February 5, 2017 | Author: 1torralba3 | Category: N/A
ALESSANDROPRONZATO
Comentario a las tres lecturas del domingo Ciclo A
CUARTA EDICIÓN
EDICIONES SÍGUEME SALAMANCA 2007
Cubierta diseñada por Christian Hugo Martín Tradujo Germán González Domingo sobre el original italiano Parola di Dio! Commenti aUe 3 Letture deUa domenica - Ciclo A (() Alessandro Pronzato, 1989 Ediciones Síguemc S.A.U., 1992 el García Tejado, 23-27 - E-37007 Salamanca I España Tlf.: (34) 923 218 203 - Fax: (34) 923 270 563 e-mail:
[email protected] www.sigueme.es ISBN: 978-84-301-1189-3 Depósito legal: S. 1079-2007 Impreso en España I Unión Europea Imprime: Gráficas Varona S.A. Polígono El Montalvo, Salamanca 2007
Al amigo Giuseppe Zois afortunado saqueador de la prodigiosa alforja de fray Corrado. A su lección de seriedad modestia e,lfuerzo. A su pluma mojada en humanidad, reacia a «bordar bellezas» pero comprometida apasionadamente en explorar con corqje y delicadeza «el planeta de la drogm>.
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Soñar para despertarse ... Venid, subamos al lllonte del Seno,-, u la UISO de! Dios de Jacob. El ¡lOS instruirá en sus caminos ... (Is 2, 1-5) . ... Lal1oche está avan-::ada, el dfa se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas ,v pertrechémonos con las armas de la luz ... (Rom U, 11 .. 14) . .. .La gente COrllla J' hebra ... y c/lando mellOS lo esperaban /legó el diluvio y se los /levó a todos .. (l\1t 24, 37-44).
Despertar y señal de partida «Ya es hora de espabilarse» advierte Pablo escribiendo a los cristianos de Roma (segunda lectura). «Estad cn vela», amoncsta sevcramente Cristo (evangelio). «Caminemos a la luz del Señof», ex.horta Isaías (primera lectura). «Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor», repite el salmo responsorial (el 121, uno de los salmos graduales o procesionales, un pequeño catecismo en el que se ex.presan de una forma poética los puntos centrales dc la fe, para uso de los peregrinos que subían a Jerusalén), Así pues, el tiempo dc adviento, que señala el principio del año litúrgico, se abre con la urgencia de un despertar (ciertamente no con música, como suele hacerse ahora) y con una orden de partida no menos apremiante. No nos engañemos, No estamos esperando a que llegue la navidad, Ni estamos a la espera de que el «último día», otro terna de la liturgia de hoy, nos caiga encima (lo más tarde posible). Aguardar no significa ponerse a esperar, sino «tender hacia». Lo que implica la capacidad y el deseo de despertarse, y la decisión de ponerse en camino.
La tarea más urgente: sacar de la cama a los cristianos
Ciertamente Pablo no usa un lenguaje diplomático cuando prepara su próximo viaje a Roma. No se preocupa de los festejos, ni de la acogida que se reserva a su persona. Se interesa por el Reino, por la fe, por la vida cristiana, no por el triunfo propio. y entonces no duda en asestar golpes, en sacudir bruscamente, en interrumpir el sueño. Escribe a una comunidad que no ha fundado él, y a la que nunca ha visto, no la conoce directamente, aunque ha recibido informaciones bastante precisas (tanto que algún exegeta, un poco maliciosamente, sostiene que las informaciones en la Iglesia primitiva funcionaban mucho mejor que hoy, ya que no existían informadores «patentados» con una especie de exclusiva... ). Y, sin embargo, afiJma, en un tono decididamente brusco, que ... es hora de espabilarse. Parece que a Pablo se le ha metido en la cabeza que la tarea más urgente consiste en sacar de la cama a los cristianos. Dan ganas de preguntarse, con una pizca de impertinencia, si funcionaría el despertador tocado a distancia por el apóstol, si los romanos responderían a esa provocación que venía de quién sabe dónde. Lo malo es que el asunto no afecta sólo a los cristianos de Roma. La enfermedad del sueño (alguien insinúa que se trata de una epidemia) afecta a los creyentes de todos los lugares y de todos los tiempos. Pablo advierte: «La noche está avanzada, el día se echa encima». Dcspués de casi dos mil años, no parece que haya existido un despcrtar gcneral. Muchos de nosotros continuamos impertérritos, durmiendo, o dormitando, sin caer en la cuenta de que «el día se echa encima». Y hay quc preguntarse si es que el despertador no funciona o más bien es que los durmientes fingen no oírlo. Quizás las dos cosas a la vez. En efecto, es indiscutible que ciertos sermones, y ciertas «cartas» parecen hechas a posta para acunar más que para perturbar el sueño y la digestión, para anestesiar las conciencias en vez de sensibilizarlas. y es igualmente evidente que un número considerable de cristianos, en todos los niveles de responsabilidad o irresponsabilidad, se han provisto de sistemas sabidos para neutralizar toda palabra fastidiosa, toda voz inquietante, toda intervención profética que moleste sus plácidas costumbres y sus negocios, respecto de los cuales lo menos que se puede decir es que no están llevados «con las armas de la luz» de que habla Pablo (entre las informaciones de primera mano que el
apóstol había recogido respecto de la situación romana, estaría la que denunciaba una preocupante crisis de la única industria bélica compatible con el estatuto cristiano: la industria que produce precisamente las «armas de la luz»).
