Un Genio en La Pantalla

August 1, 2017 | Author: chrystin2009 | Category: Nature
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Descripción: cuento...

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Fanny Buitrago

Buitrago, Fanny, 1946Un genio en la pantalla / Fanny Buitrago ; ilustrador Jaime Troncoso. — Edición Mireya Fonseca Leal. - Bogotá : Panamericana Editorial, 2013. 112 p. : i l . ; 21 cm. ISBN 978-958-30-4260-7 1. Cuentos infantiles colombianos 2. Magia - Cuentos infantiles 3. Fantasía - Cuentos infantiles I. Troncoso, Jaime, il II. Fonseca Leal, Raquel Mireya, ed. II. Tít. 1863.6 cd 21 ed. A 1421143 CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera reimpresión, marzo de 2015 Primera edición, enero de 2014 © Fanny Buitrago © Panamericana Editorial Ltda. Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57 1) 3649000 Fax: (57 1) 2373805 www.panamericanaeditorial.com Bogotá D. C., Colombia

Editor Panamericana Editorial Ltda. Edición Mireya Fonseca Leal Ilustraciones Jaime Troncoso Diagramación Diego Martínez Celis

ISBN 978-958-30-4260-7 Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor. Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 No. 95-28, Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355 Fax: (57 1) 2763008 Bogotá D. C., Colombia Quien solo actúa como impresor. Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Ilu stracio n es

Jaime Troncoso

C p a n a m e r ic a n a " ) E D I

T O R I

A L

Colombia • México • Perú

A los niños que me regalaron sus nombres y sus risas, mientras jugaban con el Genio de los Árboles. Con todo mi corazón a M ariana y Daniel, Laura y M aría, Isabel Lucía, Alejandro, Martín y Lucía, Nicolás y Sofía, M icfielle, Atanasio, Sonia, Antonia y Silvana, Darcy, M aría Alejandra y Daniela, Tomás, Juan Emilio y M aría A n to n ia /

Contenido 1. Cosquillas y p o e m a s .....................................................11 2. En la primavera................................................................19 3. Canciones y rock.............................................................27 4. Domingo s ie te ..................................................................37 5. Un genio en el e s p e jo ................................................... 51 6. Las escaleras son de to m a te ......................................63 7. En la ciudad de los s a ú c o s ..........................................75 8. La fórmula Tin, Marín y S p ín......................................87 9. Metidos en un c u e n to ................................................... 99

r

Cosquillas y poemas

yer o an tes de ayer, en otro año, siglo y milenio, Genio Azul escu ch ó su nom bre zum­ bar en el viento. Era una tarde espléndida, cuando nacen las libélulas y estrenan sus alas torn asolad as. Voló hacia el tech o de su casapanal y advirtió bandad as de petirrojos y g o ­ londrinas que dibujaban en el cielo las letras de una invitación: durante el fin de se m a n a se realizaría una im portante convención a orillas del Lago Mar, a diez mil kilóm etros de allí.

XJlrgente-urgente ningún fiada, duende, geníe, que se respete, guede faltar.

íi

Fanny Buitrago

El tem a era la futura salud del universo y la lista de invitados era de tal im portan­ cia que, en e s o s días, se inventaron los estad ios, los b a lco n e s y los paracaídas. Incluía a unas qu inientas hadas, entre ellas las de la inteligencia, la sabiduría, la riqueza, las cosqu illas y los cu en to s feli­ ces. No faltarían los du end es inventores de juguetes, ni las m u sas de los p o e m a s y las melodías. M en os los gen ios de la invisibilidad, los d e se o s y los o b je to s volantes. Genio Azul, qu e salió para allá co m o una tromba, decidió flotar todo el cam in o sobre el horizonte infinito. No sin a n tes acom od arse el som brero de corteza de álam o, la bufanda de tela de araña, la c a m isa tejida con h o ja s de

Fanny Buitrago

palmera, los p an ta lo n e s de algas recién plan­ chados, las m edias de lana y los zapatones vo­ lantes. — ¡Qué bien parecido y elegan te soy, a d e ­ más, muy inteligente! — exclam ó m ientras danzaba sob re los reflejos verde m anzana— . Mi papá y mi m am á son genios im portantes. Si no tuviera ta n to y ta n to trabajo, hasta me conseguiría una novia. Con ella, m e iría de va­ ca cio n es a las islas aéreas. — Hola — le saludó una chica genio con sonrisa color de fresa, voz de brisa y mirada azul lavanda.

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Aunque Genio Azul co n o cía el lenguaje de los anim ales y las flores, se le trabó la lengua. Le tra q u etea b a el corazón. Sí, é i era capaz de hablar con b o sq u e s y m ontañas, recorrer la Vía Láctea y pilotear buq ues lunares, colu m ­ piarse en los nidos de oropéndolas. Sí, pero no respondió ni jota, ni hola, ni ji. Com o si de repente le golpearan la coronilla con un mazo. Y e s o que aspiraba, m ás tarde, a ser Capitán de los O céanos, Inten d en te de las Cordilleras, Alcalde de las Selvas, Jardinero de la Primavera,

r Cosquillas y poem as

Gestor del Verano y del Otoño, Pintor del In­ vierno y las Auroras Boreales. — Hola — repitió la chica. — H oooo laaaa. — Cuando, por fin, intentó hablar, la chica genio había desaparecido. Amable, considerado y valiente, Genio Azul tenía o jo s y ca b e llo s azul turquesa, p e sta ñ a s azul añil, voz de cam pana, carcajada de ven ta­ rrón. E sta b a muy bien proporcionado para ser tan azul y tan diminuto. Su a sp e cto exterior era s e m e ja n te al de un niño. Todo eso, daba lo m ism o. En lugar de saludar, G enio Azul h a ­ bía olvidado las reglas de ed ucación y c o m ­ portam iento. — B u eno s días. — Una trucha a so m ó la c a ­ beza. El genio le hizo una reverencia. — ¿Q ué te pasa? — le preguntó. — A mí, nada. ¿Qué me puede pasar? — ¿ E stá s seguro? — Com o sa b er que me gustan las uvas y la m erm elad a de agraz.

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— Siento que no eres el mismo. ¿Qué sucede? Genio Azul p e n só y volvió a estrujar las c o ­ ordenadas de su cerebro, con su ltó sus circui­ tos, sin encontrar una respuesta. Reflejado en el agua verde oro, en don de crecían b am b ú es y flores de loto, había palidecido. En aparien­ cia era igual, los neutrones, proton es y ele c­ trones que com p onían cada uno de los á to ­ m os de todo su cuerpo esta b a n en perfecto orden. Sin em bargo, no era el mism o. i — ¿Soy yo, o no soy yo? — Por primera vez en su vida com en zab a a sentirse inquieto. S í que sí. Tenía que ser el m ism o, un genio que cabía en los nidos, el cáliz de las flores y horquetas de los árboles, que podía bañarse en rocío, viajar sob re el lom o de los cisnes y b a jo las alas de las palom as, volar al m ism o ritmo de los cisnes, patos, chorlitos, golondri­ nas, m ariposas migratorias y María mulatas. — ¿Q ué? ¿Q ué te su ced e? — inquirió la tru­ cha moviendo sus a le ta s y agallas. El genio e s ta b a am oratad o y sin habla, los p antalones d escolgad os, tal co m o observaron

Cosquillas y poem as

otros h a b itan te s del Lago Mar. Le ardían los o jo s y la nariz. Sen tía esporas en las rodillas, se d im e n to s de resina y briznas de algodón en cada hueso. Así que se estiró en voltereta, pa­ te ó el su elo con tal fuerza que los p eces, gar­ zas, tortugas, ranas y lagartijas tem blaron. En la orilla, los chigüiros y unicornios qu e se diri­ gían a la convención, co m o esp ectad ores, d e ­ cidieron tom ar el asu n to con calma; d e s c a n ­ sar, tom ar la merienda. Una bandada de reini­ tas cabecid orad as que retozaba entre los e s ­ teros y manglares, huyó a estam pida. Si bien los á to m o s que com ponían sus m oléculas, volumen y estatura, perm anecían en sus luga­ res, Genio Azul ya no era casi perfecto; co m o si los hu esos, cartílagos y m úsculos no fueran suyos, sino prestados. Él no lo sabía, pero le habían robado el corazón. — Quizá hace frío y e stá s en edad de tom ar juicio — dijo la trucha— No quiero dar c a n ta ­ leta, ni aburrirte, pero te ap u esto a que no d e ­ sayun aste co m o se debe. Busca manzanas, higos, dátiles y miel. El alim en to te dará fuer­ zas.

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Fanny Buitrago

Como al d espedirse la trucha no dijo chao, porque tal palabra no se conocía, Genio Azul supuso que ten ía razón. En un m om ento dado, los genios com enzaban a crecer. ¿M a­ durar? Tenía que averiguar qué ob ligacion es y cam b ios suponía e s e asu n to m isterioso de crecer. No ten ía ni m ínim a idea...

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E n

l a

p r i m

a v e r a

enio Azul solía s e n ­ tarse a la som bra de pinos g ig a n tes­ cos, cuando, en n och es de verano y alrededor de las hogueras, su m am á y otras se ñ o ra s g e ­ nio c o n ta b an historias que m iles de añ os d e s ­ pués serían narradas y escritas. También sabía que los genios detentan habilidades insólitas. Pueden crecer m etros y metros, reducirse h a s­ ta al tam a ñ o de las sem illas, dormir tap ad os con p étalo s de dalias o margaritas, plegarse, jugar entre nidos y cogollos. Se les facilita tor­ narse invisibles, multiplicarse, convertirse en silbidos, notas m usicales, can cion es, dibujos.

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Fanny Buitrago

En fin, en todo aqu ello que los hu m anos lla­ man inspiración. Pero ¿có m o y por qué había com enzado a crecer? — Hola. — Entre una burbuja, nim bada por los colores del arco iris, flotaba y sonreía la chica genio. El cuero cabellu d o de Genio Azul se tornó com o púas de erizo. Su s ojos, reflejados en otros o jo s rosados, se enfrentaron a lo incon­ cebible. La chica genio no tenía el corazón en lo alto del pecho, en donde suelen tenerlo los* seres de su esp ecie y familia. No. Allí ella t e ­ nía dos corazones, m ientras que el genio ha­ bía perdido el suyo; a cam bio, exhibía un ár­ bol coronado por una lluvia de estrellas dimi­ nutas. — ¡Creo que m e falta mi eje! ¡Ay mam ita m ía!.— Cuando Genio Azul quiso dar unos pa­ so s y entrar a la burbuja que reflejaba todos los colores, la chica g en io se había evaporado. — ¿Ahora

qué

hago?

— se

preguntó— .

¿Quién seré sin mi corazón, que tam bién es mi brújula y mi e je ? ¿Me reconocerán papá y m am á?

