Trakl - Poemas
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Poemas del poeta Georg Trakl traducidos al español....
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G E ORG ORG TRAK L - PO PO E M A S EL OTOÑO DEL HOMBRE SEÑERO
Viene el oscuro otoño con fruta y plenitud destello amarillento de aquel verano hermoso. Un puro azul se evade de su viejo ataúd y de leyendas lleno, suena tan armonioso el vuelo de las aves. Vino claro. Quietud colmada de respuestas a un preguntar penoso.
Surcan aisladas cruces la desierta colina y en el bosque rojizo se pierden las ovejas. Por el cristal del agua lenta nube camina. Gesto del labrador, trocado en calma. Cejas azules de la noche tocan cual ala fina fi na negruzca tierra y seca paja de pobres tejas.
Vuelve a la tibia casa un mudo resignarse. Pronto anidan estrellas en la cansada frente. De los ojos dolidos, que azules han de amarse, los angeles se alejan. Del sauce quedamente cae el rocio negro. Canta el juncal. ¿Salvarse de aquella muerte fria? Oh mi temor, ¡detente!
DECADENCIA " Al atardecer, tañen campanas a la paz, Cuando sigo milagrosos vuelos de las aves Que, como procesión piadosa, en largo haz, Se pierden en claras, otoñales vastedades. Vagando por el jardín crepuscular Mi sueño va hacia sus más claros destinos Y la manecilla siento apenas avanzar. Así sigo, sobre nubes, sus caminos. De decadencia el hálito allí me hace temblar. El mirlo se queja en las ramas deshojadas. Vacila roja vid en rejas herrumbradas, Mientras, cual de pálidos niños corro mortal Entorno a un brocal que gasta el tiempo, sombrío, El viento inclina amelos azules en el frío. "
LOS CUERVOS Sobre el rincón negro acosa
de los cuervos la sombra a mediodía, m ediodía,
roza la cierva en agria gritería,
y suele verse cuán hoscos reposan.
Oh cómo inquietan la parda calma
en que un campo se extasía,
cual mujer que grave intuición cautiva;
y suele oírse cuando regañan
por carroña, que por allí han de oler,
y vuelven de pronto al norte el vuelo
y cual cortejo piérdense en el cielo,
en aires que tiemblan de placer
EN UN ALBÚN ANTIGUO " Retornas sin cesar, melancolía, oh regalo del alma solitaria. Arde hasta el final un día de oro. El ser paciente se inclina humilde ante el dolor resonante de armonía y tierno delirio.
¡Mira! Ya va oscureciendo. Otra vez vuelve la noche y se lamenta un mortal y hay otro que sufre con él. Tiritando bajo las estrellas del otoño, año tras año se inclina más profundamente la cabeza. "
AL NIÑO ELIS Elis, cuando el mirlo llame en el oscuro bosque será tu ocaso. Tus labios beben frescura en la pedregosa fuente azul.
Cuando tu frente sangre suavemente olvida las antiguas leyendas y el oscuro augurio del vuelo de los pájaros.
Pues tus leves pasos se adentran en la noche cargada con los púrpuras racimos de la vid; mientras el azul hace más bello el movimiento de tus brazos.
Se escucha un espino, allá donde vuelan tus dos ojos de luna. Ah, hace cuánto tiempo que eres de la muerte.
Tu cuerpo es un jacinto donde un monje sumerge sus dedos de cera.
Y una cueva sombría es nuestro silencio de la que a veces surge un apacible animal. Deja caer lento los pesados párpados.
Sobre tus sienes gotea un oscuro rocío, el último oro de las estrellas extinguidas. Versión de
Helmut Pfeiffer
Quietud y silencio Pastores enterraron al sol en el desnudo bosque. Un pescador sacó en su delicada red a la luna del lago helado.
En el azul cristal habita el hombre pálido, la mejilla apoyada en sus estrellas; o inclina la cabeza en sueño purpúreo.
Siempre inquieta al contemplador el negro vuelo de los pájaros que en el azul sagrado de las flores piensa en el cercano silencio del olvido, en ángeles extintos.
De nuevo oscurece la frente en rocas lunares; y radiante surge la hermana
en otoño y negra podredumbre. Versión de
Helmut Pfeiffer
Mi corazÓn en el ocaso
Al atardecer se oye el grito de los murciélagos. Dos caballos negros saltan en la pradera. El arce rojo murmura. El caminante encuentra el hostal en el camino. Magnífico es el vino joven con las nueces. Magnífico tambalearse ebrio en el bosque crepuscular . A través del oscuro follaje suenan campanas dolorosas. Ya sobre el rostro gotea el rocío. Versión de Helmut Pfeiffer
CANCIÓN DE KASPAR HAUSER Amaba el sol que purpúreo bajaba la colina, los caminos del bosque, el oscuro pájaro cantor y la alegría de lo verde. Digno era su vivir a la sombra del árbol y puro su rostro. Dios habló como una suave llama a su corazón: ¡Hombre! La ciudad halló su paso silencioso en el atardecer; pronunció la oscura queja de su boca: soñaba ser un jinete.
