S.S. El Sakya Trizin - Como Ser Felices

September 9, 2017 | Author: Thubten Könchog | Category: Suffering, Nirvana, Mind, Homo Sapiens, Attachment Theory
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Enseñanza sobe los Cuatro Sellos del Buddhismo...

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CÓMO SER FELICES S.S. Sakya Trizin 3 de julio de 2007

En nuestro mundo existen todo tipo de criaturas vivas: animales, humanas y otras muchas. Lo que hace diferente a los seres humanos es el poder de su mente. Si la mente de un ser humano hace el bien, puede ser fuente de inmenso beneficio para ese individuo y para los demás. Pero si hace el mal, puede provocar peores daños que el más fiero de los animales. Los cuerpos de los animales fieros y naturalmente agresivos, como los tigres y los leones, están dotados de características distintas a las de los seres humanos. Los animales tienen garras y colmillos muy afilados y son por naturaleza tremendamente agresivos por la sencilla razón de que para sobrevivir necesitan matar a otros animales; no continuamente, sino cuando tienen hambre. Sin embargo, los cuerpos de los seres humanos, debido a su naturaleza, están hechos para la paz. No tenemos colmillos ni garras y nuestro cuerpo no está hecho para atacar, sino para expresar amor y actuar pacíficamente. Sin embargo, si la mente de un ser humano es negativa y se inclina hacia el mal, puede hacer más daño que el animal salvaje más fiero, especialmente con la tecnología actual, con la que se puede matar a incontables seres en un solo momento.

Así pues, no solo desde una perspectiva espiritual, sino también humana, es muy importante que como seres humanos pensemos cuidadosamente para usar esta vida humana del mejor modo posible y lograr el objetivo esencial, que nos beneficiará a nosotros y a los demás. Porque el propósito de nuestra vida y lo que le da sentido es lograr ser felices y ayudar a los demás. Vivir esta vida de un modo que nos haga infelices y dañe a los demás sería un tremendo desperdicio, una gran perdida y una terrible desgracia. Básicamente, tenemos un cuerpo y una mente. Hay muchos modos de conseguir bienestar físico, hacer que nuestros cuerpos estén más sanos, vivir más y sentirnos mejor. Como el cuerpo y la mente están tan estrechamente relacionados, el malestar físico puede a veces causar problemas a la mente, pero la mayoría de las veces es la mente, cuando no es feliz, la que daña al cuerpo. Existen desde luego tratamientos médicos adecuados para cuando tenemos problemas en nuestra mente, pero el modo más eficaz de afrontarlos es adoptar un modo de pensar distinto que nos alivie cuando estemos desesperados y nos agobien los conflictos mentales. En tales casos, sea uno budista o no, pueden ser de gran ayuda las enseñanzas que el Buda dio. Me refiero a las enseñanzas conocidas como «Los cuatro grandes sellos». Todas las cosas compuestas son transitorias El primer gran sello es que «todas las cosas compuestas son transitorias», que significa que cualquier cosa que ha surgido debido a causas y condiciones es transitoria. Esta transitoriedad es de dos tipos: la transitoriedad burda o continua y la sutil o que ocurre a cada instante. Como ejemplo de la transitoriedad burda o continua tenemos el cambio continuado de las estaciones, que se suceden unas a otras: primavera, verano, otoño e invierno. No siempre es verano o invierno, las condiciones atmosféricas están cambiando continuamente. Con este cambio, el paisaje se transforma y cambia de gris a verde y de seco a húmedo. Los seres que viven en este mundo también cambian. De bebés pasamos a ser niños, luego adolescentes, adultos y más tarde

