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TESIS DOCTORAL
Procesamiento emocional en personas con Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Presentada por: Yolanda Casado Martín
Dirigida por: Dra. Dª Mª Pilar Cobos Álvarez
Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico Facultad de Psicología Universidad de Málaga 2008
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SALIR Departamento de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico Facultad de Psicología
DRA. Dª Mª PILAR COBOS ÁLVAREZ, DIRECTORA DE ESTE TRABAJO DE TESIS DOCTORAL.
CERTIFICA:
Que la Tesis Doctoral realizada en este Departamento por Dª Yolanda Casado Martín, titulada: “Procesamiento emocional en personas con sintomatología obsesivocompulsiva”, cumple los requisitos científicos necesarios para su lectura.
Y para que conste a efectos de depósito e informe, firmo la presente en Málaga a 27 de Junio de 2008.
Fdo: Dra. Dª Mª Pilar Cobos Álvarez Directora
Campus de Teatinos s/n. 29071 - MÁLAGA. Tlf: 952 13 11 01 Fax: 952 13 11 01
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A mi padre
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Agradecimientos
En primer lugar, quiero dar las gracias a Pilar Cobos, mucho más que mi directora de tesis, por todo lo aprendido, por sus ánimos, por nuestras reuniones en “cualquier parte”. Quiero agradecer también al grupo de investigación HUM-578 por todo el apoyo recibido para llevar a cabo esta investigación. En especial a Antonio Godoy, por todas sus aportaciones y su inestimable ayuda con los análisis estadísticos. Al grupo de investigación HUM-388, de la Universidad de Granada, por su constante apoyo a lo largo de tantos años, especialmente a su responsable, el profesor Jaime Vila y a sus profesores invitados, Aydamari Farias y Walter Machado-Pinheiro, que en la cercanía y la distancia me han prestado toda su ayuda. A D. Fabio Rivas Guerrero, director de la Unidad de Gestión Clínica (UGC) de Salud Mental del HRU Carlos Haya, así como a Fermín Mayoral y Rosalía Castro, por su colaboración al facilitarnos el contacto con los distintos profesionales de Salud Mental. Quiero agradecer a los psicólogos José Miguel Antón (Hospital de Antequera) y Modesto Ruiz (Centro de Salud Málaga Centro), y a los psiquiatras Miguel Acosta (Centro de Salud de Carranque) y Alfonso Galán (Centro de Salud Puerta Blanca), el permitirme “ocupar” sus consultas y poder pasar las pruebas a sus pacientes. Mi más sincera gratitud a todas las personas que han formado parte de la muestra de esta investigación. Su colaboración y paciencia con las pruebas han hecho posible este trabajo. A mi madre, por su amor, por cuidarme y mimarme, y esas comidas tan ricas que me han hecho sobrevivir a la tesis. Y a mis hermanos, Inma e Iván, y a José, “mi hermano mayor”.
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A todos mis amigo/as, que me han animado, apoyado y ayudado, es todo un lujo tenerlos: A Raquel, Mª Mar y Lola, mis niñas, por estar siempre ahí. A Noemí por su amistad incondicional y a mi grupo “escogío”.
A Belén por los buenos momentos
compartidos. A mi Lidia, Alicia y Mónica, por su apoyo y ayuda en la última etapa, ha sido todo un regalo encontrarlas. A Isa y José, ha sido un placer reencontrarlos, Ana, David y las peques. A Marta, mi diseñadora preferida, y a mi gente despistada por subirme la autoestima. Gracias a todos los que durante estos años han formado parte de este viaje lleno de emociones.
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Índice
ÍNDICE Capítulo I.
El Trastorno Obsesivo-Compulsivo .............................................. 15
1.
Marco histórico .......................................................................................... 17
2.
Descripción de Trastorno Obsesivo-Compulsivo ...................................... 25 2.1. Definición ....................................................................................... 25 2.2. Subtipos del Trastorno Obsesivo-Compulsivo ............................... 29 2.2.1.
Contaminación................................................. 30
2.2.2.
Comprobación.................................................. 30
2.2.3.
Rituales mentales ............................................. 30
2.2.4.
Obsesiones sexuales y agresivas...................... 31
2.2.5.
Necesidad de simetría y precisión ................... 31
2.2.6.
Obsesiones somáticas ...................................... 32
2.2.7.
Almacenamiento .............................................. 32
2.2.8.
Obsesiones religiosas....................................... 33
2.3. Datos epidemiológicos.................................................................... 33 2.3.1.
Prevalencia....................................................... 33
2.3.2.
Edad y sexo...................................................... 35
2.3.3.
Comorbilidad ................................................... 36
2.4. Variables psicológicas relacionadas con el Trastorno Obsesivo-Compulsivo..................................................................... 40 2.4.1.
Responsabilidad............................................... 40
2.4.2.
Sobrestimación de la amenaza......................... 41
2.4.3.
Perfeccionismo ................................................ 43
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Índice
Capítulo II. 1.
2.4.4.
Control..............................................................44
2.4.5.
Ansiedad...........................................................45
2.4.6.
Intolerancia a la incertidumbre.........................46
2.4.7.
Culpabilidad .....................................................47
La Emoción y el modelo bioinformacional de Lang.....................49
Teorías psicológicas ...................................................................................53 1.1. La teoría periférica de James-Lange ..............................................53 1.2. La teoría central de Cannon-Bard ...................................................55 1.3. La teoría cognitiva de Schachter y Singer.......................................57 1.4. El modelo bioinformacional............................................................60 1.4.1.
Internacional Affective Picture System (IAPS) y Self-Assessment Manikin (SAM) ..............................................................64
1.4.2.
Correlatos fisiológicos y conductuales del procesamiento de imágenes afectivas ..............68
Capítulo III. 1.
La Atención......................................................................................71
Marco histórico...........................................................................................73 1.1. Investigación empírica ....................................................................73 1.2. Paradigma Conductista....................................................................75 1.3. La Psicología Cognitiva ..................................................................76 1.3.1.
Los modelos de filtro........................................78
1.3.2.
Los modelos de recursos atencionales .............82
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1.3.3.
Los modelos de automaticidad ........................ 87
1.3.4.
Modelos de control atencional......................... 89
1.4. El modelo de Carga Perceptual....................................................... 91 2.
Atención Selectiva ..................................................................................... 95 2.1. Tipos de atención ............................................................................ 95 2.2. Dimensiones de la atención selectiva ............................................. 99 2.3. Ámbitos de investigación.............................................................. 100 2.3.1.
Atención y percepción de objetos.................. 101
2.3.2.
El procesamiento de la información no atendida ......................................................... 102
2.3.3.
Mecanismos de interferencia e inhibitorios de la atención selectiva.................................. 103
Capítulo IV.
Sesgos atencionales y Trastorno Obsesivo-Compulsivo............ 107
1.
Emoción y Atención ................................................................................ 109
2.
Teorías que explican la influencia de los sesgos atencionales en personas con ansiedad.............................................................................. 113
3.
Estudios experimentales sobre sesgos atencionales y ansiedad............... 115 3.1. Tarea Stroop.................................................................................. 115 3.2. Tarea de detección de estímulos de prueba................................... 118 3.3. Atención Visual y Movimiento de ojos ........................................ 120 3.4. Tarea de búsqueda de caras........................................................... 121
4.
Estudios experimentales sobre sesgos atencionales y Trastorno Obsesivo-Compulsivo.............................................................................. 124
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Capítulo V.
Estudio 1.........................................................................................131
1.
Objetivos e hipótesis ................................................................................135
2.
Método......................................................................................................136 2.1. Muestra..........................................................................................136 2.2. Instrumentos ..................................................................................137 2.3. Procedimiento................................................................................144
3.
Resultados ................................................................................................145
4.
Discusión ..................................................................................................158
Capítulo VI.
Estudio 2.........................................................................................165
1.
Objetivos e hipótesis ................................................................................170
2.
Método......................................................................................................171 2.1. Muestra..........................................................................................171 2.2. Diseño............................................................................................172 2.3. Variables e Instrumentos ...............................................................172 2.3.1.
Variables.........................................................172
2.3.2.
Instrumentos ...................................................174
2.4. Procedimiento................................................................................175 3.
Resultados ................................................................................................177
4.
Discusión y conclusiones .........................................................................192
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Capítulo VII. Discusión general y conclusiones................................................. 197
Referencias Bibliográficas ....................................................................................... 215
Anexos...................................................................................................................... 259 Anexo 1.
Consentimiento Informado ................................................ 261
Anexo 2.
Protocolo de información al paciente ................................ 263
Anexo 3.
Imágenes del IAPS utilizadas en el Estudio II................... 265
Anexo 4.
Correlaciones de cada imagen de contenido obsesivocompulsivo con la puntuación total del Inventario de Padua.................................................................................. 271
Anexo 5.
Tablas análisis estadísticos Estudio I................................. 273
Anexo 6.
Tablas análisis estadísticos Estudio II................................ 285
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CAPÍTULO I
El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
EL TRASTORNO OBSESIVO-COMPULSIVO
En el presente capítulo, describiremos los aspectos más relevantes del Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC). En primer lugar, llevaremos a cabo una revisión histórica que nos permita conocer cómo ha evolucionado el conocimiento de dicho trastorno. A continuación, pasaremos a describir sus características principales, la prevalencia en la población y los distintos subtipos de TOC. Por último, revisaremos las variables psicológicas que, según las distintas teorías cognitivas, tienen un papel fundamental en la etiología y mantenimiento de este trastorno.
1. Marco histórico Durante años, los sujetos con síntomas obsesivo-compulsivos han sido considerados víctimas de influencias satánicas. En los libros de la época de la Inquisición se detalla cómo estas personas han sido declaradas poseídas por el demonio y quemadas en la hoguera como castigo (Yaryura y Neziroglu, 2001). A lo largo del siglo XVII, las obsesiones y las compulsiones han sido entendidas como síntomas de melancolía religiosa. En 1621, Robert Burton, profesor
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
de la Universidad de Oxford, en su ponencia “La Anatomía de la Melancolía” presenta el caso de una persona con miedo a decir en voz alta algo indecente o inapropiado durante el sermón. En 1660, Jeremy Taylor (Obispo de Down and Connor, Irlanda) hace referencia a las dudas obsesivas al escribir “Escrúpulos”. Para él, un escrúpulo es “un problema cuando el problema ha acabado y una duda cuando la duda está resuelta”. John Moore, obispo de Norwich, en Inglaterra (1691), hace referencia a los individuos obsesionados. Los describe como personas con “pensamientos indecentes y a veces blasfematorios que surgen en sus mentes mientras ejercen la adoración a Dios a pesar de sus intentos para controlarlos y suprimirlos, cuanto más luchan contra ellos, más se incrementan” (Stanford University School of Medicine, 2004). También en el siglo XVII, Shakespeare inmortalizó las obsesiones y las compulsiones en el personaje de Lady Macbeth, que atormentada por la culpa recurre al lavado de manos para expiarla. A pesar de las numerosas referencias que encontramos en la literatura sobre este trastorno, no es hasta finales del siglo XIX cuando esta entidad patológica comienza a ser objeto de estudio científico. Las principales aportaciones de la psiquiatría y la psicología al estudio del TOC se producen a lo largo del siglo XX. Durante el siglo XIX, las obsesiones dejan de explicarse desde una visión religiosa para ser explicadas desde una visión médica. Generalmente, se cita a Esquirol (1838) como pionero en este campo, ya que, además de haber proporcionado el primer informe de caso sobre esta problemática, su concepto de “monomanía” incluye lo que actualmente consideramos un trastorno obsesivocompulsivo. Algunos años después, Morel (1866) ofreció una descripción de las obsesiones bajo la denominación de délire émotif (delirio emocional). En 1878, Westphal contribuye de forma sustancial a la descripción del trastorno, al subrayar la presencia de ideas que irrumpen en la conciencia a pesar de
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
los esfuerzos que lleva a cabo la persona para evitarlo y el hecho de que tales ideas son percibidas por el paciente como extrañas y anormales. A finales del siglo XIX, el TOC, junto a otros desórdenes, se incluye en la categoría diagnóstica neurastenia (tono inadecuado del Sistema Nervioso). De esta forma, se considera una enfermedad orgánica. Las aportaciones de Freud y Janet, a finales del siglo XIX y principios del XX, favorecen que el TOC se excluya de esta categoría y se empiece a considerar una alteración psicológica. Freud hace referencia al TOC como “neurosis obsesiva”. Este autor con sus trabajos Las neuropsicosis de defensa (1894) y La herencia y la etiología de las neurosis (1896) aísla y define como entidad propia las obsesiones. Otra aportación importante de Freud es la publicación en 1909 del psicoanálisis de un caso de neurosis obsesivo-compulsiva: El hombre de las ratas (Freud, Obras completas, 1980). Freud modificó gradualmente el concepto de TOC utilizando sus ideas sobre la estructura mental, las energías mentales y los mecanismos de defensa. Para Freud (1913), los síntomas obsesivo-compulsivos son el resultado del conflicto entre los impulsos inaceptables y las defensas que el sujeto desarrolla para librarse de la ansiedad generada por los mismos. Considera que la predisposición a la neurosis obsesiva resulta de una organización erótica sádico-anal. Con este autor, el tratamiento del TOC se aleja de los síntomas y se centra en los conflictos inconscientes. Sin embargo, este enfoque no ha servido para mejorar los resultados terapéuticos (Jenike, Baer y Minichiello, 2001). Janet (1903), en su publicación Las obsesiones y la psicastenia, también define las obsesiones y las compulsiones. Sin embargo, la aportación más importante de este autor es la descripción de un tratamiento exitoso similar al conductista. Esto ha llevado a que la obra de Janet (1903) sea considerada como un hito fundamental en el estudio y la comprensión de esta problemática (Beech y Vaugh, 1978; Foa, Gail y Steketee, 1979; Kozak, Foa y McCarthy, 1988; Vallejo Ruiloba, 1985; Jenike et al., 2001).
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Janet (1903) incluye las obsesiones y las compulsiones en una entidad patológica que denomina “psicastenia”. Esta entidad también incluye tics, fobias y despersonalización. La “psicastenia” supone un déficit en la tensión psicológica, generalmente crónico, degenerativo y heredado. Para Janet (1903), el TOC es consecuencia de la fatiga psíquica y de la disminución de la energía mental disponible. Así, la falta de tensión psicológica hace que el sujeto pierda el control sobre sus pensamientos y da lugar a las ideas obsesivas y los actos compulsivos. A lo largo del siglo XX, se continúan produciendo aportaciones que permiten un mejor conocimiento de esta patología. No obstante, el concepto de TOC no ha evolucionado de forma lineal. Dependiendo del contexto sociocultural y del paradigma dominante en cada momento, la investigación se ha centrado en estudiar los síntomas que caracterizan a este trastorno. De esta forma, se ha realizado una investigación puramente fenomenológica. La definición de TOC propuesta por Schneider (1925) hace referencia tanto al carácter compulsivo como a lo absurdo de la experiencia. Por su parte, Lewis (1935) enfatiza también dos componentes: la compulsión subjetiva y el hecho de que el sujeto deba resistirse ante la obsesión. Destaca este aspecto como el que diferencia el TOC de otras entidades psicopatológicas que presentan conductas repetitivas, como la esquizofrenia o las lesiones del lóbulo frontal (Gavino, 1988). En la segunda mitad del siglo XX, el estudio del TOC ha oscilado entre un acercamiento que considera como variables relevantes del trastorno la ansiedad y las compulsiones y otro que se ha centrado en el estudio de variables cognitivas, como la responsabilidad excesiva y la interpretación de los síntomas por parte del paciente. A finales de los años 50, y sobre todo de los 60, el Conductismo destaca como paradigma en Psicología. Desde esta perspectiva, el estudio del TOC se ha centrado en los aspectos observables. De esta forma, las variables subjetivas, como la sensación de compulsión o el percibir las sensaciones como ajenas a uno mismo, quedan fuera del objeto de estudio. Las obsesiones pasan a carecer de interés y se
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
consideran como meros estímulos discriminativos. En estos años, la mayoría de trabajos que hacen referencia al TOC consideran la ansiedad y la conducta compulsiva como protagonistas del trastorno. Así, son éstas las variables que se convierten en objeto de investigación. En la década de los 70, el Cognitivismo se abre camino como paradigma dominante. En este momento, las investigaciones se centran en el estudio de las variables cognitivas y sensaciones subjetivas relacionadas con el trastorno. El seguimiento de las distintas ediciones del Diagnostic Statistical Manual (DSM) (APA, 1952, 1968, 1980, 1987, 1994, 2000/2002), pone de manifiesto la evolución del concepto de TOC en estos últimos 50 años (Romero y Gavino, 2006). En la primera edición de este manual, el TOC se encuentra dentro de los trastornos Psiconeuróticos, cuyo rasgo distintivo es la ansiedad. El DSM-I (APA, 1952) describe del siguiente modo estos trastornos: “La característica principal de estos trastornos es la ansiedad, que puede ser directamente sentida y expresada o bien puede ser controlada automática e inconscientemente por la utilización de varios mecanismos de defensa. En contraste con aquellos con psicosis, los pacientes con trastornos psiconeuróticos no exhiben una gran distorsión de la realidad (delusiones, alucinaciones, ilusiones) y no presentan una desorganización de la personalidad grave”. En esta edición, el TOC se conceptualiza como una de las posibles reacciones a la neurosis, la reacción obsesivo-compulsiva: “En esta reacción, la ansiedad está asociada a la persistencia de ideas no deseadas y de impulsos repetitivos de realizar actos que pueden ser considerados perversos por el paciente. El paciente puede considerar sus ideas y conductas como irracionales, pero sin embargo se ve obligado a llevar a cabo estos rituales. El diagnóstico debe especificar la expresión sintomática de tales reacciones, como tocar, contar, rituales, lavado de manos, o pensamientos recurrentes (acompañados a menudo de una compulsión hacia una acción repetitiva). Esta categoría incluye muchos casos clasificados formalmente como psicastenia” (APA, 1952).
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
En la segunda edición del DSM (APA, 1968), se crea una nueva categoría diagnóstica para el TOC: la neurosis obsesiva. Sin embargo, en esta edición no se introducen grandes cambios con relación a las características y síntomas del trastorno. Como consecuencia del interés de los investigadores por realizar una clasificación ateórica, la tercera edición del DSM (APA, 1980) incluye novedades importantes: 1) Se deja de utilizar el término Neurosis y se sustituye por el de Trastorno. 2) El TOC se ubica entre los trastornos de ansiedad. 3) Se especifica que para establecer el diagnóstico es suficiente con la presencia de obsesiones o compulsiones. En consecuencia, ambos fenómenos pasan a definirse de forma separada. 4) Se establece que los niños no tienen por qué reconocer la falta de sentido de las compulsiones. 5) Los hallazgos de Rachman y de Silva (1978), que demuestran que las obsesiones son frecuentes en la población normal, dan lugar a un nuevo criterio para poder diagnosticar el trastorno. Las obsesiones y compulsiones deben causar un malestar significativo y una interferencia en la actividad social. 6) Se intenta diferenciar el TOC de otros trastornos que no provocan malestar, como los de Control de impulsos o las Parafilias, categoría diagnóstica que aparece en esta edición. Asimismo, la versión revisada del DSM-III (DSM-III-R, APA, 1987), presenta numerosas novedades con respecto a la anterior. 1) Se reconoce que el TOC puede estar asociado a otros trastornos. 2) Se establece que las obsesiones, al menos inicialmente, han de experimentarse como carentes de sentido. Con las compulsiones ha sido así desde la edición anterior. 22
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
3) Para diferenciar este fenómeno de la inserción de pensamiento, se determina que el individuo debe reconocer que las obsesiones son producto de su mente. 4) Se afirma que el sujeto trata de neutralizar las obsesiones con algún tipo de pensamiento o acción. Por tanto, se acepta de forma tácita la existencia de compulsiones cognitivas. En la siguiente edición del manual se hará referencia explícita a este tipo de compulsiones. 5) Se reconoce el carácter finalista e intencional de las compulsiones y se acepta que se realizan en respuesta a una obsesión. 6) Se añade que los sujetos con ideas sobrevaloradas no tienen por qué reconocer que su conducta es excesiva o irracional. En la cuarta edición del DSM (APA, 1994), no aparecen muchas novedades con relación a la edición previa, aunque sí se amplían los criterios anteriores: 1) Se matiza que las obsesiones deben ser percibidas como intrusivas e inapropiadas alguna vez durante la perturbación. 2) Como ya se había apuntado en la versión anterior, se hace referencia a que las compulsiones pueden ser mentales. 3) Se crean dos criterios para diferenciar el TOC de las Parafilias y del Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG). Se establece que las obsesiones no pueden ser simplemente preocupaciones excesivas (a diferencia de los pensamientos del TAG). Además, deben causar marcada ansiedad y malestar (al contrario que las Parafilias). 4) Se acepta la existencia de casos en los que el sujeto no admite lo absurdo de sus obsesiones. Se propone que si el sujeto no reconoce que las obsesiones son excesivas o irracionales, se considerarán éstas como “con pobre insight”. La versión revisada del DSM-IV (DSM-IV-R, 2002) no incluye grandes cambios sobre la versión anterior. Actualiza la información sobre prevalencia y
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
comorbilidad de este trastorno en la infancia y hace referencia al TOC asociado a infección por estreptococos en los niños. La evolución del concepto de TOC a través de las distintas versiones del DSM ha sido muy similar a la que ha seguido en las diferentes ediciones de la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE) (Organización Mundial de la Salud -OMS-). Puede afirmarse que las dos clasificaciones más extendidas han evolucionado de forma paralela. Ambas han coincidido en la importancia otorgada a los trastornos de ansiedad, y en particular, a la atención que ha recibido el TOC. La segunda edición del DSM (1968), en un intento de normalización con la psiquiatría europea, y de integración de la psiquiatría con las demás ramas médicas, se adapta a la octava edición de la Clasificación Internacional de las Enfermedades (CIE-8, OMS, 1968). Dicha clasificación incluye los siguientes tipos de neurosis: de ansiedad,
histérica,
fóbica,
obsesiva,
depresiva,
hipocondríaca
y
de
despersonalización. Por otra parte, las presiones de la psiquiatría americana han hecho que en la CIE-9 (OMS, 1978) se sustituya el término neurosis por el de “estado”. La última versión de la Clasificación Internacional de Enfermedades, la CIE10 (OMS, 1992), incluye los trastornos de ansiedad dentro del epígrafe de trastornos neuróticos, relacionados con el estrés y somatomorfos. En esta sección se incluyen los apartados para las fobias, los estados de ansiedad (crisis de angustia, ansiedad generalizada y ansioso-depresivos), trastornos obsesivo-compulsivos, disociativos y otros (post-estrés y adaptativos). Según esta clasificación, todos los trastornos mencionados se incluyen juntos en un grupo general debido a su relación histórica con el concepto de neurosis (CIE-10, 1992).
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
2. Descripción del trastorno obsesivo compulsivo
2.1. Definición El Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) es un desorden psicológico potencialmente debilitante e incapacitante, incluido entre los trastornos de ansiedad, según el DSM-IV TR (APA, 2000/2002). Este trastorno, que puede perdurar a lo largo de la vida de una persona, ha sido calificado por algunos autores como el trastorno de ansiedad más grave dada la complejidad de su sintomatología, la frecuencia con la que se encuentra asociado a otros cuadros clínicos y la dificultad que presenta su tratamiento (Rasmussen y Eisen, 1989; Emmelkamp, de Hamm y Hoogduin, 1990). Los rasgos característicos del TOC son: la presencia de obsesiones y compulsiones recurrentes que producen malestar significativo e interfieren en el funcionamiento cotidiano de quien las padece, produciendo un deterioro en su actividad general. El DSM-IV TR (APA, 200/2002) define las obsesiones como: “ideas, pensamientos, impulsos o imágenes de carácter persistente que el individuo considera intrusas e inapropiadas y que provocan una ansiedad o malestar significativos. Esta cualidad intrusa e inapropiada que caracteriza las obsesiones se ha venido a denominar “egodistónica”. Este concepto hace referencia a la sensación que tiene el individuo de que el contenido de la obsesión es ajeno, fuera de su control y no encaja en el tipo de pensamientos que él espera tener. Sin embargo el individuo es capaz de reconocer que estas obsesiones son el producto de su mente y no vienen impuestas desde fuera” (pág. 510). Por otra parte define las compulsiones como: “comportamientos o actos mentales de carácter recurrente cuyo propósito es prevenir
o aliviar la ansiedad o el malestar, pero no proporcionar placer o
gratificación. En la mayoría de los casos, las personas se sienten impulsadas a realizar la compulsión para reducir el malestar que lleva consigo una obsesión determinada o bien para prevenir algún acontecimiento o situación negativos” (pág. 511). 25
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
De acuerdo con el DSM-IV TR (APA 2000/2002), las compulsiones pueden ser externas o internas. Las compulsiones externas o motoras son comportamientos repetitivos y estereotipados que el sujeto realiza de forma manifiesta. Los más habituales son: limpiar, lavarse, ordenar o comprobar. Por otra parte, las compulsiones internas son actos mentales que el sujeto realiza de forma encubierta y que consisten en rezar, contar o repetir palabras. La finalidad de ambas es la misma: prevenir o reducir el malestar generado por las obsesiones. La CIE-10 (OMS, 1992) no establece esta diferencia tan clara entre compulsiones externas o internas. Según esta clasificación, la característica esencial del TOC es la presencia de pensamientos obsesivos o actos compulsivos recurrentes. Los síntomas obsesivos y los rituales compulsivos deben estar presentes y ser una fuente importante de angustia o de incapacidad durante la mayoría de los días, al menos durante dos semanas sucesivas. Para la CIE-10 (OMS, 1992), los pensamientos obsesivos consisten en: “ideas, imágenes o impulsos mentales que irrumpen una y otra vez en la actividad mental del individuo, de una forma estereotipada. Suelen ser siempre desagradables (por su contenido violento u obsceno, o simplemente porque son percibidos como carentes de sentido) y el que los padece suele intentar, por lo general sin éxito, resistirse a ellos. Son, sin embargo, percibidos como pensamientos propios, a pesar de que son involuntarios y a menudo repulsivos” (pág. 179) Por otro lado, los actos o rituales compulsivos son definidos como: “formas de conducta estereotipadas que se repiten una y otra vez. No son por sí mismos placenteros, ni dan lugar a actividades útiles por sí mismas. Para el enfermo, tienen la función de prevenir que tenga lugar algún hecho objetivamente improbable. Suelen tratarse de rituales para conjurar el que uno mismo reciba daño de alguien o se lo pueda producir a otros. A menudo, aunque no siempre, este comportamiento es reconocido por el enfermo como carente de sentido o de eficacia, y hace reiterados intentos para resistirse a él. En casos de larga evolución, la resistencia puede haber quedado reducida a un nivel mínimo. Casi siempre está presente cierto grado de ansiedad” (pág. 179).
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Generalmente, obsesiones y compulsiones se presentan de forma conjunta y suele existir una relación funcional entre ambas, aunque no siempre ocurre así. De hecho, si bien no es habitual, podemos encontrar compulsiones en ausencia de obsesiones (actos repetitivos sujetos a ciertas reglas que el sujeto se ve obligado a realizar sin más). Del mismo modo, podemos encontrar obsesiones sin compulsiones (ideas o imágenes indeseadas y repetitivas que producen malestar pero que no dan lugar a ningún comportamiento o acto mental). A este respecto y siguiendo el estudio realizado por Foa, Kozak, Goodman, et al. (1995), encontramos lo siguiente: a) En el 90% de los casos, se presentan juntos componentes obsesivos y compulsivos. b) Sólo un 2% de pacientes dice tener obsesiones sin compulsiones. c) Sólo un 10% de los pacientes señala que sus compulsiones no están relacionadas con las obsesiones. La CIE-10 (OMS, 1992) también considera que, frecuentemente, los pensamientos obsesivos y los actos compulsivos se dan de forma conjunta. No obstante, aconseja destacar los elementos que predominan con la finalidad de seleccionar el tratamiento más adecuado. De esta forma, según la CIE-10, el diagnóstico de TOC se puede especificar utilizando las siguientes categorías: -
Con predominio de pensamientos o rumiaciones obsesivas.