Pero le seguían animal y arbusto, la casa y el jardín de níveos hombres y su asesino lo asediaba. Primavera y verano y el hermoso otoño del justo, su paso silencioso ante la alcoba apagada de los soñadores. De noche permanecía solo con su estrella. Miró caer la nieve sobre el desnudo ramaje y la sombra del asesino en la penumbra del zaguán. Entonces rodó la cabeza plateada del no nacido aún.
Salmo A Karl Kraus
Hay una luz que el viento ha extinguido. Hay una taberna que en la tarde un ebrio abandona. Hay una viña quemada y negra. con agujeros llenos de arañas. Hay un cuarto que han blanqueado con leche. El demente ha muerto. Hay una isla de los mares del sur para recibir al dios del sol. Tocan los tambores. Los hombres ejecutan danzas de guerra. Las mujeres contonean las caderas entre enredaderas y flores de fuego, cuando el mar canta. Oh nuestro paraíso perdido.
Las ninfas han abandonado los bosques de oro. Sepultan al extranjero. Comienza entonces una lluvia ígnea. El hijo de Pan surge bajo la apariencia de un peón caminero, que duerme al mediodía sobre la tierra ardiente. Hay niñas en un patio con vestiditos de una pobreza desgarradora. Hay salas colmadas de acordes y sonatas. Hay sombras que se abrazan ante un espejo ciego. En las ventanas del hospital se calientan los convalecientes. Un barco blanco remonta el canal cargado con epidemias sangrientas.
La hermana extranjera surge de nuevo en los malos sueños de alguien. Versión de Helmut Pfeiffer
A un muerto prematuro Oh, él ángel negro, que furtivo salió del interior del árbol, cuando éramos dulces compañeros de juego en la tarde, al borde de la fuente azulada. Nuestro paso era sereno, los ojos redondos
en la frescura parda del otoño. Oh, la dulzura púrpura de las estrellas.
Pero aquel bajó los pétreos escalones de Mönschberg con una sonrisa azul, y en la extraña crisálida de su más tranquila infancia murió. En el jardín quedó el rostro plateado del amigo atento en el follaje o en las antiguas rocas.
El alma cantó la muerte, la verde corrupción de la carne, e imperó el murmullo del bosque, la queja febril del animal. Siempre tañían desde torres las azules campanas de la tarde.
Llegó la hora en que aquel vio sombras en el sol púrpura, veladuras de podredumbre en el ramaje desnudo; en la tarde, cuando en el muro crepuscular cantó el mirlo, y el espíritu del muerto prematuramente apareció silencioso en la alcoba.
Oh, la sangre que fluye de la garganta del dios, flor azul; oh, las lágrimas ardientes lloradas en la noche. Nube dorada y tiempo. En solitario recinto
hospedas con frecuencia al muerto. y caminas en diálogo íntimo bajo los olmos bordeando el verde río. Versión de Helmut Pfeiffer
Verano Al atardecer calla el lamento del pájaro en el bosque. Se inclina la mies, la roja amapola.
Una negra tormenta amenaza sobre la colina. El antiguo canto del grillo perece en el campo.
Ya no se mueve el follaje del castaño. En la escalera de caracol susurra tu vestido.
En silencio alumbra el candil en la habitación oscura; una mano plateada la apaga.
Quietud del viento, noche sin estrellas. Versión de Helmut Pfeiffer SONIA La tarde reina en el viejo jardín; la vida de Sonia, calma azul. Migran aves silvestres; calma del desnudo árbol de otoño.
El girasol se inclina suavemente sobre la blanca vida de Sonia. La herida roja indescifrable condena a existir en oscuros recintos, donde azules campanas resuenan.
El paso de Sonia y su dulce sosiego. Contempla al animal que muere un y la calma del desnudo árbol de otoño.
Brilla el sol de días antiguos sobre las cejas blancas de Sonia, la nieve humedece sus mejillas y la espesura de sus cejas. PASION Cuando Orfeo tañe la lira plateada llora un muerto en el jardín de la tarde, ¿quién eres tú que yaces bajo los altos árboles?
