Territorio Minado
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01/05/1983 Territorio minado François-Xavier Guerra (Más allá de Zapata en la Revolución Mexicana)
Desde fines de los años sesenta una amplia corriente de revisión histórica hurga con nuevos modos -y nuevas necesidades políticas, dada la quiebra del milagro mexicano- la realidad y el sentido del movimiento que conocemos como Revolución Mexicana. Está lejos de ser sólo un empeño académico. Las instituciones y la ideología vinculadas a aquel movimiento siguen siendo el horizonte histórico insuperado en que se mueven la sociedad y la política mexicanas. Francois Xavier Guerra explora en Territorio minado un aspecto crucial para la elucidación de ese pasado vigente: el peso decisivo de las regiones mineras norteñas en el levantamiento maderista de 1910, la persistencia en medio de la brusca modernización porfiriana de "zonas frágiles" que cobijaron los gérmenes de la rebelión en un contexto de crisis económica externa y crisis agrícola y productiva interna. La inquietante analogía de aquella sacudida del norte minero porfiriano con fenómenos similares de brusca modernización y crisis múltiple en el México petrolero de los ochenta, habla por sí misma de la pertinencia y la profundidad históricas del ensayo de Guerra, cuya versión primera apareció en la revista Annales. Economies. Societés. Civilisations, año XXXVI, no. 5, septiembre octubre de 1981. Francois Xavier Guerra es miembro del centre de Recherches d'Histoire de 1'Amerique Latine en la Universidad de París I. Completa actualmente el más amplio diccionario biográfico-histórico social y político- de las élites gobernantes mexicanas desde la época porfiriana hasta la fecha. Primera revolución del siglo XX, primera gran perturbación social de la América Latina contemporánea, la revolución mexicana ha sido el tema de innumerables estudios cuyas interpretaciones pueden diferir en el detalle pero se articulan esencialmente en torno a las ideas de revolución política y de revolución agraria. Fue una revolución política porque el sistema que Porfirio Díaz establecido en 1876, resultaba para 1910 particularmente rígido e incapaz de garantizar el ascenso social de las clases medias. Fue una revolución agraria según la han descrito francois Chevalier y otros después de él porque como consecuencia de las leyes liberales de 1856 numerosas comunidades campesinas habían sido despojadas de sus tierras, y muchas otras sufrieron todavía en 1910 la ofensiva del latifundio moderno. (1) Al subrayar únicamente estos aspectos se corre el riesgo de olvidar otros igualmente importantes, como el papel que jugaron en la revolución los sectores y las regiones más modernas del país, aparte de que las interpretaciones que hemos mencionado no vinculan con claridad los problemas políticos -en los que se concentra la campaña de Madero y que son la base de su llamado a la insurrección (noviembre de 1910)- con las rebeliones agrarias.
Según la hagiografía revolucionaria, la opresión social y política determinó que el llamado insurreccional de Madero se convirtiera en el levantamiento nacional que arrasó al régimen porfirista. Desafortunadamente y por extraño que parezca la mayor parte de los jefes revolucionarios que aparecen en escena en junio de 1911 -después de la renuncia de Porfirio Díaz- no aparecen por ningún lado en marzo de 1911, tres meses después del inicio de las hostilidades. El mismo Zapata que en cierta forma encarna la revolución agraria, no se levantó en armas sino hasta el 10 de marzo de 1911, después de saber el triunfo del movimiento revolucionario en el norte y sobre todo en Chihuahua. Para comprender la naturaleza de la primera fase de la revolución es conveniente fijar la atención precisamente en los levantamientos y en particular en el norte del país. ¿Quién se levanta, cuándo, dónde? I. EL ESTALLIDO El mapa de los levantamientos maderistas (mapa 2) sorprende tanto por la estrechez de los inicios como por la progresión de los movimientos en una zona geográfica bien delimitada.(2) Los preparativos del levantamiento en ciudades como Culiacán, Guadalajara, Chihuahua, Hermosillo, y en algunas localidades del estado de Veracruz y de Puebla, fueron descubiertos sin dificultad, sus instigadores detenidos sin que hubieran podido siquiera utilizar sus armas o aplastados inmediatamente, como fue el caso de Aquiles Serdán en Puebla. Algunos pudieron escapar, solos en pequeños grupos, hacia las montañas y los encontramos después en Sinaloa y Veracruz, núcleos de grupos revolucionarios. Un segundo tipo de intento tiene como punto de partida Estados Unidos. Refugiados políticos, como el propio Madero, intentan cruzar la frontera y lanzan expediciones hacia el interior de México con el apoyo de complicidades locales. En Piedras Negras y Ojinaga el fracaso de esos intentos fue absoluto. Por último, se producen verdaderos levantamientos. Algunas conspiraciones tienen éxito como las de Jesús Agustín Castro, Orestes Pereyra, Martín Triana y otras ochenta personas en Gómez Palacio, en la región de la Laguna. Hay levantamientos que son apenas insurrecciones de unos cuantos en pueblos del norte del país (Cástulo Herrera y Pancho Villa en San Andrés y Santa Isabel, Toribio Ortega en Cuchillo Parado, Chihuahua; los hermanos Arrieta en Canelas, Severino Ceniceros y Calixto Contreras en Ocuila y Cuencamé, Durango). En otros casos se trata de ataques masivos que llevan a cabo varios centenares de hombres de los pueblos de Santa Bárbara, Balleza y Cuevas contra el gran centro minero de Hidalgo del Parral, intentos que también fracasan y terminan en pequeñas bandas de asaltantes que se refugian en zonas de difícil acceso. Hay solo una región muy precisa -el occidente de Chihuahua- donde la rebelión triunfa desde un principio y logra mantenerse viva en pueblos y en ciudades pequeñas: San Isidro, con Pascual Orozco, Santo Tomás con José de la Luz Blanco, Temosachic, Bachíniva, Matachic, Moris con Nicolás Brown, Tomochic, Carichic... El mes de diciembre confirma esta primera distribución geográfica. La rebelión de la zona occidental de Chihuahua se extiende hacia Janos en el norte y Batopilas en el sur, pero también hacia el oeste donde algunas bandas aparecen en la mina El Barrigón en Sonora, y hacia el oriente en dirección de Satevo. La rebelión de las montañas occidentales de Durango se fortalece cuando Copalquín y las minas de Río Verde, en el distrito de San
Dimas se suman a las rebeliones de Canelas. Un mes y medio después de iniciadas las hostilidades, la zona principal de la revolución maderista muestra contornos perfectamente definidos. Incluye esencialmente el eje montañoso de la Sierra Madre occidental y se extiende los estados de Chihuahua, Sonora, Durango y Sinaloa. Un norte de México singular: de agricultura precaria de montaña y bosques, es sobre todo el México de las minas. Enero es un mes difícil para la rebelión. A pesar de su debilidad y de su inadecuación para combatir a las guerrillas, ejército federal lanza una ofensiva y recupera inclusive Ciudad Guerrero, eje de la revolución en Chihuahua, así como los centros mineros de Urique y Batopilas. A pesar de tos descalabros, el núcleo de la rebelión en el occidente Chihuahua envía una expedición de más de mil hombres hacia el norte. Es en ese momento cuando la región occidente de Durango, que presenta las mismas características, se suma a la revolución y los municipios de Topia y de Tamazula son rodeados por completo. Son movimientos que contrasta con las derrotas de Villa y de algunos grupos dispersos en centro-sur de Chihuahua, zona de latifundios, donde los revolucionarios se ven obligados a replegarse hacia las sierra del norte de Durango. Es así como la rebelión maderista se arraiga en la zona de las montañas y las minas. En febrero la situación mejora para los rebeldes. El ejército federal abandona definitivamente el occidente de Chihuahua y la rebelión se extiende a la región de las minas del oriente de Sonora. Se producen levantamientos en las minas del centro de Chihuahua (Naica, Santa Eulalia, en Aldama). Fracasan, pero son una prueba de la multiplicación los núcleos rebeldes. También por primera vez después tres meses de lucha, surge un nuevo núcleo en el sur del país: el de Gabriel Tepepa, anterior inclusive al levantamiento Zapata en Morelos. El viraje decisivo de la revolución se registra en la segunda quincena de marzo. Toda la sierra de Durango está para entonces en manos de los revolucionarios y empiezan a desbordarse hacia la planicie de la costa (Badiguarato, Guamúchil, Mocorito) y hacia la