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CoLECCióN PsiCOLOGíA CoNTEMPORÁNEA
Anny Cordié
UN NIÑO PSICOTICO
Ediciones Nueva Visión Buenos Aires
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Título del original en francés: Un enfant psychotique ~ Éditions du Seuil, 1993
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LA IDSTORIA DE SYLVIE
La primera edición de esta obra fue publicada por Navarin en 1987 con el título de Un enfant devient psychotique
Traducción de Horacio Pons La traducción fue revisada por la autora
I.S.B.N. 950-602-315-8 © 1994 por Ediciones Nueva Visión SAIC
Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República Argentina Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723 Impreso en la Argentina 1 Printed in Argentina
Sylvie tiene tres años cuando sus padres me la traen por primera vez. El comportamiento de esta linda niñita denota de entrada trastornos profundos. La angustia y el terror parecen habitarla: eso es lo que llama la atención en los primeros contactos y en las palabras de los padres. No tolera ningún contacto que provenga del otro; lavarla o peinarla es casi imposible, tanto es lo que grita. No soporta estar desnuda. No obstante, se calma cuando la toman en brazos, si está cubierta con ropa muy ceñida, de preferencia los delantales de su madre. Cuando la veo, aún no camina ni habla. La queja de sus padres se refiere sobre todo al problema de la alimentación. Sylvie "se rehúsa" (según su expresión) a comer sola y "exige", para alimentarse, una serie de conductas invariables: el adulto debe sostenerla apretada entre sus rodillas, hacerle abrir la boca a la fuerza y, con una cucharita, "zamparle" la comida -exclusivamente líquida, ya que cualquier partícula sólida le provoca reflejos de ahogo- manifestando ira. Sylvie "se rehúsa" también a defecar en la escupidera. Su madre la pone varias veces al día, produciendo escenas de enfrentamiento en las que la niña recibe chirlos pero no hace nada: "exige" hacer en los pañales y guardar con ella sus excrementos; verlos desaparecer la hunde en una angustia insostenible. 7
Pero lo más penoso para todos son los gritos, que profiere hasta el agotamiento. A pesar de haberla aislado en un ala de la gran casa, sus aullidos aún perturban el sueño de toda la familia. Son éstos los que desencadenan las mayores reacciones: "Ya no puedo escucharlos, dice la madre, me vuelven loca, me dan ganas de matarla". Pero la angustia de Sylvie es provocada también por los objetos, de los que muchos la aterrorizan: la voz que sale del tocadiscos, la masa de tarta que manipula su madre, ciertos animales de peluche, también el agua. N o obstante, conserva junto a sí una gaviota de celuloide. Desde la primera sesión descubro el terror que le provocan los objetos esféricos: la vista de una pelota en el cajón de juguetes desencadenó una crisis de angustia con conducta autodestructiva. Sylvie gritaba y se debatía golpéandose la cabeza contra el embaldosado, yo no lograba calmarla. Fue preciso, por lo tanto, que sacara de mi consultorio todos los objetos redondos. Parece siempre a la defensiva, como si todo acercamiento del otro constituyera una violencia penetrante, destructora. Permanece inmóvil, no utilizando sus manos más que en un movimiento estereotipado que consiste en golpetear con la punta del dedo mayor de la derecha un pedazo de material plástico que sostiene entre el pulgar y el índice de esa misma mano. A continuación extenderá ese golpeteo a las personas y a diferentes objetos que le interesan, como un signo de exploración, tal vez de reconocimiento. Por otra parte, rechina los dientes. Ella, que nunca se lleva nada a la boca, que no tiene ninguna pulsión oral activa de succión o de mordedura, no deja de morder la nada. Llegará con ello a desgastar completamente su primera dentición, a punto tal que las encías estarán casi desnudas cuando aparezcan los dientes definitivos. Cuando sus padres me la traen, ya han consultado a numerosos especialistas. La niña sufrió múltiples exámenes neurológicos y psicológicos. Si los primeros no permitieron detectar ninguna anomalía, los tests psicológicos, en cambio, se revelaron "catastróficos". El cuerpo médico es unánime: se
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trata de un grave retraso del desarrollo, que necesita una atención "de por vida" en un hospital psiquiátrico. Los padres, sin embargo, no renuncian a toda esperanza. Han oído hablar de una psicoanalista parisina que trata con éxito a niños gravemente enfermos, van a consultarla y ésta me los deriva, con un nuevo informe bastante pesimista. Durante la primera consulta, los padres me participan su inquietud, cada uno a su manera. El padre es un hombre de apariencia sólida, de espíritu pragmático. Plantea la cuestión en estos términos: "Usted es nuestro último recurso, debe decirnos si ella es idiota o no tiene nada, si es blanco o negro". La pregunta de la madre es un poco diferente: "Debe decirnos si tiene una lesión cerebral o un carácter malo". De entrada observo que la niña tiene reacciones de retraimiento cuando su madre se le acerca, y que parece preferir el contacto del padre, junto al cual se apacigua. Bajo una aparente desenvoltura, percibo en la señora H* un gran malestar. Confunde todas las fechas relacionadas con la primera infancia de Sylvie y se muestra al mismo tiempo muy animada y ausente. Después de este primer contacto con los padres, me quedo sola con la niña. En mis brazos, grita y me golpea. Si me siento y la pongo sobre mis rodillas, se inclina y me araña las piernas. A pesar de todo, consigo hablarle de su miedo, que tal vez algún día podrá mencionar. Le digo mi nombre y que soy un médico que cura con palabras, no con pinchazos o enemas. No creo que sea idiota, como dijeron algunos, sino, al contrario, muy inteligente. Sé que hay en ella algo que hace daño, pero será cosa suya tratar de curarse. Por mi parte, estaré allí para escuchar lo que pueda decir de las cosas que pasan por su cabeza y en su cuerpo. A continuación me reúno con los padres para decirles, siempre en presencia de Sylvie, que no puedo responder a sus preguntas diagnósticas pero que, dado que están "dispuestos a jugarse la última carta", estoy lista para volver a verlos, así como a su hija, durante algunas sesiones, antes de decidir emprender o no un psicoanálisis. El padre es muy reticente 9
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·' con esta modalidad de tratamiento, no cree en él pero,· después de todo, "como no puede hacerle mal, ¿por qué no probar?" Cuando el señor H* compruebe los progresos de Sylvie, y sobre todo la aparición del lenguaje, será menos negativo con respecto al psicoanálisis, y su confianza en mí no disminuirá con el paso de los años, pese a algunos difíciles cuestionamientos. A la segunda consulta, la señora H* viene sin su marido. El tono que adopta esta vez es completamente diferente; expresa sin rodeos su deseo de no ver más a Sylvie: ya no puede escuchar sus aullidos, ya no puede llevar esa vida. Profiere esta exclamación dolorosa: "¡Esto no puede durar más, es ella o yo!", una de las dos debe desaparecer. Se preocupa por saber si, durante el tratamiento, no podría tener a la niña junto a mí. Pasado el momento de sorpresa, me sentí perpleja y molesta ante la expresión de una violencia semejante en esa pareja de madre e hija. Tuve dudas acerca de si tomar a mi cargo, al margen de toda institución, un caso tan pesado. Pero, por otra parte, no podía creer en el diagnóstico de "gran atraso mental", y la perspectiva de una "internación de por vida" para esta niña trastornada me hacía mal. Me digo que es preciso comenzar de inmediato un trabajo, y dejar para más adelante la tarea de encontrar una institución. Algunos elementos me parecían de buen augurio: la madre tenía un lenguaje directo frente a su hija, sus pulsiones no estaban disfrazadas y, si bien su enfrentamiento era a veces intolerable, era preferible a lo no dicho. Esta relación me parecía más cercana a lo que Lacan llama el "odienamoramiento" que a una en la que predominaran las pulsiones de muerte. Hasta el momento en que la niña ingresó a un hospital de día en París, a los siete años, y vivió con su abuela paterna, la señora H*la acompañó regularmente todas las semanas, desde su lejana provincia, a la sesión. En primer lugar yo la recibía en presencia de la niña y la escuchaba desgranar sus quejas sin hacer ningún comentario: Sylvie era mala, una comediante, un carácter malo, no hacía más 10
que provocarla... un tirano... un déspota. Pero ya no se trataba de separación ni de colocación. Cuando, durante la semana, las cosas iban demasiado lejos en la angustia o la agresión, decían: "¡Dentro de cuatro días (o de dos) veremos a Cordiél" ¡Fue así como Sylvie, poco a poco, adquirió la noción de tiempo! En los primeros tiempos del análisis, cuando me quedaba sola con ella, sostenía en mis brazos una pequeña bola aullante. Pero muy pronto encontré una manera de calmarla: la apretaba muy fuerte contra mí y, paseándome con ella por las habitaciones del departamento donde está mi consultorio, le nombraba al pasar los objetos con que nos topábamos. Observé que se desviaba cuando pasábamos ante el espejo. Le hablaba de ella, de mí. Como tenía entonces niños muy pequeños, se me ocurrió la idea de cantarle lo que quería decirle. Me di cuenta de que la melodía la apaciguaba: ponía entonces su cabeza junto a la mía y parecía muy atenta. Le cantaba lo que se me pasaba por la cabeza variando los ritmos. Solía retomar las palabras de la madre. Por ejemplo, canturreaba: "Una mamá dijo: «mi niñita es mala», pero yo he visto a la niñita que miraba a su mamá, pensaba cosas con su cabeza; ¿qué pensaba esta niñita? Yo veía que sus ojos querían decir algo, querían responder a su mamá", etcétera. Luego le cantaba también canciones infantiles en las que se designan las partes del cuerpo tocándolas: frente amplia, bonitos ojos, boca florida, etc., u otras como El bello bebé: -Veo señora Que tiene usted un bello bebé. - Pero sí, señora, Estoy arrullándolo. Tire lan boulé, tire lan boulaine, ¡Oh!, qué trabajo cuesta Tire lan boulaine, tire lan boulé, Criar a un bebé. [con sus variantes: "Estoy lavándolo", "Estoy dándole de comer", etcétera.]
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Durante varias sesiones proseguimos esta marcha explo- · ratoria. Cuando amagaba detenerme, Sylvie volvía a aullar y a arañarme. Por fin, aceptó que me sentara a la mesa de juegos teniéndola en las rodillas, rechazó todo lo que había en ella, lápices, plastilina, cuya visión no soportaba y, una vez calmada, se puso a golpetear en el borde de la mesa. Yo intentaba identificar un ritmo en sus golpes y respondía a él, ya fuera con el mismo, ya con uno alternado, introduciendo palabras: "Uno dos, uno dos tres, iremos a ver un pez", etcétera. Cuando accedió a sentarse a mi lado en ángulo recto, el trabajo se facilitó. Esta disposición me parecía preferible: nuestras miradas no se cruzaban forzosamente, como estando frente a frente, y ella no estaba obligada a dar vuelta la cara para verme, como cuando uno se sienta al lado del otro. Los juegos de reconocimiento del cuerpo se repitieron entonces con otra modalidad. Sylvie pudo tomarme la mano y, sosteniéndola firmemente, explorar las cosas a través de ella. Me la llevaba a mis cabellos, luego a los suyos, a su boca y la mía, a diferentes partes del cuerpo o a los objetps. A través de estos juegos en espejo, Sylvie tomaba poco a poco posesión de su cuerpo, por intermedio de mi mano en primer lugar, después, y progresivamente, con la punta de sus dedos. Luego de la cabellera, que siempre ejerció una gran fascinación sobre ella, exploró mi boca y después mis di en tes. Yo le mencionaba su felicidad al mamar, cuando era una beba muy pequeña, luego su rechazo cuando su mamá se iba; su boca bien abierta para gritar, y que volvía a cerrarse para morder "nada en absoluto" y desgastar sus dientes; la boca para hablar, la boca para cantar, etc. Ponía entonces su mano sobre mi garganta para sentir las vibraciones. Pero todo nuevo avance la angustiaba: retomaba de inmediato sus frenéticos estereotipos, o se tapaba los oídos, cerraba los ojos y rechinaba los dientes. Un día, vi que la mano de Sylvie avanzaba hacia mi pecho, se encontraba en un estado que no le conocía, como fascinada y aterrorizada a la vez; con la boca abierta, muda, señalaba mi pecho con el índice extendido. Al principio no dije nada, 12
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luego le recordé que ella había sido una beba que mamaba del pecho de su madre. Reanudó sus acercamientos en las sesiones siguientes y, un día, logró desprenderme un botón de la blusa -lo que para ella era una hazaña- y me tocó el pecho con la punta de los dedos. Su terror a los objetos redondos se atenuó pero, en ese momento, yo no había hecho la comparación con las secuencias que acababan de desarrollarse. Me dejaba llevar por lo que Sylvie traía de nuevo en cada encuentro, improvisando, día a día, nuevas maneras de abordar el material de las sesiones, dejando para más adelante el momento de la reflexión. Para ello, escribía lo que sucedía durante la sesión y anotaba igualmente lo que me decía la señora H*. Le explicaba a Sylvie que así registraba su historia y el trabajo que ella hacía conmigo, que todo eso quedaba en el legajo que guardaba en un armario cerrado. Cuando me dejo, a los once años, me dijo que un día volvería a verme para buscarlo, y se lo mostraría a sus hijos. Alrededor de siete meses después del comienzo del análisis se produjo un acontecimiento importante. Desde hacía algún tiempo los padres me señalaban un principio de lenguaje. Sylvie pronunciaba algunas palabras: "papá salió", "mamá", "garganta", "pies Cordié". Yo había olvidado esta última locución, que no recordé sino recientemente, al releer el legajo. Ahora bien, algún tiempo después de la aparición de estos primeros vocablos, con Sylvie sentada en mis rodillas, le dibujé el mar, una casa, barcos -vivía en una ciudad costera. Golpetée con el lápiz, como lo hacía ella misma, para representar los granos de arena de la playa. Se volvió entonces hacia mí y pronunció la palabra "arena", que repitió incansablemente con granjúbilo. Esa palabra era la primera que pronunciaba en mi presencia. Me sorprendió que fuera justamente ésa:"¿Qué pasó en la playa? ¿Te gusta la arena? Si quieres, vamos a hablar de eso con tu madre". Después de la sesión, le pregunté a la señora H* si a su hija le gustaba la playa. Me enteré de ese modo de que le tenía mucho miedo al mar y se negaba obstinadamente a salir del auto cuando la familia iba a la playa; se quedaba gritando, arrinconada
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"'r'' , entre los asientos. Sin embargo, me düo la madre, hubo un · tiempo en que a Sylvie le gustaba mucho jugar en la arena. La señora H* recordó entonces que un día en que chapoteaba completamente vestida a orillas de las olas y se había ensuciado, ella, furioea por tener que cambiarla, la había agarrado con brutalidad y le había dado una buena paliza. La nifta, que en esa época daba. sus primeros pasos, se había "rehusado" luego a sostenerse sobre sus piernas. Al principio arrastró una durante un tiempo y luego no caminó en absoluto. En la sesión siguiente vuelvo a hablar con Sylvie de lo que me había contado su madre y le digo, un poco al azar: "Tal vez, al hundirte en la arena, creíste que habías perdido los pies, por el hecho de que tu madre se enojó tanto y te pegó". Sylvie me hace entender que quiere descalzarse, y la ayudo a hacerlo. Cuando se ve con los pies desnudos, quiere que yo, a mi vez, me saque los zapatos; obedezco. Luego la pongo de pie, sosteni~ndola, con sus pies tocando los míos, y comento la situación: sus pequeños pies junto a los grandes de Qordié. Da entonces sus primeros pasos. A continuación, la marcha llegó con baitflnte rapidez. Mucho más adelante volvió a hablar de este incidente de la playa, diciendo: "Las olas querían comerme" . .Aií, a partir de esa primera palabra, "arena", el lenguaje se desarrolló rápidamente. Cuando Sylvie progresaba por un lado, retrocedía por el otrl). Cada adquisición se "pagaba" con un recrudecimiento de la angustia y, por lo tanto, de los síntomas. En este período de adquisición de la marcha y el lenguaje, se rehusó aun más obstinadamente a entrar en contacto con el agua, llegando incluso a no querer entrar más al baño. Ya no aceptaba bañarse sino con la condición de hacerlo vestida. Es probable que este comportamiento, así como la renquera, que reapareció durante algún tiempo, tuvieran relación con el episodio traumático antes mencionado. La evolución de Sylvie se produjo de manera desconcertante. Su lenguaje se hacía cada vez más elaborado. Daba testimonio de una agudeza de observación y, a veces, de una 14
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capacidad de razonamiento cuya lógica era sorprendente. Iba a una escuela cercana a su casa, una hora y media a la mañana y otra hora y media a la tarde. En ella permanecía "tranquila". Pero, paralelamente a esta mejoría, estaba siempre angustiada por todo lo tocante a su cuerpo y sus orificios corporales, y expresaba cada vez más ruidosamente sus angustias. Se ahogaba al comer. No sólo rechazaba la escupidera sino que "tenía miedo a sus excrementos", gritaba durante la noche, en ocasiones lloraba todo el día, tanto más angustiada por el hecho de que "ahora miraba e interpretaba todo, mientras que antes no miraba nada"~ decía la madre. Esta ausencia de estructuración de la imagen del cuerpo era patente en el análisis (Sylvie recién se reconoció en el espejo a los cinco años). Durante esta evolución, la madre estaba cada vez más convencida de que la niña hacía teatro, y de que sus exigencias eran de orden caracterial. El enfrentamiento madre-hija tomó un cariz de relación sadomasoquista que analizaremos más adelante. Desdichadamente, la opinión de la madre era compartida por las instituciones: "No entendemos por qué Sylvie tiene tantas dificultades~ cuando habla tan bien", decían. En el análisis, su trabajo y su evolución eran progresivos y regulares, no asumían el aspecto caótico de progresos fulminantes y retrocesos espectaculares que se observaban en el exterior. De una sesión a la otra, Sylvie retomaba el hilo interrumpido. Llegó el tiempo de las sesiones frente al espejo, de los juegos de las escondidas. Hubo acercamientos agresivos de nuestros cuerpos, cuyo lado lúdicro ella percibía: ¡podíamos entonces atropellarnos o darnos palmadas "para reírnos"! Para mi gran sorpresa, un día me persiguió por el departamento diciéndome: "Soy el lobo, te como". Esta pequeña frase representaba un paso considerable hacia la superación de sus angustias de devoración. Luego hubo la exploración de su respiración. En lo que llamaban sus bronquitis asmatiformes, aparecidas a continuación del traumatismo de la alimentación, Sylvie bloqueaba la respiración, se ahogaba. En análisis, tomó conciencia de su respiración y 15
,...r, de su aliento al respirar junto a mi cara y luego soplando sobre mí, lo que a mi vez yo hacía sobre su mejilla o su mano. Después, soplando junto con ella la llama de una vela, yo intentabamaterializaresealiento,siendoesosjuegosconmigo la oportunidad de intercambios, de diálogos sobre los descubrimientos que implicaban: el calor, el frío, el viento, el agua que apaga el fuego, otros tantos elementos anteriormente experimentados como peligrosos. Duran te mucho tiempo se negó a tocar la plastilina, si bien aceptaba atribuir roles a los personajes que yo modelaba bastamente. Esta repugnancia obedecía, me parece, al contacto y a los cambios de forma, así como no soportaba ver a su madre manipulando la masa de tarta. Poco a poco, llegó a poner su mano sobre la mía cuando yo modelaba y, por fin, comenzó a hacerlo ella misma, al mismo tiempo que emprendía el dibujo. Yo advertía que, paralelamente, las angustias concernientes a la pérdida de sus excrementos se atenuaban. A continuación se introdujeron los juegos con la muñequita, en los que pudo expresar sus angustias más arcaicas y luego toda la problemática de la relación con su madre, en argumentos en los que no dejaba de hacerme desempeñar un papel. A los siete años, después de un episodio agudo de despersonalización con alucinaciones, Sylvie debió concurrir tres veces por semana (martes, miércoles y jueves) a un hospital de día en París. Esos días era recogida por su abuela paterna, y regresaba a la casa de sus padres el fin de semana. A los nueve años ingresó a otra institución, a la que concurría toda la semana, siendo retirada también de allí por su abuela todas las tardes. Cuando llegó a los once años y entró en la fase prepuberal, el concurso de diversas circunstancias cristalizó la inquietud de sus padres con respecto a su futuro. Yo asistía a una repetición de lo que había pasado ocho años antes pero, esta vez, el padre parecía el más preocupado y también el más decepcionado, en la medida en que, sin duda, había esperado una total normalización. He aquí lo que me dijo en el transcurso de uno de nuestros últimos encuentros: 16
-Nos hace la vida imposible, esto no puede seguir más ... Nadie ha comprendido a esta chiquilla salvo usted. La necesita más a usted pero, en el plano afectivo, usted y su abuela no bastan. En el plano educativo, en la institución hicieron de ella una niña bien formada, dentro de su psicosis. Sólo una psicoterapia intensiva la sacará. A las palabras del padre, la madre agregó: -Estamos preparándole un paraíso terrenal. En efecto, Sylvie partió al extranjero, a una institución apreciada por su trabajo con los psicóticos, y demasiado distante para que yo tuviera la oportunidad de volver a verla. Recién volvió a Francia a los veinte años. Es con su acuerdo que presento este trabajo, del que "espera que sea útil a quienes tienen a su cargo niños como ella". Que aquí sea calurosamente agradecida por ello.
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* * ¿Bajo qué constelación hace Sylvie su entrada en este mundo? Constelación familiar, se entiende, aquella donde el sujeto se inscribe mucho antes de su nacimiento. ¿Qué lugar ocupó en la red compleja de lazos de parentesco, en el linaje? ¿Qué marcas va a recibir de las pulsiones, de los deseos de sus progenitores? Cuando se habla de los "antecedentes", es grande la tentación de quedarse en lo descriptivo y lo anecdótico. Por motivos de discreción, en primer lugar, y porque no todo debe ponerse en el mismo plano cuando se trata de identificación y estructura, no retendré sino lo que me pareció significativo en el desarrollo de su historia. La madre de Sylvie es la tercera de cinco hijos. Ocupa por lo tanto el mismo lugar que aquélla en la fratria.
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rr,, Su hermano mayor murió a causa de una meningitis a los catorce años, cuando ella tenía nueve. Se le había hecho una trepanación cuatro años antes, luego de un accidente. Es posible que ése sea el origen de las preocupaciones de la señora H" en cuanto a una eventual "lesión cerebral" de su hija. Su familia sufrió varias muertes violentas o accidentales. El padrtl Je la señora H" es un personaje importante. Ella lo describe como "muy autoritario ... no permite la independencia de sus hijos. Todo debe pasar por él. Con mi padre, uno nunca es un adulto"; agrega: "Adoraba a mi padre, era un tirano". El intervendrá de manera muy precisa en el destino de Sylvie. La señora H" habla de ello en estos términos: "No soporta que los niños lo fastidien. Un niño debe obedecer. Respetar la voluntad de un niño es impensable". Si uno de ellos tiene mal carácter, es preciso meterlo en vereda. Habla mucho con frases hechas, por ejemplo: "Hay que alejar el problema que nos fastidia", "Suiza es el lugar donde se educa bien a los niños". Considera a su hija como una madre ejemplar, una santa, que se sacrifica por sus hijos. Incluso le explica a Sylvie todo el reconocimiento que debe sentir hacia una madre semejante, pero desaprueba la actitud maternal y piensa que la niña debería ir a una institución especializada en el extranjero, por ejemplo en Suiza. Esta presión se ejerce a través de cuestiones de dinero. La madre de la señora H" es una figura desdibujada. Su hija la describe como "eterna víctima y eterna niña. Necesitaba a sus hijos para vivir, y los tomaba como testigos en los conflictos que perturbaban a su pareja". Está totalmente ausente del discurso de la señora H", y me enteraré de su muerte de manera incidental, a causa de la falta a una sesión, en el transcurso del segundo año del tratamiento de Sylvie. A la señora H" no le gusta hablar de sí misma ni de su pasado, no conversa conmigo más que de sus relaciones con Sylvie, y entonces la anima la pasión. N o la veré sola más que 18
una vez, al comienzo del análisis de la niña, y me enteraré de que en la adolescencia, entre los doce y los dieciocho años, fue bulímica (¿se declaró esta bulimia luego de la muerte de su hermano?). A los dieciocho años decidió adelgazar, se encerró en su cuarto, "no alimentándose más que con café y cigarrillos", y perdió, dice, 35 kilos en dos meses. Nunca recuperó el peso, pero siguió siendo una gran fumadora. Hay en ello una fijación oral que no puede dejar de ponerse en relación con las dificultades alimentarias de Sylvie. Después del bachillerato y de vagos estudios para los que se sentía poco motivada, se casa y, luego de algunos años sin hijos, trae al mundo "tres niñas en treinta y tres meses", siendo Sylvie la tercera. ¿Qué dice la señora H" de esos embarazos tan seguidos? El primer hijo es, para ella, una cosa maravillosa a la que no deja de "contemplar, de fotografiar", habla de "arrobamiento", "admiración" y dirá también: "era mi posesión". Cinco meses después del parto vuelve a quedar encinta, y trae al mundo otra niña. La señora H" está "decepcionada". Ni bien repuesta, se inicia \In tercer embarazo, que al principio rechaza: no quiere ese tercer hijo, pero, ¿qué hacer? Los médicos de su región "se ponen rojos de furia cuando se les habla de control de la natalidad, y en esa época ni se mencionaba la IVG [interrupción voluntaria del embarazo]". Habla de ese período con una aceptación sorprendentemente pasiva de la situación, una asombrosa actitud de resignación. Vivió ese tercer embarazo en medio de una "hermosa indiferencia". Parecía ignorarlo, y cuando se presentó en la clínica, un poco antes de la fecha prevista para el parto, "se rehusó a participar en el nacimiento": "No quería hacer el esfuerzo", dice. Sacarán a la niña con forceps. Esta actitud evoca un estado depresivo subyacente. Después del nacimiento de Sylvie, rechazará con vigor todo nuevo embarazo, y tomará ella misma las decisiones que se imponen para no tener más hijos. El niño nace. Una vez más una niña. Para ella, es grande la decepción por no haberle dado un hijo a su marido. Hay que encontrarle un nombre a la niña. Un día en que le hice una 19
j"'1'"''" pregunta sobre la elección de ese nombre, me dio esta respuesta sorprendente: había escogido los nombres de sus hijas tomando para cada uno dos letras del suyo, la e y la i. Si ella se hubiera llamado Jasmine, por ejemplo, la mayor habría sido Valérie, la segunda Amélie y la menor Marguerite. Esta madre sentía que tenía que hacer de sus hijas algo idéntico, "parecido". Si hubiera tenido varones, "habría sido diferente, se llamarían Stéphane o Bertrand". Sylvie nació un 1o de mayo. Remarco que, cuando la señora H• evoca su nacimiento, agrega infaltablemente: "No hubo sustitución de niños". A menudo expresa su inquietud sobre la vida y el porvenir de sus tres hijas. Teme el rapto. Tiene miedo de que se hagan violar, que se queden embarazadas a los catorce años, que ella misma muera de cáncer y las deje solas. Estos temas vuelven de manera repetitiva, sin que los elabore más en profundidad, y su sentido seguirá siendo misterioso. Menciono aquí esos temores fantasmáticos porque se refieren sobre todo al período preadolescencia-adolescencia de las niñas, período durante el cual la misma séñora H* conoció dificultades. Los temas de la separación y la muerte son predominantes en él. Cuando Sylvie llegue a esta edad, las manifestaciones un poco desordenadas del inicio de la pubertad reavivarán las angustias de la señora H* y plan tearán en la realidad la cuestión de la separación. De regreso en su casa después del parto, la señora H* se vale de un personal que la ayuda en las tareas domésticas y los cuidados que deben brindarse a los niños. Repite con frecuencia que, no habiéndole enseñado nadie a criar a sus hijas, se sentía perdida a causa de los consejos contradictorios que recibía. Nunca menciona a su madre al respecto. Sylvie es puesta a mamar y lo hace bien. La señora H* descansa y piensa iniciar un tratamiento para curarse de los trastornos circulatorios que le provocaron sus embarazos. Si hubiera habido observadores que filmaran a esta madre amamantando a su hija, sin duda no habrían podido ver nada que atrajera su atención. Durante seis semanas, en efecto, 20
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todo transcurrió normalmente, la beba se desarrolló sin problemas. La señora H* debía pensar que hacía lo que había que hacer, alimentar a la niña y verificar que los cuidados se efectuaran con "higiene y competencia". Pero, ¿qué ocurría con el placer? Sin duda experimentaba el placer llamado "animal" de toda mujer que amamanta, placer del cuerpo que prolonga el vínculo de vida, de dependencia del niño con respecto a su madre. Pero estaba cansada, superada ya por los gritos de esos tres bebés y agobiada por la responsabilidad que creía debía asumir sin conocer sus reglas. Habría querido recuperar una vida de pareja sin hijos (reiterará este anhelo cuando Sylvie tenga once años). Pero Sylvie tenía seis semanas. Decidió por lo tanto destetarla e ir a hacer un tratamiento. El amamantamiento se interrumpió, se pasó a la mamadera y la beba fue confiada a su abuela paterna quien, viviendo en París, la llevó a su casa durante todo el mes dejulio. Sylvie pierde a la madre y el pecho, es un período de malestar: llantos, insomnio, rechazo de la mamadera, a pesar de la voluntad de la abuela. Pierde también las señales visuales de su ambiente, su cuarto, su cama y los rostros habituales. Manifiesta el sufrimiento de la ruptura en el lugar más investido de su cuerpo, la boca, y se niega a alimentarse. No puede conciliar el sueño. No obstante, nada demasiado grave: no ha perdido peso. Su madre regresa. Estamos en agosto. La señora H* vuelve descansada, dispuesta a retomar su rol de madre durante un mes. Sylvie se revela una beba difícil, pone mala cara frente a la mamadera; la madre prueba sin éxito con la cucharita, vuelve a la mamadera. ¡Esta niña comienza a irritarla, al rechazar así lo que se le ofrece! En el análisis, Sylvie introducirá recuerdos de ese período, especie de recuerdos-pantalla en los que, como en un montaje surrealista, encontramos un bebé, unas nalgas, una galería, un tocadiscos, un delantal. .. Este ensamblaje asumirá la forma de una escena petrificada como la que precedió al adormecimiento de la Bella Durmiente del Bosque, dado que 21
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todo va a quedar en suspenso. Apenas de regreso, la madre va a volver a partir. La señora H* se va de vacaciones con su marido, dejando la casa al servicio doméstico y las niñas a las niñeras. Sylvie va a ser confiada a una muchacha de dieciocho años, que llega apenas unas horas antes de la partida de los padres. Esta muchacha agrada en seguida a la señora H*, puesto que pretende saber ocuparse de los niños, sobre todo de los dificiles. Parece enérgica y segura de sí; su competencia y su autoridad tranquilizan a la señora H*, que parte sin inquietud. Georgette va a decidir interrumpir las mamaderas y hacer comer a Sylvie con la cucharita. Pero la pequeña se rehúsa. Georgette insiste, y va a obligar a la niña. La abuela paterna, que había ido a visitar a sus nietas, observó la escena y la cuenta así: Escuché unos aullidos espantosos, Sylvie estaba atrapada sobre las rodillas de esa muchacha, que le apretaba la nariz para hacerle abrir la boca y hundirle en ella la cuchara de papilla. La pequeña se sofocaba, trataba de debatirse. Fue claramente a partir de ese momento cuando la beba cambió, se puso triste ... va a apagarse, va a quedarse horas en el suelo golpeteando los flecos de la alfombra ... ya no sonríe y no l!le lleva nada a la boca... tiene una mirada gris, habríase dicho que ya no tenía ganas de vivir... Es cierto que las fotos tomadas antes y después de este período muestran un cambio radical; de una beba sonriente y tónica, Sylvie pasó a ser una cosita blanda e inexpresiva. Este episodio traumático me parece determinante en la eclosión de la psicosis. Mientras Sylvie se encuentra en ese estado de estupefacción, su madre regresa. Lo que ocurre entonces va a acarrear cierto modo de relación entre ellas dos y a comprometer todo el futuro de la niña, dado que el comportamiento de ésta asumirá de inmediato, para su madre, un sentido muy preciso, que le dicta su propia estructura inconsciente, y sobre el cual casi no volverá. Veamos los hechos. 22
Estamos en noviembre, Sylvie tiene por lo tanto seis meses. La señora H* trata de volver a darle la mamadera, la niña la rechaza. Frente a esa beba que grita y se niega a alimentarse, la señora H* se siente en seguida interpelada. Esta es la forma en que expresa las cosas en las primeras entrevistas conmigo: Desde muy pequeña tiene mal carácter, querría manejarme a su antojo, yo no puedo ceder, hace falta autoridad. Desde los nueve meses (es un error, se trata de los seis) siempre rechazó la mamadera, hacía huelga de hambre ... Es como si yo hubiera hecho todo para quebrarla, pero no se puede ceder, es malo tener en cuenta las manías de los niños. Es como ahora con la escupidera, le doy hasta quince chirlos por día, pero no me rindo. Si transcribo estas palabras, es porque no quedaron aisladas. Reflejan la manera en que la señora H* se situó siempre en relación con su hija. Desde este encuentro, Sylvie va a tener su lugar en el corazón de la vida pulsional y fantasmática y de las figuras edípicas del deseo de su madre. Este lugar designado va a revelarse inmutable, sin escapatoria, marcado por una verdad absoluta, que la señora H* hereda de su padre y tal vez de la generación que lo precede. Con Sylvie va a retomar una partida jugada con su propio padre, en una relación que excluía toda intervención de terceros. Si bien las relaciones madre-hija evolucionaron con el análisis, las convicciones de la señora H* sobre el lugar del poder en el sistema de educación casi no se modificaron. Sin embargo, había cierto humor, cuyos rasgos podemos poner de relieve en las palabras de Sylvie. En la relación con su marido, la señora H* no experimenta estos tormentos. Aprecia la solidez, el buen sentido de este hombre que le ofrece una vida social agradable y una relación de pareja que la satisface. Por ello, quiere preservar a cualquier costo esta armonía. ¿Por qué, entonces, molestarlo
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con las niñas? Ella guarda para sí esta preocupación. Incluso suele tomar sola decisiones importantes para sus hijas, como poner pupilas a las grandes. Las niñas son asunto suyo: en todo el resto, descansa en su marido, en quien tiene toda la confianza. El padre de Sylvie es veterinario en las provincias, recorre el campo para tratar a los animales de granja y está "muy atrapado por su trabajo". Este hombre realista no se carga con consideraciones psicológicas, las que por lo demás no necesita en su profesión. Para él, los niños, la casa, son "asunto de su mujer". Hijo único, su padre murió cuando él tenía ocho años, y la madre volvió a casarse dos años después, con un hombre al que siempre consideró, dice, como su padre. Parece que en esa pareja existe una especie de consenso acerca de la repartición de los roles paterno y materno. El señor H* se siente poco implicado en su papel de padre, poco interesado en las "historias de las chiquillas": en el límite, no quiere saber nada. ¿Se debe esto a su propia situación edípica de hijo único de una madre viuda, luego vuelta a casar, una madre muy cercana y muy cariñosa, que sin duda asumió sola la educación de su hijo? Aunque la señora H* haya sufrido estando sola, por ·ejemplo durante sus embarazos o frente a las dificultades de su tarea, su discurso demuestra que no hace ningún caso de la palabra paterna en lo que se refiere a los hijos, para los cuales no se remite más que a las reglas de educación que le inculcó su propio padre. Si, por motivos diffciles de delimitar, esta situ ación parece no tener consecuencias importantes en las hijas mayores, no ocurre lo mismo con Sylvie, que va a cristalizar sobre su persona los complejos de su padre y su madre, y a encarnar por sí sola el retorno de lo reprimido de varias generaciones. Cuando el señor H* -que me había formulado la pregunta: ¿es idiota o no tiene nada?- comprobó que Sylvie estaba lejos de ser idiota, se tranquilizó. Siendo la niña sana, su comportamiento y sus síntomas fueron reducidos a una lógica irremediable. Decía, por ejemplo, con respecto a los proble-
mas alimentarios: "Es preciso que se la obligue para que sea libre. Si no se la obliga, es como si se le impidiera alimentarse"(!). Llamaba tics a sus movimientos estereotipados, y los imitaba para hacer que cesaran, reforzando con ello la angustia de la niña. Para él, Sylvie tenía algunas pequeñas dificultades que se le pasarían al crecer, pero sobre todo "una vocación de jorobar a su madre". Salvo ese pequeño detalle, era una linda niñita, a veces extraña, que decía palabras curiosas, un poco a la manera de Alicia en el País de las Maravillas, pero todo eso se arreglaría. Este hermoso optimismo y la trivialización de los trastornos me parecieron durante mucho tiempo tranquilizadores en comparación con las palabras dramáticas de la madre, por el hecho de que Sylvie amaba a su padre y junto a él parecía feliz y apaciguada. N o vi lo que esta actitud podía implicar de anulación del ser mismo de la niña, de desconocimiento de su singularidad. Uno podía ser optimista y confiar en el futuro de Sylvie, sin negar no obstante sus trastornos, sus angustias, su sufrímíen to. N o reconocer su fragilidad podía, en efecto, provocar comportamientos traumatizantes. Cuando Sylvie escuchaba a su padre decir que "los problemas de los niños eran asunto de su mujer", en su interrogación sobre el deseo paterno encontraba a los animales. Hojeaba con pasión las revistas veterinarias, y yo la escuché canturrear: "Sylvie es un pato, el martes es un redondel, el miércoles una dama y el jueves una gruesa lengua de ternera, una gruesa lengua que hace pedos (ruidos con la boca), me pone nerviosa, tengo ganas de matarla". Cuando apareció la cuestión de su apellido, se llamó a sí misma "Sylvie Veterinaria". Cuando fue al hospital de día en París, vivía en lo de su abuela paterna. Me di cuenta muy pronto de que esta abuela repetía las palabras de su hijo: "Sylvie tiene dificultades, decía, pero con amor y paciencia se saldrá". Es cierto que, por instinto, supo encontrar actitudes de cuidado materno que permitieron que la niña progresara. Su amor y su dedicación fueron una ayuda considerable en el tratamiento.