Murmura su lamento el cañaveral en otoño. El estanque azul se pierde bajo el verdor de los árboles siguiendo la sombra de la hermana; oscuro amor de una estirpe salvaje, que huye del día en sus ruedas de oro. Noche serena.
Bajo sombríos abetos mezclaron su sangre dos lobos petrificados en un abrazo; murió la nube sobre el sendero dorado, paciencia y silencio de la infancia.
Aparece el tierno cadáver junto al estanque de Tritón adormecido en sus cabellos de jacinto. ¡Que al fin se quiebre la fría cabeza!
Pues siempre prosigue un animal azul, acechante en la penumbra de los árboles, vigilando estos negros caminos, conmovido por su música nocturna, por su dulce delirio; o por el oscuro éxtasis que vibra sus cadencias
a los helados pies de la penitente en la ciudad de piedra. Versión de Helmut Pfeiffer
CANTO DEL SOLITARIO
Armonía es el vuelo de los pájaros. Los verdes bosques se reúnen al atardecer en las cabañas silenciosas; los prados cristalinos del corzo. La oscuridad calma el murmullo del arroyo, sentimos las sombras húmedas y las flores del verano que susurran al viento. Anochece la frente del hombre pensativo.
Y una lámpara de bondad se enciende en su corazón, en la paz de su cena; pues consagrados el vino y el pan por la mano de Dios, el hermano quiere descansar de espinosos senderos y callado te mira con sus ojos nocturnos. Ah, morar en el intenso azul de la noche.
El amoroso silencio de la alcoba envuelve la sombra de los ancianos, los martirios púrpuras, el llanto de una gran que en el nieto solitario muere con piedad.
Pues siempre despierta más radiante de sus negros minutos la locura, el hombre abatido en los umbrales de piedra poderosamente es cubierto por el fresco azul y por el luminoso declinar del otoño,
la casa silenciosa, las leyendas del bosque, medida y ley y senda lunar de los que mueren.
A los enmudecidos
Ah, la locura de la gran ciudad cuando al anochecer, junto a los negros muros, se levantan los árboles deformes y a través de la máscara de plata se asoma el genio del mal; la luz con látigos que atraen ahuyenta pétrea noche. Oh, el hundido repique de las campanas del crepúsculo.
Ramera que entre escalofríos alumbra una criatura muerta. La ira de Dios con rabia azota la frente de los poseidos, epidemia purpúrea, hambre que rompe verdes ojos. Ah, la odiosa carcajada del oro.
Pero una humanidad más silenciosa sangra en oscura cueva forjando con metales duros el rostro redentor.
PRIMAVERA DEL ALMA Grito en el sueño, por calles oscuras avanza el viento, del ramaje aflora el azul primaveral, el rocío púrpura de la noche adviene y alrededor se apagan las estrellas. Verde amanece el río, plateados son los paseos antiguos y las torres de la ciudad. Ah, la suave embriaguez de la barca que se desliza y el oscuro cantar del mirlo en jardines de la infancia. Ya se aclara el rosado velo. Las aguas murmuran ceremoniosas. Ah, las húmedas sombras de la pradera, el animal que avanza; intenso verdor, los ramajes floridos tocan la frente cristalina; vívido balanceo de la barca. El sol murmura sobre las nubes rosadas de la colina. Grande es el silencio de los abetos, las graves sombras en el río. ¡Pureza! ¡Pureza! ¿Dónde están las terribles veredas de la muerte, del gris silencio pétreo, las rocas nocturnas y las inquietas sombras? Radiante abismo del sol. Hermana, cuando te encontré en el claro solitario del bosque era mediodía y vasto el silencio del animal; blanca estabas bajo una encina silvestre
y florecía plateado el espino. Poderosa la muerte y la llama que canta en el corazón. Oscuras aguas rodean el juego de los peces. Hora de la desolación, silenciosa vista del sol. Es un ser extraño el alma en la tierra. Sagradamente anochece el azul sobre el bosque abatido y repica una sombría campana en la aldea; compañía apacible. Sobre los pálidos párpados del muerto florece el mirto silencioso. Suaves suenan las aguas al declinar la tarde y en la orilla verdea con intensidad la hierba, fulgor en el viento rosado; el dulce canto del hermano en la colina crepuscular. Versión de Helmut Pfeiffer GRODEK Al atardecer resuenan los bosques otoñales
de armas mortíferas, las doradas planicies
y lagos azules, sobre los que el sol
rueda más lóbrego; ciñe la noche
a agonizantes guerreros, la queja brutal
de sus bocas destrozadas.
Mas, silenciosas en el fondo del prado, recogen
las nubes, en las que habita un dios iracundo,
la sangre derramada, frescor lunar;
todos los caminos desembocan en negra podredumbre.
