacia el sur de aquella potencia militar tan temida por Israel por su siniestra fama de crueldad (cf. Is 5 26-29; Nah 2). La destrucción del reino septentrional se produjo en tres fases cada vez más dolorosas, características de la política expansionista asiria: l. Pago de tributo por Manasés 738 a.c. (2 Re 15 19 s), 2. Reducción del estado: 733/2 a.c. Desmembración de los territorios del norte de Israel y su transformación en las tres

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Panorama del antiguo testamento y de su historia

provincias de Dor, Meguido y Galaad (2 Re 15 29) con el nombramiento de un soberano sujeto a Asiria (Oseas). 3. Integración del resto del estado (Efraín) en el sistema de provincias asirias; abolición de toda independencia política, deportación de los nativos e instalación de una clase gobernante extranjera (722 a.C.; 2 Re 17). Así, los intentos de los pequeños estados por sacudirse la servidumbre sólo condujeron a una dependencia cada vez más profunda: al segundo y al tercer estadio. En este contexto temporal y real se produjo la guerra siro-efraimita (alrededor de 733 a.C.), que emprendieron Damasco (Siria) bajo Rasín e Israel (con su centro en Efraín) bajo Pécaj, «hijo de Romelías» (Is 7 2.9), contra el reino meridional de Judá, para obligarlo a una coalición antiasiria y hacer caer al rey Acaz, de la dinastía de David, contrario a la coalición (2 Re 16 s; Is 7); pero fracasaron en su intento . Los asirios invadieron Israel, que incidió en aquel segundo estadio de dependencia, y poco después destruyeron Damasco (2 Re 16 9). Judá fue gravado con fuerte tributo y pasó a ser vasallo de Asiria (16 8. 10 s). El año 722 a.C., tras un asedio de tres años, cayó Samaria; esto significó el fin de la historia del reino septentrional, antiguo núcleo de la fe yahvista. Las tradiciones nordisraelitas (como el mensaje de Oseas , la redacción elohísta y quizá una primera forma del Deuteronomio) pasaron al reino meridional, que asumió el nombre de «Israel». Fue un punto crucial también para el futuro de la actividad literaria. Como los asirios -contrariamente a lo que harían siglo y medio después los babilonios- dispersaron a los estamentos superiores deportados (2 Re 17 6), se perdió toda huella de los mismos. De la población que permaneció en el país, mezclada con inmigrantes extranjeros ( 17 24; cf. Esd 4 2), procedieron más tarde los samaritanos .

c)

Epoca del reino meridional de Judá

Los reyes asirios fueron el factor determinante, a lo largo de un siglo, primero de la historia de los dos reinos, y luego de la del reino meridional:

Epocas de la historia de Israel

Tiglat Piléser (lll) bajo el nombre babilonio Salmanasar (V) Sargón (11) Senaq ueri b

745-727 de Pul 726-722 721-705 704-681

Asaradón Assurbanipal

680-669 668-631 (?)

41

2 Re 15 29; 16 1.10

2 Re 2 Re Is 20 2 Re = Is 2 Re

15 17

19 3;

18

9

1

18 36 19

19 20.36 1; 37 21.37 37 = Is 37 13;

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Aunque el destino final de los sometidos pudo servir de aviso al resto de los pequeños estados, se produjeron nuevas revueltas; el movimiento de 713-711 a.c. partió de la ciudad filistea de Asdod y arrastró también a Judá (Is 20). En los intentos por sacudir el yugo asirio se buscó la ayuda de Egipto, donde reinaba la dinastía etíope (Is 18), con el faraón Sabaka. Esta relación política triangular -la gran potencia de Asiria, Egipto y los pequeños estados con Judá- está presente en la obra tardía de Isaías, en la que predice la derrota de Egipto y de sus protegidos (esp. Is 30 J-3; 31 1-3). Después de la subida al trono de Senaquerib, cuando el rey Ezequías se alzó como cabeza de una conjuración -por esta circunstancia de la liberación de la dependencia asiria se puede explicar también la reforma del culto (2 Re 18 4)-, reaccionaron los asirios el año 701 a.c. con la ocupación del país y con el asedio de Jerusalén. Pero Senaquerib, por razones no bien aclaradas, desistió de su propósito de conquistar la ciudad y se contentó con un tributo y con la renovación de las relaciones de vasallaje (2 Re 18 13-16; cf. Sal 46 6?). Parece ser que el territorio de Judá estuvo por breve tiempo separado de la capital y que fue distribuido entre los estados filisteos fieles a Asiria (según el relato del propio Senaquerib; cf. Is 1 4-8). Los asirios lograron alrededor de 670 someter a Egipto (cf. Nah 3 8), pero después del 650 a.c. decayó progresivamente su poder. En los siguientes y movidos decenios apareció, junto a Nahúm, Habacuc y Sofonías, el profeta Jeremías. Tras un largo reinado del vasallo de Asiria Manasés, Josías (639-609 a.C.), durante la decadencia de la hegemonía asiria, pudo recuperar la independencia y rescatar partes del antiguo reino septentrional. Este breve intervalo de libertad hizo posible