ancianos. Nuestro cuerpo, nuestro pelo, nuestra apariencia están cambiando constantemente. Todo en nuestra vida está cambiando continuamente. Estos cambios no ocurren ocasionalmente, ni ocurren de golpe después de un periodo en el que nada haya cambiado. Pensad sobre esto detenidamente y podréis ver que en cada instante ocurren cambios sutiles, lo que significa que en cada momento, incluso durante los instantes más efímeros, todo sigue cambiando, lo que da lugar a los cambios visibles. Así pues, no hay nada que no esté cambiando y no sea transitorio, ya que todo lo que ha sido producido por causas y condiciones es transitorio. Esta es una enseñanza fundamental, porque darnos cuenta de que todo es transitorio reduce naturalmente cualquier apego fuerte que tengamos a un lugar, a una persona o a unas posesiones, debido a que entendemos que antes o después vamos a perderlo todo. Sea cual sea la riqueza, el poder, la fuerza que tengamos, un día u otro los perderemos. Nadie puede tener algo para siempre. Esto se hace especialmente evidente cuando tenemos que afrontar alguna desgracia, como cuando perdemos a algún ser querido o perdemos dinero, nuestras posesiones, nuestro poder, nuestra fuerza física... A la gente que no tiene noción de la transitoriedad, esos sucesos le producen un sufrimiento insoportable. Pero a los que en cierta medida son conscientes de la transitoriedad, les resulta obvio que, ya que la vida es transitoria, todo eso se pierda. Por eso, cuando personas diferentes afrontan los mismos reveses, quienes tienen cierta noción de la transitoriedad tienen menos sufrimiento mental. Tener noción de la transitoriedad reducirá por lo tanto cualquier apego fuerte que podamos tener, ya sea a alguna persona, un lugar o unas propiedades. Esto es importante, pues la mayoría del sufrimiento o infelicidad que experimentamos es debido a nuestro apego. Cuando alguien trata de quitarnos un objeto al que estamos fuertemente apegados, nos enfadamos muchísimo. Eso se debe a que el apego y el enfado están vinculados muy estrechamente, son las dos caras de la

misma moneda. Y producen inmenso sufrimiento, infelicidad e insatisfacción. En cambio, si se tiene noción de la transitoriedad se sabe que, ya estemos apegados o no, vamos a tener que abandonar esas cosas antes o después, sencillamente porque la naturaleza de todas las cosas compuestas es transitoria. Eso frena naturalmente nuestro apego, por muy fuerte que sea. Con menos apego, nos enfadamos menos y como consecuencia directa de eso la intensidad de nuestros problemas, el sufrimiento mental se reduce. Finalmente, tener noción de la transitoriedad también nos ayuda a darnos cuenta de la naturaleza última de todos los fenómenos, que es suñata o vacuidad. Los entes –seres vivos o cosas– y los sucesos carecen de existencia intrínseca, dado que todo es transitorio y todo aparece debido a causas y condiciones. El que algo dependa de causas y condiciones prueba que no puede existir inherentemente. En otras palabras, para que algo exista inherentemente no debe depender de causas ni condiciones. Tener noción de la transitoriedad es también un método para renunciar al samsara, un método que nos ayuda, al principio, a entrar en el camino espiritual. Más adelante, mientras recorremos el camino espiritual, tener noción de la transitoriedad acelera nuestro progreso, especialmente al darnos cuenta de que esta vida humana no tiene una duración determinada y que hay muchas causas externas e internas que pueden acortarla y muy pocas causas y condiciones que puedan prolongarla. Tener noción de la transitoriedad es lo que, de hecho, transforma a una persona no espiritual en una persona espiritual. Darse cuenta de la transitoriedad hará que un practicante inexperto llegue a ser un practicante medio, que un practicante medio llegue a ser uno superior y a un practicante superior le permitirá lograr la liberación y la iluminación. Por lo tanto, recordar la transitoriedad es importante a lo largo de todo el camino. Y no solo desde el punto de vista espiritual: incluso a la gente corriente, recordar la transitoriedad puede proporcionarle mucho bienestar, alivio y satisfacción en la vida diaria.

Todas las cosas contaminadas son sufrimiento El segundo gran sello es que «todas las cosas contaminadas son sufrimiento». En general, cualquier cosa que es transitoria es también sufrimiento. Pero «contaminada» aquí significa que cualquier cosa relacionada con las emociones o pensamientos impuros o negativos es sufrimiento. En realidad, la verdadera naturaleza de nuestra mente nunca se tizna con ningún oscurecimiento. La verdadera naturaleza de nuestra mente es la clara luz, pura naturalmente. Y en el nivel último no hay ninguna diferencia entre la verdadera naturaleza de nuestra mente y la naturaleza de la sabiduría primordial de Buda. Sin embargo, no reconocemos la verdadera naturaleza de la mente y en vez de eso nos aferramos a la idea de un «yo». No hay ninguna razón lógica para eso. Debido a las tendencias habituales tan fuertes que venimos arrastrando desde tiempos sin principio, nos aferramos –sin examinarlos ni analizarlos – al cuerpo y a la mente, en conjunto, como si fuera nuestro «yo». Mientras sigamos aferrándonos al «yo» naturalmente seguirá habiendo otros. Yo y otros son como la derecha y la izquierda: no puede haber un lado derecho sin un lado izquierdo. Así, si hay un «yo» hay otros. Al haber yo y otros, se produce naturalmente apego hacia mí, lo mío y mis allegados y aversión hacia todo lo que se opone a eso. Tanto el apego o deseo como la aversión o enfado surgen de la ignorancia, de no conocer la realidad. Es debido a nuestra falta de sabiduría, a nuestro desconocimiento de la naturaleza de la realidad, que nos aferramos al «yo» y esa es la mayor de las ignorancias. Esa ignorancia da lugar al apego por lo nuestro y a la aversión hacia los demás. Y de esas tres emociones aflictivas principales de la ignorancia, el deseo y la aversión surgen los celos, el orgullo y todas las demás emociones negativas. Una vez que estamos bajo el dominio de estas emociones negativas, éstas nos hacen actuar física, verbal o mentalmente. Todas las acciones a las que dan lugar las emociones destructivas se denominan «no virtuosas». Si la raíz de un árbol es venenosa, cualquier cosa que crezca en ese árbol —los frutos, las flores, las hojas, las ramas— también será venenosa. Del mismo modo, todas las acciones producidas por las

