Una Receta Para No Morir_ARNOLDO KRAUS
February 26, 2017 | Author: chuchuluk | Category: N/A
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Una receta para no morir Cartas a un joven médico
Arnoldo Kraus
Rica.
agradables y otros pueden ser contraproducentes. Todos tenemos y todos inventamos nuestros propios pretextos. No hay quien viva sin pretextos e incluso, hay quien afirma que la vida no es más que un pre- texto para no morir. Según. el diccionario, pretexto signfica "motivo o causa simulada o aparente que se alega para hacer algo o para excusarse de no haberlo ejecutado". Es decir, los pretextos, al igual que los seres humanos, tienen dos caras: pueden utilizarse como excusa para no hacer nada o como motivo para decirle a la vida. Este. pequeño libro es un pretexto que inventé para no tener pretextos. Desde hace tiempo quería regresar a mis tiempos mozos para confrontar al Arnoldo jovei; con el Arnoldo maduro y así expli-. carme hoy porqué decidí estudiar la carrera de medicina. Estas epístolas son ese pretexto y ese 10dQs los d r chos r:e erv dos. Bsta publicación nó puede ser reproducida, ni en todo ill en pan:e, ni registrada en º oswi:1.da p r un s1sr,_ >.1: de recupendon de infomuclón, en ninguna fon'na ni por ningún medio, sea Jnécaruc . foroq co,_elecur ;uco> m.1gnérico,eiecttoópcico, por fotocopia o cualquier orro sin el permiso previo por escnto, de la editorial. pretexto son estas cartas. Las cartas como pretexto son una forma de mirar y de mirarse. Creo que en algún momento de la vida todos deberíamos escri- birnos unas cuantas misivas. Cuando los pretextos son buenos, cuando no los utilizamos para escapar de la realidad, cuando no rodeamos nuestra vida de raz.ones para no hacer nada o para no comprometerse, los pretextos suelen transformarse en situaciones agradables u obras interesantes. Los pretextos "buenos" son semillas para vivir y razones para construir. Son voces que dan aliento y miradas que ven profundo. Los pre- textos «positivos", tienen además otra virtud: gene- ran más pretextos. Creo que así sucede con la mayoría de los artistas. El pintor que se levanta temprano por la mañana expulsado por las sábanas y que corre tras los pince- les para plasmar sus sueños; la bailarina que se olvi- da de la multitud en el metro y repasa en los pasillos los últimos pasos; el poeta que borra y borra en busca de la palabra exacta para impedir que la muer- te acabe con las letras, o, el músico que golpea con sus dedos el aire hasta hacerlo sonar, son ejemplos vivos y cotidianos del mundo de los pretextos "sa- nos". Esos pretextos suman las caras buenas de la pasión con las caras buenas de los deseos. Para muchos, los pretextos sirven para inventar, para inven- tarse, para crear, para seguir. Muchas, muchísimas creaciones y grandes ideas se iniciaron como simples excusas. La pintura que alegra la mirada, el poema que sacude el corazón, las notas musicales que paran el Úempo o la danza que evoca amor y pasión, fueron, en un inicio, pretextos imberbes, pensamientos inmaduros. Las justificaciones "buenas" no son más que el deseo joven que
espera convertirse en reali- dad, que aguardan la emi?estida de la pasión para adquirir nombre y los brazos de los tiempos para transformarse en creación. En los jóvenes, los pretextos, tanto "los ma1os,, como "los buenos", pueden crecer ilimitadamente. Estas cartas son eso. Son un pretexto para escribir- me fingiendo que le escribo a un joven desconocido. A un (y a una) joven etéreo que se inicia por los ca- minos de la vida, de la complicada y difícil vida del siglo XXI y que cada vez más se vive como una lucha tenaz y como un movimiento sin fin. Dirijo estas misivas al joven que probablemente es similar al joven que yo fui y al joven que he dejado de ser. Le escribo para escribirme. Le escribo rodeado del halo mágico que siembran algunas pasiones. Le hablo pensando en algunas vivencias hermosas y en algunos impulsos vitales, que con suerte, siempre persistirán. Como la de ser médico o cualquier otra forma de estar en la vida. Como la del individuo afortunado que logra fusionar humanidad con las labores diarias. Como la de las personas que encuentran el placer de la vida en el quehacei: diario. Como la del jóven médico que habita su vida tras largas, larguísimas noches de guardia. . Muchos adultos intentan conservar alguna o algunas porciones de su juventud. una forma de no mOrir y es una forma sana de mirar el tiempo. Es un camino que permite seguir dudando y es un arte que impide que las preguntas mueran. también una vía que abre los senderos para intercambiar ideas con más frescura y que detiene, al menos