TEMAS 87
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Los monográficos de
COGNICIÓN
SOCIOBIOLOGÍA
CULTURA
CONDUCTA SOCIAL
Cómo influyó ¿Existen genes El poder de la Nuestra en nuestra mente para la inteligencia transmisión capacidad única la talla lítica social? de ideas de cooperar
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Cultura y evolución humana 00087
CULTURA Y EVOLUCIÓN HUMANA
1er trimestre 2017 · N.o 87 · 6,90 € · investigacionyciencia.es
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Antropológica Mente
Antropología, cerebro y evolución Emiliano Bruner Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana
Bitácora primatológica En la mente de los primates
Miquel Llorente Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES)
La ciencia y la ley en acción Las fronteras entre la ciencia y la ley
José Ramón Bertomeu Sánchez Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia López Piñero
El universo en el cerebro Ritmos y oscilaciones de la mente Antonio J. Ibáñez Molina Universidad de Jaén
Las mariposas del alma Nuevas ideas en psicología
Antonio Crego Universidad a Distancia de Madrid
En las entrañas de la mente El cerebro y la inteligencia humana Ignacio Morgado Universidad Autónoma de Barcelona
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Presentación
La cultura, motor de la evolución humana
L
ISTOCK/ADRIANHILLMAN
a adaptación de cualquier organismo al medio que le rodea resulta esencial para su supervivencia. Las especies del linaje humano experimentaron cambios anatómicos y biológicos fundamentales que les permitieron ajustarse a su entorno, sobrevivir y evolucionar. Pero, además, nuestra especie, Homo sapiens, logró aventajar a todos los otros homínidos. ¿Por qué hemos tenido tanto éxito y hemos conseguido poblar casi todos los rincones del planeta? Sin duda, la aparición y evolución de la cultura desempeñó un papel esencial en nuestra supervivencia y nuestro éxito como especie. Podría afirmarse que la cultura, el conjunto de conocimientos, conductas y valores que se desarrollan y se trasmiten por aprendizaje social, es el rasgo que mejor define la naturaleza humana, aquello que nos distingue de otras especies y que nos ha ayudado a adaptarnos mejor a múltiples ambientes. Con el presente monográfico de la colección TEMAS ofrecemos a nuestros lectores una selección de los artículos más relevantes y novedosos que hemos publicado sobre el origen y desarrollo de la cultura a lo largo de la evolución humana. En la primera parte, Cognición y creatividad, varios expertos
analizan las habilidades cognitivas humanas responsables de los orígenes de la cultura: la capacidad de fabricar y usar herramientas, de razonar y generar pensamientos simbólicos, de innovar, así como de aprender de nuestros congéneres, de imitarlos y mejorarlos. Sin embargo, el uso de herramientas y la capacidad de razonamiento y aprendizaje son facultades que también se han descrito en otras especies de nuestro linaje y en otros primates. En la segunda parte de la publicación, Cooperación y sentido social, distintos autores insisten en la idea de que los humanos vamos un paso más allá: un rasgo singular de nuestra especie es la aptitud para imaginar qué piensan los otros, gracias a lo cual podemos unir esfuerzos y alcanzar juntos objetivos difíciles. Este sentido social nos ha permitido acumular conocimientos a través de las generaciones y perfeccionar las ideas de otros, lo cual ha contribuido a nuestra evolución cultural. Esperamos que a lo largo de este número nuestros lectores descubran nuevos aspectos sobre la íntima relación entre el desarrollo de la cultura y la evolución humana y las numerosas incógnitas que los expertos debaten e intentan resolver acerca de esta cuestión. —La redacción
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2 Temas 63
TEMAS TEMAS 1er trimestre 2017 · N.o 87
Cultura y evolución humana 1 Presentación: La cultura, motor de la evolución humana La redacción
4 Introducción: Superhumanidad Robert M. Sapolsky
C OGNICIÓN Y CREATIVIDAD
COOPERACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
10 Los orígenes de la creatividad
58 La especie más invasora
JURAJ LIPTÁK, MUSEO DE PREHISTORIA DE HALLE Y OFICINA PARA LA ARQUEOLOGÍA Y LA PRESERVACIÓN DEL LEGADO HISTÓRICO DE SAJONIA-ANHALT
Heather Pringle
18 ¿Cómo nos cambió la fabricación de herramientas? Dietrich Stout
26 A golpe de suerte Ian Tattersall
32 El origen de la cultura humana Zenobia Jacobs y Richard G. Roberts
42 El mito sobre nuestro origen John J. Shea
50 El origen de la caza en los humanos Kate Wong
Curtis W. Marean
66 Raíces del espíritu cooperativo Frans de Waal
70 La pequeña gran diferencia Gary Stix
78 ¿Se halla la cultura en los genes? Régis Meyran
84 Adaptados a la cultura Mark Pagel
88 De primitivos a humanos Thomas Grüter
EN PORTADA La evolución humana se halla íntimamente relacionada con nuestra capacidad cultural. La fabricación de útiles y la caza organizada, así como la aptitud para reflexionar sobre esa actividad y plasmarla en las pinturas rupestres, fueron algunos de los elementos culturales clave en nuestra evolución como especie. La imagen corresponde a una escena de caza en la cueva de los Caballos (reproducción del Museo de la Valltorta, en Tírig, Castellón / Creative Commons CC BY-SA 3.0).
Cultura y evolución humana 3
INTRODUCCIÓN
Superhumanidad Las ansias por superar nuestros límites evolutivos nos diferencian del resto de los animales Robert M. Sapolsky
S
i entablamos una conversación sobre la naturaleza humana con un antropólogo, seguramente nos recordará que el 99 por ciento de nuestra historia transcurrió en las sabanas, donde los humanos formábamos grupos de cazadores y recolectores. Puede tratarse de un cliché repetido por los científicos, pero no deja de ser cierto. De hecho, durante esos millones de años se produjeron algunos de nuestros avances más destacados, como la locomoción bípeda y el desarrollo de un cerebro de gran tamaño. Por descontado, esas innovaciones evolutivas tan útiles tuvieron un precio, como los dolores habituales en la espalda provocados por el bipedismo o los problemas existenciales que conlleva la reflexión sobre uno mismo, favorecida por una corteza cerebral enorme. Como sucede a menudo en la evolución, nada es gratuito.
Para complicar la situación, el mundo que hemos creado —no hace mucho, si tenemos en cuenta nuestra trayectoria— es totalmente distinto al que se habían adaptado nuestro cuerpo y nuestra mente. En vez de tener que ir a cazar la comida, esta viene hacia nosotros gracias al servicio de pizzería a domicilio. E interaccionamos con nuestros seres queridos y cercanos a través de Facebook, en lugar de pasar la mayor parte del día con
ellos. Pero aquí acaba la utilidad del cliché de los antropólogos para explicar la condición humana. El origen de las diferencias entre el entorno en el que evolucionamos y las situaciones a las que nos enfrentamos en la era moderna deriva de otra característica propia de los humanos, quizá la más importante. Nuestra propensión a ir más allá de las limitaciones impuestas por la evolución nos ha llevado a
Muchos de los desafíosa los que nos enfrentamos en la actualidad se deben a las diferencias entre el ambiente al que se adaptaron nuestros antepasados y el mundo de hoy en día.
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Pero esta incongruenciatambién es consecuencia de una característica singular de los humanos: nuestra propensión a ir más allá de los límites impuestos por la evolución.
La cienciaes uno de los instrumentos del que nos servimos los humanos para ampliar nuestras capacidades mentales y físicas.
HEADS OF STATE
EN SÍNTESIS
Cultura y evolución humana 5
El procedimiento científico en sí mismo desafía nuestras limitaciones como homínidos crear instrumentos para ser más rápidos, más listos y vivir más tiempo. La ciencia constituye uno de esos instrumentos que nos aleja de nuestro modo de pensar arcaico —ver para creer— y nos permite hacer frente a los retos de hoy, ya sea una gripe pandémica o el cambio climático. Podríamos afirmar que la última expresión de la singularidad humana nos hace aspirar a ser mejor de lo que somos. PECULIARIDADES HUMANAS
Para entender la forma en que la selección natural nos ha moldeado hasta convertirnos en una especie única entre los primates, debemos regresar a la sabana ancestral. Ese entorno abierto difería considerablemente del medio forestal que habitaban nuestros antepasados simios. Por una parte, el sol de la sabana resultaba abrasador; por otra, las plantas nutritivas escaseaban. Con el fin de adaptarse a esa situación, nuestros predecesores perdieron el pelo corporal para mantener el cuerpo fresco. También dejaron de consumir vegetales duros y pasaron a comer la carne de los herbívoros de las sabanas, con lo que sus molares se redujeron. La superficie de masticación disminuyó en tal medida que hoy se han vuelto casi inútiles. Mientras tanto, la dificultad para obtener alimentos forjó el cuerpo de nuestros antepasados, que desarrolló una extraordinaria eficacia en el ahorro de calorías. La herencia de ese metabolismo nos ha llevado a los problemas de sobrealimentación actuales que han dado lugar a la extensión de la diabetes. Asimismo, el sistema inmunitario evolucionó en un mundo donde el encuentro con un portador de patógenos nuevos resultaba muy infrecuente. Hoy en día, si una persona estornuda en el aeropuerto, el rinovirus que alberga en su interior puede viajar al otro extremo del mundo en menos de un día. Cuando nos referimos al comportamiento, las peculiaridades humanas abundan. En numerosos aspectos, los humanos no encajamos en los estándares de los primates. Cabe mencionar un ejemplo de especial interés, en que las especies de primates siguen dos modelos de conducta. En el primero de ellos, los machos y las hembras forman parejas estables y duraderas que practican la monogamia social y sexual. Los machos contribuyen al cuidado de las crías, o incluso se hacen cargo por completo de ellas. Los dos sexos suelen presentar el mismo tamaño corporal y un aspecto similar. Los gibones y numerosas especies de monos sudamericanos siguen ese patrón. En el segundo modelo, los primates se muestran más competitivos y toman el camino opuesto. Las hembras cuidan por completo de las crías, mientras que los machos, de mayor tamaño, poseen un abanico de adornos corporales, como coloraciones faciales conspicuas o espaldas plateadas, y pasan una gran parte del tiempo exhibiéndose en acciones agresivas con otros machos. Los humanos no encajamos en ninguno de los dos modelos. Desde un punto de vista anatómico, fisiológico y genético, no somos ni animales monógamos ni competidores; nos hallamos
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en una posición intermedia y confusa entre ambos comportamientos. Sin embargo, en otras conductas se nos puede considerar un primate de manual: somos extraordinariamente sociales y nuestra inteligencia más elaborada corresponde a la social. Los problemas matemáticos complejos de transitividad quizá nos apabullen, pero nos resulta muy fácil entender que si la persona A domina a B, y B domina a C, entonces C se mostrará sumiso y se postrará a los pies de A en cuanto aparezca. Captamos escenarios complejos de interacciones sociales y percibimos si un acuerdo ha sido violado (identificamos mejor al que miente que al que se muestra muy generoso). Y somos inigualables en nuestra capacidad para reconocer caras; de hecho, poseemos un área de la corteza cerebral especializada en ello, la circunvolución fusiforme. Las ventajas selectivas de contar con un gran cerebro social resultan obvias. Nos permitió afinar nuestra capacidad de leer la mente de los otros, destacar en manipulación social y especializarnos en el engaño y la atracción de posibles parejas o seguidores. En Estados Unidos, una mayor inteligencia social en la juventud es una mejor garantía de éxito laboral en la edad adulta que una buena puntuación en las pruebas SAT de acceso a la universidad. De hecho, los humanos sobresalen entre todos los primates en cuanto a inteligencia social. Según la hipótesis del cerebro social en los primates, existe una correlación entre la proporción del cerebro ocupada por la neocorteza y el tamaño social del grupo de una determinada especie. Tal correlación resulta más llamativa en los humanos (si se considera el tamaño del grupo en sociedades tradicionales) que en cualquier otra especie de primate. Es decir, la parte más distintiva de nuestro cerebro de primate evolucionó para satisfacer la necesidad de saber quién no se llevaba bien con quién, quién estaba cayendo en la jerarquía y qué pareja estaba metiéndose en líos cuando no debía. Al igual que el cuerpo, nuestra mente y nuestro comportamiento, forjados en un pasado cazador y recolector, deben adaptarse hoy a un entorno muy distinto. Vivimos a miles de kilómetros de donde nacimos. Nos encontramos con más gente haciendo cola en una atracción de Disneylandia que la que conocerían nuestros antepasados en toda su vida. Incluso podemos mirar la fotografía de alguien y sentir deseos sin siquiera saber cómo huele —algo increíble para un mamífero. MÁS ALLÁ DE LOS LÍMITES
Que vivamos en un mundo irreconocible para nuestros ancestros demuestra un hecho: nuestra idiosincrasia nos empuja a romper las barreras de nuestra propia naturaleza. No nos resulta extraño salir de nuestros límites. La ciencia es una de las creaciones humanas más novedosas y singulares en que ponemos a prueba nuestras restricciones de homínidos. Algunas de las formas más
drásticas en que hemos transformado el mundo son producto directo de la ciencia, que nos proporciona ventajas obvias. Pensemos en los primeros genetistas, que se las ingeniaron para domesticar plantas y animales —un invento que revolucionó nuestra capacidad de obtener alimento pero que ahora amenaza los recursos naturales del planeta. En un plano más abstracto, la ciencia pone a prueba nuestra percepción de lo que es normal o de lo que es mejor. Desafía nuestro sentido sobre lo que somos. Gracias a la ciencia, la esperanza de vida de los humanos sigue creciendo, la estatura media aumenta, el coeficiente de inteligencia no deja de mejorar. Y también se van superando los distintos récords mundiales en deportes. Mientras que la ciencia rompe barreras en esos ámbitos, sorprende lo poco que ha cambiado a los humanos. No importa cuán larga sea nuestra esperanza de vida; al final todos moriremos, seguirá habiendo una causa de muerte principal y continuaremos sintiendo que nuestros seres queridos se van demasiado pronto. Y aunque en término medio nos hayamos vuelto más listos, más altos o mejores deportistas, hay un problema: ¿a quién le importa el promedio? Como individuos, lo que queremos es superar a nuestros semejantes. Nuestro cerebro es injusto, ya que no deja de comparar y se interesa más por las diferencias que por los valores absolutos. Nuestros sistemas sensoriales no nos informan sobre la calidad de un estímulo, sino sobre su calidad con respecto a otros estímulos cercanos. Por ejemplo, la retina contiene células que no responden solo a un color; reaccionan ante un color en relación con otros que lo rodean (como el rojo contrapuesto al verde). Aunque todos deseamos ser listos, lo que queremos la mayoría es ser más listo que el vecino. Lo mismo se aplica a los atletas, y así surge una cuestión que sin duda tuvo importancia entre los homínidos: ¿cuán rápido he de correr para evadirme del león? La respuesta siempre es la misma: más que la persona que está a mi lado. De todos modos, la mayoría de las veces la ciencia nos lleva más allá de nuestros límites cuando nos planteamos ciertas preguntas. En mi opinión, hay cuatro tipos de cuestiones. La primera guarda relación con la naturaleza asocial de la ciencia. No me refiero a las tareas que realizan los científicos en solitario hasta altas horas de la madrugada para finalizar un estudio, sino al interés que sienten por cuestiones inanimadas. Por supuesto, existen numerosas excepciones a esta afirmación, pero algunas disciplinas científicas tratan únicamente con problemas inanimados, como los astrofísicos que intentan descubrir planetas en otros sistemas solares. Con frecuencia la ciencia exige a nuestro cerebro social de homínido sentir pasión por algo inerte. La ciencia amplía nuestros horizontes en una segunda forma. Cuando abordamos problemas como la mecánica cuántica, la nanotecnología, la física de partículas, nos obliga a creer en cosas que no podemos ver. Yo pasé años de mi carrera transvasando líquidos de un tubo de ensayo a otro, midiendo los niveles de hormonas o de neurotransmisores. Si me hubiese parado a reflexionar sobre ello, muy probablemente hubiese pensado que las hormonas y los neurotransmisores no existían. Por el tipo de preguntas que puede generar, hay una tercera forma en que la ciencia nos lleva a sobrepasar nuestra credulidad de homínido. No tenemos parangón en el reino animal cuando se trata de recordar el pasado remoto o prever el futuro. Sin embargo, esas capacidades tienen un límite. Nuestros antepasados cazadores y recolectores tal vez recordaran lo que las abuelas les contaron sobre sus abuelas, así como lo
sucedido en una o dos generaciones atrás. De una forma sin precedentes, la ciencia hace preguntarnos por procesos que suceden en períodos de tiempo muy largos. ¿Cuándo se producirá la próxima glaciación? ¿Cuándo volverá a reunirse el continente Gondwana? ¿Nos dominarán las cucarachas dentro de un millón de años? Luchamos para superar la forma de percepción de nuestra mente de homínido, que nos dice que no puede haber procesos tan largos o que estos no pueden tener ningún interés. Igual que otros primates, valoramos muy poco lo que se halla alejado en el tiempo. Preferimos obtener ahora diez dólares o diez bolitas de comida que esperar a mañana para recibir once. Y en las pruebas que visualizan la actividad cerebral se observa una mayor liberación de dopamina en nuestro cerebro cuando se produce una recompensa inmediata. Por último, hay preguntas científicas que rompen nuestros límites de una forma más profunda. Se trata de dilemas de impresionante abstracción: ¿somos libres? ¿Cómo funciona la consciencia? ¿Existe algo que no podamos conocer? En ese tipo de cuestiones podríamos caer en la tentación de dar una respuesta fácil, de la misma forma en que nuestra mente paleolítica se lanzaba a meditar sobre los dioses. El problema estriba en la propensión de los humanos a crear dioses que se nos asemejan (en un ejemplo fascinante, las personas autistas religiosas suelen tener la imagen de un dios asocial, alguien preocupado por cosas como mantener unidos los átomos). Los humanos hemos inventado divinidades a lo largo de la historia, pero pocas de ellas poseían capacidad de abstracción. Por el contrario, la mayoría tenía apetencias bastante comunes. Ninguna deidad tradicional habría mostrado interés por conversar con Gödel sobre el conocimiento, o lanzar los dados con Einstein (o de no lanzarlos, como así fue). Preferían recibir el sacrificio del buey más grande o juguetear con el mayor número de ninfas del bosque. El procedimiento científico en sí mismo desafía nuestras limitaciones como homínidos. Nos permite preguntarnos por cosas muy pequeñas, incluso invisibles, cosas que no podemos respirar o desplazar, o que se hallan muy alejadas de nosotros en el espacio y el tiempo. Nos llevan a preocuparnos sobre temas que habrían denigrado las creencias en Thor o Baal. La ciencia constituye una de nuestras mejores armas para cuestionarnos las ideas establecidas. La empresa de hacer, pensar y preocuparse por ella no es para cobardes. Pero, a pesar de todo, aquí estamos, reinventando nuestro mundo y esforzándonos por mejorar nuestra suerte planteándonos preguntas científicas a cada momento. Así es la naturaleza humana. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, noviembre de 2012
EL AUTOR
Robert M. Sapolskyes profesor de biología y neurología en la Universidad Stanford. Su investigación se centra en el comportamiento de los papiones salvajes. Sapolsky ha escrito numerosos ensayos y libros sobre la condición humana. PARA SABER MÁS
Monkeyluv: And other essays on our lives as animals.Robert M. Sapolsky. Scribner, 2006. Are humans just another primate?Conferencia grabada de Robert M. Sapolsky. fora.tv/2011/02/15/Robert_Sapolsky_Are_Humans_Just_ Another_Primate
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Cognición y creatividad
JOSÉ-MANUEL BENITO ÁLVAREZ/CREATIVE COMMONS CC BY-SA 2.5
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C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
LOS ORÍGENES DE LA
CREATIVIDAD Nuevas pruebas del ingenio de nuestros antepasados obligan a reconsiderar el momento en que estos empezaron a pensar con inventiva Heather Pringle
EN SÍNTESIS
Durante mucho tiempose ha pensado que la creatividad de los humanos primitivos apenas se manifestó hasta hace 40.000 años, cuando su capacidad para la innovación pareció dispararse.
Pero algunos descubrimientos arqueológicosrealizados en los últimos años han demostrado que nuestros ancestros tuvieron destellos de brillantez anteriores a esa fecha.
Tales hallazgosindican que la capacidad humana para la innovación se desarrolló a lo largo de cientos de miles de años gracias a diferentes factores biológicos y sociales.
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S
in firma ni fecha, el número de inventario 779 cuelga detrás de un grueso cristal en la iluminada Sala de los Estados del Louvre. Excepto los martes, en que el museo está cerrado, todas las mañanas poco después de las nueve, parisinos, turistas, amantes del arte y curiosos empiezan a desfilar por la sala. Sus murmullos se mezclan como el zumbido de un enjambre, algunos estiran el cuello para ver mejor y otros alzan los brazos fugazmente para tomar fotos con el móvil. Pero la mayoría se inclina hacia delante y una mirada de asombro ilumina su rostro mientras contemplan una de las creaciones más famosas de la humanidad: la Mona Lisa de Leonardo da Vinci.
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LAS RAÍCES DE LA INVENCIÓN
Desde hace tiempo los arqueólogos han considerado el empleo de símbolos como el indicador más importante de una cognición humana moderna, en gran parte porque demuestra la capacidad para el lenguaje, un rasgo distintivo de los humanos. Así, una impresionante cueva con arte rupestre del Paleolítico superior señala, sin duda, la presencia de personas que pensaban como nosotros. Pero en tiempo reciente los expertos han empezado a buscar en el registro arqueológico pruebas de otros comportamientos modernos, y de sus precedentes, y han descubierto datos fascinantes.
PÁGINAS ANTERIORES: ILUSTRACIÓN DE DAVID PALUMBO
Realizada a principios del siglo xvi, la obra posee una belleza misteriosa y mística que ningún otro retrato anterior había sabido recoger. Para pintar el cuadro, Leonardo, quien en una ocasión escribió que le hubiera gustado «hacer milagros», empleó una nueva técnica artística que él denominó sfumato, o difuminado. Durante varios años aplicó, tal vez con la delicada punta de su dedo, diferentes capas de pintura muy finas y translúcidas, algunas no más gruesas que un glóbulo rojo de la sangre. A medida que superponía unas 30 capas, una detrás de otra, Leonardo fue suavizando las líneas y las gradaciones de colores hasta que la escena pareció quedar detrás de un velo de humo. Sin duda, la Mona Lisa es obra de un genio de la invención, una creación que se sitúa al lado de la música de Mozart, las joyas de Fabergé, la coreografía de Martha Graham y otros grandes clásicos. Pero estas obras famosas constituyen solo manifestaciones magníficas de un rasgo que durante largo tiempo ha formado parte de nuestro acervo: la capacidad de crear algo nuevo y beneficioso, el don de mejorar continuamente los diseños y las técnicas, desde los últimos coches sin emisiones de Japón hasta las elegantes naves espaciales en las plataformas de lanzamiento de la NASA. Para Christopher Henshilwood, arqueólogo de la Universidad de Witwatersrand en Johannesburgo, los humanos actuales somos inventores distinguidos que avanzamos y experimentamos con la tecnología de forma constante. El modo en que hemos adquirido esa capacidad de crear en apariencia infinita es objeto de intensas investigaciones. No siempre hemos tenido tal vorágine de creatividad. La línea evolutiva humana se originó en África hace unos 6 millones de años, pero durante casi 3,4 millones de años los primeros miembros de nuestra familia no dejaron un registro visible de su capacidad de invención. Probablemente obtenían sus alimentos vegetales y animales utilizando sus manos o mediante palos de cavar rudimentarios que no se han conservado. En algún momento, esos homininos nómadas empezaron a golpear cantos de río con otras piedras para producir lascas con filos de corte. Se trató de un acto de un ingenio asombroso, sin duda, pero después hubo un período largo con escasos avances. Parece que durante 1,6 millones de años nuestros ancestros no cambiaron la forma de tallar las hachas de mano multifuncionales y solo hubo
pequeñas modificaciones en el diseño. Según Sally McBrearty, arqueóloga de la Universidad de Connecticut, se trata de herramientas muy estereotipadas. Entonces, ¿cuándo empezó la mente humana a agitarse con nuevas ideas técnicas y artísticas? Hasta hace poco, la mayoría de los investigadores señalaban el inicio del Paleolítico superior, hace 40.000 años, como el momento en que Homo sapiens empezó una repentina y extraordinaria carrera de invenciones en Europa: collares elaborados con conchas, pinturas rupestres de uros y otros animales en las paredes de las cuevas y la talla de una gran variedad de instrumentos líticos y de hueso. Esos hallazgos dieron lugar a la idea extendida de que una mutación genética habría originado un salto en la capacidad cognitiva de los humanos y habría provocado una «gran explosión» de creatividad. Sin embargo, los nuevos datos ponen en entredicho tal teoría. Durante la última década, los arqueólogos han descubierto indicios mucho más antiguos de manifestaciones artísticas y de técnicas avanzadas que indican que la capacidad humana de innovación se desarrolló mucho antes de lo que se pensaba, incluso antes de la aparición de Homo sapiens, hace 200.000 años. Pero aunque la capacidad de crear surgió muy pronto, se mantuvo latente durante milenios hasta que prendió en nuestra especie a lo largo de África y Europa. Las pruebas señalan que nuestro poder para la innovación no emergió de repente en nuestra historia evolutiva, sino que se fue gestando durante cientos de miles de años gracias a una compleja mezcla de factores biológicos y sociales. Pero ¿en qué momento exacto empezó la humanidad a pensar fuera de los marcos establecidos y qué causas espolearon finalmente nuestra brillante creatividad? Entender esas circunstancias exige una investigación detectivesca basada en muchos tipos de pistas, entre ellas, la que demuestra que las raíces biológicas de la creatividad resultan mucho más antiguas de lo que se suponía.
HALLAZGOS
Desarrollo del ingenio De forma sorprendente, los ejemplos más antiguos de inventiva artística y técnica indican que la creatividad humana se gestó a lo largo de cientos de miles de años hasta alcanzar su apogeo hace entre 60.000 y 90.000 años en África y hace 40.000 años en Europa. Causas sociales, como el aumento de la población, parecen haber acentuado el poder de innovación de nuestros antepasados. Por un lado, estas aumentarían la probabilidad de que alguien del grupo descubriese una innovación técnica y, por otro lado, fomentarían las relaciones entre grupos que intercambiaban ideas. La representación cronológica ilustra los primeros indicios de inventos fundamentales que llevaron al punto álgido en la evolución cultural.
Hace 3,4 millones de años Hace 2,6 millones de años
Huesos de animales con marcas de corte en Dikika, Etiopía
Lascas de piedra de Gona, Etiopía Hace 1,76 millones de años
Instrumentos de piedra bifaciales de Turkana, Kenia Hace 1 millón de años
Huesos quemados y materiales vegetales que indican el control del fuego en la cueva de Wonderwerk, Sudáfrica
Hace 500.000 años
Hace 164.000 años
Puntas líticas que debieron estar fijadas a mangos de madera, un indicio de instrumentos complejos en Kathu Pan 1, Sudáfrica
Instrumentos líticos tratados térmicamente de Pinnacle Point, Sudáfrica
Hace entre 75.000 y 100.000 años
EN ORDEN CRONOLÓGICO: CORTESÍA DE P. J. TEXIER, COPYRIGHT © MPK/WTAP; CORTESÍA DE JAYNE WILKINS, UNIVERSIDAD DE TORONTO; CORTESÍA DE TOVË RUTH SMITH Y SIMEN OESTMO; CORTESÍA DE CHRISTOPHER HENSHILWOOD, UNIVERSIDAD WITS; CORTESÍA DE UNIVERSIDAD DE TUBINGA; CORTESÍA DE PEDRO SAURA, UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID; CORTESÍA DE H. JENSEN, COPYRIGHT © UNIVERSIDAD DE TUBINGA
Fragmento de ocre, u óxido de hierro, grabado en la cueva de Blombos, Sudáfrica Hace 71.000 años
Puntas de proyectil de Pinnacle Point, Sudáfrica
Hace 77.000 años
Camas con repelentes de insectos en la cueva Sibudu, Sudáfrica Hace entre 30.000 y 40.000 años
Agujas de coser de Kostenki, Rusia
Hace entre 42.000 y 43.000 años
Hace entre 35.000 y 40.000 años
Instrumentos musicales (flautas) en la cueva de Geissenklösterle, Alemania
Arte figurativo de Hohle Fels, Alemania
Hace entre 37.000 y 41.000 años
Pinturas rupestres de El Castillo, España
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getación local. Los análisis revelaron que las hojas escogidas pertenecían a Cryptocarya woodii, un árbol con compuestos insecticidas y larvicidas que repelen los mosquitos que hoy transmiten enfermedades. Wadley destaca la importancia de disponer de ese recurso para dormir, sobre todo cuando se vive cerca de un río. Sin embargo, la creatividad de Sibudu no acaba aquí. Sus moradores tal vez idearon trampas para capturar pequeños antílopes, cuyos restos están repartidos por todo el yacimiento. También debieron de confeccionar arcos y flechas para cazar presas más difíciles, a juzgar por el tamaño, la forma y las marcas de uso de unas puntas de piedra halladas en la cueva. Además, prepararon nuevos compuestos químicos muy útiles. Al analizar el residuo oscuro presente en algunas puntas de flecha mediante un haz de alta energía, el equipo de Wadley detectó que habían utilizado pegamentos de diversas sustancias para enganchar las puntas a mangos de madera. Los investigadores reprodujeron experimentalmente los adhesivos mezclando partículas de ocre de diferentes tamaños con resinas vegetales y calentando la mezcla con fuego. Cuando publicaron sus resultados en Science, el equipo concluyó que hace 70.000 años los habitantes de Sibudu poseían conocimientos de química, alquimia y técnicas del fuego. En otros lugares del sur de África se han hallado más pruebas de otros inventos antiguos. Los cazadores recolectores que
CORTESÍA DE LA UNIVERSIDAD DE THE WITWATERSRAND, JOHANNESBURGO
La arqueóloga Lyn Wadley, de la Universidad de Witwatersrand, ha dedicado gran parte de su carrera a estudiar la cognición en el pasado, unas investigaciones que la llevaron en los años noventa del siglo xx a iniciar excavaciones en la cueva Sibudu, a unos 40 kilómetros al norte de Durban (Sudáfrica). Hace dos años descubrió con su equipo una extraña capa de un material vegetal de color blanco y fibroso. Parecían los restos de antiguas camas formadas por esteras y otras plantas que aquellas gentes distribuirían por el suelo para sentarse o dormir. Pero ese manto pudo también formarse por el arrastre y acumulación de hojarasca llevada por el viento. El único modo de averiguarlo consistía en extraer la capa entera en un bloque de escayola y llevarla al laboratorio. «Nos llevó tres semanas envolverla con escayola», recuerda Wadley, «y todo ese tiempo estuve de bastante malhumor; me preguntaba si estaba desperdiciando tres semanas de trabajo de campo.» Pero la apuesta de Wadley tuvo una enorme recompensa. En diciembre de 2011, ella y su equipo publicaron en Science que los antiguos pobladores de Sibudu habían seleccionado las hojas de un solo tipo de árbol, de los muchos disponibles en la zona, para elaborar sus lechos hace 77.000 años, unos 50.000 años antes de lo que apuntan otros casos descritos previamente. Lo que más sorprendió a Wadley fue el conocimiento profundo que poseían esos habitantes acerca de la ve-
SABIDURÍA ANTIGUA: La meticulosa excavación de la cueva Sibudu en Sudáfrica (izquierda) ha proporcionado indicios de que, hace 77.000 años, sus pobladores hacían los lechos (arriba, derecha) con plantas repelentes de insectos (imagen inferior derecha), unos 50.000 años antes de lo que apuntaban los primeros ejemplos descritos de esa técnica.
habitaron la cueva de Blombos hace entre 72.000 y 100.000 años grabaron diseños en fragmentos de ocre; construían punzones de hueso, quizá para confeccionar trajes con pieles; se adornaban con collares brillantes de conchas de caracol, y crearon un estudio de artista al moler ocre rojo y guardarlo en el primer contenedor que conocemos, realizado con conchas de abulón. Más al oeste, en el yacimiento de Pinnacle Point, los pobladores de hace 164.000 años descubrieron que mediante el fuego podían transformar una roca silícea local en un material más lustroso que se tallaba mejor [véase «Cuando el mar salvó a la humanidad», por C. W. Marean; Investigación y Ciencia, octubre de 2010]. «Estamos documentando comportamientos que no imaginábamos hace diez años», destaca Henshilwood. Por otra parte, la capacidad técnica no era exclusiva de los humanos modernos; otros homininos exhibían también rasgos de creatividad. En el norte de Italia, un equipo dirigido por Paul Peter Anthony Mazza, de la Universidad de Florencia, descubrió que nuestros parientes próximos, los neandertales, que aparecieron en Europa hace 300.000 años, mezclaban un tipo de alquitrán con corteza de abedul para fijar lascas de piedra a piezas de madera; confeccionaban así instrumentos enmangados hace 200.000 años. Del mismo modo, en un estudio publicado en Science en noviembre de 2012 se afirmaba que unas puntas líticas halladas en el yacimiento de Kathu Pan 1, en Sudáfrica,
constituyeron el extremo letal de unas lanzas de 500.000 años de antigüedad, supuestamente pertenecientes a Homo heidelbergensis, el último antepasado común de los neandertales y de H. sapiens. Por último, en la cueva Wonderwerk, en Sudáfrica, un estrato con restos de cenizas de plantas y pequeños fragmentos de huesos quemados demuestra que un hominino aún más arcaico, Homo erectus, aprendió a utilizar el fuego para calentarse y protegerse de los depredadores hace un millón de años. Incluso nuestros antepasados más remotos acuñaban en ocasiones nuevas ideas. En dos yacimientos cerca del río Kada Gona, en Etiopía, el equipo liderado por Sileshi Semaw, de la Universidad de Indiana en Bloomington, recuperó las industrias líticas más antiguas: cantos tallados hace 2,6 millones de años por Australopithecus garhi u otra especie contemporánea, utilizados para cortar la carne de animales muertos. Ese tipo de instrumentos pueden parecernos rudimentarios si los comparamos con los teléfonos inteligentes, ordenadores portátiles o tabletas actuales. «Pero cuando el mundo estaba formado solo por objetos modelados por la naturaleza, la capacidad de imaginar algo y hacerlo real debió de parecer algo mágico», afirman Liane Gabora, de la Universidad de Columbia Británica, y el psicólogo Scott Kaufman, ahora en la Universidad de Nueva York, en un capítulo del libro The Cambridge handbook of creativity (Cambridge University Press, 2010).
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COGNICIÓN Y CREACIÓN ideas novedosas. Entonces, cuando esas personas tienen una idea Por mucho que sorprendan esos primeros destellos de creativi- imprecisa de la solución, cambian a un pensamiento de tipo más dad, la gran disparidad entre los humanos actuales y nuestros analítico. Centran su atención en las propiedades más relevantes antepasados en cuanto a la profundidad y amplitud de las in- y empiezan a limar una idea para que resulte factible. novaciones exige una explicación. ¿Qué cambios se produjeron Según Gabora, un cerebro más grande conllevaría, sin duda, en el cerebro para diferenciarnos tanto de nuestros ancestros? una mayor capacidad de asociación de ideas. Los miles de miGracias al estudio de escáneres tridimensionales obtenidos del llones de neuronas pudieron procesar muchos más estímulos. endocráneo de homininos arcaicos y al análisis del cerebro de Un número mayor de ellas participarían en la codificación de nuestros parientes más próximos, los chimpancés y los bono- un episodio en particular, lo que permitiría memorizar más bos (su línea evolutiva se separó de la nuestra hace 6 millones detalles y establecer más relaciones entre los diferentes esde años), se está empezando a resolver este enigma. Los datos tímulos. Imaginemos un hominino que roza un arbusto y una indican la profunda transformación espina araña su piel. Un australopitecide nuestra materia gris a lo largo del no codificaría este suceso de una forma tiempo. simple: como una pequeña herida que Se puede decir que la selección naasociaría como rasgo identitario del artural ha favorecido un cerebro de gran busto. En cambio, un Homo erectus, tamaño en los humanos. Mientras con un mayor número de neuronas, que los australopitecinos tenían una codificaría muchos más detalles del capacidad craneal de unos 450 centíepisodio, entre ellos la forma de las metros cúbicos, semejante a la de los espinas y el aspecto de su herida. Así, chimpancés, H. erectus casi doblaba esa cuando este hominino empezó a cazar, cifra hace 1,6 millones de años, con una ante la necesidad de abatir una presa, media de 930 centímetros cúbicos. Y, pudo acudir a las zonas de su memoria hace 100.000 años, Homo sapiens poque almacenaban el desgarro de la piel seía una capacidad media de unos 1330 y recordar que este fue provocado por centímetros cúbicos. En ese mayor volulas puntas de las espinas. Ello le podría men cerebral, un número aproximado inspirar la idea de un arma: una lanza de 100 mil millones de neuronas proafilada en su extremo. cesan la información y la transmiten a Pero los homininos de cerebro granMARK THOMAS lo largo de 165.000 kilómetros de fibras de no podían detenerse demasiado nerviosas envueltas de mielina, en un tiempo en esa situación asociativa en Colegio Universitario de Londres sistema con unos 150 billones de sinapla que un suceso hace recordar otros sis. Dean Falk, de la Universidad estatal hechos, sean estos importantes o intrasde Florida, afirma que, cuando se busca cendentes. Su supervivencia dependía en el registro arqueológico con qué se relaciona ese hecho, se de su pensamiento analítico, el modo por defecto. Nuestros anpone de manifiesto una asociación entre el tamaño cerebral y cestros debieron desarrollar, pues, una forma de cambiar de un la tecnología o las capacidades intelectuales. tipo de pensamiento a otro mediante una ligera modificación Pero no solo cambió el volumen craneal a lo largo del tiempo. de las concentraciones de dopamina y otros neurotransmisores. En la Universidad de California de San Diego, la antropóloga Gabora plantea que H. sapiens necesitaría decenas de miles de física Katerina Semendeferi ha estudiado una parte del cerebro años para afinar ese mecanismo antes de poder sacar provecho que parece coordinar los pensamientos y las acciones en la toma de la creatividad de su gran cerebro, hipótesis que ella y sus de decisiones, la corteza prefrontal. Tras examinar esa región en estudiantes están comprobando mediante el empleo de redes humanos actuales, chimpancés y bonobos, Semendeferi y sus neuronales artificiales. A través de un modelo generado por colaboradores descubrieron que varias áreas importantes de ella ordenador han simulado la capacidad del cerebro de cambiar se habían reorganizado durante la evolución de los homininos. entre el pensamiento asociativo y el analítico. Intentan comAsí, el área 10 de Brodmann, que está implicada en la consecu- prender cómo el cambio ayudó a romper nuestras barreras ción de los planes y la organización de la información sensorial, cognitivas y permitió que viéramos las cosas de otra forma. se había duplicado en tamaño después de que los chimpancés «No es suficiente con tener más neuronas», afirma Gabora, y bonobos se separasen de la línea evolutiva humana. Además, «se ha de poder utilizar la masa cerebral adicional.» Una vez el espacio horizontal entre las neuronas de esta área se había adquirida esa última pieza del repertorio biológico, quizás hace ensanchado un 50 por ciento, lo que había creado más espacio algo más de 100.000 años, la mente de nuestros antepasados para los axones y las dendritas. Según Falk, ello habría originado se mantuvo latente a la espera de situaciones sociales que conexiones más complicadas y remotas, con lo que se obtendrían permitieran su expansión. comunicaciones más complejas y directas entre las neuronas. Averiguar la forma en que un cerebro más grande y orgaCRECER EN LA BRILLANTEZ nizado pudo haber estimulado la creatividad constituye una En otoño de 1987, Christophe y Hedwig Boesche, de la Unitarea delicada. Pero Gabora cree que los estudios psicológicos versidad de Zúrich, observaron un comportamiento nuevo en de personas creativas actuales pueden proporcionar algunas un grupo de chimpancés que buscaban comida en el Parque claves. Según ella, esos individuos parecen estar en las nubes. Nacional Tai, en Costa de Marfil. Una hembra se detuvo cerCuando se enfrentan a un problema dejan que su mente divague ca de un nido de una especie de hormiga legionaria y agarró y permiten que sus recuerdos o pensamientos se evoquen entre una pequeña rama. Introdujo uno de sus extremos en la tierra ellos. Esa asociación libre estimula las analogías y da lugar a poco compacta de la entrada del hormiguero y esperó a que
«No solo importa lo inteligente que uno es, sino también lo bien conectado que está» —
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,
las hormigas soldado de la colonia lo atacasen. Cuando los insectos hubieron cubierto unos diez centímetros de la rama, la chimpancé la retiró del nido y, con mano diestra, arrastró las hormigas del vástago hacia su boca. Repitió el proceso varias veces hasta quedarse saciada. Los chimpancés son hábiles en el uso de diferentes tipos de herramientas: cascar nueces con piedras, absorber el agua de los agujeros de los árboles mediante hojas y extraer las raíces nutritivas de las plantas con palos de cavar. Pero parece que no pueden ir más allá de esos conocimientos ni elaborar técnicas más avanzadas. Según Henshilwood, los chimpancés enseñan a sus congéneres cómo cazar termitas, pero no mejoran el método ni se plantean hacerlo con otro tipo de rama; simplemente, repiten la acción una y otra vez. En cambio, los humanos actuales carecemos de esas limitaciones. De hecho, tomamos las ideas de otros y les añadimos detalles propios; vamos incorporando modificaciones hasta crear algo completamente nuevo y más complejo. Nadie por sí solo puede desarrollar la complicada tecnología que contiene un ordenador portátil; tales logros se consiguen gracias a la perspicacia creativa de generaciones de inventores. Los antropólogos consideran un rasgo humano esa acumulación gradual de conocimientos. Para ello resulta primordial la capacidad de pasar el conocimiento de un individuo a otro, o de una generación a la siguiente, hasta que en algún momento alguien desarrolle una mejora. En marzo de 2012, el primatólogo del comportamiento Lewis Dean, ahora en la Sociedad Fisiológica de Londres, y otros cuatro científicos publicaron en Science un artículo donde explicaban por qué los humanos poseemos tal aptitud y los chimpancés o los monos capuchinos no. Dean y su equipo diseñaron un experimento mediante un problema con tres niveles de dificultad. Presentaron el problema a grupos de chimpancés en Texas, monos capuchinos en Francia y niños de una guardería en Inglaterra. Solo un chimpancé de los 55 primates no humanos alcanzó el nivel más alto de dificultad después de más de 30 horas de intentarlo. Los niños lo hicieron mucho mejor. A diferencia de los grupos de monos, trabajaron juntos, hablaron entre ellos, se ofrecieron ayuda y algunos enseñaron a los demás cómo resolver un problema. Después de dos horas y media, 15 de los 35 niños habían superado el tercer nivel de dificultad. Equipados con esa destreza social y capacidades cognitivas, nuestros antepasados transmitieron los conocimientos a otros, un requisito para hacer avanzar el mecanismo de creatividad cultural. Pero hizo falta algo más para impulsar el proceso y llevar a Homo sapiens a nuevas metas creativas en África hace entre 60.000 y 90.000 años y, en Europa, hace 40.000 años. Mark Thomas, genético evolucionista del Colegio Universitario de Londres, opina que el empuje provino de la demografía. Su explicación es simple. Cuanto más numeroso fuera el grupo de cazadores recolectores, mayores serían las posibilidades de que alguno de sus miembros tuviera una nueva idea que produjera un avance técnico. Por otra parte, los individuos de un gran grupo que mantienen contactos frecuentes con grupos vecinos presentan más oportunidades de aprender innovaciones que los de grupos pequeños y aislados. «No solo importa lo inteligente que uno es», afirma Thomas, «sino también lo bien conectado que está». Para contrastar tales ideas, Thomas y dos colaboradores desarrollaron un modelo informático para simular el efecto de la demografía en el desarrollo cultural. Con los datos genéticos de europeos actuales estimaron el tamaño de las poblaciones huma-
nas en Europa a inicios del Paleolítico superior, en el momento en que la creatividad humana empezó a repuntar, y calcularon la densidad de la población. También analizaron la evolución de las poblaciones africanas, mediante la simulación de su crecimiento y los patrones de migración. Su modelo demostró que las poblaciones africanas alcanzaron la misma densidad que se había estimado en los inicios del Paleolítico superior europeo hace unos 101.000 años, justo antes de que se realizaran las primeras innovaciones en las regiones subsaharianas, según indica el registro arqueológico. También reveló el modo en que las grandes redes sociales alentaron la creatividad humana. En noviembre de 2012 se publicaron en Nature nuevos datos arqueológicos sobre la revolución tecnológica que siguió al aumento de la densidad de población en África. Hace unos 71.000 años, los Homo sapiens de Pinnacle Point idearon y enseñaron a sus descendientes la compleja técnica de fabricar finas láminas de piedra para elaborar armas de proyectil. Calentaban la silcreta a una temperatura determinada para mejorar sus cualidades. A continuación la tallaban para producir láminas de pocos centímetros de longitud que después enganchaban a mangos de madera o de hueso con un adhesivo fabricado por ellos mismos. Los arqueólogos Fiona Coward, de la Universidad de Londres, y Matt Grove, de la Universidad de Liverpool, en un artículo publicado en PaleoAnthropology en 2011 compararon las innovaciones culturales con la propagación de los virus. Ambos necesitan unas condiciones sociales muy particulares para dispersarse; sobre todo, deben contar con poblaciones conectadas que puedan «infectarse» entre sí. Ello nos lleva al mundo de hoy: competitivo, abarrotado y estrechamente conectado. Nunca antes los humanos habíamos vivido en ciudades tan pobladas. Accedemos a una enorme cantidad de conocimiento con tan solo pulsar una tecla y compartimos conceptos, proyectos y diseños innovadores gracias al crecimiento de las redes sociales de Internet. Nunca antes los inventos habían surgido con tal rapidez que van llenando nuestras vidas de nuevas modas, coches, músicas y arquitecturas. Medio milenio después de que Leonardo da Vinci realizase su obra más famosa nos maravillamos de su genialidad, una creación que se sustenta en las innumerables ideas e invenciones concebidas por un linaje de artistas que se remonta al Paleolítico. Incluso hoy, una nueva tanda de artistas contempla la Mona Lisa para inspirarse y crear algo nuevo y deslumbrante. La cadena de la invención humana no ha acabado y, en un mundo extraordinariamente conectado, nuestro singular talento para crear tiene un largo camino por delante. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, mayo de 2013 EL AUTOR
Heather Pringlees escritora científica y directora editorial de la revista Archaeology. PARA SABER MÁS
Middle Stone Age bedding construction and settlement patterns at Sibudu, South Africa.Lyn Wadley et al. en Science, vol. 334, págs. 1388-1391, 9 de diciembre de 2011. Hominin paleoneurology: Where are we now?Dean Falk en Progress in brain research, vol. 195, págs. 255-272, 2012. EN NUESTRO ARCHIVO
Orígenes del pensamiento.VV.AA. Informe especial publicado en IyC, febrero de 2012.
