Teoria Del Cambio Cultural - Julian H. Steward(Cut)
April 7, 2017 | Author: vengador | Category: N/A
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1. EVOLUCIÓN MUTILINEAL:EVOLUCIÓN Y PROCESO
EL SIGNIFICADO DE EVOLUCIÓN a. evolución cultural, a pesar de ser un concepto largamente en desuso, 4 ha suscitado nuevo interés durante las dos últimas décadas. Este interés no indica ninguna reconsideración seria de las reconstrucciones históricas particulares de los evolucionistas del siglo xix, que fueron descartadas por razones producto de las bases empíricas. Nace de la importancia metodológica potencial de la evolución cultural para la investigación contemporánea, de las implicaciones de sus objetivos científicos, sus procedimientos taxonómicos y su conceptualización del cambio histórico y la causalidad cultural. Por lo tanto, una evaluación de la evolución cultural debe ocuparse de definiciones y de significados. Pero no quiero involucrarme en problemas semánticos. Intentaré demostrar que si se hacen algunas distinciones en el concepto de evolución, es evidente que ciertas propuestas metodológicas encuentren ahora una amplia aceptación. Para aclarar las cosas, debemos considerar primero el significado de evolución cultural en relación con la evolución biológica, porque hay una gran tendencia a considerar a la primera como una extensión de la segunda y, por lo tanto, análoga a la primera. Por supuesto que existe una relación entre evolución biológica y cultural, ya que un desarrollo mínimo del homínido era una precondición de la cultura. Pero, la evolución cultural es una extensión de la biológica sólo en el sentido cronológico (Huxley 1952). La naturaleza de los esquemas evolutivos y de los procesos de desarrollo difiere profundamente en biología y en cultura. En la evolución biológica se asume que todas las formas están relacionadas genéticamente y que su desarrollo es esencialmente divergente. Los paralelismos, como el desarrollo del vuelo, la natación y la sangre caliente, son superficiales y francamente poco comunes. Aún más, estos últimos generalmente se consideran instancias de la evolución convergente, más que paralelismos verdaderos. Por otra parte, en evolución cultural se asume que los patrones culturales en diversas partes del mundo no están genéticamente relacionados y, sin embargo, pasan por secuencias paralelas. Son tendencias divergentes que no siguen la secuencia universal postulada, como aquellas causadas por ambientes locales distintivos, a los que se atribuye solamente una importancia
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secundaria. Evolucionistas unilineales modernos, como Leslie White y V. Gordon Childe evaden los toscos hechos de la divergencia cultural y la variación local al pretender mediar con la cultura como un todo, más que con culturas particulares. Sin embargo, Childe (1951:160) distingue explícitamente la evolución biológica de la cultural, al enfatizar la naturaleza divergente de la primera y la operación de difusión y la frecuencia de la convergencia en la segunda. Es interesante que esta historia, al estar implicada en el relativismo cultural, es bastante similar a la evolución biológica: las variaciones y los patrones únicos de las diferentes áreas y subáreas son claramente concebidos para representar desarrollos divergentes y, presumiblemente, una relación genética fundamental. Es sólo el concepto complementario de difusión, un fenómeno desconocido en biología, lo que previene al relativismo cultural de tener un significado exclusivamente genético, como el de la evolución biológica. Se afirma que las analogías entre la evolución cultural y la biológica están también representadas por dos atributos: primero, la tendencia hacia una creciente complejidad de formas y, segundo, el desarrollo de formas superiores, esto es, el mejoramiento o progreso. Por supuesto, es bastante posible definir la complejidad y el progreso para hacerlos característicos de la evolución, pero no son atributos exclusivamente de ésta, pues también pueden considerarse como características del cambio cultural o el desarrollo, según sean concebidos desde cualquier punto de vista no evolucionista. La suposición de que el cambio cultural normalmente involucra un aumento en la complejidad se encuentra virtualmente en todas las interpretaciones históricas de los datos culturales. Pero la complejidad difiere en biología y en cultura. Como Kroeber (1948:297) establece: "El proceso de desarrollo cultural es aditivo y, por consiguiente acumulativo, mientras que el proceso de evolución orgánica es sustitutivo". No es en la cuestión de la complejidad donde difieren los relativistas de los evolucionistas, sino en la de la divergencia. Para los primeros, el cambio acumulativo sigue caminos paralelos, mientras que para los segundos, es ordinariamente divergente, aunque algunas veces es convergente y ocasionalmente es paralelo. Aunque la complejidad como tal no es distintiva del concepto evolutivo, podría considerarse un concepto aliado para distinguir tanto a la evolución biológica como a la evolución cultural de los conceptos histórico-culturales no evolucionistas. Este es el concepto de tipos y niveles. Donde el relativismo parece sostener que un patrón más bien fijo y cuantitativamente único persiste en cada tradición cultural, a pesar de los cambios acumulativos que
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crean una complejidad cuantitativa, está implicito el punto de vista evolucionista, que considera que el desarrollo de niveles está marcado por la aparición de patrones o tipos de organización cualitativamente distintivos. Así como las formas simples unicelulares de vida son sucedidas por formas multicelulares e internamente especializadas que contienen clases distintivas de organización total, así las formas sociales que consisten en familias y linajes son sucedidas por comunidades multifamiliares, bandas o tribus y éstas, en turno, por patrones de Estado, cada uno envolviendo no solamente una mayor heterogeneidad interna y especialización, sino sobre todo, nuevas clases de integración (Steward 1950, 1951). Así, el evolucionismo se distingue del relativismo por el hecho de que el primero atribuye distintividad cualitativa a los estadios sucesivos, sin tener en cuenta la tradición particular, mientras que el segundo las atribuye a la tradición particular de un área cultural, más que al estado de desarrollo. Esto nos lleva a la cuestión del progreso, que es la segunda característica, tanto biológica como cultural, atribuida a la evolución. El progreso debe medirse con valores definibles. La mayoría de las ciencias sociales siguen siendo tan etnocéntricas, especialmente en su aplicación