Stoger, Alois - El Evangelio Segun San Lucas 01

January 10, 2018 | Author: auyama26 | Category: Gospel Of Luke, Mary, Mother Of Jesus, Jesus, Gospels, Salvation
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El Evangelio \ según \ san Lucas I herder

EL NUEVO TESTAMENTO Y SU MENSAJE

ALOIS STOGER

Comentario para la lectura espiritual

Serie dirigida por WOLFGANG TRILLING

EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

en colaboración con KARL HERMANN SCHELKLE y HEINZ SCHÜRMANN

3/1

TOMO PRIMERO

BARCELONA

EDITORIAL HERDER

EL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

1979

Versión castellana de ALEJANDRO ESTEBAN LATOR ROS. de la obra de ALOIS STÓGER, Das Evangelium nach Lukas, 1. Tei!, dentro de la serie «Geistüche Schríftlesung» Patmos-Verlag, Dusseldorf

Tercera edición 1979

INTRODUCCIÓN

IMPRIMATUR: Barcelona, 25 de febrero de 1975 t RAMÓN DAUMAL SERRA, obispo auxiliar

© Patmos-Verlag, Dusseldorf I Editorial Herder S.A., Provenza 388, Barcelona (España) 1970

ISBN 84-254-0609-9

Es moniDAD

DEPÓSITO LEGAL: B. 19.876-1979 GRAFESA - Ñapóles, 249 - Barcelona

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1. San Lucas dejó a la humanidad dos libros: el Evangelio y los Hechos de los apóstoles. En la introducción del segundo se dice: «Escribí mi primer relato, oh Teófilo, acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que fue arrebatado a lo alto, después de dar instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que se había elegido» (Act l,ls). Designa el Evangelio y los Hechos con el término legos. Lo que liga a ambos libros es la palabra de Dios. Es también lo que enlaza las dos épocas de que tratan los dos escritos: el tiempo de Jesús y el tiempo subsiguiente de la Iglesia. La obra histórica de Lucas quiere presentar la palabra de Dios que fue proferida por medio de Jesús y que sigue actuando en la predicación misionera cristiana. Esta idea está formulada en cierto modo en las siguientes palabras de los Hechos: «Nosotros, pues, os anunciamos que la promesa hecha a los padres, Dios la ha cumplido en favor de los hijos, que somos nosotros, suscitando a Jesús...» (Act 13,32s). El Evangelio es punto de partida y base para el acontecer que se desarrolla en los Hechos de los apóstoles. En efecto, la palabra que envió Dios es la acción salvadora de Jesucristo en Judea (Act 10,36s). La historia de 5

Jesucristo es, por tanto, la palabra de Dios. El hecho de Cristo es una palabra que habla en la predicación apostólica. Lucas presentó en los Hechos de los apóstoles el acontecimiento de Cristo como cumplimiento de la palabra profética que había sido dirigida a los padres, y como punto de partida de la predicación misionera. En Jesucristo está ya delineado todo lo que los Hechos refieren sobre la palabra de Dios. El evangelista diseñó una imagen de Cristo que presenta a Jesús como la palabra de Dios. La clave para la inteligencia del Evangelio nos la ofrecen los Hechos de los apóstoles. Se describe a Jesús como projeta «poderoso en obras y en palabras». Es más que profeta; es el profeta de los últimos tiempos, el Santo de Dios, el Hijo de Dios. Su palabra es, por tanto, revelación final, palabra decisiva, definitiva. La fuerza de lo alto, el Espíritu Santo, es el que sugiere en los últimos tiempos el lenguaje de salvación que abre las bocas y los corazones de todos (Act 1,8; 2,4). Con este Espíritu fue ungido Cristo desde el principio, este Espíritu recibieron los apóstoles de Cristo elevado a la diestra del Padre. Gracias a él actúan los testigos con gran fuerza y refuerzan la palabra mediante signos y prodigios que el Señor hace que se produzcan por su mano (Act 4,33s; 14,8s), así como anteriormente Jesús, ungido por el Espíritu, había tenido poder sobre las enfermedades, los demonios, la muerte y el pecado. La palabra del Señor se propaga por toda la región (Act 13,49). Crece (Act 6,7), «crece y se multiplica» (Act 19,20) y se muestra poderosa. Los Hechos de los apóstoles no quieren exponer otra cosa que el cumplimiento de la promesa del Resucitado: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá; y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Act 1,8). El evangelio pre6

senta ya el comienzo de esta expansión, de esta propagación de la palabra de Dios hasta los confines de la tierra. La palabra de Dios vino del cielo a una ciudad de Galilea, a Nazaret, allí comenzó a actuar después del bautismo y llenó toda la región de Palestina. San Lucas no se cansa de repetir cómo la palabra de Dios tiende a propagarse por todas partes. La voz de Jesús pasó de Palestina a las regiones limítrofes de los gentiles; las muchedumbres acuden a Jesús de todas partes. Lucas presentó a Jesús como caminante. Es un caminante en la historia de la infancia, en su actividad en Galilea, en su gran «viaje», incluso como resucitado (24,13ss). Jesús camina de Galilea a Jerusalén, donde es elevado al cielo, para enviar la virtud del Espíritu Santo, que arma a los apóstoles como a testigos itinerantes. La palabra anunciada por Dios por medio de Jesucristo, es la palabra de los apóstoles. Los servidores de Dios hablan palabra de Dios (Act 4, 29). Atestiguan lo que han visto y oído (Act 1,2.22). El Evangelio habla de estos testigos, refiere cómo fueron ganados y elegidos en Galilea y cómo acompañaron a Jesús hasta que fue elevado al cielo. Las secciones en que se habla de la actividad en Galilea se cierran cada vez con otros tantos llamamientos de discípulos (5,lss; 5,27ss) y con actividades de los mismos (8,1 ss; 9,1 ss; 9,49ss). Todos los que han recibido la palabra de Dios se convierten a su vez en apóstoles y heraldos de la palabra. Así, al extenderse la palabra de Dios se multiplica también el número de los discípulos. Según los Hechos de los apóstoles, la palabra de Dios es palabra de salvación (Act 13,26) y de vida (Act 14,3; 20,32). Así es también palabra de «conversión a Dios y de fe en nuestro Señor Jesucristo» (Act 20, 21) y de perdón de los pecados (Act 3, 19; 13,38; 26,18). La palabra es 7

llamamiento de Dios, bajo la forma del hecho de Jesús; a este llamamiento se debe responder con fe y conversión. Este llamamiento debe oírlo, percibirlo, creerlo (Act 4,4) cada uno en particular. Si lo hace, experimentará salvación, consolación, paz. La prehistoria y la cimentación de esta acción de la palabra en la predicación misionera de los Hechos de los apóstoles la ofrece el Evangelio, que nos habla del poder y fuerza salvífica de la palabra de Jesús. 2. Los cristianos de la primera generación estaban convencidos de que a la resurrección de Jesús no tardaría en seguir su segunda venida y la resurrección general de los muertos (Rom 13,11; ITes 4,15). Esta esperanza de la próxima venida de Cristo no se realizó. Cuando escribía Lucas su Evangelio y los Hechos de los Apóstoles había ya hecho estragos la persecución de los cristianos por Nerón, los romanos habían tomado Jerusalén, el templo había sido destruido por las llamas, pero la segunda venida de Cristo no había tenido lugar. Los Hechos de los apóstoles dan que pensar: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos o momentos que el Padre ha fijado por su propia autoridad» (Act 1,7). Entre la ascensión de Jesús y su segunda venida se ha de intercalar un período de tiempo más largo de lo que se había creído en un principio, un período que ha de tener sentido en el transcurso de la historia de la salvación. Los cristianos no pueden sencillamente cruzarse de brazos y estarse mirando al cielo: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús que os ha sido arrebatado al cielo volverá de la misma manera que le habéis visto irse al cielo» (Act 1,11). Hay que cumplir un gran encargo de Jesús: «Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá, y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta

los confines de la tierra» (Act 1,8). La historia de la salvación desde el principio del mundo hasta la segunda venida de Cristo transcurre, según esta concepción de Lucas, en tres épocas. La primera es el tiempo de la promesa, en el que Dios preparó a su pueblo, mediante la ley y los profetas, para la salvación venidera (16,16). Esta época terminó con Juan el Bautista. La segunda época es el tiempo de la realización, la del cumplimiento, el «año de gracia del Señor» (4,19), el tiempo de Cristo, que se extiende desde el comienzo de su vida en la tierra hasta el momento de su ascensión al cielo. Puede llamarse también la mitad o punto medio de los tiempos. En este período de tiempo se realizó, por lo menos incipientemente, en un pequeño espacio y por breve tiempo, el comprendido entre los emperadores romanos Augusto y Tiberio, lo que se había predicho en el tiempo de la promesa. Se cumplió con creces lo que Dios había realizado por medio de los profetas. Los demonios son vencidos, la enfermedad y la muerte superadas, se anuncia a los pobres la buena nueva, se perdonan los pecados, está presente el amor de Dios. A este punto medio de los tiempos sigue un tiempo para el que Jesús envió fuerzas e incluso el Espíritu Santo. En este tiempo se extiende la palabra de Dios hasta los confines de la tierra. Es el tiempo de la Iglesia, que fue fundada ya en el segundo período, en la mitad de los tiempos, y que ahora se va desarrollando. Las tres épocas se hallan en relación mutua. La mitad de los tiempos es realización del tiempo de la espera; por eco se prepara y se interpreta mediante la Sagrada Escritura (24,44-47). Lucas cita raras veces la Sagrada Escritura, pero en los pasajes del Evangelio que son exclusivos de él es con frecuencia su exposición un tejido en el que están entrelazados numerosos hilos del Antiguo Testamento. Los acontecimientos del tiempo de Jesús se ex-

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plican a la luz del Antiguo Testamento. De la palabra de Dios reciben el sentido que Dios mismo les había prefijado, se hace visible el plan de Dios que él realiza con la historia de la salvación. Mientras que el tiempo de la espera mira hacia adelante a la mitad de los tiempos, el tiempo de la Iglesia mira a la misma con una mirada retrospectiva. En este tiempo medio está contenido todo aquello de que vive el tiempo de la Iglesia. El Espíritu Santo, que es la fuerza de la Iglesia, era también la fuerza de Jesús, que con él fue ungido, por él oró, enseñó, obró; movido por él, caminó a través del país. La vida de Jesús es para la Iglesia el arquetipo de la vida. Sus sufrimientos son también los de los discípulos, sus experiencias son también las experiencias de la Iglesia. El Evangelio da la clave de la doctrina y de la vida de la Iglesia. Lucas escribe su Evangelip para que Teófilo pueda procurarse certeza histórica acerca de aquello sobre lo que ha sido instruido (1,4). Lo que Jesús vivió y enseñó, hay que realizarlo día tras día (9, 23). 3. Dios es el que actúa a través de todas las épocas de la historia. Lucas quiere narrar las grandes gestas de Dios en la historia, siendo así historiador y narrador. Jesús tiene que llevar a cabo el plan salvador de Dios. Lucas insiste más que los otros evangelistas en esta necesidad. El Resucitado habla así a los discípulos: «¡Oh, torpes y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria?» (24,25s). Jesús obra con la autoridad de Dios. Su obra es manifestación de Dios. Esto fluye del coloquio del Hijo con el Padre, que se lo ha dado todo: poder y doctrina. De esta unión con Dios recibe Jesús sabiduría, decisión en la elección de los discípulos, la gloria de la filiación divina en el bautismo, en la transfiguración y en la resurrección.

Dios quiere mostrarse como el que actúa a través de todas las épocas de la historia de la salvación. Ésta no viene de los hombres, sino de Dios. «En la tierra paz entre los hombres, objeto del amor de Dios» (2,14). Lo que e! hombre aporta, y debe aportar, es su pobreza. El programa de la acción salvifica de Jesús está contenido en el pasaje de la Escritura que se leyó en la sinagoga y del que dijo Jesús -que se había cumplido en aquella hora: «El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para anunciar el Evangelio a los pobres; me envió a proclamar libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61,ls; 58,6). De aquí viene el que el evangelio de Lucas sea el evangelio de los pobres que viven en pobreza social, de los pecadores, de los adeudados, de las mujeres que están humilladas y no gozan de plena consideración social, de los que lloran. Jesús mismo forma parte de los pobres. Viene de Nazaret, nace en un establo, no tiene dónde reclinar la cabeza... Ei magnificut de la humilde esclava (1,46-55) es indicación del tiempo de la salud que comienza con Jesús. Dios sale por los humildes, los desvalidos y los pobres. El que está pagado de su propio poder cierra su corazón para con Dios, y Dios se cierra al que se le cierra. A través de todas las épocas de la historia de la salvación exige Dios que sean pequeños los que quieren recibir su salud. El hombre se hace pequeño con la conversión. El tiempo de salvación es tiempo de misericordia con todos. Ahora bien, el presupuesto para recibir la salvación es la conversión: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan» (5,32) «Para que se conviertan» es un añadido de Lucas. El hombre se hace cargo de su situación mediante la palabra de Dios; ésta le informa sobre el juicio venidero y le descubre que es

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pecador. La preparación para la venida de Jesús, es conversión, arrepentimiento y paciencia. Si Dios es el que obra en el tiempo de la salud, entonces le corresponde la alabanza. Los relatos de los prodigios realizados por Jesús acaban repetidas veces con la alabanza de Dios. Las alabanzas más extensas de Dios por sus obras salvíficas son el benedictus y el magníficat. Pero también el pueblo que se entera del nacimiento de Jesús (2,20), al igual que Isabel (l,41ss), alaba a Dios. A las obras de Jesús se responde con alabanzas de Dios (4,15; 13,13; 18,43). Después de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, estalla el pueblo en un canto de alabanza que reza así: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado a su pueblo» (7,16; cf. 1,68). Jesús juzga conveniente que los sanados alaben a Dios (17,15.18). Las obras salvíficas de Dios por medio de Jesús apuntan al reconocimiento de Jesús y en definitiva a la alabanza de Dios. «Cuando el centurión vio lo sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: "Realmente, este hombre era un justo"» (23,47). También los Hechos de los apóstoles ponen de relieve la asociación entre obra salvadora de Dios por Cristo, conversión y alabanza: «Si, pues, Dios les otorgó el mismo don que a nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedírselo a Dios? Al oir esto, se tranquilizaron y glorificaron a Dios, diciendo: Según esto, Dios ha dado también a los gentiles la conversión que conduce a la vida» (Act ll,17s). En el templo comienza el Evangelio de Lucas, y en el templo termina. La liturgia de la oblación del incienso es la introducción del gran hecho salvador, el culto sinagogal en Nazaret inaugura la actividad pública de Jesús, las asambleas de la Iglesia naciente se efectúan en el templo de Jerusalén. «Y estaban continuamente en el templo, bendiciendo a Dios» (24,53). 12

SUMARIO

Propósito del evangelista (1,1-4). PARTE PRIMERA:

E L COMIENZO DE LA SALVACIÓN (1,5-4,13).

