Una Mirada Al Horizonte
September 5, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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Emilio Álv Álvarez arez Icaza Ic aza Longoria. El
diálogo y la tolerancia son para él no sólo sus valores principales, sino también su práctica diaria. Es experto consultor y asesor en temas de comunicación popular y civil, participación ciudadana, democracia, derechos humanos y sociedad civil. Nació en la Ciudad de México y se licenció en Sociología por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam). Cuenta además con un Master en Ciencias Sociales, otorgado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (flacso-México). De 1994 a 1999 fue director general del Centro Nacional de Comunicación Social Social,, A. C. (cencos), una de las más antiguas organizaciones no gubernamentales de México. También También fue consejero electoral en el Instituto Electoral Distrito Federal ( iedf) (1999-2001). 90
De septiembre de 2001 a 2009 fue presidente de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y en la actualidad es integrante de la Comisión de Coordinación del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad. Es profesor en la unam y en el Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de Morelos (cidhem). Sus investigaciones han derivado en varias publicaciones en revistas especializadas y académicas. Autor Autor del libro Par Paraa entender los derechos humanos h umanos en México, publicado por Nostra Ediciones.
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“¡El último, vieja!”, “¡Mariquita sin calzones!”, “¡No seas indio!”, “¿Qué te pasa? ¡Yo no soy indio, topil, patarraja patarrajada da e ignorante como tú!”, “¡Ya estas chocheando!”, “¡No seas niño!”, “¡No seas infantil!”, “¡Los hombres no lloran… agarre piedras!”, “¡No hagas eso, es sólo para mujeres!”, “¡Atiende a tu hermano!”, hermano !”, “¡Qué naco!”, “¡Te fuiste como chacha… sin despedirte siquiera!”, “¡Mírate, estás hecho un cerdo!”… Éstas son sólo algunas expresiones de la muy lamentablemente larga lista que utilizamos para referirnos a otros y otras. Por lo general, las empleamos con el ánimo de insultar, limitar, competir, censurar o buscar un cambio de comportamiento. Son parte de esa cultura que refleja nuestra cotidianidad discriminadora, en la que fuimos muchas y muchos educados y en la que seguimos educando. Es muy probable que las usemos de manera automática, casi irreflexiva. Muchos de nosotros y nosotras crecimos con esas expresiones en nuestra casa, escuela, colonia, ciudad o trabajo, tal vez en muchos sitios de manera simultánea. Así, lenta pero constantemente las pautas y dinámicas discriminadoras toman lugar entre nosotros. Paradójicamente,
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aprendemos a discriminar mientras que otros y otras aprenden a discriminarnos discriminarnos,, de manera que sin darnos cuenta la discriminación toma una forma cotidiana entre nosotros, como una “perversa normalidad”. Mediante estos términos de relación aprendemos a tratarnos. Aprendemos a vivir y reproducir la esquizofrenia entre los valores que decimos que tenemos y los antivalores que realmente vivimos, o peor aún, asumimos como valores los antivalores, es decir, lo esperado, lo conveniente, lo deseado, lo aceptado es discriminar y excluir. Lo cotidiano puede llegar a ser la negación de la otredad, sin importar que en esa negación, nosotros o nosotras mismas estemos incluidos, porque al fin y al cabo en
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“nuestro caso” aplica una especie de excepción, entendimiento o percepción en que no nos incluimos en lo que no queremos ser. En nuestros distintos espacios aprendemos a tratar así a la gente. Conocemos las diferentes maneras de referirnos. Ahí donde no hay límite, referente u horizonte democrático (por los valores que implica la democracia) es mucho más fácil que se reproduzca una visión del mundo donde lo “normal” (si así se le puede llamar lla mar,, con plena concienci concienciaa de la provocación que implica usar este término) es discriminar. En parte, por eso es tan difícil trabajar a favor de una cultura de la no discriminación, porque tenemos que resignificar y recodificar años de vida y de ciertas formas de ella. Tenemos que aprender a distinguir, poco a poco, los sutiles y burdos modos de discriminación de los que somos partícipes a veces consciente y otras inconscientemente. Tenemos que meternos a “reformatear” nuestro disco duro, lo que nos constituyó como personas, a revisar nuestra historia, lo que en rea-
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lidad ni es fácil ni sencillo, y además en múltiples ocasiones y dimensiones ni siquiera se permite o acepta. Afortunadamente, esa “perversa normalidad discriminadora” tiene momentos de quiebre. En algún momento de nuestro proceso personal sucede algo que nos ayuda a entender qué es la discriminación y cómo se presenta; por ejemplo, una experiencia personal, como la cercanía con alguien que sufre discriminación, y conocemos el dolor y daño que eso le causa, lo que nos hace reflexionar y empezar a cambiar nuestros términos de relación. De hecho, una de las raíces de la discriminación son los prejuicios por el desconocimiento e incluso miedo a quienes no conocemos. De manera que, tal vez, poco a poco vamos resignificando nuestras actitudes o parte de ellas. Este proceso puede ser más rápido si contamos con experiencias, referentes, valores o prácticas que nos hagan ver y vivir la importancia de la congruencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Si en nuestra experiencia de vida existen esas “anclas” con apego a los valores y prácticas democráticas, probablemente podremos ver que la discriminación es lo contrario a la democracia y al respeto de los derechos humanos. Por ejemplo, si alguno de nuestros familiares, educadores o compañeros puso un límite a las dinámicas din ámicas discriminadoras, tal vez nos sea más fácil ubicar y no reproducir ese tipo de violencia. Por supuesto que esto implica movernos de nuestras “zonas de confort”, cambiar las relaciones con nuestra pareja, amistades, hijas e hijos, familia, compañeros y compañeras de trabajo, entre otras personas. Esto no sólo requiere mucho valor y energía, sino que en ocasiones genera conflictos y reclamos por “cambiar las cosas”.