práctica, que los juicios de valor son casi inevitables. Hasta en la "Declaración de los Derechos Humanos" (1947), presentada a las Naciones Unidas por la American Anthropological Association, se refleja claramente el valor estadounidense sobre los derechos individuales y la politica democrática. Sin embargo, ni éste ni cualquier otro criterio de valor implican evolución. De hecho, el concepto de progreso es ampliamente separable de la evolución y puede enfocarse de muchas maneras. Kroeber, quien es sin duda un evolucionista, sugiere tres criterios para medir el progreso: "la atrofia de la magia basada en la psicopatología; el debilitamiento de las obsesiones infantiles con el entendimiento de los acontecimientos fisiológicos de la vida humana, y la tendencia persistente al crecimiento acumulativo de la ciencia y la tecnología" (Kroeber 1948:304). Éstos no son valores absolutos en sentido filosófico; son "las vías por las que el progreso puede legítimamente considerarse una característica o un atributo de la cultura". Luego, por definición, es posible, aunque no necesario, considerar el progreso como una característica de cualquier forma de cambio cultural, se le considere o no como evolutivo. Tenemos que concluir que la evolución cultural no puede distinguirse del relativismo cultural o del particularismo histórico, por alguna similitud esencial entre su esquema de desarrollo y aquél de la evolución biológica, por su característica creciente complejidad, o por su atributo de progreso. Sin em-
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bargo, esto no significa que la evolución carezca de características distintivas. La metodología de la evolución contiene dos suposiciones de vital importancia. Primero, postula que en secuencias históricamente independientes, o tradiciones culturales, se desarrollan auténticos paralelismos de forma y función. Segundo, explica esos paralelismos por la operación independiente de idéntica causalidad en cada caso. Por lo tanto, la metodología es reconocidamente científica y generalizante y no histórica ni particularizante. Se ocupa menos de los patrones y las características únicas y divergentes (o convergentes) de la cultura, que de los paralelismos y las similitudes que se repiten interculturalmente. Se preocupa por determinar los patrones recurrentes y los procesos y por enunciar las interrelaciones que existen entre los fenómenos en términos de "leyes". Los evolucionistas del siglo = son importantes para los estudios contemporáneos, más por su objetivo científico y su preocupación por las leyes que por sus reconstrucciones históricas particulares. Entonces, se puede definir a la evolución cultural como una búsqueda de leyes o de regularidades culturales, pero hay tres maneras distintas de manejar los datos referentes a la evolución. Primero, la evolución unilineal, la formulación clásica del siglo xix que se ocupaba de determinadas culturas, ubicándolas en periodos de una secuencia universal. Segundo, la evolución universal—un nombre universal para designar a la modernizada evolución multilineal— se interesa más en la cultura que en las culturas. Tercero, la evolución multilineal, un enfoque menos ambicioso que los otros dos, es como la evolución unilineal en su tratamiento de secuencias evolutivas, pero distinta en su búsqueda de paralelismos de ocurrencia limitada en lugar de universales. No se han reconocido aún las diferencias críticas de estos tres conceptos, y aún existe la tendencia general a identificar todo esfuerzo por determinar forma y procesos en desarrollos similares con la evolución unilineal del siglo xix y, por lo tanto, a rechazarlos categóricamente. La adopción del evolucionismo del siglo xix por parte del marxismo y el comunismo, especialmente del esquema de L. H. Morgan, como dogma oficial (Tolstoi 1952) ciertamente no ha favorecido la aceptación de los cientificos de los países occidentales de nada que se categorice como "evolución". Evolución unilineal No hay necesidad de discutir la validez de los esquemas evolutivos del siglo xix, ya que las investigaciones arqueológicas y etnográficas del siglo xx, han demostrado ampliamente su vulnerabilidad. Pese a que no se haya hecho
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ningún esfuerzo por revisar esos esquemas a la luz de los nuevos datos empíricos referentes a la historia de culturas individuales —lo que ya es un hecho bastante notable—, no necesariamente significa que L. H. Morgan (1910) y sus contemporáneos (Tylor 1865, 1871,1881,1899) fallaron completamente al reconocer los patrones y procesos importantes de cambio en casos particulares. La inadecuación de la evolución unilineal se basa especialmente en la prioridad postulada de los patrones matriarcales sobre otros patrones de parentesco y en el esfuerzo indiscriminado para forzar los datos de todos los grupos precivilizados de la humanidad, que incluyen a la mayor parte del mundo primitivo para colocarlos en las categorías de "salvajismo" y "barbarie". Sin embargo, la categoría de "civilización" envuelve una generalización menos absoluta, simplemente porque estaba concebida en términos del Oriente Medio, el norte del Mediterráneo y el norte de Europa. Otras áreas que llegaron a la civilización, especialmente del Nuevo Mundo, fueron menos conocidas y han recibido menos atención. En otras palabras, si bien la reconstrucción histórica y las deducciones a que diera lugar contenían muchas equivocaciones con respecto a los primeros estadios del desarrollo cultural, porque no reconocían la pluralidad de las variedades en las tendencias locales, los análisis de la civilización contienen muchos elementos valiosos, porque se basan más concretamente en acontecimientos que ocurrieron primero en Egipto y Mesopotamia y luego en Grecia, Roma y el norte de Europa. A pesar de que las comparaciones con otras áreas, especialmente las Américas, pero también India y China, dejan mucho que desear en cuanto a formas, funciones y procesos de desarrollo conciernentes a la civilización en general, no obstante, las conclusiones pueden ser válidas bajo circunstancias limitadas. Es así que los conceptos de Henry Maine con respecto a los procesos referentes a la evolución de una sociedad basada en lazos de parentesco, a una sociedad-estado territorial, esclarecen muchos puntos sobre el desarrollo cultural en otras tantas regiones, aunque no necesariamente en todas. Las categorías tales como "con base en el parentesco" y "Estado" son demasiado amplias; se necesita hacer en ellas distinciones entre tipos particulares, aunque sean recurrentes. Probablemente, existen muchas formas y procesos evolutivos estudiados por los evolucionistas, que tienen validez siempre que se les considere como cualidades de determinadas tradiciones culturales y no como características universales de la cultura. En los muy esclarecedores análisis de V. Gordon Childe (1934,1946) y otros, sobre el desarrollo cultural del Mediterráneo oriental y de Europa occidental, si se hiciese un estudio realmente
