Un Dia Sin Carne

September 5, 2017 | Author: lumare | Category: Meat, Cattle, Greenhouse Effect, Methane, Ruminant
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¿Un día sin

carne? Agustín López Munguía

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¿cómoves?

Una modificación en nuestra dieta que puede beneficiar mucho más de lo que podría pensarse al medio ambiente, en particular en relación con el cambio climático, y también nuestra salud. El programa “Un día sin auto”, que en México llamamos “Hoy no circula”, persigue la disminución en el consumo de combustibles y en las emisiones de dióxido de carbono y de partículas a la atmósfera, entre varios beneficios. Otro objetivo, aunque no explícito, es promover que las calorías que no quema el auto, las queme el ciudadano caminando al trabajo, corriendo a alcanzar el taxi o forcejeando en el metrobús, contribuyendo de esta forma a la lucha que se libra en todas las urbes contra la obesidad, la madre de todas las enfermedades. Habría que discutir si estos objetivos se han logrado y en qué medida, pero aquí nos interesa abordar otro programa con metas parecidas, que ya se ha lanzado en varios países, y cuyos beneficios para nuestra salud y el medio ambiente pueden ser enormes: “Un día sin carne”. La idea es dejar de comer un día a la semana carne roja, tal como antaño hacían los católicos los viernes de cuaresma (y muchos todavía hoy), movidos quizá por el agotamiento de los recursos agrícolas almacenados al inicio de la primavera. “Un día sin carne” es un programa que pretende contribuir a generar conciencia en los ciudadanos de que la decisión sobre lo que comemos tiene un gran impacto en el medio ambiente, y muy en particular cuando se trata de carne roja. En algunos casos el programa ha surgido de la preocupación por las condiciones en las que viven los animales en las granjas de producción intensiva y en otros es parte de la promoción de alimentos orgánicos, como la iniciativa “Los lunes sin carne”, que desde 2005

lanzó en Australia la empresa Sanitarium. Pero muchas veces el origen del programa ha sido un genuino interés por disminuir el impacto nocivo que la carne roja tiene en la salud y en el medio ambiente; un ejemplo es la ciudad de Gante en Bélgica, donde se declaró que tanto los servidores públicos como los niños en las escuelas dejarían de consumir carne un día a la semana. Otro, más reciente, es la propuesta de un día sin carne que varias celebridades presentaron en Inglaterra.

Carne de efecto invernadero Y es que cada vez que adquirimos en la carnicería o en la sección equivalente del supermercado carne de res, en cualquiera de sus cortes, propiciamos que una cantidad importante de metano, un gas de efecto invernadero, se incorpore a la atmósfera. La cantidad precisa de gas no depende del corte adquirido, sino de otros factores que incluyen lo que comió la vaca y cómo vivió hasta su llegada al rastro. Lo que sucede es que las vacas son animales bastante flatulentos. El estómago de estos rumiantes es una fábrica en la que las bacterias del rumen (la primera cavidad de su sistema digestivo de cuatro) transforman los pastos constituidos principalmente por celulosa en sustancias que aportan a la vaca la energía que requiere para vivir; en el proceso se genera como subproducto gas metano (CH4). Este gas, dada su capacidad de absorción y emisión de radiación, tiene un impacto ambiental 23 veces mayor que el dióxido de carbono (CO2). Este último resulta de nuestra actividad biológica e industrial, de la degradación de la materia orgánica y de la combustión del petróleo y las gasolinas. Curiosamente las termitas —que también tienen un sistema digestivo que transforma la celulosa— generan el 2% del CO2 y el 4% del CH4 del planeta, aunque afortunadamente a nadie se le ha ocurrido criarlas para nuestra alimentación. De acuerdo con un reporte de 2006 de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el ganado es responsable del 19% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Para el Centro de Investigaciones Conjuntas de la Unión Europea la cifra es mayor: 24%, lo que colocaría a las vacas por arriba del transporte, que aporta el

13%. Estos datos muestran que si dejamos de consumir carne roja, y por lo tanto de producirla, contribuiremos a la mejora del medio ambiente. Cabe señalar que en el mundo desarrollado un ciudadano invierte una cantidad de energía para transportarse semejante a la que se requiere para producir sus alimentos (agricultura, procesamiento y distribución).