I. La promesa (1,5-56). 1. Anunciación del bautista (1,5-25). a) De un suelo santo (1,5-7). b) Anunciado en una hora sagrada (1,8-12). c) U n niño santo (1,13-17). d) Fidelidad a la promesa (1,18-23). e) Cumplimiento (1,24-25). 2. Anunciación de Jesús (1,26-38). a) Llena de gracia (1,26-29). b) Promesa llena de gracia (1,30-34). c) Concepción por gracia (1,35-38). 3. Encuentro (1,39-56). a) Las madres agraciadas (1,39-45). b) Cántico de María (1,46-55). c) Permanencia y regreso (1,56). II. Nacimiento e infancia (1,57-2,52). 1. Juan el Bautista (1,57-80). a) Nacimiento e imposición del nombre (1,57-66). h) Cántico de Zacarías (1,67-79). c) Infancia de Juan (1,80). 2. Nacimiento de Jesús (2,1-20). a) Nacido en Belén (2,1-7). b) Dado a conocer por el cielo (2,8-14). c) Anunciado por los pastores (2,15-20). 3. Imposición del nombre y presentación de Jesús (2,21-40).

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a) Imposición del nombre (2,21). b) Presentación en el templo (2,22-24). c) Testimonio del profeta (2,25-35). d) Testimonio de la profetisa (2,36-38). e) Regreso a Nazaret (2,39-40). 4. El niño de doce años (2,41-52). a) Jesús en el templo (2,41-50). b) De nuevo en Nazaret (2,51-52). III. Preparación a la actividad pública de Jesús (3,1-4,13) 1. El Bautista (3,1-20). a) El comienzo (3,1-6). b) Predicación del Bautista (3,7-17). c) Fin del Bautista (3,18-20). 2. Preparación de Jesús para su misión (3,21-4,13). a) Bautismo de Jesús (3,21-22). b) El nuevo Adán (3,23-38). c) Tentación de Jesús (4,1-13). PARTE SEGUNDA: ACTIVIDAD DE J E S Ú S EN GALILEA (4,14-8,50).

I. Comienzos de la predicación (4,14-6,16). 1. Presentación (4,14-5,11). o) Epígrafe (4,14-15). b) E n Nazaret (4,16-30). c) En Cafarnaúm (4,31-44). d) Los primeros discípulos (5,1-11). 2. Obras de poder (5,12-5,39). a) Curación del leproso (5,12-16). b) Perdón de pecados (5,17-26). c) Vocación de un publicano (5,27-39). 3. Palabra de autoridad (6,1-19). a) Arrancar espigas en sábado (6,1-5). b) Curación en sábado (6,6-11). c) Vocación de los doce (6,12-19). II. Profeta, poderoso en palabras y en obras (6,20-8,3). 1. La nueva doctrina (6,20-49). a) Bienaventuranzas y conminaciones (6,20-26). h) Amor a los enemigos (6,27-36). c) N o juzguéis (6,37-38). d) Verdadera religiosidad (6,39-49). 2. La acción salvadora de Jesús (7,1-8,3). a) Curación del criado del centurión (7,1-10).

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b) Resurrección del hijo de la viuda de Naím (7,11-17). c) Mensaje del Bautista a Jesús (7,18-35). d) Conversión de la pecadora (7,36-50). 3. Mujeres que servían a Jesús (8,1-3). III. Más que profeta (8,4-9,17). 1. En palabras (8,4-21). a) Parábola del sembrador (8,4-15). b) Parábola de la lámpara (8,16-18). c) La verdadera familia de Jesús (8,19-21). 2. En obras (8,22-56). a) La tempestad calmada (8,22-25). b) El endemoniado de Gerasa (8,26-39). c) Poder sobre la enfermedad y la muerte (8,40-56). 3. La acción de los doce (9,1-17). a) La misión (9,1-6). b) Juicio de Herodes acerca de Jesús (9,7-9). c) Regreso de los apóstoles y primera multiplicación de panes (9,10-17). IV. El Mesías sufriente (9,18-50). 1. Mesías y siervo de Yahveh (9,18-27). a) Confesión de Pedro (9,18-20). b) Primer anuncio de la pasión (9,21-22). c) Seguir a Cristo en la pasión (9,23-27). 2. Manifestación del Mesías sufriente (9,28-43). a) Transfiguración de Jesús (9,28-36). b) Curación de un epiléptico (9,37-43a). 3. La vía dolorosa del Mesías (9,43£>-50). a) Segundo anuncio de la pasión (9,43¿>-45). b) Seguimiento de Cristo a la luz del anuncio de la pasión (9,46-48). c) Uso del nombre de Jesús (9,49-50). PARTE TERCERA: CAMINO DE JERUSALÉN (9,51-19,27).

I. El comienzo (9,51-13,21). 1. El Maestro en marcha y sus discípulos (9,51-9,62). a) Recusación de alojamiento (9,51-56). b) Llamamientos de discípulos (9,57-62). 2. Misión de los setenta (10,1-24). a) Designación y misión (10,1-16). b) Regreso (10,17-20). c) Júbilo de Jesús (10,21-24). 15

3. Obras y palabras (10,25-42). a) Amor al prójimo (10,25-37). b) Escuchar la palabra (10,38-42). 4. La nueva oración (11,1-13). a) La oración de los discípulos (11,1-4). b) El amigo importuno (11,5-8). c) Certeza de ser escuchados (11,9-13). 5. El Mesías y sus adversarios (11,14-54). a) El más fuerte (11,14-28). b) La señal (11,29-36). c) El verdadero Maestro de la ley (11,37-54). 6. Los discípulos en el mundo (12,1-53). a) Confesión intrépida (12,1-12). b) Desapego de los bienes (12,13-21). c) Confianza en Dios (12,22-34). d) Vigilancia y fidelidad (12,35-53). 7. Llamamiento a la conversión (12,54-13,21). a) Las señales del tiempo (12,54-59). b) Los acontecimientos invitan a la conversión (13,1-9). c) Se inicia la era de salvación (13,10-21).

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TEXTO Y COMENTARIO

PROPÓSITO DEL EVANGELISTA 1,1-4 San Lucas comienza con un prólogo que se adapta al uso literario de los escritores de su época *. En un período amplio y cuidadosamente elaborado se habla de lo que ha dado pie para escribir la obra, de su contenido, fuentes, método y fin. Con ello se trata de hallar acceso al mundo del helenismo. 1

En vista de que muchos emprendieron el trabajo de componer un relato de los sucesos que se han cumplido entre nosotros, 2 según nos los transmitieron los que fueron testigos oculares y luego servidores de la palabra, 3 también yo, después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen, me he determinado a escribírtelos ordenadamente, ilustre Teófilo, * a fin de que conozcas bien lu solidez de las enseñanzas que has recibido. El Evangelio de Lucas tiene precedentes y modelos. Ha utilizado el Evangelio de Marcos y tiene afinidad con el evangelio de san Mateo. Muchos emprendieron el trabajo... es sin duda una fórmula exigida por la estructura literaria del prólogo. Quien escribe un Evangelio empren1. Cf. el prólogo del médico Dioscórides (en tiempo de Nerón) a sü libro de medicina: «Dado que no sólo muchos antiguos sino también modernos han escrito sobre la preparación y la virtud de los medicamentos..., querido Ario, yo también voy a intentar...»

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de una gran obra. Lucas sólo se permite afrontar esta empresa porque otros lo han hecho también ya antes que él. El autor va a escribir sobre sucesos que Dios había preanunciado y que ahora se están cumpliendo entre los cristianos a quienes escribe Lucas. «Dios ha enviado el mensaje a los hijos de Israel y ha anunciado el Evangelio de paz por medio de Jesucristo» (Act 10,36). Este mensaje, esta palabra que anuncia y aporta salvación, tuvo comienzo con Jesucristo (Heb 2,3), que es el punto medio de la historia y la obra salvífica de Dios. Comenzando por Galilea, se extendió la palabra a toda Judea, es decir, Palestina; después de la ascensión de Jesús al cielo, la anunciaron en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Act 1,8), los apóstoles, con la virtud del Espíritu Santo. Desde entonces no se ha detenido esa palabra, no ha cesado de extenderse anunciando y aportando la salvación que Dios había prometido. La fuente de la narración de Lucas y de sus predecesores es la tradición de la Iglesia que se remonta a testigos oculares. Éstos presenciaron y vivieron los grandes sucesos de la historia de la salvación. Sólo podía ser heraldo del mensaje de Cristo después de su ascensión al cielo quien hubiera sido testigo «todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús entre nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado» (Act 1,21 s). Estos testigos de «todas las cosas que hizo Jesús en la región de los judíos y en Jerusalén» (Act 10, 39) fueron también servidores de la palabra. Dios los autorizó y los equipó para que se pusieran al servicio de la grandeza divina de la palabra. Bajo la palabra proclamada por los testigos y servidores de la palabra se halla la palabra de Jesús, en la que Dios nos habla a nosotros. San Mateo comienza su Evangelio con estas palabras : «Genealogía de Jesucristo», y Marcos: «Principio del

evangelio de Jesucristo». Los autores se mantienen ocultos tras su obra. San Lucas se declara sin reparos: Me he determinado. Su obra deberá figurar en la bibliografía, ha de ocupar un puesto en el mundo de los libros. Además, su autor dio a la tradición un sello más personal que sus predecesores, aun conservando la forma original de la predicación de Jesús. Escribe como helenista culto, como médico y discípulo de Pablo (Col 4, 14). Los evangelistas quieren, con el fervor de su fe, encender también en otros un fervor semejante, pero siempre manteniéndose fieles a lo transmitido por tradición. Lucas, como investigador de la historia, quiere emprender su obra con exactitud. Sigue los acontecimientos remontándose hasta el principio e investiga todo lo que está garantizado por los testigos oculares. Finalmente trata de narrar seguidamente y por orden todo lo que ha recogido. Ha puesto en todo el mayor empeño. Entre los Evangelios es el de Lucas el que más se acerca por la forma a una exposición histórica de la vida de Jesús. Lucas es el «historiador de Dios». Pero tampoco él quiere limitarse a escribir una historia o una biografía de Jesús, sino que tiene la intención de anunciar una buena nueva que aproveche para la salvación. La obra está dedicada al ilustre Teófilo. ¿Quién era este Teófilo, este «amado de Dios»? ¿Se llamaba así? ¿Le dio Lucas este nombre porque era realmente «amigo de Dios»? ¿Qué personalidad se oculta bajo este nombre? En todo caso debía de ser un hombre de influencia, un alto funcionario; de lo contrario no se le daría el calificativo de «ilustre» (cf. Act 23,26). Era un hombre acomodado y de prestigio. Se le dedica el Evangelio para ponerlo bajo su protección, a fin de que alguien corra con los gastos de copiarlo y propagarlo. Como la palabra hecha hombre se hizo dependiente de hombres, así tam-

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bien la palabra de Dios en el libro debe contar con servicios humanos. La predicación de la fe por la Iglesia había despertado en Teófilo la fe. Lucas quiere, con su Evangelio, dar a esta fe certeza y seguridad histórica. Nuestra fe no se apoya en mitos y en leyendas inventadas, sino en hechos históricos. Lo que se cree y se vive en la Iglesia tiene su último fundamento en Jesucristo, que actuó en este mundo en una hora histórica.

Parte primera

EL COMIENZO DE LA SALVACIÓN 1,5-4,13 El tiempo en que fue preanunciada la salvación llega a su término con Juan Bautista; el tiempo en que se realiza lo anunciado y prometido comienza con Jesús. Juan es «el mayor entre los nacidos de mujer; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él» (7,28). Jesús está por encima del Bautista. Tres veces se comienza con Juan y tres veces se continúa con Jesús. Cada comienzo de Juan sirve a Jesús: la anunciación (1,5-56), el nacimiento y la infancia (1,572,52), la actividad pública (3,1-4,13). Los relatos transcurren de manera análoga, pero los informes acerca de Jesús superan a los relatos sobre Juan incluso en su aspecto externo, por lo que se refiere a su extensión. Jesús tiene que crecer, Juan tiene que disminuir (Jn 3,30). Jesús fue preparado por el Bautista; el Bautista es heredero de grandes personalidades de la historia de Israel, de Sansón, de Samuel, de Elias. Palabras del Antiguo Testamento con que se diseñan estas personalidades sirven también para presentar a Juan y a Jesús. La historia de la salvación no destruye lo que ella misma ha creado, sino que echa mano de ello y lo lleva a la perfección. La luz brilla cada vez con mayor claridad hasta que despunta el día. Dios obra cada vez con mayor po-

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der: «Haré nuevamente con este pueblo extraordinarios prodigios, ante los que fallará la ciencia de los sabios y será confundida la prudencia de los prudentes» (Is 29,14). Cristo es la realización de la historia de la salud.

I. LA PROMESA (1,5-56). El mismo mensajero de Dios, Gabriel, anuncia el nacimiento de Juan (1,5-25) y el de Jesús (1,26-38); ambos se encuentran al encontrarse las madres (1,39-56).