-
Con predominio de actos compulsivos (rituales obsesivos).
-
Con mezcla de pensamientos y actos obsesivos.
-
Otros trastornos obsesivo-compulsivos.
-
Trastorno obsesivo-compulsivo sin especificación.
En cuanto a los contenidos obsesivo-compulsivos, encontramos los siguientes:
contaminación,
comprobación,
agresión,
sexuales,
religiosos,
coleccionismo, simetría y exactitud. Los temas obsesivos se caracterizan fundamentalmente por ser considerados por el sujeto como inapropiados o incluso inaceptables, ya que no son el tipo de pensamientos que una persona espera tener
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
(American Psychiatric Asociation, 2002) o van en contra del conjunto de valores y principios morales de esta persona (Rachman y Hodgson, 1980). Otros aspectos que definen el TOC son: la percepción que el sujeto tiene de su problema, la resistencia que opone a obsesiones y compulsiones y la vergüenza que le producen estos síntomas (National Institute of Mental Health, 2002). Las personas con TOC tienen algún grado de percepción acerca de la falta de sentido de sus obsesiones, especialmente en aquellos momentos en que la obsesión no está presente. Llegan a reconocer que sus obsesiones y compulsiones no son realistas, carecen de sentido o son excesivas. No obstante, cuando los sujetos viven la obsesión, dudan de la falta de sentido de sus ideas e incluso llegan a creer profundamente en su validez (National Institute of Mental Health, 2002). Con respecto a la resistencia que oponen a las obsesiones y compulsiones (DSM-IV TR y CIE-10), las personas con TOC intentan, por lo general sin éxito, desterrar o suprimir sus pensamientos no deseados y resistirse a la realización de conductas y actos mentales compulsivos. Dicha resistencia puede ser efectiva en ciertos momentos, pero a medida que el trastorno evoluciona tiende a debilitarse, siendo percibida por el paciente como una pérdida de control de sus pensamientos y conductas. Esta pérdida de control que experimenta el sujeto, junto al contenido repulsivo, desagradable o absurdo que caracteriza a las obsesiones, da lugar a que el sujeto experimente fuertes sentimientos de vergüenza y culpa, tratando en muchas ocasiones de ocultar sus síntomas a familiares y amigos. La American Psychiatric Asociation (2002) describe esta patología como un trastorno crónico, de comienzo habitual en la adolescencia o principio de la edad adulta (aunque también se puede iniciar en la infancia), y cuyo curso clínico es fluctuante a lo largo de la vida del individuo. Su inicio suele ser gradual. Sin embargo, algunos estudios relacionan la aparición de este trastorno con cambios vitales importantes, como podría ser su aparición en el periodo postparto (Neziroglu, Anemone y Yaryura-Tobias, 1992).
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2.2. Subtipos de síntomas del trastorno obsesivo-compulsivo
Desde antiguo conocemos que el TOC se muestra bajo diversas manifestaciones clínicas. Éstas han sido consistentes a lo largo de la geografía (Tadai, Nakamura, Okazaki et al., 1995; Okasha, Kamel y Hassan, 1968) y de la historia. De hecho, no hay diferencia entre las descripciones de obsesiones y compulsiones del siglo XVII y las que hacemos en la actualidad. En los últimos años, el interés de los investigadores se ha centrado en estudiar los diversos subgrupos de TOC. Por un lado, los esfuerzos han ido dirigidos a determinar los rasgos clínicos y epidemiológicos de cada subtipo. Por otro, a establecer si existen diferencias en la respuesta a los diferentes tratamientos. Hodgson y Rachman (1977) desarrollaron el Inventario de obsesióncompulsión de Maudsley (MOCI) para delimitar la fiabilidad los subtipos de rituales. Estos autores encontraron que: el 53% de sus pacientes mostraba rituales de comprobación y el 48% rituales de limpieza, el 52% tenía síntomas de lentitud obsesiva y el 60%, dudas obsesivas. Este solapamiento entre las distintas categorías indica que los pacientes con TOC suelen presentar más de un tipo de síntomas. Por ello, la clasificación suele realizarse en función de su sintomatología principal. Rachman y Hodgson (1980) clasificaron a los pacientes en comprobadores y limpiadores. Así mismo, indicaron que la lentitud obsesiva raramente aparece como síntoma principal. Por su parte, Rasmussen y Eisen (1989), describieron los rasgos fenomenológicos y clínicos de más de 1000 pacientes obsesivo-compulsivos. De acuerdo a estos autores, las obsesiones más habituales implican contaminación, duda patológica, pensamientos sexuales y agresivos, preocupaciones somáticas y necesidad de simetría y precisión. Por otro lado, los rituales más comunes son de comprobación, duda patológica, limpieza y compulsiones de conteo.
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A continuación se describen los subtipos más comunes de TOC: 2.2.1. Contaminación Los pacientes con este tipo de TOC presentan un temor obsesivo a la contaminación por determinados objetos o situaciones (secreciones corporales, gérmenes, enfermedad, productos químicos, radiaciones, metales pesados, etc.). Aunque el lavado de manos es la compulsión más observada, primero intentan evitar los objetos contaminados. De acuerdo con Foa y Wilson (1992), en ciertas ocasiones, la acción de lavarse y limpiar se realiza con el objetivo de evitar consecuencias no deseadas. No obstante, el ritual simplemente tiene por finalidad conseguir una sensación de tranquilidad.
2.2.2. Comprobación Estas personas se caracterizan por estar constantemente preocupadas por la posibilidad de que pueda ocurrir una “catástrofe”, o de que algo malo pasará porque no lo han comprobado de forma completa o minuciosa. Aunque generalmente estos pacientes reconocen que la posibilidad de que ocurra eso que temen es remota, se sienten obligados a realizar todo tipo de comprobaciones, ya que si algo terrible sucede, ellos serían los responsables. En este tipo de TOC, la duda patológica tiene un papel protagonista, apareciendo tras cada comprobación. Normalmente, el paciente realiza una comprobación
e
inmediatamente
después
dudará
de
haberla
realizado
adecuadamente, viéndose obligado a volver a repetirla.
2.2.3. Rituales Mentales Los rituales mentales siempre se realizan para reducir la ansiedad asociada a las obsesiones. Los más habituales son rezar, repetir determinadas palabras o números o recrear alguna imagen positiva. Estos pacientes también evitan aquellas situaciones que provocan sus obsesiones y, en consecuencia, todo el ritual mental.
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2.2.4. Obsesiones sexuales y agresivas En este caso, las personas tienen pensamientos negativos recurrentes de que han cometido, o pueden haberlo hecho, un acto agresivo o sexual inaceptable. En 1903, Janet observó que los pensamientos o acciones más censurables que el paciente podía imaginar, y los que le causaban más horror, eran los que se presentaban como obsesiones. Por lo general estos pacientes suelen estar atormentados por la culpa y preocupados por la posibilidad de ser peligrosos o malas personas. De esta forma, intentan a toda costa librarse de sus intrusiones. Los pacientes responden de forma diferente a dichos pensamientos. Algunos viven angustiados por los pensamientos que experimentan pero no desarrollan ningún comportamiento que alivie su angustia. Otros, evitan todo aquello que asocian con la posibilidad de llevar a cabo los impulsos que temen.
2.2.5. Necesidad de simetría y precisión En este subtipo, el cuadro clínico está dominado por la obsesión de tener objetos o sucesos en un determinado orden o posición, de hacer y deshacer ciertos actos motores de una forma exacta, o de tener las cosas exactamente simétricas. Según Rasmussen et al. (2001), estos pacientes se pueden clasificar en dos grupos: 1) Sujetos con lentitud obsesiva primaria. Se caracterizan por la gran cantidad de tiempo que requieren para completar cualquier tarea, incluso las más simples. Además, pueden no experimentar sus síntomas como intrusivos. Estos autores especulan sobre la posibilidad de que estos pacientes sufran una alteración en la función de los ganglios frontolímbico-basales, que interfiere en la capacidad para dirigirse hacia un objetivo. Por último, estos pacientes experimentan a menudo un
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sentimiento subjetivo de “descontento” o “tensión” cuando las cosas no están alineadas perfectamente, en vez de sentir miedo o ansiedad. 2) Sujetos con pensamiento mágico primario. En este caso, la necesidad de simetría y precisión es un intento de alejar mágicamente un desastre imaginado. Los rituales giran en torno a hacer y deshacer, números de la suerte y de la mala suerte y rituales de contaje.
2.2.6. Obsesiones somáticas Estas personas presentan un temor irracional y persistente a tener o desarrollar una enfermedad grave. Los temores más comunes son el cáncer, los ataques al corazón y las enfermedades venéreas. Estos temores también se dan en sujetos con hipocondría, depresión mayor o trastorno de pánico. Sin embargo, los pacientes obsesivo-compulsivos suelen presentar obsesiones somáticas acompañadas de compulsiones de comprobación.
2.2.7. Almacenamiento Las personas con conductas de almacenamiento coleccionan objetos insignificantes y tienen dificultades para deshacerse de ellos por temor a necesitarlos algún día. Se ven impulsados a comprobar sus posesiones una y otra vez para asegurarse de que no se ha perdido nada, o a comprobar la basura para asegurarse de que no han arrojado de forma inadvertida algo valioso. En la muestra de pacientes con TOC de Rasmussen et al. (2001), la quinta parte presentaban conductas de almacenamiento. Aunque el síntoma es habitual, rara vez domina la presentación clínica.
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2.2.8. Obsesiones religiosas En este caso, los sujetos con obsesiones religiosas temen haber cometido un pecado mortal, no haber seguido los mandatos de su religión, o no haberse confesado adecuadamente. Rasmussen et al. (2001) señalaron que estos pacientes suelen ser serios y moralistas en exceso. Y aunque sufren enormemente por sus obsesiones, algunos las ven como un sufrimiento religioso que Dios les ha pedido que soporten.
2.3. Datos epidemiológicos
2.3.1. Prevalencia
Durante algún tiempo, el TOC ha sido considerado un trastorno poco común, que sólo afectaba al 0,5% de la población general (Wodruff y Pitts, 1964). Sin embargo, estudios posteriores han demostrado que este trastorno es mucho más frecuente de lo que se creía. A finales de la década de 1970, el National Institute of Mental Health (NIMH) crea el Área Epidemiológica de USA (ECA). Su objetivo es determinar la prevalencia de los trastornos del Eje I entre la población general de EE.UU. Según los datos del ECA, el TOC es un trastorno entre 50 y 100 veces más frecuente de lo que se ha pensado, con una prevalencia del 1,6% en un período de 6 meses (Myers, Weisman, Tischler, Leaf, Orvaschel, Anthony y Boyd, 1984) y del 2,5% a lo largo de la vida (Robins, Helzer, Weisman, Ovarschel, Gruenberg, Burke y Reiger, 1984). De acuerdo a estos datos, el TOC es el cuarto trastorno más habitual, después de fobias, abuso de sustancias y depresión mayor (Rasmussen y Eisen, 2001). Estos datos coinciden con los arrojados por trabajos similares realizados en diversas partes del mundo, incluyendo Europa (Vaisaner, 1975); Canadá (Bland y
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Newman, 1988); Taiwan (Hwuh y Chang, 1989); Nueva Zelanda, Corea y África (Weismann, Bland, Canino y Greenwald, 1994). De esta forma, el DSM-IV-TR, basándose en los datos aportados por los diversos trabajos, señala una prevalencia global del 2,5% y una prevalencia anual que se sitúa entre el 0,5 y el 2,1% (APA, 2002). Con respecto a los datos epidemiológicos en España, la prevalencia es de un 3%, según los datos obtenidos en centros de atención primaria en Girona (Chocrón, Vilalta, Legazpi, Auquer y Franch, 1995). Distintos autores están de acuerdo en que la prevalencia del TOC ha sido subestimada durante años, debido a que aquéllos que padecían este trastorno no buscaban tratamiento. De hecho, los ensayos clínicos han demostrado que transcurre un promedio de diecisiete años desde la aparición del trastorno obsesivo-compulsivo hasta que los afectados encuentran el tratamiento adecuado (Nathan, Gorman y Salkind, 2002). La principal causa que los autores plantean para explicar esta situación es la tendencia que las personas con TOC tienen a ocultar su problema y a negar sus síntomas durante años, debido a los sentimientos de vergüenza, culpa o repulsión que les producen los mismos. Otras causas expuestas por Nathan et al. (2002) son, por una parte, que los médicos y profesionales de la salud no están familiarizados con el trastorno, y de ahí su dificultad para diagnosticarlo y, por otro lado, los impedimentos que tienen las personas con TOC para acceder al tratamiento, bien porque no saben que existe o porque no pueden pagárselo. En el trabajo de Shapiro, Skinner y Kessler (1984) sobre la utilización de los servicios de salud, el 60% de los pacientes con trastornos de ansiedad acuden al médico de atención primaria y no al especialista en salud mental. En esta línea, otros autores han encontrado un número significativo de pacientes con TOC que solicitan ayuda en las consultas de dermatólogos, ginecólogos/obstetras e internistas (Rasmussen, 1986 y Rasmussen y Tsuang, 1984).
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2.3.2. Edad y sexo Los estudios realizados sobre el TOC en adultos sitúan la edad media de inicio de este trastorno entre los 22 y 35 años. En el 65% de los casos, comienza antes de los 25 años, y menos del 15% lo desarrollan después de los 35 años (Weismann et al., 1994; Rasmussen, Jane y Eisen, 2001). Otros autores sugieren una edad promedio de inicio de 20,9 a 25,4 años (Karno, Golding, Sorenson y Burnam, 1988). Con relación al TOC con inicio en la infancia o adolescencia, Last y Strauss (1989) publican que casi 1 de cada 10 consultas médicas clínicas ambulatorias para trastornos de ansiedad en niños son debidas a TOC. Estudios internacionales han comunicado una tasa de prevalencia del TOC a edad temprana del 2,3% en Israel (Alter, Fallon, King, Ratzoni et al., 1996), el 3% en EE.UU. (Valleni-Basiley, Garrison, Jackson et al., 1994), el 3,9% en Nueva Zelanda (Douglas, Moffit, Dar, McGee, et al., 1995) y el 4,1% en Dinamarca (Thomsen, 1993). En cuanto a la distribución por sexos, el TOC en la edad temprana es más habitual en varones (Nathan et al., 2002; Geller, Biederman, Jones, Shapiro, Schwartz y Park, 1998; Hanna, 1995; Noshivarni, Kasvikis, Marcks, Tsakiris y Monteiro, 1992; Swedo, Rapoport, Leonard, Lenane, et al., 1989). De acuerdo con Nathan et al. (2002), la frecuencia en los varones es aproximadamente el doble que en las mujeres. Por el contrario, en adultos el TOC aparece en la misma proporción en hombres y mujeres (Nacional Institute of Mental Health, 2002; Yaryura y Neziroglu, 2001; Nathan et al., 2002). No obstante, trabajos anteriores han mostrado una incidencia diferencial por sexos, señalando una mayor prevalencia en las mujeres (Rasmussen y Tsunang, 1986; Karno y Holding, 1991; Jenike, 1995). La fenomenología clínica según sexos parece ser diferente, ya que en una muestra de 83 pacientes, el 86% de los que sufrían compulsiones eran mujeres (Rachman y Hodgson, 1980). En un trabajo posterior, Hoesktra y Emmelcamp
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(1989) publicaron que, de 53 pacientes con compulsiones de verificación, el 73% eran hombres. Por otro lado, según Noshivani et al. (1991), el inicio precoz del trastorno (entre 5 y 15 años) es más común en hombres. En un estudio reciente, la necesidad de simetría y exactitud asociada con verificación y rituales de contaje fue significativamente más frecuente en pacientes de inicio precoz y en varones, donde parece haber una mayor frecuencia de trastornos del desarrollo como dislexia, tartamudeo, trastornos de conducta y autismo (Berthier, 2000). Juang y Liu (2001) informaron de una mayor frecuencia en varones en cuanto a obsesiones de simetría y exactitud, y más depresión asociada al TOC en mujeres.
2.3.3. Comorbilidad En psicopatología, existe cierta tendencia a que determinados trastornos se presenten de forma conjunta. El TOC no es una excepción. De hecho, de acuerdo con los datos de Rasmussen et al. (2001), el 57% de los pacientes con TOC presenta al menos un diagnóstico diferente del Eje I. Además, un 77% de estos pacientes tiene a lo largo de su vida otro trastorno del Eje I. TOC y Trastornos del estado de ánimo Los abundantes datos obtenidos en distintas líneas de trabajo (estudios sobre la eficacia de los tratamientos, genéticos y biológicos) apoyan la hipótesis de una vulnerabilidad compartida para el desarrollo de enfermedades depresivas y trastornos de ansiedad (Breier, Charney y Heninger, 1986). Chen y Disalver (1995) estudiaron la comorbilidad del TOC en los trastornos del estado de ánimo. Estos autores encontraron que el 21% de los pacientes con trastorno bipolar, el 12,2% de los pacientes con depresión unipolar y el 5,9% de pacientes con otros trastornos tenían TOC. Por otro lado, Kruger, Cooke, Hasey, Jorna, et al. (1995) observaron que el 35% de los pacientes con depresión (bipolar o unipolar) sufrían un trastorno obsesivo-compulsivo.
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El estudio de Rasmussen y Tsuang (1986) con una muestra de 250 pacientes con TOC, encontró que sólo el 25% negaron estar deprimidos en el momento de la admisión. Datos más recientes aportados por Rasmussen et al. (2001) señalaron que, de una muestra de 100 sujetos, dos tercios habían sufrido una historia de depresión mayor a lo largo de su vida. Además, un tercio presentaba depresión mayor en el momento de la primera evaluación. La mayoría de los sujetos (85%) manifestó un trastorno del estado de ánimo secundario al TOC. Por último, el 15% tenía depresión unipolar recurrente asociada. TOC y trastornos de ansiedad Es muy frecuente encontrar al TOC asociado a otros trastornos de ansiedad. Según Rasmussen y Eisen (1989), ocurre en el 30% de los pacientes. De acuerdo con estos autores, los trastornos de ansiedad con los que se solapa el TOC habitualmente son los siguientes: trastorno de pánico (con o sin agorafobia), fobia social, trastorno de ansiedad generalizada y trastorno de ansiedad por separación. Distintos trabajos han estudiado la asociación entre TOC y fobia. Kringlen (1965) observaron que presentaban síntomas fóbicos más del 50% de una muestra de 91 pacientes obsesivos con depresión. En otra muestra de 104 pacientes obsesivos con depresión, Videbach (1975) encontró que un 40% de los pacientes presentaba síntomas fóbicos. Esta alta comorbilidad entre TOC y otros trastornos de ansiedad parece indicar, según Rasmussen et al. (2001), cierta vulnerabilidad en los pacientes con TOC para manifestar otros trastornos de ansiedad. Este planteamiento también se ve apoyado por la elevada frecuencia de fobias infantiles referidas por los pacientes obsesivos. En este sentido, diversos trabajos dan muestras de esta relación entre TOC y fobias infantiles. En 1967, Lo refirió que el 35% de sus 59 pacientes obsesivos tuvieron fobias durante la infancia. De manera similar, Ingram (1961) encontró que el 25% de 89 pacientes con TOC manifestó fobias significativas en su niñez. Por último, también se ha encontrado cierto solapamiento entre el TOC y el trastorno de pánico. En un estudio con 60 pacientes con trastorno de pánico, Breier et
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al. (1986) observaron que el 17% sufría TOC según los criterios diagnósticos del DSM-III. Estos hallazgos han sido confirmados en estudios posteriores por Mellman y Uhde (1989) y Barlow (1988).
TOC y trastornos de la personalidad La relación entre el TOC y los trastornos del Eje II también ha sido estudiada. El trastorno de personalidad que con más frecuencia se ha encontrado asociado al TOC es el trastorno de personalidad obsesivo-compulsivo (TPOC). Rasmussen y Tsuang (1986) informaron de una comorbilidad entre TOC y TPOC del 55%. Estos autores matizan que tener un diagnóstico de TPOC no es necesario ni suficiente para desarrollar un TOC. Esta patología se ha relacionado con otros trastornos de personalidad. Steketee (1990) observó que entre el 25 y el 30% de sus pacientes con TOC cumplía los criterios para los diagnósticos de personalidad dependiente, evitativa, histriónica o esquizotípica. De acuerdo al estudio de Baer y Jenike (2001), los diagnósticos más frecuentes son: personalidad dependiente, evitativa, pasivo-agresiva y obsesiva. Las personalidades esquizotípica, paranoide y límite son menos frecuentes en el TOC, y parecen asociarse con pobres resultados en el tratamiento. En esta línea, algunos autores han afirmado que, cuando el TOC está ligado a un trastorno de la personalidad, se produce una mayor resistencia al tratamiento y un peor pronóstico (Jenike et al., 1986; Rasmusen y Tsuang, 1986). Sin embargo, investigaciones más recientes contradicen estos datos. Ricciardi, Baer, Jenike, Fischer, Sholtz y Buttolph (1992) observaron que 9 de cada 10 pacientes que respondieron de forma favorable al tratamiento farmacológico y conductual para el TOC dejaron de presentar los trastornos de personalidad previos. Además, de los siete sujetos que no respondieron al tratamiento, cinco seguían presentando los desórdenes del Eje II. No obstante, no encontraron relación entre el trastorno de personalidad y la respuesta al tratamiento, por lo que concluyeron que estas alteraciones se desarrollan como un patrón adaptativo de afrontamiento a los
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problemas que genera el TOC. Albert, Maina, Forner y Bogetto (2004) también apoyan esta hipótesis (original de Swedo y Rapaport, 1989), que afirma que el tratamiento exitoso del TOC hace desaparecer los trastornos de personalidad.
TOC y esquizofrenia La relación del TOC con la esquizofrenia ha suscitado gran interés en los investigadores. Algunos, incluso, han llegado a sugerir que las obsesiones son un signo preliminar de esquizofrenia. En la actualidad, se admite que los dos trastornos son distintas entidades diagnósticas que no tienen una verdadera relación entre sí. Es poco frecuente que los pacientes con TOC desarrollen esquizofrenia (Rachman y Hodgson, 1980). Sin embargo, Karno et al. (1991) documentaron tasas de comorbilidad entre el TOC y la esquizofrenia de un 12,2%. Fenton y McGlashan (1986) observaron que alrededor del 10% de los pacientes con esquizofrenia presentaba importantes síntomas obsesivo-compulsivos. Estos “esquizofrénicos obsesivo-compulsivos” generalmente tienen un curso más crónico y una mayor frecuencia de deterioro social u ocupacional si se comparan con una muestra de esquizofrénicos sin rasgos obsesivo-compulsivos. Por otra parte, Yaryura-Tobías y Neziroglu (1997) estudiaron las similitudes de procesamiento, percepción y afectividad en un grupo de pacientes diagnosticados de TOC y otro de esquizofrenia. Estos autores encontraron que los déficits en el procesamiento de la información y las alteraciones sensoriales que presentan ambos grupos son similares. Los pacientes con esquizofrenia mostraban altas puntuaciones en la Yale-Brown Obsessive Compulsive Scale (Y-BOCS) y los pacientes con TOC sufrían en ocasiones pseudoalucinaciones.
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2.4. Variables psicológicas relacionadas con el TOC Desde las principales teorías psicológicas sobre el TOC se mantiene que determinadas variables tienen un papel fundamental en la etiología del trastorno y en su mantenimiento. Los teóricos de estos modelos se han centrado en el estudio de dichas variables, encontrando gran cantidad de evidencia empírica que apoya su papel en la patología obsesiva. A continuación, se exponen algunos hallazgos importantes sobre las principales variables psicológicas que se han relacionado con el TOC, a saber: responsabilidad, perfeccionismo, sobreestimación de la amenaza, ansiedad, intolerancia a la incertidumbre y culpabilidad.
2.4.1. Responsabilidad Las aportaciones de Salkovskis (1985) y Rachman (1993), que consideran el excesivo sentido de responsabilidad como un elemento central del TOC, han centrado la atención de los investigadores en esta variable durante los últimos años. Distintos trabajos con muestras no clínicas ponen de manifiesto que existe una relación importante entre la responsabilidad percibida y la sintomatología obsesivo-compulsiva. Rhéaume, Freeston, Dugas, Letarte, et al. (1995) observaron una correlación significativa entre la responsabilidad percibida y los autoinformes de síntomas obsesivo-compulsivos, así como con la supresión del pensamiento. Freeston, Ladoucer, Thibodeau y Gagnon (1992) también refieren una alta correlación entre responsabilidad, sintomatología obsesivo-compulsiva y conducta compulsiva. En varios estudios, los investigadores han procedido a la manipulación experimental de la responsabilidad. Lopatka y Rachman (1995) hicieron que los participantes asumieran plena responsabilidad por cualquier consecuencia que se derivara del hecho de no realizar una comprobación compulsiva. Estos autores observaron que en los pacientes con TOC se reducía el malestar que sentían y la urgencia por realizar conductas compulsivas. Ladouceur y colaboradores (1995) también realizaron una manipulación experimental de la responsabilidad y 40
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observaron que los participantes comprobaban significativamente más durante la realización de una tarea de clasificación de tarjetas e informaron sentirse más preocupados por los errores y más ansiosos durante la tarea que los sujetos adjudicados a la condición de baja responsabilidad. Ante estos resultados, Steketee, Frost, Rhéaume y Wilhelm (2001) han sugerido que la responsabilidad está relacionada con la comprobación, pero no queda claro si se puede generalizar esta relación a otros comportamientos compulsivos que no sean de comprobación. Salkovskis, Richards y Forrester (1995) observaron que los pacientes con TOC estaban igualmente preocupados por las consecuencias de no haber hecho nada que por la de haber actuado en una determinada situación y provocado consecuencias negativas. Sin embargo, las personas que no tienen este tipo de trastorno dan mayor importancia al hecho de haber provocado un resultado adverso por culpa de su acción que por no haber prevenido el resultado (Spranka, Minsk y Baron, 1991). Según Steketee et al. (2001), la evidencia aportada por los diversos trabajos derivados del modelo teórico de Salkovskis (1985) apoya la hipótesis de que las creencias sobre la responsabilidad personal son elementos característicos importantes del TOC. Por un lado, algunos estudios han demostrado que existen correlaciones significativas entre percepción de la responsabilidad y la sintomatología obsesivocompulsiva (Rhéaume et al., 1995; Steketee et al., 1996). Por otro lado, también encontramos trabajos que muestran que el cambio en el sentido de la responsabilidad reduce la intensidad de los síntomas (Lopatka y Rachman, 1995; Shafran, 1995).
