Tienes una idea pero aun no lo sabes, pau garcia.pdf
May 11, 2017 | Author: Roberto Arancibia | Category: N/A
Short Description
Download Tienes una idea pero aun no lo sabes, pau garcia.pdf...
Description
Referencias Sobre el autor
Pa u Ga rcia -Milà (1987) es un joven empresario y comunicador desde los 17 años. Es co-fundador de eyeOS y Bananity.com, y profesor asociado de ESADE para el máster en Digital Business. Conferenciante habitual, ha sido el ponente más joven en World Business Forum 2012 y Expomanagement 2011. Además, colabora semanalmente en diversos medios de comunicación, tanto en radio como en televisión. A pesar de su juventud ha recibido importantes premios como el Premio de los Príncipes de Asturias y de Girona "IMPULSA Empresa 2010" o el Premio MIT (Massachussets Institute of Technology) al Innovador del año 2011, así como el premio Nacional de Comunicaciones 2009.
Más libros, audiolibros y cursos gratis en: educaciondemillonarios.blogspot.com
Cuando Pau Garcia-Milà me pidió que abriera este libro con lo que para mí significa ser creativo y tener ideas, pensé en las máximas referencias que tengo para transmitir la innovación: simplificar, sintetizar y reflexionar.
Y eso es lo que está en este mapa sobre la eficiencia en innovación que hay en este “software” mental:
Org anización
Instalaciones, calendarios, horarios, personas, relaciones interdisciplinarias, búsqueda de ideas, métodos creativos y auditoría creativa.
Actitud
Pasión por lo que haces, trabajar, escuchar, reflexionar, asumir riesgos, creer en ti, ética, compartir y lo que es más importante: Divertirse.
Aptitud
Adquirir conocimiento, ordenar este conocimiento, sensibilidad, intuición, talento, reflexionar, capacidad de análisis, visualización del futuro:
Todo viene de una idea. Volamos en avión gracias a cientos de ideas que se han juntado para permitir que el ser humano haga algo que se supone que no debería hacer, y todas esas ideas (desde la forma de los tornillos que juntan las alas con el fuselaje a la forma de los asientos) vienen de una sola idea, originariamente: alguien quiso volar, y a diferencia de los millones de personas que antes quisieron y no se atrevieron, esa persona creyó que podía conseguirlo. Más de cien años después, hoy podemos cruzar el atlántico pagando 300 dólares.
Pero ¿quién es mejor creativo: el que pensó en que el ser humano podía llegar a volar gracias a una máquina que le diera lo que no tenía para parecerse a un pájaro... o el que tuvo la idea de convertir esa primera idea en un negocio que permitiría a millones de personas moverse mucho más rápido entre largas distancias?
Ninguno de los dos. Todo el mundo sabe que el mejor creativo es el que inventó las patatas fritas. O Internet, los cojines, las luces de leds, el coche eléctrico, el micrófono, la radio, la cremallera o la cuchilla de afeitar. Al fin y al cabo, el mejor
creativo es el que no para nunca de tener nuevas ideas, e incluso empieza algunas de ellas.
Como todo, esto se puede entrenar. Una persona que quiere tener buenas ideas pero piensa que no es creativo puede prepararse para tenerlas. No hay grises: O este libro resultará una ayuda clara para tenerlas, o lo podemos tirar a la basura.
0. Instrucciones de uso Leer un libro es una de esas cosas que se puede hacer por placer, por aburrimiento o por obligación. Por favor, si te han obligado a leer este libro enseña esta página y di que te niegas. Yo estoy contigo. No vale la pena leer nada por obligación. Señor obligador, por favor, obligue a leer otro libro, hay muchos autores deseando ser odiados si a cambio venden muchos ejemplares.
En cualquiera de los dos primeros casos, muchas gracias por leerlo. Te pido, sin embargo, que lo leas como si leyeras la etiqueta de un champú mientras estás en el baño: con curiosidad. Y especialmente que compartas conmigo el objetivo fundamental de este libro: simplemente, servir de apoyo a una libreta que debes escribir tú y a la que en varios momentos del libro me referiré como “libreta de las ideas”. Te pediría que, en caso de que no lo tengas ahí, a tu lado, ahora mismo, dejes un momento el libro en la mesa más cercana y vayas a buscarlo, y le pongas bien grande en la portada “Libreta de las ideas”, con tu nombre debajo.
Dado que cualquier idea puede venir en cualquier momento, y dado que vamos a intentar activar algunas maneras para identificar y potenciar la “obtención” de ideas nuevas, es importante estar preparado cuando aparezca cada una de ellas. Al fin y al cabo, una idea es parecida a un par de segundos de fuegos artificiales: nos puede parecer genial, brutal y ponernos la piel de gallina cuando la tenemos delante, pero nos será imposible recordarla y recuperarla cuando pensemos en ella.
Finalmente, ya sea un libro que has comprado religiosamente en una tienda (buena idea), que has tomado prestado para no comprarlo de una biblioteca (buena idea para ti, no tan buena para mí) o que has pirateado (mala idea), te pido por favor que trates estas páginas como un lienzo para tu creatividad y, en consecuencia, las llenes de ideas, frases o críticas que te vengan a la cabeza. Un buen libro de ideas es aquel que está lleno de ideas.
Así que las instrucciones para seguir adelante no son más que el boli, tu nueva y flamante libreta de ideas y ganas de recordar cómo se escribe sin un teclado delante.
¡Despegamos!
Una idea representa lo más básico y a la vez lo más extraordinario que nos hace humanos. Una idea es una conexión que hace nuestro cerebro, de la manera más absurda mientras miramos una pared blanca o paseamos al perro, o provocándola cuando buscamos la solución a un problema. Es posible que, aunque no lo sepamos, nuestro cerebro haya tenido tres buenas ideas... en el último minuto.
Las ideas se pueden dividir en otras ideas, y no existe una partícula indivisible en las ideas como ocurre con la materia: podemos dividir cada idea que tengamos en muchas pequeñas ideas, que a su vez estarán formadas por más ideas. De igual modo, cada idea que tengamos podrá formar parte en el futuro de otra idea, que combinada con otras, podrá llegar a distintos resultados.
“Todo el mundo que alguna vez se ha duchado tiene una idea”, dijo Nolan Bushnell (fundador de Atari). “Es la persona que sale de la ducha y hace alguna cosa con esa idea la que acaba fijando la diferencia con los demás”, concluyó. Y probablemente no se equivocaba mucho. Si miramos a todas las personas que han triunfado con una idea, nos daremos cuenta de que todos tienen algo en común: creyeron en su idea más que nadie, y se pusieron manos a la obra, incluso en algunos casos haciendo grandes cambios en sus vidas para poder llevarlas a cabo.
Tener ideas no es difícil. Es un proceso que podemos provocar, aprender, mejorar e incluso aborrecer. Por otro lado, también es un proceso que podemos simplemente integrar en nuestra vida, en nuestro día a día, transformando una rutina en una auténtica aventura en la que podamos mejorar, cambiar e incluso comernos el mundo entero.
Quizá lo más difícil, en lo que probablemente nadie ni nada (incluido este libro) nos puede ayudar, es el proceso en el que nuestro cerebro, al tener una idea, pasa a ser juez, jurado y verdugo, y como tal debe decidir si esa idea es buena o mala, una tontería o algo por lo que merece la pena entrar en un proceso que puede acabar cambiándonos la vida. Veamos un ejemplo:
Subiendo a un autobús, resbalo y se me cae la cartera entre la puerta y la acera, en un agujero de unos diez centímetros. No puedo hacer nada más que bajarme del autobús y esperar a que se
mueva para recuperarla. Pero ¿y si en vez de mi cartera fuera el bastón de un señor mayor? ¡El autobús debería tener una pequeña plataforma que apareciera cuando se detiene en una parada y desapareciera al iniciar la marcha, sin dejar ningún agujero que superar!
Parece una tontería, pero en el ejemplo anterior (y, de hecho, en cualquier otro ejemplo que se nos ocurra) podemos ver el proceso descrito: localizar un problema, por causas directas o indirectas (que se nos caiga la cartera o ver cómo se le cae al que va delante de nosotros), aplicar imaginación pensando cómo se podría haber evitado y -¡conexión!- dejar que nuestro cerebro haga millones de conexiones hasta que una de ellas nos parezca una buena idea. En algunos casos (la mayoría) no le daremos importancia, pero es posible que en otros (la minoría) decidamos estudiar si existe esa solución y, en caso de que no sea así, optemos por montar un proyecto que se dedique a desarrollarla.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
1) PROBLEMA ¡Problema! ¿Problema? Un problema no tiene por qué ser una situación en la que dependiendo de qué decidamos nuestra vida cambie radicalmente, sino que pueden ser cientos de cosas pequeñas que normalmente ni nos paremos a pensar que son... problemas. No saber abrir una lata con un supuesto abrefácil, perder tiempo haciendo cola en un supermercado o no saber nada de moda y dudar entre qué ponernos según la ocasión son problemas a los que probablemente nos enfrentamos varias veces cada día.
Lo más complicado, normalmente, no es imaginar soluciones para esos problemas (eso lo estudiaremos más adelante), sino algo mucho más sencillo: identificarlos cuando los tenemos delante. Identificar un problema, prestar atención a una dificultad que normalmente la gente pasa por alto o simplemente “vive con ello” sin parar a pensar por qué, puede acabar convirtiéndose en todo un arte. La técnica más eficiente para aprender a identificar problemas es el pensamiento lateral. Pero antes de ponernos a estudiar el árbol... veamos el bosque. ¿Qué vendrá después?
2) SOLUCIÓN (¡IDEA!) ¡Solución! ¿Solución? Las soluciones pueden ser infinitas para cada problema. ¿No te has preguntado alguna vez en la vida si sería posible pintar una foto píxel por píxel usando el paint, o escribir con las letras de una sopa gigante un libro de Shakespeare? Al fin y al cabo, cualquiera que tenga delante los números del 1 al 9, puede tener la solución de la lotería que le hará millonario..., cómo ordene esos números será lo que determine lo buena que es su solución en comparación a las ya existentes.
Cuando pensemos en soluciones tenemos que imaginarlas como una sopa de letras que debemos ordenar. Ninguna solución será mejor que las otras en términos absolutos: probablemente cualquiera de ellas tendrá algún punto positivo. Algunas requerirán más tiempo para desarrollarse, otras más tiempo para utilizarse, unas resultarán excesivamente caras, mientras que otras, quizá menos eficientes, serán más baratas.
Cuando imaginemos soluciones, que a su vez serán ideas, debemos recordar algo que tenemos que tatuarnos en nuestra cabeza:
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
Y el tiempo decidirá si una solución era más buena que otra, o si la que acabó ganando más popularidad fue la mejor.
Probablemente si pudiésemos retroceder en el tiempo evitaríamos haber inventado neveras o desodorantes que hicieran tanto daño a la capa de ozono, o advertiríamos a miles de personas que se cepillaban los dientes o alisaban la piel con soluciones basadas en la radioactividad... que el milagro de Marie Curie en el fondo no era algo tan bueno para sus cuerpos. Sin embargo, todas esas soluciones fueron en su día punteras, reconocidas mundialmente y ganadoras de premios. Premios que no todos los que las tuvieron pudieron disfrutar porque algunos murieron víctimas de ellas.
