Un Grito en Las Tinieblas

December 7, 2016 | Author: Daniel González Chaves | Category: N/A
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¿Cuál es la naturaleza que subyace detrás de las pesadillas? ¿Son visiones de una realidad m...

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Un grito en las tinieblas: La vida de Zárate Arkham

Daniel González

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Dedicado a:

Alejandra, madrina de Zárate Howard Phillip Lovecraft, abuelo de Zárate

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CAPÍTULO I ALARIDOS EN LA OSCURIDAD

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Un pensamiento llena la inmensidad. Anda siempre dispuesto a decir lo que piensas, y el ruin te evitará. ¡Escucha los reproches del necio! ¡Son un título de grandeza! Si antes otros no hubieran sido necios, lo seríamos nosotros ahora. Igual que la oruga elige las hojas más agraciadas para depositar sus huevos, así el sacerdote dejará caer su maldición en los goces más hermosos. La condena estimula, la bendición relaja. Antes mata a un niño en su cuna, que alimentes deseos que se queden sin realizar. El pájaro y el nido, la araña y la tela, el hombre y la amistad. "Proverbios del Infierno" de William Blake.

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I Mi nombre es Zárate Arkham… Mientras escribo estas notas en mi diario, sentada en un lóbrego escritorio arcaico y derruido, plagado de termitas y moldeado por las mandíbulas de insectos hambrientos, un torrente de aire frío y escalofriante se filtra por los desvencijados marcos de las ventanas. La tenue luz de la lámpara que me brinda iluminación, se retuerce ante la brisa críptica, y amenaza dejarme a oscuras. A pesar de las diversas ventajas que la modernidad me da, me encuentro en un paupérrimo cuarto, de un hotel infame. Mi inseparable diario es la única cosa de valor que conservo. Ya no hay aretes de oro y plata decorando los lóbulos de mis orejas. Ni anillos en mis dedos, ni pintura de tonos diversos en mis uñas —ahora cortas— . Ni collares en mi cuello. Nada, en realidad, salvo la ropa que traía puesta y un revólver. Esa arma, mi indumentaria y mi diario son las únicas cosas que conservo, aparte de unos cuantos colones y dólares para mi manutención. Los silbidos lastimeros del viento filtrándose por las muchas aperturas de la crujiente madera del cuarto, me estremecen... no por el frío, sino por el recuerdo. Mueven mi ondulante cabello negro y lacio cual siniestra caricia de alguna escabrosa entidad ultraterrena. El cuarto cuenta con sus necesidades más básicas apenas suplidas pobremente. Un catre viejo y oxidado con un colchón demacrado. Unas sábanas y cobijas desmembradas por las polillas. Una mesa y una silla de extrema vejez, y un armario sucio y repleto de telarañas. El lugar en el que se sitúa el hotel es una de las peores zonas rojas de la ciudad. En este preciso momento —a estas horas de la madrugada— hordas de pandilleros y mal vivientes plagan las calles. Se realizan orgiásticos rituales indigentes de ingestión de droga y

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enfrentamientos violentos. Y el reparto espantoso de botines recopilados en asaltos, robos y asesinatos... El único uso que le di al armario fue para bloquear mi puerta. Me registré en este hotel después del mediodía, y por nada del mundo saldría a ese torrente de decadencia y criminalidad pasadas las cinco de la tarde. Aún aquí, en mi habitación, a eso de las nueve, intentaron forzar la entrada a mi puerta. No sé quien fue el autor; pudo ser desde el más insignificante cliente, hasta el mismo administrador. Aún recuerdo las miradas lascivas y de tórridos pensamientos que me lanzó al llegar. La forma en que me observó me dio escalofríos. Tengo mi revólver, claro, pero prefiero evitar utilizarlo, ya he visto suficiente muerte y sangre. Uso mi diario para relatar mi historia. Porque hace poco fui una mujer adinerada y con muchos recursos. Cuyos viajes al rededor del mundo me habían dado un refinamiento envidiable. ¿Como llegué a recluirme en este hervidero de porquería? Ser tomada por los mal vivientes criminales que me rodean no es ni la mitad de terrible que por las pesadillas vivientes que me persiguen. Escribo en este diario los sucesos para garantizar la permanencia de esta enloquecedora historia que aunque increíble, servirá para alertar a la Humanidad de los horrores que la amenazan secretamente, para que mi diario me sobreviva y sea el albacea de mi relato escabroso. Y aún ahora, en la soledad de este cuarto maltrecho y repleto de plagas repulsivas no puedo evitar recordar a mi padre. ¿Por qué siempre me viene a la mente la imagen de mi padre en lugares tan horripilantes?

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La historia dio comienzo en aquella exposición artística a la que acudí en mi ciudad San Juan de Aquetzarí:

II Bajé del taxi que me llevó a la Galería López y recorrí las adoquinadas aceras que encuadraban una arquitectura colonial típica de la vieja ciudad. Pues bien, vestía un elegante traje rojo y refulgente de luces minúsculas. Estaba peinada con el cabello suelto, bien maquillada, y con mi cuello, muñecas, orejas y dedos adornados con joyas bastante caras, y la insignia de la Logia Masónica (el compás y la escuadra) de oro enchapado en la solapa de mi abrigo. El vestido dejaba al descubierto mis hombros, y mi muslo derecho. Mis zapatos no eran nada baratos tampoco. Además, tenía un vestido de piel negra –artificial, debido a mis convicciones ecológicas—. Subí las escaleras engalanadas por alfombras rojas de la enorme y descomunal galería que se asemejaba a un museo. Un empleado recopiló mi abrigo y lo guardó cuidadosamente. De inmediato penetré en la estancia principal donde decenas de elegantes invitados, todos vestidos de gala, y la mayoría ingiriendo bebidas y bocadillos carísimos, se congregaban. Muchos conversaban superficialmente, y más de un sórdido asunto de negocios, sexo y traición —en ambos campos—, se estaba gestando. —¡Zárate Arkham! —me gritó de pronto una conocida voz, y dirigí mi cabeza hacia donde provenía la persona que repitió mi nombre y apellido. Era mi primo Edgar, un tipo alto, de cabello relamido hacia atrás dándole un aspecto ridículo y grasoso. Vestía de smoking, y tenía un cuerpo delgado y huesudo. Su rostro guardaba rasgos sardónicos; ojos verdes como los míos y los de todos los Arkham, mirada

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sarcástica, nariz aquilina, barba partida, mandíbulas sobresalientes, y marcadas líneas de expresión. —Gusto en verte por acá, querida prima —me dijo galante e hipócrita, como era común en mi familia— . ¿Has venido a ver las pinturas de LePen? —En efecto primo —le contesté— el famoso y legendario LePen y sus famosas y legendarias pinturas. —Ven —me dijo tomándome de mi brazo— , deseo presentarte a alguien... Sin poder soltarme de su férreo e intempestivo empoderamiento, como era usual, me dirigí a satisfacer sus ansias. Como todo el mundo debía hacer para cumplir los requerimientos de mi ególatra y narcisista primo —¿ó debía decir familia? Pues bien, mi primo me llevó hasta donde se congregaban cinco personas. Tres hombres, uno gordo y bigotón, estereotípicamente ricachón. Uno alto y flaco, calvo y desnutrido. Un hombre muy bajo y de anteojos gruesísimos. De aspecto inseguro y sudoroso. Una mujer regordeta y empericollada, con un alto peinado —bastante ridículo— con un vestido anticuado y con joyas decorativas sobrecargando su indumentaria. Y por último, una joven mujer, de gran belleza física —y quirúrgicamente moldeada— vestida provocativamente, dejando poco a la imaginación, y mostrando su multitud de implantes... Sobra decir, que todos estaban vestidos elegantemente. Y todos sostenían copas con champán. Al verme forzaron sonrisas hipócritas... mis procaces observaciones suelen herir la susceptibilidad de las personas de alta sociedad como pocas cosas, debido a que siempre me ha sido de indiferencia absoluta dicho estrato social. Recuerdo las veces que avergoncé a mi madre con mi comportamiento impulsivo, e impropio de una niña y luego adolescente rica. Pero claro, tenía motivos para reaccionar con violencia ante mi entorno familiar. 8

Aún así, seguía siendo yo una de las angulares figuras de la alta sociedad, y debían tratarme con respeto. Todos me dieron saludos fugaces y simplistas. Y los respondí con cordialidad. —Mi querida prima —contestó Edgar, ansioso para denotar los fines que lo habían llevado a presentarme con esas personas— es una destacada antropóloga y acaba de regresar del África Central. Su nueva expedición a las selvas africanas ha dado mucho de que hablar en la comunidad científica, descubriendo una nueva tribu pigmea... Todos reaccionaron con simplista admiración, demostrando inevitablemente sus pensamientos: desinterés más que absoluto por la antropología. Sabía que mi primo, cual sanguijuela, tenía algún oscuro interés en el asunto y buscaba explotarme de alguna manera, haciéndome una propuesta en teoría mutuamente beneficiosa... —Iré al grano, querida prima —dijo adivinando mis consideraciones, extremadamente predecibles— sabes bien que mis intereses en antropología son mínimos... —En antropología y en casi todo lo que requiera pensar... —dije sin el menor reparo. Todos rieron discretamente, a sabiendas de que la broma había sido pesada, pero que debían reírse para alivianar el asunto. Mi primo sonrió sádico ignorando el comentario. —No obstante el señor Markelewics aquí presente —era el hombre gordo— , y sus socios —todos los demás, excepto la mujer joven, amante del gordo— desean crear una empresa de excursiones especializada en viajes de aventura a zonas remotas y apartadas. Y desearían que tú, querida Zárate, fueras una de las promotoras del proyecto. —¿A viajado a lugares muy exuberantes, Dra.? —me preguntó la mujer obesa. —Si, en efecto —respondí— mis viajes van más allá de mis intereses profesionales como doctora en antropología. Efectivamente he recorrido las estepas indostánicas, y he conocido a las tribus más recónditas de la India; los bhills, los chenchus, los maharatas y los tamiles. 9

He estudiado las costumbres, religiones y lenguas de los moi y los kachín en Indochina. He interactuado con los parsis de Bombay, y con los uigures de China. Me interné en el remoto Tíbet y en Bután. He descubierto cosas muy interesantes de los mandeos en Irán e Irak, y de los druzos en Israel, Siria y Líbano. Estudié la arquitectura islámica en Arabia, la ciudad de Petra y las costumbres de los beréberes argelinos, y he conocido a los zulúes, bantúes y pigmeos del África ecuatorial. Interactué con los maoríes neozelandeses y los papuas indonesios y australianos. Los melanesios, los esquimales, los jíbaros de la Amazonia, y los nahuas, quechuas, zaoríes y atapascos me han fascinado mucho en mis recurrentes visitas... Ante la enumeración de pueblos y etnias misteriosas y recónditas, y de lugares alejados, estaba segura de que la mente de los interlocutores había comenzado a divagar aburrida. Y eso era lo que quería, entre más molestias les causara a estos estúpidos pedantes, mejor... —Fascinante —exclamó el hipócrita hombre raquítico— aunque nuestros clientes tendrían menos intereses científicos. Quisiéramos que conocieran lugares misteriosos y alejados, sin exponer sus vidas al peligro y sin exponerlos a la ausencia de comodidades. No todos son jóvenes de 28 años como usted, Dra. Arkham... —Mi empresa — comentó mi primo ante mi prolongado silencio y mi sonrisa burlona— bautizará el proyecto con tu nombre... Zárate... —Es un bonito nombre — mencionó la mujer joven, con cierto grado de patetismo, probablemente su inteligencia sólo le permitía ese tipo de comentarios— , exótico... ¿Por qué se llama la empresa de su primo Arkham? ¿Si su primo se apellida Walsh? —Es que yo heredé — contestó impulsivamente mi primo— , del padre de Zárate lo que ella rehusó... — se silenció de inmediato... la entusiástica emoción con que se vanagloriaba de su suerte le había obligado a olvidar la situación. Aquel incidente que causó furor en mi familia. Después de todo, yo me había rehusado rotundamente a recibir dinero de mi 10

padre... y este cayó en manos de mi primo. Toda mi familia se había escandalizado por el incidente, y se empecinaron por acallar el asunto. Probablemente los demás interlocutores no sabían de lo acontecido; de saberlo hubieran dado una explicación a mi actitud y me hubieran visto con lástima. Pero esa clase de información no debía filtrarse ante los oídos de los desconocidos... por el honor de la familia... —¿En serio? — preguntó la joven ante la angustia de mi primo— , ¿por qué? Pero mi primo rehusó contestar ignorando abiertamente la pregunta. —¿Que has decidido, Zárate? —De acuerdo, acepto la propuesta. Que tu abogado llame al mío para finiquitar los detalles. —Bien –dijo mi primo triunfal y extendió su mano para estrecharla. Gesto que ignoré, deliberadamente. Entonces inició un alboroto. El dueño de la Galería, un hombre de unos 40 años, y de bigote, habló ante el micrófono, frente a todos los presentes. Los cuadros del artista galardonado estaban a punto de ser descubiertos. Sin mucha presentación, el hombre presentó al artista, Pier LePen... LePen era un hombre inhumanamente delgado, y se me asemejaba a un drogadicto en fase terminal. Su rostro era cadavérico, y su piel de un blanco enfermizo. Usaba un raquítico bigote y barba sobre su labio superior e inferior respectivamente. Vestía de negro, una camisa de seda y un pantalón de cuero. Además, tenía el cabello rapado. —Bienvenidos, mis estimados invitados — dijo salameramente— me alegra que hayan venido. ¿Se han preguntado que oscuros y recónditos seres se ocultan en las sombras de nuestro Cosmos?, ¿Han pensado cuál es la naturaleza substancial que conforma nuestras pesadillas? ¿Han estado alguna vez frente a la puerta de lo prohibido? ¿Han imaginado lo 11

que repta caóticamente entre las profundidades del suelo? Pues yo sí. Y lo he estudiado en forma disciplinada... — me pareció percibir cierto brillo sombrío y malevolente en su mirada, como si siniestros recuerdos y oscuras inclinaciones le incitaran. Ante el escueto, y existencial discurso, que aventuro a conjeturar muy pocos comprendieron ó escucharon realmente, se descubrió la manta que cubría el lienzo del primer cuadro, y asombrados gritos ahogados y exclamaciones de sorpresa se escaparon de entre las aristocráticas bocas de los presentes. El cuadro principal era tremendamente chocante; mostraba a seis demonios gargólicos y grotescos sobre el cuerpo muerto de un joven. El cuerpo del cadáver estaba sobre una lápida en un cementerio gótico. Su cabeza apuntaba al Sur, y la expresión de su rostro denotaba un horror espantoso. Cinco de los demonios se alimentaban de las vísceras descuartizadas que salían del vientre del hombre. El festín intestinal era coronado por un demonio erguido que consumía el corazón mordisqueado del joven mientras le chorreaba sangre del hocico repugnante. El cuadro provocó cierto estupor entre la gente. Y uno a uno se descubrieron los demás cuadros. Todos repletos de monstruosidades deformes. Observé unos monstruosos buitres con cuernos y extremidades humanas que se alimentaban de cadáveres de un cementerio abandonado. Vi a gargólicas criaturas de pesadilla, que reposaban sobre un campo de cadáveres interminable. Observé gusanos grotescos y repugnantes que se removían entre brumosas penumbras y nieblas grises. Y observé una horripilante secta caníbal realizando un sacrifico a un maligno numen sanguinario. El sacrificio consistía en una joven adolescente cuyo corazón era extraído por los devotos ceremoniantes. Muchos observaban las pinturas con ojos llenos de repulsión, cejas enarcadas, labios torcidos y otras muecas expresivas de repugnancia. El propio dueño de la Galería López 12

observaba con desprecio la exposición. Misma a la que había sido forzado debido a un favor que le debía a LePen. El arte lepeniano no tenía nada de lo inusual, si lo comparábamos con Goya, Fucelli, William Blake ó el mismo H. R. Giger. Realmente era un estilo pictórico ya conocido. Pero el talento de LePen era desmedido. Un talento envidiable y genial sin duda. Pocos artistas impregnaban de tanto realismo y de tanta similitud anatómica a sus obras. El tipo era un genio de innegable talento, y no me extrañaba la fortuna que había acumulado. Y se dice que utilizaba pinturas especiales, confeccionadas con exóticas plantas africanas. La exposición no estuvo libre de incidentes escandalosos –como cualquiera hubiera supuesto, ante la predisposición de las obras mostradas—. Una ex novia de LePen, llamada Margarita Valencia, de gran belleza física, piel morena, pelirroja, de cabello rizado y vestido refulgentemente rojo, se adentró de golpe a la exposición. Tomó sin reparos una copa de coñac y vertió su contenido intempestivamente en el rostro del artista galardonado. Ante el asombro y murmullo de los presentes. —Aprende, LePen –le dijo al inmutado hombre— una mujer despechada es capaz de todo. —No lo dudo –dijo el amonestado. —¿Te gustaría que todos los aquí presentes se enteren de lo que hiciste? —Jamás he tenido algún pensamiento de preocupación ó reparo hacia la opinión de los otros... —"Ya somos dos", pensé sonriente. —Pues bien, que sepan tus amiguitos que tú te negaste a apoyar mi trabajo. Y que aún siendo mi novio, te negaste rotundamente a permitir que hubiera una exposición para mí... —Eso tiene explicación –respondió sardónico ante la acusación— eres una pésima pintora. Tus obras carecen de forma y figura. Mezclas los colores como invidente y los cuadros de un kidergarden para niños minusválidos serían mejores que los tuyos... 13

Ante la sádica y procaz declaración, Valencia asestó un duro bofetón que resonó en la huesuda cara de LePen. Luego salió del salón, furiosa. El incidente pasó y la calma se restableció tras el sórdido escándalo. Aunque López mostraba aún más furia y más desagrado por LePen, se le escuchó murmurar que ya nunca más volvería a tener el más mínimo trato con el artista ni le volvería a pedir dinero nunca más para ampliar galerías. Quizás, por mi habilidad de ahondar más profundamente en los detalles –y no habló exclusivamente del sentido artístico— fui una de las pocas que disfrutó y elogió genuinamente las obras lepenianas. El pintor se acercó a mí, ahora lo siento como una atracción mística, aunque en ese momento supuse que le atrajo mi interés real por su obra. —Buenas noches, Dra. Arkham –me dijo. —Llámeme Zárate –contesté, no se por qué. —Bien Zárate, ¿que opina usted de mi trabajo? —Genial, honestamente, es usted uno de los mejores pintores contemporáneos, y de los más talentosos, a pesar de lo grotesco y repulsivo de sus representaciones... —Así que su fama de procacidad y honestidad son ciertas, Zárate... –me reclamó. —Si, lo es... —No es fácil conocer gente honesta en nuestro ámbito social. Gracias, Zárate... —Un placer, Pier. ¿Cual es, si se puede saber, su fuente de inspiración? ¿Esquizofrenia, tal vez? —No —dijo sonriente ante mi broma— escritores famosos, como Poe, Lovecraft, las poesías de Will Blake y más contemporáneos..., Crowley... —Que bien, mis favoritos también... —Además, he estudiado demonología, parapsicología, teratología y criptozoología... 14

—El estudio de demonios, fenómenos paranormales, monstruos y animales misteriosos... respectivamente –contesté... —Exacto. Y por último, mis pesadillas... —¿Pesadillas? — pregunté profundamente intrigada, clavándole la mirada. —Si, he tenido horripilantes pesadillas amorfas y escalofriantes que me acechan en las noches y me interceptan en mis sueños. ¿Conoce usted las pesadillas? ¿Que si las conocía? Pensé, claro que sí. Conocía el horror de ser asediada constantemente por monstruosas pesadillas cada noche, sin descanso alguno. Recordaba el espantoso e invariable martirio acontecido cada vez que conciliaba el sueño. Y la forma como llegué a odiar el dormir. De no ser por las largas horas de terapias psicológicas y los medicamentos para dormir –pesados y de altas dosis a los que me hice adicta— hasta ser internada en un psiquiátrico ante el inminente colapso mental... LePen pareció adivinar mis cavilaciones. —Veo que usted sabe de que hablo... nosotros somos personas especiales. Fuerzas poderosas se comunican por medio de los sueños... Me quedé absorta escuchando las palabras de LePen frente a la pintura del Ceremonial... Luego, una salonera ofreciéndome bocadillos me sacó de embelesamiento. Era rubia y bastante hermosa. Lucía como extraída de antaño, aunque su rostro mostraba cierto aire de dolor que parecía provenir de algo oscuro y secreto. —No gracias –le dije, amablemente y se retiró. —¿Aceptaría usted posar para mí? –me preguntó LePen... —Claro –contesté sin meditar en la proposición, como si LePen me hubiera embrujado bajo algún hechizo hipnótico...

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III Una noche lluviosa llegué al taller de LePen. Bajé de otro taxi –esta vez cubierta por una sombrilla oscura— y me adentré velozmente al edificio ubicado en el barrio más rico de San Juan de Aquetzarí. Era un edificio de estilo georgiano con columnas dóricas y fachada barroca y semigótica. Toque el timbre, y de inmediato se abrió una puerta de hierro por la que me adentré, para posteriormente subir por las escaleras hacia el lobby. Allí, me interceptó un joven bastante guapo. Era alto y fornido y tenía un hermoso cabello castaño. Además, su rostro mostraba una bella sonrisa y unos profundos ojos negros. —Hola —le dije sonriendo instintivamente— soy... —La Dra. Zárate Arkham –me interrumpió— , lo sé. Yo soy Álex Martínez, asistente de Pier. Él me avisó de su llegada, y la estaba esperando... —Pues, es un placer conocerlo, Álex –lo llamé por el primer nombre instintivamente y estreché su mano. —El placer es mío, Zárate. —¿Como es trabajar con Pier LePen? El joven desvió la mirada en forma alegórica. Obviamente, LePen era difícil de tratar... —Él es un genio –dijo— un peculiar genio –fue su única respuesta. Hablamos de temas básicos y sin mucha profundidad, pero fue divertido conversar con el muchacho. Nuestra cordial conversación se vio interrumpida cuando Pier LePen bajó de su habitación y se adentró al lobby por las escaleras victorianas que conectaban los diversos pisos del edificio. —Que gusto de verla, mi querida modelo –me dijo, vistiendo una indumentaria similar a la de la exposición. —¿Desea tomar algo mientras visita mi taller? —De acuerdo. 16

—¿Que gusta? —Whisky bastará... Me sirvió un whisky y él se sirvió un borbón en las rocas. Álex no consumió nada. Los tres nos adentramos en el taller de LePen. Era un taller típico de todo pintor. Atestado de lienzos, caballetes, pinturas y pinceles. Además, un enorme autorretrato de cuerpo entero. Lo curioso es que el cuadro lucía mucho más viejo de lo normal. Casi centenario, pero mi mente ignoró tal razonamiento, a sabiendas de que LePen lo había pintado. Me llamó la atención la oscura sombra pintada atrás de LePen, con forma antropomorfa. —Bien –me dijo— mi querida y hermosa musa, es aquí en el pedestal que os colocaré... – era un tarima bien iluminada artificialmente por lámparas fluorescentes. —¿Te molestaría posaros allí para dar inicio a una obra maestra? —OK –contesté con cierta jovialidad y me senté en el pequeño banco situado en la tarima. Tras que Álex le hubo colocado todos los aditamentos en lugar, LePen procedió a pintar mi retrato. Álex se retiró. Mientras LePen me pintaba, no cesaba de preguntarme si me encontraba cómoda. Y decía que podía traerme comida y bebida si lo deseaba. De momento rehusé las cortesías y me concentré en quedarme inmóvil. Conversábamos de diversos temas, aunque angularmente, las conversaciones se dirigían a mis viajes. Mi fama de peregrina me precedía siempre, y estaba acostumbrada a las interrogaciones constantes de dichos asuntos. Pero LePen era un caso insidioso y obsesivo. A pesar de ser algo molesto y ególatra en su trato, LePen me agradaba un poco. No sé por qué, creo que me simpatizaba la forma con que se concentraba en su mundo especial y exótico.

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Luego de una hora y media, Álex le llevó la cena. Yo comí poco, algo del guisado de pollo y del vino tinto que me habían entregado. LePen en cambio comió ampliamente. Luego, Álex se retiró, y tras el breve receso, nos reincorporamos al trabajo. —¿Posaría usted desnuda, Doctora? –me pregunto intrépidamente en forma esporádica y totalmente fuera de lugar en la conversación. —Sí –contesté sin temor ó timidez alguna. —Me alegra escuchar eso... –dijo con cierto brillo en sus ojos. —Pero no necesariamente para usted, Pier... Aunque sonrió irónico, se denotaba en sus ojos la decepción... —¿Por qué no? —Por que aún no confío en usted plenamente, Pier. —Pues bien, es una lástima. Pero espero algún día pueda yo ganarme su confianza lo suficiente... —¿Por que pinta usted seres tan monstruosos? —¿Teme usted a los monstruos? —No. Temo más a los humanos. He visto cosas horribles... —Usted conoce la Oscuridad, ¿verdad? conoce a la maldad... —¿A que se refiere? —Usted sabe lo que es la maldad y la violencia. Usted ha sido víctima de la perversión. Y conforme las noches pasan, usted recuerda la forma en que los monstruos se ensañaron con usted... Usted sabe bien lo que es una tortura constante y reiterativa noche tras noche... Las palabras de LePen me llenaron de furia... ¿como sabía eso de mí? Exasperada por el comentario sadista e inapropiado, decidí dejar de posar. Me levanté en seguida y salí del taller. 18

LePen se mantuvo inmutable. De hecho, parecía como si mi reacción fuera la esperada. Al salir del taller me topé con Álex. Quien quizás estaba acostumbrado a las salidas intempestivas y ofendidas de los invitados de LePen, no reaccionó en forma alguna. Llegué a mi casa y lloré desconsolada. A la mañana siguiente, desperté tras una mórbida noche plagada de pesadillas recurrentes y análogas a las que me mortificaron tiempos atrás. Y repudié a LePen por ello. Debo interrumpir mi relato, pues están tratando de forzar la entrada a mi cuarto de nuevo... Bien, ha terminado la interrupción. Me vi en la necesidad de sacar mi revólver ahora que una pequeña puerta conectaba el asqueroso y antihigiénico baño con la habitación de al lado, estuvo a punto de ser tirada. Estaba naturalmente cerrada con picaportes. Saque mi arma y apunté a la entrada mientras pregunté: —¿Quien está allí y que quiere? El forcejeo cesó por un tiempo. Luego, continuó. —¡Basta! –ordené, y decidí remover los cerrojos yo misma y abrirla. Al hacerlo vi al administrador del otro lado. Estaba sorprendido porque yo abriera la puerta. Y sonriente intentó entrar. Una navaja brillaba en su mano derecha. Lo apunté con el arma y le pregunté que quería. Asustado balbuceó algo de que estaba escuchando ruidos extraños de mi habitación, y que temía que alguien hubiera entrado y estuviera atacándome. Me preguntó si no quería que él se quedara a protegerme. Respondí que no gracias, que como era notable, yo tenía ya un compañero de un buen calibre. Entonces dijo que podía traer a varios amigos suyos, con armas más grandes, para protegerme mejor, y noté la lascivia y el deseo de intimidación en su voz. Sin inmutarme, le dije: 19

—Hágalo, pero recuerde que tengo una computadora con conexión a Internet, y ya en estos momentos muchos saben en que hotel me hospedé y saben su descripción, además de tener un celular –todo lo cual era falso— por consiguiente, creo que la policía tendría buenas bases para investigar cualquier crimen del que yo sea víctima. Ceñudo y desilusionado, pero con resignación, se disculpó y se fue.

IV Volviendo al relato, tras dormir tuve horribles pesadillas con lugares más allá de las estrellas, en donde abismos oscuros servían de escondite a espantosas larvas infernales y a pesadillas inconcebibles. Y escuché los lamentos escalofriantes de las almas perdidas... Desperté... Repleta de sudor frío y exhalando agitadamente, me incorporé de golpe en la cama. Observé la razón por la que me había despertado... el teléfono repicaba insistentemente. Lo contesté, era LePen: —He terminado su retrato, Doctora. ¿No desea venir a verlo? No obstante la lluvia, me dirigí aquella noche al taller de LePen. De él salía airadamente el señor López, dueño de la galería que exhibía las obras de mi retratista. —Si pudiera quemaría sus abominaciones –decía a LePen al bajar las escaleras del edificio. —Haga lo que desee, López –le respondió el pintor desde la puerta. –Pero no vaya a arrepentirse de sus actos impulsivos. 20

López salió tan furioso que apenas y percibió mi presencia. LePen en cambio me sonrió y se disculpó por el altercado. Me adentré a la estancia, y sin mediar mucha palabra me acerqué con LePen a su taller. LePen descubrió la manta que cubría el cuadro. Mi retrato era inverosímil. Era precioso. Me mostraba con tal realismo y tal similitud que me sentía asombrada. Era yo, posada en la silla, rodeada de flores y de un hermoso bosque. ¿Como había podido pintarme tan bien en el poco tiempo que serví como modelo? ¿Tenía una memoria privilegiada como su talento? —Es precioso, Pier, gracias, lo felicito... —Es suyo, lléveselo –me dijo. —No puedo aceptarlo, debe de ser carísimo... —No importa, no deseo venderlo. Es suyo, Doctora. —Pero, yo... no puedo, es decir... —Adelante, por favor. Es mi regalo. Considérelo una disculpa por haberla ofendido... —Pues bien, lo aceptaré. ¿Como lo transporto? —Le diré a Álex que se lo lleve. Efectivamente, Álex se llevó a mi casa el cuadro, protegido contra toda intemperie. Y lo colocó sobre la pared en donde yo había predispuesto. Álex me pidió permiso para remover su camisa mojada, a lo cual accedí discretamente complacida. Había pasado tanto tiempo desde la última vez que tuve sexo, que al ver el torso desnudo y musculoso de Álex, no dudé en acercármele. Y acaricié con mis manos el pecho del joven. Álex por su parte sonrió tomándome por la cintura. Y nos besamos apasionadamente. Caímos sobre la cama, desnudándonos intempestivamente. Y ya desnudos procedimos a hacer el amor, hasta que tras muchas horas de salvaje y brutal lujuria, dormimos juntos y abrazados. 21

Pero me vi asolada por una nueva pesadilla. En esta, observé las dantescas escenas pintadas por LePen, totalmente en vivo y a todo color. Sus aberrantes imaginaciones y sus espantosas deformidades cobraban vida ante mis ojos, y comenzaban una cruel orgía de sangre y muerte. Desperté sobresaltada, como el día anterior. Eran las 10 de la mañana, y Álex yacía a mi lado. Ambos estábamos desnudos y tras mi violento despertar, Álex se despertó sobresaltado. Le respondí que sólo había sido una pesadilla. Nos levantamos para desayunar. Nos vestimos sencillamente, y encendimos la televisión. Una noticia destacaba; el famoso Carlos López, dueño de la Galería homónima, murió en forma horripilante en su mansión. Junto a él, estaba su esposa, enloquecida, a quien debieron internar en el Hospital Psiquiátrico de San Juan de Aquetzarí, mismo del que fui residente hacía algún tiempo. La mujer estaba internada debido a un terrible caso de esquizofrenia paranoide que –según advertían los alienistas— le causaba un terrible shock repleto de espantosas alucinaciones. Tuvieron que medicarla con los más pesados narcóticos, hasta que la mujer quedó reducida a una entidad babeante que reposaba su cabeza sobre el acolchonado muro, y llenaba de saliva su camisa de fuerza. Los dos hijos de la pareja quedaron bastante afectados por el trágico incidente. La policía – según leí afanosamente en todos los ejemplares de periódicos que pude adquirir tras la retirada de Álex— no había descubierto nada realmente. Las laceraciones eran demasiado brutales para ser causadas por seres humanos ó armas convencionales. Sospechaban de ritos extraños y sectarios.

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Mi obsesión con el caso López no sólo no ayudó a suavizar mis pesadillas sino que, por el contrario, las intensificó. Asediada como estaba por visiones horripilantes y monstruosas, empecé a temer la hora de sueño, y me vi forzada a restablecer una nueva cita con mi terapeuta. Tratando de evitar dormir, observaba la televisión a altas horas de la madrugada. Vi la noticia de que Margarita Valencia, la furiosa ex—novia de LePen, que le había provocado un escándalo en su exposición, estaba afirmando ante toda la prensa que LePen la había golpeado en repetidas ocasiones y la había sometido a perversiones sexuales –de las que preferí ni imaginar. A pesar de la noticia, me ganó el sueño. Pero en mi sueño observé una visión terrible. Entre las lúgubres criptas abandonadas de un gótico cementerio, corría presurosa la joven Margarita. Sudaba copiosamente por la carrera y el temor. Y vestía tan sólo un camisón de seda. Las penumbrosas nieblas densas la abordaban y le cerraban el paso. Y ella seguía corriendo desmesuradamente. Y finalmente, llegó a una enorme tumba familiar, conocida por mí, la Cripta Arkham, donde reposaban los restos de mis antepasados. Y donde, a un lado, se alzaba ignominiosa, la lápida de mi padre. Allí estaba, el mausoleo decía el infame nombre de Angus Renzor Arkham... La joven tropezó con la tumba y calló al suelo. Se volvió aterrada con una mueca de pavor que le desfiguraba el rostro... Pronto, la joven mujer se vio rodeada de siniestras figuras encapuchadas de pies a cabeza. Las prendas de un impenetrable negro les cubrían absolutamente todo, salvo las manos de largos dedos cubiertos por guantes oscuros. Las figuras eran al rededor de 10, y a pesar de

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las lastimeras súplicas y ruegos desesperados de la mujer, el más alto de todos alzó su brazo y mostró un largo y filoso cuchillo que brilló refulgente ante la luz de la luna. Los demás lo imitaron, y Valencia se cubrió los ojos y se volteó boca abajo. No recuerdo bien lo que aconteció después. Sólo recuerdo imágenes mórbidas de sangre salpicando, el sonido repulsivo de las navajas enterrándose y el horror inconmensurable de las criaturas. Desperté súbitamente. En la misma forma en que se me había hecho habitual en épocas más terribles... y como me estaba volviendo a ocurrir. El sueño no tenía sentido, pues mi padre era británico, como toda la familia Arkham. La tumba de éste, y toda la Cripta Arkham se encontraba en Inglaterra. El televisor, que había permanecido toda la noche encendido, reportaba ahora un suceso noticioso matutino. El cual me dejó pasmada, y sería el detonante de una determinación que habría de cambiar mi vida –ó lo que me resta de ella— para siempre. Margarita Valencia había muerto. Había sido encontrada brutalmente acuchillada y desmembrada en las afueras del Cementerio Central. La policía investigaba el caso profundamente, y lo vinculaba al caso López. Pero el método del asesinato –a pesar de ser igual de brutal— distaba mucho de la forma en que había muerto López. El dueño de la Galería había sido asesinado en forma salvaje como si el perpetrador perteneciera al reino animal. Mientras que Valencia murió sin duda alguna despedazada por armas punzocortantes. Luego me enteré de que la policía había examinado el cuerpo de Valencia. No había evidencia de agresión sexual ni rastros de huellas al rededor –a parte de las que correspondían al calzado de Valencia— ni había mordiscos, rasguños ó demás acciones caníbales como en el caso de López. Los padres y el hermano de Valencia lloraron su 24

muerte. Así como los amigos que tanto le habían aconsejado alejarse del siniestro y neurótico pintor. Pero sí había un vínculo más allá de lo brutal y horripilante de los dos casos... la relación antagónica de ambas víctimas con LePen, quien por su fama de problemático, y la repugnancia de sus obras, se convirtió en receptáculo de las sospechas policiales.

VI Tras vestirme con una bata sobre el camisón en el que duermo. Me dirigí a ver el cuadro en el que LePen me había retratado. Era yo, sin duda, pero ataviada con un vestido que nunca había poseído. Un vestido negro y de cuero, fuertemente pegado a mi esbelto cuerpo. Y que dejaba al descubierto mis brazos y con un pronunciado escote. Además, tenía en el cuello –en la parte derecha— un tatuaje. El tatuaje correspondía a un símbolo compuesto de dos gusanos espantosos, entrelazados, con una luna roja en el medio. Obsesivamente, estudié en todos mis libros de antropología, y en la Internet, sobre dicho símbolo. Las exhaustivas horas de investigación, no acabaron hasta bien entrada la noche. Y lo descubrí: era el nefasto símbolo de la Secta Angat... Los malignos necrófagos malditos que asolaron gran parte del África Central. Los seguidores del maligno y cruel demonio Angat, quien los inspiraba a todo tipo de rituales espantosos. El sacrifico de personas –hombres, mujeres, niños— canibalismo, revivir muertos, y otras espantosas escenas. Los más poderosos chamanes africanos combatieron a la secta como pudieron. Pero los malévolos seres que –según cuentan aún los antiguos chamanes— estaban al servicio de Angat y sus seguidores eran demasiado terribles. Cuentan ciertas crónicas massai que decenas de reyes y chamanes de tribus poderosas 25

fueron erradicados. Y se relata en una leyenda bosquimana, que Angat mismo hablaba en las pesadillas a los detractores de la Secta. Los bosquimanos y los hotentotes tenían un temor espantoso por Angat. Una alianza de tribus zulúes y bantúes, lideradas por un consejo de chamanes, enfrentó a la Secta. La batalla fue terrible, pero las naciones aliadas y sus jefes tribales tuvieron éxito. La Secta se dispersó. Pero con la llegada de los árabes y beréberes al África subsahariana, las actividades de la Secta incrementaron. Entre los clérigos islámicos se dispersó el rumor de la maldad satánica de la Secta. Y muchos jeques, imanes y ulemas utilizaron ejércitos, mas ó menos efectivos, inspirados por el fervor Yihádico de la Guerra Santa, contra la Secta. El problema pasó de los musulmanes a los europeos cuando el tiempo de la colonia. Y entre los esclavos negros llevados a Occidente, venían algunos sectarios de Angat. Y el símbolo, el símbolo de los horribles necrófagos, era el que LePen había pintado en el cuello de mi retrato... Y algo más. Una antiquísima leyenda pigmea, recopilada por un cura británico que estaba en las colonias africanas decía algo aterrorizante: "Los chamanes de las tribus aseguran que los seguidores de Angat conectan nuestro mundo con el mundo de las tinieblas del demonio, por medio de dibujos y frescos realizados por pinturas especiales, pinturas creadas en parte, con carne y sangre humanas..." Me aparté de la computadora en donde había leído la información de la Internet que rebelaba tan espantoso hallazgo... Decidí fumar un cigarrillo, para calmar mis nervios. Y abrí el amuleto que tengo colgando en mi cuello, el cual, tiene un pequeño encendedor dentro. Y de pronto, una mano me tomó por detrás.

