Teoria Literaria y Linguistic A. Karl D. Uitti. Ed. Catedra
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Teoría literaria y lingüística
Karl D. Uitti
Teoría literaria y lingútstica
Q U
E D I C I O N E S C ÁT E D RA , S . A. Madrid
Título original de la obra: Lirzguistics as2d Literary Theory, publicada por Prentice-Hall, Inc. Englewood Cliffs, New Jersey, U.S.A.
Indice
Traducción de Ramón Sarmiento González PRÓLOGO ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... CnríTULO
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L-LENGUAJE, PENSAMIENTO Y CULTURA ... ...
15 1.1. Los orígenes ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1.2. Platón y la teoría literaria ... ... ... ... ... ... ... ... ... 1.3. Naturaleza e importancia de la concepción aristotéli
ca del lenguaje ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
15 19 26
1.4. La tradición literaria y la gramática ... ... ... ... ...
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1.5. Dante y 1a teoría literaria ... ... ... ... ... ... ... ... ...
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II.-EL RACIONALISMO: PENSAMIENTO, GRAMÁTICA Y EXPRESION ... ... ... ... ... ... ...... ... ... ... 63
Cnx'íTULO
2.1. El Renacimiento como fevisión cualitativa de la cultura ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
63 2.2. Descartes y la gramática de Port-Royal ... ... ... ...
66
2.3. La aportación del Brocense ... ... ... ... ... ... ... ...68 2.4. DuMarsais y los enciclopedistas ... ... ... ... ... ... ...
70
111.-EL ESTUDIO DE LA LENGUA Y DE LA LITERATURA ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 97
CnPíTUx.o
© 1969 by Trustees of Princeton University Ediciones Cátedra, S. A., 1977 Don Ramón de la Cruz, 67. Madrid-1 Depósito legal:
3.1. La lingüística histórica y comparada. Saussure ... ... 3.2. La escuela americana de Bloomfield ... ... ... ... ...
M. 15.643 - 1977
ISBN: 84-376-0048-0 Printed in Spain Impreso en vELOGUaF Tracia, 17. Madrid-17 Papel: Torras Hostench, S. A.
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101 3.3. La estilística de Bally ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... CAPÍTULO
IV.-LA CRfTICA LITERARIA Y LA CIENCIA DE
LA LITERATURA EN AMnRICA ... ... ... ... ... ... ... ... 133 4.1. El New Criticism ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 133 4.2. La Teoría Literaria de R. Wellek y A. Warren ... ... 7
Cnr í r u LoV.-EL
CONGRESO DE BLOOMINGTON: EL ESTILO DEL LENGUAJE ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 173 5.1. Las dicotomías de Voegelin y Sol Saporta ... ... ... 175
CnY íTULO
VI.-CONCLUSIONES ... ... ... ... ... ... ... ... ... 207
6.1. Técnicas ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
207 6.2. Estructura ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 211
ciación de este tipo. Hemos decidido, por consiguiente, examinar ciertos rasgos básicos del concepto occidental del lenguaje en los tres primeros capítulos. El 4 y el 5 tratan de lingüística y estudios literarios, tal como se practicaban en América (y en el extranjero) en los años recientes. En el capítulo 6 ofrecemos algunas indicaciones con el fin de acrecentar la colaboración entre las dos disciplinas. A través de este estudio, los términos lingüística y literatura serán definidos una y otra vez. Tras haberlo dudado algo, nos hemos decidido por el título Teoría literaria y lingüística. Deseamos evitar desde el comienzo la noción simplista de que lingüística significa una técnica, un puro método, mientras que literatura significa una clase de corprt.s textual. De hecho, literatura implica también un método (o un número posible de métodos) -de ahí nuestra preferencia por teoría literaria, término de moda hoy- y lingüística -término de uso tan frecuente en el siglo pasado- invita precisamente a evocar una «materia», un objeto de estudio. Nuestro propósito, por tanto, no puede ser aplicar simplemente un método a materiales diferentes aunque relacionados. Esto sería demasiado fácil (y equivocado). Antes bien, habremos de examinar la interacción de varios métodos v materiales diversos, ocupación mucho más delicada. Veremos cómo un notable grupo de estudiosos americanos contemporáneos han navegado por estas aguas traidoras con una habilidad mucho mayor que la que muchos acreditan. Debemos manifestar nuestro agradecimiento por este orden. El tiempo que nos proporcionó la generosidad de la Fundación John Simon Guggenheim en 1964 lo dedicamos a la preparación de este estudio. Reiteramos nuestro agradecimiento a la Fundación por esta oportunidad. También nos gustaría dar las gracias a un número de amigos cuya atenta y cuidadosa lectura de algunas partes de este trabajo fue valiosísima: al profesor de las Universidades de Madrid y Princeton, Enrique Tierno Galván; al profesor Claudio Guillén, de la Universidad de California (San Diego); al profesor Frank Bowman, de la Universidad de Pennsylvania, y al profesor Peter F. Dembowski, de la Universidad de Chicago. Finalmente, queremos dedicar las páginas siguientes a tres colegas, estudiosos distinguidos y hombres de letras, cuyas carreras docentes están llegando a su fin. Su labor y su saber humano lo recordarán por mucho tiempo los es 12
tudiantes de lengua y literatura francesas en América. Deseamos al profesor Alfred Foulet (Princeton), profesor Henri Peyre (Yale) y profesor Ira O. Wade (Princeton) una alegre y provechosa jubilación. KARL D. UITTI
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CAPÍTULO PR IMERO LENGUAJE,
PENSAMIENTO Y CULTURA 1.1. Los orígenes
Desde la más remota antigüedad el hombre occidental ha mostrado interés, sistemáticamente, por una teoría general del lenguaje. En consecuencia, ha establecido unas categorías de análisis «lingüístico», más o menos definidas, aunque relacionadas de acuerdo con unos presupuestos religiosos, metafísicos y culturales dados. Las teorías del lenguaje han implicado necesariamente unas teorías del estudio del lenguaje (la «gramática», la «lingüística»), y esta especulación teórica ha registrado tanto las contingencias culturales como las perspectivas filosóficas. La configuración o estructura específica de una teoría está en relación con las materias en tanto concepción general, persuasiva y dominante o, como prueba de lo que decimos, en relación con actividades más especializadas como la dramática, oratoria, análisis gramatical o pensamiento silogístico. Todos sabemos que las especulaciones grecorromanas sobre el lenguaje desarrollaron unas doctrinas de gramática, retórica, poética y dialéctica extraordinariamente matizadas, aunque en constante cambio e interrelacción. Platón y Aristóteles -por no mencionar a los presocráticos, a numerosos filósofos estoicos y a los sofistas- se entretuvieron en fales especulaciones, y aunque se diferencian sustancialmente el uno del otro en determinados aspectos, compartieron una manera de exponer los problemas que ha gozado de gran influencia en épocas posteriores. La difusión de las antiguas indagaciones lingüísticas a través ' del mundo mediterráneo y su reconciliación con la nueva concepción que aportaba el Cristianismo ha sido objeto de considerables investigaciones históricas. El legado de la 6
Agustín y los Santos Padres, y lo que se perdió -así como el proceso de transmisión a la Europa medieval-, nos proporciona datos significativos para comprender la estructura de la mentalidad occidental. Por tanto, sería conveniente hablar de esta mentalidad en términos de una «estructura histórica», es decir, como una serie de posibilidades elaboradas por pensadores y escritores a través del tiempo. Consciente de su pasado cultural, la Edad Media entendió el lenguaje -tal como lo manifestó en su literatura, especulación filosófica o escritura- en relación con diversos sistemas teóricos de valores y procedimientos permanentes, transmitidos de generación en generación en forma de tradición de autoridades (traditio). Pero, para salvaguardar el gran dinamismo de este pasado cultural, la Edad Media reconoció que estas tradiciones requerían interminables reajustes para responder satisfactoriamente a las exigencias de los nuevos conocimientos teóricos y aplicaciones prácticas. La historia literaria ejemplifica este proceso de asimilación. La concepción finita y estática que implicaba el pensamiento pagano, mantuvo las formas retóricas o estilísticas de una literatura, producto del despliegue jerárquico de esquemas expresivos. Así, el estilo noble o grave fue legado para expresar convenientemente un tema que requiriese gravedad. La noción de jerarquía estilística la fijó San Agustín (De doctrina christiana, IV), pero en armonía con la visión cristiana de la dignidad de toda la creación, el estilo elevado se llegó a identificar más exactamente con el efecto que el orador deseaba producir en su auditorio. El mismo tema tenía aparentemente menor importancia que la previa disposición. Por citar algunos ejemplos de San Agustín, el tema cristiano de la virginidad podía tratarse con un estilo sobrio y el tema de los cosméticos podía expresarse en un estilo elevado. Este cambio de énfasis contribuyó, durante la Edad Media, a la creación de un estilo nuevo, el noble estilo vernáculo, semejante y diferente a la vez del estilo grave de la Eneida de Virgilio. Este estilo noble se formó históricamente a partir de un sermo humilis cristiano, de poco prestigio intelectual (cfr. Erich Auerbach *, Literatursprache und Publikum in der lateinischen Spütantike und im Mittelalter, Berna, 1958). Así, la Edad Media salvaguardó la forma estática de la antigua * Lenguaje literario y público en la baja latinidad y en la Edad Media, Seix Barral, 1969, traducción de López Molina.
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ticas. En cierto sentido, Chrétien de Troyes «imita» o «reproduce» a Virgilio; en realidad, identifica su propia Francia con la antigua Grecia y Roma'. El desarrollo de las teorías filosóficas medievales, sobre todo en lo que atañe a la elaboración de teorías lógicas, nos esclarece, además, otro tipo de reajuste. La cultura literaria que habíamos heredado de la antigüedad y que se desarrolló en las escuelas de los siglos xi y xm, presentó numerosos obstáculos a las formulaciones de carácter lógico-discursivo que los filósofos escolásticos desearon realizar. En consecuencia, algunos filósofos acentuaron ciertos procedimientos estilísticos de la antigua tradición lingüística -o «gramatical»- con la exclusión de otros muchos. En la Europa del siglo xiii, «Filosofía» se oponía a «Literatura» y, como veremos más adelante, la tradición gramatical fue sometida a una profunda revisión. Estos hechos indican que la teoría literaria y lingüística pueden ser abordadas más concretamente desde la perspectiva de su «estructura histórica» subyacente. La noción de teoría del lenguaje, así como muchas concepciones de literatura y ciencia lingüística, deberían estar relacionadas pertinentemente con las posibilidades que nos brinda la continuidad histórica que llamamos cultura occidental. Si es verdad que todo sistema o concepción contiene una teoría del lenguaje, también es verdad que cada teoría del lenguaje implica un conjunto de perspectivas filosóficas y, por consiguiente, resulta evidente que un estudio de la teoría literaria y lingüística debe proponerse dar cuenta sistemáticamente del tipo de relación que se establece entre las posibles concepciones y las teorías del lenguaje. Por definición, un estudio interpretativo es algo arbitrario. Se elige una de las perspectivas con la esperanza de que sea productiva. Por estas razones, hemos decidido estudiar la realidad de la «cultura occidental» como la dimensión en la que estos tipos de relaciones se prestan mejor al análisis. Aunque no sea del todo cierto, la continuidad de esta «cul1 Me refiero aquí al tema translatio studü, contenido un tura» permite indicar que de loslalógicos medievales PetrusenHispasaje muy conocido de Cligés (25 y ss.), en los que Chrétien habla del nacimiento de la chevalerie («cultura») en Grecia, su importación a Roma y su llegada final a Francia. Alcuino, Bernardo de Chartres y otros antiguos se consideran a sí mismos «modernos». A pesar de que, en su concepción, la cultura llega a oscurecerse en Francia, sin embargo, fue por su conocimiento de los antiguos por lo que los «modernos» aspiraron a saber más que aquéllos. 17
mostrar las implicaciones de su deuda en tanto nos permitieron conocer la naturaleza y usos del lenguaje. La misma continuidad cultural nos proporciona criterios de referencia que nos llevan a distinguir entre las actitudes «modernas» ante el fenómeno del lenguaje y las anteriores. Los lógicos medievales están próximos a los filósofos modernos de lingüística, no obstante ser dos mundos diferentes. La moderna teoría poética tiende hacia una concepción del lenguaje que recuerda mucho a Platón, pero las diferencias son quizá mucho más significativas. ¿Qué tienen de común Prisciano, el famoso gramático de la antigüedad, y la lingüística del siglo xx? ¿En qué puntos están en divergencia? ¿Qué es lo que diferencia la «lingüística moderna» y la «crítica literaria» -suponiendo que existan tales entes- y qué contenidos deberán unir en una causa común? Finalmente, y quizá fundamentalmente, algunos conocimientos de las posibilidades que explotaron nuestros predecesores y las que debieran surgir de este estudio, contribuirán, como es de esperar, a reconocer estrictamente las complejidades que acompañan el problema del lenguaje y la literatura, al disipar ciertos tópicos y prejuicios corrientes. Discutiremos la concepción moderna del lenguaje y las ramificaciones diferentes de la disciplina -literarias y lingüísticas- en la segunda parte de este capítulo de introducción. Es fundamental un estudio previo de los orígenes de nuestra materia en la primera parte. Antes de pasar a examinar la tradición premoderna en general y, concretamente, los tipos de actividad en relación con el estudio gramatical en la Antigüedad y en la Edad Media, discutiremos ciertas obras de Platón y Aristóteles. Estos filósofos nos brindan un punto de partida conveniente y útil. No se ocuparon primordialmente del lenguaje ni de literatura en cuanto tales. A pesar de que ambos autores escribieron sobre el problema del lenguaje en diferentes contextos culturales y temporales, lo que sustentaron adquiere una relevancia e importancia insospechadas. Platón fue el primero y más importante teórico de lo que se puede llamar concepción simbólica del lenguaje. Aristóteles, en cambio, fue el principal representante de la doctrina opuesta -aunque en algunos sentidos complementaria- al concebir el lenguaje como un instrumento analítico. Estas dos teorías, como veremos, desarrollaron también un método de observación o estudio de los fenómenos lingüísticos. Su influencia fue -y 8
1.2. Platón y la teoría literaria El Cratilo de Platón se ocupa del viejo problema de si los nombres son «naturales» o «convencionales», si «poseen una verdad o exactitud igual para los griegos y para los bárbaros» (pág. 323) ' o si,de hecho, los significados son sólo cuestión de «convención o acuerdo». Arguyendo que los nombres están determinados por el uso, Hermógenes advierte que «los griegos se diferencian de los bárbaros en el uso de los nombres, lo mismo que las diferentes tribus griegas se distinguen unas de otras» (pág. 325). El problema del pluralismo lingüístico está, por consiguiente, expresado, aunque esbozado solamente. Sócrates sostiene que «la función de un nombre... es expresar la naturaleza» de la cosa, y Protágoras se equivoca, puesto que son los sofistas y retóricos quienes argumentan que «el hombre es la medida de todas las cosas, y las cosas son tal y como me parecen a mí y son para ti tal y como te parecen a ti» (pág. 326). Sócrates insiste en ello, delimitando lo verdadero de lo que es falso; las cosas poseen una naturaleza inherentemente estable, aunque estén en movimiento. Y puesto que el hablar es una actividad, el arte de poner nombres a las cosas posee su propia naturaleza y normas. Lo razona analógicamente: el nombre es un instrumento, un medio, del que nos servimos para conocer y distinguir las cosas, exactamente igual que la máquina de coser es el medio con que se manufactura un 1 La discusión siguiente de Platón está basada en el Cratilo, puesto que, entre sus obras, este diálogo trata del problema del lenguaje en la forma platónica más característica. Evidentemente, cl presente estudio no puede tratar exhaustivamente de la cuestión de «Platón y el lenguaje». Intento solamente presentar ciertos aspectos fundamentales de aquella cuestión. El Cratilo ofrece, pues, un punto de partida conveniente, nada más. Puesto que el punto de partida de Platón está directamente unido con lo que establece y, por supuesto, esta «conexión» implica una teoría del lenguaje, un análisis del Cratilo, sus argumentos, su estructura, y sus ironías proporcionan una ilustración casi gráfica de las concepciones platónicas. Las citas del Cratilo se tomarán de la traducción de Ben¡amin Jowet, The Dialogues of Plato, I, 3.a ed., Oxford, 1892; las indicaciones de paginación están, pues, referidas a esta obra. La discusión de Aristóteles se basa en el Organon, trad. de O. F. Owen, 1-II, Londres, 1889; La Retórica, trad. de J. H. Freese, Loeb Classics, Londres y Cambridge, Mass., 1926; La Metafísica, trad. de Richard Fíope, Ann Arbor, 1960; La Poética, trad. de S. H. Butcher, 4.a ed., Londres, 1922. Diálogos platónicos, ed. Hernando, traducción española de Emeterio Mazorriaga. 19
sonas que sepan cómo, y que sean capaces de imprimir sobre las sílabas del nombre la forma esencial de la cosa o acción que se intenta expresar. El juez de la adecuación semántica no es, pues, el legislador -el que impone los nombressino el filósofo, el dialektikós. El diálogo toma un cariz etimológico. Sócrates examina el nombre de los héroes y los dioses para descubrir la conexión existente entre los nombres y las esencias de los seres nombrados. A diferencia de la etimología moderna, la etimología platónica se centra sobre tales conexiones; el estudio de la forma por la forma resulta irrelevante, puesto que los resultados de la investigación etimológica deben conducirnos hacia la realidad esencial de las cosas que expresa la palabra'. De hecho, las dos terceras partes del diálogo versan sobre cuestiones etimológicas. Este único dato es suficiente para demostrar cuál es la concepción filosófica de Platón. Sin embargo, tenemos que advertir que la etimología no prueba nada; aclara simplemente. Platón propone estas aclaraciones como una clase superior de «prueba» y como un emblema. Corno las lucubraciones etimológicas de Sócrates no pasa.n de ser meras conjeturas, su interlocutor le interrumpe -muy significativamentepara apuntar la pasión inspirada con que habla. Por fin, el mismo Cratilo se ve obligado a reconocer que «un poder más que humano puso a las cosas sus primeros nombres» (pág. 386). Sócrates elude esta advertencia. Sin embargo, .en los siglos posteriores, su noción de «verdad» será interpretada como el resultado del poder divino o será relacionada con otros principios absolutos h. A estos razonamientos del principio sigue una especie de análisis crítico. Si una cosa -palabra o proposición- es verdadera, 3
Según Sócrates, «el etimologista no va más allá del cambio de todas las letras, porque su necesidad no se interfiere con el significado» (Jowett, pág. 336). La Antigüedad y la Edad Media conservaron y utilizaron esta concepción de la etimología. 4
Para una discusión de tales hipótesis en relación con el uso evangélico de Verburn y su correspondencia en la filosofía estoica, ver E. M. Sidebottom, The Christ of the Fourth Gospel, in the Light of First-Century Thought, Londres, 1961, especialmente cap. III, «The
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carácter simbólico del lenguaje. Mientras, Cratilo declara su aprobación al argumento de Sócrates, aunque insiste en que no existen palabras que puedan ser falsas o sólo vetdaderas en parte, a menos que sean nopalabras. Las palabras imitan a las cosas, pero ¿cómo? Cratilo sostiene que si imitan o no a las cosas, no hay ningún término medio entre estos extremos. En. este punto, la dialéctica que envuelve a Sócrates y Cratilo alcanza gran interés por sí misma. En realidad, lo que Platón discute es lo que la dialéctica -o el diálogo presenta. Uno sospecha que el sentido del autor no puede ser identificado, convenientemente, ni con Sócrates ni con Cratilo, lo que cuenta es el modo de hilar sus argumentos'. Una palabra puede ser inexacta cuando alguien, norinalmente el mismo que la usa, asigna negligentemente un nombre cuyas características pertenecen a un objeto o acción, a otro objeto o acción distintos. Un nombre puede ser también inexacto cuando la imitación es demasiado particular; el nombre perfecto sería una copia del objeto imitado. Así, la imitación perfecta de Cratilo sería un rival (verbal) del mismo Cratilo, un artefacto imposible. Por consiguiente, Sócrates no puede ser tan exigente como Cratilo; necesita aceptar el hecho de que las palabras son, en la práctica, más o menos convenientes, más verdaderas o más falsas. Parece caer en las doctrinas retóricas -o sofísticas- de su tiempo. La exactitud de los nombres es una función determinable, en la práctica, por el uso y la correspondencia: «¿Cómo puedes todavía imaginar, mi buen amigo, que encontrarás nombres parecidos a cada número individual, aunque permitas que lo que llamas convención y acuerdo tenga autoridad para determinar la corrección de los nombres?» (pág. 382). La burla que Sócrates hace de los sofistas no 5 puede permitirnos tomarlo enlista serio, no ser en En consecuencia, si se hiciera una de losaargumentos de Sócrates tal como aparecen e :i el Cratilo, habría a veces contradicción. La forma de la obra es esencialmente dialogada: hay una perfecta continuidad e interacción de estructura, lengua y pensamiento. 21
mer hombre, al dar nombres a las cosas, no descubrió la verdad. Cratilo se-muestra partidario de la teoría que sostiene que los nombres poseen autoridad divina, ya que fueron fijados por los dioses. Sócrates, sin embargo, alega. que los nombres difícilmente se confundirían unos con otros si los dioses los hubieran fijado realmente. El verdadero criterio de exactitud de los-nombres no debe buscarse en los mismos nombres, sino en las cosas. Además, la búsqueda de la verdad debe estar referida siempre a las cosas, no a sus nombres. Por esto, Sócrates rechaza la concepción heraclitiana de que todas las cosas se hallan en un estado de flujo y movimiento: «Ningún hombre capaz de juicio deseará ponerse a sí mismo o la educación de su pensamiento en poder de los nombres; antes bien estará tan lejos de depositar su confianza en los nombres o en el dador de los mismos como de estar seguro de conocimiento alguno que le condene a sí mismo y a otros entes a un insano estado de irrealidad; no creerá que todas las cosas rezuman como una olla, ni imaginará que el mundo es un hombre que anda sobre la nariz» (pág. 388). Sin embargo, Cratilo expresa claramente lo que piensa al replicar: «la suma de la gran cantidad de inconvenientes y consideraciones me inclinan por Heráclito». El diálogo finaliza sin concluir, como tienden a hacerlo generalmente los diálogos platónicos. La afirmación de Sócrates se encuentra y cruza con la duda de Cratilo. La posición de Platón es absolutista, pero su absolutismo lo traduce en forma de diálogo, lo cuabdificulta su comprensión analítica. La realidad fundamental -definible en sí como lo que es permanente- existe fuera de los nombres, que son, por supuesto, imitaciones de las cosas. El ideal es monolítico. Pero lo que fundamenta la obra de Platón es la comprensión práctica de que nuestra captación de la verdad del ideal monolítico depende de las formas con las que operamos en nuestras operaciones discursivas. Sócrates es el intérprete del contenido, ya que traduce la investigación básica al contexto en que se desarrolla el diálogo. Se mofa del relativismo de Hermógenes en nombre de una verdad rigurosa, pero ataca la intransigencia de Cratilo en virtud del procedimiento. Sócrates pregunta: «pero, ¿cómo esperas tú (usted o yo o aquel) conocerlas (es decir, las cosas sin los nombres)?». En resumen, al ser consciente de las limitaciones históricas y formales del lenguaje, se puede usar mejor el lenguaje para descubrir la verdad. El mismo diálogo ilustra la 10
socrático obra de acuerdo con las respuestas de su interlocutor en un acto lingüístico, situación discursiva, dotándolas de sentido y relevancia respecto a la posición tomada. Así, la conciliación de Cratilo con la teoría heraclitiana del eterno flujo de la realidad parece ser lo que le impide aceptar la posición idealista de Sócrates y su técnica metodológica. La verdad existe; no plantea problema alguno. El problema reside en nuestra interpretación correcta de lo qué es verdad y las implicaciones de esta interpretación. Como señala Platón en su República: «las palabras son más plásticas que la cera». Por otra parte, las palabras están informadas por los procesos simbólicos y las estructuras que los conforman como representativas de las cosas (e ideas), pero, por otro lado, informan sucesivamente nuestro discurso y pueden ser efectivas en la comunicación cuando los filósofos las usan con propiedad. Las palabras son los indicadores y, si se quiere, la parte tangible de los procesos mentales en acción. El lector de hoy puede estar predispuesto a hallar un Platón ambiguo o paradójico. Sin embargo, las contradicciones del Cratilo se resuelven de hecho cuando uno se preocupa de devolverles sus contextos explícitos. Aunque las ambigüedades no pueden esclarecerse fácilmente desde afuera, conducen a una interpretación consecuente. La limitación esencial del punto de vista de Platón no impide que sea extenso ni, por esto mismo, notablemente analítico. Sin ser «ideal», el lenguaje se ajusta al esquema del idealismo platónico; sus abstracciones están revestidas de la carne de las situaciones reales. Platón no habla del «lenguaje» ni de la «literatura» del discurso verdadero ni del ficticio, ni de las estructuras lingüísticas -reales o supuestas-, en contraste con la invención lingüística. Lo cierto es que Platón arremete en otro pasaje contra los poetas que cometen la temeridad de poner en competencia sus obras con la realidad última del ideal. Aquellos que aceptan que sus composiciones son la copia de las cosas, como la imitación socrática de Cratilo, hipotéticamente «perfecta», y que desde entonces las creen como tontos, deben ser desterrados de la República. En cierto sentido, los poetas toman el simbolismo lingüístico demasiado seriamente y, por tanto, están corrompidos políticamente. Por la misma razón, Sócrates rechaza a los sofistas que conceden crédito a las palabras, y en cambio, como el diálogo de Cratilo señala, no apoyan el fundamento de su creencia en una clara y verdadera filosofía, esto es, en una metafísica. El «discurso 23 falso» con
tinúa siendo falso y es la peor forma de corrupción, ya que, aunque la verdad no sea lenguaje, debe intentarse la búsqueda de la verdad por medio del lenguaje. Platón es el primero y mayor representante de la concepción monolítico-absolutista del lenguaje. Esta concepción postula una cualidad inefable o principio regulador que pueden alcanzar en la práctica los hombres conocedores de ello y quienes estén deseosos de buscar las correlaciones fenomenológicas, constitutivas de la evidencia de su poder. La dialéctica platónica reproduce lo que puede llamarse un proceso esencialmente simbólico. Este proceso tiene lugar gracias a que el sistema de conocimiento platónico ignora realmente su trascendencia. Es tautológico. La concepción monolítico-absolutista del lenguaje conduce a lo que podemos llamar principio de creatividad. En otras palabras, lo que corrientemente llamamos «creatividad» revierte hoy en favor de la teoría platónica. Lo que le separa, sin embargo, de sus colegas modernos es el contexto metafísico que penetra y circunda de hecho su teoría lingüística. La metafísica platónica subraya todos los aspectos de su pensamiento y experiencia, mientras que los elementos metafísicos de un Wilhelm von Humboldt, por ejemplo, están mejor concebidos como subordinados a una metodología. Como veremos en su debido lugar, la diferencia fundamental y cualitativa que separa el pensamiento moderno del premoderno en lo que al lenguaje respecta, se cifra en la importancia que la ciencia moderna concede a la influencia que media entre las disciplinas especializadas: la «ciencia del lenguaje» se desenvuelve entre el hombre v la expresión. El germen del principio moderno de creatividad está, no obstante, plenamente presente en el Cratilo, puesto que, al argumentar sobre el lenguaie, los protagonistas de Platón no argumentan sobre nada. Lo que dicen, al contradecir el uno al otro, crea el objeto material. La metafísica tautológica de Platón es la causa de que el lenguaje sea enteramente histórico, es decir, real. Por eso, Sócrates está comprensiblemente proscrito. Busca el medio mejor para corregir lo que su interlocutor sienta; pero sus propias «correcciones» continúan siendo en y por sí mismas -así como dentro del contexto del diálogo- un cuerpo de expresiones que ejemplifican lo que es el lenguaje. La entidad ontológica del lenguaje depende, por consiguiente, de la intencionalidad de las expresiones; los significados se ordenan desde lo falso 11
estadios intermedios. La naturaleza del mismo lenguaje -no solamente la del discurso- es simbólica. Con el tiempo, la mente humana «se mejora» a sí misma; es decir, lega un registro de sus logros simbolizados -encarnadosen el discurso que ha sido salvaguardado. De acuerdo con esto, los poetas son verdaderamente significativos, sus obras constituyen una filosofía. Esta creatividad poética es esencialmente cualitativa; sin embargo, como Sócrates advierte a Cratilo cuando éste objeta que si los nombres no son verdaderos, no se puede decir que existan: «Yo creo que lo que tú dices puede ser verdad acerca de los números, que deben ser justamente lo que ellos son, o no son... pero éstos no se aplican a lo que es cualitativo [es decir, zotóc ] o a algo que se representa bajo la forma de imagen» (página 378). En Platón se encuentra ya la concepción unitaria según la cual todo lo que respecta al lenguaje está indisolublemente unido a una estructura más amplia del pensamiento, una cosmovisión que, en el caso de Platón, es idealmente absoluta y esencialmente metafísica. Las modalidades del discurso -prosa o poesía u otras distinciones genéricasno son válidas en la medida en que tienden a poner de relieve sus peculiaridades y no el común denominador de la pura filosofía. Lo mismo que el rey para Platón debe ser un filósofo, exactamente lo mismo debe ser su poeta. El análisis -por ejemplo, el de las etimologías socráticassirve de ejemplo más que de disociación; los hechos del lenguaje a través de la historia se han utilizado para esclarecer las relaciones que, de otro modo, hubieran permanecido oscuras o abstractas. La intervención de Sócrates subrayando tales relaciones le lleva a corregir las posiciones de Cratilo y Hermógenes (el lector comprueba que debe aceptar la filosofía heraclitiana si desea tolerar el atisbo de absolutismo de Cratilo). Pero quizá lo más importante de todo sea -y esto es un punto de vista que los especialistas no siempre han captado -que el mismo diálogo encarna lo que dice. El ejemplo de Cratilo demuestra que le estructura del discurso, el lenguaje de su protagonista y su enunciación sustantiva se funden dentro de un todo más grande que la suma de estos tres elementos y que es esta forma o punto de vista, en cuanto representado por el todo, lo que da sentido y relevancia a cada una de las demás partes. El Cratilo funciona poéticamente; es, si se prefiere, una disciplina en y por sí mismo: «genera», 25
por así decirlo, lo que se quiere significar. Este aspecto de la obra es semejante e inseparable de su contenido. El uso que Platón hace de la equivalencia de formas y contenidos en la exposición teórica, al describir la relación entre la forma lingüística y la realidad, en tanto esta forma está destinada a representarla, la adaptarán algunos poetas a otros géneros. La «poeticalidad» del diálogo platónico se reproduce formal y funcionalmente en obras notoriamente poéticas. Mallarmé, concretamente, justificó su poesía mediante la relevancia y conexión entre su naturaleza cognoscitiva y creadora. El poeta es un rival de Dios. Forma y contenido son una misma cosa; el conocimiento del poeta, encarnado así en su aeuvre, es (o debería ser) la verdad. Incluso para los teóricos románticos del. lenguaje, la esencia del lenguaje mismo reside concretamente en el proceso creador del que debe participar todo discurso y que, por lo mismo, lo ejemplifica. La metafísica platónica puede ser seriamente modificada o rechazada todavía por sus seguidores modernos, pero, juntamente con su doctrina monolítica del lenguaje, han pervivido y florecido su método creador y sus implicaciones.
1.3. Naturaleza e importancia de la concepción aristotélica del lenguaje Aristóteles ofrece otra perspectiva. Platón y Aristóteles hablan del logos, pero éste se refiere principalmente a la lógica y disciplinas afines. A diferencia de Platón, Aristóteles concibió el pensamiento corno el objeto de una ciencia especial. No hay ningún reflejo evidente de la forma de razonar platónica, simplemente porque la forma, como vimos, es situacional, una parte integral del proceso del diálogo; no es algo sobre lo que se pueda argumentar plenamente. Sin embargo, para Aristóteles, el lenguaje (y sus «expresiones» discursivas, como, por ejemplo, la tragedia, la prosa, etc.) se puede considerar provisionalmente como un objeto autónomo, poseedor de unas características determinables y conformante de unas relaciones descriptibles; el lenguaje es un instrumento de la lógica y del discurso. En otras palabras, Aristóteles conserva la noción platónica de sistema; pero distingue en la práctica el sistema (o funciones) del objeto estudiado y el sistema de medios usados para su estudio. Por esto, el lenguaje mismo -o discurso dado- se convierte en un sistema apto para el 12
análisis. Para perfeccionarlo se debe elaborar de antemano un lenguaje analítico suficientemente poderoso, es decir, una sintaxis metodológica. A pesar de todo, la influencia universal de Platón sigue vigente, aunque de una forma diferente. Si en el Cratilo platónico los límites entre «forma discursiva» y «filosofía» son, en el mejor de los casos, oscuros, en el Organon de Aristóteles los indicadores que separan el lenguaje de la lógica son igualmente confusos. La forma discursiva es tan fundamental para el pensamiento aristotélico como para el platónico, y más si de hecho se considera el problema técnico tal como lo trata Aristóteles. Fue el primero en analizar las partes del discurso y en ajustarlas al esquema del silogismo lógico o de persuasión del entimema retórico. Aristóteles parte de la definición del significado de las palabras (es decir, expresando su «núcleo» o valor denominativo), luego prosigue haciendo distinciones que implican categorías de la realidad, y, por último, formula hipótesis axiomáticas. Igual que Platón, Aristóteles cree en una verdad metafísica: las palabras representan objetos inteligibles, acciones o ideas que se pueden conocer. Las definiciones se aplican no sólo a los nombres, sino también a las cosas, y le llevan a establecer categorías universales que dan lugar a análisis sucesivos cuando se unen sintácticamente (Categorías, i-ü). Solas, las categorías se refieren a cosas incomplejas (sustancia, cualidad, cantidad, relación, etc.). «Un hombre corre» es compleja; «hombre» y «corre» son incomplejas. En el capítulo segundo de las Categorías, Aristóteles trata de la división lógica de las cosas y de sus características en el discurso; esto es lo esencial. Todas las cosas se dividen en dos clases, sustantivas y atributivas: sustancias universales y singulares y circunstancias universales y sin, gulares. Algunas cosas pueden predicarse de un sujeto sin estar en un sujeto (los universales son predicables de sujetos individuales): hombre» se predica de un sujeto, es decir, de cierto «hombre». Otras existe en un sujeto, como «cierta blancura», pero no se predica de ningún sujeto específico; todos los predicados deben ser por definición generales, no particulares. Por consiguiente, «cierta blancura» debe existir en un cuerpo, ya que como color no puede existir independientemente de él, pero el sujeto no se predíea en este caso. Otras cosas se predican a la vez de y en un sujeto; estos son atributos universales: «ciencia» existe en un sujeto («alguna gramática») porque es un univer 27
sal. Finalmente, algunas cosas -sustancias individualesno se predican ni en ni de un sujeto; por ejemplo, «este hombre», «ese caballo». Además, cuando se atribuye a un sujeto, entonces lo que se afirma del predicado debe afirmarse también del sujeto: «hombre» se atribuye a «cierto hombre», y «animal» se atribuye a «hombre»; en consecuencia, «animal» debe atribuirse a algún «hombre», puesto que algún «hombre» es «hombre» y «animal» a la vez. E1 lenguaje (esto es, discurso o logos), las cosas y el pensamiento están íntimamente entrelazados, puesto que lo que permite las relaciones aludidas anteriormente es la actividad mental canalizada o modelada mediante la estructura lógicogramatical. Este es uno de los temas más espinosos de la historia de la filosofía y uno de los que han originado muchas discusiones, como la de si Aristóteles confundió la estructura gramatical del griego con la sintaxis lógica; es decir, si su ontología continúa estando condicionada de hecho por la estructura del griego. En nuestros planes, estas cuestiones deben considerarse juntamente, puesto que las implicaciones generales de las interrelaciones del discurso, los realia, y el pensamiento son cuestiones de las que también nos ocuparemos aquí. El razonamiento de Aristóteles no requiere, como el del Cratilo platónico, la previa solución de un problema de diálogo. La verdad metafísica se identifica con lo que puede aprehenderse mediante operaciones silogísticas o afines. En esencia, la validez del proceso argumental recibe un tratamiento teórico más completo que éste al que se ha de aplicar dicho proceso. Las palabras y las cosas que ellas designan están subordinadas a unas relaciones arquetípicas que se pueden hacer para ajustarlas; vimos la variedad de proposiciones en las.que «hombre» podía ponerse como agente. Se ha alabado frecuentemente el sentido común de Aristóteles; toma las cosas como vienen, considerándolas tal como él es capaz de observarlas, y solamente después de de observarlas las somete a un análisis, es decir, a interpretación. Así, en el libro Sobre la interpretación, Aristóteles discute la proposición, la forma de la oración enunciativa, como reflejo de las «pasiones del alma», y cualquier «falsedad y verdad» que esté implicada en la sintaxis de la composición y de la división. En realidad, la forma del mismo razonamiento no posee un carácter verdaderamente absoluto en todos los ejemplos o situaciones. Las formas lógicas son, por supuesto, absolutas, pero otros silogismos probables -por ejemplo, los entimemas empleados para 13
persuadir en la oratoria o, por lo que hace a eso, los artificios (como la metáfora) de los escritores de las tragediasson posibles y útiles en contextos no metafísicos. En cierto modo, la dialéctica aristolélica abarca varios «aspectos» formales, que pueden consistir en atacar o defender una proposición específica o tesis. Así, los «temas» o «tópicos» aristotélicos constituyen un repertorio formal de principios probables, y componen la dialéctica de una «lógica aplicada», donde la discusión reemplaza al diálogo. La justificación aristotélica del tratado Tópicos es sumamente reveladora (Tópicos, I, ü). El tratado es útil, dice, para el ejercicio, conversación y ciencia filosófica: 1) porque una vez que nosotros poseemos un método, podemos argumentar más efectivamente sobre el tema en cuestión; 2) porque si hacemos un inventario de las opiniones comunes de los demás, podemos encontrar seguidores en su propio campo, que no tienen por qué fiarse de argumentos singulares; 3) porque mediante la ciencia filosófica estamos mejor situados, tras apreciar los dos lados del problema, para discernir lo verdadero de, lo falso en cada ejemplo. El ejercicio de la dialéctica «aplicada» hace que uno piense mejor, permite un pensamiento más persuasivo, y lo protege del error. Permítasenos reproducir aquí la «ventaja» de esta clase de dialéctica, pues nos concierne directamente: la dialéctica es aplicable «a los primeros principios de cada ciencia (Aristóteles lo ha demostrado realmente al aplicarlo en la elaboración de la misma dialéctica), puesto que no podemos decir nada sobre los principios sentados de una ciencia dada, en tanto que son los primeros principios de todo, aunque debamos necesariamente discutirlos a través de las probabilidades de los singulares. Sin embargo, esto es peculiar o especialmente apto para la dialéctica, porque al ser de naturaleza investigadora, controla el camino que lleva a los principios de todos los métodos» (ibídem). Mientras que el lenguaje formal para Platón -por ejemplo, el discurso del diálogo- pudo ser revelador de la naturaleza de la verdad, para Aristóteles el lenguaje es susceptible de una modificación de las formas que hacen de él un instrumento de la verdad. Aristóteles se cuida de distinguir entre dialética y filosofía en el libro tercero de su Metafísica: ésta conduce directamente a la verdad, aquélla es puramente crítica. Sin embargo, no se llega a ser filósofo sin comprender el funcionamiento del silogismo. Aristóteles no rechaza completamente las ideas de Platón, pero 29
consagra prácticamente su atención a los tipos de conocimiento que engendra la aplicación del razonamiento silogístico, ya que, por definición, la legítima filosofía permanece inmune a la crítica dialéctica. El conocimiento así engendrado es, en efecto, la «inteligibilidad». Ésta es en Aristóteles una función de la racionalidad, y la racionalidad, a su vez, opera sobre las «cosas» que necesitan ser concebidas como un todo, no dividido en formas abstractas («ideas») y materia. Subrayando el racionalismo aristotélico está, pues, el principio de que las cosas pueden concebirse prácticamente como dotadas de una naturaleza esencialmente mecánica. La razón, si se aplica adecuadamente, explica el mecanismo de la realidad, es decir, el «principio» y las «causas»: «hay siempre un motor de las cosas que se mueven, y el primer motor es inamovible por sí mismo» (Metafísica, lib. III, vi¡¡). Es decir, lo que se desprende para el investigador es su aprehensión de una serie de operaciones coherentes. En consecuencia, lo mismo que el diálogo platónico encarna, por así decirlo, su punto de vista filosófico, la aplicación aristotélica de la razón conforma -hace relevante- la realidad sobre la cual se ejercita. La razón se caracteriza por su naturaleza investigadora; lo que ella conforma constituye el conocimiento efectivo. Aristóteles descubre y da valor a la cualidad de esta conformación en el libro Mi de la Metafísica, donde refuta a los platónicos que niegan la «realidad efectiva» del objeto del pensamiento racional. Valora la investigación especulativa y admite la realidad del conocimiento, y así sienta que el objeto de esta investigación no puede estar privado de un status «sustancialmente real», sin que la investigación misma resulte inútil: «Si no creemos en entes primarios separados y como existentes en la forma en que existen los entes particulares,
deformamos los entes primarios en la medida en que nosotros deseamos hablar de ellos» (las palabras en cursiva son nuestras). La ciencia exige que nuestra visión de las cosas tenga cierta forma; valoramos el conocimeinto científico; la conclusión es ineludible. Aunque el poder del conocimiento es materia general, el saber actual opera sobre los objetos singulares; de aquí que, gracias a la actividad intelectual, la materia se transforme en cierto sentido o se haga universal, es decir, se «interprete» en términos de clases de operaciones mecánicas o lógicas capaces de describirla. Una clase de unión o interdependencia mutua entre la 14
realidad sustancial de las cosas y sus propiedades inteligibles subraya el procedimiento «científico» de Aristóteles. Su Metafísica pretende establecer y favorecer las disciplinas científicas fundadas en el ejercicio de la razón. Volvemos, pues, a nuestro punto de partida: la importancia y naturaleza de la concepción aristotélica del lenguaje. Hemos intentado demostrar su preocupación por las formas sintácticas y la relación entre las consideraciones de la sintaxis y la estructura esencial de su pensamiento, mientras este pensamiento engendra un conocimiento útil o intencional. En Aristóteles, se entrevé la posibilidad de un tipo de conocimiento que, en tanto es gobernado por un punto de vista metafísico, no depende, necesaria ni formalmente, de este punto de vista en cada etapa. En la práctica, la materia del conocimiento puede existir -o por lo menos parece existirpor su propia razón. Tal conocimiento «independiente» se convierte en una actividad disciplinar, que a su vez origina su propio momentum. Así, el conocimiento se puede considerar como una suma sucesiva, es decir, como algo a lo que se pueden añadir más datos y dentro de la que tales datos pueden someterse a un proceso. Se deben tener en cuenta solamente los principios invariables de la verdadera filosofía y las necesidades que implican una disciplina específica. Sin embargo, Aristóteles -más que Platón- no consideró conveniente estudiar el lenguaje como una materia autónoma. Su tratamiento de la estructura lingüística continúa unido enfática e irreductiblemente a sus principales intereses o tendencias filosóficas que resumimos. Sus puntos de vista sobre el lenguaje son muy estimulantes y originales cuando describe lo que para nosotros constituyen las justificaciones lingüísticas que soportan la comprensión del proceso racional y la apreciación del uso metafísico y social de ese proceso. Aristóteles preparaba en cierto sentido el camino para el más reciente estudio del lenguaje, al dar forma científica o disciplinar a un número de actividades que implica el lenguaje y que, antes que él, habían sido ignoradas e incluso despreciadas por pensadores sistemáticos. A1 admitir que el lenguaje expresa una opinión( ~ó;a ), Aristóteles dotó a la retórica y a la poética de un status disciplinar nuevo dentro de la estructura de su metodología orientada filosóficamente. Por esto, mientras que para Platón la poética y la retórica representan actividades valiosas por las que sus cultivadores sirven a la causa de su absolutismo 31
filosófico-monolítico (y su moral subsiguiente)', Aristóteles hizo posible con su método el examen y descripción de la poética y retórica, así como la determinación de su relevancia dentro de su esquema metafísico de naturaleza universal, aunque menos absolutista. Es necesario añadir ahora unas cuantas palabras en relación con las obras aristotélicas sobre retórica y poética. Aunque el estudio que Aristóteles realiza de estas disciplinas -lo mismo que su estudio sobre la dialéctica- implica un riguroso examen de los fenómenos lingüísticos, los interpreta dentro de los límites de las necesidades de las disciplinas examinadas. Como vimos, los problemas de sintaxis los resuelve de acuerdo con los criterios más amplios de la lógica (no los relaciona con la estructura de la lengua griega), y, por extensión, los problemas técnicos del lenguaje -por ejemplo, el funcionamiento de las figuras- los integra dentro de los propósitos genéricos de la persuasión retórica o forma poética. Aristóteles no encuentra dificultad filosófica alguna en afirmar la dignidad de la retórica. La opinión puede deformar la verdad, de ahí que la actividad humana deba defenderla, de forma que «si los juicios no están emitidos tal como deben estar, deben ser los mismos hablantes los que se responsabilicen del engaño» (Retórica I, i). La retórica es el arte de defender competentemente la verdad mediante el discurso, ya en el foro ya ante el tribunal de justicia; ésta consiste en hacer que una verdad sea a todas luces importante para aquella gente que, cualesquiera que sean sus méritos, se interesa más por los quehaceres cotidianos de la vida que por las lucubraciones filosóficas. En Aristóteles se observa, pues, la creación de especialidades disciplinares que incorpora dentro de la filosofía general como representantes de planos diferentes de la actividad humana. A primera vista, la concepción aristotélica parece más fragmentaria que la platónica, aunque no sea realmente así. Sus enseñanzas, aunque menos comprometidas y absolutistas, siguen unidas a las actitudes antes referidas. La poesía está también en íntima relación con la filosofía. Ésta aspira a conocer y poseer la verdad; el tipo de conocimiento cuyas modalidades examinamos, lleva a la verextenso estudio de la «doctrina literaria» de poesía Platón puede verse dad1 Un y, por tanto, constituye su propio fin. La es en la obra Platon, critique littéraire, París, 1960; la problemática del diálogo antiguo se examina en J. Andrieu, Le Dialogue antique: structure et présentation, París, 1954.