2.4.2. Sobreestimación de la amenaza Distintos autores coinciden en señalar que la sobreestimación de las probabilidades de riesgo y la gravedad de las consecuencias no deseadas forman parte de un dominio cognitivo importante relacionado con el origen del TOC (Obsessive-Compulsive Cognition Working Group, 1997, 2001). Carr (1971, 1974) fue el primero en observar que los pacientes con TOC realizan con mucha frecuencia
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estimaciones exageradas sobre la probabilidad de que se dé un resultado negativo en una determinada situación. Desde las principales teorías cognitivas sobre el TOC, se asume que la sobreestimación de la amenaza juega un papel central en la etiología de este trastorno (Carr, 1971, 1974; McFall y Wollersheim, 1979). Dado el interés que ha despertado este constructo, diferentes teóricos han intentado explicar por qué se produce. Kozak, Foa y McCarthy (1987) afirmaron que el miedo excesivo a que se produzca algún daño impide a las personas con TOC razonar correctamente. La mayoría de las personas parten de un supuesto general de seguridad. De esta forma, consideran que “toda situación es segura mientras no se demuestre lo contrario”. Los pacientes con TOC basan sus creencias sobre el peligro en la ausencia de evidencia que garantice la seguridad, es decir, “toda situación es peligrosa mientras no se demuestre lo contrario”. Barlow (1991) señala que la vulnerabilidad biológica da lugar a reacciones y pensamientos provocados por falsas alarmas y que son percibidos como amenazadores, por lo que la atención de la persona se va centrando cada vez más en esos pensamientos. Para Butler y Mathews (1983), los pacientes con TOC estiman la probabilidad de que suceda algo negativo basándose en los elementos heurísticos disponibles. Así, elementos como el tiempo transcurrido desde la última vez que el sujeto se expuso a una situación similar, la frecuencia de la exposición o la importancia de ésta, influyen en la valoración que el sujeto realiza de la probabilidad de que suceda un determinado acontecimiento. Por ejemplo, disponer de información sobre un accidente de tráfico aumenta la probabilidad estimada por el sujeto de sufrir un accidente de ese tipo. Del mismo modo, la frecuencia con la que los obsesivos tienen determinados pensamientos y la importancia de estos lleva a los sujetos a sobreestimar la probabilidad de que tenga lugar aquello que han pensado. Algunos hallazgos empíricos apoyan la hipótesis de que las personas con TOC sobreestiman el riesgo. Steketee y Frost (1994) comprobaron que los sujetos con puntuaciones altas en síntomas obsesivos y los pacientes con TOC prefieren no
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exponerse a pequeños riesgos de la vida diaria. Rhéaume, Ladouceur y Freeston (1996) informan que las medidas de riesgo percibido correlacionan con la gravedad de la sintomatología TOC en sujetos no clínicos. Por último, Steiner (1972) observó que los pacientes con TOC son más prudentes que otros tipos de pacientes, según las respuestas dadas a un cuestionario sobre el riesgo asumido en situaciones reales. Sin embargo, en un estudio anterior, en el que utilizó una tarea conductual, no apreciaron ninguna cautela especial a la hora de asumir riesgos (Steiner, J., Jarvis, M., Parrish, J, 1970).
2.4.3. Perfeccionismo Diferentes autores han subrayado la importancia del perfeccionismo en el desarrollo y mantenimiento del TOC (Freeston, Rhéaume y Ladoucer, 1996; Guidano y Liotti, 1983; Janet, 1903; McFall y Wollersheim, 1979; Pitman, 1987). Frost y colaboradores (1990, 1994) utilizaron una medida de perfeccionismo validada, la Frost Multidimensional Perfectionism Scale (FMPS) en varias muestras no clínicas. Los autores observaron que, tanto esta característica como la preocupación por los errores y la duda sobre las acciones, se relacionaron con los síntomas obsesivo-compulsivos. Gershuny y Sher (1995) encontraron que los sujetos con compulsión de comprobación no clínicos tienen puntuaciones más elevadas en perfeccionismo que los que no tienen la compulsión de comprobación. Además informaron que el perfeccionismo mediaba parcialmente la relación entre los síntomas obsesivocompulsivos y el rendimiento real y percibido en la tarea. Rhéaume
et
al.,
(1995)
encontraron
correlaciones
estadísticamente
significativas entre la preocupación por los errores que pudieran cometer, las dudas sobre la acción y los síntomas obsesivo-compulsivos. Ferrari (1995) también informó de la existencia de correlaciones entre el perfeccionismo y la intensidad de los síntomas obsesivo-compulsivos en una muestra clínica. 43
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Capítulo I. El Trastorno Obsesivo-Compulsivo
Ladouceur et al. (1996) y Freeston et al. (1997) hallaron que el perfeccionismo era una característica común en un grupo de pacientes obsesivocompulsivos sin compulsiones manifiestas. En el estudio llevado a cabo por Frost y Steketee (1997), se encontró que los sujetos con TOC tienen mayores puntuaciones en perfeccionismo total, preocupación por los errores y dudas sobre la acción que los controles. Sin embargo, la preocupación por los errores no era mayor que la informada por el grupo de pacientes con agorafobia. A la luz de estos resultados, los autores sugieren que el perfeccionismo es una condición necesaria pero no suficiente para el desarrollo del TOC. Además, diferentes trabajos ponen de manifiesto que el perfeccionismo no es exclusivo del TOC. Esta variable también se ha encontrado asociada a diversas patologías, como la fobia social (Juster, Heimberg, Frost, et al., 1996), los trastornos de la conducta alimentaria (Bastiani, Rao, Weltzin y Kaye, 1995) o la depresión (Hewitt y Flett, 1991). Ante estos hallazgos, Frost y Steketee. (1997) sugirieron que distintos aspectos del perfeccionismo (dudas sobre la acción y preocupación por los errores) se relacionan con el TOC, aunque no son específicos de este trastorno. No obstante, las dudas sobre la acción son el único componente específico del perfeccionismo en el TOC que permite distinguirlo de otros trastornos.
2.4.4. Control Existe bastante evidencia que indica que una característica esencial del TOC sea la necesidad de ejercer control sobre todos los aspectos de la vida (Steketee et al., 2001). Desde el psicoanálisis, se sugiere que estos pacientes pretenden hacer todo a la perfección para controlar el entorno y reducir la probabilidad de hacerse daño a sí mismos o a otras personas (Mallinger, 1984). Las teorías cognitivas también plantean que el establecimiento de un perfecto control sobre el entorno es una forma de limitar
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el riesgo y la posibilidad de ser criticados (Guidano y Liotti, 1983; Warren y Zgourides, 1991). Clark y Purdon (1993) consideran que en las personas con TOC existe una alteración del sistema mental que controla los pensamientos distractores, por lo que la persona se vuelve cada vez más sensible e hipervigilante a todos los elementos que le recuerdan a los pensamientos indeseados. En esta línea, Wegner (1989) afirma que los pensamientos obsesivos aparecen al fallar los esfuerzos iniciales que la persona realiza para controlarlos, esto le obliga a realizar un esfuerzo mayor para suprimirlos y termina atribuyendo una excesiva importancia a los pensamientos desagradables. Además, este intento por controlar los pensamientos suele producir un efecto rebote: los pensamientos vuelven con más frecuencia después de intentar bloquearlos.
2.4.5. Ansiedad En el TOC, la ansiedad, además de un síntoma característico, es un elemento perturbador que favorece y mantiene el círculo vicioso obsesivo. Las obsesiones, por definición (American Psychiatric Asociation, 2000/2002), provocan ansiedad o malestar significativos. Esto ocurre con independencia del contenido obsesivo y de la forma en la que se presentan. Así mismo, los pacientes con TOC generalmente tienen ideas irracionales acerca de la ansiedad y sus efectos negativos. Estas creencias hacen que los sujetos perciban la ansiedad como peligrosa, y dicha percepción genera mayor agitación y malestar. Por otro lado, el estado de activación que sufren los pacientes aumenta la probabilidad de que estos experimenten más intrusiones negativas. De esta forma, la ansiedad y las creencias sobre ésta (Freeston et al., 1996) desempeñan un papel protagonista en el desarrollo y mantenimiento de los síntomas obsesivo-compulsivos. Steketee et al. (2001) observaron que los pacientes con TOC predicen, antes de la exposición, niveles más elevados de ansiedad que los que realmente experimentan durante la misma. Del mismo modo, encuentran que algunos de los 45
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pacientes que se niegan a la exposición aportan argumentos que reflejan sus creencias sobre los efectos negativos que puede producir la ansiedad, como pérdida de control, hacer algo indeseado, marearse, enfermar, volverse loco o morir.
2.4.6. Intolerancia a la incertidumbre Las dudas sobre la veracidad de las experiencias propias y sobre las acciones realizadas son características importantes de este trastorno (Reed, 1985). Según Beech y Liddell (1974), los comportamientos rituales no sólo se mantienen para reducir el malestar inmediato, sino también para satisfacer la necesidad de certeza que el obsesivo-compulsivo tiene antes de dar por concluida una actividad. Para Makhalouf-Norris y Norris (1972), los obsesivos crean “islas de certeza” en medio de la confusión, en su esfuerzo por controlar y predecir los acontecimientos futuros. Así, la necesidad de certeza o, lo que es lo mismo, la intolerancia a la incertidumbre, se ha convertido en una variable de estudio relevante en la investigación sobre el TOC (Kozak, Foa y McCarthy, 1987; Rasmussen y Eisen, 1989). La necesidad de certeza que manifiestan los pacientes con TOC limita a estos sujetos en su proceso de toma de decisiones. De hecho, la duda y la indecisión constante son características importantes de este trastorno. Por esta razón, numerosas investigaciones sobre el TOC se han centrado en el estudio de la toma de decisiones en estos pacientes (Guidano y Liotti, 1983; Persons y Foa, 1984; Reed, 1969). Guidano y Liotti (1983) plantearon que los pacientes obsesivo-compulsivos tienen dificultades para tomar decisiones porque necesitan que la solución sea siempre la “correcta”, ya que consideran que el comportamiento perfecto es posible y necesario para evitar críticas y peligros. Reed (1969) y Persons y Foa (1984) estudiaron la toma de decisiones en los sujetos con TOC a través de tareas de formación de categorías. Estos autores compararon controles, pacientes con TOC y pacientes con trastorno de la personalidad obsesivo-compulsiva. Los resultados indicaron que los pacientes con TOC y los pacientes con trastorno de la personalidad obsesivo-compulsiva necesitan
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más categorías y, además, más tiempo que los controles para clasificar los ítems. Desde su punto de vista, la necesidad de certeza y la dificultad a la hora de tomar decisiones explican las dificultades que muestran estos pacientes en las tareas de formación de categorías. Frost y Shows (1993) observaron en estudiantes universitarios que la indecisión está relacionada con el perfeccionismo, la tendencia a acumular objetos y la compulsividad, características asociadas con el TOC y con el trastorno de la personalidad obsesivo-compulsiva.
2.4.7. Culpabilidad La tendencia que experimentan los pacientes con TOC a sentirse culpables de las consecuencias que pueden derivarse de sus actos o pensamientos se ha señalado como una variable relevante en el origen y mantenimiento del TOC. Diferentes estudios muestran que las personas obsesivas obtienen puntuaciones significativamente más altas en culpabilidad que las no obsesivas (Rachman, Thordarson, Shafran y Woody, 1995; Shafran, Watkins y Charman, 1996). En un estudio realizado con estudiantes universitarios, Niler y Beck (1989) encontraron que esta variable es el predictor más importante del contenido de los pensamientos obsesivos y de los rituales compulsivos. También se ha observado que la culpabilidad predice en gran medida la personalidad obsesivo-compulsiva (Shafran et al., 1996). Freeston et al., (1991) encontraron que el sentimiento de culpabilidad (también la tristeza y la preocupación) se asocia con mayor frecuencia con los pensamientos intrusivos de escape y evitación que con la actitud de no tener en cuenta tales pensamientos. Siguiendo a Steketee et al. (2001), el sentimiento de culpa no parece ser exclusivo del TOC. Distintos trabajos han puesto de manifiesto que pacientes con otras patologías también puntúan alto en esta variable. Así, Manchandi, Sethi y Gupta (1979) informaron que, en una muestra clínica, no pudieron diferenciar a los pacientes con TOC de los deprimidos utilizando una medida del sentimiento
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de culpabilidad. Por otra parte, Steketee, Quay y White (1991) observaron que los sujetos con TOC no puntúan más alto en culpabilidad cuando se les compara con pacientes con trastorno de angustia. El sentimiento de culpabilidad suele asociarse con la evaluación cognitiva de responsabilidad (Steketee et al., 2001). Shafran et al. (1996), plantearon que tiene sentido esperar que la responsabilidad percibida por el daño dé lugar a un sentimiento de culpabilidad. Este sentimiento se reduce al realizar una acción reparadora en forma de neutralización de los efectos adversos. La evidencia aportada por la investigación sobre esta variable apoya la hipótesis de un nexo común entre responsabilidad, sentimiento de culpabilidad y síntomas obsesivocompulsivos (Steketee et al., 2001).
Una vez revisado el Trastorno Obsesivo-Compulsivo, tanto en su marco histórico como en los aspectos relativos a sus características principales, pasamos a continuación a describir las principales teorías psicológicas sobre la emoción, en especial el modelo bioinformacional de las emociones de P. Lang (1979, 1984, 1985, 1993), que nos sirve de marco de referencia en nuestro estudio del procesamiento emocional en personas con sintomatología obsesivo-compulsiva.
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CAPÍTULO II
La emoción y el modelo bioinformacional de Lang
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Capítulo II. La emoción y el modelo bioinformacional de Lang
LA EMOCIÓN Y EL MODELO BIOINFORMACIONAL DE LANG
En el presente capítulo se realiza una revisión de las principales teorías psicológicas sobre la emoción, haciendo hincapié en el modelo bioinformacional de las emociones de P. Lang (1979, 1993, 1994ab). En lo concerniente a la naturaleza de la emoción, tradicionalmente se ha venido manteniendo una polémica, inaugurada a finales del siglo XIX y que sigue vigente en la actualidad, que está representada por los modelos de James (1884, 1894, 1890/1909) - James-Lange (1922) y de Cannon (1914, 1927/1968, 1929) respectivamente. Los primeros autores defienden que la emoción se debe a la percepción de los cambios fisiológicos corporales que se producen ante distintas situaciones o estímulos externos y que constituyen un patrón de respuesta distinto para cada una de las emociones. Esta perspectiva da origen a las llamadas teorías periféricas las cuales defienden, en cuanto a su estructura, la especificidad de las emociones. Cannon, por el contrario, defiende que es la interpretación cognitiva que se dé ante las situaciones la responsable de las distintas emociones, y que las reacciones fisiológicas que acompañan a las mismas son generalizadas, independientemente de la emoción. Es decir, que si dependiéramos únicamente de
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nuestras respuestas fisiológicas, no seríamos capaces de distinguir una emoción de otra. Da lugar a las llamadas teorías centralistas, cognitivas, defensoras de la dimensionalidad de las emociones en cuanto a su estructura. Bastante tiempo después de que aparecieran las aproximaciones periférica y central de las emociones, emergen los planteamientos cognitivos a las mismas. La psicología, en parte como reacción al paradigma conductista imperante desde hacía décadas, comenzó a dar entrada a variables tales como las cogniciones, las expectativas, el pensamiento y el procesamiento de la información, para la explicación del comportamiento, y se retomó el estudio de las emociones desde esta nueva perspectiva. Algunos autores propusieron entonces que los estados emocionales eran producto de dos componentes: la activación o arousal fisiológico (caracterizado por un incremento de la actividad del sistema nervioso simpático) y la cognición sobre la causa de tal activación. Una representación paradigmática de esta aproximación la constituye la teoría de Schachter y Singer (1962) que marca un hito histórico en el estudio de las emociones. Tanto es así que podemos decir que con Schachter se inaugura la tradición cognitiva de las emociones. Posteriormente, en un intento de aglutinar e integrar todas las aportaciones de las teorías anteriores, y, rompiendo con planteamientos tradicionales y excluyentes: centro-periferia, dimensionalidad-especificidad o emocional-cognitivo, surge el modelo bioinformacional de las emociones (Lang, 1979, 1993, 1994ab) que creemos más acorde con el planteamiento de nuestra investigación. Nos detendremos brevemente en cada una de ellas.
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Capítulo II. La emoción y el modelo bioinformacional de Lang
1. Teorías psicológicas
1.1. La teoría periférica de James-Lange. Los trabajos de W. James (1884) y C. Lange (1885) dieron lugar a lo que hoy se conoce como teoría de James-Lange. Estos dos psicólogos llegaron hacia la misma época a conclusiones muy parecidas sobre cómo se producen las emociones, por lo que se consideran conjuntamente sus aportaciones. Tradicionalmente se ha supuesto que la percepción mental de algún hecho provoca la disposición mental que llamamos emoción. Por contra, la tesis de James (1884) era que: "... los cambios corporales siguen directamente a la percepción del hecho desencadenante y que nuestra sensación de ésos cambios según se van produciendo es la emoción". (James 1884, p. 190).
Lange (1885) partía de una postura similar pero limitando los cambios corporales a la actividad vasomotora del sistema nervioso autónomo. Las emociones para estos autores, no serían más que la percepción de las reacciones fisiológicas. Esta percepción sería interpretada por el cerebro como una experiencia emocional. Los supuestos básicos de los que partieron son los siguientes (James, 1890-1909): 1. Existe una percepción inmediata de los cambios viscerales que median, a su vez, entre dicha percepción y la percepción de los cambios ambientales. 2. Los cambios viscerales son imprescindibles en la emoción. Si no existen éstos no hay emoción, sino un "estado frío y neutral de percepción intelectual". 3. Existen patrones específicos para las diferentes emociones. 4. La activación voluntaria de los cambios viscerales de una emoción concreta debería producir esa emoción. Para James esta prueba es inaplicable ya que muchas de estas manifestaciones están en órganos sobre los que no poseemos ningún control voluntario. Este supuesto ha sido refutado por trabajos de condicionamiento instrumental de las funciones vegetativas.
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La secuencia de sucesos postulada era la siguiente: 1. Los estímulos ambientales excitan los receptores sensoriales los cuales conducen los impulsos a la corteza cerebral produciéndose la percepción de dichos estímulos. 2. La corteza manda impulsos nerviosos a través del sistema periférico, somático y autónomo a los músculos esqueléticos y vísceras produciendo cambios en ellos. 3. Los cambios somáticos y viscerales a su vez excitan a los receptores interoceptivos y propioceptivos que conducen impulsos a la corteza. La percepción de estos cambios es lo que constituye la experiencia emocional ante los estímulos. Según esta teoría, el procesamiento cognitivo de una estimulación ambiental (situación emocional externa) que es algo que ocurre en la corteza cerebral (aunque sin tener todavía cualidad emocional) provoca cambios corporales específicos a nivel periférico, tanto viscerales como musculares, siendo la percepción interna de dichos cambios la responsable de la experiencia emocional. Los supuestos de los que partían James y Lange han sido criticados duramente. Éstas son las principales objeciones que se les han realizado: -
Algunos cambios viscerales se producen con mucha lentitud, de manera que la experiencia emocional ocurre antes que los cambios viscerales.
-
No todas las reacciones fisiológicas van seguidas de experiencias emocionales.
-
En nuestro organismo se produce un número relativamente pequeño de alteraciones fisiológicas en comparación con la riqueza de la experiencia emocional. De manera que resulta difícil explicar todas las posibles emociones a través de un número reducido de cambios viscerales.
A pesar de estas dificultades, la teoría de James-Lange ha sido de gran interés debido a: 1) la designación de las emociones como un estado subjetivo y personal y,
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2) que dio origen a investigaciones acerca de la influencia del sistema nervioso autónomo sobre la emoción (Ballesteros, 1995). 1.2. La teoría central de Cannon-Bard. La postura contraria a las teorías periféricas fue desarrollada por el fisiólogo norteamericano Cannon (1914, 1927, 1929), el cual utilizó el ataque a James para desarrollar su teoría neurofisiológica de la emoción. Las críticas de Cannon a la teoría de James-Lange reflejan los resultados de sus investigaciones sobre el papel del sistema nervioso autónomo en los estados emocionales y motivacionales (Vila y Fernández, 1990; Vila, 1996). Cannon señaló que la actividad visceral es irrelevante para la experiencia emocional, ya que animales experimentales continúan respondiendo de forma emocional aún después de que sus vísceras son separadas por medio de procedimientos quirúrgicos del Sistema nervioso Central (SNC). También argumentó que las respuestas del Sistema Nervios Autónomo (SNA) son por lo general demasiado lentas para ser la fuente de las emociones provocadas en décimas de segundo. Según Cannon, la emoción requiere que el cerebro interceda entre la estimulación de entrada y la respuesta de salida. Señales provenientes del tálamo se dirigen a un área de la corteza para producir sensaciones emocionales, y a otras áreas para su expresión emocional. Otro fisiólogo, Philip Bard (1938), también concluyó que las reacciones viscerales no eran primarias en la secuencia emocional. En su lugar, un estímulo que provoca una emoción tiene dos efectos simultáneos, causar una activación corporal por medio del sistema nervioso simpático, y la experiencia subjetiva de la emoción a través de la corteza. Las perspectivas de estos fisiólogos se combinaron en la teoría de las emociones de Cannon-Bard. Esta teoría descarta la idea de que una alteración fisiológica pueda provocar la percepción de una emoción y propone que ambas cosas, tanto la alteración fisiológica como la emoción, se producen simultáneamente debido a los impulsos nerviosos procedentes del tálamo.
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La secuencia sería: 1. Ocurre un suceso susceptible de producir emociones. 2. El suceso es procesado por el tálamo 3. Hay una transmisión de la información a la corteza cerebral y al sistema nervioso autónomo (SNA). 4. La corteza cerebral y el SNA producen reacciones subjetivas, conductuales y fisiológicas
Los supuestos básicos de la teoría de Cannon (1927-1968, 1931) son los que siguen: -
La emoción se produce exclusivamente a nivel del sistema nervioso central.
-
Los cambios corporales cumplen únicamente una función activadora.
-
Esta función se realiza a través de la acción combinada del sistema nervioso simpático y parasimpático.
-
Dichos cambios fisiológicos son generales y no diferenciados.
-
La activación fisiológica es la expresión de una única dimensión continua de la conducta: su intensidad.
-
Los diferentes índices de activación correlacionan mutuamente, reflejando esa dimensión única de activación general.
Su teoría postula que la emoción se produce exclusivamente a nivel del sistema nervioso central entre determinadas estructuras subcorticales (el tálamo) y la corteza cerebral, y que los cambios corporales que se producen cumplen una función activadora para preparar al organismo para actuar en situaciones de emergencia. Esta función se realiza a través de la acción combinada del sistema nervioso simpático y parasimpático. El sistema nervioso simpático movilizaría recursos para la acción – lucha y/o huida - y el parasimpático actuaría de forma antagónica, conservando los recursos del organismo, cumpliéndose así una función homeostática. Dichos cambios fisiológicos asociados a las emociones son generales y no diferenciados y no se
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pueden considerar antecedentes de las respuestas emocionales sino concomitantes con las mismas. En resumen, para Cannon las estructuras cerebrales tienen un papel muy importante en la emoción, siendo su principal aportación su propuesta de que las experiencias emocionales subjetivas se generan en centros específicos del sistema nervioso central.
1.3. La teoría cognitiva de Schachter y Singer (1962) Schachter y Singer (1962) iniciaron una nueva vía de investigación en la explicación de las emociones, la cual remarcaba la importancia de los procesos cognitivos en la génesis de la experiencia emocional. Siguiendo a Moltó (1995) consideraremos tres tipos de factores que influyeron en el desarrollo de la teoría cognitiva o del “arousal más cognición”: 1. Fracaso del análisis central neural para aportar evidencia convincente sobre la existencia de centros emocionales capaces de explicar la variedad y complejidad de las emociones humanas. 2. Fracaso, tanto de las teorías periféricas como centrales, para explicar cómo se activan las emociones. 3. Convicción de que la activación autonómica era un requisito necesario pero no suficiente para la elicitación de los estados emocionales. Con este estado de cosas algunos autores propusieron que los estados emocionales eran producto de dos componentes: la activación o arousal fisiológico (caracterizado por un incremento de la actividad del sistema nervioso simpático) y la cognición sobre la causa de tal activación. Schachter y Singer realizaron en 1962 un experimento con la intención de investigar la relevancia de las respuestas fisiológicas y su interpretación cognitiva en los procesos emocionales. Estos investigadores estaban interesados en un tipo particular de emoción: la que se tiene cuando se siente una activación fisiológica inexplicada.
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Para ello llevaron a cabo un experimento sobre agudeza visual con estudiantes a lo que inyectaron epinefrina, que es una hormona que produce una activación autonómica y cuyos efectos principales son el aumento del ritmo cardiaco y de la tensión arterial. Otra de las variables a estudio, la información acerca del estado de activación, la manipularon de la siguiente manera: a un grupo se le informaba correctamente de los síntomas físicos que iban a sentir después de la inyección (grupo correctamente informado), a otro grupo se le informaba que iba a tener una serie de síntomas después de la inyección que no correspondían a los síntomas característicos de la epinefrina (grupo mal informado), y por último, a un tercer grupo no se le informó sobre ningún tipo de síntomas (grupo no informado). Finalmente, colocaron a los individuos en dos situaciones diferentes, una que les hacía sentirse contentos, y otra tristes. Los resultados del experimento parecen confirmar la importancia de la categorización cognitiva de la situación en la génesis de la emoción. Los participantes que conocían los efectos de la inyección no parecían estar ni demasiado contentos ni demasiado tristes, mientras que los sujetos que estaban mal informados sobre el efecto de la inyección o que no habían sido informados, al notar la activación buscaron la explicación en el efecto de alguna emoción. Cada sujeto atribuyó su estado de activación a la emoción que sintieron cuando se les puso la inyección. Estos datos confirman sus hipótesis tanto a nivel verbal como conductual: los sujetos a los que se les aplicó la epinefrina sin informarles de sus efectos o informándoles erróneamente, acusaron un nivel emotivo (de rabia o alegría, según el contexto) significativamente mayor, tanto desde el punto de vista estadístico como teórico. De forma menos rotunda muestran que la activación simpática determine el nivel emocional del individuo.
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Estos resultados llevaron a Schachter (1962-1964-1978) a una formulación teórica, en tres proposiciones: 1. Si el individuo tiene un estado de activación fisiológica para el que no tiene una explicación, describirá sus sentimientos en función de las cogniciones o aspectos cognitivos disponibles en esa situación. 2. Si el individuo cuenta con una explicación totalmente adecuada para su activación, describirá sus sentimientos en función de los aspectos cognitivos disponibles en esa situación. 3. Dadas las mismas circunstancias cognitivas, el individuo reaccionará emocionalmente sólo si experimenta un estado de activación fisiológica.
Con estas propuestas quedaba bien claro que, para la vivencia de la emoción, eran necesarios ambos factores pero que ninguno de los dos por sí mismo era suficiente. Gracias a la activación fisiológica el individuo interpreta una situación como emocional y la localiza dentro de sí mismo, pero esa activación es neutra, indiferenciada. Variará en intensidad pero no en cualidad. Significará una cosa o la contraria dependiendo de la “etiqueta” con la que se empareje, es decir, de la interpretación cognitiva. A pesar de que la teoría de Schachter ha tenido un gran valor heurístico para la investigación posterior, tampoco está exenta de críticas. Parece que otros estudios posteriores no han confirmado esta teoría (Maslach, 1979; Marshall y Zimbardo, 1979; Reisenzeim, 1983). El estudio de Reisenzeim (1983) pudo demostrar que un estado de activación elevado puede, en determinadas ocasiones, aumentar la intensidad de las emociones, pero no pudo afirmar que un estado de activación fisiológica pueda generar emociones. Marshall y Zimbardo (1979) replicaron el experimento de Schachter y Singer y no pudieron comprobar ninguna de las hipótesis. Para estos autores, cuando se da un aumento del estado de activación, no se da un incremento emocional, sino un cambio emocional ya que la activación produce sentimientos desagradables.
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En conclusión, se puede decir que indudablemente la teoría de Schachter ha tenido un tremendo valor heurístico como generador de investigación. También ha sido importante al centrar la atención de los psicólogos en el componente cognitivo, largamente descuidado, de los estados emocionales inaugurando la tradición cognitiva de las emociones.
