Villas, S. - Las Claves de La Revolución Industrial 1733-1914

October 7, 2017 | Author: padiernacero54 | Category: Industrial Revolution, Evolution, Late Middle Ages, Society, Innovation
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Siró Villas Tinoco

Las Claves de la

Revolución Industrial 1733-1914

SIRO VILLAS TINOCO Profesor titular de Historia Moderna de la Universidad de Málaga Pies de ilustración

JOSÉ MARÍA VALVERDE Universidad de Barcelona

LAS CLAVES DELA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL 1733-1914

Planeta

Colección LAS CLAVES DE LA HISTORIA

Dirección editorial: Juan Capdevila Asesora: M." de los Ángeles Pérez Samper Maquetación: Roger Hebrard

Primera edición: octubre de 1990 Derechos exclusivos para todo el mundo: © Editorial Planeta, S. A., 1990 Córcega. 273-279, 08008 Barcelona (España) Depósito Legal: B. 29.259-1990 ISBN 84-320-9212-6 Printed in Spain / Impreso en España Carlos Divo impresor, S. A., Polígono Can Font de la Parera, parcela 7, 08430 La Roca del Vallés (Barcelona) Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, pue­ de ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de graba­ ción o de fotocopia, sin permiso previo del editor.

INTRODUCCIÓN

Minero de Yorkshire. Grabado inglés de 1814. Originalmente, la máquina de vapor surgió consumiendo una parte del propio carbón de la mina para achicar el agua de los pozos; cuando pasó a moverse por sí misma, tirando de unos vagones, comenzó la gran revolución en las comunicaciones, empequeñeciendo el mundo. Al mismo tiempo, el vapor se convertiría en el corazón de la industria: «¡oh, siglo del vapor y del buen tono!», decía del siglo xix cierto poetastro español.

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sta obra pretende ofrecer una visión descriptiva y explicativa, aunque necesariamente sintética, de una serie de fenómenos técnicos y económicos —que presentaron una especial incidencia en el ámbito de la producción textil y siderúrgica, así como en el cam­ po de la utilización de nuevas fuentes de energía aplicada a la industria— y que constituyen una parte importantí­ sima de los sucesos que conforman la historia tecnológi­ ca de la Humanidad. Comúnmente son conocidos bajo el apelativo genérico de Revolución Industrial y, en reali­ dad, puede afirmarse que se trata de la primera de las transformaciones trascendentales que tuvieron lugar en el transcurso de la Época Moderna, y que han conforma­ do muy directamente el mundo tecnológico actual. Durante las dos últimas centurias, miles de estudios y monografías han disputado científicamente acerca del significado exacto que habría que conceder al término

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Revolución Industrial. En ellos se ha tratado de precisar su contenido semántico: las formas con que se manifestó en los diversos países, europeos y americanos, así como la diferente cronología en cada una de dichas naciones; se ha intentado determinar el ámbito productivo de su desarrollo: el alcance de sus logros; el inicio y final del proceso y de cada una de sus fases; la interpretación so­ cial, económica y política del fenómeno; las razones pro­ fundas y las causas inmediatas; los condicionantes de su éxito o fracaso relativos, etc. Precisamente por la insuperable dificultad de resumir todos los debates, de explicitar todos los posicionamientos científicos y metodológicos, de analizar y valorar to­ das las relaciones causales existentes, es imprescindible definir y precisar el alcance que nosotros concedemos en este estudio al término «Revolución Industrial». Inicialmente, el sustantivo «revolución» se utilizó en el ámbito de la astronomía, aplicado a los giros astrales en sus órbitas celestes. Posteriormente, tras la crisis del Antiguo Régimen, esta palabra adquirió un contenido decididamente peyorativo, aplicándose (con unas conno­ taciones claras y profundamente ideológicas) para desig­ nar las rupturas traumáticas surgidas en el seno de las sociedades políticas. Ya en el siglo xix, comenzó a apare­ cer unida a los intentos de definir y explicar las transfor­ maciones económicas y sociales que iban resultando evi­ dentes en los diversos países europeos. En la actualidad, en una acepción plenamente aceptada, el sustantivo «re­ volución» lo identificamos con una «evolución rápida», con unas «transformaciones aceleradas» o con un «cam­ bio súbito y profundo». Esencialmente lo aplicamos cuando es preciso referirse a modificaciones sustanciales que tienen lugar en un breve lapso y que alcanzan una cierta duración o, incluso, determinada perennidad tem­ poral. Por su parte, el adjetivo «Industrial» se nos presenta con un cierto sentido de contraposición al calificativo «artesanal», y se refiere a la transformación mecánica de la materia prima en productos elaborados, a través de un proceso o procesos que dependen de energías obtenidas de fuentes inanimadas. Aunque igualmente se trate de bienes conseguidos mediante la actividad humana, pre­ sentan la connotación de una procedencia fabril y meca­ nizada, muy alejada, en fondo y forma, de la simple transformación directa de la materia prima, que caracte­ rizaba la producción manufacturera y agremiada de épo­ cas pretéritas. En otras palabras, existe un hálito de mo­ dernidad, dinamismo y progreso, contrapuesto a tradi­ ción, serenidad y continuidad.