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r Pero la abuela cayó enferma: Sylvie era agotadora. La institución habló de una familia de acogida, lo que ulceró a los padres. Sylvie abandonaba la infancia y parece que, por motivos particulares de cada uno, la angustia por el porvenir se había apoderado de todos. Fue en ese momento cuando se decidió la separación y la partida de la niña al extranjero. Para su abuela eso fue un desgarramiento, pero sufrió también por haber fracasado allí donde pensaba tener éxito: curar a la niña que le había confiado su hijo, ser esa buena madre-grande,* que, protegiendo y amando a Sylvie, borraría todas sus "pequeñas dificultades", como decía. Pero la tarea superaba sus fuerzas y puso en peligro no sólo su salud sino también la tranquilidad de su pareja ¡tan invasora era Sylviel Parece que en el linaje paterno la niña ocupaba un lugar un poco simétrico al que tenía en el linaje materno: por un lado, hija imaginaria de la pareja madre-abuelo materno, por el otro hija imaginaria de la pareja padre-abuela paterna. Sin embargo, los fantasmas y los deseos a ella referidos eran radicalmente diferentes en los dos linajes. Muchos analistas, con el pretexto de que un niño es un analizan te de pleno derecho -y lo es-, no quieren considerar más que el material de la sesión, sin tener en cuenta ni la existencia ni el discurso de los padres. Si hay una regla que me parece que no tolera excepciones, es que para comenzar un trabajo analítico con un njño pequeño, que a~n vive bajo la dependencia de su familia, es indispensable la 1uz verde de los dos padres, aunque éstos estén exentos de toda obligación financiera, como se ve en las instituciones. Este acuerdo de los padres significa para el niño que su síntoma le pertenece en propiedad, y que tiene derecho a abandonarlo sin sentirse culpable por el hecho de poner en peligro el equilibrio de la familia o el de uno de sus integrantes. Lacan nos lo recuerda en su carta a J. Aubry: 1 *En el original, mere-grand, inversión de grand-mere, abuela (N. del T.).
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El síntoma del niño está en condiciones de responder a lo que hay de sintomático en la estructura familiar. El síntoma [... ] se define en ese contexto como representante de la verdad. Puede representar la verdad de la pareja familiar. Este es el caso más complejo, pero también el más abierto a nuestras intervenciones. Esta apelación a un tercero que es la demanda de análisis de los padres para su hijo, cualesquiera sean las motivaciones para ello, subtiende el renunciamiento a su omnipotencia y cobra, para el niño, valor de castración. No considerar más al hijo como objeto de goce implica la aceptación de que se aparte de uno y que busque por sí mismo la verdad de su deseo, rumbo cargado de sentido porque es una marca de amor: "El amor [... ] puede postularse sólo en este más allá donde, en primer lugar, renuncia a su objeto", nos dice Lacan. 2 Si este consenso no se logra al comienzo, la marcha analítica se pervierte y se multiplican los pasajes al acto. Estos son frecuentes en las instituciones, donde los padres son mantenidos a distancia. Por ejemplo, el niño "no entra" en análisis, hace "como si", y pueden verse encuentros psicoterapéuticos que duran años, con una modalidad lúdicra estéril, sin que suceda nada esencial porque en la transferencia falta la dimensión sujeto del supuesto saber. ¿No son los padres mismos quienes atribuyen este lugar al niño, cuando lo "confian" a alguien que tiene un saber que ellos no poseen? ¿Cómo estar autorizado a "hablar de los padres, a criticarlos a sus espaldas"? ¿No es una traición? Es así como lo expresan algunos niños. Entonces se habla "a un lado", de cosas sin importancia, sejuegajunto con ellos, el psicoterapeuta se convierte en un buen compinche al que se tiene la dicha de reencontrar cada semana. Por el lado de los padres se observan fantasmas de rapto, "se les ha tomado a su hijo, ¿con qué derecho?" Se sienten despojados, culpables: ¿por qué no quieren escucharlos? En
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ocasiones reaccionan con violencia, pero las más de las veces ponen fin brutalmente al análisis o cambian al niño de institución. Si el contacto con los padres o con quienes crían al niño (nodriza, padrastros) es necesario antes de comenzar el análisis, escucharlos en el transcurso de éste no es, en cambio, una regla habitual sino un paso que sigue ligado a múltiples consideraciones: en primerísimo lugar la edad del niño, dado que el trabajo analítico con un bebé o un niño muy pequeño no es seguramen te el mismo que el que se realiza con un preadolescente o un adolescente; el deseo del niño que, muy pronto, sabe si tiene o no ganas de que sus padres hablen delante de él. Se trata de su análisis y, desde el principio, se entiende que es él quien decide. Es frecuente ver, en el transcurso del análisis de algunos niños más grandes, una demanda hecha al analista para que éste se encuentre con los padres cuando, por ejemplo, las tensiones se vuelven demasiado fuertes en el seno de la familia; la estructura del niño, por último, y el niño psicótico encarna, más que cualquier otro, el objeto a en lo real. ¿Qué lugar tiene en la estructura familiar? ¿De qué no dicho es portador? ¿De qué es el revelador? En ese nivel, el discurso de los padres permite un primer señalamiento. ¿N o confirma el mismo La can la observación pertinente que hizo el doctor Cooper, en el sentido de que para obtener un niño psicótico se precisa, al menos, el trabajo de dos generaciones, siendo él mismo el fruto de la tercera?3
Escuchar a los padres es un acto que suscita muchas reservas en los analistas, disfrazándose a menudo su resistencia tras consideraciones teóricas tales como la pureza del análisis, la imposibilidad de controlar la transferencia, etcétera. Algunos analistas jóvenes temen el encuentro con imágenes paternas aún dominantes o reactualizadas por su propio análisis en curso. Las dificultades, me parece, obedecen al hecho de que es 28
preciso mantener con firmeza ciertas reglas, que los padres in ten tan por todos los medios transgredir o hacer transgredir al analista. Puede suceder, por ejemplo, que acepten a regañadientes hablar delante de su hijo, sabiendo que lo que digan podrá ser retomado y comentado en la sesión que sigue, mientras que lo que el niño diga en ella cae en la esfera del secreto profesional y nunca les será revelado, salvo voluntad expresa de aquél. Desde luego, esto puede prestarse a malos entendidos, no dejando el niño de mezclar las cartas, por ejemplo informando a los padres de palabras que ha dicho atribuyéndolas al analista, o manifestando ante ellos una reticencia a asistir que en realidad no sien te, lo que puede ser su manera de recordarles su apego y su fidelidad. ¡No hay más que ver la evidente satisfacción con que la madre informa al analista el poco entusiasmo que pone el niño para concurrir a la sesión! Todo esto forma parte del juego y puede ser retomado en la sesión que sigue. La regla de la neutralidad del analista es igualmente dificil de mantener con los padres. Es fuerte la tentación pedagógica ante la demanda apremiante de consejos, de opiniones sobre la conducta a sostener. Pero, al margen de algunas respuestas de sentido común, dejarse 11evar puede hacer que se salga peligrosamente del marco del análisis y de su ética. Emitir un juicio de valor y, en el peor de los casos, desvalorizar la conducta de los padres puede entrañar consecuencias desastrosas para el niño. Por eso, ¿no debería decírsele a éste, al comienzo, que son sus padres, que seguirán siendo lo que son y que debe "contar con ello"? Este problema del abordaje de las relaciones padres-niño plantea cuestiones esenciales, que merecerían que uno se demorase en ellas. N o haré aquí más que recordar que la idea preconcebida de la psicogénesis y la organogénesis provoca una toma de posición ética. En efecto, si la psicosis del niño está inscripta en los genes, de ello resulta que los padres no tienen nada que ver, que ellos mismos son víctimas de esa fatalidad. Y sil a psicosis tiene causas relacionales, los padres son responsables, por lo tanto "culpables". Ahora bien, un 29
,-.r anatema semejante -la mala madre tiene las espaldas anchas- puede tener efectos extremadamente nocivos sobre el tratamiento de estos niños. Es cierto que este cuestionamiento de la responsabilidad de los padres implica una ambigüedad fundamental, dado que esta cuestión apela a otras dos, estructurales, la de la causalidad del sujeto y la de la libertad. Ser responsable, ser capaz de inducir la locura en el otro, supone que las conductas humanas son el reflejo de una elección deliberada, con la intención de perjudicar y destruir. Ser irresponsable, no saber lo que se hace, implica que esas mismas conductas excluyen toda libertad, son fundamentalmente "alienadas". Antiguo dilema: ¿libertad?, ¿destino inalterable? El hombre no ha cesado de examinar esta problemática. Recordemos lo que decía Lacan en 1946, en un Congreso sobre "La psicogénesis" organizado por Henry Ey: "El ser del hombre no sólo no puede ser comprendido sin la locura, sino que no sería el ser del hombre si no llevara en él a la locura como límite a su libertad":' Para nosotros, analistas, el concepto de inconsciente sigue siendo el corazón de la cuestión, el sujeto no puede ser más que sujeto barrado, ~.y su causación se hace en los procesos de alienación y separación que Lacan articuló.5 ¡Pero el inconsciente perturba siempre otro tanto, y a los analistas les gustaría también olvidar el escándalo que pone de relieve en la concepción del sujeto! ¿Recuerda Lacan su costado subversivo? Se le reprocha su pesimismo, incluso se lo llega a calificar de "ahumano".6 Sin embargo, cuando abordamos a los padres, es preciso que, a la manera del dedo que indica una dirección, les hagamos perceptible esta dimensión: el niño es revelador de una verdad que ellos ignoran. Esta verdad no es abordable de entrada, pero el analista puede hacerla surgir, y cada uno puede sorprenderla y sorprenderse. En los efectos de transmisión y repetición que se observan en ella, el sentido puede entonces bascular. Cuando los padres evocan, por ejemplo, su propia infancia y los problemas con que se toparon a la edad de ese niño que 30
l!stá allí, que escucha, nos sorprendemos de la catarata de reacciones que desencadenan sus palabras. Me acuerdo de un varón de once años, Eric, que concurría por un grave fracaso escolar surgido bastante bruscamente. Le pregunté a su padre, que ese día lo acompañaba: "¿Y usted, cómo la pasó a esa edad?" En la respuesta que dio ustaba la respuesta a la cuestión del hijo: ambos procuraban por ese medio escapar a una madre profesora, cuyas exigencias escolares y su obsesividad los agobiaban. El padre había encontrado una escapatoria a la influencia materna gracias a una enfermedad grave e invalidante de su propio padre, que había desviado la atención de la madre. ¡Era pagar cara su liberación! En la descripción que hacía de su madre, uno creía ver y escuchar a su mujer, la madre de Eric, a tal punto que ni uno ni otro pudieron dejar de tomar conciencia de ello. Se lanzaron entonces una mirada cómplice y no pudieron abstenerse de reír... El padre dijo: "¡Sin embargo, tú no vas n hacer las mismas bol udeces que yo! ¡Todo el trabajo que me costó salir, luego!" Eric, empero, no se convirtió en el acto en el primero de la clase, pero el trabajo del análisis, sobre las identificaciones adípicas en especial, podía comenzar. Dos años después, renunció por fin a su síntoma... mientras su madre empezaba un psicoanálisis. Si a menudo me ocurre que no vuelvo a ver a los padres cuando el análisis del niño ya se inició, o si los veo episódicamente en ciertos momentos cruciales del desarrollo de la cura, es raro que con un niño psicótico, como paciente privado, la cosa sea posible. El estatuto del niño o del adolescente psicótico es, en efecto, completamente singular, y requiere que se tome en consideración la dinámica familiar y el lugar del niño en la economía libidinal de los padres. El niño psicótico está, más que cualquier otro, prisionero de una palabra que da fe y es ley, palabra única, discurso a una sola voz, la de una madre o un padre. Atrapado en el sitio de las conminaciones repetitivas que retoma en eco, está "preso en su totalidad en una cadena significante primitiva que prohíbe la apertura dialéctica". 7 31
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Así, veamos a Sylvie, en posición de objeto aniquilado por la angustia, sufrir, desde los primeros meses de su vida y de manera repetida, los imperativos maternos, e inscribirse de entrada en una problemática determinada. ¿No da la señora H* un sentido definitivo a toda manifestación de la niña retomando un enunciado en el cual quedó fijado su ser mismo? Esos enunciados superyoicos en forma de aforismos, que le legó su padre, no son retomados por ninguna tercera palabra, tienen fuerza de ley, de una ley pervertida dado que se inscriben en una relación dual, incestuosa, que perdura y se repite sin que se inscriban en ella ni la escena primaria la sucesión de las generaciones. ¿Dónde está el Nombre-delPadre? Recordemos esta afirmación de Lacan con respecto a la forclusión: No es únicamente la manera en que la madre se adapta a la persona del padre de la que convendría ocuparse, sino del caso que hace a su palabra, digámoslo, a su autoridad; de otra manera al lugar que reserva al Nombre-del-Padre en · la promoción de la ley. 8 Cuando la señora H* dice: "Soy yo quien debe hacer las reacciones de mis hijos", el sujeto de la enunciación está claramente en ese "hacer" que nos designa la identidad de la madre y la hija: ella soy yo, yo soy ella, la trampa se cierra. Sentimos asomarse un enfrentamiento imaginario mortal: "Es ella o yo". Ahora bien, cuando la señora H* me habla, cuando viene a contarme su angustia, su fracaso en lo que se juega con su hija, se introduce ya un corte entre ellas dos, aunque sea al ~ivel de la mirada y la voz. Sylvie no se encuentra ya en el cara a cara en el que no conoce más que una mirada imperativa y una voz colérica. Puesto que cuando la señora H* habla a los demás, a sus hijas mayores, a su marido, su voz es diferente, pero en esos momentos Sylvie no está allí, eso no le incumbe, el lazo entre las dos está interrumpido. Y cuando la señora H* me habla de Sylvie, ésta está muy 32
presente, se trata de ella, pero el tono de la voz ya no es el mismo, y la madre me mira. Entonces, es la niña quien la mwruta y se asombra de que esa voz terrible exprese ahora uflicción y pida ayuda. Sylvie, como todo niño psicótico, en el 1wmetimiento en que se encuentra no puede imaginar una madre desamparada que pregunte: "¿Qué pasa? ¿Qué hay? Usted que sabe, dígamelo". Escuchar esas palabras puede eonducir a un primer cuestionamiento sobre la castración materna: "¿Entonces no lo sabe todo? ¿Entonces no lo puede todo? ¿N o es completa?" Este puede ser también un principio de interrogación sobre el deseo del Otro. "Ella ha dicho esto, pero, ¿qué quiere?" Este rumbo puede constituir asimismo el primer paso para salir del estatuto de puro objeto entregado al goce del Otro, y comenzar un recorrido de sujeto. El analista introduce en efecto esta tercera posición, que es vicaria del Nombre-del-Padre, sobre todo cuando la madre hace caso a su palabra en lo que corresponde a su hijo. "Es en los intervalos del discurso del Otro donde surge esto para el niño: me dice eso pero, ¿qué es lo que quie:t:e?". 9 Aquí, es a través del discurso de los padres dirigido al analista en presencia del niño que puede hacerse un señalamiento del Che vuoi? Lo que corresponde al lugar de Sylvie en el deseo inconsciente de la madre y el padre aparece en los intervalos del discurso de éstos. Esta palabra puede ser repetida luego por el niño en la sesión y le permite reencontrar un vínculo, dar un sentido a sus recuerdos inmovilizados, al mismo tiempo que deslindarse de la historia del Otro y tomar la distancia necesaria para hablar en su propio nombre. Ese trabajo de desconexión y conexión es infinitamente más rápido en estas condiciones que cuando se deja que la repetición se instale en la transferencia. Dado que en el niño psicótico la repetición está hecha de rituales que adormecen la vigilancia del terapeuta, cuando no provocan su cansancio y su desaliento. Introducir el corte al mismo tiempo que restablecer una cadena significante resume el trabajo de análisis con estos niños. En su Seminario del21 de mayo de 1969, Lacan afirmaba: 33
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Damos por sentado que las relaciones infantiles tensionales que se establecen en tomo a cierto número de términos, padre, madre, nacimiento de las hermanas, etc., no cobran ese peso de sentido más que a causa del lugar que ocupan con respecto al saber, al goce y a cierto objeto, que es en relación con ellos que van a ordenarse las relaciones primordiales con el deseo. Explorar la modalidad de presencia con la cual cada uno de los tres términos ha sido ofrecido al sujeto, es efectivamente ahí donde reside la elección de la neurosis. 10
Esta exploración es igualmente valedera para la psicosis pero, no habiendo salido el sujeto de su sometimiento al Otro, a veces pasa por la palabra de este Otro. ¿No es el saber inconsciente que hemos señalado al pasar del síntoma del niño a la palabra del gran Otro y a la inversa? Era claro que el goce estaba también en el corazón de la relación en su inserción en el fantasma y la pulsión. En cuanto al objeto, dejamos su estudio para más adelante. Vamos a dejar a Sylvie por un tiempo. Estuvo ausente durante varios años y no trabajé sobre su caso, sino que éste me trabajaba; pensaba en ella, en el desarrollo de su historia, y poco a poco los momentos cruciales de su análisis cobraban sentido para mí, al mismo tiempo que lo daban a lo que escuchaba de mis pacientes psicóticos adultos. Lo que me había enseñado aportaba una nueva luz a ciertas nociones tales como la represión, la estructura del fantasma, la naturaleza del objeto a. En ella creí sorprender esas formaciones en estado naciente, a menudo con distorsiones perceptibles de entrada. Pasó todo un tiempo de maduración antes de que retomara el legajo; "tiempo de meditación" 11 , decía Lacan. Pero ese largo desvío me permitió confrontar mi observación de los niños que no son psicóticos con la de los autistas o los esquizofrénicos. Captar la diferencia fundamental que los separa, y los puntos de ruptura entre unos y otros me parece el único rumbo posible para abordar la psicosis. ¿Se puede, en efecto, ingresar sin dificultad en el mundo de 34
la locura, donde reinan el desorden y la paradoja? El riesgo es quedarse pegado en él, abandonando todo rumbo lógico (hacerse el loco con los locos), o privilegiar tal o cual aspecto de un caso y, mediante un recorte neto y decisivo, aplicarle tal o cual construcción teórica tan seductora como convincente para que la jugarreta funcione. N u estro paso será más lento y menos espectacular. Consistirá en acercarse a la psicosis mediante pequeños avances, teniendo en mente a la vez la complejidad, la multiplicidad de los abordajes posibles y lo que se dice es una "evolución normal" en nuestra cultura, para retomar los puntos de balanceo de una estructura a la otra. Así, evocaremos en primer lugar al niño al que se gusta observar, con el que es un placer vivir, luego a aquel que se nos "confia" para que viva mejor. Ese me parece un rodeo obligado antes de reexaminar la psicosis de Sylvie.
Notas l. J. LACAN, textos Jirigidos a J. AUBRY, op. cit. 2. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 247 [El Seminario de Jacques Lacan. Libro XI. Las psicosis, Buenos Aires, Paidós, 1993]. 3. Discurso de clausura de las Jornadas sobre el psicoanálisis en el niño, 1967. 4. J. LACAN, Ecrits, pág. 176. 5. J. LACAN, Ecrits, "Position de l'inconscient", pág. 830 y sig. ["Posición del inconsciente", en Escritos, Il, México, Siglo XXI, 1978]. 6. J. LACAN, Ecrits, pág. 827. 7. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 215 8. J. LACAN, Ecrits, pág. 579. 9. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 194. 10. J. LACAN, Séminaire XVI, "D'un autre a l'Autre" (inédito). 11.J.LACAN,Ecrits,pág.205.
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NACIMIENTO DEL SUJETO
El deseo del hombre es el deseo del Otro, es cuanto Otro que desea (lo que demuestra el alcance de la pasión humana). 1
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Si el gran Otro designa el lugar del tesoro de los significantes, es también el lugar a partir del cual se origina el deseo del sujeto, "sitio ocupado en general por la Madre'? dice Lacan. Tres puntos siguen siendo predominantes en la dimensión de este Otro, "su demanda, su goce y, bajo una forma que se mantiene en concepto de signo de interrogación, su deseo". 3 En este advenimiento del sujeto deseante al corazón del Otro, el goce sigue siendo la apuesta permanente, y el objeto a está en el centro de la partida. La problemática del objeto a será abordada más precisamente después de que hayamos enfocado en un primer momento, según una modalidad pluridimensional, las relaciones precoces madre-lactante. Lo que el niño debe construir de su imagen inconsciente del cuerpo -en el sentido de ser, de primera representación del cuerpo, muy anterior a la imagen especular-, lo hace en referencia al cuerpo del Otro, a sus pulsiones, a sus fantasmas, a su deseo. Lacan no deja de escandir esta evidencia, y nosotros de olvidarla, a tal punto estamos captados por el ser de la palabra: 37
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Ese lugar del Otro no debe tomarse en otra parte que en el cuerpo, no es intersubjetividad sino cicatrices sobre el cuerpo tegumentario, pedúnculos a conectar en sus orificios para que hagan en ellos las veces de asideros, artífices ancestrales y técnicos que lo carcomen. 4 Los autores que estudiaron la psicosis del niño son unánimes en el reconocimiento de una distorsión de la relación madre-hijo, pero sus constataciones a menudo siguen siendo vagas, y los acontecimientos informados aproximativos; se trata en general de depresión grave de la madre en el momento del nacimiento (depresión del post partum), de separación brutal con ruptura del lazo afectivo madrelactante o de cualquier otro traumatismo de los primeros meses o años de vida. El relato de los mismos es pobre, puramente descriptivo y anecdótico. Para ceñir de más cerca lo que es determinante en esta fase postnatal del niño que va a volverse psicótico, es preciso además tener alguna noción de lo que ocurre con una evolución llamada normal. Lo que sucede en los primeros meses de vida de un niño sigue siendo impreciso. Hasta una época reciente, los únicos testimonios que teníamos de ello nos los proporcionaban los padres o los pediatras. Ahora bien, el relato que hacen los padres del parto y de las primeras relaciones con el recién nacido parece a la vez confuso y estereotipado; es dificil obtener precisiones en cuanto a las fechas de las separaciones, hospitalizaciones, enfermedades, que el olvido ha recubierto, y a nuestras preguntas las madres responden mostrándonos la libreta sanitaria del niño, como para excusarse por no haber conservado recuerdos. Está, por otra parte, la historia de la llegada del niño, reconstituida a la manera de la elaboración de un mito; se suceden los "flashes", a menudo inconexos y sin vínculo aparente, pero es esta historia la que se repite incansablemente: circunstancias que rodearon al parto, comodidad de la clínica, recepción del personal, "brutalidad" o "gentileza" del médico o de la partera, dolor o facilidad del dar a luz, atribuidos por otra parte la mayoría
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de las veces al niño. "Noqueríasalir'', "Me desgarró", "Estuvo a punto de matarme". Las palabras. escuchadas en esos instantes pueden cobrar valor de oráculo: "Salió bien para hacer sufrir a su madre", "Es pequeño pero quiere vivir", "Es el vivo retrato de su abuelo", etcétera. El discurso que se construye alrededor del niño, y que variará poco, viene a ocultar un no dicho extremadamente complejo, en el cual se bañan las primeras relaciones. Lo que no puede decirse en el trastocamiento emocional que rodea al nacimiento va a elaborarse y a estructurar la relación con el niño, no reapareciendo el contenido de este período postnatal más que bajo la forma de una elaboración secundaria, como retorno de lo reprimido. Es sorprendente que un autor como Kanner, que ha inventado el concepto de "autismo precoz", haga principiar los síntomas en el sexto mes de vida, y ubique la diferencia entre el autismo y la esquizofrenia infantil en el hecho de que el primero se manifiesta desde el inicio del segundo semestre, en tanto la segunda principiaría después de dos años de desarrollo normal. De este modo, sobreentiende que no podría descubrirse nada antes de los seis meses o que durante este período no pasa nada esencial. 5 Ahora bien, veremos que en Sylvie todo parece haberse jugado entre los cuatro y los seis meses. Los estudios recientes sobre el recién nacido nos aportan, por lo demás, la certeza de que, lejos de ser una no man's land, los primeros meses de vida son determinantes para el futuro del sujeto. De resultas de ello, ¿por qué ese ocultamiento de todo lo que corresponde a este período, de lo que se anuda de fundamental para el sujeto en esos primeros momentos? ¿Por qué esa represión masiva de lo que se denomina lo arcaico? ¿Y por qué todo discurso que intente levantar una punta del velo que cubre los orígenes encuentra tanta resistencia? En una primera aproximación, diría que el niño está en el corazón de la problemática inconsciente de su padre y su madre. En cuanto objeto a, viene a revelar, sin develar su sentido, la estructura inconsciente del sujeto puesto que 39
,toma ubicación en las pulsiones, los fantasmas, los deseos y despierta las identificaciones más primitivas de quienes lo reciben. Ahora bien, el inconsciente es siempre perturbador, y en la relación con el niño las formaciones del inconsciente no siempre son de un orden tan sutil como pueden serlo los lapsus y los chistes, y aparecen en las palabras, las conductas, las obras masivamente repetitivas y ciegas. Tal vez esta característica sea la que exija una represión tanto más intensa y sostenida en el tiempo. Si se exceptúa el discurso analítico pronunciado sobre el niño -discurso subversivo desde el principio, dado que Freud barrió con la pretendida inocencia infantil desde los Tres ensayos sobre una teoría sexual-, si se omite el enfoque que de la infancia hacen poetas y novelistas, a menudo con un acento de verdad que no se encuentra en otras partes, lo que resta son diversos discursos sobre la maternidad, el nacimiento, el recién nacido: ¿cuáles? Cambian con las épocas, y no hay más que leer la literatura reciente (Ph. Aries y E. Badinter, por ejemplq)6 para darse cuenta de su variación a lo largo del tiempo. Me consagraré a demostrar el giro discordante que han asumido en las últimas décadas, ocultando el discurso médico un saber ancestral transmitido de generación en generación. N o será sino después de esta evocación que podremos plantear la cuestión de los orígenes del sujeto y de los tropiezos de su devenir en la psicosis, apoyándonos por una parte en la enseñanza de Lacan y por la otra en investigaciones referidas al desarrollo sensorial del recién nacido y a las interacciones precoces madre-lactante. Esos trabajos, emprendidos desde hace unos veinte años en varios países, sobre todo anglosajones, aportan nuevos elementos que se integran perfectamente a la enseñanza de J. Lacan de quien, una vez más, puede ponderarse cuán adelantado estaba a su tiempo.