1. ANUNCIACIÓN DEL BAUTISTA (1,5-25). a) De un suelo santo (1,5-7). 5

En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote llamado Zacarías, del turno de Abías. Su mujer era de la descendencia de Aarón y se llamaba Isabel. 6 Ambos eran auténticamente religiosos ante Dios, llevando una conducta intachable en conformidad con todos los mandamientos y órdenes del Señor. 7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; además, eran ambos de avanzada edad. Las obras salvíficas de Dios se llevan a cabo en la historia de los hombres. También el libro de Judit comienza en forma análoga a la historia de la infancia de Jesús: «En los días de Arfaxad» (Jdt 1,1). La historia sagrada requiere un estilo bíblico. Los días de Herodes caen en el tiempo que va del 40 al 4 a.C. Mientras que el nacimiento de Juan se asocia al tiempo de Herodes, rey de Judea (Palestina), el nacimiento de Jesús tiene lugar en el tiem24

po del emperador Augusto, que reinaba sobre «el mundo entero» (2,1). Juan está todavía encerrado en la estrechez de Judea, Jesús trae la salvación al mundo entero. La anunciación de Juan está envuelta en claridades de santidad. El Bautista se halla en el umbral del tiempo de la salvación y es el presagio de la santificación venidera. Cuando Dios establezca su reinado en Cristo, santificará su nombre (11,2; Ez 20,41). La manifestación de la gloria de Dios es también la manifestación de su santidad. Los padres de Juan cuentan entre los santos del país. El padre es sacerdote del turno de Abías, y la madre tiene por antepasado al sumo sacerdote Aarón. El matrimonio de ambos respondía a los imperativos sagrados de la ley sacerdotal: el sacerdote tomaba por esposa a la hija de un sacerdote2. En Israel se propaga el sacerdocio por generación. Juan es sacerdote, está consagrado al servicio de Dios, es santo. Sin embargo, realizará este servicio de Dios muy diferentemente que su padre... Zacarías («Dios se acordó») e Isabel («Dios juró») son santos, porque son justos delante de Dios. Observan todos los preceptos de la ley de Dios. La descendencia y vocación sagrada se vive en la obediencia a la voluntad de Dios. La santidad es obediencia a Dios. Grandes figuras de la historia sagrada habían sido hijos de madres estériles, don y presente de Dios, fruto de la intervención divina en la naturaleza fallida: Isaac (Gen 17,16), el juez Sansón (Jue 13,2), Samuel (ISam 1-2). También Juan había de ser una de estas figuras. La exposición de la anunciación de Juan está inspirada en la historia de la anunciación de estos grandes hombres. Juan fue un hijo otorgado por la gracia de Dios, consagrado a Dios y santificado de manera nueva. 2. H.L. STBACK - P. BILLERBECK, Kommentar Midrasch n , Munich 21956, p. 69s.

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sum NT

aus Talmud und

b) Anunciado en una hora sagrada (1,8-12). 8

Sucedió, pues, que mientras él estaba de servicio delante de Dios, según el orden de su turno, 9 le tocó en suerte, conforme a la costumbre litúrgica, entrar en el santuario del Señor para ofrecer el incienso, 10 y mientras ofrecía el incienso, todo el concurso del pueblo estaba orando fuera. ll Entonces se le apareció un ángel del Señor, puesto en pie, a la derecha del altar del incienso. 12 Zacarías, al verlo, se turbó, y lo invadió el miedo. La historia del precursor de Jesús comienza en el santuario del templo. Sólo los sacerdotes pueden entrar en él. el pueblo ora fuera. El mismo sacerdote puede entrar únicamente cuando le toca en suerte desempeñar el ministerio sagrado cerca de Dios. Dios está cerca de su pueblo en el templo. Sin embargo, sólo está permitido acercarse a Dios-al que es llamado por él: por elección y suerte. El Dios santo es el Dios lejano, inaccesible. La anunciación de Juan tiene lugar mientras se está orando solemnemente. El sacrificio del incienso simboliza la oración que se eleva a Dios. «Séate mi oración como el incienso, y el alzar a ti mis manos, como oblación vespertina» (Sal 141,2). El sacerdote remueve las brasas ardientes del incensario de oro y se postra en adoración. Fuera está orando el pueblo: «Venga el Dios de la misericordia al santuario y acepte con complacencia la oblación de su pueblo» 3. Grandes momentos de la historia de la salvación, también en la vida de Jesús, tienen lugar durante la oración: la manifestación en el bautismo, la trans3.

BlLLERBÉCK II, |). 79.

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figuración, la elección de los apóstoles, la aceptación de la pasión en el huerto de los Olivos, la muerte. Aparece un ángel del Señor. El comienzo de la buena nueva viene del cielo. El ángel se deja ver a la derecha del altar del incienso. El lado derecho presagia salvación (Mt 25,33s). Todo lo que allí sucede fuerza a un silencio sagrado, induce a reflexionar, es antiquísimo lenguaje religioso que indica ya el sentido de lo que se va a realizar. La aparición produce en Zacarías turbación y miedo. Es el sentimiento numinoso ante lo divino. Dios es el Otro, el Inaccesible. «¡Ay de mí, perdido soy!, pues he visto a Dios» (Is 6,5). El mensajero de Dios está envuelto en el resplandor de la tremenda gloria y santidad de Dios. La anunciación d& Juan tiene lugar en el recinto inaccesible del templo, en el orden riguroso del culto divino, atmósfera en que se respira el tremendo poder del Santo, en el mundo del espíritu del Antiguo Testamento.

c)

Un niño santo (1,13-17). 13

Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías; que tu oración ha sido escuchada: tu esposa Isabel te dará un hijo, al que llamarás Juan. 14 Para ti será motivo de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento. Cuando una figura o aparición celestial —Dios mismo, un ángel, Cristo— interpela a un hombre, inicia su alocución con las palabras de aliento: ¡No temas! Dios quiere animar a los hombres, no deprimirlos. En este momento se ven cumplidas las oraciones de Zacarías: su ruego de tener descendencia y su ruego de que se vieran cumplidas las promesas mesiánicas. El tiempo final es el cumplimiento y la consumación de todas las 27

esperanzas y anhelos de la humanidad. Las plegarias de los hombres tienen su última realización en el tiempo final. Dios fija el nombre del niño: con él da su misión y su poder. El nombre que ha de llevar el niño significa: Dios es misericordioso. El tiempo de la visita de Dios por gracia es inminente, y Juan ha de proclamar la proximidad del tiempo de la salvación. Su nacimiento desencadenará una alegría escatotógica y un júbilo de salvación. No sólo los padres se alegrarán, sino también muchos, la gran multitud de las comunidades creyentes. Juan tiene una misión en la historia de la salud. Cierra el tiempo de las promesas y anuncia el nuevo tiempo de la salvación, que aporta júbilo y gozo. La comunidad cristiana primitiva de Jerusalén celebra el culto divino «con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios» (Act 2,46).

tabernáculo de la reunión, no sea que muráis. Es ley perpetua entre sus descendientes» (Lev 10,9). La vida de Juan está consagrada a Dios, a Dios que viene a su pueblo. Como Juan estará lleno de Espíritu Santo, será profeta que anuncie la palabra y la voluntad de Dios. Otros se vieron equipados como profetas ya en edad madura, cuando fueron llamados; Juan, en cambio, es profeta ya desde el primer momento de su vida, «desde el seno de su madre». El tiempo de la salvación se anuncia también mediante la plenitud del Espíritu Santo. Desde Sansón, pasando por Samuel y hasta Juan se va avanzando en espiritualización y en profundidad. Sansón no se corta el cabello, Samuel no bebe bebidas inebriantes. Juan guarda sólo lo segundo, pero su vida entera está llena de Espíritu Santo. 16

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Porque será grande a los ojos del Señor, jamás beberá vino ni bebida embriagante y estará lleno de Espíritu Santo desde el seno de su madre. Será grande a los ojos del Señor. Su posición en la historia de la salvación lo hace descollar por encima de todas las grandes figuras de la historia sagrada. Estas personalidades vivían en la espera del reino de Dios y de la salvación, Juan la toca ya como con las manos y proclama su alborada (cf. Le 7,28). En su vida no se quedará Juan atrás con respecto a los grandes del pasado. Los consagrados a Dios no beben bebidas embriagantes: así Sansón (Jue 13,2-5.7), así el profeta Samuel (cf. ISam 1,15s). De los sacerdotes consagrados a Dios se dice: «No beberás vino ni bebida alguna inebriante tú ni tus hijos, cuando hayáis de entrar en el 28

Hará que muchos hijos de Israel vuelvan al Señor, su Dios; 17 e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elias, para hacer que el corazón de los padres vuelva hacia los hijos, y que los rebeldes vuelvan a la sensatez de los buenos, a fin de preparar al Señor un pueblo bien dispuesto. Dios manifiesta su gracia en Juan. Lo envía como predicador de la conversión del tiempo final. Juan hará que se conviertan, que vuelvan al Señor muchos hijos de Israel, pueblo elegido de Dios, que se habían alejado de su Señor y Dios. El retorno a Dios apartará del pecado, cambiará los sentimientos interiores, ordenará la vida según la voluntad de Dios. Juan será precursor, heraldo del Señor que va a venir. El Antiguo Testamento aguarda la venida de Dios. Ahora se cumple lo que había predicho el profeta Malaquías: «Ved que yo mandaré el profeta 29

Elias antes de que venga el día de Yahveh, grande y terrible» (Mal 3,23). El niño que ha de nacer no es Elias que vuelve a aparecer (cf. Jn 1,21), sino que desempeñará su misión con el espíritu y la eficacia de Elias. El hijo de Zacarías preparará el camino para la renovación de la alianza. Realizará lo que predijo Malaquías para el fin de los tiempos: «Pues he aquí que voy a enviar mi mensajero, que preparará el camino delante de mí... Él convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres, no venga yo a dar toda la tierra al anatema» (Mal 3,1.24). Con él serán los hombres reunidos en un pueblo, y este pueblo uno será unido con Dios. Dios manifiesta su gracia en Juan, puesto que mediante él hará que su venida sea tiempo de salvación y no juicio riguroso. Por eso envía a Juan, para que prepare al Señor un pueblo bien dispuesto. La transformación de los israelitas alejados de Dios en auténticos miembros del pueblo, y la de los injustos en justos, es preparación de un pueblo bien dispuesto para el Señor.

d)

Fidelidad a la promesa (1,18-23). 18

Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿En qué conoceré esto? Porque yo ya soy viejo, y mi mujer, de avanzada edad. 19 El ángel le contestó: Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios, y he sido enviado para hablar contigo y anunciarte esta buena noticia.

mantendrá su palabra (Jue 6,36ss), y así también el rey Ezequías cuando le promete Dios que prolongará su vida (2Re 20,8). Los judíos piden señales (ICor 1,22). El hombre teme ser engañado. Dios concede signos, pero quiere que el hombre aguarde el signo que él le dé, y que esté dispuesto a creer aun sin signos. «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29). De la veracidad de la promesa es garante el mensajero de la anunciación. Se llama Gabriel, «Dios es poderoso». Puede cumplir lo que promete su palabra. El mensaje proviene de la más íntima proximidad de Dios. Gabriel es uno de los siete ángeles que están junto al trono, en presencia de Dios (Tob 12,15; Ap 8,2). Este ángel fue el que en la hora del sacrificio vespertino (Dan 9,21) formuló a Daniel la revelación de las setenta semanas de años, después de que él le había rogado insistentemente (9,4-19): «Setenta semanas están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar las transgresiones y dar fin al pecado, para expiar la iniquidad y traer la justicia eterna, para, sellar la visión y la profecía y ungir una santidad santísima» (Dan 9,24). Ahora va a realizarse todo esto. Juan va a introducir el tiempo de la salvación. El poder del pecado se quiebra, se restablece la voluntad de Dios, se cumplen las promesas, se unge un nuevo lugar santísimo, que es Cristo mismo. 20

Pero mira: te vas a quedar mudo y sin poder hablar hasta el día en que se realicen estas cosas, por no haber creído en mis palabras, las cuales se han de cumplir a su tiempo.

Zacarías exige un signo, al igual que los hombres de los antiguos tiempos de Israel. Así Abraham, después de la promesa de que recibirá Canaán como herencia, pregunta: «Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que he de poseerla?» (Gen 15,7s). Gedeón quiere un signo de que Dios

En la repentina pérdida de la palabra y del oído (l,62s) se hace tangible la intervención divina. Con la falta de fe y la exigencia de un signo, que provoca a Dios, el anun-

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v

ció de la salvación se convierte en castigo. Con tal exigencia de signos tropieza la oferta salvífica de Dios a su pueblo por medio de Jesús y se convierte en juicio (11, 29s). Todas las personas que en la historia de la infancia aceptaron con fe el mensaje de salvación, saltan de gozo y se convierten en mensajeros del gozo de este mensaje. La duda con que se exigen signos mata la alegría y cierra la boca del júbilo y del apostolado. El signo de castigo se da por terminado cuando se realiza la promesa. La duda de Zacarías y la exigencia de signos por los judíos faltos de fe no pueden impedir la venida de la salvación. Cuando nace Juan se extingue la culpa de Zacarías. Cuando vuelva a venir Cristo al final de los tiempos, también Israel, en su calidad de pueblo de Dios, logrará la salvación y hablará alabando a Dios, después de haber callado como mudo a lo largo del tiempo de la Iglesia (Rom ll,25s). 21

Entre tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se extrañaba de que se entretuviera tanto dentro del santuario. 22 Cuando, por fin, salió, no podía hablarles, y entonces comprendieron que había tenido en el santuario alguna visión; él intentaba explicarse por señas, pues seguía mudo. El Señor había ordenado a Moisés: «Habla a Aarón y a sus hijos, diciendo: De este modo habréis de bendecir a los hijos de Israel; diréis: Que Yahveh te bendiga y te guarde. Que haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia. Que vuelva a ti su rostro y te dé la paz» (Núm 6,23-26). La bendición es respuesta de Dios a la oración. El pueblo había orado y aguarda la bendición. Ya no se le bendice. Se alumbra una nueva fuente de bendición: la

salud mesiánica lleva en sí toda bendición (Ef l,3s). Dios mismo bendice a su pueblo otorgándole el tiempo de salud. Los sacerdotes tenían la costumbre de no prolongar las acciones sagradas a fin de que el pueblo no se inquietase. La proximidad de Dios se les antojaba peligrosa a los hombres del Antiguo Testamento. De la mudez del sacerdote se concluye que ha habido alguna aparición de Dios. La manifestación de Dios es salvación y ruina. Para los que dudan es ruina, para los que creen es salvación. Ahora bien, la manifestación neotestamentaria comienza con Juan: «Dios es misericordioso.» El pueblo nota en Zacarías que Dios le ha hablado. No puede captar el sentido de la revelación, pues Zacarías no podía hablar. Los acontecimientos salvíficos tienen necesidad de una palabra que los esclarezca y los interprete. Dios otorga la salvación y la palabra interpretativa: mediante el nacimiento de Jesús, mediante su muerte, mediante sus sacramentos... 23

Y cuando terminaron los días de su servicio litúrgico, se retiró a su casa. No todos los sacerdotes tenían su domicilio en Jerusalén; muchos vivían en las ciudades de Palestina. Había pasado ya la semana del servicio litúrgico. Zacarías se marchó de la ciudad santa. Llevaba consigo un gran secreto, la realización de su anhelo, el signo de que no se había engañado y de que Dios mantendría su palabra. Aunque castigado por Dios, volvió a casa con confianza: Dios es misericordioso. La anunciación tuvo lugar durante la liturgia del templo. Dios dio respuesta a las súplicas de aquel templo, de sus sacerdotes y de su pueblo. Todavía un poco de tiempo, y el templo experimentará su máximo esplendor. Dios

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33 NT, Le I, 3

mismo vendrá y lo llenará con su gloria. ¿Anunciarán al pueblo este gozo los sacerdotes del templo? ¿O se quedarán mudos porque no creen?

e)

Cumplimiento (1,24-25). 24

Después de aquellos días, su esposa Isabel concibió, y se mantenía oculta durante cinco meses, diciéndose: 25 Así lo ha hecho el Señor conmigo, cuando le ha parecido bien acabar con mi descrédito ante la gente.

un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inebriante y no comas nada inmundo, porque el niño será nazireo de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de su muerte» (Jue 13,6s). Semejante vida exige retiro. En una hora grande recurre Isabel a un recuerdo bíblico para conocer la voluntad de Dios. Los días de esperanza y expectación los llena Isabel con oración. Da gracias a Dios: Así lo ha hecho el Señor conmigo. Una y otra vez recuerda la acción de Dios: Ha puesto los ojos en mí. Recuerda su humillación: Me ha quitado el oprobio de la esterilidad. Ella misma ha experimentado la historia de su pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh, tu Dios, te ha impuesto estos cuarenta años por el desierto, para castigarte y probarte, para conocer los sentimientos de tu corazón... Ahora, Yahveh, tu Dios, va a introducirte en una buena tierra, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en los valles y en los montes» (Dt 8,2-7).