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Epocas de la historia de Israel

la reforma en la que se introdujo el Deuteronomio o su forma primitiva como una especie de ley de estado; el culto se despojó de elementos extraños y Jerusalén fue declarada único santuario (622 a.C. ; 2 Re 22 s). Aunque esto último fue decisivo para la comprensión de otros textos del antiguo testamento, es de dudosa historicidad (cap. 10 1 e). En los años 614-612 cayeron Asur y Nínive bajo los ataques unidos de los medos (alrededor de Ecbatana, en el Irán nordoccidental) y los caldeos o neobabilonios (que emprendieron una restauración del antiguo imperio babilónico, bajo el culto de Marduk) . El faraón Necó buscó sin duda impedir la decadencia del imperio asirio; durante esta campaña murió el rey Josías (609 a.C.) en Meguido y su sucesor Joacaz fue desterrado poco después a Egipto (2 Re 23 29 s; 2 Crón 35 20 s; Jer 22 10 s). Pero Nabucodonosor derrotó al ejército egipcio (en Cárquemis del Eufrates, 605 a.C.) y conquistó Siria-Palestina para Babilonia. Cuando un hijo de Josías, Joaquín (608-598), osó omitir el pago de tributos, Nabucodonosor hizo sitiar Jerusalén. Durante el asedio murió Joaquín. Su hijo y sucesor Jeconías sólo pudo reinar unos pocos meses y, tras la primera conquista de Jerusalén el año 597 a.c., hubo de marchar al exilio con la familia real, con la nobleza y con los artesanos; entre éstos estaba el profeta Ezequiel (2 Re 24 s s). A pesar de ello, parece ser que a Jeconías se le siguió considerando en algunos medios como el rey legítimo (cf. la datación de Ez l 2); pero las esperanzas depositadas en él no se hicieron realidad (Jer 22 24 s) . En cualquier caso, la obra histórica deuteronómica cuida de dar como última noticia (2 Re 25 27 s) que Jeconías fue indultado. Nabucodonosor trató a Jerusalén con clemencia y puso como regente a un nuevo miembro de la dinastía davídica, Sedecías (597-587 a.C.; 2 Re 24 11). Cuando éste, con desconocimiento de la situación política, denunció de nuevo el vasallaje y desoyó los consejos de Jeremías, Jerusalén fue sitiada por segunda vez y tomada en 587 (o 536?) a.c. Los babilonios actuaron esta vez con dureza y hasta con crueldad (2 Re 25).

el fin de la monarquía davídica (a pesar de la predicción de Natán; 2 Sam 7); la destrucción del templo, del palacio y de la ciudad (a pesar de la tradición sionista de Sal 46; 48); y la expulsión de la tierra prometida, la deportación de la nobleza superviviente (con los utensilios del templo).

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El acontecimiento significó una cuádruple ruptura: la pérdida definitiva de la independencia política (hasta la época de los macabeos);

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Así se cumplieron las amenazas proféticas, pero la historia del pueblo de Dios siguió su curso.

4.

El período del exilio y del postexilio

Contrariamente a lo que hicieron los asirios, los babilonios no impusieron en Palestina una nobleza extranjera; así, en el reino meridional, a diferencia de lo que ocurriera siglo y medio antes en el reino septentrional (2 Re 17 24 s), no introdujeron cultos religiosos extraños. Además, los babilonios permitieron a los deportados vivir juntos (cf. Ez 3 1s). Podían construir casas y cultivar huertos (Jer 29 s s); y parece ser que tuvieron sus propios «concejales» (Ez 20 1 y passim). A pesar de las diversas deportaciones, la mayoría de la población se quedó en Palestina (cf. 2 Re 25 12). Pero Israel (es decir, los de Judá) o, si se prefiere decir después de esta ruptura, el judaísmo vivió en dos territorios: en Palestina y en la gola (exilio) o diáspora. Las comunidades de la diáspora no surgieron sólo en Babilonia, sino también, en distintas ocasiones, en Egipto. Después de la destrucción de Jerusalén los babilonios pusieron al judío Godolías como gobernador (con sede en Masía); después de su asesinato, un grupo de judíos huyó a Egipto (2 Re 25 22 s; Jer 40 s). .Las muchas pérdidas externas dieron ocasión a un enriquecimiento interior, ya que el p~ríodo del exilio fue extraordinariamente fecundo en el campo literario. Las Lamentaciones (y los Sal 44; 74; 79; 89 39 s; Is 63 7 s, etc.) deploraron la situación del país. En aquel período floreció la escuela deuteronomística, que concibió la obra histórica deuteronomística como una especie de confesión de culpa y refundió la tradición de los profetas, en especial de Jeremías. El escrito sacerdotal, en cambio, nació más bien en el exilio, donde surgieron los profetas Ezequiel y Deuteroisaías (Is 40-55).

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Epocas de la historia de Israel

Si los centros de poder del antiguo oriente estuvieron hasta entonces en Egipto y en Mesopotamia, la hegemonía mundial pasó desde 550 a.c. a nuevas potencias que penetraron en el espacio páleo-oriental; ~n primer término, y durante dos siglos, los persas.