un poco, el "oxidamiento" propio de la edad. Quizá por eso, algunos adultos, al escribir cartas, memorias o notas autobiográficas sienten que al hablarse se siembran y al sembrarse, recuerdan. Estas cartas intentan cumplir con algunas de esas ideas: recordar ideas viejas y no tan viejas para compartirlas con miradas nuevas. Estas líneas son también un pretexto que ideé para darle lugar al deseo y espacio a la experiencia. Son un espacio que inventé para escaparme de la rutina cotidiana y para ver hacia atrás sin dejar de repasar lo que sucede hoy. Son una excusa llena de guiños sanos donde recetas, estetoscopios, guantes, martillos, sufrimiento y ciencia caminan sin dete- nerse y deambulan ,sin dejar de preguntar. Son también una razón para nunca dejar de cuestionar- me y un pretexto que me permite vivir nuevamente la medicina con frescura y con el inmenso deseo de generar dudas, incertidumbre, y con suerte, una nueva dosis de pasión. La medicina es una suma de muchas sumas y es un espacio inagotable. En me- di.cina, la experiencia nunca es absoluta porque las enfermedades, la ciencia y lo seres humanos nunca paran ..La medicina es un camino inagotable, don- de asombro y pasión crecen sin cesar. Asombrarse es una bendición y una receta para no morir. La pasión es un regalo del cielo .y. es otra forma de postergar la muerte. Asombro y pasión son tributos de esta profesión. -¿Qué mejor lugar que la mirada y la escucha de los jóvenes para revelar algunas de las caras de la medicina, profesión añeja y nueva? ¿Qué mejor foro que estas páginas abiertas para recorrer los motivos o pre- textos por los cuales algunas personas se convierten en médicos y algunos médicos siguen siempre viviendo la medicina primero como seres humanos y después como doctores?
Carta 1 No sé bien como empezar esta carta. Y no lo sé por muchas razones: desconozco tu cara, tus lecturas previas y los motivos por los cuales estas páginas lle- garon a tus manos. Aunque sospecho tu edad e intu- yo que estás por iniciar la vida universitaria, tampoco sé si es correcta esa suposición. Imagino que has pen- sado estudiar medicina porque te interesa el ser humano, lo que sucede en la célula o lo que pasa cuando el cuerpo o fa sociedad enferman. Podría ser también que no te "acomodaste" en otra carrera y que conozcas a un ser cercano que ejerza la medicina, que te agrade y que quizás admires. Confieso, además, que no sé bien como "arrancar" porque con frecuencia me sucede eso: escribo, y des- pués borro sin piedad. O bien, escribo y en la noche, al repasar en silencio la tarea del día no la encuentro satisfactoria (en no pocas ocasiones entiendo que no tiene ni pies ni cabeza). Me digo, para convencerme, que poco importan ese tipo de dudas y esos trastabilleos. La duda siempre ha sido germen para crear, disentir y fortalecer ideas. Los cestos de basura saturados de papeles donde lo blanco ha sido sepultado por tachaduras, los pinceles destrozados porque la obra no expresa lo que el pintor desea, o los matraces descuadrados por el enojo del científico, son testigos silenciosos del proceso de creación y de las dudas como antesala de la construcción. Escribir y borrar, pintar y despintar, preguntar y volver a preguntar son constantes que deben acompañar el alma de toda persona dubitativa, de todo joven que pronto iniciará la carrera de medícina. No sé bien cómo empezar a hablarle al joven desconocido que desea convertirse en médico, sin expresarle, primero, mis inquietudes y algunas pasiones no médicas que forman parte del ser médico. Inquietudes que reflejan las caras buenas y malas del mundo contemporáneo y las caras buenas y malas del individuo y de la sociedad. No hay quien pueda, no hay quien deba sustraerse de lo que sucede en su medio circundante e incluso en tierras lejanas, sobre todo si es dueño de su voz y si tiene la facultad de opinar y quizá de modificar un poco el entorno Los médicos son buen ejemplo del estrecho vínculo que existe entre lo 'que le sucede al individuo y lo que pasa en el mundo circundante. Creo que estas cartas no serían suficientemente sinceras si en ellas no impregnase algunas de mis visiones personales, cuya presencia acostumbran acompañar mi labor como médico. Por fortuna, algunas revistas, sobre todo las que cubren el área de la medícina interna, incluyen con frecuencia reflexiones sociales acerca de la enfermedad. El corolario es obvio: el médico no puede -o no debería- ser médico sin preocuparse por lo que sucede en la sociedad. A Gregario Marañón, gran médic humanista, le debemos una idea profunda y siempre vigente: «El médico que sólo sabe medicina ni medicina sabe".
