Simmel - Sobre La Aventura

March 20, 2017 | Author: rocio | Category: N/A
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Georg Simmel

SOBRE LA AVENTURA ENSAYOS FILOSÓFICOS

Traducción de Gustau Muñoz y Salvador Mas Epílogo de Jürgen Habermas

ediciones península®

Título original: Philosophische Kultur.

Introducción

© Verlag Klaus Wagenbach, Berlín (West). Los ensayos «Para una psicología filosófica», «Para una filosofía de los sexos•, «Ensayos de estética•, «Sobre persona lidades artísticas• y el «Epílogo• de Jürgen Habermas han sido traducidos por Gustau Muñoz, y los titulados «Sobre filosofía d e la religión• y «Sobre la filosofía de la cultura» lo han sido por Salvador Mas.

No se permite la reproducción total o parcial d e est e libro, ni su inclusión en un sistema informá tico, ni la trans misión en cualquie r forma o por c ualquier medio, ya sea e le ctrónico, mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios, sin e l permiso previo y por escrito de los titulares del copyright y de la casa editora. Cubierta de Loni Geest y Tone Hoverstad. Primera edición: diciembre de 1988. Derechos exclusivos de esta edición (incluyendo la traducción y el diseño de la cubierta): Edicions 62 s ¡a., Proven~a 278, 08008 - Barcelona. Impreso en Hurope s!a., Recared 2, 08005 - Barcelona. Depósito Legal: B. 41.561-1988. ISBN: 84-297-2848-1.

Cuando se presentan colecciones de ensayos que, como los aquí reunidos, carecen de cualquier unidad en cuanto a su materia, la justificación inte rna de las mismas puede encontrarse en una inte ncionalidad de conjunto que engloba toda la diversida d de su contenido. Una intencionalidad de este género se deriva aquí del concepto asumido de filosofía, a saber: que lo esencial de ella no es, o no es únicamente, el contenido que se sabe, se construye o se comparte, sino una determinada actitud intelectual hacia el mundo y la vida, una forma y modo funcional de abordar las cosas y de tratar íntimamente con ellas. Dado que las afirIJ\aciones filosóficas diverge n grandemente, hasta la inconciliabilidad, y carecen de validez incontestada por ellas mismas, y dado, empero, que se atisba en ellas un factor común cuyo v a lor resiste a todas las impug naciones individuales e impulsa sin límites el proceso filosófico, no cabe duda de que ese algo común no puede ubicarse en un conte nido cualquiera, sino sólo en el proceso mismo. Quizá sea éste motivo s uficiente para reservar el término de filosofía a todas las oposiciones d e sus dogmas. Pero no res ulta tan obvio que lo esencial y relevante de la filosofía deba est r ibar en ese a s pecto funcional, en esa movilidad, por así d ecir, formal d e l espíritu filosófico, al menos al lado de los contenidos y resultados expresados en forma dogmática, sin los que, ciertame nte, el proceso filosófico como tal, por sí mismo, no puede d esarrollarse. Esta separación entre la función y el contenido, entre el proceso vivo y su resultado conceptual, tipifica una tende ncia muy gene ral del espíritu moderno. Cuando la teoría d e l conocimiento, declarada con frecuencia único objeto permanente de la filosofía, separa el proceso d e l conocer de todos sus objetos y lo analiza en estas condiciones; cuando la é tica kantiana conduce la esencia de toda moral a la forma de la buena voluntad o voluntad pura, cuyo valor sería independiente y libre de toda determinación por contenidos de fines; cuando para Nietzsche y Bergson la vida como tal encarna la auténtica realidad y el valor último, y es la que crea y ordena los contenidos sustanciales en lugar

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Sobre filosofía de la cultura