Los siglos V y IV representan un período bastante desconocido, en el que emergen unos pocos acontecimientos aislados . Alrededor del 450, Esdras con el estricto atenimiento a la ley y Nehemías con la construcción de la muralla de Jerusalén buscaron el afianzamiento interno y externo de la comunidad ... pero al precio de un rígido aislacionismo (cf. cap. 12 2). En este período aproximadamente apareció el profeta Malaquías (cap . 22). Tras la época de dominio persa (539-333 a.C.), Alejandro Magno inauguró la era helenista con la victoria de lssus (333) . Después de la muerte de Alejandro (323), Palestina, en medio de las luchas de los diadocos, sucumbió durante un siglo al imperio egipcio de los ptolomeos (301-198), para luego ser integrada en el imperio (asirio) de los seléucidas. Después de la subida al trono de Antíoco Epífanes, el suceso más importante fue la rebelión de los macabeos, dirigida a luchar contra el culto extranjero. Poco antes de la reconstrucción del templo en 164 a.c. aparece el libro de Daniel (cap. 24). El año 64 Palestina cayó bajo el dominio romano. En el 70 d .C. Jerusalén, junto con el templo, fue destruida por segunda vez, y después de la revuelta de Simón Bar Kohba en 132-135 d.C., la ciudad, llamada ya Aelia Capitolina, no volvió a ser habitada por judíos.

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El último soberano babilonio, Nabonides, que frente a los sacerdotes de Marduk promovió el culto del dios lunar Sin (en Harrán), residió durante diez años en la ciudad-oasis de Tema, en el desierto de Arabia septentrional, y dejó los asuntos del reino en manos de su hijo Baltasar, que aparece en el relato legendario de Dan 5 como último rey de Babilonia antes del dominio de los persas .

La fulgurante ascensión del persa Ciro (559-530) se realizó en tres etapas: fundación de un gran reino medo-persa (con la capital Ecbatana), sometimiento de Asia menor con la victoria sobre el rey de Lidia Creso y entrada en Babilonia (539 a.C.). El segundo de estos acontecimientos parece reflejarse en el mensaje del profeta del exilio, Deuteroisaías (cf. infra, cap. 21, a). Los primeros reyes persas respetaron las tradiciones de los pueblos sometidos y fomentaron los cultos indígenas. Concuerda con esta postura el hecho de que Ciro diera ya un año después (538) la orden de reconstrucción del templo de Jerusalén y de la restitución de los objetos sagrados transportados a Babilonia. El edicto se transcribe en Esd 6 3-5 (infra, cap. 12 2) en lengua aramea, que pasó a ser la lengua oficial en la parte occidental del reino persa y fue desplazando al hebreo como lengua vulgar. El retorno tuvo lugar paulatinamente y en oleadas (según Esd 2, bajo Zorobabel; según 7 12 s, bajo Esd; cf. 4 12). Muchos permanecieron en el extranjero, donde prosperaron económicamente. La reconstrucción del templo se llevó a cabo, a instancias de los profetas Ageo y Zacarías (infra, cap . 22), en los años 520-515 a.c. En tiempo de Ciro destacó como portador de los objetos del templo Sesbasar, que al parecer puso la primera piedra en la construcción del santuario (Esd 5 14 s; 1 7 s). Fue un funcionario persa, como lo fue más tarde Zorobabel, nieto del rey Jeconías, desterrado en 597 a .c. En Zo;obabel se depositaron ciertas esperanzas mesiánicas (Ag 2 23 s; Zac 6 9 s), que no se cumplieron.

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3 ELEMENTOS DE LA HISTORIA SOCIAL Estado de la investigación: W. Schottroff, Soziologie und AT: VF 19/2 (1974) 46-66 (bibl.).

M. Weber, Das antike Judentum. Gesamme/te Aufsiitze zur Religionssozio/ogie III, 1920. 4 1966; L. Kohler, Der hebriiische Mensch, 1953; R. de Vaux, Instituciones del antiguo testamento, Barcelona 1964; H. Donner, Die sozia/e Botschaft der Propheten im Lichte der Gesel/schaftsordnung Israels: OrAnt 2 (1963) 229-245; H. E. v. Waldow, Social responsability and social structure: CBQ 32 (1970) 182204; G. C. Macholz, Die Stellung des Konigs in der israelitischen Gerichtsverfassung: ZA W 84 (1972) 157-182; M. Fendler, Zur Sozialkritik des Amos: EvTh 33 (1973) 32-53; F. Stolz, Aspekte religioser und sozialer Ordnung im a/ten Israel: ZEE 17 (1973) 145-159; M. Schwantes, Das Recht der Armen: BET 4, 1977; F. Crüsemann, Der Widerstand gegen das Konigtum, en WMANT 49, 1978; H. G. Kippenberg, Religion und Klassenbi/dung im antiken Judiia, 1978; W. SchottroffW. Stegemann (eds.), Der Gol/ der Kleinen Leute I, 1979; Id., Traditionen der Befreiung I, 1980; W. Thiel, Die soziale Entwicklung Israels in vorstaatlicher Zeit, 1980.