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r En la primavera

Tenía sueño. S e sentía c o m o un m uñeco, a veces de m adera co m o Pinocho y otras de c a ­ labaza, perdido en un día de brujas. Hasta e se día, año, siglo y milenio, el

genio no había

tenid o o ca sió n de utilizar ni la mitad de sus dones. E so de crecer ni se le había ocurrido, quizá porque en su mundo el sol y las e s tr e ­ llas brillaban a diario en un cielo siem pre azul, el horizonte era suave y terso. Las n o c h es de luna tenían arom a de jazmines, romero, to m i­ llo, a lb a h aca y verbena. Genio Azul, pues, antes de aclarar el m iste ­ rio, decidió permitirse un descan so, dos o cien días, daba lo mism o. Viajaría m ás rápido para llegar a tiem po a la convención. Para hacerlo, com enzó a devanar palabras reconfortantes: brizna, tallo, hojas, ramas, riachuelos, floresta. ¡Eso! N ecesitaba la horqueta de un almendro, la corola de una magnolia o de un girasol. Tal vez la som bra y el rumor de una cascada, para dormir en m edio de su arrullo. De pronto, divisó una espléndida rosaleda, ased iad a por hormigas y abejorros, que pare­ cía incóm od a de lidiar con ta n to s visitantes. G enio Azul sop ló y sop ló y los invitó a m udarse

Fanny Buitrago

m ás y m ás allá. ¿C óm o a sí que esta b an en plan de convertirse en plaga? Alrededor había acacias, que ofrecían alim en to y protección a las hormigas, m anzanos y durazneros con fru­ tos maduros. No era n ecesario fastidiar a las rosas entre las cuales le gustaría dormitar. E s ­ taba a punto de aterrizar, cuando advirtió que seguía crece que te crece, piernas, torso, esp i­ na dorsal, brazos, c o g o te ¡arriba y spinl No c a ­ bía b ajo ninguna raíz, ni las h o jas daban el anch o y largo de su cuerpo. Un colibrí giró y giró, sobrevoló, com enzó & dibujar triángulos, tra­ pecios, rom bos alre­ dedor de las ca m p á ­ nulas y espu elas

En la primavera

de caballero, que tem b lab a n y ofrecían néctar. Era su manera de decirle: "Ten cuidado, Genio Azul, crecer nunca ha sido fácil y no crecer es todavía peor". — ¿Q ué su ced e con Genio Azul? ¿Por qué ha ca m b ia d o su corazón por un árbol de e s tr e ­ llas? — preguntaron en to n ces los cerezos sil­ vestres. — Quizá alguien lo imagina y lo piensa — dijo un águila real que p lan eaba con sus en o rm es alas y se jactab a de volar por encim a de las m o n tañ as y el b o sq u e enm arañado.

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Fanny Buitrago

— ¿A quién se le ocurriría tal disparate? No soy un genio conocido. Apenas si he viajado al pasad o y no recuerdo el futuro. De súbito, supo qu e sería m e jo r espantar el sueño, acudir raudo a la convención. Allí e n ­ contraría a su papá y a su mam á, a los ab uelos y tatarabu elos, tíos y primos, a sus amigos. Les pediría c o n s e jo y ayuda. De m od o que d e­ cidió primero darse un chapuzón en el Lago Mar. Luego, con ayuda de las arañas, unas magníficas tejed oras, cam biaría de ropa. La^ que tenía p u esta com enzab a a oprimirle. Zazazz zazz, en caram ad o sob re una h oja de vic­ toria regia patinó so b re el suave oleaje, ante las miradas de una serie de p e ce s y renacua­ jos, que acudía a saludarle. E ntonces, de re­ pente, su corazón llegó a la carrera, cantó y reson ó entre su pecho, c o m o tam b or hecho de totum o. Tin y Spín, Marín, a sí p asó y su ce­ dió. M eció el árbol de estrellas que lo reem ­ plazaba y le colgó farolitos, siemprevivas rojo punzó, una gota de lluvia y otra de luna, dos fresias de oro y un rubí. ¡Sorpresa! En segu n­ dos salió cual rayo, sin que Genio Azul c o n si­ guiera atraparlo.

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En la primavera

El genio sintió que su sangre azul hervía. Eso le p asab a por volar sobre un Lago Mar que todavía e s ta b a en p erm an en te formación, se rizaba por corrientes de agua dulce y sa la ­ da, sus límpidos afluentes corrían y d e s e m b o ­ caban en los siete mares. En su fondo alber­ gaba eru pciones de lava, form aciones roco­ sas, b o sq u e s de algas, familias de tortugas y caracoles, ad em ás de innum erables peces. — No se te ocurra echarm e la culpa — dijo Lago Mar, que se m ecía a sí m ism o y lo había visto todo. — ¡Ayyayy, m am ita mía! ¿Qué haré sin mi h erm oso corazón? — seguía preguntándose. Los niños dirían que se había p e sca d o una gripa, pues el viento había crecido, las n u bes traían lluvia y en el horizonte com en zab a a formarse un tornado. Tal vez, quizá, nadie s a ­ bía nada de nada. ¿Sería p osible que lo d o m i­ nara el su eñ o ? Ni por ahí.

n a—ií— .....

Canciones y rock

enio Azul p erten ecía a una familia orgullosa de su origen, de sus áto m o s y capacidad de emitir raudales de energía. Su corazón era una obra m aestra y no tenía igual. Había sido elab orad o con neutrinos, harina y melaza, arom a de eucaliptos, piar de ruiseñores, isótop o s de oro. Una a le a ­ ción de platino, uranio y azul índigo, núm eros quanta. En cada latido, 92 ele ctro n e s giraban alrededor de un grupo de partículas nucleares y de otros elem en to s, mezclados primero a la salida del sol y luego al claro de luna por su madrina, la Señ ora Imaginación.

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Fanny Buitrago

Por supuesto. ¿C óm o no se le había ocurrido? Lo justo y lo correcto era visitar a su madrina, presentar respetos, llevarle un regalo. Si al­ guien sabía qué cam ino o ruta había tom ado el corazón, sería ella. Pero, era la invitada de h o­ nor en la convención. No estaría en-casa. G e­ nio Azul sintió que le tem b lab an las rodillas. A propósito, y por si no lo recuerdan, dicha señora tiene co m o un millar de nom bres y otros tan tos apellidos, au nqu e la mayoría de la gente la co n o c e c o m o Inspiración, L eyen d a Fantástica, C u entacu entos, Fabulosa, Dispa­ rate y hasta La Loca de las Galaxias. Ella, a quien le en can ta usar vestidos y adornos de colores encendidos, es una experta en tramar, narrar, escribir. Es la creadora de palabras com o Amor, Siem pre y Jamás. D ibujante pio­ nera del globo, el dirigible, el avión, los c o h e ­ tes y el transbordador espacial. G estora de los primeros viajes al fondo del mar y al espacio (a la Luna, la Osa Mayor y la O sa Menor, Ve­ nus, Júpiter y Marte, la co n stelació n de Orion). S a b e de m úsica y de c a n cio n e s y de rock más que nadie. Es la m e jo r am iga de Gaia, la Ma­ dre Tierra, y de Mari, la Reina de las Hadas.

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r Canciones y rock

Cuando term ina de tocar el violín, el piano, la batería, la guitarra eléctrica y la dulzaina, la Señ ora Im aginación es una persona se n sata, a quien le en can ta el aire diáfano, los cielos y m ares límpidos, intacto el verdor del m undo y la capa de ozono. Es feliz, an ticip án d ose a las ideas de los niños, los inventores y los sabios. Total, las aves, las m ariposas y las Maria pali­ tos, sus criaturas favoritas, volaban a n te s de ser inventado el avión y el reactor lunar. Sin dejar de pensar en ella y en el regalo, súpito de inquietud, Genio Azul tornó a pre­ guntarse: ¿Ahora qué será de mí? ¿Por qu é mi corazón se ha m archado sin despedirse? ¿Sin sus á to m o s de afecto, có m o puedo acercarm e a las gaviotas, a los caracoles y a las babillas? ¿Q ué dirán papá y m am á? Enton ces, cuando rodeaba el Valle de Irás y no Volverás, y la Floresta de Tripita y Media, un pájaro de n a cien tes plumas, qu e de golpe y porrazo se había caído de un ginkgo, del que se dice que era uno de los árboles del paraíso, m etió el pico: — ¿Cuál es el problem a? — inquirió.

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r Canciones y rock

— S e trata de mi corazón y de mi eje. S e han marchado, o m e los robaron. En fin, no tengo ni idea de dónde están. — ¡Qué desastre! — exclam ó Plumón. — Desastre y d esastre total. Sin mi corazón, mi m en te se tornará mustia, ya no podré c a n ­ tar, ni nadar con los alcatraces, ni bailar con las libélulas, ni asistir a la fiesta anual de los ratones... Y e s o no es nada de nada. A mi papá y a mi m am á les dará la rabieta de sus vidas. E sto es peor que perder la dirección o la llave de la casa, no com er fruta al d e ­ sayuno y verduras al almuerzo.

Fanny Buitrago

— A e s e corazón hay que encontrarlo, aquí te n ecesita m o s sa n o y con fuerza. (No sea que el aire se llene de suciedad y nos am en acen torm en tas y huracanes). — Plumón se rascó el c ogote con la punta de un ala. — Es preciso rastrearlo en los días de ayer y anteayer y tras-an tes-d e-ayer y el año, el si­ glo y el m ilenio p a sad o s — razonó el genio. — Es un programa b a sta n te com plicado. — Aunque a ratos m e gustaría visitar a^mi madrina y pedirle ayuda. — ¡Déjala en paz! Ella sa b e qu e eres un g e ­ nio fuera de serie, y qu e pu ed es resolver tus problem as. — Tienes razón. Tengo qu e hacer mi propio esfuerzo. — Entonces, ¡a la co n q u ista de la inteligen­ cia! — dijo Plumón. Hay que advertir que Plumón era un pajari­ to a m edio hacer, que no p erten ecía a esp ecie definida. Com o h abía nacido en un mundo dem asiad o nuevo, sin huevo y sin nido, tenía

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Canciones y rock

el derecho de elegir y evolucionar. Y por lo m ism o no sab ía qué color darles a sus plu­ mas. E stab a entre el gorrión, el petirrojo, el colibrí y el ruiseñor. Eran los tiem p os del hojarasquínpuerquiñarindúpelicascariplum a y no le caía mal la idea de ser pájaro carpintero o Martín p e s c a ­ dor. ¡Hasta ave del paraíso! Fue a sí co m o el genio y su am igo em p lu m a­ do, por primera vez en sus vidas, en lugar de saltar, reír y divertirse por aqu í y por allá, se dieron de bruces con un asu nto que to d o s los h ab itan tes del mundo consideran de sum a im portancia: El futuro. De m odo que, en búsqueda del corazón, decidieron continuar el viaje. ¡Súbito! E so sí, no a la topa tolondra, sino en serio. P o r ta l motivo, inventaron los m apas, la regla, el astrolabio, el tele sco p io y el rayo láser. Com o no e sta b a n acostu m brad os al teléfono, se les olvidó el celular. Por último, d e sc a rta ­ ron la idea de una nave lunar. R esultaba m ás se n sa to viajar a la velocidad de la luz, a la que nada se puede comparar. Sería preciso utilizar

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los puntos cardinales, a la zaga de las e s ta c io ­ nes. También podían colgarse de la estela de un co m eta o un m eteoro. Rodear la curva de Gaia, la Tierra, un p lan eta adornado con mares y ríos, valles, pantanos, cordilleras, cam p os ta ch o n a d o s de hierba y flores, que Genio Azul había ayudado a polinizar m ien­ tras jugaba con a b e ja s, avispas, aguiluchos y los vientos del e s te y el oeste. ¡En marcha! Viajarían rumbo al horizonte y guiados por la Estrella Polar. No tenían ni miedo, ni incertidum bres. Pertenecían a una ép oca rem otísim a, cuando se co n o ció el fue­ go y no existían las armas. La idea de la lucha o la guerra no había surgido. Eran un genio y un ave, sin mayores p reten siones, que s e ­ guían el rastro de un corazón. En el cam ino visitaron dinosaurios: brontosaurios, diplodocos, tiranosaurios de enor­ m es cuerpos y cabezas p equ eñas; al mamut y el bisonte, los antílopes; leo n es m arinos y o so s polares en sus cuevas; a las focas y pin­ güinos en playas y riscos helados; al h ipop ó­ tam o entre su b a ñ o de lodo, al ñandú de la

