Traducción de Philippe Aries

April 20, 2018 | Author: Miguel Ángel Maydana Ochoa | Category: Sin, Paul The Apostle, Marriage, Homosexuality, Morality
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SAN PABLO Y LA CARNE *

Philippe Ariès** École des Hautes Études en Sciences Sociales En dos intervenciones San Pablo (1 Cor. 6, 9-10; 1 Tim 1, 9-10) nos brinda una lista de  pecados  pecados en un orden que que parece parece segu seguir una jerarqu jerarquíía. Se revel revelaa así una c oncepci oncepción ón del mal donde se reúnen y se combinan el judaísmo y el helenismo de su época, apareciendo las grandes tendencias de aquello que se convertirá en la moral cristiana, pero que previamente era una moral pagana en formación. Deseamos destacar el lugar que en dichas intervenciones ocupa la sexualidad. En estos textos los pecados se reparten en cinco grandes categorías: los pecados contra Dios, contra la vida del hombre, contra su cuerpo, contra los bienes y las cosas, por último los  pecados  pecados de la palabra. palabra. Pecan con contra tra Dios, Dios, en prin principi cipioo los idolatr dolatras as -ellos -ellos especi especialm almente-, ente-, luego aquellos que se oponen a la  Justicia, los desobedientes, quienes que no siguen los mandamientos y no respetan la  Pietas (nosotros diríamos lo sagrado), los sacrílegos, los  profan  profanadores adores,, los impíos. píos. Pecan con contra tra el hombre ombre los asesi asesinos: los parri parricidas, cidas, los matrici atricidas, das, luego todos los homicidas. Continúan aquellos que pecan contra su cuerpo, al cual San Pablo define como el templo del Espíritu de Dios, un lugar sagrado que no nos interesa  parti  particul cularmen armente te en este momen omento: to: antes antes se decía decía los pecados pecados de la carne, carne, hoy los llamarí amaríam amos os deleites sexuales. El grupo de los pecadores de la carne está a su vez repartido en cuatro subgrupos, es necesario aquí prestar mucha atención al sentido de las palabras, incluso si algunas son tomadas en un sentido general y vago (fornicación). Es posible notar una  jerarqu  jerarquiización ación gradual radual de un grupo rupo al otro. El prim primer subg subgru rupo po está con consti stitu tuiido por las  prosti  prostitutas: tutas:  fornicarii (en griego:  pornoï ). ). El segundo es aquel de los adúlteros, es decir  aquellos que seducen la mujer de otro -y las mujeres que se dejan seducir. El origen adulterio) sugiere la idea de “alteración”, antes que la de acto sexual. El tercer  etimológico (adulterio) grupo es aquel de los molles (malakoï ): ): éste es particularmente interesante para nosotros, dado que revela algo importante y nuevo (opinión coincidente con la idea tan claramente expuesta  por Mich Michel el Foucau Foucaullt en nuestro estro semi seminario). ario). ¿Qu ¿Quéé es la mollities? Es notable que las expresiones utilizadas para designar finalmente las actividades sexuales como la fornicación, el adulterio, no se refieran ni a los órganos ni a los gestos. Por cierto esto no tiene que ver con el pudor, ya que ni griegos ni latinos le temen al uso de las palabras  – recordemos recordemos que incluso, San Pablo se permite una suerte de broma sobre el prepucio de los circuncisos. Es necesario recuperar la pervivencia de un tiempo del lenguaje donde la sexualidad en tanto que tal, no ha sido objeto de análisis ni de reglamentación, y donde en consecuencia las solas categorías retenidas por el uso habían sido aquellas de la prostitución y del matrimonio en general, y de los actos que se hacían precisamente en el antro ( fornix ) de la prostituta o en el lecho conyugal -se sobreentendería que jamás estuvo el derecho de acostarse con la mujer de otro. A la hora en que nuestra cultura atribuye a las cosas sexuales un amplio espacio en el lenguaje, no podemos vernos afectados por la aparente discreción de los latinos; la elección de los significados se hicieron basándose en criterios diferentes a aquellos de la biología o incluso del placer. Con la aparición de la mollities se produjo un cambio. El término es peyorativo y se aproxima a aquel de “pasividad” donde, según Dover y Paul Ve yne, los romanos vieron un envilecimiento del hombre, una deshonra, una práctica indigna, condenable. Al hombre romano le importó -y también al japonés, agrega Paul Veyne- no jugar un papel pasivo en el amor, más allá de que el amor fuera homo o heterosexual. La reprobación se extendió a ciertos comportamientos sexuales porque ellos eran pasivos. Michel Foucault nos debió