Costosa avidez Así como ha crecido la industria automotriz, también ha crecido nuestra avidez por los productos cárnicos de forma que, en promedio, lo seres humanos comen ahora el doble de la cantidad de carne que se comía en 1961, año en que los Beatles tocaron por primera vez en el Club Cavern de Liverpool. Es más, para que el mundo mantenga el consumo actual de carne, dado el crecimiento de la población, para el año 2050 habría que duplicar el número de cabezas de bovinos y búfalos que tenemos hoy; según la FAO en el mundo hay 232 millones de vacas productoras de leche, 1 350 millones de cabezas de ganado y 177 millones de búfalos. En México, de acuerdo con el Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática (INEGI) en 2009 había 23.3 millones de cabezas de ganado. ¿Cuál sería el costo de duplicar tales cifras, si este recurso es en buena medida responsable de la deforestación que se vive en el mundo, incluido el Amazonas? En México, el sexenio del presidente Luis Echeverría (1970-1976) fue particularmente exitoso en este empeño: en busca del desarrollo, el desmonte alcanzó las 4050  000 hectáreas anuales en los estados de Veracruz, Tabasco y Oaxaca. El Istmo ha perdido casi medio millón de hectáreas de bosques húmedos que han sido destruidos y transformados en pastizales para la cría de ganado. Entre ellos se encuentran las selvas de Uxpanapa, donde —con fondos del Banco Mundial— en menos de cuatro años (1974-1978) se talaron 200 000 hectáreas de selva de altura. En 1972, la región de Los Tuxtlas tenía 97 000 hectáreas de bosque mesófilo, selva húmeda, bosque de pino y de encino. En 1993 quedaba sólo el 56% de la cobertura original. La mitad de esta pérdida ocurrió entre 1990 y 1993, a un ritmo de 9.42% anual. Otros estudios

realizados en la zona han estimado que para 2020 quedarán sólo 7 360 hectáreas de selvas en esa región. Veracruz ha perdido ya el 91% de su cobertura forestal: todo esto, en buena medida, para que coman las vacas. A nivel global y mediante un recuento muy aproximado, la superficie agrícola sembrada en el mundo (alrededor de 1 400 millones de hectáreas) permite producir al año unos 2 000 millones de toneladas de cereales, lo que alcanza perfectamente para alimentar a todos los seres humanos, y sobra mucho; claro, siempre y cuando todos fuésemos vegetarianos. Por unidad de proteína producida no sólo se requiere de seis a 17 veces más tierra para producir ganado que para producir soya, sino que los vacunos compiten también por el alimento con nosotros; para vivir, un animalote de unos 600 kg requiere comer diariamente unos 25-30 kg de cereales más 10 kg de heno. Además, producir 1 kg de carne requiere de 15 500 litros de agua (considerando la que beben las reses más la necesaria para producir sus alimentos). Si todos comiéramos carne como estadounidenses, europeos o argentinos, los cereales producidos en todo el mundo sólo alcanzarían para alimentar a 2 500 millones de seres humanos. Habría que recordar que ya pasamos con mucho los 6 500 millones, así que eso explica porqué no alcanza para la carne. Por si eso ¿cómoves?

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no fuera suficiente, cada vaca produce algo así como 500 litros de metano al día que pasan a ocupar un lugar en nuestra atmósfera. Toda la ganadería produce alrededor de 40 millones de toneladas de gases al año.

Ilustraciones: Eva Lobatón

Acciones pequeñas, efectos enormes

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“Un día sin carne” parece una propuesta un tanto fatua para nuestro país si pensamos que más de la mitad de los mexicanos difícilmente consumen carne de res un día de la semana. Los suecos, por ejemplo, consumen, entre carne y embutidos, más de 180 g de carne al día. Sin emba rgo suspender la visita a las tiendas despachadoras de hamburguesas, e incluso a las taquerías, tendría un efecto muy positivo en el ambiente. La histor ia nos muestra que una de las causas más comunes del colapso de las sociedades no es tanto lo inadecuado de su ciencia y su tecnología, sino que no se tomen decisiones necesarias para la supervivencia. Así lo concluye el destacado científico y divulgador Jared Diamond en su libro Colapso, donde presenta varios casos de estudio como el de la civilización maya, la isla de Pascua o los vikingos de Groenlandia. Diamond señala que lo más importante en relación con el medio ambiente es saber que no hay nada que sea “lo más importante”, sino que se requiere de toda una serie de acciones pequeñas, masivas y simultáneas. Como la de “Un día sin carne”. Se trata ahora de repensar y adecuar la cadena alimen¿cómoves?