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comparativo, probablemente encontraríamos ciertos paralelos bastante precisos con otras áreas del mundo. Sin embargo, es significativo que el enfoque de Childe sobre la evolución en mayor escala haya producido un retroceso hacia las grandes generalizaciones. Evolución universal Actualmente, la evolución universal, cuyos principales representantes son Leslie White y V. Gordon Childe, es la herencia de la evolución unilineal del siglo xix, especialmente según las formulaciones de L. H. Morgan (desde el punto de vista de sus generalizaciones, pero no en su tratamiento de los particulares). Conscientes de que la investigación empírica del siglo xx ha invalidado las reconstrucciones históricas unilineales de culturas particulares, que constituyen el rasgo esencial de los esquemas del siglo xix, White y Childe se empeñan en mantener vivo el concepto evolutivo de periodos culturales, relacionándolos con una cultura de la humanidad en conjunto. Las tradiciones culturales distintivas y las variaciones locales —las áreas y subáreas culturales— que se han desarrollado como resultado de tendencias históricas especiales y de adaptaciones ecológico-culturales a ambientes especiales, son excluidas por irrelevantes. White (1949: 338-339) establece: Podemos decir que la cultura como un todo sirve a las necesidades del hombre como especie. Pero esto no lo hace, ni puede servirnos de nada, cuando tratamos de dar cuenta de las variaciones de una cultura específica [...]. El funcionamiento de cualquier cultura en particular estará condicionado, por las condiciones ambientales locales. Pero al considerar a la cultura como un todo, podremos promediar todos los ambientes juntos, para formar un factor constante que puede ser excluido de nuestra formulación del desarrollo cultural (Steward 1949; las itálicas son de Steward). En mucho, Childe reconcilia lo general y particular de la misma forma. Dice que "todas las sociedades han vivido en ambientes históricos diferentes y han pasado por vicisitudes diferentes, que sus tradiciones han sido divergentes, por lo cual la etnografía revela una multiplicidad de culturas, tal como lo hace la arqueología" (Childe 1951:32). Childe encuentra que considerar lo particular es una "seria desventaja si tenemos por objetivo establecer estadios generales en la evolución de las culturas," y de esta manera, "descubrir leyes generales que describan la evolución de todas las sociedades, nosotros
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extraemos [...] las particularidades debidas a diferencias de hábitat" (Childe 1951:35). También debemos descontinuar la difusión, porque cualquier sociedad debe estar dispuesta a aceptar tecnologías y rasgos sociales difusas. Al mismo tiempo, si bien los desarrollos locales dentro de cierto periodo general son en gran medida divergentes, el concepto de evolución es salvado al asumir que la difusión trae rasgos tecnológicos y sociales a todas las sociedades, recreando así, convergentemente, los patrones requeridos (Childe 1951:160 ff). Más bien, este esfuerzo invertido en la difusión, para equilibrar la evolución divergente, está basado empíricamente, casi exclusivamente en los datos del Viejo Mundo. Childe no dice cómo los paralelismos entre el Viejo y Nuevo Mundo encuadran con este razonamiento. Es interesante notar que en las discusiones teóricas de White no hace ninguna referencia a sus propios estudios, extensos y detallados, de los indios Pueblo, y que el excelente conocimiento de Childe sobre los patrones y procesos de desarrollo que se descubren en la arqueología del Cercano Oriente y Europa vienen a ser casi un estorbo para sus discusiones teóricas. El conocimiento profundo de Childe sobre la evolución cultural de estas dos áreas es altamente esclarecedor; pero él simplemente confunde las dos áreas cuando se empeña en colocarlas dentro de estadios de desarrollo simplificados. Es importante reconocer que el evolucionismo de White y Childe arroja resultados sustantivos de orden muy diferente de aquellos de la evolución del siglo xix. Las secuencias culturales postuladas son tan generales, que no resultan de mucha utilidad. Ninguno discute que la cacería y la recolección que Childe diagnostica como "salvajismo", precedieron a la domesticación de plantas y animales; tampoco se contradice su criterio de "barbarie y el hecho de que ésta fuese una condición previa de las grandes poblaciones, de las ciudades, de la diferenciación social interna y de la especialización, así como del desarrollo de la escritura y las matemáticas, que son características de "civilización". Si uno examina la evolución universal con vistas a encontrar leyes o procesos de desarrollo, en vez de encontrar términos de una reconstrucción sucesiva de la cultura, también resulta difícil reconocer cualquier cosa que sea nueva o controversial. Hace tiempo ya se aceptó el hecho general de que la cultura cambia de lo simple a lo complejo y también la "ley" de White (1943), de que el desarrollo tecnológico, expresado según el control del hombre sobre la energía, subyace a ciertos logros culturales y cambios sociales. Tampoco suscita retos la transferencia que hace Childe de la fórmula darwiniana a la evolución cultural. La variación se ve como invención, la herencia como
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aprendizaje y difusión y la adaptación y selección, como la adaptación cultural y la elección (Childe 1951:175-179). Es ciertamente un objetivo más amplio mirar a las leyes universales del cambio cultural. Sin embargo, hay que destacar que todas las leyes universales postuladas hasta ahora, se refieren al hecho de que la cultura cambia —de que todas las culturas cambian— y, por lo tanto, no pueden explicar características particulares de culturas particulares. En este aspecto las "leyes" de evolución cultural y de evolución biológica son similares. Ni la variación, ni la herencia, ni la selección natural, pueden explicar ni una sola forma de vida, puesto que no se ocupan de las características de especies particulares y no tienen en cuenta el número incalculable de circunstancias y factores especiales que producen diferenciación biológica en cada especie. Similarmente, las leyes de White sobre los niveles de energía, por ejemplo, no pueden decirnos nada sobre el desarrollo de las características de las culturas individuales. De