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una actividad que produce una obra distinta de su agente, un opus. Estas obras tienden a representar una verdad universal por medio de la transformación creadora de un particular, es decir, mediante la concretización de un universal dentro de una estructura orgánica cuyas partes están en relación especial y significativa unas con otras y con el todo. Las obras de arte atraen a los hombres por el placer que producen; este placer es de la más alta especie, porque constituye, de hecho, una fuente de verdad, al hacer a los hombres conocedores de la misma. Hemos de recordar que Aristóteles hizo hincapié no en el, artista, sino en la obra objetiva y en el efecto que esta obra produce en el espectador.. Uno se inclina a pensar que, dada la estructura no dialógica del discurso aristotélico, necesita una teoría sobre la actividad poética, mientras que para Platón no tendría sentido. Aristóteles presta atención a lo que él mismo no hace. Las estructuras genéricas de la poesía dependen de la cualidad del placer buscado: así se distinguen la tragedia y la comedia (por ejemplo, en la catharsis). Las reglas de composición pueden derivarse del conocimiento claro de las implicaciones de los rasgos distintivos que caracterizan los diferentes géneros. La relación de la retórica y la poética con la verdad y las funciones que Aristóteles atribuye a estas actividades en los estudios de sus propiedades subraya y caracteriza todas sus observaciones técnicas. La metáfora es un ejemplo de esto. Aristóteles la ' describe en los capítulos XXI y XXII de la Poética; lo hace analítica y funcionalmente, dentro de los límites de las características de la figura y sus usos genéricos, es más, declara su preferencia por el estilo metafórico, que dice es propiedad de una «naturaleza rica», ya que el descubrimiento de las metáforas convenientes presupone la capacidad del poeta para «percibir las relaciones». Las características formales, pues, y la función dan como resultado la figura llamada metáfora; técnicamente, aquello que determina qué es una metáfora. Sin embargo, en un nivel más alto de análisis, el funcionamiento de la metáfora ilustra y ejemplifica el proceso intelectual del discurso. Así, a través del libro III de la Retórica, Aristóteles alaba la metáfora, porque, usada con propiedad, proporciona una demostración no lineal mediante una con ccptualización rápida de las relaciones. Por la metáfora se puc;den concebir y trasladar al discurso; con la más pequeña deformación, las relaciones dinámicas de la natura 33
leza; lo concreto conserva su concreción e incluso funciona como imitando el universal. La forma de presentar la metáfora Aristóteles se hace en dos direcciones: 1) la descripción de las características puramente formales que, practicadas así por un sinnúmero de compiladores de manuales, llevará a la visión del «estilo» como ornamentación estática, y 2) la más profunda visión de la metáfora que, al describir su funcionamiento en algunos casos específicos, demuestra la verdadera instrumentalidad del discurso en su papel mediador entre el ser y el conocimiento filosófico de la expresión. ¿Acaso la metáfora no traduce de hecho -actual y simbólicamente- el modo natural de cómo el hombre concibe el «acto puro», que para Aristóteles quería decir identidad de pensamiento y ma' eria? En estas últimas consideraciones, Aristóteles se ui. e de algún modo a su maestro Platón y a las mejores tradiciones del pensamiento helénico, ya que ha preferido reconciliar las cuestiones técnicas con el interés filosófico. Pero el lector moderno no puede denigrar el impresionante acierto científico o puramente descriptivo aristotélico. Al valorar el conocimiento y hacer hincapié en los medios convenientes para adquirirlo mediante el domino del lenguaje, Aristóteles marca la tónica de toda la investigación posterior. Por haber puesto de relieve la necesaria conexión entre el conocimiento posible y la concepción filosófica general, los investigadores de moda proclamaron algunas veces su anti-aristotelismo por sentar ingenuamente que tales conexiones bien podían ser espúreas. Una nueva lectura de Aristóteles resulta de interés para convencernos de que la obra de todo lingüista y literato la gobierna un soporte filosófico, sea sistemático, impresionista o pragmático. Conviene que todos nosotros conozcamos plenamente cómo se fraguó nuestra concepción y sus implicaciones. 1.4. La tradición literaria y la gramática Durante los dos milenios que median entre Platón y Aristóteles y el primer período del Renacimiento y la Europa barroca, el hombre fue consciente de la finalidad dialéctica entre la continuidad cultural y el_ cambio histórico. Los principios platónicos y aristotélicos discutidos antes sufren ahora importantes modificaciones situacionales. Una tradición literaria emanada de esta dialéctica de continuidad y de cambio, adquirió una estabilidad fundamental al 34
recoger e incorporar a su vez las innovaciones creadoras, utilizándolas para perpetuar su propio dinamismo. Dante se consideró a sí mismo como discípulo y colega de Virgilio, a pesar de haber ido más allá de la expresión alcanzada por Virgilio. Del mismo modo, los «adelantos» escolásticos sobre la gramática de Prisciano se funden en esa gramática -y en la tradición a través de la cual les llegó- y en sus propias interpretaciones de Aristóteles. Aunque las líneas principales de la expansión cultural occidental nos resulten familiares, haremos aquí una breve recapitulación. La ciencia o arte literario griego (de cual (luier modo deseamos indicar que Chrétien de Troyes habló de chevalerie) la asimiló y enfocó nuevamente Roma; de ahí su gran extensión, gracias a la lengua latina, hasta el norte de África, Iberia, Galia, Bretaña, Italia y los Balcanes. La evangelización del Imperio implicó la eventual desecularización de esta cultura literaria y su fusión con la cultura hebraica (desde San Agustín a San Isidoro de Sevilla y Beda). La desintegración política del Imperio romano y el eclipse temporal de la actividad cultural centralizada en Occidente permitió la aparición de las lenguas romances. Éstas estaban unidas accidentalmente a los nuevos cenl r'os políticos europeos de gravedad, aunque una tradición latina ampliamente transformada, basada en las modas de la antigüedad, continuaba acrecentando su importancia, primeramente en los países marginados; después, en los nuevos centros de poder. Ningún texto romance, por muy temprano o humilde que fuera, podía decirse que estuviera libre de la «influencia» conocida, es decir, de la del latín. Sin embargo, las obras escritas en latín fueron disminuyendo en la medida en que diversas composiciones literarias en las lenguas romances adquirían importancia. Al tiempo que el francés, provenzal, castellano e italiano se expandían, iban incorporando muchos de aquellos. valores lingüísticoculturales del latín que previamente habían sido salvaguardados. El estado cultural que había sido bilingüe en la Roma antigua, donde todos los eruditos sabían griego y latín, llegó a serlo nuevamente con el latín en pugna con tina o más lenguas romances. (Debido a la influencia eclesiástica, las áreas no romances, como Inglaterra y Alemania, wfrieron un proceso paralelo.) Sin embargo, el bilingüismo tic, la Europa medieval fue fundamentalmente diferente del (Ir la antigüedad, ya que el griego tomó pocos préstamos 35
del latín y la latinización de las lenguas romances europeas condujo a una total revisión de esta lengua. El latín se continuó usando en las cancillerías y en la Iglesia; continuó también como vehículo cultural, pero como las nuevas lenguas nacionales ampliaron su papel cultural, se especializó accidentalmente como el vehículo de la nueva filosofía especulativa -así como el lenguaje reglamentado del pensamiento puro. Coincidiendo con su expansión como vehículo cultural, varias lenguas romances europeas sufrieron serias modificaciones. El español y el francés modernos difieren en la forma a partir del f ranciano del siglo x o el habla popular del norte de Castilla en el siglo xi. Además, cada uno se ha alejado de sus rivales literarios medievales, el provenzal y el gallego. Adquirieron niveles de uso y de aceptación social nuevos y complejos, que se parecen a su vez al uso más extendido del latín en la época de Augusto: sin embargo, dada la historia de las lenguas romances, sus diferenciaciones estilísticas nunca pudieron ser mantenidas durante largos períodos de tiempo, porque les faltaba la consistencia de las distinciones observadas en la literatura latina. Quizá podamos captar un sentido del contexto cultural de carácter moderno y su importancia para nuestra materia mediante la revisión de las tradiciones de la actividad disciplinar asociadas con la «gramática» a partir de la antigüedad post-aristotélica hasta la baja edad moderna. Tal revisión proporciona una ilustración gráfica de la tradición cultural que acabamos de describir y, juntamente con lo que se dijo con anterioridad relativo a Platón y a Aristóteles, completa nuestro cuadro de las bases históricas sobre las que descansan la lingüística y los estudios literarios. La palabra gramática debe ser usada con gran cuidado. El término ha significado muchas cosas en diferentes tiempos y lugares. Los lingüistas y gramáticos modernos, al escribir la historia de su disciplina, admiten generalmente la distinción aristotélica entre nombre y verbo -aunque la distinción entre ~wopa («nombre») y pyua - («verbo») está presente, en germen por lo menos, en Platón y, en los estoicos cuando formulan las nociones de «regla» y «excepción»; es decir, han investigado en los escritores de la antigüedad y han registrado las diversas variedades metodológicas y terminológicas que, en una perspectiva evolutiva, pueden ser vistas como constitutivas del patrimonio de sus discípulos. (Por su 36
lenguas oc, oil y si, Dante fue considerado frecuentemente c(?mo el precursor de la lingüística comparada del siglo xix.) Sin embargo, Platón y Aristóteles subordinaron la lingüística a otros intereses; ni siquiera fueron gramáticos. Por lo mismo, los estoicos no fueron «gramáticos», si bien su aportación del concepto de «analogía» (avaAoYía) y «anomalía» (avotla~,ía)y su distinción entre el «signif¡cante »(TO 6~lt«wov) y el «significado» (io 6riiaivóuevov) ayudaron *a los teóricos a expresar los conceptos de las partes de la oración, del género, de la declinación y conjugación y del tiempo y número. El énfasis de los estoicos sobre la comprehensión de las funciones del lenguaje indica que eran más inclinados a la gramática que otros pensadores, aunque su deuda con el ideal platónico de la verdad y la doctrina aristotélica de la razón sea considerable. La disciplina que, siguiendo tr los antiguos, llamamos «gramática» (Ppa~~amx~, gramática) tic fundó y se mantuvo sobre la base de una valoración cultural antigua. El lenguaje burdo exigió refinamiento y perfección, ya que sin ello el lenguaje sería inadecuado para CUbrir las necesidades o capacidades del hombre; de ahí que esta disciplina se haya definido así: «la gramática es cl arte de hablar y escribir bien». «La gramática» debe entenderse principalmente como la expresión nuclear -como un continuo de doctrinas relacionadas y flexibles- de las actitudes tradicionales en conexi( ín con el propósito del lenguaje en la sociedad humana. Fiare los antiguos no existió ningún «gramático puro»; hay comentaristas que se interesaron más o menos exclusivamente por el lenguaje y por sus modalidades técnicas. Únicamente el aspecto didáctico de su actividad -es decir--, la enseñanza práctica de sus discípulos conoció la especialización. Aún más, la grandeza de un Quintiliano reside precisamente en la importancia que atribuye al estudio gramatical cuando elabora su ideal social de Roma, el periiiís dicendi. Sin embargo, con el paso del tiempo, esta actividad gramatical de la tradición adquirió una especie de formalización notable como estudio arraigado firmemente rn cl suelo cultural. Así, Dionisio de Tracia, (siglos z y m untes de C.) se ocupó de los sonidos y de las formas gramatiu;vlcs del griego, mientras que Apolonio Díscolo (siglo m drspués de C.) estudió la sintaxis. Ambos gramáticos fueron analíticos y descriptivos en el sentido aristotélico, además (le ser muy imitados en Roma; sus estudios eran virtualmente empíricos, 37
(griego) y hacerlo un instrumento literario de valor. Los imitadores romanos de los estoicos y de los gramáticos alejandrinos usaron sus fuentes para hacer del latín lo que se había conseguido con el griego. El autor anómino de Ad hferennium es un patriota romano. Para Varrón (siglo i antes de C.), el objeto de la investigación gramatical es la defensa de la latinitas, que define como «natura, analogia, consuetudo, auctoritas». La gramática antigua, en la práctica, se identifica más íntimamente con la composición literaria: la literatura u oratoria. La tradición de la investigación gramatical trabaja, por una parte, en íntima asociación con el canon establecido de las obras consideradas altamente literarias y, por otra, con la crítica de las nuevas obras. Esta tradición literariogramatical es el medio cultural para identificar absolutamente, en el pensamiento clásico griego, la actividad intelectual y la «filosofía». Como actividad, pues, la investigación gramatical es estable y esencialmente normativa, aunque, por definición, participe de todas las vicisitudes del proceso cultural. Mejor que resumir los «preceptos» gramaticales de los profesionales del arte y hacer inventario de los hallazgos, además de sus incongruencias, sería más útil descubrir cualitativamente la obra de un gramático típico. Esta figura fue Prisciano, autor de las Institutiones (siglo vi d. C.), un compendio de la antigua teoría y práctica gramaticales que ejerció influencia considerable en las escuelas medievales. A1 añadir a los dieciocho libros de las In.stitutiones (cfr. edición de Martín Hertz, en Heinrich Keil, Grafnmatici latini, II-III, Leipzig, 1855-1859), se han atribuido a Prisciano obras intituladas sintomáticamente como
De Figuris nzrfnerorum, De metris Terentü y De praeexercitamentis rhetori.cis, entre otras. En las Institutiones, Prisciano resume y recopila la ciencia gramatical de sus predecesores. Pero, y esto es significativo, la suya no es ninguna recopilación servil o puramente académica. Sus intenciones eran, explícitamente, provocar un renacimiento de los estudios literarios en decadencia por las traducciones (transferre) al latín de las mejores obras griegas (cfr. su introducción, titulada «Iuli.ano Consuli ac Patricio»). Además, adopta una visión crítica en lo que atañe a los primeros estudios gramaticales; los escritores latinos anteriores, llevados por su amor a las fuentes griegas, copiaron no solamente la claridad de sus juicios, sino también sus errores. Prisciano propone enmendar la gramática latina 18
Apolonio («Certisque rationis legibus emendasse»). La disciplina, leemos, ha conocido progresos con los años; Prisciano alaba esos autores más recientes que han mejorado a los antiguos: «Actores quantó sunt iuniores tanto perspicaciores.» Así pone de relieve la estabilidad gramatical, su finalidad cultural y su adaptabilidad inherente. Una mirada a lo que Prisciano ha trazado servirá para ilustrar nuestra visión del status peculiar de la gramática tradicional, es decir, su función disciplinar y su naturale za como una actividad del espíritu. Si los estudios literarios han decaído, puede ser porque el estudio de la gramática ha sido realizado imperfectamente. Así, su «latín» no es el «latín» de nuestros libros de texto, es decir, un lenguaje histórico, que posee una estructura grarriatical, un léxico y una fonología; es un «lenguaje», esto es, la encarnación de unas posibilidades expresivas definibles, de naturaleza universal', elaboradas en composiciones literarias específicas y objeto de un perfeccionamiento posterior. El «lenguajc» es a la vez un corpus ideal y coñtinuo de datos; la «historia» del latín no puede ser otra que la gloria de su canon de autores: para Prisciano, Homero y Virgilio son equivalentes. Los dieciocho libros tratan de temas «Iingüísticos», de acuerdo con la terminología de Prisciano y los más primitivos gramáticos traducidos del griego: el libro primero trata (le los sonidos («De voce») y las letras («De litera»); los dos son distintos, pero inseparables. Los libros siguientes tratan de la sílaba, dicción, de la frase, de los nombres, adjetivos, conjunciones, y, finalmente, de la «construcción y orden de las partes del discurso» (sintaxis). Su estudio merece un examen más profundo. Así, característicamente, Prisciano habla en el libro V (56-67) de las «figuras»; el resto de este libro trata del género (1-45), del número (46-55) y del caso (68-81). Prisciano entiende por figuras -idiosincráticamentealgo parecido a nuestra «formación de palabras» o «composición». Magnus es «simple»; magnanimus es «compuesto». Magnanimitas no es un compuesto como magnanimus porque, aunque uno puede decir magna, no se ruede decir magnanimitas un «derivado ' Laanimitas; primera frase del libro I, es i, «De voce», dice:com «Philosophi definiunt, vocem esse aerem tenuissimum ictum vel suum sensibile aurium, id est quod proprie auribus accidit». Este manifiesto es tan universalista corno ciertas bases de nuestros textos científicos modernos de fonética y, en esencia, de carácter tan universal como el pensamiento aristotélico más característico de la Edad Media. 39
puesto» (de composita), porque está formado sobre magnus y animus y, por consiguiente, formó el modelo sobre la forma sustantiva en -itas. Esta parte, sin embargo, es interesante por su procedimiento. Contiene un repertorio exhaustivo de formas que se ajustan a la tipología de Prisciano, así como también un número de casos marginales; esto es, contiene un repertorio del buen uso. Aunque cita a Cicerón, Catón y otros, este uso está confirmado por una apelación directa al proceso mental. El primer párrafo de la segunda parte explica y clasifica estas «figuras» dentro de los términos de cómo las «actualizamos» en nuestro conocimiento. Así, parricida es un compuesto de parens y caedere; ambos elementos son integrales «et intellectum habent plenun». La idea verbal, o componente semántico de cada elemento se atribuye formalmente a los dos elementos en cuestión. La etimología es «correcta» y «errónea» a la vez : parens no tiene relación alguna con parricida, aunque es obvio que los dos términos están genética y semánticamente en relación. La forma en que Prisciano la presenta implica una definición formal, una conexión con el proceso mental y una apelación al uso; razón, conocimimiento y tradición están combinadas, pues, en su descripción del latín como «lenguaje». Su gramática es, por tanto, más integral que excluyénte. Sin embargo, la tradición literaria continúa siendo el enfoque que prevalece sobre la descripción lingüística e incluso sobre el proceso mental. Por esto, los teóricos más recientes de la materia criticaron a Prisciano, puesto que sus categorías descriptivas son demasiado «arbitrarias» v su «latín» adolece de rigor lógico. Prisciano no es doctrinalmente puro. El problema platónico de las cosas y las palabras que lo representan, lo resuelve, en esencia, de forma platónica: las palabras y lo que significan están indisolublemente unidas, incluso en el plano del análisis. El valor se atribuye a un tipo particuar de convención, pero se realiza en términos bastante racionales que recuerdan el aristotélico. Las Institutiones de Prisciano son un compendio del saber gramatical que, en el nivel práctico de la tradición vivida y salvaguardada por la antigüedad, puede ser comparada meritoriamente con el Organon aristotélico en el nivel del pensamiento puro. En su «De pontificibus et sanctis ecclesiae Eboracensis» (Migne, P. L., CI, pág. 843), Alcuino el poeta de la escuela carolingia, padre del renacimiento del siglo rx, menciona, 19
entre otros muchos, los autores siguientes que había en su biblioteca: Quod Maro Virgilius, Statius, Lucanus et Auctor: Artis grammáticae vel quid scripsere magistri; Quid Probus atque Focas, Donatus, Priscianusve Servius, Eutieius, Pompeius, Comminianus, Invenies alios perplures, lector, ibidem Egregios studüs... (11. 1553-58). En los textos medievales pueden encontrarse un sinnúrnero de referencias a obras de la antigüedad (como es natural también de las obras de los grandes doctores de la Iglesia, San Jerónimo, San Agustín y San Ambrosio, cuya existencia persiste como un testimonio de reconciliación entre la cultura pagana y cristiana). Donato -en romance « Donat» o «Donet»- era, de hecho, sinónimo de «cartilla para niños». Éstos u otros intermediarios como Alcuino, San Isidoro de Sevilla y Beda el Venerable hicieron congeniar, en la Edad Media europea, las antiguas teorías del lenguaje y la tradición gramatical. Chrétien de Troyes consideró que el siglo xm francés era el heredero de la humarritas de Roma y Grecia: «Par les livres que nos avons / Les fez des ancien savons / Et del siegle qui fu jadis.» La «Chevalerie» tuvo origen en Grecia y de allí vino a Roma: «or rst en France venue / Dex doint qu'ele i soit maintenue». (('ligés, 11, 25 y ss.). ` La asimilación medieval de la gramática antigua y de la tiadición literaria -especialmente en las nuevas lenguas romances- la han estudiado distintamente numerosos eruditos, principalmente Ernst Robert Curtius y Erich Auerhach. En consecuencia, se ha demostrado que Bernardo de t'hartres -tan recordado por el discípulo de Abelardo, Juan (le Salisbury (1110-1180)- enseñaba la doctrina antigua según la cual se debía imitar a los antiguos para que llegaran a ser modelo para la posteridad. En su Les arts poétipues du XII` et dzr XIIIQ siécles (París, 1924) Edmond Faral ha escrito sobre la asimilación por parte del uso poético romance de figuras literarias especí ficas. La annominatio es un ejemplo de esta especie. Una Hunc sibi Roma vocat; Roman subit; omnia Romae basada en un principio claro de variación fonético-sintáctica, genera la correspondiente en francés antiguo: 41
Qui amis a, mout en vaut plus; Pur amis vient om al dessus. En bon ami a bon tresor;
Bons amis vaut sen pesant d'or. Eracle, 11. 410013
La famosa imagen del presente como un enano encaramado sobre las elevadas espaldas de los antiguos es, hablando con propiedad, una invención de la Edad Media.
1.5. Dante y la teoría literaria El tratado medieval de literatura más importante es la obra de Dante, De vulgar¡ eloquentia 8. Debemos intentar describir ahora cómo se elaboró dentro de la tradición gramatical que la Edad Media heredó de la antigüedad. Como su título indica, Dante trata de la elocuencia en lengua romance, una materia -dice la introducción- que nadie ha tratado anteriormente. Por «elocuencia» entiende, de acuerdo con Prisciano (Keil, II, pág. 194), las reglas gracias a las cuales se consigue la elocuencia en el discurso. Con «lengua romance» (vernácula) se refiere, naturalmente, al italiano coloquial: lo que el niño aprende cuando imita a su nodriza. Dante opone la gramática' al romance, entendiendo por gramática la lengua de la élite, en tanto lengua aprendida tras muchos años de estudio; es decir, la lengua que usaban griegos y latinos. En realidad, la gramática, en su forma más característica, es el latín que en la época de Dante se había convertido en la lengua aprendida para la especulación filosófica. Dante no ha sentado explícitamente que el italiano derive del latín. Más bien los concibe como si hubieran existido siempre uno al lado del otro. La lengua «vulgar» o «romance» es inherentemente más noble que la latina. El erudito francés André Pézard ha explicado esta nobleza al sentar que, para Dante, 1_a verdadera nobleza del 8 En la discusión que sigue sobre De vulgar¡ eloquentia me referiré a la edición de Arístide Marigo (Florencia, 1938). Debo referirme también aquí al valioso ensayo de Roger Dragonetti «La conception du langage poétique dans le De vulgar¡ elaquentia de Dante», en su obra Aux f rontiéres du tangage poétique, Romanica Gandensia, IX, 1961; ver mi artículo en Romance Philolagy, XVIII, páginas 117-124. Ver Obras completas, BAC, 1956, versión de Nicolás González. y Esta es la escritura de Dante; la variante grammatica es más zorriente.
romance era idéntica a la facultad lingüística que Dios colocó en el hombre '°. Sin embargo, Dante es plenamente consciente del pluralismo lingüístico de su época (I, m, passim). Después de la destrucción de Babel, la primera lengua humana originó otras que, a su vez, se dividieron en otras. Así, cl español, el provenzal, el francés y el italiano, deben haber derivado de una lengua única, ya que tienen en común muchas palabras (Deum, celurn, afnorem, etc.), pero el uso actual del signo de afirmación si, oc y oil ilustra su separación. Nuestro «idioma» se ha fragmentado en tres tipos de habla, e incluso estos últimos pueden dividirse en dialectos, tal como lo indica Dante respecto al italiano (I, l). Éste propone crear una lengua vulgar, es decir, explotar plenamente las fuentes de la lengua noble -la facultad natural humana del habla, que Dios nos ha dado- con reglas y ejemplos. Así, el uso de lo que él señala como tradición gramatical es un uso creador en el más alto sentido; el área en que opera es en la que literatura y habla se fusionan v en la que se demuestra que esta fusión corresponde a la naturaleza interior del espíritu humano. La concepción de Dante sobre el lenguaje, como la de Platón, reconcilia lo ideal y lo real en términos de las posibilidades y necesidades específicas humanas (I, ü-üi). Como Aristóteles, elabora su doctrina racionalmente, con método, aunque a diferencia de sus predecesores y contemporáneos, los escolásticos, subordina la «razón» a los fines literarios que se persiguen en el mismo texto. Sin embargo, Dante se diferencia de Platón y Aristóteles en que concibe la historia en un sentido bíblico. Las obras recientes -las de Dragonetti y Pézard, concretamente- han puesto de relieve el carácter poético de la teoría lingüística de Dante. El concepto de una lengua romance culta debe mucho a la meditación de Dante sobre el Génesis. La actividad poética puede restituir la pureza prístina que las lenguas humanas perdieron tras la Caída. La lengua original deriva de la primera respuesta de Adán a Dios; dicha lengua estaba dotada de «cierta forma» («dicimus certam formam locutionis a Deo cum anima prima concreatam fuisse» [I, vi, 4], que la penetraba enteramente v consistente en una 'o Ver lanatural obra «Laylangue italienne dans «relación necesaria entre el la pensée de Dante», Cahiers du Sud, XXXIV (1951); también de Dante, Oeuvres complétes, ed. por André Pézard, Bibliothéque de la Pléiade, París, 1965, página 553; y del mismo autor, Dante sous la pluie de f eu, París, 1950, en especial I, iv-v,
y II, i-ü.
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signo y el sentido» (Dragonetti, pág. 19) y entre el hablante y el oyente. Cada expresión -hablada y oída- implica una total reconciliación dialógica de amor. (La doctrina cristiana de Dante le permite considerar el discurso como ejemplar más que como funcional; se reconoce, pues, la huella platónica de su actitud). La gramática, que ha sido purificada formalmente antes y, según la cual, se hicieron las lenguas romances, continúa estando, en esencia, carente de la autenticidad de la experiencia lingüística adánica, precisamente porque es aprendida; in posse, la lengua romance ofrece la única posibilidad de recuperar, mediante la actividad poética, el habla perdida de la Gracia. Esta visión histórica de Dante es cualitativa más que cronológica. Así, la lengua romance es anterior y más universal que la gramática, a pesar de los diversos estadios de corrupción en el transcurso del tiempo. Se entiende que el tipo de perfección que Dante atribuye al romance es, genéricamente, diferente de la que ha sido concedida al latín, y al hacer la distinción, no solamente no separa lo que hoy llamaríamos lenguaje «literario» y «filosófico», sino que también es el primero en señalar críticamente las limitaciones del último. En la época de Dante, el latín medieval había sido identificado, virtualmente, con la especulación escolástica, mientras que el romance se había usado para crear muchas obras literarias importantes. La división lingüística, en líneas cualitativas, tenía que hacerse teórica v sistemáticamente a fin de justificar el divorcio de la práctica, así como hacer un inventario de las posibilidades reales v esenciales del romance en detrimento de la base de la situación del pluralismo lingüístico medieval. La preferencia de Dante por el romance no implica en modo alguno que estuviera decidido a sacrificar el principio de la unidad que tan celosamente guardó en otros dominios no lingüísticos. Advirtió que la «unidad» preservada por el latín escolástico era de otro orden, quizá falso, mientras que la unidad verdadera o esencial podía encontrarse en el romance. Pero -empleando su propia terminología- Dante se vio obligado a «gramaticalizar» el romance por motivos literarios y por las razones acabadas de indicar; no intenta someter al romance a una gramaticalización escolástico-especulativa. La gramaticalización en la que se compromete está destinada a rescatar poéticamente las potencialidades simbólicas del romance. Sus esfuerzos los dicta, pues, su interés primordial 44
Dante debe a la tradición gramatical tal como fue heredada de la antigüedad y reforma:da por los primeros pensadores y literatos medievales para sus propósitos. Subyacente a toda la teoría gramatical medieval tanto «literaria» como «filosófica», está la doctrina presente en Prisciano de que el principio gramatical es universal: las palabras, el proceso intelectual y la autoridad del uso (poético).se combinan para producir la corrección. Esto se dice, cuando se afirma que refleja un principio lingüístico universal. Sin embargo, Prisciano se interesó solamente por el latín literario (y, por extensión, por el griego). No se ocupó nada de la variedad lingüística -genérica o nacional- representada por los cultivadores medievales. Además, las categorías gramaticales de Prisciano son filosóficamente arbitrarias; su coherencia se la proporciona el proceso cultural que constituye su contexto. Sin embargo, los gramáticos medievales adoptaron sus premisas a pesar de que muchos de los más inclinados filosóficamente criticaron la falta de rigor de Prisciano. La gramática es universal; las lenguas se diferencian unas de las otras sólo accidentalmente ". Dante explicó las diferencias lingüísticas como debidas a la corrupción originada por el tiempo, la distancia y la frivolidad de la voluntad humana. Por tanto, debe dispensarse el mismo cuidado intenso al romance que el que dispensaron los gramáticos al latín. A través del ejercicio de la razón documentada, el gramático debe volver a los grandes principios olvidados del lenguaje y, después, usar estos principios para reparar la deformación originada por la corrupción. Así, la teoría medieval se adhiere a la visión tradicional de que el lenguaje es redescubierto, mejor que «creado» ab ovo. Sin embargo, Dante, a diferencia de los teóricos escolásticos, no niega la tradición en cuanto tal. Para él, la gramática salvaguarda el pasado intacto. Por medio de la gramática se ha conservado la cultura, y también, por medio de la gramática y la literatura, se puede formar una comunidad de hombres. Dante la Escolástica están muy identi similis est illi «Et sic tota y grammatica que est in uno ydiomate 11
que est in altero, et una in specie cum illa, diversificata solum xecundum diversas figurationes vocum, que sunt accidentales grainatice» (extracto de Charles Thurot, «Histoire des doctrines grammaticales au Moyen ñge», en Notices et extraits des divers munus(Tits latins de la Bibliothéque Imperiale et autres bibliothéques, I)ágina 125, citado por Dragonetti, pág. 41). Los gramáticos medievales fueron plenamente conscientes de los problemas que concernían al pluralismo lingüístico, y trataron la cuestión levemente.
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ficados; sin embargo, a pesar de este punto de contacto, se diferencian mucho en la práctica. Se comprende, pues, que Dante haya conservado la vieja noción unitaria del lenguaje y que él y sus contemporáneos usaran profusamente de la antigua tradición gramatical en sus propias enseñanzas. Además, se advierte la espiritualización necesaria del saber y su aplicación a la situación lingüística de la Edad Media. El romance culto de Dante está llamado a completar una intención poética, juntamente con su conocimiento de una comunidad cristiana o (supra-)nacional; rehúsa fundar su romance culto en un sola dialecto italiano, prefiriendo utilizar elementos de varios. (En la práctica, sin embargo, Dante escribió en un florentino culto.) Dedica mucha atención tanto a los problemas de forma poética como a la misma doctrina poética y duplica, en cierto sentido, el interés de Prisciano por la autoridad poética, mostrando lo que cree que es el significado de la tradición. El sentido de cultura unitaria de Dante está plenamente representado en De vulgar¡ eloquentia, así como su sentido cristiano de la unidad política está manifestado en De monarchia; el romance culto es para la conversación común lo que el Imperio para Florencia. En cada caso, el último debe ser asumido dentro del primero para que pueda prevalecer la autenticidad y la justicia. 1.6.
