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Trabajo de la vergüenza en terapia gestalt. Teoría y práctica.
Autora: María Guiomar Miranda G. Profesor guía: Tatiana Mechasqui V.
Octubre/2012 1
Resumen
La vergüenza cumple un importante rol en la generación y mantención de la neurosis, sin embargo este es un tema que por su propia naturaleza tiene a pasar inadvertido en el proceso psicoterapéutico, y ha sido poco descrito en la literatura especializada. En este trabajo se muestra la vergüenza como una emoción que inhibe el desarrollo, así como también cumple una función importante relacionada con la protección del vínculo social.
Para el desarrollo de los objetivos de investigación, se presenta una revisión de los principales aspectos de la psicoterapia gestalt y también de distintas visiones de la vergüenza y el trabajo terapéutico de esta emoción. La revisión se centra en los aportes de la psicoterapia gestalt para posteriormente realizar una reelaboración personal al respecto, en que se distingue la vergüenza situacional (o proceso de vergüenza) y la vergüenza estructural (o autorregulación basada en la vergüenza). Esta última se ilustra con tres casos clínicos. Se concluye este trabajo con una reflexión acerca de como ciertos elementos culturales presentes en el Chile actual pueden contribuir a mantener una cultura de vergüenza.
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El tercer planeta estaba habitado por un bebedor. Fue una visita muy corta, pues hundió al principito en una gran melancolía. —¿Qué haces ahí? —preguntó al bebedor que estaba sentado en silencio ante un sinnúmero de botellas vacías y otras tantas botellas llenas. —¡Bebo! —respondió el bebedor con tono lúgubre. —¿Por qué bebes? —volvió a preguntar el principito. —Para olvidar. —¿Para olvidar qué? —inquirió el principito ya compadecido. —Para olvidar que siento vergüenza —confesó el bebedor bajando la cabeza. —¿Verüenza de qué? —se informó el principito deseoso de ayudarle. —¡Vergüenza de beber! —concluyó el bebedor, que se encerró nueva y definitivamente en el silencio. Y el principito, perplejo, se marchó. "No hay la menor duda de que las personas mayores son muy extrañas", seguía diciéndose para sí el principito durante su viaje. (Saint Exupery, 1981)
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ÍNDICE 1. Introducción ................................................................................................... 6 2. Objetivos ........................................................................................................ 8 3. Supuestos de investigación ......................................................................... 9 4. Metodología.................................................................................................... 9 5. Marco Teórico .............................................................................................. 11 5.1 La Terapia Gestalt .................................................................................. 11 5.2 ¿Qué es la vergüenza? .......................................................................... 83 5.2.1 Revisión conceptual de la vergüenza desde la filosofía y desde otras perspectivas psicoterapéuticas. ................................................... 83 5.2.2 Revisión conceptual y teórica de la vergüenza desde una perspectiva gestáltica. ........................................................................... 140 5.2.3 Propuestas de descripción del fenómeno de la vergüenza desde una perspectiva gestáltica: autorregulación organísmica, interrupción del
ciclo
de
la
experiencia,
mecanismos
de
evitación
de
contacto/retirada, polarización, transferencia / contratransferencia. .................................................................................................................. 152 5.3 Hacia una salida no neurótica de la vergüenza ................................ 175 5.3.1 Aportes prácticos de la psicoterapia Gestáltica en el trabajo con la vergüenza. ........................................................................................... 175 5.3.2 Propuesta intervención con un enfoque gestáltico. .................. 197 6. Casos prácticos ......................................................................................... 224 6.1 Presentación de casos ........................................................................ 226 6.1.1 Primer caso. ................................................................................... 226
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6.1.2 Segundo caso. ............................................................................... 233 6.1.3 Tercer caso. ................................................................................... 238 6.2 Proceso terapéutico............................................................................. 243 6.2.1 Foco n° 1.- Crear un espacio para que pueda surgir la vergüenza: desarrollar una relación de apoyo, empática y sintonizada. .................................................................................................................. 244 6.2.2 Foco n° 2.- Aumentar el darse cuenta del proceso de vergüenza, liberándose de este proceso automático y autodestructivo. ............. 249 6.2.3 Foco n° 3.- Lograr un sentido de sí mismo coherente, seguro, positivo y compasivo. ............................................................................ 271 6.2.4 Foco n° 4.- Buscar o generar espacios de intimidad “afuera”.. 299 7. Discusión y reflexiones finales ................................................................ 301 7.1 Síntesis ................................................................................................. 301 7.1.1 Síntesis teórica. ............................................................................. 301 7.1.2 Trabajo terapéutico. ...................................................................... 303 7.2 Algunas reflexiones sobre la vergüenza en el ámbito social .............. 307 7.2.1 La vergüenza en el contexto chileno hoy. .................................. 310 7.2.2 Vergüenza y socialización. ........................................................... 313 8. Bibliografía ................................................................................................ 317
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1. Introducción
En el trabajo con mis pacientes, he podido darme cuenta del importante rol que cumple la vergüenza en la generación y mantención de la neurosis. Si bien algunos de ellos están más dispuestos a encarar aquello que les avergüenza, para la mayoría es un tema difícil de llevar a la conciencia y más aún, de mostrar, ya que ésta puede ser tan abrumadora que es apenas soportable a los ojos del primer “otro” observador, el yo que se mira a sí mismo.
No existe mucha literatura en psicoterapia sobre este tema, pero se dice que a diferencia del resto de las emociones básicas que claramente cumplen una función organizadora, la vergüenza en un principio es un afecto que desorienta, frena y paraliza el desarrollo humano, y que incluso en sus formas más moderadas interfiere en el proceso de crecimiento (Lee, 1996; Robine, 2005; Wheeler, 2005; Yontef, 1995).
Kaufman (1994, en Wheeler, 2005, p. 187) afirma que: La vergüenza es el afecto de la inferioridad. No hay otro afecto que sea más central en el desarrollo de la identidad. Ninguno está más cercano al yo que experimentamos ni tampoco hay otro que sea tan perturbador (…). La vergüenza es una herida ocasionada desde adentro que nos divide tanto de nosotros mismos como de lo s demás.
A raíz de esta definición, podemos pensar en la importancia que tiene el proceso de la vergüenza en la polarización de la persona al dividirnos
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internamente y, por otro lado, la soledad que genera al alejarnos de los demás, ya que lo que llamamos vergüenza son vivencias relacionadas a la sensación de inadecuación en algún área esencial, vivencias en que ciertas cualidades de la identidad, o la persona en su totalidad, han sido puestas en tela de juicio.
Podemos decir entonces que en el proceso de la vergüenza existe una fuerte conexión con el ámbito social, ya que se asocia a la exposición del sí mismo a la mirada del otro. De hecho, uno de los aspectos funcionales de la vergüenza es la invitación a la adaptación social, a la conformidad y a pertenecer a un grupo (Aristóteles, 2001; Block Lewis, 1971 citado en Morrison, 2005; Broucek, 1990 citado Valedón, 2002; Greenberg y Paivio, 2000; Kaufman, 1994; Morrison, 2005; Orange, 2005; Rodríguez Sutil, 2008; Wheeler, 2005, entre otros).
De este modo, el presente trabajo podría aportar en describir y analizar el proceso de la vergüenza como un factor que inhibe la integración, el desarrollo y, por lo tanto, el autoapoyo1. Lo anterior con el fin de visibilizar este proceso (yendo en contra a la tendencia natural de ocultar la vergüenza), generando discusión al respecto, para finalmente buscar herramientas que permitan enfrentar la vergüenza en el trabajo terapéutico desde un enfoque gestáltico.
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Autoapoyo, es un término usado en terapia gestalt para describir la capacidad del organismo
de “caminar sobre sus propios pies”, solicitando del entorno lo verdaderamente necesario en una perspectiva de interdependencia, pero no lo innecesario y manipulativo
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Para alcanzar dichos fines, este trabajo busca responder a las siguientes preguntas de investigación: ¿qué es la vergüenza y cómo se entiende desde el enfoque gestáltico? ¿cómo se trabaja en la vergüenza en psicoterapia de adultos desde una perspectiva gestáltica?
2. Objetivos
Objetivo general: - Describir y analizar el proceso de la vergüenza desde una perspectiva gestáltica, comparando esta conceptualización con otros enfoques. - Describir el abordaje del proceso de la vergüenza en psicoterapia de adultos desde una perspectiva gestáltica
Objetivos específicos: 1.
Determinar y delimitar el concepto de vergüenza describiendo su proceso desde otras perspectivas psicoterapéuticas.
2.
Determinar y delimitar el concepto de vergüenza y comprender su proceso a través del enfoque gestáltico.
3.
Identificar factores facilitadores y obstaculizadores del trabajo con la vergüenza en el proceso de psicoterapia, incluyendo intervenciones terapéuticas, aspectos relacionales y de setting.
4.
Mostrar, describir y analizar a través de un casos clínicos cómo se trabaja la vergüenza desde una perspectiva gestáltica.
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3. Supuestos de investigación
-
La vergüenza sería un afecto a la base de la polarización y que, por lo tanto, coartaría el ajuste creativo.
-
El mecanismo más habitual para lidiar con la vergüenza y el miedo a ésta, sería el ocultamiento tanto de sí mismo (se interrumpiría el ciclo de la experiencia en términos de Zinker, 1979, antes de la conciencia por lo que esta experiencia se mantiene en el fondo), como de los demás, lo que generaría la invisibilización de dicho proceso. En psicoterapia sería especialmente importante estar atento a este fenómeno y no caer en el juego de no ver.
-
El mecanismo de ocultamiento generaría más vergüenza y aislamiento, formando un círculo vicioso.
-
En todas las personas existiría un “núcleo de vergüenza”. Éste sería un fenómeno más cercano a la conciencia en los pacientes en el “polo inhibido”, pero no por eso menos importante de trabajar en otros pacientes.
4. Metodología
La metodología de este trabajo es de investigación teórica. Para ello se desarrolla una revisión bibliográfica que considera la teoría y la práctica en el trabajo de la vergüenza en base a lo que se genera una propuesta de integración de las distintas visiones respecto a este tema.
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Posteriormente, se ejemplifica a través de casos clínicos el proceso terapéutico en el trabajo de la vergüenza desde una perspectiva gestáltica, analizando los aspectos del proceso relacionados con el tema de investigación y los aspectos referentes al proceso de intervención mismo. No es el objetivo de este trabajo el construir teoría ni generalizar a raíz de estos casos, sino que ejemplificar lo abordado teóricamente y demostrar las habilidades prácticas del enfoque gestáltico, como una exigencia del Instituto de Terapia Gestalt de Santiago.
Los casos clínicos fueron escogidos desde la consulta privada de la propia investigadora de acuerdo a su disponibilidad y con el criterio de ser ilustrativos y pertinentes al tema de investigación. Para obtener la información, se solicitó autorización a los pacientes para usar información de sesiones de sus procesos terapéuticos en este trabajo, alterando sus nombres y datos no relevantes para la comprensión y abordaje del caso con el fin de proteger su identidad.
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5. Marco Teórico
“Estoy confuso: Quiero jugar mi juego de calzar. Alérgico como soy a las inconsistencias, Desordenado como soy En hábitos –mi pieza y mi ropa-, Necesito del orden en mis pensamientos. Relacionando trocitos y pedacitos a un todo, Gestalts y Caos están luchando. ¿qué otra cosa es entender?” (Perls, 1998, p. 17).
5.1 La Terapia Gestalt
“La terapia gestáltica es una de las fuerzas rebeldes, humanistas y existenciales de la psicología que buscan detener la avalancha de fuerzas auto derrotantes y autodestructivas presentes en algunos miembros de nuestra sociedad (…). Nuestra meta como terapeutas es incrementar el potencial humano a través del proceso de integración. Hacemos esto apoyando los intereses, deseos y necesidades genuinos del individuo” (Perls, 1978, p. 11).
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La terapia gestáltica es una terapia fenomenológico-existencial fundada por Fritz y Laura Perls en la década de 1940 (Yontef, 1995). Sin embargo, Fritz Perls rechazaba el ser considerado creador de ésta: "si me llaman el descubridor o redescubridor de la terapia gestáltica, bien" (Perls, 2002, p. 2627). Perls afirma que la gestalt es tan antigua como el mundo debido a la tendencia de la materia viva a configurarse, a ser lo que es, aunque el hombre en su necesidad de controlar el mundo y a otros hombres inventa teorías antes de establecer con claridad o ver los principios sólidos que mantienen la armonía de la tierra (Schnake, 2003).
La terapia gestalt se encuadra dentro del Movimiento de la Psicología Humanista o de Desarrollo del Potencial Humano surgido en California siendo sus precursores Maslow, Watts y Rogers, entre otros, los que proponen un énfasis en los recursos de la persona, el desarrollo y la actualización de las potencialidades naturales del sujeto. De esto se desprende una visión no patologizadora del “cliente”2 lejana a los modelos psiquiátricos convencionales y que promueve una relación horizontal terapeuta-cliente, es decir, no desde una posición de saber, sino desde una mirada empática, interesada en conocer el modelo de mundo del otro.
La palabra Gestalt (del alemán) se traduce como “forma” o “configuración” y se refiere a los fenómenos de percepción, estudiados por investigadores
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“Cliente” era la designación que se usaba desde la corriente humanista para evidenciar esta
idea no patologizadora. Sin embargo en la mayor parte del texto se utilizará la forma usual “paciente”
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alemanes de la “Escuela de la Forma” (o “psicología de la Gestalt”: Lewin, Köhler, Koffka, Wertheimer) que demostraron el carácter global de la percepción como una totalidad que integra figura y fondo. En terapia gestalt, esto no sólo se aplica a los fenómenos perceptivos, si no que a la totalidad de las funciones del organismo. Así, “los principios de la gestalt aplicados a la terapia tienen por objeto "despertar" al hombre. Darles instrumentos a las personas para que, en breves lapsos, puedan darse cuenta de aspectos inadvertidos de sí mismos, de "huecos" de su personalidad, de los modos en que no se permiten crecer y de cuánta energía gastan en pelear con otros sin mirarse a sí mismas” (Schnake, 2003, p. 29).
En la terapia gestalt el cliente aprende a utilizar el 'darse cuenta' de sí mismo, como un organismo total que es. Aprende a confiar en sí mismo y de este modo obtiene el desarrollo óptimo de su personalidad, dándose soporte a sí mismo o autoapoyo.
La terapia gestáltica es un encuentro existencial entre personas que si bien no procura encajar a las personas en moldes, existen metas implícitas, como por ejemplo que el cliente avance hacia una mayor conciencia de sí misma; aprenda a asumir la propiedad de sus experiencias, en vez de proyectarlas sobre los demás; aprenda a tener conciencia de sus necesidades y a desarrollar las destrezas que le permitan satisfacerlas sin atentar contra las de otros; avance hacia un contacto más pleno con sus sensaciones; experiencie su capacidad de sostenerse por sí misma, en vez de manipular el ambiente y aprenda a asumir la responsabilidad de sus acciones y sus consecuencias.
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Zinker (1979, p. 83) indica que: A medida que el trabajo avanza, la persona siente un bienestar cada vez mayor en la experiencia de su energía y la utiliza en una forma que le permite funcionar plenamente. Actúa sin disipar su energía, aprendiendo a
integrar
creativamente,
dentro
de
sí
misma,
sentimientos
conflictuantes, en vez de pujar contra su propio organismo o polarizar su comportamiento. Estas son algunas de las metas generales de la terapia gestáltica.
Para Yontef (1995), existen tres principios que definen a la terapia gestáltica y la distinguen de otras terapias a pesar de las etiquetas, técnica o estilo del terapeuta por lo que si una terapia no cumple con uno de ellos, no es gestalt. A la vez, cualquiera de los tres comprendido en forma adecuada y plena, abarca a los otros dos principios: PRINCIPIO UNO: la terapia gestáltica es fenomenológica; su único objetivo es el Darse Cuenta y su metodología es la metodología del Darse Cuenta. PRINCIPIO DOS: la terapia gestáltica se basó totalmente en el existencialismo dialogal, es decir, en el proceso Yo-Tú, contacto/ alejamiento. PRINCIPIO TRES: la construcción o cosmovisión fundamental de la terapia gestáltica es la gestalt, basada en el holismo y la teoría de campo (Yontef, 1995, p.190).
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5.1a Orígenes de la Terapia Gestalt.
5.1.1 Bases filosóficas: fenomenología y existencialismo.
Las bases filosóficas de la terapia gestalt son principalmente la Fenomenología y el Existencialismo, por lo que es heredera de los aportes de filósofos como Husserl, Heidegger, Buber, así como también de científicos del “nuevo paradigma” como Einstein, Heisenberg, Bohm, etc. Fritz Perls, adscribió a estas nuevas corrientes filosóficas de su tiempo, separándose así de las corrientes asociacionistas, mecanicistas y positivistas que dominaban la filosofía y la ciencia en el cambio de siglo y que estaban en la base de toda la concepción psicoanalítica freudiana.
Fenomenología
“Yo he hecho del darse-cuenta (awareness) el eje de mi enfoque, reconociendo que la fenomenología es el paso primario e indispensable para saber todo lo que hay que saber” (Perls, 1998, p. 66).
La fenomenología es un método de exploración desarrollado por Husserl (1859 - 1938) y tiene como objetivo investigar la realidad de un modo diferente al que usaría el método científico-natural en que el sujeto que investiga puede ser objetivo respecto al objeto de estudio. En tiempos de Husserl, la ciencia se encontraba dominada por el positivismo, que reduce la realidad a hechos o
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datos explicados por leyes causales. Con ello, para Husserl, la ciencia perdía el mundo real mismo, el mundo de las vivencias más originarias del hombre (“mundo de la vida”); además, reducía la conciencia a ser una cosa más del mundo, eliminando la subjetividad humana, y con esto, la ciencia quedaba en imposibilidad de captar el “sentido” de la existencia humana (Tejedor, 1990).
Para Husserl el positivismo no sería fiel a sí mismo, ya que sustituye los hechos por explicaciones (teorías hipotéticas) y no se atiende a “lo dado” (el fenómeno) en la experiencia. Él, en cambio, quiere “atenerse a lo dado” y poder describirlo “pulcramente”. Por esto, renuncia a toda explicación de “lo dado”, limitándose a captar (intuir) y describir su “esencia”. Este programa de la fenomenología de Husserl presupone una concepción de la conciencia: la intencionalidad, que es el carácter esencial del acto de conocer (Tejedor, 1990).
La fenomenología, como alternativa al positivismo, es un intento de constituir la filosofía como ciencia estricta, rompiendo también con la actitud ingenua o “natural”. En primer lugar, la fenomenología es un método consistente en la descripción de las esencias: ir a las cosas mismas para intuir en lo que de ellas se
nos
da
(los
fenómenos),
sus
propias
esencias,
y
describirlas
desinteresadamente. Ello supone también la utilización de una forma de “reducción” diferente a la del positivismo: poner entre paréntesis la existencia del mundo y de la propia conciencia (la conciencia ingenua cree sin más); poner entre paréntesis todos los caracteres accidentales del fenómeno, y no
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quedarse sino con su “esencias”. Es esta esencia la que luego deberá someterse a una descripción pulcra y desinteresada (Tejedor, 1990).
La mirada fenomenológica entonces, implica un alejamiento del positivismo causalista y dualista, para concentrarse en una mirada en el aquí-ahora y una observación atenta del sujeto sobre el fenómeno, donde el fenómeno observado es inseparable del observador. Esta observación es descriptiva y en ningún caso es interpretativa (como lo sería el psicoanálisis) y por tanto tampoco es causalista ni pretende una teoría explicativa del pasado (Martínez, s.f.).
La fenomenología insta a distanciarse de la forma usual de pensar, poniendo entre paréntesis el conocimiento previo del fenómeno, dejando de lado los supuestos y juicios, para poder apreciar la diferencia entre lo que se está percibiendo y sintiendo realmente en el momento, y lo que es residuo del pasado (Idhe, 1977 citado en Yontef, 1995). Es la búsqueda de la comprensión basada en lo que es obvio o revelado por la situación. No se busca estudiar el objeto separado del sujeto, con sus cualidades “objetivas”, sino que se busca comprender el fenómeno tal como aparece ante el observador.
Con la fenomenología herméutica (Heidegger, Dilthey) se agrega la dimensión del significado al método fenomenológico, considerando las interpretaciones como supuestos y no verdades inmutables, por lo que es posible cambiarlas por otras alternativas de significado.
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Una exploración gestáltica entonces respeta, usa y clarifica la percepción inmediata “ingenua” 3, “no corrompida por el aprendizaje” (Wertheimer, 1945, citado en Yontef, 1995), por lo que tanto lo que se siente "subjetivamente" como lo que se observa "objetivamente" constituye información relevante (Yontef, 1995).
El objetivo que tiene la exploración fenomenológica gestáltica es el darse cuenta. Cuando el darse cuenta es usado sistemáticamente y enfocado es posible lograr “insights”, que “es modelar el campo perceptivo, de manera tal que se manifiesten las realidades significativas”, es decir, es la “formación de una gestalt en la cual los factores relevantes se ordenan con respecto al todo” (Heidbreder, 1933, p. 355 citado en Yontef, 1995).
Existencialismo
“Pero al menos me había compenetrado de una cosa: la filosofía existencial exige que uno tome la responsabilidad de su propia existencia” (Perls, 1998, p. 59).
El existencialismo es un movimiento filosófico que da origen a la mayor parte de las teorías humanistas hoy en día (Martínez, s.f.) y tal como la
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La palabra “Ingenua” es usada en el texto de Wertheimer (s.f. citado en Yontef, 1995) en el
sentido de desprejuiciado, a diferencia de cómo fue usada esta palabra anteriormente en este mismo apartado al referirse a que “la conciencia ingenua cree sin más”.
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fenomenología, es una filosofía de una época de crisis en Europa: la crisis entre las dos guerras mundiales. Así como la fenomenología de Husserl recoge la crisis de la ciencia, el existencialismo expresa la crisis de los individuos, perdidos y angustiados en la catástrofe de la civilización (Tejedor, 1990).
El existencialismo niega la supremacía de la racionalidad. Rechaza lo abstracto o clasificado y hace énfasis en la experiencia vital individual y directa. La experiencia subjetiva individual es considerada válida (Martínez, s.f.).
Como antecedente del existencialismo se suele citar a Kierkegaard (18131855), cuya filosofía es una reacción contra la doctrina de Hegel (1770-1831): lo real no es lo general y universal, sino el individuo en su singularidad e interioridad; el mundo no es racionalidad, sino paradoja; y ante la paradoja total no queda más salida que el “salto” de la fe. El hombre vive siempre “en situación”: en ella experimenta la angustia y también su propia libertad (Tejedor, 1990).
Los existencialistas utilizan el método fenomenológico, pero aplicado a la descripción de la existencia humana concreta. Los fenómenos existenciales se centran en la existencia de las personas, las relaciones entre ellas, sus alegrías, sufrimientos, etc., vivenciados directamente (Yontef, 1995). Según Heidegger (1889-1976), el hombre es un ser “mundano”, “Dasein” (ser-ahí o ser-en-el-mundo), alguien que se “encuentra arrojado al mundo”. Para Sartre (1905-1980) el hombre no es una cosa “en sí”, sino una conciencia, un “para sí” y carece de esencia o naturaleza: es el hombre quien debe hacerse a sí
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mismo, eligiéndose libremente en cada acto que realiza y esta libertad genera angustia existencial (no sintomática). No hay una esencia humana, sino múltiples existencias en las que cada persona debe hacerse cargo de su propia vida, enfatizando la responsabilidad individual. Se define al hombre como libertad absoluta, y por eso el principio fundamental del existencialismo es que, en el hombre, “la existencia precede a la esencia”. Pero la existencia pende sobre la nada: o bien el hombre es el “ser para la muerte” (Heidegger) o bien la conciencia es “nada” de por sí, puro acto intencional o apertura al mundo (Tejedor, 1990).
La vida humana es sentida como breve, transitoria, por lo que la vida en sí adquiere un valor intrínseco. La inevitabilidad de la muerte viene acompañada de miedo, miedo al sinsentido (¿para qué vivo si voy a morir?) y al fin de la existencia; ante este porvenir, el ser humano debe construir su propio proyecto existencial, su forma de vivir la vida, que a su vez le da sentido. En este contexto, lo más importante es la libertad y su compañero inseparable, la responsabilidad. Sólo somos libres si nos hacemos responsables de nuestras decisiones.
La psicoterapia gestalt, entonces, tiene una base en el existencialismo: El existir ahí (Dasein) como “proyecto”, sin esencia determinante, con la “responsabilidad”
de
hacerse
a
sí
mismo,
radicalmente,
“auténticamente”, asumiendo la “angustia” de la soledad; junto a otros, pero sin instrumentalizarlos: importancia constituyente de la relación “yo
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- tú”, pero con tal de tratar al otro como un “fin” no como un “medio” (De Casso, 2003, p.56).
La mayoría de las personas funcionan en un contexto no expresado de pensamiento convencional, que oscurece o evita reconocer como es el mundo. El auto-engaño es la base de la falta de autenticidad: la vida que no está basada en la verdad acerca de uno mismo en el mundo, lleva a sentir miedo, culpa y angustia. La terapia gestáltica proporciona un camino para llegar a ser auténtico y significativamente responsable por uno mismo. Además la visión existencial sostiene que las personas están interminablemente re-haciéndose o descubriéndose a sí mismas (Yontef, 1995).
El diálogo existencial es esencial en la metodología de la terapia gestáltica y una manifestación de la perspectiva existencial en la relación. “Martin Buber afirma que la persona (“Yo”) tiene significado sólo en relación a otros, en el diálogo Yo-Tú o en el contacto manipulador Yo-Ello. Los terapeutas gestálticos prefieren vivenciar al paciente mediante el diálogo que por medio de la manipulación terapéutica (Yo-Ello)” (Yontef, 1995 p. 122).
En resumen, el existencialismo y la fenomenología dan un marco en que el organismo en el aquí y ahora se relaciona con el mundo desde la subjetividad y la responsabilidad, siendo esta relación, organismo-mundo una relación bidireccional e inseparable.
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5.1.2 Teoría de campo.
Kurt Lewin (1890-1947) es el creador de la llamada Teoría de Campo. El concepto de campo procede del concepto físico de “campo electromagnético” y fue aplicado a la psicología por la “Escuela de la Forma” (o “psicología de la Gestalt”) desde donde lo tomó Lewin (Tejedor, 1990). El campo es un todo en que las partes están en relación y correspondencia inmediata unas con otras, y ninguna parte queda al margen de la influencia de lo que ocurre en otro lugar del campo (Yontef, 1995), o sea, el campo es “una totalidad de fuerzas que se influencian recíprocamente y que en conjunto forman un todo interactivo unificado” (Yontef, 1995, p.278). Los campos tienen algunas características, como son las siguientes: 1.
Un campo es una red sistemática de relaciones
2.
un campo es continuo en espacio y tiempo.
3.
todo es de-un-campo.
4.
todos los fenómenos son determinados por todo el campo.
5.
El campo es un todo unitario: todo afecta a todo lo demás en el
campo (Yontef, 1995, p.278)
La teoría de campo, entonces, “es un marco o punto de vista para examinar y elucidar eventos, experiencias, objetos, organismos o sistemas como partes significativas de una totalidad conocida de fuerzas mutuamente influenciables que juntas forman un todo (campo) unificado interactivo continuo” (Yontef, 1995 p. 303). El énfasis está en observar, describir y explicar la estructura exacta de
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lo que se está estudiando, en vez de en clasificar, interpretar, especular o analizar aspectos desunidos y formar todos y-sumativos.
Por lo tanto, la identidad y calidad de tal evento, objeto u organismo está sólo en-un-campo contemporáneo (es decir, lo que provoca efectos debe tocar lo afectado en el tiempo y el espacio) y sólo se puede conocer a través de una configuración formada por una interacción mutuamente influenciable entre perceptor y percibido (Yontef, 1995).
El campo fenomenológico lo define el observador, y es significativo sólo si se conoce el marco de referencia de éste. El observador es necesario porque de alguna forma, lo que uno ve es una función de cómo y cuándo miramos, por lo que una característica importante del campo es que está siempre en movimiento, es un proceso continuo de cambio (Yontef, 1995).
“Las teorías de campo intentan conseguir insight acerca de cómo opera el campo, como se ajustan exactamente las fuerzas del campo en una estructura completa” (Yontef, 1995, p. 304). Existen numerosas teorías de campo, y no hay una forma absoluta de determinar si una es más correcta que otra. En la teoría de campo, todo es relativo al espacio y al darse cuenta fenomenológico del observador, es decir, la realidad no es objetiva ni arbitraria, sino configurada conjunta y contemporáneamente por “lo que está ahí fuera” y el por el organismo perceptor (Yontef, 1995).
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En relación a esto, Perls (1976) señala que a diferencia de otras ciencias en que se puede abstraer y estudiar elementos separados del campo total, en psicología no es posible realizar esa clase de abstracciones, ya que el estudio de cómo funciona el ser humano en su ambiente, es el estudio de aquello que ocurre en el límite de contacto entre el individuo y su ambiente.
De este modo, la teoría de campo es una actitud que invade la terapia gestáltica, es la cosmovisión científica que está a la base de la perspectiva fenomenológica gestáltica ya que describe el campo total del que un evento actualmente forma parte (en vez de analizarlo) y permite conceptos organizativos dinámicos, como el límite de contacto, él sí mismo como proceso, etc. (Yontef, 1995).
Para Fritz Perls (1976) ningún individuo es autosuficiente. El individuo puede existir únicamente en un campo ambiental: en todo momento es parte de un campo y su comportamiento es función del campo total que lo incluye a él y a su ambiente. “El ambiente no crea al individuo, como tampoco el individuo crea al ambiente. Cada uno es lo que es: cada cual tiene su carácter particular debido a su relación consigo mismo, con el otro y con él todo” (Perls, 1976, p.29).
El organismo y el ambiente se diferencian dentro de un todo unificado, creándose entre ellos un límite que al mismo tiempo será contacto. El organismo crea un límite que le permite separar y al mismo tiempo contactarse con el resto del campo que es el entorno o ambiente. “Es en el límite de
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contacto donde ocurren los eventos psicológicos. Nuestros pensamientos, nuestras acciones, nuestra conducta y nuestras emociones son nuestro modo de evidenciar y enfrentar los acontecimientos de límite de contacto” (Perls, 1976, p.30).
Este límite de contacto es fundamental para la mantención del organismo como tal, si desaparece el límite no existe organismo pues se confunde con el campo, es decir, el organismo muere. Pero al mismo tiempo el organismo necesita mantener ciertos parámetros homeostáticos, un intercambio entre el organismo y el entorno dentro de este límite para su supervivencia (contacto). Si no se mantienen estos parámetros el organismo desaparece (Martínez, s.f.).
5.1.3 Perspectiva Holística.
“Uno de los hechos más notorios del hombre es que es un organismo unificado. Y sin embargo este hecho es completamente ignorado por las escuelas tradicionales de psiquiatría y psicoterapia las cuales, sea como fuere que describan su enfoque, aún operan en términos de la antigua división mente-cuerpo” (Perls, 1976, p.23).
La visión de campo permite una mirada holista del entorno y del propio organismo. La esencia de la concepción holística de la realidad es que toda la naturaleza es un todo unificado y coherente (Latner, 1994; Martínez, s.f.).
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Una característica del campo es que todo está en todo. Así en cualquier elemento del campo están contenidos los otros elementos del campo. Cada uno de estos elementos, en cualquier escala, es en sí un proceso integral coordinado, incrustado en el todo mayor (Latner, 1994; Martínez, s.f.). Pensando holísticamente, cualquier todo que se examine está ligado el resto del universo multiforme, por lo que, al estudiar procesos, se debe estudiar también su contexto (Latner, 1994).
Holísticamente no podemos entendernos a nosotros mismos en la simple suma de nuestros conocimientos sobre las distintas partes. No somos sólo una comunicación de funciones. “El todo es mayor que la suma de sus partes” en este sentido “mayor” significa de una calidad diferente, por lo tanto, él todo es un suceso nuevo (Latner, 1994). Esto nos habla de un organismo completamente inserto en el universo en el que vive y al mismo tiempo nos habla de un organismo unificado donde todas las partes de este organismo están en las otras al mimo tiempo. De este modo cognición, emoción, energía, cuerpo, etc., son aspectos del organismo total que están totalmente interrelacionados, no pudiendo comprenderse uno separado de los otros, ni uno antes o causa de los otros (Martínez, s.f.).
En psicoterapia, el concepto de campo unificado (concepto holístico) da una herramienta para tratar con el hombre su totalidad. Las características principales de la teoría y la epistemología gestalt se basan en el concepto de holismo. Holísticamente, el observador es parte del contexto del sujeto, puesto
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que debemos entrar en contacto con lo que deseamos saber, para conocerlo. Un enfoque holista incluye la conciencia de lo que percibimos (Latner, 1994).
Una diferencia importante entre la terapia gestáltica y las demás terapias es el genuino interés por el holismo y la multidimensionalidad. Perls resalta que sólo una psicoterapia amplia puede ser integrativa, y que sólo un terapeuta con una visión amplia puede detectar y abordar las dificultades esenciales, ya que la gente manifiesta su dolor en su forma de comportarse, pensar y sentir (Yontef, 1995). “La terapia y gestáltica considera importante el campo biopsicosocial completo incluyendo organismo/ ambiente” (Yontef, 1995, p. 83 y 127) por lo que se usan activamente las variables fisiológicas, sociológicas, cognitivas y motivacionales, sin que ninguna dimensión relevante quede fuera de la teoría básica (Yontef, 1995). Perls (1976) añade que Si la actividad física y la actividad mental son del mismo orden, podemos observarlas ambas como manifestaciones de lo mismo: el ser del hombre. Ni el paciente ni el terapeuta están limitados exclusivamente a lo que dice o piensa el paciente, ambos pueden tomar en cuenta lo que de hecho hace. Lo que hace es una clave de lo que piensa y lo que piensa da claves de lo que hace y le gusta hacer. Entre los niveles de pensar y hacer hay una etapa intermedia, la etapa de “jugar a” y en terapia, si observamos cuidadosamente, veremos que el paciente “juega a” muchas cosas. Con tan sólo conseguir que preste atención a sus acciones, a sus fantasías y a su representar roles, él mismo llegará a saber su significado. Él mismo proveerá sus propias interpretaciones. (…) Por medio de la experiencia de sí mismo en los tres niveles
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descritos; del fantasear, del representar roles y del hacer, irá llegando a un entendimiento de sí mismo. La psicoterapia deja de ser así una excavación del pasado en términos de represiones, conflictos edípicos y escenas primarias, sino que se convierte en una experiencia de vivir en el presente. En esta situación de vida, el paciente aprende por sí mismo como integrar sus pensamientos, sus sentimientos y sus acciones ya no únicamente la sala de consulta, sino en el transcurso de su vida cotidiana (p.29).
5.1b Conceptos básicos de la Terapia Gestalt.
La terapia gestáltica es estar en contacto con lo obvio. La simplicidad del enfoque gestáltico está dada por su atención en lo obvio, en lo que primero salta a la vista. No se busca ahondar en el inconsciente. “Yo no creo en las represiones.
No
podemos
reprimir
una
necesidad.
Hemos
reprimido
únicamente ciertas expresiones de estas necesidades” (Perls, 2002, p.65).
La terapia consiste, por lo tanto, en analizar la estructura de la experiencia real, en el aquí y ahora de la situación presente, no tanto lo que se está experimentando, recordando, haciendo, diciendo, etc., sino cómo es recordado lo que se recuerda, o cómo se ha dicho lo que se ha dicho. Esto acrecienta el contacto, amplía la conciencia inmediata o awareness de la vivencia, de la relación organismo/entorno en el aquí y ahora de la situación real y energiza el
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comportamiento, dando lugar a una gestalt fuerte, que es curativa por sí misma, ya que es "la integración creativa del problema" (Vásquez, 2003).
Tanto el darse cuenta, como el contacto y el presente no son más que aspectos diferentes de un mismo y único proceso: la autorrealización. Es en el aquí y ahora que nos damos cuenta de todas nuestras posibilidades. (Perls, 1976, p. 71).
5.1.4 Concepto de Darse cuenta (awareness).
“Sin el darse cuenta, no hay nada, Ni siquiera conocimiento de la nada” (Perls 1998, p. 31). “Sin awareness no hay nada. Sin awareness hay vaciedad” (Perls 1998, p. 66).
A la terapia gestáltica le interesa la toma de conciencia (o darse cuenta). Perls (1978, p. 28) señala que “la diferencia entre nosotros y Freud es que él enfatizó el recordar; nosotros enfatizamos el darse cuenta”.
El darse cuenta aquí y ahora incluye el contacto con lo que ocurre, con lo que está ahí y salta a la vista, con “lo obvio” sin necesidad de buscar en las profundidades del inconsciente, ya que está implícito el supuesto de que la necesidad más urgente, la verdadera necesidad oculta, va a aparecer por sí sola como figura en primer plano y sólo hay que saber reconocerla (De Casso,
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2003). En este sentido, captando lo obvio, lo que salta a la vista, y realimentando esto al paciente, es posible llevarlo hacia el darse cuenta de sí mismo (Perls, 1974). “Si logra llegar a darse cuenta plenamente en todo instante de sí mismo y de sus acciones en todos los niveles – fantasía, verbal o físico – podrá ver cómo se produce sus propias dificultades” (Perls, 1976, p. 69).
Para Laura Perls (1973 citado en Yontef, 1995), el objetivo de la terapia gestáltica es el continuum del darse cuenta; es decir, la libre formación de una gestalt a partir de lo que más interesa al organismo (o a la relación, al grupo o a la sociedad), que pasa a un primer plano donde es posible de evidenciar y enfrentar (reconocer, trabajar, cambiar, etc.), para luego fundirse en el trasfondo (olvidarse, asimilarse e integrarse) dejando el primer plano libre para la próxima gestalt relevante. “El darse cuenta eficaz está fundado en y energizado por la necesidad actualmente dominante del organismo” (Yontef, 1995, p. 134). Para Fritz Perls (1976, p.25): “la capacidad de darse cuenta podría describirse como la melliza desdibujada de la atención”. El darse cuenta es más difuso e implica una percepción relajada llevada a efecto por la persona total, a diferencia de la atención que implica una percepción tensa. El darse cuenta es una forma de experiencia que se puede definir vagamente como estar en contacto con la propia experiencia, con lo que es, es decir, la capacidad que tiene cada ser humano para percatarse de lo que está sucediendo, aquí y ahora, dentro de sí mismo y en el mundo que lo rodea y que ayuda a restablecer el funcionamiento total integrado del individuo (Polster y Polster, 1980; Yontef, 1995). El darse cuenta significativo no es una
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introspección enfocada hacia adentro, si no que corresponde al sí mismo en el mundo, en diálogo con el mundo y con el darse cuenta del Otro (Yontef, 1995).
El darse cuenta pleno entonces, es el proceso de estar atentamente en contacto con los eventos más importantes del campo ambiente/individuo, con un total apoyo sensorio motor, emocional, cognitivo y energético. El contacto a través del darse cuenta genera totalidades nuevas y significativas, siendo ya en sí mismo una integración del problema (Yontef, 1995). Por lo tanto, el darse cuenta es un paso decisivo en el camino hacia el desarrollo de la conducta nueva, independientemente de cuales sean las revelaciones resultantes de esa toma de conciencia (Polster y Polster, 1980).
Cualquier negación de la situación, de sus exigencias o de los propios deseos y respuestas elegidas, es una alteración del darse cuenta. Es importante destacar que el darse cuenta se acompaña de pertenencia, que es el proceso de reconocer el propio control, poder de elección y responsabilidad sobre los propios sentimientos y conductas. La persona que se da cuenta plenamente, sabe qué hacer, cómo lo hace, sabe que tiene alternativas y elige ser como es. El darse cuenta es una experiencia íntima y privada. “Yo no me puedo dar cuenta de tú “darte cuenta”, lo único que puedo hacer es participar indirectamente” (Perls, 1998, p. 79-80).
Además, el acto de darse cuenta es siempre aquí y ahora aunque su contenido puede estar distante temporalmente. Por ejemplo, el acto de recordar es ahora, pero el contenido, lo que se recuerda, no es ahora. El pasado y el futuro son
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entonces conjeturas acerca de lo que precedió al momento presente y lo que presagiamos que seguirá. Todo ese adivinar ocurre ahora (Stevens, 1976; Yontef, 1995).
Se pueden distinguir tres tipos de darse cuenta, que se denominan "áreas del darse cuenta" o "zonas de contacto" (Stevens, 1976).
- Darse cuenta del mundo interior, de sí mismo, que comprende lo que ocurre dentro de uno mismo, es decir, el contacto sensorial actual con eventos internos en el presente: lo que ahora siento “desde debajo de mi piel”, tensiones
musculares
y
movimientos,
manifestaciones
físicas
de
los
sentimientos y emociones, sensaciones de molestia, agrado, etc.
- Darse cuenta del mundo exterior o zona externa que incluye todo lo que está fuera, “más allá de mi piel”. Esto es, contacto sensorial actual con objetos y eventos en el presente: lo que en este momento veo, toco, escucho, gusto o huelo.
Estos dos tipos de darse cuenta engloban todo lo que se puede saber sobre la realidad presente como es vivenciada; es el terreno sólido de la experiencia, por lo que este darse cuenta existe independientemente de cómo sea visto o juzgando (por sí mismo o por los demás) y ningún tipo de argumento o teoría puede hacerlo no-existente.
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- Darse cuenta de la zona intermedia o zona de la fantasía, que incluye toda la actividad mental que abarca más allá de lo que transcurre en el presente: explicar, pensar, adivinar, imaginar, planificar, recordar, anticipar. Todo esto es irrealidad (Stevens, 1976).
Dentro de esta fantasía hay una realidad encubierta, que se puede descubrir al concentrarse en la fantasía y al mismo tiempo tomar conciencia de las sensaciones físicas, percepciones y otras actividades que suceden mientras se concentra en la fantasía (Stevens, 1976).
Por otra parte, y como corolario de lo anterior, es importante destacar que el darse cuenta pleno y el autorrechazo son mutuamente excluyentes. El rechazo a uno mismo es una distorsión del darse cuenta, ya que es una negación de quien uno es, que implica una confusión acerca de quien “soy yo”, además de un autoengaño o a actitud de “mala fe” al sentirse por encima de aquello que se está reconociendo en forma ostensible (Sartre, 1966 citado en Yontef, 1995). “No es un darse cuenta perceptivo el decir “yo soy” como si fuera una observación de otra persona, como si el “yo” no fuera elegido, o sin saber cómo uno crea y perpetúa ese “yo soy”” (Yontef, 1995, p.135).
Además, como terapia vivencial, la técnica gestáltica exige del paciente que se vivencie a sí mismo lo más posible y tan plenamente como pueda en el aquí y ahora. De esta forma, mientras más se de cuenta de sí mismo, mas aprenderá acerca de lo que es él mismo. A medida que vivencia los modos en que evita el
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“ser” ahora (los modos diversos como se interrumpe) también comenzará a vivenciar el sí mismo que ha interrumpido (Perls, 1976).
En base a esto, las técnicas de la terapia gestáltica son tareas experimentales que se usan como medios para expandir la experiencia directa, sin que sea su objetivo que el paciente llegue a alguna conclusión ni cambiar sus sentimientos, reacondicionarlos o fomentar la catarsis (Yontef, 1995).
“La frase “me doy cuenta”, otorga al paciente cierto sentido de sus propias capacidades y de su equipamiento sensorial e intelectual. El repetir “me doy cuenta” brinda algo además de lo puramente consciente. Al trabajar con lo que el paciente tiene, es decir sus medios de manipulación actuales en lugar de aquellos que no ha desarrollado o ha perdido, se le brinda al paciente y al terapeuta la mejor perspectiva de sus recursos actuales. Porque el darse cuenta siempre transcurre en el presente (Perls, 1976, p. 71).
Para modificar rutinas o hábitos, como son funciones establecidas es necesario traerlos al presente, al foco del darse cuenta de forma renovada. Sin la capacidad de darse cuenta, no hay cognición electiva. Es en el aquí y ahora que nos damos cuenta de todas nuestras posibilidades.
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5.1.5 Concepto de Aquí y ahora.
“Para mí, sólo el ahora existe. Ahora = experiencia = conciencia. El pasado ya no está y el futuro no llegado. Únicamente el ahora existe” (Perls, 1973, p. 22).
Para Perls (1976) el “ahora” es un concepto interesante y difícil a la vez, ya que es una paradoja trabajar en el ahora y ser incapaz de aferrarse a él e incluso focalizarlo, es decir, sólo se puede trabajar y lograr algo trabajando en el ahora, en el presente, pero en cuanto esto se vuelve una exigencia moralista, inmediatamente se evidencia que es imposible.
En una terapia fenomenológica como la terapia gestáltica, el poder está en el presente y el presente, el “ahora” comienza con el darse cuenta actual del paciente (Polster y Polster, 1973; Yontef, 1995).
Cuando se habla de “ahora” en terapia gestáltica, se refiere a este mismo momento. Esto implica alejarse del hablar “acerca de”, buscando acercase a la experiencia directa. Así, por ejemplo, se habla a la persona “como si” estuviera presente, lo que genera una mayor experiencia directa de los propios sentimientos. Es una terapia experimental en el verdadero sentido de la palabra: es vivenciarse uno mismo o intentar una conducta para ver si calza, viviendo realmente un evento (Yontef, 1995).
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Además, el darse cuenta sucede ahora. Es en el ahora cuando puedo contactar el mundo que me rodea, y es ahora cuando puedo contactar recuerdos pasados o expectativas del futuro. Como ya se había dicho anteriormente, los eventos previos o lo que se anticipa pueden ser objeto del darse cuenta presente, pero el proceso de darse cuenta es ahora. Por esto, en gestalt los recuerdos o expectativas se traen al presente, con el fin de darse cuenta de cómo están repercutiendo en el momento actual.
El no conocer el presente es entonces una alteración del darse cuenta, pero también lo son el no recordar o no anticipar. “A menudo los pacientes no conocen su conducta actual. En algunos casos, viven en el presente como si no tuvieran pasado. La mayoría viven el futuro como si fuera ahora. Todas estas son alteraciones del darse cuenta temporal” (Yontef, 1995, p. 143).
Es por este énfasis en el aquí y ahora, que la terapia gestáltica es una terapia vivencial antes que una terapia verbal o interpretativa y por esto se le pide al paciente que no hable de sus traumas y problemas del pasado, sino que revivencie sus problemas y sus traumas o asuntos inconclusos en el aquí y ahora (Perls, 1976).
La frase central con la cual se le pide a los pacientes que comiencen su terapia y que se mantiene durante el transcurso de ésta (y no sólo en palabras, sino que en su espíritu), es: “ahora me doy cuenta…”. El “ahora” nos manifiesta el presente, recalca el hecho de que ninguna experiencia o vivencia es posible a menos que sean presentes. Y desde luego el presente mismo es una
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experiencia siempre cambiante. Una vez que se usa el ahora, le será fácil al paciente usar el tiempo presente todo el tiempo y podrá trabajar desde una base fenomenológica (Perls, 1976).
En terapia gestáltica, el conocimiento no equivale a lo que se verbaliza, oral o internamente. El tipo de conocimiento que enseña la terapia gestáltica se refiere a cómo alejamos la atención de la información sensorial en bruto inmediata de la experiencia. Mediante la recuperación del darse cuenta de este mecanismo, previamente fuera del darse cuenta, el paciente en terapia gestáltica puede analizar los procesos por medio de los cuales apoya conductas insatisfactorias y adquiere las herramientas para aumentar en forma independiente su darse cuenta en el futuro (…). La terapia gestáltica comparte con otras psicoterapias existenciales la fe en la relación psicoterapéutica yo y tú-aquí y ahora (Yontef, 1995, p. 83-84).
Es importante agregar que si bien el momento del aquí y ahora del contacto vivencial es clave para la terapia, Yontef (1995) señala que también debemos darnos cuenta de gestalts más amplias, sin que el aquí y ahora sea un límite en el conocimiento del paciente. Al respecto explica que las experiencias fenomenológicas se refieren a cuatro zonas espacio-tiempo.
1.- “aquí y ahora”, el campo total persona/ ambiente en un momento particular: incluye lo concreto e inmediatamente observable, el significado para la persona; los asuntos inconclusos, deseos y temores sobre el futuro expresados y representados aquí y ahora.
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2.- “Allá y ahora”, el espacio vital de la persona: incluye lo que la persona está viviendo en la actualidad fuera y dentro del espacio terapéutico, la totalidad de la existencia actual de la persona ya que él “ahora” en un sentido amplio no termina en este preciso segundo.
3.- “Aquí y entonces” lo que ocurrió en este mismo contexto (ej.: sala de terapia) pero no en este momento. Existe un énfasis en terapia gestáltica acerca
de
la
importancia
de
la
relación
terapéutica,
incluyendo
el
reconocimiento de patrones de transferencia y el creciente diálogo sobre la relación terapéutica dentro la terapia.
4.- “Allá y entonces”, la historia de vida del paciente, sin la cual no existiría posibilidad de diálogo real, ya que los antecedentes que permiten la aparición del significado incluyen la historia y desarrollo de la persona. Por otra parte, conocer mejor al paciente implica hacer discriminaciones diagnósticas y no todo lo que necesitamos para realizar esta discriminaciones es observable inmediatamente en el aquí y ahora (Yontef, 1995).
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5.1.6 Concepto de Necesidad y ciclo de la experiencia de Zinker.
Los psicólogos de la gestalt (Köhler, Koffka y Wertheimer) hablaron de figura y de fondo en relación con el fenómeno de la percepción y el conocimiento, descubriendo que al experimentar el medio visualmente, elegimos un centro particular de interés que se destaca en un fondo difuso. La figura entonces es lo que se destaca y el resto es el fondo. En terapia gestáltica, la dinámica figura-fondo tiene relación con todas las funciones del organismo, no sólo con la percepción (Zinker, 1979), por lo que se parte del supuesto de que el interés o necesidad más inmediato tiende en forma natural a llegar al primer plano de atención, o sea, se hace figura4, mientras que todo lo demás tiende a retroceder al fondo. De esta forma, si se pone atención convenientemente se descubre que lo que está en primer plano de atención es lo más importante aquí y ahora (Joslyn, 1978).
Es importante destacar al respecto que la
necesidad/figura “se me da”, no es posible elegir cual necesidad va a surgir, así como también que sólo un evento a la vez puede ocupar el primer plano, ya que de otra forma hay conflicto y confusión con el consiguiente debilitamiento del potencial que se requiere para completar la necesidad más apremiante (Perls, 1998).
El organismo sano, entonces, va satisfaciendo sus necesidades a medida que éstas van surgiendo, y sabe priorizar las más urgentes y vitales de acuerdo a
4
Es por esto que el término necesidad se homologa a “figura” o “gestalt”, ya que tiene que ver
con algo importante, que capta el interés, y es en ese sentido una necesidad que se relaciona con una alteración de la homeostasis del organismo.
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una jerarquía de valores dado por el proceso de autorregulación organísmica (del que se hablará más adelante). Al respecto, Perls (1976) señala que la necesidad dominante del organismo, en cualquier momento, se convierte en la figura en primer plano y las demás necesidades retroceden, al menos temporalmente, al fondo. Lo que está en primer plano es aquella necesidad que presiona más agudamente por su satisfacción (p. 23).
Ciclo de la experiencia.
En todo organismo opera un ciclo psicofisiológico que se relaciona con la satisfacción de necesidades que se denomina "ciclo de autorregulación del organismo", “ciclo de la experiencia”, o “ciclo de las necesidades”. Este ciclo viene determinado por una serie de pasos constituyen los peldaños que nos orientan hacia la satisfacción de nuestras necesidades. Algunos autores (Perls, Hefferline y Goodman, 1973; Robine, 2005) describen estos pasos como un proceso global de pre-contacto, contacto y post-contacto, pero tradicionalmente se han pautado los siguientes pasos que explicaremos tomando como punto de partida el llamado “punto cero” del organismo en su campo, punto en el cual el organismo se encuentra indiferenciado, con sus necesidades equilibradas y en un estado de “indiferencia creadora”. En el transcurso de este ciclo, el punto cero se ve alterado por un trastorno en el equilibrio de ese campo (que genera la aparición de una necesidad o figura)
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para finalmente resolverse volviendo al punto cero (Latner, 1994). Este ciclo se recorre en siete etapas5 (Zinker, 1979):
1. Sensación que emerge desde el fondo: una figura comienza a tomar forma a partir de una perturbación en el campo. 2. Conciencia (darse cuenta): Las sensaciones se convierten en conciencia por lo que la persona es capaz de nombrar y describir esos mecanismos sensoriales, lo que le permite comprender qué necesita en ese momento y qué hacer para satisfacer esa necesidad. Se refiere a tomar conciencia de una sensación vital prioritaria emergente; es la comprensión en el presente, que es diferente del pensar o racionalizar sobre la sensación. 3. Excitación o movilización de energía: La figura está claramente formada y por consiguiente está cargada de energía o tensión básica, se hace importante. El sujeto reúne la fuerza o concentración necesaria para movilizarse y llevar a cabo lo que la necesidad le demanda. 4.
Acción: Se organiza el entorno para dirigirse al objeto que satisface la
necesidad (objeto catexial). El individuo moviliza su cuerpo para satisfacer su necesidad, concentra su energía en el sistema motor y se encamina activamente a lo que desea. 5. Contacto: Es el encuentro, la unión, es el proceso psíquico por el cual el organismo se compromete con lo que satisface la necesidad, el self está en el organismo y el entorno al mismo tiempo (confluencia sana organismo-entorno).
5
Zinker, 1979 sólo describe 6 etapas ya que la fase de “consumación” está incluida en la fase
de “retirada”.
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6. Consumación: Supone conducir el proceso hasta su plena realización. No quedarse a medias. Es cuando el contacto se ha dado en cantidad y calidad suficiente para la satisfacción de la necesidad. 7. Retirada: La plena satisfacción de la necesidad emergente (o destrucción de la figura o gestalt) lleva a un periodo de repliegue hacia uno mismo, relajamiento, recuperación y desinterés hasta que surge otra nueva necesidad.
En el individuo saludable, esta transición fluye suavemente, no se atasca ni lo perturba. Se pasa naturalmente de una necesidad figura a otra necesidad que va surgiendo a medida que la primera desaparece. Cuando es saludable, la satisfacción de necesidades se presenta más o menos en el momento en que ellas
surgen,
aunque
también
es
importante
aprender
a
postergar
responsablemente la satisfacción por objetivos de largo plazo (Zinker, 1979).
De acuerdo a esto, el objetivo de la terapia gestáltica es que la persona sea capaz de tomar plena conciencia de sus necesidades e insertarse en el medio con todas sus aptitudes y recursos para lograr de éste lo que necesita. Se toma conciencia y responsabilidad sobre sí mismo, sin proyectar sobre otros las propias necesidades, así como se asume la responsabilidad de las acciones realizadas para la resolución de esa necesidad o de su postergación.
“La terapia gestáltica no postula que vivamos para el momento, sino que vivamos
en
el
momento;
no
que
atendamos
nuestras
necesidades
inmediatamente, sino que seamos actuales con nosotros mismos en nuestro ambiente” (Zinker, 1979, p. 81).