los datos de evolución, biológica y cultural, podemos deducir que, sucesivamente aparecen nuevas formas de organización, pero la naturaleza específica de estas formas sólo se puede conocer trazando la historia de cada una al detalle. Así, difiere el problema y método de la evolución universal de los de la evolución unilineal. Con o sin razón, los evolucionistas del siglo XIX trataron de explicar concretamente por qué el matriarcado debe preceder a otras formas sociales, por qué el animismo fue el precursor de dioses y espíritus, por qué una sociedad basada en el parentesco evolucionó en una sociedad territorial controlada por el Estado y, por qué aparecieron otras rasgos específicos de la cultura. Evolución multilineal La evolución multilineal es esencialmente una metodología basada en la suposición de que en el cambio cultural ocurren regularidades significativas, que también conciernen a la determinacion de las leyes culturales. Su método es más empírico que deductivo. Inevitablemente también le concierne a la reconstrucción histórica, pero no espera que los datos históricos puedan ser clasificados en estadios de periodos universales. Está interesada en culturas particulares, pero en lugar de encontrar variaciones locales y hechos problemáticos diversos, que fuerzan el marco de referencia de lo particular a lo general, solamente tiene que ver con aquellos paralelos limitados de forma, función y secuencia que tienen validez empírica. Lo que se pierde en universalidad se ganará en concreción y en especificidad. De esta manera, la
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evolución multilineal no tiene esquemas o leyes apriori. Reconoce que las tradiciones culturales de diferentes áreas puedan ser total o parcialmente distintivas, simplemente pone la cuestión de por qué, cualquier similitud genuina o significativa existe entre ciertas culturas y de cómo, éstas conducen por sí mismas a una formulación. Estas similitudes pueden envolver rasgos salientes de culturas enteras, o pueden implicar solamente rasgos especiales, como clanes, sociedades de hombres, clases sociales de varios géneros, clerecía o patrones militares. Puede objetarse, que la formulación es limitada, que postula que una determinada característica —digamos un clan— que se ha desarrollado independientemente en dos o más culturas no pueda ser considerada evolución. Nosotros, entonces, retornamos a las definiciones. Si la evolución puede ser considerada como un interés por determinar formas recurrentes, procesos y funciones, más que como esquemas mundiales y leyes universales, los muchos esfuerzos por hacer generalizaciones científicas —ya se traten de relaciones sincrónicas o funcionales, o de secuencias diacrónicas, relaciones secuenciales que abarquen pocas o muchas culturas— son metodológicamente semejantes a la evolución. Los evolucionistas del siglo XIX estaban profundamente interesados en hacer generalizaciones.
EL MÉTODO DE LA EVOLUCIÓN MULTILINEAL
Paralelismoy causalidad Un interés implicito en el parelismo y la causalidad ha estado siempre presente en los estudios culturales; que parece haber aumentado durante las últimas dos décadas. De hecho, será bastante sorprendente si cualquiera se atiene muy tenazmente a las implicaciones lógicas de posiciones relativistas, como para clamar que la comprensión derivada del análisis de una cultura no proporciona conocimiento alguno con respecto a la forma, la función y el proceso en otras. La dificultad está en hacer que estos discernimientos pasen del nivel del presentimiento al de las formulaciones explícitas. Los postulados paralelos y las relaciones recurrentes de causa-efecto son vistos con suspicacia. Éstos pueden ser cuestionados sobre bases empíricas, y la dificultad inherente de inferir leyes culturales puede ser atacada con bases filosóficas. De este modo, permanece predominante la metodología de los estudios culturales en el particularismo histórico, más que de la generalización científica.
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Sin embargo, muchos investigadores que hicieron contribuciones notables, dentro del marco de la llamada "Escuela de Boas", expresaron un interés genuino en los paralelismos. Así, Lowie (1925), que fue implacable con la reconstruccion unilineal de L. H. Morgan, no solamente reconoce el desarrollo paralelo y la invención independiente en muchos rasgos, como las moieties (mitades), el sistema dual de números, los cultos mesiánicos y otros (Lowie 1940:376-377), sino que está muy preparado para aceptar una clase de necesidad en el desarrollo cultural, al grado en que ciertos logros culturales presuponen otros. "Si una tribu practica la metalurgia, es claro que no se halla en el plano del salvajismo; ocurre solamente que los que crían ganado y los agricultores forjan metales" (Lowie 1940:45). Pero niega, que esas culturas puedan ser clasificadas sobre las bases de la metalurgia, porque los africanos, por ejemplo, la practicaban, pero carecían de otros rasgos de otras civilizaciones más desarrolladas. Aunque Lowie no puede aceptar la evolución unilineal' de Morgan, coincide con la mayor parte de los profesionales de nuestro gremio en aceptar estas generalizaciones, tales como las que puede ofrecer la evolución universal y, además, es en muchos aspectos, un evolucionista multilineal. ¿Quién es entonces más evolucionista, Lowie o White? Los antropólogos estadounidenses tradicionalmente presuponen la existencia de paralelismos entre el Viejo y el Nuevo Mundo en la invención de la agricultura, la crianza del ganado, la cerámica, la metalurgia, los Estados, el sacerdocio, los templos, el cero y las matemáticas, la escritura y otros rasgos. Tal vez decir que esto los hace evolucionistas multilineales sea ir demasiado lejos. Cuando surge la cuestión de la causalidad cultural paralela, se conviene en que estas similitudes se mantienen al ser solamente superficiales, o al representar una evolución convergente; o bien se ha dicho que las relaciones históricas y funcionales involucradas son aún comprendidas imperfectamente para permitir formulaciones en términos de regularidades interculturales. Sin embargo, muchas personas han reconocido un significado profundo en estos paralelos, pensando que la difusión debe haber ocurrido entre los hemisferios, mientras que otros han intentado formular
Lowie, en una contestación a White, argumentaba que Morgan, Tylor y otros autores estaban forzando los datos históricos de ciertas culturas a patrones unilineales en vez de lidiar con la evolución de una cultura mundial abstracta o generalizada. Ver Robert H. Lowie, "Evolution in Cultural Anthropology: A Reply to Leslie White," American Anthropologist, xLvIII, 1946:223-233.
