TEMA_11
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Descripción: resúmenes historia medieval desde la perspectiva de la historia social y cultural...
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TEMA 11: LA EDAD MEDIA. CONCEPTO Y PERIODIZACIÓN ÍNDICE: I. II. III. IV.
La Invención del Medioevo: Evolución histórica del concepto de Edad Media. Los límites cronológicos y espaciales de la Edad Media. Periodización interna. Fuentes y Metodología para el estudio de la Edad Media.
I.- La Invención del Medioevo: Evolución histórica del concepto de Edad Media. I.1.- Una palabra nacida para la polémica. Que los hombres y mujeres del Medioevo no supieran que vivían en el Medioevo es una obviedad que merece, no obstante, ser recordada. Efectivamente, otras etiquetas históricas no presentan esta ambigüedad de fondo. Por ejemplo, la “Edad Moderna” fue definida así, no sin cierta presunción, por los mismos “modernos” (pero también los hombres del Medioevo, en su tiempo, se sentían modernos y, con falsa humildad, superiores a los antiguos: definiéndose “enanos sobre los hombros de gigantes”, según la feliz expresión usada por Bernardo de Chartres y más tarde por Juan de Salisbury en el siglo XII, subrayaron su convicción de poder mirar más lejos). Se podría objetar que la conciencia de los contemporáneos no es un elemento indispensable para la comprensión de la realidad histórica: muchos acontecimientos se encuadran mejor a posteriori, cuando su significado parece visible con mayor claridad. En esto consiste el trabajo del historiador: reconstruir y comprender el desarrollo de los hechos y la complejidad de las relaciones que los ligan a otros hechos, no sólo contemporáneos si no también precedentes y sucesivos, en la concatenación de causas y efectos –más o menos voluntarios- que constituyen el tejido, en absoluto lineal, de la historia. La palabra “Medioevo” nació de una idea totalmente diversa, no del intento de comprender y de dar un sentido a algo, si no, al contrario, para indicar una especie de paréntesis, de vacío en la historia, una “edad en mitad” de dos plenitudes dignas, en su caso, de todas las consideraciones. Los primeros en considerar que un largo periodo de decadencia había interrumpido –con la caída del imperio romano de Occidente- el fluir de la civilización antigua fueron los humanistas del los siglos XV-XVI, pensando que era necesario recuperarla reanudando los hilos de un discurso interrumpido. En realidad, la historiografía humanista (Leonardo Bruni, Flavio Biondo) distinguía sólo una edad “antigua”, hasta la caída del imperio romano, y una “reciente”, aún en curso. Pero en 1469 aparece una expresión nueva: el obispo Giovanni Andrea Bussi, refiriéndose a Nicolò Cusano, alaba su competencia en las historias latinas, tanto de la edad antigua como de la media tempestas. Tal vez demasiado precipitadamente se ha reconocido el Medioevo en tal designación, que podría querer decir “edad de en medio”, pero más probablemente significa “pasado reciente”. Esta y otras expresiones que aparecen en la literatura de las décadas sucesivas –media antiquitas, media aetas y, finalmente, también medium aevum- no permiten detectar un consciente distanciamiento de un periodo histórico diferente al antiguo y considerado concluido. Sin embargo, lo que sí es explícito es el orgullo de vivir en una época de renovada fecundidad intelectual, fundamentada en el redescubrimiento de los textos y de la cultura de los antiguos.
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Análogas reflexiones fueron propuestas para la evolución de las formas artísticas: pueblos “bárbaros” habían enterrado cualquier forma de belleza creada por Griegos y Romanos; el arte “gótico” –inicialmente el término fue usado como sinónimo de “bárbaro”- había hecho perder el sentido clásico de la medida y de las proporciones, reapareciendo sólo a inicios del siglo XIV con Cimabue y Giotto. Esta fue la posición expresada por Giorgio Vasari en 1550, en sus Vida de los más célebres arquitectos, pintores y escultores italianos. La idea de una decadencia “medieval” quedaba así definida, aún a pesar de quedar confinada al ámbito literario y artístico. El giro crucial para incluir a toda una civilización en los términos negativos de esta valoración se dio también en el siglo XVI, en Germania, en los ambientes de la reforma protestante. Retomando los motivos ofrecidos por la historiografía humanística italiana, francesa y alemana, los polemistas luteranos trazaron un dibujo de la historia europea reciente –la que después fue llamada medieval- centrado sobre la cuestión religiosa, es decir, sobre la progresiva decadencia de la primitiva espiritualidad cristiana causada por el papado romano. Ignorancia, superstición, oscurantismo, arrogancia del poder eclesiástico... surgieron los rasgos dominantes de una historia por fortuna terminada con la reforma de Lutero. Sobre estos presupuestos fue proyectada en Magdeburgo, por el humanista de Istria Mathias Vlacic, conocido también como Flacius Illyricus, una Historia ecclesiastica dividida por siglos o centurias, de ahí el nombre dado de “centuriadores de Magdeburgo” a los numerosos colaboradores de la obra, que fue publicada entre 1559 y 1574. De este modo no sólo se fijó la imagen de un “Medioevo” que condenar en bloque, si no que además se consolidó la idea –que condicionaría fuertemente la historiografía posterior- de una casi total coincidencia entre el concepto de Medioevo y la historia del catolicismo romano. I.2.