EL CONCEPTO Y LA TRAGEDIA DE LA CULTURA

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Que el hombre no se ubique incuestionablemente en el hecho natural, como el animal, sino que se separe de él, se le contraponga, exigiendo, luchando, ejerciendo y sufriendo la violencia; con este primer gran dualismo se origina el proceso sin fin entre el sujeto y el obje to. En el interior del mismo espíritu encuentra su segunda instancia. El espíritu produce innumerables figuras que continúan existiendo en una peculiar autonomía con independencia del alma que las ha creado, así como de cualquier otra alma que las acepta o rechaza. Así, el sujeto se ve tanto frente al arte como frente al derecho, tanto frente a la religión como frente a la técnica, tanto frente a la ciencia como frente a las costumbres, no sólo tan pronto atraído, tan pronto expulsado por su contenido, ahora amalgamado con estas figuras como un trozo del Yo, tan pronto en lejanía e intangibilidad frente a ellas; sino que es la forma de la fijeza, del estar-coagulado, de la existencia petrificada, con la que el espíritu, convertido de este modo en objeto, se opone a la vivacidad que fluye, a la autorresponsabilidad interna, a las tensiones cambiantes del alma subjetiva; y ello en tanto que espíritu ligado íntimamente al espíritu!'-,.. pero justo por ello experimentando innumerables tragediajs 1\ en esta profunda oposición de forma: entre la vida subjetiva que es incesante, pero temporalmente finita, y sus contenidos que, una vez creados, son inamovibles, pero válidos al marge del tiempo. En medio de este dualismo habita la idea de cultura. En i su raíz reside un hecho interno que en su totalidad sólo puede 1 expresarse por comparación y algo vaporosamente: como el camino del alma hacia sí misma; pues nadie es nunca sólo aquello que es en este instante, sino que es un plus, es algo más elevado y más acabado de sí mismo, algo preformado en 1él, irreal, pero, sin embargo, existente de algún modo. Aquí no nos referimos a un ideal nombrable, fijado en algún lugar del mundo espiritual, sino al ser-libre de las energías potenciales que descansan en ellas mismas, al desarrollo de su núcleo" más

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propio, obediente a un impulso forma l interi;io. Así como la vida - y en el punto más alto su acrecentamiento en la conciencia- contiene en sí de forma inmediata su pasado como algún trozo de lo inorgánico, así como lo pasado continúa viviendo en la conciencia según su contenido originario y no sólo como causa mecánica de transformaciones posteriores, así también abarca su futuro en una forma respecto de la cual lo no viviente no posee ninguna analogía. En todo momento de la existencia de un organismo que puede crecer y procrearse, la forma más tardía habita con una necesidad y una preconfigurabilidad tan interna que en modo alguno cabe comparar, por ejemplo, a aquélla con la que el resorte en te?s.ión contiene su puesta en libertad. Mientras que todo lo no-viviente sólo posee el instante d e l presente, lo viviente se extiende de una manera incomparable sobre el pasado y el futuro. To- dos los movimientos anímicos del tipo del querer, del deber, de la vocación, del tener esperanzas, son las continuaciones espirituales de la determinación fundamental , de la vida: contener en su presente su futuro en una forma específiC:ª• que pre-_ cisamente no existe más que en el proceso de la vida. Y esto no sólo atañe a desarrollos y consumaciones particulares, sino que la personalidad en su totalidad y como unidad porta una imagen en sí como trazada previamente con lineas invisibles, imagen con cuya realización la personalidad, por decirlo de algún modo, en lugar de su posibilidad sería su plena realidad. Así pues, por mucho que la madurez y el acrisolamiento .de las fuerzas anímicas pueda consumarse en tareas e intereses particulares y, por así decir, provinciales, a pesar de esto, se encuentra de algún modo abajo o encima de ello la exigencia de que con todo esto la totalidad anímica como tal satisfaga una promesa dada con ella misma, y, en esta medida, todos los perfeccionamientos particulares aparecen, en efecto, tan sólo como una multiplicidad de caminos por los cuales el alma llega a sí misma. :e.sta es, si se desea, una presuposición metafísica de nuestro ser práctico y afectivo -por mucho que también esta expresión simbólica se mantenga a amplia dis-.. tancia respecto de la conducta real, a saber, que la unidad del alma no es simplemente un vínculo formal que abarca el desarrollo de sus fuerzas particulares siempre de la misma manera, sino que por medio de estas fuerzas particulares es portado un desarrollo suyo como un todo, y este desarrollo del todo está antepuesto interiormente a la meta de una formación para la que todas aquellas capacidades y perfecciones valen

