Tiene Gracia. La Alegría, El Humor y La Risa en La Vida Espiritual - JAMES MARTIN SJ

January 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Tiene gracia…

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Colección «EL POZO DE SIQUEM»

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JAMES MARTIN, SJ

Tiene gracia… La alegría, el humor y la risa en la vida espiritual

SAL TERRAE Santander – 2012

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Título del original en inglés:

Between Heaven and Myrth. Why Joy, Humour, and Laughter Are at the Heart of the Spiritual Life Publicado por HarperOne, an imprint of HarperCollins Publishers, a quien agradecemos su autorización para su traducción e impresión en español © 2011 by James Martin, SJ

Traducción: Milagros Amado Mier © 2012 by Editorial Sal Terrae Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) Tfno.: 942 369 198 / Fax: 942 369 201 [email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: ✠ Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander 30-11-2011 Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera www.mariaperezaguilera.es Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida, total o parcialmente, por cualquier medio o procedimiento técnico sin permiso expreso del editor. ISBN: 978-84-293-1977-4 Depósito Legal: Grafo, S.A. – Basauri (Vizcaya) www.grafo.es

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A mi madre y a mi padre que me enseñaron a reír; a mi hermana y mi cuñado, que se ríen conmigo; a mis sobrinos, que me hacen reír; y a mis hermanos jesuitas y a mis amigos, que me recuerdan que debo reírme de mí mismo.

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Índice

Agradecimientos Introducción 1.

El signo más infalible. La alegría y la vida espiritual

2.

¿Por qué tan triste? Breve pero exacto exmen histórico de la seriedad religiosa – Digresión sobre la alegría. El Salmo 65

3.

La alegría es un don de Dios. El humor de los santos

4.

La felicidad atrae. 11½ serias razones para el buen humor

5.

Mi despertar. Cómo la vocación el servicio y el amor pueden llevar a la alegría – Digresión sobre la alegría. La Visitación

6.

Reír en la Iglesia. Recuperar la alegría en la comunidad de los creyentes

7.

No soy gracioso, y mi vida es un asco. Respuestas a los mayores desafíos para vivir una vida feliz

8.

Dios me ha traído la risa. Descubrir el placer en tu vida espiritual – Digresión sobre la alegría. 1 Tesalonicenses

9.

¡Estad siempre alegres! Introducir el amor, la alegría y la risa en la oración

Conclusión. Prepárate para el cielo Para seguir leyendo

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Agradecimientos

L

A ALEGRÍA BROTA DE LA GRATITUD,

y yo estoy inmensamente agradecido a diversas personas que me han ayudado con este libro. En principio quiero dar las gracias a los expertos y a los amigos (y a los expertos-amigos) que han leído los borradores de este libro en sus primeros estadios y me han ayudado con sugerencias, enmiendas y, muy a menudo, correcciones. De manera que muchísimas gracias a Daniel J. Harrington, SJ, Thomas J. Massaro, SJ, James Keane, SJ, Christopher Ruddy, Grant Gallicho, David van Biema, Robert Ellsberg, James D. Ross, Carolyn Buscarino y Maureen O’Connell. Me gustaría dar las gracias también a la hermana Edith Prendergast y a sus colegas del Congreso de educación religiosa de Los Angeles, reunión de católicos que tiene lugar cada año (aunque parezca mentira, no en Los Ángeles, sino en Anaheim). Este libro tuvo su génesis en unas conferencias que fui invitado a pronunciar varios años. En lo que respecta al material especializado de este libro, quiero dar las gracias a los expertos a los que he recurrido para hablar de la alegría, el humor y la risa. De manera que, alegres gracias a Daniel J. Harrington, SJ, Richard J. Clifford, SJ, Harold Attridge, Amy-Jill Levine, el reverendo Martin Marty, los rabinos Daniel Polish y Burton Visotzky, y el jeque Jamal Rahman, así como a todos cuantos trabajan en las «trincheras», incluido el pastor Charles Hambrick-Stowe de la Iglesia Unida de Cristo, la reverenda Ann Kansfield, de la Iglesia Reformada Holandesa y el reverendo David Robb, de la Iglesia Unitaria. Gracias también a las siguientes personas que me han ayudado en áreas adicionales de investigación específica en sus ámbitos de especialización: Lawrence S. Cunningham, Jordan Friedman, James Palmiginano, OCSO, y Michael O’Neil Mc-Grath, OSFS. Gracias a Cal Samra, editor de Joyful Noiseletter, por su lista de versículos alegres del Nuevo Testamento; a Drew Christiansen, SJ, por indicarme extractos de santo Tomás de Aquino sobre las emociones (así como la obra de Donald Saliers); a Tom Beaudoin, por hablarme del maravilloso ensayo sobre la risa de Karl Rahner; a Thomas Fitspatric, SJ, por alertarme sobre el tema de la alegría en Nehemías; a Paul Pearson, por recordarme cómo se reía Thomas Merton; y a Robert Ellsberg, por descubrirme al beato Jordan de Sajonia. Y en lo que atañe a mi examen de la psicología de la alegría, el humor y la risa, quiero dar las gracias a William A. Barry, SJ, y Eileen Russell. Gracias también a Rofer Freet, Julie Burton, Michael Maudlin y Mark Tauber de HarperOne, por su entusiasmo por este proyecto; a mi agente literario, Donald Cutler, por sus sabios consejos; a Carolyn Holland y Ann Moru, por su magnífica labor de edición; y a Heidi Hill, que es la mejor verificadora de datos del mundo. Gracias a Chris Keller y P.J. Williams, que me han ayudado escribiendo al teclado cuando mi síndrome 9

del túnel carpiano se intensificaba (lo que equivale a decir que casi cada día). Y sobre todo, gracias a Dios. Como dijo María: «Mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador».

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Introducción Excesiva ligereza

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más divertidas que conozco. Es un sacerdote católico de sesenta y tantos años que cuenta a sus amigos historias muy inteligentes, se jacta de una comicidad muy oportuna y adopta un gesto impasible de manera perfecta e inimitable. En la actualidad Mike es un catedrático muy popular en Fordham, Universidad católica de la ciudad de Nueva York, donde sus alegres sermones atraen a multitud de estudiantes a las misas dominicales. En presencia de Mike es casi imposible estar deprimido o desanimado. IKE ES UNA DE LAS PERSONAS

Pero el contagioso humor de Mike no siempre ha sido valorado. Hace cuarenta años, los jesuitas –orden religiosa a la que Mike y yo pertenecemos– tenían una extraña costumbre que dejaba esto muy claro. En aquella época, los jóvenes jesuitas en formación debían confesar públicamente sus «faltas» a los miembros de su comunidad como un modo de fomentar la humildad. Esta había sido una práctica muy extendida en muchas órdenes religiosas, en especial monásticas. (Puede resultar extraño, pero, como reza el dicho, el pasado es un país diferente. Y el pasado de las órdenes religiosas es un mundo diferente). Así que, por ejemplo, en la reunión semanal de los sacerdotes y los hermanos, un jesuita joven podía confesar que no había rezado las oraciones vespertinas, o que había dado cabezadas durante una homilía particularmente aburrida, o que había dicho cosas nada caritativas de otro miembro de la comunidad. Esto supuestamente ayudaría al joven jesuita a ser más humilde, a prestar más atención a sus defectos y a corregirlos con mayor interés. Además, todos los jesuitas jóvenes se confesaban con el superior de la comunidad. Un día, Mike, que era conocido por su espíritu alegre, se sintió culpable. A primera hora del día, durante la misa, no podía dejar de reírse de algo que le resultó divertidísimo. Y sentía que había actuado de manera tonta y poco digna. Así que se encaminó al despacho del superior de la comunidad, un jesuita mayor que se había ganado a pulso su reputación de seriedad. Mike tomó asiento y se preparó para su reconocimiento de culpa. «Padre –dijo–, tengo que confesarme de excesiva ligereza». El sacerdote miró indignado a Mike, hizo una pausa y dijo: «¡Toda ligereza es excesiva!».

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EN ALGUNOS CÍRCULOS RELIGIOSOS, la alegría, el humor y la risa se ven del mismo modo en que este irascible sacerdote veía la ligereza: como excesivos. Excesivos, improcedentes, ridículos, inadecuados e incluso escandalosos. Pero un espíritu alegre no es ninguna de estas cosas, sino que es un elemento esencial de una vida espiritual sana y de una vida sana en general. Cuando perdemos esto de vista, dejamos de vivir la vida plena, verdadera e integralmente. De hecho, dejamos de ser santos. Y este es el tema de este libro: el valor de la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual. Este libro se gestó hace unos años, cuando empecé a dar charlas basadas en un libro titulado My Life with the Saints, un ensayo que cuenta la historia de veinte santos que han influido en mi vida espiritual. Enseguida noté algo sorprendente: dondequiera que hablase –ya fuera en parroquias, universidades o casas de ejercicios–, lo que la gente quería escuchar por encima de todo era que los santos eran gente alegre que gozaba de una vida llena de alegría, y cómo su santidad conducía inevitablemente al gozo. Y me asombró hasta qué punto parecía fascinarle a la gente la alegría. Era casi como si hubieran estado esperando que se les dijera que está bien ser religioso y disfrutar, que está bien ser creyentes alegres. Sin embargo, muchos religiosos profesionales (sacerdotes, ministros, rabinos, etcétera), así como algunos creyentes devotos en general, dan la impresión de que ser religioso significa ser adusto, serio e incluso gruñón, como el superior de Mike («Siempre en tensión», me dijo Mike recientemente cuando le pregunté cómo era el susodicho). Pero la vida de los santos, así como la de los grandes maestros espirituales de casi todas las demás tradiciones religiosas, muestra lo contrario. Los santos son alegres. ¿Por qué? Porque la santidad nos acerca a Dios, origen de toda alegría.

¿P OR QUÉ ME PREOCUPAN TANTO el humor y la risa desde el punto de vista espiritual?; ¿por qué he escrito un libro sobre este asunto? La reacción de toda esa gente no es lo único que me ha animado a estudia el tema, porque ha habido otro fenómeno igualmente persuasivo con el que me he topado continuamente: estas virtudes –sí, virtudes– desafortunadamente suelen escasear en las instituciones religiosas y en las ideas que la buena gente religiosa tiene de la religión. Puede que sea oportuno poner en antecedentes al lector. He sido católico y cristiano toda mi vida, jesuita durante más de veinte años, y sacerdote más de diez. De modo que he pasado mucho tiempo viviendo y trabajando entre personas a las que podríamos denominar «religiosas profesionales». Durante los últimos veinte años en especial, he conocido a hombres y mujeres que trabajan en toda clase de entornos religiosos: iglesias, sinagogas y mezquitas; casas de ejercicios, colegios, universidades; rectorías, casas parroquiales y cancillerías; programas parroquiales de educación de adultos, encuentros interconfesionales y reuniones religiosas de todo tipo. Y me he encontrado y he hablado con miles de personas religiosas de casi todos los tipos. De manera que durante este tiempo he conocido a un sorprendente número de personas espirituales que son, en una palabra, adustas. 12

No es que yo espere que los creyentes sean unos idiotas que deban estar risueños constantemente. La tristeza es una reacción humana natural ante la tragedia, y muchas situaciones de la vida requieren, e incluso exigen, una actitud seria. Pero he conocido a tantas personas religiosas con rostro amargado que me han hecho preguntarme por qué parecen creer que la ausencia de alegría es una parte necesaria de su vida espiritual. Hace muchos años, por ejemplo, un amigo mío vivía con un jesuita que estaba finalizando su tesis doctoral. Una mañana, cuando mi amigo le dio los buenos días, el otro respondió abatido: «Por favor, no me hables. No voy a hablar con nadie antes de la hora de comer. La redacción de mi tesis es demasiado estresante». Y se marchó. Pero la falta de alegría no solo afecta a los sacerdotes y hermanos jesuitas (la mayoría de los cuales son tipos alegres). La falta de alegría afecta a todas las denominaciones y fes. «¡Mi ministro es tan irritable…!», me decía hace unos meses una amiga luterana, explicándome por qué andaba buscandootra iglesia. El año pasado di una charla a un numeroso grupo de católicos. Al terminar, una persona dijo aprobadoramente: «¿Sabe?, he visto al obispo reírse en su charla. Jamás le había visto hacerlo». Llevaba cinco años trabajando con el obispo. Un cierto elemento de esa alegría probablemente está relacionado con los tipos de personalidad; algunos somos más alegres y optimistas de manera natural. Pero después de encontrar el mismo tipo de adustez una y otra vez durante veinte años en una amplia variedad de contextos, he llegado a la poco científica (pero yo creo que exacta) conclusión de que a esa falta de alegría subyace el hecho de que no se cree esta verdad esencial: que la fe conduce a la alegría. Además, ese espíritu sombrío se ha introducido en la cultura de muchas instituciones religiosas. Es decir, que va más allá de lo personal, accediendo al ámbito comunitario. ¿Por qué ha sucedido esto? Se me ocurren unas cuantas razones. Primero, nuestra idea de Dios suele ser la de un severo juez. Más adelante nos referiremos de nuevo a ello, pero baste por ahora con decir que, cuando se considera el espíritu adusto que caracteriza a algunos grupos eclesiales, no sorprende en absoluto que uno de los sermones más influyentes en Norteamérica sea «Pecadores en manos de un Dios airado», en el que Jonathan Edwards truena: «A Dios no le falta poder para arrojar al infierno a los malvados en cualquier momento». Buena imagen de Dios, suficiente para borrar la sonrisa de la cara de cualquier creyente. Segundo, y relacionado con lo anterior, la seriedad por encima de todo se considera a veces como un objetivo esencial de la religión. Lo que está en juego es nuestra relación con el Creador del universo, nuestra obligación de no pecar, nuestra adhesión a un conjunto de regulaciones ordenadas por Dios y, dependiendode la terminología, nuestra salvación personal, a propósito de la cual se piensa, como decía san Pablo, «con temor y temblor».1 Y estas cuestiones difícilmente invitan a reír, dicen algunos.

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Las llamas abrasan ya ahora Si el lector necesita un ejemplo de la severidad histórica de la religión norteamericana, ofrezco aquí un extracto del famoso sermón de Jonathan Edwards de 1741, «Pecadores en manos de un Dios airado»: «[Los pecadores] son ahora objeto de esa misma ira de Dios que se expresa en los tormentos del infierno. Y la razón de que no vayan al infierno en cualquier momento no es que Dios, en cuyo poder están, no esté verdaderamente encolerizado con ellos, como lo está con muchas criaturas miserables que ahora están siendo atormentadas en el infierno y allí experimentan y soportan el furor de su ira. Sí, Dios está más encolerizado con otros tantos que ahora están en la tierra; sí, sin duda lo está con muchos que están ahora en esta iglesia, con quienes está más airado que con muchos de los que en este momento se encuentran en las llamas del infierno. Por lo tanto, no es porque Dios se haya olvidado de su impiedad ni se indigne por ella por lo que no alza su mano y los elimina. Dios no es en absoluto como uno de ellos, aunque ellos así lo crean. La ira de Dios hierve contra ellos, su condenación no está en letargo; el abismo está preparado, el fuego ya está listo, el horno está caliente, dispuesto para recibirlos; las llamas abrasan ya ahora. La espada resplandeciente está afilada y suspendida sobre ellos, y el abismo ha abierto su boca bajo sus pies». Tercero, muchas organizaciones religiosas parecen a veces más preocupadas por el pecado que por la virtud. Algunos líderes religiosos creen que deben indicar todos los modos en que sus seguidores pueden caer, en lugar de sugerir los modos en que pueden desarrollarse. De manera que un reguero aparentemente sin fin de «No debes…» eclipsa a los «Debes…». Cuarto, algunas organizaciones religiosas parecen recompensar a las personas más serias, que se alzan hasta la cima de la organización porque su actitud severa se considera quizá como prueba de la seriedad de su intento. Yo a menudo me pregunto si los seleccionados para ser ordenados para el ministerio son elegidos con el mismo criterio. Cuando alguien me dice: «¿Sabes?, eres el primer cura divertido que conozco», me acobardo un poco. ¿Es porque ha conocido a pocos sacerdotes o porque su experiencia con el clero le lleva a hacer equivaler ministerio y melancolía? Quinto, gran parte de aquello con lo que tienen que lidiar a diario los sacerdotes, ministros, rabinos e imanes es, de hecho, triste –sufrimiento, enfermedad, muerte, etcétera–, y el servicio a quienes están «in extremis» se ve como más urgente. Cuando la opción es entre celebrar el nacimiento del hijo de un fiel en su casa o visitar a un fiel que se está muriendo en el hospital, ¿por cuál de ambas alternativas se decidirá? La opción 14

pastoral no es difícil para el ministro sobrecargado de trabajo, pero ello puede significar que el ministro sobrecarga aún más su espíritu, que lo eleva con ligereza de corazón. Sexto y último, lo que impera fundamentalmente es una mala interpretación del lugar de la alegría en la religión en general, que es el tema principal de este libro.

COMENCEMOS CON EL ALENTADOR HECHO de que no es difícil ver los efectos positivos de una excesiva ligereza. No hace falta ser sociólogo o psicólogo para verlos. Lo único que hay que hacer es mirar alrededor. Y a veces ayuda mirar fuera de los muros de la iglesia, a la vida cotidiana, con el fin de apreciar mejor el valor de la alegría, el humor y la risa. Tiene gracia que, cuando pienso en la risa, suele acordarme de la madre de un buen amigo y de una determinada frase de hace casi treinta años. Cuando estaba yo en el colegio y en la universidad en Filadelfia, mi mejor amigo era un compañero llamado John, que procedía de una gran familia polaco-italiana. Su madre era una jovial y diminuta mujer que siempre parecía encantada de la vida. El padre de John había trabajado muchos años en una fábrica, pero cuando tuvo algún dinero ahorrado, su familia había comprado una casita al lado del océano Atlántico al sur de New Jersey, en «the shore», como suelen decir en Filadelfia. Algunos fines de semana de verano yo iba al «shore» con John y su familia, y allí nos instalábamos siete u ocho personas en una casita con dos o tres habitaciones. Por la noche, John y yo solíamos ir a tomar copas (estábamos en la Universidad, después de todo); después, por la mañana, dormíamos hasta bien tarde y pasábamos el resto del día tumbados en la playa o yendo a pescar cangrejos con su padre, lo que hacíamos en una bahía cercana en el desvencijado barco de la familia. («Un barco es un agujero en el agua al que tiras el dinero», decía un viejo cartel que había en el propio barco). Por la noche había siempre un gran recipiente de spaghetti o de cangrejos o de embutido que la madre de John había preparado. La vida era divertida en «the shore». Me habría quedado allí semanas y semanas. Por supuesto, todos estábamos de vacaciones, pero había una inconfundible alegría de vivir que me atraía continuamente. La madre de John tenía una frase interesante que John y yo imitábamos en broma. Al describir una agradable fiesta familiar, invariablemente terminaba su larga historia con las mismas dos palabras: «Nos reímos», que decía varias veces sonriente, como para indicar que era el mayor cumplido que podía hacerse a cualquier interacción humana. Y así es. De manera que ¿por qué parece que los hombres y mujeres religiosos lo olvidan con demasiada frecuencia? Puede que yo esté reaccionando a algo ajeno a la experiencia del lector. Puede que el lector pertenezca a una comunidad religiosa donde la gente no haga más que reírse y disfrutar de su mutua compañía. Algunas megaiglesias, por ejemplo, son lugares claramente alegres; pero ¿qué decir de otras iglesias relevantes? ¿Es el domingo para ti un día alegre? Debería serlo. El humor, ante todo, puede ser un bálsamo para un alma atribulada. 15

Mi padre, que murió hace unos años, tenía mucho sentido del humor. Algunos de mis recuerdos favoritos de la infancia son de sus largos chistes, que solía traer de la oficina y contárnoslos a mi madre, a mi hermana y a mí durante la cena. Pero todavía disfrutaba más contando un chiste a una gran audiencia; cuanto mayor era el grupo de gente, más se extendía en los detalles. A veces, antes de que el chiste finalizara, anticipaba el final y se partía de risa, hasta el punto de casi no poder terminar. ¡Es maravilloso poder recordar esto de mi padre, cuyos últimos años de vida fueron bien difíciles…! Cuando estaba en su lecho de muerte (literalmente, en la cama del hospital en que murió de cáncer de pulmón), mi hermana le llevó un DVD de la película El jovencito Frankenstein y se lo puso en su ordenador portátil. Esta comedia de Mel Brooks era una de sus películas favoritas; y en su escena preferida, el «monstruo» (interpretado por Peter Boyle) baila un zapateado con el Dr. Frankenstein (Gene Wilder) vestido de frac y con sombrero de copa, con ambos cantando a pleno pulmón «Puttin’ on theRitz». Y sonreía incluso cuando estaba muriéndose. El humor alegró la vida de mi padre y facilitó su paso de este mundo al otro. Hablando de mi familia, uno de los sonidos más hermosos que yo he escuchado proviene de mis dos sobrinos. Su risa –clara, despreocupada, tintineante– siempre me hace sonreír. ¿Hay algo más hermoso que un niño riendo? Siempre que los oigo reír, pienso en lo mismo: este niño, que hace unos años ni siquiera existía, está expresando ahora su ilimitada alegría de vivir. Al oírlos me siento agradecido por un doble don: el niño y su risa. Hace muy poco, le conté a mi sobrino de doce años uno de los chistes favoritos de mi padre y, cuando él estalló en carcajadas en la mesa, sentí una conexión profunda con mi padre y con mi sobrino, tres generaciones conectadas ahora por la risa. Finalmente, permítaseme hablar de otro jesuita que conozco, Andy, que probablemente es la persona más divertida que he conocido jamás. (Es un lazo entre él y mi amigo Mike). Hace unos veranos, estaba yo haciendo ocho días de Ejercicios (la primera mitad en silencio; la segunda, no) con Andy y otros amigos. Los Ejercicios eran parte del periodo final de nuestra formación jesuítica. Andy tiene una risa potente, es enormemente inteligente y parece ser capaz de encontrar el lado humorístico a casi todo. Si el lema de los jesuitas es «Encontrar a Dios en todas las cosas», el lema de Andy podría ser «Encontrar el humor en todas las cosas». Y como muchos espíritus alegres, se ríe aún más con las bromas ajenas, con una risa contagiosa que nunca ha dejado de liberarme de cualquier abatimiento espiritual en que me encontrara. Andy acababa de pasar por un periodo bastante duro; unos meses atrás, había enterrado a su madre, que llevaba muchos años enferma. Sin embargo, su buen humor no decaía. Recientemente, estaba yo leyendo mi diario de los Ejercicios y encontraba a menudo comentarios como «Andy me hizo reír» o «Esestupendo tener a Andy cerca». Y pensé entonces (y pienso ahora): «¿Por qué no puede la vida ser más de este modo?». Andy no ignora el dolor ni el sufrimiento de la vida, no es una persona que carezca de problemas o tristezas, pero no deja que esas realidades le arrebaten su alegría de vivir. Todas estas experiencias me han llevado a preguntarme: «¿Por qué la fe 16

contemporánea no puede ser más de este modo?» Necesitamos, en mi opinión, recuperar la noción de que la alegría, el humor y la risa no están al margen de la vida creyente, sino en el corazón de la misma. Son el corazón de esa vida.

A LO LARGO DE LOS PRÓXIMOS CAPÍTULOS voy a abogar decididamente en favor de la alegría, el humor y la risa como parte de una vida espiritual sana. Esto resulta paradójico, y puede que lo sea en un cierto sentido. Pero la alegría, el humor y la risa son cuestiones espirituales importantes. Estas páginas pretenden ser una invitación a considerar la fe como algo que conduce al gozo2. Es también una invitación, e incluso un desafío, a reconsiderar la importancia del humor y la risa en la vida de los creyentes. Es una especie de puente entreel tratamiento especializado de estos temas y una espiritualidad viva. Es decir, que aborda estos temas fundamentalmente desde el punto de vista espiritual y les resultará útil a los lectores interesados en incorporar un enfoque alegre no simplemente a la vida, sino a la vida espiritual en particular. A lo largo del libro, haré partícipe al lector de ideas producto de mi propia vida, añadiéndoles lo que he aprendido de mis conversaciones con expertos, entremezclando con ellas las ideas más útiles de algunas obras clásicas sobre la alegría, el humor y la risa. Una advertencia: ni que decir tiene que sé más de mi propia tradición, el cristianismo –y, más concretamente, el catolicismo– que de otras tradiciones religiosas; pero haré frecuentemente uso de la sabiduría de las tradiciones judía, budista e islámica como un modo de mostrar cómo ven los no cristianos estas cuestiones. Al igual que el propio tema, el libro está concebido como alegre en sí mismo, un jeu d’esprit, como dicen los franceses, una jovial conversación con muchos apartes, digresiones y comentarios. La idea de que un libro sobre la alegría, el humor y la risa deba carecer de humor es ridícula. El libro está dividido en nueve capítulos y una breve conclusión. El primer capítulo es una visión general del tema: por qué el humor y la risa deben ser re-descubiertos en la vida espiritual. El segundo analiza cómo y por qué a estas virtudes se les ha restado importancia en los círculos religiosos a lo largo de la historia. El tercero examina cómo empleaban el humor en su vida los grandes maestros espirituales de cada tradición, y en particular los santos. El cuarto ofrece razones concretas para la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual en general. El quinto mantiene que la alegría no es simplemente algo que «se encuentra», sino que es una consecuencia natural de la vocación, el servicio y el amor. El sexto se centra en el lugar de la alegría en la religión institucional. El séptimo analiza cómo encontrar la alegría cuando no te sientes especialmente alegre o ni siquiera feliz. El octavo muestra cómo se pueden recuperar estos dones en la propia vida espiritual. Y el noveno capítulo se fija más específicamente en cómo la oración privada puede incluir la alegría y, a veces, la risa. Entre los capítulos se introducen unas reflexiones sobre tres pasajes concretos del Antiguo y el Nuevo Testamento, intentando subrayar cómo tales pasajes individuales demuestran el valor de la alegría. Con esos tres pasajes profundizaremos algo más, 17

tratando de comprender por qué personas tan diversas como el autor de los Salmos, san Lucas y san Pablo consideraron importante hablar de la alegría. Hay también una décima parte: chistes. El libro está salpicado por muchos chistes. ¿Por qué? Cuando el lector llegue al final del libro, espero que coincidirá conmigo en que la pregunta oportuna es: ¿por qué no?

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1 El signo más infalible La alegría y la vida espiritual

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son acerca de los católicos, los sacerdotes y los jesuitas. A propósito, los jesuitas son una orden religiosa católica masculina (un grupo de hombres que hacen voto de pobreza, castidad y obediencia y viven en comunidad) fundada en 1540 por san Ignacio de Loyola, un soldado español que se hizo sacerdote. Para mí es fácil hacer bromas sobre los católicos, los sacerdotes y los jesuitas, puesto que soy las tres cosas. Y un chiste autocrítico puede ser el humor más sano, dado que el único blanco es uno mismo. El chiste prototípico sobre los jesuitas juega con el estereotipo de que somos: a) muy prácticos; b) excesivamente mundanos; y c) menos preocupados de lo que deberíamos por los temas espirituales. Permítaseme contar uno de mis chistes favoritos. (Que el lector no se preocupe si no es católico o no ha conocido a un jesuita en su vida. Como casi todos los chistes buenos, se pueden cambiar fácilmente los detalles para que encajen con los propósitos cómicos personales). UCHOS DE MIS CHISTES FAVORITOS

EN UNA PEQUEÑA CIUDAD hay un peluquero. Un buen día, está sentado en su peluquería y aparece un hombre en sandalias y con una larga túnica con capucha. El hombre, muy delgado y de aspecto ascético, lleva barba. Se sienta en la silla de la peluquería. «Perdone –dice el peluquero–. ¿Podría decirme por qué va vestido de ese modo?». «Pues verá –dice el hombre–. Soy un fraile franciscano y he venido a ayudar a mis hermanos franciscanos a crear un comedor benéfico». El peluquero dice: «¡Me encantan los franciscanos! Me entusiasma la historia de san Francisco de Asís, que amaba tanto a los animales. Y me gusta mucho el trabajo que hacen ustedes por los pobres, por la paz y por el medio ambiente. Los franciscanos son maravillosos. El corte de pelo es gratis». Y el franciscano dice: «¡Oh, no, no, no! Nosotros vivimos con sencillez y hacemos voto de pobreza, pero tengo dinero suficiente para un corte de pelo. Por favor, déjeme pagarle». «No, no –dice el peluquero–. Insisto. ¡Este corte de pelo es gratis!». Así que el franciscano se corta el pelo, da las gracias al peluquero, le bendice y se marcha. Al día siguiente, el peluquero llega a su peluquería y se encuentra con una sorpresa: en la puerta hay un gran cesto lleno de hermosas flores silvestres junto con una nota de agradecimiento del franciscano. Ese mismo día, otro hombre entra en la peluquería vestido con una larga túnica 19

blanca y una correa de cuero. Cuando se sienta en la silla, el peluquero le pregunta: «Perdone, pero ¿por qué va usted vestido así?». El hombre dice: «Verá, soy un monje trapense. He venido a la ciudad para ir al médico y he pensado que me vendría bien un corte de pelo». Y el peluquero dice: «¡Me encantan los trapenses! Admiro que su vida sea tan contemplativa y cómo oran por el resto del mundo. El corte de pelo es gratis». El monje trapense dice: «No, no. Aunque nosotros vivimos con sencillez, tengo dinero para un corte de pelo. Por favor, déjeme pagarle». «Ni hablar –dice el peluquero–. ¡Este corte de pelo es gratis!». De manera que el trapense se corta el pelo, da las gracias al peluquero, le bendice y se va. Al día siguiente, el peluquero llega a su peluquería y en la puerta se encuentra con una sorpresa: un gran cesto lleno de deliciosos quesos y mermeladas caseras del monasterio trapense, junto con una nota de agradecimiento del monje. Ese mismo día, otro hombre entra en la peluquería vestido con un traje negro y alzacuellos. Cuando se sienta, el peluquero le dice: «Perdone, pero ¿por qué va usted vestido así?». El hombre dice: «Soy un sacerdote jesuita. He venido a la ciudad a dar una conferencia de teología». Y el peluquero dice: «¡Me encantan los jesuitas! Mi hijo fue a un colegio de los jesuitas, y mi hija a una universidad jesuítica. Y yo he estado en la casa de Ejercicios que los jesuitas tienen en la ciudad. El corte de pelo es gratis». Entonces el jesuita dice: «No, no. He hecho voto de pobreza, pero tengo dinero suficiente para un corte de pelo». El peluquero dice: «Ni hablar. ¡Este corte de pelo es gratis!». Después de cortarse el pelo, el jesuita le da las gracias, le bendice y sigue su camino. Al día siguiente, el peluquero llega a la peluquería y se encuentra con una sorpresa esperándole en la puerta: diez jesuitas más. El monje silencioso Un hombre entra en un monasterio muy estricto. El primer día, el abad le dice: «Solo podrá decir dos palabras cada cinco años. ¿Lo ha comprendido?». El novicio asiente y se va a su celda. Cinco años después, el abad le llama a su despacho. «Hermano –le dice–. Te has portado bien estos cinco años. ¿Qué te gustaría decir?». El monje dice: «¡Comida fría!». «¡Cuánto lo siento! –dice el abad–. Lo solucionaré de inmediato». Cinco años después, el monje vuelve a hablar con el abad. «Bienvenido, hermano –dice el abad– ¿Qué le gustaría decirme después de diez años?» El monje dice: «¡Cama dura!». El abad dice: «Oh, cuánto lo siento. Lo solucionaré de inmediato». 20

Después de otros cinco años, vuelven a reunirse. El abad dice: «Bueno, hermano, lleva aquí quince años. ¿Qué palabras quiere decir?» «Me marcho», dice el monje. Y el abad dice: «Bueno, pues no me sorprende. ¡No ha hecho más que quejarse desde que llegó!».

Ahora, después de haber contado el segundo chiste (véase el recuadro), puede que el lector se pregunte cuándo voy a entrar en materia. Pero, de algún modo, los chistes son el tema de este capítulo, que es que la alegría, el humor y la risa son valores infravalorados en la vida espiritual y son enormemente necesarios, no solo en nuestra vida espiritual personal, sino en la vida de la religión organizada. Alegría, para empezar, es lo que experimentaremos cuando seamos recibidos en el cielo. Puede incluso que riamos de gozo cuando nos encontremos con Dios. La alegría, una característica de las personas próximas a Dios, es un signo no solo de confianza en Dios, sino también –como veremos en las Escrituras judías y cristianas– de gratitud por todos los dones que Dios nos ha concedido. Como decía el sacerdote jesuita Pierre Teilhard de Chardin: «La alegría es el signo más infalible de la presencia de Dios» 1. El humor es también un requerimiento esencial, si bien un tanto desdeñado, de la espiritualidad. La mayoría de los santos, por ejemplo, tenían un fantástico sentido de humor y eran capaces de reírse con facilidad de sí mismos. Finalmente, la risa es esencial incluso en el más «espiritual» o «religioso» de los lugares. Mi amigo Bill, que es un sacerdote que desempeña su ministerio en una pequeña parroquia de Nuevo México, me contó la historia de sus primeros Ejercicios en silencio, durante los cuales oró varios días y se reunió diariamente con su «director espiritual», con el que hablaba acerca de su oración2. Cada día, Bill oraba silenciosamente en su pequeña habitación de la casa de Ejercicios, con las cortinas echadas, cada vez más decaído en medio de aquella oscuridad. «En eso pensaba yo que consistía la oración», me dijo Bill. Después de tres días de Ejercicios, el director del retiro fue a su habitación y le dijo: «Bill, no te he oído reírte desde que has llegado. Y te apuesto que el demonio odia la risa más que cualquier otra cosa. Sal afuera y disfruta del sol». La alegría, el humor y la risa son dones espirituales que ignoramos peligrosamente.

ANTES DE PROSEGUIR NUESTRA CONVERSACIÓN sobre la alegría, el humor y la risa en la vida espiritual, definamos los términos. Primero veremos las definiciones más comunes, o seculares, de las tres palabras, y después las veremos desde el punto de vista religioso. En un contexto secular, la alegría se entiende generalmente como una clase de felicidad. Mi viejo diccionario Merriam-Webster utiliza palabras como «deleite» y «dicha» para definirla. La interpretación popular de la alegría es un tipo particular de 21

felicidad, un deleite intensificado o duradero. Según esta interpretación, la alegría es algo que todo el mundo desea de manera natural. «Alegría» parece ser un término relativamente claro en el terreno secular. El humor, por otro lado, es una emoción, más que una cualidad o atributo. «Cualidad que apela a un sentido de lo ridículo o absurdamente incongruente», dice el Webster. El humor, el ingenio o el sentido de lo cómico son algo que se puede poseer o desarrollar, algo de lo que se puede carecer o se puede aprender. Puede también ser inherente a una cierta situación. De una persona puede decirse que es divertida, pero también puede serlo un libro, una película, una obra de teatro, un comentario e incluso una expresión facial o un gesto físico. Y el humor puede caracterizarse como malo (el humor racista o sexista, por ejemplo, que resulta hiriente; los chistes que se mofan de las personas oprimidas; el poner motes; etc.) o como bueno (el humor que se ríe de uno mismo, el humor que alienta, los chistes que hacen reír a todo el mundo y no tienen «víctimas»…). Sigmund Freud pensaba que algunos impulsos cómicos –más concretamente, las bromas– brotan del inconsciente, el nivel psicológico que subyace a nuestras facultades racionales. El filósofo francés Henri Bergson observa en su ensayo sobre la risa: «El absurdo cómico es de la misma naturaleza que los sueños» 3. Tiene sentido. A veces es difícil saber con precisión por qué algo es divertido, por qué algo parece gracioso, por qué nos reímos. Parece casi primario, inconsciente, que brota de dentro. El humorista o el bufón es quien parece haber captado la verdad. ¿Cuántas veces no hemos escuchado a un comediante, o visto una película divertida, o simplemente oído un chiste inteligente, y no nos hemos dicho: «Sí, así es justamente como es. Es la pura verdad»? Algo divertido suele ser algo verdadero. Por ejemplo, un amigo mío me contó recientemente un chiste acerca de una iglesia que tenía un terrible problema con los murciélagos, que se precipitaban sobre la cabeza de los fieles durante las celebraciones. Cuando los murciélagos se instalaron en las vigas, el pastor compró un gato, al que dejaba durante la noche en la iglesia. Pero los murciélagos no desaparecieron. El siguiente pastor contrató los servicios de un exterminador profesional, que cobró un dineral por fumigar todo el edificio. No sirvió de nada: los murciélagos no se movieron. Finalmente, llegó un nuevo pastor, y en unas semanas los murciélagos habían desaparecido. Los fieles estaban encantados. Un domingo, uno de los fieles preguntó al nuevo pastor cómo se había librado de ellos. «Ha sido fácil –respondió–. Los he bautizado y confirmado a todos; así sabía que no volvería a verlos» 4. La risa, finalmente, es una cosa o un acto. El acto de reír viene en respuesta a algo divertido o, como anteriormente, «absur-damente incongruente». Pero es también expresión natural de la alegría, despreocupada de algo tan complicado como la incongruencia absurda. Los bebés se ríen de puro deleite al ver el rostro de su madre. La risa es una actividad profundamente humana5. A diferencia de la alegría –pero al igual que el humor–, la risa puede ser positiva o 22

negativa. El que alguien te ría un chiste puede alegrarte el día; en cambio, el que alguien se ría de ti puede destrozártelo. Y a diferencia del humor, que es un asunto opinable (¿cuántas veces no has discutido si algo era divertido, tonto, sin gracia, ofensivo o confuso?), la risa no ofrece dudas. Cuando la gente se ríe, resulta obvio. El porqué de su risa ya no es tan obvio. Los tres –la alegría, el humor y la risa– están además relacionados entre sí. Es difícil explicar una de las tres cosas sin pensar automáticamente en alguna de las otras dos. Puedes reír de alegría. (Imagina que te dicen que has obtenido un ascenso, o que estás esperando un hijo, o que te ha tocado la lotería…). La risa continua produce una sensación de alegría. (Imagina que teencuentras en una habitación llena de amigos y te ríes a carcajadas de una antigua anécdota de tu juventud: ello puede desencadenar un auténtico sentimiento de alegría). Encontrar un espíritu de alegría en tu vida puede ayudarte a ser una persona más divertida, alguien capaz de ver las cosas desde un ángulo «gracioso». Ver a alguien desde un punto de vista divertido puede llenarte espontáneamente de alegría. (Imagina que un amigo, a propósito de una situación difícil de tu vida, hace un comentario gracioso que te ayuda a obtener la perspectiva oportuna). Por lo tanto, la noción secular de la alegría, el humor y la risa se solapan. Es más, son sumamente subjetivas. Cuando nos centramos en la noción religiosa de la alegría, el humor y la risa, las definiciones cambian algo, porque el análisis desde el punto de vista espiritual revela luces y sombras que pueden haber estado ocultas o, cundo menos, haber sido pasadas por alto.

COMENCEMOS POR EL FINAL de nuestro trío de dones: la risa. El estudio más reciente y completo del lugar de la risa en la espiritualidad occidental es el pequeño libro de KarlJosef Kuschel Lachen. Gottes und Menschen Kunst. Al principio de su ameno estudio, Kuschel, catedrático de teología en la Universidad de Tübingen (Alemania), admite la «imposibilidad conceptual» de desarrollar una teología de la risa, debido a sus muchas variedades, algunas de las cuales son encomiables, pero otras no. «Hay risa alegre, cómoda, juguetona y complacida –dice Kuschel–, y hay risa burlona, maliciosa, desesperada y cínica». Kuschel identifica así los dos modos principales de considerar la risa desde el punto de vista espiritual. «Como su Maestro de Nazaret –dice Kuschel–, los cristianos tienen que tener en cuenta tanto su reír como el que se rían de ellos». La risa puede sanar y puede herir. Y aunque él habla desde un punto de vistafundamentalmente cristiano, su planteamiento puede aplicarse a las principales tradiciones espirituales y religiosas. En suma, una escuela de espiritualidad condena la risa; la otra, la ensalza. (Lo mismo puede decirse del humor). De la variedad condenatoria se hacen eco las obras del teólogo del siglo IV san Juan Crisóstomo, que decía que los verdaderos cristianos deben llorar de pesar por sus pecados. Crisóstomo afirma explícitamente que no quiere prohibir la alegría, sino recordar al mundo que las lágrimas nos vinculan más efectivamente a Dios que la risa. 23

Esta reticencia con respecto a la risa encuentra eco en el pensamiento de otros teólogos cristianos primitivos, que veían la risibilitas (en latín, la capacidad humana de reír) como peligrosa en otro aspecto: estar en oposición a la razón. Puede que el tratamiento literario más conocido de esta tendencia condenatoria se plasme en la novela de Umberto Eco El nombre de la rosa (de la que posteriormente se hizo una película protagonizada por Sean Connery y Christian Slater). En el «bestseller» de Eco, aparecido en 1980, un fraile franciscano –humorísticamente llamado Guillermo de Baskerville– investiga una serie de macabros asesinatos en un monasterio del siglo XIV. En el curso de su investigación, Guillermo se encuentra con Jorge de Burgos, bibliotecario ciego que abomina de la presencia de los ingeniosos dibujos que decoran las páginas de algunos de los libros conservados en la renombrada biblioteca del monasterio. Esa risibilitas espanta a Jorge. Sin duda, argumenta Guillermo de Baskerville, esas decoraciones cómicas –«humanos con cabeza de caballo y caballos con cabeza humana; peces con alas de pájaro y pájaros con cola de pez»– deben hacer sonreír. Pueden incluso tener «fines edifican-tes», es decir, propósitos de elevación moral. Al principio, Jorge se burla de Guillermo, pero después se interesa más por la tarea de argumentar en contra de la risa.«¿Cuál es el propósito de esa tontería?». Jesús, aduce el anciano monje, no tuvo que hacer uso de chistes y tonterías para expresar lo que quería decir. «Cristo nunca se rió», dice después citando a Crisóstomo. De ahí la objeción teológica: va contra el ideal cristiano. «La risa sacude el cuerpo –dice Jorge–, distorsiona los rasgos de la cara, hace al hombre similar al mono». De ahí la objeción teológica: es contraria a la razón. La cruzada de Jorge termina tomando un cariz siniestro. En su amada biblioteca está el único ejemplar que queda del segundo volumen de la Poética de Aristóteles, una obra cómica. Para asegurarse de que nadie leerá ese libro terrible –¡ojo, porque voy a revelar la trama!–, Jorge envenena las páginas, a fin de que cualquier monje que se atreva a interesarse por la risa y humedezca su dedo para pasar página, muera. Mi teología de la risa, similar a lo que Kuschel denomina su enfoque «chistológico», es contraria a la de Jorge de Burgos. Mientras permanezca firmemente en esa primera categoría de «alegre» y no incurra en la «burla», la risa humana es un don de Dios, una expresión espontánea de deleite ante el mundo. Como veremos pronto, las tradiciones de la risa están insertas en algunos de los relatos más importantes del Antiguo Testamento. La risa posee también una larga tradición entre los santos y los maestros espirituales de muchas tradiciones religiosas como un componente necesario de una vida sana. De manera que puede el lector considerarme absolutamente partidario de la risibilitas. La mayoría de las tradiciones religiosas contemporáneas, cristianas y no cristianas, discrepan de la vehemente condena que Jorge hace de la risa. El Catecismo de la Iglesia Católica –libro al que difícilmente se puede considerar frívolo– incluye una línea en un capítulo sobre la «religiosidad popular» que sorprendería a muchos de los primeros Padres de la Iglesia, por no hablar de Jorge. En el centro de la fe de los creyentes hay – 24

dice el Catecismo– un «acervo de valores» que aporta sabiduría a la vida cristiana. «Esa sabiduría… proporciona las razones para la alegría y el humor, aun en medio de una vida muy dura» 6. Recientemente pregunté a Margaret Silf, una autora británica de numerosos libros sobre la oración, qué opinaba a propósito del lugar de la risa en la vida espiritual. Su entusiástica carta me mostró que ella se incluía de lleno en la escuela «encomiástica». «A veces, por ejemplo, tienes que elegir entre reír o llorar por alguna estupidez que has cometido –me decía Silf–. Yo recomiendo el camino de la risa. El otro conduce a la autocompasión, lo que no le gustará a nadie. La risa puede funcionar incluso retrospectivamente: cuando las cosas son solemnes y serias, puedo retrotraerme a situaciones ridículas y reírme de ellas de nuevo con los mismos efectos terapéuticos. La risa puede también transformar un desastre en un sainete», decía Silf. Después me contaba la historia de dos amigas a las que se les había muerto otra amiga común. «La echaban muchísimo en falta –decía Silf–. Plantaron en su tumba lo que ellas creyeron que eran bulbos de narciso e hicieron duelo todo el invierno. En primavera volvieron a la tumba para presentarle sus respetos y descubrieron una maravillosa cosecha de… ¡cebollas! Lloraron de risa, y están convencidas de que su amiga se estaba riendo con ellas». La risa tiene fines edificantes, y no simplemente en la tradición judeo-cristiana. El jeque Jamal Rahman, estudioso musulmán y autor de The Fragance of Faith: The Enlightened Heart of Islam, me ha indicado varios pasajes del Corán y de otras fuentes islámicas que subrayan el valor de la risa, que tiene su origen en la divinidad. «Es Él quien hace reír y hace llorar», dice el Corán7. En una colección de dichos relativos al profeta Mahoma, un testigo afirma: «Vi verdaderamente al Mensajero de Diosreír hasta que sus dientes frontales quedaron a la vista» 8. El propio Dios se ríe en una tradición: «Por tanto, Alá reirá y le permitirá [al justo] entrar en el Paraíso» 9. Y en la tradición sufí, observa Rahman, no reír significa que «nuestro conocimiento es limitado y que no comprendemos la naturaleza de la realidad». Cuando la risa brota de las profundidades del ser, logramos atisbar, aunque no sea más que por un instante, las cosas como realmente son», me dijo Rahman. Por eso le gustan las populares historias del Mullah, cuentos folklóricos y a menudo humorísticos del autor musulmán turco del siglo XIII Mullah Nasruddin. «Despierta algo en mí», me dijo Rahman. Cuando pregunté a Lawrence S. Cunningham, catedrático de teología de la Universidad de Notre Dame, por la teología de la risa, se refirió a una tradición católica poco conocida, mencionada también en el estudio de Kuschel: «¿Ha oído hablar del risus paschalis?», me preguntó Cunningham. Mi latín no es muy bueno, así que me lo tradujo: «La risa pascual». «Evidentemente, en Alemania –me explicó– era costumbre que el párroco contara chistes durante la Pascua. La idea subyacente consistía en reírse de Satanás, que había quedado consternado por la Resurrección» 10. Sin embargo, el anciano monje Jorge del 25

libro de Eco suscita una cuestión teológica interesante: ¿se reía Jesús? Lo analizaremos en el próximo capítulo.

¿Y QUÉ HAY DEL HUMOR? Los relatos acerca del uso del buen humor (y los pasajes divertidos) jalonan la Escritura y los escritos de casi todas las principales tradiciones religiosas, y pronto examinaremos los relatos, dichos y acontecimientos de personajes divertidos del Antiguo y el Nuevo Testamento. Los santos cristianos y los maestros espirituales de otras tradiciones eran a menudo divertidos, tanto con sus palabras como con sus actos, y utilizaban el ingenio para transmitir enseñanzas importantes a sus seguidores. Pero ¿hay un modo «espiritual» de entenderlo? El doble enfoque de la risa que hace Kuschel resulta útil cuando examinamos el humor desde el punto de vista espiritual. Hay un humor que construye y un humor que destruye; un humor que saca a la luz la hipocresía y un humor que menosprecia a los indefensos y los marginados. Hay un humor bueno y un humor malo. Claro está que la mayor parte de los observadores seculares estarían de acuerdo en que hay una moral del humor. Pero los observadores religiosos del humor ven estos dos aspectos del mismo de manera ligeramente distinta, puesto que los analizan a la luz de los deseos de Dios para la humanidad. Lo «bueno» y lo «malo» no solo dependen de un sentido moral, sino de si el humor profundiza o menoscaba la relación con Dios. El humor es el preludio a la fe, y la risa es el comienzo de la oración. REINHOLD NIEBUHR

La postura teológica ante el humor –condenatoria o encomiástica– depende, como en el caso de la risa, de su intención. Los soldados romanos que se burlaron de Jesús, que le vistieron con un manto púrpura, le incrustaron en la cabeza una corona de espinas y le colocaron una caña en la mano tenían un humor malévolo que se mofaba de él como de un rey espurio: «¡Salve, rey de los judíos!» 11. (Por otro lado, los autores evangélicos utilizaron este episodio en beneficio propio, de manera que el terrible humor de los soldados se emplea como argumento teológico irónico. Jesús es verdaderamente rey, aunque los soldados no lo sepan. La burla se vuelve en su contra). En el extremo opuesto se encuentra el uso del humor por parte de Jesús. Como veremos, muchas de sus parábolas no solo son inteligentes, sino claramente divertidas. Sus cáusticos comentarios acerca de los funcionarios romanos, de algunos líderes religiosos judíos, de los ricos y de los satisfechos de sí mismos a menudo parecen destinados no solo a silenciar a los altos dignatarios, sino a suscitar sonrisas entre sus oyentes. Su humor es normalmente amable, pero también efectivo. 26

De manera que hay una risa buena y una risa mala, un humor bueno y un humor malo. Una vez más, incluso los analistas seculares estarán de acuerdo. En general, el enfoque secular y el enfoque religioso del humor y de la risa difieren muy poco. Y AHORA ALGO COMPLETAMENTE RELIGIOSO, porque la interpretación espiritual de la alegría es muy distinta de la definición secular. Cuando comencé a estudiar la alegría, me sentí abrumado, porque se trata de un campo de estudio inmenso. El tema de la alegría se extiende por casi todas las principales tradiciones religiosas y espirituales. En el Antiguo Testamento, el pueblo de Israel expresa a Dios su alegría por haberle liberado de la esclavitud. En los evangelios, Jesús utiliza a menudo la palabra como un modo de expresar el objetivo del discipulado. Posteriormente, san Pablo anima a los primeros cristianos a «estar siempre alegres». La alegría es uno de los «frutos» tradicionales del Espíritu Santo, es decir, de los dones que Dios nos da para perfeccionarnos12. Aunque muchas religiones no parezcan particularmente alegres, la literatura religiosa sobre el tema es muy vasta. Muchos santos cristianos han hablado extensamente sobre la alegría, incluido santo Tomás de Aquino, teólogo del siglo XIII que distingue cuidadosamente entre diferentes clases de alegría y felicidad. El gran erudito medieval habla de delectatio («deleite») a propósito de las cosas sensoriales, pero reserva el término gaudium («alegría») para la consecución de un objeto que se ve como bueno para uno mismo o para otro. Posteriormente, santo Tomás conecta la alegría con el amor, «bien mediante la presencia de la cosa amada, bien por el propio bien de la cosa amada», donde uno se alegra de la buena fortuna de otro13. La alegría suprema –dice Aquino– es ver a Dios «cara a cara», porque entonces se ha alcanzado todo cuanto el corazón puede desear. Los textos de santo Tomás me han ayudado a percibir más claramente la diferencia entre la noción religiosa y la noción secular de la alegría. Cuanto más pensaba en las distinciones de santo Tomás y más profundizaba en la cuestión de la alegría, tanto más clara me resultaba la respuesta. En la terminología popular, la alegría es felicidad. Y para la persona religiosa la alegría es felicidad en Dios. La alegría no es meramente un sentimiento efímero ni una emoción evanescente; es el resultado firmemente establecido de la conexión con Dios. Aunque la definición más secular de la alegría puede a veces describir la respuesta emocional a un objeto o acontecimiento, por maravilloso que esto pueda ser (un nuevo empleo, por ejemplo), la alegría religiosa tiene siempre que ver con la relación. La alegría tiene un objeto, y ese objeto es Dios. Los teólogos cristianos contemporáneos suelen poner esto de manifiesto. El libro de Donald Saliers The Soul in Paraphrase: Prayer and the Religious Affections se extiende sobre este tema. Saliers, catedrático de teología y liturgia en la Emory University,observa que la alegría es una disposición fundamental hacia Dios. Lo que caracteriza a la alegría cristiana en contraste con la felicidad –dice Saliers– es su capacidad de existir aun en medio del sufrimiento, porque la alegría no tiene tanto que ver con la emoción cuanto con la fe. No ignora el dolor del mundo, ni en la vida ajena ni en la propia (más adelante 27

profundizaremos en cómo aferrarse a la alegría en los momentos difíciles), sino que, ahondando más en la cuestión, considera que la confianza en Dios –y, para los cristianos, en Jesucristo– es la razón de la alegría y una constante fuente de dicha alegría. El papa Pablo VI, en una extraordinaria (y extraordinariamente olvidada) carta papal, titulada Gaudete in Domino («Sobre la alegría cristiana»), se refiere a esta distinción14. ¿Por qué en Occidente, en una cultura de la abundancia –se pregunta el papa–, en la que hay tanto para satisfacernos –riqueza, agua potable, alimentos en abundancia, avances médicos y tecnológicos…–, hay tan poca alegría? Esto se debe – según Pablo VI– a que estamos olvidando lo que la alegría es realmente. «Esta paradoja y esta dificultad para alcanzar la alegría nos parecen particularmente agudas hoy –dice Pablo VI–. Y esta es la razón de nuestro mensaje. La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las oportunidades de placer, pero tiene una gran dificultad para generar alegría, porque la alegría tiene otro origen. Es espiritual».

EN LO QUE ATAÑE A NUESTRO ANÁLISIS, pues, ¿qué podemos decir de la alegría, el humor y la risa desde los puntos de vista secular y religioso? Para empezar, la risa y el humor se definen más o menos del mismo modo, sea uno religioso o no. Tanto los observadores seculares como los religiosos saben que puede haber una risa buena y una risa mala, y un humor bueno y un humor malo. (Las personas religiosas, sin embargo, ven el acto de escoger entre lo bueno y lo malo como parte de una vida vivida en relación con Dios). En lo que respecta a la alegría, no obstante, la mentalidad secular la ve como una forma intensa de felicidad o deleite. La mentalidad religiosa, por su parte, la ve como íntimamente conectada con la fe en Dios, como fundamentada en la fe incluso en los tiempos difíciles y alimentada por la relación con la divinidad. La alegría es felicidad en Dios.

HE AQUÍ UN EJEMPLO de lo que me lleva a pensar que muchos creyentes modernos no suelen vincular la espiritualidad con nada gozoso, ni siquiera alegre. Los últimos doce años he trabajado para una revista católica llamada America, que a menudo llamamos «Semanario nacional católico». (Tenemos también detractores que no la ven con buenos ojos). Una de las secciones habituales de la revista se titula «La fe de cerca». «La fe de cerca» está reservada principalmente para que un colaborador espontáneo hable acerca de su vida espiritual personal. Cada semana nos llegan cientos de artículos para esta sección de la revista. Y adivine el lector cuáles son los temas más habituales…: la enfermedad, el sufrimiento y la muerte. Cómo mi enfermedad me ha llevado hacia Dios. Cómo la pérdida de mi trabajo me ha llevado hacia Dios. Cómo mi dolor me ha llevado hacia Dios… Tal vez el lector afirme que el sufrimiento es un camino hacia Dios, y muchas veces 28

es así. A veces podemos experimentar a Dios más intensamente en momentos de sufrimiento, porque somos más vulnerables y, por tanto, quizá estemos más abiertos a la ayuda de Dios. Cuando tenemos las defensas bajas, normalmente Dios puede entrar más fácilmente en nuestra vida. En ocasiones, el sufrimiento puede permitirnos experimentar a Dios de un modo nuevo. Pero en los doce años que llevo trabajando en la revista, rara vez he visto un artículo para esa sección divertido o gracioso. Últimamente, el consejo de redacción ha decidido no publicar demasiados artículos depresivos en la mencionada sección. Recientemente aceptamos un artículo titulado «Camino a la muerte», sobre la enfermedad terminal de la madre del autor del mismo. (Cambiamos el título por algo menos morboso, porque habíamos publicado artículos sobre enfermedades en tres números consecutivos). Esto no es más que una indicación de que, al menos en la cultura católica norteamericana, el sufrimiento está más frecuentemente ligado a la espiritualidad que la alegría.

LA ALEGRÍA PARECE TENER mala reputación en algunos círculos religiosos. Y es extraño, no solo porque la alegría es un componente necesario de una vida emocional sana, sino también porque posee una distinguida historia entre los maestros espirituales y los santos, como un elemento esencial de la salud espiritual. «La alegría no es incidental en la búsqueda espiritual. Es vital», decía el rabino jefe de la comunidad jasídica Nachman de Breslov en el siglo XVIII. Kathleen Norris, una de las escritoras espirituales más destacadas de los Estados Unidos y autora de The Cloister Walk y Acedia and Me, habló recientemente conmigo acerca de su valoración de la alegría en la vida espiritual: «La alegría ha sido siempre una parte importante de mi vida, pero hasta que me hice oblata benedictina [miembro asociado de un monasterio] no calibré realmente su lugar en mi vida espiritual». «Estaba hablando con uno de los monjes de mi falta de disciplina espiritual y de mi desordenada vida de oración, cuando me dijo: “No te preocupes en absoluto. Tienes alegría, y ese es uno de los frutos tradicionales del Espíritu Santo”. Esto me resultó nuevo, y me alegró inmensamente, al recordarme que incluso cuando no estaba haciendo lo que yo pensaba que debía hacer, el Espíritu estaba trabajando en mí», me dijo Norris.

LA ALEGRÍA ES UN COMPONENTE IMPORTANTE también de muchas tradiciones religiosas orientales, según el jesuita y catedrático de Harvard Francis X. Clooney, profesor de teología comparada y director del Centro de Harvard para el estudio del mundo de las religiones, el cual me dijo que la alegría «posee un gran significado en la sensibilidad religiosa hindú». Y prosiguió: «La forma más excelsa de alegría en el hinduismo suele ser llamada “felicidad”, o ananda, y es atributo incluso de la realidad divina. Ahí están la sonrisa de Shiva y la sonrisa de Buda, la risa de la Diosa y el placer de Krishna en la 29

danza». Pero no hay que ser un experto en religiones para ver que cualquiera que esté verdaderamente en contacto con Dios es alegre. Piense el lector en los santos que hay en su vida, y no solo en las personas «profesionalmente» religiosas, como los sacerdotes, los ministros y los rabinos. Piense en un santo de su familia, un amigo profundamente espiritual o un colega religioso del trabajo. Piense en las personas cuya vida encarna plenamente su fe religiosa, en las personas que están cerca de Dios. ¿No están llenas de alegría? La alegría es el acto humano más noble. SANTO TOMÁS DE AQUINO

O piense en figuras más conocidas del mundo religioso que reflejan alegría. Piense en todas las fotos de la Madre Teresa o del reverendo Billy Graham sonrientes. Piense en lo fácil que es imaginar a alguien como san Francisco de Asís sonriendo. ¡Es casi imposible imaginar a san Francisco no sonriendo! Y fuera de la tradición cristiana, piense en cuán a menudo se ve al Dalai Lama no ya sonriendo, sino riendo abiertamente. En su libro The Jew in the Lotus, que trata de la exploración del budismo por parte de un judío, Rodger Kamenetz refiere su primer encuentro con el Dalai Lama en Dharamsala, India, en 1990. «Llegó mi turno –dice Kamenetz–, y el Dalai Lama sonreía, radiante, sí, resplandeciente, de modo que no pude evitar sonreír también yo». Y sigue describiendo el atractivo innato de ese hombre alegre. De hecho, gran parte de los escritos y enseñanzas del Dalai Lama versan sobre la alegría y la felicidad, que fluyen – según enseña él– de nuestros actos. Y sus enseñanzas públicas se ven casi siempre puntuadas por la risa. Un perfil del Dalai Lama en el New Yorker hace referencia a que minimiza la importancia de las preocupaciones por su salud, y el periodista describe al gran hombre «estallando en risas». ¿Por qué nos sentimos atraídos de manera natural por la gente alegre? Una razón, en mi opinión, es que la alegría es signo de la presencia de Dios, que nos resulta naturalmente atrayente. La alegría de Dios conecta con la alegría que habita a veces oculta en nuestro corazón. «Lo profundo llama a lo profundo», como dice el Salmo 4215. O, como decía san Agustín: «Oh Dios, nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti». Agustín, teólogo norteafricano del siglo IV, percibió algo fundamental para los seres humanos: nuestro deseo natural de Dios, fuente de toda alegría. Nos atrae la alegría, porque nos atrae Dios.