Para la comprensión de las tradiciones veterotestamentarias es importante a veces poseer ciertos conocimientos básicos de su trasfondo social; por ejemplo, cómo fue la vida de los antepasados o en qué situación se producen las acusaciones de los profetas. En cualquier caso, las palabras bíblicas presuponen unas determinadas condiciones sociales en mayor medida de lo que dan a entender explícitamente, ya que no se interesan de modo directo por ellas. El interés se centra más bien en la historia de Dios con Israel. Lo obvio no es preciso mencionarlo o relatarlo explícitamente. Por eso es preciso indagar, casi siempre con esfuerzo, la estructura social a base de las más diversas indicaciones indirectas y de las posibilidades comparativas que ofrece el texto. En este sentido muchos resultados de la investigación son inseguros y diferentes entre sí incluso en problemas fundamentales. La siguiente panorámica, al hilo de las épocas de la historia de Israel, sólo pretende tocar algunos temas. 1.

Las familias nómadas

Los antepasados de Israel vivieron en tiendas o en un campamento común y emigraban de un lugar a otro (Gén 13 3; 18 1 s; 31 25.33 s; cf. 32 3 y passim). «Plantar la tienda» (12 8; 26 15;

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33 19) significa hacer un alto en un lugar; levantarla (quitar las estacas), tiene el significado de «partir, proseguir» (12 9; 33 12 y passim). Después de siglos de vida sedentaria, sigue vigente la expresión «ir a sus tiendas» con el sentido de regresar a casa (Jue 7 s; 1 Sam 4 10; 2 Sam 20 1.22; 1 Re 12 16 y passim). 1. Los antepasados de Israel criaron ganado, mas no pastoreaban camellos como los beduinos árabes hasta hoy en día. Sólo los madianitas, que hacían incursiones en Israel, guerreaban a lomos de camello (Jue 6 s; 7 12; cf. Gén 37 2s; también l Sam 30 11). Los antepasados de Israel vivieron más bien como seminómadas, guardando rebaños de ovejas y de cabras (so'n, «ganado menor»; cf. Gén 30 31 s), y confeccionaban con sus pieles tiendas de color pardo oscuro (Cant 1 5). El animal de tiro (Gén 22 3.5; 42 26 s; 45 23; Ex 23 5 y passim) y para cabalgar (Ex 4 20; Núm 22 22 s; Zac 9 9) era el asno, muy rara vez el camello (Gén 31 17.34; 24 10 s), que aún no estaba domesticado masivamente. La ganadería vacuna sólo fue posible, al menos a gran escala, en la época sedentaria. El tipo de ganado postulaba un modo especial de vida, menos belicoso. Las ovejas y las cabras, contrariamente a los camellos, no pueden recorrer largos trayectos y necesitan a intervalos regulares sitios de descanso con suficiente agua y forraje. Los rebaños viven sólo al borde del desierto y en la estepa favorecida con un cierto nivel de humedad.

manecían en la estepa, y en la época veraniega, después del agostamiento de la estepa, se dirigían a los campos de cultivo ya cosechados. Como los seminómadas pendulaban entre los linderos del desierto y la tierra laborable, estaban en estrecho contacto con la población agricultora, posibilitando así el intercambio comercial y las uniones matrimoniales (cf. Gén 34; 38). Parece ser, incluso, que los antepasados de Israel se encontraron ya en la fase de transición de la vida seminómada a la vida sedentaria de la agricultura y la ganadería (26 12; 33 19; 23 P). Por algo la mayoría de los relatos sobre los patriarcas tienen por escenario la tierra de cultivo, y la promesa de la posesión de la tierra es un tema básico ·ernellos (12 1; 28 13 y passim). 2. El individuo apenas puede subsistir bajo las duras condiciones reinantes en la estepa o en el desierto. Por eso el hombre vive. en grupos, que por su parte deben ser lo bastante grandes para poder. conservarse y protegerse; pero tampoco pueden ser demasiado crecidos, a fin de poder encontrar el agua suficiente para todos. De todas formas, las comunidades de vida nómada ofrecen tamaños muy diversos. Simplificando una terminología que no es rigurosa en el antiguo testamento, cabe observar una articulación que reguló la vida colectiva hasta bien entrada la época de la sedentariedad (Jos 7 14; l Sam 10 19 s; 9 21):

Lo que el antiguo testamento llama «desierto, estepa» (midbar), es una comarca pobre en lluvias (Ex 15 22), mas no totaln¡¡ente seca, sin manantiales, cisternas (Gén 16 7; 36 24; 37 22) y precipitaciones, sino que permite la existencia de un árbol o arbusto de modo disperso (I Re 19 4) y a veces pastos para las ovejas y las cabras (Ex 3 1; 1 Sam

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Hombre «Casa», es decir, hogar o familia Designa, después de la sedentarización, la familia en cuyo vértice está el padre. A éste compete la autoridad fáctica y jurídica (cf. Gén 38 24 s; 42 37; 16 5 s; 19 8; Ex 21 7; Jue 19 24; con restricciones en Dt 21 18 s). De ahí también la denominación «casa del padre».

17 28).

Los pocos manantiales de agua existentes eran objeto de frecuentes altercados (Gén 26 20 s; 21 25; 13 7; Ex 2 17 s), pero también puntos naturales de encuentro (Gén 24 11 s; 29 2 s; Ex 2 15 s). Precisamente en los oasis se administraba la justicia (Gén 14 7; cf. Ex 18).