Isabel forma parte de aquella serie de mujeres que eran estériles, pero que por disposición divina concibieron de manera natural: Sara, que fue madre de Isaac (Gen 17,17), Manué, madre de Sansón (Jue 13,2), Ana, madre de Samuel (ISam 1,2.5). Dios les abrió el seno materno (Gen 29,31), que antes había estado cerrado (ISam 1,5). María concibe sin concurso de varón por la virtud del Espíritu Santo. Isabel pertenece todavía al Antiguo Testamento; con María se inaugura la «nueva creación» de Dios, en la que el hombre no puede hacer otra cosa que aguardar y recibir confiadamente la salvación. Dios ordena y combina los hechos de la historia sin privar de libertad al hombre. Isabel se mantuvo oculta durante cinco meses. Nadie tenía noticia de su estado. En el sexto mes fue María remitida a Isabel por el mensajero de Dios: «Ya está en el sexto mes la que llamaban estéril» (1,36). Isabel era para María un signo otorgado por Dios. ¿Por qué se mantuvo oculta Isabel? La madre del consagrado a Dios vive como consagrada a Dios. Para la madre de Sansón era esto voluntad de Dios: «Ha venido a mí un hombre de Dios. Tenía el aspecto de un ángel de Dios muy temible... Él me dijo: Vas a concebir y a parir

En el sexto mes, el ángel Gabriel jue enviado de parte de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret,

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2.

ANUNCIACIÓN DE JESÚS

(1,26-38).

El relato de la anunciación de Jesús es una obra maestra en la forma, un «Evangelio áureo» en el contenido. Tres veces habla el ángel, y tres veces responde María. Tres veces se dice lo que Dios pretende hacer con María, y tres veces se expresa su actitud ante la oferta de Dios. El ángel entra donde está María (1,26-29). Anuncia el nacimiento del Mesías (1,30-34) y revela la concepción virginal (1,35-38).

a) Llena de gracia (1,26-29). 26

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a una virgen, desposada con un hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María.

La anunciación de Jesús llama la atención hacia la anunciación de Juan. En el sexto mes... Juan sirve a Jesús. La concepción de la estéril remite a la concepción virginal de María. Aunque Jesús vendrá más tarde, es, sin embargo, anterior a él (Jn 1,27). El mensajero de la anunciación es una vez más Gabriel. Viene de la presencia de Dios. Se inicia un movimiento del cielo a la Tierra. Gabriel fue enviado por Dios. No se limita a aparecer, como en la anunciación de Juan, sino que viene. Lo que ahora comienza es un venir de Dios a los hombres en la encarnación. En la anunciación de Juan termina la misión del ángel en el templo de Dios, en el espacio sagrado, reservado, inaccesible. En la anunciación de Jesús termina la misión del ángel en una ciudad de Galilea, en la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15), en la parte de tierra santa que pasaba por ser no santa, a la que parecía haber descuidado Dios, de la que «no había salido ningún profeta» (Jn 7,52). En un principio no se menciona el nombre de la ciudad, como si no quisiera venir a los labios. Finalmente sale a relucir eJ nombre: Nazaret. La ciudad no tiene relieve alguno en la historia. La Sagrada Escritura del Antiguo Testamento no mencionó nunca este nombre, la historiografía de los judíos (Flavio Josefo) no tiene nada que referir sobre esta ciudad. Un contemporáneo de Jesús dice: «¿Es que de Nazaret puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Dios elige lo insignificante, lo bajo, lo despreciado por los hombres. La ley de la encarnación reza así: «Jesús... se despojó a sí mismo» (Flp 2,7).

historia de Jesús comienza con una muchacha, quizá de unos 12 ó 13 años. Estaba desposada, como convenía a una joven de aquella edad. El prometido de María se llamaba José. Todavía no la había llevado a su casa y todavía no había comenzado la vida conyugal. La desposada era virgen. José era de la casa de David. Dios lo dispuso todo de modo que el hijo de María fuera hijo de la virgen, hijo legal de José, descendiente de la estirpe regia de David. Dios lo dispone todo en su sabiduría. El nombre de la virgen era María. Así se llamaba también la hermana de Aarón (Éx 15,20). No sabemos lo que significa este nombre: ¿Señora? ¿Amada por Yahveh?... Pero el nombre adquiere consagración y brillo tan luego resuena por primera vez en la historia de la salud. La misión del ángel que está en la presencia de Dios termina en María. 28

Y entrando el ángel a donde ella estaba, la saludó: ¡Alégrate, llena de gracia! El señor está contigo, bendita tú eres entre las mujeres4. Para la anunciación de Juan aparece el ángel y está sencillamente ahí; en la anunciación de Jesús entra el ángel donde está María y la saluda. El nacimiento de Juan se anuncia en el santuario del templo, el nacimiento de Jesús en la casa de la Virgen. En el Antiguo Testamento mora Dios en el templo, en el Nuevo Testamento establece su morada entre los hombres. «La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14). El ángel saluda a María; a Zacarías no lo saludó. Sa-

La historia de Juan comienza con el sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, que era de la estirpe de Aarón; la

4. Las palabras «bendita tú entre las mujeres» no son seguras según la crítica textual; pueden haberse introducido aquí a partir de 1,42. Razones estilísticas abogan por la autenticidad; ambas fórmulas de saludo resultan paralelas.

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luda a esta muchacha de Nazaret, aunque en Israel un hombre no saluda a una mujer. El saludo se expresa con dos fórmulas. Cada una consta de saludo y de interpelación. La primera es: «¡Alégrate, llena de gracia!» Los que hablan griego saludan así: ¡Alégrate! Los que hablan arameo saludan como saludó Jesús a sus discípulos después de la resurrección: «¡Paz con vosotros!» (Jn 20,19.26). ¿Cuál es la idea de Lucas cuando pone en boca del ángel este saludo: «Alégrate»? En Lucas, la historia de la infancia (1-2) está llena de palabras y de reminiscencias de la Biblia veterotestamentaria: es una pintura con colores tomados del Antiguo Testamento. También Mateo emplea para su historia de la infancia pruebas del Antiguo Testamento. Introduce los textos con fórmulas solemnes, mientras que Lucas narra con textos tomados del Antiguo Testamento. No indica sus fuentes, sino que nos deja a nosotros la satisfacción de descubrirlas y nos invita a reconocer a la luz de la palabra de Dios los hechos que él ha podido saber por la tradición. Con esta exclamación: ¡Alégrate!, saluda el profeta Sofonías a la ciudad de Jerusalén cuando contempla el futuro mesiánico. «¡Canta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3,14). Análogamente Joel: «No temas, tierra, alégrate y gózate, porque son muy grandes las cosas que hace Yahveh» (Jl 2,21; cf. Zac 9,9). «¡Alégrate!» era una fórmula fija, litúrgica y profética, que se utilizaba a veces cuando el oráculo profético tenía un desenlace favorable. Ahora saluda el ángel a María con esta fórmula mesiánica.

su gracia. Dios le ha otorgado su favor, su benevolencia, su gracia. Ella «ha hallado gracia ante Dios». En la interpelación profética, con cuyas primeras palabras ha saludado el ángel a María, se desarrolla este favor divino: «El Señor ha descartado a tus adversarios y ha rechazado a tus enemigos; el Señor está en medio de ti. No verás más el infortunio... No temas... El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador. Se goza en ti con transportes de alegría, te ama con delirio...» (Sof 3,15-17). María es la ciudad en medio de la cual (en cuyo seno) habita Dios, el rey, el poderoso salvador. Ella es el resto de Israel, al que Dios cumple sus promesas, es el germen del nuevo pueblo de Dios, que tiene Dios en medio de ella (cf. Mt 18,20; 28,20). El segundo versículo de la salutación comienza con las palabras: El Señor está contigo. Grandes figuras de la historia sagrada habían oído estas mismas palabras, que habían de sostenerlos y animarlos: Moisés, cuando en el desierto fue llamado por Dios para ser guía y salvador de su pueblo. El ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, que ardía de una zarza (Éx 3,2). Cuando se creía incapaz de responder a su vocación, le dijo Dios: «Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que estoy contigo...» (Éx 3,12). Algo parecido sucedió al juez Gedeón: «Apareciósele el ángel de Yahveh y le dijo: Yahveh está contigo, valiente héroe... Gedeón le dijo: Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que eres tú quien me habla» (Jue 6,12.15-17). Con este saludo se sitúa María entre las grandes figuras de salvadores de la historia sagrada. Dios le ha otorgado su gracia especial y su protección.

El ángel la llama llena de gracia. Los padres de Juan son irreprochables, porque observan la ley de Dios; María goza de la complacencia de Dios porque está colmada de

Al saludo sigue de nuevo la alocución: Bendita tú entre las mujeres. También estas palabras son venerandas y están santificadas por una antigua tradición bíblica. La

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heroína Jael, que aniquiló al enemigo de su pueblo, es elogiada con estas mismas palabras: «Bendita Jael entre las mujeres» (Jue 5,24). A Judit, que terminó con el opresor de su ciudad natal, dice el príncipe del pueblo Ozías: «Bendita tú, hija, sobre todas las mujeres de la tierra por el Señor, el Dios Altísimo... Hoy ha glorificado tu nombre, de modo que tus alabanzas estarán siempre en la boca de cuantos tengan memoria del poder de Dios» (Jdt 13, 18s). María cuenta entre las grandes heroínas de su pueblo; ella ha traído al Salvador que nos librará de todos los enemigos (cf. Le 1,71). 29

Al oir estas palabras, ella se turbó, preguntándose qué querría significar este saludo. El saludo había terminado. María se turbó por la palabra del ángel. Zacarías se turbó por la aparición del ángel, María se turba por su palabra. La humilde muchacha se turba por la grandeza del saludo. Se preguntaba qué podía significar aquel insólito saludo. Dado que oraba y vivía entre los pensamientos de la Sagrada Escritura, tenía que surgir en ella un barrunto de la grandeza que se le anunciaba con aquellas palabras.

b)

Promesa llena de gracia (1,30-34). 30

Entonces el ángel le dijo: No temas, María; porque has hallado gracia ante Dios. 31 Mira: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Moisés (Éx 3,1 ls) y Gedeón (Jue 6,15s) y Sión (Sof 3,16s) e Israel tenían necesidad de ser alentados así: Dios 40

quiere salvar. «No temas, pues yo estoy contigo» (Is 43,5). Todos ellos temían el encargo de Dios, porque se daban cuenta de su flaqueza. No de otra manera María. La gracia de Dios la asistirá. Por medio de María toma Dios la iniciativa de llevar a término la historia de la salud. Has hallado gracia ante Dios. Dios es quien hace lo grande precisamente en los pequeños. «Cuando me siento débil, entonces soy fuerte» (2Cor 12,10). El poder de la gracia hará cosas asombrosas: Mira. E! ángel anuncia para qué ha elegido Dios a María. Las palabras de la anunciación evocan la profecía con que el profeta Isaías anunció al Emmanuel («Dios con nosotros»): «Mira: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14; cf. Mt 1,23). Las palabras de la anunciación que se referían a Juan, fueron dirigidas a Zacarías y hacían referencia a la mujer. En la anunciación de Jesús se dirige el ángel solamente a María: ésta concebirá, dará a luz e impondrá el nombre. No se menciona ningún hombre, ni ningún padre. Se prepara el misterio de la concepción virginal. Tú concebirás en el seno. ¿Por qué decir esto? Tampoco la Sagrada Escritura habla así. Sin embargo, el profeta Sofonías había dicho dos veces: El Señor en medio de ti. Esto se realizará de una manera nunca oída. Dios morará en el interior, en el seno de la virgen. Estará con ella (Emmanuel). María será el nuevo templo, la nueva ciudad santa, el pueblo de Dios, en medio del cual mora él. El niño ha de llamarse Jesús. Dios fija este nombre, María lo impondrá. No se da explicación del nombre, como tampoco se explicó el nombre de Juan. Todo lo que se dice de ellos explica sus nombres. Dios quiere ser salvador por medio de Jesús: «El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador» (Sof 3,17).

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Éste será grande y será llamado Hijo de\ Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará por los siglos en la casa de Jacob y su reinado no tendrá jin. Juan será «grande a los ojos del Señor». Jesús es grande sin restricción y sin medida. Será llamado y será Hijo del Altísimo. El nombre reproduce el ser. El Altísimo es Dios. El poder del Altísimo envolverá a María en su sombra; por esto, su hijo se llamará Hijo de Dios. En el niño que se anuncia se cumple la profecía que el profeta Natán hizo al rey David de parte de Dios, y que como estrella luminosa acompañó a Israel en su historia: «Cuando se cumplan tus días y te duermas con tus padres, suscitaré a tu linaje, después de ti, el que saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo... Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad» (2Sam 7,12-16). Jesús será soberano de la casa de David y a la vez Hijo de Dios. Su reinado permanecerá para siempre. Remará por los siglos en la casa de Jacob. En él se cumplirá lo que se dijo del siervo de Yahveh: «Poco es para mí que seas tú mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y reconducir a los supervivientes de Israel. Yo haré de ti luz de las naciones para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra» (Is 49,6). Jesús reunirá al pueblo de Dios, e incluso los gentiles se le incorporarán. Fundará un reino que abarque el mundo, los pueblos y los tiempos.