- El Medioevo adquiere cuerpo y llega a ser un periodo histórico. Entre los siglos XVI y XVII, la noción de una “edad de en medio” identificada sobre todo con la edad de la fe cristiana, se consolida, ya sea en la historiografía protestante que continúa con su estrategia de ataque al papado, ya sea en la historiografía católica, la cual, respondiendo a las polémicas protestantes, por un lado confirma la centralidad de la Iglesia en las vicisitudes de aquellos siglos, y por otro, le da la vuelta al argumento protestante reivindicando los valores positivos de la fe, de la religión y de la moral católica. Más allá del choque ideológico, esta reacción se traduce en un intenso trabajo filológico, dirigido a recuperar y publicar fuentes útiles para una meditada valoración del pasado. Uniéndose a una historiografía erudita que en varios países había comenzado a producir recopilaciones de textos cronísticos y literarios, el mundo católico se convierte en promotor de importantes iniciativas, como la puesta en marcha, en 1643, de una gran empresa de edición crítica de las fuentes hagiográficas, las vidas de los santos (Acta sanctorum), examinadas con el mismo método filológico que se utilizaba para los demás textos, en un intento de discernir los documentos auténticos de las leyendas y dando, por lo tanto, un fundamento de verdad al culto de los santos, blanco de primer orden de los ataques protestantes. Esta monumental obra, proyectada por el jesuita belga Heribert Rosweyde y coordinada por Jean Bolland, en la cual las biografías están organizadas día tras día siguiendo el calendario eclesiástico, sigue, en la actualidad, en curso. 2
El mismo problema de la autenticidad, pero dirigido a los materiales de archivo, fue el núcleo del trabajo del benedictino francés Jean Mabillon, a quien se le reconoce el ser el iniciador de la ciencia diplomática con la obra titulada, precisamente, De re diplomatica, publicada en 1681, y en la que se establecían reglas seguras para distinguir los documentos auténticos de los falsos, estudiando sus características materiales y formales. En 1678 fue publicado el Glossarium ad scriptores mediae et infimae latinitatis, el primer diccionario de latín “medieval”, compilado por Charles du Fresne Du Cange a través de una vastísima selección de textos archivísticos, jurídicos y cronísticos. Estos y otros importantes trabajos pusieron a disposición de los estudiosos una enorme cosecha de materiales, útiles para profundizar en muchos aspectos de aquel “pasado reciente” que, mientras tanto, se alejaba, adquiriendo cada vez más el aspecto de una época finalizada y diversa. En la segunda mitad del siglo XVII el Medioevo era ya una realidad consolidada en la cultura europea. En la síntesis de historia medieval propuesta en 1666 por el alemán Georg Horn, la periodización humanista en historia antigua (vetus) y moderna (recentior) era superada por la aparición de un intermedio medium aevum, distinto de la contemporaneidad no sólo en el plano cultural (decadencia y renacimiento), si no también por acontecimientos políticos, económicos, técnicos (aparición de las monarquías absolutas, viajes y descubrimientos geográficos, invención de las armas de fuego y de la imprenta). Los extremos cronológicos de este Medioevo los fijaba Horn en 476 y en 1453, es decir, en dos episodios particularmente dramáticos y de fuerte impacto simbólico, como son la caída, respectivamente, del imperio romano de Occidente y de Oriente. Esta distinción y esta cadencia cronológica fueron confirmadas y codificadas en el uso académico por otro estudioso alemán, Christoph Keller, cuyo manual de historia, concebido para un uso esencialmente didáctico, se articuló en tres volúmenes dedicados respectivamente al mundo clásico, a la edad de en medio y a la contemporaneidad. La Historia Medii Aevi fue publicada en 1688, y a esta fecha se le suele asignar la definitiva estabilización del Medioevo como referencia historiográfica. La que, en un principio, había sido sobre todo una idea abstracta, una noción negativa de vacío y de espera, se había, por decirlo así, encarnado, materializado en una época de confines precisos y reconocidos. I.3.