La Escolástica
Examinemos las bases teóricas de la especulación lingüística medieval, tal. como las expusieron algunos filósofos escolásticos. Estos escritores latinos, imbuidos en la tradición gramatical contra la que muchos de ellos reaccionaron (de formas muy sintomáticas), aportan un nuevo contexto científico para la discusión del problema del lenguaje. Teniendo en cuenta que su propio medio de expresión, el latín escolástico, era la encarnación de la gramática, se puede decir que su doctrina gramatical continuaba estando dentro de la tradición que hemos descrito y de la cual deriva. Estaban obligados a competir con esta tradición, así como con la nueva situación de pluralismo lingüístico predominante en la Europa medieval. En consecuencia, mientras que la visión «platónica» o «poética» de Dante interpretaba nuevamente el proceso de la gramaticalización en términos específicamente literarios, los escolásticos adoptaron una visión contraria: su negación de la «cultura», ya implícita o 22
fexplícita, significa una vuelta a una moda aristotélica puriicada o mecánicamente racional. El lenguaje de la filosofía escolástica era propio de especialistas. Como vehículo refinado del pensamiento, el latín escolástico estaba destinado a reflejarse como una ratio instrumental y -todavía podemos verlo hoy- como parte de una tradición filosófica: es decir, un diálogo de filosofías. En reconocimiento de los límites de la razón, la filosofía escolástica le atribuyó fines muy concretos. Como el mismo San Anselmo ha indicado con gran claridad, la Palabra misma (verbum, o logos) es el objeto del pensamiento eterno; es decir, es Dios concebido por Él mismo, y el Espíritu Santo es el amor de Dios por la Palabra. La importancia de la Palabra continúa en las palabras. Sin embargo, ninguna palabra humana (locutio) puede transmitir lo que Dios es: las frases teológicas son figuras del habla (ver Monologiutn), aunque necesarias. Lo que Gilson ha denominado una creencia en el «carácter universal de la verdad racional», justifica el uso que los escolásticos hicieron del latín transmitido desde la antigüedad. Dentro, pues, de la contextura filosófica del carácter esencial de la teología medieval, la ratio tenía asignado el papel de generar -dentro de unas limitaciones mayores o menores impuestas por el contexto teológicociertas clases de conocimiento. Las evidencias que avalaban la razón discursiva eran las que habían elaborado, de hecho, los grandes doctores, gracias y dentro del cuerpo del discurso de su obra. La escolástica medieval emprende un diálogo con la tradición lógica iniciada ya por Aristóteles, pero transmitida a través de una variedad de intervenciones (neoplatónicas, de Boecio y, más tarde, también de las escuelas arábigas y hebreas), además de una tradición gramatical en la antigüedad (Prisciano, Casiodoro, San Isidoro y Beda el Venerable). En un principio, los escolásticos participaron plenamente en el proceso cultural premoderno'2. No es mi intención investigar la historia de esta participación, sino a modo de ejemplo. El De grammatico (1070) de San nos proporciona una de buena 12 He citado el pasaje de Anselmo Chrétien de Troyes que se ocupa esta participación. Étienne Gilson menciona expresiones análogas en la Chronicle of Saint Gatt, en el Speculum de Vicente de Beauvais, y en las Grandes Chroniques de Prance; ver su Medieval Umver+ulism and its Present Value, Nueva York y Londres, 1937, págs. 8 y siguientes. '3 En el siguiente análisis he dado cuenta extensamente de la excelente edición y estudio de D. P. Henry, The «De grammatico» 47
El diálogo de San Anselmo se abre con la pregunta sobre
si grarnmaticus -explicado por Prisciano como un nombre
común que significa una sustancia (Keil, II, ü, 58)- es en realidad una sustancia o, como la tradición lógica quería considerar, un parónimo, «palabra de la misma clase que "blanco", que... Aristóteles dijo significaba una cualidad y nada más que una cualidad» (Henry, pág. 89). San Anselmo rechaza la visión de los gramáticos de que todos los nombres significan sustancias; pero lo que San Anselmo está haciendo en realidad es dotar de una base lógica el discur so (significatio per se) «que se opone al usus loquendi», el ideal descriptivo del gramático (ibíd., pág. 90). San Anselmo rechaza la autoridad poético-cultural que Prisciano ordenó arbitrariamente y puso de relieve. Como Henry indica, el diálogo de San Anselmo cubre el problema del estudiante en la medida en que establece «varios significados del "significado"...: hay un segundo sentido (per aliud) del "significado" que implica, en tanto éste es posible, la generalización a partir de expresiones concretas, usus loquendi; esto contrasta con el sentido primario (per se) del significado que encarna los requisitos del funcionamiento satisfactorio de las palabras en el lenguaje (verdaderamente lógico). Éste cae dentro del interés de los lógicos, y tiene por finalidad describir las que aquél tipifica como actividades de los gramáticos» (pág. 94). San Anselmo sigue a Boecio y declara que el dialéctico no se interesa por el signatum o res sino por los «significados» contenidos en las palabras per se, en cuanto palabras. Y al contestar la pregunta: «Quid est grammaticus?», responde: «Vox significans qualitatem.» E1 quale o habens gratnmaticam tiene prioridad sobre la demostración secundaria, el quid. La función sintáctica -es decir, «la esencialidad»- se separa, por consiguiente, del significado puramente referencial a pesar de que la función sintáctica se discuta, curiosamente, en términos puramente léxicos, en el nivel de la palabra. El espíritu unitario de la Edad Media proporciona el contexto de una oposición genérica, que este espíritu contiene, y que profesa en efecto a partir del momento de la fragmentación lingüística del latín en lenguas romances. Resulta más fácil documentar la transformación del latín medieval llevada a cabo por los escolásticos que creían que, of St. Anselrn: The theory of Parorzyrny, Notre Dame, 1964. Las páginas de referencia se darán por esta obra. Ver también el artículo de Aldo Scaglione, Romance Philology, XIX, núm. 3, págs. 483-486. Proslogion, Aguilar, 1961, traducción de Manuel Fuentes, Benot.
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al conservar su noción de la universalidad de la ratio, su lengua latina «contenía» in posse la lógica. Henry nos recuerda que «el latín de (la época de) Boeeio no tenía ningún parónimo que correspondiera a virtus, puesto que dice que un hombre poseedor de la virtus se denominaba "sapiens" (sabio) o "probus" (honesto); la "virtus" no se pudo considerar, por consiguiente, en conexión con los parónimos. Sin embargo, en el latín escolástico medieval existe el parónimo -correspondiente ("virtuosus") y se usaba libremente» (páginas 81 y ss.). La proliferación de derivados, siguiendo las «formas» de Prisciano en -itas-, de las que se burlarían más tarde Rabelais y Locke, demuestra que la Escolástica creyó que se debían «hacer adiciones artificiales en el lenguaje a fin de asegurar que reflejara» los problemas lógicos. En un grado importante, el drama del discurso escolástico reside precisamente en esta acuñación lingüística y en el esfuerzo de estos filósofos por actualizar, en su uso, el estado lingüístico que ellos conocieron racionalmente como el «verdadero». Las lumbreras del «Renacimiento» del siglo xir -se piensa especialmente en Juan de Salisbury- obtuvieron éxito al reconciliar sus concepciones filosóficas (y las implicaciones filosóficas de estas cuestiones) con su amor a la tradición gramatical y su carácter literario. Pero ya en el siglo xir se puede detectar, con el florecimiento de la lógica, un tipo de especialización que conduciría con el tiempo a una seria revisión de la tradición gramatical. En su Geschichte der Philosophie (I, 4 3 ed., Berlín, 1871), Friedrich Ueberweg describe el surgimiento del nominalismo como una doctrina en consciente oposición con el realismo; los nominalistas atribuyeron a Aristóteles la doctrina de que la lógica se ocupa del uso adecuado de las palabras, de que los géneros y las especies consisten en colecciones meramente subjetivas de varios individuales determinados por cl mismo nombre y de que los universales no tienen existencia real alguna (Ueberweg, trad. Morris, pág. 371). Como observamos, el antinominalismo de San Anselmo le llevó a ocuparse de forma problemática de la dialéctica. La posición de Abelardo en la disputa no es fácil de averiguar. Según Juan de Salisbury, Abelardo coloca el universal, no en las palabras (voces) en cuanto tales, sino en las palabras empleadas en las oraciones o juicios (sermones) (ibíd., página 392). El suyo fue quizá un intento de reconciliación. i:n cualquier caso, la dialéctica de Abelardo se funda en la propia aplicación de las palabras,
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te y después -éste es el tema- «semánticamente», y tal aplica ~ión depende del propio conocimiento de las peculiaridades del objeto que las palabras representan. La convención verbal tiene sus bases en los objetos que expresa y que ellos controlan. Los sermones constituyen un nivel más alto de la expresión que las palabras, a pesar de estar ellos mismos construidos con palabras, puesto que las palabras son realmente en la oración predicables de objetos en la medida que contienen la universalidad. Esto lo definen palabras equivalentes: «la palabra explicada con respecto a su significado (no con respecto a su esencia -nihil est definitum, nisi declaratum secundum' significationem vocabulum)» (ibíd., pág. 393). La lógica y una especie de «actividad sintáctica» o valoración van de la mano durante el primer período de la filosofía escolástica. Vistos desde un punto de vista lingüístico, el conocimiento es profundo, aunque no continuado. Abelardó reconoce, completamente sugestionado, la importancia y la distinción del sermo; pero subordina esta consideración sintáctica a lo que, para él, sigue siendo fundamental: la palabra. Así, el sermo de Abelardo constituye lo que Rémusat ha denominado «la expresión de la palabra»; esta expresión es activa, «revela» y «afirma» las categorías universales. El pensamiento de Abelardo, sin embargo, concibe los universales como «existentes», aunque no de una forma independiente, como emanaciones de la mente divina. Este punto de vista algo platónico no convierte en contradictoria sino más bien en complementaria la doctrina que acabamos de reseñar. El interés teológico domina consistentemente el mejor pensamiento escolástico, y debería considerarse como un punto de partida -así como de referencia- de este pensamiento en su integridad. Abelardo cita curiosamente a Prisciano (XVII, 1-4) porque las formas generales y específicas están concebidas en la mente divina antes de asumir forma corpórea". El contexto de Prisciano es «literario» y «lingüístico», el de Abelardo es primariamente filosófico, aunque, accidentalmente, también «lingüístico». Ambos autores emplean una noción neoplatónica para bosquejar un tipo de contextura dualista que le permita a cada uno organizar su objeto material -la literatura y el pensamiento- de una forma coherente '4 tibelardo, Introductio ad theologiam, en Opera, II, ed. de Víctor Cousin, París, 1859, pág. 109. 24
respectivas disciplinas. Sin embargo, la contextura elegida corta efectivamente el puro descriptivismo de sus análisis lingüísticos. La concepción de Abelardo explica por qué los escolásticos, al someter la lógica a revisión, se vieron obligados a revisar también el latín y, análogamente, la teoría lingüística. Abelardo aporta nuevos y agudos exámenes del significado de palabras como quidam, et, de, omnis, totum. Advierte que no se puede conseguir ningún conocimiento seguro sin una previa discusión crítica del lenguaje. Abelardo, como San Anselmo en el De grammatico, investiga -al menos preliminarmente- los significados de las formas gramaticales y sintácticas en cuanto tales, esto es, su naturaleza de relación y funcional. En las obras, pues, de San Anselmo y Abelardo se descubre un sentido de estructura lingüística que, aunque aplicada de hecho al latín y destinada a estar subordinada a fines diferentes que los lingüísticos, sin embargo es extraordinariamente moderno en la concepción. Este sentido de estructura lingüística -de relevancia sintáctica- continúa estando latente en su pensamiento; esto es, no engendra una ciencia lingüística autónoma, pero se realiza; sin ella, la lógica escolástica a duras penas se hubiera desarrollado como lo hizo. Como Philotheus Boehner y Walter J. Ong han indicado 15 , el interés que manifiestan los escolásticos por las propiedades de los términos o «modelos de palabras» consti tuye una adición determinada a la lógica aristotélica, a pesar de la humorada de Kant -quizá citado inexactamente- de que nada se ha añadido a Aristóteles «durante el curso de los siglos». El padre Ong considera que Pedro Hispano (c. 12101277) ha sido «el más importante (y típico) de todos los escolásticos», precisamente porque sistematizó, en términos lógicos, el tipo de consideraciones gramaticales alu(¡¡das aquí. Aunque la sistematización realizada por Pedro Hispano no fue gramatical, produjo, sin embargo, cierta aportación a la teoría «lingüístico-gramatical» y a la práctica denominada grammatica speculativa. Conviene que hagamos un breve resumen de las partes de las Summulae logicales de Pedro Hispano, siguiendo al ¡ladre '" Philotheus Boehner, Medieval Logic, Manchester y Chicago, 1052, y, especialmente, Walter J. Ong, S. J., Ramus: Methode and fhr Decay of Dialogue. From the Art of Discourse to the Art of krason, Cambridge, Mass., 1958. 51
como el término grammaticus de San Anselmo, es una cualidad, puesto que «lo que el adjetivo "blanco" designa no existe en una forma substantiva; solamente existen cosas blancas». «Blancura», sin embargo, es una «reproducción» formal; «se compone de un substantivo o término cuasisustancia, un nombre», de ahí que sea «conceptualizado como "existente per se" (cfr. San Anselmo)... se puede hablar directamente de él... es decir, como sujeto de aserciones» (por ejemplo, de oraciones). Los términos, pues, se pueden tratar lógicamente corno si fueran sustancias. El lingüista habla hoy de «hechos gramaticales», por analogía, aunque éstos estén claramente en un nivel más bajo de abstracción. (Ningún lingüista se puede permitir ignorar una realidad factual en el sentido en que algún lógico escolástico de la tardía escuela parisina intentó, cuando, en sus disputas sobre sintaxis, declaró que v ego amat era tan «gramatical» como ego amo [Ong, pág. 75]. El lingüista toma nota de la redundancia; el lógico se lamenta de ello. Sin embargo, tanto el lingüista como el filósofo necesitan el concepto de «gramaticalidad».) La distinción lógica entre significación sustantiva («esencial») y substantividad se corresponde con la diferencia entre las formas de ser de las palabras y de las cosas significadas. Los términos 'ógicos en Pedro Hispano tienden a «hacerse por analogía con la substancia..., esto es, entes unitarios no inherentes a ningún otro» (ibíd., pág. 68); están considerados, pues, ya como sujetos de oraciones, ya -siguiendo la indicación aristotélica- como predicados. Así, los términos, una vez universalizados, «se consideran..: como predicados, que, por varias derivaciones lingüísticas o lógicas, tienen una relación determinada con el sujeto o sujetos de los que son predicados» (Boehner, pág. 28, citado por Ong, pág. 67). Se empieza a comprender la constante tendencia sintáctico-gramatical de los escolásticos. Pedro Hispano se muestra muy cuidadoso en distinguir significación (la palabra o signo que significa una cosa) y suposición (el término substantivo que -de por sí ya significativose acepta en lugar de alguna cosa). La «significación pertenece a la palabra (vox), mientras que la suposición pertenece a los términos (termini)». La «significación», pues, es esencialmente una materia léxica de equivalencias («Platón» equivale a Platón, en tanto que la suposición implica un tipo de sintaxis léxica, como si existiera. «Un hombre corre», se entiende como «Sócrates, Platón y el resto de los hombres» (ibíd., pág. 66). Aquí hay una especie de economía,
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una economía terminológica o una relación sintáctico-gratnatical que funciona, sin embargo, en un nivel léxico, y que •cíetermina en su mayor parte la extensión o rango de los predicados con referencia (significativa) a los individuales» ( Buehner, citado por Ong, pág. 67). Por consiguiente, la diIcrencia entre la significación substantiva y la substantividad (y lo que implica cada cual -cosas, palabras y clases tic palabras-) se establece para proporcionar un instrumento más apto de investigación -o un lenguaje lógico- que u su vez permita hacer mayor número de proposiciones wbre las realidades circundantes. El padre Ong demuestra que los «lógicos nominalistas intentaron desarrollar una lógica formal y cuantificada que mantuviera al mismo tiempo una conciencia de la estruc tura elaborada en la que una substancia subsistiera (sub-star>ios de carácter universal y el lenguaje histórico que c+t udian. Aquél se centró sobre el latín abstractamente coni rhido; éstos se ocuparon del «buen uso» del francés del rnonrrnto, virtualmente perfecto y esencialmente estable. El leitín y el francés, por así decir, les permiten este análisis nietódico universal, y este mismo análisis les ayuda a caructerizar lo que realmente es el latín o el francés. La «gramática general» constituye un éxito temporalnrrnte satisfactorio para hacer frente a los peligros de la fragmentación inherente a la experiencia moderna del lenguaje. Las técnicas analíticas usadas, así como sus contexIos filosóficos más amplios, están claros. Sin embargo, persisten ciertas ambigüedades. La gramática de Port-Royal contribuyó a reconciliar el pensamiento cartesiano, la nueva concia gramatical de carácter universal, con la realidad ti,rrlé la lumiére» al estudio gramatical elemental; DuMarsais está orrsiderado como el que ha «recherché en philosophe les principes Mi langage» y alabado al exponer «ses vues avec autant de simpli~ nc que de clarté». Condillac se lamenta de que DuMarsais no nava escrito una «Gramática». Añade: «D'autres ont travaillé en ce twnrc avec succés... Cependant j'avoue que je trouve point, dans 1,wrs ouvrages, cette simplicité qui fait le principal mérite des livres I,-rncntaires.» Se puede pensar que la predilección de Condillac por 1nMarsais refleja la voluntad de éste por igualar la expresión con .v sensibilidad humana (ver Traité des tropes, I, iv, v, vü).
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la historia y de la psicología; en consecuencia, es antimetafísico. En su Traité des systémes cita a los metafísicos solamente para refutarlos. Por eso, la «filosofía» de Condillac le lleva, muy curiosamente, a ponderar a los hombres de letras. Respeta a los poetas y a los oradores porque han descubierto, mucho antes que los filósofos, el método apropiado para componer sus obras: «ils ont eu 1'avantage d'essayer leurs productions sur tout un peuple». Condillac reconoce la existencia de géneros diferentes; aísla tres clases: el didáctico, el narrativo y el descriptivo. Sin embargo, nada impide que un texto «poético» sea «didáctico», ni siquiera que un texto «científico» sea una descripción. Distinguió también entre «poesía» y «ciencia», solamente en los términos de los objetivos que le son asignados. Reconoce el papel fundamental de la cultura, porque la cultura simboliza mejor la complejidad humana, punto de partida irreductibe de Condillac. Las últimas líneas de su Essai sur 1'origine des connoissances humaines muestran su moderna apreciación del problema de la cultura y su tratamiento analítico del mismo: «Je finis par proposer ce probléme au lecteur. L'ouvrage d'un homme étant donné, déterminer le caractére et 1'étendue de son esprit, et dire en conséquence non seulement quels sont les talents dont il donne des preuves, mais encore quels sont ceux qu'i1 peut acquérir: prendre par exemple, la premiére piéce de Corneille, et démontrer que, quand ce poéte la composoit, il avoit déjá, ou du moins auroit bientót tout le génie qui tui a mérité de si grands succés. Il n'y a que 1'analyse de 1'ouvrage qui puisse faire connoitre quelles opérations y ont contribué, et jusqu'á quel degré elles ont eu de 1'exercice: et il n'y a que 1'analyse de ces opérations qui puisse faire distinguer les qualités qui sont compatibles dans le méme homme, de celles qui ne le sont pas, et par-lá donner la solution du probléme. Je doute qu'il y ait beaucoup de problémes plus difficiles que celui-lá.»
Puede advertirse una estrecha relación entre estos tonos y el personalismo de Rousseau, no obstante ser en realidad diferentes. En su tratado De la grammaire, Condillac da una definición de la gramática de carácter típicamente racional; es «un systéme de mots qui représente le systéme des idées dans 1'esprit», y el arte de escribir «n'est que ce méme systéme, porté au point de perfection dont il est susceptible». E1 «sistema de ideas» es el mismo para los hombres en todas partes, pero la extensión lingüística de este sistema 80
es diferente. Así, como se ha indicado, Condillac se ve obligado a consagrarse con más atención que sus predecesores :a la naturaleza de la «extensión». El estudio de la gramática se convierte, pues, en el estudio de los métodos que los homi)res han seguido para analizar el pensamiento. La primera parte de De la grammaire se ocupa del «análisis del discurso» (1, págs. 428-460), es decir, de los signos que las lenguas nos ofrecen para facilitarnos el análisis mental; y, en la trgunda parte, más extensa (págs. 461-513), trata de los «elemcxttos dél discurso», esto es, de las «reglas que nuestro lenguaje prescribe a fin de dotar el análisis de nuestro 1wnsamiento de una claridad y precisión mayores». El «francés» de Condillac es una categoría mucho más tangible que rl francés muy esbozado que encontramos en la Gramntaire tic Port-Royal; la materia se examina con mayor detalle ¡)o¡-que se ha convertido en un «objeto material» 1` mucho más definido. La teoría de la historia de Condillac, que él mismo am¡)¡¡a considerablemente, debe mucho a la identificación cartc•siana del proceso mental de un hombre con el de la Imtnanidad en general. En Condillac, el «individualismo» y el «interpersonalismo» se asumen dentro de las categorías sistemas de ideas y lenguaje histórico- discutidas antes. Sin embargo, conservan cierta clase de independencia conceptual. El individual está identificado en cuanto tal. No mhstante, de una forma moderna y adecuada, el individual r, la clave del universal. El siguiente pasaje de De 1'Art Xc•crire (I, i) aclara la cuestión, pues indica el uso que Convlvllac hace de «nous»: «Si reflexionamos sobre nosotros mismos, advertiremos que nuestras ideas se presentan en un ordén cambiante, siguiendo los sentimientos que nos afectan. En una ocasión nos zarandea vivamente; en otra, apenas se deja notar. De ahí nacen otras tantas maneras de concebir una misma cosa, que experimentamos sucesivamente como especies de pasiones. Comprended, pues, que, si conservamos este orden en el discurso, comunicaremos nuestros sentimientos al conocer nuestras ideas.»
Pero si la filosofía consistiera en dar sentido a todo, la .verdad» del individual debe aprehenderse en términos «in " La materia puede ser dispuesta de esta forma. La gramática Ir Port-Royal establece la gramática como una disciplina; la dissplina gramatical de Condillac necesitaba que se intentara crear umbjeto material en cuanto tal. 81
terpersonales». Rousseau, como vimos, trató el mismo problema en su retórica, al elevar a categoría estética su objeto material. Condillac sigue siendo fiel al análisis; convierte en objetivo su objeto material, para interpretarlo analíticamente dentro de los límites de la historia. Condillac conserva la noción cartesiana, según la cual la ciencia -en este caso, la gramática- media entre el hombre y la realidad. No obstante, en Condillac advertimos un cambio de énfasis. Su ciencia de la gramática pretende una visión del lenguaje de carácter realista. El mismo lenguaje está objetivado; existe. La cualidad histórica y real del lenguaje es lo que permite a Condillac hablar en general, en términos interpersonales, de las «reglas» que el lenguaje -el francés en su caso- nos prescribe. La postura antimetafísica de Condillac le obliga a poner de relieve las funciones sobre las categorías abstractas a priori. Las pa labras y los objetos son, en esencia, lo que los hombres, in dividual o colectivamente, hacen de ellas, en el tiempo y en el espacio. No pueden ser definidas o jerarquizadas para siempre, aunque un estudio riguroso pueda revelar el sen tido de sus operaciones. Lo que permanece como constantE en todo este fluir es el acto del habla, esto es, la generaciór del pensamiento en el discurso y su comunicación. Con una: cuantas palabras, Condillac justifica el fundamento de k moderna ciencia lingüística como una rama de la filosofía En este contexto es donde su manifiesto antes indicado ad quiere sentido más claro: «Voulez-vous apprendre les scien cies avec facilité? Commencez par apprendre votre langue.> A menos que las operaciones asumidas o representadas poi el individual se puedan explicar, esto es, analizar en térmi nos interpersonales, la filosofía seguirá siendo inútil, inclusc oscurantista. La gramática de Condillac insiste, pues, sobrf lo que es sistemático y, por consiguinete, apto para la des cripción y la valoración. En su tratado De 1'art d'écrire aplica a la literatura la! doctrinas antes discutidas; escribir, por supuesto, implic¿ para Condillac la perfección cualitativa de las posibilidadel lingüísticas. Se interesa, una vez más, por la expresión, er términos del análisis. El arte de escribir se ha hecho parí secundar lo que denomina la plus grande liaison des idées un principio formal de carácter universal. Condillac desech< mucha broza heredada de la vieja poética y de la tradiciór retórica. Su «arte de escribir» expresa posiblemente un in tento normativo, pero está complementado por técnicas ana líticas e históricas. Es virtualmente una «ciencia de la lite 40
ratura»: El volumen analiza muchos ejemplos textuales; cada uno ilustra un punto que se debe explicar y valorar satisfactoriamente o que tiene que ser desechado con respecto a la adecuación de su sistema de conexiones de ideas. f Condillac insiste en que el poeta estudia su lenguaje, no los modelos antiguos. Su intención llega a ser clara en la defensa final de la lo¡ de la liaison des idées. Esta ley, escribe, «no constituirá ningún obstáculo para el genio; este vicio se puede atribuir solamente a las reglas que los retóricos y los gramá`ticos han reproducido de esta forma solamente porque las buscaron en otros lugares distintos que en el espíritu humano». Respetar esta ley significa perfeccionar los propios poderes creadores -los mismos que se ofrecen para usar en la generación del discurso-. La doctrina neoclásica de la imitación desaparece, pues, como principio creador, juntamente con el universo estable para el que fue ideada. ('ondillac declara que la dinámica reemplaza la vieja doctrina de la imitación. La idea es muy moderna. El eslabón que va desde el «Estudia tu lengua», de Condillac, al «Crea tu lengua» moderno, especialmente cuando estas frases se insertan dentro de un contexto de análisis, resulta, en realidad, un eslabón muy corto. La liaison des idées de Cqndillac está íntimamente relacionada con el organicismo trascendental romántico que se halla expresado, por ejemplo, en Coleridge. Sin embargo, su énfasis sigue siendo analítico y, por ende, difiere cuali.tutivamente del énfasis romántico de la síntesis. En tanto que De 1'art d'écrire describe explícitamente lo que los escritores individuales deben hacer, su doctrina se elabora *ti los términos interpersonales e históricos. Las estructuras históricas de Condillac son fascinantes. Su teoría casi decimonónica de las «tres edades» -infancia, madurez y decadencia (cfr. Augusto Comte)-- gobierna la valoración lilrraria, y explica la relación del siglo xvirt con las obras ~taestras admiradas del siglo xvir. Este siglo constituye la asegunda edad», cuyas producciones encarnan una armonía rnateria, propósito y significado; armonía que determina Ir naturel propre á chaque style». Además, el orden estrucral de las obras literarias se basa en los modelos de «las xociaciones de ideas» que varían con el tiempo, como los t arxpíritus de los grandes poetas». La poesía es una constanIr; a pesar de ello, «las diferentes circunstancias han dado ~ vuestra poesía un carácter diferente del de la antigua». 83
en la filosofía; la poesía italiana es diferente de la francesa «porque comenzó en circunstancias distintas». En De 1'art d'écrire abundan observaciones de este tipo. El relativismo cultural del xvlii se combina con el optimismo de corte muy moderno para ese siglo respecto de la universalidad del hombre. (Ver, en particular, el brillante capítulo De 1'art d'écrire añadido en fecha reciente e intitulado «Observations sur le style poétique, et par occasion, sur cequi détermine le caractére propre á chaque genre de style».) Los poetas deben descubrirse a sí mismos «le naturel propre á chaque genre», y lo hacen así al observar las circusntacias que han, coadyuvado para formar el estilo poético («Table»). El «arte de escribir», tal como lo concibe Condillac, presenta una -especie de correlación objetiva con la creación literaria, considerada esencialmente como una actividad que resume lo que la propia cultura, en su totalidad, ha producido. Y, al interpretarla en relación con el «arte de escribir objetivo, las posibilidades que el pasado exploró, nos brindan un conocimiento de las posibilidades ofrecidas al presente y al futuro. El arte de escribir se convierte también en un instrumento. El análisis de las posibilidades, se supone, lleva a un conocimiento de las realidades genuinas -no valoradas-; de ahí su carácter más verdadero. Resumir la contribución de Condillac nos permite repetir su insistencia en que todo pensamiento, expresado por medio del lenguaje, es necesariamente de carácter lineal. Esta idea domina su «Essai sur 1'origine des connoissance.s humaines», y se complementa analítica o científicamente con las obras pedagógicas sobre gramática, el arte de escribir, la lógica y la lengua del cálculo. Estas obras y L'Art de penser son especializadas. Cada una ofrece un análisis disciplinar de un aspecto de la intuición total. Por un lado, pues, Condillac distingue entre la «ciencia» especializada y la visión global del conocimiento, es decir, las significaciones de expresión ofrecidas a su «filosofía». Por otro, sin embargo, estas obras apuntan una distinción diferente: el discurso está simbolizado como «literario» o «matemático». Las «artes» de Cóndillac nos recuerdan el viejo trivium y quadrivium. El estudio del discurso, en términos prácticos, se subdivide en dos aproximaciones generales. Cada una se centra sobre los aspectos formales y aislables del discurso que, a su vez, debe relacionarse con categorías mentales determinadas. El Traité de systémes describe estas categorías (xvü, en versión de 41
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«Desde que conocemos el arte de dar a cada pensamiento su forma, poseemos un sistema que abarca todos los géneros de estilo... Desde que sabemos dar al discurso la mayor claridad y precisión, sabemos el arte de razonar...
Cada disciplina comparte, pues, dos puntos principales c1c enfoque: el discurso es analizable en términos de: 1) estilo y carácter, 2) claridad y precisión. La distinción sugiere una posición genérica superior entre las obras que reclaman sobre sí mismas la atención del lector y las que (¡¡rigen su atención hacia la materia que tratan. Todo discurso, ya predominantemente «literario», ya «matemático», se presta a este doble análisis. La física de Newton también posee «estilo», aunque funciona referencialmente. Las obras (le Corneille son importantes por su «estilo», pero también -ion abordables en términos de la «razón» o materia que titilizan o contienen. El carácter esencialmente moderno de las técnicas de análisis de Condillac, en cuanto tales, reside, pues, en su estructura de carácter dual. Estas técnicas, organizadas de
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esta forma, cuando se aplican al lenguaje mismo proporcionan contexturas de carácter clasificador, así como una justificación disciplinar sofisticada para la ciencia formal de la literatura y del lenguaje, de orientación histórica. Cada perspectiva técnica está relacionada con una visión amplia ytotal; toda característica formal posee, como si existiera, la corespondiente analítica. A partir de la aportación de ('ondillac es posible afirmar que una disciplina, la más rigurosamente organizada -esto es, la más perfecta en su -lenguaje»-, la menos semejante, está a punto de caer víctima de los peligros del esteticismo y de la fragmentación. Es también verdad, sin embargo, que toda moderna aproximación subsiguiente a los problemas del lenguaje y a la literatura como la de Condillac, tendrán que cubrir relevantemente el riesgo igualmente grave de poner de relieve, ya lo impersonal, ya lo individual, uno con exclusión del otro. El último proporciona una autenticidad necesariamente existencial, mientras que el primero contiene por definición una objetivación más amplia, más apta o
2.6. La síntesis y el simbolismo de Coleridge 19
Los teóricos románticos del lenguaje operan con cateKorías y principios íntimamente relacionados con las discusiones anteriores. Sin embargo, el énfasis aristotélico 85
sobre la instrumentalidad desarrollado por Condillac está reemplazado, en gran parte, por un simbolismo concebido más platónicamente. La doctrina lingüística cartesiana, recordamos, tiende a hacer un balance -si no a reconciliarde estas tendencias, pero, como advertimos, los progresos del pensamiento ilustrado perturbaron el equilibrio. Así, los teóricos alemanes del lenguaje, a finales del siglo xvlrr y comienzos del xrx, participaron del historicismo de Condillac. Sin embargo, a diferencia de Condillac, el historicismo de un Herder, un Schlegel o un Humboldt se basa en un concepto genético concebido de manera trascendente: el «espíritu» (Geist), interpretado en un contexto nacional, social o, incluso, ampliamente humano, se desarrolla a través del tiempo y la cultura para informar, según modalidades varias, las lenguas concebidas como un organismo histórico en crecimiento. La «filología» romántica, es decir, la lingüística histórica y la historia literaria, se consideran, normalmente, como el punto de partida de la lingüística moderna y de la investigación literaria. Pero, recientemente, los eruditos positivistas, ofuscados por sus exigencias científicas, han alabado a veces a los románticos por sus descubrimientos y orientaciones de carácter disciplinar. Todo lingüista fue conocedor de la «ley de Grimm» y, más tarde, de los días apacibles de la gramática comparada del mundo europeo, de la misma forma que los estudiantes de literatura admiran sumamente los «descubrimientos» románticos de la literatura y teoría poética medievales. Todos los fundamentos teóricos de la filología romántica han sido menospreciados u olvidados completamente por las generaciones siguientes, para quienes la noción de disciplina o «ciencia» técnicamente orientada y heredada de la Ilustración, ha sentado precedente en la actitud filosófica general. La teoría lingüística romántica está más clara y mucho más convincentemente expuesta en la obra de Wilhelm von Humboldt (1767-1835), Ueber die Verschiedenheit des mens-
chlichen Sprachbaues und ihren Einfluss auf die geistige 15 Entvvicklung desejercida Menschengeschlechts (1836) . El título ls La atracción por esta obra en los pensadores de lade época
subsiguiente puede colegirse cuando se citan los nombres de unos cuantos que declaran su deuda a Humboldt: Hugo Schuchardt, el gran lingüista y romanista, Benedetto Croce, y ahora recientemente, el profesor Chomsky (op. cit.). Podemos mencionar aquí el temprano
Ueber das Entstehen der grammatischen Formen und ihren Einfluss auf die Ideener,iwicklung (1822). 42
E esta obra revela ya su modernidad. «Verschiedenheit» indica el interés de la obra por la variedad o pluralismo linúístico, así como por una visión unitaria de esta diversidad. 1 ensayo es de orientación histórica: «el desarrollo 0 evolución de la humanidad». Y la historia es una manifestación «espiritual». El análisis de Condillac se coloca dentro de un contexto organicista trascendental. Así, en el capítulo I, Humboldt declara: «la lengua es el órgano del ser Interior; este es el verdadero ser en el sentido en que consigue poco a poco reconocer su misma interioridad y manifestarla exteriormente». Lo individual proporciona el punto de partida para abordar lo universal, como en Descartes y Rousseau. Pero en vez de relacionar el individual con el proceso universal y racional o con urja estructura dada de la sensibilidad, Humboldt lo relaciona con un •principio de creatividad» ~esencialmente trascendental, que es la fuerza que anima la historia. La mediación «analítica» o disciplinar de Condillac queda superada en Humboldt. En el capítulo III de su obra añade: «La producción del lenguaje es una necesidad íntima de la naturaleza humana, no solamente un comercio social de comunicación, sino también una entidad basada en su misma esencia y exigida por el desarrollo de las potencialidades espirituales del hombre.» La distinción tan donocida de Humboldt entre e.rgon y energeia resulta mucho más interesante. Así, ergon corresponde al lenguaje considerado como el instrumento pasivo tic la colectividad humana -interpersonalidad-, mientras que energeia define el lenguaje como el acto creador del individuo (capítulo VIII). Humboldt declara que lenguaje no rs esencialmente una acción o un producto (Werk), sino una «potencialidad creadora», una actividad (TÜtigkeit), es decir, una «capacidad productora» fértil y organizada o •rc:guladora». En consecuencia, como podemos imaginar, rl estudio del lenguaje -por ejemplo la lingüística comparada, como gramática filosófica que fue- no está lejos de %rr una disciplina mediadora entre el «hombre» y el «lenguaje». Se convirtió casi en una fuente de información o conocimiento, aunque también en una ilustración esencialmente simbólica de las intuiciones filosóficas que terminamos de establecer. Dentro de este contexto romántico, la mediación disciplinar se transfirió a otros dominios diferentes de la gramática o «lingüística general». En la literatura, por ejemplo, la noción 87
El espacio no nos permite hacer un análisis detallado de este problema tan importante. Por razones propias del presente estudio, me propongo resumir muy brevemente las teorías literarias de Samuel T. Coleridge (1772-1834), sin duda, el crítico romántico que más influencia ha ejercido sobre la teoría literaria moderna anglo-americana. La deuda de Coleridge al pensamiento romántico alemán es muy grande. Generalmente se admite que muchas de las «nuevas ideas» presentadas en la Biographia Literaria (1817) y en otras obras críticas fueron copiadas principalmente de Schlegels y Schelling, y a menudo con poco o ningún reconocimiento `. Sin embargo, su originalidad real consiste en haber sintetizado, dentro de un bloque de doctrinas relativamente coherentes las corrientes de la teoría idealista juntamente con el tipo de modernismo que representaron los filósofos empíricos franco-británicos de los últimos años de la Ilustración. La fina mano de la filosofía post-kantiana se advierte en la distinción que Coleridge hace entre «imaginación» y «fantasía». La imaginación es la facultad del genio. La fantasía es la facultad del talento. La imaginación es el poder de unidad -una tendencia única, monolítica _y creadora que imparte vida y un más alto orden dentro de una realidad confusa e incompleta. Gracias a la imaginación las obras del genio alcanzan la esfera de la idea transcendental y encarnan necesariamente una unidad orgánica y esencial. A través de la imaginación -es decir, la capacidad de simbolizar-, lo individual se generaliza en el nivel más alto, a través de un proceso dialéctico, intensamente personal y completamente universal. La «fantasía», en algunos sentidos, es más difícil de definir. En resumen, implica una ordenación o combinación intelectual de asociaciones psicológicas en obras específicas (cfr. «la lógica de las pasiones», de Condillac.). «La «fantasía» es, mutatis mutandis, la «imaginación» de la psicología empírica del siglo xvnt, esto es, una «imaginación» cuyo poder simbólico sigue siendo contingente a su instrumentalidad última en tanfo está determinada por el análisis. Pero el romántico Coleridge va más allá del análisis. Dentro de este binomio imaginación y fantasía, a la imaginación se la considera activa, verdaderamente creadora, mientras que a la fantasía se la concibe 1s Ver René Wellek, A History of Modern Criticism: 1750-1950, II, The Romantic Age, New Haven, 1955, págs. 151-187. 43
realidades que transcienden el tiempo y el espacio, mientras que el talento «yuxtapone» simplemente -a veces de forma nueva e ingeniosa- los elementos de la memoria. La «fantasía» es la categoría que Coleridge usa para emprender el «análisis» de Condillac. Lo que en literatura tie somete a análisis, es producto de la fantasía, de ahí que esté subordinado a la imaginación. Los teóricos literarios ulcmanes del momento distinguieron entre estructura externa del arte y la «forma interior»; la estructura se puede analizar dentro de los límites de sus partes elementales, pero el genio imaginativo ha infundido dentro de estas partes un lodo mayor que la suma de las mismas. La literatura o «poesía» está considerada como el reino por excelencia de la imaginación creadora, esto es, como el dominio en que la creatividad humana se ejercita en su más alto y más noble grado. La noción es de origen platónico, pero dado el expresionismo moderno de Coleridge -conI róntese Rousseau- la poesía participa de la «filosofía» de Platón. La autenticidad y valor de la expresividad poética %t- dan por supuestos, por así decir. De este modo, el ejemplo de Coleridge y de la práctica romántica han unido la teoría literaria angloamericana con una concepción del poeta como un «metafísico creador», es decir, su obra como personificación de la verdad y de la belleza. Coleridge está timy cerca de distinguir «entre procesos y capacidades físicas» y el producto obtenido, la obra de arte que, en literatura, es una estructura de los signos lingüísticos» (Wellek, página 165). La visión estética de Coleridge no le permite apreciar la relación entre poesía en cuanto lenguaje y otros tipos de discurso. Le induce, por el contrario, a ampliar, en la medida de lo posible, el horizonte entre el «lenguaje articulado» de la poesía y del lenguaje común. Por el contrario, Condillac ha sostenido que la poesía, en circunstancias dadas, difiere de la prosa en el «estilo», en el «fin» y, prin,. i¡,almente, en el «grado de arte», y funda sus distinvwnes en la teoría del «fin» u «objeto» y la «función» 1' donde las consideraciones ético-filosóficas se combinan con las psico-estéticas (belleza-bondad-verdad-placer). Condillac Intentó establecer las bases analíticas de distinción entre el lenguaje poético y el lenguaje de otros géneros, pero el resultado final de sus argumentos continúa siendo que la U Edición usada: Biographia literaria, cap. XIV, Londres, 1876, páginas 147 y ss. 89
lo que el hábito pudo sugerir; la dignidad poética lo soporta, pero la poesía continúa siendo una parte integral del lenguaje general. Sin embargo, Coleridge, al dar importancia a la dignidad de la poesía, la aísla dentro de las categorías del discurso y la dota de proporciones más accesibles desde otros ángulos además del lingüístico. En la concepción de Coleridge, la poesía adquiere una serie de cualidades y llega a incorporar ciertos valores que tienen poco o nada que ver con las propiedades lingüísticas formales en cuanto tales 18. Por esto, el «lenguaje» es un ingrediente de la poesía en el mismo sentido en que la «pasión» lo es, en su caso, de la «personalidad» y el «carácter»; el «lenguaje» es uno de los componentes no metafísicos que Coleridge coloca en su sistema al servicio del ideal ». En cierto modo justifica a los lingüistas modernos que distinguen entre elementos «lingüísticos» y «extralingüísticos» en las obras verbales de arte. Para conectar ahora con el más alto nivel de la idea, advertimos que en el sistema de Coleridge las bases de trabajo sientan la futura importancia de un rasgo o implicación del lenguaje que recibió menos atención por parte de los neogramáticos y científicos del siglo xlx: nos referimos, evidentemente, al «significado». La historia de esta palabra no está en modo alguno clara, pero se puede suponer fácilmente que para Condillac y la Ilustración el significado en cuanto tal presentaba pocos problemas teóricos importantes. Si algo se relacionó con estas cualidades pragmáticas como claridad, 18 precisión y exactitud, no debemos olvidar que Condillac se En «On the Principles of Sound Criticism», Preliminary Essay, escribe Coleridge: «Todas las bellas artes (la música, la pintura, etcétera) son diferentes especies de poesía.» 1 s Hegel, al representar el non plus ultra de la posición romántica alemana, lleva su punto de vista hasta conclusiones extremas, «liberando» la poesía de la dependencia del lenguaje; éste, como sonido, es simple accidentellere Aeusserlichkeit de la «representación interior» que es el alma y la esencia de la poesía. Ver Hegel, Vorlesung über die Aesthetik, 3, en Sümtliche Werke, XIV (1926), página 226. En un plano secundario, o analítico, Coleridge habla del lenguaje en una forma que recuerda a Condillac, pero sólo brevemente, y retorna en seguida a sus principios propios, no lingüísticos: «La definición de la buena prosa es: palabras propias en sus propios lugares; de buen verso: la palabra más propia en su más propio lugar... Las palabras en prosa deben expresar el significado intencional, y no más... Pero la gran cualidad de la poesía es, quocumque modo, ofrecer una unidad de impresión del todo...» Table Talk, 3 de julio de 1833 (Londres, 1923), pág. 238. En «Allsop's Recollections» Coleridge piensa que «el proceso del pensamiento tiene que desarrollarse independiente y fuera del lenguaje hablado o escrito (Londres, 1917), pág. 420. 44
física tradicional, así como por la relatividad de los valores. Pero el «significado», como hemos venido entendiendo, no es simplemente preocupación de Condillac. No parece llamarle la atención ni siquiera como a un lector superficial. Sin embargo, cuando Coleridge escribe en la Biographia l.iteraria (capítulo xiv) que la «BUENA SENSACIÓN es el l'IJERPO del genio poético, la FANTASÍA Su VESTIDO; el MoVIMIENTO Su VIDA y la IMAGINACIÓN el ALMA que está en todas partes•y en cada uno y que todo forma un conjunto todo gracioso e inteligente», el importante adjetivo inteligente se destaca. ¿Inteligente, por qué?, ¿significante, de qué? Se suscita el problema del significado. La imaginación (te Coleridge (en la Biograpñia Literaria, capítulo xüi) és lo que es y hace lo que hace para proporcionar la inteligencia de la belleza y de la verdad -de una verdad que pertenece a un orden diferente y superior al orden del que deriva la verdad absoluta `y demostrable de la ciencia. El celebrado ensayo On Poesy or Art (lectura XIII del curso 1818) resume la posición de Coleridge. El ensayo, algo incompleto y desorganizado, comienza curiosamente breve se descripción la comunica ción humana:con «eluna hombre comunicademediante la articulación de sonidos y, sobre todo, mediante la memoria auditiva; la naturaleza, mediante la impresión de las partes y superficies de los ojos, y a través de los mismos, les da significación y propiedad. Del mismo modo acontece con las condiciones de la memoria o capacidad de recordarlas, pronunciarlas y percibirlas, etc.». El arte no es ni más ni menos «que el poder de humanizar la naturaleza, de infundir los pensamientos y las pasiones del hombre dentro de cada cosa que sea el objeto de su contemplación... sella (los elementos que combina) dentro de la forma de una idea moral». Cortiunicación, hombre y naturaleza -los tres términos de la posición moderna- se unen mediante el arte en la forma trascendental de una «idea moral». Existe en esta conjunción que, como el término indica, el significado une. El arte es «la cualidad que media entre el pensamiento y una cosa... la reconciliación de lo que es naturaleza con lo que es exclusivamente humano» (esto es, el conocimiento mediante el lenguaje). En arte no existe la cosa representada, sino la «representación» de una cosa que nos interesa. Solamente la belleza de la naturaleza merece ser imitada. La belleza r,, «en lo abstracto, la unidad de lo vario, la alianza de la diversidad; en lo concreto, la unión de lo hermoso (formoxrrrn) con lo vital». La simple naturaleza, «natura naturata», 91
no reviste valor alguno; el artista «debe» dominar la esencia, la «natura naturans»; su obra reconcilia «lo externo (con lo) interno». En el pasaje que sigue, Coleridge alcanza el centro del «significado»: El artista debe imitar la interioridad de las cosas, lo que es activo a través de la forma y la figura, y traducirnos mediante símbolos el Naturgeist o espíritu de la naturaleza, dado que nosotros imitamos inconscientemente aquellas cosas que amamos; de forma que solamente pueda producir una obra verdaderamente natural en el objeto y humana en el efecto. La idea que pone la forma no puede ser la misma forma. Es algo superior a la forma (es decir, la estructura); es su esencia, lo universal de lo individual o lo individual mismo -el brillo y el exponente del poder inherente.