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El proceso del ciclo de la experiencia puede ser interrumpido en forma “sana” (o natural), como cuando surge en el campo una gestalt más importante o apremiante. En este caso, el proceso anterior queda como figura inconclusa y la necesidad nueva genera un nuevo ciclo. Sin embargo, cuando las interrupciones se realizan rígida y consistentemente, en relación a ciertos temas, emociones, o en cierta etapa del ciclo, hablamos de interrupción neurótica.
A continuación se describen brevemente las interrupciones del ciclo de la
experiencia según Zinker (1979):
- Interrupción entre retirada y sensación: la persona es incapaz de volver a la experiencia sensorial a partir de una etapa de retirada, encontrándose, por ejemplo en un estado somnifaciente o de trance hipnótico, o si la persona está disociada debido a algún trastorno profundo, o individuos profundamente retraídos en sí mismos. O, por el contrario, opta por no seguir, o no puede seguir las insinuaciones sensoriales de su cuerpo y, en consecuencia, puede comer en exceso, pasar hambre o tornarse incontinente. - Interrupción entre sensación y conciencia: la persona puede experimentar algunas de sus sensaciones pero le son extrañas, no comprende qué significan. - Interrupción entre conciencia y excitación: cuando la persona si bien tiene conciencia de lo que necesita pero no está en condiciones de desarrollar bastante energía como para ejecutar la acción necesaria para satisfacer esa 43
necesidad, ya sea por miedo a excitarse o sentir fuertes emociones. El bloqueo fisiológico que acompaña al miedo a la excitación suele darse en una respiración sin profundidad, lo que disminuye la oxigenación de su cuerpo y lo despoja de energía. Esa manera de vaciarse de energías no permite una expresión saludable de los propios sentimientos. - Interrupción entre movilización de energía y acción: la persona puede movilizarse, pero no aplicar su energía al servicio de una actividad que le reporte lo que desea. De esa movilización crónica que no se expresa pueden resultar síntomas somáticos, como la hiperventilación, hipertensión, tensión muscular crónica e impotencia. - Interrupción entre acción y contacto: aquí se trata de una persona con sentimientos difusos; habla y hace muchísimo, pero no puede asimilar su experiencia. - Interrupción entre contacto y retirada, retirada y sensación son perturbaciones del ritmo natural de acción-inacción, por ejemplo en el caso de un individuo que no es capaz de retirarse en el punto más alto o culminación de su experiencia y se aferra a ésta más allá del punto de rendimiento óptimo, o se atasca entre la retirada y la sensación y le resulta difícil retornar al estado de alerta y de acción.
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Mecanismos de evitación de contacto.
La solución neurótica usa mecanismos de evitación de contacto para hacer "desaparecer" el conflicto sin resolverlo. Esto implica una gestalt no resuelta, lo que a su vez implica un gasto de energía constante del organismo para cerrar esta necesidad y al mismo tiempo un esfuerzo o energía del organismo (desde su neurosis) para "no tomar conciencia" de esta figura.
Una interrupción de la secuencia de hacer y retirarse del contacto es debida a un estado del self empleado inadecuadamente. Estos mismos mecanismos posibilitan el contacto (por eso en ocasiones son llamados “mecanismos de contacto”) y como se desarrollan en la frontera de contacto organismo entorno (self) son llamados también “fenómenos de frontera” y son estados temporales adecuados y necesarios en determinas fases del ciclo de las necesidades. Solo cuando han perdido su función espontánea y se convierten en estructuras rígidas que interrumpen el proceso es cuando se convierten en disfuncionales.
Estos mecanismos son:
- Confluencia. La confluencia es el estado de no contacto, no hay frontera del self, es la pérdida de diferenciación entre el organismo y el entorno, por lo que en el caso de una relación interpersonal, no existe diferenciación entre dos personas. “La confluencia es la ilusión que persiguen quienes prefieren limar diferencias a fin de atemperar la experiencia desquiciada de la novedad y la alteridad” (Polster y
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Polster, 1980, p. 98). “cuando el hombre que está en confluencia patológica dice “nosotros” uno no puede saber de qué está hablando; si de sí mismo o del resto del mundo. Ha perdido completamente el sentido del límite” (Perls, 1976, p. 49). En gestalt, la memoria es confluencia; recordar es ruptura de confluencia. Los hábitos no concientes, los vínculos no concientes del niño con su familia, del adulto con su comunidad, del Hombre con el universo, son cosa de la confluencia. Y lo contrario de la confluencia es la conciencia, que implica una figura de contacto y de diferenciación (Robine, 2005, p. 148).
La confluencia sana está potencialmente sujeta a contacto (mientras que la confluencia neurótica no puede contactar); se refiere a un fondo movilizable, accesible al contacto, accesible a y por la conciencia. En el ciclo de la experiencia, la confluencia, el apego a la situación, el temor a parar, a la quietud, la separación o la soledad pueden impedir una retirada necesaria para la elaboración del proceso (Latner, 1994).
Introyección. En la introyección, la energía se invierte en el incorporar pasivamente lo que el medio proporciona, sin molestarse en aclarar sus propias necesidades o preferencias (Polster y Polster, 1980). De esta forma, desplaza el propio deseo potencial por el de algún otro, principalmente para evitar la sensación de "no pertenencia". “Cuando el introyector dice “yo pienso”, generalmente quiere decir “ellos piensan”” (Perls, 1976, p. 45). La introyección sana es el paso
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previo a la asimilación, necesaria en cualquier situación de aprendizaje y está caracterizada por el interés, la motivación y la conciencia inmediata.
Sin embargo, el temor a la energía, a la excitación, a la emoción, la inhibición; las normas y los “debería” interiorizados, es decir, introyectados, pueden generar rigidez, somatizaciones e interrupciones diversas en la movilización de la energía durante la excitación.
Proyección. En la proyección se rechazan aspectos de sí mismo, adscribiéndolos al ambiente, por lo que se produce una escisión entre sus características reales y lo que sabe de ellas. En cambio tiene una aguda conciencia de estas características en los demás. “Cuando el proyector dice “it” o “ellos” por lo general quiere decir “yo”” (Perls, 1976, p. 47). En general los introyectos llevan a sentimientos de poca aceptación del sí-mismo y de auto-alienación que generan las proyecciones (Perls, 1976). Si el introyector renuncia a su sentido de identidad; el proyector lo desperdiga, por lo que devolverle los fragmentos de su identidad dispersa es la piedra angular en el tratamiento (Polster y Polster, 1980). Por lo tanto, a través de la proyección, borramos la realidad y destruimos lo verdadero y después llenamos el hueco que hemos hecho con nuestra fantasía, pero, de esta forma, al dejar aspectos de sí mismo fuera, la conciencia se va empobreciendo.
En la proyección sana, “conservamos el conocimiento de que nuestras fantasías son obra nuestra y de que lo que existe no es lo mismo que aquello
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que forjamos en nuestras fantasías” (Latner, 1994, p. 122). Lejos de ser “un error” o “un fracaso de la objetividad”, en la organización de la toma de conciencia la proyección es nuestra “destreza orientadora esencial en un campo intersubjetivo” (Wheeler, 2005, p. 124), es nuestra estrategia esencial para tratar/ negociar con las personas; es decir, es necesaria para poder tratar efectivamente con el campo total del vivir, compuesto por otros seres con su propia subjetividad (con sus propios procesos internos, conciencia de sí mismos, etc.). En la proyección patológica, en cambio, el límite de la distinción que hacemos entre lo que somos y lo que no somos, se pierde. Esta dispersión puede dificultar la comprensión de las sensaciones que van emergiendo y generar impotencia para efectuar un cambio por sí mismo.
Retroflexión. “El la retroflexión se abandona cualquier tentativa de influir sobre el medio, convirtiéndose en una unidad aislada y autosuficiente, reinvirtiendo su energía en un sistema exclusivamente intrapersonal e imponiendo severas restricciones al tráfico entre el ambiente y él” (Polster y Polster, 1980, p.80). Es cuando las energías de la orientación y la manipulación están plenamente comprometidas en el entorno pero el individuo no puede hacerles frente porque tiene miedo a herir o a ser herido y trata de evitar quedar comprometido con el entorno. Por esto vuelca sus energías contra su personalidad y su propio cuerpo, los únicos objetos disponibles y seguros en el campo: “vuelve contra sí mismo lo que querría hacerle a otro, o se hace a sí mismo lo que querría que otro le hiciera” (Polster y Polster, 1980, p. 89). El entorno tangible del retroflector está formado únicamente por sí mismo. El retroflector hace una serie casi interminable de
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afirmaciones del tipo “tengo vergüenza de mí mismo”, todas basadas en la comprensión de que “él” y “el mismo” son dos personas diferentes (Perls, 1976).
Se
incluyen
aquí
los
remordimientos,
los
arrepentimientos,
las
reconsideraciones, las enfermedades psicosomáticas, los dolores musculares sin "causa", el pensamiento obsesivo, la rumia, etc. Una retroflexión sana, podría ser un acto de autocontrol deliberado durante un compromiso o la autodisciplina para llegar a un objetivo (Latner, 1994).
En resumen, el introyector hace lo que los demás quieren que haga; el proyector hace a los demás lo que él acusa a los demás de hacerle a él; el hombre en confluencia patológica no sabe quién le está haciendo qué cosa a quien; y el retroflector se hace a sí mismo lo que le gustaría hacer a otros (Perls, 1976, p. 50).
Además,
algunos
autores
describen
otros
dos
mecanismos
de
contacto/evitación:
Deflexión. Para Polster y Polster (1980), la deflexión es una maniobra tendente a soslayar el contacto directo con otra persona, es un medio de enfriar el contacto rea,l es la distracción, la dispersión, la superficialización que genera obstáculos en la culminación del proceso de la satisfacción de la necesidad. “Así, o no invierte
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suficiente energía para obtener una retribución razonable, o la invierte al tuntún, de modo que se dispersa y desperdicia. Acaba agotado, escasamente retribuido, en un total fracaso” (Polster y Polster, 1980, p. 80). Todas las deflexiones destiñen la vida.
Egotismo. El egotismo es la interrupción básica del proceso figura-fondo, precursora de todo funcionamiento enfermo. En la enfermedad, el egotismo es la deliberación empleada contra sí mismo y su satisfacción reside en el control y la victoria (es decir, el hacer que las circunstancias se amolden a los deseos y dominen el proceso de formación de figura), lo que no es una conducta integrada. La satisfacción del egotismo es diferente de la satisfacción de la autorregulación del organismo. El egotismo es el elemento común en todas las formas de deterioro. Cuando, en las fases de contacto final y de postcontacto debería haber una relajación del control o de la vigilancia "hay un esfuerzo por controlar lo incontrolable y lo sorprendente”. El egotismo también da una sensación falsa y engañosa de sí mismo, se pierden las proporciones en relación con los demás y con el mundo. En un aspecto sano el egotismo es el funcionamiento del ego consciente y decidido, indispensable en la elaboración de cualquier proceso de maduración largo, difícil y complejo (Latner, 1994).
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5.1.7 Concepto de Polaridad y polarización.
“Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades
son
medias
verdades,
todas
las
paradojas
pueden
reconciliarse” (Tres Iniciados, 2007, p. 19).
El concepto de polaridades ya existía en psicología antes de que PerIs lo mencionase. Carl Gustav Jung, considera que una teoría psicológica de la personalidad debe sostenerse sobre el principio de la oposición de los contrarios, ya que la personalidad contiene en esencia tendencias bipolares, como
son
introversión/extroversión,
pensar/sentir,
sensación/intuición,
enfatizando que los elementos básicos psíquicos negados por la persona a nivel consciente, tienden a desarrollarse en el inconsciente. Para Jung las tensiones creadas por los elementos conflictivos son la verdadera esencia de la existencia: sin tensiones no existiría la energía en el ser humano y por lo tanto tampoco la personalidad (Castanedo, s.f.).
Perls (1978) señala que la filosofía básica de la terapia gestalt es la diferenciación e integración de la naturaleza. En cualquier aspecto de la naturaleza, y en cualquier forma de nuestro organismo todo tiene su opuesto, noche-día, ying-yang, bueno-malo, claro-oscuro, fuerte-débil (Alzueta, 2004). Para que un fenómeno sea perceptible ha de estar en oposición con otro, distinguirse de otra cosa. La información, en este sentido, es la noticia de la
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diferencia y la diferencia constituye fundamentalmente la configuración del mundo, la forma de los fenómenos (Alzueta, 2004).
La diferenciación, entonces, es el proceso de separar las posibilidades en opuestos, lo que en sí conduce a polaridades. Si no nos damos cuenta de la naturaleza polar, no podemos darnos cuenta de las diferencias. Los opuestos se necesitan mutuamente y están íntimamente relacionados ya que la existencia de uno de los polos requiere la existencia del otro (Latner, 1994)
La relación entre las polaridades funciona como un proceso dialéctico; los polos no son contradicciones irreconciliables, sino distinciones que serán integradas en el proceso de formación y destrucción de la gestalt. De esta forma, las dualidades se distinguen y se oponen, y cuando entran en conflicto, es posible lograr una solución “que une a ambos polos para formar una figura más importante que la simple combinación de los opuestos: es una creación nueva” (Latner, 1994, p. 46).
Así, las formas polares son parte de nuestra naturaleza, pero sin embargo en el proceso de conciencia, tras percibir la sensación que origina cualquier fenómeno, se elabora un proceso mental de análisis en el que se separa la realidad en dos partes y se discrimina sobre la “bondad” de una de ellas, eligiendo (identificación), y rechazando (alienación), el lado contrario. A través de esta discriminación y juicio, se limita la conciencia ya que se considera adecuada sólo a una de las partes, y se rechaza el todo, la unidad. Lo polar
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entonces no es el fenómeno, sino el conocimiento que tenemos de él a través de nuestra conciencia (Alzueta, 2004).
Para integrar el concepto de polaridades, Perls utiliza la idea de la indiferencia creativa de Sigmund Friedlaender, en que se plantea que los opuestos existen por diferenciación de “algo no diferenciado” (punto 0, punto medio o de indiferencia creativa). Este es el punto donde comienza la diferenciación, el punto de unión de los contrarios y el lugar en que ambos se neutralizan (Alzueta, 2004; Perls, 1998).
Por lo tanto, al permanecer atento al centro, es posible adquirir la capacidad creativa para observar ambas caras de los sucesos y para completar la mitad incompleta, alcanzando una comprensión mucho más profunda de la estructura y de la función del organismo. No se trata de aislar los opuestos como excluyentes entre sí, sino de centrarse con flexibilidad en su centro indiferente, sin dejarse atraer de forma unilateral y sesgada por uno de los polos respectivos, sino en centrarse libremente en su centro y moverse de la misma manera hacia ambos lados.
Las polaridades son entonces extremos de identificación. “En la medida en que uno se identifica con un polo, aliena el otro polo como extraño a sí mismo. La integración requiere admitir a ambos como propios, y el medio de conseguirlo, una vez más, es la identificación con lo alienado. El resultado esperable es la instalación en ese punto cero de indiferencia, que permite identificarse hacia
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uno u otro lado según las exigencias de la situación” (De Casso, 2003 citado en Castanedo,s.f.)
Es importante mencionar que mientras más fuerte es la polarización, es más significativa la síntesis y también que las posibilidades están contenidas en los mismos opuestos, pero es necesaria su interacción, para que pueda operar la dialéctica (Latner, 1994). Si un polo está presente excesivamente, oculta al otro reprimido, y en la medida en que esta característica se trata de reprimir, más se irá acentuando su fuerza. Es difícil tomar conciencia de los aspectos rechazados ya que nos disgustan, nos dan vergüenza, miedo o ansiedad. Es por esto que la polaridad no aceptada se sepulta o bloquea por temor a lo que podría desencadenar. La terapia invita a vivir plenamente cada aspecto de la polaridad definiendo los opuestos con claridad, extremando sus posiciones para poder reconocer estos contendientes, para poder establecer un diálogo entre ambos, donde se reconozcan, se escuchen, se entiendan y puedan llegar a algún tipo de acuerdo.
De esta forma, los conflictos intrapsíquicos o internos, llevados con claridad a la conciencia, permiten a la persona sentir su propia diferenciación interna y, en el plano de la creatividad suponen la posibilidad de integrar el propio comportamiento, que adquiere así una mayor capacidad de adaptación, porque incluye toda la gama de respuestas comprendida entre las situaciones polares que se experimentaban antes. Sobre la base de toda esa gama, la persona es capaz de responder en forma flexible a una variedad de situaciones. En cambio,
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las respuestas polares son por lo general estrechas y frágiles al contacto con las tensiones de la vida diaria.
Para Zinker, el individuo presenta un conglomerado de fuerzas polares, todas las cuales se intersectan entre sí, pero no necesariamente en el centro. Por añadidura, una persona no posee tan solo una polaridad opuesta, sino varias que
se
relacionan
entre
sí,
varios
opuestos
relacionados
creando
"multilateralidades".
Las conceptualizaciones y sentimientos polarizados son complejos y se entrelazan unos con otros. Como es obvio, se refieren a la particular historia del individuo y su percepción de la propia realidad interior. Esta consiste en aquellas polaridades y características que son yosintónicas, o aceptables por el sí mismo consciente, y las que son yodistónicas, o inaceptables del sí mismo. A menudo, para evitar el dolor, el autoconcepto excluye la conciencia de las fuerzas polares que operan en el propio interior. Por lo tanto, mientras más alterada esté la persona, más puntos ciegos tendrá en su personalidad.
Según Zinker (1979) para que la persona pueda vivir una característica en forma genuina, debe permitirse conocer su polo opuesto. Mientras menos conozcamos partes negativas de nuestra personalidad, más las podemos actuar. Es por esto que acuña el término “estiramiento del autoconcepto” para designar la idea de que cuando un lado de la polaridad se estira, también se estira el otro lado, en algún punto, casi automáticamente. Esto implica, por
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ejemplo, que si no me permito ser malvado, nunca seré genuinamente bondadoso. En un ejemplo de Zinker (1979, p.162): Si estoy en contacto con mi propia maldad y amplío esa parte de mí mismo, mi bondad, cuando se manifieste, será más rica, más plena, más completa. Si no me permito a mí mismo tener contacto con mi femineidad, mi masculinidad será exagerada, hasta perversa: seré un "tipo duro”.
El conflicto intrapersonal supone choques entre las propias polaridades oscuras y luminosas, casi como si hubiera dos personas en una. Para crecer como persona y tener experiencias de conflicto más productivas con los demás, es necesario estirar el autoconcepto. En primer lugar es necesario descubrir esa parte desatendida o negada de sí mismo para después entrar en contacto con esa parte para crear más espacio en la imagen que uno tiene de sí mismo, de tal forma que éstas se integren. Esta forma de conciencia e integración permite al cliente poder tomar más decisiones y ejercer un mayor control sobre su propia conducta.
El conflicto interpersonal se deriva a menudo del conflicto intrapersonal. Esto sucede cuando un individuo reprime su conciencia de alguna zona de su propio ser y luego la proyecta sobre otro: es más fácil ver lo malo de otro que lo propio porque es más fácil de controlar.
Una de las polaridades básicas a descubrir y de la que más habla Perls, es la llamada: “perro de arriba” y “perro de abajo”. El perro de arriba representa las
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normas, el deber ser, mientras que el perro de abajo se rebela ante dichas exigencias.
En resumen, Como dualidades, estas polaridades se pelearán fácilmente y se paralizarán mutuamente. Por lo tanto, es posible completar a la persona al integrar sus rasgos opuestos obteniendo una mejor perspectiva que le permite enfrentar la situación mediante la movilización de sus propios recursos, sin reaccionar con respuestas fijas (carácter) e ideas preconcebidas y puede encontrar en sí misma el apoyo que necesita y experimentar con posibilidades que se presenten en la situación. Por ejemplo: debilidad y bravuconería se integran como una silenciosa firmeza. Tal persona tendrá la posibilidad de ver la situación total (una gestalt) sin perder los detalles (Perls, 1978, p. 18).
5.1.8 Concepto de salud en la terapia gestalt: autorregulación y homeóstasis.
En los sucesos humanos, lo estadísticamente “normal” dista mucho de ser lo “sano”, es decir, del libre funcionamiento en la naturaleza o de los procesos sanos e integrados normales de los organismos en libertad (Latner, 1994).
La salud desde la visión de la terapia gestalt, tiene que ver con la capacidad de contactar (con lo interno y lo externo) para conocer la realidad; con la
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aceptación e integración de lo que somos, incluyendo sentimientos, pensamientos y conductas aunque resulten contradictorios; y con la posibilidad de ampliar nuestros recursos en lugar de repetir siempre lo mismo que aprendimos y que en su momento nos sirvió, pero que ahora es excesivamente rígido. Al respecto, Latner (1994, p. 76) señala que la salud es la integración del organismo y el ambiente a través de adaptaciones creadoras que se llevan a cabo por formación y destrucción de gestalts. Lo que se requiere para la salud es tener una constante creatividad en estas circunstancias. Ser capaz de permanecer en marcha a pesar de los obstáculos y solucionar la situación de modo que nos satisfaga, sin ser necesarias más normas.
La enfermedad, por contrario, aparece cuando no hay un buen contacto (interno o externo), cuando negamos características o aspectos personales y cuando nuestro comportamiento es excesivamente rígido o repetitivo frente al comportamiento saludable que tiene mayor flexibilidad y creatividad.
Como se ha señalado anteriormente, el organismo (en interdependencia continua con el ambiente) requiere constantemente de intercambiar sustancias y realizar acciones en su ambiente (por ejemplo, si tiene sed, necesita ir a tomar agua) para mantener su equilibrio homeostático y sobrevivir. Asimismo, los cambios en el ambiente afectan al organismo y requieren de una respuesta de él (ej: si aparece un depredador en mi campo, yo necesito correr).
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De acuerdo a lo anterior, la teoría de la terapia gestáltica se basa en el concepto de autorregulación organísmica que es el proceso mediante el cual el organismo interactúa con su ambiente y que se refiere a la capacidad del organismo de darse cuenta de los cambios que se producen en su campo, capacidad relevante para satisfacer las necesidades y mantener el equilibrio homeostático (Perls, 1976). Los cambios relevantes del campo van a ser percibidos como necesidades del organismo y por ende, la necesidad es la guía del organismo para mantenerse sano y vivo.
La autorregulación organísmica es por lo tanto el principal mecanismo del organismo para mantener la homeostasis y por tanto diferenciarse del resto del campo, y por tanto mantener la vida y también la salud puesto que si el organismo permanece en estado de desequilibrio con su entorno durante mucho tiempo enferma al no poder satisfacer sus necesidades. En la salud, el organismo es capaz de percibir esta alteración crítica (a través del sistema sensorial) y de actuar para regular este parámetro dentro de los niveles deseados (a través del sistema motor).
Perls (1976, p. 21) señala que “bien podemos llamar al proceso homeostático el proceso de la autorregulación” y asimismo, el proceso de autorregulación es sinónimo de salud.
Con respecto a esto, es importante destacar que un aspecto del funcionamiento sano, es el darse cuenta, la conciencia organísmica (no necesariamente cognición), es decir, captar con todo al alcance de nuestros
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sentidos el mundo de los fenómenos que está dentro y fuera de nosotros, tal como se van presentando (Latner, 1994). Para que el individuo satisfaga sus necesidades, para crear o completar la gestalt, para pasar a otro asunto, tiene que ser capaz de sentir lo que necesita y debe saber cómo manejarse a sí mismo y a su ambiente (...) Todos los organismos vivos son notoriamente capaces de percibir cuáles son los objetos externos que les satisfarán sus necesidades (...) el organismo tiene que manipular el objeto que necesita de tal modo que el balance organísmico se restablezca, la gestalt se complete (Perls,1976, p. 23 y 31).
El contacto entre el organismo y el entorno, como habíamos dicho, se realiza en la frontera de contacto, que en gestalt es sinónimo de “self” y la función esencial del self es el ajuste creativo. El ajuste creativo (Goodman en Wheeler, 2005, p. 147) es una integración constructiva del campo “interno” con el campo “externo”, en una organización más funcional que yo, para vivir la vida en el momento. También puede verse como la operación de sí mismo en proceso, en el acto de solucionar un problema del vivir de la manera más creativa posible, con los elementos dados que tenemos a la mano, a medida que percibimos e interpretamos las situaciones nuevas que nos presenta la vida.
De esta forma, es posible distinguir entre ‘respuestas obsoletas’ y el comportamiento único y nuevo que requiere cada situación.
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El self, entonces, es la frontera de contacto y pertenece a ambos, al entorno y al organismo; es la función de contactar el presente por lo que no es una institución fija, sino que existe en donde y cuando existe una interacción en la frontera. Por lo tanto, el self, como proceso de hacer y retirarse del contacto, es siempre temporal, dinámico y cambiante.
Además Latner (1994, p. 51) afirma que “una conducta sana en los seres humanos debe ser una conducta integral”. Esto implica no permanecer en una tregua incómoda de nuestras las polaridades, ni que estamos dominados por los dictámenes sociales, de nuestra mente, cuerpo o de la propia voluntad. “Al funcionar holísticamente todo nuestro ser es una parte de nuestra actividad de movimiento” (Latner, 1994, p. 51).
Es por esto que la persona sana tiene conciencia de su polaridad (o polaridades), incluyendo los aspectos que la sociedad no acepta, y es capaz de aceptarse a si mismo de esa manera. En teoría, la persona saludable constituye un círculo completo de polaridades integradas y entrelazadas que están disponibles en función de la situación. Esta integración también exige reconocernos como parte del ambiente, logrando una inserción creativa con el mundo exterior y una relación armoniosa con el ambiente del que formamos parte. En resumen, cuando estamos sanos, estamos en contacto con nosotros mismos y con la realidad (Latner, 1994).
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Otro aspecto de la conducta sana es la formación y destrucción satisfactorias de gestalts, ya que tenemos que mantener el contacto con lo que es importante para nosotros, aceptando lo que somos en el momento presente (Latner, 1994) debido a que “cualquier disturbio del balance organísmico constituye una gestalt incompleta, una situación inconclusa que obligará al organismo a ser creativo, a encontrar medios y modos de restaurar el balance” (Perls, 1998, p. 75).
De esta forma, la integración es un requisito previo para el funcionamiento satisfactorio del desarrollo figura-fondo. En el organismo sano, existe la capacidad de ver todo el campo, reconocer todas las necesidades, evaluar la más importante en este momento, y actuar en el ambiente para satisfacerla. La formación figura/fondo más fuerte será la que tomará el control temporalmente sobre todo el organismo. Esa es la ley básica de la autorregulación organísmica, sin necesidad específica no hay instinto, objetivo o meta. Ninguna intención deliberada tendrá influencia si no está respaldada por una gestalt energizante (Perls, 1998, p. 85).
Algunos elementos del campo (ya sea del organismo como del ambiente) van a tomar mayor relevancia tanto por mostrar la alteración de los niveles homeostáticos, como por mostrar elementos del campo que van a ser relevantes para la resolución de esta necesidad (estos elementos toman el nombre de "objeto catexial"). Lo que el organismo necesita, comienza a aparecer como figura, quedando el resto del campo en el fondo y luego de
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contactar el ambiente, la gestalt se cierra con la retirada y la figura pasa nuevamente al fondo, quedando el organismo listo para una nueva figura. Una vez completada o cerrada esta gestalt, retrocederá al fondo, vaciando así al primer plano dándole lugar a la gestalt siguiente que quisiera emerger o a otra emergencia. Luego que una gestalt es satisfecha, el organismo puede ocuparse de la frustración más apremiante que sigue (Perls, 1998, p. 85).
Como ya se ha señalado, la formación figura/fondo implica que sólo un evento a la vez puedo ocupar el primer plano y si surge más de una gestalt, puede que se produzca una fisura, una dicotomía, un conflicto interno, debilitando el potencial que normalmente se invierte en completar la situación inconclusa más apremiante. Si surge más de una gestalt, frecuentemente el ser humano comienza a “decidir” hasta el punto de terminar jugando el juego de auto-tortura de la indecisión. (…) Si surge más de una gestalt y a la naturaleza se la permite que obre por su cuenta, entonces no habrá decisiones, sino que preferencias. Tal proceso significa orden en lugar de conflicto (Perls, 1998, p. 85).
De esta forma, para Perls, no hay jerarquías de “instintos”; la jerarquía está en que la gestalt más urgente es la que surge primero y con más fuerza (Perls, 1998).
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Por lo mismo, figura y fondo deben ser fácilmente intercambiables, de acuerdo a los requerimientos de mi ser. De lo contrario lo único que lograremos es una serie de situaciones inconclusas, ideas fijas y una estructura de carácter rígida. Tendremos así confusión, pérdida de contacto, incapacidad de concentrarse y de comprometerse. Si no somos capaces de contar con todas las partes de nuestro yo, nuestras gestalts serán correspondientemente débiles. Como la formación de la gestalt es la función del organismo, la existencia de gestalts claras y fuertes es el criterio central de la salud (Latner, 1994).
La capacidad de formar gestalts libremente y en forma apropiada significa que la experiencia de vivir tendrá la profundidad y la satisfacción que son características de la salud. La actividad espontánea no consiste en hacer lo que se nos antoje. Es hacer lo que deseamos cuando estamos centrados, es decir totalmente en conexión con nosotros mismos y con el medio. Tener salud es, por tanto, poseer la capacidad de salir airosos con cualquier situación que tropecemos.
De esta manera, un organismo sano sería aquel capaz de reconocer sus necesidades, formándose así una figura clara, para establecer contacto, desarrollando una conducta apropiada, con el objeto catexial adecuado. Tras cubrir esta necesidad, gracias a la acción del organismo en el campo, este se retirará, al tiempo que la figura pierde fuerza disolviéndose en el fondo.
Otro aspecto del funcionamiento sano es el estar en el presente, en el ahora, que es lo que hace surgir todos los demás aspectos que un funcionamiento
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sano. Vivir en el presente asegura la existencia del proceso figura y un fondo en todos sus aspectos. En el presente se encuentra nuestras necesidades y los medios para satisfacer las tan plenamente como la situación actual nos lo permita (Latner, 1994). “Una parte esencial de la sabiduría de vivir es la capacidad para renunciar, para abandonar respuestas obsoletas, relaciones desgastadas y tareas que van más allá del propio potencial” (Perls, 1978, p. 18). Así también, para madurar, para encontrar la nueva forma que exige una nueva situación, es necesario tomar riesgos razonables.
La madurez consiste en ser capaces de situarnos en este proceso, ser concientes y vivir dentro de él. Estar consciente es ser responsable y en gestalt la responsabilidad implica ser conciente de lo que está sucediendo, captar toda la existencia tal como se presenta, y hacerse cargo de los propios actos, impulsos y sentimientos (Latner, 1994).
Me parece importante resaltar lo que en gestalt se considera salud en las relaciones. Se dice que sólo cuando todos los elementos del campo existen como entidades distintas y separadas, puede existir un verdadero contacto, se pueden relacionar en forma significativa. Solamente cuando las cosas son diferentes se pueden unir. En la interacción humana, un encuentro genuino exige que seamos total y exclusivamente nosotros mismos, no relacionándose desde las expectativas que hemos proyectado hacia la otra persona. En ese caso, la persona sería una exteriorización de nuestros propios deseos, y por lo tanto, nos estaríamos relacionando con nosotros mismos, por lo que en realidad no nos estaríamos relacionando con un otro (Latner, 1994).
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El autoapoyo y la generación de relaciones sin tratar de amoldar a los demás a las propias expectativas se malinterpreta en ocasiones y se confunde con la autosuficiencia, la absoluta independencia del individuo de su campo (de las otras personas y del entorno), con un individualismo que en ningún caso tiene relación con los fundamentos de la terapia gestáltica.
En palabras de Wheeler (2005, p. 177) si el proceso de sí mismo significa la integración imaginativa de todo el campo, basado en la interpretación evaluativa de las condiciones en torno a y dentro de nosotros como las percibimos subjetivamente, entonces el sí mismo jamás puede separarse de manera categórica/ individualista del campo total. Más bien, el sí mismo está compuesto por “elementos” del campo, los cuales son comprensiones construidas (“figuras”) de algunas partes y algunas relaciones del campo, así como nosotros lo experimentamos. La naturaleza de nuestros procesos del sí mismo jamás se puede separar de la idea de movilización para la acción dentro del campo y donde la acción en el campo exterior parece ser imposible, nuestra energía subjetiva se retrae.
Desde un paradigma constructivista (no individualista) del sí mismo, los criterios de salud y disfunción estarán relacionados con la fluidez y coherencia de cada aspecto de los procesos del sí mismo, y como en su conjunto hacen un todo viable, es decir,
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un ver no prejuiciado dogmáticamente; un interpretar o búsqueda de significados como hipótesis que deben ser dialogadas y corroboradas, y no como absolutos que deben imponerse al campo; sentimientos y valores que sirven de brújula de la acción y el significado y acciones basadas en la organización experimental del campo total, incluyendo el apoyo que puede venir de otros (Wheeler, 2005, p.124).
En resumen el organismo sano es aquel capaz de usar adecuadamente su capacidad de autorregulación organísmica, adaptándose creativamente a la situación presente en un campo por medio de la totalidad de los recursos que tiene.
5.1.9 Neurosis y Terapia Gestalt.
“El organismo evita dolores reales. El neurótico evita dolores imaginarios, tales como las emociones que le son desagradables. También evita correr riesgos razonables. Ambas actitudes interfieren con cualquier posibilidad de maduración” (Perls, 1978, p. 14).
Para la Gestalt, todos somos más o menos neuróticos, en la medida que no tenemos actualizadas todas nuestras potencialidades. El neurótico es por definición una persona cuyas dificultades hacen que su vida presente sea un fracaso. (…) es una persona que está crónicamente dedicada a autointerrumpirse, que tiene un sentido de la
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identidad inadecuado (y por lo tanto no logra distinguirse a sí mismo del resto del mundo), que tiene medios inadecuados de autoapoyo, cuya homeostasis psicológica está descompuesta y cuyo comportamiento es el resultado de esfuerzos mal dirigidos orientados a lograr el balance (Perls, 1976, p. 70).
Un neurótico es incapaz de asumir la completa identidad y responsabilidad de una conducta madura, haciendo cualquier cosa por mantenerse en el estado de inmadurez (incluso desempeñar un rol de adulto desde su concepción infantil de adultez). El neurótico no puede concebirse sí mismo como una persona capaz de movilizar su propio potencial al enfrentarse al mundo y por eso busca apoyo en el ambiente. “La neurosis es su técnica más efectiva para mantener su balance y su sentido de autorregulación en una situación en la cual siente que la suerte no le favorece” (Perls, 1976, p. 42). Con esto no moviliza sus recursos ni su energía en su desarrollo, sino que la utiliza buscando medios de manipulación del ambiente para obtener apoyo y así mantener el status quo, aferrándose a la idea de depender por entero del apoyo ambiental. El problema del neurótico no es que manipule, sino que dirige sus manipulaciones a preservar y cultivar su impedimento, evitando
Esta evasión es el fundamento habitual de la neurosis, y se basa en una confusión de la fantasía y la realidad, es decir, se confunde lo que es con las cosas horribles que me imagino que pueden ocurrir. Ante el miedo a estas fantasías catastróficas y a la nada (miedo al futuro), la persona aliena aspectos de su personalidad, se vuelve fóbica y comienza a manipular y a representar
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roles, con lo que impide su propia movilización de recursos y, por lo tanto su propia maduración (De Casso, 2003). Es por esto que Perls (2002, p. 63) señala que “el enemigo del desarrollo es esta fobia al dolor” y que “la actitud fóbica básica consiste en tener miedo de lo que uno es” (Perls, 1973, p. 32).
En relación a esto es que muy pocas personas entran en terapia para ser curadas; sino que lo hacen más bien para cultivar su neurosis, buscando apoyo ambiental en el terapeuta.
Todas las perturbaciones neuróticas surgen de la incapacidad del individuo por encontrar y mantener el balance adecuado entre él mismo y el resto del mundo (Perls, 1976). El organismo enfermo es el que no usa adecuadamente su capacidad de autorregulación. En el ser humano puede ocurrir que teniendo todas las capacidades fisiológicas adecuadas (sistemas perceptivo y motor correctos) puede no usarlos adecuadamente y esto ocurre por la neurosis (Martínez, s.f.).
Perls afirma que de alterarse este proceso homeostático, “el individuo es incapaz de percibir sus necesidades dominantes o de manipular el ambiente para lograr satisfacerlas. (...) El neurótico ha perdido (o tal vez nunca tuvo) la capacidad de organizar su comportamiento de acuerdo a una jerarquía indispensable de necesidades. Literalmente no puede concentrarse.” (Perls, 1976, p. 31).
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Esta dificultad se intensifica cuando el organismo se encuentra en una situación de conflicto, o sea, cuando hay más de una necesidad importante a la vez. En la situación de conflicto de necesidades el individuo tiene que ser capaz de tomar una decisión precisa: o se queden contacto o se retira. Si sacrifica temporalmente la necesidad menos apremiante por la más apremiante, ni él ni el ambiente sufren consecuencias muy severas. Sin embargo cuando no puede discriminar, tomar una decisión o sentirse satisfecho con la decisión tomada, no hace buen contacto ni se retrae adecuadamente y tanto el ambiente como sujeto se ven afectados (Perls, 1976). El neurótico típicamente no sabe qué hacer y termina sin satisfacer completamente ninguna de las dos.
La tesis de la terapia gestáltica es que si se reestablece el funcionamiento sano del organismo, los síntomas (si los hubiera) desaparecerían, ya que éstos muestran necesidades no satisfechas, y en este sentido son aliados del tratamiento.
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Origen de la neurosis.
“El neurótico no es meramente una persona que una vez tuvo un problema, es una persona que tiene un problema continuado, aquí y ahora, en el presente” (Perls, 1976, p. 69). “La enfermedad surge cuando de alguna manera el individuo interrumpe los procesos en transcurso en su vida, cargándose a sí mismo con tantas situaciones inconclusas que llega un momento en que no puede continuar con el proceso de vivir” (Perls, 1976, p. 36).
La Gestalt basa su teoría etiológica de la neurosis en la tesis de que el afecto es el alimento psicológico de la persona, siendo indispensable para su supervivencia y desarrollo. Entonces, cuando hay peligro de perder el afecto de alguien muy importante, el niño realizará hasta lo imposible por evitar que eso ocurra. El problema es que muchas veces nuestro entorno familiar - social condiciona el afecto a ciertas conductas "aceptadas" y lo niega frente a otras "rechazadas". De este modo podemos hablar de que la necesidad del otro puede convertirse en nuestra necesidad desde el momento en que el afecto del otro está condicionado a realizar las conductas que el otro espera de nosotros. En este sentido, la neurosis sería producto de un conflicto básico entre una necesidad organísmica y la necesidad de ser querido (de la cual depende ser aceptado); o reprimo mi necesidad o pierdo el afecto del otro. “Cabe subrayar la importancia de la subjetividad de la vivencia de la incompatibilidad, así como de lo imprescindible y condicionado del afecto, pues al ser experienciadas las dos necesidades como "realmente incompatibles" y el afecto como "totalmente
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condicionado a un tipo de conducta" es cuando el niño se siente como en un callejón sin salida” (Martínez, s.f.).
La “solución” neurótica a este conflicto consiste bloquear la acción del sistema perceptivo y/o del sistema motor en relación a alguna de las dos necesidades, es decir, dejar de darse cuenta de una de las dos necesidades por lo que el niño puede abocarse a la solución de la otra, a costa de la alteración en la capacidad de autorregulación del organismo (lo cual es distinto a darse cuenta y decidir por alguna de las dos) (Martínez, s.f.). Esta es la mejor alternativa que el sujeto pudo encontrar a su conflicto, pero esta solución requiere esfuerzo por evitar, continuamente, el darse cuenta (por ejemplo, si en mi caso la pena implicaba una pérdida del afecto, entonces cada vez que esté triste debo gastar energía para no contactarme con mi pena ni darme cuenta de que siento tristeza). Además de dejar de darse cuenta de ciertas emociones y necesidades, progresivamente el neurótico va rechazando partes de sí mismo que le provocan conflicto, identificándose sólo con aspectos de su potencial total, a raíz de lo cual se genera la polarización con lo que se desaprovechan los
recursos
personales,
se
entra
en
conflicto
consigo
mismo.
En
consecuencia, muchas veces el neurótico no puede realizar el camino sencillo que se expuso antes (reconocer una necesidad y actuar en el ambiente), sino que requiere soluciones más complejas, manipulando el ambiente para tratar de obtener una solución de su necesidad sin recurrir a sus propios recursos cuando estos están en el ámbito de su "yo negado". (ej: si rechazo el decir que no, puedo decir que sí pero después no hacerlo, o hacerlo mal).
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Asimismo, la neurosis viene siempre acompañada de angustia y cansancio. Angustia porque cuando la situación lleva a contactarse con algo que no se quiere ver, se teme lo que pueda ocurrir, por lo que se deja de estar en el aquí– ahora anticipando alguna consecuencia temida. Entonces, lo que siente el sujeto es la angustia, no la necesidad primaria, por lo que le es imposible saber qué necesidad está insatisfecha, y obviamente no puede hacer nada para satisfacerla. Por otro lado, el cansancio se debe a que la neurosis requiere de un esfuerzo constante para evitar darse cuenta y esconder una parte; este esfuerzo pasa inadvertido, ya que siempre está presente.
En conclusión, la “cura” estaría dada por el darse cuenta aquí y ahora, sumado a la aceptación y el volver a poseer las partes desposeídas o alienadas de la personalidad, lo que posibilita vivir cada nueva situación del presente como nueva que es, y de esta forma, pasando del apoyo ambiental al autoapoyo, es decir,
caminar
sobre
sus
propios
pies,
solicitando
del
entorno
lo
verdaderamente necesario en una perspectiva de interdependencia, pero no lo innecesario y manipulativo
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5.1c Relación paciente-terapeuta en la Terapia Gestalt.
“La relación entre terapeuta paciente es el aspecto más importante de la psicoterapia. La relación crece a partir del contacto. A través del contacto, las personas crecen y forman su identidad. El contacto es la experiencia del límite entre mi “yo” y mi “no-yo”. Es la experiencia de interactuar con el no-yo, manteniendo al mismo tiempo una identidad propia separada del no-yo” (Yontef, 1995, p. 122).
Como señala el párrafo mencionado, el énfasis de la terapia gestáltica está en la relación basada en el contacto, con un enfoque fenomenológico en oposición a una relación terapéutica basada en la transferencia e interpretación. Si bien en terapia gestáltica la transferencia es reconocida, ésta no se incentiva, así como tampoco se prohíbe. y se usan formas alternativas a la interpretación de la transferencia (Yontef, 1995).
Todo se observa a través del lente de la relación por lo que la persona no puede ser definida si no es en relación a otras personas. “La relación es contacto en el tiempo” (Yontef, 1995, p. 256), es decir, la relación es más que la suma de momentos aislados de contacto: es una gestalt que se expande en el tiempo.
Una buena terapia requiere un tipo especial de contacto de parte del terapeuta, marcado por la comprensión y la aceptación del paciente, que muestre al
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terapeuta como persona y que se entregue a lo que ocurre entre paciente y terapeuta (no basta sólo reconocer las diferencias entre el “yo” y el “tú”).
La terapia gestáltica ayuda los pacientes a desarrollar su propio apoyo para el contacto o el alejamiento deseado. Para esto, “los terapeutas gestálticos trabajan con el diálogo, en vez de manipular al paciente hace algún objetivo terapéutico” (Yontef, 1995, p. 122). El diálogo es fenomenología compartida, por lo que en un enfoque dialogal se da un rendirse a lo que se desarrolla y surge a partir de la interacción. De esto se deriva, que el terapeuta se ve afectado al igual que el paciente con lo que suceda en el proceso.
El diálogo se basa entonces en vivenciar a la otra persona tal como es, mostrando el verdadero sí mismo y compartiendo el darse cuenta fenomenológico. De esta forma, el diálogo gestáltico implica autenticidad y responsabilidad
La relación terapéutica en la terapia gestáltica destaca cuatro características del diálogo (Yontef, 1995): 1.- Inclusión (Buber): se refiere a la empatía para proyectarse uno mismo en la visión fenomenológica del paciente, situándose lo más plenamente posible en la experiencia del otro, sin juzgar, analizar o interpretar, manteniendo al mismo tiempo el sentido de la propia presencia, separada y autónoma (recordando que es una proyección, que no podemos evidenciar verdaderamente la experiencia de otro).
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Además de inclusión es necesaria la confirmación, o sea, aceptar a las personas y sus darse cuenta como son, pero también confirmar su potencial para el crecimiento interrumpiendo sus interrupciones. Esta interrupción de la auto-interrupción puede generar una batalla de poder y aumentar la sensación de vergüenza y la herida narcisista.
2.- Presencia: El énfasis en la presencia de la persona total del terapeuta es una de las diferencias más importantes con los enfoques psicoanalíticos, ya que el terapeuta gestáltico se expresa al paciente, comparte su perspectiva mediante un informe fenomenológico: comparte observaciones, respuestas afectivas, experiencias previas, creatividad, etc. Esto ayuda al paciente a aprender a confiar y utilizar la experiencia inmediata para generar el darse cuenta. Sin embargo, el terapeuta no usa su presencia para manipular al paciente para que se ajuste a objetivos preestablecidos, sino que lo estimula para que se regule en forma autónoma. Al hablar de presencia es importante considerar el tema de la auto-responsabilidad y la contratransferencia para que el terapeuta pueda reflejar lo más exactamente posible el darse cuenta del paciente con una perspectiva clara de los próximos pasos en el trabajo terapéutico, sin imponer sus prejuicios o puntos de vista de acuerdo a sus propias necesidades narcisistas y lograr generar así una relación terapéutica al margen del estilo de personalidad de cada paciente, sin contaminar la relación con proyecciones sobre el paciente. “Esto requiere de fuertes exigencias al auto-apoyo del terapeuta” (Yontef, 1995, p. 259).
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3.- compromiso con el diálogo. El terapeuta gestáltico se entrega a ese proceso interpersonal, permitiendo que el contacto ocurra (a diferencia de manipular, hacer contacto y controlar el resultado).
4.- el diálogo es vivo, es decir, que el diálogo es algo que se hace en vez de ser algo de lo que se habla. Se enfatiza la emoción y la inmediatez del hacer, por lo que cualquier modalidad que exprese y mueva la energía entre los participantes, es un modo de dialogar. Una importante contribución de la terapia gestáltica a la experimentación fenomenológica es la expansión de los parámetros para incluir la explicación de la experiencia mediante expresiones no verbales, con el límite de la ética, propiedad, tarea terapéutica, etc.
Actitudes del terapeuta.
Una de las polaridades de diferenciación que Perls solía alternar en la intervención con sus clientes en psicoterapia, era simpatía/antipatía hacia el cliente, con la consideración de que no puede existir crecimiento psicológico sin frustración. Por lo que el terapeuta gestáltico debe aprender a manejar el equilibrio entre simpatía/antipatía en la relación con sus clientes.
El rol del terapeuta gestáltico es el de un observador-participante de la conducta aquí-y-ahora, y el de un catalizador para la experimentación fenomenológica del paciente. El paciente aprende experimentando en la “segura emergencia de la situación terapéutica” (Perls, 1966, p. 8 citado en
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Yontef, 1995, p. 52). Los pacientes son aceptados como seres humanos y el juicio acerca de su comportamiento se deja a ellos mismos y a la sociedad (Yontef, 1997), por lo que el terapeuta no da consejos ni consignas, no “sabe” lo que el paciente “debería” hacer, sino que brinda herramientas para explorar la vida y encontrar sus propias soluciones. El trabajo del terapeuta es explorar, no rectificar, confrontar, o frustrar (Yontef, 1995).
Para esto, como señala Claudio Naranjo (en Alzueta, 2004) Perls mostraba un grado asombroso de indeferencia creativa como psicoterapeuta por su capacidad de quedarse en el punto cero sin verse atrapado en los juegos de sus pacientes. Pienso en el punto cero como el refugio del terapeuta gestáltico en medio de una participación intensa, no solo como una fuente de fortaleza, sino como su último apoyo.
“Aunque en terapia gestáltica el terapeuta no se centra en conceptos mentalistas, así como tampoco en el pasado ni en el futuro, ningún contenido se excluye de antemano” (Yontef, 1995, p.52). No se enfoca en encontrar el porqué de una conducta o de la mente ni en la manipulación de estímulos para lograr cambios conductuales, sino que por el contrario, subraya el “cómo” y el “qué” hacemos. Atiende al darse cuenta y no a preguntas especulativas; al aquí y ahora en lugar del allá y entonces.
Si bien se desaprueba la interrupción del proceso de asimilación organísmica por medio de intelectualizaciones explicativas, eso no significa que los terapeutas gestálticos trabajan sin sistemas de creencias. La teoría es vital,
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pero no es el foco de la terapia como lo es el darse cuenta inmediato. De esta forma, la terapia gestáltica desalienta pensamientos que evitan la experiencia (obsesiones) e incentiva los que la apoyan, favoreciendo el contacto y facilitando el auto-descubrimiento del paciente. Y excluyendo las enseñanzas narcisistas del terapeuta.
El uso del terapeuta como herramienta de cambio, el que apoya lo genuino y confronta lo neurótico del paciente. Sus devoluciones oscilan entre el apoyo y la frustración.
En resumen, el terapeuta equilibra la frustración de la neurosis y el apoyo a lo genuino, manteniendo una relación yo-tu, aquí y ahora. En un comienzo, el paciente trabaja duro para evitar su experiencia real y las consecuencias de su conducta real. Debido a que el paciente ha aprendido y practicado la manipulación de su ambiente para obtener apoyo y los medios para evitar darse cuenta de su experiencia real, es por lo general bastante experto en esto (Yontef, 1995, p. 53).
En cuánto a las técnicas, Yontef (1995) señala que existe una gran apertura, pudiendo usar cualquier técnica “siempre y cuando: a) apunte a aumentar el darse cuenta, b) emerja del diálogo y trabajo fenomenológico, y c) esté dentro de los parámetros que la práctica ética” (p. 126).
Como en la terapia se plantean los hechos de la vida que usualmente se ocultan (también a sí mismo), la tarea consiste en ayudar a la persona a
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aceptarse tal como es (Latner, 1994) a través del trabajo del darse cuenta. Cuando nos ponemos en contacto auténtico con lo que sentimos, el proceso de cambio se produce por sí solo, al contrario del malestar que se genera al frustrarse con exigencias de ser distinto de lo que se es.
El objetivo del trabajo de darse cuenta es el insight, es decir, una captación simultánea de la relación entre las parte y el todo, que emerge de la dialéctica entre el paciente (darse cuenta del paciente) y el terapeuta (darse cuenta del terapeuta), proviene del trabajo conjunto entre ambos (Yontef, 1995).
La psicoterapia gestáltica, por tanto, intentará devolver al organismo la capacidad de autorregulación organísmica lo que implica pasar del apoyo ambiental al autoapoyo (Martínez, s.f.).
El criterio de éxito no es la aceptación social, sino el incremento de la capacidad de darse cuenta del paciente, que se ve reflejado en un aumento y recuperación de su vitalidad y en una conducta más integrada de acuerdo a sus necesidades esenciales y a sus posibilidades.
Por lo tanto, algunos aspectos importantes en cuanto a la actitud hacia el paciente, es que se fomenta la integridad y responsabilidad de las personas en la construcción de los propios cimientos vitales. En este sentido, el paciente se considera un colaborador que aprenderá a aprender acerca de sí mismo y a auto-sanarse (Zapirain, 2004). Basada en esta validación del paciente como responsable de sí mismo (de sus conductas, de sus cambios de conducta y por
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el trabajo para lograrlo) es que la relación paciente-terapeuta está relativamente libre de jerarquías. Paciente y terapeuta son dos personas embarcadas en una tarea en la que el foco de atención es el paciente. El paciente es un participante activo y responsable, que aprende a experimentar y a observar, de modo tal que sea capaz de descubrir y lograr sus propios objetivos a través de sus propios esfuerzos (Yontef, 1995).
Por esto, el objetivo no es resolver el problema porque el paciente seguirá mutilado mientras siga manipulando a otros para que resuelvan por él y mientras siga evitando el hacerse cargo de usar su equipo sensorio-motor completo.
Además, la terapia gestáltica enfatiza que todo lo que existe está aquí y ahora, y que la experiencia es más confiable que la interpretación. Al paciente entonces se le enseña la diferencia entre hablar acerca de lo ocurrido y vivenciar lo que es ahora y ese descubrimiento a través de la experimentación es el objetivo último.
Tampoco, desde una posición de superioridad, se intenta proteger al paciente del sufrimiento y el conflicto ya que son el índice de la destrucción (desestructuración) que se produce en toda formación figura/fondo, para que una nueva figura pueda emerger.
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Por último, como el paciente es un elemento activo de su propio proceso y puesto que es él quien ha acudido a terapia y ha continuado en terapia, debe ser él quien decida cuándo dejarla.
La terapia gestáltica es un arte, es el permiso para ser creativo (Zinker, 1979). “Hacer terapia gestáltica es un arte que requiere toda la creatividad y el amor del terapeuta” (Yontef, 1995) y que “lo implica como persona total, incluido su saber intelectual y aptitudes cognitivas, su eficacia interpersonal, su conciencia afectiva y sensibilidad personal, sus valores e intereses, y su experiencia vital” (Fagan, 1973, p. 110).
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5.2 ¿Qué es la vergüenza?
“El hombre es el único animal que se ruboriza. O que necesita hacerlo” (Mark Twain)
5.2.1 Revisión conceptual de la vergüenza desde la filosofía y desde otras perspectivas psicoterapéuticas.
La palabra vergüenza, del latín verecundĭa, (R.A.E., 2005) hace referencia a la turbación del ánimo que suele encender el color del rostro, y que es ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante, propia o ajena.
Asimismo, se la señala como una turbación del ánimo causada por timidez, encogimiento o cortedad para ejecutar algo y que frecuentemente supone un freno para actuar o expresarse y por otro lado, el obligar a alguien a que haga públicamente una habilidad, cuando tiene cortedad o desconfianza de desempeñarla bien.
Otra variante de significado, se refiere al sentimiento y estimación de la propia honra, autoestima o dignidad; tener pundonor, amor propio (ej.: “si tuviera algo de vergüenza, no se presentaría por aquí”). Así como también aparece como sinónimo de deshonra, deshonor, o como un acto o suceso escandaloso e indignante (“es una vergüenza”).
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Por último se refiere a la pena o castigo que consistía en exponer al reo ante la afrenta pública con algún signo que señalara su delito y también se llama así a las partes externas de los órganos sexuales humanos.
Visión desde la Filosofía.
Desde la antigüedad los filósofos se han preocupado del tema. Así, Aristóteles (2001), en la Moral a Nicómaco, señala que la vergüenza es una especie de miedo a la deshonra cuyas consecuencias se parecen a las que produce el temor frente al peligro. Sería un fenómeno puramente corporal, como en el miedo a la muerte (en que la gente se pone blanca), lo que es característica de una emoción fugitiva, más que de un hábito o cualidad. Es la vergüenza la que reprime el impulso a violar las leyes y frena la voluntad de corrupción, por lo que la vergüenza y el rubor se consideran indicios inequívocos de la presencia del sentimiento ético. Entonces, sentir vergüenza es tener un límite intraspasable. La vergüenza, por lo tanto es útil en los jóvenes, ya que, como están entregados casi exclusivamente a la pasión, les ayuda a no cometer muchas faltas. De esta forma, la timidez era una cualidad alabada en los jóvenes (Aristóteles, 2001).