Para nosotros, la Revolución Industrial ha sido un es­ tadio evolutivo en la historia tecnológica de la Humani­ dad. Pero no un momento cualquiera, sino aquella fase en la que se consolidó, de forma progresivamente acele­ rada, continua y trascendente, el cambio de la produc­ ción desde los métodos artesanales a los fabriles, con todo lo que ello implica de transformaciones sociales, económicas y políticas. Triunfo del vapor y de la electricidad. Litografía publicada en «The lliustrated London News», en 1897. Biblioteca Guildhall, Londres. El vapor multiplicó la energía que se podía obtener a partir de la combustión y flexihilizó su aplicación: la corriente eléctrica hizo posible el desplazamiento de la energía sin mover nada que la transportara, para ser utilizada en el punto conveniente, bajo especie de motor o de alumbrado.

La Revolución Industrial implica la búsqueda, el des­ cubrimiento, la adopción y el desarrollo racionalizado de nuevos procesos de fabricación, de nuevas formas de división del trabajo y de profundos cambios en las rela­ ciones laborales. Asimismo, supone el dominio pleno de antiguas y de renovadas fuentes de energía, al mismo tiempo que conlleva la obtención, transformación y apli­ cación de materiales anteriormente conocidos, pero pro­ ducidos ahora en mayores cantidades, con mejoras sus­ tanciales de su calidad y a precios más asequibles y com­ petitivos, lo que posibilita su aplicación extensiva. 5

La pila de Volta. Deutsche Museum, Munich. Galvani hizo que la electricidad atmosférica contrajera las patas de una rana muerta: Franklin encauzó el rayo por un cable; las máquinas por frotamiento giratorio dieron emocionantes calambres a los románticos: pero la pila de Volta domesticaba la electricidad con una fuente autónoma y manejable, capaz de enviar su corriente por cables, por ejemplo, para hacer sonar un timbre.