Estas frases subrayan la naturaleza dinámicamente simbólica o esencial de las obras de arte. Son dinámicas, porque las esencias se conciben en los términos de las relaciones (cosas-hombre), y son esenciales, porque los símbolos característicos de la obra indican o encarnan toda la Naturgeist o idea. La crítica de la utilidad de la idea y, por implicación, del arte proclama la eficacia o ineficacia de la organización simbólica de la obra, es decir, si tiene éxito 0 fracasa (sinónimos, para Coleridge, de que es buena o mala) en su intento de crear la belleza, «de reducir muchas cosas a una sola». Volviendo a la primera frase casi misteriosa de On Poesy or Art debemos concluir, pues, que los dos símbolos constituyen la fusión efectiva de la comunicación humana y natural. La poesía es la más alta forma de conocimiento. Sin embargo, el «significado» -término que usamos hoy para designar esta fusión efectiva- es, en la visión de Coleridge, esencialmente extralingüístico. Aunque los símbolos no son extralingüísticos en el sentido pragmático de Condilhac, para Coleridge parecen derivar en gran medida de la naturaleza de la comunicación humana, que, como él mismo ha escrito, reside básicamente en la «articulación de los sonidos». Este proceso del significado parece estar parcialmente descrito aquí y lo mismo la operación lingüística (vista como «comunicación»). Sin embargo, como hemos sentado, sirve para fines diferentes. Coleridge no ha resuelto el problema del significado poético; en realidad, simplemente toca la cuestión y esto sólo de manera implícita. Pero ha contribuido mucho al actual «criticism» anglo-americano con el dilema en que se ocupa todavía, es decir, la relación entre lenguaje, significado 45
De hecho, al abordar este problema, los críticos del siglo xx han aprendido a manifestar un interés más profundo por las funciones de los signos -lingüísticos y otros- a pesar de que su gusto por la filosofía trascendental ha decrecido considerablemente en los últimos años. La tendencia lingüística de la crítica moderna en los Estados Unidos y en Gran Bretaña es claramente semántica. Mientras, muchos críticos modernos, distinguiéndose de los lingüistas profesionales y de ciertos investigadores académicos de la literatura, parecen haber heredado de Coleridge cierta desconfianza de las técnicas analíticas centradas en las relaciones puramente lingüísticas o gramaticales de las obras literarias; estos críticos transplantan a su crítica el recelo específicamente «poético» de Coleridge hacia el conocimiento demostrable, que es el verdadero tipo de conocimiento que los lingüistas profesionales tienden a conseguir. Esto ha contribuido también a la separación de las disciplinas lingüísticas bien definidas y las ramas características del análisis literario. Cuando Coleridge aplicó a la literatura la visión genética del romanticismo alemán, llegó a una especie de monumentalismo estético. Este es el resultado del trascendentalismo fundamental del pensamiento. La crítica literaria, en cuanto tal, llega a tratar de aislar en una obra literaria los coeficientes formales del genio creador que los ha producido. A pesar del intento anteriormente indicado de Wellek en el sentido contrario, el interés de los críticos modernos americanos por la obra literaria como una «estructura de signos lingüísticos» deriva directa y lógicamente de la identificación de Coleridge de los «procesos físicos, capacidades y productos obtenidos». El ergon está considerado, pues, cómo un símbolo de la energeia: la «creatividad» y el «genio» están presentes en el poema. La estética de Coleridge no es una «disciplina» genuina wnno lo es la «gramática» o el «arte de escribir» de Condillac. Sin embargo, en un contexto trascendental, desempeña un papel análogo al que desempeñaban estas disciplinas en la filosofía de Condillac. Da coherencia a una realidad de otro modo fragmentaria. Subrayando la estética de ('oleridge, está una fuerza conceptual que postula una dinámica permanente y que gobierna la actividad lingüística liumana en toda su variedad; le da importancia al individual dentro de los límites de un principio universal que Funciona por y a través de los 93
es, a la vez, una «historia» personificada y una manifesta-
insostenible. Como hemos visto, las necesidades de especia
ción de lo ideal. Esta doctrina incorpora la crisis moderna
lización puesta no se pueden confundir legítimamente con la su puesta
de la moderna actividad intelectual, es
dentro de una especie de dialéctica histórica, una dinámica
pecialmente cuando la práctica se centra directamente sobre
que «exalta» la verdad del individual al mismo tiempo que
el lenguaje' puesto que lo que cuenta' después de todo, es
asume esta «verdad» dentro de un más alto orden. El pensamiento de Coleridge enraiza con la teoría lingüística ro mántica y su correspondiente filosófica, aunque, como Platón, Coleridge concibe el lenguaje como funcionando .- . . no-lenguaje: . contemplación. conclusión, .-.- decirse . destrucción ..-..
la realidad de tal actividad, no sus «productos».
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CAPiTULO I I I EL ESTUDIO DE LA LENGUA Y DE LA
LITERATURA
3.1. La lingüística histórica y comparada. Saussure En el capítulo primero hemos estudiado muy brevemente la historia del concepto de lenguaje en la tradición occidental, y asimismo los primeros intentos de definir y analizar la expresión literaria y filosófica. La fuerza unificadora que representa la noción de «cultura» en la Europa medieval y el concepto más moderno de «historia» en sus diversas ramificaciones han sido explicados en el contexto del simple problema del lenguaje. Hemos observado la vitalidad de lo que hemos llamado las corrientes platónica y aristotélica. Ciertas constantes de pensamiento parecen barrer, como si existiesen, las fronteras entre la «antigüedad» y los «tiempos modernos». Finalmente, la idea de «disciplina», esto es, de una ciencia coherente que sirva de enlace en el dominio de la lengua, adquiere fuerza en los siglos xvm y xmri. Las diversas disciplinas lingüísticas adquieren formas diferentes. La forma depende enteramente del punto de vista del especialista, del proceso histórico-cultural y de su forma de atribuir a la «lengua» y a la «expresión» ciertos valores como objetivos y preferencias. Rousseau tiene un concepto de «lenguaje» un tanto diferente del de Condillac. El primero está interesado por problemas retóricos y el último por una clase de gramática. Sin embargo, en el siglo xvm y a principios del xrx, la «literatura» o la «crítica literaria» y la «lingüística», tal como hoy en día solemos entender estos términos, llegaron a ser en principio actividades independientes bastante bien definidas. A pesar de los evidentes puntos de vista diferentes, un estructuralista de la escuela de Praga de mediados del siglo xx considera a Grimm e incluso a Jones como «predecesores», es decir, fundamentalmente como tratadistas 47
de Praga. El crítico literario moderno se siente ligado de manera análoga a Lessing, Diderot y Coleridge. El hecho de que tal especialización haya ocurrido es un resultado de los diferentes puntos de vista a que hemos aludido en nuestra exposición de la actitud modernista hacia la «lengua». Ambas actividades son productos de la Ilustración y el Romanticismo. Por definición, la especialización tiende a ser exclusivista. El historiador de la lengua se describe como algo diferente del historiador de la literatura, a menos que, como sucede a veces en la Europa del xzx, el historiador de la lengua, como Friedrich Diez (1794-1874), se considere principalmente como historiador de la cultura y, por tanto, complemente sus investigaciones históricas con los estudios lingüísticos y sus conocimientos de los problemas literarios. Así pues, hablando en términos generales, es bastante acertado decir que en los dos últimos siglos la actividad investigadora que se ha centrado en lo que se entiende por «lengua» se diferencia mucho de los estudios de «literatura». Observemos que no fue este el caso de Condillac, quien trató de ofrecer una visión matemática de la literatura y la lengua en mutua unión entre sí y con la historia del pensamiento. El exclusivismo, en los estudios lingüísticos, ha sido un asunto tanto de hipótesis generales como de técnicas. Las disciplinas lingüísticas se granjearon por sí mismas un prestigio que con el tiempo contribuyó mucho a caracterizar la «lengua» que estudiaban. No pretendo con este trabajo hacer un resumen de la historia de la lingüística' moderna, sino más bien señalar la dirección general de las disciplinas que llamaremos lingüísticas, su período de apogeo y, dentro del mismo, la considerable variedad de enfoques gracias a los cuales una gran cantidad de problemas literarios fueron de hecho analizados por lingüistas eruditos. (El tema de la crítica literaria será analizado más adelante.) La mayor parte de los primeros lingüistas reconcilian, con más o menos rigor, el análisis empírico-racionalista de Condillac con el amplio marco histórico de Wilhelm von 1 Para una visión general de la lingüística moderna, consultar Carlo Tagliavini, Panorama di storia della linguistica, Bolonia, 1963. Holgar Pedersen, Linguistic Science in the Nineteenth Century, trad. de J. W. Spargo, Cambridge, Mass., 1931; también, Thomas A. Sebeok, ed.,
Portraits of Linguists: A Biographical Source Book for the History of Western Linguistics, 174á1963, 2 vols., Bloomington, 1966. Ver también los diversos volúmenes en curso de publicación, Current Trends in Linguistics, La Haya, 1963, de los que T. A. Sebeok es el editor general.
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Humboldt. Esto es, cambiaron los ideales del análisis descriptivo, propios de la ciencia de la Ilustración, por una apreciación del dinamismo histórico orientada genéticamente. Los primeros éxitos cosechados en fonética histórica y comparada y en gramática dotaron la «filología» y la lingüística de una autonomía tal que elevaron de categoría estas ciencias «metodológicas. Sería imposible minusvalorar la importancia de formulaciones como las leyes de Rask (17871832) y las leyes de derivación fonética de Jakob Grimm (1785-1863 , que al ser publicadas en su obra Deutsche Grammatik ~1819, 1822, 1840) describió: 1) la relación fonética, es decir, las diferencias y semejanzas, entre el germánico, el latín, el griego y el sánscrito en términos de una progresión cíclica o paso de consonantes sordas a aspiradas, a sonoras, y otra ver a sordas, y 2) dentro de ciertos dialectos germánicos, el cambio de ciertas consonantes, resultante de la diferenciación del alemán con el inglés y otros dialectos germánicos. Formulaciones de este tipo dieron credibilidad a las doctrinas de que: 1) las lenguas pueden describirse útilmente como organismos matemáticos (sistemas orgánicos), especialmente en el campo de los sonidos; 2) que la evidencia fonética ofrece el conocimiento más seguro de la naturaleza interior de los mecanismos del lenguaje, y 3) que la interpretación de tal evidencia, si es cuidadosamente utilizada, resulta apropiada para la solución de otros problemas históricos, por ejemplo, de etnología, historia literaria, religión comparada, etc. Los conceptos de la Ilustración y de los románticos acerca de la lingüística general -como una ciencia del habla o «filosofía del lenguaje»no desaparecieron. Pero debido al influjo de la lingüística comparada y su éxito en el terreno práctico, la Sprachphilosophie decayó considerablemente en importancia. Los eruditos defendieron, cada vez en mayor número, que el estudio empírico de las lenguas tiene que preceder a las generalizaciones de la misma. No obstante -y esto parece ser un hecho incluso para aquellos lingüistas más inclinados a lo empíricosiguieron haciéndose hipótesis generales. Se trató en lo posible de hacer encajar estas generalizaciones con el conocimiento del funcionamiento lingüístico y las exigencias del método de los profesionales de la lingüística. La doctrina de la lengua como sistema (un sistema que al mismo tiempo que es suficiente por sí mismo, está a su vez unido con otras fuerzas) ha prevalecido de una u otra manera en la lingüística a lo largo de los últimos ciento cincuenta años. El romántico Volksgeist, las leyes biológicas 99
darwinisitas de mediados del siglo pasado y la «estructura» del siglo xx han regulado épocas enteras en los estudios lingüísticos. Cada uno relaciona la posibilidad de un siste ma lingüístico con un concepto imaginativo que tiende a predominar como trabajo de investigación durante una o dos generaciones. Ciertas realidades de la lengua se sacrifi can para hacer del sistema una inteligible función visual: por ejemplo, las explicaciones en forma ramificada tan pre dominantes en escritos de los neogramáticos fueron el re sultado directo de las leyes de fonética mecánica diacrónica que constituyen el centro de la concepción neogramática. Además, la misma idea de la lengua como sistema, como bloque de realidades poseedoras de un orden inherente, ca paces de ser analizadas total y metodológicamente, cualquiera que sea la corriente del momento y sus modalidades de aplicación, conllevaron la noción subsiguiente de interpersonalidad. Finalmente, el lénguaje en cuanto objeto de la lingüística se ha constituido en algo con entidad propia, relacionado con el más amplio y más fluido concepto de la lengua como un todo, aunque en cierto sentido separado de ello'. En otras palabras, la lingüística ha dado forma al material que ha seleccionado para someter a estudio, y lo ha hecho de este modo con notable consistencia a lo largo de los últimos ciento cincuenta años'. «Interpersonalidad», tal como entendemos este término aquí, sigue siendo un criterio clave del punto de vista lingüístico del lenguaje. En el sentido más amplio, «interpersonalidad» implica en primer lugar el lenguaje abstraído del contexto de los hablantes individuales o «creadores»; estos últimos en los que residen, por supuesto, los fenómenos concretos del ¡dio 1 Estudios como el de Willard Quine, Word and Object (Nueva York y Cambridge, Mass., 1960), los ensayos especulativos de Ernst Cassirer y Susanne Langer, o las obras de críticos como R. P. Blackmur e I. A. Richards, al ocuparse del lenguaje, demuestran que cada aproximación tiende a ser monolítica en su resultado, aunque altamente particular en el enfoque. La idea del lenguaje -en tanto interpretada por los lingüistas y no lingüistas indistintamente- ha llegado a ser en nuestros días un concepto extremamente fragmentado. 3 Amado Alonso advierte esta tendencia en Saussure: «Una de las características de la mentalidad de Saussure es que cada distinción y cada delimitación de hechos está ya como encarnada en sus exigencias metodológicas, de modo que sus doctrinas han nacido más de las necesidades técnicas de la investigacón que de la contemplación filosófica del objeto», en «Prólogo a la edición española del Curso de Lingüística General», Buenos Aires, 1945, pág. 10. La versión original francesa de la gran obra de Saussure, recopilada por Charles Bally y Albert Sechehaye, fue publicada en París en 1916.
49
ma, pueden tenerse en cuenta solamente en cuanto que los «fenómenos básicos» que ofrecen pueden clasificarse en términos de elementos o denominadores comunes dados. En la muy celebrada clasificación de Ferdinand de Saussure (18571913), el concepto de «lengua», puesto ciertamente de relieve en contra de langage (lenguaje como facultad, talento natural y generalización del habla) y de la parole (esto es, manifestaciones concretas e individuales), compendia la «interpersonalidad» y reclama, para hacerla útil, la inayor parte de la atención de Saussure como lingüista profesional. La Langue, insiste Saussure, puede clasificarse de un modo positivista dentro del esquema de las actividades humanas, pero el langage es inclasificable, y como ha demostrado Amado Alonso, la parole es por sí misma heterogénea (página 21). Aunque una lingüística de la parole sea factible, la auténtica lingüística estructural -ortodoxa- se mueve en el campo de la langue (ver Cours de linguistique générale, «Introduction», cap. iv). Saussure pone de relieve la interpersonalidad de la langue: «El estudio del lenguaje (langage) comprende dos partes: la primera y más importante trata de la langue, la cual es, en esencia, social e independiente del individuo... La langue es, por tanto, algo que... es común a todos los individuos (aunque) colocada fuera del alcance de la voluntad de los individuos en los que está depositada».
3.2.
La escuela americana de Bloom f ield
La escuela americana del siglo xx, tal como está representada especialmente por la impronta de Leonard Bloomfield (1887-1949), sus seguidores y sucesores, los preconiza dores del estructuralismo taxonómico de los Estados Unidos, ha intentado impedir el debate que promovieron en Europa los neogramáticos, los partidarios de Saussure y los idealistas (Vossler, Spitzer, Amado Alonso), ignorando deliberadamente y negándose de un modo agnóstico a reconocer la legitimidad de la controversia. Sin embargo, en parte por negligencia y en parte por tradición local', y sobre todo, por razones de preferencia, los lingüistas americanos han tratado de forma exhaustiva las estructuras lingüísticas interpersonales. La obra Language (1933), de Bloomfield, cons • Por ejemplo, la necesiaad inmediata que existía en América de hacer un corpus de las lenguas indígenas que amenazaban con su rápida desaparición.
tituyó la Carta Magna de la investigación lingüística americana para toda una generación. Incluso el anterior rechazo por parte de Bloomfield del «mentalismo» de Wundt y su negativa a considerar cualquier clase de especulación espiritualista, basándose en que hay «demasiados mentalismos», alivió a la generación posterior de estudiosos del peso de describir los aspectos no-mecánicos más trascendentales del lenguaje: los que en la Europa post-enciclopedista y romántica habían hecho correr tanta tinta en balde. El «mecanismo» de Bloomfield es, con mucho, menos justificable en lo puramente especulativo que en lo estrictamente pragmático. Cuando Bloomfield se enfrentó con ciertos interrogantes de un modo incluso más tajante que los saussureanos, respondió simplemente que no eran asunto suyo'. Las consideraciones psicológicas, con la posible excepción de varias ramas de experimentación conductista, desaparecieron virtualmente de la lingüística tal como se practicó en los Estados Unidos durante el período 1930-1955. Ciertamente, salvo la antropología, entre las disciplinas humanistas, solamente la filosofía, tal como la representaban ciertas lógicas positivistas hasta hace muy poco, ha logrado interesar a muchos lingüistas americanos s. Language de Bloomfield y varios artículos teóricos, cualquiera que sea su importancia metodológica en América, no pasan de ser apenas documentos revolucionarios. Language es más una síntesis y un programa, una formulación concisa de tendencias, aspiraciónes y gustos que prevalecieron en la lingüística americana durante muchos años. William D. Whitney (1827-1894), profesor de indoeuropeo en Yale, admirado por Saussure, ya había afirmado en la década de 1860 que «la filología comparada era la precursora y la fundadora de la ciencia del habla humana» («la ciencia lin-
Consultar los siguientes artículos publicados en la revista L an«Why a Linguistic Society?», I (1925), «Twenty-one Years of the Linguistic Society», XXII (enero-marzo, 1946) (La lingüística ha llegado a asemejarse cada vez más, en su complexión social, al tipo de las ramas de la ciencia mejor establecidas, sea la física, química o biología), «Secondary and Tertiary Responses to Language», XX; abriljunio, 1944, y la réplica de Leo Spitzer: «Answer to Mr. Bloomfield», XX (octubre-diciembre, 1944), una polémica sobre el «mecanismo» o «mentalismo», típico de la época. e Uno piensa, por ejemplo, en el último Uriel Weinreich; ver «On the Semantic Structure of Language» en Un i v e r s a i s of L angua ge , ed. por J. H. Greenberg, Cambridge, Mass., 1963, págs. 114171. ' W. D. Whitney, L anguage and S t udyof L anguage , Nueva York, 1867, pág. 3. Esta obra fue presentada originalmente como b
guage :
III
102
científica de su disciplina, aunque, alabando a Humboldt, declara que a fines del siglo xux el experto debía intentar «descubrir su origen, seguir las etapas sucesivas de desarrollo y deducir las leyes que gobiernan los cambios, cuyo reconocimiento deberá tenerlo en cuenta al analizar tanto la unidad como la variedad de las presentes fases manifestadas; y con esto captar la naturaleza de la lengua como un don humano, su relación con el pensamiento... y la historia del conocimiento tal como se refleja en-él» (págs. 6 y ss.). En resumen, el punto de vista de Whitney, como el de Bloomfield, es« científico», pero a diferencia de Bloomfield que no adopta ninguna posición filosófica, la de Whitney es «mentalista». No olvidemos, sin embargo, que las conferencias de Whitney y su libro son, en gran parte, una apología de su obra y un llamamiento para lograr un status para su disciplina. Trata de convencer a los interlocutores de la América de mitad de siglo de la legitimidad y utilidad de la lingüística en comparación con las otras ciencias, tales como la etnografía, psicología e historia. Esto explica su esfuerzo por incorporar «la ciencia lingüística» dentro del marco de las preocupaciones intelectuales y espirituales generales de su tiempo. La considerable originalidad de Whitney como lingüista radica, lo ha señalado también Saussure, en: 1) su reconocimiento de la naturaleza arbitraria de los signos y la estructura lingüística, y 2) su valoración del lenguaje como una institución convencional que posee análogas características a las de otras instituciones humanas. Lo mismo que Humboldt antes y Saussure después que él, Whitney admite «que en el plano teórico todo en la lengua humana es un producto de la acción consciente de los seres humanos» (pág. 50), pero, al enfrentarse con las exigencias de la disciplina, añade inmediatamente: «deberíamos estar dejando fuera de consideración un asunto de consecuencias esenciales para la investigación lingüística (la cursiva es nuestra) si fracasásemos al advertir que lo que el estudioso de la lingüística busca en la lengua no es lo que los hombres pusieron voluntaria o intencionadamente en ella... Una lengua es verdaderamente un sistema sublime con una estructura muy simétrica y complicada; se le puede comparar muy bien con un cuerpo organizado» (pág. 50). Y además: «Hoy se advierte esta falta de reflexión consciente que extraiga los hechos una serie edeintento doce lecciones en Washington, D. C.,de y Boston en 1864del y 1865.
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voluntaria. El estudioso de la lingüística advierte que no está describiendo las ingeniosas creaciones de los individuos. En lo que respecta a los objetivos examinados y los resultados derivados de los mismos son menos obra del hombre que lo que pudee ser la forma de su esqueleto... De ahí, las estrechas analogías que pueden establecerse entre el estudio del lenguaje y algunas de las ciencias físicas. Y de ahí, la correspondencia fundamental y compenetrada entre el método de una ciencia y las otras» (págs. 51 y ss.). Whitney es admirablemente claro, aunque con ciertas reservas. En el último análisis, el estudio de la lengua se diferencia de las otras ciencias por la naturaleza del «objeto material» examinado: la lingüística no necesita copiar de otra ciencia. La ciencia de la lingüística sigue siendo su¡ géneris, como una rama dél conocimiento humano tan respetable como cualquier otra, siendo así que su objetivo -«el progreso del conocimiento y el avance del hombre en la comprensión de sí mismo y del universo»- es precisamente el objetivo de toda verdadera ciencia. Whitney presenta el problema con un enfoque perfecto: «Por encima de todo problema se da esta coincidencia de método que ha originado confusión en algu,nos de los fervientes partidarios de la ciencia lingüística..., conduciéndoles a negar la intervención del hombre en la producción y cambio de la lengua, y a considerarla como un crecimiento orgánico, gobernado por fuerzas orgánicas» (pág. 52 y ss.). Este punto de vista, que Whitney condena sobre la base de «los últimos hechos» de la realidad lingüística, lo acepta y recomienda en relación con el método que los lingüistas tienen que seguir en su práctica real. La distinción es necesaria y posible para Whitney, porque al escribir en los primeros días de la lingüística americana, debía hacer el resumen del diálogo que hemos estado discutiendo en estas últimas páginas. Sin embargo, Bloomfield da por supuesta la primacía del método. Esto le permite prescindir de concepciones filosóficas que Whitney tuvo que reconocer como legítimas para justificar su propio método. Bloomfield apoya con todo entusiasmo, casi si fuera un dogma, la tendencia me1 A1 hablar de como la «escuela de filósofos modernos que intentan materializar toda ciencia» y que describen exclusivamente «los efectos materiales» y «las causas físicas», Whitney declara: «Con esto, el lenguaje pasará, naturalmente..., por un producto físico, y su estudio por una ciencia física; y, sin embargo, aunque disentimos de su clasificación general, no debemos estar en desacuerdo con su 51
mente en América, es antigua, tal como se mide el tiempo en la historia de la lingüística moderna. El problema de la interpersonalidad sigue siendo, pues, uno de los objetivos y métodos y, naturalmente, está vinculado estrechamente con las formas como los lingüistas entienden su disciplina. Debemos recordar en relación con esto el dicho memorable y generoso de Saussure de que, a diferencia de otras ciencias cuyos puntos de vista están controlados por el material estudiado (química,.. anatomía), la lingüística es la ciencia en la que los puntos de vista conformarán y determinarán el material que va a ser estudiado, tal como es su propia naturaleza (Cours, «Introduction», cap. üi, pág. 22): es decir, se invierte el procedimiento «normal». Las páginas que Whitney dedica a la escritura y a la literatura son más interesantes por sus omisiones altamente sintomáticas que por lo que tratan (ver págs. 447 y ss.). «Lenguaje» y «literatura» (habla y escritura) son dos entidades separadas. La escritura conlleva «intenciones» diferentes de aquellas que predominan en el habla, principalmente, «el deseo de comunicarse a distancia» en el tiempo y en el espacio. Sin embargo, tanto la escritura como el habla sirven a los objetivos de la «comunicación»; es decir, Whitney pone de relieve, una vez más, lo interpersonal sobre lo individual y lo creativo. Tiene poco que decir acerca de la literatura como tal, y lo que dice es apenas original, especialmente cuando recuerda su entusiasmo por Humboldt. E1 lenguaje «es justamente lo que el pueblo, a quien pertenece, ha hecho de él mediante su uso... Una literatura, pues, es una prueba sublime del valor de una lengua» (págs. 470 y ss.). Este valor se resume en términos de carácter impresionista: profundidad, nobleza, sutileza (sic) y belleza -términos que recuerdan los clichés del gran moralismo literario victoriano-. Whitney se aproxima más al espíritu de su tiempo, al ver la unidad y la dualidad del habla y la escritura dentro del marco de la historia y de la cultura. Repite, en esencia, el juicio de Condillac sobre esta materia, pero su formulación, debido a su exclusivismo, deja vacío de auténtico sentido el juicio de aplicación en esta ocasión particular (ibíd, pág. 44; la letra en cursiva es mía). El eco bloomfieldiano de esta doctrina es bien conocido. Típico de su concepción es el artículo de 1927, «A grammatical or lexical statement is at bottom an abstraction», Journal of English and Germanic Philology, XXVI, pág. 445, declaración que, entre otras, muestra una solución operacional y metalingüística muy bloomfieldiana. 105
sumen, la relación entre el habla como objeto de análisis lingüístico y la literatura no se concibe lingüísticamente (excepto cuando de paso Whitney opina que la escritura «camina a grandes pasos hacia su perfección... cuando acepta una parte subordinada como concomitante y subsidiaria del habla» [pág. 449] ), pero sí históricamente. La interpersonalidad y su correspondiente, la generalización empírica, tuvieron éxito al ser transferidas a un plano de la historia cultural concebido independientemente, mientras que la literatura se la considera lingüísticamente inoperante'. Sin embargo, durante el siglo xix no todos los intentos fueron fáciles para los discípulos de los famosos comparativistas. Así como los neogramáticos intentaron reelaborar con un rigor científico incluso mayor los descubrimientos de Rask, Grimm, Bopp y otros, poniendo de relieve el carácter no excepcional de las «leyes fonéticas» y la naturaleza perfectamente sistemática de las «lenguas», del mismo modo sus críticos adujeron hipótesis en contra. Los investigadores dialectales -por ejemplo, Jules Gilliéron (1854-1926~- socavaron la mismísima noción de «lengua» como un monolito orgánico, progresando implacablemente en el tiempo y en el espacio. A1 subrayar 1_a importancia de los préstamos dialectales, regresiones y reajustes del sistema, e ilustrar estos fenómenos con precisas referencias cartográficas, los investigadores de geografía lingüística demuestran que el propio concepto de lengua es realmente el más problemático o, en el mejor de los casos, el más arbitrario. De hecho, es bastante legítimo hablar de una profunda crise de conscience entre los lingüistas durante la primera década, aproximadamente, de este siglo. La confianza se tambaleó, y la enseñanza de Saussure estaba destinada en realidad a restaurar el aspecto de la importancia disciplinar de muchos métodos entonces vigentes. Otros críticos operaron basándose en diferentes supuestos. El gran lingüista Hugo Schuchardt (1842-1927) rechazó el «dogma» de la «ley fonética». Con gran agudeza demostró que esta teoría no tiene ni justificación deductiva ni inductiva que, de hecho, resulta mucho más provechoso considerar el lenguaje como un producto social en continuo y dinámico fluir, como un «organismo natural». Schuchardt se remonta a 9 Humboldt y despoja la investigación lingüística su ropaje Esta misma tendencia antropológico-cultural estádeampliamente desarrollada en los estudias lingüístico-literarios de Franz Boas y su escuela; ver también las obras de Edward Sapir.