ES DIFÍCIL SABER hasta qué punto la alegría y la risa han sido denigradas, minusvaloradas o consideradas como inapropiadas a lo largo de la historia religiosa, o cómo puede haber ocurrido esta marginación de la alegría. Es difícil precisarlo. Pero no es difícil ver los 30

efectos de esta minusvaloración, porque todos conocemos a personas que parecen pensar que ser religioso significa ser mortalmente serio en toda ocasión. Si el lector es católico, puede que conozca a sacerdotes que hacen que se pregunte cómo pueden «celebrar» (término oficial) misa cuando nunca esbozan una sonrisa. Si eres miembro de otra denominación cristiana, puede que conozcas a pastores, ministros o ancianos que son ejemplo de «elegidos aburridos». En una iglesia a la que yo acudía estaban siempre sentadas en el primer banco dos señoras de mediana edad que eran hermanas. Llegaban pronto todos los domingos, nunca saludaban a nadie, se sentaban en el mismísimo sitio y miraban inexpresi-vamente al altar durante la misa. Cuando llegaba el momento de darse la paz, que es cuando todo el mundo se da la mano como signo de fraternidad cristiana, las dos hermanas, hieráticas, se estrechaban la mano mutuamente, y nunca se daban la vuelta para saludar a nadie más. Parecían mortalmente serias en relación con su fe. Y cuando eres mortalmente serio, estás seriamente muerto. Un objetivo mejor para los creyentes es estar gozosamente vivos. Esto parece obvio, ¿no? Pero si la alegría es una consecuencia natural y obvia de una fe vivificante, ¿por qué parece ausente de tantos entornos religiosos? ¿Por qué los servicios eclesiásticos están tan desprovistos de humor? ¿Por qué hay personas religiosas a las que muy frecuentemente (y con toda razón) se considera tristes? En suma, ¿cuándo, por qué y cómo fueron eliminados de la religión la alegría, el humor y la risa? El próximo capítulo investigará cómo se ha producido esta desgraciada circunstancia.

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2 ¿Por qué tan tristes? Breve pero exacto examen histórico de la seriedad religiosa

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acerca de por qué el humor tal vez no sea valorado como es debido en círculos religiosos, y las razones de ello puede que aparecieran muy tempranamente. Tomemos como ejemplo el Nuevo Testamento y fijémonos primero en el protagonista del mismo, Jesús de Nazaret. El modo de reflejar en la Biblia el humor de Jesús –o la falta de él– ha influido inevitablemente en e modo en que han considerado la ligereza los cristianos posteriores. AY DIVERSAS TEORÍAS

P ARA EMPEZAR es conveniente sopesar hasta qué punto estaban los autores de los evangelios interesados en presentar a Jesús como una persona abiertamente divertida. Aunque los evangelios muestran a un Jesús inteligente y elocuente, en especial en lo que respecta a sus parábolas, en el Nuevo Testamento hay pocos momentos que a los lectores modernos puedan parecerles verdaderamente hilarantes. ¿Por qué? Recientemente he preguntado a algunos distinguidos expertos en Nuevo Testamento acerca de Jesús y el humor. ¿No habría sido lógico que, si los evangelistas (los hombres que escribieron los evangelios) querían retratar a Jesús como una figura atrayente, hubieran puesto de relieve su sentido del humor? Los evangelistas esperaban atraer a la gente hacia la figura de Jesús mediante las narraciones evangélicas, y el humor es algo que la mayor parte de la gente encuentra atrayente, tanto hoy como en la antigüedad. Además, de acuerdo con Daniel Polish, rabino de la tradición reformada judía y autor de Bringing the Psalms to Life, cualquiera que escribiera en torno a la época de Jesús habría encontrado gran cantidad de material humorístico en el Antiguo Testamento, así como en la Mishná y en el Talmud1. «Hay partes de la Escritura hebrea que son deliberadamente divertidas», me dijo el rabino Polish en una reciente conversación. Entonces, ¿por qué hay tan poco humor de Jesús de Nazaret en los evangelios? He hecho esta pregunta a la profesora Amy-Jill Levine, experta en Nuevo Testamento de la Vanderbilt University y autora de The Misunderstood Jew, libro que examina el contexto judío de Jesús y cómo la Iglesia no ha comprendido debidamente ese aspecto concreto de su vida, y afirma que los predicadores cristianos a menudo desvirtúan las palabras y los actos de Jesús, porque no comprenden el contexto judío en el que vivía. Cuando pregunté a la profesora Levine por el humor en el Nuevo Testamento, me indicó que una dificultad a este respecto es que lo que se consideraba divertido en época 32

de Jesús puede no considerarse ahora del mismo modo. Para una persona de la Palestina del siglo I, la situación o la premisa probablemente era más divertida. «Las parábolas eran graciosas –me dijo en una entrevista– en su exageración o hipérbole. Por ejemplo, la ideade que un grano de mostaza pudiera convertirse en un gran arbusto en el que los pájaros pudieran anidar era divertida». Partes de las parábolas, por tanto, no eran simplemente inteligentes, sino verdaderamente graciosas para unos oyentes del siglo I. De hecho, la incongruencia misma de las parábolas –la naturaleza desestabilizadora y aparentemente absurda de su mensaje (los pobres son ricos; los ricos son pobres; los ciegos ven; los que tienen vista están ciegos)– es cómica. El absurdo es aún mayor cuando los oyentes caen en la cuenta de que las ideas de Jesús son, de hecho, verdaderas. Pero solemos pasar por alto este aspecto de los evangelios. «¿Por qué nos sentamos tan solemnemente escuchando los pasajes acerca de ver la paja en el ojo ajeno cuando tienes una viga en el tuyo, o de camellos que pasan por el ojo de una aguja? –pregunta Margaret Silf cuando le menciono este fenómeno–. ¡Tantos personajes y situaciones ridículamente exagerados que nadie podría olvidar! ¿No ves el tono de burla de Jesús?». En su libro Laughing with God: Humor, Culture, and Transformation, Gerald Arbuckle, sacerdote católico, coincide en lo mismo. En la Palestina del siglo I, dice Arbuckle, la gente probablemente se reiría de muchas de las palabras deliberadamente ridículas de Jesús; por ejemplo, la idea de que alguien encienda una lámpara para ponerla bajo un cesto, o que una persona construya una casa de arena, o que un padre dé a su hijo piedras en lugar de pan. Como apuntan Levine y Arbuckle, no percibimos mucho del humor que Jesús pretendía y que su audiencia sí percibía en sus parábolas. El padre Daniel J. Harrington, sacerdote jesuita, catedrático de Nuevo Testamento en el Boston College y autor de numerosos libros sobre los evangelios, es un experto de primera fila en el Nuevo Testamento que se hace eco de las ideas de Levine y Arbuckle. «El humor está muy ligado a la cultura –me dijo el padre Harrington–. Los evangelios tienen muchas historias controvertidas y situaciones comprometidas. A mí me parece que los primeros lectores encontraban esas historias divertidísimas, mientras que nosotros, en un contexto social muy distinto, no comprendemos su sentido». Repitámoslo: divertidísimas. La profesora Levine observa que no hay modo de saber con certeza si el humor de Jesús –o incluso sus chistes– fueron expurgados de los evangelios por la Iglesia primitiva, pero apunta que en muchos de los evangelios no canónicos, es decir, los evangelios no aceptados oficialmente por la Iglesia primitiva, hay varias situaciones en las que Jesús se ríe. Y –dice Levine– los primeros Padres de la Iglesia (es decir, los principales teólogos cristianos de los primeros siglos) estaban, por lo general, más centrados en combatir la herejía, que no se consideraba objeto de risa. Por lo tanto, probablemente esos primeros teólogos consideraran el género humorístico inadecuado para su tiempo. Otra razón por la que el humor puede haber sido minimizado en los círculos cristianos primitivos tiene que ver con la cultura griega, en la que se introdujeron primero los evangelios. Cuando los autores evangélicos estaban escribiendo los cuatro evangelios, 33

estaban preocupados no solo por contar la historia de Jesús lo más claramente posible, sino también por tratar de presentar esa historia de un modo que atrajese a los hombres y las mujeres de su tiempo y su cultura. La influencia dominante en época de Jesús era el helenismo o cultura griega. Consiguientemente, las versiones finales de los cuatro evangelios fueron escritas en lo que se conocía como koiné o griego común, el idioma cotidiano de la región. En esa cultura, alguien como Jesús sería presentado como un «maestro de sabiduría», en opinión del padre Harrington, y no como una persona abiertamente divertida, aunque haya ejemplos de humor en los filósofos griegos. «En general, las biografías de la época no prestaban particular atención al ingenio – dice Harold Attridge, especialista enNuevo Testamento y decano de la Facultad de Teología de Yale, especializado en el estudio del judaísmo helenístico y la Iglesia primitiva–, sino que los autores hacían hincapié en las virtudes y logros de la persona. Puede, pues, que los evangelistas se conformaran a las normas de las biografías de su tiempo». Es posible, por tanto, que los evangelistas prescindieran en parte del humor natural de Jesús para conformarse a las normas de aquella época; pero el resultado no pretendido es que hoy asociamos más fácilmente a Jesús con la seriedad que con el humor. El padre Harrington me contó una divertida (y verdadera) historia que ilustra cómo incluso personas que saben mucho del Nuevo Testamento pueden caer inconscientemente en esa trampa3. Un diario religioso estaba preparando una crítica de un libro acerca del «Cristo cómico». El corrector de estilo del diario supuso que aquello debía de ser un error. ¿Cómo podía Cristo ser cómico? De modo que cambió el título por «Cristo cósmico». Al igual que ese corrector de estilo, muchos de nosotros no admitimos la posibilidad de un Jesús alegre, un Salvador sonriente o un Cristo cómico.

LA REPRESIÓN DEL HUMOR puede haber proseguido después de la redacción de los evangelios, durante los primeros siglos del cristianismo. Hugo Rahner, teólogo jesuita alemán (como su famoso hermano Karl), escribió en 1967 un maravilloso librito titulado El hombre lúdico, que sigue la pista a la noción de alegría en el pensamiento griego, romano y cristiano primitivo. Esta obra hace más evidente por qué los líderes de la Iglesia primitiva prescindieron del humor. El padre Rahner comienza su análisis por los griegos. Aristóteles –observa Rahner– animaba a la gente a equilibrar el humor y la seriedad. Pero muchos escritores cristianos de los primeros tiempos favorecían una visión de la vida mucho más seria, porque – como observa la profesora Levine– les preocupaba cómo afrontar los peligros del mundo y las maldades de Satanás. San Pablo, por ejemplo, dice en la Carta a los Efesios que debemos evitar hablar neciamente3. En el siglo III, san Clemente de Alejandría advierte en contra de las «palabras humorísticas e impropias». En torno a la misma época, san 34

Ambrosio dice que «debe evitarse bromear incluso en la charla intrascendente». Y san Basilio dice que los cristianos «no deben reír, ni siquiera tolerar a los bromistas». No obstante, san Agustín, alumno de Ambrosio, recomienda bromear algo de vez en cuando. Posteriormente, en el siglo XIII, santo Tomás de Aquino recomienda en sus obras lo lúdico, diciendo que hay virtud en la alegría, porque conduce a la relajación. A lo largo de su libro, Rahner apunta frecuentemente a la necesidad de la alegría en la vida, y en la Iglesia en particular. En el último capítulo dice: «No todo lo que hay en nuestra civilización está en manos del demonio, y tronar desde el púlpito no siempre es adecuado». Un autor de la misma época que Rahner es Elton Trueblood, que publicó un maravilloso libro titulado The Humor of Christ. Trueblood, teólogo cuáquero fallecido en 1994, fue capellán de las universidades de Harvard y Stanford y autor de más de treinta libros. Su análisis de por qué no encontramos humor en el Nuevo Testamento y por qué la Iglesia podría haber minusvalorado el humor es ligeramente distinto. En primer lugar, dice Trueblood, estamos muy familiarizados con los relatos, y muy a menudo pasamos por alto su humor intrínseco. Sencillamente, hemos oído los relatos demasiadas veces, y se han vuelto rancios, como los chistes muy repetidos. «Las palabras nos parecen monedas viejas cuyos cantos se han desgastado y cuyos grabados se han vuelto casi indistinguibles», dice Trueblood, que cuenta la historia de su hijo de catorce años, el cual, después de escuchar el pasaje evangélico sobre ver la brizna en el ojo ajeno e ignorar la viga en el propio4, se rio a carcajadas. El niño vio enseguida el humor que no perciben quienes han escuchado el pasaje cientos de veces. O puede que simplemente «conozcamos» un final distinto. Es decir, ya conocemos el pasaje de la «brizna en el ojo», en el sentido de que ya conocemos su moraleja. Lo que Jesús dice, en esencia, es que dejemos de fijarnos en los defectos del prójimo, porque tenemos los nuestros para mantenernos ocupados. Pero el señuelo cómico que Jesús estaba utilizando para captar nuestra atención, el vehículo de su mensaje, ha dejado de tener interés para nosotros, porque pasamos directamente al significado más profundo. La necesidad de su humor, al parecer, ha desaparecido, y por eso puede parecer irrelevante. Pero para quienes escuchaban a ese predicador itinerante por primera vez, el aspecto humorístico era obvio. Pensemos también en el modo de presentar los evangelios a algunos discípulos y cómo la comunidad cristiana primitiva, al leer esos textos, podría haber visto sus caracteres distintivos. San Pedro, por ejemplo, es retratado a menudo de un modo que puede fácilmente resultar cómico. Para empezar, como en el caso de muchos de los discípulos, Pedro malinterpreta repetidamente el mensaje de Jesús, lo quelleva a algunos momentos casi indudablemente cómicos, incluso en las situaciones más serias. En la Última Cena, cuando Jesús lava los pies de los discípulos como símbolo del modo en que sus seguidores deben tratarse mutuamente (mediante el servicio humilde), Pedro se niega rotundamente: «¡No me lavarás los pies jamás!», exclama. Jesús replica que si no soporta que le lave los pies, no tendrá cabida en su ministerio. 35

Un Pedro que no comprende nada grita: «¡Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza!» 5. Cabe imaginar a Jesús sonriendo para sus adentros ante la confusión de Pedro y pensando: «Bueno, no era eso precisamente lo que yo estaba pensando». A Pedro suele presentársele rebosante de entusiasmo, aunque no siempre con sentido de la discreción. Esa precipitación –que puede ser fascinante, conmovedora y a veces graciosa– le lleva en un pasaje evangélico anterior a pedir a Jesús que le ordene caminar sobre las aguas, después de ver al Maestro hacer eso mismo en el Mar de Galilea: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas». Jesús lo hace, de manera que Pedro salta entusiásticamente del bote (puede que ante el asombro del resto de los discípulos que se encuentran a bordo), ve que puede, de hecho, caminar sobre el agua, y enseguida se hunde. «¡Señor, sálvame!», grita. Jesús entonces tiende la mano para salvar a su impetuoso amigo6. Obviamente, Jesús valoraba mucho la amistad de Pedro, a quien designó como la «piedra» sobre la cual construiría su Iglesia7, pero algunos expertos dicen que este famoso nombre tiene otro significado oculto. Tradicionalmente, Jesús renombra a Simón como Pedro (en arameo, cephas, o «piedra»; en latín, petrus) para indicar su solidez, su permanencia; pero el apelativo,en opinión del padre Harrington, podría también indicar una especie de dureza y aspereza en su personalidad; en otras palabras, podría tratarse de un apodo humorístico: pétreo8. Pero, una vez más, el elemento cómico en lo que respecta al nombre impuesto a Pedro, pasaje tan familiar para los cristianos, suele pasarse por alto.

LO MISMO OCURRE también con el Nuevo Testamento. Como sugiere el rabino Polish, hay partes de la Biblia hebrea que son «deliberadamente divertidas». En Laughing with God, Gerald Arbuckle apunta que muchos relatos del Antiguo Testamento resultaban divertidos a su audiencia original. Por ejemplo, Noé, de quien se dice que construyó un enorme barco lejos del agua. Mejor aún, Balaán, profeta no israelita con dotes de adivino, que se encuentra con un ángel del Señor, pero no le reconoce. Sin embargo, su burra, a la que se otorga milagrosamente la capacidad de hablar, sí reconoce al ángel. (La burra que habla aprovecha también la oportunidad para reprender a Balaán por sus malos tratos: «¿Qué te he hecho yo para que me pegues con esta ya tres veces?»)9. El rabino Polish piensa que la pregunta implícita en este pasaje es: «¿Quién es el borrico aquí?». La vida de los grandes profetas hebreos incluye también muchos «actos cómicos», como dice Arbuckle. Jonás se esconde bajo unos matorrales, Isaías va por ahí desnudo durante tres años, y Jeremías se pone un yugo al cuello. Parte de la historia de Jacob, que engaña muy astutamente a su hermano Esaú para conseguir la herencia de su padre, puede también parecer divertida10. Es muy probable que estos relatos cómicos divirtieran a la gente de la época. (Más adelante veremos la historia de Abraham y Sara, del Libro del Génesis, donde la risa es una parte explícita de la saga del pueblo de Israel). 36

El padre Richard J. Clifford, SJ, catedrático de Antiguo Testamento en la Facultad de Teología y Ministerio en la Universidad de Boston, apunta a un propósito más allá de la diversión, a una razón seria para el humor. Esos relatos habrían hecho a muchos oyentes sonreír a propósito de la universalidad de la naturaleza humana. El padre Clifford apunta a varias de las enseñanzas de muchas historias del Antiguo Testamento –por ejemplo, la historia de Jacob engañando a su padre en su lecho de muerte– como ejemplos de «humor popular» que servía para un propósito concreto. «Hace a las grandes figuras del Antiguo Testamento más humanas –dice Clifford–. Las reduce a escala humana, si es que uno imagina que eran tan mayestáticas que no tenían nada que ver con nosotros».

FIJÉMONOS EN EL PRIMER EJEMPLO del Antiguo Testamento mencionado, que es el cuento francamente increíble y misteriosamente cómico incluido en el Libro de Jonás. Si se le pregunta a la mayoría de la gente –e incluso a la mayoría de los creyentes– qué recuerdan del pobre Jonás, dirán que se lo tragó una ballena. Hasta aquí, todo va bien. Sin embargo, esa breve y bien narrada historia (uno de los libros más fáciles de leer de la Biblia) es un cuento «deliberadamente divertido», como diría el rabino Polish, cuyo protagonista profético se ve ciertamente reducido a «escala humana», como diría el padre Clifford. En este libro se emplean hábilmente la ironía, la sátira y la comedia para transmitir ideas importantes. Para empezar, Jonás es un profeta improbable; de hecho, un profeta recalcitrante. En las primeras líneas de la historia, Dios le pide que vaya a Nínive, capital de Asiria. Pero como el imperio asirio es el mayor enemigo de Israel, Jonás decide, en esencia, decirle «no» a Dios. Ya se ve la comedia. Dios no podía haber sido más claro en su llamada a Jonás: «Prepárate y vete a Nínive, la metrópoli, para anunciarle que su maldad ha llegado hasta mí». Y Jonás no podía ser más claro en su oposición a Dios. A fin de evitar su misión profética, aborda un barco que va a Tarsis, es decir, en dirección opuesta a Nínive. (Más comedia: a Nínive podía ir por tierra. Abordar un barco es un claro signo de la respuesta de Jonás a Dios: «¡No!»). Una vez a bordo del barco (donde Jonás piensa que podrá ocultarse del Dios que todo lo ve y que le había encontrado), se desata una gran tormenta. Los experimentados marineros están aterrados y arrojan por la borda toda la carga de la que pueden desprenderse. Jonás, sin embargo, está felizmente bajo cubierta, dormitando. (Humor más irónico: los marineros están aterrorizados; el de secano, no). Al descubrir a Jonás, el capitán le ordena subir a cubierta, donde los miembros de la tripulación están echando a suertes quién es el responsable de la tormenta. Los lectores no se sorprenden de que la suerte decida que el responsable es Jonás. Los aterrados marineros preguntan al extraño pasajero por qué cree él que ha caído aquel terrible destino sobre su barco. Orgullosamente (sobre todo, dado su comportamiento hasta el momento), Jonás declara que él es un profeta del Dios hebreo que ha creado los mares. Intuyendo que Jonás debe de haber actuado de alguna manera en contra de ese 37

poderoso Dios, le gritan: «¿Por qué has hecho esto?». Buena pregunta, piensan los lectores. ¿Qué estás haciendo, Jonás? Desesperados, los marineros preguntan a Jonás qué deben hacer. (Pregunta ridícula, porque es él quien los ha puesto en esa difícil situación; por otro lado, es su Dios – razonan ellos probablemente–, así que tal vez Jonás sepa cómo aplacarlo). Jonás se siente obligado a decirles que lo arrojen a él al mar, cosa que hacen después de tratar en vano de arribar a puerto. Después los marineros dan gracias al Señor Dios. (Más humor irónico: parecen más devotos que el profeta). Una vez que Jonás está en el mar, el Señor «proporciona» un «gran pez» (o «ballena», dependiendo de la traducción) que se traga a Jonás. Acto seguido, el profeta previamente impío reza de inmediato una larga oración de acción de gracias. Dios ha rescatado a Jonás, aunque él apenas haya hecho nada para merecer la salvación. Después de tres días y tres noches, el gran pez vomitó a Jonás en tierra firme, momento claramente cómico para los lectores tanto de entonces como de ahora. Un Dios tremendamente paciente da entonces otro mensaje a aquel profeta que tan mal desempeña su misión y que, básicamente, es el mismo que el primero que Jonás ignoró: «Prepárate y ve a Nínive, la metrópoli [por si no sabe de qué ciudad le habla], para anunciarle el mensaje que yo te comunique». A regañadientes, Jonás viaja a Nínive, donde simplemente vomita el mensaje, como el pez le vomitó a él, con escaso entusiasmo: «En el plazo de cuarenta días, Nínive será destruida». Y resulta que –¡sorpresa!– las palabras de Jonás, el profeta pésimo, son asombrosamente efectivas. La ciudad entera se pone a hacer penitencia. Pocos profetas han tenido tal éxito. Cuando el rey asirio oye la noticia de la profecía de Jonás, se quita de inmediato sus ropajes, se cubre de saco y ceniza y ordena a todos los ninivitas que se vistan también de saco, incluidos los animales. (La imagen de las «pecadoras» vacas ninivitas arrepintiéndose de sus bovinos pecados es maravillosamente cómica: «¡Perdónanos, Señor! ¡Hemos comido demasiada hierba en esta gran ciudad!»). Viendo el arrepentimiento de todos los vivientes, Dios ceja en su castigo. Nínive se ha salvado. Más humor: ¡Jonás está furioso! Al parecer, había predicado el mismo mensaje en su propia tierra sin resultado alguno. ¿Por qué los ninivitas han escuchado, mientras que su propio pueblo no lo ha hecho? O quizá Jonás esté enfadado porque la terrible ira de Dios no se abata sobre sus enemigos. De manera que Jonás hace lo que haría cualquier profeta petulante: pide al Señor que le mate («Quítame la vida», dice Jonás a Dios). Dios le dice con aspereza: «¿Te parece bien enfurecerte así?». Aparentemente, incluso al Dios que todo lo sabe le resulta difícil entender a Jonás. Entonces Jonás pone mal gesto, o se enfurruña, como dice uno de los estudiosos del texto. Se va hacia el este de la ciudad, a un lugar soleado, donde construye una «choza» (para tener sombra) y espera a ver qué más les sucede a los odiados ninivitas. (En ocasiones, Jonás parece un fan de un equipo que ha perdido la liga; odia a la otra ciudad por su ridícula buena fortuna). Un Dios increíblemente paciente se apiada de su reticente profeta haciendo que un 38

arbusto crezca sobre Jonás para proporcionarle sombra. Finalmente, hay algo que complace al profeta: no el hecho de que Dios le haya hablado directamente, ni el hecho de que le haya dado una misión divina, ni el hecho de que sus palabras proféticas tuvieran efecto inmediato; Jonás está contento porque tiene algo de sombra: «Jonás se puso muy contento». Entonces Dios, dispuesto a dar a Jonás una lección, envía un gusano que destruye la planta, y después un «sofocante viento solano», y finalmente el sol, que se abate sobre la desprotegida cabeza de Jonás. Furioso una vez más, Jonás pide morir. (Y un comentarista de la Biblia observa: «Las reacciones de Jonás bordean la farsa, como a lo largo de toda la historia»)11. Para entonces, Jonás está centrado únicamente en su confort físico. (Puede que esto sea defendible en el caso de alguien que ha pasado tres días dentro de un pez). Jonás está indignado. Entonces Dios le pregunta: «¿Te parece bien enfurecerte por el arbusto?». La paciente pregunta puede tomarse de muchas maneras. ¿Está moralmente bien, es emocionalmente sano o espiritualmente sabio enfadarse por algo tan nimio, en especial a la luz de lo sucedido a los ninivitas? ¿Es realmente por esto por lo que debes preocuparte? Sí –dice Jonás, asemejándose cada vez más a un niño de cinco años. Ahora Dios dice lo verdaderamente importante: «Tú te compadeces de un arbusto que no te ha costado hacer crecer, que al cabo de una noche apareció y al cabo de otra pereció. ¿Y no voy yo a compadecerme de Nínive, la metrópoli, donde viven más de ciento veinte mil personas que no distinguen el bien del mal, y una gran cantidad de animales?». Entre risas, los lectores de entonces y de ahora han aprendido con este relato algunas lecciones muy valiosas acerca de Dios; lecciones acerca de la paciencia, el perdón, la gentileza y la sabiduría de Dios. Riéndose de ese Jonás tan claramente humano, los lectores pueden haber también aprendido algo acerca de sí mismos. La divertida historia suscita serias preguntas a los creyentes: ¿Cuándo no escucho la voz de Dios? ¿Cuándo me resisto a hacer lo debido, aunque no pueda ser más claro?12 ¿Escuchan mejor a Dios mis «enemigos» que yo? ¿Y cuándo no me alegro al ver la compasión de Dios por quienes, en mi opinión,no la «merecen»? El Libro de Jonás está lleno de ironía, comedia y momentos muy divertidos. Con suma frecuencia pasamos por alto que el humor puede llevarnos a verdades profundas, incluso cuando llega en relatos bíblicos archiconocidos. Por eso alabaré la alegría, pues no hay otra cosa buena para el hombre bajo el sol sino comer, beber y divertirse; eso le acompañará en sus fatigas los días de vida que Dios le conceda bajo el sol. ECLESIASTÉS 8,15

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LA RISA Y EL HUMOR no son los únicos dones espirituales que pasan por alto por algunos lectores del Antiguo Testamento, porque lo mismo ocurre con la alegría. El Libro de los Salmos, por ejemplo, está repleto de frecuentes expresiones de alegría en respuesta a la bondad de Dios. Los salmos a veces se dividen en tres grupos: salmos de lamentación, que son oraciones que piden la ayuda de Dios; salmos de sabiduría, que son primordialmente didácticos; y salmos de alabanza, que expresan gratitud. Y una expresión natural de gratitud es la alegría. O la simple felicidad. «Dichosos los que caminan rectamente», dice el Salmo 119. Los creyentes deberían sentirse tan felices que rompieran a cantar: «¡Aclama a Yahvé, tierra entera; gritad alegres, gozosos, cantad!». Nuestras oraciones pueden y deben reflejar este gozo, dice el salmista: «Servid a Yahvé con alegría». La felicidad –e incluso la risa– se extiende como un brillante hilo conductor por los cantos comunitarios de Israel. El Salmo 126 comienza con estas conmovedoras líneas: «Cuando Yahvé repatrió a los cautivos de Sión, nos parecía estar soñando; entonces se llenó de risas nuestra boca, nuestros labios de gritos de alegría» 13. En el Antiguo Testamento, la alegría puede ser expresión religiosa de gratitud, ya se encuentre en un salmo compuesto por una sola persona, ya sea parte de una narración más amplia de todo un pueblo. El libro de Nehemías, por ejemplo, cuenta la historia del epónimo copero de Artajerjes, rey persa en torno al siglo V a.C. Nehemías está angustiado por la ruinosa situación de Jerusalén y pide permiso al rey para restaurar la ciudad y repoblarla con el pueblo judío en el exilio. En la dedicación de la muralla que rodea Jerusalén, Nehemías expresa con vívidos términos la profunda gratitud del pueblo: «Se ofrecieron aquel día grandes sacrificios, y la gente se entregó a la algazara, pues Dios les había concedido un gran gozo; también se regocijaron las mujeres y los niños. Y el alborozo de Jerusalén se oía desde lejos» 14. El gozo es una expresión tradicional de la gratitud del pueblo de Israel, que en varias ocasiones se regocija, canta e incluso ríe en alabanza a su Dios. ***

ARMADOS CON UN MAYOR CONOCIMIENTO de la alegría en el Antiguo Testamento, regresemos a los evangelios. Otra razón de la aparente minimización del humor en el Nuevo Testamento puede radicar en el enorme énfasis que los evangelios ponen en la Pasión (los acontecimientos que llevan a la crucifixión de Jesús). Los autores de los cuatro evangelios debían referir claramente, y con gran detalle, los complicados acontecimientos de la Pasión a unos lectores que muy probablemente tenían dificultades para comprender por qué Jesús había tenido que sufrir. 40

Para los discípulos de Jesús y para los primeros cristianos, la idea de un Dios sufriente debía de parecerles increíble. Los evangelios muestran un pueblo claramente convencido de que el Mesías vendría «en gloria», es decir, como un rey conquistador que acabaría por la fuerza con la ocupación romana de Palestina. Pero sucedió justamente lo contrario: Jesús fue detenido, juzgado y ejecutado por Roma. «La muerte en una cruz –dice el teólogo católico Gerald O’Collins, SJ, en Christology– significaba estar maldito por Dios como alguien que ha violado la alianza… En la época de Jesús, las esperanzas mesiánicas populares no incluían un Mesías sufriente. Proclamar un Mesías crucificado era increíble e incluso blasfemo». ¿Por qué, se preguntaría la gente, fue ejecutado Jesús como un criminal? ¿Qué razón podía haber para que no derrocara a las autoridades romanas y las expulsara de Palestina, como muchos esperaban? En suma, ¿por qué tenía que sufrir y morir, sobre todo de ese modo tan vergonzoso? Los evangelistas tenían que responder a estas preguntas, que eran críticas para los primeros cristianos. Consiguientemente, gran parte de sus textos se centran en la Pasión. El Evangelio de Juan, por ejemplo, tradicionalmente se divide en dos partes: el Libro de los Signos, que se centra en las palabras y milagros de Jesús, y el Libro de la Gloria, que se centra en su despedida, juicio, crucifixión, muerte y resurrección. En otras palabras, una enorme parte del Evangelio de Juan se centra casi exclusivamente en las últimas semanas de la vida de Jesús. La Última Cena comienza en el capítulo 13, y el entierro de Jesús concluye al final del capítulo 19. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, a menudo llamados «evangelios sinópticos» (porque ven la historia de manera similar o «con un solo ojo»), hacen análogamente hincapié en los sufrimientos de Jesús, centrándose de nuevo en las últimas semanas de la vida de un hombre que estuvo en la tierra durante treinta y tres años. No pretendo minimizar la inmensa importancia de las narraciones de la Pasión en la teología cristiana, el significado de la Cruz en la espiritualidad cristiana ni el valor que para los cristianos tiene la meditación sobre el sufrimiento de Jesús y el nuestro. Sin embargo, esas partes de la narración pueden llegar a dominar el conjunto de la historia de Jesús. Después de todo, Jesús vivió unos treinta años en Nazaret antes de iniciar su ministerio público y, según algunos relatos, desempeñó su ministerio de predicación y curación entre uno y tres años. Esto incluye actividades que muy probablemente eran alegres: acudir a bodas, visitar ciudades en las zonas de alrededor, pasar tiempo con los niños, conversar durante horas con sus discípulos, hablar de las promesas del Reino de Dios y, de paso, sanar a los enfermos, lo que sin duda debió de proporcionarle ocasiones para la alegría. Examinemos uno de los rasgos distintivos de su ministerio, lo que los expertos llaman la «comunidad de mesa», es decir, comer con los amigos. Jesús convocaba frecuentemente a sus discípulos, sus seguidores y otros, a menudo extraños, a comer con él. No se requiere mucha imaginación para representarse esas comidas como acontecimientos alegres, del mismo modo que las comidas y celebraciones de nuestra propia vida, llenas de risas y de alegría, con todo el mundo deleitándose en su mutua 41

compañía. Es una de las razones por las que una de las imágenes más atractivas del cielo es la de un banquete. Mi amiga Maureen O’Connell, profesora ayudante de teología en la Universidad de Fordham, me decía: «En mi casa, a menudo nos partimos de risa en la mesa. ¿Acaso no se trata de eso cuando le invitan a uno a cenar?». En la Palestina del siglo I había otras razones para estar alegre a la mesa (además de estar sencillamente con Jesús), porque el carpintero itinerante reunía a menudo a gente rechazada por la sociedad. Como observa Elisabeth Schüssler Fiorenza en su libro En memoria de ella, Jesús ejercía un «discipulado de iguales»en el que todos estaban incluidos. Y sus detractores utilizaban esto contra él. Marcos dice: «Al ver los escribas de los fariseos que comía con los pecadores y publicanos, decían a los discípulos: “¿Qué? ¿Es que come con los publicanos y pecadores?”» 15. Pensemos en lo felices que se sentirían esas personas en los márgenes de la sociedad –publicanos, prostitutas, «pecadores»– al verse incluidos en la comunidad. La alegría alrededor de la mesa se veía magnificada por su gratitud. Análogamente, muchas de las parábolas de Jesús incluyen momentos de alegría. Una de las más famosas, la parábola del hijo pródigo, que es la historia de un joven descarriado que vuelve a casa en busca de perdón, incluye a su amante padre preparándole lo que un especialista llama una «fiesta gozosa» 16 e incluso amonestando a su hijo mayor, que se niega a compartir ese gozo. Gran parte de la vida y el ministerio terrenos de Jesús tuvo que ver con la alegría. Pero, como dice Elton Trueblood en The Humor of Christ, debido a la necesidad de explicar el sufrimiento de Jesús, puede que las partes tristes dominen sobre las partes alegres. Trueblood subraya también un fallo básico de nuestra imagen moderna de Jesús. El hecho de que Jesús llorara no significa que no riera. Cal Samra, en su libro The Joyful Christ, observa sencillamente: «Jesús dijo e hizo muchas cosas que los autores de los evangelios no recogieron». El evangelio de Juan lo admite y dice explícitamente: «Jesús realizó en presencia de los discípulos otros muchos signos que no están escritos en este libro» 17. Dicho de otro modo, la ausencia de muchos relatos acerca de Jesús bromeando o riendo no es prueba de que tal cosa no ocurriera. Lo más probable es que Jesús riera. Negarlo equivale a transformar a Jesús en un pedazo de madera. Samra, que dirige una hoja informativa mensual sobre la alegría cristiana, indica numerosos pasajes evangélicos que subrayan la alegría de Cristo y de quienes se encuentran con él: «En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: “Yo te bendigo, Padre…”». «Toda la gente se alegraba con las maravillas que hacía». «También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y vuestra alegría nadie os la podrá quitar».

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«Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado». «Como no acababan de creérselo a causa de la alegría y estaban asombrados…». «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» 18. Si no basta con esto, leamos a san Pablo, a quien muchas personas asocian con la tristeza, aunque se llama deliberadamente a sí mismo «loco por Cristo». Sus cartas están llenas de referencias a la alegría: «Sobreabundo de gozo en todas nuestras tribulaciones». «Que el Reino de Dios es… justicia, paz y gozo». «Regocijaos en la esperanza». «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres». «En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia…» 19. Acabamos de ver tan solo unos cuantos pasajes del Nuevo Testamento que hablan de la alegría; pero, de nuevo, podemos estar tan familiarizados con ellos y tan acostumbrados a lo que Samra denomina un «Mesías triste» que los pasemos por alto, los minimicemos o los ignoremos. Puede incluso que malinterpretemos las enseñanzas más básicas de Jesús, las Bienaventuranzas del Sermón de la Montaña20. Las Bienaventuranzas consisten en una larga lista de «dichas», cada una de las cuales comienza por «Bienaventurados…». Pero la palabra griega utilizada en el texto, makarioi, puede traducirse con la misma exactitud como «dichosos». Imaginemos lo diferentes que sonarían las Bienaventuranzas si oyésemos a Jesús decir: «Dichosos los pobres de espíritu… Dichosos los mansos… Dichosos los misericordiosos…». Refiriéndose al Sermón de la Montaña, el teólogo moral católico Bernard Häring dice en Celebrating Joy: «El talante que aquí prevalece es de alegría». ***

OTRA SUGERENTE EXPLICACIÓN HISTÓRICA de la falta de humor y de alegría en algunos círculos religiosos la ofrece la autora Barbara Ehrenreich, que escribe a menudo sobre temas sociales. Su aplaudido libro Nickel and Dimed, por ejemplo, la presentaba trabajando en empleos pagados con el salario mínimo, como tienen que hacer los pobres, para ver si podía llegar a fin de mes. (No podía). En 2007 publicó Dancing in the Streets: A History of Collective Joy. Su tesis es que a las personas que ocupan puestos de autoridad en la cultura occidental algo les resulta molesto en relación con el 43

entusiasmo y la alegría colectiva, que suelen verse como algo primitivo o hedonista. Y se refiere no solo a la Iglesia cristiana, sino también a otras instituciones. En su libro, Ehrenreich lleva cuidadosamente a los lectores a través de la historia de Grecia, de Roma y de la Europa occidental para mostrarles cómo las alegres reuniones públicas –ritos religiosos extáticos, danzas grupales, celebraciones durante los carnavales…–, que expresaban una alegría tanto comunitaria como privada, fueron suprimidas por unas autoridades atemorizadas. En la época medieval, por ejemplo, las tradiciones del Carnaval (literalmente, «Adiós a la carne»), periodo festivo anterior a la Cuaresma, animaban a la población a mofarse de los dirigentes civiles y eclesiásticos (a veces vistiéndose como el rey o como otras autoridades), planteando así una amenaza implícita al orden social. Dice Ehrenreich: «Lo más sorprendente desde el punto de vista moderno son las actividades rituales destinadas a acabar con los límites sociales normales de clase y de género. Era muy probable que se diera un humor obsceno, representado por un hombre vestido como “rey de los tontos” o “señor del desgobierno”, dirigido a mofarse de los verdaderos reyes y de otras autoridades… Ningún aspecto del carnaval ha atraído más la atención de los estudiosos que la tradición de burlarse de los poderosos, porque esas costumbres eran en cierto sentido “políticas”, o al menos dejaban entrever un descontento subyacente». Ehrenreich apunta que lo que molestaba a las autoridades era que, cuando los socialmente inferiores se reunían para divertirse, afirmando su camaradería y su amistad, solían terminar burlándose de sus gobernantes. Esas reuniones podían, por tanto, alterar el status quo, lo que podía suponer una amenaza real, como sucedió, por ejemplo, durante la Revolución Francesa. La alegría puede ser subversiva. Conrad Hyers, ministro presbiteriano y catedrático de historia de la religión, afirma algo similar en su libro The Comic Vi-sion and the Christian Faith: «Debido a la variedad de formas irrespetuosas de risa, a las almas sensibles les ha resultado fácil considerarla un gas peligroso y volátil que debe ser reprimido firmemente» 21. La risa puede resultar también subversiva. Por su parte, los dirigentes eclesiásticos –en opinión de Ehrenreich– a veces prescinden de partes del mensaje de Jesús que contienen lo que ella califica de una «forma dulce y espontánea de socialismo», prefiriendo algo menos incisivo, porque la espontaneidad suele amenazar al status quo. Su descripción de las celebraciones de la Iglesia primitiva pueden sorprender a las personas acostumbradas a una aburrida mañana de domingo. Gran parte del culto cristiano de los siglos I y II –indica Ehrenreich– permanece en gran medida ignorado; pero el punto de vista de la «mayoría de los expertos» es que esas celebraciones eclesiales tal vez fueran mucho más ruidosas y vivas que hoy22. Hay un pasaje que merece la pena citar en detalle: «Se reunían en las casas de los fieles, donde el rito central era una comida compartida que sin duda era regada con la bebida favorita de Jesús, el vino. 44

Hay motivos para pensar que también cantaban, y que los cantos se acompañaban a veces con música instrumental. El mártir Justino, un gentil convertido…, escribió que los niños debían cantar juntos, “del mismo modo que se disfruta de los cantos y música similar en la iglesia”. Es muy probable que los cristianos también bailaran; al menos así es cómo el historiador Louis Backman interpreta varias afirmaciones de los Padres de la Iglesia del siglo II. Clemente de Alejandría, por ejemplo, instruía a los fieles para “danzar en círculo, junto con los ángeles, en torno a Aquel que no tiene ni principio ni fin”, dando a entender que el rito de iniciación cristiana incluía una danza circular en torno al altar. En otro lugar, Clemente escribió que, a fin de suscitar el “brío y el deleite del espíritu”, los cristianos “alcemos las manos y la cabeza al cielo y movamos los pies justo al final de la oración: pedes excitamus”». ¿Significado de esa expresión latina? «Baile». Ehrenreich nos recuerda que el humor y la risa pueden ser subversivos y, por tanto, aterradores para quienes tienen el poder. Pensemos en las sátiras televisivas nocturnas, los columnistas políticos o los «bloggers» humorísticos, o las tiras cómicas de los periódicos de carácter sarcástico: todo ello constituye siempre una amenaza para las autoridades. Puede que esta sea, en parte, la razón de su supresión por parte de los jerarcas. EN SUMA, algunas de las razones por las que al humor se le ha prestado tan escasa atención en ambientes cristianos son: la incomprensión actual de lo que era considerado divertido en tiempos bíblicos; las normas imperantes en la cultura greco-romana en la que fueron introducidos los evangelios; la excesiva familiaridad con las historias del Antiguo y el Nuevo Testamento; el énfasis en la Pasión que predomina en la narrativa cristiana; la falta de imaginación; y la sociología de las instituciones jerárquicas. ***

AUNQUE NO PUEDO HABLAR POR TODAS las religiones, sí puedo afirmar que el humor es escasamente valorado en la Iglesia católica actual, al menos en el nivel oficial. Puede que los católicos conozcan a un sacerdote divertido, un párroco gracioso, una religiosa bromista o un agente de pastoral simpático, pero no muchos obispos recién nombrados son descritos por las notas de prensa del Vaticano como divertidos o con sentido del humor. Por ejemplo, cuando el gabinete de prensa del Vaticano o de una diócesis anuncia el nombramiento de un nuevo obispo, lo normal es que proporcione una larga lista con sus títulos universitarios y su experiencia de trabajo: obtuvo su licenciatura en tal sitio, su doctorado en tal otro, y ha trabajado en tal o cual diócesis o dicasterio vaticano. ¿Cuándo 45

ha sido la última vez que el Vaticano ha descrito un nombramiento episcopal como sigue: «El nuevo obispo tiene un fantástico sentido del humor»…? Cuando hago esta pregunta a una audiencia católica, invariablemente se ríen. Pero ¿por qué? ¿Por qué suena esto extraño a nuestros oídos?23. Porque el humor, como dice Ehrenreich, se ve casi como algo negativo para un dirigente eclesiástico, cuando debería verse como una exigencia. Lo cual no significa que todos los obispos carezcan de sentido del humor. El cardenal John O’Connor, arzobispo católico de Nueva York en los años ochenta y noventa, acudió en cierta ocasión a una cena para recaudar dinero. Al término de la misma, el maestro de ceremonias se aproximó al micrófono y fue leyendo la larga lista de quienes habían hecho su aportación pagando la costosa cena. Desgraciadamente, tenía mala memoria y olvidaba los nombres. Cada vez que olvidaba un nombre, sacaba una tarjetita del bolsillo para recordarlo. «Quiero dar las gracias al presidente de nuestra organización para recaudar fondos… [sacó la tarjeta y la miró], el señor Smith. Quiero dar las gracias también a nuestro director de comunicación… [sacó la tarjeta], el señor Jones. Quiero dar las gracias igualmente a la presidenta de nuestro consejo… [de nuevo la tarjeta], la señora Johnson». Finalmente dijo: «Y ahora el cardenal O’Connor subirá al estrado y nos dará su bendición». El cardenal se situó en el estrado y dijo: «Dios todopoderoso, te damos gracias por todos los bienes que nos has concedido. Y lo hacemos en nombre de tu Hijo… [sacó subrepticiamente su tarjetita y la miró] Jesucristo».

LO QUE YO CONSIDERO UNA INFRAVALORACIÓN del humor en círculos eclesiales es aún más sorprendente cuando nos fijamos en la persona de Jesús, a quien los evangelios muestran como un hombre con un palpable sentido de la alegría e incluso del humor. Esto se puede percibir en su interacción con los hombres, mujeres y niños de su tiempo, así como en muchas de sus parábolas. «Las parábolas de Jesús poseen un ingenio asombroso que sorprende a sus oyentes», dice el profesor Attridge. Verdaderamente, es difícil imaginar a un buen narrador que desconozca el valor del humor. Obviamente, Jesús sabía que tenía que captar la atención de sus oyentes. Sus historias eran a menudo incisivas y provocativas. Después de todo, era un predicador itinerante, y por eso necesitaba atraer cuanto antes a sus oyentes mediante una historia divertida, una parábola inteligente o una digresión humorística. Además, los temas constantes de su predicación –ama a tus enemigos y ora por quienes tepersiguen; perdona setenta veces siete; el Reino de Dios está cerca…– eran tan ridículos, tan incongruentes, que al principio podían parecerles graciosos a sus oyentes. Sus parábolas son propias de comedias: las expectativas se frustran, los pobres son los primeros, y los ricos aparecen como unos tontos. Muchas parábolas se deleitan también en el uso de la hipérbole. En un cuento, generalmente denominado la «parábola 46

de los talentos» 24, antes de iniciar un largo viaje, un hombre rico convoca a sus servidores y les confía dinero para que se lo custodien. A uno de los servidores le da cinco talentos, a otro dos, y a un tercero uno. Después de un tiempo, el hombre rico regresa. Y descubre que el primer servidor ha invertido el dinero sabiamente y ha producido cinco talentos más, lo que complace al señor. El segundo ha conseguido dos talentos, además de los dos que había recibido. El tercero, sin embargo, no ha invertido el dinero, sino que se limita a devolverle su talento, y es castigado por su falta de interés. Los predicadores suelen emplear la parábola para ilustrar la necesidad de utilizar los propios «talentos» plenamente en la vida; el propio Jesús saca esta seria lección de la historia. Pero los oyentes de su tiempo verían un claro absurdo en la historia, porque un «talento» era el equivalente del salario diario de un trabajador durante quince años. La idea de un hombre rico entregando alegremente a sus servidores esa extraordinaria suma –¡setenta y cinco años de salario!– les resultaría ridícula a sus oyentes. Jesús no desdeñaba exagerar de algún modo la comicidad para transmitir su mensaje. Además de las parábolas, existen otros indicios de que Jesús de Nazaret era una persona alegre. Los niños se sentían cómodos en su presencia, lo que apunta a una disposición simpáticae incluso divertida. En determinado momento de los evangelios, se reprende a Jesús por no ser tan serio como Juan el Bautista. «Vino Juan, que ni comía ni bebía… Vino el Hijo del hombre, que come y bebe –dice Jesús–, y dicen: “Ahí tenéis a un comilón y un borracho”» 25. En otras palabras, los evangelios recogen las críticas que le hacen a Jesús durante su vida por ser demasiado alegre. «Jesús y sus discípulos –dice el padre Clifford– son criticados por divertirse». La misma respuesta de Jesús a esa crítica concreta es una demostración de humor. En su libro God Makes Me Laugh: A New Approach to Luke, Joseph A. Grassi, especialista en Nuevo Testamento, dice que Jesús «veía su contraste con el Bautista y con los fariseos con un gran sentido del humor». La respuesta de Jesús a la crítica de que sus discípulos no ayunan consiste en hacer una pregunta «absolutamente ridícula». «¿Podéis acaso hacer ayunar a los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?», les pregunta26. «Al compararse con un novio –dice Grassi–, Jesús estaba diciendo, de hecho, que su perspectiva cambiaba la habitual imagen sombría de la religión… por las más alegres imágenes de la vida humana». Una vez desaparecido de este mundo, sin embargo, parte de su alegría natural pudo verse minimizada por los autores de los evangelios, que puede incluso que sintieran la presión de las costumbres de su tiempo para presentar a un Jesús más serio. «Probablemente hubo cosas que fueron comprimidas y abreviadas, y parte del humor puede haber sido eliminado –dice Clifford–. Pero yo veo a Jesús como un hombre ingenioso, una persona seria sin ser triste. Cuando los discípulos discuten entre sí, Jesús demuestra su ingenio en la discusión». Arbuckle sugiere dos formas de ingenio de Jesús: relajante y profético. El humor relajante hace a la gente sentirse cómoda, como cuando les cuenta una parábola amable para ilustrar una enseñanza difícil. El humor profético desafía el status quo, como 47

cuando se burla alegremente de las autoridades religiosas que tratan de atraparle con preguntas arcanas. Jesús también acoge a las personas con sentido del humor. Al principio del evangelio de Juan se encuentra la historia de Nata-nael, al que sus amigos le han dicho que el Mesías es de Nazaret27. Natanael responde: «¿De Nazaret puede haber cosa buena?». Se trata de una broma a propósito de lo insignificante que era esa localidad. Nazaret era un lugar apartado en el que solo vivían unas cuantas familias. En cualquier caso, ¿qué hace Jesús? ¿Castiga a Natanael por haberse burlado de su pueblo natal? Cabría esperar que el severo Jesús de la imaginación popular dijera: «¡No te burles de Nazaret!» o «¡Tú, que condenas a esa ciudad, serás condenado!». Pero Jesús no dice nada de eso. El humor de Natanael no le molesta en absoluto. De hecho, parece encantarle. «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño», dice Jesús. Dicho de otro modo, he ahí alguien en quien puedo confiar. Natanael se convierte entonces en uno de los apóstoles. La acogida de Jesús a Natanael en su círculo es quizá la más clara indicación de que este tiene sentido del humor (distinto del de los otros hombres que elige como apóstoles). E indica también que Juan, el autor del evangelio, valoraba una historia graciosa lo bastante como para preservarla en su narración. Cuando yo me imagino a Jesús, no es simplemente una persona que sana a los enfermos, resucita a los muertos, calma la tempestad y predica la buena nueva. Es también un hombre deuna buena voluntad y una compasión enormes, con entusiasmo por la vida; alguien que no teme la controversia, libre para ser quien sabe que es y repleto de un generoso buen humor. Lleno de espíritu alegre. Simpático. Incluso divertido.

El discípulo con sentido del humor

He aquí la historia de Natanael, del evangelio de Juan: «Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea y encuentra a Felipe. Y Jesús le dice: “Sígueme” Felipe era de Betsai-da, de la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe encuentra a Natanael y le dice: “Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, el hijo de José, el de Nazaret” Le respondió Natanael: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?”. Le dice Felipe: “Ven y lo verás” Vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él: “Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño”». Resulta interesante el hecho de que en las pasadas décadas dos imágenes de un Jesús alegre hayan gozado de una cierta popularidad. La primera es The Laughing 48

Christ, de Willis Wheatley, un dibujo que muestra a Jesús echando la cabeza hacia atrás y riendo a carcajadas. La segunda es The Risen Christ by the Sea, imagen en color de Jesús con una amplia sonrisa y de pie junto a una red de pesca, pintado por Jack Jewell, pintor de marinas, en los años noventa. Estas dos obras, entre otras, sirven para contrarrestar incontables imágenes del Mesías sombrío. Pero en círculos religiosos y académicos refinados se hace burla de ambas imágenes. Hay que reconocer que no son precisamente obras de arte (no estamos hablando de Miguel Ángel o de Caravaggio), pero yo me pregunto si algo del desdén por estas obras no provendrá más del tema elegido que de la calidad de los artistas. ¿Hay algo en un Jesús sonriente que amenaza nuestra visión de su persona? ***

P ERMÍTASEME SER MÁS PROVOCATIVO y decir que pensar en un Jesús sin sentido del humor puede no distar mucho de la herejía. Una de las cuestiones más difíciles que los primeros cristianos se vieron obligados a afrontar es si Jesús es divino o humano. La respuesta tradicional de la teología cristiana es que Jesús es «plenamente humano y plenamente divino». Pero la Iglesia necesitó varios siglos para llegar a esa noción. Durante los primeros siglos de la Iglesia, las preguntas acerca de la identidad de Jesús ocuparon a obispos, teólogos y laicos, todos los cuales se esforzaban por comprender quién era aquel hombre –o aquel Dios. El lector comprenderá el problema al que se enfrentaban. Por un lado, Jesús era manifiestamente humano. Eso era sobradamente claro para sus seguidores, que le habían visto comer, dormir, enfadarse e impacientarse, y llorar por la muerte de su amigo Lázaro. Y le vieron sufrir físicamente y padecer una muerte atroz en la cruz. Por tanto, era claramente humano. Por otro lado, Jesús realizó milagros asombrosos. Devolvió la vista a ciegos y el oído a sordos, curó enfermos y resucitó muertos. También hizo «milagros de la naturaleza», como calmar la tempestad en el mar. Y sus discípulos (y otros) fueron testigos de su resurrección de entre los muertos. Sus milagros, de hecho, son una parte de los evangelios mejor atestiguadas. John Meier, experto en Nuevo Testamento en Notre Dame, en su obra A Marginal Jew dice: «La afirmación de que Jesús actuó como exorcista y fue considerado tal durante su ministerio público es históricamente tan comprobable como casi cualquier otra afirmación que podamos hacer acerca del Jesús de la historia». Incluso los detractores de Jesús aluden a sus milagros. Los fariseos, según los evangelios, se quejaban de que Jesús sanaba en sábado. Por lo tanto, sus seguidores debieron de pensar en varias ocasiones que era Dios, o al menos divino. Por tanto, se plantea la cuestión de si era humano o divino. En la Iglesia primitiva (y esto es una simplificación de una historia diabólicamente compleja) aparecieron dos sectores. Por un lado estaban quienes creían que Jesús tan solo aparentaba ser humano. 49

Generalmente, estos grupos eran denominados «doce-tistas» (de la palabra griega dokein, que significa «aparentar»). Por otro lado, estaban los «adopcionistas», que creían que Jesús no era más que un ser humano, no divino; el hijo «adoptivo» de Dios, por así decirlo. Al final, el emperador Constantino, convertido al cristianismo, fue mostrándose cada vez más disgustado por la desunión de la Iglesia, que ponía en peligro la unidad del Imperio. Para zanjar la cuestión de la «naturaleza» de Jesús, Constantino convocó el Concilio de Nicea el año 325. En dicha ciudad, los obispos reunidos zanjaron la cuestión en un terreno teológico intermedio: Jesús no fue «hecho» por Dios; era Dios y era de la misma «sustancia» que Dios Padre. En otras palabras, era plenamente humano y plenamente divino. Negar cualquiera de los dos atributos se consideraba herético, al margen de las fronteras de la fe cristiana. Si los cristianos creen verdaderamente que Jesús era «plenamente humano», deben creer también que tenía sentido del humor, que es un aspecto esencial del hecho de ser «plenamente humano». Francamente, yo creo que bastantes cristianos siguen siendo hoy «docetistas» secretos. Es decir, aunque apoyan la idea de la humanidad de Jesús, siguen inclinándose a pensar en él como Dios aparentando o fingiendo simplemente ser humano. Pero si aceptamos la idea de Jesús como ser humano, debemos concederle todos los atributos humanos, la risa tanto como el sufrimiento. ¿Puede alguien dudar que gran parte de la condición humana consiste en tener sentido del humor? Como dice el ensayista inglés William Hazlitt: «El hombre es el único animal que ríe y llora, porque es el único animal que percibe la diferencia entre lo que las cosas son y lo que podrían haber sido». Aunque algunos antropólogos y biólogos que estudian el comportamiento de los primates superiores ponen sus reparos a las palabras de Hazlitt –los chimpancés, por ejemplo, parecen «reír» y disfrutar jugando juntos–, pocas personas discutirán la proposición de que el sentido del humor es una parte necesaria un ser humano plenamente vivo, emocionalmente maduro y psicológicamente sano. Dicho de otro modo: ¿qué clase de persona no tiene ningún sentido del humor? Sería un robot, no una persona. He preguntado a Eileen Russell, psicóloga clínica de Nueva York y especializada en el papel de la resiliencia en la vida emocional, cómo describiría la personalidad de una persona sin sentido del humor. Russell, autora de Recovering Resilience: Transformative Therapy at Work, me respondió: «Una persona sin sentido del humor tendría considerables problemas sociales. Es muy probable que tuviera dificultades para establecer conexiones sociales, porque no podría leer los signos de las demás personas y no entendería las pistas que dan. Tendría dificultad en las relaciones sociales». Esto parece justamente lo contrario de lo que sabemos acerca del Jesús de los evangelios. Sin embargo, es la imagen unilateral que muchos cristianos tienen de Jesús y que aparece en libros, sermones y obras de arte. Y tiene incidencia en el modo de vivir de muchos cristianos. 50

«Yo imagino a Jesús como una persona psicológicamente sana, y por eso debía reír –dice Russell, que es católica practicante–. Tenía muchos amigos, y los amigos se unen en grupo compartiendo no solo las cosas profundas, sino también la alegría». Si Jesús era plenamente humano, entonces tenía un sentido del humor plenamente desarrollado. Esto debería estar lo suficientemente claro por lo que se dice en los evangelios. Contaba historias inteligentes, hacía digresiones divertidas y acogía como apóstoles a personas que tenían sentido del humor. Verdaderamente, su sentido del humor puede ser una razón que no se ha examinado aún de su capacidad de atraer a tantos discípulos con facilidad. Negar su humor, por la razón que sea, es negar su humanidad. En mi opinión, Jesús debió de ser un hombre inteligente, ingenioso e incluso divertido. Su humor resulta innegablemente llamativo en algunas de sus originalísimas parábolas, en sus incisivos comentarios a las autoridades romanas, en sus ásperas respuestas a escribas y fariseos e incluso en sus palabras improvisadas. Si nos fijamos en su lado humano, es difícil imaginar a alguien capaz de soportar a los discípulos, a menudo espectacularmente obtusos, sin sentido alguno del humor. Si nos fijamos en su lado divino, es difícil imaginar a Dios sin sonreír ante algunos de los absurdos del mundo. De modo que dejemos de lado de idea de que Jesús era un gazmoño sin sentido del humor, un ser sombrío y severo que no sonreía nunca. Comencemos a recuperar su humor y, al hacerlo, recuperemos su plena humanidad. ***

OTROS RESIDUOS DE LA ALEGRÍA EVANGÉLICA de los evangelistas –es decir, del modo en que Mateo, Marcos, Lucas y Juan escribieron y elaboraron los evangelios– están esperando ser descubiertos por los lectores atentos. Pero, una vez más, podemos estar tan familiarizados con esas pistas que las pasemos por alto. La historia de Zaqueo en el evangelio de Lucas28, un recaudador de impuestos que se sube a un sicomoro para poder ver mejor a Jesús, es conmovedora, pero también divertida tal como la presenta el evangelista. El rico Zaqueo trepa rápidamente al mencionado árbol, porque es «de pequeña estatura» y no puede ver, dada la cantidad de gente que había29. En aquellos tiempos, Zaqueo probablemente llevaba una túnica suelta, así que, según me dijo un experto en la Escritura, todo Zaqueo habría sido visible para la gente que había debajo, haciendo la historia del poco digno Zaqueo doblemente divertida. Una vez más, Jesús parece encantado. Es fácil imaginar a Jesús sonriendo ante aquel hombre tan rico encaramado en el árbol. Jesús le dice: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Después de que el recaudador de impuestos promete entregar la mitad de sus posesiones y devolver a quienes haya defraudado el equivalente a cuatro veces su valor, Jesús dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham». Es una historia con un 51

tema importante30. Y es también un modo divertido de describir la humanidad de Zaqueo. Análogamente, la historia de Eutico, en los Hechos de los Apóstoles31, revela el humor del autor. Eutico, un joven discípulo de san Pablo, está sentado en el borde de una ventana en una habitación en la que san Pablo está hablando sin parar hasta la medianoche. Eutico se queda dormido durante el largo discurso, se cae por la ventana desde un tercer piso, y le dan por muerto, hasta que Pablo baja, ve que no está muerto, lo revive y después vuelve arriba y sigue hablando hasta el amanecer. Es un modo humorístico de ilustrar la verborrea de Pablo. Es fácil ver las historias tanto de Zaqueo como de Eutico como divertidas, pero Gerald Arbuckle sugiere que un «humor divino» más sutil puede verse también en otras historias del Nuevo Testamento con las que estamos familiarizados. Tomemos la historia del evangelio de Lucas en la que, después de la crucifixión de Jesús, dos discípulos van camino de una ciudad llamada Emaús32. Abatidos por lo que ha sucedido, se encuentran con Cristo resucitado, aunque no lo reconocen. Cuando Jesús les pregunta de qué están discutiendo, ellos dicen, con palabras que pueden leerse como expresión de sorpresa o incluso de sarcasmo: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado allí estos días?». Es una escena ligeramente cómica, porque, como observa Arbuckle, Jesús es el único que comprende lo que ha pasado. Y los discípulos, que echan en falta a Jesús y lloran su pérdida, no ven que es precisamente Jesús quién está justo delante de ellos. El padre Harrington me hizo reparar en la historia del endemoniado geraseno como otro ejemplo de humor que los lectores pueden pasar por alto. En ese relato de un exorcismo, que está recogido en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas33, Jesús pregunta el nombre del espíritu impuro del hombre poseído. «Mi nombre es Legión –dice el hombre en respuesta a la pregunta de Jesús–, porque somos muchos». Los demonios suplican a Jesús que los envíe a unos puercos que están paciendo allí cerca, cosaque Jesús hace efectivamente. La piara de puercos «–unos dos mil– se arrojó al mar de lo alto del precipicio y se fueron ahogando en el mar». No es de extrañar que los porqueros estuvieran furiosos y rogaran a Jesús que se alejara de la zona. Es un relato con el que los cristianos actuales están familiarizados; pero, como ocurre con muchos de los pasajes evangélicos, quizá la familiaridad sea excesiva. «Para nosotros un puerco es un puerco» –me dijo Harrington–, pero para los judíos un puerco era impuro, no kosher, de manera que su muerte no significaba una gran pérdida. Otros oyentes captarían enseguida la referencia a «legión», que puede haber sido el modo empleado por Jesús para mofarse de las legiones romanas. «Los romanos eran considerados cerdos –me dijo Harrington–, de modo que el relato funciona en ambos niveles». No falta humor en la Biblia; pero, como con la mayor parte de las cosas de la vida, hay que saber dónde mirar para encontrarlo.