Frente a mí tengo un número de The Lancet, del año 2004. The Lancet, fundada en 1823, es una re- vista médica inglesa, una de las más prestigiadas en el campo de la medicina interna. En este número, la información científica contiene, entre otros artículos, uno dedicado al síndrome de inmunodeficiencia ad- quirida, otro a la cirrosis biliar primaria y uno sobre el infarto al miocardio. Entremezclados con los ante- riores, sobresalen otros que exploran la veta social. Copio algunos títulos: Spain makes plans to combat sex tourism. Is trafjiking a health issue? -ensayo que se refiere al tráfico de mujeres y a la prostitución- y, The role of civil society inprotecting public health over commercial interests: lessonsftom Thailand-artículo dedicado a la lucha que hace la sociedad. civil para lograr que las medicinas se distribuyan a todos 'los enfermos-. . denuncia también el poder de las compañías farmacéuticas que suelen decidir "todo" lo que tiene que ver con sus productos, muchas veces escondiendo "malas verdades" y casi siempre ganando inmensas cantidades de dinero. Esta y otras revistas, aunque por supuesto dan prioridad a la parte científica, combinan la parte social y humana de la medicina. Creo que en estos tiempos, donde las disparidades sociales son cada vez más dolorosas y más visibles, la medicina debería combinar lo científico, lo humano y lo social por partes iguales. Inmenso reto. Al pensar en los avatares de su profesión, Edmund Pellegrino, notable médico y bioeticista estadouni- dense afirma, que "la medicina es la más científica de las artes, la más artística de las humanidades, la más humanista de las ciencias". Pellegrino tiene razón: la medicina permite combinar arte, ciencia y humanis- mo. Quizá por eso muchos galenos repiten con fre- cuencia que la medicina no es una ciencia sino un arte Y que por lo mismo, nunca será una ciencia exacta. Ambas afirmaciones son ciertas. El mundo y sus habitantes tienen hambre: la jus- ticia, la moral, la equidad y la educación son, hoy en día, mera entelequia. Es urgente repensar el mundo contemporáneo y darle a los oprimidos y a quienes carecen de "casi todo" la oportunidad de ser. El mé- dico no puede ni debe soslayar esas realidades: su quehacer es un quehacer humano, su vida es un ca- minar por otras vidas. Todo médico es primero ser humano y después doctor. No quiero decir con lo anterior que el médico deba ser un individuo "más comprometido" con la sociedad Y con la miseria que otros profesionistas, pero es in- evitable pensar que si una profesión debe tener nexos estrechos con la ética, ésta es la medicina. Y la ética, como se le denomine, como se le viva, como se le piense, es simple y sencillamente, la disciplina que busca procurar el bien para los más y el mal para los menos. Podría decirse, en lenguaje coloquial, que la ética es la filosofía del mal menor. Desde que finalicé mi entrenamiento médico, hace Ga.si veinte años, mucho ha cambiado el mundo. Mu- chas de las circunstancias y sucesos qué'. ahora nos rodean antaño eran inconcebibles. El mundo y el ser humano del siglo XXI tienen que lidiar con contras- tes muy dolorosos. En un bellísimo ensayo intitulado, Al cumplir ochenta, Henry Miller escribió, "En cuan- to al mundo en.gene al no sólo no lo veo mejor que cuando era yo niño de ocho años, sipo
mil veces peor". No se requiere ser escéptico para saber que Miller tiene razón: basta abrir la ventana de la casa y recoger los periódicos para darle la razón. . Somos (estigos de las maravillas de la biotecnología y espectadores impotentes de las decapitaciones. Sa- bemos de la otrora inconcebible clonación y asistimos todos los días a las muertes por_ hambre o por enfer- medades previsibles en la mayor parte del mundo. Nos enteramos de la magia que representan los bebés de probeta y a la vez leemos la brutal desgrada que viven los niños y niñas recién nacidos que mueren abandonados en la calle. Nos deslumbramos al ente- rarnos de los transplantes de corazón y nos aterramos con la (casi) desaparición de algunas