Desde esta visión, la vergüenza nunca se da en el hombre de corazón completamente recto, ya que éste está seguro de no tener nada de qué avergonzarse. Es importante destacar que la vergüenza así entendida sólo se
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aplica a los actos voluntarios y, por lo tanto, el hombre de bien nunca hará voluntariamente una acción vergonzosa (Aristóteles, 2001).
Posteriormente, en su conferencia “El existencialismo es un humanismo”, Sartre resalta la dimensión social del hombre, en que la importancia del “otro” está dada porque el cógito individual sólo tiene una noticia de sí mismo en la medida en que el otro le capta, le valora, le estima o detesta, es decir, necesitamos al otro para conformar nuestra propia identidad. Siempre contamos con el otro: necesitamos de los demás, de sus juicios, complicidades y rechazos para ser conscientes de la totalidad de nuestras dimensiones, para ser de un modo u otro (Diez de la Cortina, 1997; Echegoyen, 1997).
La más importante experiencia del otro es lo que Sartre llama “la mirada”: cuando el otro nos mira captamos que tras su mirada existe una subjetividad, no a un objeto del que nada podamos temer o que pueda ser utilizado sin consecuencias. Es decir, hay un protagonista del mirar, un ser del que se pueden
esperar
cosas
(complicidad,
solidaridad,
placer,
comprensión,
enfrentamiento, obstáculos para nuestros fines...). La mirada del otro nos hace conscientes de nosotros mismos pues el otro nos objetiva, por esto trae consigo los sentimientos de miedo, vergüenza y orgullo: miedo ante la posibilidad de ser instrumentalizados por el otro, vergüenza de hacer manifiesto nuestro ser, orgullo al captarnos a nosotros mismos como sujetos. En este contexto, la vergüenza es una vivencia, y como toda vivencia es intencional, se refiere a algo, y, en este caso, a uno mismo, sentimos vergüenza de lo que somos. En la vergüenza se da una cierta duplicidad de protagonistas: es
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vergüenza de uno mismo, pero de uno mismo al ser visto por otro, es por lo tanto una de las más importantes expresiones de la experiencia intersubjetiva, de la experiencia o presencia del otro. Los otros nos poseen, nos hacen su objeto, nos dominan y alienan: "La vergüenza está, en la raíz, vinculada con el hecho de que caí en el mundo" (citado en Diez de la Cortina, s.f., ¶ 18).
Según Sartre, la esencia de las relaciones entre las conciencias es el conflicto. Ni siquiera el amor escapa al absurdo, ya que mediante él, intentamos cosificar al otro, acapararlo como objeto cuando lo amamos. Tampoco si somos amados escapamos del masoquista deseo de dejarnos atrapar y absorber como si fuéramos un ser-en-sí. Esto justifica la máxima sartreana que afirma que el infierno es el otro.
En “El ser y la nada”, añade que las relaciones con el otro son siempre de conflicto o bien yo intentaré apropiarme de la libertad del otro o bien el otro querrá hacer lo propio con mi libertad.
La mirada tiene dos dimensiones: el otro me puede mirar, pero yo le puedo mirar. Surge así la dialéctica de las libertades, la lucha y el conflicto. Ante la presencia del otro caben dos actitudes: o bien nos afirmamos como sujetos y en esa afirmación nos apropiamos de la libertad del otro y cosificamos su ser, o bien intentamos captar al otro en su libertad, en su ser sujeto, pero a costa de perder nuestra libertad y convertirnos en meros objetos. De cualquiera de las dos maneras la relación entre las subjetividades será siempre conflictiva, será
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una lucha entre libertades. De aquí viene su conclusión de que “el infierno son los otros”.
Martha Nussbaum (2004 citado en Orange, 2005), partiendo del trabajo de Winnicott para el desarrollo de sus ideas, argumenta que la vergüenza se origina a partir de la conciencia de la vulnerabilidad de uno en presencia de los otros. Aunque la capacidad de sentir vergüenza puede tener importantes ventajas sociales, según Nussbaum, el daño generado por el avergonzar hace que sea inmoral utilizarlo como castigo. La ansiedad en relación a la vergüenza, piensa, crea unos sistemas sociales que valoran la fuerza por encima de la vulnerabilidad, animando en especial a los hombres a adoptar para ellos mismos un rígido ideal de independencia y de invulnerabilidad.
El filósofo moral Bernard Williams (1993 citado en Orange 2005) señala que en la experiencia de vergüenza, todo nuestro ser parece disminuido. En mi experiencia de la vergüenza, el otro ve todo lo mío y a través mío, incluso si la ocasión de vergüenza se da en mi superficie (por ejemplo en mi apariencia); y la expresión de la vergüenza, en general, así como la de la forma particular de vergüenza que constituye la sensación de embarazo, no hay solo el deseo de esconder o de esconder mi cara, sino el deseo de desaparecer, de no estar ahí. No es sólo el deseo, como se suele decir, de que me trague la tierra, sino más bien es el deseo de que el espacio ocupado por mí se quede instantáneamente vacío.
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Agamben (2000 citado en Peusner, 2008, ¶ 6) hace referencia a Levinas y Heidegger, concordando con Lacan: La vergüenza es, pues, una suerte de sentimiento ontológico, que tiene su lugar propio en el encuentro entre el hombre y el ser; tiene tan poco de fenómeno psicológico que Heidegger puede escribir que «el ser mismo lleva consigo la vergüenza, la vergüenza de ser.
En “Las fuentes de la vergüenza”, Vincent de Gaulejac (2008 citado en Peusner, 2008) hace una triple definición de la vergüenza: moral, existencial y social, en que la vergüenza “nos confronta con la otredad”, es decir, con la aceptación de la condición humana. La vergüenza nace entonces bajo la mirada del otro y es completamente sociopsíquica, aunque su raíz yace en el inconsciente.
La vergüenza no es un síntoma patológico, salvo en ciertos casos extremos donde los sujetos se odian a sí mismos. La vergüenza es constituyente de la humanidad y nos liga a la especie humana. Nos permite, cuando podemos sobrepasarla, vincularnos al otro como un semejante, como alguien que también puede sentir vergüenza. Quien no conoce la vergüenza representa un peligro para la sociedad (Peusner, 2008)
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Historia del estudio psicológico de la vergüenza.
Existe consenso entre los autores en que el estudio de la vergüenza fue dejado de lado por mucho tiempo (Miller, 2010; Middelton-Moz, 1990; Wheeler, 2005; Yontef, 1995, etc). Middelton-Moz (1990) señala que esto pudo deberse a que la vergüenza es uno de los sentimientos más difíciles de comunicar, ya que nos avergonzamos de nuestra vergüenza.
Según lo señalado por Andrew Morrison (1997 citado en Paz, 2005) recién en la década de 1990 se ha despertado el interés por la vergüenza, el que se manifiesta en distintos trabajos y publicaciones. Morrison (2005) señala que se puso como objetivo el mostrar este sentimiento tan escondido, revelando su fuerza interna tan trascendente, para que ocupara un lugar significativo dentro del enfoque psicoanalítico, ya que cuando empezó su investigación a finales de los años 70 había pocas referencias pertinentes en este campo. Esto se debía en parte al supuesto de que el sentimiento de vergüenza, al no tener el mismo rango de “profundidad” que el sentimiento de culpa, pertenecía más como tema de estudio al campo interpersonal y social. Además (Morrison, 1989 citado en Valedón, 2002), resalta la restringida difusión, en comparación con otras teorías (llamadas “populares o comunes” por Nathanson), de la psicología del yo y del self, y especialmente de las teorías de H. Kohut sobre narcisismo, consideradas como fundamentales para una mejor comprensión de la vergüenza o sus efectos relacionados: mortificación, humillación, desespero, remordimiento, apatía, descontento, azoramiento, furor y baja autoestima.
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Paz (2005) imagina que las razones para no asociar en un principio al narcisismo y la vergüenza, se pueden deber a las resistencias narcisistas profundas que hay que vencer para investigar empíricamente los detalles de un sentimiento tan primario y no primitivo como la vergüenza y además, a la dificultad para los psicoanalistas (y al esfuerzo científico y académico) para cambiar el paradigma culposo como el gran y único organizador de nuestra cultura. Con respecto a este punto, Kuhn (1962 citado en Paz, 2005) señala que en el desarrollo de la ciencia se suele creer que el paradigma imperante es la explicación esencial, sin embargo, la evolución del conocimiento científico requiere una renovación periódica de los paradigmas, pero ante cualquier intento de cambio del paradigma original, aparece una gran resistencia considerable en las comunidades científicas.
En los primeros escritos de Freud entre 1886 y 1889 sobre sexualidad infantil, la vergüenza ocupaba un lugar significativo, entre otros afectos, como precondición en la movilización de los mecanismos psicológicos de defensa (Paz, 2005). La vergüenza era considerada lo que queda como marca de la pulsión instaurada en la latencia: un dique ante el desenfreno pulsional, por lo que, de no existir, no existiría la represión que impide el desenfreno (Lozano, 2008; Pérez, 2009). Más adelante, en su trabajo, hace alguna referencia a la vergüenza que lleva a querer ocultar la desnudez en los sueños con este contenido y señala que el sueño trae la vergüenza, como algo que “le ocurre a uno... con uno mismo”, con lo que se puede evidenciar el carácter narcisista del sueño y de la vergüenza (Paz, 2005).
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Sin embargo, en los escritos posteriores de Freud, la vergüenza queda replegada a un sitio de menor trascendencia e interés científico primando las conceptualizaciones vinculadas al conflicto edípico y, por tanto, a la culpa, tanto para él como para la gran mayoría de los autores postfreudianos (Paz, 2005; Rodríguez Sutil, 2008).
En psicología del desarrollo, Erik Erikson (1968) postula la teoría psicosocial, que describe ocho etapas marcadas por crisis o conflictos, otorgando especial importancia al sentimiento de vergüenza como fuerza que se opone al logro de la autonomía en la segunda crisis del desarrollo.
Leon Wurmser en la tradición psicoanalítica clásica, Francis Broucek desde los estudios del desarrollo y de la emoción, y especialmente Andrew Morrison en la psicología del self y de quien hablaremos más adelante, fueron pioneros en el estudio de la vergüenza y nos han ido familiarizando con la penetrabilidad de la vergüenza en la vida humana y con sus efectos desastrosos.
Lansky (2008) señala que con la publicación de “El análisis del self”, de Heinz Kohut, y “Vergüenza y culpa en la neurosis”, de Helen Block Lewis (ambos en 1971), la importancia de la vergüenza emergió en los círculos psicoanalíticos tras muchas décadas de abandono. Las contribuciones de Kohut fueron ampliamente reconocidas, pero el trabajo de Block Lewis pasó desapercibido en la comunidad psicoanalítica. Sin embargo, Helen Block Lewis fue una pionera en el reconocimiento de la importancia de la vergüenza en la psicoterapia, señalando que representa una familia entera de emociones, que
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incluyen
la
humillación,
sentimientos
de
baja
autoestima
o
sentirse
empequeñecido, estigmatizado e incómodo. Usando sofisticados instrumentos de investigación para codificar las emociones, estudió transcripciones de sesiones de psicoterapia en las cuales podían demostrarse los estallidos de enfado y las interrupciones o puntos muertos en el tratamiento. Codificando los estados afectivos manifiestos en estas transacciones, demostró que en un número sorprendentemente alto de casos en los cuales el tratamiento se interrumpió, llegó a punto muerto o se perturbó, el fenómeno clínico problemático se produjo debido a una experiencia de vergüenza, generalmente no consciente, que había sido “pasada por alto” o no había sido reconocida. Su conclusión es que la vergüenza, cuando no se reconoce, se transforma rápida e inconscientemente en rabia.
El trabajo de Lewis fue ampliado por sus colaboradores, los sociólogos Thomas Scheff y Suzanne Retzinger. Scheff elaboró la noción de vergüenza como un regulador de un vínculo social (1990 citado en Lansky, 2008) y amplió los insights de Lewis sobre los problemas del punto muerto terapéutico en las sesiones de psicoterapia (1987) y la escalada del conflicto, considerando que perpetuaba el conflicto internacional (como un bando militar victorioso humillando a los vencidos que desencadena no sólo la vergüenza, sino también la venganza en el perdedor, como por ejemplo, el Tratado de Versalles después de la Primera Guerra Mundial).
Retzinger (1987, 1991 citado en Lansky, 2008), estudió la escalada del conflicto en las disputas maritales, en las que la vergüenza no reconocida
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instiga el ataque verbal rabioso para devolver la vergüenza a quien avergüenza, desencadenando así un contraataque de avergonzamiento rabioso y una escalada en el conflicto marital. El trabajo de estos dos sociólogos, no explora la noción de vergüenza como tal en toda su complejidad psicológica.
Ikonen, Rechardt, y Rechardt (1993, p. 100 citado en Orange, 2005), de una forma similar, ven la vergüenza como una experiencia intersubjetiva: “la vergüenza es una reacción a la ausencia de una reciprocidad aprobadora”.
El estudio de la vergüenza a menudo ha incluido postulados que muchos ya no comparten: primeramente, que las emociones son algo físico llamado “afectos” (Malin 1999) un término que en sí mismo tiende a la reificación (cosificación) y a un reduccionismo neurístico (Brothers 2001 citado en Orange, 2005). Segundo, estos afectos se consideran estados mentales simples y atomistas que se caracterizan por manifestaciones fisiológicas reconocibles. Tercero, se considera a menudo que pertenecen primariamente o exclusivamente a personas individuales, a mentes aisladas. Para el teórico de los afectos Sylvan Tomkins (1962-1963 citado en Orange, 2005), por ejemplo, la vergüenza estaba definida como una postura de retirada (con la retirada de la cabeza y mirar hacia un lado) que se puede observar bastante pronto en la infancia. Tomkins pensaba que se trataba de una respuesta preprogramada cuando se producía una interrupción del interés, y que ello es independiente de la experiencia relacional. “La vergüenza es inevitable para cualquier ser humano
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en la medida que el deseo va suficientemente más allá de la satisfacción para atenuar el interés sin destruirlo”.
Michael Lewis (1992 citado en Orange, 2005), un investigador en el desarrollo cognitivo y emocional, ve la vergüenza como un desarrollo posterior, que depende del desarrollo en el niño de la auto-conciencia de sí mismo y del sentimiento de ser visto. La vergüenza también requiere un sentimiento de logro o de fracaso en relación a estándares y reglas, siendo ésta equivalente a un sentimiento global de fracaso.
En ninguno de estos teóricos, aparecen muchas referencias a la experiencia de la persona o a los contextos relacionales de la vergüenza que se dan durante el desarrollo.
Al respecto, Joseph Lichtenberg comenta con respecto a la concepción que Tomkins tiene de la vergüenza (también adoptada por Broucek), que él prefiere “una teoría que ve al bebé durante el primer año de vida como alguien que tiene un espectro de afectos aversivos, uno de los cuales es una experiencia que está en continuidad con lo que más tarde puede fácilmente ser categorizado como vergüenza” (Lichtenberg, 1994 citado en Orange, 2005). Este abordaje, aunque retiene la idea de afecto, es más relacional (ya que aversivo implica retirarse de alguien o de algo) y es más sistémico y menos concreto.
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Orange (2005) señala que los teóricos inspirados por las teorías de los sistemas, del caos y de la complejidad (Sander 1982; Fogel 1993; Beebe y Lachmann 2002; Stolorow, Atwood et al. 2002 citados en Orange 2005) han señalado una manera más radical de repensar la vergüenza en psicoanálisis. Estos autores han visto las emociones como una propiedad emergente de los sistemas relacionales, como la implicación corporal total en estos campos intersubjetivos. La vergüenza, como toda emoción, es una propiedad emergente de un sistema relacional, y está sujeta a las perturbaciones del sistema que se dan momento a momento (Orange, 2005).
En cuanto a la escuela francesa de psicoanálisis, se postula que la patología está relacionada al sadismo del superyó sobre el yo. En este sentido, la función del padre es separar la simbiosis madre-hijo, creando un espacio y es en este espacio donde entra la cultura. De ahí se deriva la importancia dada a la vergüenza en esta escuela. Jacques Lacan (1992) se refiere a este tema con la primera frase de la última clase del Seminario 17: “Es preciso decirlo, morir de vergüenza es un efecto que raramente se consigue” (p.195). Esto muestra, según algunos autores (Miller, 2004; Peusner, 2008) un intento por incorporar la vergüenza en la clínica psicoanalítica. Los psicoanalistas que siguen la línea de Lacan señalan que la vergüenza
es un afecto que no se debe perder
porque es una manera de establecer una frontera con respecto a lo real (Alemán citado en Ramírez, 2006; Lozano, 2008; Miller, 2004; Ubieto, 2003), señalando que estamos en una sociedad de la desvergüenza.
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Desde la terapia gestáltica se han hecho importantes aportes al tema de la vergüenza en las últimas 2 décadas, considerando el cambio a través de paradigmas (Wheeler, 2005); la naturaleza y desarrollo de la vergüenza; de qué forma la vergüenza generalizada y la culpa neurótica interfieren en la estabilidad y el crecimiento; cómo trabajar con las expresiones de la vergüenza en psicoterapia (Yontef, 1995); la vergüenza en la relación terapéutica (Jacobs, 1995 y 1996 citado en Yontef 1997 y en Orange, 2005) y la vergüenza en la supervisión (Yontef, 1997).
Fenomenología de la vergüenza.
La vergüenza es un ingrediente central que representa una familia entera de emociones (Block Lewis, 1971 citado en Lansky, 2008; Miller, 2010). Lansky (1999 citado en Orange, 2005) describe el espectro o abanico de la vergüenza que surge de una amplia variedad de disposiciones psicopatológicas y de experiencias humanas en las que hay una conciencia de fallo en la satisfacción de standards e ideales, 1.- desde quedar en evidencia como inadecuado o insuficiente; 2.- desde estatus de inferioridad, imaginado o real; y 3.- desde la conciencia de que uno mismo es sucio, inadecuado, necesitado, vacío, dependiente, rabioso, decepcionante, tímido, miedoso social o inepto, propenso a la humillación, etc.
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Para Kaufman (1994), sólo somos vulnerables a la experiencia de vergüenza cuando nos importa algo, por lo que la experiencia de la vergüenza sólo es posible en la medida que algo nos preocupa. El espectro de las emociones relacionadas con la vergüenza, incluye, a parte de la vergüenza misma, sensación de embarazo, humillación (experiencia de vergüenza causada deliberadamente por el otro), inferioridad, replegamiento, timidez, y miedo social; también incluye defensas contra la vergüenza (pudor) que es lo opuesto a “sinvergüenza”: modestia, humildad, y conceptos parecidos. También se puede ver que la vergüenza opera de forma latente detrás de otros fenómenos afectivos: venganza, envidia, resentimiento, y otras formas de rabia, todo lo cual podemos encontrar que normalmente está instigado por una experiencia de vergüenza que produce una comparación que permanece bypaseada o no reconocida. La vergüenza es también un acompañamiento inevitable de todas aquellas situaciones en las que uno queda expuesto (o bajo la amenaza de quedar expuesto) a una interrupción de la cohesión de la personalidad, o fragmentado, o disociado, y desorganizado y ataques de pánico”. Morrison (1989 citado en Valedón, 2002) nombra algunos efectos relacionados con la vergüenza, como la mortificación, humillación, desespero, remordimiento, apatía, descontento, azoramiento, furor y baja autoestima. Es decir, los efectos desastrosos de la vergüenza incluyen desde el mal aprovechamiento de las propias capacidades, auto-odio y suicidio en las vidas individuales, hasta la guerra, violación y tortura en los contextos sociales (Orange, 2005; Miller, 2010).
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Morrison (citado en Orange, 2005) entiende la rabia narcisista de Kohut como la cara visible de una vergüenza insoportable, o sea, en ocasiones la vergüenza puede resultar tan insoportable que se actúa en forma de rabia y violencia tanto en contra del otro como en contra de sí mismo: te mato por lo que haces o me suicido por lo que me hiciste (Velasco, 2005). En este caso, el suicidio sería una forma particular de vergüenza extrema, una sensación violenta, embarazosa en que no sólo existe el deseo de esconderse, sino el deseo de desaparecer (Orange, 2005; Ciccone y Molet, 2005).
La vergüenza se manifiesta físicamente en una gran variedad de formas. La persona puede ocultar sus ojos, bajar la mirada, ruborizarse, morderse los labios o la lengua; presentar una sonrisa forzada, o inquietarse. Otras respuestas pueden incluir irritación, la actitud defensiva, la exageración o la negación. Debido a que el efecto de la vergüenza a menudo interfiere con nuestra capacidad de pensar, el individuo puede experimentar confusión, o quedarse con la mente completamente en blanco. La vergüenza a menudo se experimenta como la voz interior crítica que juzga lo que hacemos como algo malo, inferior, o sin valor, que a menudo es una repetición de lo que se nos fue dicho por otros significativos (Miller, 2010). Para Fossum y Mason (2003) ésta es la “voz disociada” que proviene de alejamiento del yo: es la voz interna crítica supervisora que pregunta ¿qué pensarán de mi?. Esta supervisión es tan constante que se piensa que es natural y muchas veces está enmascarada por un falso yo, que acomoda la vergüenza y sostiene la ansiedad que impulsa el mecanismo de la vergüenza. Los yo falsos se convierten en fachadas que protegen la vergüenza.
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Se dice también que la vergüenza actúa como “señal” que permite reconocer precozmente el inminente peligro de un fracaso relacional, ya que en su origen estaría relacionada con la falta de respuestas empáticas de la madre o de las figuras de apego (Bonucci citado en Ciccone y Molet, 2005).
Middelton-Moz (1990) señala que los de adultos avergonzados en la infancia frecuentemente son extremadamente tímidos, se sienten inferiores a los demás, creen ser el problema (no que ellos causen los problemas), presenta un bloqueo de la expresión espontánea, se sienten vulnerables y temen exponerse, temen a la intimidad, tienen bajas expectativas de autoeficacia6, se ponen a la defensiva cuando se les entrega retroalimentación negativa, se disculpan constantemente, tienen un sentimiento pervasivo de soledad (aunque estén rodeados de personas que los quieren, se sienten “outsiders”); proyectan en los demás lo que piensan de sí mismos, por lo que se sienten constantemente juzgados por los demás; pueden volverse avergonzadores cuando ven en los demás características propias de las que se avergüenzan, tienen una actitud tan perfeccionista que los puede llevar a actuar ansiosamente o a la procrastinación, pueden bloquear la vergüenza a través de conductas adictivas, tienen límites emocionales frágiles y se sienten avasallados fácilmente, por lo que crean falsos límites a través de la rabia,
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La percepción de la vergüenza se relaciona con la percepción de sentimientos de baja
autoeficacia. Ambas percepciones influyen en la forma en que la persona interpreta, interactúa y afecta al ambiente que lo rodea, pero pocas investigaciones correlacionan ambos constructos (Baldwin y Baldwin, 2006).
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aislarse o complacer. También pueden aparecer como grandiosos y centrados en sí mismos.
Por otro lado, se señala la aparición de la vergüenza como un signo clínico positivo en pacientes que sufrieron experiencias muy traumáticas que provocaron en esa persona un conformismo o adaptabilidad a circunstancias más allá de lo que él mismo habría esperado. En este caso, los sentimientos de vergüenza pueden ser entendidos como la recuperación de la capacidad de conflictuarse en relación con la alienación sostenida.
Fossum y Mason (2003) describen los “sistemas vinculados por la vergüenza” que generan personas que sienten más vergüenza y desesperación, con rigidez creciente, alienados, distanciados, que desarrollan una imagen y un control;
en oposición a “sistemas vinculados por el respeto”, que produce
individuos razonables con sentido de reparación y resolución, que profundizan y modifican los valores, que sienten una creciente comprensión mutua y cuyo crecimiento del yo es el de una persona completa. Ambos sistemas que se diferencian en que:
1.- En los primeros el origen de la vergüenza está en la violación y disminución de la persona misma, se siente cualitativamente distinta de otros seres humanos, a diferencia a los basados en el respeto en que la violación es a algo externo: la norma o valores.
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2.- Sistemas vinculados por vergüenza, existe un establecimiento vago o distorsionado de los límites personales que inhiben el desarrollo de un yo maduro, centrados en sí mismos, sin desarrollar madurez y profundidad personal, versus, el yo independiente que se reconoce como parte de un sistema mayor en los sistemas vinculados por el respeto.
3.- en el sistema vinculado por la vergüenza, se da un carácter de absoluto al perfeccionismo, no permite reparación. Así, sólo hay 2 categorías de personas: perfectas e imperfectas por lo que se puede poner mucho énfasis en el control y en hacer lo correcto (lo que genera ansiedad). Aunque el modelo es tan rígido no puede ser empleado como un mapa o receta para tener éxito dentro del sistema de valores familiares porque es muy difícil de descifrar versus el sistema basado en el respeto en que se exponen y reconocen las razones que subyacen a las reglas.
4.- en los sistemas vinculados por la vergüenza, la experiencia de relación es de un rechazo repetido, de abandono y castigo o amenazas que algunas veces se alternan con sentimientos de contacto intenso, es decir, la relación siempre está en riesgo. Es común que las relaciones no parecen tener sentido, falta un hilo de continuidad o flujo de emoción. La persona se acomoda a esta situación y puede no verla. Versus la experiencia de la relación en el sistema basado en el respeto que es el diálogo, de confianza y constancia. El hecho de que toda persona es diferente se asimila mejor en un sistema basado en el respeto, como también el hecho de que toda persona comete errores. Es un sistema que tiene un compromiso de largo plazo para abrirse paso y resolver
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honestamente todo lo que se presente, de aceptar y responder honestamente sin amenazas de romper el intercambio de la relación.
Diferenciación con otras emociones.
La sana tendencia natural humana a desear y perseguir el intercambio afectivo con nuestros semejantes es generalmente muy sensible al temor, al rechazo. Estos sentimientos de temor tienen mucho que ver con lo que hacemos o cómo nos comportamos con los seres de nuestro entorno, y dan lugar al desarrollo de importantes emociones «sociales» como el orgullo, la vergüenza, la culpa y el remordimiento (Rojas, 2007, p. 46).
Como ya se ha señalado, la vergüenza suele estar relacionada con otras emociones y en ocasiones es difícil distinguirla, especial de la culpa.
En cuanto a la humillación, ambas son manifestaciones de la dependencia de campo (Wheeler, 2005). La humillación a veces es descrita como una emoción distinta, también es vista como una forma de vergüenza, en que la humillación representa la fuerte experiencia de vergüenza que refleja un avergonzamiento externo por un objeto altamente catectizado, un otro significativo (Morrison, 1984 citado en Orange, 2005). Orange (2005) a su vez considera la humillación como un proceso intersubjetivo que a menudo está presente en la creación de mundos de vergüenza, en que se establece un sistema avergonzador. En este
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sistema, el dominador trata de superar la vergüenza a través de humillar (avergonzar) al otro.
Así también, en el lenguaje común pudor y vergüenza son sinónimos y en gran parte de los textos aparecen trabajados indistintamente, sin embargo, desde el psicoanálisis no suponen exactamente lo mismo. El pudor estaría ligado más intensamente a la presencia del cuerpo del otro, mientras que la vergüenza tiene un lazo más directo con el fantasma7 de cada sujeto, tal como lo plantea Lacan (Pérez, 2009).
En términos teóricos, conviene hacer una especial distinción entre la vergüenza y la culpa, ya que aunque estas dos emociones son diferentes entre sí, ambas se pueden definir hasta cierto punto como emociones morales y suele existir confusión y dificultad para discernir entre ellas (Paz, 2005).
Medeiros y Valenzuela (2005) señalan que Piers y Singer homologan lo que definen como “estructura de vergüenza” con el concepto de “sentimientos de inferioridad”, en los cuales el yo estaría más preocupado por las comparaciones con criterios externos, comparación con otros, etc., a diferencia de los sentimientos de culpa en que el yo estaría más preocupado por la lucha entre el yo y el ideal del yo (superyó).
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El fantasma es el modo particular de cada sujeto de lidiar o defenderse de la angustia de
castración que es dejar de ser uno mismo el objeto del deseo exclusivo del otro (Evans, 1997).
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Para Laplanche (1980/2000) los sentimientos de inferioridad, y por lo tanto, los sentimientos de vergüenza, conciernen a la instancia del yo ideal (introducida por Freud en su trabajo Introducción del Narcisismo). El yo ideal está vinculado con una idealización de la omnipotencia del yo y no es equivalente al concepto de ideal del yo, el cual se relaciona más bien con ubicarse frente al yo como su ideal. Los sentimientos de inferioridad y humillación deberían ser ubicados del lado del yo ideal, en cambio, los sentimientos de culpa o de pobreza del yo, deberían ser ubicados del lado del ideal del yo (Medeiros y Valenzuela, 2005). Para Paz (2005), ambos sentimientos tienen en común el hecho de ser inconscientes y expresarse por sus “retoños mortificantes”, como el enojo, el silencio excesivo, la inhibición o retraimiento, hasta el enrojecimiento de la piel de la cara y/o en los casos severos, la furia narcisista. Difícilmente se atribuyen estos retoños mortificantes a la vergüenza y no a la clásica culpa. Sin embargo, en los casos de vergüenza lo prototípico es que la actitud psicológica preponderante está dirigida hacia uno mismo (el self narcisista) y sus objetos/self con quienes se constituye un compacto narcisista que tiende, en el mejor de los casos, a su desarrollo y maduración con sus posibles logros o déficit residuales. La vergüenza entonces puede ser definida como más autoplástica y narcisista, ya que es algo que le sucede preferentemente a uno con uno mismo.
Otra manera de formular este asunto es decir que la vergüenza es un afecto primario de la relación al Otro. En este sentido, la culpabilidad es el efecto que tiene un Otro que juzga sobre el sujeto, un Otro que protege los valores que el sujeto habría transgredido. La vergüenza desde este punto de vista tiene
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relación con un otro anterior al Otro que juzga, un Otro primordial, no que juzga sino que solamente ve o da a ver. Es allí, en ese sentirse objeto de la mirada del Otro, donde Lacan sitúa la estructura de la fenomenología de la vergüenza (Mindlis, 2005; Ubieto, 2003).
Para Fossum y Mason (2003), la culpa es la experiencia interna que se siente al romper el código moral en cambio la vergüenza es la experiencia interna de ser menospreciado por el grupo social. La diferencia esencial es que la vergüenza (así como el orgullo), “está relacionada con la fantasía de uno más que con el comportamiento real” (p.12).
Menesini y Camodeca (2008) señalan que la vergüenza y la culpa pueden ser vistas como precursores de la conciencia, el razonamiento moral, la moral y la conducta prosocial. El comportamiento moral se desarrolla a partir de diferentes componentes como el conocimiento de las normas y su internalización, el ser capaz de juzgar lo bueno y malo, de resistir la tentación, así como el sentir ciertas emociones, entre ellas, la vergüenza. (Berti y Bombi, 2005; Hoffman, 2000; Kochanska, Gross, Lin, y Nichols, 2002; Nucci, 2001 citados en Menesini y Camodeca, 2008),
La vergüenza es una emoción sumamente dolorosa caracterizada por la preocupación acerca del juicio de los demás sobre el sí mismo, la conciencia de aparecer delante de un público de una manera no deseada o no aprobada (“identidad no deseada") y que es típicamente acompañada de un sensación de empequeñecimiento, de inutilidad e impotencia, de ser defectuoso,
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inaceptable, o estar fundamentalmente dañado (Bybee y Quiles, 1998; Block Lewis, 1971; Olthof, Schouten, Kuipers, Stegge, y Jennekens Schinkel, 2000 citados en Menesini y Camodeca, 2008). La vergüenza a menudo motiva una respuesta de evitación, el deseo de huir o desaparecer de la situación que la induce, (Block Lewis, 1971;.Tangney et al, 1992 citados en Menesini, Sanchez, Fonzi, Ortega, Costabile y Lo Feudo, 2003) y es raramente reconocida a otros o incluso a uno mismo (Miller, 2010).
De acuerdo con Block Lewis (1971 citado en Menesini et al., 2003), la culpa suele ser una experiencia menos dolorosa y devastadora que la vergüenza ya que principalmente concierne a un comportamiento particular, algo aparte del sí mismo. La culpa es la emoción provocada por el entendimiento de que la propia conducta es errónea, ya que causa daño a alguien que está sufriendo e implica tensión, arrepentimiento y pesar por esa mala acción, provoca un desaliento al cometer la transgresión y puede dar lugar al pedir perdón y la reparación del daño causado (Olthof et al, 2000; Tangney, 1998 citados en Menesini y Camodeca, 2008). En resumen, la culpa, no se refiere al self (lo que uno es) sino a lo que uno hace (acciones reales o fantaseadas, transgresiones o omisiones que dañan al otro) (Lansky, 1999 citado en Orange 2005).
La correlación entre la culpa y la vergüenza ha sido abordada una investigación dirigida a diferenciar los antecedentes específicos de cada una. Según este estudio (Olthof et al., 2000 citado en Menesini et al., 2003), la culpa es a menudo generada en una situación en la que un individuo viola la norma de que una persona no debe causar daño o desventajas a otros de cualquier
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manera. La vergüenza, por el contrario, no sólo está relacionada con el valor moral de un evento, sino que también con la sensación personal de haber adoptado una “identidad no deseada''. Algunas conductas pueden crear una identidad no deseada en muchos contextos diferentes. Así, la falta de coherencia como de habilidad pueden provocar sentimientos de vergüenza, así como también una situación perjudicial o de transgresión en que el self pueda ser expuesto a la evaluación de los demás, puede generar igualmente vergüenza. Según Olthof et al. (2000 citado en Menesini et al., 2003), un contexto de transgresión moral puede desencadenar culpa y vergüenza, mientras que en las situaciones en que se ponen de manifiesto la incompetencia e insuficiencia de una persona puede ser considerado como inductores sólo de vergüenza.
Entonces, si bien la culpa se asocia a la transgresión moral, la vergüenza parece
estar
vinculada
a
experiencias
no
morales
de
inferioridad,
incompetencia o a la burla, tanto así como a la transgresión moral (Smith, Webster, Parrott y Eyre, 2002 citado en Menesini y Camodeca, 2008). La connotación moral de la culpa y la doble connotación de la vergüenza (es decir, moral y no moral) se ponen de manifiesto en los estudios realizados por Olthof y sus colegas (Olthof, 2002; Olthof y Goossens, 2003; Olthof et al, 2000 citados en Menesini y Camodeca, 2008) en los que se desarrolla un modelo, apoyado por los datos, en que hay situaciones que sólo provocan vergüenza y se caracterizan por acciones no morales (situaciones de "sólo vergüenza" (SV), como quedarse dormido durante una clase), y situaciones que provocan tanto vergüenza como culpa y se caracterizan por transgresiones morales, porque el
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comportamiento incompetente causa daño (situaciones de “vergüenza y culpa” (VYC), como romper el juguete de un amigo). En una revisión posterior del modelo (Olthof, Ferguson, Bloemers, y Deij, 2004 citados en Menesini y Camodeca, 2008), incorporaron situaciones sólo de culpabilidad (SC), es decir, eventos que causan un mal moral, sin intención y sin evaluación de la identidad de la persona por parte de otros. Como señalaron los autores, se trata de situaciones en que la responsabilidad personal no está presente, como los referentes a la enfermedad física (por ejemplo, obligar a la familia a quedarse en casa por estar enfermo).
Existe acuerdo en que un cierto nivel de culpa es adaptativo, porque la culpa está ligada a la empatía, responsabilidad, internalización de las normas, y está orientada a la conducta prosocial (Aksan y Kochanska, 2005; Bybee y Quiles, 1998; Hoffman, 1998, 2000; Tangney, Wagner, Fletcher, y Gramzow, 1992 citados en Menesini y Camodeca, 2008). La vergüenza en cambio, que a menudo ha sido correlacionada con la humillación, ira, hostilidad indirecta, baja autoestima y alto desprecio de sí mismo, se consideraba desadaptativa (Tangney et al., 1992 citado en Menesini y Camodeca, 2008). Sin embargo, en estudios recientes se afirma que la vergüenza también podría tener una función adaptativa y promover conductas prosociales (Ahmed y Braithwaite, 2004 citado en Menesini y Camodeca, 2008). Particularmente en el caso de la vergüenza moral, que daría lugar a la responsabilidad y buenas relaciones. Cuando se consideran adaptativas, la vergüenza y la culpa pueden predecir el desarrollo de la conducta moral y el arrepentimiento, previniendo cometer
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delitos y promoviendo el comportamiento pro-social (Bybee y Quiles, 1998; Olthof, 2002; Williams, 1998 citados en Menesini y Camodeca, 2008).
Por lo tanto, altos niveles de vergüenza pueden ser adaptativos cuando expresan la capacidad de darse cuenta del propio sentido de exposición y daño hecho y evitar situaciones similares en el futuro. En la misma línea de razonamiento, altos niveles de vergüenza y culpa que se experimentan cuando el sujeto es el objetivo del daño intencional de otros, puede ser desadaptativos y revelar una sensación crónica de vergüenza y culpa sobre el sí mismo (Ferguson, Stegge, Miller, y Olsen, 1999 citados en Menesini y Camodeca, 2008). Así, los sentimientos de vergüenza en situaciones no morales (SV), podrían indicar la preocupación por la propia conducta y por situaciones embarazosas, pero también podrían indicar un profundo sentimiento de humillación y ansiedad en frente a los demás, lo que puede ser desadaptativo.
Es decir, estas emociones en sí no son disfuncionales, pero pueden llegar a serlo cuando se expresan intensa, frecuente e inapropiadamente en relación con las exigencias de la situación, a las necesidades de la persona y el costo de la respuesta en las relaciones (Clark Y Watson, 1994 y Ferguson et al, 1999 citados en Menesini y Camodeca, 2008).
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Visión desde el Psicoanálisis.
“(…) la vergüenza se instala como una densa niebla, oscureciendo cualquier otra cosa, imponiendo su impresión amorfa e insustancial. Se hace imposible establecer caminos u orientarse uno mismo hacia relaciones con un paisaje más amplio” (Morrison 1994 citado en Orange, 2005).
Las marcadas diferencias que existen entre los autores que hasta ahora se han ocupado específicamente del estudio de la vergüenza, no facilitan una comprensión y síntesis clara desde el punto de vista teórico, clínico o psicodinámico (Valedón, 2002).
Se ha discutido bastante sobre si la vergüenza puede considerarse un afecto, y de este modo, un sentimiento particular, individual y específico que se refleja en posturas, gestos, expresiones faciales, y experiencias individuales o puede considerarse una manifestación sistémica, relacional, intersubjetivamente generada.
Morrison (2005), considera la vergüenza tanto como afecto o
sentimiento (indistintamente), como señal ante el peligro, como una manifestación de la personalidad, como defensa ante sentimientos de rabia, y como una manifestación sistémica y destaca que la vergüenza al ser vivenciada a nivel personal por parte de cada individuo afectado es una carga que influye cada fibra de la experiencia subjetiva (Morrison, 2005). La vergüenza tiende a insinuarse en nuestra vida entera, en nuestro mundo experiencial en su totalidad, y a estropearlo todo. En este sentido, el
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sentimiento no es sobre que “yo no consigo una meta”, sino que es sobre que “yo soy un completo fracaso” (Orange, 2005).
Si bien existe cierto consenso entre los autores de la línea psicoanalítica en que un sentimiento de sí devaluado con el consiguiente sentimiento de vergüenza, se genera en un contexto relacional, se debate acerca de si el sentimiento de vergüenza del self se relaciona sólo con uno mismo, o si siempre está asociado con relaciones sociales, en cuanto a la observaciónparticipación en un grupo.
Existen autores que se posicionan en la línea de que la vergüenza como sentimiento está involucrado dentro de las relaciones personales, por lo que requiere una audiencia, un otro observador, un avergonzador ajeno al sujeto. Entre ellos, Briole (s.f. citado en Belaga, 2002) señala que la vergüenza requiere de un testigo, ya que remite al efecto de la mirada del otro que lo juzga y lo hace extraño y Orange (2005) que plantea que la vergüenza es una propiedad emergente de los sistemas relacionales, sujeta a las perturbaciones que se dan en el sistema momento a momento y que es intersubjetivamente generada en el contexto analítico. Para Velasco (2005) el afecto de vergüenza se experimenta en soledad teniendo en cuenta a la vez un vinculo relacional, tanto éste sea interiorizado como externo. Se cuestiona la imagen personal, ya sea en cuanto a quién soy yo ante mí mismo y quién soy yo ante los demás.
Por otro lado, hay muchos autores que describen la vergüenza como un afecto primario asociado a la identidad, narcisismo y sentido del self (Erikson, 2000;
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Lichtentein, 1963, 1964 citado en Valedón, 2002), o como “compañera encubierta del narcisismo” (Wurmser, 1981 citado en Lansky) o “parte inferior” del narcisismo (Morrison, 1989 citado en Lansky, 2008).
A continuación profundizaremos en esta línea de pensamiento, ahondando preferentemente en el enfoque de Andrew Morrison para luego retomar la perspectiva intersubjetiva, principalmente desde la visión de Orange y Velasco.
Vergüenza como afecto primario.
Morrison elabora la idea de que los sentimientos de vergüenza pueden aparecer ante la evaluación que uno hace de sí mismo, ante nuestros propios ojos, sin que sea necesaria la presencia de un otro interactuante avergonzador (Morrison, 1987 citado en Morrison, 2005). En este caso, es el sistema interno el que está involucrado, constituido por los componentes que han influido en la creación y generación del propio sentido consolidado de quién soy yo, y reconociendo de esta forma que estamos moldeados, ocupados y juzgados por la presencia de otras figuras del pasado que viven en nuestro interior. En otras palabras, la vergüenza es algo que le sucede preferentemente a uno con uno mismo, dentro de un universo de representaciones psíquicas que caracterizan a la psiquis humana pero en la que intervienen, en este caso, unos “otros significativos” (objetos/self) que han sido catectizados con libido narcisista (Paz, 2005).
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Por lo tanto, en contextos de soledad se genera vergüenza, no por sentirse observados por un otro, sino ante nuestra propia mirada, en la experiencia que tenemos de nosotros mismos. En este sentido, Morrison (2005) plantea que cuanto mayor es la discrepancia entre el self ideal y el self real, mayor es la vulnerabilidad ante la herida narcisista y, también, la susceptibilidad ante la vergüenza. La vergüenza, entonces, representaría la brecha existente entre los ideales del sí mismo (la imagen de sí a la que uno aspira) y el sentimiento de sí en realidad (la imagen de uno mismo como es). Cuanto más grande sea la distancia entre estas dos imágenes, mayor será la intensidad de la vergüenza sentida. Así, Morrison definió la vergüenza como “el afecto que refleja el sentimiento de fracaso o de déficit del self” (1984 citado en Orange, 2005), un afecto de rechazo y condena hacia el propio “self” que concierne el estado y la naturaleza del entero sentido de sí (Ciccone y Molet, 2005), señalando que tiene fenómenos narcisistas como base subyacente.
Considerando las definiciones anteriores, la vergüenza sería inseparable de las formas de narcisismo estudiadas por Heinz Kohut y por otros psicólogos del self, conceptualizando “narcisismo” en un sentido amplio, como parte del desarrollo normal y natural del mismo y de la preocupación por el self. Si bien, Kohut desestima el papel jugado por el ideal del yo en la aparición de la vergüenza (pues lo consideraba "psicología social" no compatible con una comprensión
psicológica
profunda),
Morrison,
como
señalábamos
anteriormente, muestra que el abismo entre el self ideal y el self real que se expresa en el sentimiento de vergüenza es provocado por el fracaso del objeto del self (Rodríguez Sutil, 2008).
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En este caso, la experiencia afectiva interna que representa el narcisismo, y que en algún grado está presente en todos nosotros, es un deseo de ser especial para otro concreto, significativo, alguien a quien hemos dotado de significatividad y poder. En su versión más patológica, ese deseo de ser especial a los ojos del otro idealizado, lleva al anhelo por ser absolutamente único y, en definitiva, el anhelo por ser el único objeto de importancia para ese otro (Rodríguez Sutil, 2008).
La vergüenza se relaciona con el sentido de sí mismo y con la experiencia del sí mismo e incluye tanto la espectacularidad del “self grandioso” descrito por Kohut, como el sentido disminuido y contraído del sí mismo que quiere desaparecer (Morrison, 2005). En relación a esto, Broucek (1982 citado en Rodríguez Sutil, 2008) distingue dos tipos de narcisismo: egotístico y disociativo con sentimiento de inferioridad, lo que se asemeja a la diferenciación entre narcisismo de piel gruesa (Thick skin) y narcisismo de piel fina (Thin skin) que hace Rosenfeld (1987 citado en Rodríguez Sutil, 2008). Rodríguez Sutil (2008) asocia estos tipos de narcisismo con los niveles del desarrollo del superyó:
El narcisista de piel gruesa presentaría un superyó primitivo, actitudes psicopáticas, sin sentimientos de culpa (se conocen las normas y no se cumplen, o si se cumplen es para evitar las consecuencias negativas como la retaliación y temores persecutorios). Al narcisismo de piel dura no se le suele ver en consulta más que de forma excepcional, cuando ha sufrido una herida
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narcisista o bien cuando busca un objetivo material concreto: baja laboral, informe favorable u otros.
El narcisista de piel fina se asocia con el nivel de ideal del yo, en que se ha interiorizado un ideal de lo que tiene que ser alcanzado, pero cuando no es así, predomina el sentimiento de vergüenza y el temor al ridículo. Se conocen las normas y se cumplen para no perder el reconocimiento (las normas también pueden estar limitada a la familia o un grupo reducido de referencia, incluso con actividades delictivas). El narcisismo de piel fina oscila entre la grandiosidad y la miseria interna, es hipersensible y se siente herido con gran facilidad.
Como contraparte a esto, en el superyó constituido predomina el sentimiento de culpa, sin que haya desaparecido la vergüenza. Las normas han alcanzado un nivel universal, aunque esto se ha logrado sólo para alguna de ellas.
Uno de los aportes más relevantes de Morrison es lo que llama "la dialéctica de narcisismo", en que las aspiraciones narcisistas se mueven a lo largo de dos polos que están en los extremos: la búsqueda de una autonomía e independencia totales, por un lado y por otro lado, el deseo de realizar un apego con un otro idealizado. Estas dos tendencias (que Morrison llama respectivamente expansión y contracción de los polos del “self“) son incompatibles en la totalidad de una misma persona, es decir, no se puede ser completamente un individuo independiente, ni volverse completamente parte de otro. Ambos polos generan vergüenza, ya que son polos ideales que no se
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pueden alcanzar, y por lo tanto, la vergüenza surge de la incompleta realización de estos dos ideales. Lo normal es que se alternan en la mayoría de las personas, sobre todo en los narcisistas de piel fina, aunque casi siempre predomina un polo más que el otro. El autor sugiere, de acuerdo a su experiencia práctica, que existe el psicópata puro, premoral, en el que la vergüenza no está presente. La dialéctica del narcisismo (admitiendo la existencia de un lado subjetivo y privado de la vergüenza, junto con el lado relacional) constituye un punto de divergencia entre las posiciones teóricas de Morrison y las de Orange, para quien el sentimiento de vergüenza se origina siempre en los contextos intersubjetivos (Ciccone y Molet, 2005; Rodríguez Sutil, 2008)
Por otro lado, en cuanto a las funciones del narcisismo (no entendido patológicamente), se dice que mantiene y repara los vínculos afectivos entre el self y el otro; está relacionado con la formación de la propia identidad (Erikson, 1950 citado en Rodríguez Sutil, 2008) y sirve, principalmente, para enfrentarse a la vergüenza (Block Lewis, 1971 citado en Rodríguez Sutil, 2008).
Al considerar la vergüenza desde la ecuación activo-pasivo, es posible señalar que la vergüenza es un reflejo de la pasividad, que a uno lo hace sentir débil, frágil e impotente (Morrison, 2005) y contratrasferencialmente vive pasivamente y como algo que no está tan heterodirigido, por más mortificante que sea. Se ha dicho mucho de la vergüenza como algo pasivo, femenino y preedípico, mientras se ha dejado para la culpa las categorías más activas, masculinas y postedípicas (Morrison, 1997 citado en Paz, 2005). Se dice que lo activo del
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culposo lo lleva a confesar, en cambio lo pasivo del vergonzoso lo lleva a callar y a aislarse (Paz, 2005).
Perspectiva intersubjetiva.
“Ocupar un lugar ideal en la mente de otro es, en realidad, no tener lugar” (Velasco, 2002 citado en Velasco, 2005).
Los ideales (que son influenciados por el universo intersubjetivo en el que habitamos y que se forman a partir de las relaciones con nuestras familias, compañeros, cultura subyacente, valores y costumbres) son interiorizados y juegan un papel importante en la formación de las emociones y sentimientos que tenemos acerca de nosotros mismos, incluyendo especialmente, nuestra vergüenza y nuestra sensibilidad ante la vergüenza (Morrison, 2005). En contextos que tienden a la idealización, los esfuerzos para existir con luz propia se acompañan del sentimiento de vergüenza, por lo que Velasco (2005) relaciona el afecto de vergüenza con la iniciativa que cuestiona el ideal y las iniciativas que cuestionan el ideal conllevan fragilidad, dudas y vulnerabilidad.
Existe entonces una relación entre los ideales que se transmiten de una generación a otra y el sentimiento de vergüenza que surge cuando el sentimiento de “ser uno mismo” amenaza con romper ese ideal. En este sentido, ocupar un lugar ideal en la mente del otro es en realidad no tener lugar (Velasco, 2002 citado en Velasco, 2005) y por lo tanto, considerar el
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sentimiento de vergüenza es primordial en el tratamiento de lo que Velasco llama “patología del no ser” que deriva de ocupar un lugar ideal en la mente de otro (Ciccone y Molet, 2005; Velasco, 2005).
Así, la vergüenza es la expresión del miedo a decepcionar que obstaculiza el emerger de la autenticidad (Ciccone y Molet, 2005). Como decíamos, Velasco (2005) relaciona vergüenza e iniciativa (entendida como la capacidad de diferenciación del otro), entendiendo la vergüenza como la emoción que podemos sentir cuando nos atrevemos a expresarnos con libertad y autenticidad. El miedo a decepcionar y los peligros inherentes a la toma de iniciativa, conciencia o expresión de aquellas observaciones que pueden amenazar ciertos lazos relacionales, no permiten que salga la autenticidad, ya que existe la posibilidad de ser rechazado y aislado, y sentir vergüenza de quien soy. Brandchaft, en un trabajo no publicado (s.f. citado en Morrison, 2005) habla de la “acomodación patológica” mediante la cual el individuo entierra sentimientos intolerables con el fin de preservar relaciones. Tales decisiones se toman con el fin de evitar aquellas iniciativas que podrían generar vergüenza (ser avergonzado por aquel que uno necesita). En relación a esto, un aspecto importante y típico a considerar en el tema de vergüenza, es la tendencia a esconder, debido a la incomodidad que ocasiona el miedo de que alguien pueda descubrir algunos “secretos” de nosotros mismos (Ciccone y Molet, 2005) y alejarse.
Lansky (2008) muestra que “en los ciclos vergüenza-rabia” aparece el instigador inconsciente o efecto desencadenante de dinámicas inconscientes
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de vergüenza, no sólo la experiencia del afecto manifiesto. La vergüenza no reconocida o pasada por alto (Block Lewis, 1971 citado en Lansky 2008) puede considerarse como vergüenza inconsciente o la evocación de una vergüenza señal o angustia señal que anticipe un conflicto con el ideal del yo generando la experiencia de una vergüenza de rechazo insoportable, ostracismo o relegación a un estatus despreciable. Así, la vergüenza no reconocida o pasada por alto es el resultado de la anticipación inconsciente de lo que ha sido juzgado como insoportable, bajo la influencia de las fantasías inconscientes de vergüenza. Lansky plantea la vergüenza no reconocida como instigadora de la escisión y señala que cuando la vergüenza se siente soportable, puede vivirse conscientemente y está considerablemente más dispuesta para ser elaborada. En otras palabras, el conflicto de vergüenza, o la anticipación de la vergüenza insoportable debida a la conciencia de una discrepancia masiva entre la visión que uno tiene de sí mismo y el ideal del yo, el sentimiento que uno tiene de las condiciones para el autorrespeto y la autoaprobación ante uno mismo y los demás, instiga la escisión y puede derivar a menudo en rabia.
Por otro lado, se dice que la vergüenza es un fenómeno que ocurre en presencia de un testigo, primero en el plano imaginario de la intersubjetividad, pero sobretodo como efecto de la mirada del Otro. Es la entrada en escena de esa mirada íntima, lo que puede llevar a la persona al ocultamiento de su deseo, ya que es una mirada que lo juzga y lo hace extraño entre los suyos (Belaga, 2002).
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Para Lansky (1999 citado en Orange, 2005) la vergüenza es un sistema emocional complejo que regula el vínculo social, señalando trastornos en el estado del self dentro de un orden social: lo que uno es ante sí mismo y ante los otros; el estatus de uno mismo, su importancia o falta de la misma: el ser o no querible, sentirse aceptado, inminentemente rechazado, tanto ante el ojo del otro o ante el ojo auto-evaluador del propio self. Para Ikonen, Rechardt y Rechardt (1993 citado en Orange 2005) la vergüenza es una reacción a la ausencia de una reciprocidad aprobadora.
Para Orange (2005), y Velasco (2005) la vergüenza en el sistema analítico no pertenece al paciente o al analista sino que es intersubjetivamente generada, mantenida, exacerbada, y, esperablemente, mitigada dentro del sistema relacional. Como toda emoción, es una propiedad emergente de un sistema relacional, y está sujeta a las perturbaciones del sistema que se dan momento a momento. Para Orange, el mundo emocional es el resultado de mundos de experiencia relacional, y “emociones” o “sentimientos” son palabras que implícitamente contienen la idea de que se generan intersubjetivamente. Incluso en los mundos experienciales de la vergüenza, que parecen tan aversivos y aislantes, estamos intrincadamente implicados en sistemas intersubjetivos (entendidos como cualquier campo psicológico formado por “mundos de experiencia ínteractuantes”) sea cual sea el nivel de desarrollo en el que este campo está organizado.
