Un Nuevo Comienzo: Meditaciones Diarias Para Cuaresma y Pascua - Ron Rollheiser

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Oración Diaria Dios amadísimo, sé que cada viaje comienza con un primer paso. Acompáñame en este día en el que doy un paso más en mi camino cuaresmal. Comencé este viaje con el signo de la ceniza sobre mi frente, recordándome que no se trata de un camino ordinario. Hoy en día, me acerco un paso más a la promesa de tu luz. Hoy, con tu ayuda, quiero encontrar un nuevo significado en la Pascua que nos espera a todos. Gracias, Señor. Amén.

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MIÉRCOLES DE CENIZA

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Cuaresma, un tiempo para sentarse sobre cenizas

Comenzamos el período cuaresmal colocando ceniza sobre nuestra frente. ¿Qué simboliza este acto de mancharnos? Tal vez el corazón lo entiende mejor que la razón porque, de hecho, es mayor el número de personas que acude a la iglesia el Miércoles de Ceniza que en cualquier otro día del año, incluyendo Navidad. ¿Por qué es tan popular la ceniza? Sospecho que su popularidad se debe a que, como símbolo, son claras, van a lo esencial y hablan el idioma del alma. Dentro de cada uno de nosotros existe algo que comprende exactamente por qué recibimos las cenizas: “¡Polvo eres y en polvo te convertirás!” Ningún doctor en metafísica necesita explicar esto.

Recibir las cenizas o sentarse sobre las cenizas, equivale a decir a los demás y a nosotros mismos que estamos reflexionando; que nos encontramos en actitud de penitencia; que no se trata de un “tiempo ordinario”; que sufrimos por algunas cosas hechas o perdidas; que un trabajo importante se está desarrollando silenciosamente dentro de nosotros. En las cenizas de un fuego apagado usted es, metafórica y realmente, alguien que espera un día más pleno y gozoso en su vida. Todo esto tiene raíces profundas. Existe algo innato en el alma humana que la empuja de vez en cuando a emprender un viaje de descenso, a mancharse, perder el brillo y dejar que las cenizas hagan su trabajo. Todas las tradiciones antiguas abundan en narraciones que hablan sobre la necesidad de sentarse en 4

las cenizas para poderse transformar. Todos conocemos, por ejemplo, el cuento de Cenicienta. La sabiduría que habla sobre el valor de las cenizas tiene una historia secular. El nombre, Cenicienta, de por sí dice mucho. Literalmente significa: “La joven que se sienta en cenizas”. Además, la historia deja en evidencia que, antes de que la zapatilla de cristal se coloque en el pie, antes del hermoso vestido, del banquete, la danza y el matrimonio, primero debe haber un periodo de humillación. En la historia de Cenicienta encontramos una especie de teología cuaresmal. La Iglesia aprovecha este profundo pozo de sabiduría, cuando coloca la ceniza en nuestras frentes, al inicio de cada Cuaresma. La Cuaresma es un tiempo para sentarnos sobre las cenizas, esperando a que se dé, en nuestro interior, un crecimiento silencioso. El tiempo es necesario para que las cenizas hagan su labor transformadora.

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JUEVES DESPUÉS DEL MIÉRCOLES DE CENIZA

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El desierto como lugar de preparación

“¡Cada lágrima hace que el Mesías esté más cerca!” Este era un estribillo en la literatura apocalíptica judía. Expresaba la convicción de que siempre es necesario cubrir una determinada cuota de lágrimas, antes de que la verdadera alegría pueda entrar en nuestros corazones. Entendido, claro está, en un sentido místico, no literal. Para llenarse de Dios, primero hay que vaciarse. El desierto nos ayuda a lograrlo. Nos vacía. No es un lugar donde podamos decidir cómo queremos crecer y cambiar. Se trata más bien de una experiencia en la que uno se somete, se expone y tiene el valor de afrontar la necesidad del cambio. La idea no es hacer cosas allí; sino que suceden cosas mientras uno está allí. Cosas invisibles, silenciosas, transformantes. El desierto nos purifica, casi contra nuestra voluntad, a través de los esfuerzos de Dios. En el desierto, lo que sucede en realidad es una confrontación cósmica entre Dios y Satanás, aunque esto ocurra dentro de nosotros. Nuestro trabajo consiste únicamente en tener el valor de estar allí. Dios realiza su obra, siempre y cuando tengamos el coraje de presentarnos ante Él. Recurriendo a una imagen, la Cuaresma debe ser: un tiempo en el desierto para afrontar con valentía el caos y los demonios que hay dentro de nosotros, dejando que Dios libre la batalla contra ellos en nosotros. El resultado es nuestra purificación; además, nos dispone a que la alegría embriagadora de la Pascua pueda unirnos más estrechamente con Dios y a nuestros semejantes. Para llenarse de Dios, primero hay que vaciarse.

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VIERNES DESPUÉS DEL MIÉRCOLES DE CENIZA

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Haciendo frente a nuestros demonios en el desierto

Vivimos vidas de tortuosa complejidad. Dentro de cada uno de nosotros coexisten un santo y un pecador, con la complejidad suficiente como para escribir nuestro propio libro sobre anomalías psicológicas. Nuestros corazones son un turbio caldero de gracia y pecado, de ángeles y demonios. Siempre, al parecer, sufrimos quebrantos que nos hacen sentir inseguros, culpables y tensos. Ir al desierto significa hacer frente a nuestro caos interior. ¿Cuáles son los demonios que viven dentro de ese caos? Los del hijo pródigo: la soberbia y la sexualidad desenfrenada, y los de su hermano mayor: la paranoia y la falta de alegría. La soberbia es el demonio que nos hace creer que somos el centro del universo, que nuestras vidas son más importantes que las de los demás. La sexualidad desenfrenada es el demonio de la obsesión, la adicción y la lujuria. Su deseo es que todo—un compromiso sagrado, un ideal moral y las consecuencias personales de un acto—quede al servicio de un simple y efímero placer. La paranoia, por su parte, es el demonio de la amargura, la ira y los celos. Nos hace creer que la vida nos ha engañado, que el éxito es siempre de los demás y nunca nuestro. Este demonio nos invita a ser cínicos, fríos, desconfiados y negativos en nuestro hablar. Por último, esta clase de demonios nos dice que la falta de alegría es madurez, que el cinismo es sabiduría y que la amargura es justicia. Éste es el demonio que nos impide entrar al salón de fiestas y unirnos al baile. Todos estos demonios se encuentran dentro de cada uno de nosotros. Afrontarlos significa entrar en el desierto. ¿Miedo? Sí. Pero la Escritura nos asegura que si reunimos el valor para hacerles frente, Dios enviará a sus ángeles a servirnos. Ir al desierto significa hacer frente a nuestro caos interior.

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SÁBADO DESPUÉS DEL MIÉRCOLES DE CENIZA

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Reconocer la propia complejidad

Una vez vi una entrevista con Catherine de Hueck Doherty, baronesa rusa, fundadora del Apostolado Madonna House. Tenía más de 80 años de edad y, reflexionando sobre las luchas de su camino espiritual, comentaba: “Es como si habitaran tres personas distintas dentro de mí. Una a la que llamo “la baronesa”. La baronesa es espiritual, entregada a la ascesis y la oración. Es la que fundó la comunidad religiosa; la que escribió libros espirituales y quien trata de entregar su vida a los pobres. Pero dentro de mí también hay otra persona a quien yo llamo Catherine. A Catherine le gusta la ociosidad, largos baños, ropa fina, maquillarse, buen vino y, cuando estuvo casada, disfrutó de una sana vida sexual. No quiere renuncias ni pobreza. No es religiosa, como la baronesa. De hecho, odia a la baronesa y tiene una relación tensa con ella. Por último, dentro de mí hay alguien más, una niña. Una niña recostada sobre una ladera en Finlandia, mirando las nubes y soñando despierta. Y, a medida que envejezco, me siento cada vez más como la baronesa; anhelo más a Catherine; pero creo que tal vez la niña que sueña despierta, recostada en una colina de Finlandia, podría ser mi verdadero yo”. Estas palabras provienen de un gigante espiritual. Alguien que logró tanto la integridad como la santidad, después de una larga búsqueda y de una lucha difícil. Al igual que Catherine Doherty, todos albergamos diferentes personas dentro de nosotros. “Totalidad” significa hacer, de alguna manera, un todo armónico con esas personas. Todos albergamos diferentes personas dentro de nosotros

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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

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Escuchando las palpitaciones del corazón de Cristo

La narración de la Última Cena en el Evangelio de Juan, contiene una curiosa imagen. El evangelista describe al discípulo amado reclinándose sobre el pecho de Jesús. ¿Qué es lo que contiene esta imagen? Un ejemplo de cómo debe ser la mirada de cada uno de nosotros cuando ve al mundo. Cuando usted reclina su cabeza sobre el pecho de alguien, su oído se encuentra justo arriba del corazón de esa persona y usted puede oír los latidos de su corazón. Así, en la imagen de Juan, vemos al discípulo amado, con su oído sobre el corazón de Jesús y sus ojos mirando hacia el mundo. Se trata de una imagen mística. Entre otras cosas, es una imagen de bondad y de ternura. Lo que muestra, sin embargo, no es una piedad meramente sentimental o una dulzura difícil de asimilar. Nos muestra una suavidad que es fruto de la paz. Por el hecho de estar tan arraigados y centrados en el amor, uno puede mirar al mundo sin amargura, ira o celos; sin el sentimiento de haber sido engañado; sin la necesidad de culpar o competir con otros. En el Evangelio de Juan hay también una imagen eucarística. Lo que vemos allí, una persona con el oído sobre el corazón de Jesús, es el modo en que Juan quiere que nos veamos a nosotros mismos cuando estamos ante la Eucaristía. En realidad, eso es la Eucaristía: un descanso físico sobre el pecho de Jesús. Es también una imagen de cómo debemos tocar a Dios.

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LUNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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Tocar nuestra soledad

Henri Nouwen dijo una vez: “Al tocar el centro de nuestra soledad, sentimos que hemos sido tocados por la mano del amor”. Muy dentro de cada uno de nosotros, como un sello, hay un lugar donde Dios nos ha tocado, acariciado y besado. Mucho antes de que nuestra memoria comenzara a retener datos; mucho antes de recordar que alguna vez tocamos, amamos o besamos a alguien; mucho antes de ser tocados por algo o alguien en este mundo, hay otro tipo de recuerdo, el recuerdo de haber sido ligeramente tocados por manos amorosas. Según una antigua leyenda, cuando un bebé es creado, Dios besa su alma y le canta. Mientras su ángel de la guarda lo lleva a la tierra para unirse con su cuerpo, también él le canta. La leyenda afirma que el beso de Dios y su canción, así como la canción del ángel, permanecen en aquella alma para siempre, para ser revividos, conservados y compartidos. En definitiva, para convertirse en la base de todas nuestras canciones. Para sentir ese beso, para escuchar esa canción, se requiere soledad. No puedo percibir la bondad y la ternura cuando dentro de mí y a mi alrededor hay ruido, hostilidad, ira, amargura, celos, rivalidades y paranoia. El sonido del latido del corazón de Dios sólo se puede oír en la soledad y en la dulzura que éste nos trae. Una antigua leyenda sostiene que cuando un bebé es creado, Dios besa su alma y le canta.