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Canciones y rock

pam pa y al avestruz de las sabanas, a tigres de d ientes de sable, rinocerontes y ornitorrincos. No olvidaron saludar al rey león, al co n ejo , al jefe del mayor de los mamíferos, el elefante. A las horm igas negras qu e m archaban dum dumm dumm en fila india por los cinco c o n ti­ nentes, cargadas de h o ja s y granos dulces ha­ cia sus tú n eles y trochas por las selvas del Amazonas y el M atto Grosso, sin respetar m ontículos, torres, explanadas y pirám ides con sus cám aras secretas. A to d o s preguntaban: al chim pancé, al le o ­ pardo y al tigrillo, la oveja, la hiena y el koala, la jirafa, la cebra, el cóndor, el chulo y la g a c e ­ la, los o s o s panda y el de anteojos.— E eehhh eh ehhh u ste d e ... ¿Han visto el corazón de Genio Azul? Si lo tropiezan, por fa­ vor tengan cuidado. No es un juguete, ni una fruta, ni una piedra preciosa. No sirve para ju ­ gar o saborear, sino para vivir y querer. Ningún animal o planta dijo qu e lo había visto. Ni los pinos reales, los á lam o s o los alerces. Ni siquiera el búho, que d esd e e n to n ­ ces o sten ta fama de filósofo, y que ten ía su

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nido sob re un om bú milenario. Tampoco la iguana, que lo m ism o nada entre el mar o c o ­ rretea por la arena, los cam p os y los tejados; ni el tucán, ni los albatros, ni el cach alote o las gaviotas. Nadie, ni siquiera el venado de cola blanca, pero nadie, había visto el brillan­ te y p o ten te corazón de Genio Azul.

Domingo siete

ntrada la noche, cuan­ do los grillos to ca b a n su habitual se ren ata y las ranas croaban junto al Lago Mar y los p an ­ tanos, Plumón, que no había com ido ni un grano de alpiste, de trigo o de m ijo en esa tem p orada que había durado co m o cinco mil a ñ o s y m edia m añana, decidió que era el m o ­ m en to ideal para descansar. — Es hora de cenar — y a b an d o n ó el h o m ­ bro de Genio Azul, que le servía de percha. Dijo: "adiós, nos vem os en un rato”, y sin dar­ se cuenta, h asta dijo ciao, chao y pescao.

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Era uno de e s o s días de ayer, o tras-trasa n tes-d e ayer. G enio Azul, alegre por el retor­ no y triste por la a u sen cia del corazón, divisó desde lo alto su casa-p an al y la puerta de atrás. Construida por los castores y las ab ejas, tenía un d iseño especial: entre panal, redon­ del y alfajor, con trap ecios y cuadrados a los lados que retenían la energía del sol. Tibia en invierno y fresca en verano, se d e sta cab a en una colina salpicada de jazmines, alhelíes y gardenias. R eflejaba los cam b io s de la Luna, las estrellas y los eclipses. Y cuando su m am á lo visitaba, su cocin a olía a manzanilla, tortas, buñuelos. — Me encanta regresar y tom ar un descanso. — Hola, G enio Azul, ¿qu é te p asa? — Se a so m ó un lucero vespertino, muy brillante, que había nacido a n te s del genio y en una ép oca de truenos y rayos c o n stan tes, rem ezo­ nes y tornados, con ocid a co m o del big bang. Cuando ni siquiera las hormigas, los anim ales m ás nu m erosos del mundo, transitaban por allí. Ni las arañas eran con sideradas co m o el centro de la ecología. De las cucarachas ta m ­ poco se tenía noticia.

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Domingo sie te

— Me duele el pecho, au nqu e no ten g o c o ­ razón. Estoy triste, pero muy triste — resp o n ­ dió. Genio Azul com enzó a transitar en círculos so b re las gardenias y los p e n sam ie n to s, y se p o só entre los p étalos de los anturios y las h o ja s b erm e ja s de las proteas, entre los gira­ so le s am arillos zum m m m m zum m m m y los ibis rojos, m ientras in ten taba cantar. — ¿No e s tá s c o n ten to al regresar? — pre­ guntó el astro, a quien, en la conven ción de hadas y genios, acab a b an de bautizar con el nom b re de Orion. — Al parecer, en tu ca sa t ie ­ nen visitas. De golpe cayó la noche. A Genio Azul la voz y el can to no le salían. Giró entre un ram illete de luciérnagas que iluminaba los arb u stos de azaleas. Salud ó a las ban das de m o sq u ito s y grillos qu e rodeaban a la chica genio de labios color fresa, o jo s y p e stañ as de cristal líquido, rizos de turquesa: un encu entro esp erad o e inesperado. En efecto, ella seguía con los dos corazones entrelazados: Iridiscentes, tiernos, brillantes, perfumados.

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Fanny Buitrago

— ¡Qué alegría! A cabo de encontrar mi c o ­ razón — exclam ó. Su corazón ta m b ién lo reconoció, pues c o ­ menzó a tem b lar a diez trillones de grados, una tem peratura co m o la descubierta por los científicos del futuro en el centro licuado del sol. Tal co m o aprendería m ás tarde Genio Azul, con ayuda de su madrina la Señ ora Ima­ ginación — herm ana de Gaia, la Madre Tierra, y de la Señora Naturaleza— y a lo que se le llamaría reacción

term on u clear de fusién.

Pero, en e s e m o m e n to ni las ideas ni las g e ­ nialidades se le venían a la m ente. M osquitos, chicharras, abejorros, cucarro­ nes y grillos tocaron en aco rd eo n es y flautas una m elodía qu e ev ocab a cielos plen os de claridad; ríos, m ares y o céan o s, selvas de un verde milenario. El Lucero del Alba le guiñó un o jo a la Luna, pues sin saberlo, ni imagi­ narlo, Genio Azul e s ta b a enam orado. — ¡Chica genio, p r e c io s a ...! — le dijo, m ien ­ tras corría hacia ella con los brazos extendi­ dos: Vamos a to m a rn o s de las m an os y a volar sobre los valles y colinas, cam p os sem brad os

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de tréb o les y violetas... a probar un invento maravilloso, que a c a b o de imaginar y se lla­ mará helado. — Tranquilo, Genio Azul — dijo Orion— . La vida no es fácil. Ni la de los genios, ni la de los astros. — Los astros viven m ás siglos que los ge­ nios. — No te creas, un día, tam b ién d e sa p a re ce ­ remos. — E so será en m iles y m illones de años. — M en os mal, pues no m e gustan del todo las historias de miedo. Lo im portante, ahora, es que estoy feliz, radiante, a punto de reco ­ brar mi corazón. Genio Azul, con todas las fuerza y energía adquiridas a través de sus aventuras a lo largo y maravilla de la luz, no podía aún c o m p ren ­ der que el tiem p o había m archado en forma diferente. Gracias a la ley de la gravedad, h a ­ bía aterrizado en el m ism o lugar de la partida, pero en otro milenio, siglo, lustro, y año, día, hora y minuto. Ni los grillos o las chicharras,

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ni los m o sq u ito s eran los m ism os. Un in m e n ­ so caudal, m ás an cho que ríos co m o el Nilo, el Orinoco, el Amazonas, el T ám esis y el Sena, lo sep araba de la chica genio que p ortaba dos corazones. Com o si se tratara de adornos s o ­ bre una cam iseta. En vano intentó saltar por en cim a del a b is ­ mo que se m e ja b a savia de oro líquido. Sus fuerzas lo abandonaron. La casa, c o m o diría

Fanny Buitrago

m ás tarde un poeta, no era su casa, sino un sim ple panal y el m undo alrededor era más joven. Con un aire tan diáfano que el polvo, el hum o y el sm og nunca se asom aro n en él. Al planear, descen d er y aterrizar, Genio Azul no pudo reco n o cerse en los reflejos del Lago Mar. S e en con trab a lejos,

lejísim os de papá y

mamá, de sus a m istad es y de la chica genio. Sin sab er por qué p e n só en e s o s sa b io s de lentes, bigotes, c h a le c o s y pantuflas, que si­ glos d espu és formularían teorías y le dirían al m undo en tero qu e to d o es relativo: la veloci­ dad de la luz, el girar del tiem po, la existencia humana. Aunque el am or es eterno, en parti­ cular el de los genios, ya sea n rojo achiote, verdes o azules. Así vivan en c asa s construi­ das en panales, terrazas, acantilad os o b o te ­ llones. — Tengo que saltar a mi vida de siempre — se dijo. — Y yo tam b ién — Plum ón regresaba a saltitos. Genio Azul lo miró una, dos y diez mil ve­ ces. Al hacerlo, lloraba y lloraba y lloraba, y

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queriendo hablar no hablaba. M ientras, el pá­ jaro saltab a desconsolad o. Y es que, de re­ pente, era co m o un capullo de plumas. A cor­ ta distancia parecía un pajarito sin pico ni cola, a sí los tuviera en sus sitios. ¡M am ola! De pronto, a sus espaldas, el mar com enzó a rugir. Hacía frío, se ocultaba el sol, ululaban vientos sin nom bre, llovía y tronaba, to d o a la m ism a hora y en el m ism o lugar. Zzummmm bing ibaggg-beeggg resoplaba el p lan eta el aire era e s p e so y poblado con efluvios de vol­ c a n e s en erupción, centellas, tornados, ava­ lanchas de nieve en el Polo Norte y el Polo Sur. Tigres y leo n es rugían, las panteras sa lta ­ ban, los o s o s b u scab an miel o com ían a d e n ­ telladas, las cotorras se entendían a grito p e ­ lado. Todo e s ta b a oscuro, am enazante. Com o si se acercara un huracán. — ¡A correr! ¡Patitas para que los q u ere­ m os! — exclam ó Genio Azul, m ientras agarra­ ba a Plumón de un ala y ascend ían en la in­ m ensidad del cosm os. Aterrizaron sob re una cascada, al pie de un valle en donde crecían los cultivos qu e serían

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los favoritos de los hum anos: el trigo que nos proporciona el pan y las tortas. El maíz de los tam ales, las arepas y em panaditas. La avena de sop as y refrescos. La caña de azúcar y el ca cao para hacer delicias. El café que despier­ ta a los adultos o les quita el sueño. El arroz y las papas que c o m e m o s a diario. Más allá re­ lucían el mar, las n u bes y el horizonte intermi­ nables. B a jo un sol am igable, en vísperas del a lb o ­ roto y el zipizape, b a jo la som bra de los viñe­ dos y olivares m ás antigu os del mundo, juga­ ba un grupo de hadas y duendes. Unos to m a ­ dos de la m ano y otros en caram ad os sobre globos, patinetas, b alon es, c o m e ta s y parapentes, con gorros puntiagudos: ropas de seda, botines, varitas mágicas, som brillas, ga­ fas oscuras. Otros em pu ñ and o raquetas de t e ­ nis, yoyos y baleros, flautas y panderetas. Ju­ gaban y jugaban a enum erar los días de la sem ana:

c&unes^ martes, l( miércoles tres, 'ofueues^ viernes ^ sáfíado seis

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Domingo sie te

Días que existían desde el inicio de la crea ­ ción, pero que los integrantes de la ronda creían invento propio. Así que, ocu lto s tras una hilera de clavellinas, Genio Azul y Plu­ món, vieron que allí estab an las hadas de las brom as, de los pellizcos, del clarinete, de las adivinanzas, los ch istes y el trabalenguas, la batería, el teatro de títeres y las piñatas. No faltaban las dueñas del sonido, con sus c a s c a ­ b eles, panderetas, pitos, chirimías y ta m b o ­ res. Cante que te cante:

chuñes^ m a r te s ^ m iérco le s tres 'J u e u e s y viernes y sáfícido seis El genio, que tenía una serie de preguntas e inquietudes, y no e s ta b a para rondas y juga­ rretas, se a so m ó y gritó:

Hadas y duendes que, por razones nunca explicadas, no estab a n invitados a la con v en ­ ción, desde hacía mil och o días in tentaban term inar la canción. Al oír aqu ello de "¡Y do­ mingo siete!”, armaron un zafarrancho y corrie­

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ron tras Genio Azul y Plumón, d esm o ro n á n d o ­ se de la risa.¡Domingo siete serán u stedes! — y c o m e n ­ zaron a tirarles los yoyos, baleros, gorras, vari­ tas, som brillas y c o m eta s. Los persiguieron por largo rato, entre b o sq u e s de fresnos, pi­ nos, álam os, abedu les, chopos; higueras, pal­ meras de dátiles, esp in o s y zarzas. Hasta que ellos cruzaron la ca scad a y encontraron donde escond erse: una caverna con el tech o y las pa­ redes cubiertas de humus, estalactitas, cuar­ zos, y liqúenes, en donde tom aron agua fresca y com ieron m usgo tierno. Allí se durmieron, fatigados, b a jo un dosel de h o jas y lianas, m e ­ cidos por el rumor del agua. Desde lo alto y por un intersticio, las estrellas les prodigaban claridad y afecto. Afuera bram aban los e le m e n to s e m p e ñ a ­ dos en continuar transform ando los océanos, las cordilleras, lagos y lagunas, desfiladeros, el horizonte y los con tin en tes. En tanto que los árboles producían lluvia, niebla, aire lim­ pio. Atajaban al vendaval y los huracanes, las sequ ías y el avance de los desiertos. Daban

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Domingo sie te

hogar y c o b ijo a m o n to n es de criaturas, g u sa­ nos,

b a b o sas,

canasticas,

zorros,

co n ejo s,

m angostas, liebres, m ariposas cristal y ranas arlequín.

Un genio en el espejo

res un genio au téntico! ¡Un cerebro privilegia­ do! — Mariana felicitó a su hermano. — ¡Por fin! Por fin, tu idea se hizo realidad, y estren a s un com putador — dijeron sus pri­ mas, Laura y María. En una gran caja se en con trab a el regalo qu e los niños esperaban d esd e hacía m e s e s y m eses. Ellos m ism os escogieron la marca, ayudaron a papá a traerlo a casa. No e s c a ti­ maron esfuerzos para subirlo al segu ndo piso. E s ta b a allí, listo para enchufarlo, prenderlo y estrenarlo. Era un m od elo con pantalla anch a

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y múltiples funciones, que tenía un apetito desm esurado, p u esto qu e había arrasado con tod os los ahorros. Más una serie de no-idas al parque, al cine, a sí co m o las ca m ise ta s y jeans que nunca, nunca se compraron; tam poco ju egos de video y telé fo n o s celulares. Mamá, que era un encanto, había cedido sus antojos: la posibilidad de un nuevo horno m icroondas para la cocina, una ch aqu eta con capucha, dos novelas (una romántica y otra de aventuras) y un manual para el cultivo de ro­ sas. Papá, otro com elibros, una colección de historia que su m ab a diez tom os, porque no faltaba ningún lugar, fueran repúblicas o prin­ cipados, ni los rusos, ni los chinos, ni los euro­ peos o norteam ericanos o latinoam ericanos. Gracias al esfuerzo y al trab a jo de todos, porque Laura y María, con la ayuda de su am i­ ga Michelle, hicieron h elados, o b le a s y arroz con leche para venderles a sus tías y a las am istad es de la familia, allí e s ta b a el com p u ­ tador que p erten ecía en serio a los niños. Cada quien lo utilizaría por turnos, abriría sus archivos, trataría de no abu sar de la cuenta de Internet, lo limpiaría con líquido multiusos.

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Un genio en el e sp e jo

¿C óm o sería aquello de los turnos? Tan se n ci­ llo y fácil c o m o hacer una rifa al iniciarse cada m es. Así que m am á escribió n om bres y n ú m e­ ros en p apeles separados, los m etió en su caja de música, donde una bailarina giraba con alegre melodía. Cada quien escogió, con los o jo s cerrados, com o quien se disp one a rom ­ per una piñata. A Daniel le tocaría el sá b a d o y el m iércoles, de cuatro a sie te de la tarde, y podía invitar am igos com o Martín, Luis, N ico­ lás, A tanasio y Pepe. ¡Tan de buen as! Hacía rato que quería responder a una pregunta que, de repente, había aparecido en las pantallas de los com pu tad ores de colegios y b ib lio te cas de todo el país. Decían en los periódicos y los noticieros que era plantead a por un grupo de niños, que no eran piratas del ciberesp acio, sino defensores del m edio am biente:

§ ¡ fu e ra s el p re s id e n te de tu pa ís, ¿cjué fia ría s p o r la s a lu d del p la n e ta ? Era m isteriosa, pero sencilla. Mariana ta m ­ bién quería responderla, pero no quería atro­ pellar las ideas. Tal vez, lo correcto sería in­

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ventar una fórmula para limpiar el petróleo de los mares; un papel qu e no se fabricara a c o s ­ ta de los árboles. Una gigantesca carpa de aire im poluto para cubrir el p laneta y restaurar la capa de ozono. Con el ánim o de responder dicha pregunta, d espu és del alb oroto y la em oción inicial del estreno, Daniel se q u ed ó en casa, frente a la pantalla del CP, m ientras m am á y papá, Ma­ riana, Laura, María y M ichelle decidieron ir al cine o al teatro. Aunque no harían ni lo uno, ni lo otro: Al salir, en una ventana del frente, el m atrim onio Cárdenas había colgad o una jau ­ la con dos canarios. ¡Era el colm o! Com o la pareja no e s ta b a en casa, y era im­ p osible reclamar, gritar: “Los p ájaros nacieron para volar y no d e b e n vivir en jaulas", a m am á le dio un yeyo y tal cólera que tuvo que tom ar un agua aróm atica de manzanilla. — Después, le can taré las cuarenta al matri­ m onio Cárdenas — p rom etió ella. Frente al escritorio, con la espalda recta en la silla giratoria, sin chicle para lanzar a la pa­ pelera, y cuando Daniel iniciaba la sesión, la

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Un genio en el e sp e jo

pantalla com enzó a llenarse de figuras. C om o si el com pu tador fuera de segunda m ano y al­ guien h u biese olvidado su disco duro. Apare­ ció un niño de color azul, que realizó tres vol­ teretas, bostezó, se alisó los rizos en la c o ro ­ nilla y exclamó: — ¡B u en os días, me alegra despertar! Ten­ go tanta hambre, que me com ería cien duraz­ nos, cuatro naranjas om b ligo n as y una piña con cáscara. G enio Azul com enzó a rem ecer a Plumón: — Despierta, hay qu e bañarse, desayunar y continuar el viaje. Plumón no parecía dormir co m o un ave in­ defensa, sino co m o una m armota. Así q ue G e­ nio Azul decidió salir a buscar agua, frutas y hierbas. ¡Sorpresa! La caverna parecía muy di­ ferente, sin piedras, ni estalactitas. Afuera no había rastros de hierba, cultivos, riachuelos, follaje.Era c o m o si él, un genio, navegara en un extraño universo, de un b la n c o -b la n c o , con recuadro gris profundo, en donde no exis­ tían los astros, ta m p o co la Tierra, el mar, ni el viento siquiera.

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— ¿En

dónde

e s ta m o s ?

¿Q ué

h acem os

aquí? E sto parece un desierto, cuadrado y bri­ llante. O es una m ala broma. ¡Ay, m am ita mía! Tal vez sí, tal vez no. ¿Quién sa b e? Las hadas y los duendes de la antipatía y las jugarretas no son bien recibidos en m uchos sitios, pero se divierten a costa de los demás. Allí no se veían ni matorrales, ni fuentes, ni barrancos, ni una avispa o una lagartija. De pronto, se for­ maron líneas paralelas, de extraños caracteres que, en una ocasión, el genio había visto en la mansión de su madrina, la Señora que tenía miles de nom bres. Entre ellos Fantástica, Dis­ parate, y hasta Sabiduría. Aquello era escritura; no sánscrito, aram eo o griego, sino español. Un idioma del cual no ten ía noticia, nuevo y estupendo para él. Tenía qu e aprenderlo, con la rapidez del relámpago, si quería saber en dónde se encontraba. Genio Azul silbó, sopló y tarareó. De los la­ bios le salió una carga de energía, hacia su pro­ pio cerebro, en donde las neuronas se activaron y comenzaron a trabajar fummmmm su m m m ... com o si leyera su propia historia, ignorada y cam biante durante el curso del sueño.

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Al preguntarse quién era, se reafirmó com o un genio de sangre azul y familia Azul, herm oso y sin sombra. Creado por la Señora Imagina­ ción, con ayuda de la Señora Felicidad y los Duendes de la Invención, en m om en tos de jue­ go, risa y alegría. Había equivocado el camino durante un azaroso viaje al revés del tiempo, y a causa de las ideas de un gran sabio que una vez dijo que todo es relativo. E so pensaba, cuando escuchó una voz que transmitía au tén­ tica curiosidad: — ¿Qué haces en mi computador? No he pe­ dido com unicación contigo. — Soy yo quien tiene que preguntar primero. ¿S e puede saber quién eres? — Soy un niño. Me llamo Daniel. Genio Azul, que había explorado y vuelto a explorar su cerebro, quedó muy confundido. En fin de cuentas, el hom bre ni siquiera existía cuando los genios ya piloteaban alfombras y carrozas voladoras. Sin escafandras espaciales. — Niño es una palabra nueva para mí. Niñon iñ o -n iñ o ... Desde aq u í p areces un gigante extraño.

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Un genio en el e sp e jo

— El extraño eres tú. ¿Quién eres? ¿Y de dónde vienes? — Soy Genio Azul. Vengo del Mundo de Allá, Más Allá y de Ninguna Parte. Quisiera saber por qué mi amigo Plumón y yo esta m o s prisio­ nero en un esp ejo mágico. — E stás en la pantalla de mi computador, no en un espejo. Y ahora dime ¿por qué me c o m ­ plicas la vida? — ¿Que yo te com plico la vida? Ja Ja, me muero de la risa. ¿Yo, que soy un genio? Niño, te puedo conceder tres, seis y hasta cien de­ seos, si me sacas de aquí. Genio Azul com enzó a sentir que su piel se volvía de cuadros verdes y morados. ¿En qué otro lío se había m etido? En lugar de asistir a una convención de duendes, genios y hadas, recobrar su corazón, llevar a Plumón a su casa, esta b a perdido en una región extraña y helada, com o una estepa cubierta de hielo. — Eso me faltaba — protestó Daniel— . Te­ nía que escribir una respuesta genial y m e sale un niño que quiere tom arm e el pelo.