La respuesta al mensaje de Dios es una pregunta. Zacarías pregunta (1,18), y también María. Zacarías pregunta por un signo que le convenza de la verdad del mensaje; María cree en el mensaje sin preguntar por un signo. Zacarías creerá cuando vea resuelta su pregunta; María cree y sólo después busca solución a la pregunta que se le ofrece. La pregunta de María hace caer en la cuenta de la imposibilidad humana de conciliar maternidad y virginidad. María ha de ser madre, como lo ha comprendido por el mensaje del ángel: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Pero al mismo tiempo es virgen: No conozco varón, no tengo relaciones conyugales. La pregunta de María sirve a la vez también de introducción a la explicación divina que ha de hallar este misterio (1,35). No vamos a detenernos precisamente a investigar a qué situación externa e interna, a qué estado de ánimo se debió el que María hiciera esta pregunta. Se ha investigado el Evangelio en este sentido 5 . ¿Y qué se ha logrado? En

Pero María preguntó al ángel: ¿Cómo va a ser esto, puesto que yo no conozco varón?

5. En Occidente se ha sostenido con frecuencia desde san Agustín hasta nuestros días la opinión de que María había hecho un propósito (voto) de mantenerse perpetuamente virgen, pero que se había desposado a fin de tener un protector de su virginidad; que por ello dijo al ángel: «¿Cómo va a ser esto, puesto que yo no conozco varón?» Contra esto se objeta: Tal voto (propósito) de virginidad no era conocido en el AT ni se consideraba como un ideal; si había esenios que vivían en celibato, no lo hacían por un respeto a la virginidad o al celibato basado en motivos religiosos, sino porque se tenía poca estima de la mujer y del matrimonio y se veía en éste un impedimento para el estudio y cumplimiento de la ley. Que los desposorios con José tengan el significado alegado, es cosa que no se desprende del texto. Por estos reparos afirman hoy no pocos: María, con su pregunta, expresó su sorpresa y extrañeza: ¿Cómo era posible que fuera madre entonces, ya que - todavía no la había llevado su esposo a su casa ? En efecto, estaban prohibidas las relaciones conyugales entre quienes sólo estaban unidos por esponsales. También esta hipótesis se basa en presupuestos nada seguros. El ángel no dijo: La concepción va a tener lugar inmediatamente; María dijo sencillamente : «puesto que yo no conozco varón», pero no dijo: «puesto que yo no conozco todavía varón». También se ha intentado esta otra solución: María cuenta entre las personas piadosas del país y, como Zacarías e Isabel, como Simeón y Ana, esperaría el cumplimiento de las promesas mesiánicas.

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lugar de una solución clara e indubitable, nuevos enigmas. La pregunta no debe constituirse en punto de partida de un análisis psicológico de la virgen desposada, bajo la impresión del anuncio de su maternidad. También Lucas consignó la pregunta y no le dio ninguna explicación. La pregunta le parecía importante; en efecto, llama la atención. Nosotros mismos nos hacemos también esta pregunta : ¿Cómo se puede conciliar virginidad y maternidad?

c)

Concepción por gracia (1,35-38). 35

Y el ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios. La acción de Dios es increíblemente nueva. Hasta aquí se trataba de personas ancianas y estériles, a las que se otorgó de manera maravillosa lo que la naturaleza sola no había sido capaz de lograr. Ahora se trata de una virgen que ha de ser madre sin ninguna cooperación humana. Jesús ha de recibir la vida «no de sangre (de varón y de mujer) ni de voluntad humana (de los instintos), ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn 1,13)e, de la virgen. Como virgen que era, pensaría en la que había de ser la madre del Mesías. Así habría meditado también I s 7,14, profecía que habla de la madre virgen del Mesías. En esa situación oye el mensaje del ángel y da como respuesta: «¿Cómo va a ser esto, pues entonces (en ese caso, en el caso del cumplimiento de la profecía) no conozco (no puedo conocer) varón?» También esta hipótesis se basa en presupuestos que no están fundados en et texto, y en pretendidas explicaciones filológicas que tampoco autoriza el contexto. 6. Según una antigua lectura reza así Jn 1,13: «A todos los que lo recibieron, a todos los que creen en el nombre de aquel que no de sangre... sino de Dios nacieron, les dio potestad de llegar a ser hijos de Dios.» A pesar de los buenos testigos, esta lectura no parece ser genuina; en efecto, siendo la más fácil, no se explica cómo, a pesar de su alto valor apologético, no se ha impuesto frente a la otra lectura. Aun cuando el Evangelio de san Juan

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En esta concepción y en esta acción de Dios se supera todo lo que hasta ahora había sucedido a los grandes de la historia sagrada: a Isaac, Sansón, Samuel, Juan Bautista. ¿Quién es Jesús? El Espíritu Santo vendrá sobre ti. Fuerza divina, no fuerza humana, será la que active el seno materno de María. El Espíritu Santo es una fuerza que vivifica y ordena. «La tierra estaba confusa y vacía..., pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas» (Gen 1,2). «Si mandas tu hálito (tu espíritu) son creados (los vivientes)» (Sal 104,30). El milagro de la concepción virginal y sin padre, de Cristo, es la suprema revelación de la libertad creadora de Dios. Un nuevo patriarca surge por la libre acción creadora de Dios, pero con la cooperación de la vieja humanidad, por María. Jesús es Hijo de Dios como ningún otro (3,38). El poder del Altísimo te envolverá en su sombra. La nube que oculta al sol, envuelve en sombras y es a la vez signo de fertilidad, porque encierra en sí la lluvia. Del tabernáculo en que se manifestaba Dios en el Antiguo Testamento se dice: «La nube cubrió el tabernáculo, y la gloria de Yahveh llenó la morada» (Éx 40,34). Cuando fue consagrado el templo en tiempos de Salomón, una nube lo envolvió: «Los sacerdotes no podían oficiar por causa de la nube, pues la gloria de Dios llenaba la casa» (IRe 8,11). La gloria de Dios es luz radiante y virtud activa. Dios no está inactivo en el templo, sino que mora en él desplegando su acción. La gloria de Dios, que es fuerza, llena a María y causa en ella la vida de Jesús. En Jesús se manifiesta la gloria de Dios mediante la encarnano se puede aducir como testimonio explícito del nacimiento virginal de Jesús, sin embargo, la complicada formulación de Jn 1,13 muestra que la filiación divina de los fieles por gracia tiene su modelo en el nacimiento virginal de Jesús.

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María, contrariamente a Zacarías, no pidió ningún signo que acreditara su mensaje, todavía más difícil de creer, sino que creyó sin signo alguno; pero Dios le otorgó un signo. Dios no exige una fe ciega. Apoya con un signo la buena voluntad de creer. Dios da un signo que se acomoda a María. En aquel

momento nada podía afectarle tanto, para nada tenía tanta comprensión como para la maternidad. También ha concebido Isabel, que era tenida por estéril. Éste es el sexto mes. Los signos de la maternidad son manifiestos, son signos de la maravillosa intervención divina. No hay nada imposible para Dios (literalmente: «La palabra de Dios nunca carece de fuerza»). Lo que dice el ángel a María, lo dijo ya Dios a Abraham: «¿Por qué se ha reído Sara, diciéndose: De veras voy a parir, siendo tan vieja? ¿Hay algo imposible para Yahveh?» (Gen 18,13s). La palabra de Dios está cargada de fuerza, es eficaz. La fe de María se ve apoyada por el hecho salvífico efectuado en Isabel, por el testimonio de la Escritura acerca de Abraham. La entera historia de la salvación y la vida de la Iglesia es signo. Desde Abraham e Isaac, pasando por Isabel y Juan, se extiende un arco que llega a María y Jesús. La fuerza que sostiene la historia de la salud y la acción salvadora de Dios, que comenzó en Abraham, alcanzó en Juan su cumbre veterotestamentaria y halló su consumación en Jesús, es siempre la palabra de Dios, que nunca carece de fuerza. Abraham recibe de Sara un hijo porque ha hallado gracia a los ojos de Dios (Gen 18,3). María recibe su hijo porque ha hallado gracia (1,30). María se reconoce hija de Abraham en la fe y en la gracia; en su hijo se cumplen todas las promesas, que se habían hecho a Abraham y a su descendencia (Gal 3,16). María está emparentada con Isabel. Así también María debe descender de la tribu de Leví y estar emparentada con el sumo sacerdote Aarón. Jesús pertenece a la tribu de Leví por su descendencia de María, y por su posición jurídica es tenido por hijo de José y, por consiguiente, por descendiente de David (y de Judá). En los tiempos de Jesús estaba viva la esperanza de que vendrían

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ción que se produce de María. María es el nuevo templo, en el que Dios se manifiesta a su pueblo en Jesús, María es el tabernáculo de la manifestación en el que habita el Mesías, el signo de la presencia de Dios entre los hombres. La concepción virginal por el espíritu y la virtud del Altísimo indica que Jesús, el que nacerá será santo, Hijo de Dios. A Jesús se le llama santo (Act 2,27), es el Santo de Dios (4,34). Jesús, en cuanto concebido y dado a luz gracias al Espíritu, es desde el principio, desde su misma concepción, poseedor del Espíritu. Juan poseyó el Espíritu desde el seno materno, los profetas y los «espirituales» son penetrados del Espíritu durante algún tiempo. Jesús supera a todos los portadores de Espíritu. Por el hecho de poseer el Espíritu desde el principio, puede también comunicar el Espíritu (24,49; Act 2,33). Jesús es llamado Hijo de Dios, y lo es. Por haber nacido gracias a la virtud del Altísimo, por eso es Hijo del Altísimo (1,32; 8,28), Hijo de Dios. No es hijo de Dios como Adán es también hijo de Dios (3,38) mediante creación por Dios, sino por generación, no como los que aman, que reciben como gran recompensa ser hijos del Altísimo (6,35), sino desde el principio, desde la concepción. 36

Y ahí está tu parienta Isabel: también ella, en su vejez, ha concebido un hijo; ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, 37 porque no hay nada imposible para Dios.

dos Mesías: uno de la tribu de Leví, que sería sacerdote, y otro de la tribu de Judá, que sería rey 7. Sin embargo, el plan de Dios era que Jesús reuniera en su persona la dignidad sacerdotal y la regia. ¿Hasta qué punto pensaba Lucas en esto? En todo caso su imagen de Cristo tiene más rasgos sacerdotales que regios, su Cristo es salvador de los pobres, de los pecadores, de los afligidos... 83a

Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. El mensaje de Dios ha sido transmitido, la reflexión de María ha cesado, el signo se ha ofrecido; ahora se aguarda la respuesta. Dios suscita anhelos, atrae, solicita, elimina resistencias, persuade, pero no fuerza nunca. María ha de dar su consentimiento con libre decisión. Por el mensaje comprendió María la voluntad de Dios. Esta voluntad la cumple como esclava del Señor. La voluntad de Dios lo es para ella todo. La historia de la salvación comienza con el acto de obediencia de Abraham. El Señor le dijo: «Salta de tu tierra... para la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo... Fuese Abraham conforme le había dicho Yahveh» (Gen 12,1-4). Según una tradición judía, dijo Dios a Abraham: «¡Abraham!». 7. La asociación de realeza y sacerdocio en una persona pertenece a los tiempos más antiguos. Se esperó también para el futuro. Según Éx 19,6, es Israel un «reino de sacerdotes y un pueblo santo». El profeta Zacarías recibe el encargo de coronar al sumo sacerdote Josué (Zac 6,9-14). La coronación del sumo sacerdote significa que se le confía el peder civil. En la época de los Macabeos se realiza esta asociación: «Los judíos y sacerdotes resolvieron instituir a Simón por príncipe y sumo sacerdote para siempre, mientras no aparezca un profeta digno de fe» (IMac 14,41). Por influjo macabeo se halla esta asociación, ante todo, en el Testamento de los doce patriarcas. En el judaismo tardío distinguieron además los textos de Qumrán y el documento de Damasco, entre un Mesías sacerdotal y un -Mesías regio, un Mesías de la tribu de Leví y otro de la tribu de Judá, estando el Mesías regio subordinado al Mesías sacerdotal.

Y Abraham dijo: «Aquí está tu siervo». Desde el principio hasta el fin, los preceptos de Dios exigen obediencia. Cristo entró en el mundo con un acto de obediencia (Heb 10,5-7), y con un acto de obediencia salió de él (Flp 2,8). El hombre sólo puede lograr la salvación si obedece: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21). En la frase de María no hay ningún «yo». Dios lo es todo para María. El término y la consumación del tiempo de la salud bajo la soberanía de su Hijo tendrá lugar cuando Cristo, al que el padre lo ha sometido todo, lo someta todo a aquel que todo se lo ha sometido, de modo que «Dios lo sea todo en todos» (ICor 15,28). 38b

Y el ángel se retiró de su presencia.

Las palabras se retiró enlazan los dos cuadros de las anunciaciones; en efecto, también de Zacarías se dice que se retiró a su casa (1,23). Ambos cuadros tienen una estructura común, ambos invitan a la comparación por su semejanza y sus diferencias. En el comentario se ha procurado penetrar en ellas. De estas consideraciones resuena siempre una cosa: Jesús es el mayor. Una vez que María expresó su obediencia, quedó terminada la misión del ángel. No se dice cómo se verificó la concepción. Ante lo más grande se recomienda el silencio. Lo que no expresó Lucas, lo formuló Juan en estas palabras: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn 1,14).

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48 NT, Le I, 4

3.

ENCUENTRO

(1, 39-56).