Así que cuando se nos ocurra una solución alternativa para un problema específico, cuando empecemos a contarla, no olvidemos nunca que, a pesar de lo que nos digan sobre ella, probablemente tengamos delante una idea ganadora, a una idea asesina, o lo peor de todo: ambas a la vez.
3) PROYECTO O BASURA ¿Proyecto o basura? Otra de las preguntas difíciles que deberemos hacernos, aunque sin darnos cuenta ya nos la hacemos muchas veces cada día, respondiéndonos internamente de manera automática. Decidir entre pararse a estudiar una idea que acabamos de tener y que soluciona un problema (ya sea pequeño o gigante), o descartar esa idea, es probablemente la decisión más importante que deberemos tomar en todo el proceso de cocción de esa idea.
Algo que debemos tener claro es que cada vez que decidimos dejar de pensar en esa idea sin apuntarla como es debido, indirectamente estamos decidiendo abandonarla, tirarla a la basura. Lejos de asustarnos o estresarnos por la gran cantidad de ideas desechadas, debemos darle mucha importancia a cada idea que apuntamos en la libreta de las ideas.
07.30
Abres un ojo..., abres otro ojo... Te despiertas. Buenos días.
...
Un momento. ¿Qué te ha despertado?
A) El sol que entra por la ventana mientras oyes los pájaros que hay por los alrededores. No sabes qué hora es aunque tampoco te interesa mucho saber qué hora es, y hueles el olor a tostadas recién hechas. En este caso, sinceramente, no necesitas tener ideas ni inventar nada, ya tienes la vida que desean tener cientos de millones de personas. De hecho, alguien que invente algo que cambie la manera de despertarte no te caerá bien en absoluto. Nada que innovar aquí. FIN.
B) El móvil, que actúa de despertador con una horrible alarma que te recuerda el toque de queda que avisa de un inminente bombardeo o al ataque de un submarino nuclear. En este caso, probablemente se te ocurrirán otras formas de tener un despertar más feliz, como grabar el sonido de la naturaleza durante unas horas en distintos lugares y hacer que empiece a sonar cuando un dispositivo detecte que has salido de la fase REM del sueño. ¿Eso existe? Si no es así, deberías inventarlo.
07.45
Desayunas. Por llamarle de alguna manera, porque la verdad es que un cuenco de cereales que llevan más de un mes abiertos y sin leche (caducó hace un mes)... no debería llamarse desayuno.
A) Te conformas.
B) Pensándolo bien, es una pena que no exista algún supermercado que venda productos para gente joven que vive sola o con amigos. Desayunos equilibrados, empaquetados individualmente para que no se pasen y pensados para mantener una dieta sana, como la que nos da nuestra madre cuando vivimos con ella. ¡Eso es una idea! ¿Oye, nos ponemos las pilas y montamos un supermercado ahora mismo? Espera, son las ocho y media de la mañana. Quizá más tarde. Pero ¿y si en vez de un establecimiento clásico lo que montamos es una página web que distribuya los monodesayunos por todo el país?
08.10
Momento de vestirse.
A) Supones que unas máquinas que te duchen, te sequen y te vistan, conjuntando divinamente, son demasiada ciencia ficción... Además, se te ha hecho tarde, así que lo haces rápidamente y sin pensar, y sales a la calle, como siempre, sin mirar al suelo y corriendo.
B) Te planteas seriamente quedarte en casa, dimitir o abandonar la universidad ahora mismo, para empezar a diseñar y crear una máquina que te duche, te seque y te vista conjuntando divinamente. Aunque, claro, cuando la tuvieras ya no tendrías prisa para ducharte ni vestirte porque no habría trabajo o universidad a la que acudir. Buena idea, mal momento para ponerla en marcha.
08.25
El tren. El mismo que ayer y el mismo que mañana, los mismos treinta minutos con la misma locución que te informa de las mismas paradas, que... están en el mismo lugar que ayer.
A) Miras el paisaje, igual que ayer.
B) Te paras a pensar en cómo podrían usarse todos los “packs” de treinta minutos que cada día pasan cientos de miles de personas que no tienen portátil, que no lo quieren sacar o que no tienen batería y se pasan el rato mirando el paisaje (que ya conocen perfectamente, porque lo ven cada día...). Podrían producir energía a la par que se pondrían en forma con unos pedales debajo de cada asiento, piensas. Eso sería guay. Espera, que ya anuncian tu estación.
[09.00 -> 18.00]
Cientos de oportunidades e ideas pasadas por alto en esa dura rutina de trabajo.
18.30
Zumo de piña en el bar de debajo del trabajo con compañeros.
A) Genial.
B) Todavía sería más genial si el lugar estuviera pensado específicamente para los que acaban de salir de la multinacional donde trabajas y en la que solo conoces al 10% del personal. Al fin y al cabo, durante esa hora, el 90% de los clientes del bar llevan traje con la chapita corporativa de tu empresa. Podrías hablar con el dueño del local y proponerle hacer de puente entre él y la dirección de tu empresa, para que esta ofreciera consumiciones a mejor precio en su establecimiento, promocionándolo como “team building” para sus empleados..., de modo que los compañeros que van al bar de al lado también vinieran al suyo. ¡Economía de escala! Tío, ahora vuelvo, voy a hacer negocios con el barman.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
19.30
El tren. El mismo que el de las 8.25, con el mismo grafiti en la puerta y las mismas personas que ahora vuelven del trabajo y los estudios. Por cierto, ¿como puede ser que nadie haya quitado esa pintada en tanto tiempo?
A) Porque es una pintada que mola.
B) Porque hay que inventar una sustancia que elimine la pintura sin dañar el cristal ni el aluminio y que, con una sola aplicación, tal vez con un artilugio parecido a una manguera a presión, además de eliminarla, cree una capa transparente del material que evite que la pintura se adhiera en futuras ocasiones. ¿Tu tío no tenía un amigo químico? Quizá habría que hacerle una llamada y ver si querría montar una empresa contigo. Pensándolo bien, sería la octava empresa que montas hoy. No está mal.
20.00
En casa. Cena y película.
A) Pides una pizza. Bajas la peli de Internet (pirata).
B) Aprendes a cocinar. Deben existir cientos de métodos para que jóvenes que viven solos aprendan a cocinar y además ahorren con ello. O al menos deben existir decenas de métodos. ¿Algún método? ¿¡Ninguno!? Debes aprender a cocinar solamente para evitar que alguien cree esa comunidad on line de cocineros que no saben u odian cocinar pero quieren hacerlo para adelgazar y ahorrar. ¡Manos a la obra! Y cuando acabes con eso, pasarás dos horas pensando en cómo mejorar la calidad y el uso de los videoclubs on line para conseguir que más personas paguen por ver una película en vez de piratearla. Tú sabes bien que la mejor manera de evitar que la gente las baje sin pagar no es amenazándoles sino ofreciéndoles una manera más fácil y rápida de acceder a ellas... y lo más barata posible.
23.00
Buenas noches.
Y no hay A) ni B), estás ya muy cansado. Por un momento imagina la de páginas que podríamos haber llenado en este día imaginario. Hacemos más de cien acciones cada día que hemos olvidado que hacemos, porque estamos demasiado acostumbrados a ellas como para valorarlas o preguntarnos si se pueden mejorar. Lo más increíble de todo esto es que hay miles, en algunos casos millones de personas que realizan las mismas acciones de la misma manera que tú..., y que todos esperáis a que alguien invente una manera más eficiente de hacer cada una de ellas. Pasar de ser el consumidor al creador es tan sencillo (o tan complejo) como escoger el camino difícil, la “opción B” cuando nos pasa por la cabeza, y antes de descartarla por mala o por suponer que alguien ya habrá pensado en ella, darle una oportunidad. Recojamos, pues, esa idea que nos mira como un perro que pide que le adoptemos, y guardémosla hasta llegar a casa, dediquémosle entonces diez minutos para averiguar si existe algo parecido. Y si existe, si podemos mejorarlo. Hagamos la prueba. Toma tu libreta de las ideas y reserva una página entera para cada hora del día en la que estás despierto. Dedícate mañana a llenarlas con todas las cosas que has hecho durante esas horas. Por pequeñas que parezcan. Desde el postre que has escogido hasta si te ha costado encontrar el billete del tren entre los billetes o las tarjetas de crédito. Al llegar a casa, dedica un rato a pensar si cada una de las acciones que has apuntado podría realizarse de un modo más satisfactorio. En el peor de los casos, se te ocurrirá un sistema para mejorar tu letra. Dentro de unos años es posible que le debas mucho a esas páginas.
Probablemente hay más métodos para provocar ideas en el mundo que páginas tiene este libro. Y si cada uno de ellos ha servido para que alguien tenga una idea y la lleve a cabo, podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que no hay unos mejores que otros. El pensamiento lateral, ideado por Edward de Bono en 1967, es probablemente uno de los más conocidos y usados en cursos de creatividad, aunque no es el único.
Algo importante que debemos tener en cuenta cuando leamos sobre métodos para tener ideas es que no somos los únicos que hemos leído esas líneas, y que todavía debemos darles una vuelta más. Solo tenemos que imaginar qué pasaría si 99 de 100 personas en una sala con un mismo objetivo se hubieran leído el mismo libro sobre cómo conseguir ese objetivo.
Sería horroroso: todo el mundo haría las mismas cosas, de la misma manera, lo que provocaría que en el fondo nadie innovara ni hiciera nada destacable..., excepto, probablemente, el que no ha leído sobre ello y es más natural que los demás.
Esto no quiere decir que debamos cerrar este libro ahora mismo (mala idea sería que yo recomendara esto) sino que, cada vez que leamos sobre cómo tener ideas, intentemos aplicar alguna pequeña variación que transforme “el método” en “nuestro método”, y que permita que lleguemos a conclusiones únicas, a las que probablemente nadie ha llegado.
Si observamos cómo se provocan las ideas desde la teoría más pura veremos que hay una serie de maneras o “elementos” que, si no todos, la mayoría de métodos de pensamiento creativo recomiendan. Veamos algunos de ellos, mezclados, que pueden ayudarnos a romper los moldes de nuestra manera de pensar y permitir que, sin darnos cuenta, empecemos a tener ideas.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
I El primero y más útil es el de poner todo en duda cuando afrontamos un reto. Si antes de jugar a un juego de mesa leemos con atención las instrucciones y, en lugar de aceptar todas las reglas, nos preguntamos por qué se ha puesto cada una de ellas, probablemente llegaremos a dos conclusiones:
1) Todas las reglas que figuran en el manual tienen toda la lógica del mundo, y si variamos alguna de ellas (por ejemplo, multiplicando el valor de una acción por 10), de repente el juego acabará mucho antes o se hará eterno y, en resumen, dejará de ser divertido.
2) Algunas de ellas, menos de un 10%, podríamos cambiarlas ligeramente y crear así un juego distinto que a nosotros nos resulte más atractivo y divertido, pero mucha gente se negará a jugar con esas variantes alegando que “las instrucciones no dicen que se deba hacer así” o bien el clásico “en mi casa jugamos de otra manera”.
Son precisamente las variaciones a las que podemos llegar después de estudiar cada caso o suposición sobre un problema lo que nos permitirá crear nuevas ideas: será mucho más fácil acabar creando un juego totalmente nuevo a partir de modificar una pequeña regla de un juego real, y dejar que el resto de cambios vengan solos.