- El Medioevo se enriquece y se diversifica. La erudición del siglo XVIII, multiplicando los estudios y las recopilaciones de material documental, prosigue la obra de enriquecimiento del conocimiento histórico, provocando con ello también que sea más difícil continuar representando el Medioevo como una época de fisonomía unitaria. La misma imagen negativa de la edad de en medio, defendida con fuerza por la Ilustración, es, no obstante, sometida a revisiones y distinciones. Ejemplar en este sentido la posición del italiano Ludovico Antonio Muratori, que emprende una monumental obra de edición de las fuentes cronísticas italianas del año 500 al 1500, naciendo así los 25 volúmenes de los Rerum italicarum scriptores, publicados entre el 1723 y el 1751. Paralelamente, elaborando estas y otras fuentes, Muratori publica entre 1738 y 1742 los seis volúmenes de las Antiquitates italicae medii aevi, 75 disertaciones dedicadas al mismo número de argumentos de historia medieval, desde la cultura a la religión o a las costumbres. El autor comparte la condena ilustrada de la “barbarie” medieval, la idea consolidada de una general decadencia civil y cultural iniciada al final del imperio en Occidente. Pero hay algo que no encaja: Muratori detecta en los siglos sucesivos al año Mil (he aquí asomando otro nuevo estereotipo, destinado a tener un enorme éxito) señales 3
importantes de cambio y de “progreso” hacia la edad moderna. Sobre todo le impacta el crecimiento de las ciudades y de la cultura ciudadana, típica de la historia italiana. El autor comienza entonces a distinguir: el Medioevo, apenas recién codificado en sus límites cronológicos, comienza ya a poner dificultades en mantener esa identidad homogénea que sólo un preconcepto polémico había podido conferirle. Superstición y fe, barbarie y civilización, decadencia y progreso forman parte del mismo todo, como es natural que sea, ahora que se ha comenzado a estudiar la historia de aquellos siglos desde dentro. La posición historiográfica de Muratori muestra significativas concordancias con la mantenida por Voltaire, uno de los padres de la Ilustración francesa, que por un lado pronuncia una condena sin apelación contra el Medioevo fanático y oscurantista, mientras que por el otro contribuye a renovar la imagen de aquella época, deteniéndose particularmente –también en este caso, por lo demás, con intención de polemizar- sobre sus instituciones políticas y sociales: el Medioevo de Voltaire (ilustrado, por ejemplo en su obra Essai sur les moeurs et l’esprit des nations del 1758) es el Medioevo feudal, aquel que inventó un modelo de sociedad basado en el privilegio, en el autoritarismo, en la opresión: modelo que, llegado hasta el siglo XVIII, para los ilustrados es el enemigo a batir. El Medioevo es por lo tanto para Voltaire sobre todo un blanco que sirve en la batalla política e ideológica de su tiempo, en este sentido su comprensión es difícil, y el mismo “feudalismo”, leído a través de sus tardías manifestaciones en la Francia del siglo XVIII, es malinterpretado con respecto al contexto que lo vio nacer. No obstante, las páginas de Voltaire –como también las de otros polemistas e historiadores de su época- representan un sustancial enriquecimiento en el modo de afrontar la edad de en medio, vista no sólo como edad de la superstición (en la lectura protestante y también en la ilustrada) o de la fe (en la lectura católica), si no como una experiencia histórica global, hecha de política y de modelos institucionales, de relaciones sociales y económicos, de expresiones culturales y artísticas, de saberes técnicos, de modos de vida cotidianos.
I.4.- El reverso de la imagen: el Medioevo como un sueño. Entre finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, la cultura europea, en el nuevo clima romántico, rehabilita el Medioevo; no porque rediseñe sus contornos, alejándose del estereotipo de los siglos oscuros, si no porque es precisamente esta imagen del periodo la que gusta a los románticos, decididos a redescubrir el lado pasional, irracional, oscuro del hombre y de su historia. De esta manera, el Medioevo, edad de la fe, del espíritu y de los sentimientos, se transforma en el lugar preferido de la reacción contra la racionalidad ilustrada. Se revaloriza la fe cristiana (Chateaubriand, Le génie du christianisme, 1802), se redescubren los ritmos de antiguas composiciones poéticas, naciendo de la fascinación primitiva de estos textos obras como Los Cantos de Ossian (James Macpherson, 17601763), de inspiración gaélica. La conciencia de la ineluctabilidad del tiempo induce a escoger las ruinas de castillos e iglesias como sujeto pictórico, mientras que las aventurosas vidas de damas y caballeros llegan a ser protagonistas de las novelas históricas de Horace Walpole y de Walter Scott. Nace, por lo tanto, con el romanticismo –sobre todo en ámbito anglosajón– un estereotipo idéntico y contrario al del Medioevo oscuro, destinado, como el primero, a incidir profundamente sobre el imaginario colectivo, llegando hasta nuestros días.