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FABRICANTE DE HERRAMIENTAS: El profesor de antropología Dietrich Stout practica la talla lítica en el Laboratorio de Tecnología Paleolítica de la Universidad Emory.
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C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
¿Cómo nos cambió la fabricación de herramientas? Las neuroimágenes comienzan a revelar la manera en que la talla lítica moldeó nuestras facultades cognitivas
FOTOGRAFÍAS DE GREGORY MILLER
Dietrich Stout
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A
ún conservo mi primera bifaz. La tallé de un trozo de sílex que recogí paseando por unos campos de labranza en el condado de Sussex Occidental. Es bastante tosca, nada que pudiera impresionar a nuestro antepasado, Homo heidelbergensis. Este primo de Homo sapiens nos legó hachas de mano de refinada factura, hace medio millón de años, en el cercano yacimiento de Boxgrove.
Pero trabajé con afán para fabricar ese rudimentario útil y me siento orgulloso de ello. Lo que de verdad importa no es que descubriera una nueva afición. Lo relevante es que con ella me lancé a indagar algunas cuestiones clave de la evolución humana y del florecimiento del lenguaje y la cultura, sellos distintivos de nuestra especie. Reproducir las habilidades de los pueblos prehistóricos con el fin de comprender el origen de la humanidad no es nada nuevo; los arqueólogos lo vienen haciendo desde hace décadas. Pero, sin duda, en los últimos quince años hemos retomado ese camino con renovado interés. Arqueólogos y neurocientíficos colaboramos desde la consola de los tomógrafos y los imanes de resonancia para averiguar lo que sucede bajo el cráneo de un fabricante de herramientas contemporáneo mientras este arranca con paciencia lascas de una piedra hasta convertirla en una bifaz. Con las imágenes esperamos descubrir las regiones cerebrales que con su evolución permitieron a las gentes del Paleolítico tallar con pericia bifaces y cuchillos a partir de pedazos informes de roca. La labor conjunta de arqueólogos y neurocientíficos ha rescatado una idea desacreditada en el pasado: que la fabricación de útiles supuso un impulso decisivo para la evolución humana. El antropólogo británico Kenneth Oakley aseguraba hace setenta años en su libro Man the tool-maker («El hombre, fabricante de herramientas»), que la confección de útiles fue el «principal rasgo biológico» de la humanidad que catalizó la evolución de nuestro poder de coordinación mental y corporal. La idea cayó en desgracia cuando los etólogos aportaron pruebas del uso y la fabricación de herramientas en otras especies, como los simios, los cuervos, los delfines o los pulpos. Así lo expresaría en 1960 el paleontólogo Louis Leakey en su famosa
réplica al histórico descubrimiento de Jane Goodall acerca del uso de útiles por parte del chimpancé: «Ahora tendremos que redefinir el concepto de herramienta y de hombre, o aceptar a los chimpancés como humanos». Para muchos, las complejas relaciones sociales reemplazaron la manufactura de artefactos como factor central en la evolución del cerebro humano. En los años ochenta y noventa del siglo xx, las influyentes hipótesis de la «inteligencia maquiavélica» y el «cerebro social» sostenían que los mayores desafíos mentales de los primates estriban en aventajar a sus congéneres, no en comprender y dominar su entorno físico. Estas teorías ganaron peso empírico con la constatación de que los primates que forman grandes grupos sociales tienden a poseer cerebros voluminosos. Sin embargo, investigaciones más recientes, entre ellas la nuestra, demuestran que la idea de «El hombre, fabricante de herramientas» no está obsoleta, aunque sin duda el lenguaje de Oakley sí ha quedado desfasado. No es indispensable que la fabricación de artefactos sea una capacidad privativa del hombre para considerarla importante en nuestra evolución. Lo que importa es el tipo de útiles que creamos y cómo aprendemos a elaborarlos. La especie humana destaca entre los primates por su indiscutible capacidad para aprender de sus congéneres. En particular, somos muy hábiles en imitar lo que hacen otras personas. La imitación constituye un prerrequisito para aprender habilidades técnicas complejas y se considera inherente a la capacidad de la cultura humana para acumular conocimiento, una capacidad extraordinaria si se compara con la de otros simios. Así pues, parece precipitado desechar la idea de que los antiguos artefactos líticos no pueden aportar información relevante sobre la evolución de la cognición humana. Aprender y enseñar la cada vez más compleja manufactura de los útiles pudo suponer un
EN SÍNTESIS
Reproducir la tecnología de las poblaciones prehistóricas constituye un modo de resolver nuestras dudas sobre la evolución humana y, en particular, sobre el desarrollo del lenguaje y la cultura.
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Una versiónnovedosa de este enfoque recurre a la tomografía y a la resonancia magnética cerebral para observar las regiones de neuronas que se activan mientras se golpea una piedra hasta convertirla en una bifaz.
La colaboraciónentre arqueólogos y neurocientíficos ha rehabilitado una tesis desacreditada que consideraba la fabricación de útiles un detonante fundamental de la evolución humana.
Aprender y enseñarel arte de fabricar útiles en la Edad de Piedra pudo suponer tal desafío para nuestros ancestros que motivó la evolución del lenguaje humano.
CLASE DE TALLA: Nada Khreisheh (arriba, a la derecha) dedica veinte horas cada semana a enseñar la fabricación de bifaces en el Laboratorio de Tecnología Paleolítica de la Universidad Emory. Los alumnos reciben cien horas de clase. La bifaz de sílex visible a la derecha fue la primera tallada por el autor.
desafío tan formidable para nuestros ancestros que bien podría haber impulsado la evolución del lenguaje. De hecho, muchos neurocientíficos creen que ciertas estructuras cerebrales son responsables a la par de las habilidades lingüísticas y manuales. Para comprobar dichas teorías hemos tenido que analizar con esmero cómo se elaboraban esas antiguas herramientas y comparar los resultados con los datos de que disponemos sobre la evolución de los sistemas cerebrales relevantes. El primer problema radica en que el registro fósil no conserva ni el cerebro ni el comportamiento. Dada la escasez de datos, el único recurso fue reproducir en el laboratorio el tipo de habilidades que se transmitieron de generación en generación hace milenios. Por esta razón, junto con mis alumnos y mis colaboradores, llevamos años intentando emular la destreza de los fabricantes de herramientas del Paleolítico.
ARQUEOLOGÍA EXPERIMENTAL
Tal vez el uso de las técnicas de neuroimagen para estudiar algunas de las técnicas más antiguas de la humanidad despierte extrañeza. Cuando comenzamos a acarrear piedras en carretilla a un moderno laboratorio de neuroimagen atrajimos miradas de curiosidad. Pero no tiene nada de extraño que los arqueólogos experimenten. Estudiar el presente es desde hace mucho tiempo una de las mejores formas de conocer el pasado. Los científicos han ideado ensayos para replicar antiguas técnicas de fundición (arqueometalurgia) y observar la descomposición de los cadáveres animales (tafonomía) con el fin de entender mejor cómo fosilizan. Los experimentos informales sobre la fabricación o la talla de herramientas se remontan al siglo xix, y los ensayos controlados están a la orden del día en el estudio de la tecnología lítica.
Cultura y evolución humana 21
El ámbito de estos experimentos se ha ampliado en los últimos años. En 1990 mis tutores de posgrado Nicholas Toth y Kathy Schick, hoy ambos en la Universidad de Indiana y en el Instituto de la Edad de Piedra, en Bloomington, se propusieron investigar, con una técnica de imagen recién desarrollada, la reacción del cerebro de una persona mientras fabricaba una herramienta paleolítica. Abundando en esa idea inicial, hace quince años comencé mi propia investigación con el fin de averiguar lo que ocurre en el cerebro mientras se talla una piedra. Hoy mi laboratorio funciona como un taller donde se aprende a fabricar útiles líticos. Mientras escribo estas líneas, en mi oficina de la Universidad Emory, alcanzo a escuchar el repiqueteo de los aprendices proveniente de la zona de trabajo al aire libre. En 2015 la pila de lascas de sílex alcanzó los tres metros de diámetro y un buen palmo de espesor, con casi 1500 kilogramos de roca hecha añicos. Cuando me asomo a la ventana veo a la investigadora de posdoctorado Nada Khreisheh aconsejando a un estudiante frustrado. Khreisheh dedica una veintena de horas a la semana a formar a otros tantos alumnos en el antiguo arte de la fabricación de hachas de mano (cada uno recibe cien horas de instrucción). Es nuestro proyecto más ambicioso hasta hoy. Las sesiones se graban en vídeo para averiguar qué técnicas de aprendizaje funcionan mejor. También guardamos y medimos cada herramienta acabada para supervisar los avances. Los alumnos se someten continuamente a exploraciones en el aparato de resonancia magnética con el fin de analizar los cambios en la estructura y el funcionamiento del cerebro, así como a pruebas psicológicas para comprobar si sus aptitudes, como la memoria a corto plazo o la capacidad de planificación, están vinculadas con la destreza en la manufactura de los utensilios. Supone un trabajo ingente pero fundamental para entender las sutilezas de esta técnica prehistórica. Por lo menos, todo ese esfuerzo nos ha enseñado lo difícil que es fabricar ese tipo de artefactos. Pero necesitamos saber qué motiva esa dificultad. Oakley y otros partidarios del argumento de «El hombre, fabricante de herramientas» pensaban que la clave de su elaboración era la singular capacidad de pensamiento abstracto del hombre; es decir, la facultad para concebir una suerte de modelo mental de diversos tipos de herramientas y reproducirlo. Con todos mis respetos, discrepo. Como diría cualquier artesano conocedor de su oficio, saber bien lo que se quiere no es lo más difícil; lo verdaderamente difícil es hacerlo. Todo principiante que quiera tallar una bifaz deberá dominar una técnica de percusión que implica desbastar una roca con un «martillo» de asta, hueso o piedra, hasta convertirla en una herramienta útil. La tarea exige golpes contundentes, secos y precisos al milímetro, que hay que asestar con rapidez, sin posibilidad de corrección o vuelta atrás en su ejecución. Como al cincelar una escultura de mármol, con cada golpe se extrae algo irrestituible: hasta los errores más pequeños pueden malograr la pieza entera. Por medio de un sistema de control del movimiento, el equipo de Blandine Brill de la Escuela de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de París, ha averiguado que, a diferencia de los principiantes, los talladores expertos modulan la fuerza de los golpes para arrancar lascas de diferente tamaño. Encadenar la serie de percusiones de fuerza dispar que se precisa para modelar un diseño abstracto, como un hacha de mano, solo se logra a base de una larga y esmerada práctica. Nuestros antepasados afrontaron ese mismo problema para dominar el arte de la talla lítica, con la diferencia de que sus
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vidas dependían en buena parte del éxito de la empresa. La demanda de herramientas, aunada con las complejas interacciones sociales que se crean durante la enseñanza de su fabricación, pudo ser el catalizador de la evolución de la cognición humana. Hemos bautizado esta nueva versión de la hipótesis de «El hombre, fabricante de herramientas» de Oakley como Homo artifex, que en latín significa habilidad, creatividad y artesanía. HERRAMIENTAS EN EL CEREBRO
Enseñar a trabajar el pedernal no es el único reto técnico que supone investigar estas prácticas prehistóricas. Las técnicas corrientes de neuroimagen no se prestan para ciertos aspectos del estudio de la fabricación de herramientas líticas. Quien se haya sometido alguna vez a una resonancia magnética (RM) recordará que si se mueve durante la prueba, la imagen se malogra. Y permanecer inmóvil dentro de un tubo de sesenta centímetros de ancho lo más que le permite a uno es echar una siesta, no digamos tallar. En nuestros primeros experimentos sorteamos ese problema recurriendo a una técnica de imagen conocida como tomografía por emisión de positrones con fluorodesoxiglucosa (TEP-FDG). La molécula radiactiva usada para captar la imagen de la actividad cerebral se inyecta por vía endovenosa, en este caso a través del pie, para dejar libres las manos. Si bien un poco doloroso, el procedimiento permite trabajar sin estorbo el trozo de piedra destinado a convertirse en una bifaz o un cuchillo, mientras el marcador se acumula en los tejidos activos del cerebro. Acabada la talla, da inicio la exploración cerebral para averiguar en qué lugares se ha concentrado el compuesto químico. Esa técnica me permitió investigar dos industrias de la Edad de Piedra —la Olduvayense y la Achelense tardía— que ocupan de principio a fin el Paleolítico inferior, un período evolutivo crucial comprendido entre hace 2,6 millones y 200.000 años, en el que se triplicó el volumen cerebral de los homininos (la especie humana y sus antepasados extintos). Queríamos explorar en el laboratorio si el desarrollo de tales industrias planteó nuevas exigencias al cerebro que, con el transcurrir de los milenios y por selección natural, pudieran haber propiciado el aumento de volumen. La fabricación de herramientas olduvayenses (así bautizadas por la garganta de Olduvai, en Tanzania, donde fueron descritas a mediados del siglo xx por el arqueólogo Louis Leaky y la paleoantropóloga Mary Leakey) consiste en extraer lascas afiladas del núcleo de un canto. Estos sencillos fragmentos de piedra fueron los primeros «cuchillos» de la humanidad. Conceptualmente, la manufactura no puede ser más simple. Con todo, los primeros datos de la TEP confirmaron que el tallado sigue siendo una tarea complicada que va mucho más allá del simple golpeo de unas piedras con otras. En nuestro estudio dejamos que los participantes practicaran durante cuatro horas sin recibir ninguna orientación. Mientras se familiarizaban con la tarea, aprendieron a prestar atención a los rasgos peculiares de cada núcleo, como las zonas salientes, que son más fáciles de romper. Este proceso de aprendizaje genera antes y después del ejercicio diferentes patrones de actividad en la corteza visual, radicada en la parte posterior del cerebro. Pero cuatro horas de práctica no es mucho tiempo, ni siquiera para la primera técnica de la humanidad. Si observamos a los talladores experimentados, cuya destreza se acerca más a la que debieron tener los fabricantes olduvayenses, vemos algo distinto. Tal y como demostró el equipo de Brill, los iniciados se distinguen por su capacidad para medir la
fuerza con la que asestan los golpes con el percutor, y extraen Nuestra conclusión es que la capacidad para adquirir ciertas así las lascas del núcleo con la pericia debida. En su cerebro, destrezas físicas complejas debió ser importante en las primeras esta habilidad estimuló la actividad de la circunvolución supra- etapas de la evolución técnica humana durante el Olduvayense, marginal del lóbulo parietal, implicado en la apreciación de la pero que los métodos achelenses exigieron, además, un mayor localización del cuerpo en el entorno. control cognitivo, otorgado por la corteza prefrontal. De hecho, Hace alrededor de 1,7 millones de años, la industria olduva- esta observación encaja bastante bien con el registro fósil, que yense de lascas empezó a dar paso a la achelense (bautizada así sitúa uno de los aumentos más rápidos del volumen cerebral de por la localidad gala de Saint-Acheul), que se distingue por la los dos últimos millones de años en el Achelense tardío. Pero fabricación de útiles mejor rematados, como bifaces en forma este hallazgo no nos reveló qué acontecimiento fue la causa y de lágrima. Algunos de esos artefactos achelenses, como los del cuál la consecuencia. ¿Fue la fabricación de herramientas el yacimiento inglés de Boxgrove, de 500.000 años de antigüedad, detonante de la evolución del cerebro de H. artifex, o sucedió dan muestras de un gran refinamiento. Las delgadas secciones por azar? Dar respuesta a esta pregunta exige investigar con transversales, la simetría tridimensional y los bordes afilados y detenimiento cómo aprende el cerebro a crear herramientas. regulares delatan suma destreza en la talla. Los talladores modernos saben que esta técnica no solo APRENDIZAJE Y EVOLUCIÓN demanda precisión, sino también una planificación adecuada. Necesité cerca de 300 horas para adquirir la pericia de los tallaComo el golfista que escoge el palo apropiado, el tallador emplea dores del Achelense tardío de Boxgrove. Tal vez hubiera podido diferentes percutores duros (piedra) o blandos (asta o hueso) aprender en menos tiempo si hubiese contado con la ayuda de un en cada fase para preparar los bordes y superficies del núcleo entendido o hubiese convivido con ellos, pero no estoy seguro. con el fin de que se fracture a voluntad. La labor exige alternar Apenas existen estudios formales del proceso de aprendizaje entre diversas tareas secundarias y mantener firme en la mente tras décadas de tallado experimental. Bruce Bradley, profesor la idea última de rematar la bifaz, sin prisas. Por amarga expe- de arqueología de la Universidad de Exeter, y tallador expeririencia, sé que las prisas son malas consejeras en esto de tallar mental desde hace tiempo, me ofreció en 2008 la oportunidad piedras; si uno se siente cansado o hastiado, es mejor dejarlo de abordar esta cuestión inédita. Quería enseñar a la siguiente para otro momento. generación de talladores académicos británicos y pensó que me El esfuerzo que supone fabricar una herramienta del Ache- gustaría recopilar algunos datos de neuroimagen para examinar lense tardío también deja una impronta peculiar en las imáge- el proceso de aprendizaje; no se equivocó. nes cerebrales. Algunas áreas aparecen implicadas tanto en el Sentía un vivo interés por probar una variante bastante nueva tallado olduvayense como en el achelense. Pero los datos de la de la RM denominada imagen por tensor de difusión (ITD), que TEP durante este segundo tipo de talla muestran, además, que permite elaborar un mapa de los grupos de fibras de sustanla activación se extiende a cierta región de la corteza prefrontal: cia blanca que sirven como «cableado» del cerebro. En 2004, la circunvolución frontal inferior derecha. Decenios de investi- un grupo encabezado por Bogdan Draganski, entonces en la gación de neurocientíficos como Adam Aron, de la Universidad Universidad de Ratisbona, utilizó la ITD para mostrar los camde California en San Diego, han vinculado esta región al control bios estructurales que se suceden en el cerebro de voluntarios cognitivo necesario para alternar entre tareas y evitar las respuestas inadecuadas. T É C N I CA S D E I M AG E N Desde entonces hemos corroborado los resultados de la TEP con la RM, que brinda imágenes de mayor resolución. A tal fin, tuvimos que idear el modo en Las técnicas de neuroimagen revelan cómo la actividad del cerebro aumenta a que los voluntarios permanecieran inmómedida que la elaboración de las herramientas gana en complejidad. Las exploracioviles. En colaboración con el neurocientínes revelaron las áreas cerebrales que se activan cuando los talladores modernos elafico social Thierry Chaminade, hoy en el boran un artefacto similar a las sencillas herramientas olduvayenses (de 2,6 a 1,6 milloInstituto de Neurociencias de la Timone nes de años de antigüedad) y las que lo hacen cuando fabrican bifaces achelenses de la Universidad de Aix-Marseille, lleva(de 1,6 millones a 200.000 años). Los puntos azules indican las regiones utilizadas mos a cabo un experimento cuyos particimientras cincelan los útiles olduvayenses y achelenses; las rojas también se activan pantes no tallaron utensilio alguno, sino durante la talla de una bifaz achelense. que visionaron vídeos de terceras persoCircunvolución nas empeñadas en esa labor. Este enfoque Corteza premotora dorsal frontal funciona porque, como han demostrado Surco intraparietal dorsal inferior Chaminade y muchos otros, casi todas las redes neurales que intervienen en la ejeCircunvolución cución de acciones también se activan con supramarginal del lóbulo la mera observación de estas. Aplicando parietal diferentes metodologías, apreciamos sin inferior excepción las mismas respuestas en las áreas visomotoras del cerebro, con un tipo de talla y con el otro. Asimismo, hubo un Surco intraparietal anterior incremento de la actividad de la circunvolución frontal inferior derecha, pero solo Corteza premotora ventral Hemisferio Hemisferio durante el visionado de la fabricación de izquierdo derecho los útiles del Achelense tardío.
CORTESÍA DE THIERRY CHAMINADE, I NSTITUTE OF NEUROSCIENCES OF TIMONE, UNIVERSIDAD AIX-MARSEILLE
El incremento de la capacidad cerebral
Cultura y evolución humana 23
DE TAL PALO, TAL ASTILLA: Los aprendices tallan las bifaces o hachas de mano rodeados de las lascas de sílex arrancadas durante la labor. Cada pieza se etiqueta, se pesa y se mide con el fin de analizar al detalle el proceso de aprendizaje de las habilidades motoras y de planificación.
mientras aprenden juegos malabares. Tales cambios ponen en entredicho la idea arraigada de que la estructura del cerebro adulto es relativamente fija. Sospechábamos que aprender a tallar también requeriría cierto grado de recableado neuronal. Y siendo así, queríamos saber a qué circuitos afectaba. De ser cierta, esperábamos hallar indicios de que la fabricación de herramientas pudiera provocar en los aprendices, a pequeña escala, el mismo tipo de cambios anatómicos que a lo largo de la evolución humana. La respuesta resultó ser un sí rotundo: practicar la talla aumenta las fibras de sustancia blanca que conectan las mismas regiones frontal y parietal identificadas en nuestros estudios de TEP y RM, incluida la circunvolución frontal inferior derecha de la corteza prefrontal, una región crucial para el control cognitivo. El alcance de los cambios se puede predecir a partir del número de horas de práctica: a más horas, mayor modificación de la sustancia blanca. Los cambios cerebrales, lo que los neurocientíficos denominan plasticidad, proporcionan la materia prima para el cambio evolutivo, un efecto conocido como acomodación fenotípica. La plasticidad dota a las especies de flexibilidad para probar nuevos comportamientos; para «salir del molde» de su adaptación actual. Si la especie descubre un nuevo truco, lo incorpora a su repertorio de conductas y la carrera evolutiva se pone en marcha: la selección natural favorecerá cualquier variación que mejore su sencillez, eficacia y fiabilidad. Así, nuestro resultado aportó indicios fundados de que la tesis de H. artifex era factible y que la fabricación de útiles realmente
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pudo haber estimulado el cambio cerebral a través de mecanismos evolutivos conocidos. Con toda esa información, el paso lógico era averiguar si las respuestas anatómicas que habíamos observado podrían explicar ciertos cambios evolutivos concretos del cerebro humano. Los cráneos fósiles no aportan información detallada sobre las variaciones de las estructuras internas del cerebro, así que recurrimos a la mejor opción que nos quedaba: la comparación directa con uno de nuestros parientes vivos más cercanos, el chimpancé. Por fortuna, ya había pedido la colaboración de Erin Hecht, flamante doctora por la Universidad Emory y hoy en la Universidad estatal de Georgia, para que nos ayudara en el análisis de ITD. En su disertación, Hecht había comparado la neuroanatomía del chimpancé con la humana, por lo que contaba con los datos y la experiencia que precisábamos. Publicado en 2015, el resultado fue una disección virtual por medio de la ITD de las fibras de sustancia blanca de ambas especies, que en principio detectaría las diferencias en los circuitos relevantes. Nuestras sospechas quedaron confirmadas: los circuitos involucrados en la fabricación de las herramientas que descubrimos en los estudios de TEP, RM e ITD eran más extensos en el hombre que en el chimpancé, especialmente en las conexiones hacia la circunvolución frontal inferior derecha. Este hallazgo supuso el último eslabón de una cadena de deducciones que había estado trabando desde mis días de estudiante de posgrado, a finales de los noventa, que vinculaba los artefactos prehistóricos con el comportamiento, la cognición y la evolución cerebral. Y refor-
zaba la vieja idea de que la fabricación de útiles en el Paleolítico ayudó a configurar la mente moderna. Así y todo, está muy lejos de ser el final de la historia. POR EL OJO DE LA CERRADURA
Me fascinan las herramientas de piedra, pero solo nos brindan una visión muy estrecha de la compleja vida de nuestros antepasados, como si miráramos a través del ojo de una cerradura. Al igual que el geólogo armado con un sismógrafo, el quid de la cuestión radica en convertir esos retazos de conocimiento neurocientífico sobre la fabricación de útiles en un modelo completo de la existencia en la Edad de Piedra. Si bien los indicios que nos aportan las herramientas líticas son limitados, el resultado podría haber sido peor. Aprender a tallar piedras lleva tanto tiempo como adquirir muchas aptitudes académicas: una asignatura universitaria requiere en principio unas 150 horas de trabajo (diez horas a la semana durante un cuatrimestre de 15 semanas). En la investigación de Bradley, los aprendices dedicaron una media de 167 horas a practicar, y aun así no consiguieron dominar con soltura la talla de las bifaces achelenses. Quizá no deba sentirme tan mal por haber necesitado 300 horas. Pero soportar un régimen de prácticas tedioso y frustrante exige motivación y control de sí mismo, atributos intrigantes desde la perspectiva evolutiva. La motivación puede venir de fuera, inspirada por un profesor; o de uno mismo, de la anticipación de una recompensa futura. Muchos investigadores consideran que la enseñanza es la característica definitoria de la cultura humana, mientras que anticiparse al futuro es vital para todo, desde las relaciones sociales hasta la resolución de problemas técnicos. Sin duda, la «zanahoria» motivadora no nos conducirá muy lejos sin la «vara» del autocontrol. Este, entendido como la inhibición de los impulsos contraproducentes, resulta crucial para dominar muchas habilidades cognitivas. De hecho, un estudio reciente dirigido por Evan MacLean, de la Universidad Duke, descubrió que el autocontrol y la planificación a futuro están relacionados con un mayor volumen cerebral en 36 especies de aves y mamíferos. El cúmulo de pruebas aportado por nuestro trabajo vincula el dominio de la fabricación de herramientas con los sistemas cerebrales de autocontrol y planificación a futuro; enlazaría así directamente con el estudio comparado de MacLean sobre la evolución del tamaño cerebral en distintas especies animales. Además de motivación y autocontrol, el tallador debe conocer a fondo las propiedades de la piedra que va a trabajar, algo nada fácil de conseguir por sí solo. El aprendizaje de la talla es escalonado: la mayor parte del tiempo uno se dedica a practicar y refinar la técnica, pero, de vez en cuando, unos consejos permiten dar un gran paso. A veces es posible descubrir los trucos por uno mismo, pero sin duda es mejor aprenderlos de otros. Una buena manera de aprender es por medio de la observación. Si le decimos a alguien que es un buen imitador podría tomárselo a mal, pero los psicólogos comparativos reconocen que la capacidad para copiar fielmente es el pilar de la cultura humana. La investigación de Andrew Whiten, de la Universidad Saint Andrews en Escocia, y muchas otras han demostrado que los simios cuentan con cierta aptitud para la imitación, pero nada comparable con la de los niños y los adultos humanos. ¿Es suficiente la imitación por sí misma? Podemos aprender a jugar al ajedrez si observamos con atención el suficiente número de partidas, pero resulta mucho más sencillo si alguien nos explica los pormenores de la estrategia y las tácticas. Intentamos
averiguar si esto es aplicable a la fabricación de herramientas y a otras habilidades prehistóricas. En fecha reciente, Thomas Morgan, de la Universidad de California en Berkeley, y sus colaboradores, han ideado un experimento para examinar cómo se transmiten las técnicas de tallado de una persona a otra y han demostrado que es más ventajoso enseñar por medio del lenguaje que mostrando la técnica. Experimentos así son primordiales, porque algún día nos desvelarán el gran misterio del momento y el modo en que surgió el lenguaje humano. La enseñanza no es el único vínculo posible entre la fabricación de herramientas y el lenguaje. Los neurocientíficos reconocen que la mayoría de las regiones del cerebro humano ejecutan tareas básicas relacionadas con diversos comportamientos. Tomemos, por ejemplo, la clásica área del «habla» descubierta en el siglo xix por el antropólogo Paul Broca, radicada en la circunvolución frontal inferior izquierda. Las investigaciones iniciadas a partir de los años noventa del siglo xx han demostrado que el área de Broca no solo interviene en el habla, sino también en la música, las matemáticas y el aprendizaje de las actividades manuales complejas. Con este reconocimiento se ha revitalizado la antigua idea de que la fabricación de útiles, junto con la propensión humana a comunicarse por medio de gestos, pudo servir de base para la aparición del lenguaje. Michael A. Arbib, de la Universidad del Sur de California, ha desarrollado esta idea en profundidad, en particular en su libro de 2012 How the brain got language [«Cómo el cerebro adquirió el lenguaje»]. Los resultados de nuestros estudios de neuroimagen sobre la fabricación de útiles líticos nos han llevado a proponer hace poco que los circuitos neurales, entre ellos los de la circunvolución frontal inferior, experimentaron cambios para satisfacer las demandas de la fabricación de útiles paleolíticos y que después fueron aprovechados para crear formas primitivas de comunicación con gestos y, quizá, verbalizaciones. Esta comunicación protolingüística habría estado sujeta a selección, lo que al final propició las adaptaciones que dieron lugar al lenguaje moderno. Los experimentos que estamos llevando a cabo, además de generar una pila de trozos de sílex, nos permitirán poner a prueba esta hipótesis. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, junio de 2016
EL AUTOR
Dietrich Stoutes profesor de antropología de la Universidad Emory. Su investigación sobre la fabricación de útiles líticos del Paleolítico integra métodos multidisciplinares, que van de la arqueología a las técnicas de neuroimagen. PARA SABER MÁS
The sapient mind: Archaeology meets neuroscience.Compilado por Colin Renfrew, Chris Frith y Lambros Malafouris. Oxford University Press; 2009. Experimental evidence for the co-evolution of hominin tool-making teaching and language.T. J. H. Morgan y otros en Nature Communications, vol. 6, art. 6029, 13 de enero de 2015. Skill learning and human brain evolution: an experimental approach. Dietrich Stout and Nada Khreisheh en Cambridge Archaeological Journal, vol. 25, n.o 4, págs. 867-875, noviembre de 2015. Publicaciones de Dietrich Stout: https://scholarblogs.emory.edu/stoutlab/ publications EN NUESTRO ARCHIVO
Polifacético, flexible e ingenioso.Miriam N. Haidle en IyC, febrero de 2012. Los orígenes de la creatividad.Heather Pringle en IyC, mayo de 2013. A golpe de suerte.Ian Tattersall en IyC, noviembre de 2014.
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A golpe de suerte C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
Según las teorías tradicionales, el éxito de nuestros antepasados se debió fundamentalmente a su capacidad para fabricar herramientas. Una revisión de nuestra historia evolutiva añade grandes dosis de suerte a todo el proceso
CHRISTIAN NORTHEAST
L
os humanos somos primates muy peculiares. Caminamos erguidos, manteniendo el equilibrio de nuestro pesado cuerpo con ayuda de dos pequeños pies. Nuestra abultada cabeza luce un rostro diminuto y mandíbulas reducidas, engastadas bajo la parte frontal de nuestro globoso neurocráneo. Pero lo más sorprendente tal vez sea la manera en que procesamos la información. Hasta donde sabemos, somos el único organismo capaz de deconstruir mentalmente tanto el mundo exterior como sus experiencias interiores y plasmarlos en símbolos abstractos, los cuales empleamos para generar nuevas versiones de la realidad: no solo podemos describir el mundo tal y como es, sino también imaginar cómo podría ser.
Ian Tattersall
EN SÍNTESIS
Una nueva teoríaconsidera que la extraordinaria velocidad con que evolucionaron los primeros humanos se debió a una combinación de avances culturales y cambios climáticos impredecibles. Las repetidas glaciacioneshabrían fragmentado las poblaciones de homininos y creado pequeños grupos, en los que los cambios genéticos y culturales se habrían fijado con gran rapidez. La aparición de Homo sapiens en África, hace 200.000 años, se habría debido a un evento de ese tipo. Unos 100.000 años más tarde, una población africana adquirió la capacidad de usar símbolos. Esa facultad simbólicaúnica fue, casi con seguridad, lo que permitió que nuestros antepasados eliminasen o sobreviviesen al resto de sus competidores homininos en poco tiempo.
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Nuestros antepasados nunca fueron tan excepcionales. El registro fósil muestra que, no hace mucho más de siete millones de años, nuestros ancestros eran criaturas simiescas que vivían en los árboles y necesitaban sus cuatro extremidades para desplazarse; tenían un rostro grande y prominente, con poderosas mandíbulas situadas por delante de un modesto neurocráneo. Con toda probabilidad, sus facultades cognitivas equivalían a las de los chimpancés modernos. Aunque se trata sin duda de animales listos, habilidosos y capaces de reconocer símbolos e incluso combinarlos, los simios antropomorfos actuales no parecen capaces de reorganizarlos para crear nuevas realidades. Para convertirse en Homo sapiens, aquel antepasado hubo de sufrir múltiples cambios evolutivos en muy poco tiempo. Puede que siete millones de años parezcan muchos, pero no representan más que un instante para una transformación así. En general, las especies de primates estrechamente emparentadas —y, desde luego, aquellas que pertenecen a un mismo género— no muestran grandes diferencias en sus rasgos físicos ni cognitivos. Además, la vida media de una especie mamífera se estima en unos tres o cuatro millones de años; es decir, la mitad de tiempo durante el que el grupo de los homininos (que nos incluye a nosotros y a nuestros parientes extintos más cercanos) ha existido y se ha transformado hasta quedar irreconocible. Si una historia evolutiva consiste en que unas especies dan lugar a otras, como sabemos que sucede, la tasa de especiación de nuestro linaje tuvo que haberse acelerado de manera muy notable para llegar a experimentar semejante metamorfosis. ¿Por qué en nuestra familia la evolución operó con tal rapidez? ¿Qué mecanismo provocó esa aceleración? Aunque resulte extraño, tales preguntas no son las que más han ocupado a quienes estudian el registro fósil. Casi con seguridad, la respuesta guarda relación con la capacidad de nuestros antepasados para resolver problemas
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mediante el uso de herramientas líticas, ropa, refugio, fuego y otros elementos que, en conjunto, se conocen con el nombre de «cultura material». Durante largo tiempo, los expertos han mantenido que la selección natural favoreció a aquellos humanos arcaicos con mayor capacidad para innovar y compartir conocimientos. Los individuos más competentes sobrevivieron y se reprodujeron más que el resto, lo que se tradujo en un avance sostenido para todos los homininos. Por sí solo, sin embargo, ese proceso no habría bastado para remodelar de manera tan radical el linaje humano en siete millones de años. A medida que nuestro conocimiento sobre el clima de los últimos dos millones de años se ha ido ampliando, una nueva imagen ha comenzado a ver la luz. Según esta, varias fluctuaciones climáticas muy acusadas se sumaron a la cultura material para acelerar el ritmo evolutivo de nuestros antepasados. Parece probable que la fabricación de herramientas y otras técnicas ayudasen a los primeros homininos a adentrarse en nuevos ambientes. Sin embargo, cada vez que las condiciones
JOHN READER, S CIENCE SOURCE
IRRUPCIÓN DEL SIMBOLISMO:Nuestra singular capacidad para el pensamiento simbólico es lo que parece distinguirnos del resto de las especies. Este ocre grabado (izquierda), procedente de la cueva de Blombos (abajo), en Sudáfrica, es uno de los restos más antiguos conocidos que reflejan claramente dicha facultad. La regularidad del trazado lleva a pensar que codificaba algún tipo de información.
climáticas se tornaban adversas, esos avances ya no bastaban para garantizar la supervivencia. Numerosas poblaciones se disgregaron. Ello permitió que, en algunos de esos grupos más pequeños, los cambios genéticos y la innovación cultural arraigasen mucho más rápido que en una gran comunidad. Otras poblaciones perecieron. Y la especie que en última instancia prevaleció —la nuestra— debe su éxito a factores contingentes, como las fluctuaciones climáticas, tanto como a su talento. BAJAR DE LOS ÁRBOLES
A pesar de la enorme importancia de la cultura material en la gestación de un fenómeno tan extraordinario como Homo sapiens, su aparición tuvo lugar en un momento relativamente tardío. Más de cuatro millones de años antes de que nuestros antepasados aprendiesen a utilizar herramientas, sus ancestros tuvieron que bajar de los árboles y adaptarse a vivir en el suelo, toda una proeza para un simio con cuatro extremidades prensoras. Aquel paso hubo de requerir un simio antropomorfo capaz de mantener su tronco erguido de forma habitual. Y, de hecho, se sabe que esa postura la adoptaron algunos de los primeros hominoideos (miembros de la superfamilia a la que pertenecen los simios antropomorfos y los homininos). El origen de nuestra alterada anatomía puede retrotraerse al hecho de haber bajado de los árboles. Pero, aunque también sirvió como punto de partida para otras adaptaciones posteriores, no aceleró el ritmo evolutivo de los acontecimientos. Durante los cinco primeros millones de años, los homininos evolucionaron de forma muy parecida a cualquier otro grupo de primates con éxito. Al principio, el árbol genealógico humano era frondoso, con numerosas especies coetáneas que tanteaban el potencial que ofrecía caminar de pie. Pero aquellos primeros experimentos no propiciaron ninguna transformación profunda: en términos de dónde y cómo vivían, todos los homininos de aquel período parecen variaciones de un mismo esquema básico. En su calidad de criaturas a medio camino entre los árboles y hábitats más abiertos, aquellos ancestros conservaron un cerebro y un cuerpo moderados y proporciones corporales primitivas: piernas cortas y brazos dotados de gran movilidad. La tasa evolutiva solo empezó a acelerarse de manera drástica con la aparición del género Homo, hace unos de dos millones de años. Sin embargo, la cultura material había aparecido en forma de herramientas líticas al menos medio millón de años antes. Esa circunstancia apoya con fuerza la idea de que la cultura alimentó la rápida transformación que hizo que una sucesión estable de simios antropomorfos arborícolas se convirtiese en un linaje humano que vivía en el suelo y evolucionaba con rapidez. En África se han hallado útiles de piedra rudimentarios de 2,6 millones de años e indicios aún más antiguos de marcas de herramientas en huesos de animales. Casi con seguridad, fueron los homininos primitivos quienes fabricaron estos útiles simples: pequeñas lascas afiladas extraídas de núcleos de piedra del tamaño de un puño. A pesar de su anatomía arcaica, aquellos primeros fabricantes de herramientas ya habrían superado con mucho las capacidades cognitivas de los simios antropomorfos. Ni siquiera con ayuda de un intenso entrenamiento aprenden los simios antropomorfos actuales a golpear intencionadamente una piedra contra otra para obtener una lasca. Estas se empleaban en el despiece de los cadáveres de mamíferos pastadores. Semejante comportamiento, totalmente novedoso, implica que la dieta de los homininos se amplió de repente. De ser fundamentalmente vegetariana, pasó a incorporar grasas y proteínas animales (si bien se desconoce
si aquellos individuos se alimentaban de carroña o practicaban la caza activa). A la postre, esa dieta más rica acabaría permitiendo el rápido crecimiento del cerebro ávido de energía que caracteriza a Homo. Aunque los biólogos debaten con fervor sobre qué fósiles corresponden a las primeras encarnaciones de Homo, coinciden en que los primeros homininos con proporciones corporales similares a las nuestras aparecieron hace menos de dos millones de años. Hacia la misma época, los homininos abandonaron África y se dispersaron por el Viejo Mundo. Aquellos individuos ya caminaban erguidos y con largas zancadas, vivían en sabanas abiertas, lejos de la protección del bosque, y casi con seguridad disfrutaban de una dieta rica en recursos animales. El cerebro de los primeros miembros de Homo era apenas algo mayor que el de los primeros bípedos. Hace un millón de años, sin embargo, su volumen se había doblado, y hace 200.000 volvió a duplicarse. ¿CARRERA ARMAMENTÍSTICA EN EL HIELO?