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— Soy un genio, en serio: hijo del Rey de los Árboles, alm a y espíritu del bosqu e, m entor de las a b eja s, experto en distribuir polen y s e ­ millas. Las hadas antip áticas m e hicieron un hechizo y m e durmieron en e s te encierro. — E n to n ces yo soy hijo del rey de los c o m ­ putadores, el hom b re m ás rico del mundo. M ejor salgo y entro de nuevo al sistem a. Ten­ go ideas que concretar — dijo Daniel. Genio Azul, en fin de cuentas, era capaz de viajar al ritmo de la luz, trasladar castillos por los aires, armar satélites, su bm arinos y naves espaciales. De repente, con ocía m illones de palabras en un nuevo idioma y sabía todo acerca de libros y m ecan ism o s. No podía d e­ jarse apabullar. Dijo: — Escucha, las hadas an tipáticas m e lanza­ ron un hechizo y m e durmieron en e s te e n c ie ­ rro. Así que tú, tranquilo. No hables, no te muevas. Dame p erm iso para explicarte mi si­ tuación, que es peliaguda. Mi am igo Plumón y yo n ecesita m o s co n sejo . — No te creo ni pizca. Eres un vago-Internet con ganas de chacota.

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Un genio en el e sp e jo

— Por favor, por favor, tien e s que creerm e. Me perdí, m ientras viajaba por los p u ntos car­ dinales y las e s ta c io n e s en b u sca de un co ra ­ zón extraviado. — Un cu en to b a sta n te rebuscado. M ejor e s ­ cribe una canción rap. Filma una película de zombis. Luego de unos m inutos de "no te cre o ”, "es verdad", "no puede ser", "no m e digas" y "¿por qu é m e pasan e s ta s c o s a s ’’?, Daniel, in te re s a ­ do, dijo: — Bien, te escu cho:

Las escaleras son de tomate

enio Azul le c o n tó c ó ­ mo había salido de su casa, rum bo a una convención. De su am istad con la trucha del Lago Mar y con Orion, su encu en tro con un pajarito a m e ­ dio hacer, nacido en el Valle de Irás y no Vol­ verás y la Floresta de Tripita y Media, qu e se había caído del árbol de ginkgo. Y todo lo que le h abía sucedido al mirar una burbuja que encerraba a una chica genio. — El cu en to no explica có m o perdiste el s e s o e invadiste mi pantalla.

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— Cuando huía de una ronda de hadas y duendes antipáticos, m e dorm í en una cueva que, con seguridad, se convirtió en una mina. Alguien extrajo m etal o m etaloide, quizá sili­ cio o coltán, para fabricar com pu tad ores y me sacó a mí, por accidente. — E so m e faltaba. Quiero responder a la pregunta del millón y elaborar un proyecto a propósito de la salud del planeta, y m e sale un genio en la pantalla. Ni yo m e lo creo. — No tengo interés en molestar. N ecesito escap ar de e s te encierro o en cantam iento. — M ejor voy a imprimir tu figura. Si de ver­ dad eres un genio, p u ed es utilizar palabras mágicas. Salir de la pantalla y de mi CP, en un dos por tres. El genio protestó. S e sentía sin fuerzas, dijo. E stab a tan a n ém ico que no recordaba las palabras o las fórmulas m ágicas para salir de una lámpara m aravillosa o de una botella que flotara en el mar, o de una partícula del oro azul. Ni él ni Daniel vieron a Mariana, en el um­ bral de la puerta.

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Las escaleras son d e tom ate

— Mi liberación ahora es asu n to tuyo, niño. — E sto es una pérdida de tiem po, pronto se acabará mi turno para utilizar el CP. No estoy para jugar al m ago Merlín. Com o te dije, q u ie­ ro responder una pregunta clave y hacer un proyecto. — ¿Cuál pregunta y cuál proyecto? — Si m e nom braran presidente de la repú­ blica, ¿qu é haría en beneficio del m edio a m ­ b ien te? — Y ¿tú qué quieres hacer? — Todavía no lo ten go muy claro, pero me im agino un m undo con m ás b o sq u es, selvas, florestas, jardines, parques, fuentes, aire lím ­ pido. — Conozco el lugar donde n acen to d o s los á rb oles del co sm o s. No sé nada de proyectos, pero te ayudaré si me ayudas. — Hace unos años, yo sab ía de palabras m ágicas. — Mariana entraba en e s e m o m en to en la habitación.

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A las volandas, Daniel le p resen tó a Genio Azul. No le im portaba qu e lo tachara de vago o se burlara de él. Pero, Mariana, que ya e s ta ­ ba en bachillerato, dijo que cuando era tan pequeñ a qu e no alcanzaba las m anijas de las puertas, tenía un am igo qu e se llam aba Genio Azul. No era imaginario, sino real. Hasta m am á lo había visto una vez. — Eres igual a él, y estaré en cantad a de ayudarte. — ¡Las palabras m ágicas! — pidió el genio. Daniel le cedió la silla. Mariana se apoderó del teclado y escribió Abra Cadabra y Ábrete Sé­ samo, que aparecen en historias fabu losas y tienen fama de abrir cuevas selladas. Genio Azul, que h ab ía dormido m iles y mi­ les de años, co m o si d esd e siem pre supiera acerca de la transform ación de la energía, zumm zummm com enzó a multiplicarse. Sus ropas se veían desteñ id as, co m o si le qu ed a­ ran grandes y su rostro iba pasan d o del azul añil y el azul c e le s te a un gris de sop a espesa. Y, para fastidio de todos, el papel imprimió en blanco.

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— -Al parecer sigo prisionero. — ¿Culpa tuya? ¿Cómo es que no recuerdas palabras tan importantes? — preguntó Mariana. — Seguro que en su eñ o s m e ha visitado el olvido y se fugaron mis id e a s... — y el genio lloraba y lloraba y en cim a m oqueaba. — Piensa, piensa en ti m ism o, piensa en hace miles de años. ¿C óm o serían y sonarían? Alegres, p oten tes, sonoras. Así o asá. — Hay m iles de posibilidades. Son com o esa s con traseñ as qu e cada quien utiliza para acced er al correo electrón ico — dijo Mariana. — Tú me entiendes. Si escrib es y recuerdas, con tu ayuda encontraré la solución a mis pro­ blem as. — Dame otra pista — pidió ella. — Quizá son p o em a s, cancion es, baladas, adivinanzas. — Por favor, hazle ca so — rogó Daniel— . No se a que se a c a b e el dom ingo y el com putador se bloquee.

Las escaleras son d e tom ate

— ¡Allá voy! — se en tu siasm ó Mariana. En ton ces siguió escribe que te escribe: Tin Marín de Do Pingué, luego S ansalamín, Cucara M a­ cara Títere Fue, Siete por cinco son treinta y cinco, todos los genios dieron un brinco. Después, las escaleras son de tomate, para que el genio suba y empate. E nsegu i­ da, los caballitos de dos en dos, alzan las patas y dicen adiós, y en otra línea, naranja dulce, limón partido, dame un besito que yo te pido. Además, estaba la p á­ jara pinta, sentada en el verde limón, con el pico recoge la rama y con la rama recoge la flor y ene teñe tú cape nape nu. Ni siquiera le faltó un ...G ooooooo ooollll Gol G o oooo o o o o ooollll d e . .. Cuando Daniel apilaba h ojas de papel, la pantalla y la impresora enloquecieron funnn funnn funn. En lugar de la figura de G enio Azul, salieron im presos cuadrados, triángulos, tra­ pecios, octaedros, espirales, pirámides, sím ­ b o lo s del átom o. Pi: 3, 14 16. ¡Un verdadero enredo! Daniel esta b a al borde del grito. — ¿Ahora qué h a cem o s? Al p aso que va­ mos, nunca, nunca ni jam ás voy a utilizar el CP. Lo indicado, mi am igo genio, es qu e te m and e a la porra con la China... y la Cochin-

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china. Pero, me c a e s bien, aunque com o g e­ nio seas un desastre. — Por favor, por favor. No puedo respirar, y a mi amigo alado ta m b ién le falta el aire. Va­ m os a morir atrapados en un espejo. — ¡Jamás! E so nunca sucederá — dijo Ma­ riana. — P o o r F a v o o o r Por fa f a . .. — la voz del Genio se debilitaba, le era difícil seguir prisio­ nero en e s e lugar sin aire, sin lluvia, sin ríos, m ontañas, ni o céan o s. De pronto, la pantalla se tornó oscura y com o si la invadiera un mar de tinta china. Surgió un chorro de luz y Genio Azul regresó, con el pajarito sob re un hombro. Le traqu e­ teaban la mandíbula, los codos, los tobillos. Preguntaba qué había sucedido: ¿Por qué la Madre Tierra e s ta b a sofocad a y no existían más los b o sq u e s y las selvas de ta m añ o inter­ m inable? ¿Por qué los ríos eran c o m o cintas de fango, y del m aravilloso verdeazul de los o c é a n o s no q u ed ab a casi nada? ¿Por qu é el mundo e s ta b a invadido por ed ificaciones de ladrillo, ce m e n to y p lástico ? ¿Por qu é en la

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Las escaleras son d e tom ate

tierra, los o c é a n o s y en el cielo corrían y vola­ ban rugientes b estia s m etálicas? Lloraba y gritaba y volvía a llorar. ¿Por qu é se veían ta n ­ to s desiertos y tod os los hielos y las nieves de los p olos d esaparecían ? ¿En dónde esta b an las m anad as de bison tes, elefantes, gacelas, ceb ras? ¿Y las cabras m o n te ce s? ¿Por qu é ha­ bían desaparecid o los páramos, los p an tanos y h u m ed ales? ¿Por qué había basureros en t o ­ das partes? En e sa s entraron Laura y María. Las dos, al mirar al desvaído Genio Azul, ni siquiera pidie­ ron explicaciones. Buscaron sus lápices de c o ­ lores, sus tém p eras y acuarelas, sus pinceles. — El genio no puede respirar, n ecesita oxí­ geno, árboles. — E so es — dijo Genio Azul— . Quiero volar so b re b o sq u e s entero s de cedros, pinos, h a­ yas, fresnos, a b eto s, robles, nogales, saú cos. Con excepción de los pinos y los saú cos, eran árb oles que Laura y María no conocían. Pero, co m o de ningún m odo iban a cruzarse de brazos, resolvieron darle sus c o n o c im ie n ­ tos, que eran co m o un tesoro.

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— Aire, agua, ozono — clam ab a el genio que, en vano, in ten ta b a despertar a Plumón. — Lo primero es lo primero — dijo Laura, d espu és de dibujar un an churoso rio b a jo el cielo soleado, mover sus lápices para trazar huertos y patios con m anzanos, m angos, plá­ tanos, ciruelos, tam arindos, papayos y a lm e n ­ dros. — Lo segundo, es igual de vital — dijo Ma­ ría, quien com en zab a a trazar olas de encaje, islas, golfos y corrientes, p e ce s co m o sierras, m ojarras y sardinas, arena, acantilados, arre­ cifes coralinos. — En la naturaleza to d o es importante, pero todo viene de los p áram os que n os envían el agua pura que forma los ríos, y se sum a a los m ares — rem achó Mariana, que se había uni­ do a sus primas y m a n e ja b a el power point. — Todo es o e stá muy bien, pero mi amigo se muere — g im o te ó Genio Azul, de pronto sen tad o en el verdor de un prado. En las hojas de papel coloread as por Laura y María, y que con la máxima rapidez iban del scanner a la pantalla, de pronto surgió una arboleda, car­

Las escaleras son d e tom ate

gada de mirtos, cerezos, lulos y otros frutos maduros. En una de sus ramas b a ja s ap are­ cieron un nido y un tazón con jugo de m ango y ciruelas recién exprimidos, sin qu e faltara un gotero, con un letrero que decía: Para el pico de Plumón.