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Digresión sobre la alegría El Salmo 65

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unos cuantos ejemplos breves de cómo el tema de la alegría recorre el Antiguo y el Nuevo Testamento. A lo largo de los próximos capítulos analizaré más detenidamente tres pasajes individuales –uno del Antiguo Testamento y dos del Nuevo– con vistas a descubrir la alegría que subyace a los textos elegidos, que nos mostrarán que, en la Biblia, la alegría no tiene únicamente que ver con contar chistes, sino que está implicado un nivel más profundo. ASTA AHORA HE OFRECIDO

Muchos pasajes de la Biblia se prestan a lo que podríamos llamar «exégesis gozosa», es decir, una disección del texto que revela que su tema es el gozo. Si los leemos atentamente, estos conocidos pasajes pueden resultarnos elocuentes de un modo nuevo. Veamos en primer lugar uno de mis pasajes favoritos de los Salmos, a modo de una fuente inusual.

UNA DE LAS COSAS QUE ME HACEN REÍR es la película de 1975 Monty Python and the Holy Grail. En resumen, esta comedia británica se basa en la historia del rey Arturo y la búsqueda del Santo Grial, la copa utilizada por Jesús en la Última Cena. Como todas las películas de los Monty Python, Holy Grail es un amasijo de una sorprendente erudición (sigue muy de cerca la leyenda de Arturo) y de un sublime absurdo (presenta a un «conejo asesino»). Puede que sea la película más divertida de la historia1. En un determinado momento, Arturo y los caballeros de la Tabla Redonda tienen una deslumbrante visión de Dios, que aparece en los cielos rodeado por esponjosas nubes blancas y portando una corona cuajada de piedras preciosas. «¡Arturo, Arturo, rey de los británicos!», trona Dios. Cuando el rey Arturo se inclina, Dios reacciona de manera inesperada. «No seas servil –dice Dios–. Si hay algo que no puedo soportar, es el servilismo». Al parecer, a Dios tampoco le gusta la gente que se disculpa. «Cada vez que trato de hablar con alguien, enseguida me dice: “Siento esto”, o “Perdóname aquello”, o “No lo merezco”…». En respuesta, el rey Arturo adopta una postura reverente. «Y ahora, ¿qué haces?», le grita Dios. «Estoy desviando la mirada, oh, Señor», dice Arturo. «¡Pues no lo hagas! –dice Dios–. Es como esos salmos lastimeros. ¡Son tan deprimentes!». 54

Sí, esos salmos lastimeros, tan deprimentes. Ese es el concepto popular de los salmos: siempre lamentando algún infortunio que le ha sucedido al pueblo de Israel, haciendo duelo por los días tristes, arrepintiéndose de sus pecados y llorando «junto a los ríos de Babilonia». Hay, de hecho, toda una categoría de salmos llamados «salmos de lamentación». Sin embargo, hay también otras categorías de salmos. Los comentarios de los expertos hacen referencia a una amplia variedad de tipologías: «salmos regios», en los que habla el rey; «salmos sapienciales», que están conectados con la literaturaanáloga del Antiguo Testamento y proporcionan consejo; «salmos litúrgicos», que desempeñaban un papel en las celebraciones cúlticas antiguas; y «salmos históricos», que recogen narraciones del pueblo de Israel. Pero hay también otra importante categoría llamada «salmos de alabanza». Un comentario bíblico enumera tres partes en un salmo de alabanza: una introducción, que establece el «tono de la alabanza»; el cuerpo del texto, en el que se enumeran las razones para alabar a Dios; y una conclusión, que incluye a menudo un «deseo o bendición» 2. En la mayor parte de los salmos de alabanza es central la alegría. En realidad, encontrar alegría en los salmos no es nada difícil; la primerísima palabra del primer salmo es «feliz»: «Feliz quien no sigue consejos de malvados –dice el Salmo 1–, sino que se recrea en el Señor». No hay que buscar mucho en los salmos para encontrar alegría, felicidad y deleite, pues fluyen de manera natural de la gratitud a Dios. Un ejemplo obvio de ello es el Salmo 65, que es relativamente directo y que la mayoría de los expertos identifican como un salmo de acción de gracias por una cosecha abundante (o, según algunos especialistas, una oración por la lluvia). Examinemos este salmo con detenimiento, a fin de revelar sus connotaciones gozosas. El Salmo 65 alaba a Dios por tres cosas. Primera: por hacer de Sión un lugar para el pueblo sagrado, donde sus pecados son perdonados. Segunda: por someter las aguas primordiales (el agua era algo terrorífico para los pueblos antiguos, conectado con las inundaciones y los ahogamientos) que habían cubierto la tierra y la habían convertido en un lugar inhóspito. Tercera:por la abundancia de esas mismas aguas, que hacen que crezcan las plantas y que la tierra produzca fruto. En ese fragmento final, el salmista incluye parte de la ima-ginería más vívida del Antiguo Testamento. Dios visita la tierra con agua y la enriquece («la mulles con lluvia, bendices sus brotes»), de manera que la gente puede disfrutar de sus cosechas de granos y frutos. En respuesta a esta maravilla, la tierra misma exulta de gozo: «Destilan los pastos del páramo, las colinas se adornan de alegría; las praderas se visten de rebaños, y los valles se cubren de trigales entre gritos de júbilo y canciones». ¿Por qué «las colinas se adornan de alegría»? Una posible contestación es que la tierra se pone un manto de felicidad en respuesta a la bendición del Señor. En el comentario de la Anchor Bible a los Psalms II: 51-100, el jesuita Mitchell Dahood, experto biblista, traduce la misma línea como sigue: «Visita la tierra, hazla saltar de alegría». La visitación de Dios lleva a la alegría3. Por eso se adornan de alegría las colinas y cantan los valles, en alabanza a la bendición de Dios, a la visitación de Dios. 55

¿Hay en los salmos un pasaje más gozoso? La tierra no puede contener su alegría por las maravillas del Dios que la ha creado. Es difícil leerlo sin sentir algo de la felicidad que el salmista debió de experimentar cuando lo escribió, en torno a la época del rey David. Precediendo a estas hermosas líneas están estas otras: «A las puertas del alba y del ocaso las haces gritar de júbilo». Dahood ofrece una traducción más gozosa: «¡Haz que las centelleantes estrellas del alba y del ocaso exulten de alegría!». Dahood observa que en los tiempos antiguos se pensaba que las estrellas eran la fuente de la lluvia. Por tanto, la exaltación de las estrellas produce la lluvia sobre Israel. Es extraño, y extrañamente maravilloso, pensar en la tierra y el cielo exultando de alegría, y en su alegría alimentando a la humanidad. Ahora tal vez vivas muy lejos de un campo, un valle o un pasto. (Cuando miro por mi ventana de Nueva York, por ejemplo, no veo campos, valles ni pastos. Ni siquiera puedo ver árboles ni hierba, sino tan solo la pared de ladrillo del edificio de enfrente). Pero apuesto a que sabes algo del sentimiento que describe el salmo, es decir, que puede no ser tan extraño que el salmista imagine la tierra teniendo sentimientos humanos. ¿Cómo, si no, podía hablar no solo de lo que veía a su alrededor (la gloriosa visión de las riquezas de la tierra), sino también de lo que sentía (gratitud)? Cuando eres feliz, a veces sientes que podrías prorrumpir en cantos, en alabanzas, en acción de gracias. Te sientes invadido por el deleite. Te «adornas de alegría». Y cuando en tu vida ocurre un acontecimiento que induce felicidad, el mundo que te rodea parece cambiado, transformado. Las cosas parecen distintas. La tierra misma se siente más feliz. La risa de la tierra son las flores. RALPH WALDO EMERSON

Hace unos años, hice ocho días de Ejercicios en Gloucester, Massachusetts. La casa de ejercicios de los jesuitas está situada junto al océano Atlántico y muy cerca, además, de un estanque de agua dulce. Es uno de los lugares más hermosos que cabe imaginar y está repleto de fauna silvestre entre toda clase de árboles y flores. Pasé varios días orando sobre un problema difícil que había en mi vida. De repente tuve una intuición maravillosa que me lo aclaró todo. Yo lo atribuyo a la acción de la gracia. Después de hablar de ello con mi director espiritual, salí de la casa a tomar un poco de aire fresco, y entonces noté que las cosas parecían distintas. En aquel frío y claro día del invierno de Nueva Inglaterra, el aire parecía más fresco, el cielo más azul, y la nieve más blanca que pocas horas antes. La tierra parecía… ¿cómo expresarlo?… más feliz.

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En realidad no había cambios físicos en mi entorno. La climatología no se había alterado en absoluto (yo había salido afuera no mucho antes de reunirme con mi director espiritual), ni había nadie fregado el cielo ni blanqueado la nieve, sino que yo podía percibir con mayor facilidad la belleza que me rodeaba. Mi felicidad me permitía centrarme menos en mí mismo y más en el mundo a mi alrededor. Mi entorno parecía adornado de alegría. Puede que el autor del Salmo 65 tuviera una experiencia similar. A veces parece incluso que la tierra comparte su alegría con nosotros. Comprendo que estoy, como el salmista, antromorfizando la tierra, pero así es. Hay pocas cosas que me alegren tanto como ver el campo, quizá debido a mi vida en medio del asfalto. Cuando estoy al aire libre o incluso veo árboles o flores desde la ventanilla de un coche o un tren, me lleno de una forma particular de alegría. A veces me pregunto si estamos «programados» para responder ante la visión de la naturaleza. Ver un campo floreciente, o las hojas del otoño, o el cielo invernal, produce en mí de inmediato un efecto calmante. Y también gozoso. Atribuyendo a la tierra la experiencia humana de la alegría, el salmista puede describir varias experiencias al mismo tiempo. Primero, su gratitud por la abundancia de la tierra. Segundo, su idea de la gratitud que la tierra, creación divina, debe sentir hacia Dios. Tercero, su agradecimiento por todo lo bueno que hay en su vida. Por tanto, junto con él y con la tierra, nosotros exultamos de alegría. Como el Salmo 65, los salmos de alabanza, que han alimentado a los creyentes durante miles de años, están llenos de gozo, deleite y gratitud. Al final, muchos de los salmos no son tan deprimentes, después de todo. Puede que el Dios de los Monty Python no conozca su Biblia tan bien como debería. *** Salmo 65,10-14 «Te ocupas de la tierra y la riegas, la colmas de riquezas. El arroyo de Dios va lleno de agua, tú preparas sus trigales. Así la preparas: riegas sus surcos, allanas sus glebas, las mulles con lluvia, bendices sus brotes. Coronas el año con tus bienes, de tus rodadas brota la abundancia; destilan los pastos del páramo, las colinas se adornan de alegría; 57

las praderas se visten de rebaños y los valles se cubren de trigales entre gritos de júbilo y canciones».

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3 La alegría es un don de Dios El humor y los santos

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son mortalmente serios, muchos santos no lo han sido. La mayoría de los santos han sido hombres y mujeres que los demás querían tener cerca. (De lo contrario, ¿cómo habrían fundado todas esas órdenes religiosas?). Y, en general, queremos estar alrededor de personas con sentido del humor. La alegría, el humor y la risa son temas constantes a lo largo de la vida de muchos santos, desmintiendo el estereotipo del santo severo, depresivo y gruñón. UNQUE ALGUNOS CREYENTES

Tradicionalmente, los cristianos se relacionan con los santos de dos maneras: como patrón o como compañero. El modelo patrón puede que sea el más familiar para mucha gente hoy. Los cristianos, y en especial los católicos, piden ayuda a los santos con sus oraciones en el cielo, del mismo modo que se pediría a un amigo sus oraciones aquí en la tierra. Muchos católicos piden habitualmente las oraciones de los santos, lo que se conoce también como «intercesión» 1. Pero el modelo prevaleciente en la Iglesia primitiva, y el modelo que ha tenido mayor influencia en mi vida, es el santo como compañero2. Se ve al santo como un compañero en el camino hacia Dios; el santo nos proporciona un modelo de vida cristiana, y nos ayuda seguir su ejemplo. En otras palabras, los santos nos sirven de modelo. Por lo tanto, podemos ver a los santos como ejemplo de personas que no solo llevaron una vida llena de alegría y risa, sino que trabajaron con frecuencia en contra de esa seriedad mortal que infecta la religión. Santa Teresa de Jesús, religiosa y reformadora carmelita del siglo XVI, habló en contra de ese catolicismo mortalmente serio. «Una monja triste es una mala monja. Temo más a una hermana infeliz que a una multitud de espíritus malignos… ¿Qué sucedería si ocultáramos el poco sentido del humor que tenemos? Utilicémoslo cada uno de nosotros para alegrar a los demás». He aquí una mujer a la que la Iglesia católica ha nombrado Doctora de la Iglesia, una eminente maestra de la fe, recomendando el sentido del humor. El humor impregna los escritos de santa Teresa, mujer inteligente, capaz y resuelta. De hecho, la primera línea de su autobiografía es famosa por su alegría: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin». Más adelante, después de una larga descripción de la naturaleza de la oración, Teresa escribe: «Me parece que me he explicado en esta materia, pero quizá solo me haya quedado claro a mí misma». 59

Es un encantador comentario autocrítico, que suscita de inmediato en los lectores simpatía y amistad. Y a lo largo de sus escritos se dirige habitualmente a Dios en términos muy familiares e incluso festivos3. Una de sus frases más famosas, aunque probablemente apócrifa, es también oportuna: «De las devociones sombrías y de los santos de rostro agrio, líbrenos Dios» 4. La felicidad de los santos brota de su cercanía a Dios y de la perspectiva de la vida que su fe les aporta. Normalmente también han hecho realidad su profundo deseo de seguir a Dios, y por eso encuentran la alegría. «Por favor, que nadie diga que algún gran pesar me impulsó a entrar en el convento –decía santa Katharine Drexel, rica heredera de Philadelphia que en el siglo XX renunció a una fortuna para fundar una orden religiosa que sirve a los negros y a los indios norteamericanos–. Eso es una tontería. Yo soy y he sido siempre una de las mujeres más felices del mundo». Cuando empecé a leer las vidas de los santos, nada me sorprendió más que las frecuentes historias sobre su alegría y su sentido del gozo. Abra el lector casi cualquier vida contemporánea de un santo y encontrará no a un personaje sombrío y depresivo, sino lleno de un espíritu entusiasta. Incluso los santosde los que tradicionalmente se ha pensado que fueron excesivamente piadosos, suelen revelar una sorprendente alegría de vivir. San Ignacio de Loyola, descrito a menudo como un asceta austero, animaba a los jesuitas tristes con danzas tradicionales del País Vasco, zona de España donde había nacido. A santa Ber-nadette Soubirous, famosa vidente del siglo XIX (cuyas visiones de la Virgen María en la ciudad francesa de Lourdes inspiraron el libro y la película La canción de Bernardette) se la retrata normalmente en sus imágenes con un rostro muy serio. Puede que debido a las convenciones de su época, incluso las fotografías la muestran como una seria puritana, pero las biografías de la antigua pastora muestran a una mujer encantadora y realista con un delicioso sentido del humor. Hacia el final de su vida debido a una penosa enfermedad, le gustaba bordar formas de corazón y un día bromeaba con una de las religiosas de su convento: «Si alguien te dice que no tengo corazón, ¡dile que los estoy haciendo todo el día!». El humor parece casi un prerrequisito de la santidad. Los santos sabían adoptar una perspectiva a largo plazo, se reían de inmediato de lo absurdo (y de sí mismos) y ponían siempre su confianza en Dios. Eran también, en su mayor parte, hombres y mujeres que se conocían bien a sí mismos y que a menudo habían tenido que afrontar grandes dificultades en la vida, pasar por una conversión radical (lo que les proporcionaba una conciencia realista de sus debilidades y defectos) y entrar en contacto con personas que estaban afrontando un gran sufrimiento. Por eso los santos tenían una perspectiva de la vida perspicaz, lo que significa que se tomaban las cosas serias seriamente y las cosas no tan serias no tan seriamente. En conjunto, su sana perspectiva llevaba a un sano sentido del humor.

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Un saint triste est un triste saint. («Un santo triste es un triste santo») SAN FRANCISCO DE SALES

Entonces ¿por qué la imaginación popular piensa normalmente en los santos como personas malhumoradas o al menos demasiado serias? Bueno, si se ha eliminado todo rastro de humor de nuestra visión de la personalidad de Jesús y si la tradición cristiana ha extirpado de sí gran parte de su humor natural y si la «verdadera» religión se supone que es seria, entonces los santos, los modelos por excelencia de la vida cristiana, no es sorprendente que sean retratados como los cristianos más serios de todos. En suma, si la religión se supone que es sombría, entonces los santos deben ser las personas más sombrías del mundo. Echemos un vistazo a las numerosas imágenes de santos en mármol, vidrieras, mosaicos y lienzos a ver si podemos encontrar a alguno que parezca alegre. Normalmente aparecen con las manos juntas, los ojos bajos y expresión mustia en el rostro. O son retratados mirando piadosamente al cielo, muy alejados de las vanidades del mundo. En los años que he pasado estudiando atentamente las imágenes de los santos en iglesias de todo el mundo, no he visto a ninguno sonriente. María y los ángeles puede que sonrían en alguna ocasión5, pero los santos nunca. Esto no es simplemente un fallo estético, sino teológico, y tiene serias implicaciones para los cristianos. Las imágenes de santos de aspecto severo que predominan en las iglesias influyen en nuestro modo de entender a los santos, la santidad y, por tanto, también en nuestro modo de entender a Dios. Otra razón de que históricamente no hayamos dado importancia al humor santo es que puede que deseemos que los santos, consciente o inconscientemente, sean distintos de nosotros. Nos resulta tentador distanciar a los santos, y a los maestros espirituales de cualquier tradición, de nuestra vida, porque así, en cierto sentido, nos sentimos a salvo, así es más fácil. Si los imaginamos como esencialmente distintos de nosotros, entonces su vida cuestiona poco la nuestra. Etiquetar a los santos como «diferentes» – imaginándolos como personas cuya oración es siempre fecunda y que nunca tienen ninguna duda acerca de la existencia de Dios o, en este caso, como personas siempre mortalmente serias– supone que su vida tiene escasa incidencia en la nuestra. Su ejemplo de caridad y servicio no hace mella en nosotros y, por tanto, podemos verlos como meras rarezas espirituales. En cierto sentido, es una deshumanización de los santos. Pero una lectura más detenida de la vida de los santos nos muestra que eran como nosotros en todos los aspectos, incluso en su sentido del humor y su alegría. De hecho, debido a su gran santidad, su perspectiva de la vida, su fe en Dios y su percepción de los absurdos de la vida, algunos de ellos eran famosos por su agudeza. 61

NO HAY MÁS QUE ECHAR UNA OJEADA A LA HISTORIA, porque las referencias al ostensible humor de los santos se remontan a los primeros mártires romanos, es decir, a los primerísimos días de la Iglesia. En el siglo III, san Lorenzo, que fue quemado en una parrilla sobre carbones encendidos, decía a sus verdugos (en un latín perfectamente conjugado): «Este lado ya está hecho. Dad-me la vuelta y probad un bocado» 6. En el siglo IV, san Agustínde Hipona oraba traviesamente: «Señor, dame castidad, pero no aún». (Sí, es el mismo Agustín que sospechaba del humor. Afortunadamente, su broma más conocida muestra que no siempre había sospechado). Además de su sentido del humor, los santos solían seguir una larga tradición de ser «locos por Cristo», como dijo san Pa-blo7. De Pablo y los primeros cristianos se pensaba que eran unos «locos» por hacer cosas que parecían «locuras» a cualquiera que no creyera en la «locura» que Jesús predicó: perdonar a los enemigos, orar por los perseguidores, y demás cosas similares. Esto es parte del atractivo del mensaje cristiano: su modo espiritual, ridículo y, de hecho, loco de enfocar la vida. La fe radical también se ha considerado una locura en épocas más contemporáneas. El sacerdote belga del siglo XIX Da-mián de Veuster se ofreció voluntario para trabajar con los enfermos de lepra (conocida hoy como la enfermedad de Hansen) en la isla de Molokai. Damián era consciente de que el contacto estrecho con la enfermedad significaba que era muy probable que la contrajera, como sucedió en el curso de sus dieciséis años en Molokai. En última instancia, su solicitud por los enfermos de Molokai, donde era muy querido, le llevó a la muerte. Sin duda su ministerio altruista les parecería a muchos una locura. Y por esa locura fue canonizado por la Iglesia católica en 2009 y es conocido actualmente como san Damián de Molokai. Un ejemplo más reciente es Dorothy Day, fundadora del movimiento «Catholic Worker», fallecida en 1980. Dorothy, junto con el campesino-filósofo Peter Maurin, fundó decenas de «casas de hospitalidad» para los pobres de los barrios marginales, protestó contra la guerra y vivió una vida sencilla en comunión con los pobres sin hogar. Sus esfuerzos en pro de los pobres y de la paz fueron considerados por muchos católicos convencionales como ingenuos en el mejor de los casos. En determinado momento, el poderoso cardenal-arzobispo de Nueva York Francis Spellman trató sin éxito de que Dorothy apeara la palabra «Catholic» del periódico The Catholic Worker que publicaba su grupo. También ella fue una «loca por Cristo». Jesús también fue considerado un loco en su día, y no solo su mensaje, sino su persona. Imaginemos lo que podría parecer a la gente un predicador itinerante mal vestido, procedente de una remota ciudad de Galilea. Puede que estemos tan acostumbrados a pensar en el Mesías, el Hijo de Dios exaltado, el Cristo Resucitado en gloria, que olvidemos la impresión que debía de causar aquel carpintero de treinta y tantos años. Pero por si lo olvidamos, los evangelios nos lo recuerdan de manera que no deja lugar a dudas. En el evangelio de Marcos, la propia familia de Jesús se espanta de su primera predicación y de sus milagros: «Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: “Está fuera de sí”» 8. Tanto él como su mensaje les parecían ridículos a muchas personas de su tiempo. 62

Más ridículo incluso es el hecho de que Jesús tenía razón. Este es el comienzo de la tradición en la teología cristiana del loco como aquel que ve, como el único que sabe la verdad. Aquí está la intersección entre lo cómico y lo verdadero. Esta noción del «loco por Cristo» o del «loco santo» aparece en la vida de muchos de los santos más conocidos, de los cuales san Francisco de Asís es el ejemplo paradigmático. Durante su vida en el siglo XIII, Francisco emprendió lo que hoy se verían como acciones «locas». (En su tiempo, Francisco fue llamado pazzo, «loco» en italiano). Inmediatamente después de su conversión, por ejemplo, en su intento juvenil de desprenderse de sus bienes terrenales y cortar todos los lazos con su acomodado padre, Francisco se desnudó en la plaza de Asís. Cuando sus hermanos franciscanos se estaban construyendo una casa que Francisco consideró que no armonizaba con la sencillez de su estilo de vida, el futuro santo se subió al tejado y comenzó a destruirlo, muy probablemente para horror de los que contemplaban la escena. Cuando predicaba desnudo, los habitantes de Asís primero se rieron de él y después se sintieron atrapados por sus palabras. Debido a su amor por toda la creación, incluso por las criaturas más humildes, se decía que Francisco predicaba a los animales (y que en una ocasión regañó a un grupo de golondrinas por piar demasiado alto durante la misa). Estas dos últimas historias proceden de The Little Flowers of St. Francis of Asisi 9, serie de relatos acerca del santo, algunos basados en hechos, otros legendarios y unos terceros claramente ficción, que, no obstante, comunican humor profético.

Todos aquellos pájaros se pusieron a abrir el pico He aquí la historia del loco santo Francisco de Asís predicando a los pájaros según Las florecillas de san Francisco. El tenor de la plática de San Francisco fue de esta guisa: «Hermanas mías avecillas, os debéis sentir muy deudoras a Dios, vuestro creador, y debéis alabarlo siempre y en todas partes, porque os ha dado la libertad para volar donde queráis; os ha dado, además, vestido doble y aun triple; y conservó vuestra raza en el arca de Noé, para que vuestra especie no desapareciese del mundo. Le estáis también obligadas por el elemento del aire, pues lo ha destinado a vosotras. Aparte de esto, vosotras no sembráis ni segáis, y Dios os alimenta y os regala los ríos y las fuentes, para beber; los montes y los valles, para guareceros, y los árboles altos, para hacer en ellos vuestros nidos. Y como no sabéis hilar ni coser, Dios os viste a vosotras y a vuestros hijos. Ya veis cómo os ama el Creador, que os hace objeto de tantos beneficios. Por lo tanto, hermanas mías, guardaos del pecado de la ingratitud, cuidando siempre de alabar a Dios». 63

Mientras San Francisco les iba hablando así, todos aquellos pájaros comenzaron a abrir sus picos, a estirar sus cuellos y a extender sus alas, inclinando respetuosamente sus cabezas hasta el suelo, y a manifestar con sus actitudes y con sus cantos el grandísimo contento que les proporcionaban las palabras del Padre santo. San Francisco se regocijaba y recreaba juntamente con ellos, sin dejar de maravillarse de ver semejante muchedumbre de pájaros, en tan hermosa variedad, y la atención y familiaridad que mostraban. Por ello alababa en ellos devotamente al Creador.

Otro relato fantástico de Las florecillas tiene que ver con uno de los hermanos franciscanos de san Francisco, san Antonio de Padua, que predica al pueblo de Rímini. Pero los habitantes, «endurecidos y obstinados», se negaron a escucharle. Entonces san Antonio decide llevar su mensaje a otra parte, y predica a los peces. «Oíd la palabra de Dios, peces del mar y del río», dice Antonio. Y los peces, según se dice, se pusieron muy atentos. «No bien hubo dicho esto, acudió inmediatamente hacia él, en la orilla, tanta muchedumbre de peces grandes, pequeños y medianos como jamás se habían visto, en tan gran número, en todo aquel mar ni en el río. Y todos, con la cabeza fuera del agua, estaban atentos mirando al rostro de san Antonio con gran calma, mansedumbre y orden: en primer término, cerca de la orilla, los más diminutos; detrás, los de tamaño medio, y más adentro, donde la profundidad era mayor, los peces mayores». Los peces comunican su aprobación de las palabras de Antonio asintiendo con la cabeza. No es de extrañar que los asombrados habitantes comenzaran a escuchar a Antonio. Está claro que es un relato legendario, como mucho de lo que se cuenta de san Francisco, pero transmite eficazmente algo del humor dulce y gentil de san Francisco y sus seguidores. Uno de los relatos más divertidos de los anales franciscanos tiene que ver con el adorable hermano Junípero, cuya generosidad sin límites exasperaba continuamente a sus hermanos franciscanos. Junípero, uno de los primeros compañeros de Francisco, no pensaba más que en dar todo a los pobres, por eso sus hermanos se vieron forzados a prohibirle regalar su túnica a todo mendigo que encontrara. Una vez, al encontrarse a un pobre, Junípero astutamente le dijo que, aunque tenía prohibido entregarle el manto, no había nada que dijera que el hombre no pudiera quitárselo. En otra ocasión, el candoroso franciscano estaba cuidando a un enfermo que tenía predilección por un manjar especial: manitas de cerdo. En respuesta a la necesidad de aquel hombre, Junípero fue a un campo cercano, dio con un cerdo, cortó una pata del infortunado animal, la cocinó y se la sirvió al enfermo. El dueño del cerdo, tan furioso 64

como cabía esperar, acudió indignado al superior de Junípero diciendo que los franciscanos eran unos ladrones. Verdaderamente sorprendido de que pudiera parecerle mal a alguien su acto de caridad, Junípero volvió de inmediato ante el hombre para explicarle las razones de sus actos. El iracundo granjero, según una traducción, llamó a Junípero «tonto de capirote». Junípero se limitaba a repetir la historia con mayor pasión, asombrado de que alguien pudiera malinterpretar sus intenciones. Atrapado por la sinceridad y la caridad de Junípero, el hombre cambió de actitud y regaló a los franciscanos el resto del cerdo. Al escuchar la historia de su «loco santo», san Francisco exclamó ante sus compañeros: «¡Ojalá tuviera todo un bosque de Juníperos!».

ALGUNOS SANTOS ERAN CONOCIDOS justamente por su gran sentido del humor. Por ejemplo, san Felipe Neri, sacerdote italiano del siglo XVI, era llamado el «santo humorista». En su puerta colgó un cartel que decía: «Casa de la Alegría Cristiana». Una vez, cuando iba a acudir a una ceremonia en su honor, se afeitó la mitad de la barba como para burlarse de sí mismo. «La alegría cristiana es un don de Dios que brota de una buena conciencia», decía el santo. Una biografía dice que mucho del humor de Neri era un modo de mantenerle humilde; por ejemplo, hacía tonterías públicamente, como llevar un cojín en la cabeza como un turbante o un abrigo de zorro en pleno verano10. Así es como describe Robert Ellsberg al alegre Felipe Neri en su libro All Saints: «Era reverenciado por todos como un santo y, como todos los santos, Neri no hacía caso, pero tenía su propio modo de manejar la situación. Le gustaba vestirse con atuendos cómicos, ponerse disfraces estrafalarios, salir a medio afeitar o hacer tomaduras de pelo muy elaboradas. Todo ello formaba parte de una campaña deliberada para evitar que la gente le pusiera en un pedestal. Y almismo tiempo reflejaba el gozo y la alegría genuinos que descubría en la vida espiritual» 11. En cierta ocasión, un sacerdote joven le preguntó que oración sería más adecuada para decir por una pareja después de la ceremonia de la boda. Felipe Neri reflexionó un momento y dijo: «Una oración por la paz». San Francisco de Sales, obispo de Ginebra del siglo XVII y renombrado maestro espiritual, poseía una espiritualidad sensata, alegre y amable. «Cuando encuentres dificultades y contradicciones, no trates de quebrarlas, sino de doblegarlas con suavidad y tiempo», escribió el santo. Su enfoque humano de los temas espirituales contrastaba con algunas de las rígidas prácticas de su tiempo. Lo mismo ocurría con su deseo de ayudar a los laicos a vivir una vida de profunda espiritualidad, en una época en que se consideraba que la «verdadera» espiritualidad era de la incumbencia de los clérigos. Su texto clásico, Introducción a la vida devota, fue escrito precisamente para ayudar a los laicos en su 65

camino hacia Dios. Francisco de Sales también sabía cómo emplear una broma para causar buen efecto. Era, por ejemplo, gran amigo de santa Juana Francisca Fremiot de Chantal, una noble francesa, y juntos fundaron en 1610 una orden religiosa femenina, las Hermanas de la Visitación. Después de que Juana hubiera decidido seguir la vida religiosa estricta sin volverse a casar después de haber enviudado, continuó, no obstante, llevando vestidos escotados. La noche de su primer encuentro, Francisco de Sales le echó un vistazo al vestido y dijo sarcásticamente: «¡Madame, quien no pretende entretener a los invitados debe quitar el cartel!» 12. Más en general, los santos también sabían que una naturaleza alegre era una herramienta efectiva en su tarea. No hace mucho visité el santuario de santa Katharine Drexel, en la ciudad de Bensalem, no lejos de Philadelphia. Yo pensaba que ya sabía todo cuanto había que saber de esta notable mujer, pero me sorprendió descubrir en la tienda de regalos un imán de los que se fijan al frigorífico, en el que aparecía su rostro sonriente y la cita: «Debemos atraerlos con la alegría». Posteriormente busqué la cita completa. Escribiendo a las hermanas de su orden que daban clase a niños, les dijo: «Debemos atraerlos con la alegría, a fin de llevarles a la fuente de esta, el Corazón de Cristo».

Sabiduría de san Felipe Neri «Un corazón alegre es más fácilmente perfecto que un corazón triste». «Un espíritu alegre alcanza la perfección más rápidamente que cualquier otro». «La alegría fortalece el corazón y nos hace intentar con mayor ahínco llevar una vida como es debido». El humor santo prosigue su andadura hasta los tiempos modernos. Puede que el ejemplo contemporáneo más conocido sea el del beato Juan XXIII, que desempeñó el papado de 1958 a 1963. Su broma más famosa surgió cuando un periodista le preguntó inocentemente: «Santidad, ¿cuántas personas trabajan en el Vaticano?». Juan XXIII hizo una pausa, se lo pensó y dijo: «Aproximadamente la mitad». Alguien preguntó en cierta ocasión a Juan XXIII por la costumbre italiana de cerrar las oficinas por la tarde: «Santidad, tenemos entendido que el Vaticano está cerrado por la tarde y que la gente no trabaja». «¡Ah, no! –dijo el pontífice– Las oficinas están cerradas por la tarde. La gente no trabaja por la mañana». Poco después de su elección como papa, Juan XXIII paseaba por las calles de Roma cuando una mujer se cruzó con él y dijo a su amiga: «¡Dios mío, qué gordo es!». Al escuchar el comentario, se dio la vuelta y replicó: «Señora, espero que sepa que 66

el cónclave para elegir papa no es precisamente un concurso de belleza». En los años cuarenta, cuando Juan XXIII era aún arzobispo y nuncio papal (embajador) en París, asistió a una cena muy elegante en la que le sentaron frente a una señora con un vestido de amplio escote. Alguien se volvió hacia él y le dijo: «Exelen-cia, ¡qué escándalo! ¿No le resulta incómodo el que todo el mundo esté mirando a esa mujer?». Y él respondió: «No, en absoluto; todo el mundo está mirándome a mí para ver si yo estoy mirándola». Juan XXIII es mi imagen del humor santo. De hecho, yo entré en contacto con la vida de esta importantísima figura de la historia religiosa contemporánea no a través de una docta biografía ni una erudita conferencia, sino a través de un libro titulado Wit and Wisdom of Good Pope John, de Henri Fresquet, que encontré en una casa de ejercicios. En aquel momento se esperaba de mí que orara en silencio. El pasaje que me hizo reír en la casa de ejercicios (y que me proporcionó miradas reprobadoras de los demás ejercitantes, más silenciosos) fue una historia que situaba al papa en un hospital romano llamado «Hospital del Espíritu Santo». Poco después de su llegada, le presentaron a la religiosa que dirigía el hospital. «Santo Padre –exclamó ella, azorada por la sorprendente visita–. Soy la superiora del Espíritu Santo». «Bien, debo decirle que es usted afortunada –dijo el papa encantado–. Yo solo soy el Vicario de Cristo». ¿Quién podría no querer a un papa con tal sentido del humor? ¿Quién podría no querer a un hombre que se sentía tan cómodo consigo mismo que hacía bromas sobre su estatura (bastante baja), sus orejas (bastante grandes) y su peso (bastante considerable). Nacido Angelo Roncalli en la pequeña ciudad de Sotto il Monte, cerca de Bérgamo, después de ser elegido papa se encontró con un niño llamado Angelo y exclamó: «¡Ese es también mi nombre!». Y después añadió conspirativamente: «Pero después me hicieron cambiarlo». Su humor parecía brotar de manera natural de su alegría. Y su alegría le hacía sentirse lo bastante cómodo como para reírse de sí mismo, así como de su cargo, e invitar a los demás a compartir su visión humorística de la existencia. Y esa alegría le hacía sentirse cómodo con los absurdos del mundo. Por su apertura, su generosidad, su calidez y su humor, al «Buen papa Juan» le quiso mucha gente. Cuando murió, un amigo mío estaba en Roma, en un taxi cuyo conductor era judío. «También era nuestro papa», le dijo el taxista a mi amigo. Hay algo irresistible en una persona que desempeña un puesto de autoridad y es capaz de reírse de sí misma. Nos vincula al instante a su persona, quizá porque vemos en ella un reflejo de lo que nosotros podríamos ser, de lo que Dios quiere que seamos en medio de nuestros éxitos: sencillos, humildes, conscientes de nuestras limitaciones y, por supuesto, alegres.

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¿Se reía san Benito? Casi todos los sacerdotes, hermanos y religiosas benedictinos que conozco son alegres. En el mundo católico son conocidos por su hospitalidad. Así que me sorprendió encontrar advertencias en contra de la risa en la Regla de san Benito, el documento del siglo VI que dirige la vida en las comunidades benedictinas, escrito por el propio santo. Le pedí a Lawrence S. Cunningham, experto en monacato y autor de A Brief His-tory of the Saints, que me explicara algunas cosas. ¿Estaba san Benito realmente en contra de la risa? En varios lugares de la Regla de san Benito hay advertencias en contra de la risa en el claustro. En el capítulo 4 de la Regla, maravillosamente titulado «Los instrumentos de las buenas obras», dice san Benito: «No amar hablar mucho, no hablar palabras vanas o que mueven a risa, no amar la risa excesiva o destemplada» (4,52-54). En el capítulo 6, Benito, refiriéndose al hablar monástico, dice: «En cuanto a las bromas, las palabras ociosas y todo lo que haga reír, lo condenamos a una eterna clausura en todo lugar, y no permitimos que el discípulo abra su boca para tales expresiones» (6,8). En el capítulo sobre los grados de la humildad (7,9), dice que «el décimo grado de humildad consiste en que uno no se ría fácil y prontamente, porque está escrito: “El necio en la risa levanta su voz” (Si 21,23)». Para subrayarlo añade: «El undécimo grado de humildad consiste en que el monje, cuando hable, lo haga con dulzura y sin reír…» (7,60). ¿Qué podemos decir de esta severa actitud respecto de la risa, que se ha repetido como un lugar común en la literatura monástica posterior? Unas cuantas deducciones son obvias. Benito quería que sus monjes fueran personas de pocas palabras, y que tales palabras fueran sobrias, a fin de mantener en el monasterio una atmósfera contemplativa. Además, citando la Sagrada Escritura, se inclinaba ante la sabiduría de la palabra inspirada por Dios, que vincula a menudo la risa con la estupidez. Finalmente, Benito emplea siempre la palabra latina risus, que significa no solo risa en general, sino lo que podríamos llamar «risa a carcajadas», broma pesada o incluso un acto de burla. Por lo tanto, la carga plena de risus recae en el significado de risa incontrolada o, como dice el santo, «risa destemplada». Si se lee el texto cuidadosamente, las objeciones de Benito tienen que ver con cualquier cosa que perturbe el decoro de la comunidad. Los benedictinos probablemente no pondrían objeciones a la alegría que es alabada en el famoso cuarteto de Hilaire Belloc, aunque escribiera siglos después de la muerte del santo: «Doquiera que el sol católico brille / hay siempre risa y buen vino tinto. / Al menos esto ha sido siempre lo que yo he encontrado. / Benedicamus Domino!». 68

Los santos siempre han sabido que hay serias razones para el humor. Pero estas ideas no son exclusivas de los maestros espirituales cristianos. Hay, por ejemplo, un relato del Talmud de un rabino que se encuentra con el profeta Elías, el cual va a responderle a preguntas acerca del «mundo venidero» 13. El rabino estaba en el mercado cuando se encontró con Elías y preguntó al profeta si había alguien en aquel mercado que mereciera un lugar en el mundo venidero. Puede que el rabino esperase que Elías le asegurase que su piedad y su sabiduría le proporcionarían esa recompensa. Pero Elías señaló a dos hombres y dijo: «Sí, esos dos». El rabino se acercó a los dos hombres y les preguntó quiénes eran y qué hacían. Ellos respondieron: «Somos bufones y hacemos que las personas que están tristes se rían. Cuando vemos a dos personas discutiendo, hacemos la paz entre ellas». Una seria tarea, realmente. Análogamente, en una tradición del budismo Zen, según Matt Weiner, director de programación del «Interfaith Center» de Nueva York, hay una insistencia explícita en la «locura». La tradición Jodo Shinshu –me explicaba Weiner– fue fundada en Japón por Shinran en el siglo XIII. Shinran fue tomando cada vez mayor conciencia de que probablemente nunca alcanzaría la iluminación e incluso quizá ni siquiera llegase a ser una persona moralmente buena. «Esto le llevó a una filosofía de la locura y del loco sabio en su tradición –dice Matt, que fue educado como judío y ahora estudia el budismo–. Más adelante, Shinran adoptó el nombre de Gotoku, que significa “tonto de pelo pincho”». ¿Adónde lleva esta locura? «Creer que podemos alcanzar la iluminación es una locura –me dijo Matt–: por lo tanto, la respuesta apropiada es la gratitud». Francis Clooney, estudioso jesuita que ha escrito varios libros sobre el mundo de las religiones, estuvo hablando conmigo del uso del humor en las tradiciones orientales: «En la teoría literaria india hay categorías bastante bien desarrolladas respecto de lo que es risible o cómico, a la luz de cómo se entiende la vida humana misma. Estas grandes ideas merecen ser comparadas con la interpretación griega de la comedia y con las ideas cristianas acerca del aspecto cómico de la realidad, incluso de la “divina comedia”. Si nos adentramos más en Oriente, parece que en las tradiciones chinas Confucio y Mencio tenían sentido del humor, y muchos “koans” Zen requieren sin duda sentido del humor para recibir su impacto pleno».

El despertar de un alma

Jamal Rahman, sufí nacido en Bangladesh, es cofundador y coministro de la «Interfaith Community Church» de Seattle, Washington, copatrocinador de la 69

«Interfaith Talk Radio» y profesor adjunto de la Universidad de Seattle, que pertenece a los jesuitas. Su libro The Fragance of Faith: The Enlightened Heart of Islam14, es una introducción a la espiritualidad islámica que me ha resultado sumamente útil en mi intento de comprender esta tradición de fe. He aquí al jeque Rahman hablando de la risa en su tradición: «Los amados santos del Islam dicen que muchos de nosotros somos demasiado severos con nosotros mismos y nos tomamos la vida demasiado en serio. Necesitamos disciplina y estar centrados, pero también flexibilidad, espacio y mucha risa. Una sonrisa oculta que parte de nuestro interior sabe que lo que es mortal y transitorio está también fundamentado en la eternidad. Verdaderamente, todo está bien. El místico persa Hafiz dice que el nombre del Amado es puro gozo. Cuanto más cerca estemos de Él, tanto más capaces seremos de escuchar y sentir la risa de Dios. Si no nos reímos, es porque aún no hemos sido bendecidos con una consciencia más elevada. “¿No es extraño –se pregunta Rumi [poeta del siglo XIII]– que estemos siendo sacados de nuestros hornos llameantes y nuestro humeante infierno y llevados al paraíso y la fragancia de la rosaleda eterna, y lo único que hagamos sea aullar y lamentarnos”. Hafiz (del siglo XIV) pregunta: “¿Qué es este precioso amor y esta risa que brotan en nuestro corazón?”. Atención a la respuesta: “¡Es el sonido glorioso del despertar de un alma!”».

Textos de una gran variedad de tradiciones religiosas muestran que el humor puede servir a propósitos muy serios. Veamos unas cuantas razones del humor en la vida espiritual.

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4 La felicidad atrae 11½ serias razones para el buen humor

A

NTES DE COMENZAR ESTE CAPÍTULO,

una pequeña advertencia: no abogo por una felicidad irreflexiva y bobalicona. Como dice el Libro del Eclesiastés, hay un tiempo para llorar y un tiempo para hacer duelo. Serías un robot si no te entristecieras ante una enfermedad grave o la muerte de un amigo o de un miembro de la familia, la pérdida del trabajo o una crisis económica repentina en tu vida. Ante todas estas cosas, lo normal es hacer duelo y lamentarse. Pero el Eclesiastés dice también que hay un tiempo para reír. Y a veces la risa puede ser sana incluso en medio de la tristeza, como modo de aliviar una situación agobiante. Hace unos años, el superior provincial de los jesuitas de la ciudad de Nueva York estaba visitando la enfermería donde residen los sacerdotes y hermanos enfermos y ancianos. El provincial estaba hablando de cómo los jesuitas de la provincia se estaban haciendo cada vez mayores. «Tenemos tantos jesuitas ancianos –decía el provincial– que realmente no tenemos dónde meterlos. Ni siquiera hay una habitación para cada uno aquí en la enfermería». A lo que un anciano jesuita replicó: «Padre, ¡nos morimos lo más deprisa que podemos!». El humor, como en este ejemplo, puede ayudar a veces a aliviar situaciones tristes. Pero puede también profundizar la vida espiritual de una persona de múltiples maneras igualmente importantes. Veamos once razones y media serias para el humor en la vida espiritual. 1. El humor evangeliza La alegría, el humor y la risa demuestran la fe en Dios. Para los cristianos, una visión de la vida esencialmente esperanzada muestra que se cree en la Resurrección, en el poder de la vida sobre la muerte y en el poder del amor sobre el odio. ¿Crees que después de la Resurrección los discípulos de Jesús estaban dichosos? «Todo estará bien, todo estará bien, todo género de cosas estará bien», como decía la mística del siglo XIV Juliana de Norwich. Para los creyentes en general, el humor muestra su confianza en Dios, que en 71

último término hará que todas las cosas están bien. La alegría revela la fe. En un nivel más práctico, el beato Francisco Javier Seelos, sacerdote redentorista del siglo XIX, hablaba de la «santa hilaridad» como un instrumento para propagar el evangelio. La alegría atrae a la gente hacia Dios. Parafraseando a santa Teresa, ¿por qué ocultarla? Cuando yo era novicio jesuita en Boston, el superior general de la Compañía de Jesús, Peter-Hans Kolvenbach, vino de visita a nuestro noviciado. Antes de su visita, se nos pidió a los novicios que preparáramos cada uno una pregunta para el superior general. Yo pensé detenidamente lo que quería preguntarle. (Secretamente, quería también impresionarle, lo que probablemente no era la mejor motivación de mi pregunta). Dado que la mayoría de las órdenes religiosas están preocupadas por el declive en número, decidí preguntarle por el mejor modo de incrementar las «vocaciones». Llegó el gran día, y también el P. Kolvenbach, vestido con un sencillo traje clerical negro y una gabardina igualmente negra; llegaba acompañado por varios jesuitas de la curia de Roma y por el superior de los jesuitas de Nueva Inglaterra. El tenor de la reunión parecía encajar con la reputación de Kolvenbach de ser un hombre serio. Después de que el maestro de novicios le saludara formalmente, pasamos al salón, donde fuimos invitados a hacer nuestras preguntas al padre Kolvenbach. «Padre –le dije yo–, ¿cuál es el mejor modo de incrementar las vocaciones?». Yo esperaba que él me dijera: «Tenemos que esforzarnos más en los colegios y las parroquias en este sentido», o «Tenemos que hacer más publicidad para extender la información acerca de los jesuitas». Pero su respuesta fue tan sorprendente como memorable. Dijo: «Viva usted su vocación gozosamente». Es un buen consejo para cualquiera. La alegría atrae a la gente hacia Dios. ¿Por qué va a querer nadie unirse a un grupo de gente triste? Un modo conciso de expresar esto mismo fue el de Timothy M. Dolan, después de su nombramiento como arzobispo de Nueva York en 2009. Un periodista del New York Times le preguntó por el declive en el número de vocaciones al sacerdocio católico y por su visión acerca de ese problema. El arzobispo Dolan respondió: «La felicidad atrae». A propósito, al superior general de los jesuitas se le llama normalmente «Padre General» o, más sencillamente, el «General». En los años sesenta del siglo XX, otro Padre General, Pedro Arrupe, un español con un maravilloso sentido del humor, visitó el colegio jesuita Xavier High School, en la ciudad de Nueva York. En aquella época, todos los chicos del Xavier llevaban uniforme militar y realizaban regularmente ejercicios militares. De modo que, cuando se anunció que Arrupe iba a visitarlo, el colegio decidió que todos los alumnos se alinearanen la calle, de uniforme, para dar al Padre General una bienvenida especial. Un jesuita amigo mío que acompañaba a Arrupe me dijo que el coche del Padre General recorrió la calle en medio de cientos de alumnos de uniforme. El Padre General descendió del coche. En ese momento, los alumnos se pusieron firmes y le saludaron. 72

El Padre Arrupe sonrió y dijo a mi amigo: «¡Ja! ¡Ahora sí me siento como un verdadero general!».

2. El humor es una herramienta de la humildad Podemos hacer bromas acerca de nosotros mismos para desinflar nuestro ego, lo cual siempre es saludable, en especial para quienes desempeñan cargos en una institución religiosa, donde es fácil inflarse como un globo. Esto es aplicable a los cardenales que llevan ropajes de seda y son llamados «Su Eminencia». Es aplicable también a los sacerdotes, religiosos y religiosas a quienes los demás consideran santos simplemente por haber sido ordenados o pertenecer a una orden religiosa. Es aplicable, asimismo, a los predicadores o rabinos, reverenciados por poder recordar versículos de la Escritura sin esfuerzo. Es aplicable a los laicos en parroquias, colegios y hospitales, que ejercen un gran poder en la vida espiritual de la gente. Francamente, es aplicable a todo el mundo. Todos podemos darnos aires de grandeza, y el humor es un buen modo de que la gente se recuerde a sí misma su humanidad básica, su pobreza de espíritu esencial.

Sentido del humor ecuménico Un pastor luterano me dijo en cierta ocasión que yo necesitaba ampliar mi repertorio de chistes, que no podían ser todos acerca de católicos y de jesuitas. «¿Hay algún chiste luterano que pueda contar sin ofender a nadie?», le pregunté yo. «¿Estás de guasa?, me dijo. Y entonces me contó su chiste favorito al respecto: Un pastor luterano está durmiendo una noche, y suena el teléfono. El departamento de bomberos llama para decirle que una persona está a punto de saltar de un tejado. El pastor se viste a toda velocidad, salta a su coche y se apresura a llegar a la casa. Cuando llega, un bombero le señala a un hombre que está en el tejado. «¡No salte!», le grita el pastor. «Pues sí voy a hacerlo –dice el hombre–. No tengo ninguna razón para vivir». El pastor le pregunta: «¿Y qué me dice de su familia?». Y el hombre dice: «No tengo familia». El pastor le pregunta: «¿Y qué hay de sus amigos?». 73

El hombre dice: «No tengo amigos». El pastor hace una larga pausa y después dice: «Bueno, estoy seguro de que podemos ser amigos. Seguro que tenemos mucho en común». «Lo dudo», dice el hombre del tejado. El pastor piensa. «¿Cree usted en Dios?», le pregunta. «Sí», dice el hombre. «¡Yo también!», dice el pastor encantado. «¿Es usted luterano, por casualidad?». «Sí que lo soy», le dice. «¡Yo soy un pastor luterano! –dice el pastor– ¡Tenemos mucho en común!». Después hace una pausa y pregunta: «¿De qué rama, del Sínodo de Missouri o luterano evangélico?». «Luterano evangélico», dice el hombre. Entonces el pastor dice: «En ese caso, salte, ¡hereje!». El humor nos devuelve a la tierra y nos recuerda nuestro lugar en el universo de Dios. «Los ángeles pueden volar –decía G.K. Chesterton– porque pueden tomarse a sí mismos a la ligera». Por ejemplo, los chistes de jesuitas que he contado hasta ahora son divertidos. Yo amo a la Compañía de Jesús y he hecho votos perpetuos como jesuita. Pero los chistes me recuerdan que los jesuitas debemos tener cuidado de no envanecernos demasiado de nuestros éxitos ni centrarnos excesivamente en cuestiones prácticas, premisas normales de los chistes sobre los jesuitas. Uno de los más viejos es ese de los tres sacerdotes, un franciscano, un dominico y un jesuita, que están juntos haciendo Ejercicios. De repente, tienen una visión mística y se encuentran en la escena de la Natividad. Se arrodillan ante el pesebre, y el dominico dice a María: «¡Oh, qué gozo ver a la Palabra hecha Carne!, ¡qué gozo ver la Encarnación de Dios, ver la unión de lo humano y lo divino!». El franciscano dice a Jesús: «¡Oh, qué gozo ver que el Hijo de Dios se identifica con los pobres y elige nacer en pobreza y entre los queridos animales a los que ama!». Y el jesuita pone un brazo sobre los hombros de José y dice: «¿No has pensado en mandarle a un colegio de los jesuitas?». Que tenga un sentido del humor tan profundo que no sea orgulloso. Que conozca mis absurdos antes de actuar absurdamente. Que comprenda que cuando soy humilde soy más humano, más auténtico y más digno de tu seria consideración. DANIEL LORD, SACERDOTE JESUITA NORTEAMERICANO

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El humor nos recuerda que no nos tomemos a nosotros mismos con tan mortal seriedad. Esto es aplicable a las personas más encumbradas. Una vez, al papa Juan XXIII, le llegó una carta de un niño llamado Bruno. «Querido papa –escribía Bruno–: Estoy indeciso. No sé si quiero ser policía o papa. ¿Tú qué piensas?». «Querido Bruno –escribió el papa–: Si quieres mi opinión, aprende a ser policía, porque eso no puede improvisarse. En cuanto a ser papa, cualquiera puede serlo. La prueba es que yo lo soy. Si vienes alguna vez a Roma, por favor hazme una visita y estaré encantado de hablar de esto contigo». El arzobispo Fulton J. Sheen, carismático predicador católico, cuyo programa de televisión Life is Worth Living fue un éxito nacional en los años cincuenta, era bien conocido por su sentido del humor. En uno de sus programas, contó que el papa Juan le dijo: «Dios sabía desde toda la eternidad que yo iba a ser papa. Ha tenido ochenta años para trabajar en mí. ¿Por qué me ha hecho tan feo?». La humildad es también el mejor antídoto de lo que podríamos llamar orgullo espiritual, que se da cuando se encuentra uno pensando: «¡Soy tan santo…!». Simplemente por ir a misa los domingos, entregar el diezmo del salario a la Iglesia, ser uno de los responsables de la congregación o asistir siempre a la celebración del sábado en la sinagoga, uno no es, ipso facto, más santo que los demás. Los santos y los grandes maestros espirituales han sido siempre conscientes de los peligros del orgullo espiritual. De hecho, algunos se esforzaron diligentemente por guardarse de él, especialmente cuando eran proclamados en vida –como la Madre Teresa– «santos vivientes». Un instrumento clave en esta búsqueda de la humildad es el humor, como ya hemos visto a propósito de cómo el papa Juan XXIII le restaba importancia a su elección como papa, o cómo santa Teresa de Jesús dudaba humorísticamente de su capacidad para describir la oración. El gran teólogo católico Karl Rahner decía que quien ríe es quien «no adapta todo a sí mismo, es libre de sí» 1. Y no solo católicos. Uno de los temas dominantes del libro The Wit of Martin Luther es cómo empleaba Lutero el humor para recordarse a sí mismo las limitaciones del conocimiento humano en lo que respecta a Dios. «Para Lutero –dice el experto Eric Gritsch–, el humor era lo que le impedía cruzar la frontera de la especulación acerca de Dios y de la vida humana más allá de su existencia terrena». El humor le servía de recordatorio de su humanidad y su humildad. En canto a las tradiciones no cristianas, ya hemos mencionado el ejemplo del Dalai Lama, hombre profundamente alegre que en sus conferencias reconoce abiertamente sus luchas en la vida espiritual. Es un hombre que irradia humildad. En el documental Dalai Lama Renaissance, se le ve sentado ante una audiencia diciendo: «Ni siquiera quiero el dolor de la picadura de un mosquito. ¡De veras que no lo quiero!». Y cuenta con graciacómo trata de hacer la paz con el mosquito que le está chupando la sangre una y otra vez. Es humano, como todos nosotros. Y hacia el final de su charla pierde el hilo de su discurso y exclama: «No recuerdo qué estaba diciendo. ¡El mosquito se ha llevado mi 75

idea!». 3. El humor puede ayudarnos a reconocer la realidad El humor puede ir directamente al grano; pone las cosas en la debida perspectiva. A san Francisco de Asís se le atribuyen estas palabras: «Predicad el evangelio en toda ocasión. Utilizad las palabras cuando sea necesario». Esto es inteligente e incluso divertido. También es una profunda verdad. Los dichos del Libro de los Proverbios suelen utilizar el humor para transmitir su mensaje. «Agarra a un perro por las orejas quien se mezcla en riña ajena» 2. Este fragmento de sabiduría popular se transmite mediante una imagen divertida. Jesús silencia a menudo a sus oponentes con respuestas inteligentes y réplicas humorísticas, como cuando le preguntan si sus seguidores deben pagar el impuesto romano tradicional3. En este caso, como en muchos otros, quienes le interrogaban pretendían hacerle caer en una trampa. Si decía que sí, estaría animando a sus hermanos judíos a aceptar a los gobernantes romanos. Si decía que no, era culpable de sedición. Así que dijo simplemente: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Es fácil imaginar a sus oyentes sonriendo ante una respuesta tan inteligente, y a sus oponentes comprendiendo que había sabido perfectamente eludir la trampa que le habían tendido. Las historias graciosas pueden lograr lo mismo; transmiten una verdad como no puede hacerlo una explicación más seria. He aquí un ejemplo de mi propia vida. Hace unos años, me lamentaba yo ante mi director espiritual de lo ocupado que me encontraba. En aquella época estaba yo asumiendo continuamente más proyectos de escritura, aceptando demasiadas tareas, no negándome nunca a hacer más en el trabajo, no rechazando nunca una invitación a dirigir unos Ejercicios, no declinando nunca la oportunidad de hablar en una parroquia, no diciendo nunca que no a ninguna oferta de ser más «productivo»… Ciertamente, era productivo, pero también me sentía agobiado por lo que parecía un trabajo incesante. En lugar de reñirme o aleccionarme sobre el stajanovismo, mi director espiritual se limitó a contarme una historia que cambió mi modo de vivir4: «Un hombre entra un día en el comedor de su empresa y se sienta junto a su amigo. Abre la fiambrera, saca un bocadillo, lo desenvuelve y pone cara de circunstancias. “¡Vaya!”, le dice a su amigo. “¿Qué ocurre?”, le pregunta este. “¡Un bocadillo de queso! Odio los bocadillos de queso –dice poniéndose a mordisquearlo con abatimiento–. Son horribles. Son tan secos…”. Al día siguiente se sienta al lado del mismo amigo, abre la fiambrera y exclama: “¡Vaya, no puedo creerlo: otro bocadillo de queso!”. Su amigo mueve la cabeza comprensiva-mente y le ve poner mala cara mientras se come el dichoso 76

bocadillo. El tercer día, el hombre se sienta de nuevo junto a su amigo y abre la fiambrera: “¡Oh, vaya: otro bocadillo de queso!”. Su amigo le dice: “Chico, odias verdaderamente esos bocadillos de queso, ¿verdad?”. “¡Sí; no puedo soportarlos!”. Finalmente, su amigo le dice: “Perdona que me meta, pero ¿por qué no le dices sencillamente a tu mujer que deje de ponerte bocadillos de queso?”. “No estoy casado”, dice el hombre. “Entonces –dice su amigo–, ¿quién te prepara esos bocadillos de queso?”. “Yo”, dice el hombre». Este cuento, que me hizo reír a carcajadas, me impactó como un rayo. Al escucharlo, caí en la cuenta de que yo, como el tipo de la historia, era el responsable de mi situación. Yo era quien decía que sí a todos los requerimientos de más trabajo, quien aceptaba más proyectos de escritura y quien se negaba a decir no a cualquier charla, por muy ocupado que estuviera. Yo mismo me estaba haciendo esos bocadillos de queso que odiaba. Una historia divertida me ayudó a verlo. Mi director espiritual podría haber estado hablando durante horas a propósito de la necesidad de decir que no, la necesidad de evitar asumir demasiado trabajo y la necesidad de lograr un equilibrio entre la acción y la contemplación; pero sus argumentos no me habrían causado la impresión que me causó el cuento. Ni habrían sido tampoco tan memorables. El humor nos abre a nuevas ideas; limpia de telarañas nuestra mente. El humor –un dicho divertido, una respuesta inteligente, una historia graciosa– puede ser un instrumento muy eficaz para decir la verdad de un modo que no está al alcance de la mera argumentación. Las novelas y los relatos breves humorísticospueden hacer lo mismo. El autor católico Flannery O’Connor (1925-1964), por poner un ejemplo, es conocido por su habilidad para presentar una idea con sus extraños personajes, sus extravagantes argumentos y su absurda visión general de la vida. Sus relatos, situados fundamentalmente en el Sur de los Estados Unidos, son inolvidables. «El humor –dice Margaret Silf, la autora espiritual británica– hace que el mensaje se fije, ya sea un anuncio tonto que no olvidas, ya sea el chiste que hace ver claramente una importante verdad espiritual».