1.4. El modelo bioinformacional El planteamiento teórico de Lang tiene como principal característica la de romper con las viejas dicotomías en el estudio científico de la emoción: periferalismo-centralismo, especificidad-dimensionalidad y fisiológico-cognitivo (Vila, 1996; Vila y Fernández-Santaella, 2004). A él se debe también el que la emoción se entienda como un fenómeno complejo que implica tres sistemas de respuesta, relativamente independientes, pero necesarios todos, para tener una visión completa de la experiencia emocional: la conducta externa, los informes verbales y las respuestas fisiológicas (Lang, 1968). La emoción es para Lang (1972, 1993, 1994, 1995, 1996) una disposición para la acción resultante de la activación de dos circuitos subcorticales - sistemas motivacionales - opuestos: el apetitivo y el aversivo. Ésta se manifiesta a través de tres sistemas de respuesta relativamente independientes: el cognitivo o experiencial subjetivo, el motor o conductual-expresivo y el neurofisiológico-bioquímico. El sistema conductual incluye, tanto actos abiertos o secuencias conductuales funcionales (lucha, huida, aproximación), como modulación de otras conductas (atención, memoria) facilitándolas o dificultándolas. El sistema expresivo-lingüístico incluye la comunicación expresiva (pasión sexual o ataque verbal) e informes evaluativos sobre los propios sentimientos. El sistema fisiológico incluye respuestas viscerales y somáticas que representan el apoyo logístico de las respuestas abiertas, de las manifestaciones afectivas o de la preparación para esas respuestas (Bradley y Lang, 2000).
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Capítulo II. La emoción y el modelo bioinformacional de Lang
El modelo de Lang presta especial atención a la organización estructural de las reacciones emocionales, a sus fundamentos neurofisiológicos y a los mecanismos de activación de la emoción. La activación de los circuitos neurofisiológicos de la emoción no sólo se produce por la presencia de estímulos externos relevantes para la supervivencia. Debido a las múltiples conexiones de las estructuras motivacionales primarias (subcorticales y corticales profundas) con las estructuras neurales más recientes (corticales), los circuitos neurofisiológicos de la emoción pueden activarse por el procesamiento interno de estímulos simbólicos
o mediante la activación de
memorias afectivas. Las nuevas estructuras corticales del cerebro humano añadieron complejidad al funcionamiento de los sistemas motivacionales primarios permitiendo un mayor control de las respuestas ante los estímulos apetitivos y aversivos (inhibición, retraso, evaluación del contexto, planificación futura). De esta forma, en la emoción humana se activan redes complejas de información que responden a estimulación degradada, que incluyen representaciones diversas almacenadas en la memoria, que pueden generar diferentes tipos de respuestas, e incluso que pueden procesarse sin ninguna acción externa (Vila y Fernández, 1997). Este aspecto del modelo de Lang es el que queda recogido en su Teoría Bio-informacional (Lang, 1979, 1985). La característica definitoria de una red de información emocional es la presencia en la red de información de respuesta, la que permite conectar la estructura cognitiva con los circuitos neurofisiológicos apetitivos y defensivos. Sólo cuando se activan estos circuitos es cuando el procesamiento cognitivo de la red se puede considerar emocional (Lang, 1993; Lang, Bradley & Cuthbert, 1998a, 1998b). Por otra parte, el modelo de Lang (1968, 1979, 1993) también asume una organización jerárquica de las reacciones emocionales en la que en un nivel inferior se encontrarían los actos específicos y en un nivel superior las disposiciones dimensionales. En el nivel inferior las emociones se manifiestan como patrones específicos de acción dependientes del contexto, por tanto, con una topografía fisiológica y conductual específica. En el nivel intermedio predominan los
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programas emocionales, integrados por subrutinas de ataque, huida, búsqueda de alimentos o aproximación. Estos programas muestran ciertas similitudes y estereotipias de respuesta ante diferentes contextos dando lugar a las llamadas categorías emocionales: el miedo, la ira o la tristeza. Por último, en el nivel superior predominan las dimensiones emocionales. Todas las reacciones emocionales comparten determinadas dimensiones de respuesta: a) tendencia a la aproximación o a la evitación (direccionalidad), b) mayor o menor requerimiento de energía (intensidad), y c) continuidad o interrupción de la secuencia conductual (control). Estas tres características constituyen las tres grandes dimensiones que organizan el mundo afectivo al más alto nivel: valencia (agradable-desagradable), activación o arousal (activado-calmado) y control o dominacia (controlador-controlado) (Lang, 1995; Lang, Bradley & Cuthbert, 1997). La existencia en el cerebro de dos sistemas motivacionales: el apetitivo (dirigido a la conducta consumatoria, sexual o de crianza) y el aversivo (dirigido a la conducta de protección, escape o evitación), da primacía a la dimensión Valencia en la organización jerárquica de las emociones. Por su parte, la dimensión de activación no tendría un sustrato neurofisiológico separado, sino que se refiere a la energía o fuerza en el sistema dominante (apetitivo o defensivo) y cuyo rango va desde calmado a excitado. Por tanto, en cuanto a ésta dimensión, los dos sistemas motivacionales primarios podrían funcionar de forma aditiva. Sin embargo, en cuanto a sistemas de acción, el apetitivo y el defensivo funcionarían de forma recíprocamente inhibitoria. La dirección general de la conducta (aproximación-evitación) dependerá de las fuerzas relativas de activación de ambos sistemas. El sistema motivacional dominante –apetitivo o defensivo- será el que termine modulando toda la conducta, ya sean reflejos simples o reflejos cognitivos complejos. En cuanto a la dimensión de control, inicialmente, ha sido la menos estudiada ya que ha sido la que menor varianza explica, encontrándose sistemáticamente una correlación positiva entre valencia y control: a mayor valencia positiva mayor 62
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control (Bradley et al., 1993; Vila y Fernández, 2004). No obstante, es interesante el estudio de esta dimensión en población caracterizada por una carencia del control de impulsos (como es el caso de nuestra investigación). Recientemente, se han llevado a cabo algunas investigaciones en este sentido: -Un estudio realizado con mujeres diagnosticadas de bulimia nerviosa (Rodríguez, Mata, Lameiras, Fernández y Vila, 2007) encontró que ante imágenes eróticas y relacionadas con la comida tenían una menor percepción del control y las consideradan como menos agradables. - En la investigación llevada a cabo por Rodríguez, Fernández, CepedaBenito y Vila (2005) un grupo de personas con ansia (craving) por el chocolate encontraron que las imágenes de chocolate fueron las más agradables y activantes, pero las percibieron como menos controlables. Estos resultados parecen indicar la presencia de un conflicto emocional debido a la co-activación de los sistemas apetitivo y defensivo (Rodríguez et al., 2007). Estos estados de conflicto podrían estar explicados por la tendencia opuesta de los cambios en valencia y control: un aumento de la valencia positiva (polo apetitivo) acompañado de una disminución del control o dominio, o un aumento de la valencia negativa (polo defensivo) acompañado de un aumento del control o dominio (Cacciopo & Berston, 1994; Cacciopo & Gardner, 1999; Cacciopo, Gardner & Berston, 1997). El planteamiento teórico de Lang tiene como principal característica la de romper con las viejas dicotomías en el estudio científico de la emoción: periferalismo-centralismo, especificidad-dimensionalidad y fisiológico-cognitivo (Vila, 1996; Vila & Fernández-Santaella, 2004). El modelo de Lang, como el de otros autores que comparten planteamientos similares, es al mismo tiempo central y periférico, dimensional y específico, y fisiológico y cognitivo. La organización jerárquica de la emoción y sus mecanismos de activación cuentan con elementos que son simultáneamente específicos (nivel inferior) y dimensionales (nivel superior),
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centrales (circuitos cerebrales) y periféricos (respuestas viscerales y somáticas), y cognitivos (red de información) y fisiológicos (funcionamiento corporal). 1.4.1. Internacional Affective Picture System (IAPS) y Self-Assessment Manikin (SAM) En el estudio de la emoción, Lang y colaboradores han utilizado la visualización de imágenes afectivas para poner a prueba su teoría. Dichas imágenes guardan un significado de tipo simbólico/representativo que coincide con el del objeto real al que representan. Las reacciones emocionales que provocan son similares al patrón correspondiente que tiene lugar ante los estímulos verdaderos (Lang, Greenwald, Bradley y Hamm, 1993). Esto les ha llevado a desarrollar un conjunto de estímulos emocionales normativos para su uso en investigaciones experimentales, como es el International Affective Picture System (IAPS) (Lang, Öhman y Vaitl, 1988) que han resultado ser capaces de evocar de forma fiable un amplio conjunto de reacciones emocionales, tanto a nivel psicológico como a nivel fisiológico. El IAPS es un instrumento en constante desarrollo que ha sido adaptado a la población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). Actualmente contiene más de 1000 imágenes en color, en formato diapositiva y digitalizado pertenecientes a diversas categorías semánticas: animales, escenas de la naturaleza, objetos de casa, desnudos, parejas eróticas, caras humanas, cuerpos mutilados, armas, comida, deportes, etc. Uno de los inconvenientes de utilizar esta clase de estímulos es la dificultad que entraña su cuantificación afectiva. Los métodos psicofísicos clásicos y modernos se centran en sensaciones cuya dimensión física es fácil de manipular: temperatura, peso, brillo, tono, etc. La métrica de las sensaciones afectivas es, obviamente, más complicada.
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Para la evaluación cuantitativa de las imágenes IAPS, Lang y colaboradores desarrollaron el Maniquí de Auto-Evaluación (Self-Assessment Manikin SAM; Lang, 1980). El Maniquí de Auto-Evaluación (SAM) (ver figura 2.1) es un instrumento de medida pictórico, no verbal, de fácil y rápida aplicación. Este método de evaluación proporciona información para cada imagen en las tres dimensiones emocionales generales: valencia, activación y control.
Figura 2.1. Hoja de Autoevaluación (SAM) (Lang, 1980; Hodes, Cook y Lang, 1985)
Este instrumento emplea figuras gráficas para indicar las reacciones emocionales de los sujetos en cada una de las dimensiones en una escala que varía de forma continua de 1-9. Cada una de las escalas del SAM está formada por una secuencia de cinco figuras humanoides, graduadas en intensidad, que representan las dimensiones de valencia, activación o control, y que van desde un extremo de máximo desagrado, de activación o de sentirse dominado, hasta el otro extremo de máximo agrado, de relajación o de sentirse dominador. Las evaluaciones de cada imagen se realizan colocando una X sobre una de las cinco figuras de cada escala o en cualquiera de los cuatro espacios entre figuras. Debido al carácter eminentemente pictográfico, no verbal, del instrumento, el SAM es especialmente adecuado para su
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uso en países y culturas diferentes, ya que está libre de las influencias culturales y no requiere el uso del lenguaje (Lang, 1995; Lang, Bradley y Cuthbert, 1997). La figura 2.2 representa la distribución de las imágenes en el espacio definido por las dimensiones de valencia afectiva y activación de las muestras de estudiantes norteamericanos. Los baremos estadounidenses están basados en las evaluaciones realizadas, sobre conjuntos de 60 diapositivas en estudiantes universitarios. Las evaluaciones afectivas de las imágenes del IAPS han demostrado ser altamente fiables y estables. El eje vertical indica la posición de cada imagen en la dimensión de valencia. El eje horizontal indica su posición en la dimensión de activación. Cada punto entre los dos ejes representa la media de las estimaciones de cada una de las imágenes. Como puede verse, la distribución de las imágenes adopta la forma de boomerang, con dos brazos que salen desde una zona afectivamente neutra y mínima activación hacia los dos extremos de agradable y desagradable de máxima activación.
Figura 2.2. Distribución de las imágenes del IAPS en la población estadounidense considerando las dimensiones de valencia y activación (Bradley y Lang, 1994)
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Las imágenes agradables están distribuidas de forma repartida a lo largo del eje activación, indicando que el nivel de agrado es independiente del nivel de activación. Sin embargo, las imágenes de contenido desagradable parecen situarse más en el cuadrante excitado que en el calmado. Los análisis estadísticos realizados (Bradley, Greenwald y Hamm, 1993) apoyan estas observaciones: la correlación lineal entre valencia y activación es baja y no significativa, confirmando así, la independencia entre ambas dimensiones. En España, también se han realizado las baremaciones de las imágenes IAPS. Los resultados obtenidos en población española por Moltó y colaboradores (1999) y Vila y colaboradores (2001) reproducen los obtenidos en las muestras estadounidenses. La distribución de las diapositivas del IAPS en el espacio bidimensional que definen las dimensiones de valencia y activación adopta la misma forma de boomerang que aparece en la versión norteamericana. En el caso de la dimensión control, las estimaciones presentan una elevada correlación lineal con los valores en valencia. Pese a la similitud de los baremos españoles y estadounidenses, así como de los resultados generales de las muestras de varones y mujeres, existen también importantes diferencias. Éstas se producen en las evaluaciones de las dimensiones de activación y control: los españoles perciben las imágenes con un mayor nivel de activación y con un menor nivel de dominio o control que los estadounidenses.
Estos
resultados
sugieren
que
los
españoles
reaccionan
emocionalmente con mayor intensidad pero con menor control que los estadounidenses, dato que encaja bastante bien con los estereotipos que existen en ambas poblaciones. También existen diferencias entre hombres y mujeres, las mujeres presentan un mayor sesgo de negatividad y los hombres un mayor sesgo de positividad. Las diferencias de género son también evidentes cuando se identifican las imágenes evaluadas por varones y mujeres como más agradables. Las mujeres asignan puntuaciones mayores a las imágenes de bebés, familias y parejas románticas, mientras que los varones consideran como las más agradables las imágenes eróticas y
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de deportes. En cuanto a las imágenes más desagradables, los varones y las mujeres coinciden en el tipo de imágenes (mutilaciones y violencia), pero las evaluaciones de las mujeres son más extremas (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). 1.4.2. Correlatos fisiológicos y conductuales del procesamiento de imágenes afectivas Los datos psicofisiológicos y conductuales indican que las imágenes del IAPS pueden producir cambios mensurables y fiables en los sistemas autonómico, central, muscular facial y esquelético-reflejo, así como en el propio comportamiento de las personas (Cuthbert, Bradley & Lang, 1996; Lang, 1995; Lang, Bradley & Cuthbert, 1997). Estas respuestas fisiológicas, verbales y conductuales pueden ser organizadas en torno a las dimensiones de valencia y activación, respaldando de forma empírica el modelo teórico y la organización bifásica de las emociones. En numerosas investigaciones llevadas a cabo por el grupo de Lang (Greenwald, Cook & Lang, 1989; Hamm, Greenwald, Bradley &Lang, 1993; Lang, Greenwald, Bradley & Hamm, 1993) se han estudiado los efectos sobre el componente experiencial y fisiológico cuando los participantes visualizan imágenes del IAPS. En nuestra investigación no utilizaremos medidas psicofisiológicas, aún así expondremos brevemente los datos obtenidos al respecto. La respuesta muscular facial durante la percepción de imágenes correlaciona de forma significativa con las estimaciones de los participantes sobre la valencia afectiva de los estímulos. Por ejemplo, la actividad del músculo corrugador (que interviene en las expresiones de dolor y en el fruncimiento de las cejas) es mayor cuanto más desagradables son los contenidos estimulares. Sin embargo, las respuestas mayores del músculo cigomático (implicado en la sonrisa) se dan ante imágenes de contenido muy agradable. Con respecto a la tasa cardiaca, ésta correlaciona positivamente con la dimensión de valencia aunque las relaciones son menores. Lang ya había advertido
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(Bull y Lang, 1972; Gatchel y Lang, 1973) que la respuesta cardiaca tiene algunas limitaciones cuando se usa como medida del estado emocional, ya que la aceleración de la tasa cardiaca puede ocurrir en las tareas de juicio que son afectivamente neutrales. Lo que sí parece mantenerse es que la visión de imágenes desagradables provoca una desaceleración cardiaca. En general, cuando se consideran conjuntamente todas las imágenes se observa un patrón cardiaco trifásico: deceleración – aceleración – deceleración (Cook & Turpin, 1997; Lang, Bradley & Cuthbert, 1997). Por otra parte, la conductancia de la piel es ventajosa como medida de la activación ya que depende totalmente del sistema nervioso simpático y da como resultado un estado general de activación. Esta respuesta incrementa de forma lineal a medida que aumentan las puntuaciones de activación (Lang, Greenwald, Bradley & Hamm, 1993). Las investigaciones españolas también han confirmado los resultados obtenidos por el grupo de Lang en cuanto a la correlación del componente subjetivo y fisiológico, tanto en población universitaria, como en personas con Lesión Medular (Cobos, Sanchez y Vila, 2004; Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). Los potenciales evocados también muestran un patrón relacionado con la dimensión de activación, observándose respuestas corticales lentas de mayor amplitud ante las imágenes evaluadas como muy agradables o desagradables, comparadas con las neutras (Lang, Bradley & Cuthbert, 1993). También se ha encontrado que la amplitud del componente P300 es significativamente más pequeña durante la visualización de imágenes activantes –agradables y desagradables(Schupp et al., 1997). La activación funcional (medida a través de resonancia magnética funcional) en la corteza occipital también ha resultado mayor ante las imágenes evaluadas como fuertemente activantes (agradables y desagradables) que ante las imágenes de menor intensidad emocional (neutrales) (Bradley et al., 2003). Estos datos podrían sugerir que los estímulos activantes requieren mayores recursos para su codificación, resultado que parece consistente con el concepto de atención motivada propuesto por Lang y colaboradores (1997), según el cual se consumen 69
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más recursos cognitivos ante el procesamiento de las imágenes emocionales (Cuthbert et al., 1998; Schupp et al., 1997). Algunas respuestas conductuales elicitadas en el contexto de la percepción de imágenes también correlacionan con las dimensiones afectivas. Así por ejemplo, el tiempo de reacción ante estímulos de prueba secundarios es significativamente más lento ante las imágenes activadoras (Bradley, Cuthbert & Lang, 1996, Bradley, Greenwald, Petry & Lang, 1992). Asímismo, las imágenes activantes se recuerdan mejor (Bradley, 1994; Bradley, Greenwald, Petry & Lang, 1992). Por otro lado, el tiempo de visualización correlaciona con la dimensión activación. En tareas donde los participantes visualizan libremente las imágenes se comprueba que le dedican más tiempo a las imágenes más activadoras, independientemente de la Valencia (Bradley, Greenwald & Hamm, 1993). Sin embargo, este interés no se produce cuando las imágenes provocan niveles de desagradabilidad muy elevados, como es el caso de las personas con fobias, ya que éstas presentan una reducción significativa del tiempo de visión de las imágenes que representan objetos relacionados con sus fobias, efecto consistente con el patrón de evitación característico de estas personas (Hamm, Cuthbert, Globsich & Vailt, 1997). Una de estas respuestas conductuales, el tiempo de reacción, es una de las que estudiaremos en el Estudio II de la presente investigación. Una vez revisadas las teorías más representativas de la emoción y tomado postura por la teoría bioinformacional de las emociones, elegidos el IAPS y el SAM como instrumentos para inducir y medir estados emocionales y seleccionada una respuesta conductual (tiempo de reacción), parece conveniente y obligado introducirnos en un aspecto que contribuye de manera importante en el mecanismo de activación de las emociones, esto es, la atención específica que se presta a unos estímulos, y no a otros, que están en el mismo contexto, que tienen una significación especial en esa red de memorias emocionales. Con esto damos paso al siguiente capítulo la Atención.
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CAPÍTULO III
La atención
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Capítulo III. La Atención
LA ATENCIÓN
1. Marco histórico
1.1. Investigación empírica Los primeros estudios empíricos sobre atención se remontan a los inicios de la psicología científica a finales del siglo XIX. Durante esta época no existe una concepción unitaria de la atención. Wundt (1896) desarrolló su teoría atencional en torno al concepto de apercepción. Son apercibidos los procesos mentales (sensaciones, imágenes y sentimientos) que tienen lugar en el foco de la conciencia, en oposición a los procesos simplemente percibidos que, aun estando dentro del campo de la conciencia (Blickfeld), no caen bajo su foco (Blickpunkt). La atención es por tanto una actividad mental que regula el grado de claridad que las sensaciones, imágenes y sentimientos adquieren en el campo de la conciencia. La elaboración estructuralista de la atención llevada a cabo por Titchener (1901) tendió a eliminar los aspectos activos de la concepción wundtiana. Para Titchener, la atención era como un atributo más de las sensaciones.
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Capítulo III. La Atención
Tal y como apunta Lupiañez (1999) las distintas concepciones van a estar determinadas por el tipo de observaciones que tomemos en consideración. Los primeros experimentos llevados a cabo por los estructuralistas responden a cuestiones más en consonancia con la concepción de Wundt (Tudela, 1992) y pueden agruparse en cuatro categorías diferentes: 1. La amplitud de la atención. Bajo este epígrafe, se estudiaron efectos que hoy no son considerados atencionales sino, más bien, referentes al campo de la memoria. El trabajo de Jevons publicado en la revista Nature en 1871 sobre cuántos elementos podemos percibir en un único acto perceptual en condiciones de exposición breve o los estudios de Cattel dan buena cuenta de ello. 2. Las fluctuaciones perceptuales o duración de la atención. Con este nombre se designa al conjunto de estudios dirigidos a entender por qué cuando los estímulos sensoriales se presentan próximos al umbral absoluto de percepción, dicha percepción se pierde para volver posteriormente de forma cíclica y repetitiva. Originalmente, los datos de tales experimentos se interpretaron en términos de las fluctuaciones periódicas de la atención sensorial aunque posteriormente se mostró que los efectos observados se debían a fenómenos asociados a la variabilidad estadística de los umbrales sensoriales (Guilford, 1927). 3. El experimento de complicación. A raíz del descubrimiento de la ecuación personal por Bessel se realizaron una serie de experimentos para determinar la capacidad de cada sujeto de combinar información procedente de distintas modalidades sensoriales. El efecto de desplazamiento negativo derivado de los estudios de Wundt constituye un referente lejano de lo que hoy denominamos estados preparatorios. 4. La disposición o “set” mental. Este término se refiere a la disposición mental del sujeto resultante de la combinación de la estructura de la tarea a realizar y de las instrucciones recibidas y alude al hecho de que la experiencia del sujeto no depende 74
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exclusivamente de los estímulos presentados sino que también se ve influida por la actividad que el sujeto es inducido a ejercer sobre los mismos. Después de Wundt y los estructuralistas una de las aportaciones más influyentes fue la de Williams James (1890). James consideraba la atención como una función de la mente que no necesitaba discusión: “Todo el mundo sabe qué es la atención. Es la toma de posesión por parte de la mente, de uno entre los muchos simultáneamente posibles objetos o series de pensamientos. Focalización, concentración y consciencia constituyen su esencia” (citado por Tudela, 1992) Más adelante relacionará esta función con el interés: “Atendemos a aquello que nos interesa”. La teoría atencional estuvo siempre relacionada con la motivación en la psicología de James. Este autor propuso 3 criterios de clasificación binaria de la atención: a) Por razón del objeto al que se dirige puede ser sensorial o intelectual. b) Por razón del interés que la causa, la atención puede ser inmediata o derivada. c) Por razón del modo como es controlada, la atención puede ser pasiva (refleja) o activa (voluntaria).
1.2. Paradigma Conductista Con el Conductismo (entre los años 20 y 50 del siglo XX) la atención llegó a desaparecer como proceso básico necesario para el aparato conceptual de la psicología. Por lo que respecta a Watson y los primeros conductistas sólo cabía hablar de conducta atencional para referirse a las posturas y respuestas motoras relacionadas con la recepción del estímulo. En cuanto respuestas eran explicadas en términos de los principios de condicionamiento usuales. A finales de los años cuarenta y durante los cincuenta y sesenta, los datos derivados de las investigaciones llevadas a cabo en distintos campos arrojaron la
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necesidad de introducir mecanismos cuya naturaleza atencional era difícil de negar. Según Tudela (1992), tres son los acontecimientos principales que pueden explicar este cambio: El descubrimiento fisiológico por parte de Moruzzi y Magoun (1949), el Reflejo de orientación en la escuela Reflexológica Rusa y el proceso de aprendizaje. •
El descubrimiento fisiológico por parte de Moruzzi y Magoun (1949) del sistema reticular de activación ascendente hizo patente la existencia de estructuras neurales responsables del estado de vigilia y alerta del organismo.
•
Reflejo de orientación. Sokolov (1963) propuso un modelo neuronal según el cual toda información sensorial alcanza un nivel de análisis cortical. Por tanto es comparada, en cuanto a sus características, con un modelo neural resultante de experiencias previas. Todo desacuerdo entre la información que llega y la contenida en el modelo neural provoca una reacción de orientación hacia la fuente de información que facilita su procesamiento perceptual.
•
El estudio del proceso de aprendizaje discriminativo. Lawrence (1949) propuso que una teoría adecuada del aprendizaje discriminativo tenía que incluir un proceso de selección del estímulo diferente y previo al proceso asociativo propio del aprendizaje. Esta postura fue posteriormente apoyada por autores como Sutherland y Mackintosh (1971).
1.3. La Psicología Cognitiva Posteriormente, a finales de los años 50 surgió la Psicología cognitiva, cuyos postulados más importantes fueron los siguientes: a. La conducta se halla guiada por la cognición, esto es, por el conocimiento que el individuo tiene del mundo que le rodea.
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b. El conocimiento que tenemos del mundo no es pasivo sino que el propio sujeto juega un papel activo. c. El objeto de estudio de la psicología no es tanto la conducta como los procesos cognitivos implicados en ella.
Este nuevo enfoque cognitivo incluía diversas líneas de pensamiento y de investigación, pero la que más predominó fue la Teoría del procesamiento de la Información. Esta corriente, influida por la teoría de la información y la cibernética, estableció una analogía entre el funcionamiento de la mente y el funcionamiento de un ordenador, y consideró la mente como un sistema representacional y computacional que procesa y manipula la información (García-Sevilla, 1997). Con respecto a la investigación atencional, el primer modelo que utilizó este enfoque fue elaborado por Donald E. Broadbent (1958), el cual propuso que el sistema humano de procesamiento de la información incluye una fase de filtrado, que reduce de alguna forma la cantidad de información que será procesada posteriormente. Con ello incorporaba en su modelo la función selectiva de la atención. Los modelos que se han defendido después del de Broadbent son muchos y variados, por lo que vamos a realizar una revisión según las ideas básicas que comparten (Tejero, 1999): -
Los Modelos de filtro, estructurales o de canal único: analizan la atención fundamentalmente como selección de información.
-
Los Modelos de recursos: inciden principalmente sobre la intensidad de la atención que se presta en una tarea concreta.
-
Los Modelos de automaticidad: consideran que existen dos formas de procesamiento cualitativamente distintas: los procesos automáticos y los procesos controlados.
-
Modelos de control atencional: se conceptualiza la atención como un mecanismo capaz de controlar la ejecución de los procesos mentales.
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1.3.1. Los modelos de filtro A finales de los años 50 y prácticamente en toda la década de los 60 surgió un conjunto de modelos atencionales que se caracterizaban por enfatizar el concepto de atención como un mecanismo selectivo de la información. Sus presupuestos básicos eran: 1) Cuando la información llega al organismo, se procesa sin límites hasta llegar a una estructura o canal donde tiene lugar el procesamiento consciente. Dicha estructura central en el sistema cognitivo tiene una capacidad limitada y no es capaz de dejar pasar toda la información. 2) Con el fin de que no se produzca una sobrecarga de la información, se necesita algún tipo de mecanismo que permita filtrar y seleccionar la información. Dicho mecanismo o estructura, que actúa a manera de regulador de la entrada de la información, es la atención.