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MARTES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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El desierto, un vientre de vacío y austeridad

La idea del desierto ha jugado un papel importante en la espiritualidad de todas las religiones. El desierto es donde sentimos nuestra pequeñez; donde, despojados de todo lo que normalmente nos sostiene, nos sentimos como somos realmente: profundamente solos, desamparados, frágiles y efímeros. Los grandes personajes de la vida espiritual siempre han comprendido esto. Por ello, muchos de ellos—Jesús incluido—a menudo se retiraron físicamente al desierto para ponerse en un ambiente de vacío y austeridad. Esta especie de desierto, como sabemos, no es sólo un lugar físico o geográfico. Es también un lugar en el alma. Más en concreto, se trata de ese lugar del alma en donde nos sentimos más solos, contingentes y asustados. Este sentimiento de soledad trae consigo también un sentido de impotencia y dependencia. En el desierto, entre las estériles arenas, germinan dolorosas realizaciones: “Todo aquello en lo que confío puede desaparecer fácilmente. Es frágil. Soy frágil. Podría desaparecer”. No tendremos una madurez real, sino hasta que nuestras almas hayan sido moldeadas por este tipo de realizaciones. El desierto, dejando que el vacio y la austeridad trabajen en nosotros, es lo que realmente vuelve a gestar nuestra alma. El vacío es un útero. Modela nuevamente nuestra alma y nos hace nacer de nuevo. Seguimos siendo adultos, pero ahora vivimos de una forma más consciente. Como cuando éramos niños pequeños: no podíamos vivir sino reconociendo nuestra pequeñez y dependiendo de alguien fuera de nosotros que nos cuidara con su providencia y amor. La soledad y la austeridad son un útero. Modelan nuevamente nuestra alma y nos hacen nacer de nuevo.

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MIÉRCOLES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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En el desierto, Dios está cerca de nosotros

En su biografía, “La larga soledad”, Dorothy Day cuenta cómo, poco después de su conversión al catolicismo, tuvo que pasar un tiempo de doloroso desierto. Su oración en aquellos momentos fue desgarradora, desnuda. Describe cómo quedó al descubierto su impotencia, derramando su confusión, sus dudas, sus temores y sus tentaciones de amargura y desesperación. En esencia, le dijo a Dios: “He renunciado a todo lo que siempre me daba apoyo para confiar en Ti. No me queda nada. Tienes que hacer algo por mí, pronto. No puedo seguir con esto por mucho más tiempo”. Ella estaba, bíblicamente hablando, en el desierto—sola, sin apoyo, impotente ante un caos que amenazaba con engullirla—igual que Jesús en el desierto y en Getsemaní. Pero Dios “envió ángeles para servirlo”. Dios concedió a Dorothy la estabilidad en medio del caos. Regresó a Nueva York y esa noche, mientras caminaba hacia su departamento, vio a un hombre sentado. Su nombre era Peter Maurin. Juntos comenzaron el Movimiento “Trabajadores Católicos”. No debe sorprendernos que su oración haya tenido semejante resultado. La Escritura nos asegura que el desierto es el lugar donde Dios está especialmente cercano. En el desierto estamos expuestos. Ahí somos vulnerables a sentirnos abrumados por el caos y las tentaciones de todo tipo. Pero, debido a que estamos despojados de todo lo que normalmente nos sostiene, es también un momento privilegiado de gracia. ¿Por qué? Porque cuando nos sentimos indefensos, estamos más abiertos. Por ello el desierto es a la vez lugar de caos y lugar de cercanía con Dios. El desierto es a la vez lugar de caos y lugar de cercanía de Dios.

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JUEVES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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El espíritu inquieto

Casi todo lo que existe en el mundo inhibe el viaje hacia nuestro interior, hacia la quietud y el silencio. Nuestra cultura nos invita a la agitación, no al silencio; a la actividad, no a la quietud. De esta manera nos encontramos constantemente agitados y empujados a la inquietud. La impresión es que allá afuera, en el mundo, todos están descubriendo algo que yo no estoy viendo; que la vida de cualquier otro es más plena y realizada que la nuestra; que nuestra vida, tal y como la estamos viviendo, es demasiado pequeña y tímida y que sólo si conocemos muchas más personas, más cosas, más lugares y experiencias, podremos encontrar la calma y la paz. El mundo sugiere que la solución para la falta de paz está fuera de nosotros, esto es, viviendo de forma más agitada y “emocionante”. Si estás sólo, encuentra un amigo; si estás inquieto, haz algo; si tienes un deseo, satisfácelo. El mundo trivializa nuestra inquietud, nos invita de mil maneras a olvidar que Dios nos ha llamado a hacer una peregrinación interior. En el prólogo al libro de Elizabeth O’Connor, “La búsqueda del silencio”, N. Gordon Cosby escribe: “El único viaje que en definitiva importa, es el viaje al lugar de profunda quietud que hay dentro de nosotros mismos. Llegar a ese lugar equivale a estar en casa; no llegar a él, es estar siempre inquieto”. Este reto debe ser escrito en negrita, en el prefacio de todos los libros espirituales que se publican en nuestros días. Demasiadas cosas dentro de nosotros y alrededor nuestro nos invitan a olvidarlo. Es demasiado peligroso hacerlo. Lo que está en juego es nuestro descanso y nuestra paz. El único viaje que en definitiva importa, es el viaje al lugar de profunda quietud que hay dentro de nosotros mismos.

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VIERNES DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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Cultivar la soledad

Pocas personas en los últimos siglos, han tocado el corazón humano tan profundamente como el filósofo danés Soren Kierkegaard. Hay un sinnúmero de razones para ello, algunas de las cuales son evidentes. Era un hombre con una extraña agudeza de mente, con muchas cosas que dar a los demás. Sin embargo, una de las razones por las que pudo tocar de forma tan profunda el corazón humano, no tenía mucho que ver con su agudeza mental. Era más bien sufrimiento, principalmente su soledad. Cuando era joven, se enamoró profundamente de una mujer y, por un tiempo, planeó casarse con ella. Sin embargo, en un momento, con un gran costo emocional para él y—así lo sugiere la historia—con un costo aún mayor para la mujer, rompió el compromiso y decidió vivir el resto de su vida célibe. Su razonamiento era simple. Sentía que su aportación a la humanidad vendría, sobre todo, de su propia experiencia de soledad. Podía compartir su experiencia porque él mismo, en primer lugar, la estaba sufriendo vivamente. La soledad le dio profundidad. Con razón o sin ella, juzgó que el matrimonio lo podía distraer de alguna manera de esa profundidad, por dolorosa que fuera. Albert Camus sugirió una vez, que es en la soledad y en el apartamiento de los otros, donde encontramos los vínculos que unen a la humanidad. Kierkegaard entendió esto y se entregó a ello hasta el punto de cultivar de manera positiva su propia soledad. En la soledad y la nostalgia, nace la empatía. Cuando nada nos es ajeno, nadie será ajeno a nosotros y nuestras palabras empezarán a sanar a los demás. En la soledad y la nostalgia, nace la empatía.

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SÁBADO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

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La sinfonía inconclusa

“En la imposibilidad de alcanzar todo lo que deseamos, hemos llegado a comprender que aquí, en esta vida, todas las sinfonías quedan inconclusas”. Karl Rahner escribió estas palabras. No entenderlas, equivale a dejar que la inquietud se convierta en un cáncer en nuestra vida. Estamos estructuralmente “sobre-equipados” para esta tierra; somos espíritus infinitos que viven en una situación finita; corazones hechos para la unión con todo y todos encontrando sólo personas y cosas mortales. No es de extrañar que tengamos problemas con la insaciabilidad, los castillos en el aire, la soledad y la inquietud. Somos como el Gran Cañon del Colorado, sin fondo. Nada que sea inferior a la unión con todo lo que existe, podrá llenar ese vacío. Ser atormentado por la inquietud es la condición del humano. Pero, al aceptar plenamente esa condición de nuestra humanidad, hacemos un poco más llevadera nuestra inquietud. Como dice Rahner, en esta vida no hay sinfonías perfectamente concluidas. Todo tiene una contraparte de inquietud e insuficiencia. Esto es cierto para todos. Podemos gozar de paz y tranquilidad sólo cuando aceptamos este hecho, porque sólo entonces dejaremos de exigir que la vida—nuestros esposos, familias, amigos, trabajos, vocaciones y vacaciones—nos dé algo que no nos puede dar, a saber, la alegría de la sinfonía perfectamente concluida; la alegría clara y perfectamente definida; la consumación completa. Somos como el Gran Cañón del Colorado, sin fondo

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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

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Ofrece también tus oraciones sacerdotales

Una de las responsabilidades de ser adulto es la de orar por el mundo, como los Sumos Sacerdotes de la antigüedad. De hecho, todos somos sacerdotes, ordenados por los aceites del bautismo y consagrados por las dificultades de la vida que nos han dado las arrugas y las canas. Todos nosotros, laicos y clérigos por igual, necesitamos ofrecer también una oración sacerdotal cada día. ¿Cómo rezamos la oración sacerdotal? Cuando rezamos la oración de la Iglesia, es decir, la Eucaristía. Este tipo de oración, llamada liturgia, es la que mantiene presente la oración sacerdotal de Cristo. En esencia estamos diciendo: “Señor Dios, me presento ante Ti como un microcosmos de la misma Tierra. Ve en mi apertura, la apertura del mundo; en mi infidelidad, la infidelidad del mundo; en mi generosidad, la generosidad del mundo; en mi egoísmo, el egoísmo del mundo; en mi deseo de alabarte, el deseo del mundo de alabarte. Porque yo soy de la tierra. Soy un pedazo de tierra y la tierra se abre o se cierra a Ti a través de mi cuerpo, mi alma y mi voz. Yo soy tu sacerdote en la tierra y lo que tengo para ti hoy es todo lo que está en este mundo, tanto de alegría como de sufrimiento”. Orar así es rezar la liturgia como un sacerdote. Nos hacemos eco de una voz universal, ofreciendo a Dios oraciones y súplicas, lágrimas silenciosas o audibles, en favor del mundo.

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LUNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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Afrontando una nueva dirección

“¡Convertíos y creed en el Evangelio!”. Éstas son las primeras palabras que salieron de la boca de Jesús en el evangelio de Marcos. Son como un resumen de todo el Evangelio. Pero, ¿qué significan estas palabras? En inglés, la palabra “arrepentimiento” es a menudo mal entendida. Parece como si significara que hemos hecho algo mal, que lo lamentamos y ahora nos comprometemos a vivir de una manera diferente. El arrepentimiento, entendido de esta manera, significa vivir más allá de un pasado pecaminoso. Desde el punto de vista bíblico, eso no es exactamente lo que se quiere decir. En el Evangelio, la palabra utilizada en particular para el arrepentimiento es metanoia. Esto tiene que ver con el rostro, con volver la mirada, mirar en una dirección totalmente nueva. La palabra proviene de otras dos palabras griegas: meta – más allá y nous – mente. Literalmente, metanoia significa ir más allá de nuestra mentalidad actual, más allá de nuestra actual manera de mirar las cosas. Es interesante tener en cuenta que, muchos de los milagros de Jesús están orientados a abrir o curar los ojos, los oídos o la lengua de alguien. Los ojos se abren con el fin de ver más profunda y espiritualmente; los oídos para oír con más compasión y las lenguas se sueltan con el fin de alabar a Dios con mayor libertad, y hablar palabras de reconciliación y amor. Arrepentirse es permitir a Dios que abra nuestras mentes y nos sane para que, efectivamente, podamos volver la cara en una dirección completamente nueva. Arrepentirse es permitir a Dios que abra nuestras mentes y nos sane.