Clan Aparte de ello, la vida de los seminómadas estaba caracterizada, al parecer, por el cambio regular, por semestres aproximadamente, entre la estepa y la tierra de cultivo, es decir, la trashumancia. Durante el período de las lluvias invernales per-

Está gobernado por los más viejos, los cabezas de familia, y parece incluir un grupo de «mil» hombres con capacidad · guerrera (Miq 5 1; 1 Sam 8 12; 23 23; Jue 6 15).

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Tribu La comunidad básica no es la tribu, sino la (gran) familia. Podía comprender, posiblemente ya en la época nómada, con seguridad posteriormente, tres o cuatro generaciones: la mujer y las concubinas (1 Sam 1 1 s; Jue 19 1 s; 8 30), los hijos casados, sus hijos y quizá nietos, las hijas solteras (Núm 30 4) y las hermanas y hermanos del padre de familia (cf. Dt 25 s; Sal 133 1; Lev 18; Dt 27 20 s). La conocida amenaza del decálogo «yo soy un Dios celoso: castigo la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos» (Ex 20 s; 34 7 y passim) presenta esa gran familia que tiene que vivir y sufrir un destino común . Sólo la promesa de la «gracia que se ejerce en mil (generaciones)» transciende toda realidad histórica . La gran familia, una comunidad económica, jurídica y religiosa, es «un grupo constituido por parentesco de sangre en el que los deberes y las tareas están regulados para la protección de todos los miembros de la comunidad, donde reina por tanto la solidaridad y la responsabilidad mutuas, donde la propiedad familiar (en rebaños, más tarde en tierras) administrada por el patriarca sirve para provecho y alimentación de todos, y donde las normas y las prohibiciones establecidas por el padre deben asegurar la vida colectiva pacífica» (W . Thiel).

3. La familia, el clan, la tribu y aun el pueblo se ven a sí mismos como «hijos» de un «padre», el padre originario, el antepasado o epónimo (Jer 35 16). El grupo se siente personificado o incorporado en este individuo único (corporate personality). Si la tribu es en un principio el grupo mayor de parentesco, en Israel llega a serlo el pueblo (cf. Ex l 1 s o las listas de tribus en Núm 1; 26). Al margen de los procesos históricos que hayan dado origen a una federación nómada, lo cierto es que esta federación explica sus lazos de parentesco y su procedencia como un parentesco de sangre (muchas veces ficticio) a través de una sucesión temporal, es decir, por vía genealógica. El árbol genealógico representa la unidad (la relación entre el individuo y la comunidad) y la historia del grupo. 4. Dentro del grupo reina la solidaridad y el individuo goza de protección y de derechos. No existe una instancia jurídica suprema. Pero externamente impera un orden severo: la ley del talión, es decir, en caso de lesión corporal, la sanción de estricta

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equivalencia (Ex 21 23 s; Lev 24 1s s; también Dt 19 21), y en caso de homicidio, la venganza de sangre (Núm 35 9 s; Dt 19; 2 Sam 21 y passim). «Nos encontramos aquí con una norma jurídica que tuvo vigencia entre las distintas comunidades, es decir, un derecho de gentes» (V. Wagner, 14). En un principio no se distinguía entre muerte intencionada y no intencionada (cf. el apéndice Ex 21 13 s frente a la cláusula antigua 21 12). Esta actitud cruel desde la perspectiva individual es comprensible desde la idea de grupo . La venganza de sangre viene a compensar lo perdido y mantiene dentro del sistema de la vida nómada el equilibrio de fuerzas: ningún grupo debe alzarse sobre los otros, deliberada o indeliberadamente. Así la venganza de sangre sirve en última instancia para la protección del grupo y del individuo (cf. Gén 4 14 s). Aunque el individuo esté privado de derechos, se ejerce sin embargo la hospitalidad hacia el forastero (Gén 18 s; Ex 2 20 s; Jue 19 16 s), y el derecho de hospitalidad supone protección. Estas normas y este modo de vida tienen como consecuencia que la comunidad sigue manteniendo más allá de la época nómada una preeminencia sobre el individuo. Este puede desprenderse sólo paulatinamente de la comunidad (cf. Ez 18). 2.

La posesión de la tierra

La sedentariedad convierte a los nómadas en labradores y habitantes de poblados. Incluso cuando un clan se establece aisladamente en un lugar o varios clanes fundan un poblado en común, la vecindad se hace poco a poco más fuerte que las relaciones de parentesco; los vínculos territoriales se superponen u oprimen la estructura de clan. · 1. La propiedad rural pasa a ser la base existencial del clan o de la familia y asegura al mismo tiempo la posición social del hombre libre (cf. Miq 2 2: «un hombre... su casa... su heredad»). Así debe mantener para sus necesidades vitales una parcela suficiente de terreno . Probablemente existió además la posesión comunal. No consta si en un principio toda la tierra pertenecía al grupo y se distribuía regularmente a suerte entre los padres de familia, ya que el antiguo testamento habla del reparto por sorteo como un acto único y no como un rito repeti-

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do periódicamente (Jos 14 2; 18 6.8; Ez 45 1 y passim; también Miq 2 5; Sal 16 5 s). La herencia recaía preferentemente en el primogénito (Dt 21 17). En época anterior, ¿el padre podía ceder el derecho de primogenitura a otro ·hijo (Gén 48; cf. 49 3 s; 25 31 s)? En cualquier caso, la tierra heredada era inalienable según el derecho israelita -contrariamente al cananeo (Gén 23; 2 Sam 24; 1 Re 16 24)- y el propietario no podía disponer de ella libremente. Quizá no le era permitido arrendarla; desde luego, no podía venderla (1 Re 21; cf. Dt 27 17 y passim).