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secuencias del Viejo y del Nuevo Mundo en términos de periodos de desarrollo comparables. Kroeber (1948:241), no vacilaba en concluir que en los numerosos paralelismos en diferentes partes del mundo: las relaciones o patrones culturales se desarrollan espontáneamente a partir de desarrollos internos probablemente con más frecuencia que por toma u ocupación directa. Además, siendo limitado el número de formas culturales, muchas veces el mismo tipo evoluciona independientemente. Es así que evolucionan una y otra vez las sociedades monárquicas, democráticas, las feudales o divididas en castas, sociedades teocráticas o relativamente irreligiosas, naciones expansionistas y mercantiles o las autosuficientes y agricultoras. Ya he llamado la atención sobre declaraciones de Lesser, Boas, Kidder y otros autores, respecto de la comprensión intercultural en términos de leyes, regularidades o paralelismos —que para llamar a estas "leyes" pueden usar algun otro término— como los objetivos principales de la antropología (Steward 1949, 1950). La lista podría extenderse e incluiría una parte sustancial de la profesión. No es necesario llevar a cabo la determinación y el análisis de los paralelismos en un nivel puramente cultural. Son tan lógicos los argumentos de Leslie White (1949: capítulo 14) a favor de la interpretación del cambio cultural en términos estrictamente culturológicos, que puede quedar la impresión de que culturología y evolución son sinónimos Está más allá de la mira de este escrito argüir sobre la materia. Pero debo insistir en que la eliminación que hace White de los factores tanto humanos como ambientales es un aspecto de su preocupación por la cultura más que por las culturas. En diversos estudios he intentado demostrar cómo es que las adaptaciones ecológico-culturales —aquellos procesos adaptativos en los que es modificada una cultura derivada de un proceso histórico en un ambiente particular— están entre los procesos creativos importantes del cambio cultural (Steward 1938). Hay ciertos problemas donde el potencial racional y emocional del hombre no son un factor cero en la ecuación. Así, Kluckhohn (1949:267) sugiere que "si se bloquea la salida habitual de la agresividad de una tribu en guerra, se puede predecir un aumento de hostilidad intratribal (quizá en forma de brujería), o en los estados patológicos de melancolía que resultan de la cólera hacia el propio yo". Este atributo psicológico de los seres humanos,
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que canalizan la agresión de cierta manera, puede ser un factor significante en la formulación de ciertos paralelismos culturales. Por ejemplo, entre los iroquíes y sus vecinos, los prisioneros de guerra eran primero adoptados como miembros de la familia del captor y luego eran torturados y asesinados. Raymond Scheele (1947) ha sugerido que este patrón ofrece un medio para desviar hostilidades latentes contra parientes hacia miembros de un grupo ajeno. Se encuentra un patrón similar entre los tupinambas de América del Sur y entre otras tribus de distintas partes del mundo. Aunque las premisas psicológicas y las manifestaciones culturales pueden estar sujetas a interrogantes, los datos sugieren una útil formulación intercultural de ciertos modos de conducta. Las clases de paralelismos, o similitudes, con que opera la evolución multilineal se distinguen por su ocurrencia limitada y por su especificidad. Por esta razón, el problema metodológico principal de la evolución multilineal está en hacer una taxonomía correcta de los fenómenos culturales. Taxonomía cultural Cualquier ciencia puede tener medios precisos para identificar y clasificar los fenómenos recurrentes de que se ocupa. Es sintomático de la orientación histórica, y no de los estudios culturales, que haya pocos términos que designen culturas enteras o componentes de culturas que se puedan emplear interculturalmente. Las expresiones "cultura de las planicies", "cultura ganadera del Africa Oriental", "civilización china" y demás, designan regiones culturales que se interpretan como patrones y complejos de elementos únicos. Gran cantidad de términos sociológicos, como "banda", "tribu", "clan", "clase", "Estado", "sacerdote" y "chamán" se utiliza para describir rasgos que se encuentran repetidamente en culturas genéricamente no relacionadas, pero son demasiado generales para que puedan sugerir paralelismos de forma o proceso. Los términos más precisos designan características tecnológicas muy especiales, como "arco", "átlad", o "tejido con ikat". Sin embargo, estos rasgos no implican patrones amplios y lo único que se infiere, por lo general, de su distribución es que ha habido difusión. La condición actual de la taxonomía cultural revela una preocupación por el relativismo y prácticamente todos los sistemas de clasificación se derivan fundamentalmente del concepto de área cultural. Básicamente, el área cultural se caracteriza por contener un elemento distintivo que, al menos en el nivel tribal, constituye la conducta compartida por todos los miembros de
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la sociedad. La clasificación puede atribuir igual peso a todos los elementos, como en el manejo estadístico de Klimet de las listas de elementos culturales compilados en el estudio de la Universidad de California sobre las tribus del oeste de Norteamérica, o como el método de McKern para clasificar complejos arqueológicos. El primero produce áreas y subáreas culturales; el segundo, da categorías de elementos asociados, que en sí mismos no se ubican en el tiempo ni en el espacio. Siguiendo a Wissler (1922), las clasificaciones de áreas culturales tienden decididamente a enfatizar los rasgos económicos, aunque no todas postulan una relación tan próxima entre la cultura y el ambiente, así como Wissler y los rasgos no económicos reciben un énfasis que varía según cada investigador, que puede llevar a una diversidad de esquemas de clasificación para los mismos datos. Así, América del Sur queda agrupada en las cinco áreas de Wissler (1922), en once por Stout (1938), en tres por Cooper (1942) y tres por Bennett y Bird (1949). En el