región minera del sur de Sinaloa (Pánuco). Algunos núcleos dispersos en Durango y en Zacateca atacan ciudades del centro: Jesús Agustín Castro en Villa Hidalgo, Durango; Luis Moya inicia una larga cabalgada que lo lleva al sur de Durango y a la región minera del sur de Zacatecas (Juchipila, Mezquital del Oro, Nochixtlán). En Sonora los revolucionarios sufren reveses en Ures y en Agua Prieta. Pero sus fracasos prueban también que han adquirido suficiente fuerza para atacar localidades importantes. Por último, a principios de marzo, los hermanos Figueroa se sublevan en la región minera de Huitzuco, Guerrero. El 10 de marzo se inicia la insurgencia zapatista. En abril la rebelión crece como una mancha de aceite. Las tropas del occidente de Chihuahua, donde sólo resisten las minas aisladas de Chínipas, asedian la ciudad fronteriza de Ciudad Juárez. En Sonora, la también fronteriza Agua Prieta cae por unos días en manos rebeldes. El ejército federal sólo puede controlar algunos puntos claves del ferrocarril. En Durango las tropas bajan de las montañas occidentales a los llanos del centro y rodean la ciudad capital; en el oriente caen las ciudades mineras Indé y Mapimí. Velardeña, Cuencamé, San Juan de Guadalupe, luego Nazas y Gómez Palacio. Toda la región de agricultura de irrigación de La Laguna, entre Durango y Coahuila, sufre las embestidas de
los revolucionarios. En Sinaloa los combates inundan las llanuras centrales y en el norte y la región minera del sur caen Palmillas, Guadalupe de los Reyes, San Ignacio y Concordia. A fin de mes el puerto de Mazatlán está totalmente rodeado. En Zacatecas la tropa de Luis Moya llega a los grandes centros mineros: Fresnillo, Nieves, Sombrerete. En el sur la rebelión de los Figueroa se extiende en Guerrero, la de Zapata en Morelos y en Puebla donde logra apoderarse por unos cuantos días de Izúcar de Matamoros. Finalmente en el mes de mayo triunfa la revolución. El día 9 Orozco y Villa toman por asalto la ciudad fronteriza más importante, Ciudad Juárez. El éxito militar precipita la firma de un armisticio el día 18 y el 21 se concluyen acuerdos de paz que prevén la formación de un gobierno provisional. En los días que siguen a la victoria, sobre todo después de la firma de los acuerdos de paz, las tropas revolucionarias en campaña atacan otras ciudades que escapan a su control. Luego de sangrientos combates el 15 cae Torreón en La Laguna, Iguala el día 12, Cuautla el 19, Culiacán el 30, Mazatlán el 6 de junio. En Chihuahua y en Sonora gracias a acuerdos firmados los maderistas no encuentran resistencia para ocupar ciudades que todavía estaban en manos del ejército federal. En el resto del país, núcleos revolucionarios dispersos crecen en unos cuantos días y sin ninguna resistencia entran en San Luis Potosí, Córdoba, Orizaba, Saltillo, Pachuca, etc. La fase militar de la revolución maderista, llegó a su fin a principios de junio de 1911. De esta exposición sumaria podemos derivar algunas conclusiones. Primeramente, el carácter decisivo de los levantamientos del norte del país: Chihuahua, Sonora, Durango, Sinaloa, el sur de Coahuila y de Zacatecas, y dentro de estos estados las regiones de la Sierra Madre occidental. En segundo lugar la importancia de las minas y de las zonas mineras. Casi todas las regiones que hemos mencionado pertenecen a categoría (mapa 3). Las excepciones son raras: el centro-sur de Chihuahua -región de latifundios que se vió afectada por los levantamientos de los villistas-, las regiones de agricultura moderna de irrigación de Sinaloa y de La Laguna y el centro-sur zapatista. Sin embargo, inclusive estas excepciones confirman la prioridad de los focos mineros (solo a partir de marzo de 1911 Villa obtiene verdaderos éxitos). Estas ciudades y pueblos proporcionan a los rebeldes lo esencial de sus tropas. La ruta que siguió Jesús Agustín Castro en el oeste de Durango en los meses de marzo-abril de 1911 ilustra el mecanismo de reclutamiento:(3) Fecha
Localidad
Efectivos
antes de la toma de
Efectivos
al abandonar la localidad
la localidad 31 de marzo Villa Hidalgo 80 hombres 1991
100 hombres
8 de abril Indé
50 hombres
170 hombres
1991 15 de abril Nazas 28 de abril Mapimí 1991
170 hombres Varios
400 hombres 1100 hombres
centenares
Podrían darse más ejemplos, que confirmarían que el grueso de las tropas revolucionarias proviene de las localidades conquistadas y, en consecuencia, de las localidades mineras.(4) La sociedad pionera del norte, cuyo elemento constitutivo esencial fueron las minas, es la que hay que estudiar para comprender el origen de los levantamientos revolucionarios. II. TERRITORIO MINADO Desde el siglo XVI el norte fue la zona de expansión privilegiada de México. Ganaderos y agricultores, comerciantes, soldados y misioneros siguen la huella de explotadores mineros en los inmensos espacios semivacíos que sólo indios nómadas recorren. Las minas son el motor de la expansión de la Nueva España, en función de ellas se organizan los poblamientos, la agricultura y el comercio. El porfiriato reanuda con un ritmo impresionante la expansión hacia el norte, que en algunos estados adquiere entonces los rasgos de una verdadera fiebre. El auge minero, renglón esencial de la economía del porfiriato, gira en torno a metales preciosos. La producción de plata pasa de 607 toneladas métricas en 1877-1878 a 2 mil 305 en 1910-1911; el oro de mil 105 kilogramos en 1877-1878 a 37 mil 112 kilos en 19101911. Pero la verdadera novedad para México es a partir de 1891-1892 la producción sostenida de metales industriales y combustibles de tal suerte que en 1910-1911, pese a su espectacular crecimiento el valor de los metales preciosos representan sólo el 53.9% de la producción minera mexicana. Este auge corresponde al crecimiento de las regiones septentrionales: la producción se desplaza continuamente hacia el norte. En 1900 Chihuahua, Durango, Baja California e Hidalgo -único estado de la región tradicional del centro-, se sitúan a la cabeza de la producción, seguidos de Sinaloa, Sonora, Zacatecas, Coahuila y San Luis Potosí, también en el norte. Nada más los estados del norte aportan el 75% de la producción minera mexicana. En 1907 cuando estalla la crisis económica, representan todavía 57% de esta producción. El auge de la economía minera se explica en primer lugar por los cambios políticos que acarrea el porfiriato. El objetivo de Porfirio Díaz era restablecer y mantener la paz como condición indispensable del progreso económico. La seguridad de las vías de comunicación y la eliminación de las bandas armadas que infestaban el país permitiría por sí misma el reinicio de las actividades económicas. Era también una manera de ganarse la confianza de
los inversionistas nacionales y extranjeros. Después de la paz, el ferrocarril: 600 kilómetros en 1877, 19 mil en 1910. La orientación de las líneas ferroviarias, casi en su totalidad construidas por compañías extranjeras, favoreció los lazos entre el norte y el sur y abrió México a Estados Unidos. Las rutas ferroviarias responden casi siempre a la localización de las minas cuya intercomunicación es una prioridad.(5) En efecto, sólo las explotaciones mineras hacen rentables las inversiones en una primera etapa. Después surgirán otras actividades en las regiones que el ferrocarril ha abierto a un mercado nacional en formación (modernización de la agricultura en Sinaloa y Sonora, La Laguna, San Luis Potosí). Se anuncia así una nueva distribución del espacio en función del diseño de las vías y sus destinos: las zonas mineras de la frontera con Estados Unidos. Este desarrollo trajo consecuencias de todo tipo: migraciones considerables hacia las regiones adonde llegaba el ferrocarril y hacia Estados Unidos, crecimiento de antiguas ciudades ahora intercomunicadas y surgimiento de nuevos centros urbanos que crecen aceleradamente (Torreón tenía 2 mil habitantes en 1890 y 34 mil 200 en 1910), cambio de mentalidades, modos de vida y comportamientos políticos, casi todos los movimientos políticos del último decenio del porfiriato se concentran en las ciudades que se benefician del ferrocarril). El desarrollo de la actividad minera y el flujo de las inversiones impuso modificaciones legales. Según L. De Launay, en 1903 director de la Escuela de Minas de París, había que abandonar explotaciones tradicionales extremadamente fragmentadas que impedían las inversiones, y optar por concesiones más extensas fundadas en una propiedad sólida, en la libre explotación y las facilidades de comunicación, con gastos en función de los beneficios.