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I.5.- La investigación sobre las raíces y el giro nacionalista. La cultura romántica buscó también en el Medioevo las raíces del espíritu nacional; esto ocurrió sobre todo en aquellas áreas europeas, como Germania e Italia que no habían vivido un desarrollo político y territorial unitario. En Germania se retomaron y se llevaron a sus extremas consecuencias sugerencias ya presentes en algunos pensadores ilustrados como Justus Moser, que había valorizado la “barbarie vigorosa” de los pueblos germánicos, en contraposición con la desidia de los latinos del bajo imperio. Con los filósofos románticos se llevó a cabo en la cultura germana un auténtico giro nacionalista: así, en contra del racionalismo francés se exaltaron la solidaridad, la poesía, la fe y la belleza de los primitivos pueblos germánicos, abusivamente presentados como etnia homogénea, portavoz de valores uniformes. Pensadores como Herder, Novalis y Schiller exaltaron el espíritu comunitario de estos antiguos pueblos; Maurer, así como los mismos Marx y Engels, detectaron en la base de las estructuras sociales de época medieval una especie de “comunismo primitivo” de los germanos. La cultura alemana del siglo XIX revalorizó, por lo tanto, el Medioevo, ya que este periodo había visto a los pueblos germánicos llegar a ser protagonistas de la historia europea: exactamente el mismo motivo por el cual los humanistas del área latina habían llegado a despreciarlo. La exaltación de las raíces germánicas de Europa, propuesta por la cultura alemana, provocó la reacción de la historiografía francesa: Fustel de Coulanges reivindicó el papel que la Galia había desempeñado en la creación de la civilización europea, ya que precisamente fue en ella donde más precozmente se fusionaron los intereses de la aristocracia senatorial galorromana con los de la aristocracia de los Francos. La búsqueda de una identidad nacional fue más fatigosa y contradictoria en Italia. Durante la primera mitad del siglo XIX, y en concomitancia con el movimiento del “Resorgimento”, el Medioevo fue visto como la época en la que la península italiana había sufrido las primeras ocupaciones extranjeras, pero también como el momento en el que el “genio itálico” había encontrado su máxima expresión con el movimiento comunal, en aquellas ciudades que había conseguido oponerse con éxito a los emperadores germanos. La centralidad del papel urbano fue sancionada tras alcanzar una unidad nacional: la época comunal se transforma entonces en el momento fundacional de aquellas identidades locales que el naciente estado central se disponía a uniformizar. Cualquier interpretación nacionalista y étnica del periodo medieval es hoy en día rechazada con fuerza por la historiografía: efectivamente, se trata de un “finalismo inadmisible”. La crítica histórica contemporánea ha subrayado, sin embargo, como principal característica del Medioevo, el hecho de haber sido una gran laboratorio en el cual se realizó una completa síntesis entre latinidad y germanismo.
I.6.- Imagen y realidad: el medioevo reconstruido: Durante el siglo XIX –siglo marcado por los rápidos y profundos cambios en las estructuras sociales y económicas- el periodo medieval llega a ser, bajo diversos aspectos, un lugar y un tiempo indefinido en el que situar ideales y valores perdidos. También la sensación de inseguridad que de vez en cuando acompañó a las transformaciones en acto, exigió la 5
búsqueda, en el ámbito arquitectónico y decorativo, de estilos expresivos que, conectándose con el pasado, se proponían de alguna manera salvaguardar su herencia. Especial éxito tuvieron varias formas de adhesión a un presunto “espíritu de la edad medieval”, que ya, definitivamente, había adquirido las características de un mito. Dentro del artesanado artístico, en crisis por la competencia de las primeras producciones en serie, nacieron movimientos como l’Arts and Crafts (Wiliams Morris), el cual, recuperando modelos artesanales y decorativos “medievales”, propusieron a un público conservador y burgués objetos “en estilo...”. También el arte figurativo, con el movimiento de los Prerafaelistas y de los Nazarenos, recuperó formas pictóricas reconducibles al arte del periodo medieval, en abierto contraste con las tendencias innovadoras de las vanguardias artísticas del siglo XIX. En arquitectura se emplearon los estilos gótico y renacentista como símbolos para proclamar ciertas posturas políticas e ideológicas. El estilo gótico, por ejemplo, fue identificado con un Medioevo visto como la edad de la fe. En Inglaterra, muchas iglesias y colleges fueron construidos en ese estilo porque los defensores del progreso y del laicismo preferían, por su parte, el estilo renacentista. En las décadas centrales del siglo XIX, la revalorización del periodo medieval se asoció a importantes estudios filológicos y eruditos. En Francia el arquitecto Viollet Le Duc compiló el Diccionario del arte gótico, un cuidado repertorio de todas las formas constructivas medievales. Sobre esta sólida base metodológica cimentó su labor como restaurador de monumentos antiguos, aunque inclinándose en sus actuaciones a crear una especie de imagen perfecta de la arquitectura medieval, que en la realidad histórica no había existido nunca. La plenitud estética de sus restauraciones –por ejemplo las llevadas a cabo en el castillo de Pierrefonds y de la ciudad de Carcassonne, respectivamenten en el norte y sur de Francia- ofrece la imagen idealizada de un pasado para nada simple, que llega a ser fácilmente comprensible porque se ha reconstruido a través de una interpretación coherente y unitaria. La experiencia francesa de Viollet Le Duc encontró seguidores en otros países, por ejemplo en Italia, la obra de los arquitectos Alfredo D’Andrade (restauraciones de castillos del Piemonte y del Valle d’Aosta) y Afonso Rubbiani (restauraciones de castillos y palacios públicos de Emilia). Sus reconstrucciones y restauraciones inspiradas en una sólida base de conocimientos históricos, tuvieron el efecto paradójico de dar un rostro “ochocentesco” a gran parte del patrimonio arquitectónico medieval conservado. Desnudando a los antiguos edificios de las señales de las sucesivas modificaciones que estos había sufrido a lo largo de los siglos, ofrecieron a las generaciones posteriores una imagen del Medioevo reinventada en el siglo XIX. Caso del templo románico palentino de San Martín de Frómista, “reinventado” por su restaurador Aníbal Álvarez (1896-1904).