poblaciones en África a causa del síndrome de inmunodeficiencia adquirida. El escenario previo es espejo del divorcio entre las bondades de la tecnología y las miserias del ser humano y es razón suficiente para preocuparse por las fracturas de la ética. Estas disparidades son para mí una "obsesión dolorosa", y un. entramado muy ligado a la medicina. Obsesiones que deberían trans- formarse en obligaciones y de las cuales, considero, ningún médico deberfa sustraerse. Son inmensas l contradicciones que se viven todos los días en todos los rincones del mundo. Parecería inconcebible que tanta inteligencia se mezcle con tanta maldad, que la magia de la creación, sea médi- ca, artística o científica se contamine por el odio y por la destrucción. Aunque el mundo y el ser humano han tenido que caminar desde siempre por esos ca- n1inos, tengo sin embargo la impresión de que en la actualidad prevalecen como nunca antes, el dolor, el sufrimiento, la humillación y una inconcebible gama de tristes avatares que sepultan mucho de la condición humana y que minimizan los valores de la ética. Nadie debería darse el lujo de distanciarse de esas circunstancias. Nadie debería ser indiferente a ellas. Todos somos, en mayor o menor grado, actores de esos dramas y de esa inteligencia. Cuando Fyodor Dostoievski escribió: "Todos somos responsables de todo y de todos, y yo más que los otros", resumió en un suspiro, en un inmenso suspiroj las obligaciones del ser humano. Por eso, la frase de ese magnífico .fotógrafo de la realidad humana, de ese gran cirujano del alma humana, debería ser leitmotiv para resarcir un poco los valores de nuestra sociedad y del hombre- mujer que no es ni hombre ni es mujer si no es pri- mero ser humano. Del ser humano, que en estos tiempos borrascosos debería considerar al de enfren- te como una persona similar a uno mismo. Del ser humano que se preocupa por "el otro" y por la masa amorfa que contiene "a los !i.n". A los sin trabajo, sin tierra, sin papeles, a los semaforistas, a las niñas que paren niñas, a los sin patria. La frase del novelista ruso debería ser lema de todas las obligaciones y meta de todos los seres humanos. Creo que también debería ser la oración de despedida para los alumnos que finalizan la carrera de medicina. No hay que olvidar que la visión dostoievskíana de la vida es una mirada dura pero real del humano. Mirada matízada por su personalidad -fue un tahúr empedernido- y por sus
enfermedades -fue alco- hólico y epiléptico-. Por haber sufrido y vivido tantos desencuentros, la visión de Dostoievski, a tra- vés de sus palabras, retrata con crudeza y fidelidad muchas realidades. Nadie debería ser ajeno a los malos momentos por los que atraviesa nuestra especie. Nadie debería dejar de sorprenderse cuando los periódicos retratan las mil caras de la miseria humana, muchas veces ejemplifi- cadas por enfermedades devastadoras o por personas que fallecen por carecer de los mínimos elementos para cuidar su salud. Entre esos "nadie", no tengo la menor duda, el médico debe ser una de las personas que tienen que caminar en primera fila para abande- rar las causas humanas. ¿Cómo no admirar y rendirse ante la fuerza y la moral de seres como el médico Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz, quien abandonó su tierra natal, Alsacia, para ofrecer sus servicios a la gente más necesitada en África? Schweitzer además de médico, cultivó la filosofía, la teología y la música, pero fue sobre todoj un "médico misionero" comprometido con los seres humanos. En 1923, en el prefacio de uno de sus libros, escribió: "Quiero ser el pionero de un nuevo Renacimiento. Quiero diseminar la fe en una nueva hu anidad como una antorcha incandes- cente que alumbre nuestros tiempos oscuros". ¿Qué diría hoy Schweitzer acerca del ser humano? ¿Qué nos exigida?• Sin duda tendría muchos argumentos para objetar la salud de la especie humana y mu- chas razones para replantear el caminar de los seres humanos y par denunciar las iniquidades sanitarias que devastan a nuestra especie.