El encuentro entre María e Isabel enlaza las dos narraciones de la anunciación de Juan y de Jesús, pero también las dos narraciones del nacimiento y de la infancia. Gracias al encuentro con Isabel adquiere María una inteligencia más profunda del mensaje que le ha dirigido Dios (1,39-45) y canta un cántico de alabanza a la acción salvífica de Dios (1,46-55). Con unas breves palabras sobre la permanencia de María junto a Isabel y sobre su regreso (1,56) se cierra este relato que respira admirable intimidad y calor religioso.

a)

Las madres agraciadas (1,39-45). 39

Por aquellos días, María se puso en camino y se fue con presteza a una ciudad de la región montañosa de Judá. 40 Entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. La marcha tuvo lugar por aquellos días, poco después de la anunciación. El camino lleva a Nazaret a una ciudad de Judá, situada en la región montañosa limitada por el Negeb, el desierto de Judá y la Sefalá. Según una vieja tradición, estaba situada la ciudad en el emplazamiento de la actual En-Karim, a unos seis kilómetros y medio al oeste de Jerusalén. El camino que tuvo que recorrer María desde Nazaret exigía tres o cuatro días de marcha. María se fue a la región montañosa con presteza. El viaje era incómodo, y sin embargo fue María con presteza. Aquí se inicia la gran marcha que llena la obra histórica de Lucas, el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. La Palabra de Dios efectúa una marcha del cielo a la tierra, de Nazaret a Jerusalén, de Jerusalén a Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra, sin tener en cuenta las dificultades, siempre con presteza. 50

Al término de la marcha entra María en casa de Zacarías y saluda a Isabel. También esto se hace con presteza. Sólo saluda a Isabel, a quien Dios la ha remitido. En el camino no saluda a nadie. Procede como los mensajeros que enviará Jesús y que recibirán el encargo: «No saludéis a nadie por el camino» (10,4). La historia de la infancia contiene las líneas fundamentales de la acción de Jesús; la acción de Jesús es modelo para la vida de la Iglesia. 14

Y apenas oyó ésta el saludo de María, el niño saltó de gozo en el seno de Isabel, la cual quedó llena de Espíritu Santo. En el saludo de María, que lleva al Mesías en su seno, la salud mesiánica alcanza a Isabel y, a través de su madre, a Juan. El niño salta de gozo en el seno materno. El movimiento natural del niño se convierte en signo del gozo que suscita el encuentro con el portador de la salud. Este signo tenía un significado más profundo que el movimiento de los gemelos Esaú y Jacob en el seno de Rebeca. «Chocaban entre sí en el seno materno los gemelos, lo que le hizo exclamar: Si esto es así, ¿para qué vivir? Y fue a consultar a Yahveh, que le respondió: Dos pueblos llevas en tu seno. Dos pueblos que al salir de tus entrañas se separarán. Una nación prevalecerá sobre la otra. Y el mayor servirá al menor» (Gen 25,22s). Dios dirige la historia de los hombres aun antes de que nazcan. El profeta Jeremías consigna la palabra de Dios: «Antes que te formara en las entrañas maternas te conocía; antes que tú salieses del seno materno te consagré y te designé para profeta de pueblos» (Jer 1,5). Isabel quedó llena de Espíritu Santo. Cuando María entra en la casa y se oyen sus palabras de saludo, se ini51

cia la bendición del tiempo de salud. Dios dirá a sus mensajeros: «Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay alguien que merece la paz, se posará sobre él vuestra paz» (10,5s). En la casa de Zacarías se efectúa en el estrecho ámbito de la histeria de la infancia lo que se efectuará en Jerusalén después de la resurrección del Señor: «Y sucederá en los últimos días que derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Act 2,17; Jl 3,1-5). La historia de la infancia de la Iglesia es la renovación de la historia de la infancia de Jesús. 42

Y exclamó a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Y de dónde a mí esto: que la madre de mi Señor venga a mí? u Porque mira: apenas llegó a mis oídos tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno. 45 ¡Bienaventurada tú, que has creído; porque se cumplirán las palabras que se te han anunciado de parte del Señor!

«Habiéndose puesto en marcha, David y todo el ejército que lo acompañaba partieron en dirección a Baalá de Judá, para subir el arca de Dios, sobre la cual se invoca el nombre de Yahveh Sebaot, sentado entre los querubines. Pusieron sobre un carro nuevo el arca de Dios y la sacaron de casa de Abinadab, que está sobre la colina... David y toda la casa de Israel iban danzando delante de Yahveh con todas ^sus fuerzas con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos... Atemorizóse entonces David de Yahveh y dijo: ¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahveh? Y desistió ya de llevar a su casa el arca de Yahveh a la ciudad de David, y la hizo llevar a casa de Obededón de Gat, y Yahveh le bendijo a él y a toda su casa. Dijéronle a David: Yahveh ha bendecido a la casa de Obededón y a cuanto tiene con él por causa del arca de Dios» (2Sam 6,2-11). Parece que este texto influyó en la exposición de Lucas. María fue considerada como el arca de la alianza del Nuevo Testamento. Lleva al Santo en su seno, la revelación de Dios, la fuente de toda bendición, la causa del gozo de la salvación, el centro del nuevo culto.

Isabel, llena del Espíritu Santo, habla en una moción extática, bajo el influjo de Dios, en forma litúrgica solemne, como cantaban los levitas delante del arca de la alianza (ICró 16,4). Es pregonera de la salud, servidora del Señor que se presenta en su casa. El Espíritu Santo le da a conocer el misterio de María. La profetisa recoge la alabanza del ángel y la confirma: Bendita tú entre las mujeres. Añade la razón de esta bendición: Y bendito el fruto de tu vientre. Se le predica bendición porque antes ha sido bendecida por Dios con la abundancia de todas las bendiciones que están compendiadas en Cristo (Ef 1,3). ¿De dónde a mí esto? Análogamente habló David cuando había de llevar el arca de la alianza a Jerusalén:

El saludo de María tiene por respuesta los jubilosos saltos del niño. Erumpe el júbilo del tiempo mesiánico de salvación, que el profeta había descrito con estas palabras: «Saldréis y saltaréis como terneros que salen del establo (a los que se han soltado las cadenas)» (Mal 3,20). El tiempo de salvación es tiempo de alegría. El cántico de alabanza que entona Isabel termina con palabras de felicitación para María. Bienaventurada tú, que has creído. María es madre de Jesucristo, porque ha dado el sí en santa obediencia. Cuando aquella mujer del pueblo bendijo a Jesús diciendo: «Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que te criaron», dijo él: «Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (ll,27s). Con un acto de fe comienza la

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historia de la salvación de Israel: Abraham se marcha con su mujer a una tierra desconocida, únicamente porque Dios lo ha llamado y le ha prometido bendecirle con gran descendencia (Gen 12,1-5); con un acto de fe comienza la historia de la salvación del mundo: María creyó las palabras de Dios: que ella sería la virgen madre del Mesías.

b) Cántico de María (1,46-55). Por el mensaje del ángel, por las palabras de Isabel llena de Espíritu Santo y por la Sagrada Escritura, en la que hablaron uno y otro, reconoce María que el Señor ha hecho en ella grandes cosas. Su responsorio (cántico de respuesta a la Sagrada Escritura) es un himno a la acción salvífica de Dios con su pueblo, que ha alcanzado ahora su consumación. Con cánticos semejantes canta también la Iglesia naciente las grandes gestas de Dios: «Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan por las casas y tomaban juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Act 2,46s). Pablo amonesta a los Efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino dejaos llenar de Espíritu, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando de todo vuestro corazón al Señor» (Ef 5,18s). El Evangelio hímnico de María comienza con un cántico de alabanza de Dios (1,46-48), canta al Dios poderoso, santo y misericordioso (l,49s), las leyes fundamentales de su acción salvadora (1,51-53), y termina con unos versos que ensalzan la fidelidad de Dios a las promesas (l,54s). Lo que María experimentó fue, es y será el obrar salvífico de Dios. La historia de la salvación es luz de la vida. 46

Dijo entonces María: Canta mi alma la grandeza del Señor, 47 y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi salvador; 48 porque puso sus ojos en la humilde condición de su esclava. 54

Y así ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. El Señor, mediante la acción salvadora realizada en María ha venido a ser Dios su salvador. Resuena el nombre de Jesús (Mt 1,21). Por Jesús ha venido Dios a ser el salvador. La alabanza de Dios y el gozo mesiánico escatológico penetran las profundidades de María, su alma y su espíritu. Las gestas salvíficas de Dios suscitan en ella una jubilosa liturgia de alabanza. María se cuenta entre los de humilde condición, los pequeños y los pobres, a quienes profetas y salmos prometen con frecuencia la salvación. «Que no ha de ser dado el pobre a perpetuo olvido, no ha de ser por siempre fallida la esperanza del mísero» (Sal 9,19). «Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus humildes y reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). Jesús recoge estas promesas en sus bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). «Tú eres el Dios de los humildes, el amparo de los pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparados, y el salvador de los que no tienen esperanza» (Jdt 9,11). La felicitación de María, que ha comenzado Isabel, no tendrá ya fin. Todas las generaciones se unirán al coro de alabanzas de María. Como no tendrá fin el reinado del Rey que es su Hijo, así también la Madre del Rey será alabada por siempre y en todas partes. 4

* Porque grandes cosas hizo en mi favor el Poderoso. Santo es su nombre, 55

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y su misericordia se extiende de generación en generación para aquellos que le temen.

Poder, santidad y misericordia son los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el Antiguo Testamento. En Dios hay una fuerza viva, que pugna por exteriorizarse, que quiere hacer propiedad suya todo lo que hay en el mundo, demostrándose así Dios como el Santo (Ez 20,41). Como Dios es el Dios santo, es también el Dios misericordioso. Es el salvador y redentor del resto santo, porque no es hombre, sino Dios. Las obras de poder de Dios son amor misericordioso. 51

Desplegó el poderío de su brazo, dispersó a los engreídos en los proyectos de su corazón; 52 a los potentados derribó del trono, y elevó a los humildes; 53 a los hambrientos los colmó de bienes, y despidió a los ricos con las manos vacías.

Dios interviene en favor de los humildes, de los débiles y de los pobres. En cambio, debe temblar quien quiera ser de los grandes y poderosos intelectual, política y socialmente. El que está pagado de su propio poder cierra su corazón a Dios, y Dios se cierra a los que se le cierran. El pobre, en cambio, abre su corazón a Dios, su único refugio y seguridad, y Dios se vuelve hacia él. Las condiciones para entrar en el reino de los cielos son las bienaventuranzas de los pobres, de los que lloran y de los que tienen hambre. María cumple lo que se requiere para poder entrar en el reino de los cielos. Jesús mismo vivirá también de esta ley de la historia salvadora proclamada por María después de haberlo concebido. Porque se humilló será ensalzado (Flp 2,5-11). 54

Tomó bajo su amparo a su siervo Israel, acordándose de su misericordia, 55 como había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su linaje para siempre.

María expresa lo que tiene experimentado su pueblo. «Afligiéronse los egipcios y nos persiguieron, imponiéndonos rudísimas cargas, y clamamos a Yahveh, Dios de nuestros padres, que nos oyó y miró nuestra humillación, nuestro trabajo y nuestra angustia, y nos sacó de Egipto con mano poderosa y brazo tendido, en medio de gran pavor, prodigios y portentos, y nos introdujo en este lugar, dándonos una tierra que mana leche y miel» (Dt 26,6-9). La historia de la salvación conduce a María, el centro de la Iglesia (cf. Act 1,14). Los que se creían grandes y ricos, fueron derribados: el faraón cuando la salida de Egipto, los enemigos de Israel en la época de los jueces, los poderosos soberanos de Babilonia...

La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico habló María de la salud que Dios le había preparado, al final habla de la salud que alborea para su pueblo. Lo que sucedió en María se realiza en la Iglesia de Dios. En María está representado el pueblo de Dios. El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú Israel, eres mi siervo; yo te elegí, Jacob, progenie de Abraham, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra y te llamaré de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is 41,8s). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas. María se reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elección termina

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en la historia de su pueblo, y la historia de su pueblo llega a la perfección en su propia historia. La promesa de la salud se hizo a Abraham y a su descendencia (Gen 12,2). Abraham recibió la promesa, María toma posesión de la realización, el pueblo de Dios recibirá los frutos. María, con el fruto de su seno, es el corazón de la historia de la salud. El cántico de alabanza de la madre virgen recoge el cántico de alabanza de la estéril, a la que Dios ha otorgado descendencia. Ana, madre de Samuel, cantó: «Mi alma salta de júbilo en Yahveh; Yahveh ha levantado mi frente y ha abierto mi boca contra mis enemigos, porque esperé de él la salvación. No hay santo como Yahveh, no hay fuerte como nuestro Dios... Rompióse el arco de los poderosos, ciñéronse los débiles de fortaleza, los hartos pusiéronse a servir por la comida, y se holgaron los hambrientos... Levanta del polvo al pobre, de la basura saca al indigente, para hacer que se siente entre los príncipes darle parte en su trono de gloria... Él atiende a los pasos de los piadosos, y los malvados perecerán en las tinieblas. No vence el hombre por su fuerza» (ISam 2,1-10). El cántico de María no es imitación del cántico de Ana, pero ambos cantos están alimentados por la acción de Dios en la historia salvífica. La formación del niño se ha mirado siempre como obra de Dios. Cuando Eva dio a luz a Caín, dijo: «He alcanzado de Yahveh un varón» (Gen 4,1). Todavía más fue alabada como obra de Dios la maternidad de las estériles. La maternidad de María aventaja a todas las demás. Es la madre virginal del Mesías, en el que son benditos todos los pueblos de la tierra. En su maternidad se ve coronada toda maternidad, y toda maternidad lleva en sí algo de esta maternidad. Las agradecidas meditaciones de María se expresan 58

en el lenguaje de los cánticos del Antiguo Testamento. Los cantos de su pueblo son su canto, y su canto viene a ser el canto del pueblo de Dios. La Iglesia incluye el cántico de la Virgen en la oración de vísperas, cuando mira, meditando, al día transcurrido.

c)

Permanencia y regreso (1,56). 56

María se quedó con ella unos tres meses, y luego regresó a su casa. Isabel se mantuvo oculta después de la concepción. En el sexto mes llegó María; entonces era ya patente que había concebido. María permaneció allí unos tres meses. Probablemente se había marchado ya cuando nació Juan. Éste pertenece todavía a los tiempos viejos, Jesús pertenece a los nuevos. El nacimiento de Juan, que cae todavía en el tiempo de las promesas, debe estar rodeado de todos los signos de este tiempo. María permaneció con Isabel unos tres meses. Estuvo en su casa poco más o menos el mismo tiempo que había estado el arca de la alianza en Guirgat Járim. Sólo poco más o menos. El historiógrafo no quiere forzar los hechos a fin de que las aserciones religiosas puedan presentarse como realización o cumplimiento. Las aserciones sobre María no son invenciones, sino que están basadas en la historia, a la cual da sentido la palabra de Dios. El regreso a su casa muestra que José todavía no la había tomado consigo. Ahora volvía a caer sobre ella el velo que ocultaba su misterio. Los rayos de la gloria sólo habían brillado por breve tiempo. Así va Jesús a través de su infancia y de su acción, así la Iglesia...

59

II. NACIMIENTO

1.

E INFANCIA

JUAN EL BAUTISTA

(1,57-2,52).