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Discurso común y discurso médico
En primer lugar, un saber popular intuitivo sobre el embarazo y la maternidad, con todas las costumbres asociadas a ellos, es transmitido oralmente por las mujeres que, guardianas de la vida y la muerte, desde siempre han "asistido" a las parturientas y los agonizantes; ese saber se refiere tanto a los fantasmas de la mujer encinta como al comportamiento del recién nacido. Los hombres escuchan esos relatos con oído indulgente, incluso divertido, pero los parteros se mantienen las más de las veces incrédulos, cuando no los condenan abiertamente calificando de oscurantistas las palabras de las madres sobre sus recién nacidos. Fueron necesarios los descubrimientos recientes para confirmar la veracidad de las intuiciones maternas cuando atribuyen a sus lactantes grandes capacidades perceptivas y un misterioso saber sobre el mundo que los rodea. Por otra parte, todas las sociedades establecieron reglas para recibir al niño, quien desde su llegada al mundo ocupa un 1ugar definido en el cuerpo social. Los ritos dan testimonio de esta pertenencia y subrayan la ruptura con el cuerpo materno, introduciéndolo desde el principio en el orden simbólico (fiestas, padrinazgo, "presentación" del niño en todas las formas rituales, etcétera). El padre puede participar en el nacimiento a través de ciertas costumbres como la cavada, o muy simplemente asistiendo al parto y asegurando los primeros cuidados del bebé, como se hace hoy en día. Los mitos dan cuenta igualmente de la gran riqueza del imaginario desplegado en torno a la llegada de un niño. Ritos y mitos están en general de acuerdo con el discurso de las madres, y lo retoman en un contexto que tiene fuerza de ley. En sus obras, Bernard This supo restituirnos la verdad inconsciente contenida en esas costumbres y esos mitos. Se inspira en ellos para trabajar en pro de la humanización de las condiciones del parto y de un mayor respeto al recién nacido y al niño. 7 41
,En oposición a este discurso tradicional se constituyó el discurso científico, cuyo impacto se ha convertido en preponderante por lo mucho que trastocó los datos admitidos desde hace siglos: los principios de higiene y los progresos de la medicina hicieron retroceder a la muerte que hacía estragos entre las jóvenes madres y los niños muy pequeños; tres o cuatro generaciones antes de la nuestra, una mujer de cada diez moría al parir, y sólo un niño de cada dos superaba los primeros años de vida. ¿Cómo no venerar, a causa de ello, ese saber todopoderoso que hace retroceder a la muerte en semejante proporción? En lo sucesivo, el destino de una mujer ya no es pasarse la vida dando a luz: ¿no hacía falta, en efecto, tener al menos diez hijos para que tres o cuatro llegaran a la edad adulta, asegurando con ello el linaje? Con frecuencia, al cabo de esos embarazos incesantes estaba la muerte, ya fuera por agotamiento, ya a causa de una complicación en el parto. El niño mismo ya no es ese ser de destino incierto, acechado por un Dios cruel que se rodeaba de cohortes de ángeles; en lo sucesivo es precioso, ya no más consagrado al azul y al blanco* si escapa a la muerte, sino entregado al saber pediátrico. 8 Su cuerpo se vuelve un mecanismo complejo que necesita exámenes profundos y cuidados suministrados en un medio aséptico y altamente especializado. Ese cuerpo esencialmente biológico puede, a partir de ello, ser sometido a una estricta programación: horario del amamantamiento, alimento calculado, vacunaciones, etc. ¿Se atreven las madres a dar su opinión o a transgredir una prescripción? Son condenadas en el acto, calificadas de malas, peligrosas, atrasadas. La discordancia de estos discursos se acentuó hasta hacer desaparecer casi completamente al primero. Fue entonces cuando los médicos y los parteros reaccionaron; se levanta-
*Promesa hecha a la Virgen de vestir al niño con esos colores si le concedía la supervivencia (N. del T.).
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ron contra lo que había de inhumano, por no decir de sádico, en la manera de tratar a las mujeres, mujeres a las que se castigaba por abortar negándoles, por ejemplo, la anestesia en el momento de una revisación uterina, o a quienes se les imponía una manera determinada de dar a luz a sus hijos. Se produjeron los primeros intentos de reconsiderar la cuestión, y el "parto sin dolor" de la década de 1950 representó una inmensa esperanza para ellas. Poco a poco, las mentalidades evolucionaron, pero hechos recientes demostraron hasta qué punto era dificil hacer vacilar al poder médico: el "parto sin violencia" desencadenó las pasiones, y hemos visto a los partidarios del "a favor" y del "en contra" enfrentarse con una agresividad inaudita, como si la mujer estuviera en el centro de una apuesta ideológica en torno a la vida y la muerte. En esta disputa, parece que se la quiere colocar ante una elección: o arriesgarse a morir si escoge dar a luz con alegría, o sufrir la indiferencia y la soledad en un lugar de elevada tecnificación médica. Esta dramatización, estas elecciones insensatas, evocan un tiempo no tan lejano en el que, en caso de parto dificil, se plan te aba la cuestión de saber si había que salvar a la mujer o al niño. ¡Espantoso dilema para quien debía responder! Aquí, era el padre quien debía elegir entre la vida de su mujer o la de su hijo.
Otro discurso, psicológico
En la década de 1950 un americano, Spitz, reaccionó contra los excesos del discurso médico enunciando algunas verdades que pasaron por novedades, cuando el buen sentido popular habría podido enunciarlas desde mucho tiempo atrás si no hubiera estado subyugado y reducido al silencio por el poder médico. Spitz describía el "hospitalismo", 9 síndrome ligado a la carencia afectiva: los niños privados de sus madres en el primer mes se volvían "lloriqueantes"; en el 43
r segundo mes, esos llantos se transformaban en gritos; en el tercero, se observaba un rechazo del contacto que podía llegar hasta el "marasmo" y la "letargia" si la situación se mantenía. Spitz comunica la observación de 91 lactantes criados por sus madres durante los tres primeros meses y luego confiados al orfelinato, donde "recibían cuidados perfectos, alimentación, alojamiento, higiene, etc."; estando cada enfermera encargada de diez niños, éstos "no recibían por lo tanto más que la décima parte de las provisiones afectivas maternales" (!). Después de haber pasado "por los estadios antes descriptos", manifestaban un atraso motor evidente y yacían inertes en sus camas, con la expresión idiotizada y una deficiente coordinación ocular. A fines del segundo año, estos niños alcanzaban un 45% en las pruebas, nivel de la idiotez. A los cuatro años, muchos de ellos no sabían caminar, ponerse de pie ni hablar. Un 37% murió en dos años. Al compararlos con un grupo de 220 niños criados por sus madres, de los cuales "no murió ni uno", Spitz concluyó que "la depresión anaclítica y el hospitalismo nos demuestran que la ausencia de toda relación objeta! provocada por la carencia afectiva interrumpe todo desarrollo en todos los sectores de la personalidad". ¿Cómo pudieron estas observaciones considerarse como una revelación, cuando no hacían sino confirmar el saber ancestral que decía que, para vivir, un recién nacido tiene tanta necesidad de calor y amor como de alimento, si no es porque ese saber había sido anestesiado por la evolución fulminante de la medicina? Sin embargo, y en contra de la evidencia, la organización médica se adapta mal a estas consideraciones psicológicas. Algunos servicios pediátricos sienten aún repugnancia a considerar en el mismo nivel la salud mental y la salud fisica de sus pequeños enfermos, siendo que, en el niño, una no puede ir sin la otra. Si bien la noción de hospitalismo sacudió los espíritus y provocó reacciones saludables, las concepciones de Spitz sobre el desarrollo del niño parecen en la attualidad absolutamente erróneas. N o obstante, siguen considerándose como 44
una verdad y sirven aún de referencia en los medios médicos, pediátricos e incluso pedopsiquiátricos. Las recuerdo aquí a causa del poder de impacto que conservan, a fin de situar mejor la posición psicoanalítica actual sobre esta cuestión. Ferviente admirador de Freud, el doctor Spitz pretende sin embargo superar a su maestro por medio de la "observación directa". He aquí lo que dice Anna Freud, que prologa el libro de su amigo, El primer año de vida del niño, en 1958: El doctor Spitz se vale de la observación directa y de los métodos de la psicología experimental, a diferencia de los otros autores psicoanalíticos que prefieren confiar únicamente en la reconstrucción de los procesos de desarrollo a partir del análisis en períodos ulteriores [... ). Spitz se opone a los autores analistas que pretenden encontrar en el lactante, muy poco después del nacimiento, una vida mental complicada. ¡Vemos a qué rival hace alusión aquí A. Freud! Spitz sostiene, en consecuencia, como la mayoría de los analistas, que el estado inicial es perfectamente indiferenciado. Nada de proceso intrapsíquico desde el nacimiento, todo es cosa de "maduración". Esto es lo que escribe: En razón de su umbral de percepción extremadamente elevado, el recién nacido no percibe el mundo exterior. Este umbral elevado sigue protegiendo al niño durante las primeras semanas, incluso durante los primeros meses, contra las percepciones que provienen del entorno. Durante este período, hay fundamentos para decir que el mundo exterior es inexistente para el recién nacido; lo que percibe, lo percibe en función del sistema interoceptor. Y más adelante: En ese estadio primitivo, el niño no está en condiciones de distinguir el objeto; y por objeto entiendo no sólo el objeto libidinal sino todas las cosas que lo rodean. En la hipótesis más favorable, las respuestas del recién nacido son de la naturaleza del reflejo condicionado. 10 45
r A Spitz no parece incomodarle la contradicción implícita entre sus observaciones y su teoría. ¿Cómo puede un niño sufrir y morir por la ausencia de su madre si no la distingue del mundo que lo rodea? Es cierto, debía mantener, como tantos otros más adelante, la creencia en el narcisismo primario de Freud, el recién nacido indiferenciado del mundo exterior. Esta noción, siempre vigente, es una ventaja para muchos autores, que llegan incluso a hablar de "autismo normal", como lo hace Margaret Mahler. Lacan siempre se alzó contra esta concepción, no temiendo aportar un desmentido a Freud. A propósito de la pulsión y el autoerotismo, nos dice:
Los analistas concluyeron de ello que -como eso debía situarse en alguna parte en lo que se llama desarrollo, y dado que la palabra de Freud es la palabra del evangelio- el lactante debe tener a todas las cosas que lo rodean por indiferentes. Uno se pregunta cómo pueden sostenerse las cosas, en un campo de observadores para quienes los artículos de fe tienen, en relación con la observación, un valor tan abrumador. Dado que, en fin, si hay algo de lo que el lactante no da la idea, es de desinteresarse de lo que entra en su ·campo de percepción. 11 Si el discurso psicologizante de Spitz aparecía como reacción a un discurso médico que hace del ser humano un objeto robotizado, surgía también en oposición a cierto discurso analítico que provocaba sospechas y resistencias: la buena lógica cartesiana no podía sino desconfiar de los enfoques un poco locos del universo infantil que realizaban Melanie Klein y otros. ¡Con esta "tripera genial", como la calificaba Lacan, lo arcaico tomaba un aspecto demasiado repelente! En cuanto a la ''vivencia infantil" revisada y corregida por la neurosis de transferencia en el análisis del adulto, suscita aún muchas reservas. No obstante, fue a través de las modificaciones, de las reorganizaciones secundarias como Freud se abrió un camino que le permitió remontar hasta la sexualidad infantil, puesto que nunca tomó directamente en análisis a un niño, no hablándole J u anito sino por intermedio de su padre. 46
La dificultad de abordar los orígenes, el desconocimiento de los procesos en discusión y la represión asociada a los mismos hacen que quienes se preocupan por ellos se impliquen sin saberlo, y marquen con su deseo inconsciente sus elaboraciones teóricas. Los psicoanalistas de niños tienen un aire de descubridores que fascina a las multitudes; ¿van a revelar el misterio de la vida, de sus primeros momentos? Su pasión se ve reforzada por lo desconocido que seguirá rodeando a los orígenes y sus convicciones no son por ello sino más afirmadas y se acompañan con frecuencia de anatemas contra los que no las comparten. Lacan subraya con humor que en cada enfoque teórico es posible señalar lo que corresponde al deseo del analista y, agregaría yo, a su fantasma fundamental. Dice: La contribución que cada uno aporta a la transferencia, ¿no es, aparte de Freud, algo donde su deseo es perfectamente legible? Les haré el análisis deAbraham a partir, simplemente, de su teoría de los objetos parciales [... ] podría también entretenerme puntuando los márgenes de la teoría de Ferenczi con una célebre canción de Georgius, Soy hijo-padre. 12 La cosa es aún más evidente para los analistas de niños. Sabemos sobre qué experiencia personal fundó Bettelheim su práctica, y hasta qué punto la noción de "buena madre" sostuvo el edificio teórico de Winnicott.
Del niño objeto a al objeto a del niño Después de este primer señalamiento de los discursos sostenidos con respecto a la maternidad, el nacimiento y el niño recién nacido, prosigamos la exploración de la díada madrehijo a partir del axioma lacaniano: el niño está en posición de objeto a. 47
r~ El niño realiza la presencia del objeto a en el fantasma [... ] . El niño, en la relación dual con la madre, le da, inmediatamente accesible, lo que falta en el sujeto masculino: apare13 ciendo en lo real el objeto mismo de su existencia.
Partiendo de esta posición de objeto a debe constituirse ser de deseo, es decir construir sus propios objetos. En esta posición de a está en primer lugar obligado a vivir, a desear, a gozar exclusivamente en los límites de deseo y de goce del Otro. ¿Cómo pasa del ser anterior a la palabra al ser de deseo? ¿Cómo se produce esta operación de "recubrimiento"? Es difícil sorprender su desarrollo pues se elabora al margen del discurso, en el intervalo de los significantes. Es en cuanto su deseo está más allá o más acá de lo que ella dice, de lo que intima, de lo que hace surgir como sentido, es en cuanto su deseo es desconocido, es en ese punto de falta donde se constituye el deseo del sujeto. 14
El niño está al acecho de todos los indicios que, al rep~tirse, le hacen señas: en la presencia del Otro, es su voz tierna o dura, su mímica, su sonrisa, los gestos más o menos adaptados a su comodidad, es también la palabra que acompaña todo eso, y los significantes repetitivos alrededor de su persona. Registra todo, deja de lado ciertos signos misteriosos, ciertas asociaciones incongruentes que algún día podrán reaparecer. No puede orientarse en el discurso (S) más que a medida de lo que construye de su cuerpo a través de la demanda y el deseo del Otro. ¿Qué partida se juega entre el Otro (.~)y el niño en posición de objeto para que éste logre elaborar sus propios objetos? Retomaré para este estudio las estructuras en las que se encuentra este objeto: objeto de la pulsión '13 OD; preso en el fantasma g Oa; causa del deseo. Será necesario apreciar en estas tres dimensiones lo que se anuda entre el Otro y el niño en posición de a. El denominador común de los tres -pulsión, fantasma, deseo-, y que obedece a la presencia del objeto, es el goce. Este 48
concepto lacaniano, retomado de "Más allá del principio del placer", de Freud, es el que debemos tener presente en las páginas que siguen. Utilizaré el orden cronológico para señalar en cada etapa de la vida. del niño el impacto que tienen sobre él las pulsiones, los fantasmas y el deseo de quienes están encargados de criarlo, no designando forzosamente a los progenitores los términos padre y madre empleados en este texto. Si decidí tomar en cuenta la temporalidad, es porque los vínculos se modifican con el tiempo: a su manera, el niño se vuelve creador de los roles paren tales, a la vez que ve que su estatuto de objeto se transforma y tiende a borrarse. El interés libidinal que se pone en un bebé recién nacido o en un niño pequeño que no tiene todavía el habla no tiene nada que ver con el que se pone en un niño más grande o en un adolescente que se debate en sus identificaciones edípicas. ¡Al escuchar a los padres, uno a veces se pregunta si hablan del mismo niño!
El deseo del niño Tal vez el embarazo y la maternidad sean, con el mismo título que la femineidad, ese continente negro del que hablaba Freud. ¿Qué quiere una mujer cuando dice querer un hijo? Un deseo de embarazo no es el deseo de traer un niño al mundo, y esto parece desconcertar a los médicos, a los legisladores, a los hombres en general, aunque sean futuros padres. Una mujer puede "caer" encinta después de algún "acto fallido", por ejemplo el olvido de la píldora, y seguir ignorando el sentido de ese pasaje al acto, que a menudo se salda con un aborto. ¿Qué desea? ¿Asegurarse en su cuerpo de que es verdaderamente una mujer? Las razones que da de sus actos son las más de las veces ajenas al sentido que puede encontrar en ellos si se analiza. Una mujer puede desear un 49
r· hijo con pasión, sometiéndose por ejemplo a todas las molestias de un tratamiento contra la esterilidad, y algún tiempo después rechazar con el mismo encarnizamiento otro embarazo y correr riesgos mortales para suprimir al niño. Que el deseo de dar vida esté tan entremezclado con el de suprimirla arriesgando la propia me perturbaba profundamente cuando era una joven médica y la interrupción voluntaria del embarazo no existía. Está la violencia ejercida contra el cuerpo en una especie de confusión entre el cuerpo propio y el del niño, que depende de identificaciones profundamente reprimidas. En esta antinomia entre el deseo de embarazo y el de dar a luz un niño hay toda la distancia que separa de un lado una experiencia de vivir en el cuerpo durante nueve meses experiencia ligada a una problemática fantasmática actual, un vínculo amoroso, por ejemplo, o edípico, cómo hacerle un hijo al padre o a la madre, y del otro la realidad de un niño al que habrá que conducir a la edad adulta con todas las cargas personales que eso implica; "sacrificios, abneg¡lción", decían nuestras madres, para quienes la maternidad estaba menos idealizada y asumía muy a menudo la máscara del "deber". Hacer niños, transmitir la vida que les había sido dada, correspondía a una deuda a pagar, deuda que introducía desde el principio en el orden simbólico. Con frecuencia es esta toma de conciencia, ese sentimiento de que criar a un niño es "superior a sus fuerzas", es decir a su capacidad de don actual, lo que precipita a las mujeres en la interrupción voluntaria del embarazo. A menudo vi a jóvenes psicóticas desear con fuerza un embarazo y manifestar esta reacción de retroceso ante la inminencia de un hijo en lo real, borrándose el goce prometido de tener un niño para sí frente a la evidencia de que un niño existe en sí y no es propiedad de nadie.
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El embarazo El niño por llegar está presente en el imaginario de la mujer, es objeto de ensoñaciones, de proyectos, fuente de angustia. Alrededor de él se hace todo un trabajo de elaboración, como lo observamos en el análisis de las mujeres embarazadas. Pero, presente en el imaginario, tiene sobre todo esa presencia real en el cuerpo, quizá tanto más real por el hecho de que actualmente es posible verlo en la ecogra:fla desde el inicio del embarazo, e identificar su sexo antes del nacimiento. Lo que ocurre en los intercambios de esos dos cuerpos vivientes aún sigue siendo misterioso. La mujer experimenta como incon~ trolable el crecimiento del cuerpo del niño que se produce en lo más recóndito de su propio cuerpo. Esto puede darle un sentimiento de plenitud fálica: estar por fin entera, colmada; en oposición, puede sentirse parasitada, vampirizada por un huésped que lleva ya su propia vida. Estas posiciones extremas van a condicionar la acogida dada al niño, pero en los dos casos se plantea el problema de asegurar el anudamiento de lo real, lo simbólico y lo imaginario a través de lo real del cuerpo del niño. En Roma, en 1974, decía Lacan: ¿Por qué escribí en el plano del círculo de lo real la palabra "vida"? Es que indiscutiblemente de la vida, después de ese término vago que consiste en enunciar el "gozar de la vida", de la vida no sabemos ninguna otra cosa y todo a lo que nos induce la ciencia es a ver que no hay nada más real, lo que quiere decir nada más imposible. 15
El niño in utero es ese real imposible de la vida que prolifera, pero está también misteriosamente ligado a la trama imaginaria y simbólica del inconsciente materno. De la madre del esquizofrénico decía Lacan en el Seminario sobre la angustia: "El niño en su vientre no es ninguna otra cosa que un cuerpo cambiantemente cómodo o molesto, es decir la subjetivación de a como puro real". 16 Si ese lazo no
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imaginarizado, no simbolizado con el niño in utero existe, no será patógeno, me parece, más que si se mantiene después del nacimiento. Cuando el niño sigue siendo para la madre un fragmento de su propio cuerpo separado de ella, fragmento viviente cuyas necesidades fisiológicas es preciso satisfacer ante todo para asegurar su buen funcionamiento, cuando el imaginario materno es estéril y lo simbólico está ausente, debe temerse lo peor en cuanto al futuro de un sujeto tal. Ciertas técnicas (la haptonomía) 17 que incitan a los padres a anudar un lazo afectivo con el niño in utero, en especial mediante el tacto y la voz, tienen por efecto facilitar desde antes del nacimiento la inscripción de lo real del cuerpo del niño en el orden imaginario y simbólico. De este modo, la madre puede poner en marcha, durante el embarazo, un proceso de reconocimiento del niño por llegar como distinto de su propio cuerpo y referirlo a un tercero, en particular al padre. Esta preparación para la llegada de un hijo, con el trabajo de elaboración significante que se opera en ella, es realizada por la pareja en presencia de una persona con la cual se establece un vínculo transferencia!. Esta práctica muestra hasta qué punto el útero es un órgano "histerizable", afirmación evidentemente tautológica si se hace referencia a la etimología. Mediante las contracciones parciales o totales del músculo, así como por su relajamiento, que condicionan el movimiento del feto, el útero y su contenido van a responder, en consecuencia, a la demanda y al deseo del Otro por intermedio de la voz y el tacto. ¿El deseo no está allí en su connotación de amor manifestado al niño? La persona del monitor interviene como mediador del deseo, su palabra induce un efecto inmediato sobre el estado emocional de la pareja, y por ello sobre el funcionamiento del cuerpo materno y su contenido.
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El caso de la señora B* Pude verificar en una mujer joven en análisis que una fractura en el vínculo simbólico con el niño podía ocasionar su muerte real. La señora B*, embarazada de cinco o seis meses, hablaba del niño que esperaba diciendo que debía ser "forzosamente un varón". Esta creencia se inscribía en un contexto que no relataré aquí (era, en particular, la última de una serie de mujeres). En ese momento de su embarazo, después de una ecograffa, el obstetra le anuncia una niña. Su marido está decepcionado, su suegra le dice: "Mi pobre muchacha, no tiene más que volver a empezar", su propia madre la compadece. ¿Pero no estaba ésta secretamente satisfecha de esta decepción que conoció tantas veces? En la sesión, la señora B* se queja de contracciones, el obstetra al que acaba de ver quiere internarla pues teme un parto prematuro. Le pregunto si la niña es viable, me dice que no. La invito entonces a sentarse frente a mí para que hablemos de esa niñita. Pensó en un nombre, por lo que voy a poder nombrarla en la conversación. ¿Cómo imagina a Virginie? ¿Qué piensa Virginie de sus abuelas? ¿Y de su madre que la echa? Yo "utilizaba" la transferencia; al contradecir a las abuelas, le mostraba mi deseo, que reveló ser también el suyo, de que esa niñita viniera al mundo. Más aún, al actuar así yo daba una existencia real, concreta a la niña y a su deseo supuesto de vivir, mientras que para la madre la inscripción de ese futuro hijo en el linaje no parecía poder hacerse. Después de esta intervención, las contracciones cesaron, la señora B* dio a luz a término y Virginie fue muy bien recibida. Verificamos allí el impacto directo de lo imaginario sobre el desarrollo del embarazo. El útero, por la misma razón que cualquier otro órgano, puede ser el asiento de fenómenos histéricos, embarazo "nervioso" (del que Breuer bien se habría abstenido), esterilidad "psíquica", desconocimiento del estado de embarazo hasta el momento del parto, etc. Pero cuando eso toca directamente al desarrollo del niño, por 53
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ejemplo cuando se interrumpe su crecimiento, o cuando muere, la cuestión se plantea de manera diferente: entramos en contacto con fenómenos vinculados más directamente con la psicosomática, con su cortejo de lesiones orgánicas.
detención del crecimiento o la muerte del niño merece que uno se interrogue sobre las vías de transmisión de lo psíquico a lo somático, interesando aquí el efecto mortífero no a un órgano del cuerpo sino a un ser viviente que habita ese cuerpo.
Niños hipotróficos
Nacimiento y conocimiento
Anne Raoul-Duval ha realizado, en el servicio del Profesor Papiernik en el Hospital Béclere de Clamart, un estudio sobre "la relación entre el deseo de un hijo y la aparición de niños hipotróficos". Estudió 42 casos de madres que dieron a luz niños hipotróficos. Se trata de niños nacidos en término pero cuyo crecimiento se lentificó o interrumpió in utero, sin ninguna razón somática. En todas estas madres se encuentran algunas constantes: una indiferencia total frente al embarazo y una "no representación imaginaria del nifio por llegar". La futura madre no reconoce las modificaciones de su cuerpo, continúa con su modo de vida anterior sin hacer proyectos para el parto y la acogida del niño. En general no tiene leche y nunca se observa la depresión post partum, lo que es comprensible dado que no tiene que hacer el duelo por lo que no existió: el niño imaginario. La pulsión de muerte parece en acción ell estos embarazos que, por otra parte, pueden saldarse con la muerte del niño in utero. Los antecedentes de las madres son a menudo "pesados" y diftcilmente delimitables en un estudio de este tipo. La autora piensa que siempre tuvo lugar un "fracaso inicial en la relación con la madre" y algo así como una profunda depresión, "compensada mediante una sobrecarga intelectual o social". La ausencia total de deseo, la ausencia de representación en torno al embarazo están más allá de lo que puede parecer como un rechazo del niño. ¿No se percibe en ello algo del orden de la forclusión? El hecho de que esta situación provoque una 54
El niño está allí en lo real, es un tiempo de suspensión antes de que los ritmos de la vida se reanuden. El cuerpo de la madre se distiende después de la tempestad del parto y el niño, si no ha sufrido, está asombrosamente presente y como atento a lo que sucede. Estos primeros instantes después del nacimiento son un período sensible para la creación del lazo madre-hijo. En los animales, en esta fase postnatal tiene lugar un proceso de apego; si el animal, el cabrito por ejemplo, es separado de su madre al nacer, durante al menos una hora, aquélla ya no lo quiere cuando se lo devuelven. Si al nacer se lo deja cinco minutos para luego sacárselo durante una hora, acepta retomarlo y alimentarlo. ¿Existe un factor biológico que determine también un período sensible en los seres humanos? Lo ignoramos. Pensamos, en cambio, que una mujer que ha vivido durante nueve meses con una presencia familiar en el interior de su cuerpo necesita que esa presencia interna se concrete en un contacto externo de piel a piel, que ese peso en el interior de su vientre se convierta en es te peso, esta masa inquieta sobre su vientre. Hay de este modo continuidad de la presencia y aceptación de la realidad del niño. Un niño que desaparece al nacer, al que la madre no ve ni toca, puede permanecer sin existencia real para ella, como si no hubiera nacido, como ya muerto. En general, no se le muestra el recién nacido a una madre que desea hacerlo adoptar. Los servicios de prematuros sufren enormes dificul55
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tades en el momento de restituir los niños a unas madres que no establecieron ningún lazo con su lactante al nacer. Cuando el parto se realiza en un servicio lindante con el de neonatología donde toman a su cargo al prematuro, cuando la madre puede verlo, cuando puede controlar directamente lo que sucede y hablar con el equipo, se crea y se perpetúa un lazo en el tiempo de la internación, y el regreso al hogar se hace menos problemático. La ausencia de ese primer vínculo en los prematuros tal vez explique el hecho de que es en esta categoría donde se encuentra el mayor porcentaje de niños maltratados. Cuando las madres se atreven a hablar, dicen, por ejemplo: "Necesité algunos días para darme cuenta de que era su madre, no es evidente", "No lo veía así", "No me enganché en seguida con él", etcétera. Es extremadamente difícil poner en evidencia lo que ocurre en los intercambios precoces madre-lactante. Si aparecen desórdenes, se culpa a la madre o al niño. Un autor como Soulé, 18 siguiendo a Kanner, piensa que un niño autista puede volver loca a su madre. Cuando la psicosis a parece más tardíamente, es corriente pensar que es la madre quien provocó el trastorno. Esto es simplificar demasiado el problema. Recordemos lo que nos dice Lacan. Habla del "sujeto definido como el efecto del significante" y prosigue: Aquí, por cierto, los procesos deben articularse como circulares entre el sujeto y el Otro: del sujeto llamado al Otro, al sujeto de lo que él mismo ha visto aparecer en el campo del Otro, volviendo allí desde el Otro. Ese proceso es circular pero, a causa de su naturaleza, sin reciprocidad. Para ser circular, es disimétrico. 19
Es la "relación circular pero no obstante no recíproca" 20 que Lacan menciona no sólo con respecto a la cadena significante (proceso de alienación) sino también cuando se trata de la separación, que es la pérdida original del objeto. Aquí intentaremos poner en evidencia ese proceso complejo de circularidad entre la madre y el niño en el cual aquélla no es sólo el 56
Otro del significante sino también el Otro deseante. Estos intercambios circulares aparecen en lo que yo digo es un conocimiento, puesto que el niño y la madre crean entre ellos una relación que seguirá siendo siempre única, singular. Un recién nacido no es un ser viviente indiferenciado, llega con un capital genético y un pasado. Su singularidad va a condicionar en parte las respuestas maternas, las que a su vez inducirán otras respuestas en el niño, que a su turno, etcétera. Estas idas y vueltas son difíciles de captar, dado que escapan a la conciencia y no se aprehenden más que en sus efectos: los síntomas del niño las más de las veces. Pero, en esa relación circular, el Otro sigue siendo el que contiene "el fantasma de la omnipotencia", es "lo dicho primero que decreta, legisla, aforiza, es oráculo" ,21 y el niño debe pasar por este sometimiento para llegar a ser él mismo sujeto. Pero, ¿qué ocurre con el ser del niño al nacer?