En la ciudad de los sa ú cos

1 tiem p o de los niños y de los papás no marcha al m ism o rit­ mo.

Cada quien

lo

administra a su a c o ­ modo. También c u e n ­ tan los ojos, la estatura, el largo de las piernas. No h ace falta ni tocar guitarra, ni m ascar chicle. Afuera brillaba el sol, un azul radiante pin­ ta b a el cielo de todas las ciudades del país. En Bogotá, a lo largo de la calle, los m agnolios y los sietecu ero s se entristecían por los canarios en jau lad os del m atrim onio Cárde­ nas, que calen tab a n sus alitas: movían las ra­

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mas y los invitaban a vivir en sus copas. Las m ontañ as h ablaban unas con otras, las nubes se a m on ton ab an . La historia del genio y el pa­ jarito sin pico ni cola iba de los frondosos saú cos ta ch o n a d o s de flores, a los cultivos de la Sabana, en donde crecían rosas, astrom elias, claveles. Adem ás papas, cebollas, coles, nabos, alcachofas. El genio clam ab a por aire y m ás aire, asu sta d o por la vida de Plumón. De m om en to ni siquiera le in teresaba su corazón, ni la chica genio, ni sus nuevos amigos. No era capaz de cantar, pero sí de susurrar. Inten­ taba reanim ar al ave. Le decía que ahora tenía la oportunidad de elegir el color de sus plu­ m as y convertirse en petirrojo, en ruiseñor, en gorrión, azulejo o Martín pescador, hasta en cóndor de los Andes si se le an tojab a. — ¡Despierta, despierta! No te mueras, por favor. E insistía en que Mariana, Laura y María, a qu ienes Genio Azul con sid eraba desde ya sus m ejo res amigas, eran dib u jan tes estu p en d as y podían transform arlo en turpial, gallito de roca o maravilloso quetzal. Daniel abrió de par en par las ventan as. ¡Sansalam ín ! ¡Tin y

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Spín! ¡Oh sorpresa! En los aleros, los tec h o s próximos, los árboles del frente com enzaban a p osarse garzas, mirlas, arrendajos, gorriones, guacam ayas. Dos colibríes giraban alrededor de las cam pán u las del p equ eñ o antejardín de m am á. D ocenas de cop eton es, iguales a c o le ­ giales, hacían fila en el a n tep e ch o de las ven­ tanas, rodeaban la jaula de los dos canarios, entraban despacio, a p osarse a los lados del computador. Todos a te n to s a lo que sucedía en la p a n ta ­ lla, en donde Genio Azul, mordía y sa b o rea b a un b an an ito qu e tenía en una mano. Con la otra, gota a gota, le daba de b eb er a Plumón que despertaba, todavía parecido a un p ajari­ to sin pico ni cola, pero con to d o s los h u eso s san os. M ientras guirnaldas de palom as, m ari­ posas, loros y azulejos, com o tocad as por una varita mágica, surgían de la claridad qu e ro­ d eaba los cerros de M onserrate y Guadalupe. — Es hora de imprimir y de m archarnos — se escu c h ó la voz sonora y fortalecida de G enio Azul. — Me qu ed o — so n ó el piar de Plumón.

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— ¿C óm o así? ¿C óm o así? ¿Q ué dices?. ¿Aquí qué pasa y qué está a punto de pasar? — sonaron tod as las voces, m ás em ocion ad as las de Laura y María. — Quiero ser de la familia de los co p eto n e s sabaneros. Vivir entre los geranios y novios que adornan las ventanas, picotear entre la hierba, los tréb o les y las flores de d ientes de león. Saltar entre las p en ca s de sábila, las c a ­ léndulas, la verbena y la ruda. Danzar entre el cilantro, el perejil y el hinojo. — Allá tú, los p ájaros de la realidad se m u e­ ren. — Genio Azul m e n e ó la cabeza. — Pero reciben m ucho cariño de la gente, y paladean frutas maravillosas: la curuba, las brevas, las uchuvas y la pom arrosa — dijo Co­ petón. Mientras Mariana dib u jab a al nuevo Plu­ món y sus primas enriquecían la pantalla y el mundo en donde se movía Genio Azul, so n ó la puerta de entrada. Eran papá y m am á que re­ gresaban. Ella, seguía triste por la suerte de los canarios en ja u lad o s en la casa del frente y,

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a la vez, co n ten ta por la presencia de los otros pájaros. Papá, con un vozarrón de m otorista o en tren ador de fútbol, preguntó: — ¿ S e puede sab er que es lo qué pasa aquí, ah?, en las azoteas, los a n d en es y los ca b le s del teléfono, hay una invasión de aves y m ari­ p o s a s migratorias. — Aquí te n e m o s un pajarito que ha reco ­ brado la salud — respondió Daniel. — Gracias a ustedes, que son unos verdade­ ros genios. Yo, por lo visto, no tengo sino el nom bre y el apellido — aceptó Genio Azul, que no había ni alcanzado a mover una pestaña. Mamá, de pronto, parecía em b elesa d a. Sus brillantes o jo s fijos en la pantalla del c o m p u ­ tador. — ¡Es Genio Azul, mi am igo de infancia! A quien c o n o c í por la historia de Cucarachita Martínez y del Ratón Pérez. Él m e e n s e ñ ó que hay millares de e sp ecies de m ariposas. En México las llaman papalotes, en E stad o s Uni­ dos butterflies, en Francia papillons, y en el país vasco, pipilimpausas.

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— Gracias y m ás gracias por recordarme. — Aquel era un m o m en to increíble. Genio Azul, estuvo a punto de salir de la pantalla, así nada más, sin recurrir a signos o palabras m á­ gicas. M om en to que existió y feneció en segu n­ dos, dado que alguien com enzó a tocar el tim bre y a golpear la puerta con sonoridad y am ag os de cortesía. Era el se ñ o r Cárdenas, en com pañía de una reportera del Canal Seis.

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— ¿Qué es esta locura? ¿Por qué hay una in­ vasión de p ájaros en tod a la cuadra? ¡Qué sa ­ ben ustedes del asu n to? — S S S S S Silencio. O jalá crean que no hay nadie en casa — dijo papá. La reportera siguió calle arriba y el señor Cárdenas se qu ed ó frente a la puerta, decidi­ do a pelear con los vecinos, m ord iéndose las uñas. Su am istad con papá y m am á pendía de un hilo, debido a un retazo de terreno que ha­ bía al fondo de la calle y que o c a sio n a b a pro­ blem as. Las señ oras del barrio pretendían h a ­ cer de él un jardín, pero el o d io so señ or q u e­ ría una canch a de fútbol. C om o ni el uno, ni las otras se ponían de acuerdo, cartas, e-mails y discu sion es es ta b a n al orden del día. ¿Árboles, flores y una fuente? ¿La can cha de juego? La pelea e s ta b a cazada. Después de aguantar la respiración, c o n ­ sultar el diccionario, la enciclopedia, el libro de los inventos, Daniel dijo qu e todo el asu n ­ to del viaje estab a relacionad o con un sabio muy fam oso, Albert Einsten, y que, debido a sus ideas, Genio Azul tendría que devolver sus

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p aso s en el tiem po. Era obligatorio, si quería retornar a las cercanías del Lago Mar. Mariana, Laura y María p en sab an qu e to d o era m ás fácil. Si Genio Azul se había dorm ido hacía m iles y m iles y m iles de añ os en una futura mina de oro azul o de silicio, e s o ca re­ cía de importancia. Sí, había llegado en un chip. ¿Y q u é? Se encon trab a en casa, al cuid a­ do de m am á y papá. Era preciso darle un e m ­ pujón, incorporarlo a su cam ino de luz y enviarlo a su mundo ¡En el térm ino de la d is­ tancia! — ¿Oro azul? ¿Silicio? — inquirió Daniel. — El oro azul es un mineral que se llama coltán; sirve para fabricar dispositivos e le c tr ó ­ nicos. Miles de chips de com p u tad ores tien en silicio o coltán — dijo papá. — Te creo y aprendo. Más tarde b u scaré la inform ación por la red. Ahora tú m e im pides hacerlo. Entretanto, to d o s los chicos del barrio: Ale­ jandro, Martín, Atanasio, Nicolás, M ateo, Luis, Juan José, Carlos, Pablo, Jorge, grababan con

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sus teléfo n o s celulares en la calle. Más y más periodistas llegaban con cám aras y com p u ta­ dores de última generación. Transmitían la noticia de la invasión alada, entrevistaban a los vecinos, p ro m o cio n ab a n ja b o n e s para la­ var platos y jeans. De pronto advertían que en toda la manzana h abía saú co s y magnolios, jazm ines y rosas cecilitas, sietecu eros, pinos, arrayanes, eucaliptos. Que en definitiva, B o ­ gotá, con sus m o n ta ñ a s y altos edificios de la­ drillo rojo, sus c a sa s de frentes antiguos y te c h o s puntiagudos, sus barrios a m o n to n a ­ dos en las lomas, sus parques, era digna de ser cuidada y transform ada en un inm en so jardín habitado. Por fortuna, los s u c e so s del com putador esta b a n en el en torno familiar, p u esto que si se descuidaban, Genio Azul iba a terminar com o fen óm eno exhibido en la televisión, perseguido por directores de cine, grupos de rock o en una pista de circo. ¿Q ué hacer? El problem a seguía canden te. La discusión era general. M en os mal que el CP tenía un cartucho nuevo de colores y p o­ dían imprimir, sin que el genio saliera de viaje

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En la ciudad de los saúcos

triste o desteñido. Plumón, ahora Copetón, pronto se incorporaría a su nueva familia, am igos, antejardín y barrio. Se trataba de pul­ sar los co m a n d o s file y print y la página actual: de lo m ás sencillo, pero ¿qué sucedería si fa­ llaban? Tenían que actuar con seguridad, evi­ tar un cataclism o. Y es que, desde que Genio Azul saliera de su casa-panal, al escuchar su nom bre zumbado por el viento, el mundo había avanzado, c a m ­ biado, evolucionado e incorporado al m od o de vida de los hum anos m uchísim as de las inven­ cion es de Fantástica, a veces llam ada S a b id u ­ ría. Entre ellos los trenes, buques, au tom óvi­ les, trasatlánticos, subm arinos, ciudades con rascacielos, los aviones y tran sb ord ad ores e s ­ paciales, las plantas y reactores nucleares, los e s p e jo s m ágicos de la televisión, los c o m p u ­ tadores e Internet. Sí, tal vez Genio Azul p e rte­ necía a la ép o ca de las hadas y duendes, cap as y alfom bras voladoras, de los dragones y los gigantes, de las m on tañas de marfil y de las islas de perlas, pero ahora n e c e s ita b a que sus am igos se concentraran: — ¡Socorro! ¡Auxilio!