(1,57-80).

a) Nacimiento e imposición del nombre (1,57-66). 57

A Isabel le llegó el tiempo del alumbramiento, y dio a luz un hijo. 58 Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de la gran misericordia con que la había favorecido el Señor, se alegraban con ella. El nacimiento de Juan está envuelto en alegría. Isabel se alegra, y con ella los vecinos y parientes. Es la alegría de haber nacido un niño, y de una madre que era tenida por estéril y era además de edad avanzada. Esta alegría ignora todavía la hora de la historia de la salvación que ha sonado con este nacimiento. La alegría del corazón se desborda en un cántico de alabanza: El Señor la ha favorecido con gran misericordia. El reconocimiento agradecido de los grandes hechos misericordiosos de Dios proporciona alegría, no sólo al que ha sido objeto de la misericordia de Dios, sino también a los que lo reconocen y ensalzan. «Y si, además, soy derramado en libación sobre la ofrenda y el ministerio litúrgico de vuestra fe, me alegro y me congratulo con todos vosotros. De igual modo, alegraos también vosotros y congratulaos conmigo» (Flp 2,17s). 59

A los echo días fueron a circuncidar al niño y querían ponerle el nombre de su padre: Zacarías.

60

La circuncisión se llevaba a cabo al octavo día del nacimiento. Así lo exigía la ley: «Esto es lo que has de observar tú y tu descendencia después de ti: circuncidad todo varón. Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y ésa será la señal del pacto entre mí y vosotros. A los ocho días de nacido, todo varón será circuncidado» (Gen 17,10ss; cf. Lev 12,3). A la circuncisión va ligada la imposición del nombre (2,21). El derecho de fijar el nombre del niño y de imponérselo corresponde al padre y a la madre, pero también los huéspedes podían tomar parte en la elección del nombre (Rut 4,17). Como el joven Tobías se había llamado como su padre (Tob 1,1.9), así querían que el niño se llamase Zacarías, como su padre. En la vida religiosa influye mucho la tradición y el uso. Pero la cuestión decisiva es ésta: ¿Cuál es la voluntad de Dios? No siempre elige Dios lo tradicional, la vieja usanza, el camino trillado... so pero su madre intervino diciendo: De ninguna manera: sino que se ha de llamar Juan. 61 Y le replicaron: ¡Pero si nadie hay en tu familia que lleve ese nombre! 02 Preguntaron, pues, por señas a su padre cómo quería que se le llamara. Isabel elige el nombre de Juan porque con espíritu prefético conoce la voluntad de Dios (1,41). Los parientes lo juzgan todo según las usanzas. Ahora alborea un tiempo nuevo. Isabel ha percibido el aura de lo nuevo. Juzga en forma nueva, y esto se hace extraño a ¡os que están completamente enraizados en lo antiguo. El espíritu va por nuevos caminos, que no siempre son fáciles de comprender. En la naciente Iglesia vendrá también sobre los gentiles: «Se maravillaron los creyentes de origen judío 61

que habían venido con Pedro de que también sobre los gentiles se hubiera derramado el don del Espíritu Santo» (Act 10,45). El Espíritu no guía siempre conforme a los planes de los hombres, sino también contra ellos. 63

Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Y se quedaron todos admirados. 64 Y en aquel momento se le abrieron los labios, se le desató ¡a lengua y comenzó a hablar, bendiciendo a Dios. Entonces se escribía en tablillas recubiertas de cera. Isabel y Zacarías están de acuerdo en la elección del nombre. Al pueblo le extraña la decisión y se admira. La voluntad y la palabra de Dios sitúa a los que ha elegido ante la necesidad de salirse de lo acostumbrado: a Abraham, a Moisés, a los profetas. ¿Qué experimentará Cristo cuando sea anunciada su buena nueva? «Nadie que haya probado el vino viejo quiere el nuevo; porque dice: El viejo es mejor» (5,39). La imposición del nombre revela el misterio de la misión del niño que acaba de nacer; en efecto, el nombre del niño significa: Dios es misericordioso. El tiempo del castigo ha terminado para Zacarías; ya no tiene necesidad de signo. Las graves palabras que pronuncian los labios abiertos y la lengua suelta, son alabanza de Dios. En el nacimiento del Precursor se anuncia — todavía en un círculo reducido— el tiempo de salvación, tiempo para proclamar los grandes hechos de Dios. 65

Del pequeño círculo de los vecinos y parientes de la casa sacerdotal sale y se extiende por toda la montaña de Judea ¡a noticia de los acontecimientos extraordinarios. La noticia y el mensaje de salvación pugna por extenderse a espacios cada vez más amplios. Tiene el destino y la fuerza de conquistar el mundo. El que es alcanzado por ella se convierte también en su heraldo (8,17). No basta, sin embargo, con haber experimentado y oído los hechos portadores de la salud. Deben además grabarse en el corazón. El que los percibe tiene que enfrentarse con ellos en su interior. En el niño Juan se revela el poder, la guía y la dirección de Dios. Quien tome esto en serio y lo considere en su interior se asombrará y se preguntará: ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué acompaña a este niño la poderosa mano de Dios? ¿Quién da solución a estas preguntas? En la historia de la infancia hay hombres llenos de Espíritu que interpretan los acontecimientos por los pensamientos y palabras de la Escritura.

¿;

Cántico de Zacarías (1,67-79).

Zacarías interpreta con su cántico la hora de historia de la salvación que ha sonado con Juan. El cántico brota del repertorio propio de aquel tiempo. El espíritu de Dios ilumina a Zacarías sobre la misión de su hijo y sobre el futuro que con él se anuncia. Alaba a Dios con palabras antiguas, dotadas de nuevo contenido. La primera parte del cántico es un salmo escatológico que ensalza los grandes hechos de Dios en la historia de la salvación (1,68-75). La segunda parte es un cántico natalicio que formula parabienes por el día del nacimiento y anuncia la misión del niño (1,76-79).

Y un temor se apoderó de todos sus vecinos, y todas estas cosas se comentaban por toda la región montañosa de Judea; 66 y cuantos las oían, las grababan en su corazón preguntándose: ¿Pues qué llegará a ser este niño? Porque, efectivamente, la mano del Señor estaba con él.

Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y habló como profeta diciendo: 6K Bendito el Señor Dios de Israel,

62

63

67

\x>rque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate, ''"y nos ha suscitado un cuerno de salvación en la cusa de David, su siervo, 7U como lo había prometido por boca de sus santos projetas desde tiempos antiguos:...

Visitación, redención, salud, soberano de la casa de David: todo da a entender que se cumplen los grandes anhelos y esperanzas. Juan es el precursor del portador de la salvación. 71

Cuatro de los cinco libros de los Salmos se cierran con estas palabras: «Bendito el Señor, Dios de Israel» 8. Todos los salmos proclaman las obras de Dios en la creación y en la historia de la salud. La respuesta humana a las obras divinas no puede ser sino la alabanza de Dios. Lo que se anuncia con el nacimiento de Juan, es remate y coronamiento de todos los grandes hechos de Dios, que como Dios de Israel actúa en la historia, se ha escogido a Israel entre todos los pueblos como pueblo de su propiedad, lo ha guiado en forma especial y lo ha destinado a ser una bendición para todos los pueblos. El profeta habla del futuro, como si ya estuviese presente. Dios quiere intervenir en la historia de su pueblo aportando la salvación por medio del Mesías venidero, quiere enviar un poderoso salvador (cuerno de salvación) y preparar la obra redentora. Con el nacimiento de Juan se ha acercado el tiempo de la salud, su venida ha adquirido tal certeza, que se considera ya presente. Van a cumplirse las promesas proféticas del tiempo pasado, que anuncian el rey soberano y Mesías de la estirpe de David. «Juró Yahveh a David esta verdad y no se apartará de ella: Del fruto de tus entrañas pondré sobre tu trono... Ciertamente eligió Yahveh a Sión, la adoptó por morada suya: Ésta cera para siempre mi mansión; aquí habitaré, porque la he elegido... Aquí haré crecer el poder de David y prepararé la lámpara a mi ungido» (Sal 132,11 ss). 8.

Sal 40,14; 71,18; cf. 88,53; 106,48.

Salvarnos de nuestros enemigos, y de manos de todos aquellos que nos odian; 11 tener misericordia con nuestros padres, y acordarse de su santa alianza,... El Mesías salva a Israel de la opresión de sus enemigos y de todos los que lo odian. La salvación que realizó Dios en su pueblo cuando lo liberó de la esclavitud de Egipto, se cumple ahora de manera mucho más grandiosa. «Gritó (Dios) al mar rojo, y éste se secó, y los hizo pasar entre las olas como por tierra seca. Los salvó de las manos de los que los aborrecían y los sustrajo al poder del enemigo» (Sal 106,9s). Cuando alborea el tiempo mesiánico, también los padres de Israel, los antepasados del pueblo israelita, experimentan la misericordia; porque todavía viven y se interesan por las suertes de su pueblo. «Vuestro padre Abraham se llenó de gozo con la idea de ver mi día; lo vio, y se llenó de júbilo» (Jn 8,56). Ahora se realiza la alianza que concluyó Dios con Abraham. «He aquí mi pacto contigo: Serás padre de una muchedumbre de pueblos... Te daré pueblos, y saldrán de ti reyes... Mi pacto lo estableceré con Isaac... Y se gloriarán en tu descendencia todos los pueblos de la tierra» (Gen 17,4.6.21; 22,18). El Mesías es la realización de todas las promesas e instituciones, de todas las esperanzas y ansias de la antigua alianza. Él es aquel a quien miran los que ya murieron y viven en el otro mundo, los que todavía viven y los que han de venir. Él es el centro de la humanidad.

64

65 NT. Le I. 5

73

...de aquel juramento, que juró a nuestro padre Abraham, de concedernos 74 que, liberados de manos de enemigos, pudiéramos servirle sin temor, 75 en piedad y rectitud, en su presencia, por todos nuestros días. Dios habla a Abraham: «Por mí mismo juro... que por no haberme negado tu hijo, tu unigénito, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia de las puertas de sus enemigos» (Gen 22,16s). Todo lo que obliga moralmente a los hombres a cumplir sus promesas, todo esto se dice de Dios: hizo promesas, contrajo un pacto de alianza, incluso pronunció un juramento. Con el envío de Cristo cumple Dios aquello a que se había obligado. Los suspiros y clamores de los hombres no resuenan en el vacío. Dios los oye y los satisface en Cristo, que no es solamente el centro de todas las esperanzas humanas, sino también el centro de todos los designios divinos relativos a los hombres.

para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica con toda religiosidad y dignidad» (ITim 2,1 s). El servicio y culto divino consiste en santidad y justicia. El alma de la acción litúrgica es la entrega a la voluntad de Dios, una conducta santa. «Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y cumple tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú cantarás mi gloria» (Sal 50,14s). 76

Y tú, niño, has de ser profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a prepararle sus caminos, 77 para dar a su pueblo conocimiento de la salvación, mediante el perdón de sus pecados, 78a per las entrañas misericordiosas de nuestro Dios,...

Cuando Israel es sustraído al poder de sus enemigos, queda libre para dedicarse al servicio de Dios. Puede servir a Dios en su presencia y con ello cumplir su misión sacerdotal que tiene que desempeñar entre los pueblos; porque Dios les dijo: «Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éx 19,6). El Mesías procura al pueblo de Dios espacio y libertad para celebrar el culto divino. Pero este espacio libre lo rellena también con la adoración de Dios del final de los tiempos (cf. Jn 4,2-26). «Ante todo, recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos los hombres: por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos,

Juan es profeta de Dios y el que prepara el camino al Señor. He aquí que voy a enviar mi mensajero (Mal 3,1)... Una voz grita: «Abrid una calzada en el desierto» (Is 40,3)... Jesús sobrepuja a Juan, como el Hijo del Altísimo sobrepuja al profeta del Altísimo, y el Señor al que le prepara el camino. El que viene es Dios mismo. El judaismo tardío ve el futuro reino de Dios en estrecha relación con el reino futuro del Mesías. En Jesús viene Dios... La preparación del camino se efectúa mediante el don del conocimiento de la salvación. El pueblo de Dios conoce la salvación porque la experimenta prácticamente. Dios se la da a conocer al otorgársela (Sal 98,2). Ahora bien, la salvación consiste en el perdón de los pecados. Aquel a quien se le perdonan los pecados se ve liberado y rescatado de un poder que ata más que las manos de los enemigos y de los que odian (1,17). El tiempo de salvación para el que Juan prepara es el tiempo de la misericordia de nuestro Dios. La acción reveladora de Dios en los últi-

66

67

mos tiempos es exuberancia de su corazón misericordioso. Para el final de los tiempos se aguarda que Dios envíe su misericordia a la tierra 9 . Ahora se cumple esto. «El Señor es compasivo y de mucha misericordia» (Sant 5,11).

c)

Infancia de Juan (1,80). 80

El niño crecía y se robustecía en espíritu, y moraba en los desiertos hasta el momento de manifestarse a Israel.

78b

...por las cuales vendrá a vernos la aurora de lo alto, 79 para iluminar a los que yacen en tinieblas y sombra de muerte, para enderezar nuestros pasos por la senda de la paz. Por la misericordia de Dios viene la «aurora de lo alto», el Mesías. «Yo, Yahveh... te he puesto para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del fondo del calabozo a los que moran en tinieblas» (Is 42,6s). El Mesías, el sol de la salud, trae a los hombres salvación, trae redención a los oprimidos por el pecado y por la muerte. «El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande; sobre los que habitaban en la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz» (Is 9,1). La Iglesia reza el cántico de Zacarías cada mañana cuando al salir el sol se disipan la noche y las tinieblas. Lo reza también junto al sepulcro. En efecto, sobre toda la noche de la muerte brilla la aurora de lo alto, Cristo, que con su resurrección venció el señorío del pecado y de la muerte, y trae la restauración de todo en un nuevo universo (Ap 21,3s).

9.

Testamento de Zabulón 8,2.

De Sansón se dice: «La mujer dio a luz un hijo y le puso el nombre de Sansón. Creció el niño, y Yahveh le bendijo, y comenzó a mostrarse en él el espíritu de Yahveh» (Jue 13,24s). Con estas palabras de la Biblia se diseña la imagen del joven Juan. No se habla expresamente de la bendición del Señor. El crecimiento corporal y mental están bajo la bendición del Señor en Sansón y en Juan, que son hombres de Dios. Van madurando con vistas a su misión. En el desierto se prepara Juan para recibir la investidura de su cargo. Lejos de los hombres, en la proximidad de Dios se va armando para su quehacer futuro. Del desierto era esperado el Mesías 10. Israel tomó posesión de la tierra prometida después de su permanencia en el desierto. Juan se fue al desierto de Judá. Qué hizo allí y a quién se unió, son cosa que ignoramos. Cuando se descubrieron las grutas de Qumrán y se hizo luz sobre la vida de sus moradores gracias a los escritos que se hallaron, pareció que también se iba a esclarecer el enigma de la estancia de Juan en el desierto. Sin embargo, no consta que Juan tuviera relaciones con la secta de Qumrán. Con ellos le une la ardiente espera del Mesías. Pero se hace difícil creer que el sacerdote Zacarías enviara a su hijo entre gentes que, como protesta contra el sacerdocio del templo, se habían retirado a la soledad, para prepararse, sin templo y sin culto, para la venida del Mesías. 10.