(6) A partir de 1884 se modifica una legislación minera que en esencia databa de la Colonia: se permite primero a los mexicanos y después a extranjeros adquirir propiedades ilimitadas y se los exime del pago de impuestos. La ley del 6 de junio de 1892 en particular instaura la propiedad a perpetuidad e irrevocable de las concesiones mineras.(7) Los resultados son inmediatos: en cuatro meses se presentan 847 solicitudes de consolidación de títulos de propiedad y en 1894 su número se eleva a 5 mil 396. Al mismo tiempo el gobierno federal y los gobiernos de los estados otorgan cada vez más tierras a las compañías mineras junto con el monopolio local del comercio, la instalación de ferrocarriles privados, de electricidad, de telégrafos y de teléfonos, para la construcción de carreteras, de instalaciones para el tratamiento de los mineros, etc.(8) Los 797 títulos de concesión minera que había en 1893 aumentaron a 11 mil 865 en 19001901 y a 30 mil 837 en 1910- 1911. El éxito de esta política fue total. Las inversiones registraron un prodigioso avance de 1.75 millones de pesos en 1892 a 45.44 millones en 1900 y 155.88 millones en 1907. (9) Un porcentaje muy alto de estas inversiones era extranjero, sin embargo es muy difícil saber a cuanto ascendían puesto que con frecuencia aparecían conjuntamente con las de las sociedades mexicanas. Lo que sí se sabe es que eran en su mayoría estadunidenses, ingleses y franceses. Aún así sería una exageración pensar que la industria minera arrancó súbitamente durante el porfiriato y que el predominio de la inversión extranjera era absoluto. Los testimonios de la época sugieren una imagen diferente del sector. Desde principios del siglo XIX el mundo minero está marcado por el estancamiento, aparece como un mundo azaroso de exploradores de minas y de pequeños explotadores mexicanos de cuyas filas surgen
personalidades muy fuertes que logran restaurar antiguas minas y descubrir nuevas. Es el caso de Francisco García, gobernador de Zacatecas en 1830 que restaura las minas de Proaño en Fresnillo y de los exploradores de Batopilas en Chihuahua que en 1835 descubren las minas del Zorrillo (más tarde las minas de Guadalupe y Calvo, y que serían explotadas por una compañía inglesa). Es el caso también de la familia de las minas de Aviño en Durango que se arruinaron a fines del siglo XVIII e intentan renovarlas en 1852. (10) Estos ejemplos conocidos y espectaculares tienden a ocultar a la gran masa de pequeños exploradores y explotadores de minas. Es difícil calcular con precisión cuántos eran, dado que con frecuencia no declaran su producción; trabajan con instrumentos muy precarios que compensan los conocimientos que les otorga una larga experiencia de pequeñas concesiones y de antiguas minas abandonadas. De Launay calcula para 1902 cerca de 14 mil 539 concesiones en actividad, mil 467 de ellas en Chihuahua, gran parte pequeñas explotaciones de una existencia efímera o intermitente, pero que aún después de 1892 representan un porcentaje importante de la producción minera mexicana. Los pequeños explotadores representan una parte importante de la producción total aún después de que las grandes compañías han establecido en 1906 su predominio; según lo observa A. Bordeaux en 1906-1907: Cuando estoy en Guanajuato se tratan sobre todo los minerales que traen los mineros de la región; estos minerales provienen de vetas relativamente nuevas o del espigueo de viejas obras, de tal manera que me pregunto si esas magníficas fábricas modernas no estarán pronto en la misma situación en la que están las de Guanaceví, es decir, si no se limitarán a comprar los minerales y dejarán de explotar ellas mismas las minas.(11) Por otra parte, aún antes del arribo masivo de sociedades extranjeras, los propietarios mexicanos emprendieron la modernización de los métodos de explotación de las minas y de tratamiento de minerales. Un ejemplo de ello son los trabajos que realizó Francisco Coghlan por encargo del conde Vicente Irizar en las minas de Santa Ana y la Purísima en San Luis Potosí en 1891: diecisiete kilómetros de ferrocarril eléctrico subterráneo, uso del aire comprimido, instalación por primera vez en México de los segundos ascensores y bombas eléctricas que se fabricaron en Estados Unidos y que descienden a 306 metros de profundidad, cuyo costo asciende a varias centenas de miles de pesos.(12) Esta producción minera de principios de los años 1890 es todavía plata casi en su totalidad, extraída frecuentemente con métodos que poco han cambiado desde la Colonia y de los cuales el más utilizado es el de la amalgama, que no exige instalaciones de gran importancia. Las leyes mineras expedidas entre 1884 y 1892 que abrieron la puerta a las inversiones masivas provocan una modernización acelerada. Haciendas de beneficio modernas (instalaciones de tratamiento del mineral) en los grandes centros mineros, fábricas metalúrgicas en Torreón, Aguascalientes, San Luis Potosí y Monterrey, permiten obtener rendimientos superiores, la explotación de minerales blandos y sobre todo la explotación de otros metales asociados con el mineral de plata (oro, plomo, cobre, zinc, etc.). Este último fenómeno explica el crecimiento sostenido de la producción de plata a pesar del derrumbe
de sus precios en el mercado internacional (el índice de precios en Nueva York, 1900 = 100. pasa de 195 en 1877 a 88 en 1903). La baja continua del precio de la plata provoca sin embargo una transformación progresiva del sector minero. La mayor parte de las máquina que exige la modernización de las técnicas de explotación es importada y es necesario pagarlas con dinero devaluado. Las empresas de capital extranjero pueden hacerlo, pero la modernización se dificulta para las que pertenecen a mexicanos, propietarios que se ven entonces condenados a mantener los antiguos procedimientos de explotación de baja productividad y con los que no se pueden extraer otros metales, o a vender sus concesiones a empresas extranjeras. De manera que la compra de antiguas minas es más frecuente que la apertura de nuevas. No obstante, los propietarios mexicanos y los pequeños exploradores y explotadores pueden soportar esta situación hasta la reforma monetaria de 1905, puesto que una parte importante de los gastos (los salarios) se pagan en plata a curso legal pese a la baja internacional. Por último, durante el porfiriato, se abren minas para la explotación de metales industriales: sobre todo de cobre, que es extraído por la compañía francesa de El Boleo en Baja California y por norteamericanos en Cananea, Sonora. Es también el caso del carbón que se extrae en Coahuila, en Piedras Negras, Sabinas, Barroterán y Las Esperanzas. Estas nuevas explotaciones provocan la proliferación de pequeñas aglomeraciones. La población de Cananea por ejemplo era en 1891 de 100 habitantes, en 1900 aumenta a 891 y en 1910 a 14 mil). Al igual que en la época de la Colonia la expansión minera va acompañada de crecimiento de la población y del desarrollo de la agricultura y del comercio. Hasta antes de la construcción masiva de ferrocarriles y de la modernización de as minas, a lo largo del último decenio del siglo XIX además de alimentos y de instalaciones para sus trabajadores las minas exigían una gran cantidad de ganado, sobre todo mulas y caballos para activar bombas de los montacargas, el transporte del mineral y de la madera que se utilizaba para apuntalar las galerías. Por ello en el pasado se habían desarrollo la agricultura y la ganadería en haciendas que producían para minas lejanas o vecinas, y que en algunos casos llegaban formar con ellas una sola unidad económica. Todavía a fines del porfiriato una buena parte de las zonas mineras de la Sierra Madre occidental están a varios días de viaje del ferrocarril más cercano y las técnicas de explotación que se utilizan son antiguas. El relato de Albert Bordeaux sobre las minas mexicanas en 1906-1907, describe por ejemplo un viaje de Durango a Guanaceví: en tren hasta Tepehuanes, después más de un día a caballo hasta Guanaceví donde las mulas suben el mineral desde el fondo de la mina; luego más jornada a caballo en las montañas a más de 3 mil metros de altitud para acceder a otros centros mineros.(13) Sin detenernos en el latifundio señalemos una vez más que la multiplicidad de pequeñas explotaciones mineras dispersas en las regiones montañosas de acceso difícil constituye una salida para las pequeñas explotaciones agrícola (ranchos) de estas mismas regiones. Son el origen de rancho y caseríos cuyos habitantes mezclan la agricultura y la mi nena. Tal y como lo señala Trinidad García, hacia 1890 la agricultura sólo prospera en la Sierra Madre.