Bajo dorado ramaje de la noche y estrellas
vacila la sombra de la hermana por la callada floresta,
yendo a saludar a los espíritus de los héroes, las testas sangrantes;
y quedas suenan en los juncos las oscuras flautas del otoño.
¡Oh, más altiva aflicción! vosotros, altares broncíneos,
a la llama ardiente del espíritu la nutre hoy un majestuoso dolor,
los nietos no nacidos. (Traducción: Héctor A. Piccoli)
Trompetas
Bajo los sauces recortados, donde los niños marrón están jugando Y las hojas caen, el blow.A trompetas temblor de los cementerios. Banderas de cascabel roja a través de una tristeza de arce los árboles, Los corredores a lo largo de los campos de centeno, molinos vacíos. O pastores cantan durante la noche, y paso a los ciervos delicadamente En el círculo de su fuego, el dolor de Grove inmensamente viejo, Baile, que asoman de un muro negro; Banderas de color escarlata, la risa, la locura, las trompeta
HUMANIDAD La humanidad antes de colocar artefactos explosivos, Un redoble de tambor, frente guerreros oscuros, Comenzó por la bruma de sangre, los anillos de hierro negro, La desesperación, la noche triste en el cerebro: Aquí la víspera de la sombra, y el dinero de roja caza. Las nubes, los saltos de luz a través del sacramento. Vive en el pan y el vino un silencio suave Y los que están reunidos en número de doce Por la noche duermen en el santuario bajo las ramas del olivo; Santo Tomás mete la mano en Wundenmal. Traducción de Rodolfo Modern
De profundis Hay un campo de rastrojos donde una negra lluvia cae. Hay un árbol pardusco que se yergue solitario. Hay un viento susurrante que abraza las chozas vacías. Que triste este atardecer. De paso por el caserío, recoge aún la dulce huérfana escasas espigas. Sus ojos pacen redondos y dorados en el crepúsculo, y su seno aguarda al prometido celestial. Al regreso hallaron los pastores el dulce cuerpo descompuesto en el zarzal. Una sombra soy lejos de lúgubres aldeas. El silencio de Dios. bebí en el manantial del bosquecillo. Mi frente pisó un frío metal. Arañas buscan mi corazón. Hay una luz, que se extinguió en mi boca. De noche me hallé en un páramo lleno de inmundicias y polvo de las estrellas. Entre los avellanos Sonaban de nuevo ángeles de cristal.
Infancia Colmada de frutos de saucos, tranquila moraba la infancia en una cavidad azul. Sobre un sendero desaparecido,
donde ahora silba pardusca la hierba silvestre, medita el quieto ramaje; el murmullo de las hojas. es semejante a cuando suena en las rocas el agua azul. dulce es la queja del mirlo. Un pastor sigue mudo al sol, que rueda desde la colina otoñal. Un instante azul es sólo más fuerza del alma. En el lindo bosque se muestra un temeroso venado, y apaciblemente descansan en el fondo de las viejas campanas y los pueblos sombríos. Más piadosamente conocés el sentido de los años oscuros, frescura y otoño en aposentos solitarios, y en el azul sagrado siguen sonando pasos luminosos. Levemente cruje una ventana abierta. A llanto mueve la vista del ruinoso cementerio en la colina, recuerdo de leyendas narradas: pero a veces se ilumina el alma cuando piensa en seres felices, los días primaverales de oro oscuro.