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Era un hombre vestido todo de negro, con un pasamontañas y guantes de cuero oscuro. Me cubrió la boca imposibilitándome de gritar. Y me agarró tenazmente las muñecas impidiéndome utilizar mis brazos. Forcejeé todo lo posible, pero no podía resistir la fuerza del agresor. A pesar de que le di varias patadas en las espinillas y en los pies. Luego me tiró sobre la mesa, botando al suelo todos mis papeles, libros, la computadora y una taza repleta de café enfriado. Mientras estaba boca abajo, y tras haberme dado un tremendo golpe en la cara, el agresor me colocó las manos tras mi cintura, y las ató fuertemente a pesar de mis esfuerzos por evitarlo. Esfuerzos que repercutieron en nuevos y certeros golpes en mi espalda y nuca. Y me cubrió la boca con cinta adhesiva. Semiinconsciente, el tipo me manoseó confianzudamente, como revisando que no tuviera algún arma escondida. Luego, me levantó con fuerza, y me alzó en sus brazos. Me bajó furtivamente, sin que nadie lo observara, y me introdujo al estacionamiento del edificio. Me adentró en la cajuela del auto, y así, realicé todo el viaje. Luego, me sacó, y de nuevo me cargó por un frío y misterioso conducto que nos llevó hasta una puerta secreta. La abrió y penetró la luz. Después, salí al taller de LePen. Me removieron las mordazas, y el tipo se quitó el pasamontañas –era Álex— y poco después se aproximó LePen. —Lamento la rudeza, Doctora –sacó el mismo vestido con que estaba pintado mi retrato— colóqueselo, por favor... –Me negué tácitamente. –No me obligue a forzarla. No se preocupe por su desnudez, ya Álex la conoce, y yo por mi parte, siempre he deseado tenerla como modelo de desnudos. Obedecí ante la intimidación. El vestido me repugnaba pero me quedaba justo. 27

—¿Quien es usted y que quiere de mí? –pregunté furiosa. —¿Reconoce algo en mis pinturas? –me preguntó. Y en efecto, los seres que habían matado a Margarita Valencia eran los mismos que estaban retratados en el cuadro titulado El Ceremonial. Y no dudé de que los malignos demonios del cuadro titulado El Festín, que mostraban al cuerpo desviscerado siendo roído, eran los artífices de la muerte de López. —¿Como lo hace? –pregunté. —Es el poder de Angat –me respondió. –Pero usted ya está bien informada de mi Gran Señor y mis correligionarios. —La horrible Secta Necrófaga... –dije quietamente. —La misma. Angat me permite invocar a sus criaturas por medio de mis pinturas. Los encapuchados del Ceremonial son antiguos seguidores que nunca podrán descansar, y permanecerán por siempre al servicio del Gran Señor. Los utilicé para vengarme de la perra de Valencia. Y los demonios carnívoros del Festín, para erradicar a López. —La policía sospecha... –mencioné. —¿Y que? Los policías y los forenses dan poco crédito a lo sobrenatural. Aunque pudieran vincularme con los homicidios, sólo necesito invocar algún nuevo ente que erradique al detective a cargo ó al fiscal del caso. —¿Como les da vida? –consulté. —Sólo necesito colocar en la parte inferior derecha de la pintura, el símbolo que usted ya conoce, y entonces, los seres cobran vida bajo mis órdenes. El propio Álex es una pintura. Un retrato de hecho. Fue un antiguo amigo mío, interesado también en la Secta, pero que se atemorizó en última instancia. Le di muerte y lo convertí en mi esclavo. No era la idea de que se acostara con usted. Y será castigado. —¿Por qué hace todo esto? 28

—Vida eterna, querida Doctora. Vida eterna, ni más ni menos. Aquí donde me ve tengo 350 años, más ó menos. Mis pinturas están hechas no sólo de las exóticas plantas africanas, sino de sangre y carne humana. Mismas que yo consumo y me convierto en inmortal por la gracia de Angat. —¿Que pide a cambio el demonio? —Almas, querida, almas. Cada víctima que mato pierde su alma, y esta queda atrapada en las pinturas. Observe, los rasgos del joven comido por demonios en la pintura del Festín son ahora los de López. Los rasgos de la víctima inmolada en el Ceremonial son los de Valencia. Y así, sucesivamente. Permanecerán en ese suplicio mientras las pinturas existan. Tengo pinturas con varios siglos. Incluyendo a mi primera víctima, Álex aquí presente. Entonces recordé mi retrató y palidecí de horror. LePen, adivinando mis pensamientos, se acercó a un cuadro cubierto por un lienzo y lo removió. El cuadro me mostraba a mí desnuda, en un acto sexual salvaje y sadomasoquista con LePen. Disgustada, desvié la mirada. —Usted me gusta, Doctora, y he decidido tenerla a mi lado. Observe el cuadro de Álex... – me señaló hacia una lejana pared, en donde el retrato de Álex era visible. Pero estaba crucificado y repleto de horribles gusanos. –Álex, regresa a tu cuadro. El rostro del joven mostró la terrible desesperación que le asolaba desde hacía siglos. Pero obedientemente se acercó al cuadro, y se desfiguró en una imagen transparente, para luego fusionarse en el mismo. Los ojos de la pintura cambiaron mostrando todo el dolor de la situación.

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—Puedo hablar con todos, todos escuchan lo del entorno –afirmó— el castigo para Álex será quedarse en el cuadro durante mucho tiempo. Después de todo, ahora cuento con una nueva esclava de la que disfrutaré ampliamente. —¿Por que yo? –pregunté desesperada. —Usted es una Soñadora. Un tipo especial de mujer que nace cada cierto tiempo desde hace mucho. Recuerdo haberlo leído en los Pergaminos de Sakhar, y en los Manuscritos Pnakóticos. Desde hace milenios, en ciudades tan antiguas como la ahora sumergida R’Lye, donde seres amorfos retozaban mucho antes de que existieran los humanos, y rituales a los antiguos dioses se realizaron en épocas remotísimas. Allí, donde los Oscuros aún influyen, allí donde reptan monstruosas criaturas salivantes que solían servir a los amos. Y donde sus marmóreas y frívolas columnas ocultan los poderosos templos de los Adoradores. Los que rendían, y aún hoy, vivos y muertos, rinden culto a los Oscuros. Donde dioses inconcebibles de maldad absoluta merodean, y seres con largos tentáculos y colmillos babeantes acechan en el Abismo en busca de que roer. Y donde demonios sin forma, bailan extáticos, ante la música monótona de tañedores de flautas. En aquel lugar donde las Pesadillas nacen, y se sirve a los malignos dioses. Y donde hasta las más poderosas deidades del Bien tiemblan. Allí se recuerda el poder de la Soñadora. >>La Soñadora tiene la habilidad de ver sucesos ocultos a la mente humana en sus sueños. El pasado, el presente y el futuro se le muestran insignes y emblemáticos. Y usted, Doctora, es la nueva Soñadora. Una bendición que los dioses del Bien le han dado. ¿Ó una maldición que acarrea una vida repleta de peligros y locura? Porque pocas Soñadoras logran escapar de la locura, Doctora. >>Pero usted será ahora mi esclava, y tendré a mi disposición, todo servicio que yo desee. Y usted será la encargada de satisfacer mis deseos, ó de estar atrapada en el cuadro –me 30

dijo acariciándome el rostro— todo lo que tengo que hacer, es colocar en la pintura el símbolo. LePen se aproximó a la pintura, con pincel en mano. A sabiendas de sus intenciones me incorporé tratando de evitar su cometido. —No lo intente, Doctora –me dijo— puedo invocar a cualquier ser de acá. Desesperada, y observando como LePen comenzaba a trazar las primeras líneas, observé una pintura a lo lejos. Esta también contenía a una hermosa joven, cuyo cabello parecía del siglo XIX. La salonera que servía las copas en la exposición. La joven estaba entrelazada en un acto sexual similar al mío, pero en una orgiástica fiesta de demonios. Entonces me concentré mucho en los ojos azules de la mujer, y logré escuchar un sonido en mi mente. ¿Alucinación mía en momentos tan desesperados? ¿Ó la voz de la mujer? "Yo fui su primer esclava femenina" escuché "Desde hace 200 años. Fui una poderosa bruja que intentó detener a LePen. Eventualmente se cansó de mí y ahora está interesado en ti. Pero hay una forma de terminar con esta pesadilla. Quemando los cuadros se libera al alma, y se destruyen los monstruos". Y mientras LePen realizaba ya los últimos trazos a mi espantoso retrato, decidí arriesgarme. Quizás a propósito, ó por que Álex no lo había notado, tenía yo mi encendedor dentro de mi bolsillo. Observe un viejo trapeador, y restos de materiales aparentemente inflamables. Y sin pensarlo mucho, me abalancé sobre ellos. Introduje el trapeador a los líquidos volátiles –interrumpiendo con mi hazaña el trabajo de LePen quien se volteó— y saqué mi encendedor a toda prisa.

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LePen invocó de inmediato a varios monstruos. Y de los cuadros aparecieron frente a mis aterrados ojos los demonios comevísceras, los encapuchados del Ceremonial, los extraños y gigantescos buitres deformes, y las monstruosas figuras gargólicas. Además, LePen ordenó a Álex desprenderse de su encierro, y ayudar a los monstruosos seres y pronto, el joven esclavo estaba frente a mí. Incineré el trapeador, haciendo con él una tea mientras las horripilantes criaturas se me acercaban... Tomé uno de los tarros con químicos y lo lance contra uno de los rechonchos demonios. Luego le acerqué el trapeador, pero el monstruo no se quemó. Entonces, volqué varios recipientes, hasta que se dispersaron por el piso, y se derramaron a los pies de los caballetes que sostenían las pinturas lepenianas. Coloqué el trapeador en el piso, y todos los charcos se incendiaron. LePen gritó furioso, y se concentró en apagar las llamas. Quedé acorralada... —Si crees que he pintado torturas –gritaba LePen tratando de frenar el voraz incendio— no has visto nada. Crearé la más horripilante escena de sadismo y tortura infernal, y tú serás la protagonista de un destino miles de veces peor que la muerte... El ejército de monstruosidades se me acercaba. Mientras yo tratada de pegarme más a la pared. Pude sentir el filo de los encapuchados cerca de mí. Y el roce de las horribles garras de los demonios. Finalmente, Álex me dio un puñetazo y caí al suelo. Mientras las horribles criaturas se me abalanzaron, y comenzaron a tocarme en todo el cuerpo con sus repulsivas extremidades...

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Pero llegó la bendición. El fuego alcanzó un estante repleto de recipientes con materiales inflamables. El estante entero explotó, y quemó a LePen que salió corriendo de su taller con llamas en la mitad del cuerpo y sollozando desesperado. El taller entero se sumió en llamas. Los cuadros de los monstruos se empezaron a incinerar. Y las criaturas me soltaron confusas. Al momento, las criaturas mismas se comenzaron a quemar. Y cuando los cuadros se hubieron reducido a cenizas, las monstruosidades que de ellos habían salido reptantes, también eran ahora un puñado de cenizas. Me salí como pude del círculo de fuego en que me encontraba, y observé el cuadro en que López y Valencia se situaban siendo consumidos ávidamente por las hambrientas llamas. López y Valencia mostraban rostros de alegría, alivio y agradecimiento. Igual hacía el cuadro de la mujer del siglo XIX, quien además, mostraba satisfacción. Salí huyendo despavorida. Y al salir al lobby, vi el cuerpo quemado de LePen, y vi el enorme cuadro del autorretrato, en el que ahora, estaba la figura despellejada por el fuego de LePen, pero junto a un horrible ser, lleno de costras y escamas, y con diez espantosos cuernos. Que clavaba en LePen sus garras, y le desgarraba con sus colmillos. —Angat –dije en voz alta. Y por la expresión de LePen supe cual era el costo del fracaso. Los bomberos llegaron al poco tiempo. Y apagaron el incendio eficazmente. Descubrí que sólo dos cuadros habían sobrevivido. Uno, el autorretrato de LePen, quien al ser ahora un pintor muerto, gozaba de un valor incalculable. Pero el cuadro era demasiado grotesco para su venta. Gran parte de la fortuna de LePen pasó a indemnizar a las familias López y Valencia. El cuadro del autorretrato pasó a manos de los policías, quienes guardaron el horrible trabajo. Pero en donde el cuadro estuviera, había siempre una atmósfera de maldad. Y en todo lugar, museo, galería, casa particular, en donde estuviera el 33

cuadro; la gente sentía escalofríos y ataques paranoicos. Finalmente, y valiendo demasiado para ser destruido, lo sellaron en una antigua bóveda policial, en el sótano de una comisaría rural. Allí, con el tiempo fue olvidado. Y permanecería en la oscuridad, durante tiempo inmemorial. Fui llevada al Hospital de San Juan de Aquetzarí, en donde me atendieron las quemaduras y otras heridas. Conté a la policía lo del secuestro –aunque sin mencionar a Álex, a quien suponía muerto, pues siendo un esclavo no vi porque desprestigiar su memoria— dije a las autoridades que LePen había cometido los crímenes en forma cruel y sanguinaria. Y la policía dio por cerrado los casos López y Valencia. LePen pasó a ser un legendario asesino en serie. Pero cuando salí del hospital supe cual había sido el segundo cuadro sobreviviente. Milagrosamente, había sobrevivido el retrato de Álex Martínez... y el joven asistente, a quien yo había exonerado de toda culpa, reclamó el cuadro y gran parte de la herencia de LePen... Aquella no utilizada para resarcir a las víctimas...

VII Entonces, lo vi de nuevo... Álex Martínez acechando afuera de mi apartamento. Observándome en la calle asediada por la lluvia... Y pensé en muchas cosas: ¿Cuantos cuadros habría pintado LePen en 350 años? Probablemente muchos más de los que se quemaron en el incendio... Es decir, que podría haber monstruos escondidos en algún recóndito lugar de horror... Y un poderoso mago, correligionario, al menos en alguna época, de LePen, tendría acceso a ellos... Y al guardar la pintura que le daba la inmortalidad, podría querer perpetuar la obra lepeniana... 34

Vi la persona de Álex cruzar la calle, y subir por las escaleras. Aterrada, salí despavorida de mi cuarto, apenas con las primeras prendas que encontré, y con mi diario, mi celular, algo de efectivo y mi tarjeta de crédito. Y huí por las escaleras contra incendios. Vagué escapando de las horribles criaturas que vi en mis sueños. Y seguía viendo a Álex tras de mi en cada hotel, aún el más caro... Y al poco tiempo, agoté mi tarjeta y algo del efectivo. Antes de poder comprar los pasajes al extranjero. Entre el gasto de hoteles y taxis. Acudir a la policía sería ilógico, pues sabía las monstruosas criaturas que podría invocar contra cualquier guardaespaldas humano. Además de que no me creerían... Y, habiendo agotado gran parte de mis fondos, me oculté en este hotel... Y aquí termino mi relato en las sombras de mi habitación plagada de alimañas. Mi plan es ir al amanecer al banco, y retirar lo suficiente como para huir a mi natal Inglaterra... Pero los fondos bancarios de mi propia cuenta están congelados, según me informaron. Mi repudiable primo debió cometer alguna torpeza en el estúpido y pedante negocio turístico... Deberé recurrir a algo más, el dinero de la cuenta de mi padre. Situado en un banco distinto. Juré jamás utilizar ese dinero. El dinero de mi profundamente odiado padre. Ese maldito monstruo maniático y degenerado. Ese que hizo un infierno de mi niñez y mi adolescencia. El depravado sexual, que satisfizo en su hija sus deseos malsanos. El que hoy yace pudriéndose, para gusto mío, en una fría tumba que sólo visité para escupir en la lápida del incestuoso hombre que fue mi progenitor. Aquel diabólico ser, que me sometió a perversiones indecibles. Y que por el resto de mi vida cargaré. El ladrón de mi inocencia, y de mi niñez... Pero no tengo opción, pues mi vida está en juego… 35

La interrupción de mi narración se debió a un evento inesperado. A mis espaldas, y adentrándose en forma inexplicable, se encontraba Álex. Me levanté y volví de golpe, aterrada. Saque mi revólver a sabiendas de que ningún efecto tendría. —Lamento asustarla tanto –me dijo— sólo deseo agradecerle. Usted me liberó de una pesadilla infernal que había durado ya tres siglos y medio. Y le estaré eternamente agradecido. —¿Que hiciste con tu retrato? —Está bien protegido –respondió. –Y me he dedicado a destruir los cuadros remanentes de LePen. Pero... su retrato Zárate... —¿Que hay con él? —Aún existe, ¿no? —Si, de hecho, olvidé deshacerme de él... —Utilicémoslo, Zárate. Recreando el símbolo, usted será inmortal mientras el cuadro exista. —No soy inmortal. —No porque el símbolo no estaba colocado en la parte adecuada, la inferior derecha. Si lo hacemos, usted y yo seremos inmortales, y podremos vivir juntos, haciendo el amor durante la eternidad de los tiempos... —No gracias –rechacé— la inmortalidad suena tentadora, pero no al utilizar un medio tan horripilante y causante de tanto mal y tanta oscuridad. El satánico símbolo de un demonio tan espantoso como Angat no puede traer nada bueno. Y no arriesgaré mi alma. Al menos de momento, la inmortalidad no me apetece... 36

—¿Y hacer el amor? Bueno, para terminar diré, que eso si me apetecía. Además, acompañada de un robusto –e inmortal— joven, me sentí por fin segura en ese funesto lugar. Los negocios de mi primo van bien tras solucionar algo sus estupideces. Ahora estoy más relajada, y las pesadillas están comenzando a disminuir en frecuencia e intensidad. Además, planeo nuevos viajes a otras partes del Mundo... Pero aún hoy tengo una pequeña duda que me atañe... Cuando estaba quemando el retrato que LePen me hizo, y que guardaba en mi apartamento, observé por un momento la horrible silueta de mi padre detrás de mi figura pintada...

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CAPÍTULO II LA PARTITURA DEL DIABLO

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Cierta vez vi a un demonio en una llama, el cual surgió frente a un ángel que se hallaba sentado sobre una nube, y el demonio dijo estas palabras: Venerar a Dios consiste en honrar sus dones en otros hombres, cada cual según su genio, y amar en mayor grado a los mejores; todo aquel que envidia ó calumnia a los grandes hombres, odia a Dios, puesto que no hay otro Dios. Al oír esto, el ángel se puso casi azul, pero al intentar dominarse, comenzó a ponerse amarillo, luego, entre blanco y rosa hasta que, sonriendo, dijo: ¡Tú, idólatra! ¿Acaso no es Dios uno? ¿Y no es él visible en Jesucristo? ¿Y no aprobó Jesucristo la Ley de los Diez Mandamientos? ¿Y no son los demás hombres todos unos locos, pecadores y piltrafas? El demonio contestó: muele un necio en un mortero con el trigo, y aún así no le quitarás su estupidez. Si Jesucristo es el más grande de los hombres, deberás amarle en el mayor de los grados. Pues bien, te voy a contar como sancionó los Diez Mandamientos ¿No se burló del Sabbath, y por lo tanto del Dios del Sabbath? ¿No mató a aquellos que fueron muertos pos su causa? ¿No apartó la ley de la mujer adúltera? ¿No robó el trabajo de otros para sustentarse él mismo? ¿No cayó en falso testimonio cuando rehusó defenderse ante Pilatos? ¿No fue codicioso al rogar por sus discípulos, y al pedirles que sacudieran el polvo de sus sandalias, y las arrojasen contra quienes les negaban el albergue? Por eso te digo, no puede haber virtud alguna sin romper antes estos Diez Mandamientos; Jesús era todo virtud y actuaba por impulsos, no por reglas. Nota: Este ángel, que ahora se ha convertido en un demonio, es mi compañero. A menudo leemos juntos la Biblia en su sentido Infernal ó diabólico, lo que el Mundo también tendrá de así merecerlo.William Blake. El matrimonio entre el cielo y el infierno 39

I Escribo estas notas en mi viejo diario, mientras permanezco internada en el viejo Hospital Psiquiátrico de San Juan de Aquetzarí. Cuyo ambiente derruido y siniestro, de largos pasillos angostos e interminables, y cuyo aspecto gótico y picudo, es bastante inspirador para relatar mi historia. Aquello que me dejó en la situación actual. En este pandemonio de gritos desesperados y espasmódicos, de delirantes balbuceos eternos provenientes de mentes incoherentes y perdidas en la locura y la desesperación. En este habitáculo de demencia y de enfermedad, donde gritos y conversaciones alucinatorias acompañan cada noche. Y en donde pobres infortunados conversan solos ó ante las imágenes gestadas en sus mentes... en la oscuridad... ó se golpean monótona e intermitentemente, sus cabezas contra las paredes acolchadas, y con las camisas de fuerza bien ajustadas. Los médicos pensaron que permitirme escribir ayudaría a mejorar mi estado, y les ayudaría a vislumbrar mi malestar. Los alienistas saben que soy famosa por escribir, y mi posición social me permitió ciertas ventajas. Pero es inquietante, para mí, el sentir las miradas siniestras y sempiternas de los seres de la Oscuridad, ahora que se que es lo que repta en el Abismo. Ahora que conozco la naturaleza de aquella entidad que diversas culturas han llamado Mara, Arihmán, Set, Loki, Iblís, Xibalbá, Cthulhu... ó como es mejor conocido entre los judeocristianos... Satán... Una noche lluviosa y tormentosa, asolada por torrenciales lluvias interminables y diluvianas, mi automóvil llegó a la antigua Mansión Arkham, situada en un remoto y distanciado pueblo rural de Francia, llamado Trident.

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Fulgurantes relámpagos y ensordecedores truenos anunciaron mi llegada. Yo, Zárate Arkham, heredera de una fortuna considerable, nacida en Inglaterra hija de un acaudalado británico y su esposa costarricense. Bajé del vehículo, y me adentré por la gigantesca cerca que recorría imperiosa la propiedad, protegida contra las inclemencias del clima por mi paraguas y mi gabardina, a pesar de usar una minifalda que me dejaba al descubierto las piernas, y una blusa entreabierta, sobre la que caía mí cabello negro y lacio. Pasé por el portón de brillante e intenso color negro, y caminé a lo largo de los extensos pasillos rodeados de jardines semiabandonados. La lluvia no me permitía vislumbrarlos bien, pero era notable el deterioro y la decadencia. Toque a la victoriana puerta de madera, rodeada por columnas dóricas, de una casa de estilo greco—victoriano entre barroco y gótico, pobremente estructurada, y pésimamente conservada. Pero cuyo valor monetario era palpable aún al más obtuso. La criatura que abrió mi puerta me causó un escalofrío. Ahogué un gritó de horror y repugnancia, y disimulé lo mejor que me fue posible el asco y el temor. El esperpento era una gargólica mujer, de corroídos dientes desiguales y retorcidos, ante una repugnantemente patológica falta de aseo. Unas greñas repulsivas y marañosas conformaban su gris cabello retorcido, que le llegaba hasta los hombros, pero que se extendía caótico a los lados y a lo alto. Sus ojos mostraban ojeras profundas y desagradablemente purpúreas, que se extendían rugosas por casi toda la cara. Sus ojos eran malévolos y retorcidos, y el derecho lucía más abierto que el izquierdo. Era encorvada, y vestía el uniforme de una sirvienta, con un enorme delantal en frente.

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—Bienvenida, Srta. Arkham –me dijo en francés, lengua que hablo perfectamente, con una voz desgarbada y chillona— pase, por favor, la están esperando. Ante la visión del esperpento, me sentí tentada a escapar. Pero decidí armarme de valor y fortaleza estomacal, e ingresé en la Mansión Arkham. El interior era más agradable, y una calidez artificial proveniente de la chimenea me complació. Procedí a dejar mi paraguas en el porta sombrillas, y dejé mi gabardina en el perchero. Seguí a la mujer adefesio hasta el interior del estudio, situado al lado de la sala. Allí me esperaban dos hombres. Uno, un apuesto joven de cabello castaño y lacio, que vestía de traje y que tenía una hermosa y brillante sonrisa blanca. Era mi querido primo Joel, Joel Chapman, uno de los pocos familiares con los que me llevo bien. El otro era un hombre que me era desconocido, más viejo, calvo, salvo en los lados, con un voluminoso bigote cano, y que vestía un traje gris y opaco, extremadamente apático. —¡Zárate! –dijo mi primo, alegremente, ofreciéndome sus brazos extendidos para un abrazo— que gusto me da verte. —Igualmente, querido Joel –le respondí entrando a la habitación y correspondiendo su gesto estrechándolo afectuosamente entre mis brazos. —Cada vez estás más bonita –me dijo separándose y observándome bien. —Gracias, tú estás más guapo cada vez que te veo. —Te presento al Sr. Jean Charpentier, el abogado de nuestro tío Thadews. —Un placer conocerla, Dra. Arkham –me dijo el abogado estrechando mi mano. —Igualmente, Sr. Charpentier –le respondí. —Y ya conoces a Gertrudiz, la sirvienta de nuestro tío.

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—Sí... así es –dije observando escalofriada (por el simple recuerdo) a la mujer que se paraba a la entrada del cuarto. —Traeré café –dijo en forma apática y gruñente, y salió del lugar sin mediar más palabra. —Sentémonos, por favor –pidió el abogado, y se asentó detrás de un escritorio, causando el rechinar de la silla móvil detrás del mueble. Mi primo y yo nos sentamos en los dos asientos enfrente del escritorio. –Bien, procederé a leer el testamento de Thadews Arkham: >>"Yo, Thadews Samuel Arkham, en pleno uso de mis facultades mentales, escribo el siguiente testamento. >>De entre mis familiares dos han sido los hermanos que yo más he querido, uno ha sido mi estimado hermano Angus Renzor, y la otra, mi amada hermana Marcia. Bien es sabido que toda la familia se opuso al matrimonio de Angus con aquella mujer costarricense llamada Eliza. Y sin embargo, de su matrimonio nació la preciosa Zárate, una gran belleza de niña, y una excelente sobrina que siempre querré desde lo más profundo de mi corazón. Y también es bien sabido que todos nos opusimos al matrimonio de Marcia con aquel joven llamado Andrew Chapman. Y el fruto de ese matrimonio fue un valiente, inteligente, vivaz y admirable joven llamado Joel, otro excelente sobrino. >>Pues bien, a mis dos sobrinos favoritos, Zárate Arkham y Joel Chapman, lego mis pertenencias. Toda mi fortuna, mis propiedades, consistentes principalmente en la Mansión Arkham de Trident, y mis mejores deseos. Sólo pido como únicas condiciones, que repartan todo en partes iguales, que no vendan jamás mi amada mansión, y que den empleo a mi leal y querida Gertrudis hasta que se pensione o fallezca. >>Sí estás pocas y razonables peticiones son cumplidas a cabalidad, la propiedad es de ellos. Y que ninguno de los demás buitres de la familia Arkham ponga sus manos en la

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propiedad ó la fortuna. Aparte de mi herencia, sólo les dejo mis más sinceras bendiciones y buenos deseos. >>Thadews Samuel Arkham. Hubo un prolongado silencio, roto sólo por el crepitar del fuego en la chimenea, cuyas sombras dibujaban estrambóticos diseños en el cuarto y sus comensales. —Bueno – interrumpió Joel— ¿hay algo más? —En absoluto –le dijo Charpentier— si cumplen con las restricciones especificadas, bastará. Saben que su tío pasó los últimos quince años en coma, ¿verdad? —Claro –respondí. —Lamentable accidente –mencionó Joel— esa caída de ese caballo fue triste... En todo caso, me alegra que por fin, tras quince años en el Hospital en estado comatoso, haya descansado. —Por supuesto –dijo Charpentier— curiosamente, Thadews Arkham especificó que su testamento no se leyera a menos que él estuviera absoluta y totalmente muerto. La muerte neurológica no bastaba. Ahora, si no hay nada más en que pueda ayudarles, debo irme. La tormenta está empeorando y deseo llegar a mi casa con mi esposa. Vivo en un pueblo lejano. —Claro –dijimos los dos al unísono. Charpentier se despidió cordial y frívolamente, y salió del despacho. —Es extraño... –mencioné dubitativa mientras me levantaba y observaba la fotografía de mi tío en la pared. Una enorme fotografía colgante, que mostraba a un hombre alto, calvo, de larga y afilada nariz, mirada turbia, cejas enarcadas y pobladas espesamente, y un cuerpo fornido. El retrato fotográfico se situaba sobre un piano de cola negro y elegante y por fortuna esmeradamente cuidado. 44

—¿Que? –preguntó mi primo. —Thadews quedó en coma hace quince años, Joel. Tú y yo éramos niños en aquella época. Yo tenía diez años y tú quince. ¿Por qué nos dejó como herederos? —Quizás de verdad le agradábamos. Thadews sentía gran resentimiento por toda la familia. Creo que sólo se llevaba bien con tu padre y mi madre... —¿Por qué no les heredó a ellos? —Recuerda que toda la familia se opuso al matrimonio de nuestros padres. —Cierto, tal vez... De todas formas no me gustaba como me miraba tío Thadews... verdaderamente era escalofriante... Recordar esa mirada tenebrosa sobre mí... —Sí... a mí me pasaba lo mismo... —En todo caso, no hay nadie en nuestra familia con quien me gustaría compartir una herencia más que contigo... —Igualmente —dijo y la sirvienta espantosa de Gertrudiz, se adentró con tres tasas de café. Inmutada por la ausencia de Charpentier, se limitó a salir en silencio cuando supuso que no le pediríamos nada más. —Siniestra sirvienta... –dije... —Bastante –respondió Joel sonriente. —¿Sigues tocando el piano? —Sí, de hecho este hermoso piano de cola se ve bastante bien. Le daré buen uso... Curioso, tío Thadews me pagó las clases de piano cuando era niño, y según me dicen, depositó en el banco una fortuna para pagar mis estudios musicales, lo que se usó tras su estado comatoso. >>¿Y tú como estás? ¿Y tus estudios de antropología? ¿Y tus viajes? —Bueno, te responderé paulatinamente a todo... Luego nos sumimos en largas conversaciones hasta la madrugada. 45

II La noche anterior nos fueron preparados los cuartos. Ambos eran amplios y llenos de mobiliario anticuadamente victoriano. Incluyendo una enorme cama con cortinas alrededor de su techo. Desperté suavemente a media mañana, mientras rayos de luz solar penetraban cálida y agradablemente por la ventana, y el canto despertino de pajarillos jolgoriosos repicaba en los jardines. Me levanté, y puse una bata y velozmente bajé hasta los jardines. Mi primo estaba ya vestido y bañado, y se dedicaba a inspeccionar la propiedad. La humedad dejada por la torrencial tormenta de la noche anterior, producía un efecto vaporoso en el ambiente. Mis temores ante la impresión que la propiedad me dio la noche pasada, se materializaron esa mañana. Los jardines mostraban un lastimero y miserable abandono durante quince años hasta dejarlos en estado paupérrimo. El pasto estaba reseco y desigual, por lo que grandes porciones de tierra se percibían por doquier que, confabulados con las lluvias pasadas, ahora se observaban charcos lodosos bastante pronunciados. Había algunos árboles secos y esqueléticos, de aspecto retorcido y ramas amenazantes. Además, varios troncos secos y mohosos estorbaban por todo lado. Curiosamente, los portones lejos de estar oxidados, mantenían una negrura como si fueran nuevos. Y las fuentes, otrora hermosas y refulgentes, eran hoy un pozo de aguas lodosas y verdosas, con ángeles enmohecidos y costrosos, que escupían en forma esporádica, agualotales repugnantes. 46

En las afueras de los portones, en la parte derecha del muro al lado del portón principal, una placa oxidada aún decía claramente MANSIÓN ARKHAM. Y un cementerio se erguía en el extremo occidental de la propiedad. Unas treinta tumbas, algunas databan de mediados del siglo XIX, totalmente sumidas en moho y costras, resaltaban junto a las criptas más recientes de Arkhams fallecidos. Una tumba resaltaba sobre las demás. La que decía el nombre de Thadews Arkham. La conformaba una lápida gris tan grande como un monolito. Mi tío había pedido que se repartiera el testamento tras ser enterrado en la Mansión. —Deberíamos contratar a alguien que arregle este desastre –le dije a mi primo detrás de él mientras este concentraba su atención absorto en la monolítica tumba. —¿Por qué no vamos a contratar a alguien después de almorzar? –me respondió. —Perfecto. Dicen que tío Thadews tenía una nutrida biblioteca... Gertrudiz nos hizo el desayuno, consistente en huevos fritos y tostadas. Nada mal, debo admitir, pero la repulsión que su creadora me provocaba, me obligó a probarlos muy escuetamente y a dejar la mayor parte. Luego me bañé en una curiosa tina que parecía salida de un periodo histórico contemporáneo a Luis XV., y mi primo y yo decidimos hacernos el almuerzo. —Lo primero que haré será pedir una nueva sirvienta –declaré— al menos una que trabaje junto a Gertrudiz. Tras comer bastante, viajamos en mi auto al pueblo. Trident era un lugar excesivamente rústico y rural. Las casas, casi en totalidad, eran de madera. Incluyendo a la Iglesia, cuya capilla blanquecina se erguía por sobre los demás techos del pueblo. Unas calles pobremente pavimentadas, encuadraban una gran cantidad de abetos y arbustos tumultuosos. 47

En ese momento nos pareció desmedidamente extraño, pero lo cierto es que todos en el pueblo cerraban sus ventanas y puertas ante el paso de mi vehículo. Niños corrían espantados, y ancianos se santiguaban al observarnos. El pavor que provocábamos en estas personas era bastante misterioso, y ni la xenofobia inherente de ciertas zonas rurales podía explicarlo. Nos bajamos cerca de la taberna del pueblo, y nos dispusimos a entrar en el lugar. Pero justo cuando estábamos por adentrarnos, cuatro fornidos y regordetes sujetos, entre ellos el dueño de la taberna, nos cerraron el paso y adujeron que estaban cerrados de momento. Sin muchas opciones, decidimos visitar al sacerdote. Tocamos la puerta de la Iglesia, y de ella salió un ministro gordo y con calvicie incipiente, vestido de negro, y con el típico cuello sacerdotal. —Disculpe, Padre... –le dije... —Mellés –me terminó de decir. —Padre Mellés –agregué— somos Joel Chapman y Zárate Arkham, los nuevos herederos de la Mansión Arkham... —Lo sé. Pasen. Nos adentramos a la capilla. Era bastante común y constaba de varias sillas y bancas, y de un altar normal, con un enorme Cristo crucificado en el frente. —¿Sabe por qué causamos tanta animadversión en las personas de Trident, Padre? – consultó mi primo. —¿Conocen la fama que acompaña a su tío? –inquirió el clérigo. —No –respondimos simultáneamente. —Hace ya veinte años —mencionó Mellés— su tío, Thadews Arkham, y esa sirvienta, Gertrudiz, eran amantes... –Una mueca dibujo mi rostro. –Gertrudiz solía ser una mujer 48

muy bella —explicó el párroco— verán... –dijo y sacó del púlpito una caja con fotos. Nos mostró una foto de mi tío, donde lucía muy similar al retrato del despacho, al lado de Gertrudiz. Efectivamente, era una mujer hermosa. Su cuerpo era esbelto y escultural, además de tener medidas sinuosas y voluptuosas. Su largo cabello rojo y rizado caía hasta su cintura, y tenía bellos rasgos en la cara, a pesar de tener una sádica y sarcástica mirada. —Sí, era muy bella –declaré— pero, ¿sólo por un romance entre nuestro tío y su sirvienta se producen reacciones tan puritanas? —No es puritanismo –aseguró Mellés— su tío y la sirvienta realizaban orgías entre ellos en forma descarada e irreverente. En sus jardines, incluso, a todas horas del día, se sumían en los más salvajes actos sexuales. —Que envidia –dije en forma jocosa. Mellés ignoró mi broma. —Además, Thadews y Gertrudiz estaban obsesionados con el satanismo. Practicaban las más espantosas y repulsivas artes diabólicas y de magia negra. Utilizaban las fuerzas del Infierno para satisfacer sus malignos impulsos, e invocaban a horripilantes demonios. Además de ser zoófilos y necrófilos... Se dice que Thadews tocaba su siniestro piano para invocar al Diablo... —Por favor –dijo Joel— no esperará que creamos esas supersticiones ridículas. Vivimos en el siglo XXI, por Dios... Pero yo permanecí callada, he visto cosas bastante extrañas e inexplicables. Y mis recientes experiencias con el mundo de lo paranormal me dejaron bastante afectada. —Hace veinte años –continuó lúgubremente Mellés— trece jóvenes mujeres fueron brutalmente asesinadas. Eran mujeres de entre los 25 y los 13 años. Todas fueron horriblemente violadas, en formas que ni siquiera puedo describir... Humillaciones extremas... Torturas escalofriantes –él ministro se ruborizó, y su mirada se torno turbia— 49

aceite hirviente, agujas en áreas sensibles como uñas y genitales, hierros candentes que quemaban partes sensibles del cuerpo, latigazos, tizones ardientes bajo los pies, entre otras cosas. Fueron violadas de diversas formas y transformadas en esclavas sexuales. Luego asesinadas horriblemente, por medio de deshollamiento, desvisceración, vivisección... aparentemente, mientras vivían... Se dice que Thadews y Gertrudiz fueron los responsables de las torturas, violaciones y asesinatos. Y que bebían la sangre de las víctimas, como parte de un ritual satánico. Y el piano... el diabólico tañer del piano... —Basta –murmuré algo molesta por la gráfica descripción— eso es atroz... —¿La policía no investigó? –preguntó mi primo desconfiado. —Sí. Las mujeres eran en su mayoría familiares de alguien en Trident, una era hija del tabernero que ya conocieron. Otra, era mi hermana. La policía investigó el caso. Pero los cuerpos eran encontrados en lo profundo de las montañas. Sin evidencia vinculante a Arkham, como si fueran cometidos en forma sobrenatural. —Entonces, ¿por qué culparon a nuestro tío? —Todas las víctimas fueron vistas por última vez en las cercanías de la Mansión Arkham. Además, se escuchaban horribles gritos en sus cercanías. Y los rituales orgiásticos que ya mencioné fueron motivo de sospecha. Y también, el piano siempre se escuchaba poco antes de encontrar un cuerpo... —Entonces no hay evidencia... –dije— la gente odia a mi tío y a su apellido, y por ende a nosotros, por rumores. —Tal vez –aceptó Mellés— pero así son las cosas. Su tío no quedó en coma por culpa de una caída ecuestre. Ni siquiera tenía caballos. Fue linchado. Pero sobrevivió a los golpes que le infringió una multitud de furiosos pueblerinos. —¡Eso es un crimen! –acusó Joel. 50

—Quizás –dijo Mellés. —Después de que Thadews quedara en coma, y fuera internado en el Hospital, la mansión decayó paulatinamente. Nadie iba a trabajar en ella, y por ende, sin jardineros ni reparadores, quedó sumida en el estado que ustedes ya vieron. Gertrudiz no habla con nadie en el pueblo, y nadie la quiere. Todos le temen. Come de lo que compra mensualmente en un pueblo lejano. La fortuna de su tío era suficiente como para seguir pagando a Gertrudiz y para pagar los impuestos durante década y media. >>Nadie se acerca a la Mansión. Dicen que aún se escuchan gritos horribles, y llantos lastimeros de almas en pena a lo largo de la propiedad. Así como que se observan monstruosas sombras alrededor y adentro. Gertrudiz ha vivido en un aislamiento casi absoluto desde hace quince años. —Ahora entiendo por qué es así —dije, más para mí misma, algo conmovida y sintiendo lástima. —Les puedo asegurar –dijo Mellés— que si ustedes vivieran allí, les ocurrirá lo mismo. Nadie quiera esa Mansión, ni lo que representa. Y, aunque quizás ustedes sean dos jóvenes inocentes y que sólo son integrantes de la familia Arkham, muchos pueblerinos les serán hostiles. Lo siento. —Esto es un ultraje –dijo mi primo indignado— probablemente Thadews Arkham y Gertrudiz eran amantes y tenían una moral sexual libertina, suponiendo que aún eso no sea una exageración. Luego surgió la mentira de que eran satanistas. Para que después acontecieran los desafortunados y horribles asesinatos y los hicieran blanco de la culpa. Ustedes mataron a nuestro tío injustamente, y han marginado a una pobre mujer, que fue bella y hermosa. Y la han sumido a un nivel de decadencia lastimoso. ¿No sienten nada de culpa?