P ERO EL HUMOR TIENE CON LA «REALIDAD» otro nexo que pude percibir con claridad en una reciente conversación con un amigo que tiene una perspectiva única sobre la materia. William A. Barry es un sacerdote jesuita, psicólogo clínico, director espiritual y escritor popular sobre la oración y la espiritualidad. «Sin sentido del humor, te pierdes gran parte de la vida. Te pierdes, por ejemplo, el modo que tienen los gatos de saltar uno sobre otro 77

y jugar, el humor festivo que se da entre niños y adultos, e incluso algunas partes de la Biblia. Si no te ríes nada, te pierdes algo –me decía el padre Barry–. Parte de una vida emocional sana es estar en contacto con toda la realidad, no solo con los aspectos difíciles de la misma». *** 4. El humor dice la verdad al poder Un comentario agudo es el modo tradicional de desafiar a los prepotentes, los vanidosos y los poderosos. Jesús de Nazaret mostró su humor hasta el final, poniendo de manifiesto y neutralizando la arrogancia de las autoridades religiosas de su tiempo con parábolas inteligentes y réplicas divertidas. El humor es un arma en labatalla contra el orgullo que nos infecta a la mayoría de nosotros y, en ocasiones, a nuestras comunidades religiosas. La madre de un amigo mío estaba internada en el hospital al mismo tiempo que el obispo de la localidad. Después de su operación, el obispo fue por las habitaciones visitando a todos los pacientes. Cuando visitó a la madre de mi amigo, que estaba recuperándose de una difícil operación, le dijo untuosamente: «Querida, sé exactamente cómo se siente». Y ella replicó: «¿En serio? ¿Le han hecho a usted también una histerectomía?». Hace unos meses, le recordé la historia a mi amigo, y él se echó a reír y me dijo: «¡Olvidas lo más importante! Mi madre y el obispo se hicieron amigos. Después de la muerte de mi madre, le invité a presidir su funeral, y él contó esa historia». Había aprendido a no tomarse tan en serio.

5. El humor demuestra valor Como ya he mencionado, san Lorenzo mostró su valor a sus torturadores durante su martirio diciendo: «Por este lado ya estoy hecho», lo que fue tanto un desafío a sus verdugos como una audaz profesión de fe. En la misma línea, en el siglo XVI, santo Tomás Moro, antiguo canciller de Inglaterra que se había negado a acceder a los requerimientos del rey Enrique VIII para que reconociera su divorcio, fue sentenciado a muerte. Al subir los escalones del patíbulo para ser decapitado, dijo al verdugo: «Ayúdame a subir, que el descenso puedo hacerlo por mí mismo». A los mártires cristianos suele retratárseles tranquilos frente a la muerte, reacción que a los no creyentes a veces les cuesta comprender. Pero para los mártires la amenaza de la muerte a manos de sus perseguidores significa no solo que están más cerca del cielo, sino también que siguen el ejemplo de Jesús. Poreso a veces les resulta posible no solo ser valientes, sino también, en ocasiones, inteligentes e incluso agudos. Pero podríamos malinterpretar las respuestas humorísticas en esa clase de situación 78

como un simple despliegue de ingenio a lo Oscar Wilde5, cuando en realidad son mucho más que epigramas. Esta forma de ingenio demuestra un profundo valor y comunica una profunda verdad teológica. Este tipo de humor dice: «No temo a la muerte» y «Creo en Dios». Apunta a algo que está más allá de este mundo; es una forma de humor profética.

6. El humor profundiza nuestra relación con Dios Una de las mejores maneras de pensar en nuestra relación con Dios es como una estrecha relación personal o una amistad íntima. No es una analogía perfecta, pero puede resultar muy útil. Como cualquier otra, nuestra relación con Dios comienza a menudo con apasionamiento (como cuando todo en la vida espiritual parece fácil y maravilloso); pasa por tiempos emocionantes (en los que la oración es fructífera, y la práctica religiosa resulta satisfactoria), y a veces por periodos de aridez (en los que la vida espiritual parece estancada). Como cualquier amistad, nuestra relación con Dios requiere que le dediquemos tiempo, así como estar dispuestos a escuchar, tener tolerancia con el silencio y un deseo de verdadera sinceridad. Todo cuanto puede decirse de la amistad puede decirse también, por analogía, de la oración. Obviamente, la relación con Dios no es exactamente igual que la relación con un amigo. Ninguno de nuestros amigos ha creado el mundo ex nihilo (aunque algunos actúan como si lohubieran hecho). Pero pensar en nuestra relación con Dios en estos términos puede contribuir a mostrarnos en qué aspectos de nuestra vida espiritual puede haber carencias. Por ejemplo, ¿considerarías que eres un buen amigo si nunca pasas tiempo con tus amigos, o si nunca los escuchas, o si nunca eres sincero con ellos…? Sin embargo, algunas personas plantean su relación con Dios en esos términos. De nuevo, la metáfora de la amistad con Dios puede ser útil para ver nuestra vida espiritual de un modo nuevo. A esta luz, nuestra relación con Dios –como cualquier relación– puede emplear el humor de vez en cuando. Es decir, que está bien bromear con Dios y aceptar que Dios puede querer bromear con nosotros. Pero ¿tiene antecedentes la idea de un Dios bromista o juguetón? El rabino Burton Visotzky, catedrático de Midrash y de estudios interreligiosos del «Jewish Theological Seminary» de Nueva York, afirma que, aunque la Biblia hebrea suele mostrar a un Dios severo, la noción de un Dios alegre y amoroso forma también parte de la tradición judía. «En un midrash del siglo V de Israel –dice el rabino Visotzky–, los rabinos cuentan que Dios trenzaba el cabello de Eva en el Jardín de Edén como quien ayuda a una novia. Es una hermosa y alegre imagen de un Dios amante». En una ocasión en que santa Teresa de Jesús se dirigía a uno de sus conventos, el asno en que iba montada la derribó, y Teresa cayó en un barrizal, hiriéndose en una pierna. «Señor –dijo la santa– no podías haber elegido un momento peor para que me 79

sucediera esto. ¿Por qué has permitido que ocurriera?». Y la respuesta que escuchó en la oración fue: «Así es como trato yo a mis amigos». Y Teresa respondió: «¡Y por eso tienes tan pocos!». Esta historia es una de las más conocidas de santa Teresa y suele contarse como modo de demostrar que tenía buen humor. Pero también muestra otra cosa: su modo bromista de dirigirsea Dios. Además, muestra que la santa daba por sentado que Dios también es bromista. El Libro de Isaías dice: «El Señor se complace en ti» 6. Uno de mis directores espirituales empleaba esta cita siempre que yo le contaba algo maravilloso o inesperado que me había sucedido. «¡El Señor se complace en ti, Jim!», me decía. ¡Qué extraño resultaba escucharlo! Anteriormente, yo había imaginado a Dios creándome, cuidando de mí, puede que incluso interesándose por mi vida, pero ciertamente no complaciéndose en mí. Pero ¿por qué no?; ¿no se complace un padre en su hijo? Así pues, hay unas cuantas cosas que considerar: ¿Te permites pensar en un Dios bromista? ¿Permites a Dios bromear contigo? ¿Eres capaz de imaginar a un Dios que establezca una relación alegre contigo? ¿Puedes imaginar a Dios complaciéndose en ti? Es voluntad de Dios… que le busquemos insistente y activamente… alegre y jubilosamente, sin insensata pesadumbre ni vano dolor. BEATA JULIANA DE NORWICH, Revelations of Divine Love

UNO DE MIS RECUERDOS FAVORITOS de mis tiempos de estudiante en la Universidad de Pennsylvania es de complacencia de Dios. En torno a octubre de nuestro primer año, con el olfato práctico de estudiantes universitarios sin dinero, Brad, mi compañero de habitación, y yo descubrimos un evento fuera del campus durante el cual se servía comida gratis en viernes por la tarde. Dado que ambos teníamos un presupuesto muy limitado, no cabía duda de que iríamos a un hotel bastante lejos de nuestra residencia un nuboso día otoñal. «Hay comida y es gratis», dijo Brad con admirable claridad. Tal como yo recuerdo vagamente, se trataba de una presentación de relaciones interreligiosas, algo en lo que ninguno de los dos estábamos interesados en aquella época. Después de que Brad y yo encontráramos el hotel y nos atiborráramos de aperitivos, pero antes del comienzo de la presentación, nos deslizamos fuera de la sala de conferencias y emprendimos el largo camino de vuelta a nuestra residencia bajo un cielo que se oscurecía rápidamente. De pronto, empezó a tronar y a diluviar. 80

«¡Vaya!», dijo Brad. Entonces los cielos se abrieron. No fue como ninguna lluvia que yo haya visto ni antes ni después, sino una tormenta torrencial que parecía llegar de todas direcciones. Si en aquel momento me hubieran presionado, yo habría jurado que estaba saliendo del suelo. Ninguno de los dos tenía paraguas, porque era algo que no se consideraba «guay». Después de unos minutos tratando sin éxito de encontrar refugio, nos echamos a reír incontrolablemente. «¡Tengo los zapatos calados!, grité en medio del estrépito de la lluvia, apuntando a mis empapados náuticos. Brad sonrió y se los quitó. Lo mismo hice yo. Cuando llegamos a la residencia, había parado de llover. Al aparecer descalzos, con los zapatos en la mano y calados hasta los huesos, todos nuestros compañeros se echaron a reír. Enseguida, todos estábamos muertos de risa. Brad y yo los primeros. Normalmente me habría sentido avergonzado y preocupado por cómo me había presentado; pero algo de aquel suceso resultaba tan ridículo, tan extraño, y a Brad parecía traerle tan sin cuidado lo que pensaran los otros, que era imposible no complacerse. En aquel momento, el hecho de habernos vistos atrapados en un inesperado diluvio parecía un acontecimiento menor, puede incluso que una tontería que pronto olvidaríamos. Hoy, sin embargo, aquel pequeño y ordinario incidente tiene para mí profundo significado: porque Brad moriría joven, solo dos años después. Aquel suceso me recuerda a un joven amigo con una risa contagiosa y con una actitud despreocupada que permite disfrutar incluso bajo la lluvia. También me habla de la complacencia de Dios. Es este momento el que recuerdo, más que cualquier otro, cuando pienso en mi amigo Brad. ¿Qué otra razón para verse atrapado bajo la lluvia que experimentar el gozo de Dios, que se vierte sobre nosotros como la lluvia, regando nuestro espíritu, llenando nuestro corazón y ayudándonos a crecer en sabiduría y amor? En nuestra complacencia compartida, el Señor pudo haber estado complaciéndose en nosotros dos. *** ¿P UEDES TÚ TAMBIÉN PERMITIRTE PENSAR que las cosas maravillosas o divertidas o inesperadas que te sorprenden son signo de que Dios está bromeando contigo? Piensa en ello de un modo ligeramente distinto. ¿Eres capaz de imaginar que Dios no simplemente te ama, sino que –como el teólogo británico James Alison pide frecuentemente a sus lectores que imaginen– le gustas? Hemos oído tantas veces la frase «Dios te ama» que se ha convertido en un lugar común, como el papel de la pared en el que dejamos de reparar en cuanto recubre nuestra habitación. Pensamos: «Bueno, pues claro que Dios me ama. Eso es justamente lo que Dios hace». Pero pensar que a Dios le gustamos es muy distinto. Esta palabra tiene una fuerza diferente y muy especial: es sorprendente, alegre, personal. Y he aquí otra pregunta: ¿cómo demuestras a un amigo que te gusta? Puede que se 81

lo digas directamente. O puede que hagas algo generoso por él. Puede también que bromees con tu amigo. Así que ¿puedes permitirte pensar en las cosas divertidas que te suceden no solo como signos del amor de Dios, sino de que a Dios le gustas? Otro modo de verlo es recordar que una de las imágenes más antiguas de Dios es la de progenitor. Jesús se refiere a Dios como su padre, e incluso le llama Abba, un término arameo afectivo, empleado incluso en la actualidad en algunas zonas de Oriente Medio, que puede traducirse como «papá». La imagen tradicional de Dios como padre no encaja con todo el mundo (en particular con quienes pertenecen a familias en las que se han dado malos tratos o son gravemente disfuncionales), pero puede seguir resultando útil como una imagen entre otras muchas. Richard Leonard, sacerdote jesuita y escritor, decía en cierta ocasión que, cuando imaginas a Dios como padre, puedes imaginar al mejor de los padres posible. Utilizando, pues, la metáfora de Dios como padre, podrías preguntarte: ¿no disfruta a veces un padre jugando con su hijo? Cuando ves a un padre lanzando a su hijo al aire, o a una madre haciendo cosquillas a su bebé, estás viendo un signo humano de ese jugueteo amoroso.

Mira a Dios mirándote… y sonriendo. ANTHONY DE MELLO, SACERDOTE JESUITA INDIO

Desde la perspectiva de los padres es también una maravilla; el juego es un don tanto para el padre como para el hijo. De hecho, una de las cosas más deliciosas de tener dos sobrinos pequeños (doce y cinco años) es ver el progreso de su desarrollo intelectual, emocional y espiritual. Han pasado de recién nacidos, con los ojos completamente cerrados, a bebés que exploran su entorno, a niños que aprenden a hablar y que, más tarde, mantienen conversaciones complicadas y, lo más asombroso de todo, bromean. Cuando mi sobrino mayor, Charles, hizo su primera broma, fue para mí asombroso –e incluso un «shock»– y un vívido recordatorio de que el sentido del humor es un don de Dios. Dios es Aquel que se complace en tu sentido del humor y te sorprende con los momentos divertidos de la vida. Y en los momentos inesperados de la vida pueden encontrarse signos de la complacencia de Dios en tu vida. (En el capítulo 9 hablaremos más detenidamente sobre cómo incorporar la alegría, el humor y la risa a tu oración).

Descender de nuestro pedestal

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En Dios y el mundo, el papa Benedicto XVI escribe: «Personalmente creo que [Dios] tiene un gran sentido del humor. A veces le da a uno un empellón y le dice: “¡No te des tanta importancia!”. En realidad, el humor es un componente de la alegría de la creación. En muchas cuestiones de nuestra vida se nota que Dios también nos quiere impulsar a ser un poco más ligeros; a percibir la alegría; a descender de nuestro pedestal y a no olvidar el gusto por lo divertido» 7.

7. El humor es acogedor La hospitalidad es una virtud importante tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el Antiguo Testamento, Abraham y Sara son recompensados por su hospitalidad para con tres extraños con el don de un hijo, que es mi relato bíblico de risa favorito. En el Libro del Génesis8, Abraham, que tiene noventa y nueve años, recibe la visita de tres extraños. Como parte de una serie de promesas divinas al anciano, Dios le informa de que su mujer Sara, casi igual de anciana, dará a luz un hijo. No resulta sorprendente que Abraham se ría. Una risa que el Génesis describe así: «Abrahán cayó rostro en tierra y se echó a reír, diciendo en su interior: “¿A un hombre de cien años va a nacerle un hijo?, ¿y Sara, a sus noventa años, va a dar a luz?”». Posteriormente, Abraham y Sara son visitados por tres misteriosos extraños que resultan ser ángeles o mensajeros del Señor9. Después de que Abraham les ofrezca de comer, uno de los visitantes le dice de nuevo que Sara concebirá pronto un hijo. Esta vez es Sara quien lo escucha y se ríe, probablemente incluso con más ganas que el propio Abraham. Entonces el Señor pregunta a Abraham por qué se ríe Sara ante la idea de dar a luz un hijo y dice: «¿Hay algo difícil para Yahvé?». Sara niega haberse reído, diciendo: «No me he reído». Y el Señor responde: «No digas eso, que sí te has reído». En su momento, Sara tiene un hijo, y Abraham le llama Isaac. Pero el nombre es más significativo de lo que parece, porque en hebreo es Yitzhak, que significa «Ríe» o «Reirá». Sara se regocija por su buena fortuna. «Dios me ha dado de qué reír –dice–; todo el que lo oiga reirá conmigo». ¡Qué maravilloso! Comentando este pasaje en su libro God Makes Me Laugh, dice Joseph Grassi: «La fe en Dios concierne a lo humanamente imposible; es literalmente ridículo en su significado etimológico, del latín ridere (reír)». La historia de Sara muestra no solo que la risa y la hospitalidad están íntimamente 83

unidas en el primer libro de la Biblia, sino también que la risa está codificada en el ADN espiritual de las tres grandes religiones monoteístas, que reconocen unánimemente a Abraham y Sara como antepasados en la fe. En esta historia fundante se combinan el humor, la hospitalidad y la santidad. Lo que se recompensa no es solo la fe de Abraham y Sara, sino su hospitalidad, virtud clave en la Biblia. Dios fomenta y recompensa la hospitalidad. Algunos expertos en la Escritura han llegado a sugerir que el verdadero pecado de Sodoma y Go-morra, y la razón por la que Dios condenó a sus habitantes, no fue su comportamiento licencioso o disoluto, sino su falta de hospitalidad. En el Nuevo Testamento, el hecho de acoger a Jesús en casa era signo de que se le aceptaba. Si una ciudad no acogía a los discípulos, Jesús les decía que se marcharan sacudiéndose el polvo de los pies10. Jesús acogía a los extraños en su comunidad perdonándoles los pecados, sanándolos y arrojando fuera a los demonios. Jesús estaba siempre incluyendo a gente, acogiendo, invitando e introduciendo a quienes estaban en el exterior. Como ha observado James Alison, para Jesús no había «otros». Todos eran miembros bienvenidos a su comunidad. Hablando y sanando a los «extraños», a quienes no formaban parte de la comunidad judía, así como comiendo a la mesa con los marginados, Jesús encarnaba la hospitalidad de Dios. La hospitalidad de Jesús fue el fundamento de las pautas de hospitalidad cristiana posteriores. En la Edad Media, san Benito, en su conjunto de normas para su orden religiosa, dijo a sus monjes: Hospes venit, Christus venit, «Cuando llega un invitado, llega Cristo». Para los benedictinos, todos los invitados tienen que ser acogidos como Cristo.

La risa de Sara He aquí la historia de la risa de Sara del Libro del Génesis: «[Los ángeles a los que había dado la bienvenida dijeron a Abraham], “¿Dónde está tu mujer Sara?”. “Ahí, en la tienda”, contestó. Dijo entonces aquel: “Volveré sin falta a ti, pasado el tiempo de un embarazo, y para entonces tu mujer Sara tendrá un hijo”. Sara lo estaba oyendo a la entrada de la tienda, a sus espaldas. Abraham y Sara eran viejos, entrados en años, y a Sara se le había retirado la regla de las mujeres. Así que Sara rió para sus adentros y pensó: “Ahora que estoy pasada, ¿sentiré el placer, y además con mi marido viejo?”. Dijo Yahvé a Abraham: “¿Por qué se ha reído Sara, pensando: ‘¡Seguro que voy a parir ahora de vieja!’? ¿Hay algo difícil para Yahvé? En el plazo fijado volveré, al término de un embarazo, y Sara tendrá un hijo”. Sara negó: 84

“No me he reído”, y es que tuvo miedo. Pero aquel dijo: “No digas eso, que sí te has reído”… Yahvé visitó a Sara como había dicho, e hizo por ella lo que había prometido. Concibió Sara y dio a Abraham un hijo en su vejez, en el plazo predicho por Dios. Abraham puso el nombre de Isaac al hijo que le había nacido y que le trajo Sara. Abraham circuncidó a su hijo Isaac a los ocho días, como se lo había mandado Dios. Abraham tenía cien años cuando le nació su hijo Isaac. Dijo Sara: “Dios me ha dado de qué reír; todo el que lo oiga reirá conmigo”». En el siglo XVII, san Alfonso Rodríguez, un hermano jesuita, fue portero en el colegio de los jesuitas de Mallorca (España), y su trabajo consistía en acoger a los alumnos, profesores y visitantes que llamaban a la gran puerta de madera. El humilde jesuita tenía un modo maravilloso de recordarse a sí mismo ser alegre y hospitalario con todos los visitantes –aunque no era benedictino– y acogerlos como si fueran el propio Jesús. Al oír a alguien llamar a la puerta, decía: «¡Ya voy, Señor!». Tanto Benito como Alfonso reproducían la hospitalidad de Jesús para con los extraños, así como la anterior hospitalidad de Abraham y Sara para con los extraños seres angélicos que los visitaron. El humor es un modo único de mostrar hospitalidad. Puede que el modo más fácil de que la gente se sienta cómoda es hacerla reír. Es bien sabido que una reunión social tiene éxito y la gente se siente cómoda cuando estalla la risa. El humor ayuda a relajarse, a sentirse cómodo, a bajar la guardia. La risa con los demás les dice que se disfruta de su presencia. El humor es acogedor. He aquí un ejemplo de mi propia vida. Durante mi formación como jesuita, trabajé dos años con el Servicio Jesuita a Refugiados en Nairobi, Kenia. Al final del primer año, me inscribí para ocho días de Ejercicios en la casa de ejercicios de los jesuitas de Nairobi. La espaciosa casa se encuentra a los pies de las montañas Ngong, cerca de la casa de la escritora Isak Dinesen, pseudónimo de Karen Blixen, autora de Memorias de África. El último día del retiro, hubo una cena de celebración. Después de cenar se anunció que todo el mundo hablaría de su experiencia en aquellos Ejercicios. ¿Qué tal había sido? ¿Cómo habíamos experimentado a Dios? «¡Vaya…!», pensé yo. Aunque llevaba un año trabajando en Kenia, seguía sin familiarizarme con su cultura, y me preocupaba hablar en público. Puede que metiera la pata sin querer y ofendiera a alguien. Mientras me movía incómodo en mi asiento, una de las religiosas me dijo: «¡Tú primero!». Al mirar a mi alrededor, advertí que, sin saber cómo, los pocos hombres que había –sacerdotes y hermanos jesuitas que habían hecho los Ejercicios– se habían marchado. Yo era el único hombre que quedaba. De modo que me puse tímidamente en pie y vi a cincuenta religiosas africanas esperando que dijera algo. Yo solté: «Soy el único hombre que queda». Desde el otro extremo de la sala, una religiosa africana gritó: «¡Bendito tú eres entre todas las mujeres!». Todo el mundo se echó a reír ante esta cita de la Escritura, y yo me sentí cómodo y puede hablar de mis Ejercicios con ellas11. La risa me dispensó la 85

acogida necesaria.

8. El humor sana Los médicos, los psicólogos y los psiquiatras han demostrado que la risa ayuda a sanar el cuerpo. La risa libera endorfinas, que son potentes elementos químicos que relajan el cuerpo, reducen el estrés, disminuyen los sentimientos de frustración y producen una sensación de bienestar general. Los científicos saben que las endorfinas producen también un analgésico natural que sirve de barrera contra el dolor. Los investigadores han descubierto, asimismo, que la risa causa una dilatación del revestimiento interno de los vasos sanguíneos, lo que incrementa el flujo de sangre y estimula una sensación de bienestar físico. Finalmente, la risa limpia el cuerpo de la hormona del estrés, el cortisol. Para más información sobre los beneficios intangibles de la risa, recurramos a un experto. Jordan Friedman es un «reductor del estrés» profesional que vive en Nueva York. De niño le fue diagnosticado un gran tumor cerebral. Después de múltiples operaciones, años de pérdida de visión y lo que él describe como «pretender ser normal», se convirtió en un experto en salud pública que utiliza su experiencia para ayudar a otros a afrontar productivamente los desafíos, los cambios y las crisis de la vida. Armado ahora con un Master en salud pública, Friedman es un conferenciante muy popular tanto en las salas de conferencias empresariales como en las universitarias. Es también autor de The Stress Manager’s Manual. Yo le pregunté recientemente por el vínculo entre el humor y la risa y una vida emocional y espiritual sana. «El humor y la risa son unos poderosos reductores del estrés que también elevan el espíritu, porque nos ayudan física y emocionalmente», me dijo Friedman. Como muchos otros especialistas en este campo, hizo referencia al ya clásico libro de Norman Cousin, Anatomy of an Illness, donde el autor explica el uso de las películas de los hermanos Marx en el tratamiento cotidiano de la artritis severa. «La risa refuerza la función inmunitaria, reduce la tensión muscular y aumenta nuestra tolerancia al dolor. El humor rompe los ciclos de pensamiento negativo y libera de sentimientos de ansiedad, tristeza y miedo», dice Friedman. La risa ayuda incluso a los cuerpos sanos, según muchos médicos. Además, aumenta las endorfinas y reduce la cortisona; puede también aliviar los desórdenes de ansiedad, incrementar la respiración e incluso quemar calorías.

Corazón contento mejora la salud, espíritu abatido seca los huesos. PROVERBIOS 17,22

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Pero el fenómeno no es simplemente privado, sino comunitario, como me decía Friedman: «Cuando nos reímos junto con otras personas, nos sentimos más conectados con ellas. Todos estos beneficios se suman a un espíritu menos sobrecargado y, por tanto, a una mayor capacidad de crear, de pensar con claridad, de resolver problemas y de ayudar a los demás». He aquí un ejemplo. Una semana antes de mi ordenación sacerdotal –culminación de años de formación–, me puse muy enfermo. Cuando solo faltaban unos días para trasladarme a Boston, donde iba a ser ordenado y adonde tenían pensado asistir mis amigos y mi familia, contraje un virus. En plena noche, me puse tan mal que un sacerdote mayor, llamado Vin, tuvo que acompañarme a urgencias. Fue un acto de gran generosidad. En aquella época, Vin tenía unos setenta años y era el superior temporal de nuestra comunidad jesuítica. Acababa de volver de un duro viaje al este de Europa, donde formaba a jesuitas y profesores laicos. Aunque estaba rendido, Vin se ofreció a acompañarme al hospital y pasar allí unas horas conmigo. En el taxi que nos llevaba, me puse furioso. ¿Cómo podía Dios «ponerme» enfermo en la semana de mi ordenación? Después de todo lo que había hecho por él, ¿cómo podía Dios hacerme una cosa así? Peor aún; ¿y si no podía asistir a la misa de mi ordenación?; ¿y si estaba demasiado enfermo para poder ordenarme?; ¿y si todo el mundo acudía, y yo no podía ir?12. Cuando llegamos a urgencias, el personal del hospital me pidió que me quitara la ropa y me entregaron una bata de papel azul que apenas me cubría. Sentado en una camilla metálica, helado, enfermo y triste, me sentía a punto de explotar de frustración. Finalmente, dije a Vin: «Lo siento, pero necesito consejo espiritual de urgencia. Tengo una pregunta que hacerte». Vin dijo: «Adelante». «¡No puedo creer lo que me está sucediendo! ¿Por qué está Dios haciéndome esto?». Vin me miró serenamente y dijo con falsa seriedad: «¡Dios te está castigando por todos tus perversos pecados!». Ambos nos echamos a reír a carcajadas. Su broma me ayudó a reírme de mí mismo y a ver el ridículo que estaba haciendo. Dios no estaba «haciéndome» nada. Sencillamente, yo me había puesto enfermo. ¿Por qué debía estar exento de la condición humana? Incluso Jesús tenía un cuerpo humano, y es de suponer que enfermara. En unos días me sentí mucho mejor y llegué perfectamente sano a la ceremonia de mi ordenación. La broma de Vin, al parecer, me ayudó en el proceso de curación. «Si una persona está intentando curarse, el humor le proporciona un modo de equilibrar su perspectiva –dice EileenRussell, la psicóloga clínica que ha escrito sobre la idea de resi-liencia–. Es fácil no ver el dolor personal, y podemos quedarnos atrapados en modos de pensar negativos. El sentido del humor te impide desmoronarte». El humor nos ayuda también a soportar el sufrimiento proporcionándonos una pausa y recordándonos que el dolor no es la última palabra para quien cree en Dios. Tener un amigo que te anima a reír durante el tiempo en que sufres o luchas es una gran 87

gracia. ¿Hay algo mejor que, finalmente, después de un periodo de prueba, poder reír de nuevo? En su libro The Wit of Martin Luther, Eric W. Gritsch dice que Lutero, que sufrió a manos de la Iglesia católica (y también padeció diversas dolencias físicas)13, empleaba el humor como un modo de sobrevivir en el día a día. «En la vida de Lutero –dice Gritsch– hay pruebas abrumadoras de que, para él al menos, el humor, junto con la música, era el modo más eficaz de soportar las pruebas de la vida. En su modo de pensar y de ser, el sonreír, el reír e incluso el burlarse eran el modo de supervivencia espiritual inspirado por la divinidad. Sabedor del final feliz en el Último Día, Lutero podía permanecer alegre anticipándolo». Dicho sencillamente, el humor nos hace soportar la vida. EL HUMOR PUEDE SANAR LOS «CUERPOS» también de otro modo. Si los cristianos nos tomamos en serio la hermosa imagen de la Iglesia como «Cuerpo de Cristo», podríamos considerar quelo mismo puede decirse de la comunidad cristiana. En medio de tiempos difíciles para las iglesias, la gente puede recurrir, de vez en cuando, a la risa. Esto no equivale a decir que nos riamos del dolor o del pecado en contextos eclesiales, como los abusos de poder, los abusos sexuales o las irregularidades económicas, sino que el humor nos proporciona una pausa muy necesaria, a fin de ayudarnos a sanar: «La vida trae consigo muchas dificultades –dice Bernard Häring–. Nuestro corazón zozobra ante la perspectiva de la muerte… Pero el gozo en el Señor es nuestro baluarte, nuestra fuerza, nuestro poder». El pastor Charles Hambrick-Stowe, erudito protestante y pastor de la Primera Iglesia Congregacional de Ridgefield, Connecticut, me contó la historia de una anciana, una «señora maravillosa» cuyo marido padecía el mal de Alzheimer. Cuando un miembro de una pareja sufre esta enfermedad, la situación es siempre muy difícil para el otro. Sin embargo, esa señora contó una divertida historia a un grupo de miembros de la iglesia, mostrando su capacidad de reconocer el humor en medio del dolor. La señora contó que su marido había llegado a un punto en que no podía ya reconocerla. Un día, le visitó en la residencia y le preguntó: «¿Sabes quién soy?». Su marido le dijo: «Eres mi mujer». Ella se quedó encantada de que la hubiera reconocido. Después el señaló a las enfermeras y dijo: «Y tengo cuatro más allí». El pastor Hambrick-Stowe me dijo: «Cuando cuento esta historia, digo también a la gente que mi madre tuvo Alzheimer, así ven que no estoy tratando de tomarme nada a la ligera. Pero esa señora es de esas personas que, incluso en medio de la tragedia, pueden ver que una historia es graciosa, y esto le ayudaba, y también me ayuda a mí». 9. El humor fomenta las buenas relaciones humanas El humor es importante, no solo para quienes desempeñan algún cargo en una religión 88

institucional, sino en cualquier entorno de trabajo. El humor fomenta las buenas relaciones humanas, de manera que ayuda de forma natural en muchos contextos sociales, particularmente cuando el grupo tiene que afrontar una tarea difícil. En sus parábolas, por ejemplo, Jesús hacía uso del humor para que la gente comprendiera temas difíciles. Consideremos un ejemplo más secular del uso del humor en las relaciones humanas. En su libro Team of Rivals14, Doris Kearns Goodwin explica cómo Abraham Lincoln reunió a un grupo de hombres muy distintos para formar su gabinete. En muchas ocasiones, aquellos hombres (algunos de los cuales se habían opuesto en su vida política anterior) estaban en violento desacuerdo, se peleaban e incluso conspiraban en contra de otros compañeros de gabinete. Uno de los recursos que empleaba Lincoln para despejar el ambiente o dejar clara alguna cuestión en aquel grupo tan beligerante sin ofender a nadie consistía en contar un buen chiste o una anécdota popular para ilustrar lo que quería decir. De hecho, el último día de su vida, después de una larga conversación sobre temas políticos serios, Lincoln trató de relajar a su gabinete con unas cuantas anécdotas. El humor puede contribuir a establecer unas buenas relaciones sociales. Esto es también aplicable a las organizaciones religiosas, donde las interacciones humanas pueden estar repletas de tensión, dado que todo el mundo tiende a pensar que está del «lado de Dios» y, por consiguiente, del lado adecuado. En una ocasión, antes del Concilio Vaticano II, el gran concilio de obisposy arzobispos que cambiaría la Iglesia católica a principios de los años sesenta del siglo XX, Juan XXIII tomó uno de los documentos preparatorios y vio una lista de condenas de teólogos y de proposiciones teológicas. El papa encontró aquello sumamente duro, pero, en lugar de discutir con los hombres que lo habían escrito o debatir sus objeciones teológicas, se limitó a tomar una regla, medir el documento y decir: «Observen, ¡aquí hay treinta centímetros de condenas!». El pastor Hambrick-Stowe me dijo que él prefiere dirigir las reuniones con un sano sentido del humor, procedente de sí mismo. «Cuando trabajaba en el seminario, una de las secretarias decía: “¡Lo único que escucho de sus reuniones es la risa!”. La risa atravesaba las paredes, aunque las palabras no lo hicieran –me decía el pastor–. Pero en las reuniones ayuda el no tomarte a ti mismo demasiado en serio. Hace falta forzar de algún modo el ego, pero ayuda a todo el mundo a relajarse». El humor reduce el estrés, razón número uno de las reclamaciones de indemnización de los trabajadores. Puede contribuir también a estimular la creatividad y la flexibilidad en el trabajo. En los años ochenta, el New York Times publicó un artículo titulado «Humor Found to Aid Problem-Solving» 15, donde el periodista Daniel Goleman resumía varios estudios psicológicos que indicaban que contar chistes que ponen a la gente de buen humor les faculta para analizar los problemas con mayor ingenio. (Goleman, que posteriormente escribió Inteligencia emocional, fue muchos años responsable de los textos sobre las ciencias de comportamiento en el Times). «Cualquier chiste que te haga sentirte bien es muy probable que te ayude a pensar 89

con mayor perspectiva y creatividad», decía Alice M. Isen, psicóloga que trabajaba en la Universidad de Maryland. Otro estudio ha descubierto que las personas que habían visto una película de humor eran más capaces de establecer conexiones y ver interacciones complejas. «Piensan en cosas en las que, por lo general, no se piensa, y tienen acceso a una cantidad mayor de material mental. Y cuantas más ideas estén presentes en tu mente, cuantos más modos veas de conectar las cosas, tanto más capaz serás de encontrar soluciones», decía Isen. Más recientemente, Eileen Russell, psicóloga clínica, me dijo: «Cuando tenemos un estado de ánimo negativo, somos mucho más conservadores en la solución de los problemas». El humor ayuda en todos los contextos sociales, incluso en los más íntimos. Otro psicólogo, John Gottman, especializado en el matrimonio y la paternidad, observa que en las parejas que llevan casadas más de siete años el signo más claro de divorcio es la ausencia de risa. «Nuestro matrimonio marcha tan bien como nuestra historia de risa compartida» 16. Ahora bien, en este terreno el lector puede pensar que yo no sé mucho –soy un sacerdote célibe, después de todo–, pero es muy fácil percibirlo en los amigos casados. Uno de mis amigos casados me dijo recientemente que el humor entre los cónyuges (o entre los novios y las novias) puede ser una poderosa forma de afecto. Es un deleite ver el humor bromista de una pareja cuyos miembros se burlan cariñosamente de los hábitos o las debilidades del otro, en particular tratándose de parejas que llevan juntas mucho tiempo. Compartir la risa puede ser un acto de amor. A veces el humor depende de la relación… y también la edifica. Puede que la persona que capta mejor nuestras bromas sea aquella con la que más compartimos. Además, el humor puedecimentar los lazos de amistad y de amor de un modo a la vez festivo y sumamente personal. Es curioso que este aspecto fuera preciosamente expuesto de manera inesperada no hace mucho, cuando di una conferencia en la Universidad de Yale. Había sido invitado a hablar en la More House, centro de los alumnos católicos del campus. Durante mi charla, me referí a la idea del humor como un modo de construir comunidad y fomentar unas buenas relaciones sociales. Después firmé unos libros y charlé con los alumnos y los profesores que habían asistido a la conferencia. Alrededor de las ocho, el capellán católico nos indicó que era la hora de la cena en un local muy frecuentado de New Haven con su personal, unos amigos y unos cuantos estudiantes. Era una noche fría y lluviosa, de modo que nos refugiamos bajo los paraguas. De repente, uno de los alumnos que había yo conocido apareció ante mí sin aliento, pues había tenido que correr para alcanzarnos. «Padre Martin –me dijo–, estaba pensando en lo que ha dicho sobre el humor y la comunidad». Después, para sorpresa mía, empezó a hablar e hizo una disquisición casi perfecta sobre el tema. Que fuera capaz de hablar con tal claridad me hizo reír a carcajadas. «Es fantástico –dije a Griffin Oleynick, de veinticuatro años de edad, licenciado en literatura italiana–. ¿Puedes ponérmelo por escrito para que pueda incluirlo en mi libro sobre el humor?». 90

«Por supuesto», me dijo alegremente. Unas semanas después me envió este resumen de la conexión entre el humor y la comunidad. El lector puede imaginar que me lo expuso en una noche lluviosa mientras nuestro grupo chapoteaba entre charcos. Solo lo he retocado ligeramente: «El humor y la comunidad están íntimamente ligados. Intuitivamente tenemos la sensación de que los chistes se disfrutan más en compañía de unos amigos, a quienes selos contamos en el colegio, en el trabajo, en el bar y en casa, y demuestran intimidad, confianza y sentido de pertenencia entre quienes cuentan los chistes y quienes los escuchan. Por eso uno de los elementos más importantes del humor es la conexión íntima entre los miembros de la comunidad. A través de las bromas mostramos también nuestro afecto a las personas más importantes de nuestra vida. Bromeando con otras personas, en efecto, estamos pendientes de ellas y, simultáneamente, les decimos que las queremos. E invitando a la gente a compartir la misma broma, nuestra comunidad se expande y se hace más abierta a la presencia de otros. Las bromas afirman la identidad del grupo y, al mismo tiempo, enriquecen a la comunidad, al atraer a nuevos miembros. Sin embargo, la importancia del humor va más allá. Las bromas y el humor pueden verse también como muestra de los cambios que ocurren en la comunidad con el paso del tiempo, apuntando a una historia compartida, un pasado común que consiste en una sucesión de peligros, pruebas y periodos ocasionales de verdadero sufrimiento y auténticas dificultades. El humor hace algo más que limitarse a suavizar esos tiempos difíciles, porque invierte literalmente el sentimiento de desesperación, transformándolo en su opuesto: la esperanza. El humor, por tanto, realiza la doble tarea de mirar hacia delante y hacia atrás en el tiempo. Recuerda el pasado y lo sitúa directamente ante nuestra vista. Sin embargo, el humor, el lenguaje de la esperanza y la alegría, orienta nuestra vista, más resueltamente incluso, hacia el futuro. Al contar un chiste, afirmamos que nuestras relaciones son vitalmente sanas y continuas; abiertas, por tanto, al cambio, a un ulterior desarrollo y a una profundización constante; en suma, las bromas abren nuestra vida y nuestra comunidad a Dios».

10. El humor abre nuestra mente Cuando nos reímos, liberamos endorfinas, lo que nos ayuda a relajarnos. Los psicólogos dicen que cuando nos relajamos y nos sentimos menos amenazados, estamos mejor dispuestos a escuchar y aprender. Es lo opuesto a la reacción de lucha o huida, en la que una amenaza real o supuesta incrementa el estrés, intensifica la tensión y hace más difícil escuchar. Al relajar a los oyentes, la risa puede, por tanto, ayudar a hacer comprender un mensaje. Y, como hemos dicho anteriormente, puede también ayudarnos a dilatar nuestro pensamiento o a pensar más creativamente. 91

Análogamente, la risa puede indicar una moción espiritual repentina. A menudo, en la dirección espiritual (es decir, la práctica de hablar acerca de la vida de oración de una persona), cuando la gente comprende finalmente lo tonta, lo pecadora o lo egoísta que ha sido, se ríe. ¿Por qué? Porque resulta divertido que nos recuerden lo humanos que somos, y es gozoso saber que Dios nos ha concedido mociones. Es una risa de reconocimiento. Permítaseme contar dos casos al respecto. No hace mucho, en unos Ejercicios, una anciana (no daré detalles) me dijo que había pasado una temporada difícil orando con la imaginación. San Ignacio de Loyola animaba a la gente a entrar imaginativamente en escenas de la Escritura como modo de orar. Visiblemente desalentada, la anciana me decía que había tratado de utilizar su imaginación en la oración, pero que había renunciado a hacerlo, admitiendo, sencillamente, que a ella le faltaba imaginación: «Simplemente, no tengo imaginación», me dijo con tristeza. Otras personas parecían capaces de practicar esta forma de oración, pero ella no. Entonces tuve una inspiración. Me vino a la cabeza una pregunta que parecía arriesgada, pero que merecía la pena hacer: «¿Le ha llevado su imaginación alguna vez a pensar acerca del sexo?», le pregunté. Ella se echó a reír, y daba la impresión de que la risa brotaba de lo más profundo de sí misma. Se rió y siguió riendo. «Sí», me dijo finalmente. «Bueno, entonces supongo que sí tiene imaginación», dije yo. Ambos nos reímos. Durante el resto de los Ejercicios pudo orar con la imaginación y verse a sí misma hablando con Jesús, lo que la encantó. Su risa indicó una especie de liberación, una libertad recién encontrada. Fue un signo de la presencia de Dios. En otros Ejercicios estaba yo tratando de orientar espiritualmente a un hombre de edad que era práctico, trabajador y eficiente. (Una vez más, cambio algunos detalles). Había pasado muchos años trabajando diligentemente. Para él la vida consistía en ser productivo. Pero ahora estaba envejeciendo y se estaba sintiendo frustrado. Como la edad le había hecho más lento, se sentía menos «productivo». Incluso hacer unos Ejercicios le resultaba difícil, porque pensaba que no eran algo productivo. Parte de su problema, tanto en la oración como en la vida cotidiana, era su tremenda insistencia en los «resultados». A diferencia de la ejercitante mencionada anteriormente, este hombre no tenía problemas para orar con la imaginación y, de hecho, disfrutaba haciéndolo. De modo que le pedí que orara utilizando la imagen de Jesús como un hombre joven, entre los doce y los treinta años, antes de comenzar su ministerio público. Durante esos años, Jesús, por lo que sabemos, no predicaba ni hacía milagros. Trabajaba simplemente en la carpintería de Nazaret, practicando su oficio y llevando una vida sencilla. En un determinado momento, mientras se imaginaba viendo a Jesús trabajar en la carpintería, se encontró diciéndole: «¿Por qué no empiezas a sanar a la gente ya? ¡Estás perdiendo el tiempo! ¡No eres muy eficiente! Cuando me lo contó, le dije: «¿Le dijo a Jesús que no era productivo?». Entonces él sonrió y se echó a reír. 92

En aquel ejercicio imaginativo, Dios parecía haberle revelado que la productividad no era el único propósito de la vida. Aquella moción le había permitido relajarse, orar de modo más distendido y, en último término, ver que estaba bien que él fuera un «ser humano» de vez en cuando, en lugar de un mero «hacer humano». Con estas dos personas, la risa fue un signo de que se habían liberado de su antigua manera de pensar, de su atadura a los viejos hábitos. Fue un signo de que Dios los había liberado.

11. El humor es divertido Puede que no haya mejor razón para el humor que el hecho de que es divertido. No todo tiene que tener un propósito. Es decir, que Dios puede estar proporcionándonos el humor como un verdadero don. Esto me recuerda la historia, quizá apócrifa, del compositor Franz Schubert. En cierta ocasión, Schubert interpretó una nueva composición para un amigo. Al finalizar, el amigo le dijo: «Pero ¿qué significa?». Schubert se sentó, interpretó la pieza de nuevo y dijo: «¡Esto es lo que significa!». La alegría, el humor y la risa son su propia recompensa. La diversión –palabra que no se oye mucho en la Iglesia– es también un anticipo del cielo y, para los cristianos, un importante objetivo espiritual. «Todo el mensaje del evangelio debe tener como resultado el gozo», dice la reverenda Ann Kansfield, pastora de la Greenpoint Church de Brooklyn, Nueva York, congregación reformada protestante holandesa. «¿Qué podemos hacer, sino llenarnos de gozo ante la noticia de que Dios nos ama, nos perdona y nos salva de nosotros mismos? –dice Kansfield–. Esto no es un dogma de tristeza y dolor, sino de liberación y alegría. Y debemos responder como hizo Sara: con risas. Porque si Dios puede perdonar a alguien como yo, entonces lo menos que puedo hacer es responder con alegría y gratitud». Los santos lo entendían así, y apuesto a que el hombre cuyo primer milagro fue transformar el agua en vino en la fiesta de bodas de Caná, entendía la necesidad de tener un espíritu alegre en la vida.

11½. El humor suele ser práctico He aquí mi media razón, que no es exactamente espiritual. El humor puede servir también a propósitos eminentemente prácticos. Puede incluso ahorrarnos algún dinero. Con este fin, referiré una de mis historias favoritas de la vida real. Un primo de mi padre, llamado Bernie, vivía en Philadelphia, pero era propietario 93

de un pequeño almacén en la costa sur de New Jersey (llamada afectuosamente «la costa»). Una noche iba a gran velocidad por la autopista camino de su almacén. Era tarde para tener una cita. Era también el último día del mes, momento en que los policías estaban ansiosos por cumplir con su «cuota» de multas por exceso de velocidad. De manera que Bernie sabía que la policía estaría especialmente alerta para sorprender a cualquiera que pisara el acelerador más de la cuenta. No obstante, tenía prisa, así que iba muy por encima del límite de velocidad, casi a ciento sesenta kilómetros por hora. Como cabía suponer, no mucho después de cruzar New Jersey vio una luz roja destellando en su espejo retrovisor. Bernie suspiró y se detuvo al borde de la carretera. El policía salió de su coche e hizo señas a Bernie de que bajara la ventanilla. «¡Le he estado esperando todo el día!», dijo el encantado policía. «Bueno –dijo Bernie–. ¡He venido lo más rápido que he podido!». El policía se echó a reír… y se rió tanto que no multó a Bernie.

LA ALEGRÍA, EL HUMOR Y LA RISA deben formar parte de la vida espiritual de todo el mundo. Son dones de Dios y nos ayudan a disfrutar de la creación. «Una buena risa es señal de amor –decía Karl Rahner–. Puede decirse que nos proporciona un atisbo, o una primera lección, del amor que Dios siente por todos y cada uno de nosotros».

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5 Mi despertar

Cómo la vocación, el servicio y el amor pueden llevar a la alegría

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hemos visto modos de descubrir la alegría en la vida cotidiana: estar despiertos, conscientes y atentos. Pero hay un peligro. Se puede dar erróneamente por supuesto que la alegría es algo que simplemente «sucede» en la vida, o algo que encontramos por casualidad. Pero la alegría suele ser resultado de opciones concretas y puede ser fruto de tu modo de vivir la vida. Es decir, que la alegría suele ser resultado de tus acciones. N LOS CAPÍTULOS ANTERIORES

Veamos, pues, la alegría como una consecuencia de unas áreas específicas de nuestra vida: la vocación, el servicio y el amor.

LA VOCACIÓN ES UN TÉRMINO que suele malinterpretarse. Hay quien sigue pensando que las únicas personas que tienen vocación son los clérigos o los que trabajan para organizaciones declaradamente religiosas. Pero todo el mundo tiene vocación, palabra que procede del latín vocare, que significa «llamar»; por lo tanto, la vocación es algo a lo que eres llamado. Incluso la idea de «llamada» se malinterpreta. Cuando la gente oye que una persona se siente «llamada» al sacerdocio o a la vida en una orden religiosa, a veces piensan que eso significa oír voces. (Cuando los jesuitas me telefonearon para decirme que había sido aceptado en el noviciado, mi hermana me dijo sarcásticamente: «O sea, que eso es lo que significa recibir la llamada…»). Pero casi siempre la llamada se manifiesta como un simple deseo humano. Un estudiante de medicina, por ejemplo, puede haber descubierto su interés por la medicina al diseccionar una rana en el colegio, o al sentirse fascinado por una serie de televisión en la que los protagonistas son médicos, o al hablar de su trabajo con el médico de familia… En cualquiera de estos casos, puede haberse dicho: «¡Vaya, esto parece realmente interesante…!». Análogamente, un profesor puede intuir su vocación al caer en la cuenta de lo que le gusta dar clase, o de lo que disfruta ayudando a alumnos menores después del colegio, o de lo que se divierte cuando ayuda a un profesor en clase. En todas estas situaciones, la persona despierta a su deseo interior. La vocación comienza con un deseo, una simple atracción sincera hacia algo que gusta. Otros dos ejemplos no pertenecientes al mundo profesional, sino personal. El marido y la mujer se sienten atraídos el uno hacia el otro a través de deseos físicos, emocionales y espirituales. Análogamente, los amigos forjan su amistad por una atracción 95

mutua. En uno y otro caso, esas personas encuentran su vocación de esposos y de amigos, respectivamente. Pero la vocación es mayor que lo que haces, es decir, que tu trabajo o incluso que tu carrera. Tiene que ver con ser quien eres. Cada uno de nosotros tiene una vocación única de llegar a ser la persona que está llamada a ser. Esto puede parecer confuso e incluso un poco abstracto, pero es tan simple y práctico como esto: Dios desea para nosotros que seamos las personas más libres, maduras, amantes y vivas posible. Como decía el teólogo del siglo II san Ireneo: «La gloria de Dios es el ser humano plenamente vivo» 1. En otras palabras, Dios quiere que seamos nuestro mejor yo. Nuestra vocación última es ser la persona que Dios quiere que seamos. Y el primer paso para lograrlo es reconocer que nuestros deseos más profundos –de un trabajo satisfactorio, una comunidad que nos apoye y un amor sano– son deseos sagrados, introyectados en nosotros por Dios para que seamos felices. Por lo tanto, el deseo es una parte importante de la vida espiritual. ¿De donde procede? Yo creo que nuestros deseos más profundos, nuestros anhelos más sinceros – no simplemente nuestros caprichos superficiales o nuestras necesidades egoístas– proceden de Dios. En nuestros anhelos más profundos percibimos ecos de los anhelos de Dios respecto de nosotros. Y cuanto más sigamos esos deseos profundamente arraigados, esos deseos que Dios ha puesto en nosotros para que seamos felices, tanto más alegres estaremos. Obviamente, diferenciar nuestros deseos superficiales de nuestros deseos profundos requiere un cuidadoso discernimiento. El mero hecho de que «quiera» algo no significa que sea bueno para mí. Christopher Ruddy, catedrático de teología en la Universidad Católica de América, me lo explicó recientemente del siguiente modo: «Otra hamburguesa gigante a veces parece una buena idea, pero yo siempre acabo lamentándolo. Solo en retrospectiva vemos cómo Dios no nos deja conformarnos con nuestros deseos bien intencionados pero limitados, sino que nos llama –a veces llorando y pataleando– a algo más duradero y satisfactorio». La alegría más perdurable proviene de seguir esos deseos profundos y esos anhelos sinceros que nos acercan a Dios. Bien pensado, tiene sentido, porque cuando actuamos de acuerdo con lo que sentimos que Dios desea para nosotros, sentimos que las cosas están en sintonía. San Ignacio de Loyola hablaba a menudo de sentimientos de «consolación», debidos al hecho de que seguimos nuestros deseos más profundos y santos. Si nos sabemos capaces de ser movidos por los deseos santos de Dios y decidimos esforzarnos por seguir esas invitaciones lo mejor que podamos, nos sentimos más cerca de Dios en confianza y en esperanza. Todo esto conduce a la alegría. Dicho de otro modo, cuando hacemos aquello para lo que estamos hechos, descubrimos la alegría. He aquí un ejemplo de mi propia vida. Durante el tiempo que pasé en Nairobi trabajando con el Servicio Jesuita a Refugiados, terminé durmiendo demasiado poco y trabajando demasiadas horas, de manera que contraje mononucleosis. Cuando estaba deprimido en mi lecho de enfermo, empecé a preguntarme si debía volver a casa, a los 96

Estados Unidos. Tal vez no estuviera hecho para esa clase de trabajo. Pero después de recuperarme, me encontré desempeñando el mejor trabajo que había tenido nunca: ayudar a los refugiados del este de África –Uganda, Sudán, Etiopía, Ruanda, Burundi y Somalia– a crear pequeños negocios que les sirvieran para ganarse el sustento. Muchos de los refugiados traían consigo de su país natal habilidades creativas increíbles. Por ejemplo, patrocinábamos a mujeres ruandesas que hacían hermosos cestos de sisal, a hombres ugandeses que pintaban bellos cuadros al óleo, y a mujeres etíopes que bordaban camisas maravillosamente coloreadas… Con el tiempo, abrimos una pequeña tienda en las afueras de un barrio marginal, donde podíamos comercializar algunas de las creaciones de los refugiados entre los expatriados y los keniatas ricos. Y caí en la cuenta de que aquel trabajo me permitía hacer un uso maravillosamente inesperado de lo que había aprendido en mi anterior formación en ciencias empresariales, así como de mi entusiasmo por el arte y la artesanía e incluso de mi personalidad emprendedora, lo que nos ayudaba a vender lamercancía a los clientes. Parecía que Dios estaba utilizando todos los talentos que yo había llevado a África: unos talentos que yo pensaba que nunca volvería a emplear. ¿Quién habría podido pensar, cuando yo estudiaba contabilidad y marketing, que los emplearía en servicio de los refugiados africanos, y no en la Norteamérica empresarial? Como dice el refrán: Dios escribe derecho con renglones torcidos. En todo esto descubrí una inmensa alegría. Me parecía que estaba justamente en el lugar apropiado, y era una experiencia maravillosa después de años de infelicidad en el mundo empresarial, donde me sentía completamente fuera de lugar. Aunque el mundo empresarial es una vocación estupenda para algunas personas, no era mi caso. Me había llevado un tiempo descubrir mi verdadera vocación en la vida; pero una vez que lo conseguí, me sentí feliz, y nunca me había sentido más feliz trabajando que con los refugiados. Trabajar en Nairobi me ayudó a ver cómo la alegría puede brotar de manera natural del descubrimiento de la vocación. Santo Tomás de Aquino va aún más lejos, pues dice que cuando descubrimos algo para lo que estamos hechos, no solo nos proporciona alegría, sino que nos «dilata». Este texto es de su extensa obra de teología, la Summa Theologica: «La dilatación denota como un movimiento hacia la latitud, y compete a la delectación en cuanto a las dos cosas que para esta se requieren. Una de ellas es por parte de la potencia aprehensiva, que aprehende la unión de un bien conveniente. Y por esta aprehensión conoce el hombre haber adquirido cierta perfección, que es grandeza espiritual, por cuyo motivo se dice que el alma del hombre se agranda o dilata por la delectación» 2. Cuando santo Tomás habla de «aprehender» algo, se refiere a comprenderlo del modo más profundo. Por eso, cuando los individuos ven que se mueven hacia un «bien conveniente» (en este caso, la vida a la que estamos destinados), no solo experimentan delectación, sino una cierta «dilatación». Por eso, descubrir y vivir nuestra vocación, que es lo que Dios quiere que hagamos y seamos, lleva a la alegría. A veces este logro llega 97

de manera rápida y relativamente fácil; otras veces, de manera lenta y difícil. Pero siempre lleva a la alegría. En determinados círculos religiosos suele pasarse por alto el hecho de que seguir nuestros deseos vocacionales no solo conduce a la alegría, sino que además es divertido. Hace varios años, por ejemplo, pasé yo un verano en Milford, Ohio, en una casa de Ejercicios, aprendiendo a dirigir Ejercicios junto con dos amigos jesuitas. Teníamos un horario muy sobrecargado. Kevin, Dave y yo pasábamos las mañanas en clase, estudiando los diversos modos de orar de la gente y las sutiles técnicas de la dirección espiritual. A las doce nos reuníamos con los otros directores espirituales. De doce y media a una, engullíamos la comida a toda velocidad. Después venían tres o cuatro horas orientando espiritualmente a la gente que estaba haciendo los Ejercicios. Eucaristía a las cinco, donde a veces teníamos que predicar. Después de la cena, nosotros tres podíamos hacer lo que quisiéramos, y pasábamos el tiempo viendo películas (aquel verano me lo vi todo, por malo que fuera), alquilando vídeos y consumiendo una cantidad desmesurada de helado en un local de Cincinnati llamado «Graeter’s». Si bien las noches eran relajantes, los días eran un torbellino de actividad. Una mañana, el director del programa nos dijo en tono solemne que si queríamos ser buenos directores espirituales, debíamos llevar una vida contemplativa. Necesitábamos tiempo suficiente cada día para la calma y la oración. Al mediodía, después de ingurgitar una colosal comida de pimientos rellenos, arroz y helado, los tres nos apresuramos a reunirnos con nuestros ejercitantes. Cuando íbamos a todo correr por los pasillos de la casa de ejercicios, Kevin se echó a reír: «¡Esto es tan contemplativo…!». Aquel verano comprendí no solo la suerte que tenía por poder hacer este tipo de trabajo, lo feliz que me sentía por tener buenos amigos jesuitas y la profunda alegría que llenaba mi vida, sino también lo divertido que era todo ello. Y que esa diversión solo era posible porque había respondido a la «llamada» de Dios.