http://es.scribd.com/doc/47888037/El-Habla-en-el-Poema Martín Heidegger a propósito del poeta: Todo gran poeta poetiza a partir de una única poesía. Su grandeza se mide por el grado de fidelidad a ella. La poesía del poeta queda inexpresada. Ninguna de sus
Poesías, ni siquiera la totalidad de ellas, lo dice todo. Y, sin embargo, cada poema habla desde la plenitud de una única poesía, y es a esta a que siempre expresa. (3
TRANSMUTACION DE LO MALO Otoño: negro caminar por el linde del bosque; minutos de muda confusión; escucha con atención la frente del leproso bajo el árbol desnudo. Atardecer ha mucho transcurrido, que ahora desciende por las gradas del musgo; noviembre. Una campana toca y el pasto conduce una tropa de caballeros negros y alazanes a la aldea. Bajo el avellanar el verde cazador destripa a un v enado. Sus manos humean con sangre y la sombra del animal gime en el follaje sobre los ojos del hombre, parda y silenciosa; en el bosque. Cornejas, que se dispersan; tres. Su vuelo semeja una sonata, llena de acordes desvanecientes y de viril tristeza; suave se disuelve una áurea nube. Junto al molino muchachos encienden un fuego. La llama es hermana del más pálido, que ríe sepultado bajo su cabello purpúreo; o bien es un sitio para el asesinato, al que un sendero pedregoso lleva. Las bayas han desaparecido, y años seguido sueña en un aire plomizo bajo los pinos; miedo, verde oscuridad, el gorgoteo de un ahogado: del estanque estrellado un pescador extrae un gran pez negro, la cabeza llena
de crueldad y locura. Las voces del junco, hombres riñendo a sus espaldas, balanceándose aquél en roja barca sobre las aguas heladas del otoño, viviendo en las oscuras leyendas de su estirpe, y se petrifican los ojos abiertos a las noches y a los terrores virginales. Mal ¿Qué te obliga a permanecer inmóvil sobre la escalera ruinosa, en la casa de tus mayores? Plomiza negrura, ¿Qué sostienes con mano plateada ante los ojos, y por qué los párpados caen como ebrios por la amapola? Pero a través del muro de piedra contemplas el cielo estrellado, la Vía Láctea, a Saturno: rojo. Furiosamente golpea contra el muro de piedra el árbol desnudo. Tú, sobre peldaños ruinosos: árbol, astro piedra. Tú, un animal azul que tirita en silencio; tú, el pálido sacerdote que lo sacrificas en el negro altar. Oh, tu risa en la tiniebla, triste y maligna, que hace palidecer a un niño dormido. Una roja llama brotó de su mano y una mariposa nocturna se quemó en ella. Oh, la flauta de la luz; oh, la flauta de la muerte. ¿Qué te obligó a permanecer inmóvil sobre la escalera ruinosa en la casa de tus mayores? Abajo en el portal un ángel golpea con dedos cristalinos. Oh, el infierno del sueño; oscura callejuela, pardo jardincillo. Suave tañe en el atardecer azul la efigie de los muertos. Verdes florecillas se enlazan a su alrededor y su rostro lo han abandonado. O bien se inclina pálido sobre la fría frente del asesino en la oscuridad del zaguán.
Adoración, llama purpúrea de la voluptuosidad, agonizando se precipitó el durmiente por negros peldaños en la tiniebla. Alguien te abandonó en la encrucijada y miras largamente atrás. Pasos argénteos a la sombra de pequeños manzanos raquíticos. Purpúreo brilla el fruto en negro ramaje y en la hierba muda la serpiente su piel. ¡Oh, lo oscuro!, el sudor que corre por la helada frente y los tristes sueños dentro del vino, en la taberna de la aldea bajo las vigas ennegrecidas por el humo. Tú, tierra aún desierta, rosadas islas surgen encantadas de las pálidas nubes de tabaco, y desde el interior recoge el grito salvaje de un grifo, cuando caza entre negros acantilados en el mar, la tormenta y el hielo. Tú, un metal verde, y dentro un rostro ardiente que quiere desaparecer y cantar los tiempos tenebrosos de la ósea colina y la caída llameante de un ángel. ¡Oh, desesperación, que con grito sordo cae de rodillas! Un muerto te visita. Del corazón fluye la sangre derramada por uno mismo y en la oscura ceja anida un instante inexpresable; oscuro encuentro. Tu, una luna purpúrea, cuando aquel aparece en la verde sombra del olivo. A esto sigue noche imperecedera.
Canción de Occidente Oh, vuelo nocturno del alma; como pastores fuimos otrora hacia bosques
crepusculares, y nos seguían el rojo venado, la verde flor y el manantial balbuciente con humildad. Oh, la melodía antiquísima del grillo, sangre floreciendo en el altar de los sacrificios, y el grito del ave solitaria sobre la verde calma del estanque. Oh, cruzadas y ardientes martirios de la carne, caída de frutos purpúreos en el jardín crepuscular, por donde en otros tiempos pasaron los piadosos discípulos, guerreros ahora, despertando de heridas y sueños estrellados. Oh, el dulce manojo de ancianos por la noche. Oh edades de silencio y áureos otoños, cuando nosotros, monjes apacibles, prensábamos la uva purpúrea; y en torno brillaban colina y bosque. Oh, cacerías y castillos; quietud del atardecer cuando el hombre meditaba en su aposento acerca de lo justo o con muda oración combatía por la cabeza viviente de Dios Oh la amarga hora del ocaso, cuando contemplamos un rostro pétreo en negras aguas. Pero resplandecientes abren sus párpados argénteos
los amantes: una estirpe. Incienso mana desde almohadones, rosados, y el dulce canto de los resucitados.