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Por lo que se refiere a sus coordenadas espaciotemporales, aun admitiendo la existencia de unos innegables antecedentes medievales y un epigonismo en la época contemporánea, estimamos que la fase crítica del proce­ so habría tenido lugar en el Reino Unido de Gran Breta­ ña, en un lapso comprendido entre las décadas iniciales del siglo xvill y la primera mitad del xix, sin que sea im­ prescindible (ni quizá conveniente) fijar estrictamente unas fechas de inicio y terminación, precisamente por­ que entendemos que se trata de una etapa definida den­ tro de un proceso evolutivo tecnológico general y, por tanto, que afecta con cronologías distintas para los dife­ rentes países y regiones, en función de su grado de evo­ lución económica, técnica, política y social. Si tomamos en consideración el proceso general evo­ lutivo de las ciencias y las técnicas en su devenir históri­ co total, no cabe la menor duda de que éste presenta un perfil de tendencia claramente positiva, cuyo momento inicial lo podríamos situar en el hacha de sílex, y el final (éste tan sólo por el momento) en la conquista espacial o en la investigación sobre la inteligencia artificial. Pese a lo anterior, las transformaciones sociales —cualquiera que sea la facies o aspecto a que hagamos referencia— no han tenido lugar de forma linealmente progresiva, de modo que cada momento histórico supon­ ga la superación positiva del inmediato anterior, sin du­ das. pausas ni retrocesos. Igualmente, conviene tener presente —porque lo evidente a veces se nos escapa por su misma obviedad— que el «tempo histórico», es decir, el ritmo de sucesión de los acontecimientos sociales (es­ pecialmente en lo que se refiere a la invención y la técni­ ca) se acelera progresivamente desde el más remoto pa­ sado a la más rabiosa actualidad. Por este motivo, las diversas culturas prehistóricas (que se diferencian por las novedades de su utillaje y por los rasgos pecualiarizadores distintivos de sus técnicas) es factible datarlas por milenios, en tanto que las innova­ ciones acontecidas durante los primeros estadios históri­ cos (lo que denominamos habitualmente Historia Anti­ gua y Medieval) se suceden con ritmo secular. Desde el Renacimiento, y muy especialmente en los momentos fi­ nales de la Edad Moderna y los albores de la Época Con­ temporánea, los acontecimientos se precipitan y las no­ vedades importantes —definitorias por sí mismas del es­ tado evolutivo de un proceso— pueden contarse por dé­ cadas. Es un lugar común que, en la actualidad, la tecnología utilizada en el electrodoméstico o microordenador que se pone hoy a la venta habrá sido plenamente superada

mucho antes de que finalice la vida útil del mecanismo al que está aplicada. Dado que estas transformaciones no tienen lugar en ámbitos teóricos o ideales, sino en el seno de sociedades muy vivas y reales, en grupos humanos de convivencia estructurada mediante patrones de actuación conveni­ dos, y consagrados por la tradición y aceptados por los distintos intereses en juego, el ritmo de la renovación técnica, de las invenciones y la aplicación de sus resulta­ dos, hay que comprenderlas dentro del marco cronológi­ co y social en el que tienen lugar, a fin de poder com­ prender su importancia intrínseca y su interés relativo, sus implicaciones económicas y el previsible impacto so­ cial.

Alejandro Volta presentando su pila a Napoleón. Grabado publicado en el «Supplément ¡Ilustré du Petlt Journal». 22 de diciembre de 1901. El joven Napoleón observa la nueva fuerza que dominará el mundo: la corriente de la pila de Volta se muestra capaz de descomponer el agua en sus dos componentes, con posterior síntesis espectacular en nube de vapor. Una reacción química podía producir energía sin necesidad de combustión: un planteamiento inédito hasta entonces, en que todo parecía venir del fuego.

Se hace preciso saber qué fuerzas políticas, económicas y sociales las propician, cuáles las financian y las de­ fienden y qué resistencias van a producir, por su inci­ dencia negativa en un estatus específico, una forma de vivir determinada y consolidada o una tradición ideológi­ ca muy arraigada. Desde el principio del hombre, la innovación es el re­ sultado de una búsqueda interesada, tenaz, intensa y i ostosa, y siempre, la respuesta a un reto, cuando no a una situación límite. Muy difícilmente una invención tanto si se trata de un proceso complejo como, simple­ mente, de un nuevo utillaje— es consecuencia de un he­ cho fortuito o de una feliz casualidad. Con total seguri­ dad se tratará del final de un largo camino que ha reque­ rido un arduo trabajo, una costosa inversión (en tiempo v dinero) y a la que han dedicado su atención una serie 7

El telégrafo. Grabado francés del siglo XVIII. Biblioteca Nacional, París. Para informar rápidamente se estableció en Francia el telégrafo óptico, en que una línea de «repetidores», movidos a mano, transmitían una señal a través de campos y montañas. La corriente eléctrica sustituiría este engorroso procedimiento por una transmisión instantánea por cable —al principio, con un código de interrupciones más o menos largas: el alfabeto Morse—.