En pequeñas parcelas en las laderas de los arroyos. Su producción es tan pobre que apenas alcanza para alimentar a los agricultores que viven ahí. Las aglomeraciones mineras se mantienen ellas mismas, inclusive después de los períodos de prosperidad de las minas, con altas y bajas, dado que los mineros siguen extrayendo el mineral de las vetas, y siguen tratando los residuos de las haciendas y de las minas.(14) La existencia de esta población semiagrícola semiminera explica la abundancia de ranchos en esta región clave para los levantamientos de la revolución mexicana: la Sierra Madre occidental. El porcentaje de la población que vive en ranchos de menos de 50 habitantes es de 19.1% en el distrito de Tamazula, Durango; 21.3% en el municipio de Temosachic; 12.1% en Bachiniva, Chihuahua. Si a ello añadimos la población de los caseríos y de los pueblos estos distritos suman más de la mitad de la población.(15) En torno a las actividades mineras propiamente dichas -extracción y metalurgia- estas regiones, que poseen una agricultura y una ganadería en proceso de modernización y una población numerosa cuyo nivel de vida es superior al del centro del país, desarrollan también actividades artesanales, industriales y servicios que le imprimen un aspecto muy diferente al de las regiones puramente agrícolas del resto del país. Dejando de lado las actividades de transformación ligadas a la agricultura moderna y a las industrias textiles del sur de Coahuila que utilizan el algodón que se produce en La Laguna, podemos detenernos en el caso de Chihuahua que es el estado del norte donde la minería representa el principal sector de actividades y cuya economía es más moderna. Entre 1874 y 1883 se crearon diez bancos, algunos de ellos en localidades mineras como Candameña, Ciudad Guerrero o Hidalgo del Parral. Luego, en los primeros años del siglo XX surgieron los establecimientos más diversos: gas, electricidad, teléfono, tranvías, ferrocarriles privados, pozos artesianos, fábricas de material refractario, de dinamita, de papel, de muebles, de cemento, panaderías industriales, industrias alimenticias, etc. Aun cuando no nos haya sido posible determinar el alcance de estas actividades, su sola existencia nos ofrece la imagen febril de este estado del norte del país que evoca más la capacidad de innovación del oeste americano que la sociedad tradicional del México del centro. III UNA POBLACIÓN ORIGINAL Zona escasamente, de economía moderna, sobre todo minera aunque también agrícola, el norte lejano (Coahuila, Chihuahua, Durango, Nuevo León, Sonora, Sinaloa), es una vasta región e inmigración que registra un crecimiento poblacional que supera ampliamente al del conjunto del país y que llega a veces a duplicarlo o a cuadruplicarlo: Este crecimiento no es de ninguna manera homogéneo. Un estudio más detallado por subdivisiones administrativas (distritos o sus equivalentes) a partir de los censos de 1895, 1900 y 1910 señala la existencia de diferentes tipos de evolución de la población. Primero, las zonas de agricultura y de ganadería tradicionales registran variaciones muy débiles, frente al notable crecimiento de las zonas que han sufrido un proceso de modernización. Las regiones mineras por el contrario se caracterizan por una variabilidad extrema. Crecimientos y bajas se siguen en lapsos muy breves dependiendo del descubrimiento o del agotamiento de las minas. Estas son las regiones que, en declive absoluto o relativo o en
proceso de rápido crecimiento, primero se sublevan en 1910. La movilidad de la población parece ser una condición de la revolución. El crecimiento de la población que sólo se explica por las migraciones, trae consigo también un porcentaje importante de hombres en edad madura. Los mismos matices regionales que pueden hacerse respecto al crecimiento de la población pueden hacerse en cuanto a esto: los estados que muestran un acusado crecimiento demográfico (Coahuila, Chihuahua, Durango, Sonora) son también los que tienen un mayor porcentaje de hombres. Lo mismo sucede a escala distrital. Esta población pionera es también mayoritariamente blanca o mestiza. El porcentaje de personas que hablan una lengua indígena es igual a cero o insignificante (Aguascalientes, Nuevo León. Zacatecas, Coahuila, Durango) y cuando existe refleja la presencia de poblaciones indígenas homogéneas y mal integradas a esta sociedad pionera. Los Mayos y los Yaquis de Sonora, los Tarahumaras de Chihuahua se mantienen fuera de esta sociedad de frontera. Pueden aprovechar la rebelión para desencadenar la propia, pero entre ellos y la sociedad blanca o mestiza la hostilidad es radical. La rebelión yaqui por ejemplo, es anterior, simultánea y posterior a la revolución, pero no es la revolución mexicana. No existen verdaderas comunidades indígenas en el interior de esta sociedad, únicamente en Sinaloa y en Durango y en proporción muy débil; aumentan sin embargo en San Luis Potosí, en la Huasteca, que forma parte del México densamente poblado del centro. De ahí el carácter peculiar de los movimientos revolucionarios de Sinaloa y del estado de San Luis Potosí que son las únicas regiones del norte en las que ocurrirán movimientos agrarios tardíos del tipo zapatista. La situación es distinta en lo que se refiere a los extranjeros. Su proporción es mayor a la del resto del país (con excepción de la ciudad de México y de algunos estados de la costa). La modernización de la agricultura y de las minas así como la construcción y la explotación de los ferrocarriles trajeron consigo una importante masa de no mexicanos: ingleses a las minas, francesas a las minas y a la hotelería, españoles al comercio y a la agricultura, japoneses y chinos al sector de servicios y al pequeño comercio, pero sobre todo norteamericanos que son muchos no sólo en los cargos directivos de las empresas modernas, sino también entre los técnicos y entre los obreros calificados de las minas y de los ferrocarriles. Este flujo de extranjeros explica el carácter marcadamente nacionalista de la revolución mexicana, en particular en el caso de la rebelión orozquista de 1912. Se trataba no únicamente de una reacción frente al hecho de que se hubieran apoderado de empresas y de tierras, sino también la reacción a la presencia de una masa de extranjeros que ocupaban posiciones intermedias accesibles para los mexicanos. La población del norte que había sido atraída por espacios abiertos, por la esperanza de hacer fortuna gracias al descubrimiento de un filón de riqueza o que perseguía simplemente adquirir en propiedad un rancho o una tienda o ganar mejores salarios, parece mas heterogénea e independiente que la del centro del país. Las condiciones de vida de la zona minera sobre todo de la Sierra Madre occidental son muy difíciles: altitud, terreno accidentado, clima riguroso. Hasta los años 1890 habría que añadir además las incursiones de los apaches y de los comanches de Estados Unidos que se aventuraban a las montañas chihuahuenses, de Sonora o de Durango. Para enfrentar esta inseguridad los hombres se
arman en las haciendas y en los ranchos, en las jornadas de viaje, pero sobre todo en las minas siempre expuestas a los asaltos. Los levantamientos revolucionarios son difíciles de comprender si no tenemos en cuenta que se trata de una población armada y acostumbrada a defenderse. Espíritu de aventura, valentía frente a las dificultades de todo tipo, con frecuencia también independencia respecto a las estructuras sociales tradicionales, desarraigo y marginalidad. Estas características no están distribuidas equitativamente entre todos los habitantes de la región. Los primeros aspectos predominan entre quienes son antes que nada exploradores, arrieros o rancheros. En cambio el desarraigo y la miseria sobresalen entre los trabajadores de las minas y de las haciendas de beneficio. Los viajeros de la época nos ofrecen descripciones ilustrativas de los mineros: en cuanto a los indios o a los mestizos mexicanos de estas montañas, sus chozas no son mejores que las de los negros de Guyana, y sin embargo, el clima es bastante más duro, aunque les basta un sombrero Puntiagudo de fieltro y una cobija para sentirse felices.(16) De hecho los periodos buenos alternan con periodos malos; periodos buenos en los que el auge minero demanda con urgencia productos agrícolas y ganados, aun a precios elevados; periodos en los que las minas tratan de retener con salarios altos una mano de obra rara y móvil. Periodos malos, de miseria, porque la vida en esas regiones es particularmente sensible a las crisis: crisis climatológicas que elevan rápidamente los precios agrícolas y disminuyen la aparcería, y provocan de paso la parálisis de las minas y el desempleo; crisis propiamente mineras producto del agotamiento de las minas más ricas, que lanzan al camino masas de peones en busca de trabajo en otra mina; finalmente, crisis mineras generales ligadas a la baja de los precios mundiales. La originalidad de la población de los estados del norte aparece nítidamente en el terreno de 1a cultura. La proporción de analfabetas y de habitantes por periódico publicado es en general inferior en los estados del norte a la media nacional. Solo Durango, Sinaloa y San Luis Potosí tienen una proporción mayor lo que explica por su lado el carácter más primitivo, menos ideológico de la rebelión en esta región. Aunque casi toda la población es católica, las estructuras eclesiásticas de las regiones norteñas no están adaptadas a la movilidad de la gente y están abiertas a la influencia de Estados Unidos, con quien mantienen intercambio muy intensos. El porcentaje de protestantes es incomparable con el del resto del país: 2.02% en Coahuila, 1.39% en Chihuahua 1.27% en Nuevo León, 3.39% en Sonora. Cierto que esto se debe en parte a la presencia de numerosos extranjeros, pero resulta significativo que el principal jefe militar maderista, Pascual Orozco, fuera él mismo protestante. Aunque es todavía más significativo el que el porcentaje de personas que en los censos se declaran sin religión sea el doble del porcentaje nacional: 0.27% en Coahuila, 0.25% en Sonora y sobre todo 1.42% en Chihuahua, cuna de la rebelión maderista, cifras inimaginables en otras regiones y que sólo se explican por la influencia anarquista del Partido Liberal Mexicano de los Flores Magón. Políticamente se trata de una tierra de tradición liberal añeja cuyo espíritu de independencia ha sido una fuente constante de inquietud para el centro. Bajo Porfirio Díaz los poderosos