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} como medio. Y aquí se muestra la primera determinación del ' concepto de cultura, la cual, provisionalmente, sólo sigue al sentimiento lingüístico. Aún no estamos cultivados cuando he- ., mos formado en nosotros este o aquel saber o poder particular, sino sólo cuando todo lo que concierne al desarrollo, cier- / tamente ligado a lo anterior pero sin coincidir con ello, sirve / a aquella centralidad anímica. Nuestros esfuerzos conscientes y aducibles valen, en verdad, para los intereses y potencias particulares, y por ello el desarrollo de todo hombre, visto desde su posibilidad de ser denominado, aparece como un haz de líneas de crecimiento que se extienden según direcciones muy distintas y en longitudes muy diferentes. Pero no con éstas en sus perfecciones singulares, sino sólo con su significación para o como el desarrollo de la indefinible unidad personal se cultiva el hombre. O, expresado de otra manera, ,/ cultura es el camino desde la unidad cerrada, a través de Ja. multiplicidad cerrada, hasta la unidad desarrollada. Pero, sea · como fuere, sólo puede tratarse del desarrollo hacia un fenómeno que está instalado en las fuerzas nucleares de la personalidad, un fenómeno, por así decirlo, que está esbozado en ella misma como su plan ideal. También aquí el uso lingüístico ofrece una guía más segura. A una fruta de jardín que el trabajo del jardinero ha extraído a partir de un árbol frutal leñoso e incomestible la denominamos cultivada; o también: este árbol salvaje ha sido cultivado hasta conseguir un árbol frutal. Si, por el contrario, a partir del mismo árbol se fabrica un mástil, y, en esta medida, se le aplica un trabajo teleológico no menor, entonces no decimos de ninguna manera que el tronco ha sido cultivado hasta conseguir un mástil. Este mati.Z lingüístico manifiesta claramente que el fruto, a pesar de que . . no se verificara sin el esfuerzo humano, surge finalmente a : partir de las mismas fuerzas del árbol y sólo satisface la po- 1 1 sibilidad predibujada en sus mismas predisposiciones; mienjtras que la forma de mástil es añadida al tronco a partir de un sistema de fines por completo ajeno a él mismo y que carece de toda preformación en sus propias tendencias esenciales. Precisamente en este sentido, todos los posibles conocimientos, virtuosidades y refinamientos de un hombre no pueden todavía determinarnos a adscribirle el carácter de cultivado, si éstos, digámoslo así, obran sólo como añadiduras que llegan a su personalidad a partir de un ámbito de valor externo a él y que, en última instancia, permanece también externo a él. En tal caso el hombre tiene, ciertamente, aspectos cul-

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tivados, pero él no está cultivado; esto último sólo se presenta cuando los contenidos recogidos a partir de lo suprapersonal parecen desarrollar en el alma, como por una armonía predeterminada, aquello que existe en ella misma como su impulso más propio y como diseño previo interno de su perfección subjetiva. Y aquí se pone de relieve, al fin, la condicionalidad de la ' · cultura, a través de la cual ofrece una solución a la ecuaciónsujeto-ob jeto. Nosotros recusamos el concepto de cultura allí donde la perfección no se siente como desarrollo propio del centro anímico; pero tampoco es aplicable allí donde sólo se presenta como un desarrollo propio semejante, el cual no requiere ni de ningún medio ni de ninguna estación objetivos y externos a él. Múltiples movimientos conducen realmente al alma a sí misma, tal y como aquel ideal lo exige, esto es, la conducen a la realización del ser pleno y más propio que se le ofrece, pero que en primer lugar no exiSte más que como posibilidad. Pero en la medida en que, o en tanto que, el alma alcanza esto puramente desde el interior -en impulsos religiosos, autoabnegación moral, intelectualidad dominante, armonía de la vida global-, en esta medida, puede incluso prescindir de la posesión específica de lo cultivado. No sólo se trata de que en ello pueda faltarle aquello total o relativamente externo que el uso lingüístico rebaja como mera civili~. zación. Esto no importa en modo alguno. Pero lo cultivado en su sentido más puro, más profundo, no está dado allí donde el alma recorre exclusivamente con sus fuerzas subjetivas personales aquel camino que conduce desde sí misma hasta sí misma, desde la posibilidad de nuestro Yo más verdadero hasta su realidad, si bien es cierto, quizá, que, desde un punto de vista más elevado, precisamente estas perfecciones son las más elevadas; con lo cual sólo se habría demostrado que la cultura no es el único definitivum axiológico del alma. Con todo, su sentido específico sólo se satisface allí donde el hombre engloba en aquel desarrollo algo que le es externo, allí donde el camino del alma discurre sobre valores y progresiones que no son anímicamente subjetivas ellas mismas. Aquellas figuras espirituales objetivas de las que hablaba al comienzo, arte y moral, ciencia y objetos conformados con vistas a un fin, religión y derecho, técnicas y normas sociales, son esciones sobre las que debe marchar el sujeto para alcanzar el específico valor propio que se denomina su cultura. Tiene que englobar éstas en sí, pero ·t iene también que englobarlas en sí;