de personas, que han trabajado en ello individual o co­ lectivamente. Cuestión muy diferente es que la totalidad del grupo social afectado por una transformación sea consciente —o esté convencido— de la necesidad de unos cambios, o de la precisión de hallar nuevas soluciones. El interés por la innovación no siempre es sentido, ni compartido, por todo el mundo. Por el contrario, resulta muy conve­ niente recordar el enorme peso, la importancia muchas veces determinante de la tradición en los hábitos sociales (no sólo técnicos y productivos) de cualquier época pre­ térita. Igualmente es importante hacer notar que los desfases tecnológicos que en la actualidad se evidencian entre las diversas naciones también estaban presentes en los pasa­ dos siglos. Pero entonces esa situación de aparente o real desventaja no conllevaba un sentimiento de inferioridad nacional o dependencia tecnológica tal y como ahora es percibido. A tal efecto, cabe recordar el hecho de que los viajeros de la Ilustración que visitaban la España del si8

glo xvill recibían invariablemente una negativa a sus más o menos desinteresados intentos por introducir cual­ quier tipo de novedad. Las respuestas habituales del tipo así lo hacían mis padres» o «así se ha hecho siempre» eran «razones» más que suficientes para negarse a acep­ tar la evidencia de nuevas formas o procedimientos que. evitando la rutina consagrada por la costumbre, les pu­ diese llevar a la obtención de beneficios apreciables en los procesos de producción agraria o artesanal. Algunos historiadores han puesto especial énfasis en mostrar cómo la prospección técnica se acentúa en épo­ cas de crisis, propiciando la aparición de individuos espe­ ciales (del «héroe») que asumen el reto, encaran el pro­ blema y obtienen el triunfo. Parecería, pues, que el caldo de cultivo indispensable para la aparición del genio inventivo es la existencia de una necesidad imperiosa, socialmente sentida (lo social entendido «amplio sensu ») en tanto que la desaparición 0 eliminación de las urgencias ralentizaría la búsqueda de nuevas soluciones, quizá por una aplicación incons­ ciente de la «ley del mínimo esfuerzo» o porque los apo­ yos —tanto privados como institucionales— se debilita­ rían o desaparecerían ante la ausencia de unos retos es­ pecíficos. Bajo este mismo punto de vista, la difusión de las innovaciones se aceleraría en las coyunturas favora­ bles, no teniendo que existir necesariamente una rela1ion causal ni secuencial directa entre los dos procesos. Por su parte, los economistas se inclinan por analizar y explicar el fenómeno de la innovación —dentro de la Involución Industrial — desde una óptica de continuidad en el seno del proceso económico general, resaltando las pcrvivencias del mismo de tal forma que, mientras la in­ vención, el hallazgo, lo que significa la respuesta a una necesidad tiene tan sólo un valor relativo, la extensión de los beneficios obtenidos es, por su aplicación práctica, lo que confiere auténtica importancia a la innovación tec­ nológica. listos beneficios tienden a incorporarse muy rápida­ mente al sistema, retroalimentándolo y propiciando un proceso de evolución positiva que se acelera ininterrum­ pidamente, hasta que condicionamientos extrínsecos al mismo vengan a frenarlo o modificarlo. Para comprender ambos posicionamientos intelectuaI. quizá resulte interesante recordar que, mientras los historiadores, por lo general, tratan de comprender los fe­ nómenos económicos (y dentro de éstos, la innovación t.s nica) en un contexto de evolución general de la socie­ dad, los economistas (o historiadores de la Economía) p isjguen, más específicamente, comprender y explicar

J. M. W. TURNER: \e w Castle-upon-Tyne. 1823. Museo Británico, Londres. Ya en tiempos de Shakespeare se escribieron quejas por los humos y neblinas de los fuegos, agravados cuando se empezó a usar el carbón para calentarse: entonces, con las grandes fábricas textiles movidas por enormes máquinas de vapor, empieza el problema de la contaminación atmosférica, hoy tan grave, unida a la suciedad de ciertos barrios —así lo describe üickens en

Tiempos difíciles—.