Los contextos de la vergüenza son los mundos de experiencia sobre los que se puede organizar el sentimiento de sí de la persona. Un sentimiento de sí
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devaluado surge de mundos de experiencia en los que uno se ha visto expuesto a ser considerado defectuoso (Velasco, 2005). Siempre que pensamos una diferencia propia como un defecto significa que nuestro sentimiento de sí está devaluado (soy alguien defectuoso), una secuela emocional derivada de alguna de nuestras relaciones significativas (Velasco, 2005). En el campo intersubjetivo de la vergüenza, sentimos que somos deficientes en comparación con otros, sentimos que tenemos fallos ante los ojos nuestros y de los otros, nos sentimos tan expuestos al escrutinio crítico de nuestra desesperada miseria que queremos que la tierra nos trague y volvernos invisibles (Orange, 2005). Es extraordinariamente terrible pensar en recibir un comentario machacante y avergonzante en lugar de la validación y legitimación de un sentimiento tan íntimo como el amor (Velasco, 2005), por lo tanto, hablar de vergüenza significa que estamos en la “habitación de lo íntimo” (De Juan, 1999 citado en Velasco, 2005)
Existen muchos matices emocionales del sentimiento de vergüenza en clave relacional, como sentirse humillado, ridículo, diferente, defectuoso o patético, lo que Morrison conceptualiza como “lenguaje de la vergüenza” a través de su pregunta: “¿a ojos de quién te sientes patético?” (Ciccone y Molet, 2005). En relación a lo anterior, Velasco (2005) hace una reflexión sobre el cuento de Hans Christian Andersen “El Patito Feo” y señala que el estudio de la vergüenza ayuda en la comprensión del problema que plantea este cuento, que es finalmente ¿quién soy yo?, además de ¿cómo me ven los demás? y ¿cómo me veo yo a mí mismo?. Ella plantea la pregunta acerca de quién le dijo al
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“Patito Feo” que él era feo y concluye que su verdadero trauma fue sentirse distinto de los demás al verse reflejado en el agua.
Orange (1995 citado en Orange, 2005), señala además que la vergüenza no es ni afecto ni cognición sino más bien un proceso emergente que invade el mundo experiencial entero, pudiendo incluir la familia, escuela, cultura, las esperanzas y posibilidades, la rabia y desesperación, hasta el punto de no poder vivir más en ese mundo o no poder permitir que este mundo viva más en sí mismo. En este sentido, se necesita un mundo en el que sentirse incluido y donde esté presente un testigo compasivo. Al tener un testigo, lo insoportable se hace soportable y lo escandaloso, menos humillante (como el hallazgo de la manada y la dicha de la pertenencia en la visión de “El patito feo” realizada por Pinkola, 2001).
Origen de la vergüenza.
Miller (2010) señala que en el origen de la vergüenza es posible que la persona haya sido condenada al ostracismo por sus pares en la escuela, humillado por los profesores o tratado con desprecio por sus padres, pero, paradójicamente, la vergüenza también podría ser generada por las altas expectativas sobre la persona, y las críticas que surgen cuando no se logra el nivel de perfección esperado. Estas críticas se internalizan, por lo que la vergüenza es a menudo experimentada como una voz interior que juzga lo que hacemos como algo malo, inferior, o sin valor. Otra fuente de la vergüenza se asocia con la
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inhibición de la expresión de ciertas emociones (como la ira, miedo, tristeza, vulnerabilidad e incluso el orgullo) que cultural o familiarmente se controlan con reproches avergonzadores (“Contrólate", "no seas niño chico”, ”No tienes nada que temer", "¿Quién te crees que eres?"). Así, ante la aparición de dichos sentimientos, sentimos vergüenza y tratamos de controlarlos, ocultarlos o disculparnos por ellos.
Estas voces internas de vergüenza pueden hacer un daño considerable a la autoestima, ya que estas autocríticas, se convierten, en mayor o menor medida, en cómo nos vemos a nosotros mismos. Para algunas personas, el juez crítico interno evalúa negativamente en forma continua lo que está haciendo, momento a momento, llegando a hacer imposible hacer nada bien.
En la teoría psicosocial del desarrollo (Erikson, 2000) la vergüenza es señalada como la fuerza opuesta al sentimiento de autonomía en la segunda crisis del desarrollo, llamada “Autonomía vs. Vergüenza y Duda” (desde los 18 meses hasta los 3 años aproximadamente). En esta etapa, a medida que aumenta la confianza del infante en su madre, en su medio y en su modo de vida, comienza a descubrir que la conducta que desarrolla es la suya propia, afirmando un sentido de la autonomía y realizando su voluntad. Sin embargo, su dependencia permanente crea al mismo tiempo un sentido de duda respecto a su capacidad y libertad para afirmar su autonomía y existir como unidad independiente. Esta duda se acentúa a causa de cierta vergüenza generada por la rebelión instintiva contra su dependencia anterior, que le complacía mucho, y por el temor quizás de sobrepasar sus propios límites o los del
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ambiente. Entonces, el tema fundamental de esta segunda fase, es resolver la lucha entre estas presiones contradictorias en el niño: afirmarse y autonegarse el derecho y la capacidad de realizar dicha afirmación. En esta lucha, el niño experimenta un impulso interior a demostrar su propia voluntad y su movilidad muscular, a la par que una renuencia intrínseca a experimentar con sus cualidades y potencialidades. Es por eso que en este momento el niño necesita una guía sensible y comprensiva, así como un apoyo graduado, pues de lo contrario puede sentirse desorientado y forzado a volverse contra sí mismo, con vergüenza y dudas acerca de su propia existencia. En esta etapa, las actitudes de los padres pueden dificultar al niño crecer hacia su independencia en una madurez y autocontrol responsable. Esto sucede cuando se marca el camino a una propensión duradera hacia la vergüenza y duda, deterioro de la autoestima, base de situaciones emocionales conflictivas. Una autoconciencia rígida precozmente alertada será la base de excesivos temores a equivocarse, duda y de inseguridad en sí mismo. El niño debe aprender a querer lo que puede ser y a convencerse de que el quería lo que tuvo que ser.
Por su parte, Morrison (2005) se muestra de acuerdo con la postura de que el sentimiento de vergüenza frecuentemente es generado y ocurre como producto de interacciones relacionales, y que es intensificado dentro de sistemas intersubjetivos, ya sean constituidos dentro o entre familias, matrimonios, culturas, grupos étnicos, y clases sociales. Rescata también la utilidad del concepto de Orange (2005) de “sistemas avergonzantes” y la centralidad de la noción de que a través de la “aceptación” se pueden atenuar los sentimientos de vergüenza.
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Morrison (2005) señala que la vergüenza es una respuesta innata del infante ante la falta de respuesta parental respecto a sus iniciativas o expectativas y tiene su propia secuencia en el desarrollo: desde la falta de “selfobjects” adecuados en la infancia hasta el desarrollo de “auto-conciencia objetiva” (Broucek, 1982 citado en Morrison, 2005) con respecto a las diferencias con los otros alrededor de los 18 meses, la soledad, y la diferencia (Velasco, 2002 citado en Morrison, 2005). A esto seguiría la formación de ideales y la interiorización de la capacidad de formar juicios auto-vergonzantes, y terminaría con la importancia de poder generar ideales.
Sin embargo, marca una diferencia entre la génesis de la vergüenza y el sentimiento de vergüenza en el momento que se experimenta. Para él, en la mayoría de las situaciones, el sentimiento de vergüenza surge en el contexto de los sistemas relacionales intersubjetivos, o sea, el sistema social es el que inicia e instiga la vergüenza, sin embargo, quienes experimentan y sienten la emoción de la vergüenza, son las subjetividades participantes ante sus propios ojos y dentro de sus cuerpos. En este sentido se opone a la postura intersubjetiva de Orange y sus colegas donde está implicada la ausencia de sentimientos y experiencias individuales a nivel subjetivo (Morrison, 2005).
Existe cierto consenso entonces, entre los autores en la línea psicoanalítica, en cuanto a las causas o factores que producen e instalan el sentimiento de vergüenza en la persona. La vergüenza sugiere sus orígenes en la familia, por una falla en el suministro de las capacidades autorreguladoras que se necesitan para enfrentar la humillación y donde se inhibe activamente el
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desarrollo de la capacidad de tomar otra perspectiva de sí mismo y, por lo tanto, el mundo de experiencias se va organizando alrededor
de un
sentimiento de sí mismo como sin valor, lo que genera un sentimiento de vulnerabilidad de uno en presencia de los otros, y de la conciencia de dicha vulnerabilidad surge la vergüenza (Orange, 2005).
Los contextos de la vergüenza para Orange y para los teóricos de la intersubjetividad en psicoanálisis (Stolorow et al., 2002 citado en Velasco, 2005) son los mundos de experiencia sobre los que se puede organizar el sentimiento de sí de la persona. Un sentimiento de sí devaluado surge de mundos de experiencia en los que uno se ha visto expuesto a ser considerado defectuoso. Si en un contexto particular se ha considerado la expresión de vulnerabilidad como un defecto y no como algo valioso, las vivencias de fragilidad estarán condenadas a esconderse y disimularse, generando una vergüenza extrema (o sentimiento de sí devaluado: “yo soy alguien defectuoso”). Por lo tanto, debajo de un “sentimiento de sí devaluado” existieron
desencuentros
emocionales
insuficientemente
considerados
(Velasco, 2005; Ciccone y Molet, 2005).
Velasco (2005 citado en Morrison, 2005) describe cómo el crecimiento del self y la experiencia relacional están siempre en relación entre sí, y cómo los sentimientos de vergüenza permanecen como una de las heridas principales en un proceso de desarrollo imperfecto dentro de una matriz de figuras centrales en la niñez.
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No se entiende el afecto de vergüenza o ridículo y sin un otro que avergüenza o ridiculiza, por lo que se considera que la vergüenza no es una respuesta innata, sino cultural. Desde ahí se entiende que haya culturas de la vergüenza como Japón (Benedickt, 1946 citado en Rodríguez Sutil, 2008) o la Grecia homérica (Dodds, 1951 citado en Rodríguez Sutil, 2008), frente a la cultura de la culpa de la sociedad occidental industrial y avanzada (Rodríguez Sutil, 2008).
Para explicar el origen de la vergüenza, Morrison introduce el concepto de “dialéctica del narcisismo” (Morrison, 1989 y 1994 citados en Morrison 2005; Ciccone y Molet, 2005), relacionado con las vicisitudes y la distancia entre “self” real y “self“ ideal. El narcisismo para Morrison representa todos los aspectos del sentimiento de sí, teniendo su base en el anhelo de ser considerado único, especial para alguien significativo. Los fenómenos y la vulnerabilidad narcisistas se mueven a lo largo de dos polos que están en los extremos: el polo expansivo y grandioso que busca y enfatiza la independencia y la autonomía total; y el polo contraído y pequeño con el deseo de realizar un apego con un otro idealizado, en el cual el self se vuelve diminuto e intenta desaparecer. Estas dos tendencias son incompatibles en la totalidad de una misma persona, es decir, no se puede ser completamente un individuo independiente, ni volverse completamente parte de otro. La vergüenza es el afecto que resulta de la incompleta realización de estos dos ideales. Para una persona, predomina el polo grandioso mientras el contraído se queda en el fondo; para otra persona, el polo contraído está en primer plano mientras el grandioso queda en la sombra. Pero es más usual que los dos alternen de una
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posición a otra en la misma persona, a menudo, durante la misma sesión terapéutica. La naturaleza de la vergüenza vivida es diferente según el polo y requiere diferentes énfasis empáticos de un terapeuta sensible (Morrison, 2005). La dialéctica del narcisismo, admitiendo la existencia de un lado subjetivo y privado de la vergüenza, junto con el lado relacional, constituye un punto de divergencia entre las posiciones teóricas de Morrison y aquellas de Orange, para quien el sentimiento de vergüenza se origina siempre en los contextos intersubjetivos.
Vergüenza como protector del vínculo social.
“El orgullo es un valor social, como la dignidad o el honor. Pero sentir vergüenza
cuando
maltratan
a
un
ser
humano,
cuando
lo
instrumentalizan, expresa un signo de humanidad, la interiorización de los ideales de humanidad. La vergüenza pertenece, para decirlo rápidamente con conceptos freudianos, al ideal del yo y no al yo ideal que se confunde con el superyó. La vergüenza está más del lado de la depresión, cuando no estamos a la altura de las expectativas que hemos interiorizado respecto de lo que tenemos que ser” (De Gaulejac, s.f. citado en Peusner, 2008).
Hay autores como Block Lewis (1971 citado en Morrison, 2005), Broucek (1990 citado en Valedón, 2002), Morrison (2005), Orange (2005), Rodríguez Sutil (2008), Valedón (2002) que rescatan alguna utilidad a la vergüenza como
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controlador social y creador de opinión, como un efecto protector del vínculo social y de importantes valores individuales y sociales: un aviso de que el self debe ser reforzado para preservar sus conexiones relacionales e incluso algunos (Schneider, 1977 y Schneiderman, 1995 citados en Morrison 2005) han sugerido que la vergüenza es un sentimiento útil en cuanto a su contribución al proceso de crecimiento, ya que las respuestas del self para sobreponerse a sentimientos de vergüenza generarían un crecimiento general y del self en particular. Morrison (2005) se opone a este último argumento señalando que aún cuando esto podría ser cierto, también es cierto que cualquier tipo de trauma podría conllevar a la promoción del crecimiento, sin que estas experiencias sean necesariamente positivas o generadoras del crecimiento del self y que se confunde la experiencia dolorosísima de sentir vergüenza con el fenómeno de auto-conciencia (un estado relacionado) que podría ser también útil y positivo (Broucek, 1982 y Lewis, 1992 citados en Morrison, 2005).
Morrison (2005) rescata el argumento de Velasco (2005) en favor a la vergüenza como experiencia positiva que conlleva el crecimiento del self cuando se refiere a la vergüenza de existir, al dolor de estar solo, a la mortificación de verse a sí mismo a través de los ojos propios como a través de los ojos del otro (Sartre, 1956 citado en Morrison, 2005). En este sentido, se compara el dolor de sentir vergüenza que hace afirmar la propia existencia con los pacientes que necesitan inflingirse una herida para sentirse vivos (Morrison, 2005).
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Para Valedón (2002) la función “sana o saludable” de la vergüenza promovería la protección del yo cuando hay riesgos de que pueda hacer el ridículo (temor al ridículo) al no exponerse a situaciones para las que no se siente preparado, evitando así heridas narcisistas y que en algunos casos pudiera conllevar un riesgo de muerte. También señala como una función sana de la vergüenza cuando impulsa a superar una dificultad y/o obtener una habilidad o una meta, que transforman al “sin vergüenza” en “hombre de vergüenza”, con pundonor, que trata de realizar y cumplir las promesas que se ha hecho a sí mismo y a los demás en función de sus ideales y que contribuyen a su inserción en la dinámica y valores de su entorno social (socialización) con una disminución significativa de sus conflictos externos e internos al lograr sentirse bien dentro de su propia piel.
Consideraciones desde la psicoterapia psicoanálítica.
“No hay esperanza de escapar de este encierro en este mundo si no a través del encuentro con otro con quien tengo que entrar de nuevo en el mundo de la vergüenza” (Orange, 2005).
Orange (2005), cita a la psicoanalista y psicoterapeuta gestáltica Lynne Jacobs (1996) cuando señala que la situación analítica es en sí avergonzadota, dado que usualmente el paciente necesita al analista/terapeuta más de que lo que éste necesita al paciente; que el acercarse a un analista/terapeuta significa que algo está mal en sí mismo; que el terapeuta se arriesga a un fallo humillante en
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la profesión; que ambos corren el riesgo de que queden al descubierto vulnerabilidades dolorosas y situaciones personales que pueden ser sentidos como el sentimiento vergonzoso de ser malo, repulsivo, o un completo fracaso como ser humano. Además de que las terapias tradicionales han convertido al analista/terapeuta en una autoridad experta que pretende conocer al paciente mejor de lo que el paciente se conoce a sí mismo, creando así una cultura de vergüenza. De manera similar, Ikonen, Echard y Echard (1993 citado en Orange 2005) han apuntado que sólo el admitir la necesidad de ayuda puede ser insoportablemente humillante.
Por lo tanto, no es concebible un tratamiento psicoanalítico en el que no esté presente la vergüenza y la no inclusión de la vergüenza, como sentimiento primario (como se considera a la culpa), puede llevar o haber llevado a innumerables fracasos psicoterapéuticos (Paz, 2005). Dependiendo de la habilidad de cada pareja paciente-terapeuta se va creando un clima adecuado en el que se van dando sucesivos “atrevimientos” (iniciativas) que pueden generar vergüenza y que la nueva experiencia del análisis transforma: lo sentido desde siempre como un defecto propio se puede sentir como algo valioso a tener en cuenta ahora. De esta forma, se considera la vergüenza como un “invitado esperado”, no como un defecto de la persona a resolver o a curar, un invitado esperado que recibirán juntos, analizado y analista, en la medida en puedan ser ellos mismos (Orange, 2005).
La vergüenza entonces, cuando puede ser compartida, se vuelve un factor terapéutico importante para la delineación del “self” y para la reorganización de
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los
principios
organizadores
patógenos
del
paciente.
El
tratamiento
psicoanalítico trata este sentimiento de sí devaluado a través de la relación, atravesando la vergüenza (Ciccone y Molet, 2005). El sentimiento de vergüenza, siempre que sea tolerable, puede, y debe, ser compartido en la relación analítica. Desde un punto de vista terapéutico, la experiencia de la vergüenza, en un contexto relacional, puede representar un factor de individuación, una ocasión de crecimiento mental y de cambio, en cuanto que le permite al paciente acercarse a la percepción de ser (sentimiento de sí), de ser un sujeto con su propia especificidad. Considerar el sentimiento de vergüenza es, por lo tanto, primordial en el tratamiento la “patología del no ser”: “Ocupar un lugar ideal en la mente de otro es, en realidad, no tener lugar” (Velasco, 2005).
Así también, hablar de vergüenza significa que estamos en la “habitación de lo íntimo” (De Juan, s.f. citado en 1999 en Velasco, 2005) y la habitación del análisis es un espacio adecuado para tratar de aquellas intimidades que van con uno, que forman nuestra particular forma de ser (Velasco, 2005).
Este proceso es facilitado o impedido por la capacidad o propensión a la vergüenza del analista. Sin contacto con su propio universo de vergüenzas no es posible alcanzar el del paciente en forma suficientemente profunda. La resonancia con el paciente puede generar vergüenza en el terapeuta y también la convicción del fracaso del tratamiento. Además pueden aparecer sentimientos de vergüenza en el analista frente a su comunidad profesional de pertenencia y “del analista frente a sí mismo”, considerando condiciones como
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la enfermedad y el envejecimiento como posibles e importantes causas de vergüenza (Morrison, s.f. citado en Ciccone y Molet, 2005). La resonancia intersubjetiva entre paciente y analista en relación a los sentimientos de vergüenza no implica que el analista y el paciente creen juntos un universo basado en la vergüenza y la cupabilización y si esto sucede, es necesario supervisar el caso.
La idea, más bien es entrar de nuevo en el mundo de la vergüenza con cada paciente para salir de él (paciente y terapeuta) con nuevas capacidades autorreguladoras para enfrentar la humillación (Velasco, 2002 citado en Velasco, 2005)
Por otra parte, cuando emergen sistemas de vergüenza, buscamos a alguien a quien culpar, por lo que el paciente y el analista pueden culparse uno al otro por una vergüenza no identificada ni reconocida en ese momento o retraerse mutuamente evitando la vivencia, lo que puede paralizar el tratamiento y destrozar la búsqueda de entendimiento, (Orange, 2005; Cicone y Molet, 2005) Por esto, se sugiere el permiso8 como una salida para escapar del ciclo vergüenza culpa. El paciente suele sopesar constantemente las intervenciones del terapeuta para calibrar si tiene permiso de tener esos sentimientos, metas y necesidades que tiene, y cuando no encuentra ese permiso, a menudo asume que no son adecuadas, por lo que se articula la vergüenza.
8
El concepto de “permiso” desarrollado por el terapeuta gestáltico Beisser en 1970, es tomado
por Jabobs (1996 citado en Orange 2005) quien señala que esta “permisión” es el permiso de ser quien se es.
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El generar “permisión” requiere que el terapeuta tolere su propia vergüenza. En general los pacientes se sienten avergonzados con el terapeuta en determinados momentos, por lo que si el terapeuta puede comunicarse de forma relativamente no defendido, estar alerta de su propio efecto avergonzante y trabajar consistentemente para vislumbrar sus actitudes defensivas cuando está impactando en el paciente, entonces puede aparecer en escena un proceso de cambio (Jacobs, 1996 citado en Orange, 2005).
Por su parte, Morrison (2005) señala que el antídoto de la vergüenza es la aceptación, así como el perdón lo es de la culpa. Como se dijo anteriormente, la vergüenza es la expresión del miedo a decepcionar que obstaculiza el emerger de la autenticidad. La necesidad de aceptación es inherente a la condición humana y es una de las necesidades más primarias, que incluye la necesidad de formar parte de un grupo, así como la necesidad de que nos acepten con nuestra propia especificidad (Velasco, 2005). En terapia, el paciente no está seguro de cómo le vamos a responder si es realmente auténtico, pero si consigue tolerar la vivencia de vulnerabilidad que surge cuando se atreve a ser él mismo y se experiencia la vergüenza es posible investigar el bloqueo de la iniciativa a través de esta experiencia de vergüenza. Entonces el paciente puede explicar su experiencia porque intuye y anticipa en el terapeuta una respuesta que considerará sus vivencias como legítimas y no como extrañas y negativas otorgándole una valoración negativa de su sí mismo. “De sentirse el “patito feo” pasa a sentirse aceptado y validado en su diferencia“ (Velasco, 2005).
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Es relevante, entonces, tener iniciativa y poder estar solo, como un acto de asertividad, de expresión de uno mismo y como fuente de orgullo para contrarrestar la vergüenza (cuando estar solo y mostrarse distinto a los demás genera respeto a uno mismo) (Morrison, 1997 citado en Morrison, 2005), aunque existe el peligro de que la iniciativa por sí misma genere vergüenza. Como la vergüenza es un reflejo de la pasividad que a uno lo hace sentir débil, frágil e impotente (Velasco, 2005), el esconder sentimientos que la persona cree que podrían traer problemas relacionales (por acomodación patológica, es decir, inhibición de la iniciativa), puede generar que se sienta avergonzado (Morrison, 2005).
De acuerdo a la consideración de la vergüenza como un elemento central en la terapia, la tarea analítica consiste en ayudar a los pacientes a moverse desde la postura de evitación o disociación de los sentimientos de vergüenza hacia la postura de conciencia y manejo de este dolor en particular.9 Este paso representa implícitamente un movimiento hacia la aceptación y la toma de conciencia del dolor y de la realidad que implica el participar en el mundo (Morrison, 2005; Valedón, 2002; Velasco, 2005). Esta nueva conciencia es un paso útil para el manejo de la vergüenza y constituye una contribución importante a la literatura psicoanalítica sobre la vergüenza (Morrison, 2005), porque “la misma vergüenza, así como el material que la causa, quedará frecuentemente escondida y retirada del analista, particularmente por aquellos pacientes con patología narcisista. La vergüenza debe ser buscada con
9
En términos kleinianos, éste seria un ejemplo de cambiar de la posición esquizo-paranoide a
la posición depresiva.
135
paciencia
por
el
analista-selfobject
respetuoso,
“irla
desanudando”,
especialmente de la rabia narcisista del individuo vulnerable y disminuido” (Morrison, 1984, p. 501 citado en Orange, 2005 y Valedón, 2002). A esto añade Valedón (2003) de que la tendencia al ocultamiento sucede con igual intensidad y frecuencia en pacientes neuróticos.
Al mismo tiempo, como decíamos anteriormente, es importante considerar la propia vergüenza del analista, teniendo cuidado de no generar una mutua colusión con el paciente para evitar enfrentarse con la vergüenza (Ciccone y Molet, 2005), retrayéndose el uno del otro o culpándose mutuamente por una vergüenza no identificada y reconocida insuficientemente en ese momento. (Velasco, 2005).
En este contexto, la flexibilidad y la empatía se destacan como características esenciales del analista para facilitar el hablar de aquello que no se acostumbra a hablar con nadie en ningún contexto y que estaba incrementando internamente el substrato de vergüenza (Velasco, 2005). Dado que debajo de un “sentimiento de sí devaluado” existió un desencuentro emocional insuficientemente considerado, una actitud de respeto hacia el paciente (tanto como hacia sí mismo), junto con una validación mutua son antídotos para los substratos de la vergüenza (Velasco, 2005).
“La escucha empática y comprensiva hace que la vergüenza sea más tolerable y no se tenga que actuar en forma de replegamiento (Winnicot, 1945 y Stern, 1997 citados en Velasco, 2005) o en forma de rabia (Kohut, 1984 citado en
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Velasco, 2005, se refiere a esto como la rabia narcisista). Entonces se desarrolla la subjetivación en el paciente, que se siente más lleno de sí, con más afectos conscientes, más integrado, por lo que los “momentos de vergüenza” experienciados en una relación confiable son momentos de progreso, no retrocesos, ni impedimentos, ni resistencias. Al contrario, los momentos de vergüenza son una señal de que el sistema intersubjetivo analista-paciente amplia los horizontes experienciales” (Velasco, 2005).
Orange (2005) señala que tal vez el más sutil, pero a la vez el más poderoso caza vergüenzas es el incansable interés en la experiencia del paciente, ya que sin explicitarlo se le manifiesta que es merecedor de una mirada respetuosa por parte de los demás y que el ser quien se es no es una vergüenza, sin importar lo mucho que se haya organizado en torno a sus sentimientos de inadecuación, maldad o fracaso.
Entonces, a través del sentimiento de vergüenza vivido en la relación confiable del análisis, es posible reconstruir un sentimiento de sí devaluado, teniendo en cuenta el contexto relacional de donde surge este afecto.
Hasta este punto, el enfoque analítico es relativamente semejante (aunque con conceptos distintos) al enfoque gestáltico. Sin embargo, desde el enfoque analítico es útil diferenciar el momento de vergüenza experienciado en la sesión terapéutica de los mundos de vergüenza que lo han podido originar (lo que Orange (2005) llama el “substrato de vergüenza”). La vivencia que se abre a la relación a través de la vergüenza tiene valor terapéutico, pero se prioriza el
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substrato del paciente además de identificar el propio (el del analista) para comprender el origen de esos “momentos de vergüenza” (Velasco, 2005).
Una de las metas en el tratamiento de los sentimientos de vergüenza es el ayudar al paciente a entender la fuente de este sentimiento de impotencia para que pueda revertir este impasse frente a un “otro” que puede responder con compasión y aceptación (a diferencia de las experiencias tempranas en que la pérdida del amor y el fracaso dejaron como secuela un daño permanente del sentimiento de sí, en calidad de cicatriz narcisista), llevando al paciente a la conformación de estructuras complementarias o compensatorias de los déficits que quedaron en el desarrollo original (Paz, 2005).
El reto es que el paciente se arriesgue a tomar la iniciativa y emprenda la acción que le permita expresar sus necesidades. Esto le daría la oportunidad de darse cuenta de que, al contrario de lo que esperaba, su deseo no es sólo entendido y validado, sino que también por el hecho de haber corrido el riesgo de expresarlo puede sentirse orgulloso (Orange, 2005; Paz, 2005; Velasco, 2005). El despliegue de necesidades, que antes podía generar burla, ahora es aceptado con respeto y con el tiempo, este tipo de experiencias ayudaría a que el paciente pueda erradicar sentimientos de vergüenza previamente asociados con la expresión de necesidades (Morrison, 2005).
Para terminar este apartado y por su relación con la dialéctica de polaridades me parece conveniente retomar la idea de Morrison (2005) de que el narcisismo representa todos los aspectos del sentimiento de sí, teniendo su
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base en el anhelo de ser considerado único, especial para alguien significativo. El narcisismo se expresa en dos polos: el polo expansivo y grandioso que enfatiza la independencia y la autonomía; y el polo contraído y pequeño en el cual el self se vuelve diminuto e intenta desaparecer. Estos polos al ser ideales, son imposibles de alcanzar y por lo tanto generan vergüenza. Lo más usual es que los dos alternen de una posición a otra en la misma persona y a menudo, durante la misma sesión terapéutica. “La naturaleza de la vergüenza vivida será diferente según el polo narcisista en que se encuentre el paciente y requiere diferentes énfasis empáticos de un terapeuta sensible” (Morrison, 2005).
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5.2.2 Revisión conceptual y teórica de la vergüenza desde una perspectiva gestáltica. “Creo que ningún tema clínico individual podría tener un efecto tan sano en la práctica de la terapia gestáltica como el concepto de vergüenza, si fuera asimilado a la actividad de los terapeutas gestálticos” (Yontef, 1995, p. 455).
Para Yontef (1995 y 1997), la vergüenza es una de las experiencias más comunes y menos comprendidas en terapia. Muchos clínicos no saben reconocerla ni en los pacientes ni en sí mismos, pese a que actúa como una fuerza intensa, que socava la confianza y la identificación con el propio self; debilita la autoestima, inhibe la interacción social y acentúa la rigidez y las posturas defensivas.
Al trabajar el tema de la vergüenza, una de las primeras dificultades que surge es el uso del vocabulario, ya que aún cuando hay muchas palabras que describen aspectos del proceso de vergüenza, la palabra clave "vergüenza" no se usa con frecuencia y los aspectos conocidos de la vergüenza no se conectan preceptivamente con el proceso central del sí mismo. Las personas que tienden a la vergüenza comúnmente se dirigen muchos insultos a sí mismos que denotan procesos de vergüenza con palabras como: “sin derecho a, debilidad, humillación, incompetencia, inadecuación, tontera, estupidez, torpeza, estar expuesto, desnudo, insuficiencia, etcétera” (Yontef, 1995, p. 456). Estas autoacusaciones no son percibidas como una expresión directa y
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notoria de vergüenza, sino que son tratadas como hechos comprobables. Los sentimientos de vergüenza se pueden deber a un defecto o sentimiento de inferioridad basada en casi cualquier aspecto de la vida, ya sea aspectos específicos o generales, como por ejemplo, un criterio de competencia sumamente alto, un sí mismo ideal neurótico perfeccionista u obsesivo, o una grandiosidad narcisista (Yontef, 1995).
La vergüenza es indicativa de la dependencia del campo, es una reacción a los afectos y necesidades primarias, como el amor, aceptación, atención, reconocimiento o desarrollo y desde un paradigma individualista, donde se valora el autosoporte o la autosuficiencia, esa dependencia del campo es considerada como debilidad. Por lo tanto, el sólo hecho de tener y/o expresar esas necesidades y afectos implicaría que la persona es inadecuada, incompetente, defectuosa, no querible e indigno de respeto (Wheeler, 2005). Desde un paradigma individualista, la vergüenza era considerada vergonzosa en si misma, tanto si se interpretaba como un fenómeno de transferencia regresivo en psicoanálisis, o si era vista como fracaso en el autoapoyo y una manipulación (Yontef, 1997) En ese contexto, aunque el logro del aparente autosoporte estaba en gran parte motivado por la vergüenza, ésta en si misma pasaba inadvertida (Wheeler, 1995).
En contraste, el campo de aplicación de la terapia gestalt considera a todos los organismos vivientes como interdependientes y existiendo en marcos de interrelaciones configurados, a su vez, por necesidades (Yontef, 1997). En este contexto, la necesidad de ser visto, aceptado y comprendido desde adentro por
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otra persona es un elemento dinámico crucial del sí mismo en el campo vivencial. Sin un otro que brinde el apoyo necesario, las soluciones adaptativas son menos atractivas, más constrictivas e inútiles como plataforma para una futura flexibilidad y crecimiento (Wheeler, 2005).
Para Lee (1995 citado en Wheeler, 2005) la vergüenza siempre está asociada con el deseo, ya que cada vez que una necesidad o anhelo importante del mundo
interior
no
encuentra
ni
logra
una
solución,
resonancia
o
correspondencia satisfactoria en el mundo exterior, sentimos vergüenza o humillación.
Según este modelo, “la vergüenza no es tanto la sensación de un fracaso personal (aunque desde luego lo incluye), como el afecto y la señal de un campo que se resiste a ser integrado” (Wheeler, 2005, p.193-194). En otras palabras, no logramos que la otra persona nos vea, confíe en nosotros o nos comprenda: es una situación en que nuestros mundos interno y externo no pueden integrarse porque el campo externo se aparta, dejándonos expuestos y con la sensación de que nuestra necesidad o estado interior no es deseado ni aceptable (a diferencia del modelo antiguo que señala que la ruptura se relaciona con la propia incapacidad de hacer algo). Por lo tanto, “la vergüenza, fenomenológicamente hablando, será sentida no en la medida de nuestro “fracaso” objetivo, sino en proporción a cuánto nos importa la revelación en cuestión, la resonancia e integración particular que estamos tratando de lograr” (Wheeler, 2005, p.195). De este modo, el yo vivenciado se empequeñece y el
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potencial para nuevas exploraciones y expresiones se limita. Por eso se habla de la vergüenza como una inhibición del proceso del yo.
Además, por definición los sentimientos de vergüenza se relacionan con soledad, con partes del sí mismo que buscan ser atendidas y acogidas en el campo para usar ese campo y ese encuentro en la organización de la nueva experiencia del sí mismo, que es el crecimiento del sí mismo. Para Wheeler (2005) no es necesario que estos aspectos sean aceptados, sino que basta con que sean “atendidos y acogidos”, que sean vistos, conocidos, y que se “enganche” con ellos de alguna manera, aunque sea por diferenciación u oposición.
Si bien se habla de que ninguna emoción es tan desorganizadora como la vergüenza, y de que a diferencia de otras emociones, pareciera no ser funcional, los estados menos intensos de la vergüenza (timidez, negatividad, frustración, rechazo, etc.) pueden servir en ciertos momentos para organizar nuestras experiencias y conductas al señalarnos que debemos detenernos, reevaluar, encontrar más fundamentos o base para la figura de nuestra acción o deseo, buscar apoyos, esperar, etc. En otras palabras, el aspecto funcional de los estados de vergüenza es la información en el campo, es el ser una señal para detenerse y rearmarse cuando la necesidad o deseo no puede ser satisfecho en el momento (Wheeler y Lee, 1996 citado en Wheeler, 2005). Entonces, los aspectos fundamentales e incluso necesarios de la vergüenza se pueden considerar un componente más de nuestro “equipamiento afectivo” que nos permite sobrevivir como seres sociales. “La vergüenza emerge como
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nuestro barrido afectivo esencial para detectar y medir el apoyo disponible del campo” (Wheeler, 2005, p. 205).
Relación con la culpa.
Desde la gestalt, se considera que ambos sentimientos, culpa y vergüenza, son reacciones negativas al sí mismo frente a la aculturación. Como se ha dicho, la vergüenza es el sentimiento que acompaña a la experiencia de “no estar bien" y/o "no ser suficientemente apto", en cambio la culpa es el sentimiento que acompaña a la experiencia de hacer mal, herir a alguien, o violar algún código moral o legal. En otras palabras, el sentimiento de culpabilidad está vinculado al acto, mientras que el sentimiento de vergüenza está vinculado al ser. La sanción por la culpa es el castigo, que en términos arquetípicos es la mutilación. En la situación de vergüenza, en cambio, si hay amenaza de castigo o al menos una proyección de amenaza de castigo, es la de una privación emocional, es decir, el abandono, que varía desde el alejamiento de personas significativas, al abandono físico o incluso el destierro (Yontef, 1995; Robine, 2005).
Robine (2005) rechaza la idea de que la vergüenza pudiera suponer la ausencia o cuasi ausencia de un otro (por oposición a la referencia a un prójimo herido en la culpabilidad). Para él, tomando la idea de Sartre en “El ser y la nada”, el prójimo es el mediador indispensable entre yo y yo mismo. En ese sentido, tengo vergüenza de mi tal como me muestro al otro. “La vergüenza
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supone ser visto y estar conciente de que otras personas nos miran: en una palabra, que uno estorba. Uno es visible y no está preparado para ser visto,” (Robine, 2005, p. 154).
Tanto la vergüenza como la culpa pueden basarse en un sentido maduro y asimilado de uno mismo, que podría llamarse auténtico; o basarse en normas introyectadas que provocan reacciones más o menos inauténticas o no organísmicas. La culpa auténtica, es decir, un sentimiento de responsabilidad, arrepentimiento y remordimiento al herir a alguien, requiere empatía con otros y un sentido más maduro de valores personales integrados. Si la culpa es auténtica e intensa, a menudo se llega a la vergüenza, ya que realizar actos que generen culpa significa ser el tipo de persona que se comporta ofensivamente (Yontef, 1995).
Yontef (1995) plantea un “nexo vergüenza-culpa” que consiste en que si una persona evita los sentimientos de culpa, al no expresarlos ella misma y los demás la considerarán inadecuada (vergüenza). A menudo la experiencia de culpa se usa para evitar la experiencia de vergüenza, y viceversa. “Algunos pacientes se quejan de ser sexualmente inadecuados, pero prefieren morir que admitir que tienen actitudes moralistas, puritanas o victorianas acerca del sexo. Después de todo, se supone que uno debe ser liberado” (Yontef, 1995, p. 463464).
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Dentro del sistema culpa-vergüenza frecuentemente no hay otra salida que interrumpir, exponer e interferir el sistema que deja al individuo sin otra opción que sentirse mal o inadecuado.
Orígenes.
“Toda forma de amor no correspondido genera vergüenza” (Yontef, 1995, p. 459).
Para Humberto Maturana, (citado en Vaccani, 2009), nacemos amorosos, pero la confianza básica dada por el amor, en el proceso de crecer se ve traicionada con exigencias, expectativas, juicios, mandatos y la persona se va encontrando restringida en el no ser visto. Yontef (1997) señala que un sentido de vergüenza que permanece a través de los años (una autorregulación basada en la vergüenza) se desarrolla en un contexto ambiental donde el niño no es reconocido, aceptado, amado y respetado por ser quien realmente es, incluyendo sus áreas más deficitarias.
Existe un acuerdo con la visión psicoanalítica en que la vergüenza se basa en los primeros esfuerzos y experiencias interpersonales de la primera niñez y la infancia, remontándose a una edad previa a la memoria clara y se basa en los primeros esfuerzos y experiencias interpersonales del niño. Yontef (1995 y 1997) agrega que como el proceso de la vergüenza empieza antes del darse cuenta verbal, estos sentimientos de vergüenza no están en la conciencia, no son parte del darse cuenta verbal o sólo lo son difusamente.
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Como es sabido, la familia transmite las expectativas culturales, étnicas, religiosas y familiares y también expresa qué afectos son adecuados y bienvenidos en ese sistema, además de los estilos emocionales y de comunicación preferidos. Este proceso de formación social puede hacerse con un mensaje de amor, respeto y aceptación por la persona total del niño o, por el contrario, este proceso de aculturación puede generar un sentido patológico de vergüenza o culpa personal (Yontef, 1995). Cuando las interacciones con los padres son agobiantes (ya sea demasiado frías o también demasiado efusivas) los niños se sienten confundidos y abrumados y “construyen una explicación, normalmente no articulada en la conciencia, por la que ellos mismos se creen la causa del problema por ser defectuosos, gravosos y/o indignos de ser amados o respetados, y solamente podrían cambiar la situación si se esforzaran más y lo hicieran mejor. El niño se desvía y se identifica con un self ideal y no con el que realmente posee” (Yontef, 1997).
Principalmente hay dos tipos de sistemas familiares que inducen vergüenza. En el primer tipo la vergüenza se induce en forma abierta y severa, con sistemas castigadores de regulación que prestan poca atención a las necesidades emocionales de sus miembros y cuyos límites son inflexibles o bien extremadamente viscosos y permeables. A menudo este sistema familiar genera un paciente adulto con serias alteraciones narcisistas o limítrofes (El trabajo con la vergüenza en este caso se subordina al tratamiento de estas alteraciones). En el segundo tipo, el proceso de vergüenza es más sutil e indirecto, con un mensaje encubierto en que la vergüenza está enclavada en
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interacciones que supuestamente expresan preocupación, existiendo una discrepancia entre el mensaje verbal (positivo, objetivo, ej: "por tu propio bien") y el no verbal subyacente que induce vergüenza ("sé que puedes hacerlo mejor" lo que podría estar expresando que "no es suficientemente apto"). En este tipo hay un sutil abandono, una desconexión del vínculo que conecta al niño con sus padres y que le permite saber que él está bien, que es querido y que está a salvo (Yontef, 1995).
Así, a medida que el niño va creciendo, esta matriz interpersonal puede apoyar, intensificar o interferir con las propias funciones del niño. Desde el punto de vista del desarrollo, la estructura del campo interactivo de la infancia se convierte en el mundo interior de la persona, es decir, la estructura del campo de la familia se convierte en la estructura inconsciente del niño (Mc Conville, 1995 citado en Wheeler, 2005). Así, las primeras interacciones familiares pueden apoyar la formación del sí mismo para que el niño pueda identificarse con su figura formadora, figura que valora el contacto y las diferencias (un “testigo compasivo” para Wheeler, 2005) o pueden interrumpir el sentido total de formación del sí mismo, dejando al niño con una reacción negativa frente a sí mismo como un todo (Yontef, 1995). “La escisión del campo interno/externo no puede ser superada, al menos por el sí mismo del niño, y se integra al desarrollo del yo y del proceso del yo en transcurso como una escisión en el mundo interior” (Wheeler, 2005, p. 208). La vergüenza existencial se desarrolla entonces cuando el niño aprende a no identificarse con su self manifiesto para así alcanzar alguna forma de vínculo interpersonal (Yontef, 1997). Es importante destacar en este punto que para Wheeler (2005), la sensación de
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vergüenza, inadecuación y soledad se hubiera subsanado teniendo a alguien que cumpliera el rol de testigo compasivo y que brindara el soporte necesario (Wheeler, 2005).
Tipos de vergüenza.
Vergüenza situacional.
La vergüenza en una determinada situación (“momento de vergüenza” para Orange, 2005) se caracteriza por ser una reacción instantánea, asociada a una situación específica de fracaso, debilidad o comportamiento inadecuado. De acuerdo a Levy (2000), en una situación de vergüenza, siempre aparecen los siguientes componentes funcionales: a)
Una “performance”, en el sentido de la habilidad con que se lleva a cabo
una acción o una tarea. b)
Una imagen valorada que la persona siente que el grupo ya tiene acerca
de ella o bien ella aspira a producir. Esto puede corresponder al ideal del yo o a la polaridad que se valora. c)
Se produce un fallo en la acción que, de forma imprevista, muestra
públicamente un aspecto muy alejado de esa imagen, es decir, un hecho que haga que la persona piense que ese aspecto ha quedado expuesto. d)
Un avergonzador que al enterarse de ese fallo, lo difunde, se burla y
marca el contraste con el rol valorado.
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e)
El avergonzado que no puede integrar esos dos aspectos. Su acción, el
hecho o “performance” aniquila el reconocimiento y el cariño que había logrado y su autovaloración10.
Sin embargo “a menudo, reacciones de vergüenza específicas, y también de culpa, son sólo el hilo conductor de reacciones más permanentes intensas y profundamente arraigadas al sentido total del sí mismo” (Yontef, 1995, p. 455).
Vergüenza existencial o autorregulación basada en la vergüenza.
Hay personas que presentan una orientación a la vergüenza, en quienes las situaciones puntuales de vergüenza conllevan automática e instantáneamente a una vergüenza existencial o primaria (semejante al “substrato de vergüenza” de Orange, 2005). En este caso, la vergüenza en situaciones puntuales es sólo la punta del iceberg de una reacción del self más global, profundamente asentada e intensa, en las que se ve cuestionado el derecho a ser, así como son los demás (Yontef, 1997). De acuerdo a Wheeler (2005, p. 198): Cuando intentamos permanecer con la sensación de vergüenza, ésta, rápidamente se transforma en una afirmación sobre uno mismo, desde
10
Levy no considera explícitamente en este texto las manifestaciones más sutiles de
vergüenza, en que, por ejemplo, el elemento “avergonzador” puede ser una proyección de un juicio interno; o que la “falla en la ejecución” no sea pública y sea gatillada a raíz de un juicio, comentario discriminador que haga manifiesto lo que la persona no se permite: el polo negado que es mejor ocultar y que genera avergüenza.
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algo que hago a algo que soy. Así, inevitablemente llegamos a la afirmación fundamental del sí mismo que significa la vergüenza primaria, esencial, que subyace a todas las experiencias más momentáneas de vergüenza: “este no es mi mundo. No nací para él ni de él, no hay lugar para mí, mis sentimientos, mis vivencias y necesidades”.
La vergüenza existencial entonces, es aquélla que no está limitada a un comportamiento, debilidad o situación particular, sino que es una atribución esencial de la persona. La vergüenza existencial se activa cuando un hecho particular se convierte en una imperfección que a su vez se torna en “yo soy imperfecto”. Para las personas orientadas hacia la vergüenza, cualquier exposición y especialmente cuando es percibida como inadecuada o negativa, hace surgir una intensa energía afectiva que es casi intolerable. De esta forma, una falta llega a ser una imperfección específica, que a su vez se transforma en una cualidad de la persona total: “soy una persona defectuosa”. “Esta conducta es virtualmente automática en gente orientada hacia la vergüenza, y es profundamente preverbal, procesándose en la conciencia en un segundo plano de manera rudimentaria” (Yontef, 1997).
También se puede encontrar vergüenza mezclada con otras emociones. Wheeler (2005) señala que la vergüenza puede desorganizar de varias maneras nuestra experiencia y conducta, a diferencia de los demás afectos básicos que por lo general funcionan para organizar y orientar nuestras respuestas en el campo, aunque cada uno de ellos tiene el potencial de llevar a la desorganización (Tomkins, s.f., Kaufman, s.f. y Lee s.f., citados en Wheeler,
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2005). Así, por ejemplo, la rabia, que moviliza y organiza nuestra energía para acciones importantes, cuando se acompaña de vergüenza profunda, se convierte en ira, la que moviliza sin organizar. Wheeler (2005) señala que la desorganización extrema de una emoción, se activa combinando ésta con sentimientos de vergüenza profunda.
Además, como la vergüenza es un medio de control social que protege los límites de lo privado para el self y para otros, podemos hablar de una vergüenza más apropiada, “razonable” y socialmente productiva, como por ejemplo, cuando es situacional más que global. La vergüenza existencial exagerada o su opuesto, la desvergüenza, crea dificultades en el entorno (Yontef, 1997).
5.2.3 Propuestas de descripción del fenómeno de la vergüenza desde
una
perspectiva
gestáltica:
autorregulación
organísmica,
interrupción del ciclo de la experiencia, mecanismos de evitación de contacto/retirada, polarización, transferencia / contratransferencia.
Así, desde la aurora mitológica de nuestra condición de Seres Humanos, están asociados con la experiencia de la vergüenza: conciencia, conocimiento, mirada del prójimo, seducción, deseo, desnudez, ruptura de confluencia, introyección, proyección, culpabilidad… fenómenos que el Hombre llama “vivir”. (Robine, 2005, p. 152).
152
5.2.3.1 Vergüenza en proceso: interrupciones en el contacto y mecanismos evitación.
En el enfoque gestáltico, la vergüenza puede servir como una señal de que el estado de conexión y los límites entre yo y mi mundo están amenazados o necesitan atención (Lee, 1996). La culpa y vergüenza sanas, como todas las emociones, son experiencias que pasan por el ciclo figura fondo (ciclo de la experiencia o ciclo de las necesidades). En otros casos, sin embargo, el proceso de autorregulación se basa en la vergüenza, por lo que la persona finalmente se estructura en base a ella.
En estados sanos los sentimientos de vergüenza y culpa son más bien situacionales y no globales, se generan a raíz de condiciones actuales en el campo organismo/ambiente, no son negados, ni se sufre la autoaniquilación. De esta forma, la persona como un todo no es condenada por transgresiones pequeñas y la autoestima no se pierde por completo debido a debilidades personales específicas. Al intensificarse el contacto, se toman medidas adecuadas y plenamente comprometidas (contacto final). Esto incluye reparar los daños y reconocer los límites (Yontef, 1995, p. 471).
La vergüenza puede surgir por una sensación de rechazo real o imaginaria, por la sensación de exposición de un anhelo que creemos inapropiado o más de lo que merecemos, ante otros o ante nosotros mismos. La vergüenza puede ser gatillada por decir algo que consideramos estúpido, que evoca un juicio
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autocrítico o cuando queremos contacto (íntimo, sexual o de otro tipo) y descubrimos que nuestro compañero no, o viceversa (Lee, 1996).
A continuación, se ilustra a través de un ejemplo lo que podría ser el ciclo de la experiencia a raíz de una situación de vergüenza, y que por lo tanto, es integrada como experiencia, es decir, una vergüenza “sana” para el organismo: Un “buen” alumno11 debe hacer una disertación en el ramo en que le va mejor, delante de sus compañeros y profesora que reconocen su manejo del tema. Él se
siente
confiado.
Luego
de
la
presentación,
la
profesora
le
da
retroalimentación frente a los demás y le señala que se nota su falta de preparación, ya que se tomó muy relajadamente la actividad y que ella esperaba más de él.
1.- Sensación: sorpresa, presión en el pecho, angustia, rabia. 2.- Conciencia: Vergüenza por haberlo hecho mal delante de mis compañeros. Rabia por que no sabía como hacerlo. Me importa lo que piense de mí. No quiero dejar de ser bien evaluado por mi profesora. 3.- Energización: aumento de energía emocional, enrojecimiento, sube la temperatura, contracción, cae la cabeza, esto es importante, necesito hacer algo… 4.- Acción: empiezo a movilizar mis recursos para resolver esta situación 5.- Contacto: con mis límites y recursos. “voy a aplicar todo esto y mejoraré para la próxima”. Me hago responsable, me importa lo que piensen ellos de mí
11
Buen alumno en el sentido de alguien que es bien evaluado por sus profesores y cumple con
sus deberes en el ámbito académico.
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(pertenencia). Tengo confianza en mis recursos para hacerlo. Si no me preparo puede que lo haga mal, pero la próxima vez me prepararé bien y haré una buena presentación (testigo íntimo “interno”). Explico que no sabía qué se esperaba de mí en la evaluación, pero que para la próxima vez lo haré mejor. La profesora acepta esto, no cuestiona ni devalúa (testigo íntimo). 6.- Consumación: Con esta resolución baja la activación y es posible cerrar la experiencia ya que no hay un compromiso del self.
Si la vergüenza, a pesar de todos sus efectos potencialmente devastadores, pasa por el ciclo de autorregulación, corresponde entonces a una experiencia adaptativa, organísmica y da cuenta de algún tipo de necesidad que se puede satisfacer a través del contacto-retirada. De este modo, la vergüenza responde a la necesidad social de proteger los límites de lo privado para el self y para otros, “definiendo el comportamiento adecuado y el límite de lo privado y lo público. Desalienta al fracaso, gratifica y anima la consecución de éxitos, los aciertos, el sacrificio en la consecución de objetivos, y preserva la dignidad” (Yontef, 1997, ¶ 37). De esta forma, la vergüenza puede ser “razonable”, apropiada y socialmente productiva.
En el ejemplo, el sujeto toma contacto con sus límites, al reconocer que si no se prepara bien, será mal evaluado (no es omnipotente, no es inmune a la crítica). Al mismo tiempo, toma contacto con sus recursos, al darse cuenta de que tiene las habilidades necesarias para resolver bien la situación la próxima vez. Finalmente, toma contacto con su deseo de pertenencia, al darse cuenta de que le importa el ser bien visto por la profesora y estar en el grupo de los
155
“mateos”. Entonces, la vergüenza se resuelve tomando contacto con un sentido de sí mismo con límites y recursos, y con un campo interpersonal que por un lado ofrece reconocimiento y valoración, pero por otro lado exige ciertas cosas para poder pertenecer.
Todas las personas, entonces, pasan por momentos de vergüenza que pueden desorganizar su vida un tiempo, pero son capaces de integrar esta vivencia sin mayor compromiso del self, según la tendencia natural a moverse para integrar el campo en su totalidad de la manera más coherente y útil posible. Cuando existe un área que no es posible integrar o que no sirve, no se permanece en eso y se generan estrategias para evitar contactarse y, por lo tanto, no entrar en un proceso de vergüenza. Si se permaneciera en esta experiencia tan dolorosa sin el apoyo intersubjetivo (real o imaginario que sería lo que marcaría la diferencia), el resultado, como se ha dicho anteriormente, sería desastroso, pudiendo ser que estos sentimientos incesantes, inevitables y sostenidos de vergüenza y humillación intensas pueden estar en la raíz de la mayor parte de los suicidios (Wheeler, 1996 citado en Wheeler, 2005).
Mecanismos de evitación de contacto.
Como ya se ha señalado, algunas personas se estructuran en base a la vergüenza, en los que “a veces los mecanismos de evitación son tan fuertes que los pacientes descubren su vergüenza indirectamente en lugar de sentirlo directa y conscientemente” (Yontef, 1995, p. 456). La rigidización de estos
156
mecanismos podría dar cuenta de una persona tendiente o estructurada en la vergüenza. A continuación describiremos algunos mecanismos de evitación de contacto y como funcionan específicamente en el caso de la experiencia de vergüenza.
Introyección.
“Al exigir identificación y sumisión a una autoimagen, las expectativas neuróticas de la sociedad disocian aún más al individuo de su propia naturaleza. El primer y último problema para el individuo es integrarse por dentro y, con todo, ser aceptado por la sociedad” (Perls, 1978, p. 12).
Perls designaba a la vergüenza, al “apuro”, el malestar y el miedo como los “Quislings12 del organismo”, ya que estos afectos restringen las expresiones del individuo y se transforman en represiones (al igual que este político que se identificaba con el enemigo y no con su pueblo) (Robine, 2005, p. 162).
Los ideales culturales que son transmitidos por la familia, pueden ser introyectados y transformarse en “deber ser”, en un ideal del yo con que se compara al propio self (Morrison, 2005; Yontef, 1995).
12
Quisling: político Noruego que solicitó a Hitler la ocupación de Noruega, lo que le permitió
posteriormente proclamarse 1er ministro.
157
Al responder a los “debería”, el individuo juega un rol que no se basa en sus necesidades genuinas. Se torna falso y fóbico. Se resiste a ver sus limitaciones y representa roles que no responden a su propio potencial (…) Construye un ideal imaginario de como “debería” ser y no como realmente es. El concepto de perfección es uno de esos ideales. Las exigencias de perfección lo limitan en su capacidad para funcionar consigo mismo, como en la situación terapéutica y en otras situaciones sociales (Perls, 1978, p. 13).
Entonces, si la comparación del yo real con el ideal perjudica al yo real, se estaría hablando de una vergüenza basada en la introyección. Las personas con tendencia a la vergüenza se comparan con este sí mismo ideal y se identifican más con él que con la experiencia real de sí mismas, es decir, se experiencia la vergüenza en la medida en existe una discrepancia con el ideal. Sin embargo no es raro que “por medio de la terapia, los pacientes descubran que no les agradan las personas que se ajustan a su sí mismo ideal” (Yontef, 1995, p. 466). La autoimagen ideal de las personas con tendencia a la vergüenza generalmente es rígida y permite sólo una estrecha gama de rasgos.
Desde el enfoque gestáltico de la vergüenza es necesario entonces considerar el origen pasado (allá y entonces) como fondo que matiza la figura de la experiencia actual de vergüenza, ya que durante la infancia la vergüenza es producida por personas del mundo externo que adoptan la actitud de avergonzadores y que al crecer se internaliza ese rol, se introyectan los “deber
158
ser” y comienza a instalarse como un avergonzador interno (Levy, 2000); el juez que devalúa a la persona pasa a ser ahora una voz interna (Miller, 2010).