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MARTES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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La virtud del auto-sacrificio

Las antiguas generaciones tenían un cierto sentido de lo que significaba el sacrificio el cual, para bien o para mal, casi todos hemos perdido. En la generación de mis padres, por poner sólo un ejemplo, no era tan raro que alguien de la familia renunciara a sus aspiraciones personales con el fin de quedarse en casa y cuidar a un padre enfermo o anciano. Durante años, esa persona pondría su vida en espera, viviendo esencialmente para otra persona. Muy a menudo, para el momento en que el padre moría, ya era demasiado tarde para que una persona construyera el tipo de vida que podía haber construido—matrimonio, hijos, carrera—si las circunstancias no la hubieran obligado a cumplir con ese deber familiar. Hoy en día ya no apreciamos la virtud en este tipo de auto-sacrificio. Por el contrario, ¡tendemos a fruncir el ceño y juzgarla negativamente, como falta de valentía, tragedia, desperdicio de una vida! Independientemente de que sea cierto o no, las generaciones anteriores percibían algo que hoy no es percibido, es decir, que en esta vida somos esencialmente interdependientes. Tenemos obligaciones, así como derechos. Por otra parte, este tipo de sacrificio es, en última instancia, la piedra angular de la vida familiar y de la comunidad. ¿No podría ser ésta la causa de algunas de nuestras actuales dificultades para mantener la cohesión en nuestros matrimonios, familias y comunidades? Esto es, la crisis que se vive en la disponibilidad para aceptar este tipo de autosacrificio. En esta vida somos esencialmente interdependientes. Tenemos obligaciones, así como derechos.

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MIÉRCOLES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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Un servicio seguro

Existe una historia acerca de san Cristóbal, probablemente más leyenda que verdad. Cuenta que cuando Cristóbal era joven, contaba con todas las cualidades, excepto la fe. Era fuerte físicamente, de buen corazón, bondadoso y muy querido por todos. También era generoso. De hecho, utilizaba su fuerza física para ayudar a los demás. Su única deficiencia era que le resultaba difícil creer en Dios. Sin embargo, esto no le impedía utilizar sus dones para servir a los demás. Se convirtió en barquero y empleó su vida en ayudar a las personas a cruzar un peligroso río. Cierta noche, durante una tormenta, la barca se hundió y Cristóbal se sumergió en las oscuras aguas para rescatar a un niño pequeño. Mientras llevaba el niño a la orilla, lo miró y vio en él, el rostro de Cristo. La historia nos da una respuesta, de carácter práctico, a una de las preguntas más difíciles: ¿Qué debemos hacer cuando nuestra fe es débil? El ejemplo de Cristóbal: usa tus talentos para ayudar a otros. Dios no nos pide tener una fe segura, pero sí un servicio real. Dios, el autor y fuente de toda realidad, no se molesta ni se siente amenazado por un agnosticismo honesto. Cada uno de nosotros puede atravesar noches oscuras del alma, temporadas frías y de soledad, silencios de Dios, momentos amargos cuando la acción de Dios en nuestras vidas no puede ser entendida o reconocida. Sin embargo, si ayudamos a los demás con alegría, un día nos encontraremos ante la persona de Cristo. Dios no nos pide tener una fe segura, sino un servicio que sea real.

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JUEVES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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La línea divisoria entre las víctimas y los santos

¿Cuándo se es víctima y cuándo se está dando la vida por los demás? En el plano de la apariencia externa, esto puede ser difícil de distinguir. El criterio no es el acto externo, sino la libertad interior. Yo soy una víctima cuando alguien me quita la vida. Estoy practicando la virtud de forma desinteresada cuando lo hago libremente. El ejemplo de Jesús lo ilustra. Él sacrifica libremente su vida, renunciando a sus propias necesidades en favor de las necesidades de los demás. Por ello, no deja de repetir, como si de un mantra se tratara: “Nadie me quita la vida. Soy yo quien la da libremente”. Debemos aprender del ejemplo que Jesús nos ofrece: un amor que se sacrifica hasta la muerte. Nadie escapa a las injusticias de la vida y nadie, excepto un individuo totalmente monstruoso, va por la vida sin anteponer alguna vez las necesidades de los demás a las suyas. El reto del Evangelio consiste en dejar de ser una víctima amargada, para convertirse en alguien que se dona con alegría. Jesús no fue una víctima amargada. Lo dejó claro en el Huerto de Getsemaní y una vez más ante Pilato. Optó por entregar su vida. Fue una decisión libre, hecha con amor. Nadie puede tomar por la fuerza lo que se da de manera gratuita. El reto del Evangelio consiste en dejar de ser una víctima amargada, para convertirse en alguien que se dona con alegría.

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VIERNES DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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Cara a cara con nuestras limitaciones

Hace 20 años, mientras me encontraba en un retiro, me fue asignada una monja anciana como directora. Era una mujer con una madurez fuera de lo común, que me proporcionó exactamente la orientación que necesitaba en ese momento. Siendo joven e intenso en mis aspiraciones, con facilidad caía en un drama cósmico y en una tragedia, cada vez que se presentaba alguna desolación ordinaria o un retroceso espiritual. Ella me desafiaba con una sabiduría bastante humana y con un sentido del humor que continuamente ayudó a desinflar mi pomposidad y mi tendencia al drama. En un momento del retiro, sintiendo mis inclinaciones al estilo de Hamlet, me dijo un sencillo proverbio: ¡No te preocupes, efectivamente no eres capaz! A través de los años, esta sencilla frase ha vuelto a mí de vez en cuando. Principalmente en los momentos en que he estado un poco abrumado. Encierra un cierto consuelo. Si usted es un padre, un maestro, un ministro, un sacerdote, un defensor de la justicia o simplemente un amigo de alguien con necesidad, existen infinidad de ocasiones en que te encuentras cara a cara con tu propia incapacidad. Es sano, humillante y consolador, aceptar que no somos Dios y que no se nos exige intentar serlo. ¡No te preocupes, efectivamente no eres capaz! Aceptar la verdad de ese proverbio equivale a hacer una pequeña oración. ¡No te preocupes, efectivamente no eres capaz!

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SÁBADO DE LA SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA

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En espera de una temporada más plena

Henri Nouwen solía decir que el noventa y ocho por ciento de nuestras vidas se consume en esperar. En un nivel superficial, podemos experimentarlo en la cantidad de tiempo que pasamos esperando en las ventanillas de las oficinas, en los aeropuertos, en las centrales de autobuses; mientras esperamos a que alguien llegue o a que algo termine: nuestra jornada laboral, una clase, un acto religioso, una gripe, etc. Sin embargo, ésa es la parte superficial de la espera. Aún más importante, es el hecho de que casi todo el tiempo estamos esperando una temporada más plena en nuestras vidas. Rara vez experimentamos lo que Nouwen llama “un momento totalmente pleno” es decir, un momento en que podemos decirnos a nosotros mismos: “¡Ahora mismo, no quiero estar en ninguna otra parte, con ninguna otra persona o hacer otra cosa que lo que estoy haciendo!” ¿No parece estoico y masoquista aceptar que el noventa y ocho por ciento de nuestra vida nos lo pasamos esperando? Por el contrario, aceptarlo no es masoquismo, es más bien algo liberador. La generación de mis padres lo hizo rezando esta oración: “Ahora vivimos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”. Orar así no los convertía en fríos estoicos. Al saber que la época más plena que todos esperamos no se puede alcanzar aquí, ellos pudieron disfrutar, posiblemente más que nuestra generación, las alegrías sencillas pero posibles de esta vida. Casi todo el tiempo estamos esperando una temporada más plena en nuestras vidas.

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TERCER DOMINGO DE CUARESMA

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La presencia real Érase una vez un rabino, el cual, cada vez que quería estar en presencia de Dios, se iba a un lugar especial en el bosque, encendía una hoguera, pronunciaba algunas oraciones y hacía un baile. Entonces Dios se le aparecía. Cuando el rabino murió, su discípulo hizo lo mismo. Si quería estar en presencia de Dios, iba al mismo lugar en el bosque, encendía fuego y decía las mismas oraciones. Nadie le había enseñado el baile, pero aun así funcionó. Dios se le apareció. El siguiente discípulo continuó la tradición. Aunque no sabía las oraciones ni el baile, fue al mismo lugar en el bosque y encendió el fuego. Dios se presentó. Finalmente, llegó un discípulo que no sabía cómo encender el fuego ni decir las oraciones ni hacer la danza. Buscó el lugar en el bosque, pero no pudo encontrarlo. Lo único que sabía era cómo contar la historia. Y funcionó. Descubrió que siempre que contaba la historia de cómo los demás habían encontrado a Dios, Dios aparecía. Los ritos se entienden mejor a través de una metáfora, de una historia. Como sucede con el cuento que acabamos de narrar. Dios siempre aparece cuando se cuentan ciertas historias. Cuando ritualmente narramos la historia del sacrificio de Jesús—en la Plegaria Eucarística, el corazón de la liturgia—experimentamos la “presencia real” del evento de Cristo, esto es, de su muerte y resurrección. Por otra parte, esa realidad se nos da para que podamos participar en ella. Nosotros, la asamblea, morimos a las cosas que nos dividen y nos convertimos en el cuerpo y la sangre de Cristo.

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LUNES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

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La terapia de la vida pública

Mientras estudiaba el doctorado en Bélgica, tuve el privilegio de asistir a las conferencias de Antoine Vergote, un conocido médico de la psicología humana y del alma. Un día le pregunté cómo se deberían manejar las obsesiones emocionales, tanto en uno mismo como en los demás. Su respuesta me sorprendió. Dijo: “Dios y la oración pueden ayudar y de hecho lo hacen. Pero los problemas obsesivos son principalmente problemas de exceso de concentración... y el exceso de concentración se rompe, sobre todo, saliendo de uno mismo, fuera de la propia mente, del propio corazón y del lugar donde uno se encuentra. Involucrándose en cosas públicas, desde el entretenimiento y la diversión, hasta la política o el trabajo. ¡Sal de tu mundo cerrado!” Los monjes, con su ritmo monástico, entendieron esto desde hace mucho: programa, ritmo, participación en actos públicos, ponerse en riesgo de hacer el ridículo, etc. La disciplina de la campana monástica ha mantenido a muchos hombres y mujeres sanos y relativamente felices. Más en concreto, para nosotros los cristianos: la terapia de la vida pública mediante la vida eclesial. A través de la participación plena y saludable en la vida pública de la Iglesia, llegamos a estar emocionalmente sanos, estables, menos obsesionados y menos esclavos de nuestras propias inquietudes. Participar regularmente en la Eucaristía; orar regularmente con los demás; tener reuniones periódicas para compartir nuestra fe, así como nuestros deberes y responsabilidades ordinarios dentro del ministerio. Todo ello no alimenta solamente nuestra vida espiritual, sino que también nos mantiene sanos y estables. La campana monástica ha mantenido a muchos hombres y mujeres sanos.