Esta tasa de incremento cerebral resulta asombrosa desde cualquier punto de vista. Ha sido identificada en al menos tres linajes independientes de Homo: el que condujo a Homo neanderthalensis en Europa, el de los últimos Homo erectus en Asia oriental, y el de Homo sapiens en África. Esas tendencias paralelas indican, por un lado, que un cerebro voluminoso proporcionaba una ventaja adaptativa; por otro, que el aumento de masa encefálica no fue exclusivo del linaje que culminó en Homo sapiens, sino algo común en el género Homo. Tal vez esa tendencia insinúe algún tipo de carrera armamentística, ya que la adopción de armas arrojadizas hizo que, para cada uno de esos grupos humanos, los depredadores más peligrosos fuesen otras comunidades humanas con las que habían de competir por los recursos. La explicación tradicional del rápido aumento encefálico de los homininos, apoyada por los psicólogos evolucionistas, recibe el nombre de coevolución genética-cultural. Esta implica una acción continua de la selección natural sobre generaciones sucesivas, así como una intensa retroalimentación positiva entre la innovación cultural y la biológica. A medida que los individuos con un cerebro mayor prosperaban generación tras generación, la población en conjunto se tornaba más inteligente; como consecuencia, desarrollaba mejores técnicas y herramientas, lo que contribuía a una adaptación aún mejor. Según este modelo, la interacción entre genes y cultura actuó sobre un linaje de especies que se iba transformando de manera gradual. Ello habría aumentado la inteligencia y la complejidad conductual de nuestros antepasados y los habría predispuesto a evolucionar con rapidez. No obstante, si reflexionamos un momento, nos veremos obligados a concluir que tuvo que ocurrir algo más. Uno de los problemas de ese escenario radica en que presupone un conjunto de estreses adaptativos constantes a lo largo de extensos períodos de tiempo. Pero Homo evolucionó en una época en la que se sucedieron las glaciaciones: ciclos en los que el casquete polar del hemisferio norte se extendía hasta lo que hoy es el norte de Inglaterra y en los que las regiones tropicales se tornaban extremadamente áridas. En medio de tales inestabilidades, no pudo existir una presión selectiva constante que apuntase siempre en la misma dirección. Cuanto más aprendemos sobre esas oscilaciones climáticas, más evidente resulta hasta qué punto hubo de ser inestable el ambiente en que evolucionaron nuestros antepasados. Los sondeos efectuados en los casquetes polares y en el fondo oceánico revelan
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CRONOLOGÍA
Los primates bípedos aún conservan capacidades trepadoras
Marcha a grandes pasos
Aparición del género Homo Hace 4 millones de años (ma)
3 ma
2 ma
Historia de la innovación El grupo de los homininos, al cual pertenecemos los humanos, ha sufrido grandes transformaciones anatómicas, conductuales y cognitivas durante los últimos 4 millones de años. Al principio de ese período ya habían comenzado a bajar de los árboles. Hace unos 2,6 millones de años aparecieron las primeras herramientas de piedra; las marcas de corte halladas en huesos de mamíferos sugieren que habían comenzado a desmembrar cadáveres incluso antes, lo que condujo a una dieta que cada vez incluía más proteínas animales. En último término, ese cambio en la alimentación impulsó el rápido aumento de masa encefálica que tuvo lugar después de que apareciesen los primeros representantes de Homo, hace unos 2 millones de años.
que las fluctuaciones entre las épocas de frío extremo y las de temperatura suave se intensificaron hace unos 1,4 millones de años. Por tanto, los homininos habrían tenido que reaccionar con gran frecuencia a esos cambios abruptos. Otro problema de la explicación tradicional radica en los restos materiales que han llegado hasta nosotros. Estos no reflejan un aumento paulatino de la complejidad técnica durante los últimos dos millones de años. En su lugar, sugieren que la innovación tuvo lugar de forma muy esporádica. Los nuevos tipos de herramientas parecen haber aparecido en momentos puntuales separados entre sí cientos de miles o incluso un millón de años; entre medias, solo se observan ligeros retoques de los útiles ya existentes. Los homininos de este período parecen haber reaccionado a los cambios ambientales dando nuevos usos a herramientas viejas, más que inventando otras. La idea de una evolución gradual se enfrenta también a la falta de pruebas que indiquen que las capacidades cognitivas de los homininos fueron aumentando de manera gradual. Aun cuando surgía una nueva especie de Homo con un encéfalo mayor, las técnicas y los modos de vida antiguos se mantenían. La innovación se daba de manera intermitente y no solía coincidir con la aparición de una nueva especie, sino que tenía lugar durante la vida evolutiva de las que ya existían. De hecho, la primera prueba incuestionable de una mente simbólica moderna data de muy tarde, y sugiere que esta nació de forma bastante repentina. Los objetos claramente simbólicos más antiguos —dos placas de ocre pulidas con grabados geométricos, halladas en la cueva de Blombos, en Sudáfrica— se remontan a hace 77.000 años; es decir, a mucho después de que el ser humano anatómicamente moderno entrase en escena, hace unos 200.000 años. Dado que dichos grabados exhiben una gran regularidad, los investigadores creen que codificaban algún tipo de información. Un logro tan repentino no casa bien con un avance intelectual progresivo generación tras generación.
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Nacimiento de la cultura material: primera fabricación de herramientas de piedra en forma de lascas afiladas
Aparición de herramientas más avanzadas (como hachas de mano)
Tamaño cerebral de los primeros homininos
EL POTENCIAL DE UNA COMUNIDAD PEQUEÑA
Parece claro que, para explicar la rápida transformación de los homininos durante las glaciaciones, hemos de mirar más allá de los procesos evolutivos que operan en un linaje dado. Con todo, no tenemos por qué dejar de lado los factores en los que se basa el modelo de coevolución genética-cultural: las presiones ambientales y la cultura material. Simplemente, estos se habrían conjugado de un modo distinto. Para entender la manera en que tales agentes pudieron haber desencadenado el rápido cambio evolutivo, hemos de tener en cuenta que, para que una población adopte una innovación sustancial —ya sea genética o cultural—, su tamaño debe ser reducido. Las comunidades grandes y muy densas arrastran demasiada inercia genética, lo que les impide cambiar de manera constante en una misma dirección. Los grupos pequeños y aislados, en cambio, desarrollan diferencias mucho más a menudo. En la actualidad, la población humana es sedentaria, gigantesca y se extiende por todas las áreas habitables del planeta. Pero, en la época de las glaciaciones, los homininos eran cazadores y recolectores nómadas, que dependían de la generosidad de la naturaleza y que ocupaban zonas muy escasas y dispersas del Viejo Mundo. Los bandazos de temperatura y humedad, e incluso las fluctuaciones en el nivel del mar y de los lagos, influían de manera muy acusada sobre los recursos disponibles en cada zona, alteraban la vegetación y desplazaban a los animales. Cuando eso ocurría, una región podía tornarse hostil o incluso inhabitable hasta que las condiciones volviesen a mejorar. Los homininos que vivieron hace entre uno y medio millón de años disponían de un abanico de técnicas —desde fabricar herramientas hasta construir refugios o cocinar— que les habría permitido trascender las limitaciones puramente fisiológicas y explotar el medio de forma más eficiente que las especies anteriores. Dichas técnicas habrían brindado a los homininos de la Edad del Hielo la oportunidad de ocupar cada vez más hábitats.
Aparición de Homo sapiens 1 ma
Presente Los homininos ya recurren de manera habitual al fuego, la ropa y la construcción de refugios
PORTIA SLOAN ROLLINGS
El volumen del cerebro se duplica
En las épocas de bonanza, habrían posibilitado que las poblaciones se expandiesen y ocupasen regiones marginales que, de otro modo, habrían quedado fuera de su alcance. Pero, cada vez que el clima se deterioraba, la cultura no habría bastado para hacerle frente. Como resultado, numerosas poblaciones se habrían diezmado y fragmentado. Tales grupos pequeños y aislados habrían gozado de las condiciones ideales para afianzar las novedades genéticas y culturales, así como para una especiación posterior. Cuando las condiciones mejoraban de nuevo, esas poblaciones modificadas se habrían expandido y habrían entrado en contacto unas con otras. En caso de especiación, lo más probable es que esta condujese a la competencia y la eliminación selectiva. En caso contrario, las novedades genéticas se habrían incorporado a la mezcla de poblaciones. Sea como fuere, se produjo el cambio. En las condiciones inestables de la Edad del Hielo, ese proceso se habría repetido numerosas veces en poco tiempo, allanando el terreno para una evolución excepcionalmente rápida e impulsada, en última instancia, por la cultura material. Cuando la tormenta pasó solo quedábamos nosotros: los afortunados beneficiarios de un cóctel de avances cognitivos, innovación tecnológica y cambios climáticos. Nuestra ventaja competitiva muy probablemente se debió a la adquisición de un modo único de pensamiento simbólico, gracias al cual podemos maquinar y planificar de una forma sin parangón en la historia natural. Curiosamente, ese desarrollo parece haber aparecido en Homo sapiens cuando este llevaba ya un tiempo sobre el planeta, sin duda incentivado por algún estímulo cultural. Parece muy probable que fuese la invención del lenguaje, máxima expresión de la actividad simbólica. Esta nueva manera de ver la evolución, en la que nuestra especie —sin duda notable— vio la luz gracias a una rápida sucesión de acontecimientos aleatorios externos, resulta menos heroica que la imagen tradicional. Sin embargo, una mirada más deteni-
Primeras pruebas de comportamiento simbólico, surgido en África hace entre 100.000 y 80.000 años
El volumen del cerebro se duplica de nuevo
da la convierte en una hipótesis totalmente plausible. No hacen falta grandes dosis de introspección para convencerse de que, con todas sus impresionantes cualidades, Homo sapiens es también tremendamente imperfecto: un aspecto sobre el que se han escrito ríos de tinta, buena parte de la mano de psicólogos evolucionistas. Ver nuestra asombrosa especie como un accidente evolutivo encierra, sin embargo, una profunda lección. Si no hemos sido moldeados por la evolución con ningún fin concreto —adaptados a un ambiente y hechos a la medida de un propósito—, gozamos de una libertad de acción que otras especies no tienen. De hecho, podemos tomar decisiones sobre nuestro comportamiento. Lo cual significa, por supuesto, que debemos hacernos responsables de ellas. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, noviembre de 2014
EL AUTOR
Ian Tattersalles paleoantropólogo y conservador emérito del Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York. Su investigación se centra en los homininos y los lémures. PARA SABER MÁS
Once we were not alone.Ian Tattersall en Scientific American (edición especial), mayo de 2003. How we came to be human.Ian Tattersall Tattersall en Scientific American (edición especial), junio de 2006. Masters of the Planet: The search for our human origins.Ian Tattersall. Palgrave Macmillan, 2012. EN NUESTRO ARCHIVO
Homínidos contemporáneos.Ian Tattersall en IyC, marzo de 2000. Polifacético, flexible e ingenioso.Miriam Noël Haidle en IyC, febrero de 2012. Los orígenes de la creatividad.Heather Pringle, en este mismo número.
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C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
El origen de la cultura humana
Durante la Edad de Piedra Media, en el sur de África, los humanos vivieron dos episodios de innovación espectacular que podrían guardar relación con un crecimiento demográfico y con el inicio de la migración fuera del continente
Zenobia Jacobs y Richard G. Roberts
L
a cueva de Blombos es un abrigo de pequeñas dimensiones, incluso para los parámetros arqueológicos. Sin embargo, los artefactos recuperados en apenas trece metros cúbicos de sedimentos han transformado nuestras ideas sobre el momento en que nuestra especie adquirió los atributos de conducta que solemos asociar a los humanos «modernos». En esa pequeña cavidad situada en un acantilado de arenisca cerca de Ciudad del Cabo, Christopher Henshilwood y sus colaboradores, de la Universidad de Bergen, hallaron registros de expresión simbólica en forma de motivos abstractos (fragmentos grabados de ocre) y ornamentos personales (cuentas de concha) de al menos 70.000 años de antigüedad, es decir, más de 35.000 años anteriores a la aparición de algo semejante en Europa. diversas preguntas interesantes. ¿Qué causó ese acontecimiento clave en la Prehistoria humana? ¿Cuál fue su extensión geográfica? ¿Ocurrió de forma simultánea en algún otro lugar del África subsahariana? ¿Qué relación tuvieron esas innovaciones —si es que tuvieron alguna— con las primeras dispersiones de nuestra especie? El conjunto de útiles líticos que acompañaba a los fragmentos grabados de ocre y las conchas perforadas de Blombos arroja luz sobre tales cuestiones. Las herramientas de piedra suelen aparecer en todos los yacimientos arqueológicos porque se conservan
EN SÍNTESIS
Restos halladosen el sur de África demuestran que durante la Edad de Piedra Media se produjeron dos explosiones de innovación técnica y conductual. Nuestra cultura hunde sus raíces, pues, en épocas más remotas de lo que se pensaba.
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La dataciónmediante luminiscencia estimulada ópticamente, una técnica de gran precisión, arroja luz sobre la duración de esas industrias líticas efímeras, así como sobre las razones de su origen y desaparición.
Estudios paleoclimáticosy genéticos sugieren que la cronología de esos destellos de ingenio humano podría guardar relación con los cambios ambientales, la historia demográfica y el tejido social de nuestros antepasados cazadores-recolectores.
CORTESÍA DE CHRIS HENSHILWOOD
Cuando se difundieron esos descubrimientos, a principios de este decenio, su repercusión fue extraordinaria y provocativa, pues rebatían la imagen tradicional de la antigüedad y el lugar donde surgió el comportamiento simbólico, un rasgo único de Homo sapiens [véase «La aparición de la mente moderna», por Kate Wong; Investigación y Ciencia, agosto de 2005]. Según diversos fósiles humanos hallados en Etiopía, nuestros rasgos anatómicamente modernos se remontan al menos hasta hace 200.000 años; pero la aparición de la mente moderna fue 100.000 años posterior. Los hallazgos de Blombos plantearon
PUNTAS DE LANZA halladas en la cueva de Blombos. Pertenecen a la industria lítica de Still Bay. Su diseño, de la Edad de Piedra Media, muestra un gran refinamiento técnico.
Cultura y evolución humana 33
LAS POBLACIONES DE CAZADORES-RECOLECTORES que vivieron durante la Edad de Piedra Media dejaron tras de sí útiles líticos en varios abrigos rocosos y cuevas del sur de África. La cueva de Sibudu (arriba) se halla a 40 kilómetros al norte de Durban. El abrigo de Ntloana Tsoana (centro), en la ribera sur del río Phuthiatsana, en Lesotho. La cueva de Blombos (abajo) se encuentra a 300 kilómetros al este de Ciudad del Cabo. Se han hallado en esos yacimientos indicios de comportamientos «modernos», los cuales se pensaba que habían aparecido mucho más tarde en Europa. Dataciones más precisas han arrojado luz sobre los factores que podrían haber favorecido el origen del comportamiento humano moderno.
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CORTESÍA DE LYN WADLEY (Sibudu); CORTESÍA DE RICHARD ROBERTS (Ntloana Tsoana); CORTESÍA DE CHRIS HENSHILWOOD (Blombos)
mucho mejor que los restos animales o vegetales. Los arqueólogos prestan particular atención al modo en que estos útiles fueron fabricados y utilizados. Amén de los famosos ocres y cuentas, los niveles de la Edad de Piedra Media de Blombos contienen un importante conjunto de útiles líticos conocidos como puntas de Still Bay (población en la que se encuentran los acantilados). Esas puntas estrechas de forma lanceolada están talladas por ambos lados y probablemente formaban parte de una punta de lanza. Sir Langham Dale las descubrió en 1866 cerca de Ciudad del Cabo; fueron uno de los primeros tipos de industria lítica descritos en Sudáfrica. A. J. H. Goodwin, padre de la arqueología sudafricana, fue el primero en apreciar el refinamiento técnico de dichas herramientas. En la actualidad, la industria lítica de Still Bay se considera una fase técnica precoz e innovadora de la Edad de Piedra Media, que fue precedida por 200.000 años de una industria lítica menos elaborada. Luego, se produjo otro episodio de innovación técnica, la industria de Howieson’s Poort, que produjo cuchillos alargados y tallados solo en un filo y que se fijaban a un mango de madera para formar un arma compuesta. Ambas industrias, Still Bay y Howieson’s Poort, desaparecieron. En el registro arqueológico no vuelve a aparecer una técnica tan compleja hasta la Edad de Piedra Tardía en África y hasta el Paleolítico superior en Europa, decenas de miles de años más tarde. La importancia de las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort no reside solo en su técnica más elaborada y en lo que parecen ser instrumentos de caza, sino también en su asociación con artefactos, que indican nuevas conductas. En este grupo se incluyen los hallazgos de Blombos en el sur; los ocres grabados de Klein Kliphuis y las cáscaras de huevos de avestruz decoradas de Diepkloof al oeste; y las puntas de hueso y cuentas de concha en Sibudu al este. Se trata de vestigios de un avance cognitivo en los humanos. De su observación se infiere que un aumento en la complejidad de la organización técnica y social coincidió con una explosión demográfica (crecimiento de las poblaciones e incremento en la densidad de los asentamientos en África). También se han descubierto técnicas líticas de una complejidad similar en el norte de África —el ejemplo más destacable corresponde a las puntas de proyectil bifaces de la industria Ateriense halladas a lo largo del Magreb— y posiblemente en África oriental, donde se sospecha que se encuentra el punto de partida de las migraciones humanas fuera del continente. En ocasiones se han encontrado también ornamentos personales en esos yacimientos: cuentas elaboradas con cáscaras de huevo de avestruz y gasterópodos marinos perforados. Los intentos por relacionar cronológicamente las innovaciones técnicas y de comportamiento expuestas con las acontecidas en el sur de África no han resultado fructíferos debido a la falta de precisión de las dataciones correspondientes. En consecuen-
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EN LA CUEVA DE BLOMBOS, Chris Henshilwood y su equipo han descubierto restos de hace 72.000 años con unas características técnicas y simbólicas que se suponía que habían surgido en Europa hace unos 35.000 años: entre otros, un fragmento de ocre (óxido de hierro natural de color rojo que los pueblos cazadores recolectores utilizan en la actualidad como pintura corporal, izquierda) grabado y conchas de caracol transformadas en cuentas (derecha).
cia, ha sido difícil establecer la fecha y el lugar de aparición del comportamiento humano moderno, así como conocer la causa por la que nuestros antepasados se hicieron «humanos» y las consecuencias inmediatas de ello. Para resolver ese rompecabezas se necesitan dataciones más precisas de los yacimientos más importantes a lo largo del continente. En nuestro caso, iniciamos un proyecto de dataciones sistemáticas en varios yacimientos sudafricanos. Los resultados indican que el incremento de la población en África pudo desempeñar una función clave como detonante de los cambios en la industria lítica y, quizás, influyó en las emigraciones fuera del continente que se produjeron hace unos 60.000 años.
CORTESÍA DE CHRIS HENSHILWOOD
BRUMA CRONOLÓGICA
En las dataciones de acontecimientos y objetos arqueológicos nos enfrentamos a menudo con el mismo problema: las edades estimadas, múltiples e independientes, presentan mayor dispersión de la que esperaríamos basados en la variación estadística normal (incluido el margen de error de cada datación). Buena parte de esa extraordinaria variación corresponde a un artefacto del análisis, una consecuencia inevitable de la distinta naturaleza de los materiales datados, métodos de datación, patrones de calibración, procedimientos de medición y técnicas de análisis. Surge idéntica dificultad cuando un conjunto de muestras (o una sola muestra) del mismo yacimiento se data mediante la misma técnica, aunque en laboratorios distintos. A menos que las condiciones experimentales, especificaciones de los instrumentos, calibración y programas de análisis sean idénticos, lo más probable es que sigamos obteniendo una variación adicional. A ese problema de las dataciones lo hemos denominado «bruma cronológica», porque no nos permite conocer con exactitud la antigüedad de las muestras o los episodios. Se han realizado numerosos intentos, mediante métodos de datación relativos y absolutos (numéricos), de establecer el momento en que se originaron y desaparecieron las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort. Los métodos numéricos pro-
5 mm
porcionan un valor estimado que se sitúa en una escala temporal estándar, expresada a través de años de antigüedad o años antes del presente. Los métodos relativos arrojan secuencias de sucesos ordenados entre sí de forma relativa, si bien precisan calibrarse mediante alguna datación absoluta para poder situarlos en una escala temporal. La primera técnica absoluta desarrollada y la más conocida es la datación radiocarbónica (por carbono-14); en circunstancias ideales, establece cuánto hace que murió una planta o un animal y tiene un límite máximo de datación de 60.000 años. Sin embargo, en la práctica la contaminación de las muestras dificulta la obtención de fechas fiables más allá de los 30.000 años. Por ello, se utilizan métodos numéricos alternativos para muestras más antiguas y para las que no son de origen animal o vegetal. Durante los últimos tres decenios, se han utilizado en los yacimientos sudafricanos, con un éxito desigual, varias técnicas: datación por series de uranio para las formaciones carbonatadas de las cuevas, datación por resonancia de espín electrónico para el esmalte de los dientes, datación por termoluminiscencia para piedras quemadas y luminiscencia estimulada ópticamente para sedimentos arenosos. Se ha recurrido también a la racemización de aminoácidos, un método relativo, para datar un huevo de avestruz. Según los resultados, la industria de Still Bay abarca desde hace 130.000 años hasta 50.000 años de antigüedad, mientras que la industria de Howieson’s Poort es algo más joven, desde hace 100.000 años hasta hace 40.000 años. Esas fechas aproximadas han dado lugar a numerosas especulaciones sobre la duración de las industrias líticas y sobre las razones de su origen y desaparición. DESPEJANDO LA BRUMA
En 2006 acometimos nuestro trabajo con el propósito de aclarar la cronología de las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort. Hemos aplicado un único método de datación, la luminiscencia estimulada ópticamente (OSL, por sus siglas en inglés), al mismo tipo de materiales procedentes de yacimientos clave, mediante
ÁFRICA DEL SUR Edad de Piedra Temprana 2,5 millones de años ~180.000 años de antigüedad
Edad de Piedra Media 180.000 años ~22.000 años de antigüedad
Edad de Piedra Tardía 22.000 años ~1500 años de antigüedad
Cultura y evolución humana 35
a
c d 10 mm PARA CONOCER EL MODO EN QUE LAS POBLACIONES de la Edad de Piedra Media podrían haber empleado los útiles de Howieson’s Poort, los arqueólogos han reproducido estas herramientas, las han fijado a mangos de madera y han experimentado su uso en distintas tareas. En la imagen aparecen varias configuraciones de enmangamiento realizadas por Marlize Lombard y Justin Pargeter, de la Universidad del Witwatersrand, en Sudáfrica: (a) longitudinal, (b) transversal, (c) diagonal y (d) opuestas.
Cueva de Rose Cottage (CRC)
Apollo 11 (AP)
Sehonghong (SEH)
Sibudu (SIB)
Ntloana Tsoana (NT) Melikane (MLK)
Klein Kliphuis (KKH) Diepkloof (DRS)
Still Bay
Cueva de Border (CB)
Umhlatuzana (UMH)
Boomplaas (BPA)
Cueva de Blombos (CBB)
Howieson’s Poort Still Bay and Howieson’s Poort
Cueva del río Klasies (CRK) Data U.S. Navy Image © 2009 TerraMetrics Image © 2009 DigitalGlobe © 2009 Cnes/Spot Image
PARA ESTABLECER LA CRONOLOGÍA de las industrias líticas de Still Bay y Howieson’s Poort halladas en el sur de África, los autores han datado yacimientos distribuidos en un área de dos millones de kilómetros cuadrados. Han utilizado una técnica que ofrece una gran exactitud y precisión: la datación de granos de cuarzo mediante luminiscencia estimulada ópticamente (OSL).
36 TEMAS 87
MARLIZE LOMBARD Y JUSTIN PARGETER (útiles); STEPHANIE FREESE/GOOGLE (mapa)
b
el mismo procedimiento y el mismo equipo. La técnica OSL ofrece numerosas ventajas. Permite datar objetos a lo largo de toda la Edad de Piedra Media (desde hace 180.000 a 22.000 años). Con ella obtenemos edades bastante precisas, con un margen de error de, más o menos, un 5 por ciento. Además, si el mismo experto realiza todas las dataciones, aumentan la precisión y la probabilidad de obtener fechas más consistentes. La OSL se beneficia del hecho de que los granos de cuarzo enterrados absorben la energía de las fuentes naturales de radiación iónica que se hallan en el sedimento envolvente (sobre todo del uranio y del torio, el producto de su decaimiento, y del potasio). Una cantidad reducida de esa energía es atrapada en las irregularidades de la estructura cristalina de los granos. Con luz azul o verde se liberan los electrones, que emiten una señal —luminiscencia estimulada ópticamente— detectada mediante un filtro fotomultiplicador. Se obtiene así una estimación de la dosis de radiación absorbida por los granos de cuarzo. Si medimos también la cantidad de radiación iónica que emite el sedimento entorno (dosis de radiación ambiental), podemos calcular cuánto tiempo llevan enterrados los granos de cuarzo y los objetos próximos, se trate de útiles líticos u objetos de adorno corporal. La técnica de OSL fue desarrollada en 1985 por David Huntley y su equipo, de la Universidad Simon Fraser, para aplicarla sobre todo a la datación de sedimentos geológicos. Pero el método experimentó un sustancial avance en el cambio de milenio, cuando los procedimientos y los equipos de análisis permitieron medir la pequeña cantidad de radiación (y, por tanto, la antigüedad) que queda almacenada en un grano de apenas 0,1 milímetros de diámetro. Con ello podían medirse, de forma automática, centenares de granos en cada muestra, y obtener, por ende, múltiples dataciones independientes que podían compararse para conocer la consistencia interna de las dataciones y detectar cualquier señal de contaminación. Para establecer la cronología de las industrias líticas de Still Bay y de Howieson’s Poort, una de las autoras (Jacobs) recogió y analizó de forma sistemática todas las muestras, eliminando las diferencias entre yacimientos que afectaban a los trabajos de datación precedentes. Con todo, determinar el nacimiento y la muerte de una industria lítica no es una tarea sencilla. No basta con analizar los utensilios de un solo yacimiento, puesto que no es probable que la duración de un tipo de industria lítica se halle represen-
STEPHANIE FREESE
LA DATACIÓN por luminiscencia estimulada ópticamente (OSL) permite determinar la edad de los sedimentos en donde se encuentran los artefactos. Mediante espejos orientables controlados electrónicamente, las lentes dirigen un rayo láser verde a cada uno de los granos de cuarzo, de 200 micras de diámetro. Cada grano se encuentra depositado en uno de los 100 pequeños huecos de un disco. El rayo láser estimula los electrones atrapados en la red cristalina del grano de arena, lo que produce una emisión de luz (la señal OSL) que es detectada por un tubo fotomultiplicador. La energía se va acumulando en esas trampas de electrones desde el momento en que el grano queda enterrado debido a la exposición continua a la radiación iónica de los sedimentos circundantes. A partir de la señal OSL y la radiación de la muestra y el sedimento que la rodeaba, se calcula el tiempo que un grano ha permanecido enterrado.
tada en un único lugar. Deben estudiarse toda una serie de «instantáneas» de yacimientos distintos para saber cuál es la primera y la última fecha de su presencia en el registro arqueológico. Algo más fácil de decir que de hacer, sobre todo en el caso de la industria de Still Bay, que se ha hallado en un número reducido de yacimientos sudafricanos. El análisis de la industria de Howieson’s Poort es más sencillo, ya que se ha localizado en unos 30 yacimientos (entre confirmados y otros menos seguros), que abarcan desde las montañas de Lesotho, el desierto de Namibia, las regiones interiores y subtropicales de Sudáfrica y las áreas costeras e interiores del margen meridional del continente. Todos esos yacimientos corresponden a abrigos naturales y cuevas que fueron utilizados por pueblos cazadores-recolectores como campamentos temporales. Allí se han excavado los restos de sus actividades cotidianas: fuegos, restos de comida y útiles líticos. La investigación llevada a cabo en esa parte del continente abarca once yacimientos que contienen la industria de Still Bay, la de Howieson’s Poort o ambas; entre ellos, la cueva del río Klasies, uno de los yacimientos clásicos de la Edad de Piedra Media de África meridional. Otros yacimientos no pudieron ser muestreados o, como en el caso de la cueva Blombos, ya habían sido datados previamente por Jacobs. Seleccionamos yacimientos dispersos geográficamente y situados en ambientes distintos con el propósito de abarcar todo el rango de condiciones climáticas que afectaron a esa región en diferentes épocas. En dos de los yacimientos, los sedimentos no pudieron datarse mediante OSL; pero los nueve yacimientos restantes arrojaron un número suficiente de muestras (un total de 54) que sí fueron fechadas y permitieron determinar la aparición y desaparición de la industria de Howieson’s Poort y, con menor seguridad, también la de Still Bay. Tal y como publicamos en Science en 2008, ambas industrias líticas duraron un lapso de tiempo muy breve. Aparecieron de forma abrupta y desaparecieron poco después. Esa misma pauta se observa en un área de dos millones de kilómetros cuadrados, con zonas climáticas y ecológicas muy dispares. Debido a la ausencia de diferencias cronológicas en toda la región, hemos reunido los datos recogidos en un modelo estadístico diseñado por Rex Galbrait, del Colegio Universitario de Londres, para
Espejo Tubo fotomultiplicador
Lente
Lente
Espejo
Grano de cuarzo (200 micras)
establecer el origen y la desaparición de las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort. Y hemos llegado a las conclusiones siguientes. La industria de Still Bay duró apenas 1000 años (desde hace unos 72.000 años hasta hace 71.000 años). La industria de Howieson’s Poort apareció en el registro arqueológico 7000 años más tarde, hace unos 65.000 años, y desapareció de forma repentina cinco milenios más tarde. Le siguió un vacío de 3000 años antes de que apareciera una técnica menos refinada que la de la Edad de Piedra Media. El margen de error de esas dataciones es de pocos miles de años con un intervalo de confianza del 95 por ciento, suficientemente preciso para demostrar la naturaleza efímera de esas dos explosiones de innovación técnica y conductual. CATALIZADORES DE CREATIVIDAD
El establecimiento de la cronología de esos artefactos planteó nuevas preguntas. ¿Qué estimuló la aparición de las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort? ¿Por qué su duración fue tan breve y su desaparición tan repentina? ¿Cuál es la causa de su aparición instantánea —en términos arqueológicos— y de su rápida desaparición a lo largo de un área geográfica tan extensa del sur de África? Los arqueólogos estudian desde hace tiempo la respuesta de los humanos a los cambios ambientales; y, apoyados en ese conocimiento, el cambio climático es el primer sospechoso. El último ciclo interglacial/glacial duró desde hace 130.000 años hasta hace 12.000 años; engloba, por tanto, las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort. Durante ese período, el sur de África experimentó fluctuaciones de temperatura y precipitación que guardan relación con los cambios en el volumen del hielo, el nivel del mar y los patrones generales de circulación oceánica y atmosférica. La cronología y la intensidad de esas fluctuaciones climáticas han sido estudiadas por varios equipos de investigación basándose en cómo fueron cambiando las proporciones entre los distintos isótopos del oxígeno (y la concentración atmosférica de gases de efecto invernadero) en testigos de hielo antártico y de Groenlandia. Ambos registros paleoclimáticos presentan numerosas similitudes, pero los datos del clima del hemisferio sur obtenidos en la Antártida guardan mayor relación con los cambios climáticos que afectan al sur de África.
Cultura y evolución humana 37
Howieson's Poort
Still Bay
140
140 BPA
CB
DRS
CRK
CRC
120
120
100
100
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80
60
60
40
AP
AP
DRS
KKH
CRK
Still Bay NT
CRC
SIB
AP
DRS
60
40
40
SIB
80
60
Oeste
Sur
Este
Edad (miles de años)
40
EDADES DE VARIOS YACIMIENTOS obtenidas por múltiples investigadores mediante distintas técnicas de datación (arriba). Las fechas se representan como un rango, donde el círculo central corresponde a la media del valor y la línea vertical al rango de variación. Se muestran también las dataciones obtenidas por los autores mediante OSL (abajo). Las bandas azules indican la duración de las industrias líticas de Still Bay y Howieson’s Poort y el inicio de la industria posterior a Howieson’s Poort (post-HP). Las siglas corresponden a las abreviaturas de los yacimientos que aparecen en la figura inferior de la página 36.