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no puede sencillamente dejarlas existir como valores objetivos. Es la paradoja de la cultura de que la vida subjetiva, que sentimos en su corriente continua y que apremia desde sí a su consumación interna, en modo alguno puede alcanzar (visto desde la idea de la cultura) a partir de sí esta consumación, sino sólo discurriendo sobre aquellas figuras que ahora se le han tornado completamente ajenas, que han cristalizado en una cerrazón autosuficiente. La cultura surge -y esto es lo absolutamente esencial para su comprensión- en tanto que se reúne n los dos elementos, ninguno de los cuales la contiene por sí: el alma subjetiva y el producto espiritual objetivo. Aquí radica la significación metafísica de esta figura histórica. Un gran número de las acciones esenciales humanas de.. cisivas construyen puentes inacabables, y si acabados, destruidos siempre de nuevo, entre el sujeto y el objeto en general: el conocer, sobre todo el trabajo, en algunas de sus significaciones también el arte y la religión. El espíritu se ve frente a un ser hacia el que le impele tanto la coerción como la espontaneidad de su naturaleza; pero permanece eternamente retenido en el movimiento en sí mismo, en un círculo que el ser sólo roza, y en cualquier instante en el que, desviándose por la tangente de su vía, desea penetrar en el ser, en ese instante, la inmanencia de su ley le arrastra de nuevo a su rotación encerrada en sí misma. En la formación de los conceptos sujeto::-~­ ob jeto como correlatos, cada uno de los cuales sólo encuentra . su sentido en el otro, ya reside el anhelo y la anticipación de una superación de este dualismo rígido, último. Ahora bien, aquellas acciones mencionadas lo transponen a atmósferas específicas en las que se reduce la extranjería radical de sus partes y se admite un cierto amalgamiento. Pero ya que estas acciones sólo pueden tener lugar bajo las modificaciones que, por así decirlo, han sido creadas por las condiciones atmosféricas de provincias específicas, no pueden superar la extranjería de las partes en su fondo más profundo y siguen siendq intentos finitos de solucionar una tarea infinita. Pero nuestra relación con aquellos objetos en los cuales, o que englobándolos en nosotros, nos cultivamos, es una relación diferente, , puesto que estos mismos son, en efecto, espíritu que se ha tor- i nado objetual en aquellas formas éticas e intelectuales, socia- \ les y estéticas, religiosas y técnicas; el dualismo con el que el sujeto consignado a sus propias fronteras se opone al objeto que es por sí experimenta una modelación incomparable cuando ambas parte s son espíritu. De este modo, el espíritu sub-