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—Nuestro pueblo es un pueblo de buenos cristianos –dijo Mellés— buenos cristianos temerosos de Dios. Las actividades de su tío y esa bruja Gertrudiz, mancharon y maldijeron nuestro humilde poblado atrayendo las fuerzas del Diablo mismo. Su tío adoraba a Satanás y realizó las obras del Infierno. Nosotros obramos como buenos seguidores de Cristo al dar muerte a su tío. Nosotros complacimos a Dios. —He viajado por todo el Mundo –dije— he conocido a infinidad de culturas. Su dios es sólo un ícono más, Mellés, una figura más en quien concentrar sus esperanzas y extrapolaciones. —Por lo visto ustedes sí son dignos herederos de Thadews –dijo escupiendo desprecio— ¿adoran al Diablo también? —¿Satán? —pregunté— un concepto inexistente en el judaísmo, hasta que durante su residencia en Egipto, los hebreos adoptaron la idea del famoso dios Set, la serpiente del desierto que mató al dios Osiris, esposo de Isis y padre de Horus. Satán es sólo un modelo ideológico humano, la concentración de la maldad pura como forma de explicar el dolor y el mal humano. Satán es una figura utilizada por judíos, cristianos y musulmanes para hacer creer que su dios, el Dios de Abraham, es un dios absolutamente bueno. Lo cual, es falso e imposible. —Lárguense de mi iglesia –exclamó Mellés vociferando furioso— lárguense y no vuelvan jamás, malditos Arkham... Esa casa está maldita –gritó mientras salíamos— está maldita porque los demonios y el mismísimo Diablo habitan en ella. Y su familia está maldita, porque su tío era un monstruo...

III 52

—Podemos traer obreros de otras partes —me alentó mi primo luego de que llegamos a la Mansión. Traté de ser más amable con Gertrudiz, aunque no sé si lo notó. Pensé en los gritos horribles que decían escuchar. ¿Imaginación de los pueblerinos ó los desesperados alaridos de una mujer enloquecida por el dolor y la marginación? Empecé a desempacar mi equipaje con ayuda de mi primo. Primero una máscara de jade verde, que representaba una cara totémica africana. —¿Bantú? —preguntó mi primo. —Nilótica —contesté. Luego extraje la figura de un Buda, delgado y sentado en posición de loto, de color azul. —¿Moi? —Cerca –le dije— Kachín... Luego saque una escritura extraída de un pergamino, aunque era una copia, mostraba un texto en sabeo. —¿Mandeo? —Sí —respondí. —¿De Irán? —No, de Irak. Saqué un sari hindú, prenda que a veces utilizaba para reuniones especiales. —¿Maharata? —No, tamil. Y por último, saque un pequeño tambor con letras de alfabeto sino—tibetano. —¿Bonpo? —No, khalkha... 53

Cuando terminé de desempacar, me dirigí a la Biblioteca. Pero lo que encontré allí fue menos tranquilizador aún... Una extensa y completa colección de libros sobre magia negra y maleficios. Entre el selecto compendio, algunos libros databan de más de cien años, pero se conservaban en perfectas condiciones. Allí estaban el Grimorium, el Necronomicón, los Pergaminos Pnakóticos, una copia del Daemónium Rex, los infames textos del Biblavernus, extractos del Cosmófagus, el Satannaccia Imperátor, el Pandemónium Óculus, el Ojo de Hathur, las Crónicas de Ubertus, el Libro de Abadón, los Textos de Astaroth, el Evangelio Belialita, el Oxomitrón, y el Kalisutra. Una biblioteca capaz de provocar pesadillas al más valiente, y capaz de aterrar a cualquier entendido de magia negra. Entre los textos descubrí algo. Una página estaba desprendida, y marcada por una pluma roja. Aunque algunas partes estaban borrosas por el desgaste, aún era apreciable lo siguiente:

"Para abrir las puertas del Abismo, de nuest... Reino, puede ser útil el .... de un instrumento ...cal. La música, con base a ciertos acordes y notas. Y a c...tas partituras, puede servir como método de atracción de las fuerzas ........... Buen ejemplo sería el genial Barón de Desmont, gran hermano nuestro, que vivió en Aviñón, cerca de ........ ...... ...... El inteligente Barón, solía tocar el piano, utilizan.. una partitura especial, cuya entonación eran análoga al texto de invocación a Baal, que los moabitas recitaban antes de los sacrificios de niños. Por desgracia, el genial Barón fue demasiado descuidado. Luego de violar, torturar y comerse a siete niños y niñas menores de diez años, las autoridades fran..... lo atraparon y 54

ejecutaron por desmembramiento ecuestre. De to... formas, uno de nuestros hermanos, el monje Akronius, recopiló su partitura antes de su desafortunada muerte. El legado del B.... no quedó perdido. Aquel que consiga la Partitura de Desmont y utilice un piano adecuadam...e consagrado a ......., podrá abrir las puertas al Abismo".

Tras leer esto entré en un estado terrible de pánico y pavor. Me descompuse y comencé a temblar. Mi primo me encontró, e inmediatamente lo puse al tanto de todo. —Sé que tienes tendencia a las pesadillas, querida prima, y no deseo que te veas asolada por ellas. No quiero que estés nerviosa... —Entonces prométeme algo... —¿Que? —Por nada, nada del Mundo tocarás el piano... —De acuerdo.

IV Esa noche, mis sueños se vieron asolados por una cruda pesadilla. Una horrible y siniestra figura se desplazaba lenta y pesadamente, pero sin el menor ruido, a lo largo de los pasillos. La figura era informe y oscura, similar a una sombra. Cuyos ojos rojos y refulgentes resplandecían en la oscuridad. La malévola figura, que tenía una altura de unos dos metros, se desplazó hasta mi habitación, y se adentró por la puerta. Y mientras yo dormía intranquila en mi lecho, la criatura se posó al pie de la cama. Abrió una horrible boca plagada de dientes filosos y retorcidos, y alargó las manos, que más que dedos, parecían tener filosas garras como navajas. 55

Y justo cuando la criatura lanzó sus garras y colmillos a mí cuerpo, me desperté súbitamente. Desperté gritando y temblorosa, con gruesas gotas de sudor frío bajando por mi frente, y luego restregué mi rostro con mis manos, desesperada por sufrir siempre mis espeluznantes pesadillas, y lloré. A la mañana siguiente, la nueva sirvienta había llegado. Se llamaba Anabell. Era una mujer joven, de unos 23 años. Rubia, de piel blanca y ojos azules. Era bastante bonita, aunque estaba algo nerviosa. Al llegar al pueblo, le habían advertido de no acercarse a esta mansión maldita. La joven era tímida e insegura, y hablaba siempre con tono nervioso. Pero era bastante simpática y trabajadora, me agradó desde el principio y definitivamente, fue una mejoría respecto a Gertrudiz. —Gracias, señora –me decía en respuesta a mis elogios— es usted muy amable... —Claro, querida –le dije— tu cuarto será el del fondo. Es bastante grande, de hecho, apenas se diferencia del de mi primo y de mí. —Son ustedes muy amables. Durante una semana, la sirvienta continuó realizando sus labores, en forma ejemplar, ayudada pobre y apáticamente por Gertrudiz. Mi querido primo Joel se llevaba bastante bien con ella, y juntos comenzaron a realizar algunos de los trabajos de mejoría en el jardín y la estructura general de la casa. Los empleados que habíamos pedido tardaban en llegar. Mientras ellos se dedicaban a esa investigación, yo me sumía en los estudios siniestros y maléficos de los libros de mi tío Thadews...

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"Para invocar el poder de Malebolge, adquerid sangre de una mujer virgen, que haya sido ejecutada con un cuchillo tallado la noche de Walpurgis, con hoja de plata y consagrado en sangre de gallo negro. Talladle al cuchillo los símbolos de la Octava Legión Infernal, y recitad el Salmo a Belial. Escribid en el cuchillo en enoquiano, el salmo. Luego, posad a la víctima sobre un círculo rojo, creado con una mezcla de vuestra sangre y de lodo de pantano. Y procede a ejecutarla mientras recitáis el Himno a Satanaccia. Luego, 21 días después, mezclad la sangre de la virgen con tierra de cementerio, pelos de perro negro y sapos molidos. El poderoso Malebolge hará su aparición, y os dará su fuerza y poder, cumpliendoos algún deseo, a cambio de cierto servicio. Daemónium Rex".

"Utilizad la sangre de un macho cabrío en celo, y pintad en el suelo un pentagramatrón satánico, utilizad el Sigil de Baphomet con siete velas negras en el frente de un altar. Allí, mezclad sangre y piel de un muerto, que haya fallecido violentamente, y juntadlas con plumas de cuervo, semen humano y ojos de lechuza. Luego de recitar el conjuro adecuado, con el uso de los amuletos correctos y de los sellos cosmofáguicos, podréis invocar al poderoso Astaroth, quien se presentará ante vos con su séquito y sus legiones. Astaroth contestará cualquier pregunta que le hagáis. Cosmófagus".

"Sobre un tótem con la imagen de Wuthuli, el poderoso dios africano parte serpiente, parte gorila, parte escarabajo, formad un círculo hecho de sangre de chivo y semen. Dentro del círculo gravad los símbolos oscuros. Traed a tres niñas, y violadlas una a una en el interior del círculo, mientras recitáis el ensalmo a Wuthuli... 57

Satanaccia Imperátor".

"Para que el rito que te dará la inmortalidad, esté completado, primero debes haber asesinado a 13 mujeres, de las cuales, la primera debe ser de 25, y se debe bajar consecutivamente hasta que la última sea de 13 años. Luego, debes morir atravesando tu corazón con una daga de metal consagrado, y esperar a que tu espíritu pueda poseer a un joven familiar tuyo. Recuerda que tras reencarnarte en el cuerpo del joven familiar, debes realizar una vez más el ritual. La catorceava mujer debe ser de tu familia, y de una edad adecuada. Los espíritus de los oficiantes de este rito no pueden morir. En caso de que la encarnación fracase, el espíritu permanecerá en espera de una nueva oportunidad, siempre al lado de la casa donde se ofició el ritual. No importa que tanto tiempo pase". Sin duda, una lectura bastante escalofriante. Y que terminó provocándome las pesadillas más intensas y horrorosas. Yo tengo amplios conocimientos en ocultismo, y sé muchas formas de contrarrestar a las fuerzas malignas, y muchos métodos para proteger a las personas de las acciones malévolas de los brujos oscuros. Es por ello, que decidí protegerme a mí, y demás habitantes de la casa, con el uso de místicos amuletos recopilados a lo largo de mis viajes. Un poderoso amuleto gnóstico que me dieron los mandeos, un medallón místico dado a mí por un sabio mago parsi en Bombay. También tenía una sortija de poder hermético, dado por un sacerdote egipcio. Y el Buda de Jade, que me regaló un místico tailandés. Pero, a pesar de mis métodos mágicos de protección, una noche tuve otra pesadilla espantosa.

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Escuché alaridos estridentes y desgarradores, de gargantas afligidas con dolores insoportables e impensables. Gritos desesperados de mentes enloquecidas por el dolor. Cuerpos incapaces de poder soportar más castigo, y de almas que jamás imaginaron que tal grado de sufrimiento fuese posible. Observé en forma esporádica y repentina, los rostros desfigurados por el horror y el sufrimiento, ojos repletos de miedo y dolor. Y escuché las risas sádicas y morbosas de un hombre y una mujer que disfrutaban de las sesiones de tortura, violación y masacre. Escuché el sonido de un látigo de cuero despedazando con sus azotes la piel, y escuché el horripilante sonido de aceite hirviente, tizones ardientes y hierro al rojo vivo incrustándose e incinerando la carne humana. Finalmente, desperté de golpe, prorrumpiendo un alarido estridente y con el acompañamiento de sudor frío y de un temblor nervioso y obsesivo. Mientras tanto, en la habitación de Gertrudiz se gestaba un hecho horrendo y escalofriante. Gestrudiz era despertada por el susurro ululante que provenía del espejo. En el espejo, surgió una llamarada, y en la llamarada, se manifestó el rostro con rojizos ojos fulgurantes de Thadews Arkham. —Gertrudiz... –dijo Thadews— mi leal Gertrudiz... Despierta... —Amo –respondió la sirvienta despertándose y volviéndose hacia el espejo— ¿eres tú mi amado amo? —Sí, Gertrudiz, soy yo. —¿Donde estás? —Creo que sabes donde...

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—Durante quince años, amo mío, he estado esperando pacientemente tu regreso. Aquí, en esta Mansión sin más compañía que los susurrantes demonios que dejaste tras de ti. Extraño tanto los viejos tiempos en que solíamos divertirnos juntos... —Lo sé, amada Gertrudiz, pero esos tiempos están por regresar. De no haber sido por los campesinos que me atacaron aquella noche… —¿Que tengo que hacer, amo? —Debes posesionarte del cuerpo de mi sobrina. Y consigue, a como de lugar, que mi sobrino toque el piano del despacho, utilizando la Partitura de Desmont. —¿Pero, como posesionarme del cuerpo de tu sobrina, amo? —Dale a beber hiervas especiales; mandrágora de cementerio y cardos rojos mezclados con sangre de chivo. Pero asegúrate de que lo consuma sin darse cuenta. Luego, llegarás en la noche a su cuarto. Recitarás el Himno a Satanaccia con los adecuados arreglos de entonación y de visualización, y la besarás. Entonces tu espíritu pasará al cuerpo de ella, y tu cuerpo morirá... —Pero... ¿moriré? —Tu cuerpo, sí. Descuida, Gertrudiz, tu lealtad será ampliamente recompensada. —Sí, amo, haré lo que me pides.

V Los trabajadores habían llegado provenientes de un pueblo lejano, al día siguiente. Mismo pueblo del que provenía Charpentier. Eran tres, y eran fornidos. Simplemente se dedicaban a reparar la fachada y algunas mejoras en los jardines. Realmente no había mucho que hacer en ciertos casos. Joel, Anabell y yo nos dedicábamos a tareas simples. 60

Pero, pronto me di cuenta de que mis amuletos y el Buda de Jade, habían desaparecido. Sospeché de Gertrudiz, de los trabajadores, hasta de Anabell... pero no hubo forma de encontrarlos. Y esa noche, Gertrudiz me dio de beber un extraño compuesto de té. Asegurándome que con él cesarían mis recurrentes pesadillas. Me supo exótico, pero no desagradable. Mientras yo dormía, en forma plácida, en mi aposento, Gertrudiz penetró en mi habitación. Y bajo la luz de la luna llena de esa noche, recitó con tono firme, aunque incapaz de despertarme el siguiente Himno: Protege nos, Domine Satanus. Fratres et sorores, debitores sumus carni et secundum carnem vivamus. Dominus Inferus vobiscum. Credo in Satanus, qui laetificat juventum meam. Gratias agamus Domino Infero Deo Nostro. Ave, Satanus! Salve Satanas Salve Satanas Salve Satanas In nomine die nostri satanas exelsi. Potentum tou mondi de inferno, et non potest Satanas imperor, rex maximus, dus ponticius glorificamus et in modos copulum adoramus te Satán omnipotents in nostri mondi In nostri terra Satán imperum In vita Diabolus ominus fortibus 61

Obsenum corporis dei nostri satana prontem Reinus Glorius en in terra eregius Daemonium imperator omnipotents Salve Satanás Salve Satanás Salve Satanás Una extraña niebla roja se formó en el techo, mientras invisibles demonios ululantes se retorcían y removían gustosos a lo largo de la habitación. La niebla roja comenzó a hacerse más espesa, y a girar en torno de mi cama. Finalmente, desperté. Y encontré a Gertrudiz sobre mí, en horcajadas. Traté de moverme, pero no pude. Traté de gritar, pero tampoco me fue posible. Mi cuerpo estaba retenido bajo una fuerza imperiosa que me impedía realizar el más leve movimiento. Salvo mis aterrados ojos que giraban desorbitados. Gertrudiz sonriente me abrió la boca con sus callosas manos, y se aproximó a mi cara abriendo su fétida e infecta boca plagada de dientes putrefactos, y que expedía un hedor pestilente, y la unió con la mía. La saliva de la monstruosa mujer se mezcló con la mía, al tiempo que su lengua se me introducía hasta lo más profundo de mi garganta. Me es imposible describir mi horror y mi asco. Estaba tan aterrorizada y asqueada, que deseaba quedar inconsciente. Pensé que era una pesadilla... Pero no podía despertar. Repentinamente, percibí un resplandor grotesco y rojizo proveniente de Gertrudiz, y observé la niebla roja intensificar su movimiento giratorio. Chispazos extraños surgieron de todos lados. De pronto, el resplandor cubrió a Gertrudiz, y se pasó a mí. Mi cuerpo se vio cubierto por la extraña fluorescencia, y poco después, el cuerpo catatónico de Gertrudiz cayó estrepitosamente al suelo, como si fuera un saco inerte. 62

Cuando apenas me estaba recuperando pobremente de la turbación, noté algo que me dio aún más pavor; mis manos se movían solas. Estaban moviéndose frente a mis ojos, mostrándome la palma y el torso, y movilizando los dedos. —¡Funcionó! –dijo mi voz, pero yo no pensé en decir aquellas palabras en ningún momento. —¡El hechizo funcionó! ¡Estoy en el cuerpo de la chica! Me llené de terror. Intenté desesperadamente mover mi cuerpo. Intenté hablar. Traté de realizar el más leve movimiento con mi cuerpo, pero era inútil. Sólo era capaz de pensar y de ver. Gertrudiz, en pleno control de mi ser, se levantó y acarició con mis manos, mis senos y mi cintura. Y luego descubrió mis piernas, cubiertas por mi camisón de dormir, y las observó detenidamente. —¡Sí! –dijo con mi voz —¡Soy hermosa de nuevo! Se levantó de la cama, y observó mi cuerpo en el espejo de mi cuarto. Y me vi a mi misma sin control alguno de mi corporeidad. En mi mirada se percibía una malevolencia y un sadismo incomparables. La imagen en el espejo cambió. Y pronto, al lado de rojizas llamas incandescentes, apareció el maligno rostro de mi tío Thadews Arkham. —Buen trabajo, querida mía –felicitó— ahora saca la Partitura de Desmont del despacho. Y asegúrate de que no haya más amuletos de protección benéfica, como aquel Buda, ó los medallones que tan efectivamente eliminaste, ó de lo contrario, los demonios no podrán manifestarse. —Sí, señor. —Y cuando hayas conseguido la Partitura, has que mi sobrino Joel la toque en el piano. —Sí, amo. 63

—¡Oh, Gertrudiz! Tu recompensa será envidiable... –y el rostro desapareció. Gertrudiz registró todas mis pertenencias, y no encontró nada que pudiera considerarse de protección. Luego bajó al despacho y en el agujero dejado por un ladrillo flojo de la chimenea ahora apagada, sacó una partitura la cual traía como título: "LA PARTITURA DEL DIABLO" POR EL BARÓN DE DESMONT.

VI Gertrudiz tomó su cuerpo muerto, y lo llevó a su cuarto. Lo colocó sobre la cama, simulando una muerte natural. Luego durmió plácidamente toda la noche. Con una visible sonrisa en mis labios. Mientras yo permanecía desesperada, gritando en la oscuridad, en estado de shock. Pero mi muda voz mental, no parecía ser ni lejanamente escuchada por la diabólica invasora. Despertó a la mañana siguiente. Alegre y fresca, se levantó complacida. Al llegar a la mesa de la cocina, se encontró con Joel. Le sonrió sarcástica y lascivamente, y le dijo: —Hola, querido y amado primo. ¿Como amaneciste? —Bien, Zárate, me alegra que estés mejor. ¿No tuviste pesadillas anoche? —En absoluto, de hecho creo que no volveré a tenerlas. Anabell llegó a servir el desayuno. —Gracias –le dijo Joel. —Sí, muchas gracias... preciosa... –le dijo Gertrudiz con mi voz, exhalando lujuria. Creo que Anabell lo notó, pues dispersó una risa nerviosa. –Sinceramente, Joel, me encantaría que tocaras el piano... 64

—¿A sí? –dijo extrañado sorbiendo su café. —¿Por qué ese cambio tan repentino? —Fui una estúpida. Una tonta al prohibirle a un excelente y talentoso pianista como tú, el utilizar tan hermoso instrumento. Deseo que toques algo... —Bien, pues... lo haré... De repente, los gritos de Anabell interrumpieron la conversación. Joel se dirigió de inmediato al piso de arriba. Y Gertrudiz en mi cuerpo, siguió fingiendo confusión. Anabell había encontrado el cuerpo muerto de Gertrudiz. Mi primo tranquilizó a la ya de por sí temerosa Anabell. Y luego pidió a los empleados que ayudarán a cargar el cuerpo. Se notificó a un médico y a las autoridades. Un doctor de un poblado cercano vino junto a un comisario. No encontró nada problemático, y simplemente le declaró muerte natural. Sin más trámite, enterraron el cuerpo de Gertrudiz en el cementerio de la propiedad, como Thadews había especificado. Una tumba con una lápida gris y redonda, similar a la de Thadews, con el nombre y apellido de Gertrudiz, fue erigida en el lugar. Mi primo estaba algo cansado y estresado, y a pesar de la insistencia del espíritu de Gertrudiz en mi cuerpo, decidió posponer el uso del piano hasta uno ó dos días después. Pero finalmente, dos días habían pasado desde lo que acabo de narrar y mi primo accedió a tocar el piano. Y la funesta partitura de Desmont, estaba situada en el lugar apropiado para su interpretación. Gertrudiz, en mi cuerpo, y vistiendo provocativamente –utilizando mi más corta minifalda, mi blusa con las faldas anudadas, fuertemente maquillada y con mi cabello suelto— se sentó en el piano.

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Eran aproximadamente las doce de la noche, cuando mi primo Joel comenzó a tocar. Y un temblor extraño y siniestro comenzó a apoderarse del despacho. La vibración causó un retumbar en cada pared y mueble del lugar. Mi primo se vio poseído por una terrible turbación, visible en sus ojos espantados, como si fuera un intérprete obligado a continuar la pieza. Gertrudiz dispersó una seca y frívola carcajada estrepitosa, y el fuego de la chimenea crepitó explosivamente. Y luego, todo el despacho se sumió en la más absoluta oscuridad.

VII Joel, y yo —y el espíritu de Gertrudiz— estuvimos en la más densa oscuridad, por unos segundos. Hasta que finalmente volvió la luz. Pero ahora estábamos en un largo salón con enormes ventanales y cortinas negras. Iluminado por gigantescos candelabros. Mi primo continuaba tocando el piano, y unas treinta parejas vestidas con ropajes del siglo antepasado, y usando máscaras blancas, danzaban elegantemente por todo el lugar. Y Gertrudiz hizo que mis manos aplaudieran gustosas. La imagen de Thadews Arkham se aproximó sonriente hacia el piano... —¡Amo! –gritó Gertrudiz al observarlo y se lanzó para abrazarlo y besarlo. Pero el cuerpo de Thadews fue atravesado inmaterialmente por mi cuerpo. —Aún no soy físico, querida Gertrudiz... —¿¡Que ocurre aquí!? –preguntó mi primo tremendamente aterrado. —Hola, sobrino mío –le dijo Thadews— tenía tiempo sin verte... —¡Thadews!

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—Exacto... Eres un excelente pianista, las clases de piano que te pagué valieron la pena. ¿Te gustan mis invitados? Los danzantes removieron sus máscaras, y horripilantes monstruosidades fueron apreciables. Eran como muertos con caras putrefactas y descompuestas. Algunos con mayor grado que otro. Todos mostraban úlceras horribles, y pedazos de pellejo colgante. Y algunos mostraban gusanos carroñeros pululantes, retorciéndose en sus caras. Mi primo mostró un rostro lleno de pavor y espanto. —¿Que es todo esto? –preguntó. —Hace quince años realicé el Ritual de Astaroth, el cual implicaba ciertas prácticas específicas. Matar a trece mujeres. La muerte debía ser después de varias horas de violación y tortura, por parte de los oficiantes, es decir, Getrudiz y yo, y finalmente, se lograría la inmortalidad, la vida eterna. Porque, acabado el ritual, me debía incrustar un cuchillo consagrado en el corazón, y luego, mi espíritu se encarnaría en el cuerpo de quien había escogido. Y yo te había escogido a ti... Me debía matar dentro de un círculo con la sangre de las 13 víctimas, al lado de tu foto... Y pretendía hacerlo hasta que los malditos campesinos me interrumpieron y casi me matan. Y tras quince años, morí y logré que mi espíritu volviera a esta Mansión, gracias a mis poderes. Y afortunadamente tomé todas las precauciones testamentarias. >>Entonces necesitaba que tú realizaras un acto especial. Invocar a las fuerzas del Infierno para atraerte aquí, a este limbo infernal, para luego volver a la Tierra, en tu cuerpo. Como verás, nuestra querida Zárate ha sido poseída por el espíritu de Gertrudiz. Ahora, sin más preámbulo, es hora de que me posesione de tu cuerpo... —No... –exclamó Joel al borde de la locura— no permitiré que me poseas...

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—No tienes opción –dijo Thadews acercándose al piano, mi primo retrocedió— en cuanto volvamos a la Mansión, mi espíritu estará en tu cuerpo... Thadews tocó con su dedo el teclado, y tras el sonido de la nota, nuevamente todo se sumió en la sombras. Al regresar la luz, Gertrudiz dentro de mí observó el cuerpo de Joel. Mi primo observaba su cuerpo y movía sus brazos como si nunca los hubiera visto. Luego volvió una sádica y tenebrosa mirada a mi cuerpo. —¿Eres tú, amo? –le preguntó. —Sí... Funcionó... Se escuchó un grito espantoso. —¿La sirvienta? –preguntó Getrudiz por medio de mí. —Sí. El demonio argoth que pedí desde el inicio del ritual está hambriento tras quince años, y le di permiso de satisfacerse con la mujer. —Lástima, hubiera deseado disfrutarla también... Supuse que Joel al igual que yo estaba consciente de lo que acontecía. El cuerpo de Joel, poseído por Thadews, se acercó con mirada lasciva a mi cuerpo, poseído por Gertrudiz. Luego los labios de mi primo y de mí se besuquearon apasionada y lúbricamente. Poco después, Thadews manoseó frenéticamente mi cuerpo con las manos de Joel… Thadews se sentó en el piano, mientras mi cuerpo controlado por Gertrudiz, se sentó a horcajadas en las piernas de Joel. Se arrancaron la ropa. El cuerpo de Joel besuqueó y lamió mi boca, mejillas, cuello y senos, y sin mediar mucho tiempo, ambos cuerpos estaban desnudos sumidos en fervorosa carnalidad.

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Gertrudiz, con mi cuerpo, se acostó boca arriba. Ya completamente desnudos, el cuerpo de Joel penetró el mío febrilmente. Y tras algo de fricción, cambió de posición. Colocó mi cuerpo boca abajo, sobre el piano, y me penetró en esa forma. Aunque yo no sentía dolor, pues aparentemente Gertrudiz era totalmente voluntaria del acto, si sentí un horror terrible por el acto sexual al que estaba siendo forzada. Un acto sexual con mi primo, un primo que era para mí como mi hermano. Luego de algo de tiempo, Joel eyaculó, llenando mi vagina de semen, al mismo tiempo en que Gertrudiz fingió un orgasmo. Pero tras terminar ese acto, repitieron varias veces más y en diversas posiciones, sumidos en una noche de lujuria bestial. A la mañana siguiente, Thadews comenzó a vestir el cuerpo de Joel. Y a beber de una botella de whisky que guardaba en el despacho. Mientras que Gertrudiz se limitó a cubrir mi cuerpo con mi camisón de dormir. Algo esperanzador descubrí cuando empecé a concentrarme en mover mis dedos, y efectivamente, los dedos de la mano derecha empezaron a moverse a mi voluntad. Y luego, toda la mano, y el antebrazo... Gertrudiz notó el esperanzador suceso, y dijo: —¿Que ocurre, amo? ¿Por qué empiezo a perder control de este cuerpo? —Pues, porque el hechizo está acabando. Al igual que Zárate tiene conciencia de lo que tú haces, Joel está consciente de todo lo que yo hago. Eventualmente, el hechizo se rompe y el verdadero dueño retoma el control. Es por ello que debo finalizar el ritual, para que el espíritu de Joel deje este cuerpo para siempre... —¿¡Y yo!?

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—Tú, querida, morirás, y tu alma se dirigirá al Infierno. Según me informaron, tu castigo consistirá en sentir el dolor y el sufrimiento que infringimos a nuestras trece víctimas... durante toda la eternidad... —¡Pero dijiste que me premiarías! –gritó cuando yo había retomado el control de los dos brazos y una pierna. —Sí, y lo hice. Te hice el honor de acostarte conmigo. El honor de darme placer. ¿Que más quieres? —¡NOOOOOOOOOO! —gritó. Y de pronto, de mi cuerpo surgió el alma de Gertrudiz, era similar a ella pero gris y transparente. Se dirigió de golpe al fuego de la chimenea que se encendió explosivamente al recibir el espíritu. Terriblemente aturdida, empecé a movilizarme por mis propios medios. —Hola, sobrinita –me dijo Thadews en el cuerpo de Joel— anoche cumplí una fantasía que tuve desde que eras niña. Claro, mi hermano Angus se me adelantó... Al observar a Joel, me llené de pavor, y corrí frenéticamente saliendo del despacho. —¡No podrás escapar! –me dijo. En el pasillo entre el despacho y el recibidor, encontré el cuerpo muerto de Anabell, brutalmente asesinado, estaba desnuda y mostraba arañazos profundos y mordiscos horribles en todo lado. Su rostro denotaba un gesto de espanto, y tiemblo al imaginar lo que el demonio le hizo antes de matarla. Me di la vuelta, y no pude más que gritar desesperada otra vez. Una sombra horrible, de casi dos metros, pero esta vez tangible y material. Un ser cubierto de pelos gruesos y largos, y con colmillos, afiladas garras, ojos rojos fulgurantes y dos cuernos enormes, estaba al otro extremo del pasillo. Corrí desesperada, y abrí una puerta, pero era la puerta del armario. 70

Grité de nuevo. Tres cuerpos humanos descuartizados y provocando charcos de sangre estaban en su interior. Eran los trabajadores contratados. Corrí febril hasta el recibidor. Escuché voces atrás de la puerta. Quise dirigirme a ella, pero el demonio me acorraló contra la pared. Entonces, vi que se habría la puerta de golpe y se adentraban tres sujetos. Uno, el abogado Charpentier, otro, el padre Mellés, y otro, el gordo tabernero. —¿Donde está? –preguntó el tabernero— ¿donde está la joven Anabell? Escuchamos gritos... —Esto es muy irregular, señor –aseguró Charpentier— no pueden juzgar a mis clientes por leyendas rurales... —Será mejor que cooperen –dijo Mellés— ó habrá otro linchamiento... —No –dijo Joel saliendo del despacho— esta vez llegará la hora de mi venganza. Yo, Thadews Samuel Arkham, he vuelto a la vida. Y me vengaré de todos ustedes, pueblerinos estúpidos, haciendo que las maldiciones más terribles y crueles caigan a lo largo de todo Trident, y que asolen a sus familias... —Usted está loco –dijo el tabernero. —Atácalos, argoth... –el demonio dejó de acorralarme, y se dirigió a los tres hombres. La puerta se cerró sola y de golpe. Y todos observaron aterrados al engendro. El demonio dio un zarpazo tan espantoso al tabernero, que de un golpe le rasgo la piel y la carne de la cara, y le sacó un ojo, mientras el hombre gritaba desesperado. Luego, tomó la cabeza de este con ambas manos, y le hundió las garras en el cráneo, tan repugnante y horripilantemente, que salpicó de sangre todo el rededor, y mató al tabernero en forma excesivamente dolorosa.

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Al ver esto, Charpentier corrió hacia la puerta. La trató de abrir desesperado, al no lograrlo, se concentró en sacudirla y golpearla presa de la desesperación. El demonio se dirigió a él. Le introdujo la garra por la espalda, y le sacó el corazón. Cuando el cuerpo inerte y descorazonado de Charpentier cayó al suelo, el demonio se lanzó contra el clérigo Mellés. Mellés se había orinado en sus pantalones, y lucía pálido y sudoroso. —En el nombre de Dios Todopoderoso... en el nombre santo del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo... yo... yo te exorcizo... demonio... de... demonio del Mal... Pero lejos de inmutarse, el demonio asesinó a Mellés, en forma igual de horrible y violenta. Yo estaba al lado de la puerta al despacho. Thadews, en el cuerpo de Joel, se volvió hacia mí. —La última parte del ritual, es que una catorceava víctima sea violada, torturada y asesinada horriblemente. Y que sea familiar del oficiante. Creo que mi leal demonio me ayudará, y podrá tomar el lugar de Gertrudiz. Supongo que ya tienes idea de lo que te ocurrirá, ¿verdad? —¡El piano! –exclamé, y corrí hacia el despacho. —¡Detenla! –ordenó Thadews al demonio. Entré al despacho, tomé un madero encendido de la chimenea, y lo lancé a la botella de whisky encima del piano. La botella explotó causando que el instrumento se quemara de inmediato. —¡NOOOO! —gritó Thadews al entrar al despacho junto al demonio. El piano perdió consistencia, y sus patas se quebraron causando que se cayera al suelo como un montón de escombros incinerados en una fogata. 72

Observé al cuerpo de Joel. El alma de Thadews —gris y transparente como la de Gertrudiz — salió del cuerpo de mi primo, y se dirigió a las llamas que consumían el piano. Ambos volvimos la cara hacia donde estaba el demonio, y este había desaparecido. —¿Eres tú? –le pregunté. —Sí... me respondió. El fuego pronto empezó a consumir la pared y los muebles aledaños. No faltaría mucho para que se quemara todo el edificio. Decidimos esperar. Cuando el fuego había reducido la Mansión Arkham a escombros incinerados, llamamos a las autoridades.

VIII La policía y los bomberos encontraron las ruinas humeantes y rastros de los siete cuerpos. Y nada más. Muchos de los pueblerinos sospechaban que mi primo y yo habíamos matado a las siete personas y provocado el incendio para cubrir el acto. La policía, naturalmente, no encontró ningún tipo de evidencia incriminatoria. Pero en las mentes de los habitantes de Trident continuará el férreo repudio y el temor hacia el apellido Arkham por muchas generaciones más. Al menos celebran que la Mansión haya desaparecido. A mi primo y a mí se nos dificultó mucho mediar palabras tras lo ocurrido y con el tiempo nos limitamos a dejar de hablarnos. Tomamos rumbos separados. Pero para mí, aunque estuviera de vuelta en mi hogar costarricense, las pesadillas no sólo continuaron, se intensificaron. En una, observaba las ruinas siniestras de la Mansión Arkham, y mi visión se introducía a la tumba de Thadews, donde su cadavérico cuerpo reposaba lúgubremente. Y recordé un texto que había leído en la funesta Biblioteca: 73

Los espíritus de los oficiantes de este rito no pueden morir. En caso de que la encarnación fracase, el espíritu permanecerá en espera de una nueva oportunidad, siempre al lado de la casa donde se ofició el ritual. No importa que tanto tiempo pase". Y entonces, vi los ojos del cadáver abrirse de golpe. Me desperté como usualmente, bañada en sudor frío y con el corazón palpitante. ¿Estaba el espíritu de mi tío rondando aún junto a su leal demonio en la propiedad de los Arkham? No tuve paz ni tranquilidad una sola noche a partir de entonces. Ninguna hora de sueño me permitía descansar. Hasta que temí a dormir más que a nada. Mi estado nervioso fue tal, que finalmente colapsé. Fui internada en este hospital y relato esta historia, que probablemente no ayudará a que me den de alta, pero que al menos me libera de cierto peso. Las drogas que los médicos me dan me permiten dormir profundamente. Pero de vez en cuando, un sonido me llena la cabeza. Un sonido horripilante, que los médicos aseguran proviene sólo de mi mente. Y que cuando lo escucho, me llena de terror y de desesperación. Y ese sonido, es ni más ni menos, que la tonada incipiente que asola mi mente, la tonada que escuché en la Partitura de Desmont. La Partitura del Diablo.

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CAPÍTULO III LINAJE INFERNAL

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"A mi parecer, no hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos. Vivimos en una plácida isla de ignorancia en medio de mares negros e infinitos, pero no fue concebido que debiéramos llegar muy lejos. Hasta el momento las ciencias, cada una orientada en su propia dirección, nos han causado poco daño; pero algún día, la reconstrucción de conocimientos dispersos nos dará a conocer tan terribles panorámicas de la realidad, y lo terrorífico del lugar que ocupamos en ella, que sólo podremos enloquecer como consecuencia de tal revelación, o huir de la mortífera luz hacia la paz y seguridad de una nueva era de tinieblas." H. P. Lovecraft

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I Mi nombre es Zárate, me llaman la Soñadora. Hija de una famosa familia, sobre la cual cuelga una marca estigmática de sangre y muerte. Para que comprendan mejor mi caso, les relataré cierta historia: Hace unos 150 años, comenzaría una pesadilla escalofriante gracias a la autoría del trágicamente famoso Dr. Anastacius Delacroix. Un experimentado neurólogo, que tenía años de estudiar la mente humana, y decidió realizar cierto experimento. Sin embargo, sus estudios sobrepasaban las barreras firmemente establecidas por la ciencia racional. Se introdujo por los oscuros abismos de la perdición y de los conocimientos abismales. Se refugió en las tinieblas del pensamiento, y en el lado oscuro y perverso de la mente humana. Su alma se contaminó con la sangre pestilente de las larvas que pululan retorciéndose en el Caos. Y los seres malignos susurraron en sus pesadillas... Con el tiempo, el Dr. Delacroix, desarrolló una teoría, harto interesante; por medio de una intervención quirúrgica en ciertas partes del lóbulo frontal y de la médula cervical, el cerebro humano no sólo sería capaz de desarrollar poderosas habilidades psíquicas. Además, la capacidad de penetrar más allá de la realidad convencional. Más allá del plano triangular tiempo—espacial que convencionalmente conocemos. La mente humana podría adentrarse por los abismos interestelares, y vislumbrar lo que se esconde fuera de las estrellas, lo que mora fuera del tiempo, lo que realmente existe entre las sombras. Los colegas de Delacroix, como es natural, le dieron una acogida pésima a dicha teoría. Delacroix fue censurado e insultado. Lo llamaron maniático, demente y loco. Y se le retiró su licencia.