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Era in con ceb ible que él, un genio inteligen­ te y bien parecido, dependiera de humanos. Y aunque su fab u loso cerebro, recordaba y aprendía a la velocidad de unas 186.000 evolu­ cio n es por segundo, no a c a b a b a de com p ren ­ der lo sucedido. — S o corroooo !

S o rrico o o ü S o rro co o !

Me

encu entro en el siglo XXI. — A pesar de tener una m en te y un cerebro privilegiados, tornó a gritar su "¡Ay, m am ita mía!". — Tranquilo — dijo María. — Tranquilo, ten

confianza en

nosotros.

Papá y m am á encontrarán la solu ción — pro­ m etió Daniel. — Cuando sea grande — dijo Laura, quiero escribir una historia so b re genios del pasado que viajan al p resen te y al futuro.

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La Fórmula. Tin Marín Spín

1 recorrer e s e mundo nuevo, de ríos o s c u ­ ros, m ares c o n ta m in a ­ dos y ciudades en donde los h ab ita n te s tosen , se enferm an y la falta de arb oled as irrita los vientos, atrae el vendaval y la torm enta, e n s u ­ cia las nu bes y la lluvia, Genio Azul había aprendido que — no o b sta n te — la vida perdu­ ra. Si los seres hu m anos se em peñan, todo crece y se multiplica, las flores, las selvas, los niños. En lugar de pensar que no hay ni futuro ni horizontes, había que em prender la tarea de sanar al planeta. Con un aire d octo y sabio, les dijo a los niños que se les puede ganar al

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desierto, a la sequía, a la contam inación, al deshielo. A los huracanes, terrem otos, sunamis. Al frío y al calor excesivos. En fin, a un clima enloquecido. Así, pues, tenía que retornar a los inicios, enseguida del big bang, para en señar a todos a cuidar el entorno y evitar que talaran los b o s ­ ques y las selvas que al respirar purifican el am biente. Decirles a todas las generaciones que sin agua no se puede vivir, ni amar, ni leer, ni jugar o cantar. Era una lástima, pero tenía que marcharse. — Niños, ten e m o s que darnos prisa. — En la voz de Genio Azul las palabras son ab an a m a ­ drugadas limpias, estep as, praderas, selvas y manantiales. Con gusto a cascad as y riachue­ los, sonido de brisa entre los desfiladeros, el caer de las hojas, la blancura del granizo y el sonar de los aguaceros. — ¡Ya sé! — dijo papá— . Creo que encontré la solución precisa. Pero, no es b u en o correr una maratón. Nuestro genio tien e que mar­ charse; pero no quiero que p a se tra b a jo s en el cam ino. Com o viajará solo, te n e m o s que ayu­ darle.

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T La fórmula Tin Marín Spín

Genio Azul escu ch ó con atención to d o lo qu e papá, m am á y los niños decían acerca del equip aje: Tenía qu e usar unos je a n s fuertes y cam biar sus zapatones fuera de moda, por t e ­ nis. N ecesitab a una m ochila para llevar m an ­ darinas y pom arrosas, chirimoyas y m am oncillos, term os con jugo de curuba y de fresa, ch oco latin as, arequipe, cocadas. Dulces de fresa y tamarindo. Un diccionario y un libro de historias, plastilina, m erengues y algodón de azúcar. Toda clase de raíces, es q u e je s. S e m i­ llas de guama, anón, chontaduro, níspero, piña. Sin que faltara esa deliciosa fruta verde, qu e se disfruta con sal o dulce, y su adivinan­ za: Agua pasó por aquí, cate que yo no la vi, ¿qué será?-, el aguacate. — Yo te daré mi fotografía — dijo Laura. — Yo la mía — dijo María. — Una idea ex celen te — dijo m am á, y c o ­ menzó a dibujar a una chica genio con dos c o ­ razones. — Niños... — se escu ch ó una voz fe m en i­ na— . ¿Por qué retienen a mi genio? Es hora de ir a ca sa y u sted es tienen la fó rm u la ... — y

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a Genio Azul— . E so sí, nada de llevar fotogra­ fías de niñas terrestres. Laura, sin mirar siquiera a la desconocida, respondió: — Primero tie n e que term inar de hacer el equipaje. Nos falta la torta de cu m ­ pleañ os y el helado, y la som bra. — ¿Una som bra? Genio Azul es ta b a literal­ m e n te lelo. — Con una som bra, cuan d o vengas a visi­ tarnos serás co m o un niño de verdad y nadie se espantará de verte con n o so tro s b a jo el sol. — ¡Qué maravilla! ¡Eres muy especial! — La chica genio lo m iraba con o jo s co m o platillos, pero no voladores sino quietos. Mientras, Copetón, que se alisab a las plu­ mas, com enzó a batir las alas. — Aquí están tu corazón, tu chica y tu vida — piaba. Con m ovim ientos danzantes, la chica genio to m ó de su c am ise ta los dos corazones tier­ nos y nevados. Realizó m alab ares por unos segundos, les añadió h o jitas de m enta, flores de azahar y los hizo intercam biables.

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— Mi corazón es tuyo y el tuyo es mío, q u e ­ rido Genio Azul — dijo. — Voy a pedir helado y pizza para tod os — dijo, co m o inspirado, papá. — Yo tenía intención de inventar el h elad o y prepararlo yo m ism o. Era un regalo para mi genia; si es que un día m e regalaba un "te quiero". — Hace siglos lo inventaste — dijo Daniel— . S o lo que ahora no lo recuerdas. — Tal vez aquí, pero en mi mundo todavía hay qu e imaginarlo, mezclarlo, batirlo y pre­ pararlo. M ientras Genio Azul y la chica genio, se m i­ raban y m iraban y queriendo hablar no h a b la ­ ban, papá y Daniel supieron qu e el m o m en to de la verdad había llegado. A dem ás de ser un am igo imaginario, Genio Azul, que era co m o energía pura, no tenía los p roblem as de los niños, los que mudan los primeros dien tes y a v eces les duele el estóm ago, sob re tod o cu an ­ do c o m en m ás de la cuenta. Así que, muy orond o podía regresar a su tiem p o sin tardar.

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— Tengo la fórmula — dijo papá— , pero no quiero c o ­ rrer el riesgo. ¿Q ué tal que me equivoque? Si los g e ­ nios son puntos de energía o átom os, o e je s del mundo, pueden d esaparecer cuando se imprima. — O fundir el com p u tad or — dijo mamá. Ante los co m en ta rio s de papá y mam á, Laura y María com enzaron a escribir palabras co m o electricidad, energía, reacción nuclear, fusión. — Siem pre he podido desafiar la gravedad y flotar c o m o polen — dijo Genio Azul— . Ahora que he recobrado las fuerzas y mis á to m o s, isó to p o s y neutrinos están en orden, llegó la hora de alzar la m ochila y decir adiós. — Adoro tus

neutrinos.

Seguro

que

no

pesan nada, y ad em ás de dom inar el aire, pue-

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den navegar en el tiem p o y el esp acio — dijo la genia. — También puedo ser una lluvia de estre­ llas, c o m eta s y m e te o ro s — alegó el genio. Quería decir que era eleg an te y bien pareci­ do, pero que en su ca sa no ten ía computador, no se le había ocurrido inventarlo. Con más bríos y una som bra, estuvo a punto de hacer una lista de tod os los inventos que imaginaría en adelante; pero, decidió qu e no valía la pena hacerlo. Ni tam poco, olvidar sus futuros títu­ los. Al regresar a casa, tendría edad para ser Conde del Verano, Duque del Otoño, Adelan­ tado del Invierno, Intend ente de los O céan os y E je de las Cordilleras, Príncipe de los S o lsti­ cios y Equinoccios. Ante todo, G obernador de los Árboles, de los cuales depend e la limpieza del cielo, la diafanidad de las nubes, la lluvia y el buen tiempo. Dijo.— Voy a decir adiós y chao y nos vem os y vale, pero m e in teresa saber: ¿Qué harías tú, Daniel, si te nom braran presidente, para sa l­ var el planeta?

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La fórmula Tin Marín Spín

Daniel, que había perfeccionado sus ideas, respondió con voz alta y clara: — Haría s e m ­ brar un árbol por cada aco n tec im ien to feliz o im portante: cuando nace un niño o se cu m ­ plen años, y por cada estu d ian te que ingrese al colegio y a la universidad. El aire y el agua serían propiedad y responsabilidad de todos. Verdaderos derech os fundam entales. — ¡Ahora m ism o puedes ser e s e p resid en ­ te! — dijo María, a quien le brillaban los o jo s — . Genio Azul nos puede c o n ce d e r e se d e se o y tres más. Al m enos, en los libros de c u e n to s hacen e s o para salir de la botella. — ¡Alto ahí! — dijo papá— . Ni pensarlo. Primero Daniel tiene que estudiar y crecer. — ¿Q ué m ás se les ocurre? — preguntó el genio. — La gente pide dinero, m illones de m illo­ nes, castillos, sabiduría — dijo Daniel. — Sigo en el m ism o y en orm e lío — c o m e n ­ tó Genio Azul— . ¿Quieren o no los tres d e ­ s e o s ? ¿Q ué tal un castillo, con dragón incor­ porado? ¿O una m on tañ a de m o n e d a s de oro al final del arco iris?

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— Pensándolo bien — dijo Mariana— , ¿qué haríam os con un castillo? Hay m uchas salas y a lco b a s que limpiar. Papá y m am á se pasarían la vida pagando recib os de luz y de agua. Y e s o del oro, atraería a to d o s los ladrones. — ¿Q ué tal la formula de la Sabiduría? — So lo un poquito, porque ahora som os p eq u eñ o s — dijo Laura— . Apenas una minchita, com o para leer b u e n o s relatos, sacar notas excelen tes en el colegio, aprender m a­ tem áticas, álgebra, sistem as, sem brar un ár­ bol en cada cum pleaños. — Ser sab io desde ch ico ta m p o co es bueno. Si h u biese sido m ás inteligente, y no m e hu­ b iese m etido a Dom ingo Siete, hoy estaría en mi casa dánd om e la gran vida. Ahora sé que, al regresar, mi tarea será multiplicar los b o s ­ ques y las selvas, para impedir que la tierra se sofoque. Me desteñí, por culpa de la co n ta m i­ nación. — ¡Eso lo sa b em o s! — exclam ó Mariana— . Por favor, te p re sen ta m o s disculpas. — ¡Ayyy mi casa, mis papás, mis am igos! ¡Quiero regresar a mi casa... guaaaaa!

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La fórmula Tin Marín Spín

— No llores, querido Genio Azul — lo c o n ­ so ló la chica genio. — Yo sí voy a pedir un d e se o — dijo C op e­ tó n — . Quiero que crezcan ginkgos en la cu a­ dra. El ginkgo es el au téntico árbol de la vida, el único capaz de resurgir en la tierra arrasada o qu em ad a d espu és de una guerra. — No quiero qu e m e hablen de guerras, pero C opetón tiene razón y tarde o tem p ran o los ginkgos van a crecer en la ciudad de los saú cos, para que u sted es nunca m e olviden. — Nunca te olvidaremos, te q u ere m o s m u­ cho — dijo Laura. — Yo tam b ién los quiero, pero h ace siglos que no veo a mis papás. Los extraño.