La extrapolación de los datos de un continente a otro entraña una serie de problemas; asimismo, hay diferencias en la antigüedad y la intensidad de los cambios climáticos en los distintos muestreos antárticos. Con todo, el esquema general sigue siendo claro: la industria de Howieson’s Poort apareció en un momento de calentamiento climático; en cuanto a la industria de Still Bay, no podemos estar seguros de que se desarrollase en un período cálido o en uno frío. El hecho de que no hubiera las mismas condiciones climáticas durante esas dos explosiones de innovación técnica parece indicar que su emergencia y desaparición no tuvieron una causa climática común. La ausencia de correlación entre la expresión humana simbólica y un tipo de alteración climática particular no excluye la posibilidad de que los cambios climáticos pudieran haber influido sobre el lugar y el momento en que fueron ocupadas y abandonados los abrigos rocosos. Al contrario, teniendo en cuenta el tipo de vida de los cazadores-recolectores, los mejores lugares de asentamiento y de acceso a los recursos cambiarían a lo largo del tiempo, en consonancia con los cambios ambientales. De hecho, nuestros datos indican una preferencia por los abrigos rocosos durante los períodos de calentamiento; los asentamientos al aire libre quizá se prefirieron en otros momentos. Dos tipos de datos refutan la idea de que la aparición de las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort pueda explicarse como una respuesta solo a cambios ambientales. En primer lu-
38 TEMAS 87
gar, ambas industrias se han encontrado en contextos climáticos y biogeográficos distintos, aunque hayan aparecido y desaparecido de forma simultánea en los yacimientos. Si unas condiciones ambientales especiales fuesen la causa de su origen y desaparición, no hallaríamos dicha sincronía. En segundo lugar, a la industria de Howieson’s Poort le siguieron tres épocas con una industria lítica menos sofisticada: post-Howieson’s Poort, Edad de Piedra Media tardía y Edad de Piedra Media final. No se han hallado pruebas del uso de adornos corporales u objetos simbólicos durante esos períodos. Las dos últimas fases culturales, y posiblemente también la industria de post-Howieson’s Poort, aparecieron durante períodos de calentamiento moderado (al igual que la industria de Howieson’s Poort); sin embargo, a ninguna de ellas se le han atribuido innovaciones técnicas o de comportamiento. Teniendo en cuenta este marco de datos más amplio, podemos concluir que la aparición de los comportamientos simbólicos durante los períodos de Still Bay y de Howieson’s Poort no puede relacionarse exclusivamente con unas condiciones climáticas cálidas, frías o templadas. EXPANSIONES DEMOGRÁFICAS
Entonces, ¿qué pudo haber provocado la aparición y desaparición de esas dos explosiones de creatividad e ingenio? Algunos estudios del ADN mitocondrial (ADNmt) de los humanos actuales sugieren que la respuesta puede hallarse en la historia
STEPHANIE FREESE
Edad (miles de años)
80
DRS
Howieson's Poort MLK
post-HP
CBB
Edad (miles de años)
Edad (miles de años)
AP
Post−HP
HP
−36
SB
−38
Byrd
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−44 −46 −48 EDML −50 −52 30
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50
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LAS NUEVAS DATACIONES obtenidas para las industrias líticas de Still Bay y de Howieson’s Poort han permitido relacionar su duración con el registro paleoclimático de los hielos antárticos, los cuales recogen los calentamientos y enfriamientos ocurridos durante las últimas decenas de miles de años. La línea superior se ha obtenido a partir del análisis de las proporciones de los isótopos del oxígeno en el aire almacenado en testigos de hielo de la estación Byrd, en la Antártida oriental. La línea inferior corresponde a las mediciones isotópicas del oxígeno de testigos de hielo extraídos en Dronning Maud Land (Antártida occidental) por el Proyecto Europeo de Muestreo del Hielo Antártico. En el gráfico aparecen también las edades OSL junto con el 95 por ciento de su intervalo de confianza.
de las expansiones y aislamientos de las poblaciones de cazadores-recolectores. El ADNmt se hereda solo por vía materna; por tanto, a diferencia del ADN nuclear, no se recombina con los genes mitocondriales paternos. Aunque su estudio entraña varias complejidades que impiden que se llegue a un consenso general sobre la historia demográfica de Homo sapiens, el ADN mitocondrial contiene información sobre las expansiones, los declives y las fases de aislamiento que experimentó una población en el pasado. Con todo, en el África subsahariana, los datos genéticos ofrecen una visión bastante clara de los principales eventos demográficos que afectaron a la diversidad y dispersión de nuestra especie. Un estudio realizado por Quentin Atkinson y sus colaboradores, de la Universidad de Oxford identificó cuatro linajes de ADNmt en poblaciones de origen africano: los grupos de haplotipos L0, L1, L2 y L3. El haplogrupo L3 es el más joven; reviste interés sobre todo porque los linajes del ADNmt hallados fuera de África, sin excepción, pertenecen a tan solo dos haplogrupos (M y N), que a su vez descienden de L3. La estimación de la antigüedad y el modelo de expansión de los cuatro haplogrupos principales durante los últimos 150.000 años arroja resultados muy interesantes: el primer crecimiento demográfico empezó hace entre 86.000 y 61.000 años en el haplogrupo L3, en un rango temporal que engloba la duración de las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort. Ningún otro haplogrupo se expande de forma notable hasta hace 20.000 años. Resulta tentador relacionar el crecimiento demográfico del haplogrupo L3 con los cambios ambientales que ocurrieron hace 75.000 años. Tal y como apuntan Christopher Scholz y sus colaboradores, de la Universidad de Siracusa, Nueva York, finaliza en ese momento un período de 60.000 años de aridez en África oriental, seguido por un período de condiciones en general más húmedas y estables. Además, la supererupción del volcán de Toba en la isla de Sumatra, la mayor erupción que ha sufrido la Tierra desde que existe el género Homo, se produjo hace unos 74.000 años. Algunos opinan que la ceniza volcánica y los aero-
soles que quedaron suspendidos en la atmósfera produjeron un pequeño invierno volcánico alrededor del planeta que redujo el tamaño de las poblaciones humanas. Pero el final de ese período de aridez extrema en África oriental no pudo ser la causa de la expansión demográfica de solo uno de los cuatro haplogrupos. Y la erupción de Toba es incompatible con el aumento observado en el tamaño del haplogrupo L3. En consecuencia, Atkinson y sus colaboradores han desestimado el cambio ambiental como el único factor responsable del crecimiento de las poblaciones de L3 y la migración de sus descendientes fuera de África 10.000 años más tarde. Como explicación alternativa, propusieron que algún tipo de innovación cultural y un aumento en la complejidad conductual entre los miembros del haplogrupo L3 les proporcionó una ventaja competitiva sobre sus rivales, quizá mejorando la eficacia técnica, la productividad económica, la cohesión social y la coordinación del grupo. Las fechas que hemos obtenido para las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort encajan exactamente con la datación de este crecimiento demográfico. Sin embargo, no podemos confirmar si la innovación técnica fue la causa o la consecuencia de la expansión del haplogrupo L3. Aunque los miles de kilómetros que separan África meridional de África oriental, lugar donde el haplogrupo L3 es más diverso y parece tener su origen, apuntan a la segunda hipótesis como la más probable. Para resolver cuál es la causa y cuál es la consecuencia, debe establecerse una cronología más precisa de la expansión de las poblaciones del haplogrupo L3 y compararla con las fechas de aparición y desaparición de las industrias de Still Bay, de Howieson’s Poort y de otros conjuntos de útiles líticos sofisticados hallados en el norte y en el este de África. REDUCCIONES DEMOGRÁFICAS
El ADNmt recoge también información sobre los períodos de aislamiento que sufre una población. Los expertos cada vez están más de acuerdo en que nuestra especie experimentó varios
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δ18O (partes por mil)
−42
103 L0
L3
M
L1
10 1 10-1 103
L2
L3
102 10 1
N
10-1
150 120
90
60
30 0 150 120 Edad (miles de años)
de esos episodios en el África sudsahariana y no siempre hubo una población continua geográficamente. Se ha prestado una atención particular al haplogrupo L0, ya que es el más antiguo de los linajes de ADNmt africano y tiene dos ramas (L0d y L0k) prevalentes en los «bosquimanos» khoi y san (khoisan) de África sudoccidental. Los khoisan conservan un modo de subsistencia de tipo cazador-recolector; son famosos por emplear un lenguaje hablado basado en chasquidos. Algunos estudios a partir de secuencias completas de ADNmt indican que los khoisan quedaron aislados genéticamente hace más de 90.000 años. Solo tras la aparición de la Edad de Piedra Tardía, decenas de miles de años más tarde, se renovó el ADNmt de los khoisan con un nuevo aporte de genes, lo que es coherente con una familia lingüística con raíces muy antiguas. Mediante el estudio del haplogrupo L1c, que permite rastrear la historia del ADNmt de los pueblos pigmeos cazadores-recolectores, se ha descubierto en África central tropical un modelo demográfico similar. Los antepasados de esos pobladores de la selva húmeda ecuatorial quedaron genéticamente aislados hace al menos 74.000 años, y el flujo genético se reanudó hace unos 40.000 años. Asimismo, no podemos descartar la posibilidad de que el haplogrupo L3 experimentase episodios de aislamiento genético, junto a la tendencia general de un crecimiento demográfico y expansión entre hace 80.000 y 60.000 años. ¿La proximidad temporal de esos cambios demográficos en el África subsahariana y las industrias Still Bay y Howieson’s Poort es una mera coincidencia? En nuestra opinión, no. Los pulsos sucesivos de expansión y reducción de las poblaciones en África meridional podrían explicar por qué la industria de Still Bay apareció de forma abrupta en un área tan extensa y desapareció en menos de un milenio, y por qué la industria de Howieson’s Poort empezó 7000 años después y duró unos 5000 años. Para que las innovaciones técnicas y de conducta se difundan rápidamente es imprescindible que exista una red social que facilite la transmisión de nuevas ideas e invenciones. Durante los períodos de expansión de la población del haplogrupo L3 se pudo crear dicha red de contactos y, a su vez, incentivar el comercio a larga distancia, el intercambio de tipos de piedra de mejor calidad y la difusión de artefactos simbólicos por todo el sur de África. Según la hipótesis anterior, el hueco existente en el registro arqueológico entre Still Bay y Howieson’s Poort representa un pe-
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LOS ESTUDIOS DE ADN MITOCONDRIAL (ADNmt) permiten dividir los linajes humanos originarios de África en cuatro haplogrupos: L0, L1, L2 y L3. Dos subconjuntos, M y N, descienden del haplogrupo L3; son los únicos linajes de ADNmt hallados fuera de África. Según las estimaciones de los tamaños de población de esos grupos a lo largo del tiempo, realizadas por el grupo de Quentin Atkinson, de la Universidad de Oxford, el haplogrupo L3 correspondería a la población que se expandió durante la aparición de las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort. Se muestran el tamaño medio de la población (marrón) y los intervalos de confianza del 95 por ciento (púrpura).
ríodo de reducción de la población durante el cual se debilitaron o destruyeron las redes sociales. Las causas de esa desaparición siguen siendo un enigma, pero quizás unas condiciones climáticas más frías alteraron el equilibrio ambiental, cambiando la distribución, diversidad, previsibilidad y productividad de los recursos de los pueblos cazadores-recolectores. Si esos cambios obligaron a las poblaciones a abandonar los lugares de asentamiento y desplazarse para encontrar recursos, pudieron tensarse o romperse los eslabones de la red social, lo que habría aislado las innovaciones en el seno de grupos reducidos con una distribución geográfica más limitada. Sería necesaria una nueva explosión demográfica para recuperar la red social en el sur de África, lo que daría lugar a la difusión de la última innovación técnica asociada a la industria de Howieson’s Poort (puntas de dorso para las armas de caza). Esa red subcontinental integrada se mantuvo durante más de cinco milenios hasta que desapareció hace unos 60.000 años, quizá como consecuencia de una nueva reducción de la población y de una fase de aislamiento que se detecta en los estudios genéticos. Hasta al cabo de 20.000 años (el final de la Edad de Piedra Media en África oriental) no emergió una industria lítica tan sofisticada, momento en que aparece otra prueba de flujo genético al sur del Sáhara. SACAR A LA LUZ LA VERDAD
La hipótesis que hemos recogido mezcla datos y especulación; se basa en informaciones dispares, algunas más firmes que otras. Pero es consistente con las simulaciones teóricas llevadas a cabo en 2001 por Stephen Shennan, del Colegio Universitario de Londres, que indican que las innovaciones culturales se mantienen y se comparten mejor en poblaciones de mayor tamaño. Probablemente, la transmisión de las innovaciones técnicas y conductuales se transmitirían mejor durante los períodos de crecimiento demográfico, como los asociados a las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort. Esas novedades probablemente se hubieran perdido cuando las poblaciones encogieron y quedaron aisladas. Según las simulaciones, al surgir diferencias culturales entre las poblaciones segregadas, la migración descendió y el crecimiento demográfico se limitó aún más. En consecuencia, la aparición y la desaparición de las industrias de Still Bay y Howieson’s Poort probablemente guardan relación con la historia demográfica y el tejido social de nuestros antepasados cazadores-recolectores.
CORTESÍA DE QUENTIN ATKINSON
L2
Tamaño de la población (miles)
L1
L0
102
El siguiente reto consiste en convertir las conclusiones especulativas en afirmaciones sólidas. Para comprender la aparición de la conducta humana moderna serán necesarias las aportaciones de la arqueología, ecología, genética, lingüística y otras ciencias paleoambientales. También es indispensable obtener dataciones fiables de los acontecimientos arqueológicos, genéticos, demográficos y ambientales, y colocar cada uno de ellos en una escala temporal de gran resolución. Hoy en día, no podemos explicar la expansión de la población del haplogrupo L3 en África subsahariana como resultado directo de un cambio ambiental determinado. La datación de los cambios climáticos y demográficos es demasiado imprecisa para situarlos en un orden cronológico correcto. Es posible que un destello de ingenio en un grupo de portadores del haplotipo L3 en África oriental fuese el catalizador de la innovación cultural. Y quizás esa innovación alentó la cohesión social y el uso más eficaz de recursos naturales, estimulando un rápido crecimiento de la población en ese grupo de individuos. La expansión demográfica pudo, a su vez, provocar más innovaciones (como las industrias de Still Bay y de Howieson’s Poort en el sur de África) y la migración de poblaciones fuera de África hacia el norte. El próximo paso consistirá en desentrañar las fases culturales más importantes del norte y el este de África con una precisión similar a la que hemos logrado en el sur. Debemos situar todos los acontecimientos arqueológicos en la misma escala cronológica y relacionarlos con los eventos climáticos, genéticos y demográficos del continente. La ordenación de todos los elementos en la misma secuencia temporal nos permitirá conocer las relaciones de causa y efecto entre
estos y construir un modelo más sólido de la prehistoria de los humanos modernos. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, noviembre de 2009 © American Scientist Magazine
EL AUTOR
Zenobia Jacobses investigadora de la facultad de ciencias de la tierra y ambientales de la Universidad de Wollongong. Centra su investigación en los métodos de datación por OSL en granos de cuarzo y su aplicación al estudio de la evolución de los humanos modernos en África. Richard G. Roberts es geomorfólogo y trabaja en el mismo centro que Jacobs, donde dirige el equipo de datación por OSL. PARA SABER MÁS
Testing times: Old and new chronologies for the howieson’s poort and still bay industries in environmental context.Z. Jacobs y R. G. Roberts en South African Archaeological Society Goodwin Series, vol. 10, págs. 9-34, 2008. Maternal traces of deep common ancestry and asymmetric gene flow between pygmy hunter-gatherers and bantu-speaking farmers. L. Quintana-Murci et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences of the U.S.A., vol. 105, págs. 1596-1601, 2008. Bayesian coalescent inference of major human mitochondrial DNA haplogroup expansions in Africa.Q. D. Atkinson, R. D. Gray y A. J. Drummond en Proceedings of the Royal Society of London B, vol. 276, págs. 367-373, 2009. Culture, population structure, and low genetic diversity in pleistocene hominins.L. S. Premo y J.-J. Hublin en Proceedings of the National Academy of Sciences of the U.S.A., vol. 106, págs. 33-37, 2009.
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[email protected] Cultura y evolución humana 41
C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
El mito sobre nuestro origen Homo sapiens no evolucionó en dos etapas, primero para adquirir la apariencia física actual y luego el comportamiento moderno, sino en una sola John J. Shea
D
urante décadas, los arqueólogos han sostenido que el comportamiento moderno surgió en Homo sapiens decenas de miles de años después de que la especie evolucionase hasta adoptar su apariencia física actual. Los arqueólogos disentían sobre si el proceso fue gradual o repentino, pero suponían que el comportamiento de los primeros Homo sapiens difería en gran medida del nuestro. Habrían carecido de arte, símbolos y rituales, y no se habrían dedicado de manera sistemática a la pesca, el marisqueo u otras actividades. Tampoco habrían desarrollado técnicas complejas como las trampas, las redes, los proyectiles o la navegación.
Se pensaba que los primeros humanos anatómicamente modernos, a menudo denominados Homo sapiens arcaicos, vivieron en grupos pequeños y vulnerables, formados por individuos con fuertes vínculos de parentesco. Dotados de herramientas simples, habrían dependido de la caza de animales de gran tamaño y habrían sufrido los cambios ambientales con mayor severidad que los humanos modernos. En palabras de Thomas
Hobbes, sus vidas eran «solitarias, horribles, crueles y cortas». Si necesita formarse una imagen de ellos, cierre los ojos y piense en el estereotipo del hombre de las cavernas. Sin embargo, las pruebas arqueológicas actuales apuntan a que algunas características que asociamos a los humanos modernos —en concreto, nuestra capacidad para mostrar un gran abanico de conductas— ya se daban en algunos grupos que vivieron en
EN SÍNTESIS
La tradiciónarqueológica europea dedujo que el comportamiento moderno habría surgido en Homo sapiens en algún momento durante el Paleolítico superior.
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Un análisisde las técnicas de tallado registradas en yacimientos de África oriental a lo largo de diferentes épocas demuestra que tal «revolución» jamás existió.
La variabilidadde comportamiento, la manera de adaptarse al entorno que caracteriza a nuestra especie, se halla documentada en diferentes lugares y épocas.
CORTESÍA DEL AUTOR
A PARTIR DE LOS FÓSILES HALLADOS EN EUROPAse llegó a la conclusión de que, en algún momento, Homo sapiens se transformó de un humano «arcaico» en uno «moderno», capaz de utilizar símbolos, realizar rituales y producir instrumentos mucho más elaborados. Descubrimientos recientes en África indican que el comportamiento moderno surgió mucho antes. En los yacimientos de Omo Kibbish (fotografía), en Etiopía, se han hallado fósiles de Homo sapiens y útiles líticos de 195.000 años de antigüedad.
África hace largo tiempo. Cada vez es mejor acogida la idea de que el comportamiento «moderno» no apareció en un pasado reciente ni de manera drástica. En 1984, Misia Landau propuso en el artículo Human evolution as narrative («La evolución humana como narrativa») publicado en American Scientist, que los relatos de tradición precientífica habrían influido durante largo tiempo en los investigadores. La idea de que Homo sapiens se transformó de un estado arcaico a otro moderno se debería, en parte, a dicha tradición. Pero, aunque esta permite construir una crónica satisfactoria, no proporciona un esquema realista para entender el complejo curso de la evolución humana. De hecho, la mayoría de los cambios evolutivos consisten en transformaciones menores cuyas consecuencias aumentan de manera gradual a lo largo de miles de generaciones.
Para comprender mejor nuestra prehistoria, encuentro más apropiado un enfoque centrado en la variabilidad del comportamiento. Esta característica, que podemos reconocer con facilidad en los humanos actuales, está empezando a manifestarse en el registro arqueológico de los primeros Homo sapiens. Los pobladores prehistóricos vivieron de formas diferentes en lugares y cronologías distintas. Debemos buscar y explicar tales desemejanzas, pues, en un marco evolutivo, solo las diferencias importan. Una manera interesante de dar cuenta de ellas consiste en interpretar la variabilidad del comportamiento durante la prehistoria como diferentes estrategias de adaptación. Pero, para ello, hemos de comenzar por rechazar un concepto incorrecto y anacrónico en lo que se refiere a la evolución humana: la creencia de que resulta posible distinguir entre Homo sapiens «arcaicos» y «modernos».
Cultura y evolución humana 43
REPRESENTACIÓN POPULAR DE LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE.Imágenes como esta sugieren que los humanos arcaicos se transformaron en modernos, en lugar de experimentar un incremento conjunto de la variabilidad morfológica y conductual.
Omo 1
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arquitectura y conservación de alimentos, así como pruebas de caza mayor especializada, caza menor sistemática y explotación de recursos acuáticos. La variabilidad de tales conductas se muestra mucho mayor durante el Paleolítico superior que en períodos anteriores: al igual que los antropólogos documentan la variabilidad cultural entre los humanos actuales, los arqueólogos también pueden determinar si una punta de hueso o una cuenta de collar procede de un yacimiento en España, Francia o Alemania. No sorprende que la mayoría acepte que la arqueología del Paleolítico superior es «nuestra propia arqueología». Los instrumentos líticos del Paleolítico inferior y medio hallados en Europa y otras partes del mundo muestran solo un pequeño abanico de formas simples. En la actualidad, talladores con la preparación y motivación apropiadas fabrican esos útiles en minutos o incluso segundos. Las diferencias observadas entre los artefactos del Paleolítico inferior y medio solo obedecen al tipo de roca empleado y al grado de afilado de los útiles. Las distinciones cronológicas y geográficas en tales épocas solo se reflejan en la proporción relativa con la que se han hallado dichos instrumentos sencillos. En gran parte de Europa, África y Asia se ha observado casi la misma variedad entre los instrumentos de piedra procedentes del Paleolítico inferior y medio. En Europa, las diferencias entre los registros del Paleolítico superior y los del inferior y medio resultan tan acusadas que, desde el decenio de 1970, la transición ha llegado a denominarse «revolución del Paleolítico superior». Este fenómeno regional se convirtió en global a finales de los ochenta, a raíz de un
Omo 2
EN LAS EXCAVACIONES DE 1967en la formación Kibish del valle del río Omo, en Etiopía, Richard Leakey descubrió dos cráneos de los primeros Homo sapiens: el cráneo Omo 1 presenta un hueso frontal elevado y un occipital redondeado, rasgos asociados a Homo sapiens más modernos; en cambio, Omo 2 exhibe ciertas características consideradas primitivas: un hueso frontal más bajo y un occipital más anguloso. Ambos datan de hace 195.000 años, lo que demuestra que la variabilidad puede encontrarse en el registro fósil más antiguo.
THE ZALLINGER FAMILY LLC (ilustración); CORTESÍA DE MICHAEL DAY (cráneos)
EL NACIMIENTO DE UNA IDEA
La distinción entre humanos arcaicos y modernos se implantó a medida que la investigación arqueológica se extendía desde Europa hacia otros países. El estudio de la prehistoria nace en el Viejo Continente durante el siglo xix en sociedades científicas, museos y universidades. Durante la década de 1920, los descubrimientos en numerosos yacimientos arqueológicos europeos generaron una opinión consensuada sobre el Paleolítico, hoy datado entre los 2,6 millones de años y los 12.000 años de antigüedad. Dicho período se dividió en tres fases, Paleolítico inferior, medio y superior, las cuales se asociaron a la presencia de ciertos conjuntos líticos o «industrias», como los bifaces del Achelense (Paleolítico inferior), los raspadores sobre lascas de Levallois del Musteriense (medio), o las láminas y puntas esculpidas en asta del Auriñaciense (superior). Que los instrumentos más recientes fuesen de menor tamaño, más ligeros y elaborados indicaba una complejidad técnica y cultural crecientes. En Europa, las industrias del Paleolítico superior solo se hallaban asociadas a fósiles de Homo sapiens, mientras que las del inferior y medio se relacionaban con otros homínidos (Homo heidelbergensis y Homo neanderthalensis). Ello sustentó la idea de que se dieron grandes diferencias evolutivas entre un Homo sapiens moderno y otros homínidos más arcaicos. En los yacimientos más antiguos del Paleolítico superior europeo se han hallado indicios de producción de láminas, instrumentos óseos, proyectiles, hogares complejos, adornos corporales, arte, intercambios de larga distancia, rituales funerarios,
congreso en la Universidad de Cambridge titulado «La revolución humana». Dicha revolución fue descrita como un hito que distinguió a los humanos modernos de sus predecesores y otros homínidos, como Homo neanderthalensis. Se desató un gran debate sobre las causas de dicha transformación. Expertos como Richard Klein atribuyeron los cambios al polimorfismo del gen FOXP2, también llamado gen del lenguaje. Sin embargo, el polimorfismo de FOXP2 se ha identificado también en el ADN de los neandertales. Numerosos investigadores, como Christopher Henshilwood, de la Universidad de Witwatersrand, Curtis Marean, de la Universidad estatal de Arizona, Paul Mellars, de la Universidad de Cambridge, April Nowell, de la Universidad de Victoria, y Phil Chase, de la Universidad de Pensilvania, defienden todavía que las capacidades simbólicas desempeñan un papel fundamental en el comportamiento moderno [véase «Cuando el mar salvó a la humanidad», por Curtis Marean; Investigación y Ciencia, octubre de 2010]. Sin embargo, como han argumentado João Zilhão, de la Universidad de Bristol, y Francesco d’Errico, de la Universidad de Burdeos, el hallazgo de pigmentos minerales, cuentas perforadas, enterramientos y toda una variedad de artefactos en yacimientos asociados a neandertales desafía dicha hipótesis.
H O M O S A P I E N S E N E U R O PA Y E L M U N D O
Una revolución inexistente La verdadera relación entre los fósiles de Homo sapiens y la industria lítica del Paleolítico resulta mucho más compleja que lo que indica el registro europeo. La aparición de humanos anatómicamente modernos asociados a la llamada «revolución» del Paleolítico superior solo existió en Europa. En África y otras regiones, los esqueletos de Homo sapiens anatómicamente modernos han aparecido junto a útiles que datan del Paleolítico medio e incluso del inferior. Los cráneos en el diagrama indican fósiles humanos, excepto en los restos de las cuevas de Paisley, donde solo se hallaron coprolitos humanos. Antigüedad África (años) subsahariana
LA REVOLUCIÓN AUSENTE
Asia Sur
Este
Nueva Guinea Europa y Australia
América
5000 Cuevas de Paisley
10.000 15.000 Hofmeyr
Hace décadas que existen pruebas fósiles que contradicen la hipótesis de la revolución del Paleolítico superior. Durante las décadas de 1920 y 1930, al tiempo que se conformaba el marco general que describiría el Paleolítico, algunos arqueólogos de la escuela europea comenzaron a buscar fósiles humanos y utensilios líticos en Oriente Próximo, África y Asia. Fuera de sus países de origen, arqueólogos coloniales como Dorothy Garrod y Louis Leakey esperaban que el registro europeo sirviera de modelo para la evolución humana, por lo que organizaron sus hallazgos según ese patrón. Muy pronto, observaron discrepancias entre la realidad y sus expectativas, ya que fuera de Europa se descubrieron fósiles de Homo sapiens asociados a industrias del Paleolítico inferior y medio. Los arqueólogos supusieron que los restos databan de períodos inmediatamente anteriores a la revolución del Paleolítico superior. Pero, en realidad, tales hallazgos y otros posteriores ponen en duda la misma existencia de dicha revolución. En Europa, el fósil de Homo sapiens más antiguo data de hace tan solo 35.000 años. Pero los estudios sobre la diversidad genética de los humanos actuales indican que nuestra especie surgió en África hace unos 200.000 años. En el valle inferior del río Omo y en el tramo medio del Awash, en Etiopía, se han hallado restos de Homo sapiens con una antigüedad de entre 165.000 y 195.000 años. Existen pruebas claras de que los humanos salieron de África hacia Asia hace más de 40.000 años. En las cuevas de Skhul y Qafzeh, en Israel, se han hallado fósiles que comparten características con los humanos modernos y que poseen una antigüedad de entre 80.000 y 120.000 años. También en la cueva de Zhiren, en China, se han encontrado restos de Homo sapiens de hace 100.000 años. Existen pruebas de la presencia humana en Australia hace al menos 42.000 años. Y nada parecido a una revolución ha precedido a la aparición de Homo sapiens en ninguna de estas regiones del planeta. Además, todos estos fósiles de Homo sapiens se han hallado junto a industrias del Paleolítico inferior o medio. Se dan algunas diferencias entre los esqueletos de estos primeros Homo sapiens y los fósiles europeos del Paleolítico superior. Las mejor documentadas se refieren a la forma del
Norte de África y sudoeste asiático
Ksar Akil
Cueva de Batadomba
Zhoukoudian (cueva superior)
50.000 Qafzeh
100.000
Herto (Awash medio) Skhul
150.000 500.000
Pestera Lago Mungo Cu Oase
Cueva de Niah Cueva de Zhiren
Omo Kibish
1.000.000 1.500.000
Industrias regionales pospaleolíticas Industrias del Paleolítico superior Industrias del Paleolítico medio Industrias del Paleolítico inferior Sin ocupaciones humanas conocidas
Primeras apariciones de Homo sapiens Primeros Homo sapiens
Homo sapiens anatómicamente modernos
cráneo. Pero, como afirma Daniel Lieberman, de la Universidad Harvard, en su reciente obra The evolution of human head («La evolución del cráneo humano»), no estamos más que empezando a entender la base genética y conductual responsable de las variaciones morfológicas del cráneo. Y, dado que no comprendemos bien el origen de dichas variaciones, carece de todo sentido establecer grandes diferencias evolutivas entre humanos a partir de la morfología craneal. La mayoría de los restos combinan rasgos «primitivos» (o ancestrales) con otros «derivados» (de evolución más reciente). Por más que los antropólogos físicos dividan a los humanos prehistóricos en un grupo arcaico y otro moderno, es ilegítimo alegar dichas diferencias para explicar nada si desconocemos la manera en que esas características se relacionaban con el comportamiento. Los primeros fósiles de Homo sapiens en África y Asia se encuentran asociados a indicios muy precoces de comportamientos modernos similares a los registrados en el Paleolítico superior europeo. Entre ellos se cuentan la pesca sistemática, la explotación de recursos marinos, la producción de proyectiles complejos, el uso de símbolos —como pigmentos minerales y
Cultura y evolución humana 45
instrumentos de Omo Kibish indicaban que sus fabricantes sabían tallar con versatilidad y eficacia diferentes tipos de roca. Fue eso lo que me condujo a replantearme si nos habíamos estado haciendo las preguntas correctas sobre el comportamiento de los primeros Homo sapiens.
PUNTAS LÍTICASde unos 104.000 años de antigüedad halladas por el equipo del autor en el yacimiento etíope Omo Kibish. Elaboradas en jaspe o sílex, se han obtenido mediante la técnica de talla de presión, la cual se suponía que había surgido durante la «revolución» del Paleolítico superior hace menos de 45.000 años. La punta roja se ha roto como consecuencia de un fuerte impacto, probablemente por haber sido usada como punta de proyectil. Esto indica que, en África, los primeros Homo sapiens habrían utilizado armas complejas unos 60.000 años antes que en Europa.
conchas perforadas— e incluso enterramientos con ajuar funerario. Pero, como las investigadoras de la Universidad Hebrea de Jerusalén Erella Hovers y Anna Belfer-Cohen afirman en su libro Transitions before the transition («Transiciones antes de la transición»), la conducta moderna durante el Paleolítico medio se antoja intermitente. Hay indicios de tales comportamientos en algunos yacimientos o durante algunos miles de años, pero después desaparecen. Y, si se tratase de un rasgo derivado y fundamental en el curso de la evolución humana, no cabría esperar que desapareciese durante períodos prolongados. En mi opinión, lo más sorprendente del debate sobre el momento en que Homo sapiens se volvió humano reside en que tan siquiera se ha verificado la hipótesis de trabajo: a saber, si existían diferencias de comportamiento entre los primeros representantes de nuestra especie y otros posteriores. Dado que la modernidad es una categoría tipológica, comprobar dicha hipótesis no se antoja tarea sencilla. No todos los grupos clasificados como modernos han dejado pruebas inequívocas de esa clase de comportamiento en todo contexto y época. Por ejemplo, la talla ocasional de cantos de río por parte de los humanos actuales produce a menudo instrumentos que resultan indistinguibles de los elaborados por Homo habilis o Homo erectus. Tales similitudes demuestran una misma técnica de talla y materia prima, pero no que, desde un punto de vista evolutivo, se trate del mismo tallador. Así, el registro arqueológico puede hallarse repleto de falsos negativos de comportamiento moderno durante la prehistoria. El asunto atrajo mi interés en 2002, mientras excavaba en los yacimientos de 195.000 años de antigüedad de la formación Kibish del valle inferior del río Omo, en Etiopía. Soy arqueólogo, pero también tallador, y en las industrias líticas de Omo Kibish no descubrí ningún rasgo arcaico o primitivo. Cuando imparto clases de talla en la universidad, observo los progresos de los alumnos a medida que aumentan su destreza y motivación. Los
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CORTESÍA DE JOHN J. SHEA
UNA PROPUESTA MEJOR
A la hora de estudiar las diferencias entre pueblos prehistóricos, una propuesta más sólida que buscar pruebas de la transición al comportamiento moderno consiste en documentar y analizar la variabilidad conductual. Los humanos actuales podemos llevar a cabo casi cualquier actividad de múltiples maneras. En 1996, Richard Potts, de la Institución Smithsoniana, señalaba en Humanity’s descent («El linaje de la humanidad») que nuestra gran variabilidad de comportamiento parece exclusiva de nuestra especie. Ninguna otra posee el repertorio de conductas de Homo sapiens. Y dicha variabilidad se presta mucho mejor a la investigación empírica que una clasificación de los humanos prehistóricos en términos de modernidad. Una manera de calibrar la variabilidad conductual en los primeros Homo sapiens es a través del estudio de la industria lítica. Aunque esta no nos revela todo lo que nos gustaría saber sobre el comportamiento prehistórico, se encuentra sujeta a la misma presión selectiva que genera variaciones en las pruebas arqueológicas de cualquier otro tipo. Al igual que los artefactos líticos elaborados por humanos recientes resultan mucho más complejos y variables que aquellos fabricados por nuestros ancestros, los útiles de comienzos del Paleolítico también exhiben una mayor variedad que los fabricados por primates no humanos. Por tanto, existen razones para pensar que el análisis de la industria lítica puede proporcionarnos indicios claros sobre la variabilidad en el comportamiento de los primeros Homo sapiens. Un lugar idóneo para comparar la técnica lítica de los primeros Homo sapiens con la de los que vendrían después es África oriental, ya que allí se conserva el registro arqueológico más largo y continuo de nuestra especie. Además, al restringir el estudio a una misma zona, se minimiza la compleja influencia de los factores geográficos sobre las técnicas de tallado. Una de las formas más utilizadas para describir la variabilidad de la industria lítica se basa en el esquema propuesto en 1969 por el arqueólogo Grahame Clark en World prehistory: A new synthesis («Prehistoria universal: Una nueva síntesis»), que distingue cinco técnicas o «modos» de tratamiento de núcleos. (En la talla, se denomina núcleo a la piedra de la que se extraen las lascas que después se trabajarán para obtener otros útiles.) Se cree que las diferentes técnicas de explotación de núcleos obedecen a adaptaciones al entorno. Aunque simple, observar qué modos se hallan presentes en un conjunto de útiles líticos supone un método razonable para cuantificar con precisión su variabilidad técnica. Al aplicarlo a los yacimientos de África oriental de entre 284.000 y 6000 años de antigüedad, obtenemos una imagen mucho más compleja de la prehistoria. Después de la aparición de nuestra especie, no se observa una acumulación continua de nuevos métodos de talla ni nada parecido a una «revolución». Antes bien, se aprecia una y otra vez una gran variabilidad técnica. ¿Qué significa esa variabilidad? Nuestro conocimiento de las técnicas de tallado no es perfecto, pero sabemos lo suficiente como para realizar interpretaciones plausibles. En la explotación de cantos rodados (modo 1 en la clasificación de Clark), el tallador obtiene lascas de forma oportunista a partir de guijarros, lo que constituye la manera más sencilla de obtener un
T É C N I C A S D E TA L L A D O
Variabilidad compleja Aquí se reproducen los cinco modos técnicos propuestos por Grahame Clark (izquierda) y los patrones de variabilidad en el comportamiento (derecha). Clark clasificó las industrias líticas según el tipo de núcleo (piedra de la que se extraen las lascas) y la manera en que las lascas se trabajaban para obtener útiles. Este esquema permite identificar la variabilidad en función de las adaptaciones al entorno en varios lugares al mismo tiempo (sincrónica) o a lo largo del tiempo (diacrónica). Una variabilidad compleja indica el solapamiento de ambas. Guijarros
Lasca
Modo 2
Variabilidad sincrónica
La forma de las lascas determina en gran medida la de los objetos retocados.
Grandes bifaciales
Denticulado
Muesca
Tiempo
Modo 1
Lascas anchas, finas y diseños con funciones específicas.
1
2
3
4
5
1
2
3
4
5
1
2
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4
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1
2
3
4
5
1
2
3
4
5
Espacio
Variabilidad diacrónica Raedera lateral
Formas estandarizadas (posiblemente enmangadas). Un retoque profundo apunta a un uso intensivo y al reafilado.
Núcleos preparados
Lasca de Levallois
Modo 4
Láminas prismáticas
Lámina
Modo 5
Microlitos geométricos
Raedera transversal
5
5
5
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5
4
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3
3
3
3
3
2
2
2
2
2
1
1
1
1
1
Punta musteriense
Espacio
Una forma rectangular estandarizada permite obtener geometrías especializadas. Numerosos útiles son enmangados.
Raspador distal
Buril
Punta de proyectil
Las láminas se dividen en pequeños útiles geométricos retocados. La mayoría se ensamblan en un mango.
Triángulo
Trapezoide
Medialuna
filo cortante a partir de una piedra. En algunos lugares rurales del África oriental aún se emplea esta técnica. Su ubicuidad en los conjuntos arqueológicos probablemente se deba a que proporciona una manera expeditiva de obtener filos cortantes ante situaciones imprevistas. Se cree que los grandes núcleos bifaciales (modo 2) cumplían un objetivo doble. Su tamaño y sus largos bordes afilados se muestran muy eficaces para realizar tareas pesadas, como trabajar la madera o desmembrar presas de gran tamaño. Por otra parte, las lascas finas obtenidas a partir de dichos núcleos resultan apropiadas para tareas de corte más delicadas y, a su
Variabilidad compleja
Tiempo
Modo 3
Punta
Tiempo
Lasca fina bifacial
5
5
3
4
5
4
2
3
4
4
1
2
3
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3
1
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2
3
1
1
2
1
3
Espacio
vez, pueden retocarse para obtener útiles más especializados. En contextos arqueológicos recientes, los grandes útiles bifaciales se han relacionado con pueblos nómadas, mientras que la explotación de cantos rodados se ha asociado a poblaciones más sedentarias. En la actualidad, los cambios estacionales fuerzan a los pastores africanos a trasladar su lugar de residencia. La persistencia de esta técnica reflejaría una movilidad elevada por parte de los grupos prehistóricos de la región. La interpretación conductual de los núcleos preparados según el método de Levallois (modo 3) no quedaría tan clara, en parte porque el término engloba diferentes tipos de talla. Los prepa-
Cultura y evolución humana 47
PRUEBA ARQUE OLÓ GICA
Un mosaico de técnicas líticas La clasificación de Clark se ha empleado para estudiar los yacimientos del África oriental con una antigüedad inferior a los 250.000 años. Sobre el mapa se indican los yacimientos con abundante número de artefactos y bien datados (círculos negros), así como los lugares en los que se han hallado menos pruebas o que no han sido objeto de una excavación sistemática (círculos huecos). Destaca que cuatro de los cinco modos de Clark, que reflejan diferentes grados de complejidad técnica, se hayan documentado en todas las épocas. Solo la técnica de microlitos es exclusiva de los yacimientos más recientes.
ERITREA
Abdur
SUDÁN
Herto Gademotta y Kulkuletti Omo Kibish
Aduma Porc Epic ETIOPÍA
Lothagam
Lowasera
UGANDA
SOMALIA
KENIA
Baringo occidental, Formación Kapturin Colina de Lukenya
Yacimientos
Antigüedad (años)
Lowasera, Kenia
104.000– 195.000
Gademotta/Kulkuletti, Etiopía
175.000– 278.000
Baringo occidental, formación Kapthurin, Kenia
234.000– 284.000
48 TEMAS 87
Clasif icación de Clark Modo 1
Modo 2
Modo 3
Modo 4
Modo 5
rados de Levallois perseguirían obtener formas determinadas, o bien producir lascas anchas y finas con un filo susceptible de volver a afilarse. Ambas hipótesis se muestran compatibles y, en parte, ambas explicarían por qué los humanos del África oriental han utilizado esta técnica durante tanto tiempo. En la técnica de lascas prismáticas (modo 4), se extraen sucesivas láminas largas y rectangulares a partir de un núcleo de forma cónica. La explicación más común afirma que el método persigue maximizar la cantidad de filo que puede obtenerse de una piedra. Sin embargo, Metin Eren, de la Universidad Metodista del Sur, y sus colaboradores han demostrado la falsedad de esta hipótesis. Una ventaja mucho mayor de esta técnica reside en que la regularidad morfológica de las láminas facilita su unión a un mango. Ello permite aumentar el brazo de palanca y la eficacia mecánica de este, al tiempo que limita el movimiento del instrumento y la porción que puede volver a afilarse. La aparición y desaparición de la explotación laminar en África oriental quizá refleje la interacción de todas estas posibilidades. Los microlitos geométricos (modo 5) se han encontrado en cantidades variables en la mayoría de los yacimientos del África oriental, tanto en los antiguos como en los más recientes. Obtenidos mediante la fractura de láminas o lascas, eran útiles pequeños a los que se había dado la forma de triángulos, rectángulos, semicírculos y otras geometrías tras hacer romos algunos de los filos. Resultaban demasiado pequeños para ser usados directamente con la mano, por lo que casi con seguridad se enmangaban, pues podían engancharse con facilidad a un soporte para emplearse como proyectiles, instrumentos para trabajar la madera o herramientas para preparar alimentos vegetales. La técnica microlítica optimizaba la versatilidad y reducía los riesgos. Apareció y se difundió entre los grupos africanos y eurasiáticos hace entre 50.000 y 10.000 años. Ese período se caracterizó por grandes variaciones climáticas, por lo que parece natural que se ideasen útiles versátiles y fáciles de transportar. Si, forzado por el clima, un grupo se veía obligado a cambiar la caza por la recolección, los mismos microlitos que servían a modo de flechas también podían emplearse para construir hoces, todo ello sin mudar de técnica. En virtud de su diminuto tamaño, los microlitos cuentan con una gran longitud de corte con relación a su peso. Ello implicaba que, en las migraciones estacionales, podía transportarse más filo en una misma carga. La variabilidad en el uso de la técnica microlítica en África oriental probablemente reflejase una estrategia para afrontar la imprevisibilidad ambiental y asegurar la supervivencia. ¿Qué relación guardan las diferencias observadas entre los yacimientos africanos de distin-
tas épocas con las variaciones entre las poblaciones recientes que aún utilizan instrumentos líticos? La variabilidad de las técnicas líticas de los humanos actuales supera a la registrada en los yacimientos del África oriental. Los cinco modos de explotación propuestos por Clark se dan hoy, pero no todas las técnicas se encuentran en el conjunto africano. Hace unos 30.000 años, en Australia primero y en otros lugares después, se empezaron a pulir y afilar los bordes de los instrumentos. Los filos pulidos oponen una fricción menor, lo que aumenta su eficacia y facilita afilados posteriores. En el Nuevo Mundo, los talladores indígenas desarrollaron un amplio abanico de técnicas distintas de las que se observan en África oriental. Los útiles se emplearon en distintos contextos, desde campamentos de grupos de cazadores-recolectores en las Grandes Llanuras hasta en las ciudades-estado de Mesoamérica, como Teotihuacán. Las diferencias entre las técnicas reflejan distintas estrategias adaptativas. Nadie en su sano juicio atribuiría dicha variabilidad a las diferencias evolutivas entre los distintos grupos actuales. Si tales explicaciones carecen de sentido en la actualidad, ¿qué valor pueden tener para dar cuenta de la variabilidad conductual en los antiguos Homo sapiens? La prueba lítica que hemos descrito aquí desafía la hipótesis de que en África oriental surgieron diferencias de comportamiento significativas entre los primeros representantes de nuestra especie y otros más recientes. Por supuesto, la variabilidad en el comportamiento abarca mucho más de lo que refleja la industria lítica. Pero aunque la aplicación de los modos de Clark para medir dicha variabilidad solo constituya un primer paso, supone sin duda un paso hacia delante. ABANDONAR UN MITO
Alguien podría argumentar que estos hallazgos solo indican que algunos comportamientos modernos habrían aparecido de manera precoz entre los primeros Homo sapiens de África. En mi opinión, nos enseñan mucho más. Después de todo, solo podemos calificar algo como «precoz» cuando es inesperado. La hipótesis de que hubo humanos anatómicamente modernos pero con un comportamiento distinto del nuestro no solo contradice los principios del uniformismo —que afirma que las explicaciones sobre el pasado deben basarse en lo que sabemos sobre el presente—, sino también la teoría evolutiva y las pruebas arqueológicas. No conocemos ninguna población de Homo sapiens que sufriese limitaciones biológicas para desarrollar un comportamiento variable. Antropólogos de distintas generaciones han buscado en vano este tipo de pueblos primitivos en todos los rincones del planeta. La interpretación más sencilla de ese fracaso es que dichos humanos no existieron. Tampoco existe ninguna razón para creer en un Homo sapiens con un comportamiento arcaico. Si en algún momento hubo un número significativo de Homo sapiens cuyas limitaciones cognitivas le impidieron desarrollar una variabilidad conductual, la selección natural se habría encargado de hacerlos desaparecer. En los crueles ecosistemas del Pleistoceno en los que evolucionó nuestra especie, los individuos menos adaptados no tenían ninguna posibilidad de sobrevivir. Si alguna vez se produjo una extinción de esta clase, con toda seguridad aconteció entre grupos de homínidos más antiguos (Homo ergaster/erectus o Homo heidelbergensis) o a lo largo de la diferenciación evolutiva que separó a nuestra especie de esos homínidos. Dividir a Homo sapiens en dos categorías, modernos y arcaicos, y apelar a la evolución de la modernidad del compor-
tamiento para explicar sus diferencias no parece una buena propuesta. Refleja, al igual que el desacreditado concepto científico de raza, una jerarquía y un pensamiento tipologista de la variabilidad humana que carece de toda base antropológica. De hecho, podríamos afirmar que el concepto de modernidad conductual se antoja peor que incorrecto, ya que supone un obstáculo para la comprensión de nuestra especie. Se han malgastado mucho tiempo, energía y recursos en la discusión sobre la modernidad del comportamiento que podrían haberse invertido en investigar las fuentes de la variabilidad de determinadas estrategias de comportamiento o en comprobar las hipótesis al respecto. A principios del siglo xx, el etnólogo Franz Boas se opuso a los antropólogos evolutivos que clasificaban a las diferentes sociedades de la época en una escala evolutiva de más primitiva a más desarrollada. Sus argumentos fueron acogidos por muchos; hoy constituyen un principio básico de la antropología moderna. La arqueología de nuestros orígenes necesita un cambio similar. Debemos dejar de ver los artefactos como expresiones de estadios evolutivos y empezar a entenderlos como productos de estrategias de comportamiento. Las diferencias que observemos en tales estrategias nos obligarán a plantearnos nuevos interrogantes. ¿Pueden surgir diferentes clases de variabilidad conductual a partir de situaciones ambientales similares? ¿Se dan diferencias en la estabilidad de determinadas estrategias de comportamiento? ¿Se encuentra alguna de esas estrategias asociada a algún homínido particular? Y si es así, ¿por qué? Si nos centramos en el estudio de la variabilidad conductual, adoptaremos un enfoque más científico sobre el origen de nuestra especie. En cambio, el concepto de modernidad conductual no nos conduce a nada. Incluso en la actualidad, la imagen popular del poblador prehistórico sigue siendo la del hombre de las cavernas: un individuo con cejas pronunciadas, rostro prognato, cabello largo y barba que no puede hablar bien, de inteligencia dudosa y con una capacidad de innovación muy limitada. Por fortuna, la arqueología moderna está derribando esta concepción errónea sobre el origen del comportamiento humano . Artículo publicado en Investigación y Ciencia, julio de 2011 © American Scientist Magazine EL AUTOR
John J. Sheaes profesor de antropología en la Universidad de Stony Brook e investigador en el Instituto del Lago Turkana en Kenia. Tallador de sílex profesional, su trabajo aparece en numerosos documentales y se exhibe en la Institución Smithsoniana y el Museo Americano de Historia Natural. PARA SABER MÁS
The revolution that wasn’t: A new interpretation of the origin of modern human behavior.S. McBrearty y A. S. Brooks en Journal of Human Evolution, vol. 39, págs. 453-563, 2000. The middle stone age archaeology of the lower Omo Valley kibish formation: excavations, lithic assemblages, and inferred patterns of early Homo sapiens behavior.J. J. Shea en Journal of Human Evolution, vol. 55, n.o 3, págs. 448-485, 2008. Homo sapiens is as Homo sapiens was: Behavioral variability versus «behavioral modernity» in paleolithic archaeology.J. J. Shea en Current Anthropology, vol. 52, n.o 1, págs. 1-35, 2011. EN NUESTRO ARCHIVO
¿Pensaban los neandertales como nosotros?Kate Wong en IyC, agosto de 2010.
