SIGMUND FREUD Biografia de Un Deseo
March 17, 2017 | Author: Abraham Ibáñez | Category: N/A
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SIGMUND FREUD BIOGRAFÍA DE UN DESEO
FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN
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Con Julia y con Julia Victoria, por los “continentes sumergidos”…
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CAPÍTULO I Los Continentes sumergidos de la mente El
descubrimiento
del
Inconsciente,
angular sobre el que se alza todo
piedra
el edificio del
Psicoanálisis (por el que el nombre de Sigmund Freud ha pasado a la Historia de la Humanidad como una de las personas más influyentes de todos los tiempos), se produce históricamente en el punto de intersección de tres personajes significativos:
Un médico famoso: El Dr. Breuer. Ana O, pseudónimo de Berta Papenheim, cuyo caso clínico inaugura el proceso reflexivo y de investigación del que irá derivando toda la estructura del Psicoanálisis.
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Y el Dr.Charcot, del Hospital de la Salpêtrière
de
París,
cuya
técnica
terapéutica
fundamentada en la Hipnosis alentará al joven Sigmund Freud en sus primeras tentativas terapéuticas y de investigación sobre la nueva Ciencia de la Mente. Y esto es así porque de la conjunción de estos tres determinantes históricos surgiría un hallazgo original
y
revolucionario:
El
Inconsciente,
como
dimensión subterránea del psiquismo (los continentes sumergidos de la mente), que iba a revolucionar todas las concepciones de la naturaleza humana que habían fundamentado, hasta entonces, el conjunto de las teorías antropológicas.
EL Dr. JOSHEF BREUER
El Dr. Breuer fue el descubridor del laberinto del oído, responsable de nuestro sentido del equilibrio, y que fue también el que elaboró, sobre la marcha de su práctica clínica, un método operativo, el tratamiento catártico, del que iría derivando lo que fue después, y
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es hoy, el Psicoanálisis. Tanto es así que el mismo Freud, en sus conferencias en la Universidad de Clarck de
Masachusset,
llegó a
atribuirle a Breuer la
paternidad del Psicoanálisis.
Freud conoció al Dr. Breuer mientras trabajaba como interno en el Laboratorio de Fisiología del Profesor Ernest Brücke, en 1878. (Tanto influyó sobre él este profesor Brücke que a uno de sus hijos le puso de nombre Ernest). En este laboratorio se inició Freud en las técnicas de investigación científica, realizando estudios sobre el sistema nervioso de los cangrejos y las glándulas salivales de los perros. Con Breuer congenió enseguida porque podía hablar con él de literatura, de arte, de filosofía. Por aquel entonces escribió en carta a Marta, su novia, que Breuer “irradiaba luz y calor”, que estar con él era “como estar sentado al sol”. Y sutilmente empezaba a medir con él su estatura, en un movimiento de propia superación ante la imagen de un incipiente Ideal del Yo: “Es una persona tan esplendente que no sé lo que ve en mi para ser tan amable”.
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Es curioso que, a su vez, el Dr. Breuer llegó a escribirle a otro colega, el Dr. W. Fliess, especialista en otorrinolaringología, que después fue, durante décadas, el gran amigo y confidente, el alter ego, de Freud: “La inteligencia de Freud está alcanzando su máxima altura: le sigo con la vista como una gallina sigue el vuelo de un halcón”. Diré como nota al margen de estas anécdotas, que Ernest Jones, en su biografía de Freud, señala la predisposición de Freud a ser muy influenciable, sobretodo por personas a las que le unía un lazo afectivo, y que, en reacción a esta tendencia natural, afirmó un rasgo de personalidad que fue para él causa de muchos disgustos: “nunca fue cosa fácil hacerle cambiar su opinión acerca de cualquier cosa”. Este rasgo se constituye por lo que él después definió como un mecanismo de defensa nominado
formación
reactiva, que es una disposición automatizada a actuar de modo contrario al que la propia inclinación le llevaría.