Es importante destacar también, en cuanto a los ideales culturales, que “las sociedades orientadas a la vergüenza a menudo enseñan que el control es digno de orgullo y la falta de "autocontrol", motivo de vergüenza” (Yontef, 1995, p. 460). Por lo tanto, si “valerse por sí mismo” es el ideal, cualquier apoyo o apuntalamiento que provenga del otro, del ambiente estará asociado a debilidad o incluso fracaso: el fracaso de no poder hacerlo completamente solo, el fracaso que significa necesitar a otros en vez de lograrlo en forma completamente independiente (Wheeler, 2005, p. 160).
Se genera así el deseo que produce más vergüenza si no ha sido legitimado que es: “tengo vergüenza de que se advierta mi deseo de expresarme, de mostrarme y de hacerlo bien, para lograr que me acepten, me reconozcan, me quieran o me admiren” (Levy, 2000, p. 142).
Proyección.
La capacidad de percibir e interpretar los propios mundos subjetivos es propia de los seres humanos y así evaluamos y predecimos continuamente qué apoyo o soporte estará disponible en el campo, lo cual se transforma en una guía para
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actuar de acuerdo a lo que creemos idóneo para tener éxito y satisfacción (Wheeler, 2005).
Por lo tanto, de acuerdo a estas expectativas de apoyo en el campo es que se esconde una parte de uno mismo, ya que si se permitiera que ese rasgo sea visto, sería tomado por lo que es y eso no es lo deseado. “Mis expectativas son: ser enjuiciado, desdeñado, rechazado o, en todo caso, no ser acogido y sostenido en el campo, lo que significa que será considerado como parte mía” (Wheeler, 2005, p. 228).
Como ser visto implica exponerse, las personas con tendencia a la vergüenza proyectan sus propios ojos críticos y esperan ser consideradas deficientes. Ser visto significa no tener un escudo, no poder esconderse, no tener máscaras ni privacidad. Por esto a los individuos con tendencia a la vergüenza les incomoda mirar o ser mirados, desconocen lo que sus ojos ven, generalmente mediante la proyección. Naturalmente esto empeora en un ambiente inseguro, crítico, es decir, inductor de la vergüenza.
Para Robine (2005), puede parecer que la proyección es el fenómeno de frontera más utilizado en la vergüenza, ligada a una proyección del asco del otro, siendo el posible contenido de esa proyección algo así como: tal como soy no podré ser introyectado por el prójimo. Ya sea que el “tal como soy” ataña al grano en la nariz, a la exposición de mis genitales o a un sentimiento de no-valor de mí mismo (lo que cubre experiencias de vergüenza extremadamente diversas según casi todos los autores), yo
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considero que no puedo ser introyectado por el otro. (Robine, 2005, p. 160-161).
Lo “insuficientemente bueno” que soy o pienso ser, se convierte en insuficientemente bueno para ser introyectado, o sea, apropiado apreciado, querido, etc. (Robine, 2005). De esta forma, las personas con tendencia a la vergüenza a menudo se sienten indignos de ser tocados, o sienten que si una persona los toca, descubrirá que son agobiante, desagradable o incluso tóxico. Por lo tanto, se sienten perturbados al ser vistos o tocados, o al darse cuenta que desean ser vistos o tocados (Yontef, 1995).
Cuando las personas con tendencia a la vergüenza se autojustifican, son hipócritas y atacan o desprecian a los demás, se están defendiendo mediante la proyección de un sentimiento de vergüenza más profundo e importante. Esta protección se construye debido a la falta de confianza en sí mismas y a la falta de identificación afectiva con su actual sí mismo, pero es ineficaz porque usualmente no disminuye el sentimiento de vergüenza, no ayuda a enfrentar la situación y aliena a las personas (Yontef, 1995).
Retroflexión.
“A falta de no poder forzar al mundo a que no lo mire, a falta de no poder destruir los ojos del mundo, el avergonzado desea ser invisible” (Robine, 2005, p.162).
161
Block Lewis (1971 citada en Robine, 2005) señala que la vergüenza aparece muy ligada a la hostilidad dirigida contra sí mismo, mientras que en la culpabilidad, la hostilidad podía estar dirigida tanto hacia sí mismo como hacia el exterior.
La vergüenza es preferentemente algo que le sucede a uno con uno mismo (Paz, 2005) y esa energía volcada hacia sí mismo, en gestalt nos habla de retroflexión, es decir, que hay un “yo” que discrimina, no acepta, rechaza, odia, oprime, descalifica, oculta y daña a un “sí mismo”. Como se dijo anteriormente, este autorrechazo y el darse cuenta pleno son mutuamente excluyentes, ya que no es un darse cuenta perceptivo el “decir “yo soy” como si fuera una observación de otra persona, como si el “yo” no fuera elegido, o sin saber cómo uno crea y perpetúa ese “yo soy”” (Yontef, 1995, p.135).
La reacción de vergüenza al estar en una situación en que se es el foco, ya sea de crítica, o de una atención neutral o positiva, usualmente implica una contracción indiscriminada y una agresión contra el sí mismo. Así, para ocultarse, se utiliza en parte la retroflexión, que consiste en sustituirse uno mismo por el ambiente, y la persona con tendencia la vergüenza lo usa para evitar su exposición y sentido de vergüenza que vienen con el contacto social. Los sentimientos autodirigidos se retroflectan, sustituyendo al contacto interpersonal” (Yontef, 1995, p. 468).
162
La retroflexión se manifiesta usualmente en la vergüenza por el marcado aislamiento, el deseo de desaparecer del campo del otro (y de sí mismo) y por tanto la negación de la propia necesidad de amor y aprobación externos, adoptando a menudo una defensa de autosuficiencia. “Una de las ironías de la vergüenza es que la tendencia natural a ocultarse, aleja a la persona de la posible sanación, que es un encuentro afectivo” (Yontef, 1995, p. 469).
Al ocultarse, la persona se aísla y se crea un círculo vicioso interminable, porque, al no tener interacción con otros ni retroalimentación, no tiene potencial para contradecir el sentido de vergüenza. Entonces, al percibir la sensación de vergüenza, se produce el sentimiento de “vergüenza de estar avergonzado”. “Cada darse cuenta conduce a la vergüenza, la vergüenza conduce al deseo de ocultarse, luego la vergüenza lleva a la vergüenza de sentir vergüenza y a sentir vergüenza de querer ocultarse. Mientras más necesitamos o deseamos contacto, más intenso es el sentimiento de vergüenza” (Yontef, 1995, p. 467), mayor el deseo de esconderse y mayor aislamiento.
Así, en esta forma de retroflexión, en esta desaparición de sí mismo ligada a la vergüenza, se puede descubrir la epigénesis de la desaparición de sí mismo, que se encuentra en las personalidades con perturbación del narcisismo: cronificación del recogimiento en sí mismo, retirada del afecto, desaparición de ciertas funciones del yo en beneficio de una confluencia generalizada en el fondo y construcción de lo que Winnicot llama un
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“falso self”, ofrecido a la vista y susceptible de colmar las proyecciones o expectativas del otro (Robine, 2005, p. 162).
Confluencia.
Block Lewis (1971 citada en Robine, 2005) señala que los sujetos dependientes del campo están más inclinados a la vergüenza que a la culpabilidad en los primeros encuentros terapéuticos, situación que se invierte en los sujetos independientes del campo que son más propensos a la culpabilidad que a la vergüenza. Robine (2005), declara que esta “dependencia del campo” es una forma de confluencia y “lo contrario de la confluencia es la conciencia, que implica una figura de contacto y de diferenciación” (p. 148).
Así, la vergüenza es la ruptura de la confluencia debido a que la vergüenza aparece a raíz del darse cuenta, de la conciencia de sí mismo asociada a la exposición del sí mismo, a la desnudez y a la mirada del otro. La vergüenza revela un peligro vinculado a la diferenciación en el campo. El peligro estriba en la organización del campo, entre la conciencia de sí mismo y la crítica proyectada. Entonces, la tentación podría ser, volver a encontrar la confluencia o una pseudoconfluencia destruyendo uno de los polos del peligro (Robine, 2005, p. 162).
164
Es decir, la persona se ve tentada a volver a confluir con el entorno para evitar el peligro que genera el quedar expuesto a través del darse cuenta en un entorno que se proyecta como crítico. En un campo indiferenciado en que la confluencia se mantenía por medio de otros mecanismos de evitación (como por ejemplo, retroflexiones), la presencia de un otro gatilla un darse cuenta, una conciencia de sí mismo y surge la figura del self en su insuficiencia. Esta figura o conciencia de sí mismo es certificada ante la mirada del otro, es sostenida y energizada por el otro. El darse cuenta introducido por la presencia del otro rompe con la confluencia previa (semejante al concepto de “acomodación patológica” de Brandchaft citado en Morrison 2005) y deja al sujeto con sus retroflexiones.
Entonces, desde este punto de vista, la vergüenza en cuanto a ruptura de confluencia es igual a la conciencia.
En cuanto a un momento de vergüenza, cuando alguien avergüenza a otro, se marca la ruptura de la confluencia en la diferenciación de un nosotros que antes era indiferenciado, ya que se hace evidente “que yo soy más (en esto o aquello) que tú” (Levy, 2000). Así, una de las formas de evitar la aparición de la figura de la vergüenza, es mantenerse indiferenciado del grupo, o mantenerse en confluencia. La persona, con el fin de evitar la ruptura de la confluencia y la subsecuente experiencia de vergüenza por ser quien es, prefiere mezclarse en un grupo, camuflarse en la masa a costa de la expresión de sí mismo y del propio proceso de autorregulación.
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Por lo tanto, en el ciclo de la experiencia, podrían aparecer interrupciones del contacto que, sabiendo reconocerlas, podrían dar cuenta de un proceso de vergüenza en curso, por ejemplo: - Entre consumación y sensación: Se destina mucha energía y cuidados a evitar las situaciones en las que se podría quedar expuesto a volver a sentir vergüenza (Levy, 2000). Se evita la ruptura de la confluencia que implica la vergüenza (Robine, 2005): confundirse indiferenciadamente en la masa, buscando ocultar el self, sin mostrarse para no quedar expuesto a la mirada del otro o de sí mismo, así como el esfuerzo por no cometer errores13 - Entre sensación y conciencia: Normalmente el proceso de sentir la vergüenza se sustrae de la conciencia a base de maniobras automáticas que funcionan para evitar experimentar la exposición del self a otros, y también aspectos del propio self hacia uno mismo (Yontef, 1995, 1997). También una actitud prejuiciosa y discriminatoria podría hablar de una proyección del sentimiento de vergüenza (o discrepancia con un ideal), ya que al proporcionar un sentimiento de superioridad social, el prejuicio puede ayudar a ocultar los propios sentimientos de inferioridad (Myers, 1995). Emociones como el orgullo y la envidia también podrían dar cuenta de una interrupción en esta fase. - Entre conciencia y energización: confusión, bajar el perfil, ganas de arrancar o “que me trague la tierra”, justificaciones, excusas. Es decir, en base a una
13
Si bien el esfuerzo por no cometer errores remite más bien a la evitación del sentimiento de
culpa por los actos realizados, se relaciona con el sentirse avergonzado por ser la persona que podría cometer ese acto, lo cual es llamado nexo vergüenza-culpa en Yontef (2005) o situaciones de vergüenza y culpa en Menesini y Camodeca (2008).
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proyección de lo que considero adecuado, de acuerdo a mis introyecciones de lo que está bien, deseo volver a la confluencia con el entorno. - Entre energización y acción: “excesivo darse cuenta que inhibe la acción” (Polster y Polster, 1980, p. 198), timidez, disimulo, ocultamiento, o cuando se manifiesta directamente la sensación de estar inundado por la vergüenza y deseo de no ser visto: “no queremos que nuestra vergüenza sea expuesta al mundo” (Yontef, 1995, p. 467). En este caso se retroflecta o deflecta la energía. - Entre acción y contacto: explicaciones, criticar, enjuiciar, culpar (retroflexión, proyección). - Entre contacto y consumación: conductas autodestructivas, resentimiento, autoexigencia (lo que habla del mecanismo de retroflexión) o sentimientos de grandiosidad, perfección, deseos de devolver la vergüenza a quien avergüenza (Retzinger, 1987 y 1991 citado en Lansky, 2008) (proyección de los sentimientos de vergüenza en un otro).
5.2.3.2 Vergüenza como estructura.
Si bien hay procesos de vergüenza que son considerados sanos, se describen también personas que tienden a la vergüenza, es decir, que se estructuran y autorregulan en base a esta emoción14. Como subjetivamente el “ser visto” implica el mostrarse inadecuado, desagradable e inaceptable, lo más frecuente es que las personas orientadas hacia la vergüenza no quieran ser vistas y
14
Ejemplos en la sección 6: “Caso práctico”
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usan gran variedad de formas de disimularse a sí mismos, y a la emoción de la vergüenza, y esto es lo que normalmente ven los otros. El disimulo incluye el aislamiento literal, el estar aturdido o confuso, el esconderse detrás de las palabras o la confusión, ser autoexigente o mantener
una
actitud
despectiva
hacia
los
demás
y
así
ininterrumpidamente (Yontef, 1997, ¶ 42).
Wheeler (2005) señala que construimos adaptaciones caractereológicas, estilos para evitar la vergüenza, que se consideran destructivos cuando son crónicos y encubren estados más problemáticos: criticar, enjuiciar, culpar, evitar las relaciones, enmascarar y romper el contacto, destructividad hacia los demás o sí mismo, conductas adictivas. Todo esto incluso se puede traducir por momentos en sentimientos de grandiosidad aparente debido a una integración falsa del campo.
Para Wheeler (2005, p. 205 y 206) probablemente la vergüenza y la humillación están enterradas en la estructura dinámica de todo aquello que se encuentra estancado en el proceso del sí mismo, cada adaptación efectuada bajo condiciones adversas y no sustentadoras, cada estructura rígida del carácter o estilo de contacto que se resiste al crecimiento y al cambio, todo aquello que mantenemos de manera demasiado solitaria, que misteriosa y dolorosamente sigue apareciendo tanto en nuestras vidas como en nuestras relaciones.
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La vergüenza funciona entonces como un proceso de fondo que parece tan natural que es muy difícil contactarse y quedarse con esas sensaciones y se requiere apoyo y resonancia extra para hacerlo. Todo esto generalmente no pasa a primer plano sin un trabajo terapéutico específico (Lansky, 2008, Wheeler, 2005, Yontef, 1995). Además, si consideramos que el origen de la polarización, y por lo tanto de la neurosis está dado por la búsqueda del afecto y que desde ahí se deriva la identificación con la polaridad “digna de afecto” y el dejar fuera la parte de uno mismo que se considera no merecedora de afecto, es posible decir, entonces, que los procesos de vergüenza inciden en forma relevante en el origen de la polarización en todas las personas.
Polaridades.
Como ya hemos dicho, la apariencia de la vergüenza se caracteriza tanto por el sentimiento de vergüenza como por el impulso de esconderlo, con el esfuerzo por evitar reconocerlo o mostrarlo. Cognitivamente, el paciente se siente confuso y torpe, necesitando negar la crítica externa para proteger su autoestima. No obstante esta tendencia a la negación, en algún lado en la persona, esos sentimientos y necesidades que fueron escindidos siguen vivos, sujetos a los procesos integrativos básicos, pero siempre condicionados y tenues (Wheeler, 2005).
Como dice Yontef (1995), habría una experiencia de "yo debo tener razón y ser adecuado y tú debes estar equivocado y ser inadecuado para que yo no me
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sienta avergonzado" (p. 464). La experiencia de la vergüenza, entonces, se desarrollaría de forma polar, vinculada, por un lado, a una vivencia de “yo tengo razón y tú estás equivocado”, mientras que por otro lado, a una experiencia escindida o negada de inadecuación. En palabras de Yontef (1995) el opuesto polar de la vergüenza es el orgullo. La persona orgullosa de sí misma tiene un sentimiento bueno, brillante, cálido, confiado. (…) La reacción a la vergüenza es contraerse y esconderse; la reacción al orgullo es expandirse, ser oído y visto (p. 465).
Desde el psicoanálisis se habla de otro opuesto polar relacionado: la “dialéctica del narcisismo” de Morrison (2008) en que por una parte aparece la búsqueda de autonomía, autosuficiencia e independencia totales (polo expansión) versus el deseo de realizar un apego con otro idealizado (polo contracción). La vergüenza se genera, en este modelo, al no alcanzar estos polos ideales, a diferencia de Yontef (1995), en que la vergüenza es en sí un opuesto polar (polo devaluado) de la parte que se identifica con el yo ideal.
Para Levy (2000) el conflicto se relaciona con un polo avergonzador que hace sentir vergüenza en la medida en que se burla, humilla y descalifica a un polo avergonzado lo que, en términos de Perls (2002), podría ser comparable con el “perro de arriba”, que juzga y ataca implacablemente al “perro de abajo” por sus fallas, que ponen en evidencia su inadecuación. . Sin embargo, en ocasiones, debido a la introyección de que el orgullo no es bueno, cuando las personas comienzan a sentirse orgullosas, reaccionan con
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vergüenza o culpa (Yontef, 2005). Así también, cuando la persona se identifica sólo con el polo orgullo y sus sentimientos grandiosos, es necesario no perder de vista el polo vergüenza y sus dinámicas subyacentes (como los mecanismos de ocultación).
Para Levy (2000) es importante discriminar en el mensaje del avergonzador (ya sea el polo interno o alguien externo) su componente de razón y de error para comenzar a desarmar la cualidad destructiva del avergonzador.
El aspecto avergonzador actúa como si la vida fuera una serie ininterrumpida de escenas de examen, y ante cada situación que a uno le toca protagonizar, él funciona como un severo profesor que no enseña, sino que sólo toma examen y aprueba o reprueba. (…) Lo que el avergonzador necesita incluir es el componente de aprendizaje que existe en la vida, en el que cada uno ejercita su condición de aprendiz que continuamente ensaya, explora, acierta y se equivoca. Y comprender que ese movimiento nunca cesa (Levy, 2000, p. 139).
5.2.3.3 Despatologizando la vergüenza.
Si hablamos de trabajar con la vergüenza y siendo ésta una emoción tan dolorosa, me parece imprescindible sacar las etiquetas y despatologizar esta emoción de la categoría “afecto que desorienta, frena y paraliza el desarrollo humano” y comenzar a ampliar la mirada para revisar su funcionalidad para el
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organismo como ser social. Además, en la integración del polo “indigno de afecto” o “polo vergüenza“, esta connotación negativa en sí potencia la evitación e interrupciones del contacto. Es por esto que es importante tener en cuenta en qué aporta la emoción de la vergüenza al desarrollo del organismo, incluyendo en este polo al fenómeno de la autoconciencia relacionada a la vergüenza (Broucek, 1982 y Lewis, 1992 citados en Morrison, 2005).
Se ha hablado anteriormente de algunas de las “funciones” de la vergüenza como emoción social, es decir, en relación a la experiencia con los otros en un campo social: como un sentimiento ético (Aristóteles, 2001), un dique ante el desenfreno pulsional (Freud citado en Lozano 2008 y Pérez, 2009), como promotora de conductas prosociales dando lugar a la responsabilidad y buenas relaciones (Ahmed y Braithwaite, 2004 citado en Menesini y Camodeca, 2008); como la necesidad social de proteger los límites de lo privado para el self y para otros (Yontef, 1997), reguladora y protectora del vínculo social (Scheff citado en Lansky, 2008), como señal para reconocer un inminente fracaso relacional (Bonucci citado en Ciccone y Molet, 2005) como aviso de que el self debe reforzarse para preservar sus relaciones y “como un barrido afectivo esencial para detectar y medir el apoyo disponible del campo” (Wheeler, 2005, p. 205). En este sentido, la persona en el polo de vergüenza, podría ser alguien perceptivo de los cambios en el entorno social, sensible para captar las claves sociales de lo que es adecuado en cada contexto (considerando lo que hay de proyectivo en estos juicios), conciente de su necesidad de afiliación y pertenencia a un grupo social y de la dependencia de campo. Al contrario, una persona polarizada hacia el orgullo, podría tener una tendencia a negar su
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dependencia del campo, sintiéndose autosuficiente, autónomo y a la vez solitario.
Por otra parte, es relevante la importancia de la emoción de la vergüenza en el desarrollo de la identidad (Erikson, 2000; Sartre citado en Echegoyen, 1997), ya que es en el encuentro con “otro”, con la mirada del otro (y sus juicios, complicidades y rechazos), donde se conforma la identidad y es posible conocer la totalidad de las propias dimensiones y límites (Sartre citado en Echegoyen, 1997) y tener así un sentido exacto del self (Yontef, 1997). De esta forma, el polo vergüenza permite la autoconciencia de quien soy yo, cuales son mis posibilidades y cuales no, captando la propia vulnerabilidad (Nussbaum, 2004 citado en Orange, 2005) y debilidad (por lo que, por ejemplo, podría pedir ayuda en caso de necesitarlo) y podría vincularse con un otro como un semejante que también puede sentir vergüenza (Peusner, 2008), y por lo tanto, empatizar con su vulnerabilidad. Desde el polo orgullo, en este caso, aparecería más bien una falta de límites, omnipotencia, sobre-exigencia, sobrecargo y dificultad para reconocer las propias falencias.
Ligado a lo anterior, al ser conciente de los límites, la vergüenza también impulsa a superar las dificultades, gratifica y anima el sacrificio por lograr los propios objetivos e ideales, cumplir las promesas hechas a sí mismo y a otros, preserva la dignidad y desalienta el fracaso (Valedón, 2002; Yontef, 1997) y de esta forma, implicaría también una motivación al cambio, lo cual es más difícil de visualizar desde el polo orgullo.
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Por su parte, el polo orgullo, estaría más ligado a la autoestima, aceptación, sentido de competencia y eficacia, de ser valioso para otros, a la iniciativa, creatividad, posibilidad de romper la confluencia con otros para expresar la propia individualidad, etc. (Bucay, 2000; Haesussler y Milicic, 1995; Rojas, 2007). Sin embargo, tanto la vergüenza, como el orgullo, están relacionados con la fantasía de uno mismo (a diferencia de la culpa que se relaciona más con el comportamiento real). El orgullo es mantener la fantasía, el delirio de grandeza, la fantasía de ser la envidia de otros (Fossum y Mason, 2003) y Rojas (2007) advierte de los peligros de la autoestima exacerbada o inflada que fomenta el narcisismo y que finalmente no es auto-estima porque no está basada en la realidad.
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5.3 Hacia una salida no neurótica de la vergüenza
5.3.1 Aportes prácticos de la psicoterapia Gestáltica en el trabajo con la vergüenza.
“Si uno encuentra las polaridades correctas y se produce el cambio de un reñirse a un escucharse entre ellas, entonces la integración va a ocurrir. Siempre es un asunto de pelear versus escuchar. (…) Si tienes oídos el camino a la integración está abierto. Entender significa escuchar” (Perls, 2002, p. 227).
La eficacia de la psicoterapia reside en la calidad de la relación y en la adecuada comprensión e intervenciones del terapeuta. La identificación con la propia experiencia y situación actual es una característica de sanidad y debe ser primordial en el tratamiento del paciente.
Específicamente, el tratamiento de la vergüenza neurótica requiere que el terapeuta tenga una conexión empática con el paciente, un sentimiento cálido y positivo hacia él, y trabaje la vergüenza de una manera técnicamente apropiada. Esto significa un trabajo gradual a largo plazo donde se refuerza y ajusta el funcionamiento de la autoestima del paciente a sus virtudes personales actuales y se desarrolla una auto paternidad positiva (Yontef, 1995, p. 487).
175
La terapia como instancia generadora de vergüenza
Como ya se había enunciado anteriormente, la situación de terapia en sí es vergonzosa, ya que desde un paradigma individualista que sobrevalora la autosuficiencia (Wheeler, 2005), el hecho de estar en una circunstancia en la que se necesita ayuda es signo de debilidad. Además, el hecho de mostrarse provoca vergüenza en muchas personas, lo que se exagera por el valor social que se le concede a la extroversión en algunas culturas. Si se considera a la vergüenza sólo como una “debilidad a ser superada por personas animosas”, se provoca turbación, por lo que la vergüenza queda escondida, y de esta forma es más potente y destructiva que cuando se reconoce y se contacta, es decir, cuando es aceptada. Esto se acentúa si se considera que la terapia (o supervisión15) es sólo para los “débiles” (Jacobs, 1996, 1997 citado en Yontef, 1997).
Yontef (1997) comenta ciertas condiciones que incrementan la probabilidad de reacciones turbadoras en alumnos, que se pueden homologar a algunas situaciones de psicoterapia:
15
Yontef (1997) se refiere especialmente al tema de la vergüenza en la supervisión y señala
que si se considera como “sólo para los débiles”, terminan siendo “como un recital de historias sobre las victorias de los formadores”, en que pocos comparten sus dificultades personales como terapeutas.
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- Un terapeuta/formador de estilo autoritario o que sea visto como el “héroe” u “hombre sabio” que facilita el “camino”, ya que aumenta la idealización y exigencias esperadas o proyectadas por el paciente/alumno. - Un ambiente que resta importancia a la disensión, a las diferencias, lo que incluye la actitud de que únicamente existe un estilo o regla que por supuesto no pueden ser criticados. - Un proceso en que se pasan por alto el desacuerdo, el conflicto o la crítica, merced a la actitud autoritaria del formador, o por la presión del propio grupo.
Wheeler (2005) sostiene que existe una dinámica de reciprocidad donde la vergüenza y la humillación son los opuestos del apoyo y la aceptación en el campo, y que impiden establecer la intimidad necesaria para un desarrollo pleno del yo. Dado que tanto el paciente como el terapeuta son vulnerables con sus imperfecciones como seres humanos, y tienen su sentido del self afectado por la experiencia subjetiva del otro, “si la vergüenza y la humillación están en el campo, estarán en todo el campo, es decir, no podemos hablar ni escuchar sobre ellas sin vivenciar en cierta medida nuestra propia vergüenza” (Wheeler, 2005, p. 199). Entonces, si bien la vergüenza suele ser inherente al contexto terapéutico, ésta podría ser minimizada en un ambiente de cuidado y respeto.
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Aceptarse, enfrentar, no resistir.
“Uno nunca se sobrepone a nada resistiéndolo. Solamente se puede sobreponer a algo metiéndose más adentro. (…) Sea lo que sea, si uno se mete lo suficientemente adentro, entonces desaparecerá, será asimilado. Ninguna resistencia sirve de nada (…) Utilicen todo lo que combaten
y
desposeen.
¡Jáctense!
Jáctense
de
los
buenos
saboteadores que son. Si en la guerra pasada hubieran pertenecido a la resistencia, seguramente habrían llegado a ser héroes” (Perls, 2002, p. 226).
La identificación con uno mismo tal como es, especialmente la identificación con la propia situación y experiencia, es lo opuesto de una autorregulación basada en la vergüenza (Yontef, 1995), al igual que desde una perspectiva psicoanalítica, la aceptación de “ser quien se es” es trascendental en la autorregulación. “El paciente con tendencia a la vergüenza, que fue considerado por sus padres una tarea más que un regalo, necesita que el terapeuta se sienta feliz con él, que realmente lo aprecie” (Yontef, 1995, p. 479).
Yontef (2005) llama al sistema de autorregulación relacionado con como fueron los padres, la “autopaternidad” y una de las tareas de la terapia es llevar este sistema autorregulatorio al darse cuenta, para que no siga operando automáticamente. En el entorno que generó la vergüenza, una exposición mayor habría significado que continuara la interacción que provocó o mantuvo
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la vergüenza. En términos ideales, el ambiente terapéutico es mucho más afectivo y no avergonzante que el ambiente interno del paciente, el cual se basa en experiencias infantiles (especialmente introyecciones y asuntos inconclusos).
Autosuficiencia v/s apoyo.
Para Perls (2002), crecer significa ser sólo (alone, al-one= todo uno), y eso es el prerrequisito para la madurez y el contacto. “La soledad, el aislamiento, el sentirse solo, es aún tener añoranza de apoyo” (Perls, 2002, p. 167).
El mito de la autosuficiencia sólo puede ser mantenido dejando a la vergüenza en un segundo plano, en parte gracias a la idea de que el individuo puede ser entendido objetivamente. Así, cuando la sociedad aun creía en el mito de la confianza en sí misma, y cuando el pensamiento terapéutico enfatizaba la interpretación teórica y fenomenológica y se soslayaba, relativamente, el sentido del self del paciente, la vergüenza podía ser asimilada y escondida. La relación terapéutica clásica era conceptualizada generalmente en términos de la distorsión que presentaba el paciente en la misma relación (ej: transferencia y contratransferencia). Pero con el estudio de la vergüenza, que es un particular apartado dentro del área del self, que se crea y a su vez es mantenida en el entorno organismo/ambiente, que habla de la dependencia del campo, se llega a la conclusión de que las personas únicamente pueden ser entendidas cuando el observador puede respetar e incluso experimentar el
179
sentido del self y del mundo de aquel a quien observa. La psicoterapia, entonces, funciona con la relación y ésta se centra en el sentido del self (Yontef, 1997).
El paciente con tendencia la vergüenza no puede sanarse si no es en un contexto de apoyo, de contacto persona a persona (Wheeler, 2005, Yontef, 1995). Para pasar “a través” de la vergüenza, ésta se debe expresar en presencia de otros que acepten a la persona con una actitud genuinamente horizontal, en que los pacientes se sientan respetados y que sepan que el terapeuta, a su vez también tiene sentimientos de vergüenza y está dispuesto a exponerlos.
Actitudes del terapeuta.
“Trabajar la vergüenza requiere tiempo y espacio, no presión” (Yontef, 1995, p. 479).
La generación de la vergüenza puede ser minimizada si cuando aparece la turbación, el ambiente es de cuidado y respeto. En terapia existe el peligro de la activación iatrogénica de la vergüenza, es decir, de una vergüenza innecesaria, que es inducida y no es inherente a la situación, sino que está en función de intervenciones particulares.
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Yontef (1997) señala que los profesionales normalmente ponen en juego su ego en hacer las cosas bien y parecer saludables y competentes. Esta actitud y la competitividad que a menudo la acompaña (algunas veces sin ser manifiesta), incrementa la posibilidad de que surja la emoción de la vergüenza cuando aparecen errores que son la esencia del aprendizaje.
Como ya se ha expuesto, para Yontef (1995) gran parte de este proceso de vergüenza no es conciente, y sólo llega al darse cuenta a través de la terapia, con una buena relación y cuando el terapeuta introduce gradualmente el darse cuenta de la vergüenza. En sus palabras, una buena relación significa un terapeuta que:
1.- Tenga una comprensión empática precisa del paciente 2.- Exprese esta comprensión de tal manera que el paciente pueda corroborar su exactitud o inexactitud 3.- Acepte y respete al paciente, manifestándolo de manera reconocible para él 4.- Sea congruente y auténtico (Yontef, 1995, p. 465).
El terapeuta, además, tiene la responsabilidad de asegurarse de que el trabajo no está más allá del límite soportable por el paciente, y que el paciente se sienta entendido, confirmado y honestamente acogido después de tal trabajo. El buen contacto terapéutico debe ser honesto, incluyendo lo negativo pero con discreción, tacto, calidez y amor; si el contacto no honra y respeta al individuo como es, entonces se origina y se potencia la turbación. Cuando la vergüenza
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y el disimulo se hacen explícitos, existe una alta probabilidad de reacción turbadora a la exposición de la vergüenza, y con ello el deseo de disimular. Es importante que el terapeuta tenga cuidado en identificar la vergüenza y la necesidad de disimular en un ambiente en el que tales sentimientos son aceptados y que el paciente sea aceptado con empatía, calidez y respeto. Así también, después de un intenso trabajo de autorrevelación, el paciente no debe ser dejado sin reintegración o establecimiento de la necesaria cohesión interpersonal, especialmente con retroalimentación acerca de como la persona es percibida por los otros que están presentes y cómo esos otros se sienten hacia él (Yontef, 1997).
Además, el paciente necesita que el terapeuta tenga una buena perspectiva de la duración y progresión gradual trabajo. Necesita que el terapeuta realice una autorrevelación y una conexión empática. Se aconseja por lo tanto que los terapeutas comprueben con el paciente lo que se está evidenciando, y no que asuman saber. Y sobre todo, el paciente necesita que el terapeuta reconozca todos sus aspectos, lo acepte y respete en forma global.
Al respecto, es importante que el terapeuta discrepe respecto a la vergüenza con el paciente (y sea por tanto más compasivo y respetuoso de lo que el paciente es consigo mismo), pero no que intente disuadirlo de sus sentimientos, ya que probablemente esto genere más vergüenza ante el fracaso en librarse de ella.
182
Todo lo anterior implica el acoger la vergüenza de alguna manera implícita o explícita con nuestra propia vergüenza, sin distanciarnos de la experiencia avergonzante, ya que no es posible ser parte de un campo donde se enfoca la vergüenza con conciencia del otro sin poner a prueba la propia capacidad de procesar y confirmar las propias vivencias de vergüenza y humillación (Wheeler, 2005).
Vergüenza del terapeuta.
Dado el clima cultural y profesional, es probable que muchos terapeutas no estén al tanto ni comprendan su propia vergüenza, ni lleguen a mostrarla. Sólo después de un íntimo conocimiento de que su propia vergüenza forma parte de su propio sentido del self, el terapeuta puede desarrollar la sensibilidad para detectar y comprender el proceso de vergüenza de sus pacientes. Así, sin esta autoexploración, los terapeutas tienden a relacionarse con sus pacientes sin que esta emoción se ponga de manifiesto, o bien hacen que su expresión no sea saludable, o incluso en relaciones en las que el paciente la sienta en exceso” (Yontef, 1997, ¶ 21).
Yontef (1995 y 1997) señala que los terapeutas son más efectivos cuando llegan a comprender el proceso de la vergüenza en general y de la suya propia en particular, ya que gran parte de los pacientes es proclive a la vergüenza o se encuentra en algún momento de la terapia en esta situación.
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Por lo tanto, el tratamiento efectivo con pacientes orientados a la vergüenza requiere un ambiente de relación entre un terapeuta que entienda como es creado el sentido del self en ese entorno, incluyendo la vergüenza, que conozca su propio proceso respecto a la vergüenza, y esté bien informado acerca de la inducción de la vergüenza y su corrección en terapia (Yontef, 1997).
Relación terapéutica.
Wheeler (2005) se refiere especialmente a la necesidad de apoyo de todo el campo, tanto una resonancia en el campo social/externo como apoyo interno /privado para consolidar y mantener energizado un cambio o aprendizaje. Es decir, para realizar cambios exitosos es necesario continuamente movilizar el apoyo y apuntalamientos de todo el campo relevante, no sólo del mundo interior de la fuerza de voluntad, imaginación, deseo etc., sino que también específicamente el mundo externo social de otras gentes en forma significativamente
nutricia,
sustentadora
y
aceptable
a
sus
propias
necesidades, objetivos y relaciones. El solo hecho de ser escuchado por alguien que pueda estar sintiendo cosas parecidas, alivia la sensación de aislamiento que suele acompañar a la vergüenza. El que un otro ofrezca una resonancia sentida, cambia la experiencia y la forma en que nosotros mismos somos impactados por nuestra propia vergüenza. Sin embargo, en la vida cotidiana rara vez se exploran y negocian plenamente los temas en torno al
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apoyo y al apuntalamiento externo/social o surgen como una petición disimulada por temor a mostrar debilidad o incomodar al otro.
Wheeler (2005) indica que hay algo podemos hacer con la vergüenza profunda: compartirla, pero en un tipo de ambientación especial, con apoyos y bajo condiciones especiales. Se trata específicamente de que esas condiciones de apoyo incluyan un proceso de acoger la vergüenza con vergüenza, antes que con reafirmación u otros tipos de arreglo que el individuo que escucha pueda tener para distanciarse de la evocación de material avergonzante (p. 199).
Cuando se contacta la vergüenza del otro con nuestra propia vergüenza y nos unimos a la experiencia del otro, se ofrece en el ahora el tipo de campo conectable cuya falta produjo o fue en sí la experiencia de la vergüenza. La compresión del campo que se basa en la conclusión de que hay algo irremediablemente erróneo en mí, es significativa, pero disfuncional ya que no sirve para incrementar la integración al campo e ir más allá en mi proceso del sí mismo. Entonces, el ofrecer un campo interpersonal diferente donde mis mundos interno y externo, puedan acoger e integrar la experiencia actual de la vivencia humillante del pasado, interrumpe ese viejo ciclo que se vuelve a repetir, satisface las demandas del proceso del si mismo en otro nivel, y por lo tanto, libera para seguir desarrollándose en la vida.
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En resumen, la clave para que surja algo nuevo en los viejos ciclos de sentimientos de vergüenza y humillación es estar menos solos con ellos, compartirlos de una manera que vaya más allá de relatar y escuchar porque en cuanto aparecen las condiciones de campo favorables para la integración renovada del sí mismo, este comienza a trabajar para integrar el campo relevante en su totalidad y una condición importante es la intimidad.
Intimidad.
La intimidad, es esa sensación de que mi “mundo interior” puede ser revelado y explorado, es un proceso o evento que se origina y brota desde condiciones particulares de campo (Wheeler, 2005).
Para sentirse inclinado a confiar la experiencia que genera vergüenza a otra persona (sin demasiado temor) se presenta el problema de “como el sujeto interpreta e imagina lo que significa esa conducta acerca del estado y motivaciones internos y los sentimientos o juicios del escucha” (Wheeler, 2005, p. 219), es decir, lo que se proyecta en el otro que escucha, por que ni siquiera el preguntar directamente las intenciones reemplaza a este paso interpretativo. Este proceso de construcción de significado es nuestra única guía.
La tarea del escucha es estar empáticamente con el otro que en este momento está ingresando a un espacio de sentimientos de vergüenza y humillación, y entrar al mundo subjetivo de la otra persona, sentir su espacio vital, sentir un
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poco lo que el otro está sintiendo. De ser así, esta misma comprensión de la situación se transforma en la mejor guía para saber cuando hablar y cuando callar, cuando tenderle la mano y cuando dejar sola a la persona. En sentido inverso, la intervención usual desde un paradigma individualista (que considera que la vergüenza equivale a inferioridad, debilidad, etc.) es el
intento de
tranquilizar y reconfortar al otro para eliminar la amenaza de la inferioridad. Una intervención de ese estilo genera una asimetría en la relación en que quien reconforta queda en una posición más segura o superior, dejando al hablante enfrentado con sentimientos de inferioridad.
Desde una perspectiva fenomenológica, la vergüenza (y la humillación o sentimiento de apocamiento) es más una cuestión de aislamiento que un juicio o la constatación de una diferencia. Es estar demasiado solo con la propia experiencia lo que no permite integrar el campo vivencial libremente. Si intervenimos para promover condiciones del campo que apoyen directamente el apropiarse de, de sentir y dar voz a la vergüenza y humillación – y si se apoya al escucha para que deje de intentar arreglar al hablante y se centre en recibir y unirse a los sentimientos- entonces el discurso cambiará. Y ese discurso – la articulación de mi mundo interior y el tuyo- es el discurso de la intimidad (Wheeler, 2005, p. 229).
La tarea del escucha entonces, es el ser un “testigo íntimo”, que con frecuencia es el apoyo que faltó y restaura el campo resonante del yo. La intimidad, en este sentido, aparece como la condición esencial del campo para un pleno desarrollo creativo del sí mismo. El máximo aprendizaje no resulta de
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arriesgarse y estresarse al máximo, sino de sentir un apoyo adecuado. “En el campo relacional intersubjetivo, la atención e interés en nuestro mundo vivencial interno por alguna otra persona interesada, nos permite aprender que ese mundo interno está plenamente ahí como algo en lo cual podemos centrar nuestro interés” (Wheeler, 2005, p.233-234), es decir, el contar con un testigo íntimo posibilita el desarrollo de la conciencia de sí mismo y por lo tanto, la autorreflexión.
Para entrar de lleno en una experiencia de vergüenza se requiere de apoyo extra que podemos encontrar en el campo más seguro y manejable de otra persona, antes de irnos al nivel más arriesgado de un grupo, donde mis proyecciones sobre todas las de ellos pueden volar demasiado rápido como para manejarlas cómodamente y permanecer abierto (Wheeler, 2005, p. 223-224).
La verdadera intimidad requiere de una negociación del proceso relacional en el momento, es decir, plantearme: ¿qué necesito?, ¿cómo me siento al hablar? ¿cómo me llegan tus respuestas? ¿cómo imagino tu estado interior?, etc., ya que existe la tendencia a desconectarse del otro y de la propia experiencia, con lo que no se recibe el apoyo, ni se incluyen elementos nuevos y se vuelve a enterrar intacta la experiencia (Wheeler, 2005).
Sin una verdadera intimidad, la exploración de nuestro mundo interior es restringida y superficial, no se establecen nuevas conexiones, lo que limita la integración del campo vivencial. Con intimidad, se pueden aprender cosas
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nuevas acerca de sí mismo, ya que se cuenta con el apoyo para soportar la angustia, la vergüenza de la vergüenza, y otros sentimientos difíciles que surgen durante esa exploración y con la destrucción de la antigua “defensa”. Ya sólo el hecho de contar una experiencia jamás revelada, produce cierto alivio emocional.
En resumen, la intimidad es más que un mero acto, momento o sentimiento: es la condición de campo esencial para articular y conocer el yo interior y el apoyo esencial para utilizar esa articulación para el nuevo crecimiento creativo del yo en el campo total (Wheeler, 2005, p. 237).
En este contexto, la psicoterapia (que es el proceso intencional de articular el mundo interno) ocurre siempre en la relación, aunque puede enriquecerse con otros medios posteriormente, como la lectura o la reflexión. En terapia entonces, la mayoría de las intervenciones se centran en la construcción y apoyo de ese campo sustentador, para que el proceso íntimo, desde donde se construye el yo, pueda desarrollar plenamente su potencial creativo.
Cuando el yo trata de integrar el campo de un modo creativamente nuevo, esa receptividad se vuelve a hacer necesaria, ya sea en la realidad, o al evocar el recuerdo sentido de una historia de haber vivido y crecido en un campo de recepción íntima. Sin esa recepción (real o evocada), tendemos a repetir lo mismo. Para contar y vivir una nueva historia, con nuevos significados y una nueva apertura hacia destinos creativos, se requiere de apoyo íntimo, estar
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sostenido mientras deconstruimos la historia antigua, soportar los sentimientos del pasado que caen sobre esas viejas creencias y expectativas, y traspasar la angustia que acompaña nuestros primeros pasos en cualquier mundo nuevo16.
Objetivos terapéuticos.
Para Yontef (1995, p. 469), los objetivos en terapia gestáltica son: 1.- “Conocer identificarse con la experiencia personal primaria estando en contacto con el resto del campo organismo/ambiente 2.- Tomar medidas basadas en esa identificación 3.- Confiar en que el crecimiento emerge de la interacción”
Y específicamente en el trabajo con la vergüenza, los objetivos son aumentar su darse cuenta de y alternativas al proceso de vergüenza y culpa,
ayudarlos
a
liberarse
de
este
proceso
automático
y
excesivamente autodestructivo, lograr en ellos un sentido de sí mismo coherente, seguro, positivo y compasivo, y finalmente lograr un sentido de culpa y vergüenza que sea dirigido en forma racional por su propia espiritualidad, valores y necesidades, en un proceso de contacto sí mismo-otro, darse cuenta y epoché (Yontef, 1995, p. 470).
Parte de este objetivo es el darse cuenta y aceptar la necesidad de ocultarse, para transformar este ocultamiento defensivo automático (y neurótico) en un 16
A esto se refiere Wheeler (2005) con la idea de “narrativa del sí mismo”.
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alejamiento sano. Además, no es la idea sólo el eliminar la vergüenza, sino que también el paciente crezca con un sentido más afectuoso, razonable y productivo del sí mismo, que sea funcional, realista, positivo, reconociendo los límites inherentes del campo del si mismo y del si mismo-otro, con un proceso de discriminación razonable (no con un sentido grandioso del sí mismo, que entraría en la misma lógica anterior).
Como se mencionó anteriormente, esto requiere un trabajo largo, reiterado y gradual, en parte debido al sentido pre verbal condicionado del sí mismo, que es muy difuso, omnipresente, primitivo y ego sintónico.
La especial lentitud en el trabajo con la vergüenza está determinada por lo inherentemente gradual que conlleva alterar actitudes tan arraigadas, porque la vergüenza se sigue actualizando en la vida cotidiana, y además del hecho de que la terapia en sí evoca vergüenza.
Proceso terapéutico.
Los terapeutas que no entienden la vergüenza o cómo trabajar con ella, a menudo la pierden de vista totalmente, ya sea cognitiva o afectivamente o sin darse cuenta toman parte en un ciclo iatrogénico compulsivo de vergüenza, que aumenta las defensas del paciente (Jacobs, 1996, 1997, en imprenta citado en Yontef, 1997).
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La iniciativa de identificar la presencia de un proceso de vergüenza reside en gran medida en el terapeuta, por lo que es importante que esté atento a los signos (muy sutiles a veces) que sugieran que este proceso está operando, por ejemplo, cambios en la coloración de la piel, repentinas lagunas, reacciones defensivas repentinas, afirmaciones tímidas, disculpas, etc. (Yontef, 1995).
El terapeuta puede iniciar esta exploración preguntando acerca de la experiencia del paciente, reflexionando, compartiendo observaciones y su propia reacción del momento o alguna experiencia pasada relevante. Si el paciente no tiene un vocabulario de vergüenza, o es muy diferente al del terapeuta, es necesario buscar un lenguaje que permita la comunicación (tal vez enseñando sobre el proceso de la vergüenza lo que le sirve al paciente para clarificar estas vivencias tan desorganizadoras). Así, con la relación terapéutica se va esclareciendo la experiencia del paciente y aumenta su habilidad para distinguir la experiencia inmediata de las expectativas pasadas.
Es importante considerar que al trabajar la vergüenza en pacientes con patologías de carácter serias, se debe enfatizar la principal patología como centro. Si bien la reacción a la vergüenza siempre disminuye la autoestima, la diferencia es que en el neurótico no hay un colapso del sentido del sí mismo, ni del sentido de coherencia personal. Debido a la reacción de vergüenza y sólo momentáneamente queda reducido a un estado negativo total perdiendo su habilidad para reflexionar y funcionar (Yontef, 1995).
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Las manifestaciones del aquí y ahora.
Según Yontef (1995), aún cuando el paciente sea propenso a sentir vergüenza, algo del presente proporciona el contexto para esa reacción, pero sólo cuando el paciente es capaz de reconocer que está presentando una reacción de vergüenza se puede saber qué aspecto del campo actual llevó a esa reacción. Es útil que el paciente sepa distinguir que se observó, se dijo o se hizo con respecto a él que lo condujo a la reacción de vergüenza; que reconozca los componentes sensoriales, cognitivos y afectivos que su reacción para comenzar una toma de conciencia que detenga el funcionamiento automático. A grandes rasgos, los aspectos cognitivos tienen que ver con el no ser suficientemente apto, ser indigno, inadecuado, compararse desfavorablemente con otros o con ideales, etc., es decir, un proceso de autorrechazo que tiene como correlato signos fisiológicos como sonrojarse, tensarse, además del deseo de desaparecer, estar en silencio, oculto, ser pequeño, etc.
Trabajo evolutivo en relación a la vergüenza.
Para Yontef (1995), una terapia gestáltica completa respecto a la vergüenza requiere explorar las raíces de este proceso en las experiencias infantiles de relación. Este trabajo tiene tres objetivos principales: 1.- Explorar la inducción de la vergüenza en la familia de origen, con el fin de tener un antecedente (es decir un fondo, no una causa) para comprender el presente.
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2.- Cerrar asuntos inconclusos, es decir asuntos abiertos y vivos en el presente basados en el pasado, con lo que se libera al paciente de la energía emocional no descargada. Se incluye además, deshacer retroflexiones, especialmente expresando las emociones suprimidas, reprimidas, y desviadas. 3.- Revivenciar y asimilar/rechazar figuras parentales introyectadas y creencias de la infancia en el presente.
Técnicas y experimentos de contacto.
- Enfoque en la cognición: Es extremadamente útil para el paciente aprender a darse cuenta de los primeros signos del proceso de vergüenza y luego hacer una pausa para permitir el darse cuenta y no continuar automáticamente hacia una vergüenza más profunda. La pausa puede ser algo tan simple como respirar profunda y lentamente, y luego exhalar (Yontef, 1995).
- Movimiento: de un lado a otro entre la energía de expansión (polo orgulloso) y de contracción (polo vergüenza) “da al paciente una sensación de actividad, no de parálisis, y de ser capaz de aceptar la vergüenza como el sentimiento de un momento y no como un proceso caractereológico” (Yontef, 1995, p. 482).
- Ocultar y enmascarar: experimentos con el fin de expresar el deseo de esconderse para convertirlo en algo menos pesado y molesto (Yontef, 1995).
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- Si mismo ideal: con el fin de explicitar la comparación del sí mismo real con el sí mismo ideal. Esto puede llevarse a cabo mediante una conversación contactada u otorgar una expresión simbólica más concreta para el sí mismo ideal. Por ejemplo, imaginar en frente un sí mismo del cual no se avergonzarían y una vez que pueden describir esa imagen se indaga en cómo se siente frente a ella (Yontef, 1995).
- Deshacer retroflexiones: a veces se puede hacer sólo después de que el paciente expone y comprende sus sutiles conductas de vergüenza y puede ser útil un periodo de técnicas expresivas (Yontef, 1995).
- Una buena autopaternidad: Primer paso: se le pide que imagine un "padre bueno metafórico" (PBM) de fantasía (descrito en detalle para que sea más evocativo emocionalmente), que sea un símbolo que represente los ideales para responder a sus necesidades de la primera infancia (ahora, del "niño interno"), Se pone a los PBM en la silla vacía, y el terapeuta le da voz (“te amo tal como eres” “estaré siempre para ti”). Se indaga en cómo se siente el paciente frente a esto. Segundo paso: cuando el paciente puede ejercer bien esta función receptora, se le pide que represente a los PBM. Al paciente con tendencia la vergüenza le cuesta recibir en forma pasiva el mensaje de los buenos padres, pero le resulta aún más difícil enviar él mismo el mensaje. Tercer paso: finalmente se pide el paciente que sienta estos buenos sentimientos sin realizar los dos primeros pasos (Yontef, 1995).
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- apropiación de las proyecciones: “En el transcurso de la terapia, el trabajo de la vergüenza se aborda esencialmente por la reintroducción del prójimo y en particular, del calumniador” (Robine, 2005, p. 162). Las proyecciones que están alimentando la vergüenza, dan paso al resentimiento, que es una forma proyectada de culpabilidad (Perls, 197617 y 200218), es decir, desear que el otro se sienta culpable. Este resentimiento hacia el calumniador, hacia el prójimo avergonzador puede convertirse en un reproche directo, reemplazando el contacto interrumpido por proyecciones o retroflexiones con un contacto agresivo. Perls (2002) agrega el aceptar “lo malo que hay en ti” (p.174) y da cuenta como el paciente se relaja en el momento en que se deja de luchar contra eso. ”El majaderearse a uno mismo origina una contrafuerza. Esta es la base de los juegos de auto-tortura: tratar de ser algo que uno no es” (Perls, 2002, p. 174).
- polaridades (Levy, 2000). Se trabaja con el polo avergonzador y el avergonzado. Es importante revisar cómo es el avergonzador interno de cada uno. Para Levy (2000) este aspecto necesita aprender que su función es informar de los errores con el fin de capacitarnos, no de destruirnos; necesita aprender a transformarse de «examinador» en «colaborador del aprendizaje», pudiendo reconocer la falta o inadecuación siendo un testigo amoroso, que puede aprender y eventualmente divertirse con aquello que le toca vivir.
17
En Perls (1976, p. 85 y 86) se describe un trabajo con una proyección de la actitud
avergozadora. 18
En Perls (2002, p. 172 – 174) se describe un momento de vergüenza en que Perls trabaja de
esta forma.
196
Además, para Levy (2000) el objetivo es percibir que mi yo no se agota en el aspecto que fue inadecuado por lo que puedo desidentificarme de él. Al comprender esta realidad, y habiendo desarrollado una actitud “asistencial” (Levy, 1999) hacia mí mismo, es posible mirar amorosamente al lado “inadecuado” y encontrar incluso los aspectos graciosos o simpáticos del evento avergonzante. Así, la vergüenza comienza a curarse cuando uno está dispuesto a correr el riesgo de fallar en la “performance” sintiéndose con recursos para sobrellevar esa situación en el caso de que ocurra.
5.3.2 Propuesta intervención con un enfoque gestáltico.
“Mi objetivo como terapeuta y como persona es considerar la totalidad de mi vida- la manera en que me muevo, trabajo, amo y vivo- como arte, como un proceso creativo” (Zinker, 1979, p. 11).
En esta sección se presenta una integración a modo de resumen de las maneras de intervención antes descritas, además de otros aportes y propuestas, de acuerdo a una reelaboración personal de los objetivos de Yontef (1995) en el trabajo de la vergüenza.
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Foco 1.- Crear un espacio para que pueda surgir la vergüenza: desarrollar una relación de apoyo, empática y sintonizada.
Los pacientes que presentan profundos sentimientos de vergüenza tienen dificultades para responder a terapias de corto plazo, sin embargo, la vergüenza puede ser trabajada en terapias de largo plazo. En este caso, una de las mayores tareas es el establecimiento de una relación terapéutica en que el paciente se sienta a salvo y aceptado, pudiendo de esta forma internalizar un sentimiento de sí mismo como aceptable y valioso. El desarrollo de este sentimiento en el self puede tomar tiempo y requiere paciencia de parte del terapeuta, quien puede querer cambios rápidos en el paciente (Watson, 2011).
En el trabajo de la vergüenza en un proceso de psicoterapia, que es en sí un contexto generador de vergüenza (Jacobs, 1996 citado en Yontef, 1997 y Orange, 2005; Greenberg y Paivio, 2000), es importante la actitud del terapeuta y su experiencia personal con este sentimiento, lo que posibilita que la terapia pueda transformarse en la “habitación de lo íntimo” (De Juan, s.f. citado en Velasco, 2005) que permita que la vergüenza pueda emerger y pueda ser compartida (Ciccone y Molet, 2005).
Por esto, es esencial que el terapeuta trabaje a nivel personal el contacto con su propio universo de vergüenza, ya que si no, no es posible alcanzar el del paciente, o bien, puede evitar quedar expuesto a estos sentimientos frente al paciente, por lo que podría evitar que aparezcan en sesión; o potenciar la generación de vergüenza a través de sus intervenciones. Se requiere que el
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terapeuta no esté tan defendido frente a su propia vergüenza para que pueda captar sus actitudes defensivas y los posibles efectos avergonzantes en la interacción terapéutica. Como señalan Polster y Polster (1980), el terapeuta es su propio instrumento para el trabajo terapéutico, y por lo tanto, es importante que ese instrumento esté afinado.
Se indica también el generar “permisión” (Beisser, 1970 citado en Orange, 2005) en las intervenciones para que el paciente sienta, a través de este permiso, que sus ideas, conductas, sentimientos y necesidades son adecuados. Además, se resalta la importancia de la “aceptación19” (Morrison, 2005) como actitud del terapeuta frente al miedo a decepcionar que frena la autenticidad y la iniciativa, asociado a la necesidad de pertenencia y de ser aceptado tal como es (Yontef, 1995). Al respecto, Greenberg y Paivio (2000) señalan que los pacientes internalizan la aceptación del terapeuta, con lo que aumenta su capacidad de aceptarse a sí mismos. Estos autores enfatizan que una relación comprensiva y de apoyo no es una condición previa al trabajo en este tema, sino que es la esencia del tratamiento en sí mismo.