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C O G N I C I Ó N Y C R E AT I V I D A D
El origen de la caza en los humanos
Durante décadas los antropólogos han debatido sobre cómo y cuándo se convirtieron nuestros antepasados en unos cazadores experimentados. Hallazgos recientes arrojan una sorprendente imagen Kate Wong
EN SÍNTESIS
Durante décadaslos investigadores han estado enzarzados en un debate sobre cómo y cuándo surgió la caza en los humanos y qué papel ha desempeñado en nuestra evolución.
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Estudios recientessobre la anatomía humana, la industria lítica y los restos de fauna están aportando nuevos detalles sobre este cambio en la estrategia de subsistencia que conllevó el consumo de carne.
Los datosindican que la caza apareció mucho antes de lo que algunos científicos pensaban y tuvo una profunda influencia en las etapas siguientes de la evolución humana.
HOMO ERGASTER probablemente era un cazador eficaz. Aquí se muestra el esqueleto de uno de sus representantes, el niño de Turkana (Kenia), de 1,6 millones de años de antigüedad.
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ace 279.000 años, cerca de un gran lago en el centro del valle del Rift, en Etiopía, unos cazadores elaboraban con esmero unas pequeñas y afiladas puntas a partir de oscuros bloques de vidrio volcánico. Después de tallar este material quebradizo para crear filos cortantes, unían cada una de las puntas a un mango de madera para obtener una jabalina. Aunque para los estándares actuales podría parecer un avance técnico modesto, se trataba de una invención revolucionaria. Gracias a ella, los miembros de nuestro linaje disponían de un arma que les permitía cazar a distancia con más eficacia que con una sencilla lanza de madera. Pero no solo podían alcanzar una mayor variedad de animales; también tenían más posibilidades de salir indemnes de la caza al poner una distancia de seguridad entre ellos y las presas grandes y peligrosas, incluidos los hipopótamos que acechaban en los alrededores del lago.
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UN MUNDO FELIZ
Para entender la importancia de la caza en nuestra evolución debemos retroceder unos tres millones de años, a un momento en que los primeros homininos (seres más estrechamente relacionados con nosotros que nuestros parientes vivos más próximos, los chimpancés y los bonobos) se acercaban a una encrucijada. El clima estaba cambiando y, en toda África, los bosques y zonas arboladas, donde nuestros antepasados habían obtenido frutas y hojas durante mucho tiempo, iban dando paso a pastizales, donde estos alimentos resultaban escasos. Los homininos debían adaptarse o, de lo contrario, se extinguirían. Algunos, como los australopitecos robustos, habrían hecho frente a los cambios ambientales al desarrollar enormes mandíbulas y dientes con los que podían moler hierbas y otros vegetales duros. El linaje que incluye a nuestro género Homo tomó un camino totalmente diferente al ampliar la dieta y consumir cantidades crecientes de proteína y grasa animal. Ambas soluciones permitieron a nuestros predecesores sobrevivir durante largo tiempo. Pero hace alrededor de un millón de años los australopitecos robustos se extinguieron. Puede que nunca se llegue a saber con exactitud el motivo de su desaparición. Quizá se habían especializado tanto que, cuando varió una vez más el ambiente, no lograron reaccionar de nuevo para explorar otras opciones de alimentación. O tal vez fueron dominados por los representantes del género Homo. Lo que sí está claro es que este último linaje, al añadir carne animal a su dieta, optó por una estrategia que le ayudaría a imperar en todo el planeta. Numerosas modificaciones en la anatomía de nuestros antepasados contribuyeron a convertirlos en formidables competidores en la sabana, donde los tigres de dientes de sable y otros grandes carnívoros habían reinado durante mucho tiempo.
PÁGINA ANTERIOR: KENNETH GARRETT, Alamy
Si la valoramos en su contexto, esa lanza con una punta de piedra puede considerarse el mayor logro de la humanidad de su tiempo. Pero aparte de las ventajas que supuso para la caza, quizá resulte aún más destacable el hecho de que se llegara a idear, fabricar y usar este dispositivo en apariencia sencillo gracias a la adquisición, a lo largo de decenas miles de generaciones, de los rasgos que ayudaron a nuestros antepasados a obtener carne. En una época dominada por los supermercados y la comida rápida, se tiende a olvidar que los humanos somos cazadores natos. Cierto es que somos lentos, débiles y carecemos de los dientes y garras letales que esgrimen otros animales frente a sus presas. En comparación con otros carnívoros, como los cocodrilos o los guepardos, parecemos muy poco adaptados para la caza. No obstante, somos los depredadores más mortíferos del planeta, un honor que logramos mucho antes de crear vehículos o armas de fuego con las que perseguir y abatir a nuestras presas. A lo largo de millones de años la evolución transformó a nuestros antepasados, la mayoría vegetarianos (seres como la famosa Lucy, perteneciente a la especie Australopithecus afarensis), en un singular y letal primate. De hecho, muchas de las características que nos distinguen de nuestros parientes más próximos, los grandes simios, habrían surgido, al menos en parte, como adaptaciones a la caza. Entre ellas se hallarían la capacidad de correr largas distancias o el cerebro voluminoso. Descubrimientos recientes han proyectado algo de luz sobre algunas fases poco conocidas de esta metamorfosis; además de otros aspectos, han documentado el origen de nuestro brazo propulsor y los primeros indicios sobre la caza de grandes presas. Con esta nueva información, se dispone ahora de una mejor idea sobre la aparición de los rasgos que nos convirtieron en un diestro cazador y de cómo estos nos hicieron humanos.
HALLAZGOS
Para compensar su falta de velocidad, los homininos desarrollaron un importante conjunto de rasgos. Aunque, desde entonces, la locomoción bípeda nos ha A diferencia de otros depredadores, los humanos somos lentos, débiles y carecehecho lentos en las carreras cortas, en las mos de colmillos y garras letales. Pero nuestros antepasados desarrollaron una serie de resistencia somos excelentes. Ningún de rasgos (en la imagen se señalan los más representativos) que nos permitieron supeotro primate actual posee nuestra habirar estas limitaciones. lidad para correr. Daniel Lieberman, de Mente creativa la Universidad Harvard, y Dennis BramUn cerebro de gran tamaño nos ble, de la Universidad de Utah, han proayudó a inventar nuevas técnicas puesto que esta capacidad surgió para para matar y descuartizar las presas. ayudar a los homininos a cazar, ya que les permitía perseguir a sus presas hasta que estas se cansaban por extenuación. A juzgar por algunos indicios del registro fósil, como el mayor tamaño de las articulaciones de las piernas y dedos del pie más cortos, la carrera de resistencia apareció en el género Homo hace unos dos millones de años. Varios cambios fisiológicos acompañaManos diestras Brazo propulsor ron a los anatómicos. Con un nivel de acUn pulgar largo y una Una cintura flexible, un tividad mayor que el de sus antepasados, muñeca fuerte nos prohúmero menos curvado y porcionaron la habilidad los homininos necesitaron un mecanismo una articulación del hombro manual y el agarre firme que para evitar el calentamiento excesivo. Seorientada lateralmente nos se necesitan para elaborar y gún la hipótesis de Nina Jablonski, de la permiten lanzar objetos con utilizar instrumentos. Universidad estatal de Pensilvania, la pérgran velocidad y precisión. Tal capacidad favoreció la dida del pelo y el desarrollo de unas gláncaza con armas arrojadizas. dulas especiales en la piel que facilitaban la sudoración ayudaron a nuestros ancestros a refrescarse mientras corrían [véase «Origen de la piel desnuda», por Nina G. Diseño de Jablonski; Investigación y Ciencia, abril corredor de 2010]. Con la evolución de este sisteUna pelvis estrecha, unas ma de refrigeración, que Jablonski sitúa piernas largas, un glúteo mayor más desarrollado, hace unos 1,6 millones de años en Homo unas articulaciones de ergaster, los humanos podemos vencer a las piernas más grandes un caballo en una maratón. y unos dedos cortos del pie Sin embargo, perseguir a las presas facilitan la carrera de larga con pies ligeros solo contribuía a la midistancia, lo que ayudaría tad de la tarea. Para completarla los caa nuestros antepasados a perseguir las presas. zadores debían dar el golpe mortal, con preferencia mediante un objeto contundente o afilado que pudiera ser lanzado desde una distancia segura. ¿Poseían este rasgo los primeros Homo? Los humanos actuales destacamos Al analizar el registro fósil, el equipo de Roach averiguó el mopor nuestros lanzamientos rápidos y precisos, al contrario de mento en que aparecieron estos rasgos que permitieron el lanzalos chimpancés, que realizan esta acción de forma pésima. miento rápido. No se presentaron a la vez, sino que lo hicieron en En tiempo reciente, Neil T. Roach, de la Universidad George forma de mosaico. En primer lugar, los australopitecinos desarroWashington, y su equipo se propusieron determinar por qué llaron una cintura flexible y un húmero más recto. El cambio en los humanos aventajamos a los chimpancés en el lanzamiento la orientación de la articulación de la escápula surgió más tarde, y cuándo adquirimos esta capacidad. Según han demostrado, hace unos dos millones de años, en Homo erectus. la clave radica en la elasticidad de los músculos de nuestros Resulta difícil tener la certidumbre de que la aparición de un hombros. Mediante el estudio de jugadores de béisbol uni- carácter por selección natural se deba a una función en particuversitario, Roach y sus colaboradores han identificado tres lar, como la carrera de resistencia o el lanzamiento que facilitan atributos actuales de los humanos, ausentes en chimpancés, la caza. En algunos casos, la selección podría haber favorecido que mejoran en gran medida la amplitud de movimiento de al inicio un rasgo por una razón totalmente distinta, y luego se nuestra extremidad superior y, por consiguiente, su capacidad vio que servía para otra actividad. Por ejemplo, nuestra cintura de almacenar y liberar esta energía. Estas características son pareció evolucionar junto a otro conjunto de rasgos relacionauna cintura muy flexible, un húmero menos curvado y una ar- dos con la locomoción bípeda. Pero más tarde, con la aparición ticulación del hombro orientada lateralmente (no hacia arriba, de otras características complementarias, adquirió una nueva como en los simios). función. Ayudó a nuestros antepasados a aumentar la torsión
BROWNBIRD DESIGN
Anatomía de un cazador
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HUESOS DESCUARTIZADOS
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LOS PRIMEROS INDICIOS DE CAZAcorresponden a instrumentos de corte de hace dos millones de años (1) y huesos de animales con marcas de corte (2) del yacimiento de Kanjera Sur, en Kenia. Posteriormente, nuestros ancestros inventaron armas de caza más letales, como las lanzas con puntas de piedra halladas en Kathu Pan, en Sudáfrica (reconstruidas en la imagen 3), y puntas de flecha o dardos de hace 71.000 años procedentes de Pinnacle Point, también en Sudáfrica (4).
El registro fósil indica que hace dos millones de años los homininos ya disponían del conjunto de rasgos anatómicos que les permitía cazar mejor. Pero por sí solo no demuestra si en ese momento ya los utilizaban para cazar de forma sistemática. Para ello, los científicos deben hallar otros indicios de caza en el registro arqueológico, una tarea nada fácil. Las herramientas de piedra y huesos con marcas de corte indican que nuestros antepasados empezaron a despedazar animales hace 2,6 millones de años. Pero ¿mataban ellos mimos a las presas, o dejaban que los grandes felinos y otros carnívoros hicieran esta tarea? Los expertos han debatido durante décadas sobre si los primeros Homo eran cazadores o carroñeros. La prueba inequívoca más antigua de caza consiste en unas lanzas de madera y restos de animales procedentes del yacimiento alemán de Schöningen, de solo 400.000 años de antigüedad. Pero en los últimos años, el estudio de varios conjuntos de restos de animales troceados, hallados en distintos lugares de África oriental, han aportado pruebas convincentes de que la caza apareció mucho antes, en la época de los primeros Homo. Uno de estos conjuntos pertenece al yacimiento FLK Zinj, en la famosa garganta de Olduvai, en Tanzania. Hace unos 1.800.000 años los homininos transportaron hasta allí esqueletos de ñúes y de otros grandes mamíferos para descuartizarlos y comerlos. La paleoantropóloga Mary Leakey excavó la mayor parte del yacimiento en los años sesenta del siglo xx y los especialistas han estado discutiendo desde entonces sobre si los animales eran cazados o carroñados. Henry T. Bunn, de la Universidad de Wisconsin-Madison, mientras intentaba resolver esta duda, cayó en la cuenta de que estas tácticas deberían haber dejado una señal distintiva en el perfil de mortalidad. Cuando se trata de caza mayor, como los antílopes, los leones tienden a capturar una proporción mucho más alta de individuos viejos que la que existe en toda la manada. Por tanto, si los humanos hubieran carroñado los animales cazados por leones u otros grandes carnívoros, el conjunto de FLK Zinj debería mostrar de igual modo una mayor representación de individuos viejos. En cambio, Bunn y sus colaboradores hallaron que entre los restos de grandes mamíferos descuartizados abundaban más los de edades intermedias que los de animales viejos o juveniles. Tal pauta es la que esperaríamos observar si fuesen los humanos los que escogían los animales que ellos mismos cazaban.
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De hecho, las edades de las presas de FLK Zinj se asemejan mucho a las de los animales que capturan hoy los cazadoresrecolectores hadza de Tanzania y los san en Botsuana con arcos y flechas. Por lo que sabemos, en esa época Homo aún no había inventado armas arrojadizas de largo alcance, como el arco y las flechas. Pero Bunn piensa que los homininos podrían haber practicado la caza mediante emboscadas. Apostados en los árboles cercanos a las fuentes de agua podrían haber lanzado, desde una corta distancia, lanzas de madera a los animales que se dirigían confiadamente a beber. Los registros más antiguos de caza proceden del oeste de Kenia, del yacimiento Kanjera Sur, a orillas del lago Victoria. Allí, Joseph Ferraro, de la Universidad de Baylor, Thomas W. Plummer, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, y sus colaboradores han descubierto miles de herramientas de piedra y huesos de animales a los que se les había extraído la carne y la médula ósea. La mayoría de los huesos, que datan de hace unos dos millones de años, pertenecen a antílopes jóvenes y muestran muy pocas marcas de carnívoros. Lo que apoya la idea de que los homininos cazaban a las presas, en lugar de aprovecharse de las sobras de los carnívoros. Además, Plummer argumenta que, dado el reducido tamaño de los antílopes, si los grandes carnívoros los hubieran matado los habrían consumido por completo sin dejar ningún rastro. Según Plummer, los restos de Kanjera constituyen hasta el momento la prueba más antigua de la caza. En este yacimiento los homininos no se limitaron a consumir carne de forma esporádica para después volver a la dieta vegetariana. Los huesos proceden de sedimentos que representan cientos o quizá miles de años, lo que indica una alimentación carnívora continuada. Estos individuos se hallaban adaptados a ingerir importantes cantidades de tejidos animales. No era lo único que comían, ya que el análisis de las herramientas del yacimiento demuestra que también consumían plantas, incluidos algunos tubérculos; pero la carne formaba la parte principal de su dieta. IMPACTO PROFUNDO
Es difícil sobrevalorar la repercusión que tuvo en Homo la adquisición de una dieta más carnívora. Los datos del registro fósil y del arqueológico indican que se estableció un mecanismo de
CORTESÍA DE THOMAS W. PLUMMER (1) ; CORTESÍA DE JOSEPH FERRARO (2 ) ; CORTESÍA DE JAYNE WILKINS (3 ) ; CORTESÍA DE TOVË RUTH SMITH Y SIMEN OESTMO (4 )
del tronco y con ello la fuerza con que arrojaban los objetos contra el blanco. No obstante, Roach piensa que, para mejorar el lanzamiento, la selección fomentó los cambios que se produjeron en el hombro hace dos millones de años. En parte porque tales cambios empeoraron otra habilidad importante de nuestros antepasados: trepar a los árboles, una conducta que durante mucho tiempo les había permitido alimentarse y refugiarse de los depredadores terrestres. «Al perder esa destreza, debieron recibir algo a cambio», señala Roach. Un brazo mejor adaptado para el lanzamiento permitiría a Homo obtener alimentos de origen animal ricos en calorías y, al mismo tiempo, defenderse de los depredadores que le intentaban atacar o robar sus presas.
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retroalimentación entre el acceso a alimentos más calóricos y el aumento del volumen cerebral. Tal crecimiento llevó a la invención de técnicas que permitían a nuestros antepasados obtener aún más carne (así como alimentos vegetales de alta calidad), lo que a su vez favoreció una mayor expansión de nuestra materia gris. Como resultado, hace entre dos millones y 200.000 años, el tamaño del cerebro pasó de unos 600 centímetros cúbicos de media en los primeros representantes del género Homo a unos 1300 centímetros cúbicos en Homo sapiens. La carnivoría también habría modificado profundamente la dinámica social de nuestros antepasados, sobre todo cuando comenzaron a cazar presas más grandes que podían compartirse con otros miembros del grupo. Travis Pickering, de la Universidad de Wisconsin-Madison, explica que este desarrollo condujo a una mayor organización social en los primeros Homo. Surgió así la división del trabajo: los hombres realizaban la caza mayor, mientras que las mujeres recolectaban plantas. Al final del día todo el grupo se reunía para compartir los alimentos. Pickering opina que cuando nuestros antepasados cazaban animales grandes, como los ñúes de FLK Zinj, ya presentaban tal organización. Y aunque hoy este pacto pueda parecer anticuado, el reparto de las responsabilidades entre ambos sexos resultó ser una adaptación de los homininos con un enorme éxito. Pickering sospecha, además, que el consumo de carne favoreció el autocontrol en nuestros antepasados. Aunque la opinión tradicional sostiene que la caza promueve la agresividad en los humanos —un punto de vista basado en la observación de los chimpancés, que cazan de forma agresiva— él cree que fomenta la prudencia. A diferencia de los chimpancés, dotados de una gran fuerza y dientes letales, los primeros humanos no podrían haber capturado a sus presas mediante un ataque violento. Pickering argumenta que adquirieron control sobre las emociones, ya que cazaban utilizando su cerebro y no sus músculos. En su opinión, el uso de herramientas que les permitían matar desde lejos les habría ayudado a desvincularse de las emociones agresivas de la caza. Esta hipótesis ha sido reforzada por la primatóloga Jill Pruetz, de la Universidad estatal de Iowa, quien ha estudidado una población singular de chimpancés de las praderas de Senegal. A diferencia de sus homólogos de la selva, que cazan otros monos grandes y peligrosos con sus propias manos, los chimpancés senegaleses capturan sobre todo gálagos (unos primates nocturnos diminutos) con palos afilados que introducen en los huecos de los árboles, donde las presas duermen durante el día. Pickering señala que los chimpancés senegaleses cazan de una forma mucho más sutil que los de la selva, que matan
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a sus presas con golpes frenéticos. Es posible que las «lanzas» utilizadas por los primeros les ayuden a mantener la calma. La caza también nos hizo humanos en otro aspecto. H. sapiens es la única especie entre todos los primates que ha colonizado todos los rincones del planeta. Durante los primeros cinco millones de años de evolución, nuestros predecesores homininos vivieron dentro de los límites de África. Pero en los últimos dos millones de años, Homo acrecentó su distribución y llegó a otras partes del Viejo Mundo. ¿Por qué de repente surgió esta pasión por viajar? Las teorías abundan, pero tal vez la caza le empujó a abandonar su lugar de origen. En aquel momento, gran parte de Eurasia se hallaba cubierta por pastizales de sabana similares a los de África, donde Homo solía cazar. De este modo, cuando realizó sus primeros pasos fuera del continente, quizás estuviera siguiendo a sus presas. En los milenios siguientes se produjeron muchas más migraciones de homininos, cada una provocada por diferentes circunstancias. Y aunque los desplazamientos de nuestros predecesores no siempre estuvieran motivados por la persecución de las presas, su capacidad para colonizar nuevos lugares y prosperar en condiciones ecológicas totalmente diferentes radicó en sus rasgos físicos y comportamiento singulares. Homo se convirtió así en el depredador menos esperado y más exitoso que el mundo haya conocido jamás. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, junio de 2014
EL AUTOR
Kate Wonges redactora de Scientific American. PARA SABER MÁS
Earliest archaeological evidence of persistent hominin carnivory.Joseph V. Ferraro et al. en PLOS ONE, vol. 8, n.o 4, art. e62174, 25 de abril de 2013. Elastic energy storage in the shoulder and the evolution of high-speed throwing in Homo.Neil T. Roach et al. en Nature, vol. 498, págs. 483-487, 27 de junio de 2013. Prey mortality profiles indicate that early Pleistocene Homo at Olduvai was an ambush predator.Henry T. Bunn y Alia N. Gurtov en Quaternary International, vols. 322-323, págs. 44-53, 16 de febrero de 2014. EN NUESTRO ARCHIVO
Incidencia de la dieta en la hominización.William R. Leonard en IyC, febrero de 2003.
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Cooperación Cognición y sentido y creatividad social
ISTOCK/LOLLOJ
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COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
LA ESPECIE MÁS INVASORA Numerosas especies humanas han habitado la Tierra, pero solo la nuestra ha colonizado el planeta entero. ¿Cómo lo ha logrado?
JON FOSTER
Curtis W. Marean
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ace menos de 70.000 años que nuestra especie, Homo sapiens, salió de África y empezó a propagarse por todo el planeta. En Europa y Asia ya se habían establecido otras especies humanas, pero solo nuestros antepasados lograron colonizar todos los continentes y alcanzar islas remotas. La dispersión se realizó de un modo inusual. En todos los lugares donde llegó H. sapiens se produjeron grandes cambios ecológicos. Todas las especies arcaicas con las que se encontró acabaron extinguiéndose, como también numerosas especies de animales. Sin duda, ha sido la migración que más consecuencias ha tenido en la historia de la Tierra. Los paleoantropólogos han debatido durante tiempo sobre cómo y por qué solo los humanos modernos lograron esa asombrosa hazaña de dispersión y dominio. Algunos expertos sostienen que la evolución de un cerebro voluminoso y más avanzado permitió a nuestros antepasados alcanzar nuevos territorios y enfrentarse a los desafíos con los que se encontraron. Otros afirman que una técnica novedosa, con la que los primeros humanos modernos abatieron presas o se enfrentaron a sus enemigos con una eficacia muy superior, propició la expansión de nuestra especie fuera de África. Un tercer escenario señala que un cambio climático habría debilitado las poblaciones de neandertales y de otras especies humanas arcaicas que habían ocupado los territorios fuera de África, lo que dio a H. sapiens cierta ventaja y le permitió colonizar parte del territorio. Sin embargo, ninguna de estas hipótesis ofrece una teoría general que explique por completo los logros de nuestra especie. De hecho, la mayoría de ellas han sido planteadas para explicar el registro arqueológico de H. sapiens de regiones concretas, como Europa occidental. Este punto de vista fragmentario sobre nuestra expansión ha confundido a los científicos. La gran diáspora humana consistió en un solo evento con diferentes fases y, por tanto, necesita ser investigado como un problema único. Las excavaciones que mi equipo ha realizado durante los últimos dieciséis años en los yacimientos de Pinnacle Point, en la costa sur de Sudáfrica, junto con ciertos avances teóricos en las ciencias biológicas y sociales, nos han llevado a proponer otra idea sobre la forma en que conquistamos el mundo. Creemos que la diáspora se produjo cuando en nuestra especie apareció un nuevo comportamiento social, codificado en los genes: una tendencia a cooperar con individuos no emparentados. La incorporación de este tipo de conducta a la cognición avanzada de nuestros antepasados permitió una rápida adaptación a nuevos
ambientes. También fomentó la innovación que dio lugar a la creación de una nueva técnica de caza: las armas de proyectil. Equipados de esta forma, esos humanos se establecieron fuera de África, preparados para someter a todo el mundo a su voluntad. DESEO DE EXPANDIRSE
Para apreciar lo extraordinario de la colonización del planeta por H. sapiens debemos remontarnos hasta el origen evolutivo de nuestra especie en África, hace 200.000 años. Durante decenas de miles de años, los primeros humanos anatómicamente modernos, que eran iguales a nosotros, estuvieron confinados dentro de los límites de su continente madre. Hace unos 100.000 años, un grupo de ellos hizo una breve incursión en el Próximo Oriente, pero al parecer no logró ir más allá. Estos humanos necesitaban una ventaja que todavía no tenían. Algo después, hace 70.000 años, una pequeña población fundadora abandonó África una vez más y comenzó la exitosa dispersión hacia nuevos territorios. A medida que se expandieron por Eurasia, se encontraron con otras especies humanas estrechamente emparentadas con ellos: los neandertales en Europa occidental y miembros del recientemente descubierto linaje denisovano en Asia. Aunque parte del ADN de ambos persiste en las personas de hoy en día como resultado del cruzamiento ocasional entre los distintos grupos, poco después de que llegasen los humanos modernos las especies arcaicas se extinguieron. Cuando llegaron a las costas del sudeste de Asia se enfrentaron a un mar aparentemente infinito, sin tierra a la vista. Sin embargo, siguieron adelante, impertérritos. Al igual que nosotros, esas personas pudieron imaginar y desear nuevas tierras para explorar y colonizar, por lo que construyeron embarcaciones capaces de atravesar océanos y, adentrándose en el mar, llegaron a las costas de Australia hace al menos 45.000 años.
EN SÍNTESIS
De todas las especies humanas que han vivido sobre nuestro planeta, solo Homo sapiens ha logrado colonizarlo en su totalidad.
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Los científicos se han preguntado durante mucho tiempo por qué nuestra especie es la única que ha conseguido dispersarse de tal modo.
Una nueva hipótesissostiene que la combinación de dos innovaciones únicas ha permitido a H. sapiens dominar todo el planeta: la tendencia codificada en los genes para cooperar con desconocidos y las armas de proyectil avanzadas.
TEORÍA
Cuándo vale la pena luchar
Alta
Una teoría clásica de la biología sostiene que la selección natural favorece la defensa agresiva de las fuentes de alimentos (la territorialidad) cuando el beneficio de acceder a estos recursos de modo exclusivo supera el coste de vigilarlos. Entre los humanos que viven en pequeñas sociedades, la territorialidad resulta ventajosa cuando los alimentos están concentrados y son predecibles. En África, algunas zonas litorales disponen de alimento abundante y predecible en forma de bancos de marisco. Estos ambientes probablemente desencadenaron la territorialidad en los primeros grupos de H. sapiens.
FUENTE: CURTIS W. MAREAN, SEGÚN «HUMAN TERRITORIALITY: AN ECOLOGICAL REASSESSMENT», POR RADA DYSON-HUDSON Y ERIC ALDEN SMITH EN AMERICAN ANTHROPOLOGIST, VOL. 80, N. O 1, MARZO DE 1978; JEN CHRISTIANSEN (gráfico)
Baja
TRABAJAR EN EQUIPO
Pero ¿cómo lograron nuestros antepasados, tras estar confinados durante decenas de miles de años en África, superar las barreras y ocupar no solo las regiones que otras especies humanas habían colonizado, sino el mundo entero? Una teoría válida para explicar esta diáspora debe cumplir dos condiciones: en primer lugar, debe aclarar por qué el proceso se inició cuando lo hizo y no antes; en segundo lugar, debe proponer un mecanismo que permitiese la dispersión rápida a través de la tierra y el mar, lo que habría exigido tener la capacidad de adaptarse a nuevos entornos y desplazar a otras especies humanas arcaicas. Proponemos que la mejor explicación de esa rápida expansión la ofrece la aparición de rasgos que nos hacen, por un lado, colaboradores sin igual y, por otro, competidores despiadados. Mientras que los humanos modernos contaban con ese rasgo, los neandertales y otros parientes extintos no. Creemos que fue la última adquisición importante del conjunto de características que contribuyen a lo que el antropólogo Kim Hill, de la Universidad estatal de Arizona, ha llamado «singularidad humana». Los humanos modernos cooperamos en un grado extraordinario. Nos involucramos en actividades de grupo y mostramos una coordinación muy compleja con personas que no son parientes nuestros o incluso con extraños. Intentemos imaginar la siguiente escena propuesta por la antropóloga Sarah Blaffer Hrdy, de la Universidad de California en Davis, en su libro de 2009 Mothers and others: unos doscientos chimpancés haciendo cola, subiendo a un avión, permaneciendo sentados durante horas para finalmente salir de este como autómatas. Resulta impensable porque lucharían entre sí sin parar. Pero nuestra naturaleza cooperativa nos permite hacerlo. La misma especie que salta en defensa de un extraño perseguido también forma asociaciones con desconocidos para mantener una guerra contra otro grupo y no muestra ninguna misericordia hacia sus
Territorialidad débil Ambientes continentales de África
Densidad de los recursos
H. sapiens fue la primera especie humana que alcanzó esta parte del mundo; tras llegar, dotada de propulsores y de fuego, ocupó con rapidez todo el continente. Muchas de las especies extrañas de marsupiales que habían gobernado durante mucho tiempo esta región apartada se extinguieron. Hace unos 40.000 años, estos pioneros descubrieron y cruzaron un puente de tierra hacia Tasmania, pero las impenetrables aguas de los océanos australes les impidieron el paso a la Antártida. Al norte del ecuador, otra población de H. sapiens que se desplazaba hacia el noreste penetró en Siberia y se dispersó en todas las regiones que rodean el polo norte. Durante algún tiempo los glaciares y las tierras heladas les impidieron alcanzar América. Aunque los expertos debaten sobre la fecha exacta en que llegaron al Nuevo Mundo, sí hay acuerdo en que al menos hace 14.000 años lograron superar estas barreras y se dispersaron por un continente donde los animales nunca se habían enfrentado a los cazadores humanos. En tan solo unos pocos miles de años llegaron a la punta más austral de América del Sur y, a su paso, causaron la extinción masiva de grandes especies de la Edad de Hielo, como los mastodontes y los perezosos gigantes. Madagascar y muchas islas del Pacífico quedaron al margen de la dispersión humana durante más de 10.000 años, pero finalmente los navegantes descubrieron y colonizaron casi todos estos lugares. Igual que otras regiones, estas islas sufrieron las duras consecuencias de la ocupación: ecosistemas quemados, exterminación de especies y remodelación de ambientes según la voluntad de nuestros predecesores. La colonización humana de la Antártida llegó, por último, en la era industrial.
Sin territorialidad
Territorialidad fuerte Recursos litorales
Sin territorialidad
Baja
Alta Predictibilidad de los recursos
competidores. Muchos de nuestros colegas y nosotros creemos que esta tendencia a colaborar (que he denominado hiperprosociabilidad) no es un comportamiento aprendido, sino un rasgo codificado genéticamente solo en H. sapiens. Hay otros animales que muestran indicios de colaboración, pero la que exhiben los humanos modernos es muy diferente. La cuestión de cómo adquirimos la predisposición genética a un grado de cooperación tan extraordinario resulta difícil de resolver. Pero los modelos matemáticos de evolución social han ofrecido algunas pistas valiosas. El economista Sam Bowles, del Instituto de Santa Fe, ha demostrado que una condición óptima bajo la cual la hiperprosociabilidad genética puede propagarse se da, paradójicamente, cuando hay conflicto entre grupos. Los que presentan un mayor número de personas prosociales funcionarán con mayor eficacia y, por lo tanto, vencerán a otros y transmitirán los genes de este comportamiento a la siguiente generación, con lo que la hiperprosociabilidad se extenderá. Además, los trabajos del biólogo Pete Richerson, de la Universidad de California en Davis, y del antropólogo Rob Boyd, de la Universidad estatal de Arizona, revelan que este comportamiento se propaga mejor cuando se origina en una subpoblación y la competencia entre los grupos es intensa, y también cuando el tamaño de la población es reducido, como la población africana de H. sapiens de la que todos descendemos. Los cazadores-recolectores suelen vivir en grupos de unos 25 individuos, los cuales se casan con otros de fuera del grupo
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y forman tribus de varios grupos vinculados por el intercambio de parejas y bienes y por un lenguaje y tradiciones comunes. En ocasiones también se pelean con otras tribus. Sin embargo, al hacerlo corren grandes riesgos, lo que plantea la cuestión de qué puede desencadenar esta disposición a entrar en combate. La interpretación sobre cuándo compensa entablar una lucha se apoya sobre la teoría clásica de la «defendibilidad económica», propuesta en 1964 por Jerram Brown, ahora en la Universidad de Albany, para explicar la variación de la agresividad entre las aves. Brown planteaba que los individuos actúan de forma violenta para alcanzar ciertas metas que aumentan su supervivencia y su éxito reproductor. La selección natural favorece la lucha cuando esta permite alcanzar tales objetivos. Una meta principal en todos los organismos consiste en asegurarse el suministro de alimentos. Si la comida puede defenderse, entonces se seleccionará la aparición de un comportamiento agresivo que permita protegerla. Pero si los recursos no pueden defenderse o cuesta demasiado vigilarlos, entonces tal conducta resultará contraproducente. En otro artículo clásico publicado en 1978, Rada DysonHudson y Eric Alden Smith, ambos entonces en la Universidad Cornell, aplicaron la teoría de la defendibilidad económica a sociedades humanas pequeñas. Su trabajo mostró que la defensa de los recursos tiene sentido cuando estos se hallan concentrados y son predecibles. Nosotros añadiríamos que los recursos en cuestión deben ser cruciales para el organismo, ya que nadie va a proteger un recurso que no necesita. Este principio todavía se mantiene hoy en día: los grupos étnicos y los Estados luchan ferozmente por obtener recursos abundantes, previsibles y valiosos, como el petróleo, el agua y la tierra fértil. Una implicación de esta teoría sobre la territorialidad es que, cuando apareció H. sapiens, los ecosistemas que habrían fomentado el conflicto intergrupal y, a su vez, los comportamientos cooperativos que permitirían tales combates no se hallaban generalizados en todo el mundo. Se limitaban a aquellos lugares donde abundaban recursos de alta calidad. En África, estos suelen resultar escasos e impredecibles, lo cual explica por qué la mayoría de los pueblos cazadores-recolectores estudiados en ese continente invierten poco tiempo y energía en la defensa de las fronteras. Pero hay excepciones a esta regla. Algunas regiones costeras concentran alimentos muy ricos en forma de amplios lechos de marisco. Y los registros etnográficos y arqueológicos de los pueblos cazadores-recolectores revelan que los mayores conflictos se han producido entre los grupos que aprovechaban los recursos litorales, como los indios de la costa del Pacífico en Norteamérica. ¿En qué momento los alimentos abundantes y previsibles se convirtieron en la piedra angular de la dieta humana? Durante millones de años, nuestros antepasados se nutrían de plantas y animales terrestres, y, en ocasiones, de alimentos acuáticos continentales. Todos estos recursos se hallan poco concentrados en el espacio y la mayoría resultan impredecibles. Por esta razón, nuestros antecesores vivían en grupos muy dispersos y estaban constantemente viajando en busca de sustento. Al aumentar la capacidad cognitiva humana, alguna población ideó la forma de sobrevivir en la costa a base del consumo de marisco. Las excavaciones de mi equipo en los yacimientos de Pinnacle Point indican que este cambio comenzó en las costas del sur de África hace 160.000 años. Allí, por primera vez en la historia de la humanidad, se empezaron a consumir recursos que aparecían en grandes cantidades y que eran predecibles y muy nutritivos, un hecho que provocó un importante cambio social.
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El registro genético y arqueológico indica que H. sapiens sufrió una disminución en su población poco después de su origen, debido a una fase de enfriamiento global que duró desde hace unos 195.000 hasta hace 125.000 años. Durante los ciclos glaciales más intensos, cuando era difícil hallar plantas comestibles y animales en los ecosistemas continentales, los ambientes litorales constituyeron un refugio donde obtener alimentos. Los recursos de esas zonas resultaron cruciales para la supervivencia de nuestra especie y también se convirtieron en un motivo de lucha. Experimentos recientes realizados en la costa del sur de África por Jan De Vynck, de la Universidad Metropolitana Nelson Mandela, muestran que los bancos de mariscos pueden ser muy productivos y proporcionar hasta 4500 calorías por hora dedicada a la recolección. Nuestra hipótesis plantea, en esencia, que los recursos litorales eran abundantes, predecibles y muy nutritivos. Tales condiciones generaron un alto nivel de territorialidad entre los humanos, la cual desencadenó conflictos intergrupales. La lucha constante propició la selección de las conductas prosociales dentro de los grupos. Trabajar de forma cooperativa permitía defender los bancos de mariscos y mantener el acceso exclusivo a este preciado bocado, por lo que este comportamiento se extendió por toda la población. ARMAS DE GUERRA
Con tal capacidad de cooperar con individuos no emparentados, H. sapiens se hallaba preparado para convertirse en una fuerza imparable. Sin embargo, pensamos que también necesitaría una nueva técnica para alcanzar su máximo potencial de conquista: las armas de proyectil. Esta invención tardó tiempo en adquirirse. Las técnicas son aditivas, ya que se basan en experimentos y conocimientos previos que se vuelven cada vez más complejos. El desarrollo de las armas de proyectil habría seguido ese camino. Lo más probable es que evolucionase desde los palos de apuñalamiento, las lanzas, los propulsores para lanzar venablos (atlatl), el arco y las flechas hasta alcanzar las formas tan refinadas que hoy utilizamos para lanzar objetos mortíferos. A cada paso, esa técnica se hizo más letal. Una lanza de madera simple afilada en un extremo puede producir heridas punzantes, pero estas lesiones tienen un impacto limitado debido a que el animal no sangra de forma rápida. El daño aumenta si se incorpora una punta de piedra tallada. No obstante, para fabricarla se requieren distintas técnicas sucesivas: debe darse forma de punta a un utensilio lítico para que penetre en la piel de los animales, con una base que permita unirla a una lanza; y debe engancharse firmemente la punta de piedra a la madera, ya sea mediante algún pegamento o algún material para atar. Jayne Wilkins, ahora en la Universidad de Ciudad del Cabo, y sus colaboradores han demostrado que las herramientas de piedra halladas en el yacimiento sudafricano Kathu Pan 1 se utilizaron como puntas de lanza hace unos 500.000 años. La antigüedad de Kathu Pan 1 indica que este tipo de técnica fue desarrollado por el último antepasado común de los neandertales y de los humanos modernos. Como era de esperar, los restos posteriores, de hace 200.000 años, demuestran que ambas especies descendientes también la utilizaban. Tal coincidencia significa que durante cierto tiempo hubo un equilibrio de poder entre los neandertales y los primeros H. sapiens. Pero esa situación cambiaría pronto. Los expertos coinciden en que la aparición de utensilios de piedra diminutos en el registro arqueológico señala el desarrollo de una verdadera técnica de proyectil, en la que la ligereza y la
CORTESÍA DE SIMEN OESTMO (arriba) ; CORTESÍA DE BENJAMIN SCHOVILLE (abajo)
balística resultan fundamentales. Las herramientas son demasiado pequeñas para poder ser empleadas directamente con la mano. Es necesario montarlas o engancharlas mediante ranuras a un hueso o madera para crear armas que puedan ser lanzadas a gran velocidad y larga distancia. Los ejemplos más antiguos que se conocen de la denominada industria de microlitos proceden precisamente de Pinnacle Point. En un refugio rocoso, conocido como PP5-6, mi equipo descubrió una larga secuencia de ocupación humana. Mediante el método de datación llamado luminiscencia por estimulación óptica, la geocronóloga Zenobia Jacobs, de la Universidad de Wollongong, determinó que los niveles arqueológicos de PP5-6 abarcaban un período de hace entre 90.000 y 50.000 años. Las herramientas microlíticas más antiguas del yacimiento datan de unos 71.000 años [véase «El origen de la cultura humana», por Zenobia Jacobs y Richard G. Roberts, en este mismo número]. Esta datación sugiere que un cambio climático pudo haber precipitado la invención de la nueva técnica. Antes de hace 71.000 años, los habitantes de PP5-6 elaboraban grandes puntas de piedra y cuchillos utilizando cuarcita, un tipo de roca. Un miembro de mi equipo, Erich Fisher, de la Universidad estatal de Arizona, ha demostrado que en aquella época la costa se situaba cerca de Pinnacle Point. Y las reconstrucciones del clima y del ambiente realizadas por Mira Bar-Matthews, del Servicio Geológico de Israel, y Kerstin Braun, ahora investigadora posdoctoral en la Universidad estatal de Arizona, indican que las circunstancias se asemejaban a las que prevalecen hoy en día en la zona, con fuertes lluvias en invierno y una vegetación arbustiva. Pero, hace unos 74.000 años, el clima del mundo comenzó a cambiar hacia unas condiciones glaciales. El nivel del mar descendió y quedó expuesta una amplia llanura litoral. Y las lluvias de verano aumentaron, lo que propició la extensión de pastos de alto valor nutritivo y bosques dominados por acacias. Creemos que en estas llanuras emergidas se desarrollaría un ecosistema donde los animales migrarían en busca de alimento; siguiendo las precipitaciones y la hierba fresca, se desplazarían hacia el este en verano y hacia el oeste en invierno [véase «Cambios climáticos y evolución humana», por Peter B. deMenocal; Investigación y Ciencia, noviembre de 2014]. No está claro por qué los habitantes de PP5-6 empezaron a fabricar utensilios de piedra pequeños y ligeros poco después de que el clima cambiase. Quizás intentaban cazar los animales que migraban a través de la nueva llanura. Cualquiera que sea la razón, lograron crear técnicas ingeniosas para construir sus herramientas diminutas. Empezaron a utilizar otro tipo de piedra como materia prima, la silcreta, que calentaban con fuego para ayudar a dar forma a las pequeñas y afiladas puntas. Solo tras el cambio climático, gracias a la extensión de los bosques de acacia, los primeros humanos modernos tuvieron acceso a un suministro constante de leña con el que pudieron fabricar con calor estas herramientas microlíticas. Todavía desconocemos en qué tipo de técnica de proyectil se empleaban esos microlitos. Mi colega Marlize Lombard, de la Universidad de Johannesburgo, ha estudiado ejemplos ligeramente posteriores de otros yacimientos y piensa que representan el origen del arco y la flecha, ya que los patrones de daño presentes en ellos se asemejan a los observados en puntas de flecha. Pero no estamos totalmente convencidos de esta idea, dado que su estudio no analizó el daño que pueden generar los propulsores de venablos. Ya sea en Pinnacle Point o en otra parte, creemos que la técnica de los propulsores es más simple y precedió a la más compleja del arco y las flechas.