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No obstante, Delacroix no cesó en sus esfuerzos de investigar su teoría. ¿Quien se ofrecería de voluntario para dicho experimento? Nadie, quizás... nadie con sus habilidades mentales dentro de la normalidad. Delacroix viajó a un alejado pueblo británico llamado Hill Road (Camino de la Colina), donde conoció a una joven llamada Azabeth Arkham, hija de un viejo granjero, famoso por su violencia y cruel sadismo. El viejo misántropo se llamaba Barthus Arkham, y era un hombre grueso, gordo, barbudo, grosero y exudante de un aire malévolo. Se decía que había matado a su hermano, y que gozó invocando al Diablo en sus años adolescentes. Muchos temían al tosco granjero por la forma en que había apaleado a dos muchachos de diez años que entraron a su propiedad sin permiso. Uno de los muchachos había perdido seis dientes y su ojo derecho quedó semicerrado por el resto de sus días. El otro sufrió recurrentes pesadillas con el viejo por años. Lanzó uno de sus sangrientos perros de caza a tres jovencitas quinceañeras que se adentraron, sin saberlo, en sus tierras. Y en una pelea en un bar, le introdujo una cuchilla en la mejilla de su competidor hasta dejarle visibles los dientes. El hombre quedó cicatrizado de por vida. El odio y la aversión que el viejo Arkham provocaba en la gente, lo obligó a vender sus tierras y huir, adentrándose en las montañas. El viejo Arkham, a pesar de su infame crueldad, se casó con una prima suya, llamada Ifrigia. La mujer nunca fue bonita, y se dice que se le dio en matrimonio a Barthus como pago de una deuda millonaria. Fuera cierto ó no, Ifrigia murió tres años después de casada con Barthus. Fue encontrada colgando por el cuello, de una gruesa soga mojada, en las afueras de la propiedad de Barthus. Pendiendo como un saco de basura de un viejo árbol enmohecido. Ifrigia logró concebir una única hija, la cual fue llamada Azabeth. 78

Azabeth nunca fue bautizada ó fue llevada a la escuela. De hecho, de no ser porque un grupo de foráneos –los locales evitaban pasar por la cabaña Arkham— observaron el cuerpo ahorcado de la mujer, y a sus pies, a una niña jugando impávidamente y llevándole flores, muñecas y comida al semidescompuesto cadáver, la existencia de la niña hubiera pasado desapercibida. ¿Mató el monstruo Barthus a su esposa? ¿Por qué dejó que la niña viera el cuerpo muerto de su madre tanto tiempo sin removerlo? La policía encontró una nota suicida de Ifrigia Arkham, y no se tomaron acciones legales contra Barthus. Azabeth Arkham creció, y se convirtió en una adolescente. Era una muchacha rubia, de ojos azules, relativamente bonita, tenía una cara hermosa, aunque retraída por una mueca de sempiterna confusión y un belfo labial caído, y a veces babeante. Sus ojos mostraban tal abstracción y desorbitación que pocos suponían que la joven pensara. Su cuerpo era, no obstante, perfectamente bien formado, esbelto, voluptuoso y proporcionado. Azabeth sufría de retardo mental, ó al menos, de una inteligencia considerablemente inferior a la promedio... Muchos aseguran que su padre jamás prodigó para ella el más mínimo gesto de cariño, aprecio ó amor, al menos en público. Y dicen que solía golpearla en forma brutal desde niña. Que gran parte de su cuerpo y de las facciones retraídas de la cara fueron moldeadas a base de palizas salvajes. Y, que con el tiempo, la joven se llegó a inmunizar al dolor. Otros juraban que el padre abusaba de ella tranquilamente, y que las únicas muestras de cariño y caricia que le proporcionaba eran durante las incestuosas interacciones sexuales a las que sometía a la muchacha, desde muy pequeña. Quizás, desde muerta su madre, ó antes.

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Sea como fuera, Barthus Arkham gozaba de demasiada mala fama, y dichas sospechas recaerían en él en forma natural. Jamás logró probarse nada. Cuando Azabeth cumplió los quince años, por un motivo u otro, empezó a viajar al pueblo Hill Road. Antes, las esporádicas visitas de su odiado padre, espaciadas por meses, se daban cuando requería algo con urgencia, como medicamentos ó alcohol. Generalmente, sus alimentos provenían de lo que cazaba y de lo que cultivaba. El resto del dinero lo recibía de ventas usuales en ciudades alejadas. Y generalmente lo invertía en enormes cantidades de licor. Luego de un tiempo, Azabeth viajaba con regularidad a Hill Road, y su padre era visto muy escasamente y sólo por personas que se acercaban a la propiedad –generalmente por motivos que estaban fuera de su control. –La joven era temida por muchos, odiada por otros, y compadecida por unos. Los niños y jóvenes la apodaron la Chica Idiota, y se burlaban de ella, lanzándole piedras e insultos. La joven se mantenía estoica ante los ataques constantes y no los respondía. Y algunos cesaron conmovidos. Ciertos residentes trataron de defenderla –el profesor de la Escuela, Martínez, el Doctor del pueblo, Robinson y tres jóvenes muchachas adolescentes— pero salvo por las almas más caritativas, la marginación a la que se sometía a la mujer era generalizada. Y los esfuerzos de los misericordiosos no penetraron entre el impermeable repudio. Generalmente bajaba a Hill Road a vender productos agrícolas, huevos y leche. Su léxico era extremadamente lento, básico y malversado, y además, a veces se quedaba observando el vacío en forma boba. Muchos se dieron cuenta de la tan limitada inteligencia de la mujer, y le sacaron provecho, pagándole miserias por sus productos. Incluso, contrataban a la infeliz muchacha para realizar labores denigrantes que no debían ser hechas por seres humanos ó para efectuar favores sexuales… 80

Pero, pasados un par de años, Azabeth logró integrarse a la sociedad de Hill Road lo mejor que pudo. Se le permitía ir a la iglesia, participar como espectadora de los juegos y partidos, acudir a las reuniones que el alcalde convocaba, y hasta la contrataban para limpiar jardines, recolectar leña ó frutos, barrer las aceras, juntar basura y otras labores de limpieza más aceptables y remuneradas. Con el transcurso del tiempo, Azabeth logró conmover a ciertas almas compasivas y se integró aún más en Hill Road. Ahora, el profesor Martínez, el Dr. Robinson, y las tres muchachas –lo más parecido a amigos que tenía la infortunada— podían ayudar a la muchacha más abiertamente, y muchos la saludaban al pasar y le regalaban comida – aunque casi siempre sobros. –Incluso le pagaban bien por sus productos y labores, y hasta la invitaron para el baile de San Valentín. El alcalde Morrison le dio un buen tajo de dinero, y su "compasión" le valió la reelección. Hasta en Navidad fue partícipe de la celebración y fue receptora de regalos navideños –en su totalidad prendas viejas. La joven seguía siendo mentalmente atrasada, y dialectalmente prehistórica, pero ahora era algo más hermosa que antes. Y se bañaba mucho más seguido. Lo cierto es que Barthus Arkham fue encontrado desnudo y repleto de lodo, aullando como un perro y comiendo animales crudos una tarde de otoño, por Martínez y Robinson. Fue internado en un hospital psiquiátrico donde permaneció el resto de sus días. Murió diez años después de su internamiento. Azabeth no lloró pero si se mostró profundamente dolida y melancólica. Fuera como fuera, aquí es donde volvemos con Anastacius Delacroix. El médico se refugió de sus furiosos colegas y de las vigilantes autoridades en el lejano Hill Road. Montó un modesto laboratorio, y no llamó demasiado la atención. 81

Pero, seguía obsesionado con continuar sus estudios neurológicos—esotéricos. ¿Como? ¿Quien accedería a realizarse la operación? ¿Quien aceptaría una intervención quirúrgica cerebral experimental? Azabeth Arkham... El Dr. Delacroix se hizo amigo de Azabeth. La trató como nadie en su vida. Le proveyó de comida, ropa nueva, una cama para dormir, y un compañero de juegos. Y, todo el tiempo, le realizaba a Azabeth experimentos y estudios continuos y específicos, investigando compulsivamente, sus teorías e investigaciones. Convirtió a la joven retardada en el objeto principal de su experimentación, y en su conejillo de indias. A lo largo de casi un año, Delacroix utilizó a Azabeth en forma inseparable de su investigación. El pueblo sospechó, y algunos se quejaron. Pero la felicidad de la joven hizo que la opinión negativa se menguara considerablemente. Hasta le valió a Delacroix la admiración de muchos. Pero el Dr. Delacroix ya estaba preparado para la operación, a sabiendas de que, aún teniendo licencia, era ya de por sí ilegal... Una fatídica noche víspera del Día de Todos los Santos, bajo una intermitente y feroz tormenta que parecía provenir del infierno, Anastacius Delacroix realizó la operación neural al cerebro de Azabeth Arkham.

II Sólo Dios puede saber que ocurrió aquella macabra noche. La mañana dio paso a los radiantes rayos del Sol matutino. Y un caos de escombros y charcos, remanentes de la

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tormenta anterior, permanecían invadiendo el entorno de Hill Road como recordatorio indisoluble de las inclemencias climáticas. Y en las afueras de la casa de Delacroix, se encontraba Azabeth Arkham... enloquecida... Martínez, Robinson y el padre Francis la encontraron prorrumpiendo en alaridos incoherentes, y balbuceando extrañas letanías incoherentes. La mujer tenía los ojos totalmente desorbitados y una gran parte de la cabeza rasurada, y con una grosera sutura llena de costurones enormes e inapropiados. Babeaba por la comisura labial y se movía espasmódicamente dispersando blasfemias y maldiciones irracionales. A veces se retorcía como un animal, y a veces dispersaba alaridos espantosos y escalofriantes. Aullidos siniestros que helaban la sangre. Buscaron a Delacroix, pero sólo encontraron un viejo diario con notas referentes a los experimentos del sádico científico. Y en la última página, la siguiente acotación: "A fracasado, el experimento a fracasado... pero fracasó porque tuvo éxito... La joven ha observado más allá del Abismo, y observó lo que repta en él. Vio con sus ojos a los monstruosos y sádicos moradores de las sombras, y visualizó las criaturas repugnantes que se arrastran eternas entre las estrellas. Dio un vistazo a los espíritus malignos procedentes de las pesadillas, y a las larvas que roen lo que alcanzan con sus tentáculos. Fue asolada con la visión del Averno, y las ánimas depravadas y malditas que deambulan enloquecidas por los pasillos del tartárico limbo espectral. La contemplación de estos espectros abismales es la contemplación de la verdadera naturaleza del Cosmos, y la realidad existente. La realidad más allá de la conveniente ilusión convencional con que la mente humana camufla las horripilancias abominables y atroces de la existencia. La realidad cruda y enloquecedora de la naturaleza. De la

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humanidad. Lo que nos espera en las tinieblas. Lo que nos susurra en las noches. Lo que nos llama a regresar a nuestra verdadera naturaleza. ¿Quien es capaz de soportar tal enfrentamiento con la realidad? ¿Quien puede soportar el conocer las verdaderas imágenes naturales, una vez removidos los matices que convenientemente camuflan los horrores a la mente humana? No, la verdad es demasiado sádica. Observar el rostro del Caos, y los ojos de la Maldad es algo extremadamente traumático. Nadie puede soportar la realidad no convencional y seguir cuerdo. Nadie es capaz de tener una visión fuera de la ilusión mental humana y no sumirse en la más impenetrable demencia... La chica está loca. Y lo seguirá estando. Yo escaparé lejos... donde nadie me conozca..." Los esfuerzos del grupo de búsqueda organizado para atrapar a Delacroix fueron infructíferos. Azabeth Arkham fue encerrada en la iglesia, para que sus alaridos no siguieran atormentando a los moradores de Hill Road. Pero los desgarbados gritos de la joven retumbaban fuera de las paredes del templo. A la mañana siguiente, Azabeth Arkham había escapado. No fueron capaces de enviarla al hospital psiquiátrico en donde su padre yacía. En las noches oscuras y siniestras, plagadas de sombras escalofriantes y crípticas, Azabeth Arkham era vista recorriendo las praderas, bosques y ríos de los alrededores de Hill Road. Sus estrepitosos alaridos se escuchaban espantosos y chirriantes en las lejanías. Y sus desgarradores gritos poblaron las pesadillas de muchos, erizaron los cabellos de varios, y provocaron escalofríos a muchas espaldas. Y pasaron los años. Azabeth Arkham no era vista casi nunca, su existencia se conocía por los estentóreos gritos que aún repicaban a lo largo de los ecos de los bosques. 84

Algunos aseguraban haberlo visto. Se decía que el cabello le había crecido normalmente, pero ahora estaba greñudo y enmarañado. Y se decía que ahora no vestía ninguna prenda. Azabeth era temida y repudiada. Los que la veían, se llenaban de pavor y espanto. Y más de uno aseguraba haberla visto, cuando quizás era una alucinación o una mentira sensacionalista. La loca se volvió un ser de leyenda... pero algunos decían que todavía mantenía cierta belleza física. Que era una especie de bella criatura salvaje… Un día, las tres muchachas que habían sido buenas con Azabeth, fueron acusadas de realizar brujería. Las tres fueron sometidas a escarnio público y gran marginación, siendo apodadas las Tres Brujas, una rubia, una trigueña y una pelirroja. Pero no pasó a más y continuaron con lo que ellas llamaban Magia Natural. A pesar de las condenas del párroco. Eran tres jóvenes preciosas y muchos enamorados les perdonaron su excentricidad. Aunque los rumores del clérigo y de ciertas mojigatas acusaban a las tres jóvenes de no sólo limitarse a rituales mágicos –ya de por sí algo condenable— sino además, de sumirse en pecaminoso libertinaje. Cierto ó no, no lo sabemos. Lo que sí sabemos es que en una de sus fiestas ritualísticas en lo alto de la montaña Road, las jóvenes regresaron espantadas y contando una historia terrible. —Vimos a Azabeth Arkham –aseguró la rubia— en lo alto de unas piedras, situadas en una antigua estructura celta. La mujer estaba... estaba... estaba copulando con... Con un monstruo espantoso. Parecía un ser mitológico. Todo peludo y con cuernos de carnero. Tenía pesuñas y una larga cola de reptil... ¿Fue real ó fue una alucinación de las Tres Brujas?

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Un niño pequeño fue encontrado dos años después de narrado el encuentro sexual. Su piel era excesivamente blanca, y sus ojos negros, muy antinaturalmente negros. El niño fue hallado en las faldas de la montaña Road. ¿Era hijo de Azabeth? No se sabe. Pero la gente del pueblo lo apellidó Arkham. Y lo llamaron Anastacius —en recuerdo del que creían era el padre, Anastacius Delacroix. ¿Era Delacroix el padre, ó era la extraña criatura que las jóvenes hechiceras vieron aquella noche? Anastacius Arkham fue entregado al orfelinato del pueblo Hill Road, y nunca fue adoptado por nadie. Creció y se convirtió en un joven distante y algo siniestro. Desde niño se caracterizó por su asocial conducta, y la forma en que no jugaba, ni reía, ni hablaba. Y de joven apenas varió esa conducta. Se dedicó a panteonero, y su silente trabajo de vigilar el cementerio parecía complacerle. Anastacius ahorró lo suficiente para comprar la casa de su supuesto padre, ya abandonada. Luego, según afirmaban muchos, Anastacius se dedicó a la magia negra y la brujería. Encontró la vieja biblioteca de su supuesto padre, escondida en un cuarto secreto. Y se sumió en las más oscuras artes mágicas. Y logró engordar su colección de libros, pues el joven prácticamente no tenía más gastos que los básicos, debido a su misantropía, y el sueldo de panteonero le quedaba holgado. Y, según aseguran muchos, Anastacius usó la Magia Negra y los Artes Oscuros para conseguir dinero. El viejo párroco juró ver una luz roja fulgurante proceder de la casa de Arkham, y escuchar la letanía del joven suplicando a algún ente maligno por los favores materiales. Y juró escuchar una voz espantosa e inhumanamente gruesa, responder guturalmente que se lo concedería por un precio de sangre...

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Pero el viejo párroco había malgastado su credibilidad dilapidando mentiras de las Tres Brujas, y nadie le creyó. Unos meses después, Anastacius Arkham encontró un tesoro valiosísimo en su casa. Un tesoro de oro y plata, de tiempos celtas. Aparentemente dejado por conquistadores romanos. El tesoro le valió para hacerse de una fortuna gigantesca. Y se volvió el hombre más rico de todo Hill Road. Anastacius se casó, a los 30 años, con una joven de Hill Road, una bella muchacha de cabellos negros y piel blanca, llamada Emma: una de las Tres Brujas, y que entonces contaba sólo 22 años. Anastacius había estado enamorado de la joven por años, pero jamás le había correspondido. El matrimonio sorprendió a muchos, y las dos restantes miembros de las Tres Brujas estaban furiosas e indignadas jurando furiosas que Anastacius había realizado un hechizo oscuro, uno de sus pactos con fuerzas malignas para que Emma se enamorara de él. Sea como fuere, Anastacius y su esposa, Emma, eran la pareja más rica de Hill Road y varios pueblos a la redonda. Y, siendo un millonario, tuvo siete hijos.

III Y a partir de este momento, se bifurcan las historias de los Arkham. Resulta que un serio conflicto del que no tengo mucha información, comenzó a gestarse en el otrora tranquilo Hill Road. Tal pareciera que muchos pobladores odiaban profundamente a Arkham y a su familia. Se decía que sus cuatro hijos varones eran todos violentos y ególatras. Niños malcriados de pequeños, que disfrutaban torturando animalitos y haciéndole la vida imposible a los

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débiles y ancianos. Y que de adolescentes y jóvenes, se dedicaban en hostigar a las muchachas y a apalear a sus detractores. Y se decía que las tres hijas mujeres Arkham eran promiscuas, envidiosas, chismosas y posesivas con los que les gustaban. Sobra decir que todos fueron acusados de practicar magia negra. El repudio y el odio a los Arkham se hicieron muy generales en Hill Road, aunque tuvieron sus aliados —en particular, ciertos criminales de poca monta y alcohólicos violentos de la taberna. Y pronto, el pueblo se sumió en una terrible guerra a baja escala. Guerra que desembocaría en homicidios. El viejo padre Francis, uno de los más asiduos y perseverantes enemigos de los Arkham, apareció muerto una mañana de tantas. Le habían propinado una paliza tan brutal, que su rostro quedó casi irreconocible. ¿Como lograron los Arkham escapar a las sospechas y pesquisas policiales? ¿Magia? Los diarios viejos de los que he recopilado la información que les acabo de narrar, no dan más detalles a partir del homicidio, salvo una pequeña crónica más reciente: La crónica de un viejo diario ya extinto, que redactó una serie de reportajes sobre pueblos rurales alejados, pasó momentáneamente por Hill Road –para nunca regresar –el periodista estaba aterrado, y contó, que después de años de enfrentamientos vecinales entre los Arkham y sus aliados contra sus enemigos, la mayoría de los adversarios desaparecieron ó huyeron de Hill Road. Mientras que en la Mansión Arkham, Anastacius y su familia se sumía en incestuosas orgías repulsivas. Un Arkham escapó del pueblo. Se llamaba Efren Arkham. Efren viajó a Londres, y allí se casó normalmente, y tuvo siete hijos. Uno de esos hijos, se llamaba Angus Renzor Arkham, quien se casó con una mujer costarricense llamada Eliza. 88

Y de Angus y Eliza nací yo, Zárate Arkham.

IV Me hacía diversas preguntas mientras viajaba en mi automóvil, con dirección a Hill Road. ¿En verdad era mi bisabuelo, Anastacius Arkham, hijo de una extraña criatura monstruosa que se apareó con Azabeth en el bosque? ¿Que fue de Azabeth? ¿Que fue de Delacroix? ¿Que ocurrió en Hill Road? ¿Explicaría la extraña mezcla en la sangre Arkham las actitudes tan crueles y enfermizas que han estado siempre relacionadas con mi familia? Aparentemente había dos ramas de Arkhams, la rama degenerada que era la que había quedado en Hill Road. Y la rama no degenerada –teóricamente— que se refería a la parte de la familia que descendía de Efren Arkham, el que escapó de Hill Road. Yo tengo 29 años, y hoy es 2 de noviembre, el día de los muertos y el aniversario del experimento de Delacroix. Se preguntarán por qué me dirijo a Hill Road, ¿verdad? Eso tiene una respuesta que daré pronto. Recuerdo que finalmente, mi vehículo llegó a las afueras de Hill Road. Pero el letrero que anunciaba el nombre del pueblo, y que por lo general debía decir "Bienvenidos a Hill Road", había sido alterado. Tres líneas horizontales, gravadas al lado de la I, como si alguien las hubiera hecho con las uñas, había modificado el letrero, y ahora decía: "BIENVENIDOS A HELL ROAD". "Bienvenidos al Camino del Infierno..." Penetré con mi auto al interior del desolado panorama. El pueblo producía un sentimiento paranoico de aprehensión. Un helado viento estremecedor proveniente de la lejana

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montaña, vislumbrada a lo lejos, movilizaba a deambulantes arbustos móviles. Las calles, lejos de estar pavimentadas, estaban pedregosas y polvorientas. El pueblo lucía derruido y abandonado a una suerte cruel y paupérrima. Las casas desvencijadas, estaban conformadas principalmente por tabiques de madera, en esos momentos carcomidos y erosionados. En

una

vieja

casona

completamente

destartalada,

se

mecía

una

anciana

estremecedoramente tétrica. La mujer se dedicaba a mecerse en forma continua e intermitente, provocando con su vieja mecedora un sonido chillón y desagradable. Tenía los ojos cerrados, y la cara totalmente cubierta por arrugas de profundidad inusual. Su largo cabello blanco, se retorcía marañoso en greñas tentaculares. Y vestía ropajes negros. La mujer era excesivamente delgada, y daba la impresión alarmante de estar sumida en una desnutrición infrahumana. Estacioné mi automóvil a una orilla de la polvorienta calle, y bajé para preguntar algo a la extraña mujer, después de todo, era la única persona que podía vislumbrar a la redonda. El único ser vivo, porque ni siquiera los pájaros eran visibles alrededor. —Disculpe, señora –dije con cordialidad— soy forastera y necesito información... La mujer se mantuvo impávida. Llegué a temer que estuviera muerta y que el movimiento chirriante en la mecedora fuera causado por el viento. Me le aproximé lo más que pude. —¿Señora? –musité. La mujer abrió los ojos de golpe, dos horribles ojos blancos como la leche, ausentes de todo rastro de pupila, como si jamás hubieran existido. Tomó mi mano derecha con su puño, mostrando una contradictoria fuerza que no pude explicar, y se aferró de mi brazo, encajándome las gruesas uñas como un ave de rapiña. Abrió la boca funesta, mostrando unos cuantos dientes cascarosos. 90

Se rió en forma espantosa, como un graznido siniestro y repugnante. Y de su boca surgió una voz desgarbada y chillona, que no parecía de un ser humano. —¡Carne fresca! –gritó— ¡carne fresca para la vieja Familia! ¿Que haces viniendo a este pueblo maldito, pequeña niña? ¿No sabes que acabas de adentrarte a tierras de horror y espanto? ¿Que monstruosa maldición pudo haberte arrastrado a esta muerte tan horrible, muñeca? Pero no importa, huye, huye mientras puedas salvar tu vida de un final inmisericorde... La mujer me soltó la mano, desclavando sus sucias uñas agrietadas de mi brazo, y dejando varias marcas rojas similares a medias lunas en él. Me separé lo antes posible de la anciana. Caminé hacia atrás varios centímetros, hasta que tropecé con algo. Al darme la vuelta observé una cosa peor. Un tipo de casi dos metros, gordo de manera descomunal, cuya barriga desproporcionada resurgía de entre el overol sucio que utilizaba. El tipo era calvo, con rostro compungido, de rasgos groseros, los dientes estaban retorcidos y verdosos, los ojos estaban entrecerrados, la boca mostraba labios más grandes de lo humanamente aceptable, y tenía un gesto de profunda estupidez. Sólo vestía el overol y unas botas, sus brazos y pecho mostraban cabellos gruesos y repugnantes. Al observar al ser en frente mío, no pude menos que gritar. La criatura alzo sus brazos y me tomó por los hombros. Dispersé un grito estremecida por el terror, y traté de liberarme asestando golpes al deforme individuo. —Suéltala, Junior— dijo una voz en la desolada calle. El ser desprendió sus manos de mi cuerpo, y me separé lo antes posible del aterrador individuo. En la calle se encontraba, el que había sido mi salvador. Un hombre de ojos verdes, vestido de negro, de pies a cabeza, y con un sombrero redondo. Vestía una larga chaqueta holgada, y unas botas de tacón grueso. 91

El tipo alzó la mirada, observé el cuello de cura en su camisa, largos cabellos negros que le brotaban de entre el sombrero a los lados de la cabeza, y un rostro de afilados rasgos bastantes extraños. —Disculpe a Junior, por favor, Señorita. –me dijo— Es... retardado mental... —Se les dice discapacitados –corregí por reflejo. Y comencé a bajar las escaleras que conectaban el frente de la vieja cabaña con la calle plagada de polvo. Mi corazón empezaba a normalizar sus latidos, y procedí a peinarme y arreglarme mi gabardina, mi blusa negra y mi falda corta de color baige, como parte del proceso de normalización. —Estoy segura de que Junior sólo quería saludarla, es inofensivo. La señora en la mecedora es la abuela de Junior. ¿Quién es usted? —Me llamo Zárate Arkham, doctora Zárate Arkham. Un extraño brillo surgió en su mirada al pronunciar mi nombre. La anciana comenzó a dispersar una horrible risa cavernosa. —¿Qué busca en este pueblo, Doctora? —Un hermano, un hermano perdido llamado Owen Arkham. Hijo ilegítimo de mi padre y una prima lejana de él. Me escribió una carta pidiendo que nos viéramos aquí. —No lo encontrará. No encontrará nada en este desolado pueblo. Los Arkham solían ser la familia más rica y poderosa de este lugar, pero ya no... todo cambió... —Si no le molesta... señor... —Reverendo, soy el reverendo Abraxis. —Bien, Reverendo, he viajado lejos y me dispongo a encontrar a mi hermano... —Adelante –me dijo señalando hacia el pueblo con una sádica mirada— le recomiendo que comience por la Iglesia.

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Me dirigí hacia la derruida iglesia, un edificio carcomido por incesantes inclemencias del tiempo, y al borde del colapso. Conforme me acerqué a la tétrica estructura un espantoso hedor comenzó a apoderarse del ambiente. Un repulsivo y pestilente olor que lo impregnaba todo. Un extraño nerviosismo se apoderó de mi persona. Comencé a sentirme enferma y con náuseas. Pero lo peor era el sentimiento de terror que me invadió sin razón aparente. Con temblorosa mano empuje lentamente la puerta de la iglesia. Sudando frío y con mi cuerpo repleto de estremecimientos nerviosos, observé la puerta abriéndose. En el interior, un sonido de miles de aleteos resonaba espantosamente. Era el sonido de miles de alas de moscas. Y un tufo espantoso saltó súbitamente fuera del templo y golpeó mis sentidos como si fuera un puñetazo. La luz penetró en el edificio y un horror indescriptible llenó a mi persona en el momento en que observé el dantesco espectáculo que se vislumbraba mórbidamente dentro del lugar. Apilados dentro de la iglesia había decenas de cadáveres putrefactos y plagados de moscas y gusanos. Familias enteras, hombres, mujeres, niños, ancianos, hasta un perro labrador. Todos estaban muertos con horripilantes expresiones en sus rostros y algunos aún con los brazos extendidos hacia el cielo como en súplica. La infestación de moscas se alborotó con la luz y cientos de estos insectos sobrevolaron el ambiente. El hedor a muerte y la horripilancia del paisaje me hicieron vomitar de inmediato.

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V ¿Qué había pasado? ¿Qué había ocurrido? Estaba asqueada, impactada, llena de estupor y sentimientos indescriptibles. Me alejé lo más posible del templo y me volví para preguntarle a Abraxis... pero Abraxis, la anciana y Junior habían desaparecido... Tuve la natural impresión de que debía escapar del lugar lo antes posible. Después de todo, sólo una epidemia hubiera sido capaz de causar esa masacre y podía enfermarme. Pero, al mismo tiempo pensé que, de estar ya infectada, no debía propagar la endemia. Traté de utilizar mi celular, pero fue inútil e infructífero. No había señal alguna... El ardiente sol cocinaba Hill Road y asaba los cadáveres incrementando su descomposición. Casa tras casa, todas mostraban el mismo contenido, centenares de cuerpos muertos putrefactos de todas las formas y edades. Incluso había en los suelos de las calles, repulsivos cuerpos ya esqueléticos que mostraban gusaneras repugnantes. En la vieja escuela de rojo ladrillo, decenas de cadáveres infantiles reposaban de forma apilada entre los restos de sus profesores. Incluso en el parque observaba a dueños con sus perros, aún atados a correas, todos muertos y pestilentes, ya convertidos en poco más que esqueletos con carnes secas en su interior. Hasta las aves, desde pajarillos multicolores, hasta negruzcos cuervos, tirados sobre el suelo, revelaban haber sido sorprendidos por la impoluta muerte. Una vieja anciana, ya carcomida por la putrefacción, se mantenía en su vieja silla, sobre el porche de su casa, con el cadáver de un gato sobre sus regazos. En todo lugar seguía observando cadáver tras cadáver; muertos con sus bebidas en las manos descansaban sempiternamente en el bar del pueblo, en el espacioso almacén de

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suplementos todavía podía observarse a los clientes que guardaban productos entre sus canastas, tirados sobre el suelo y pudriéndose al lado de las carnes y las frutas. A lo lejos, sobre una colina, se apreciaba una enorme mansión, de tipo victoriano, pero ya erosionada y corroída completamente, y un letrero que decía “Mansión Arkham” y señalaba a la edificación. Irónicamente, sólo observé a una persona viva en el viejo cementerio del pueblo. Un sujeto completamente vestido de negro estaba de pie, silentemente, al lado de la cripta Arkham, la tumba más grande del lugar. Decidí ir a hablar con el hombre, esperando que no estuviera demasiado enfermo, y que su mente mantuviera la cordura suficiente como para que explicara en que había consistido la catarsis que presenciábamos a nuestro alrededor. Mientras me aproximaba al cementerio, repleto de tumbas góticas y enmohecidas, noté que no había pasto desde varios metros antes de la entrada del cementerio, y hasta el interior. Una enorme cerca de negro hierro separaba el cementerio del exterior. Una especie de halcón comenzó a volar hasta el pueblo, y observé como planeaba hasta sobrevolar el cementerio. Finalmente, justo cuando yo estaba a unos dos metros del enorme portón de entrada al camposanto, observé al ave posarse en esta parte de la cerca. El ave exhaló un grito horrible de dolor y se vio invadido por espasmódicas convulsiones, hasta que cayó al suelo, retorciéndose en el piso para perder la vida. Abrí la chillona verja de entrada al camposanto, produciendo un molesto ruido. Me aproximé al sujeto diciéndole: —¡Señor! ¡Disculpe! ¿Puede ayudarme? Justo cuando estaba a unos pocos centímetros del hombre percibí el hedor pestilente que dispersaba. Entonces, por el aroma, lo supe... pero fue demasiado tarde... 95

El sujeto se volvió de golpe mostrando unos ojos desorbitados y casi salidos de sus rótulas, su cara era de una cara de una palidez enfermiza y carente de todo rastro de nariz, salvo los orificios. Estiró sus manos y me tomó por los hombros sonriendo y carcajeándose. Naturalmente prorrumpí alaridos desesperados, mientras las garras de la criatura se me incrustaban a los brazos. Traté de zafarme lo más rápido posible, pero el monstruo continuó su asedio. La monstruosidad seguía riendo frenéticamente, y caí sobre mis espaldas con el monstruo encima, el cual quiso morderme. De forma desesperada me aferré de una piedra cercana y comencé a golpearle la cabeza al espantajo con todas las fuerzas que la adrenalina y el pánico me otorgaron. Finalmente, me liberé haciéndolo caer a mi izquierda y me enderecé de inmediato, a pesar de que sus garras incrustadas desgarraron mi abrigo y parte de la piel ignoré el dolor y corrí a toda prisa y salí del panteón de inmediato. Ya decidida a dejar Hill Road por siempre, me dirigí a mi automóvil. Pero cuando me había aproximado a unos diez metros del vehículo, observé que estaba siendo custodiado por un gigantesco rottweiller, más grande de lo normal para un perro de esa especie, que además parecía ser jorobado y derramaba más saliva de lo usual. El monstruoso rottweiller mutante se me abalanzó de inmediato con ladridos estentóreos. Corrí de forma desesperada para ocultarme en la primera casa que me encontrara. Ya sentía las fauces furiosas del animal a punto de morderme, en el momento en que me adentré a la vivienda donde había visto a la tétrica anciana. Los ladridos del monstruoso can se aproximaban de forma amenazante, hasta que me adentré al hogar y cerré la puerta. Justo en el instante en que la bestia me iba a destrozar. Incluso sentí el peso del animal al cerrar la puerta. 96

Me respaldé en la puerta cerrada cansada y bufando... Pero mi relajación duró poco. Pronto observé a dos espantosas criaturas aproximándoseme. Uno era un sujeto huesudo y verde, con unos cuantos mechones de cabellos, una boca babeante y sin dientes, y con su ojo derecho colgante. Vestía unos viejos y sucios harapos. El otro, parecía ser una mujer, joven en realidad, pero de una blancura demasiado pálida, y naturalmente, con el mismo enfermizo semblante cadavérico. Traté desesperadamente de alejar a ambos esperpentos con toda clase de golpes y patadas, pero todo fue fútil. Ya resignada a que moriría en manos de los dos espantos, cerré mis ojos y esperé la horrible muerte que me esperaba. Súbitamente escuché un disparo a unos metros de mi persona. Cuando abrí los ojos, una joven de piel muy blanca y ojos verdes, con cabello lacio negro y con maquillaje negro en ojos y boca, que vestía una falda negra corta, botas oscuras, y una camiseta blanca sin mangas, estaba apuntando una escopeta humeante. Al tiempo que, la criatura masculina yacía en el suelo con el cerebro expuesto por el balazo, y mi propio cuerpo mostraba la salpicadura de sangre coagulada. —Ven conmigo –me dijo. VI Llegamos a una vieja cabaña derruida donde la mujer estaba acuartelada. La cabaña era lateral al cementerio y solía ser la residencia del panteonero. Tenía algo de comida y agua, que me ofreció con la mano. Pero no tenía ganas de comer debido a que había estado combatiendo a cuerpos putrefactos desde hacía rato. Me senté en una silla rechinante, y descansé mi pobre cuerpo. —¿Quién eres? –pregunté a mi salvadora. —Me llamo Azabeth Arkham, fui nombrada así en honor a nuestra tatarabuela. 97

—Así que sabes que soy una Arkham... —Efectivamente, escuché su conversación con Abraxis. —¿Qué está ocurriendo aquí? —Tú misma lo viste, eran cadáveres vivientes. —No es posible... —Sí lo es, la familia Arkham está maldita, nuestra sangre acarrea una espantosa maldición ancestral... >>Un maléfico demonio babilonio llamado Pazuzu fue adorado por una pérfida tribu de incestuosos llamada Arkaham, que eventualmente se convertiría en los Arkham. Desperdigados por el mundo y perseguidos por ser adoradores de demonios, muchos se refugiaron en zonas apartadas, destacando los de Hill Road. >>Los Arkham gobernaron este poblado con mano de hierro por décadas. Pero una tradición que se mantuvo entre los Arkham desde el tiempo en que recorrían las cálidas estepas de Mesopotamia, es la endogamia. Los Arkham siempre tuvieron una cierta inclinación por el incesto. Tu abuelo, Efren Arkham y sus siete hijos se convirtieron en la rama no degenerada de los Arkham. Mientras que en Hill Road, la Familia Arkham continuó

su

degeneración.

Décadas

de

relaciones

incestuosas

que

terminaron

convirtiéndolos en grotescos personajes. —¿Y por que tú eres una joven bella? —Porque soy sólo mitad Arkham, por parte de padre. A los Arkham de Hill Road no les gusta la normalidad, y fui secuestrada. Durante años me pudrí en el oscuro calabozo de torturas del fétido sótano de la Mansión. Pero escapé justo después de escuchar el malévolo plan... —Deduzco que consistió en asesinar a todo el pueblo. 98

—Efectivamente, querían invocar al demonio Pazuzu para convertirse en sus representantes en la tierra. Para ello, Pazuzu requirió un sacrifico de sangre, y ellos crearon una epidemia maligna que erradicó a todo aquel que no fuera Arkham. Así que descuida, tú y yo somos inmunes. —¡Abraxis! ¿Quién es él y sus repulsivos amigos? —Un Arkham, como el tal Junior. Y son dos de los menos degenerados. —¿Sabes algo de mi hermano? —¿Owen Arkham? Vino aquí investigando sus raíces, lo último que supe de él fue que Abraxis y los demás lo apresaron y salvo por los alaridos que escuché, no he vuelto a saber nada. Un estruendo repentino nos distrajo, al instante de que la puerta de atrás fue destruida por una fuerza violenta. Y de inmediato el monstruoso Junior se adentró dispersando gritos y gruñidos salvajes. Azabeth le apuntó con el arma, pero en el momento de disparar el perro horripilante penetró a la casa rompiendo la ventana y saltó sobre Azabeth mordiéndole el brazo y haciéndole disparar inútilmente a la pared. Pronto, Abraxis penetró en la casa, y el perro dejó de morder a Azabeth que yacía inconsciente en el suelo. Junior me abofeteó tan violentamente que caí al suelo inconsciente. Cuando recuperé la conciencia, Abraxis estaba encima de mí sosteniéndome los brazos a mis lados. Sólo era capaz de observar su despreciable rostro sobre mí y percibir su olor rancio y repugnante. —La familia debe estar unida –me dijo— mi querida prima Zárate. Vamos a jugar un ratito. Tú jugarás conmigo y con Junior, a que eres buena con nosotros... A que nos das

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cariño... A que nos haces pasar buenos ratos, como una buena prima... Y quizás, si nos has satisfecho adecuadamente, te dejaremos vivir... Apenas puedo escribir el asco que sentí entre los besuqueos, manoseos y lengüetazos de Abraxis. Sentir la forma en que intentaba desnudarme, y la forma en que satisfacía su lujuria en mí. Y observar al monstruoso Junior mirar la escena con gesto libidinoso. Deseaba morir... comencé a imaginar que estaba en otro lugar... que no estaba siendo abusada por un despreciable sujeto...

VII Estrepitosamente, la puerta delantera fue desvencijada de una patada y al aposento se adentró un joven atractivo de cabellos castaños y ojos verdes, disparando con su revólver a diestra y siniestra. Con sus disparos baleó a Junior, al perro y le incrustó en la espalda dos balas a Abraxis que cayó inerte sobre mí. Me quité a Abraxis de encima, y el joven me ayudó a levantarme. —Soy Owen Arkham... –me dijo. —Un placer conocerte –respondí— me llamo Zárate y soy tu hermana. El joven sonrió. —Lamentó interrumpir –dijo lacónica Azabeth que parecía estar apenas despertándose— sugiero que vayamos al automóvil. Corrimos a toda velocidad al vehículo, y arrancamos de inmediato para partir de Hill Road.