I.7.- Una periodización difícil. Periodizar, o sea, subdividir el tiempo y reordenarlo en periodos, es una actividad intelectual típica del historiador que quiere comprender el pasado, dar un sentido lógico a los hechos, desentrañar las facetas más desconocidas, detectar las características típicas de una época, los motivos de continuidad, de cambio o de fractura. Es una operación de indudable utilidad para el conocimiento, pero –por su misma naturaleza- arbitraria, y por lo tanto, siempre 6
discutible. De frente, por otra parte, a una realidad como el Medioevo, el ansia de periodizar choca con problemas particularmente complejos, ligados al hecho de que el periodo así denominado no ha sido en principio “recortado” como una unidad significativa en sí misma, si no que surgió contrapuesta en negativo a algo diferente y “mejor”. Precisamente por este carácter originario de invención ficticia, el Medioevo se presta mal a ser representado como una unidad: entre el siglo V y el siglo XV los cambios son tan clamorosos en todos los ámbitos que sería absurdo defender que estos cambios tengan menos importancia que las posibles persistencias. Sobre todo los estudiosos positivistas de la segunda mitad del siglo XIX y de las primeras décadas del XX , que en general sostenían la necesidad de no buscar un sentido en la historia, limitándose a reconstruir puntillosamente, a partir de los testimonios documentales, secuencias de hechos, rechazaron tratar como un todo unitario los “siglos oscuros” (así los juzgaban, retomando de forma más radical si cabe la crítica ilustrada), excluyendo las fases de desarrollo o, como se decía, de “renacimiento”. En función de estas ideas, para los historiadores positivistas, a finales del primer Milenio (siglo XI), el Medioevo podía considerarse como concluido. El error es siempre el mismo: si Medioevo es sobre todo una idea –negativa-, todo aquello que no encajaba con esa idea no podía ser, por lo tanto, Medioevo. Solamente aquellos historiadores contemporáneos que han permanecido en cierto modo ligados a los argumentos de la polémica renacentista entre protestantes y católicos, es decir, a la idea de un Medioevo impregnado fuertemente y de manera decisiva del elemento religioso, han seguido proyectando una imagen de esa época unitaria. El Medioevo cristiano de algunos medievalistas de la primera mitad del siglo XX (G. Falco, R. Morghen) y de sus más recientes epígonos es, con diversas excepciones y matices, la única imagen coherente que la historiografía del siglo XX ha producido sobre esta especie de fantasma que es el Medioevo europeo. Imagen sobre la que se podría discutir largo y tendido, ya que, en todos los ámbitos, incluido el religioso, el Medioevo es sobre todo una edad de encuentros y de contaminaciones entre culturas diversas, que tiende, no a separar, si no a tener unidos, a asimilar, en una especie de vocación “sincrética”, experiencias lejanas y aparentemente contrastantes, bien en los tipos de organización social e institucional, bien en los modos de ordenación económica y jurídica, o en las formas de vivir y sentir. No es, por lo tanto, casualidad, que entre los pocos intentos de crear una definición global de la edad media aparecidos en los últimos decenios, obtuvo un enorme éxito la propuesta del historiador Giovanni Tabacco de calificarla como “edad de la experimentación”, o sea, de la búsqueda, en todos los campos y en todas las direcciones, de muchas soluciones posibles a los problemas de la existencia y de la convivencia civil. La religión puede perfectamente haber sido la “conciencia del sistema”, pero este sistema, apunta Tabacco “sólo coincidió muy parcialmente con el cosmos del Medioevo, que incluía dentro de sí robustas orientaciones autónomas del proceso económico, de la afirmación política, de la curiosidad intelectual, de la sensibilidad estética”, con fuertes tensiones y significativas presencias de individuos, grupos y clases “en diferentes modos y medidas estraños o rebeldes al sistema oficial”. Hombres y mujeres “a la contra” a quien el historiador Vito Fumagalli ha dedicado un libro (Uomini contro, 1995) para explicar que la historia también se hace con opciones marginales o fracasadas. 7