caudillos regionales se aliaron o fueron remplazados por procónsules del porfiriato que vigilaban varios estados en estas regiones lejanas: Luis Emeterio Torres en Sonora o el general Bernardo Reyes en Nuevo León. Aquí y en otras zonas, la paz del porfiriato recurrió a los jefes políticos para ampliar su esfuerzo de control de la vida política, hasta los niveles más bajos, los munícipes y presidentes municipales. Este sistema de control de la vida política local, unida a una pirámide de clientelas, fue resentido como particularmente opresivo en el norte, región de gran independencia y movilidad de la población. La progresiva supresión de la autonomía municipal o la ausencia total de ella en las nuevas aglomeraciones, fue en muchos casos el origen del descontento que precedió a la revolución y una de las primeras reivindicaciones de los programas revolucionarios del norte. IV. GÉNESIS DE LA REVOLUCIÓN La especificidad del norte es la de una sociedad sometida a cambios muy pronunciados. De ahí la aparición de tensiones sociales que se manifiestan, aun durante este periodo de paz casi absoluta que es el porfiriato, en rebeliones locales, huelgas sangrientas, diferentes perturbaciones o simplemente bandidaje endémico. La localización de estos acontecimientos revela la permanencia de zonas frágiles, lo que llamamos "fallas". Al mismo tiempo los participantes en estos acontecimientos, las más de las veces dispersos, se convierten en otros lugares en el germen de nuevas oposiciones. Estas "fallas" y estos "gérmenes" sólo entran en actividad en coyunturas precisas. La que condujo a la revolución fue producto de la aceleración del crecimiento económico y de las transformaciones sociales de los primeros años del siglo XX; poco después le siguió una crisis de aspectos múltiples que desencadenó todos los factores de desequilibrio, viejos y nuevos, para desembocar en la revolución de 1910. La mayor parte de las tendencias que han sido descritas se acentúan a partir de 1900 después de un crecimiento económico extremadamente rápido. En las minas, inversiones que habían sido de 45,4 millones de pesos entre 1892 y 1901 se elevan a 155,5 millones en 1907. Los títulos mineros expedidos en 1900-1901 fueron 9 mil 600 y en 1907-1908 pasan 20 mil 800, el número de hectáreas que representan estos títulos pasa de 111 mil 280 en 1900-1901 a 444 mil 330 en 1907-1908. (17) Los primeros años del siglo registran los cambios más importantes: implantación masiva de grandes compañías mineras, constitución de grandes propiedades en manos de extranjeros y continuación de la construcción de vías ferroviarias. Las concesiones implican casi siempre otras actividades anexas. La mayoría de las compañías mineras, que son las más importantes, obtienen además cesiones de tierras agrícolas o ganaderas y monopolios locales para la construcción y el uso de infraestructura: carreteras, vías ferroviarias secundarias, teléfono, electricidad, etc., pero también monopolios comerciales para la instalación de tiendas de raya dentro del perímetro que controlan. Las concesiones implican también exenciones fiscales válidas por periodos muy prolongados de impuestos y los habitantes de las regiones mineras, en particular los de Chihuahua, ven reducirse el perímetro de los municipios ante las enormes concesiones, por ejemplo, de 349 mil 699 hectáreas para el latifundio de Hearst, un millón 47 mil 769 para el del ferrocarril del
noroeste de México, el auge de enclaves que tienden a la extraterritorialidad y que gozan de un monopolio que a ellos les está vedado. Conforme se despoja a los municipios de las tierras útiles e indispensables, los espacios abiertos del mundo pionero se estrechan y se cierran arbitrariamente. Las demandas de autonomía municipal son entonces una lucha por la abolición de privilegios, la reconquista de una independencia que está a punto de desaparecer. Por eso las primeras rebeliones estallan en la zona de contacto de la región del latifundio y las minas con los ranchos, que es la zona de contacto entre dos mundos en expansión. La dependencia que existe en el interior de las grandes explotaciones mineras también crece. Los salarios altos no bastan para retener una mano de obra de por sí inestable, que escasea en los periodos de crecimiento. En el contexto de una economía moderna reaparecen entonces los sistemas tradicionales de peonaje, la tienda de raya y la dependencia por deudas. Aun cuando estos sistemas no rigen toda la existencia, los mineros dependen de las empresas propietarias del comercio, de las distracciones, de los terrenos sobre los que se construyen los pueblos; son empresas que disponen de policías privadas y cuyos empleados actúan además como funcionarios municipales. Viejas o nuevas las tensiones sociales y políticas que engendra esta sociedad se manifiestan de manera concreta en los estallidos de violencia que periódicamente aparecían durante el porfiriato. Su localización (mapa 4) prueba que en cada estado se producen estos fenómenos casi siempre en los mismos lugares y en las mismas zonas, independientemente de las formas políticas que revistan en cada periodo. Es posible describir las principales "fallas" de esas zonas frágiles. En primer lugar la de la zona montañosa y minera que se encuentra entre Durango y Sinaloa (de Rosario y Plomosas a San Dimas, Tamazula y Topia), escenario del bandidaje social de Heraclio Bernal (estudiado por Nicole Giron), que desaparece en 1887 y cuyo recuerdo no es sólo un mito en 1910. (18) Después, la región de las sierras que está comprendida entre Durango y Chihuahua, de Guanaceví a Santa Bárbara. Asolada durante los años 1890 por Ignacio Parra, Francisco Villa, y Doroteo Arango. Hasta 1907 este último, qué adoptó por seudónimo el nombre de su antiguo jefe, Francisco Villa se dedicaba a atacar a los transportadores de la conducta o diligencia, a asaltar ranchos aislados o a robar ganado que luego vendía en los centros mineros con la ayuda de su compadre Urbina. En este caso resulta perfectamente comprensible la continuidad entre el antiguo pillaje, la marginalidad y la revolución.(19) La zona de las minas y de los ranchos del este de Sonora y sobre todo del oeste de Chihuahua es otra zona de tensión: el triángulo Cusihuiriachic, Pinos Altos y Ascensión donde se registran motines de mineros en 1880-1886, rebeliones armadas de 1889 a 1896 contra la manipulación de las elecciones de autoridades municipales o contra la arbitrariedad, tensiones que alcanzan un nivel crítico en 1891-1893, años de crisis agrícola. Por último hay puntos aislados: minas en las que periódicamente estallan conflictos (Matehuala, Catorce, Charcas en San Luis Potosí; Velardeña en Durango) o lugares vecinos
a la frontera con Estados Unidos: cerca de Piedras Negras en Coahuila o de Palomas y de Ojinaga en Chihuahua. El rasgo común de todos estos conflictos es que se producen en regiones mineras cercanas a la frontera, en un marco de violencia armada dentro de poblaciones acostumbradas a las armas de fuego, y con saldos que arrojan un cierto número de muertos. Sobrevivientes de estos motines reaparecen después en sublevaciones en otras partes. Juegan así el papel de "gérmenes" que cristalizan otros descontentos y transmiten la experiencia de la rebelión de las zonas frágiles. El último rasgo frecuente es que estos acontecimientos muestran aun en los años 1880-1890 un componente religioso (estandartes de la Virgen, intervención de clarividentes, búsqueda de la protección de los "santos" como el de Cabora, etc.), mismo que después desaparece. La continuación de estos conflictos está formada esencialmente por levantamientos de miembros del Partido Liberal Mexicano (PLM) durante 1906-1908. La recolección de los datos acerca de los lugares de reclutamiento de los miembros de este partido o los lectores de las publicaciones de este movimiento, permite destacar de manera notable el predominio del norte y de las zonas mineras. El núcleo esencial de simpatizantes del PLM está en el norte, aunque no falten en las capitales de los estados y grupos pequeños en otros estados del centro y del sur, particularmente Veracruz. La explicación de este fenómeno es relativamente sencilla, puesto que los jefes de este movimiento y sus publicaciones están exiliados en Estados Unidos, que es el punto de partida de su red de expansión hacia México. Cuando consta en documentos diplomáticos de la época, su propaganda llegó en primer lugar a la población desarraigada y móvil de los mineros de ambos lados de la frontera, en el seno de un medio físico y humano muy similar. Los lazos que vinculan a los Flores Magón con la Western Federation of Miners de los Industrial Workers of the World (IWW)son muy estrechos a partir de 1905, y el PLM se implanta en México gracias a la ayuda de sus miembros. Por otra parte, el programa del PLM que se publicó en 1906 es muy avanzado en materia laboral, y particularmente adecuado para los mineros. En efecto, la redacción de las secciones laborales de este programa se debe en gran parte a la participación de antiguos mineros huelguistas de Cananea y a Juan Sarabia, quien también trabajó en las minas.(20) No hay duda alguna de que entre 1907 y 1909, cuando se desató la ola de levantamientos del PLM en Coahuila y en Chihuahua, el magonismo reclutó a sus miembros esencialmente en el mundo minero, tanto entre los mineros mexicanos de Estados Unidos (las minas de Clifton, Morenci y Metcalf que son "auténticos centros de actividad revolucionaria" 21) como en México, donde encontramos una implantación magonista en casi todas las ciudades mineras: Hidalgo del Parral, Santa Eulalia, Santa Bárbara, Sahuaripa, Sierra Mojada, etc. En más de un caso los levantamientos afectan los mismos centros de antiguas rebeliones (Ascensión, Casas Grandes, Palomas, San Andrés) y en ellos reconocemos a los sobrevivientes de las rebeliones locales de los años 1880-1890. Son los mismos nombres que volvemos a encontrar en el origen de la revolución mexicana en Chihuahua (Nicolás Brown, losé Inés Salazar, Prisciliano Silva). Las tensiones sociales que antes adquirían tonos políticos y hasta religiosos, visten ahora los colores del PLM.