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Pero nuestro viaje fue truncado por una camioneta familiar que nos obstruyo el paso en la vereda. De la camioneta salieron seis tipos horribles y deformes. Altos, brutales, desproporcionados. De largos y gruesos cabellos, frentes abultadas, ojos y orejas asimétricas. Brazos gruesos y desiguales, así como las piernas. Había dos jorobados, todos tenían los dientes salidos. Uno parecía que nunca tuvo un ojo izquierdo. En general, eran criaturas verdaderamente monstruosas. —La Familia Arkham –explicó Azabeth al observarlos. Y sufrí escalofríos al pensar en lo mucho que Azabeth había sufrido como prisionera en la Mansión Arkham. —Salgan del auto –nos dijo Owen apuntándonos con la escopeta desde el asiento trasero. Azabeth y yo salimos del vehículo con las manos en alto, seguidas por él. En poco tiempo llegaron al lugar Abraxis, como si las dos balas que penetraron su espalda no le hubieran provocado el menor perjuicio. A su derecha Junior, que sangraba por el estómago. A su izquierda, el enorme perro que comenzó a ladrar furioso, y fue callado cuando Abraxis le acarició el lomo diciéndole: —Tranquilo, Cerbero, tranquilo –luego se dirigió a mí— ¿extrañada de vernos con vida, querida prima? —Lamento los disparos –se disculpó Owen— pero no podía permitir que violaran a mi hermanita. No antes que yo, al menos... —Descuida, querido primo Owen, es fundamental que haya perdón en las familias. Bien, querida prima, bienvenida a esta enternecedora reunión familiar. Verás, lamentablemente, el rito que hicimos para invocar a Pazuzu y matar a toda la estúpida población de Hill Road no dio resultados adecuados. Algo salió mal. Como puedes ver, todo aquel con sangre Arkham era inmune a la epidemia, hasta nuestra querida mascota, el perro de la familia, 101

sobrevivió. Pero hubo un problema. Los Arkham no estamos muertos, pero tampoco estamos vivos. Estamos condenados a seguir en este estado de muerte en vida hasta el juicio final a menos que realicemos apropiadamente el rito. Por fortuna, nuestro querido primo Owen vino aquí, buscando el poder y la magia de Pazuzu que sabía teníamos nosotros, y tratando de conectarse con el pasado de su familia. Y le propusimos un trato. Lo incluiríamos en el ritual si nos traía a la prima Zárate. La Soñadora. Gracias a tus poderes psíquicos, querida, serás la sacerdotisa perfecta. Y nos ayudarás a lograr que nuestra querida prima Azabeth, sea embarazada por Pazuzu. Algo para lo cual ha sido preparada desde que la atrapamos a pesar de su férrea oposición. Y que es la única razón por la cual fue concebida... —¿Para que rayos desean que Pazuzu tenga un hijo? –pregunté. —Para que el niño sea uno de los magos oscuros más poderosos del mundo, y se convierta en amo y señor de gran parte de la Tierra –me respondió Owen. –Y mientras tanto, la familia Arkham será la más rica del planeta y el jefe de la Familia será uno de los hombres vivos más ricos y poderosos... —Y yo seré el jefe de la Familia Arkham — recalcó extático Abraxis. —No cooperaré con ustedes –les aseguré— no importa a que torturas me sometan, jamás los ayudaré... —Eso lo veremos –dijo Owen y me palmeó un glúteo mientras se introducía al automóvil. Poco después fuimos obligadas a subir a la camioneta por mis deformados primos y conducidas a la Mansión Arkham.

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VIII No recuerdo muy bien lo que me ocurrió en las entrañas pérfidas y enloquecedoras de la Mansión Arkham. Tengo leves nociones de un dolor insufrible y tan intenso como mil agujas encendidas en cada poro. Un dolor tan insoportable que mi mente no guarda registros claros de él. El dolor parecía mil muertes en una, con toda mi espina dorsal retorciéndose por el torrente de sufrimiento ardiente y calámbrico que sobrepasa la posibilidad de descripción. Mi aturdida mente se vio asolada por una abrupta oleada de horripilantes visiones donde quizás fui capaz de observar el infierno mismo. Espeluznantes entidades indescriptibles repletas de oscuras y rugosas extremidades, y que flotaban en pestilentes caldos fétidos. Entidades viviendo entre fuegos incandescentes e inapagables que flotaban turbulentamente dispersando alaridos inconsolables. Muertos deambulantes con sus heridas abiertas y los gusanos alimentándose y resurgiendo entre las vísceras colgantes y arrastrándose entre las cancerígenas úlceras pululantes que mostraban sus pieles podridas... ¿Era esa la realidad no convencional que apreció la primera Azabeth Arkham? Cuando desperté, una malignidad terrible se había posesionado de mi persona. Estaba repleta de una maldad acuosa y enajenada que me convencía del poder y la fuerza de Pazuzu. Era como si un espíritu maligno se hubiera apoderado de mí y estaba dispuesta a servir fanáticamente a Pazuzu y demás demonios del averno. Así que salí del calabozo en que me tenían los demás miembros de la familia Arkham, y observé a Owen, Abraxis, Junior, la anciana abuela de Junior, el ser que me había topado en el cementerio, el monstruo cuyo ojo colgaba (que ahora mostraba un enorme boquete en su cabeza), la mujer muerta que lo acompañaba, el perro Cerbero y los deformados primos.

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—Tras tantas generaciones de relaciones consanguíneas –me comentó Abraxis— los términos padre, madre, tío, tía, abuelo, abuela, sobrino y sobrina, etc., comenzaron a volverse confusos y entremezclados, así que optamos por llamarnos a todos simplemente primos. Bienvenida a la familia, Prima Zárate. —Gracias, Primo Abraxis. Abraxis me entregó la ropa propia de la sacerdotisa, conformada por una falda larga de color negro, pero abierta a la altura de ambos muslos. Un top de cuero negro con tirantes de color rojo, y una larga capa roja del lado interior y negra del lado exterior, con capucha. Me coloqué la indumentaria de inmediato y me preparé para oficializar la ceremonia.

IX En la sala de la oscura casa se había colocado el altar a Pazuzu, en medio de un círculo de sangre, y con una mesa redonda en el centro. Siete velas negras hechas de grasa humana decoraban el rededor. Azabeth yacía atada en medio de la mesa, de pies y manos, y amordazada. Removía la cabeza con furia compulsa más que con temor. —Aún nos falta un invitado –mencionó Owen. Súbitamente, la puerta que daba a la calle se abrió, y entre un frívolo silbido y ráfagas de viento que arrastraban hojas muertas, surgió una figura espantosa; un cadáver momificado compuesto por viejos huesos apenas entrelazados por carnes secas y viejos harapos. Unos vestigios de barba en mechones aún sobresalían y las vacías rótulas de sus ojos brillaban de rojo resplandeciente. —Nuestro ancestro –explicó Abraxis complacido— Barthus Arkham. Ahora podemos comenzar el ritual, ya que son las doce de la noche de este Día de Muertos.

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Las salmodias que Abraxis y Owen repetían en arameo para invocar al demonio sobresalían levemente entre el diabólico mantra que repetían insistentemente los partícipes del ritual: Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu. —Necesitamos que entregues tu sangre, hermana –me dijo Owen y alargó un cuchillo. Yo extendí mi mano derecha, y este cortó en el centro de la palma. Mi sangre brotó y llenó el cuerpo de Azabeth. –Cuando esto haya terminado, tú y yo engendraremos a nuevos Arkham poderosos –me dijo y le sonreí sádicamente. —¡Que sea yo, oh Pazuzu, el intermediario entre tu grandeza y el mundo material! –dijo Abraxis suplicante y subiendo a la mesa. Pero fue interrumpido de forma estrepitosa cuando un disparo del revólver de Owen lo tumbó al suelo. El disparó le destrozó el rostro e hizo caer ciego. —¡Yo seré el intermediario de Pazuzu y el jefe de la Familia Arkham hasta que su hijo sea adulto! –declaró Owen y se colocó en el lugar de Abraxis. Junior y demás primos deformes eran leales a Abraxis e intentaron evitarlo pero era demasiado tarde. Los ojos de Owen brillaron de verde intenso y sus rasgos se tornaron endemoniados. Pazuzu había poseído a mi hermano.

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Owen se abalanzó sobre Azabeth y sostuvo relaciones sexuales con ella por un tiempo prolongado, pero me es imposible definir la duración debido a la turbación mental y al tañer incesante del mantra:

Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu Pazuzu. Mi mente se obnibuló. Comencé a sentirme enferma. Una náusea horrible invadió mi estómago. Me agarré el vientre al sentir que un horror me devoraba. Tuve una visión en la cual observaba a las Tres Brujas. Tres bellas jóvenes adolescentes; una de cabellos rojos y rizados, otra de negros cabellos lacios y otra de ondulante cabello rubio. Las tres bailaban desnudas ante la luna, con flores en el cabello y riéndose alegremente. Me miraron, como si yo estuviera en medio de la vereda mágica que usaban de pagano templo en ese momento. Sonrieron y me observaron con sus hermosos ojos azules y verdes. —¡Libérate de Pazuzu! –Me dijeron al unísono con voz ecosa— nosotras te daremos el poder. Hicimos un pacto mezclando nuestras sangres, al unir nuestras heridas en la mano. Eso quiere decir que tú también tienes nuestra sangre en tus venas. Danos tu mano, únete a nuestro pacto y vencerás al Maligno... Alargué mi mano sangrante hacia las de ellas, que comenzaron a sangrar también. Las cuatro unimos nuestras manos y sentí un vigoroso fluido de magia y poder dentro de mis venas. 106

Desperté inmediatamente libre de la posesión demoníaca a la que fui sometida. Caí al suelo temblando y sudando, sin fuerzas, y vomité serpientes diminutas, insectos y clavos. Me incorporé de golpe y observé a Azabeth semiconsciente aún con Owen encima. —Tu ambición te cegó, Owen –le dije— no eres un Arkham puro. Tu madre era adoptada. Owen (ó Pazuzu) me miró fijamente y con rostro extrañado. En ese instante, un Abraxis ciego y con el rostro destrozado, aferró a Owen por el cuello e intentó separarlo del cuerpo de Azabeth, mientras vociferaba: —¡Si yo no soy el amo de la Familia no lo será un maldito impuro! Naturalmente, el resto de los congregados se exaltó. Trataron de separar a Abraxis de Owen/Pazuzu. Pero era demasiado tarde. Pazuzu estaba enfurecido. El demonio salió del cuerpo de Owen profiriendo un escalofriante gruñido y haciendo retumbar cada fibra de la casa. Las velas lanzaron chisporrotazos furiosos, y todo el edificio se vio apoderado de una vibración catártica. Los vidrios de las ventanas se resquebrajaron. Todos los ceremoniantes se vieron apoderados por el pánico y el terror. Una niebla oscura y pestilente cubrió la atmósfera del salón, y a un costado de la mesa, se manifestó una entidad horrorosa, cubierta por una capucha negra, con largas garras salientes de las mangas y dos refulgentes ojos verdes. La entidad tomó primero al ciego Abraxis de la garganta, y comenzó a desollarlo lentamente. Cerré mis ojos para no ser testigo de tan horrible hecho, y sólo escuché sus estrepitosos alaridos de dolor y el sonido de sus partes rebotando en el suelo ensangrentado. Luego observé como uno a uno fue matando a los Arkham de forma violenta. Aún a los más muertos y descompuestos. Y como de cada cuerpo muerto surgía una sombra gris (que deduzco, era el alma) y era absorbida en las entrañas de Pazuzu. Finalmente, destrozó el

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viejo cráneo de Barthus Arkham, y el resto de sus huesos se desplomó al suelo como un montón de escombros. Se dirigía hacia mi hermano, que estaba en el suelo temblando de terror. Decidí desatar a Azabeth y salir con ella de allí. En cuanto logré desatarla, esta reaccionó levemente y la ayudé a caminar. Una voz cavernosa y oscura nos habló: nos volvimos y observamos a Pazuzu dirigiéndosenos. Nos apuntó con su filoso dedo: . Salí de allí cuanto antes junto a Azabeth, mientras escuchábamos los alaridos desesperados de mi infortunado hermano...

X Azabeth y yo huimos de Hill Road en mi automóvil. En medio del bosque, a punto de dejar por siempre las inmediaciones del lugar, Azabeth me hizo detenerme. —¿Cómo sabías que la madre de Owen no era prima de tu padre, sino una Arkham adoptada? —No lo sabía, sólo lo dije. —¿Qué tal si estoy embarazada de Pazuzu? –se preguntó así que le acaricié el cabello con el ánimo de consolarla. Y al hacerlo, sentí una grosera cicatriz y unos rastros de viejos costurones. Y entonces lo supe... —¡Sólo hay una Azabeth! –dije observándola desconcertada.

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Azabeth me devolvió la mirada quietamente. —Había más en el experimento de Anastacius Delacroix de lo que puedes imaginar... mi querida prima... ¿ó debo decir, mi querida nieta? Azabeth lanzó una serie de carcajadas histéricas y su mirada se tornó enloquecida. Se volvió sobre mí, y se aferró de mi cuello con rostro deformado por la locura. Por unos instantes pensé que me mataría. Me besó en la mejilla, abrió la puerta del auto, y salió corriendo hasta perderse en la inmensidad del bosque... Sólo se me ocurrió decirle: —Adiós... abuela...

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CAPÍTULO IV LA MISA DE SANGRE

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“1. ¡Had! La manifestación de Nuith. 2. La revelación de la hueste del cielo. 3. Todo hombre y toda mujer es una estrella. 4. Todo número es infinito; no hay diferencia. 39. La palabra de la Ley es Thelema. 40. Quien nos llama thelemitas no se equivocará: si observa bien adentro de la palabra. Puesto que hay tres grados: el Ermitaño, el Amante y el Hombre de la Tierra. Haz lo quieras, será toda la Ley. 57. ¡Invócame bajo las estrellas! El amor es la Ley, el amor bajo la voluntad”. Aliester Crowley Libro de la Ley I Por primera vez mis sueños no eran horribles y crudas pesadillas, de hecho eran agradables. El problema es que eran demasiado agradables. Más que simples sueños erógenos, eran virtualmente orgásmicos. Cada noche sentía la llegada de una entidad a mi habitación. Un hombre, sin duda, que entre las nieblas del sueño podía reconocer como el que recorría cada centímetro de mi femenino cuerpo. Era un sujeto bastante guapo, pero su atractivo no era físico. Era un atractivo inherente en su presencia misteriosa e hipnótica. Una presencia que exhalaba poder y fuerza arcanos. Era bastante extraño, casi... satánico... Normalmente el sujeto aparecía a un extremo de mi cuarto, y me producía un grave temor y un sentimiento de natural sorpresa. Luego se deslizaba suavemente hasta al pie de la cama, de alguna forma mágica, evitando que yo gritara ó corriera como sería mi natural reacción ante un intruso. En poco tiempo sentía las caricias que me proporcionaban sus frías manos de largos dedos huesudos. Acariciaba mi negro y lacio cabello con ternura. Su boca se ensanchaba en una sonrisa con brillantes dientes perfectos, y me derretía de pasión por él.

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Se adentraba a mi cama, y no puedo describir lo que me hacía sentir. No por pudor (que rara vez me ha preocupado), sino porque simplemente mis dotes de escritora no me permiten describir adecuadamente las sensaciones que experimenté. Cada roce de sus dedos, cada caricia, cada beso... son capaces de estremecer hasta el último poro en pasión y placer. Su boca derramaba un néctar dulce y cálido. Su lengua parece más una fuente inagotable de caricias erógenas. Con sólo su mirada es capaz de producir calambres climácticos. Y, en síntesis, una noche con él era capaz de inducir el placer que otorgarían mil fantasías eróticas. Y, naturalmente, no es que me queje. De hecho estaba sumamente satisfecha con tan placenteros sueños. Además de que eran una variante invaluable a mis pesadillas sempiternas. No obstante, una extraña consecuencia comenzaba a surgir de los orgásmicos encuentros oníricos.

II A la mañana siguiente estaba tomándome un café con mi amiga y prima materna Miranda Salazar, en una bohemia soda londinense. Mi prima era una mujer latina de piel morena, cabello rizado, y unos ojos azules que resaltaban con un hermoso contraste, en general, una mujer bastante atractiva. Vestía en ese momento una falda larga y holgada, una camisa tejida sin mangas, y una gran cantidad de collares y pulseras de cuentas multicolores. Resaltaba en su hombro izquierdo un pentagrama tatuado. —Sea lo que sea, no es simplemente un sueño –declaraba mi prima con acuciosidad— debe ser un íncubo ó algo así. —Un íncubo es un demonio, y te aseguro que sea lo que sea mi amante onírico, es un hombre desesperantemente hermoso... 112

—Un íncubo no necesariamente es un demonio feo y monstruoso. Ni siquiera violento. Los íncubos se alimentan de la energía sexual de las mujeres, y para ello utilizan muchos medios... —Ustedes los brujos sacan conclusiones esotéricas de todo. ¿Es tan difícil pensar que simplemente es una reacción de mi subconsciente ante el hecho de que tengo mucho tiempo sin sexo? —¡Pero mira las consecuencias que está trayendo! Cada día te despiertas más tarde en la mañana, comes menos, estás débil, estás pálida, más delgada, te está comenzando a lastimar la luz solar... —Olvídalo, Miranda, por favor. Son sólo sueños. Y en mi persona los sueños suelen tener consecuencias graves. Pregúntale a los psiquiatras que me ponían la camisa de fuerza. —Al menos permíteme que realice algún hechizo de protección... —¿Qué te pasa? ¿Eres una wiccana con demasiado tiempo libre? ¿No tienes al menos que alimentar a tu gato negro? —En primer lugar, mi gato no es negro, es gris. En segundo lugar ¡deja de burlarte de la Wicca! Yo no me burlo de tu religión. —Pues no, porque no tengo. —Pero vas a esas eltiescas reuniones masónicas… —Es diferente, la Logia es una fraternidad esotérica, no una religión… —¡Es un club social! ¿¡Me permites que te proteja mágicamente sí ó no!? —¡Sí esta bien! —De acuerdo, iremos inmediatamente a comprar ajos frescos para colocar sobre tu cama... —¿Y luego que? ¿Llamamos a la chica yanki rubia que es Cazavampiros y sale en el horario de los viernes? 113

—¡No! Es en serio, los ajos alejan a los espíritus malignos. Los remedios mágicos folclóricos son sabiduría ancestral que en mi opinión deberían restaurarse. —Ahora, cambiando de tema, debo viajar a Rusia a fines de esta semana. ¿Decidiste si me acompañarás? —No lo sé... —Es importante para mí, querida Miranda, la Universidad de Moscú me pidió que de una conferencia sobre los pueblos eslavos y no deseo ir a Rusia sola. —Está bien, iré. Aunque conociéndote, probablemente te enfrentarás a la resurrección de Rasputín ó algo así... —¡Cállate! III Arribamos a los fríos territorios de Rusia, en pleno invierno, razón por la cual íbamos fuertemente abrigadas. Ambas nos cubríamos con gruesas chaquetas cuyos gorros nos tapaban la cabeza. Usábamos bufandas, guantes y demás métodos para combatir la baja temperatura, y además, la nieve nos estaba cayendo desde hace rato. Estábamos esperando a que nos recogiera el Dr. Feodor Dovanavsky, profesor en antropología de la Universidad de Moscú. Miranda se distrajo levemente ante ciertos vendedores de chucherías, y yo, repentinamente, me sentí asolada por un sentimiento de nerviosismo y excitación inexplicables. Me posesionó una extraña náusea y un dolor en el estómago, mi corazón comenzó a realizar una serie de frenéticos latidos. En medio del malestar, me agarré el vientre, y comencé a apoyarme sobre una fría baranda aeroportuaria. Y es entonces que lo vi. Entre la nieve, a lo lejos, cubierto en parte por la niebla invernal, y entre las blancas motas, se encontraba un sujeto vestido todo de negro, cubierto con un 114

sombrero de ala ancha ya sumamente inusual en esta época. No podía observarle el rostro, pero percibí el símbolo en la hebilla de su pantalón, brillante y con forma de cabeza de dragón. Como si estuviera hipnotizada, olvidé los malestares y fijé mi vista en el sujeto extraño. Repentinamente, el hombre alzó la cabeza y me mostró su rostro... ¡Era el rostro del hombre en mis sueños! La misma cara con rasgos de lobo y barba corta de candado, la aquilina nariz y los ojos de profundidad alarmante. El cabello largo y lacio, relamido hacia atrás. Me impresioné enormemente al punto que sentí mi corazón salirse del pecho. Me dirigí hacia donde el hombre con todo el interés de hablar con él. Mientras me acercaba, el sujeto se reía con una sonrisa burlona y sarcástica, y con una profunda y atravesante mirada ensoñadora. Conforme me aproximaba, sentía al hombre más y más complacido. Incluso comencé a extender mi brazo hacia él... Fue entonces que me tomaron por los hombros y me volvieron de golpe. Un sujeto anciano, de unos 60 años, casi calvo, pero con mechas de cabello blanco ondulantes por el viento, con anteojos y cubierto por una gruesa chaqueta, me había despertado del ensueño. —Disculpe, Dra. Arkham, soy el Dr. Dovanavsky. –Me dijo en inglés ya que mi ruso estaba un poco oxidado. Volví mi mirada hacia donde estaba el hombre de negro. Pero se había ido. —Mucho gusto, Doctor –le dije volviéndome hacia donde él. —Su acento inglés –observó— es británico. —Nací en Inglaterra. —Pensé que era costarricense. —Por parte de madre solamente. 115

Dovanavsky ya había conocido a Miranda y por esa razón supo quien era yo. Juntos, los tres nos introducimos al automóvil del ruso con nuestro equipaje.

IV Curiosamente, nos llevó a una iglesia ortodoxa de estilo bizantino, situada en un barrio pobre de Moscú. La iglesia contaba con hermosos jardines, ahora recubiertos por implacable nieve, así como altas torres como atalayas. Los muros eran adoquinados, pero en general, el edificio se encontraba en un estado de lastimero abandono. Inclusive los vitrales decorativos en las abuhardilladas ventanas estaban sucios y descuidados. Durante el trayecto pudimos admirar muchos de los más hermosos paisajes y edificios de Rusia. Pero también fuimos capaces de observar a decenas de niños hambrientos mendigando en las calles, mujeres, algunas sumamente jóvenes, prostituyéndose, gran cantidad de jóvenes sufriendo bajo las más inhumanizante pobreza. Nos adentramos en el templo, y ante la cálida atmósfera del lugar, removimos nuestros abrigos. Yo vestía una blusa de seda púrpura y Miranda una camiseta de flores sin mangas. Fue en ese momento que descubrimos que Dovanavsky era un sacerdote de la Iglesia Rusa Ortodoxa, y vestía la típica sotana negra, de mangas holgadas que caracterizaba a los clérigos ortodoxos. En su interior nos esperaba una joven adolescente rubia, muy desnutrida y algo despeinada que vestía un abrigo bastante grueso cubriéndole casi todo el cuerpo. —Bienvenidas a la Federación Rusa –nos dijo el sacerdote— ¿desean tomar algo? ¿Chocolate? ¿Café? –Miranda pidió chocolate, yo café. –Les presentó a Natasha Carasimov, se hospeda conmigo de momento...

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La saludamos cordialmente, pero nos devolvió una serie de gestos lacónicos plagados de timidez. —No sabía que era usted un sacerdote... –observé. —Efectivamente –nos respondió— aunque además soy doctor en antropología. Por eso me es tan importante –dijo preparando las bebidas— enseñar a la gente el orgullo de los pueblos eslavos. Natasha vivía en las calles, abandonada por sus padres, hasta que yo la recogí. Pero como ella hay muchos niños y jóvenes mucho menos afortunados. —No había observado tanta pobreza desde que viajé a África hace ya más de dos años, Dr. Dovanavsky... –mencioné. —La caída del comunismo en Rusia –me dijo Dovanavsky— nos alegró a muchos. Ya había libertad, democracia, y demás cosas que el pueblo ruso nunca había tenido en sus miles de años de historia. Y súbitamente, una docena de empresarios rusos se volvieron multimillonarios, y el resto del pueblo pereció entre las garras del hambre y la miseria. Cuando no fueron los zares los que explotaban a los pobres campesinos, fueron los líderes comunistas soviéticos, que el pueblo aclamó como libertadores de la clase trabajadora. Y entonces, muerto el Zar, los comunistas nos siguieron explotando y maltratando. Finalmente, erradicamos a los comunistas, ¿y que pasó? Ahora eran los capitalistas los que nos gobernaban, y mantenían a los rusos en la miseria. Zar, Soviet Supremo u oligarquía empresarial. ¡Rusia siempre está bajo el yugo de algún corrupto opresor! –Dovanavsky se había exaltado considerablemente, así que trató de calmarse— me disculpo... —Descuide, usted tiene razón –le dije recibiendo su bebida.

V 117

Dovanavsky nos preparó dos habitaciones en la parroquia. La mía era de una monja que había salido y estaba repleta de íconos religiosos, un enorme crucifijo colgaba de la pared, y a un extremo estaba la imagen de la Virgen María. Casi inmediatamente caí plácida y cálidamente dormida. Soñé con un amplio desierto durante la noche. La luna llena rebosaba hermosa y galante, y el gélido viento del desierto resoplaba. Pero en el aire se percibía un hedor a muerte. Subí por unas dunas y observe un panorama escalofriante. Decenas de cuerpos muertos, en realidad, toda una ciudad incendiada hasta los cimientos se observaba a mí alrededor. Y allí, reposaban una pila de cadáveres descuartizados de hombres, mujeres y niños. Todos tenían rasgos árabes y vestimentas acordes. La mayoría yacían con partes del cuerpo cercenadas, grandes heridas abiertas por el filo de las espadas y vísceras al descubierto. Los charcos de sangre llenaban grandes proporciones de terreno, así como los buitres saciados hasta que no podían volar del peso, que degustaban extáticos el festín. Más allá de la desgraciada ciudad, pasando sus arabescos contornos, una fila de infelices continuaba la pesadilla de paisaje. Una grotesca imaginería se mostraba ante mis horrorizados ojos en esta pesadilla. Difería de otras pesadillas por el tangible elemento de realidad que habitaba en ella. Frente a mi persona se erguía un bosque enloquecedor de decenas de largas y afiladas cruces. En cada una de ella resaltaban cuerpos humanos, destinados a una muerte horrible e insoportable. En algunos casos, la infortunada víctima sollozaba ó gemía desoladoramente debido a que su muerte aún no se había dado. Los rostros desfigurados por el dolor y la desesperación quedaban constreñidos en una mueca permanente. Además, infinidad de buitres y cuervos se hartaban ante el festín extenso, alimentándose mientras desmenuzaban y desmembraban pequeños bocados de personas aún vivas. 118

Crucificados estaban decenas de hombres y mujeres. Algunos notablemente árabes por su aspecto y vestiduras, otros con rasgos europeos; blancas pieles y rubios ó rojos cabellos. Otros con pieles cobrizas también, pero con rizos al lado de la cabeza y estrellas de David amarillas colgando del cuello. La sórdida imagen de estás almas desgraciadas, de todos los sexos y edades, sólo podía ser comparada en horror a la espantosa hediondez que dispersaban los cadáveres descomponiéndose. Y ante tan horripilante panorama, mi persona se llenó de un pavor expectante. Sin control sobre mi misma, sentí las gruesas gotas de sudor frío bajando por mis poros y me vi poseída por un temblor espasmódico que me dominaba. Espásticamente aturdida, y sufriendo una tensión espantosa, observé el cielo nocturno, estrellado y hermoso a pesar de la horrible visión sobre la cual se posaba, y dispersé un estruendoso alarido que retumbó con catarsis. En mi sueño, aparecí poco después, en una habitación fría y oscura. De pisos alfombrados con sedas tejidas, poderosos escudos con imágenes gravadas indistinguibles entre las penumbras, espadas, hachas y otros armamentos. Una cama suave y con bellas cortinas y una serie de muebles de épocas antiquísimas. Un sujeto observaba por el amplio balcón hacia fuera. El individuo era alto –como de metro noventa— vestía una larga capa escarlata y tenía rizos de cabello negro cayendo sobre sus hombros. Al percibir mi presencia, el sujeto se volteó hacia mí. Tenía hermosos rasgos griegos, con nariz aquilina, pómulos salientes y una barba negra y lacia sobre su mentón y boca. Sus ojos eran penetrantes y me miraban dubitativos. Vestía ropajes arcaicos con un medallón dorado brillante que refulgía al iluminarlo la luz de las antorchas.

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—Bienvenida –me dijo en griego, pero la entendí perfectamente— mis oraciones han sido respondidas. —¿Qué clase de oraciones? –pregunté. —Recé incansablemente al Cielo que me enviara un ángel...Un ángel que me ayudara a comprender la verdadera gracia de Dios. —¿Gracia de Dios? Lo siento, pero no soy un ángel, soy una mujer humana normal. Y no creo en su dios. —¿Cómo es eso posible? Estás aquí en mi habitación, cuando es inexpugnable. Nadie puede penetrar aquí sin ser visto por los fieros guardias... a menos qué... ¿Eres hechicera? —No... bueno... masona... pero no... —¿De donde vienes? Observé el rededor. Era obvio que estaba en una era muy antigua. Me aproximé al sujeto y miré por la ventana. Vi el conjunto de cuerpos descuartizados que se alzaba a mis pies y me di cuenta de que mi acompañante debía ser el responsable de ello. —¿Usted hizo eso? –pregunté molesta señalando la masacre. —Sí. Recientemente logramos tomar una ciudadela de los enemigos musulmanes y no hemos dejado vivos a ninguno de sus habitantes. Además, en este, mi feudo, hice una depuración de indeseables. Entonces comprendí que mi primera visión había sido de la ciudadela tomada, y la segunda había sido de la cruenta depuración... Me llené de temor ante la perspectiva. ¿Qué tan real sería este sueño? ¿Sería posible que mi interlocutor me proporcionara la misma muerte lenta y tortuosa que había propinado a tantos infelices? Decidí hacer una prueba y pasé mi mano por una antorcha cercana. Mi

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mano pasó sobre el fuego sin provocarme el menor daño, y además, el fuego no se vio de ninguna forma afectado. —Eres un fantasma –me dijo con tono tranquilo y observó las estrellas— Dios me está engañando. Eres un fantasma muy hermoso. Una mujer sumamente bella. ¿De donde eres fantasma? ¿Quién se atrevió a segar tu vida, a terminar con la existencia de tan bella criatura? —No soy un fantasma. Ni siquiera he nacido, creo. ¿Qué fecha y que país es este? —Tierra Santa, a un costado del Principado Cristiano de Palestina. Estamos en 1268 de la Era de Nuestro Señor. —Lo sospeché. Naceré hasta dentro de unos 900 años. ¿Cuál es su nombre? ¿Es usted un rey? —Mi nombre es Valek

–me respondió— soy un caballero cruzado, lidero este

emplazamiento cristiano cuya función es proteger el Principado de Antioquia de las huestes de musulmanes. Existen varios reinos cristianos, siendo el más importante, el Reino de Jerusalén. Ya veo que es usted del futuro. ¿Son nuestras hazañas aún recordadas entonces? —Sí, me temo, en especial sus métodos. Las Cruzadas están en la lista de las más crueles e infames guerras. Ustedes eran bárbaros sanguinarios... —Ante esa clase de improperios hubiera sacado mi espada y te hubiera atravesado yo mismo, pero sé que no tiene sentido atravesar a un fantasma... ó aparición incorpórea de cualquier tipo, aunque seas del futuro. ¿Por qué me llamas infame? —¿Le parece poco haber matado a tanta gente? ¿Torturar a tantos inocentes? —Lo que he hecho lo hice por la Santa Cruz, mi hermosa aparición. Los turcos están amenazando con invadir toda Europa, borrando la fe de Cristo con la de Mahoma. Afortunadamente hemos logrado mantenerlos al margen. Mis torturas a los infieles 121

musulmanes buscan evitar que los devotos cristianos perezcamos en manos del Maligno. Hemos reconquistado las tierras santas de la fe cristiana, erradicando a los árabes. —¿Y los inocentes de su propio pueblo? —Brujos que adoran a Satán, judíos, gitanos, sodomitas, traidores, ladrones, prostitutas, homicidas, personas que según la Biblia merecen morir —¿Qué lo llevó a ser tan insensible, Valek? —Tan hermosa mujer del futuro, veo que vistes ropas muy distintas. Imagino que tus tiempos deben ser diferentes. Estos tiempos son crueles y nuestros enemigos también, yo nací en Grecia, donde los turcos nos invadieron. Mi padre era un valiente guerrero, un noble que regía un principado. Los turcos lo tomaron prisionero y lo torturaron despellejándolo vivo. Después colocaron su cabeza cercenada sobre sus aldabas para presumir. Luego estaba mi amado hermano, Augusto, quien me enseñó a cabalgar y a pescar y me contaba historias de caballeros en las noches, era un caballero templario. Nunca tendría hijos porque los templarios se mantienen célibes. Él era muy devoto. Hace poco, en Líbano, los musulmanes lo aprisionaron también, y le sacaron las entrañas estando aún vivo. Si pudiera poner mis manos sobre esos bastardos... Como cuando vengué a mi amada hermana, la cual fue asesinada por unos sucios gitanos a quienes herví en aceite, y aún lo recuerdo suplicando por la muerte. Enloquecidos de dolor les corté la lengua y la introduje por sus gargantas...–dijo con una mirada lúbrica. Luego suspiró y hubo un prolongado silencio. —¿No tiene nadie que aún lo ame? —Sí –dijo suspirando alegremente— mi amada Helena. La hermosa Helena, una mujer griega, bueno, bizantina para ser exactos. Muy hermosa. Yo he tenido a cientos de mujeres, bella aparición. Desde mis diez años. De todo, desde hermosas doncellas puras y vírgenes, 122

hasta prostitutas. Jóvenes y ancianas. Blancas y negras... Con el tiempo, para un hombre de mi poder, todo se vuelve igual. Las mujeres se vuelven cuerpos a penetrar. Pero esta mujer, Helena, es sublime, hermosa, especial. La amo apasionadamente. La amo en verdad y pronto, mi amada esposa y yo estaremos reunidos.

VI —¿De que país eres, bella aparición? –me preguntó. —Gran Bretaña, por parte de padre. —Bretaña, tierra de bárbaros; pictos, celtas, sajones. Un caos. ¿De donde eres por parte de madre? —De América, un continente que aún no descubren. Lo descubrirán en 1492. —Fascinante. ¿Hay aún grandes y poderosos reyes? —No, no realmente, algunas monarquías árabes mantienen cierto poder absoluto, los pocos reyes restantes son simples íconos culturales. Figuras simbólicas y representativas sin más valor real que llenar las revistas de chismes y entretener en fiestas a los diplomáticos cuando los verdaderos gobernantes están ocupados. —¿Y quien gobierna en el futuro? —Usted es un hombre culto, ¿escuchó hablar de la democracia griega de Atenas y de la República de Roma? –Asintió— algo así. Nos gobiernan como en tiempos romanos previos a Julio César, es decir, nos gobiernan los senadores y los presidentes... Valek bufó molesto: —Horrible futuro, imagino que deben ser gobernantes afeminados y oportunistas... ¿aún hay guerras?

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—Muchas, y muy crueles. Y más destructivas, con vehículos que vuelan y que viajan a miles de kilómetros por hora. Con armas que destruyen ciudades enteras consumiéndolas en fuego ardiente. Pero existen leyes que, al menos en teoría, prohíben la crueldad durante la guerra. De hecho, de haber nacido usted en esa época abría sido enjuiciado por crímenes de guerra en Holanda. Le estuve hablando un tiempo sobre el futuro. Valek escuchaba interesado, pero a ratos meditabundo. Empecé a desvanecerme un poco, y supuse que mi tiempo en esta era estaba por terminar. —Así que la tierra es redonda –decía Valek haciendo una enumeración— y ustedes lograron salir del planeta hasta la luna. Y ahora las mujeres en la mayor parte del mundo tiene igualdad de derechos. Y hay leyes buscando la igualdad de todas las razas y religiones. Y hasta los afeminados tienen derechos. Y los franceses fueron los primeros en decapitar a sus reyes, y luego los rusos hicieron un gobierno de campesinos y obreros que ya dejó de existir. Y las ventanas que ven a miles de kilómetros transmitiendo imágenes, y las cajas que guardan información como libros sin páginas, y los carruajes sin caballos que funcionan con el aceite... Tu futuro me parece espantoso. Debe ser ruidoso, confuso, libertino, repleto de débiles y estúpidos en todas partes, donde el honor fue reemplazado por el dinero... —Sí, pasa todo eso, pero también es mejor que muchas de las atrocidades de esta era. El rumor de risas llegaron hasta nosotros. Se trataba de dos soldados que estaban divirtiéndose lanzándole piedras a los buitres. Valek se enfureció y dispersó un rugido inhumano. Se alargó por entre el balcón y señaló a los soldados extrayendo sonoramente su espada de la funda. 124

—¡Bastardos! –reprendió— ¿cómo interrumpen mi conversación? Los soldados se pararon en seco aterrados y temblorosos. Uno se orinó perceptiblemente en sus pantalones y comenzó a rezar desesperadamente. El otro se lanzó al suelo de rodillas suplicando entre balbuceos a Valek. Pero no le suplicaba que le perdonara la vida, sino que le proporcionara una muerte rápida. —Creo que estoy a punto de irme, Valek. —Bien, bella aparición, no diré nada de lo que me has mencionado, porque me tacharían de loco y no quiero apresurar las rebeliones que mencionaste. ¿Entonces no me darás un consejo en respuesta a mis oraciones? —Sí, de acuerdo, como te dije no creo en ningún dios ni religión, Valek, pero tampoco sé que hay después de esta vida. Sea que haya un cielo ó un infierno, sea que haya una reencarnación ó que simplemente reposamos en nuestras tumbas. Deja a un lado tu crueldad, y trata de defender a tu pueblo sólo con el temor que ya infunde la sola mención de tu nombre. Estos hombres están aterrados, y no esperan misericordia para vivir, sólo para morir dignamente. Perdónales la vida, y si aún tienes alma, si es que las almas existen, trata de recuperar tu humanidad y quizás conozcas algún descanso en la muerte. Me comencé a desvanecer y eso significaba que estaba despertando del ensueño.

VII

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En efecto me desperté, pero había alguien encima de mí. Era el hombre de los sueños, el hombre que me visitaba en erógenas sesiones nocturnas. Sentí al hombre de los sueños sobre mí, y sentí un agudo dolor en mi cuello. Y la extracción de mi sangre siendo absorbida dentro de la garganta del atacante. Sentía dolor y debilidad, pero también un ardor extático. Y en mi vagina, sentía una penetración con un estímulo enloquecedor. Y entonces, perdí la conciencia... Desperté cuando Miranda y Dovanavsky me cuidaban y secaban el sudor de mi frente provocado por una fuerte fiebre, ambos me flanqueaban, mi prima a la derecha y mi anfitrión a la izquierda. Mi cuello estaba vendado por una gasa especial. —¿Qué pasó? –fue mi pregunta. —Un Vourdalak –dijo el Sacerdote. —¿Un qué? –pregunté. —Es como designan a los vampiros en ruso –me explicó Miranda— en antiguo eslavo se les llama wamphiri... ó en latín nosferatus que significa no—muertos. —¿Vampiros? ¿Qué les pasa a ustedes dos? ¿Tomaron demasiado vodka? —Es verdad, Dra. Arkham –recalcó Dovanavsky— entramos a su habitación en el momento en que esa criatura estaba succionándole la sangre. Logramos expulsarlo sólo por la gracia de Dios. Me protejo de los Vourdalak con el uso de antorchas de fuego, que los ahuyenta de forma bastante efectiva. —Mis conjuros a los Dioses fueron bastante efectivos también, se lo aseguro, Padre. —Usted es una bruja ¿no? Lo supe en cuanto la vi. Una bruja pagana como suelen serlo los occidentales...