LOS DIMINUTOS CUCHILLOS DE PIEDRA,o microlitos (arriba), hallados en Pinnacle Point, Sudáfrica, indican que los humanos inventaron las armas de proyectil hace al menos 71.000 años. Unían los microlitos a varas de madera para formar flechas o dardos, como se observa en esta reconstrucción (abajo).
También sospechamos que, al igual que los últimos cazadoresrecolectores de África, cuyas vidas han sido documentadas en estudios etnográficos, los primeros H. sapiens habrían descubierto la eficacia del veneno y lo utilizaron para aumentar el poder letal de los proyectiles. En la caza con lanza, el último instante antes de la muerte de la presa resulta caótico y peligroso. Un animal en el suelo, caído de rodillas por agotamiento y por la pérdida de sangre, acude a un último recurso: el instinto lo lleva a luchar por su vida por última vez e intenta huir y clavar sus cuernos en las entrañas del agresor. Las vidas tan cortas y los cuerpos magullados de los neandertales hacen pensar que sufrieron las consecuencias de la caza de animales grandes con lanzas de corto alcance. Ahora podemos imaginar las ventajas de un proyectil lanzado a larga distancia y con la punta impregnada de veneno que paralizara la presa, lo que permitiría al cazador poner fin a la persecución con poco riesgo. La nueva arma se convertiría en un invento revolucionario.
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FUERZA DE LA NATURALEZA
La combinación de las armas de proyectil y un comportamiento hiperprosocial dio lugar a un ser nuevo muy especial, cuyos representantes formaban equipos que operaban como si se tratara de un depredador único e imparable. Ninguna presa o enemigo se hallaba a salvo. Gracias a esta poderosa combinación, un grupo de seis hombres que hablen seis idiomas distintos pueden ponerse a remar al unísono y remontar olas de diez metros para que un arponero pueda elevarse por la proa y, a la orden del capitán, lanzar un hierro letal contra el cuerpo palpitante de un
leviatán, un animal que vería a los humanos como a pequeños pececillos. De la misma forma, una tribu de 500 personas dispersas en una red de 20 bandas puede desplegar un pequeño ejército para exigir retribución a una tribu vecina por haber penetrado en su territorio. La aparición de esa extraña mezcla de carácter asesino y a la vez colaborador permitiría explicar por qué, cuando reaparecieron las condiciones glaciales hace entre 74.000 y 60.000 años y amplias regiones de África se volvieron inhóspitas, las poblaciones humanas modernas no disminuyeron como lo habían hecho an-
N U E VO E S C E NA R I O
El último invasor
Hace unos 35.000 años
Homo sapiens no se limitó a seguir las hueDispersión por el Ártico Hace unos llas de sus predecesores. Se adentró en territo45.000 años rios novedosos y transformó los ecosistemas a Llegada a Europa donde logró llegar. occidental Después del origen del género Homo en Extinción África (morado), hace unos dos millones de de los años, distintas especies primitivas de humanos neandertales empezaron a dispersarse fuera del continente. Llegaron a ocupar diversas regiones de Eurasia y, finalmente, evolucionaron hacia el Homo erecHace unos tus, los neandertales y los denisovanos (verde). 55.000 años Hace 200.000 años apareció el H. sapiens Llegada al anatómicamente moderno. Cuando las condisudeste de Asia ciones climáticas empeoraron e hicieron inhaExtinción bitable gran parte del interior de África, hace de los Hace unos 160.000 años, algunos miembros de nuesdenisovanos entre 70.000 tra especie se refugiaron en la costa sur y apreny 55.000 años dieron a alimentarse de los ricos bancos de Los humanos marisco. El autor propone que este cambio en modernos salen de África el estilo de vida les llevó a desarrollar una tendencia codificada en los genes a cooperar con individuos no emparentados, lo que les ayudó a defender mejor el marisco frente a los intrusos. Gracias a la singular colaboración y conectividad Hace unos social, nuestros antepasados se hicieron cada 71.000 años vez más creativos e inventaron así una técnica Armas de revolucionaria: las armas de proyectil. proyectil Dotado con estos dos atributos, la cooperaCooperación intragrupal ción extrema y las armas de proyectil, H. sapiens e intergrupal se hallaba preparado para salir de África y conHace unos Selección (tribal) quistar el mundo (flechas rojas). Se extendió más 45.000 años del comporallá de Europa y Asia, y llegó a continentes tamiento Llegada a Australia hiperprosocial e islas donde nunca antes lo había Extinción de Elevada logrado ningún humano la megafauna territorialidad (marrón). y conflictos Hace entre 160.000 y 120.000 años Secuelas H. sapiens Con la propagación de nuestra especie se sucedieron grandes cambios ecológicos. La coloniaprende a explotar zación de Europa y Asia terminó con los humanos arcaicos que allí vivían. Cuando H. sapiens Hace los ricos recursos alcanzó regiones nunca antes habitadas por ninguna otra especie humana, cazó con rapidez entre 200.000 costeros las grandes presas, o megafauna, hasta provocar su extinción. Probablemente, la megafauna y 160.000 años de Eurasia soportó mejor la invasión, ya que durante mucho tiempo había convivido con la preOrigen de Homo sencia de humanos arcaicos y se había producido un equilibrio entre depredadores y presas. sapiens y de la cognición compleja FUENTE: «GLOBAL LATE QUATERNARY MEGAFAUNA EXTINCTIONS LINKED TO HUMANS, NOT CLIMATE CHANGE», POR CHRISTOPHER SANDOM ET AL., en África EN PROCEEDINGS OF THE ROYAL SOCIETY B, VOL. 281, 22 DE JULIO DE 2014 (dispersión de los homininos y mapa de extinción de la megafauna); TERRA CARTA (mapas)
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tes. De hecho, en Sudáfrica se expandieron y crearon una amplia diversidad de herramientas complejas. La diferencia radicaba esta vez en que los humanos estaban equipados para responder a cualquier crisis ambiental gracias a sus conexiones sociales flexibles y a las nuevas técnicas. Se convirtieron en los depredadores alfa del medio terrestre y, con el tiempo, del marino. Esta capacidad para dominar cualquier ambiente fue la clave que finalmente les abrió la puerta de África y del resto del mundo. Las especies humanas arcaicas, que no podían aliarse ni lanzar armas, no tenían ninguna posibilidad de enfrentarse a esa
Hace unos 14.000 años
Llegada a Norteamérica Extinción de la megafauna
Hace unos 13.500 años
Llegada a Sudamérica Extinción de la megafauna Origen del género Homo Primeras especies arcaicas de Homo, incluido H. erectus Últimas especies arcaicas de Homo, incluidos los neandertales y los denisovanos Especies arcaicas de Homo periféricas
nueva especie. Se ha debatido durante tiempo por qué se extinguieron nuestros primos neandertales. Creo que la explicación más escalofriante, pero también la más probable, es que los los humanos invasores vieron los neandertales como un competidor y una amenaza y, por consiguiente, los exterminaron. Habían evolucionado para actuar de este modo. A veces pienso en cómo se produjo ese fatídico encuentro entre ambas especies. Me imagino a los neandertales alrededor de sus fogatas jactándose con relatos de batallas titánicas contra enormes osos y mamuts, unas luchas emprendidas bajo el cielo gris de la Europa glacial que dejaban en el hielo manchas de la sangre de sus presas y de sus hermanos. Pero un día, las historias sufrirían un giro brusco y los príncipes se volvieron temerosos. Los narradores hablaban de nuevas personas que llegaban a sus tierras, gente rápida e inteligente que lanzaban sus lanzas desde distancias imposibles, con una precisión espantosa. Estos extraños se presentaban incluso de noche en grupos grandes, matando a hombres y niños y capturando a algunas mujeres. La triste historia de los neandertales, las primeras víctimas del ingenio y la cooperación de los humanos modernos, ayuda a entender por qué hoy en día se suceden en todo el mundo horribles actos de genocidio y exterminio. Cuando los recursos y las tierras escasean, designamos a los que no se nos parecen o no hablan igual que nosotros como «los otros», y luego, para eliminar la competencia, usamos esas diferencias para justificar su matanza o expulsión. La ciencia ha descubierto los estímulos que nos empujan a clasificar a las personas como «otros» y a tratarlas de forma execrable. Pero el hecho de que H. sapiens evolucionara para reaccionar de esta manera despiadada en situaciones de penuria no significa que no podamos evitarlo. La cultura puede anular incluso el más fuerte de los instintos biológicos. Espero que el reconocimiento de las causas de esa transformación instintiva en tiempo de vacas flacas nos permita elevarnos por encima de nuestros impulsos malévolos y prestar atención a uno de nuestros principios culturales más importantes: «Nunca más». Artículo publicado en Investigación y Ciencia, octubre de 2015
H. sapiens Dispersión de H. sapiens Los humanos modernos no son los primeros en llegar; extinción de otros homininos
EL AUTOR
Curtis W. Mareanes profesor en la facultad de evolución humana y cambio social de la Universidad estatal de Arizona y director asociado del Instituto de los Orígenes Humanos, en la misma universidad. También es profesor honorario de la Universidad Metropolitana Nelson Mandela, en Sudáfrica. Se interesa en especial por los orígenes de los humanos modernos y la ocupación de los ecosistemas litorales. Su investigación es financiada por la Fundación Nacional para la Ciencia de EE.UU. y la Fundación de la Familia Hyde.
Los humanos modernos son los primeros en llegar; extinción de megafauna
PARA SABER MÁS
An early and enduring advanced technology originating 71,000 years ago in South Africa.Kyle S. Brown et al. en Nature, vol. 491, págs. 590-593, noviembre de 2012. The origins and significance of coastal resource use in Africa and western Eurasia.Curtis W. Marean en Journal of Human Evolution, vol. 77, págs. 17-40, diciembre de 2014. EN NUESTRO ARCHIVO
Tasa de extinción de grandes mamíferos
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78 %
Sin datos
Cuando el mar salvó a la humanidad.Curtis W. Marean en IyC, octubre de 2010. Raíces del espíritu cooperativo.Frans B. M. De Waal, en este mismo número. La pequeña gran diferencia.Gary Stix, en este mismo número.
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COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
Raíces del espíritu cooperativo La predisposición singular de nuestra especie a cooperar en sociedades de gran tamaño tiene un origen evolutivo remoto Frans de Waal
E
MARTIN O’NEILL
l debate sobre el modo en que la humanidad ha logrado erigirse en la forma de vida dominante, con una población creciente que ya supera los siete mil millones de personas, ha girado siempre en torno a la competencia. Según se dice, nuestros ancestros fueron ocupando tierras y exterminaron otras especies, entre ellas a nuestros hermanos los neandertales, y cazaron los grandes depredadores hasta la extinción. Hemos conquistado la naturaleza a sangre y fuego.
Pero resulta improbable que tal idea se ajuste a la realidad. Nuestros antecesores eran demasiado pequeños y vulnerables para dominar la sabana. Vivieron bajo la amenaza constante de las jaurías de hienas, de una decena de grandes felinos y de otras bestias peligrosas. Quizá debamos nuestro éxito como especie más a la aptitud para cooperar que a la inclinación a la violencia. Nuestra actitud cooperativa tiene profundas raíces evolutivas en el reino animal, pero solo la especie humana se organiza en grupos de individuos capaces de lograr hazañas colosales. Solo ella posee la compleja moralidad para poner de relieve las responsabilidades de los demás y hacerlas cumplir a través de la reputación o del castigo. Y, en ocasiones, llevamos a cabo
proezas increíbles que desbaratan la idea de que solo actuamos motivados por el interés propio. Veamos un suceso que tuvo lugar en 2013 en una estación de metro de Washington D.C. La silla de ruedas eléctrica de un pasajero se averió, con tan mala suerte que este acabó tendido sobre los raíles. En segundos, varios testigos saltaron a la vía y lo rescataron antes de la llegada del tren. Un rescate aún más arriesgado tuvo lugar en 2007 en el suburbano de Nueva York cuando Wesley Autrey, un obrero de la construcción de 50 años, salvó la vida a un hombre que cayó a la vía en el momento en que entraba el convoy en la estación. Sin tiempo material para sacarle, Autrey se lanzó a la vía y permaneció sobre el accidenta-
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LOS CAZADORES DE BALLENAS de Lamalera,que afrontan codo con codo situaciones de vida o muerte, poseen un profundo sentido de la equidad.
LA COOPERACIÓN EN LOS PRIMATES
Con regularidad presencio casos menos dramáticos de cooperación altruista en el Centro Nacional de Primatología Yerkes, de la Universidad Emory. Desde mi despacho se divisa un gran cercado herboso en el que una vieja chimpancé llamada Peony mata el tiempo tomando el sol en compañía de otros iguales. Los brotes de artritis que la aquejan le impiden con frecuencia caminar y trepar. Pero cuando intenta encaramarse al armazón de trepa, una hembra joven sin parentesco con ella se coloca detrás y la empuja hacia arriba apoyando las manos sobre sus anchas nalgas. También hemos visto a otros compañeros llevarle agua, pues para ella caminar hasta el grifo puede resultar agotador: cuando comienza a dirigirse hacia él, otros se le adelantan, toman un trago de agua y se detienen ante ella, que, dispuesta, abre la boca de par en par para que le escupan el chorro. Numerosos estudios recientes han analizado la cooperación en los primates y llegan a tres conclusiones importantes. La primera es que tal conducta no depende de vínculos familiares. Aunque los simios prefieren a los parientes, la ayuda no se limita a la familia. El análisis del ADN de las heces ha permitido averiguar el parentesco de los chimpancés que cazan y vagan juntos por el bosque: la mayoría de las alianzas fuertes las traban individuos sin lazos familiares. Los amigos se acicalan, se avisan de la presencia de depredadores y comparten el alimento.
LAS PROFUNDAS RAÍCES DEL ALTRUISMO
La predisposición al altruismo de los primates tal vez surgió a raíz del cuidado maternal que todos los mamíferos dispensan. Ya sea ratón o elefante, la madre ha de responder a las señales de hambre, dolor y miedo de las crías, pues de lo contrario podrían perecer. Esa sensibilidad se extendió a otras relaciones, reforzando los vínculos afectivos, la empatía y la cooperación en el seno de una sociedad más grande. La cooperación brinda beneficios sustanciales, por lo que no es sorprendente que se extendiera. En el reino animal predomina la cooperación mutualista, que supuestamente alcanza
EN SÍNTESIS
La especie humanaposee la singular aptitud de cooperar en grupos numerosos y organizados y recurre a una moralidad compleja, basada en la reputación y el castigo.
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Gran partedel fundamento de esa cooperación, incluida la empatía y el altruismo, se observa también en nuestros parientes más cercanos, los primates antropomorfos.
La singularaptitud cooperativa de Homo sapiens le ha permitido erigirse en la forma de vida dominante del planeta.
FRED BRUEMMER, G ETTY IMAGES
do mientras cinco vagones rodaban por encima de sus cabezas. Luego restó importancia al acto heroico. Sin duda lo había sido. Pero ¿qué le impulsó a poner en riesgo su vida para salvar a un desconocido en el metro? Para responder a esta pregunta y saber cómo acabamos cooperando de otras maneras, debemos dirigir la mirada hacia nuestros primos evolutivos en busca de conductas similares, en especial a nuestros parientes vivos más próximos: el chimpancé y el bonobo.
En segundo lugar, la cooperación se basa a menudo en la reciprocidad. Los experimentos indican que los chimpancés recuerdan los favores recibidos. Un estudio de una colonia cautiva analizó el acicalamiento matinal antes de la hora de comer. Cuando se ofrecía a los simios alimentos que podían compartir, como sandías, a los afortunados que se hacían con ellas enseguida les rodeaba una multitud de pedigüeños que extendían la mano entre quejidos y lamentos; se comprobó que aquellos que habían acicalado a los afortunados por la mañana tenían más posibilidades de recibir una parte. En tercer lugar, la cooperación puede estar motivada por la empatía, un rasgo común en todos los mamíferos [véase «La empatía en los animales», por Frans B. M. de Waal; Mente y Cerebro n.o 38, 2009]. Nos identificamos con los demás en situaciones de necesidad, dolor o angustia, y ello nos impulsa a prestar ayuda. Ahora se cree que los primates van más allá y se preocupan del bienestar de otros. En un experimento clásico se colocan dos monos juntos y a uno de ellos se le da a escoger entre dos fichas de colores: si elige una de ellas recibe recompensa él, pero si opta por la otra los dos reciben premio. Después de pocas rondas, acaba eligiendo más a menudo la ficha altruista. La preferencia no se basa en el miedo a su vecino, porque precisamente los monos más generosos son los dominantes (y menos temerosos, por tanto). A veces, como en la prueba anterior, la preocupación por el prójimo no acarrea coste alguno para sí mismo, pero los primates también prestan ayuda aunque suponga un coste elevado, como cuando el acto de generosidad implica perder la mitad del alimento. Se sabe que los chimpancés adoptan a individuos huérfanos o acuden en defensa de otros miembros cuando son atacados por leopardos, acciones altruistas que pueden costar muy caras.
tan amplia difusión porque rinde beneficios inmediatos, como conseguir alimento o repeler a los agresores. Consiste en trabajar juntos en pos de un objetivo obvio que resulta ventajoso para todos, como cuando una jauría de hienas abate un ñu, o una bandada de pelícanos dispuestos en semicírculo consigue cercar con las patas un banco de peces en aguas someras para darse un festín. Esa cooperación se basa en una acción perfectamente coordinada y en el posterior reparto de los beneficios. A su vez, tales acciones dan pie a conductas cooperativas más refinadas, como la compartición. Si una hiena o un pelícano monopolizasen todas las recompensas, el sistema se desmoronaría. La supervivencia depende de la capacidad de compartir, lo cual explica que tanto los humanos como los animales seamos tan puntillosos con los repartos justos. Los experimentos demuestran que monos, perros y ciertas aves sociales rehúsan el premio cuando es inferior al que otro recibe por la misma tarea; el chimpancé y el hombre van más allá y moderan el reparto de las recompensas para evitar la frustración de terceros. Debemos nuestro sentido de la equidad a la larga historia de cooperación mutualista. LA SINGULARIDAD HUMANA
El ser humano ofrece ejemplos vívidos del vínculo entre el reparto y la supervivencia. Los habitantes de Lamalera, en Indonesia, se adentran en alta mar en grandes canoas a la caza de ballenas con las manos casi desnudas. Los balleneros reman hacia la presa hasta que el arponero puede saltar sobre su lomo para clavar con todas sus fuerzas el arma, tras lo cual se limitan a seguir de cerca al leviatán hasta que muere desangrado. La vida de muchas familias depende de la pesca, por lo que el buen reparto de la presa está siempre muy presente entre la docena de hombres que ocupan el bote. No sorprende en absoluto que los lamaleranos sean los paladines de la equidad, un atributo que los antropólogos valoran con una herramienta llamada el juego del ultimátum, que mesura la preferencia por las ofertas equitativas. En sociedades con mayor autosuficiencia, como aquellas en las que cada familia dispone de una parcela de tierra, la equidad no es tan importante. Una de las diferencias aireadas entre los humanos y otros primates es que somos la única especie que coopera con extraños. A pesar de que nuestra disposición a cooperar depende de las circunstancias —después de todo, también matamos a los que no pertenecen a nuestro grupo—, los primates suelen competir entre sí en la naturaleza. El modo en que las comunidades humanas permiten a los desconocidos atravesar su territorio, comparten vituallas con ellos, intercambian bienes y regalos o se alían contra enemigos comunes no es propio de otros primates. Pero ese aperturismo no exige ninguna explicación evolutiva especial, como algunos pretenden. Seguramente, la cooperación con extraños constituye una prolongación de las tendencias que surgen en el seno de los grupos. En la naturaleza no resulta infrecuente la aplicación de aptitudes fuera del marco original. Un ejemplo lo hallamos en la manera en que los primates emplean las manos para encaramarse a sus madres, una habilidad adquirida en la trepa a los árboles. Experimentos en los que capuchinos y bonobos se relacionan con desconocidos han demostrado su capacidad de intercambiar favores y compartir alimentos. En otras palabras, el potencial para cooperar con extraños está presente en otras especies aunque las situaciones que dan pie a ello sean inusuales en la naturaleza. Con todo, en un aspecto sí parecemos únicos: la naturaleza altamente organizada de nuestra cooperación. Entablamos co-
laboraciones jerarquizadas para llevar a cabo proyectos a gran escala de una complejidad y magnitud sin igual en la naturaleza. Pensemos en los arrozales aterrazados del delta del Mekong o en la tecnología que ha permitido construir el Gran Colisionador de Hadrones del CERN. La mayor parte de la cooperación animal surge de la propia organización. A veces, los animales se reparten los papeles y se coordinan estrechamente. Sucede así cuando un grupo de orcas crea una ola para barrer a una foca del témpano flotante donde descansa; o cuando varios chimpancés macho se dividen en grupos para perseguir y rodear a un grupo de monos pequeños en la copa de los árboles, como si hubieran acordado antes su cometido. No se sabe cómo se crean y se comunican las intenciones en este tipo de cooperación, pero no parecen estar orquestadas por los cabecillas, como resulta habitual en los humanos. La especie humana también dispone de mecanismos de cooperación que por ahora son inéditos en otras especies. A través del contacto reiterado, nos labramos una reputación como amigos de confianza o, por el contrario, somos castigados si nuestro empeño es flaco. La sombra del castigo también disuade a los individuos de cometer fraudes. En el laboratorio penalizamos a los aprovechados aun a costa de nosotros mismos, práctica que a la larga fomenta la cooperación en el grupo. Existe un gran debate en torno a cuán habitual es el castigo en la vida real, fuera del laboratorio, pero sabemos que nuestros sistemas morales incluyen expectativas sobre la cooperación y que nos mostramos muy sensibles a la opinión pública. Los participantes en un experimento donaron más dinero para una buena causa cuando se vieron observados por un par de ojos dibujados en la pared. Al sentirnos vigilados, nos preocupa nuestra reputación. Y esa preocupación sobre la reputación podría haber sido el elemento cohesivo que permitió a Homo sapiens conformar sociedades más grandes. Durante gran parte de la prehistoria humana, nuestros ancestros llevaron una vida nómada muy similar a la de los actuales cazadores-recolectores. Estos pueblos se inclinan por la paz y el comercio con otras comunidades, lo cual sugiere que los primeros H. sapiens compartían esos rasgos. Sin negar nuestro lado violento, estoy convencido de que esa predisposición para la cooperación es la que nos ha llevado tan lejos. Partiendo de tendencias que surgieron y evolucionaron en los primates no humanos, hemos tejido complejas redes sociales integradas por individuos que cooperan de innumerables formas. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, noviembre de 2014
EL AUTOR
Frans de Waalostenta la cátedra C. H. Candler de comportamiento de primates en la Universidad Emory y es director del Centro Living Links en el Centro Nacional de Primatología Yerkes. PARA SABER MÁS
The human potential for peace.Douglas P. Fry. Oxford University Press, 2005. El mono que llevamos dentro.Frans B. M. de Waal. Tusquets Editores, 2007. The age of empathy.Frans B. M. de Waal. Harmony Books, 2009. Prosocial primates: Selfish and unselfish motivations.Frans B. M. de Waal y Malini Suchak en Philosophical Transactions of the Royal Society B, vol. 365, n.o 1553, págs. 2711-2722; septiembre de 2010. EN NUESTRO ARCHIVO
¿Por qué cooperamos?Martin A. Nowak en IyC, octubre de 2012.
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COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
La pequeña gran diferencia
FRENTE A FRENTE:A pesar de la diferencia en el volumen cerebral, humanos y chimpancés (a la derecha, un cráneo de este animal) comparten un gran número de facultades cognitivas. Los expertos aún debaten sobre qué cualidad clave nos distingue de ellos.
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La capacidad para involucrarnos en tareas comunes complejas —desde cazar grandes presas hasta erigir ciudades— podría haber sido lo que separó a nuestra especie del resto de los primates Gary Stix
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n un laboratorio de Leipzig, dos niños de muy corta edadobservan unos ositos de gominola colocados en una tabla que está fuera de su alcance. Para conseguirlos deben tirar a la vez de los dos extremos de una cuerda. Si solo lo hace uno de ellos, ambos se quedarán sin nada. niños comienzan a mostrar una aguda consciencia sobre lo que ocurre en la cabeza de sus padres. Manifiestan esa capacidad siguiendo la mirada de sus progenitores o dirigiendo la vista hacia donde estos señalan. Hasta cierto punto, también los chimpancés pueden imaginar qué sucede en la mente de un congénere. Sin embargo, los humanos llevamos esa facultad un paso más allá. Tanto niños como adultos pueden poner en común sus mentes y colegir qué deberían hacer para ejecutar una tarea en común. El sencillo pasatiempo en que un adulto y un niño se pasan una pelota resulta posible gracias a esta sutil ventaja cognitiva. Algunos psicólogos y antropólogos creen que, hace cientos de miles de años, esa capacidad para unir mentes pudo acabar determinando la evolución de nuestra especie. El talento que mostraban los pequeños grupos de cazadores-recolectores a la hora de trabajar juntos habría desencadenado una serie de cambios cognitivos que, a la postre, dieron lugar al desarrollo del lenguaje y a la propagación de las diferentes culturas por todo el mundo. Esta manera de ver la evolución psicológica humana, inferida a partir de estudios con niños y chimpancés, es aún especulativa y tiene sus detractores. Con todo, tal vez sea la hipótesis que brinda un panorama más amplio para describir el origen de las facultades cognitivas que hacen tan especiales a los humanos. EL EFECTO TRINQUETE
El MPI-EVA acoge las mayores instalaciones del mundo dedicadas a explorar las diferencias conductuales entre humanos y grandes simios. En un momento dado, en el instituto pueden estar realizándose docenas de estudios. A fin de seleccionar a los sujetos más adecuados para cada prueba, los investigadores disponen de una base de datos de más de 20.000 niños. Al mismo tiempo, pueden reclutar chimpancés y otros grandes simios
EN SÍNTESIS
Hasta hace poco,se pensaba que lo que distinguía a los humanos de otras especies era su singular capacidad para usar herramientas y una superioridad general en sus facultades cognitivas. Un examen detallado del comportamiento de chimpancés y otros grandes simios ha demostrado que esta idea es errónea.
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Chimpancés y niñospuntúan casi por igual en las pruebas destinadas a evaluar sus facultades generales de razonamiento. Sin embargo, y a diferencia de los humanos, los chimpancés no colaboran en grandes grupos, un requisito imprescindible para desarrollar las sociedades complejas que nos caracterizan como especie.
Varios estudioshan comparado los procesos psicológicos de humanos y chimpancés. Según algunos investigadores, una diferencia esencial entre ambas especies radicaría en la capacidad humana para figurarse qué piensan otros individuos. Gracias a ella, podemos unir esfuerzos y alcanzar objetivos comunes.
PÁGINAS ANTERIORES: INGO ARNDT, G ETTY IMAGES
A pocos kilómetros de distancia, en el zoológico de la ciudad, los investigadores repiten el experimento con dos chimpancés. Si los simios superan el test de la cuerda y la tabla, obtendrán una fruta. Mediante tales experimentos, los científicos esperan resolver un interrogante que les desconcierta: ¿por qué los humanos hemos tenido tanto éxito como especie? Si Homo sapiens y Pan troglodytes comparten cerca del 99 por ciento de su material genético, ¿por qué el ser humano ha poblado casi todos los rincones del planeta, construyendo a su paso la torre Eiffel, Boeing 747 y bombas H? ¿Por qué los chimpancés de África ecuatorial aún forrajean para procurarse la cena, tal y como hacían sus antepasados hace siete millones de años, cuando los humanos arcaicos y los grandes simios se separaron en distintas especies? Al igual que ocurre con todo acontecimiento relacionado con la evolución, cuya escala temporal típica asciende a cientos de miles o millones de años, puede que los expertos nunca lleguen a averiguar qué sucedió. Durante años ha prevalecido la tesis de que la diferencia se debe a nuestra capacidad de fabricar y usar herramientas, así como a la de razonar mediante números y otros símbolos. Sin embargo, a medida que ha aumentado nuestro conocimiento sobre otros primates, esa idea ha ido descartándose. Un chimpancé que disponga de un instructor adecuado puede aprender a sumar, manejar un ordenador y encender un cigarrillo. Hoy por hoy, la cuestión de por qué y en qué medida el comportamiento humano difiere del de los grandes simios es aún objeto de debate. Pero gracias a experimentos como el de Leipzig, auspiciado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva (MPI-EVA, por sus siglas en alemán), los investigadores han identificado la que tal vez constituya la faceta distintiva del aparato cognitivo humano. Una que, sin embargo, pasa inadvertida con facilidad. Antes de cumplir su primer año, en un hito que algunos psicólogos denominan «la revolución de los nueve meses», los
DANIEL ROSENTHAL
ESTRATEGIA GANADORA:Varios estudios han intentado comparar la capacidad de humanos y chimpancés para realizar tareas en común. En el experimento de la imagen, los dos individuos deben tirar a la vez de los extremos de una cuerda para obtener el premio (ositos de gominola o fruta, según el caso). Si uno de los miembros del equipo tira pero el otro no, la cuerda se desliza y ambos quedan sin recompensa.
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PRUEBAS DE INTELIGENCIA
¿Listo como un chimpancé? Una hipótesis muy aceptada sostiene que los humanos somos más inteligentes que otros primates. Hace unos años, un estudio halló que chimpancés y niños pequeños rendían por igual en las pruebas destinadas a evaluar las facultades cognitivas tradicionales, como la inteligencia espacial o la cuantitativa (arriba). No obstante, los niños puntuaron más alto en las pruebas relacionadas con las habilidades sociales, como la capacidad para aprender de los demás (abajo). Razonamiento general
Resultados entre los percentiles 25 y 75
0.00
Humanos Chimpancés Orangutanes Capacidades cognitivas sociales
Puntuación mínima Puntuación máxima
Humanos Chimpancés Orangutanes 0
Mediana
20
40 60 Porcentaje de aciertos
80
100
ficamos nuestras herramientas, las mejoramos y transmitimos ese conocimiento a la siguiente generación, que a su vez hará lo propio. De esta manera, lo que comienza siendo un proyectil de piedra para cazar mamuts acaba convirtiéndose, milenios después, en una honda, una catapulta y un misil balístico. Ese trinquete cultural explica a grandes rasgos el éxito de los humanos como especie. Sin embargo, plantea otra cuestión: ¿qué procesos mentales toman parte en esa transmisión de conocimientos? Para responder a esta pregunta, debemos especular sobre los posibles cambios que, hace cientos de miles de años, operaron en la fisiología y el comportamiento de los homininos. La hipótesis del cerebro social, propuesta por el antropólogo de la Universidad de Oxford Robin Dunbar, sostiene que las dimensiones del grupo y, por tanto, la complejidad cultural, aumentan a medida que lo hace el tamaño del cerebro. Hace 400.000 años, Homo heidelbergensis —probablemente, uno de los antepasados directos de Homo sapiens— tenía un encéfalo casi tan voluminoso como el nuestro. Tomasello propone que los primeros homininos, dotados de un cerebro mayor y enfrentados a la necesidad de alimentar a una población creciente, fueron desarrollando mejores estrategias para rastrear y engañar a sus presas de caza. Las circunstancias ejercieron una fuerte presión selectiva hacia la cooperación: si un miembro no colaboraba con el grupo, asumiendo un papel bien definido a la hora de acorralar a un animal, se vería excluido de batidas posteriores y habría de afrontar un aciago futuro en solitario. Para Tomasello, lo que separó a los humanos del resto de los homininos fue una adaptación evolutiva hacia la «hipersociabilidad». Dado que el registro paleoarqueológico de huesos y utensilios resulta demasiado escaso para poner a prueba la hipótesis de Tomasello, el investigador experimenta con niños y chimpancés. Al comparar a nuestro pariente primate más cercano con un niño que aún no domina el lenguaje ni ha recibido educación formal, resulta posible evaluar las facultades cognitivas que to-
FUENTE: «HUMANS HAVE EVOLVED SPECIALIZED SKILLS OF SOCIAL COGNITION: THE CULTURAL INTELLIGENCE HYPOTHESIS», POR ESTHER HERRMANN ET AL., EN SCIENCE, VOL. 317, 7 DE SEPTIEMBRE DE 2007
(orangutanes, bonobos y gorilas) del Centro de Primatología Wolfgang Köhler, en el zoológico de Leipzig. El instituto se creó hace diecisiete años, siete después de la reunificación alemana. Sus fundadores hubieron de hacer frente a la triste herencia de la antropología alemana y su asociación con las teorías raciales nazis y, en especial, con los atroces experimentos de Josef Mengele, médico y doctor en antropología. Por esa razón, se afanaron en contratar a científicos de origen no alemán para dirigir los grupos de genética, primatología, lingüística y otras disciplinas. Uno de ellos fue Michael Tomasello. Hoy con 64 años, este psicólogo y primatólogo oriundo de Florida comenzó su carrera académica en la Universidad de Georgia con una disertación sobre la adquisición del lenguaje en los niños. Durante su doctorado, en los años setenta, no pocos lingüistas y psicólogos otorgaban al lenguaje el primer puesto en la lista de cualidades que hacen tan excepcionales a los humanos. En su tesis, Tomasello explicaba cómo su hija de casi dos años había aprendido los primeros verbos. La irrupción de las primeras protopalabras (locuciones como play-play o ni-ni) revelaba la inclinación natural de la niña a embarcarse en pruebas de ensayo y error. De manera gradual, aquel ejercicio acabaría permitiéndole desarrollar estructuras gramaticales y sintácticas. Ese proceso contrastaba con las tesis de Noam Chomsky y otros lingüistas, quienes defendían que, de algún modo, la gramática se encuentra genéticamente engastada en el cerebro humano. A Tomasello, esa explicación se le antojaba demasiado reduccionista. «El lenguaje es algo tan complejo que no pudo haber evolucionado del mismo modo que el pulgar oponible», sostiene el investigador. Sus estudios acerca del lenguaje le condujeron a considerar la relación entre cultura y evolución. Tomasello dedujo que, por sí sola, la presión selectiva sobre los rasgos físicos no podía bastar para explicar que, en el breve intervalo transcurrido desde que chimpancés y humanos se separaron, apareciesen las herramientas, el lenguaje, las matemáticas o una organización social compleja. Alguna cualidad mental ausente en los primates no humanos pero innata a los homininos (el grupo que incluye al humano moderno y a sus parientes cercanos extintos) debió posibilitar que nuestros antepasados acelerasen el desarrollo de nuevas técnicas para alimentarse, vestirse y prosperar en casi cualquier entorno, por hostil que fuera. En los años ochenta, Tomasello consiguió una plaza en la Universidad Emory y se sirvió del Centro Nacional de Primatología Yerkes, situado en el mismo campus, para comparar el comportamiento de niños y chimpancés. Con ello dio comienzo a un trabajo de varias décadas que, en 1998, le llevó al Instituto Max Planck de Leipzig. Al estudiar el proceso de aprendizaje en los chimpancés, el investigador observó que estos simios no se imitaban unos a otros del mismo modo en que lo hacemos los humanos. Un chimpancé puede emular a un compañero y usar un palo para extraer hormigas del suelo; después, otros miembros del grupo tal vez hagan lo mismo. Pero, al examinar el fenómeno con mayor detenimiento, Tomasello dedujo que, por más que un chimpancé esté facultado para entender esa manera de usar el palo, no mostrará ningún interés en remedar otras técnicas para cazar insectos. Más importante aún: no intentará ir más allá de lo básico ni perfeccionará el instrumento. Muy al contrario, la innovación sí constituye un rasgo característico de las sociedades humanas. En nuestra especie se observa lo que Tomasello denomina «efecto trinquete»: modi-
davía no han sido moldeadas por la cultura y que, por tanto, pueden considerarse innatas. Las investigaciones llevadas a cabo en el MPI-EVA han revelado más similitudes que diferencias entre humanos y chimpancés. Sin embargo, también han sacado a la luz la que Tomasello califica como «pequeña gran diferencia». Esther Herrmann, del departamento de psicología comparada y del desarrollo del MPI-EVA, dirigió un gran proyecto de investigación que se prolongó entre 2003 y 2007, año en que los resultados aparecieron en Science. En él, se efectuaron múltiples pruebas cognitivas a 106 chimpancés en dos reservas naturales en África, 32 orangutanes en Indonesia y 105 niños de dos años y medio en Leipzig. Los investigadores se proponían determinar si el hecho de contar con un cerebro más voluminoso implicaba una mayor inteligencia por parte de los niños y, de ser el caso, precisar el significado de «inteligencia» en este contexto. A tal fin, sometieron a las tres especies a pruebas para medir su razonamiento espacial (como buscar una recompensa escondida), su capacidad para discriminar entre cantidades grandes y pequeñas y para comprender relaciones de causa y efecto. En todos los casos, niños y chimpancés obtuvieron resultados casi idénticos (los orangutanes no salieron tan bien parados). En lo referente a las capacidades sociales, sin embargo, no hubo punto de comparación. Los niños superaron tanto a chimpancés como a orangutanes en todas aquellas pruebas
uno tiene una imagen mental del objeto, del mismo modo en que todos los miembros de un grupo de Homo heidelbergensis podían ver en un ciervo una representación de la cena. Esa capacidad de embarcarse con otra persona en un juego u otra actividad es lo que Tomasello llama «intencionalidad compartida», término que ha tomado prestado de la filosofía. Según explica, se trataría de una adaptación evolutiva exclusiva del ser humano. Una pequeña diferencia de consecuencias monumentales, arraigada en una predisposición innata para la interacción social cooperativa. INDAGAR EN MENTE AJENA
Hasta cierto punto, también los chimpancés pueden leer la mente de sus congéneres. Sin embargo, su inclinación natural consiste en usar esa información para vencer a un competidor en la búsqueda de comida o pareja. Según Tomasello, los chimpancés adoptan esquemas mentales maquiavélicos, del estilo de «si yo hago esto, ¿hará él esto otro?». En octubre de 2010, durante una charla en la Universidad de Virginia, el investigador apuntaba que resultaría inconcebible ver a dos chimpancés transportando un tronco juntos. Las diferencias entre una especie y otra quedaron patentes en el experimento de la cuerda y la tabla. En él, dos chimpancés podían alcanzar una fruta solo si ambos tiraban a la vez de una cuerda atada a un tablón. Si la comida se colocaba en uno de los dos extremos, el primate que tenía la fruta más cerca la agarraba. Si se situaba en el medio, el simio dominante acababa haciéndose con la comida y, tras varios intentos, el compañero dejaba de intentarlo. Pero, al llevar a cabo el experimento equivalente con niños, se comprobó que estos cooperaban tanto si los ositos de gominola se encontraban en el medio como si se situaban en los extremos del tablero. En el primer caso, los niños de tres años negociaban para repartirse el premio a partes iguales. Tomasello cree que el ancestral entendimiento entre humanos para llevar a cabo una tarea común habría establecido las bases para la interacción social y para una cultura fundada en la cooperación. Ese «punto de partida», como él lo denomina, que permite que cada miembro de un grupo se haga una idea de qué saben los demás, tal vez abriese la puerta a nuevas formas de comunicación. Una capacidad para concebir y percibir objetivos comunes, así como para intuir de inmediato qué pensaban los otros cazadores, habría permitido a los homininos dar saltos cognitivos novedosos, como refinar el uso comunicativo del gesto. Puede que el repertorio gestual básico de los primeros homininos se asemejase al de los grandes simios. Al igual que los chimpancés actuales, tal vez señalasen con la mano para expresar órdenes como «dame esto» o «haz aquello». Semejante forma de comunicación, sin embargo, se encuentra centrada en las necesidades del individuo. Los chimpancés nunca emplean tales gestos para enseñar a un congénere ni para transmitirle información. En el caso de los humanos, el poder comunicativo del gesto se habría ido ampliando a medida que mejoraban sus facultades mentales. Por ejemplo, un cazador podía señalar un claro en el bosque para indicar que allí pastaba un ciervo, y un compañero cercano lo entendería de inmediato. En la vida moderna, los nuevos significados que puede tomar un mismo gesto resultan
El ser humano posee una capacidad única para tomar consciencia de los pensamientos de otra persona: una cualidad clave para planear un objetivo común, ya sea transportar un tronco o construir un rascacielos —adaptadas al lenguaje no verbal de los simios— pensadas para evaluar la capacidad de comunicación, de aprender de otros y de valorar las percepciones y deseos de los demás. Según los autores, esos resultados mostraban que los niños no nacen con un mayor cociente intelectual; es decir, con mayores capacidades para el razonamiento general. Sin embargo, sí poseen todo un abanico de facultades que, más tarde, les permitirán aprender de padres, maestros y compañeros de juegos, lo que el artículo de Science llamaba «inteligencia cultural». «Fue la primera demostración de que nuestras capacidades cognitivas sociales son las que realmente nos diferencian de otros animales», apunta Herrmann [véase «Sentimiento social en pañales», por Christian Wolf; Mente y Cerebro n.o 54, 2012]. Para estudiar el fenómeno en mayor profundidad, los investigadores debían esclarecer qué procesos psicológicos subyacen a esa enorme predisposición para socializar. El trabajo de Tomasello demostró que, hacia los nueve meses, los niños ya comparten con sus progenitores cierta capacidad para leer la mente del otro. A esa edad cuentan con lo que los psicólogos denominan una «teoría de la mente»; es decir, con la facultad para tomar consciencia de qué sabe otra persona cuando, por ejemplo, ambos juegan con una pelota. En esa situación cada
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evidentes. «Si señalo a cierto lugar para indicar “vamos allí a tomar un café”, el significado de “esa cafetería” está en el dedo, no en el lenguaje», ejemplifica Tomasello. Los niños pequeños entienden ese tipo de indicaciones, pero los chimpancés no. La diferencia quedó patente en un experimento en el que los niños debían construir una torre con bloques que el investigador iba depositando sobre una bandeja. Cuando los ladrillos se acababan, los pequeños señalaban la bandeja vacía para indicar que querían más: sabían que el adulto interpretaría el gesto de la manera correcta. De hecho, la capacidad para referirse a una entidad ausente constituye una característica definitoria del lenguaje humano. Pero, al someter a los chimpancés del zoológico a la misma prueba (con comida en lugar de con bloques), estos no levantaban el dedo cuando encontraban la bandeja vacía. Los niños apenas un poco mayores ya comienzan a entender gestos que imitan acciones, como llevarse una mano a la boca para expresar hambre o sed. Cuando un chimpancé ve tales pantomimas, no sabe en absoluto qué significan. Un simio puede comprender qué ocurre cuando una persona golpea una nuez con un martillo para extraer el fruto, pero no que una persona se atice en la mano para simbolizar la misma acción. Ese tipo de gesticulación —una extensión de la capacidad humana para la intencionalidad compartida— pudo haber sentado las bases para comunicar ideas abstractas, algo necesario para engendrar estructuras sociales más elaboradas, desde tribus hasta naciones. Los gestos tal vez contribuyesen a crear líneas narrativas. Para comunicar «el antílope está pastando al otro lado de la colina», un individuo podía representar el animal poniendo las manos en forma de V sobre su cabeza y, después, subir y bajar el brazo para simbolizar la colina. Varios experimentos comparativos han demostrado que los niños pequeños
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EL GRAN DEBATE
La versión evolutiva de Tomasello no goza de aceptación universal, tampoco en el MPI-EVA. Un piso más arriba, en el departamento de primatología, Catherine Crockford me habla de un vídeo que su estudiante de posgrado Liran Samuni grabó en marzo de 2014 y que muestra a un chimpancé joven en el parque nacional de Taï, en Costa de Marfil. El animal, al que los investigadores llaman Shogun, acaba de atrapar a un gran mono colobo blanco y negro. Ante las dificultades para devorar a la víctima, que se retuerce aún viva, Shogun profiere agudos gritos para solicitar la ayuda de dos cazadores veteranos. Kuba, uno de ellos, llega raudo, y Shogun, un poco más calmado, puede por fin catar su presa. Pero, después, Shogun continúa gritando hasta que aparece el otro cazador, Ibrahim. El joven simio le pone a Ibrahim el dedo en la boca: un «gesto de confortación» que significa que todo va bien. Ibrahim proporciona el apoyo emocional solicitado no mordiendo el dedo de Shogun. Después, los tres comparten el almuerzo. «Es interesante que llame a esos dos machos dominantes que podrían arrebatarle toda la presa», explica Crockford. «Pero, como puede observarse, no se la quitan. Le permiten comer.» Crockford sostiene que aún es demasiado pronto para extraer conclusiones sobre el alcance de la cooperación entre los simios. «No creo que sepamos hasta dónde pueden llegar los chimpan-
CORTESÍA DE JACOBS FOUNDATION
MICHAEL TOMASELLO,investigador del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva de Leipzig, ha completado algunos de los primeros estudios a gran escala sobre las diferencias entre humanos y chimpancés.