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canza un elevado nivel al basar su estudio de las palabras, en gran parte, en sus asociaciones con los objetos y las prácticas de la cultura (Wórter und Sachen). Sin embargo, ni Gilliéron ni Schuchardt estaban dispuestos a rechazar la objetividad del estudio lingüísticocientífico. Por el contrario, ambos argumentaron en favor de sus técnicas indicando la incongruencia científica de las hipótesis hechas por los neogramáticos. Si cada palabra tiene, en realidad, su propia historia, como Gilliéron expone, entonces una investigación etimológica de la misma -al tratar de proporcionar al análisis toda la información posible por pequeña que sea- revelará la manera más certera de la operación lingüística general. O, por decirlo de otro modo, la historia de una sola palabra -especialmente una palabra opaca como (Fr.) trouver- tiene mejores posibilidades de demostrar un cuadro de historia lingüística más genuinamente que ecuaciones del tipo (Lat.) -A- > (Fr.), -e(MATRE-(M)-, PRATU-(M)- > mére, pré). A finales del siglo xrx, pues, se establece firmemente algo que podemos llamar ciencia lingüística, es decir, una variedad de disciplinas afines que comparten la hipótesis básica de que un conocimiento empírico de operaciones lingüísticas precede a la elaboración de las afirmaciones generales concernientes a las mismas. En la práctica, la investigación varía desde los intentos de amplia trascendencia de los «sistematizadores» hasta una especie de puntillismo característico de los etimologistas. En el contexto de esta investigación, el concepto de lenguaje sufre considerable fragmentación, puesto que lo que constituye una «lengua» para el neogramático MeyerLübke es diferente sustancialmente de lo que el término significa para Schuchardt. El hecho de que la ciencia lingüística conforme o determine la materia que estudia, llega a ser evidente, y como advertimos, este hecho Saussure lo incorpora dentro de sus formulaciones de carácter estructural. De forma semejante, el mecanicismo de Bloomfield, aunque nos parezca ahora arbitrario, responde al estado en que se encontraba la investigación lingüística de los años 1910. Bloomfield intentó eliminar la anarquía indeseable al proponer lo que se pensó eran limitaciones coherentes y puramente metodológicas. Sin embargo, estas limitaciones metodológicas -bastante más profundas incluso que las que se encuentran en Saussure- fueron, a . juicio de muchos, confundidas gratuitamente con la «ciencia». El rechazo por 107
del «mentalismo» le lleva a la filosofía conductista en lugar de la despreciada rama wundtiana. 3.3. La estilística de Bally
Antes de examinar con mayor detalle el trabajo de los últimos lingüistas americanos del- siglo xx en conexión con las materias literarias, estaría bien resumir brevemente las aportaciones anteriores de ciertos especialistas (principalmente europeos) y ciertas escuelas de pensamiento 1°. Deberemos limitar la argumentación a investigadores que compartan los mismos supuestos básicos de la investigación lingüística que éstos, a pesar de que por varias razones hallen las funciones del habla «afectivas» o.«creadoras» y la literatura más a su gusto que sus colegas de inclinación matemática e intenten tratar tales funciones en un marco menos metodológicamente circunscrito que el que se suele asociar a una investigación lingüística profunda. Debemos centrarnos en la «estilística» de Charles Bally (1865-1947), discípulo de Saussure, y en el idealismo alemán del Stil f orschung. Prueba de la dirección seguida por el grupo de Bloomfield -su virtual aislamiento- t es el hecho de que para todos los efectos la obra de Bally ha sido ignorada en los Estados Unidos. Incluso ahora, su influencia es escasa. Se reduce en gran parte a unos cuantos romanistas. Su punto de vista es, por supuesto, saussureano, pero contiene muchas e interesantes modificaciones que, a primera vista, pueden parecer paradójicas. A1 igual que su maestro, Bally, suizo también, prefirió trabajar dentro de los límites de la langue, y su orientación tradicional siguió siendo siempre totalmente psicológica (una característica francesa claramente presente ya en Condillac). Tal como está presentado en Le langage et la vie (1913, 1926 y 1935), Bally se propone estudiar «el lenguaje en cuanto expresión de los sentimientos y en cuanto instrumento de acción», es decir, la preponderancia, sobre la inteligencia, de loeruditos «afectivo» y «volitivo» en la construcción y los en 1 ° Unos cuantos europeos o sus discípulos emigraron en años 1930 a los EE.UU. Debe señalarse la enorme deuda de la Universidad americana a estos hombres y mujeres que, en muchos casos, no llegaron a ser eruditos americanos ilustres, pero trajeron con ellos la variada y preciosa herencia de sus países de origen, aportando lo mejor de su pasado a las realidades y a las posibilidades de su presente americano. Su contribución a la vida intelectual de los Estados Unidos ha sido incalculable. 53
guaje natural. Su tendencia mentalista es, al mismo tiempo que antilógica, antiliteraria. Rechaza el «estudio del estilo», es decir, el estudio del estilo literario en su contexto estético, en pro de la «estilística», que, tal como él la expone, describe principalmente la lengua hablada o los textos solamente en cuanto ofrecen ejemplos de la lengua hablada. Su objetivo es «sacar conclusiones de la investigación de palabras o expresiones emotivas corrientes que manifiesten las actitudes espirituales y mentales comunes a un grupo lingüístico o presentes dentro del mismo». Desde el punto de vista del principio, esta doctrina parece asemejarse a las teorías intuitivas de la escuela idealista, pero, en realidad, metodológicamente no es así. Bally se mueve dentro de los sectores cuidadosamente delimitados de sistemas lingüísticos dados y de los factores «espirituales» implicados, contentándose con describirlos tal como funcionan. Además, a diferencia de Vossler o de Spitzer, se muestra decididamente antihistórico: «La estilística es puramente descriptiva. Lo que pertenece al pasado no le afecta, si este pasado no ha dejado algunas huellas (descriptibles) en el presente.» Habiendo preferido la langue a la parole, Bally decide describir la sincronía y no la diacronía. Además, su método es típicamente lingüístico, puesto que está basado en un contraste efectivo (oposiciones); usa el término comparación: «Un principio importante de nuestro método es el establecimiento, por abstracción, de algunas formas de expresión ideales y normales; no existen en ninguna parte en el estado puro del lenguaje, ni se convierten en realidades tangibles, a partir de las que se observa: 1) las tendencias constantes del espíritu humano, y 2) las condiciones generales de la comunicación del pensamiento» ". Estos «modos característicos de expresión» están agrupados en torno a dos polos: 1) el modo «intelectual» o «lógico», que el lingüista emplea como una norma, que le permite primero la comparación y después, la detectación de las variantes semánticas y afectivas, y 2) «el lenguaje común», norma que permite la descripción de las «peculiaridades sociales» del uso lingüístico. Estos dos polos son evidentemente «interpersonales», pues son las medidas lingüísticas que dan lugar a descripciones concretas de los realia que se apartan de dicha medida. El criterio de Bally es el uso, nunca la «regla» gramatical tal. También arremete, al estudiar los textos 11 Traité como de stylistique f ranpaise, Heidelberg y París, 1909, I, páginas 28 y ss. 109
contra la confusión entre la observación estilística (la verdadera estilística) y la observación de los recursos del estilo (el análisis literario), puesto que esta confusión puede inducirnos a creer evidentemente que estamos estudiando la naturaleza de los medios de expresión cuando, en realidad, estamos estudiando simplemente el uso que un autor hace de estos recursos. «Cuando examinamos -dice Bally- si una expresión (dada) se adapta al tono general de la obra... practicamos estética literaria, crítica, pero no estilística.» Cada elemento estudiado, pues, debe ser «comparado» en términos de oposiciones estrictamente categorizables: por ejemplo, sinónimo en oposición de antónimo. Estas comparaciones pueden conducir a un cotejo con otra lengua que implica relaciones no fonéticas entre dos sistemas lingüísticos diferentes. Bally hace uso frecuentemente del alemán para señalar los recursos estilísticos del francés. La curiosa distinción de Bally entre la lengua hablada y la lengua escrita es importante y merece ser explicada profusamente. La lengua escrita es siempre la manifestación de los estados de la mente, de las formas del pensamiento que normalmente no encuentran su expresión en el lenguaje ordinario. El contexto de la lengua escrita se diferencia del de la situación hablada; la lengua escrita se halla privada de entonación expresiva y de la mímica. Además, en la conversación, la situación está casi siempre dada, mientras que el escritor debe crear la situación. Puede situarlo en el tiempo, y puede incluso pedir al lector que lo vuelva a leer. Por tanto, la verdadera norma de la auténtica investigación lingüística está contenida, para Bally, en la viveza, la creatividad del habla. Por implicación, el crítico debe hacer precisamente lo contrario. Contra el sentido del lenguaje hablado en general, Bally utiliza su concepto de «lenguaje común», clase desprovista de valor afectivo. Y una especie de grado cero lingüístico útil como herramienta para las comparaciones. Por ejemplo, la sintaxis de «Juan ama a María» es una función del lenguaje común, puesto que, en teoría, no permite elección alguna; también es una construcción frecuente y puede ser utilizada como una «norma». Sin embargo, Bally niega inteligentemente la existencia de fundamentos reales para la comparación, en un sentido estructural, entre la sintaxis lógica y la estilística afectiva, puesto que constituyen dos sistemas de expresión bastante diferentes. No obstante, queda por ver hasta qué
vos realmente separados y no son simplemente dos categorías que abarcan el mismo objeto material. Estos principios de trabajo establecen el fundamepto para una ciencia paralela, aunque diferente, a la lingüística estructural a la que nos hemos llegado a acostumbrar. Paradójicamente, es el intelectualismo de Bally el que estimula su concentración sobre lo afectivo. Su punto de partida, la dinámica del habla de Saussure (circuit de la parole), implica que es el vehículo de la expresión de conceptos y que éstos están emparejados, como si existieran, en un clima afectivo totalmente penetrante. Bally, sin embargo, no cae en el error lingüístico de estudiar, como un psicólogo, los estados afectivos que acompañan a la expresión; orienta rigurosamente su análisis hacia la investigación de las mismas estructuras lingüísticas y de sus valores expresivos generales: «La labor de la estilística es extraer lo que es general en los caprichos de la expresión personal y establecer tendencias comunes; uno puede decir que la estilística investiga en el habla y en las obras escritas que no interesan a un crítico e historiador de la literatura.» Así, por ejemplo -el espacio no permite un resumen detallado de sus varios resultados-, su tabla de «efectos provocadores», incluye una clasificación de acuerdo con el tono, estratos temporales, región, grupos de edad, clases sociales, grupos sociales, etcétera. El énfasis es marcadamente psicológico, aunque la sintaxis (por ejemplo, la elipsis, los procedimientos indirectos) no se deja enteramente a un lado. La obra de Bally se centra mucho más en los recursos expresivos del francés que en las «sublimes deformaciones» practicadas por Racine, Moliére y Hugo. Sin embargo, los estudiosos del lenguaje literario, particularmente en Francia, han aplicado directa o indirectamente las técnicas de Bally al estudio de la literatura; la precisión de sus formulaciones ha llamado la atención de numerosos eruditos literarios. (Ver las muy conocidas obras de Jacques Marouzeau y Marcel Cressot, y B. Dupriez más recientemente, «Jalons pour une stylistique littéraire», Le Franpais moderne, XXXII, núm. 1.) Han retenido principalmente la antigua dicotomía norma-desviación, heredada de la retórica clásica, y han considerado el lenguaje de un determinado escritor como una forma apartada del francés o inglés estándar. Esta clase de tratamiento ha aumentado, sin duda, nuestra información sobre los diversos autores estudiados, pero no ha hecho progresar un ápice
literaria. Estos «estilistas» de la literatura ni siquiera han sido fieles a la real originalidad de su maestro. Bally, por ejemplo, centró consistentemente su atención en los procesos (el «instinto etimológico», «sinonimia», «figuras», etcétera). Las normas de Bally -su lenguaje lógico y «lenguaje común»no son, en ningún sentido del término, absolutos. El «modo lógico» y el «lenguaje común» pueden ser manifestaciones de lo que hemos llamado interpersonalidad, pero en el sistema de interpersonalidad de Bally es parte esencial de un proceso dialéctico, un movimiento (que funciona en dos niveles) a través del cual el lingüista-estilista comparatista aprehende y registra las normas que gobiernan los medios de expresión propios de un sistema lingüístico dado, y arroja luz afortunadamente sobre el comportamiento del lenguaje en general. En cierto sentido, este movimiento o proceso es circular (o espiral): Bally comienza por un hecho tangible de la expresión, lo sitúa respecto a los dos «modos característicos» normales que, debemos recordar, no «existen en ninguna parte en un estado puro» (el primer nivel de interpersonalidad); y esta comparación le permite extraer una descripción cualitativa preliminar, que a su vez le lleva a la formulación de los procesos implicados (el segundo nivel,de interpersonalidad). Bally no solamente respeta la concreción de los fenómenos observados, sino que sus mismas abstracciones se hallan imbuidas de un sentido de lo real. En resumen, ha ideado un método que reconcilia, dentro de un sistema cerrado, la polaridad individualinterpersonal, pero que, sin embargo, sigue siendo fiel en el plano del método al carácter interpersonal del estructuralismo, tal como fue sistematizado por Saussure. Críticos como Amado Alonso han puesto de relieve con frecuencia las semejanzas y las diferencias entre Bally y sus contemporáneos, los lingüistas «idealistas» alemanes. En su mayoría, estas semejanzas y diferencias se reducen a las siguientes: lo mismo que Bally, Karl Vossler, Leo Spitzer, Ulrich Leo y Helmut Hatzfeld son «mentalistas». También ponen de relieve los elementos afectivos de la expresión, hablan incluso de «lenguaje» y «vida» en términos algo metafísicos. La escuela idealista se diferencia de Bally, sin embargo, en que rechaza el positivismo como método y la categoría de verdad científica y mensurable que pretende enseñar. Además, al negar ---como lo ha hecho Crocecualquier diferencia esencial entre el lenguaje común y el uso literario,
mente en el campo de la lingüística románica. Por eso, constituye como un puente entre el numeroso cuerpo de lingüistas y ciertas escuelas, principalmente académicas, de la crítica literaria moderna. Los idealistas han tenido gran éxito entre los críticos e historiadores literarios, a pesar de considerarse a sí mismos como lingüistas.
3.4. El idealismo: Karl Vóssler y Leo Spitzer Debe decirse, en primer lugar, que los idealistas constituyen un grupo menos estrechamente unido que, por ejemplo, la escuela de Ginebra, el Círculo lingüístico de Praga o la escuela de Bloomfield. Las afinidades entre los idealistas son bastante fuertes; comparten muchas actitudes básicas, pero sus métodos arrojan un elevado grado de individualismo en cada miembro. Estos métodos se remontan a las teorías de Humboldt y a ciertos seguidores declarados de aquel maestro. Recordemos, por ejemplo, a Heymann Steinthal (1823-1899), autor del trabajo etno-psicológico Ursprung der Sprache (tercera edición revisada de 1877), quien «liberó» el lenguaje de la dependencia de unas categorías lógicas a priori en un sentido anteriormente desconocido: «En materia de lenguaje -escribió Stein-thal-.no hay diferencia entre su creación original ( Urschñp f ung) y el acto creador que se repite diariamente.» Esta idea fue recogida por Benedetto Croce (1866-1952) en su Estetica comme scienza dell'espressione e linguistica generale (1900-1902) y le dio nueva coherencia filosófica. Para Crpce, todo uso del lenguaje es esencialmente expresivo y está, por tanto, gobernado por un sistema estético; la realidad del lenguaje reside, naturalmente, en su uso. Como categoría, el lenguaje constituye, por ~tanto, un orden de creación personal (es decir, energeia). No es un arsenal. de armas prefabricadas ni un simple diccionario, ni un «cementerio de cadáveres más o menos bien embalsamados». La unidad lingüística reside en la «inner form» de ciertas partes del discurso (la innere Sprachform de Humboldt). Esta forma interior es con la que el lingüista-esteticista o crítico debe enfrentarse en sus investigaciones para aclarar las cosas, tanto en términos de estructura como de significado. Este resumen demasiado breve apenas hace justicia a Humboldt, Steinthal y Croce. Deseamos, sin embargo, señalar un punto esencial, a saber, el esfuerzo hecho por estos
precursores de la tradición idealista para establecer categorías analíticas que permitieran el estudio de lo individual y su aportación dinámica y significativa al establecer una alternativa para el positivismo como un método. Es altamente significativo que durante el apogeo de los neogramáticos (primera década de nuestro siglo), las primeras obras teóricas importantes de Karl Vossler ( 1872 - 1949 ) hayan descrito precisamente el «positivismo» y el «idealismo» de la «ciencia del lenguaje» (Positivismus und Idealismus in der Sprachwissenschaft, 1904 , un trabajo dedicado a Croce) y el habla «como creación y evolución» (Sprache als Schópfung und Entwicklung, 1905). En la primera de estas obras, Vossler tiene cuidado en definir el positivismo y el idealismo cómo métodos, no como dos sistemas filosóficos distintos (aunque sí distingue el positivismo «metafísico» del «no metafísico»). El punto de vista idealista trata de aplicar correctamente «nuestros poderes intuitivos al campo de la investigación histórica objetiva»; la lingüística es una de las disciplinas históricas -aquí Vossler no está en desacuerdo con el punto de vista de los neogramáticosbasada, sin embargo, en la «facultad intuitiva». Coloca el «principio de causalidad humana» en el dominio de la razón humana, es decir, el espíritu (Geist). Por otra parte, al positivismo le satisface describir minuciosamente los hechos de ciertos problemas concretos, trata exclusivamente del «conocimiento del material», visto como un valor en sí mismo, y describe las causas de las operaciones fenomenológicas o simplemente se niega a tratarlas. La adopción del punto de vista «idealista» conlleva un cambio completo de procedimientos. De acuerdo con Vossler, los positivistas (por ejemplo Meyer-Lübke y sus seguidores) han clasificado el material lingüístico tanto anatómica como jerárquicamente en términos de fonética/fonología, morfología, sintaxis y semántica (ésta virtualmente olvidada), y han sostenido que la estilística, que trata de las elecciones determinadas por la motivación estética, debería caer con propiedad dentro del campo del historiador y crítico literario, y no dentro del campo del lingüista. Vossler, el idealista, adopta un procedimiento opuesto. Da más importancia a la estilística, la única disciplina capaz de proporcionar verdaderas explicaciones de los fenómenos descritos por la fonología y morfología (definidas como las «disciplinas más bajas», capítulo ü). El idealista acepta la clasificación estética general, puesto que iguala el lenguaje con la «expresión espiritual»: «la historia del desarrollo y del cambio lingüístico
sólo pueden ser la historia de las formas espirituales de la expresión, es decir, la historia del arte en el más amplio sentido de la palabra». Para Vossler este punto de vista es apriorístico, pero qúizá sea menos que la pseudo-objetividad del positivismo empírico. El lingüista debe basarse en la aprehensión de las estructuras de cualquier conjunto dado de hechos, pero los resultados de su análisis, si los maneja debidamente, son en realidad tan «científicos» como los esquemas y los modelos expuestos en las gramáticas convencionales, descriptivas e históricas. Su método consiste en «reproducir conscientemente el proceso interior que ha hecho posible la "obra de arte"» (cap. üi, parte 2), esto es, que da coherencia a los hechos caóticos reunidos. Esta «reproducción consciente» resume dos «momentos distintos» o etapas a través de las cuales todos los fenómenos lingüísticos, gramaticales o, incluso, métricos, deben pasar: «1) el momento de progreso absoluto, es decir, la etapa de libre creación individual, y 2 ) el momento de progreso relativo, es decir, la etapa del llamado desarrollo regular, de creación colectiva, como si estuviera surgiendo un proceso de condicionamiento vital» (cap. vi¡). La intención es, sin duda, diacrónica; el Stil f orschung del idealismo alemán, a diferencia de la estilística de Bally, es casi invariablemente genética. Sin embargo, esta limitación temporal está compensada por el amplio campo de acción dejado al análisis vossleriano. Los recursos lingüísticos individuales, un poema o una novela, y los sistemas completos del lenguaje, son relevantes y están tratados todos en el mismo nivel. En la práctica, el método de Vossler tiene un carácter jerárquico dual: el de la obra individual de arte y, en un plano todavía más alto, el lenguaje como proceso cultural. El «método» de Vossler llega lejos al definir el material sobre el cual está destinado a operar. La teoría de «dos momentos» o fases se refiere a lo que en Positivismus und Idealismus in der Sprachwissenschaft resume su actitud hacia la polaridad de lo interpersonal frente a lo individual. Esta actitud es quizá incluso más paradójica que la de Bally. Esto implica que: 1) ambos factores son coadyuvantes de la historia lingüística, pero siguen siendo, por así decirlo, distintos temporalmente; lo individual correspondería, aparentemente, al primer paso, mientras que lo personal correspondería al segundo; sin embargo, cada uno implica constantemente al otro; y 2) solamente la atención relacionada con lo individual, como parte de un proceso creador
general, es capaz de arrojar luz sobre lo interpersonal. El primero engendra el último, y es precisamente la estructura genética la que reclama la principal atención del lingüista. En los últimos años, Vossler -amplió considerablemente sus teorías concernientes a los niveles de los modelos genéticos; llegó a estar casi obsesionado por las implicaciones del proceso interno que gobierna la expresión en todos los estratos, particularmente en el nacional, de ahí su doctrina de que las posibilidades expresivas de cualquier lengua están gobernadas por el «espíritu» de los hablantes (ver la edición revisada Frankreichs Kultur und Sprache, 1929). El estudio de estas posibilidades con respecto a su uso -no en abstracto- es el estudio del «estilo nacional». En cierto sentido, después, Vossler resolvió la paradoja elevándose sobre ella en su propia práctica; llegó a tratar más lo interpersonal, pero, al hacerlo así, se apoyó en técnicas normalmente asociadas con los estudios de _lo individual del lenguaje. Y sigue sin decir que ninguno de sus experimentos o conclusiones pueden verificarse matemáticamente; sus últimos trabajos no están libres de misticismo '2. Así, cada lenguaje posee «una fuerza, un talento, un temperamento», en suma, una voluntad creadora por sí misma, análoga a la voluntad creadora del poeta; sigue siendo, por definición, interpersqnal, pero se comporta individualmente. Sin intentar resolver, defender o atacar estas interesantes paradojas, podemos poner de relieve, una vez más, la constante insistencia de Vossler sobre lo expresivo, es decir, el rasgo no comunicativo del lenguaje. ¿Provienen las dificultades del lector del deseo de Vossler de estudiar varias lenguas como sistemas expresivos más que como vehículos, principalmente, de comunicación? Posiblemente. Bally, como vimos, se apoya fuertemente en el circuit de la parale de Saussure (con el hablante y el interlocutor), mientras que Vossler raras veces tiene en cuenta este tipo de relación. No en vano está interesado principalmente por los tipos de lenguaje menos contaminados por las consideraciones interpersonales; para testificarlo tenemos su comentario referente al sonido y a la poesía: «En el lenguaje del habla de cada día, las formas naturales de expresión -sonidos, voces y ritmo- están reguladas por el uso, y constituyen las formas externas que tienen que obedecer a nuestras intenciones y necesidades. En poesía, se con
"También Spitzer calificó de «prematuro» el análisis extendido por Vossler del estilo nacional: Linguistics and Literary History, Princeton, 1948, pág. 11. Ed. esp., Madrid, Gredos.
vierten en la parte íntima y dominante, a la que las reglas de sintaxis y el uso del vocabulario tienen que adaptarse» (Geist und Kultur in der Sprache). Este papel, «interior y dominante», del sonido en poesía es el que reclama claramente la principal atención de Vossler. En realidad, es la misma complejidad del lenguaje literario la que le induce a estudiar con preferencia al «lenguaje común», obras de los principales escritores (Dante, Lope de Vega, Racine). No obstante, resulta curiosa comprobar que es la generalización de la creación del lenguaje individual, en gran medida, a la que Vossler consagra su tiempo y hace materia digna de su interés. ¡Cuántas creaciones desviadas habrán caído fuera del mismo! 13.
13 Una muestra de la aproximación de Vossler a los problemas directamente lingüísticos podía hallarse en su «Neue Denkforrnen ¡in Vulgarlatein», publicado como un capítulo de Geist und Kultur in der Sprache, Heidelberg, 1925. La tesis general de este artículo, algo inspirado en Dilthey, es que el latín vulgar -la lengua de la que deriva el romance- no es una simple corrupción del latín clásico, sino una modalidad lingüística presente en la más antigua latinidad -es una moda muy diferente de la modalidad literaria clásica helenizante que no se habló nunca de manera general. Vossler explica los rasgos fonéticos, morfológicos y sintácticos en términos de modalidad (norma) estilística del latín vulgar, demostrando que los rasgos lingüísticos esenciales del latín vulgar, en cuanto estilo, se generalizaron en los nuevos paradigmas que lo convertirían eventualmente en romance cuando la Weltanschauung de los hablantes del latín llegó a predominar finalmente sobre la modalidad dominante en el estilo clásico. Tenemos la típica idea vossleriana de que la estilística -la ciencia que estudia la libre elección de los fenómenos lingüísticos- es anterior a la sintaxis, que, a su vez, es meramente la ciencia de la elección lingüística generalizada. Permítaseme parafresear unas cuantas líneas de los pasajes que describen el futuro romance (págs. 67 y ss.): En primer lugar advertimos que el futuro latino no poseía una estructura concretamente determinada de los modelos flexionales. A causa de la coincidencia histórica v lingüística del futuro y del presente de subjuntivo, el futuro osciló entre una orientación modal y temporal: por un lado, amabo y delebo; por otro, legam y audiam. Las terminaciones -so v -AM se equilibraban la una a la otra y tendían a mezclarse. En la baja latinidad, se observan todo tipo de confusiones: floriet por florebit, respondeam por respondebo... Además, la semejanza fonética de amabit y arnavit, de amabunt y amabant llevó a confundir los significados, lo mismo sucede con leges-leget y el subjuntivo de la primera conjugación: Ames, am-et, etc. Sin embargo, la tendencia formal del lenguaje pudo proporcionar una solución por la vía del cambio analógico, al crear un modelo fijo y homogéneo; para que tal solución haya sido posible, se hizo necesaria la posibilidad de conocer la tendencia del lenguaje. Sin embargo, el concepto temporal del futuro presentó señales de debilidad y, finalmente, sucumbió. Lo mismo que el profeta en su país, el concepto del tiempo futuro no disfruta normalmente de gran consideración en el habla de las masas. El esteta adopta respecto a las cosas futuras una actitud puramente contemplativa...
Debido a su emigración a los Estados Unidos poco antes de la Segunda Guerra Mundial, su fuerte personalidad, el gran número de escritos suyos que aparecieron en revistas americanas y su cátedra vitalicia en una posición influyente en la Universidad Johns Hopkins, el trabajo de Leo Spitzer (18871960) es mucho más conocido en América que el de Vossler. Es difícil valorar lo que Spitzer debe a Vossler; sus evoluciones parecen ser más paralelas que derivadas, y Spitzer ha puesto de relieve constantemente su propia originalidad. Es suficiente decir que ambos eran romanistas pertenecientes a la misma tendencia de Stil f orschung, y que, dentro de esta tradición, Vossler trata de cuestiones más generales y más amplias, en tanto que Spitzer, el etimólogo y estilista, prefiere problemas específicos especialmente, el estudio de ciertos grupos semánticos, de historia de palabras e investigaciones estilísticas individuales. De los dos, tenía quizá Vossler una mente más profunda; pero Spitzer poseía ingenio más brillante e inteligencia más clara. Por conveniencia, no trataremos de los primreos trabajos de Spitzer, pues sus ideas continuaron siendo notablemente constantes a través de los años. Además, fueron los estudios publicados en inglés, que llevan por título común Linguistics and Literary History (Princeton, 1948), los que tuvieron resonancias más amplias en los Estados Unidos 14. Un vis Para evitar que la concepción temporal futurista sea desviada a lo largo del sector modal del miedo y esperanza, deseo e inseguridad, se debe disponer de un alto grado de semiconsciencia y disciplina; es decir, se debe poseer una mentalidad filosófica y una actitud interna. Si pudimos englobar de una sola mirada el uso total de las expresiones temporales al final de la antigüedad, y si pudimos comparar, con respecto al uso, el habla familiar de las masas con el estilo prominente y cultivado literariamente del pueblo, deberíamos, en mi opinión, poseer reflejado en las acuñaciones y efectos generales de lingüística-histórica, el abismo profundo que separa la calma estoica de la gran superstición, de la febril y apasionada religión de las masas. La confusión fonética, pues, y especialmente el hecho de que la intencionalidad del futuro, en latín, haya estado tan marcadamente contagiado por las facetas sentimentales del deber, afecto, deseo, ansiedad, miedo, etc., hizo que las formas flexionadas resultaran superfluas. Para expresar la mentalidad nuevamente formada, el lenguaje dispuso de otros muchos medios, más originales, fuertes y más intensos: el subjuntivo, el imperativo, el indicativo, el puro infinitivo, la circunlocución que implica velle (cfr. rumano), posse, debere y lo mismo con habere. La construcción infinitivo + habere se convirtió en la base del futuro romance en la mayoría de los casos (excepto el rumano). (CANTABO: CANTARE HABEO): fr. chanterai, esp. cantaré, it. canteró.) 1 ' Las referencias a este volumen por otros eruditos americanos y extranjeros han sido numerosas; dos reacciones
tazo a este libro demuestra la adhesión de Spitzer a los principios básicos estudiados antes en Vossler. Spitzer rechaza también el «positivismo», especialmente la rama practicada por Meyer-Lübke y Beeker, sus profesores de lingüística románica y de literatura francesa, respectivamente, en Viena. Esta cruzada antipositivista responde, en parte, a un número de artículos muy fuertes que no dan relevancia a la reputación dé Sp'itzer entre sus colegas americanos (véase su reseña The syntax o f Castilian prose, de Keniston, Chicago, 1937) en Language, XIV (págs. 218-230). Lo mismo que Vossler, se niega a admitir cualquier distinción fundamental, con la salvedad, aparentemente, de la del énfasis entre el estudio de la literatura y el estudio del lenguaje per se. Pero mientras que para Vossler el análisis de textos literarios estaba subordinado, en cuanto tal, a la especulación lingüística general, Spitzer llegó a estudiar mucho más las obras puramente literarias en los términos de estructura y significado, especialmente en los últimos años. Su influencia en América como auténtico lingüista ha sido, en el mejor de los casos, mínima, y, a veces, quizá contraproducente (en especial para la lingüística románica), pero su importancia como un tipo especial de crítica literaria ha sido considerable. Spitzer no solamente combina el estudio lingüístico y la investigación literaria, sino que «cruza», en realidad, «las fronteras» que separan las dos disciplinas. Sin embargo, para muchos no lingüistas de la erudición literaria americana, Spitzer encarna la aplicación de la lingüística al estudio de la literatura. Y así, en el ensayo titulado Linguistics and Literary History, Spitzer confiesa que los métodos y grados de certidumbre, tanto en la investigación literaria como en la lingüística, son fundamentalmente idénticos, puesto que las conclusiones a que ha llegado respecto del Neveu de Rameau de Diderot, y la Phédre de Racine, podían haberse alcanzado justamente lo mismo y con toda seguridad mediante un enfoque diferente, pero que, al haber sido adiestrado por Meyer-Lübke en lingüística románica, prefiere una técnica que ha encontrado útil para la investigación etimológica. La crítica, añade, debería describir la obra como tal (lo mismo que la etimología debería estudiar la palabra), no ofrecer un juicio o valoración apriorísticos de la obra. Cada obra es un
atención: Jean Hytier, «La Méthode de M. Leo Spitzer», Romanic Review, XLI (1950), una crítica bien hecha del método de Spitzer, planteando su validez general, y, más recientemente, los manifiestos de René Weliek, en Comparative Literature, XII, 1960.
todo completo e indivisible; su unidad es una función de la mente del creador (la «voluntad creadora» de Vossler). Todo depende del espíritu coherente del escritor: la estructura de la argumentación, la imaginación, el lenguaje, el significado. Haciendo suya una noción de etimología, Spitzer denomina a este espíritu coherente e interior «etimon espiritual» de la obra, la fuente de todo lo demás. Después de leerlo muchas veces, el crítico-analista capta el etimon espiritual, o es conducido a él por un «click» intuitivo, es decir, una comprensión instantánea del principio interno ordenador de la obra. Sin este «click» no tiene lugar la comprensión. Una vez que el crítico literario reestructura la obra en relación a su significado total (principio de organización), puede y debería integrarse dentro de un dominio más amplio, por ejemplo, todas las obras completas del autor o el espíritu estético de la época y/o de la nación. El «click» de Spitzer lo provoca frecuentemente un rasgo estilístico o lingüístico de la obra, un algo que, al ser distintivo, puede calificarse como una «desviación estilística», que revela a cambio una peculiaridad literaria típica de la mentalidad del escritor. (Por desgracia, no se ha aclarado de ~ué norma o norma hipotética se supone que «se desvía» este rasgo.) Así, advierte que en la novela del escritor francés Charles Louis Philippe, Bubu de Montparnasse (1905), obra de los primeros años del siglo xx, existe un «uso aberrante» de á cause de (a causa de) que refleja el lenguaje hablado, es decir, el no literario. Además, indica en varias ocasiones que la relación causal se manifiesta allí «donde la persona corriente leería solamente la coincidencia», como en la oración: «el despertar al mediodía es pesado y mugriento... se tiene un sentimiento de decadencia a causa de un despertar anterior». A causa de está usado en vez de la expresión parecida en comparación con. Spitzer insiste en descubrir la estructura completa de relaciones causales establecidas en las novelas de Philippe; esta estructura indicaría cuál es su concepción de la causalidad. Después pasa del «estilo de Philippe al étimon psicológico, a la raíz de su alma». Denomina al fenómeno en cuestión «motivación pseudo-objetiva». Philinpe, cuando presenta la causalidad como lazo de unión de sus caracteres, parece reconocer una fuerza lógica bastante objetiva en sus razonamientos, torpes, perogrullescos y semipoéticos; su actitud muestra una simpatía fatalista, medio crítica, medio comprensiva y humana, para con los errores inevitables y 59
los esfuerzos frustrados de estos seres del bajo mundo, empequeñecidos por las fuerzas sociales inexorables. Y añade otro ejemplo: «(amaba) la voluptuosidad secreta (de Berta) cuando estrechaba fuertemente su cuerpo contra el suyo... le gustaba aquella cualidad que la distinguía de todas las mujeres que había conocido, porque era más delicada y porque era su propia mujer y porque había arrebatado su virginidad». Spitzer completa su explicación: «La motivación pseudo-objetiva manifestada en su estilo es la clave de la cosmovisión de Philippe; como han observado también otros críticos literarios, mira sin extrañeza, pero con profunda pena y con un espíritu cristiano de contemplación, el mundo que funciona equivocadamente con apariencias de rectitud y de lógica objetiva. Los diferentes usos reunidos... conducen a un «etimon» psicológico, que está en la parte más profunda de la inspiración tanto literaria como lingüística de Philippe»''. Este ejemplo típico basta, creemos, para demostrar la clase de estudio que Spitzer intentó llevar a cabo. Se ve hasta qué punto parte de las preocupaciones lingüísticas en uso y cómo se realizó su conversión al análisis y al comentario literarios. Aplicando a Spitzer nuestra medida de lo interpersonal e individual, podemos concluir que: 1) su atención se ocupó exclusivamente de la individualidad de los fenómenos lingüísticos o literarios que investigaba (en otras palabras, que sólo le interesaron los fenómenos específicamente individuales), y 2) la interpersonalidad, que quiso decir eventualmente para él poco más que validez general del método, residía plenamente en el asentimiento que sus conclusiones inspiraran a sus compañeros, profesores y lectores. Dicho de otro modo, la preocupación de Spitzer por el estado de su disciplina y por las humanidades en general constituyó el pretexto principal: durante muchos años las humanidades han imitado a ciegas a las ciencias naturales positivistas; la erudición humanística ha alcanzado un punto muerto; es necesario, por tanto, intentar algo diferente. Este es el tema constante de los escritos de Spitzer, al menos en América. Entre tanto, su gusto personal, su confianza casi mística y el apoyo en la intuición -la forma más personal de conocimiento-, su fe apasionada en el hombre como creador, le 1s indujo a probar de una forma 'muy personal aquellos Spitzer desarrolla estas conclusiones en un esfuerzo por demostrar todavía más cómo la «mens Philippina es un reflejo de la mens franco-gallica del siglo xx» (pág. 14).
arte y que reafirman la independencia del homo f aber, su libertad ante cualquier cosa que sea obligatoria o lógica en el lenguaje, es decir, impuesta de antemano. En cierto sentido, Spitzer siempre trató de señalar los significados ocultos, tal como él los veía, de estas importantes desviaciones emanadas de la libertad. La obra de Spitzer ha sido muy alabada y muy criticada. Por el lado negativo, se ha puesto de relieve que su método no es realmente tal; cuando fue imitado por mentes menos capacitadas condujo a la complacencia e incluso a la más compleja incompetencia. Hay algo posiblemente caprichoso, incluso anárquico, en el «círculo filológico» de sus «clicks», personalizaciones intuitivas y énfasis psicológicos. Spitzer, que siempre expresó libremente su preocupación por el estado en que se encontraba su disciplina, no dejó ningún fundamento sólido sobre el que construirlo; ha legado a sus sucesores el ejemplo perturbante de su propia brillantez luminosa y menos felizmente su frecuente terquedad. Sus conclusiones son a veces asombrosamente contradictorias. Parece desagradable, retornando a nuestro ejemplo anterior, que tan ferviente partidario de la libertad como fue Spitzer viera en la mens Philippina un tipo de «reflejo preconcebido de la mens f rancogallica del siglo xx», y que ésta fuera la última palabra de Spitzer sobre el asunto, su última frase. La interpersonalidad nunca jugó un papel indispensable en ningún análisis lingüístico de Spitzer; en el mejor de los casos, resumida en una teoría de «positivismo seco», actúa como una especie de duende técnico en el marco de su «método». Spitzer ni siquiera consiguió superar la tensión que, en una medida considerable, logró Vossler; Spitzer consigue mejores resultados cuando interpreta datos concretos. Por consiguiente, debemos preguntarnos cuáles han sido los efectos positivos del «ejemplo» de Spitzer. En un nivel más general, Spitzer representa la posición antipositivista. Ha contribuido de modo significativo a mantener la alternancia individualista dentro de una estructura académica en gran manera destinada a la investigación positivista, pero, más concretamente, tenemos que hablar de su presencia en los Estados Unidos, país, no nos olvidemos, en el que en 1940 el nuevo descriptivismo lingüístico y estructural se había fusionado completamente, y la literatura había sido borrada de la atención lingüística refinada, donde la crítica de los textos (fijémonos en el importante equipo de Armstrong, de Princeton) dominaba los estudios 60
medievales por lo menos en las lenguas románicas, y donde, finalmente, los estudios graduados de literatura se habían entregado, casi por completo, a la historia cultural y a la investigación de los orígenes. La aplicación de cualquier forma de enfoque lingüístico a la literatura, excepto, por supuesto, en el establecimiento de los textos, no se llevaba a cabo. Verdaderamente, el New Criticism había empezado a ejercer alguna influencia en unas cuantas universidades americanas, pero sus esfuerzos y técnicas, cuantas se desarrollaban con empuje, tenían todavía que ser divulgadas universalmente. La lingüística románica, en muchos aspectos quizá la más erudita de las grandes subdivisiones lingüísticas, estaba sufriendo un eclipse general. Fue en este ambiente en el que destacó la originalidad de Spitzer. Por cierto, en su conferencia de priceton de 1947 («Lingüística e historia literaria»), justifica muchos comentarios autobiográficos, sosteniendo algo maliciosamente, pero no sin cierta verdad, que la situación del estudiante americano de entonces no era diferente de su propia situación en los días anteriores a la primera guerra mundial, cuando estaba en Viena. Entonces fue más importante la afirmación muy documentada de Spitzer de que el análisis minucioso de ciertas características lingüísticas, presentes en algunas obras literarias, podría llevar a un entendimiento más profundo y enteramente legítimo de estas obras. Las interpretaciones serían aceptables para los representantes más avanzados de la escuela tradicional, lo mismo que para los jóvenes partidarios del New Criticism. Tal como resultó, esta afirmación ofrecía una salida a lo que un número creciente de maestros americanos, críticos y estudiantes habían llegado a considerar como un punto muerto metodológico. Además, estaba en perfecta consonancia con la preocupación por el «significado», tan típica -incluso entonces- de la crítica literaria moderna anglo-americana. Los defectos de Spitzer se pasaron por alto, y en su mayoría acertadamente, en vista de las nuevas y maravillosas posibilidades que su agudeza crítica, su gran aprendizaje y su talento lingüístico parecían descubrir. Sus conclusiones podrían ser rebatidas e incluso rechazadas completamente, pero sus ensayos nunca resultaban aburridos; parecían suscitar la emulación. De la misma manera que cualquier otro escritor magistral, Spitzer contribuyó a la salida del punto muerto que estamos experimentando en el momento presente, y a la parcial reconciliación de la lingüística y los estudios literarios. El hecho de que hiciera poco por promover las directrices de la
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investigación comenzadas durante su vida -hay ciertamente razón para suponer que él no las entendía-, sigue siendo otra cuestión. No es la menor de sus muchas paradojas el hecho trágico de que Spitzer, que había hecho tanto por despertar tantas vocaciones y que poseía una sensibilidad tan fina de las realidades, fuese a la postre incapaz de hacer otra cosa qué desacreditar los esfuerzos de sus más dotados colegas jóvenes. Spitzer no fue ningún innovador: pertenece al final de una tradición frecuentemente espléndida. En ningún caso es más evidente esta verdad que en su incapacidad para captar las nuevas tendencias de su disciplina.