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—Sí, Padre Dovanavsky –contestó Miranda algo a la defensiva— muy orgullosamente, soy adherente del Movimiento Wicca. Que, como otras formas de espiritualidad neopagana, es una religión tan válida y aceptable como su cristianismo... —Los vampiros, en muchos casos, son precisamente, muertos que fallecieron lejos de Dios. Particularmente los herejes y los hechiceros. Así que me temo que usted está condenada a ser una vampira, como él, ó al menos, su esclava... —Los paganos nunca realizamos masacres masivas en nombre de nuestros dioses. Ni Inquisición, ni Holocausto, ni la Cazería de Brujas donde perecieron miles de mis correligionarios... —¡Las enseñanzas de Cristo son claras! ¡La Biblia dice...! —¡Basta! –dije harta de que una discusión religiosa se llevara a cabo sobre mí. Ambos se calmaron y alejaron de mi cama, sentándose en diversos asientos— . Comencemos por lo principal. Lo único que se de vampiros tiene que ver con Bela Lugosi y Christopher Lee. ¿Qué rayos son los vampiros? Y por motivos estratégicos deseo escuchar la teoría cristiana y la pagana por igual. —Según el cristianismo –comenzó Dovanavsky— los vampiros son demonios. Cuando la Tierra estaba recién formada, Adán fue creado directamente de la Tierra. Pero su primera esposa, Lilith, también lo fue. Sin embargo, Lilith era rebelde. No quiso someterse a la autoridad de Adán, y fue expulsada del Paraíso, donde se unió a las fuerzas del Diablo y se dedicó a asesinar a los hijos de Adán y su nueva esposa, Eva, que fue creada de la costilla de su marido. >>En la siguiente generación, Caín mató a su hermano Abel. Dios lo maldijo y le colocó una marca. Caín fue rechazado por Dios, ya no podía observar el esplendor de Dios, el Sol. Ni podía morir, porque Dios no lo aceptaba en su seno. Caín se unió a las fuerzas infernales 127

de Satán, y se casó con Lilith. De su descendencia provienen los vampiros. Demonios malignos y sedientos de sangre. La parodia obscena del Diablo ante la promesa de Cristo de dar vida eterna y revivir a los muertos en Su Gracia. >>Así, cuando un vampiro mezcla su sangre con otra persona, y luego la mata, esta se convierte en vampiro. —Interesante historia –dije— ¿cuál es la perspectiva pagana? —No tenemos una tesis cosmogónica que explique el surgimiento del vampirismo –me dijo Miranda— aunque en todas las mitologías han surgido entidades análogas. En la mitología de China, Egipto y Babilonia se mencionan, así como en India y la América precolombina. Ó entre celtas, nórdicos, eslavos y griegos, por ejemplo. Entre los hindúes persiste la creencia de que los vampiros son espíritus reencarnados de los antiguos reyes demonios asesinados por las encarnaciones de Vishnú. >>La teosofía y otras tradiciones esotéricas dicen que los vampiros son brujos oscuros que dominan el viaje astral y absorben sangre y energía de sus víctimas. Datan de los tiempos de la Atlántida, y fueron responsables de la destrucción de dicha civilización. —¿Formas de combatirlos? –consulté. —Cruces, agua bendita... –mencionó Dovanavsky. —Suponga que el vampiro es judío ó musulmán, dudo que eso funcione –mencioné. —Medidas reales, por favor... –supliqué. —El fuego –aseguró Miranda— esotéricamente hablando, es purificador, y los espíritus malignos son consumidos por el fuego... —Eso explica porque quemaban a las brujas –recalcó el Sacerdote... Miranda aclaró su garganta y continuó.

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—Decapitarlos, debe funcionar porque es una forma tradicional de eliminar demonios, el ajo aleja a los espíritus malignos, pero un vampiro en carne y hueso es demasiado poderoso, sin embargo supongo que la estaca de madera en el corazón será útil. —Ah, y por cierto, Dra. Arkham –me dijo Dovanavsky— usted está a punto de ser transformada en vampira. Le están extrayendo la sangre, y sólo hace falta que usted beba la de él, y muera, para ser vampira. Escuchamos un estruendoso impacto; Dovanavsky y Miranda corrieron hacia el origen del ruido. Yo me levanté con dificultad, y cuando llegué al salón principal de la iglesia, observé al Padre y a Miranda viendo espantados un vitral roto por el cual penetraba la nieve, y marcas de sangre en los vidrios rotos... —Fue Natasha –explicó Dovanavsky con reprimida furia— los vampiros se la llevaron...

VIII A la noche siguiente, sobra decir que Miranda y yo estábamos durmiendo en el mismo cuarto, el cual estaba tapizado de ajos. Además, Dovanavsky le había colocado varías cruces, Miranda le dibujo muchos pentagramas, y yo, para ponerle mi propio toque personal, le dibuje un compás y una escuadra. Por algún motivo, probablemente pudoroso, Dovanavsky rehusó dormir con nosotras, a pesar de ser más seguro. Esa noche no tuve ningún sueño, fue algo más. Se apoderó de mí una fuerza espectral que me dominó completamente y me subyugó de manera absoluta a su voluntad. Me levanté de la cama, vestida con sólo mi camisón blanco, y salí de la habitación sin que Miranda lo notara. Caminé hasta el salón donde se realizaban las misas, y el lugar completo

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estaba lleno de una blanca neblina. Y en el centro, con ojos rojos refulgentes, el hombre de los sueños que me habló en inglés, con un acento helénico: —Eres tan hermosa en esta vida, como lo fuiste en la otra... —¿Quién eres? –pregunté letárgica por el trance hipnótico al que había sido sometida... —Soy Valek, nos conocimos una vez, mi amada inmortal, te diré todos los secretos de mi mundo y de los míos. Sólo ven conmigo... –dijo extendiendo su mano derecha de dedos huesudos. Y así lo hice... El mundo de los vampiros distaba mucho de ser tan glorioso y romántico como muchos escritores lo ilustraban. Pero al menos de momento me encontraba profundamente complacida. Estaba en una habitación en una mansión lujosa. El recinto estaba decorado de forma victoriana, con muebles arcaicos y una cama con cortinas escarlata. Valek y yo habíamos pasado la mayor parte del día haciendo el amor. La noche llegó y con ella las preguntas. —¿Puedo preguntar ahora? —Te gusta hacer preguntas, ¿verdad? —Sí, soy muy curiosa. —Pregunta, entonces. —¿Por qué eres tan frío? Todo tú eres helado, incluso tu semen es como hielo. —Estoy muerto, a mi manera. Soy un no—muerto, un nosferatu, mejor dicho. —¿Cómo es... consumir sangre humana? —Néctar de los dioses, mi amada inmortal. La delicia misma de la vida. Vivimos entre la muerte, matamos sin piedad y convivimos con los muertos y los espíritus descarnados en su hábitat. Pero, con ironía, nos saciamos de la misma esencia de la vida. La sangre cálida y 130

humeante que brota dulcemente por las venas de la víctima, adentrándose cual torrente de embriagadora ambrosía. Más sublime que cualquier alcohol, y más enardecedor que cualquier orgasmo. La sangre que extraemos mililitro a mililitro extrayendo así la vida misma, el alma de la persona; sus sentimientos y sus vivencias. Nos adueñamos de la persona por unos instantes. —¿En verdad eres el Valek que conocí en mi sueño? —Soy más que eso, amada mía. Tú fuiste mi esposa Helena en aquella vida que te mostré. Por medio de mi magia te envié a conocerme en estado astral cuando yo aún era humano. No te reconocí en ese momento, pero si eres tú. Observa el cuadro... –Valek señaló un retrato en un rincón, mostraba a una mujer notablemente parecida a mí salvo por el cabello pelirrojo rizado y los ropajes medievales— tú fuiste en esa vida mi amada Helena. Fuiste arrebatada de mi lado por las garras de la muerte... —¿Qué clase de muerte? —La más horrible, amada mía, la lepra. Cuando hube regresado del Medio Oriente te encontré enloquecida y desfigurada. Supe que la muerte era lo más piadoso y te propine un fallecimiento rápido con mi espada. Aún recuerdo estremecido los estragos de la horrible enfermedad que te alejó de mi lado. Tu bello rostro carcomido y deforme, tu suave piel convertida en putrefacción... Tras tu muerte me invadió el dolor y la ira. —¿Y te convertiste en vampiro? —Renegué de Dios, por haberte quitado de mi lado. Enfurecido, me volví contra ese ser malagradecido. Después de todos mis sacrificios y las muertes de mis familiares defendiendo su fe, se atrevió a quitarme lo único que yo amaba. Adoré al Diablo felizmente. Y este me puso en contacto con una antigua wamphiri oriental que me convirtió en lo que ahora soy, un semidiós. 131

—¿Para ti los vampiros son semidioses? —La Biblia dice que Dios creó la luz y llamó a la luz día y a la oscuridad noche. En ninguna parte de la Biblia dice que Dios creara la oscuridad. Dios se limitó a darle una denominación a la oscuridad. Pero no la creó. La oscuridad existía antes que Dios. La oscuridad la conformaban entidades muy antiguas y muy poderosas que reposaban entre las sombras. Nosotros los vampiros somos descendientes de esos dioses de las Tinieblas. Estamos imbuidos en la muerte y la oscuridad. La oscuridad es nuestra madre y nuestro hogar, como el seno cálido y cariñoso de una nodriza. Y la muerte es nuestra naturaleza real. Somos muerte, muerte viva. Los wamphiris no estamos muertos, pero tampoco estamos vivos. Nuestros cuerpos carecen de toda forma de calidez vital. De todo resto de humanidad, en el sentido de vida. Pero no morimos; somos seres inmortales e invulnerables. Existimos por prolongados eones como las montañas y los mares. Vivimos por siglos, milenios; conozco wamphiris que gobernaron Babilonia, que fueron amantes del Faraón de Egipto, que acompañaron a Moisés en el Éxodo, que estudiaron con Sócrates y pelearon al lado de Alejandro Magno. Hay vampiros que flagelaron a Cristo ó que meditaron con Buda. >>Puedo adelantarme a tus preguntas porque puedo leer en las mentes, los wamphiris sólo morimos si nos decapitan, si nos queman ó si nos clavan una estaca de madera en el inservible corazón, aunque todo wamphiri poderoso puede ser revivido con magia. El sol es nuestro enemigo, por ser su luz representativa de los dioses solares, como Jehová. Siendo la luz del día la que originalmente nos separó de las deliciosas y sublimes tinieblas. Pero, aunque los vampiros más débiles son atontados y cegados por este astro, los vampiros más poderosos nos las arreglamos bien.

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>>El ajo no nos lastima, amada inmortal (aunque nuestro excelso sentido del olfato puede verse algo crispado), tampoco me hacen nada las cruces, salvo hacer que mi corazón arda en ira, por toda la hipocresía que representa. Tenemos reflejo en los espejos, podemos cruzar corrientes de agua y podemos entrar a las casas sin ser invitados (a menos que esté protegida esotéricamente). —¿Puedes convertirte en murciélago, lobo ó niebla? —Los lobos y los murciélagos son nuestros hermanos de las sombras. Como los gatos son los hermanos de las brujas (como tu prima). Mis capacidades telepáticas e hipnóticas me permiten convencer a las incautas mentes de mis presas que deben seguir mi voluntad. Puedo manipular las ilusas mentes humanas como quien juega con su perro. Sobre los ojos de mi víctima coloco la imagen que me plazca, sea la del más glorioso y espléndido hombre, ó la más sensual de las mujeres para satisfacer mis deseos de sangre. Ó sino la imagen del monstruo más horrible para aterrar a mis cazadores. Así que a veces me pueden ver como una criatura mitad animal. Mis poderes de manipulación me permiten controlar animales como murciélagos y lobos, y con algo de magia, cualquiera controla la niebla. >>Además, los vampiros dominamos el viaje astral, y en forma astral podemos manifestarnos como nuestra voluntad infranqueable determine. —¿Y como se convierte uno en wamphiri? —Las víctimas más fuertes de la mordedura de un vampiro es posible que resuciten como vampiros locos y salvajes, carentes de humanidad. Pero estos son los llamados vampiros bajos. Entre las castas de los vampiros los más fuertes son los vampiros que son iniciados. La sublime iniciación, ¡oh mi amada inmortal! Es cuando bebes de la sangre de al menos un vampiro, y luego te succionamos cada gota de tu cuerpo. Es entonces que te transformas en uno más de la hermandad de los wamphiri. 133

>>Una hermandad cruda, lo sé. Pero así es la no—muerte de los nosferatus. A menos que decidas ser una vampira solitaria, te unirás a un clan de vampiros que se convertirán en tu única familia. Yo soy el líder de un clan de vampiros. Un Maestro. Allí vale más la inteligencia que la fuerza. Cazamos con estrategias y nos alimentamos en estricto orden jerárquico. Pero si hay abundancia de comida (como la hay en la decadencia que cubre a Rusia actualmente), entonces nos damos festines y bacanales de sangre. No podemos tener hijos, el clan es nuestra familia. Las órdenes de un Maestro son absolutas, aunque el buen Maestro sabe actuar por consenso. Yo destroné al antiguo Maestro, el otrora poderoso vampiro terminó comiendo perros y gatos en los basureros hasta que lo mató un cazador. Luchó fieramente hasta el final, eso se lo admito. Pero si deseas traicionar a un Maestro, más vale que tengas éxito, ó recibirás un castigo peor que la muerte. —¿Y como nadie se ha dado cuenta de la existencia de los vampiros si deben dejar muchas víctimas? —Las películas estúpidas donde la policía encuentra cuerpos desangrados con hoyitos en el cuello siempre me han parecido bastante risibles. La mayoría de los vampiros ocultan el cuerpo muerto de sus presas descuartizándolo ó enterrándolo ó deshaciéndose de él de inmediato. Por eso, miles de personas desaparecen cada año en todo el mundo.

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>>Los wamphiri gobernamos el mundo, siempre lo hemos hecho. Nosotros movemos los hilos detrás de los grandes imperios. Ha habido muchos vampiros registrados por la historia; el príncipe Vlad Tepes Drácula el empalador, la Condesa Sangrienta Elizabeth Bathory (quien sería conocida como Delphine LaLaurie en los Estados Unidos del siglo XIX), el Barón Guille de Rais Barbazul, la Bestia de Gévaudan que aterrorizó la Francia de Luis XV y fue luego conocida como Jack el Destripador en la Inglaterra victoriana, etc., pero usualmente nos quedamos escondidos en las sombras manejando los hilos como titiriteros. >>Te ofrezco un nuevo universo que se abre a tus ojos, amada inmortal. Tendrás no sólo la fuerza de un toro y la rapidez de un leopardo. Gozarás no sólo de una vida eterna, sin enfermedades ni dolencias. Sino que además, tendrás acceso a los más arcanos conocimientos del Cosmos. A una magia y un poder más allá de tu imaginación, que proviene de los orígenes mismos de la Naturaleza. La telepatía y la fusión con las fuerzas animales en ti. Y el sabor del rojo néctar sanguíneo en tus labios hermosos. >>Permíteme preservar la belleza de tu persona por toda la eternidad, amada mía. Una belleza divina como la tuya no merece marchitarse y morir. No merece caer desgarrada por las inclementes manos rugosas de la ancianidad. Seremos amantes sempiternos y haremos el amor por los siglos de los siglos, juntos inseparablemente. Y cuando se cumpla la profecía de los wamphiris, y la poderosa Diosa Lilith regresa a este plano, invocada por sus huestes, entonces los océanos serán de sangre, y los vampiros seremos los únicos soberanos... —¿Un mundo gobernado por cadáveres vivientes?

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—Nosotros no somos cadáveres, amada mía, somos no—muertos, nosferatus. Los cadáveres vivientes son los zombis, y por favor, te suplico no nos compares con tan repulsivas criaturas como los zombis... —Disculpa... —¿Terminaste tu entrevista con el vampiro? —Sí… –dije letárgica— ¿ahora qué? —No sería justo pedirte que te conviertas en mi amada inmortal sin antes mostrarte que el vampirismo es más que los románticos desvaríos de los bipolares ambisexuales que sólo visten de negro ó que las alucinaciones sensacionalistas de los mediocres guionistas hollywoodenses. El ser wamphiri es en muchos casos, mi amada, una maldición...

IX Valek me llevó por oscuros pasillos hasta la antesala de unas frías catacumbas. Penetramos en su interior hasta la rampa que se colocaba a forma de balcón por sobre la parte más baja de la pestilente escena. La pobre iluminación corría por parte de antorchas, y una frívola humedad recorría el rededor. Valek me señaló con su mano hacia abajo. Coloqué mis manos sobre el borde de la escalera lateral que me mostraría lo que pasaba al interior de la catacumba. Inmediatamente observé una imagen grotesca y repugnante; el sonido de mordisqueo y de furiosos chasquidos, y el brotar de sangre que era tragada a borbotones. Asomándome por el borde de la escalera, el panorama me heló la sangre en las venas y me puso los cabellos de punta cuando miré sin reparos el descuartizado cuerpo de la joven Natasha; la niña que se hospedaba en casa de Dovanavsky. El desnudo cuerpo había sido

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desmembrado por el ansia caníbal de cuatro amorfas criaturas, las cuales succionaban la sangre de su rebanado cuello, muñecas y vientre. Las criaturas eran monstruosas abominaciones con filosos colmillos, garras y orejas puntiagudas. Unos tenían horribles cicatrices sobre el rostro, piel verdosa, pálida ó amarillenta. Vestían túnicas negras y largas. Los ojos de unos eran como de felino, los de otros eran totalmente negros ó rojos. Además del cuerpo destazado, se notaban cadáveres colgantes en las paredes ó en el suelo, que habían sufrido destinos similares al de Natasha en fechas recientes. Al menos una docena de personas había perecido en manos de los monstruos en la última semana. Sintiendo una profunda náusea, me aparté de la aterradora imagen. Corrí hasta el interior de la residencia presa del asco y la repulsión. —Veo que le has mostrado la parte oscura del vampirismo –dijo una voz femenina atrás mío. De las sombras salió una mujer oriental, de finos cabellos negros y lacios, hasta el cuello, que vestía elegantemente y de colores fríos. —Te presento a Lai –me dijo— la wamphiri que me trajo a este mundo— Tiene miles de años... La mujer me miró con ojos fríos y me dio un apático saludo. —No estarás celosa, ¿ó sí, mi querida Lai? –dijo una oscura y gutural voz resurgiendo de la entrada a las catacumbas. El vampiro dueño de la misma era una monstruosa aparición de piel carcomida y rasgos plenamente inhumanos. Incapaz de cerrar la boca completamente debido a los deformados colmillos desproporcionados, caminaba con cierta curvatura en la espalda, a pesar de que se veía imponente. Vestía ropas de cuero. —Te presento a Varnae –dijo Valek— un sarcástico nosferatu. —No estoy celosa –dijo Lai con zozobra— pero si hemos de iniciarla que sea pronto... 137

—Amada mía –me dijo Valek— es hora de tu decisión; ¿decidiste incorporarte ó no en el mundo wamphiri? —Nos volveremos con el tiempo como Varnae –dije susurrándole al oído a Valek, esperando que el monstruoso vampiro no me escuchara y evitar una aterrorizante reacción iracunda. Pero el agudo oído –ó telepatía— propia del nosferatu me escuchó. —Descuida, preciosa –dijo Varnae— estoy seguro que serás capaz de mantener tu hermoso rostro por muchos milenios. La dieta del vampiro depende sólo de sangre, y la falta de grasa hace que nuestras pieles se vuelvan pálidas ó verdosas, y nuestra carne se plegue al esqueleto. Pero además, soy un vampiro considerablemente bélico. Fui soldado cosaco al servicio del último Zar, el infortunado Nicolás. Y fui yo, uno de los soldados bolcheviques que mató al Zar y su familia, como venganza por la muerte del maestro Rasputín de quien fui discípulo. Desde entonces, me he dedicado a la más incruenta violencia. Disfruto del dolor y la muerte violenta como del más sublime de los valses y eso, me ha deformado bastante. —Si me niego a pertenecer al mundo vampiro, ¿qué pasará? –pregunté dirigiéndome a Valek inquisitivamente. —Nada, te doy mi palabra de que podrás partir en paz. Pero –dijo aferrando mis manos con las suyas en una tersa, suave, pero fría caricia y acercándoseme lo suficiente para sentir su dulce aliento— te juro por todos los dioses que serás tratada como una reina y gozarás de una vida con todo lo que alguna vez soñaste y quisiste... —Juras en el nombre de dioses, pero ¿no eres tú una criatura de la oscuridad que sirve a dioses de la oscuridad? Y de todos modos, ¿qué validez encuentra en una promesa a dioses una mujer que no cree en ellos? —Entonces te lo juro por mi amor, que sabes bien es real... lo tendrás todo... 138

—Menos el Sol... —Sí... pequeño precio en comparación a poder puro... Yo no deseaba convertirme en un monstruo chupasangre. No deseaba pasar mi vida rodeada de deformes abominaciones. No deseaba dejar de ser humana. La respuesta, aún si implicara la inminente muerte, era que no. Pero no pude decirlo. Las palabras no brotaron de mis labios, se quedaron congeladas; filtradas por el diabólico velo del encanto de Valek. Valek se aproximó a mi rostro y me besó de forma cándida y apasionada sumiéndome en un ensueño de muerte. Imágenes de placer imperecedero se agolpaban por mi mente empañadas por torrentes de sangre y semen. Placeres gloriosos superiores a la delicatesen del Olimpo embriagaban mis sentidos... Y sumida en un orgásmico estupor sobrenatural, exhalando jadeos y gemidos lúbricos, con mi mente entumecida por el licoroso estímulo que amilanaba mi razón y erizaba mis poros, se despertaron mis más bajos instintos animales. Embrutecida por la succión de sangre que salía de mi cuello y bajaba por la garganta de Valek, haciendo latir frenéticamente mi corazón, haciendo bombear mi pubis y sudar por mis poros, simplemente susurré balbuceante un leve silbido: —¡Sí...!

X La noche había cubierto la campiña rusa, pero aún no salía la luna que sería llena. En las afueras de un viejo cementerio abandonado, Valek, Lai, Varnae y los otros tres vampiros nosferatu (es decir, desfigurados), se situaban en un círculo vestidos con negras túnicas y rodeados de velas rojas. Una vieja lápida serviría de altar para el ceremonial de los

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vampiros. Colocando un cráneo humano con sangre en su interior encima de la lápida, me dieron la bienvenida. Me adentré al círculo, envestida por la misma indumentaria preparada para mí iniciación. —En el nombre de los antiguos y poderosos dioses de las Tinieblas –dijo Lai operando como sacerdotisa de los vampiros, levantando sus manos al cielo— invocamos a la Madre Lilith y sus hermanos oscuros que reposan en el centro del Caos. >>Nos congregamos esta noche amparados por la impoluta muerte y cobijados por la eterna compañera de la noche oscura, en medio de esta decadente perdición y desolación sórdidas, para darle la bienvenida a nuestra futura hermana Zárate dentro de nuestra sofisticada hermandad. Que las fuerzas del Infierno guíen y protejan los pasos de nuestra próxima hermana y la mantengan eternamente en el camino de la oscuridad insondable. >>Zárate Arkham, a partir de esta noche pasarás a conformar parte de la nación de la noche, de la hermandad de los wamphiri, serás una nosferatu, parte del pueblo de los vampiros, el más glorioso y selecto que existe. Y conseguirás, en la más obscena de todas las paradojas, una vida eterna dentro de la muerte. >>¡Muerte es vida! ¡Vida es muerte! ¡La sangre es vida! ¡La oscuridad es madre! ¡Bienvenida seas al seno de las tinieblas! Los demás repitieron la letanía: —¡Muerte es vida! ¡Vida es muerte! ¡La sangre es vida! ¡La oscuridad es madre! ¡Bienvenida seas al seno de las tinieblas! Lai sacó de entre sus ropajes un cuchillo que brilló refulgente por la luz de las velas. Luego procedió a rebanarse, sin aparente dolor alguno, una herida en su brazo derecho el cual acercó a mi boca. Yo, ligeramente agachada, bebí su sangre (ó mejor dicho, la sangre de la víctima que recientemente desangró) y tragué el fluido de forma febril. 140

El cálido líquido bajaba por mi garganta espesa, pero rápidamente, y goteaba por mis labios. En un principio sentí asco y repulsión, pero pronto, sentí que la sangre me saciaba como si se tratara de un maná divino. Luego, Lai separó su brazo de mi boca, y se acercó Valek. Aturdida por la experiencia, me desplomé de rodillas al suelo mientras Valek abría una apertura en su pecho dejando brotar borbotones de sangre caliente (adquirida de forma análoga a la de Lai). Prendida de su pecho cual sanguijuela enloquecida, me aferré de su espalda con mis extáticos dedos enterrándole las uñas. Sorbía el líquido enloquecida y deseando cada vez más y más. En especial, sangre humana... de víctimas jóvenes... más... mucho más...

XI La maniática experiencia duró poco. Sorpresivamente Valek se vio compelido por movimientos espasmódicos y una mueca de sorpresa y dolor. Me separé de su cuerpo y observé una filosa punta de madera saliendo de su vientre. Caí al suelo a los pies de Valek... Varnae había intentado matar a Valek atravesándolo con una estaca de madera pero este se volteó de inmediato y removió la estaca. Frente a mí, Valek se transfiguró en una horrible criatura muy distinta del guapo hombre que me había seducido. Ahora era más alto, con un rostro desfigurado por la ira, ojos rojos y brillantes, colmillos filosos que dispersaban espesa saliva, garras en lugar de manos, brazos largos y desproporcionados y un tono de piel enfermizo. Sus rasgos eran plenamente demoníacos; llenos de arrugas en la frente y con las cejas enarcadas en una feroz mueca monstruosa. ¿Era ese esperpento el hombre que había sido mi amante? 141

Luchando cuerpo a cuerpo y prorrumpiendo en gruñidos salvajes, los dos wamphiris; Valek y Varnae, se comenzaron a destrozar mutuamente. La traición había sido notablemente orquestada con la complicidad de Lai y los otros vampiros. Varnae logró clavar la estaca profunda en el corazón de Valek. A diferencia de las películas populares, Valek no se disolvió en cenizas, simplemente cayó al suelo con epilépticas convulsiones, mientras se aferraba el contundente objeto penetrando su pecho. —Morirás pronto, maldito Valek –dijo Varnae con sorna levantándose y acercándoseme— antes que mueras quiero que sepas que convertiré a tu perra en vampiro para que sea mi esclava personal por el resto de su miserable vida inmortal. Varnae me tomó por el cabello y me arrastró mientras yo dispersaba gritos desesperados hasta la lápida. De un doloroso jalón me levanto y luego me propinó un estridente bofetón que me tumbó sobre la dura lápida. La consecuencia fue que mi quijada casi se desmonta y brotó sangre por la comisura derecha de mi labio. Ya sobre la lápida, los otros vampiros aferraron mis brazos y me colocaron boca arriba. Tenía sobre mí a cuatro monstruosos engendros con aliento fétido y salivando pútrida y copiosamente mientras me miraban con miradas enloquecidas mezcladas de hambre y lascivia. Las horríficas entidades se carcajearon con risas cavernosas e inhumanas, y mientras dos vampiros comenzaron a abrirme las venas de las muñecas con sus dientes infectos, provocándome un intenso dolor, y succionándome la sangre, Lai parecía divertirse sádicamente sólo con pasar el filo de su cuchillo por mis piernas desnudas. El tercer vampiro se concentraba lujurioso en manosear mis pechos. Lo peor vino cuando Varnae incrustó sus colmillos podridos pero filosos como navajas en mi cuello, violando mi garganta y rebanando mi piel como si fuera la piel de un pobre cerdo. 142

El dolor y la tortura que sentí en esos momentos es demasiado espantosa para describirla. Un dolor como el de aguijones innumerables, la succión de mi sangre que salía de mis venas rápida y dolorosamente, el fétido vaho quemante que provenía de rostros cadavéricos y carnes frías y trémulas que apenas cubrían pobremente unos esqueletos. Mi cuerpo violado era desmembrado y desangrado por demonios carentes de toda humanidad, que parecían rabiosos animales sanguinarios y despreciables. Carroñeras criaturas sin alma que me asesinaban como si yo fuera una simple cerda. Como una sucia perra que era despedazaba por hambrientos lobos. Yo no era más que una presa, como la cucaracha en las fauces del escorpión, como la mosca en la telaraña, como la rata que sirve de juego para un gato sádico. Y mientras perdía mi conciencia por el desangramiento, a sabiendas que nunca más despertaría, al menos no viva. Al menos no humana. Y consciente de que una infernal vida inmortal de esclavitud y dolor me esperaba, no podía más que observar el cielo con la mirada empañada por las lágrimas. Y pensar en mi prima Miranda y lo que hubiera dado por poder estar con ella de nuevo. Y pensar en sus muchos dioses. pensé para mis adentros .

XII Un proyectil pasó a velocidades extraordinarias haciendo un ruido sordo al cortar el aire. El proyectil era una flecha encendida que chocó en el pecho de uno de los vampiros que se alimentaban de mis muñecas. La otra también dio en el otro vampiro pero en su cabeza. Ambos monstruos colapsaron muertos sobre la nieve.

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Los restantes vampiros se pusieron tensos y dejaron por unos momentos de torturarme para observar hacia el espesor del bosque que se alzaba entre la nieve a unos veinte metros del cementerio. El tercer vampiro, el que se entretenía acariciando mis pechos, profirió un gutural gruñido inhumano al observar al autor de la muerte de sus dos compañeros. En la mitad del camino entre el bosque y el camposanto estaba de pie el padre Dovanavsky, ataviado ahora por una larga gabardina negra y sombrero de ala ancha. Sostenía en sus manos dos ballestas negras de las cuales surgieron las flechas encendidas. —¡Malditos Vourdalaks! –expresó el clérigo embebido de ira— ¿están preparados para visitar a su padre, Satán, en el Infierno. —Estúpido sacerdote –amonestó Varnae despreocupado y risueño— ¿crees en verdad que un patético cura puede detener a tres wamphiris? Un nuevo flechazo vino del franco derecho atravesando al tercer vampiro nosferatu. De la oscuridad salió Miranda. —Un sacerdote y una bruja... –dijo con una sonrisa. —Hay una razón por la cual me convertí en sacerdote –dijo Dovanavsky— para pedir al Señor perdón por mis crímenes y las muertes que he causado debido a la horrible maldición que el Diablo posó sobre mí. He matado mucha gente, como ustedes, sucios Vourdalaks. Pero ahora, que la luna llena está saliendo, y que he convocado a mis hermanos del bosque en la lucha contra ustedes, demonios impíos, espero que Dios sepa perdonarme y de descanso a mi alma en el reino de los Cielos... Dovanavsky se persignó al tiempo que una enorme luna llena, blanca como la nieve rusa, surgió entre las nubes. Pronto, se vio invadido por espásticos movimientos que le desfiguraron el rostro y el cuerpo. Pelo grueso y gris brotó de cada poro, su boca se ensanchó en una mueca feroz, alargándose como hocico y expulsando filosos colmillos con 144

espumarajos asquerosos. Sus ojos se volvieron amarillos de rasgadas pupilas lobunas y sus orejas se agudizaron. Pronto, una joroba surgió de su espalda curvándolo hasta forzarlo a convertirse en un ser cuadrúpedo, cuya ropa se había reducido a harapos. —Un hombre lobo –dijo Lai con tono aburrido— ¿quién lo supondría? —¡Malditos licántropos! –expresó Varnae— son una roñosa, pulgosa y desagradable plaga... —Sólo hay una cura para la licantropía –dijo Lai— tengo una navaja de plata, iré por ella y atravesaré el corazón de ese estúpido sacerdote. Lai trató de huir, pero una fiera jauría de lobos, que conformaba al menos unos dos docenas, resurgió aullando y gruñendo ferozmente de entre los linderos del bosque. Pronto, la jauría hubo mordido a Lai y la sumergió entre la nieve. La vampira intentó con aterrorizado frenesí, liberarse de las fauces de los lobos, con sus poderes de vampiro. No obstante, los animales la tenían bien atenazada e intentaban morderle el cuello para decapitarla. Varnae y el lobo Dovanavsky se enfrentaron en una fiera e indescriptible lucha donde se lanzaban zarpazos y mordiscos desgarradores. Luego de una contienda demasiado sangrienta, durante la cual, profundas heridas y arañazos habían sido impresos en los cuerpos de ambos combatientes, Dovanavsky lanzó un zarpazo con toda la furia y la belicosidad que su mente animal le permitía. Del zarpazo, el hombre lobo fue capaz de desprender la cabeza del vampiro de su cuello, haciéndola rodar por los suelos. Mi prima Miranda había acudido a mi ayuda, y sacando un equipo médico, había cubierto lo más posible mis heridas. Yo estaba demasiado débil y aún me aferraba al cuerpo de Miranda para sostenerme, cuando el enfurecido lobo Dovanavsky comenzó a olfatear el aire y nos miró fijamente. Se comenzó a acercar lenta, pero inexorablemente a nosotras. 145

—¿Ahora que hacemos? –pregunté desesperada al borde del llanto. —Dovanavsky me dio esto –dijo Miranda sacando de su bolso una pistola cargada— me dijo que la usara si corríamos peligro de él, ya que en su estado de lobo era incapaz de controlarse. Dovanavsky me dijo que estaba cansado de la maldición y deseaba descansar con Dios. Satisfaceré sus deseos... El lobo se abalanzó sobre nosotras dando un intrépido salto y Miranda disparó de inmediato las brillantes balas de plata que se encontraban en el cargador del arma. Sobre la fría nieve reposo el cuerpo muerto del lobo que pronto se hubo transformado en el cadáver desnudo de Dovanavsky, tiñendo de rojo con su sangre, la nieve aledaña. Los demás lobos olfatearon a Dovanavsky, nos observaron silenciosos y corrieron a toda velocidad al bosque donde luego pronunciaron un concierto de aullidos como si con ello enlutaran los parajes boscosos en recuerdo de su amigo y hermano muerto... Antes de irnos, me acerqué al moribundo cuerpo de Valek, quien estaba aún desfigurado y jadeaba cansado hablando entrecortadamente. —Adiós... mi amada... inmortal... nunca me... olvides... –luego expiró y sus restos se consumieron en una masa informe de carne apergaminada y huesos momificados como si el cuerpo hubiera estado muerto por siglos (de hecho, así era). —Adiós... nunca te olvidaré... –le susurré y besé mis dedos índice y central para luego colocar el simbólico beso sobre los restos de mi ex amante. –Estuve varios días en un hospital curando mis heridas y recibiendo transfusiones de sangre. Pronto me hube recuperado y junto a Miranda viajé de regreso a Gran Bretaña. Estaba en el apartamento de Miranda tomándome un café y observando por la ventana los copiosos goterones de lluvia que se agolpaban contra el vidrio debido a la tormenta que acontecía en el momento. El gato de Miranda se durmió sobre mis piernas y me relajaba acariciándole la peluda cabeza. 146

—¿En qué piensas? –me preguntó Miranda sacándome de mis cavilaciones. —En nada –dije impávida— sólo que he olvidado cuando fue la última vez que disfruté del Sol... —¿En las Islas Británicas? –dijo Miranda— ¡se realista!

CAPÍTULO V EL ABISMO DE LA LOCURA

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"Pero algún día, en una época más fuerte que este presente corrompido, que duda de si mismo, tiene que venir a nosotros el hombre redentor, el hombre del gran amor y del gran desprecio, el espíritu creador cuya fuerza persuasiva no le dejará descansar en ninguna distancia ni más allá, cuya soledad es mal interpretada por el pueblo como si fuera una huida de la realidad... cuando sólo es una absorción, una inmersión, una penetración en la realidad para extraer de ella, cuando retorne a la luz, la redención de este realidad; su redención de la maldición que el ideal existente hasta ahora a lanzado sobre ella. El hombre del futuro, el que nos liberará del ideal existente hasta ahora, y también de los que tuvo que nacer de él, de la gran náusea, de la voluntad de la nada, del nihilismo, del tañido de la campana del mediodía y de la gran decisión, que de nuevo libera la voluntad y que devuelve a la tierra su objetivo y al hombre su esperanza, este Anticristo y nihilista, este vencedor de Dios y de la nada, algún día tiene que llegar". "La Genealogía de la Moral" de Friedrich Niezstche.

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I Me encontraba en Costa Rica, en la localidad conocida como Azerrí, celebrando mi cumpleaños número 33, posada sobre la legendaria piedra, de gigantescas proporciones, cuya leyenda me había fascinado. Realicé el ritual tal como se suponía había que hacerlo. Según la leyenda, se debía llegar en noche de luna llena, tocar tres veces la piedra y recitar: “Busco en mi vida un ideal... años caminando y siempre en pie, linda Zárate, escucha, y ábreme por el amor del pavo real”1. Se suponía que la piedra debía de abrirse y saldría la bruja Zárate y un pavo real cuyo cuello tendría atado fuertemente. Pero pasaron los minutos y no ocurrió nada. —Zárate –me llamó mi prima y única amiga, que en ese momento se protegía del frío con una chaqueta roja y una bufanda colorida— vámonos, hace frío y no espero pasar toda la noche aquí hasta que esa piedra se abra... —Para ser bruja eres demasiado poco romanticista Miranda –recriminé. —Se que te llama la atención esta leyenda porque se llama igual que tú, pero no por eso creeré que las piedras se abren... 1

RUBIO, Carlos, cuento La gran piedra de Aquetzarí, Cuentos de lugares encantados, Editorial Andrés Bello, 1989. 149

—En efecto eres una bruja impaciente –dijo una tercia voz femenina entre las sombras. De la oscuridad salió una mujer, emergiendo hasta la luz de la luna. Era morena, de cabellos negros y lacios, pómulos amplios y muy hermosa. Vestía un chal púrpura y ropajes aborígenes. La mujer se aproximó a mi prima y tomó entre sus manos el pentagrama que colgaba del cuello de esta— debes de ser una de esas brujas modernas... ¿Wicca? —Sí –respondió mi prima dubitativamente. Personalmente me sentía exaltada, nerviosa, ante la presencia misteriosa de esta extraña mujer. Mi prima mostraba una mirada atónita y recelosa. —Así que tú también te llamas Zárate –me preguntó la mujer— ¿Zárate que? —Zárate Arkham –contesté. —¿Quieres escuchar la historia de la bruja homónima que habitó estos lugares? –me preguntó y asentí rápidamente— comenzó hace mucho, en tiempos de la colonia. Había una bruja india llamada Zárate, que según se dice, regalaba frutas que se convertían en oro a los pobres y no cobraba por sus servicios de curandera. A Zárate le dolía mucho observar a su pueblo, los indios, el caminar encadenados y trabajar como esclavos para los invasores españoles. Es entonces, cuando Zárate se enamora ni más ni menos que del gobernador del Imperio Español, Alfonso de Pérez y Colma, un joven y guapo oficial. >>Zárate entregó a Alfonso un anillo de oro que extrajo de su seno, mientras Alfonso encendía una vela en la iglesia. Desde entonces, Alfonso no pudo sino pensar en Zárate. Y la visitó a su cabaña una noche. Zárate se convirtió en su amante a cambio de que le jurara que liberaría a su pueblo de la esclavitud y que se casaría con ella. Pero a la mañana siguiente, cuando Zárate le recordó su juramento, Alfonso se rió en su cara y le dijo que él sólo era leal al Rey de España, y que lo esperaba en Castilla una hermosa y respetable joven blanca y con ella se casaría, no con una ramera india... 150

>>Zárate se enfureció, quiso convocar al pueblo de Aquetzarí a que se rebelaran contra los españoles. Quiso levantar a su raza contra sus verdugos, pero no lo logró. Y enfurecida, Zárate invocó una neblina gruesa y espesa que luego se solidificaría convirtiendo al pueblo de Aquetzarí en la piedra que tienen frente a ustedes. >>Al Gobernador lo convirtió en un pavo real, sumiso a su lado... La mujer terminó la historia y me dejó sumamente pensativa. Acaricié una vez más la piedra enigmática, hasta que la mano de mi prima se poso sobre mi hombro y me llamó la atención. Me señaló como a lo lejos, entre la espesura de la vegetación, se divisaban el cuello y la cabeza de un ave, que parecía un pavo real. Pero el animal, pronto, se sumió entre la flora y desapareció. Nos volvimos hacia donde estaba la mujer, pero esta había desaparecido. Unos tres días después, me encontraba en las cercanías de una reserva indígena, cerca de una vieja cueva incrustada entre los montes llenos de follaje. Me adentré en el interior de la caverna, la cual dispersaba un acre olor y una execrable humedad. Viejas ramas languidecían resecas al tiempo que algunos animales (generalmente insectos ó lagartijos) reptaban sinuosos por la estructura de piedra caliza. Dentro de la caverna, un conjunto de seis chamanes indígenas realizaban un rito arcano de magia ancestral. Rodeando una fogata, los seis hombres, todos con característicos rasgos indígenas y largas cabelleras negras entrelazadas por colas, vistiendo ropajes tejidos de telas multicolores, canturreaban mantras en bribrí invocando a los antiguos y poderosos dioses que antaño gobernaran estas tierras geománticas. Me introduje al lugar, percibiendo el aroma dulzón que irradiaban las hierbas al quemarse sonoramente en la fogata. El ambiente entero estaba /dominado por fuerzas espirituales

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muy poderosas, y sentía en mi piel el roce de criaturas elementales y el susurro en mis oídos de voces sobrehumanas. Un viento misterioso penetró en el interior de la estructura moviendo mis cabellos y mis prendas. Los chamanes me observaron inmutables y se mantuvieron apáticos al ver que yo me sentaba al lado de ellos. El calor de la fogata iluminaba mi rostro femenino y erizaba mi piel. Los chamanes me entregaron una bebida contenida por un jarrón de artesanía. La consumí y sentí un sopor efervescente. Mi cuerpo entero se lleno de cosquilleos. Mi mente se nubló completamente entorpeciendo mis sentidos. Sentí un calor refulgente en mi vientre que se removía furibundamente. Mi piel se ruborizó. Mi corazón comenzó a latir de forma frenéticamente acelerada. Poco después, estuve sudando de forma copiosa mientras el estupor se posesionaba de todo mi cuerpo. Comencé a flexionar mi cuello de manera que mi cabeza daba vueltas hacia todos lados. Me sequé el sudor con mis manos temblorosas, al ritmo del tamborileo incesante que realizaba uno de los chamanes. Al son del tambor, los demás intensificaron su mantralización y pronto estuve sumergida en un estado de trance.