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MARTES DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

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El pecado original

La historia de la caída de Adán y Eva es coloreada ampliamente, sobre todo al final—la desnudez y la vergüenza—con imágenes sexuales. De hecho, fácilmente podemos concluir que la desobediencia de nuestros primeros padres tuvo que ver con el sexo. No es así. El elemento sexual en la historia es una metáfora, una imagen de la violación de un precepto dado por Dios. Adán y Eva tomaron por la fuerza algo que sólo podía ser recibido como fruto del amor. La condición de Adán y Eva antes del pecado podría resumirse así: “Yo les doy vida. Los haré rebosar de vida. Pero ustedes deben recibirla, no tomarla. Esa vida se dará gratuitamente siempre y cuando ustedes la reciban. Sin embargo, el día en que comiencen a tomarla, en vez de recibirla, sus acciones empezarán a tener que ver con la muerte, la desconfianza, la alienación, la desnudez y la vergüenza”. Ese solo mandamiento resume toda la moral. Lo mismo sucede con el amor. Algo solamente es amor y sólo puede dar vida, cuando se da libremente. Esta condición es parte del ADN del amor. El pecado original de Adán y Eva no fue de tipo sexual, pero sí fue, en cierto modo, una violación. Tomaron indebidamente algo que sólo podía ser recibido como don. Nuestra cultura, que premia la agresividad y nos dice que somos tontos al no tomar por nosotros mismos las cosas buenas que queremos, con frecuencia nos invita a hacer lo mismo. Algo solamente es amor y sólo puede dar vida, cuando se da libremente.

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Todo lo que debemos hacer es rendirnos

El Evangelio no habla tanto de ser dignos del amor de Dios, cuanto de la necesidad de rendirnos ante Él. Lo que Dios quiere de nosotros no es un millón de actos de virtud, sino un millón de actos de entrega, que culminen con una entrega total de alma, mente y cuerpo. Cuando hayamos dejado todo y seamos incapaces de retener algo para nosotros—dado que todos algún día tendremos que hacer frente a la muerte—entonces la salvación nos podrá ser dada. Y ésta es la clave, la salvación sólo se puede dar. Nunca podrá ser tomada, merecida o recibida como consecuencia de un derecho. Nada de lo que tengamos o podamos acumular en esta vida puede lograr que la mano de Dios se extienda hasta nosotros: ni la fama, ni la fortuna, ni la salud, ni la buena apariencia física, ni el buen nombre, ni las virtudes, ni la religiosidad, ni la santidad o el amor a los pobres. Lo que logra que la mano de Dios se extienda hasta nosotros es nuestra impotencia y hecho de rendirnos ante la acción de la gracia. En un escenario ideal, la entrega corresponde a la edad madura. La entrega es menos probable en nosotros durante la primera mitad de nuestras vidas, porque aún nos estamos formando; pero se convierte en la más profunda verdad durante la segunda mitad de nuestra existencia. Después de los cuarenta, desde un punto de vista religioso, una persona ya no se preocupa por ser digna o hacer cosas, especialmente aquellas destinadas a halagar su propio ego, sino de mantener siempre viva la conciencia de su impotencia. Inevitablemente, la edad nos deteriora físicamente y conforme pasa el tiempo, todo lo que hemos construido con tanto esfuerzo comienza a parecernos cada vez menos importante. Ese es el orden de las cosas. La salvación no tiene que ver con grandes logros, sino con un gran abrazo. Todo lo que tenemos que hacer es rendirnos. La salvación no tiene que ver con grandes logros, sino con un gran abrazo.

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Ser una bendición

Nadie puede ser realmente una bendición para los demás sin morir un poco. Esa es la razón por la que una bendición puede ser tan poderosa. La naturaleza así lo prescribe. Imagine una flor. Una joven flor que comienza a germinar y brotar es esencialmente autosuficiente, consumida por su propio crecimiento. Continúa así hasta que llega a la etapa inmediatamente posterior a la floración. En ese momento comienza a morir y en su agonía, arroja la semilla y se consume mientras genera nueva vida. Esta imagen contiene infinidad de lecciones acerca del amor maduro, la sexualidad madura y el crecimiento maduro. En el movimiento que va desde la germinación hasta la semilla que cae mientras muere la flor, pasando por la floración, podemos ver el paradigma de la madurez y la capacidad de generar en la naturaleza. Cuando la flor alcanza la plena madurez, se consume al darse a sí misma a costa de su propia muerte. Hay adultos que son una bendición para los demás: buenas mamás, papás, maestros, clérigos, tutores, tíos, tías y amigos de todo tipo. Éstos, los adultos que generan vida, no se ven como Peter Pan o Campanilla—que parecen niños. Tampoco se ven como estrellas de cine o deportistas profesionales. No. Los adultos de ambos sexos son una bendición, son reconocidos por sus arrugas, sus cicatrices, por el declinar de sus capacidades físicas y por el hecho mismo de que están muriendo. No están obsesionados con preservar su época de floración. Se trata de una lección de la naturaleza. La capacidad de generar depende de la apertura que tengamos para morir y arrojar nuestra semilla para que el otro pueda florecer. La capacidad de generar depende de la apertura que tengamos para morir y arrojar nuestra semilla para que el otro pueda florecer.

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Morir para dar vida

Si realmente quiero ser una bendición para alguien, tengo que dar mi vida de alguna manera a esa persona para que tenga más vida. Un retrato de esta bendición para los demás lo encontramos en la novela clásica de Víctor Hugo, “Los Miserables”. En un momento de la historia, Jean Val Jean, por entonces un hombre de edad, va en busca de Marius, el joven que está enamorado de su hija adoptiva. No sólo busca ayudar a este joven. Comprensiblemente, se siente también amenazado por la persona que se llevará a su hija lejos de él. Encuentra a Marius reunido con un grupo de jóvenes revolucionarios quienes, mientras tratan de ayudar a los pobres, se han puesto en peligro inminente de ser asesinados en un brutal ataque preparado por las fuerzas del gobierno. Su situación es desesperada. En medio de todo esto, Jean Val Jean encuentra a Marius dormido. Se inclina sobre él, invoca a Dios (“Dios de las alturas, escucha mi oración”) y a continuación, volviéndose hacia el joven, repite varias veces: “Mira a este chico… es joven, tiene miedo... mañana podría morir. Señor, ¡concédele vivir! ¡Que yo muera y él viva! ¡Que él viva!” Esas últimas líneas son el prototipo de lo que significa convertirse en una bendición para los demás. Ser una bendición no es simplemente una afirmación: “¡Eres un buen joven!” “¡Eres una joven talentosa!” No es suficiente con desear el bien y la vida. Bendecir profundamente a alguien es morir por él de un modo real, dar una parte de tu vida por él. Bendecir profundamente a alguien es morir por él de un modo real.

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SÁBADO DE LA TERCERA SEMANA DE CUARESMA

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Una receta médica de Pascua

Un viejo adagio, ahora lema de los programas de la organización Outward Bound en los Estados Unidos, dice: “Si no puedes escaparte de algo, involúcrate más en ello”. Esta frase esconde más que sabiduría superficial, a pesar de que suene un poco simplista. Tomada en serio, es una receta pascual, un reto para morir de forma que podamos vivir. Cristo ilustró su significado cuando oro en el Huerto de los Olivos. Primero oró pidiendo salir de aquel trance: “Padre, que esta copa pase de mí”; después, cuando no podía escapar de ella, se adentró profundamente en la prueba. El resultado fue la Resurrección. Muchas de nuestras resurrecciones dependerán de que imitemos a Cristo en estas actitudes. Por ejemplo, hoy en día hay muchas personas que están muy descontentas con sus iglesias; pero, por diversas razones, no pueden dejarlas. La receta es clara: si no puede escapar, entre más profundamente en ella. Entre a su iglesia con mayor profundidad; vea y experimente desde dentro las tensiones, la mezquindad, las divisiones y los conflictos de esta comunidad en particular; la lucha local y universal de todas esas personas para poder reunirse alrededor de una mesa, para tener un solo corazón. La lucha por la unión en una comunidad es, sin duda, uno de los esfuerzos humanos más difíciles y exigentes. Su iglesia local le ofrece un gimnasio para ejercitarse en ello. La lucha por la unión en una comunidad es, sin duda, uno de los esfuerzos humanos más difíciles y exigentes.

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CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

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El secreto de la oración

Nosotros no oramos para hacer que Dios esté presente. Dios siempre está presente en todas partes. Oramos, más bien, para hacernos presentes a Dios. Dios, como plásticamente lo dice Sheila Cassid, no está más presente en una iglesia que en un bar. Sin embargo, por lo general nosotros estamos más presentes a Dios en la iglesia que en el bar... El problema de la presencia no es de Dios, sino nuestro. Lamentablemente, esto también es cierto en cuanto a la percepción de las cosas buenas que hay en nuestra vida. Muy a menudo no están presentes ante nuestros ojos la belleza, el amor y la gracia que llenan los momentos ordinarios de nuestra vida. La bondad está ahí, pero nosotros no. Debido a la agitación de nuestras vidas, al cansancio, la obsesión, la precipitación, lo que sea, con demasiada frecuencia no miramos lo suficiente a nuestro interior para apreciar lo que sucede en nuestras propias vidas. Victor Frankl, autor del libro “El hombre en busca de sentido”, tuvo suerte. Fue revivido por los médicos después de haber estado clínicamente muerto por algunos minutos. Cuando regresó a su vida ordinaria, todo le pareció tener un inmenso valor: “Algo muy importante de la vida post-mortem es que todo se vuelve valioso, se llena de importancia. Uno se conmueve simple y sencillamente por las cosas, por las flores, los bebés y por lo bello: el simple acto de vivir, de caminar, de respirar, de comer, de tener amigos y poder conversar con ellos. Uno adquiere un sentido muy agudo para percibir tanto milagros”. El secreto de la oración no es tratar de hacer que Dios esté presente, sino que nosotros estemos presentes a Dios. El secreto para encontrar la belleza y el amor en nuestra vida es el mismo. Al igual que Dios, ellos ya están presentes. Lo importante está en hacernos nosotros presentes.

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LUNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

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Anclados en los ritmos de lo ordinario

Dentro de nosotros hay algo que desprecia lo ordinario; algo que nos dice que la vida diaria, con sus rutinas predecibles, con sus ritmos domésticos y la limitación que nos imponen nuestros deberes, puede tener poco significado. Dentro de nosotros existe la sensación de que lo ordinario puede ser un fardo que nos impida adentrarnos en las aguas más interesantes y satisfactorias de la pasión, el romance y la creatividad. Recuerdo que una de mis estudiantes comentó en clase cómo uno de sus mayores temores en la vida era caer en lo ordinario, “en pocas palabras, ser una sencilla esposa y madre, que felizmente se dedica ¡a hacer anuncios de productos para lavandería!” La vida, Jesús nos lo asegura, no es para vivirse en blanco y negro, como si los colores no existieran. Tampoco debe ser simplemente un ciclo infinito en el que nos levantamos, nos duchamos, vamos a trabajar, regresamos a casa, cenamos, nos preparamos para el día siguiente y finalmente nos vamos a la cama. Sin embargo, hay mucho que decir acerca de lo que es una rutina aparentemente pequeña. El ritmo de lo común es, al final, la fuente más profunda de la que podemos extraer alegría y sentido para nuestras vidas. A veces es la enfermedad la que nos enseña esta lección. Cuando recuperamos la salud y la energía, después de haber estado enfermos y fuera de nuestra rutina normal, nada es más dulce que regresar a lo ordinario: nuestro trabajo, nuestras ocupaciones habituales, las cosas normales de la vida. Sólo con la experiencia de haber perdido y recuperado algo, nos damos cuenta de cómo la clara apreciación de las cosas sencillas es nuestro máximo tesoro. Se podrían decir muchas cosas más sobre el hecho de ser una persona satisfecha, normal, anclada en los ritmos de lo ordinario. La vida, Jesús nos lo asegura, no esta hecha para vivirla en blanco y negro, como si los colores no existieran.