V. LAS CONDICIONES DE LA RUPTURA Para que estas "fallas" entraran de nuevo en juego y los "gérmenes" de rebelión cristalizaran en 1910, fueron necesarias ciertas condiciones favorables que aparecen con el inicio de la crisis que a partir de 1907 se sobreponen unas a otras hasta desembocar en la revolución. La crisis económica que se inicia en Estados Unidos en 1907 se extiende rápidamente hacia México y afecta a todos los sectores. La pérdida de dinamismo de las actividades económicas es general. Los bancos reducen los préstamos a corto plazo (del índice de 148 en 1907 se pasa a 330 en 1909) y ponen en aprietos a los hacendados y a los agricultores medianos que se habían lanzado en proyectos de modernización. Pero la crisis afecta en particular al sector minero. La caída de los precios internacionales es brutal. El índice de precios de la plata en Nueva York (1900=100), que en 1902 era de 90 y en 1906 de 108, en 1908 baja a 86 y a 83 en 1909. El cobre, que había registrado un alza considerable (índices Nueva York: 1892=69, 1900=100, 1907=126) experimenta una caída brutal (80 en 1908, 77 en 1910). El derrumbe de los precios de estos dos metales es grave en particular para México, puesto que su valor representa la mayor proporción de la producción minera (1905-1906: la plata representaba el 40.07% y el cobre el 25.01 %). Las minas de cobre están casi paralizadas, Cananea, que es la más importante suspende sus trabajos en 1907 y sus obreros son despedidos No será reabierta sino hasta julio de 1908 y con personal reducido. Es todavía más grave el problema de la plata por la participación mayoritaria que tiene en el conjunto de la producción mexicana, pero sobre todo porque afecta tanto a las grandes empresas, como a toda una masa de exploradores de minas y de pequeños productores. Este problema es resentido con mayor agudeza porque después de la reforma monetaria de 1905 que introdujo el patrón oro, los precios internos de la plata se ajustaron a los precios internacionales (gráfica 1). La parálisis de las minas es sobre todo la parálisis del norte del país, región minera por excelencia, la más moderna y también la más sensible a la coyuntura internacional. No nada más en México las compañías mineras cierran o reducen su personal. Muchos obreros mexicanos que trabajan en las minas del sur de Estados Unidos quedan desempleados y se ven obligados a regresar. (22) Su número acrecienta la masa de quienes para sobrevivir se ven reducidos a trabajos mínimos y a desplazarse por las carreteras del norte del país. Los ingresos de los exploradores y de los pequeños mineros disminuyen de manera considerable. Paradójicamente la baja de los precios de la plata de 1907 a 1910 es paralela a un aumento de la producción. La respuesta a la baja de los beneficios fue posible gracias a un descenso de los salarios en las grandes empresas, a una prima de compra muy pobre de los minerales producidos por los pequeños productores, y sin duda alguna también gracias a un mayor esfuerzo de estos últimos para evitar la ruina. (23) La contracción afecta desde luego a toda la economía regional que dependía del sector minero (agricultores, ganaderos, comerciantes, transportistas).
A esta crisis económica moderna se suma una crisis de subsistencias de tipo tradicional, pero que no es comparable con las que hasta entonces había conocido el porfiriato dado en primer lugar porque durará seis años. Una serie de malas cosechas provoca que se disparen los precios del maíz y de los frijoles que son la base de la alimentación popular. Para el maíz, por ejemplo, el índice de precios (1900=100) pasa de 108 en 1904 a 138 en 1905, y, sobre todo, después de haberse mantenido en ese nivel hasta 1908, se eleva a 155 en 1909 y a 190 en 1910. (24) La crisis anterior, la de 1891 a 1896, que como ya lo señalamos había provocado la ola de rebeliones más importante del porfiriato, nunca alcanzó esas dimensiones. Ahora se rebasaron dos niveles. El primero coincide con las rebeliones magonistas de 1906, el segundo con los inicios de la revolución. En las zonas mineras de los tres estados que se vieron más afectados en 1910 (Chihuahua, Durango y Sonora) la situación es como sigue: una población en gran parte desempleada o sin ocupación definida (10% y 8.9%, respectivamente, en Chihuahua) es golpeada por el periodo más intenso de la crisis de subsistencias. En agosto de 1907 el capitán Scott que comandaba las tropas norteamericanas en la frontera escribía: "Existe en particular en los estados del norte de México, un gran descontento debido a las condiciones actuales. Si se produjera una explosión revolucionaria un líder hábil tendría numerosos partidarios", (25) en 1910 estas observaciones se aplican a fortiori. Ese líder que en 1907 no existía surgió tres años después: favorecido por la crisis política que se había iniciado en 1908, Francisco Madero pudo catalizar todas las oposiciones. Esta crisis política que se mantenía larvada desde principios de siglo y que ponía en juego la sucesión del Dictador, sale a la luz pública cuando Díaz declara al periodista norteamericano Creelman que México había alcanzado la madurez para la democracia y que ante el triunfo electoral de un candidato independiente se retiraría de la vida política. Hayan o no sido un truco estas declaraciones del viejo dictador, lo cierto es que provocan el enfrentamiento abierto de dos grandes tendencias en el seno de la élite política porfiriana: los científicos por un lado, y los partidarios del general Bernardo Reyes por otro. Los primeros, empresarios modernizadores subyugados por la ideología positivista, se reconocen en el ministro de finanzas, José Yves Limantour. Su fuerza está en la capital y entre los nuevos grupos de privilegiados que se formaron a raíz del progreso económico, pero su presencia en los estados es muy débil. Los segundos reúnen de manera desordenada una parte de la élite política tradicional, los notables de provincia que los científicos han desplazado, miembros de las clases medias e inclusive un sector de artesanos y obreros. El enfrentamiento entre estas dos tendencias, que se inició en las altas esferas del poder, se extiende progresivamente a toda la sociedad. En este caso la influencia de la prensa es determinante a propósito de las elecciones para gobernadores en algunos estados. La movilización política crece paulatinamente tanto en las grandes ciudades como en ciudades pequeñas e inclusive en algunos pueblos y en el campo en varias regiones. Madero se dio a conocer con la publicación en diciembre de 1908 de su libro La sucesión presidencial en 1910, que contenía un diagnóstico lúcido aunque moderado de los males del porfiriato y aparece como el tercer hombre en el enfrentamiento. Hasta agosto de 1909 obtiene un éxito modesto, pero cuando Díaz logra que Reyes se retire de la liza y viaje a
Europa, Madero quien, posee un programa político coherente que se resume en la frase "Sufragio efectivo. No reelección" y una red eficaz de partidarios, se convierte en el candidato de los reyistas. El programa del partido antireeleccionista que en abril de 1910 lanza su candidatura a la presidencia de la república presenta un acusado contenido social que incorpora muchos de los temas magonistas. Los clubs antirreeleccionistas que surgen en 1910 cristalizan todo el descontento que han generado las tensiones de la sociedad porfiriana. Después del fraude electoral de 1910 Madero se exilia en Estados Unidos. Las crisis políticas locales de las que hemos hablado se incorporan a la crisis política general cuando Madero lanza su plan de San Luis y llama a las armas. VI. UNA EXPLOSIÓN EN VARIOS TIEMPOS La descripción que hemos hecho nos permite ahora tratar de construir un modelo explicativo de la manera como estallan los levantamientos. Las conspiraciones de las ciudades estaban de entrada condenadas al fracaso, porque eran dirigidas por hombres muy conocidos que unos cuantos meses antes habían encabezado la campaña electoral. La tranquilidad de las grandes ciudades pudo mantenerse gracias a arrestos preventivos y a la huida ante la amenaza de la represión. Además, la ausencia de una organización estructurada era un obstáculo para que los conspiradores pudieran provocar una insurrección urbana. Al principio la pasividad fue casi absoluta en la mayor parte del campo. En el centro-oeste, región de ranchos y de haciendas, las tensiones sociales no se habían acentuado. En otras partes, donde eran más agudas, treinta y cuatro años de régimen porfirista habían fortalecido o creado una eficaz red de control social y político. En las haciendas la dependencia de los peones frente a sus amos se mantenía intacta en la mayoría de los casos; el resentimiento de las comunidades campesinas estaba aún contenido, despojadas como habían sido de sus tierras o atacadas por los avances del latifundio moderno. Se trataba también de comunidades que mantenían frescas las cicatrices de represiones pasadas, su mismo arraigo las protegía de la crisis económica. En esta primera etapa carecían de los medios "mentales" -la sensibilidad política- y físicos -las armas- que requerían la rebelión. La situación era muy distinta en las regiones del norte que hemos estudiado. Habría ahí una sociedad cuyo desequilibrio iba en aumento hasta alcanzar en 1910 el umbral de ruptura. Los factores analizados no permiten afirmar que la rebelión fuera inevitable, ya que de manera voluntaria hemos omitido el análisis detallado de los aspectos políticos. Aún así encontramos una correlación muy estrecha entre estas variables y los levantamientos maderistas. La correlación más notable es la que vincula la intensidad de la rebelión con el sector de la población económicamente activa que trabajaba en las minas y en varias empresas mineras. Los estados más afectados por la revolución son aquellos donde la población es minera y la densidad de las empresas es alta; son estados en los que la población minera está dispersa, aunque representa una masa considerable: Chihuahua, Durango, Sonora seguidos por Sinaloa, Coahuila y Zacatecas.