El capital del niño Está constituido por las características físicas y por todo lo que, en el devenir, está ligado a la herencia, a los genes. En un primer momento, es la apariencia física la que cobra importancia: ¿el niño parece sano?, ¿entero? "¿No le falta nada?", preguntan las madres. ¿Es lindo?, ¿"bien proporcionado"? ¿El sexo responde o no a lo que esperaban los padres? Si es un lindo niño, con un buen peso, ya satisface a su gente y se le está agradecido. Si está mal formado, si es pequeño, surge de inmediato la pregunta: "¿De quién es laculpa?""Nofui capaz de hacer un niño normal, hay algo malo en mí", piensa la madre. "¿Por qué pasó esto, piensa el padre, yo no tengo nada que ver?" "¿Hay casos semejantes en una de las dos familias? ¿No sería mejor que muriera?", etcétera. Las reacciones van a precipitarse y a poner en marcha unos comportamientos en cadena: rechazo, sobreprotección, angustia, 57
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que provocan muy pronto manifestaciones somáticas en el niño, manifestaciones que, a su vez, refuerzan las conductas de los padres (circularidad). Señalemos aquí la importancia de la intervención médica que puede, en estos casos, ser rápidamente benéfica o totalmente desestructurante, tomando la palabra del médico, en esos momentos de desconcierto, un valor de verdad absoluta, a menudo con una connotación profética. El niño llega {> ~ mundo con una experiencia vivida, no es una arcilla informe, sorda, ciega, animada únicamente por una vida vegetativa. Desde el sexto mes de gestación22 escucha los sonidos, sobre todo las frecuencias graves (¿la voz del padre?), distingue los sonidos del lenguaje de los no lingüísticos, percibe la voz de la madre paralelamente a los ruidos internos: respiración, gorgoteos intestinales. Puede ya chuparse el pulgar y tragar el líquido amniótico. Hay un ritmo de vigilia y de sueño y sensaciones cenestésicas en sus movimientos y desplazamientos. Es acunado por el ritmo de los latidos cardíacos de la madre y se agita si éstos se aceleran. Si su madre está estresada, también él sufre las descargas de adrenalina, un gran ruido lo hace sobresaltar y acelera su ritmo cardíaco. Hay observaciones que muestran que las experiencias que pudo sufrir en su vida intrauterina son susceptibles de dejar marcas al nacer. He aquí dos ejemplos, de los que puedo dar testimonio personalmente.
De los sufrimientos antes del nacimiento El padre de una joven embarazada estaba internado en un estado muy grave, que dejaba pocas esperanzas de supervivencia. Al final de su embarazo, ella se sentía especialmente angustiada, esperando a la vez la llegada del niño y el anun58
cio de un agravamiento del estado de su padre, tal VIl IU muerte. El parto transcurre bien, pero la niñita parecía pooo dispuesta a vivir; se encontraba aparentemente en un estado letárgico, durmiendo día y noche, no aceptando el alimento más que dos o tres veces cada 24 horas; a causa de ello, la leche de la madre se agotaba, por lo que empezaron a darle mamaderas. Sin embargo, todos los exámenes eran normales. La madre pensaba que la niña había sufrido a causa de su propio sufrimiento, que había en ella vida pero también no vida. La pediatra, que conocía las cualidades de esta madre, tuvo una actitud de confianza y sostén, y no intervino médicamente sino que se contentó con vigilar a la recién nacida sin manifestar demasiada inquietud. Aconsejó a la madre que respetara esa actitud de "regresión", pero que aprovechara los raros momentos de vigilia para alimentar a la niña y para hablarle mucho. Después de dos o tres meses la beba salió de ese estado de estancamiento y se desarrolló de una manera completamente normal. Contrariamente a todo lo que cabía esperar, el abuelo se curó. ¡Siente por esta nieta una ternura particular y pretende, provocando la risa de la niña, que fue ella quien le salvó la vida! Si al nacer la niñita no hubiera encontrado una acogida particularmente cálida y el deseo de que viviera, deseo de la madre pero también del padre y de las dos familias, ¿no se habría dejado deslizar hacia la muerte? ¿Qué consecuencias habría tenido una internación, con lo que implica de aislamiento, de multiplicación de los exámenes, de alimentarla probablemente a la fuerza? ¿Habría salido entonces de su torpor? ¿No habría ingresado en el autismo? Un perjuicio físico con sufrimiento in utero puede marcar a un sujeto con tanta más fuerza por el hecho de que nada de ello aparecerá en la cadena significante. Es el caso de Pierre, quien, en su infancia, sufría de terrores nocturnos, en el transcurso de los cuales gritaba comprimiéndose la garganta con las dos manos. Su angustia era tal que era preciso despertarlo con la mayor prontitud para hacer que cesara esa pesadilla, de la cual sin embargo 59
nada podía decir al despertar. La madre, que se analizaba, relacionó esta angustia de estrangulamiento y el hecho de que Pierre hubiera nacido con un doble círculo del cordón y un nudo en éste, nudo que había hecho al evolucionar en un exceso de líquido amniótico (hidramnios). Al final del embarazo el niño ya no se movía, y la madre lo había creído muerto. De hecho, con cada movimiento el cordón umbilical no sólo le apretaba el cuello sino que el estrechamiento del nudo provocaba una anoxia por paro circulatorio, de donde la angustia de una muerte real. La madre participó a Pierre de este descubrimiento; esto disminuyó en mucho el aspecto aterrorizador de sus pesadillas, la angustia se atenuó, pero aun en la edad adulta subsiste una fragilidad en el nivel de la garganta, con algunas preocupaciones hipocondríacas referidas a esta zona corporal. No hay por lo tanto una ruptura tan fundamental como se creía entre las percepciones in utero y las que siguen al nacimiento; al margen de la visión, se comprueba en ellas cierta continuidad.
Los primeros días
El recién nacido está aquí; nena o varón, con pelo o sin él, rubio o morocho, silencioso o ya gritón, con los ojos abiertos o cerrados; ¡la madre descubre por fin a ese huésped que la habitaba desde hacía meses! En general, después de un primer contacto "pegajoso" sobre su vientre, no siempre apreciado, mientras el cordón aún no está cortado, cuando la madre puede estrechar contra sí al niño desnudo lo acaricia con la punta de los dedos, le da el pecho que lame o del que a veces mama desde el primer momento; al abrazarlo, percibe su olor. Al octavo día, el80% de las madres reconocen por el olor la batita de su bebé. También el recién nacido ha emprendido un trabajo de 60
reconocimiento: a los seis días se vuelve hacia el hisopo impregnado con el olor de la madre, desechando los otros. La comodidad de la forma de transportarlo y una temperatura ambiente adaptada son importantes, dado que el niño ha perdido el contacto envolvente del líquido amniótico. Un recién nacido al que se pone desnudo en una habitación fría manifiesta signos de desazón evidentes, grita y se debate echando los brazos hacia atrás. Entre los primeros signos de reconocimiento, citemos la voz: la madre habla a su recién nacido. ¿Reconoce éste la voz que percibió in utero? Después de algunos días de vida, reacciona ante la voz de su madre de una manera particular, y esto en ausencia de toda otra fuente de información aparte de la puramente auditiva ... A los cinco días, se chupa más el pulgar si escucha la voz de su madre que si se trata de una voz extraña. 23 Pero el signo más importante de reconocimiento entre la madre y el recién nacido es la mirada. Antaño se creía que los recién nacidos eran ciegos; cuando las madres afirmaban que los niños las miraban fJjamente desde el nacimiento, estas observaciones eran puestas en la cuenta del "enceguecimiento" del amor materno. Las investigaciones recientes demuestran que en el recién nacido existe la visión: Hay una fijación rudimentaria desde el primer día de vida, que se hace estable al quinto [... ]. Un recién nacido puede seguir con los ojos un estímulo a lo largo de un arco de 90°, acompañar esta búsqueda ocular con una rotación conjunta de la cabeza [... ]y suspender sus movimientos corporales. 24 En consecuencia, la visión es posible, pero la mirada es una actividad de relación que sobreviene en grados diversos según las madres y los niños. Algunas dicen haber experimentado el primer impulso de amor hacia su hijo cuando éste las miró con una atención sostenida. Una madre siempre está orgullosa de sorprender la mirada de su recién nacido fija en ella; en efecto, su rostro es lo más 61
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atractivo que hay para el lactante: está cerca de él (el recién nacido no se adapta a la lejanía), se mueve (un objeto en movimiento atrae muy especialmente su atención), emite estimulaciones sonoras. Cuando la madre cree sorprender esa mirada sobre ella, la interpreta como un signo de reconocimiento, sobre todo si está acompañada por una sonrisa. Multiplica entonces los comentarios. Se siente reconocida como madre y esto refuerza su vínculo con el niño. A causa de ello, enriquece sus intercambios con él en los juegos y las verbalizaciones, otras tantas conductas que estimulan las reacciones interesadas del niño, las que, a su vez, son retomadas por la madre. Del mismo modo, puede haber evitación de la mirada. tJn investigador americano, Daniel Stern, 25 filmó a una madre atendiendo a sus dos gemelos, de los cuales uno tenía perturbaciones en el desarrollo. Observó que entre ella y este último la mirada era sistemáticamente evitada, sin poder descubrir cuál de los dos inducía esta evitación, así como los movimientos de retirada que la seguían. Pero el análisis del film imagen por imagen mostró que, las más de las veces, era la madre quien iniciaba el movimiento de retirada, sólo un cuarto de segundo antes que el bebé. Otro autor americano26 hizo poco más o menos la misma observación en unos mellizos, de los cuales uno se volvió autista. Este no intercambiaba ninguna mirada con su madre a los t:res meses de edad, momento de la observación. El interés, al que podría llamarse innato, del lactante por el rostro humano es sorprendente cuando se lo puede poner en evidencia, como lo hizo Brazelton. En ciertas condiciones, el recién nacido puede reproducir las mímicas del rostro que tiene frente a él. En sus films, Brazelton entra en contacto con un bebé, le habla, le saca la lengua, lo que el niño repite en el acto. Estamos lejos de las observaciones de Spitz, para quien el rostro humano era percibido hacia los tres meses (sonrisa del tercer mes) y el materno reconocido a los ocho, proviniendo la angustia del octavo mes de esta discriminación entre un rostro extraño y el de la madre. 27 62
En el momento de este primer encuentro del nifto con tl mundo y con su madre, todas las aberturas de su cuerpo están listas para recibir las informaciones, la nariz para husmear los olores, la boca para tomar el pezón, los oídos abiertos a los ruidos y a la voz, la mirada atraída por el rostro que se inclina sobre él. En cuanto a la madre, manifiesta paralelamente una primera apropiación del cuerpo de su hijo en el tacto, el olfateo, los besos, el acunamiento, la contemplación. Este encuentro puede producirse en el placer o el displacer y también puede no ocurrir en absoluto, por recha· zo masivo de la madre o a causa de una imposibilidad médica, prematuridad, malformación, enfermedad de la madre o del bebé, por ejemplo. Luego ese tiempo de descanso termina, las exigencias de la vida se reanudan, el niño debe ser alimentado.
Alimentarse Los descubrimientos de los últimos años sobre la extrema precocidad de las capacidades de percepción y de alerta del lactante han cambiado la aprehensión que se tenía del mundo de la infancia; el bebé ya no es únicamente un tubo digestivo, sino "una persona". A causa de ello, la oralidad, si bien conserva toda su importancia, debe ser reconsiderada en sus relaciones con otras funciones. La pulsión oral se inscribe de entrada en el nivel de la necesidad, ser alimentado. Si el hambre no se sacia, llegan el sufrimiento y la muerte. Allí, el niño se encuentra en una impotencia absoluta, en un estado de total dependencia del Otro que asegura su supervivencia. Esta dependencia existe también en el plano motor; el pequeño humano tiene necesidad del adulto para sus desplazamientos, aunque sean mínimos. Si bien puede girar la cabeza, sin la asistencia del otro no puede mover el cuerpo para encontrar una posición 63
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confortable. Esta incapacidad motriz se debe a lo inacabado de su sistema nervioso motor. La desproporción entre la inmadurez del sistema nervioso de relación y el desarrollo extremadamente agudo de las capacidades perceptivas es sorprendente, y merece una reflexión. Aunque al principio de la vida los períodos de vigilia sean cortos, el recién nacido registra en esos momentos una increíble cantidad de informaciones. Volveremos a ello. Si está claro que el bebé humano es, por lo tanto, un ser débil, desprovisto, que va a permanecer largo tiempo como tributario del Otro para satisfacer sus necesidades vitales, también es un ser al acecho de todo lo que pasa a su alrededor, que no se pierde nada de las idas y venidas de su entorno, que escucha todo, los gritos, las disputas, las palabras intercambiadas, las que le dirigen los adultos. Sufre su manipulación y observa las expresiones de sus rostros. Si no tuviera esas solicitaciones a su alrededor, sería idiota. El Otro se convierte de por sí en el lugar primordial donde se incorpora la vida, la demanda se impone sobre la necesidad y el deseo va a anudarse en él en la palabra. Los lugares, los agujeros de su cuerpo en donde se originan la necesidad y la demanda, boca, ano, ojos, oídos, en lo sucesivo no funcionan más que en relación con los significantes del Otro. El cuerpo es atrapado de entrada en la red relacional con el Otro, hecha de signos y significantes a descifrar. No hay que olvidar que la pulsión, si bien conserva su rostro silencioso, se expresa mediante la demanda, por lo tanto mediante significantes: SOD. ¿De qué manera se hace esta recuperación significante del cuerpo?
De la necesidad al deseo Desde el nacimiento hay una ruptura en el cuerpo del recién nacido, cuya central vital relacional, hasta entonces situada en medio del abdomen, en la zona umbilical, se desplaza 64
hacia la región torácica y la encrucijada aerodigestiva. La primera percepción es el hambre y la primera expresión el grito. En el instante en que el hambre lo atenaza, ¿el niño no es más que un vacío doloroso, un grito? Pero llega el alimento, y es el placer: placer de la succión y placer interno del hartazgo. En ese momento, el niño es esto: boca-pecho y plenitud interna. Recordemos rápidamente el esquema neurológico del recién nacido (esquema corporal). Su sistema nervioso motor central y periférico es aún muy inmaduro, los movimientos voluntarios extremadamente limitados. Las sensibilidades están muy disociadas, es decir que, en las exteroceptivas, el contacto es anterior al calor y al dolor (para la sensibilidad cutánea existen tres haces diferentes: contacto, dolor y calor). En cuanto al sistema sensitivo interno, es predominante la sensibilidad interoceptiva, ligada al funcionamiento interno, digestivo, cardíaco, respiratorio, mientras que la sensibilidad profunda, músculos, huesos, postura, equilibrio, no se desarrollará sino mucho más adelante. Es importante subrayar esta predominancia de la sensibilidad interna, que ulteriormente va a borrarse. Después de la tensión del hambre viene el apaciguamiento, tiempo de calma y de bienestar, en el que el niño debe percibir su repleción gástrica, los movimientos intestinales de la digestión, asociados a sus latidos cardíacos y a la respiración. Ese cuerpo ahíto, seguro en los brazos de la madre o próximo al sueño, ¿permanece en la memoria como recuerdo de plenitud, de bienestar... , de felicidad? ¿No es este estado cercano al nirvana el que procura recuperar el toxicómano en la droga? Pero el "principio del nirvana expresa la tendencia de la pulsión de muerte", nos dice Freud en "El problema económico del masoquismo" (1924), y el narcisismo primario, que sería "anobjetal", corresponde tal vez a ese estado mítico de completud perdido para siempre. N o hay goce puro del funcionamiento de la vida. Si el recién nacido parece pasar la mayor parte de su tiempo en un sueño reparador al que uno imagina muy dichoso, es porque 65
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afronta simultáneamente dos actividades agotadoras: engordar (aumenta 1/100 de su peso por día) y vincular, integrar las informaciones que se atropellan, se superponen, las provenientes del interior del cuerpo y las venidas del exterior. Como la experiencia de satisfacción de la alimentación es concomitante de la presencia del Otro, lo que el recién nacido advierte desde el primer día, todo sentimiento interno de displacer, hambre, dolor, es pasmos intestinales, etc., será en un primer momento igualmente atribuido a este Otro; el Otro nutricio, bienhechor, tutelar, es al mismo tiempo el Otro malo, peligroso. El recién nacido tendrá que descifrar esta madeja de datos múltiples y contradictorios para construir sus objetos y su imagen del cuerpo propio. Continuemos también nosotros nuestra exploración de la díada madre-hijo, con las idas y vueltas obligadas de uno a otro. Sería tentador captarla como un todo, pero eso significaría olvidar que, por más circulares que sean, esas relaciones siguen siendo perfectamente disimétricas. En los estudios anglosajones referidos a las interacciones precoces, las madres que amamantan o juegan con sus hijos son largamente observadas, filmadas, registradas. Estas películas son interesantes, pero dejan la curiosa impresión de ser "anteriores al sonoro", no sólo por ser mudas sino porque les falta algo del orden de la palabra. La relación del niño con el lenguaje, en efecto, no está hecha únicamente de intercambios de onomatopeyas con la madre. El niño está sumergido en un universo de discursos. "Ello habla de él", como dice Lacan, ello habla mucho de él alrededor de él, y no sólo el personaje nutricio; padre, hermanos, hermanas, abuelos están interesados en el recién llegado, y los comentarios van a buen paso. También se puede olvidar su presencia y decirlo todo delante de él: "Es tan pequeño, no puede entender". Entonces se habla de todo, incluso de cosas que más tarde se le ocultarán. Es así como, en el análisis de los niños, se encuentran con claridad en los dibujos, en los síntomas, esos secretos de familia que, "es seguro, nunca le fueron develados". Observé a dos niños a quienes se les había 66
ocultado la adopción. Se presentaban como débiles mentales que no podían aprender nada (no saber nada). Ahora bien, el primer dibujo, en la primera sesión, demostró que su inconsciente sí sabía. Por otra parte, ¿puede subestimarse, como lo hacen los autores, el rol del observador, aun cuando trate de hacerse olvidar lo más posible? En esta simulación, aparece un poco como un voyeur que intenta penetrar algún secreto, a la manera del periodista de la película Blow up 28 que no deja de escrutar unas fotos tomadas por casualidad, para encontrar en ellas un indicio que se sustrae sin cesar. ¡También aquí subsisten misterios! ¿Por qué, se preguntan esos investigadores con un asombro un poco ingenuo, el mismo comportamiento observado en varias madres puede engendrar resultados tan desemejantes en los niños? Algunos de ellos, más sagaces, evocan entonces la dimensión del inconsciente materno: inconsciente, "capacidad de ensoñación" de la madre, otros tantos elementos que escapan al ojo de la cámara.
Presencia del Otro Si hablo de presencia, es claro que se trata de presencia real. Si el niñ.o está inscripto de entrada en un sistema significante, si ello habla de él antes de que nazca, no es puro significante, y tampoco puro cuerpo biológico. Procuramos aquí delimitar la articulación de los dos. ¿Cómo se postula el Otro como presencia real y lugar del significante? Volvamos a partir arbitrariamente del punto de vista de nuestro lactante. Tiene hambre. Grita. Ese grito hace aparecer a la madre y el alimento. Pronto cobra para el niño, por lo tanto, valor de llamado, se vuelve significante. Pero ese significante está en manos del Otro, que da sentido al llamado: "¿Tienes frío? ¿Tienes hambre? ¿Quieres venir a mis brazos? ... Eres mala", le dice la señora H* a Sylvie. En 67
esta interpretación se trasluce el deseo inconsciente de la madre. "Es del imaginario de la madre que va a depender la estructurasubjetivadelniño", 29 dijoLacanen 1966. Yen otra parte: "El sujeto, in initio, comienza en el lugar del Otro, en cuanto allí surge el primer significante". 30 El niño tiene una gran capacidad de adaptación a la voluntad del Otro; se aviene a todo, a los horarios aberrantes, a los ritmos impuestos, al demasiado o demasiado poco alimento. Sin embargo, si la interpretación de sus necesidades está demasiado distorsionada, si su satisfacción no es suficientemente relevada por la función simbólica, manifestará su intolerancia con el arma que tiene a su disposición: su cuerpo. Trastornos intestinales, regurgitaciones, trastornos cutáneos, etc., serán su respuesta. Si es desbordado por la incoherencia y la perversión del Otro o es víctima de su indiferencia, su respuesta podrá ser el autismo o la psicosis. Si las necesidades del cuerpo y la actividad fisiológica están atrapadas desde el principio en los significantes del Otro, ¿cómo percibe el recién nacido los signos de la preseJ;lcia de ese Otro? ¿Cómo integra signos y significantes en la construcción de su propia imagen del cuerpo? El niño, en los brazos de su madre en el momento de mamar, no quita los ojos del rostro materno, sobre todo si aquélla lo mira. Al mes, este contacto visual alcanza un 100%; disminuye después de los tres meses, dirigiendo entonces el niño su mirada a quien pasa a su alrededor. En los brazos maternos, en el momento del placer intenso de la succión y la deglución, el recién nacido percibe, con el gusto de la leche, el olor de la madre. Gusto y olor son concomitantes, y se sitúan en la zona bucal y en la encrucijada aerodigestiva. Este reconocimiento del olor de la madre se logra muy pronto: adquirido desde el sexto día de vida, desde entonces está ligado a la presencia materna y al placer de mamar. Pero no olvidemos que a él se asocia la percepción de la saciedad gástrica. En efecto, la sensibilidad visceral es muy viva en el recién nacido, y esto tal vez constituya un toque de atención para toda la patología de esta edad: 68
vómitos, anorexia, cólicos, diarreas, etcétera. El mericismo del niño es un síntoma que explica claramente esta carga de la mucosa digestiva. El niño regurgita los alimentos absorbidos pero sin vomitarlos, los guarda en la boca, los mastica y vuelve a tragarlos. Puede suceder que vomite una parte, lo que plantea problemas de desnutrición. Esta especie de rumia se produce cuando está solo, y el componente "autoerótico" que se menciona a este respecto muestra con claridad que el objeto puede ser tanto el pulgar que se chupa, que interesa únicamente a la zona bucal, como el bolo alimenticio, que pasa y vuelve a pasar de la boca al estómago. El placer oral está acompañado también por la voz de la madre, que el recién nacido reconoce al cabo del quinto día. La mímica y la mirada que acompañan a las palabras también están presentes para sostenerlo en esta posición de interlocutor privilegiado. El lactante identifica muy pronto otros signos de la presencia del personaje nutricio y de su permanencia, por ejemplo la manera en que la madre lo sostiene. Conocí a un bebé que no aceptaba tomar la mamadera más que si deslizaba un brazo por la espalda del adulto que lo tenía. Su madre lo había colocado así cuando le daba el pecho, y esta postura se le había hecho necesaria para alimentarse. Lo que el recién nacido percibe como presencia del Otro ligado a sus actividades fisiológicas puede asumir un carácter insólito. Puede ser, por ejemplo, la máquina o el tubo por donde pasa su alimento, puede ser el equipo de asistencia respiratoria del que el niño ya no puede prescindir. Algunas observaciones de prematuros ponen en evidencia este fenómeno. Cuando el prematuro permanece mucho tiempo con asistencia respiratoria, se hace muy dificil suprimir el tubo cuando la respiración podría ser normal. Ante las tentativas de extubación, el niño reacciona mediante un comportamiento de angustia: agitación, braquicardia (lentificación cardíaca), hipoxemia (se pone cianótico); le resulta imposible gritar debido al aplastamiento de las cuerdas vocales por el tubo. Si entonces se repone la intubación sin conectar la ventilación 69
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asistida, todo puede volver a estar en orden. La sola presencia del tubo basta para tranquilizar al niño y permitirle una respiración normal. La máquina, en ese caso, ¿no se coloca en el lugar de una parte de su cuerpo, con un mínimo de inscripción en el Otro, pedazo de cuerpo a la vez separado y "conectado" con el Otro?
Corentin, el prematuro La observación de un niño muy prematuro31 nos lo demuestra. Corentin nació a los seis meses de embarazo, con un peso de 900 gramos. Por ello, su supervivencia dependía del buen funcionamiento de un equipo complicado y de los cuidados intensivos de un personal altamente calificado. Sus padres atravesaban fases de esperanza y de desaliento, temiendo, en especial, eventuales secuelas neurológicas de esta prematuridad. Cuando Corentin adquirió un desarrollo suficiente y la autonomía de sus funciones vitales, el equipo que lo asistía advirtió que era imposible suprimir el aparato. Cada tentativa de extubación, que provocaba los trastornos vitales que mencioné antes, terminaba en un fracaso, lo que tuvo por efecto "desmotivar" a las personas que se ocupaban de él. Estas interpretaban la actitud de Corentin como una negativa a vivir, y respondían a ello mediante un "abandono". Los mismos padres iban cada vez menos a verlo. Corentin parecía mantenerse vivo exclusivamente a través de las máquinas, a la manera de un ser robotizado. Fue entonces cuando el médico jefe del servicio pensó que la situación no podía seguir así. Convocó a los padres para exponerles el problema; contemplaba la posibilidad de practicar una traqueotomía para introducir una asistencia respiratoria permanente, operación que permitiría al niño llevar una vida más normal y que la crianza fuera posible. Corentin podría salir de la cama, ser alimentado, acunado, manipulado como
un lactante normal. La perspectiva de esta operación trastornó a los padres, la misma significaba sin duda que el niño debía vivir, y sin una maquinaria demasiado pesada, pero les costaba aceptar esa intervención mutiladora. Tal vez advirtieron el rol decisivo que tenían que desempeñar en lo sucesivo. La madre empezó a ir todos los días a atenderlo y pidió que la operación de traqueotomía se difiriera. Se planteó todo un trabajo de reconocimiento mutuo, e incluso descubrió una manera de sostener al niño contra sí misma, con la espalda bien calzada en su pecho, lo que aliviaba a Corentin en el momento en que se le sacaba el tubo respiratorio. Al principio, el malestar del niño era intenso, pero poco a poco su sufrimiento se atenuó y se transformó en cólera, lo que subyugó a su madre. Seis semanas después, pudo vivir sin máquina ... y sin traqueotomía: el Otro estaba allí y su cuerpo podía por fin inscribirse en ese Otro. Las partes de su cuerpo que no tenían ex-sistencia más que en lo real de la máquina pudieron ser recuperadas en la relación significante con la madre y en su deseo. Lo real pudo borrarse ante un mundo simbólico que se abría ante él. La cuestión del borrado de lo real ligado al nacimiento del objeto y el sujeto será retomada cuando abordemos la psicosis. La historia deCoren tin y su tubo puede evocar otros casos en los que el cuerpo no simbolizable encuentra su existencia en una máquina. Ya en 1919TauskescribíaDelagénesisdel "aparato de influir" en el curso de la esquizofrenia32 y, más recientemente, B. Bettelheim, con el caso de Joe, nos da un ejemplo típico de lo que es el cuerpo máquina en la psicosis. 33 Antes de examinar más precisamente el impacto del significante sobre el cuerpo del niño, demorémonos un poco más en la problemática de los objetos, en el sentido de objetos a de Lacan: pecho, heces, voz, mirada, etc. (Lacan menciona otros con respecto a la pulsión). 34 Se imponen observaciones, y sigue habiendo preguntas en cuanto al vínculo que se establece muy pronto entre varios de esos objetos. Desde hace mucho tiempo Fran~oise Dolto hizo hincapié sobre las imágenes del cuerpo a las que llama olfativa, táctil, oral, 71
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anal, etc. Ella fue la primera en comunicar observaciones de recién nacidos que sorprendieron mucho en su momento: por ejemplo, la de un lactante que se dejaba morir de hambre después de la partida de su madre. F. Dolto aconsejó entonces envolver las mamaderas con ropa interior de la madre, y el niño volvió a alimentarse. Concluyó de ello que el narcisismo fundamental del sujeto está enraizado en las primeras relaciones repetitivas que acompañan al mismo tiempo a la respiración, la satisfacción de las necesidades nutritivas y la satisfacción de deseos parciales olfativos, auditivos, visuales, táctiles, que ilustran la comunicación de psiquismo a psiquismo del sujeto-bebé con el sujeto-sumadre.35 A los cinco días, sin embargo, es dificil pensar que el Otro tenga una existencia muy establecida: los vínculos "de psiquismo a psiquismo" no están sino débilmente constituidos. El comportamiento del recién nacido hace aparecer como mucho más notable la necesidad primera de una asociación, de un doble punto de referencia, y la importancia para el niño de encontrar los mismos signos: proceso, por lo tanto, de conexión y repetición. El vínculo que se constituye entre por lo menos dos percepciones y la necesidad de verificar su permanencia, ¿conforman el mínimo indispensable para fundar la existencia del Otro y, por eso mismo, la del sujeto? El hecho de que la necesidad oral no pueda satisfacerse sino retomada, ya desplazada, asociada a otros indicios de la presencia del Otro, muestra que el ciclo de las sustituciones y los desplazamientos se instaura desde el nacimiento. ¿Esta conexión inicial alrededor de la oralidad vendría a taponar desde el principio el acto de devoración, como si el primer objeto, el objeto oral, estuviera ya perdido antes de existir? Pero no hay objeto primero, hay, desde el origen, unos objetos, que se organizan en red o en serie a partir del cuerpo de la madre, indicios de su presencia, exponentes de su deseo. La heterogeneidad de esos objetos y el azar de su conexión tal vez den
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cuenta del "montaje de la pulsión [... ] en el sentido en que se habla de montaje en un collage surrealista''. 36 La experiencia primordial de satisfacción, por lo tanto, no queda aislada, está ligada a otras percepciones, y se introduce una red que se fija de manera definitiva. Mamar es un acto que se repite de cinco a siete veces por día durante los primeros meses, pero no representa la experiencia relacional exclusiva del lactante. Los períodos de vigilia se hacen cada vez más largos y se multiplican las oportunidades de intercambios con el entorno, aseos, cambiadas,juegos, en el curso de los cuales circula la palabra. Es con respecto a estas actividades de cuidado materno que vamos a ver cómo la madre imprime en el cuerpo de su hijo la marca de su deseo y cómo, a partir de esas marcas, el niño va a desprenderse de su estatuto de objeto librado al goce del Otro y, mediante cortes sucesivos, a construir sus propios objetos. En consecuencia, volvamos una vez más a la madre.