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Sobre el sufrimiento y la humillación

Hace poco visité a una amiga que estaba muriendo de cáncer. Su cuerpo de 50 años de edad, en otro tiempo muy bello, estaba groseramente desfigurado, perdido, olía a muerte y, como el rostro del siervo sufriente de Isaías, era objeto tanto de repulsión como de atracción. Un espíritu orgulloso yacía humilde, avergonzado, degradado en su cuerpo. Pero Dios estaba con ella en aquella humillación, brillando, revelando secretos; los secretos que fueron revelados en la cruz. Cada vez que vemos a alguien incapaz de protegerse a sí mismo contra el dolor, especialmente aquel dolor que degrada y humilla, estamos siendo testigos de la humillación de Dios en el mundo. Si tenemos ojos de fe, sabremos que nos encontramos en el lugar donde los secretos más profundos del cielo se revelan. Lo descubrimos en un cuerpo adulto devastado por la edad, la discapacidad o la enfermedad terminal. También cuando nos encontramos con alguien que, por la razón que sea, es percibido por los otros como ingenuo, poco atractivo o tonto. Para conocer a Dios hay que comenzar por entender la humillación de Dios en este mundo. Dios brilla en nuestras humillaciones, sin temor a quedar mal ante los hombres. Para conocer a Dios hay que comenzar por entender la humillación de Dios en este mundo.

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Las heridas de Cristo

Existe una historia, tal vez una leyenda, sobre santa Teresa de Ávila. Cierto día el demonio se le apareció disfrazado de Cristo. Teresa no se dejó engañar ni un segundo. Lo despidió inmediatamente. Antes de irse, el diablo preguntó: “¿Cómo me descubriste? ¿Cómo pudiste estar tan segura de que no era Cristo?” Su respuesta fue: “¡No tenías ninguna herida! Cristo tiene heridas”. ¡Cristo tiene heridas! Así tiene que ser también con cualquiera que desee seguir sus huellas. Esta es sabiduría espiritual. Enseñar algo distinto sería una farsa. Nuestra cultura identifica rápidamente la falta de integridad física, emocional o social, con la falta de bendición y benevolencia por parte de Dios. Identificamos a Cristo más con el cuerpo intacto de su juventud—esto es, teniendo aún más vida que dándola—que con las arrugas de la vida adulta cuando el hombre se dona. Por tanto, nuestra imagen de lo que constituye la vida y la bendición es el cuerpo perfecto de una joven estrella de Hollywood, aún no marcado por algo que lo podría humillar. Nos cuesta ver una bendición en un cuerpo deforme y con arrugas, que ha sido herido y humillado para poder dar vida. Pero el cuerpo de Cristo es un cuerpo humillado, permanentemente herido para dar la vida. Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, lo primero que hizo fue mostrar a los discípulos sus heridas, glorificadas ahora, pero extremadamente humillantes para Él antes de morir. Si deseamos llegar a ser de verdad profundos en nuestra vida espiritual, al igual que Teresa de Jesús, debemos comenzar por entender lo que eso significa. Cristo es en última instancia reconocido por sus heridas. Cuando Jesús resucitó de la muerte, lo primero que hizo fue mostrar a los discípulos sus heridas.

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JUEVES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

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La debilidad construye el alma

James Hillman, quizás el pensador más fértil de los Estados Unidos, sugiere que son precisamente nuestras limitaciones las que nos elevan y construyen nuestra alma. Afirma que no son nuestras cualidades las que nos dan profundidad y carácter, sino nuestras debilidades. La mayor parte de nosotros nos volvemos superficiales por culpa de nuestros éxitos y no de nuestros fracasos; la mayor parte de nosotros recibimos más cosas negativas de nuestras cualidades, que de nuestras debilidades. Reflexionando sobre esto, recuerdo lo que sucedió hace algunos años, cuando era un joven estudiante de psicología. Asistí a una conferencia del reconocido psicólogo polaco Kazimierz Dabrowski sobre un concepto que él llamaba “la desintegración positiva”. La tesis central de su teoría era que nosotros crecemos, sobre todo, cuando caemos y nos sentimos desanimados. En un momento presenté esta objeción: “¿No podemos crecer también al ser confirmados y elevados por nuestros éxitos, afirmándonos positivamente y dejando que todo ello nos purifique de nuestro egoísmo?” Su respuesta secunda la teoría de Hillman: “En teoría, sí, podemos crecer gracias a nuestros éxitos, tan fácilmente como podemos hacerlo a través de nuestros fracasos. Pero puedo afirmar que después de más de 40 años de práctica psiquiátrica, rara vez lo he visto. Casi siempre el crecimiento más profundo tiene lugar en lo opuesto: nuestra muerte, nuestras pérdidas, nuestras noches oscuras del alma”. No es que éstas sean, por sí mismas, buenas. Es sólo que, cuando las aprovechamos convenientemente, crecemos de forma más profunda. Son eventos que construyen nuestras almas. Los fracasos y las limitaciones no deben ser enterradas como vergüenzas privadas y pasadas. Deben ser escuchadas. Son la puerta de ingreso a las zonas más profundas de nuestra alma. Las limitaciones y fracasos son la puerta de ingreso a las zonas más profundas de nuestra alma.

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VIERNES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

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Pensar en pequeño

Siempre me ha parecido irónico cuán fácilmente olvidamos las grandes cosas, los acontecimientos que parecen de gran importancia: ¿Quién ganó el Oscar hace cinco años? ¿Quién ganó el Súper Bowl? Tendemos a olvidar rápidamente este tipo de cosas. Lo que no llegamos a olvidar, con todo el poder curativo y gracia que nos trajo, es aquella persona que fue amable con nosotros hace muchos años en el patio del recreo. De igual manera recordamos—y vívidamente—junto con todas las cicatrices que nos dejaron, a aquellos que se reían de nosotros en el patio, haciendo bromas sobre nuestra ropa o llamándonos tontos. Los pequeños actos de crueldad o bondad tienen un efecto duradero en nuestras almas. Considero que hay una profunda lección en esto. El reino de Dios, como Jesús nos enseña, está hecho de pequeñas semillas de mostaza, de cosas insignificantes, aparentemente sin importancia pero que, a largo plazo, son cosas grandes. La cultura moderna no abunda en pruebas que nos ayuden a creer esto. Prácticamente todo nos impulsa a pensar en grande; a no prestar atención a las cosas pequeñas que se desarrollan en los pequeños escenarios de nuestra vida personal: nuestras familias, nuestro matrimonios, el trato con nuestros vecinos y colegas; los pequeños insultos que repartimos por aquí y por allá, las pequeñas infidelidades en nuestra vida sexual, los numerosos actos, aunque pequeños, de egoísmo. Todo esto es considerado de poca importancia. Nuestros pequeños actos de sacrificio y abnegación, los sencillos elogios que dirigimos a los demás, etc., no se valoran mucho en nuestra cultura. Pero al final, lo único que podemos recordar es un pequeño grano de mostaza de crueldad o de bondad. Los pequeños actos de crueldad o bondad tienen un efecto duradero en nuestras almas.

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SÁBADO DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA

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Una vida transparente

“¡Usted está tan enfermo como su más enfermo secreto!” Eso es un axioma popular entre las personas que participan en el programa de los 12 pasos. Saben que siempre habrá adicciones, delación y falta de transparencia a menos que uno se enfrente a sí mismo, con profunda honestidad, ante otro ser humano y reconozca abiertamente sus pecados. Éste es un paso fundamental y no negociable en todo programa de los 12 pasos. Sin él, llega un momento en que todo crecimiento se detiene. La Iglesia siempre ha tenido su propia versión de este paso fundamental. Nosotros lo llamamos confesión o sacramento de la reconciliación. Cada vez menos personas acuden a la confesión en nuestros días. Se trata de una tendencia desafortunada, porque la confesión privada es uno de los pilares de la vida espiritual. Todos llegamos a un punto en nuestro crecimiento espiritual en que no hay progreso sin ella. Los críticos del sacramento de la reconciliación tienen razón al decir que Dios no está atado a un intermediario, como única vía para perdonar los pecados. Se equivocan, sin embargo, cuando minusvaloran los frutos que puede aportar una buena confesión privada. En pocas palabras, la confesión es el sacramento de la madurez. Nosotros maduramos al confesar los propios pecados. Puede ser que no necesitemos confesar nuestros pecados explícitamente a otro ser humano para estar perdonados. Pero debemos confesarnos explícitamente si queremos vivir una vida transparente, sin enemigos a la espalda y avanzar en la vida espiritual. La confesión privada es uno de los pilares de la vida espiritual.

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QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

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La agonía en el Huerto

Tendemos a malinterpretar “la pasión de Jesús”; a pensar en ella como el dolor físico que el Señor soportó en su camino hacia el Calvario. En parte, perdemos de vista lo esencial. La pasión de Cristo debe ser entendida como passio, pasividad, esto es, un cierto desamparo sumiso que tuvo que soportar en contradicción con su omnipotencia. Su pasión inicia en el Jardín de los Olivos, inmediatamente después de haber celebrado la Última Cena. El Evangelio nos dice que salió al Jardín con sus discípulos para pedir la fuerza necesaria para hacer frente a la dura prueba que le esperaba. Es importante notar que esta agonía tiene lugar en un jardín. En la literatura arquetípica—y la Sagrada Escritura, entre otras cosas, pertenece a ese género de literatura—un jardín no es un lugar para recoger pepinos y cebollas. Es un lugar de placer, un lugar del amor; el lugar para beber vino, donde los amantes se reúnen al claro de luna; un lugar para la intimidad. Es Jesús, el amante, aquel que nos llama a la intimidad y a disfrutar con Él, quien suda sangre en el jardín. La agonía de Jesús es la del amante que ha sido incomprendido y rechazado de una manera mortal y humillante. Es su ingreso a una de las regiones más obscuras de la existencia humana, el túnel del amargo rechazo, de la soledad, de la humillación y la impotencia.

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LUNES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

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Un lugar para sudar sangre

Cuando Lucas describe a Jesús en el Huerto de Getsemaní, dice: “Entró en agonía y oraba con mayor insistencia. Su sudor se convirtió en gotas de sangre que caían hasta el suelo”. Hace algunos años, se proyectó una serie de televisión titulada “Treinta y algo”. En uno de los episodios, un grupo de señores casados ​se reunen en un hotel para un encuentro social. Entre los participantes hay uno que se siente atraído por la gerente del hotel con la que estuvo viendo diversos asuntos relacionados con la organización del encuentro: alimentos, bebida, música, etc. Ella también se sintió atraída por él. La química romántica se intensificó. Finalmente, llegó el momento de despedirse. El hombre se detuvo un momento para agradecerle nuevamente por su ayuda. Ella, no queriendo perder la oportunidad, le preguntó: “¿Le gustaría que nos viéramos nuevamente otro día?” El hombre vaciló y, no sin cierto aire de culpabilidad, se disculpó por no haber sido claro. Entonces, hizo lo que pocos tienen el coraje de hacer. No sin sudar un poco de sangre, le dijo: “Estoy casado. Tengo que ir a casa con mi esposa”. Mi padre, tal vez el hombre de moral más íntegra que he conocido, solía decir: “A menos que puedas sudar sangre, nunca mantendrás un compromiso en el matrimonio, en el sacerdocio o en cualquier otro lugar”. ¡Eso es lo que se necesita! Él estaba en lo cierto. Una de las grandes lecciones de Getsemaní es precisamente esa: para mantener cualquier tipo de compromiso, necesitamos sudar sangre ya que, como Jesús en el huerto, llega un momento en que el que debemos entrar en una gran soledad: la soledad de ser fieles y responder a una voluntad superior y a un amor superior. Quien ama a Jesús tiene que renunciar a ciertas cosas. Esto es verdad también para nosotros. Para mantener cualquier tipo de compromiso, tenemos que sudar sangre.