Lo anterior nos conduce precisamente a las regiones que hemos analizado, ahí donde se enfrentan dos tipos de sociedad: la sociedad minera tradicional y la sociedad minera moderna. El centro de la actividad revolucionaria no está en las grandes concentraciones mineras modernas de reciente creación (Cananea en Sonora o Sierra Mojada en Coahuila). Su existencia es aún muy reciente, su población está marginal y mezclada y las relaciones que mantienen con el campo son todavía muy débiles como para que puedan jugar el papel de terreno de entrenamiento. Por otra parte, también el control político a que están sometidas es muy estricto. Así como no se puede decir que la revolución nació en las haciendas tampoco puede decirse que nació en los enclaves. Nació en cambio en las zonas de contacto entre dos mundos igualmente dinámicos: el de las minas pequeñas, los ranchos, y las ciudades con el de las grandes empresas mineras y el latifundio. Es ahí donde alcanzan su máxima intensidad todas las tensiones que hemos descrito, productos de un rápido cambio de estructuras y de crisis. Desde este punto de vista Chihuahua reúne todas las condiciones para que se precipite un estallido revolucionario: algunas minas y mineros pequeños, grandes empresas y abundantes extranjeros, ranchos y haciendas, desempleados y pueblos viejos, (26) con una larga tradición de oposición y rebeliones y un fermento ideológico -el magonismo- que difunde la prensa y los desplazamientos de una población móvil. Aquí es donde primero explota la rebelión maderista, que no es espontánea ni indiferenciada, ni es tampoco la manifestación de una población marginal y desesperada. En un primer momento es el levantamiento de una población de pioneros agrupada en torno a personalidades fuertes que gozan de una gran autoridad en su medio y que cuentan con una sólida red de relaciones familiares y profesionales en la misma región. Pascual Orozco representa en San Isidro el ejemplo más significativo de este tipo de personaje, lazos familiares lo unen a la familia Frías que tiene numerosas ramificaciones y su oficio le ha permitido desarrollar una red múltiple de relaciones personales en la zona minera. Comentarios semejantes podrían hacerse respecto a otros líderes chihuahuenses. Los grupos revolucionarios de este estado son habitantes de tal o cual pueblo o distrito y están unidos por una solidaridad familiar y geográfica. Son grupos formados en torno a "gérmenes" de las rebeliones y las oposiciones anteriores y juegan el papel de núcleos que aglutinan a la población marginal de las zonas mineras afectadas por la crisis. A las reivindicaciones políticas (democracia, autonomía sindical, igualdad fiscal y libertad de tránsito) propias de los habitantes de los pueblos, se suma la reivindicación agraria (distribución de tierras o creación de ejidos en los pueblos donde no existen), adaptada a las características de esta población flotante de las minas que la crisis ha dejado desprotegida. La fusión del núcleo de pueblos y de población desarraigada, en una zona montañosa de acceso difícil, es la que asegura el éxito de la rebelión y le da coherencia al movimiento en el occidente de Chihuahua. La ausencia de núcleos de pueblos de las zonas mineras y un terreno más plano explican en cambio la debilidad del movimiento de Villa en el centro-sur del estado. Los hombres de Villa, como su antiguo jefe delincuente, son sobre todo un grupo de desarraigados, marginales de la zona agraria. Sus efectivos aumentarán después del viraje de 1911, como los de todos los grupos, pero durante la etapa maderista sus tropas no tienen la homogeneidad de las del occidente serrano de Chihuahua.
Durango es un estado más heterogéneo en el que pueden diferenciarse tres regiones. Alrededor de una zona central formada por haciendas, se erige una región oriental de agricultura de irrigación (La Laguna) y de minas renovadas (Mapimí y Velardeña) y la región occidental en la Sierra Madre que se extiende hasta los confines de Sinaloa, zona minera tradicional, apenas modernizada, más primitiva y tradicionalmente insegura. En esta última región los levantamientos son también la obra de personalidades locales. Herculano de la Rocha, propietario de minas y de una hacienda metalúrgica en Copalquín; los parientes y vecinos de la familia Arrieta en Canelas, también propietaria de minas y de diligencias. Habría también que mencionar a los hermanos Pazuengo, contramestres de una explotación minera en Río Verde, distrito de San Dimas, que se sublevan con sus trabajadores en diciembre de 1910. La rebelión de estas poblaciones de montaña, rudas y casi siempre miserables, que también encontramos en Sinaloa, adquirirá en ocasiones el aspecto de un ataque bárbaro sobre las ciudades más modernas de los llanos, Durango, Mazatlán y Culiacán. Al oriente de Durango los conspiradores urbanos que intentan el asalto a Gómez Palacio pertenecen a esta masa móvil de trabajadores de las minas y de la industria del norte naciente. Ejemplo de esto es la vida de uno de estos hombres, Jesús Agustín Castro, quien más tarde será un importante general revolucionario. Nacido a unos cuantos kilómetros de Gómez Palacio, en Ciudad Lerdo en 1887, Castro vive en diferentes ciudades mineras del norte. Es sucesivamente obrero en una hacienda metalúrgica en Santa Bárbara (Chihuahua), después en Moctezuma (Sonora), carpintero en Palmillas (Sinaloa), y por último, en 1910, cuando estalla la rebelión trabaja como empleado en una compañía tranviaria de Lerdo y Torreón a Gómez Palacio.(27) Una vez más aquí fracasa la insurrección urbana y quienes participan en el intento se dispersan por el campo. No será sino hasta después de marzo de 1911 que se reactivarán como sucedió con quienes se rebelaron en la misma época en la ciudad minera de Cuencamé. Como hemos visto, entre noviembre de 1910 y marzo de 1911 la situación apenas cambia: resistencia de la zona rebelde primordial, que se sitúa entre Chihuahua, Sonora, Durango y Sinaloa, algunos destellos en ciudades mineras aisladas del conjunto, pasividad en el resto del país. Esta resistencia de la zona primordial de la rebelión maderista tiene sin embargo enormes consecuencias sobre el conjunto de la construcción política porfiriana. Revela a ojos de todos la debilidad militar del régimen que se muestra incapaz de poner fin a una insurrección que sin embargo es muy limitada geográficamente. Para la élite nacional que se había distanciado de Díaz después de la eliminación del general Reyes, el porfiriato pierde una de sus fuerzas esenciales: la capacidad de mantener el orden público que es condición de la prosperidad de los negocios. Las estimaciones que hicieron en 1912 los servicios oficiales de estadística, demuestran que la revolución suspendió de tajo la reactivación de la economía que se había iniciado en el primer semestre de 1910, y que la diferencia entre la realidad y las previsiones de importaciones que se habían hecho en junio de 1911 fue de 27 millones de pesos. (28). Lo que es más grave para el régimen es que su incapacidad militar frente a la rebelión acarrea la formación de bandas armadas en la periferia de zonas sólidamente controladas