Handbook of South American Indians Steward (1946-1948) la clasifica en cuatro y es dividida en 24 por Murdock (1951). Todas dan primacía a los rasgos que le interesan al individuo. Todas estas clasificaciones se refieren a los datos de América del Sur. Ninguna se ocupa de reconocer en cualquiera de estas tres o 24 áreas, rasgos estructurales ni del desarrollo que sean comunes a otras regiones fuera de Sudamérica. La clasificación de culturas en términos de sistemas de valores, o ethos, tiene esencialmente la misma base que la de áreas culturales. Todas estas clasificaciones presuponen un núcleo común de rasgos culturales compartidos, lo que hace que todos los miembros de la sociedad tengan el mismo punto de vista y las mismas características psicológicas. El concepto de patrón de Benedict, el concepto de carácter nacional de Gorer y Mead y el concepto de temas de Morris Opler, derivan de un enfoque taxonómico que es básicamente igual al de Wissler, Kroeber, Murdock, Herskovits y otros. Si un sistema taxonómico está elaborado con el propósito de determinar paralelismos y regularidades interculturales, en lugar de acentuar contrastes y diferencias, se necesita un concepto que se puede denominar "tipo cultural".2 La dificultad de la determinación empírica de tipos significativos constituye el principal obstáculo para una búsqueda sistemática de regularidades y pa2
Ralph Linton utiliza el término "tipo cultural" pero claramente tiene en mente el concepto de área cultural, donde hay más que tipos encontrados en las diferentes tradiciones cultnrales. Ver Ralph Linton, The Study of Man. New York: Appleton-Century-Crofts, 1936:392.
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ralelismos. Según la presente definición, un tipo cultural difiere de un área cultural en varios aspectos. Primero, se caracteriza por rasgos típicos selectos y no por el contenido total de elementos. Puesto que no hay dos culturas exactamente iguales en la totalidad de sus elementos, es necesario seleccionar constelaciones especiales de rasgos causalmente interrelacionados, que se encuentran en dos o más culturas, pero no necesariamente en todas. Segundo, la selección de características diagnósticas debe ser determinada por el problema y el marco de referencia. Se puede atribuir una importancia taxonómica a cualquier aspecto de la cultura. Tercero, los rasgos seleccionados tienen supuestamente la misma interrelación funcional en cada caso. Ejemplos de los tipos culturales son: la "sociedad oriental absoluta" de Wittfogel (1938, 1939), que ejemplifica regularidades de causa y efecto entre una clase especial de estructura sociopolitica y una economía de regadío; la "banda patrilineal" del presente autor, que se caracteriza por ciertas relaciones inevitables entre una economía cazadora, la descendencia, el matrimonio y la tenencia de tierra (Steward 1936); "la sociedad folk" de Redfield (1941, 1947), que tiene ciertas características generales comunes a muchas —si no a casi todas— sociedades en un nivel de desarrollo o integracional simple y que reacciona ante influencias urbanas —al menos a influencias modernas del urbanismo— según regularidades postuladas; y una "sociedad feudal" (Princeton Conference 1951), que, en un tiempo, caracterizó tanto al-opón como a Europa, donde se exhibían similitudes en la estructura social y política y en la economía. Estos pocos tipos ilustrativos dan primacía a los rasgos económicos y sociológicos, porque el interés científico se concentra especialmente en ellos, y porque la estructura socioeconómica ha sido ampliamente examinada de modo más general que otros aspectos de la cultura. En general, se atribuye considerable importancia a los patrones económicos, porque están inextricablemente relacionados con los sociales y políticos. Sin embargo, también están incluidos en los tipos de Redfield ciertos aspectos de la religión. En una elaboración sobre las sociedades de regadío hecha por Wittfogel, el autor intenta una formulación de tipos de desarrollo que no sólo incluyen rasgos sociales y políticos, sino también tecnológicos, intelectuales, militares y religiosos, que marcan áreas sucesivas en la historia de estas sociedades (Steward 1949 y capítulo 11). El esquema taxonómico designado para facilitar la determinación de paralelismos y regularidades en términos de características concretas y procesos de desarrollo tendrá que distinguir innumerables tipos culturales, mu-
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chos de los cuales aún no han sido reconocidos. No servirá para nuestros propósitos una metodología como la de White, o la de Childe, que ignoran los casos particulares y van sólo a una escala mundial. Por ejemplo, un estadio de caza y recolección —o de salvajismo, para emplear el término de los evolucionistas— es una categoría demasiado amplia. Las relaciones funcionales y las adaptaciones ecológico-culturales que condujeron a las bandas patrilineales, que consisten en un linaje localizado, eran muy diferentes de aquellas que produjeron una banda nómada bilateral, compuesta por muchas familias sin vínculo de parentesco (Steward 1936). Pero éstos no son nada más que dos de los muchos tipos de sociedades cazadoras y recolectoras que se desarrollaron como consecuencia de circunstancias ecológico-culturales e históricas. Hay también tipos que se caracterizan por grupos familiares dispersos, como los shoshonis y los esquimales, y por la presencia de pequeñas tribus cohesivas, como las de California. Además, no significa necesariamente que todos los cazadores y recolectores sean clasificables en tipos con significancia intercultural. Muchos pueden ser únicos, excepto algún rasgo limitado de su cultura, que sea paralelo a otro similar de una cultura distinta, por ejemplo, el desarrollo del clan. Dado que las tribus cazadoras y recolectoras caen en un número indeterminado de tipos culturales, cualquier esquema más amplio de desarrollo ciertamente no puede tomar como representativo cualquier tipo de estadio temprano universal, excepto en características que son tan generales que concretamente no significan nada, sobre alguna cultura particular. Entre cazadores y recolectores es de esperar la