3.5. El Círculo lingüístico de Praga En las últimas dos décadas más o menos, se ha llegado a conocer y a apreciar altamente el trabajo de muchos lingüistas y filólogos generalmente agrupados bajo el distintivo del Círculo lingüístico de Praga. En última instancia, el círculo de Praga deriva y reacciona en contra del estructuralismo saussurQano y contra ciertas tradiciones de la Europa oriental que vuelven su mirada atrás, hacia las escuelas rusas de Jan Baudouin de Courtenay (1845-1929) y Serge Karcevski (1884-1955). Menos conocidos en América que la fonología de Trubetzkoy han sido los importantes estudios literarios producidos bajo la égida de los miembros de la escuela de Praga. Muchos de éstos, por ejemplo, Roman Jakobson, habían estado anteriormente en estrecho contacto con el grupo formalista ruso; otros, como René Wellek y Jan Mukarovsky, eran checos nativos muy interesados por las materias literarias. La presencia de Jakobson y de Wellek en América y el extremo hasta donde llegó su influencia justifican la reseña de la teoría lingüística del Círculo lingüístico de Praga. El primer volumen de los Travaux du Cercle linguistique de Prague contiene el manifiesto del grupo, sus théses (páginas 7-29). Estas «tesis» intentan reconciliar los estudios sincrónicos y diacrónicos de las estructuras lingüísticas lo mismo que la lingüística comparada, evolucionista y dialectal. El enfoque es formalmente sistemático y funcional: «la lengua es un sistema de medios de expresión destinados a un fin» (pág. 7). Dicho de otro modo, se vuelve a idear la metodología del análisis lingüístico para proporcionar un adecuado sistema clasificatorio y global, capaz de adaptarse de modo 61
lingüísticos, empírica y objetivamente. Cuando están insertos en un sistema clasificatorio, los «hechos» lingüísticos adquieren cierta importancia lingüística. Y, así, la teoría de la escuela de Praga responde en su propio estilo a las necesidades disciplinares de la lingüística, lo mismo que al carácter fragmentario del lenguaje como tal. A1 clasificar y demostrar la interrelación que obtienen los fenómenos lingüísticos, esa teoría y esa práctica sistematizan el lenguaje: el lenguaje se convierte en un sistema de medios de expresión. Se advierte, pues, el legado de Condillac. Las tesis se suceden por oposición. Tras haber descrito las diversas funciones de la lengua (langue) en términos de lo «interno» vs. «externo», lo «racional» vs. lo «afectivo», la «comunicación» (referencial) vs. lo «poético» (autodirigido), los autores continúan demostrando «el sistema de convenciones» asignado a cada uno de «los lenguajes funcionales»: «oral» vs. «escrito», «lenguaje alternativo» vs. «monólogo continuo», «grado de cohesión social existente entre los hablantes», «relaciones interdialectales», etc. Las observaciones sobre el «lenguaje literario» son muy instructivas. Los factores externos -es decir, políticos y sociales, etcétera- no explican cómo el lenguaje literario se diferencia del lenguaje común. El lingüista debe reconocer que «la distinción de la lengua literaria se hace gracias al papel que desempeña» y que este papel cultural posee unos coeficientes formales: 1) la intelectualización, 2) el control, 3) la norma creadora. El lenguaje literario se caracteriza «por una utilización funcional considerable de los elementos gramaticales y léxicos» (cfr. Vossler), y por un lado tiende a expandirse, mientras que por otro tiende a ser monopolizado por la clase social dominante. La historia de la lengua literaria es, por consiguiente, la descripción de estas tendencias en sus operaciones a lo largo del tiempo. Esta historia es legítima, en realidad necesaria, si se presta la debida atención a lo que hace que el inglés, francés o alemán sean lo que son: importantes vehículos culturales. Así, en el mismo volumen de los Travaux, se encuentra el estudio de Bohuslav Havránek «Influence de la fonction de la langue littéraire sur la structure phonologique et grammaticale du théque littéraire» (págs. 160-120). Havránek señala también que la estructura gramatical del lenguaje está asimismo afectada por la función literaria y no sólo por el léxico. La categoría del lenguaje literario o tradición cultural se contrasta con el «lenguaje poético». Estas páginas (17-21)
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son los más valioso del repertorio del Círculo lingüístico de Praga. Si la interpersonalidad se pone de relieve en el tipo de función asignada al lenguaje literario, el concepto de lengua poética incorpora efectivamente el papel individual dentro del amplio edificio disciplinar. La lengua poética se opone a la «lengua de la comunicación»: «la lengua poética tiene, desde el punto de vista sincrónico, la forma de la parole, es decir, de un acto creador individual, que adquiere su valor, por una parte, del fondo de la tradición poética actual (lengua poética) y, por otra, del fondo de la lengua comunicativa contemporánea». Las relaciones son muy complejas. Nuestros autores chocan con la naturaleza simbólica del lenguaje poético al afirmar que «la lengua poética tiende a poner de relieve el valor autónomo del signo, y todos los planos de un sistema lingüístico que no tienen en el lenguaje de comunicación más que un papel de servicio, adquieren, en la lengua poética, unos valores autónomos más o menos considerables». En otras palabras, las operaciones lingüísticas efectivas de un texto poético resultan interesantes por sí mismas y pueden equipararse, de hecho, con lo que es la poesía, al menos formalmente. Mientras tanto, las complejidades de estas operaciones, cuando se entienden con propiedad, aportan una preciosa luz sobre el funcionamiento de la misma lengua. La realidad de un discurso poéticamente efectivo obliga al que lo analiza a relacionar sus diferentes elementos con toda la «estructura funcional» de la obra: «Unos elementos objetivamente idénticos (es decir, aislados) pueden revestir, con estructuras diversas, unas funciones absolutamnete diferentes.» En seguida se reconoce el organicismo de carácter moderno construido sobre estas doctrinas. Pero el esteticismo crítico, en cuanto tal, es minimizado en favor de la observación y clasificación científica, es decir, «lingüística». El investigador está especialmente advertido en contra de las siguientes inclinaciones de su propio gusto. He aquí unas cuantas recomendaciones concretas: 1) el ritmo, metro y rima deben estudiarse en relación con la estructura fonológica del lenguaje para estar seguros, pero estos rasgos poéticos suelen llevar también consigo niveles (planos) gramaticales, léxicos o sintácticos; por tanto, a) si el- orden de palabras no tiene sentido gramaticalmente, hay posibilidades de que sean en la práctica muy pertinentes, y b) la rima manifiesta una estructura morfológica tanto cuando los morfemas semejantes 62
tica poética tiene todavía que ser elaborada; por tanto; «el sujeto mismo es una composición semántica y los problemas de la estructura del objeto no podrían ser excluidos del estudio de la lengua poética»; 3) la historia literaria -y recordamos la tendencia antilingüística de Coleridgeha tratado tradicionalmente de lo que las obras literarias han significado (signifié) más que de lo que constituye en realidad el discurso lingüístico, es decir, el énfasis del mismo signo; es una pena, puesto que «il faut étudier la langue poétique en elle méme». Los miembros del círculo de Praga -especialmente Mukarosky- se preocuparon de la poética en un número considerable de artículos y monografías. La influencia perdu rable de estas doctrinas puede medirse por las publicaciones, como el volumen Poétics/poetyka (Varsovia y La Haya, 1961), los artículos coleccionados de la Primera Conferencia Internacional de Trabajo dedicados a los Problemas de Poética (Varsovia, 1960). Sin embargo, para nuestros objetivos, es suficiente recordar que la teoría de la escuela lingüística de Praga sigue siendo fiel a los supuestos de la investigación científico-lingüística, al postularnos técnicas de investigación que ordenan coherentemente el objeto material de la disciplina, pero que implican también las perspectivas y los fenómenos del interés de los historiadores y críticos literarios. La teoría de la escuela de Praga es, en consecuencia, exclusivista en un sentido muy creador. A1 definir la tarea del lingüista con un rigor recomendable, esta teoría proyecta luz sobre otras disciplinas y materias de preocupación general e intelectual. Además, el tipo de análisis practicado -el procedimiento de posiciones analíticas o antinomiasse ofrece como un modelo para otros campos distintos que la lingüística 16. El «estructuralismo», tan en boga hoy en día, especialmente en Europa, entre los antropólogos (Claude LéviStrauss), críticos literarios (Roland Barthes) e incluso ciertos filósofos -Jacques Lacan y Michel Foucault- puede ser estudiado siguiendo el paradigma disciplinario del círculo de Praga. Todavía hoy idea deintegra que ellolenguaje ls Así, la resulta teoría sorprendente de la escuela delaPraga que he
denominado la polaridad individual-interpersonal dentro de su metodología; Saussure había ido más lejos, al distinguir entre langue y parole. Para Saussure la distinción era equivalente al dar libertad de control a los que deseaban describir exclusivamente la langue; el círculo de Praga utilizó a ambos polos en su relación. 127
cultura como una función formal de las tradiciones históxicas en sus relaciones expresivas. La abstracción resulta muy útil y merece la más completa aceptación entre los eruditos literarios y lingüistas, sobre todo porque la erudición americana pudo beneficiarse directamente de la nueva relación que disfruta la antropología cultural de Boas, Sapir y Conklin. Es preciso elaborar técnicas de análisis extendidas, en parte, por las configuraciones puramente relacionales, muy familiares de los teóricos de la escuela de Praga. Los problemas genéticos deberían elaborarse descriptiva y pertinentemente con respecto a la verdadera dinámica del funcionamiento literario y cultural. En rélación con el «lenguaje poético», el énfasis de la escuela de Praga sobre la creatividad es realmente acertado. Una visión más amplia quizá pudiera preferir considerar tal creatividad como algo especializado y la creatividad, en general, como un factor necesario para toda producción lingüística. Sin embargo, al describir los coeficientes formales -es decir, formalizados- del lenguaje poético, la teoría de la escuela de Praga no solamente evita el «esteticismo egocéntrico», sino que reconcilia, al menos como intento, el legítimo interés del crítico literario por las obras literarias, concebidas orgánicamente como «monumentales», y la necesidad del lingüista de comprender, de alguna manera general, las operaciones del lenguaje en la medida en que tales obras las rechazan y utilizan.
3.6. Edward Sapir La presente exposición de los supuestos y las técnicas de la lingüística y sus ramificaciones literarias deberían, al menos, mencionar la figura muy compleja de Edward Sapir (18841939), erudito que durante su corta vida corporizó todas las posibilidades y contradicciones de la investigación lingüística de la América del siglo xx. Especializado primeramente en alemán e indoeuropeo en la Universidad de Columbia, Sapir estudió las lenguas indias americanas bajo el magisterio de Franz Boas (1858-1942). Tras pasar los años que van de 1910 a 1925 en la Sección de Antropología del Museo Nacional Canadiense (Ottawa), se fue a la de Yale. Profesionalmente, Sapir fue un antropólogo y un lingüista. Aparte cuantiosos artículos y monografías, escribió un libro titulado Language (Nueva York, 1921). Durante su estancia en Canadá, demostró un profundo interés por la poesía y la 63
música. Era una persona muy culta; escribió poemas y compuso varios estudios analíticos, incluyendo el «Valor heurístico de la rima» (Queen's quarterly, XXVII [1920], páginas 309-312) y «Los orígenes musicales del verso» (Journal of English and Germanic philology, XX, págs. 213-228). El último capítulo de Language se titula «Lenguaje y literatura». El Language de Sapir aporta virtualmente ideas sugestivas; hay materia de pensamiento suficiente como para mantener a muchos investigadores ocupados. En Sapir, sospechamos que el principal problema se centra en la cualidad de la actividad mental que asocia con la lingüística -la capacidad de enfrentarse y utilizar las complejidades para seguir los enfoques, esto es, experimentar, pensar y relacionar-. No es extraño, entonces, que se encuentren en Language afirmaciones sobre los temas básicos presentes en la moderna problemática del lenguaje: lenguaje y pensamiento, cultura y forma lingüística, la naturaleza de la estructura gramatical, creatividad y expresión, unidad y diversidad de la forma lingüística -de todo esto habla Sapir-. Demuestra el más claro y profundo conocimiento de la dinámica lingüística, tanto si escribe del cambio histórico como de la relación de los procesos y «conceptos» gramaticales. En «Lenguaje y literatura», Sapir trata de lo que el círculo de Praga llamó «lenguaje literario» y lenguaje poético». A continuación, los relaciona con la colectividad cultural y con la situación de lo individual dentro de la misma. Su presentación tiene un sabor dialéctico: «El lenguaje es en sí mismo el arte colectivo de expresión, un conjunto de miles y miles de intuiciones individuales. El individuo se pierde en la creación colectiva, pero su expresión individual ha dejado alguna huella. El lenguaje está listo o puede prepararse rápidamente para definir la individualidad del artista. Si no aparece ningún artista literario, no es esencialmente porque el lenguaje es un instrumento demasiado débil, es debido a que la cultura de la gente no es favorable al desarrollo de tal personalidad cuando busca una expresión verdaderamente individual» (págs. 246 y ss.). Subrayando la doctrina de Sapir, está la misma creencia moderna de que «las lenguas son para nosotros más que sistemas de transferencia de pensamiento» (pág. 236). La literatura, tal como lo expone, «se mueve dentro del lenguaje como un medio de expresión, pero ese medio abarca dos estamentos, el contenido latente del lenguaje -nuestra co 129
lección intuitiva de expresiones- y la conformación particular de un determinado lenguaje -el modo concreto de nuestra colección de la experiencia». Es prevalente en el pensamiento de Sapir la noción de que la función simbólica del lenguaje es más fundamental que su instrumentalidad, y, sobre todo, que la última está implicada en la primera. Así, «el simbolismo verdaderamente profundo» de las obras literarias muy relevantes, aunque «lingüísticas», «no depende de las asociaciones verbales de un lenguaje particular, sino que se ayopa con seguridad en una base intuitiva que subraya toda la expresión lingüística». Esta «base intuitiva» es identificada por Sapir -quien sigue a Croce aquí- con un «lenguaje del arte lingüístico generalizado» (pág. 239). Los buenos artistas consiguen reconciliar «los dos campos»: «su personal intuición aparece como una síntesis completa del arte absoluto de la intuición y del arte innato, especializado, del medio lingüístico», mientras otros no lo consiguen. Tal esfuerzo es evidente en Whitman; con Heine «uno está bajo la ilusión de que todo el mundo habla alemán». Muchos de los comentarios de Sapir coinciden con la tesis de la escuela de Praga. Y así, Sapir airea sus dudas sobre si «la sonoridad innata de un sistema fonético (fonémico) cuenta tanto como las relaciones entre los sonidos, y la gama total de sus semejanzas y contrastes» (pág. 241). Los estilos literarios dependen de la estructura sintáctica del lenguaje, pero Sapir pone de relieve el papel abierto del poeta quien utiliza precisamente las constricciones de la lengua. Referente al verso, Sapir recomienda un estudio cuidadoso del «sistema fonético... sobre todas sus características dinámicas, y se puede decir qué tipo de verso se ha desarrollado, o si la historia ha hecho trucos a la psicología, qué tipo de verso debería haberse desarrollado y cuál se desarrollará algún día» (pág. 246). Esto es precisamente lo que Roman Jakobson hizo con respecto al verso checo, y de ahí que revolucionara la teoría métrica del mismo. Sin embargo, a diferencia de las tesis de Praga, los comentarios de Sapir sobre literatura no son programáticos. Consagró más atención al análisis de las «construcciones culturales» concebidas más ampliamente, es decir, qué «hace y piensa una sociedad» y cómo lo expresa mediante formas lingüísticas y semióticas (pág. 233). Se preocupó por la problemática de la historia -lo que llama el «devenir de la cultura»- y, en particular, de la posibilidad de demostrar la «serie de contornos» o «formas innatas» de la 64
modo para relacionar estos «contornos» con las formas lingüísticas. Sin embargo, el sentido de la cultura de Sapir universaliza el lenguaje como lo hizo la «historia» de Condillac y Flumboldt. Su identificación certera de las operaciones lingüísticas con la más amplia clase de las funciones semióticas o generalizadas de los signos proporciona una base metodológica para el estudio «lingüístico» del arte verbal. Su análisis de la creación poética como el empleo creador de las posibilidades que Implican los dos «campos» de la forma interna o las restricciones exteriores al sistema lingüístico concreto (es decir, inglés, alemán), sigue siendo fiel a los dualismos más provechosos que el pensamiento moderno ha producido. Más que cualquier otro maestro americano de este siglo, Sapir muestra el camino para los aut¿nticos temas del estudio lingüístico y literario. Su «lingüística» apunta hacia una completa filosofía del lenguaje.
CAPÍTULO I V LA CRÍTICA LITERARIA Y LA CIENCIA DE LA LITERATURA EN AMERICA 4.1. El New Criticism Con la aparición de las primeras obras críticas que marcaron la pauta y las obras imaginativas de T. E. Hulme, T. S. Eliot (la función del poeta es «dislocar el lenguaje dentro del significado») y Ezra Pound, y las revistas como Poetry y T he Dial en la segunda y tercera décadas de este siglo, una nueva atmósfera literaria -la del modernismo consciente- llegó a impregnar la escritura y pensamiento crítico anglo-americaho. Pero mientras que la reforma de la lingüística tuvo lugar necesariamente en la Universidad, la iniciativa de esta transformación del espíritu literario vino de otros ángulos diferentes a los académicos, aunque, como los lingüistas, los nuevos hombres de letras intentaron ir más lejos que el historicismo filosófico del siglo xrx. Hay pocos contactos entre los reformadores literarios y lingüísticos, una situación bastante diferente de la que prevalecía en el grupo formalista ruso contemporáneo y, más tarde, en el Círculo lingüístico de Praga. Pound y Eliot habían recibido una sólida formación, aunque especializada, en literatura románica, principalmente, francesa. Pound se centró en el estudio de la antigua poesía románica en la Universidad de Pennsylvania; Eliot estudió bajo la dirección de Irving Babbitt en Harvard. El modernismo francés, es decir, el arte por el arte, el simbolismo y las «escuelas» que le siguieron llegaron al punto de partida en su búsqueda en pos de una nueva poética y un orden literario. Desde 1910 hasta cerca de 1925, estos poetas y críticos literarios estaban menos interesados, sin embargo, en establecer un código crítico concreto que en establecer unos cánones mu~ , generales de la teoría y, especialmente, de la práctica. Y así,
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la obra Principles of Literary Criticism (Londres, 1924), de I. A. Richards, se coloca entre las primeras piezas históricas de tendencia hacia una sistematización limitada y característica del New Criticism 1 de los años 30 y 40. De modo significativo, en el nivel puramente teórico, estos trabajos tratan con más precisión de los dos problemas citados más frecuentemente por Hulme, Pound y Eliot: los debates centrados en el estado de cosas y en el valor de la literatura (su independencia inherente, lo mismo que su relación definitiva con la filosofía -principalmente con la estética- v otras artes; «su significado») y la cuestión del lenguaje literario y la estructura (can los problemas subsidiarios del ritmo, la imagen y el estilo). Una afirmación fundamental que comparten tanto. el New Criticism como los poetas es la siguiente: que la literatura -esto es, el trabajo literario o, como lo llaman con frecuencia, el poema o la poesía- posee cierta clase de identidad determinada. No se debe confundir con la «historia», como hizo Vossler, con el típico abandono «idealista». Ni debería confundirse con la ciencia, lo que sería peor. La creación poética tampoco debería ser «científica». A partir de estas hipótesis, se sigue que la relación de la poesía con el lenguaje (siendo éste, naturalmente, lo que diferencia la poesía de las otras artes) puede ser estudiada de dos modos fundamentales, aunque no necesariamente sin relación mutua: 1) desde el punto de vista del lenguaje poético, es decir, como un lenguaje que obedece a unas condiciones generales y específicas de expresión poética (enfocando la poesía como tal e ilustrando y explicando el objeto), y 2) considerando el lenguaje como «comportamiento poético», esto es, el lenguaje, aquella entidad «abstracta» que se usa de una manera particular y que consideramos «poético» (en el centro de la atención sigue estando el lenguaje, aunque en su única -o múltiple- función poética). La mayor parte de los críticos han escogido la primera alternativa, aunque unos cuantos, forzando sus análisis hasta el éxtremo, han continuado examinando las ramificaciones de la segunda alternativa, un terreno que suele considerarse de dominio exclusivo de los 1
New Criticism es un nombre equivocado en el sentido en el que el término difundido por John Crowe Ransom en su The New Criticism (Norfalk, Conn., 1941), dice mucho y poco: resume demasiados puntos de vista individuales, y su «novedad» hay que ponerla en tela de juicio. La ventaja del término es su obvia cohesión y gran difusión.
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retóricos (por ejemplo, Kenneth Burke). La identidad y la función de la poesía, un viejo debate, ha sido buscada tanto intrínseca como extrínsecamente. Lo que la ciencia o la religión no podrían hacer, la poesía, dicen algunos, lo puede aprobar o desaprobar. Otros explican: leyendo muchos poemas hemos aprendido que los buenos poemas o los poemas de «éxito» parecen tener las siguientes características; es preciso enumerarlas y, además, tratar de ver cómo funcionan los poemas. En cualquier caso, muchos criterios típicos de escuela y la teoría del siglo x1x se han abandonado. «Raza, ambiente, momento», «arte por el arte», «la voz del pueblo», tipologías inspiradas biológicamente y semejantes, ya no interesan a nuestros críticos. Algunos de los principios generales del New Criticism deberían revisarse antes de pasar a la cuestión específica de la identificación de la poesía con el lenguaje. En ninguna parte está más claro el esfuerzo de la crítica reciente -por lo menos en sus etapas iniciales- que en los escritos influyentes de I. A. Richards, por algún tiempo teórico literario, especulador filosófico y psicológico y ahora poeta en la Universidad de Harvard. En muchos aspectos, el Richards de los primeros tiempos es un heredero directo de la Ilustración; su racionalismo, su interés por la psicología mecánica', su afición por la experimentación decididamente empírica y su gusto por los esquemas «objetivos» de clasificación, le hacen, mutati.s rnutandis, un valioso sucesor de los filósofos. El mismo universalismo de Richards, su interés por diversos «avances» y resúmenes bien hechos (como el Inglés Básico), así como también su intensa curiosidad intelectual y su singular libertad de prejuicios, son cualidades que descubrimos en Condillac. Richards encuentra en el hombre la causa v la justificación de sus diversas teorías literarias -teorías que, a propósito, constituyen solamente una parte de la visión total del hombre, orientada psicológicamente. Así, aunque el arte no puede proporcionar la verdad matemáticamente, la ciencia a Este interés es evidente en muchas de sus obras, pero en ninguna -por lo menos para nosotros- tanto como en la de C o T e r i d g e , on Imagrnation, Londres, 1934, nueva interpretación descriptiva de la dicotomía «imaginación-fantasía» (especialmente cap. IV) llevada a cabo en términos del reciente organicismo Gestalt y asociacionismo empírico. Richards intenta «mecanizar» a Coleridge, hacer su sistema sintético a base de un instrumento analítico.
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seres que piensan y sienten. (Los primeros escritos de Ri chards, repudiados en parte posteriormente, ponen de relieve las diferencias entre el carácter puramente referencial del discurso científico y la naturaleza emotiva y «mítica» de la poesía'.) Los artistas más grandes poseen, por naturaleza, los más «ricos» impulsos. La experiencia es anterior a la «creación», es decir, la experiencia, en poesía, se traduce mediante palabras, de forma que provoquen en el lector una experiencia igualmente «rica»; asimismo, la expresión verbal de la experiencia, la experiencia verbalizada, es igualmente expresión y comunicación. La expresión se debe juzgar en términos del valor de la experiencia, en cuanto experien cia, mientras que el poema, como arte verbal, debe ser juzgado de otro modo, «técnicamente» tal como Richards indica. Un poema puede triunfar verbalmente y, sin embargo, fracasar como experiencia (es decir, ser insignificante). Esta distinción tiene importancia histórica en cuanto que ha servido para proporcionar la posibilidad, dentro de la tradición crítica anglo-americana, de tratar temas altamente «técnicos». El pretendido «descriptivismo» de Richards, por lo menos en sus escritos de los años 20 y 30, reforzó e ilustró esta posibilidad. Su revalorización de la «fantasía» e «imaginación» de Coleridge en términos de función descriptible es un punto que hay que tratar. A partir de Richards y, quizá, Croce, muchos críticos han aprendido a diferenciar entre tales mecanismos como símiles puramente incidentales (la forma ornata de Croce, la transformación de la «fantasía» de Richards) y la metáfora verdaderamente funcional (la «expresión» de Croce, la «imaginación» de Coleridge y Richards en la obra). La formulación de Richards, libre en su origen de cualquier juicio de valor, ha promovido indirectamente muchos estudios recientes sobre la metáfora, tanto en Gran Bretaña como en los Estados Unidos. Por consiguiente, no es extraño que la obra de Richards haya cooperado también a centrar e interesar al crítico por el problema de la identidad de la poesía. Hemos advertido de paso que Richards se negó a conceder a la poesía la misma categoría cognoscitiva que atribuye al discurso científico; la poesía debe asimilarse con el mito. ¿Por qué y qué quiere decir este aristotelismo reprobado? Si la poesía se propone estimular y, por tanto, comunicar un haz 3 Me refiero principalmente al Principles of Literary Criticism de Richards, Londres, 1924-1925. 67
rrecto», se sigue, de acuerdo con esta definición, que el poema tiene que poseer una estructura coherente, un diseño funcional que impregne todos los niveles. Sin embargo, estos impulsos están «organizados» en dos tiempos: 1) durante el proceso creador, cuando el poeta pelea con su material, y 2) durante la lectura, cuando el poema es experimentado por el lector. Las dos organizaciones están, por supuesto, relacionadas, pero solamente porque el poema, como objeto, está allí, y porque, hasta cierto punto, la experiencia puede ser compartida; todavía no tienen influencia recíproca definible. El sentimiento que experimenta el lector cuando lee el poema, es necesariamente diferente del experimentado por el autor. La estructura existe, pues, en principio; es indispensable, pero -y esto es por lo que Richards no puede encontrar la verdad «objetiva» en la poesía- en ningún caso los dos niveles o etapas de la estructura confluyen en un todo homogéneo y objetivo. Richards se muestra claramente reacio a admitir que la poesía sea una tontería sin paliativos -de ahí el hecho de que la asigne un «significado» diferente del tipo de significado inherente al discurso científico, donde una estructura abstracta y racional -una norma fijada de antemano- está destinada a unir al lector y al autor en un plano establecido del conocimiento, que Richards denomina convencionalmente «la verdad» (es decir, se puede medir, verificar y repetir indefinidamente). El significado de la poesía es esencialmerite un producto de las dos estructuras o «contextos» proporcionados por el poeta y el lector. Sin duda, este significado está encubierto dentro de un tipo de lenguaje diferente del denotativo o científico; Richards denomina a este lenguaje «mítico» o «emotivo», y el lector lo puede aceptar solamente en tanto es consciente de que participa de 1o que otros críticos han denominado frecuentemente una experiencia de naturaleza «ficticia». Richards desarrolla su teoría del lenguaie «emotivo» de acuerdo con las líneas de antemano establecidas en su psicología: el valor del lenguaje emotivo está en razón directa con su adecuación, como un «impulso organizador». La complejidad, incluso la pura dificultad, puede llegar a ser en sí misma un valor, dado que al mayor número de impulsos organizados le corresponde la más «rica» «experiencia» y, en consecuencia, al mejor poema. Esta complejidad se puede estudiar «críticamente» -desde el punto de vista de la validez de la experiencia- o «técnicamente» -en cuanto a su «eficiencia material». 137
volumen complementario, Practical Criticism (1929}-, Richards parece definir la poesía tomando como punto de referencia su lengua, e identifica la lengua poética al informarnos de que es un tipo de lengua propia de la poesía. (Coleridge, recordamos, definió el buen verso como «el mayor número de palabras convenientes en su lugar conveniente»). La poesía es un tipo de discurso que obra poéticamente, es decir, míticamente. El argumento es algo tautológico, pero se comprende lo que Richards persigue. Además, nos ofrece unas hipótesis de trabajo que más tarde admitieron, transformaron y usaron canónicamente otros críticos. Para nuestros propósitos presentes.lo que importa es que Richards identificó la poesía; no solamente estableció su autonomía, sino que lo hizo relacionándola con un tipo de discurso, más concretamente, con una función lingüística. Richards también apeló a las viejas dicotomías racional-emotivas y simbólicoinstrumentales. Refleja un dualismo que es muy similar a los discutidos en el capítulo precedente y que, aunque antiguo, ha sido nuevamente replanteado. El contraste entre ciencia y poesía como lenguaje se ha convertido, pues, en un rasgo de la moderna crítica especulativa. Los esfuerzos pioneros de Richards han conducido a la noción, sostenida ampliamente entre los críticos literarios, de que el discurso científico dirige la atención de los lectores hacia algún elemento exterior a la realidad, mientras que la poesía como un imán rehúsa abandonar la atención que ha polarizado hacia ella. La poesía es, por tanto, el mismo lenguaje autoenfocado. Las actitudes fundamentales de Richards parecen aquellas que hallamos en las teorías de Edward Sapir y el círculo de Praga. Sin embargo. ciertos críticos -por ejemplo, Cleanth Brooks-, al despreciar el psicologismo de carácter «positivista» de Richards v su consiguiente negativa de conciliar el valor referencial de la poesía, continúan separando ciencia y poesía; incluso fundamentan la teoría de la identidad poética sobre esta distinción. En cierto sentido, estos críticos limitan la visión de los principios generales de Richards y enfocan sus investigaciones más concretamente sobre la literatura en cuanto tal. Así, para ellos, la poesía adquiere una naturaleza mucho más objetiva que para Richards, quien, como vimos, se centraba menos, aparentemente, sobre el poema como objeto estructurado que sobre las dos estructuras o «contextos» del poema en tanto elaborado y en tanto leído (autor y lector). Esta nueva objetividad del 68
poema está resumida en la famosa observación de Archibald MacLeish, de que un poema es «igual a: no verdadero» («Ars poetica»). Los seguidores del New Criticism americano raras veces han abandonado la poesía como «lenguaje usado expresivamente», como lo han hecho los seguidores de Croce y los idealistas alemanes. Su punto de partida es completamente diferente. El poema se considera ante todo como un objeto susceptible de estudio en sí mismo, relacionado, pero diferente de otros tipos de actividad espiritual o discursiva. El poema se considera como una cosa en sí misma monumental, como un «organismo», único pero muy ordenado y estructurado según ciertos principios, portadores de valor v necesitados de interpretación y valoración. Se reconoce fácilmente la herencia de Coleridge en estos principios de trabajo. El problema del valor es particularmente importante, ya que dentro del «valor» reside la justificación última de la autonomía orgánica de un poema. El valor es lo que efectivamente funde los lados «técnicos» y «experimentales» de Richards (tradicionalmente: forma y contenido) con la esencia del poema. El sentido también está muy relacionado con el significado. El significado de un poema depende de la interpretación que hace el crítico; su valor es una función del juicio crítico destinado a apoyarse en el significado tal como se interprete. La aportación práctica del New Criticism difícilmente se puede infravalorar. Como regla, los «Nuevos críticos» están más interesados por la poesía como poema que por el poema como poesía o lenguaje considerado abstractamente; de ahí su frecuente antihistoricismo: Donne, Milton y Shelley aparecen tratados, por así decirlo, como contemporáneos. El sistema de Richards, pues, abogaría por un descriptivismo más puro en el análisis literario que las perspectivas de sus numerosos seguidores o, por lo que hace a esto, que las de Hulme, Pound y Eliot. La descripción de sus propias razones raras veces la practican los «Nuevos críticos», porque, para ellos, los estudios minuciosos de un rasgo poético (figuras, ritmo) se deben insertar, para ser válidos, en las interpretaciones específicas y deben conducir a valorar los juicios concernientes a las obras analizadas. La discusión de aspectos ideológico-individuales o formales de una sola obra o de un conjunto de obras, sin referirse a los todos completos, puede ser informativa y útil, e incluso ser digna de elogio, pero no se debe confundir con la verdadera crítica literaria, pues es secundaria. En consecuencia, el comentario lingüístico, como 139
que nos dispensaron Brooks, Tate, Empson, Blackmur y sus semejantes, es fragmentario, es decir, subordinado al contexto de análisis más generales o se convierte en producto fracamente secundario y esencialmente no crítico, de fascinación universal por la literatura. En este aspecto, los «Nuevos críticos» se diferencian de sus colegas los formalistas rusos, quienes ponen especial énfasis en la literatura como obra de arte más que como conjunto de modelos específicos y combinan la sensibilidad literaria con un considerable y desinteresado refinamiento lingüístico. Por esta razón, es casi imposible hablar de una «filosofía» del New Criticism sobre el lenguaje -con excepción, quizá, del «crítico ontológico» John Crowe Ransom (cfr. The New Criticysm)-. Pues, según ellos, cualquier discusión debe limitarse a problemas concretos, interpretados dentro de los límites de las tendencias temáticas e ideológicas. Entre las disciplinas lingüísticas tradicionales, los «Nuevos críticos», cuando han tratado empíricamente materias como la prosodia y el ritmo, han trabajado algo más extensamente la semántica y las distintas implicaciones literarias del significado estructurado. Esta preocupación era ya central en Richards y, por supuesto, en los poetas post-simbolistas como Pound, Eliot, Yeats y sus epígonos. Para cubrir estas materias sucintamente quizá convenga precederlos de una exhaustiva recapitulación, que revise, por lo menos, un problema específicamente literario, aunque con ramificaciones evidentemente lingüísticas, de forma que veamos qué ha hecho el New Criticism al asumirlo en su teoría. Para ello, será oportuno hablar del problema espinoso de la metáfora, cuestión íntimamente relacionada con el tema más amplio del significado. La metáfora desempeña un papel fundamental -en todas las teorías modernas del lenguaje y de la retórica. De todas las flguras antiguas, la metáfora -juntamente con la metonimiaha alcanzado un lugar destacado en las «gramáticas» de poesía, que se ocupan de la posición funcional, clave entre la imagen (materia prima) y el mito (fin último), en la jerarquía de recursos «iconográficos» de base que proporciona el lenguaje poético. Esto se debe al hecho de que, entre las viejas figuras retóricas, la metáfora ha demostrado ser la más provechosa para su inclusión dentro de la nueva visión dinámica del lenguaje, propia de la poesía moderna. Con la desaparición de la relación estática entre palabra y objeto, y 69
metáfora, que depende directamente por parte del lector de la aprensión o la percepción dé un contenido indeterminado, aunque «canalizado», ha venido a encarnar la naturaleza problemática de la expresión moderna. Así, de acuerdo con cualquier teoría literaria verdaderamente moderna, la metáfora puede ser estudiada idealmente desde dos ángulos básicos, a saber: 1) como figura ornamental, es decir, como una simple función del discurso, y 2) como un reflejo del mundo expresado en el discurso, el modo en que una obra -dada o el arte literario, en general, refleja la realidad. La mayoría de los críticos combinaron estos dos procedimientos, acentuando uno más que otro. El primer enfoque tiende a ocuparse estrictamente de métodos analíticos, mientras que el segundo comporta frecuentemente una crítica orgánica más pura, y entraña eventualmente discusiones de significado. En su Traité de stylistique f ranqaise (vol. I, págs. 194 y siguientes) Bally clasificó analíticamente las metáforas irnaginativas en «concretas», «efectivas» y «muertas o fosilizadas» -las dos primeras son comprendidas por la imaginación o por una «operación intelectual», mientras que la última, como «ropaje de algo» es uña imagen metafórica solamente nominal, ya que no funciona como tal. Esta clasificación pertenece al estudio general de Bally sobre la expresividad del francés. Se ocupa de la langue, y no se puede aplicar a una obra literaria particular, ni, por lo rnismo, a una expresión de un intento estético cualquiera que éste sea: utiliza estos temas, no por sí mismos, sino para convertirlos en muestras de langue. En Bally tenemos un ejemplo casi perfecto del erudito que transcribe la metáfora como una figura ornamental, dado que, para él, el discurso es algo mucho más abstracto que lo que podría ser para el New Cristicism. Sin embargo, algunos poetas angloamericanos y los «Nuevos críticos» han examinado la metáfora como una función del discurso poético, o más característicamente todavía, con referencia a unos ejemplos dados del discurso poético. Así, muchas observaciones de Ezra Pound y T. E. Hulme sobre la imagen y la metáfora reflejan sus propios gustos como fundadores del «imaginismo» poético y, por extensión, su crítica de las tendencias afines del pasado y del presente. Hulme, por ejemplo, hace hincapié en la necesidad de la «agudeza», de nuevas metáforas de «fantasía» para transformar «el habla corriente» inexacta y difusa en algo más preciso -algo único-
el uso de la metáfora, ya que estas metáforas traducen verbalmente su visión personal, su «experiencia característica» (Richards). Allen Tate ha hallado en la metáfora un rasgo distintivo del discurso poético y ha fundado en gran medida su teoría de la «tensión» en la naturaleza de la figura metafórica tal como se usa en poesía. Tate contrasta la «expresión literal» y su «significación figurada»' (he aquí una reconciliación de la dicotomía ciencia-literatura), al exigir que la una no excluya a la otra, sino más bien que funcione con ella, dialécticamente, gracias a los medios con que la metáfora opera. Las metáforas evolucionan, y sus significados parecen desenvolverse dentro del marco de referencia proporcionado por varios niveles entrecruzados. Este despliegue referencial, un proceso de moción, constituye la característica principal de un tipo de discurso en íntima armonía, como si existiera, con su longitud de onda. Este discurso es el típicamente poético. Al desarrollarse, como dice Tate, «la complicación de la metáfora», el lector se dispone a sí mismo como receptor de la complejidad de los significados inherentes en la muestra del discurso poético que está experimentando y se somete a su juego de tensiones. Esta teoría es, en parte, una reelaboración de la doctrina fundamental de Richards de la «metáfora funcional» (un producto de la «imaginación», en oposición al símil ornamental de la «fantasía»), pero, a diferencia de la noción de Richards, se ocupa específica y determinadamente de la identidad y del valor de la poesía. Tate está, en efecto, diciendo que, al analizar las metáforas, el lector puede identificar a la vez el texto, es decir, descubrir su finalidad discursiva y comprender finalmente su riqueza total, la gama completa de reverberaciones significativas de las cuales es síntesis y principio ordenador. Sin embargo, mientras se ocupa del significado, no pone aquí de relieve la relación entre poema y realidad, a pesar de que esta relación esté implicada. El problema continúa siendo básicamente un problema de desviación. El énfasis, que muchos «Nuevos críticos» y sus mentores -Eliot, Richards, William Empson, Cleanth Broóks, Tatepusieron en la ironía, en su caracterización de la lengua poética, está también en íntima relación con su preocupación por 4 la metáfora. no seYork, considera ConsultarLasuironía, obra Ondebemos the Zimits recordar, of Poetry, Nueva 1948, más páginas 83 y ss. 70
por la que se consiguen ciertos efectos cuando se dice una cosa y, de hecho, se da a entender otra. Es, como Empson ha detallado, ampliamente' la fuente de «las ambigüedades» gracias a las que el poema llega a ser un objeto de estudio valorable por sí mismo y diferente de otros objetos de estudio no poéticos. La ambigüedad enriquece el significado del poema, al crear ambivalencias deliberadas en todos los niveles importantes de la .estructura, caracterización y expresión. Así, el Charlus de Proust y el Karamazov de Dostoievsky son caracteres ambivalentes; son complejos y, a pesar de no estar reducidos a una expresión parcialmente «clara», son todavía más «verdaderos» y profundos que los caracteres oscuros, fácilmente reconocibles. La expresión «ambigua»- o «ambivalente», no debe, sin embargo, ser conFundida; solamente los más grandes artistas pueden evitar la simplicidad en demasía y las desviaciones anárquicas. A pesar de todo, sus obras prueban que, dentro del organismo de la obra, una ambi,valencia dirigida reconcilia lo que Coleridge llamó «elémentos discordantes», de ahí el creciente alcance y la relevante profundidad de la obra. En un nivel lingüístico -y dejando aparte por el momento todas las cuestiones de tipo puramente epistemológico- la metáfora es particularmente apta para la intención altamente irónica, puesto que, como un recurso funcional, opera por sustituciones aparentes. Por poner un ejemplo, un objeto es designado y, por consiguiente, recalificado con un nombre diferente del que se emplea normalmente para denotarlo. El nuevo nombre, introducido dentro de un contexto, desplaza el objeto designado y sugiere frecuentemente el nombre usual originando por ello una corespondencia, residualmente una función significante de la tensión verbal que, convirtiéndose en un proceso esencialmente dialéctico, se añade al significado del pasaje, al suplir la posibilidad de ambigüedad. Estas operaciones metafóricas son dinámicas, Dependen por completo de una serie de relaciones operantes entre elementos lexicológicamente separables y que funcionan ya como una unidad o ya, por así decirlo, como una fuerza subyacente. Además, estas operaciones cubren una considerable clase de tipos -incluyendo, por ejemplo, complejidades de atributos característicos, puramente verbales, 5 Consultar su Severr of Antbiguity, Lon clres, partales como especialmente el sonido (juegos deTypes palabras, homofonías 1930. 143
mejor conocido}, o las asociaciones todavía de mayor alcance y muy comunes, que unen en contraste irónico versos separados o elementos diferentes de los párrafos plenamente desarrollados. Los Nuevos críticos» -los «analistas» y los puramente «organicistas»- no son conocidos por sus estudios sistemáticos de estos tipos de procesos como desviaciones (ni siquiera Tate)', pero su énfasis sobre la ambigüedad y la ironía, rasgos distintivos del discurso poético ha significado un progreso en tales estudios. Los críticos americanos han pretendido hacer hincapié en lo que John Crowe Ransom ha denominado la «ontología» de la poesía, su identidad y función -su separación como un tipo de discurso- y su relación con la realidad. La discusión de la figura lingüística y poética de la metáfora, aunque a veces descriptiva, ha sido sumergida en un debate extralingüístico concerniente a lo que es poesía. La breve comparación expuesta demuestra un abismo de diferencia entre Bally y estos críticos. Sin embargo, después de haber leído a estos estudiosos de la expresión literaria, uno se inclina a sugerir que los ragos importantes del problema general de la ironía se podían elucidar mejor, por lo menos desde un punto de vista técnico si se incrementara y se prestara más atención a las funciones de la metáfora -no exclusivamente desde el punto de vista psicológico. Es un problema de enfoque. El interés evidente del New Criticism por la metáfora, aparte las consideraciones puramente empíricas, está al mismo tiempo ligado, como una consecuencia, a las preocupaciones de esta «escuela» por la ironía (interpretada psicológicamente por el Richards de los primeros tiempos o, filosóficamente, por Brooks). Y la ironía, tal como ha sido descrita, es una función del problema más amplio de la ontología poética. El interés por la metáfora ha llegado a ser, por tanto, un eslabón secundario, aunque no indispensable, en esta cadena. Un cambio de enfoque, pues, concentrándose en el «eslabón secundario» de la metáfora y sus operaciones, en tanto garantía implícita de la dignidad y la independencia " Ver, por ejemplo, Philip Wheelwright, Metaphor and Reality, Bl.oomington, 1962. La metáfora y otros tropos han sido estudiado> por lingüistas y filósofos desde el punto de vista formal y psicoleí, gico con mayor rigor que el que es normalmente el caso entre lo , eruditos literarios. Ver Roman Jakobson, The fundamentals of laru guage, La Haya, 1956, págs. 76-82 (Edición española en la ed. Ciencia Nueva), y Max Black, en Procedings de la Sociedad Aristotélica, LV (1954), págs. 273-294.
to de este recurso, sino que quizá ofrezca valiosas y nuevas perspectivas para el estudio de los problemas teóricos más amplios de la ironía y el significado. Así, en las consideraciones del New Criticism, la aproximación sintética ha predominado sobre la analítica, por lo menos en principio, pero la síntesis ha proporcionado un número de categorías analíticas valiosas que habrían de desarrollarse ampliamente, como la teorías de la tensión de Tate. Esto no es solamente propio de la metáfora, sino que también, creemos, puede decirse asimismo de la poesía, ritmo y otras materias. El New Criticism ha sido instrumental desde el momento en que impuso un punto de vista moderno en América; ha clarificado el aire y abierto el camino para una variedad de fértiles aproximaciones a los estudios literarios'. El tema de la metáfora no está agotado; sólo hemos tratado parcialmente de los «Nuevos críticos», aunque éste es el momento de ocuparnos brevemente de las «aproximacio nes a la realidad literaria» abiertas y exploradas por el New Criticism y otras tendencias en los Estados Unidos. E1 ímpetu inicial de dicha corriente crítica, ya lo señalamos, no fue académico, sino que se detuvo en un punto de vista creador y crítico, destinado a construir, implantar y defender el nuevo post-simbolismo moderno de la ciencia literaria angloamericana después de la Primera Guerra Mundial. Su función apologética no se puede infravalorar. Sin embargo, por varias razones, el New Criticism y algunos 1)oetas representativos comienzan a aceptar cátedras en varios colegios y universidades. En las «pequeñas revistas» en las que escribieron, se lamentan en varios casos significativos y en un tono semiacadémico, de los libros que comenzaron a aparecer en las colecciones publicadas por las universidades y de que sus discípulos combinaran ciertos emperios estrictamente académicos con los objetivos originales y estratégicos de los «Nuevos críticos». Después de la Segunda Guerra Mundial la crítica literaria moderna más original (le América (opuesta a ' Para untextual análisis más amplio delyNew Criticism, pueden consultar la crítica tradicional otras formasse de comentario los siguientes estudios: S. E. Hyman, The Armed Vision, Nueva York, 1948; Philip Wheelwright, The Burning Fountain, 131oomington, 1954; Murray Krieger, el excepcionalmente útil The New Apologists for Poetry, Minneapolis, 1956; W. K. Wimsatt, The l'erbal Icon, Lexington, Ky., 1954. Finalmente, un artículo esquemálico de la lingüística y crítica literaria, aunque no uniforme, en luurnal of Aesthetics and Art Criticisnz, XVIII (marzo, 1960), págiiias 319-328.