El niño en la economía pulsional del Otro No hay ninguna necesidad de ir muy lejos en un análisis de adultos, basta con ser médico de niños para conocer ese elemento que da peso clínico a cada uno de los casos que tenemos que manejar y que se llama pulsión. 37 En el Seminario XI, Lacan retoma el concepto freudiano de pulsión (nos mantenemos en el marco de las pulsiones parciales) con sus cuatro términos: Drang, el empuje, Quelle, la fuente, Objekt, el objeto, y Ziel, la meta. Los articula poniendo al frente su disyunción y el lugar del objeto, para él el objeto a: "La pulsión da la vuelta, lo que debe tomarse aquí con la ambigüedad que le da la lengua francesa, a la vez turn,
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... límite alrededor del cual se gira, y trick, juego de escamoteo".38 Lacan insiste mucho sobre el carácter circular del recorrido de la pulsión y sobre "la ida y vuelta donde se estructura". 39 La fuente es la zona erógena sobre la cual se riza el circuito. En resumen, esta estructura fundamental [.. .] es algo que sale de un borde, que duplica su estructura cerrada, siguiendo un trayecto que da la vuelta y cuya consistencia no asegura ninguna otra cosa sino el objeto, en calidad de algo que debe ser rodeado. 40 Es este objeto el que nos interesa más particularmente aquí, este objeto que de hecho no es más que la presencia de un hueco, de un vacío cuya instancia no conocemos sino bajo la forma del objeto a. El objeto a no es el origen de la pulsión oral. No es introducido en calidad del primitivo alimento, lo es por el hecho de que ningún alimento satisfará nunca la pulsión oral, si no es rodeando el objeto eternamente faltante. 41 El objeto a, objeto perdido, faltante, es aquello alrededor de lo cual gira la pulsión. ¿De qué manera llega el niño a este lugar? En la pulsión, Trieb, estamos lo más cerca del cuerpo; los términos mismos de zona erógena, empuje, satisfacción dan cuenta de ello. Ahora bien, "Que haya algo que funda el ser, y será seguramente el cuerpo". 42 Las dos tópicas freudianas, con la distinción del inconsciente y el ello, son retomadas por Lacan, que acentúa su disparidad postulando en un primer momento: "El inconsciente está estructurado como un lenguaje" y haciendo del sujeto el f/J de la cadena significante, mientras que, en la continuación de su enseñanza, pone más el acento sobre la dialéctica del deseo y hace del objeto a una referencia esencial. Este objeto condensa lo que hay del goce, concepto que debe entenderse en oposición al placer, éste siempre ligado a lo prohibido y a la ley. Con la pulsión estamos lo más cerca del cuerpo, puesto que las zonas erógenas son el borde
de donde parte el circuito que envuelve al objeto a para volver a formar su rizo sobre ese mismo borde, y esto en un goce que no puede mencionarse. En efecto, si bien la pulsión se articula sobre la demanda~ OD, por lo tanto sobre la palabra, conserva su cara silenciosa. ¿No habla Freud del silencio de las pulsiones? En los primeros contactos madre-lactante, hemos visto la importancia de la relación de los cuerpos. ¿No sería esta prevalencia pulsional responsable del silencio que rodea los primeros instantes, y de la incapacidad de dar cuenta de él con palabras? Freud fue el primero en atreverse a evocar en términos claros el placer que la madre experimenta en los cuidados que da a su hijo: Las relaciones del niño con las personas que lo cuidan son para él una fuente continua de excitaciones y satisfacciones sexuales que parten de las zonas erógenas. Y ello tanto más por el hecho de que la persona encargada de los cuidados (en general la madre) testimonia al niño sentimientos que derivan de su propia vida sexual, lo abraza, lo acuna, lo considera sin duda alguna como el sustituto de un objeto sexual completo [... ]. La pulsión sexual, lo sabemos, no es despertada solamente por la excitación de la zona genital. 43 El cuerpo del niño in utero puede ser sentido como fragmento del cuerpo propio de la madre con el mismo derecho que uno de sus órganos. Las manifestaciones histéricas y psicosomáticas del embarazo lo atestiguan. Separado del cuerpo de la madre, "resto" de un encuentro sexual, su impotencia, su indigencia hacen de él el modelo del objeto más próximo narcisisticamente, al menos por un tiempo. En la imagen del niño prendido al pecho, Freud lo subraya, la voluptuosidad está, en general, del lado del niño: Cuando se ha visto al niño saciado abandonar el pecho, volver a caer en brazos de su madre y, con las mejillas rojas y una sonrisa dichosa, dormirse, no se puede dejar de decir que esta imagen sigue siendo el modelo y la expresión de la satisfacción sexual que conocerá más adelante. 44 75
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La voluptuosidad de la madre rara vez se menciona. Es cierto que para una madre es dificil hablar de ese algo perturbador que experimenta en la comunicación de cuerpo a cuerpo con el niño. Una de ellas me decía que siempre la sorprendía sentir una subida de la leche cuando escuchaba los gritos de su lactante. El pezón es una zona fuertemente erógena y la succión del bebé puede procurar un placer intenso, que a veces llega hasta el orgasmo. ¿Es "confesable"? En primer lugar, la madre puede sentirse sorprendida, luego inquieta o culpable; en todos los casos, se guarda bien de hablar de ello. En ocasiones interrumpe el amamantamiento para poner fin a esta incongruencia. Entre un hombre que quiere retomar la vida sexual y gozar de su cuerpo y un bebé que se alimenta de la misma fuente, puede sentirse presionada a hacer una elección. ¿Cómo está atrapado el niño en este bucle de las pulsiones maternas? Recordemos que en todo ser hablante existe, por estructura, una pulsión preponderante -de la que la psicología dedujo los tipos de carácter oral, anal, narcisista, fálico, etc.- y que esta pulsión dominante entra en la composición del fantasma fundamental.
La pulsión oral y la pulsión anal del Otro Vayamos a la pulsión oral. ¿Qué es? Se habla de los fantasmas de devoración, hacerse manducar. En efecto, cada uno lo sabe, está verdaderamente allí, confinando con todas las resonancias del masoquismo, el término otrificado de la pulsión oral. ¿Pero por qué no poner las cosas entre la espada y la pared? Puesto que nos referimos al lactante ante el pecho, y como la crianza es la succión, digamos que la pulsión oral es el hacerse chupar, es el vampiro''. 45
A la madre, con su recién nacido, no puede no incumbirle 76
directamente la pulsión oral: esta boca ávida que, de cinco a siete veces por día, la conmina a dar el alimento puede darle el sentimiento de ser acaparada, absorbida, de "hacerse manducar'' por ese pequeño vampiro. Pero al vampiro mismo le concierne de otra manera la devoración: se defiende todo lo que puede de creer que se come a su madre -el objeto a separador es el garante de ello-, pero no por eso la angustia de devoración está siempre menos pronta a surgir con los fantasmas que la acompañan. Esas bocas que se tienden hacia él para "devorarlo" a besos no son forzosamente tranquilizadoras. Los pintores que han representado a la Virgen con el niño a menudo mostraron la actitud de retirada de éste, la distancia que intenta poner con respecto al cuerpo materno, como si se defendiera de una proximidad demasiado grande. La pulsión oral es también ese placer, esa excitación que el niño percibe cuando se presta a los juegos de acercamiento y retirada en los que el Otro simula devorarlo. La expresión de su rostro, su mohín, muestran que está entonces a medio camino entre las lágrimas y la risa; si se ríe, es porque pudo superar su angustia. Los niños más grandes sienten gran placer ante el juego del "¿Lobo estás?", con la espera excitante de la aparición del lobo que va a arrojarse sobre ellos para comerlos. Por otra parte, muchos cuentos infantiles retoman estos temas de la devoración. Las secuencias de juego erotizado con el adulto velan lo real de la devoración, y lo reintroducen en lo pulsional para hacer de ello goce. Los relatos para niños vuelven a colocar las pulsiones en un imaginario colectivo y, también allí, hacen surgir un goce que a menudo se mantiene muy próximo a la angustia. El lenguaje aporta a ello una dimensión complementaria: permite el develamiento pulsional al mismo tiempo que lo contiene gracias a la ritualización del relato mediante el empleo de locuciones tales como "Erase una vez", la utilización del pretérito indefinido, poco usado en la vida corriente, etcétera. A partir de la pura necesidad vital de alimentarse, el niño 77
va a construir, por lo tanto, un mundo imaginarlo, donde se reencuentran las huellas de la carga pulsional de la madre. Para la señora If, las dificultades alimentarias de Sylvje adquirieron de entrada una connotación peyorativa en relación con su propia problemática oral, dado que su bulimia de adolescente seguida de una descarga brutal y masiva del alimento no son sino graves manifestaciones de angustia de expresión oral. Y revivió esta fijación oral con Sylvie. Cada madre, por lo tanto, va a dar a sus cuidados maternos un estilo en relación con su propia dominante pulsiomd y los fantasmas que la acompañan. Una madre que pone en primer plano la relación de alimentación, por ejemplo, estará particularmente ansiosa si tiene un bebé que come poco. Fr~nte a las mamaderas tomadas por la mitad se sentirá una mala madre nutricia; inquieta, multiplicará las comidas, lo que aumenta las regurgitaciones, las que, a su vez, van a reforzar su angustia y a provocar actitudes de atiborrarniento. frente a un niño menudo, sin apetito, que "verdaderamente no le hace honor", tendrá conductas de rechazo, no entenderá: "¿Por qué hace eso?" Y a partir del "Come, entonces ... para darme el gusto, un bocado para papá, mamá, etc.", el niño se volverá anoréxico y soñará con alimentarse de la nada. A la inversa, algunos niños glotones, bulímicos, insaciables, pueden angustiar a una madre "poco dada a la comida", más atraída por los intercambios lúdicros o de lenguaje con su lactante, que a causa de ello experimentará una decepción: "No piensa más que en comer. ¿Qué es lo que le falta para que reclame todo el tiempo? ¿Hay que ponerlo a racionamiento?" Estas madres, a menudo ex anoréxicas, reprimen a veces sádicamente la succión del pulgar. Con frecuencia, las madres perciben un peligro en dejarse llevar por sus apreciaciones personales para alimentar al niño, por lo que se remiten al saber médico y dejan que el pediatra decida por ellas. Cuando los médicos daban regímenes uniformes para las diferentes edades del niño, los riesgos de trastornos alimentarios eran tanto más grandes cuando 78
las madres tomaban esas prescripciones al pie de la letra. En la actualidad, la alimentación se hace más bien a la carta, según el peso, el gusto y el apetito del niño. Cuando se trata de los más pequeños, es raro que la madre exija un control de la función de excreción, si bien aún se las ve poner a sus lactantes en la escupidera a horas regulares. La zona anal es una parte del cuerpo del bebé muy investida por la madre; ésta se preocupa del número y la cantidad de las deposiciones, del estado de las nalgas, y las cambiadas que siguen al amamantamiento son la ocasión de manipulaciones del cuerpo: se lo lava, entalca, perfuma, viste. No faltan los comentarios. (Este interés se reencuentra en la abundancia de avisos publicitarios sobre marcas de pañales.) La preponderancia de la pulsión anal en la madre provoca una erogenización de la función de excreción del niño. Ahora bien, el recorrido del bolo alimenticio es más percibido en el lactante que en el adulto. Por ello, toda carga privilegiada del Otro sobre esta zona inducirá una respuesta anatómica y fisiológica directa. Pude comprobar la inmediatez de esta respuesta en un intercambio entre una madre y su hija de tres años. Esta no dejaba de reclamar chocolate, lo que le ocasionó esta observación: ''Ya basta, si comes demasiado te dolerá la panza y no podrás hacer más caca". Tras lo cual la niña se precipitó a la escupidera y volvió con la misma rapidez a llevársela a su madre, mostrando en su interior un lindo excremento. Tuve en análisis a una niña de diez años que presentaba graves trastornos del tránsito intestinal. Había sufrido varias resecciones del colon, luego de episodios oclusivos que se atribuían a una longitud excesiva del mismo. Me la había enviado el cirujano, que se negaba a intervenir en lo sucesivo. En efecto, periódicamente la niña era llevada con urgencia a su servicio a causa de "episodios oclusivos" extremadamente dramatizados. La puesta en observación demostró que no se trataba más que de un estreñimiento pertinaz. Estas crisis de bloqueo del tránsito intestinal daban lugar a grandes escenas familiares: niña que aullaba de dolor, padre y madre 79
,.. en vela toda la noche practicando baños calientes y otras manipulaciones para que "¡la caca salga de una vez!" En análisis, el síntoma de la niña reveló ser una puesta al día de la estructura de la madre, gran obsesiva preocupada, desde el nacimiento de su hija, por esa caca "que ya no quería entregar. Supositorios, termómetro en el trasero, ¡todo era inútil!" En sus dibujos, la niña representaba sus intestinos como un cordón umbilical que la unía a la madre. Con el análisis, los síntomas orgánicos desaparecieron con bastante rapidez, pero el trabajo de readecuación estructural fue largo, tanto por el lado de la madre como por el de la niña. Cuando la madre presta un interés particular a una parte del cuerpo del niño con el goce asociado a él, marca para siempre con su sello esa zona corporal. Así, Lacan nos recuerda que la noción de cuerpo fragmentado designa antes que nada una fragmentación libidinal: El psicoanálisis implica, desde luego, lo real del cuerpo y de lo imaginario de su esquema mental. Pero, para reconocer en él su alcance en la perspectiva que se funda en el desarrollo, en primer lugar es preciso reparar en que las integraciones más o menos parcelarias que parecen constituir su ordenamiento funcionan allí, antes que nada, como los elementos de una heráldica, de un blasón del cuerpo. Como queda confirmado en el uso que se hace de ello para leer los dibujos infantiles. 46 En los primeros dibujos se encuentra a menudo, en una forma identificable, la zona corporal particularmente investida y erotizada en la relación con el Otro. En el caso antes mencionado, los intestinos estaban inscriptos de entrada como el vínculo que unía a la niña con su madre. También he visto a la cabellera representar ese mismo papel de enlace con el Otro, en los dibujos de una niña que exhibía una alopecía que producía calvicie. Esta niña, que tenía una cabeza perfectamente calva, se representaba con una bella cabellera retorcida que constituía un puente entre ella y su madre. 80
La historia de Lucie He aquí otra observación. Lucie había nacido con una luxación congénita de la cadera. Esta malformación requirió una internación de 18 días a la edad de cinco meses, en las condiciones de incomodidad que le son inherentes: cuerpo inmovilizado sobre la espalda, piernas separadas, mantenidas en tracción. La madre estuvo muy atenta a que la niña no sufriera a causa de la internación: se quedaba junto a ella prácticamente durante todo el día, garantizando los cuidados y la alimentación y jugando con ella para distraerla de esa inmovilidad obligada. El tratamiento se prolongó durante cuatro meses mediante un yeso que iba desde la cintura a los pies y luego con un entablillado noche y día, por otros dos. Cuando éste se suprimió durante el día para volver a ponérselo a la noche, la actitud de Lucie sorprendió mucho a sus allegados. Si bien parecía feliz de mover las piernas y de patalear libremente de día, cuando, en el momento de acostarse, su madre llegaba con el entablillado en la mano, manifestaba una alegría extrema y se ponía de inmediato en posición de ser atada e inmovilizada. Cuando Lucie veía aparecer a su madre con el objeto que, durante meses, había simbolizado las marcas del amor que ésta le había prodigado, no podía sino manifestar alegría y una excitación feliz ante ese reencuentro. Ese objeto bárbaro, pero objeto mediador entre las dos, investido de toda una experiencia vivida en conjunto, perdió poco a poco su interés frente a las múltiples solicitaciones del mundo exterior. Por lo demás, algunos pequeños hechos anexos vienen a apuntalar esta observación. La hermana de Lucie, dos años mayor que ella, tuvo durante el período de cuidados dados a su hermanita "problemas" muy dolorosos en sus pies: ¿eczema, micosis? El diagnóstico fue vago. Esas lesiones desaparecieron cuando Lucie no tuvo que recibir más cuidados. Sucedía que esta hermana dibujaba niños con grandes cabezas, cuerpos minúsculos y 81
sin piernas. Ante el asombro que suscitaban estas representaciones, respondía: "Para las mamás es mucho mejor tener hijos sin piernas". En cuanto a Lucie, a los tres años conserva un interés completamente específico por los zapatos de los adultos. Pasea en su cochecito de muñecas las botas de su padre o las chinelas de su madre, usando en sus pies los zapatqs -d,e sus hermanas mayores. Estas observaciones, que pueden parecer triviales, muestran en qué medida el interés privilegiado que la madre prestó a una parte del cuerpo del niño, aquí las piernas, lo marca de manera indeleble. De esta carga corporal el niño puede hacer que nazca un objeto que va a ingresar en un ciclo de desplazamientos y sustituciones. La imagen inconsciente del cuerpo libidinal se mantiene relativamente estable, mientras que el objeto prosigue su camino, vistiéndose de fantasma, deslizándose en el deseo. Los zapatos, aquí, podrían ser el preludio a un objeto fetiche. Para Lucie, sus piernas, sus pies son lo que tiene de más precioso, los rodea con pulseras, collares, se complace en hacerlos desapa:r;ecer en las botas de su padre. Corre y se mueve con mucha agilidad, habida cuenta de sus antecedentes. Si, más adelante, se convirtiera en bailarina, bien podría ser que ignorara el porqué de su vocación.
La voz y la mirada del Otro A los gritos del niño responde la voz de la madre, voz que habla, voz que canta, portadora de significantes. Pero los significantes no van a cobrar sentido más que con posterioridad. Esta retroacción caracteriza precisamente a la cadena significante. Sería abusivo pensar que el recién nacido "comprende" lo que se le dice. Si bien es cierto que las palabras se inscriben en su memoria desde el primer instante de la vida, no obstante no escucha más que un tono de voz: colérico y 82
rugiente lo hace llorar, dulce y "ac.ariciador" lo tranquiliza y adormece. Agreguemos que los lactantes captan perfectamente la diferencia entre la voz femenina y la masculina. Voz y mirada, nos dice Lacan, son los dos objetos que atañen más específicamente al deseo, estando el pecho y las heces implicados más bien en la demanda. ¿Es este orden más elevado el que hace que la voz de por sí pueda ser puro goce? Los aficionados al canto y a la ópera carecen de palabras para hablar de su pasión. Tomé nota, en una revista de música, de una entrevista a la actriz Marie-Christine Barrault, que expresa así este goce: Mis grandes emociones en la ópera son las voces de las JD.ujeres. Creo que en la voz hay algo femenino, algo profundamente carnal, sensual, algo de un abandono que corresponde al goce femenino. Es lo que a menudo me procura la sensación de experimentar una ópera más que de escucharla, es decir no sólo entenderla con la cabeza sino también con los oídos, con la piel, con los pies, como si fuera porosa, como si me abriera por todas partes, en un estado de goce completamente ffsico que inunda el cuerpo entero. Es allí donde la escucha se reúne con el acto de cantar, en esta apertura a un flujo, a un transmitir, a un experimentar [... ]. 47
Esta voz, que penetra por el oído sin que uno pueda protegerse de ella, puede convertirse en persecutoria. De hecho, las alucinaciones auditivas son más frecuentes que las visuales o cenestésicas. Los psicóticos, que en su mayor parte hoy en día reciben quimioterapia, hablan poco de sus alucinaciones. Sin embargo, es posible deducirlas de ciertas actitudes de escucha, la mano sobre el oído, labios que se mueven. Ante la pregunta: "¿Qué escucha allí?", sucede que el paciente responde con el relato de fenómenos alucinatorios, que oculta habitualmente a sus allegados y a menudo al psiquiatra. Sylvie era perseguida por las voces que salían de los aparatos de radio, de televisión, etc. Después de haber estado aterrorizada, anonadada por la voz colérica del adulto que le 83
ordenaba que comiera, exigía volver a experimentar la sensación de penetración: "Ponte furiosa, le decía a su madre, con una verdadera furia, más fuerte". En otros mamen tos, intentaba protegerse de la intrusión del mundo exterior tapándose los oídos, cerrando los ojos y apretando las mandíbulas. Si de por sí la voz puede ser objeto de goce, la mirada, en cuanto objeto de la pulsión escópica, entra en general en las estructuras más complejas, tales como el fantasma, el reconocimiento en el espejo, con el narcisismo y las identificaciones yoicas que se derivan de ello. La mirada nos conduce también al camino del goce estético. Estas cuestiones serán abordadas en un capítulo ulterior, pero informaremos aquí de una observación en la que la pulsión escópica de la madre va a marcar directamente el cuerpo del niño, bajo la forma de una enfermedad de la piel.
Paul-Marie y su eczema Este chico de ocho años me había sido derivado por un dermatólogo a causa de un eczema importante, tratado sin grandes resultados desde hacía años. Hijo único, Paul-Marie sabía que seguiría siéndolo: embarazo tardío, deseado apasionadamente por la madre que estuvo paralizada por una ciática desde el primer mes, embarazo rechazado por el padre, poco dispuesto por razones personales a cargar con un rol paterno. Para no molestar a su marido con este bebé que manifestaba su presencia un poco demasiado ruidosamente, la mujer "lo escamoteó" (es su expresión) lo mejor que pudo, disimulándolo lo más posible ante un padre que tenía interés en conservar su tranquilidad. Si Paul-Marie estaba disimulado a la mirada paterna, la madre, en cambio, no se cansaba de contemplarlo, de admirarlo. La mayoría de las veces lo tenía junto a ella, para "aprovecharlo al máximo". El eczema justificó un interés renovado en ese cuerpo "precioso" al que 84
la madre, varias veces por día, untaba con pomadas de diversos colores. Desde las primeras sesiones del análisis Paul-Marie se puso a dibujar, en un estado de gran excitación, volcanes cuyos chorros de lava multicolor se difundían en torno. Lo apasionaban las "erupciones" volcánicas, de las que no ignoraba nada. Estaba también fascinado por las piedras preciosas y contaba la historia de personas que, a la noche, ocultaban sus joyas en la casa y las exponían sobre el techo durante el día, ¡para mostrar cuán ricas eran! La mayoría de las veces se trataba de rubíes y esmeraldas. Yo pensaba entonces en las placas eruptivas coloradas de su rostro y su cuello, que exhibía con un placer evidente. El eczema se borró desde la tercera sesión, cuando decidió (no daré aquí los detalles de esa decisión) que de ahí en más él mismo se untaría con la pomada, cosa pensable porque se la aplicaba a su hamster, curiosamente también atacado de eczema. La madre sufrió mucho por ser inútil en lo sucesivo:" ¿Entonces ahora me toca a mí escamotearme?", me dijo, e hizo una ciática que la inmovilizó durante algunas semanas, exactamente igual que en los comienzos de su embarazo. PaulMarie y su padre se ocuparon de las tareas de la casa con una alegría y una complicidad que asombraron a la madre. Pero la calidad de ésta fue el factor que permitió al niño revisar su posición libidinal y perder su síntoma. Desde las primeras sesiones se había iniciado en ella un trabajo de duelo, y fue en su cuerpo mismo donde vivió esta castración. Al mostrarle a su hijo que renunciaba a guardarlo como su objeto, su "piedra preciosa", supo designarle la vía de su deseo. La pulsión escópica, el goce del ver en la madre, habían inducido en el niño, en lugar de a, un hacer ver y un hacer tocar, el eczema. Mirada y tacto estaban asociados, por lo demás, en una pesadilla repetitiva: Un pulpo gigante, enorme, sobre el techo de la casa de en frente ... con ojos grandes como un placard (!). Tiene ocho brazos, ocho tentáculos, dos hileras de ventosas para atrapar 85
a las presas, en sus "dedos" hay veneno y hasta puede pellizcar... ese veneno se libera en el mar para hacer minúsculas mareas negras ...
Esos brazos venenosos que atrapan a su presa y la pellizcan dejan huellas. En cuanto a los ojos, Paul-Marie se vaciará uno: un accidente, dijo la madre. Tranquilamente sentado junto a ella en un sillón, puso con la misma calma el cañón de un revólver de juguete sobre su ojo y disparó. Conserva de ello una cicatriz blanca y una pérdida casi completa de la agudeza visual de ese lado. Cuando el síntoma se borró, advertí en su análisis una gran eflorescencia fantasmática. El objeto mirada estaba siempre allí, pero velado en argumentos en los que venía a colocarse el significante fálico, como aquel en el que un fantasma negro con ojos fosforescentes se lleva a su bien amada después de múltiples peripecias. Paul-Marie fabricó un fantasma de yeso que saca de su bolsillo: en las fosas orbiculares aparece y desaparece la luz de una bombita eléctrica que puso en el interior. El cuchillo con el ·cual cortaba las rocas que tenían piedras preciosas se va a convertir en "mágico" y servirá para múltiples usos, como cortar en dos una mariposa que se revelará macho de un lado y hembra del otro (su doble nombre de pila). Una bola de plastilina y el cuchillo van a ser los protagonistas de aventuras increíbles, por ejemplo: "La bola se manduca a los fantasmas glotones para no dejar más que sus ojos. Se hace «corta~ por el cuchillo, lo que sin embargo no la descorazona", etcétera. El femenino y el masculino bailan su ronda. A través de los relatos que Paul-Marie introduce en el análisis, se produce toda una revisión fantasmática de los elementos primitivos, en. un montaje que Lacan califica de surrealista. Pero, paralelamente, puede apreciarse el impacto de lo pulsional sobre las funciones yoicas. Paul-Marie se interesa apasionadamente por los grandes descubrimientos sobre los orígenes de las rocas, de la materia. Su yo ideal se dibuja, será vulcanólogo, químico o micólogo, para estudiar 86
los hongos venenosos, pero, me dice, "no me sentiré apasionado por ser «ginecologista»". A mi pregunta sobre ese "ginecologista", contesta: "son los que buscan saber si uno tiene eczema, saber si uno es ansioso y sentimental". ¿Es una alusión al ideal del yo del analista? En ese "ginecologista" escuché la con tracción de ginecólogo y psicoanalista, pero no dijo nada más sobre ello. En cambio, ¿no coincide su definición del analista con la del sujeto supuesto saber, el que "busca saber si uno tiene eczema, saber si uno es sentimental"? ¿Y no hace falta sentir pasión por este oficio para desempeñarlo? ¿Qué deseo sostiene una pasión semejante?
La pulsión sadomasoquista del Otro El sadomasoquismo es un término comodín que recubre varias realidades y del que se apoderó el lenguaje corriente, contribuyendo a la confusión. Habría motivos para distinguir lo que corresponde a la pulsión, al fantasma y a la perversión sadomasoquistas. En su Seminario sobre "La angustia", Lacan subraya el carácter absolutamente "heterogéneo" del masoquismo y, a este respecto, habla de "masoquismo femenino, masoquismo erógeno y masoquismo moral". 48 En la relación del adulto con el niño, ciñámonos por el momento a la pulsión y al fantasma, reservando para más adelante una reflexión sobre la perversión a propósito de Sylvie. La pulsión propiamente dicha, con su carácter "acéfalo", está, en el caso del sadomasoquismo, más cerca del actuar perverso que el fantasma, en el cual se encuentran implicados no sólo el objeto sino el sujeto en cuanto S. Esta pulsión interesa en el más alto grado a la configuración que enuncié al principio, la del niño en posición de objeto a para el Otro, 87
dado que en toda posición sadomasoquista el objeto está siempre en primer plano. Dice Lacan en el Seminario XI. 49 El sujeto asumiendo el rol del objeto, es exactamente esto lo que sostiene la realidad de la situación de lo que se denomina pulsión sadomasoquista, y que no está más que en un solo punto en la situación masoquista misma. Es por el hecho de que el sujeto se hace objeto de una voluntad otra que no sólo se clausura sino que se constituye la pulsión sadomasoquista.