emociones destructivas son negativas y se convierten en la causa principal de todo el sufrimiento en esta vida, así como en el de las venideras. Todos los infortunios que tenemos que afrontar, tales como una vida corta, enfermedades y la imposibilidad de satisfacer nuestros deseos, no los produce alguna fuerza exterior ni ocurren accidentalmente. Todas y cada una de esas desdichas han de tener sus propias causas y condiciones, y la causa principal son nuestras propias acciones, las acciones que nosotros mismos hemos venido llevando a cabo desde tiempo inmemorial. Una vez que las hemos hecho es como si hubiésemos plantado una semilla en un suelo fértil: a su debido tiempo fructificarán y producirán resultados. Esa es la razón por lo que se dice que «todas las cosas contaminadas son sufrimiento». El sufrimiento que tenemos que afrontar no es una especie de castigo de un ser superior, sino simplemente el producto de nuestros propios actos negativos o «no virtuosos». Sin embargo, cuando afrontamos dificultades, problemas o sufrimientos, siempre solemos echarle la culpa a otras personas, a alguna otra causa y señalamos con el dedo algo externo. En realidad el sufrimiento y la infelicidad lo hemos producido nosotros y nuestras propias acciones negativas, que a su vez son el producto de nuestras emociones negativas. Darnos cuenta de lo inútil que resulta señalar con el dedo hacia otra parte o echar la culpa a algo externo porque nosotros somos los responsables nos ayuda a aliviar nuestro conflicto mental. Todos los fenómenos carecen de entidad propia. El tercer gran sello es que «todos los fenómenos carecen de entidad propia». La palabra «dharma» tiene diferentes connotaciones, de hecho se dice que tiene diez significados diferentes. En este contexto con «dharma» no nos referimos a la práctica espiritual o religiosa. Aquí el término «dharma» se refiere a los fenómenos, tanto a los fenómenos externos como a los fenómenos internos. Pensemos primero en los fenómenos internos, es decir en nosotros mismos y el modo en que sin ninguna razón lógica concebimos nuestro «yo». Sin embargo, si analizamos cuidadosamente, no podemos

encontrar nada a lo que pueda llamarse «yo». Porque si hubiese un «yo» tendría que ser un nombre o el cuerpo o la mente. Los nombres están vacíos en y por sí mismos; en cualquier momento podemos dar cualquier nombre a cualquier entidad. Si examinamos el cuerpo físico, desde la cabeza hasta los dedos del pie, pasando por todas las diferentes partes como la sangre, la carne, los huesos y demás, no podemos encontrar nada de lo que podamos decir que es el «yo». Y con respecto a la mente, ésta es de hecho invisible. La mente del pasado ya ha desaparecido, la del futuro todavía no ha llegado y la mente del instante presente está cambiando en cada momento. Algo que está cambiando constantemente no puede ser el «yo». Incluso en la vida diaria, cuando hablamos de nuestras posesiones, decimos «mi casa», «mi coche», lo que indica que la casa y el coche no son «yo», sino que me pertenecen a «mí». Del mismo modo, cuando decimos «mi cuerpo», significa que el cuerpo me pertenece a «mí» y no que el cuerpo sea «yo». Igualmente cuando decimos «mi mente», estamos diciendo que la mente me pertenece a «mí», no decimos que la mente sea «yo». Así pues, ¿quién es este gran propietario? ¿Quién es el dueño de nuestra mente? ¿Quién es el dueño de nuestro cuerpo? ¿Quién es el dueño de nuestro corazón? ¿Quién es el dueño de nuestro coche? Cuando buscamos al propietario, no podemos encontrarlo en ninguna parte. Todo se debe a la tendencia habitual tremendamente fuerte, que todos y cada uno de nosotros tenemos, de tener la sensación de que tenemos entidad propia. Pensamos continuamente en términos de «yo» y consideramos ese «yo» como algo muy preciado. Desde tiempos sin principio hasta ahora, nos hemos estado preocupando de todo lo referente a ese «yo» y a su bienestar. Pensamos sobre él todo el tiempo. Por mucho que queramos a otra persona, nunca nos preocupamos y la cuidamos tanto como lo hacemos con nosotros mismos. Para nosotros el número uno es siempre ese «gran propietario», el dueño de todo, ese «yo». Pero si lo buscamos y tratamos de localizarlo, no podemos encontrarlo en ninguna parte. Así pues, es debido a esa fuerte tendencia habitual que