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MARTES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

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Cuidado con el sueño del dolor

Cuando Jesús y sus discípulos entraron en el Huerto de los Olivos, les dijo: “¡Velen, vigilen!” Les dio esa recomendación porque estaban a punto de aprender algo. Una lección iba a ser enseñada. Pero, como sabemos, se quedaron dormidos. La razón no era la adentrada hora de la noche y el cansancio, ni siquiera el vino que habían bebido en la cena. Se quedaron dormidos, dice Lucas, “a causa de la enorme tristeza”. Se quedaron dormidos porque estaban decepcionados, confundidos, deprimidos. Ésta es una de las tentaciones permanentes en nuestra vida: caer dormidos a causa del dolor. La mayoría de las veces, cuando cedemos a nuestras debilidades o cometemos algún pecado, no lo hacemos por malicia o mala intención, sino por desesperación. ¿Por qué en ocasiones somos tan mezquinos? ¿Por qué a veces somos menos amables, menos comprensivos, menos capaces de perdonar de lo que nos gustaría ser? La razón, en pocas palabras, es que alguna profunda decepción nos ha hecho caer en un profundo sueño y no percibimos lo más grande que hay dentro de nosotros mismos. La tristeza nos ha maniatado y no nos permite sacar toda la bondad que existe en nosotros. No era fácil mantenerse despierto con la lección que Jesús estaba tratando de dar a sus discípulos en el Huerto de Getsemaní. A causa del sueño, los discípulos perdieron la lección que debían aprender al ver a Jesús en oración. ¿Cuál era la enseñanza? Se suponía que iban a ver y comprender la relación intrínseca que existe entre sufrimiento y transformación; y la necesidad, en ese proceso, de estar dispuestos a sobrellevar la tensión y el dolor, sin caer en la desesperación. “¡Velen, vigilen!”

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Preparación para el combate

En los relatos de Getsemaní se nos dice que, después de haber sido confortado por un ángel, Jesús se levantó del suelo y caminó con valor para enfrentar la dura prueba que le esperaba. Su agonía y la fuerza que recibió en ella, le prepararon para afrontar el dolor que le esperaba a la puerta. De hecho, en la época de Jesús la palabra agonía tenía una doble acepción. Más allá de su significado primario, se refería también a la preparación específica que hacía un atleta justo antes de entrar en la arena o en el estadio. Un atleta sudaba un poco (agonía) con la idea de que ese ejercicio hecho antes de la competencia y el nerviosismo que se seguía, lo harían concentrarse y pondrían a punto tanto sus energías como sus músculos. Los evangelistas quieren mostrarnos la misma imagen de Jesús cuando sale del huerto de Getsemaní. Su agonía ha provocado sudor emocional, físico y espiritual, de forma que ahora está listo; es un atleta concentrado, debidamente preparado para entrar en batalla. Por otra parte, debido a que su preparación posee cierta energía divina Él está, de hecho, más preparado que cualquier otro atleta. El Viernes Santo nos espera a todos. Debemos trabajar hasta sudar espiritualmente a fin de preparar nuestras almas y cuerpos para el combate que tenemos por delante. El Viernes Santo nos espera a todos

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JUEVES DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

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Reuniendo valor

No debemos temer a nada más que al miedo mismo. Es fácil de decir, pero la mayor parte de nuestras vidas está dominada por él. Podemos ser sinceros y buenos, pero también tenemos miedo. Tememos al dolor, a la pérdida de nuestros seres queridos, la incomprensión, la enfermedad, la oposición y, por último, la muerte. Muy dentro de nosotros, un instinto poderosísimo nos impulsa a hacer todo lo necesario para asegurar nuestra propia vida e integridad. Por el contrario, no es un instinto natural entregar nuestra vida o vivir con valor sus exigencias. No podemos recorrer el camino que nos lleva del cuidado excesivo de nosotros mismos al sacrifico de todo lo nuestro; de vivir constantemente con miedo a actuar con coraje; de temblar ante lo desconocido a dar el salto de la fe, sin antes, como Jesús en Getsemaní, habernos preparado a través de cierta agonía. Es decir, necesitamos pasar por el sudor doloroso que se deriva de afrontar lo que se nos pide, si queremos seguir viviendo en la verdad. Cuando Pilato amenaza a Jesús con la muerte, Jesús está libre y sin temor, porque ya había dado su vida libremente la noche anterior. Está listo para cualquier cosa que le espere. Elegir la propia conservación no significa necesariamente elegir la vida. A veces es necesario aceptar la oposición de algunos para poder elegir a la comunidad; a veces tenemos que aceptar el dolor amargo para elegir la salud; a veces necesitamos aceptar una caída libre para poder obtener la seguridad y, a veces, tenemos que aceptar la muerte con el fin de elegir la vida. Si dejamos que el miedo nos impida hacer eso, nuestras vidas nunca serán completas nuevamente. A veces tenemos que aceptar la muerte para elegir la vida.

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La oración en tiempos de dificultad

En el Huerto de Getsemaní, mientras sudaba sangre de soledad e incomprensión, Jesús cayó de rodillas en oración. De la oración de Jesús en el Huerto, podemos aprender también nosotros cómo debemos orar en un momento de obscuridad. Podríamos anotar cinco enseñanzas: 1. Confianza filial en Dios. Jesús comienza su oración con las palabras: “Abba, Padre”. Abba es una palabra que, en aquel tiempo, un niño habría utilizado cariñosamente para dirigirse a su padre. Es más o menos el equivalente a nuestra palabra “papi” o “papá”. 2. Confianza en Dios, a pesar de la oscuridad y el caos que nos abruman. “Todo es posible para ti”. Jesús ora con confianza, no sólo cuando el bien parece ser más fuerte, sino también, y sobre todo, cuando el mal parece estar triunfando. 3. Radical honestidad y valentía para expresar el propio miedo. “Que pase este cáliz”. Jesús confiesa cómo se encuentra realmente: asustado y reacio ante su amargo deber. No hay negación o pretensión en su oración. Dice las cosas como las ve y siente. Iris Murdoch escribió una vez: “Un soldado muere sin miedo. Jesús murió con miedo”. 4. La voluntad de dar a Dios el lugar que le corresponde. “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”. A pesar de que todo, Él se estremece ante las consecuencias de su sí. Jesús da a Dios el lugar que le corresponde para cumplir sus designios. 5. Repetición, oración dicha varias veces. “Entró en agonía y oraba con mayor insistencia”. La Escritura nos aseguran que la fe y la oración mueven montañas, pero no nos asegura que lo harán inmediatamente. A veces, para que una oración sea eficaz, tenemos que rezarla muchas veces. De la oración de Jesús en el Huerto, podemos aprender también nosotros cómo debemos orar en un momento de obscuridad.

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SÁBADO DE LA QUINTA SEMANA DE CUARESMA

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El Cordero de Dios

Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo. Es el elemento central en la noción cristiana de salvación. Se puede expresar de diversas maneras, pero tiene siempre el mismo significado: el sufrimiento de Jesús borra nuestros pecados. La Escritura lo expresa en metáforas y debemos estar atentos para no tomarlo en sentido literal. Dios no tenía necesidad de ver a Jesús sufriendo y terriblemente humillado para perdonar nuestros pecados. Dios no tiene que ser aplacado en su ira, aunque—es cierto—eso pueda sugerirlo la metáfora del “cordero de Dios”. Jesús quitó el pecado al absorber y transformar el pecado. ¿Cómo? Quizás una imagen pueda ayudar: Jesús se llevó nuestros pecados de la misma manera que un filtro purifica el agua. El agua impura pasa por el filtro, éste retiene las impurezas y hace que salga solamente agua pura. Transforma, no transmite sin modificarlo aquello que recibió. Esto lo vemos en Jesús. Al igual que el filtro, Él purifica la vida misma. Toma el odio, en cierto modo se lo apropia, lo transforma y nos devuelve amor; toma el caos, se lo apropia también, lo transforma y nos entrega orden; toma el miedo, lo tiene consigo, lo transforma y nos devuelve libertad; toma los celos, los retiene, los transforma y devuelve seguridad personal; toma a Satanás y la muerte, los transforma y nos devuelve sólo Dios y perdón. Y, al hacer esto, Jesús no busca admiradores, sino seguidores. El Huerto de los Olivos nos invita—a cada uno de nosotros—a entrar en él, a crecer espiritualmente. Se nos invita a sudar sangre, la sangre de un amante, para ayudar a absorber, purificar y transformar la tensión y el pecado, en vez de simplemente transmitirlos. Jesús se llevó nuestros pecados de la misma manera que un filtro purifica el agua.

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DOMINGO DE RAMOS

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Nuestra ignorancia del Amor de Dios

“¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” Jesús lo dijo refiriéndose a sus verdugos. Pero, ¿es verdad? Hay muchas cosas nos hacen pensar que estaban lejos de ser inocentes. ¿Cómo podían no saber lo que estaban haciendo? La gente que crucificó a Jesús no sabía lo que estaban haciendo, porque ignoraban cuán amados eran por Él. Esa es la ceguera y la ignorancia real de los verdugos. Con demasiada frecuencia crucificamos a otros y a nosotros mismos por ignorancia; porque no nos sentimos amados. Por esta razón, somos muy duros en nuestros juicios sobre los demás. Perdemos de vista que nosotros mismos también somos débiles y podemos poner en peligro nuestra dignidad. Somos críticos porque, en el fondo, no tenemos otra cosa mejor de qué hablar. El tipo de ignorancia que permitió que gente sincera crucificara a Jesús, también puede explicar por qué hoy en día hay tanta gente buena y sincera, con una gran ceguera individual o colectiva, que no percibe las exigencias económicas y sociales de nuestra fe. La única razón por la que podemos vivir tan despreocupados, mientras la brecha entre ricos y pobres se ensancha, es porque no sabemos lo mucho que somos amados por Dios. No es porque seamos malos e inconscientes. No nos sentimos amados. Por esa razón creemos que tenemos que hacer frente a la vida con nuestras solas fuerzas.

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No es de extrañar que nos conformemos con lo segundo mejor o casi con cualquier otra cosa que prometa llenar el doloroso vacío que llevamos dentro. Jesús, sin duda, nos mira y nos dice: “¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!” Muy pocos de nosotros hemos oído a Dios que nos dice: “¡Te amo!” Muy pocos de nosotros hemos sentido alguna vez lo que Jesús debió sentir cuando, en su bautismo, oyó decir a su Padre: “¡Tú eres mi hijo muy amado, en ti me complazco!” De hecho, la mayoría de nosotros nunca ha oído a otro ser humano decir eso, mucho menos a Dios. Existe un lugar dentro de nosotros, un lugar del que rara vez somos conscientes, donde todos y cada uno somos tocados y amados incondicionalmente por Dios. Los verdugos de Jesús actuaron en la obscuridad que nace de no haber tenido esa experiencia.