ausencia de poblaciones densas y estables, de poblados permanentes y grandes, de clases sociales y otros rasgos de especialización interna compleja, del sacerdocio y ceremonialismo grupal, del dinero, las inversiones, la escritura, las matemáticas y de otras características de la gente "civilizada". Las formas particulares de matrimonio, familia, estructura social, cooperación económica, patrones socio-religiosos y otras características halladas en las sociedades primitivas difieren en cada tipo de especialización interna compleja. En consecuencia, el objetivo es determinar los procesos mediante los cuales los cazadores y recolectores se convirtieron en agricultores o en pastores y éstos, más tarde, en gente más "civilizada", para lo cual es necesario abordar los tipos en particular. Entre las culturas agrícolas también hay una gran variedad de tipos culturales, que no se han clasificado sistemáticamente haciendo referencia a problemas ,de paralelismos o formulaciones de causalidad. Se ha prestado mucha atención a las civilizaciones de irrigación (capítulo 11); sin embargo,
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la designación de "agricultura de bosque tropical" sigue refiriéndose meramente a quienes hacen labores agrícolas en los bosques tropicales húmedos, en vez de a cultivos determinados, métodos de trabajo, mercados y características culturales relacionadas. Es posible que las áreas culturales de los bosques tropicales, tanto del Viejo como del Nuevo Mundo, incluyendo el Mediterráneo y los bosques septentrionales, produjeran tipos culturales indígenas únicos. Es más probable que se descubran paralelismos importantes entre esas regiones si se las compara con referencia al ambiente, la tecnología y el periodo de desarrollo. En la actualidad, el interés por los paralelismos se concentra en el desarrollo de las civilizaciones del Viejo y el Nuevo Mundo. Los paralelismos son impactantes e innegables. Incluyen el desarrollo independiente —según la mayoría de los antropólogos, pero no según todos— de una lista notable de características básicas: domesticación de plantas y animales, irrigación, pueblos y ciudades grandes, metalurgia, clases sociales, Estados e imperios, sacerdocio, escritura, calendarios y matemáticas. Aunque aún existe una gran tendencia a acentuar los rasgos distintivos de cada centro o tradición y, por lo tanto, cada una es vista como un área cultural y no como un tipo cultural, el interés en la función y el proceso gradualmente lleva consigo el uso de una terminología comparable. En lugar de los términos técnicos como "Edad de Piedra temprana", "Edad de Piedra tardía" y "Edad de Bronce", se están empleando otros potencialmente tipológicos, como "Formativo", "Floreciente", o "Clásico" y "Fusión" o "Imperio", en lo que se refiere al Nuevo Mundo. En cuanto al Viejo Mundo, Childe ha introducido términos parcialmente equivalentes, como el de "Revolución urbana".3 Creo que se puede pronosticar la aparición de una taxonomía indicativa de paralelismos importantes a medida que el interés se concentre cada vez más en las interrelaciones de características culturales y en los procesos mediante los cuales las culturas se adaptan a los diversos ambientes. La base conceptual de la taxonomía evolutiva multilineal no es menos aplicable a las tendencias contemporáneas del cambio cultural que a los cambios precolombinos. Actualmente, las diversas culturas nativas del mundo 3
Estos términos y su importancia han sido abordados por Julian H. Steward (1949: 1-27) y Wendell C. Bennett (1948). Ver Julian H. Steward, "Cultural Causality and Law: A Trial Formulation of the Development of Early Civilization," American Anthropo logist, LI, 1949:1-27; y Wendell C. Bennett (ed.), A Reappraisal of Peruvian Archaeology, Memoir, S ocieg for Ametican Archaeology, Vol. XIII, Part 11;1948.
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—incluyendo países enteros, sus continentes y subcontinentes, como China, India, el sudeste asiático, Africa y Latinoamérica— sufren la influencia de la industrialización, que se difunde principalmente desde Europa y los Estados Unidos y, luego, desde los subcentros creados en todos los continentes. En cuanto a las características particulares del desarrollo industrial —la mecanización de la producción agrícola y fabril, los métodos de reporte de costos, las coorporaciones financieras y los sistemas nacionales e internacionales de distribución y mercado— son considerados como un solo desarrollo mundial, o como muchos desarrollos casi independientes de una base industrial general, donde aparecen paralelismos bastante notables en las características difundidas. Estos paralelismos se pueden clasificar en términos de tendencias hacia la producción de bienes de consumo, mercancías, compra de artículos manufacturados, individualización de la tenencia de la tierra, aparición de una racionalidad basada en dinero, valores y metas, reducción del grupo de parentesco a familias nucleares, el surgimiento de una clase media, personal de servicios y el apoyo profesional, el incremento en la tensión entre clases y la aparición de ideologías nacionalistas. Todos éstos son rasgos que caracterizan a la gente en los pueblos europeos y el estadounidense. Sin embargo, sería una explicación demasiado simple decir que estos rasgos simplemente fueron difundidos desde Europa; el estudio detallado de las poblaciones nativas revela procesos que hicieron inevitable el desarrollo de estas características, aun en ausencia de contactos directos y sostenidos entre las poblaciones nativas y las europeas, que podrían haber introducido nuevas prácticas y una nueva ética. Existen motivos para creer que los cambios muy fundamentales que están ocurriendo hoy en las más remotas partes del mundo son susceptibles de formulación en términos de paralelismos o regularidades, a pesar de diversos matices locales derivados de la tradición cultural nativa. Aunque aún no se ha hecho ningún esfuerzo deliberado por formular estas regularidades, hay un gran caudal de investigación dedicado directamente a las tendencias modernas y los resultados sustantivos son bastante detallados como para permitir formulaciones preliminares.