II.- LOS LÍMITES CRONOLÓGICOS Y ESPACIALES DE LA EDAD MEDIA. Como hemos dicho más arriba, «Periodizar» es una operación cultural orientada a la comprensión de la historia: se reparte la historia en «períodos» más o menos largos, evocables de manera suficientemente homogénea, en la imposibilidad, para la memoria colectiva de los hombres, de entrar en el magma del pasado aislando en él cada elemento. La periodización que ha dado lugar a la idea europea de Edad Media está tan condicionada por la negatividad de su parte final que, para conformar un largo período totalmente negativo, se fue a buscar un inicio también «oscuro»: el siglo V, la caída del Imperio romano, la crisis de readaptación vivida entonces por Europa, no encuadrada ya en un gran dominio de tipo estatal, y no preparada todavía a funcionar a través de localismos, de integraciones étnicas, de nuevas formas de organización. Este desarrollo cronológico ha sido visto desde diferentes perspectivas por las corrientes de pensamiento de nuestro siglo. 1) La escuela historiográfica tradicional, cuyo criterio es elevar un determinado hecho histórico como factor de ruptura, dotaba al Medievo con una cronología precisa: el inicio, lo situaba justamente en el año 476, fecha en la que el último emperador romano, Rómulo Augústulo, era depuesto por Odoacro, caudillo de los hérulos, lo que significaba el fin, para esta escuela, del Imperio romano de Occidente. 2) Frente a esta concepción, encontramos aquella (que es la que domina hoy en día) que considera que el paso de una época a otra se produce a través de un proceso de Transición largo y complejo, que trae consigo transformaciones no solo de índole política, sino también y sobre todo, sociales, económicas, culturales, etc. En lo referente a su inicio, existen algunas controversias, ya que la transición de la Antigüedad a la Edad Media ha sido y sigue siendo un tema enormemente discutido, pero del que se desprenden dos posturas. La que postulan aquellos que piensan que la Edad Media se inicia en el siglo III d.C., con la gran crisis económica que cambiará el Imperio Romano, ya que es entonces cuando se transforma la estructura socioeconómica existente hasta ese momento. En segundo lugar, está la propuesta de la gran mayoría de los autores, es situar su inicio en el siglo V, cuando se producen las invasiones bárbaras que ponen fin de forma definitiva al imperio romano, no sólo políticamente, si no profundizando los cambios socioeconómicos iniciados con anterioridad. El período transicional, para algunos finaliza en el siglo VI con la estabilización de los reinos bárbaros, pero para otros, estos fueron meros los continuadores de la situación anterior, y proponen como final el siglo VIII, es decir con la expansión musulmana por el Mediterráneo. Por lo que respecta al final de la Edad Media, el debate ha sido menos intenso, aunque lo ha habido. Para la corriente tradicional rupturista, para el final de la Edad Media, se ha utilizado mucho la fecha de 1453, año en el que los turcos tomaban Constantinopla y, a su vez, ponían fin al Imperio romano de Oriente. Así pues, para la concepción rupturista, la Edad Media se definía como la evolución entre la pervivencia de los imperios romanos. Pero la mayor parte de los historiadores están de acuerdo en que el inicio del período de transición al mundo moderno se inicia en el siglo XIII con la gran crisis económica y demográfica que hundió las estructuras políticas y económicas que habían dominado los 8
siglos anteriores. El final de esta transición tiene lugar entre mediados del siglo XV e inicios del XVI, con motivo de la superación de la crisis de la centuria anterior (recordad la Peste), el afianzamiento de las Monarquías Nacionales que se imponen al derecho feudal, y una serie de importantes cambios geopolíticos, como la toma de Constantinopla por los turcos (1453) y la de Granada por los castellanos, el descubrimiento de América, etc. En cuanto al ESPACIO GEOGRÁFICO: aunque el concepto de Edad Media se ha intentado aplicar a áreas geográficas diferentes, el hecho de que naciera plenamente adaptado a una lectura de la historia de Europa, entendida como el ámbito donde se desarrolla una determinada civilización, ha hecho inviable esta aplicación a otras regiones geográficas, al provocar numerosas distorsiones. En general, Europa durante la Edad Media, constituye un mundo más o menos homogéneo, identificado en gran medida con la Cristiandad, configurando un ámbito geográfico e histórico singular, en el que tienen también cabida el mundo bizantino, el islámico o el eslavo, dada la profunda interrelación que se produce en estos siglos en todo el ámbito mediterráneo. Aunque esta homogeneidad geográfica está siempre en discusión, ya que los contenidos y cronologías que valen para una región o un país, no lo hacen, en absoluto, para otros. Hablar de un “Medioevo de las ciudades estado” o simplemente de “edad comunal” sólo tiene sentido en Italia, y la crudeza con la que el año 1492 selló en la península ibérica el fin de una época (con la expulsión de los judíos, la conquista del último reino islámico, el descubrimiento de América), pocas coincidencias tiene en otras partes de Europa. III.