Se requiere paciencia y respeto en la búsqueda y trabajo de la vergüenza (Morrison, 1984 citado en Orange, 2005); un incansable interés en la experiencia del paciente (Orange, 2005); flexibilidad y empatía para facilitar el exponer lo que no se habla con nadie (Velasco, 2005). Esta comprensión empática se puede expresar dando espacio a que el paciente pueda estar de
19
En términos rogerianos, la aceptación incondicional de la persona, no implica una aprobación
incondicional de lo que éste hace.
199
acuerdo o no con el terapeuta; que el terapeuta tenga un sentimiento cálido y positivo hacia el paciente, se sienta feliz con él y que realmente lo aprecie, y que sea capaz de manifestar esta aceptación y respeto en forma reconocible para el paciente; que sea auténtico, congruente y honesto, disintiendo en la apreciación que la persona tendiente a la vergüenza tiene de sí misma, acogiendo esos sentimientos, pero sin tratar de disuadirlo o tranquilizarlo para eliminar la amenaza que representa el enfrentarse a la vulnerabilidad (Yontef, 1995 y 1997);
que sea un “testigo íntimo”, es decir, que ofrezca una
resonancia sentida, centrándose en recibir y unirse a estos sentimientos, acogiendo la vergüenza con vergüenza y no con reafirmación o distanciamiento de lo que avergüenza, sin intentar “arreglar” al paciente (Wheeler, 2005); creando un sistema vinculado por el respeto con un “compromiso de largo plazo para abrirse paso y resolver honestamente todo lo que se presente (…) de aceptar y responder honestamente sin amenazas de romper el intercambio de la relación” (Fossum y Mason, 2003, p.43), es decir, que pueda brindar un contexto de intimidad en que la relación no esté en juego.
En este punto, me parece importante destacar la actitud fenomenológica del terapeuta al acercarse al proceso de la vergüenza. Como se ha dicho, en un acercamiento fenomenológico se ponen entre paréntesis los conocimientos y teorías previos con el fin de acercarse desprejuiciadamente al fenómeno: la persona. Esto no implica que no existan esos conocimientos previos, en este caso, el conocimiento sobre la vergüenza y su proceso. Es especialmente relevante tener la actitud ingenua fenomenológica (desprejuiciada), pero no caer en la actitud ingenua del que cree sin más, ya que esto podría ser
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perjudicial y potenciar la neurosis, mantenida por la tendencia a mantener oculto este proceso, lo que resulta conveniente a la neurosis del paciente y podría convenir neuróticamente al terapeuta por el temor a la posibilidad de verse enfrentado a su propia experiencia con la vergüenza y su capacidad de hacerse cargo de ella.
Así, como dice Orange (2005), vergüenza y crítica van juntas, por lo que es importante un acercamiento libre de juicios y prejuicios, con el fin de ver lo obvio que se está dando en la sesión, en este caso, el proceso de la vergüenza-ocultación. Es decir, poder captar las señales que aparecen y no caer en la invisibilización de este proceso.
Además, los juicios y prejuicios son la base de la discriminación que genera en sí procesos de vergüenza. Los exámenes y las evaluaciones de todo tipo son fuentes que generan turbación (Yontef, 1997). Al respecto, Lichtenberg (citado en Sas de Guiter 2003; Lichtenberg, 2006) ha hablado de la importancia de la vergüenza (“o ese malestar que aparece”) como una señal ante los comentarios discriminatorios20 y las “conversaciones difíciles” y la necesidad de
20
Para Lichtenberg (2006), la discriminación es una forma de opresión. Al mismo tiempo,
también de acuerdo con Myers (1995), constituye un modo de cohesionar un grupo de personas (endogrupo) a partir de suponer que hay un enemigo afuera de este grupo (exogrupo). Lichtenberg (2006, 2007, 2008) señala que la base para esto es una dinámica psicológica y psicosocial actuando en personas que han sido obligadas a introyectar la autoridad, fusionándose con ella sin haber podido definirse a sí mismos como personas. De este modo, se identifican con el agresor (usando el término de Ferenczi) e idealizan el grupo en el que se encuentran y como no pueden diferenciarse dentro de este grupo, necesitan crear
201
romper el vínculo opresivo que se produce a raíz de éstos, dándose cuenta de lo que provoca este tipo de juicios (reacciones de vergüenza que son retroflectadas). “Sentirse intimidado es decir que el otro es un intimidador, pero no es decir qué nos sucede en el interior ante la presencia de un intimidador – una atribución común de un proceso interno a una relación social” (Lichtenberg, 2006, ¶ 14). Para esto, esboza una propuesta de realizar un juego dialéctico de definición de sí mismo y de unión con el otro, para comunicarse profundamente con él, sosteniendo las afecciones intensas de uno y del otro, es decir, promover el diálogo a través de la inclusión de la experiencia interna de vulnerabilidad de cada uno, pero sosteniendo también el propio poder e influencia en el mundo. Esto en el caso de la terapia es especialmente importante para evitar un quiebre en la relación terapéutica (o para captar este tipo de dinámicas en la experiencia del paciente) y permitir que aparezca un “Yo” nítido y un “Tú” nítido en el contacto. Es importante considerar también de que si bien es un riesgo el exponer socialmente la vulnerabilidad, existe considerablemente más espacio para la intimidad de lo que se piensa.
La actitud libre de juicios y prejuicios permite entonces, generar el espacio de aceptación de la persona como es, y posibilita así un contexto de intimidad en que el vínculo no está en juego y por lo tanto en que la vergüenza puede ser expuesta y validada (Fossum y Mason, 2003; Morrison, 2005; Yontef, 1995).
una diferencia con los que están afuera. La opresión entonces, es un intento tanto de definirse a sí mismo, de diferenciarse a uno mismo, y a la vez de fusionarse con el otro.
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Foco 2.- Aumentar el darse cuenta del proceso de vergüenza, liberándose de este proceso automático y excesivamente autodestructivo
Darse cuenta del terapeuta sobre sí mismo.
Para frustrar la neurosis en el caso de la vergüenza, es necesario no avalar los mecanismos de evitación, por lo que es absolutamente relevante el darse cuenta del terapeuta de un proceso de vergüenza incipiente en la terapia (aquí y ahora) o evocados en el relato del paciente de sucesos fuera de la sesión (allá y entonces), que podrían estar evidenciando una autorregulación basada en la vergüenza.
Si bien, siempre es conveniente centrarse en los procesos de transferencia y contratransferencia, en el caso de la vergüenza, es necesario atender inmediatamente cuando el terapeuta pudo haber avergonzado al paciente o viceversa, por esto, es relevante la capacidad del terapeuta de darse cuenta de sus propios procesos de vergüenza, ya que la vergüenza no reconocida genera un ciclo vergüenza-culpa21 (Yontef, 1995) o puede instigar a devolver la vergüenza (escalada del conflicto en Retzinger 1987 y 1991 citado en Lansky, 2008). El terapeuta entonces, tiene como tarea personal el conseguir un más refinado y exacto sentido de su propio self (Yontef, 1997) para que sus procesos personales no interfieran negativamente en el proceso terapéutico del paciente o que pueda utilizarlos para el trabajo terapéutico. 21
Descrito anteriormente en la página 138
203
Darse cuenta del terapeuta sobre el paciente
El terapeuta debe ser capaz de captar y reconocer las manifestaciones y señales que sugieren un proceso de vergüenza subyacente y los mecanismos de evitación, siendo capaz de visualizar lo que se oculta: comentarios autocríticos explícitos, baja autoestima, timidez, desesperanza, sentimiento de no ser “elegible”, autoboicot, auto-odio, falseamiento, repliegue social, corte de vínculos a raíz de juicios o discriminación, actitud prejuiciosa, perfeccionismo, autoexigencia, rabia, culpa (vergüenza de ser yo quien actuó en determinada forma), resentimiento, envidia, etc. Además, cuando aparece el impasse en terapia, es necesario considerar que puede estar involucrado un proceso de vergüenza (Block Lewis, 1971 citado en Lansky, 2008).
Conviene también estar sintonizados a captar y apoyar la parte del sí mismo del paciente que no cree totalmente o que se rebela a la autocrítica y devaluación, es decir, focalizar y apoyar las fuerzas que van emergiendo que se oponen a la vergüenza y de este modo fortalecer el autorrespeto (Greenberg y Paivio, 2000), considerando, como ya se ha mencionado, que sólo después de haber logrado un vínculo estrecho con el paciente, es posible realizar una conjetura tentativa empática acerca de la experiencia subyacente (Greenberg y Paivio, 2000; Yontef, 1995).
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Darse cuenta del paciente en el aquí y ahora:
La iniciativa de identificar la presencia de un proceso reside generalmente en el terapeuta, por lo que una vez que la vergüenza del paciente se ha hecho figura para el terapeuta, es necesario considerar si el paciente presenta patologías serias del carácter, en las que la vergüenza implica un colapso global del sentido del sí mismo y enfocarse preferentemente en ellas (Yontef, 1995). Por su parte, Greenberg y Paivio (2000) sugieren evaluar la fortaleza del ego del paciente para que la intervención no resulte una intromisión, sino que se respete la fragilidad y necesidad de retirarse del paciente. Por esto, en ocasiones es necesario trabajar primero aspectos como la autoestima antes de exponerlo a la vergüenza. Es decir, se requiere lograr un equilibrio que considere por un lado el respeto y la no intromisión, y por otro lado el enfrentar y frustrar la neurosis. Greenberg y Paivio consideran también:
- Reconocer la experiencia interna de inferioridad y normalizar el deseo de proteger la propia dignidad.
- Animar a los pacientes a expresar los sentimientos reactivos a la humillación, pero reconocerlos como un modo de afrontamiento, destacando los sentimientos de vergüenza subyacente.
- Proveer al paciente de explicaciones razonables para entender la utilidad de focalizarse en estas experiencias dolorosas, pudiendo rescatar que el impulso a ocultarse y bloquear el contacto social, pone en riesgo las necesidades
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primarias de pertenencia y conexión. Para Yontef (1995) también es necesario buscar un lenguaje que permita la comunicación y expresión, así como también enseñar sobre el proceso de la vergüenza con el fin de clarificar estas vivencias desorganizadoras. Personalmente también me parece importante que los pacientes tengan cierto conocimiento sobre el ciclo de la experiencia (autorregulación organísmica y autorregulación basada en la vergüenza) con el fin de dar herramientas cognitivas que les permitan estar atentos a cómo se da ese proceso en su propia experiencia y descubrir así cómo y cuándo se están interrumpiendo.
Como en el trabajo con la vergüenza es importante que el paciente tome conciencia de su proceso, ya sea que la vergüenza aparezca como figura para el paciente o para el terapeuta, se pueden utilizar técnicas clásicas de terapia gestalt para aumentar su darse cuenta, como las siguientes:
- Continuum de la atención: se pide al paciente “que atienda a aquello que entra en su campo presente de la atención y que lo exprese”, suspendiendo el razonamiento por la pura auto-observación (Naranjo, 1990, p. 30).
- Enfoque en la responsabilidad (renombrando el llamado “enfoque en la cognición” de Yontef, 1995, p. 481): implica el trabajo de aprender a reconocer los primeros signos del proceso de vergüenza y luego hacer una pausa para permitir el darse cuenta y no continuar automáticamente hacia una vergüenza más profunda (Yontef, 1995) lo que permite hacerse cargo de dicho proceso.
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- Aumentar la conciencia de los mensajes implícitos y de los procesos cognitivo-afectivos subyacentes que generan vergüenza. Cuando aparecen señales de vergüenza subyacente, se le pide que represente como se abochorna a sí mismo, qué cosas se dice para avergonzarse y de esta forma, expresar y simbolizar los mensajes internalizados o las creencias sobre “lo que no funciona” en mí (Greenberg y Paivio, 2000).
- Reflejar y exagerar: cuando aparecen comportamientos no verbales que trasmiten autodesprecio, asco o alguna señal de las expuestas anteriormente (Geenberg y Paivio, 2000).
- Ocultar y enmascarar: experimentos con el fin de expresar el deseo de esconderse para convertirlo en algo menos pesado y molesto (Yontef, 1995).
- Técnicas expresivas (Naranjo, 1990), como son la repetición, exageración, la traducción (por ejemplo: ponle palabras a tu movimiento o sensación, si tus lágrimas pudieran hablar, ¿qué dirían?, etc.), la actuación o el ser directo al hablar pueden ser de mucha utilidad para aumentar el darse cuenta y la expresión de la vergüenza.
- Por otra parte, como receptor de su propio desprecio y asco, se fomenta la conciencia experiencial del daño a sí mismo, lo que moviliza la parte autoprotectora que no acepta un tratamiento hostil: ¿si te lo dijera otra persona? ¿o si le dijeran esto a otra persona? ¿cómo te gustaría responder? (Greenberg y Paivio, 2000).
207
Darse cuenta en el presente del allá y entonces: origen y trabajo evolutivo con la vergüenza:
Yontef señala que es importante llevar al darse cuenta el sistema de autorregulación relacionado con cómo fueron los padres (“autopaternidad”) que ahora se relaciona con cómo es el ambiente interno del paciente (Yontef, 1995) para frenar su actuar automático. Para esto sugiere:
- Explorar la inducción de la vergüenza en la familia de origen como un fondo para comprender el presente.
- Cerrar asuntos inconclusos basados en el pasado, deshaciendo retroflexiones y liberándolo de energía emocional no descargada.
- Revivenciar y asimilar/rechazar figuras parentales y creencias introyectadas.
- Presentificación del pasado (futuro o fantasía en general de ser el caso): llevar al presente la situación pasada y revivirla o reactuando escenas “con participación gestual y postural así como también oral” (Naranjo, 1990, p. 30).
- Buena autopaternidad: a través de la generación en imaginación de los “Padres Buenos Metafóricos”, capaces de responder a las necesidades (de amor, aceptación, protección, buen trato etc) del “niño interno” vulnerable, para luego desarrollar o activar la capacidad del paciente de responderse de esta forma a sí mismo.
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Foco 3 - lograr en ellos un sentido de sí mismo coherente, seguro, positivo y compasivo.
a) Trabajo con los mecanismos de evitación de contacto.
A continuación algunos ejemplos del trabajo con mecanismos de evitación en el caso específico de la vergüenza:
Introyección.
Como se ha dicho anteriormente, el origen de los mensajes avergonzantes es interpersonal, generados en el núcleo familiar. En terapia gestalt, estos mensajes son vistos como introyecciones que pueden ser asimiladas, por lo que se puede animar a la persona a verlos de este modo y, por lo tanto, adueñarse de ellos, dejarlos ir o quedarse con la parte de contenido que le es útil: “la vergüenza, ahora, se genera internamente y el problema se ha convertido en una lucha intrapsíquica por la autoaceptación” (Greenberg y Paivio, 2000, p. 316). Para esto se fomenta el darse cuenta de su actitud con respecto al material introyectado, por ejemplo, en el caso de la autocrítica: ¿de dónde viene eso? ¿de quién es esa voz?, etc. Con esto, la condena global del sí mismo se convierte en evaluaciones negativas implícitas y se pueden cuestionar
las
creencias
desadaptativas
negativas,
reestructurando
la
sensación desadaptativa de sí mismo basada en la vergüenza (Greenberg y Paivio, 2000).
209
Dentro del trabajo con las introyecciones, puede ser importante también el uso de la técnica de la silla caliente, ubicando las figuras introyectadas en la silla opuesta al paciente para fomentar así el diálogo con ellas. Esto, con el fin de que pueda asimilar los contenidos, pudiendo distinguir cuales elementos siente como propios y cuales no en relación a su experiencia de la vergüenza.
Además, como en la vergüenza juega un papel trascendental la comparación con un yo ideal (en cuya base está la introyección), es importante poner atención a la regulación basada en deber ser (“debeísmo”, en Naranjo, 1990, p. 66) y asimilar lo que es propio y coherente con sí mismo y desechar lo que no. En este caso, pueden ser útiles experimentos del tipo “tengo que y elijo que” (Stevens, 1976, p. 84).
Proyección.
Perls (1998) señala que el ser tímido (un aspecto de la vergüenza) o “autoconciente” (self-conscious) es en realidad “conciencia de un auditorio crítico”, en que la persona no se da cuenta verdaderamente de su auditorio, el cual se torna borroso y se transforma en un telón donde proyecta sus propias críticas, hostilidad y atención (y por lo tanto se siente el foco de esta atención). “La cura es simple: identificación con la proyección. Ser crítico con el auditorio. Poner atención a la realidad. Despertar del trance de las expectativas catastróficas” (Perls, 1998, p. 188). En el caso de la vergüenza, entonces, la
210
sensación de exposición implícita, implica a un observador o testigo enjuiciador, cuyas actitudes pueden ser exploradas mediante la representación de él o ella (Naranjo, 1990). En el desarrollo de esta exploración es posible utilizar la técnica de la silla caliente como un medio para que el paciente logre identificarse vivencialmente con los aspectos que deja fuera de sí mismo. De esta forma, a través del diálogo con las figuras proyectadas que lo enjuician y critican, puede revisar cuál es su experiencia frente a ellas, expresar la rabia u otros sentimientos interrumpidos y finalmente experimentarlas como parte de sí y hacerlas propias, es decir, de cómo él mismo es crítico y enjuiciador.
Greenberg y Paivio (2000) también apoyan la idea de aumentar la conciencia experiencial del proceso de no reconocer como propios y de rechazar aspectos del sí mismo y los efectos negativos que tiene sobre la persona. A raíz de esta conciencia se movilizan recursos y fortalezas como el orgullo, el autorrespeto y la compasión, aceptando los errores como sólo una parte del organismo en su totalidad. En este sentido, también es necesario el trabajar apropiándose e integrando un juicio amoroso (no sólo un juicio castigador) hacia sí mismo, autoempático, es decir, adueñarse un poco del rol o actitudes del testigo íntimo externo o de los padres buenos metafóricos.
Perls sugiere que si el paciente habla en términos de “it” (ej: “eso” me molesta), es necesario conseguir que se asocie a sí mismo a “eso”, de modo que ya no sea “algo”, sino parte de sí mismo. Así también, si expresa opiniones de otros que son proyecciones (ej: “yo no les gusto a ellos”), se le pide que invierta la
211
afirmación: “ellos no me gustan”, y de ser necesario, que lo repita hasta que emerja como expresión del sí mismo.
También, puede ser útil utilizar técnicas como “me resulta obvio que - me imagino que” (Stevens, 1976, p. 170), con el objetivo de fomentar el darse cuenta del paciente sobre qué, cómo y cuándo está proyectando un auditorio crítico en los demás.
Retroflexión.
Para Wheeler la vergüenza es más un asunto de aislamiento que de constatación de una diferencia. La vergüenza, como emoción social, es una llamada a buscar la aceptación en intimidad con un otro, que ayude a integrar la experiencia en el campo vivencial, pero con el mecanismo de ocultamiento (retroflexión), la persona se aísla. Este es otro punto en que la relación terapéutica en sí, como es descrita en el objetivo 1, es de vital importancia. Por otra parte, al aumentar la toma de conciencia de la necesidad de ocultarse ligado a la vergüenza, este mecanismo puede dejar de funcionar en automático ante las vivencias de vulnerabilidad (Yontef, 1995).
Perls (1998, p.189) dice que “la persona que se tortura a sí mismo en presencia de ustedes, también los está torturando a ustedes”, por lo tanto, la cura es: “hacerle a otros lo que te estás haciendo a ti mismo” (Perls, 1998, p.189), por lo que se pueden utilizar técnicas en que el paciente pueda expresar las emociones suprimidas, reprimidas y desviadas en sesión y pueda dirigir esa
212
energía (tortura, odio, crítica) hacia fuera, o aumentar la toma de conciencia realizando intervenciones del tipo ¿a quién te gustaría decirle estas cosas? (Greenberg y Paivio, 2000).
Confluencia.
La vergüenza es catalogada como “ruptura de la confluencia” (Robine, 2005), ya que se relaciona con la conciencia del quiebre del estado de fusión con el entorno, en que aparece una figura de contacto y de diferenciación, gatillada por la presencia o mirada de otro. En otras palabras, es inevitable y necesario que suceda este quiebre con el entorno que genera vergüenza, es decir, que la persona tenga iniciativa, que pueda diferenciarse y reconocer sus propios límites.
Lichtenberg (2006) habla de la importancia de lograr una confluencia saludable. Sin embargo, esto se ve dificultado por el temor a la cercanía (o intimidad) generado por la experiencia de una confluencia defectuosa en que el otro (o lo externo) domina al sí mismo que se sumerge en el otro perdiendo la individualidad. Para una confluencia sana, es necesario estar cada uno abiertamente particularizado, es decir, que exista tanto un “yo” como un “tú” nítidos y ambos validados. Es por esto que en este punto puede ser útil trabajar la identidad, reconocer los propios límites y cuando son traspasados (por ejemplo en conversaciones difíciles con contenido discriminatorio, ciertos juicios, etc.), además de trabajar con la iniciativa para ser auténtico de un modo creativo.
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Lichtenberg (2006, ¶ 22) propone “cuatro vértices en el contacto” si es que se busca un diálogo completo, entre un “yo” y “tú” nítidos. 1.- “Esto es lo que yo quiero y quien soy yo”. 2.- “Yo quiero que tú me digas qué quieres y quién eres.” 3.- “Dime cómo estás reaccionando a lo que he dicho o hecho,” 4.- “así es cómo yo estoy reaccionando ante ti.” E ir completando los componentes que faltan, siendo respetuosos de las resistencias a ser uno mismo de verdad en forma totalmente abierta, ya que no es posible estar seguro de cómo el otro va a usar nuestras revelaciones.
Martínez (2006) da un ejemplo de trabajo de ruptura de confluencia en la vergüenza, en que se le pide al paciente que exponga aquello de sí mismo de lo que se avergüenza, y que le es propio, frente a un otro a través de la imaginación.
Además puede ser importante el trabajar con el paciente la capacidad de aceptar al otro en sus diferencias (lo que incluye el trabajo de expectativas, actitud enjuiciadoras hacia fuera, etc.), para posibilitar que también aparezca un “tú” claro y nítido al que le sea permitida la unicidad, autenticidad y creatividad.
214
b) Vergüenza y creatividad.
“Amigo, no seas perfeccionista. El perfeccionismo es una maldición y un esfuerzo. Por qué tiemblas al errar la fama. Eres perfecto si te dejas estar y ser. Amigo, no temas equivocarte. Los errores no son pecado. Las equivocaciones son maneras de hacer algo de un modo diferente, tal vez en forma novedosa y creativa. Amigo, no le tengas temor a tus equivocaciones. Amigo, no te arrepientas de tus equivocaciones. Ponte orgulloso de ellas. Tuviste el coraje de dar algo de ti” (Perls, 1998, p.93).
El tema de la creatividad, a mi parecer, cobra especial importancia en el trabajo de la vergüenza, por lo que será tratado a continuación.
Un tema que ocupa al terapeuta gestáltico es el de lograr la permanencia de la creatividad, aún cuando existan pautas o consensos, es decir, transitar desde la seguridad a la incertidumbre (donde se pueden aprovechar condiciones aún desconocidas o negadas, que están en el fondo); ir de la adaptación y lealtad a pautas ya carentes de significado, hacia la diferenciación y originalidad y desde allí a la adecuación creativa para así organizar nuevas lealtades (Sas de Guiter, 2005).
El miedo a tomar el riesgo de equivocarse o de ser mal evaluado si tengo la iniciativa
de
expresar
quien
soy,
de
215
manera
auténtica,
implica
un
distanciamiento (y tal vez un bloqueo) de las propias capacidades de ser espontáneo o de hacer un ajuste creativo con el entorno. En el documental “La invasión de las ideas” (Vaske, 2005), se trata el tema de las ideas y la creatividad a través de la opinión de muchos expertos en el área de la filosofía, ciencias, y arte entre otros. Aquí se señala que las nuevas ideas, la creatividad, se ve coartada por la intolerancia, el fundamentalismo, los prejuicios, la falta de aceptación, la idea de uniformidad, las ideologías, censura, etc.
En este sentido, romper la confluencia con el entorno, el atreverse a la posibilidad de quedar expuesto y ser muy visible en mis divergencias, es decir, el pasar “a través” de la vergüenza, permite que surja la creatividad.
Yontef (1997) señala que la creatividad requiere independencia y resistencia. Cuando no se está de acuerdo con la mayoría (o con quien enseña), cuando se muestra pensamiento crítico o creativo, la persona se siente expuesta y esta ruptura de confluencia es esencial para un buen aprendizaje. Sin embargo, cuando la respuesta obtenida es demasiado enérgica, crítica a los esfuerzos que implican el generar un pensamiento independiente, cuando se pide ser conformista (por ejemplo, con el estilo de la enseñanza) o se trata de ridiculizar al individuo, se aumenta la inducción a la vergüenza. Esta es otra razón de por qué es trascendental establecer una relación terapéutica de aceptación del otro en su diferencia y unicidad.
Para Zinker (1979, p. 11)
216
la creatividad es la celebración de nuestra propia grandeza, el sentimiento de que podemos hacer que cualquier cosa se vuelva posible. Es una celebración de la vida, mi celebración de la vida. Es una afirmación ardiente: ¡Estoy aquí! ¡Amo la vida! ¡Me amo! ¡Puedo serlo todo! ¡Puedo hacerlo todo!
Para este autor, la creatividad no es solamente la expresión de la totalidad de la experiencia y el sentimiento de unicidad de cada persona, sino que también es el acto social de compartir con otros esa celebración, lo que especialmente en el caso de personas con tendencia a la vergüenza, es facilitado por un contexto de intimidad en que el vínculo no esté en juego.
Por esto, todas las intervenciones que posibiliten expresar esta unicidad, podrían de alguna forma trabajar la vergüenza. Sin embargo, si no está presente el contexto de aceptación (incluyendo al paciente con respecto a sí mismo), esta ruptura de confluencia podría generar o fomentar la aparición de una reacción de vergüenza.
c) Exacto sentido del self: autoconocimiento, autoaceptación y autoestima.
“El orgullo no es la satisfacción por algo cumplido, sino la glorificación de algo soñado. Es por esa característica que tanto el orgullo como la
217
vergüenza le impiden al individuo ser realmente él mismo” (Fossum y Mason, 2003, p. 13).
En terapia gestalt la toma de conciencia incluye tanto el conocimiento del self, es
decir,
el
autoconocimiento,
así
como
la
aceptación
del
self
o
autoaceptación22. “Un sentido del self que sea un mero ajuste o acomodación a una norma externa sin validación por el propio sentido del self, o cuando se empareja con el autorrechazo no sirve para construir el sentido del self”23 (Yontef, 1997, ¶ 28). Así como tampoco serviría de la forma contraria, es decir, un ajuste sin validación externa o autoengrandecedor. En este sentido, el objetivo ha de ser lograr un equilibrio personal entre la necesidad de ser aceptado por otros y el ser uno mismo. Así también, me parece importante el conocimiento (e incluso la aceptación) de las propias rigideces neuróticas.
Para Yontef (1995), la identificación con uno mismo tal como se es, con las propias circunstancias y experiencias, es lo opuesto a una autorregulación basada en la vergüenza. Desde ahí, se condice que aceptar la propia experiencia de vulnerabilidad y/o tendencia a la vergüenza tenga el efecto paradójico de aliviarla, ya que el solo hecho de aceptar la experiencia subjetiva, disminuye la angustia.
22
Es importante recordar que el “self” o “sí mismo” en gestalt es la frontera de contacto y que
por lo tanto es móvil. 23
En este artículo Yontef se refiere a la vergüenza en la formación de terapeutas, por lo que
este párrafo está referido al sentido del self de un buen terapeuta, pero es posible aplicarlo en forma general.
218
Para que el paciente se asuma “a sí mismo tal como es”, lograr la aceptación y no caer en la ocultación o autoboicot por evitar quedar expuesto, puede ser importante la connotación positiva del polo vergüenza, es decir, los aspectos en que ésta puede ser funcional al organismo, es decir, la conciencia de sí mismo, el contacto con los propios límites y la importancia que tiene el campo interpersonal para la persona. En este sentido, como sugiere Wheeler (2005), esto implica el cambio paradigmático desde el individualismo que ensalza el orgullo (semejante a la “omnipotencia” en términos de Schnake, 2001, p. 122) generalmente autosuficiente y que no reconoce los propios límites ni dependencia del campo, para dar paso a un paradigma de campo.
En este trabajo, son de gran utilidad las técnicas de integración (Naranjo, 1990), como por ejemplo:
- ante expresiones de autodenigración (momento de vergüenza) se puede realizar un diálogo de partes entre una parte crítica o juez que dirige acusaciones despreciando a una parte receptora que se avergüenza de todo ese desprecio y asco. Esto “incrementa la conciencia de mensajes internalizados específicos, de la cualidad expresiva y del impacto experiencial de este desprecio y asco, del dolor y daño a la autoestima” (Greenberg y Paivio, 2000, p.316).
- trabajo de polaridades: Es importante destacar que, como desde la gestalt nos situamos desde la fenomenología, se trabaja con el paciente para generar
219
las categorías polares que tienen sentido para él, desde su propia perspectiva y realidad única, es decir, las categorías no vienen dadas a priori y por tanto no son generalizables en ningún caso. Específicamente en el caso de las personas que tienden a la vergüenza, se describen dos tendencias polares que podrían servir como guía para el trabajo, pero en ningún caso como verdad irrevocable, que son el polo “orgullo”: expansivo, sin límites, omnipotente, grandioso, que se siente autosuficiente y que generalmente toma el rol de avergonzador; y por otro lado el polo “vergüenza”: contraído, autoconsciente de los propios límites y dependiente de campo (Morrison, 2005; Yontef, 1995).
El trabajo en la silla caliente implica la aceptación final de ambos polos, por lo que es importante tener cuidado con como se nombran estas categorías para trabajarlas en la silla caliente o al hablar de ellas, ya que la vivencia que tiene el paciente con una de las dos (o con ambas), puede ser desagradable para él. Por tanto no es trivial que el nombre en sí enjuicie o denigre a ese aspecto del sí mismo, ya que dificulta la aceptación y la toma de contacto con los recursos que existen en ese polo. Por ejemplo, si en terapia denominamos a un aspecto polar “el perdedor” o “el idiota”, lo más probable es que el paciente no quiera tomar contacto con ese aspecto de sí mismo y lo evite.
La idea integración y aceptación en el trabajo de polaridades en la silla caliente es que, a través del diálogo (guiado y energizado por el terapeuta cuando es necesario), el paciente logre captar vivencialmente lo positivo de ambos polos, es decir, los recursos personales que tiene a su disposición si se permite actuar desde esa polaridad y a la vez, que ambas polaridades logren reconocer
220
aquello que le es útil y es positivo de la otra parte. Esto permite que prevalezca internamente la aceptación en vez de la crítica, elemento central en el trabajo de la vergüenza. Por lo tanto, es importante rescatar la utilidad del polo “vergüenza” como el lado que es capaz de aceptar los límites y la necesidad de intimidad, ya que el dejar al paciente contactado sólo con el polo orgulloso implica la desvergüenza, que para Yontef (1995) es carecer de un sentido adecuado del contexto y de los propios límites. Además, si sólo se identifica con el orgullo, y se devalúa al otro, se plantan las bases para la vergüenza a futuro.
Es importante destacar que el que la persona acepte ambas polaridades, no implica que éstas tengan que estar presentes en su vida la mitad del tiempo cada una y que tenga que mantenerse en un punto intermedio, en un equilibrio estático que sería insostenible en el tiempo y generaría a la larga más neurosis. Significa que logre transitar más o menos cómodamente, utilizando los recursos de ambos lados cuando lo requiera, aquí y ahora, es decir, acercándose así más al autoapoyo y a la salud.
- Sí mismo ideal: con el fin de explicitar la comparación del sí mismo real con el sí mismo ideal, por ejemplo, a través de una conversación contactada o expresando en forma simbólica más concretamente al sí mismo ideal e indagar en las sensaciones que aparecen frente a esa imagen (Yontef, 1995).
- Movimiento: de un lado a otro entre la energía de expansión (polo orgulloso) y de contracción (polo vergüenza) (Yontef, 1995, p. 482).
221
- En este punto pueden ser positivas para el paciente técnicas como “el hombre sabio” (Stevens, 1976, p. 163), que es un viaje en imaginación que sirve para contactarse con la propia la sabiduría interna.
En el trabajo con la vergüenza, además de autoconocimiento y autoaceptación, es importante el mejorar el sentido global de autoestima del paciente. Yontef explicita que la autoestima sin un exacto sentido del self no sirve, por lo que una autoestima “equilibrada” (no orgullosa ni vergonzosa) incluiría el saber quien soy, aceptarme y estimar eso que soy.
Wheeler (2005) señala que la autoestima es el producto final de la estima, la aceptación y la valoración por parte del entorno. Por lo tanto, la falta de apoyo por parte del entorno tiene como consecuencia la vergüenza y en el otro sentido, si hay suficiente apoyo adecuado por parte del entorno, se podría obtener autoestima como resultado.
Algunos autores (Bucay, 2000; Milicic, 2001; Rojas, 2007; Vaske, 2005) proponen algunas ideas al respecto, que llevados a intervenciones en terapia gestáltica, tienen que ver con la aceptación y afecto incondicional, el escuchar, respeto por los procesos, promover la autonomía, darse cuenta de lo que admira en los demás e identificación con la proyección, trabajar en las exigencias de acuerdo a la propia persona (teniendo cuidado en la comparación con ideales).
222
Foco 4.- Buscar o generar espacios de intimidad en el “afuera”.
How y Abrams (1988 citado en Myers, 1995) señalan que el autoconcepto completo no contiene sólo la identidad personal, es decir, el sentido de los propios atributos y actitudes personales, sino que también la identidad social. Por lo tanto, el tener un sentido de “nosotros” favorece el autoconcepto y, por lo tanto, podría contribuir a aplacar la vergüenza. Estroff (1995) agrega que la autoestima es más bien un reflejo de nuestra relación con los demás, una especie de un medida construida en nosotros para detectar y así, evitar la amenaza del rechazo social.
En este sentido, me parece
importante el incentivar al paciente a buscar
espacios de intimidad o espacios en los que se sienta valorado tal como es (en contraposición a los espacios donde importa esforzarse por calzar o que se ridiculiza o discrimina lo diferente). Como en el cuento de Patito feo, o en el videoclip de la canción “No rain” (Bayer, 1992), es la alegría de encontrar la “manada” (Pinkola, 2001), la confluencia sana (Lichtenberg, 2006) y el sentido de pertenencia en un espacio abierto a la intimidad. Al respecto
Wheeler
(2005, p. 171) describe: “Quizás todos conocemos esa sensación de frenesí y energía que surge cuando inesperadamente encontramos una comunidad o una persona que nos corresponde, que se aviene con nosotros en áreas donde nos creíamos completamente solos”.
223
Como resultado de todo este trabajo, es posible alcanzar la última parte del objetivo planteado por Yontef (1995) que es, lograr un sentido de vergüenza que sea dirigido en forma racional por la propia espiritualidad, valores y necesidades de la persona, en un proceso de contacto sí mismo-otro, darse cuenta y epoché24.
A modo de conclusión, considero importante destacar que además de que la terapia sea un contexto que en sí genera vergüenza, este sentimiento también puede influir en el desarrollo exitoso de los experimentos gestálticos, ya sea por la dificultad de exponerse o porque lo más probable es que a la base de la polaridad no permitida, exista un gran sentimiento de vergüenza, lo que, de no ser considerado, podría boicotear trabajos que impliquen jugar a “ser” lo que no me permito ser porque me avergüenza (como en la silla caliente o juego de roles), lo que requiere un manejo sensible entre la aceptación del paciente y la frustración de su neurosis.
6. Casos prácticos
“El hombre moderno vive en un estado de vitalidad mediocre. (…) Pareciera que siente que el tiempo de pasarlo bien, de placer, de crecer
24
Epoché o enojé: término usado por Husserl para referirse a la “reducción” fenomenológica
muy distinta a la reducción positivista y que se refiere al “poner entre paréntesis la existencia del mundo y de la propia conciencia (…), poner entre paréntesis todos los caracteres accidentales del fenómeno y quedarse sólo con su esencia” (Tejedor, 1990, pp. 296 y 297).
224
y aprender es la niñez y la juventud y al llegar a la “madurez”, abdica de la vida misma” (Perls, 2003, p. 11).
A continuación se presentan casos clínicos de pacientes, que desde este enfoque, se comprenden como personas cuya autorregulación está basada en la vergüenza, ya que me parece más trascendente para la práctica clínica. A su vez, se han elegido casos con algunos factores en común como es ser adulto joven, profesional, soltero y con trabajo estable, con el fin de homogeneizar la muestra. Posteriormente, se ejemplificarán los aspectos de la comprensión y el trabajo de la vergüenza, tomando episodios del caso que más represente el aspecto a tratar 25.
Es importante destacar que como aspecto ético han sido alterados el nombre y algunos datos no relevantes para la comprensión y abordaje del caso, con el fin de proteger la identidad de la persona. Además, se ha pedido autorización al paciente para escribir sobre su proceso terapéutico en este trabajo.
25
Las frases en letra cursiva y comillas corresponden a expresiones textuales del paciente o
terapeuta. Las frases o palabras entre paréntesis corresponden a comentarios de mi autoría.
225
6.1 Presentación de casos
6.1.1 Primer caso.
Andrés es un joven de 29 años, soltero, de profesión agrónomo y que trabaja en producción agrícola.
Conducta observada.
A las primeras sesiones llega bastante inquieto, habla atropelladamente, dando mucha información: “la idea es que tú lo sepas todo, toda mi historia”. Pide mi opinión para contrastar sus propias ideas y percepciones. En ocasiones se contacta emocionalmente con lo que habla, pero sigue adelante con el relato.
Motivo de consulta inicial.
Andrés llega a la consulta por una “crisis” de ánimo depresivo que tuvo en la semana, en la que se cuestionó si era capaz de generar vínculos con otras personas. Señala que cada cierto tiempo su ánimo fluctúa en lo que él llama “manía”: “ando hiperactivo, alegre, despreocupado, impulsivo” y estados depresivos: “ando denso, tirando mierda, irónico, sin ganas ni de levantarme”. Ante estos episodios depresivos, la solución intentada es principalmente distraerse con otra cosa, escuchar música (que es su pasión) y leer libros de autoayuda (Bucay, de Melo, etc.). No quiere seguir cayendo en esos estados depresivos porque son muy fuertes para él y lo hacen dejar todo de lado. Por
226
esta sintomatología, fue diagnosticado con trastorno bipolar en una sesión con un psiquiatra hace 3 años, pero no siguió ningún tratamiento.
Está motivado para un trabajo terapéutico, sin embargo, llega con la idea de ser evaluado en qué está bien y qué está mal y así, ser guiado en qué hacer para cambiar.
Se describe a sí mismo como simple, desordenado “tratando siempre de ser ordenado”, olvidadizo, solitario, más bien de pocos amigos, pero a la vez dice que “sé agradar, sé caer bien”.
Agrega también que siente que no se conoce, se siente mediocre e insatisfecho consigo mismo: “soy un ser común y corriente, mediocre. Yo siempre digo: no soy feliz, pero estoy tranquilo”.
Desde el año pasado, después de que terminó su tesis y se puso a trabajar, ya no practica los deportes a los que era aficionado y se siente mal consigo mismo por eso: “me siento gordo”.
Antecedentes biográficos.
Es el hermano menor de una familia compuesta por ambos padres y su hermana, que actualmente está casada y tiene 2 hijos. Andrés vive solo hace dos años, cerca de su trabajo a las afueras de la ciudad, pero tiene planes de cambiarse a un sector más céntrico y acomodado, aunque tenga que viajar
227
más tiempo para llegar a su trabajo. Se proyecta construyendo una familia, lo que es un tema central y “sagrado” en su vida.
La mamá de Andrés fue diagnosticada como depresiva endógena. Andrés dice de su padre “nunca ha sido cariñoso, pero mi relación con él se quebró cuando me enteré hace 7 años de que tenía otra pareja hace mucho tiempo”. Cuando se descubrió esta situación, la madre hizo un intento de suicidio y al ver lo que sucedió en su familia, Andrés se propuso no ser como su padre: “no quiero ser como mi viejo. Cuando yo me decida a formar familia, cuando me case, va a ser en serio, de verdad, no para andar gorreando. La familia es sagrada para mí. Ahora no quiero formar familia con mi polola, no todavía, pero es algo importante que quiero hacer”. La importancia que Andrés da a su futura familia se refleja también cuando relata que cuando era adolescente y pasaba por malos momentos, empezó a escribirle cartas a su hijo futuro, contándole acerca de sus vivencias.
Andrés ha pololeado desde que tenía 14 años, sin grandes periodos de soltería entre un pololeo y el siguiente y han sido relaciones largas (9 años, 3, años, 2 años y un año con su actual polola). “Mis amigos me dicen que tengo que aprender a estar solo, pero yo no creo que sea tan malo ¿o sí? No sé, se me ha dado no más. No soy guapo pero siempre me va bien con las minas, sé que decir. Igual uno aprende hartas cosas en pareja también”. Señala que en todas estas relaciones ha sido infiel y que una polola le fue infiel a él, sin embargo en su relación actual “tengo oportunidades, pero ya no quiero portarme mal”.
228
Andrés se declara católico y tiene una relación muy cercana con Dios, pero no así con la iglesia. Detesta ser llamado “católico a mi manera”, pero considera que es mejor hacer buenas obras que ir a misa: “de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno”. Andrés es categórico al respecto: no le basta con “ser un hombre de buenas intenciones” si resultan cosas malas a raíz de sus actos. Es por esto que se esfuerza por ser buena persona (ej: una vez a la semana va a repartir comida a la gente que duerme en la calle), buen pololo (ej: pone una alarma para recordarse de llamar a su polola), buen amigo (ej: llama casi a diario a sus mejores amigos), etc.
Profesionalmente se siente frustrado, ya que no le gusta la carrera que estudió y piensa que nunca se esforzó mayormente para que le fuera bien. Se compara con sus compañeros y se encuentra en falta: “a esta edad yo debería tener algo; un título más, debería estar comprándome una casa, o tener un negocio y estar ganando plata, o tener una familia, pero lo único que tengo es el auto”.
Relata que sus amigos y su polola le dicen que es inmaduro (y él lo cree así) porque, por ejemplo, gasta mucho dinero y tiempo en asuntos relacionados con la música: asistir a conciertos, comprar discos, etc., en vez de dedicarse más a trabajar, estudiar, hacer negocios o producir de alguna forma.
229
Comprensión del caso (darse cuenta del terapeuta sobre el paciente).
Desde la psiquiatría tradicional, Andrés fue diagnosticado con trastorno bipolar del ánimo, probablemente con episodios hipomaníacos, pero sin embargo en la actualidad no aparecen síntomas que me hagan pensar en un episodio depresivo mayor ni en un cuadro relacionado con la manía, sino que presenta cambios de ánimo relacionados con la situación que vive y que no constituyen cuadro psiquiátrico que requiera de una derivación.
Andrés, como adulto joven, siente que no está pudiendo cumplir con las expectativas que la sociedad espera de él. Si bien “lo que la sociedad espera de mí” es una proyección de “lo que yo espero de mí en esta etapa” basado en la introyección de lo que “debo ser” para sentirme aceptado por mi grupo, desde el punto de vista de Erikson (2000), en la adultez joven se asume el término de la moratoria psicosocial, por lo que se “debe” insertar activamente en el mundo laboral y social, y a la vez se espera la formación y consolidación de relación de pareja.
Este es un caso en que la autorregulación podría estar basada en la vergüenza, aunque a primera vista pueda no parecer tal, ya que implica la dinámica interna de cuestionar la propia valía, sentimientos de devaluación y autorrechazo, por lo que no puede tomar contacto con sus recursos que posibilitarían el ajuste creativo en el campo organismo/entorno. La interrupción
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en este proceso de autorregulación involucra una dialéctica de polaridades, desde mi punto de vista, entre los polos:
A.- “Jinete”26: “deber ser”, perro de arriba, responsable, grave, autoexigente, racional, que es con lo que se identifica en este periodo de su vida. B.- “Caballo”: impulsivo, alegre, despreocupado, considerado, infantil y que le genera vergüenza.
Posteriormente en el trabajo, nos damos cuenta que si bien el polo A avergüenza constantemente al polo B, el polo B avergüenza constantemente al polo A también por ser pesado, calculador, derrotista.
En cuanto a los mecanismos de evitación de contacto que bloquean su proceso, es importante destacar:
- Introyección de valores e ideas que obstaculizan su desarrollo (por ejemplo, sobre la bondad y maldad; cómo se debe comportar una persona madura; “a esta edad debería…”; etc.) y que involucran vergüenza al verse como realmente es y, por lo tanto dificultan la autoaceptación y bloquean la autenticidad y creatividad. Desde ahí su sentimiento de no conocerse a sí mismo, que en mi lectura implica más bien algo así como “si no soy como espero o debo ser, es mejor no mirarme” y en ocasiones “no merezco ser visto ni siquiera por mí mismo”.
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Llamados así de acuerdo a una polaridad que describe Levy (2000) en el capítulo sobre
Exigencia y excelencia.
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- Proyección de falta de soporte en el campo y juicio crítico basado también en críticas y expectativas sociales manifiestas en algún momento e introyectadas, que no le permiten conocerse, aceptarse y exponerse.
- Retroflexión que se da en forma de autoexigencia, criticarse a sí mismo, invalidarse y ocultar gran parte de sí mismo, llegando a mostrarse como un prototipo de lo que le parece socialmente aceptable (especialmente por una pareja).
- Confluencia especialmente con las expectativas que sus seres queridos tienen manifiestamente o proyectadamente sobre él; así como también en la falta de conciencia de sí mismo (confluencia que se rompe en ocasiones cuando es conciente de sí mismo en su diferencia, por lo que se siente avergonzado).
En este caso, los objetivos terapéuticos a trabajar con el paciente tuvieron que ver con el autoconocimiento, el trabajo con los juicios internos y el descubrir el sentido de los episodios depresivos
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6.1.2 Segundo caso.
Marcela es una mujer de 34 años, soltera, ingeniero comercial y que trabaja en una empresa.
Conducta observada.
En las primeras sesiones, Marcela se muestra muy conectada emocionalmente con lo que relata (ocasionalmente lábil), aunque cuando habla de emociones más negativas para ella, no permanece en eso y se interrumpe esa experiencia a través de bromas o se reta a sí misma.
Motivo de consulta inicial.
Marcela consulta porque ya no se soporta a sí misma. Dice que anda muy irritable y agresiva con la gente, con episodios de ira descontrolada, de mal humor, “amarga, oscura, no disfruto de las cosas”. Ha intentado ponerse “más buena onda”, pero no le resulta. Además se describe a sí misma como tímida, poco dócil, poco espontánea, muy mental: “no doy puntada sin hilo”, “soy mala, grave… todo para mí es grave. Una vez que me traicionan, no doy pie atrás y chao”.
Está motivada para un trabajo terapéutico y se muestra comprometida a ello.
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Antecedentes biográficos.
Marcela es la hermana menor de una familia compuesta por ambos padres y sus dos hermanas, de 39 y 41 años que viven fuera de Santiago. Señala que siempre fue la regalona, mimada, y que “siempre lo tuve todo en la vida”. La familia es originaria de Concepción y tuvieron muy buena situación económica hasta que la empresa de su padre quebró cuando ella tenía 20 años, por lo que debió trabajar y estudiar paralelamente. Sus padres, en opinión de Marcela, nunca se pudieron recuperar y aceptar esta nueva situación. Actualmente ella aloja a sus padres en su departamento y además contribuye a pagar el arriendo de un local con el que ellos se ganan la vida. Se siente culpable, ya que la presencia de sus padres le molesta y si bien le gustaría tener ganas de compartir con ellos, no quiere pasar tiempo en su compañía.
En cuanto su vida sentimental, Marcela tuvo una pareja hombre y posteriormente aceptó su homosexualidad. Ha tenido dos relaciones de pololeo, por cuatro años la primera y por dos años la segunda con quien terminó hace ya un año medio. Actualmente quiere encontrar una pareja estable, sin embargo considera que el mundo homosexual es muy alocado e inestable: “no quiero encontrar a la típica lesbianita loca. Es siempre así. Las minas se gorrean entre ellas, se meten con las amigas, transgreden los valores por dejarse llevar por una mina, son súper pasionales, súper escandalosas. Siempre hay entuertos, shows, locura. Yo no soy así, no me gusta agarrarme minas por deporte”. Para ella, esta situación no se da o se da en menor proporción en el mundo heterosexual. Al momento de las primeras entrevistas
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su grupo social estaba compuesto totalmente por personas homosexuales, y se imagina que no se sentiría cómoda con personas heterosexuales. Tiene un grupo de amigos cercanos con quienes se reúne frecuentemente y van a fiestas, pero considera que pronto ya va a estar muy vieja para este tipo de pasatiempos.
Si bien ella declara que ha aceptado su homosexualidad y que es una realidad con la que no se pelea mayormente, sus padres y una de sus dos hermanos aún no saben su condición. Detesta la etiqueta “lesbiana” porque está muy connotado negativamente y prefiere cualquier otro apelativo.
Profesionalmente, se siente exigida ya que en su trabajo la están preparando para su nuevo cargo de gerente, en el que debe hablar en público constantemente e intervenir en las reuniones semanales que se realizan. Además de esto considera que no está preparada para asumir una gerencia, aunque sea pequeña.
Comprensión del caso (darse cuenta del terapeuta sobre el paciente)
Me parece que el caso de Marcela, corresponde a una autorregulación basada en la vergüenza, marcada por un fuerte rechazo a sí misma, que es gatillado por diversas situaciones: al sentirse perteneciente a un grupo minoritario y socialmente rechazado, al no tener pareja, al sentirse no apta para las expectativas que sus jefes tienen de ella, al sentirse socialmente poco
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amigable y afable, etc. Asimismo, en cierta medida, ella cree que es una buena persona y buena pareja, pero en un principio no es capaz de tomar contacto con esta parte de sí misma.
En la dinámica de polaridades en conflicto, visualizamos estos polos: A.- “El Grinch”27: exigente, crítica y dura con el resto y también con ella misma, rígida, seria, irónica, poco amigable, grave: “todo es muy importante para mí”, enrollada, analítica, consecuente: “no puedo desdecirme”, “soy capaz de manipular a las personas y a las situaciones, pero siempre estoy en función de los demás”. Este es el polo del que se avergüenza, pero es el que está más presente en su vida. B.- “Linda”: amorosa, tierna, frágil y vulnerable, pero sin miedo a mostrar debilidad, dócil, preocupada por el resto y se nota, sonriente, confiada, volada, preocupada de lo que es realmente importante. Ella señala que este polo sólo está presente en un 10% en su vida, pero le gustaría que sea 100%, es decir, es el polo más parecido al sí mismo ideal.
En cuanto a los mecanismos de evitación de contacto que bloquean su proceso, es importante destacar:
- Introyección: aparecen ideas como el que ser homosexual es malo, que la vida heterosexual es más acorde a los valores de lo que está “bien”: fidelidad, pareja estable, etc.; de lo que es adecuado para su edad: “imagínate que sigo yendo a fiestas y carreteando mucho, ¡si ya voy a tener 35! y si sigo así, la vieja 27
Ella verbaliza que este personaje tiene una connotación positiva en su forma de ver.
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patética”; de los requisitos que debe cumplir una futura pareja: “no puede ser menor de 30 y no me gustan las viejas… ¡con una de 40 no!”, “no quiero a la típica lesbianita loca”; de lo que es adecuado para sí misma: consecuencia, valores, seriedad sin posibilidad de hacer el ridículo porque es tonto, etc.
- Proyección de juicios sobre su identidad sexual, idealizando el mundo heterosexual, excluyéndolos de su vida social. Además proyecta en los demás fortaleza, espontaneidad, asertividad, entretención, buen genio, liviandad, etc. - Retroflexión que se da en forma de autoexigencia, excesivo automonitoreo y crítica negativa hacia sí misma y por lo tanto, el ocultamiento o irritación consigo misma por ser como es.
- Confluencia con su grupo de amigos cercanos: se refugia en su grupo de amigos que son “como ella”. Para mantener la confluencia con ellos, calla su incomodidad cuando hablan de ciertos temas o cuando le hacen bromas acerca de temas delicados para ella (retroflexión).
Con Marcela, los objetivos terapéuticos a trabajar en relación con la vergüenza se relacionaban con el lograr una actitud espontánea en la vida, dejarse fluir (necesidad de ocultarse), y a la vez, en relación al sentirse tan irritable y mal genio (necesidad de protegerse).
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6.1.3 Tercer caso.
Javiera es una joven de 29 años, soltera, geógrafa.
Conducta observada.
En las primeras sesiones, Javiera aparece con un estilo muy original de vestir, habla relajadamente de sus cosas, aunque por su lenguaje no verbal me imagino que interrumpe la expresión emocional cuando habla “acerca de” lo que la trae a la consulta: el bloqueo que le produce su timidez.
Motivo de consulta inicial.
Javiera llega a la consulta porque está muy descontenta con su trabajo, se aburre y considera que sus jefes no le dan muchas responsabilidades, por lo que siente que su trabajo no aporta. Se considera tímida y quiere trabajar esa situación, ya que siente que constantemente se está boicoteando las cosas que podría hacer: “siento que todo el rato estoy molestando, me siento disminuida frente a mis compañeros… frente casi todo el mundo en realidad”, “ni siquiera me atrevo a hablar con mis jefes para pedirle más trabajo”. Este sentimiento de estar molestando la acompaña frecuentemente, casi todo el tiempo: “si tengo que pedir algo o si llamo a alguien por teléfono siento que le estoy puro quitando tiempo a esa persona”. Además, le molesta que siempre considera mucho lo que las personas puedan pensar de ella, y que, aunque en general las personas tienen una imagen de ella como alguien sociable, entretenida y
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habladora, ella se considera a sí misma aburrida, rutinaria, enojona, alegona, pesimista. Javiera piensa que la vida de los demás es sumamente entretenida en comparación con la suya y esto le genera mucha envidia.
Está motivada y comprometida para un trabajo terapéutico, sin embargo me da la impresión de que muchas veces no confía en la posibilidad de cambiar y al contrastarlo con ella, señala que es así y esto es parte también de sus dificultades.
Antecedentes biográficos.
Javiera es la hermana mayor de una familia compuesta por ambos padres que “son muy estructurados” y dos hermanos. Señala que “yo soy la responsable de la familia, en cambio mis hermanos son súper impulsivos y hacen los que quieren”. “Siempre fui niñita buena, buena alumna, responsable, me portaba bien, no molestaba. Mis papás eran exigentes conmigo, pero siempre pude cumplir bien con esas exigencias”.
Cuando entró a la Universidad, consideró que ya era tiempo de ser ella misma por lo que se dio permiso para ir a fiestas, llegar tarde, pololear, tomar alcohol, etc. “Al fin pude ser un poco más yo”, lo que le generó serios problemas con su madre.