No todos los paralelos tienen necesariamente que basarse en una secuencia de desarrollo. Es así que las regularidades que postula Redfield en los cambios de una sociedad folk bajo la influencia urbanizadora apenas se pueden llamar "evolución". Sin embargo, nuestra premisa fundamental es que el rasgo metodolOgico crucial de la evolución es la determinación de relaciones causales recurrentes en tradiciones culturales independientes. En cada uno
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de los tipos culturales mencionados anteriormente, ciertos rasgos se relacionan funcionalmente con otros y la profundidad del factor tiempo, o del desarrollo, está necesariamente implicita; ya que, independientemente de qué rasgos sean considerados causas y cuáles considerados efectos, se presupo-, ne que algunos deben ir siempre acompañados por otros, en las condiciones estipuladas. Siempre tiene que haber desarrollo a través del tiempo: ya sea; que se requieran diez, veinte años, o varios siglos para que la relación se establezca, el desarrollo a través del tiempo debe siempre darse; también en los desarrollos paralelos que sólo requieren unos pocos años, e implican solamente un número limitado de rasgos que no son menos evolutivos, desde un punto de vista científico, que las secuencias que implican culturas totales y que abarcan milenios.
CONCLUSIONES
La evolución cultural se puede considerar ya sea como un tipo especial de reconstrucción histórica o como una metodología o enfoque particular. Las reconstrucciones históricas del siglo xix de los evolucionistas unilineales se distinguen por la presuposición de que todas las culturas pasan por secuencias paralelas no relacionadas genéticamente. Esta asunción se opone a los relativistas culturales del siglo xx, o a los particularistas históricos que consideran el desarrollo cultural como esencialmente divergente, excepto cuando la difusión tiende a nivelar diferencias. Este desacuerdo referente al hecho histórico fundamental se refleja en la taxonomía cultural. Las principales categorías de los evolucionistas unilineales son los periodos de desarrollo aplicables a todas las culturas; las de los relativistas y particularistas son las áreas o tradiciones culturales. La diferencia de punto de vista alcanza también a la propia lógica de la ciencia. Los evolucionistas eran deductivos, apriori y muy filosóficos. Los relativistas son fenomenológicos y estéticos. La investigación del siglo xx ha acumulado gran cantidad de evidencias que apoyan abrumadoramente el argumento de que las culturas individuales difieren significativamente entre sí y no pasan por estadios unilineales. Puesto que este hecho básico de la historia cultural ya no constituye un tema de gran controversia, aquellos que han tratado de mantener viva la tradición de la evolución del siglo xix se han visto obligados a cambiar su marco de referencia de lo particular a lo general, de un esquema universal donde se pueden acomodar todas las culturas individuales a un sistema de genera-
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lizaciones amplias sobre la naturaleza de cualquier cultura. Admiten que las culturas particulares tienen rasgos característicos causados por el desarrollo divergente en diferentes áreas, también por el estadio de desarrollo, pero ahora profesan interesarse por la evolución de la cultura considerada genéricamente y no de las culturas. Su reconstrucción de la historia cultural del mundo está, de hecho, basada en términos tan generales que cualquiera los puede aceptar. Nadie duda que la cacería y la recolección precedieron a la agricultura y el pastoreo y que éstas dos últimas eran condiciones previas de la "civilización", que se caracteriza en términos generales por poblaciones densas y estables, la metalurgia, por logros intelectuales, la heterogeneidad social y la especialización interna y otros rasgos. Debido a que ahora el peso de la evidencia parece apoyar la idea del desarrollo cultural divergente, se mira con suspicacia la propuesta de que habría paralalelismos importantes en la historia de la cultura. No obstante, es probable que en su mayoría los antropólogos reconozcan algunas similitudes en forma, función y proceso de desarrollo en ciertas culturas con diferentes tradiciones. Si se puede despojar el interés en estos paralelismos, pueden ser despojados del dogma "para-todos-o-para-nadie", porque como se sabe, el desarrollo cultural no es totalmente unilineal, cada tradición tiene que ser absolutamente única, se pueden echar los cimientos para una reconstrucción histórica que tenga en cuenta tanto las similitudes así como también las diferencias interculturales. La formulación de las similitudes en términos de relaciones recurrentes requiere una taxonomía de los rasgos significativos. La taxonomía, que se discute a lo largo del capítulo 5, puede estar basada en pocos o en muchos rasgos, y con referencia a un número variable de culturas diferentes. La formulación del desarrollo puede involucrar secuencias históricas largas o cortas. Para quienes se interesan en leyes, regularidades o formulaciones culturales, la gran promesa descansa en el análisis y la comparación de similitudes y paralelismos limitados, es decir, en la evolución multilineal, más que en la evolución unilineal o universal. La evolución unilineal está desacreditada, excepto en los limitados conocimientos que ofrece sobre las culturas particulares analizadas en detalle por los estudiosos de la cultura en el siglo xix. La evolución universal todavía tiene que ofrecer alguna formulación muy novedosa que explique a una y a todas las culturas. El curso de investigación más fructífero parece ser la búsqueda de leyes que establezcan las interrelaciones entre fenómenos particulares, que pudieran repetirse en varias culturas, pero que no son necesariamente universales.
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