Es posible dormir y correr... Cristo, en el evangelio, precisa que existen diversas maneras de dormir. Por lo que uno puede ser víctima del sueño estando en plena actividad. Es típico el ejemplo ofrecido por los contemporáneos de Noé ante la inminencia del diluvio. Comían, bebían, se casaban, en una palabra, se dedicaban a las ocupaciones de siempre, «y cuando menos lo esperaban» fueron tragados por las aguas. Luego, el síntoma inequívoco de la enfermedad del sneño es no caer en la cuenta (no esperar) lo que está sucediendo, faltar a las citas de la historia, no captar el significado del tiempo presente, no advertir los signos de la catástrofe que está a punto de caer encima para llevarse todo y a todos, una catástrofe provocada por los mismos hombres. En este sentido, dormir resulta compatible también con una actividad frenética. Un cierto estilo de eficientismo administrativo, en el que se entrelazan negocios y apostolado, poder y religión, búsqueda de éxitos y difusión del reino de Dios, revela, bajo capa de modernidad, que sus protagonistas, siempre en el proscenio, «no caen en la cuenta de nada». Las obras colosales, la gestión competitiva, la manía de calcular para demostrar que se dispone de falanges aguerridas, derrotadoras y... d~sconcertantes, la presencia ruidosa y pendenciera, la ocupación desaprensiva de espacios de poder, en vez de la profecía desarmada, del fermento evangélico subterráneo, denuncian que se está ausente, extraño, tanto respecto al mundo como respecto al evangelio. Una cierta agitación de tipo mundano revela un estado de no vigilancia. Pablo nos pone en guardia frente al peligro del entorpecimiento que se refleja en las «comilonas y borracheras, lujuria y desenfreno», y también frente al peligro representado por las «riñas y pendencias». Son males que, con su virulencia, nunca han perdonado a las comunidades cristianas. Arrivismos, particularismos, litigios internos, envidias, contiendas mezquinas, competiciones tontas, son otras tantas formas de sueño, si se tienen en cuenta los verdaderos, importantes problemas de los que tendríamos que hacernos cargo. Es el momento de decir: ¡hay que despertarse del sueño ... y dejar de moverse a lo loco!
Se trata de «caer en la cuenta» de que el tiempo de Dios se ha metido en el tiempo de los hombres, que este «instante» es un instante eterno. Que lo que importa, lo que es decisivo, es el ahora. Que la gran posibilidad, la ocasión que no hay que perder, es la del hoy: «Escuchad hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón» (Sal 95, 7-8). Hay que «caer en la cuenta» de que es necesario «dejar las actividades de las tinieblas», también y sobre todo cuando se utilizan abusivamente para la causa de Dios. Hay que «caer en la cuenta» de que la vista se nubla cuando se deja capturar por la superficialidad y por lo efímero; que las manos están vacías cuando se empeñan en acumular y en contar; que el corazón se hace pesado cuando está lleno de banalidad y de inconsistencia. Urge «caer en la cuenta» de que el mal no está solamente fuera sino anidado dentro de nosotros. Debo «caer en la cuenta» de que mi fe está amenazada por el sueño. Que el riesgo más grande que COITO es el de una existencia somnolienta, distraída, disipada, incapaz de reconocer el tiempo. Me urge la obligación, sobre todo, de «caer en la cuenta» del instante. No dejarlo pasar, sin antes prestarle atención, sin haberlo escrutado, sin haberle roto, con la ayuda de la fe y de la palabra, la costra precaria, para captar en él el anuncio, la llamada de Dios, pero al mismo tiempo su juicio sobre mi existencia.