, Los «ancianos» eran los cabezas de clan, por tanto la parte n:ias _notable, los representantes de los «hombres» o, en otros termmos, de los ciudadanos de pleno derecho y con capacidad para llevar armas. A éstos se suele hacer referencia cuando se habla de «hombres» (Ex 21 12 s; 1 Sam 11 1.9 s.1s; 2 Sam 2 4 y

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La heredad (nachªla) «de un individuo es siempre una porción de tierra laborable que le viene por vía de herencia y en esto difiere del terreno adquirido mediante compra, cambio, préstamo, etc. y también de la participación en la tierra comunal, que el individuo podía poseer ... De Jer 32 y Lev 25 se desprende que el clan tenía derecho de compraventa y de rescate en caso de enajenación (venta o hipoteca)» (F. Horst, Festschrift W. Rudolph, 1961, 148 s).

En última instancia se consideraba a Dios como el verdadero propietario (Lev 25 23), que asignó a los inmigrados en un determinado momento de la historia la tierra como heredad (cf. Dt 12 10; Sal 78 55). No les pertenecía por naturaleza; por eso no era una posesión obvia. El israelita reconocía el dominio supremo de Yahvé sobre la tierra entregando a Dios o al santuario lo mejor, las primicias de los animales y de las cosechas (Ex 22 2s s; 23 19; 34 19 s); el primogénito humano era rescatado (34 20). 2. Después del asentamiento en el nuevo país, los «ancianos de los clanes» pasaron a ser «los ancianos del lugar», los ciudadanos libres, terratenientes, que habían de tomar las decisiones importantes en política interior y exterior (Jue 11 5 s; 1 Sam 30 26 s; 2 Sam 3 17; 5 3; 19 12; Rut 4; cf. Ex 18 12; 24 1.9 y

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passim). Algunos preceptos veterotestamentarios, incluso la parte ética de los diez mandamientos en su forma primitiva, aún por establecer (cf. cap. 9 2 a), tienen su origen en este ámbito vital. Con. 1~ prohibición del adulterio, del secuestro (Ex 21 16), del hom1c1d10 (21 12; Dt 27 24) y de la codicia de la «casa» ajena (Dt 5 21 el solar y la heredad, primariamente) se protegía la familia, la libertad, la vida y la subsistencia económica del hombre libre, mientras que las mujeres, los nifios y los esclavos (prisioneros de guerra, comprados) se consideraban a tenor de esta antigua concepción como «posesiones» del varón (cf. Ex 20 17).

3. No es casual que dentro de esta protección del hombre libre se encuentre la prohibición del falso testimonio ante el tri?unal (Ex 20 16; cf. 23 1 s; Dt 27 25), ya que la judicatura estaba igualmente en manos de los ciudadanos libres. Jueces de oficio f~ncionarios nombrados por el rey, hubo sólo en época poste: nor (16 1s y passim; cf. Macholz). Los «hombres» hacían de testigos Y de jueces, es decir, de árbitros en los litigios cuando se reunían «en la puerta» para el juicio (Rut 4 1 s; Jer 26; Dt 21 19; 22 15 s; Am 5 10.15; Lam 5 14). Se re~iere a la entrada de la puerta de la ciudad o a un pequeño espacio antenor, que era lugar de reunión (Prov 31 23; cf. Jer 15 11) y donde se podían realizar operaciones de compra (2 Re 7 1). La fórmula «El Señor guarda tus entradas y salidas» (Sal 121 s; cf. Dt 28 s) hace referencia a este contexto en la puerta de la ciudad. La «entrada» y «salida» alude a la marcha matinal del labrador a su campo Y al regreso vespertino; por tanto, al trabaj tliario (cf. Sal 104 23).

passim) ..

«Ciudadanos de pleno derecho son aquellos hombres que poseen su propia tierra, no están sujetos a tutela y gozan de los cuatro grandes derechos del matrimonio, el culto, la guerra y la administración de justicia» (L. K6hler, 147).

Con este tipo de jurisprudencia se hallaban en desventaja las personas que no poseían la protección jurídica de los «hombres_» o que estaban privadas de capacidad jurídica. Por eso el antiguo testamento inculca no oprimir a la viuda, al huér-

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fano y al extranjero que vive en el país (Ex 22 27 19; 24 17; Lev 19 33 s; Is 1 17.23). 3.