El único problema al que nos enfrentaremos cuando queramos generar ideas con este nuevo método es que no existe un manual de instrucciones para la vida, y la mayoría de ideas (el 99%) que podamos tener surgirán a partir de acciones que ya llevamos a cabo, aunque muchas veces sin darnos cuenta: debemos imaginar que nuestro cerebro nos intenta traicionar para transformarnos en un robot que siempre hace las mismas cosas exactamente con los mismos mecanismos. ¿Es o no es cierto que nuestra mente bloquea automáticamente todo tipo de soluciones posibles dándonos únicamente la que le parece más lógica en cada momento? Sólo tenemos que prestar atención a cómo quitamos un freno de mano, abrimos una puerta o tenemos extremas dificultades en mover un grifo de agua que parece demasiado moderno y no funciona como todos los demás.
Un ejercicio para ilustrar cómo se pueden crear ideas ganadoras a partir de no considerar ninguna regla irrevocable es el que la directora ejecutiva del Stanford Tech Ventures Program de la Universidad de Stanford, Tina Seelig, propone a sus alumnos en sus clases. Es un juego sencillo pero brillante a la vez:
Se divide la clase en equipos y cada equipo recibe cinco dólares que pueden usar como quieran con el objetivo de ganar la mayor cantidad de dinero posible en el plazo de dos horas, usando previamente todo el tiempo que quieran para preparar la estrategia. Al final, cada equipo tendrá tres minutos para mostrar lo que han logrado. El equipo que haya conseguido ganar más dinero con los cinco dólares iniciales será el ganador. Fácil, ¿no? Simplemente debemos imaginar que montamos un negocio con un capital inicial pequeño, de cinco dólares.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
Según explica Tina, la mayor parte de soluciones se dividen en dos grupos: las que intentan sacar el máximo rendimiento a los cinco dólares con esfuerzo y sin correr riesgos... y las que asumen un riesgo gigante sin prácticamente esfuerzo. Por ejemplo, hay equipos que gastan el dinero en comprar limones y vender limonada. Al fin y al cabo esta es una de las soluciones que nos asegura que algo de dinero ganaremos, que con casi total seguridad no nos arruinaremos. Deberemos estudiar qué limones comprar, dónde poner nuestro puesto de limonada, y a qué precio venderla. El que haga mejor estas tres cosas sacará más dinero. En el otro extremo, están los equipos que deciden apostar el dinero en un casino e intentar ganar lo máximo posible asumiendo un riesgo muy alto de perderlo. El objetivo de esta explicación no es valorar cada una de las soluciones, sino ver cómo la mayoría de los equipos (desde los que más arriesgan hasta los que menos) suponen una serie de cosas que quizá podrían alterar para lograr ganar. Pero ¿quién lo consiguió?
La solución que dio más dinero a lo largo de los cursos en los que lo propuso el ejercicio, según cuenta Tina, fue la de un equipo que, después de analizar todas las posibilidades, se dio cuenta de que los cinco dólares no eran el mayor activo del que disponían: su mayor activo eran los tres minutos con los que contaban para presentar el resultado, algo que nadie más tuvo en consideración al no pensar que se podía sacar dinero de eso. Después de llegar a esa conclusión, lo que hicieron fue simplemente ir a ver a varias empresas para intentar venderles esos tres minutos.
Finalmente, una empresa les pagó 600 dólares para poder presentar su servicio de reclutamiento de universitarios para empresas durante esos tres minutos.
Curioso, ¿verdad? La mayoría de nosotros probablemente no habríamos pensado que el tiempo de presentación era una variable con la que podíamos jugar para ganar, pero es una conclusión a la que llegaríamos fácilmente si aplicáramos este método y repasáramos cada una de las suposiciones buscando nuevas ideas.
Para ponerlo en práctica podemos escribir una situación o problema que nos venga a la cabeza en el centro de una página de nuestra libreta de ideas, y acto seguido escribir alrededor todas y cada una de las suposiciones que hacemos cuando afrontamos esta situación o problema. Finalmente, en torno de cada suposición escribiremos maneras de evitarla que nos vengan a la cabeza.
Por ejemplo, una situación a mejorar podría ser “las colas para pagar de las tiendas de ropa”. Las suposiciones que conlleva podrían ser, entre otras: “tenemos que abonar una cantidad específica de dinero para que esa prenda pase a ser nuestra” , “nos tienen que dar una bolsa para guardar la ropa”, “la prenda que queremos tiene un sistema de seguridad antirrobo que ha de ser retirado”, “no se puede salir de la tienda sin haber pagado”, o incluso una suposición más básica, “tenemos que elegir lo que queremos físicamente para luego pagarlo y llevárnoslo”.
Si nos fijamos, en ningún caso hemos pensado que “hay que esperar” para poder salir con esa prenda que queremos, pues la situación (esperar) es el resultado de que no se haya ideado una manera mejor de organizar a la gente que ha decidido comprar algo. La cola es un problema que, haciendo frente a todas esas suposiciones, debería tener soluciones creativas, ya que “esperar” no es algo que tú quieras hacer ni que la tienda quiere que hagas, sino simplemente un acto que aceptamos como habitual y parte del proceso de compra, pero que no nos gusta.
Cuando ataquemos cada una de las suposiciones podrán salir ideas creativas. Por ejemplo, se podrían poner unas máquinas automáticas donde introducir la prenda para que eliminen la protección de seguridad después de haber recibido la cantidad correcta de dinero o haberlo cobrado de la tarjeta de crédito. También podríamos pensar en un sistema de pago mediante algo que llevemos encima, como un móvil, que se comunique con la tienda de manera inalámbrica. Podríamos incluso imaginar un sistema en el que la ropa se nos entregase automáticamente y sin protección después de pagar de manera automatizada, pues en los estantes sólo tendrían prendas para ser probadas... Y así un largo etcétera.
Cualquiera de las ideas que tengamos al enfrentarnos a cada una de esas suposiciones (y que, recordemos, únicamente deben resolver esa suposición y no el problema en su totalidad) puede acabar siendo parte de una solución global al problema, mientras que si intentamos imaginar una solución total para el problema (“las colas para pagar en las tiendas de ropa”), probablemente nos resulte imposible, dado que constantemente tendríamos la sensación de que estamos obviando muchos factores. Esto es la prueba de que una idea puede estar formada por cientos de ideas pequeñas, que a su vez... vienen de más ideas.
II El segundo método tiene que ver con hacer preguntas. ¿Qué preguntas haremos? Mira, acabo de hacer una pregunta. El segundo método habla precisamente de hacer... las preguntas correctas.
Muchas veces, como hemos visto en los ejemplos del primer método –el de las suposiciones–, hacemos las mismas preguntas, sin embargo, no obtenemos de las respuestas algo que nos permita avanzar. Todos hemos respondido alguna vez a una pregunta sin mentir pero beneficiándonos de que no era la pregunta exacta que nos habría obligado a hacerlo o a delatar algo que hicimos mal: no hemos mentido, aunque el que ha preguntado se ha quedado con la sensación de que no hemos sido sinceros... Lo que ha ocurrido, simplemente, es que él no ha hecho la pregunta correcta.
Esta situación se repite en el caso de las ideas: tendemos a aprovechar cualquier ocasión para escaparnos de situaciones incómodas y, como ya hemos visto, nuestro cerebro tiende a aprovechar cualquier oportunidad que le brindamos para no ser creativo.
Para poner un ejemplo retrocederemos en el tiempo unos doscientos mil años. Imaginemos que estamos delante de un árbol con nuestra tribu y necesitamos recolectar las manzanas que hay en él.
Sólo existirá una manera de hacerlo: saltando y arrancando el mayor número de manzanas posible que quede al alcance de nuestra mano al hacerlo. En una situación así, de las 109 manzanas que tiene el árbol, únicamente podremos alcanzar 15, las que están en la parte de abajo y las de la parte de arriba accesible. El resto, simplemente, no lo veremos ni como un objetivo potencial al considerar que está fuera de nuestro alcance.
En estas circunstancias, el miembro de nuestra tribu que pueda saltar más alto será siempre el mejor alimentado, mientras que el que pueda saltar menos será el que viva de la caridad de los demás... o muera de hambre. Pero tras el paso de varias generaciones de hombres y mujeres prehistóricos saltando, un día uno de ellos se aleja del árbol y se va a buscar ramas caídas de otros árboles para entrelazarlas entre ellas y crear un artilugio que luego llamaremos escalera. A partir de ese momento esa persona podrá llegar a las 94 manzanas del árbol que no existían para lo demás, ya que habían dado por supuesto que era imposible alcanzarlas.
En el ejemplo que acabamos de ver, la pregunta equivocada para saber cómo recolectar más manzanas era: ¿Cómo puedo saltar más?, simplemente porque así se había hecho los últimos mil años. La pregunta correcta hubiera sido: ¿Qué puedo hacer para alcanzar más manzanas? Al principio pueden parecer la misma pregunta, pero no lo son. La respuesta a la primera sería: “Hacer ejercicio para tener un cuerpo más atlético y poder saltar más”. La respuesta a la segunda sería: “Pensar una manera de ser más alto gracias a la naturaleza”.
En este caso, el ejemplo nos puede parecer excesivamente simplista y desfasado, pero en la actualidad hay cientos de situaciones donde simplemente actuamos por automatismos y sin hacernos las preguntas adecuadas. Al fin y al cabo hay miles de situaciones y problemas que nos serían superables si nos hiciésemos la pregunta adecuada.
¿Qué puedo construir para alcanzar lo inalcanzable? Con esta pregunta se ha llegado a más manzanas, a la luna, a explorar todo el espacio exterior, incluso a curar algunas enfermedades que nos parecían incurables hace solamente diez años. ¿A que vale la pena intentarlo? Caramba, acabo de hacer otra pregunta.
III ¡El mundo al revés! ¿Te acuerdas cómo jugábamos de pequeños a imaginar las cosas del revés? Sólo tenemos que hacer lo mismo aplicándolo a ideas que hayan tenido éxito. Dado que el mundo tiende a polarizarse, es probable que si nos fijamos en una idea que haya triunfado por ser excesivamente “algo” -“algo” puede ser cara, barata, oscura, infantil, rápida, lenta (y un largo etcétera)-, no nos resulte difícil pensar en una alternativa en el extremo opuesto.
La parte mala llegará, como siempre, cuando veamos que las ideas más lógicas ya están cubiertas: dado que hay fast food, existe el slow food, también llamado healthy food, donde los clientes comen lentamente, saboreando la comida, que además es mucho más sana que en los fast food que inventaron el término. Si existen las aerolíneas low-cost, también existen las aerolíneas de lujo. Pero si vamos un poco más allá, empezaremos a generar ideas nuevas que pueden resultar innovadoras, locas y en algún caso realmente buenas.
Solo tenemos que ir con los ojos bien abiertos, y la libreta de ideas preparada, para ir apuntando lo que veamos. Si existe un parque para niños, ¿tendría sentido lo mismo para adultos?... Y viceversa: ¿un pub para niños?
Si imaginamos la típica joyería carísima en el centro de la ciudad, ¿triunfaría una joyería barata, de autor, justo al lado, donde los precios no llegaran ni al 10%? Y si abrimos el ordenador y vemos una página de compra grupal para conseguir descuentos, ¿funcionaría también si hiciésemos lo mismo para gente millonaria que desea comprar grandes cosas? La lista pude llegar a ser larguísima, y separando el grano de la paja, contener grandes ideas.
En resumen, siempre que tengamos o veamos una buena idea intentaremos imaginar cómo sería su contrario, ver si dándole la vuelta nos sigue pareciendo una buena idea... ¡y a partir de ahí deberemos elegir!