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ANNA “O”
Para comprender la influencia del Dr. Breuer en el joven Freud, es necesario encarar el caso clínico conocido por el nombre supuesto de “Anna O” y considerado como el caso fundacional del Psicoanálisis. En realidad esta paciente del Dr. Breuer se llamaba Berta Pappenhein. Estuvo tratada por él durante dos años, desde 1880 a 1882, a causa de una extraña y compleja sintomatología aparecida a raíz de la muerte de su padre, con quien había estado muy unida durante su vida, y a quien le había prodigado todos sus desvelos durante su enfermedad. Cuando en una calurosa noche de verano de 1883 -”estábamos los dos en mangas de camisa”, le escribió más tarde Freud a su novia Marta-, Breuer le revela a su joven amigo la fascinante historia, desencadenó en éste tantas ideas e inquietudes que le fue llevando paulatinamente a la construcción sistemática de todo el gran edificio del Psicoanálisis. Pero ya lo iremos viendo.
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El caso de Anna O. está descrito Estudio sobre la histeria, primera obra psicoanalítica, publicada en 1896 y escrita, en colaboración, por Breuer y Freud. Anna O. fue una persona “excepcionalmente culta e inteligente”, a veces obstinada, con una gran sensibilidad humanitaria, que tenía 21 años cuando se le manifestó la enfermedad, y que llegó a ser posteriormente la primera asistenta social de Alemania y una de las primeras del mundo. Hasta dos meses antes de la muerte de su padre,
lo
había
estado
atendiendo
y
cuidando
incansablemente en detrimento de su propia salud. En esos últimos meses, se le fueron desarrollando sucesivamente
una
serie
de
síntomas
–hoy
lo
diagnosticaríamos como stress- que cada vez la debilitaban más y le impedían entregarse a los cuidados de su padre con la misma solicitud: falta de apetito, una fuerte tos nerviosa, al poco tiempo un estrabismo convergente,
después
dolores
de
cabeza,
perturbaciones de la visión, parálisis parciales, pérdida de sensaciones...Que fueron desorganización
generalizada
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derivando en una del
equilibrio
psicosomático,
con
desajuste
emocional
y
somatizaciones polivalentes, que la dejaban postrada en intervalos, frente a los que reaccionaba con una excitación
desmedida,
volviendo
a
caer
alternativamente en el agotamiento y en la proliferación de nuevos síntomas cada vez más extravagantes: lagunas mentales, alucinaciones con serpientes negras, huesos y esqueletos, regresiones en la coordinación del lenguaje, llegando a no poder hablar en su propia lengua y alternar palabras en inglés, en francés o en italiano
(como
por una
imperiosa necesidad de
desplazarse fuera de su procedencia). Cuando en el mes de abril falleció su padre, tuvo una primera reacción
de
excitación
horrorizada,
que
fue
extinguiéndose hasta llegar a un estado semicataléptico de estupor. Hoy se le diagnosticaría como Trastorno de la
personalidad
por
estrés
postraumático,
con
manifestaciones de Histeria. En este estado, el Dr. Breuer comenzó a visitarla cada noche y , desde una especie de hipnosis autoprovocada, ella empezaba a hablar, en tono regresivo infantilizado; contaba cuentos, a veces triste,
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a veces encantadora...hasta que se iba sintiendo temporalmente aliviada de sus síntomas. Ella mismo denominó estos alivios como “Talking cure” (curación por la charla) y también, con cierto humor, “Chimeney sweeping”
(limpieza
de
la
chimenea).