Javiera actualmente tiene una pareja hace un año pero estuvieron separados un par de meses. En ese tiempo su pareja tuvo algunas citas con una
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compañera de trabajo de ambos. Esto genera mucha inseguridad en Javiera actualmente, y le dificulta la relación con su pareja y la hace dudar de la perspectiva de irse a vivir juntos a la casa de él. En el tiempo que estuvieron separados, ella también estuvo saliendo con otra persona, y a pesar de que entiende de que la situación es la misma y no tiene mayor importancia para ella, no puede dejar ir el recuerdo de su pareja saliendo con esa otra mujer.
Socialmente, Javiera es quien organiza las reuniones entre amigos y compañeros de trabajo. Señala que casi siempre tienen alguna actividad social que hacer, pero aún sabiendo esto, siente que su vida social es aburrida y no tiene nada que hacer.
Comprensión del caso (darse cuenta del terapeuta sobre el paciente)
El caso de Javiera es más típico de alguien a quien la vergüenza se le hace figura en su experiencia (aunque no con esos términos en un principio). Ella manifiestamente señala el sentirse disminuida, tímida, “una molestia”, autoexigente, coartada por lo negativo que los demás puedan llegar a pensar y restando valor a los juicios positivos que emiten de ella.
En este caso, aparece un fuerte rechazo a sí misma la mayor parte del tiempo sin gatillantes en el entorno: “aunque estuviera en una isla desierta, igual me sentiría así”, y que a la vez es potenciado por diversos tipos de situaciones como: que no le encarguen trabajo en su oficina, hablar por teléfono, algún
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motivo que le haga recordar que su pololo salió con una compañera, que sepa que alguien habló de ella, incluso si le dicen que ella es muy sociable, entretenida, etc.
En Javiera se pueden distinguir los siguientes polos en conflicto:
A.- “La niña”: disminuida, tímida, oprimida, constreñida, atrapada, incómoda, insegura, tensa, nerviosa, floja. Este es el polo de la vergüenza, que domina en su vida y que quiere que desaparezca. B.- “La adulta”: extrovertida, abierta, espontánea, chistosa, suelta, confiada, deja pasar los errores, conversadora, sabe lo que quiere y puede conseguirlo, expansiva, libre. Ella señala que sólo en algunas ocasiones, como con algunos amigos, cuando debe defender una injusticia o cuando ha tomado alcohol puede vivenciar esta polaridad, pero le resta importancia: “pero es que es con mis amigos cercanos”, “pero había tomado, así es que no sirve”. Éste correspondería al polo del orgullo, el polo del sí mismo ideal.
En cuanto a los mecanismos de evitación de contacto que interrumpen la vivencia más sana de la vergüenza, es importante destacar:
- Introyección: En el caso de Javiera, la introyección central que marca su vivencia con la vergüenza es la etiqueta “yo molesto”, lo que habla de una introyección importante que fue generada en base a una educación familiar que repetía constantemente el mensaje “no molestes”. En la experiencia de Javiera, que era la responsable de la familia y no se cuestionó ni se reveló a este
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mensaje hasta sus años de universidad, este “no molestes” se lee como “si haces lo que quieres, sientes o piensas, estás molestando. Si te muestras o apareces como eres, molestas, por lo tanto tú eres una molestia”.
- Proyección: en base a lo anterior, Javiera anticipa un juicio negativo hacia sí misma, es decir, proyecta su propio rechazo hacia sí misma en los demás. Además, proyecta que las cosas “entretenidas” y “buenas"28 de la vida le pasan a los demás: “a mis compañeros los veo seguros y ocupados en cambio yo estoy sin nada”, sin lograr visualizar lo bueno que tiene su vida o lo que podría ser motivo de orgullo para ella, descalificando los comentarios positivos que los demás hacen de ella.
- Retroflexión, aparece como autoexigencia, miedo al fracaso, culpabilización, esconderse en reuniones sociales, enojo consigo misma por ser tímida, autotortura.
- Confluencia: señala una fuerte dependencia de los demás, de su pololo y sus amigos especialmente “dependo mucho de él… dependo mucho de todos en realidad”, en que Javiera intenta mantener la confluencia con los otros a través de mecanismos como el no mostrarse, el evitar quedar expuesta en su diferencia. Además aparece una marcada confluencia con los ideales familiares de cómo se debe ser.
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En su forma de ver.
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Los objetivos terapéuticos con Javiera van en la línea del autoconocimiento, autoaceptación, autovaloración y autoestima, además de trabajar la exigencia tanto hacia sí misma como hacia los demás, que la lleva a irritarse y en ocasiones a descontrolarse.
6.2 Proceso terapéutico
La comprensión inicial (el darse cuenta del terapeuta sobre el darse cuenta del paciente) es una herramienta que sirve como guía en el trabajo terapéutico, pero no es la única forma inamovible de entender cada caso, y sólo en el diálogo yo-tú, aquí y ahora, en la relación terapéutica, se puede lograr una comprensión fenomenológica que permita abordar el caso sin prejuicios.
Si bien hay distintos objetivos terapéuticos en cada caso, con el fin de hacer más didáctico el abordaje de los aspectos importantes del trabajo con la vergüenza en psicoterapia, estructuraré las intervenciones relevantes de acuerdo a los objetivos formulados en el punto 5.3.2, ya que los objetivos particulares de cada caso confluyen con éstos. Así mismo, dejaré fuera del análisis los elementos del trabajo terapéutico con estos pacientes que no se relacionen con el tema del presente trabajo.
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6.2.1 Foco n° 1.- Crear un espacio para que pueda surgir la vergüenza: desarrollar una relación de apoyo, empática y sintonizada.
Este foco es transversal y el más importante en toda terapia, especialmente cuando se trabaja sobre la vergüenza, por lo que es necesario estar alerta a las señales que aparecen tanto desde el paciente como desde mi propia experiencia como terapeuta y de alguna manera evaluarlo en todo momento. A mis pacientes, con el fin de tener un lenguaje común y de dar un marco de referencia, en la primera sesión les comento la importancia de lograr un buen vínculo terapéutico para que la terapia pueda avanzar y les explico que es difícil que una terapia tenga resultados si no existe un vínculo, y que en caso de que aparezca alguna dificultad o algo que altere este vínculo, es importante que lo conversemos.
En el caso de Andrés (29 años), en un principio él establece una relación de confianza basada un “deber ser”, más que en lo que se estaba dando: “tú eres mi psicóloga, se supone que te tengo que decir todo”. Frecuentemente realizaba comentarios del tipo “yo ya te conté, ahora dime tú qué opinas”, “no sé, tú eres la psicóloga”, con lo cual, desde mí, me surgió la figura de mi incomodidad, que luego dio paso a sentirme enjuiciada, generándome poco a poco un sentimiento de incapacidad, de no ser “buena” profesional y no estar cumpliendo lo que se espera de mí, enganchándome en como “debe ser” una buena psicóloga, es decir, mi proyecciones sobre este tema, además del deseo de adaptarme a sus expectativas. Y por otro lado, las ganas de contrarrestar sus mandatos con un “deber ser” más “humanista”, es decir, un mandato de “no
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al deber ser” (círculo vergüenza-culpa de Yontef, 1995). Entonces, me di cuenta de que con los comentarios de Andrés, surgía ante mí la figura de mi propia vergüenza. En esos momentos aún no sentía la relación terapéutica tan afiatada como para exponer un poco estos sentimientos y dar espacio a que la vergüenza sea aceptada y “un invitado esperado” (Orange, 1995) en la terapia.
El hecho de pensar en exponerme, me generaba un fuerte sentimiento de inadecuación y deseos de seguir ocultando esto (vergüenza de sentir vergüenza), sin embargo ésta era mi figura, lo obvio para mí y tal vez podía ser un primer paso para empezar a generar una relación de intimidad, más genuina donde la vergüenza pudiera ser expuesta y aceptada. Así es que me permití mostrar un poco de lo que me estaba pasando, aceptando también la dificultad para expresarlo, es decir, exponer la experiencia de vergüenza y cómo se daba aquí y ahora en base a las exigencias y al verme enfrentada a mis límites (no lo sé todo, no soy experta en su experiencia, etc.). Hablamos un rato acerca de esto, enmarcando el tema de la vergüenza como ha sido descrito en este trabajo con el fin de manejar un lenguaje común y se genera un espacio donde él también puede compartir su experiencia ante las exigencias externas, y frente a los propios sentimientos de vulnerabilidad o inadecuación y sobre los deseos de ocultar este tipo de vivencias, con el aislamiento que conlleva. Si bien consideré que esta intervención fue muy temprana para mí, la relación se tornó más real y más relajada para ambos. Más adelante en la terapia, se dio cuenta que él siempre buscaba maestros que lo guiaran y que ahora ya no quería eso, sino descubrir su propio camino. Con el paso del tiempo considero que generamos una relación cálida, honesta, de aprecio y aceptación.
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En el caso de Marcela (34 años), la relación terapéutica se generó y se mantiene afiatada, sin mayores dificultades. Por la misma forma de ser de Marcela, ella puede hablar si hay algún punto en que se siente incómoda. A lo largo de la terapia, poco a poco se ha ido generando la permisión necesaria para que ella pueda mostrarse, sin sentirse tan vulnerable.
En el caso de Javiera (29 años), la relación terapéutica se ha ido generando paso a paso. Como su experiencia con la vergüenza es más abierta, ha sido un punto importante a considerar el tener cuidado al hacer cierto tipo de comentarios o reflejos, ya que cuando escucha de mí lo mismo que ella puede estar diciendo, sobre todo en el caso de lo que considera “virtudes”, manifiesta cierta resistencia, expresada a través de comentarios el tipo “sí, pero…”. Por ejemplo: J: Yo sé que mi vida igual es entretenida, que hago hartas cosas, salgo con amigos… T: Consideras que tu vida es entretenida…(interrumpe) J: Sí, pero los demás lo pasan bien y hacen cosas, en cambio hay días en que yo no tengo ganas de hacer cosas y no quiero salir (comparación con un ideal en que los demás siempre tienen ganas de hacer algo o salir). (…) T: Entonces para ti un logro en la vida es haber salido de la universidad J: pero igual cualquiera termina la universidad (comparación con ideal)… sé que es un logro para algunas personas, pero para mí no es tan así… o sea, a veces sí, pero igual no me fue taaan bien.
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T: ¿era importante para ti el tener buenas notas en la U? J: no, si me dediqué más a carretear que a nada. T: ¿qué era lo importante para ti en esa época de tu vida? J: sí… en realidad no me importaba tanto eso, las notas, o sea, pasar los ramos sí, pero igual debería haber tenido buenas notas o hacer ayudantías o conocer a los profesores (comparación con un ideal).
En este caso, entonces, es importante aceptar y validar la necesidad de Javiera de sentirse disminuida y poco optimista, lo que implica transmitirle el mensaje de que es aceptada como ella es. Este punto me parece importante de destacar, ya que implica por un lado el frustrar la neurosis, lo que puede ser visto por una paciente tendiente a la vergüenza como “el terapeuta me quiere cambiar, es inadecuado ser como soy”, y por otro lado, la aceptación de la paciente como es aquí y ahora.
Posteriormente, conversamos sobre el que yo veía que ella decía una afirmación sobre sí misma y luego agregaba “sí, pero....”. Trabajamos entonces en el darse cuenta acerca de su experiencia cuando hablaba con “pero” y luego cambiando el hilativo “pero” por “y” (Stevens, 1976, pp. 109 y 110). Ej: Soy buena amiga, pero no me gusta llamarlos yo, me gusta que ellos me busquen. Me gusta defender lo que me parece justo, pero soy muy picota. Salgo con amigos, pero a veces que me quiero quedar en cama sin hacer nada.
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Estudié en la universidad, pero no he seguido especializándome. Sí, soy inteligente, pero no entiendo lo que hablan los otros profesionales en mi pega.
Después de probar con varias frases semejantes, le pido a Javiera que se centre en su experiencia, cómo se siente: “me siento apretada, como que me bajonea un poco”. Yo, por mi parte, me doy cuenta que después del “pero” viene una frase en la que se compara con un ideal. Luego le pido que sustituya los “pero” por “y”: “bueno, no es mentira… me siento mejor. Como que le suma algo… como que no está mal ser así… no sé… soy sociable y mal genio también… inteligente y no sé lo que hablan mis compañeros de otras carreras… me gusta más”. En la reflexión posterior acerca del darse cuenta con este ejercicio, Javiera comenta que nunca pensó que cambiando algo tan mínimo pudiera sentirse tan diferente. Por mi parte, le comento sobre mi “darse cuenta” y acordamos trabajar acerca de cómo ella se compara constantemente con ideales.
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6.2.2 Foco n° 2.- Aumentar el darse cuenta del proceso de vergüenza, liberándose de este proceso automático y autodestructivo.
Darse cuenta del terapeuta sobre sí mismo.
Mi propia experiencia con la vergüenza es muy cercana y ha sido un tema transversal en mi vida, con diversas manifestaciones y emociones que ahora tengo conceptualizadas como relacionadas a ella. Después del trabajo personal que sigo desarrollando, he podido darme cuenta de diversos episodios en que se desencadena en mí un proceso de vergüenza en la terapia, en mi rol de terapeuta. Así, por ejemplo, como la intervención comentada en el objetivo anterior, ya pasada la mitad de la terapia con Andrés, se dio otra situación de vergüenza en la terapia, cuando le comenté en forma divertida cómo yo veía que él volvía a repetir un patrón de elección de pareja, pero sentí que no fue la forma correcta (de acuerdo a mi “deber ser” de un terapeuta ideal) y que tal vez lo estaba avergonzando porque para él era algo serio, pero Andrés se rió y me devolvió un “oooohhh, mi propia psicóloga me hace bullying” y ambos nos reímos al respecto. De todas formas contrasté con él lo sucedido, me disculpé por si esta intervención pudo avergonzarlo, pero la experiencia quedó cerrada ahí para Andrés. T: Andrés, necesito conversar sobre algo que me está interrumpiendo… me pasa que… es decir, para mí es obvio que considero inadecuado lo que te dije con respecto a las parejas, es obvio, desde mí experiencia, que estoy incómoda, entre culpa y vergüenza… y me imagino que esto pudo generarte vergüenza en algún sentido…
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A: ok… con lo obvio e imaginario… me es obvio que para mí no es nada, algo que dijiste no más… es obvio que te sientes incómoda, tú dijiste… me imagino que se te va a pasar pronto. T: jajaja, ok, para mí es obvio que igual te quiero pedir disculpas, y te pido que me avises si pasa algo así en el futuro, pa que lo conversemos y así protejamos el vínculo, ¿ok? En este caso, considero que fue positivo para el proceso el haber expuesto mi vergüenza/culpa ante la posibilidad de haberlo avergonzado.
Darse cuenta del terapeuta sobre el paciente
Tanto en el caso de Andrés (29 años) como de Marcela (34 años), la vergüenza no aparecía manifiesta, ni en la forma de ser de los pacientes, ni en el motivo de consulta inicial, sino que pudo ser vista a raíz de manifestaciones como el sentirse mediocre, la autoexigencia, actitud prejuiciosa, el sentirse en falta ante las expectativas sociales, etc. En ambos casos, a poco andar, aparecieron manifestaciones más evidentes de procesos de vergüenza como sentimientos de inferioridad, enjuiciamientos y devaluaciones de sí mismos.
En el caso de Javiera (29 años), como ella habla desde la primera sesión acerca de su timidez y de cómo siente que se bloquea sus posibilidades, desde un principio surge para mí la importancia de trabajar con ella el tema de la vergüenza y el apoyar la parte de ella que se rebela a la autocrítica, que aparece muy poco.
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Como se ha dicho con anterioridad, la vergüenza es “un invitado esperado” y al ser vista como tal, puede ser una buena herramienta terapéutica. Un “momento de vergüenza” por los que atravesó la terapia con Andrés, fue ante la ruptura de su relación de pareja. En el trabajo de esta pérdida apareció fuertemente como figura la comparación con un amigo de su expolola (que él se imagina que está saliendo con ella), al que ve (proyectivamente) como más exitoso, guapo, inteligente, etc., comparación que le generó fuertes sentimientos de devaluación y envidia, además de sentimientos de soledad, el sentirse no elegido y no elegible. En los dos extractos a continuación, se ejemplifica el trabajo de mi darme cuenta sobre el paciente, como el darse cuenta del paciente sobre su proceso de vergüenza (tema a tratar a continuación): Extracto 1: A: El otro día pasé por fuera de su casa (de la expolola)…no sé, quería ver si la veía por casualidad… (silencio). T: ¿qué te pasa mientras dices esto? paras de hablar… A: no sé… bueno, o sea… me siento como un imbécil. En realidad es estúpido, ¿qué tengo que ir a hacer allá si ya se terminó todo? Cómo tan patético. T: Corrígeme si me equivoco… Esta forma de hablar me recuerda un poco a esa parte de ti de la que habíamos hablado… A: sí, es que de verdad. El jinete todo el rato (risa desganada y pausa). T: ¿en qué estás ahora? A: sigo sintiéndome idiota T: entonces…te criticas, haces un juicio sobre ti mismo en el que sales pésimamente parado…
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A: sí, eso T: te avergüenzas a ti mismo… A: sí (inquieto) T: contáctate ahora con esa parte tuya que te está avergonzando, ¿cómo lo hace?, ¿qué dice? A: ¿qué esperabas encontrar? Obvio, la camioneta que estaba fuera de su casa es la de Rodrigo… el loco con plata, buena pega, tremendo auto, guapo… Obvio que se quiere quedar con él. ¿qué le puedo ofrecer yo? ¿qué hubieras hecho si te hubieran visto ahí? ¡qué lindo! (irónicamente) (…) Te apuesto a que ahora va a encontrar al amor de su vida y se va a casar. Siempre pasa lo mismo. Las dejo listas. Es como un don: termino con mis ex y al tiro encuentran al amor de su vida… estoy enojado… triste… como que me estoy dando pena. T: ¿puedes ahora ver… sentir… tomar contacto con esa parte que recibe todo esto? A: pucha, pésimo… me dan ganas de… no sé… mal… T: trata de centrarte un poco en tu cuerpo… ¿dónde está ese malestar? A: en el pecho… T: cuéntame cómo es A: apretado, como desesperado, atrapado… no sé… T: quédate un poco más ahí… ¿aparece algo más? A: negro, apretado, sin salida… pero ¿sabes?... me empieza a dar lata también T: ¿lata cómo? ¿lata en el sentido de aburrimiento, pena, rabia, flojera…? A: lata… aburrimiento, como que igual es injusto T: si esto se lo dijeran a otra persona, a un amigo ¿qué te gustaría decirle?
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A: que igual no es para tanto… super mala onda… ¿y qué tiene si todavía quiere a su ex? ¿Y qué importa que lo vean? Demás que el otro loco tiene ene virtudes, pero no es para tirarse al suelo tampoco… T: ¿cómo te sientes mientras vas diciendo estas cosas? A: Ya no tan poquita cosa jajaja… en realidad po… ¿qué tiene de malo? Me siento harto más buena onda… T: ¿algo así como un amigo interno buena onda? Jajaja A: todo el rato… es harto mejor así… T: ¿se te ocurre más o menos para qué el “jinete” se pone criticón en mala? A: mmm… yo creo que para no cometer errores… para corregirme… pero se va muy en mala y así no me sirve tanto…
Extracto 2: T: y cuando te vienen este tipo de sentimientos, ¿qué haces? ¿le has contado a alguien acerca de esto? A: o sea, mis más amigos saben un poco en la que estoy… ¡cómo tan patético! Ando dándole la lata a todo el mundo… ya no los quiero molestar más. T: ¿alguien te ha dicho algo así? ¿Has sentido algún tipo de rechazo de parte de tus amigos, de tu familia? A: en realidad no po…todos han sido super receptivos… se han preocupado ene… siempre me escuchan cuando los llamo… igual me llaman ellos. No, no me han dejado solo. T: o sea, es como que a pesar de que tu gente está ahí para ti, algo en ti te lleva a querer ocultar esto que te pasa… (Esta situación implica mostrarse a
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todos sus conocidos como “el pateado por otro mejor”, dejando al descubierto su estado emocional de vulnerabilidad, vivido por él como un defecto). A: ajá… mmmm… T: si a un amigo le pasa algo semejante A: obviamente estaría pendiente de él pueh jajajaja T: ¿y qué te diría el amigo interno buena onda? A: jajaja, ¡obvio que no molestas! Incluso me siento bien apoyándote.
Explorando estas ideas, Andrés reconoce la relación con su polaridad “caballo”, siendo refrenada por el “jinete” a la cual le resulta difícil aceptar las propias necesidades como válidas, en este caso, la necesidad de contención y cobijo social. A raíz de esto fuimos descubriendo el mundo de vergüenza que estaba encubierto hasta ese punto: el sentimiento de vacío, de no existir, de no importar a nadie o no ser merecedor de amor.
Darse cuenta del paciente en el aquí y ahora.
En el caso de Andrés y Marcela, la iniciativa de identificar la presencia de un proceso de vergüenza fue mía. En mi experiencia, casi nunca los pacientes me han hablado de sus sentimientos de vergüenza, y sólo a veces, cuando están más contactados con su timidez e inhibición, este tema aparece desde ellos. En estos tres casos, los pacientes no presentan patologías serias del carácter, por lo que hemos podido trabajar sobre la vergüenza poco a poco (respetando su fragilidad) sin que ello implique un colapso global de su sentido de sí
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mismos. A través del diálogo terapéutico fue posible ir reconociendo la propia experiencia interna de inferioridad e ir reconociendo los mecanismos utilizados para no enfrentarse a esta experiencia tan dolorosa, redefiniéndolos a su vez como un intento de proteger su dignidad o también con la necesidad humana de pertenencia a determinado grupo. Además, a través de ejercicios centrados en el darse cuenta aquí y ahora, pudieron hacerse más conscientes de cómo se da el proceso de la vergüenza en ellos mismos.
Como se ejemplificó en el apartado anterior, Andrés se dio cuenta de que a través de no mostrarse, se estaba alejando de su grupo de amigos y de su familia. Marcela se dio cuenta que esta tendencia a esconderse era muy automática en ella desde que empezó a considerar que sería juzgada y rechazada al ser como es y del profundo temor que sentía al expresarse genuinamente. Para ella, esto se manifestaba en forma de “cototo” en la garganta, un apretón en el pecho y que los ojos se llenaban de lágrimas en los momentos en que se sentía conectada consigo misma. Javiera, por su parte, habló directamente de toda la gama de sentimientos asociados a la vergüenza, por el que al hablar un poco con ella acerca de este sentimiento, pudo tener una visión más clara sobre su proceso. Sin embargo, este manejo cognitivo sólo es un primer paso, y aún persistían fuertemente los sentimientos de autorrechazo, rabia y vergüenza de tener vergüenza.
Para Andrés, el trabajo con el continuum de atención, fue sumamente complicado en un principio, ya que para él era muy difícil sustraerse a lo que él
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consideraba que yo como terapeuta esperaba de él, sintiéndose muy vulnerable al no poder cumplir esas expectativas.
T: te voy a pedir ahora que pongas atención al presente, aquí y ahora. La idea es poner una pausa al razonamiento, a los pensamientos, para que puedas concentrarte sólo en la auto-observación, en lo que está pasando en este momento, aquí y ahora, aquí y ahora, aquí y ahora (muevo la mano)... A: ajá T: entonces, para esto, te voy a pedir que empieces las frases diciendo “ahora me doy cuenta de” y termina la frase con lo que te estás dando cuenta en ese momento. A: mmm (silencio)… ya… ¿empiezo así no más? T: sí… A: mmm… ¿por ejemplo? T: quieres que te ejemplifique A: sí, es que no cacho bien (excusa) T: ok… ahora me doy cuenta de que la taza está sobre la mesa… ahora me doy cuenta de los ruidos de afuera… ahora me doy cuenta de que estoy sentada sobre el sillón… ahora me doy cuenta que lo siento cómodo… ahora me doy cuenta de que me siento cómoda… ahora me doy cuenta de que me miras… No hay una respuesta correcta mientras describas tu experiencia inmediata de aquí y ahora. A: a ver… ahora me doy cuenta de que tengo los brazos cruzados… ahora me doy cuenta de que no me siento tranquilo… ahora me doy cuenta… no sé… (silencio)
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T: intenta continuar A: ahora me doy cuenta de que tengo el cuello tenso, ahora me doy cuenta que tengo la espalda chueca, ahora me doy cuenta que estoy pensando en que no sé que decir… (…) o sea, entiendo la idea, pero no se me ocurre nada, me quedo en blanco… (pasa un tiempo, se ve inquieto). T: a ver… céntrate en esa sensación de estar en blanco, de no saber qué decir ¿qué me puedes decir de ella? ¿cómo es? ¿está en alguna parte de tu cuerpo? A: es esa cosa como de apretado que te comentaba la otra vez, me siento encerrado, es en el pecho, la mandíbula tensa… sí, es otra vez como sentir que no puedo, ¡pero si esta cuestión es fácil! tus otros pacientes tienen que hacerlo bien al tiro ¡por qué no puedo hablarlo! T: te imaginas que las otras personas que hacen este ejercicio lo hacen fácilmente A: o sea sí, es imaginario… T: ¿qué más te imaginas? A: no sé, que hablan de corrido, porque es fácil T: te imaginas… A: Sí, me imagino que es fácil, que se dan cuenta de cosas importantes. T: en mi experiencia, o sea, lo obvio desde mi experiencia, cuando lo he trabajado, parece ser fácil en un principio, pero es difícil para varias personas… A: mmm… otra vez eso de que me imagino, me comparo… jajaja, yo y el deber ser. T: claro, como habíamos conversado… el tema de compararse, con quien me comparo, los ideales y la vergüenza que puede aparecer al sentirme en falta…
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(Este trabajo continuó en “lo obvio y lo imaginario, descrito más adelante en el trabajo con proyecciones),
Para Andrés este tipo de experimentos sin “respuestas correctas” en sí mismos eran generadores de momentos de vergüenza, por lo que la vergüenza se hizo figura frecuentemente en el trabajo terapéutico.
Para Marcela fue muy útil el enfoque la cognición, ya que a través de conocer las señales físicas y los signos de que estaba generándose en ella un proceso de vergüenza, pudo en la mayor parte de los casos, hacer una pausa y frenar el desarrollo automático de la vergüenza más profunda y a su vez tomar esta emoción como un aviso de su necesidad de expresarse, contactarse y ser aceptada o de proteger su dignidad, por ejemplo, cuando tenía la sensación de “cototo” en la garganta, hacía una pequeña pausa, chequeaba qué le estaba pasando, y si se sentía vulnerable en esa situación y qué necesitaba hacer, en vez de ocultarse, y descalificarse a sí misma: “super ridícula, no puedo ser así, no puedo andar con este cototo, con ganas de llorar por todo, incluso si son cosas lindas… con todo me emociono”. Se dio cuenta de cómo se dan en su vida diversos bloqueos relacionados con la vergüenza, con el enmascararse y ponerse freno para evitar que las personas piensen que es ridícula, o la vean frágil.
M: El otro día mandé a la mierda a mis amigos (triste). Ya sabes que dejé de juntarme con el grupo de amigos con el que me juntaba antes. Con ellos siempre nos hacíamos burla unos a otros… super en mala onda. O sea, está
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bien un rato, puede ser… ¡pero todo el tiempo!. No, no quiero eso para mí. Ahora que soy más “Marce linda” tengo otros amigos. Pero a veces me junto con algunos de ellos… y siempre me molestan. Les da conmigo, les da con tirarme tallas de que soy vieja (enumera el tipo de burlas que hacen de ella)... si soy dos años mayor que ellos no más… ellos po, los jóvenes (su voz suena enojada). T: tu voz me llega como que estás enojada… M: enojada sí… bueno, también me da ene pena. Juan sabe mi tema con la edad… Pucha, yo sé que estoy evitando una conversación con él hace tiempo… pero bueno, la cosa es que este sábado en un carrete se me paró la pluma, ya era mucho y le dije “y qué te creí vo’ si te veí mucho más viejo y carreteado que yo y yo no te ando molestando con eso… chan… todos se quedaron mudos. Fue re fuerte… costó ene que se relajara el ambiente. T: aquí y ahora, ¿cómo te sientes al hablar de eso? M: mal… pensé que se me había pasado, pero me siento mal, ene culpa… T: si te centras en el cuerpo ¿aparece alguna sensación? M: ¡el cototo!... no había estado el cototo en harto tiempo… o sea… chuta, en realidad hace rato que venía sintiendo esto, pero cómo tan ridícula de no poder entender las bromas… mmm… otra vez eso de qué van a pensar de mí…pucha, no dije nada antes… eso estuvo mal… T: ¿cómo es eso para ti? M: es que preferí quedarme callada… pero parece que necesitaba protegerme. Uno no debería tener que protegerse de los amigos. T: Prueba con decirlo en primera persona
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M: No debería tener que protegerme de mis amigos… no quiero tener que protegerme de mis amigos. T: Dilo una vez más, ponle énfasis… ve si te puedes apropiar de esas frase… M: sí, no quiero tener que protegerme de mis amigos (más fuerte). No quiero que me ataquen cuando algo me duele. Sí es así. T: ¿saben tus amigos qué te duele? M: no… eso es lo que estado evitando: hablar con Juan… T: ¿te gustaría decirle algo de esto? M: sí… T: cierra los ojos, respira e imagínate que lo tienes al frente ¿qué te pasa al verlo ahí? ¿cómo te sientes frente a él? M: pucha, mal… él se preocupa ene de cómo se ve y yo le dije que se veía viejo y carreteado… T: intenta hablarle directamente M: uf, me cuesta. T: Si quieres, puedes partir hablándole de eso… no sé, algo así como “Juan, hace tiempo que quiero hablar contigo, pero no me atrevo. Ahora mismo me cuesta empezar…” M: Pucha Juan, no sé como empezar a hablar contigo. Me cuesta empezar… Es verdad que nunca te he dicho nada de esto y te debe parecer super raro. Hace rato que tengo ganas de hablar contigo. No sé, el año pasado nunca te pedí perdón cuando nos peleamos y ahora esto… me da mucha pena haberte dicho eso porque sé que te puede doler… Me da pena que sólo te quedes con la idea de que yo soy pesada y punto… (pausa larga) T: ¿cómo te sientes diciendo esto?
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M: al tiro se me pone el cototo… me dan ganas de no hablar y decir filo, pero por otro lado me dan ganas de que me vea… T: ¿quieres decirle algo de esto? M: para mí no es fácil hablar acerca de esto… pero tengo ganas de que me conozcas… jajaja, y cómo me vas a conocer si yo no te digo nada. Bueno, no es fácil, se me aprieta la garganta, y me imagino que debes estar pensando que soy latera, que soy grave… pero sí… a veces soy super grave… todo me importa mucho y no me gusta sentirme así, frágil…(pausa) T: ¿te sientes frágil ahora? M: ¿sabes qué? Sólo un poco… por otro lado me siento bien power T: continúa… “no me gusta sentirme frágil…” M: sí, no me gusta sentirme frágil, pero no puedo evitarlo. Hay cosas que me duelen. Me duele que me digas vieja. Qué no daría yo por no estar carreteando a esta edad como quinceañera, tener una pareja y estar más relajada, pero no se ha dado… y me duele mucho. Yo sé que esto tendría que habértelo dicho antes, pero es así. No quiero que me digas esas cosas (pausa, momento en que expone su vulnerabilidad, lo que la avergüenza. Se va haciendo cargo de los aspectos que oculta). T: ¿cómo te sientes diciendo esto? M: un poco la garganta, pero bien. Es verdad. O sea, es verdad para mí. T: ¿puedes retomar lo que decías antes? Eso de no protegerte de tus amigos… M: Juan, quiero que sepas que tus bromas sobre mi edad me duelen mucho. Me quedé callada en un principio porque creo que no me tengo que defender de mis amigos, pero ahora me doy cuenta que no tienes cómo saber esto. No me quiero defender de mis amigos… No me quiero defender de ti… eres mi
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amigo. Y si para ti esto no es importante, tal vez no es este el momento para seguir nuestra amistad y es posible que decida tomar distancia, porque lo que pasó el otro día me parece grave. No es lo que quiero para mí en estos momentos.
En otras ocasiones exploramos esas vivencias de “¿qué van a pensar de mí?”, trayendo algunas experiencias al presente, como por ejemplo, el no querer aceptar una invitación a una fiesta con más personas porque quien la invitó puede pensar que a ella le interesa como pareja. Al pedirle que se contacte con sus pensamientos, reporta que giran en torno a sentirse ridícula si no tiene un feedback de la otra persona, pero además, como en este caso no está interesada como pareja, aparece un sentimiento de orgullo del tipo: “¿cómo a la Marcela le va a interesar fulanita? ¿cómo YO voy a estar interesada en ella? Ah no” Y luego señala “¿quién mierda me creo?, como si yo fuera quizás quien que no me puedo fijar en otra persona. Y si me gusta ¡qué importa! Y si no me gusta, ¡qué importa! Y si ella piensa que me gusta y no es así, no me voy a caer de ningún trono por ir. Si es sólo ir… y sí quiero ir”.
Posteriormente trabajaremos en la expresión del deseo de esconderse, validando la necesidad de ocultarse y enmascararse (como sugiere Yontef, 1995). Hasta ahora, Marcela reconoce como positivo el esconder ciertas cosas en ciertos contextos, como su orientación sexual en el trabajo, pero falta trabajar el que no se rechace a sí misma cuando pierde oportunidades por esta tendencia a esconderse.
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Para Javiera fue muy importante el tomar conciencia de qué mensajes se dice a sí misma y de cómo ella misma se genera vergüenza. Aparecen muchos “debería” y ante no poder cumplir estos mandatos, se descalifica o, en sus palabras: “me hago bullying”. Cuando en la sesión aparecen señales de esto (momento de vergüenza): T: Javiera, céntrate un poco en cómo te sientes ahora y descríbemelo J: mal, siento un nudo, apretada, me doy rabia… angustia… sí, siento vergüenza de ser así T: si esas sensaciones tuvieran colores, formas… o se parecieran a algo ¿qué sería? ¿cómo sería? J: es como una pelota, grande roja, apretada, atorada… encerrada, entre muchas pelotitas ordenadas T: ¿cómo la sientes? ¿qué necesita? J: con ganas de salir de ahí, de soltarse, de mandar todo lejos y de repente estar con pelotitas que se muevan pa cualquier lado, sin orden… o sea, sin orden claro, pero tranquilas, sueltas. T: ¿Tiene algo que ver contigo esto? J: uff… ¡todo que ver! Me siento así, apretada, sintiéndome fuera de lugar, tratando de calzar… mal, me cargo. T: cuéntame qué dice esa voz avergonzadora, usa un tono de voz que te parezca acorde J: Sería mejor nacer de nuevo, así como eres no tienes vuelta. Desaparece. ¿Cómo eres tan estúpida? ¿por qué te importa tanto lo que vayan a decir de ti? ¿cómo tan dependiente? No haces nada por salir adelante, te sigues boicoteando.
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Expresa esa rabia e impotencia a través de su voz y gestos, lo que a mí me llega como un tono despectivo, estricto, más bien de rabia contenida en ese momento. Al reflejar y exagerar estos comportamientos no verbales que trasmiten autodesprecio, se conecta más con la rabia, aumenta la energía y la sensación de desesperación. Al repetir lo que estaba diciendo y exagerar los movimientos, se da cuenta de que está cansada de decirse esas cosas, y que no le gusta ser así consigo misma.
T: ¿De qué te das cuenta con este ejercicio? J: pucha… Me trato pésimo, ¡por qué soy tan dura conmigo misma!. Con los demás también soy así, estricta, pero nunca tanto como yo sola. Y no hay caso, debería poder controlar esto, dejar de tratarme tan mal, dejar de compararme… T: ojo ahí ¿cómo te estás avergonzando aquí y ahora?. J: jajaja, sí, es como que ahora me reto por no dejar de retarme T: ¿algo así como avergonzarte de avergonzarte? J: sí…
Se contacta emocionalmente con la pena de no poder dejar de tratarse mal y con la conciencia del daño que le provoca esta hostilidad. Para movilizar un poco su parte autoprotectora, trabajo con lo que plantean Greenberg y Paivio (2000): T: ¿si te lo dijera otra persona?
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J: Me daría rabia, pero se sumaría a esta voz interna y me sentiría mucho peor. Nadie me trata tan mal como me trato yo, pero si me lo confirman, me muero. T: Si vieras que alguien le dice esto a otra persona, por ejemplo a una amiga tuya ¿qué te gustaría decirle? J: Ah no, super mala onda. Le diría que qué se cree, que hay formas de decir las cosas. Me daría ene rabia. T: ¿qué le dirías a tu amiga? J: Parece que yo soy así (se le quiebra la voz). Soy así también, ruda, exigente, dura con mis amigas… bueno, con mis amigas que considero fuertes… T: ¿con todas tus amigas, siempre? J: No… en realidad cuando las veo realmente mal, soy super mami con ellas (llora)… cuando las veo como yo estoy ahora. T: ¿qué les dirías si una de esas amigas estuviera así ahora? J: Que estoy con ella, que sé como se siente estar así. ¿Por qué no puedo ser así conmigo? (llora).
Está sumamente triste y enojada consigo misma por ser así, por maltratarse tanto, es decir, se avergüenza de avergonzarse a sí misma, por no poder aceptarse en su fragilidad y dependencia del resto.
T: dirige tu atención ahora hacia ese otro polo, el lado tuyo que ahora es avergonzado J: ajá… igual me da lata T: ¿cómo lata? J: es que es injusto…
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T: ¿cómo es eso de que es injusto? J: pucha, si lo único que quiero es avanzar en la vida… vencer estos bloqueos T: ¿esa es tu intención… desde el polo que no puede parar de corregir? J: sí… claro, lo que quiero es no quedarme pegada… por eso me corrijo y no me dejo tranquila… T: ¿cómo te sientes al verlo de este modo? J: mejor… no había cachado que sí, que es importante para mí, en la vida, el seguir adelante… y no es de masoquista no más el tratarme así, sino que la intención es no quedarme pegada, vencer mis bloqueos… y eso me gusta más. T: o sea, estás de acuerdo con la intención que se acomoda a lo que tú quieres para ti misma… J: sí, pero no con la forma… ahí se me va la mano… no me había dado cuenta (se emociona y llora)… T: ¿en qué estás? J: ¿sabes? Nunca lo había visto así… es heavy ver que no es de mala.
Para Javiera este es un gran avance en la terapia, ya que es primera vez que puede ver de una manera diferente a esta voz autoexigente sin descalificarse por tenerla, lo que permite el avanzar en el proceso de aceptación. En este sentido, me parece importante como terapeuta el no caer en categorizar como negativo en sí al polo avergonzador con un debeísmo más “hippy”, ya que al rechazar este lado, se fomenta que el paciente también rechace a esa parte de sí mismo. A través de esto fue posible apoyar las fuerzas que se oponen a la vergüenza y de este modo fortalecer el autorrespeto. Posteriormente, hablamos un poco de la “autoempatía” con el fin de ampliar el vocabulario para referirse a
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este tipo de experiencias de autoaceptación. Con posterioridad, realizamos un diálogo entre ambas polaridades, trabajo que será relatado más adelante.
Darse cuenta en el presente del allá y entonces: origen y trabajo evolutivo con la vergüenza.
Yontef (1995) señala que es importante llevar al darse cuenta el sistema de autorregulación relacionado con cómo fueron los padres o “autopaternidad” que ahora se relaciona con cómo es el ambiente interno del paciente para frenar su actuar automático.
En el caso de Javiera, al trabajar sobre las introyecciones que estaban a la base de su sentimiento de inadecuación y autorrechazo, me cuenta que su mamá fue sumamente estricta con ella, la hermana mayor. Su madre la describía a ella como una niñita amorosa, cariñosa, inteligente. Javiera le preguntó si la veía feliz y su madre le dijo que no, y se culpa porque siempre tuvo miedo de que si ella moría, nadie se iba a querer quedar a cargo de sus hijos si eran niños molestosos. Javiera cuenta que antes de aceptar nada en casa de sus tíos, primero miraba a su mamá a ver si tenía la autorización de recibir o de hacer algo. Yo igual era niña buena y no recuerdo el haber tenido ganas de portarme mal porque me importaba mucho no hacer rabiar a mi mamá, pero me hubiera encantando haber hecho tantas cosas, como hacer la cimarra en el colegio, portarme mal, pero nunca hice nada.
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Javiera señala que si bien no está resentida con su mamá sino consigo misma (retroflexión por trabajar) por no haber sido más rebelde o tener iniciativas propias. Posteriormente se trabajará en el punto que sugiere Yontef sobre la generación de autopaternidad positiva, rescatando la capacidad que describe que tiene con sus amigas de ser “super mami”, amorosa y protectora. Considero importante también el que Javiera, una vez fortalecida una postura más auténtica y autoaceptadora, en que la vergüenza no la invada completamente, pueda enfrentarse a las vivencias de ser una persona que molesta en ocasiones y en ocasiones no, frente a la figura de su madre a través de la técnica de la silla caliente u otra.
Por su parte, Marcela creció con un sentimiento de “ser distinta” y esto la avergonzaba delante de los demás, ya que esta diferencia fue significada como un defecto. En un momento en que apareció una frase descalificatoria hacia sí misma en su diferencia, pudimos hablar acerca de los orígenes de esa voz interna que le decía que era ridícula, o que se tenía que esconder. M: (…) ¡cómo tan ridícula! T: quiero que escuches esa “voz interna” que te dice ridícula cuando haces algo que se sale un poco de lo esperado, que ve lo diferente como un defecto que es mejor esconder… ¿la reconoces como tuya? ¿de dónde viene? M: (silencio)… chuta… heavy… (sube el tono de voz) ¡claro que no era yo! Yo antes no era así… cuando chica. ¡Qué mal! Cuando chica yo no tenía ninguna de estas cosas, no era tímida, me sentía regio conmigo misma, era super líder… no me costaba hacer las cosas, tenía ánimo… no andaba nunca amargada…
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T: ¿qué pasó entonces? M: sí, cuando chica era un niñito… era ver un niñito, con jardinera, jugando futbol. Lo pasaba super bien… era la líder y todos me seguían las tonteras que se me ocurrían… era toda libre, espontánea, me importaba una raja lo que los demás pudieran pensar… qué fuerte… no lo había asociado nunca T: ¿qué cosa? M: Pta, mi tía empezó a decirme esto de que parecía hombrecito… le decía a mi mamá y mi mamá se preocupaba… obvio… y las dos me decían que no podía jugar futbol, que era feo… que los demás iban a pensar cosas malas de mí… (llora)… Fue un quiebre tremendo (…). T: al hablar de esto, ¿cómo estás aquí y ahora? ¿te das cuenta de algo? M: Sigo haciendo lo mismo… me siento quebrada… tengo pena… en serio, era super feliz, bueno… un poco desconsiderada eso sí, pero cero rollo. Ahora ando todo el tiempo con eso de qué van a pensar… T: chequea tu cuerpo… M: tengo el pecho apretado y la garganta como con un cototo. Me da pena… me da pena el que me haya pasado esto ¡era chiquitita!... y haber vivido tantos años así (se emociona)… con el qué dirán… tratando de ser lo que no soy y si no, de hacerla piola, escondida… bueno, tú sabes que mis papás aún no saben que soy torta… aunque en eso… creo que todavía no quiero que sepan… me da nostalgia ya no sentir eso en mi vida, ya no ser así de libre nunca. Me da como nostalgia eso, ya no lo tengo en mi vida… T: ¿en ningún momento? M: noooo, ohh, si hay veces en que tengo un poco de eso… cuando animo los eventos de la empresa o cuando me siento en confianza con ciertos amigos…
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T: ¿ves algo en común en eso? M: sí… cuando no me tengo que estar escondiendo, protegiendo… cuando siento que está bien ser así… y cuando tengo una buena respuesta de la gente.
A raíz de este trabajo, Marcela se dio cuenta de que hizo suya una voz que no le era propia y se refugió en ella para sentirse aceptada, con el costo de tener que esconder quien es e incluso rechazarlo abiertamente. Por ejemplo: “yo cuando chica era un niñito, un hombrecito” repitiendo y haciendo suyo el juicio discriminador de su tía. Poco a poco se ha ido dando cuenta de esto y separando qué es lo que ella siente sobre sí misma de esa imagen impuesta desde afuera e introyectada. Además, se da cuenta de que en ciertos espacios, de intimidad, o cuando se siente acogida, puede expresarse dejando de lado la vergüenza. Aún falta por trabajar más en profundidad los temas de la génesis de la vergüenza en la familia.
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6.2.3 Foco n° 3.- Lograr un sentido de sí mismo coherente, seguro, positivo y compasivo.
6.2.3.1 Mecanismos de evitación.
Introyección. El trabajo con los mecanismos de evitación de contacto es algo transversal en la terapia gestáltica. En el caso del trabajo de la vergüenza, cobra especial importancia el poder darse cuenta de las creencias introyectadas y de la actitud respecto a estas creencias que están a la base del rechazo a sí mismo.
En el trabajo con Andrés (29 años) fue muy relevante el aprender a distinguir y asimilar de entre todas las exigencias sociales (su proyección de las exigencias sociales y también las manifiestas) lo que le es propio, o importante para él o en lo que él está dispuesto a prestarse a sí mismo por aceptación. En una primera instancia, trabajamos con el tema de la madurez, revisando lo que le comentaban sus amigos y familia con respecto a como “debe ser” alguien maduro, lo que leía, lo que él mismo pensaba y con lo que él se quedaba de todo esto. Con el fin de que Andrés se hiciera responsable de lo que quiere y/o necesita, trabajamos con una técnica de Gengler (2006) que tenía que ver con reflexionar acerca de a qué le quiero dedicar mi vida, lo que implica el reflexionar acerca de a qué le quiero dedicar mi tiempo, de que la vida que tengo es el tiempo que tengo. Para él, cada persona le puede dedicar la vida, por lo tanto el tiempo en algún determinado periodo de la vida, solamente tres o
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cuatro ítemes29. Con esto, Andrés se dio cuenta de que con eran importantes para el en este momento su vida, por lo que si recibía alguna crítica por no cumplir ideales que para él no eras tan trascendentes para su vida, podía reconocerlos como ajenos y dejarlos pasar sin conflictuarse.
T: ¿entonces, a cuales tres o cuatro cosas, o ítemes, le quieres dedicar tu vida, por lo tanto tu tiempo, en este periodo de vida? (Vamos dialogando acerca de las diversas opciones) A: entonces, yo creo que lo importante para mí en este momento es lo primero, mi familia, armar mi núcleo… T: ¿cómo lo ves eso en concreto? A: yo a futuro quiero tener una familia y ahora quiero trabajar por eso... ahora es el momento de empezar a sentar las bases. Incluso ganar plata tiene ese sentido para mí… además de mi núcleo que ya está, me refiero a mi familia y amigos. Segundo, estar bien conmigo… escuchar mi música, ir a conciertos, leer, venir para acá… desarrollarme espiritualmente… aprender a conocerme… quiero quererme (…). T: bien ¿hay algún otro? A: mmm… podría ser lo de ganar plata, generar proyectos, pero no lo veo como un fin en sí… o sea, claro que le voy a dedicar parte de mi tiempo, y por lo tanto energía… parte de mi vida a trabajar, pero eso tiene sentido en relación
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Posteriormente se insta al paciente a que corte trocitos de madera a modo de monedas en
que por un lado anotó el propósito y por el otro lado dibuja una forma de concretarlo. La idea es andar trayendo estos tronquitos, con la idea de hacerse cargo de ellos.
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a los dos puntos anteriores… o sea, tener plata para poder estar bien conmigo y para tener una familia a futuro… pero sí, sería otro tronquito (…).
Posteriormente me dijo que para él esta intervención fue sumamente relevante, ya que al tener claridad sobre a qué quiere dedicar su vida en estos momentos se sentía seguro y firme consigo mismo si era confrontado con ideales que no se relacionaban con lo que él quería para sí mismo, por lo tanto, empezó a sentirse maduro, pero en su propio estilo. Por ejemplo, cuando va al aeropuerto a ver a un artista de sus favoritos, ya no le parece inmaduro de acuerdo al “deber ser” desde la opinión de otras personas como si eso fuera algo que hacen los quinceañeros, si no que lo significa como que se está dedicando a sí mismo y a lo que a él lo hace feliz.
En el caso de Marcela (34 años), como se mencionó anteriormente, se dio cuenta de que gran parte de lo que se criticaba o rechazaba de sí misma, tenía que ver con ideas que no le eran propias y poco a poco ha ido asimilándolas y quedándose con lo que sí le es propio y dejando ir lo que no. A raíz de esto, logró contactarse mejor con el lado de sí misma que tenía que ver con lo lúdico, la espontaneidad y el darse permiso para esto: “ahora el decir “chaaao” es la clave… qué tanto… si es lo que yo quiero, no le hago mal a nadie… es como yo soy y chaaao… sí, ahora tengo permiso. Obvio que no es con todo, hay cosas en que prefiero mantenerme piola, pero en otras… chaaao. Y si en la pega se enteran que soy gay, chao, hago bien mi pega y ya… obvio que si estuviera en otra pega, no sé, algo donde abiertamente me pueden discriminar por eso, ok, puede ser… pero ahora na que ver… antes me hubiera muerto,
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hubiera inventado un pololo, no sé, como cuando chica con lo que me decía mi tía”.
Javiera (29 años) por su parte, desde un principio reconocía que vive con el mandato “no molestes” la mayor parte del tiempo. Si bien Javiera reconoce este mandato como externo a sí misma, para ella a raíz de la educación recibida de su madre, éste aún funciona automáticamente. Señala que últimamente ha podido liberarse relativamente de él en algunas situaciones donde se siente cómoda y no enjuiciada, principalmente después de hacerse conciente de la autocrítica y aprender a frenar ese automatismo.
A poco andar de la terapia, se da cuenta de que también tiene incorporado un mandato introyectado a ser entretenida, original, habladora, etc. que ella distingue como la voz de sus compañeras de su curso que le decían que era ñoña y fome, pese a que en el trabajo de contactarse con ella misma de adolescente, no considera que su vida fuera aburrida, sino que simplemente era diferente de sus compañeras y que lo que hacía era lo que quería hacer en ese momento.
T: Ahora te voy a pedir que cierres los ojos, tómate un minuto para centrarte en la respiración (…) y poco a poco, gradualmente, a tu ritmo, anda retrocediendo en el tiempo hasta llegar a esa época de la estábamos hablando… cuando estabas en el colegio, en cuarto medio. J: ya T: ¿en qué estás?
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J: en mi casa, escuchando música… grunge. T: trata de contactarte con cómo es tu vida en este momento… qué es importante para ti, qué cosas te gustan… J: la música… lo que más me gusta es escuchar mi música, estar en mi onda, tocar guitarra, aprenderme canciones, traducirlas... me gusta estar en mi pieza, con mis cosas T: ¿cómo te sientes estando ahí? J: Bien, todo está bien… además estoy pololeando… jajaja, me va super bien con los chicos…no me considero especialmente bonita… mi amiga es mucho más bonita, pero a mí me va mejor T: ¿te complica esa situación? J: no, no mucho en realidad… T: ¿hay cosas que te preocupen? J: el colegio… tener buenas notas… me importa que me vaya bien… también me importa mi familia y mis amigos, aunque no salgo mucho, no carreteo tanto. T: ¿te gustaría carretear más? J: mmm… no en realidad. Está bien para mí así… mi mamá igual me deja salir, pero se preocupa harto cuando salgo, pero a mí no me gusta que ella lo pase mal. T: ¿Es importante para ti eso… el que ella esté bien?. J: sí, es de las cosas más importantes para mí, me gusta que mi familia esté bien, contenta… yo soy bien casera también, me gusta. T: ¿cómo ves a los demás chicos de tu edad? J: mis amigas son parecidas a mí… somos como las ñoñas del curso T: y cómo es para ti ser parte de las ñoñas del curso… ¿te sientes ñoña?
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J: no, no me siento ñoña… nosotras estamos en nuestra onda no más, nos entretenemos con nuestras cosas… ellas ni nos conocen… a lo mejor me gustaría que me conocieran… pero es más como una idea, porque en realidad no tenemos mucho en común. Ellas fuman en el baño, se curan, se meten pastillas, cualquier cosa que les pasen… hacen la cimarra… (Silencio). T: ¿y tú? J: no me interesa, en realidad no me interesa faltar a clases… yo no soy así… no es lo que quiero para mí
Proyección
En el caso de Andrés (29 años), aparece la crítica y descalificación hacia sí mismo, hacia su lado frágil, dependiente y necesitado, proyectada una audiencia crítica la molestia. A través de ejercicios como “lo obvio y lo imaginario”, logró apropiarse de la esta voz crítica, y hacerse cargo de cómo pone en otros esta voz crítica. T: ¿te parece que trabajemos en un experimento ahora? A: sí T: Se llama “lo obvio y lo imaginario”. Para esto vamos a hacer una distinción. Vamos a considerar “lo obvio”, como lo que ambos podemos constatar con los 5 sentidos… por ejemplo: es obvio que el sillón es rojo… me parece obvio que afuera hay ruido… Además de esto, vamos a considerar obvia la propia experiencia personal, lo que cada uno siente… me resulta obvio que tengo frío, es obvio que me siento cómoda. A: ajá
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T: y todo lo demás es imaginario A: oh… ah, ya… jajajaja T: la idea es que establezcamos un diálogo, usando esto: me es obvio que… me imagino que… Por ejemplo: Me es obvio que siento frío, me imagino que tú también… Me es obvio que me estás mirando, me imagino que me estás poniendo atención… o me imagino que tratas de pensar qué vas a decir después… A: jajaja sí… pensaba eso T: dilo en estos términos A: ok, me es obvio que estoy pensando en qué decir… me imagino que… me imagino que… no sé, me cuesta… T: “me es obvio que me cuesta… me imagino…” A: sí, me es obvio que me cuesta, me imagino que para las otras personas es fácil, como te decía antes. T: para mí es obvio que a muchas personas les cuesta, igual me imagino que ya vas entendiendo como va el ejercicio. A: me es obvio que me complica un poco menos que antes, me es obvio que estoy más tranquilo, me imagino que tú igual. T: es obvio para mí que estoy tranquila y cómoda, y es obvio que ya estás menos complicado… me imagino que podemos hablar, por ejemplo, de lo que pasó con tu ex de esta forma… A: a ver… es obvio que fui a verla, es obvio que estaba la camioneta de él… porque tiene el logo de la carrera y todo… me imagino que están saliendo juntos… me imagino que él es mejor que yo… o sea, es obvio que su auto es
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más caro que el mío… que tiene un depa… me imagino que ella prefiere esas cosas. T: ¿puedes continuar un poco… integrando tu experiencia interna? A: a ver… es obvio que me siento mal, es obvio que me siento de lo peor, como un pobre hueón… T: es obvio que te sientes mal con esto, me imagino que te imaginas que todos van a pensar que eres un pobre hueón A: sí… yo me siento mal y me imagino que los demás me van a ver como un idiota… T: ¿qué es lo obvio en eso? A: que cada vez que he llamado a un amigo, está ahí para mí… que me llaman, que me dicen que los llame cuando necesite algo… sí, es obvio que yo me siento latero, que me dan ganas de no contar nada, me imagino que los voy a latear… pero lo obvio es que están ahí y que cuando yo he estado en el lugar de ellos no me molesta, de hecho me gusta que cuenten conmigo… es obvio que me gusta que estén conmigo (…)
Fue capaz de reconocer como “obvia”, propia y válida su necesidad de compartir con otros su dolor, lo que sumado al darse cuenta de que el auditorio crítico era “imaginario”, lo llevó a pasar a través de su crítica interna de sentirse patético, y comienza a abrirse y pedir ayuda, es decir, a procurarse el espacio de intimidad necesario para hacer la vergüenza más soportable. Andrés retoma el contacto con un amigo que no ve hace mucho tiempo, con quien puede compartir sus problemas, lo que a su vez, abre la posibilidad de que el amigo exponga su “fragilidad” y así, se estrechan los lazos con este y otros amigos,
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con lo que puede expresar estos sentimientos avergonzantes en un clima adecuado que permite la autoaceptación mediada por un otro. También en este proceso se da cuenta (“lo obvio”), se apropia, valida su vulnerabilidad y puede satisfacer también la necesidad de protegerse, de no sentirse expuesto a los juicios de las personas con las que no tiene un vínculo cercano.