taria en su totalidad. Desde hace varios años los profesionales de la nutrición no dejan de advertirnos, por un lado, que no necesitamos consumir tanta carne como lo hacemos y por el otro, que comerla todos los días ocasiona graves daños a la salud, como veremos más adelante. Aunque ayudaría, no se trata de volver a todos vegetarianos, sino de reconocer que hay adictos al consumo de carne, y que es posible tener dietas sanas y completas desde todos los puntos de vista sin necesidad de incluir la carne roja. Los datos demuestran que no es exagerado señalar que romper esta adicción es muy importante tanto en términos de nuestra salud como de la del planeta. De acuerdo con un estudio publicado en mayo de 2008 en la revista Environmental Science & Technology, comer pescado, pollo o vegetales ricos en proteína, en vez de carne roja, haría más por el medio ambiente que consumir sólo productos locales. Y un dato más para reflexionar: de otro reporte, publicado en la revista Earth Interactions, se desprende que la dieta promedio de un estadounidense genera casi una tonelada y media más de CO2 al año que una dieta vegetariana. Como si todo lo anterior no fuera suficiente para convencernos de reducir o eliminar el consumo de carne roja, la información sobre los riesgos que éste representa para la salud es muy abundante y contundente. Para muestra varios botones: en el año 2000, la Fundación Mundial de Investigación sobre Cáncer publicó resultados de investigaciones que relacionan directamente el cáncer con la dieta incluyendo la carne roja como uno de los más importantes factores de riesgo. Otra investigación, publicada a principios de 2009 en la revista Archives of Internal Medicine,

en la que se hizo un seguimiento de más de medio millón de personas, se encontró un mayor riesgo de contraer cualquier tipo de cáncer, pero particularmente el de próstata, al aumentar el consumo de carne roja y carnes procesadas. Estudios previos del Instituto Nacional de Cáncer de los Estados Unidos ya habían señalado que el exceso en el consumo de carne aumenta el riesgo de cáncer de colon y de pulmón en un 20%. El alto consumo de carne conlleva también un incremento de 40% del riesgo de padecer diabetes tipo 2, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Oslo, Noruega. De esta forma, es posible concluir que —toda proporción guardada— junto con el hábito de fumar, el hábito de consumir carne es también un factor de propensión al cáncer. Fue con estas ideas en mente que Paul McCartney, Yoko Ono y Moby se pusieron de acuerdo para extender, en junio de 2009, la campaña “Un lunes sin carne” a Inglaterra. Si verdaderamente queremos cuidar de nuestra salud y del medio ambiente todos tenemos que ver más allá de nuestras narices y al menos hasta el plato, trabajando conjuntamente por el bien de todos, para desarrollar una estrategia conjunta. Y es que si Yoko Ono y Paul McCartney se pusieron de acuerdo en esto, es que la cosa debe estar grave. Mientras que muchos ambientalistas dan una feroz batalla contra los alimentos genéticamente modificados o transgénicos por supuestos daños a la salud y al medio ambiente (ninguno demostrado hasta la fecha), no hay un activismo semejante contra la producción y el consumo de otros alimentos —como la carne roja— sobre los cuales hay numerosas evidencias de los daños a corto plazo que producen tanto en la salud como en el medio ambiente. El objetivo de este artículo es que el lector admita cierta responsabilidad en el deterioro ambiental cada vez que consume carne roja y actúe en consecuencia. En este mismo sentido debería exigirse un etiquetado riguroso, como en los cigarrillos: “el abuso en el consumo de arracheras es perjudicial para su salud y la del medio ambiente”.

Agustín López Munguía es investigador del Instituto de Biotecnología de la UNAM, frecuente colaborador y consejero editorial de ¿Cómo ves?

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