EL SERVICIO ES OTRO ASPECTO DE LA VIDA íntimamente conectado con la alegría. Una cita que me ha hecho reflexionar mucho es del escritor indio y premio Nobel de literatura Rabindranath Tagore (18611941). La encontré de pura casualidad en un libro de citas antes de mi entrada en la Compañía de Jesús, y me causó una profunda impresión. Me pareció que hablaba a una parte de mí que estaba dispuesta a escuchar, pero no comprendía. Y no empecé a «aprehenderla» hasta muchos años después. Decía Tagore: «Yo dormía y soñé que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Serví y comprendí que el servicio era alegría». Al despertar de nuestro sopor, vemos que el servicio es un aspecto importante de la vida. Gran parte de la vida consiste en hacer cosas por otras personas, cosas que a veces preferiríamos no hacer, bien por vagancia, bien por miedo, bien por estar hartos de tantas responsabilidades. Pero al actuar por servicio –por razones religiosas o no–, descubrimos 98

una alegría única que únicamente suele llegar cuando se ayuda a los demás. Esto probablemente suene a optimismo poco realista, como si yo tratara de inducir al lector a una vida de servicio desinteresado prometiéndole alegría. Y es verdad que no todo acto de servicio es gozoso. Cuando yo era novicio, por ejemplo, trabajé en un albergue para personas sin hogar de Boston, donde de vez en cuando trabajaba en la cocina. Un día me pasé varias horas preparando un gran recipiente de puré de patata para las personas acogidas en el albergue. Después me pasé otra hora sirviendo salsa encima del puré de patata a los hombres que esperaban en fila. Luego me senté junto a uno de aquellos hombres, que estaba muy gruñón aquel día –lo que no resulta sorprendente en un indigente forzado a vivir en la calle en el gélido invierno de Nueva Inglaterra– y me pasé una hora escuchándole hablar de sus problemas. Al final del largo día, ayudé a limpiar la cocina, barrí el suelo y volví a poner los cacharros de la cocina en su sitio. Después de terminar, dije adiós a mis compañeros voluntarios, me puse el abrigo y salí. Y allí estaba el mismo hombre al que había estado escuchando durante una hora, apoyado en la pared de ladrillo del albergue y fumando tranquilamente un cigarrillo. «¿Puedes darme algo de dinero?», me preguntó. Pensé que quizá no me recordase, pero acababa de verle hacía un rato. Le dije que lo sentía, pero que no tenía dinero, lo cual era verdad, porque los novicios casi no teníamos nada de dinero. «¡Que te jodan!», dijo aquel hombre con el que había pasado todo el día. No me sentí muy alegre, pero fue la excepción. En los veintidós años que llevo de jesuita, he trabajado en diversas situaciones relacionadas con el servicio. Siendo novicio en Boston, además del tiempo en el albergue de personas sin hogar, trabajé en un hospital para enfermos graves. También durante el noviciado, trabajé con las hermanas de la Madre Teresa en los barrios marginales de Kingston, Jamaica, en un centro para enfermos y moribundos. Durante mis estudios de filosofía en Chicago, trabajé con pandilleros y en un centro comunitario ayudando a desempleados a encontrar trabajo. Después vinieron los dos años en Kenia con los refugiados. Este trabajo fue probablemente el tiempo más concentrado que he pasado en el «servicio», que me ha llevado a los barrios más marginales del mundo, donde he conocido ciertamente a los más pobres de los pobres; sin embargo, su gran fe me asombraba. Posteriormente, durante mis estudios de teología en Cambridge, Massachusetts, trabajé como capellán de una cárcel, donde pasaba horas con hombres y mujeres de origen humilde, algunos de los cuales habían cometido delitos terribles –aunque en su mayoría no sufrían condena por delitos violentos, sino por posesión de drogas– y que estaban desesperados por encontrar a alguien con quien hablar. Y desde mi ordenación proseguí el servicio en forma de ministerio sacramental, escuchando confesiones, presidiendo funerales y acompañando a la gente en momentos difíciles. Todos estos trabajos me han proporcionado alegría. Puede que no siempre; pero ¿en qué trabajo se consigue eso? Es como preguntar a unos padres si sus hijos les dan 99

siempre alegrías. Probablemente se reirían y dirían que no siempre. Pero después sonreirían y dirían que sí. ¿Por qué el servicio lleva a la alegría? ¿Por qué tiene razón Tagore? Permítaseme indicar algunas razones. Primera, el servicio nos saca de nosotros mismos. Gran parte de nuestra vida contemporánea es egocéntrica (lo cual sorprendería a los hombres y mujeres de épocas pasadas, cuya vida estaba más centrada en la familia y en la comunidad). Este es un aspecto casi inevitable de nuestra cultura, que a menudo nos anima a centrarnos casi exclusivamente en nuestras propias necesidades. Para colmo, en la naturaleza humana, particularmente en nuestros momentos más pueriles, hay algo que nos inclina acentrarnos exclusivamente en nuestras necesidades físicas y emocionales. Por supuesto que es importante prestar alguna atención a nuestra persona. Jesús nos pidió que amáramos a los demás como a nosotros mismos, de modo que, si no te amas a ti mismo, no puedes cumplir el mandato de Jesús. Uno de mis profesores de teología, James F. Keenan, SJ, hablaba de una tríada en el amor cristiano: amor a Dios, amor al prójimo y amor a ti mismo. Y el amor a ti mismo incluye la atención a tu persona. Llevado al extremo, sin embargo, esto puede llevar a centrarse uno por completo en sí mismo, es decir, al solipsismo, el narcisismo y el egoísmo. Estoy seguro de que el lector ha conocido a personas absolutamente centradas en sí mismas, interesadas únicamente por sus propias necesidades y que se quejan cada vez que hay una intrusión en su pequeño mundo. Estas personas, por lo general, son infelices. Hace poco, un amigo me contó un caso increíble de solipsismo. Rick Curry es un sacerdote jesuita que, además de ser un actor dotado de un gran talento y profesor, nació sin el brazo derecho. Ha trabajado muchos años con discapacitados y ha fundado un taller nacional de teatro para discapacitados, dedicado a la formación de actores minusválidos. Un día, se encontró con un amigo jesuita que se había roto el brazo derecho. Rick le preguntó que le había sucedido. Su amigo describió con gran detalle su accidente y después dijo, sin asomo alguno de ironía: «¡No tienes ni idea de lo incómodo que es no poder usar el brazo derecho!». Esto es egocentrismo llevado al extremo. El servicio nos libera de esa cárcel auto-impuesta. Amplía nuestras perspectivas recordándonos que todo el mundo lucha y que ninguna vida está exenta de dolor. Nos ayuda también a superar nuestros problemas. Nos hace orientarnos hacia los demás. El servicio nos orienta hacia el exterior de un modo sano.Segunda, el servicio a los pobres nos ayuda a recordar lo que poseemos y a aumentar nuestra gratitud. Esto me resultó evidente en Kenia. Una de las explicaciones más claras de este fenómeno se encuentra en un breve libro titulado Dialogue of Life: A Christian Among Allah’s Poor, cuyo autor es Bob McCahill, sacerdote misionero de Maryknoll que ha trabajado muchos años entre los musulmanes pobres de Bangladesh. En respuesta a una pregunta acerca de cómo son «evangelizados» por los pobres los religiosos cristianos, McCahill habla elocuentemente respecto de lo mucho que se recibe cuando se trabaja con los pobres. Muchas de estas 100

reflexiones pueden aplicarse al trabajo con cualquier persona en gran necesidad: «A mí me parece que los pobres nos evangelizan dándonos varias clases de buen ejemplo. Nos instruyen en la paciencia con su paciencia en la adversidad. Nos edifican con sus luchas sin quejas. Nos inspiran soportando el sufrimiento sin amargarse. Nos animan a afrontar nuestros problemas con mayor valor enfrentándose al dolor que hay en su vida. Nos enseñan la sencillez con que se puede vivir la vida humana. Nos ofrecen un modelo de vida de oración con su dependencia de Dios, es decir, porque en momentos de gran necesidad miran a Dios antes de nada. No apelan a Dios en segundo o en último lugar, después de que todas las demás posibilidades les hayan fallado. Cuando somos testigos de sus esfuerzos por sobrevivir con dignidad en medio de las enormes dificultades a que se enfrentan constantemente, nos ayudan a poner en la debida perspectiva nuestros problemas. Gracias a los pobres que luchan, empezamos a comprender lo bueno que es Dios con nosotros y lo mezquinos que somos en nuestro agradecimiento a Dios. Si pensamos en ellos detenidamente, nos avergonzamos, porque, aunque están oprimidos, siguen siendo capaces de reír y cantar». Por supuesto que los pobres con los que trabajamos no están ahí simplemente para «hacer» algo por nosotros. El libro de McCahill trata fundamentalmente de la amistad y el amor, no de la instrumentalidad. Pero trabajar en cualquier tipo de servicio –a una persona enferma, a un preso solitario, en una organización que se ocupa de los desfavorecidos…– nos recuerda que debemos estar agradecidos por lo que tenemos. Esta gratitud puede hacer que nos fundamentemos en la confianza en el Dios que cuida de nosotros, lo cual conduce a la alegría que procede de la confianza. Tercera, el servicio nos pone en contacto con la gente de un modo nuevo y nos permite encontrarnos con Dios de modos también nuevos. Al ayudar a otros, salimos de la zona en la que nos sentimos cómodos, yendo a lugares inesperados donde hay vulnerabilidad y donde suele ser más fácil encontrar a Dios. Esto no equivale a decir que Dios nos fuerza a ser vulnerables, sino que, cuando nos encontramos en lugares con los que no estamos familiarizados y nuestras defensas están bajas, a Dios puede resultarle más fácil acceder a nosotros. El servicio, que a menudo puede ser profundamente desestabilizador –por ejemplo, cuando se cuida de un familiar enfermo–, puede llevarnos a Dios de maneras nuevas, y con frecuencia también a la alegría. Las personas necesitadas de servicio que han aceptado la realidad de su situación suelen ser portadoras de alegría. Y en la vida hay pocas cosas más asombrosas que el buen ánimo de quienes afrontan dificultades en la vida. Una mujer a la que conocí en una peregrinación al santuario francés de Lourdes y que sufría una discapacidad originada por una enfermedad muscular degenerativa, después de escuchar mis compasivos comentarios sobre su enfermedad, me dijo: «¡No es tan mal como parece!». 101

No solo su fe, sino también su buen humor, me llenaron de alegría. Bob McCahill finaliza su meditación sobre los pobres diciendo: «La respuesta más segura a la pregunta “¿Cómo nos evangelizan los pobres?” es recordar que Dios está con ellos. Para nosotros, Dios es misterio, y el modo de actuar de Dios a través de los pobres supera nuestra capacidad de análisis». Cuarta y última, el servicio puede ser divertido. Podríamos añadir a la cita de Tagore: «Yo he trabajado y he descubierto que el servicio es divertido». Esta es una sabiduría espiritual que no es demasiado conocida. En Kenia, yo sentía que cuando estaba ayudando a los demás e incidiendo en el mundo que me rodeaba, mi vida no solo tenía sentido, sino que era divertida. ¿Cómo puede ser más gozosa la vida que cuando uno está riéndose a carcajadas con una refugiada ugandesa que ha vendido su primera camisa bordada?; ¿o cómo puede ser la vida más deliciosa que con un grupo de etíopes que abre un restaurante en un suburbio? También era divertido estar con los propios refugiados. Puede que parezca extraño que se diga esto de personas cuya vida –vivida en suburbios mugrientos lejos de su hogar, perseguidos por el recuerdo de los miembros de la familia asesinados o heridos en sus casas destrozadas por la guerra– parecía distar mucho de la «diversión», pero era verdad. Su atrayente alegría y su risueño humor me hacían la vida divertida. A menudo, por ejemplo, me animaban a reírme de mí mismo. Al principio de mi estancia en Kenia, conocí a una refugiada ugandesa llamada Khadija y que estaba embarazada. Después de ayudarla con un pequeño negocio (hacer alfombrillas de paja), me dijo que su hijo era un niño al que iba a poner mi nombre. Yo supuse que aquello era simplemente un gesto cortés y que no podía decirlo en serio, y se lo agradecí. Unos meses después, Khadija se presentó en la oficina con un bebé sujeto a su espalda con una tela de vivos colores. Haciendo un hábil movimiento, desató la tela, tomó al niño en susbrazos y me lo tendió. «Este es James Martin», me dijo. Me quedé tan asombrado que me eché a reír a carcajadas. Después de darle mis más expresivas gracias, Khadija me dijo que, como se acercaba el bautismo del niño, necesitaba algún dinero, concretamente para un faldón de bautizo y una pequeña fiesta posterior. Ni que decir tiene que yo contribuí con mi pequeño estipendio de jesuita. Unas semanas después, no solo acudí a la iglesia para el bautizo de James Martin, sino que celebramos la fiesta en nuestra comunidad jesuítica. Sorprendentemente, unas semanas después otra refugiada ugandesa llamada Irene hizo el mismo anuncio y la misma petición. Su futuro hijo se llamaría James Martin: ¿podía, por favor, darle algún dinero para el bautizo? Poco después, contaba yo este caso a Alice, otra refugiada ugandesa que tenía un magnífico sentido del humor y nunca se cansaba de burlarse de mi ingenuidad. Movió la cabeza dubitativa cuando llegué a la parte en que le daba dinero a Irene. «Hermano Jim –me dijo con sonrisa burlona–, si Irene y Khadija llaman a sus hijos James Martin y usted les da dinero para las ropas de sus bebés, ¿no ve que pronto habrá 102

muchísimos bebés en Nairobi llamados James Martin?». Los dos nos partimos de risa. EL AMOR ES OTRA CAUSA DE ALEGRÍA. Esto no debe sorprender a nadie con algún conocimiento de la condición humana. No hay más que hablar con cualquier persona que se haya enamorado recientemente: lo normal es que rebose de alegría. O pasa algún tiempo con dos personas que estén a punto de casarse: normalmente, su deleite es perfectamente visible (si no están nerviosí-simos por los preparativos de la boda…). La alegría es una de las consecuencias más obvias de la relación amorosa entre dos personas. «Cada día es una maravilla», me decía recientemente un joven novio pocos días antes de su boda. Las parejas que llevan varios años casadas saben que la vida matrimonial no siempre es alegre. Las tensiones con respecto a los hijos, el dinero y las carreras profesionales pueden hacer que la vida de los casados no sea nada alegre. Pero el amor subyacente entre marido y mujer puede llevar a un profundo gozo. No me refiero únicamente al amor romántico. El amor entre amigos es también una verdadera fuente de alegría. El mero hecho de pasar un rato con un buen amigo, el hacer juntos las cosas más sencillas y normales, puede dar lugar a una alegría extraordinaria. Nada de esto resulta sorprendente, y no tengo que extenderme mucho sobre cómo brota la alegría de la amistad y el amor. Lo que sí puede sorprender, sin embargo, es el modo en que la Biblia incluye historias que apuntan a la alegría como producto del amor. Gerald O’Collins, a quien he citado anteriormente, es sacerdote jesuita, catedrático de la Universidad Gregoriana de Roma y autor de más de treinta libros sobre la Escritura y la vida espiritual. En su libro Following the Way, serie de meditaciones sobre las parábolas de Jesús, O’Collins nos recuerda que Jesús repite una y otra vez en su predicación una imagen memorable: la fiesta de celebración. Jesús llega a describir a un padre reprendiendo a su hijo mayor, que se niega a perdonar a su hermano descarriado y a participar de la alegría de su padre ante el arrepentimiento de su hermano. «Tenemos que celebrar una fiesta y alegrarnos –dice el padre al hijo mayor–, porque este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado» 3. Lo que O’Collins dice a propósito de esta parábola me causó una profunda impresión la primera vez que lo leí: «Jesús nos recuerda que la alegría, incluso una alegría indescriptible, está inserta en la estructura misma del amor. La alegría acompaña inevitablemente al amor verdadero y a todas esas ocasiones que celebran y expresan de un modo particular nuestro amor mutuo: un nacimiento, un bautizo, un bar mitzvah, una boda, una ordenación e incluso un funeral. Nos reunimos alegremente con nuestros amigos especiales o tomamos parte en reuniones familiares. No hay producto más obvio del amor que la alegría».

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La parábola del hijo pródigo, como han observado muchos estudiosos de la Escritura, podría haberse llamado la parábola del padre pródigo. El padre es «pródigo», en el sentido de que es espléndidamente generoso con su amor, lo que, indudablemente, sorprende a ambos hijos, y también nos sorprende a nosotros. Hace poco estuve en unos Ejercicios con los jesuitas de mi «provincia» o, lo que es lo mismo, la región geográfica de la que soy miembro. Nuestro provincial nos invitó a la Universidad Fairfield de Connecticut, donde pasamos una semana en oración silenciosa. Antes del retiro me preocupaba que la reunión resultara ser una serie de discusiones, encuentros y conferencias, en lugar de un retiro en silencio. (Nosotros, los jesuitas, podemos ser enormemente charlatanes). Mis temores resultaron infundados. Los casi cien jesuitas nos reuníamos para una breve reflexión cada mañana, seguida de una misa. El resto del día (excepto las comidas, que eran también en silencio para facilitar nuestra oración) éramos libres para orar donde y cuando deseáramos. Las personas poco familiarizadas con los retiros puede que se rían ante la idea de cien amigos congregados en el mismo lugar sin hablarse; pero orar junto con un grupo de personas puede constituir una poderosa experiencia de comunidad y amistad. Una soleada mañana, estaba yo sentado en un banco de madera en una plaza empedrada delante de la capilla del campus, esperando el comienzo de la misa. Mientras estaba allí sentado bajo el brillante cielo, veía a decenas de jesuitas entrando en la capilla: ese ha sido amigo mío durante un tiempo difícil; a ese otro le conozco desde que empecé mi vida de jesuita; con aquel he estudiado; aquel otro me ayudó a superar un mal trago; aquel de más allá ha sido mi director espiritual; ese ha sido un superior de comunidad muy amable; aquel me ha hecho reír muchísimo; etcétera, etcétera. Entraban en la capilla, de manera que aquella capilla se convirtió para mí en un símbolo del amor de Dios por mí, expresado a través de mis hermanos jesuitas de los últimos veinte años. De repente me sentí llenó de alegría por mi vocación de jesuita. El reconocimiento del amor que me han dado me llevó a la alegría. ¡Y aquello me sorprendió! Puede que me sorprendiera tanto como el hijo pródigo por su buena fortuna, gracias al pródigo amor de Dios. Como dice Gerald O’Collins: «La última palabra en lo que respecta al amor divino es que nos sorprenderá con gozo, tanto en esta vida como en la vida futura. Jesús tiene mucho que decir sobre la alegría sin límites que nuestro amoroso Dios nos tiene reservada». Cuanto más nos acerquemos a Dios, tanto más experimentaremos una sensación de profundo gozo. Para quienes sigan sus deseos más profundos y vivan su vocación, habrá alegría. Para quienes sigan la llamada de Dios a cuidar de los menores de sus hermanos y hermanas, habrá alegría. Y para quienes sigan la invitación de Dios a amarse mutuamente, habrá alegría. La alegría suele ser producto, no simplemente de seguir nuestra vocación en la vida, sino de ayudar a quienes están necesitados y de amarnos mutuamente. Por eso la alegría no es algo egoísta que buscamos, sino algo generoso que encontramos.

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Digresión sobre la alegría La Visitación

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en detalle el uso de la alegría en un pasaje bíblico concreto, el Salmo 65, donde se dice que «las colinas se adornan de alegría». Ahora analizaremos uno de mis pasajes favoritos del Nuevo Testamento. NTERIORMENTE HEMOS EXAMINADO

EN EL PRIMER CAPÍTULO del evangelio de Lucas, el ángel Gabriel se aparece a una joven llamada María, que vive en la pequeña ciudad de Nazaret. El ángel le anuncia el nacimiento de un hijo, que se llamará Jesús. No es sorprendente que María al principio tenga miedo y después dude. «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» 1. En respuesta, el ángel pronuncia unas oscuras palabras: «El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra». Después, como para recordar a María el poder de Dios, le hace ver lo que Dios ha hecho: su prima Isabel está ya embarazada, aunque se pensaba que aquella mujer ya entrada en años no podía concebir. «Porque no hay nada imposible para Dios», dice Gabriel. Aparentemente satisfecha con esta respuesta, y superando su temor y sus dudas iniciales, la joven asiente: «Hágase en mí según tu palabra», dice María. Este pasaje del evangelio de Lucas, llamado la Anunciación, es uno de los más hermosos de todo el Nuevo Testamento. Y también uno de los más misteriosos. Como muchos pasajes de la Escritura, parece suscitar tantas preguntas como respuestas. Por ejemplo: ¿se apareció el ángel a María exactamente de ese modo? Después de todo, para Dios no hay nada imposible. (Si Dios pudo crear el universo de la nada, enviar a un ángel a una joven parece relativamente fácil). ¿Tuvo lugar ese encuentro con el misterio trascendente de Dios de otro modo? ¿Fue un sueño o un encuentro con un ángel, por ejemplo, el mejor modo que encontró María de comunicar algo incomunicable? ¿Quién lo sabe…? No tenemos acceso a la vida interior de María. Como dice acerca de este pasaje el escriturista Joseph Fitzmyer, SJ: «Nunca sabremos lo que sucedió en realidad». La historia de la Anunciación, por mucho que nos guste, puede parecer completamente al margen de nuestra experiencia humana. La siguiente parte de la historia, sin embargo, parece más fácil de entender. «En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá». Fue a visitar a su prima Isabel. Esta parte del relato, que es en la que nos centraremos, se conoce como «la Visitación». ¿Por qué se dice que María fue a la región montañosa? Varias razones parecen claras. Primera, Isabel es mayor y, por tanto, necesitará ayuda en el parto. Parece natural 106

que una mujer más joven, al oír la noticia del embarazo de su prima mayor, la visite. Puede incluso que los padres de María la animaran a visitar a Isabel como parte de sus deberes familiares. Por otro lado, el último versículo del pasaje, que dice que María se quedó solo tres meses, implica que al parecer se marchó cuando Isabel tenía mayor necesidad de ayuda, aunque puede que María se fuera porque su propio embarazo estaba progresando. Otra posible razón del viaje es que tal vez María estuviera asustada o incluso aterrorizada por el extraño encuentro con la divinidad (ocurriera como ocurriera), y quizá buscara el consejo de una mujer de más edad. Puede que tuviera una estrecha relación con Isabel y que sintiera necesidad de comentar su situación con su prima mayor. Es posible que en aquel momento se sintiera más cerca de Isa-bel que de sus padres. ¿Quién sabe cómo respondieron los padres de María ante su situación? Según la ley judía, José, con quien estaba desposada (un acuerdo formal entre el compromiso y el matrimonio), tenía todo el derecho a divorciarse de ella al enterarse de su embarazo. Análogamente, es disculpable que los padres de María no estuvieran precisamente encantados con la noticia, al menos inicialmente. Puede incluso que la enviaran lejos por su propio bien, hasta que el escándalo se acallara. También es posible que la joven temiera la reacción de sus padres ante lo que ella sabía que parecería extraño, ridículo e incluso blasfemo. Tanto la preocupación por Isabel como su propio miedo tal vez motivaran la «apresurada» visita a la «región montañosa» de Judea. El lector puede imaginarla viajando para ayudar a su prima, que era, a su vez, una persona que podía ayudarle a ella a dar sentido a su misterioso encuentro y su extraña situación, o buscando simplemente el consejo de una mujer mayor y más sabia. Pero hay otra posibilidad: la alegría. Porque las primeras palabras que salen de los labios de María cuando se encuentra con Isabel son un jubiloso canto de alabanza. «Alaba mi alma la grandeza del Señor –dice María–, y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador». Pocas palabras más hermosas hay en la Biblia. Todos estos versículos se han musicalizado y suelen conocerse por la primera palabra de la traducción latina del canto de María, el Magni-ficat: «Magnificat anima mea…». María se siente feliz. La joven galilea, como la mayoría de las mujeres de entonces y de ahora al tener tal noticia, se sentía llena de alegría ante la perspectiva del nacimiento de un hijo. Y está llena de alegría al ver a Isabel, que también está esperando un hijo. Ambas están felices debido a la acción de Dios. Esto no dista mucho de nuestra experiencia, tanto de los hombres como de las mujeres. Piense el lector en las ocasiones en que con un amigo o con alguien de la familia ha recibido buenas noticias al mismo tiempo. ¿Hay algo más gozoso? Puede que ambos hayáis aprobado un curso difícil en el colegio, que hayáis ingresado en la Universidad elegida o que hayáis sido ascendidos. ¡Qué emocionante es celebrarlo juntos! Quieres estar con tu amigo y darte prisa en compartir vuestra mutua alegría. Lo mismo le ocurre a María, que se apresura a partir. Y al saludar a Isabel sus labios proclaman una 107

alabanza. María está llena de alegría2, ante todo, por lo que Dios ha hecho en ella: «Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava; por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso», dice María. Como muchos de nosotros en tiempos de buenas noticias, se siente rebosante de alegría y quiere alabar a Dios. Si nos ascienden, o nos enamoramos, o nos enteramos de que vamos a ser padres, o el médico nos dice que no tenemos nada…, queremos cantar con María: «Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador».

La alegría es la forma más sencilla de gratitud. KARL BARTH

Pero María no está feliz solo por sí misma; está también agradecida por lo que significa para Israel, para el pueblo de Dios. Su canto se dilata para incluir a la comunidad. Dios ha invertido la suerte de los que sufren. Dios ha escuchado el grito de los pobres y de quienes esperan alguna forma de salvación. «Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías», canta María. ¿Quién no es dichoso cuando por fin ve las cosas en su sitio? El Magnificat de María suele ser empleado por los cristianos que trabajan con los pobres y abogan por ellos como un modo de apuntar a otra realidad: la del reino de Dios. En el reino de Dios, uno de los temas favoritos de Jesús, las cosas por fin están en su sitio: los humildes son ensalzados, los orgullosos son derribados de sus tronos, y los ricos son enviados afuera con las manos vacías. En el ministerio de Jesús tiene lugar una inversión semejante que él trae a la tierra: los ciegos ven, los cojos andan y los sordos oyen. María alaba lo que Dios ha hecho. Es frecuente que las Escrituras hebrea y cristiana apunten a una esperanza futura basada en el pasado. Dios ha hecho esto y volverá a hacerlo en el futuro. El ángel Gabriel dice algo similar a María. Mira lo que Dios ha hecho ya por Isabel. ¡No temas! Los especialistas en la Escritura observan que el Magnificat se basa en el canto de Ana en 1 Samuel3. La alabanza de María es muy similar a la de Ana, llamada a menudo «Cántico de Ana». Cuando era considerada estéril, Ana dio a luz a Samuel. «Mi corazón exulta en Yahvé, mi fuerza se apoya en Dios», dice Ana. Como en el Magnificat, Ana sigue alabando a Dios por invertir la fortuna de su pueblo: «[El Señor] levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para sentarlo junto a los nobles y darle en 108

heredad trono de gloria». ¿Qué podemos, pues, hacer con el Magnificat de María? ¿Se limitó Lucas a ponerlo en sus labios en ese momento de su narración para vincular la historia de Jesús con la de Samuel, figura del Antiguo Testamento? Tal vez. Algunos especialistas postulan incluso que la historia se asociaba originalmente con Isabel, la mujer mayor del relato, a la que también se consideraba estéril. Pero es también posible que María (e Isabel) conocieran el cántico de Ana. Una mujer judía devota conocería la historia de una mujer tan importante en su tradición religiosa. Sería natural que utilizasen unas imágenes y un lenguaje familiares en su vida cotidiana, como ocurre hoy con alguien familiarizado con la Escritura. María no es la única que está feliz. Isabel también parece desbordada, no solo por su inesperado embarazo, sino por esa asombrosa visita. Cuando oye la voz de María, exclama: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno». ¡Saltó de gozo el niño! Las madres saben de la experiencia de un niño moviéndose –a veces, dicen las madres, notan como que salta– en su seno. ¡Qué imagen más hermosa nos presenta el evangelio de Lucas! Al sonido de la voz de María, algo se agita, literalmente, en Isabel. El niño, por supuesto, es Juan el Bautista, el primo de Jesús, que le preparará el camino. El salto del niño es una respuesta maravillosa para quien piensa que la religión es algo sombrío. La palabra griega empleada aquí es agalliasis, traducida a veces como «exaltación». Comodice otra traducción, el niño «brincó de alegría» 4. Es la misma palabra utilizada por María unas cuantas líneas antes, cuando dice que su espíritu «se alegra». «El contexto hace ver claramente que, al saltar, Juan reconoce al Señor Jesús –dice uno de los comentaristas de este pasaje–. La alegría de Juan es la respuesta más apropiada al cumplimiento en Jesús de la promesa de Dios» 5. La alegría es la respuesta a la buena nueva. María está feliz. Isabel está feliz. Incluso el niño Juan salta de alegría. La alegría salta prácticamente de las páginas de este relato de la Visitación y del gran Magnificat de María. Otros relatos bíblicos revelan también gran alegría si sabemos donde buscarla. *** La Visitación y el Magnificat (Lc 1,39-56) «En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isa-bel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isa-bel 109

quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: “Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!”.

Y dijo María: “Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava; por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los de corazón altanero. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia –como había anunciado a nuestros padres– en favor de Abraham y de su linaje por los siglos”. María se quedó con ella unos tres meses, y luego se volvió a su casa».

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6 Reír en la Iglesia Recuperar la alegría en la comunidad de los creyentes

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en el que necesitamos el humor y la risa: las instituciones religiosas. En este capítulo vamos a examinar el uso y la presencia de la alegría en las iglesias y sinagogas. La Iglesia católica será mi ejemplo principal, pero resultará fácil aplicar estas lecciones a cualquier denominación o religión, porque todas pueden hacer buen uso de un poco de alegría. Por esto debemos estar agradecidos. Gracias a Dios por la sal, la levadura y la luz1. Gracias a Dios por la sal en los tiempos insulsos, por la levadura en los tiempos que te aplanan, por la luz en los tiempos oscuros. El humor es sal, luz y levadura. El Humor es un don para la Iglesia. ENTRÉMONOS EN UN LUGAR CONCRETO

¡La escucha! Las historias de la vida real suelen ser más divertidas que los chistes. He aquí una con un sacerdote entrado en años, famoso por su gran habilidad en la dirección espiritual. El otro implicado fue mi amigo Kevin, que en aquella época era novicio. Ambos se encontraron en una reunión de jesuitas. El sacerdote preguntó: «Así que ¿de dónde eres, Kevin?». «De Boston», respondió Kevin que decidió entonces hacer a aquel venerable director espiritual una pregunta importante: «Padre –dijo Kevin–, ¿cuál considera usted que es el aspecto más importante de la dirección espiritual?». El sacerdote respondió: «Eso es fácil, Kevin: la escucha. Hay que ser un buen oyente. La escucha es la clave para ser un buen director espiritual». «Gracias, padre. Me será realmente útil», dijo Kevin. Y el sacerdote preguntó: «Así que ¿de dónde eres, Kevin?». A pesar de su dignidad, grandeza y gravedad, la Iglesia cristiana es, como cualquier institución, manifiestamente humana. Y esa humanidad conlleva alguna risa, tanto intencionada como no intencionada. Esa risa es un don de Dios, que quiere que disfrutemos, apreciemos los absurdos de la vida y no nos tomemos demasiado en serio, en particular en las instituciones religiosas, donde es fácil volverse mortalmente serio. ¿Es de extrañar que muchas personas encuentren idiotizan-tes los ambientes 111

religiosos? «La falta de humor y la irritabilidad en que a menudo nos hemos deslizado en la Iglesia y la teología contemporáneas puede que sean dos de las más serias objeciones que pueden esgrimirse contra el cristianismo actual», en palabras del cardenal Walter Kasper, teólogo alemán que desempeña un alto cargo en el Vaticano2. El humor se considera improcedente en algunas iglesias. (Créanme: las he visitado y he celebrado culto en ellas). Y cuando los obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, ministros, pastores, ancianos, agentes de pastoral, encargados de la música, capellanes de hospital, directores de educación religiosa y profesores de religión actúan como si tuvieran todo el peso del mundo sobre sus espaldas, como si no hubiera una tarea más difícil que la suya y como si solo ellos fueran responsables de hacer la obra de Dios, tenemos un problema. Como he dicho en el capítulo 2, hay varias razones históricas para este menosprecio del humor en los círculos eclesiales. John W. O’Malley, distinguido erudito jesuita y decano de los historiadores católicos norteamericanos, me dijo recientemente: «En los círculos estrictamente eclesiásticos o eminentemente “piadosos”, el humor nunca ha gozado de aprecio. Sin embargo, a finales de la Edad Media y durante el Renacimiento, el humor en relación con la religión estaba generalizado en la literatura; por ejemplo, el Decamerón de Boccacio, los Cuentos de Canterbury de Chaucer, los coloquios y el Elogio de la locura de Erasmo e incluso la Utopía de Tomás Moro (que no es exactamente humor, pero sí seriamente alegre). Pero las controversias de la Reforma suprimieron todo ello, y así han seguido las cosas desde entonces en mayor o menor medida, aunque personas como G.K. Chesterton trataron de dar un pequeño salto atrás». Que el humor nunca ha gozado de aprecio en círculos eclesiales ha sido también mi experiencia. Groucho Marx se encontraba una vez en el vestíbulo de un hotel (o bajando de un tren o comiendo, dependiendo de la historia) cuando un sacerdote, con alzacuello, saludó efusivamente al gran cómico. «¡Gracias, Groucho, por aportar tanta alegría y risa a la vida de la gente!», dijo el sacerdote. «Gracias a ustedes –replicó Groucho– por quitarle tanta alegría y risa a esa misma gente». NO ES ÚNICAMENTE UN PROBLEMA CATÓLICO. El reverendo Martin Marty, distinguido teólogo protestante y autor de muchos libros y de más de cinco mil artículos especializados, me dijo que ciertos aspectos de la tradición protestante le resultan «sombríos». En una entrevista reciente, dice Marty: «Hilaritas no es una característica del ethos protestante». El profesor Marty lo considera irónico, porque Martín Lutero, acerca del cual Marty ha escrito extensamente, hacía hincapié en el valor del «juego» en sus escritos3. Y también le gustaban las ocurrencias ocasionales. En uno de los dichos recogidos posteriormente en las Charlas de sobremesa de Lutero, uno de sus amigos cuenta el divertido modo que tenía Lutero de prepararse para pronunciar una homilía concreta. 112

«Mañana tengo que hablar sobre la ebriedad de Noé4 –dijo el gran hombre–, así que tengo que beber esta noche lo bastante como para poder hablar de esa iniquidad como quien la conoce por experiencia». Para subrayar su humor, debo añadir que yo leí esto por primera vez en el libro de Eric Gritsch titulado The Wit of Martin Luther. Paradójicamente, el profesor Marty dice que su carrera personal podría atribuirse a su buen humor. Cuando estudiaba en el Concordia Seminary de Missouri, él y sus amigos crearon en broma un erudito ficticio llamado Franz Bibfeldt, cuyo falso nombre y espurios logros intentaban introducir en todos loscontextos académicos que podían: revistas estudiantiles, fichas bibliográficas de la biblioteca de la facultad, etcétera. En respuesta a estas travesuras, el decano le llamó a su despacho para reprenderlo y le dijo que una persona tan frívola no podía ser un buen erudito protestante; luego le envió a trabajar con un pastor en una iglesia. Pero el pastor de aquella iglesia dijo al joven que todos sus ayudantes estudiaban para obtener el doctorado. Y eso es lo que Marty hizo: «De manera que toda mi vida profesional se la debo a una broma». Hoy se pueden encontrar en Internet referencias a la obra del totalmente ficticio profesor Bibfeldt, incluido un libro escrito por Marty y un amigo suyo con el título, maravillosamente serio, de The Unrelieved Paradox: Studies in the Theology of Franz Bibfeldt. Entre los imaginarios artículos se cuenta: «Franz Bibfeld y el futuro de la teología política». «¡Y sigo siendo acusado de no ser lo bastante serio! –me decía Marty, uno de los grandes especialistas en religión de nuestro país–. Me gusta verdaderamente el humor». El profesor Marty, que es también autor de Righteous Empire: The Protestant Experience in America, sospecha que la insistencia en la seriedad de la tradición protestante norteamericana puede tener que ver con la creencia de que lo que uno hace tiene que «sumarse» a algo. Por supuesto –me decía–, hay muchos protestantes alegres, divertidos y con sentido del humor, pero por regla general detecta un tono sombrío en partes del ADN protestante. «Después de todo –me decía–, hablamos de la ética del trabajo protestante, no de la ética del juego protestante». El pastor Charles Hambrick-Stowe está de acuerdo y sugiere que esa seriedad puede estar profundamente arraigada en aspectos de la tradición protestante norteamericana. «Puede que una gran parte de ello se deba a nuestros antecedentes puritanos –me decía–. Después de todo, Cotton Mather hablaba de lospeligros del humor y subrayaba que en ningún lugar de la Escritura se dice que Jesús sonriera. Pero la ausencia de prueba no es prueba de la ausencia». Hambrick-Stowe recordaba riendo la amarga definición del puritanismo dada por H.L. Mencken como «obsesivo miedo a que alguien en algún sitio pueda ser feliz». El pastor Hambrick-Stowe tiene amplia experiencia en una gran variedad de tradiciones protestantes. Ha dado clases en el seminario general reformado, en una institución metodista de Pennsylvania y en el seminario teológico de Pittsburgh, afiliado a la Iglesia presbiteriana de los Estados Unidos. Hambrick-Stowe ha enseñado también historia en el seminario baptista de Lombard, Illinois. Es, pues, una persona muy apropiada para tratar el tema del humor en el protestantismo norteamericano. 113

Hambrick-Stowe coincide con el profesor Marty por lo que respecta al énfasis en lo que él llama el aspecto «sombrío, severo y rígido» de algunas tradiciones protestantes. «Demasiados “No harás…”», dice él. «Entonces, ¿por qué conozco yo a tantos protestantes alegres?», fue mi pregunta. En respuesta apuntó a una interesante evolución histórica que ha contribuido a orientar hacia una forma más alegre de protestantismo norteamericano. Como consecuencia de la Guerra Civil y el desarrollo de la industrialización a finales del siglo XIX, muchas denominaciones protestantes empezaron a caer en la cuenta de que el centro de la vida de la gente estaba dejando de ser la Iglesia. Esto hizo que fueran cada vez más conscientes de la necesidad de vincular la vida de la iglesia local con la vida «social» cotidiana de los fieles. «Entonces es cuando se construyeron los centros sociales de las iglesias, y los gimnasios, los salones eclesiales e incluso las boleras, donde podía reunirse todo tipo de grupos. En los salones sociales empezaron a aparecer los pianos, y no solo para cantar cánticos religiosos. Y se hacía hincapié en las hermandades y en los grupos juveniles». Como resultado de todo ello –dice Hambrick-Stowe–, en la cultura protestante norteamericana se inyectó «hermandad y diversión». P ESE A ESTOS CAMBIOS RELATIVAMENTE RECIENTES, y aun cuando muchos sacerdotes y ministros admiten la necesidad de la alegría, muchas instituciones religiosas siguen sin dar cabida a la sonrisa, la broma, la risa… o alguna tontería ocasional. Pero Dios, a mi parecer, puede ser de otra opinión. ¿Por qué creo yo esto? Porque Dios introduce inexorablemente, incluso en las situaciones más serias –y nos guste o no–, alegría, humor y risa. Dios aporta esto a través de nuestra humanidad a iglesias y sinagogas de manera constante, lo cual debe alegrarnos. Dios parece estar a favor del humor desbordante. Parte del humor de Dios llega en forma de acontecimientos involuntariamente divertidos. Dios irrumpe en nuestras religiones mortalmente serias con su humor divino. Permítaseme comenzar por la comunidad que conozco mejor: la católica. Los católicos hacemos involuntariamente algunas cosas risibles. En algunas parroquias estos últimos años, por ejemplo, la Misa del Gallo se celebra a las cuatro de la tarde, para que las familias con niños puedan asistir. Incluso nuestro uso de la Escritura puede suscitar la sonrisa si estamos abiertos a vernos a nosotros mismos con ojos humorísticos. Cuando yo leo el pasaje evangélico en el que Jesús dice: «No llaméis a nadie padre» 5, tengo que contener la risa. Poco después de mi ordenación prediqué sobre esta lectura, y a la salida de la iglesia una mujer me dijo: «Me ha gustado mucho su homilía, especialmente esa parte acerca de no llamar a nadie padre…, Padre». No estoy seguro de si estaba de broma o no. Y siempre me ha hecho gracia que el Miércoles de Ceniza el sacerdote lea el pasaje evangélico que dice: «Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas… Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que tu ayuno sea visto, no por los hombres…» 6. ¿Qué hace a continuación el sacerdote? Pide a los fieles que se adelanten para imponer la ceniza en su frente, ensuciando su rostro para que todo 114

el mundo pueda ver que hacen penitencia7.

¡Ríanse! El vasto compendio de vidas de los santos elaborado por el temible reverendo Alban Butler, sacerdote católico inglés (1711-1773), se conoce normalmente como Butler’s Lives of the Saints o, más sencillamente, Butler’s. La redacción de la obra en cuatro volúmenes, que ha sido revisada y actualizada, le tuvo ocupado durante treinta años. Algunas de sus descripciones se centran en prácticas ascéticas y horripilantes martirios, pero ocasionalmente se abre paso una cierta hilaridad, como sucede con el beato Jordan de Sajonia, clérigo del siglo XII que fue el segundo superior de la orden dominica (después del propio santo Domingo). Así describe Butler lo que sucedió una noche en una comunidad dominica durante la oración vespertina en compañía de unos novicios jóvenes: «Uno de los jóvenes, bajo la tensión emocional, comenzó a reír, y todos los demás le imitaron. Uno de los hermanos, muy sorprendido, les hizo gestos para que parasen de reír. Jordan finalizó la oración y dio la bendición; después, dirigiéndose al hermano, le preguntó: “¿Quién le ha hecho maestro de novicios?”. Y volviéndose hacia los jóvenes, dijo: «¡Ríanse! Bien pueden reírse, porque han escapado del Demonio, que antes los tenía sometidos. ¡Rían con ganas, queridos hijos!» 8.

¡Sorpresa! Durante el régimen comunista en la Unión Soviética, los sacerdotes y hermanos jesuitas se vieron forzados a vivir en la clandestinidad. Los hombres que querían unirse a los jesuitas recibían su formación con la ayuda de otro jesuita clandestinamente, al tiempo que llevaban una vida «normal». Después de la caída de la Unión Soviética, un joven estonio decidió que había llegado el momento de decirle a su familia que era, de hecho, sacerdote jesuita. Su familia estaba reunida celebrando una gran comida cuando les 115

anunció su vocación de jesuita. Hubo varias reacciones, pero la de su hermano menor fue la más inesperada: «¡Yo también!».

Las cosas divertidas que suceden en contextos eclesiales pueden parecer doblemente divertidas, porque a veces se nos dice que, a no ser que el sermón incluya algún chiste, en la iglesia no debemos reírnos. El arte eclesiástico, como ya hemos dicho, subraya esta actitud. Pensemos en las vidrieras, imágenes y mosaicos que vemos en las iglesias católicas. Y puede que la imagen más frecuente de Jesús en la Iglesia católica sea la del crucificado. Incluso las imágenes de Jesús después de la Resurrección lo representan enormemente serio. La imaginería de algunas iglesias protestantes suele ser similar. No pocas vidrieras retratan a un Jesús de rostro sombrío con las manos juntas en oración en Getsemaní, tema difícilmente alegre, o bien, al igual que en las iglesias católicas, en la cruz. ¿Sonreía Jesús alguna vez? Si hacemos caso del arte eclesial, la respuesta debería ser «no». Por supuesto que a veces no es apropiado incluir el humor en contextos religiosos. Las tonterías pueden impedirnos prestar atención a algo importante, y los chistes pueden resultar ofensivos si se cuentan en un momento inoportuno. La religión aborda muchos temas serios –el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, el pecado, el odio, la injusticia, la guerra, la violencia…– que merecen ser tomados con seriedad. Pero los «flashes» de humor pueden ser signo de que Dios quiere que nos relajemos. Dios puede inyectar humor en esos momentos para salvarnos de esa seriedad mortal. Los niños son expertos en recordarnos que no nos tomemos tan en serio en la iglesia. Una amiga de mi hermana es católica, y su marido es judío. La madre lleva a su hijo de seis años a la iglesia regularmente. Un domingo, el niño estaba escuchando una homilía particularmente aburrida y preguntó a su madre: «¿Podemos marcharnos ya?». Su madre le dijo: «No. Todavía falta media misa». Y el niño dijo: «Bueno, yo solo soy medio católico. ¡Vámonos!» 9.

P ARA EL CLERO CATÓLICO, las historias más populares de este género tienen que ver con hacerse un lío durante la misa. A los sacerdotes les gustan esos casos, no solo porque les recuerdan que los sacerdotes no son perfectos –aunque en realidad no necesitan que se lo recuerden–, sino también porque incluso el sacerdote más devoto puede cometer un error o dar un paso en falso, sin que por ello se hunda el mundo. Algunas historias son claramente apócrifas, como es el caso de la supuestamente verídica de un sacerdote que durante su primera misa, debido a los nervios, en vez de decir: «Este es el Cordero de Dios», dice: «Esta es la Pierna de Cordero». Yo he escuchado esta historia montones de veces, narrada por personas que juraban que era cierta; pero, al indagar un poco, siempre resulta que se la han oído a algún otro. No 116

obstante, también he escuchado historias que les han ocurrido a amigos íntimos, y he sido testigo presencial de sucesos eclesiales memorablemente absurdos. Un amigo sacerdote me contaba la historia de la primera boda que celebró poco después de su ordenación. Mi amigo había tomado prestado el libro del rito matrimonial –que es la guía que contiene el guión de la ceremonia– de un jesuita mayor. El anciano jesuita había escrito pequeñas anotaciones a lápiz, porque el libro del rito incluye todas las palabras necesarias para la misa del matrimonio, pero no lo que podrían llamarse «orientaciones escénicas». Por lo tanto, junto con el guión de los votos matrimoniales, el anciano sacerdote había garabateado orientaciones útiles, como: «Volverse hacia la novia», «Volverse hacia el novio», «Regresar a la sede», «Tomar los anillos»… También llevaba escritas orientaciones para los fieles que no estaban incluidas en el libro, como: «En pie, por favor» o «De rodillas, por favor». Todo iba perfectamente… hasta que mi amigo recién ordenado llegó al final de los votos. Había una pequeña anotación que añadía algo que la mayor parte de los sacerdotes dicen, pero que no está incluido en el rito católico oficial. La nota, escrita a lápiz, decía: «Ahora puedes besar a la novia». Mi amigo encontró aquello desconcertante, pero ¿quién era él para discutírselo al anciano sacerdote que había celebrado muchas más bodas que él? De modo que mi amigo cerró el libro, se inclinó y besó a la novia. Ella se quedó atónita, mientras todo el mundo se echaba a reír. Finalmente, mi amigo dijo al novio: «¡Uy!, me parece que eras tú quien tenía que hacer esto…» 10. Dios está a favor del exceso de humor de vez en cuando. Y por mucho que algunas personas intenten transformar la Iglesia en un lugar mortalmente serio, el Espíritu Santo la vivifica e inspira. Los grupos religiosos suelen tener también su propia jerga divertida, que puede contribuir a unir a la comunidad de un modo alegre, con una broma interna compartida. Este tipo de bromas referidas a la propia comunidad circulan entre protestantes, católicos y demás grupos religiosos. También las órdenes religiosas, como los franciscanos, los dominicos y los jesuitas, tienen su propia jerga que puede servir de elemento cohesivo. Los jesuitas hablamos muchas veces de «los Nuestros» 11. Algo típico de «los Nuestros» es el caso verídico de la estatua de san Ignacio de Loyola que se encuentra en la curia de los jesuitas en Roma. Ocupa un lugar destacado en un vestíbulo y es una gran estatua de bronce del fundador de los jesuitas con un brazo elevado hacia el cielo y aferrando un libro, su «pose» tradicional. En el pedestal de mármol de la estatua hay una de sus expresiones más famosas, unas palabras que, al parecer, le dijo al gran misionero jesuita san Francisco Javier antes de que partiera hacia África, la India y Japón: «Id e inflamad todas las cosas». «Ite, inflammate omnia», dice la frase inscrita en el pedestal. Junto a la estatua, firmemente fijado a la pared, hay un extintor de incendios. Típico de «los Nuestros».

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El pescador satisfecho Jesús no ha sido la única figura religiosa que ha contado historias divertidas. Muchos grandes maestros espirituales han utilizado libremente historias con personajes cómicos y finales graciosos para transmitir una idea seria. El jesuita indio Anthony de Mello era bien conocido por su uso de fábulas inteligentes que combinan la inspiración cristiana con el contexto oriental. He aquí una de mis favoritas, de su libro El canto del pájaro. «El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa. “¿Por qué no has salido a pescar?” le preguntó el industrial. “Porque ya he pescado bastante por hoy” respondió el pescador. “¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas?”, insistió el industrial. “¿Y qué iba a hacer con ello?”, preguntó a su vez el pescador. “Ganarías más dinero”, fue la respuesta. “De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo”. “¿Y qué haría entonces?”, preguntó de nuevo el pescador. “Podrías sentarte y disfrutar de la vida”, respondió el industrial. “¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?”, respondió el satisfecho pescador».

Hay también frases escuetas para chistes largos. Uno bastante antiguo es la historia del joven novicio que entra en un fastuoso comedor jesuítico en la festividad de San Ignacio, en que habitualmente se disfruta de la mejor comida del año. El joven jesuita, al ver el buffet atestado de espléndidos manjares, dice: «Si así es la pobreza, ¡ya veremos cómo es la castidad…!». Como todos los jesuitas conocemos este chiste, cuando vemos a alguien que no lleva nuestro estilo de vida sencillo, lo único que hay que decir es: «¡Ya veremos cómo es la castidad…!», y todo el mundo cae en la cuenta. 118

Suele ignorarse la eficacia de un buen chiste en la comunicación de una profunda verdad. Algunas de las parábolas de Jesús pueden leerse como pequeños chistes y, como dicen mucho en pocas palabras, se imprimen fácilmente en la mente de los oyentes. Observemos que el remate del chiste anterior: «¡Ya veremos cómo es la castidad…!», tiene mucho significado. Dice que los miembros de las órdenes religiosas deben procurar cuidadosamente no vivir de manera demasiado extravagante. Dice que si las órdenes religiosas son hipócritas en lo que respecta a la pobreza, pueden confundir a quienes se encuentran en el exterior. Dice también, implícitamente, que los hombres más jóvenes pueden no interesarse por un grupo que profesa una cosa y hace otra. Dice todas estas cosas acerca de la institución, y lo hace de modo simpático. Los chistes pueden tener mucho sentido. Por tanto, pueden prestar un gran servicio a las instituciones religiosas, que deben estar abiertas a la autocrítica si quieren crecer. El humor de Dios puede iluminar también verdades a propósito de las instituciones religiosas que, de lo contrario, pasarían inadvertidas. El rabino Daniel Polish me contó recientemente el caso de una judía en una celebración. En una sinagoga de un barrio de Los Ángeles en la que él estuvo, los fieles participaban de una costumbre familiar judía. Los viernes por la tarde, mientras cantaban un cántico tradicional que «da la bienvenida a la reina del sábado», se ponían en pie y se daban la vuelta hacia las puertas de la parte de atrás para «recibirla». Aquel viernes, cuando se levantaron y se orientaron hacia la parte de atrás, una de las puertas se abrió de golpe y, esperando corresponder a su saludo, apareció una mendiga, participante habitual, que llegaba tarde a la celebración. El asombro colectivo no fue menor que el de ella. Antes de aquella noche, decía el rabino Polish, al mirar a los fieles había visto a veces a aquella desaliñada mujer sentada junto a algunas de las personas más ricas e influyentes de la ciudad. Pregunté al rabino si le pareció que Dios estaba de broma en aquella celebración de la noche del viernes. En respuesta, me habló de cómo sucesos como aquel llevan a la humildad, la cual, a su vez, lleva a la intimidad: «No me pareció tanto que D—s estuviera jugando conmigo cuanto ayudándome a volver a situarme en la debida perspectiva. Yo creo que un peligro que tiene todo clérigo es el de tomarse un poco demasiado en serio… A veces, cuando tenía el privilegio de ver a la mendiga y al ejecutivo la una junto al otro, sentía una tremenda intimidad con D—s, me parecía que teníamos un maravilloso secreto que solo nosotros dos conocíamos. Y esto me hace preguntarme cuántos secretos similares comparte D—s con innumerables personas continuamente». Cuando quienes tienen algún cargo en instituciones religiosas comienzan a hincharse de orgullo espiritual («soy más santo que tú»), el humor puede servir de antídoto. El humor que se ríe de uno mismo fomenta la humildad entre quienes más pueden necesitarla. El rabino Burton Visotzky me contó que al gran estudioso del Talmud, el rabino 119

Louis Ginzberg, le preguntaron una vez si en el Talmud hay humor. «Pues claro –dijo el rabino Ginzberg–. El Talmud dice que los rabinos aportan paz al mundo, ¡y eso está por ver!». Como sacerdote católico, es difícil que no se te suba a la cabeza el hecho de que la gente te diga que le has ayudado en su vida espiritual, que le encantan tus homilías, que celebras misa muy bien, etcétera. Una vez, una mujer me dijo: «Cuando dice usted misa, es como si estuviera viendo a ¡Jesús!». Y en alguna ocasión, personas muy ancianas o muy piadosas me besan la mano al salir de misa. Un amigo me contó la historia (verídica) de un poderoso cardenal católico que fue invitado a un gran banquete civil hace muchos años. Debido a su categoría, se le concedía siempre un lugar prominente en la mesa presidencial. Pero hubo un error, y en aquel banquete le sentaron con «unos cualquiera». Lapersona encargada del protocolo se apresuró a acercarse a él, se disculpó profusamente y dijo que, ciertamente, el cardenal debía ser situado, como siempre, en la mesa presidencial. El cardenal le miró encolerizado y dijo: «Hijo mío, donde yo estoy es la mesa presidencial». La humildad no siempre es la tónica de los líderes religiosos, pero debería serlo. Pensemos en el papa Juan XXIII, que hacía frecuentes referencias a sus orígenes «campesinos», o en la madre Teresa, que aunque era muy obstinada, se llamaba a sí misma «lápiz en la mano de Dios». San Ignacio de Loyola solía firmar sus cartas como «Pobre en Cristo», y lo decía sinceramente. El propio Jesús dijo a sus seguidores que el mayor de ellos fuera el servidor de todos12. A los líderes religiosos cristianos hay que recordárselo diariamente. La pomposidad es un peligro cuando se percibe a un individuo como alguien con poder sobre otras personas. Para bien o para mal, es representante de una entidad religiosa, y esto confiere autoridad sobre otros, y también algún poder, lo que puede conducir al orgullo. Timothy Radcliffe, anterior superior general de la orden de los dominicos, contaba que un anciano monje benedictino iba a recibir la Eucaristía. Cuando el sacerdote le dijo: «El cuerpo de Cristo», él dijo: «Sí, ya lo sé». Los católicos podemos ser tan arrogantes que, incluso ante la Eucaristía, todo gira en torno a nosotros. Para el sacerdote, el ministro o el rabino, el orgullo espiritual constituye un especial peligro. «Cuando nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio, corremos el riesgo de tomarnos otras cosas, incluido Dios, demasiado a la ligera», me decía Margaret Silf en una carta reciente. Durante el tiempo que pasé trabajando con los refugiados en Kenia, estuve expuesto al humor de los pobres, lo que era una gran ventaja cuando empezaba a tomarme a mí mismo demasiado en serio. Una refugiada ugandesa, en particular, me ayudó a reírme de mí mismo frecuentemente. Su nombre era Gaudiosa, lo que significa «alegre». Junto con varias refugiadas ugandesas más, Gauddy, como todo el mundo la llamaba, había creado un pequeño taller de costura, que más adelante se convirtió en el Espléndido Taller y Escuela de Corte y Confección, situado en un desvencijado edificio 120

de cemento junto a una mugrienta carretera llena de surcos, en uno de los peores suburbios de Nairobi. Allí Gauddy y sus amigas hacían vestidos, faldas y pantalones, al mismo tiempo que tenían una pequeña escuela. Los fondos procedían del Servicio Jesuita a Refugiados, como parte de las «actividades generadoras de ingresos» que patrocinábamos en Nairobi. Uno de los principales clientes de los artículos fabricados por los refugiados, como los de Gauddy, era la embajada norteamericana en Nairobi. En las semanas previas a Navidad y Pascua, la embajada nos permitía muy amablemente utilizar una sala de conferencias para comercializar nuestros productos. Siempre nos iba bien, y vendíamos casi toda la producción. En una ocasión pregunté a algunos miembros del personal de la embajada si les gustaría visitar nuestra tienda. A algunos les daba un cierto miedo aventurarse en los suburbios, pero finalmente se decidieron… si yo les aseguraba que les daría escolta. La semana siguiente pregunté a Gauddy si estaría dispuesta a hacer la presentación al personal de la embajada, que serían unas veinte personas. Pero preví un «problema». Gauddy era una mujer de negocios que había tenido éxito. La inmensa mayoría de los refugiados a los que ayudábamos, sin embargo, eran desesperadamente pobres. Yo iba a sugerir amablemente a Gauddy, una mujer sabia y bien vestida, que quizá no deberíapresentarse tan bien vestida, para que el personal de la embajada no pensara que ayudábamos a refugiados «ricos». Y pensé que podría decírselo sin que ella adivinara el porqué. En otras palabras, yo quería que se vistiera de «pobre» para que la vieran como «digna de ayuda». (No se me ocurrió que la gente de la embajada podría valorar a una mujer trabajadora que había tenido éxito. Tampoco se me ocurrió que no era asunto mío –o que era una muestra de arrogancia– sugerirle cómo vestirse). El viernes anterior a la visita, vino a preparar las breves palabras que debía pronunciar. Como de costumbre, iba muy bien vestida, con un vestido de su propia creación y un precioso «foulard» alrededor del cuello. «Gauddy –le dije–. El lunes no necesitas arreglarte si no quieres». Ella me dijo que no podía imaginar no arreglarse para un grupo tan importante. «En realidad –le sugerí yo– no necesitas arreglarte tan bien. Quiero decir que ellos quieren dar dinero a los refugiados, y…». Gauddy sonrió furtivamente. Yo sabía que ella había comprendido mi intención. Se quitó cuidadosamente el «foulard», se lo puso en la cabeza como si estuviera preparándose para trabajar en el campo, frunció el ceño burlonamente, elevó los ojos al cielo, extendió las manos con las palmas hacia arriba y dijo: «¿Así?». Después estalló en carcajadas: «Hermano Jim –me dijo–. Yo le conozco a usted muy bien». Su humor incisivo me recordó unas cuantas cosas: primera, que ella era quien tenía el control de la situación, incluso como mujer relativamente pobre; segunda, que ella podía ver a través de mis palabras con la mirada práctica de alguien que ha visto mucho en la vida; tercera, que estábamos juntos en aquella aventura. 121

El lunes se puso el «foulard» en el cuello, habló muy bien y vendió una docena de camisas. La institución misma se beneficia cuando los líderes de las comunidades religiosas saben reírse de sí mismos. Es una invitación a que los demás hagan lo mismo y, por tanto, es sano para toda la comunidad. Los líderes pueden liderarla con humildad. Una vez más, para poner un buen ejemplo, recurramos al papa Juan XXIII. En un determinado momento de su papado, el papa Juan estaba dando una charla formal cuando el micrófono se apagó. Después de que lo arreglaran, el papa dijo: «No se preocupen por no haber escuchado lo que yo decía. No se han perdido nada. No decía nada interesante».