En esta posición masoquista, el sujeto se hace objeto, "siendo esta encarnación de sí mismo como objeto la meta declarada". 50 Lo que parece menos evidente, y que Lacan pone de relieve, es que en el deseo sádico el sujeto ocupa también este lugar del objeto, "sin saberlo, en beneficio de otro". 51 "Procura realizarse, hacerse aparecer como puro objeto, fetiche negro".52 El niño, en su estatuto natural de objeto, es altamente susceptible de inducir en el Otro una posición sádica. ¿Existe, en efecto, relación humana tan disimétrica y complementaria como aquella en que un sujeto posee la omnipotencia, el poder implícito de vida y muerte sobre otro cuya existencia y devenir están completamente a su merced? Estos sentimientos de omnipotencia, de poder absoluto pueden ser experimentados hasta el vértigo en ciertos seres, ellos mismos en posición de debilidad en su vida relacional, quienes se viven en este lugar de objeto a la vez con delicia y humillación. Los pasajes al acto sádicos sobre el niño son una recuperación en espejo de la posición masoquista que conoce el sujeto. Se trata allí de un fracaso de la inscripción del niño en lo simbólico, y esta violencia corresponde al orden del enfrentamiento imaginario. Todo adulto que se interesa en el niño está atrapado en la tentación de modelarlo a su imagen, de imponerle su visión de las cosas, de someterlo a su voluntad. ¿Son los proyectos educativos y pedagógicos algo distinto a eso? En esta pasión
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que los hombres ponen en educar y enseñar (¡y cuántas disputas ideológicas que despierta!), el poder bascula con mucha facilidad hacia su abuso y se vuelven vagos los límites entre el punto en que se detiene el goce de uno y comienza la libertad del otro. Las conductas sádicas en la educación de los niños se perpetúan gracias a las buenas intenciones de las que alardean. Con la ley de la repetición y la inversión pulsional, se transmiten de una generación a la otra (cf. R. Queneau, Zazie dans le métro). Como cada uno guarda en la memoria de su cuerpo el recuerdo de una situación sadomasoquista infantil ("Pegan a un niño" es un fantasma trivial), la perversión sádica con el niño no tiene el aspecto espectacular y escandaloso de la perversión sádica sexual. Es cierto que, en las conductas sádicas con el niño, no se encuentran tan netamente el ritual, el ceremonial, la puesta en escena, y el dolor no es buscado abiertamente como meta. N o obstante, si dolor, marcas en el cuerpo, sufrimiento, angustia no aparecen como objetivo directo, no por ello se encuentran menos en el corazón de la relación cuando se repite y se instaura como tal. Esta perversión que no dice su nombre tal vez sea, para la mujer con el niño, el equivalente de la perversión sexual en el hombre. Habremos de volver a esta cuestión a propósito de la evolución de Sylvie y de las relaciones del niño psicótico con su entorno. Antes de examinar las consecuencias sobre el niño de las pulsiones y las conductas sádicas del adulto, en especial de la madre, distinguiremos otras dos problemáticas. Aunque a menudo se la asocie, esta perversión sádica es en efecto distinta de lo que corresponde a los deseos de muerte más o menos conscientes de los padres hacia el niño. A esos anhelos de muerte éste responde en lo real mediante pasajes al acto múltiples: accidentes, fractura de miembros, intoxicaciones con los productos domésticos, etc. Estos niños, bien conocidos en los servicios pediátricos, no siempre son reconocidos como en peligro de muerte, tan masivas son las resistencias cuando se trata de poner en duda un amor parental 89
universal. El asesinato del niño debe ser silenciado. Sin embargo, uno sabe señalarlo en otras sociedades y en otros tiempos, pero nunca en la propia casa. 53 También es preciso diferenciar las agresiones al cuerpo del niño de lo que corresponde a la ambivalencia del amor maternal. Lacan subraya la demarcación que debe hacerse entre la reversibilidad de la pulsión y las variantes del amor: La reversión de la pulsión es ahí algo totalmente distinto a la variación de ambivalencia que hace pasar al objeto del campo del odio al del amor y a la inversa, según que sea provechosa o no para el bienestar del sujeto". 54 En otra parte habla de "odienamoramiento". El amor no siempre está en el lugar de la cita a la llegada del niño; tampoco el odio, por lo demás. El no deseo de su presencia, "el anhelo de que no exista", como dice Bettelheim con respecto a los padres del niño autista, seguramente es peor que cierta violencia. La depresión materna en el momento del nacimiento, con la indiferencia que la acompaña, el vacío relacional, el desinterés por el niño son tal vez lo más determinante en la producción de la psicosis, puesto que aquí se trata de la puesta en juego masiva de la pulsión de muerte: sí, pulsi6n de muerte y no deseo de muerte, que son dos conceptos que no hay que confundir. En Sylvie, la carga materna estaba constituida por una gran violencia, pero esta misma violencia era fuerza de vida e iba a mantenerse como un elemento dinámico en el transcurso del análisis. Las variaciones del amor que uno manifiesta a su hijo son además una de esas evidencias que más vale callar, tanto se idealiza en nuestras sociedades ese amor. Winnicott, que sin embargo valoró los cuidados maternales y exaltó el amor que una madre debe manifestar a su hijo, tuvo palabras muy duras para describir el odio que se mezcla con este amor. Su artículo de 1947, "El odio en la contratransferencia", comienza así: "La madre odia a su niño desde el principio [. .. ]". Sigue la enumeración de todos los buenos motivos de este odio: el
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niño es demasiado invasor; acabada la tranquilidad, nos acapara, nos "quita el aire"; demanda todo sin dar nada a cambio; cuanto más se le da, más exige, con rabietas por añadidura; etcétera. El odio puede ser primario y definitivo, cuando el niño es el fruto de un encuentro deshonroso. En una película de los hermanos Taviani, Kaos (1984), sobre novelas cortas de Pirandello, una madre no puede soportar la vista de su hijo mientras que, en la mirada de éste, se adivina todo el amor que siente por ella y como una súplica punzante. Ella desvía la cabeza y se aleja. El espectador sabe cuál es el horror que la visión de su hijo le despierta cada vez: el rostro del hombre que la violó después de haber decapitado a su marido. · En las familias con varios hijos, la mayoría de las veces uno solo parece representar todo el "mal" que cada uno lleva consigo, chivo expiatorio detestado pero indispensable. Puede suceder que sea discapacitado o psicótico. Pero dejemos por el momento el "odienamoramiento" para volver a la pulsión. La pulsión sadomasoquista es la que marca con más fuerza el cuerpo libidinal del sujeto infans, e induce con la mayor determinación sus fantasmas y su deseo. La violencia ejercida sobre el cuerpo, el dolor impuesto son signos fácilmente identificables del goce y el deseo del Otro. El niño maltratado es el que se siente cómodo en lo más profundo de la intimidad del padre que maltrata, en perfecta identificación con él vía el objeto. La moral, la actitud de reprobación escandalizada de la opinión pública, el horror que engendran tales situaciones hacen olvidar que el vínculo entre la víctima y su verdugo es a menudo más fuerte que todos los lazos de amor y ternura. La película Portero de noche, 55 que abordaba con mucha verdad esta cuestión, no tuvo sino un éxito escandaloso. Recientemente, en el transcurso de un proceso, un adolescente pidió volver a vivir con su madre, que sin embargo le había hecho sufrir sevicias durante varios años, en particular encerrándolo en un placard. Esta actitud fue interpretada como: "La ha perdonado". Ahora bien, lo 91
poco que se conoce de la vida de la madre hace pensar que este hijo era lo que tenía de más cercano, aquel cuyo destino era reproducir su propia suerte: el de una niña sin padre, golpeada y rechazada por una madre a la que adoraba. El niño maltratado cuyo cuerpo está marcado de cicatrices rara vez va a "presentar una denuncia", aun cuando esté en edad de hacerlo. Esas marcas son una señal de pertenencia, y el goce que se asocia a las marcas y al dolor refuerza el vínculo que lo une al otro que lo maltrata. Si se separa brutalmente a estos niños de su medio y de su verdugo, aparecen bruscamente graves trastornos, tales como despersonalización o ingreso en la psicosis. 56 Con frecuencia caen en la delincuencia, llevando una vida escandida por la violencia. Si quieren tener hijos es, dicen, para "reparar" todo el mal que recibieron, para dar el amor que no tuvieron. Pero el hijo que vendría a garantizar la imagen de buenos padres que quieren ser se revela, en la realidad, decepcionante y muy pronto se convierte en perseguidor, volviendo a dar inicio al ciclo de la represión sádica.
Lugar del niño en los fantasmas parentales Desde antes de nacer el niño tiene su lugar en los fantasmas de los padres, en sus ensoñaciones, en los proyectos que hacen en torno a su llegada. El niño real provoca la emergencia de una nueva organización y modifica ciertas determinaciones preexistentes. A través de lo que evocamos de la pulsión en los casos que expusimos brevemente, es posible señalar las estructuras más elaboradas del fantasma. Por ejemplo, para la madre de Paul-Marie, desde la concepción parece haberse construido un fantasma del tipo "Escamotean a un niño", fantasma que ya puede señalarse en su historia edípica. 92
Tanto en las pulsiones como en los fantasmas prevalece el orden imaginario, a causa del predominio del objeto y la imagen del cuerpo. Pero el niño experimenta la captación en el fantasma del Otro a través del lenguaje, aquí el lenguaje mínimo de la demanda: "Es imposible [... ] pasar por alto el hecho de que no hay demanda que no pase por alguna razón por los desfiladeros del significante", 57 escribe Lacan. Desde el principio mismo de su vida, el niño está inscripto en el significante. El anudamiento de lo simbólico y lo imaginario se hace mucho antes de que el sujeto hable, y el corte con el objeto es concomitante de la recuperación en el lenguaje. En el Fort-Da, el objeto carretel y su manipulación, presenciaausencia, son connotados por los significantes fort y da. En la psicosis, veremos que esas operaciones de anudamiento no están tan bien coordinadas. A medida que el niño adquiere un mejor dominio de su cuerpo y del lenguaje, por asunción de su imagen especular y su ingreso en la palabra, las identificaciones cambian de registro; la identificación con el objeto "a" tiende a borrarse, ingresa en la problemática edípica y el trazo un ario se vuelve entonces una referencia identificatoria esencial. Es en los tropiezos del discurso del Otro, en los no dichos, en todo lo que hace del Otro el sujeto de la enunciación inconsciente, donde el niño señala la falta de ser y el significante de una falta en el Otro, S (Á.). 58 Es de esta falta que va a hacer el cauce de su propio deseo, "dos faltas que se recubren", dice Lacan. De este recubrimiento (la operación de separación, la intersección), escribe: "Esta función se modifica aquí por una parte tomada de la falta a la falta, por lo cual el sujeto llega a encontrar en el deseo del Otro su equivalencia con lo que él es como sujeto del inconsciente". 59 Esta operación de inconsciente a inconsciente, ¿no podría dar cuenta del diálogo de sordos que se instaura entre padres e hijos, diálogo de sordos entre buenos entendedores, donde cada uno es llevado, sin saberlo, a revelar la verdad del otro? He aquí algunas preguntas que revelan esta búsqueda del saber sobre el deseo del Otro, el Che vuoi?, que ilustran la 93
mezcla de los géneros y el deslizamiento que puede efectuarse de un plano al otro, de la pulsión al deseo, de lo imaginario a lo simbólico: ¿Qué soy para el Otro? ¿Quién soy para el Otro? ¿Qué quiere ese Otro de mí? ¿Que lo haga feliz? ¿Que lo
colme? ¿Cómo? ¿Sólo yo? ¿Que borre las heridas de su vida? ¿Qué ve mi madre en mí? ¿La mirada de su madre? ¿El rostro de su padre? ¿La maldad de su hermano? ¿A quién ama ella a través de mí? ¿A su padre? ¿A su hermana menor? ¿A ella, bebé en los brazos de su madre? ¿Con quién sueña ella cuando me mira? ¿Con el niño maravilloso de sus sueños? ¿Con la niña que ha sido? ¿Con el hombre que ama? ¿Porqué me hicieron? ¿Por azar? ¿Voluntariamente? ¿Quisieron una niña o un varón? ¿Para quién me hizo ella? ¿Para el hombre que ea mi padre? ¿Pensando en ese otro hombre al que tanto admjra, su ídolo? ¿Para su propio padre? ¿Para darme a su madre? ¿Como regalo? Y mi padre, ¿por qué le hizo un hijo a esta mujer? ¿Por qué a ella y no a otra? ¿Por qué dejármela en los brazos? ¿Por qué está tan celoso de mí? ¿Por qué no se interesa en mí? ¿Por qué me dio el nombre de pila de su padre? ¿Por qué dice que no tengo nada de él? El niño entiende lo que se dice más allá de las palabras, lee entre líneas en la saga familiar. En lo que es, en lo que se convierte, revela la verdad oculta del Otro, y su propio destino, que él cree único y singular, está ya inscripto en la historia de quienes lo precedieron, lo que no le impide creer en su libertad. El psicoanálisis es sensible por naturaleza a los signos de este sometimiento y a las respuestas que el sujeto le aporta. He aquí algunas. "Seré esa Michele nacida y muerta antes de mí, cuyo recuerdo está más vivo para mis padres que mi presencia",
parece decir ese transexual que de Michel se convirtió en Michele. "Si es preciso ser débil para ser amado, lo seré", parece pensar el hermano mayor de un niño mogólico. Y deja de comprender y pensar. Fracaso escolar y regresión. "¿Hay que estar muerto para ser amado? ¿Ya lo estoy? ¿Quién soy?", se pregunta Lucien, que se convierte en algo así como un muerto vivo cuando lee su nombre en una tumba, la del hermano bienamado de la madre, cuyo nombre lleva (nombre de pila y apellido).
Sylvie en el corazón de la red libidinal de toda una familia Mientras que la identificación con el objeto tiende a borrarse y en el pas~e del ser al tener ese objeto se construye progresivamente, el niño psicótico está en posición de no dejar de "revelar la verdad de este objeto". Le falta la "mediación paterna", que le permitiría renunciar a esta función y entrar en la significancia fálica. Notemos el carácter de fljeza de esta posición. ¿Acaso no escribe Lacan que "La distancia entre la identificación con el ideal del yo y la parte tomada del deseo de la madre, si no tiene mediación (la que normalmente asegura la función del padre), deja al niño abierto a todas las tomas fantasmáticas. Se convierte en el «objeto» de la madre y ya no tiene otra función que revelar la verdad de este objeto"?60 Más adelante intentaremos una reconstrucción imaginaria de la vivencia de la beba Sylvie frente al traumatismo y a los reencuentros fallidos con su madre. Pero procuremos en este momento señalar el lugar que ella ocupa en la economía libidinal de esta madre, de la pareja de los padres y de la familia ampliada. 95
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En un primer momento domina la indiferencia, el desinterés de la madre ante una lactante con la cual no puede establecer más que un contacto de cuerpo a cuerpo en el placer compartido del amamantamiento. Sin embargo, rompe ese vínculo después de seis semanas y deja a la niña, a la que no reencontrará sino a la edad de seis meses, excepción hecha del intermedio a los tres meses. A su regreso, la actitud negativa de Sylvieva a hacer el papel de un revelador y a fijar a la niña en su posición de objeto de identificación y de goce a la vez, en una relación sadomasoquista. A la luz de lo que sabemos de la alerta precoz del recién nacido y de la importancia de los intercambios relacionales en este período, formularemos algunas observaciones e hipótesis sobre las particularidades del período de cuidados maternos para Sylvie. Durante seis semanas va a conocer una satisfacción total de la necesidad; su hambre es calmada de inmediato en un clima de dulce calor, de contacto estrecho de piel a piel en los brazos de la madre y con su olor. En la misma etapa, tiene la percepción de la saciedad y la repleción gástrica, así como· de los movimientos de su peristaltismo intestinal, muy vivo en el niño prendido al pecho, que en general hace sus deposiciones en el momento de mamar. Esta primera red de percepciones podría constituir un principio de construcción del cuerpo: pezón en la boca, gusto de la leche, olor de la madre con su contacto envolvente, sensaciones internas y percepción de la zona anal al evacuar las deposiciones, en un momento de placer intenso. La necesidad que tendrá más adelante de ser envuelta en los delantales de la madre para paliar su ausencia de límites corporales, ¿no tiene su origen en este período de la crianza, cuando podía esconderse en unos brazos acogedores? Estas percepciones son concomitantes, y su representación forma un conjunto soldado, inmóvil tal vez, pero que se mantiene aislado. En efecto, cuando termina de mamar, Sylvie es retomada por brazos extraños. Niñeras o empleadas domésticas se suceden y se encargan de los cuidados debidos a los 96
niños, cambiadas, baños, etc., en un clima que puede suponerse de indiferencia afectiva. Sylvie no conoce las miradas intercambiadas durante el amamantamiento, el placer de los juegos que siguen a la alimentación, los diálogos con la madre, toda esa red significante que se constituye alrededor del objeto y a la que J.-A. Miller ha llamado tan bellamente la "charlita del deseo". En su Seminario de 1956-1957, "La relación de objeto", Lacan es muy claro acerca de la preponderancia que conserva el objeto cuando nada viene a sustituirlo. Es por el hecho de que la madre falta al niño que la llama que éste se engancha a su pecho y que hace de ello algo más significativo mientras la tiene en la boca, mientras se satisface con ella y no puede ser separado. 61
Es lo que parece pasarle a Sylvie. La carga de las conductas orales, que nada llega a relevar, es masiva; el goce de esos instantes es "compensación a la frustración del amor". Un poco más adelante en su Seminario, Lacan agrega: "El niño aplasta la insaciabilidad fundamental de la relación en la captación oral con la cual adormece eljuego"62 (juego en torno a la presencia-ausencia). La boca y la encrucijada aerodigestiva -no olvidemos el olor de la madre ligado al placer de la succión y al gusto de la leche- son para Sylvie una zona del cuerpo sobreinvestida, lugar de satisfacción casi exclusivo. Cuando llega Georgette, se inicia su cuarto mes de vida. No tuvo tiempo para constituir una red de vínculos sustitutivos de esa madre perdida, reencontrada, de nuevo perdida. Por otra parte, el vacío libidinal y afectivo y la poca solicitación en la relación la dejaron sin sostén, desamparada, sin las primeras representaciones del cuerpo que se constituyen en torno a los intercambios de los cuidados maternales. Parece no tener más que la succión del pulgar como lugar de reencuentro de la presencia materna. Ahora bien, lo que sucede con la llegada de Georgette cobra para este ser ya frágil el aspecto de un 97
cataclismo: el placer de la succión es brutalmente interrumpido, el único lugar de goce que la unía a la madre es violado, destruido, y se convierte en lugar de sufrimiento; dolor, asfixia, alaridos: Sylvie ya no es más que esto. Sumergida, anonadada, no percibe más que la voz colérica y el contacto corporal de ese otro que la aprieta entre sus piernas. ¿Cómo sobrevivir a este desborde de la excitación, a este maremoto, si no haciéndose la muerta, cerrándose al mundo? ¿No constituye entonces la retirada autística la única parada posible? Los gritos y el rechazo del alimento son interpretados inmediatamente por la señora H* como: esta niña quiere hacer que me vaya, me hace frente, me provoca, hace una "huelga de hambre". Es una guerra declarada. Ante mi pregunta acerca de si no había pensado que en una beba de seis meses esos síntomas podían ser causados por un sufrimiento real, me responde que nadie se lo dijo. ¡Que Sylvie manifiesta mediante los gritos su descontento por el abandono de su madre no deja lugar a dudas! Todo niño que se reencuentra con sus padres después de una ausencia más o menos prolongada les hace pagar, mediante su comportamiento agresivo o reivindicativo, el pesar que le provocó estar separado de ellos. De entrada, la señora H* va a recordar el vocabulario paterno para calificar la situación: "Es malo dejarse manejar por los niños; hay que meterlos en vereda", etcétera. Más adelante, cuando la situación evolucione, los significantes que sirvieron para calificar a su padre -déspota, tiranoserán retomados para Sylvie. ¿Pueden las categorías lacanianas aportar alguna iluminación a esta situación? En su carta a Jenny Aubry,63 Lacan escribe: "El niño realiza la presencia del objeto a en el fantasma. Sustituyendo a este objeto satura la modalidad de falta en la que se especifica el deseo (de la madre), cualquiera sea su estructura especial: neurótica, perversa o psicótica". ¿Qué objeto realiza Sylvie en el fantasma de esta madre?Yo respondería: 98
el que la madre misma ha sido y que continúa siendo en el fantasma de su padre, el objeto en la posición masoquista (cf. supra). Puesto que, en la relación con su padre, la señora H• había tomado claramente el partido de "hacerse objeto de una voluntad otra" en la alternativa de someterse o desaparecer: "Convertirse en adulto era imposible", dice, ese pasaje podía ser fatal para quien se arriesgara en él. Aunque reconozca tener con su padre relaciones tormentosas, el vínculo entre ellos sigue siendo muy fuerte: "Era un tirano, yo lo adoraba". ¿Cómo pudo la señora H• inscribir a Sylvie en este mismo lugar de objeto que ella ocupaba para su propio padre? En la relación con él, probablemente se había constituido un fantasma inconsciente que se formularía de este modo: "Fuerzan a un niño". Este fantasma pudo ser totalmente reprimido con las dos primeras hijas, que se presentaron como bebas tranquilas, adaptadas al ritmo impuesto. En el tercer embarazo, la señora H• parece asombrosamente pasiva y sometida: al cuerpo médico que condena la regulación de los nacimientos, a su marido, a los principios, a la naturaleza, etc. Lo que se desencadena cuando reencuentra a Sylvie a los seis meses contrasta con la indiferencia que le manifestaba hasta entonces. A .m regreso de las vacaciones, ve lo que sucede entre Georgette y la niña. Hay colusión entre un fantasma inconsciente y la realidad de un acto. Y de entrada tiene la convicción -por otra parte, otra lo descubrió antes que ella- de que "Sylvie tiene mal carácter". Va entonces a retomar las conductas de atiborramiento sádico con una total buena conciencia, por el bien de la niña. El discurso que se instaura en torno a ese fantasma y a su pasaje al acto va a volverse muy rico, las astucias de los perseguidos-perseguidores son innumerables. Analizaremos más adelante el devenir de esta relación. En este modo de actuar, Sylvie es verdaderamente el objeto de una pulsión que yo calificaría de sadomasoquista. Si la primera hija era el objeto de la contemplación, donde prevalecía, por lo tanto, la pulsión escópica, pero también 99
estaba en posición de falo para la madre, Sylvie se encuentra en una posición de bisagra, en la que es a la vez la perseguida y el objeto perseguidor. La señora H* se convierte en la perseguidora cuando se identifica con su padre todopoderoso y destructor, y en la perseguida cuando Sylvie invierte la situación y la tiraniza. ¿No son su propia imagen y su propio destino los que asigna a su hija? Se comprende por ello de qué manera esta lucha a muerte entre madre e hija se engancha con el goce -goce que, recordémoslo, implica un inmenso sufrimiento de una y otra parte. ¿No afirma Lacan que el niño psicótico pasa a ser, en su posición de objeto, un "condensador para el goce"?64 Algunos años después del comienzo del análisis de su hija, la señora H* me dirá: Sylvie era una niña demasiado precoz, es así que tuve esa actitud con ella, no respetaba su personalidad. Era yo quien debía hacer (sic) todas las reacciones de mis hijas, si se oponían era preciso que las hiciera cambiar de opinión. La mayor era mi posesión, con la segunda la cosa se agravó y con la tercera estalló. Si no hubiera tenido a Sylvie, también las habría quebrantado.
Ciertamente, la señora H* hace estas reflexiones con posterioridad, en una especie de retorno al pasado, con la parte de reconstitución que eso implica. Pero resuena en ellas esta "precocidad", en eco a la tiranía de su padre -con él, era "imposible", sin correr riesgos "fatales", convertirse en adulto-y el "hacer todas las reacciones de mis hijas", donde sella su deseo de hacer de ellas réplicas de sí misma, pero donde se perfila también el obrar intrincado en la pulsión. Así, en posición de objeto de la pulsión, objeto en torno al cual se construye el fantasma, Sylvie se sitúa, en el deseo de sus padres, en la encrucijada de los dos linajes -como lo hemos visto en el capítulo I-, en un lugar que no interesa al deseo de la pareja parental sino al de cada uno de los dos padres en su propia posición edípica. Ella refuerza el vínculo
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madre-abuelo materno, ese abuelo que va a decidir su partida y a subvenir a los gastos de su estada en el extranjero. Es por otra parte el hijo que el padre da a su propia madre, a quien parece decirle: ámala, mejórala, tú que eres una buena madre. Esta problemática edípica, pervertida en los dos linajes en grados diversos, deja entrever uno de los niveles en los que puede señalarse la forclusión de la metáfora paterna.
Notas l. Jacques LACAN, Écrits, pág. 814. 2. !bid., pág. 813. 3. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia" (inédito), clase del12 de diciembre de 1962. 4. Ornicar?, no 29, pág. 17. 5. Gérard BERQUEZ, L'autisme infantile- lntroduction a une clinique relationnelle selon Kanner, PUF, 1983. 6. Philippe ARIES, Essai sur l'histoire de la mort en Occident, du Moyen-Age a nos jours, Seuil, "Histoire", 1975 [La muerte en Occidente, Barcelona, Argos Vergara, 1982]; Mourir autrefois, Archives Gallimard Julliard; Elisabeth BADINTER, L'amour en plus, Flammarion. 7. Bernard THIS, Nattre, Aubier; Nattre et sourire, Aubier; Le Pere, acte de naissance, Seuil [El padre, acto de nacimiento, Buenos Aires, Paidós]; La requete des enfants a nattre. 8. Philippe ARIES, L'enfant et la vie familiale sous l'Ancien Régime, Seuil, "Histoire", 1973 [El niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, Madrid, Tauros]. 9. René A. SPITZ, La premiere année de la vie de l'enfant, prefacio de Anna Freud, PUF, 1958 y 1963 [El primer año de vida del niño, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica]. 10. Subrayado nuestro. 11. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 174.
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12. lbid., pág. 145. 13. J. LACAN, "Notes a Jenny Aubry'', publicadas en anexo a Enfance abandonée, Scarabée, 1983, y en Ornicar?, n° 37, pág. 13. 14. J. LACAN, Ornicar?, no 37,pág.13,Le Séminaire,libroXI, pág. 199. 15. J. LACAN, Lettre de l'École freudienne, no 16, pág. 201. 16. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 23 de enero de 1963. 17. Documento de trabajo editado por Le Coq Héron, n° 9, "L'Haptonomie", 112 boulevard Saint-Germain, 75006 París. 18. SOULE, Essai de compréhension de la mere d'un enfant autistique, comunicación al Congreso de psicoanalistas de lenguas romances, París, mayo de 1977. 19. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 188 (subrayado nuestro). 20. J. LACAN, Écrits, pág. 840. 21. lbid., pp. 808 y 814. 22. Todas las informaciones sobre las percepciones del recién nacido son extraídas de los Cahiers du nouveau-né, n° 5, "L'aube des sens", obra colectiva sobre las percepciones sensoriales fetales y neonatales, bajo la dirección de Etienne Herbinet· y Marie-Claire Busnel, Stock, 1983. 23. J. MEHLER y colab., lnfant Recognition of Mother's Voice Perception, 1978. 24. Cahiers du nouveau-né, n° 5, op. cit. 25. Daniel STERN, Mere-enfant, les premieres relations, Pierre Mardaga éditeur, 1977. 26. L. F. KUBICEK, High-Risk lnfans and Children, Adult and Peer Interactions, Academic Press, 1980. 27. R. A. SPITZ, La Premiere année de la vie de l'enfant, op. cit. 28. En la película de Antonioni, de 1967. 29. J. LACAN, Seminario sobre "La lógica del fantasma" (inédito), clase del 16 de noviembre de 1966. 30. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 180. 31. Observaciones comunicadas por Christine BARDEY. Tesis de maestría de psicología clínica y patológica (no publicada), defendida en la Universidad París VIII Saint-Denis, junio de 1985. Residencia efectuada en el servicio de neonatología del Hospital de Pontoise, servicio del doctor Leraillez. 32. V. TAVSK,LaPsychanalyse, n°4, "Lespsychoses",PUF, 1958. 102
33. B. BETTELHEIM, La Forteresse vide, Gallimard, 1967 [La fortaleza vacta, Barcelona, Laia]. 34. J. LACAN, Écrits, pág. 817. 35. F. DOLTO, L'lmage inconsciente du corps, Seuil, 1984, pág. 67 [La imagen inconsciente del cuerpo, Buenos Aires, Paidós]. 36. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 154. 31.lbid. 38.lbid., pág. 153. 39.lbid. 40.lbid., pág. 165. 41.lbid., pág. 164. 42. J. LACAN, Le Séminaire, libro XX, pág. 100 [El seminario de Jacques Lacan. Libro XX. Aún, Buenos Aires, Paidós]. 43. S. FREUD, Trois essais sur la théorie de la sexualité, Gallimard, "Idées", 1962 [''Tres ensayos sobre una teoría sexual", en Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1968). 44. Ibid. 45. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 178. 46. J. LACAN, Ecrits, pág. 804. 4 7. Entrevista a Marie-Christine BARRAULT, "La voix du corps", Cahiers du Festival, no 1, junio de 1985, Festival de Aix-enProvence. 48. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia". 49. J. LACAN, Le Séminaire; libro XI, pág. 168. 50. J. LACAN, Seminario sobre "La angustia", clase del 16 de enero de 1963. 51. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 169. 52. J. LACAN, Écrits, pág. 773, y Seminario sobre "La angustia", clase del16 de enero de 1963. 53. Documento, "Les enfants perdus de Khomeiny'', L'Evénement du jeudi del 30 de mayo al 5 de junio de 1985. 54. J. LACAN, Le Séminaire, libro XI, pág. 187. 55. De Liliana Cavani, 1980. 56. Trabajo realizado en la institución "Le Relais", en Ivry. 57. J. LACAN, Écrits, pág. 811. 58.J.LACAN,Écrits,pág.818. 59.lbid.' pp. 842-843. 60. J. LACAN, Notes a Jenny Aubry, op. cit. 61. J. LACAN, Seminario sobre "La relación de objeto" (inédito), clase del 6 de enero de 1957. Subrayado nuestro.
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r 62. !bid., clase del22 de febrero de 1957. Subrayado nuestro. 63. J. LACAN, Notes a Jenny Aubry, op. cit. 64. Discurso de clausura de las Jamadas sobre el psicoanálisis de niños, 1967, Recherches especial, "Enfance alienée", JI.