Carta 2 Amanecí pensando qué es lo que debería escribir en esta carta. Desperté también diciéndome que es una pena que el genero epistolario "verdadero” haya casi desaparecido. Entiendo que por ser joven no estarás de acuerdo conmigo, pero quizá podrías preguntarle a tus padres acerca de la magia contenida en las cartas de antaño, en las cartas que tardaban semanas en llegar, en las "verdaderas" cartas donde la pluma rozaba el corazón y la espera nutría la imaginación. La dosis de melancolía, de espera y de emoción que existía en el pasado mientras se aguardaban algunas palabras ha menguado. Al hoj ar el libro Cartas a un joven poeta de R. M. Rilke, encuentro que la primera carta fue fechada el 17 de febrero de 1903, y la última, la número X, al día siguiente de la Navidad de 1908. PPPUUUFFF, me digo, ¡casi seis años entre la prime- ra y la última epístola! La espera fortalece la reflexión y los vínculos entre los implicados. Te platico una anécdota. En una ocasión un paciente me comentó que tras una larga y prolongada enfermedad-había estado hospitalizado casi dos meses y su enfermedad lo llevó al borde de la muerte-, cada
mañana, víctima del temor de la noche esperaba con angustia indescriptible la visita de sus médicos. Sentía que los aguardab con la mis- ma emoción y deseo con el que el amante espera la llegada de su pareja. La razón era obvia: la enfermedad lo había sensibilizado profundamente. Vivencias similares sucedían tiempo atrás mientras llegaban las noti ias anheladas. En la actualidad, des- pués de enfermedades graves o convalecencias pro- longadas, las recetas, sobre todo cuando anuncian que el enfermo ha sido dado de alta, se rodean del mismo halo de impaciencia y deseo. El correo electrónico y los faxes han sustituido a las cartas y a los telegramas. Si bien es cierto que muchas facetas de la modernidad no son buenas porque atentan contra el ser interno, la mayoría son positivas; escribo "la mayoría" y no "todas" porque muchas de las conquistas de la modernidad han profundizado las fronteras entre ricos y pobres. A pesar de esos tropiezos es obvio que es benéfico comunicar la información con celeridad. Por ejemplo, en el caso de la medicina, la rápida diseminación de algunas noticias es muy importante, pues en ocasiones, sobre todo cuando se trata de infecciones, esa información puede evitar muchos problemas. ¡Bueno, bueno!, creo que la melancolía de esta mañana lluviosa me ha apartado un poco de lo que quería decir. Antes de dormir apunté en uno de esos papelitos que pronto se pierden, las ideas siguientes: ''Reflexionar sobre los vínculos entre medicina y sociedttd. Escribir un poco acerca de Virchowy Camus-aprovecho para recomendarte que no escribas en papelitos. Compra cuadernos... Hace no muchos años el médico tenía un papel importante en la sociedad. Antes de que las ciudades grandes se convirtiesen, durante incontables horas del día, en estacionamientos inmensos, y antes de que la mayoría de los médicos generales o internistas hubiesen casi desaparecido por no poder seguirle el paso al conocimiento científico que cada vez crece más y más, algunos doctores tenían la costumbre de visitar a los enfermos en su casa. Ahí, el médico además de médico, era amigo de la familia, consejero, testigo de incontables alegrías y de no pocas desventuras. Es probable que esa pérdida de la familiaridad entre médicos y enfermos explique un poco la melancolía expresada en los párrafos previos. Muchas veces se le llamaba al doctor para consultar un problema de índole familiar o moral. Se consideraba que su consejo era valioso y fundamental. Los galenos de antaño sabían de los males del cuerpo y entendían bien el significado de las heridas del alma. Confiaban más en sus manos, en su mirada y en la escucha que en los aparatos. Esa confianza permitía que la "penetración'" al ser íntimo del enfermo fuese profunda y humana. Ya que tenían la oportunidad de aconsejar neutralmente, la escucha los convertía en cómplices y en amigos desinteresados. Esos consejos eran muy apreciados, pues provenían de una voz amiga. No era raro que se considerase que el médico era parte de la familia. Algunos médicos viejos, de esos que cargaban su maletín en el coche, cuentan que después de atender al enfermo en casa, se quedaban a tomar café con los familiares. No sé si curaba más la receta, el tiempo compartido o la borra del café.
En ocasiones sigo visitando enfermos en sus domicilios. Abrazados por su entorno creo comprenderlos mejor. Mientras más pasa el tiempo, me he dado cuenta que las paredes de mi consultorio han sido testigos de infinidad de historias. Con frecuencia le comento a mis pacientes que si los viajes que hacen los dolientes a su ser interno pudiesen expresarse en vocablos y que si las palabras se adosasen a las paredes de mi consultorio, al rascarlas, brotaría material suficiente para elaborar incontables historias. Historias de amor y desamor, de dolor y de sanación, de pasión y de pena, de vida y de ideas suicidas. Cuando se establece entre médico y enfermo una relación empática el resultado es magnífico. No es raro que el enfermo tienda a "depositarse" en quien le escucha y "se entregue" a su interlocutor, cobijado y sin condiciones, por la confianza que le inspira esa relación. Esa parte de la medicina, la que vincula profundamente al doctor con el enfermo, la que per- mite que el corazón fluya de ida y de vuelta, es una de las caras más bellas de la profesión. El resultado de esa confianza "ilimitada", que en ocasiones se convierte en cariño y muchas veces en complicidad, deviene relaciones de respeto y admiración. Con