En el caso de Javiera (29 años) también se hace manifiesta la autoconciencia, que para Perls es la conciencia de un auditorio crítico. Como primer paso trabajamos con “lo obvio y lo imaginario”, con el fin de que pudiera ir diferenciando su experiencia inmediata (lo obvio) de lo que se imaginaba que pensaban los demás acerca de ella. Asimismo, se da cuenta que ella se imagina que la vida de los demás es entretenida, y que en base a esta imaginación ella siente envidia (obvio), pero que también es obvio para ella que su vida también es entretenida, pero se imagina que los demás deben pensar que es fome. Además se da cuenta de que para ella es obvio que no siempre quiere estar haciendo cosas, que se cansa y que le es importante tener tiempo libre, sin hacer nada: para quedarse en pijama, descansar, ver televisión, etc. En esta experiencia con lo obvio y lo imaginario surge desde Javiera: “sí, yo también hago muchas cosas entretenidas en mi vida, pero no lo logro valorar”. Aparece fuertemente un sentimiento de añoranza de lo que ella podría ser o hacer, pero que no es o no hace por su timidez o flojera, lo que la avergüenza mucho y proyecta un yo ideal que no tiene este tipo de conflictos. En este caso creo que también proyecta que los demás no tienen ese juez interno que los critica y los castiga, sino que se juzgan amorosamente y se
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aceptan a sí mismos, por lo que es necesario trabajar a futuro en apropiarse también de esta proyección.
Posteriormente, trabajamos en la representación de este testigo enjuiciador, a través de la técnica de silla caliente con la imagen de quien representa la esencia de su proyección en los demás, que para Javiera era una compañera de trabajo, Paty. J (como Paty): soy ingeniero, tengo un magíster en España, vivo en el depa que me compré con mi pareja y estamos super bien en la casa… me va super bien en el trabajo, siempre tengo ene pega. Me gusta harto hacer deporte: en la semana voy al gimnasio y los fines de semana salgo a andar en bici, me gusta participar en competencias o también organizo salidas a distintos cerros con mis compañeros de pega y subimos fotos a Facebook… por eso también soy super amiga de casi todos allá. También carreteo harto, me gusta viajar… T: ¿hay algo que te moleste, que te preocupe? J (como Paty): no, nada me da pena ni rabia… o sea, obvio que hay cosas que hay cosas que me complican a veces, o que me dan pena o rabia, pero se me quita al tiro, porque no me hago problemas por nada… no sé, el año pasado falleció mi papá y estuve triste, pero no es tan malo… Yo soy bien alegre, relajada, inquieta, no me hago problema por nada (…) T: cámbiate J: (como ella misma) Paty, igual tengo que reconocer que admiro tu forma de ser… no sé como lo haces para perdonar tan fácil… no sé, si a mí me hacen lo que te hizo tu pololo… de embarazar a otra mina cuando estaban en un tiempo… (silencio).
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T: cámbiate J (como Paty): sí, tú te quedas pegada con puras leseras… si lo que te pasó a ti no fue nada… no puede ser que sigas sufriendo por algo que pasó hace como mil años… vives con tu pololo… ¿por qué no eres capaz de valorar lo que tienes? Al final te echas a perder todo por este tipo de tonteras… supéralo, aprovecha el momento… no seas tan grave… (…) ¿viste que te pones fome? A nadie le van a dar ganas de juntarse contigo si andai así, todo el rato con el rollo… relájate, no pesques y chao no más T: cámbiate J (como ella): pucha, sorry, yo no puedo ser como tú… así tan relajada y suelta… ¿no te das cuenta que con tu forma de ser, así, tan despreocupada, no te das ni cuenta cuando dañas a los demás? J (como Paty): ¿viste? Ya te estás enrollando otra vez… te enrollas más tú que los que dices que quedaron mal por lo que yo hice… eso ya pasó…
De esta forma se va desplegando la proyección y Javiera se da cuenta que proyecta su propia voz crítica en las personas que ella considera más entretenidas, seguras y desenvueltas.
También trabajamos en el invertir la frase “yo les molesto a ellos” por “ellos me molestan a mí”. Ej: “yo les molesto a mis jefes… mis jefes me molestan… sí, piensan sólo en sí mismos o sólo son capaces de ver a los chupamedias y no a los que tenemos mérito pero somos piola”. De esta forma se apropia de lo que a ella le molesta en los demás y se hace cargo de cómo la mayor parte del
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tiempo está también enjuiciando a los demás, lo que la pone en un rol más responsable y activo. Con Marcela también se trabajó la integración de un juicio más aceptador y autoempático, lo que le permitió el darse permiso cada vez en más espacios para ir mostrándose de forma cada vez más espontánea, sin tanto temor al ridículo, permitiéndose también la iniciativa para ser creativa y auténtica, lo que finalmente se tradujo en orgullo de sí misma. Por ejemplo, hacia mitad de la terapia, Marcela comenzó a ser la animadora designada de todos los eventos de su empresa, recibiendo muy buenos comentarios de los demás. Ha logrado exponer ideas en comités, hablar y hacer chistes en inglés en reuniones internacionales. También se ha ido dando permiso para mostrase interesada y coquetear con algunas mujeres.
Retroflexión
Una parte importante del trabajo con Marcela ha sido el ir conociendo y desarmando retroflexiones, relacionadas a su deseo de mantenerse oculta o enmascarada. A raíz de un trabajo de contacto en el aquí y ahora, se dio cuenta de que constantemente tenía una sensación de opresión en la garganta, lo que se hacía más intenso cuando sentía que decía cosas lindas a las demás personas, o de alguna forma se sentía a sí misma como “linda”. Al explorar la sensación de “cototo” en la garganta, se dio cuenta de que había muchas cosas que ella no estaba expresando la mayor parte del tiempo, por sentirse ridícula o pensar que no sería aceptada. Posteriormente a través del diálogo,
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conversamos acerca de la necesidad de ocultarse con el fin de ser aceptados y las consecuencias que esto tiene para uno mismo: T: a ver, haz el experimento de transformarte en ese cototo… imagínate que toda tú eres ese cototo ¿cómo te describes? ¿cómo es tu vida siendo ese cototo? M: soy dura, apretada, preocupada… defendida… me siento incómoda, atrapada… no me gusta nada T: desde acá, desde esa sensación… ¿qué necesitas? M: quiero abrirme, salir de acá… a veces necesito explotar… pero no todo el rato… cuando es mucho sí… o a veces quiero disolverme no más, soltar… no me gusta estar aquí aguantando todo el tiempo… conteniendo (sigue explorando sensaciones relacionadas). T: imagínate es pudieras empezar a soltar cosas… M: se siente bien… no de una… eso me pone más nerviosa… de a poquito… como un chorrito pequeño... como un drenaje… ya no estoy tan tensa. Me gusta más estar aquí… T: imagínate ahora que pasa todo el tiempo que necesitas para estar así, con ese drenaje… más suelta, menos tensa… (después de un tiempo finaliza el ejercicio). T: ¿de qué te das cuenta con este ejercicio? M: ufff… creo que he estado juntando muchas cosas… hay ene cosas que no he dicho… T: ¿que te impide hacer eso? M: no sé, mil cosas… una cosa o la otra… que no vayan a pensar que soy lesbiana, que soy sensible, que me gusta alguien, que algo me duele… me es
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super difícil mostrarme… no andar poniendo caritas, con máscaras todo el rato… T: me acordé de una cosa jajaja… la palabra “persona” viene del griego y significa máscara… la máscara que se usaba en el teatro… de alguna forma es como si ser persona equivale a andar poniéndose distintas máscaras dependiendo de cómo quiero mostrarme ante los demás… cómo quiero que me vean… no sé, desde la ropa que elijo para adelante… M: ¿Te imaginai que todas las personas se sacaran las máscaras? ¿Te imaginai que nadie se guardara nada y que la gente se mostrara triste si está triste? Quedaría la crema. Nos daríamos cuenta de que todos andamos igual.
A partir de esas reflexiones, Marcela se da cuenta de las dificultades que está teniendo
al
impedirse
constantemente
expresarse
si
considera,
proyectivamente, que va a ser inadecuada y por iniciativa propia empieza a mostrarse más y a dirigir hacia fuera el impulso de decir las cosas en vez de guardárselas, tomando una actitud más conectada consigo misma, de permiso y de menos gravedad y seriedad: “¿y qué importa, si es MI vida?”. Señala que pronto piensa contarles a sus padres y hermana acerca de su homosexualidad.
En el caso de Javiera se trabajó dirigiendo hacia fuera la crítica, el odio y como resultado apareció una sensación más empoderada, expansiva, y se contactó un poco con el orgullo de sí misma que está detrás de esta actitud.
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Confluencia
Como la vergüenza es ruptura de confluencia, al trabajar la conciencia del paciente, especialmente en sus diferencias y deshaciendo confluencias deja expuesto al paciente a sus sentimientos de vergüenza. Es esencial entonces el permitir la ruptura de confluencia y ayudar al paciente a tolerar poco a poco el quedar expuesto a la vergüenza de la diferenciación e ir permitiendo que surja la iniciativa de ser auténtico, o al menos hacerse responsable de su necesidad de mantenerse en confluencia.
En el caso de Marcela, este punto fue central, ya pudo reconocer ciertas diferencias que tenía con su grupo de pares gay. En un principio para ella era muy difícil relacionarse con otras personas porque muy pocas personas podían pasar por el tamiz de sus exigencias (tendencia sexual, de la misma edad, profesionales, sector donde viven, intereses, etc.). A la base estaba el supuesto de que si alguien la viera genuinamente, no la querrían o bien, la dañarían.
Se dio cuenta de que cuando ella se mostraba un poco más ante ellos, exponía un poco su vulnerabilidad, sensibilidad, sus ideas románticas, etc., no era bien recibido por los demás, por lo tanto, constituía un foco de vergüenza para ella. Posteriormente pudo tomar un poco de distancia con respecto a este grupo, asumiendo que cada cual era de la forma que es y que, de alguna forma, no podía esperar a que sus amigos se adaptaran a sus expectativas. Siguió manteniendo un contacto con ellos, pero a su vez se abrió a relacionarse con amigos heterosexuales y a conocer nuevas personas homosexuales, valorando
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las diferencias de cada uno, haciéndose cargo de sus límites y siendo capaz de mostrarse un poco más en su diferencia con ellos.
Además, con el tema del “cototo” que le generaba el no poder darse a conocer auténticamente, trabajamos en exponer estas cosas en imaginación y de esa forma, ir tolerando poco a poco momentos de vergüenza al mostrarse y deshaciendo así el intento de confluencia con los demás mantenido por medio de retroflexiones (por ejemplo el ocultarse). En este ejercicio se mostró frente a su hermana contándole acerca de su homosexualidad y frente a uno de sus mejores amigos contándole su necesidad de validación y atención de su parte. A través de este ejercicio, tratamos de cubrir en lo posible los cuatro vértices en el contacto, entre un “yo” y un “tú” nítidos (Lichtenberg, 2006, ¶ 23)30.
T: imagínate que frente a ti aparece alguien a quien quieras decirle estas cosas M: mi hermana mayor… T: ok… ¿cómo te sientes ante ella? M: bien… tranquila. Quiero hablarle T: ¿cómo la sientes a ella? M: bien, super bien, interesada. 30
Los cuatro vértices del contacto yo-tú nítidos para Lichtenberg son:
1.- “Esto es lo que yo quiero y quien soy yo”. 2.- “Yo quiero que tú me digas qué quieres y quién eres.” 3.- “Dime cómo estás reaccionando a lo que he dicho o hecho,” 4.- “así es cómo yo estoy reaccionando ante ti.”
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T: ok, empieza a hablarle de estas cosas que habíamos estado conversando… M: Carola… quería que vinieras porque quiero contarte algunas cosas… (silencio) En realidad no sé porqué no lo había hecho antes… mi primer impulso es decirte “lamentablemente soy gay”… pero no es eso lo que quiero decir… si no que Carola, “quiero que sepas que soy gay”… y por mucho tiempo me pareció lamentable… pero lo real es que es algo que ni puedo evitar ni lo elegí. Soy así…y estaría mal para mí ser de otra forma… T: ¿cómo te sientes al decirlo? M: pensé que me iba a costar más… bien… T: ¿el cototo? M: me emociono, sí, pero yo soy así, me emociono fácil T: ¿te gustaría decirle algo de eso? M: sí… Carola, puede parecer que yo soy super dura, fuerte, pero en realidad soy LO sensible… ahora mismo me emociono ene al hablar contigo… me guardo mucho las cosas y me cuesta hablarlas a veces… y bueno, a veces no me gusta ser taaan sensible, pero también me gusta tener esto y de a poquito lo he empezado a mostrar (me imagino que queda conforme con esto). T: ¿cómo te sientes al decir esto? M: bien, es rico haberlo dicho T: ¿Te gustaría decirle algo de esto? M: Carola, me siento super contenta de haberte dicho estas cosas de mí. T: ¿está bien para ti?... ¿quieres decirle algo más? M: no, está bien… sí, bien por ahora T: ok, despídete de ella, deja que se vaya y trae a otra persona a la que le quieras contar algo de esto (…)
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Trabajamos del mismo modo con su amigo, pero no quiso seguir en el ejercicio porque estaba muy cansada, pero desde ahí comenzó a darse cuenta de lo que quería decir y a hacerse cargo de si quería exponerlo o no, lo que trajo como resultado una sensación de mayor libertad.
6.2.3.2 Vergüenza y creatividad.
Si bien para todas las personas el lograr un ajuste creativo es un equivalente a salud en terapia gestalt, para los pacientes con tendencia a la vergüenza (inhibición de la iniciativa) es especialmente importante el fomentar que se vayan contactando poco a poco consigo mismos y con la actitud de permitirse una apertura mayor, considerando todo el sufrimiento que conlleva el autoboicot a la realización personal y a su propio desarrollo, el cortar posibilidades de ser quien puedo llegar a ser.
En la terapia con estos pacientes, la creatividad no ha sido un objetivo específico, sin embargo, transversalmente hemos ido trabajando la expresión de la unicidad, a veces incluso a través de técnicas que usualmente se usan con niños (como dibujar emociones, autorretratos a través de collage, etc.). Me parece sumamente relevante y sanador cuando aparece una manifestación creativa de la persona y la puede compartir con otro en contexto de intimidad, que el paciente pueda contactarse con esa sensación de celebración y goce ante su propia “grandeza” (en términos de Zinker, 1979).
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J: sabes qué… no sé si digo primero lo malo de mí por el tema de la autoestima o porque me imagino que es medio arrogante decir cosas positivas de mí… en realidad no me encuentro tan mal así como digo… no me creo tanto esas cosas. O sea, tengo ambas cosas, no me gusta mucho ser cambiante, pero cuando digo, soy pesada, al tiro pienso que no soy pesada también… T: cuéntame un poco más cómo es eso, desde ese lado que me hablabas, desde donde no te crees tanto estas cosas “malas” entre comillas o que sean tan “malas” J: me creo un poco la muerte jajaja… T: eso de creerse la muerte, me imagino que es para ti algo malo… J: no… me gusta un poco… me gusta en realidad, jajaja, se siente bien. T: te puedes permitir quedarte en esa sensación, centrarte ahí… ver dónde está… J: en el pecho… abierta… es como sentirme cómoda con como soy… orgullosa tal vez, aunque no sé si esa es la palabra. T: ¿te la puedes imaginar qué colores y formas tendría? J: sí... amarillos, naranjos, amplio T: te voy a pasar estos lápices pastel para que pintes esa sensación. El único criterio es que represente lo que estás sintiendo, ni más ni menos… Si consideras que es muy personal para ti, puedes no mostrármelo o darte un tiempo sola. J: no, está bien… no sé dibujar muy bien T: permítete pintar, rayar la hoja, lo que sea… como cuando niña, cuando uno dibujaba sin pensar en la nota…
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J: ok, a ver qué sale (toma los lápices, empieza a dibujar). T: cuéntame cómo fue tu experiencia dibujando J: bien… como que me hace bien darme esos permisos… hace años que no dibujaba T: ¿y qué tal? J: bien, me sentí bien haciéndolo… como con el autorretrato que hice con trocitos de canciones. Es mío… es así… me gusta.
*El dibujo realizado en esta experiencia, así como otros trabajos expresivos del mundo interno y privado de los pacientes no se adjuntan en esta tesis por motivos éticos de confidencialidad y, además, con el fin de respetar la intimidad de esos momentos de iniciativa y de autenticidad generada en el contexto de psicoterapia que es especialmente relevante en el trabajo con pacientes cuya autorregulación se basa en la vergüenza.
6.2.3.3 Exacto sentido del self: Autoconocimiento, autoaceptación y autoestima.
En este punto se incluyen todas las intervenciones que ayudan a tener un “exacto sentido del self”, a lograr una autoestima “equilibrada” (no orgullosa y narcisista ni vergonzosa), es decir: saber quien soy, aceptarme y estimar eso que soy. En las personas tendientes a la vergüenza este es un trabajo largo ya que tiene que ver con cambiar el paradigma vivencial de que al ser como son no son “queribles” y con el rechazo a sí mismos. En estos tres casos, como se
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ha descrito en los ejemplos relatados anteriormente, cuando en las sesiones apareció una parte crítica que acusaba y despreciaba a otra parte que se avergonzaba, se utilizaron estrategias para fomentar la conciencia de los mensajes internalizados y se trabajó en la expresión desde ambos lados, rescatando lo útil de cada uno, sin caer en el silenciar al acusador y “salvar” al lado que se siente indigno de amor, ya que eso implica seguir en el mismo juego neurótico que genera vergüenza.
A continuación, describo un diálogo de polaridades realizado con Javiera, entre los polos que designó “niña” (vergüenza) y “adulta” (orgullo, juez). Javiera, pese a lo vergonzosa que se describe, es capaz entrar en la actividad sin mayor dificultad, es decir, no interrumpe el contacto con excusas, preguntas o justificaciones ni aparecen signos de bloqueo o inseguridad por no hacerlo bien.
A través del diálogo es capaz de conectarse con cada uno de estos lados y tomar contacto emocional con ellos. T: ¿en qué sillón “sientes” que está cada una? J: (señala uno de los dos) acá está la niña. T: ¿con cuál de estos polos te sientes más conectada aquí y ahora? J: ¿justo ahora?... con la niña T: ok… empecemos primero con el polo adulta entonces… bien… siéntate ahí, cierra los ojos y te voy a pedir que te centres en lo que habíamos conversado acerca de este lado. La idea es que aquí va a estar cien por ciento el polo adulta y al frente estará cien por ciento el lado niña… como lo hemos hecho
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antes, ¿ok?. Y bueno, vamos a intentar de armar un diálogo entre ambos polos y para eso te voy a pedir que te cambies de sillón, con los ojos cerrados y que te transformes en el polo que corresponde ¿bien? Bueno, y si es necesario, puede ser que yo tome la voz como uno de los polos en algún momento… para hacer más dinámico el diálogo. J: vale… ¿parto con la adulta entonces? T: sí. Cierra los ojos y toma contacto con lo que llamamos “el polo adulta”... ayúdate con la postura corporal… ¿cómo estaría sentada? ¿qué tono de voz utiliza?... Cuando te sientas lista, empieza a contarme cómo eres ahí J (polo adulta, se sienta erguida y relajada): a mí me encanta hablar, soy extrovertida, abierta, suelta… así es que caigo bien. Disfruto harto lo que está pasando… tengo como una sensación de poder, así es que me siento confiada… sé que puedo y lo disfruto… por lo mismo dejo pasar los errores. Soy alegre… conversadora, sociable… jajaja y media gritona (…). T: Bien… cámbiate al frente. Y cuéntame cómo eres desde ahí, desde el polo niña… J (polo niña, se sienta un poco cabizbaja, hombros caídos, voz suave): me siento pequeña, nerviosa, tensa… me cuesta hablar, siento una presión en el cuello… siento que voy a molestar porque mis cosas son tonteras para los demás… soy tímida, vergonzosa… conformista igual mmm… me siento incómoda, disminuida, atrapada… no tengo ganas de ná (…). T: manteniendo los ojos cerrados, date un tiempito para “mirar” a la adulta que está frente tuyo… ¿cómo la ves? ¿cómo te sientes ante ella? Recuerda que si le quieres decir algo, decirlo directamente…
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J (polo niña): te veo más grande… segura… pero ¿sabes? Te veo super tiesa… T: ¿cómo te sientes ante ella? J (polo niña): más chica…disminuida… me da envidia… siento que no me ves. T: ok… cámbiate (…) Ahora te voy a pedir que observes a la niña, al frente… ¿cómo la ves? ¿qué te pasa? ¿cómo te sientes ante ella? J (polo adulta): mmm… me da pena… la veo tan chiquitita… te veo tan chiquita y desprotegida… me dan ganas de abrazarte… sí, me dan ganas de abrazarte, darte ánimo… T: cámbiate J (polo niña): me sorprende que me digas eso… pero no entiendo mucho que me quieras abrazar… o sea, como que me da un poco de rabia… no me entiendes T: cámbiate J (polo adulta): pero quiero cuidarte, ayudarte a salir adelante… ¿qué no entiendes? T: cámbiate J (polo niña): yo quiero que me vean, que me veas… ¿tan difícil es?… no quiero que trates de sacarme adelante… tú tan grande, tan segura… ¡no me entiendes!... bueno, típico, como todas las personas con personalidad, sólo nos critican a los tímidos y piensan que todo lo que nos pasa son tonteras y que todo es fácil de superar y que es llegar y cambiar… típico entonces que pienses que mis cosas son tontas y no quieras verme T: cámbiate J (polo adulta, se queda en silencio)
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T: ¿qué te pasa ante esto? J (polo adulta): me siento cohibida…yo no creo que tus cosas sean tonteras… pero se me quitan las ganas de hablar porque tampoco me pescas… sí, no creo que tus cosas sean tonteras, pero sí creo que eres super floja y cómoda… te quejas no más y no te gusta hacer nada por arreglar en lo que estás… en cambio, ok, yo puedo ser super tiesa como me dices tú, pero yo salgo adelante, yo no me quedo pegada en lo malo como tú. T: cámbiate. J (polo niña): a mí me gusta estar así, quedarme quieta, descansar… me carga que todo el día me estés obligando a hacer cosas, y si no te enojas… no te importa lo que me pase, no me das espacio. T: cámbiate. J (polo adulta): todo el tiempo estuviste tú… ahora he empezado a hacer más cosas yo, pero ¡toda la vida has estado ahí! Toda la vida me bloqueas cuando quiero hacer cosas… estoy super enojada contigo… eres como una cabra chica consentida, dictadora… que en realidad no te quieres enfrentar a nada por pura flojera… T: cámbiate J (polo niña): ¿y qué si soy floja? T (voz de polo adulta): no me dejas hacer las cosas que quiero J (polo niña): ¡es que las quieres hacer todas! Y a mí no me gusta así… me gusta descansar, entiéndelo… no quiero andar todo el rato metida que en el gimnasio, en fiestas, tomando café con amigos, en el cerro, andando en bici, siendo entretenida todo el rato ¿para qué? ¿para quién?
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T (voz polo adulta): me bloqueas, no me dejas avanzar en la vida (tomando palabras y frases que había dicho anteriormente) J (polo niña): tú me bloqueas a mí… ni siquiera te importa lo que yo necesito… T: cámbiate J (polo adulta): estoy super triste contigo… ok, ahora has cambiado un poco y he logrado algunas cosas… pero no te puedo perdonar todo lo que me hiciste perder en el pasado… he perdido muchas oportunidades por ti. T: cámbiate J (polo niña): pucha, si igual me da lata haberte hecho pasarlo mal… ¿y qué quieres que haga? ¿qué puedo hacer ahora? T: cámbiate J (polo adulta): mmm… no sé… en realidad no sé… pero esta pena… o resentimiento contigo no se me quita tan fácil… T (voz polo niña): ¿qué quieres que haga? ¿hay algo que yo pueda hacer? J (polo adulta): déjame un poco sola, dame espacio, no te quedes todo el tiempo pensando en qué van a pensar los demás, en qué te equivocaste o en qué te hicieron daño… dame espacio para salir y disfrutar del ahora sin estarme enrollando T: cámbiate J (polo niña): igual me gustaría, si igual te encuentro razón en eso que si no fuera por ti no haría nada o estaría todo el rato tirándome pa’ abajo… pero igual me da susto… T: ¿quieres hablar sobre eso? J (polo niña): es que ya lo dije… y no me pesca… me da miedo que te dediques tanto a ir pa’ fuera, a hacer tantas cosas, que no te fijes en lo que yo
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necesito… como descansar, o mamonear… y bueno, también me da miedo que te transformes en… oh, qué heavy… que te transformes en una mina arrogante… desconsiderada con los que son así como yo… T: ¿como las personas con personalidad que critican a los tímidos y que piensan que lo que les pasa son fáciles de superar? J (polo niña): sí… T: ¿Podrías contarle a la adulta como se siente eso? J (polo niña): mal… sola, no me gusta ser todo el tiempo así… y tú todo el tiempo me criticas… ¿por qué te cuesta aceptar tanto que soy así?... de más que de tanto que peleas conmigo, de tanto que tratas que cambie que menos me das confianza para hacer algo… T: ¿podrías contarle qué necesitas de ella? J (polo niña): necesito que me veas… que me escuches… no necesito que me aconsejes o critiques, no al tiro… sino que entiendas que para mí, cuando ando con “la cosa” (proceso de vergüenza) es terrible y no veo salida… y me da rabia que pienses que la hay… bueno… necesito que estés, nada más… que aceptes lo que me está pasando… que no me hagas pensar que es tan malo… que estoy tan mal por ser así… T: cámbiate J (polo adulta): mmm… chuta, es que igual me parece malo… no me gusta… T: ¿cómo sería tu vida si la niña no existiera? J (polo adulta): mmm… igual… sí, de repente me volvería insoportable… sí, sería media parecida a la Paty… mal… T: ¿hay algo entonces que ella te aporta?
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J (polo adulta): sí, me aporta como para estar más sensible con mis cosas… cuando no quiero… no hacer las cosas como porque hay que hacerlas todas… y también como para no pasar a llevar a otras personas con eso de que “dejo las cosas pasar”… como que igual está bien limitarme a veces… no sé, para cuidar a otros, o como tú dices, para ver a los tímidos… verte a ti sin intentar cambiarte o que andes arriba de la pelota todo el rato… o sea, sí, me aportas en sensibilidad, en profundidad… en que las cosas me importen… T (voz polo niña): necesito que estés, que me veas, que no trates de que cambie, no al tiro al menos, cuando estoy en momentos oscuros… que no me hagas pensar que estoy tan mal por ser así… J (polo adulta): ok, sí, eso puedo intentar hacerlo… no me había dado cuenta de que te hacía sentir así de mal… T: cámbiate J (polo niña, silencio) T (voz polo adulta): no me había dado cuenta que te hacía sentir así de mal… sí, puedo intentar hacerlo. J (polo niña): bien… ok, entonces trataré de no robarme toda la película y que puedas hacer tus cosas… pero no te aproveches… T: ¿hay algo más que te gustaría decir? J (polo niña): no… está bien así… T: cámbiate (…) ¿hay algo más que te gustaría decirle ahora? J (polo adulta): no… está bien por ahora… como para empezar. T: ok, ahora te voy a pedir que te pongas de pie, dejando una mano hacia cada sillón, manteniendo los ojos cerrados, sí, así… ahora, desde arriba, haz el gesto de mirar a cada uno de esos polos, de esas partes de ti… ¿cómo las ves
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desde ahí?... Ahora, como estos polos, estas fuerzas son tuyas, te voy a pedir que hagas el gesto tomar a cada uno, de llevártelos contigo donde tú los necesites o los quieras llevar. Date el tiempo para cada uno (Javiera toma al lado adulta y lo pone en su corazón)… para sentirlo… (Javiera toma al lado niña y lo guarda en su corazón también)… ahora tómate un tiempito para guardar esa sensación de estos dos polos en ti…
En la conversación posterior, al preguntarle de qué se da cuenta con este ejercicio, Javiera comenta de que a diferencia de lo que ella pensaba, no es tan difícil el diálogo entre ambas polaridades y efectivamente no aparece tanto rechazo, si se toma el tiempo de mirarse y escucharse, sobre todo, porque ya había empezado a aceptar un poco más la voz crítica del polo adulta, rescatando la intención que tiene de avanzar en la vida. Además se da cuenta de que a ella le acomoda y le gusta estar en una posición más de niña, sin salir tanto al mundo, y que muchas veces se exige demasiado por ser sociable y estar afuera. Esta vivencia de estar conforme y tranquila con el polo vergüenza es nueva para ella. Sin embargo queda pendiente el trabajar la aceptación de los problemas que este polo le generó en el pasado.
Posteriormente le reflejé mi impresión (que se hizo figura para mí) de que me parecía que la vergüenza no la había interrumpido en la realización de este trabajo, y si bien Javiera se excusa diciendo “es porque estoy acá”, aprovechamos de comentar acerca de las exigencias personales, las expectativas de hacerlo bien (lo obvio e imaginario) y el cómo en ciertos contextos no aparece en ella la voz crítica que la paraliza.
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6.2.4 Foco n° 4.- Buscar o generar espacios de intimidad “afuera”.
Como se decía en este punto en las propuestas de intervención, la autoestima es el producto final de la estima, la aceptación y la valoración por parte del entorno.
Si bien este foco puede quedar fuera del alcance de la psicoterapia, es posible validar la necesidad del paciente de pertenecer a un entorno social donde se sienta valorado y apoyar la búsqueda de la “manada” (Pinkola, 2001). En estos tres casos, a raíz de algunos de los trabajos realizados, los pacientes fueron buscando espacios de aceptación y respeto fuera de la terapia, en donde tienen la sensación de que está permitido el mostrarse un poco más y que el vínculo no está en juego por eso.
Para Javiera (29 años), que desde un principio está más contactada con los sentimientos de inferioridad, siente cierta seguridad en sí misma al exponer ante sus amigos lo que le pasa.
Andrés (29 años), como resultado del término de su relación de pareja, buscó apoyo en su familia y en su grupo de amigos más cercanos y contrariamente al rechazo que imaginaba: “ando puro dando la lata”, se encontró con espacios de intimidad, confianza y pertenencia, afianzando los lazos con ellos.
Marcela (34 años), por su parte, se dio cuenta que no se sentía bien con su grupo de pares con el que compartía la mayor parte de su tiempo libre, ya que
299
hacían bromas pesadas sobre temas sensibles para cada uno del grupo y para ella. Además, con algunos de ellos pudo mantener la relación y conversar sobre la vulnerabilidad de ambos, entablar diálogos tendientes al contacto yo-tú nítidos, y acercarse de este modo a relaciones desde una base más genuina. Por otra parte, dejando de lado el estilo de descartar a la primera instancia a la gente y aceptando las diferencias, fue conociendo más personas y grupos donde se siente valorada y le proporcionan la sensación de libertad y apoyo para poder desplegarse y mostrarse sin temor a los juicios.
300
7. Discusión y reflexiones finales
En este punto, se realizará una síntesis de lo expuesto anteriormente en cuanto a la teoría y al abordaje psicoterapéutico para el trabajo de la vergüenza. Posteriormente se realizarán algunas reflexiones en torno a la vergüenza desde una perspectiva más amplia en el contexto chileno y como un factor inherente al proceso de socialización.
7.1 Síntesis
7.1.1 Síntesis teórica.
La vergüenza, sus manifestaciones y consecuencias no han sido tema de estudio hasta el último tiempo y aún ahora, pocos psicólogos tienen conocimiento del proceso de la vergüenza y como reconocerla tanto en sí mismos como en el trabajo con pacientes. Por eso, la vergüenza pasa muchas veces inadvertida, gatillando o agravando este sentimiento en el paciente (o en el terapeuta), lo que puede generar estancamiento, impasse o fallas en el vínculo terapéutico, llegando a ser causa de fracaso terapéutico o abandono de la terapia (Watson, 2011).
En el estudio de la vergüenza se destacan algunos autores del enfoque psicoanalítico, que aportaron ideas importantes como la génesis interpersonal de la vergüenza, la relación con el narcisismo y la discrepancia entre el self real y el ideal, así como posteriormente, la idea de vergüenza como el bloqueo de la iniciativa y la consideración como un invitado esperado en la terapia. 301
Desde la terapia gestalt se suman aportes en relación a la vergüenza interviniendo en todo lo atascado en el proceso del self, como ruptura de la confluencia dada por la conciencia, y de la soledad que deviene del paradigma individualista ante el sentimiento de vergüenza.
En el campo de las terapias humanistas y del desarrollo personal, el trabajo con la vergüenza es especialmente relevante ya que esta emoción bloquea el desarrollo e interfiere significativamente con integración de la persona (polaridades),
la
autorregulación,
la
autorrealización,
la
autenticidad,
autoaceptación, etc. Específicamente desde una mirada gestáltica, podríamos decir que la vergüenza se encuentra a la base de la polarización, en que la persona deja fuera una parte de sí mismo que no es aceptada por el entorno. Esta falta de aceptación, al ser introyectada, genera el autorrechazo y la tendencia a ocultar que es propia de la vergüenza (a través de la retroflexión).
La vergüenza entonces remite a la necesidad de enmascarar ciertos aspectos del sí mismo en base a introyecciones. A raíz de esto, se proyecta un juicio de los demás (no soy digno de ser introyectado), por lo que se retroflecta la energía a través del ocultamiento para quedar en confluencia con el medio. Por lo tanto, una mirada a los mecanismos de evitación del contacto/retirada puede ser de utilidad para descubrir procesos de vergüenza que están siendo ocultados y a la vez para desatascar las interrupciones en el ciclo de la experiencia de esta emoción. Con algunas personas, estas interrupciones no nos hablan solamente de algo situacional, de un proceso de vergüenza que se
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genera en el momento, sino más de la estructura de la persona, es decir, de una autorregulación basada en la vergüenza, en que esta emoción está presente y motiva gran parte de su vida. Por ejemplo, personas tímidas (autoconscientes) o autoexigentes, que pueden o no tomar conciencia de la vergüenza subyacente.
Finalmente, es importante rescatar la función protectora del vínculo social que tiene la vergüenza, lo que habla de la necesidad de intimidad, de aceptación en un grupo social, de ser elegible y valorado por un grupo de referencia. Si bien esto muchas veces puede bloquear la iniciativa, el ajuste creativo y aceptación de quien soy yo, es una necesidad humana que es importante de considerar.
7.1.2 Trabajo terapéutico.
Orange (2005) reconoce que el psicoanálisis ha tenido su cultura de la vergüenza, especialmente en la formación, idea que es apoyada por Yontef (1997) desde la terapia gestalt. Este último autor hace hincapié en la necesidad de que los formadores conozcan la vergüenza y cómo trabajar con ella, además de reconocer su propia vergüenza, compartirla con sus alumnos, y más aún, el
reconocer su parte de responsabilidad en la inducción a la
vergüenza en sus interacciones sin ponerse a la defensiva.
Es importante tener en cuenta en la terapia la necesidad de aceptación de la que habla la vergüenza, para evitar avergonzar al paciente con mandatos (a
303
veces inconcientes para el terapeuta) del tipo: “debes ser tú mismo”, “no debes censurarte”, “debes decir todo lo que sientes”, etc.
La concepción de salud mental y enfermedad se relacionan con un ideal de lo que es estar sano versus el estar enfermo. Especialmente en el ámbito psicológico, la comparación con este ideal, es decir, los diagnósticos y evaluaciones de quien y como soy yo, pueden ser un punto complicado para las personas con tendencia a la vergüenza, considerando además de que la psicoterapia como tal es un contexto generador de vergüenza, ya que con el sólo hecho de acudir a ella en busca de cambio, implica la idea de que algo está mal en mí.
En psicoterapia, al igual que suceden en otros sistemas sociales, cuando se tiende a la idealización, puede que el paciente realice esfuerzos por calzar en esta concepción de salud o que al tener la “iniciativa que cuestiona el ideal”, pueda abandonar el proceso terapéutico al igual que se abandonan relaciones significativas a raíz comentarios discriminadores que generan vergüenza.
Si bien la terapia gestalt se mantiene al margen de los diagnósticos psicopatológicos, es importante mantenerse conciente de los ideales o metas inevitables con los que comparamos al paciente que tenemos en frente, es decir, mantener la actitud fenomenológica que no niega la teoría, sino que intenta ponerla entre paréntesis para mirar ingenuamente al paciente en su unicidad. Para los pacientes con tendencia a la vergüenza este tema es crucial, ya que en sí tiene que ver con su neurosis: calzar versus ser quien soy. Por
304
esta razón, algunos pacientes tendientes a la vergüenza, desde su misma neurosis, pueden intentar calzar en una categoría ideal dada por un terapeuta experto (también ideal) o buscarán compararse todo el tiempo con ella (como el caso de Andrés), o tal vez buscarán que este mismo terapeuta experto les diga quienes son.
Desde ahí, juega un rol importantísimo el trabajo personal del terapeuta, con el fin de reconocer sus propios límites a través de conocer en sí mismo sus procesos de vergüenza, así como también sus aspectos más narcisísticos u “orgullosos” (como el otro polo de la vergüenza), que puedan surgir en la contratransferencia con algún paciente.
Por lo tanto, en el camino para lograr el concepto de salud de la terapia gestalt, es decir el autoapoyo a través de frustrar la neurosis, es importante tener en cuenta el cuidado de no avergonzar al paciente, poniendo un énfasis en crear un contexto donde la vergüenza pueda surgir, ser vista, experienciada y consumada. En ningún caso esto implicaría el evitar frustrar la neurosis, ya que en cierto nivel, la vergüenza es un estímulo para el cambio y esta “no aceptación” es inherente al deseo de cambiar y avanzar. Por lo tanto, es un desafío para el terapeuta que se encuentra ante un proceso de vergüenza, el poder equilibrar la aceptación con la frustración de la neurosis. Un enfoque que sólo considere el frustrar la neurosis, puede hacer que un paciente vergonzoso deserte o puede ser iatrogénico para él. Es decir, el camino del desarrollo personal no será sustentable si se descuida la otra gran motivación del ser humano que es la necesidad de afiliación y de pertenencia.
305
De todas maneras, la terapia gestalt bien llevada, al ser una terapia de autenticidad, en sí ya trabaja la vergüenza, pero el desafío para el terapeuta es poder darse cuenta de cuando aparece en la sesión, ver la vergüenza a través de los mecanismos de ocultación inherentes, a diferencia de las otras emociones con las que estamos más familiarizados.
Es útil tener y manejar conocimiento sobre la vergüenza para no caer en la ingenuidad del que nada sabe, sino en la ingenuidad como actitud fenomenológica que permita visibilizar al “invitado esperado” de la vergüenza, para que pueda ser expuesta en el contexto de intimidad, es decir, de apoyo en el campo necesario para integrarla y evitar sus consecuencias devastadoras para el self.
Hay muchos indicadores que pueden hablar de procesos de vergüenza a los que habría que prestarles atención, por ejemplo, cuando hay momentos atascados en la terapia, impasse o cuando el vínculo terapéutico está debilitado. También puede surgir vergüenza cuando se aplican técnicas en que el paciente pueda sentirse expuesto si aún no está preparado el espacio emocional para hacerlo o en algunos trabajos que impliquen contactar la parte del sí mismo que la persona no se permite habitualmente.
En los casos presentados y en mi experiencia como psicóloga con adultos jóvenes, generalmente profesionales, me encuentro con casos de vergüenza en relación a no calzar con el propio ideal o expectativas sociales, en general
306
relacionados al éxito laboral/profesional que se traduce en la compra de una vivienda, auto y viajes, y al establecimiento de una relación de pareja/familia, el desarrollo personal, vida social, imagen corporal, estudios, etc. El sólo hecho de reconocer la falta, el deseo o necesidad de acercarse a ese ideal ya es un gatillante de vergüenza, ligado a la idea de que algo anda mal en mí por lo que no puedo tener pareja, dinero, hijos, etc. Todo esto, genera vergüenza y es vivido en mucha soledad, además de que se suman situaciones como la dificultad para encontrar nuevas redes sociales en los contextos ya establecidos, los sentimientos de desesperanza que esto conlleva y muchas veces la sensación de sentirse discriminados en su entorno al no seguir los parámetros establecidos. No es extraño encontrar adultos jóvenes que evitan a los amigos con los que se comparan y que les recuerdan que están en falta con ese ideal. Esta comparación con otros como medida del propio valor (Alberoni, 1999) les lleva a invalidar las propias elecciones personales de cómo quieren llevar su vida, es decir, de lo que sí se pueden hacer responsables de su vida y pueden sentirse orgullosos.
7.2 Algunas reflexiones sobre la vergüenza en el ámbito social
“¡No lo habría visto si no lo hubiera creído!” (Hamilton, 1981 citado en Myers, 1995).
En psicología social hay muchos temas que se pueden vincular al estudio de la vergüenza en los individuos. En estudios posteriores, se podría abordar en profundidad los efectos de la vergüenza (sus manifestaciones, proceso,
307
consecuencias y de las salidas de ella) en temas sociales como el conformismo, discriminación, opresión, bullying o en los fenómenos que suceden en minorías socioculturales, por ejemplo.
Como se ha dicho en este trabajo, la vergüenza se relaciona con la necesidad de pertenecer, agradar y ser aceptado por un grupo. La vergüenza entonces, o el miedo a ser avergonzado, puede generar y preservar a actitudes prejuiciosas que pueden expresar nuestro sentido de quienes somos y proporcionarnos sentido de aceptación social y pertenencia a un endogrupo31, además de que el prejuicio proporciona un sentimiento de superioridad social y puede ayudar a ocultar los propios sentimientos de inferioridad (Myers, 1995). En otras palabras, los sentimientos de inferioridad (es decir, de lo que la persona se avergüenza) se proyectan en un exogrupo32 que es menospreciado, lo que fortalece el sentimiento de “nosotros” dentro del grupo, defiende la autoestima y la posición social. Myers (1995) señala que para percibir que tenemos un status en un grupo, necesitamos sentirnos por encima de otras personas, por lo que un beneficio psicológico del prejuicio, o de cualquier sistema de categorías sociales, es el sentimiento de superioridad que ofrece.
31
Endogrupo: “Nosotros” un grupo de personas que comparten un sentido de pertenencia, un
sentimiento de identidad común. 32
Exogrupo: “Ellos” un grupo que las personas perciben como distintivamente diferentes de o
separados de su endogrupo.
308
Es por esto que el tema de la vergüenza se vuelve relevante también en ámbitos sociales, ya que puede estar a la base en la generación de fenómenos grupales como la discriminación (Lichtenberg, 2008; Myers, 1995) o el bullying (Ciccone y Molet, 2005; Menesini et al., 2003; Menesini y Camodeca, 2008), y a su vez, como una consecuencia de estos mismos fenómenos, es decir, cada vez que vemos un acto discriminador, por ejemplo, podemos estar seguros de que aparecerá vergüenza en la escena, ya sea en la víctima de discriminación como en quien proyecta esos sentimientos en otro. Además, como señala Wheeler (2005) si la vergüenza y la humillación están en el campo, invaden todo el campo, por lo que no es posible hablar ni escuchar sobre ellas sin vivenciar en cierta medida nuestra propia vergüenza.
Por otro lado, si bien, las creencias estereotipadas y las actitudes prejuiciosas existen debido al condicionamiento social y cumplen una función emocional, al permitir a las personas desplazar y proyectar sus hostilidades, también son productos secundarios de los procesos normales de pensamiento, en que para poder aprehender un mundo tan complejo, se requiere categorizar para simplificar la realidad y hacer que la información sea manejable. Así, el solo hecho de dividir a las personas en grupos exagera la uniformidad dentro de un grupo y la diferencia entre los grupos: si las personas de un grupo son similares, conocer un grupo nos permite predecir su conducta individual, lo que da un fundamento para el prejuicio. Para Lichtenberg (2008), donde hay desigualdad hay opresión, ya que las dinámicas opresivas corresponden a los procesos que distorsionan las relaciones y la desigualdad es vista como el resultado de estos, lo que conlleva una fractura en la comunicación. Entonces,
309
con sólo dividir o categorizar, se puede generar discriminación, opresión y, por lo tanto, vergüenza (Myers, 1995).
Desde una mirada más fenomenológica, conviene estar conciente de estas limitaciones cognitivas, ya que si bien podemos acercarnos al fenómeno tratando de mantener al margen nuestras categorías, no es posible hacerlas desaparecer. Como señala Allport, (1954 citado en Myers, 1995, p. 379), “las etiquetas actúan como canto de sirenas, ensordeciéndonos a todas las discriminaciones mas sutiles que podríamos percibir de otro modo”. Sin embargo, las personas a menudo evalúan en forma más positiva a los individuos que a los grupos que componen (Millar u Felicio, 1990 citado en Myers, 1995), por lo tanto, una vez que se conoce a una persona, “los estereotipos pueden tener un impacto mínimo, si es que tienen alguno, en los juicios de esa persona” (Borgida y cols., 1981, Locksley y cols., 1980, 1982 citados en Myers, 1995). Hay algunas características que podrían hacer que la persona sea más “resiliente” a los procesos de discriminación-vergüenza, por ejemplo, la conciencia de pertenencia y el orgullo de lo que diferencia a “nuestro grupo”, que surgen al pertenecer a una minoría discriminada (Myers, 1995).
7.2.1 La vergüenza en el contexto chileno hoy.
Culturalmente, en Chile es posible observar importantes influencias de sistemas avergonzantes. Por ejemplo, el impacto de la cultura estadounidense, descrita por Altman (2004 citado en Orange, 2005), como un pueblo que ha
310
adherido a una cultura que deniega y rechaza la vergüenza/vulnerabilidad, fomentando una mitología en relación al poder y a la virtud que hace que un sentimiento de vergüenza colectiva sea casi impensable. Además, las religiones en general han sido poderosos sistemas generadores de vergüenza a través mitos como el de Adán y Eva, por ejemplo, y de prácticas como el confesar los pecados, la quema de brujas, la mutilación genital, etc., que tienen como objetivo el enseñar humildad y reforzar la búsqueda de la perfección. Para Huneeus (citado en Abasolo, 2009, p. 16), Chile “es un país de gente muy vergonzosa de sí misma” en relación al autoritarismo que descalifica, “tira para abajo” y ridiculiza a las personas, lo que se refleja, por ejemplo en la relación que tienen los chilenos con su corporalidad.
En mi opinión, la cultura chilena es sumamente generadora de vergüenza y se validan fácilmente sistemas de control social como el “chaqueteo” en que es permitido avergonzar a las personas por cualquier aspecto percibido como diferente, sea motivo de vergüenza o de orgullo para el afectado.
Sin embargo, en los últimos años, tal vez con base en la globalización de la información y de la cultura y en el mayor acceso a ver diversas formas de vida a través de Internet, el discurso ha cambiado un poco desde el centrado en la vergüenza de las generaciones anteriores. Este discurso vergonzoso aparecía en dichos del tipo: “se cree la muerte”, “es creída”, “este niño es contestador” como algo reprobable en que se inhibe el orgullo de ser uno mismo y la iniciativa. En los últimos años, se ha cambiado el discurso a uno basado en el mandato de que “hay que creerse el cuento”, con lo cual, se potencia por un
311
lado la confianza en uno mismo, pero a la vez se fomenta la identificación con el polo orgullo, avergonzándose y escondiendo la vulnerabilidad, dependencia y sentimientos de inferioridad.
Para Humberto Maturana (citado en Vaccani, 2009), parte del problema de los chilenos es que hemos dejado de ser vistos y de vernos porque estamos exigiéndonos unos a otros. La familia está confundiendo la diversidad, que permite la elección, con la competencia que niega al otro. Para él, lo natural es que seamos seres amorosos, pero como las personas funcionan según las teorías que tienen, si yo pienso que estoy compitiendo, negaré al otro porque en la competencia no hago lo que corresponde o lo que haría desde mi propia creatividad (lo que también es negativo desde el punto de vista de la dignidad propia) sino que lo que guía es como percibo al otro.
Otro factor que influye en los sentimientos de vergüenza más a nivel de contexto, es la publicidad en que se exhiben personas y situaciones ideales que se transforman en objeto de deseo, siendo éstos generalmente imposibles de alcanzar (desde el fenotipo publicitario que no tiene que ver con el fenotipo chileno promedio, o el estilo de vida del chileno promedio). Para Huneeus (citado en Abasolo, 2009, p. 16), esto se relaciona con la idea moderna de que todo se puede transformar según lo deseado, por ejemplo, a través de la cirugía estética, en vez de trabajar en aceptar la realidad como es. Huneeus (citado en Abasolo, 2009, p. 16) también comenta la medida tomada por Gilberto Kassab, Alcalde de Sao Paulo quien prohibió toda la publicidad
312
callejera para mejorar la calidad de vida, pero de esta medida no se tuvo noticias en Chile.
Otro tema ligado a la vergüenza es la cultura de mostrarse, de exponer la vida personal a través de las redes sociales o reality shows. Algunos autores lacanianos (citado en Álvarez, Canedo y Gadea, 2004), consideran necesario rescatar el papel de la vergüenza, de la mirada del Otro que hoy en día está castrada de su potencia de provocar vergüenza y que goza con ese mirar transformándose en un "mírenlos gozar para gozar de ello".
Como Selma Ciornai (1999), considero que la terapia gestalt puede encontrar caminos que nos lleven a considerar la interrelación entre los factores personales y sociales, incluyendo aspectos culturales e individuales en nuestro trabajo, ayudando en la toma de conciencia sobre la vinculación e interrelación de la persona con sistemas más amplios, así como su poder para ayudar a transformarlos.
7.2.2 Vergüenza y socialización.
“Enseñé mi obra de arte a las personas mayores y les pregunté si mi dibujo les daba miedo. —¿por qué habría de asustar un sombrero?— me respondieron. Mi dibujo no representaba un sombrero. Representaba una serpiente boa que digiere un elefante. Dibujé entonces el interior de la serpiente 313
boa a fin de que las personas mayores pudieran comprender. Siempre estas personas tienen necesidad de explicaciones (..). Las personas mayores me aconsejaron abandonar el dibujo de serpientes boas, ya fueran abiertas o cerradas, y poner más interés en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. De esta manera a la edad de seis años abandoné una magnífica carrera de pintor (Saint- Exupery, 1981).
Habiendo mostrado como nuestro contexto social en Chile induce a la vergüenza, es necesario recalcar que una tesis central de este trabajo es que todo proceso de socialización tiene un componente que induce a la vergüenza.
Como sabemos, existe una relación entre los ideales que se transmiten de una generación a otra y el sentimiento de vergüenza que surge cuando el sentimiento de “ser uno mismo”, es decir, cuando la diferenciación con el otro (ruptura de la confluencia) amenaza con romper ese ideal. De este modo, los contextos que tienden a la idealización, generan sentimientos de vergüenza ante la iniciativa que cuestiona dichos ideales, es decir, la iniciativa y los esfuerzos por existir con luz propia, auténticamente, son manejados a través de la vergüenza. Es así como la conciencia (ruptura de la confluencia) y la iniciativa de ser uno mismo o la expresión de aquellas observaciones, pueden amenazar ciertos lazos relacionales, con el riesgo del abandono y desprecio por parte del contexto, lo que deja a la persona sola y sintiendo vergüenza (Velasco, 2005).
314
Es por esto que surge la “acomodación patológica” (Brandchaft, trabajo no publicado citado en Morrison 2005), con el fin de preservar estas relaciones, escondiendo estas iniciativas diferenciadoras y manteniendo enterrados los sentimientos intolerables para mantenerse en confluencia con el entorno, es decir, para evitar el ser avergonzado por quien uno necesita. Aunque la capacidad de sentir vergüenza puede tener importantes ventajas sociales, Nussbaum (citado en Orange, 2005), advierte sobre el daño generado por el avergonzar, por ejemplo en la educación ya que el proceso de humillación se convierte en un mundo de vergüenzas con las que uno carga durante toda su vida.
Todos los niños se expresan a sí mismos de diversas formas: dibujan, pintan, bailan, cantan, inventan historias, dramatizan, hacen música, etc. Sin embargo, con la socialización, especialmente con la educación como la conocemos hoy en base a calificaciones, empezamos a sentir que nuestra expresión creativa, que antes era espontánea, ahora comienza a ser “mejor o peor que” con lo que aprendemos que hay ciertos criterios deseables y que si mi obra no cumple esos criterios “yo no soy bueno” para esa forma de expresión. De alguna manera, introyectamos esta forma de educación y usamos estos criterios de calificaciones para todo. Si mi evaluación no es buena, no es raro que se genere vergüenza. No es raro que coarte mis posibilidades si siento que no tendré una buena nota después de mostrarme. No es raro que las personas con tendencia a la vergüenza estén todo el tiempo en la balanza, evaluándose a sí mismos y al resto. Calificando y descalificando, midiendo, evaluando, devaluando, sintiéndose, como su dibujo, mejor que o peor que, deseando ser
315
mejor, envidiando… Así, es difícil encontrar adultos que mantengan alguna de estas formas de expresión por el solo goce de hacerlo, sin necesidad de ser “bueno” para ello. Con esto, los adultos pierden toda una fuente de creatividad y de formas de expresión, que en el caso especial de los vergonzosos, podrían ser de gran utilidad como alternativa de expresión en libertad, aceptando la propia originalidad, autenticidad, creatividad, etc.
Desde su origen la palabra “persona”33 remite a la máscara, y si en el proceso de crecer, de hacernos “persona” nos vamos enmascarando (Rogers, 1990), avergonzando y dejando de lado quienes somos, generando la paradoja de que el deseo de aceptación y pertenencia lleve a desarrollar esta máscara o falso self y a sentimiento íntimo de soledad por falta de conexión real.
En este contexto, la relación psicoterapéutica puede ser ese “lugar poco común de encuentro con el otro y con uno mismo en un mundo dirigido por fuerzas de alienación y desacuerdo” (Cavanellas, 2009, ¶ 1), ayudando a validar el self real que se oculta y enmascara, a través de un contacto real y aceptador y a la vez, ayudando a satisfacer esta misma necesidad de conexión que está en la génesis de los procesos de vergüenza.
33
Persona: Del lat. persōna, máscara de actor, personaje teatral, este del etrusco phersu, y
este del gr. πρόσωπον (R.A.E., 2005).
316
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