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Decir las cosas por su nombre, limitar o acabar con los estados de excepción y privilegio y promover la igualdad son prácticas que en ocasiones generan fuertes desencuentros. Transformar el statu quo discriminador a uno de naturaleza democrática ni es fácil ni está exento de conflictos o tensiones tensiones.. La anterior, grosso modo, ha sido parte de mi experiencia. Cuando releo mi pasado, cuando releo mi historia, descubro constantemente prácticas discriminatorias en las que fui partícipe. Necesité tiempo y voluntad para entender que yo no quería reproducir esas dinámicas. Necesité –como me dijeron en un taller– ponerme “los antejos antidiscriminación” para empezar a develar esa perversa normalidad, para poder verla.
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Ahora ubico que crecí en ámbitos donde muchas de las expresiones del inicio eran algo más o menos común. Ahora puedo ubicar que el ambiente machirrín y alburero se reproduce casi en automático en una sociedad machista, misógina y androcéntrica como la nuestra, de manera que muchas expresiones, en parte, se aprenden como reglas del d el juego, incluso hasta para defenderte en esos ambientes. Afortunadamente, también crecí en entornos donde el respeto era norma, y eso me ayudó enormemente a contrastar dinámicas dispares y reconocer entornos discriminadores inadmisibles desde muy temprana edad. Por fortuna ahora se vive un proceso donde la discusión sobre la discriminación se ha incorporado a la agenda pública. México vive hoy una situación similar a la de un alcohólico que empieza a reconocer que padece una enfermedad y que está en el camino de tomar decisiones que lo lleven a enfrentarla decididamente, no como hasta ahora, que si bien sabe
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que la padece, todavía intenta negarla, disminuirla, incluso justificarla y, y, lo que es peor peor,, actuar como si no pasara nada o defender lo establecido ante los ataques “inmorales” o “pérdida de valores”. Como resultado de procesos previos, en la primera década del siglo xxi, en los ámbitos nacional e internacional, la lucha contra la discriminación se aceleró notablemente. Esto sucedió, en parte, como consecuencia lógica del proceso de transición democrática, en parte, por los protagonismos asumidos por los sectores mayormente disc discriminados riminados yy,, en parte, por el avance de la lucha contra la discriminación, que ha logrado pasar de los casos a las causas y de la protesta a la propuesta. Como reflejo de todo lo anterior, durante esta década se ha avanzado en materia de leyes e instituciones y se han sentado las bases para el desarrollo de una incipiente política pública en la materia. Asimismo, Asimismo, ha empezado el estudio sistemático de la discriminación y sus múltiples dimensiones. Poco a poco se le gana terreno al mar del autoritarismo, de la desigualdad y de la exclusión que tanto afectan la dignidad humana. La puesta en marcha del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) y de algunos órganos estatales en materia de no discriminación, el hecho de que las comisiones de derechos humanos empiecen a trabajar el tema y que diferentes poderes y niveles de gobierno tengan una agenda en la materia son muestra del inicio de una etapa, un ciclo, que marca una significativa diferencia con respecto a lo que sucedía hace veinte o treinta años. Algo similar sucede en lo internacional. Diferentes convenciones, declaraciones o pactos sobre este tema se han
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adoptado y asumido como parte de los compromisos de los Estados en foros internacionales y regionales. En gran medida, en México y a escala internacional, esto no se puede explicar sin el aporte de diversas iniciativas que han surgido desde la sociedad civil y sus organizaciones. La constitución de “sujetos de derechos”, más que de “objetos del derecho”, es una constante que se materializa en la transformación de la agenda pública y en el diseño de un nuevo horizonte democrático, donde se empieza a hacer realidad el derecho a la no discriminación. Por supuesto que existen aún infinidad de rezagos, pendientes y obstáculos. Basta con ver los resultados de la Encuesta
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Nacional sobre Discriminación en México (Enadis) 2010 que realizó el Conapred y presentó en 2011 para ver el tamaño de los pendientes y retos. Sin embargo, afortunadamente mis hijas e hijo tienen nuevos horizontes. Ellas, él y su generación, al igual que la nuestra, tenemos ahora nuevas y mejores herramientas para luchar contra la discriminación. También tenemos algo de extraordinaria utilidad, no sólo nuestros derechos, sino la condición y posibilidad de asumir que la discriminación y la violencia “no son normales”, sino todo lo contrario, son construidas y, por
lo tanto, también se puede construir en otro sentido, para hacer ver “la perversa normalidad discriminadora” como lo que es, in justa, just a, iirraci rracional onal,, in indebid debida, a, iilega legall y éticamente éticamente iinace naceptab ptable. le. Éste es sin duda un horizonte utópico utópico,, pero en el que vale la pena poner la mirada y hacia el cual podemos orientar nuestros pasos.
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