frecuencia, esa vivencia no sólo la vive el paciente sino también el médico. ¿Cuántos enfermos saben cosas de Kraus? Cuántos, al finalizar la consulta me preguntan, y usted ¿como está? ¿Con cuántos, he compartido penas, emociones, desaires, enojos, dolores? Sin duda, con muchos. Quizá con muchísimos. Por eso, a menudo comento que algunos pacientes se convierten a la larga, aunque sea un poco, en médicos del médico. ¡_Qué honor!, me digo, compartir con ellos parte de mis flaquezas. En esta carta he escrito mucho y apenas llego a donde quería llegar (me doy cuenta, queridos lectores, que se han convertido en una suerte de diván y han escuchado mis disquisiciones, lás cuales espero no sean aburridas. Prometo ser más conciso en las próximas cartas). Lo que he querido explicar es que cuando los lazos entre paciente y médico son fuertes, el segundo puede influir en el primero. Pero, ¡ojo! Cuando escribo influir hay que tener cuidado con el término, porque la influencia podría ser también mal usada por el galeno, ya que la persona enferma es un ser vulnerable y susceptible a cualquier consejo, malo o bueno. La influencia podría ser nociva cuando se utiliza para aprovecharse del paciente vulnerable y se "le explota'' con fines económicos. En cambio, cuando la influencia es positiva, el médico además de curar, acompañar y consolar podría ser un ente que contribuya a diseminar ideas como moral, justicia, equidad. En muchos casos incluso, podría actuar como los educadores. Si se le respeta, si se le escucha y si se le aprecia, podría ayudar aunque sea un poco, a modificar algunas conductas de la sociedad o de los gobiernos. Entiendo que la idea previa es muy pretenciosa, pero al menospodría contribuir un poco para sembrar una dosis de conciencia. Al hablar de justicia, equidad, dignidad y salud, la medicina debería semejar a las artes. Muchos piensan que en este mundo y en estos tiempos descabezados, las artes -música, pintura, literatura, danza- son casi la ó.nica vía para modificar las conductas negativas del ser humano.
Con lo anterior no quiero decir que los médicos deban ser "revolucionarios" o "instigadores sociales". Lo que sí deberían intentar, sobre todo cuando se trabaja con enfermos pobres, es portar la bandera que represente justicia y moral. No en balde existen organizaciones no gubernamentales merecedoras de la mayor admiración como la de Médicos sin Fronteras, cuya labor social y humana es digna de encomio y respeto, ya que trabajan en zonas donde las epidemias, las guerras o la miseria devastan a la población. Huelga decir que luchan contra la corriente, pues la corrupción, la injusticia y la iniquidad son, en esos sitios, lacras y epidemias frecuentes. Esos médicos, como es de suponer, tienen una influencia muy poderosa sobre los afectados: sus palabras podrían ser acicate para lograr algunas modificaciones. Hitler entendió perfectamente esa dinámica. Sus primeros discursos, hacia 1933, los pronunció en sociedades médicas. Conocedor, como pocos, de la psicología y de la psicopatología de las masas, se acercó a los doctores. Sabía que el pueblo confiaba y creía en ellos, por lo que era lógico suponer que si estos se adherían al nacionalsocialismo, podrían reclutar entre sus enfermos, adeptos y simpatizantes. Y de hecho lo logi:6: dentro de los profesionistas, los médicos eran, como grupo, los más numerosos. La misma idea puede también contarse desde otra perspectiva. Algunos médicos, como Ernesto Ché Guevara o el doctor Stockmann, de la inigualable obra de teatro de Henrik Ibsen, El enemigo del pueblo, son personajes que demuestran que el alma médica tiene. mucho que ver con la sociedad. El alma de esas personas se preocupaba por el ser humano: ambos estaban comprometidos con la verdad. El Ché entregó todo en busca de la justicia. El doctor Stockmann denunció la inmoralidad y las chapucerías de las autoridades de su ciudad, lo que lo llevó a la ruina económica. Ambos se escucharon, ambos son paradigmas humanos. Lo mismo podría decirse del médico protagonista de La plaga, obra de Albert Camus. Ese doctor fue testigo de los costos de la enfermedad y del daño que la peste produjo en la comunidad. El diálogo siguiente resume su mirada: "Doctor, ¿quién le enseñó todo esto?" La respuesta llegó pronto: "El sufrimiento". Para finalizar esta carta les hablaré un poco de Rudolf Virchow. Cito una de sus ideas que a pesar de ser vieja es vigente: "Si la enfermedad es una expresión de la vida del individuo cuando las condiciones no son favorables, las epidemias son indicadores de alteraciones en los grupos humanos y en las vidas de las masas". Virchow fue un patólogo brillante de origen alemán, que murió en 1902 y que compartió su vocación médica con la política. Virchow consideraba que las enfermedades, sobre todo cuando son epidemias o cuando afectan a las masas, requieren de políticos honestos para resolverlas. Pensaba que cuando las masas padecían, la política palidecía. Las reflexiones de Virchow son correctas, pero la realidad ha demostrado que encontrar un político honesto y comprometido con su pueblo es casi imposible. Aunque resulte quijotesco afirmar que los médicos deberían, como ya escribí, suplir un poco esas carencias, soñar no sólo no cuesta sino que debería ser obligatorio. En ocasiones, sobre todo cuando observo el
panorama del mundo actual, suele cubrirme una estela de escepticismo. Parecería que el demonio del mal está suelto y que la injusticia se reproduce ad libitum. El mundo no puede seguir siempre así. Las manos de la medicina, algo, aunque sea poco, pueden hacer para detectar esa insana espiral.