Año Oscura calma de la infancia. Bajo fresnos reverdecidos apacenta la suavidad de la mirada azul; áurea quietud. Algo oscuro se extasía en el perfume de violetas; espigas que se balancean al atardecer, soles y las áureas sombras de la tristeza. Labra vigas el carpintero; en el valle crepuscular muele el molino; entre el follaje del avellano una boca purpúrea se curva, rojamente se inclina lo masculino sobre aguas calladas. Silencioso es el otoño, el espíritu del bosque; áurea nube sigue el solitario, la negra sombra del nieto. Atardecer en el cuarto de piedra; bajo viejos cipreses formaron una fuente las imágenes nocturnas del llanto. Áureo ojo del comienzo, oscura paciencia del fin.
Canción del solitario A Karl Borromaus Heinrich* Pleno de armonías es el vuelo de las aves. Los verdes
bosques. se han reunido al atardecer en cabañas silenciosas; las praderas cristalinas del ciervo. Lo oscuro atenúa el murmullo del arroyo, las húmedas sombras y las flores del estío, que suenan bellas al viento. Ya anochece sobre la frente del hombre pensativo. Y alumbra una lamparilla, lo bueno, en su corazón, y la paz de la cena; porque las manos de Dios, y te contempla desde ojos nocturnos silencioso el hermano, que pueda descansar del peregrinaje espinoso. Oh, vivir en el azul animado de la noche. Amoroso abraza también el silencio en el cuarto las sombras de los antepasados, los tormentos purpúreos, queja de una magna estirpe, que piadosamente se extingue ahora en el nieto solitario. Porque siempre más resplandeciente despierta de los negros minutos de la locura el paciente en el umbral de piedra; y lo abrazan poderosamente la frescura azul y el lumi noso fin del otoño, la casa silenciosa y las leyendas del bosque, medida y norma y las sendas lunares de los solitarios.
El sueño
benditos son pan y vino por
¡Os maldigo, oscuros venenos, blanco sueño! Este jardín tan extraño de árboles crepusculares llenos de serpientes, mariposas nocturnas, arañas, murciélagos. ¡Forastero! Tu sombra perdida en el crepúsculo, un corsario sombrío en el salino mar de la tristeza. Revolotean blancos pájaros al borde de la noche sobre ciudades de acero que se desploman
Revelación y caída Extraños son los nocturnos senderos del hombre. Cuando deambulaba de noche junto a pétreos aposentos y ardía en cada uno de ellos una quieta lucecilla, un candelabro de cobre, y cuando caí helado en el lecho, se encontraba de nuevo a mi cabecera la negra sombra de la forastera y en silencio hundí el rostro en las lentas manos. También en la ventana había florecido azul el jacinto y sobre los labios purpúreos del que respiraba se posó la vieja oración, cayeron de los párpados lágrimas cristalinas, vertidas por el amargo mundo. En esta hora a la muerte de mi padre, era yo el hijo blanco. Con chubascos azules vino de la colina el
viento nocturno, la oscura queja de la madre, muriendo de nu evo y vi el negro infierno en mi corazón; minutos de brillante calma. En silencio surgió de un muro calizo un rostro inefable- un adolescente moribundo- la belleza de una estirpe que regresa al hogar. B lanca como la luna, el frescor de la piedra envolvió la vigilante sien, fueron extinguiéndose los pasos de las sobras sobre los peldaños ruinosos, una sonrosada ronda en el jardincillo. Me hallaba silencioso en una taberna abandonada bajo las ahumadas vigas y solitario junto al vino, un cadáver resplandeciente inclinado sobre algo oscuro, y yacía un cordero muerto a mis pies. Desde un corrompido azul surgió la pálida efigie de la hermana y habló así su boca sangrante: hiere, negra espina. Ay aún suenan en mí los brazos argénteos de salvajes tempestades. Fluya la sangre de los pies lunares, que florecen sobre sendas nocturnas, mientras la rata chillando se desliza rápidamente sobre ellas. Centellead, estrellas, bajo mis cejas arqueadas; mientras voltea leve el corazón en la noche. Irrumpió una roja sombra con llameante espada en la casa, huyó con nívea frente. Oh muerte amarga. Y habló una voz tenebrosa desde mí mismo: a mi caballo negro rompí la nuca en el bosque nocturno, cuando la locura brotó de sus ojos purpúreos; las sombras de los olmos cayeron sobre mí, la risa azul del manantial y la negra frescura de la noche, mientras yo, un cazador desenfrenado, perseguía una presa de nieve; en pétreo infierno se abismó mi rostro. Y brillando cayó una gota de sangre en el vino del solitario; y cuando bebí de él, tenía un gusto mas amargo que la amapola; y una nube negruzca envolvía mi cabeza, las lagrimas cristalinas de ángeles