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la evolución general de los factores materiales, formando parte, naturalmente, de un contexto social amplio, pero de forma menos inmediata y determinante. Mientras los primeros entienden la evolución técnica como una cuestión más a tener presente en el análisis de las transfor­ maciones del sistema social, los segundos lo estudian como un elemento que incide especialmente en los as­ pectos económicos de tal sociedad. Finalmente, es imprescindible indicar que, cuando en el texto se hace mención a términos tales como «causas» y «efectos» (y, más aún, al ponerlos en relación entre sí) no nos referimos a inferencias de tipo mecanicista bajo la posible fórmula: «a un problema específico, una solución adecuada». Estas secuencias pueden aparecer (y de hecho algunas veces así se nos presentan) cuando se analizan, fuera de contexto, cuestiones o aspectos puntuales de unos problemas muy específicos. Pero cuando en el curso de esta obra empleamos conceptos como «crisis económica», «evolución general» o «necesidad social», utilizamos estos términos como herramientas intelectuales que nos permiten explicar los fenómenos que se describen. Y en ese contexto nos estamos refiriendo a un conjunto, o unos conjuntos, de cau­ salidades y de factores generales muy diversificados: téc­ nicos, económicos, políticos, legales, institucionales e ideológicos, que conforman una situación histórica de­ terminada.

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LOS PRECED EN TES

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n el devenir histórico de las sociedades humanas (por lo que se refiere al campo de la ciencia y de las técnicas) han tenido lugar, sin duda alguna, acontecimientos que cabría designar, sin hipérbole, como «revolucionarios». Se trata de hitos fundamenta­ les que se han constituido en factores de progreso social y entre los que se podrían destacar los siguientes: a) el inmenso salto cualitativo que llevó al hombre prehistóri­ co desde los útiles de piedra, primeramente tallada y pos­ teriormente pulimentada, hasta los utensilios de cobre; b) la evolución de la primitiva metalurgia del Calcolítico hasta alcanzar el dominio de las técnicas de aleación para la obtención del bronce, y c) la concatenación fun­ damental de experiencias que deparó el conocimiento, obtención y utilización práctica del hierro. Entrando en procesos sociales más complejos, resul­ tan determinantes cuestiones como la transformación de hordas, simplemente recolectoras y depredadoras, en so­ ciedades organizadas que cultivaban los productos que les servirían de sustento. O, también, el tema capital de la aparición de la escritura, que permitió los registros contables de la producción agraria y que facilitó la im­ plantación de las aportaciones fiscales, cuestiones ambas que desembocaron en los primeros rudimentos del Esta­ do. Evoluciones y avances, todos ellos de suma impor­ tancia, que fueron conformando muy lentamente a tra­ vés de sucesivos milenios las civilizaciones mesopotámica, egipcia y europeas primitivas. No obstante, son acontecimientos más cercanos en el tiempo, más próximos en su esencia técnica y más direc­ tamente relacionados con las transformaciones aconteci­ das en el siglo xvm los que reconoceremos como prece­ dentes mediatos. Innovaciones que tuvieron lugar en circunstancias sociales análogas, más o menos homologables a las sucedidas durante la Revolución Industrial propiamente dicha. Hacia el año 1000 de nuestra era se produjo un ciclo tecnológico muy activo, propiciado por unas condiciones de base, en parte bastante similares a las de centurias posteriores. Para esa época la mayor parte de Europa ya

había dejado de ser un campo de correrías para tribus nómadas o para comunidades más estables pero forzadas al nomadismo por ese «anticiclón» de pueblos que ha sido históricamente el Asia central. El asentamiento, con carácter de continuidad en tiem­ po y espacio, de los diversos pueblos; la consolidación del fenómeno de urbanización occidental; el auge de las ciu­ dades, propiciado por su especialización funcional y por la conquista de sus libertades cívicas; la estabilidad polí­ tica de los distintos reinos; el inicio de consolidación de las dinastías familiares en los tronos; el feudalismo como fórmula política más adecuada a los tiempos que corrían y el nacimiento y progresiva consolidación de la noción —que no de la praxis— de «Estado», propician las con­ diciones de base para la búsqueda de soluciones técnicas para los problemas generados por una insuficiente pro­ ducción de bienes, destinados a hacer frente a una de­ manda estable y progresivamente acrecentada. Ciertos especialistas en historia medieval, elevando a nivel conceptual muchas realidades empíricas del perío­ do que estudian, nos hablan de la aparición de una ex­ plosión demográfica; del auge de un período de protocapitalismo; de una división social más especializada del trabajo; de la existencia de un proletariado (explotable a voluntad de los patronos) y de su reacción ante las into­ lerables condiciones de subsistencia. Incluso se mencio12