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
IV ¡Imaginación! Cuando pensamos en ella, inevitablemente nos viene a la cabeza... un niño o niña con toda la imaginación del mundo. En la infancia tenemos enormes dosis de imaginación y también de ingenuidad. Sin embargo, a medida que crecemos y vamos recibiendo los golpes propios de la vida, van desapareciendo esas ganas terribles de comernos el mundo, así como la imaginación sin límites y la ingenuidad, para dar paso a la responsabilidad y el razonamiento.
Y es una pena. Precisamente, la creatividad y la imaginación son requisitos indispensables para tener ideas nuevas.
Veamos un ejercicio práctico a modo de ejemplo. Hay que constituir cuatro grupos formados a su vez por cuatro personas. Cada grupo deberá preparar durante quince minutos un plan de negocio para unos supuestos inversores a los que se les entregará por escrito; luego deberá presentarlo delante de los otros grupos, para que cada persona a título individual acabe votando aquel que más le ha sorprendido y cuya manera de presentar más le ha gustado (evidentemente, no puede votar al suyo). No se valorará la idea en sí, ya que ningún grupo podrá aportar ideas propias ni escoger entre las cuatro ideas prefijadas, pues estas serán distribuidas aleatoriamente.
Los negocios ficticios son: un gimnasio on line donde los usuarios interactúan con un profesor virtual que les enseña a hacer los ejercicios de entrenamiento muscular y les hace un seguimiento; una red social para personas que están en la cárcel para que puedan comunicarse con personas que están en otras cárceles; una plataforma de venta por Internet de naranjas, mandarinas y clementinas, y finalmente un sistema de alquiler de bicicletas eléctricas on line en varias ciudades del mundo.
Cada equipo realizará la presentación de su negocio ante los otros equipos siguiendo unas reglas sencillas: dispondrá de cinco minutos para hacerla y todos los miembros del grupo deberán participar de alguna manera en ella.
Hasta aquí, un ejercicio sencillo, divertido. Pero lo que resulta interesante y muestra claramente cómo obligar a un grupo a usar la imaginación es un buen método para provocar ideas (y dejar que los demás decidan por ellos mismos si quieren aplicar la imaginación, aunque no deban hacerlo por obligación) aparece cuando, justo antes de empezar la presentación, escogemos a un grupo de forma aleatoria e informamos a sus miembros de que no podrán hablar durante la misma: tendrán que ingeniárselas para presentar su negocio delante del supuesto grupo de inversores sin hacer uso de la
palabra. Evidentemente, en un primer momento esta situación les parecerá absolutamente perjudicial y creerán que están en desventaja respecto a los otros grupos. Sin embargo, podemos apostarnos una cena a que precisamente este grupo será el ganador.
Pero ¿cómo es posible?
Cuando tenemos delante de nosotros un problema sencillo (como tener que preparar una presentación sobre un tema en concreto) el 99% de las veces lo resolvemos sin plantearnos cómo, simplemente copiando la manera en que lo hicimos la última vez y que será la misma de siempre (desde que nos enseñaron a escribir y presentar). Es decir: lo haremos como lo hemos estado haciendo toda nuestra vida. En este caso, probablemente nos pondremos a escribir hasta que tengamos listo un discurso y luego lo leeremos, sacándole todo el partido posible a los cinco minutos disponibles.
Sin embargo, en el momento en que hay un cambio de las reglas y nos informan de que no podremos hablar, nuestro cerebro tiene que imaginar (¡imaginación!) otras maneras, desarrollar toda su creatividad para poder realizar la presentación. En ese momento, y usando el pensamiento lateral, aparecen miles de opciones posibles que no habrían surgido de no tener una limitación extra (de hecho, cualquier otro grupo podría haber llegado a ellas...): cantar, dibujar, hacer mímica..., cualquier idea es buena para superar la barrera que tenemos: no hablar.
Probablemente, esto dará lugar a que haya tres grupos cuyas presentaciones serán prácticamente iguales, pues sólo cambiará la idea que deben transmitir, y un grupo que saldrá al escenario para hacer una performance enormemente más creativa, que provocará aplausos al acabar... y llevará a la victoria al final del ejercicio.
Lo curioso de este asunto (que de ser un cuento sería la moraleja) es que nadie prohibió a los otros grupos dejar de hablar y recurrir a otras maneras de presentar su plan, pero a ninguno de sus integrantes se les ocurrió parar a pensar en cómo hacerlo de una manera más creativa, aunque la solución estaba a su alcance.
V ¡Simplificación! Vivimos en un mundo complejo donde cosas que hace años (a veces, siglos) eran muy sencillas ahora se han masificado, y en el momento en que millones de personas a la vez empiezan a hacer una misma cosa, esta adquiere una complejidad que a veces tira a más de uno atrás.
Intentar simplificar las cosas al máximo puede ser una muy buena manera de encontrar soluciones mejores, que, probablemente, se parezcan a las que se han utilizado hace mucho tiempo, pero que aplicando el conocimiento y la tecnología actual nos demos cuenta que podemos mantener la seguridad, por ejemplo, pero hacerlo de una manera mucho más sencilla. Y hoy en día, lo más sencillo suele ganar.
Existe una ley, que como la de Murphy se basa en el humor, que se llama la ley de Hlade’s, y que a veces, incorrectamente, se le atribuye a Bill Gates. La ley dice:
“SI TIENE UNA TAREA DIFÍCIL, DÉSELA A UN VAGO: ENCONTRARÁ UNA MANERA MÁS FÁCIL DE REALIZARLA.” O en inglés “If you have a difficult task, give it to a lazy person; they will find an easier way to do it.” Y aunque en el fondo la frase no tenga mucha filosofía y sí bastante humor, no deja de reflejar algo muy real: Cuando tenemos pocas ganas de hacer algo, si existe una manera más fácil y rápida de hacerlo, la encontraremos. ¿Quién no ha intentado llegar al mando de la televisión con el pie de mil maneras distintas para no levantarse, o cambiar de canal con un palo de escoba?
En resumen, intentemos imaginar maneras más sencillas de hacer las cosas, y si se nos ocurre alguna, probémosla, antes de explicarla, con algunas personas que afronten esa situación que hemos simplificado, para ver si nuestra nueva manera de hacer les resulta también más sencilla a ellos. Y en caso de ser así... ¡tenemos una idea!
VI Por último, la lógica. Tan necesaria siempre...
¡¿La lógica?! Pero ¿cómo que la lógica? ¡Si se trata de ser creativos! ¡Llevas un montón de páginas diciendo que hay que eliminar la lógica! Bueno, bueno, un momento, deja que me explique, por favor.
La lógica por sí misma puede resultarnos provechosa, pero también, seguro, nos resultará tremendamente lineal y nos dejará poco margen para tener ideas nuevas. Sin embargo, si no aplicamos nunca la lógica, probablemente acabaremos llenos de ideas excéntricas y locas propias de un monólogo de humor... que difícilmente podremos transformar en proyectos o empresas.
Decir que la lógica debe acompañarnos en un proceso absolutamente creativo y diferente a lo que hacemos normalmente puede sonar un poco extraño. Pero, en cambio, una vez que hemos iniciado este proceso creativo, si cada vez que vamos a tomar un camino inesperado (incluso para las cosas más cotidianas de nuestro día a día) nos preguntamos si aplicando exclusivamente la lógica haríamos lo mismo, probablemente acabaremos dándole vueltas a ese proceso para tener nuevas ideas, lo llevaremos a otro nivel, y probablemente nos planteemos cambiar de rumbo para empezar nuevos proyectos a partir de esas ideas.
Eliminar las suposiciones, hacer las preguntas correctas, jugar al mundo al revés, imaginar y aplicar la lógica. ¡FIN! Con estos cuatro métodos podremos transformar una situación en una explosión de ideas cada vez que queramos.
En resumen, el pensamiento lateral será nuestro mayor aliado siempre que queramos despertar el lado creativo que todo ser humano tiene (más o menos dormido) dentro de sí. Si aplicamos estos cuatro conceptos al analizar los que vamos escribiendo sobre nuestra rutina en nuestra “libreta de las ideas” nos daremos cuenta de que hay un mundo entero por descubrir y crear.
Esta sensación nos llenará por dentro y nos permitirá creer que podemos formar parte de ese grupo de personas que mejora las cosas o crea otras nuevas, e incluso hará que empecemos a llenar los espacios vacíos en conversaciones en las que normalmente hubiéramos permanecido callados, hablando de nuestras ideas e invitando a los presentes a ser parte de ellas y mejorarlas con nosotros. Tener ideas y aplicar con frecuencia el pensamiento lateral es, muchas veces, una chispa que enciende mucho más que una lista de ideas.
Uno de los principales obstáculos a los que nos enfrentamos cuando decidimos tener ideas (¡actitud! Deberíamos decir más veces: “He decidido tener ideas que me cambien la vida”) es esta pregunta: ¿Qué problema voy a solucionar yo? En un primer momento es muy probable que se nos llena la cabeza de impedimentos o comparaciones con personas que conocemos que son más inteligentes, o más rápidas, o incluso que tienen los ojos más bonitos. Y lo peor de todo: en ese momento, en medio de la crisis que nos viene con la maldita pregunta, creemos que todos ellos pueden tener ideas mucho mejores y solucionar problemas mucho más profundos.
Al final, esta pregunta solo tiene dos posibles respuestas: Ninguno, o todos.
Ninguno, si no conseguimos eliminarla de nuestra cabeza. Dicen que un equipo es tan fuerte como su miembro más débil, y esta máxima sirve tanto para formar un escuadrón de aviones de combate como para tener ideas. Y en el caso de que nuestro equipo seamos nosotros solos, el miembro más débil será uno mismo..., así que realmente no se solucionará ningún problema. Por simple que parezca, no tendremos la más mínima posibilidad de triunfar con una idea si no creemos en ella.
Por otro lado, podemos solucionarlos todos si realmente nos paramos a pensar en los problemas en sí, y sobre todo si dejamos de considerar un problema y su posible solución a partir de lo grande que nos parece. ¿Quién ha dicho que nuestra idea, empresa o producto será más potente, llegará a más gente o hará que ganemos más dinero si soluciona un gran problema global en vez de solucionar un pequeño detalle de nuestra vida diaria? Nadie. Simplemente, porque no tiene por qué ser así.
Lo que sí que puede ser diferente es lo factible que resulta la solución que imaginamos. No es lo mismo tener la idea de solucionar el problema de la contaminación mundial a partir de “crear coches eléctricos” (una buena idea), que tener la idea de cómo mejorar un motor eléctrico para hacer, por ejemplo, que las baterías duren más tiempo y haya menos pérdida de potencia (otra buena idea, aunque esta mucho más técnica y fácil de aplicar). Probablemente con la primera podremos llegar a montar un equipo que intente tener ideas como la segunda. Y con la segunda, probablemente nos persigan muchas empresas para que trabajemos con ellas para aplicarla. Una nos permitirá crear una empresa y apostar por la idea, y la otra nos permitirá ser muy valiosos para empresas ya asentadas en el sector en el que queremos entrar. Pero en ambos casos debemos felicitarnos: son dos buenas ideas. ¡Dos buenas ideas! Pero... dos buenas ideas... ¿para quién? En este momento nos haremos otra pregunta...