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s; 23 6 s; Dt

Cambios en el período monárquico

Al igual que la conquista del país, también la monarquía trajo consigo un cambio gradual, pero profundo en el desarrollo social y económico, con sus consecuencias directas e indirectas; entre éstas, la incorporación de las ciudades cananeas a Israel y la creciente influencia extranjera. 1. La monarquía creó, sobre la estructura tribal, una administración que abarcó a todo el pueblo (cf. el censo general en 2 Sam 24 1 s). Con miras a la obtención de los impuestos y arbitrios -necesarios para el mantenimiento de la corte y del ejército- se creó el funcionariado, que era formado en escuelas (infra, cap. 27, b). Tres listas (2 Sam 8 16-18; 20 23-25; 1 Re 4 2-6; cf. 4 7 s) incluyen a los altos empleados civiles y militares en tiempo de David y de Salomón: sumos sacerdotes (en el santuario estatal), cronistas (secretarios reales; cf. 2 Re 12 11), heraldos, jefes del ejército y de la tropa mercenaria, gobernadores, un «amigo del rey» (consejero) y un «encargado de la casa» o jefe de palacio y quizá, al mismo tiempo, administrador de los bienes reales (cf. 2 Re 15 s; Is 22 15 s). 2. El ejército popular era reclutado, sólo en caso de necesidad, entre los labradores libres; ellos mismos debían armarse y se compensaban con el botín (cf. Is 9 2). Pero con el nacimiento del ejército regular fue perdiendo gradualmente importancia. El ejército regular existía quizá en embrión ya en tiempo de Saúl (1 Sam 14 52) y se sabe que David organizó (22 2; 27 2; 2 Sam 5 6) una tropa mercenaria (también «quereteos y peleteos» como guardia personal: 2 Sam 8 18 y passim) . Fue completado desde Salomón con un cuerpo de carros de combate (1 Re 5 6 s; 9 17 s; 10 28 s; cf. 1 5 s; Sam 15 1; 1 Sam 8 11 s). 3. Además de la propiedad rural del israelita libre, se fue formando en el curso del tiempo el patrimonio real (dominios de la corona), en constante incremento gracias a la accesión de las posesiones vacantes, compra y otros trámites (1 Sam 8 12.14; 22 1; 1 Re 21 2.15 s; 2 Re 8 3 s; 1 Crón 27 27 s; 2 Crón 26 10). Servía

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para la manutención de la corte, para el pago del ejército (profesional) y para la enfeudación en favor del funcionariado. 4. Tal vez ya David (2 Sam 20 24), sin duda Salomón (1 Re 4 6 y passim) obligaron a la población extranjera (9 20 s) e incluso a la nativa (5 27) al trabajo de servidumbre, especialmente en la construcción (como tuvo que hacer Israel en Egipto: Ex 1 11). Era diferente de la esclavitud: un esclavo puede pertenecer a un hombre privado y puede ser vendido, mientras que la servidumbre obligaba a trabajar para el rey o para una comunidad, quizá sólo temporalmente, en todo caso para un fin determinado. En algunas de estas novedades, como la creación de los empleados del estado o los deberes de servidumbre, influyeron sin duda los ejemplos extranjeros. Las prerrogativas que el rey reclamaba para sí -basándose en los modelos cananeos- aparecen en los polémicos «derechos del rey» (1 Sam 8 11-11): «A vuestros hijos los llevará para enrolarlos en sus destacamentos ... los empleará como jefes (inferiores) y oficiales en su ejército, como aradores de sus campos y segadores de su cosecha... A vuestras hijas las llevará como perfumistas, cocineras y reposteras ... Vuestros campos, viñas y los mejores olivares os los quitará para dárselos a sus ministros». No es posible precisar el alcance real de tales pretensiones regias (cf. Dt 17 16; I Sam 22 1; 1 Re 9 22; 21; Am 7 1). 4.

Conflictos sociales en el tiempo de los grandes profetas

Al margen de esta evolución se produjeron desde la monarquía, al parecer de modo acelerado en el siglo VIII a.c., enfrentamientos entre pobres y ricos en una proporción desconocida en la sociedad, más igualitaria, de la época nómada o en el primer período después de la conquista del país (cf. ya 1 Sam 25 2; 2 Sam 19 33). 1. Hubo sin duda algunas normas jurídicas destinadas a conservar la igualdad económico-social de los miembros del pueblo de Dios y fueron eficaces durante algún tiempo; por ejemplo: a) la prohibición de vender la heredad (cf. 1 Re 21); b) el derecho o el deber de los parientes próximos de resca-