- PERIODIZACIÓN INTERNA. El Medioevo duró al menos mil años (una duración enorme), no siendo posible que los mil años hayan sido todos iguales. Hay cierta coherencia en los cinco o seis siglos centrales de la Edad Media (alrededor del año mil, desde la expansión franca hasta el desarrollo municipal), entendidos como la infancia de la Europa moderna, de su cultura multiétnica (latino-germánica, esencialmente), de sus formas de convivencia, de sus funcionamientos. Con este amplio marco cronológico y geográfico, los medievalistas han formulado una Periodización Interna, cuyo objetivo es profundizar en el estudio y el conocimiento de la propia Edad Media. Pero esta periodización interna cambia de cultura a cultura. En general, se utilizan dos modelos bastante consensuados en toda Europa: El Modelo Bipartito, en el que se definen dos períodos internos: * La Alta Edad Media: que abarcaría desde el s. V al XII. * La Baja Edad Media: que abarcaría desde el s. XIII al XV. El Modelo Tripartito, que define 3 períodos, creando una etapa intermedia entre los períodos anteriores, resultando el siguiente esquema: * Alta Edad Media o Edad Media Temprana (s. V al X). * Plena Edad Media o Edad Media Clásica (s. X al XII), período en el que principalmente se implanta y difunde el modelo socioeconómico y político feudal. * Baja Edad Media o Edad Media Tardía (s. XIII al XV). 9
Pero estas distinciones son cada vez menos importantes en la investigación histórica, a la cual, los estudios concretos le interesan más que las definiciones abstractas. Para situar en el tiempo –además que en el espacio- los fenómenos estudiados, es suficiente con conectarlos a un siglo, a un decenio, a un año o, tal vez, a un día. En cuanto a su periodización, en función de cómo se observen las cosas, ya sea con una óptica cultural, económica, política, social, o cualquier otro punto de vista, la perspectiva cambiará considerablemente: la historia no procede de forma compacta. Existen –como nos enseñó en su día en historiador Fernand Braudel- tiempos diversos para la política (que se mueve con rapidez), para la economía (que tiene ritmos más lentos), o para las formas de vida cotidiana (que cambian aún más lentamente). Jacques Le Goff, adoptando un punto de vista antropológico, económico y social, habla en sus escritos de un “largo Medioevo” que duró hasta la revolución industrial del siglo XVIII (recorriendo, en cierto modo, el mismo camino que Voltaire con su imagen del Medioevo “feudal”, y más tarde, el mismo Marx). Esta perspectiva, que dilata el Medioevo hasta ocupar también toda la “edad moderna”, es la imagen contraria a la que defendía, como hemos visto, un Medioevo restringido a los “siglos oscuros” (del siglo V al siglo X). Guy Bois, por su parte, defiende que el inicio del Medioevo está, más o menos, en el año Mil, cuando cesa definitivamente el modo de producción antiguo basado sobre el trabajo de los esclavos. En estudios como estos, que citamos como ejemplos, el Medioevo se restringe, se alarga, se mueve; probablemente porque se ha convertido en una palabra residual, un pretexto para hablar de otras cosas. De contenidos que son cada vez diferentes, que exigen cronologías diversas.
IV.- FUENTES Y METODOLOGÍAS PARA EL ESTUDIO DE LA EDAD MEDIA. La historia se hace con las fuentes, es decir, el pasado sólo puede ser conocido y reconstruido a través de los testimonios que de él han sobrevivido hasta hoy. Estos testimonios son, por lo tanto, las fuentes del conocimiento histórico, que se definen como fragmentos del pasado, que han llegado hasta nosotros fuera del contexto que, en la época a la que pertenecen, los hacía coherentes, y que junto a otros componentes que se han perdido en el transcurso del tiempo, formaban el universo cultural, social, político y económico de una sociedad. El esfuerzo analítico del historiador debe orientarse a recrear, a través de los múltiples canales informativos presentes en cada tipo de fuente, este universo originario. LA TIPOLOGÍA DE LAS FUENTES: desde el punto de vista de la investigación, el realizar una clasificación tipológica de las fuentes, en función de sus características formales, del tipo prevalente de información que transmiten, el uso para el que nacieron, etc., posee una utilidad práctica, ya que permite orientar la investigación previendo en qué fuentes será más probable encontrar determinadas categorías de datos, etc. En relación con todo ello, se han desarrollado técnicas de análisis o exegéticas apropiadas a los diversos tipos de fuentes, que constituyen una guía consolidada y eficaz para su mejor evaluación. En primer lugar tenemos las FUENTES ESCRITAS: aquellas en las que la información consiste en una comunicación verbal transmitida mediante la escritura.