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rar todos sus intentos y miras dentro del sistema académico, donde primeramente rivalizó, después se abrió y, finalmente, se ha unido con las diversas corrientes filológicas y críticas existentes previamente allí. Las técnicas que aportó el New Criticism han transformado los métodos y concepciones académicas, por lo menos en la medida en que unos influyeron en los otros. Esta contaminación ha llegado a crear la moderna erudición americana o «ciencia» en su aspecto más avanzado, al unir los valores de la exactitud y el «desinterés» del compromiso típico del New Criticism con el valor y estética generales. En la Universidad, el espíritu del New Criticism se enfrentó con la situación inmediata de un amplio horizonte de perspectivas. La forma de introducirse los críticos. fue normalmente los departamentos de inglés -en algunos casos más raros, los departamentos de literatura comparada o de creación-, pero la Universidad encontró pronto colegas en los departamentos de lenguas y literaturas extranjeras, de historia y filosofía, de arte y música, ciencias físicas y sociales (por ejemplo, I. A. Richards y B. F. Skinner). Los coloquios -como los seminarios de Christian Gauss sobre crítica en Princeton, las reuniones anuales de la Modern Language Association- formaron pronto grupos de colegas de varias disciplinas y promovieron mucho el intercambio de ideas y puntos de vista. El cosmopolitismo oficial de la actitud moderna anglo-americana (ver la influencia del Axel's Castle [1931] de Edmund Wilson), efectiva principalmente en lo que atañe a la literatura francesa de finales del siglo xrx y unos cuantos grandes escritores aislados (Dante, Pascal; los Essays de Eliot), no pudieron borrar completamente un provincianismo lamentable que un número de críticos americanos sufrió. Por otra parte, este mismo cosmopolitismo favoreció los extensos contactos intelectuales que la Universidad hizo posibles. La historia literaria, por ejemplo, llegó a ser un problema real, discutido en el contexto de la Universidad. La relación entre las artes obtuvo una importancia creciente en un nivel puramente práctico y en el plano de la teoría estética general. Las universidades revelaron a los críticos nuevos métodos y formas de tratar los problemas del lenguaje. El New Criticism fue conocido por la lingüística descriptiva americana y europea, «la forma simbólica» de Ernst Cassirer, el Stil f orschung alemán y la teoría neopositivista (el «positivismo lógico» de Rudolf Carnap, Charles W. Morris y 72
lismo ruso y la estilística hispánica (Dámaso Alonso, Amado Alonso, Alfonso Reyes) pudieron reforzar y modificar la experiencia americana. No sólo la Universidad ha proporcionado una genuina y casera justificación para la importación de ideas y métodos extranjeros a los Estados Unidos, sino que también sus contactos internacionales ayudaron a difundir en el extranjero la obra de los críticos americanos, cuya influencia sobre los escritores, Yves Bonnefoy y JeanPierre Richard, en Francia, por ejemplo, ha sido considerable.
4.2.
La Teoría Literaria de R. Wellek y A. Warren
Entre los diversos tratados académicos que se ocupan corrientemente de la teoría y análisis literarios, el más comffieto hasta la fecha y seguramente el más influyente, ha sido la Theory of Literature (Teoría Literaria) (Nueva York, 1949) de René Wellek y Austin Warren, una obra frecuentemente reimpresa y accesible a los no especialistas, pero que ha ejercido, sin duda, un gran impacto sobre los lectores académicos. Examinaremos con algún detalle algunos rasgos de esta obra, considerándolos como un compendio de las actitudes recientes ante su sujeto y como un programa para el futuro. Por propósitos de conveniencia nos centraremos en los cuatro siguientes ángulos: 1) punto de vista general; 2} la concepción erudita; 3) el estado de la literatura y los estudios literarios; 4) el papel atribuido a la lengua y su análisis. Las cuestiones de lenguaje, tal como destacan, las abordaremos desde el punto de vista literario siguiendo a Wellek y Warren. Wellek y Warren resumen sus puntos de vista al principio de su libro', y vuelven constantemente sobre ellos a través del volumen. Declararon inmediatamente que se debe hacer una distinción «entre literatura y estudios literarios», porque éstos, «si no son concretamente una ciencia» son una especie de conocimiento o de aprendizaje (pág. 3). «La crítica literaria» y «la historia literaria» tienen importantes tareas que realizar, pero éstas «pueden cumplirse solamente c n términos universales sobre la base de una teoría literaria». Por tanto, «la teoría literaria», es decir, un conjunto de métodos, es la gran necesidad de la erudición literaria actual (pág. 7). Wellek y Warren intentan sistematizar los 8 Los números de página en paréntesis estarán referidos al Harvest Book Paperback de 1956, versión acertada del original. 147
puntos de vista insertados en los manifiestos más bien ambiguos de los «Nuevos críticos». Su abra está organizada de esta forma para diseñar una teoría general de la literatura. Se divide en cuatro secciones principales (cap. 19), tituladas, respectivamente, «Definiciones y Distinciones» (trata de la natu'raleza y funciones de la literatura, de teoría y estudios literarios y de varias aproximaciones disciplinares al problema); «Operaciones preliminares» (disposición y establecimiento del manifiesto, bibliografía, crítica textual, investigación, etc.); «El acceso extrínseco al estudio de la Literatura» (la literatura y su relación con la biografía, la psicología, la sociedad, las ideas y otras artes -sendas que pisaran frecuentemente los comentarios del presente y el pasado-); finalmente, el núcleo del libro, «El estudio intrínseco de la Literatura» (el «modo de ser» de las obras de arte literario, problemas de prosodia, estilo, imágenes, géneros, valores e historia literaria). La visión de Wellek y Warren es una cuestión de conjunto, basada a la vez en las definiciones y delimitaciones de la materia. Ha excluido mucha materia inservible; en realidad, la mitad del volumen está dedicada a este problema, especialmente los capítulos «Definiciones y Distinciones» y «El acceso extrínseco al estudio de la literatura». En el capítulo «Literatura y sociedad», por ejemplo, Wellek concede que «la literatura es una institución social, dado que usa como medio de expresión el lenguaje, una creación social» (página 82) y que posee, lógicamente, una «función social». Sin embargo, llega a criticar las investigaciones «estrictas» y «externas», practicadas frecuentemente en relación con la literatura y la sociedad (Hegel, Taine y Marx y sus discípulos menores), métodos que «han usado la literatura como un documento social» (pág. 91) en detrimento de su cualidad real y literaria: «solamente si la determinación social de las formas se pudiera demostrar definitivamente», alega, «podría tocarse el problema de si las actitudes sociales pueden llegar a ser "constitutivas" y entrar dentro de una obra de arte como partes efectivas de su valor artístico» (página 98). Tiene ocasión de reafirmar su credo básico una vez más: la literatura «tiene su propia justificación y objetivo». Esta declaración fundamental importa un poco más que la incorporación en el contexto presente de la afirmación básica del New Criticism concerniente a la dignidad, independencia y valor inherente de la literatura. Sin embargo, Wellek y Warren llevan estos principios más allá de su 73
lógica conclusión dentro de un sistema puramente literario y, a diferencia de muchos de sus inmediatos predecesores, no s& entretuvieron mucho en justificaciones específicas y filosóficas de su posición. El clima de opinión vigente cambió entre 1930 y 1950, 'nuestros autores pueden proceder empíricamente con relación a esto. A través de un proceso casi tipológico de eliminación y definición, Wellek y Warren régulan su concepción de la literatura; extienden y acortan su campo. A1 principio lo reducen: si, al tratar de la literatura y sociedad o literatura o biografía, admiten el principio de relaciones, como acabamos de ver, sin embargo se dan prisa en subrayar los abusos críticos, hechos en nombre de estas relaciones. En cada caso intentan establecer condiciones por las que los aditamentos biográficos, sociales o filosóficos puedan contribuir a la comprensión y valoración de la literatura en cuanto tal. Se ven frecuentemente obligados a invertir las relaciones tradicionales de causa y efecto, o simplemente suprimirlas: «está claro que un estudio causal no puede nunca disponer de los problemas de descripción, análisis y valoración de un objeto como obra de arte literario» (página 61). Sin embargo, esta limitación tiene realmente importancia para una clarificación y una renovación concreta de la confianza en los objetos estrictamente poéticos del arte literario. Sin embargo, nues'tros autores no reemplazan los códigos de la práctica anterior por cánones nuevos. Raras veces se pierden en procedimientos de algún detalle concreto. Se contentan con sentar un número de condiciones básicas que: 1) apoyen y cualifiquen su concepción de creación literaria; 2) establezcan una relación esencialmente problemática de igualdad y modos de proceder recíprocos entre la literatura como proceso y como producto, y los varios elementos «extrínsecos» originados. Esto constituye en sí mismo un rasgo importante de «apertura». Si la literatura no posee una dignidad inherente, si el estudio de la literatura en conexión con uno o más de estos elementos necesarios, aunque extrínsecos, debe realizarse en términos literarios para que valga como «estudio de literatura» (y no como disciplina híbrida), se sigue que esta nueva coherencia atribuida a la res litteraria completa y aumenta su talla, como objeto de estudio y como una parcela de esfuerzo espiritual. Los capítulos introductorios y la segunda parte completa de Teoría Literaria, exponen una visión algo más programática, ordenándola desde lo más general a lo más con
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creto. La literatura, tal como es considerada por Wellek y Warren, como objeto de análisis, comprenderá la «literatura imaginativa» (Obra de arte) y poco más. El lenguaje literario, a su vez -puesto que «el lenguaje es el material de la literatura» (pág. 10)- puede introducirse por lo menos dentro de un criterio parcial a fin de identificar propiamente la literatura. Así, nuestros autores vuelven a las primeras distinciones del New Criticism entre lenguaje científico y literario, a pesar de que lo demuestran algo más extensamente que sus predecesores al unirlo con los problemas del lenguaje y los géneros. Sin embargo, la literatura se caracteriza por su naturaleza «ficticia»; al menos, los géneros principales (épica, lírica, dramática), se describen así; las formas de expresarlo «no son literalmente verdaderas» (página 14), aunque «verdad» y «falsedad» parecen ser factores inevitables de impacto e influencia literaria. Esta r's otra repetición de los típicos debates del New Criticism sobre la literatura y la realidad. Finalmente, la insistencia de los áutores sobre la obra literaria, como «una organización altamente compleja de un carácter estratificado y con múltiples significados y relaciones» (pág. 6) conduce una vez más a un ángulo parcialmente explorado por la crítica moderna anglo-americana anterior, es decir, a los significados y la estructura. En lo que toca a la «función», Wellek y Warren llegan a un grado mayor de esclarecimiento. Al rechazar, como absolutas, las diferentes explicaciones didácticas y psicológicas de la función, concluyen, quizá provisionalmente, que «la poesía tiene muchas funciones posibles», pero «su función primaria y principal es la fidelidad a su propia naturaleza» (pág. 26). Nuestros autores retornan consistentemente a los temas de las recientes discusiones, las resumen, rechazan varias particularidades críticas, tanto de las concepciones modernas como de las muy tradicionales, y aceptan solamente lo que subraya la independencia de la literatura y lo que permite la constitución teórica de estructuras analíticas. Su deuda al canon de la moderna crítica es muy grande, pero esto no les impide superar a sus representantes, tomándoles la medida o incluso yendo más lejos que ellos. La concepción erudita de Teoría Literaria deja una huella para que Wellek y Warren contemplen un cambio y avancen más allá de sus predecesores. Es, en realidad, una extensión de sus visiones generales. Ante todo, se muestran algo tímidos en lo que respecta a la presentación «erudita» e inmediata de su volumen: la bibliografía «selecta», la im 74
perfección de la «prueba» y su deseo de ir más allá de los «hechos». No obstante, encontramos una bibliografía muy abundante, numerosas referencias y notas, un breve índice bien elaborado: es el aparato indispensable de referencia bibliográfica destinada, evidentemente, a proporcionar más que una simple recopilación de datos. Cuando hablan de su colaboración, declaran que participa de la creencia de que "la erudición" y "la crítica", (son) compatibles» (pág. VI), un punto de vista que no requiere incidentalmente mayor defensa que la erudición americana del momento presente. Sin embargo, estos son simples detalles de artesanía. Como sugerimos anteriormente, la mayor originalidad de este libro reside en su implícita asimilación de la teoría crítica moderna dentro del campo de los fines eruditos o académicos. Es importante destacar que Wellek y Warren no se limitan de ningún modo a la teoría americana reciente, sino que imponen a su materia una amplia variedad de visiones contemporáneas (y más avanzadas) concernientes a la «erudición» y al «análisis crítico» tal como se aplicaban a la literatura. Su actitud erudita no es sólo aparente en la claridad y la organización material de la obra, sino que reside también en la amplitud y confrontación de perspectivas, que son, en parte, semejantes y, en parte, diferentes de la experiencia normal en América. Por consiguiente, en un sentido real -y dentro del contexto de su situación americana- no sólo atraen las investigaciones y modas de movimientos, como el New Critism, hacia la Universidad, sino que atraen la Universidad hacia la moderna crítica americana. Y hacen esto de dos formas: 1) describen, comparan y utilizan las teorías extranjeras y las técnicas que describen la literatura, y 2) aportan otras disciplinas no literarias (o «paraliterarias») para impulsar el estudio de los fenómenos literarios. El tipo de simbiosis entre el análisis literario moderno y la investigación académica americana -y hasta ahora típico de ella- fue superado abundantemente por la publicación de Teoría Literaria. ¿En qué medida la simbiosis conseguida en Teoría Literaria refleja una orientación metodológica característica? ¿Produce una clase especial de espíritu crítico aca démico u otro distinto? Ciertos rasgos parecen ser evidentes por sí mismos: no hay ningún matiz de defensa por parte de Wellek y Warren, no pertenecen a una «escuela» dada de literatura imaginativa, ni siquiera, aparte de fomentar el estudio de la literatura contemporánea en las escuelas de graduados, muestran interés por obra alguna ni
del pasado ni del presente. Por otro lado, son reconocidamente antipositivistas, al menos en la medida en que su estudio de la literatura implica una «valoración» consciente de las obras examinadas y en tanto que evitan los intereses tradicionales, exclusivamente «extrínsecos», del estudio literario positivista. Wellek y Warren son objetivos al estilo de la «correlación objetiva» de Eliot;. no pueden aceptar las valoraciones anárquicas de los críticos que reflejan un subjetivismo puramente impresionista, ni siquiera renuncian a la responsabilidad intelectual. Sin embargo, se sospecha, las valoraciones no deberían estar reservadas para el párrafo final del estudio como la forma de disertación académica tradicional parece indicar; el juicio y valoración, como ambos escritores subrayan, están implicados ya en los pasos preliminares, como la elección material y su definición, y deberían «Eldel comprender la poesía» implica «valorarla», sólo valorarla en detalle y mientras se analiza, en vez de hacer del valor un pronunciamiento en el párrafo final. La novedad de los ensayos de Eliot estuvo concretamente en no dejar el juicio para un resumen final o juicio individual, sino en valorar metodológicamente a través del ensayo: mediante comparaciones específicas, yuxtaposiciones de dos poetas respecto a alguna cualidad, así como En con realidad, Wellek y Warren no favorecen ningún tipo particular sobre otro. Los «Nuevos críticos» se ocupan principalmente de la poesía (intentando normalmente que su comentario se aplique a la «literatura» en general), pero la Teoría Literaria, aunque incompleta en este aspecto, hace un decidido esfuerzo por describir lo característico de la poesía, la «función narrativa» y los géneros como un todo: «Las clases literarias no son unos simples nombres que, mediante la convención estética de la que una obra participa, modelen su carácter» (pág. 215). Esta admisión permite todavía una discusión más independiente de los recursos literarios supergenéricos y de conceptos como «imagen» y el «modo de existencia de una obra de arte literaria». Estos aspectos de Teoría Literaria hacen 75
ninguna crítica completa sin un juicio de valor. A pesar de que a veces se acepta su premisa básica de que el conocimiento de los elementos estrictamente literarios de la obra en su organicidad total sigue siendo el objetivo fundamental del análisis crítico y de que tal «conocimiento» no puede divorciarse de la valoración, parece que su «orientación disciplinar» es, en efecto, predominantemente académica, que está gobernada por un interés, por una verdad humanísticamente «científica», formulada, para ser más concreta, con expresiones «metaliterarias». Recordamos las distinciones iniciales que declaran que los estudios literarios son «si no concretamente una ciencia..., una especie de conocimiento» que deben ser organizados «racionalmente», si se les quiere dar «coherencia» (pág. 3). Mientras la crítica literaria moderna defiende la independencia de la literatura como una rama integral de la actividad humana -la legitima en su forma como una ciencia-, Wellek y Warren, participando de este punto de vista, van más lejos y dentro de la escala de propósitos académicos proclaman la independencia disciplinar de los estudios de la literatura. La experiencia de Wellek con sus colegas del círculo de I'raga le resulta útil (ver págs. 25 y ss.). Así, la «concepción rrudita» de ellos gira como si estuviera alrededor de la idea particular que tuvieron de la disciplina, así como de la praxis que representaron sus procedimientos v métodos. El estado de los estudios literarios (algo diferente, después de todo, del de la crítica literaria, aunque íntimamente relacionada con ella), resulta ser el principal interés de nuestros autores e incluso más importante que la naturaleza de la misma literatura. Evidentemente, hemos de reconocer que Wellek y Warren se beneficiaron plenamente de la viIcase acquise que aportó la especulación anterior y la experiencia crítica. Falta decir que la naturaleza (independiente de la literatura, aunque muy problemática en la función actual) determina de acuerdo con la estructura de las disciplinas de hoy el estado integral de los estudios literarios. Pocíríarnos decir más cosas e idealmente las deberíamos decir, pero las 15 3
racionalmente coherentes y concebidas como tales, en lo que atañe a las convenciones que hemos descrito como verdad humanísticamente científica y que nuestros autores clasificaron como «clases de conocimiento». Así pues, los estudios literarios, una vez establecidos, deben ocuparse de la naturaleza de la misma literatura como un problema legítimo; esto es lo que hacen Wellek y Warren. Ahora, por consiguiente, cabe preguntar en qué medida los resultados de los estudios literarios contribuyen a una definición de la disciplina. En una palabra, estos «resultados» confirman normalmente lo que ya hemos indicado. La literatura, .;concebida monolíticamente, exige unos métodos de estudio adaptados a su naturaleza. En consecuencia, estos métodos entrañan en primer lugar una fragmentación o ruptura con los objetivos o técnicas de investigación pre-establecidos, siempre que estos últimos se apliquen al análisis literario. Así, la historia intelectual, el pensamiento común, muy cultivado en los Estados Unidos como una disciplina en sí misma o como un capítulo de la historia general, puede colocarse correctamente al servicio de los estudios literarios siempre que se subordine al objeto de los mismos. A partir de lo que Wellek ha denominado «una confusión de las funciones de la filosofía y del arte..., un mal entendimiento del modo en que las ideas forman parte actualmente de la literatura» (pág. 104) se han viciado muchos comentarios referentes a las «ideas», su importancia y sus fuentes. Los textos literarios se pueden usar documentalmente para la elaboración de la historia de las ideas, pero solamente a costa de anular su «poeticalidad»; e incluso nos maravillamos de cuán propensos a la tergiversación estarán bajo estas condiciones. Por otro lado, parece que no sería posible ninguna historia completa del romanticismo alemán sin Veferencias a Kant; pero los métodos destinados a incorporar el estudio de Kant dentro de un auténtico análisis literario tendrían que ser investigados de forma que fueran métodos que no violentaran ni el pensamiento de Kant ni la poesía de Schiller. El mismo tratamiento se dispensaría a la biografía, sicología, sociología y, también, a la estética. El problema básico sigue siendo el siguiente: ¿Cómo funcionan en un contexto literario los elementos psicológicos o sociológicos (es decir, elementos que, considerados aisladamente, son normalmente los objetos de sus propias disciplinas) y cómo podemos aislar estos elementos sin deformar e incluso destruir la naturaleza 76
cuestión con un ejemplo concreto, se limitan a suscitarla y a declararla como fundamental. «En los efectos de los estudios literarios» -como los que acabamos de mencionar- es donde se comprende más ularamente la naturaleza problemática del análisis literario. (Por esto, no queremos dar a entender la debilidad de tal valoración de los estudios literarios; por el contrario, el reconocimiento de su naturaleza problemática puede indicar una fuente eventual de fuerza). El hecho continúa siendo yue los métodos en moda o planes de procedimiento resultan imposibles en el tipo de análisis literario propuesto por Wcllek y Warren; ni siquiera regularizan las improntas que parecen deseables en el terreno literario. Cada caso, determinado por un punto de vista elegido racionalmente con la esperanza de que resulte provechoso, requiere más de una rosa y menos de otra. Los énfasis cambian constantemente, u pesar de que algunas -rutinas generales parecían indicadas en casos dados: el análisis de la poesía exige, presumiblemente, una apreciación más fina del simbolismo fónico que la mayor parte de las novelas. Sin embargo, Wellek y Warren muestran que ningún esquema analítico proporciona a priori, en y por sí mismo, ninguna aproximación definitiva ir los textos o a su clasificación. Algunos pueden ser más satisfactorios que otros, pero éstos serán también invalidados un día por un cambio del punto de vista. Incluso los principios básicos e inamovibles de nuestros autores conducen a amplias y variadas aplicaciones. La Teoría Liferaria, al hacer hincapié en el carácter provisional de la expresión «metaliteraria» trata este dinamismo y lo deriva de la naturaleza esencial de la realidad literaria. A veces, los autores sugieren que otras ramas de conocimiento del tipo liumanístico podrían participar también de un dinamismo semejante. Si es así, sus cultivadores harían bien en operar acordemente; de ahí la larga admiración de Wellek por la lingüística spitzeriana. En cualquier caso, Wellek y Warren se muestran más firmes en sus rechazos de las prácticas específicas no «literarias» que en sus recomendaciones sobre los caminos concretos de acción. La fluidez del análisis crítico y «práctico», fluidez que refleja y se deriva de la dinámica básica de la orientación disciplinar expresada en Teoría Literaria, parece contrastar paradójicamente con el carácter decididamente objetivo de la visión erudita de nuestros autores. La singularidad de la 155
da. Sus significados son más «referenciales» que los de la música, sus modelos temporales difieren de los de la pintura, sus estructuras lógicas parecen caprichosas cuando se yuxtaponen con la forma silogística de un discurso filosófico, su lenguaje es altamente personal si se compara con el lenguaje de la prosa regulada de la ciencia y, así, por el estilo. Sin embargo, la literatura comparte rasgos con cada una de éstas, e, incluso, otros tipos de discurso. Wellek y Warren tienen el mérito de admitir abiertamente este carácter aparentemente híbrido del arte literario, no solamente en la teoría, sino también en la práctica actual. A1 mismo tiempo, no pierden la perspectiva de la especial cohesión de la literatura, su singularidad e independencia. Lo que hemos denominado «fluidez» de la práctica representa actualmente una especie de flexibilidad que permite a su vez una unidad real en sus fines últimos, en tanto se basa en la realdiad muy variada de la literatura. En consecuencia, la paradoja se resuelve en el sentido en que Wellek v Warren desarrollan y amplían la noción tradicional de objetividad erudita para incluir también la naturaleza provisional del análisis y valor de la literatura. Su cualidad problemática se convierte también en una constante. La subdivisión mayor y más significativa del fracaso crítico presentado aquí es el papel atribuido al lenguaje y su análisis en Teoría literaria. Aquí, por supuesto, como en Coleridge y el New Criticism, el énfasis es sistemáticamente literario. En una reseña de Theory Literature, publicada en Lann_uage ( 1950 ) , el lingüista Kemp Malone observa que «Wellek llega a poner aquí de relieve el estudio del lenguaje y condena al "lingüista profesional" al mismo tiempo». Añade, advirtiendo el desacuerdo de Wellek y Warren con los «behavipristas», que su obra, sin embargo, «demuestra un conocimiento de la materia lingüística excepcional entre los actuales especialistas americanos en literatura» (pág. 312). Ambas afirmaciones son, en esencia, verdaderas: Wellek y Warren muestran poca simpatía o interés por el tipo de interpersonalismo a ultranza, característico de la «clásica» escuela descriptivista americana. No solamente no se han equivocado en ver su relación con los estudios literarios, sino que dieron a entender ocasionalmente que sus métodos podían causar, con el tiempo, daño a la ciencia del lenguaje: «Aproximadamente cada expresión lingüística puede ser estudiada desde el punto de vista de su valor expresivo», escriben, y «parece imposible ignorar este problema como
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la escuela "behaviorista" de la lingüística americana ha hecho conscientemente » (pág. 167). Por otro lado, no parece dispuesto én nada a indicar o comprender las actitudes ante la literatura de esta escuela ni siquiera se menciona en su volumen a Bloomfield, ni, mucho más grave, a Sapir. Se advierte que más que examinar sus posibilidades reales, condena el movimiento entero sobre la base de sus posiciones extremas. Otros puntos de vista pasan desapercibidos. Uno de los más antiguos colaboradores de Language, G. M. Bolling, en su «Linguistics and Philology» ( 1929 ) buscó una «nueva filología» basada «en la más amplia perspectiva del ¡)ropósito de nuestros estudios» (pág. 32 ) . Por regla general, Language ha acogido una amplia variedad de opiniones: 5pitzer, Messing, Leopold, Bonfante. La segunda expresión de Malone es exactamente como la primera. Wellek y Warren, respectivamente, pusieron de relieve el factor lingüístico de la literatura en los diferentes' niveles. El hecho de que la literatura sea una arte lingüístico es su principal rasgo distintivo; el lenguaje opera como materia prima y funciona en todos los niveles de la significación literaria desde el soporte fonético hasta las complejas relaciones contextuales. Un admirador de la Teoría Literaria difícilmente estaría obligado a aislar cada área de la realidad lingüística en donde una mayor información no beiicficiaría en nada al erudito literario ni al lingüista. Sin embargo, nuestros autores invocan frecuentemente un am1)lio número de teóricos y expertos profesionales de la lingüística europea (como Saussure, Bally, Spitzer, Vossler, Dárnaso y Amado Alonso, Grammont, Jakobson), cuando tratan de materias lingüísticas específicas y cuando se hallan en la necesidad de analogía. Así, en su principal capítulo, «E1 modo de la existencia de una obra literaria de arte», WeIlek hace uso de la dicotomía langueparole para aclarar su revisión de los dos últimos extractos de normas literarias de Roman Ingarden (Das Literarische Kunstwerk (Halle, 1931): la distinción parole-langue «corresponde a la experiencia individual del poema y al poema en cuanto tal» (página 140). La ilustración es difícilmente casual, porque Wellek la emplea para describir y manejar en un contexto puramente literario lo que hemos descrito anteriormente como la oposición «interpersonal-individual» en la teoría lingüística de la mitad del siglo pasado. Las obras de literatura, como las de lenguaje, se pueden estudiar dentro de los límites de una verdadera y absoluta identidad, aunque desconocidos últimamente (la langue, «estructura de determina
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ción» de Wellek), y pueden ser abordadas también en términos de la experiencia individual. El análisis de las obras literarias debe, lo mismo que el estudio de la realidad lingüística, incluir ambas perspectivas. En resumen, Wellek traza aquí un paralelo ontológico entre literatura y lenguaje, y ha ido todavía más lejos como para reconocer -hasta cierto punto- una semejanza metodológica sólida entre una especie de ciencia lingüística y los estudios literarios. El paralelismo lo desarrolla más -aunque no muy claramente- cuando compara las «unidades de significado y su organización dentro de las estructuras significativas de fonemas y morfenas 9. La lengua considerada como «herencia cultural» y «como expresión» ofrece campos parciales para una definición de literatura. Wellek asume la dicotomía de la «Nueva Crítica» (y de «Aristóteles») de la lengua científica vs. literaria, pero añade un tercer modo, «la cotidiana». La «lengua científica» pretende ser «un sistema de signos como los de las matemáticas o la lógica simbólica» (pág. 11); resulta ser un modo de expresión altamente especializado. Los criterios «cuantitativos», «pragmáticos» y «referenciales» deben usarse para distinguir entre la lengua «cotidiana» y la «literaria»: la lengua literaria utiliza «los recursos del lenguaje mucho más deliberada y sistemáticamente» que el dis 9 «realizo... una lectura; pero la presentación numérica o reconocimiento de una norma, no es lo mismo que el número o las normas. La pronunciación de un sonido h no es el fonema h» (pág. 142). La adaptación que Wellek hace del principio fonológico refleja su intención: la asociación en 1930 con un grupo de lingüistas teóricos y literatos, que he mencionado solamente de paso, el llamado círculo de Praga. Su extenso ensayo «The theory of literary history», publicado en los Travaux du Cercle Linguistique de Prague, VI, 1936, páginas 173-191, prefigura el que iba a ser el bestselier de más tarde (y el de Warren). («Los sonidos leídos de estas letras... son "realizaciones" distintas, pero no son obras de arte en sí mismos. Son "actuaciones" como las de una pieza de música» [pág. 178].) Lo mismo que sus colegas de la escuela de Praga, Wellek se muestra muy cuidadoso en aislar los conceptos de lengua literaria y el discurso poético. Así, adopta en 1936 la noción de la escuela de Praga de «estructura» (frente al formalismo ruso y la «forma» alemana), al definirla «como un concepto que incluye la forma y el contenido tal como están organizados para los fines estéticos» y la obra literaria de arte «como un sistema dinámico completo de signos o estructura de signos al servicio de un objetivo estético específico». De esta forma, favorece la colaboración de la lingüística, puesto que «el desarrollo de la misma en la dirección de una concepción funcional hace posible esta colaboración, por el momento» (pág. 177). Sin embargo, el énfasis de las «valoraciones» de Warren deja entrever su última inclusión del juicio de valor como una parte fundamental de la crítica literaria. 78
curso usual (cuantitativo); está orientado con un predominio estético (pragmático) y su expresión subraya la verdad ficticia de la convención referencial) (págs. 12-14). El lenguaje usado de esta forma se convierte en lengua literaria. Las distinciones se corresponden casi exactamente con las cíe las tesis de la escuela de Praga. Wellek y Warren hablan también de la lengua (literaria), como desvío en término$ de lo que se podía denominar desvíos generales por un lado, y estilísticos o «específicos», por otro. Por desvíos «generales», queremos dar a entender aquellos usos determinados por la lengua en que la obra está escrita o los aspectos generales de los desvíos que poseen también un lado personal y estilístico (la metáfora, por ejemplo, se puede considerar como un desvío general y estilístico). Con desvíos «estilísticos» nos referimos a los ejemplos particulares y a sus funciones en unas obras determinadas. La Teoría, Literaria contiene tres capítulos consagrados a esta cuestión: «Eufonía, ritmo y metro» (cap 13), «Estilo y estilística» (cap. 14) y la «Imagen, la metáfora y el símbolo y el mito» (cap. 15). Estos elementos constituyen el núcleo de la cuarta parte, «El estudio intrínseco de la literatura». Estos capítulos reafirman la creencia de los autores en que «una fundamentación extensa en la lingüística general» es un requisito previo y necesario para la estilística (pág. 166); sin tal base, el que practica la estilística corre el riesgo de caer en el simple «impresionismo». La función de la lingüística parece ser asegurar el contexto objetivo de la referencia para la discusión de estos rasgos, tal como surgen en las composiciones literarias: «Uno de los intereses centrales (estilísticos) es el contraste del sistema lingüístico de la obra de arte literaria con el uso general del momento.» Wellek pone de relieve, pues, el paralelismo metodológico («sistema») que se debería seguir en cl estudio de la lengua literaria a imitación de la lingüística. Un simple comentario en relación con esto nos parece insuficiente. (Observamos que la lingüística, tal como la cultivó Wellek, significa un tipo de metodología general, una ciencia casi abstracta del lenguaje, como la que practicaron las escuelas de Ginebra, Praga y los idealistas; su concepción tiene algunas desventajas evidentes, compensadas, sin embargo, por el cuadro general de la ciencia lingüística que aporta un saludable espíritu universal). «El nivel fónico de las obras literarias -el nivel par e•xcelence de la eufonía, ritmo y metro- se puede abordar como «ejemplo concreto» o como «modelo». Idealmente, 159
podemos considerar ambos, puesto que, colocados al servicio del principio de integridad artística, uno tiene poco sentido sin el otro y una discusión de niveles fónicos debe integrarse eventualmente dentro de los límites de «una concepción general del significado o, por lo menos, dentro de su tono emocional», interpretación que requiere necesariamente afirmaciones que trasciendan la pura descripción, ya que es lo que enlaza con la valoración crítica. Los problemas del nivel fónico se dividen en dos tipos (y algunas subdivisiones, cómo las mostradas en el título del capítulo de Wellek): afirmaciones generales de naturaleza teórica, como las de Wellek en este ejemplo, y los comentarios aplicables a textos concretos; en la actualidad, estas dos clases deben examinarse juntamente con otras. Así, la teoría formalista rusa, citada por Wellek y según la cual los pies rítmicos no tienen existencia alguna independiente del verso entero, del cual forman parte, constituye una teoría general del mecanismo rítmico conocido como metro, pero, para que sea útil, debe aplicarse al análisis de obras específicas. En estas materias, la teoría debe actuar como un principio que guíe a la práctica. Cuando el análisis se pone al servicio de la teoría, cuando la afirma y la cualifica, debemos hablar de la importancia del mecanismo general, lo cual es un interés legítimo de la poética y la teoría literaria. Por lo mismo, el énfasis puede ponerse en una obra individual, ya en relación con los modelos o con los ejemplos (ya con ambos a la vez), y la clasificación teórica puede desempeñar un papel explicativo y valorativo. En teoría literaria y en la crítica práctica, el punto de vista ocupa una posición aná. loga a la que ocupa en lingüística; sin un punto de vista, la investigación no se puede orientar. Pero, en los estudios literarios el punto de vista es algo menos gratuito que lo que parece ser en lingüística, ya que aun en la crítica más «científica» debe conducir eventualmente a la posibilidad de valoración. Sin embargo, este capítulo no contiene información concreta alguna sobre la relación de la lingüística con la investigación «del nivel fónico». Evidentemente, la lingüística desempeña su más importante papel en un plano teórico. Aparte el paralelismo metodológico previamente advertido, el análisis fónico y el lingüístico parecen encontrarse en varias áreas: 1) la ciencia lingüística proporciona las fuentes más seguras de información sobre el sistema fónico (fonemas, modelos acentuales, cantidad) de la lengua en que está 79
fuente de documentación, especialmente en los estudios diacrónicos; 2) el análisis lingüístico-comparativo es indispensable para una teoría general del. metro o ritmo que transcienda al sistema de una lengua dada; 3) la naturaleza experimental de la investigación lingüística ha ayudado a romper las restricciones que la tradición clásica había puesto sobre los estudios métricos, y su objetividad ha proporcionado una mayor libertad de prejuicios en la valoración de algunos experimentos fonéticos pasados y presentes de literatura (por ejemplo, el verso cuantitativo en inglés). Sin, embargo, lamentamos que la Teoría Literaria no indique las afinidades disciplinares más estrechas y concretas de la lingüística general y los estudios literarios en conexión con el soporte fónico. Uno se queda con la impresión de que se ha establecido un clima de relación necesaria e influencia recíproca -una gran base, por supuesto, y sintomática de las nuevas corrientes de la erudición literaria americana sobre un terreno claro, basado en las necesidades y asistencias mutuas. En Style and Stylistics, Wellek vuelve sobre el problema desde otro ángulo. Intenta demostrar que el estudio lingüístico puede llegar a ser literario («solamente cuando secunde el estudio de la literatura, cuando aspire a investigar los efectos estéticos de la lengua, en resumen, cuando se convierta en estilística» [pág. 166])1°; por efectos estilísticos presumimos que quiere decir la lengua utilizada con finalidad literaria (considerada general o estilísticamente). La expresividad, criterio casi psicológico de Bally, no es suficiente. Muchos comentarios estilísticos, declara Weller, se han hecho a la ventura con sólo basarse en las categorías lingüísticas aportadas por la antigua retórica. Dos métodos parecen válidos: «El primero es proceder por un análisis sistemático del1°sistema lingüístico la «Verbal obra) eStyle» interpretar rasgos En su agudo ensayo (de sobre en The sus Verbal Icon (páginas 201-17), W. K. Wimsatt nos ofrece un punto de vista similar a las interesantes modalidades prácticas: «un estudio del estilo verbal debe unir un monismo platónico o crociano, en donde el significado, inspirado ya como dialéctica, ya como expresión-intuición, es simple. y estrictamente un significado, con las formas diversas de la retórica afectiva y práctica, aristotélicas o modernas, donde el significado estilístico da lugar mediante el significado sustancial a una ¡elación entre el cómo y el qué o entre los medios y el fin. El término estilo verbal, sin ningún uso claro, debe suponerse referido a alguna cualidad verbal que esté algo unida estructuralmente con o fundida con el qué se está diciendo con palabras, aunque sea algo para ser distinguido del qué se ha estado diciendo...» (págs. 201-202).