Carta3 Esta car a es un pequeño paseo acerca de uno de los grandes privilegios que tienen los doctores: escuchar. Pero no sólo escuchar: mirar y palpar son también atributos humanos que todo médico debe explotar. Aunque quizá debería decir escuchar y mirar, mirar y palpar y escuchar y palpar. Los juegos de palabras previos no son meramente juegos. Son acercamientos a la vida y al dolor, vivencias que al sumarse devienen situaciones inusitadas. Enfaticlal principio la palabra escuchar, no porque sea más importante que la palpación o que la mirada, sino porque la escucha ofrece la oportunidad de plasmarla en palabras, en textos o en diarios. Mucho de lo que somos lo representan las palabras y el lenguaje. En medicina, la escucha, su interpretación y traducción son fundamentales. Buena parte de la labor médica, sobre todo de los internistas, de los médicos familiares, de los pediatras y de los psiquiatras consiste en escuchar. Decir que el buen arte del doctor radica en saber escuchar es correcto. Hace muchos años un viejo galeno me dijo que los médicos eran historiadores. Obviamente tenía razón. La historia clínica es una forma de penetrar al enfermo. Es un medio que le permite al paciente verterse en quien le escucha y mirarse hacia dentro. Escuchar en medicina es vital: incontables veces en las palabras del enfermo está el diagnóstico y no en los exámenes de laboratorio. Muchas personas, al narrar sus males, cuentan porciones de sus vidas, tristes o alegres, remotas. o cercanas, que pueden o no tener que ver con el motivo de la consulta. El hecho es, de que al hablar, se escuchan, y en ocasiones, al oírse y saberse escuchados inician un camino que puede ayudarlos a mejorar su situación. No sobra decir que el paciente que sufre mira diferente y en ocasiones más profundo que la persona sana. Estas personas, al hablar "desde aden- tro", suelen pensar hondamente. Y al pensar distinto, miran distinto y sienten distinto. Saben que su vida se modificó, que su día es diferente. Algunos enfermos, al abrir su corazón permiten explorar su ser interno. Muchas son las citas de grandes creadores que vinculan la enfermedad con el arte. comparto, entre una miríada de reflexiones, la de Edvard Munch, notable pintor noruego quién reflexionó mucho acerca de las enfermedades, ya que en su entorno familiar la patología era constante: "Sin la enfermedad y la angustia, yo hubiera sido un barco a la deriva". Desde hace algunos años, y siguiendo ideas como la de Munch tengo la costumbre de anotar algunas expresiones mis interlocutores. Muchas de sus miradas son verdaderos poemas o reflexiones llenas de sensibilidad. Muchas de sus palabras son ideas que invitan al médico, por
medio de la escucha, a comprender un poco mejor los caminos del dolor y de las pérdidas. Ese es otro de los atributos del ser médico: palpar la vida a través del dolor implica recorrer la vida con otros pies. La mirada, cuando se mira hondo, revela infinidad de caras e imágenes. Imágenes que marcan el alma y la mente de quien observa. Imágenes que siembran ideas que construyen y que evocan encuentros y deseos. Mirar a un enfermo, disecarlo con la vista, penetrarlo con los ojos, es una lección médica y humana muy gratificadora. Los gestos, los guiños, las arrugas y las muecas de los enfermos siempre contienen mensajes y siempre son trascendentes. Y es que al mirar, nos miramos, y al mirar, entendemos lo que siente el paciente. Al mirarnos, a de las percepciones de quien acude en nuestra ayuda entendemos mejor el término sufrimiento y comprendemos mejor qué es lo que requiere el enfermo. Lo mismo debe decirse de la mirada con la que observa el paciente: buena parte de su _vida y de su salud está inscrita en ella. Quizá por eso, algunos médicos experimentados aseveran que después de escuchar y mirar al paciente, incluso antes de revisarlo o analizar sus exámenes de laboratorio, es posible saber si el padecimiento es físico o anímico, es decir, si padece "algo" demostrable como podría ser leucemia o artritis reumatoide, o bien, si lo que tiene es depresión. (Creo que sería interesante realizar un ejercicio, donde tan sólo por mirar las caras de los enfermos, los médicos "adivinas en" si padecen