condenados; y silenciosamente manaba de la herida plateada de la hermana la sangre y cayó una ardiente lluvia sobre mí. Caminaré al borde del bosque, un silencioso, a quien el velludo sol de le cayó desde manos enmudecidas; un extraño en la colina de la tarde llorando que alza los párpados sobre la ciudad de piedra; un venado, inmóvil en la paz del viejo sauco; oh, sin descanso escucha la cabeza que las sombras invaden, o bien siguen los pasos vacilantes de la nube azul en la colina, también graves estrellas. A un lado la silenciosa compañía de los verdes sembrados, tímido los escolta el ciervo sobre los senderos musgosos del bosque. Han enmudecido las chozas de los aldeanos y atemoriza en la negra clama del viento la queja azul del torrente. Pero cuando bajaba el rocoso sendero, me acometió la locura y grité fuerte en la noche; y cuando dedos argénteos me incliné sobre las calladas aguas, ví que mi rostro me había abandonado. Y la blanca voz me dijo ¡mátate! Gimiendo se irguió dentro de mí la sombra de un niño y me miró radiante desde sus ojos cristalinos, de modo que me desplomé llorando debajo de los árboles, de la majestuosa bóveda estrellada. Peregrinaje sin sosiego a través de las rocas salvajes lejos del caserío del atardecer, de los rebaños que regresan; a lo lejos apacenta el sol poniente sobre un prado cristalino y conmueve su canto salvaje, el grito solitario del ave, agonizando en una calma azul. Pero silenciosamente llegas en la noche, mientras yo yacía vigilante en la colina, o bien bramando delirante en la tormenta de primavera; y cada vez mas negro envuelve el desconsuelo la cabeza solitaria, atroces relámpagos asustan al alma nocturna, tus manos destrozan mi pecho jadeante. Cuando marché por el jardín crepuscular, y la negra efigie del mal
se hubo apartado de mí, me abrazó la calma de los jacintos en la noche: y navegue en arqueada barca sobre el estanque tranquilo, y dulce paz rozó mi frente de piedra. Mudo yacía bajo la vieja pradera y estaba alto el cielo azul sobre mi cuajado de estrellas: y como me aniquilé en su contemplación, murieron la angustia y el dolor más hondo dentro de mí; y se alzó radiante la sombra azul del muchacho en la oscuridad, un suave canto; se elevó sobre alas de luna, por encima de las copas florecidas, de arrecifes cristalinos, el rostro de la hermana. Con suelas plateadas bajé los espinosos peldaños y penetré en el aposento encalado. Silenciosamente ardía allí una palmatoria y mudo oculté entre lienzos purpúreos la cabeza; y arrojó la tierra un infantil cadáver, una imagen lunar, que lentamente salió de mi sombra, con brazos quebrantados cayó a causa de pétrea caída, como coposa nieve.
QUEJA Sueño y muerte, las águilas aciagas graznan toda la noche sobre esta cabeza: la áurea imagen del hombre englutida por la onda helada de la eternidad. Contra espantosos riscos se quiebra el cuerpo purpúreo y se queja la oscura voz sobre el mar. Hermana del tempestuoso desconsuelo, mira una temerosa barca que se hunde bajo las estrellas,
en el silencioso rostro de la noche.
ATARDECER DE INVIERNO A Max von Esterle (pintor de invernales paisajes, le hizo a Trakl una caricatura) Cielos negros de metal. Cruz. Las hambrientas cornejas sobre cenizas y cal del parque el viento se lleva.
¡Maldiciones de Satan! En las nubes, luz se hiela. Siete cornejas a ras de tierra giran y vuelan.
Podrida, dulce y lunar carne sus picos ya siegan. Casas, luz, teatro dan un aire inquieto a la cera.
Iglesia, puente, hospital, sombras terribles que esperan, y vuelan sobre el canal sangrientas las blancas velas.
LAS RATAS En el patio de otoño blanca luce la luna.
La soledad habitan en vacías ventanas y del tejado se desprende la penumbra. Entonces aparecen, misteriosas, las ratas.
Ellas van, ellas vuelven, emitiendo silbidos, un aroma de muerte que traen de las cloacas, y blanca tiembla sobre los horribles detritos la endeble luz de luna, dibujando fantasmas.
Avidas chillan las ratas, grises demonios, asaltando repletos graneros, limpia casa, devoran trigo y fruta cual indomitos locos... En lo oscuro, los gelidos vientos lloran y cantan.