nificado total"... (y) el segundo es estudiar la suma de datos individuales por los que este sistema difiere de otros sistemas comparables» (pág. 169). En el primer caso, la rereferencia buscada sería el «significado total», exigiendo por lo mismo un movimiento circular desde el rasgo y el recurso al efecto total y al revés, delicada maniobra que recuerda el «círculo filológico» de Spitzer, con su mérito positivo y sus riesgos. En el segundo caso, el referente debe ser la norma más bien nebulosa del sistema «comparablé» (uno se pregunta qué es «comparable»). Wellek parece reconocer las dificultades al juzgar «preferible»... el intento de describir un estilo completa -y sistematicamente según los principios lingüísticos, citando los intentos hechos por Viktor Vinogradov y Amado Alonso, pero sin entrar en, más detalle acerca de ellos. Este capítulo es poco satisfactorio, puesto que, al poner de relieve una vez más sus tendencias literarias, Wellek crea un falso problema y parece haber alcanzado un callejón metodológicamente sin salida. La lingüistica no puede alterar la crítica literaria; dado este camino, el problema puede declinar en una sutilidad paradójica. El crítico literario puede utilizar bien -como un diccionario- los hallazgos e incluso ciertos métodos del lingüista. Pero sigue observando si puede resolverse mejor y en qué medida, una parte importante de la cuestión crítica, al usar y respetar puramente las técnicas lingüísticas. Ésta parece ser una de las direcciones tomadas por Wellek. El sentido común indica que la insistencia de Wellek sobre el «significado» -énfasis que recuerda a los idealistas alemanes más que la información reunida de los lingüistas americanos- debería interpretarse, sin embarga, como una barrera irremontable entre la ciencia lingüística y la nueva ciencia literaria. La Teoría literaria, a través de su espíritu objetivo y su generoso reconocimiento del valor de la lingüística, camina más de la mitad de la distancia para encontrar la posición del lingüista. (Y, felizmente, algunos lingüistas americanos de hoy se muestran menos recalcitrantes con la literatura que en el pasado.) Pero la dirección estética de Wellek y Warren, cuando se compara con el interpersonalismo descriptivista de la teoría lingüística contemporánea, crea evidentemente una sima innegable entre la lingüística y la crítica literaria. Por un lado, la Teoríu literaria ha intentado reconciliar los estudios literarios y lingüísticos, y por otro, parece cristalizar sus diferencias. Sin embargo, hasta muy recientemente la lingüística, en los Estados 80
tratar los problemas del significado; la semántica ha sido la sierva pobre de la investigación lingüística. Uno se pregunta si la brecha puede ser soldada al menos temporalmente y, por así decirlo, experimentalmente, y si cl interpersonalismo lingüístico y la rama de la crítica literaria, dedicada especialmente al estudio del lenguaje como recurso expresivo (general o estilístico), fueron asumidos parcialmente dentro de la -categoría más alta de la teoría del signo. Se ha hecho algún esfuerzo en esta línea, en particular por la escuela teórica de Praga (Mukarovsky y Jakobson) y por los filósofos neopositivistas (Carnap, Morris y otros), y ahí permanecen los impresionantes comienzos del teórico-semiótico Charles Peirce. Entre los lingüistas contemporáneos, podemos citar los ensayos semánticos de Uriel Weinreich, centrados en el hallazgo de categorías analíticas en embrión, aunque desafortunadamente estos ensayos despliegan unas intenciones decididamente antiliterarias, y la nueva semántica de Katz y Fodor. Un punto de partida útil lo puede representar la lexicología, campo estimulante de los nuevos intereses de hoy día 11, en especial, tras la recomendación de Wellek de que el estudiante de literatura «necesitará de la lingüística, especialmente de la lexicología, ,y del estudio del significado y sus cambios» (pág. 165). De cualquier forma, actualmente parece más claro que el lenguaje, tal como se usa en la literatura, no puede ser abordado exclusivamente ni desde un punto de vista de orientación puramente literaria ni estética ni, lo que es lo rnismo, desde un ángulo estrictamente interpersonal del estructuralismo descriptivo. Ambas actitudes continúan siendo perfectamente legítimas dentro de los límites de sus propios objetivos, pero como hemos visto, el interés exclusivo de la una o de la otra deja cuestiones demasiado evidentes sin contestar. Ningún lenguaje cultural se puede describir hasta que el lingüista aprenda a estudiar de forma lingüísticamente relevante su literatura, ni siquiera se podrá analizar adecuadamente una obra de arte verbal hasta que la estructura de los signos se estudie pertinentemente. Un posible punto de partida sería dividir, para fines solamente de análisis, el «lenguaje» literario en dos funciones: una función ' 1 Ver Fred W. Householder Sol vista, Saporta, eds., Pr o bl em s i n Le . retórica y estilística o puntoy de que permita ricography, Centro de Investigación Antropológico, Folklórico y Lingüístico de la Universidad de Indiana, Publicación 21 (M A L, 1962, especialmente las colaboraciones de Malkiel, Weinreich, Conklin y (aeason). 163
al estudioso abordar el texto en términos de recursos específicamente estéticos (como ha sido resumido por Wellek y Warren) y otra, una función lingüística general (semiótica) que permita incorporar el texto con toda su compleyidad dentro de un corpus de material, técnicas y métodos que conduzcan á un profundo conocimiento de los mecanismos del signo. Un recurso dado como la metáfora o el símbolo, los analizaría general y específicamente («estilísticamente») dentro de los límites del significado y valor estético, así como dentro de los límites del lenguaje y el signo. Los temas .y las técnicas implicarían un dualismo en la forma de abordar la «literaturidad» así como la lingüística propia del texto o textos. A la larga, tal dualismo ayudaría a proporcionar los referentes necesarios para el análisis de los dos aspectos. Esto no proscribiría, por supuesto, el tipo de análisis lingüístico que, actualmente, usa materiales proporcionados por las obras literarias, mientras que ignora deliberadamente las cuestiones de valor literario (por ejemplo, la fonética histórica y la morfología histórica). >rsta es la causa de que la experimentación inicial con material lexicológico pudiera ser más adecuado, puesto que el léxico es claramente menos que atribuible a la tradición interpersonal. En este sentido, las corrientes modernas, polarizadas en Condilíac y Coleridge, se sintetizarían, en la medida en que tal síntesis fuera posible -por lo menos en los campos importantes y afines donde la síntesis parece factible y deseable. Como hemos observado oportunamente, no pudieron ser propiamente «homogeneizados». Una teoría unificada del lenguaje debe ser más que una piadosa esperanza, pero si el progreso se hace con tales objetivos, debería intentarse en campos favorables. Pero nuestra posición como estudiosos del lenguaje y de la literatura debería presentarse desde el punto de partida. Tal teoría moderna del lenguaje, aunque prueba a la larga ser más fundamentalmente iluminadora de las funciones de los signos literarios que de los estudios «estilísticos», como se han practicado hasta la fecha, debe constituir un fin por sí misma. El lenguaje de la literatura, como lo definieron Wellek y Warren, sigue siendo distinto del lenguaje de la lingüística, aunque, en relación y en resumen, está como debería estar. En manifestaciones recientes, Wellek ha reiterado esta posición con acentos tan enérgicos como los de Bloomfield, al defender la autonomía de la lingüística treinta años más tarde: «El análisis literario comienza donde el análisis 81
trará en los fines estéticos de cada mecanismo lingüístico, la forma cómo sirve a la totalidad, y se guardará del atomismo y del aislamiento en que han caído muchos análisis lingüísticos» 12. Sin embargo, venimos sugiriendo completar lo que la lingüística y los estudios literarios nos dicen acerca del lenguaje, así como lo que una puede hacer por la otra, respetando su propia integridad disciplinar. Estamos especulando sobre la posibilidad- de un nuevo trivium moderno. Permítasenos añadir que de ninguna manera la corriente atractiva de la erudición literaria americana del momento muestra aparentemente buena voluntad para escuchar tales sugerencias. Muchos de los méritos de esta nueva receptividad de las ideas emanadas de los colegas de lingüística y f'ilosofía se deben a la estructura misma de la Universidad en los Estados Unidos. La conciencia lingüística de los seguidores del New Criticism desempeñó también un papel importante, pero el significado, a este respecto, de la summa teórica, pionera de Wellek y Warren, difícilmente se puede infravalorar. Sería una lástima no encontrar nuevas soluciones a los muchos problemas que surgen con tal evidencia. 4.3. Las técnicas lingüísticas y el estudio de la literatura Pocos estudiosos se han ocupado principalmente de la relación entre los estudios lingüísticos y literarios en los Estados Unidos. Durante los últimos veinte años, los lin
f üistas que se han ocupado de cuestiones literarias -aparte a crítica textual o filología, cuyas obras han mantenido un ritmo continuado durante este período- han tendido a especializarse en áreas algo periféricas en relación con las actividades representadas por el compacto grupo nuclear de la «lingüística americana». Sin embargo, durante los años 60, la crisis que sufrió la investigación lingüística en América -su metodología, sus hipótesis filosóficas, sus objetivos y sus técnicas- han favorecido la creciente especulación de los dominios considerados antes como fuera del interés o de la pertinencia de la lingüística. Tomada en su conjunto, la lingüística americana ha retrocedido desde la posición extrema monolítica favoreció a Blommfield dis of 'z Ver yRené Wellek,que «Closing Statement from they sus Viewpoint l.iterary Criticism», en Styte in Zanguage, Nueva York, ed. T. A. Sebcok, 1960, págs. 417 y ss.; ed. española, Estilo del lenguaje, cap. V, Madrid, Cátedra, 1974.
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cipulos, hasta una nueva «finalidad» que recuerda a Edward Sapir. Este no es lugar para describir la excitante efervescencia de la investigación lingüística contemporánea en América. Pero antes de revisar la obra realizada por algunos lingüistas americanos en torno a los problemas literarios -trabajo mejor descrito como actividad antes que como producto de un acercamiento o «escuelas»- debemos hacer alguna mención de las publicaciones lingüísticas predominantes en las dos décadas pasadas y su trascendencia para nuestro tema. Hemos descrito ya la importancia de la interpersonalidad (la «lengua»» del «hablante nativo medio») en la lingüística estructural americana, así como cierto énfasis formal y sutilezas disciplinares, por ejemplo, 1a naturaleza muy limitada de la «lengua» en la lingüística taxonómica bloomfieldiana. Si la crítica y erudición literarias han intentado distinguir los componentes propiamente literarios o poéticos de la composición verbal y, por extensión, del análisis crítico, la lingüística taxonómica no ha sido menos cuidadosa en arrancar de raíz los rasgos «no lingüísticos» o «extralingüísticos», presentes en la expresión y en la comunicación, pues estos lingüistas eluden tratar generalmente de «respuestas psicológicas», a no ser que se puedan relacionar behaviorísticamente con «estímulos lingüísticos concretos». Sin embargo, el tipo de gramática clasificatoria que la lingüística taxonómica luchaba por construir, califica muchas de las expresiones sobre las que la literatura descansa, en cuanto tal, como «extragramaticales». Además, la visión gramatical de Bloomfield las utiliza solamente en el «nivel oracional» (Language, págs. 170 y ss.). Los segmentos mayores de la oración que el estudio literario debe investigar por fuerza, están organizados por otros medios diferentes que los reconocidos como «gramaticales» -y, por tanto, lingüísticos- en la teoría de Bloomfield. Finalmente, a diferencia del estructuralismo de Praga o Ginebra, que, como vimos, aplicó sus técnicas al análisis literario, la práctica bloomfieldiana ha estado tradicionalmente menos interesada por los paradigmas desplegados verticalmente que por los sistemas horizontales. La «estructura» europea está concebida más globalmente que su correspondiente americana y se la presenta en términos de una corriente psicológica mucho menos desarrollada. Este debate «mentalistamecanicista» es un fenómeno americano tardío y más auténtico que el europeo, y va desde 1930 a 82
ciente comparar a Bloomfield con Sapir o Saussure para observar la diferencia. A1 estar menos interesado por las realidades sintagmáticas inmediatas, el estructuralismo lingüístico europeo ha experimentado más inteligente y adecuadamente con estos rasgos; analizándolos vertical o paradigmáticamente, mientras que el «mentalismo» indicado los aplicó indistintamente. En consecuencia, los investigadores americanos familiarizados, con las obras de sus colegas europeos -especialmente eslavistas, romanistas y germanistasestaban más inclinados a estudiar los problemas literarios, que, para ellos, eran formas auténticamente «lingüísticas», que los que no siguieron esta tendencia. En la década y media pasada, ciertas aproximaciones a la gramática y sintaxis específicamente americanas, que siguieron a Bloomfield, aunque reaccionaron contra algunos puntos y se interesaron por estructuras lingüísticas de mayor extensión, se han centrado en unidades que están compuestas por varias oraciones. Pensamos en el «análisis del discurso» de Zellig Harris, con sus énfasis sobre las estructuras formales, asemánticas, unificadoras (Language, 1952) y, más recientemente, en la adaptación específica de estos principios por R. Levin en su estimulante Linguistic Structatres in Poetry, La Haya, 1972 (ed. esp., Madrid, Cátedra, 1974). La investigación más reciente sobre el significado y estructura distribucionales (ver Zellig Harris, Word, 1954) intentó ir más lejos que la «oración» de Bloomfield y ha contribuido, a su vez, a la gramática transformacional de Chomsky y, asimismo, a teorías, en muchos aspectos, opuestas a la lingüística taxonómica. Las polémicas que suscita la publicación de las teorías de Chomsky sobre gramática generativa (Syntactic Structures, La Haya, 1957 [ed. esp., Siglo XXI]; Aspects of Theory o f Syntax, Cambridge, Mass., 1965 [trad. esp. de C. P. Otero, Madrid, Aguilar, 1969]) y la obra sobre teoría semántica de Jerrold J. Katz y Jerry Fodor * sirvieron, no solamente para señalar el valor intrínseco de las teorías presentadas, sino también para manifestar el descontento latente que muchos estudiosos sentían con respecto a las limitaciones voluntarias de Bloomfield y sus discípulos. En los últimos años de la década de los 50, cuando la gramática generativa se, llegó a conocer, numerosos lingüistas -principalmente los asociados con* Edición el círculo lingüístico de Nueva española, ed. Martínez Roca, York 1971. y la revista Word- se 167
cuela de Praga y, por consiguiente, estaban preparados para aceptar una teoría del lenguaje más ampliamente fundamentada que la aproximación americana, puramente taxonómica. Esto no quiere decir que la investigación lingüística en América haya renunciado a sus primeros objetivos y haya seguido a los transformacionalistas del MIT (Massachusetts Institut of Technology). Por el contrario, como hemos sugerido previamente, la situación ha llegado a ser aún más fluida. La experimentación se ha sucedido sin cesar. La nueva gramática generativa ha hecho solamente algunas tentativas de aplicación al estudio de la literatura. Como adición a Linguistic Structures in Poetry, de S. R. Levin, se pueden citar «Poetry and Grammaticalness» del mismo autor (Proceedings of the Ninth International Congress of Linguists, editado por Seymour Chatman y S. R. Levin, Boston, 1967), también «Generative Grammars and the Concept of Literary Style», Word, diciembre, 1964. «Literature as Sentences» (College English, enero, 1966, editado en Essays on the Language o f Literature) de Richard Ohmann y «Linguistics and the Study of Poetic Language» de Sol Saporta (discutida más adelante). A1 elaborar las reglas generativas de la producción lingüística que gobiernan la relación entre la estructura «profunda» y «superficial» -y la «transformáción» de la primera en las convenciones de la segunda-, la teoría transformacional establece en realidad una dicotomía entré norma sintáctica y desvío. Esta dicotomía, cuando se aplica coherentemente, puede ofrecer caracterizaciones objetivas de la «lengua poética», como «uso distinto» del «normal» e, idealmente, una estructura métodológica para la reconciliación, dentro de una teoría del lenguaje única y omnicomprensiva de dicha polaridad. Puesto que opera principalmente con la producción de oraciones y adscribe a éstas una realidad sicológica a fin de relacionar su estructura gramatical con conjuntos semánticos («estructuras de contenido» que corresponden, presumiblemente, a las «categorías mentales» universales), la gramática generativa intenta ofrecer los medios de hallar salida a ciertas insuficiencias de la concepción taxonómica de la oración. (Recordamos los sermones de Abelardo y la concepción cartesiana de las formas del lenguaje y su proceso mental.) Como Eric P. Hamp indicó experimentalmente: «En esta forma de análisis, el analista no pregunta junto a qué forma se clasifica ésta, sino más bien a qué expresiones distribucionalmente 83
Linguistics -the United States in the Fifties», Trends in European and American Linguistics, 1930-1960, pág. 162). La «Literature as sentences» de Ohmann caracteriza la oración como «la unidad primaria de comprensión» (Essays, página 231). La «estructura superficial» de la oración implica una estructura profunda; sin embargo, ésta explica la estructura superficial. A1 analizar una frase de «Araby», de Joyce, Ohmann demuestra cómo el lector debe captar «las relaciones indicadas en la estructura profunda» y cómo «la oración... pone en marcha una variedad de procesos semánticos y modos de comprensión, en un circuito breve y en una forma superficial que cambia radicalmente el contenido» (pág. 233). Las desviaciones y desplazamientos tienen lugar, pero como Ohmann indica, éstos tienden a señalar «plenamente la estructura de la obra». En esencia, Ohmann describe, de una manera simbólica, el acto de la lectura, es decir, lo que persiste en la mente del lector mientras descifra el discurso anterior al suyo y, en consecuencia, hace posible la reconciliación de la forma y el. contenido como «distinción entre las estructuras superficiales y las estructuras profundas de la oración» (pág. 238). La obra literaria, como tal, es plenamente respetada, pero dada la orientación de la gramática generativa según 0hmann, el análisis de sus operaciones contribuye no solamente a nuestra comprensión del estilo, de la retórica y la estructura literaria, sino también -como es de suponer- a nuestra comprensión de las operaciones lingüísticas. La metodología en cuestión permite y anima realmente el uso de amplias variedades del discurso. Todo lenguaje es una molienda para su molino. En contraste, . una noción bastante más bloomfieldiana de equivalencia gramatical se alza tras la reciente «Poetic Syntax» de Mac Hammond, ensayo presentado en la Conferencia Internacional de Work-in-Progress Devoted to Problems of Poetics (Varsovia, 1960, págs. 18-27) e impreso en Poetics/Poetyka (La Haya, 1961). Hammond utiliza la equivalencia gramatical corno un mecanismo formal para identificar la poesía; presenta una oposición más que un conjunto de procedimientos o transformaciones. Por eso, afirma: «La sintaxis es poética cuando los constituyentes gramaticalmente equivalentes del habla en conexión están yuxtapuestos por coordinación o parataxis, acumulados de forma distintiva» (pág. 482). Prosigue hasta limitar el término «sintaxis poética» con notables ejemplos de repetición cuyo significado «en algún 169
ticas} que sus propiedades lingüísticas sugieren». Aunque sus técnicas son radicalmente diferentes, las conclusiones de Hammond ofrecen una muestra del tipo de descripción dinámica, centrada en la identificación del lenguaje poético, que se pudo esperar eventualmente de los seguidores de la gramática generativa. Esta comprensión del significado gramatical, aunque diferente del de los transformacionalistas, le permite formular la relación entre «forma y contenido», de una manera tan problemática como la de Ohmann. Todo lo que falta es la noción transformacional de «grados» y el sentido de proceso. Charles C. Fries ha sugerido en la obra ya mencionada, Trends, que «el hincapié que Bloomfield hace sobre la naturaleza de las frases descriptivas y científicas... convirtió la lingüística americana en una manera de exponer más que en un conjunto de exposiciones» (The Blaomfield School, página 211). Este modo característico de exposición, paténte en Bloomfield, Harris, Chomsky, así como en Ohmann y Hammond, implica a la vez un problema terminológico y, por supuesto, el establecimiento de un objeto material claro. Este ha sido, en cierto modo, ideado para ajustar el tipo de expresiones metalingüísticas que los lingüistas americanos, cualquiera que sea su credo ideológico, desean hacer. Por eso, a1 comparar el nuevo interés americano «por las relaciones entre la lingüística formal y los estudios literarios», Hamp (op. cit., pág. 173 y ss.) ha declarado que «el interés del momento, diferente del que tuvo hace algunas décadas el grupo de Praga, ha tendido a centrarse sobre un análisis de los indicadores lingüísticos del estilo y sobre el problema de fundamentar los estudios literarios, con datos textuales, expresados dentro de los límites de análisis fónicos lingüísticos». Todo gira, por supuesto, sobre lo que quiere dar a entender por «análisis fónicos lingüísticos», pero hasta ahora no se ha realizado ninguna teoría lingüística en América que se ocupe sistemáticamente del lenguaje literario. La «poeticalidad» sigue siendo un concepto análogo al de gramaticalidad. Un ejemplo extremo puede hallarse sin sorpresa en la información teórica de Robert Abernathy «Mathematical Linguistics and Poetics» (Poetics/Poetyka, páginas 563 y ss.). Al declarar que la lingüística sostiene la misma relación con la poética que la química orgánica con la zoología -la primera estudia la materia prima de la vida; la segunda, las formas de la vida misma-, Abernathy describe la 84
clarifica experimentalmente las razones de la información en términos matemáticos en relación con las expectativas (y actitudes críticas). Sugiere la posibilidad de aislar, «por medio de formulaciones precisas», ciertos fenómenos del lenguaje y expresión poéticos (pág. 569).
Ca,PtruLO V EL CONGRESO DE BLOOMINGTON: EL ESTILO DEL LENGUAJE La carencia de una verdadera teoría que englobe todos los problemas del lenguaje o lingüística, en la que los estudios literarios y lingüísticos tengan bien definidas las funciones, no ha disminuido, sin embargo, la experimentación. Por el contrario, lo que hemos llamado la crisis de la investigación lingüística ha estimulado esta experimentación, obteniendo a menudo resultados interesantes. Debemos tener presente un hecho: la relación de la lingüística con el estudio de la literatura es primariamente un problema de actividad, no de esfuerzo sistemático. La colaboración interdisciplinar ha aumentado y ha ocupado a literatos y lingüistas, pero ha venido siendo esencialmente circunstancial y fragmentaria. El presente estudio ha intentado demostrar por qué ha sido así. Antes de proseguir ofreciendo alternativas sería mejor examinar, con algún detalle, ejemplos concretos de tal actividad interdisciplinar. Con el propósito de discutirlo, nos centraremos, aunque no exclusivamente, sobre El estilo del lenguaje (Style in language, Nueva York, 1960, librocompendio de estudios que presentaron críticos, lingüistas, antropólogos, psicólogos y filósofos durante un simposio organizado por el Social Science Research Council, en la Universidad de Indiana, en la primavera de 1958'. A1 ocuparnos del comentario arriba mencionado de Hamp y como su título da a entender, El estilo del lenguaje intenta aclarar el problema que muchos lingüistas y críticos literarios han entendido que constituía el área más fértil de colaboración, es decir, el estilo. Wellek y Warren ya han 1 Esta discusión describirá las partes de mi artículo publicado en Romance Philology, XV (1962); he hallado útiles los estudios de Michael Riffaterre en Word, XVII (1961), y Yakov Malkiel en Ir2ternational Journal of American Linguistics, XXVIII (1962).
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como «estilística»; Bally ha hablado antes que ellos de «análisis estilístico» (opuesto a estilística) como una disciplina literaria. En su An Introduction to Línguistic Structures: From Sound to Sentence in English, Nueva York, 1958, A. A. Hill se separa de los argumentos de Bloomfield, y define el estilo y su estudio como lo que implican «todas aquellas relaciones entre las entidades lingüísticas más amplias que las que entran dentro de los límites de la oración» (pág. 406). Sin embargo, el estilo es un término de imprecisión mayor. Una simple mirada al Estilo del lenguaje ofrece una evidencia amplia y suficiente de esta imprecisión, puesto que lleva al lector desde el empírico «Oral Styles of American Folk Narrators» y el estudio de orientación estadística de D. H. Hymes «Phonological Aspects of Style: Some Englisl3 sonnets» hasta los manifiestos teóricos, concernientes a la relación entre la lingüística y el material literario de varios niveles de complejidad (Saporta, R.ichards, Jakobson). Para algunos colaboradores, el estilo consiste esencialmente en un desvío de la norma, aunque Hymes, por ejemplo, cita al antropólogo A. L. Kroeber en el sentido de qué «el estilo no puede ser desvío de la norma sino realización de la misma» (página 109). Las concepciones expresadas por algunos psicólogos (Osgood) y lingüistas (Saporta) dan lugar a una crítica mordaz por parte de los críticos literarios (Wellek y Hollander). Gran parte de esta diversidad se debe a la variedad de las disciplinas académicas representadas y a la aparente polaridad entre lingüistas «interpersonales» y críticos literarios «individualistas». Algunos críticos parecen dar importancia a lo que la disciplina de otros colegas pudo aportar a la suya propia y otros parecen señalar los métodos con que su disciplina pudo ayudar a las otras. Existe una gran tendencia al partidismo disciplinar y, curiosamente, los lingüistas parecen advertir que el estilo compendia lo que es literario en la expresión lingüística, mientras que los analistas literarios definen el estilo metodológicamente como lo que es específicamente lingüístico de la literatura. Para aumentar la confusión diremos que muchas e importantes corrientes del análisis estilístico moderno están inexplicablemente ausentes de los trabajos de esta Conferencia (en concreto, la Stil f orschung, que ha estado bien representada en los Estados Unidos por Leo Spitzer, 11 Ver en este sentido, A critical bibliography of the New Stylistics. , 1900-1952, de Helmut Hatzfeld, Chapel Hill, 1953 (ed, esp., Ma
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Es más interesante para nosotros desde este punto de vista el hecho de que entre los mismos lingüistas el término estilo experimente numerosas y muy diferentes aplicaciones. La posición de los lingüistas puede parecer monolítica solamente cuando se compara con alguna de las otras disciplinas representadas. Incluso después, un lingüista como Jakobson continúa mucho más íntimamente ligado a ciertos métodos importantes de t;ríticos de la literatura como Richards o Wellek que a los de algunos lingüistas consagrados. Nos limitaremos a hacer el inventario de estos matices antes de resumir el punto de vista lingüístico general. Estas diferencias y semejanzas no siempre son cuestiones de mero énfasis o incluso método. A veces corresponden a orientaciones completamente diferentes.
5.1. Las dicotomías de Voegelin y Sol Saporta Una corriente importante representada en Estilo del lenguaje es la que divide sistemáticamente el lenguaje en dos subtipos principales (como los famosos lógicos, y afectivos de Bally) y que coloca la literatura, no siempre, aunque frecuentemente, bajo uno de estos dos títulos. Esta posición es, en cierto sentido, modernamente clásica, al confirmar la distinción previamente indicada entre el lenguaje de la literatura y el de la lingüística. Para la mayor parte de los estudiosos que trabajan con tal dicotomía, el estilo es exclusivamente una función de la literatura. Esta corriente es quizá más pujante en «Casual and Noncasual Utterances within Unified Structure» ( págs. 65-83) * de C. F. Voegelin. Éste distingue dentro de la lengua las expresiones de tipo casual y no casual; la gramática normativa ha sido escrita tradicionalmente sobre la base de expresiones no casuales, mientras que la gramática descriptiva de la lingüística moderna tiende a basarse exclusivamente en expresiones casuales. El habla no casual más pura sería el lenguaje especializado de las matemáticas, aunque la literatura de amplio contenido sea un depósito de tales expresiones. El habla casual es más o menos lo que Wellek ha mostrado en Teoría literaria como «cotidiano», mientras que las expresiones no casuales corresponderían a la drid, (gredos), y el estudio (en colaboración con Yves LeHir) Essai de bibliographie critique de stylistique frangaise et romane, París, 1962. * Las páginas de El estilo del lenguaje seguidas por él hacen referencia a la edición española de la obra. [rI, del T.] 175
lengua «científica» y «literaria». (Voegelin insiste, sin embargo, en que literatura no es siempre equivalente a no casual.) A diferencia de algunos de sus predecesores, no hace esfuerzo alguno por determinar la relación entre los dos tipos de habla: tampoco está interesado en mantener la distinción más allá de cierto nivel. Sin embargo, parece alabar a los lingüistas «que... muestran ahora una incipiente inclinación por investigar la poesía a la vez que otras expresiones de una lengua dada» (pág. 65 e). Asimismo, muestra un interés específico por las posibilidades de una nueva teoría de la estructura lingüística o por «las nuevas hipótesis concernientes a la interdependencia de las diversas estructuras dentro de una lengua». Su dualismo -una visión de la realidad esencialmente binaria- está, pues, colocado al servicio de una visión analítica del lenguaje, a pesar de ser monolítica. El ángulo de estudio, sin embargo, es típicamente «lingüístico» en lo que su método implica de clasifícación y registro del uso que «se desvía» de los modelos casuales; y el casual parece guardar estrecha relación con el «interpersonal». Voegelin reconoce que la estructura «extraída del discurso común de la lengua» puede ser perfectamente una ficción, aunque declara tal concepción «metodológicamente útil», dado el caso de que «ninguna definición lingüística sirve adecuadamente para distinguir las expresiones casuales de las no casuales en las lenguas» (página 70 e). Estas distinciones resultan a la larga valiosas y están confirmadas por «el reconocimiento cultural», es decir, por reacciones parcialmente extralingüísticas contra el papel que desempeña «la persona en la cultura» (pág. 70 e y ss.), tal como Voegelin subrayó al estudiar los usos predominantes entre los indios Hopi. El sistema de Voegelin no está destinado específicamen te a permitir el análisis de los rasgos estilísticos literariw, o expresivos; se ofrece más como un paliativo de las gramáticas que, citando unas palabras de Sapir, «se resque brajen»: su función es reparadora. Una descripción com pleta debe cubrir el laberinto entero de categorías que fil tran muchos niveles de uso. El «tipo de gramática masiva mente resistente», objetivo e ideal de la investigación lin güística bloomfieldiana (pág. 81 e), puede aislar el núcleo del lenguaje, pero no puede representar el todo; perfila un callejón sin salida que la lexicología ha alcanzado con uii sistema según el cual «las irregularidades», como Bloomfield recomendaba, deben 176
del lenguaje, las gramáticas continuarán resquebrajándose, es decir, seguirán incompletas o, de cualquier forma, imperfectas; éste parece ser el punto principal de Voegelin. Manifiesta el malestar que sienten muchos lingüistas de nuestro tiempo. Hemos sugerido en la primera parte de esta obra la tendencia estructuralista que domina el interpersonalismo lingüístico (yuxtapuesto contra el posible énfasis del individualismo de muchos comentarios lingüísticos) que dio lugar a la mentalidad que gobierna la distinción binaria utilizada y redefinida por Voegelin en su ensayo tan interesante y sintomático. Voegelin intenta reunir una ciencia lingüística que en el pasado reciente se fragmentó en dos tendencias analíticas opuestas, y al ir su iniciativa en contra del lado «lingüístico» de la polaridad, su técnica consiste esencialmente en aglutinar, juntándolas de nuevo, las dos piezas. Y al hacerlo así, opera con las mismas hipótesis que gobernaban la división original; lo más que puede hacer es soldar las dos mitades, ya que cada una conserva sustancialmente la misma identidad que tenía cuando se efectuó la ruptura (la división original). Considerando, pues, en térininos de Voegelin, que una gramática que no se «resquehraja» es equivalente a la unidad perdida y restaurada, dehemos preguntarnos qué éxito puede tener este procedimiento. La objeción principal puede ponerse contra el mantenimiento de la polaridad casual/no casual. Esta distinción parece válida, en el mejor de los casos, como un recurso analítico destinado a ser utilizado con propósitos de restricción, ya en un sentido, ya en otro. También podía ser útil como medio de presentar el problema dentro del contexto de la investigación lingüística de orientación taxonómica. Sin embargo, es difícil ver cómo las expresiones no casuales se pueden estructurar dentro de los límites de sus propios recursos, o, si al hacerlo así, por qué se basan en la oposición. En el nivel teórico surgen varias contradicciones: casual y no casual son, en esencia, términos significativos, desafortunadamente, para describir menos las normas reales que sus funciones; éstas tienen poco o nada que hacer con este tipo de norma. Las palabras y las construcciones raras veces se pueden hacer corresponder en todas las f unciones iÍ nuevo al diccionario de «irregularidades» de Bloomfield desde el instante en que las irregularidades fueran dé dos tipos. Además, en ninguna parte hemos aprendido el inter
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funcionamiento del casual y no casual: éste es el tema real (un problema de importancia capital para el análisis literario, por ejemplo). Las observaciones de Voegelin sobre la divergencia entre las normas casual/no casual de la estructura oracional turca, lo mismo que otros ejemplos, vienen a ajustar su esquema, pero ¿qué dice acerca de muchos refranes españoles que presentan restos de habla arcaica o en desuso, cuando se usan fuera de contexto? Sin embargo, como refranes gozan de una incidencia de probabilidades relativamente alta en numerosos y divergentes contextos. La oposición casual/no casual es un punto crítico para poner de relieve negativamente la inadecuación de la «gramática del uso basada en expresiones casuales», aunque inspira graves dudas como la de si el tipo de dualismo sobre el cual se funda, es capaz de cubrir los amplios usos de las «estructuras unificadas» y su descripción. Voegelin no identifica la literatura con el discurso no casual; tampoco describe la literatura en cuanto tal, aunque cierto número de sus ejemplos parecen estar tomados de expresiones que otros colegas podían considerar como literarias. Si estuviéramos dispuestos a adoptar sus esquemas e intentar aplicarlos (de ambas formas) a la lengua usada en literatura y a la lengua literaria, hallaríamos que en virtud de su alto grado de intencionalidad la lengua de la literatura no se agruparía tan frecuentemente alrededor del polo no casual, al menos considerado como una especie de lenguaje. (Jakobson rechaza por completo tal clasificación, y advierte sabiamente que toda lengua, aparentemente casual o no, está llena de «intencionalidad» [Estilo del Lenguaje, pág. 127 e], aunque estemos asociando simplemente el propósito con una forma especial de intenta estético tal como lo definió la moderna crítica literaria.) La literatura, sin embargo, usa también el discurso casual, defendiendo celosamente, a veces, su naturaleza casual en el más no casual de los contextos. En su aportación a Estilo del Lenguaje, Michael Riffaterre sugiere que el uso literario de los discursos casual y no casual debería ser considerado en «la representación del uso "espontáneo", y en la del uso "reflexivo"» (página 332). La concepción de Riffaterre añade otra dimensión al panorama, puesto que la «representación» implica que la lengua literaria es, por definición, algo distinto del lenguaje no literario, sometido a condiciones diferentes de las que regulan generalmente el discurso. En esto parece estar de acuerdo 88
de la literatura. Este punto de vista continúa siendo enteramente legítimo, aunque transforma en parte los temas que inspiraron la dicotomía de Voegelin. Quizá el no casual pudiera resultar útil en el sentido en que Voegelin ha utilizado este concepto, es decir, como una categoría abstracta que agrupa los usos lingüísticos aptos para la clasificación estructural o genérica, pero tomando como punto de partida las condiciones normalmente operativas en el discurso casual, acentuándolos unas veces y minusvalorándolos otras, siempre consistentemente (cfr. el estudio de Hammond, antes citado). En la lengua literaria, los usos no casuales contienen principalmente algunas convenciones y procesos que parecen gozar de una cuasi-existencia propia y que pueden ser aislados provechosamente para el estudio. Son: la rima, esquemas métricos, imágenes recursivas (por ejemplo, la «rosa» en la lírica renacentista, y otras semejanzas). Así interpretado, el no casual puede ser un eslabón en el largo camino que conduce a la integración eventual de la lengua literaria dentro de la teoría general del signo verbal antes discutida, y puede identificarse con lo que hemos llamado estudio de las funciones lingüísticas generales, funciones específicas del discurso literario. Como una categoría abstracta, apta especialmente para la descripción dé las condiciones estáticas, el no casual continúa siendo incapaz de generar expresiones definitivas concernientes a todos los aspectos de estas funciones lingüísticas. Tampoco puede resultar útil con respecto a la calidad literaria, porque ésta es objeto de un juicio de valor. En cuanto abstracción, participa de las limitaciones de las formulaciones abstractas, pero puede ayudar mucho al acopio de información valiosa, relativa a las operaciones literarias de importancia intermedia, si no fundamental. Además, ofrece posibilidades de investigación más análogas a las de ciertos críticos que a las del puro «criticism» que representa la Teoría literaria. A lo sumo, pues, debemos concluir que el dualismo exclusivista del tipo casual-no-casual de Voegelin puede ser de utilidad limitada en la aplicación de las técnicas lingüís ticas a la literatura. Aplicado en su totalidad, como lo hizo A. A. 3 Hill enin su ambicioso for the Definition Studies English, XXXVIII,«Program de la Universidad de Texas (1958), of nas 94-páginas9546-52, Publicados en Style in language como extracto, pági.
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siderado lo suficientemente importantes como para preservarlas para la posteridad». En este corpus el estudioso debe extraer «las características formales que se pueden usar como diagnóstico para su definición». Sin embargo, el proceso exige eliminar del corpus «aquellas expresiones que no difieren de las casuales». Según esta aproximación, las características verbales de un alto nivel de permanencia serían equivalentes a literatura (o por lo menos proporcionarían las bases para uná definición de la misma). Ningún crítico literario admitiría que tal procedimiento haría avanzar nuestro conocimiento de la disciplina, y mucho menos acertamos a ver cómo podría secundar nuestro conocimiento de las estructuras lingüísticas. Hill atribuye demasiada importancia a los principios estilísticos para que puedan resultar útiles; por el contrario, parece negar todavía la existencia de las estructuras puramente literarias en el plano estético, curiosamente de acuérdo con ciertas posiciones de Croce, quien, al negar la posibilidad de los poemas extensos, define la Divina Comedia como una serie de poemas hermosos, interpolados dentro de la larga extensión de un discurso pasado de moda, prosaico y didáctico. Otro sistema binario típico lo proporcionaron algunos lingüistas colaboradores de Estilo del lenguaje. Esta dirección, que intentaba evidéntemente adaptar la literatura dentro de un esquema lingüístico general, está resumida en «The Application of Linguistics to the Study of Poetic Language» (págs. 39-63 e) de Sol Saporta. Saporta describe este problema del estilo más armónicamente, con los propósitos indicados del volumen, que la forma de hacerlo Hill y Voegelin. Habla del lenguaje de la poesía como opuesto al lenguaje de la prosa («lenguaje coloquial o lenguaje casual», pág. 42 e). Hace también contrastar el «lenguaje» (lo que está «dentro del propio dominio de la lingüística», es decir, lo que hemos denominado el «lenguaje» de la lingüística») con el «arte» (la música, la pintura), y considera que la poesía comparte características con ambos dominios. Sin embargo, como lingüista autoconsciente, Saporta continúa siendo fiel a la tradición descriptivista, alegando que debe abordar la poesía como lenguaje y sabiendo en todo momento que es distinta del «lenguaje» en ciertos aspectos («no todo lenguaje es poesía», pág. 43 e). Es evidente que Saporta es plenamente consciente de la contradicción. Espera resolverla mediante la noción chomskiana de grados de «gramaticalidad»; la poesía se describirá como lenguaje, pe ro los rasgos lingüísticos que la diferencian tan clarament( 89
del lenguaje de los lingüistas, se han de describir dentro de los límites de una escala jerárquica de «gramaticalidad» o «agramaticalidad». En resumen, las hipótesis básicas de Saporta se fundan en una polaridad semejante a la de Voegelin, a pesar de que intente construir criterios capaces de describir la trama de relaciones que enlazan los dos polos de su sistema; éste es, al menos, potencialmente-dinámico. Fundamentalmente, es abstracto y exclusivista (no permite ningún juicio de valor, a menos que camine hacia una nociencia). La intuición parece muy prometedora. Sin embargo, nosotros estamos más que sorprendidos de aprender que el propósito de todo esto es que el lingüista simplemente «identifique la poesía»; la poesía está hecha, respecto al discurso altamente gramatical, para representar una posición análoga a la de los «préstamos lingüísticos no asimilados o errores de lengua» (pág. 46e). La literaturá, pues, como tal, no reviste interés para Saporta; está intentando simplemente acelerar una nota particular del análisis «lingüístico». El estilo -y la literatura o poesía que, tal como Saporta usa los términos, parecen ser un discurso altamente estilizadoconsiste, esencialmente, en desviaciones de las normas. Aquí, norma es equivalente a gramaticalidad, esto es, aquellas oraciones generadas sin dificultad. Hay dos tipos principales de desvío (págs. 57 e y ss.), a saber: 1) la presencia de «secuencias agramaticales» en el mensaje (esto es, rasgos «que no aparecen en todas las condiciones»), y 2) la presencia de restricciones, como el metro, no exigidas por
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