un mal físico o un mal anímico. Seguramente los resultados serían sorprendentes. Incluso, pienso, podría ser un trabajo de investigación para un joven médico en ciernes. Acercarse al ser humano por medio de los sentidos, y con suerte mejorar la salud del afectado y en ocasiones curarlo can sólo por escuchar y/o mirar, constituye una de las magias y de las caras más bellas de la medicina. Desde joven me impresionaba cuando escuchaba que algún enfermo le comentaba a su doctor, "tan sólo por verlo me siento aliviado". En ocasiones, para quien sufre, saberse atendido y escuchado es suficiente. La falta de atención en nuestros tiempos es casi una enfermedad. No dudo que muchas personas padezcan por el simple hecho de no sentirse atendidos y no dudo tampoco que muchas vivan bien por saberse escuchados. El médico que atiende, que mira por alguien o por algo, que cuida de él o de ella, es un médico. que cumple. El :filósofo alemán, Arthur Schopenhauer (1788-1860) quien inició la carrera de medicina, pero no la concluyó, •reflexionó mucho acerca del sufrimiento. Aseguraba que el sufrimiento tiene caras positivas, ya que cuando desaparece, le permite a quién lo padeció, mirar y sentir diferente. Quizá, por eso decía que "la vida es un sueño y la muerte su despertar". ¿Les parece correcta esa idea? A mí, me confunde y me in- quieta. Considero que hay que bregar en la vida con ánimo y con ideales para llegar bien a la muerte. ¿Qué piensan? Muerte, sufrimiento, melancolía, empatía, ser enfermo crónico y duelo son temas recurrentes en el vocabulario médico. Temas harto complejos que suman medicina; humanismo y filosofía; esa combinación hace que esta profesión siempre sea nueva y siempre sea retadora.
Palpar, al igual que mirar y escuchar, es otro arte que le permite al médico acercarse al paciente y mu- chas veces diagnosticar. El contacto físico es una maniobra vital, un ejercicio fundamental. La palpadón revela muchas anomalías. En el cuello, por ejemplo, los ganglios crecidos pueden representar infecciones o cáncer; en el abdomen, el médico avezado puede palpar el hígado, el bazo crecido -esplenomegalia es la palabra médica- o ascitis, es decir líquido libre en la cavidad abdominal. Tanto la esplenomegalia como la ascitis -advertirán que el lengua- je médico parece otro idioma- pueden ser datos de cirrosis, .de infecciones, de hepatocarcinoma, o de... bueno, bueno, olvidé que estas líneas no son clase de medicina. Los clínicos de antaño solían decir, mientras exploraban al enfermo, que la palpación era uno de los pilares fundamentales del ejercicio clínico. Lamentablemente, en la actualidad los médicos han cedido terreno ante el embate y el glamour de la tecnología. Muchos enfermos son "estudiados" a través de costosos exámenes, y en ocasiones ni siquiera se les explora. Me parece inadecuado, como suele suceder en Estados Unidos, la política de enviar primero al enfermo a realizarse exámenes antes de ser escuchado o r visado. Esa es una de las razones por las cuales la medicina humanista ha casi desaparecido en ese país. Al palpar también puede tocarse el alma. Se preguntarán ¿cómo es posible tocar el alma sí ésta es etérea? La respuesta es sencilla: muchos enfermos se encuentran tan desarmados, tan vulnerables y tan tristes cuando acuden al médico, que el simple hecho de tocarlos les significa una dosis de cariño, de interés y de vínculos con otro ser humano. Algunos incluso Horan cuando perciben las manos que exploran y otros entienden qué es lo que les sucede simplemente por ser atendidos. Esa vulnerabilidad permite que el enfermo se desnude, que abra sus puertas, que exponga su alma. Mentiría, por supuesto, si dijese que los "médicos escuchadores" o los "médicos palpadores" tocan el alma, pero no miento si afirmo que el galeno comprometido entiende lo que siente el alma del enfermo después de compenetrarse y dialogar con el afectado. Norbert Elías (1897-1995), médico y filósofo, y gran estudioso de la condición humana y del dolor, expresa magistralmente, en un hermoso libro intitulado La soledad de los moribundos (Fondo de Cultura Económica, 1989), la imposibilidad del ser humano modern
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