La premisa de que el sentido del humor y la fe cristiana son incompatibles es un completo error. En realidad, los autores de los grandes clásicos del humor –Rabelais, Cervantes, Swift, Gogol…– eran todos profundamente religiosos… La risa es verdaderamente la terapia de Dios. Agradezcamos, pues, que cuando las Puertas del Cielo se abran, mezclada con la música celestial, esté el inconfundible sonido de la risa celestial. MALCOLM MUGGERIDGE, autor y ensayista británico

Para los líderes religiosos es importante reírse de sí mismos y comprender que, por mucho que quieran, no son perfectos y, ciertamente, no son Dios. Hay cientos de casos que podría contar acerca de mí mismo, que han tenido lugar en contextos eclesiales y que me han bajado los humos. Cuando estaba yo trabajando en Nairobi, por ejemplo, pasé los primeros meses estudiando swahili en el centro de estudios lingüísticos local. Todos los días, mi profesor, unkeniata llamado Geoffrey, se sentaba pacientemente conmigo, y durante dos o tres horas veíamos la gramática, el vocabulario e incluso el lenguaje coloquial swahili. Hasta que aprendí el idioma tuve necesidad de un intérprete que me ayudara a comunicarme con los refugiados, que solo hablaban swahili. (El este de África tiene un gran número de lenguas, pero el swahili es la lengua franca). Afortunadamente, Virginia, una keniata muy amable, me ayudaba a relacionarme. Virginia se sentaba pacientemente a mi lado, escuchaba el swahili de los refugiados, traducía lo que decían al inglés, y después traducía lo que yo decía al swahili. Lo que decía de entrada a los refugiados era siempre lo mismo: «El hermano anasema», es decir, «el hermano dice». (Aún no había sido ordenado, y los refugiados me llamaban «hermano»). Cada vez que yo decía algo, Virginia se volvía hacia mí, escuchaba atentamente y después se volvía hacia el refugiado diciendo: «El hermano anase-ma», y 122

se lanzaba a efectuar la traducción al swahili. Así funcionaron las cosas durante varias semanas. Finalmente, hacia el final de mis clases de idioma, empecé a sentirme más cómodo en swahili. Un día, estaba hablando yo con una refugiada cuando caí en la cuenta de que lo que yo quería decir era muy simple. Era esto: «Por favor, llene el formulario y entréguelo la próxima semana». De manera que se lo dije en swahili. Virginia escuchó y después dijo: «El hermano anasema», y repitió exactamente lo que yo había dicho, de nuevo en swahili. La mujer asintió, me dio las gracias y se marchó. Yo me volví a Virginia y le dije: «¿Por qué ha dicho eso?». «¿Por qué he dicho qué?», me preguntó sorprendida. «Después de que yo usara el swahili, usted ha repetido lo que yo he dicho de nuevo en swahili». «Hermano –rió Virginia–, nadie puede entender un swahili tan malo como el suyo».

EL HUMOR NOS HACE HUMILDES: nos recuerda que ningún grupo religioso tiene todas las respuestas. Los discípulos de Jesús, por poner un ejemplo, aunque sabían cómo sería el Mesías, encontraban que Jesús era muy distinto de lo que ellos esperaban. Dios es mayor que cualquier religión y puede poner patas arriba nuestras humanas y limitadas expectativas. Hay una historia que trata de personas de diferentes denominaciones religiosas que viajan en autobús a un encuentro ecuménico de la Semana para la Unidad Cristiana. Como van cantando juntas, se distraen tanto que se salen de la carretera y chocan con un poste telefónico, mueren y van al cielo. El grupo se encuentra con san Pedro, que los acoge a todos. «Muy bien –les dice–. Primero los episcopalianos. Bienvenidos al cielo. Como todos han llevado una vida cristiana buena y nos han enriquecido tanto litúrgicamente, vayan a la sala cinco, pero de camino tengan cuidado de no mirar en la sala uno». Los episcopalianos caminan rápidamente hacia la sala cinco. Después se dirige a los baptistas: «Bienvenidos, baptistas. Gracias por tanta y tan buena predicación y por todo el testimonio que han dado durante su vida. ¿Por qué no se instalan en la sala dos?, pero tengan cuidado de no asomarse a la sala uno». Después se vuelve hacia otro grupo y dice: «¡Encantado de verles, metodistas! Gracias por llevar una vida cristiana tan ejemplar y por todos esos grandes himnos. ¿Por qué no se instalan en la sala tres? Pero asegúrense de no entrar en la sala uno». Finalmente, uno de los metodistas dice a san Pedro: «¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Qué hay en la sala uno?». San Pedro dice: «Es donde están los católicos. Piensan que son los únicos que están aquí». El humor puede lograr que las iglesias sean humildes. Pone a la comunidad en contacto con sus inevitables limitaciones como organización humana y subraya su 123

confianza fundamental en Dios. Este tipo de humor nos lleva a Dios por la puerta de la humildad.

A SU MANERA PRÁCTICA, EL HUMOR TAMBIÉN NOS AYUDA a elevar nuestro espíritu en las situaciones que suponen un reto para las instituciones religiosas. Por ejemplo, mi comunidad jesuí-tica está constituida por algunos jesuitas ancianos que sirven de modelo a los más jóvenes. Y los que parecen más sanos son los que tienen más sentido del humor, en especial con respecto al hecho de envejecer. El humor es un camino hacia una aceptación sincera de la realidad. Uno de mis jesuitas favoritos, John, que murió recientemente a los noventa y dos años, poseía lo que un amigo llamaba «un rápido sentido del humor», en especial acerca del envejecimiento. Era frecuente que se burlara de su avanzada edad. El día en que cumplía noventa años, me crucé con él en el pasillo y me acordé de repente de su gran día. «Feliz cumpleaños, John –le dije–. Y que cumplas muchos más». John se echó a reír y me dijo: «¡Espero que no!». Hace unos años, un día durante el Adviento, John entró en la capilla de la comunidad para la misa con un jersey raído. Otro jesuita dijo: «Ya veo, padre, que lleva su jersey de Navidad…». Pausa. «De la Navidad de 1943». AHORA UNA NECESARIA DISGRESIÓN sobre los abusos y el mal uso del humor. El humor y la risa, como ya he dicho en el capítulo 4, ayudan en las relaciones humanas y, como ya he dicho en este capítulo, estas dos cualidades pueden ayudar a las organizaciones religiosas. El buen humor está siempre informado por el amor. En la última anécdota, John y el jesuita más joven que se divertían riéndose el uno del otro eran íntimos amigos. Quienes escuchaban su diálogo sabían que la tomadura de pelo era afable. También sabíamos que el jesuita más joven idolatraba a John. Podíamos reírnos, porque conocíamos el amor que se escondía detrás del tono de broma. Pero hay ocasiones en que el humor y la risa van en detrimento de las relaciones humanas y de las instituciones religiosas, por no hablar de la amistad ni de la familia. Cuando se usa incorrectamente, el humor destruye, más que edificar. Uno de los modos más fáciles de herir a la gente es animar a otros a reírse de ella. Todos hemos experimentado las burlas de bravucones, fanáticos o estúpidos cuando éramos pequeños, en clase o en el patio de recreo. En el caso de los niños especialmente, esos comentarios pueden destrozarlos, tentándolos a dudar de su dignidad y a cuestionar su valía personal. Los recuerdos dolorosos de palabras crueles de la infancia y la adolescencia pueden durar años. El humor mezquino puede causar iguales destrozos en los adultos. Hace varios años, un amigo me describió un suceso que lamentaba amargamente. Mi amigo entró en una sala llena de gente, donde vio que se hallaba un conocido –al que llamaré Bob– que 124

acababa de escribir un artículo para una revista. Bob era un respetado profesor y autor ocasional que escribía normalmente sobre el mismo tema. Mi amigo avanzó furtivamente hacia Bob y le dijo en voz lo bastante alta como para que todo el mundo le oyese: «Bueno, Bob, ya veo que has publicado tu artículo… de nuevo». La gente se echó a reír, y Bob se puso como un tomate. Normalmente era un hombre locuaz, pero se quedó mudo por el inesperado ataque y la risa burlona de la gente. Después mi amigo me dijo que se sintió tan mal por los efectos de su «broma» que pidió disculpas a Bob. Pero a menudo no nos disculpamos, y nuestro humor deja una cicatriz. El pastor Charles Hambrick-Stowe ha sido muy directo en este tema: «El humor a expensas de otro puede ser pecaminoso e incluso maligno». Yo mismo he sido culpable de esto. La tentación de rebajar a otros con una agudeza tipo Oscar Wilde refleja el deseo de ser considerado agudo, listo, inteligente, interesante o «mejor» que el resto de la gente. Ceder a esta tentación puede hacer violencia a otro. Y puede ser igualmente dañino para quien habla con crueldad. Cuando yo tenía quince años, escuché en una comedia televisiva un comentario sarcástico acerca del peso de uno de los personajes. Yo pensé que era divertidísimo, y la risa enlatada pareció confirmar este juicio. Unas semanas después, hablando con una amiga que estaba un tanto gorda, repetí el mismo comentario, esperando recrear algo de la broma jovial que había visto en la comedia de la televisión. Pero mi amiga se quedó pálida, y yo vi al instante que lo que era divertido en una comedia podía ser verdaderamente cruel en la vida real. Sus padres llamaron a mis padres, y me vi muy justamente obligado a pedirle perdón. Indudablemente, mi amiga lo vio como un comentario estúpido, producto de la inconsciencia de un adolescente; pero yo no he olvidado mi comentario ni, sobre todo, la cara que ella puso. Décadas después, sigo lamentándolo. Utilizado correctamente, el humor edifica; si se abusa de él, destruye. Mientras el humor festivo invita a los demás a experimentar la alegría de Dios como parte de una comunidad acogedora, el sarcasmo provoca tristeza y exclusión. Es de enorme importancia saber dónde trazar la línea, lo cual, además, es condición necesaria para mantener interacciones amables: una persona puede pretender que su comentario sea gracioso, pero el receptor puede interpretarlo como despectivo. En este terreno resulta útil la antigua máxima teológica: «Todo lo que se recibe toma la forma del recipiente» 13. Y es mejor pecar de precavido en lo que respecta al sarcasmo y tomar precauciones para no ofender a nadie en temas sensibles. Una vez más, la mejor clase de humor puede ser la que seríe de uno mismo, las bromas que hacemos respecto de nuestras propias debilidades (siempre que no las utilicemos como una excusa para abajarnos de modo insano). Trampas similares esperan a la murmuración. ¡Qué tentador es hacer un comentario crítico acerca de alguien que no está presente…! Una vez que se hace una observación mordaz, esta se queda pegada como una lapa en la memoria de la gente y, una vez ahí, 125

es difícil de eliminar. Un sermón atribuido al sacerdote francés del siglo XIX san Juan María Vianney (utilizado posteriormente con gran efecto en la obra de teatro y en la película Doubt, de John Patrick Shanley) ilustra esta verdad. En esencia dice lo siguiente: Una mujer confiesa a un sacerdote que ha contado una mentira maliciosa sobre otra persona. «Bueno –dice el sacerdote–, esta es tu penitencia: sube a lo alto de tu casa con una almohada de plumas, rájala con un cuchillo y lanza todas las plumas al viento». A la semana siguiente, la mujer vuelve al confesionario. «¿Hiciste lo que te dije?», le pregunta el sacerdote. «Si», le responde la mujer. «Ahora –añade el sacerdote–, ve a recoger todas las plumas». «Pero… ¡es imposible! –dice la mujer–. Se han extendido por todas partes». «Lo mismo que tus mentiras», dice el sacerdote. El humor malicioso puede extenderse con vida propia y llegar a lugares que no cabía imaginar. La Carta de Santiago incluye una larga disquisición sobre la dificultad natural de refrenar este tipo de maledicencia: «Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y, de hecho, han sido domados por el género humano; en cambio, ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena deveneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así» 14. No estoy muy seguro de que a mí se me ocurriría caracterizar a la lengua como un «mal turbulento», pero el autor subraya un aspecto importante: nuestras palabras pueden herir. Las comunicaciones por correo electrónico y otras comunicaciones digitales basadas en páginas web hacen de esto un juego más peligroso aún. ¡Qué fácil es hacer un comentario crítico, arruinar la reputación de alguien o, por emplear una palabra infrautilizada, ser mezquino so capa de humor…! El humor malicioso es inmoral por varias razones: primera, es contrario a la caridad, es un acto que no procede del amor; segunda, no respeta la dignidad de la persona; tercera, si se hace a espaldas de la persona, le arrebata, en cierto sentido, su buen nombre, sin darle la oportunidad de defenderlo. (Como esas plumas ficticias, el humor malicioso llega a lugares que el difamador no podía prever). Jesús de Nazaret, en un pasaje que suele pasarse por alto, quizá porque resulta oscuro, se refirió en una ocasión a este tipo de humor. Una traducción dice: «El que llame a su hermano raca será reo de la gehenna de fuego» 15. Raca es una palabra aramea que significa «imbécil». Jesús dice, en esencia, que las palabras maliciosas pueden llevarte al infierno. Hay un hecho importante a propósito de este breve pasaje. Algunos expertos 126

escrituristas creen que un indicio de que la frase proviene directamente de los labios de Jesús es el hecho de que ha conservado la palabra aramea. Dos ejemplos que nos resultan familiares son Abba (modo habitual de Jesús de hablar de Dios Padre) y Thalitha qum, las palabras con que se dirige a una niña a la que se creía muerta. («Muchacha, a ti te digo, levántate»)16. Las palabras en sí eran lo bastante notables como para convertirse en parte de la historia y pueden haber sido preservadas por los autores de los evangelios no solo por su historicidad, sino también por lo que dicen acerca de Jesús. Por ejemplo, probablemente a sus contemporáneos les impresionaba que Jesús utilizara el término arameo familiar Abba para dirigirse al Todopoderoso. Es un modo afectuoso de hablar a un padre, en lugar del modo más formal que la mayoría de los judíos de la época empleaban para dirigirse a Dios, cuyo nombre ni siquiera podía pronunciarse. Estas dos expresiones arameas –Abba y Thalitha qum– conceden a estos pasajes evangélicos un nivel añadido de autenticidad; implican el relato de un testigo presencial, en lugar de una historia contada por alguien que la escuchó de segunda mano. Análogamente, raca puede ser uno de estos ejemplos de una palabra chocante utilizada por Jesús y que ha sido preservada en su forma aramea original. Por tanto, muchas personas que leen el Nuevo Testamento con gran cuidado y toman de él numerosas doctrinas, regulaciones y prohibiciones, a veces no consideran esta inconfundible prohibición de la malicia, que muy probablemente procede directamente de los labios de Jesús17. Normalmente sabemos cuándo el humor se pasa de la raya. La mayoría de nosotros tenemos un detector interno que nos dice cuándo una broma pasa, de ser divertida, a ser hiriente. La conciencia suele hablar alto y claro en este punto. Pero si notas que tu detector interno necesita estar mejor ajustado o incluso ser revisado, debes hacerte las siguientes preguntas, ligeramente adaptadas de los escritos del popular líder espiritual y símbolo de la New Age Krishnamurti (1895-1986). Son las tres puertas por las que deben pasar las palabras caritativas. El portero de la primera puerta pregunta: «¿Es verdad?». El segundo portero pregunta: «¿Es útil?». El tercer portero pregunta: «¿Es bueno?». El buen humor es verdadero (revela una verdad); es útil (ayuda a aumentar la comprensión, a aliviar una situación difícil y a reírse de uno mismo); y es bueno (no es ni dañino ni destructivo). Estas tres puertas son una buena cosa que hemos de tener presente cuando abrimos la boca para hacer un comentario supuestamente divertido.

El partido de baseball He estado recomendando las bromas que se burlan de uno mismo como un modo de aumentar la humildad en las instituciones religiosas, pero a veces no 127

son malos los chistes en los que la figura religiosa sale bien parada. Un grupo de veinte monjas de clausura reciben como regalo especial entradas gratuitas para un partido de beisbol. La madre superiora les da permiso para ir a ver el partido y divertirse, lo que es una ocasión muy especial para las monjas. Se sientan todas juntas en un largo banco y compran gaseosas y palomitas, sombreros y matracas. Enseguida están divirtiéndose y causando una gran conmoción. Detrás de ellas se sientan tres forofos del beisbol gruñones y reaccionarios, que están muy molestos por aquellas monjas tan animadas. Uno de ellos dice lo bastante alto como para que las monjas le oigan: «¡Esto es ridículo! Voy a tener que irme unas filas más adelante, donde probablemente solo haya diez monjas. Puede que así pueda ver el partido en paz». Las monjas, avergonzadas, se quedan quietas y calladas, pero unos minutos después están entusiasmadas y divirtiéndose de nuevo. El segundo forofo reaccionario dice: «¡Voy a tener que trasladarme a los asientos caros! Allí solo hay cinco monjas». Las monjas, avergonzadas, se callan de nuevo, pero en unos minutos están otra vez divirtiéndose. Finalmente, el tercer forofo reaccionario dice indignado en voz alta: «¡Voy a tener que irme a los palcos! Probablemente allí solo haya dos monjas». Y una de las monjas se vuelve y le dice: «¿Por qué no se va al infierno? ¡Allí no hay ninguna monja!». EL HUMOR AYUDA TAMBIÉN en situaciones en las que hay un diferencial de poder, lo que es frecuente en las instituciones religiosas. La mayoría de la gente tiene miedo de ofender, incluso inadvertidamente, a quien desempeña un papel de liderazgo u ocupa una posición de autoridad, y por eso, cuando quien ejerce la autoridad utiliza el humor para relajar una situación tensa, ayuda a los demás a distenderse. Durante mi noviciado, el provincial de los jesuitas de Nueva Inglaterra visitó nuestra comunidad. Como era una figura de autoridad, muchos de nosotros estábamos bastante nerviosos por la visita. Para iniciar la conversación contó una historia (auténtica) que aparece en la autobiografía de san Ignacio de Loyola. Dice esa historia que cierto día, después de su conversión, iba Ignacio cabalgando sobre una mula cuando, de pronto, se encontró en el camino con otro hombre también a lomos de mula. En el curso de su breve conversación, el hombre aquel insultó a la Virgen María y después prosiguió su camino. Ignacio, que era muy impetuoso, se puso furioso. De manera que empezó a pensar en matarlo18. Pero, por más que lo intentaba, era incapaz de decidir si debía hacerlo o no. En aquel momento llegó a un punto donde el camino se bifurcaba en dos. Ignacio decidió que la suerte del blasfemo la decidiera su mula. Según escribió en su autobiografía, «si la mula fuese por el camino de la villa, él buscaría el moro y le daría de puñaladas; y si no fuese hacia la villa, sino por el camino 128

real, dejarlo quedar». Por fortuna para todos los implicados, la mula escogió el camino real. Después de que el provincial nos contase a los novicios esta historia acerca de Ignacio, sonrió y dijo: «Desde entonces, las acémilas han estado tomando las decisiones entre los jesuitas». Esta historia fue una pequeña pulla a los superiores jesuitas hecha por un superior igualmente jesuita, y contribuyó a que los novicios se relajaran y se rieran. Y nos hizo más fácil hablar con él. Finalmente, el humor ayuda al predicador. El pastor Charles Hambrick-Stowe advertía de la necesidad del humor en las iglesias protestantes: «Por supuesto que el humor ha sido importante para el predicador. Para los protestantes es el púlpito, no el altar, lo que constituye el centro de atención. Por eso, cualquier cosa que demuestre la humanidad del que preside es importante. Los predicadores evangélicos norteamericanos tienen que ganarse a su audiencia, y el humor contribuye a humanizar a la persona»,

EL HUMOR AYUDA DE MIL MANERAS en las instituciones religiosas. Nos dice que la presencia de Dios suele comunicarse a través de la alegría. Nos recuerda que Dios quiere que riamos de vez en cuando. Nos invita a no tomarnos nuestras instituciones con mortal seriedad. Fomenta el sentido de la humildad institucional. Nos advierte que no somos nosotros quienes tenemos el control. Eleva nuestro espíritu. Relaja las situaciones tensas. Nos recuerda que ninguna comunidad religiosa tiene todas las respuestas. Y si se usa debidamente, contribuye a que mejoren las relaciones sociales y el ambiente de trabajo. Entonces, ¿por qué no usarlo? ¿Y por qué no disfrutar de él?

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7 No soy gracioso, y mi vida es un asco Respuestas a los mayores desafíos para vivir una vida feliz

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de la espiritualidad de la alegría, me suelen hacer después unas preguntas excelentes. Y esas preguntas me han impulsado a reflexionar más sobre el tema, de modo que permítame el lector hacerle partícipe de las preguntas más comunes… y más provocativas. IEMPRE QUE HABLO

1. ¿Significa estar alegre que hay que estar feliz siempre? No, y esto es algo en lo que quiero hacer hincapié, porque es particularmente importante que se entienda bien este concepto en un libro sobre la alegría. La tristeza es una respuesta natural al dolor, el sufrimiento y la tragedia. Es humana, natural e incluso, en cierto sentido, deseable; la tristeza en respuesta a los acontecimientos trágicos muestra que estás emocionalmente vivo. Si no estuvieras triste de vez en cuando, serías a veces inhumano. El sacerdote jesuita y psicólogo clínico William A. Barry se hace eco de ello: «Si ciertas cosas no te entristecen, no eres normal; por ejemplo, la muerte de un ser querido o un desastre natural. La tristeza es parte de la vida». Aunque ya hemos comentado, por ejemplo, la posibilidad de que Jesús sonriera y riera, el Nuevo Testamento nos dice categóricamente –sin que tengamos que leer entre líneas– que Jesús rompió a llorar después de la muerte de uno de sus amigos. Cuando Lázaro, el hermano de sus amigas María y Marta, murió después de una breve enfermedad, Jesús acudió a la tumba y, en uno de los versículos más simples y breves del evangelio, se nos dice: «Jesús se echó a llorar» 1. El llanto de Jesús se ve como prueba de su compasión, de su humanidad. «Mirad cómo le quería», dicen los presentes. Si Jesús estuvo triste, entonces sin duda nosotros podemos estar tristes. La idea de que debes estar alegre en toda ocasión a fin de demostrar tu fe en Dios es tan ridícula como extendida. «Sursum corda! –me dijo una amiga, con toda su buena intención, cuando le expresé mi tristeza por la muerte de mi padre– ¿Acaso no eres creyente?». (Se refería a que me estaba centrando en la muerte, en lugar de en la resurrección). Pero incluso los santos, esos símbolos de la fe, se sentían desanimados de vez en cuando. Como Jesús, estaban ocasionalmente tristes porque eran humanos. Tampoco creo en el «evangelio de la prosperidad», que dice a la gente que si cree en Jesucristo, su vida será un éxito constante. Esto es demostrablemente falso. Los doce apóstoles, por poner un ejemplo obvio, creían en Cristo, y muchos de ellos conocieron la dificultad, el dolor e incluso tuvieron un final trágico. ¿Piensa alguien que la fe de san 130

Pedro, que fue crucificado, era insuficiente? Martin Luther King, una de las grandes figuras religiosas de nuestro tiempo, sufrió mucho, fue encarcelado y fue asesinado. ¿No tenía suficiente fe? La Madre Teresa, hacia el final de su vida, tuvo frecuentemente un dolor físico terrible. Incluso padeció una gran oscuridad en su oración, una «noche oscura del alma». ¿Notenía fe? El sufrimiento –interior y exterior– es el destino de todo el mundo, incluidos los creyentes, incluidos los creyentes devotos, e incluidos quienes se esfuerzan por llevar una vida feliz. Aunque el evangelio de la prosperidad hace algunos aportes importantes –el hecho de que se centre en la alegría es un correctivo necesario en círculos cristianos; su insistencia en una fe inconmovible en Dios es esencial; su estímulo a creer en un Dios que desea nuestra alegría es un antídoto de tantas imágenes de Dios terroríficas–, su negación del sufrimiento supone que no acepta plenamente la condición humana. Esta puede ser una razón de que a algunos de sus seguidores no les gusten los oficios de Viernes Santo. No es que yo crea que las personas que experimentan el sufrimiento o la enfermedad sea porque hayan dejado de «pensar positivamente». Barbara Ehrenreich (autora de Dancing in the Streets) apunta esta idea en su incisivo libro Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has Undermined America. Suele ser útil mirar el lado brillante de la vida y saludable esforzarse por estar alegre, pero la creencia en que los enfermos han dejado de «pensar positivamente» es monstruosa. Esta creencia llega a su último extremo en la noción de que los enfermos de cáncer, por no poner más que uno de los ejemplos de Ehrenreich, son de alguna manera responsables de su enfermedad debido a sus imperfectas pautas de pensamiento. Este planteamiento no hace sino empeorar la zozobra de los enfermos. Ehrenreich, que ha sobrevivido a un cáncer, escribe: «Claramente, no conseguir pensar positivamente puede pesar sobre un enfermo de cáncer como una segunda enfermedad». La enfermedad no es un fallo moral ni un fracaso de la voluntad; la enfermedad es simplemente un reflejo de nuestra humanidad. Por otro lado, en algunos ambientes predomina una cultura de la crítica y la queja generalizada. (Dejaré que sean los críticossociales quienes determinen el porqué). Todo el mundo sabe de plañideras que están siempre lamentando alguna nueva fatalidad que acaba de sobrevenirles y que se quejan interminable-mente de su última enfermedad, prediciendo con seguridad alguna calamidad próxima y preocupando en general a cuantos se encuentran a su alrededor. Normalmente estas personas son muy egocéntricas y no es nada agradable estar cerca de ellas. Yo conocía a una persona completamente hipocondríaca (algo a lo que yo tiendo) y ni se me ocurría preguntarle cómo estaba, por miedo a que me contara con todo detalle su último resfriado. Uno de mis amigos describe esto como buscar una gota de pintura roja en un bote de pintura blanca. Es una imagen poderosa. El rojo representa tu problema. Tienes un bote entero de pintura blanca –pongamos que un trabajo, un techo sobre tu cabeza y una familia que te quiere–, y decides concentrarte en la gotita de pintura roja –lo único que no va bien en tu vida–. De repente, el bote entero se vuelve rojo; eso es lo único que 131

ves. Aquí es donde interviene la capacidad de elegir. A veces, cuando se nos presenta la bolsa de cosas mezcladas que la vida nos tiende, podemos elegir centrarnos en lo que nos hace felices, en lo que nos conecta más fácilmente con la alegría que hay en nuestra vida. La forma de psicoterapia contemporánea llamada terapia cognitivo-conductual es también útil es este sentido. Tal como yo la entiendo, esta escuela psicológica parte de la premisa de que, dado que nuestros pensamientos modelan nuestra experiencia del mundo, el pensamiento insano e inadecuado puede llevar a una evaluación incorrecta de nuestra vida y, por tanto, a la infelicidad.

No te turbes cuando la dificultad aparezca en tu camino. Ríete en su cara y sé consciente de que estás en los brazos de Dios. SAN FRANCISCO DE SALES

Por ejemplo, si eres el tipo de persona que piensa que «siempre» estás afrontando alguna forma de infortunio, cuando en realidad tu vida es una mezcla de cosas buenas y malas, puedes terminar muy tristemente, no debido a tu situación, sino a tu modo de pensar acerca de ella. Una vez más, no estoy hablando de una persona en medio de una gran tragedia o experimentando un verdadero dolor; tampoco estoy negando la necesidad de psicoterapia o consejo profesional para tratar problemas psicológicos serios o una depresión clínica; a lo que me refiero es a la persona que elige centrarse únicamente en el aspecto negativo de la vida, a pesar de la preponderancia o evidencia de lo positivo. ¿Cuáles son los signos de que eso es precisamente lo que tú haces? Las palabras «globales» son una señal de alarma: «Nunca consigo lo que quiero»; «Siempre estoy enferma»; «Todo el mundo me odia»; «Soy el único al que le ocurre esto»; «Nadie me llama nunca»; «El jefe siempre se enfada conmigo»… Los comentarios de este tipo son indicaciones de que probablemente no estés pensando con claridad. Para algunos, el paso hacia la gratitud –por difícil que pueda parecer– puede ser tan simple como decisorio para centrarse más frecuentemente en los aspectos positivos de la vida. Para otros, acudir a un consejero o terapeuta puede posibilitarles ver las cosas más acertadamente. Pero, una vez más, esto no significa que la tragedia no vaya a suceder nunca ni que jamás vas a estar triste, sino, simplemente, fomentar una mirada más realista a los aspectos positivos de tu vida. Hace unos años, por ejemplo, me lamentaba yo a mi director espiritual de lo difícil que era mi vida: tantas luchas, tanto trabajo, tantas dificultades físicas, tantos problemas relacionales, etc., etc. Le decía que le había expresado todo aquello a Dios en la oración y que solo había logrado sentirme infeliz. «¿Eres sincero con Dios?», me preguntó. «Por supuesto que sí –le dije–. Le cuento a Dios todas mis dificultades». 132

«¡Ah! –me dijo él–. Pero la sinceridad supone ser verdaderamente honrado con Dios a propósito de la realidad. ¿Te fijas en la totalidad de tu vida, tanto en lo bueno como en lo malo?; ¿presentas sinceramente tu vida entera a Dios o te centras exclusivamente en los problemas?». Aquello me ayudó a ver lo negativo que estaba siendo en mi oración y en mi vida. Por lo tanto, los creyentes debemos saber movernos entre una falsa felicidad idiota, y un abatimiento crítico, llorón y quejica. (Obsérvese de nuevo que no me refiero a la depresión clínica, que es más un tema psicológico). En conjunto, los creyentes serán felices y estarán tristes en diferentes momentos de su vida, pero es posible la alegría en medio de la tragedia, porque la alegría depende de la fe y la confianza en Dios. Con este fin, una de mis citas favoritas relacionadas con la religión procede del filósofo escocés John Macmurray, que contrasta la «religión ilusoria» con la «religión verdadera» 2. La máxima respecto de la religión ilusoria dice: «No temas; confía en Dios, y él cuidará de que ninguna de las cosas que temes te suceda». La religión verdadera tiene una máxima distinta: «No temas; las cosas que te atemorizan es muy probable que te sucedan, pero no hay que tenerlas miedo». La sabia observación de Macmurray ilustra el contraste entre la alegría profundamente arraigada y una felicidad evanescente. La alegría puede entrar en nuestra vida cuando estemos desprevenidos, en medio de tiempos oscuros. Katheleen Norris me habló de una visita a su hermana en el hospital. «Estaba mirando angustiada el monitor del oxígeno en la habitación del hospital de mi hermana cuando una limpiadora entró con una mo-pa. En voz baja, apenas perceptible, cantaba una canción que reconocí, una canción de amor de un musical de Broadway. Lo comenté, y ella empezó a cantar más alto, con una voz más entusiasta y cuidada. Pero lo pequeño tiene su importancia. Cuando se marchó de la habitación, nos había obsequiado a mi hermana y a mí con tres canciones y una significativa porción de la historia de su vida. La alegría es una poderosa medicina». Y concluía Norris: «Estoy convencida de que la alegría es fruto; de ahí la dulzura de su sabor» 3. Análogamente, quienes se encuentran en situaciones difíciles pueden seguir encontrando humor en su vida e incluso risa. Además, pueden decidir estar alegres cuando están con otras personas, no de manera masoquista, sino como un modo de no agobiar indebidamente a los demás con sus quejas. Esto no equivale a decir que no debamos hablar de nuestras luchas o de las cosas con las que cargamos. Como diría san Pablo: «¡De ningún modo!». En los tiempos de lucha es importante hablar con un amigo íntimo, un miembro de la familia, un sacerdote o ministro, o un terapeuta. Y es importante hacer partícipe a Dios de esas luchas en la oración. De lo que yo estoy en contra es de esa queja continua que muchas personas –incluido yo– practican en ocasiones. Últimamente he tratado de ser más callado en lo que respecta a mis luchas, es decir, no comentar cargas demasiado personales a personas cuya vida está ya sobrecargada. Una vez más, esto no equivale a decir que no hable de mis luchas con mis amigos o con mi director espiritual o con Dios en la oración, sino que ofrecer a la gente tu alegría incluso en medio del dolor es un don. Esto puede ser algo similar a lo que la Madre 133

Teresa pensaba cuando decía: «Cada vez que sonríes a alguien, es unacto de amor, un don a esa persona, algo hermoso». La capacidad de hacerlo procede de una sensación de alegría profundamente arraigada incluso en los tiempos oscuros. Lo que me lleva a la siguiente pregunta. 2. ¿Cómo encontrar la alegría cuando soy infeliz? Para encontrar alegría en tiempos de dolor, hay que empezar por comprender que la verdadera alegría está enraizada en Dios. Por tanto, que la relación con Dios sea el centro de la vida es esencial para descubrir áreas de gozo, consuelo y paz. Un modo fácil de recuperar la alegría es tener una «actitud de gratitud». Y una técnica para fomentar esta actitud es la oración, popularizada por san Ignacio de Loyola, llamada «examen de conciencia» 4, que es una sencilla oración en cinco pasos con la que se revisa el día de principio a fin. El preámbulo al examen de conciencia consiste en recordarte que estás en presencia de Dios, como se hace en toda oración. El primer paso consiste en hacerse consciente de las cosas por las que se está agradecido, que no necesitan ser grandes acontecimientos que hagan temblar la tierra o cambien la vida, sino cosas sencillas que suceden durante el día: una palabra amable de un amigo, una tarea que se ha completado, una sonrisa en el rostro de tu hijo o hija… Incluso pueden recordarse cosas más pequeñas: los brincos de tu perro esta mañana, el sabor de la pizza que tomaste al mediodía, la sensación de calor del sol en tu rostro cuando ibas camino a casa de vuelta del trabajo, una buena noche de sueño… San Ignacio nos invita a «gustar» estos acontecimientos como un modo de sumergirnos en la gratitud, recordándonos a nosotros mismos todo lo positivo que hay en nuestra vida. Y durante los tiempos de tristeza o infelicidad, nada nos conecta con Dios más rápidamente que orientarnos hacia esas cosas por las cuales estamos agradecidos. Segundo, repasar el día y ver dónde estaba presente Dios y dónde puede que no hayas reparado en él. Suele ser más fácil ver a Dios en el pasado, en retrospectiva, que verle en el presente. Por eso el examen de conciencia nos ayuda a encontrar enseguida a Dios en nuestra vida cotidiana, incluso en épocas de infelicidad, donde es más probable que le pasemos por alto. Tercero, pedir la gracia de ver dónde puedes haberte apartado de Dios y haber pecado. Cuarto, pedir perdón por cualquier pecado cometido. Puede que quieras que esto, si es especialmente serio, se vea seguido de la reconciliación con la persona en cuestión – amigo, compañero de trabajo, vecino…– o, si eres católico y es un pecado grave, de la confesión. Quinto y último, pedir la gracia de ver a Dios más claramente el día siguiente. El examen es una oración en la que se toma conciencia de Dios, en la que se ve dónde está activo Dios en la vida cotidiana. Pero para los propósitos de nuestro análisis, 134

el aspecto más importante es la gratitud. La gratitud nos recuerda los dones de Dios que hay en nuestra vida incluso en tiempos de tristeza y nos permite reconectar con una alegría creyente. La gratitud nos recuerda la alegría subyacente que hay en nuestra vida. El padre Barry observa que para quienes desean encontrar gozo espiritual en tiempos de tristeza, los recuerdos son también importantes. «A las personas que tienen dificultades para confiar en Dios en esos tiempos difíciles les pido que empiecen por evocar algún recuerdo –me decía recientemente el padre Barry–.En época de oscuridad tendemos a olvidar los tiempos felices. De modo que primero trata de conectar con los recuerdos de los tiempos dichosos. Después puedes empezar a reconocer que a veces te asalta el deseo de Dios y de alegría. Pero, primero de todo, tienes que haber tenido alguna forma de profundo gozo espiritual en Dios antes de los tiempos de tristeza». «Y también –decía el padre Barry– me he quedado realmente sorprendido a lo largo de los años por personas que están agradecidas por cosas terribles: el alcoholismo, la depresión, el cáncer… Esto no equivale a decir que Dios “se los ha dado”, sino que esa experiencia les ha impulsado a volver a Dios, lo que les ha proporcionado alegría». Más concretamente, «gustar» se está popularizando en los medios psicológicos. La psicóloga Eileen Russell me dijo, haciéndose eco de las ideas del padre Barry: «Gustar y recordar significa que tienes acceso a esos sentimientos y puedes beber de ellos cuando las cosas están difíciles». En el pasado –decía Russell– los psicólogos escribían más a menudo sobre la ansiedad, la depresión y otros estados emocionales difíciles. Hoy se escribe más sobre cualidades como la alegría y el asombro. «Gustar», una de las prácticas favoritas de san Ignacio, es parte de estos nuevos estudios. «Gustar significa también que eres consciente de que estás feliz, lo que lleva a una sensación incluso más expansiva de bienestar», en palabras de esta psicóloga.

Empieza una colección Un antiguo libro de humor proporciona algunos consejos intemporales para las personas que tienden a centrarse en el lado oscuro. «Empieza una colección de recuerdos felices y divertidos. Haz memoria de los incidentes alegres de tu infancia. Recuerda las cosas divertidas que te han sucedido en casa y en el colegio. Haz memoria de las bromas de tus compañeros de trabajo o de cosas divertidas que te han ocurrido. Incluye cualquier experiencia que te haga reír o sentirte bien, ya sea una anécdota que alguien te ha contado, una circunstancia feliz o un suceso cómico. Hacer una lista de estos sucesos queridos es una actividad útil. No dejes de buscar experiencias divertidas que añadir a tu lista. Incluye chistes e historias que encuentres particularmente graciosas. Busca humor constructivo y positivo que, a largo plazo, te compensará más que el humor racista o humillante. Vuelve 135

sobre tu lista con frecuencia y disfruta recordando los tiempos felices. Cuenta tus experiencias divertidas a tus amigos, para que les apetezca compartir más alegría contigo, multiplicando la risa para todos. Suscitar la risa en otros y animarles a contar sus historias facilita el desarrollo de una perspectiva humorística grupal: la sensación de que todos podemos reírnos de los fallos personales y ajenos y de que tenemos experiencias divertidas en común en este loco mundo» 5.

Finalmente, el sacerdote episcopaliano Jerome W. Berryman ofrece un enfoque profundamente personal de la alegría adulta en su libro Teaching Godly Play: How to Mentor the Spiritual De-velopment of Children6. La especialidad de Berryman, como sugiere el título de su libro, es el desarrollo religioso de los niños. La segunda edición de su libro, sin embargo, comienza con una nota aparentemente sombría, puesto que cuenta la homilía que pronunció en el funeral de su esposa y colaboradora durante casi cincuenta años, Thea. Berryman dice que la conoció en 1960, y su vida «pasó de repente de las sombras oscuras a los colores intensos». Pero no toda su vida juntos fue alegre. «Me he estado enamorando de ella cada día, y hemos pasado por mucha tristeza y mucha felicidad desde entonces». En cierta ocasión habían ido juntos a recorrer la «Gran Divisoria» de Colorado, lo que supuso una excursión de más de treinta y ocho kilómetros por las altas montañas. Pero también «recorrimos arriba y abajo las escaleras de nuestra casa por última vez juntos, que es un desafío mucho más duro. Sin embargo, estar juntos, como siempre, fue suficiente para proporcionarnos una gran alegría». Berryman se pregunta: «¿Sabéis lo que se consigue cuando se mezcla mucha felicidad con mucha tristeza? Se consigue alegría, y nosotros disfrutamos de mucha juntos». 3. No soy una persona graciosa; ¿cómo aprender a contar chistes? O, alternativamente, no soy gracioso. ¿Qué hago? Por sorprendente que parezca, esta pregunta es muy habitual, puede que la más habitual que se me hace. La gente suele pensar que estar alegre significa ser un humorista, o que para encontrarle el humor a la vida hay que ser Mark Twain. Sin embargo, es una pregunta lógica. Algunos sencillamente no somos chistosos. Karl-Josef Kuschel decía que aún no hemos desarrollado un enfoque «jocoso» de la vida. A algunos nos resulta difícil contar algo divertido. Es como (aquí viene el chiste) lo que contaba mi padre acerca de un nuevo preso en una cárcel. El preso entra en el comedor, se sienta junto a un interno más antiguo y se pone a comer. De repente, un preso se pone en pie y grita: «¡Ciento veintidós!». Todo el mundo 136

de echa a reír. Unos minutos después, otro preso se levanta y dice: «¡Treinta y ocho!». Más risas. Otro dice: «¡Tres!». Risas de nuevo. Finalmente el preso nuevo pregunta al antiguo: «¿Qué es lo que pasa?». El preso más antiguo dice: «Llevamos tanto tiempo aquí y nos conocemos tan bien que nos sabemos los chistes de todo el mundo. De manera que en lugar de perder el tiempo volviéndolos a contar, les asignamos un número. Lo único que hay que hacer es gritar el número, y todos recordamos el chiste correspondiente y nos reímos. ¡Inténtalo!». «No, no –dice el preso nuevo–. Yo no conozco ninguno de los chistes». «No importa –dice el preso más antiguo–. No tienes más que elegir un número entre uno y quinientos». De modo que el nuevo se levanta y dice: «¡Ciento siete!»Se hace el silencio. Nadie se ríe. Confuso, se sienta junto a su nuevo amigo. «¿Qué pasa?», le pregunta. «Bueno –dice el antiguo–, hay quien sabe contar un chiste y hay quien no…». Pero no tienes que ser un humorista ni un autor de comedias para encontrar humor en la vida. He aquí unas cuantas sugerencias por si piensas que tu vida carece de humor. Primero, busca gente divertida. Aunque no sepas hacer bromas, puedes reírte de ellas. Si tú no sabes comentar humorísticamen-te los absurdos de la vida o ni siquiera ver esos absurdos, sí puedes apreciar la visión humorística de otra persona. Una de las grandes ventajas de la vida jesuítica es encontrar tantos sacerdotes y hermanos que tienen un espectacular sentido del humor,que saben contar cosas divertidas en el momento oportuno y poner de manifiesto las bobadas de la vida. Dicho de otro modo, no tienes que hacer tú los chistes para disfrutar del humor de la vida. ¿Recuerdas a mi amigo Mike, con cuya historia a propósito de la «excesiva ligereza» iniciaba este libro? Le dije yo: «¿Te pregunta la gente cómo puede ser graciosa?». «¡Continuamente!», se rió Mike. «Entonces –le pregunté yo– ¿cómo puede esa gente ver el humor de la vida?». «¡Disfrutando del de los demás –me dijo Mike–. No tienes por qué ser tú el gracioso. Puedes disfrutar de la gente divertida que hay a tu alrededor». Mi padre, al que le encantaba contar chistes, era amigo de un vecino que reconocía francamente que no era un bromista particularmente experimentado. Pero le gustaba escuchar y reírse de los chistes de mi padre. Mi hermana Carolyn lo recordaba recientemente y me decía que ella recomendaba a menudo a sus hijos: «sed buenos oyentes». Margaret Silf me decía recientemente que necesitaba un «parche de risa» al menos una vez al año. «Tengo una amiga muy divertida que me garantiza que me hará reír – decía Silf–. Y parece que la cosa funciona también a la inversa, de manera que nos aseguramos de irnos de vacaciones juntas todos los veranos para que “la risa nos repare”. A la gente que nos rodea puede parecerle ridículo, pero yo sé que para mí 137

supone una gran diferencia –elimino todos mis malos humores– y que cambia mi perspectiva en un montón de cosas, y, además, ¡es divertido!». Me recuerda un reciente anuncio que anima a los adultos maduros a darse el gusto de tomar un tipo de chocolate que supuestamente solo es para niños. El eslogan es: «¡No te hagas mayor!».

Segundo, disfruta por ti mismo de los momentos divertidos de la vida. No tienes que bromear acerca de esas cosas públicamente ni tienes que ser un humorista profesional para apreciar los absurdos, las incongruencias y la ridiculez general de la vida. Conténtate con reconocer y apreciar los incidentes cómicos por ti mismo. ¿Hay cosas que a ti te hacen gracia? ¡Disfrútalas! ¿Has visto en Internet unos vídeos que te han hecho reír? ¡Vuélvelos a ver! No tienes que ser un humorista para valorar el don del humor. Ni siquiera tienes necesariamente que disfrutar los chistes. Una de mis más íntimas amigas, Paula, simplemente no se ríe de los chistes. Poco después de que nos conociéramos, le conté un nuevo chiste, y ella me miró fijamente y muy seria. «Vale –me dijo–. Yo no entiendo los chistes». Como yo no había conocido nunca a alguien que no «entendiera los chistes», me quedé atónito. Recientemente reuní valor para preguntarle por esa parte de su personalidad, particularmente misteriosa, porque su marido es un bromista terrible. «¿Qué quieres decir con que no entiendes los chistes?». «Pues que los analizo demasiado –me dijo Paula–. De modo que cuando me cuentas un chiste, lo disecciono, pienso en él y no me parece divertido. Prueba con uno».

Osa con un oso Un sacerdote católico, un predicador baptista y un rabino trabajaban como capellanes de los alumnos en una universidad del Medio Oeste. Los tres amigos se reunían varias veces a la semana a tomar café. Un día, alguien comentó que predicar a la gente no era en realidad tan difícil, que el verdadero desafío sería predicar a un oso. De modo que decidieron hacer un experimento. Se internarían en el bosque, encontrarían a un oso, le predicarían e intentarían convertirle. Siete días después se reunieron de nuevo para comentar su experiencia. El padre Flannery, que tenía un brazo en cabestrillo, andaba con muletas y tenía vendada la cara fue el primero. «Bueno –dijo–. Me interné en el bosque para encontrar un oso. Y cuando lo encontré, me puse a leerle el Catecismo. El oso no quería saber nada de mí y me empujó con fuerza. De manera que tomé el agua bendita y le bauticé, y se volvió más manso que un cordero. El obispo va a venir la semana que viene a darle la Primera Comunión y confirmarle». 138

El reverendo Smith habló en segundo lugar. Estaba en una silla de ruedas y tenía escayolados un brazo y ambas piernas. «Bueno, hermanos, yo marché al bosque y encontré también un oso. Entonces me puse a leerle la Palabra de Dios. Pero el oso no quería saber nada de mí. De modo que le sujeté y empezamos a pelear. Luchamos montaña abajo, montaña arriba y montaña abajo hasta que llegamos a un riachuelo. Entonces le sumergí rápidamente y bauticé su alma celestial. Y como has dicho tú, padre, se volvió más manso que un cordero. Pasamos el resto del día alabando a Jesús». El sacerdote y el predicador miraron al rabino Stein, que estaba en una camilla. Tenía todo el cuerpo escayolado. El rabino miró hacia arriba y dijo: «Pensándolo bien, puede que la circuncisión no fuera el mejor modo de empezar». Entonces le conté uno de los chistes favoritos de mi padre: un anciano es atropellado por un coche al cruzar la calle. Está tirado en la carretera, esperando una ambulancia, y llega un policía y le pregunta: «¿Qué ha ocurrido?». «Que me ha atropellado un coche», dice el hombre serenamente. «Vaya –dice el policía–. ¿Se encuentra usted bien?». «Bueno –dice el hombre–, podría encontrarme peor». Paula me miró impasiblemente. «Veamos –me dijo–, sencillamente no me hace gracia. Sé que «encontrarse» significa hallar algo, pero también puede significar sentirse de un determinado modo, así que capto el doble sentido. Pero sencillamente no me hace gracia». Pero resulta que Paula tiene, no obstante, un gran sentido del humor. Se ríe mucho, ve los absurdos de la vida y es una persona muy alegre. Sencillamente no sabe contar chistes ni entenderlos. «Mi cuñado es realmente la chispa de la reunión –me dijo Paula recientemente–. Y sabe que de mí no se puede esperar más que una sonrisa de compromiso». De manera que tampoco tienes que ser el oyente perfecto para tener sentido del humor. A veces tus propias luchas pueden hacerte reír, o al menos tu reacción ante ellas. ¿Has tratado alguna vez de exagerar tus desgracias de un modo claramente desorbitado? Como le gusta decir a un amigo mío con falsa seriedad: «¡Mi vida es una pesadilla!». Mike, mi amigo divertido, que imparte un curso de religión y comedia, llama a esto la «exageración cómica». Enumerar tus desgracias en voz alta puede poner de manifiesto los aspectos frecuentemente ridículos de una actitud de queja constante, y puede ayudarte a encontrar humor en el último sitio en que esperarías encontrarlo. Tercero, leer a escritores que subrayan el lado cómico de la vida. Los humoristas, las series de televisión y las películas de humor son fantásticos a la hora de mostrar los 139

momentos divertidos de la vida. Pero un modo menos conocido de refinar tu sentido del humor consiste en leer la obra de los humoristas. Y el no va más en este género, al menos para mí, es un pasaje que pueda hacerme reír a carcajadas. A veces puedes incluso «gustar», como dice san Ignacio, una palabra o frase concreta, que podrías incluso recordar durante toda tu vida. Esto ayuda a desarrollar el sentido del humor. Permítaseme poner tres ejemplos de lo que es (para mí) humor desternillante. El primero es de mi humorista preferido, Jean Shepherd, más conocido en la actualidad por ser el autor de los relatos breves en que se basa la película ya clásica de 1983 A Christmas Story, que es el relato de la búsqueda emprendida por el pequeño Ralphie para comprar un rifle Red Rider BB y que se emite incesantemente en muchas cadenas de televisión en torno a la Navidad. Pero Shepherd es autor de muchos libros, de los cuales mi favorito es Wanda Hickey’s Night of Golden Memories and Other Disasters, serie de relatos cortos graciosísimos, picarescos, y a menudo declaradamente «verdes», acerca de cómo se crecía en la Indiana de la época de la Depresión. La mayor parte de los relatos incluyen personajes que les resultarán familiares a los devotos de A Christmas Story, incluidos su madre «sufridora», su vejete irascible y su hermanito Randy, que tan molesto resulta. El relato que da título al libro hace referencia al horrible baile de graduación de su colegio, al que asistió a regañadientes con una chica por que la que sentía muy poco afecto, mientras que se moría por otra, la preciosa y atractiva Daphne Bigelow, a la que describe de manera inolvidable en otro relato: «Su nombre era Daphe Bigelow. Incluso ahora, a diez años luz del suceso, no puedo evitar un estremecimiento fugaz de oscuro anhelo trémulo y apasionado. Su piel era de la forma más clara, rara, pura y traslúcida del alabastro. No tenía “ojos” en el sentido normal, sino que veía el mundo, o el mundo la veía a ella, a través de dos estanques gemelos verde jade, espejos de un alma que era tan misteriosa, tan enigmática, como para desconcertar a los bachilleres de muchos kilómetros a la redonda. Yo dudaba en utilizar una palabra tan desdichadamente inadecuada como “cabello” para describir el nimbo de magia, la cambiante nube de iridiscencia que enmarcaba un rostro de una belleza tan incomparable que incluso Buda se lo habría pensado mucho antes de mirarla de frente». Jean Shepherd era una persona verdaderamente ingeniosa del Medio Oeste; irónico y generoso, disfrutaba del sencillo placer de ver lo divertido en lo ordinario. ¿Es un baile de graduación escolar divertido? A ojos de Shepherd sí lo es. ¿Sabe el lector encontrar absurdos similares en su propia vida? Décadas después, Fran Lebowitz publicó Metropolitan Life, que apareció unos años antes de que yo me trasladara a Nueva York. Este libro capta a la perfección el neurótico ingenio neoyorquino y la penetrante visión de la vida que yo (junto con el resto del mundo) asocio con Manhattan. Sus ensayos y ocurrencias siempre me han hecho 140

reír. He aquí un extracto de un ensayo titulado: «A Manual: Training for Landlords», guía burlona para los propietarios neoyorquinos, nacida, obviamente, de la experiencia: «Lección seis: cucarachas. Es un solemne deber de todo propietario mantener un adecuado suministro de cucarachas. La proporción mínima aceptable de cucarachas por inquilino es de cuatrocientos a uno. Si este cociente suscita una expresión de descontento por parte del inquilino, ignóresele por completo. El inquilino es un quejica notorio. No se sabe muy bien la razón, aunque hay diversas teorías. La más plausible atribuye la irritabilidad crónica del inquilino a su sospechoso y generalizado hábito de consumir enormes cantidades de calefacción y agua caliente, práctica bien conocida que tiene como resultado la defunción trágicamente prematura de las bombillas del pasillo». Más reciente incluso es Bill Bryson, cuyos textos sobre viajes son inigualables. Ha escrito de manera hilarante sobre su viaje a Australia (In a Sunburned Country), donde debate con su compañero de viaje acerca de la posibilidad de beber la propia orina si se pierde. También es muy divertido su viaje por el sendero paisajístico de los Apalaches (A Walk in the Woods), donde su compañero de fatigas, que está en muy baja forma, decide no seguir cargando con su agua (sencillamente porque pesa demasiado). Otro libro muy gracioso también es el de su viaje por Gran Bretaña (Notes from a Small Island), que incluye una fantástica descripción de unas mantas raídas en una diminuta posada. Y el libro sobre su regreso a los Estados Unidos después de años viviendo en Inglaterra (The Lost Continent: Travels in Small Town America). De este libro ofrezco aquí la descripción de su visita a Cleveland. Bryson escribió esto en 1990, y Cleveland desde entonces ha mejorado. Yo disfruto mucho de mis visitas a esta ciudad, pero, con todo, es muy divertido: «Cleveland ha tenido siempre reputación de ser una ciudad sucia, fea y aburrida, aunque ahora lo expresan mucho mejor. ¿Quienes? Los reporteros de publicaciones serias como el Wall Street Journal, Fortune y el suplemento dominical del New York Times, que visitan la ciudad a intervalos de cinco años y producen largas historias con títulos como: “Cleveland se recupera” y “Renacimiento en Cleveland”. Nadie lee esos artículos, y mucho menos yo, por lo tanto no podría decir si la afirmación improbable y sumamente relativa de que Clevelandestá mejor ahora que antes es verdadera o falsa. Lo que sí puedo decir es que la vista cuando se está sobre el río Cuyahoga, al cruzarlo por la autopista, es un revoltijo de fábricas humeantes, y no he podido ver nada limpio ni bonito. Y no puedo decir que el resto de la ciudad parezca tampoco hermoso. Puede haber mejorado, pero hablar de renacimiento es claramente exagerado. Dudo que si el duque de Urbino fuera devuelto a la 141

vida y depositado en el centro de Cleveland dijera: “¡Dios mío!, me viene a la memoria la Florencia del siglo XV y los muchos tesoros que contiene”». La imagen mental del duque de Urbino con sus galas renacentistas contemplando la vista de Cleveland y diciendo: «Me viene a la memoria…» es de partirse de risa, al menos para mí. Por supuesto, el humor es subjetivo. Puede que el lector sea como Paula y solo pueda esbozar una sonrisa de compromiso. La cuestión es que, buscando un poco, se pueden encontrar escritores que hagan reír y ayuden a desarrollar el sentido del humor. Estos pasajes sirven también para recordarnos que podemos encontrar humor incluso en las circunstancias más prosaicas. Las cosas más simples pueden dar origen a obras maestras de la comicidad: una fiesta de graduación, la vida en un piso, una visita a una ciudad norteamericana… Nada de ello es extraordinario. El sentido del humor depende de tener vista para lo humorístico en lo ordinario. Pero aun cuando nunca llegues a ser un humorista, actor cómico o escritor humorístico mundialmente famoso, cuanto más tiempo pases con gente divertida, tantas más ocasiones para la risa encontrarás en la vida cotidiana. El humor está al alcance de todo el mundo, porque la vida de todos está llena de absurdos, cosas improbables y chifladura generalizada.