El sueifo como deber El cuadro presentado por Isaías (primera lectura) parece pertenecer al mundo de los sueños. Se presenta la imagen de una Jerusalén que es «misionera» sin moverse de su sitio. No tiene necesidad de ir a buscar a los otros, porque los pueblos son los que, atraídos por su belleza, vienen a ella. Está sobre todo esa visión de un mundo en el que el arte de la guerra será abolido definitivamente porque ya no hay nadie que quiera practicarla, y los instrumentos de muerte se convertirán en recursos de vida. Alguno sentirá la tentación de comentar: «Demasiado hermoso para ser verdadero». Sin embargo habría que decir: «Demasiado hermoso para no ser verdadero» . Creo, en efecto, que el creyente tiene que ser como José (Gén 37, 19): un soñador. Cuando anda Dios de por medio, el sueño se hace una posibilidad concreta, incluso un deber.
Para el creyente, la fidelidad a los sueños constituye el modo más evidente de mostrarse realista. Muchos cristianos «duermen» para no tener que afrontar la realidad. El sueño les permite aceptar la realidad tal cual es. Solamente el sueño permite imaginar una realidad «distinta» y hace sospechar que esa realidad distinta es «demasiado bella para no ser verdadera» y factible. Paradójicamente el sueño es el que te despierta, quien te pone en pie . ... y ya no te deja dormir.
SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO
Sobre un tocón seco florece una declaración de esperanza Brotará un renuevo del tronco de Jesé, un vástago floreuní de su raí: ... (ls 1, 11) . . ".Que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantenga!llo.'i' la espcrall;'U ... (Rom 15,4-9) . ... El árhol que 110 da huen FUlo será talado y echado al fuego ... (Mt 3, 1-12)
¿Miedo a soñar? Decíamos el domingo pasado que el creyente es alguien capaz de so¡]ar. Cuando en el mundo sucede algo nuevo, decisivo, esto ocurre gracias a los «soñadores» incurables, que se obstinan en imaginar una realidad, un modo de ser distinto del cuadro que tenían al alcance de los ojos. Para soñar hace falta estar despiertos. Quien se duerme, consigue soñar, como mucho, una reedición del pasado que contempla con sentido nostálgico. Los hebreos, que arrastraban los pies por el camino de una liberación de la que no eran muy entusiastas, se sentían incapaces de soñar la tierra prometida, y preferían dormirse en el recuerdo de la esclavitud de Egipto. Pero quien sueña despierto se pasea por un mundo inédito, donde encuentran espacio cosas «jamás vistas», «jamás oídas», frutos nunca gustados. Freud, a quien le preguntaba, desconcertado, si un hombre era responsable también de sus sueños, respondía tranquilamente: -¿De qué si no? Algunos se confiesan de haber «tenido sueños feos». Pero no debemos preocuparnos ele estos sueños. La culpa consiste en no saber o no querer tener sueños bllllitos
y con frecuencia la calidad de nuestro vivir resulta deficiente porque tenemos miedo a soñar cosas estupendas, cosas grandes, cosas nuevas. Un material abundante para este tipo de sueños nos lo proporciona la palabra de Dios. Sí, la palabra de Dios nos ayuda, nos invita a soñar. Cuando Dios entra en acción, la realidad que está al alcance de los ojos del hombre parece pertenecer, precisamente', al registro del sueño. Es significativa a este respecto la expresión del salmo 125, canto de retorno de los exiliados: «Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar. .. » (v. 1).