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LUNES DE LA SEMANA SANTA

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Es Cristo quien llama a la puerta

Cuando era joven, mi madre me dio una estampa. Tenía una adaptación de la famosa pintura de Holman Hunt, “Luz del mundo”. En la versión que mi madre me regaló, podía verse detrás de una puerta cerrada con llave a un hombre acurrucado, paralizado por el miedo y la obscuridad. Fuera de la puerta se encuentra Jesús con una linterna; tocando y listo para liberar al hombre de su carga. Sin embargo, hay un problema. La puerta sólo tiene una manija en el interior. Jesús no puede entrar, a menos que el hombre atemorizado abra la puerta. Con ello se quiere decir que Dios no nos puede ayudar si no le permitimos la entrada. ¿Le parece bien? No del todo. Lo que la cruz de Cristo nos revela es que, cuando estamos paralizados por el miedo y abrumados por la oscuridad hasta el punto de no poder ayudarnos a nosotros mismos; cuando hemos llegado al punto en que ya no podemos ni siquiera abrir la puerta para dejar que entren la luz y la vida, Dios aún puede entrar a través de nuestras puertas cerradas, pararse delante de nuestro miedo y darnos su paz. El amor que se revela en el sufrimiento y la muerte de Jesús; un amor centrado de forma tan radical en el otro; un amor que puede perdonar y abrazar totalmente a sus verdugos, es capaz de derretir corazones congelados; penetrar las paredes del miedo; descender a nuestros infiernos y, allí, exhalar su paz.

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La cruz de Cristo no se detiene, impotente, ante una puerta cerrada.

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MARTES DE LA SEMANA SANTA

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Cómo es el poder de Dios

Los evangelios nos dicen que quienes fueron testigos de la vida y ministerio de Cristo, vieron en Él algo que lo diferenciaba claramente de los demás. “Hablaba con gran poder, no como los escribas y fariseos”. Sin embargo, usan una palabra curiosa para nombrar ese poder. Nunca dijeron que Jesús hablara lleno de energía o con gran dinamismo (dynamis, en griego). En cambio, usan la palabra exousía que en español significa “poder”, “derecho” o “facultad”. De cualquier forma, para comprender mejor su significado, usaremos una imagen. Si usted pusiera al hombre más fuerte del mundo en una habitación, junto con un bebé recién nacido, ¿cuál de los dos sería más poderoso? Obviamente, en fuerza física, el hombre es más poderoso: podría matar al bebé si quisiera. Pero el niño posee otro tipo de poder, uno que puede mover cosas que los músculos no mueven. Un bebé tiene exousía: su vulnerabilidad es un gran poder. No necesita los músculos de nadie. Un bebé invita y anima. Todo lo que es moral y profundo a la conciencia, no puede pasar desapercibido ante su contemplación. No es casualidad que Dios haya escogido encarnarse en este mundo como un bebé. El poder de Dios es un poder de exousía, un bebé que yace indefenso, silencioso, paciente, haciendo señas para que alguien cuide de él. Es este poder el que se encuentra en la raíz más profunda de las cosas y al final tendrá, sin bruscas imposiciones, la última palabra. Es un poder que nos invita a entrar a donde él se encuentra.

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MIÉRCOLES DE LA SEMANA SANTA

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Los menos importantes

Hace seis años, en las praderas de Canadá, no lejos de donde nací y crecí, un hombre llamado Robert Latimer mató a su hija gravemente discapacitada. El nombre de la niña era Tracy. La subió a la camioneta de la familia, conectó el escape a la cabina, selló las ventanas y dejó que se durmiera. En su mente se trataba de un acto de misericordia. Dijo que amaba a su hija y que no podía soportar verla sufrir por más tiempo. Su muerte desató en todo el país un debate moral y religioso tan grande, que llegó incluso a dividir familias y comunidades. ¿Cuál es el valor de una vida como la de Tracy Latimer? Bíblicamente la respuesta es clara: cuando a alguien se le considera prescindible—por la razón que sea—se convierte en la persona espiritualmente más importante de la comunidad. En el Antiguo Testamento los profetas hacen hincapié en la idea de que Dios siente una especial simpatía por los huérfanos, viudas y extranjeros. El mensaje de los profetas fue revolucionario: Dios tiene una especial simpatía por aquellos a quienes la sociedad considera menos importantes. El modo en que tratamos a esas personas es la prueba de fuego para nuestra fe, nuestra moral y nuestra religiosidad. Jesús lleva esta enseñanza a otro nivel cuando dice: “Cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”. Jesús identifica la presencia de Dios con los marginados, los excluidos. Nos dice que tenemos una experiencia privilegiada de Dios en nuestro contacto con ellos. Las vidas como la de Tracy Latimer, son un lugar privilegiado donde todos nosotros podemos experimentar a Dios. Dios tiene una especial simpatía por aquellos a quienes la sociedad considera menos importantes.

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JUEVES SANTO

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Alimentados para servir

La Eucaristía no es un acto privado de devoción, cuyo fin es saldar nuestras deudas con Dios, sino una llamada y una gracia que nos ayuda a servir a nuestros hermanos. La Eucaristía tiene como fin enviarnos al mundo, dispuestos a dar expresión a la hospitalidad, la humildad y la modestia de Cristo. ¿De dónde sacamos esa idea? Se encuentra en el corazón de la Eucaristía misma. Jesús nos lo dice cuando nos entrega su cuerpo con palabras como: recibir, dar gracias, descansar y compartir. Esto es evidente en todos los evangelios, aunque el Evangelio de Juan lo expresa más claramente. Cuando los otros evangelistas muestran a Jesús diciendo las palabras de la institución de la Eucaristía en la Última Cena: “Esto es mi cuerpo. Ésta es mi sangre. Haced esto en conmemoración mía”, Juan presenta a Jesús lavando los pies de los discípulos. Para Juan, este gesto reemplaza las palabras de la institución. Especifica qué es, de hecho, la Eucaristía: salir fuera de la Iglesia, en el humilde servicio a los demás. Un antiguo himno, a menudo utilizado en la Iglesia para el envío de la gente, dice así:

Llamados de la adoración al servicio, vamos por delante en su Nombre, para, en actos concretos, mostrar el amor a los niños, jóvenes y ancianos. 159

Este himno expresa de forma maravillosa lo que hace la Eucaristía. Es un llamado para pasar de la adoración al servicio; para tomar el alimento, el abrazo, el beso que acabamos de recibir de Dios y de la comunidad y traducirlo inmediatamente en servicio amoroso a los demás. Debemos estar de rodillas, lavando los pies de los demás, porque eso es precisamente lo que Jesús hizo en la primera Eucaristía.

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VIERNES SANTO

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Cómo se siente Dios en este mundo

¿Alguna vez ha sido dominado físicamente y se ha sentido impotente para defenderse o luchar? Entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo. ¿Alguna vez ha tenido un sueño en el que todo esfuerzo resulta inútil y no puede alcanzar su objetivo? ¿Alguna vez ha llorado lágrimas de vergüenza por su propia incapacidad? Entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo. ¿Alguna vez se ha sentido avergonzado en su entusiasmo y no le han concedido oportunidad de justificarse? ¿Alguna vez ha sido malinterpretado, sin poder hacer que los demás vean las cosas como usted las ve? Entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo.

¿Alguna vez ha amado a alguien y ha querido desesperadamente hacer que de alguna manera él o ella se fijara en usted sin conseguirlo? Entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo. ¿Alguna vez sintió cómo el mundo se iba de sus manos a medida que usted 162

envejecía y se encontraba cada vez más marginado? Entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo. ¿Alguna vez se ha sentido parte de una minoría ante la histeria de grupo o ante una multitud enloquecida? Si alguna vez ha experimentado en primera persona la enfermedad diabólica de la violencia de grupo, entonces usted ya ha experimentado cómo se siente Dios en este mundo… y cómo se sintió Jesús el Viernes Santo. Dios nunca domina con violencia. El poder de Dios en este mundo no es el poder de la fuerza física, de la velocidad, del atractivo físico o del brillo humano. El poder del mundo actúa de esa manera. Pero el poder de Dios es más moderado, más indefenso, más tímido y más discreto. Se encuentra en un nivel más profundo, en la raíz última de las cosas y será, al final, quien tenga la última palabra.

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SÁBADO SANTO

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Esperando la Resurrección

Vivimos en tiempos difíciles. Basta con ver las noticias por la noche. Si existe alguien omnisciente, todopoderoso y todo amor, un Dios que es Señor del universo… su presencia no es muy evidente en las noticias de la noche. Por todas partes descubrimos violencia, atizada constantemente por ideologías que creen poseer una superioridad moral y que aprueban, por intereses propios, el odio. Dichas ideologías dejan la comunidad a la deriva. Además, se da una avaricia socialmente aprobada que desampara a los más pobres. Es justo y sensato preguntarse: ¿Dónde está la resurrección en todo esto? ¿Por qué Dios está aparentemente tan inactivo? ¿Dónde están los frutos del Domingo de Pascua?

Se trata de preguntas importantes, aunque no particularmente profundas o nuevas. Eran las preguntas utilizadas para burlarse de Jesús en la cruz: “¡Si eres el Hijo de Dios, desciende de la cruz! ¡Si eres Dios, pruébalo! ¡Actúa ahora!” Durante siglos el pueblo judío rezó por un Mesías, un superhombre que viniera 165

a mostrar un poder y una gloria que simplemente dominaría al mal; en cambio, se les dio un bebé indefenso, recostado sobre la paja. Cuando ese bebé creció, querían que derrocara al Imperio Romano y, en cambio, permitió que lo crucificaran. Lo que la resurrección nos enseña es que Dios no interviene con la fuerza para detener el dolor y la muerte. En su lugar, redime el dolor y reivindica la muerte. La resurrección de Jesús revela que hay una profunda estructura moral para el universo, que la forma del universo es el amor, la bondad y la verdad. Esta estructura, anclada en su centro en un amor y poder incondicionales, no es negociable: o vives la vida de este modo o simplemente no funcionará. Lo contrario también es cierto y esto es aún más importante: si usted respeta la estructura y vive la vida de esa manera, todo lo que sea bueno, verdadero y amable triunfará finalmente, a pesar de todo. Como un gigantesco sistema inmunológico que devuelve la salud al cuerpo y al espíritu. Dios permite que el universo retome su camino de la misma manera en que lo hace un cuerpo cuando es atacado por un virus. No tenemos que escapar del dolor y de la muerte para lograr la victoria, sólo tenemos que permanecer fieles, buenos y apegados a la verdad en el interior de ellos. El día de Dios llegará.

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DOMINGO DE PASCUA

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El poder de la Resurrección

La Resurrección no es sólo algo que sucedió con Jesús hace 2000 años y que nos sucederá a cada uno de nosotros alguna vez en el futuro, después de nuestra muerte, cuando nuestros cuerpos sean resucitados a una vida nueva. Es mucho más. La Resurrección es algo que nos anima en cada momento de la vida y en cada aspecto de la realidad. Dios está siempre generando nueva vida. Envuelve esa vida con una bondad, gracia, misericordia y amor que, al final, cura todas las heridas, perdona todos los pecados y lleva la muerte en todas sus facetas a una vida nueva.