4. ¿Qué puedo hacer si vivo o trabajo en un entorno falto de alegría? Primero, recuerda que tu entorno no te define. Una de las cosas más difíciles de la vida en un entorno (casa, trabajo, comunidad religiosa) carente de alegría es que puedes ir gradualmente asumiendo que (a) no debes ser alegre; (b) no eres alegre por naturaleza, puesto que experimentas tan poca alegría; o (c) el mundo es un lugar sin alegría. Las personas carentes de alegría parecen a veces vampiros de la alegría que chupan la felicidad de la vida ajena. En estas situaciones es importante que te recuerdes que (a) es bueno ser alegre; (b) sí experimentas, de hecho, alegría en otros aspectos de tu vida; y (c) hay alegría en el mundo, aunque pueda estar fuera de tu casa, tu trabajo o tu comunidad religiosa. Esto precisa de una fuerza interior similar a la requerida para ser creyente entre quienes desprecian tus creencias. Aférrate a tu alegría como te aferrarías a tu fe en Dios. Segundo, trata de encontrar cosas por las que estar agradecido. Una de las maneras más rápidas de recuperar el sentido de la alegría creyente es fundamentarse en la gratitud. ¿Trabajas en un entorno con un jefe desagradable y unos compañeros gruñones? Quizá puedas traer a la memoria a tus hijos y cómo te hacen reír, o tus próximas vacaciones, o simplemente el hecho de estar vivo. Puede que esto no resuelva 142

todos tus problemas en el trabajo, pero puede ayudarte a redescubrir la alegría. Tercero, aprende a reírte de la vida con alguien. Si te encuentras en una situación difícil, en un entorno de trabajo triste o en un entorno familiar decaído, encuentra a alguien – dentro o fuera– con quien puedas reírte de ello. Esto no equivale a burlarte de nadie, sino que, si encuentras a alguien con quien puedas reírte de tus problemas, eso te proporcionará un escape durante unas horas. Solo el hecho de saber que tienes a alguien con quien charlar alegremente puede constituir un alivio. También puede ayudar poner las cosas en perspectiva; se puede sobrevivir con sentido del humor. «¿Tienen amigos que puedan ayudarles? –me preguntó el padre Barry cuando le describí la situación de los individuos atrapados en un entorno triste–. Puede resultar muy difícil mantener la alegría en un entorno así; por ejemplo, cuando eres joven y uno de tus progenitores se está muriendo, pero poder hablar con alguien acerca de ello y comprobar que te escucha puede aliviar la carga». En especial si tus amigos tienen sentido del humor. Uno de los momentos más divertidos de mi vida lo viví cuando trabajaba en una empresa a finales de los ochenta, antes de hacerme jesuita. El director –no concretaré detalles– era aterrador. O, al menos, yo lo percibía así. En cualquier caso, pasé media hora quejándome amargamente de mi malvado jefe a un viejo amigo, John. Era terrible; era un ogro; era un tirano; era el peor jefe posible. Y seguí hablando y hablando. John me escuchó con rostro serio. «¿Qué debía hacer?», le pregunté quejumbrosamente. John se quedó en silencio unos segundos, como sopesando cuidadosamente mis palabras. Finalmente dijo: «Tengo un consejo para ti, Jim». Yo esperé ávidamente unas palabras sabias sobre cómo arreglármelas con aquel director difícil. Finalmente y con gran gravedad, me dijo: «Yo creo que debes matarlo». La respuesta fue tan ridícula que me reí varios minutos. Claro que mi jefe no era tan malo; en realidad no era un ogro ni un tirano ni el peor jefe posible. Podía arreglármelas con él. Posteriormente, cuando pensaba en aquel director tan fastidioso, me acordaba siempre del ridículo comentario de John y sonreía7. Aferrarse a un sano sentido del humor en los tiempos difíciles puede ser una doble ventaja, para ti y para los demás. Hay algo casi inexplicablemente consolador en estar con alguien capaz de sonreír en medio de la adversidad. El teólogo jesuita cardenal Avery Dulles sufrió al final de su vida el síndrome postpolio, los efectos secundarios de una poliomielitis que había contraído en su juventud. A medida que Avery envejecía, perdía gran parte de su musculatura y de su control neurológico. En su último año de vida, pronunció su alocución pública final en la Universidad Fordham. Estaba tan débil que un amigo jesuita de toda la vida, Joseph A. O’Hare, anterior rector de Fordham, tuvo que leer el discurso de Avery. Antes de ello, Joe preguntó en broma a Avery si debía hacer algún cambio en el discurso. En aquella fase de la enfermedad, lo único que Avery era capaz de hacer era garabatear lentamente 143

en un papel. Y escribió: «¡Solo para mejorarlo!». Después de que Joe pronunciara el discurso palabra por palabra, Avery escribió: «Gracias por mejorarlo». Aunque no fueran tan espectaculares como algunas de las últimas palabras de los mártires (como las de san Lorenzo: «De este lado ya estoy hecho. Dadme la vuelta y a comer»), el amable humor de Avery subrayaba su fe en Dios, aligeraba la carga de los demás e inspiraba a sus amigos. No es una coincidencia que las últimas palabras del discurso final de Avery fueran de fe en Dios. El renombrado teólogo se apoyaba en el humor y en la fe al final de su vida: «La vida buena no tiene por qué ser fácil, como nuestro Señor y los santos nos han enseñado. El papa Juan Pablo II solía decir en sus últimos años: “El papa debe sufrir”. El sufrimiento y el empequeñecimiento no son los males mayores, sino ingredientes normales de la vida, especialmente en la ancianidad. Hay que esperarlos como elementos de una existencia plenamente humana. A mis noventa años, he sido capaz de trabajar productivamente. Ahora que estoy quedándome cada vez más paralizado y no puedo hablar, puedo identificarme con los numerosos paralíticos y mudos de los evangelios, y agradezco el cuidado amoroso y experto que recibo y la esperanza de la vida eterna en Cristo. Si el Señor me llama ahora a un periodo de debilidad, sé bien que su poder puede ser perfecto en la enfermedad. “¡Bendito sea el nombre del Señor!”». Cuarto, sé levadura. ¿Puedes ser tú la alegría?; ¿puedes ser tú quien aporte el humor o la risa a un entorno que, de lo contrario, será sombrío? En mi primer año en el noviciado de los jesuitas, los novicios éramos enviados a trabajar en diversos «ministerios» de la zona. Trabajábamos en hospitales, colegios de primaria, parroquias, comedores de beneficencia y en la enfermería para los sacerdotes y hermanos jesuitas. Una vez a la semana nos reuníamos con el maestro de novicios para hablar de nuestras experiencias, particularmente de dónde habíamos encontrado a Dios en nuestro trabajo y entre la gente. Durante una reunión, un novicio se lamentó de que no hubiera otros jesuitas en el colegio de segunda enseñanza donde él trabajaba. En esta época de declive de las «vocaciones», con cada vez menos sacerdotes, hermanos y religiosas, el personal de muchos colegios de órdenes religiosas es mayoritariamente laico. Esto es una evolución natural del papel de los laicos en la Iglesia católica, pero puede parecer extraño a algunas personas, como le ocurría a mi compañero novicio. «¿Dónde están los jesuitas? –preguntó retóricamente–. ¿Dónde estamos? ¿No cabe esperar que haya jesuitas en un colegio de los jesuitas?». Finalmente, el maestro de novicios, claramente exasperado, dijo: «¡Tú estás allí! ¡Tú eres los jesuitas!». 144

Su comentario me sorprendió. Si estás buscando alegría, ¿puedes ser tú quien la proporcione? ¿Puedes ser tú, como dice Jesús, la «levadura»? En una de sus parábolas, Jesús compara el reino de Dios con un poco de levadura que una mujer pone en el pan8. Solo se necesita una pizca para hacer que la masa fermente. ¿Puedes ser tú la levadura de alegría en una situación que carezca de ella? Puede que haya quien esté esperando tu levadura de alegría. Estas son las preguntas que me hacen más frecuentemente a propósito de las dificultades para vivir una vida de alegría, humor y risa en un mundo repleto de desafíos. ¡Un momento! También es frecuente que me hagan otra pregunta, que también merece respuesta.

5. Padre Martin, ¿quiere que le cuente un chiste? ¡Solo si es bueno!

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8 Dios me ha traído la risa

Descubrir el placer en tu vida espiritual personal

U

N SACERDOTE DIOCESANO,

un fraile franciscano, un sacerdote benedictino, un monje trapense y un sacerdote jesuita están a punto de comenzar unos Ejercicios juntos. Como van a tener que hablar de temas personales durante sus reuniones de grupo, deciden comenzar adquiriendo confianza: el primer día hablarán de sus peores fallos, y lo harán en estricta confidencialidad, de manera que cada cual pueda sentirse libre para hablar sinceramente. El sacerdote que está en una parroquia es quien comienza. «Bueno, hermanos míos –dice–. Gracias a Dios esto es confidencial, porque mi pecado me avergüenza mucho. Detesto decirlo, pero no rezo. Sé que es parte de mi vida sacerdotal, pero la oración puede ser tan árida… Me siento muy avergonzado, pero me alegra poder ser sincero y que todo esto sea confidencial. ¡Me horroriza pensar que alguien se entere!». Después dice el fraile franciscano: «Hermanos, mi pecado es aún más vergonzoso. A veces, cuando consigo un donativo para la comunidad, no lo entrego como debería hacer, sino que me lo quedo, aunque va en contra de mi voto de pobreza. Me siento mejor ahora que lo he contado, pero ¡gracias a Dios que es confidencial!». A continuación dice el benedictino: «Hermanos, mi pecado es mucho peor. Yo doy clase de liturgia en nuestra universidad benedictina de la localidad, pero no voy a misa. A veces estoy tan ocupado corrigiendo trabajos por la mañana que no puedo ir a misa. No quiero ni imaginar lo que sucedería si mi abad se enterara. Pero me siento mejor al habéroslo contado confidencialmente». Entonces dice el trapense: «Hermanos, mi pecado es muchísimo peor y me siento mucho más avergonzado. Nosotros los monjes debemos permanecer continuamente en el monasterio, pero de vez en cuando yo me escabullo y me voy al cine. La vergüenza me abruma. Gracias a Dios que es confidencial…». El jesuita ha estado todo el tiempo sentado en silencio. Finalmente, uno de ellos le dice: «¿Padre?». Y el jesuita dice: «Oh, hermanos, mi pecado es el peor de todos… ¡No sé guardar un secreto!». He aquí un secreto: la alegría, el humor y la risa nos ayudan a experimentar la presencia de Dios en nuestra vida cotidiana. Hace unos capítulos examinamos la necesidad de humor en la Iglesia. Veamos ahora 146

tres razones por las que necesitamos humor en nuestra vida espiritual personal, en nuestra relación cotidiana con Dios. 1. El humor lleva a la pobreza de espíritu Como ya he dicho varias veces1, todo el mundo es susceptible de envanecerse. A un famoso teólogo jesuita le preguntaron unavez si iba a ir a una conferencia de teología. «Yo no voy a conferencias de teología –respondió–. Yo doy conferencias de teología». Pues qué bien… Siendo más positivo se puede decir que las personas verdaderamente santas son verdaderamente humildes, y leer la vida de los santos lo confirma. Una y otra vez, hablan de sus pecados, sus limitaciones y su humanidad, frecuentemente a pesar del hecho de que quienes los rodean hablan solo de su santidad. El humor es un antídoto del orgullo espiritual. Una de mis historias favoritas sobre la santa humildad es de la vida de Dorothy Day, fundadora del movimiento «Catholic Worker» 2. Hoy las «casas de acogida» del Catholic Worker prosiguen su misión de cuidar de los pobres y marginados en las ciudades de toda la nación. Esta historia la cuenta el psicólogo de Harvard Robert Coles en su biografía Dorothy Day: A Radical Devotion3. En 1952, Coles estaba estudiando medicina en la universidad de Columbia, Nueva York. Un día tomó el metro hacia la casa del Catholic Worker para ir a desempeñar su trabajo de voluntario. El joven Coles estaba entusiasmado ante la perspectiva de conocer a la famosa Dorothy Day. Cuando llegó, se encontró a la gran mujer sentada a una mesa hablando con una vagabunda desaseada que estaba claramente borracha y vociferando y desvariando. Dorothy la escuchaba atentamente, haciéndole de vez en cuando alguna pregunta tranquila que excitaba de nuevo a la mujer. Coles recuerda haber pensado: «¿Cuándo terminará esto?». Finalmente, la mujer se tranquilizó, y Dorothy se levantó, se aproximó a Coles y le preguntó: «¿Estás esperando para hablar con alguna de nosotras?». No dijo: «Hola, debes querer verme a mí, a la gran Dorothy Day», sino: «¿Estás esperando para hablar con alguna de nosotras?». Robert Coles dice que con estas tres sencillas palabras –«alguna de nosotras»–, Dorothy Day había eliminado toda suficiencia y le había dicho exactamente en qué consistían ella, el Catholic Worker y el cristianismo. Todos somos hijos de Dios. Nadie es más importante que los demás. Cada uno de nosotros es tan importante como cualquiera de los otros. Todos tenemos igual dignidad –hombre o mujer; viejo o joven; homosexual o heterosexual; ordenado o laico; soltero, casado o consagrado–, del papa a la persona que limpia los baños de la iglesia. Este sentimiento es similar al expresado por santa Teresa de Lisieux, la monja carmelita francesa del siglo XIX, cuando comparaba la humanidad a un jardín: «El 147

esplendor de la rosa y la blancura del lirio no arrebatan su perfume a la pequeña violeta ni su deliciosa sencillez a la margarita». La individualidad de cada flor hace que el jardín de Dios sea hermoso. Los santos comprenden esta verdad básica, por eso se esfuerzan por lograr la humildad. El cardenal Avery Dulles, al que he mencionado en el capítulo anterior, murió en 2008 a los noventa años. Si alguien tenía derecho a envanecerse era él. Miembro de una distinguida familia norteamericana e hijo de John Foster Dulles, Secretario de Estado de los Estados Unidos, Avery fue un héroe naval educado en Harvard y autor de decenas de libros y de cientos de artículos especializados. Era reconocido por todo el mundo como el decano de los teólogos católicos norteamericanos y fue el primer teólogo y el primer jesuita norteamericano en ser nombrado cardenal. Pero era un hombre extremadamente humilde que trabajaba intensamente en su comunidad jesuita, se lavaba su ropa, daba tutorías a los estudiantes universitarios, etcétera. En una ocasión me pidieron que acompañara a Avery en un viaje a Boston, donde debía recibir un premio. Cuando íbamos en el tren le pregunté: «¿Le emociona recibir este premio?». Y él me dijo: «Bueno, sigo pensando que no lo merezco». Dorothy Day era humilde, Avery Dulles era humilde. Los verdaderos santos son humildes, porque saben cuál es su sitio ante Dios. Pero ¿cómo tener presente esa humildad con respecto a nuestros logros y nuestro ego, en especial en una cultura que nos dice que tenemos que estar en la cima, ser el número uno y alcanzar el éxito? El humor que se ríe de uno mismo, como ya he dicho, es un modo de hacerlo. Reírte de ti mismo, no tomarte demasiado en serio, no hacer que cada situación gire en torno a ti, no pedir que la vida se ajuste a tus necesidades, y reírte de ti mismo cuando olvides todo esto, es un buen principio. Nada puede resultarle más útil a nuestra humildad que un buen amigo que pueda bajarnos los humos sin acritud o ponernos en nuestro sitio cuando comencemos a quejarnos en exceso. Hace unos años, estaba yo quejándome de una pequeña enfermedad física a mi amigo Chris, un hermano jesuita. Yo le dije con burlona seriedad: «¡Qué cruz es mi vida…!». «Sí –me dijo él sin pestañear–. Pero ¿para ti o para los demás?». Me eché a reír. Siempre que siento la tentación de centrarme demasiado en mis propios problemas, me acuerdo de la divertida, pero certera, broma de Chris.

El puente Después de su muerte, el papa Juan Pablo II se encuentra con Dios en el cielo, y Dios le dice: «Como has hecho un gran trabajo como papa, voy a concederte un deseo. Cualquier cosa que quieras en la tierra, dímela». Juan Pablo le dice: «Bueno, pues hay algo que me gustaría. Siempre he 148

pensado que si hubiera un puente entre África y Europa, un puente físico que la gente pudiera cruzar, habría más comprensión de los problemas de África, y Europa valoraría más las riquezas culturales de ese continente. Así que me gustaría que construyeras un puente desde Italia hasta el norte de África». Dios dice: «¿Un puente de Europa a África?». El caso es que si consideramos la longitud que tendría que ser y la cantidad de acero necesaria para reforzar la estructura debido al viento y el clima, yo diría que es físicamente imposible. Lo siento, pero ¿tienes otro deseo?». A Juan Pablo le sorprende que ni siquiera Dios piense que puede hacerse. Así que dice: «En ese caso, ¿qué tal este? Cuando yo era papa, me las veía negras para comprender a esos jesuitas. Siempre estaban haciendo algo sorprendente o impredecible, y algunas veces me provocaban acidez de estómago. Así que este es mi segundo deseo. ¿Podrías hacer a los jesuitas más… manejables?». Dios piensa un poco y dice: «¿Cuántos carriles quieres en el puente, dos o cuatro?».

Los extraños con buena voluntad también pueden contribuir a ponernos en nuestro sitio. Mi amigo Jim, un jesuita joven, pasó algún tiempo en China como profesor de inglés durante su formación como jesuita. Sus alumnos le preguntaron si podían leerle una redacción que habían escrito sobre su estimado profesor. «Jim es muy guapo», comenzaba el texto para satisfacción de Jim. «Es muy alto», el orgullo de Jim creció. «Y es muy gordo». Nadie se rió más de la redacción que el propio Jim. «La risa –como dice Conrad Hyers en The Comic Vision and the Christian Faith– brota del pequeño mundo de nuestra seriedad, ambición y suficiencia, y permite que el agua de la vida fluya libremente para todos, aliviando la aridez y la infecundidad de nuestro deshidratado espíritu». ¿ADÓNDE CONDUCE LA HUMILDAD? Lleva a la pobreza de espíritu, virtud espiritual que, por desgracia, está muy descuidada. He aquí un experimento mental. Recuerda las Bienaventuranzas (mencionadas en el capítulo 2), esa lista de frases que comienzan por «Bienaventurados…» en el evangelio de Mateo y en las que Jesús enumera las características esenciales de los cristianos: «Bienaventurados los mansos… Bienaventurados los misericordiosos… Bienaventurados los limpios de corazón…». ¿Qué dirías si alguien te dijera que debes vivir el mensaje de las Bienaventuranzas? Podrías decir: «Sí, debería ser manso; y misericordioso; y limpio de corazón…». Pero Jesús dice también: «Bienaventurados los pobres de espíritu». ¿Por qué deberías ser pobre de espíritu? Suena negativo. ¿No deberías ser rico de espíritu? ¿Qué significa ser «pobre de espíritu»? 149

Johannes Baptist Metz, teólogo católico contemporáneo, nos recuerda que la pobreza de espíritu, que es otro modo de hablar de la humildad, es el inicio del itinerario espiritual cristiano. Sin pobreza espiritual nos resistimos a admitir nuestra dependencia de Dios, sentimos la tentación de tratar de hacer todo por nosotros mismos y, por lo tanto, es más probable que desesperemos cuando las cosas no vayan como habíamos previsto. «La pobreza de espíritu –dice Metz– no es una virtud más, sino el… fundamento de toda “virtud teológica”» 4. La pobreza de espíritu no quita alegría. Al contrario, es la puerta de acceso a la alegría, porque te permite reconocer tu dependencia última de Dios, lo que lleva a la libertad. Tienes libertad para decir: «No todo depende de mí». Y la tentación de pensar o actuar como si todo dependiera de ti, lo que yo llamaría «Mesianismo», es muy real. Cuando estaba yo trabajando en el este de África con los refugiados, por ejemplo, que costó muchos meses reconocer que no podía resolver los problemas de todo el mundo. Por duro que trabajara, por muchos refugiados a los que ayudara, muchos otros seguirían teniendo que afrontar una vida de gran sufrimiento. Caer en la cuenta de ello podría haberme llevado a la desesperación, a la terrible certeza de que, aunque completara mi tarea, su vida podría no cambiar mucho. Es probable que el lector haya sentido esto mismo en algún momento de su vida. Puede que tengas amigos cuya vida parezca totalmente caótica. Puede que tu propia vida parezca un desastre. Puede que veas muchas cosas que necesitan un cambio, muchas cosas que necesitan arreglarse, pero no te sientas capaz de cambiarlas, arreglarlas o ni siquiera abordarlas todas. En determinado momento dije a mi director espiritual de Nairobi lo frustrado que me sentía debido a mi trabajo. ¡No podía creer que hubiera tanto por hacer! Y estaba empezando a desesperar de poder hacerlo todo. Tenía que reunirme con cada refugiado cada semana, reunirme con todos cuantos necesitasen asesoramiento, asegurarme de que todos recibían atención médica adecuada, abogar por ellos cuando tenían problemas con los propietarios de sus locales, abogar también por ellos ante los funcionarios de Naciones Unidas…; básicamente, resolver todos sus problemas y arreglar todo lo que marchaba mal en su vida. «Debería estar haciendo todas estas cosas –dije a mi director, llamado George–, pero no parece que sea capaz de hacerlo». George me dijo: «Vaya, cuánto por hacer… ¿De dónde has sacado la idea de que tienes que hacerlo todo?». Yo pensé: «Vaya tontería de pregunta». Y dije: «Obviamente es lo que Jesús haría». George respondió: «Bueno, pues sí, puede que tengas razón. Pero ¿sabes? Tengo una noticia para ti, Jim: ¡tú no eres Jesús!». O como le gusta decir a mi director espiritual actual: «Hay un Mesías, ¡y no eres tú!». Una vez que adoptas en alguna medida la pobreza de espíritu, eres más capaz de hacer todo lo posible y dejar el resto a Dios, y puedes hacerlo confiada y gozosamente. Pero todo empieza con la humildad. Y el acceso a la humildad es la capacidad de no 150

tomarte a ti mismo demasiado en serio. Thomas Merton, el monje trapense al que le encantaba reír, pensaba lo mismo: «Yo creo que la principal razón de que tengamos tan poca alegría –escribió en 1950– es que nos tomamos a nosotros mismos demasiado en serio» 5. Reírte de ti mismo te recuerda tu humanidad esencial, tus debilidades y tus limitaciones. Por citar la famosa última línea de Con faldas y a lo loco, una gran comedia cinematográfica, «Nadie es perfecto».

Ríe. Porque esa risa es un reconocimiento de que eres un ser humano; reconocimiento que es, en sí mismo, el principio de un reconocimiento de Dios. Porque ¿cómo va una persona a reconocer a Dios, si no es admitiendo en su vida y con su vida que ella misma no es Dios, sino una criatura que tiene sus tiempos: un tiempo para llorar y un tiempo para reír, y que el uno no es el otro. Una alabanza a Dios es lo que la risa es, porque deja al ser humano ser humano. KARL RAHNER, The Content of Faith

2. El humor nos recuerda que no tenemos el control Si no nos reímos de nosotros mismos, Dios nos recordará que lo hagamos. Dios nos invita a reírnos de nosotros mismos y recordar nuestras limitaciones revelándonos nuestras debilidades. Reconociendo los errores tan tontos que cometemos, los cosas tan bobas que hacemos y las actitudes tan pomposas que adoptamos, podemos abrazar la verdadera pobreza de espíritu. ¿Has pensado alguna vez si las cosas que te hacen conscientes de tus limitaciones pueden ser invitaciones a vivir las Bienaventuranzas? La clave es estar lo bastante alerta para captar la gracia y ver que algunos de los momentos más frustrantes de la vida pueden ser invitaciones a ser más humildes. Y esto sucede con suma frecuencia cuando estamos imbuidos de una sensación de suficiencia. Dios suele bajarnos los humos por nuestro bien. Un invierno tenía yo una cita a las diez de la mañana con mi director espiritual, un sacerdote jesuita llamado Damian que trabaja en el campus de Manhattan de la Forham University, a unos veinte minutos a pie de mi despacho. Era una mañana horrible –fría, húmeda y nevada–, y yo estaba luchando contra un terrible resfriado. Después de ir andando por la nieve azotado por el viento, llegué a su despacho a las diez en punto y llamé a la puerta. No respondió nadie. Después de diez minutos de espera, llamé a su despacho y escuché el sonido del teléfono desde la puerta. Pero nadie respondió. Yo pensé: «¿Qué demonios pasará? ¡Es mi dirección espiritual! ¿No se dará cuenta de lo importante que es esto?». En pie a la puerta de su despacho me llené de suficiencia, orgullo e ira. Después de esperar unos diez minutos, me marché, anduve por la nieve de nuevo y 151

volví a mi despacho a las diez y media. Cuando llegué estaba mojado y acalorado. Y tenía un mensaje en el contestador: «¡Hola, Jim! Lo siento. Pensé que habíamos dicho a las once, pero tienes razón, era a las diez. Puedes volver ahora si quieres». ¡Me puse furioso! De modo que me encaminé de nuevo hacia su despacho. Cuando llegué, estaba mojado, helado y enfadado. Damian y yo hablamos de ello, lo superé y tuvimos una sesión productiva. Pero al volver de nuevo a mi trabajo, me indigné otra vez: ¡Cómo había podido olvidarse de mí! Unos días más tarde, después de la cena un lunes por la noche, pasé algún tiempo trabajando en mi despacho. (Mi oficina y la comunidad jesuita están en el mismo edificio). Cuando regresé a mi habitación unas horas después, vi que tenía un mensaje en el contestador. Era un joven jesuita llamado Carlos que me tenía a mí como director espiritual. «Hola, Jim –decía Carlos en la grabación–. Estoy aquí. ¿Dónde estás tú? No teníamos una cita a las ocho para la dirección espiritual? Estoy esperando a tu puerta. Hace mucho frío aquí afuera, pero esperaré». Y después otro mensaje: «Hola, Jim, son las ocho y media y sigo esperando. ¡Ojalá estés ahí!». Miré el calendario y vi que me había olvidado de pasar la página de la semana. Tenía abierto el calendario en el lunes anterior, y me había olvidado de nuestra cita. Mortificado, le llamé para disculparme y fijar otra hora. Pero también tuve que reírme de mí mismo. ¡En menos de una semana, había hecho yo lo mismísimo que no podía concebir que me hiciera a mí otra persona! Esto me pareció una clara invitación de Dios a tener mayor humildad y perspectiva. Dios parecía decirme: «¡Aprende sobre ti mismo! Cometes errores como todo el mundo» o «Todo el mundo comete errores también, exactamente igual que tú». La siguiente vez que vi a mi director espiritual, nos reímos de todo ello; y la siguiente vez que vi a Carlos, le pedí perdón de nuevo y le conté el caso. Mientras se reía, le dije: «¡Y algún día te sucederá a ti!». La perspectiva es esencial para calibrar la salud espiritual y emocional, y el humor puede llevar a veces a tener una visión más realista de nosotros mismos. El reverendo David Robb es ministro asistente en la «All Souls Unitarian Church» de Nueva York, además de ejercer como psicoterapeuta. Recientemente le he preguntado por los beneficios psicológicos del humor. «Si la gente no tiene algo de alegría en su vida –me respondió–, termina tomándose a sí misma demasiado en serio y es incapaz de ir más allá de su persona. Y gran parte de la espiritualidad consiste en situarse en el lugar debido del universo. Quienes son capaces de reírse de sí mismos, son capaces también de verse a sí mismos crítica pero no severamente, y esto es un elemento clave en el desarrollo emocional».

CUANDO LAS COSAS VAN MAL, sobre todo si son inconvenientes para ti o una amenaza para 152

tu ego, ¿eres capaz de reírte? A veces incluso los planes mejor elaborados y los acontecimientos más cuidadosamente planificados pueden ir mal. Mi amigo George es desde hace mucho tiempo capellán de prisión y actualmente trabaja en la cárcel San Quentin de California. Durante el tiempo que pasó en la cárcel de Boston, comenzó a dar retiros breves a los internos. Después de todo –me explicaba en una ocasión–, muchos de los internos están hambrientos de Dios; tienen mucho tiempo libre, y algunos de ellos, por ejemplo, los que están en régimen de aislamiento, tienen incluso tiempo privado para dedicarlo a la oración. Como la mayoría de los capellanes de prisión, George proporciona consuelo espiritual, dirige programas de estudio de la Escritura y facilita el funcionamiento de grupos para «compartir la fe». A menudo, cuando se acerca el momento de la liberación de los presos, dirige una sesión en la que reflexionan sobre sus experiencias carcelarias. En una de estas sesiones, George les pidió que se sentaran en círculo en la capilla y que, uno a uno, hablaran de las lecciones que habían aprendido durante su condena, fueran cuales fuesen, aunque les parecieran insignificantes. «Bueno –dijo uno–, yo he aprendido que Dios me ama a pesar de lo que yo haya hecho en el pasado, y quiero acudir siempre a él para pedirle perdón». Y George dijo: «Eso es fantástico. Gracias». El siguiente dijo: «Yo he aprendido por fin a asumir la responsabilidad de mis actos». Otro dijo: «Yo he aprendido a no mezclarme con tipos que son una mala compañía para mí». Y otro más: «Yo he aprendido que debo ser un buen cristiano y cuidar de mi esposa y de mi hijo». Pero un interno permaneció callado. Así que George le preguntó que había él aprendido. «No le va a gustar», dijo el interno. «No, no –dijo George–. Cualquier cosa que hayas aprendido es válida». Y el interno dijo: «Yo he aprendido que la próxima vez que mate a alguien, tengo que ocultar el cuerpo mejor».

LOS SUCESOS IMPREVISTOS NOS RECUERDAN que debemos vigilar nuestra tendencia a pensar que tenemos nosotros el control. En realidad, el control está en otras manos. Una de mis primeras homilías después de mi ordenación trató de la Anunciación, la visita a María del ángel Gabriel narrada en el evangelio de Lucas, donde María descubre que dará a luz a Jesús6. Después de pasar varios días orando, investigando, escribiendo y corrigiendo, produje lo que yo pensaba que era una homilía fantástica. La Anunciación –decía yo en mi homilía– es como la historia de cualquier experiencia espiritual de Dios. Dios actúa en nuestra vida del mismo modo que en la Anunciación. Dios toma la iniciativa (como hace con María); entonces nosotros dudamos y preguntamos (como hace María); después somos invitados a mirar a nuestro alrededor 153

y ver signos de la actividad de Dios (como el ángel pide a María que piense en su prima Isa-bel); a continuación decimos que sí; entonces Dios trae nueva vida a nuestra vida; y después se nos pide que lo vivamos plenamente cuando la experiencia haya finalizado. Bueno –pensé yo–, es una homilía espectacular, completamente original. Yo no había encontrado nunca reflexiones similares sobre ese pasaje. ¡Estaba deseando pronunciarla! Al final de la misa, me quedé en la puerta esperando las inevitables alabanzas. ¿Qué pensarían los agradecidos fieles de aquellas ideas mías absolutamente fascinantes? Estaba deseando que me lo dijeran. ¿Y qué me dijeron? «Buenos días, padre». «Qué tenga un buen día». «Adiós». Ni una sola persona mencionó la homilía. La semana siguiente, muy presionado por la falta de tiempo, escribí muy rápidamente lo que yo consideraba una homilía excesivamente insulsa. Hallar a Dios en todas las cosas. Buscar a Dios en todos los aspectos de tu vida. Bla, bla, bla. Nada especial, nada nuevo, nada diferente. Al final de la misa, muchas personas se me acercaron con lágrimas en los ojos. «¡Ha sido preciosa!». «¡Muchísimas gracias!». «¡Justo lo que necesitaba oír hoy». Aquello me recordó sin dejar lugar a dudas que por muy duramente que trabajes, en última instancia es obra de Dios, no tuya. Todo aquello puso nuestro trabajo en la debida perspectiva.

ACEPTAR QUE NO ERES TÚ QUIEN TIENE EL CONTROL no solo lleva a la humildad, sino a una mayor alegría. Tú debes trabajar seriamente y dejar el resto a Dios. El papa Juan XXIII dijo en cierta ocasión que cuando se despertaba por la noche preocupado por el futuro de la Iglesia, se relajaba haciéndose una pregunta: «Giovanni, ¿por qué estás tan preocupado? ¿Quién está a cargo de la Iglesia, tú o el Espíritu Santo? ¡El Espíritu Santo!, así que vuélvete a dormir, Giovanni». Tú no eres Dios. Y si lo olvidas, Dios te lo recordará. Por lo tanto, debemos tomarnos las cosas con calma en lo que respecta a la vida y los ministerios. No es que nuestro trabajo, nuestra familia y nuestra vida religiosa no sean importantes, sino que, en última instancia, no somos nosotros quienes producimos resultados. Recientemente, mi amigo Joe, que es un sacerdote recién ordenado de Seattle, me contó que en un funeral pronunció una homilía sobre el duelo en la que decía que cuando se sufre una pérdida, todos queremos una receta sencilla para superar el dolor. Y contó que su madre hacía pan y le había enseñado a éltambién a hacerlo cuando era niño. Había unos ingredientes básicos: harina, agua y levadura. Pero hoy, cuando él hacía pan, añadía algunos ingredientes propios. El duelo es similar –dijo Joe–. Hay unos modos 154

estándar de pasar por él: reunirse en comunidad de fe, contar historias de la persona que ha fallecido y confiar en la Resurrección. Pero cada persona toma esa «receta» básica y añade otros elementos para poder ser «alimentados» por Dios en nuestro dolor. Joe tenía que reconocer que estaba excesivamente orgulloso de su homilía. Después, una mujer se le acercó y le dijo: «Padre, no puedo recordar ni una palabra de lo que ha dicho, pero ¡ha sido muy consolador!». Joe y yo nos partimos de risa cuando me lo contó. «Bueno –dijo Joe–, fue un buen recordatorio de quien está a cargo». *** LOS NIÑOS SON PARTICULARMENTE EXPERTOS en recordarte que no eres tú quien tiene el control. Hace unos años pasé un fin de semana con mi madre y la familia de mi hermana en Philadelphia, donde crecí. El domingo fui invitado a celebrar misa en mi parroquia. Pensé: «¡Qué suerte tiene la parroquia! Van a ver a uno de los suyos, a un chico de la localidad, celebrando misa aquí. ¡Qué afortunados! Estaba lleno de suficiencia y vanidad». Entre los fieles estaba mi familia, incluidos mis dos sobrinos, Charles, de diez años, y su hermano Matthew, de tres. En aquella época, Matthew era muy religioso. Le gustaba leer libros ilustrados acerca de Dios, le gustaba ir a misa e incluso cantar canciones religiosas en casa. Pero lo que a Matthew le gustaba más era hacer la señal de la cruz en la acción de gracias de las comidas. Antes de la bendición de los alimentos, Matthew comenzaba: «En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Ese era su papel en las comidas familiares. ¡Y pobre del que no dejara a Matthew decir la bendición! En cualquier caso, al inicio de aquella misa dominical, avancé por el pasillo principal lleno de admiración por mí mismo, me volví hacia los fieles y comencé con la bendición tradicional: «En el nombre del Padre, del Hijo y del…». Y surgió de repente un agudo grito del primer banco. «¡Alto! ¡Esa es mi parte! ¡Cállate, tío Jim! ¡El tío Jim ha dicho mi parte!» Fue imposible no reírse. ¿Puedes ver esos momentos como invitaciones a la humildad, como vías de acceso a la pobreza de espíritu? Como dice el teólogo protestante Reinhold Niebuhr: «Lo gracioso de nosotros es precisamente que nos tomamos demasiado en serio».

3. El humor es señal de la presencia de Dios en tu vida Recuerda lo que decíamos en nuestro primer examen del humor y la vida de Jesús de Nazaret. Como he observado anteriormente, la vida de Jesús estuvo llena de alegría. Pensemos en lo que sucedía cuando la gente era sanada por Jesús. Daban voces de alegría y asombro: «¡Jamás vimos cosa parecida!». Pensemos en lo feliz que estaba Jairo 155

cuando su hijita se puso bien. En la felicidad del padre cuando su hijo epiléptico es sanado. Pensemos en cómo la alegría del ciego brota de las páginas. Cuando le preguntan qué le ha sucedido, dice: «Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo» 7. La alegría está también presente en muchos personajes de las parábolas de Jesús. Recuerda nuestro análisis de la parábola del hijo pródigo, en la que el padre exclama: «¡Ponedle un anillo enla mano y unas sandalias en los pies… Comamos y celebremos una fiesta!». Cuando el hijo mayor no quiere participar en la celebración, el padre explica su deseo de gozo, ahora que su hijo ha regresado: «Convenía celebrar una fiesta y alegrarse». Ahí está el padre, e implícitamente Jesús, reprochando al hijo mayor de la parábola que no se alegre lo suficiente. El hijo mayor, que se niega a entrar en la casa (por lo tanto, de acuerdo con la costumbre, insulta al padre) y reconciliarse con su hermano, está consumido por el resentimiento. La alegría del padre contrasta agudamente con la amargura del hijo mayor. «Este hermano tuyo había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado». Alégrate, dice el padre al hijo. Alegraos, dice Jesús a sus oyentes. La alegría rodea la vida de Jesús en la tierra. Y al comienzo de su vida, después de la Anunciación, María va a ver a Isabel. ¿Qué sucede? Juan el Bautista salta de gozo en el seno de Isabel. ¿Y qué hace María? Entona un canto de alabanza: «Alaba mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador». Al final de la vida terrena de Jesús, después de la Resurrección, el Cristo Resucitado está asando pescado en la orilla. Pedro le ve desde la barca y salta al agua lleno de alegría. La alegría brota también del ministerio público de Jesús. Lo que se llama tradicionalmente el primer milagro sucede en Caná, donde Jesús transforma milagrosamente el agua en vino, asegurándose así de que la fiesta continúe. La alegría es un elemento esencial de la vida y el ministerio de Jesús. Por lo tanto, también debe serlo de sus seguidores. En Laughing with God, Gerald Arbuckle emplea las expresiones «incongruencia divina», «humor divino» y «falta de lógica divina» para describir los «modos totalmente inesperados y sorprendentes» de relacionarse Dios con la humanidad y «el amor de Dios, que persigue y perdona a la inconstante humanidad». Joseph Grassi, en God Makes Me Laugh, observa que enel Antiguo Testamento, «los planes de Dios, realizándose a través de débiles seres humanos, parecen tan sorprendentes e imposibles de lograr que hacen que la gente se ría de asombro». Como en el caso de Sara. En el Antiguo Testamento, Dios está constantemente perdonando a los hombres y mujeres que rompen la alianza establecida entre Dios e Israel8. El persistente «regateo» de Abraham con Dios en el Génesis para salvar a la ciudad de Sodoma de la destrucción es cómico incluso hoy. (Dios dice que salvará a la ciudad si puede encontrar en ella cincuenta justos. Al final de las negociaciones, Abraham se los ha rebajado a diez). El rabino Daniel Polish me describía el Antiguo Testamento como «terrenal», y el humor es un elemento de esa «terrenalidad». En el Nuevo Testamento –dice Arbuckle–, el contraste entre las «expectativas 156

humanas respecto de cómo debe actuar el Creador y lo que de hecho sucede es enorme». El Mesías es un mero campesino galileo. «¿No es éste el hijo del carpintero?», se preguntan los presentes en los evangelios. Pensemos en las imágenes que utiliza Jesús para describir el amor de Dios. El pastor que deja atrás a noventa y nueve ovejas para encontrar a la única que se ha perdido; el padre que acoge a su hijo, que es un egoísta; la mujer que pasa un día entero barriendo su casa para encontrar una moneda. ¡Locura tras locura! Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento tienen en su entramado, no solo la confusión de las expectativas y la naturaleza de la divinidad, que a menudo pone las cosas del revés, sino también la alegría juguetona de Dios. Richard Clifford, SJ, se refiere al pasaje de Abraham regateando con Dios para salvara Sodoma en el libro del Génesis, diciendo: «Hay humor en él, porque parecen dos campesinos regateando a propósito de una piel de oveja». David Robb vincula la alegría juguetona de Dios con la creatividad: «La creatividad tiene mucho que ver con el “juego” de la imaginación». Pensemos en una persona como Johann Sebastian Bach –sugiere Robb–, que creaba una música gloriosa a partir de un número determinado de notas y armonías. La creatividad de Dios es así, imaginativa, diversa, juguetona. ¿Piensa que Dios está siempre jugando con él? «¡Mi vida entera parece a veces una gran broma! –se reía Robb–. ¡Dios está lleno de sorpresas! Me doy un golpe contra una pared y me pregunto qué he hecho mal, y entonces sucede algo totalmente inesperado. Eso es la creatividad juguetona de Dios».

La Madre Teresa humorista Como veíamos en el capítulo 3, muchos santos tenían un gran sentido del humor. Algunos se reían incluso de la idea de ser santos. Durante su papado, entre 1978 y 2005, Juan Pablo II canonizó a un número de santos sin precedentes. Por esa época, según me contó un obispo, una de las religiosas de la congregación de la Madre Teresa le preguntó cómo podía llegar a ser santa. Es muy probable que la hermana esperase una respuesta piadosa sobre vivir una vida santa, servir a los pobres y orar con frecuencia. Pero la Madre Teresa se echó a reír y dijo: «Si quieres ser santa, muérete ya. ¡El papa está canonizando a todo quisque!».

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CONSIDERANDO TODOS ESTOS EJEMPLOS de humor y risa en la Sagrada Escritura y en las vidas de otras personas, puede que el lector se haga las siguientes preguntas: ¿tiene mi vida espiritual que ser siempre tan triste?; ¿veo yo la alegría, el humor y la risa como signos de la presencia de Dios en mi vida? Muchos santos y maestros espirituales así lo han hecho. Ya he contado la historia de varios santos que vivían la vida con entusiasmo. La alegría es vital, como decía el rabino Nachman de Breslov9. Estar cerca de Dios llena a las personas de alegría. ¿Por qué ocultarlo? En su libro Living with Wisdom10, que es una biografía de Thomas Merton, el escritor Jim Forest cuenta que él y otro joven de la casa del Catholic Worker de Nueva York fueron en autostop desde esta ciudad hasta el monasterio de Merton en Kentucky. Ambos estaban deseando conocer al famoso monje y hablar con él de la paz y la no violencia. Cuando llegaron, rendidos después de tantas horas de viaje, les mostraron sus habitaciones en el monasterio. A continuación, Jim Forest fue a la capilla a orar, y su oración se vio interrumpida… por unas risas. Forest no se esperaba risa en un monasterio trapense, de modo que salió de la capilla para buscar la causa, y así es como lo cuenta: «El origen, según descubrí, era la habitación de mi amigo. Al abrir la puerta, la risa aún continuaba, era una especie de estallido de carcajadas. El causante principal era un hombre con el rostro enrojecido que estaba tendido en el suelo y llevaba hábito trapense, tenía las rodillas en el aire y las manos sujetándose el vientre… Comprendí al instante que el hombre del suelo que se reía de manera tan desinhibida debía de ser Thomas Merton… ¿Y la inspiración de la risa? Pues resultó ser el fortísimo olor de unos pies que habían estado metidos en zapatos todo el camino desde el Lower East Side hasta el monasterio y que estaban ahora expuestos al aire». Thomas Merton, uno de los grandes maestros espirituales de nuestro tiempo, estaba en el suelo, riéndose de unos pies hediondos. Hace unos años, hablaba yo con un anciano monje que había sido uno de los novicios de Merton, y me contaba que la mayoría de los nuevos novicios que entraban en el monasterio eran inicialmente incapaces de identificar a Merton, a pesar de ser el monje más conocido del país. (En aquella época había casi doscientos monjes en el monasterio). Este monje me decía: «Si me hubieran preguntado quién era, habría sido casi el último que yo habría dicho». «¿Por qué?», le pregunté yo. «Porque estaba siempre riendo, y yo tenía la idea de que un monje debe ser muy serio». ¿Qué sentido tiene ocultar nuestra alegría? Como decía santa Teresa de Jesús: «Utilicémosla cada uno de nosotros humildemente para alegrar a los demás». ¿Puedes ver la alegría como un signo de la presencia de Dios? «Además –decía el profesor Martin Marty– ¿cómo puedes hablar de la alegría cristiana si nunca tienes el impulso de bailar jugar o hacer cosas divertidas? Si estás 158

inundado por la gracia de Dios, debes sentirte liberado y ser libre para bailar, reír y sonreír».

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Digresión sobre la alegría 1 Tesalonicenses

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que el libro que muchos especialistas en la Escritura coinciden en considerar el más antiguo del Nuevo Testamento sería objeto de veneración. Cabría pensar que un documento escrito alrededor del año 50 a.C. –solo unos setenta años después de la muerte y la resurrección de Jesús– sería estudiado por todos los cristianos. Cabría pensar que la mayor parte de los cristianos se sabrían de memoria hasta el último versículo de ese documento. Pues bien, no es así. La Primera Carta de san Pablo a los Tesalonicenses no es bien conocida por muchos cristianos. Sin embargo, está totalmente aceptado que es la primera de las cartas de Pablo y, por tanto, el texto más temprano de todo el Nuevo Testamento. Los expertos dicen que 1 Tesalonicenses fue muy probablemente escrita desde Atenas o Corinto alrededor del año 50 a.C. Por lo tanto, es anterior a los cuatro Evangelios y a los Hechos de los Apóstoles. Y dentro de esta carta hay una notable frase de san Pablo que desmiente la concepción popular de Pablo como un puritano gruñón, quejica y depresivo. Primero un poco de historia. Pablo escribe a la iglesia (es decir, a la comunidad cristiana) que había fundado en Tesalónica, situada en la provincia romana de Macedonia, en la costa norte del mar Egeo. (En la actualidad es la ciudad de Thessaloniki, al norte de Grecia). En esta carta relativamentebreve anima a sus hermanos cristianos a tener confianza en la «Segunda Venida» de Jesús, que pensaban que tendría lugar durante su vida. (Muchos cristianos de la época creían que la Segunda Venida era inminente). A diferencia de algunas de sus otras cartas, Pablo aquí no responde a ningún acalorado debate en la comunidad cristiana de la zona. Tampoco regaña a sus hermanos cristianos por alguna letanía de horribles pecados, sino que principalmente los anima a llevar una vida santa. El comienzo de la carta, de hecho, contiene una aduladora alabanza de la conducta de los cristianos de Tesalónica, que dice que son ejemplo para otras iglesias de la zona. Esto puede explicar sus amables palabras. La Primera Carta a los Tesalonicenses, dice un comentarista, es «pastoral, cálida en su tono y afectuosa en su conjunto» 1. Volvamos ahora sobre esa notable frase. Hacia el final de la carta, Pablo ofrece una tríada de práctica cristiana: «Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros». Puede uno pasar la vida entera meditando esta frase. De hecho, puede uno pasar la vida entera meditando solo las palabras: «Estad siempre alegres». Pero ¿es posible? Realistamente, qué significa «Estad siempre alegres». ABRÍA PENSAR

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En primer lugar, no significa que no se pueda estar triste por el sufrimiento ni que se tengan que ignorar las tragedias del mundo que nos rodea. Pero, a primera vista, las palabras de Pablo parece que implican esto. En su libro Chasing Joy: Musings on Life in a Bittersweet World, el reverendo Edward Hays, sacerdote católico y popular autor espiritual, observa que las palabrasde Pablo se ven puestas en cuestión no solo por la tristeza de nuestra vida, sino también por la injusticia del mundo. Estar siempre alegre puede parecer no solo imposible, sino ofensivo. «Hacer esto en el mundo actual es extremadamente difícil –dice Hays–, porque los titulares están diariamente repletos de malas noticias». ¿No es la injusticia del mundo algo que hay que lamentar, y no algo que nos pueda hacer sonreír? «Afrontar el mal con júbilo en lugar de con indignación –prosigue Hays– se percibe como una cobarde complicidad de silencio». Pero Tesalónica en la época de san Pablo no era ningún paraíso. Sometida al dominio de la Roma imperial, muchos habitantes de la ciudad vivían como esclavos. Los que eran libres podían ser pobres, analfabetos e incapaces de subvenir a lo que nosotros consideramos muchas de las necesidades básicas de la vida. Las enfermedades graves (e intratables) y la muerte prematura eran la suerte de muchos. Los tesalonicenses conocían el significado del sufrimiento. Y los cristianos conocían también la «persecución», algo a lo que Pablo alude en las primeras líneas de su carta. ¿Cómo, entonces, podía Pablo pedirles que hicieran caso omiso de las realidades de la vida? No se lo pedía, sino que apuntaba a algo más profundo. Es fácil estar alegre cuando eres feliz o en esos fugaces momentos en que el mundo parece un lugar justo para todos. Pero ¿cómo estar alegre en los tiempos tristes y ante la injusticia? Hays hace una sugerencia: «Vivir la alegría es permanecer en Dios, que es amor, y ser un auténtico profeta requiere amar a aquellos y aquello que denuncias». Pienso aquí en el ejemplo de los grandes espirituales afroamericanos. No tenemos aquí espacio suficiente para una larga exégesis de este fértil tema, pero podemos decir, en resumen, que uno de los signos más permanentes de la gran fe de los cristianos afroamericanos es el legado de sus himnos espirituales, piezas de alegría nacidas en medio de un profundo sufrimiento.Son signos de confianza en Dios. Como observa el teólogo afroamericano James Cone, «lejos de ser cantos de resignación pasiva, los espirituales son cantos de liberación de los negros que hacen hincapié en que la liberación negra concuerda con la revelación divina» 2. El gozo de estos cantos, forjados en el fuego del sufrimiento, prosigue. Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de cuando era novicio es el de haber sido invitado a una iglesia predominantemente negra del barrio de Roxbury en Boston. Antes de ello no había estado nunca en esa iglesia. Sin embargo, desde el momento en que el coro empezó a cantar «Lead Me, Guide Me», me sentí arrastrado por la alegría. Años después experimenté la misma ebullición con los cantos de los coros de las iglesias de los suburbios de Nairobi, donde los keniatas se apiñaban hombro a hombro (literalmente) y cantaban sus himnos en suahili. Lo que ambos grupos tenían en común (los descendientes de los esclavos y los africanos del este) no era simplemente el color de su 161

piel, sino su confianza permanente en Dios. La alegría, que es más profunda que la felicidad, es una virtud que encuentra su fundamento en la conciencia de ser amados por Dios. Para los cristianos, la conciencia de que Jesús ha sido resucitado de entre los muertos es causa de regocijo incluso en los tiempos difíciles. Esto no significa que el sufrimiento no provoque tristeza. Claro que la provoca. Pero el sufrimiento no es la última palabra, ni en la vida de Jesús ni en la nuestra. Y esa conciencia puede llevarnos a una profunda alegría. Mientras estaba escribiendo este capítulo, recibí una noticia médica desagradable: tengo que pasar por una operación de poca importancia. No es nada que ponga en riesgo mi vida ni terriblemente serio, pero sí preferiría no tener que pasar por ello. Y cuando estaba orando al respecto al día siguiente, justo antes de ponerme a escribir sobre la alegría, caí en la cuenta de que no me sentía especialmente alegre. Pero gradualmente, mientras oraba, comprendí que Dios estaría conmigo en esta pequeña enfermedad y que él me daría la fuerza y la inteligencia para abordarla, resolverla y vivir con ella, como ha hecho en el pasado. Esto me puso en contacto no solo con la paz, sino con la alegría. No puedo decir que estuviera feliz ni que no hubiera preferido una noticia distinta, pero sentí alegría. Esto puede ser parte de lo que significa estar alegre en toda circunstancia. Como ya he dicho, la tristeza es una respuesta al sufrimiento apropiada y natural. Dios quiere, en mi opinión, que seamos sinceros en cuanto a nuestra tristeza y que le hagamos partícipe de ella en la oración. Pero incluso en medio de una gran tragedia, saber que Dios nos acompaña puede llevarnos a una alegría profunda que puede hacernos superar los tiempos difíciles y a veces insoportables. Análogamente, «estar siempre alegres» no significa que debamos limitarnos a ser optimistas ante la injusticia. La indignación que sientes ante una situación injusta puede ser signo de que Dios te está impulsando a hacer frente a esa injusticia. Es decir, que Dios puede estar hablándote a través de tu indignación ante lo que ves, a través de tu desagrado por lo que has leído o de tu conmoción por lo que alguien te ha contado. (¿Cómo, si no, movería Dios a la gente a actuar?). Este es particularmente el caso cuando la injusticia afecta a otra persona, porque la indignación por una injusticia cometida con nosotros mismos (por justificada que esté) puede estar teñida de egoísmo y de orgullo herido. Por ejemplo, supongamos que ves a un vagabundo sentado en la acera en frente de un restaurante de lujo del que salen personas que han gastado cientos de euros en su comida y que nisiquiera miran a ese hombre, por no hablar de darle unas monedas o dedicarle una palabra amable. Puede que te indignes o que te entristezcas. Probablemente te sientas movido a darle algo de dinero o incluso dedicarle un poco de tiempo. Pero ciertamente no te dirías a ti mismo, y mucho menos a él, «¡Sé feliz!». Al ser testigo de una injusticia, tratarías de aminorarla. De ese tipo de emociones fuertes y de justa indignación nacen grandes obras de caridad. ¿De dónde nace la alegría entonces? Procede de la confianza amorosa en Dios, de la conciencia de que Dios actúa a través de la compasión que tú sientes, del conocimiento 162

de que Dios desea un mundo justo, donde los pobres sean tratados justamente, y también de la confianza en que Dios ayudará a quienes escuchen su voz a implantar la justicia. Es importante ver que las tres partes de la tríada paulina de la práctica cristiana –la alegría, la oración y la gratitud– están íntimamente ligadas. La alegría, la oración y la gratitud están conectadas. Veamos cómo. Primero, la alegría brota de la gratitud. Cuando recordamos cosas, acontecimientos o personas por las que estamos agradecidos, la alegría se incrementa. Segundo, la oración sostiene a las otras dos virtudes. La conciencia contemplativa del mundo y la actitud de atención orante hacen más fácil ver todo lo positivo de la vida. Finalmente, la alegría nos mueve a la gratitud. Nuestra gratitud por una buena nueva puede llevarnos a la alegría. La alegría puede también movernos a orar. En nuestra alegría queremos estar con Dios, hacerle partícipe de nuestra vida gozosa, agradecidamente, en la oración, del mismo modo que compartimos la alegría con un amigo. Cada virtud sostiene a las otras. La oración suscita gratitud. La gratitud lleva a la alegría. Y la alegría nos mueve a orar. De este modo podemos seguir el consejo de Pablo a los tesalonicenses de hace casi dos mil años.

Muchos creyentes actuales piensan en san Pablo no como el Apóstol de la Alegría, sino como el Apóstol de la Tristeza. Habitualmente (y de manera injusta) se le caracteriza como un severo moralista cuyo único empeño es frustrar las auténticas emociones humanas y que está obsesionado por aplastar la sexualidad humana, en lugar de como un amigo que nos alienta y nos invita a un mundo de alegría. Pero aquí está Pablo, en su primera carta, haciendo justamente esto. Había otras comunidades cristianas que necesitaban escuchar palabras severas, pero a los cristianos de Tesalónica, y a los cristianos de hoy, el Apóstol Pablo les recomienda tres cosas, y la primera de ellas es la alegría.

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1 Tesalonicenses 5,12-28 «Os pedimos, hermanos, que tengáis en consideración a los que trabajan entre vosotros, os presiden en el Señor y os amonestan. Tenedles en la mayor estima con amor por su trabajo. Vivid en paz unos con otros. Os exhortamos asimismo, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. 163

Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos. Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal. Que Él, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama y es él quien lo hará. Hermanos, orad también por nosotros. Saludad a todos los hermanos con el beso santo. Os conjuro por el Señor que esta carta sea leída a todos los hermanos. La gracia de nuestro Señor Jesucristo sea con vosotros».

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9 ¡Estad siempre alegres! Introducir el amor, la alegría y la risa en la oración

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¿ ÓMO PUEDE UN AMIGO

mostrar que está encantado contigo? Un modo es decírnoslo sin ambages. «¡Cuánto me alegro de verte!», podría decirnos un amigo. O, en medio de algo divertido –por ejemplo, unas vacaciones juntos o una noche en que salimos los dos–, «¡Qué estupendo!». Dios hace lo mismo, aunque de modo distinto. Dios nos hace partícipes de su placer a través de las celebraciones eclesiales, la naturaleza, la música, las relaciones y el juego en toda clase de manifestaciones externas. Dios hace esto mismo también en nuestra vida interior, llenándonos de placer al ver a nuestros hijos disfrutar en una fiesta de cumpleaños, o la felicidad que sentimos cuando llegamos al lugar en que vamos a pasar las vacaciones, o nuestro júbilo al ver las primeras señales de la primavera después de un largo invierno. Uno de los momentos que más ansía mi madre llega alrededor del marzo. «He visto hoy el primer petirrojo», dice encantada. Una de mis frases cinematográficas favoritas procede de la película de 1981 Carros de fuego, basada en la historia de los competidores en los Juegos Olímpicos de 1924. Un atleta, que representa a un escocés que existió en la vida real y que fue posteriormente ordenado, es un cristiano devoto que también es corredor. «Cuando corro, siento su placer», dice de Dios. Es un modo maravilloso de hablar de un momento interior de placer. Otro modo de que un amigo sienta placer con nosotros puede ser la alegría bromista. Una de las mejores cosas de la amistad es bromear con alguien. A mis amigos, por ejemplo, les gusta tomarme el pelo a propósito de muchas cosas, y en especial de lo mucho que escribo. Mi amigo George, que se hizo jesuita un año antes que yo, siempre me pone en mi sitio con su humor. A veces, cuando estamos juntos con otros amigos, por ejemplo comiendo una hamburguesa, y yo digo: «¡Qué rica está! Él dice: «¿De verdad? ¿Y vas a escribir un libro sobre el tema?». Los padres, como ya he dicho, también bromean con sus hijos. Cuando mi padre llegaba a casa del trabajo a finales de los sesenta, normalmente se sentaba a la mesa con el sombrero puesto, lo que nos hacía partirnos de risa a mi hermana y a mí. «¡Papá!», le decíamos «¿Qué pasa?», nos preguntaba con burlona inocencia sentado a la mesa con su sombrero de fieltro gris. «¡Papá, todavía llevas puesto el sombrero!». El juego es parte de ser un buen 165

padre.

Complacer a Dios… ser un auténtico ingrediente de la felicidad divina… ser amado por Dios, no meramente compadecido, sino que se deleite como un artista se deleita en su obra o un padre en su hijo, parece imposible, un peso o carga de gloria que nuestro pensamiento apenas puede soportar. Pero es así. C.S. LEWIS, The Weight of Glory

Por lo tanto, si un modo de pensar en nuestra relación con Dios es como una amistad, y los amigos bromean; y un modo de pensar en Dios es como padre, y los padres bromean, entonces puedes preguntarte: «¿Cómo bromea Dios conmigo y cómo bromeo yo con Dios?». Durante mi estancia en Kenia caí enfermo de mononucleo-sis, lo que significó cuatro semanas de reposo en cama. Pero los refugiados con los que trabajaba sospecharon algo mucho peor: que tenía meningitis, tifus o alguna otra enfermedad grave de las que imperan en África. Mientras estuve enfermo, solían visitarme en la comunidad jesuita en la que vivía, aunque yo estaba muy fatigado. En Kenia, según descubrí, las personas que aprecian a sus amigos los visitan cuando están enfermos y les ayudan a limpiar la casa. Así que, durante mi recuperación, los refugiados me iban a visitar y barrían el suelo mientras yo trataba en vano de permanecer despierto. En unos meses me puse lo suficientemente bien como para volver al trabajo. El primer día, iba yo conduciendo mi jeep por uno de los suburbios de Nairobi cuando me vieron tres refugiados. Me hicieron señas frenéticamente para que me detuviera. Bajé la ventanilla, y los tres introdujeron su mano para estrechar la mía. Con una amplia sonrisa, uno dijo: «¡Hermano Jim, estamos muy contentos de que no haya muerto!». Me eché a reír al oírlo. Y aquella risa espontánea puso voz a muchas cosas: mi alegría por haberme recuperado de una larga enfermedad, mi gratitud por el afecto de los refugiados (que nunca me había sido expresado tan vívidamente) y mi placer por lo inesperado de su comentario. Pero aquel divertido comentario connotaba algo más que me impresionó. Todo en conjunto me hizo pensar que podía ser signo de que Dios bromeaba conmigo. Esos momentos divertidos comunican la verdad de un modo inconfundible. ¿Recuerda el lector cómo el encuentro del rabino Daniel Polish con la «reina del Sábado» le invitó a experimentar una nueva forma de intimidad con Dios? Sin embargo,con suma frecuencia desechamos estos momentos de bromas de Dios. Tendemos a pensar que no puede ser Dios, porque no es lo bastante serio. Las bromas de Dios pueden transmitir un mensaje serio. Al final del invierno pasado me preguntaba yo si necesitaba realmente dos gorros de lana. ¿No debería bastarme con uno? Puede que debiera dar uno de ellos a los pobres. Y me dediqué 166

estúpidamente a debatir si debía regalar uno de ellos. Camino un día de la peluquería, metí la mano en el bolsillo para sacar el gorro y no estaba, y entonces me di cuenta de que se me había caído. Me di la vuelta y vi que un vagabundo se lo estaba poniendo. Bueno, pensé, esto resuelve la cuestión. ¿Era Dios diciéndome de manera bromista lo que debería haber hecho en un principio? ¿Fue el comentario de los refugiados un recordatorio de que debía confiar más en Dios? Tendemos a pasar por alto, ignorar o simplemente rechazar esos momentos alegres, olvidando la posibilidad del sentido del juego que tiene Dios y que está bien documentado en la Escritura. Esto me recuerda el caso del tipo que buscaba un sitio para aparcar. Es el padrino de boda de su amigo y llega tarde a la ceremonia. De manera que recorre frenéticamente el aparcamiento de la iglesia. No es religioso; no obstante lo cual, ora: «¡Oh, Dios, por favor, ayúdame! Si encuentro sitio donde aparcar, iré a la iglesia todos los domingos, rezaré todas las noches y seré bueno con todo el que me encuentre!». De repente encuentra un sitio, y el tipo dice: «No te molestes, Dios, ¡ya he encontrado uno!». No pases por alto, ignores ni rechaces posibles signos del jugueteo bromista de Dios en tu vida cotidiana o en tu vida de oración.