Panorama del antiguo testamento y de su historia

Elementos de la historia social

tar, es decir, comprar la heredad y mantenerla así para la futura familia (Rut 4; Jer 32 6 s; Lev 25 24 s); c) la manumisión de los esclavos al cabo de siete años (Ex 21 1 s; Dt 15 12 s). o la disposición de Lev 25 según la cual, en el año jubilar, es decir, cada 50 años se recuperaban las tierras y se daba libertad a los esclavos (¿hasta qué punto se llevaba a la práctica esta disposición?); d) la prohibición del cobro de interés (cf. Ex 22 24; Dt 23 20 s; Lev 25 35 s); e) diversas exigencias en la atención a los pobres (Lev 19 9 s; Rut 2 9.14 s y passim). 2. Pero tales medidas no bastaron en las circunstancias creadas por la monarquía y por el auge de las ciudades. La realeza -con sus competencias políticas, militares, económicas, incluso cúlticas y jurídicas- originó conflictos de poder en puntos céntricos, sobre todo en las capitales (Jerusalén, Samaria). El centro de gravedad se desplazó a las ciudades, donde en lugar del campesinado prevalecían los comerciantes, y la artesanía y la industria tenían al parecer, desde muy pronto, sus propias calles (Jer 37 15; cf. 1 Re 20 34). El funcionariado, que se beneficiaba con el patrimonio real y también cobraba impuestos, se transformó en un nuevo estamento superior. El cambio en la estructura social parece haber tenido aspectos «nacionales»; se impuso el orden social y económico cananeo frente al antiguo sistema israelita. Prevaleció la capa más fuerte de la sociedad, estaba en auge el comercio y la vida ciudadana, pero existía también desde muy antiguo la gran propiedad rural. Desde el reinado de David y Salomón se había incorporado ya al estado la población originariamente no israelita de las ciudades, y a partir de entonces se mezclaron en la estructura social las tradiciones nómada y sedentaria. Quizá esta evolución general se aceleró en el reino septentrional durante el siglo VIII con la prosperidad económica y una situación exterior favorable (2 Re 14 25). Con el incremento del comercio y del tráfico los edificios ganaron en suntuosidad (Am 3 15.9 s; 5 ll; 6 4.8; Is 5 9). Ricos terratenientes (contra el mandato de Ex 22 24) hacían préstamos a los labradores pobres con un elevado interés que éstos no podían amortizar; el procedimiento se facilitó con el tránsito de

la economía cambista a la economía monetaria (principalmente a base del metal precioso: Ex 21 32; 22 16; Os 3 2 y passim).

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El rico domina sobre los pobres y el deudor es el esclavo del acreedor (Prov 22

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17).

Las deudas llevaban a la hipoteca o a la venta de la heredad. Esto originó la acumulación de tierras en pocas manos (Is 5 s; Miq 2 2; contra esta práctica, Ez 47 14). La pérdida de la tierra y del solar marcaba el tránsito a la condición de jornalero (cf. Lev 19 13; 25 39 s; Dt 24 14) o de esclavo (2 Re 4 1; Am 2 6) (cf. ya 1 Sam 22 2; 12 3; más tarde Neh 5). Los contados pobres de la época primitiva pasaron a ser mayoría. Al descender en rango social perdieron su estatuto legal (cf. Ex 23 3.6 s). «La comunidad de derecho es perfecta mientras es una reunión de campesinos libres, independientes y aproximadamente iguales en posesiones, cuyas aspiraciones trata de conjugar en un equilibrio básico. Pero el siglo VIII... nos muestra un fuerte desplazamiento de las relaciones de propiedad y marca el comienzo de una clara jerarquización de la sociedad hebrea. Al lado del propietario aparece el desposeído, al lado del independiente el dependiente; y entonces fracasa la comunidad de derecho. El carácter oral y público de su ejercicio presupone que cada sujeto habla con independencia; pero el miedo a los económicamente poderosos, que pueden causar mucho dañ.o en la estrecha colectividad aldeana, priva de libertad y reduce a la esclavitud» (L. KOhler, 161 s).

3. Según esto, hay que distinguir en la población de Israel, en líneas muy generales, cuatro estamentos por lo menos: a) los funcionarios civiles y militares, los comerciantes y los artesanos, que vivían por lo general en las ciudades; b) los propietarios libres del campo; c) las personas sin heredad, los pobres (más o menos con inclusión de las viudas, huérfanos y extranjeros); y d) los esclavos. Los esclavos -una institución obvia en el antiguo oriente- pertenecían a su señ.or y podían ser vendidos (cf. Ex 21; continuación en Dt 15 12 s; 23 16 s). No obstante, su situación personal no fue al parecer muy dura: podían participar en el culto divino (Ex 20 10; 12 44; Dt 12 18 y passim) o ejercer actividades dignas (Gén 24; cf. 15 2). La condición de esclavo tampoco estaba restringida a una determinada capa de

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población; así, los altos funcionarios eran considerados como «esclavos» (ministros) del rey.

5.

La situación del postexilio

Con la conquista de Jerusalén y con el comienzo del exilio cayó por tierra la organización política estatal de Israel. Lo que quedó, o lo nuevo que surgió, poseía una estructura más bien familiar: de un lado, el «padre de familia», con una especie de gran familia (Esd 1 5; 2 59 s.68; 4 2 s; 10 16 y passim); y de otro, la institución de los «ancianos», que recuperó la importancia que había perdido desde hacía mucho tiempo (Jer 29 1; Ez 8 1; 14 1; 20 1 s; Esd 5 9; 6 1; 10 8. 14 y passim). La administración central estaba en manos de los funcionarios persas (Neh 2 7 s.16; 5 7.14 s; Dan 3 2 s; cf. cap. 12 2). Israel formaba una comunidad que se reunía en torno al segundo templo, vivía según la ley y gozaba de independencia en el terreno religioso-cultual. En el vértice estaba el sumo sacerdote, que portaba emblemas regios (Ex 28; cf. Zac 6 9 s). Jerusalén era el centro del culto aun para las comunidades filiales de la diáspora. Pero Israel no sólo vivía disperso en el espacio, sino que comenzó a escindirse en diversos grupos (en la época neotestamentaria: fariseos, saduceos, esenios, etc.) . Bajo estas condiciones, sin embargo, se mantuvo viva la esperanza de salvación para el mundo (Sof 2 11; Zac 14 9.16; Dan passim).

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