El modelo de Broadbent De todos los modelos de filtro que en esta época se elaboraron, el primero de ellos fue el de Broadbent en 1958. Basándose en los resultados obtenidos en diversas investigaciones sobre escucha dicótica (Cherry, 1953; Broadbent, 1954 a/b), Broadbent concluyó que:
a) Existe una estructura central que no permite procesar más de un mensaje a la vez. Dicha estructura actúa de manera de un cuello de botella o filtro que regula la entrada de la información. b) Existe, pues, una limitación estructural por parte del procesador humano.
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Figura 3.1. Modelo atencional de Broadbent (1958), tomado de Tudela (1992).
A partir de estos dos postulados básicos, Broadbent elaboró el primer modelo teórico de la atención, modelo que no explicaba tan sólo el funcionamiento de la atención sino que fue un modelo global de procesamiento de la información. Según este autor, el procesamiento de la información tiene lugar a través del funcionamiento de una serie de estructuras; el sistema preperceptual o sistema “S”, el filtro, el sistema perceptual o sistema “P” y el almacén de probabilidades condicionales de acontecimientos pasados (véase figura 3.1). Cada una de estas estructuras tiene una serie de funciones específicas y se organizan secuencialmente: para que comience el procesamiento de una de ellas, previamente ha debido ser procesada por las anteriores. El esquema lineal del procesamiento, según Broadbent, sería el siguiente: 1) El organismo recibe de forma continua distintos mensajes y/o estímulos que llegan a las distintas modalidades sensoriales. 2) La cantidad total de esa información excede la capacidad limitada del sistema perceptual. 79
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3) Estos mensajes se procesan en su totalidad de forma simultánea y se retienen en el sistema “S” durante un breve periodo de tiempo. 4) El filtro selecciona, en base a las características físicas del estímulo y también en función del estado interno del organismo qué información pasa al sistema “P” y la restante información se pierde. 5) El sistema “P” procesa la información secuencialmente, manteniendo la información durante un cierto tiempo. Es en estos momentos cuando el sujeto adquiere consciencia de aquello que ha procesado. 6) Tan solo la información que pasa por el sistema “P” llega al almacén de memoria
a largo plazo, formando nuestro conocimiento del
mundo.
Broadbent concluyó que el filtro atencional poseía las siguientes características: a) Actúa a manera de todo o nada, ya que la información pasa o no pasa, y sólo puede centrarse en un mensaje cada vez. De ahí su naturaleza rígida y su funcionamiento dicotómico. b) Selecciona la información sobre la base de las características sensoriales de ésta y no sobre la base de sus características semánticas. Es por lo tanto, de naturaleza precategorial. c) Actúa en los estados iniciales del procesamiento y antes de que se produzca el procesamiento semántico o categorial de la información; de ahí que sea considerado como un modelo de selección temprana.
El modelo de Treisman La elaboración del modelo de Broadbent resultó ser un gran hito en la psicología cognitiva en general, y especialmente, en el estudio de la atención. Pero pronto surgieron una serie de estudios que ponían en entredicho algunas de las afirmaciones de Broadbent. Anne Treisman (1969) modificó el modelo de filtro de Broadbent, ya que había encontrado resultados en escucha dicótica que indicaban que el mensaje 80
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irrelevante podía atravesar el filtro, sobre todo cuando está semánticamente relacionado con el mensaje al que se debe atender (Treisman, 1960). La principal modificación consistió en flexibilizar el filtro; para Treisman (1969) el filtro es un mecanismo de atenuación de todos los mensajes. El mecanismo central de atención limitada distribuye su capacidad entre todos los mensajes, pero el mensaje relevante tiene un tratamiento especial en el filtro y lo traspasa con la máxima intensidad; el resto de los mensajes son atenuados en el filtro para así no sobrecargar el mecanismo central de procesamiento. Así la información no atendida puede llegar también a ser procesada semánticamente, aunque la probabilidad es baja porque el filtro atenúa el impacto de esta información. Sólo en ciertos casos la atenuación no impide que identifiquemos la información no atendida. Así ocurre, por ejemplo, cuando se trata del nombre propio del sujeto: si se oye por el canal irrelevante, aunque este canal no esté atendido y, por tanto, se atenúe su impacto, la importancia personal será suficiente como para que se haga consciente. Según este modelo la información no parece seleccionarse de manera tan drástica como había indicado Broadbent, sino que incluso los mensajes no atendidos pueden ser analizados en paralelo, aún cuando los sujetos no sean conscientes de ello (De Vega, 1984).
El modelo de Deutsch y Deutsch Tanto el modelo de Broadbent como el de Treisman consideran el filtro como un dispositivo que opera en los momentos iniciales del procesamiento, inmediatamente después del registro sensorial. Se trata, por tanto, de un dispositivo precategorial o de selección temprana, y únicamente la información que logra atravesar el filtro es procesada por el dispositivo central, de tal forma que la percepción y comprensión de un estímulo tendría lugar después de que el mensaje asociado a dicho estímulo haya sido seleccionado entre todos los mensajes que llegan a la vez en un momento dado. Uno de los primeros modelos en criticar este aspecto fue el de Deutsch y Deutsch (1963) que sugiere la existencia de un análisis semántico previo a la
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selección y que el nivel de procesamiento alcanzado por la información no seleccionada puede también llegar a ser semántico. Estos autores proponen el primer modelo de filtro postcategorial o de selección tardía. Plantearon que toda la información que se recibe a través de nuestros órganos sensoriales en un momento dado se procesa semánticamente, aunque sólo se almacena en la memoria la información que el sistema considera como la más relevante para la tarea actual. Por ello la selección de la información se produce en fases bastante avanzadas del procesamiento y no en fases tempranas como indicaba Broadbent.
1.3.2. Los modelos de recursos atencionales El punto de partida de los modelos de recursos se encuentra en las investigaciones realizadas por Moray en 1967, pero es el trabajo de Kahneman, en 1973, el que marca lo que van a ser las características principales de estos modelos. Estos modelos ponen el énfasis en la cuestión de la intensidad con la que se atiende a una información o a una acción, más que en la cuestión de la selección de la información (Tudela, 1992). En este sentido la atención se considera como una especie de suministro o energía mental, más bien escaso, que puede ser necesario para que se desarrolle el procesamiento de la información y que se puede invertir sobre éste en mayor o en menor medida, distribuyéndolo de forma variable sobre distintas operaciones mentales según las demandas de la tarea o tareas del momento (Tejero, 1999).
El modelo de Kahneman El modelo atencional de Kahneman parte de que la capacidad que posee el sujeto es de uso general, es decir, siempre es la misma, con independencia del tipo de tarea que se tenga que desarrollar en un momento determinado. El sujeto posee una cantidad de recursos indiferenciados que están disponibles para ser consumidos en cualquier momento. La distribución de recursos tiene lugar gracias a la actuación de (véase Figura 3.2):
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a) El nivel de arousal del organismo, que determina en buena parte la cantidad de recursos disponibles en ese momento. b) El subsistema de suministro de capacidad que, como el propio nombre indica, suministra los recursos que otros sistemas le van a demandar. c) El subsistema de evaluación de las demandas, que establece la cantidad de recursos que se van a consumir. Dicha estimación se hace en base a las estructuras y operaciones implicadas. d) Las disposiciones duraderas, que hacen referencia a las reglas que gobiernan la atención involuntaria. e) Las intenciones momentáneas, que son los criterios selectivos de la atención voluntaria.
La actuación de cada uno de estos sistemas sigue las siguientes etapas: 1) Selección previa de los recursos. Para ejecutar una actividad y suministrarle cierta cantidad de recursos, ésta ha de ser seleccionada previamente. Los criterios por los cuales se selecciona dicha actividad vienen determinados por las disposiciones duraderas y las intenciones momentáneas. 2) Evaluación de recursos. Cuando se ha seleccionado la actividad, el subsistema de evaluación de demandas evalúa la cantidad de recursos que demanda la tarea. 3) Distribución de recursos. Diversos factores determinan la forma en que se van a distribuir los recursos. Algunos de ellos son el nivel de arousal y el nivel de dificultad de la tarea. 4) Asignación de la capacidad atencional. En base a la evaluación realizada, la respuesta del sistema va orientada a asignar un suministro inicial de capacidad que se considera que es suficiente.
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Figura 3.2. Modelo atencional de Kahneman (1973), tomado de García-Sevilla (1997)
El modelo de Norman y Bobrow El modelo atencional de Norman y Bobrow (1975) es una ampliación del modelo de Kahneman. Estos autores postularon que la capacidad de procesamiento depende no sólo de la dificultad de la tarea, que ellos denominan limitación por parte de los datos o limitación de estado, sino también de la cantidad de procesamiento dedicado a ello, lo que se llama limitación por parte del proceso, y hace referencia a las operaciones cognitivas implicadas, que en este caso sí dependen de la cantidad de recursos disponibles.
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Según Norman y Bobrow (1975), la realización de un proceso puede estar limitada bien por los recursos o bien por los datos. Un proceso estará limitado por los recursos si el nivel de ejecución de una tarea concreta varía cuando cambia la cantidad de recursos de los que dispone. Y un proceso estará limitado por los datos si al variar la cantidad de recursos disponibles el nivel de ejecución de la tarea no se ve afectado. Estos autores se centraron en el análisis teórico de los patrones de interferencia. Su distinción entre procesos limitados por los recursos y por los datos les permitió estudiar los patrones de interferencia entre dos tareas que se dan a la vez, y lo aplicaron al estudio de la atención entendiéndola como una fuente de recursos centrales de capacidad limitada. Para estudiar estos patrones de interferencia utilizaron las curvas conocidas con las siglas POC (Performance Operating Characteristics). Una función POC es la función matemática que indica el rendimiento que se produce en cada una de las dos tareas ejecutadas simultáneamente en varias ocasiones, pero bajo condiciones diferentes (Tejero, 1999). Unas veces la interferencia entre las tareas es simétrica: la presencia de la tarea A deteriora el rendimiento en la tarea B, y al contrario, la presencia de la tarea B influye en el rendimiento de la tarea A. Pero otras veces la interferencia entre las tareas es asimétrica, por ejemplo, sólo se deteriora el rendimiento en la tarea A. La simetría en la interferencia indica que las dos tareas simultáneas operan en las áreas limitadas por los recursos, lo que obliga a distribuirlos entre ambas tareas, por lo que reciben menos cantidad de recursos de los que necesitan; si una tarea utiliza una determinada cantidad de recursos, la otra utiliza el resto de recursos. La asimetría en la interferencia indica que una de las tareas está limitada por los recursos (la interferida) y otra por los datos (la no interferida) (De Vega, 1984).
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El modelo de Navon y Gopher Aunque este modelo es una variante de los anteriores, Navon y Gopher (1979) defienden la existencia de múltiples fuentes de recursos. La noción de recursos limitados de Kahneman es aceptada pero se introduce una importante matización, la idea de recursos específicos múltiples. Navon y Gopher (1979) entienden por recursos específicos una serie de componentes del sistema de procesamiento que estarían especializados en distintas actividades y, por tanto, podrían ser requeridos en algunas tareas pero no en otras. Cada uno de estos componentes tendría una capacidad concreta y una política de distribución determinada, de tal forma que se podrían explicar muchos datos empíricos de interferencias específicas como, por ejemplo, el que una tarea verbal interfiera más sobre otra de la misma modalidad que sobre una tarea visual (Wickens, 1980). Una de las críticas más importantes que se han hecho a estos modelos es que la capacidad atencional para procesar información la consideran limitada. Hirst (1986) considera que la capacidad para realizar dos tareas conjuntamente cambia y mejora en función de la práctica. Por otra parte, Neisser (1976) considera que nuestra capacidad de procesamiento no está limitada ni por las características estructurales ni por las funcionales del sistema de procesamiento, sino que depende de que desarrollemos las habilidades específicas necesarias para ejecutar una determinada tarea. Por último, para Neumann (1996) la función selectiva de la atención es una estrategia que poseen los organismos para afrontar los problemas que pueden producirse en la coordinación y el control de las acciones, y supone un logro y no un déficit de nuestro sistema de procesamiento, ya que si no existiera selección para controlar la acción, la conducta se desorganizaría.
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1.3.3. Los modelos de automaticidad De forma casi paralela a los modelos de recursos, surgieron durante la segunda mitad de los años 70 una serie de modelos formales que suelen ser conocidos con el nombre de modelos de automaticidad (Hasher y Zacks, 1979; Posner y Snyder, 1975; Schneider y Shiffrin, 1977; Shiffrin y Schneider, 1977). Se considera que estos modelos son una continuación de los modelos de recursos (Kahneman, 1973) y una crítica a los modelos atencionales de filtro (Broadbent, 1958), reinterpretando éstos últimos teórica y metodológicamente. Estos modelos no sólo han estudiado la atención sino otros procesos, como por ejemplo la memoria, la activación semántica, etc., hasta el punto de intentar ofrecer una visión global del procesamiento de la información y del funcionamiento cognitivo del sujeto. Las teorías clásicas de la automaticidad (Hasher y Zacks, 1979; Posner y Snyder, 1975; Schneider y Shiffrin, 1977; Shiffrin y Schneider, 1977) han postulado la existencia de dos formas de procesamiento cualitativamente distintas: los procesos automáticos y los procesos controlados. Cada uno de ellos se caracteriza por poseer una serie de rasgos que permiten establecer las diferencias entre los mismos. Los más importantes son los siguientes: •
Atención y/o capacidad. Mientras que un proceso automático no consume apenas capacidad atencional, un proceso controlado consume una gran cantidad de recursos de procesamiento.
•
Control. Los procesos automáticos no pueden ser controlados por el sujeto una vez que han sido iniciados. Por el contrario, los procesos controlados están sometidos a la intencionalidad del sujeto.
•
Procesamiento serial versus paralelo. Se suele considerar que los procesos automáticos procesan la información en paralelo, puesto que se hallan libres de demandas atencionales, mientras que los procesos controlados operan de forma secuencial.
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•
Nivel de ejecución. Los procesos automáticos actúan en tareas simples cuya precisión y rapidez es mayor que las de aquellas otras que precisan de los recursos controlados.
•
Práctica. Mientras que los procesos automáticos no mejoran sustancialmente con la práctica, los procesos controlados sufren grandes cambios como consecuencia de ella, hasta el punto de llegar a convertirse en procesos automáticos.
•
Modificación. Los procesos automáticos son difícilmente modificables una vez adquiridos. En cambio, los procesos controlados se pueden modificar más fácilmente y se adaptan mejor a las situaciones novedosas.
•
Memoria. Los procesos automáticos constituyen rutinas almacenadas en el sistema de memoria a largo plazo, mientras que los procesos controlados se ubican en la memoria a corto plazo, entendida ésta como memoria activa.
•
Conciencia. Mientras que los procesos automáticos son procesos no conscientes, los procesos controlados sí implican, al demandar atención, un determinado nivel de conciencia de sus componentes.
Los criterios básicos que han definido un proceso como automático o controlado han sido los de capacidad y control (Jonides, 1985; Nelly, 1977; Shiffrin y Dumais, 1981; Shiffrin, Dumais y Schneider, 1981).
A pesar de la formulación de estas reglas seguían subsistiendo una serie de problemas. Por ejemplo, es muy difícil que un proceso o tarea, por el hecho de ser automática, no exija ninguna capacidad de procesamiento. En definitiva, no se puede hablar de procesos totalmente automáticos o totalmente controlados. Diversas investigaciones han observado que ambos pueden operar de forma conjunta en una misma tarea (Myers y Fisk, 1987; Sáinz, Mayor y González, 1988; Schneider, Dumais y Shiffrin, 1984; Shiffrin, Dumais y Schneider, 1981), y que la mayor parte de 1os automatismos fueron en un principio procesos controlados. Han sido muy numerosas las alternativas propuestas (Kahneman y Treisman, 1984, Logan y
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Cowan, 1974; Myers y Fisk, 1987; Naveh-Benjamin, 1987; Schneider y Shiffrin, 1985; Zbrodoff y Logan, 1986), pero todas ellas se pueden resumir principalmente en dos: 1) Asumir que la mayor parte de los procesos son mixtos, es decir, poseen componentes automáticos y controlados (Kahneman y Treisman, 1984; Myers y Fisk, 1987; Logan y Cowan, 1974; Schneider, Dumais y Shiffrin, 1984; Schneider y Shiffrin, 1985). 2) Postular que procesos automáticos y controlados no son cualitativamente distintos, sino que se encuentran ubicados a lo largo de un continuo (NavehBenjamin, 1987; Naveh-Benjamin y Jonides, 1986; Zbrdoff y Logan, 1986), con lo que la diferencia entre procesos automáticos y controlados tan sólo es cuestión de grado.
En cualquier caso, las teorías de la automaticidad han tenido un papel muy relevante en el estudio de los procesos atencionales desde el momento en que la atención ha sido considerada un criterio básico para decidir si un proceso es automático o controlado. Por una parte, muchos estudios sobre atención dividida, y de forma más específica aquellos que utilizan el paradigma de doble tarea, han utilizado en muchas ocasiones la terminología utilizada por las teorías de la automaticidad que no se circunscriben al estudio de la atención sino de otros procesos psicológicos.
1.3.4. Modelos de control atencional Los modelos de la psicología cognitiva de los años 60 y 70 se centraron principalmente en dos aspectos básicos de la atención: selección y capacidad; pero obviaron otros temas importantes como es el del control atencional. Los modelos teóricos del momento se centraron en los mecanismos de selección y división de la atención, y el papel y la función del control atencional no recibieron tratamiento teórico.
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Sin embargo, a partir de la década de los 80, la atención comienza a conceptualizarse como un mecanismo que es capaz de controlar la ejecución de los procesos mentales (Logan, 1981), y es a partir de esos momentos cuando comienza a surgir todo un conjunto de modelos (Baars, 1987, 1988; Norman y Shallice, 1986; Reason, 1979, 1984; Shallice, 1988) que intentan sistematizar el papel de la atención en dicho proceso de control. Uno de los modelos formales más conocidos que ha intentado explicitar la función y el lugar en el sistema cognitivo de dicho mecanismo de control ha sido el de Shallice y colaboradores. Según Norman y Shallice (1986), la actividad cognitiva posee una serie de compartimentos, cada uno de los cuales cuenta con una función específica; a saber: 1) existe todo un conjunto de funciones cognitivas simples, tales como el lenguaje o las funciones visoespaciales, conocidas con el nombre de unidades cognitivas. 2) Las unidades cognitivas se integran e interactúan entre sí, dando lugar a una serie de actividades conductuales que se activan mediante los esquemas de acción. Dichos esquemas están organizados jerárquicamente, de tal forma que los esquemas de orden superior pueden incluir subrutinas inferiores. 3) Cuando desarrollamos acciones relativamente simples y bien aprendidas (por ejemplo, ir al trabajo), éstas se hallan controladas por esquemas que se activan automáticamente y que por lo tanto no necesitan de la acción de la atención. 4) Por el contrario, los esquemas de acción que desarrollamos cuando el organismo se enfrenta ante situaciones nuevas o conflictivas precisan de la acción de una estructura de control que seleccione los esquemas que son más necesarios ante estas situaciones novedosas. Dicha estructura recibe el nombre de Sistema Atencional Supervisor (SAS).
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El SAS se caracteriza por ser un sistema de capacidad limitada, y cuyas funciones más importantes son: a) Activar o inhibir las estructuras que procesan la información. b) Activar e inhibir los esquemas mentales. c) Actuar sobre los restantes procesos psicológicos (percepción, memoria, fase de decisión o ejecución de respuestas).
Este sistema actúa en situaciones diversas, pero las más frecuentes son: cuando hay que planificar o tomar decisiones, cuando a la hora de resolver un problema no existen soluciones familiares, o cuando hay que inhibir una respuesta habitual.
1.4. El modelo de Carga Perceptual Como hemos podido ver en los apartados anteriores, la investigación en el campo de la atención durante gran parte de la segunda mitad del siglo XX ha estado marcada por una doble disyuntiva (Allport, 1993): por un lado el problema de la capacidad del sistema, en el que encontramos dos posturas claramente diferenciadas: los autores que opinan que el sistema de procesamiento es limitado y los que consideran que no existen tales restricciones. Por otro, los investigadores han considerado que la selección de la información se produce bien en etapas tempranas del procesamiento en base al análisis de las características sensoriales de los estímulos (selección temprana), bien que ocurre en etapas posteriores, cuando la información ha sido analizada a nivel semántico (selección tardía). Ambos problemas se manifiestan conjuntamente: en la Teoría del filtro de Broadbent (1958) el hecho de que la selección se produzca en las etapas iniciales se debe a que el sistema de procesamiento es limitado en cuanto a su capacidad, mientras que en los modelos de selección tardía, el lugar de actuación del filtro es posterior porque se asume que el sistema no presenta restricciones, salvo en el acceso de la información al plano de la conciencia.
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La propuesta de Lavie y Tsal (1994) supone un intento de superar la dicotomía tradicional selección temprana/selección tardía mediante la combinación de aspectos de ambos puntos de vista. El modelo de Lavie y Tsal se adscribe a los preceptos generales de las teorías de capacidad expuestas anteriormente, pero, incorpora los factores de distintividad física y carga perceptual de cara a explicar el procesamiento de la información irrelevante en tareas de atención selectiva. El concepto de carga perceptual incluye dos componentes: el número de unidades que contiene el conjunto de estímulos que se presentan y la naturaleza de procesamiento que requiere cada una de esas unidades. El término “unidad” en el contexto del presente modelo viene a referirse a aquellos “ítems que sirven como alternativas diferentes para la emisión de respuestas relevantes en la tarea” (Lavie y Tsal, 1994, p. 185). Por ejemplo, un conjunto de letras puede ser considerado una unidad (palabra) o constituir varias unidades (letras) dependiendo de la respuesta que el sujeto deba emitir. Lo que determina el nivel de carga perceptual de una tarea es el número de unidades. En aquellas situaciones en las que existe un nivel de carga perceptual bajo, el sistema dispone de recursos suficientes para el procesamiento de la información irrelevante, en cuyo caso el proceso de selección tendría lugar en etapas tardías. Por el contrario, cuando la carga perceptual es alta, la selección es temprana, dado que los recursos disponibles sólo se asignan al material atendido. Otra de las características relevantes del modelo es que se asume que el sujeto no puede ejercer un control voluntario sobre la asignación de recursos, sino que ésta depende siempre de las demandas de la tarea: no podemos dejar de atender a un distractor cuando quedan recursos disponibles o, lo que es lo mismo, cuando la carga perceptual de la tarea es baja. Varios estudios aportan evidencia a favor de esta propuesta: por ejemplo, Kahneman y Chaczyk (1983) manipularon la carga perceptual en una tarea tipo Stroop (Stroop, 1935). El procedimiento clásico en este tipo de tareas consiste en presentar una palabra escrita en un determinado color. Cuando el color en el que está escrita la palabra no se corresponde con el color
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designado por la misma (por ejemplo, la palabra verde es escrita en rojo), se observa un aumento del tiempo de reacción para nombrar el color de la tinta. En el estudio de Kahneman y Chaczyk, dicho efecto se desvanecía cuando aumentaba el número de distractores que aparecía en escena. Por otra parte, Lavie (1995), utilizando una versión del paradigma de Eriksen (Eriksen y Eriksen (1974), observó que los efectos de interferencia se producían en la condición de baja carga perceptual. En un experimento posterior, donde se manipuló el criterio de respuesta en función de que éste se basara en un único rasgo o en una conjunción de rasgos, los efectos de interferencia aparecieron cuando los distractores eran incompatibles con el criterio de respuesta simple. Treisman (1998), establece que para la conjunción de rasgos en una unidad se requiere atención. Cuando ésta es requerida para aunar los atributos del estímulo objetivo, no quedan recursos libres para el procesamiento de los estímulos distractores. Otros estudios apoyan el modelo de carga perceptiva, en el que la reducción de la interferencia del distractor bajo una mayor carga perceptiva indica que la percepción se convierte en más selectiva cuanto mayor es la carga perceptiva. Se ha demostrado que la carga preceptiva reduce el efecto interferencia del distractor tanto en tareas de tiempos de reacción como de priming negativo (Lavie y Fox, 2000; Tipper, 1985;). Un estudio de neuroimagen llevado a cabo por Rees, Frith y Lavie (1997) demostró que se reducía la actividad en el cortex visual asociada con la percepción de distractores irrelevantes en movimiento bajo una carga más alta en la tarea relevante. Uno de los aspectos más interesantes de esta propuesta es que concibe el sistema atencional como un sistema flexible, cuyas limitaciones en el procesamiento de la información están determinadas por la demandas de la tareas siendo, en cualquier caso, independiente del control voluntario por parte del sujeto. Los distractores pueden ser excluidos de la percepción cuando el nivel de carga perceptiva en el procesamiento de estímulos relevantes es suficientemente alto como para agotar la capacidad perceptual, no dejando esta capacidad disponible para el procesamiento del distractor. Sin embargo, en situaciones de carga perceptual baja,
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cualquier capacidad de reserva dejada por el procesamiento relevante menos demandante se desbordará al procesamiento de distractores irrelevantes. En este modelo, la selección temprana se predice para situaciones de carga perceptual alta, mientras que la selección tardía se predice para situaciones de carga perceptual baja. Una revisión de estudios sobre atención selectiva proporcionan apoyo a este modelo (Lavie y Tsal, 1994). Las situaciones experimentales en los estudios que proporcionan apoyo a la selección tardía implicaron un bajo nivel de carga perceptiva (a menudo con un solo objetivo y un distractor presente), mientras que las situaciones experimentales en los estudios de selección temprana se caracterizaban por tener un alto nivel de carga (por ejemplo, con un mayor número de estímulos, presente en los estudios de Kahneman y Chajczyk, 1983; Yantis y Johnston, 1990). Los estudios previos no incluían una manipulación directa de la carga en la percepción del objetivo, y la disolución de los efectos del distractor podría ser atribuida a otros factores. Lavie y colaboradores manipularon directamente el nivel de carga perceptiva en el procesamiento de la tarea objetivo y midieron los efectos en el procesamiento de los distractores. El concepto de carga perceptiva implica añadir más ítems para la misma tarea o con el mismo número de ítems llevar a cabo una tarea perceptiva más demandante (Lavie, 2000, 1995). Esos ítems consumen la capacidad atencional en el procesamiento relevante y así bloquean el procesamiento irrelevante. Lavie ha demostrado que incrementar el número de ítems que son relevantes para la percepción del objetivo o incrementar los requerimientos del procesamiento perceptivo para los mismos ítems lleva a reducir los efectos de interferencia de los distractores irrelevantes en las tareas de flancos (Lavie, 1995; Lavie y Cox, 1997).
Son varios los estudios sobre carga perceptiva que coinciden al afirmar que en condiciones de carga perceptiva alta el procesamiento del distractor es menor. Estos estudios usaron diversas manipulaciones de la carga perceptiva así como
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distintas medidas del procesamiento del distractor para llegar a la conclusión de que la atención puede prevenir la percepción del distractor (produciendo efectos de selección temprana) bajo situaciones de carga perceptiva alta cuando la tarea relevante consume la capacidad perceptiva (Lavie, 2005). En esta línea se encuentra la investigación realizada por Erthal y colaboradores (2005) que han evaluado cómo afecta la atención en el procesamiento de estímulos emocionales.
Para ello,
utilizaron dos tipos de tareas, una tarea irrelevante, que consistía en la presentación de imágenes con contenido afectivo desagradable o neutro y otra tarea principal, donde se presentaban dos barras a los lados de las imágenes con diferente grado de orientación. Pretendían comprobar si el incremento de la dificultad de la tarea modularía la interferencia de los estímulos irrelevantes (imágenes emocionales). La tarea de los participantes consistía en identificar si la orientación de dos barras periféricas era igual o diferente, presionando una tecla lo más rápidamente posible, no prestando atención a las imágenes presentadas en el centro de la pantalla. Estos autores encontraron que en condiciones de dificultad baja y media, los tiempos de reacción eran mayores cuando las imágenes eran desagradables, en comparación con las imágenes neutras. Sin embargo, cuando el nivel de dificultad era muy alto no se encontraron diferencias entre los dos tipos de imágenes, confirmando que el procesamiento de los estímulos distractores está en función de la carga de la tarea principal (Lavie, 1995; Lavie y Tsal, 1994).