La cara de Dios Todos estos comentarios a propósito del jugueteo bromista de Dios pueden hacer que te preguntes cómo sé yo que Dios es bromista. Bueno, pues como ya he dicho en este mismo capítulo, las cosas divertidas que nos suceden a mí me parecen signo de esta cualidad divina. Pero, por supuesto, ninguno de nosotros sabe exactamente cómo es Dios. Parafraseando a santo Tomás de Aquino, si puedes definirle, entonces no es Dios. Lo que me recuerda uno de mis chistes favoritos. Una religiosa católica está enseñando a pintar con los dedos a su clase de primer grado. La religiosa recorre los pasillos mirando lo que sus alumnos están pintando. Se detiene en la mesa de un niñito. «¿Qué estás pintando, Billy?» Billy levanta la vista y responde: «Estoy pintando la cara de Dios». «Pero eso es imposible –dice la religiosa–. Nadie ha visto la cara de Dios». Billy vuelve a su dibujo y dice: «¡La verán en cinco minutos!». UNA DE MIS SUGERENCIAS FAVORITAS para meditar es la frase de Anthony de Mello: «Mira a Dios mirándote… y sonriendo». La imagen de Mello es en esencia una invitación a una 167

oración de alegría, en lo que podría considerarse un tiempo privado cara a cara con un Dios sonriente, viendo el mundo del modo que Dios lo ve. Pero antes de hablar de incorporar la alegría a tu oración, hablemos un poco de la oración. Primero de todo, ¿qué es? En pocas palabras, podríamos decir que la oración es la conversación que tiene lugar en una relación con Dios. Nuestra relación con Dios la vivimos, por supuesto, en nuestra vida cotidiana. Pero, como en cualquier relación, hay necesidad de estar cara a cara con Dios algún tiempo; tiempo que dedicamos deliberadamente a pasarlo con él, sentados en calma (o caminando, de rodillas, o como nos vaya mejor), simplemente estando con él. Dicho en el lenguaje de la amistad, ¿qué clase de amistad sería si no pasaras tiempo con tu amigo? Pensemos en lo agradable que es pasar algún tiempo alegre con un amigo y cómo puede suponer un alivio de las dificultades de la vida. ¿Puedes pensar en la oración de este modo, como una invitación a permitir a Dios aliviar tu corazón? Hay muchos modos diferentes de orar, pero no un modo «mejor». Lo «mejor» es lo que mejor te va a ti. Incluso las posturas físicas difieren de persona a persona. Algunos se sientan en una silla cómoda, a otros les gusta arrodillarse; algunos caminan, a otros les gusta escribir su oración como si estuvieran escribiendo una carta… Dios se encuentra contigo donde tú estás, tanto en tu vida cotidiana como en tu vida de oración.

Estar con Dios En su libro Armchair Mystic, Marc Thibodeaux, autor espiritual jesuita, distingue entre cuatro estadios de oración. El primero es hablar a Dios (lo que incluye la oración de petición, es decir, pedir ayuda). El segundo es hablar con Dios (lo que incluye expresar tus sentimientos y emociones, frustraciones y esperanzas a Dios). El tercero es escuchar a Dios (un modo más contemplativo de reflexionar sobre lo que ocurre en tu vida cotidiana, así como de estar atento a las mociones internas de tu espíritu durante la oración). El modo final es estar con Dios (esto es más parecido a la «oración centrante», una oración de presencia). La alegría puede darse más fácilmente en los tres estadios finales1.

Por lo tanto, a fin de enmarcar nuestro examen de la oración alegre, he aquí unos cuantos medios de oración privada (para distinguirla de la oración comunitaria en las celebraciones): Oraciones básicas. Se trata de las oraciones tradicionales en formato estándar. Las más 168

habituales son el Padrenuestro u Oración del Señor, el Ave María, la Shemá del judaísmo o cualquiera de las oraciones diarias tradicionales del Islam. Muchos católicos emplean las cuentas del rosario, y los musulmanes las cuentas de oración, para ayudarse a recordar sus plegarias. Pero incluso las oraciones tradicionales más familiares pueden llevar a una conexión profunda con Dios. La madre de un amigo mío decía a su hijo: «Cuando rezo el rosario, yo miro a Dios, y él me mira a mí». Lectio divina. Tomada de la tradición monástica, la expresión significa «lectura sagrada». En ella se medita lentamente sobre un pasaje concreto de la Escritura, haciendo preguntas como: «¿Qué ocurre en este pasaje?»; «¿Qué me dice Dios a mí en este pasaje?»; «¿Qué quiero decirle yo a Dios acerca de este pasaje?»… De este modo te encuentras con el texto de modo meditativo. Contemplación ignaciana. Te imaginas a ti mismo en una escena de la Escritura, confiando en que Dios actúe a través de tu imaginación. Cuando te sitúes imaginativamente en un pasaje de la Biblia, pregúntate: «¿Qué veo?»; «¿Qué oigo?»; «¿Qué huelo?»; «¿Qué gusto?»; «¿Qué siento?». Al introducirte más profundamente en la escena con tu imaginación, observa qué intuiciones y emociones suscitan, por ejemplo, Jesús y los apóstoles, según vas pasando el tiempo con ellos. Oración centrante. «Vacíate» en la medida de lo posible, apartándote de las distracciones y orientándote hacia tu «centro», donde mora Dios. Esto implica a menudo una «palabra oracional», como «Dios» o «amor» o «paz», que te ayude a centrarte. Este método es fundamentalmente una oración de vaciamiento y reposo tranquilo en la presencia amorosa de Dios. El examen de conciencia. En él recuerdas los acontecimientos del día, tratando de percibir dónde puedes haberte encontrado con Dios. Comienzas con lo que te hace estar agradecido; después revisas el día; a continuación observas dónde te has apartado de Dios y pecado; después pides perdón a Dios o resuelves reconciliarte con la persona a la que has herido (o, alternativamente, decides recurrir a la confesión); y, finalmente, pides gracia para el día siguiente. Es una oración de conciencia de la presencia de Dios durante tu día. La oración no consiste simplemente en hablar contigo mismo, sino que implica a un oyente activo: Dios. Implica también que tú escuches. Al decir que escuches me refiero no a que oigas voces de modo físico, sino a que percibas los aspectos en que Dios está activo en tu vida cotidiana y, particularmente en la oración, en términos de lo que surge a modo de intuiciones, recuerdos, sentimientos, emociones y deseos.

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AHORA SUMA LA ALEGRÍA, EL HUMOR Y LA RISA a la mezcla de lo que puede suceder en la oración. Si la oración es una conversación que tiene lugar en el contexto de una amistad entre Dios y tú, y si la amistad nos proporciona alegría, y si la amistad está iluminada por la risa, y si la Sagrada Escritura contiene humor, entonces ¿por qué no considerar la alegría, el humor y la risa aspectos importantes de tu vida de oración? Esto no supone negar la dimensión sobrecogedora de la naturaleza de Dios. Estar alegre en la oración no disminuye tu respeto y humildad ante Dios. Una postura de reverencia respetuosa ante lo que el teólogo Rudolf Otto llama el mysterium tre-mendum et fascinans, el misterio que nos hace temblar y nos fascina, es parte esencial de la vida espiritual. Al Creador del universo hay que aproximarse con un espíritu de profunda reverencia. Pero la reverencia no niega la alegría. Por utilizar el modelo del progenitor, se puede sentir un profundo respeto por la madre, el padre, la abuela o el abuelo, y seguir estando alegre en su compañía. Por utilizar el modelo de la figura sabia, se puede sentir reverencia por la posición de una persona e incorporar el humor a la relación. Finalmente, por utilizar el modelo de la amistad, se puede respetar a un amigo al mismo tiempo que se ríe uno con él o con ella. Para los cristianos, la idea de reírse con Dios puede ser incluso más sencilla de explicar. Los discípulos debieron de reírse y disfrutar en compañía de Jesús. ¿Por qué, pues, no deberían los cristianos hacer esto mismo en la oración? La risa y la alegría en compañía de alguien son signo de la profundidad de la amistad. Nos reímos más cuando estamos rodeados de personas a las que queremos y valoramos. Y si valoramos el amor de Dios, ¿por qué no sonreír durante nuestro tiempo de oración y meditación? Tiene poco sentido omitir la alegría, el humor y la risa de la oración. Consideremos, pues, tres modos de incorporar la alegría a tu vida de oración.

Pues procúrese a los principios [de la vida espiritual andar con alegría y libertad, que hay algunas personas que parece se les ha de ir la devoción si se descuidan un poco. SANTA TERESA DE JESÚS, El libro de la vida

1. Estar alegre con Dios Es frecuente que nos acerquemos a Dios en la oración en tiempo de angustia. Es un instinto humano volverse hacia Dios en tiempos de tribulación. ¿Cómo podríamos no clamar a él cuando estamos en medio del dolor o preocupados o estresados? Los salmos de lamentación expresan este profundo lenguaje humano: «¿Hasta cuándo, SEÑOR? – comienza el Salmo 13– ¿Me olvidarás para siempre?». Pedir la ayuda de Dios en los 170

momentos difíciles es tan viejo como la humanidad. Pero no es este el único tiempo en que volverse hacia Dios. El dolor y la tristeza no son la única motivación de la oración. Comparando la oración con una relación personal, es como si solo hablases con un amigo cuando estás angustiado. Análogamente, a menudo recurrimos a Dios para pedirle un favor especial. Cuando yo era joven, por ejemplo, veía a Dios como el Gran Solucionador de Problemas, que resolvería mis dificultades simplemente con que yo rezara lo suficiente, empleara las oraciones adecuadas o las repitiera en la secuencia debida. En mi mente adolescente, Dios era como una máquina expendedora de chicle. Si ponías la oración debida en la ranura correspondiente, salía la solución esperada. Esta es una noción de la amistad con Dios demasiado limitada. Todos necesitamos ayuda de vez en cuando, y si es natural pedir ayuda a los amigos, es también natural volverse hacia Dios. Jesús animaba a sus seguidores a orar de este modo: «Danos hoy nuestro pan de cada día» es, de hecho, una oración de petición. Pero en una relación hay más. Orar exclusivamente de este modo sería como tener una amistad cuyo único propósito fuera permitirte pedir cosas. Por lo tanto, además de lamentarte ante Dios y pedirle cosas, hay otro modo de estar con Dios, y es hacerlo gozosamente. Esto puede significar algo tan sencillo como sentarte alegremente con Dios en la oración e imaginar a Dios sentado alegremente contigo. O podría significar poner ante Dios no sólo los aspectos problemáticos de tu vida, sino también los aspectos gozosos, emocionantes y divertidos. Por ejemplo, ¿ha sucedido algo recientemente que te haya hecho reír o reírte de ti mismo? La anécdota del capítulo 8 a propósito de mi sobrino gritando durante la misa: «¡Esa es mi parte!», al menos a mí me pareció una indicación de que Dios es bromista. Aquella noche en la oración sonreí con Dios por aquel incidente. Puede que Dios hubiera querido bajarme los humos y recordarme que no me tomara a mí mismo demasiado en serio. ¿Hay en tu vida momentos similares de los que puedas hacer partícipe a Dios? Cuando pasas tiempo con Dios durante tu oración privada, puedes imaginar que le cuentas algo divertido que te ha sucedido durante el día, algo que te ha hecho sonreír o algo que te ha hecho reírte de ti mismo. Este es un modo de estar alegre con Dios. 2. Recuerda lo que te ha proporcionado alegría y expresa a Dios la gratitud de tu corazón El mejor regalo que san Ignacio de Loyola ha hecho a los creyentes es su texto clásico, los Ejercicios Espirituales, escrito en el siglo XVI y que, en esencia, es un manual para un retiro o tiempo de oración de cuatro semanas, que nos invita a vernos tomando parte en diversos pasajes evangélicos y siguiendo imaginativamente a Jesús en su vida, muerte y resurrección. La gratitud impregna por completo los Ejercicios Espirituales. Tanto al principio 171

como al final del periodo de cuatro semanas, san Ignacio nos invita a pensar en cómo nos ha favorecido Dios. Hacia el final del retiro, por ejemplo, Ignacio nos invita a reflexionar sobre los favores que Dios nos ha concedido de cuatro maneras. Primero, dice Ignacio, «ponderando con mucho afecto quánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí, y quánto me ha dado de lo que tiene». Es decir, pensando en todos los dones que Dios te ha otorgado. Segundo, dice Ignacio, pensando en cómo «habita» Dios en sus criaturas. A las rocas y minerales, Dios les ha dado existencia. A las plantas, les ha dado vida. A los animales, les ha dado sensaciones. Y a nosotros, Dios nos ha dado «existencia, vida, sensaciones e inteligencia». Puedes, pues, considerar cómo Dios sostiene tu vida y «habita» en ti. Tercero, considerando cómo «labora» Dios en la creación. Pensar en Dios creando constantemente ha sido siempre para mí una imagen conmovedora. Dios da a las criaturas existencia conservándolas, ayudándolas a crecer y ser ellas mismas. Dios hace que el sol brille, la lluvia caiga, las plantas crezcan, los animales coman, etcétera, etcétera. Cuarto, dice san Ignacio con una hermosa imagen, pensemos en cómo todos estos dones –y otros, como la justicia, la bondad y la misericordia– descienden de Dios, «así como del sol descienden los rayos o de la fuente las aguas». Estas no son más que unas cuantas maneras de pensar en los dones que Dios nos ha concedido. Normalmente durante esos retiros, la gente ve que la respuesta fundamental a todas estas bendiciones es la gratitud. La gratitud es una de las claves de una vida espiritual sana. Un corazón agradecido significa no solo que se es consciente de todaslas ventajas que se tienen en la vida, sino que se es consciente de cuál es el origen de todas esas bendiciones: Dios. De hecho, para san Ignacio de Loyola, la ingratitud es «cosa de las más dignas de ser abominada… entre todos los males y pecados imaginables» y «causa, principio y origo de todos los males y pecados». La gratitud nos impulsa a decir «gracias» a Dios. Dar las gracias a Dios es tan importante como dar las gracias a un amigo. Y expresar tu gratitud a un amigo te lleva más allá del sentimiento de gratitud, puesto que es también un acto que puede profundizar la relación. En la oración ocurre algo similar. Dar las gracias a Dios profundiza tu relación, porque te anima a identificarte más conscientemente con la causa de tu alegría. Si estas nociones te parecen demasiado abstractas, puedes preguntarte qué te proporciona alegría a ti. He aquí una lista de sugerencias por si te sientes especialmente poco alegre: Considera personas. Piensa en la gente que te proporciona alegría: cónyuge, hijos y miembros de la familia, novio o novia, amigos, compañeros de trabajo, otros miembros de tu iglesia, sinagoga o mezquita…

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Considera experiencias. Incluye cosas importantes, como tener un hijo, disfrutar de una buena amistad o ser parte de una familia que te quiere. Pero no pases por alto acontecimientos más ordinarios, como unas buenas vacaciones, una buena noche de sueño e incluso una noche divertida con un amigo. Considera modos en que eres invitado a crecer. Puede que estés agradecido por algo que te ha educado o cuestionado, como un libro, una película o una obra de teatro provocativos. Puede que hayas visto un documental televisivo que haya contribuido a que entiendas algo de manera nueva. Considera explícitamente aspectos religiosos. ¿Puedes estar agradecido por tu fe, por la presencia de Dios en tu vida, por tu comunidad religiosa, por tu tiempo de oración? Considera dones cotidianos muy pequeños. Trae a la memoria una comida agradable que has tenido recientemente, una llamada telefónica inesperada que te ha hecho feliz, un día soleado que has disfrutado… Considera cosas que das por supuestas. ¿Tienes un lugar en que vivir?; ¿tienes lo bastante para comer?; ¿tienes trabajo?; ¿tienes amigos?… Es mucho más de lo que la gente tiene. ¿Puedes alegrarte por estas cosas? Considera lo que te hace reír. Una tontería de tu hijo pequeño o el hecho de que haya gastado su primera broma. Has estado buscando las gafas por toda la casa y las tenías puestas. Has visto un programa o una película divertidos que todavía te hacen sonreír… Pensar explícitamente en las cosas que nos hacen felices lleva al agradecimiento e instila en nosotros la «actitud de gratitud». Que el centro de nuestro vivir esté agradecido supone que es más probable que estemos alegres durante el día. Uno de los modos más efectivos de fundamentarnos en la gratitud es el propuesto por Martin Seligman, catedrático de psicología de la Universidad de Pennsylvania y uno de los fundadores de la psicología cognitiva, mencionada anteriormente2. En su libro Authentic Happiness describe una práctica sugeridapor uno de sus alumnos llamada «Noche de gratitud». Tal como Seligman la describe, los asistentes a clase «llevan a un invitado que ha sido importante en su vida, pero al que nunca le han dado debidamente las gracias. Cada uno de ellos presenta un testimonio acerca de esa persona a modo de agradecimiento, y a cada testimonio le sigue un debate». Es un momento importante tanto para los dadores como para los receptores de la gratitud, y es distinto de todo cuanto han experimentado. «Ni una sola persona de la sala tenía los ojos secos», dice Seligman a propósito de las palabras de una mujer que sentía una profunda gratitud hacia su madre. Seligman reconoce que rara vez explicitamos las 173

gracias a aquellos cuya presencia en nuestra vida nos hace felices. «Aun cuando nos sintamos movidos a hacerlo –dice Seligman–, nos puede la vergüenza». Razón de más para una orientación consciente hacia la gratitud. Pero aun cuando nunca hayas participado en una «Noche de gratitud», esta sigue siendo un elemento esencial de una vida espiritual alegre, y puede sustentarte en tiempos difíciles. Recientemente hablaba yo de la gratitud con un amigo jesuita llamado Steve, que me dijo que uno de sus pasajes favoritos del Nuevo Testamento, y que ha utilizado frecuentemente en su trabajo de rector de un colegio de jesuitas, trata del agradecimiento. En el evangelio de Lucas hay un pasaje en el que Jesús sana a diez «leprosos» (término genérico en la Biblia para cualquier enfermedad grave de la piel)3: «De camino a Jerusalén, pasó por los confines entre Samaría y Galilea. Al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Al verlos, les dijo: “Id y presentaos a los sacerdotes”. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios». Jesús les pide que se presenten a los sacerdotes, porque, según el Libro del Levítico, solo ellos podían certificar su «limpieza» y reintegrarlos a la comunidad. Aquellos leprosos sanados deberían haber estado inmensamente agradecidos, porque habían sido sanados de una enfermedad mortal, se les permitía entrar de nuevo en la ciudad y podían reunirse con su familia y sus amigos, quizá después de años de separación. Sin embargo, solo uno de ellos, un samaritano, volvió a dar las gracias a Jesús, es decir, a expresar su gratitud. Puede que los otros nueve tuvieran sus razones (o excusas). Puede que pensasen que seguían el consejo de Jesús presentándose ante los sacerdotes, como él había dicho, y que no se requería nada más. Quizá se apresuraron a ir junto a su familia para hacerle partícipe de su buena fortuna. Puede que, como muchos de nosotros pensamos, no haya necesidad de expresar nuestra gratitud a Dios, puesto que Dios lo sabe todo. Quizá, sin embargo, simplemente fueron indolentes. Incluso Jesús se queda claramente desconcertado. «¿No quedaron limpios los diez? –pregunta Jesús–. Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?». Entonces Jesús dijo al único hombre que expresó su agradecimiento: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado». La curación, decía Steve, no estaba completa hasta que se hubiera expresado gratitud: «Con las gracias es cuando la curación sucede plenamente». ¿Por qué piensa Steve que era así? «Cuando dices “gracias”, estás reconociendo que no puedes hacer las cosas solo, que necesitas de alguien más, que necesitas a Dios –me decía Steve–. Manifestar gratitud indica fuerza personal y también pone de relieve la propia humildad. En la relación entre 174

Jesús y el leproso, la manifestación de gratitud es central para la curación del leproso, que sabe que no puede curarse por sí mismo». A diferencia de los otros nueve, a los que Jesús se dirige de manera general («Id y presentaos a los sacerdotes»), Jesús se dirige directamente al hombre agradecido. Su gratitud no solo le lleva a la alegría, sino a una relación más íntima con Dios, que le habla directamente. La gratitud es una parte esencial de cualquier relación, incluso de una relación con Dios en la oración. Puede que también recuerdes cosas que te hayan sorprendido. Anteriormente te pregunté si los acontecimientos divertidos o inesperados que te suceden pueden ser signo de que Dios bromea contigo. ¿Puedes dar las gracias a Dios por esas sorpresas? Y ahora una pregunta provocativa: ¿puedes tú sorprender a Dios? Reconozco que es una noción filosófica complicada. Si Dios es omnisciente, entonces conoce el pasado, el presente y el futuro. Por otro lado, a mí me gusta pensar que, en cualquier relación, ambas partes pueden sorprenderse. Y, después de todo, Dios nos ha dado libre voluntad para tomar decisiones en la vida. En tal caso, ¿puedes tú sorprender a Dios en tu oración y en tu vida?; ¿puedes hacer algo atípico (por ejemplo, tumbarte en la yerba y disfrutar del sol, hacer un dibujo que exprese tu creatividad o cantar un himno) que pueda, solo pueda, sorprender a Dios? Puede que Dios quiera ser sorprendido… y alegrado, de cuando en cuando. 3. Si eres cristiano, imagínate riendo con Jesús Este tipo de oración procede de los Ejercicios Espirituales, donde san Ignacio anima a la gente a imaginarse junto a Jesús. Esto es distinto de imaginarse con Dios, que a menudo le concebimos más como «presencia». Imaginarte con Jesús es algo más específico. Cuando yo era novicio y oí hablar por primera vez de este tipo de oración, pensé que sonaba ridículo. ¿Imaginarse a alguien en la oración? ¿No me limitaría a imaginar lo que quería que sucediera? ¿Significaba eso que todo lo que sucedía en mi imaginación era de algún modo un mensaje de Dios? Me pareció absurdo. Pero mi director espiritual, llamado David, me hizo unas preguntas que me tranquilizaron. Me preguntó: «Jim, ¿tú piensas que Dios puede intervenir a través tu vida cotidiana, a través de tus relaciones y experiencias? «Sin duda», le dije. «¿Y a través de tu vida interior, tus emociones, tus deseos y tu intelecto?». «También», le respondí. «Entonces, ¿por qué no puede Dios intervenir también a través de tu imaginación? –me preguntó David–. ¿No es tu imaginación tan don de Dios como tu intelecto, tu memoria y tus emociones? Y si es así, ¿no puede ser empleada para experimentar a Dios?». Emplear tu imaginación no es tanto «inventarte cosas» cuanto confiar en que tu imaginación puede acercarte a aquel que la creó: Dios. Esto no significa que todo lo que 175

yo imagine durante la oración proceda de Dios, sino que, de vez en cuando, Dios puede utilizar mi imaginación para comunicarse conmigo.

No podemos amar realmente a nadie con quien nunca nos riamos. AGNES REPPLIER, ensayista norteamericana

¿Eres capaz de imaginarte sentado con el propio Jesús y riendo por alguna tontería que haya sucedido? Imaginarte con Jesús puede adoptar varias formas. Por alguna razón, hace mucho tiempo que yo me imagino a mí mismo sentado con Jesús a una rústica mesa, bajo una parra en Nazaret, junto a su carpintería. Puede sonar raro, pero es una imagen que en cierta ocasión me vino en la oración. A mucha gente le gusta imaginar a Jesús sentado en una butaca frente a ellos. Una religiosa católica pasó unos días de ejercicios imaginándose a sí misma sentada con Jesús en un banco de madera junto a un río. Y un joven jesuita del Medio Oeste que acudió a mí en busca de dirección espiritual me dijo que le gustaba imaginarse con Jesús junto a una hoguera de campamento, imagen nueva para mí. Otro jesuita que yo conozco pensaba en Jesús caminando a su lado por las calles de Nueva York. El lector puede emplear su lugar favorito o quizá una escena del Nuevo Testamento (una barca de pesca, la orilla del Mar de Galilea, un camino polvoriento…). Cuando practiques este tipo de oración, trata de imaginar el entorno lo más vívidamente posible. Al situarte en la escena e imaginarte con Jesús, utiliza todos tus sentidos. Qué aspecto tiene cada parte, cómo suena, cómo la sientes, etcétera. Después de haber compuesto la escena en tu mente, puedes hacer a Jesús partícipe de tu alegría. Cuéntale algo que te haya hecho reír hoy. Háblale de cosas por las que estés alegre. Como hemos visto, Jesús, durante su vida terrena, debió de disfrutar de alegría. Hazle partícipe de la tuya. Dios ha traído la alegría a tu vida. Comparte la tuya con él.

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Conclusión Prepárate para el cielo

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el lector ya haya comprendido por qué no hay que temer la «excesiva ligereza», como aquel anciano sacerdote le dijo a mi amigo Mike hace muchos años, sino darle la bienvenida. Y hay que repetir de nuevo que esto no equivale a decir que haya que ignorar la realidad del sufrimiento y la tristeza. Pero hay demasiadas personas religiosas que insisten demasiado en esos aspectos de la vida, al tiempo que minimizan los más alegres. Este libro ha tratado de equilibrar un poco las cosas. La alegría, el humor y la risa son virtudes necesarias para llevar una vida espiritual sana. SPERO QUE, LLEGADO A ESTE PUNTO,

Estas virtudes apuntan también más allá de nuestra vida terrena. Y este es el último tema del que me gustaría hablar antes de finalizar nuestro análisis. No es este el lugar adecuado para realizar una larga disquisición acerca del cielo, en especial porque acabo de decir que estoy finalizando1. Pero en muchas tradiciones religiosas, un modo de ver nuestra vida terrena es como preparación para el cielo. En este caso, la «excesiva ligereza» puede ser un modo de prepararnos para el futuro. El rabino Visotzky dice lo siguiente: «La risa y el humor son modos de prepararse para el éxtasis en el mundo venidero. De hecho, el Talmud dice que en el mundo venidero bailaremos la hora2 con Dios en el medio». MargaretSilf, en una carta que me ha enviado, dice: «¡Qué diferentes serían las cosas si pensásemos que tal vez nos encaminamos hacia una esfera de existencia donde la risa, no el juicio, es la norma!». Yo no estoy seguro de cómo será el cielo; cada cual tiene su propia idea. Mi visión personal es de infinita alegría, cálido humor y abundante risa. Una mujer con la que me veo regularmente para darle dirección espiritual se imagina el cielo como una biblioteca interminable con infinito número de libros y una eternidad para leerlos. Para otro amigo es el lugar en que puedes comer todo cuanto quieras sin ganar peso. Obviamente, nuestras visiones del cielo son tan distintas como lo somos nosotros. Pero si nuestra vida en la tierra nos permite saborear un anticipo del cielo, como yo creo que ocurre, entonces podemos presumir que el cielo incluye la risa con los amigos y familiares, finalmente aliviados de todas las dolorosas cargas de nuestro cuerpo físico, compartiendo nuestra felicidad con los santos, en compañía de nuestro Dios que nos ama y que nos ha preparado un lugar de eterna alegría. Dios nos espera en la alegría y con alegría. La preparación para el cielo constituye la base de una gran parte de la teología cristiana. La vida, en esta interpretación, no es tanto una prueba cuanto un ensayo. Y un modo de prepararse para algo es hacerlo. Estás listo para jugar al fútbol, realizando los entrenamientos. Practicas para un concierto, tocando el instrumento en casa. Te preparas para una boda, con un ensayo el día anterior. 177

En tal caso, ¿por qué la alegría, el humor y la risa terrenales no pueden ser un modo de prepararse para una vida de felicidad? ¿Por qué no permitirte gozar de un poco de cielo en la tierra? Practicar estas virtudes, pues, no es simplemente un modo de vivir una vida espiritual plena ahora, sino de orientarte hacia tu futuro. Por lo tanto, estate alegre, utiliza tu sentido del humor y ríe con el Dios que sonríe cuando te ve, se regocija por tu existencia y se complace en ti todos los días de tu vida.

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Para seguir leyendo

He aquí varios libros sobre la alegría, el humor y la risa que han contribuido a elaborar este. El lector los disfrutará, y algunos de ellos pueden incluso hacerle reír.

ARBUCKLE, Gerald A., Laughing with God: Humor, Culture, and Transformation, Liturgical, Collegeville, MN, 2008. BARRY, William A., God and You: Prayer as a Personal Relationship, Paulist, Mahwah, NJ, 1992. ECO, Umberto, The Name of the Rose, Everyman’s Library, New York 2006 (trad. cast. del orig. italiano: El nombre de la rosa, Plaza y Janés 1997). EHRENREICH, Barbara, Dancing in the Streets: A History of Collective Joy, Metropolitan, New York 2007 (trad. cast.: Una historia de la alegría: el éxtasis colectivo de la antigüedad a nuestros días, Paidós, Barcelona 2008). –– Bright-Sided: How the Relentless Promotion of Positive Thinking Has Undermined America, Metropolitan, New York 2009. FRESQUET, Henri, Wit and Wisdom of Good Pope John, Kennedy, New York 1964. GRASSI, Joseph A., God Makes Me Laugh: A New Approach to Luke, Michael Glazier, Wilmington, DE, 1986. GRITSCH, Eric W., The Wit of Martin Luther, Fortress, Minneapolis 2006. HÄRING, Bernard, Celebrating Joy, Herder & Herder, New York 1970. HAYS, Edward M., Chasing Joy: Musings on Life in a Bittersweet World, Forest of Peace, Notre Dame, IN, 2007. HERBERT, Victoria y BAUER, Judy, Wit and Wisdom of the Saints: A Year of Saintly Humor, Liguori, Liguori, MO, 2002. HYERS, Conrad M., The Comic Vision and the Christian Faith: A Celebration of Life and Laughter, Pilgrim, New York 1981. JAMISON, Christopher, Finding Happiness: Monastic Steps for a Fulfilling Life, Liturgical, Collegeville, MN, 2008. KUSCHEL, Karl-Josef, Laughter: A Theological Essay, Continuum, New York 1994. LEBOWITZ, Fran, The Fran Lebowitz Reader, Vintage, New York 1994. MARTY, Martin E. y BRAUER, Jerald C. (eds.), The Unrelieved Paradox: Studies in the Theology of Franz Bibfeldt, Eerdmans, Grand Rapids, MI, 1994. MELLO, Anthony de, The Song of the Bird, Image, Garden City, NY, 1982 (trad. cast.: El canto del pájaro, Sal Terrae, Santander 201031). PABLO VI, Gaudete in Domino («Sobre la alegría cristiana»), 1975. RAHMAN, Jamal, The Fragance of Faith: The Enlightened Heart of Islam, Book Foundation, Bath, UK, 2004. RAHNER, Hugo, Man at Play, Herder & Herder, New York 1972 (trad. cast. del alemán: El hombre lúdico, Editorial Cultural y Espiritual Popular, Valencia 2002). RAHNER, Karl, «Laughter», en The Content of Faith: The Best of Karl Rahner’s Theological Writings, Crossroad, New York 1993. SAMRA, Cal, The Joyful Christ: The Healing Power of Humor, Harper & Row, San Francisco 1986. SELIGMAN, Martin E.P., Authentic Happiness: Using the New Positive Psychology to Realize Your Potential for Lasting Fulfillment, FreePress, New York 2002 (trad. cast.: La auténtica felicidad, Ediciones B, Barcelona 2003). SYPHER, Wylie (ed.), Comedy: «An Essay on Comedy» by George Meredith and «Laughter» by Henri

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Bergson, Johns Hopkins University Press, Baltimore 1980. TRUEBLOOD, Elton, The Humor of Christ, Harper & Row, New York 1964. TÜRKS, Paul, Philip Neri: The Fire of Joy, Alba, New York 1995 (trad. cast.: El fuego de la alegría: Felipe Neri, Guadalmena, Sevilla 1992).

Los libros siguientes, que tratan sobre la Biblia, la espiritualidad y la historia de la Iglesia, también me resultaron útiles en mi investigación y son muy recomendables para profundizar en el tema. BARCLAY, William, The Mind of Jesus, Harper, New York 1961. BERGANT, Dianne, People of the Covenant: An Invitation to the Old Testament, Sheed & Ward, Franklin, WI, 2001. BROWN, Raymond E., An Introduction to the New Testament, Doubleday, New York 1997 (trad. cast.: Introducción al Nuevo Testamento, Trotta, Madrid). BROWN, Raymond E., FITZMYER, Joseph A. y MURPHY, Roland E. (eds.), The New Jerome Biblical Commentary, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, NJ, 1990 (trad. cast.: Nuevo comentario bíblico de San Jerónimo, Verbo Divino, Estella, Navarra, 2005-2011). CATES, Diana Fritz, Aquinas on the Emotions: A Religious-Ethical Inquiry, Georgetown University Press, Washington, DC, 2009. CHADWICK, Henry, The Early Church, en The Penguin History of the Church, Penguin, New York 1993. DAHOOD, Mitchell, Psalms II: 51-100, en Anchor Bible, vol. 7, Doubleday, Garden City, NY, 1968. DI MONTE SANTA MARIA, Ugolino, The Little Flowers of St. Francis of Assisi, Vintage, New York 1998. (vers. cast.: Las florecillas de san Francisco, Ediciones San Pablo, Madrid 2004). DODD, C.H., The Founder of Christianity, Collins, London 1971(trad. cast.: El fundador del cristianismo, Herder, Barcelona 1984). DOWNEY, Michael (ed.), The New Dictionary of Catholic Spirituality, Liturgical, Collegeville, MN, 1993. HARRINGTON, Daniel J., A Historical Portrait, St. Anthony Messenger, Cincinnati, OH, 2007. HOPCKE, Robert H. y SCHWARTZ, Paul A., Little Flowers of Francis of Assisi: A New Translation, New Seeds, Boston 2006. JOHNSON, Elizabeth A., Consider Jesus: Waves of Renewal in Christology, Crossroad, New York 1990 (trad. cast.: La cristología hoy, olas de renovación en el acceso a Jesús, Sal Terrae, Santander 2006). JOHNSON, Luke Timothy, The Gospel of Luke, Liturgical, Collegeville, MN, 1991. KAMENETZ, Rodger, The Jew in the Lotus: A Poet’s Rediscovery of Jewish Identity in Buddhist India, HarperSanFrancisco, San Francisco 1994. KOMONCHAK, Joseph A., COLLINS, Mary y LANE, Dermot A. (eds.), The New Dictionary of Theology, Michael Glazier, Wilmington, DE, 1987. LEVINE, Amy-Jill, The Misunderstood Jew: The Church and the Scandal of the Jewish Jesus, HarperSanFrancisco, San Francisco 2006. MARSHALL, Alfred (trad.), The Interlinear Greek-English New Testament, Samuel Bagster, London 1966. MAYS, James I. (ed.), HarperCollins Bible Commentary, HarperSanFrancisco, San Francisco 2000. MCCAHILL, Bob, Dialogue of Life: A Christian Among Allah’s Poor, Orbis Books, Maryknoll, NY, 2001. MEIER, John P., A Marginal Jew: Rethinking the Historical Jesus, vol. 1: The Roots of the Problem and the

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Person, Doubleday, New York 1991 (trad. cast.: Un judío marginal: nueva visión del Jesús histórico, Verbo Divino, Estella, Navarra). NOLAN, Albert, Jesus Before Christianity, Orbis Books, Maryknoll, NY, 2004 (trad. cast.: ¿Quién es este hombre? Jesús antes del cristianismo, Sal Terrae, Santander 201111). O’COLLINS, Gerald, Following the Way: Jesus, Our Spiritual Director, Paulist, Mahwah, NJ, 2001. PIEPER, Josef, Leisure: The Basis of Culture, Ignatius, San Francisco 2009. RICHARDSON, Cyril C., Early Christian Fathers, Touchstone, New York 1996. SALIERS, Don E., The Soul in Paraphrase: Prayer and the Religious Affections, OSL, Akron, OH, 2002. SCHÜSSLER FIORENZA, Elisabeth, In Memory of Her: A Feminist Theological Reconstruction of Christian Origins, Crossroad, New York, 1989 (trad. cast.: En memoria de ella, Desclée, Bilbao 1989). SENIOR, Donald, Jesus: A Gospel Portrait, Paulist, Mahwah, NJ, 1992. SMITH, Jonathan Z., SCOTT GREEN, William (eds.), The HarperCollins Dictionary of Religion, HarperSanFrancisco, San Francisco 1995. THROCKMORTON, Burton H. (ed.), Gospel Parallels: A Comparison of the Synoptic Gospels, Nelson, Nashville 1992.

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Flp 2,12. He aquí lo que este libro no es: no está concebido como un libro abiertamente especializado, aunque recurriré al trabajo de muchos expertos, particularmente en lo que atañe a la Escritura. Tampoco está concebido como un tratamiento exhaustivo de la alegría, el humor y la risa a través de la historia, puesto que ya hay montones de libros sobre esos temas; por ejemplo, sobre la noción aristotélica de comedia, el uso de la sátira en la literatura occidental, la historia de los bufones en las cortes europeas, el lugar de los «héroes del comic» en el teatro, las razones psicológicas de la risa, etcétera. Tampoco será un tratamiento completo de estos temas –la alegría, el humor y la risa– desde el punto de vista espiritual o religioso. Los temas relativos al humor religioso y la risa han producido diversos y valiosos estudios, en muchos de los cuales me he inspirado. Además, el tema de la alegría, en particular desde el punto de vista judío o cristiano, ha dado lugar a centenares de tratados académicos. Aunque esta cita suele atribuírsele a Pierre Teilhard de Chardin, el jesuita paleontólogo (el sacerdote anciano de la película El exorcista está basado más o menos en él), otros la atribuyen al escritor francés Léon Bloy. El teólogo protestante Karl Barth tiene también una variante de la frase: «La risa es la cosa más próxima a la gracia de Dios». Durante años he intentado en vano encontrar al autor original de la noción de que la alegría es el signo más seguro de la presencia de Dios. Así que, si alguien le pregunta al lector quién lo ha dicho, diga simplemente que yo. El director espiritual te ayuda en tu relación con Dios en la oración. Esto es diferente del consejo pastoral (que se centra en la resolución de problemas) o psicológico (que analiza los fundamentos psicológicos de nuestros problemas y luchas), pues se centra exclusivamente en ayudarte a ver más claramente la actividad de Dios en la oración y en la vida cotidiana. «L’absurdité comique est de même nature que celle des rêves». Citado en Wylie SYPHER (ed.), Comedy. Se entiende, ¿verdad? La mayoría de las iglesias lamentan el hecho de que, cuando los niños son educados en la iglesia (por ejemplo, son bautizados y confirmados), se convierten en adultos jóvenes cuya asistencia a la iglesia es opcional, y a menudo no vuelve a saberse de ellos. No se preocupe el lector si no ha entendido este chiste. El resto de las bromas del libro son más fáciles de captar. En 1862, el neurólogo francés Guillaume Duchenne de Boulogne concluyó que las expresiones involuntarias del rostro, que «solo ponen en acción las emociones dulces del espíritu», contraen los músculos alrededor de los ojos como no lo hace la denominada «risa falsa». Posteriores escaneos del cerebro han mostrado a los científicos que la «risa de Duchenne» –que es como se conoce en la actualidad – brota de la misma parte del cerebro responsable de las decisiones ante las situaciones de emergencia o respuesta «flight-orfight», que es una parte particularmente antigua del cerebro humano. Incluso los chimpancés, como observó Charles Darwin, «se ríen» en respuesta a las cosquillas o las caídas sobre el trasero. La risa es un rasgo antiguo e incluso primordial. Catecismo de la Iglesia Católica, § 1.676. Corán 53,43. Sahib Muslim, vol. 1, 365. Sahib al-Bukhari, vol. 1, 770. Kuschel data esto entorno a comienzos del siglo XVI. Mc 15,16-20. Los «frutos del Espíritu Santo» (Ga 5,22-23) son: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia y dominio de sí. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologica, II-II,28.1. Giovanni Battista Montini fue el papa Pablo VI de 1963 a 1978. Su carta (en el lenguaje vaticano, su «exhortación apostólica») Gaudete in Domino, que se traduce literalmente como «Gozaos en Dios», fue publicada en 1975. Esta hermosa meditación es especialmente sorprendente en un hombre que en público parecía enormemente severo. En su vida privada, sin embargo, era cálido y gracioso. «Era asombroso en el trato directo», me dijo recientemente un amigo. Sal 42,7. La Mishná, según el HarperCollins Dictionary of Religion, es un «código rabínico en seis partes que describe las normas promulgadas en torno al 200». El Talmud es una «compilación de clarificaciones y profundizaciones de lo dicho en la Mishná».

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Un texto muy popular e influyente del siglo XIV, Vita Christi (Vida de Cristo), de Ludolfo de Sajonia, citaba aprobatoriamente una descripción de Jesús de Nazaret de un supuesto testigo presencial (fuente que posteriormente se reveló falsa): «A veces llora, pero nunca ríe». Ef 5,4. En una traducción, Pablo ataca el «hablar tontamente y las bromas» (Alfred Marshall, trad., The Interlinear Literal Translation of the Greek New Testament). Mt 7,3. Jn 13,1-11. Mt 14,22-33. Mt 16,18. Jesús también impuso el apodo de «Boanerges» a otros dos discípulos, Santiago y Juan, ambos hijos de Zebedeo (Mc 3,17). El nombre arameo, que significa «Hijos del Trueno», parece indicar su tendencia a un temperamento violento. El uso de apodos puede revelar que Jesús bromeaba con ellos. Nm 22. Jacob engaña a su hermano Esaú para conseguir la bendición de su padre, aparentando ser el hermano mayor. A Esaú se le describe como un «hombre velludo», y por eso, cuando Jacob se presenta ante su padre, que está en su lecho de muerte, lleva una piel de animal cubriéndole las manos y el cuello (Gn 27,140). James L. MAYS, ed., The HarperCollins Bible Commentary. El monje trapense Thomas Merton (1915-1968), que empleó este relato como título de su libro The Sign of Jonas, observaba que en su propia vida, como en la de Jonás, Dios finalmente le llevó adonde Dios quería que fuera, a pesar de la renuencia de Merton. Sal 119,1; 98,4; 100,2; 126,1-2. Ne 12,43. Mc 2,16. Gerald O’Collins, Following the Way. Jn 20,30. Lc 10,21; 13,17; Jn 16,22; 16,24; Lc 24,41; Jn 20,20. 2 Co 7,4; Rm 14,17; 12,12; Flp 4,4; Ga 5,22-23. Mt 5,3-12; y también Lc 6,20-23. En su edición de Laughter de Henri Bergson, Wylie Sypher dice algo similar: «La comedia es una resistencia a la autoridad momentánea y públicamente útil, así como un escape a sus presiones; y su mecanismo consiste en una descarga gratuita de energía psíquica reprimida o de resentimiento a través de la risa». En la Primera Carta a los Corintios, Pablo se queja de la gente que está de juerga y come con demasiada rapidez durante la liturgia (que probablemente se aproximaba más a lo que hoy consideramos una «comida» completa): «Cuando os reunís, pues, en común, eso no es comer la cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber?» (1 Co 11,20-22). De manera que, según parece, no eran ceremonias muy formales y serias, sino que puede que más celebratorias que tristes. Por otro lado, una Universidad católica, al pedir a los alumnos que puntúen a los profesores a fin de curso, incluye una pregunta sobre el sentido del humor del profesor. Un profesor me escribía diciendo: «Puede que sea un modo de medir la capacidad que tiene el profesor de conectar con los alumnos y asegurarse de que no se toma una disciplina con excesiva seriedad o de que en la clase se crea una atmósfera que conduce al aprendizaje». Mt 25,14-30. Mt 11,18-19. Lc 5,34. Jn 1,43-51. Lc 19,1-10. La incapacidad de Zaqueo de ver «a causa de la gente» es también un interesante comentario sobre nuestra incapacidad de encontrar a Dios si asentimos a lo que piensan o hacen los demás. Es normal que los relatos de la Biblia tengan múltiples temas. Esta es una historia que trata, entre otras cosas, del valor de la humildad (Zaqueo no es tan orgulloso como para no poder trepar a un árbol y

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resultar ridículo), la ternura y consideración de Jesús (obsérvese que Jesús se ofrece a quedarse en su casa antes de que Zaqueo haga su oferta de restitución) y el arrepentimiento (la salvación llega a Zaqueo después de reconocer su culpa). A propósito, en el Jericó actual hay un antiguo sicmoro del que se dice que es el árbol de Zaqueo. Hch 20,7-12. Lc 24,13-35. Esta historia es conocida como el «Camino de Emaús» o la «Cena de Emaús». Mt 8,28-34; Mc 5,1-20; Lc 8,26-39. El término «geraseno» proviene del lugar donde residía el «endemoniado». En Marcos y Lucas, es «la región de los gerasenos»; en Mateo, «la región de los gadarenos». Diré aún más: es la película más divertida de la historia. Para mí, las diez películas más divertidas son: 1) Monty Python and the Holy Grail; 2) Animal House; 3) Airplane!; 4) Withnail & I; 5) Tootsie; 6) The Producers; 7) Some Like It Hot; 8) Ghostbusters; 9) Bringing Up Baby; y 10) It’s a Gift. Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy, eds., The New Jerome Biblical Commentary. Veremos la misma reacción a la visita de Dios en los relatos de la Anunciación y la Visitación (Lc 1,26-56), que consideraremos en otro Estudio de la alegría. Hay razones serias para orar por la intercesión de un santo: el sufrimiento, la enfermedad, la desesperación… Pero hay también oraciones alegres para necesidades menores. Un amigo mío, cuando busca dónde aparcar, reza una oración a santa Francisca Javiera Cabrini (Madre Cabrini), que trabajó con los inmigrantes italianos en la ciudad de Nueva York a principios del siglo XX. Al parecer, su tiempo en Nueva York le hace simpatizar con quien busca aparcamiento. La oración dice: «Madre Cabrini, Madre Cabrini, encuén-trame, por favor, un hueco para mi cochecini». Elizabeth JOHNSON, teóloga católica, trata más en detalle el tradicional doble modelo de patrón y compañero en su maravilloso libro sobre los santos Friends of God and Prophets, Continuum, New York 1998 (trad. cast.: Amigos de Dios y profetas, Herder, Barcelona 2004). Susan M. GARTHWAITE se refiere a las «bromas de la santa con Dios» en un artículo de Spiritual Life (primavera 2009) titulado: «The Humor of St. Teresa of Ávila en The Life». Esta cita de Teresa es una de las más conocidas de la santa y se encuentra en muchos libros populares sobre su espiritualidad, por no hablar de Internet. Y está ciertamente en armonía con su entusiasta visión de la vida espiritual. Solo hay un problema: no parece encontrarse por ningún lado en sus escritos. Kieran Kavanaugh, estudioso católico, traductor de sus obras y miembro de la rama masculina de los carmelitas (la orden de Teresa), me ha dicho que no ha podido encontrar la frase en sus escritos, aunque me ha indicado otros lugares en los que habla del gozo y la alegría en la vida espiritual. «Eso no significa que no lo dijera –en palabras de Kavanaugh–, sino que no está escrito». En cualquier caso, es una pequeña y magnífica oración. El magnífico «Ángel sonriente» de la fachada de la catedral de Reims (Francia) es un notable ejemplo. «Assum est, inquit, versa et manduca». 1 Co 4,10: «Nosotros, locos a causa de Cristo…». Mc 3,21. Ugolino di Monte Santa Maria, The Little Flowers of St. Francis of Asisi. Paul TÜRKS, Philip Neri: The Fire of Joy. Robert ELLSBERG, All Saints, Crossroad, New York 1997. Michael O’Neill McGrath, hermano salesiano (los salesianos siguen la espiritualidad de san Francisco de Sales) tenía una versión alternativa que le enseñaron de novicio: «¡Madame, si no está usted buscando otro marido, arríe las banderas!». Agradezco al rabino Daniel Polish que me indicara este relato tradicional. Jamal RAHMAN, The Fragance of Faith: The Enlightened Heart of Islam, Book Foundation, Watsonville, CA, 2004. Karl RAHNER, «Laughter», en The Content of Faith. Karl y Hugo eran hermanos. Ambos eran jesuitas alemanes. Los jesuitas solían bromear diciendo que los abstrusos escritos teológicos de Karl eran tan difíciles de entender que Hugo tenía que traducirlos al alemán o que los leía en francés. Pr 26,17. Mt 22,15-22.

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Adaptó esta fábula de un cuento que encontró en Jamal RAHMAN, The Fragance of Faith. Las últimas palabras de Oscar Wilde cuando se estaba muriendo en un hotel de París fueron: «Ese papel con que está empapelada la pared y yo hemos entablado un duelo a muerte. Uno de nosotros tiene que marcharse». Is 62,4. Joseph RATZINGER, Dios y el mundo: una conversación con Peter Seewald, Nuevas Ediciones de Bolsillo, Barcelona 2005. Gn 17,1-17; 18,1-15; 21,1-7. La relación entre los ángeles y «el Señor» es vaga, según la edición Oxford de la New Revised Standard Version de la Biblia. Los tres hombres pueden ser ángeles individuales o pueden ser, tomados conjuntamente en su pluralidad, Dios. O el tercer hombre puede ser «el Señor», y los otros dos sus servidores. Prescindiendo de cuál sea la interpretación, es una historia impactante acerca de la hospitalidad en el Oriente Próximo antiguo y en la tradición judía. Lc 9,5. Lc 1,42. Los «¿Y si…?» que nos hacen preocuparnos por el futuro son, por lo general, un callejón sin salida en la vida espiritual. Lo mismo ocurre con los «Si hubiera…» cuando nos impulsan a inquietarnos por el pasado. Aunque yo ya lo sabía en aquella época, no pude evitar desesperarme. Según Gritsch, Lutero padeció diversos males, incluidos cálculos de riñón, cálculos biliares, insomnio frecuente, dolores de cabeza y anginas. Con sus amigos, empleaba frecuentemente un cierto «humor negro» como antídoto de la desesperación. El último año de su vida escribió a un antiguo colega: «Adiós en el Señor, reverendo padre. Ambos somos viejos; puede que dentro de poco los dos seamos enterrados. Mi torturador, la piedra [en el riñón], habría acabado conmigo el día de san Juan si Dios no hubiera decidido lo contrario. Prefiero la muerte a ese tirano». Doris KEARNS GOODWIN, Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, Simon & Schuster, New York 2005. Daniel GOLEMAN, «Humor Found to Aid Problem-Solving»: New York Times (4 de agosto de 1987). Blaine GRETEMAN, «I Laugh, Therefore I Am»: Utne Reader (agosto de 2009). Gloria Dei vivens homo. Y la frase siguiente de la famosa cita de san Ireneo es: «Y la vida del ser humano es la visión de Dios». Tomás DE AQUINO, Summa Theologica, II-I, 31,1. Lc 15,32. He aquí algo que siempre me ha parecido ligeramente divertido. Anteriormente en Lucas, Zacarías, padre de Juan el Bautista, se encuentra con un ángel un buen día mientras está rezando en la sinagoga. Es demasiado anciano para tener un hijo. Como María, también Zacarías duda: «¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo, y mi mujer de avanzada edad» (1,18). En respuesta a su duda, el ángel le deja mudo, mientras que la duda de María suscita una amable respuesta por parte del ángel. Zacarías es silenciado por Dios; no puede hablar hasta que nazca su hijo. Es el mismo ángel. ¿Por qué dos respuestas diferentes a la duda? O bien Gabriel tenía un mal día, o bien es más amable con las mujeres. En un nivel literal, también podría decirse que está «llena» de alegría, porque está llena de Jesús. 1 Sm 2,1-10. Luke Timothy Johnson, The Gospel of Luke. Robert J. Karris, «The Gospel of Luke», en (Raymond E. Brown, Joseph A. Fitzmyer y Roland E. Murphy, [eds.]) The New Jerome Biblical Commentary. La sal, la luz y la levadura son imágenes evangélicas. «Si la sal se desvirtúa…, ya no sirve para nada», dice Jesús (Mt 5,13). «Brille… vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5,16). Y aunque la levadura se emplea negativamente en su advertencia de guardarse de «la levadura de los fariseos» (en una traducción de Mc 8,15), normalmente se utiliza positivamente, como en la parábola del crecimiento del reino (Mt 13,33; Lc 13,20-21). En la actualidad, la imagen de la levadura se emplea para mostrar cómo incluso unas pocas personas pueden vivificar toda la comunidad o incluso el mundo entero. Walter KASPER, An Introduction to Christian Faith, Burns & Oates, London 1980. Uno de los libros más conocidos del profesor Marty es su breve biografía Martin Luther. Cuando se

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publicó, yo me ofrecí a hacer una crítica para la revista America, a fin de que pudiéramos tener la oportunidad de titular la crítica: «James Martin sobre Martin Marty sobre Martin Luther». Gn 9,20-27. Mt 23,9. Mt 6,16. Hace unos años, estaba yo imponiendo la ceniza y le dije a una señora de Manhattan muy bien peinada: «Polvo eres y en polvo te convertirás». Cuando me disponía a imponerle la ceniza en la frente, la señora me dijo: «¡Cuidado con el pelo!». Herbert J. THURSTON y Donald ATTWATER (eds.), Butler’s Lives of the Saints, vol. 4. La profesora Maureen O’Connell me contó el caso de una amiga suya que había preparado lo que ella consideraba una buena cena para sus dos hijos. En su casa, cada niño decía la acción de gracias por turno. Aquella noche le tocaba a su hijo de cinco años, que echó un vistazo a su plato, puso la cara entre sus manos y dijo: «Jesucristo, ayúdame; tiene una pinta horrible». Varios de los primeros lectores de este libro escribieron: «¡Es imposible! o «¿En serio?». Totalmente en serio: conozco personalmente al sacerdote en cuestión. «Los nuestros» es un antiguo modo de referirse a los jesuitas, como en «Es uno de los Nuestros» o «Los Nuestros no hacen eso». Mt 23,11. «Quidquid recipitur ad modum recipientis recipitur». St 3,7-10. Mt 5,22. Mc 5,41. Una vívida descripción del daño que puede hacer un insulto se encuentra en la novela Emma, de Jane Austen. La heroína se burla imprudentemente, ante un grupo de gente, de una vieja amiga de la familia, Miss Bates, una mujer soltera que tiene poco dinero. Miss Bates, un alma tímida, «no captó inmediatamente el significado de aquello; pero al comprenderlo, aunque no se enojó, un leve rubor demostró que no había dejado de herirla». Más tarde, un buen amigo de Emma, Mr. Knightley, se lo reprocha: «¡Hizo usted muy mal, muy mal! Usted, a quien ella ha conocido desde niña, que la ha visto crecer en una época en la que su trato honraba a todo el mundo…, que ahora sea usted la que, en un momento de ligereza y de orgullo, se ría de ella, quien la humille… y además delante de su sobrina… y delante de otras personas, muchas de las cuales (por lo menos algunas) se guiarán ciegamente por el modo en que usted la trate…: eso no es digno de usted, Emma… y a mí no puede resultarme agradable de ningún modo». Los santos no siempre se comportan santamente, en especial en los primeros años. Jn 11,35. John MACMURRAY, Persons in Relation, Faber & Faber, London 1967 (trad. cast.: Personas en relación, Fundación Emmanuel Mounier. Madrid 2007). Esto es un magnífico modo de interpretar la mención que san Pablo hace de la alegría como uno de los «frutos» del Espíritu Santo (Ga 5,22-23). Conocida también por la palabra española examen. Una explicación más completa del examen diario de conciencia puede encontrarse en mi libro Más en las obras que en las palabras, Sal Terrae, Santander 2011 (que es traducción de The Jesuit Guite to (Almost) Everything, HarperOne, San Francisco 2010). Laurence J. PETER y Bill DANA, The Laughter Prescription, Ballantine, New York 1982. Jerome W. BERRYMAN, Teaching Godly Play: How to Mentor the Spiritual Development of Children, Abingdon, Nashville 1995. No le maté. Mt 13,33; Lc 13,20-21. La repetición es una parte clásica de la tradición educativa jesuítica; los primeros educadores jesuitas empleaban la repetición como ayuda para que los estudiantes memorizaran ciertos datos. También es parte de nuestra tradición espiritual; san Ignacio de Loyola anima a los creyentes a volver en la oración sobre determinados pasajes de la Escritura como un modo de profundizar su comprensión y su apreciación. Así que el culpable de las repeticiones que haya en este libro es san Ignacio.

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Yo estuve una vez en una misa en la que el predicador dijo que «Doris Day» era la católica más importante de la historia norteamericana. 3. Robert COLES, Dorothy Day: A Radical Devotion, Addison-Wesley, Reading, MA, 1987. 4. Johannes Baptist METZ, Poverty of Spirit, Paulist, Mahwah, NJ, 1998. 5. De sus diarios, febrero de 1950. Estoy en deuda con Jim Forest, autor de la biografía de Merton Living with Wisdom (trad. cast.: Thomas Merton: vivir con sabiduría, PPC, Madrid 1997) y con Paul Pearson, director del Centro Thomas Merton de la Bellarmine University de Kentucky, por localizarme esta cita. 6. Lc 1,26-38 (examinada en «Un estudio de la alegría: la Visitación». 7. Mc 2,12; 3,35-43; 9,14-29; Jn 9,1-34. 8. Arbuckle observa que la idea misma de Dios estableciendo una alianza es, cuando menos, irónica: «Juzgada desde una perspectiva puramente humana, es sin duda una situación incongruentemente humorística: ¡Dios entrando libremente en una relación contractual con las personas que él ha creado!». 9. He aquí el resto de la oración del rabino Nachman: «Que sea siempre feliz, verdaderamente feliz con todo mi corazón y mi alma. Pon puro gozo en mi corazón para que siempre sea únicamente feliz. Ayúdame a llevar la felicidad a los demás». 10. Jim FOREST, Living with Wisdom: A Life of Thomas Merton, Orbis Books, Maryknoll, NY, 1991 (trad. cast.: Thomas Merton: vivir con sabiduría, PPC, Madrid 1997). 1. Edgar M. KRENTZ, «First Thessalonians»: en Harold ATTRIDGE (ed.), HarperCollins Study Bible, New Revised Standard Version, HarperSanFrancis-co, San Francisco 2006. 2. James CONE, The Spirituals and the Blues, Orbis Books, Maryknoll, NY, 1991. 1. Mark THIBODEAUX, Armchair Mystic: Easing into Contemplative Prayer, St. Anthony Messenger, Cincinnati, OH, 2001. 2. Solo para refrescar la memoria, la psicología cognitiva se centra en el modo en que nuestros pensamientos, especialmente los inexactos, afectan a nuestra vida emocional. 3. Lc 17,11-19. 1. Pero un lugar divertido para comenzar es el libro de Lisa MILLER, Heaven: Our Enduring Fascination with the Afterlife, Harper, New York 2010. 2. Alegre baile tradicional judío.

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Índice Portada Créditos Dedicatoria Índice Agradecimientos Introducción 1. El signo más infalible. La alegría y la vida espiritual 2. ¿Por qué tan triste? Breve pero exacto exmen histórico de la seriedad religiosa – Digresión sobre la alegría. El Salmo 65

3. La alegría es un don de Dios. El humor de los santos 4. La felicidad atrae. 11½ serias razones para el buen humor 5. Mi despertar. Cómo la vocación el servicio y el amor pueden llevar a la alegría – Digresión sobre la alegría. La Visitación

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6. Reír en la Iglesia. Recuperar la alegría en la comunidad de los 111 creyentes 7. No soy gracioso, y mi vida es un asco. Respuestas a los mayores 130 desafíos para vivir una vida feliz 8. Dios me ha traído la risa. Descubrir el placer en tu vida 146 espiritual – Digresión sobre la alegría. 1 Tesalonicenses

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9. ¡Estad siempre alegres! Introducir el amor, la alegría y la risa en 165 la oración Conclusión. Prepárate para el cielo 177 Para seguir leyendo 179

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