Este
procedimiento que despertó en ella recuerdos y le suscitó emociones que desde su personalidad normal nunca le había sido posible recordar o expresar, fue llamado por Breuer “Método catártico” y actualmente se conoce y se utiliza como “Psicocatársis”. Un momento especialmente clarificador en esta talking cure que ejercía el Dr. Breuer sobre Anna O., sobrevino cuando ésta sufrió un trastorno similar a la hidrofobia, se moría de sed y no podía beber. No se lo sabía explicar, pero una tarde, sometida por Breuer a un estado de relajación hipnótica o semihipnótica, expresó que había visto a su dama de compañía, una inglesa por la que sentía gran aversión, darle de beber agua a su perrito en su propio vaso. Una vez que desenterró este sentimiento reprimido de asco e irritación, la hidrofobia desapareció. Desde entonces Breuer adoptó este método de hipnotizar a Ana, y
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observaba que, desde este estado, ella iba siguiendo la pista de cada uno de sus síntomas (anestesias sensoriales,
visión
distorsionada,
alucinaciones,
contracciones paralíticas, dificultad para hablar en su propia lengua...) hasta llegar a su etiología, a la causa que lo había provocado. Y en este ejercicio de limpiar la chimenea de su mente, siempre llegaban a un punto común, que Freud resumió más tarde en esta fórmula, famosa en Psicoanálisis: “Los enfermos neuróticos sufren de reminiscencias”.
Porque al analizar los
síntomas, siempre se encontraba, en cada uno de ellos, residuos, a veces simbólicos, de sentimientos o de impulsos que ella se había visto obligada a reprimir. Voy a añadir una nota a este caso fundamental, fundacional, sobre el que, como ya he dicho, Freud construyó, piedra a piedra, golpe a golpe, todo el edificio del Psicoanálisis: En junio de 1882, Breuer escribió en sus anotaciones, como conclusión del caso, que todos los síntomas de Anna habían desaparecido. No fue exactamente así. Lo que ocurrió, acto seguido, fue también una
experiencia
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de
alto
valor para
la
estructuración
de
los
mecanismos
de
la
cura
psicoanalítica. Lo que ocurrió después lo relató el mismo Freud, en carta al escritor Stefan Zweig, fechada en 1932: “La noche de ese día en que todos sus síntomas quedaron bajo control, llamaron a Breuer para que fuera a verla una vez más: la encontró en estado confusional, retorciéndose de dolores abdominales. Cuando se le preguntó qué le pasaba, respondió: ‘ahora va a nacer el niño del doctor B.’. Ante esta constatación de un embarazo histérico, Breuer huyó horrorizado.... Pero ya estaban puestos para Freud las semillas
y las claves de lo que después fue
elaborándose
como
conceptos
definidos,
fundamentales para la comprensión de la relación psicoanalítica
y
de
la
cura:
Los
conceptos de
transferencia y contratransferencia. Al parecer Anna O., es decir, Berta, desplazó hacia su doctor y benefactor los sentimientos edípicos que había tenido hacia su propio padre, se los transfirió, y a su vez el Doctor, en contratransferencia, se había dejado sutilmente, e inconscientemente, seducir por el encanto de aquella joven, que se llamaba casualmente como su propia
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madre, Berta, y que, de algún modo cubría el vacío afectivo, los anhelos edípicos adormecidos,
que su
madre le había dejado al morir, cuando él tenía solamente cuatro años. ¿Qué sucedió después? Que la mujer de Breuer se estaba sintiendo inquieta y escamada del interés de su marido y de sus desvelos por la joven Berta, que Breuer para compensarla la llevó a hacer un viaje solos, del que nació una hija, la cual, cuentan los biógrafos, terminó suicidándose, muchos años después, cuando los agentes de la Gestapo llegaron a su casa para apresarla por ser judía... Berta, por su parte, siguió progresando en su recuperación hasta llegar a convertirse en pionera del trabajo social, y en líder de causas feministas y de organizaciones de mujeres judías.