BELLA CIUDAD La vieja plaza es soleada calma tejida en oro, envuelta en el azul. Y cual ensueño, bajo el abedul (haya, seria la traduccion correcta) pasan las dulces monjas. Turbia calma.
Desde la parda luz de añejas domos, mira la muerte limpia y miran, mudos en bellas manos nobles, los escudos, y fulgen las coronas en los domos
Ya surgen los caballos de la fuente.
El arbol amenaza florecido y juegan niños, sueño enloquecido, quedos al borde de nocturna fuente.
Aguardan blancas niñas en las puertas y miran con temor la vida hermosa. Húmedos tiemblan sus labios de rosa y siempre aguardan blancas tras las puertas...
¡Oh vuelo fragil de las campanadas! La marcha suena. Voces de soldado. Del órgano los sones han volado hacia lo alto en graves campanadas.
Con clara voz los violines cantan. Por los jardines, por las verdes ramas vuela la risa de las bellas damas. Con quieta voz, las tiernas madres cantan.
Secretamente exhalan las ventanas lilas, incienso, aroma alquitranado y el muerto brillo de un mirar plateado se oculta tras la flor de las ventanas.
ENSUEÑO DEL MAL (3ª VERSION) La muerte toca suave campanilla.
Despierta en cuarto oscuro algún amante. Junto al fulgor de estrellas, su mejilla. Y en puerto, velas, mastil llameante.
Entre la turba, un monje, y con toquilla, una encinta, Guitarras. Excitante el rojo de las faldas. Muerto brilla algún castaño en aurea luz menguante.
El mal en blancas mascaras se plasma, negros palacios anochecen vanos, y en quedas islas, una voz fantasma.
Leprosos que se pudren, ven malsanos presagios en las aves. ¡Oh, ese miasma del parque oscuro! Y tiemblan los hermanos.
PAISAJE (2ª version)
Atardecer. Septiembre. Oscuras suenan las llamadas tristes de los pastores por el pueblo en sombra, allá en la forja el fuego centellea, y poderoso se encabrita aquel caballo de azabache. Furtivos rozan la pasion de sus ollares, los bucles de jacinto de la moza.
En el borde del bosque se hiela silencioso el grito de los ciervos. Las flores amarillas dle otoño se inclinan mudas al rostro azul del agua. Quemóse el árbol en bermejas llamas. No queda mas que el vuelo lóbrego de los murcielagos con rostros fantasmales.
IGLESIA MUERTA
En los oscuros bancos se amontonan alzando sus miradas extinguidas a la cruz y las luces brillan muertas y turbia y muerta brilla la cabeza herida. Se levanta el incienso del dorado recipiente, subiendo a las alturas cual música que opaca desfallece, y dulce, incierto, opaco, el gran espacio es invadido espacio que anochece. Al altar se aproxima el sacerdote, practica con espiritu cansado piadosas costumbres ya vetustas,
an actor deleznable ante oradores mezquinos que en un juego desalmado con vino y pan dan a sus corazones pétrea dureza. Golpes de campana suenan. La luz es cada vez mas turbia y cada vez mas blanca la cabeza, y mas remota y turbia, mas herida... Y ruge el órgano. En muertos pechos nace un recuerdo, un rostro doloroso que en sangre se consume, oculto, oscuro tras la desesperanza que le mira muerta por centeneres de ojos muertos, mas una voz, sonando como todas, irrumpe sollozando -crece el miedo, la angustia de morir en el espacio¡oh, ten piedad, Señor, de nuestra culpa!
CANTO A LA NOCHE
IX Bebiendo estoy el caliz de tortura, mudo portal de mi dolor, ya voy. ¿Ves vomo se desangra herida oscura? Noche, escucha, aqui estoy,
mi jardin del olvido --horas divinas-tú cubres la pobreza de fulgor. marchitando las hojas, las espinas... ¡Oh noche, ven; ven, tiempo de esplendor!
X Rieron mis demoios algún dia --antorcha de jardin esclarecido, la dicha alegre fue mi compañia, y el ebrio vino del amor vivido.
Lloraron mis demonios algún dia, fui luz entonces de jardin dolido, y tuve la humildad por compañia, envuelta en su claror mi pobre nido.
Se callan mis demonios algún dia ---penumbra entonces de jardin perdido, yo tengo por oscura compañia la medianoche, el negro enmohecido.
XII (con intertextualidades de Poe, en el cuervo, que aqui por mantener la rima se alejan de la traduccion literal) Soy en alta medianoche playa muerta y mar callado, muerta playa, te he olvidado. Soy en alta medianoche.
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