2. Atención Selectiva Antes de abordar el concepto de atención selectiva, comenzaremos por clasificar los diferentes tipos de atención para pasar a continuación a definir el concepto de atención selectiva así como sus dimensiones y ámbitos de investigación.
2.1. Tipos de atención Son diversos los criterios se pueden utilizar para clasificar los distintos tipos de atención existentes, las más destacables son las siguientes (véase tabla 3.1): 95
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Capítulo III. La Atención
CRITERIO DE CLASIFICACIÓN
TIPOS DE ATENCIÓN
Objeto al que va dirigida la atención
Externa/interna
Modalidad sensorial implicada
Visual selectiva auditiva
Amplitud y control que se ejerce
Concentrada/dispersa
Manifestaciones de los procesos atencionales
Abierta/encubierta
Grado de control voluntario
Voluntaria/Involuntaria
Grado de procesamiento de la información no Consciente/Inconsciente atendida Amplitud/intensidad con la que se atiende
Global/selectiva
Mecanismos implicados
Selectiva/dividida, sostenida Tabla 3.1. Tipos de atención
-
Atención interna versus externa
La atención externa es la que puede ser orientada hacia los objetos y sucesos ambientales externos y la atención interna va dirigida hacia nuestro propio conocimiento, nuestros recuerdos, nuestras emociones y sentimientos, etc. -
Atención visual versus auditiva
De las distintas modalidades sensoriales existentes, las dos más estudiadas en el caso de la atención han sido la visual y la auditiva. Se suele hacer una diferenciación entre estos dos tipos de atención porque la mayor parte de las investigaciones evidencian una serie de diferencias claras entre ambas: a) La información visual se asocia con la espacialidad, mientras que la auditiva se asocia a una clave temporal. b) La selección de la información también es diferente en ambas modalidades sensoriales: los mecanismos que permiten tanto codificar como seleccionar la información visual tienen lugar en buena parte a nivel periférico, por ejemplo mediante los movimientos sacádicos de 96
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Capítulo III. La Atención
los ojos o la acomodación del cristalino a distintos niveles de profundidad. Por el contrario, los receptores auditivos recogen toda la estimulación auditiva de forma indiscriminada y cuando llega al cerebro, esto es, a nivel central, actúan los mecanismos de selección auditiva.
Los primeros modelos atencionales surgidos en la psicología cognitiva se interesaron sobre todo por la atención auditiva (Broadbent, 1954; Cherry, 1953; Moray, 1959). Sin embargo, el interés a partir de la década de los años 70 del siglo XX se ha centrado sobre todo en el estudio de la atención visual selectiva (Neuman, van der Heijden y Allport, 1986).
-
Atención abierta versus encubierta
Podemos establecer esta división en función de la posibilidad o no de observar la conducta atencional. Hablamos de atención abierta cuando existe un desplazamiento de la atención que viene acompañado de una serie de respuestas motoras y fisiológicas, como por ejemplo el giro de la cabeza o el movimiento de los ojos. El ejemplo más claro es el reflejo o respuesta de orientación, que consiste en la orientación refleja de nuestros sentidos para optimizar al máximo la percepción estimular. Por otro lado, existe también una atención encubierta, que no podemos detectar mediante la simple observación de un sujeto determinado. -
Atención voluntaria versus involuntaria
El criterio de distinción en este caso es la forma de control del mecanismo atencional. Cuando dirigimos nuestra atención hacia nuestros objetivos e inhibimos respuestas inapropiadas se ponen en marcha los mecanismos de la atención voluntaria. Pero también existe una atención involuntaria que tiene lugar sin que medie proceso volitivo alguno.
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Atención consciente versus inconsciente
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Capítulo III. La Atención
El hecho de que en muchas ocasiones nos demos cuenta de que atendemos a los estímulos, o que estamos más o menos concentrados a la hora de llevar a cabo una tarea ha dado lugar a que, en ocasiones, atención y consciencia hayan sido considerados como un mismo fenómeno. Sin embargo, no son sinónimos, ya que no todo lo atendido se hace consciente. Muchas veces podemos prestar atención sin darnos cuenta de que estamos atendiendo. Un ejemplo es el fenómeno de atención habitual que se refiere a la atención automática e inconsciente que prestamos a aquellos objetos y/o tareas que forman parte de nuestros hábitos: poner las llaves en el mueble, quitarnos anillos antes de dormir, etc. Generalmente, si se nos pregunta si hemos realizado estas acciones al cabo de un cierto tiempo de haberlas hecho, no solemos recordarlo a no ser que hagamos un esfuerzo de memoria.
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Atención global versus atención selectiva
La atención global tiene como finalidad llevar a cabo una estructura organizada de las partes o elementos que componen una información o una tarea, la atención selectiva se centra en el análisis de los detalles que componen una información o tarea. En otras palabras, mientras que la atención selectiva busca la intensidad, la atención global busca la amplitud.
-
Atención selectiva, dividida y sostenida
Los mecanismos u operaciones implicados cuando la atención se pone en marcha son los de selección, división y mantenimiento de la actividad mental. Ello ha dado lugar a hablar de tres tipos de atención: la atención selectiva, la atención dividida y la atención sostenida. Esta clasificación de la atención ha sido durante muchos años la más extendida, si bien son cada vez más los autores (Davies, Jones y Taylor, 1984; Duncan, 1980, 1984; Moñivas, 1993; Parasuraman y Davies, 1984; Shiffrin, 1988) que entienden que atención selectiva focalizada y atención dividida son dos formas de estudiar los procesos selectivos de la atención, los cuales partirían de un concepto básico, el de capacidad limitada o límites del sistema.
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Capítulo III. La Atención
Las características de estos tipos de atención son las siguientes (García-Sevilla, 1997): La atención selectiva es la actividad que pone en marcha y controla los procesos y mecanismos por los cuales el organismo procesa tan sólo una parte de toda la información, y/o da respuesta tan sólo a aquellas demandas del ambiente que son realmente útiles o importantes para el individuo. La atención dividida hace referencia a la actividad mediante la cual se ponen en marcha los mecanismos que el organismo utiliza para dar respuesta ante las múltiples demandas del ambiente, se trata de atender a todo lo que se pueda al mismo tiempo. La atención sostenida es la actividad que pone en marcha los procesos y/o mecanismos por los cuales el organismo es capaz de mantener el foco atencional y permanecer alerta ante la presencia de determinados estímulos durante periodos de tiempo relativamente largos.
La tarea experimental que presentaremos en el Estudio II tiene que ver con la atención selectiva, razón por la cual nos extenderemos un poco más en ella describiendo sus dimensiones y ámbitos de investigación.
2.2. Dimensiones de la atención selectiva
Como se ha visto en párrafos anteriores, la atención selectiva es la actividad que pone en marcha y controla los procesos y mecanismos por los cuales el organismo procesa tan sólo una parte de toda la información, y/o da respuesta tan sólo a aquellas demandas del ambiente que son realmente útiles o importantes para el individuo. Por lo tanto, la selectividad atencional implica dos aspectos: a) la selección de los estímulos que se presentan en el ambiente, y b) la selección del proceso(s) y/o respuesta(s) que se van a realizar. Esta diferenciación es importante porque, si bien la mayor parte de los estudios sobre atención selectiva se han centrado en el procesamiento selectivo de la información, dicho procesamiento puede tener lugar también en la fase de respuesta. 99
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Capítulo III. La Atención
En cualquier caso, existe una función adaptativa en ambas fases. En la primera de ellas, porque el procesamiento selectivo de la información nos permite que no se produzca una sobrecarga del sistema cognitivo ante la gran riqueza y complejidad de la información entrante (Broadbent, 1958); y en la segunda, porque la selección de la respuesta y/o tarea más adecuada, una vez procesada la información, favorece que no se produzca una parálisis del organismo cuando el medio ambiente requiere simultáneamente respuestas incompatibles (Posner, 1978; Shallice, 1972). La selección atencional conlleva dos aspectos distintos que tienen lugar de forma conjunta: 1) Focalización o atención focalizada. Consiste en centrarse de forma específica en ciertos aspectos del ambiente y/o en las respuestas que se han de ejecutar. En palabras de Kahneman (1973), los procesos de atención selectiva focalizada son aquellos por los que “los organismos atienden selectivamente a un estímulo o a algún aspecto del mismo, con preferencia sobre los otros estímulos”. 2) Ignorar cierta información o no llevar cabo ciertas respuestas. Desde este punto de vista: a) Se denominan respuestas incompatibles aquellas que el sujeto ha de inhibir para poder así desarrollar eficazmente las actividades realmente relevantes. b) Se llaman distractores aquellos estímulos o eventos no relevantes para nuestra tarea. Su influjo distractor reside en que: a nivel perceptivo provocan continuas oscilaciones de atención impidiendo un procesamiento adecuado de los estímulos relevantes, y se hallan asociados a respuestas incompatibles con la apropiada a los estímulos relevantes. En la tarea experimental que presentaremos se utilizarán como distractores imágenes emocionales.
2.3. Ámbitos de investigación Los estudios sistemáticos de la psicología cognitiva sobre la atención selectiva comienzan a desarrollarse con el paradigma de filtro (véase Broadbent, 1958). Las investigaciones centradas en estos modelos focalizaron la atención en el estudio de la efectividad de los mensajes relevantes frente a los irrelevantes.
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Capítulo III. La Atención
Los aspectos que más interés han suscitado en el campo de la atención selectiva han sido los siguientes: atención espacial, atención y percepción de objetos, el procesamiento de la información no atendida, mecanismos de interferencia e inhibitorios y el lugar de la selección. En el caso de la investigación que presentamos la tarea experimental está más directamente relacionada con los aspectos de atención y percepción de objetos, con el procesamiento de información no atendida y los mecanismos de interferencia. Por esta razón desarrollaremos brevemente estos aspectos.
2.3.1
Atención y percepción de objetos
Actualmente siguen siendo muy numerosas las investigaciones que intentan establecer explícitamente cuál es el papel que la atención tiene en fenómenos perceptivos como el reconocimiento de patrones, características de las dimensiones de los objetos, el agrupamiento perceptivo,etc (Driver y Baylis, 1989; Fox, 1978; LaBerge, 1973; Neisser, 1976; Yantis, 1992). Los dos modelos atencionales más conocidos en este contexto son el modelo de Neisser (1976) y el modelo de Treisman y Gelade (1980), conocidos como el Modelo de análisis por síntesis y Teoría de la integración de rasgos, respectivamente. -Modelo de análisis por síntesis. Según Neisser, el proceso perceptivo implica la existencia de dos estadios: 1. La elaboración preliminar de una imagen del patrón estimular que se presenta. Dicha elaboración se lleva a cabo de acuerdo con los principios de organización perceptual del estímulo (figura/fondo, semejanza, etc.). Esta fase tiene lugar antes de que el sujeto preste atención, y por ello las operaciones implicadas en ella reciben el nombre de procesos preatentativos. 2. Construir o sintetizar la representación elaborada en la fase anterior y llevar a cabo un análisis más sofisticado. Esta fase se conoce con el nombre de análisis por síntesis, y es en estos momentos cuando actúa la
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Capítulo III. La Atención
atención focal y se realiza un análisis más sofisticado de los objetos segregados en la fase preatentativa
-Teoría de la integración de rasgos. Treisman y Gelade (1980) con dicha teoría intentan explicar cómo tiene lugar el procesamiento visual perceptivo y el papel que la atención juega en él. El procesamiento visual de un objeto no es inmediato, sino el resultado de dos etapas sucesivas: 1. La extracción o análisis de rasgos, que consiste en la obtención de una serie de valores de aquellas dimensiones que constituyen el objeto. 2. La identificación de objetos, que consiste en una reconstrucción de los objetos a partir de los rasgos que han sido analizados automáticamente.
2.3.2
El procesamiento de la información no atendida
El estudio del procesamiento de la información no atendida comienza con los estudios de Cherry en 1953, concluyendo que sólo podemos atender a una cosa a la vez. A partir de estos resultados, Broadbent (1958) elaboró su modelo de filtro rígido, que postulaba que la información no atendida no es procesada (véase apartado 1.3.1). Pronto comenzaron a surgir otros resultados que se oponían a la idea de un filtro rígido que no deja procesar nada de la información irrelevante, como es el caso de Treisman (1960) que, como vimos, elaboró su modelo de filtro atenuado que postulaba que, aunque los mensajes no relevantes reciban un procesamiento más restrictivo que los mensajes relevantes, el filtro no actúa rígidamente. La restricción del filtro consiste en que los estímulos que no pasan por el filtro son analizados de modo menos eficaz ya que se trata de señales más “débiles”. A partir de los años 60 se planteó si el procesamiento de los mensajes irrelevantes era por sus rasgos físicos o si se procesaban semánticamente. Diversos estudios desarrollados dentro del contexto de la escucha dicótica (Corteen y Word, 1972; Dawson y Schell, 1982; Lewis, 1970; Moray, 1969; Forster y Govier, 1978; 102
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Capítulo III. La Atención
Von Wright, Anderson y Stenman, 1975) parecen evidenciar que el procesamiento de la información no atendida puede ser no sólo sensorial sino también semántico. No obstante, otros investigadores no han logrado replicar totalmente el fenómeno (Davis y Smith, 1972; Treisman y Geffen, 1967; Wardlaw y Kroll, 1976). Sin embargo, otros estudios fuera del contexto de la escucha dicótica han evidenciado el procesamiento semántico de la información no atendida. Dichos estudios provienen del campo de la atención espacial y de las teorías de la automaticidad cuando utilizan la técnica de priming (Bradshaw, 1974; Fuentes, 1987; Marcel, 1983; Underwood, 1980; Willows y McKinnon, 1973). Algunos estudios más actuales indican que el procesamiento de objetos fuera del foco de atención es en gran parte reducido y, bajo ciertas circunstancias, incluso eliminado (Joseph, Chun y Nakayama, 1997; Lavie, 1995, 2005; Mack y Rock, 1998; Rensink, 2002; Rensink, O´Regan y Clark, 1997; Simons y Rensink, 2005), por lo que algunos autores sostienen que la capacidad del procesamiento visual es limitada. Por otro lado, otros autores señalan que la detección de estímulos emocionales se produce incluso en circunstancias de no se ha percibido conscientemente, ya que este tipo de estímulos tienden a atraer mayor atención (Ishai, Pessoa, Bikle y Ungerleider, 2004; Northoff, Richter, Gessner, Schlagenhauf, Fell, Baumgart et al., 2000; Öhman, Lundqvist y Esteves, 2001; Vuilleuimer, 2002).
2.3.3
Mecanismos de interferencia e inhibitorios de la atención selectiva
Una de las funciones de la atención selectiva es ignorar la información no relevante o distractores, e inhibir las respuestas incompatibles con la tarea principal. Cada vez es mayor el interés que suscita el análisis de los procesos de interferencia y, muy especialmente, de inhibición (Dagenbach y Thomas, 1994). La mayor parte de las investigaciones que han estudiado el papel de los estímulos distractores se han centrado en analizar la relación existente entre estímulos objetivo o información relevante y distractores o información irrelevante. Las aportaciones más importantes obtenidas son las siguientes: 1) Se ha observado que la similitud física entre estímulos relevantes e irrelevantes provoca distraibilidad fácilmente. 103
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Capítulo III. La Atención
2) En el caso concreto de la atención espacial una variable importante es la distancia espacial existente entre estímulos objetivo y estímulos distractores. El poder inhibitorio de estos últimos es especialmente relevante cuando su distancia con respecto a los estímulos objetivo es menor a 1 grado de ángulo visual. La razón de ello es que esa distancia hace que el distractor se encuentre dentro del foco de atención y que sea, por lo tanto, procesado. 3) En cuanto a la relación semántica entre estímulos relevantes y distractores, se ha observado que cuando existe dicha relación los distractores producen una interferencia semántica. Las evidencias más importantes de este fenómeno se han encontrado al estudiar los efectos de priming negativo y el efecto Stroop. 4) Aquellos estímulos distractores que previamente han sido considerados estímulos objetivos provocan mayor interferencia. Esta variable ha sido denominada en ocasiones con el nombre de consistencia o correspondencia de las características de los estímulos relevantes y distractores, y ha sido fundamentalmente estudiada en el contexto de las teorías de la automaticidad. Schneider y Shiffrin (1977) 5) Finalmente, la naturaleza del distractor -específica versus inespecífica- también es un factor importante. En concreto: a) Los distractores que no son específicos pueden aumentar el nivel de concentración de una persona en la información relevante en aquellos casos en los que el nivel de activación fisiológica es bajo. Por el contrario, si el nivel de activación se encuentra en su punto óptimo, los distractores generan interferencia. b) En cambio, cuando los distractores son específicos, aparecen claras interferencias debido a la incompatibilidad de los estímulos contextuales.
En nuestro caso, el procesamiento del estímulo no atendido es semántico (imágenes de diferente contenido emocional), mientras que el procesamiento del estímulo objetivo se hace sobre la base de sus características físicas (igualdad o desigualdad de la orientación en el espacio de dos barras periféricas.
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Capítulo III. La Atención
Como hemos visto anteriormente, la atención selectiva pone en marcha y controla los procesos y mecanismos por los cuales el organismo procesa tan sólo una parte de toda la información, y/o da respuesta únicamente a aquellas demandas del ambiente que son realmente útiles o importantes para el individuo. Esto implica dos aspectos distintos que ocurren conjuntamente: focalizar la atención en los estímulos relevantes e ignorar los irrelevantes. Por otra parte, el modelo de carga perceptual de Lavie y Tsal (1994) explica el procesamiento de la información irrelevante en las tareas de atención selectiva. Estos autores sostienen que el procesamiento de la información no atendida depende del nivel de carga perceptual de la tarea, no se puede dejar de atender a un distractor cuando quedan recursos disponibles o, lo que es lo mismo, cuando la dificultad de la tarea es baja. Para nuestra investigación nos basaremos en el modelo de carga perceptual de Lavie y Tsal (1994) y así aumentar el conocimiento acerca del procesamiento de los estímulos emocionales no atendidos en personas con sintomatología obsesivocompulsiva. Como hemos visto, una característica importante de este trastorno es la sobreestimación de la amenaza, además, distintas teorías cognitivas indican que en personas con niveles de ansiedad elevados se producen sesgos atencionales hacia la información amenazante. Por ello sería interesante conocer si el procesamiento de estímulos se da en condiciones de no atención y si mediante la manipulación de la carga perceptual evitaríamos tal procesamiento. El capítulo que presentamos a continuación, nos servirá de punto de unión del Trastorno Obsesivo-Compulsivo, la emoción y la atención.
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Capítulo III. La Atención
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CAPÍTULO IV
Sesgos atencionales y Trastorno Obsesivo-Compulsivo
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
SESGOS ATENCIONALES Y TRASTORNO OBSESIVOCOMPULSIVO
1. Emoción y Atención Una vez que hemos revisado las tres áreas (TOC, Emoción y Atención) nos detendremos en un aspecto que sirve de punto de intersección de todas ellas, los sesgos atencionales. Tradicionalmente, la investigación sobre los procesos afectivos se ha llevado a cabo de forma separada del estudio de los procesos cognitivos (atención, memoria, etc). Sólo en los últimos años se ha comenzado a realizar un esfuerzo decidido por estudiar las interacciones o relaciones de interdependencia entre ambos tipos de procesos. Distintos hallazgos científicos han indicado la existencia de una clara y continua interacción entre los procesos de atención y emoción. La atención está preferentemente sostenida por estímulos con significación afectiva, más que por estímulos rutinarios o afectivamente neutros. De acuerdo con el concepto de atención motivada (Lang, 1997), los estímulos emocionales consumen más recursos atencionales que aquellos otros neutros (Cuthbert et al., 1998; Schupp et al., 1997). 109
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
Desde un punto de vista evolucionista, se asume que los estímulos relevantes para los individuos son aquellos que están relacionados con la supervivencia (Öhman, Flykt y Esteves, 2001). De este modo, se considera que los eventos evolutivamente más relevantes, como son los que están asociados con amenaza o peligro, deben obtener prioridad en el procesamiento, ya que parecen obvias las ventajas para la supervivencia asociadas a la rápida detección y reacción urgente a dichos estímulos (Fox, Lester, Russo, Bowles, Pichler y Dutton, 2000; Mogg y Bradley, 1999; Öhman, Lundqvist y Esteves, 2001). Estudios recientes (Ishai, Pessoa, Bikle y Ungerleider, 2004; Öhman, Lundqvist y Esteves, 2001; Vuilleuimer, 2002) demuestran que los estímulos emocionales (expresiones faciales) tienden a atraer mayor atención que los que poseen un carácter emocional neutro, y esto se produce de una manera especialmente intensa cuando los objetos tienen un valor amenazante. En consecuencia, estos hallazgos refuerzan la posición de privilegio de la información con carácter emocional, especialmente amenazante, a la hora de facilitar el despliegue de recursos atencionales. Como señalan algunas otras investigaciones, la rápida y relativamente automática detección de este tipo de estimulación emocional se produce incluso en circunstancias en las que no se ha percibido conscientemente (Northoff, Richter, Gessner, Schlagenhauf, Fell, Baumgart et al., 2000). Por otro lado, hay autores que sostienen que la dificultad de una tarea en el foco de atención es una clave determinante para conocer hasta qué punto la información no atendida es procesada (Lavie, 1995, 2005; Lavie y Tsal, 1994; Rees, Frith y Lavie, 1997; Erthal et al, 2005). Una de las manifestaciones de la interacción entre emoción y cognición son los sesgos cognitivos. Los sesgos cognitivos pueden ser definidos como predisposiciones en el procesamiento cognitivo hacia información con determinado carácter emocional (Mineka y Tomarken, 1989; Mineka y Sutton, 1992). En este sentido, se puede hablar de distintos tipos de sesgos de procesamiento relacionados con la ansiedad, entre los que destacamos aquellos que han recibido mayor atención: sesgos asociativos, de memoria, de interpretación y, sobre todo, atencionales.
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
Esta investigación, cuya pretensión es relacionar el procesamiento emocional y la atención en el TOC, se centra en el estudio de los sesgos atencionales, razón por la cual definimos brevemente los más investigados: 9 Sesgos relacionados con la expectativa: La atención relacionada con la expectativa, también denominada vigilancia, está relacionada con los recursos de procesamiento que se ponen en marcha en tareas que requieren un estado de alerta, por ejemplo, para detectar un estímulo esperable que todavía no ha aparecido. La mayoría de los estudios sobre sesgos de atención en ansiedad se han centrado en la investigación sobre sesgos de vigilancia, siendo, por tanto, un aspecto muy bien establecido y sobre el que se han producido hallazgos consistentes que han llevado a considerarlo como un factor candidato a provocar y mantener condiciones de ansiedad (Eysenck, 1992; Mathews, 1990). Diversas investigaciones han encontrado este sesgo atencional de vigilancia hacia palabras con contenidos amenazantes en una muestra de individuos normales con niveles altos de ansiedad (Broadbent y Broadbent, 1988; MacLeod y Mathews, 1988; Mogg, Bradley, de Bono y Painter, 1997; Mogg, Bradley y Williams, 1995). En dos estudios realizados por Bradley, Mogg, Falla y Hamilton (1998) y Bradley, Mogg y Millar (2000), se hallaron evidencias de un claro sesgo de vigilancia en personas con niveles altos de ansiedad que favorecía el despliegue de mayor atención hacia estímulos visuales, tales como expresiones faciales de amenaza, que constituyen un tipo de estimulación ecológicamente más válida (Öhman, 1993). En este sentido, un estudio muy reciente en personas con elevados niveles de ansiedad social indica que las caras con expresiones amenazantes provocan una mayor asignación de recursos atencionales que estímulos lingüísticos con la misma carga emocional (Pishyar, Harris y Menzies, 2004). A la luz de estas investigaciones, se ha sugerido que este sesgo atencional afecta a etapas tempranas del procesamiento e incluso algunos estudios han propuesto que este sesgo es automático y se produce a un nivel preatencional (Mogg y Bradley, 1998), teniendo lugar sin necesidad de que el sujeto sea consciente del material presentado (MacLeod y Rutherford, 1992; Mogg et al., 1994). 111
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
9 Sesgo de procesamiento: Son los que tienen lugar cuando la atención se centra en procesar un estímulo presente de carácter negativo. En relación con este segundo tipo de sesgo cabe decir que, al contrario de lo que ocurre con el sesgo de expectativa o vigilancia, los resultados
obtenidos
en
diversas
investigaciones
arrojan
conclusiones
contradictorias. Un grupo de hallazgos indica que se produce un patrón de mantenimiento de la atención hacia los estímulos amenazantes (Bradley et al., 1998; Brosschot, de Ruiter y Kindt, 1999; Mogg y Bradley, 1999; Moog et al., 1997). Incluso algunos han mostrado que los individuos ansiosos tienen dificultad a la hora de desenganchar su atención de esta estimulación (Fox, Russo y Dutton, 2002; Yiend y Mathews, 2001). Sin embargo, otro grupo de resultados sugiere un patrón llamado de vigilancia-evitación, definido como una inicial dirección de la atención hacia lo amenazante seguida de una posterior evitación del procesamiento más elaborado sobre esa información, para intentar reducir así el estado ansioso. Así, existen investigaciones que presentan datos en favor de una dirección de la atención, por parte de personas ansiosas, fuera de la estimulación que refleja amenaza (Mathews, 1990; Mogg, Mathews y Weinman, 1989; Bradley, Mogg, White, Groom y de Bono, 1999). Parece que este segundo patrón contribuiría al mantenimiento de estados ansiosos, ya que la evitación impediría la habituación al estímulo y la evaluación objetiva del mismo. 9 Sesgo de negatividad inducido por el contexto o de interpretación: Constituyen la tendencia a procesar o interpretar, en determinados contextos, estímulos ambiguos de una manera negativa. Este tipo de sesgo aparece asociado con la propensión a manifestar estados emocionales negativos (como la ansiedad) y con el estado de ánimo (ansioso) que se posee en un momento determinado (Mathews y MacLeod, 1994). Así, las personas con altos niveles de ansiedad estado y/o rasgo es más probable que asignen un significado negativo a material con carácter inocuo o ambiguo, interpretación que se ve potenciada por contextos emocionales congruentes con el estado emocional del individuo. Así, Mathews y Mackintosh (2000), encontraron que los individuos ansiosos fueron más proclives a interpretar de manera
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
amenazante eventos ambiguos. Este resultado es convergente con los obtenidos en investigaciones anteriores (Hirsch y Mathews, 1997). Además, al contrario que los ansiosos, los individuos no ansiosos mostraron un sesgo que les llevó a tomar la interpretación más positiva. Se han obtenido datos similares utilizando palabras (Mathews, Richards y Eysenck, 1989; Richards y French, 1992) y oraciones ambiguas (Calvo y Castillo, 1997; Calvo y Eysenck, 2000). Adicionalmente, estudios recientes inciden en que este sesgo inducido por el contexto también se relaciona con el mantenimiento de la ansiedad (Mathews y MacLeod, 2002).