aclarar sobre las variaciones de la mollities -que terminará por designar la masturbación en el neolatín. Bajo la palabra mollities, equívoca y que no es más que una entre otras (¡hay otras molicies además de la sexual!), se escondió el erotismo, es decir, un conjunto de prácticas que retardan el coito, cuando ellas no lo evitan, en la meta de gozar mejor y más prolongado tiempo: retrasando el placer. Aquello, bien entendido, San Pablo no lo admite y vio el pecado contra el cuerpo: in corpus suum peccat . La propia mollities puede ser considerada una gran invención de la época estoico-cristiana. Luego de los  fornicarii, los adulteri, los molles, San Pablo menciona todavía a los masculorum concubitures, los hombres que cohabitan el lecho y son del mismo sexo. Es notable que San Pablo no hable de las mujeres, aunque en el caso de los crímenes violentos, él había citado los matricidios junto al parricidio -es verdad que ha sido la mujer entonces la víctima y ¡no el autor del crimen! O en el sentimiento de que los verdaderos pecadores son los hombres puesto que ellos tuvieron el poder y son responsables. Es cierto que ello aparecería en contradicción con la opinión común según la cual la Iglesia consideró a la mujer como el instrumento del diablo. En otro lugar, San Pablo dijo que es la mujer y no el hombre quien introdujo el pecado en el mundo. Sin embargo, cosa curiosa, el “machismo” del apóstol no emerge en este texto, aquí es más moral que teológico. Habrá que esperar a la Edad Media  para ver el recelo que respecto a la mujer fue aumentado en los hombres y particularmente en los clérigos por una suerte de reacción de defensa, en la medida en que la mujer habría ido adquiriendo importancia. Existe una relación entre la castración de Abelardo y la notoriedad de Heloisa. En todo caso es la homosexualidad viril la que aparece denunciada. He ahí la sexualidad. Vienen seguidamente en la lista de los pecadores de San Pablo aquellos que venden los hombres libres como esclavos, los ladrones, aquellos que codician con mucha pasión las cosas de este mundo -los avari- o que las adquieren con mucha  brutalidad -los rapaces- o disfrutan en exceso -los borrachos. La lista se termina con los  pecadores de la palabra, quienes cuentan mucho en las sociedades donde la cultura oral  persistió a pesar de los progresos de la escritura: los murmuradores o maldicientes, los mentirosos, los que perjuran. Si se admite que la enumeración de San Pablo conlleva una graduación valorativa, como  parece probable, puede apreciarse que los pecados sexuales tienen un lugar importante, justo después de los homicidas y antes de los pecados contra la propiedad. Hubo en adelante una moral sexual, de los pecados, debido al uso o al abuso de las inclinaciones sexuales, es decir, de la concupiscencia. Hubo actos sexuales malos y difundidos, casi tan malos como el homicidio. En efecto, ellos siempre aparecen designados por nombres extraños a la psicología del sexo, pero la mollities introdujo una noción nueva. Por lo que la homosexualidad difundida en el mundo helenístico y considerada como normal, devino en un acto abominable y prohibido. Es incluso el único de los deleites sexuales cuyo nombre evoca claramente una actitud psíquica: masculorum concubitores. Al mismo tiempo que el código de los actos prohibidos se vuelve más preciso, un nuevo ideal está opuesto al uso de la sexualidad en el matrimonio (incluso admite y legitima); esto es la virginidad tanto masculina como también femenina: bonum est  homini mulierem non tangere. La idea epicúrea es rechazada, es necesario ceder a la concupiscencia como el estómago debe ceder al hambre: si el hombre es admitido, la concupiscencia, es dudosa y cuidadosamente controlada. En lo sucesivo las ideologías están consiguientemente en su lugar. Ellas no tienen más que codificar y desarrollar. Siempre es necesario precisar que esta moral es anterior al cristianismo. Todas las transformaciones de la sexualidad, nos ha dicho Paul Veyne, en su deslumbrante artículo sobre el amor en Roma, son anteriores al cristianismo. Las dos  principales, agrega él, hicieron pasar de una bisexualidad de “dominación” (es decir, donde el hombre reivindica un papel activo, lo contrario de la mollities) a una heterosexualidad de

reproducción, y de una sociedad donde el matrimonio no es en absoluto una institución a una sociedad donde es explícito que el matrimonio pase a ser una institución fundamental de todas las sociedades (crease) y de todos los sectores que la componen. Sin duda San Pablo no antepone aquí la procreación, dado que él estuvo muy preocupado por la proximidad del fin de los tiempos para ocuparse de ello. Así el matrimonio es a sus ojos un medio que legitima el deseo carnal sin pecar: mejor vale casarse que arder. De este modo, afirmándose en la nueva institución, la procreación como una de las razones de ser de la sexualidad no es mal vista; sin olvidar, que ya estaba presente en la moral de los estoicos. Así Paul Veyne y sin duda Michel Foucault son llevados a definir los tres pilares sobre los cuales las sociedades occidentales, después del siglo II, van a organizar su nuevo sistema sexual: las actitudes ante la homosexualidad, el matrimonio y la mollities. El cambio ha comenzado desde los primeros siglos de nuestra era, una de las épocas capitales en la conformación de los caracteres fundamentales de nuestro patrimonio cultural. *

Traducido del francés por Miguel Án gel Ochoa. Philippe Ariès, "Saint Paul et la chair" en Communications , 35, 1985, pp. 34-36.

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