atribuimos el nombre de «yo» al conjunto nuestra forma cotidiana, consciencia y demás, y sin embargo en realidad no es posible encontrar ese «yo» al que nos aferramos con tanta fuerza. Por muy detenidamente que investiguemos, no podemos encontrarlo en ninguna parte, por lo que llegamos a la conclusión de que los fenómenos internos carecen de entidad propia. Con respecto a los fenómenos externos, desde las montañas a los átomos, todos están compuestos de muchas partes unidas. Tomemos una mesa, por ejemplo. Cuando tratamos de encontrar la mesa, no podemos señalar nada, dado que consiste en diferentes piezas de madera unidas de un modo específico. Si seguimos separando los diferentes trozos de madera, llegamos finalmente a un conglomerado de átomos. Si empezamos a diseccionar los átomos, vemos que hasta la partícula más diminuta tiene direcciones y partes. Incluso lo que se denomina una «partícula indivisible», si la examinamos, veremos que tiene un lado en el este y otro en el oeste, así que podremos seguir dividiéndola una vez y otra, hasta que finalmente desaparezca. Hasta las partículas más diminutas pueden dividirse y finalmente no podemos encontrar nada que sea indivisible. Entonces, si no podemos encontrar ni un ente, ¿cómo vamos a tener muchos? Algo plural tiene que partir de la unidad. Si no es posible encontrar uno, ¿cómo podrían encontrarse muchos? Así pues, es evidente que todos los fenómenos externos carecen de entidad. Si nos damos cuenta de que tanto los seres como los fenómenos carecen de entidad propia, entonces por supuesto ya no es necesario que experimentemos la insatisfacción, la infelicidad o el sufrimiento. Pero en tanto no seamos capaces de darnos cuenta de esa vacuidad, nos encontraremos atrapados en el engaño, igual que una persona profundamente dormida que tiene una pesadilla. En la pesadilla nos atormenta la ansiedad, la insatisfacción y el sufrimiento, pero en cuanto nos despertamos nos damos cuenta de que no hay ningún motivo para ese sufrimiento. Lograr ese estado de comprensión e integración de la vacuidad, por supuesto, no es fácil —de hecho es muy difícil—, pero si nos esforzamos no hay ninguna razón para que

no podamos lograrlo. Y cuando lo logremos, ya no hay ninguna necesidad de experimentar la ansiedad o el sufrimiento, del mismo modo que una persona que se ha despertado no tiene por qué persistir en su pesadilla. Cuenta una historia que hace mucho tiempo hubo un rey que cometió un crimen realmente funesto, una acción extremamente negativa similar a matar a nuestro padre o madre. Más tarde se dio cuenta del tremendo error que había cometido y le consumía el arrepentimiento. Además de por haber cometido un crimen tan atroz, estaba aterrorizado por el intenso sufrimiento que tendría que experimentar. Así que fue a ver al Buda, le explicó que había cometido ese crimen y le dijo que ahora estaba arrepentido y quería confesarlo y purificarlo. Pero el Buda le contestó que aunque mil budas se reuniesen allí, el crimen que había cometido no podía purificarse. Eso le produjo tal impresión al rey que cayó inconsciente. Mientras estaba allí tendido, apareció Manyusri y pregunto qué estaba pasando. Cuando supo lo que había ocurrido, roció al rey con agua de sándalo para que recuperase el conocimiento. Luego le dijo: «No has entendido lo que el Buda te ha dicho. La razón por la que dijo que tu crimen no podía purificarse es porque el crimen no tiene existencia inherente. Si tuviese existencia inherente, podría purificarse. Pero algo que nunca ha existido inherentemente no puede purificarse». Así fue como Manyusri le dio al rey la enseñanza sobre la vacuidad. El rey logró comprender la vacuidad y por medio de eso todos los crímenes atroces que había cometido se purificaron. Sin embargo, lograr ese estado de comprensión e integración de la vacuidad es muy difícil para la gente corriente. Pero a menos y hasta que logremos ese estado de comprensión e integración de la vacuidad, estaremos todavía viviendo la pesadilla y seguiremos sufriendo las experiencias del samsara. El nirvana es la paz El cuarto gran sello es que «el nirvana es la paz». El nirvana es un estado en el que se ha cortado la raíz del samsara. Cuando el combustible se ha consumido, el fuego se extingue naturalmente. Del