2. Teorías que explican la influencia de los sesgos atencionales en personas con ansiedad Las teorías cognitivas sobre los trastornos de ansiedad han sugerido que el procesamiento atencional sesgado de la información amenazante es un factor cognitivo importante en la causa y mantenimiento de la ansiedad (Beck, Emery y Greenberg, 1985; Eysenck, 1992; Mathews y Mackintosh, 1998; Mathews y MacLeod, 1994; Mogg y Bradley, 1998; Wells y Mathews, 1994; Williams, Watts, MacLeod y Mathews, 1988). La teoría cognitiva de Beck (1976) y la aproximación de Bower (1981) son explicaciones clásicas sobre los sesgos de atención en la ansiedad. Desde el punto de vista de Beck, las personas con predisposición a padecer y desarrollar ansiedad, o con altos niveles de ansiedad rasgo, se caracterizan por poner en funcionamiento una serie de esquemas cognitivos asociados con el procesamiento de estimulación del ambiente relacionada con peligro o amenaza (Beck, Emery, Greenberg, 1985). Este hecho desencadenará el posterior incremento de recursos atencionales hacia claves de amenaza o de peligro que está mediado por el nivel elevado de ansiedad rasgo. Esta teoría, por tanto, asocia los sesgos atencionales a la ansiedad rasgo más que a la ansiedad estado. De acuerdo con la aproximación teórica de Bower (1981), un estado emocional ansioso conduce a la activación de una serie de representaciones
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
cognitivas que favorecen el acceso al sistema cognitivo de la información que sea congruente con dicho estado emocional. Así, las personas que se encuentren en un estado de ánimo ansioso o con altos niveles de ansiedad estado procesarán preferentemente información de carácter negativo o amenazante. Por tanto, este modelo plantea que el sesgo cognitivo se encuentra asociado principalmente con la ansiedad estado. En ambas formulaciones (la de Beck por un lado, y la de Bower, por otro) se pone de manifiesto que la ansiedad está asociada con sesgos relacionados con la atención selectiva hacia material de carácter amenazante, aunque difieren en el papel que conceden a las variables rasgo y estado. Una teoría más actual, sobre todo en su nueva formulación, que también resulta fundamental en la comprensión de la relación entre los sesgos atencionales y la ansiedad, ha sido propuesta por Williams y colaboradores (1988; 1997). Estos autores consideran que las personas que tienden a dirigir su atención a la información amenazante son más susceptibles de desarrollar un trastorno de ansiedad cuando se encuentran en situaciones de estrés. Según este modelo teórico, son dos los mecanismos responsables de los sesgos atencionales a la amenaza en personas con ansiedad. En primer lugar, un Mecanismo de Decisión Afectiva (MDA) determina el valor de peligro o amenaza de dicha estimulación ambiental. Este proceso se da a nivel preatencional y se ve influido por la ansiedad estado. Niveles altos de ansiedad estado ejercen un incremento sobre el valor amenazante de los estímulos percibidos. A continuación, el Mecanismo de Asignación de Recursos (MAR) asigna los recursos atencionales hacia el evento. En este proceso influye la ansiedad rasgo, cuyas puntuaciones elevadas desencadena un incremento en la asignación de recursos atencionales hacia los eventos que representen amenaza. Esta teoría propone que los sesgos atencionales en la ansiedad se explican mejor atendiendo a la función interactiva entre la ansiedad rasgo y estado. La teoría desarrollada por Eysenck (1992), que intenta explicar los sesgos atencionales en la ansiedad como consecuencia de un fenómeno de hipervigilancia que facilita la rápida detección de estímulos potencialmente amenazantes. La teoría
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
de la hipervigilancia constituye un modelo del que se desprende una predicción similar a la que arroja la teoría de Williams. Concretamente, esta hipervigilancia dirigida a eventos amenazantes se intensifica en función de los efectos interactivos entre un nivel elevado de ansiedad rasgo y ansiedad estado (situación estresante). Además, los individuos altos en ansiedad estado y rasgo no sólo atienden en mayor medida a eventos amenazantes que a neutros, sino que tienden a interpretar estímulos ambiguos en su significado más amenazante (Eysenck, MacLeod y Mathews, 1987; Taghavi, Moradi, Neshat-Doost, Yule y Dalgleish, 2000; Eubank, Collins y Smith, 2002). Estas teorías han sido puestas a prueba por distintos autores en los estudios experimentales que se detallan a continuación.
3. Estudios experimentales sobre sesgos atencionales y ansiedad En este apartado, realizamos una revisión de los trabajos llevados a cabo sobre sesgos atencionales en ansiedad, agrupándolos según el tipo de tarea que se ha utilizado.
3.1. Tarea Stroop En la tarea Stroop original (1935) los sujetos tenían que nombrar con rapidez los colores en los que estaban escritas determinadas palabras; las palabras, a su vez, podían ser nombres de colores. La manipulación esencial se refería a la congruencia entre el significado de la palabra y el color de la tinta en que estaba escrita. El resultado esencial (conocido como efecto Stroop) era que se tardaba más en nombrar los colores (y se cometían más errores) cuando la palabra denotaba un color distinto de la tinta en que estaba escrita (por ejemplo la palabra azul escrita en rojo), que cuando la palabra no era un nombre de color (por ejemplo la palabra mesa escrita en azul). Lo que sirvió para establecer que se producía una limitación en el procesamiento selectivo de las características de los estímulos. Posteriormente se realizaron distintas versiones de esta tarea y encontraron, manipulando otras variables como el contenido de las palabras y la relevancia
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situacional, que también se tardaba en nombrar el color de la palabra (revisión de MacLeod, 2005). En este sentido, muchos investigadores han dirigido sus trabajos a evaluar la existencia de sesgos en el procesamiento en trastornos emocionales, midiendo el tiempo que tardaban en nombrar el color con palabras relacionadas con sus miedos y preocupaciones específicas a la ansiedad. Esta versión modificada de la tarea Stroop, fue llevada a cabo por Mathews y MacLeod (1985) y se la conoce como tarea Stroop emocional. Este estudio se llevó a cabo con pacientes con trastorno de ansiedad generalizada (TAG) y su correspondiente grupo control. En él se le pidió a los participantes que nombraran el color de las palabras que les presentaban (de amenaza física, amenaza social y neutra) y se grabó el tiempo que tardaban en contestar. Los resultados obtenidos fueron que en el grupo control no había diferencias de tiempo entre las palabras de amenaza y las neutras, mientras que los pacientes con ansiedad generalizada tardaron hasta cinco segundos de media más en contestar el color en las palabras de amenaza, comparado con las neutras. Otros estudios han obtenido los mismos resultados: las personas diagnosticadas de TAG fueron desproporcionadamente más lentas al nombrar el color de las palabras de contenido amenazante (Bradley, Mogg, Millar y White, 1995; Golombok et al., 1991; Mathews, Mogg, Kentish y Eisenck, 1995; Mogg, Kentish y Bradley, 1993). Este aumento en las latencias de respuesta al nombrar el color de las palabras específicas para la ansiedad, en comparación con las neutrales, también se ha demostrado en personas que padecen otros trastornos de ansiedad: -
Fobias Específicas (Kindt y Brosschot, 1997; Lavy, Van Oppen y Van den Hout, 1994; Martin, Horder y Jones, 1992; Watts, MacKenna, Sharrock y Trezise, 1986).
-
Fobia Social (Amir, Freshman y Foa, 2002; Becker, Rinck, Margraf y Roth, 2001; Holle, Neely y Heimberg, 1997; Hope, Rapee, Heimberg y Dombeck, 1990).
-
Trastorno Obsesivo Compulsivo (Foa, Ilai, McCarthy y Shoyer, 1993; Lavy et al, 1994; Unoki, Kasuga, Matsushima, Ohta y Doi, 2000).
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
-
Trastorno de Pánico (Buckley, Blanchard y Hicling, 2002; Ehlers, Margraf, Davies y Roth, 1988; McNally, Riemann, Louro, Lukach y Kim, 1992; Quero, Baños y Botella, 2000).
-
Trastorno de Estrés Postraumático (Beck, Freeman, Shipherd, Hamblen y Lackner, 2001; Foa, Rothbaum, Riggs y Murdock, 1991; McNally, Amir y Lipke, 1996; McNally, Kaspi, Riemann y Zietlin, 1990)
Una variedad de la tarea Stroop emocional es el enmascaramiento de los estímulos emocionales, tal como hacen Mogg, Bradley, Williams y Mathews, (1993). En este estudio, la mitad de los ensayos que se incluyeron fueron enmascarados y en el resto aparecían los estímulos con tiempo suficiente para garantizar su procesamiento consciente. En los enmascarados, cada palabra se presentó en la pantalla del ordenador muy brevemente (14 ms), en letras blancas superpuestas en un fondo de color rojo, verde o azul y se reemplazaron inmediatamente por una serie aleatoria de letras blancas en un fondo negro. Las series de letras enmascararon eficazmente las palabras que les precedían, pero no el fondo de color. La tarea de los sujetos consistió en nombrar el color lo más rápidamente posible. La mitad de los ensayos se presentaron en esta condición por debajo del umbral de conciencia. La otra mitad fue similar, excepto que la palabra permaneció presente en la pantalla (permitiendo su conciencia). Los resultados informaron que los individuos con trastornos de ansiedad generalizada mostraron una mayor interferencia en nombrar el color en los ensayos en los que se presentaron palabras amenazantes que en las que aparecieron neutrales con independencia de que se tratase de ensayos enmascarados o no. En los participantes controles no se observaron estas diferencias. Además se midió la habilidad de los participantes para discriminar si una palabra o una cadena de caracteres (no palabra) se presentaba antes de la máscara. Su ejecución fue aleatoria. Los autores interpretaron que el sesgo observado en los pacientes hacia estímulos negativos es preconsciente.
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
3.2. Tarea de detección de estímulos de prueba La tarea de detección de estímulo de prueba (dot probe task) (MacLeod, Mathews y Tata, 1986) fue diseñada para medir la localización espacial de la atención. En ella se presentan simultáneamente un par de palabras por encima y por debajo de un punto de fijación, separadas 5 cm durante 500 ms. A continuación aparece un estímulo de prueba, un asterisco, en alguno de los lugares en las que ellas habían sido previamente expuestas, y la tarea de los participantes consistía en pulsar una tecla tan pronto como lo detectaran. Los ensayos interesantes fueron aquellos en los que una de las palabras estaba relacionada con amenaza y la otra era neutral. La tarea la realizaron participantes con y sin ansiedad. Se les presentaba una palabra emocionalmente negativa (por ejemplo “ansiedad”) y la otra neutra (por ejemplo “mesa”). Las palabras se presentaban en posiciones de la pantalla diferentes (una arriba y otra abajo). Cada par de palabras aparecía unos 500 ms, y su desaparición era seguida de la presencia de un pequeño punto que se situaba en la posición que hasta ese momento había ocupado una de las palabras. Los participantes debían presionar un botón tan rápido como pudiesen al detectar el punto. Habitualmente, se ha encontrado que los individuos ansiosos eran más rápidos en la detección del punto si éste se situaba en el lugar en el que acababa de aparecer la palabra de amenaza que si ocupaba el lugar de la no amenazante. Con ello suele interpretarse que las personas ansiosas dirigen su atención hacia los indicios de amenaza del ambiente. Sin embargo, cuando se han interpretado los resultados de las investigaciones anteriores y de otras parecidas, frecuentemente se ha argumentado que de esos datos no se desprende necesariamente que el sesgo atencional sea automático. Las condiciones de presentación de la información amenazante o de valencia negativa hacen posible su procesamiento controlado y consciente. Para avanzar en el conocimiento de la naturaleza automática o controlada del sesgo, en estudios adicionales se ha enmascarado la información con la esperanza de que se mantuviese el patrón de resultados.
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
Mogg, Bradley y Williams (1995) presentaron estímulos enmascarados en una tarea de estímulos de prueba, en los que la exposición de los mismos se presentaba por debajo del umbral de conciencia. Las palabras neutrales y negativas aparecían durante 14 ms y eran seguidas de un par de máscaras (series de letras aleatorias) durante otros 14 ms. El punto de prueba ocupaba la posición de una de las máscaras tras su presentación inmediata hasta que el sujeto indicaba su situación, pulsando una tecla rápidamente. Los resultados, de nuevo, indicaron que los participantes ansiosos eran más rápidos en la detección del punto de prueba cuando éste aparecía en el lugar de las palabras negativas que cuando ocupaba la posición de las neutras. Estas diferencias no se observaron en el grupo control. Puesto que las palabras habían sido enmascaradas, los autores argumentaron que el sesgo observado acontece de manera automática. Una nueva variación de la tarea de detección de estímulos de prueba la llevaron a cabo Fox, Russo, Bowles y Dutton (2001) y Yiend y Mathews (2001). La técnica está basada en el método de atención guiada descrito por Posner (1980), en el que se le pide a los participantes que miren a un punto central mientras responden a un objetivo (ej. un asterisco o letra) que aparece en cualquier lado. En los llamados ensayos válidos, la atención se capta mediante la presentación de una pista (ej un breve flash) en un lado, antes de que el objetivo aparezca. El hallazgo clásico es que los objetivos que aparecen en el lado que se ha presentado la pista se detectan más rápidamente. Esto se ha tomado como evidencia de que la atención enfocada en una localización espacial acelera la detección de eventos en ese mismo lugar, pero enlentece la detección en otra parte, presumiblemente porque la atención tiene que cambiarse a la nueva localización. Yiend y Mathews (2001) y Fox et al.(2001) utilizaron material emocional (imágenes y caras respectivamente) mejor que flashes de luz, para evaluar los efectos en la atención espacial de material según la valencia. Los resultados obtenidos en estos estudios confirman aquellos obtenidos por los de pares de palabras, los grupos
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que puntúan alto en ansiedad muestran mayor evidencia de que la atención es captada por imágenes de amenaza que los que tienen puntuaciones más bajas. Otra tarea de detección de objetivos es el Parpadeo Atencional (Attentional blink, Raymond, Shapiro y Arnell, 1992). Este efecto se produce cuando debe atenderse a dos estímulos que aparecen dentro de una secuencia rápida de estímulos que se superponen, y describe el déficit producido en la detección del segundo estímulo cuando éste aparece antes de que hayan transcurrido 300-400 ms tras la presentación del primero. El parpadeo Atencional puede ser modulado por diferentes factores, entre los que recientemente han venido a sumarse las variables afectivas. En este sentido, se ha encontrado en la población general que los estímulos de valencia negativa o de alta intensidad emocional presentados como objetivo número dos reducen el efecto de parpadeo atencional (Anderson y Phelps, 2001; Keil e Ihssen, 2004), y que las personas con puntuaciones altas en ansiedad-rasgo muestran un parpadeo atencional atenuado cuando el objetivo número uno al que deben atender es una palabra negativa en comparación a cuando ésta es neutra (Arend y Botella, 2002). También se ha utilizado esta tarea para investigar la atención en población con ansiedad subclínica (Barnard, Ramponi, Battye y Mackintosh, 2005). Los resultados sugieren que los individuos con ansiedad muestran un mayor parpadeo con distractores de amenaza que los no ansiosos.
3.3. Atención Visual y Movimiento de ojos Un número limitado de estudios clínicamente relevantes ha usado el movimiento de ojos como un indicador de atención. Mathews y Antes (1992) midieron el movimiento de ojos durante el visionado de imágenes y encontraron que los ojos se fijaban más frecuentemente, durante más tiempo y más pronto en las zonas felices que en las zonas tristes. Sin embargo, los pacientes con disforia se fijaron más a menudo en las regiones tristes que los participantes no disfóricos. Hermans, Vanstenwegen y Eelen (1999) examinaron la fijación de los ojos en imágenes amenazantes (serpientes) y no amenazantes (flores), presentándolas juntas
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durante 3 segundos, a estudiantes con y sin miedo a las serpientes. Ambos grupos miraron más a las serpientes al poco de empezar, pero los individuos con miedo quitaron la fijación de las serpientes más tarde. Usando un paradigma similar, pero presentando caras con diferentes expresiones durante 500 ms, Bradley et al. (2000) informaron que muchos participantes movieron muy poco o nada los ojos del punto de fijación. En aquellos que realizaron movimientos oculares, sin embargo, era más probable que los participantes con emoción negativa alta se fijaran en caras con expresiones negativas que en caras con expresiones positivas. Los pacientes con trastorno de ansiedad generalizada mostraron efectos similares: Los movimientos oculares fueron más frecuentes en este grupo y se fijaban más en las caras amenazantes que otras expresiones (Mogg, Millar y Bradley, 2000).
3.4. Tarea de búsqueda de caras Una característica importante en algunos de los paradigmas experimentales expuestos anteriormente es que el objetivo que tiene que ser detectado es emocionalmente neutro. Este hecho puede ser importante porque, si los participantes tienen que informar sobre un objetivo emocional, pueden mostrar un sesgo de respuesta favorecido por los objetivos emocionalmente significativos. Los métodos que utilizan objetivos emocionales, tales como la tarea de búsqueda de caras (Hansen y Hansen, 1994), podrían aportar información potencialmente relevante sobre el tipo de proceso atencional implicado. En el procedimiento típico, se presenta una cantidad de caras, y los participantes tienen que seleccionar la cara con una expresión distinta tan rápido como sea posible. Además, en algunos casos se requiere que presionen un botón de respuesta sí/no,
y en ocasiones que informen sobre la localización de la cara
diferente. Hay muchas combinaciones posibles de expresiones objetivo y distractoras: unas incluyen detectar una cara de enfado entre muchas neutras (permitiendo conclusiones sobre la velocidad de detección de la amenaza); otras feliz
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entre neutras (velocidad de detección para estímulos positivos); otras neutra entre enfadadas (efectos de la distracción del enfado); y también neutra entre felices (efectos de distracción de la felicidad). El hallazgo típico es que las expresiones faciales de enfado se detectan más rápido y son más distractoras que las neutras o las felices (Öhman, Lundqvist y Esteves, 2001). Generalmente, este método ha sido utilizado sin tener en cuenta los niveles de ansiedad de los participantes, sin embargo, las personas con niveles de ansiedad elevados parecen mostrar una rápida detección del enfado o la amenaza (Eastwood et al., 2001; Fox et al., 2000; Juth, Karlsson, Lundqvist y Öhman, 2000; Öhman, Flykt y Esteves, 2001; Öhman et al., 2001). Los pocos estudios que han comparado diferencias individuales con este método han informado una clara diferencia entre sujetos con ansiedad subclínica (Byrne y Eysenck, 1995), fobias específicas (Öhman, Flykt et al., 2001) y ansiedad social (Gilboa-Schechtman, Foa y Amir, 1999), y esos hallazgos corroboran los resultados de poblaciones no seleccionadas por la ansiedad. Una variación de esta tarea fue la realizada por Öhman y colaboradores (Öhman, Flykt, et al. 2001) y consistió en utilizar imágenes de amenaza (serpientes y arañas) y neutras (setas y flores). Las presentaban en una matriz de 2x2 o 3x3, y los participantes tenían que buscar la imagen discrepante. Compararon los tiempos de detección de las imágenes de amenaza y neutras y encontraron que las imágenes amenazantes se localizaban más rápidamente que las neutras. Además, en la detección de arañas y serpientes no parece afectar la localización de éstas en la matriz, pero la detección de los estímulos irrelevantes es más rápida cuando éstos están situados cerca del punto de fijación. Lo cual sugiere, según los autores (Öhman, Flykt y Esteves, 2001), que se está empleando un proceso de búsqueda en paralelo (de origen preatencional) para los estímulos relevantes, y serial para los irrelevantes. Los resultados indican que los participantes fueron más rápidos en localizar los estímulos relevantes con sus preocupaciones que los relevantes para otro tipo de fobia (quienes sufren miedo a las arañas son más rápidos en la detección de fotografías de arañas en un contexto de fotografías de setas o flores, y quienes tienen
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
fobia a las serpientes lo son al detectar las fotografías de serpientes). Parece como si el miedo intenso a un tipo de amenaza modulase el set de control atencional para hacer más sobresaliente los estímulos relacionados con esas preocupaciones. Por tanto, parece que tener una respuesta emocional conectada a un estímulo relevante facilita su detección, esto estaría en la línea del concepto de atención motivada (Lang, 1997). Los estudios experimentales muestran claramente que el sesgo atencional se encuentra con facilidad en personas con algún tipo de trastorno relacionado con la ansiedad, como los de ansiedad generalizada, agorafobia con y sin ataques de pánico, fobias, trastorno de estrés post-traumático, trastorno obsesivo-compulsivo y fobia social (Williams, Mathews y MacLeod, 1996). En población subclínica, sin embargo, no aparecen tan claros tal como se muestra en el estudio de MacLeod y Rutherford (1992), en el que utilizando tanto población clínica como subclínica igualada respecto a ansiedad estado y rasgo, el efecto apareció sólo en la primera. Pero a pesar de que los estudios con población subclínica son más confusos, hay un dato que parece repetirse de un experimento a otro, y es que la ansiedad rasgo interactúa con la ansiedad estado. La concurrencia de ambos factores produce un efecto superior al que produce la suma de ambos por separado. En estudios como el de Martín, Williams y Clark (1991), el efecto significativo de los sesgos atencionales en personas con alta ansiedad, sólo se observó con claridad en la condición de puntuaciones de ansiedad estado alta y puntuaciones en ansiedad rasgo alta. Además es importante señalar que, como se pone de manifiesto en estudios longitudinales con individuos ansiosos, los sesgos atencionales encontrados en este tipo de pacientes desaparecen frecuentemente después del tratamiento. Esto se ha observado en fóbicos a las arañas (Lavy, van den Hout y Arntz, 1993), fobicos sociales (Mattia, Heimberg y Hope, 1993), desordenes obsesivo compulsivos (Foa y McNally, 1986) y trastornos de ansiedad generalizada (Mathews et al., 1995; Mogg, Bradley, Millar y White, 1995).
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
4. Estudios experimentales sobre sesgos atencionales y Trastorno ObsesivoCompulsivo Los intentos de medir la atención en las personas con sintomatología obsesivo compulsiva se pueden dividir en dos tipos: teniendo en cuenta el contenido emocional o con independencia de éste. En primer lugar presentaremos estudios realizados sobre procesamiento atencional que no han utilizado estímulos emocionales, y a continuación pasaremos a describir aquellos realizados sobre el procesamiento atencional de la información emocional. ♦ En las investigaciones realizadas sobre la atención con independencia del contenido emocional se pide a los participantes que procesen información que varía en complejidad. Broadbent, Broadbent y Jones (1986) realizaron un estudio con una muestra no clínica que puntuaba alto en personalidad obsesiva. Estos autores pidieron a los sujetos que realizaran dos tareas que exigían reaccionar a la presentación de ciertos estímulos. En la tarea de filtrado, a los participantes se les comunicó antes de empezar la localización espacial del estímulo, mientras que en la tarea de selección no sabían dónde iba a aparecer el estímulo. Los sujetos con puntuaciones altas en personalidad obsesiva tenían tendencia a rendir relativamente peor en la tarea de selección que en la tarea de filtrado. Los autores concluyeron que los individuos obsesivos parecían “ciegos” a los acontecimientos importantes que ocurrían fuera del centro de atención (Broadbent et al., 1986). Gordon (1985) realizó un estudio sobre la asignación de la atención en tres grupos de 12 sujetos: pacientes con diagnóstico TOC divididos según su sintomatología (comprobación, limpieza, y dudas); pacientes con ansiedad fóbica sin otro diagnóstico; y un grupo control. Los participantes tenían que mirar una pantalla donde se les presentaba una serie de letras alrededor de un punto de fijación central. Cada vez que detectaban un
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
objetivo tenían que presionar una tecla. Los objetivos podían ser números, permitiendo una búsqueda relativamente automática/paralela, u otras letras, lo cual requería una búsqueda sistemática/serial. Controlaron el ruido ambiente, la velocidad de presentación y la carga de memoria (número de objetivos a los que tenían que atender), variándolos sistemáticamente. También midieron ansiedad, síntomas obsesivo-compulsivos y problemas atencionales mediante cuestionarios. Cuando aumentaban el estrés en forma de ruido o la velocidad de presentación, aumentaba el tiempo de reacción de los pacientes TOC y disminuía su precisión, mientras que en los sujetos con fobia y control el tiempo de reacción disminuía. Martin et al. (1993) utilizaron una tarea de búsqueda visual similar con 17 pacientes TOC y un grupo control. En la tarea usaron sólo dos símbolos: un círculo abierto y un círculo abierto con una barra vertical dentro. Se midieron los tiempos de reacción cuando se presentaba el objetivo o en ausencia del mismo. Sin manipulación del nivel de estrés, los pacientes con TOC realizaron la tarea tan bien como los del grupo control. Nelson y colaboradores (1993) se propusieron comparar la ejecución en dos tareas atencionales de un grupo de personas con TOC y su correspondiente grupo control. Eligieron una tarea de conflicto lingüístico-espacial (procesamiento no automático de estímulos basados en información endógena) y la tarea de Posner (Posner et al., 1982) (procesamiento automático de estímulos exógenos). En la tarea de conflicto lingüístico-espacial encontraron que los tiempos de reacción del grupo TOC eran significativamente más lentos en la condición conflicto. En la tarea de Posner cuando el retraso entre pista-objetivo era corto, el patrón de ejecución del grupo TOC fue similar al del control, pero globalmente enlentecido. Sin embargo, como no se evaluó la depresión y otros posibles diagnósticos, los autores consideraron que había que tomar estos resultados con precaución. Clayton, Richards y Edwards (1999) decidieron comprobar si se daban diferencias en la realización de tareas de atención selectiva entre personas con TOC 125
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
(N=17) y aquellas con trastorno de pánico (N=13), así como con un grupo control. En este estudio los participantes completaron las pruebas de un test de atención (Test of Attention Everyday;
Robertson, Ward, Ridgeway, & Nimmo-Smith, 1994).