111 CLINICA DEL OBJETO
¿Cómo, de la posición de ser ese objeto, el niño llega a la situación de tenerlo? Objeto a abandonado en las manos del Otro pero con todos los sentidos alerta, está atrapado en el centro de una vasta red de signos y significantes que se corresponden y a los que debe descifrar. Por caminos que aún siguen siendo misteriosos, identifica los indicios del goce del Otro, sus objetos privilegiados, sus significantes amos, otros tantos materiales que utiliza para construir su cuerpo libidinal. Este primer cuerpo, fragmentado por las diferentes funciones fisiológicas, especie de cuerpo rompecabezas, no sostiene su comienzo de unificación más que en la permanencia del Otro, en el retorno asegurado de su presencia, en la repetición de las mismas satisfacciones, en los ritmos que se suceden: vigiliasueño, amamantamiento-cambiadas-juegos con la madre, excitación-reposo, desaparición y reaparición de las mismas personas en momentos identificables en función de los ritmos biológicos, por ejemplo el padre presente al despertarse y en el momento del sueño, etcétera. La continuidad de los cuidados, el retorno de lo idéntico, la repetición de los mismos indicios son indispensables para asegurar la cohesión de este primer sujeto, y permitir la introducción de lo que serán sus cimientos, es decir sus objetos a, objetos sobre los cuales se apoya el primer encadenamiento significante, la primera inscripción simbólica. Si esa red asociativa precoz de percep-
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ciones y de construcción de los objetos en torno de la presencia del gran Otro no pu,ede constituirse, ninguna "reunión" es posible, el cuerpo sigue siendo un real estallado y, sobre sus fragmentos no totalizables, va a incorporarse un lenguaje a la medida de esta dispersión. En el niño psicótico, esto va de la ecolalia a la incoherencia verbal total. Para Sylvie, cuyo cuerpo se mantiene sin límites, piel con orificios cuyas funciones nunca son identificables, el lenguaje será a la imagen de ese cuerpo, caótico, desarticulado. La constitución de los objetos a asegura al sujeto que puede habitar su cuerpo, dar lugar a la inscripción significante y, por ello, sostener su identidad. Con su concepto de objeto a, Lacan enriqueció su enfoque del sujeto, e hizo salir al psicoanálisis de los callejones sin salida donde lo mantenía una interpretación demasiado rítgida y reductora del pensamiento freudiano, puesto que esta noción de objeto puede dar lugar a múltiples deslizamientos de sentido. Ahora bien, aunque para Freud el objeto siguió siendo en esencia el de la pulsión, extendió progresivamente el concepto de ésta (pulsiones de vida, pulsiones de muerte) y la noción de objeto se volvió más flexible. Cuando Freud habla de pulsiones del yo o de autoconservación, el objeto de la satisfacción corresponde al objeto llamado "parcial", el pecho para la pulsión oral, el excremento para la anal, por ejemplo. Pero sobre esas pulsiones parciales "se apoya" la pulsión sexual y el objeto pasa a ser una persona: "Llamamos objeto sexual a la persona que ejerce la atracción sexual y meta sexual a la acción a la cual empuja la pulsión",t escribe. Cuando habla de elección de objeto, entiende también objeto de amor, y en su artículo "Introducción al narcisismo" aísla dos de ellas: la elección narcisista y la elección anaclítica. Pero sin embargo deja abierta la cuestión: la distinción entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales "es una mera contradicción auxiliar, que sólo conservaremos mientras se revele útil". 2 El objeto que designa al mismo tiempo el objeto de la pulsión y el de amor se convierte por lo tanto en un concepto 106
híbrido entregado a todas las readecuaciones. Esta ambigüedad está en el origen de la corriente analítica que hizo de la "relación de objeto" una concepción psicologizante, convirtiéndose el objeto en el componente de una personalidad más o menos acabada y siendo el objetivo confeso de un psicoanálisis transformar un objeto "pregenital" en objeto "genital". Lacan se rebeló contra semejante interpretación del pensamiento freudiano, que hacía que la ética analítica se deslizara hacia unas perspectivas de terapia adaptativa. En su Seminario sobre "La relación de objeto" (19561957), intenta dar coherencia y rigor a este concepto. Retomando la teoría kleiniana del objeto, subraya sus ambigüedades: Insisto sobre la bipolaridad o la oposición que hay entre el objeto real, en la medida en que el niño puede estar frustrado en él, y, por otra parte, la madre en cuanto está en posición de acordar o no este objeto real. Ello supone una distinción entre el pecho y la madre. Es de lo que habla la señora Melanie Klein cuando habla de objetos parciales y, para la madre, de objeto total. Lo que se estudia, en esta posición, es que esos dos objetos no son de la misma naturaleza. Ya se los distinga o no, se mantiene que la madre en cuanto agente es instituida por la función de la llamada. Es tomada como objeto marcado y connotado por una posibilidad de más o de menos en cuanto presencia-ausencia, en cuanto la frustración realizada por cualquier cosa que se relacione con la madre como tal es frustración del amor, en cuanto lo que proviene de la madre como respuesta a esa llamada es algo que es un don, es decir distinto al objeto.
En su brillante simplicidad, esta larga cita nos recuerda un punto fundamental del psicoanálisis de niños, a saber la in traducción de lo simbólico a partir del objeto y la preponderancia de este orden en el nacimiento del sujeto. A causa de ello, Lacan denuncia la reducción abusiva a lo imaginario de todo enfoque del sujeto, tal como lo imaginan los kleinianos. Esta preponderancia imaginaria es aun perceptible en la práctica kleiniana, donde la madre, incluso objeto total, es el
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receptáculo de producciones fantasmáticas que se refieren a este objeto parcial, bueno, malo, perseguidor, etc., sin que se sepa nunca "qué lugar reserva esta madre al Nombre-delPadre en la promoción de la ley". 3 La necesidad de retomar la cuestión del objeto, por lo tanto, se impuso muy pronto a Lacan. Ocurrirá lo mismo con el afecto, cuya utilización era también vaga y abusiva. Pero objeto y afecto están ligados, y Lacan se pasará el año del Seminario sobre "La angustia" (1962-1963) tratando de establecer las relaciones del objeto con la angustia y algunos otros afectos como la conmoción, la emoción, etc., y con el goce. Quienes le reprocharon haber hecho poco caso del afecto, ¿habían entendido todo lo que, año tras año, elaboraba en torno a este objeto? En su Seminario sobre "La Etica" nos había hablado de las relaciones del goce con la cosa, das Ding. El objeto a permitía un enfoque más operatorio de este goce, una disyunción fundamental entre goce y placer, ilustrando, con ello, la naturaleza del síntoma, la reacción terapéutica negativa, ciertos aspectos de la perversión, etcétera. Al asociar goce y angustia en el momento de emergencia del objeto a (en especial en su Seminario sobre "La angustia") nos procuraba una herramienta que nos permite un mejor abordaje de la psicosis. En mi práctica de psicoanalista de niños, el Seminario sobre "La relación de objeto" y el de "La angustia" han estado entre los que me resultaron más útiles (¿no decía Lacan: "¡Lo que les digo, es preciso que les sirva!"?), y tuve la oportunidad de lamentarme de que no hubiera vuelto a hacer un seminario sobre las psicosis después de su descubrimiento del objeto a. La insistencia que puso en subrayar la importancia de este objeto en la causación del sujeto no siempre fue entendida. Entre los miembros de su Escuela, sobre todo los más antiguos, muchos se quedaron en el aporte inicial de su enseñanza, a saber la primacía del lenguaje en la estructura del sujeto. Es verdad que el alboroto provocado por este enfoque lingüístico de los fenómenos inconscientes tardó 108
mucho tiempo en apaciguarse; quienes escuchaban a Lacan sin entenderlo siempre continuaban actuando en pro del triunfo de esta verdad, mientras que él proseguía su camino y diversificaba su búsqueda, no vacilando en volver a poner en cuestión algunos puntos de su enseñanza. Al releer los seminarios a los cuales asistimos, se pondera el efecto de fascinación que ejercían ciertas formulaciones lacanianas que en el acto se convertían en emblemas con los cuales algunos procuraban adornarse y que otros manejaban con desenvoltura y a veces arrogancia, lo que, de todas maneras, tenía como resultado enmascarar lo esencial de su pensamiento. Rindamos aquí homemaje a Jacques-Alain Miller, que supo captar, en la enseñanza de Lacan, los momentos claves, las nuevas propuestas, y restituirlas en su continuidad, poniendo de relieve la evolución de un pensamiento vivo, con sus vacilaciones, sus cuestionamientos, sus tropiezos, sus escorias. Volvió a ubicar ciertas formulaciones en la actualidad de la época, y recordó que Lacan debía defenderse sin cesar contra los salvajes ataques del medio analítico, lo que da un tono polémico a muchos de sus textos. Pero el aporte esencial de esta nueva lectura es la valoración de la complementariedad lógica de los dos enfoques del sujeto hechos por Lacan: por una parte, el sujeto de la cadena significante, el ~de la alienación y, por la otra, el ser del sujeto, cuya causa se refiere al deseo del Otro, al objeto a, resto de la operación de separación. "No es cuestión de que el sujeto se lance hacia la alienación si ésta no se complementa con la ganancia de ser que entraña la separación. Se trata aquí de una articulación al mínimo entre el significante y el objeto", afirmaba en su curso titulado "Del síntoma al fantasma, y vuelta" (19821983, inédito). Si Freud tuvo la inquietud de elaborar una segunda tópica, parece que Lacan sintió la necesidad de insistir, en la segunda parte de su enseñanza, sobre la cuestión del objeto, como lo subraya Miller en su artículo "D'un autre Lacan" (Ornicar?, no 28): "El discurso analítico [... ] es lo producido 109
por la articulación de estos dos pares: S1-S2 , $-a". Más atrás, escribe: El sujeto del significante está siempre deslocalizado, y carece de ser. No está ahí más que en el objeto que viste al fantasma. El pseudo-Dasein del sujeto es el objeto, llamado a. En el segundo momento de su enseñanza, Lacan examinó por lo tanto la cuestión del objeto y lo real. Hasta el final de su vida se preocupó por ello, procurando, mediante el rodeo de la topología, representar ese "irrepresentable", delimitar ese resto "insoslayable" (ef. los seminarios "RSI" y "El síntoma", publicados en Ornicar?). En mi enfoque de la psicosis del niño, seguiré un camino inverso al de Lacan, partiendo del objeto para abordar, en un segundo momento, los fenómenos del lenguaje. En efecto, la separación del objeto parece ser necesaria para que el niño pueda sacar adelante el proceso de alienación significante con la represión vinculada a él. Aunque estas dos operaciones de causación del sujeto -alienación, separación- vayan a la par, las alteraciones de la lengua en el psicótico no pueden comprenderse más que si se las vuelve a situar en lo imposible de la separación del objeto. Este imposible es también el estatuto de lo real en el cual se mantiene el objeto. Precisemos aquí que nuestro enfoque no se supone en modo alguno exhaustivo, y no pretende dar cuenta de la teoría lacaniana. Simplemente queremos dar testimonio de la· importancia que tuvo en nuestra práctica, en la que siempre fue indisociable de la experiencia clínica. Puesto que lo que comprendí y retuve de la enseñanza de Lacan y de los controles que hice con él estuvo siempre ligado a lo que escuchaba todos los días de la boca de mis pacientes. A la inversa, mi práctica de la psiquiatría y del psicoanálisis fue marcada profundamente por su pensamiento y su aporte teórico.
¿De qué naturaleza es el objeto a? El objeto a es un hilo conductor, una pieza maestra en la elaboración lacaniana del ser del sujeto. Atrapado en la operación de hendidura del sujeto (lchspaltung), encuentra su lugar en el fantasma, la transferencia, el síntoma, e inspirará a Lacan las fórmulas de la sexuación en el Seminario Aún. Pero, ¿cuáles son sus orígenes? Con toda lógica, la cuestión de la emergencia del objeto se le planteó desde los primeros tiempos de su elaboración. El Seminario sobre "La angustia" es indiscutiblemente el más rico en enseñanzas sobre lo que nos ocupa aquí: el nacimiento del sujeto y el surgimiento del objeto. Puesto que, si bien su concepto del objeto a se modificó con el correr de los años, Lacan nunca volvió sobre algunas de sus características propuestas en aquel momento; si abandonó algunas de sus formulaciones, mantuvo otras a lo largo de toda su enseñanza. Es sobre estas últimas que me apoyaré. El mismo dice que su concepción del objeto a tuvo como punto de partida una reflexión de Winnicott sobre el objeto transicional. En 1951, éste produjo una comunicación titulada "Objetos transicionales y fenómenos transicionales";' Partía de una observación trivial que todas las madres conocen, la existencia en muchos niños de un objeto privilegiado del que no pueden prescindir. Cada uno pudo ser testigo del drama, de la angustia y los llantos que puede provocar la pérdida de este objeto, por ejemplo en el momento de dormirse. Lo que parece haber atraído el interés de Lacan en este texto de Winnicott es la noción de "zona intermedia" entre la madre y el niño, donde se sitúan a la vez el objeto y la "ilusión". Esto es lo que dice Winnicott: La zona intermedia separa lo subjetivo de lo que es percibido objetivamente. El objeto es a la vez realidad interior y
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r exterior[... ] primera posesión no-yo [... ].Esta zona intermedia es una zona de ilusión donde el niño crea y recrea el pecho a partir de su capacidad de amar. 5 Lacan entrevé la significación que puede asumir un objeto semejante en la teoría del sujeto, y completará su alcance con su concepción del gran Otro, a pesar de que Winnicott seguirá otro camino: según sea la madre "suficientemente buena" o "no suficientemente buena", inducirá en el niño, a través del objeto, un "verdadero self' o un "falso self'. Al mismo tiempo que efectúa estos escapes teóricos a las antípodas de las posiciones lacanianas, destaquemos que Winnicott continuará a pesar de todo defendiendo su concepción del "espacio potencial" que habitan el fantasma, la creación y la imaginación.6 Es interesante notar que en ese artículo Winnicott diferencia claramente su objeto transicional del objeto interno de Melanie Klein: El objeto transicional-dice- no es un objeto interno sino una posesión, y no es tampoco un objeto externo. El ni:fio p:uede utilizar un objeto transicional cuando el objeto interno es viviente, real y suficientemente bueno. Puede por lo tanto representar el pecho externo pero indirectamente, teniendo en cuenta el pecho "interno". Advirtamos aquí la confusión que reina en torno a este pecho. ¿Qué representa? ¿El objeto de satisfacción de la necesidad? ¿A la madre? ¿El amor de la madre? ¿Sus "buenos cuidados"? ¿Un objeto alucinado? Lacan intenta aportarle un poco de coherencia y rigor a esta cacofonía. En su Seminario sobre "La relación de objeto", hace una especie de llamada al orden referida al orden simbólico (véase la cita más atrás) y retoma los conceptos de privación, frustración y castración que articula en el agente y el objeto: la privación es una falta real, un agujero, el objeto es simbólico en ella; la frustración, un daño imaginario para un objeto real; la castración, una deuda simbólica en relación con un objeto imaginario.
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El lugar del corte Lacan postula que la separación no se realiza, como existe la costumbre de decir, entre la madre y el niño, porque una y otro están desde siempre a la vez separados y unidos por un objeto intermediario, que no pertenece en propiedad ni a una ni al otro, la placenta, "objeto pegado que da al niño, en el interior del cuerpo de la madre, su carácter de nidación parasitaria". 7 El pecho también es un órgano "pegado": "Es entre el pecho y la madre por donde pasa el plano de separación que hace del pecho el objeto perdido que está en causa en el deseo". 8 En su Seminario sobre "La angustia", no deja de subrayar el carácter "amboceptor" del objeto. El pecho no es la madre, tampoco se confunde con el niño, pertenece a los dos y va a convertirse en el objeto en torno al cual se anuda el encuentro. Lacan lo expresa así en aquel momento (1962): Falta al objeto primero, el pecho, para funcionar auténticamente como ruptura del vínculo con el Otro, le falta su pleno vínculo con el Otro. Es por eso que hice hincapié en que no es el vínculo que hay que romper con el Otro, es a lo sumo el primer signo de ese vínculo. Durante ese año también insiste sobre el carácter de cesibilidad del objeto: "Los puntos de fijación de la libido se hallan siempre alrededor de algunos de esos momentos de cesión subjetiva". Hacía alusión aquí a la "conmoción anal" (emisión de una deposición) del Hombre de los Lobos, que sobrevenía a la vista de la escena traumática. Es así como todos los objetos: heces, voz, mirada, etc., pueden "entrar en el campo de la realización del sujeto". El carácter de exterioridad del objeto es fundamental para comprender su devenir, la manera en que "entra en el campo de realización del sujeto'? fantasmas, síntomas, deseo, sin olvidar la angustia vinculada a este mismo corte.
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" En aquel momento, Lacan ponía el acento sobre la realidad corporal del objeto, pedazo de cuerpo separado que iba a desempeñar su papel en la constitución del sujeto, en cuanto causa oculta, dado que, para convertirse en operante, este objeto deberá ocultarse, velarse cada vez más. Más adelante insistirá más sobre los fenómenos de borde, sobre el "trazo del corte". El8 de mayo de 1963 decía esto: Es el pedazo camal, como tal arrancado a nosotros mismos, el que circula en el formalismo lógico tal como fue ya elaborado por nuestro trabajo para uso del significante. Es este objeto como perdido en los diferentes niveles de la experiencia corporal donde se produce el corte el que es el apoyo, el sustrato auténtico de toda función como tal de la causa. Prosigue: "La causa está ya alojada en la tripa", y habla de "tripa causal". N o olvidemos que este objeto está también prendido al cuerpo del Otro, más particularmente cuando se trata del pecho, de la mirada, de la voz. Este objeto a es el acceso al Otro: el goce no conocerá al Otro si no es mediante este resto, a. Se trata del resto de una operación de corte, y no obligatoriamente desecho, como se dice con demasiada frecuencia. Ese resto es el de un encuentro y una separación. "La función del resto [... ] es irreductible, sobrevive a toda la experiencia del encuentro con el significante", dice Lacan en 1963. En consecuencia, a es lo que cae de la relación con el Otro, y un "resto" en el encuentro con el significante. Este resto, heterogéneo a la cadena significante, no simbolizable, está por lo tanto claramente del lado de lo real.
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El objeto como perdido ¿Por qué se lo llama perdido? Perder consiste en "estar privado provisoria o definitivamente de la posesión o de la disposición de algo"; 10 ¿este objeto ya no está entonces en posesión del sujeto, o a su disposición? Se le dice perdido y sin embargo corre por todas partes; se lo entrevé en las esquinas de todas las calles, en las encrucijadas de las "rutas nacionales" o de los "pequeños caminos" .11 Si uno cree haberlo perdido, es porque piensa haberlo poseído. Ahora bien, nada es menos seguro. Siendo el destino del hombre pensarse U no a partir de una existencia fundada sobre las rupturas y las separaciones, no puede sino soñar con una unidad primitiva. Los mitos acerca de la completitud, de "la esfericidad del Hombre primordial", 12 de la unidad quebrada y la búsqueda eterna de su mitad o de su complemento pertenecen a todos los tiempos y todas las culturas. A esos mitos responden otros mitos o relatos sobre fragmentos de cuerpos perdidos, desaparecidos, irrecuperables, tal como el del cuerpo de Osiris descuartizado en catorce partes, de las cuales nunca se encontrará el pene. Lacan evoca también al Shylock de El mercader de Venecia y su libra de carne y a Santa Agata llevando sus pechos en un plato de estaño. 13 En el se:rninario del 30 de enero de 1963 dice: Me gustaría enunciar esta fórmula: desde que ello se sabe, que algo real viene al saber, hay algo perdido, y la manera más segura de enfocar ese algo perdido es concebirlo como un fragmento de cuerpo. Lo que está perdido está claramente del lado de lo real, del lado de lo no simbolizable, de lo no dialectizable, del lado de este irreductible, en el corazón de la construcción del sujeto, es lo "no sabido original" de que habla Lacan en el seminario sobre "La angustia". A la imagen de un hombre esférico, entero, va a sustituirla
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la de un ser agujereado; pero, sobre esta misma hiancia, el sujeto construye un órgano irreal. "Este órgano, con ser llamado irreal, está en contacto directo con lo real". 14 Lacan hace del corte anatómico que marca la huella de la pérdida del objeto el borde erógeno donde va a fijarse el órgano que figura la libido, órgano que denomina "laminilla". En el Seminario XI la define así: La laminilla tiene un borde y va a insertarse en la zona erógena, es decir en uno de los orificios del cuerpo en cuanto estos orificios -toda nuestra experiencia lo demuestra- están ligados a la apertura-cierre de la hiancia del inconsciente. 15 El hecho de que el sujeto funde su existencia sobre una pérdida y que establezca su continuidad de ser a partir de rupturas y de separaciones, ¿no constituye una paradoja? Lacan lo expresa así: El interés que el sujeto presta a su propia esquizia está ligado a lo que lo determina, a saber un objeto privilegiado, surgido de alguna separación primitiva, de alguna automutilación provocada por la aproximación misma de lo real, cuyo nombre en nuestra álgebra es objeto a. 16 ¿Cómo va a servir el objeto, perdido en el origen, en un segundo momento para restablecer la continuidad amenazada de ruptura, bajo la forma de otros objetos, cuyo tipo mismo es el objeto transicional? El objeto a está perdido, pero alrededor de ese lugar que quedó vacío hormiguean los elementos más heteróclitos, que no demoran en reagruparse para dar cuerpo al sujeto. En este lugar se forma toda la cadena de los objetos de sustitución, objetos marcados por el rótulo del Otro, objetos que pueblan el imaginario pero en los que también se anuda la relación con lo simbólico, porque todos ellos pasan por los desfiladeros de la demanda y el deseo. En el Seminario "Aún", Jacques Lacan dice: 116
Lo simbólico, al dirigirse hacia lo real, nos demuestra la verdadera naturaleza del objeto a [ ...] a fin de cuentas no se resuelve más que por su fracaso, por no poder sostenerse en el abordaje de lo realY Por lo tanto, es verdaderamente en posición de objeto perdido en cuanto a lo real como el objeto a se convierte en el lugar mismo del nacimiento del ser y el sujeto, es el "separare, aquí se parere, engendrarse a sí mismo". 18 Este objeto es por lo tanto el sostén de la libido; es "semblante de ser" 19 ••. soporte del ser; es lo que permite el acceso al Otro: "Es en cuanto sustitutos del Otro que esos objetos son reclamados y se hace de ellos causas del deseo". 20 Y de este lugar viene la demanda, que introduce lo simbólico: El objeto a es lo que supone un vacío de demanda, de la que no es sino al situarla por la metonimia [. .. ] que podemos imaginar lo que puede suceder con un deseo que ningún ser soporta. 21 La historia de Paul-Marie (cf. capítulo II de la presente obra) ilustra con claridad este conjunto de funciones. Atrapado como objeto en la pulsión escópica y el fantasma materno, responde a ello elaborando su propio goce en un hacer ver con su eczema, e identificándose con ese objeto, cuando es piedra preciosa, pasa del interior al exterior de la casa (cuerpo materno). Esta construcción es trastornada por el análisis: la modifica; la piedra preciosa está ahora oculta en el cuerpo de la mujer, al que corta en dos con el cuchillo mágico que se alza en el cuerpo del hombre. Ingresa así en la problemática fálica. En el mismo momento, los contenidos fantasmáticos se diversifican, haciendo intervenir otros objetos, oral y anal en particular. El objeto oral asume una connotación persecutoria vinculada con la madre (anorexia, vómitos precoces). El objeto escópico, del que podría captarse el acercamiento a lo real mediante la mutilación que se inflige al vaciarse el ojo con su revólver de juguete, está ahora en el corazón de una 117
" elaboración simbólica en torno al deseo de saber. Ya muy dotado, es ahora el primero en el conocimiento de los volcanes, y lo apasiona la geología. Será un gran sabio. Se ve aquí asomar el ideal del yo y el trazo unario de identificación con un padre que es también un gran maestro en un saber. En la pequeña Lucie (cf. nuestro capítulo Il), el objeto se articula de manera diferente. Es un pedazo de cuerpo atrapado en lo real de una malformación, objeto de cuidados, de preocupaciones, elemento significante mayor en el discurso del Otro que se relaciona con ella. Para ella sus piernas se convierten en la causa del amor maternal (causa, sin embargo, no exclusiva, porque en ese caso sería psicótica). Esta interpretación es retomada por la hermana mayor que, teniendo problemas en sus pies y deseando niños sin piernas, designa de qué lado está el goce materno y tal vez la marca de su amor. Es en torno a este lugar, a este sitio donde lo real está en cuestión, que Lucie va por lo tanto a jugar y fantasmizar. En la cadena de los objetos que se articulan en esta zona corporal, los zapatos son los primeros. El calzado no es aquí un objeto transicional: Lucie posee un osito que cumple esta función. Los zapatos parecer ser más bien el componente de una producción fantasmática, los utiliza en sus juegos; se la ve contarse historias cuando se pasea con los de su padre o su madre. Puede también servirse de ellos en unos comportamientos cuyo sentido sigue siendo enigmático: en la guardería, por ejemplo, tuvo la oportunidad de mezclar y esconder los zapatos de todos los niños, y esto en un tiempo récord, sin que nadie se diera cuenta, lo que tuvo por efecto crear un desorden indescriptible a la llegada de las mamás y un asombro combinado con inquietud en la maestra. En este caso preciso, el objeto no entra en las categorías clásicas de Lacan -pecho, heces, mirada, voz-, no es verdaderamente cesible, siéndolo al mismo tiempo, sin embargo, con respecto a la vivencia corporal de esta niña. Sus piernas inmovilizadas, sustraídas a la dinámica corporal durante varios meses, percibidas y vistas como objetos inanimados 118
(recubiertas de yeso o de entablilladas) tienen claramente el valor de objeto caído, a la vez exterior al sujeto y representándolo. Antes de examinar cómo se constituye el objeto a en el momento princeps de la separación, hemos intentado aquí definir su función. Objeto perdido, siempre "eludido, velado" en las estructuras en que se manifiesta, tales como el fantasma y el deseo, hiancia que constituye punto de llamada al goce, escapa a la significantización, como la vida y la muerte. Si es un punto ciego en el corazón del ser, es también piedra angular sobre la cual se erige el sujeto. Sobre él se apoya la función fálica, función siempre faltan te en el psicótico. J.-A. Miller lo recordaba en Montpellier, en 1983: En las neurosis, es el fantasma el que ocupa ese punto de falta (significación fálica). El objeto a no tiene allí más valor que el de contener la función de la castración. En las psicosis, el objeto a de que se trata es puro real -en cuanto no está incluido en él el {-.ginarias que los sostienen. Elj u ego tiene un efecto revelador, con sus quid pro quo, sus falsos reconocimientos, sus lapsus, sus silencios, sus actos fallidos, sus expresiones emocionales. Lo importante es que todo eso se hable y luego se retome en el cara a cara con el analista director del juego. Se trata claramente de un trabajo analítico, el pasaje alternado del juego escénico al discurso asociativo con el analista permite al sujeto un señalamiento simbólico, que se apoya sobre un imaginario que se rehace al mismo tiempo que se deshace. Simultáneamente, se trata de un trabajo psicoanalítico en esos jóvenes pacientes que van a retomar con posterioridad, en la cura analítica, los elementos de un episodio delirante, a la manera del análisis de un sueño. Pues con mucha frecuencia es después de un acceso delirante, y a veces después del paso por un hospital psiquiátrico, cuando ingresan a la clínica. N o hay nada de eso en la concepción de la Escuela X. Si bien tenemos en cuenta la importancia de las identificaciones yoicas en cuanto "muletas" para el psicótico, las consideramos necesarias pero no suficientes, y nuestra meta no es reforzarlas a cualquier costo sino intentar un anudamiento con el orden simbólico. La diferencia estructural que mantenemos entre el gran Otro y el pequeño otro nos permite discernir, en el análisis del psicótico, lo que se refiere a su relación con el gran Otro y lo que corresponde al orden imaginario, identificación especular con el pequeño otro en particular (cf. Christian y su doble). Contar únicamente con la segunda, "enseñar al psicótico a reprimir", a reforzar sus identificaciones imaginarias, como 313
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Sylvie con Lise ("hacer parecido", decía Sylvie), equivale a consolidar una construcción artificial para ocultar una alienación tanto más grave por el hecho de que nunca saldra a la luz. Esta apuesta de tomar a los psicóticos en análisis, en la institución y luego de su partida, se realiza desde hace treinta años. No haré estadísticas para apreciar los resultados. Pero no hablemos de "curación", como se jactan algunos. Más bien de estar mejor, de vivir mejor, de una vida no exenta de sufrimiento pero a la que pueden manejar por sí mismos, que permite que ocupen su lugar en la sociedad y ya no en el asilo.
Las paradojas de la psicosis Una "paradoja" (de para, contra, y doxa, opinión), opinión "contraria a la opinión común", según dice el diccionario, es una formación que une lo inconciliable, lo contradictorio. Hay siempre paradojas en lo que se denomina ambivalencia, ambigüedad, antinomia, discordancia. Numerosos autores 1 hacen de este funcionamiento mental y de este modo de comunicación una característica esencial de la psicosis. Algunos llegan hasta prescribirla para sacar al esquizofrénico de su propio funcionamiento paradójico. 2 Después del viaje alrededor de la psicosis que acabamos de realizar, intentemos enunciar algunas de estas paradojas. El esquizofrénico no está esquizado más que porque no ha llevado a cabo su esquizia, el psicótico se siente dividido sólo porque no lo está y el sujeto sano no cree haber escapado a la alienación sino porque ha logrado la suya. Lacan no dejaba de recordar la paradoja, a la cual nos enfrenta el psicótico, que es el funcionamiento mismo del inconsciente. En 1976 decía lo siguiente:
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¿Cómo no sentir todos que las palabras de las que dependemos nos son de algún modo impuestas? Es claramente en eso en lo cual aquel al que se llama enfermo va a veces más lejos que quien se denomina hombre normal. La palabra es un parásito. La palabra es un enchapado. La palabra es la forma de cáncer de la que está aquejado el ser humano. ¿Por qué un hombre llamado normal no se da cuenta de eso?3
La locura puede concebirse entonces como verdad del hombre, verdad de un saber que cada uno lleva en sí sin saberlo y que lo conduce ciegamente hacia su destino, ese saber que Lacan evocaba con estas palabras terribles: Un saber que no entraña el menor conocimiento, en el hecho de que está inscripto en un discurso del que, como el esclavomensajero de la costumbre antigua, el sujeto que lleva bajo su cabellera el codicilo que lo condena a muerte no sabe ni su sentido ni su texto, ni en qué lengua está escrito y ni siquiera que se lo tatuaron en su cuero cabelludo afeitado mientras dormía. 4
El sujeto tiende a ignorar la división que lo funda, mientras que el psicótico no puede desconocerla, pues vive su alienación a cada instante en lo que tiene de imposible para él. El es ese saber mismo del inconsciente que lo mantiene en la contradicción, y a veces en la disociación. Al no poder desconocer su alienación, ¿sería el loco, por lo tanto, el único hombre libre? "Los hombres libres, los verdaderos, son los locos [... ] es por eso que en su presencia ustedes se sienten con justa razón angustiados". Al sostener esa paradoja frente a una asamblea de psiquiatras poco preparados a escuchar un discurso semejante, Lacan no podía, a su turno, aportar sino molestia y angustia. Si el psicótico desvaría, es verdaderamente porque nos remite a nuestra propia locura, que es la verdad que llevamos en nosotros y que no dejamos de mantener a distancia mediante la represión. La mentira que alimentamos signa nuestra normalidad y nos permite la comunicación con 315
r nuestros semejantes: "El hombre que en el acto de palabra corta con su semejante el pan de la verdad comparte la mentira", 5 decía Lacan. Sólo el bufón* del rey puede decir la verdad, pero esta verdad no la revela sino bajo el aspecto de chistes, farsas y payasadas, que son otras tantas formas caricaturescas de la locura. Al hombre sano no le gustan las paradojas más que en la medida en que se burla de ellas o las domina mediante la inteligencia: sofismas, contraverdades, mistificaciones, humor son otras tantas maneras de escapar a la significación profunda que encubren. La frecuentación de los psicóticos es una confrontación permanente con un pensamiento amasado con paradojas. Al abolir las leyes de la lógica, al salir del sistema de codificación que permite la comunicación, el psicótico se postula como representante viviente del inconsciente. Si bien no interpreta como el analista, entrevé qué contradicciones habitan a ese otro que le habla, y cuando las revela salvajemente se atrae las peores dificultades. De donde esos intercambios insensatos en las familias de los psicóticos, en los que ya no se sabe quién está loco y quién vuelve loco al otro. Esta lucidez del psicótico, este don de "doble visión", podría decirse, puede pasar por una provocación. Si el entorno del paciente es el primero al que le incumbe, el analista no escapa a ello. Tradicionalmente, el análisis se hace con los neuróticos, puesto que el trabajo que se opera en ellos concierne a la represión. Ahora bien, el psicótico, en quien el problema es precisamente la ausencia de la barrera de la represión, subvierte la regla y corrompe a quien quiere seguir aplicándola en todo su rigor. El analista corre entonces el riesgo de convertirse en el analizante de su propio analizante, y ser reducido a la impotencia.