¡Buena pregunta! Podemos tener muchas ideas que hagan que ganemos dinero con ellas, pero cuando imaginemos nuestra vida alrededor de la creación de un proyecto basado en esa idea tal vez nos parezca dura, una vida en la que seremos infelices. Y eso suena a fracaso en la idea... o en la vida, que es peor.
Un buen ejercicio que podemos practicar en la libreta de las ideas cuando nos preguntemos “¿Cómo tener una buena idea... que a mí me guste?” consiste en ponérselo fácil a nuestro cerebro, escribiendo y dibujando el proceso que haría él de manera automática. Esto es lo más parecido a quitar el control automático del proceso de tener ideas y pasar al manual durante unos minutos, en los que exploraremos conceptos y problemas para acabar encontrando ideas. Veamos cómo.
Imaginemos una página en blanco. En ella escribiremos, espaciadamente, las tres áreas en las que nos gustaría innovar o pensar buenas ideas. En resumen, cosas que nos gustan y nos apasionan. Por ejemplo: niños, bicicletas, moda. Acto seguido dibujaremos un círculo alrededor de cada palabra.
El segundo paso será escribir, también de manera espaciada (el objetivo será que cada palabra mantenga el máximo espacio posible respecto al resto de las palabras de la página), algunos modelos
de negocio que nos gusten o nos atraigan, tanto digitales como del “mundo real”. Intentaremos que no sean menos de cinco ni más de diez. Por ejemplo: compra grupal, formación on line, diseño, publicidad, venta en tienda, autobús ambulante. Una vez lo tengamos preparado, rodearemos cada palabra con un cuadrado.
El tercer paso será escribir el nombre de personas de nuestro alrededor o que hayamos conocido en algún momento que sepan o tengan algo que ver con cada uno de los mercados y modelos de negocio, y rodear cada nombre con un... triángulo.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
Para entonces, casi está todo hecho. Si entra tu madre en la habitación se pensará que has viajado en el tiempo y vuelves a tener diez años, aunque probablemente ella nunca imaginará el potencial de la página que tienes delante.
Por último pasaremos a la acción. Simplemente debemos hacer conexiones entre cada uno de los mercados y los modelos de negocio (círculos con cuadrados) y escribir en otra página cada uno de los resultados. Por ejemplo: bicicletas + diseño = ¿diseño de bicicletas... más eficientes con el medio ambiente y pensadas para la ciudad de noche?, moda + autobús ambulante = ¿museo móvil de diseñadores locales que exponen y venden sus prendas en el “autobús mágico de la moda” por el resto del territorio?, bebés + formación on line = ¿formación para padres y madres primerizos on line mientras dura el embarazo para prepararles para el primer bebé, con clases nocturnas para los que no puedan dejar de trabajar? Y así hasta haber escrito todas las ideas posibles, por raras que nos parezcan.
Una vez tengamos la lista mágica de las ideas, nos iremos a tomar una cerveza, o a dormir, o a un parque de atracciones, dejando como mínimo unas horas hasta que la volvamos a examinar. Pasado este tiempo de reflexión, volveremos a abrir la página y puntuaremos cada idea de 1 a 10, valorando tanto cuánto nos atrae como lo factible que nos parece a primera vista, para acabar teniendo una lista de las Top-10 ideas que más nos gustan.
Finalmente, juntaremos las ideas de ese Top-10 con las personas que pusimos en triángulos en la página, poniendo al lado de cada idea los nombres que habíamos pensado tanto para el mercado como para el modelo de negocio, y procederemos a escribir un resumen de una o dos páginas de cada idea para acto seguido presentárselas a esas personas. Todo lo que nos quedará será empezar alguna de ellas y trabajar duro.
En el fondo, si estudiamos con “vista de águila” lo que acabamos de hacer, veremos que simplemente se lo estamos poniendo más fácil a nuestro cerebro, que de manera automática, sin círculos, cuadrados ni triángulos, está haciendo permanentemente este tipo de conexiones.
Lo mejor de todo es que si repetimos este ejercicio unas cuantas veces al mes, acabaremos por entrenar a nuestro cerebro para que lo haga solo, de modo que aparezcan ideas ya “cocinadas” y
conectadas delante de nosotros sin tener que dibujar ni una sola forma geométrica, que probablemente acabaremos odiando.
De la misma manera que mirando a una persona que camina por la calle es imposible saber si al nacer estuvo en una incubadora o no, mirando o escuchando una idea es imposible saber cuánto tiempo tardó esa idea en hacerse realidad, si surgió directa y espontáneamente o pasó unos meses en una incubadora imaginaria.
Quizá pueda parecer absurdo planteárselo de esta manera, pero todas las personas que han estudiado cómo aparecieron algunas de las ideas que más han cambiado el mundo han llegado a la misma conclusión: fue necesario tomarse un tiempo. Lo que hace que una buena idea se transforme en una idea brillante es, igual que en un buen cocido, el tiempo que dejamos que esa idea haga chup-chup, sólo que esta vez en nuestro cerebro.
Para poner dos ejemplos de ideas que pasaron un tiempo en una incubadora antes de convertirse en una realidad, y sin las que hoy no podríamos vivir, podemos simplemente mirar a la Red: Tim Berners Lee tuvo la idea de Internet diez años antes de hacerla realidad, tiempo que la tuvo en su incubadora personal. Otro ejemplo podría ser el del láser, que pasó quince años en un cajón, pues la gente que conocía el proyecto opinaba que no serviría para nada. Sin embargo, en la actualidad el láser hace posible la lectura de DVD, el control remoto de la TV o las operaciones de miopía sin cirugía exterior..., entre otros miles de cosas.
Es interesante observar cómo cambian las cosas con el paso de los años. Puede ser que una idea que nos parecía brillante a una determinada edad, no nos lo parezca tanto al cabo de diez años, aunque entonces se nos ocurra ese detalle que nos faltaba años atrás y que nos impidió desarrollarla. Veamos un ejemplo:
A los dieciséis años piensas que la mejor idea que puedes tener es la que te permita aguantar más horas de fiesta o estudio (dependiendo de cada uno) sin dormir. A los veinticinco, la mejor idea parece ser la que más dinero te puede proporcionar a corto plazo. A los treinta y cinco, sería la que te aporte más seguridad a corto, medio y largo plazo. Y a los cincuenta, la que te permita disfrutar de esos placeres que por alguna razón eran inaccesibles un par de decenios antes.
Pero ¿qué pasa si a los cuarenta se nos ocurre una idea relacionada con el mundo de la fiesta, una idea que lleva años en nuestra cabeza pero que nunca habíamos acabado de desarrollar? Algunos dirán que ya no es hora para estas cosas, ya que hace años que no vamos de fiesta y “seguro que todo habrá cambiado mucho desde nuestra época”. La historia nos dice, en cambio, que es ahora cuando tenemos una visión mejor del problema y de sus posibles soluciones, y en consecuencia más posibilidades de triunfar. Ahora que no la necesitamos, pues ya hemos “sufrido” el problema, nos llegara la solución, pero seguramente habrá toda una generación de jóvenes que todavía tenga ese problema. Sólo tenemos que comprobar que efectivamente es así y que nadie ha llegado a una solución parecida.
Si conseguimos ser usuarios fieles de nuestra idea una vez se convierta en un proyecto porque nos es útil (y no simplemente porque la hemos creado y la consideramos “nuestro bebé”) ya tenemos medio camino recorrido. Es útil ser usuario de nuestra idea en la vida real o en la memoria: si tenemos cientos de recuerdos de cómo “sorteamos” los problemas cuando no existía nuestra solución, esa memoria nos será tan útil como si todavía estamos a tiempo de gozar de los beneficios del proyecto.
En cambio, si esa conexión que nuestro cerebro creó, y que decidimos transformar en un proyecto en el que volcarnos, soluciona exclusivamente problemas de terceros, de forma que nunca podremos beneficiarnos de ella, debemos ir con extremo cuidado: probablemente habrá alguien de ese grupo de personas que quiera empezar un proyecto similar y pueda hacerlo mejor ya que lo vivirá “desde dentro”.
Ejemplarizar esta situación es tan fácil como imaginar un chico de veintitrés años que nunca ha tocado un caballo organizando una comunidad de señoras de cuarenta y cinco a las que les gusta tomar té y jugar a polo. Probablemente el mejor fichaje que pueda hacer ese chico para su equipo sean dos señoras de cuarenta y cinco amantes del té y del polo, o de lo contrario sentarse y esperar a que una de ellas empiece un proyecto similar... pero más adecuado a las necesidades reales. Así que hay algo que no deberíamos olvidar nunca:
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
¡Buena pregunta!
Si hay una paradoja en el mundo de las ideas sin duda sería esta: todo aquel a quien no tengas intención de contarle tu idea te pedirá que se la cuentes, mientras que esos a quien te gustaría contarla probablemente no van a querer escucharla.
El proceso de contar una idea a otras personas ha cambiado mucho en los últimos años. Hace algunas décadas, si contábamos nuestra idea a toda persona que tuviéramos delante, el mayor peligro era que alguien de nuestro propio pueblo nos acabara copiando esa idea. El riesgo era manejable y probablemente el número de personas que podían estar interesadas en copiarnos era un número controlado.
Hoy en día, en cambio, con una acción tan sencilla como publicar una breve nota en una red social avisando que montamos una fiesta de cumpleaños podemos conseguir que la policía cierre las salidas de las autopistas a nuestro pueblo para evitar grandes destrozos por los miles de personas que se han inscrito, como pasó en Alemania y Holanda en 2011 y 2012. Solamente cambiando esa breve nota de “hago una fiesta” por “tengo una idea”, es fácil imaginar que podría llegar a todo el mundo, y el número de personas potencialmente interesadas en nuestra idea podría multiplicarse rápidamente y resultar incontrolable.
Por lo tanto, ¡que cunda el pánico! Mi idea es mía y no se la cuento a nadie. ¿Correcto? La verdad es que no. La solución a tener miedo de que un ejército se nos descontrole no es no tener ejército, sino manejarlo con cuidado. Las redes sociales y su capacidad de hacer llegar a mucha gente nuestra idea puede ser algo muy beneficioso si lo utilizamos bien.
Es muy importante, por tanto, que recordemos y nos repitamos que contar la idea es bueno, y que si no lo hacemos, parecerá que la idea no ha existido nunca:
Podríamos definir tres fases entre tener una idea y el momento en que contamos esa idea a todo el mundo sin problema.
1) CONEXIÓN ¡Conexión! He tenido una idea. Probablemente lo más importante será registrarla correctamente en la libreta de ideas, escribiendo cualquier detalle que haga que la recordemos exactamente como la
tuvimos cuando leamos esa página unos días después. Acto seguido, introducimos esa idea en la incubadora: nos damos, como mínimo, unos días para pensar en ella. Aquí, en esta primera fase (y aunque nos cueste pues tenemos muchas ganas), lo más recomendable es no contar la idea a nadie, sino simplemente ir pensando en ella y apuntar lo que se nos ocurra en esa página de la libreta.
Esta primera fase puede durar desde un par de días a unos cuantos años, puesto que no contaremos la idea a nadie hasta que consideremos que ya está madura y seamos capaces de explicarla en un minuto, en diez o en el tiempo que haga falta, sin olvidar lo más importante: contarla siempre igual. En caso contrario corremos el riesgo de que tras contarla a cinco personas nos demos cuenta que tenemos cinco ideas distintas.