68

Cf. Mt 24,26; Act 21,38

69

La entera vida de Juan está determinada por su ministerio. Desde el seno de su madre es elegido, vive en el desierto, seguramente bajo el impulso divino: Dios mismo le introduce en su ministerio. Todo esto tiene lugar delante de Israel; el Mesías y su pueblo llenan su vida. Dios lo había elegido para estos dos.

2.

NACIMIENTO DE JESÚS (2,1-20).

En tiempos del emperador romano Augusto, que reinaba en todo el mundo de entonces, nace Jesús en Belén, como lo había anunciado el profeta Míqueas (Miq 5, 1; Le 2,1-7). En una notificación solemne anuncian ángeles del cielo quién es este niño recién nacido y qué importancia tiene la hora de este nacimiento en la historia de la salvación (2,8-14). Los pastores anuncian y propagan la fe que había surgido en ellos gracias al mensaje, a los signos y lo que habían visto (2,15-20). Pablo nos transmitió un antiguo himno sobre la encarnación, la muerte y la resurrección de Jesús, que se cantaba en la celebración litúrgica: «Cristo Jesús, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual ji Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose en el porte exterior como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble... y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11). La historia de la infancia de Jesús está sostenida por los mismos pensamientos que este himno. Jesús se despojó y se humilló cuando nació, pero Dios exaltó a este niño mediante la solemne notificación de los ángeles, y en el punto culminante de la narración (2,10) resuena la confesión: «Un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» Como a la cruz del despojo de sí y de la humillación siguió la proclamación de Dios por los ángeles, así al nacimiento en la pobreza sigue la solemne notificación por mensajeros celestiales de Dios. Ahora bien, la exaltación del Crucificado fue acompañada de la proclamación del Evangelio por los apóstoles por 70

todo el mundo; la exaltación del niño recién nacido fue dada a conocer por los testigos de la proclamación divina; aunque, como corresponde a la historia de la infancia, no al mundo entero, sino únicamente a un pequeño grupo. La historia de navidad lleva el sello del Evangelio, del que dice Lucas: «Entonces (antes de la ascensión al cielo) les abrió la mente para que entendieran las Escrituras; y les dijo: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer, que al tercer día había de resucitar de entre los muertos, y que, en su nombre, había de predicarse la conversión para el perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (24,45-49). Lucas, historiógrafo de Dios, tenía el mayor empeño en situar el nacimiento de Jesús, con la notificación divina, en las circunstancias históricas concretas, en pintarlo con colores de la época y en referirlo a la historia del mundo. Así como la historia de la pasión y de la resurrección pertenece, como hecho histórico, a la historia del mundo, así también la historia del nacimiento. El pesebre y la cruz son los puntos cardinales del hecho salvador en Cristo; hay correspondencia mutua entre ambos. Lo que allí sucedió cumplió lo que había preanunciado la Escritura. «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, fue sepultado y al tercer día fue resucitado según las Escrituras» (ICor 15,3). También nació según la Escritura. Hay detalles en el relato de navidad que dejan algunas cuestiones en suspenso. Lucas no escribe conforme al exacto método moderno de la ciencia histórica. Su objetivo principal no era describir el marco histórico en que tuvo lugar el nacimiento de Jesús; lo que le importaba en primer lugar era el Evangelio, la buena nueva encerrada en este acontecimiento. Una vez más hay que remitir al punto culminante del relato (2,10). Allí se dice: Os traigo una buena noticia de gran alegría. También aquí es el relato del nacimiento una anticipación del anuncio de la pasión y de la resurrección. «Os recuerdo .. el evangelio que os anuncié (como buena nueva)..., porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió...» (ICor 15,1-3). A datos menos claros no queremos dar más importancia que la que les dio san Lucas. El Evangelio que presenta el nacimiento histórico de Jesús es también para nosotros el punto decisivo del relato de navidad. De lo contrario podría suceder que nos contentáramos con un marco vacío.

71

a) Nacido en Belén (2,1-7). 1

Sucedió, pues, que por aquellos días salió un edicto de César Augusto para que se hiciera un censo del mundo entero. 2 Este primer censo tuvo lugar mientras Quirínio era gobernador de Siria. 3 Y todos iban a empadronarse, cada cual a su propia ciudad. El historiador Lucas sitúa la historia de la salvación en el transcurso de la historia universal. El emperador romano Augusto (30a.C. -14 d.C.) reina sobre la tierra entera, sobre los países comprendidos en el imperio romano. La inscripción de Priene (del año 9 a.C.) celebra el nacimiento de Augusto. Se dice que Augusto «dio nuevo aspecto al mundo entero: éste se habría arruinado si en él, que ahora nace, no hubiese brillado una suerte común. Rectamente juzga quien en este natalicio reconoce el comienzo de la vida y de toda fuerza vital... La Providencia que gobierna toda vida colmó a este hombre de tales dotes para bien de los hombres, que nos lo envió como salvador a nosotros y a las generaciones venideras... En su aparición se han colmado las esperanzas de los antepasados; él no sólo ha sobrepujado a todos los pasados bienhechores de la humanidad, sino que hasta es imposible que surja uno mayor. El nacimiento del Dios ha introducido en el mundo la buena nueva que con él se relaciona. Con su nacimiento debe comenzar un nuevo cómputo del tiempo» " . El año 27 a.C. Augusto recibió del senado el título honorífico de Sebastos, es decir, Augusto, con lo cual fue declarado digno de adoración. Mediante una disposición suya, el emperador Augus11.

Cf. G. KITTEL, Theol. Worterbuch *um NT

72

n , p. 721s.

to. que reina sobre el mundo, se pone, sin tener conciencia de ello y conforme al designio de la divina Providencia, al servicio del verdadero Salvador del mundo, en quien se cumple lo que los hombres habían esperado de Augusto y que él pudo dar hasta cierto grado, pero no en toda su plenitud. Augusto ordenó que se constituyera un censo 12. Éste abarcaba dos cosas: un registro de la propiedad rústica y urbana (para fines del catastro) y una estimación de sus valores para el cálculo de los impuestos. La orden del emperador alcanzó a Palestina por medio del gobernador de Siria, Quirínio. Herodes el Grande, que entonces reinaba todavía en Palestina, hubo de aceptar aquella disposición, 12. Según el Momtmentum Ancyranitm, Augusto ordenó hacer tres veces el cómputo de los ciudadanos romanos (cf. C.K. BARRETT, Die Unuweít des NT. Ausgewahtte Quellen, Tubinga 1959, p. 12ss). Indicaciones de diversas fuentes históricas permiten deducir que hacia el año 8 a.C. se hicieron censos de la población en diversas partes del imperio romano, por ejemplo, en las Galias el año 9 a.C. Aun prescindiendo de Le 2,1, de las fuentes históricas resulta más que verosímil un registro de la población de todo el imperio romano. El procurador de Judea dependía del gobernador de Siria. Publio Suipicio Quirínio, siendo gobernador de Siria, llevó a cabo el censo de la población hacia el año 6 d . C , lo cual dio lugar a una sublevación del pueblo. Fuera de Le 2,2, nadie informa sobre un censo en Palestina por Quirínio en tiempo anterior a.C. Es cosa demostrada que Quirínio actuaba ya en Siria a.C.; no aparece claro si era gobernador. Desde allí dirigió un censo en Apamea. Parece que tenía un puesto directivo en todos los asuntos del Próximo Oriente en colaboración con las autoridades provinciales romanas. En las palabras de Le 2tZ ¿se ha de ver una «inexactitud cronológica de un escritor distante de los hechos narrados»? Aunque se pueden hacer objeciones, la solución del problema parece ser la siguiente: el censo que emprendió Quirínio el año 6 d.C. parece haber comenzado ya antes de C. (el año 8 a . C ) . Los trabajos del censo duraron bastante tiempo. En Egipto, donde los censos de la población eran ya práctica antigua, duraban todavía cuatro años por los tiempos de Cristo. En Palestina se llevaba a cabo por primera vez, por lo cual se hizo más lentamente. La primera etapa consistió en el registro de la propiedad rústica y urbana, la segunda en la estimación que fijaba los impuestos que se habían de pagar efectivamente. La primera etapa del registro tuvo lugar par el tiempo del nacimiento de Jesús; de ella habla Le 2,ls; la segunda etapa, que era mucho más desagradable para el pueblo y provocó la sublevación por tratarse de la estimación de los impuestos, tuvo lugar el año 6 d.C. Cf. E. STAUFFEJI, Jesús. Gestalt und Geschichte, Berna 1957, p. 26-34; H.U. INSTINSKY, Das Jahr der Geburt Christi, Graz 1957.

73

pues era rey por gracia del emperador. Aquel censo fue el primero que se hacía entre los judíos. Tuvo lugar en tiempo de Quirinio, gobernador de Siria. ¿Por qué hace notar Lucas todos estos detalles? Quería sin duda determinar exactamente el tiempo. Pero con ello se pone también de relieve que Palestina había perdido su libertad. Todos fueron a empadronarse. Según noticias que se hallaron en Egipto, gentes que estaban fuera del país, tuvieron que ir a inscribirse a su lugar de residencia; también las mujeres debían comparecer con sus maridos ante los funcionarios13. Cada cual se dirigió a su ciudad, en la que tenía alguna propiedad. Así, José tuvo que ir a Belén. 4

También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, 5 para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. José fue con María a Belén. Sin duda tenía allí alguna posesión. En tiempos de Domiciano había en Belén parientes de Jesús, que eran labradores. Los descendientes de David habían poseído tierras en Belén. Lucas no hace mención de esto. A él le interesa más el que María y José tuvieran que ir a Belén. Llama a este lugar la ciudad de David; José era de la casa y familia de David. Todo esto suscita recuerdos religiosos. El Mesías tiene que nacer en Belén; procede de la casa de David y poseerá el trono de su padre. El profeta Miqueas lo había predicho: «Pero 13. El papiro procede del año 104 d.C. y fue hallado en Fayyum; muestra condiciones análogas a las que presupone Le, y también Jos mismos términos técnicos. En él se lee: «Gayo Vibio Máximo, gobernador de Egipto, dice: Dado que se avecina la tasación de la propiedad, tenemos que ordenar a todos los que por alguna razón se hallan fuera de su circunscripción que regresen a su hogar patrio a fin de efectuar la tasación de vigor y de aplicarse al debido cultivo del campo» A. DEISSMANN, Licht vom Osten, Tubinga 2-81909, p. 20 ls.

74

tú, Belén de Éfrata, pequeña para ser contada entre las familias de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes serán de antiguo, de días de muy remota antigüedad» (Miq 5,1). Dios pone la historia del mundo al servicio de la historia de la salvación; subordina a sus eternos designios la orden de Augusto. A María se la llama esposa de José; éste la había llevado ya a su casa, pues de lo contrario, según la usanza galilea, no habría podido viajar sola con José. José convivía con María, pero sin llevar vida conyugal. Estaba encinta: era virgen y futura madre. Con ello se expresa lo que el relato de la anunciación había ocultado con el velo del misterio. 6

Y mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en la posada. El relato del nacimiento es introducido solemnemente en el estilo de la Biblia. Mientras María y José estaban en Belén, llegó el tiempo del alumbramiento. Jesús está sujeto a la ley de Augusto y a la ley de la naturaleza. Era obediente. El nacimiento se refiere con sobriedad, con sencillez, objetivamente, en pocas palabras. Dio a luz a su hijo. María trajo al mundo a su hijo con verdadera maternidad. De Isabel se dice: Dio a luz un hijo (1,57); de María: Dio a luz a su hijo. La concepción virginal resuena en todas partes. Dio a luz a su hijo primogénito. ¿Se dice esto por que fuera Jesús el primero de varios hijos varones? La palabra no exige necesariamente esta interpretación. Una inscripción funeraria del año 5 d.C. hallada en Egipto da buena prue75

ba de ello. Una mujer joven difunta, llamada Arsinoe, se expresa así: «En los dolores de parto del primogénito me condujo el destino al término de la vida» 14. El hijito único, primogénito, de Arsinoe, era a la vez el unigénito. Lucas elige este título porque Jesús tenía los deberes y derechos del primogénito (2,23) y porque era el portador de las promesas. María presta a su hijo los primeros servicios maternos. Lo envolvió en pañales. Los niños recién nacidos se envolvían fuertemente en jirones de tela a fin de que no pudieran moverse; se creía que así crecerían derechas las extremidades. Lo acostó en un pesebre, como en el que comen los animales. Este detalle de que el niño recién nacido tuviera como primera cuna un pesebre lo explica el evangelista con estas palabras: Por no haber sitio para ellos en la posada. María y José, llegados a Belén, habían buscado alojamiento en un albergue de caravanas (un khan). Era éste un lugar, por lo regular al descubierto, rodeado de una pared con una sola entrada. En el interior había a veces alrededor un pórtico o corredor de columnas, que en algún tramo podía estar cerrado con pared, formando un local algo grande o varios pequeños. En medio, en el patio, estaban los animales; las personas se cobijaban en el pórtico, estando reservados los espacios cerrados a los que podían permitirse aquel «lujo». Cuando María sintió que se acercaba su hora, no había allí lugar para ella. Se fue a un sitio que se utilizaba como establo; en efecto, donde había un pesebre debía de haber un establo " . El Señor prometido es un niño pequeño, incapaz 14.

J.-B. FREY,

La

signification

du

terme

TIQWTÓTOXOQ

d'apres

une

b)

Dado a conocer por el cielo (2,8-14). 8

Había unos pastores en aquella misma región que pasaban la noche al aire libre, vigilando por turno su rebaño. Los pastores eran gentes despreciadas. Tenían la mala fama de no tomar muy a la letra lo tuyo y lo mío; por esto mismo no se aceptaba su testimonio en los tribunales. Los pastores, los recaudadores de impuestos y los publícanos eran tenidos por incapaces, entre otras cosas, de actuar como jueces y como testigos, ya que eran sospechosos en cuestiones de dinero 1
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