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jeti~o tiene que aba?donar su subjetividad, mas no su espiri: tuahdad, para expenmentar la relación con el objeto a través de la cual se consuma su cultivo. -esta es la única manera por la que la forma de existencia dualista, puesta inmediatamente con la existencia del sujeto, se organiza hacia una referencialidad in~ernamente unitaria. Aquí acontece un tornarse-objetivo de_l sujeto y un tornarse-subjetivo de algo objetivo, acontecimiento que constituye lo específico del proceso cultural y en : el que, por encima de sus contenidos particulares, se muestra ' su. forma met_af'.ísica. ~or ello, su comprensión más profunda e:cige un anáhsis ultenor de aquella objetualización del espíntu. / Estas hojas partían de la profunda extranjería o enemis- , tad que existe entre ~l proceso vital y creador del alma, por un lado, y sus contenidos o productos, por otro. A la vida vibrante, incesante, que no conoce fronteras del alma alma en algún se.n~ido creadora, se le opone su producto fijo, Ídealmen~e de~itivo, y esto c;:on _el inquietante e~ecto retroactivo de inmovihzar aquella Vivacidad, más aún, de petrificarla; a me.. nudo es como si la movilidad productora del alma muriera en ) su propio producto. Aquí reside una forma fundamental deJnuestro padecer en el propio pasado, en el propio dogma, a las fantasías propias. Esta discrepancia que, por así decir, exis- te entre el estado físico de la vida interna y el de sus contenidos es racionalizada en cierta medida y cabe sentirla con menor intensida~ por el hecho de que el hombre, por medio de su crear teónco o práctico, se enfrenta y divisa aquellos prc;id':'ctos o contenidos anímicos como un cosmos del espíritu_ objetivado, cosmos en un sentido determinado autónomo. La o~ra externa .º inmaterial, en la que se precipita la vida anímica, es. sentida como un valor de tipo peculiar; a pesar de qu7 la vida, fluyendo allí dentro, se extravíe en un callejón sin salida, o a pesar de que continúe su oleaje que deja quietas en su sitio a estas figuras arrojadas a pesar de ello ésta es precisamente la riqueza específicamefite humana, a saber: que los productos de la vida objetiva pertenecen al mismo tiempo a un orden de valo~e~ objetivo, q~e no fluye, a un orden lógico o moral, a uno rehgioso o artístico, a uno técnico o jurídico. En la medida en que se manifiestan como portadores de tales valores, col!lo miembros de tales series, no sólo quedan exone.. rados, en virtud de su entretejimiento y sistematización recíproca, del rígido aislamiento con el que se distancian del carácter rítmico del proceso vital, sino que este mismo proceso 14

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alcanza con esto una significatividad que no cabe alcanzar a partir del carácter incontenible de su mero trans~urs~. Sobre la objetualización del espíritu recae un ~cen~o ax1~ló~1co que, ciertamente, tiene su origen en la conciencia _subjetiva, pero con el que esta conciencia menta algo que reside más allá de ella. A este respecto, el valor no necesita en modo alguno ser siempre un valor positivo en el sentido de lo bueno; antes bien el hecho meramente formal de que el sujeto ha colocado algo' objetivo, de que su vida se ha corporeizado fue:ra de sí, es sentido como algo significativo, puesto que precisamente sólo la autonomía del objeto, conformado de este modo por el espíritu, puede solventar la tensión fundamental. entre proceso y contenido de la conciencia. Pue~ así co~o las r~~re­ sentaciones espacialmente naturales aquietan lo mtranqwl~­ dor de persistir en el marco del fluyente proceso de consc1~~­ cia como algo plenamente fijado, por el hecho de que legitiman esta estabilidad en su referencia a un mundo externo objetivo, así también la objetividad ?el mundo esp~ritu:U pres-. ta el servicio correspondiente. Sentimos toda la vivacidad de 1 nuestro pensar en la firmeza de las normas lógicas, toda la ¡ espontaneidad de nuestro actuar ligada a normas morales, Y 1 todo nuestro transcurso de la consciencia está lleno de cono- l cimientos, cosas que nos han sido transmitidas, impre~iones : de un entorno conformado de algún modo por el espíritu; la / fijeza y por decirlo de algún modo, insolubilidad química de 1 todo esto muestran un problemático dualismo frente al ritmo ¡' sin descanso del proceso anímico subjetivo, en el que, sin em- 1 bargo, se genera como repre~entación, como contenido aními-~ co subjetivo. Pero en la medida en que pertenece~ 1;1Il mundo.: ideal por encima de la conciencia ideal, esta oposic1ó~ queda¡ ./ justificada y fundamentada. Ciertamente, para el sen~ido cul-., tural del objeto, que en definitiva es lo que aquí ~os u:itere~a, lo decisivo es que en él están reunidos voluntad e mteli~encia, l individualidad e índole anímica, fuerzas y estado de ámmo de las almas particulares (y también de su colectividad). Pero en 1 la medida en que sucede esto, aquellas significacic;mes. anfmi- , cas alcanzan también un punto final de su determmac1ón. En la felicidad del creador por su obra, ya sea ésta grande o pequeña, junto a la descarga de las t~nsi
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