2) MADURACIÓN ¡Maduración! Una vez podamos explicar nuestra idea y responder a tres preguntas básicas (por qué es útil, qué posibilidades hay de transformarla en un proyecto y hasta qué punto queremos involucrarnos en ella), habrá llegado el momento de, sin sacarla de la incubadora, presentarla a un grupo reducido de personas, creando así un “círculo” de confianza. Y lo primero que diremos a las personas que decidamos meter en este círculo, antes incluso de contarles la idea, será que por favor la traten de manera confidencial, ya que todavía no está lo suficientemente madura como para que se conozca.
Con esto conseguiremos dos cosas: la primera y más importante, que la idea no pierda la “protección” que le proporciona el hecho de no ser pública. Y, la segunda, que esas personas a las que se la cuentas comprendan que valoras mucho su opinión, ya que has contado con ellas para madurar la idea antes de ofrecerla al mundo.
El objetivo de esta segunda fase, que como la primera puede durar desde un par de días a varios años, es descubrir por dónde flaquea la idea e, intentando mantener el espíritu inicial, acabar de darle forma. Nuestra libreta de ideas se llenará de comentarios, de análisis de lo que ya existe en el mundo para solucionar el mismo problema o problemas parecidos a los que nos hemos enfrentado, de sugerencias recibidas que pueden llevarnos a realizar modificaciones o a plantearnos preguntas para responder en el futuro, etcétera.
3) DECISIÓN ¡Decisión! Probablemente la fase más complicada será la tercera, donde decidiremos lo importante que es esta idea para nosotros y qué repercusión tendrá en nuestra vida. En esta fase ya disponemos de un documento más elaborado en el que hemos desarrollado la idea y un plan para ponerla en marcha. Podemos llegar a esta fase sin haber decidido totalmente si seguir adelante, pero en caso de que optemos por hacerlo, ya tendremos un planning detrás para empezar.
Llegados a este punto, el objetivo es llegar a cuanta más gente mejor, presentando nuestra idea al mundo. Hace cinco o diez años una de las pocas opciones que teníamos era crear una página web, con el correspondiente gasto.
Hoy en día, en cambio, existen multitud de soluciones que nos permiten dar a conocer una idea sin pagar nada. Podemos crear un perfil en las redes sociales o montar una página web o blog sin pagar nada gracias a las decenas de plataformas a las que tenemos acceso. Mi recomendación es que expliques la idea de manera clara, sin miedo a que la copien, e intentar dar la sensación de que controlas ese campo. La mejor manera de evitar que nos copien una idea es demostrar que somos los que más hemos estudiado ese tema y que, por lo tanto, no tendría sentido perder tiempo en plagiarla cuando pueden contactar con nosotros para colaborar y remar en la misma dirección.
Hecho esto, solo nos quedará pedir a todos nuestros amigos que nos ayuden publicando la idea en sus respectivos perfiles y blogs para que llegue al mayor número de personas posible. Y, luego, lo más complicado pero lo más divertido: ¡empezar a desarrollar esa idea! Dicen por ahí que hay un libro llamado Está todo por hacer que cuenta cómo hacerlo, y otro llamado Optimismamente que nos propone cómo afrontar los problemas que irán surgiendo cuando la idea se vaya haciendo realidad. Nada, por si te interesa seguir leyendo cuando acabes este libro...
Tras describir las tres fases, probablemente nos daremos cuenta de que a lo largo de un día pueden llegar a la fase I varias ideas. El número de ideas que accedan a la fase 2 se limitará a una o dos a la semana (para no cansar a la gente con tantas ideas), y probablemente las que superen la fase 3 no serán más de un par al año. ¡Que no cunda el pánico! Precisamente la magia de tener ideas es que debemos decidir por cuál de ellas apostar, y dedicar toda la energía en transformar esa, y no las demás, en la idea ganadora.
Si le hemos dado importancia al hecho de decidir a quién le contamos una idea, deberíamos darle todavía más importancia al hecho de que alguien decida contarnos su idea a nosotros. Desgraciadamente, no es fácil explicar una idea cuando tenemos la sensación de que, sea cual sea, nuestro entorno más cercano nos responderá:
¿Te has vuelto loco? ¡Esto nunca tendría éxito! Esta sería la típica respuesta de alg uien que nos quiere y quiere sobreproteg ernos evitando que asumamos el riesg o de fracasar con nuestra idea, sin entrar a valorarla ni un seg undo. También podría ser la respuesta de alg uien que pensamos que nos quiere pero que en realidad no soportaría que triunfáramos, así que quiere evitar que lo intentemos.
No es mala idea, aunque... no creo que tú puedas empezar algo así. Con esta respuesta también querrían proteg ernos para que no nos expusiéramos a un fracaso, pero sobre todo querrían desmotivarnos, y para ello nos recordarían nuestras carencias, que podrían ser ampliamente cubiertas por otros que llevaran a término esa misma idea. ¡No has estudiado suficiente para montar eso! ¡Te va g rande este proyecto! ¡No tienes ni idea de este mercado!... y tantas otras frases parecidas.
¡Qué buena idea! Lástima que no hayas nacido en Silicon Valley (o China, o Alemania, o Reino Unido, o...). Siempre habrá un lug ar, un entorno mejor donde poner en marcha nuestra idea. Y precisamente eso es lo que nos remarcaría alg uien que realmente piensa que no triunfaremos nunca con nuestra idea porque hay una desventaja demasiado g rande respecto a otros emprendedores que quieran desarrollarla: hemos nacido, aparentemente, en el lug ar equivocado.
La verdad es que, por triste que parezca, si contamos una idea a diez personas en según qué entornos, es muy probable que más de cinco nos respondan con una de esas tres opciones. Y la razón es probablemente la falta de cultura emprendedora en dichos entornos.
Evidentemente cada una de esas frases tendrá algo de razón, pero lo que todas tienen siempre es una carga desmotivadora de la que nos costará muchísimo librarnos, ya que probablemente si las primeras personas a quien contamos la idea nos responden eso, nuestro cerebro intentará protegernos “de nosotros mismos” buscando a toda velocidad cualquier excusa para que no la pongamos en marcha.
Esta situación nos tiene que hacer reflexionar sobre qué debemos responder cuando alguien nos explica una idea, ya que después del rol de “ideador”, el siguiente rol más importante en el proceso de conversión de una idea en una realidad es el de “consejero” (ya sea de manera formal en el seno de una empresa, o de manera informal como miembro del grupo de personas a quien primero se le cuenta la idea).
Si lo vemos en perspectiva, la mejor respuesta que podemos dar cuando nos explican una idea es siempre esa que nos gustaría recibir a nosotros. Y no se trata de que soltemos un ¡Felicidades, me encanta, adelante! cuando quizá no lo vemos claro, porque eso sería incluso más perjudicial que una de las frases que hemos visto antes, sino de que lleguemos a la siguiente reflexión: En caso de llegar a ser usuarios de esta idea,
Cualquier respuesta a esta pregunta será un feedback valioso, sincero, y la mayoría de las veces estimulante para la persona que ha tenido la idea. Y en caso de que de ninguna de las maneras pudiéramos llegar a usar esa idea (por ejemplo, una manera más eficaz de encajar el zapato de mujer en su pie cuando tú no eres una mujer ni usas zapatos de mujer) el mejor feedback que podremos darle es recomendarle una persona que, al ser un potencial usuario de su idea, creamos que pueda dárselo.
Al fin y al cabo, cuando damos un feedback a alguien nuestro objetivo es conseguir que en caso de que esa idea se haga realidad lo haga con las mayores de posibilidades de tener éxito, no juzgarla.
Contar bien una idea es casi tan importante como tenerla. Ya hemos visto cuándo es el mejor momento para contarla, así que toca ver cómo transmitirla con estilo..., pensando en conseguir que esa idea se quede en la cabeza de quienes la escuchen.
Este libro no trata de cómo hablar en público (¡conexión!, acabo de tener una idea...), aunque transmitir ideas de una forma correcta bien merece un capítulo, incluso un libro o una carrera entera en la universidad. Y es que de todas las maneras que existen de transmitir ideas –ya sea hablando, a través de un e-mail, un panfleto, una presentación o una llamada–, si lo hacemos cumpliendo una serie de pautas, podremos duplicar e incluso triplicar las posibilidades de que la idea no sea olvidada. Veamos cuáles:
Pásate de la raya.
Descaro y respeto.
Aprovechar cualquier ocasión, ¡cualquiera!, para explicar la idea.
Blanco o negro, sin matices.
La cabeza bien alta... y los pies en el suelo.
¡Sigue simplificando!
Pásate de la raya Escandalizar es bueno al explicar una idea, y si conseguimos hacerlo con respeto, es la mejor manera de asegurar que la persona que nos escucha no olvide lo que le estamos contando. ¿Qué hizo Benetton para promocionar sus nuevos productos? Escandalizó como nadie se había atrevido a hacerlo antes. Puso un caballo blanco montando a un caballo negro en un anuncio gigante, el líder de Corea del Norte besando al presidente de Corea del Sur o un primer plano de un culo con las palabras “HIV positive”. Y el mundo lo aplaudió.
Aunque es posible que al pensar en hacer algo para escandalizar tengamos la sensación de que alguien ya lo ha hecho antes, lo cierto es que es poco probable que la persona con la que hablemos lo haya visto más de un par de veces, así que vale la pena intentarlo. Una forma de vestir diferente al habitual del lugar donde tengamos que explicar nuestra idea, sacar paneles fijos impresos en vez de un powerpoint (como se hacía antes) o poner un puf y pedir al que escucha que se siente en él para estar más cómodo son tres ideas probablemente simplistas pero que muestran las miles de opciones que tenemos. ¡Incluso antes de haber empezado a hablar de la idea!
Una vez tengamos que presentar la idea, debemos buscar maneras alternativas e imprevisibles de hacerlo: si tenemos una idea relacionada con el mundo informático, la explicaremos sin utilizar ninguna tecnología, recurriendo solo a objetos que ya existían hace treinta o cuarenta años. Si tenemos una idea del sector del transporte, haremos la presentación entera encima de un monopatín, patinete o segway, y así sucesivamente. Finalmente, en caso de recurrir a una presentación para expresar nuestra idea, intentaremos que sea lo más transgresora posible: menos texto y más imágenes a pantalla completa que provoquen un debate ético o que puedan parecer incorrectas.
Cualquiera de las opciones que se nos ocurran (que en el fondo son ideas para presentar una idea) será buena siempre que, ya sea poco o mucho, escandalice al que la recibe, provocando que abra bien los ojos para ver qué vendrá después. Y si se aburren o notas que les pesan los párpados a media presentación, siempre puedes tener un globo preparado para pincharlo y darles un buen susto para acabar diciendo: “Lo siento, es un globo preparado para estallar automáticamente cuando alguien se aburre”. Aunque mejor pensar algo para no llegar a ese extremo.
Descaro y respeto Jake E. Sinclair siempre dice en sus conferencias que el éxito se halla exactamente en el punto medio entre el descaro y el respeto. Y es que una presentación con un 100% de respeto puede sugerir que estamos haciendo la pelota al que nos escucha, mientras que una presentación con un 100% de descaro puede hacer que la persona que escucha piense que no le tenemos respeto y somos unos sinvergüenzas. Conseguir el punto intermedio no siempre es fácil, aunque una vez tengamos práctica lo haremos de modo automático.