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na una degradación del medio ambiente, debida a la so­ breexplotación incontrolada de los recursos naturales, situación forzada por el desmedido afán de lucro de unas clases capitalistas, avasalladoras de frágiles equilibrios ecológicos. Con independencia de que sea factible constatar un cierto grado de anacronismo en los términos utilizados (y de una más que posible exageración en su aplicación formal), no cabe duda de que una serie de invenciones vinieron a transformar muy seriamente las condiciones de producción entre los siglos X y xiv. Durante el Medioevo, por primera vez consciente y continuadamente, se sustituyó la fuerza del trabajo de los hombres por el movimiento de las máquinas, se bus­ caron y obtuvieron nuevas fuentes de energía, o se trató de aprovechar y rentabilizar al máximo las anteriormen­ te existentes y conocidas. Ciertos nobles dotados de espíritu emprendedor —y perentoriamente necesitados de aumentar sus ingresos económicos— que actuaban a título particular y los be­ nedictinos, una colectividad religiosa cuya regla básica les obliga a obedecer una secuencia temporal estricta de oración y trabajo, apostaron decididamente por las in­ venciones e innovaciones como fórmula adecuada para obtener incrementos sustanciales de sus beneficios mate­ riales, así como para aumentar la producción y satisfacer

Arado de bueyes sajón. Manuscrito de Julius A. Siglo VIII. Museo Británico, Londres. El arado con ruedas —la charrue francesa— permitía arar en profundidad con tiros de bueyes tan poderosos como éste: él arado romano, usado en España, era más superficial. A fines de la Edad Media se inventó la vertedera, que voltea la tierra llevando a la superficie una capa más profunda. Se tardaría mucho en conocer el efecto de las bacterias en la fertilización de la tierra agrícola.

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una demanda creciente, que muy pronto pudiera dege­ nerar en pauperismo, caso de no ser satisfecha adecuada­ mente. Al mismo tiempo, la mecanización de las tareas rutinarias permitiría una independencia y autosuficien­ cia de las comunidades religiosas aludidas, dotándolas de mayor tiempo disponible para la oración y el recogi­ miento espiritual. Así, de acuerdo con representaciones gráficas y testi­ monios literarios de la época, a finales del siglo X y debi­ do al progreso introducido en las piedras de molturar, los molinos harineros, conocidos y utilizados desde muy antiguo, se aplican a la fabricación de cerveza. Como avance importante para la producción agraria, base de la alimentación por muchos siglos, aparece el arado de tren delantero, provisto de una sola cuchilla y de su corres­ pondiente reja, que permite un mejor laboreo de los te­ rrenos y, como consecuencia, una mayor producción de cereales. Por esta misma época empieza a representarse la ba­ llesta de gancho, avance mecánico que llevará aparejada una mayor efectividad en el combate, y se perfecciona el sistema de producción de plata —por fusión de plomo con una mena cuprífera —, lo que implica un mejor aprovechamiento del mineral que proporcionaba los me­ dios de pago internacionales, oro y plata, durante una época de moneda-mercancía que prácticamente desco­ nocía otras formas generalizadas para la liberación de deudas. Durante el transcurso del siglo X! empieza a generali­ zarse la tranformación del movimiento circular (de las ruedas manuales o hidráulicas) en un movimiento verti­ cal a través del mecanismo de la leva, que había sido ya conocida pero escasamente utilizada desde la época ro­ mana. Mediante este artilugio el movimiento rotatorio se transforma en un recorrido de vaivén, aplicándose a los trabajos de batanado, majado de esparto, molido del mineral de hierro y, posteriormente, a los martillos pilo­ nes de la siderurgia. Inmediatamente esta fuerza de pre­ sión vertical se utiliza en la manufactura del cáñamo y en las tenerías, con el fin de machacar la corteza de roble y obtener tanino para el proceso de curtido de pieles. Mayor importancia técnica, aunque mucho menos in­ terés práctico, presentaban las instalaciones destinadas a la generación de la energía mareomotriz, también obte­ nida por vez primera en esta centuria. Dado que el siste­ ma estaba totalmente condicionado por las atracciones solares y lunares (que afectan a la potencia e intensidad de las mareas), el aprovechamiento de esta energía im­ plicaba unos condicionamientos determinantes de ubica-