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II Inglaterra, en el pasado. Era una niña de 9 años siguiendo una voz extraña y cavernosa que me llamaba hipnóticamente entre las colinas. Era la hora del almuerzo, pero el día estaba frío y oscuro. Gruesos y grises nubarrones impedían el paso de la luz solar. Me acerqué hacia el origen de las llamadas. De los lamentos. Era sólo una niña, y sentía miedo. Pánico y frío. Pero no podía... no podía resistirme. Llegué a unas viejas colinas pedregosas, hasta una arboleda de gruesos abedules que enarcaban el rededor como si de garras se tratara. Al interior de la arboleda era aún más inescrutable la oscuridad. Resaltaba una fría tumba antigua. Una tumba vernácula, de aspecto abandonado, cubierta por musgo y enredaderas. Con las entrelazadas raíces recubriendo, anárquicamente, el suelo de la tumba. La fría lápida tenía aspecto lúgubre y cuadriculado, pero no tenía inscripción alguna. Percibí presencias invisibles revoloteando alrededor... Bienvenida, querida Zárate. Te estaba esperando... —¿Quién eres? Me llamo Daríus. —¿Qué eres? ¿Qué soy? Mi naturaleza es... especial. Como la tuya. Difícil de explicar a una pequeña e inocente niña que no conoce la maldad... —¿Estás enterrado aquí? No, un cuerpo muerto de un hombre al que poseí está enterrado aquí. Mi espíritu está atrapado, en un lugar muy lejano, más allá de las estrellas. Más allá de la luz. —¿En el infierno? 153

¿Infierno? No lo sé. Me comunico con tu mundo gracias al nexo que me une con el hombre en esta tumba y al nexo que me une con una muchachita especial e inteligente como tú. —Tú debes ser alguien muy malo. En la catequesis me enseñaron sobre demonios y sobre fuerzas infernales. Eres un enemigo de Dios... ¿Y tú aceptas las palabras y enseñanzas de esas personas? ¿Crees en ese dios? ¿Crees en algún dios? —No lo sé. Quizás no... odio esas clases... Sigue mi consejo y se auténtica, pequeña. No aceptes las dogmáticas palabrerías de esas criaturas sin alma. Perdieron lo que las hace genuinamente humanas. —¿Qué es eso? ¿Qué las hace realmente humanas? Eres muy joven para saberlo, mi niña. Muy joven aún. Pronto lo sabrás. Te lo aseguro. ¿No tienes amigos? —No. En la escuela ninguna de las otras niñas quiere jugar conmigo, dicen que soy extraña... Bien, pues déjame ser tu amigo, Soñadora, y te mostraré muchas cosas. —¿Por qué me llamas así? ¿Soñadora? Es lo que eres. Ya lo sabrás...

III —¡Srta. Arkham! ¡Srta. Arkham! –gritó la profesora Flannery. Era una monja regordeta de rostro picudo y mirada amargada. Se estaba exasperando por mi distracción. Al fin y al cabo, apenas iniciaba la clase de matemáticas y ya estaba nuevamente abstraída observando el vacío por la ventana. Recordando a mi nuevo y único amigo. Era una tarde lluviosa en las boscosas inmediaciones de la Academia Católica para Señoritas de Santa Elena. La 154

escuela era un edificio gótico de influencia neoclásica. Con amplios muros y portones que le daban aspecto de fortificación, y rodeada de vegetación húmeda. La academia se situaba en la frontera entre Inglaterra y Escocia, pero oficialmente en tierras inglesas. Mis padres vivían en una lujosa mansión cercana. La academia era de las más caras en Gran Bretaña, pero además, mi familia era una de las más adineradas de la región. Gran cantidad de muchachas británicas estudiaban allí. Casi todas católicas, como lo era yo, en aquella época. Observaba enigmáticamente la lluvia cayendo suavemente sobre el verde pasto, las arboledas aledañas y las viejas montañas británicas del exterior. —¡Arkham! –gritó la malhumorada mujer, extrayéndome violentamente de mis cavilaciones. —¿Sí? Disculpe... Hermana Flannery –Flannery me observó ceñuda. Era una mujer de origen irlandés. —¿Qué le ocurre, Srta. Arkham? –dijo molesta la mujer— siempre está distraída. Nunca llegará a nada en la vida así. ¿No le interesan las matemáticas? —No –dije con la honestidad procaz de la que nunca pude desprenderme por el resto de mi vida. —Pues le guste ó no tendrá que estudiarlas –me espetó. —Si no hay más remedio. —Usted no me agrada, Arkham, es una niña insolente y sarcástica. Demasiado autosuficiente e indisciplinada. Siento que es mala influencia para las demás niñas. No sabe respetar a sus mayores y seguir órdenes. Por ese motivo la castigaré con una tarea extra.

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Quiero que resuelva todos los problemas matemáticos de la página 23, para mañana. Disfrute su tarde...

IV Cada vez que tenía ratos libres, ó que salía temprano, visitaba a Daríus. Nunca me aventuré a visitarlo de noche. Pero era el único amigo que tenía. El único con quien podía conversar... Recuerdo el funeral de mi abuelo Efren Arkham. Toda mi familia se había conglomerado para la formal última despedida, aunque el principal interés de los “dolientes” era la jugosa herencia que dejaba tras de sí el anciano. Asistí al funeral junto a mis padres, siendo una niña de diez años. Alrededor mío, la jauría de hambrientos predadores que conformaba la familia Arkham, se sumía en intrigosas interacciones. Vi a mi macabro tío Thadews. Un atemorizante sujeto de mirada siniestra que me provocaba escalofríos cuando clavaba en mí sus diabólicos ojos. Siempre permanecía silencioso, inmutado, observando el rededor en forma calculadora. Sufriría un accidente ese mismo año que lo sometería a un estado comatoso por quince años. Por otro lado de la habitación resonaban los estrepitosos resoplidos, que asemejaban una risa, de mi tía Sigfrida Arkham Walsh. Casada con un pedante vividor, la regordeta tía Sigfrida relamía con sorbos una taza de café entre mordiscos a grasosa repostería, y escuchaba fascinada los chismes familiares. Cerca de ella, con mirada hastiada y odiosa, el esposo de la descomunal mujer; un sujeto huesudo, de grasoso cabello y bigote afeminado. Tenía muchos tíos y primos, incluso escuché de la visita de parientes lejanos provenientes de un extraño y distante pueblo rural llamado Hill Road. 156

Despreocupada, en mi infantil mentalidad, dejé la habitación principal donde mis padres daban el pésame a mi abuela, y me dirigí al patio trasero. Allí, observé a mi guapo y simpático primo Joel Chapman trepando un árbol de intrincado ramaje. Me le aproximé y lo saludé: —Hola, Joel, ¿cómo estás? —Hola, Zárate, bien. Salí porque estaba bastante aburrido allí adentro. Mi madre sólo se interesa en hablar con la gorda de tía Sigfrida. Observé al interior de la casa. Efectivamente, la joven y atractiva madre de Joel, Marcia Chapman, hermana de mi padre, y su fornido esposo, Andrew, que era marinero, ahora conversaban con mis padres después de que se hubieron cansado de charlar con la antipática pareja Walsh. Un pedernal voló por los aires como proyectil, y se estrelló sonoramente contra la frente de Joel, provocándole una inminente caída al suelo. Ayudé a Joel a levantarse y le toqué el moretón provocado por la piedra. Nos volvimos hacia el lugar de origen del pedernal, y vimos a nuestro odioso primo Edgar Walsh –hijo de Sigfrida y su esposo— riéndose a carcajadas. A Joel y a mí nunca nos agradó el repulsivo muchacho. Joel era el único integrante de mi familia con quien me llevaba bien, a pesar de ser cinco años mayor. Juntos nos acercamos con actitud amenazadora para golpear a Edgar, pero este huyó de inmediato a esconderse bajo las faldas de su obesa madre. En la noche, le conté a Joel sobre Daríus. No me creyó y pensó que sólo inventaba un cuento de fantasmas con el propósito de asustarlo. No te creerá, mi Soñadora, él no es una persona especial como tú. Soy tu único amigo... pensé . 157

Poco después, regresé junto a mis padres a nuestro hogar.

V Me encontraba recostada en mi cuarto de noche. Mi madre dormía profundamente, como de costumbre. Siempre sufrió de diabetes, y tomaba fuertes medicamentos que la hacían dormir mucho. Además, pasaba largas jornadas en hospitales. Mi habitación era una perfecta, casi profiláctica habitación para una niña. Repleta de muñecas y peluches. Blancas cobijas y cortinas. Un papel tapiz de flores rosadas. Y era en esta habitación, mientras yo reposaba apaciblemente en mi cama, donde la crujiente puerta se habría en las noches. El crujir de la puerta ya casi se había convertido en un ruido familiar. Un ruido que me avisaba y me permitía prepararme lo mejor posible. Y era al escuchar dicho crujir que respiraba profundo, y trataba de concentrar ni mente en otras cosas. La sombra del abultado cuerpo de mi padre se adentraba en la habitación. Pronto se sentaría en mi cama y me acariciaría el rostro y el cabello. A estas alturas había dejado los rodeos, así que después de algunas caricias, simplemente procedía a subírseme encima y desnudarme. El resto de la noche la pasaba siendo violada por él. Al principio, la primera vez –que casi no la recuerdo— había sido horrible. Traumático y doloroso. Mi madre estaba internada un mes en el hospital, razón por la cual mi padre se tomó mínimas precauciones. Sin embargo, tomaba esfuerzos preliminares tratando de tranquilizarme. Me decía cosas agradables y trataba de ser suave y gentil... Pero con el tiempo, simplemente se despreocupó. No es que no doliera, pero era menos intenso por cierta costumbre. No era que no fuera siempre una experiencia humillante, asquerosa y devastadora. Simplemente era inútil dejarse llevar por dichos sentimientos. Igual, el dolor no desaparecía ni hacía que se detuviera. Así que tomé la medida de distraer 158

la mente durante el proceso lo más posible, ignorando la situación. Cerrando los ojos y los puños, conteniendo la respiración, esperando que terminara… Naturalmente, había ocasiones en que el método no funcionaba. Pero, ¿qué podía hacer de todas formas? Sin embargo esta vez, algo cambió. Mientras yacía en la cama, con el rostro hacia un lado sobre la almohada, con gruesas lágrimas cayendo de mis ojos, escuché la voz de mi único amigo y conforte. Daríus... Veo, mi niña querida, que después de todo si sabes lo que es la maldad. ¿Por qué permites esto? pensé. Precisamente, él es el que menos debe hacértelo... . Entonces, sólo hay una solución, mi pequeña Soñadora. Mátalo, mata a tu padre y pon fin a esto... La posibilidad me sonó bien. Al menos por unos instantes. Hubiera sido genial verlo muerto... dije finalmente . Entonces habla conmigo. Para que te olvides de lo que sucede... .

VI

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Estaba recibiendo clases de educación física con la profesora Vicenti, una monja italiana que me simpatizaba. Todas las estudiantes vestíamos camisetas blancas con el logo de la escuela y pantaloncillos azules. Mientras realizábamos los ejercicios que la hermana Vicenti nos asignaba, nuevamente me distraje con el sonido imperceptible, salvo para mí, que producían presencias invisibles al retozar entre corrientes de aire y entre las ramas de los árboles. Las presencias habían sido activadas por Daríus hace mucho, y ahora me seguían frecuentemente. Mi distracción terminó abruptamente cuando un balón de basketbol me golpeó la cara. Caí al suelo sentada y sangrando por la nariz. Las demás niñas se rieron. La hermana Vicenti había salido. Se me acercaron un trío de niñas bastante petulantes, que provenían de familias nobles. —¿Por qué...? –pregunté con lágrimas en los ojos incapaz de terminar la frase. —Todo el mundo sabe que estás loca, Arkham –me dijo la rubia de ojos azules que lideraba el trío, se llamaba Amanda— y que eres una bruja. Te han visto hablando sola con una tumba y blasfemas en clases de catecismo. —Sí –dijo una pelirroja pecosa al lado de Amanda— que te gusta aullar a la luna en las noches de luna llena, y que te visitan demonios a tu cama en las noches. —¿Le vendiste el alma al Diablo ya, maldita loca? –recriminó una gorda que flanqueaba a Amanda por el otro lado. —¿Te has convertido en novia del Diablo? –preguntó Amanda... Traté de levantarme ignorando los comentarios pero me empujaron de nuevo al suelo por medio de un manotazo. —Dime algo, Amanda –le recriminé con saña— ¿todas las mujeres de tu familia son tan feas como tu mamá que parece un hipopótamo? 160

El comentario enfureció a Amanda que siempre estuvo acomplejada por la fealdad de su madre. —Bien, chicas, voto porque juguemos a lanzarle balones a la loca Arkham... Casi todas las otras estudiantes pensaron que era una buena proposición y procedieron a lanzarme balonazos constantes. Naturalmente, no pude más que cubrirme lo mejor que pude mientras derramaba un llanto amargo. Vicenti llegó poco después y detuvo la situación. Me llevó a la oficina del director.

VII El director de la escuela, el padre O’Reilly, era un sacerdote católico de unos 60 años. Calvo y con barba gris. —¿Qué te ocurre, querida Zárate? –me dijo en tono afable al lado de Vicenti y Flannery— ¿por qué sacas tan malas notas? ¿Por qué tienes tantos problemas con tus compañeras? —Yo no tengo problemas con mis compañeras, son ellas las que tienen problemas conmigo... —Zárate, cariño –me dijo Vicenti— se nota que eres una niña más inteligente de lo normal. ¿Por qué no estudias? —Solamente, no tengo tiempo –respondí— Lo siento. —Zárate, espera afuera... Salí y me senté en una de las sillas que se encuentran en la antesala a la oficina de O’Reilly. Las charlas con Daríus me habían agudizado el oído y fue capaz de escuchar la conversación que se realizaba adentro.

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—Hay algo en esa niña que no me gusta en absoluto –dijo Flannery— es una niña anormal. Se que está interesada en cosas diabólicas. Siento que sólo tiene ideas perturbadas. De muerte, de brujerías. Y creo que es pésima influencia para las demás niñas. —No estoy de acuerdo –defendió Vicenti— es una buena niña. Lo sé, sólo algo distraída... bueno, no lo sé. Tengo ciertas dudas... pero no estoy segura... —¿Qué clase de dudas, Hermana? –le interrogó el padre O’Reilly. —Es una niña de gran inteligencia, sin duda. Muy brillante. Sabe cosas muy avanzadas para su edad. Lee muchos libros. Pero saca pésimas calificaciones. Además, es nerviosa, insegura, tímida, tiene conducta asocial. No tiene amigas entre las demás estudiantes... —¿Qué sospecha? –espetó despectivamente Flannery. —Abuso sexual... –un tema tabú, no podía ver las reacciones de los interlocutores pero supuse que se habían mostrado algo incómodos. —¿Eso cree? –consultó O’Reilly pensativamente. —Ridículo –desestimó Flannery. —No... no lo es... –le dijo Vicenti— son los típicos síntomas de una niña abusada sexualmente. —¿Por quien? –se preocupó O’Reilly. —No lo sé –confesó Vicenti— supongo que el padre. Ningún miembro de esta academia, por supuesto. —¿Qué la hace suponer que es el padre? –le preguntó Flannery menos hostilmente. —Por como ella habla de él –respondió— parece como si le temiera. Es extraño. —Bien, Hermana Vicenti –le dijo O’Reilly— puede que usted tenga razón. Pero, aún si la tuviera, le recuerdo que Angus Arkham es un acaudalado hombre de negocios. A menos que

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tenga pruebas fehacientes, y me refiero a algo mucho más que el testimonio de la niña, no podemos arriesgarnos. Una demanda de parte de Arkham y esta academia se cierra. —¿Entonces permitirá que la situación continué? –preguntó Vicenti. —No tengo más opción. A partir de ese momento, Vicenti me trataría con una calidez humana cada vez mayor. Y aún Flannery me dejaría en paz con actitudes indiferentes.

VIII Los años pasaron. No siempre lograba hablar con Daríus. Además, a veces mi padre me llevaba a lejanos paseos a la playa, la montaña y otros lugares muy alejados, sin mi madre, en donde, naturalmente, daba rienda suelta a sus sucias perversiones. Tenía doce años, ya comenzaba a vestirme y maquillarme solo de color negro, y continuaba hablando con Daríus y seguía estudiando en la Academia Santa Elena. Regresé de las vacaciones que habíamos realizado en Portugal. Lo primero que hice fue visitar a Daríus... ¡Ah! Muñeca preciosa, has regresado. Te extrañé mucho... —Y yo a ti, Daríus. Háblame más de las cosas que sabes, por favor. Bien, ¿qué secretos arcanos quieres escudriñar hoy, mi preciosa? —¡Mmmm! No lo sé. ¿Dime que eres exactamente? Esas criaturas sin alma que te educan te han enseñado que al principio de los tiempos el mundo era un paraíso. Lo cual es mentira. Al principio de los tiempos la tierra era un verdadero infierno. Oscuras y poderosas entidades reinaban. Se trataba de dioses crueles y malignos que comandaban huestes de ejércitos demoníacos y toda clase de atroces monstruosidades. 163

—¿Eran como los titanes de la mitología griega? Así los llamaban los griegos. Los nórdicos los llamaban gigantes hielo y los hindúes asuras. Pero en el nombre que suelen usar los círculos esotéricos es de los Dioses Primordiales ó Grandes Antiguos; sus nombres son difíciles de pronunciar porque no estaban diseñados para las bocas de la anatomía humana; Yog—Sothoth El Abridor del Camino, Shub—Nigurath el Cabro Negro del Aquelarre de las Brujas, Ithauqa el Wendigo el Que Camina en el Viento, Nyarlathothep el Caos Reptante, Hathur la Diosa Oscura, Tsathoggua el Durmiente de N'kai, Azathoth el dios ciego y loco que escupe espumarajos y blasfemias en el centro del Universo acompañado del tañer incesante de una flauta enloquecedora, y el más poderoso de todos, Cthulhu, quien duerme eternamente soñando con su regreso en las profundidades acuáticas de la ciudad de R’Lye. Todos rigieron la Tierra por eones divirtiéndose con sorna sádica mientras obligaban a sus monstruos a destrozarse mutuamente porque eran enconados enemigos entre sí. Y sucedió que, hace eones, mucho antes de que los humanos existieran, los Dioses Arquetípicos venidos de más allá de las estrellas se enfrentaron a los Dioses Primordiales en una Guerra Cósmica como este mundo nunca ha visto ni verá, y fueron derrotados, más no muertos, porque no pueden morir. Fueron aprisionados en diferentes lugares; a Cthulhu se le atrapó por siempre en la ciudad submarina de R’Lye, a Ithaqua en los gélidos círculos árticos, a Yog—Sothoth en las impenetrables tinieblas de caos absoluto, y demás. Sólo Nyarlathothep sobrevivió a la prisión y es aún hoy el comunicador de los Antiguos. Existen muchos hombres, mujeres, y cosas ni remotamente humanas que trabajn día y noche con sus rituales y sacrificios para lograr que los Primordiales regresen a esta dimensión y destruyan la Tierra.

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Había llegado la noche, y un frío viento movilizaba mis cabellos y mi uniforme, decidí irme. —Adiós, Daríus, gracias por la historia –besé la lápida y corrí lejos.

IX Con el tiempo llegué a los quince años. Cuando no usaba el uniforme colegial me vestía siempre con ropa gótica; cadenas, enaguas de cuadros ó de color negro, botas, guantes de encaje, camisetas negras ó blancas sin mangas, tirantes, corsés, etc. Y siempre me maquillaba de negro. Mi padre continuaba con los abusos, incluso se habían incrementado (si esto era posible) porque mi cuerpo había evolucionado y mis contornos mostraban la figura de una bella joven. Sin embargo, ahora yo era mayor y era más independiente. Trataba de pasar la mayor cantidad de tiempo lejos de mi padre. Me había convertido en una joven muy rebelde. Escandalizaba fácilmente a las autoridades de la escuela católica en que estaba. No obstante, seguía siendo asocial, introvertida y algo lúgubre. No puedo explicar bien como fue el despertar de mi sexualidad, pero siento que Daríus tuvo que ver en ello. Naturalmente, mi sexualidad se despertó enfermizamente desde que comenzaron los abusos en la infancia. Pero comencé a sentir un verdadero, quizás frenético deseo sexual. Muy pronto empecé a odiar los dogmas eclesiásticos. ¿Un Dios de amor permitía que me abusaran? ¿Un Dios de amor había permanecido indiferente ante mis dolorosos suplicios y había ignorado mis súplicas? 165

Dejé a un lado toda religión. Entonces, comencé a percibir los fuertes deseos sexuales que me poseían. La ansías de satisfacer un lívido creciente. Luego mis psicólogos aducirían que las víctimas de abuso, suelen tener dos reacciones; ó el rechazo de la sexualidad, ó una obsesión y fijación por ella. Pero creo ahora que se trataba de la influencia de mi único amigo, Daríus. Decidí olvidarme de los espíritus y concentrarme en los hombres por un tiempo, y así, me escapaba frecuentemente de las clases para visitar la ciudad. La vez que realmente perdí la virginidad... ó mejor dicho, la primera vez que hice el amor voluntariamente, fue muy particular. Me escapé de una reunión familiar. Nuevamente, la familia Arkham se había reunido, como todo nido de víboras, alrededor de un funeral, con un apetito insaciable por herencias. Como buitres que no esperaban a que el cuerpo se enfriara, nuevamente se congregaron los Arkham para despedir a mi abuela, y dar la bienvenida a su dinero. Mi tía Sigfrida ya había pasado por un humillante divorcio tras un escándalo de infidelidad. Mi primo Edgar Walsh era ahora un molesto adolescente libidinoso, con el rostro plagado de espinillas y relucientes frenillos. Seguía siendo molesto (aunque ahora era además, un acosador sexual en pequeña escala). Thadews seguía en coma. Y Joel seguía siendo un apuesto joven, pero como me llevaba cinco años, ahora era un veinteañero que llegaba al lugar con una hermosa muchacha colgando de su brazo. Sin pensarlo mucho, me escapé del funeral... Conocí a un joven muchacho, dos años mayor que yo, que cortaba el césped y se dedicaba a otras labores obreras en la escuela. Era sumamente fornido, aunque admito que no era realmente guapo. Sin embargo, su gesto de sarcasmo y su pinta de tipo malo me atrajeron de inmediato.

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Como impelida por una fuerza misteriosa, llevé al joven llamado Corbin a la secreta arboleda, donde nunca nadie, más que yo, había estado en muchos años. Allí nos besamos y acariciamos. Fue entonces cuando algo extraño ocurrió. Corbin se vio aturdido momentáneamente, parecía confuso, abstraído. Estaba sobre mí, entre mis piernas. —¿Qué pasa? –pregunté. Una mirada turbia se posesionó de sus ojos... —Nada, mi preciosa –me dijo en un tono que me recordó a Daríus— nada, absolutamente... Corbin –ó su cuerpo— me hizo el amor ese día. Fue sumamente violento. Hubo arañazos, mordidas, ninguna sutileza. Me penetró de forma atolondrada, con un ímpetu y un frenesí violentos. Me arrancó las ropas, me acarició posesivamente. Incluso hubo momentos en que le dije que tuviera cuidado. Que se detuviera, pero me ignoró. Con todo eso, la experiencia fue cándidamente erótica. Sentí placer entre el dolor. Sentí su fuerza y su vigor galopantes, pulsátiles. Sentí la enajenación, casi maníaca, que se adueñó de su cuerpo, penetrando vigorosamente el mío con una fuerza bestial. Era casi como hacer el amor con un animal en celo... Y después de muchos orgasmos terminamos cansados y sudorosos.

X —No se... –se disculpaba Corbin— no se que me pasó, no tenía dominio de mi mismo... yo... lo siento... Espero no haberte lastimado demasiado... —No, descuida, estuvo bien... sólo... se más cuidadoso...

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Terminé llena de moretones y cardenales. Marcas de uñas y mordidas. Si hubiera querido acusar a Corbin de violador, lo hubiera podido hacer sin problemas. Cualquiera me hubiera creído. Pero no fue una violación (yo sabía la diferencia) lo había disfrutado completamente... —Tú te posesionaste del cuerpo de Corbin el día que hicimos el amor, ¿verdad Daríus? –le recriminé a solas una tarde. Sí... de parte de su mente, él estaba consciente, pero no plenamente en control de sus facultades. Pude haberlo invadido más, pero no lo vi necesario. —Así que tú tuviste sexo conmigo por medio de Corbin, sin mi consentimiento... Sí, y disculpa. Pero no pude evitarlo. Podría hacer lo mismo muchas veces, con cualquier pareja humana que tú quisieras. Tú y yo podríamos hacer el amor infinidad de veces. —¿Eres un hombre? No, no tengo sexo, recuerda que soy... —Un demonio... Un espíritu. Los espíritus no tenemos género como los humanos. —Entonces porque pareces tener ese lívido sexual... Cuando me posesiono de un humano soy capaz de percibir las experiencias humanas mismas y los placeres que ustedes disfrutan. Si hubiera querido, hubiera posesionado una mujer. —De acuerdo, Daríus, no quiero que vuelvas a posesionarte de ningún amante mío nunca, ¿entendido? Sí...

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Después de dicha experiencia diversas parejas sumiéndome en una cierta promiscuidad que me enorgullecía y en acumule una gran experiencia en el terreno. Regresaba a contárselo todo a Daríus. Siempre, fue mi confidente. Mi conducta pronto escandalizó a mis profesores, y me expulsaron de Santa Elena. Y fue entonces en que mis padres me gritaron por horas, una y otra vez. Finalmente, vino la hecatombe. Mi madre murió. Aún recuerdo haber encontrado su cuerpo desmayado en el suelo. La insulina se había agotado y murió de un ataque de diabetes. Yo tenía 16 años... Fue devastador. La familia de mi madre, los Coronado, y la de mi padre, los Arkham, se reunieron en el duelo... Yo lloraba. Lloraba lánguidamente, secamente, como si las lágrimas fluyeran por mis ojos sin emoción alguna. Como involuntariamente... El féretro de mi madre fue transportado y depositado hasta el cementerio familiar de los Arkham... y lo seguí todo el tiempo con ojos llorosos... Pero no lloraba por mi madre. La amaba y lamenté su muerte... Pero la razón de mi llanto era otra... Mi padre abusó de mí a escondidas de mi madre de forma efectiva desde más tierna infancia... ¿qué sería capaz de hacer ahora? Ahora no tenía ningún impedimento. Era suya, completamente suya para satisfacerlo sin mucho problema hasta mis 18 años, ó quizás más... No podía soportarlo... no podía soportar esta realidad, y me corté las venas rebanándolas una y otra vez y viendo brotar la sangre tranquilamente, risueña... liviana y liberada... Pero fue inefectivo. Me encontraron con la navaja ensangrentada aún en la mano. Fue mi prima Miranda Salazar que tenía trece años en ese momento quien me encontró y salvó mi

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vida. Antes de eso casi nunca habíamos cruzado palabra, pero a partir de ese momento nos uniría un vínculo especial. Me llevaron al hospital y me suturaron las heridas sin mucho trámite ni problema. Y ya desesperada, confesé todo. Confesé los años de incesto. Confesé las largas noches, los horribles paseos, las amargas lágrimas que empaparon mis almohadas... La familia Arkham era adinerada, y no podía aceptar esta clase de escándalo. Me acallaron, me silenciaron, me dijeron que era mentira, ó que estaba inventando. Algunos me apoyaron y deseaban acudir a las autoridades, pero aún ellos fueron silenciados. Cuando por fin aceptaron la realidad de los hechos, me dijeron que de todas formas no tenía pruebas. Que sólo lograría causar problemas y que nadie me querría nunca... ¿quien iba a querer ser novio de una mujer deshonrada? A cambio de mi silencio sólo pedí que me dejaran ir a vivir con mis tíos a Costa Rica el resto de lo que me quedaba de minoría de edad. Mi padre aceptó. Firmó dándole la custodia de mi persona a mis tíos costarricenses y fui a vivir a su hogar en tierras ticas. Eran de clase media baja y las condiciones en que vivían distaban mucho de los lujos a los que había estado acostumbrada por toda mi vida. Pero mi vida en esa humilde cabaña con esas humildes personas, y con mis humildes (y cansados trabajos) para ayudar en la casa y pagarme mi universidad, fueron los mejores momentos de mi vida... Pero antes de irme a Latinoamérica, decidí despedirme de Daríus.

XI Mi querida Soñadora, te vas y me dejas solo...

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—Lo siento, viejo. Debo irme, lejos, no puedo seguir viviendo con mi padre, además, mis psicólogos dicen que tú eres sólo una ilusión. Un amigo imaginario que inventé para solventar mi trauma y mi soledad... ¿Y crees eso? —Tal vez... Bien, pues, te relataré una última historia, amada Zárate. Hace miles de años, existió una antigua tribu aramea que se llamó Arkaham. Cuando Sodoma y Gomorra fueron destruidas, sólo sobrevivieron Lot y sus dos hijas. Las dos muchachas tuvieron sexo con su padre dando a luz a dos hijos llamados Moab y Ammón. Los moabitas y ammonitas eran enemigos acérrimos de los judíos. No sólo eran descendientes del degenerado e incestuoso linaje de Lot y de las naciones de Sodoma y Gomorra, sino que adoraban a poderosos demonios como Molock. En todo caso, una rama de los moabitas se hizo nómada y viajó a Mesopotamia. La tribu Arkaham. Dicha tribu conformaba un arcano sacerdocio de adoradores del monstruoso y poderoso demonio Pazuzu. Pazuzu era un demonio del aire, muy temido en el Medio Oriente. Dispersador de plagas y maldiciones. Los Arkaham se difundieron por toda Mesopotamia, y fueron temidos y perseguidos. Hasta que el emperador persa Ciro el Grande, conquistó el Medio Oriente y decidió repatriar a todos los judíos de Mesopotamia a Palestina. Entre los judíos había Arkaham que se habían mezclado con elementos hebreos y que se habían, al menos públicamente, convertido al judaísmo. Los nuevos Arkaham judíos viajaron hasta Israel donde se convirtieron en una peligrosa secta de adoradores de Satán. Con el tiempo, después de la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén y la esclavización de los judíos de Palestina por parte de los romanos, los Arkaham se dispersaron por Europa. Era un Arkaham el famoso Rabino Jehuda Loew, de Polonia, del 171

siglo XVII, quien se hizo famoso, ó infame, por la creación del Gólem. Un monstruoso ser creado de arcilla y revivido por medio de la magia negra. El Gólem era capaz de asesinar y cometer cualquier crimen que Loew le encomendara. Era un robot, un autómata incapaz de pensar independientemente. Cuando llegó el Sabbath, y Loew no encomendó ninguna orden al monstruo, este enloqueció y se volvió contra Loew. Ese poder, maléfico y aterrorizante, que Loew, un Arkaham, tenía en sus manos, el poder de dar vida a un cuerpo sin alma, fue heredado a las posteriores generaciones de Arkaham que eventualmente se convirtieron, públicamente, al cristianismo. Y es ahora, donde el nombre de la tribu Arkaham se modifica y transforma en Arkham. Pero los Arkham nunca fueron muy queridos ni muy numerosos, y paulatinamente los mesopotamios, romanos y europeos los fueron persiguiendo y erradicando. Una de las pocas familias Arkham sobrevivientes a la Inquisición se refugió en una muy rural zona de la Gran Bretaña... Y hubo una tradición que se mantuvo entre los Arkham desde que eran pastores nómadas en las candentes arenas del Medio Oriente... la tradición de la endogamia. Tu familia está maldita, Zárate, porque son adoradores de demonios, y lo llevan en la sangre. Y porque siempre tendrán una tendencia malsana y morbosa al incesto, como parte del estigma que los demonios colocaron en ustedes. Y tú, querida Zárate, volverás a mí. Te lo aseguro... adiós, mi preciosa Soñadora, hasta la próxima vez... Las palabras de Daríus me golpearon profundamente. Gruesos goterones de lágrimas brotaron de mis ojos, mientras todo mi cuerpo se llenaba de escalofríos. “¡Estoy maldita!” me repetía mi mente una y otra vez como golpetear de martillo. Maldita por siempre, por la sangre que corría por mis venas. En medio del estupor producido, me alejé corriendo, 172

corriendo a toda prisa, lo más lejos posible de la tumba de Daríus, deseando nunca volver a contactar con él. La familia Salazar me dio cobijo y amor. Me gané una beca y estudié antropología. Mi padre murió cuando yo tenía 20 años y nunca fui a su funeral ni derramé una sola lágrima por él. No acepté su herencia y esa se la dividieron mis primos. Pero si heredé dinero de algunos tíos y logré acumular una modesta fortuna que me permitió regresar a Gran Bretaña y reestablecerme...

XII Costa Rica, en el presente. Desperté sola en la pirámide. Los chamanes habían partido. Pero pronto, un rostro familiar me encontró. Era un joven costarricense de fuertes pómulos, cabello largo y mentón cuadrado. Bastante fornido y guapo. Vestía un sombrero y ropa sencilla. —Querida Zárate –me dijo con cariño— ¿acostumbras introducirte a un lugar oscuro a consumir alucinógenos con sujetos desconocidos? ¿No lo ves peligroso? —Pues supongo que sí. Pero bueno, no ocurrió nada mi querido Martín. Martín se aproximó a mí y me besó en la boca. Yo tenía ya tres meses de nuevamente residir en Costa Rica y lo había conocido casi inmediatamente. Martín era activista de los derechos indígenas y administraba un museo de artesanía. Conversábamos durante horas sobre culturas aborígenes y pronto nos hicimos amantes. Esa misma noche, él y yo hicimos el amor candorosamente durante varias horas. Ambos reposábamos desnudos bajo las sábanas, abrazados. Habíamos tenido relaciones sexuales infinidad de veces, pero esta vez había sido particularmente agradable.

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Rápidamente me dormí. Y en mi sueño, observé un mar de tumbas situado en un viejo cementerio gótico. Caminando por el cementerio frío y húmedo, observé la prolongación de lápidas entre una espesa neblina. Caminé lenta, pero firmemente, impulsada por una fuerza misteriosa, y finalmente, llegué a la vieja cripta que se alzaba ominosa entre la neblina. La cripta tenía inscrito el apellido Arkham, y en su interior reposaban viejas generaciones de Arkham. Uno de esos Arkham era mi padre. Y mientras observaba con lágrimas en mis ojos la tierra yerta donde yacía enterrado el cadáver de mi progenitor, una ira me invadió incontrolablemente. Pero mi ira pronto se volvió horror cuando una fría y dura mano cadavérica se aferró de mi tobillo izquierdo. Exaltada observé la mano huesuda y con jirones putrefactos de piel que salía de la tierra y me hería el tobillo removiendo pedazos de piel y provocando el brotar de sangre. La mano fue seguida por el resto de un cuerpo putrefacto, lleno de pellejos podridos que pendulaban. El cuerpo ya no tenía cabellos, y sus ropajes eran harapos. Los amarillentos ojos resaltaban exorbitados entre las rótulas. Parte de la mandíbula estaba desvencijada y resaltaba entre la carne de la mejilla derecha. El cadáver era el de mi padre. Aterrorizada, salté hacia atrás desgarrando mis músculos. Caí al suelo con la monstruosa aparición frente a mí. Estiró sus largos dedos para aferrarme y abrió sus espantosos labios con una horrible mueca lúgubre como sonrisa. Me cubrí el rostro con mis brazos emitiendo alaridos desesperados, y desperté de golpe exudando horror.