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Narrativas: Todos los testimonios que refieren o relatan hechos históricos en forma expositiva, con la intención de conservar y transmitir a la posteridad el recurdo. Hay numerosas formas. Están los Annales, que son un simple registro de hechos, confeccionado de año en año, sin una clasificación interna. En segundo lugar están las historias, en las que se cuenta las empresas de un soberano, los eventos de una ciudad o de un determinado reino en cierto período. Las más complejas son las historias universales, en las cuales se realizaban la exposición general de los hechos del pasado y del presente con aspiraciones de totalidad, muy a menudo destinada a la reflexión sobre el significado moral o religioso de la historia humana. En esta categoría también entran las biografía, los memoriales y los panegíricos. Documentales: En ellas caben todos los documentos de naturaleza jurídica destinados a instituir y testimoniar en formas legalmente válidas derechos y obligaciones de personas públicas o particulares: diplomas, privilegios, bulas, emanados de una autoridad pública, laica o eclesiástica, a favor de cualquier individuo. También entran en esta categoría acuerdos, contratos y disposiciones de importancia jurídica derivados de la voluntad de particulares que ejercen sus derechos. Legislativas y Normativas: Codificación orgánica de leyes, promulgada por reyes medievales, o los estatutos de los concejos o comunidades. También textos normativos y disposiciones generados en el ejercicio normal del gobierno, como las Capitulares carolingias, etc. Judiciales, Administrativas y Fiscales: Entre las que se cuentan aquellas que se refieren sobre todo al funcionamiento de organismos estatales, pero también del ejercicio de las jurisdicciones señoriales, feudales y eclesiásticas. Ejemplos: las cartas enviadas por los reyes a los funcionarios periféricos con instrucciones y disposiciones; los censos fiscales de vecinos; los inventarios de bienes y rentas redactados por las administraciones feudales y eclesiásticas (polípticos carolingios). Correspondencia privada y oficial: Recopilaciones de cartas, normalmente enviadas por personas de elevado nivel social y cultural, que constituyen preciosos testimonios sobre la circulación de noticias, sobre las relaciones privadas, los horizontes culturales, etc. Hagiográficas: Vidas de los santos, testimonios de su culto, etc. Normalmente están a mitad de camino entre el testimonio histórico y la leyenda, pero es esta característica la que le dan su importancia como fuente, porque ofrecen un testimonio de los comportamientos sociales en relación con la santidad, y por lo tanto producen informaciones esenciales sobre la religiosidad y la mentalidad colectiva. Litúrgicas: Constituidas esencialmente por los textos en los que eran registradas las lecturas y las oraciones, etc. Aunque se refieren sobre todo a la vida eclesiástica, tienen importantes implicaciones para la historia de la cultura medieval. Literarias y doctrinales: Poemas, romances, novelas, tratados teológicos, jurídicos y políticos. Ofrecen aportaciones importantes para el estudio de las mentalidades, de las costumbres y del espíritu de la época.
FUENTES MATERIALES: En las que se integran aquellas fuentes que transmiten información fundamentalmente a través de la forma, posición, función, ubicación, etc. de los objetos.
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Arqueológicas: Constituidas por todos los objetos hechos o utilizados por el hombre susceptibles de ser medidos, cuantificados, valorados tecnológicamente e interpretados en relación con las necesidades de la vida de los individuos y de los grupos sociales: ajuares funerarios, ajuares domésticos (vajilla, enseres, etc.), los aperos de labranza, los residuos de actividades productivas (metalúrgicos), las viviendas, los asentamientos, los edificios monumentales (iglesias, castillos), etc. Numismáticas: Las monedas metálicas acuñadas en la Edad Media.
Sellos y diplomas: Expresiones figuradas y simbólicas de la autoridad.
Epigráficas: Que responde tanto a los requisitos de las fuentes escritas como de las materiales, ya que son comunicaciones verbales que sin embargo adquieren parte de su significado histórico de sus características materiales: forma, dimensiones, materiales, tipo de escritura, lugar de su hallazgo, etc.
FUENTES ARTÍSTICAS: Al igual que las fuentes literarias, la producción artística medieval constituye una fuente para la reconstrucción histórica, sobre todo la pictórica, porque constituye a menudo la ilustración de ambientes, costumbres, decoraciones, que pueden documentar la realidad cotidiana, pero también proyectar los sentimientos, experiencias, miedos, en definitiva, la mentalidad de una época. BIBLIOGRAFÍA: DELOGU, P. (1994): Introduzione allo studio della Storia Medievale. Il Mulino. Bolonia. MONTANARI, M. (2002): Storia Medievale. Laterza. Bari. SERGI, G. (2000): La idea de Edad Media. Crítica. Barcelona.
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