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ción y de csdcncifl que Is hscisn escasamente rentable fuera de unos puntos muy específicos. Por el contrario, en esta misma centuria se multiplican los aprovecha­ mientos de los cursos de agua para mover las ruedas hi­ dráulicas, ya aplicables a múltiples actividades produc­ tivas. Durante el siglo xil aparece en Europa el molino de viento, invención de enorme incidencia para todos aque­ llos pueblos que se asentaban en amplias extensiones geográficas en las que los ríos carecían de una regularid.id en su curso y de un caudal y una potencia suficientes i '.ira proporcionar energía hidráulica en cantidades apro­ vechables. Éste es el caso específico de la cuenca mediterránea, tuyas comunidades ribereñas por primera vez pueden Tronerarse de su dependencia de la tracción animal para diversos usos artesanales. Por la misma época, la utiliza■ion de las colleras —atalajes menos rígidos y apoyados obre el esqueletaje del animal y que no se aplican direcl.imente sobre su cuello— permite multiplicar el rendi-

Tnbajo en el campo. Códice griego de Opiano. Siglo XI. Biblioteca Marciana, Venecia. «... y el yugo al cuello atados / los bueyes van rompiendo los sembrados», escribía en el siglo xvi Fray Luis de León, al describir el otoño en su oda Al licenciado Juan de Cria!. Pero para entonces ya se había descubierto en otros países que el yugo no debía atarse al cuello sino a la testuz, donde el buey puede aplicar toda su fuerza sin estrangularse.

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Molino de trigo. Miniatura del Salterio de Luttrell. Siglo XIV. Museo Británico, Londres. El molino para trigo era originalmente movido por agua; un molino «corriente y moliente», se decía legalmente para indicar que estaba en buen uso, en expresión hoy malentendida. Aquí vemos cómo el embalse de un molino sirve también para la pesca, aguas arriba. En este modelo, el agua cae sobre la rueda, con mejor resultado energético que en los modelos en que el agua pasaba por debajo.

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miento de los animales de tiro, pudiéndose emplear va­ rios de ellos enganchados en reata. El progresivo conoci­ miento y la mayor facilidad de utilización de la energía eólica propicia la aparición de embarcaciones movidas a vela, cada vez en mayor medida independientes de la fuerza del remo. Independientemente de lo anterior, el dominio de la técnica para cambiar el plano del movimiento y el traba­ jo de las muelas permite ampliar la utilización de los molinos para la caña de azúcar, para amolar, así como ubicar las ruedas bajo los puentes para aprovechar mejor las corrientes de agua sin necesidad de ataguías. El apro­ vechamiento energético de los cursos de agua se multi­ plica sin cesar, hasta el punto de que las presas y repre­ sas empiezan a obstaculizar seriamente el uso de los ríos como vías de comunicación, al tiempo que la concentra­ ción de buen número de máquinas hidráulicas trata de obtener una fuerza de trabajo considerablemente am­ pliada y, naturalmente, unos ingresos económicos m ul­ tiplicados. En otro orden de cosas, consta documentalmente la existencia de granjas experimentales, con intencionali­ dad didáctica y divulgativa, donde junto a la experimen­ tación agraria se buscan mejoras pecuarias específicas mediante el cruce de ejemplares seleccionados de gana­ do ovino. A partir de 1200, la evolución de la capacidad humana para producir innovaciones parece acrecentarse, al tiem-

I'ii que su habilidad para buscar nuevas aplicaciones se multiplica extraordinariamente. No se trata únicamente (aunque ello de por sí ya sería importante) de un amplio dominio tecnológico, sino que implica nuevos retos inte­ lectuales, satisfactoriamente resueltos por el ingenio hu­ mano. Lis agujas metálicas para el cardado de la lana, así como los botones, que facilitan la mejor utilización de las prendas de vestir, se suman al telar horizontal —de antiguo conocido— que es ahora compartido por dos operarios, trabajando de forma simultánea, con lo que el nivel de la producción se acrecienta de forma sustancial. I I molinillo, para el torcido de los hilos de seda, así
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