* Fou 316
[loco], una de cuyas acepciones es bufón. (N. del T.)
Si Freud pensaba que los psicóticos no eran analizables, Lacan escribió "De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis" a fin de postular sus fundamentos estructurales, al mismo tiempo que se reservaba la respuesta. Pero, como tomamos a los psicóticos en análisis, sería conveniente interrogarnos sobre ciertos puntos cruciales: ¿Qué trabajo se opera con los pacientes, que no es el levantamiento de la represión? ¿Qué adecuaciones aportar a la cura de los psicóticos? ¿No nos encontramos en la necesidad de repensar ciertos conceptos, como la transferencia? La paradoja del psicótico no está sólo en la expresión del lenguaje, se refiere también al estatuto del objeto y puede tener consecuencias por lo menos sorprendentes. De la identificación con el objeto en el inconsciente, Lacan decía: Estos objetos parciales o no [... ] el sujeto sin duda los gana o los pierde, es destruido por ellos o los preserva, pero sobre todo es esos objetos, según el lugar en que funcionan en su fantasma fundamental [... ]. 6
En cuanto al psicótico, se queda en la identificación con un objeto que no se fundió en el fantasma fundamental, con un objeto próximo a lo real. Es carne, excremento, pero de igual modo objeto del mundo real, mesa, máquina, robot, etcétera. Cuando el objeto ya no es parte recipiente del fantasma y causa oculta del deseo, vuelve del exterior a la manera de esos ojos dirigidos al suelo que fijan al sujeto por su mirada inquietante. No retomado en una organización imaginaria y significante, el cuerpo del niño psicótico sigue siendo yuxtaposición, ensamblaje, ajuste de fragmentos (cf. el caso de Florence, en el Epílogo). Para encontrar alguna coherencia y un poco de realidad, lo identificará con una máquina sobre la cual pueda ejercer cierto dominio (cf.la máquina de influir de Tausk, el niño Joe de Bettelheim), máquina cuyo funcionamiento
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r podrá confiar a un Otro todopoderoso, como lo hacía Sylvie con su "Fuérzame, hazme vivir o morir". Una tarde de 1967, en el hospital Sainte-Anne, dirigiéndose a una asamblea de psiquiatras con un tono particularmente provocador, según parece destinado a sorprender y perturbar su confort, por no decir su conformismo, Lacan enunció una serie de paradojas de las que la más llamativa fue para mí una reflexión sobre el objeto a en la psicosis. Para marcar la ausencia de esquizia de este objeto, dijo: El loco no tiene demanda de a, él tiene su pequeña a, es por ejemplo lo que llama sus voces. [... ] No se sostiene en el lugar del gran Otro por el objeto a, lo tiene a su disposición. [...) El loco es verdaderamente el hombre libre, digamos que tiene su causa en el bolsillo, es causa de sí, es por eso que está loco. [... ]
La confusión entre lo viviente y lo inanimado
Ese defecto estructural que es la no separación del objeto entraña una paradoja subyacente en toda organización psicótica: la confusión entre lo viviente y lo inanimado. En general, un sujeto se sabe vivo sin que haya que demostrárselo, mientras que para el psicótico la vida no va de suyo. Sylvie preguntaba por qué sus muñecas no crecían, y por otra parte hacía la pregunta: ¿Estoy muerta? Muchos psicóticos adultos llegan a ese punto, se dicen muertos vivos, y los enfermos catatónicos que se veían antaño doblados en posición fetal, en un extremo de su cama de hospital, durante años enteros (lo que Schreber conoció), no estaban lejos de figurar esta muerte. Las personas vivas del entorno del psicótico pueden existir a la manera de los objetos inanimados. Sylvie, que había visto a su madre limpiar una mesa 318
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"oxidada" y quejarse ulteriormente de estar "oxidada" a causa de su reumatismo, hizo una amalgama grotesca entre los dos significantes y la identidad de los cuerpos y los objetos -su madre bien podía ser una mesa oxidada o un "secaplatos", objeto y significante a los que estaba tan aficionada como a "delantal"- porque ella misma era un enredo de tuberías ocultas bajo hermosos ropajes. El sujeto puede de igual modo pensar que ya está muerto, pero que los objetos están vivos y van a atacarlo. Sylvie no se atrevía a tocar el alimen tp con los dedos, como si el pedazo de pan fuera a morderla o devorarla. En cuanto a la muerte, para estos pacientes no es obligatoriamente el final de la vida, puede presentarse en numerosas figuras paradójicas. El sujeto puede darse muerte creyendo matar a algún otro. Por lo demás, frente a todo suicidio de psicótico se plantea una pregunta: ¿quién mata a quién? También puede matarse para existir por fin, ser al no ser más: ser un cadáver, ser un nombre sobre una tumba. Christian intentaba suicidarse para unirse a la "congregación de los Niños Anónimos" que lo esperaba desde toda la eternidad. El suicidio mismo tiene a menudo algo de irreal en su realización, o más exactamente de surreal, tan descalificada está en él la realidad: tal esquizofrénico se abre el vientre y esconde sus intestinos abajo de la cama; tal otro, privado de todo instrumento contundente, se frota el pecho con cortezas de pan hasta llegar al corazón y morir a causa de ello. El psicótico mitiga esta incertidumbre fundamental en cuanto a la vida y la muerte mediante construcciones más o menos astutas que le aportan alguna estabilización. Lo que no pudo realizar de la Spaltung primordial, intenta restablecerlo de otra manera: es del exterior que le viene lo que no se inscribió en "la otra escena": el diablo actúa en él, el animador de televisión le habla personalmente y le envía ondas, etcétera. Inventa sistemas complejos que hacen sostenerse al mundo, programa su vida y la de los demás, evacua la duplicidad que lo habita en el delirio. 319
r He aquí lo que me decía Thibaut, un joven psicótico que, a pesar de un alto nivel de estudios en matemáticas, no lograba integrarse en una profesión por la cantidad de problemas que le planteaban las relaciones humanas: En las reuniones estoy inmóvil, ya no tengo armas. Soy capaz de analizar los problemas intelectualmente pero incapaz de integrarlos en el plano afectivo -no estoy informado afectivamente-. Me imagino a los seres vivos funcionando como los mecánicos, el cerebro y el corazón funcionan como máquinas. Debo preparar mi vida de antemano como con las piezas de ajedrez, un ajedrez y no una ruleta, debo reducir el lugar del azar. Tengo miedo a las reacciones de los demás, no comprendo su comportamiento, sus gestos, sus actitudes, estoy sin armas con el mismo título que un muchacho que no comprendiera el lenguaje de la gente y rompiera la TV y quemara los libros. Lo que le pido a las personas es que sean objetos benévolos que tengan siempre el mismo papel, la misma función. Necesito que se ordenen en una pirámide, en escalera más bien, debo saber en qué lugar están. Lo que se destaca en la escucha de los psicóticos es la permanencia del discurso paradójico, "coexistencia de Pitias y la razón", decía Christian, coexistencia del sí y el no, de lo verdadero y lo falso, de lo bueno y lo malo, de lo alegre y lo triste, del amor y el odio, confusión que traduce bien esa ausencia de contradicción que reina en el inconsciente y el ello: Los procesos que se desarrollan en el ello no obedecen a las leyes lógicas del pensamiento; para ellos, el principio de contradicción es nulo. En él subsisten emociones contradictorias sin contrariarse, sin sustraerse las unas a las otras. [... ] En el ello, nada que pueda compararse a la negación [... ] nada que corresponda al concepto de tiempo. [... ] Los deseos que no surgieron nunca fuera del ello, así como las impresiones que permanecieron enterradas en él como consecuencia de la represión, son virtualmente imperecederos. 7
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El psicótico desvaría, suscíta en su interlocutor pero también en su analista reacciones a menudo paradójicas. Puede arrastrar al otro a la confusión, la angustia y el desamparo, que dan como corolario reacciones secundarias de defensa, agrésividad, rechazo, acompañadas a menudo por el sentimiento de tener que "salvar el pellejo". El interlocutor puede también anular una parte del mensaje, como si tuviera que restablecer la coherencia del discurso mediante un trabajo de represión permanente, no entiende entonces más que lo que quiere entender, lo que tiene un efecto despreciativo sobre quien quiere expresarse. (Sylvie no era sino agradablemente extraiía a los ojos de su padre.) Sintiéndose incomprendido, el paciente reitera su demanda, que provoca la misma respuesta, diálogo de sordos infinito entre el psicótico y el otro. El psic6tico puede así minar al analista poniéndolo en vilo en su teoría o su práctica. Sujeto supuesto saber, el analista no siempre puede serlo para el psicótico, que piensa que el Otro sabe y no sabe, pero también que sabe todo o no sabe nada. Si el analista se atiene a la regla de la atención "flotante", corre el riesgo de flotar cada vez más, de dejarse arrastrar al abandono, la locura o el adormecimiento (¡para Searles, el paciente se convertía en el "terapeuta simbiótico"!). 8 Si su atención es demasiado sostenida, tendrá tendencia a restablecer la coherencia del discurso borrando sus contradicciones internas, y en devolución escuchará que le repro· chan "ser como los demás": "Usted quiere que yo sea normal pero no me da los medios. No me indica un método". En cuanto a la "neutralidad benévola", el psicótico puede tener a la neutralidad por indiferencia absoluta, ausencia real, vacío, y a la benevolencia por amor total capaz de invertirse en malevolencia persecutoria. Por lo demás, este sentimiento persecutorio no siempre carece de fundamentos, ¡tan exasperantes pueden volverse estos pacientes!
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Double bind Bateson, en 1956, establece la teoría del double bind, traducido como "doble vínculo" o "doble coacción" (llamado también traba, callejón sin salida, control). Esta teoría tuvo, y conserva aún, numerosas implicaciones teóricas y terapéuticas del otro lado del Atlántico. La familia sería la responsable de la locura de uno de sus miembros debido a un modo de comunicación de tipo paradójico. El enfermo presunto ilustraría asílas paradojas familiares de la comunicación. La madre, en particular, sería "esquizofrenógena" a causa de los mensajes contradictorios que transmite a su hijo. Watzlawick describe así este double bind: Se emite un mensaje que, a) afirma algo, b) afirma algo sobre su propia afirmación, e) estas dos afirmaciones se excluyen. [... ] Si el mensaje es una conminación, es preciso desobedecerla para obedecerla [... ] el sentido del mensaje es por lo tanto indecidible. El receptor del mismo es puesto en la imposibilidad de salir del marco fijado por el mensaje. 9
Todos los ejemplos citados ponen el acento sobre la ambigüedad del mensaje emitido. La observación princeps de Bateson sigue siendo valedera. Se trata de la madre de un joven esquizofrénico que va a ver a su hijo al hospital. El enfermo parece feliz de volver a verla, la recibe con espontaneidad y le pasa el brazo alrededor de los hombros. La madre da de inmediato la impresión de retroceder. El enfermo retira el brazo. La madre le dice: "¿Así que no me quieres más?" El enfermo se ruboriza y ella agrega: "Querido, tus sentimientos no deberían avergonzarte y asustarte con tanta facilidad". El enfermo la deja en el acto y, poco después, se excita y agrede a un enfermero. En este ejemplo, es evidente que la madre manifiesta un poco ruidosamente su molestia ante el contacto físico de su hijo mediante su actitud de retroceso cuando éste la abraza, 322
actitud que, como buen conocedor del inconsciente, el hijo percibe en seguida y a la cual responde en espejo retirando el brazo. El movimiento de retirada es percibido por la madre como proveniente de su hijo, su propio retroceso se mantuvo sin duda inconsciente. Va entonces a hacer recaer en él la responsabilidad por la ambivalencia que preside su relación, por su "yo te amo, yo tampoco", odienamoramiento que excluye tanto el acercamiento (peligroso para la madre) como la distancia, pues el "Querido, tus sentimientos no deberían avergonzarte y asustarte" se aplica sin duda de igual modo a ella misma. La agresión al enfermero no es más que un desplazamiento, es a su madre a quien el paciente tendría que matar para no perderse. ¿No reencontramos aquí, caricaturizado, lo que dijimos acerca de las manifestaciones del inconsciente y el ello, lamanera en que el sujeto se traiciona en su palabra y sus actos con los que deja adivinar, sin saberlo, la ambivalencia de sus pulsiones y su deseo? Nos encontramos ante una aparente contradicción entre el decir y el hacer, aparente pues las palabras no desmienten del todo a los actos. De hecho, parece haber un error sobre la persona. La madre acusa a su hijo por la ambivalencia de su vínculo, desconociendo que es suya. Esta acusación: "N o me quieres más. Me quieres demasiado, tienes vergüenza de tus sentimientos" es a la vez verdadera y falsa. Es verdadera en cuanto expresa la verdad del paciente, errónea cuando esos sentimientos son atribuidos únicamente a él. La madre descalifica a su hijo negando lo que éste recibió perfectamente del doble mensaje que le dirige, pero él no puede poner en cuestión este mensaje ni sospecharlo ni reprimirlo dado que es esquizofrénico, por lo tanto preso en su totalidad de sus contradicciones y subyugado por una madre todopoderosa cuyo objeto sometido sigue siendo. Todos los niños están sometidos a las conminaciones paradójicas de los adultos, de las que el prototipo mencionado por Watzlawick es "Sean espontáneos": "Posición insostenible, dice el autor, pues, para obedecer, tendría que ser 323
r espontáneo por obediencia, por lo tanto sin espontaneidad". Pero este tipo de conminación es muy trivial, y dudo que por sí sola pueda volver esquizofrénico a un niño. ¡Hemos comprobado con cuántas dificultades nos topamos al querer encontrarle causas a la psicosis! Frente al absurdo de una orden, el buen sentido popular aconseja "tener en cuenta las cosas", "dejarlo correr" o decir, como Zazie: "Charlas, charlas". Charla siempre. Es lo que hace el niño cuando percibe la ambigüedad del mensaje. Pues, ¿qué madre no deja adivinar permanentemente su ambivalencia frente a un ser que nunca responderá perfectamente a su expectativa? Si la ambigüedad es inherente a todo mensaje y la ambivalencia a todo sentimiento, son indiscutiblemente preponderantes en los padres del psicótico: los deseos de muerte están apenas velados y las pulsiones son tan violentas que exigen comportamientos de compensación que acentúan a su turno la discordancia de la relación: hiperprotección, palabras almibaradas desmentidas por el tono de la voz y el gesto, etcétera. El niño, en ese caso, no va a la zaga y responde a la vez a los votos conscientes e inconscientes de los padres por el desorden de su discurso y de su conducta. En este tipo de intercambios, uno puede preguntarse quién vuelve loco a quién. H. Searles, en L'Effort pour rendre l'autre fou, 10 se pierde en los comienzos. Después de haber dicho: De acuerdo con mi experiencia clínica, el individuo se convierte en esquizofrénico en parte a causa de un esfuerzo continuo -amplia y totalmente inconsciente- de la o las personas importantes de su entorno para volverlo loco,
curiosamente relata una experiencia en que es su paciente quien lo enloquece, en este caso una joven esquizofrénica particularmente seductora; es cierto que es dificil conservar la sangre fría delante de una muchacha "muy atractiva fisicamente" que habla de política y filosofia mientras "deam324
bula frente a uno vestida con un traje de baile con una pollera ultracorta, en una actitud provocativa" y lo acusa de tener "deseos lúbricos"... ¡"Las interacciones de esos dos niveles sin relación uno con el otro estuvieron a punto de hacerme perder la razón", escribe Searles! De manera general, el niño no reacciona como un robot a las conminaciones del adulto, no las toma al pie de la letra. Ocurre con las conminaciones paradójicas como con todas las demandas del Otro, comenzando por la demanda anal. El niño escucha la demanda, responde o no a ella, pero se plantea más o menos abiertamente la cuestión del deseo. "Me dice eso pero, ¿cuál es su deseo? ¿Qué sentido tiene eso?" Todo sentido debe tener en cuenta el contexto. La conminación paradójica: "¡Parte! Eres libre" puede suscitar las asociaciones "Al separarte de mí, me matas", "Te quiero tanto como para pedirte que me deje! a pesar de mi pena", "Note preocupes si lloro, pero si a ti también te da pena sabré que me quieres", etcétera. Me parece entonces que la pregunta esencial es: ¿qué hace cada uno con sus propias paradojas y con las paradojas del otro? Nos encontramos allí en el punto de partida de la constitución del sujeto. Si los dos sistemas, consciente e inconsciente, están en su lugar, si el objeto está separado y cumple su función, la paradoja no molesta en absoluto al sujeto porque constituye la esencia misma de su estructura, a saber la división que lo funda. La paradoja sólo se vuelve insoportable si pierde ese estatuto e invade la escena, la de lo consciente.
De la contraparadoja Los psiquiatras no son del parecer de Zazie. Han declarado la guerra a la paradoja e intentan circunscribirla y reducirla. Lo que el psicótico no puede realizar con sus pobres medios, por ejemplo al identificarse con una máquina, van a hacerlo 325
r· los científicos identificando su trabajo con lo que ocurre en la cibernética: es la teoría sistémica. U na vez más, al inconsciente le van a hacer marcar el paso. Es preciso poner fin a esta cabeza de Medusa, a esta hidra irritante que renace sin cesar. La elección que el sujeto no puede hacer, van a ayudarlo a llevarla a cabo. Los procedimientos utilizados no carecen ni de imaginación ni de eficacia, pero, cualesquiera sean sus formas, hace falta un Amo. El terapeuta ya no debe ser pasivo y silencioso, tiene que participar activamente en la lucha que el paciente libra contra sus tendencias opuestas. En la terapia sistémica, el inconsciente, aunque se reconozca su existencia, será dejado a un lado, el terapeuta ayudará al paciente en su lucha atacando el mal mediante el mal, lo que es la prescripción paradójica. He aquí lo que dice Watzlawick: 11 Prescribir el síntoma no es más que una forma posible de las múltiples y diferentes intervenciones paradójicas que pueden subsumirse en la expresión "dobles coacciones terapéuticas"; dobles coacciones que no son sino una imagen en espejo de una doble coacción patógena [... ] se formula una conminación cuya estructura es tal que refuerza el comportamiento que el paciente espera ver cambiar, aquélla crea con eso una paradoja puesto que se le pide que cambie manteniéndose sin cambiar. [... ] Este reforzamiento es el vehículo del cambio.
Con ello, al obligar al paciente a hacer lo que no quiere (síntoma), se lo obliga a renunciar a él... ¡La elección se hace entonces de la mano del amo! Otras técnicas vuelven a conceder el honor a la hipnosis. Milton H. Erickson la emplea en sus terapias. Bajo el efecto de la misma, el paciente se vuelve más receptivo, colabora mejor y está más dispuesto a salir de sus conflictos y a aceptar el cambio. Tales intervenciones han demostrado su eficacia, por lo menos inmediata, sobre los síntomas. ¡Quién de nosotros no 326
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se sentiría feliz, en su miseria neurótica, de agradecer por su curación a un personaje que posee el Saber, que le demuestra un interés evidente y que está animado por un deseo tan grande de verlo cambiar! Freud, que había curado más rápidamente a las histéricas imponiéndoles las manos o practicando la hipnosis que dejándolas asociar libremente, lo sabía. Pero, ¿a largo plazo?
Notas l. P. C. RACAMIER, "Les paradoxes du schizophrEme", 38• Con-
gres des psychanalystes de langues romanes, Revue franr;aise de psychanalyse, 5-6 de diciembre de 1978. 2. P. WATZLAWICK, J. WEAKLANDyR. FISCH, Changements, Paradoxes et Psychothérapie, Seuil, 1975 [Cambio, Barcelona, Herder]. 3. J. LACAN, Seminario "El síntoma", clase del17 de febrero de 1976, Ornicar?, no 8, pág. 15. 4. J. LACAN, Écrits, pág. 803. 5. lbid., pág. 379. 6. lbid., pág. 614. 7. S. FREUD, Nouvelles conférences sur la psychanalyse, Gallimard,pp. 103-104. 8. Harold SEARLES, Le Contre-transfert, Gallimard, Connaissance de l'inconscient, 1981. 9. P. WATZLAWICK, J. HELMICK-BEAVIN y D. JACKSON, Une logique de la communication, Seuil, 1972. 10. Harold SEARLES, L'Effort pour rendre l'autre fou, Gallimard, Connaissance de l'inconscient, 1977. 11. G. BATESON, BIRDWHISTELL, GOFFMAN, HALL, JACKSON, SCHEFLEN, SIGMAN y WATZLAWICK, La Nouvelle Communication, Seuil, 1981 [La nueva comunicación, Barcelona, Kayrós]; M. SELVINI PALAZZOLI, L. BOSCOLO, G. CECCHIN y G. PRATA, Paradoxe et Contre-paradoxe. Un nouveau mode thérapeutique face aux familles a transaction schizophrénique, ESF, 1978 [Paradoja y contraparadoja, Buenos Aires, Paidós]. ::l27
r·· 1
EPILOGO
Dejemos aquí a esas nuevas terapias que quieren hacernos olvidar a ese viejo recalcitrante del inconsciente, y cedamos las palabras finales a Florence, que dirá, con sus propias palabras, lo que hemos intentado traducir en lenguaje erudito. Esta joven presenta trastornos importantes que oculta cuidadosamente a sus allegados, lo que le permite cierta vida social. He aquí cómo se expresa en sesión: Estoy completamente dispersa, ya no siento los límites ni de mi cara ni de mi cuerpo, siento los hombros y las nalgas ... Soy una idea, no un cuerpo, no me gusta que me toquen, no me gusta que me entren en los otros [sic]. Ayer, tenía la impresión de ser muy pequeña, un óvalo, un cuerpo sin brazos, la cabeza, sin límite, sólo un óvalo. No tengo fronteras en mis pensamientos, no puedo enmarcarme, no logro delimitar las formas de mi cara, cuando se interesan en mí, mis brazos se agitan, los pies se elevan, un profe me miró, bailé, cuando desapareció la cosa se detuvo ... Me siento como un hombre en la parte baja de la espalda, no siento más que los huesos, no tengo voluptuosidad, soy como un robot ... trato de mirarme en el espejo, trato de sentir, pero el espejo me devuelve una imagen tonta ... Veo que soy al revés de los demás. En los demás, hay comunicaciones secretas, intercambios que no capto en absoluto, ca~ezco totalmente de espíritu, soy esquizofrénica. 329
r· LA ANALISTA -¿Qué quiere decir "esquizofrénica"? FLORENCE -Quiere decir que no recibo afecto de los demás. Cuando digo algo, no veo todo el sentido que eso puede tener, para mí es de tierra a tierra, cómo tomar conciencia con mi pensamiento, veo cosas, las siento por mi cuerpo, no puedo expresarlas, querría ser un baldío pero estoy cortada, la vida, no es así de fácil. Pongo mis sentidos en el exterior de mí misma para ir hacia la gente, trato de exteriorizarme, me digo: ¿cómo hacen para pensar eso? No tengo nada en el corazón, no puedo hacerme una opinión personal, no recibo las cosas como un don sino como un aguante (sic). Pienso todo el tiempo en mi ano, pongo los labios como culo de pollo, no entendí qué era la sexualidad, mis padres me dieron una mala educación. Hay cosas que no entiendo: "veintidós los canas", "eso me hace una hermosa pierna". Me llevo bien, no sé llevarme, no sé cómo hacer. Tengo en mí una fuerza atractiva polarizante que me desorienta, una fuerza como dos imanes que se rechazan, de eso saqué la conclusión de que me hago el amor a mí misma, debo ser feliz pero no me doy cuenta. La gente no para de transformarse, C. (su profesor de guitarra) perdió veinte kilos en unos días, cuando llegan a transformarse así, ¡eso es tranquilizador! Renaud dijo en la radio: hay gente que me detesta, otros que me adoran, yo no formo parte ni de un campo ni del otro, lo detesto y lo adoro. Estoy obligada a tener reacciones, no vienen espontáneamente, para no tener un aspecto muerto es preciso que invente, eso me reduce al esqueleto, hay vacíos en mí, no formo un todo enganchado, para hablar me hace falta cerrar diferentes partes de mí. El tiempo avanza retrocediendo como si el tiempo empujara mis pensamientos y yo avanzara hacia ellos. No tengo para nada nariz, si tuviera una nariz sabría conducirme. Escucho voces en el metro, corría más lentamente que de costumbre, en treinta segundos, yo había llegado a París, estoy en otra parte, alguien me manipula en mis actos y mis pensamientos, es alguien que provoca mi curación, soy
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dependiente de alguien, no vale la pena que haga esfuerzos si me manipulan. Voy a suicidarme, ¿qué vale una vida? De todas maneras, no conozco la vida. LA ANALISTA -Suicidarse, ¿qué es? FLORENCE -Actuar sobre mí misma para tener un resultado por fin, que lo sienta, tengo ganas de partir, de dejar mi lugar como recuerdo porque no es más que eso, yo, recuerdos de mí.
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r INDICE
l. LA HISTORIA DE SYLVIE ...................................................... 7 11. NACIMIENTO DEL SUJETO ................................................. 37 Discurso común y discurso médico .................................. 41 Otro discurso, psicológico ................................................ 43 Del niño objeto a al objeto a del niño .............................. 4 7 El deseo del niño .............................................................. 49 El embarazo ..................................................................... 51 El caso de la señora B* .................................................... 53 Niños hipotróficos ............................................................ 54 Nacimiento y conocimiento ............................................. 55 El capital del niño ........................................................... 57 De los sufrimientos antes del nacimiento ....................... 58 Los primeros días ............................................................ 60 Alimentarse ..................................................................... 63 De la necesidad al deseo .................................................. 64 Presencia del Otro ........................................................... 67 Corentin, el prematuro .................................................... 70 El niño en la economía pulsional del Otro ...................... 73 La pulsión oral y la pulsión anal del Otro ...................... 76 La historia de Lucie ........................................................ 81 La voz y la mirada del Otro ............................................ 82 Paul-Marie y su eczema .................................................. 84 La pulsión sadomasoquista del Otro .............................. 87 333
r
Lugar del niño en los fantasmas parentales .................. 92 Sylvie en el corazón de la red libidinal de toda una familia ..................................................... 95
Diacronía y sincronía .................................................... 241 Condensación, desplazamiento, asociación ................... 244 Ejemplos clínicos ........................................................... 249
III. CLíNICA DEL OBJETO ................................................... 105 De qué naturaleza es el objeto a ................................... 111 El lugar del corte ........................................................... 113 El objeto como perdido .................................................. 115 Goce y angustia ............................................................. 120 La angustia psicótica .................................................... 123 Volvamos a hablar de Sylvie ......................................... 128 El cuerpo y su representación ....................................... 134 El objeto oral ................................................................. 141 La estructura del ello .................................................... 145 Condiciones mínimas para que se produzca un sujeto ................................ 149 jCome, Sylvie! ................................................................ 153 ¿Y el objeto anal en Sylvie? ........................................... 158 Sobre la voz ................................................................... 161 El pseudo-objeto transicional del psicótico ................... 163
VI. REPRESIÓN O FORCLUSIÓN ............................................ 259 Naturaleza de la represión ............................................ 259 La metáfora y el sujeto ................................................. 262 ¿De qué manera la metáfora incumbe al sujeto? ......... 265 De la poesía a las palabras-valijas ............................... 266 ¿Hay represión en la psicosis? ....................................... 268 El bloqueo significante .................................................. 272 Eco y memoria ............................................................... 275 El discurso desencadenado ............................................ 278 "Un aprendizaje externo" .............................................. 282 El imposible anudamiento ............................................ 285 Figuras de la forclusión ................................................. 288 ¿Por qué, cómo la psicosis? ............................................ 292 La estabilización selectiva de las sinapsis .................... 294 ¿Hay psicosis antes de la psicosis? ................................ 297 El yo en la psicosis ......................................................... 298
IV. EL ESPEJO CIEG0 ......................................................... 169 El intercambio de las miradas ...................................... 174 Sylvie y el espejo ........................................................... 175 La visión y la mirada en la psicosis .............................. 184 ¿Qué puede leerse en una mirada? ............................... 191
VII. ¿CURAR LA PSICOSIS? ................................................. 303 De la psicosis a la perversión ........................................ 304 La partida de Sylvie ...................................................... 307 La experiencia de otra institución ................................ 309 La familia ...................................................................... 312 Las paradojas de la psicosis .......................................... 314 La confusión entre lo viviente y lo inanimado .............. 318 Double bind ................................................................... 322 De la contra paradoja ..................................................... 324
V. EL LENGUAJE LOCO ....................................................... 197 La invasión del significante "delantal" ......................... 199 ¿Se trata de un recuerdo-pantalla? ............................... 204 ¿Se trata de un fantasma? ............................................ 211 ¿Qué hacer con los significantes del sujeto en el análisis? ............................................................ 218 El lenguaje "delirante" en Sylvie .................................. 219 Las palabras de niño ..................................................... 224 Lingüística y lingüistería .............................................. 231 Freud, Saussure, Lacan ................................................ 237 334
EPíLOGO ................ .
........................................... 329
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.,
Cuando sus padres la llevan por primera vez al analista, Sylvie tiene tres años. La habitan la angustia y el terror: no tolera ningún contacto; es casi imposible lavarla o peinarla, sus gritos lo impiden. Sus padres ya han consultado muchos especialistas y la niña ha sido sometida a múltiples exámenes neurológicos que no han permitido detectar ninguna anomalía; los tests psicológicos, por el contrario resultan "catastróficos". El cuerpo médico es unánime: se trata de un grave retraso del desarrollo, que requiere de una atención "de por vida" en un hospital psiquiátrico. Desesperados;, los padres deciden consultar a una célebre especialista parisina que trata con éxito niños gravemente enfermos. Más bien pesimista, ésta los deriva a Anny Cordié para que la niña comience un psicoanálisis. Un niño psicótico es el relato de esa cura, que durará ocho años. Es también la tentativa de definir, a partir de las enseñanzas de Jacques Lacan, el origen, la estructura y el posible tratamiento de la psicosis. Anny Cordié, neuropsiquiatra y psicoanalista, es miembro de la Escuela de la Causa Freudiana.
Ilustración de tapa: Gustavo Roldán
I.S.B.N. 950-602-315-8 Código N2 547
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Psicología Contemporánea
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