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XIII Martín y yo amanecimos juntos esa plácida mañana, y el sol nos iluminó penetrando por la mañana. No hablamos sobre mi pesadilla de la pasada noche, después de todo, Martín había sido razonablemente preparado sobre este estigma que me perseguía. No sufría pesadillas todas las noches, pero sí muy frecuentemente, y eran tremendamente crudas. Me hospedaba en la casa de Martín –aunque empecé hospedándome en la casa de mis tíos quienes, precisamente esa mañana, me habían llegado a visitar. La casa de Martín estaba decorada con alfombras y artesanías aborígenes. Tenía muebles sencillos y la cocina –en cuya mesa de comedor estábamos todos sentados— tenía un enorme espejo que asemejaba una construcción inca. Les servimos algo de desayunar. Mi tía Marisa era la única hermana de mi madre Eliza, y era ahora una mujer fuerte y jovial, pero cuarentona y las arrugas y canas ya habían hecho su esporádica aparición. El esposo de mi tía Marisa, mi tío político, era un hombre moreno, alto y sin cabello, llamado Rubén Salazar. La hija de ambos era mi mejor amiga y hermana adoptiva Miranda. Estuvimos hablando de trivialidades hasta que logré notar cierta tensión en mi tío Rubén cuando se tocó el tema de los negocios. Haciendo uso de mis capacidades deductivas, logré sonsacarle algunos hechos. —Tío Rubén –le dije— estás en problemas económicos, lo sé. No me puedes engañar porque no sabes mentir. Los tres integrantes de la familia Salazar se observaron mutuamente, suspiraron y por fin, dijeron la verdad. —Sí, querida Zárate –dijo mi tío rascándose la calva cabeza— mi negocio de cerámica no va bien y Marisa perdió su empleo... 175

Miranda había estado estudiando un tiempo en Gran Bretaña y se hospedaba conmigo. Estaba becada, pero interrumpió sus estudios de forma intempestiva, haciéndome sospechar. —¿Por qué no me lo dijeron antes? –recriminé con los brazos cruzados— ¡les hubiera prestado cualquier suma de dinero! —Precisamente por eso, querida sobrina –explicó tía Marisa— nos daba pena molestarte... —¿¡Molestarme!? –dije golpeando mis muslos con las manos y viendo con mirada enfadada a mis tíos— ¿tienen idea de cuanto les debo? –me volví hacia Martín— cuando mi madre murió y dejé la casa de mi padre me vine a vivir con ellos y me trataron como a una hija. Son la única verdadera familia que llegué a conocer aparte de mi mamá. —Ya no tienes tanto dinero como antes –me dijo Miranda. Yo era una de las mayores autoridades en Antropología a nivel mundial a pesar de mi juventud, pero era verdad, la antropología no me estaba dejando suficiente dinero últimamente. —Les daré dos mil euros –destaqué. —¡No, Zárate! –reclamó mi tío Rubén— es demasiado... —No aceptaré una negativa, si no reciben mi dinero no les dirigiré la palabra a ninguno de los tres nunca más... Se vieron nuevamente las caras, bajaron el orgullo aceptando mi dinero, y realizando la promesa de informarme en caso de necesitar más. Comenzamos a hablar nuevamente de trivialidades, y me levanté con los platos vacíos de comida. Cuando pasé frente al espejo que se situaba en la ventana, observé la imagen del cadáver viviente de mi padre atrás mío.

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Desesperadamente me volteé de súbito tirando los platos al suelo, haciéndolos añicos. No había nada detrás de mí, y al volverme, no vi nada en el espejo. Mis familiares y amante se preocuparon normalmente por mí, y me dieron una silla para sentarme y recuperarme de mi estado de nervios alterado. Pero no les dije lo que había provocado el problema.

XIV Dejé a mis tíos temprano y me dirigí al lado de Martín y Miranda a conocer al Dr. Vincent Anton, que me había contactado interesado en conocerme. Anton era un arqueólogo francés muy renombrado que estaba de visita en Costa Rica como parte de una escalada en Latinoamérica para hablar de los viejos pergaminos encontrados en el Mar Muerto. Los pergaminos habían sido prohibidos por la Iglesia Católica por considerarlos blasfemos, y efectivamente, se desviaban mucho de la ortodoxia evangélica al hablar de una guerra entre dioses que había provocado la supremacía de Yavéh sobre otros dioses, incluyendo a Lucifer. El Dr. Anton nos recibió amablemente, se trataba de un hombre atractivo en sus tempranos cuarenta, de sonrisa perfecta y blanca. Su nariz aquilina encuadraba bien con su mentón estilizado, cubierto por una negra barba de candado, tan negra como sus largos, sedosos y lacios cabellos. Sólo sus ojos de color verde brillaban resaltando el rostro. Su piel era muy clara. Vestía en ese momento un traje con corbata y chaleco negro, cubierto por una chaqueta larga de cuero. La camisa era una cara y fina camisa blanca. Desde sus lustradas y brillantes botas, hasta cada uno de sus perfectamente peinados cabellos, Anton era un hombre meticulosamente elegante.

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—Estoy convencido que los escritos de estos pergaminos guardan un significado trascendental –dijo con su fuerte acento francés— por eso me agradaría saber la opinión de tan afamada antropóloga como usted, Dra. Arkham. —Me honra, Dr. Anton. Pero dígame, ¿a que se refiere con conocimiento trascendental? —A lo largo de la historia han existido cultos religiosos repletos de sangre y violencia. ¿Ha escuchado hablar del Necronomicón? —El Libro de los Nombres Muertos, de la Secta de Comedores de Cadáveres, comenzada por el árabe loco Abdul Alhazzred. Un libro que supuestamente contiene los más terribles elementos de magia negra. —En realidad, el Necronomicón no es un libro –me explicó Anton— es un compendio canónico de libros. Diversos textos de magia y demonología sumeria, textos satánicos de diversas edades y culturas. Es un texto verdaderamente sagrado para los magos oscuros. Contiene la forma de invocar a poderosos dioses malignos y demonios de todo tipo, entre ellos Cthulhu, Yog—Sothoth, Pazuzu, Belial, Astaroth, Mara, Arihmán, Moloch, Lilith, Kali, Nyarlathothep, Set, Loki y Shubb—Nigurath. >>Estoy convencido de que existen fraternidades secretas decididas a utilizar el Necronomicón para invocar a estos demonios. El problema es que se aproximan fechas especiales, eclipses solares, alineaciones planetarias, convergencias astrológicas, etc. que impregnarán estas sectas de furor religioso y homicida... —¿Alguna vez ha escuchado hablar de un demonio llamado Daríus? –pregunté por reflejo. —No. —Habla de eso como si creyera que esos demonios existen –recriminó Martín. —No sé si existen –le dijo críptico Anton— pero sí existen sus seguidores y son motivio suficiente para preocuparse. 178

—A lo largo de mi vida he conocido cosas horribles –dije— personas muy malvadas y sectas horripilantes, querido Dr. Anton. Pero no puedo ayudarlo. Daría lo que fuera por alejarme plenamente de esos espantosos eventos... —Bien, pues –me dijo— entonces no la molestaré más, Dra. Arkham... –en tono lúgubre se quedó callado, y poco después, mis acompañante y yo partimos.

XV Observaba con la mirada perdida el lago de aguas azules que se mostraba ante mí, en alguna mágica parte del paisaje tico. Me encontraba ataviada por un sencillo traje de baño de dos piezas que resaltaba mi esbelto cuerpo. Los fríos vientos costeros de esta época del año, movilizaban mis cabellos negros, al tiempo que mis ojos verdes escrutaban las azules profundidades del enorme lago. Era como si unas manos invisibles manipularan mi mente obnubilada atrayéndome hacia sus enigmáticas aguas. De forma autómata me adentré en las heladas aguas del lago. Poco a poco, mi cuerpo se fue cubriendo gradualmente, por las olas del lago. Cuando finalmente mis pies dejaron de sentir el fondo, y comencé a nadar, todo mi cuerpo estaba húmedo, cubierto por la lúbrica acuosidad en que me había infusionado. Y es en el momento en que me hube situado en el centro del lago, en que sentí una horrible presencia que se removía entre las profundidades... Lo supe especialmente cuando una huesuda mano fría y cadavérica aferró mi tobillo izquierdo, incrustándome sus filosas uñas. Pronto, una fuerza espectral me comenzó a empujar hacia el fondo acuífero del gélido lago.

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Grité desoladoramente al percibir el contacto con la repugnante extremidad, y luché por soltarme y mantenerme a flote. Pero me fue imposible. Pronto estuve sumergida bajo el agua. Con un horror indescriptible observé hacia abajo; el fondo del lago era invisible debido a la oscuridad que lo cubría, como al más negro de los abismos. Pero no era invisible la monstruosidad abominable que aferraba mi tobillo. Se trataba de una aparición putrefacta, como los restos de un cuerpo humano, ahora con la piel desgarrada y deshilachada por la podredumbre. Sus carnes se desprendían a jirones de los huesos, así como los mechones de cabello gris y las rótulas oculares vacías pero que con un macabro brillo iridiscente. La entidad vestía harapos y sus largos dedos con uñas como navajas se encajaron más profundamente en la carne de mi tobillo. Su otra mano hizo lo mismo un poco más arriba de la pantorrilla de la misma pierna, y abrió la boca como si estuviera hambriento. Desesperadamente intenté zafarme del aprisionamiento al que me sometía la abominable criatura. Dispersé un gritó involuntario extrayendo el poco oxígeno que contenían mis pulmones, y pronto, el terror al monstruo se vio imbuido además, de un horror por el sentimiento de asfixia. Cuando sentí que logré desprenderme de las garras espantosas, otra entidad me tomó de la otra pierna; una mujer de largos cabellos blancos, ojos muertos carentes de pupilas y sumidos en unas neblinas como leche. Un vestido largo y holgado, y largas garras de rapiña, similares a las de su homólogo compañero. Me esforcé nuevamente por liberarme, en forma frenética y con espasmódicos movimientos, pero todos mis esfuerzos fueron infructíferos. Más aún cuando otro monstruoso cuerpo muerto me tomó por la espalda. El cadáver carecía de cabello y lo conformaban carnes verdes y pútridas que me tomaron por

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la cintura. La desfigurada cara del cadáver contenía una mueca feroz de perversidad y demencia. Bajo el poder de los tres muertos vivientes me sumergí más y más en las profundas aguas del lago. Ya sin aire, y con los pulmones al borde de reventar fui llevada hasta la presencia de una hueste interminable de amorfas monstruosidades como ellos. Una colección indescriptible de cuerpos descompuestos que se movían hambrientos hacia mí. Con ojos desesperados observé la luz del sol que se filtraba pobremente por la superficie del agua, y luego sentí las mandíbulas de los muertos desmembrándome... Y desperté lanzando ensordecedores alaridos... Había despertado de mi siesta en la tarde.

XVI Esa noche, Martín y yo hacíamos el amor. Mientras nuestros desnudos cuerpos se entrelazaban sudorosamente, recibía los besos de Martín en mi cuello. Éste se colocó sobre mí y mientras me penetraba me susurró al oído: —¡Te amo, Zárate! Pero cuando levantó su rostro me quedé horrorizada. Frente a mí, a unos cuantos centímetros de mi cara, las facciones de Martín se habían deformado y ahora mostraba los rasgos de mi propio padre cuyos ojos verdes me miraban fijamente. Mi corazón se detuvo, mi sangre se heló, mis poros se erizaron cada uno. Y poseída por un terror desesperante, sólo fui capaz de pronunciar un desgarbado alarido presa del más profundo pánico. El hombre –sea lo que sea— que estaba sobre mí, se sonreía con la característica risa sardónica de mi padre mientras yo hacía todo lo que estaba en mis fuerzas para librarme del escalofriante encuentro sexual del que estaba siendo partícipe.

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Lo último que supe fue que todo se me oscureció y perdí el conocimiento. Desperté en cama, en una habitación de la Clínica de San Juan de Aquetzarí. Estaba con oxígeno y con un suero intravenoso. A las afueras de la habitación, sin que supieran que estaba despierta, conversaban muy preocupados mi amante Martín –que según observé por la ventana, había recuperado sus rasgos— y Miranda. Finalmente, el médico hizo su aparición y juntos los tres penetraron en mi cuarto y me sonrieron. Tras intercambiar las palabras de rigor, el médico me dijo: —Su desmayo fue causado por colapso nervioso. ¿Ha habido casos de diabetes en su familia? —Mi madre era diabética, de eso murió –le dije. —Su azúcar y presión arterial subieron a las nubes, colapsó por presión, casi tuvo un ataque al corazón. ¿Tiene idea de la razón de este trauma? —No sé como explicarlo –dije... —Cuando usted estaba siendo traída en la ambulancia y cuando la atendimos en emergencias, no dejaba de repetir algo sobre el rostro de su padre. Sobre el rostro de su padre en Martín... Los miré a la expectativa. Era obvio que pensarían que yo estaba loca. Pero no tenía opción, debía ser honesta... —Cuando hacía el amor con Martín anoche, vi su rostro transformado en una copia exacta al rostro de mi propio padre... Se miraron seriamente, pero no dijeron nada. —Debió ser una pesadilla –dijo Martín— estábamos haciendo el amor, y repentinamente, ella estalló. Pero... no recuerdo muy bien las cosas... Debió ser sólo una pesadilla...

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—No fue una pesadilla –dijo la conocida voz de fuerte acento de Anton a la entrada de la habitación, por lo cual, nos llamó la atención a todos— fue un Dibbuk... —¿Un qué...? –preguntó Miranda. —Un Dibbuk, según la mitología judía, es un espíritu demoniaco de un muerto que se posesiona de un cuerpo vivo. Debe ser repelido con un exorcismo cabalístico... —¿El espíritu de mi padre? –dije más para mí misma— ¡lleva años muerto! —Tengo indicios de que su padre era un Illuminati –dijo Anton— pero me ha sido imposible probarlo. Los Illuminati son una sociedad secreta de adoradores del Diablo y magos oscuros muy poderosos, que tienen siglos de existir y su principal aspiración es permtiir el regreso de los Primordiales al mundo y que este sea arrasado por fuerzas infernales. En todo caso, el Dibbuk puede permanecer muchos años, siglos incluso, activo. —Dr. Anton, con todo respeto –reprendió el médico— me enviaron el expediente médico de la Dra. Arkham, por discreción no diré nada de su historial, pero ella sabe bien a que me refiero si le indico que en su pasado ha tenido problemas con la realidad... —Descuide su discreción, Doctor –dije— Martín y Miranda saben de mi desafortunada infancia y de mis internamientos en hospitales psiquiátricos, y no me molesta compartir estos datos con Anton. —Entonces lo diré abiertamente –expresó el médico— usted, Dra. Arkham, ha sufrido en su pasado de frecuente abuso sexual por parte de su difunto padre. Y luego, sufrió de pesadillas vívidas y alucinaciones, hasta que fue internada en hospicios mentales. El dictamen de casi todos los psiquiatras coincide en que el trauma sufrido por el abuso sexual la ha llevado a sufrir de personalidad límite, depresión, paranoia y otros probelmas mentales. Usted ha perdido contacto con la realidad en muchas ocasiones y ha sufrido de desvaríos y alucinaciones graves. Es obvio que esto fue sólo una lamentable recaída. De 183

hecho, no le daremos de alta aún, hasta que los psiquiatras del hospital le hagan una observación... >>Y usted, Dr. Anton –dijo señalándolo con dedo acusador— es irresponsable de su parte que haga esas aseveraciones fantásticas ante una mujer con este estado de turbación... —Créalo ó no, Doctor, no es su problema –dijo Anton a la defensiva— la mitología judía habla muy claramente de monstruosas criaturas como los Gólems y los Dibbuks. Yo mismo en Israel he estudiado estos casos paranormales. Un grupo de refugiados palestinos fueron brutalmente despedazados, todo indicaba que el responsable fue un Gólem creado por ocultistas de la Extrema Derecha israelí. Eventualmente, los ultraderechistas fueron asesinados por su descontrolado Gólem también... —El Gólem –expliqué— según una vieja leyenda, es un monstruo creado de arcilla por un rabino cabalista, Jehuda Loew, en Polonia, hace siglos. Lo creó para proteger a los judíos de los pogromos que acostumbraban hacer los polacos, matando a decenas. El Gólem hacía lo que le ordenara Loew, colocando pergaminos en su boca. Cuando Loew no le asignó ninguna tarea en el Sabbath, el Gólem enloqueció y comenzó a matar a los judíos del ghetto, hasta que Loew lo destruyó. —Un momento –dijo Miranda— un Gólem es un cuerpo sin alma, y un Dibbuk es un alma sin cuerpo... ¿qué pasaría si un Dibbuk toma posesión de un Gólem? La mirada de Anton se tornó pensativa. El médico, cansado de la discusión, ordenó a todos salir del cuarto, y me obligó a dormir. Luego recibiría la visita de mis tíos y la tediosa visita de los psiquiatras que repetían las mismas preguntas que me habían formulado incontables veces en el Hospital Psiquiátrico de San Juan de Aquetzarí donde estuve internada... Durante las noches en que estuve internada en la clínica no podía evitar pensar, hora tras hora, en el asunto. 184

¿Tenía razón Anton y lo ocurrido había sido provocado por el demoniaco espíritu de mi padre? ¿Ó tenía razón el médico al advertir que sufro de desvaríos psicológicos? ¿Cómo puede, una persona como yo, estar segura de su propia mente? ¿Cómo saber si la maligna sombra de mi padre se cierne sobre mí ó si simplemente me estoy volviendo loca? Si la primera opción era la real, y un espíritu maligno me persigue, el hecho de que me descuide podría ser fatal... Pero si por el contrario, eran sólo alucinaciones, el hecho de seguirles la corriente podría derivar en un daño psicológico peor... ¿Qué hacer? ¿¡Que hacer!? Por una vez me hubiera gustado creer en algún dios y así rezarle...

XVII Vi que algo esperaba en el abismo. Era un abismo marino, situado a miles de kilómetros de profundidad bajo el océano. Un abismo tan profundo que el Monte Everest cabría varias veces. Un abismo al cual la más mínima partícula de luz no penetraba y estaba sumido en la más absoluta penumbra y oscuridad. Pero el abismo no estaba vacío, por el contrario, estaba repleto; pululante de repulsivas criaturas que se retorcían grotescamente en el fondo. Las criaturas eran informes e imposibles de describir; de cuerpos leprosos y pulsátiles. Llenas de venudas pieles oscuras y viscosas. Tenían extensos tentáculos en lugar de extremidades, largos y filosos colmillos en bocas mal formadas. Innumerable cantidad de rojizos ojos. Y en general, una serie de espantosas y monstruosas proporciones que se unían al repulsivo aire de malignidad que desprendían. Un aire opresor, un aire que producía el más profundo terror...

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Y entre las abominaciones que reptaban indecentes en el abismo, una resaltaba entre todas. Tenía los tentáculos más largos y los colmillos más filosos. Y entre la oscuridad más absoluta, dos ojos intensamente rojos observaban a través del tiempo y el espacio con una mirada hambrienta de malignidad pura. Pero el verdadero abismo no se situaba realmente en ese fondo oceánico. Sino que era la antesala a un abismo de una locura más repulsiva y aterradora. Un abismo situado más allá de las estrellas. Lejos, donde ni siquiera la luz existe. Donde la luz, realmente, nunca ha estado presente. Un abismo situado en otra dimensión del tiempo y el espacio. De una vibración intensa y recalcitrante. Una dimensión de caos puro, y de maldad pura. Un plano donde retozaban entidades carentes de la más mínima forma de bondad y luminosidad. Este abismo, el abismo oscuro de la maldad, el Abismo de la Locura, era uno de los círculos cósmicos del Infierno, donde residían expectantes y hambrientos los dioses de las Tinieblas... Tuve una visión. Una visión del futuro. De cómo sería el futuro si los dioses del Abismo se liberaban... Observé la tierra devastada, desértica. Vi lo que parecía ser la ciudad de San José, pero ahora lucía deshabitada. Sólo edificios en ruinas y calles sucias, llenas de papeles empujados por el viento, se observaban alrededor. Había automóviles destrozados y oxidados, así como un frío viento silvilante que se removía suntuosamente entre el desolado y lastimero panorama. Pero además, un oscuro cielo de nubes espesas y rojizas se cernía sobre la derruida ciudad. Poco a poco comencé a observar nuevos elementos en el paisaje; esqueletos, aparentemente humanos, restos de personas, casi todos con muchos años de descomposición.

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Otras monstruosidades se movilizaban escalofriantemente entre los edificios y en las partes subterráneas. Se trataban de entidades amorfas, oscuras, leprosas, viscosas, repletas de extremidades horribles (tentáculos, tenazas, garras, alas de murciélago, babeantes hocicos plagados de filosos colmillos). Y me pregunté, ¿donde están los humanos? Y luego lo supe; la Humanidad estaba al borde de la extinción; sólo dos tipos de humanos sobrevivieron, por un lado, los desgraciados que malvivían subsistiendo entre las monstruosas criaturas. Personas que maldecían día con día el haber sobrevivido y que envidiaban a los muertos. Estos trataban de coexistir como cucarachas alimentándose de cualquier fuente de alimento que encontraran, combatiendo a los monstruos, viviendo en lo subterráneo, alejados de la superficie, sucios y asustados perpetuamente. A veces formaban sociedades tribales, y en muchos casos se habían sumido en la barbarie y en el canibalismo. El otro sector de la humanidad, más escaso aún, eran los adoradores de los dioses abismales, quienes vivían en mansiones y castillos oscuros, dedicados a actividades absolutamente lúdicas y hedonistas, alimentándose como cerdos, promiscuos como conejos y malignos como demonios. Estos mantenían aún una serie de personas como esclavos –de servicio, de placer sexual, de sacrifico a los dioses en sus rituales espantosos— pero con el tiempo, cuando los dioses oscuros se hayan cansado de estos humanos, aún ellos terminarían en la misma desgracia infernal. El océano se había vuelto de color rojo sanguinolento, empañado por la sangre de millones de víctimas. Y saliendo del océano pude observar a una horripilante criatura, cuyo cuerpo, leproso y deforme, parecía un híbrido amorfo y espinoso, mezcla de molusco y murciélago. La criatura lanzó un sonoro y espantoso rugido.

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Sólo pude imaginar la insaciable hambre del monstruo, consumiendo a miles de desesperados hombres y mujeres en un festín escalofriante, ensangrentando las aguas de los océanos de las cuales acababa de brotar, horrorizando a millones con la imagen atroz de la masacre, y sumiendo a la Humanidad en pánico y caos absolutos. Pero ahora, la criatura estaba sola. Sus otros hermanos oscuros reposaban por el momento, esperando despertar pronto, para usar la Tierra como plataforma para la eventual conquista del Cosmos mismo. Sin embargo, antes de esto, la criatura me observó detenidamente con sus inmundos ojos rojos; Me complace verte una vez más, Soñadora... —¿Eres tú...? –dije intentando, infructíferamente, terminar la frase. Sí, soy yo, tu amigo Daríus... bueno, no precisamente, Daríus Arkham, cuyos restos reposan en la fría tumba que visitabas de niña, fue un leal Sacerdote Oscuro de mi círculo que murió en la horca en el siglo XII. Pero estaba conectado astralmente a él y luego a sus restos. Daríus fue tu ancestro, querida Zárate. —¿Quién eres? Tengo muchos nombres, en 1904, el famoso brujo Aleister Crowley, y su amigo Víctor Neuburg, visitaron el desierto de Argelia para invocarme, en ese momento me conocían como Choronzon. Los budistas me conocen como Mara, los zoroastrianos como Arihmán. Para los aztecas mi nombre era Tezcat. Los africanos en su Vudú me llaman Okulú. Da igual, mi preferido es sido como me llaman en el viejo libro del Necronomicón... —Cthulhu –dije susurrando. Efectivamente, mi dulce Soñadora. Existe una antigua y poderosa sociedad llamada el Círculo Illuminati, fundada por Daríus Arkham, y de la cual, tu padre, Angus Renzor 188

Arkham, fue Oscuro Sacerdote, el puesto máximo de liderazgo. La labor del Círculo Illuminati, como de otras muchas sociedades similares, es preparar la venida de todos los dioses oscuros y demonios del Abismo a la Tierra para que puedan regresar y crear el Reino de las Tinieblas. A cambio, satisfacemos todos los deseos y ambiciones materiales en cuestión de riqueza, poder y placer carnal de los fieles súbditos. —Tu padre fue un gran líder –dijo una voz detrás de mí. Me volví y observé a una mujer rubia de ojos azules, ataviada con una larga túnica negra— ¿no me reconoces? Soy Amanda Wortington, tu compañera de clases en Santa Helena. —¿Qué? ¿Qué haces en mi sueño? —Por favor, Zárate, es obvio que domino el viaje entre dimensiones. Ahora yo soy una Sacerdotisa Oscura del Círculo Illuminati. Y es gracias a ello que me he convertido en una de las mujeres más adineradas del mundo. —¿Qué demonios tiene que ver todo esto conmigo? –pregunté exaltada— mi padre está muerto desde hace mucho... —Su cuerpo murió, pero su espíritu nos acompaña y pronto se materializará en un nuevo cuerpo. Es por eso, querida Zárate, que debemos matarte cuanto antes... Quise tenerte de mi lado, Soñadora, eres un ser poderoso, aunque aún no conoces tu potencial. Eres el resultado de la unión de dos antiguos linajes de brujos. Ambicionaba tu poderío para el bando de la Oscuridad. Deseaba moldearte de manera que fueras la digna sucesora de tu padre, a cambio de que obtuvieras cualquier cosa de este mundo. Hubieras gozado con poder absoluto e imparable. Pero no, rechazaste mi generosa oferta. Y ahora, no podemos permitir que tu poderoso potencial sea usado por el otro bando. Es por esto, Soñadora, que estás a punto de morir…

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Choronzon dispersó una cavernosa y temible carcajada. Al tiempo que me invadía un temor indescriptible. —No Zárate, no desfallezcas –la voz provino de mi derecha, y en el sueño me volví nuevamente. Una brillante luz blanca resplandeciente que provenía de la Estrella de la Mañana, de Venus, una luz cegadora, pero que no lastimaba mis ojos, que dispersó una voz suave y aterciopelada. –Soy Sirius, querida Zárate. ¿Sabes por qué tu madre te llamó Zárate? Porque tu madre era una experimentada bruja que conocía la historia de la Zárate original. Cuyo antiguo aquelarre se mantuvo, generación tras generación, en tierras costarricenses. Y por eso, tu madre selló su pacto con el antiguo espíritu de la bruja Zárate para que te protegiera de las malignas fuerzas que persiguen a la familia Arkham. Es por esto, que tu padre mató a tu madre… ¡oh sí!, la muerte de Eliza Coronado no fue accidental. Nosotros, los Dioses Arquetípicos, no creas que te hemos abandonado; te han estado observando desde hace mucho, desde tus vidas previas, y sabemos que tienes el poder para ayudarnos a vencer a los oscuros. Es por eso, querida Zárate, que debes despertar... ¡ya Zárate! ¡Despiértate! ¡Tu vida corre peligro! ¡DESPIERTA!

XVIII Desperté a media noche. Llovía copiosamente y los gruesos goterones de lluvia retumbaban insistentemente en los ventanales. Además, uno que otro trueno esporádico resonaba de vez en cuando acompañado del resplandor de relámpagos precedentes. Alguien estaba al lado mío. Era una mujer, toda vestida de negro. Su presencia me asustó de inmediato pero no tuve tiempo de reaccionar.

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La mujer sacó de entre su túnica, una filosa navaja que refulgió brillantemente cuando la esporádica luz de un relámpago penetró la habitación. La mujer alzó el arma y se disponía a clavármela en el cuerpo. Súbitamente, me di la vuelta y caí de la cama, justo en el momento en que el cuchillo se clavo sobre el colchón. La mujer gruñó furiosa y me observó con una sádica mirada carente de toda misericordia; era Amanda. —¡Muere! –dijo y comenzó a lanzarme cuchillazos que hacían silbar el aire. Reaccioné de inmediato y tomé la vasenilla metálica a mi lado, utilizándola como escudo para detener los cuchillazos. La vasenilla resonaba sonoramente al recibir el filo del arma, pero aprovechándome de un desequilibrio de Amanda, que le hizo caer con el peso del cuerpo sobre la cama, levanté la vasenilla y le propiné un duro golpe con ella en la cabeza. Luego salí de la habitación, en el suelo estaba mi querido Martín quien seguramente estaba velándome en mi convalecencia, ahora yacía muerto con una cuchillada en el estómago, al lado de una enfermera asesinada de igual forma y un guardia de seguridad con el cuello rebanado. Y tras ellos, tres sujetos encapuchados, todos de negro, que se me aproximaban tranquila, pero velozmente. El que caminaba en el centro removió su capucha mostrando su rostro atractivo, de sonrisa perfecta y blanca; era Anton. Sin pensarlo mucho corrí desesperada por los ensombrecidos pasillos del hospital. Salí por la puerta corrediza que se abrió sola al percibir mi presencia. La lluvia caía torrencialmente en las afueras, y pronto estuve empapada. Dos encapuchados más me esperaban en las afueras, cortándome la salida por el estacionamiento. Mi única opción fue correr hasta los jardines laterales.

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Estaba descalza y vestida solo con una bata de hospital totalmente mojada por la gélida lluvia. Pero aún así corría con todas mis fuerzas bajo la tormenta relampagueante. Fue entonces cuando llegué a un viejo cementerio situado cerca del hospital. Me resistí a entrar, pero entonces, los rayos iluminaron la lejanía y observé a cinco encapuchados con armas blancas acercándoseme. Corriendo entre las lápidas, a toda prisa, y perseguida por asesinos siniestros, tropecé y caí al suelo, golpeándome la cabeza en una lápida. Es entonces cuando perdí el conocimiento por leves instantes... ¡Alerta, Zárate, alerta! Me dijo una voz, y me desperté... Me dolía mucho la cabeza, y sangraba copiosamente por la sien izquierda, mientras estaba en el suelo, vi la horrible aparición cuyo sólo recuerdo me estremece aún más ahora. Un monolítico monstruo de dos metros, hecho con un material arcilloso y oscuro, con proporciones desagradables y extremadamente gruesas. La cara mostraba unos rasgos mal hechos, deformes y desfigurados, con una nariz, boca y mentón, que parecían derretidos. Sólo los ojos –ó las rótulas donde deberían estar— brillaban de un verdoso fosforescente. La monstruosidad abrió la desfigurada boca y sin mover los labios profirió una cavernosa voz que me era familiar. —¿No piensas saludar con afecto a tu padre, querida Zárate? ¿No te gusta el nuevo cuerpo de Gólem que me conseguí, hija mía? Ya desesperada y enloquecida por el horror, exclamé un alarido estruendoso que retumbó entre las lápidas como un trueno. Y pronto, me vi rodeada de los encapuchados...

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XIX El Gólem que servía como receptáculo del espíritu de mi padre, me arrastraba por los suelos aferrándose de mi pierna derecha. Mientras era transportada hasta el lugar donde efectuarían mi asesinato ritualístico. —¡Déjame en paz! –gritaba desesperadamente a mi ahora golémico padre— ¡por todos los dioses, Angus Arkham, ¿no puedes actuar como un padre por una vez en tu existencia? ¿No te bastó el daño que me hiciste, y ahora además pretendes matarme? ¿No fue suficiente el que me violaras cuando era niña y arruinaras mi vida robándome mi niñez? —Lo siento mucho, hijita querida –respondía el monstruo— una vez pensamos que tú serías la heredera del liderazgo en el Círculo Illuminati, pero las cosas cambiaron y tú desaprovechaste la oportunidad de ser poderosa como una diosa... ahora sólo te espera una tumba ignominia. En un claro entre la maleza del área boscosa que rodeaba el Hospital, mi cuerpo fue lanzado violentamente por el monstruoso ser que alguna vez fue mi padre. Los encapuchados me rodearon, y pronto llegó Amanda con sangre en la cara. Furiosamente, me pateó el estómago y las costillas por largo tiempo, en venganza furtiva por mi agresión. —Suficiente –dijo el hombre de la barba de candado, y Amanda obedeció sumisa, sin duda él era el líder –Hice lo que pude por despertar su interés, Dra. Arkham, y lograr que se nos uniera. Lástima que no aceptó, me hubiera encantado tenerla a nuestro lado. —Suficiente, mátala mi amor –dijo Amanda sumisa pero firme, aferrando a Anton del brazo como celosa. Los Illuminati me rodearon iluminándose con el uso de velas negras, canturreando un incesante mantra de adoración a Satanás.

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Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex Satanus Rex S Extrayendo de entre sus túnicas filosos cuchillos, deliberaron largo rato sobre la más apropiada forma de darme muerte, hasta que finalmente decidieron que el Gólem me asesinara estragulándome con sus manos de piedra. En el momento en que el horripilante ente se me aproximó para aferrar mi cuello y destrozarlo con sus manos, caí en un sopor catártico. Me encontré flotando por el aire y viajando a lo largo del Universo, entre los vacíos cósmicos interestelares. Las estrellas y las nebulosas eran el único paisaje a mi rededor, y podía transitar entre las galaxias en fracciones de segundo a una velocidad incalculable. El tiempo y el espacio se plegaron dentro de mí, en una ecuación inconcebible, y pronto salí del límite del Universo ordenado hasta la fuente misma del Caos puro, más allá de las Estrellas. Allí donde las dantescas larvas feroces husmean con sus hocicos lo que sus tentáculos aferran en busca de que roer. Allí donde las entidades impuras de inmundicia innombrable se destazan mutuamente. En donde, al interminable tañer del tambor, dioses locos y ciegos balbucean blasfemias incoherentes por los eones de los eones. Es allí, más allá de las estrellas, donde nunca existió partícula de luz alguna, que llegué hasta estar frente a frente del más inmundo círculo del infierno, el Abismo de la Locura donde mora Cthulhu.

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El origen de todo el mal, el dios Cthulhu, se manifestó frente a mí, en medio de las tinieblas sepulcrales que rodean su lúbrico redil, y extendió uno de sus oníricos tentáculos para aferrarme por la cintura. Sonriente y sardónico, uso su voraz hocico impúdico para dispersar carcajadas lívidas y luego regocijarse en su triunfo. Nos vemos cara a cara, mi dulce Soñadora. Y es ahora, en el más recóndito abismo del Universo, que encuentras tu destino infinito. Porque por eones te tendré, Soñadora... Fui poseída por Cthulhu al tiempo que mi mente era capaz de penetrar los confines mismos del Averno y observar los más recónditos rincones infernales. Observé los siete infiernos descritos en los cánones budistas, la Tierra de las Montañas de Alfileres donde se ensartan las almas de los desgraciados. El océano de sangre, semen, excremento e inmundicia donde pululan otras descarnadas entidades. El remolino de hirviente agua donde los infelices se cocinan. Las tierras de hielo, donde las nieves desollan a los malditos residentes, y donde el frío congela los huesos mismos. Los mundos de la violencia donde los desgraciados moradores se despedazan mutuamente por eones interminables. El mundo del hambre donde cuerpos cadavéricos se retuercen entre los atroces sufrimientos de la hambruna interminable. El infierno del fuego, cuyas montañas incandescentes y mares de lava ardiente son habitados por almas que gritan y se lamentan sin descanso. El mundo de los condenados, llenos de úlceras y gusaneras que los atormentan día y noche entre los pestilentes pantanos infernales. Y las tierras de las almas torturadas, con largos pasillos donde maquinarias con agujas y cadenas, aferran las carnes y los huesos, y donde torturas eternas aprisionan con sus látigos y sus púas, sus ganchos filosos, incrustados en la piel y sus frías jaulas metálicas a los desgraciados hombres y mujeres que sólo son capaces de lanzar incoherentes lamentos sempiternos.

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Todas estas visiones dantescas que destruyeron por siempre mi cordura fui capaz de observar mientras estaba a merced de los tentáculos de Cthulhu que me poseían. Es en estos momentos cuando a mi ayuda acudieron los Dioses Arquetípicos. Y en mi mente (al borde del colapso por el horror encarnecido que sufría), una niña pequeña se acercó, con su transparente aspecto. Era una niña de ojos verdes y largos cabellos lacios y negros. Y me dijo: —Soy yo, Zárate Arkham, tu niñez. —Pero mi niñez se perdió –fue mi incauta respuesta. —Lo sé, soy tu niñez perdida que los Dioses Arquetípicos han entregado a ti en respuesta a tus martirios. La niñez perdida de Zárate Arkham que ha jugado entre las abismales distancias galácticas y retozado en medio de las estrellas. Y ahora vengo a ti, y me pliego a ti y me incrusto apropiadamente entre las entrañas de tu alma... Y es entonces que mi niñez perdida se fusiona en mí con un tierno beso y abrazo, que los múltiples goces de Cthulhu y su clímax reiterativo se interrumpen, y mi cuerpo violentado es liberado de las garras de la maldad. Partiendo a la velocidad de la luz y más rápido aún hasta los confines mismos del dominio akásico. Justo frente a la Estrella de la Mañana, a Sirius, donde la blanca luz que producía me invadió completamente purificando mi cuerpo y mi alma ultrajados. El éxtasis que sentí al quedar sumida en el tibio torrente de luminosidad de Sirius no lo puedo describir. Y presencié al Universo siendo devorado por la serpiente de Oroboro que se muerde su propia cola. Y presencié la mística danza del Shiva liberador, que destroza con sus brazos el Universo, trayendo consigo al Lobo Gigante, el Fenris que devora el Orden. El océano de fuego purificador de Zarathustra, que se derrama trayendo la Conflagración final. Y aquí, que vi 196

los Kalpas sucederse uno a otro, universos enteros que nacen y se destrozan, sin que sus habitantes pudieran dejar rastro alguno de su existencia. Universos infinitos como burbujas de jabón que explotan en un lúdico juego cósmico. Y de nuevo, regresé al continuo del tiempo y el espacio, y me alejé de los Dioses Infinitos. Nunca volvería a ser una víctima… Regresé a la Tierra, a sólo segundos del instante en que mi cuerpo y mi alma se separaron, aún con mi cuello aferrado por el monstruoso Gólem. Y desperté, resplandeciente de un aura de cegadora luminosidad, de viento en torbellino que movía mis cabellos cual helechos, y un resplandor iridiscente en mis ojos de esmeralda. Y tomé la energía misma de Sirius y los Dioses Arquetípicos entre mis manos, resplandeciendo con un aura que golpeó estrepitosamente el cuerpo del ogro deforme de pedregosa estructura, que resguardaba el espíritu perverso y pútrido de mi enfermizo padre. Y la energía, traía consigo toda la ira, la frustración y el dolor que mi alma albergaba desde tiempo inmemorial, consumiendo con sus amargas espinas mi paz y mi alegría. Los años de dolor y amargura se fundieron en mi ataque, y con una vertiginosa velocidad fueron dirigidos a la mole maligna. El aura chocó con el cuerpo del Gólem, el cual exclamó un tremendo y estrepitoso alarido, cuya ensordecedora resonancia se desplegó por todo el entorno. Una serie de grietas que dispersaban blanca luz, invadieron toda la estructura del cuerpo pedregoso, al tiempo que el grito se prolongaba. Y en unos instantes, en medio de una fulgurosa explosión de luz, fuego y trozos de piedra y arcilla, la criatura golémica que era animada por el pérfido espíritu de Angus Renzor Arkham quedó reducida a cenizas. Desperté dos días después en una camilla del hospital, con mi prima Miranda dormida a mi lado. —Miranda –dije y ésta se despertó de inmediato sonriente— ¿Qué pasó? 197

—Todo está bien ahora. La policía está buscando a los Illuminati. —Pobre Martín –me dije a mi misma y el terrible pensamiento de que ahora los Illuminati y quien sabe cuantas fuerzas demoniacas estarían buscando vengarse de mí cruzó por mi mente. —Los médicos dicen que no tienes ningún daño grave… aunque… —¿Aunque que? Miranda extrajo un espejo de su bolso y me lo entregó. Además de los moretes en el rostro y el cuello pude observar que tenía el cabello encanecido; blanco como la nieve, a pesar de que seguía siendo una mujer de 33 años, joven y atractiva. —Te noto diferente, Zárate –me dijo mientras yo me acariciaba el cabello con la mano derecha, atónita. –Es como si estuvieras un poco más… sabia. —Lo único que se –le dije— es que he recuperado mi niñez perdida.

FIN

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