Sentimos este poder de la Resurrección en los momentos más ordinarios de nuestra vida. La Resurrección, entendida en su sentido más profundo, se manifiesta inconscientemente en nuestra vitalidad, en lo que llamamos “salud”. 168

Es la sensación, si bien vaga, de que es bueno estar vivo. La misma estructura atómica del cosmos siente y percibe ese poder de la Resurrección. Por ello, este poder—como nos sucede a nosotros cuando estamos sanos—nos impulsa constantemente hacia adelante, sostenido por una esperanza originaria que se encuentra en la estructura fundamental de todas las cosas. Cierta vez un amigo me envió una tarjeta de Pascua que concluía con el siguiente reto: “¡Ojalá dejes atrás una larga cadena de tumbas vacías!” Ése es mi deseo de Pascua y mi reto para todos nosotros: que nuestras voces heridas y antes apagadas, comiencen a cantar nuevamente: ¡Cristo ha resucitado! ¡La vida es muy, muy buena! ¡Felices Pascuas!

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LUNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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Oración pascual de María Magdalena

Nunca sospeché que la Resurrección fuera tan dolorosa, hasta el punto de dejarme llorando. Con la alegría de haberte encontrado, vivo y sonriente, fuera de la tumba vacía. Con la tristeza, no de haberte perdido, sino porque te he perdido en la forma en que antes te tenía: en una carne fácil de entender, palpable, que se podía besar, aferrar, no como plenamente Señor, sino como un ser humano al alcance de mi mano. Quiero aferrarte, a pesar de tu protesta. Aferrar tu cuerpo, aferrarme a tu humanidad y a la mía palpables, aferrarme a lo que tuvimos, a nuestro pasado. Pero sé que si me aferro a Ti, tú no podrás ascender y voy a quedar aferrada a tu ser anterior... incapaz de recibir tu espíritu actual.

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MARTES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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El perdón es el mensaje

La Resurrección de Jesús tiene muchas dimensiones. Por un lado, se trataba de un evento físico. El cuerpo muerto de Jesús fue resucitado. El universo cósmico en su nivel más profundo, de improviso tiene un nuevo conjunto de leyes y hasta los mismos átomos del universo fueron reorganizados. Algo radicalmente nuevo, físicamente nuevo, tan radical y nuevo como la Creación original, apareció en la historia. Este aspecto no debe ser subestimado. Sin embargo, la Resurrección fue también un acontecimiento espiritual y eso también es importante. En la Resurrección de Jesús se nos da no sólo un cuerpo y un cosmos resucitado, se nos da también la posibilidad de perdonar y ser perdonados. Esta nueva posibilidad y su radical novedad nunca deben ser subestimadas. Desde el principio de los tiempos hasta la resurrección de Jesús, los cadáveres fueron cadáveres, cuerpos sin vida. Los corazones de Adán y Eva permanecieron muertos hasta la resurrección. Todo eso ha cambiado ahora. Hay nuevas posibilidades. Lo que es nuevo en la Resurrección no es sólo la increíble posibilidad de resucitar físicamente. La Resurrección nos da también la posibilidad— igualmente increíble—de perdonar y ser perdonados. Ése es el modo en que se nos pide apropiarnos de la Resurrección en nuestra vida cotidiana: perdonando y dejándonos perdonar. La resurrección nos da también la posibilidad de acceder a una vida nueva por el hecho de que podemos perdonar y ser perdonados.

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MIÉRCOLES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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El primer Credo

Los primeros cristianos tenían un Credo de una sola línea: “Jesús es el Señor”. Para ellos eso era suficiente. Todo estaba dicho ahí. Esa sola frase decía que en el centro de todas las cosas había un Dios amable y personal y que ese Dios era lo suficientemente poderoso y amoroso para asegurar todas las cosas. Jesús creía eso. En el Huerto de los Olivos, cuando todo estaba desfigurado por el caos y la obscuridad y toda su vida y mensaje parecían una mentira, Él oró: “Padre, todo te es posible”. Creemos en la Resurrección de Cristo en la medida en que podemos, en cualquier circunstancia de la vida, decir y creer: “Señor, todo te es posible”. Al final, esto no es sólo una teoría. La fe en la Resurrección de Jesús es algo práctico, una seguridad cotidiana y una convicción de que hay un profundo anclaje que mantiene todo unido. Nosotros, por nuestra parte, podemos seguir adelante con nuestra vida, sabiendo que nuestras limitaciones, fracasos e incluso la muerte, no tienen la última palabra. La fe en la Resurrección es una convicción vital de que Dios sigue teniendo los hilos de la historia. “Señor, todo te es posible”. Decir estas palabras con convicción, especialmente cuando todo parece indicar lo contrario, es rezar un auténtico Credo. La fe en la resurrección es una convicción vital de que Dios sigue teniendo los hilos de la historia.

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JUEVES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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El arco iris y la Cruz

En el Antiguo Testamento se nos presenta el arco iris como signo de la Resurrección y del amor incondicional de Dios hacia nosotros. ¡Qué símbolo tan maravilloso, bello y apto! El arco iris desvía la luz de modo que la refracta y nos enseña cómo es por dentro: sus colores, su misterio, su espectacular belleza. La luz tiene un interior bello que no siempre podemos ver. La Escritura nos dice que Dios es luz y en la refracción de esta luz somos capaces de ver un poco el interior de Dios. La belleza de Dios se refracta y se ve también en el ámbito moral. Los evangelios, por ejemplo, nos dicen que en el preciso momento en que Jesús murió en la cruz, “la cortina del Santuario se rasgó de arriba abajo”. El velo que separaba a la gente del santuario interior fue quitado, lo que permitió ver con claridad el lugar más santo del Templo. Mirando a Jesús morir en la cruz, tenemos también una clara visión del lugar más santo del “Templo”, es decir, una mirada sin obstáculos del interior de Dios. La cruz hace lo mismo que el arco iris, sólo que en una esfera distinta. En un arco iris, vemos debajo de la superficie y contemplamos los espectaculares colores que componen la luz. En la cruz, vemos también por debajo de la superficie y contemplamos el gran amor, el perdón, la cercanía y el desinterés que componen el interior del ámbito moral. El arco iris y la cruz no deben ser separados. La belleza de la divinidad, la luz y el amor de Dios, brillan a través de ambos. En un arco iris, vemos debajo de la superficie y contemplamos los espectaculares colores que componen la luz.

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VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA

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“Venid y comed”

La desesperación real, como todos los malos demonios, es infinitamente sutil. ¿Qué es? Es la creencia de que nada nuevo puede sucedernos ya. Nos desesperamos cuando inconscientemente nos decimos: “Así soy yo, siempre seré así. Para mí ya es demasiado tarde”. Tristemente esa profecía se realizará porque siempre desearemos ser derrotados y, al final, es lo que obtendremos. Después de que Jesús fue crucificado, los primeros discípulos volvieron a su antigua forma de vida, la pesca y el mar. Abandonaron su sueño y volvieron a sus antiguas seguridades. Entonces, como nos dice Juan, una mañana, después de una noche particularmente infructuosa, percibieron el olor a pescado fresco desde la orilla. Un hombre estaba inclinado sobre el fuego asando unos peces. Los llamó y les dijo: “Venid y comed”. No necesitaban preguntarle quién era. Lo sabían. Dios estaba de vuelta. Este pasaje describe perfectamente nuestra propia lucha en la fe. Nos encontramos con Cristo y, por un tiempo, todo parece tan real. Luego parece desaparecer, morir en nuestra vida y, en nuestra desesperación, regresamos a la pesca y al mar: series de televisión, chismes, rutina... Entonces, después de mucho tiempo en que nos hemos dado por vencidos, justo después de una noche particularmente vacía, percibimos un olor fresco que sale de la nada y no tenemos que preguntar quién o qué es. Lo sabemos. Dios está de vuelta. Descartar la posibilidad de una sorpresa, de una novedad, de algo totalmente inesperado es descartar la Resurrección misma. Dios vendrá. Nuestro trabajo es permanecer abiertos, estar alerta para captar el olor a pescado fresco. Lo sabemos. Dios está de vuelta.

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SÁBADO DE LA OCTAVA DE PASCUA

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Mantenerse en el camino a Emaús

Cada generación de cristianos debe luchar contra sus propios demonios, luchar contra su propia tristeza. Hoy en día, en términos de sentimientos, vivimos en esa particular tristeza entre el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Estamos recorriendo el camino a Emaús. Dios, la Iglesia y los sueños que teníamos de niños han muerto y tratamos de consolarnos entre nosotros por nuestros sueños crucificados. Sin embargo, las antiguas palabras, los credos y los aleluyas, todavía hacen arder nuestro corazón cuando escuchamos las palabras de Jesús al reunirnos para la Eucaristía. Sigue siendo fácil cantar: “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?” Debemos permanecer en el camino de Emaús. Cristo resucitado está ahí para que lo encontremos. En su compañía debemos derramar nuestra tristeza, llorar nuestras desilusiones, nuestras esperanzas rotas y recuperar nuestros antiguos sueños. En algún momento nuestros ojos se abrirán y reconocerán al Señor crucificado en el Cristo resucitado, que en realidad camina ahora con nosotros. Nuestros sueños van a aparecer de nuevo, como una planta que florece después de un largo invierno. Y, cuando un nuevo Domingo de Pascua tenga lugar, nuestros sueños se llenarán de una nueva inocencia. “¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino?”

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SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

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Resurrecciones cotidianas

Lo que la Resurrección de Jesús nos promete es que las cosas siempre pueden cambiar para bien. Nunca es demasiado tarde para empezar de nuevo. Nada es irrevocable. No es la traición final. Ningún pecado es imperdonable. Cada forma de muerte puede ser superada. No hay ninguna pérdida que no pueda ser redimida. Todos los días son totalmente nuevos, vírgenes. La Resurrección nos asegura que Dios nunca se da por vencido con nosotros. Incluso si perdemos la esperanza en nosotros mismos, podemos recuperar la inocencia perdida y superar la amargura. En un mundo espiritual donde Jesús constantemente concede su perdón a los que lo traicionan y Dios resucita cadáveres de entre los muertos, podemos empezar a creer que al final todo irá bien, incluyendo nuestra propia vida.

Sin embargo, el reto de vivir esto no es sólo creer que Jesús resucitó físicamente de la tumba. También—y quizás todavía más importante—es necesario creer que, sin importar nuestra edad, nuestros errores, traiciones, 195

heridas o muertes, podemos empezar de nuevo cada día. No importa lo que hayamos hecho, nuestro futuro estará siempre lleno de nuevas posibilidades. La Resurrección no es sólo cuestión de un día después de la muerte. Tiene que ver con el resucitar diario de muchas mini-tumbas, dentro de las cuales a veces nos encontramos. Somos humanos y no podemos evitar caer en la depresión, la amargura, el pecado, la traición, el cinismo y el cansancio que llegan con la edad. Como Jesús, también nosotros tenemos nuestras crucifixiones. Más de una tumba nos espera. Sin embargo, nuestra fe en la Resurrección nos invita precisamente a vivir más allá de estas cosas. Como John Shea lo expresó con agudeza: ¡La resurrección no nos enseña cómo vivir, sino cómo vivir una vez y otra vez y otra vez!

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Índice Oración Diaria MIÉRCOLES DE CENIZA PRIMER DOMINGO DE CUARESMA SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA TERCER DOMINGO DE CUARESMA CUARTO DOMINGO DE CUARESMA QUINTO DOMINGO DE CUARESMA DOMINGO DE RAMOS LUNES DE LA SEMANA SANTA MARTES DE LA SEMANA SANTA MIÉRCOLES DE LA SEMANA SANTA JUEVES SANTO VIERNES SANTO SÁBADO SANTO DOMINGO DE PASCUA SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA

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