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Metidos en un cuento

om enzó a llover con granizada. Daniel, s e ­ rio y pensativo, sin ga­ nas de utilizar la silla giratoria ni escupir el chicle, dijo: — M ejor nos d am os prisa. Pronto se a c a b a ­ rá el dom ingo. He respondido a la pregunta sob re el cuidado del planeta. Y al p a so que vam os, a pesar de los nuevos am igos, nos q u ed arem os sin computador. — A mí se me ocurre que p od em os dibujar a Genio Azul co m o un astronauta, al com an d o de una nave de alta tecnología.

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— M ejor utilizar ensegu ida los com and os de impresión. Sería m ás rápido. Era la opinión de Mariana. Laura protesto: — ¿Q ué tal que se pierdan en una pista de co m u n icación ? Se pueden quedar el resto de la vida p a se á n d o se entre juegos de video, avisos de m ercad eo y salas de cfiat. Vamos a escribir el final de la historia, a sí el genio regresará a su tiem po. Y con su corazón intacto será feliz por siem pre jam ás. — A mi me gustaría qu e se quedara unos días m ás con nosotros — dijo María. — M ejor que no — Daniel los miró con tris­ teza— . En el m undo de los genios el aire es límpido, el cielo es de verdad verdad azul, las nu bes blan qu ísim as y la hierba siem pre verde y tierna. Nadie, nadie es capaz de tum bar los árboles, ni secar un páram o o un pantano. Los mares, los ríos, los lagos están plen os de h a ­ b itan tes y el agua es límpida y llena de nu­ trientes. No existe p etróleo o residuos que con tam in en la tierra y los mares. Ni las b a lle­ nas ni los tiburones son cazados jam ás. Los ratones no mueren en tram pas, sino que h a ­ cen fiestas anuales.

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M etidos en un cuento

— Los grillos tienen orq u estas y se utiliza la energía solar — recordó Laura. — Los astros y los an im ales hablan. No se ha inventado la televisión, sino los e s p e jo s mágicos. — Genio Azul tien e que regresar al p asad o rem oto, ju sto d espu és del big bang. No p o d e ­ m os equivocarnos. Daniel propuso insistir en las palabras y las fórmulas mágicas, recordar las despedidas. Ante to d o colorear dos corazones de rojo y am atista, para evitar que se muevan del p e ­ cho de los genios. — ¡Bravo! ¡Así se habla! E n to n c es imaginaron que no eran niños de verdad, sino p e rso n a je s de un cuento: Así pu­ dieron jugar con las ideas, la energía, la luz, los á to m o s y los neutrinos, la electricidad, la fórmula de la teoría de la relatividad que se escribe:

e =

mca

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M etidos en un nuevo e s p e jo mágico, Genio Azul y su genia descubrieron, estupefactos, que les en ca n ta b a ten er am igos terrestres. No solo para ser dibujados, trasp asar las barreras del ayer y m ucho a n te s del ayer, sino para in­ ducir a los niños a transform ar el planeta en un lugar m ás vital, m ás herm oso, m ás verde y florido. La familia en pleno e s ta b a dedicada a hablar, discutir, planear cada línea, párrafo y secu en cia del relato, cuando Mariana miró su reloj y dijo: — Todos h em o s participado en reconstruir la historia de un genio y ahora qu erem os que viva feliz feliz feliz, y co m a algodón de azúcar, hasta el final de los tiem pos. — Cierto. H em os llegado a un m om en to im portante. Es hora de grabar. — Daniel hun­ dió la tecla indicada. Al final de la pantalla y b a jo los cam pos sem brad os de arrayanes, apareció un letrero que decía: Documentos-Guardar. Daniel escri­ bió: Hadas, Genios, Duendes. Y e n to n c e s unas voces cantaron:

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M etidos en un cuento

"Treinta días trae noviembre, con abril, junio y sep tiem b re Veintiocho so lo uno". — ¡Y los demás treinta y uno! — exclam ó C op e­ tón, qu e e s ta b a listo para mover las alas y, con gran estilo y orgullo, dijo: — S o sp e c h o que una historia de am or a c a ­ ba de comenzar. Com o tengo hambre, quiero esco g er patio y casa, picotear fresas, guaya­ bas, alpiste. Copetón y todos alrededor del com putador (leer, e s p e jo mágico para genios) aplaudieron, pues genia y genio se miraban y miraban y mi­ raban, y queriendo hablar, ni siquiera estorn u ­ daban. Porque, aunque tengan em o cio n es y sentim ientos, los genios no son iguales ni a los niños, ni a los pájaros, ni a papá ni a mamá. — Ep paaa ¡Viva! — canturreó Genio Azul, m ientras to m a b a de la m ano a su genia, le daba sie te veces la vuelta al mundo y recogía un ram illete de luceros, m eteoros y estrellas, para regalarle a su novia. En m a n o s de Daniel, la m áquina ro n ro n ea­ ba S h a ss sh a ss sss s — ¿A dónde vas?— Le­

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tras, puntos, c o m as y d ib u jos se imprimían, co m o si aprendieran p a so s de danza. La lluvia arreciaba. S ssh h tt pum m m m de repente el g e ­ nio gritó con voz de ca m p an a dominical: — ¡Los qu erem os mucho, familia terrestre! Justo, se fue la luz eléctrica. Hubo parpa­ d eos verdes y am arillos cuando la pantalla se apagó, com o un cata clism o en miniatura. — M enos mal que ya nadie puede cam biar esta historia — dijo Mariana. Cuando regresó la luz, a sí era. La pantalla esta b a vacía y en el viento de la noch e vola­ ban, unos tras otros las frases, párrafos y capí­ tulos de la historia, rum bo a un libro ilustrado. El señ or Cárdenas había sa ca d o una e s co p e ta de balines y am enazaba a los p ájaros que s e ­ guían ufanos sobre los c a b le s del teléfon o y los techos, las a n ten a s p arabólicas y las azo­ teas. — ¡Es una lástima! — c o m e n tó m am á— , se nos olvidaron los tres o veinte d eseos. — A mí tam bién. A mí. Y a m í . ..

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1 M etidos en un cuento

A Laura y a María, en cam bio, no se les h a ­ bía olvidado nada. Sabían que la chica genio a te so ra b a dos corazones rojos, brillantes, y que G enio Azul cargaba una m ochila inflada por d e se o s concedid os, de donde colgaban una serie de perros callejeros y de raza, m o n ­ to n e s de gatos y periquitos, tu ca n es y arm ad i­ llos. S e llevaba con sigo p e ce s que n adaban fuera de sus peceras, y h ám steres y g u a c a m a ­ yas qu e huían de sus jaulas, tortugas qu e vo­ laban entre sus artesas, hasta o s o s y tigres fugados del zoológico y los circos. Tras él cab alg a b a n orgullosos caballo s y trotaban b u ­ rritos, las n u bes sim ulaban delfines, oreas, t i­ burones, b onitos, focas. Al paso, fue abriendo jaulas de canarios y azulejos, leones, hip o p ó ­ ta m o s y gorilas. Le sacó los b alines a la e s co p e ta del señ or Cárdenas, quien boqu iabierto llam aba a su es p o s a para que ju ntos contem plaran un su ­ c e s o que ni él, ni los periodistas eran ca p a c es de explicar: De repente, era d espu és de la lluvia. Los ár­ b o les se m b ra d o s en las calles, avenidas, azo­ teas, arriates y separadores se estrem ecía n de

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verdor, en esp ecial saú cos, palm as de cera, arrayanes, gardenias y rodam ontes. En el jar­ dín, el antejardín y las ventan as de m am á flo­ recían las rosas, los jazm ineros y las azaleas, los h ibiscos y poinsetias, h ortensias y h e lé ­ chos, limoneros, el mirto y la hierbabuena. En las materas, los novios, los geranios y los cri­ sa n tem o s resplandecían a todo color. En tie ­ rras altas, los p áram os se adornaban con or­ quídeas, heliconias, a terciop elad os frailejones, diáfanos riachuelos y o jo s de agua. En m u chos barrios y m anzanas de la ciudad y del país brotaba el regalo de Genio Azul: las raí­ ces del ginkgo. En to d o el país hubo remezón, los jazm ineros de Barranquilla y las veraneras de Cartagena florecieron en pleno, y las camias del río Cali despidieron su d elicioso aro­ ma. Se escu ch ó un griterío general: — ¡Temblor!

¡Temblor!

¡Socorro,

auxilio,

b om beros, param édicos! El aire se llenó de ¡AYYYY MAMITA MÍA! Pero, co m o a nadie se le movió ni un pelo, ni las edificacion es se re­ mecieron, tod os pensaron que so ñ ab a n con los o jo s abiertos.

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Dicen, por ahí, p ersonas am igas de e s a s e ­ ñora, tam b ién llamada Arrebato e Ilumina­ ción, qu e Genio Azul, b a sá n d o s e en la fórmula de la relatividad y ciertos siste m a s de m ulti­ plicación, dilatación y teletransportación, a h o ­ ra visita m illones de com putadores. E stá e m ­ p eñad o en entab lar am istad con niños y niñas de C olom bia, y nuestra América, a d e m ás de Europa, Asia y Oceanía, Australia y m ás allá del universo por si aca so existen otros p la n e­ tas h abitados. Su intención, difundir unas p a­ labras, que sin ser mágicas, ni inventadas por él, son m ás im portantes que la magia:

¿ Q u é ftoces tú gara cuidar tu p a n e t a ?

También le dedica tiem p o al m atrim onio Cárdenas. Nadie se explica có m o un señ or tan agrio y antipático, de len tes y lustrosa calva, ahora se dedica con sus vecinos a sem brar fresias, arrayanes, alhelíes, estrellas de Belén, dalias y lirios en el parque del fondo de la c u a ­ dra. Al lado o p u esto de la cancha de fútbol. Cam ina alegre junto a su esp osa, con un c o ­ p etón sob re el hom bro derecho y dos canarios

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sob re el izquierdo. Ayudan a m am á y a Daniel, y a sus amigos, a Laura, María y M ichelle a plantar árboles nativos con raíces que no quiebren el su elo y el asfalto, a convertir t e ­ rrenos pelados en alegres parques florecidos, con fuentes y arroyos, cascad as, hierba tierna, aire fragante y m ariposarios. Lo anterior su ced ió porque to d o es relati­ vo, co m o dijo el sabio. Hoy so m o s niños de colegio, ahorram os para adquirir un com p u ta­ dor, Genio Azul y su chica genio son nuestros amigos. M añana nos convertim os en p rofeso­ res, científicos, artistas; en papás y mam ás, tíos, abuelos, b isa b u e lo s y quién quita, escri­ tores o deportistas. El día es hoy, pero en la noch e será luna llena o luna creciente. No hace nada, era el año p asad o y el a ntep asad o y los de más atrás. En un cerrar de o jo s e s ta ­ rem os en la mitad del siglo XXV. Hoy y mañana, las hadas de la alegría y la felicidad se reúnen b a jo las palmeras. A charlar en sus ham acas y m ecedoras, saborear hela­ dos de pistacho, mora y limón, contem plar la maravilla del mar y su fabulosa inmensidad, reírse a carcajadas, abanicarse. Mientras los ni­

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ños del país y del mundo, com o si se tom aran en forma invisible de las m anos e intercambia-* ran corazones con Genio Azul y su chica genio, descubren que a los pájaros les fascina pico­ tear entre las ramas y la hierba. Y que todos tienen que cuidar el agua, la pureza del aire, la multiplicación y conservación de los árboles, que son com o la propia vida. Aunque nunca sean elegidos presidentes de una república.

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