Según estos autores, los resultados obtenidos mostraron un déficit en la atención selectiva del grupo TOC, realizando peor las pruebas relacionadas con la atención selectiva. Aunque estas diferencias se dieron sólo en las pruebas que tenían un tiempo establecido para contestar. Tras una revisión de los estudios sobre procesamiento atencional en el trastorno obsesivo compulsivo, Cox (1997) concluyó que los adultos con TOC muestran problemas en la asignación de la atención. Más específicamente, en comparación con los sujetos control, los pacientes TOC pesentaron dificultades en la atención visual (Nelson, Early y Haller, 1993) pero no en la atención sostenida (Milliery, Bouvard, Aupetit y Cottraux, 2000). ♦ El otro grupo de investigaciones sobre la atención en personas con TOC incluyen el procesamiento de la información emocionalmente relevante. Los resultados de estos estudios indican que los pacientes con TOC podrían tener un sesgo atencional a favor de los estímulos que están relacionados con sus temores (p.ej., información referida a la contaminación). Los investigadores han utilizado diferentes paradigmas experimentales para estudiar la atención en las personas con TOC, como las tareas de atención dividida auditiva o escucha dicótica, la detección de estímulos de prueba y la tarea Stroop. A continuación, revisamos los estudios realizados según los métodos utilizados para detectar déficits atencionales en TOC: 1) Escucha Dicótica. El paradigma de atención auditiva dividida consiste en presentar dos textos en prosa diferentes, uno para cada oído. Se pide al sujeto que repita en voz alta uno de los textos y que no preste atención al otro. Además, se le pide que detecte la 126
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
presentación ocasional de palabras que tengan que ver con sus temores y de palabras neutras. Utilizando la tarea de escucha dicótica, Foa y McNally (1986) comprobaron que los sujetos obsesivo-compulsivos (N=11) detectaban las palabras relacionadas con sus temores más rápida y fácilmente que las neutrales en el texto al que no se debía prestar atención. Además, comprobaron que las respuestas de conductancia electrodermal eran mayores como reacción a las palabras relacionadas con temores que a las neutras. Estos dos efectos desaparecieron después de un tratamiento con terapia conductual, lo que indica que los sesgos atencionales tenían su origen en los temores de los pacientes y no en el hecho de que estuvieran más familiarizados con las palabras relacionadas con éstos. 2) Tarea de detección de estímulos de prueba (dot probe). Tata, Leibowitz, Prunty, Cameron y Pickering (1996) usaron dicha tarea para demostrar que los pacientes con TOC (N=13) con miedos de contaminación presentan sesgos en el procesamiento atencional (por ejemplo, interferencia y vigilancia) cuando se presentan estímulos amenazantes. Los individuos con TOC exhibieron mayores sesgos atencionales selectivos con palabras de contaminación que con palabras de amenaza sociales, mientras los individuos sin TOC, que puntuaron alto en ansiedad rasgo, mostraron un mayor sesgo con palabras de amenaza social. 3) Tarea Stroop. La modalidad de Stroop emocional ha sido el instrumento más utilizado para medir la atención selectiva en TOC (Williams et al., 1996; Hartston y Swerdlow, 1999). Principalmente se ha utilizado una versión modificada de la tarea en la que se presentan al sujeto palabras con diferente relevancia desde el punto de vista emocional, y se le pide que nombre en voz alta el color en el que está impresa la palabra, sin prestar atención a su significado. Con este paradigma experimental se ha demostrado que se produce un retraso al nombrar el color cada vez que el sujeto fija su atención en el significado de la palabra, a pesar de sus esfuerzos por fijarse sólo en el color en el que la palabra está impresa. Por tanto, si existe un sesgo atencional 127
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
hacia las palabras relacionadas con sus temores (p. ej., palabras que aludan al tema de la contaminación), las personas con TOC tardarán más tiempo en nombrar el color cuando aparezca una de esas palabras que cuando aparezca otra de carácter neutro. Foa et al., (1993) compararon a un grupo de sujetos obsesivo-compulsivos con rituales de lavado (N=23) con otro formado por obsesivo-compulsivos que no presentaban este tipo de rituales (N=10) y con sujetos sanos (N=14). Los sujetos de los tres grupos debían realizar la tarea modificada de Stroop en la que se utilizaron palabras emocionales relacionadas con miedo o con preocupación. Los autores observaron que los obsesivo-compulsivos tenían latencias de respuesta más prolongadas para las palabras que tenían relación con sus temores que para las neutras desde el punto de vista emocional. Además, los pacientes que presentaban rituales de lavado tenían latencias de respuesta más prolongadas para las palabras relacionadas con la contaminación que el otro grupo de obsesivo-compulsivos y que los sujetos normales que actuaron como grupo control. Y los pacientes con subtipo de comprobación experimentaron latencias más largas con las palabras de amenaza general que a las palabras de contaminación o no-palabras. Foa et al., (1993) concluyeron que la similitud de las palabras presentadas con las preocupaciones específicas de cada paciente incrementaba el efecto interferencia en la tarea Stroop. Sin embargo, algunos autores (Martin, Williams y Clark, 1991; Mathews y Klug, 1993) afirmaron que los sesgos atencionales observados en estos estudios no son el resultado de la relación de los estímulos con el contenido, sino que cualquier estímulo emocional, con independencia de si está o no relacionado con los temores, puede producir la interferencia de Stroop, debido a la sensibilidad excesiva de estos pacientes a las entradas emocionales. Interesados en dirimir estas cuestiones, Lavy, Van Oppen y Van Den Hout (1994) investigaron si los sesgos atencionales observados en los estudios anteriores se producen ante estímulos relacionados con la ansiedad de los sujetos o ante cualquier estímulo emocional. Lavy et al. (1994) pusieron a prueba estas dos hipótesis rivales con una tarea de Stroop modificada. Sus resultados hablan a favor
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
de la hipótesis de que es la consideración de estímulo como amenazante lo que produce el efecto de interferencia de Stroop en los afectados por TOC. Los sujetos obsesivo-compulsivos atendían a las palabras con un significado negativo con respecto al tema de sus obsesiones (p. ej. Enfermedad), pero no a las positivas (p. ej. Limpio) ni a las que no estaban relacionadas con su problema. Unoki, Kasuga, Matsushima y Ohta (2000) también realizaron una investigación para conocer el procesamiento atencional de la información emocional utilizando la versión modificada de la tarea Stroop. La novedad que incluyeron en su estudio es que también presentaron los estímulos de forma subliminal. La palabras emocionales utilizadas fueron de contenido negativo (relacionadas con ansiedad y compulsión), positivas y neutras. En la fase subliminal de la tarea, los participantes con TOC (N=14) tardaron más en responder cuando se les presentaban palabras relacionadas con ansiedad y compulsión. Además, cuando compararon los datos de los participantes según el subtipo de sintomatología TOC (comprobación y lavado), aquellos que tenían síntomas de comprobación presentaron más interferencia ante los estímulos emocionales en la condición subliminal. Sin embargo en la fase “consciente” no encontraron diferencias significativas entre los distintos tipos de palabras emocionales entre los grupos TOC y control. Estos autores consideran que sus resultados apoyan la hipótesis de que las personas con TOC son más sensibles al procesamiento de la información amenazante incluso de manera automática y que puede haber diferencias según el tipo de sintomatología TOC. Un último estudio llevado a cabo con personas con TOC fue el de Cohen, Lachenmeyer y Springer (2003). Estos autores quisieron estudiar el papel de la ansiedad situacional en los procesos atencionales. En este caso los estímulos que utilizaron fueron 2 tipos de textos, uno describía una situación neutra y otro pretendía aumentar la ansiedad de los participantes describiendo una situación relacionada con sus preocupaciones. A continuación debían realizar la tarea Stroop tradicional. Estos autores encontraron que el grupo TOC (N=14) mostró una peor realización de las tareas que requerían atención selectiva en la condición ansiosa que en la condición
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Capítulo IV. Sesgos atencionales y TOC
neutra. Consideraron que la ansiedad situacional es un factor importante que influye en el procesamiento de la información en el TOC y que las predisposiciones atencionales no están limitadas a tareas relevantes con contenido TOC.
Como se ha visto, pocos son los estudios que han investigado la atención y los sesgos atencionales en el TOC. En conjunto, los resultados de estos estudios indican que las personas con trastorno obsesivo-compulsivos pueden tener dificultades para prestar atención a determinados estímulos y para intentar inhibir la atención hacia el material irrelevante. Además, los pacientes con TOC parecen tener una mayor sensibilidad hacia la información relacionada con sus temores, cuando el contenido es negativo o amenazante, aunque en este aspecto los datos son contradictorios. Una vez revisadas las distintas teorías sobre sesgos atencionales en la ansiedad, concretamente en el trastorno obsesivo-compulsivo, y los escasos y contradictorios estudios experimentales realizados, nos planteamos llevar a cabo una investigación que aporte nuevos datos sobre el procesamiento emocional en personas con Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Al igual que en este segundo grupo de estudios usaremos estímulos emocionales y nos centraremos para ello en un paradigma experimental novedoso hasta el momento ya que no se ha utilizado todavía con este tipo de pacientes. Nos referimos a la tarea atencional de orientación de las barras, la cual nos permite detectar si existe procesamiento de determinados estímulos emocionales, cuando éstos no son atendidos, durante la realización de la tarea y si el aumento de la carga perceptual puede evitar tal procesamiento. A continuación presentamos los dos estudios que componen la fase experimental de esta investigación.
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CAPÍTULO V
Estudio I
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Capítulo V. Estudio 1
ESTUDIO 1
Como se vio anteriormente, las disposiciones dimensionales que pueden aplicarse a toda conducta emocional son Valencia (aproximación o evitación de la situación), Activación o Arousal (mayor o menor requerimiento de energía) y Control o Dominancia (continuidad o interrupción de la situación) (Lang, 1995; Lang, Bradley & Cuthbert, 1997). El conjunto de imágenes emocionales IAPS y la prueba de autoevaluación (SAM) de dichas imágenes en Valencia, Activación y Control han resultado ser unos instrumentos válidos y fiables para la evocación y medición de dicha conducta emocional (Greenwald et al., 1993)1. Por otra parte, también sabemos que la respuesta emocional se modula según la imagen presentada (Bradley, Cuthbert y Lang, 1991; Bradley et al., 1990; Bradley et al., 1996; Cobos et al., 2002; Greenwald et al., 1990; Lang et al., 1993; Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001; Vrana, Spence, y Lang, 1988) y que en los sujetos con TOC se da una tendencia a sobreestimar la amenaza, aumentando la probabilidad de que 1
Una descripción más detallada se encuentra en el Capítulo II (pág. 49)
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Capítulo V. Estudio 1
estímulos de contenido neutro sean procesados como amenazantes (Carr, 1971, 1974; Butler y Mathews, 1983; Kozak, Foa y McCarthy, 1987; McFall y Wollersheim, 1979; Rhéaume, Ladouceur y Freeston, 1996; Steiner, 1972; Steketee y Frost, 1994). Sobre la base de todo lo anterior esta investigación, que pretende incrementar el conocimiento sobre el procesamiento de información emocional en pacientes con trastorno obsesivo-compulsivo, se propone los siguientes objetivos generales: - Comprobar si a nivel subjetivo la población con sintomatología obsesivocompulsiva evalúa las imágenes emocionales de la misma forma que el resto de la población. - Crear un conjunto de imágenes de contenido obsesivo-compulsivo y conocer el efecto de dichas imágenes. - Conocer si las personas con TOC procesan los estímulos emocionales cuando éstos no son atendidos, es decir, mientras realizan otra tarea. Además, siguiendo la teoría de carga atencional de Lavie (Lavie, 1995, 2005; Lavie y Tsal, 1994; Rees, Frith y Lavie, 1997), queremos saber si al aumentar la dificultad de la tarea el procesamiento de dichos estímulos es diferente. Para ello, realizaremos dos estudios: el Estudio I versará sobre el procesamiento de imágenes emocionales en personas con diferente sintomatología obsesivocompulsiva y sin ella. El Estudio II intentará poner de manifiesto si dicho procesamiento emocional tiene capacidad para modular la ejecución de una tarea atencional. A continuación, se pasa a detallar el Estudio I.
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Capítulo V. Estudio 1
1. Objetivos específicos e hipótesis: 1. Comprobar si la muestra de estudiantes universitarios procesan las imágenes del IAPS (evaluadas con el SAM) de manera similar a otros estudiantes universitarios estudiados (Cobos et al., 2004; Lang et al., 1993; Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). a. La Valencia de las imágenes agradables será mayor que la de las imágenes neutras y desagradables. b. La Activación de las imágenes desagradables será mayor que la de las imágenes agradables y neutras. c. El Control de las imágenes agradables y neutras será mayor que el de las imágenes desagradables. d. La Valencia, Activación y Control de las imágenes de contenido obsesivo-compulsivo (COC) serán semejantes a las de contenido neutro. 2. Explorar si distintos grados de sintomatología Obsesivo-Compulsiva (OC) logran predecir la diferencia en el procesamiento de las imágenes emocionales del IAPS. a. Las
personas
con
mayor
sintomatología
OC
adjudicarán
puntuaciones menores a las imágenes del IAPS en las dimensiones Valencia y Control que las adjudicadas por las de menor sintomatología OC. b. Las
personas
con
mayor
sintomatología
OC
adjudicarán
puntuaciones mayores a las imágenes desagradables del IAPS en la dimensión Activación que las adjudicadas por las de menor sintomatología OC.
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Capítulo V. Estudio 1
3. Comprobar que distintos grados de sintomatología Obsesivo-Compulsiva (OC) logran predecir las diferencias en el procesamiento de las imágenes de COC. a. Las
personas
con
mayor
sintomatología
OC
adjudicarán
puntuaciones menores a las imágenes de COC en las dimensiones Valencia y Control que las adjudicadas por las de menor sintomatología OC. b. Las
personas
con
mayor
sintomatología
OC
adjudicarán
puntuaciones mayores a las imágenes de COC en la dimensión Activación que las adjudicadas por las de menor sintomatología OC.
2. Método
2.1.
Muestra
La muestra del presente estudio ha estado compuesta por un total de 392 participantes, entre los que podemos diferenciar dos grupos: Muestra clínica: La muestra clínica ha estado compuesta por personas con diagnóstico de trastorno obsesivo-compulsivo [F42.8] (N= 22; hombres= 9, mujeres= 13; media de edad: 44,3 años; nivel cultural medio) procedentes del Servicio Andaluz de Salud y de centros privados de tratamiento psicológico. En todos los casos el diagnóstico fue confirmado mediante la entrevista clínica estructurada para DSM-IV. Muestra no clínica: Como muestra no clínica se han seleccionado a estudiantes universitarios de tercero y cuarto de Psicología (N=370; hombres= 68 mujeres= 302; media de edad= 22,05).
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Capítulo V. Estudio 1
Con la finalidad de poder comparar las estimaciones de la muestra clínica con las de la muestra no clínica según el grado de sintomatología obsesivo compulsiva, se han seleccionado los estudiantes con puntuaciones extremas en el Inventario de Padua (versión española realizada por Mataix-Cols, Sánchez-Turet y Vallejo, 2002). Esta escala evalúa el grado de malestar que provocan en el paciente los síntomas obsesivo-compulsivos. Así, se han formado dos subgrupos de estudiantes: 1.- Participantes con puntuaciones altas en el IP (en adelante, grupo Altos): En este grupo se han incluido los sujetos que han obtenido 56 puntos o más (24% superior de la distribución de las puntuaciones del IP). El grupo ha quedado compuesto por 42 participantes (5 hombres y 37 mujeres). Ninguno de ellos cumplía los criterios del DSM-IV para un diagnóstico de TOC. 2.- Participantes con puntuaciones bajas en el IP (en adelante, grupo Bajos): Se han adjudicado a este grupo los sujetos con puntuaciones inferiores a 10 (25% inferior) en el Inventario de Padua. No presentaban sintomatología obsesivocompulsiva en el momento de ser evaluados, ni habían presentado este tipo de sintomatología en el pasado (N= 64, 17 hombres y 47mujeres). Por lo tanto, en la primera parte de nuestro estudio comprobaremos las respuestas ante las imágenes emocionales del grupo universitario (N=370). A continuación compararemos las respuestas emocionales ante dichas imágenes teniendo en cuenta el grado de sintomatología OC. Para ello utilizaremos la muestra clínica (grupo TOC) y los estudiantes con puntuaciones altas y bajas en el Inventario de Padua (grupos Altos y Bajos) respectivamente.
2.2.
Instrumentos
Imágenes emocionales Como estímulos emocionales visuales se escogieron 60 imágenes del International Affective Picture System (IAPS; Lang et al, 1999), seleccionadas atendiendo tanto a sus puntuaciones de Valencia afectiva como de Activación, según
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Capítulo V. Estudio 1
los baremos para población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). Se seleccionaron 20 imágenes de contenido agradable, 20 de contenido neutro, y 20 de contenido desagradable. En la tabla 5.1 se presentan las puntuaciones medias de la población española en Valencia, Activación y Control de dichas imágenes.
Tabla 5.1. Puntuaciones medias de las imágenes agradables, neutras y desagradables utilizadas (IAPS).
Valencia
Activación
Control
Agradables
7.78
6.13
5.90
Neutras
4.50
3.49
5.47
Desagradables
1.42
7.37
2.18
Además, incluimos 100 fotografías de contenido obsesivo-compulsivo (COC), creadas para este estudio, basadas en los ítems de cuestionarios de evaluación del trastorno obsesivo-compulsivo. Los tipos de imágenes COC están divididas en las siguientes categorías: Abuso (3), Blasfemia (3), ContaminaciónLavado (20), Comprobación (17), Desorden (11), Orden (7), Enfermedad (5), Hacer daño (9), Homosexualidad (7), Repetición (5), Superstición (11) y Otras (3). Se añadieron otras tres imágenes adicionales del IAPS (agradable, neutra y desagradable) para ser utilizadas como estímulos de práctica. En las tablas 5.2, 5.3 y 5.4 aparecen los valores medios en Valencia afectiva y arousal de las 60 imágenes del IAPS utilizadas en esta investigación para la población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001).
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Capítulo V. Estudio 1
Tabla 5.2. Imágenes agradables (IAPS) utilizadas y su puntuación en Valencia, Activación y Control en la población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001).
NÚMERO 8496 7502 8420 4599 8461 8490 8380 5260 4607 5628 5626 4626 4652 7289 4623 5621 4601 7220 4608 5629
NOMBRE Tobogán de agua Castillo Parque acuático Pareja Adolescentes felices Montaña rusa Atletas Cataratas Pareja Pico de montaña Ala delta Boda Pareja Comida Pareja romántica Paracaidistas Pareja Pasteles Pareja Excursionista
VALENCIA ACTIVACIÓN CONTROL 6.29 8.22 6.71 5.68 8.06 5.52 5.87 7.94 5.96 6.12 7.93 5.68 6.28 7.91 6.02 5.16 7.88 7.39 6.79 7.88 5.84 4.30 7.82 5.88 5.76 7.8 6.37 6.87 7.8 6.11 5.88 7.71 6.22 6.05 7.7 5.76 5.84 7.68 7.24 6.37 7.68 5.73 5.66 7.67 5.91 5.78 7.61 6.92 5.73 7.66 4.89 6.58 7.58 5.51 5.75 7.54 6.66 5.31 7.51 6.31
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Capítulo V. Estudio 1
Tabla 5.3. Imágenes neutras (IAPS) y su puntuación Valencia, Activación y Control en la población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001).
Nº 7234 7700 7110 2206 2440 2230 7595 7184 2480 7006 5130 2749 7031 9700 7034 2575 7030 7705 7060
DESCRIPCIÓN Tabla de planchar Archivos Martillo Huella dactilar Chica neutra Rostro triste Tráfico Arte abstracto Anciano Cuenco Piedras Fumador Zapatos Trabajadores basura Martillo Hélice Plancha Archivador Cubo de la basura
VALENCIA ACTIVACIÓN CONTROL 4.73 4.01 3.41 4.87 4.29 3.85 6.23 4.3 3.53 4.85 4.36 3.88 5.70 4.38 3.53 5.14 4.4 3.63 5.25 4.4 3.68 5.22 4.43 3.76 5.38 4.48 3.73 5.15 4.48 2.73 6.09 4.49 3.54 4.88 4.51 3.9 6.96 4.64 2.94 4.72 4.64 4.46 5.54 4.7 3.48 5.73 4.75 3.31 5.41 4.75 3.29 6.67 4.75 2.42 5.36 4.78 3.35
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Capítulo V. Estudio 1
Tabla 5.4. Imágenes Desagradables (IAPS) y su puntuación en Valencia, Activación y Control en la población española (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001).
Nº 2095 3102 3063 3168 9040 2800 3000 9253 3053 3068 9265 3005.1 3015 3069 3062 3064 9410 3051 3261 3170 3301
DESCRIPCIÓN VALENCIA ACTIVACIÓN CONTROL 2.70 Niño con moscas 1.23 7.19 1.91 Quemado 1.29 6.92 2.08 Mutilación 1.30 7.09 1.72 Mutilación 1.31 7.8 2.54 Niño desnutrido 1.37 7.27 2.27 Niño llorando 1.38 7.18 1.93 Rostro mutilado 1.38 7.72 2.12 Mutilación 1.40 7.22 2.23 Quemado 1.42 7 2.26 Mutilación 1.44 8.04 2.54 Hombre colgado 1.45 6.94 2.10 Cadáver enterrado 1.46 7.7 1.90 Accidente 1.46 7.48 2.02 Mutilación 1.46 8.2 2.20 Mutilación 1.46 7.34 2.06 Mutilación 1.47 7 2.18 Niño 1.48 7.28 1.52 7.13 2.34 Rostro ensangrentado 1.76 Tumor 1.53 7.68 2.58 Bebé con tumor 1.54 7.61 2.38 Niño herido 1.54 7.05
Maniquí de Autoevaluación (SAM) El SAM es un instrumento de evaluación cuantitativa de imágenes emocionales y proporciona información para cada imagen en las tres dimensiones emocionales: Valencia, Activación y Control. Está compuesto por tres escalas, cada una de las cuales está formada por una secuencia de cinco figuras humanoides, graduadas en intensidad (1-9), que representan las dimensiones de Valencia, Activación o Control, y que van desde un extremo de máximo desagrado, de activación o de sentir poco control, hasta el otro extremo de máximo agrado, de relajación o de sentirse con control sobre la emoción. Las evaluaciones de cada imagen se realizan colocando una X sobre una de las cinco figuras de cada escala o en cualquiera de los cuatro espacios entre figuras.
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Capítulo V. Estudio 1
Cuestionarios
Inventario de Padua (IP) El Inventario de Padua (IP) fue diseñado por Sanavio (1988). Para nuestro estudio hemos utilizado la versión española realizada por Mataix-Cols, SánchezTuret y Vallejo (2002). Esta prueba evalúa el grado de malestar que provocan en el paciente los síntomas obsesivo-compulsivos. Cada ítem se puntúa con una escala de cinco puntos, desde 0 (en absoluto) hasta 4 (mucho), de manera que el intervalo de la puntuación total oscila entre 0 y 240 puntos. La estructura factorial muestra 4 factores: - Duda/ Intrusión. Este factor hace referencia a la imposibilidad de controlar los pensamientos, la imaginación y describe principalmente dudas y rumiaciones exageradas. - Comprobación. Describe conductas de comprobación repetidas. - Impulsos. Hace referencia a impulsos de naturaleza violenta y antisocial, así como a la preocupación por la pérdida de control sobre las conductas motoras - Contaminación. Hace referencia a suciedad y contaminaciones improbables o imposibles. Los estudios realizados sobre la escala original del IP hallaron una alta consistencia interna de la prueba total y sus subescalas que oscila entre 0.89 y 0.90 y una fiabilidad test-retest de 0.57-0.77 (Sternberger y Burns, 1990; Van Oppen, 1992). La versión española del IP ha sido validada con muestras clínicas y no clínicas, habiéndose informado de una consistencia interna de 0.93 y una fiabilidad test-retest de 0.71. En la tabla 5.5 se muestra la consistencia interna de la versión española del Inventario de Padua y las subescalas, así como la fiabilidad test-retest.
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Tabla 5.5. Consistencia interna (α de Cronbach) y fiabilidad test-retest (r de Spearman) de las subescalas de la versión española del Inventario de Padua (Mataix-Cols et al., 2002)
Consistencia interna Fiabilidadtest-retest Escala
(n = 863)
(n =71)______
Duda/Intrusión (21 ítems)
0.90
0.68
Comprobación (12 ítems)
0.85
0.65
Impulsos (11 ítems)
0.82
0.70
Lavado (10 ítems)
0.79
0.69
Total (60 ítems)
0.93
0.71
Inventario de Depresión de Beck (BDI) El Inventario de Depresión de Beck es un instrumento de evaluación de la intensidad del síndrome depresivo, desarrollado por Beck (1974). Para nuestro estudio utilizamos la versión española de Vázquez y Sanz (1991). Consta de 21 ítems y en cada uno de ellos el sujeto tiene que elegir aquella frase, entre un conjunto de cuatro alternativas ordenadas por su gravedad, que mejor se aproxima a su estado de ánimo durante la última semana incluido el día en que se completa el inventario. Cada ítem se valora de 0 a 3 puntos en función de la alternativa escogida. La puntuación total de los 21 ítems varía de 0 a 63 puntos. Con respecto a los datos psicométricos, existen muchos trabajos que informan de las excelentes propiedades psicométricas del Inventario de Depresión de Beck. En una revisión de los estudios de evaluación de este instrumento a lo largo de sus 25 años de historia (Beck, Steer y Garbin, 1988), los autores informan de una consistencia interna media de 0.86 para pacientes psiquiátricos y 0.81 para población no psiquiátrica. Los estudios con la versión española del BDI han hallado datos de una consistencia interna de 0.83 y una fiabilidad test-retest de 0.72 (Sanz y Vázquez, 1998).
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Programa E-prime Para la programación de la tarea experimental, la presentación de los estímulos y el registro de las respuestas, se utilizó el programa E-prime (Schneider, et al., 2002). Este programa es una herramienta informática para llevar a cabo tareas experimentales, principalmente aquellas que requieren la presentación de estímulos de una forma rápida y precisa. Con ello, nos ha permitido configurar nuestra tarea experimental: tiempo de presentación de los estímulos, el orden de los mismos, así como el registro de las respuestas de los participantes (tiempos de reacción y errores cometidos).
2.3. Procedimiento Todos los estudiantes universitarios recibieron información sobre la tarea experimental en el aula de clase. La información que se les proporcionaba indicaba: el tipo de experimento de que se trataba, es decir, una investigación sobre evaluación de imágenes emocionales, previa cumplimentación de unos cuestionarios; la participación se compensaría con 0,5 puntos en la calificación final de la asignatura de Evaluación Psicológica. La cumplimentación de los cuestionarios se realizó en el aula de clase y la tarea experimental se llevó a cabo en un laboratorio de la Facultad de Psicología. En el caso de la muestra clínica (grupo TOC), los psicólogos y psiquiatras de distintos centros de Salud Mental y consultas privadas informaron a sus pacientes diagnosticados de TOC sobre la investigación que estábamos realizando y les pedían su consentimiento para ponernos en contacto con ellos. Una vez conseguido el consentimiento del paciente, les telefoneamos para citarlos y realizar la tarea experimental y la cumplimentación de los cuestionarios. Este grupo realizó las pruebas en el Centro de Salud al que pertenecían, ya que para la mayoría era complicado desplazarse hasta la facultad de Psicología. Tan
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Capítulo V. Estudio 1
sólo 3 personas de este grupo realizaron el experimento en el laboratorio de la Universidad. Los participantes completaban la tarea en un habitación con la luz apagada, sentados a unos 50 centímetros del monitor (17 pulgadas). La tarea constaba de 160 ensayos, cada uno de los cuales comprendía la presentación de una imagen del IAPS o COC durante 6 segundos e, inmediatamente después, su evaluación en las dimensiones afectivas de Valencia, Activación y Control. La tarea del sujeto consistía en visionar las 60 imágenes seleccionadas del IAPS y las 100 imágenes de contenido obsesivo-compulsivo (COC) y su correspondiente evaluación con el SAM.
3. Resultados A continuación presentamos los datos referidos a las estimaciones de los participantes del estudio en cuanto a las tres dimensiones emocionales (Valencia, Activación y Control) para las diferentes imágenes (agradables, neutras, desagradables y COC). En primer lugar, presentamos los datos correspondientes a toda la muestra universitaria y posteriormente los pertenecientes a los grupos en función del grado de sintomatología obsesivo-compulsiva (Bajos, Altos y TOC).
Resultados de la muestra universitaria La razón de presentar las estimaciones de toda la muestra universitaria y sus análisis estadísticos correspondientes cumple el objetivo de comprobar si dicha muestra se comporta de manera similar a otros grupos de estudiantes universitarios ampliamente estudiados (Moltó et al., 1999; Vila et al., 2001). Primero, se presentarán los datos correspondientes a Valencia, seguidos de los de Activación y Control de las imágenes correspondientes al IAPS (agradables,
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neutras y desagradables). Por último, se presentarán los resultados correspondientes a las imágenes de contenido obsesivo-compulsivo (COC).
Medidas de Valencia La tabla 5.6 contiene las medias y desviaciones típicas de las estimaciones del grupo universitario (N=370) en la dimensión Valencia para las imágenes agradables, neutras y desagradables del IAPS. Tabla 5.6. Estadísticos descriptivos de la muestra universitaria en la dimensión Valencia para las imágenes agradables, neutras y desagradables (IAPS) y resultados del Test de Friedman.
N
Media 7.68
D.T. 0.73
G.L.
χ2
370
4.63
0.56
3
1012.693
1.22
0.43
VALENCIA Agradables Neutra Desagradables
9 8 7 6 Puntuaciones 5 4 Medias 3 2 1 0
p
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