mismo modo, cuando la causa del samsara que es el aferramiento al «yo» se ha cortado, cesa naturalmente el flujo de las emociones destructivas y el karma vinculado a ellas. Sin emociones destructivas ni karma no hay sufrimiento, por lo que el nirvana es la paz. El nirvana es un estado en el que estamos totalmente libres de cualquier tipo de sufrimiento y en el que experimentamos auténtica paz. Sin embargo, todavía hay oscurecimientos sutiles que impiden que logremos la sabiduría omnisciente. Por lo tanto, aunque es maravilloso comparado con el samsara puesto que en él ya se está totalmente libre de sufrimiento, es un estado inactivo porque carece del método. La sabiduría está presente, pero no los medios hábiles. Cuando la sabiduría carece del método, se vuelve inactiva y no desarrollamos por completo nuestras cualidades y como consecuencia no podemos beneficiar a los demás. Este es el mayor obstáculo para lograr la budeidad última; porque pasar de la liberación individual a la completa budeidad conlleva una cantidad de tiempo inimaginable. Por una parte tenemos el samsara que está lleno de sufrimiento y en el que no hay nada que merezca nuestro apego. Por otro lado tenemos el nirvana, en el que estamos totalmente libres del sufrimiento más burdo, pero todavía tenemos oscurecimientos sutiles y que es un estado inactivo. Estos son los dos extremos. Según el camino de los bodisatvas, no merece la pena que aspiremos a ninguno de estos dos extremos: el samsara está lleno de defectos y el nirvana no es el objetivo último y además es un estado inactivo. Nuestro objetivo, según el camino Mahayana, es el de no permanecer en el extremo del samsara, debido a una gran sabiduría, ni en el extremo del nirvana, debido a una gran compasión. Trascender de este modo ambos extremos es lo que se denomina «el nirvana que no reside», que de hecho es la iluminación última, en la que nuestras cualidades han alcanzado su máximo desarrollo y no solo hemos satisfecho nuestros deseos sino que también podemos satisfacer los de los incontables seres. Ese estado es el objetivo último y supremo al que es posible aspirar. Estos son los cuatro sellos: «todas las cosas compuestas son

transitorias», «todas las cosas contaminadas son sufrimiento», «todos los fenómenos carecen de entidad propia» y «el nirvana es la paz». Es muy importante estudiar, contemplar y meditar en estos cuatro sellos. Si sois budistas, por supuesto, ya que estas enseñanzas comprenden los principales principios del Dharma y, dondequiera que estéis, os ayudarán a acelerar vuestro camino. Si no sois budistas, con estas ideas podéis hacer que vuestra vida sea más satisfactoria, encontrar alivio, estar más relajados y con menos conflictos mentales. El hecho es que para aprovechar estas enseñanzas no hace falta que os hagáis budistas, ni es necesario que seáis practicantes. Simplemente tener estas enseñanzas esenciales en vuestro corazón y en vuestra mente puede proporcionaros una gran satisfacción. Si sois seguidores del budadharma, estas enseñanzas son totalmente esenciales, viváis en retiro o llevéis una vida activa en la ciudad sin demasiado tiempo para hacer ninguna práctica específica de Dharma ni oraciones. Incluso en una vida ajetreada moderna, si interiorizáis y usáis estas ideas, éstas pueden hacer de vosotros una persona mejor. Usando estas enseñanzas esenciales del Buda podréis afrontar los desafíos de los sufrimientos e insatisfacciones de la vida y al mismo tiempo encontrar paz y felicidad.

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