comprenden de manera intuitiva los gestos icónicos asociados a actividades familiares, algo que no ocurre con los chimpancés. Puede que los primeros aspavientos se viesen acompañados de una vocalización para distinguir entre objetos o acciones, y que, más tarde, esos sonidos guturales diesen lugar al habla. A medida que las poblaciones crecían y surgían rivalidades entre ellas, habría aumentado la capacidad para manejar relaciones sociales complejas, ya que una comunidad acostumbrada a trabajar en equipo superaría con facilidad a otras cuyos miembros tuviesen problemas para entenderse. Esa mejora en las facultades cognitivas pudo haber promovido conductas específicas para la caza, la pesca, la recolección de plantas o el matrimonio. Con el tiempo, estas acabaron convirtiéndose en convenciones culturales que se esperaba que adoptasen todos los miembros del grupo. Un conjunto de normas sociales requería que cada individuo tomase consciencia de los valores compartidos por la comunidad: una especie de «consciencia de grupo» que facilitaría que cada miembro se ajustase al papel que se esperaba de él. Las normas sociales habrían dado lugar a un esquema de principios morales que, en última instancia, sentaría las bases de marcos institucionales como gobiernos, ejércitos, sistemas legales y religiosos, encargados de garantizar el cumplimiento de las reglas. En definitiva, un viaje milenario que comenzó con un repertorio de facultades cognitivas ventajosas para cazar en grupo y que, con el tiempo, acabó engendrando sociedades enteras. Los grandes simios nunca comenzaron a andar ese camino. Es cierto que los chimpancés de Costa de Marfil cazan y asedian juntos a los colobos. Sin embargo, Tomasello cree que, en realidad, cada chimpancé intenta ser el primero en arrollar a la presa para conseguir la mayor cantidad de comida posible. Los cazadores recolectores humanos actuales, sin embargo, cooperan para perseguir a las grandes presas y se reparten después el botín de manera equitativa. El investigador interpreta que, aunque los grupos de simios y otros animales, como los leones, adopten un comportamiento de apariencia cooperativa, en última instancia su dinámica reviste un carácter competitivo.
cés. Creo que los argumentos [de Tomasello] son brillantes y muy claros en el marco de nuestros conocimientos actuales. Pero, con las nuevas herramientas que estamos implementando en este campo, descubriremos si las capacidades que atribuimos a los chimpancés se limitan a lo que sabemos ahora», explica la investigadora. Crockford trabaja con otros investigadores para desarrollar métodos que aíslen la oxitocina, la hormona del gregarismo social, en la orina del chimpancé. Algunos estudios han mostrado que sus niveles aumentan cuando los animales comparten comida, lo que indicaría un comportamiento cooperativo. Crockford hizo su doctorado en Leipzig con Tomasello y Christophe Boesch, director del departamento de primatología del MPI-EVA. Boesch argumenta contra las conclusiones de Tomasello a partir de sus propias investigaciones en el parque nacional de Taï, que pusieron de relieve la estructura social colaborativa de los chimpancés. Al cazar, por ejemplo, uno dirige a la presa en la dirección deseada y otros bloquean su paso, entre otras funciones. Las tesis de Boesch sobre la cooperación entre chimpancés recuerdan a las de Frans de Waal, del Centro Nacional de Primatología Yerkes [véase «Raíces del espíritu cooperativo», por Frans de Waal, en este mismo número].
siones sobre el comportamiento humano, extraídas a partir de experimentos con niños alemanes, pueden seguir aplicándose al caso de preescolares africanos o asiáticos. Uno de esos estudios abordará si los niños alemanes y los samburu, un pueblo seminómada del norte de Kenia, comparten el mismo sentimiento colectivo sobre lo que está bien y lo que está mal. Por otro lado, tal vez quepa seguir investigando las diferencias entre simios y humanos. Josep Call, director del Centro de Primatología Wolfgang Köhler y uno de los más antiguos y cercanos colaboradores de Tomasello, cree que la intencionalidad compartida tal vez no baste para dar cuenta de nuestra singularidad. Quizás haya otras facultades cognitivas que también nos distingan de los primates, como nuestra capacidad para viajar mentalmente en el tiempo e imaginar el futuro. Otra perspectiva desde la que investigar las similitudes entre personas y chimpancés pasa por estudiar el cerebro humano, tarea que ya está en marcha en otra de las plantas del Max Planck. Svante Pääbo, que dirigió el equipo que en 2010 efectuó una primera secuenciación del genoma del neandertal, ha conjeturado en un libro reciente que las teorías de Tomasello acerca del pensamiento humano podrían ponerse a prueba mediante análisis genéticos. Un lugar natural desde el que comenzar tales investigaciones sería conjugar los estudios sobre chimpancés y humanos con los intentos por entender las raíces genéticas del autismo. Los niños que padecen este trastorno presentan sus propias dificultades para entender los usos sociales. Comparar su genoma con el de quienes no padecen la enfermedad —y, después, con el de chimpancés y tal vez con el de neandertales— tal vez ayude a comprender las bases genéticas de la sociabilidad humana. Todas estas investigaciones quizá nos permitan entender por qué, en un viaje que ha durado milenios, nuestra especie dejó de estar compuesta por grupos de cazadores-recolectores y llegó a formar sociedades que no solo proporcionan a sus miembros comida y cobijo de un modo mucho más eficiente que los chimpancés, sino que les brindan innumerables oportunidades para socializar: desde llegar a cualquier esquina del planeta en menos de un día hasta transmitir un mensaje de una punta a otra del globo con la misma rapidez con que un pensamiento se nos viene a la cabeza.
Más allá de las diferencias psicológicas, las investigaciones futuras abordarán el posible origen genético de los rasgos cognitivos en humanos, chimpancés e incluso neandertales También hay quienes critican a Tomasello desde el ángulo opuesto. Daniel Povinelli, de la Universidad de Luisiana en Lafayette, cree que exagera las habilidades cognitivas de los chimpancés cuando sugiere que, al menos hasta cierto punto, estos animales pueden entender el estado psicológico de los demás miembros del grupo. Por su parte, Tomasello parece disfrutar de encontrarse en medio de este torneo académico: «Para mí, Boesch y De Waal antropomorfizan a los simios y Povinelli los trata como ratas. No son ninguna de las dos cosas», explica. Y añade jocosamente: «Estamos en el medio. Y dado que nos atacan por igual desde ambos flancos, será que tenemos razón». Esas condenas quedan atenuadas por el profundo respeto que recibe de otros investigadores. «Siempre había pensado que los humanos eran muy parecidos a los chimpancés», reconoce Jonathan Haidt, destacado científico social de la facultad de ciencias empresariales Stern, en la Universidad de Nueva York. «Pero, con los años, y gracias en gran parte al trabajo de Tomasello, he llegado a la conclusión de que la pequeña diferencia que él ha estudiado y publicitado —la capacidad única de los humanos para la intencionalidad compartida— fue lo que nos llevó al otro margen del río, donde la vida social es radicalmente distinta.» La última palabra llegará con más investigaciones en el zoológico, en el laboratorio y con simios en libertad, así como quizá con nuevos estudios que indaguen hasta qué punto los chimpancés tienen una teoría de la mente. El grupo de Tomasello ha comenzado un nuevo trabajo para averiguar si sus conclu-
Artículo publicado en Investigación y Ciencia, noviembre de 2014 EL AUTOR
Gary Stix,editor de Scientific American, está especializado en neurociencia. PARA SABER MÁS
Cultural origins of human cognition.Michael Tomasello. Harvard University Press, 1999. Humans have evolved specialized skills of social cognition: The cultural intelligence hypothesis.Esther Hermann et al. en Science, vol. 317, págs. 1360-1366, septiembre de 2007. A natural history of human thinking.Michael Tomasello. Harvard University Press, 2014. EN NUESTRO ARCHIVO
La aparición de la mente moderna.Kate Wong en IyC, agosto de 2005. Orígenes del pensamiento.Informe especial. VV.AA. en IyC, febrero de 2012. De primitivos a humanos.Thomas Grüter, en este mismo número.
Cultura y evolución humana 77
COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
¿Se halla la cultura en los genes? La sociobiología, disciplina surgida en Estados Unidos en la década de los setenta del siglo xx, afirma que conductas humanas como la violencia o el altruismo se hallan controladas por genes. La idea ha suscitado, y todavía lo hace hoy, fuertes críticas
E
Régis Meyran
l 22 de febrero de 2013, el antropólogo estadounidense Marshall Sahlins anunció su dimisión de la Academia Americana de Ciencias debido a la elección, en la misma institución, de otro antropólogo, Napoleon Chagnon. Sahlins siempre se ha opuesto a las tesis de este autor de superventas, especialista en los yanomamis de la Amazonía. Al propio tiempo, Chagnon publicaba un nuevo libro titulado Noble savages («Nobles salvajes»), en el que volvía a las tesis provocadoras que lo hicieron famoso, haciéndose pasar por víctima de críticas injustas por parte de la «feroz tribu de los antropólogos». Se desató entonces un vivo debate entre los antropólogos estadounidenses. De hecho, este argumento ad hominem esconde sobre todo un importante reto científico: el reconocimiento académico de una corriente controvertida aparecida en los años setenta, la sociobiología, que trata de explicar la cultura por los genes y que tiene en Chagnon a uno de sus líderes actuales [véase «Napoleon Chagnon: Un antropólogo controvertido», por Kate Wong; Investigación y Ciencia, mayo de 2001]. En los medios de comunicación estadounidenses, Chagnon se mueve fácilmente como un moderno Indiana Jones que se ha enfrentado a los peligros de la selva amazónica para escribir una monografía, Yanomamö: The fierce people («Los yanomamis: Un pueblo fiero», 1968), con un millón de ejemplares vendidos. En el ámbito científico, son sus ideas sociobiológicas las que provocan discordia: ¿justificarían la guerra por la biología? En
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1988, en la revista Science describió que entre los yanomamis, cualquier hombre que hubiese matado a otro hombre (cualquier unokai) tendría una ventaja adaptativa sobre los no unokai. Chagnon intenta establecer que la violencia corresponde a un elemento de adaptación para la especie humana, un carácter genético seleccionado a lo largo de la evolución. Según él, hay dos tipos de competencia entre individuos: una somática (que
DURANTE LA CEREMONIA DE LOS MUERTOSque celebran los yanomamis, guerreros en traje tradicional desfilan lanzando gritos guturales en honor de los difuntos. Al alba, toda la tribu comerá las cenizas de los fallecidos. En la fotografía, un yanomami armado con su arco para cazar. Basándose en su estudio sobre este pueblo de la Amazonía, Napoleon Chagnon sostiene que la violencia es una ventaja adaptativa seleccionada en el transcurso de la evolución humana.
depende de la capacidad física individual para sobrevivir) y otra reproductiva (relacionada con la descendencia engendrada). Un unokai saldría vencedor en ambos terrenos: en el somático, él y su núcleo familiar son menos atacados por otros debido al efecto disuasorio que produce su ferocidad aparente; en el reproductivo, el unokai genera de promedio tres veces más hijos que los que nunca han matado (4,91 hijos frente a 1,59). Ese artículo dista mucho de ser aceptado unánimemente por los antropólogos. Brian Ferguson, profesor de antropología en la Universidad Rutgers, hizo una crítica mordaz de las tesis de Chagnon. Sus conclusiones no serían válidas debido a un error clásico en el razonamiento: una correlación no es necesariamente una causalidad. En la Amazonía, los jefes son todos unokai; gracias a su estatus elevado, tienen más mujeres e hijos que el resto. Ahora bien, Chagnon se interesó por un grupo en el que el líder tenía 11 mujeres y 43 hijos. Este gran número de hijos, que puede atribuirse a un estatus social particular,
puede haber aumentado la diferencia entre los unokai y los no unokai. Y aunque esta diferencia reproductiva fuese correcta, no demostraría en modo alguno que la violencia constituya una ventaja adaptativa: se podría justificar con el argumento cultural (no biológico) contrario, según el cual en la cultura yanomami la guerra tiene su recompensa en el sexo. Por último, concluye Ferguson, si la violencia estuviese controlada genéticamente en todos los humanos, se observarían disposiciones agresivas diferentes según las poblaciones estudiadas (continente, país, región, etcétera). Pero esto no es así. DEL DARWINISMO A LA SOCIOBIOLOGÍA
Esa disputa centrada en la obra de Chagnon es emblemática del debate que sacude la antropología desde que se conoce la existencia de los genes y su papel en los mecanismos de la evolución: ¿está la cultura determinada por los genes? Para delimitar los objetivos de esta pregunta, tema central de la sociobiología,
CORTESÍA DE JACEK PAŁKIEWICZ
EN SÍNTESIS
Desde que se conoce la existencia de los genes y su papel en la evolución, la cuestión de si la cultura está determinada genéticamente ha centrado numerosos debates. Si bien se acepta la existencia de una coevolución de genes y cultura, no hay acuerdo en los mecanismos de esta relación.
La sociobiología, según la cual el comportamiento social humano está determinado por la biología, propone una coevolución guiada por los genes. Prácticas violentas como la guerra responderían a ventajas adaptativas.
Para la sociología y la antropología, en cambio, habría que buscar las raíces de la agresividad y los comportamientos no igualitarios en factores históricos y culturales.
Cultura y evolución humana 79
Genes y guerra
hay que situar la sociobiología en la historia de la biología y las ciencias sociales desde hace 150 años. Los avances en las ciencias de la vida se han desarrollado en varios niveles. Desde 1859, fecha de la publicación de El origen de las especies, hasta su muerte, Charles Darwin construyó una teoría de la evolución de las especies por la acumulación de ventajas adaptativas. Según él, cuando varias especies conviven en un mismo espacio natural, la expansión de cada una de ellas se halla limitada por la lucha entre individuos de la misma especie así como entre especies distintas y, en general, por el enfrentamiento con el entorno natural. Esta lucha por la vida llevó a Darwin a la hipótesis de la selección natural, según la cual solo sobreviven los individuos dotados de los rasgos más ventajosos. En los años veinte del siglo xx, bajo la influencia de las leyes de la herencia del monje checo Gregor Mendel (1822-1884) y de las ideas de biólogos como el botánico holandés Hugo de Vries, el estadounidense Thomas Morgan propuso, a partir de sus trabajos con la mosca Drosophila, la teoría del gen como vehículo de la herencia. En la década de los treinta, una nueva corriente de pensamiento, la teoría sintética de la evolución, agrupó los logros del darwinismo, la genética oficial de Morgan y la genética de poblaciones (según este aspecto estadístico de la teoría de Morgan, toda población aislada constituye un reservorio de genes con características propias). El marco explicativo general propuesto por la teoría sintética de la evolución sigue vigente en la actualidad. Por último, el vehículo de los genes, el ADN, fue descubierto en 1944 y la biología molecular se desarrolló en la década de los sesenta. Se impuso entonces la teoría del código genético, de la replicación del ADN y de la síntesis de las proteínas. En esta historia, la ciencia natural de los humanos ha ocupado siempre una posición especial. Mientras que Darwin estaba interesado sobre todo en los animales no humanos y aplazó la aplicación de sus teorías al hombre hasta 1871, este tipo de investigación era dominio exclusivo de la llamada antropología física. Esta disciplina se centraba en el estudio de las razas humanas a partir de la medida del cráneo, después por las características de la sangre, e incluía de manera lateral fenómenos culturales (lenguaje, costumbres, etcétera).
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qué el proceso ha operado exclusivamente en la evolución humana. Si un mamífero depredador social alcanza cierto nivel de inteligencia, como los homínidos primitivos, [...] un grupo sería capaz de evaluar conscientemente la importancia de los grupos vecinos y tratar con ellos de una manera inteligente y organizada. Un grupo podría entonces desalojar a otro cercano, apropiarse de su territorio y aumentar su propia representación genética en la metapoblación. [...] Una capacidad cultural primitiva como esa habría sido posible gracias a la posesión de determinados genes. Edward Wilson Sociobiology: The new synthesis, 1975
Después de la Segunda Guerra Mundial, la antropología física se dividió en la antropología biológica, que tiene en cuenta los resultados de la genética de poblaciones y la teoría sintética de la evolución, y la antropología social y cultural. Surgida de la etnología de los años treinta, esta última deja de interesarse por los factores físicos: el ser humano es una página en blanco sobre la que se imprime la cultura. Por último, además de esta gran separación en el estudio de los grupos humanos, una corriente de pensamiento fundada por el filósofo inglés Herbert Spencer (1820-1903), el darwinismo social, trató de explicar el comportamiento humano mediante la «supervivencia del más apto». El darwinismo social, contra el que Darwin protestó públicamente, engendró la eugenesia, teorizada por Francis Galton (primo de Darwin); esta se oponía a las leyes sociales para que las leyes de la evolución pudiesen aplicarse libremente a los humanos y «mejorasen» así las razas humanas. ¿COEVOLUCIÓN DE LOS GENES Y DE LA CULTURA?
Desacreditados por las abominaciones nazis, el darwinismo social y la eugenesia han desaparecido gradualmente del panorama científico; pero en la década de los setenta, una nueva corriente, la sociobiología, hizo suya la pregunta sobre la relación entre genes y cultura. En esa época, resultaba banal afirmar que los humanos poseen una capacidad mental determinada por la evolución, que les predispone para la lengua o para la vida social. Más bien lo que se preguntaba era cómo se articula la cultura con el determinismo genético. Desde los años ochenta, numerosos investigadores afirman la existencia de una «coevolución» de genes y cultura: la evolución de los genes humanos ha hecho posible la aparición de hechos culturales, que a su vez han tenido un impacto en la evolución de los genes. La idea se halla presente en la genética de poblaciones, en la sociobiología y en la lingüística, pero bajo esta formulación común subyacen concepciones opuestas de la relación entre los genes y la cultura. Para el italiano Luigi Luca Cavalli-Sforza, experto en genética de poblaciones, y el lingüista australiano Nicholas Evans, los grupos humanos han ocupado nichos ecológicos distintos gracias a su capacidad de adaptación desatada por la innova-
JIM HARRISON/PLOS
A lo largo de la historia,las guerras han sido frecuentes entre las tribus y casi universales entre los reinos y estados. [...] Los principales reinos y estados de Europa y el Medio Oriente eran derrocados fácilmente y la conquista a menudo era más parecida a un genocidio. La propagación de los genes siempre ha tenido una importancia considerable. [...] [Darwin, Keith Bigelow y Alexander] consideraron que algunos de los rasgos «más nobles» de la humanidad, incluido el juego en equipo, el altruismo, el patriotismo, la valentía en el campo de batalla, etcétera, eran el producto genético de la guerra. Si a ello añadimos el postulado adicional de un efecto umbral, es posible explicar por
ción cultural; además, la plasticidad del cerebro (una dotación genética) ha permitido la transmisión de información esencial mediante la cultura; a su vez, la cultura ha influido en las características genéticas del grupo. En 10.000 años, una coevolución entre la adopción del pastoreo y el aumento de la tolerancia a la lactosa habría permitido a los humanos consumir la leche de las vacas que criaban. Sin embargo, esta idea ha sido criticada por otros investigadores, como el biólogo evolutivo Richard Lewontin, para quien la cultura no evoluciona de la misma manera que los seres vivos: la analogía entre los cambios culturales y la evolución darwiniana no se ha estudiado lo suficiente para ser aplicada. Los sociobiólogos, por su parte, proponen una coevolución guiada por la genética, ya que, según ellos, el comportamiento social de los humanos está determinado por los genes. Esta tesis, sintetizada en 1975 por el entomólogo estadounidense Edward Wilson, profesor de Harvard, en un libro de éxito mediático rotundo, Sociobiology: The new synthesis, fue criticada por muchos antropólogos culturales y biólogos. Según ellos, la sociobiología es una nueva forma de darwinismo social: contradice las ideas de Darwin y la teoría sintética de la evolución al defender una explicación evolutiva de las más especulativas, no aplicable a los humanos, por ser demasiado simplista. Sin embargo, fue el nacimiento de una nueva corriente de pensamiento que tendría muchos imitadores y pretendía reformar de arriba abajo tanto las ciencias de la vida como las sociales. Sus hipótesis, empezando por la idea de que todo comportamiento se reduce a su dimensión biológica, constituyen algunos de los puntos más controvertidos de la sociobiología. Al pretender no realizar ningún juicio moral, los sociobiólogos suponen que ciertas variaciones genéticas son responsables de algunos rasgos del carácter como el conformismo, la malicia o la homosexualidad. Eso fue refutado especialmente por el paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould desde 1977, en su libro Desde Darwin: reflexiones sobre historia natural: «¿Qué prueba directa tenemos de que el comportamiento social humano se halle bajo el control de los genes? Por ahora, la respuesta es: ninguna». La idea de que un gen condicione una característica humana solo se ha establecido en el marco de la producción de proteínas específicas. Para otras características humanas, desde la estatura al comportamiento, suponiendo que sea posible descomponerlas en rasgos distintivos, se trata más bien de un ejército de genes que interaccionan, en combinación con el entorno cultural; interacciones para las que no hemos podido establecer un modelo. Los discípulos de E. Wilson refutaron en bloque estas críticas; según ellos, provenían de pensadores marxistas que rechazaban cualquier idea de la naturaleza humana, y afirmaron que el reduccionismo constituye el método científico por excelencia. Pero la mayor parte de las críticas se refieren a comportamientos esgrimidos como argumentos por los sociobiólogos: la violencia, el altruismo o los roles de género de hombres y mujeres. ¿La violencia humana es natural? Esta pregunta sigue siendo objeto de acalorados debates. Los sociobiólogos desarrollan una filosofía de la naturaleza humana violenta, una visión guerrera de las relaciones entre los individuos y de la violencia como el principal motor de la evolución. Según el filósofo Jacques Ruelland, Wilson se inspira en el concepto de «lucha por la existencia» de Darwin, pero la ha entendido mal al tomarla al pie de la letra (la lucha de cada individuo contra los otros para sobrevivir), mientras que, para Darwin, este concepto tiene un valor metafórico: describe el éxito de la descendencia de una especie.
Wilson se inspira en el fundador de la etología, el austríaco Konrad Lorenz (1903-1989), quien afirmó que los animales, incluidos los humanos, poseen un instinto innato que los lleva a la agresión. Para Lorenz, la agresividad constituye una de las bases de la evolución humana: en condiciones naturales, contribuye a la conservación de la vida y de la especie. La agresividad es, pues, una explicación de las guerras y los conflictos, que puede ser dirigida hacia formas inofensivas cuando se canaliza en un deporte, por ejemplo. Wilson va más allá y plantea que la guerra corresponde a un factor de selección natural entre los grupos humanos; para ello evoca el «sentimiento de la verdadera alegría biológica de la guerra». También afirma que la discriminación social es natural en el hombre, porque la «jerarquía» permite a los más fuertes tener un mejor acceso a los alimentos y a las mujeres. Para los sociólogos, las prácticas violentas y no igualitarias tienen un origen en situaciones históricas y culturales; puesto que no tienen la misma magnitud según el lugar y la época, no podemos relacionarlas con una supuesta «naturaleza humana». Los sociobiólogos no ofrecen una respuesta clara a estas críticas, que prefieren ignorar puesto que a sus ojos emanan de izquierdistas imbuidos de la fe de Rousseau en la bondad humana. Sobre este punto, no siempre se equivocan: antropólogos como Margaret Mead y Ashley Montagu pueden haber idealizado las cualidades pacifistas de las poblaciones que estudiaron. Pero, como señaló el epistemólogo Patrick Tort, el propio Darwin había propuesto un argumento que se opone al determinismo genético de los sociobiólogos: la cultura puede contrarrestar la selección natural, ayudando a los más pobres, por ejemplo, con la invención de las leyes sociales. El debate sobre la justificación del individuo altruista cristalizó cuando la idea de la selección de grupo apareció en la genética
GLOSARIO Darwinismo: Término que designa la teoría de la selección de Darwin, según la cual las especies evolucionan por acumulación de ventajas adaptativas. Genética de poblaciones: Disciplina que estudia la presión evolutiva que se ejerce en el conjunto de genes de una población aislada. Teoría sintética de la evolución: Teoría que reúne las teorías darwiniana y genética, y la genética de poblaciones. Darwinismo social: Corriente de pensamiento surgida al margen del darwinismo que intentaba explicar los comportamientos humanos por la supervivencia del más apto. Antropología social y cultural: Corriente de pensamiento que estudia al hombre sin tener en cuenta sus características biológicas. Antropología biológica: Corriente de pensamiento que incluye la genética de poblaciones y la teoría sintética de la evolución. Sociobiología: Corriente de pensamiento que afirma que la cultura está determinada por los genes. Psicología evolutiva: Disciplina que pretende explicar los rasgos psicológicos mediante la teoría de la evolución.
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de poblaciones. En 1962, el zoólogo británico Vero Wynne-Edwards propuso que una población aislada formaba un grupo, una «unidad genética» sometida a una presión de selección y al cambio evolutivo. En este contexto, el altruismo resultaría de la selección natural para preservar los genes del grupo. El altruismo explicaría el sacrificio de una abeja por su colmena. Después de haber criticado este principio, Wilson lo adoptó y lo aplicó a los grupos humanos, como la tribu o la nación. Si el hombre está dispuesto a sacrificarse para que su grupo sobreviva, ello justifica el patriotismo o la valentía en el combate, formas de altruismo que hacen de la guerra un producto genético. Y si la selección no elimina a los homosexuales (cuya condición se supone determinada genéticamente) es porque pueden desempeñar un papel de auxiliares del hogar, otra forma de altruismo. Otros sociobiólogos, sin embargo, se oponen —como la mayoría de los biólogos— a esta teoría de la selección de grupo y toman partido por la teoría contraria, la selección individual, ya que, según Darwin, la selección se realiza mediante el sesgo del individuo. Esto no impide que vean el altruismo como una ventaja adaptativa. Según el sociobiólogo Richard Dawkins, la finalidad del ADN es la «automaximización» a través del cuerpo, que es su receptáculo (teoría del gen egoísta). El altruismo serviría a esta finalidad mediante una «selección de parentesco»: cuando un animal se sacrifica, sus «parientes», cercanos genéticamente, se aprovechan de ese sacrificio al quedar vivos, lo que conserva una gran parte del patrimonio genético del individuo sacrificado. Para Sahlins, una comprensión tal de la selección individual no es más que la transposición, en el plano genético, de la metáfora económica del individualismo empresarial. SEXO, HORMONAS Y AGRESIVIDAD
El último escollo corresponde a la diferenciación de los roles sexuales entre hombres y mujeres, determinados genéticamente según los sociobiólogos. En los años setenta del siglo xx, David Barash escribe que la actividad sexual fuera del matrimonio resultaría más ventajosa desde el punto de vista evolutivo para el hombre: a este, que sufre la incertidumbre de la paternidad, le interesa multiplicar sus conquistas para difundir sus genes, mientras que a la mujer, que invierte más en la reproducción, le interesa concentrarse en la prole. Por tanto, la tendencia natural del hombre sería ser dueño de un «harén», mientras que la mujer, sumisa, buscaría la protección de un hombre. Y la división sexual de las tareas del hogar (el hombre en el trabajo, la mujer en casa) sería también una herencia evolutiva que se remontaría a los cazadores-recolectores. Para Wilson, la diferencia en el comportamiento (heredado genéticamente) entre los sexos se expresaría sobre todo en el grado de agresividad, debido a la función de las hormonas sexuales masculinas (testosterona) y femeninas (estrógenos). Ello explicaría por qué los hombres son naturalmente más agresivos y tienen más responsabilidades políticas y profesionales. Para la socióloga estadounidense Barbara Chasin, estos argumentos convierten la sociobiología en una pseudociencia que justifica las desigualdades sociales: los resultados que vinculan
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EN SU OBRADas sogenannte Böse. Zur Naturgeschichte der Aggression (1963) («Sobre la agresión: El pretendido mal», 1966), el zoólogo austríaco Konrad Lorenz, fundador de la etología, defendía que en los animales y en el hombre la agresividad es un instinto. Esta idea, que suscitó vivas polémicas, constituye uno de los pilares de la sociobiología.
la agresividad con las hormonas en ratas y monos no se pueden extrapolar a los humanos, que han aprendido a controlar sus comportamientos instintivos mediante la integración de normas culturales cada vez más complejas. Actualmente, aunque criticada por biólogos y antropólogos, la sociobiología existe aún en la antropología estadounidense, en especial bajo la forma de una disciplina muy presente en las universidades: la psicología evolutiva. Esta última tiene como objetivo explicar los mecanismos del pensamiento humano a partir de la teoría de la evolución. Incluye las principales tesis de la sociobiología, como la determinación genética del comportamiento en función del sexo. En Europa, podría decirse que la sociobiología no ha ido más allá de algunos grupos de zoólogos. Con todo, en las neurociencias sociales hallamos temas a los que los sociobiólogos dan una gran importancia, como la investigación de los mecanismos neurohormonales (determinados genéticamente) del racismo, la violencia, la capacidad de liderazgo, la empatía o la moral. Una vez más, los resultados de la investigación en sociología, antropología social e historia no suelen tenerse en cuenta. Esto hace que algunos sociólogos reaccionen de manera radical: para Alain Ehrenberg, las neurociencias sociales desarrollan una concepción fantasiosa de la relación social. La controversia sobre Chagnon es solo la parte más visible de una guerra ideológica subterránea entre dos clanes rivales irreductibles, y cuyo resultado sigue siendo incierto. Una resolución pacífica de este conflicto podría venir, en cualquier caso así lo esperamos, de un mejor diálogo entre las ciencias naturales y las sociales. Artículo publicado en Investigación y Ciencia, octubre de 2013
EL AUTOR
Régis Meyran,doctor por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, es antropólogo e historiador de la antropología. PARA SABER MÁS
Sociobiología. La nueva síntesis.E. O. Wilson. Ediciones Omega, Barcelona, 1980. Uso y abuso de la biología: Crítica antropológica de sociobiología.Marshall D. Sahlins. Siglo XXI de España Editores, 1990. El gen egoísta.R. Dawkins. Salvat Editores, Barcelona, 2002. ¿Quiénes somos?: Historia de la diversidad humana.L. L. Cavalli-Sforza. Editorial Crítica, Barcelona, 2009. L’Empire des gènes. Histoire de la sociobiologie.J. G. Ruelland. Les Éditions de l’École Normale Supérieur, 2004. Noble Savages, my life among two dangerous tribes.N. Chagnon. Simon & Schuster, 2013.
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COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
Adaptados a la cultura
Los humanos somos seres culturales: aprendemos de nuestros semejantes y nos ponemos en la piel de otros. Esas capacidades facilitaron también el plagio
L
Mark Pagel
a respuesta a qué nos hizo humanos es, sin duda, la cultura. El desarro llo de esta capacidad excepcional hace ahora unos 200.000 años determinó nuestra evolución. Hace otros 60.000 años, el proceso evolutivo experimentó un acelerón: cuando los humanos modernos salieron de África en pequeñas sociedades tribales para ocupar y reconfigurar el mundo en solo unas decenas de miles de años.
La cultura se convirtió, pues, en una suerte de estrategia de supervivencia. La aptitud de nuestros ancestros de aprender de los demás, de transmitir y desarrollar el conocimiento, la tecnología y las habilidades resultó una característica poderosa y eficiente para hacer más humanas nuevas tierras y recursos. En definitiva, mientras que otras especies animales se encuentran confinadas en el ambiente al que sus genes se han adaptado, el ser humano se ha acondicionado a casi todos los medios de la Tierra. Los humanos actuales descienden de los individuos ancestrales con mayor capacidad para utilizar la fuerza social en beneficio de sus intereses. Las características que definen de manera única la naturaleza humana, a saber, la «supersociabilidad» y el lenguaje, además de varios talentos y habilidades innatas, surgieron como adaptaciones a la vida en el medio social de la cultura, no de la historia compartida con otros animales. Nuestra identidad cultural descansa sobre dos pilares fundamentales que abren una brecha insalvable entre las personas y el resto de las especies con respecto al potencial evolutivo: el aprendizaje social y la teoría de la mente. Por medio del primero podemos copiar comportamientos a través de la simple observación; el segundo pilar nos permite atribuir estados mentales a
otros congéneres, de manera que adivinamos o comprendemos sus motivaciones. Asimismo, podemos copiar las ideas o inventos más provechosos de los demás. Parece que ambas características pertenecen en exclusiva a los humanos. En otros animales, lo que se asemeja a un aprendizaje social podría ser poco más que un aprendizaje por una influencia social que utiliza comportamientos ya presentes en el repertorio animal. Los chimpancés manipulan objetos con las manos. Cuando un individuo emplea una piedra para cascar nueces o un palo para cazar termitas, puede incitar a otro a intentar la misma tarea. Este último, en su tentativa puede por casualidad cascar una nuez o extraer una termita. La recompensa reforzará el comportamiento, incluso aunque no hubiera existido una imitación directa. Otro ejemplo: algunos pájaros modifican su conducta cuando saben que otros individuos de su especie los observan. Parecen «conscientes» de que el que mira podría sacar provecho de lo que está haciendo. Así pues, cuando un pájaro cascanueces percibe que otro observa cómo esconde comida, regresará más tarde al lugar con el fin de ocultar su botín en un nuevo escondrijo más seguro. Dicha conducta, común en otros córvidos, resulta intrigante, aunque quizá sea solo una predisposición a responder a un com-
EN SÍNTESIS
La capacidad para la culturahace única a la especie humana. Su estrategia para sobrevivir consiste en la transmisión de tecnología y habilidades.
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Los humanos se volvieron«supersociales» como consecuencia del robo visual, por apropiarse unos de las ideas de otros.
El lenguaje evolucionóde la necesidad de negociar. Con el proceso evolutivo se ha ampliado la variedad de talentos.
portamiento aprendido. De hecho, no existen pruebas fehacientes de una teoría de la mente fuera de los humanos. La mayoría de los niños de dos años comprenden mejor los pensamientos de otros congéneres que los simios adultos entre los suyos. A pesar de que algunos animales parecen disponer de lo que daríamos en llamar «tradiciones» culturales (los pájaros que picotean las tapas de las botellas de leche para bebérsela o los chimpancés que cascan nueces con piedras), estos hábitos no evolucionan o mejoran con el transcurrir del tiempo. Aunque pasara un millón de años, seguirían usando las mismas técnicas, a menos que adquirieran un aprendizaje social y una teoría de la mente verdaderos. Las sociedades humanas, en cambio, evolucionan de forma gradual por adaptación cultural acumulativa. El conocimiento, las habilidades y las técnicas almacenan mejoras y crecen en variedad a medida que las personas se imitan unas a otras, que eligen y modifican las formas existentes y que combinan objetos para fabricar otros nuevos (de compaginar un palo tallado con un hacha de mano surge el primer hacha con mango). El resultado de todo ello es una cultura compleja y variada que mantiene con las tradiciones culturales animales una semejanza equiparable al parecido entre una cantata de Bach y un gorila golpeándose el pecho.