por el maderismo. Es el fracaso del sistema de control político y policiaco del campo de los jefes políticos y de los presidentes municipales, un fracaso contagioso por dos razones. Por una parte destruye el temor que inspiraban las autoridades y que era un poderoso freno al estallido de las tensiones sociales. La desaparición de este temor no se propaga sólo en las zonas sublevadas sino que también viaja gracias a los medios de comunicación modernos (telégrafos y prensa), que le dan dimensión nacional a acontecimientos que cincuenta años antes no hubieran rebasado los límites de la región. Por otra parte, el clima de inseguridad y la parálisis de los negocios que resultan de esta situación reducen a la miseria a poblaciones que ya han sufrido la crisis: su única posibilidad de supervivencia es en más de un caso la adhesión a los revolucionarios, para vivir del sueldo y de un posible botín. En marzo de 1911 se amplifican todos estos fenómenos y la revolución maderista sufre un gran viraje. A principios de mes los mexicanos interpretan la movilización en Estados Unidos de veinte mil hombres a lo largo de la frontera como la señal de que Díaz ha perdido el apoyo del poderoso vecino del norte. Poco después se inician negociaciones oficiosas entre los representantes maderistas y el ministro de Hacienda Limantour. Finalmente el 28 de marzo el propio Díaz lleva a cabo cambios en su gabinete y acepta el principio mismo de la rebelión: la no reelección. Todos estos acontecimientos le inspiran un segundo aire a la rebelión que entonces empieza a extenderse y a desbordar su lugar de origen. Aparece en los estados del sur (Morelos y Guerrero) y en las zonas agrícolas del norte. Hacendados que hasta entonces se habían mantenido a distancia de los levantamientos se sublevan con sus peones, como fue el caso de Francisco de Paula Morales en Sonora y de José María Ochoa en Sinaloa. En las zonas agrícolas modernas que viven la agitación provocada por bandas provenientes de las regiones mineras, se desencadena la rebelión de las comunidades que han sido despojadas de sus tierras en los llanos de Sinaloa y se inicia una rebelión campesina que alcanzará niveles extraordinarios de violencia en las zonas de explotación de La Laguna. Durante los meses de abril y mayo de 1911 los insurgentes aumentan continuamente sus efectivos y en el norte empiezan a amenazar las ciudades más importantes. Después de la toma de Ciudad Juárez el 11 de mayo y después de la firma de los acuerdos de paz el 21, se reproduce a escala nacional y aceleradamente el efecto multiplicador desatado en el mes de marzo. Ya no se trata de levantamientos o de guerrillas, sino que la parálisis y la inercia casi total del sistema de control del campo provoca el súbito crecimiento de núcleos revolucionarios que unos cuantos días antes eran insignificantes. A pesar de las apariencias de una transmisión pacífica del poder a un gobierno provisional que mantiene las formas de la legalidad, la construcción política porfiriana se había derrumbado en los estados del norte del país y en adelante existirían por,todo el territorio gérmenes de nuevas explosiones, ahora sí agrarias. ¿Esta revolución de 1910-1911 una revolución agraria? Sí, sin duda alguna en su último periodo y en algunas regiones. Pero primero y antes que nada es la rebelión de las zonas más modernas de México. Su punta de lanza son las regiones y las ciudades mineras, aquéllas en donde la modernización era al mismo tiempo las más precoz y la más extendida, aquéllas en donde el impacto de las inversiones extranjeras había provocado los traumas más profundos y más tenaces. En junio de la revolución agraria aparece todavía en
segundo lugar y es casi secundaria, porque aparece como el resultado de la destrucción del poder político que ha provocado la rebelión minera. El análisis de las zonas que se vieron afectadas por los levantamientos revolucionarios y los mecanismos de su propagación contribuyen a clarificar la génesis de la revolución mexicana. Tal vez también ayudarán a comprende otras revoluciones del siglo XX en países predominantemente rurales que sufren el impacto de una modernización acelerada. NOTAS: (1). F. Chevalier, "Le soulévement de Zapata, 1911-1919", Annales E.S.C, no. 1, 1961, pp. 66-82; J. Womack, Emiliano Zapata, París, 1976. (2). Resultado de selecciones de un cuerpo de información muy amplio (alrededor de 8,000 actores), es imposible indicar las fuentes para cada acontecimiento. Citado por él mismo en Historia de la revolución mexicana, México 1967, p. 150. (3). E. Gamiz, Historia de Durango, México, 1953, p. 251. (4). Ver por ejemplo el crecimiento de los efectivos de Luis Moya según uno de los miembros de su expedición, Pedro Caloca Larios, en: Revista del Ejército y de la Marina, noviembre-diciembre 1930, p. 954 et passim. (5). Ver por ejemplo. Las vías terminadas en 1898 que conducen a las minas de Hidalgo del Parral, Cuatro Ciénegas, Sabinas, Pedriceña, Velardeña, Concepción del Oro, Vanegas, etc. Mapa de F. Calderón en Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida económica, vol. I, 1965, p. 179. (6). L. de Launay, "Mines et industries minieres", en Le Mexique au début du XXe siecle, París, s.e., p. 261 et passim. (7). G. Nava Oteo, en Historia moderna. . . p. 179 et passim. (8). Ver por ejemplo las concesiones otorgadas en Chihuahua en: F. Almada, La Revolución en el estado de Chihuahua, vol. I., México, 1964, pp. 64-80 y en Sonora en: Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada. Sonora en la revolución mexicana, México, 1975, p. 110 et passim. (10). Anuario estadístico de la República Mexicana, 1907, p. 42. T. Garcia. Los mineros mexicanos, la. edición 1895, México, 1970,; red, p. 160 et passim. (11). A. Bordeuax, Le Mexique et ses mines d'argent, París, 1910, p. 57. (12). T. García, op. cit., p. 343 et passim. (13). A. Bordeaux, op. cit., p. 22 et passim.
(14). T. García, op. cit., p. 185. (15). Cálculos realizados con base en los censos de 1895, 1900 y 1910. (16). A. Bordeuax, ·op. cit., p. 32. (17). Anuario estadístico. . ., p. 1907, p. 42: Estadísticas económicas del porfiriato. Fuerzas de trabajo y actividad económica por sectores, México, s.e., p. 42. (18). N . Girón, Heraclio Bernal. Bandit, "cacique " ou précurseur de la revolution?. these de 3e. cycle, Université de París, I. mimeografiado, mapas de las páginas 88 bis y 113 bis. (19). E. Gamiz. op. cit., p. 239 et passim. y J.G. Amaya, Madero y los auténticos revolucionarios de 1910, México, 1946, p. 11 et passim. (20). J. Cockroft, Precursores intelectuales de la Revolución (1900-1913), México, 1971, p. 121; Martínez Núñez, Juan Sarabia, apóstol y mártir de la revolución mexicana. México, 1965, pp. 21-22. (21). Carta de Arturo M. Elías al cónsul de México en El Paso, en: Documentos históricos de la revolución mexicana, vol. XI, México, 1966 p. 71. (22). Boletín de la Dirección General de Estadística, vol. II, México, 1913, grabados fuera del texto. (23). Como lo reporta A. Bordeaux: de 8 a 9 pesos el kg. mientras que el precio de la plata es de 36 pesos, op. cit., p, 160. (24). Inclusive a pesar de las importaciones masivas de cereales exentas de tarifas aduanales, con un valor de 5.5 millones de pesos de maíz y 10,2 de trigo en 1909-1910 y 11,3 millones de pesos de maíz en 1910-1911. Boletín. . ., vol. I, México, 1912, p . 132 et passim. (25). Reporte del 26 de agosto de 1907 citado por J. Cockroft, op. cit.. p. 137. (26). Después de la redacción de estas líneas recibimos el estudio de M. Wasserman, "The social origins of the 1910 revolution in Chihuahua", Latin American Research Review, vol. XV, no. 1. enero de 1980, el cual contiene elementos complementarios en este sentido. Anuario. . . 1907, p. 383 et passim. M. Pazuengo, Historia de la revolución en Durango. De junio de l 910 a octubre de l 914, Cuernavaca, 1915. (27). E. Gamiz, op. cit., p. 248.
(28). Ver el estudio de S. Echegaray sobre el comercio exterior en Boletín. . ., México, vol. I, 1912, p. 32et passim.
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