La primera vez en la vida que me encontré en una situación en que esta fórmula me hizo tener éxito fue en una reunión de emprendedores en Barcelona. Un grupo de 20 emprendedores recibían al alcalde y al expresidente Felipe González. Yo en esa época estaba escribiendo mi primer libro, Está todo por hacer, y recuerdo que esos días estaba pensando sobre el prólogo y el epílogo, y quería que los hiciesen personas que tuvieran una opinión directa y clara sobre ser emprendedor.
Escuchando a Felipe González lo tuve claro: quería que él escribiera el epílogo. Pero ¿cómo lograrlo? Era imposible acercarse a él una vez acabada la reunión ya que habían unas veinticinco personas a su alrededor pidiéndole un autógrafo, una foto o alguna otra cosa. Evidentemente, con tanta gente no podía dar sus datos de contacto de modo privado. Así que decidí apartarme un poco y observar qué hacía la gente que trabajaba para él, y me fijé que unos minutos antes de la hora de su salida las dos personas encargadas de su seguridad se iban por un pasillo hacia el ascensor, así que decidí seguirles. Se metieron en el ascensor y lo bloquearon, esperando que llegara el expresidente. Sin pensarlo, me metí también en el ascensor (descaro), y entonces me echaron, porque “ese era el ascensor para el señor González”. Con mucho respeto les dije que él mismo me había pedido que lo esperase allí (respeto y descaro, ya que ni siquiera había hablado con él), de modo que me dejaron quedarme.
Al cabo de unos minutos llegó el expresidente, seguido de las 25 personas, que vieron cómo entraba en el ascensor donde estaban sus guardias de seguridad... y yo. Una vez cerradas las puertas, me presenté y le conté que estaba escribiendo un libro sobre ser emprendedor y que me encantaría que él dijera en el libro lo que había dicho allí. Ante la mirada atónita de los guardias de seguridad (a los que aprovecho para disculparme desde aquí) el expresidente me dio sus datos de contacto, y dos meses más tarde... recibí el epílogo. Y le estaré siempre
agradecido por ello. Con respeto, aunque con descaro, las cosas se consiguen, me dije. Jake tenía razón, y lo sigo aplicando cada día.
Aprovechar cualquier ocasión, ¡cualquiera!, para explicar la idea Una vez hayamos decidido abrir la caja de pandora y empezar a contar nuestra idea al público, es importante no perder ninguna oportunidad para hacerlo. No sabemos nunca dónde podemos encontrar a la persona adecuada, y dicen que un buen comercial es el que cuando le cierran la puerta entra por una ventana. Debemos ser excelentes comerciales de nuestras ideas.
Para llegar al punto adecuado es importante perder la vergüenza. En un principio, si no tenemos vergüenza para hablar delante de desconocidos, lo tendremos mucho más fácil. En caso contrario, siempre podremos ensayar la presentación de la idea y simplemente repetirla una y otra vez.
El mejor caso que puedo recordar relacionado con esto me lo regaló el director comercial de eyeOS, Gustavo. Él aprovecha todas las ocasiones que se le presentan para explicar las últimas novedades de la empresa y conseguir la tarjeta de visita de la persona que tiene delante. Levantarse en mitad de una comida en un restaurante para ir a hablar con el encargado si le parece que este puede necesitar la nueva tecnología es un ejemplo de un día que no tiene muchas ganas de moverse.
El caso en cuestión tuvo lugar en 2011, en un congreso de directores de informática en Madrid. Aunque habíamos ido juntos, yo me marché a media mañana porque regresaba en tren. Él volvía en avión y todavía disponía de cuatro horas antes de embarcar. Cuando acabó de visitar todos los stands del congreso (¡todos!) salió del mismo y se quedó pensando qué podía hacer, porque le sobraba una hora y muchas tarjetas de visita. Y lo que hizo fue tan raro como... girar la cabeza y observar que al lado del congreso de directores de informática había otro congreso de traductores de ruso-español.
Sin pensarlo un minuto se metió (con descaro y sin pase) en el congreso de traductores y empezó a hablar con directores de empresas de traducción para ofrecerles tecnología de Cloud Computing. ¿Lo mejor de toda la historia? Que alguno acabó dándole la tarjeta de visita y concertando una entrevista para más adelante. Ese día Gustavo volvió satisfecho en el avión. ¿Y sabéis lo que hizo cuando al entrar vio al piloto usando una tableta? Efectivamente, le
explicó las últimas novedades de la empresa para que le indicara con quién podía hablar en la aerolínea.
Blanco o negro, sin matices Si somos clásicos, seámoslo hasta el límite. Si somos modernos, asustemos de tanta modernidad. Si tenemos acento extranjero, no lo disimulemos. ¡Que se note! No escondamos los defectos y mostremos todas nuestras facetas cada vez que presentamos nuestra idea.
Al fin y al cabo, cuando la persona escucha lo que le decimos no solo está evaluando la idea, sino también al creador que se la cuenta. Al vender algo nos vendemos a nosotros mismos, y es mucho mejor que nos mostremos exactamente como somos que no que intentemos esconder cosas, que probablemente acabarán apareciendo si la relación prospera. Incluso puede pasar que les acabe gustando lo que ven.
Una buena forma de hacerlo es a través de nuestro currículum vítae. Tarde o temprano todos tenemos uno, más o menos actualizado, más o menos formal y más o menos extenso. Te pediría que vayas a ver tu currículum o al menos dediques un momento a imaginarlo. ¿Tiene la foto arriba a la derecha, donde nos dijeron que tenía que estar? ¿Tiene el nombre arriba a la izquierda y unos bloques de formación, experiencia profesional e idiomas bien definidos? ¿Cabe en una página? ¿Usa un lenguaje formal y pone los datos de contacto claros?
Tenemos un currículum que probablemente pasará desapercibido encima de una mesa con muchos currículums más. Dediquemos un momento a plantearnos cómo somos realmente y pongámoslo en nuestro currículum, llevando cada punto al extremo.
¿Que hablamos mejor inglés que la media? ¡Hagamos todo el currículum en inglés! ¿Que no nos gusta nuestro aspecto? ¡Cortémonos la cara por la mitad y pongámosla grande de modo que ocupe toda la página! ¿Que nos gustan los números? ¡Resumamos nuestra vida con cinco números, escribámoslos bien grandes y pongamos el porqué de cada uno al lado!
En resumen, hagamos que en una mesa con cien currículums el nuestro destaque visualmente, y una vez conseguido el primer objetivo (que se lo miren) hagamos que muestre lo mejor posible cómo somos realmente.
Con esto conseguiremos que si nos llaman para hacer una entrevista tengamos muchas posibilidades de conseguir el trabajo, ya que sabrán muy bien cómo somos, probablemente mucho mejor que cómo son el 99,9% de personas que se limitan a poner con un tipo de letra estándar, en un tamaño estándar, que tienen un nivel de inglés... estándar.
La cabeza bien alta... y los pies en el suelo Igual como hemos visto hemos de explicar nuestra idea con descaro y respeto, es clave que lo hagamos con la cabeza bien alta: debemos ser conscientes en todo momento de que nadie creerá en ella más que nosotros mismos.
Para comprobarlo, pidamos a alguien que no conozca nuestro idioma que lea en voz alta un texto donde hayamos desarrollado nuestra idea. Con este ejercicio, además de ver lo difícil que le resulta a un extranjero pronunciar nuestra lengua, conseguiremos algo muy importante: que este explique la idea sin entenderla, sin ponerle nada de emoción. Acto seguido leamos nosotros el mismo texto: nos daremos cuenta de que la misma idea explicada por alguien que la siente y la lee con emoción o por alguien que no entiende lo que está leyendo y simplemente se dedica a emitir sonidos parecen... dos ideas totalmente distintas.
Hablemos claro, sin miedo y sin vergüenza pero recordando... tener los pies en el suelo.
¡Te contradices! ¡Fuera, fuera! Un momento, un momento. Se puede hacer las dos cosas a la vez.
En este caso utilizamos la expresión “mantener los pies en el suelo” para indicar que debemos ser humildes, no parecer prepotentes, cuando expliquemos nuestra idea. Si en algún momento no cumplimos este requisito, pueden ocurrir dos cosas, una mala y otra peor:
A) La mala: la persona que nos escucha aprecia la idea como innovadora pero no nos soporta como persona. Probablemente no tarde en dejar de escucharnos, ya que pensará que no somos buenos comunicadores, pues solamente le estamos transmitiendo... prepotencia.
B) La peor: la persona que nos escucha conoce una idea muy similar, y mientras la explicamos no dejará de pensar...: ¡Además de prepotente no sabe que no ha inventado nada!, y estará esperando a que acabemos para decirnos, muchas veces de malas maneras, que
no hemos inventado nada y que esto lleva años inventado.
En ambos casos nuestra autoestima sufrirá un golpe que deberemos curar para poder seguir con nuestra idea: Así pues, no vale la pena “crecernos” demasiado.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
¡Sigue simplificando! Igual que hemos visto que hay que simplificar cuando estamos teniendo ideas, hay que simplificar cuando las contamos.
Muchas veces, especialmente cuando ya hemos explicado nuestra idea unas veinte o treinta veces, empezamos a dar por sentado que nuestro interlocutor sabe tanto del tema sobre el que va la idea como nosotros. Y acabamos contando solo la parte de la idea que es realmente innovadora sin detenernos en el contexto..., algo absolutamente necesario para que la otra persona pueda entender la idea en todo su esplendor.
Esta situación es más grave cuando nuestra idea tiene que ver con un sector alejado del gran consumo y mejora algún aspecto de un concepto técnico que ya resulta difícil de explicar por sí mismo. Por ejemplo, si tenemos una idea relacionada con la física cuántica, con la composición de los tejidos o la eficiencia energética de los motores de gasolina..., deberemos dedicar, como mínimo, el 50% del tiempo de la presentación a explicar el tema en cuestión de una manera extremadamente simplificada.
El objetivo es que lleguemos al extremo de tener miedo de que la persona que nos escucha pueda pensar que lo tratamos de tonto o tonta. Si llegamos a este extremo significará que realmente hemos bajado la idea al suelo y entonces podremos empezar a explicarla. En caso de que sospechemos que la persona que nos escucha tiene un mínimo de noción del sector, antes de empezar a desarrollar la idea podemos disculparnos: “Es posible que explique demasiado el concepto y a ti no te haga falta tanta explicación, pero es que si me salto esta parte acabo hablando con demasiados tecnicismos y la gente no me entiende”. Y problema solucionado.
Cuando nuestra idea no es excesivamente técnica y nos resulta muy fácil explicarla cada vez sin usar conceptos complicados, a pesar de que parezca contradictorio, es cuando debemos ir con más cuidado. Es muy, muy probable que acabemos por obviar algunos detalles a medida que nos acostumbramos a presentar nuestra idea, y quizá sean esos detalles precisamente los que hacía que la gente se enamorara de ella.
No se trata de que nos aprendamos de memoria un discurso de un minuto y medio y lo repitamos cada vez como si fuésemos un reproductor de MP3, sino de ser capaces de contarnos la idea a nosotros mismos cada vez que se la contemos a alguien, de escucharla como si fuera la primera vez para darnos cuenta de si falta algo para convencernos de que es buena... Al fin y al cabo, si conseguimos contarnos a nosotros mismos la idea a la vez que la estamos contando a los demás,
conseguiremos hablar con mucha más ilusión, y eso será lo primero que note la persona que nos escucha.
http://educaciondemillonarios.blogspot.com
Como ya hemos comentado en este libro, probablemente tarde o temprano en el proceso de conversión de una idea en una realidad tendremos la sensación de que justo quien nos gustaría que se sentara media hora con nosotros para explicarle nuestra idea no tiene disponibilidad o no quiere atendernos. Todos hemos pasado por esta situación, así que no debemos desesperarnos; probablemente habrá gente interesada en escucharnos que pueda aportar mucho más que esa persona en concreto que nos cierra la puerta.