Con frecuencia nosotros desterramos el sueño al mundo de las cosas irrealizables. Sin embargo, para el creyente, el sueño es lo que Dios realiza. Nuestra fe es la que, tantas veces, no tiene el coraje de soñar. Mientras que Dios estaría dispuesto a garantizar la legitimidad de los sueños más audaces, la factibilidad de lo imposible, la cobertura de los proyectos más «locos». Dios nos entrega sueños. Este es su método inconfundible para mantenernos despiertos, para evitar que nos durmamos en la resignación, en el desánimo. Soñar, en el lenguaje bíblico, equivale con frecuencia a esperar. Nos lo recuerda Pablo (segunda lectura), cuando subraya la función fundamental de la palabra de Dios, como alimentadora de esperanza, o sea, de sueños: «Hermanos: todas las antiguas Escrituras se escribieron para enseñanza nuestra, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza». Esperanza quiere decir posibilidad de proyectar (=soñar) un futuro distinto, sorprendente, garantizado por la promesa del Dios fiel. Un ejemplo típico de sueño nos lo ofrece hoy también la página de Isaías (primera lectura). Estamos frente a ese estupendo poema mesiánico, en el que destacan dos símbolos. uno vegetal y otro animal. Ante todo, la imagen del tronco cortado, seco, de cuyas raíces despunta, inesperado, un renuevo. Dios, para realizar su proyecto, no recurre a los frondosos e imponentes cedros del Líbano, al contrario los desgaja (10, 33-34). Parte de un árbol truncado, el tronco de Jesé. La estirpe de David tiene orígenes humildísimos, insignificantes. El recuerelo de Jesé, en ciertos casos -como en labios ele Saúl (l Sam 20, 30)- llega a tener incluso un sentido despectivo. Sin embargo ese tronco, que se ha secaelo por los muchos pecados e infidelidades, está alimentado por una savia perenne: la promesa de
Dios. Y el tronco produce un signo inequívoco de vida: un renuevo totalmente inesperado, incluso improbable. Existe un nuevo paraíso, o sea, un nuevo jardín. Existe una sociedad fundada sobre la justicia y sobre la paz uni versales. Existe uno que gobierna porque ha sido investido por los vientos. Estos vientos, provenientes de los cuatro puntos cardinales, «se posan» sobre él. Se llaman ciencia y discernimiento, consejo y valor, piedad y temor del Señor. Todo esto es «espíritu del Señor». Solamente quien está dotado de esta plenitud de carismas, posee el talento para gobernar.
Reconciliación entre los animales La paz conseguida por la sabiduría de gobernar se extiende a los animales. El autor, en la construcción de su sueÍlo paradisíaco, junta un animal doméstico y un animal salvaje. Lobo y cordero, pantera con cabrito, novillo y león, vaca y oso, león y buey. Binomios inverosímiles. Es interesante notar que entre cada tres parejas aparece el hombre, mejor, un niño. Los animales mansos y feroces, reconciliados entre sí, se dejan guiar por un muchacho. Nos podemos preguntar si se debe a que los animales se han amansado, por lo que basta un niño para conducirlos. O más bien si scrá la presencia de un muchacho la que logra amansarlos. Me parcce más apropiada la segunda perspectiva. Y quisiera subrayar el alcance simbólico de la escena descrita. Quizás, para dejarnos guiar, nos confiamos al viejo que ha crecido abusivamente dentro de nosotros (independientemente de la edad), o sea, al hombre desencantado, calculador, escamado. Hemos de fiarnos más bien del niño, esto es, de la ingenuidad, de sus posibilidades de «sOllador», de su capacidad de inventar la vida, de interpretarla de una manera nueva, original. El niño desafía al mal y lo vence con el juego (, sino «se ha hecho todo, pero siempre queda algo por hacer». No quiere decir «tenía que terminar así. .. », sino «lo bueno aún tiene que comenzar». El hombre de la paciencia es quien no se rinde, quien no se da por vencido ni siquiera en la denota. Cuando todo parece perdido, él no pierde la paciencia. El hombre de la paciencia acepta los retrasos, la oscuridad espesa, las contradicciones, los rechazos. Pero no los considera como la «última palabra», definitiva, como sentencia inapelable. Los ve en la perspectiva de la «provisionalidad». Ante cualquier desmentido de la realidad, ante cualquier desilusión, incluso la más dura. ante cualquier incidente desagradable, ante cualquier vigilia interminable, el hombre de la paciencia (y de la fe, de la esperanza) incrementa el propio capital de paciencia, no se lo deja saquear. Invierte todos los recursos y las energías en paciencia. Cuando las cosas no van en la dirección ansiada, el paciente las hace ir hacia la realización, tomando el camino más costoso y largo: precisamente ese de la paciencia. Es verdad que para tener paciencia es necesario paradójicamente tener fuego dentro. No una llamarada que dura un instante. Sino una llama robusta, resistente, tenaz, que dure mucho. Para tener paciencia hay que poseer calor suficiente para proteger el brote delicado de la helada que lo agrede. El desierto florece en la paciencia. Por otra parte, si lo pensamos, cada uno de nosotros es fruto de la paciencia de Dios. La navidad no inaugura, como se oye decir, la estación de la paciencia de Dios. Porque, desde el momento en que Dios ha proyectado crear al hombre, para Dios ha comenzado la estación de la paciencia, o sea, de la espera. Con la navidad, simplemente, Dios decide vivir la paciencia... un poco más de cerca, y un poco más impacientemente. Con la navidad Dios apuesta por esperar al hombre, a cada uno de nosotros (