MUSEO ULMER / THOMAS STEPHAN
HURTAR POR LA VISTA
La capacidad de mejora constante exigió transformaciones inusuales en el reino animal. Valga como ejemplo el altruismo. Los humanos cooperan con individuos que no son parientes y llevan a cabo actos de generosidad que bien podrían no ser correspondidos. También comercian y se intercambian objetos, sujetan la puerta para que pasen los demás, ceden el asiento a personas mayores en el metro, contribuyen en las obras benéficas o arriesgan la vida para socorrer a alguien de un edificio en llamas. El ser humano posee una enorme orientación hacia el grupo: es feliz vistiendo la camiseta a juego con un evento musical o deportivo o pintándose la cara con los colores de su equipo favorito, se entristece con la muerte de personas por la guerra o a causa de un desastre natural o de un accidente. En cambio, en las demás especies animales, la cooperación queda confinada, por lo general, a los parientes. La teoría de la selección de parentesco ofrece una convincente explicación de ese comportamiento: las acciones que ayudan a los individuos del mismo parentesco benefician las copias de los genes propios. Sin embargo, esta teoría no explica la propensión humana a ayudar a los extraños. Por tanto, deberíamos considerar que el ser humano es «supersocial», ya que se ha liberado de las limitaciones genéticas usuales para alcanzar el desarrollo del altruismo. Pero ¿por qué? [véase «¿Por qué cooperamos?», por Martin A. Novak; Investigación y Ciencia, octubre de 2012]. Hace entre 160.000 y 200.000 años, la capacidad de nuestros antepasados para la cultura provocó una crisis social, a la que puso remedio la supersociabilidad. Llegados a este punto, cabe preguntarse ¿qué desencadenó esa crisis? El robo visual, es decir, la habilidad de apropiarse de las ideas de otros. Dado que podemos aprender con el solo esfuerzo de atender a aquello que desarrollan los demás, el conocimiento resulta un bien al alcance de cualquiera. De esta manera, las culturas evolucionan y se adaptan con gran rapidez. Ahora bien, si una persona observa el tipo de cebo que usa otro congénere para pescar o el modo en el que empuña un hacha de mano, el primero se beneficiará de la ingeniosidad del segundo; incluso puede que con mejores resultados, ya que el imitado dedicó tiempo a expe-
SENTIDO PARA EL ARTE. Los antepasados que poblaron la Jura de Suabia hace 30.000 años tallaron esta figura con cabeza de león y cuerpo de hombre en el colmillo de un mamut. Creaciones como esta revelan la estrecha relación de los humanos primitivos con su entorno natural, así como su capacidad para elaborar piezas simbólicas.
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OBJETO OCIOSO. Datada en cerca de 35.000 años, la Venus de Hohlen Fels se encontró en una cueva de la Jura de Sabia. Se considera como el primer símbolo sexual y la primera figura tallada de la humanidad hasta ahora conocida.
rimentar con la estrategia adecuada antes de llegar a la solución que ahora el otro se limita a copiar. El imitador podría incluso atrapar antes el pez que el sujeto que hace las veces de modelo. Así pues, resulta ventajoso mantener las mejores ideas en secreto, no sea que otro las robe. Algunas manifestaciones actuales de ello serían la renuencia a compartir conocimientos (sean antiguas recetas de familia, cebos de pesca o planes científicos o comerciales novedosos), las innumerables patentes y los derechos de autor. Con todo, ocultar las mejores innovaciones habría sido una especie de muerte evolutiva: habría paralizado la adaptación cultural acumulativa, lo que tal vez hubiera provocado el colapso de unas sociedades incipientes a causa del peso de la sospecha y el rencor. Para evitar ese destino evolucionaron las reglas sociales y la psicología, fenómenos que posibilitan el intercambio de ideas, conocimientos y técnicas sin excesivo temor a ser explotados. Asimismo, el ser humano comenzó a otorgar gran importancia al hecho de demostrar la propia valía a los demás, y a evaluar la de otros. El conocimiento y la tecnología formaban ahora parte del patrimonio del grupo social, que no quería compartirlos con tramposos ni competidores. Los numerosos actos de altruismo que caracterizan la naturaleza supersocial humana evolucionaron como formas de demostrar al grupo cooperativo el compromiso y, por tanto, la
Don inusual En qué medida los animales disponen de una teoría de la mente es aún hoy una cuestión controvertida. Las observaciones en simios indican la posibilidad de que se dé sobre todo en ellos. Según Michael Tomasello, del Instituto Max Planck en Leipzig, los chimpancés presentan cierta capacidad para empatizar con un congénere. Sin embargo, esta identificación mental y afectiva dista mucho del nivel que alcanza en los humanos. («Chimpanzees understand psychological states: The question is which ones and to what extent». M. Tomasello et al. en Trends in Cognitive Sciences, vol. 7, págs. 153-156, 2003.)
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ALGO DE LO QUE HABLAR
El lenguaje humano difiere de los gruñidos, gorjeos, bramidos, olores, golpes de pecho y demostraciones coloristas del resto del reino animal en que es «compositivo». Hablamos con oraciones construidas con sonidos (palabras) estructuradas como sujeto, verbo y objeto. Es cierto que algunos animales producen sonidos que parecen sustantivos, pero el uso de oraciones solo se ha demostrado en humanos Así, los monos verdes pueden avisar de la amenaza de un depredador si este se acerca por tierra pero no si viene desde el aire. Varias características anatómicas y de comportamiento remotas en el tiempo (músculos faciales coordinados o tendencias primates a la gesticulación) podrían haber contribuido al origen de nuestro lenguaje. Sin embargo, no explican por qué evolucionó. Las formas complejas de cooperación e intercambio que se desarrollaron para desactivar la crisis del robo visual exigían una tecnología social con la que gestionar tratos, coordinar actividades, negociar acuerdos y difundir la reputación. Al parecer, el lenguaje constituyó esa pieza de tecnología social. Los humanos adquirieron el lenguaje porque eran la única especie con suficientes asuntos de los que hablar como para pagar por el tiempo y la energía que se requieren para aprender a usarlo. En cambio, otros animales que carecen de esa complejidad social no necesitan lenguaje verbal. Por el contrario, las sociedades humanas probablemente no podrían existir sin él. Incluso los actos más simples de intercambio dependen de la capacidad de comunicarse a través de la palabra. Imagínese el lector por unos momentos que es un experto en la elaboración de arcos y que al autor de este artículo se le da bien confeccionar flechas, mas nuestra especie carece de lenguaje. Le entrego algunas flechas esperando que usted, a cambio, me dé alguno de sus arcos. No obstante, me sonríe y, pensando que le estoy regalando las saetas, las coge y se marcha. Le persigo, nos peleamos y acabo atravesado por una de mis flechas. Ahora reproduzca la escena, pero esta vez con actores que poseen un lenguaje verbal: el acuerdo cooperativo resulta posible. Los neandertales poseían la misma versión del gen FOXP2 que los humanos actuales: un segmento de ADN implicado en los movimientos motores precisos para hablar. Este hecho ha llevado a numerosos investigadores a sugerir que esos homínidos también poseían lenguaje. Aun así, los informes arqueológicos poco apuntan hacia una adaptación cultural acumulativa en los neandertales: no se han encontrado ni instrumentos musicales ni de arte, ni anzuelos, ni arrojalanzas relacionados con el hombre de Neandertal. Ni siquiera cosían la ropa. Acorde con la regla del robo visual, esta falta de cultura indica que los neandertales no disponían de lenguaje. Su FOXP2 humano podría haberles
UNIVERSIDAD DE TUBINGA / HILDE JENSEN
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valía de uno. El modo más claro de enseñar a los demás que se es altruista consiste en comportarse como tal. Además, la reputación que con ello se gana atrae el altruismo de otros, lo que a su vez da acceso a la recompensa material y social dentro de las comunidades. Sin embargo, una vez que ese sistema se puso en marcha, no quedó otra alternativa que volverse altruista «jactancioso», ya que el altruismo servía para competir: aseguraba una parte del botín de la cooperación. De hecho, características únicas de la psicología humana, como las normas y la moral, las expectativas de equidad y la tendencia hacia la «agresión moralizante» (castigar a quienes infringen los principios sociales), se basan en emociones y mecanismos que evolucionaron con el fin de vigilar a los individuos tentados de explotar el frágil sistema cooperativo.
EN BREVE
Bajo el concepto de teoría de la mente se entiende la capacidad de ponerse en la piel de otro y, de esta manera, interpretar su conducta. El altruismo consiste en un comportamiento desinteresado para procurar el beneficio ajeno. La denominación del gen FOXP2 deriva de la abreviatura inglesa para la familia genética forkhead box («caja de la cabeza del tenedor»), en alusión a la mutación genética que provoca esa forma característica en ciertos fragmentos de ADN de la mosca de la fruta Drosophila. Los genes FOX controlan la lectura de otros factores hereditarios, para lo cual actúan de diversa manera. El FOXP2 humano cobró interés como «gen del habla». Una mutación inusual de este factor provocó que los miembros de una familia inglesa manifestara dificultades con la gramática. El fenómeno de la domesticación se caracteriza por la transformación de los animales salvajes en domésticos a través de la cría selectiva.
proporcionado mejores habilidades para la comunicación en comparación con otros mamíferos. No obstante, para explicar la aparición del lenguaje debemos apuntar más allá de la anatomía y los genes, y preguntarnos por su necesidad. Algunos pájaros, por ejemplo, saben imitar el habla humana, pero no comparten nuestra versión del FOXP2. DOMESTICADOS POR LA CULTURA
La gama de habilidades humanas es enormemente amplia. Algunos individuos son buenos en música, otros en matemáticas, diseño, lengua o deportes. Se ha demostrado que todas esas habilidades presentan un componente genético destacado. Por otro lado, la selección natural propicia que algunas variedades genéticas sobrevivan a expensas de otras. Este proceso favorece, entre las aves canoras, a los ejemplares más melódicos; a los corredores más rápidos entre los leones, así como entre sus presas a los antílopes. El otro lado de la moneda también existe: los «cantantes mediocres» se quedan sin amor (y sin crías), y los corredores más lentos pasan hambre o mueren. Cabría esperar, pues, que la selección natural tendiera a difuminar las diferencias entre los humanos. ¿Cómo se explica entonces la diversidad de habilidades en nuestra especie? La variedad surge, de nuevo, como consecuencia de nuestra capacidad para la cultura. Una vez que el sistema cooperativo posibilitó que los humanos intercambiaran habilidades, bienes y servicios, los sujetos que se especializaron en las tareas que mejor desempeñaban poseían mayores provisiones para comerciar con otros. Ninguna otra especie practica la división del trabajo con individuos no emparentados. Las culturas domesticaron y diferenciaron a los humanos según su talento, propiciando que coexistieran habilidades diversas. Un escenario que deberíamos reconocer sin problemas por habérselo infligido a numerosos animales domésticos, en particular, a los perros. Razas perrunas como chihuahuas o terranovas cuentan con marcas genéticas que se asocian con el desarrollo de temperamentos concretos y de habilidades y morfologías determinadas como respuesta al medio social de las personas. De igual modo, los genes humanos podrían haber experimentado una tendencia a especializarse según las oportunida-
des que ofrecían las sociedades. De ser así, ello podría acarrear implicaciones relevantes para la sociedad contemporánea. La mayoría de las personas apoyan el objetivo social de asegurar la igualdad de oportunidades. Pero si los individuos poseen diversas habilidades innatas, tal política podría producir una «meritocracia genética», es decir, una sociedad diferenciada por predisposiciones connaturales. EL MUNDO MODERNO
Según se ha demostrado, hace unos 40.000 años aconteció un cambio en el grado de selección positiva, el cual afectó al genoma humano. Quizá no fuese un accidente la coincidencia de ese fenómeno con el florecimiento de la cultura, como refleja la explosión de artefactos de toda índole, de obras de arte e instrumentos musicales, así como la ocupación territorial del mundo. Estos genes de evolución rápida constituyen nuestra predisposición genética para la cultura; también pueden identificarse con los mismos métodos usados para aislar los genes causantes de enfermedades. Las sociedades modernas actuales difieren totalmente de las pequeñas tribus que una vez compitieron para ocupar la Tierra. Aun así, la antigua psicología sigue funcionando en nuestro mundo multicultural globalizado. La historia de la especie humana es el triunfo progresivo de la cooperación sobre el conflicto a medida que sus miembros fueron reconociendo que cooperar favorecía la obtención de una recompensa mayor en contraposición a la traición y la venganza. En un mundo diverso, la clave para promover esta cooperación estriba en crear entre los humanos una sensación de confianza y unos valores compartidos que vayan más allá de las imprecisas diferencias étnicas o culturales. Ese es el adhesivo social que ha fomentado nuestra supersociabilidad y que puede seguir haciéndolo. Artículo publicado en Mente y Cerebro, mayo de 2013
EL AUTOR
Mark Pageles profesor de biología evolutiva en la Escuela de Ciencias Biológicas de la Universidad de Reading, Gran Bretaña. PARA SABER MÁS
Theory of mind in nonhuman primates.Cecilia Heyes en Behavioral and Brain Sciences, vol. 21, págs. 101-114, 1998. The blank slate: The modern denial of human nature.S. Pinker. Penguin Press, 2003. Recent acceleration of human adaptive evolution.J. Hawks et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences USA, vol. 104, págs. 20753-20758, 2007. Localizing recent adaptive evolution in the human genome.S. H. Williamson et al. en PLoS Genetics, vol. 3, pág. e90, 2007. Animal cultures.Kevin N. Laland en Current Biology, vol. 18, n.o 9, págs. R366-R370, 2008. The rational optimist: How prosperity evolves.M. Ridley. Penguin Press, 2010. The evolution of language.W. T. Fitch. Cambridge University Press, 2010. Social learning and the development of individual and group behaviour in mammal societies.Alex Thornton y Tim Clutton-Brock en Philosophical Transactions of the Royal Society B, vol. 366, págs. 978-987, 2011. The origin of our species.C. Stringer. Allen Lane, 2011. Wired for culture. The natural history of human cooperation.M. Pagel. Penguin Press, Londres, 2012.
Artículo original publicado en Nature, vol. 482, págs. 297-299, 2012. Traducido con el permiso de Macmillan Publishers Ltd. © 2012 Con la colaboración de
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COOPER ACIÓN Y SENTIDO SOCIAL
De primitivos a humanos
DINÁMICA DE GRUPOS: En la Edad de Piedra, los homínidos convivían en grandes unidades sociales. Cada uno de los miembros desempeñaba sus tareas y roles.
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Homo sapiens conquistó casi todas las regiones climáticas de la Tierra. Sin embargo, su verdadera historia de éxito comenzó cuando se convirtió en sedentario. Al parecer, el sentido social determinó más el devenir de la especie humana que su inteligencia abstracta
AG. FOCUS / SPL / MSF / KENNIS UND KENNIS
Thomas Grüter
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I
maginemos por unos momentos que nos embarcamos en una máquina del tiempo para viajar medio millón de años en el pasado, hasta la época de nuestros antecesores en la sabana del este de África. Hemos llegado. ¿Qué nos encontramos? La fauna se asemeja a la actual: ñus, gacelas, jirafas y otros animales ungulados se desplazan por llanuras cubiertas de hierba; asimismo, leones, guepardos y demás depredadores andan en busca de una presa. También nos topamos con una pequeña comunidad de homínidos Homo erectus.
Esos hábiles bípedos recolectan frutos, plantas y raíces comestibles. Cazan en grupo y desarrollan complejas estrategias con el fin de hacerse con su presa. Quizá se comunican entre ellos con una lengua rudimentaria. Se comportan como una horda de cazadores con una capacidad inusual, al menos en comparación con el resto de los seres vivos, ya que resisten sin dificultad las altas temperaturas diurnas. Sus pies se adaptan a la marcha y a la carrera veloz. Con precisión escogen los animales adultos sanos que prometen ofrecer carne en abundancia. Separan estos ejemplares de la manada, los persiguen y les arrojan piedras y lanzas con gran fuerza y buena puntería hasta matarlos. Por otra parte, se defienden de hienas, buitres y leones, alejándose de su presencia mientras cortan el suculento trofeo. Gracias a sus facultades físicas y mentales, Homo erectus ocupó un nicho ecológico libre hasta entonces: se extendió por toda África, Europa y Asia. No obstante, ese nicho no se mantuvo estable, puesto que durante los últimos cinco millones de años se alternaron períodos súbitos de frío y calor. El clima de una región podía cambiar de forma repentina en el transcurso de solo unas pocas décadas. En el punto álgido de los períodos preglaciares llovía en África más que hoy en día; en la región de la actual sabana del África oriental crecían densas selvas. Al mismo tiempo, el Sáhara y el desierto arábigo se convertían en extensos herbazales. Solo aquellos organismos que sabían adaptarse o bien evitar las condiciones adversas tenían la oportunidad de sobrevivir. NICHO ECOLÓGICO NOVEDOSO
Wolfgang Behringer, de la Universidad de Sarre, como otros investigadores, atribuye a esa presión de selección el factor decisivo para el desarrollo de la inteligencia humana. El rápido cambio climático favoreció a los homínidos, que se supieron adaptar con rapidez a las nuevas condiciones gracias a unas capacidades cognitivas adecuadas. Seguramente Homo erectus fue uno de ellos. Inteligente y nómada, transformaba su modo de vida si era necesario o, por el contrario, escapaba de situacio-
EN SÍNTESIS
La inteligencia humanase interpreta como una ventaja selectiva propia de Homo sapiens. No obstante,es probable que la inclinación a relacionarse y a organizarse en grupos influyera en mayor medida en la evolución de los humanos que la inteligencia abstracta. El inteligentehombre de Neandertal desapareció del mapa; en cambio, Homo sapiens corrió una suerte bien distinta: se convirtió en sedentario y se multiplicó de manera exitosa.
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nes poco favorables, como el cambio climático. No obstante, el hecho de expandirse por gran parte de Asia y Europa tampoco debe considerarse de por sí un signo de éxito evolutivo, más bien una consecuencia de las transformaciones bruscas de las condiciones de vida. En cualquier caso, el tamaño del cerebro de los homínidos experimentó un continuo crecimiento: del volumen craneano medio de 800 mililitros que presentaba el primitivo Homo erectus, el de los ejemplares tardíos llegó a alrededor de 1200 mililitros (el de Homo sapiens abarca unos 1350). Cabría conjeturar, pues, que Homo erectus ganó en inteligencia en el transcurso de su evolución. También el cerebro de Homo sapiens, cuya anatomía se asemejaba a la de los humanos modernos, continuó aumentando, y lo mismo ocurrió con los neandertales. De hecho, estos últimos, con unos 1600 mililitros de volumen, poseían un cerebro mayor que el del hombre actual. ¿Qué tipo de presión evolutiva puede propiciar tal efecto? Homo erectus se las arregló sin problemas con su limitada inteligencia. Incluso sobrevivió a varios períodos de temperaturas preglaciares. Por otra parte, cabe subrayar que la especie humana emplea las capacidades matemáticas y literarias de su encéfalo de manera profusa solo desde hace unos 4000 años; antes eran baldías. El naturalista Alfred Russell Wallace (1823-1913), quien en el siglo xix dio a conocer la teoría de la evolución junto con Charles Darwin (1809-1882), tampoco supo explicar el incremento de la masa encefálica de forma convincente: «Un cerebro algo más grande que el del gorila [...] habría sido suficiente para el limitado desarrollo mental del salvaje; por ello debemos admitir que el cerebro de grandes dimensiones que poseía en realidad no pudo desarrollarse jamás solo con motivo de una de las leyes de la evolución». En la actualidad, ningún científico se inclina por esa conclusión. No obstante, el mecanismo evolutivo que ha empujado a nuestro cerebro a tan alto rendimiento resulta todavía controvertido. Varios investigadores, entre ellos Steven Pinker, de la Universidad Harvard, suponen que los antepasados del hombre moderno debieron encontrar y ocupar en el transcurso de la evolución un nicho ecológico novedoso, el nicho cognitivo. Pinker describió en 2010 tres grupos de capacidades humanas, las cuales se refuerzan de forma recíproca: 1. La invención y utilización de herramientas especializadas. Esta capacidad requiere un control flexible de las manos, así como una precisa coordinación espacial y temporal entre el ojo y la mano. 2. Una cooperación de confianza con los congéneres más próximos, pero también con los no emparentados, para la caza, la crianza conjunta de los niños, la repartición del botín, la lucha o el comercio con otros grupos. Ello comporta un sentido
de la justicia muy desarrollado, una comprensión mutua y la capacidad de ponerse en el lugar de otro. 3. Un lenguaje con una gramática elaborada. Solo así pueden transmitirse con sentido los más dispares conceptos —casi en cualquier contexto y combinación— a otras personas. Ese tercer y último punto resulta decisivo, opina Pinker. Solo el lenguaje posibilita una comunicación diferenciada. Sin ese medio para comunicarse es imposible lograr una cooperación sistemática. Además, la transmisión de la habilidad de fabricar herramientas complejas o armas sería poco menos que impensable sin lenguaje. De esta manera, una mutación que capacitara a los individuos de una población para controlar con mayor precisión sus manos y dedos les permitiría desarrollar unas herramientas mejores y más refinadas; ello incrementaría la presión evolutiva para unas capacidades lingüísticas más sofisticadas, con lo que los nuevos procesos de fabricación se transmitirían de generación en generación. Sin olvidar que toda esa cadena de procesos exigiría una longevidad y una infancia más extensas en el tiempo, de manera que permitieran aprender y transmitir tanto el lenguaje complejo como las nuevas habilidades manuales. Este recorrido circular describe, según Pinker, la manera en que nuestros antepasados desarrollaron sus capacidades cognitivas y sociales hasta alcanzar el nivel de Homo sapiens.
El concepto que describe este investigador parece sencillo y asequible, mas no por ello se antoja indiscutible. Uno de sus críticos, el antropólogo Robert Boyd, de la Universidad de California en Los Ángeles, argumentó en 2011 que en las culturas primitivas actuales existe cierta distribución del trabajo porque carecen de alguien capaz de dominar por sí solo todas las técnicas transmitidas a través de la cultura. En opinión de Boyd, la singular capacidad de aprender de los demás explicaría el éxito de la especie humana en las más diversas regiones y zonas climáticas, ya que permitió el establecimiento, la preservación y la ampliación del conocimiento a lo largo de las generaciones. Puesto que las habilidades cognitivas de un único sujeto no bastan para alcanzar tales logros ni por asomo, debería hablarse de un nicho cultural en lugar de cognitivo, subraya. Los humanos muestran una inclinación por los métodos, los comportamientos y los consejos de congéneres respetables y de alto rango, los cuales apenas cuestionan, apostilla el antropólogo. Este aprendizaje cultural describiría, por ejemplo, por qué los ositos de goma se venden mejor si los recomienda un presentador popular. Los niños más pequeños ya tienden a una «sobreimitación» que apenas se da en los chimpancés jóvenes. Dereck Lyons, de la Universidad Yale, y sus colaboradores observaron en 2007 que los niños reproducían incluso
ESPECIES COEXISTENTES
AG. FOCUS / SPL / JOHN READER
Numerosos «humanos erguidos» En 1891, el antropólogo Eugène Dubois (1858-1940) descubrió en la isla de Java un fragmento de cráneo de alrededor un millón de años de antigüedad. Bautizó su hallazgo con el nombre de Pithecanthro pus erectus («hombre-mono erguido»). Desde entonces, nadie pone en duda que el hombre de Java pertenezca al género Homo. Puesto que numerosos hallazgos a nivel mundial se asemejan al descubrimiento de Dubois, hace tiempo que predomina la opinión de que Homo erectus, como se denomina hoy a la especie, conquistó Asia y Europa llegado desde África. Sin embargo, algunos investigadores no comparten esa opinión, por lo que reivindican que el término Homo erectus se aplique solo a los homínidos del Extremo Oriente. De ahí que se empleen otras designaciones: Homo ergaster para referirse a la versión africana; Homo heidel bergensis en relación con otros hallazgos en Europa Occidental, y Homo georgicus, para los ancestros humanos del Cáucaso [véase «Homínidos contemporáneos», por I. Tarttersall; Investigación y Ciencia , marzo de 2000]. Es probable que coexistieran diversas especies o subespecies de homínidos a lo largo del tiempo. El nombre que debe recibir cada una de ellas es una cuestión de opinión.
UN TIPO NOTABLE:En 1891, Eugène Dubois desenterró una bóveda craneana humana (imagen) en las cercanías de Trinil, una población de la isla de Java. El hallazgo («Trinil 2») pasó a la historia de la paleoantropología como el ejemplar tipo para la especie Homo erectus.
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los movimientos superfluos de las manos. Imitaban los gestos de un adulto aun cuando otras acciones menos costosas pudieran llevar al mismo fin. Al parecer, los jóvenes probandos creían firmemente que debían ejecutar las acciones innecesarias. Esta conducta aparentemente innata conduce a las personas a adoptar las técnicas transmitidas por vía cultural, aunque no entiendan en absoluto sus fundamentos. A comienzos de 2012, Rachel Kendal, de la Universidad de Durham, y sus colaboradores revelaron en qué medida las personas se diferencian de los primates no humanos en relación con la transmisión de conocimientos culturales. Para ello colocaron a niños de entre tres y cuatro años y a chimpancés jóvenes ante la tarea de pescar una recompensa que se encontraba disimulada en una caja repleta de piezas de rompecabezas. Solo los participantes humanos trabajaron de forma cooperativa —se daban indicaciones los unos a los otros— con el fin de lograr el objetivo. Los investigadores consideraron ese fenómeno como una explicación de por qué la especie humana es capaz de construir una cultura desde las experiencias de generaciones pasadas. COOPERACIÓN E INTERCAMBIO
Seguramente suponía una ventaja para las hordas primitivas disponer de miembros capaces de aprender y transmitir en lo posible métodos de trabajo complejos: el modo de hacer fuego, cómo descuartizar un animal y prepararlo para que su carne resultara sabrosa o la manera de curtir la piel. Ello pudo originar
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una presión selectiva hacia una inteligencia superior. Cuanto mayor era un grupo, más técnicas podía transmitir. Robin Dunbar, de la Universidad de Liverpool, especuló acerca del tamaño de esas poblaciones. Propuso que los primates construyen lazos de amistad tan estrechos como aquellos que, en el reino animal, se dan solo en las parejas reproductoras. El esfuerzo mental para estas relaciones de cooperación crece con el aumento del grupo. De esta manera, el tamaño máximo de una población se correlaciona con la dotación cognitiva de sus integrantes. En los humanos, el número de Dunbar, como se denomina entre tanto al fenómeno, se sitúa en alrededor de 150 individuos. Para que el conocimiento cultural se expandiera, tuvo que acontecer, además, un intercambio fértil y pacífico entre los grupos. En 2011, el equipo Kim Hill, de la Universidad estatal de Arizona, confirmó que los cazadores y los recolectores humanos, fueran de donde fueran, disponían de una estructura social única entre los primates: tanto los hombres como las mujeres podían cambiar con facilidad de población; además, la mayoría de los miembros de un grupo no se encontraban emparentados entre sí. El movimiento poblacional facilita que surjan grandes redes personales intergrupales, las cuales permiten a su vez que el conocimiento cultural se expanda con rapidez. El sujeto que es capaz de mejorar su rango bajo tales condiciones eleva sus posibilidades de reproducción. Dicho de otro modo, quien es
MUSEO NEANDERTAL / S. PIETREK
HUESOS TRASCENDENTALES: Los restos hallados en 1856 en el valle de Neander (en alemán, Neandertal), en Dusseldorf, demostraron la existencia en Europa de otra especie de homínidos antes de la llegada de los humanos anatómicamente modernos: el Homo neanderthalensis.
capaz de quitar de en medio a sus rivales de forma efectiva y de estimar las conductas, los motivos y los deseos de otros miembros del grupo adquiere ventaja. Esa teoría, representada entre otros por Nicholas Humphrey y Richard Byrne, recibe el nombre de inteligencia maquiavélica. Según esta, debemos las capacidades intelectuales a la inclinación de nuestros antepasados a engañarse unos a otros. En pocas palabras, el representante típico de la humanidad sería Bruto, no César. Se ha comprobado que, en la especie humana, las mujeres prefieren a los varones inteligentes (a la inversa tal efecto disminuye de forma clara). Ello da pie a otro punto de vista para la explicación del aumento cognitivo en los homínidos a lo largo de la evolución, a saber, la hipótesis sobre la elección de pareja. Según esta, si las féminas primitivas escogían a su compañero con similar criterio al de las mujeres actuales, habrían favorecido, como consecuencia, el incremento de las capacidades cognitivas de la especie a lo largo de varios millones de años. Pese a que cada una de las hipótesis expuestas parece concluyente, ninguna resulta irrefutable. En el transcurso de la evolución, al menos dos especies de homínidos con capacidades cognitivas considerables se han extinguido: Homo erectus y H. neandertahlensis. Si añadimos a la lista al hombre de Denisova (especie hermana de los neandertales descubierta en Siberia) y al hombre de Flores (especie enana de Indonesia; véase «El hombre de Flores», por K. Wong; Investigación y Ciencia, abril de 2005), la cifra ascendería incluso a cuatro. Según se desprende de los datos sobre la frecuencia de versiones de genes dentro del acervo genético, Homo sapiens debió experimentar, al menos en una ocasión, un cuello de botella genético. Durante esa fase evolutiva, el número de individuos vivos cayó por debajo de los 10.000. Si hace unos 50.000 años se hubiera llevado a cabo un balance provisional del éxito de las especies animales de alto desarrollo cognitivo con capacidades lingüísticas y dominio del fuego, el informe habría dispensado pocas esperanzas: ninguna de las especies se había reproducido de manera contundente, ninguna aprovechaba sus capacidades al máximo, y los neandertales y los hombres de Denisova se encontraban al borde de la extinción. ¿Qué propició el empuje decisivo a Homo sapiens? VENTAJAS Y DESVENTAJAS EVOLUTIVAS
Hace más de 40.000 o 50.000 años, un flujo genético del hombre de Neandertal confirió a sus sucesores modernos la dosis mental adicional necesaria para crear pinturas rupestres e inventar herramientas mejores, afirmaban Gregory Cochran y Henry Harpending, de la Universidad de Utah, en 2009 en su libro The 10.000 year explosion. Un año después de esa publicación, Svante Pääbo, del Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, afinó dicho flujo genético con más exactitud: entre un 1 y un 4 por ciento del patrimonio genético de Homo sapiens procedía del neandertal. Sin embargo, eso no sucedió así en todas las partes del planeta. Si bien los genes neandertales se expandieron por doquier, no alcanzaron las poblaciones africanas, en especial, las del África subsahariana. Este hallazgo descartaba la idea de que el genoma del hombre de Neandertal había contribuido a la evolución del conjunto de la humanidad. Numerosos investigadores presuponen de manera implícita que unas mejores capacidades mentales comportan una ventaja evolutiva. En principio, no obstante, un cerebro de mayor tamaño, con su correspondiente aumento craneano, constituye una carga para la especie, ya que dificulta el parto y prolonga el
EN BREVE
La familia de los homínidos incluye a los primates bípedos y también a los grandes simios antropomorfos. Presentan una morfología craneana más evolucionada. El naturalista Carlos Linneo (1707-1778) designó como primates al orden de los mamíferos al que pertenecen los lémures y los simios, incluyendo entre ellos a los hombres. En biología, el término población se refiere a un grupo de individuos de la misma especie que habita un territorio determinado y que constituye una comunidad reproductiva. Cuando en una población solo sobreviven unos pocos individuos, se produce (en caso de que no se extingan) un cuello de botella genético. Este fenómeno provoca el empobrecimiento de la diversidad genética, de manera que pueden imponerse a largo plazo variantes de genes que al principio solo desempeñaban un papel secundario. La revolución neolítica marca el comienzo del Neolítico, es decir, la Edad de Piedra reciente, hace unos 10.000 años. Por entonces, los cazadores y recolectores se convirtieron, de manera progresiva, en sedentarios, al dedicarse a la agricultura y la ganadería. El término de este período de la evolución humana lo acuñó Vere Gordon Childe (1892-1957), especialista en prehistoria europea, inspirándose en la Revolución Industrial de los siglos xviii y xix. Una exaptación consiste en una adaptación evolutiva que no surte efecto de manera inmediata, ya que al principio diverge de su propósito «original» (por ejemplo, las plumas sirvieron a los dinosaurios en un inicio para regular la temperatura; más adelante les valdrían para emprender el vuelo).
período de la infancia. Con ello, la contribución de los adolescentes al sostenimiento del grupo se retrasa. Para compensar tal desventaja, se hace necesaria una longevidad superior. Un mayor encéfalo origina, asimismo, un fenómeno contradictorio: si bien las estrategias de caza más inteligentes facilitan la búsqueda y captura de alimento, un cerebro de gran tamaño consume más calorías. Sin olvidar que los cazadores del grupo, en poblaciones de esas características, deben ocuparse de la alimentación de niños y ancianos. El dominio del fuego permite cocinar alimentos vegetales antes incomibles y ablandar la carne; de hecho, la débil dentadura de los humanos les confina a un calentamiento previo de la comida. Debemos imaginarnos el incremento del tamaño del cerebro a lo largo de la evolución como una carrera constante entre las ventajas e inconvenientes hacia una cognición más óptima. Ello
Disponer de sujetos capaces de transmitir métodos complejos de trabajo supuso una ventaja para las hordas primitivas Cultura y evolución humana 93
UN ÁRB OL INTRINCAD O
Existen casi tantos árboles genealógicos de Homo sapiens como paleoantropólogos. Cuantos más restos de homínidos se encuentran, más complicado resulta responder a la pregunta de la ascendencia. Debido a las numerosas líneas colaterales, el árbol genealógico de los humanos se parece más bien a un arbusto muy ramificado (derecha). No obstante, existe unanimidad en que la línea de los antepasados humanos surgió en África hace entre seis y siete millones de años, separándose de la de los simios. En el transcurso de algunos millones de años coexistieron en el continente africano varias especies de homínidos, la mayor parte de ellos pertenecientes al género Australopithecus. Desde entonces a esta parte, el género Homo evolucionó durante más de dos millones de años. Una de sus especies representantes, Homo erectus, se mostró especialmente hábil y avanzó hacia Asia. Otra de ellas, Homo sapiens, que surgió hace unos 200.000 años, vio como algunos de sus miembros abandonaban su hogar africano para conquistar el mundo. En Europa se encontraron restos de neandertales, homínidos que habitaron la Tierra hace entre 200.000 y 300.000 años, pero que posteriormente, hará unos 24.000 años, se extinguieron. Con todo, sigue siendo motivo de controversia quiénes fueron los antepasados inmediatos de los humanos anatómicamente modernos y de los neandertales. Este árbol genealógico muestra una posibilidad: Homo sapiens habría evolucionado a partir de una variante africana de Homo heidelbergensis y de una europea de Homo neanderthalensis. Otros investigadores ven en los hombres de Heidelberg una subespecie de Homo erectus; de nuevo, otros señalan al neandertal como una subespecie de Homo sapiens.
Tiempo (años)
20.000 35.000 50.000 65.000 100.000
África
Asia
Homo sapiens Homo floresiensis
Homo neanderthalensis
200.000 300.000 400.000
Homo heidelbergensis
Homo erectus
500.000 800.000 1 × 106
Homo
AUSTRALOPITECINOS
ergaster rudolfensis habilis
robustos
1,8 × 106 2 × 106 2,5 × 106 3 × 106 4 × 106 4,5 × 106 5 × 106
explicaría por qué el encéfalo de los sucesores del Homo erectus siguió creciendo independientemente de los otros homínidos. Los neandertales perdieron la carrera. En su caso, prevalecieron las desventajas, por lo que acabaron extinguiéndose. Nuestros antepasados, por el contrario, sobrevivieron, aunque con una cifra modesta. Bien es verdad que hasta el comienzo de la agricultura se expandieron por todos los continentes, pero en un número reducido de individuos. Solo cuando, tras la revolución neolítica, convivieron en aldeas y ciudades en poblaciones más numerosas, emergieron las ventajas que les proporcionaban las capacidades mentales, el aprendizaje por imitación, la división del trabajo y una excepcional estructura social. Puede que, llegados a este punto, al lector le intrigue la siguiente pregunta: ¿cómo surge una ciudad si, según Dunbar, no es posible que un grupo humano comprenda más de 150 personas sin romperse? La respuesta es sorprendentemente sencilla: una persona puede pertenecer a diferentes grupos y estos a su vez
94 TEMAS 87
Europa 0
8 × 106
AUSTRALOPITECINOS
Kenyanthropus platyops Ardipithecus ramidus
Orrorin tugenensis
Australopithecus garhi A. bahrelghazali A. africanus A. afarensis A. anamensis
Sahelanthropus tchadensis
Ardipithecus ramidus kadabba
se antojan virtuales, es decir, existen solo en la imaginación del sujeto. Dicho de otro modo, los miembros de las comunidades no se conocen personalmente, pero mantienen la cohesión. Una persona puede ser al mismo tiempo alemana, seguidora del Schalke y miembro de una universidad (además de sentirse también así). En cada uno de estos colectivos ocupa un grado distinto dentro de la jerarquía del grupo. Cuál de las respectivas pertenencias grupales prevalece en el individuo dependerá de la situación. Un alemán, un francés o un inglés conoce solo a una fracción de sus paisanos; a pesar de ello, se considera parte de su nación. Los humanos aceptan incluso jerarquías transmitidas mediante símbolos: las banderas, los escudos o las medallas simbolizan la pertenencia a un grupo. Todas las características expuestas debieron existir antes de que la humanidad se convirtiera en sedentaria, aunque su efecto solo se haya plasmado en los asentamientos urbanos. ¿De dónde provino en ese caso la presión selectiva? Al parecer, una compleja
GEHIRN UND GEIST / BUSKE-GRAFIK
El linaje de los humanos
red de relaciones intergrupales proporcionó en la Edad de Piedra una rápida propagación de técnicas culturales. Los hombres prehistóricos y los homínidos tuvieron que arreglárselas ante los rápidos cambios sociales. Estas transformaciones posibilitaron en su conjunto el paso hacia un modo de vida urbano hasta entonces desconocido para los humanos.
COLABORADORES DE ESTE NÚMERO Asesoramiento y traducción: Carlos Lorenzo: Superhumanidad, Los orígenes de la creatividad, El origen de la cultura humana, El mito sobre nuestro origen, El origen de la caza en los humanos, La especie más invasora; Marián Beltrán: ¿Cómo nos cambió la fabricación de herramientas?, La pequeña gran diferencia, Adaptados a la cultura; Alejandro Bonmatí: A golpe de suerte; Andrés Martínez: Raíces del espíritu cooperativo; Mercè Piqueras: ¿Se halla la cultura en los genes?; Federico Fernández Gil: De primitivos a humanos
¿CUESTIÓN DE SUERTE?
Los biólogos evolutivos entienden bajo el término de exaptación una propiedad orgánica que en origen posee otra «finalidad» a la que la destina el organismo en cuestión. Es el caso de los dinosaurios que eran incapaces de volar aunque disponían de plumas. Estas les servían de protección térmica; solo más tarde les fueron idóneas para desplazarse por el aire. Algo parecido les aconteció a los humanos. Las complejas relaciones sociales hicieron necesario que cada individuo se integrara al mismo tiempo en varias jerarquías dependiendo del rol que desempeñaba en cada una. Tales jerarquías no tenían que batallarse continuamente, lo cual estabilizaba los grandes grupos. De esta manera, se desarrolló sin trabas la necesaria división del trabajo para alcanzar una cultura superior. Por otro lado, la invención de la escritura permitió recurrir a la experiencia de otras personas y conservar e incrementar el conocimiento sobre el pasado. La imprenta difundía ese saber en las casas burguesas. Hoy por hoy, Internet hace accesible el contenido de bibliotecas completas con solo apretar un botón. ¿Podemos concluir que la evolución de los humanos se orienta hacia una acumulación cada vez mayor de capacidades y conocimientos? No necesariamente. Quizá también hayamos contado con un poquito de la suerte que les faltó a nuestros primos lejanos. Si se consideran las miles de armas atómicas y la destrucción de los recursos naturales necesarios para la vida, bien parece posible que nuestra dotación cognitiva no sea en absoluto suficiente para impedir una prematura extinción de nuestra especie. Artículo publicado en Mente y Cerebro, mayo de 2013
INVESTIGACIÓN Y CIENCIA DIRECTORA GENERAL Pilar Bronchal Garfella DIRECTORA EDITORIAL Laia Torres Casas EDICIONES Anna Ferran Cabeza, Ernesto Lozano Tellechea, Yvonne Buchholz, Bruna Espar Gasset PRODUCCIÓN M.a Cruz Iglesias Capón, Albert Marín Garau SECRETARÍA Purificación Mayoral Martínez ADMINISTRACIÓN Victoria Andrés Laiglesia SUSCRIPCIONES Concepción Orenes Delgado, Olga Blanco Romero
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EL AUTOR
Thomas Grüteres médico y periodista científico de Gehirn und Geist, versión alemana de Mente y Cerebro. PARA SABER MÁS
The cognitive niche: Coevolution of intelligence, sociality, and language. S. Pinker en Proceedings of the National Academy of Sciences of the USA, vol. 107, págs. 8993–8999, 2010. Klüger als wir? Auf dem Weg zur Hyperintelligenz.T. Grüter. Spektrum Akademischer Verlag, Heidelberg, 2011. The cultural niche: Why social learning is essential for human adaptation. R. Boyd et al. en Proceedings of the National Academy of Sciences of the USA, vol. 108, págs. 10.918–10.925, 2011. Wie das Denken erwachte. Die Evolution des menschlichen Geistes. Dirigido por A. Jahn. Schattauer/Spektrum der Wissenschaft Verlagsgesellschaft, Stuttgart-Heidelberg 2012. EN NUESTRO ARCHIVO
Polifacético, flexible e ingenioso.M. Noël Haidle en IyC, febrero de 2012.
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