Para bien y para mal nos ha tocado nacer en la era en que Internet está en prácticamente todo el mundo, y esto abre miles de posibilidades y sitios donde poder contar nuestra idea (e incluso desarrollarla) sin salir de casa. Aunque si hemos llegado hasta aquí... veamos qué hacer para captar la máxima atención y no caer en saco roto: dicen que los periódicos de hoy llenarán las basuras del mañana, y la información pobremente publicada de hoy... será olvidada mañana.
Básicamente hay dos opciones para publicar nuestra idea, las dos perfectamente válidas en momentos distintos: una es usar nuestra personalidad on line para contar la idea y otra crear una presencia on line específicamente para la idea.
¡Aprovechémonos... de nosotros mismos! Si ya disponemos de un perfil en alguna red social de masas, y tenemos algunas conexiones con otras personas dentro de esa red, podemos considerar que ya tenemos un lienzo donde enseñar nuestra idea. Podemos considerar que somos suficientemente influenciadores para conseguir cierta relevancia al contarla a partir de 250 personas reales que lean nuestro mensaje, especialmente cuando están concentradas en un mismo territorio.
El único problema que tienen las redes sociales actuales es que la información no se ordena por la importancia que queramos darle sino por el orden cronológico, por lo que si después de explicar nuestra idea comentamos un vídeo de Internet o explicamos qué vamos a cenar, el “momento idea” perderá toda su relevancia, quedando relegado a un triste segundo lugar.
Por otro lado, resultará más fácil tener credibilidad: los que nos conocen sabrán que detrás de la idea hay una persona a la que respetan y no un interrogante, y los que no nos conocen verán que la persona que hay detrás de la idea da la cara y no se esconde, por lo que es más probable que sientan sin embargo respeto por esa idea.
Es importante, pero, que si decidimos usar nuestros perfiles on line para presentar nuestra idea sigamos un par de pasos:
En primer lugar, revisemos qué hemos publicado en esas redes antes de la idea. Es posible que si la idea gusta algunas personas con las que hace tiempo que no hablamos (o incluso que no conocemos) se interesen por nosotros, y si encuentran fotos donde no podemos ni aguantarnos de pie o estamos orinando en el patio del vecino no se llevarán una buena impresión. Imaginemos que en el mejor de los casos tendremos muchas visitas en nuestro perfil social, así que, al igual que arreglamos la casa cuando tenemos visitas, vale la pena aprovechar para ordenarlo un poco y especialmente ocultar o cerrar el círculo de privacidad de esas cosas que no queramos que vea la gente que se interese por nuestra idea.
En segundo lugar, dejemos que la idea respire, e intentemos recordarla: en la mayoría de los casos nunca habrá más de un 25 o 30% de usuarios conectados en el momento en que contemos la idea, y si se conectan unas horas más tarde probablemente ese mensaje estará muy abajo en su línea temporal, por lo que no la verán. Así, lo mejor es dejar unas horas entre nuestra última actualización y el post donde contamos la idea, y lo más importante: no escribir nada más, al menos en dos o tres horas, y luego volver a comentar la idea desde otro punto de vista (para no repetir el primer mensaje), por ejemplo, agradeciendo el feedback recibido y comentando alguna pregunta o comentario sobre la idea. De esta manera, el que se conecte justo en ese momento y se encuentre con el “capítulo dos” de nuestra idea, sentirá curiosidad para saber de qué se trata y buscará el origen de todo aquello.
¡Hagamos que la idea hable sola! Si no disponemos de perfiles en redes sociales o simplemente nos atrae más darle personalidad propia a nuestra idea, podemos optar por crear una página web y un perfil público para presentarla. Para ello, el primer paso será el de buscar un nombre que nos parezca atractivo, tanto a nivel de dominio de Internet (como quieras llamar tu idea punto com) como para los perfiles en redes sociales. Hay cientos de libros y documentos que cubren este aspecto (cómo encontrar un buen nombre); yo simplemente hago una lista de palabras que definen la idea y que suenan bien cuando las pronuncio, y luego las combino. Si todo falla siempre podremos acabar inventando una palabra que suene bien y se escriba fácilmente.
Una vez tengamos un nombre pensado, los siguientes pasos serán fáciles, aunque debemos darlos con cuidado, y es que si montamos una página web sin ningún tipo de conocimiento sobre usabilidad o diseño es posible que el resultado acabe quitando importancia a la idea y haga que algunas personas la ignoren porque crean que esa idea no está suficientemente desarrollada por sus creadores o ideadores.
Para evitar esto, simplemente debemos pensar bien cómo montaremos la página web y qué formato tendrá. La recomendación que más puede minimizar el riesgo de no ser tomados en serio es montar un blog con algún servicio existente y buscar una buena plantilla, bien diseñada (y a ser posible barata), que nos permita diferenciarnos un poco del estilo habitual de los millones de sitios que hablan de millones de temas distintos al nuestro.
Además, el formato blog nos permitirá, por un lado, destacar ciertos artículos en los que informamos de quiénes somos y resumimos la idea (en una barra superior, por ejemplo), y a la vez ir contando las últimas novedades para conseguir que la gente se enganche al proceso de conversión de nuestra idea y acabe comentando y siendo parte de ese proceso.
Finalmente, hoy en día estar solamente en una página web es contraproducente, ya que las redes sociales han llegado para quedarse: es importante que creemos un perfil al menos en las dos más
conocidas (Facebook y Twitter) para ir contando la evolución de la idea y enlazando con los artículos de nuestro blog.
Como punto negativo, estos perfiles al principio no tendrán ninguna audiencia, y en el caso de que ya tengamos un perfil personal en esas redes nos daremos cuenta de que lo que nosotros contamos a título personal acaba teniendo más repercusión que lo que contamos desde los perfiles oficiales de la idea. Para solucionarlo, simplemente debemos invitar a las personas que nos siguen a nosotros a que sigan también el perfil de la idea, y, por otro lado, hacer eco en nuestros perfiles personales de lo que van contando los oficiales.
Finalmente, podremos aprovechar que la idea tiene su canal de comunicación propio para elegir el mejor trato para nuestros usuarios: si presentamos una idea para mejorar la extracción de sangre, probablemente los usuarios que nos visiten estarán acostumbrados a ser tratados de usted, por lo que no resultará apropiado ofrecer un trato de tú, más personal; si se trata de una idea para facilitar el transporte en noches de fiesta y alcohol, seguramente el usuario se sentirá incómodo si le hablamos de usted, ya que no estará acostumbrado a ello.
Si alguien me pidiera ahora mismo que le confesara un secreto, este sería sin duda mi debilidad por la música (y, especialmente, por las letras) de Fito: normalmente, antes de alguna entrevista importante o aparición en televisión hago un extraño ritual que consiste en poner “Antes de que cuente diez” muy alto y pensar en lo que va a suceder, en qué quiero decir y cómo lo voy a decir.
Aunque esto parezca simplemente un capricho, la verdad es que esta canción me responde la cuestión “Y ahora, ¿qué hago?” que me planteo después de tener una idea, prepararla y contarla. Tenemos que decidir cómo sigue la historia, y, como dice la canción, lo último que debemos hacer es dejarlo en manos del destino:
Al plantearnos qué debemos hacer para ponernos “manos a la obra”, parece evidente que si lo dejamos en manos del destino hay un 99% de probabilidades de que la idea acabe guardada en un cajón o, en el mejor de los casos (al menos así podrá crear riqueza para alguien), la lleve a cabo otra persona.
Hacer una lista de los pasos que hay que seguir cuando tenemos una idea que creemos que merece la pena desarrollar es, en el fondo, absurdo, ya que se compondría solamente de dos pasos:
1) Mentalizarnos sobre cuánto tiempo le vamos a dedicar.
2) Todo lo demás.
Y es curioso, porque la mayoría de documentos y libros que tratan este asunto se van directamente al 2 olvidando el 1, que para mí es el más importante. Lo primero que debemos hacer es sentarnos y pensar cuánto tiempo al día (o a la semana) vamos a dedicar a desarrollar nuestra idea, y al hacerlo tendremos que tener en cuenta algo muy importante: si dejamos que el miedo nos venza y no seguimos adelante a pesar de tener muchísimas ganas, a partir de ese momento nuestra vida nos gustará mucho menos.
La frase es dura pero cierta. No nos quedemos simplemente con la idea, pongámosla en marcha o algún día sentiremos que una parte de nosotros quedó con ella abandonada en un cajón.
Muy probablemente al principio estaremos solos y la diferencia entre dedicar media hora cada día o toda la tarde del viernes será más bien poca, ya que las horas invertidas serán las mismas. Pero en el momento en que empecemos a involucrar a más gente de nuestro entorno (o de fuera del mismo) para que nos ayuden, la cosa cambiará, y tendremos que sincronizar el esfuerzo de esas personas con el nuestro.
No debe preocuparnos ir aumentando poco a poco el tiempo y esfuerzo que dedicamos a poner en marcha nuestra idea: cientos de emprendedores de éxito empezaron siendo “emprendedores de fin de semana”, es decir, desarrollaban su idea durante el fin de semana mientras de lunes a viernes conservaban su trabajo para mantenerse.
Podríamos incluso afirmar que es más sano empezar dedicando solo una parte nuestro tiempo: la sensación de frustración al no saber cómo continuar es menor si nos reservamos tiempo para vivir de otras fuentes, por lo que no hay tanta prisa. Por otro lado, no conozco a nadie que haya empezado a escribir un documento desde cero y no haya levantado las manos del teclado hasta haber escrito ciento cincuenta páginas.
Algunos pasaron de ser emprendedores de fin de semana a serlo de media jornada, otros vieron que su idea no era tan buena como les había parecido al principio y la abandonaron, y otros acabaron dedicando todo su tiempo a su idea... y a la empresa que saldría de ella.
Y si buscamos algo en común entre todos los que dieron el paso, veremos que es prácticamente imposible, ya que son muy distintos. Nos encontraremos al estudiante con ganas de comerse el mundo, al jubilado que pone en marcha un proyecto “por hacer algo”, al padre o la madre primerizo que quiere quedarse en casa tras el nacimiento de su hijo y acaba montando una empresa que facturará doscientos millones de euros al cabo de diez años...
Al final, la única cosa que tendrán todos (o casi todos) en común será el fracaso: el que triunfa a la primera es más afortunado que emprendedor, al menos hasta que repite y pone en marcha otra idea (entonces pasa a ser emprendedor de pura raza). Y hay muy pocos afortunados: la mayoría se la pega una, dos o cien veces antes de triunfar. Pero ¡que no cunda el pánico! Todos los que han triunfado aseguran que la victoria sabe muchísimo mejor cuando se ha conocido el fracaso.
Lo más divertido de este asunto es que todo esto ya lo decía el estribillo de la canción en una sola frase: “no voy a sentirme mal si algo no me sale bien, he aprendido a derrapar y a chocar con la pared”. Curioso, ¿verdad? Todo este tiempo pensando en cómo empezar a trabajar sobre una idea y la respuesta la tenía Fito.
View more...
Comments