EL Dr. CHARCOT
El tercero de los acontecimientos fundacionales del Psicoanálisis, el tercer referente desde el que se
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condiciona su origen, relaciona encadenadamente a la ciudad de París, al Dr. Jean Martín Charcot y a la técnica de hipnosis, empleada por éste en el Hospital de la Salpêtrière . En 1885, a sus 29 años, realiza Freud su deseo, un sueño largamente acariciado en su mente, que era ir a París a estudiar las técnicas de uno de los médicos más famosos de por aquellos tiempos: el Dr. Charcot. “París es una ciudad mágica”, hasta el mismo nombre de la ciudad tenía para él un contenido de magia, le escribía a Marta, su novia, a quien, nada más pisar aquellas tierras, le había confesado: “Durante muchos años había sido París la meta de mis ansias, y el embeleso con que por primera vez pisé el pavimento fue para mí la garantía de que también habría de lograr la realización de otros deseos”. Y a su amigo Koller: “París significa el principio de una nueva existencia para mi”. Estos
sentimientos
de
ilusión,
encanto
y
entusiasmo alternaron, al paso de los días y de los meses, con otros de abatimiento y congoja. La ambivalencia de los estados emocionales fue una
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experiencia endovivenciada por Freud durante su estancia y sus soledades en París. En una de sus diarias cartas a Marta, confiesa: “Me siento aquí como si me hubieran abandonado en una isla desierta en medio del océano, ansiando que llegue la hora en que venga el barco que restablecerá mi unión con el mundo”...Y continúa la carta con un brindis de amor: “Tu eres todo el mundo para mí”. En este estado de soledad y abandono, parece ser que configuró una percepción catatónica que le hacía ver a los habitantes de la ciudad como “gente arrogante e inaccesible” que le “producen desazón”, como si estuvieran “poseídos por mil demonios”. Incluso su percepción de las mujeres estaba condicionada por el color negro de su cristal: “La fealdad de las mujeres de París difícilmente puede ser exagerada: ni una cara bonita”. Quizás intentaba deslizar, entre líneas, un mensaje subliminal de tranquilizamiento a su novia... Sin embargo, desde estos estados emocionales, moviliza un dinamismo reactivo que es, como siempre a lo largo de su vida, de recuperación del equilibrio y de superación. Le escribe a Marta cuando está a punto de
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finalizar su estancia en París: “No puedo dejar de pensar que soy un irracional al dejar París cuando la primavera se avecina y Notre Dâme exhibe su belleza bajo la luz del sol”.
Señalar la importancia que la hipnosis, como técnica empleada terapéuticamente, ejerció en el descubrimiento que hizo Freud del Inconsciente, y en el establecimiento posterior y paulatino de todo un sistema psicológico y terapéutico, es lo que justifica este paso, esta digresión, que hemos hecho con él sur les trottoirs de París. Freud, como ya he dicho, había acudido a París con el deseo de estudiar las técnicas terapéuticas del Dr. Charcot, quien se había especializado en el tratamiento de las neurosis, sobretodo de la histeria, por medio del hipnotismo. Llevaba la pretensión de presentarle al Maestro el caso de Ana O., que lo tenía fascinado, pero éste le prestó poca atención, mucho más interesado por sus propios experimentos y por las extraordinarias reacciones de sus pacientes.
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Sin embargo, la personalidad de Charcot lo deslumbró de tal manera que incluso a su hijo mayor le puso por nombre Jean Martín. Como maestro era realmente épatant: cada una de sus clases “era una pequeña obra de arte por su plan y por su realización”... En otros escritos habla de la “magia que irradiaba de su aspecto y de su voz, la gracia y naturalidad de sus modales”... lo describe como “agradable, bondadoso, ingenioso,
aunque
dominante
por
su
innata
superioridad”, señala su “tremenda capacidad para insuflar aliento, casi excitación” y llega a la conclusión de que “jamás un ser humano ha ejercido sobre mí una influencia semejante”. La ascendencia que llegaba a crear sobre los pacientes a los que hipnotizaba, y la “dependencia magnética” de parte de ellos, fue uno de los elementos con los que Freud fue elaborando posteriormente
su
concepto,
fundamental
en
Psicoanálisis, de Transferencia. El biógrafo de Freud Peter Gay hace la curiosa observación de que Freud “siempre tan orgullosamente resuelto a tener una mente independiente”, se mostrara tan dispuesto y tan ansioso
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“porque lo fecundara ese brillante científico y no menos brillante actor dramático”.
EL INCONSCIENTE COMO DIMENSIÓN SUBTERRÁNEA DEL PSIQUISMO
Asistiendo a las exhibiciones de Charcot, que efectivamente actuaba como un gran actor en el escenario del Hospital de la Salpretiêre, Freud realizó un doble descubrimiento. Primer DESCUBRIMIENTO: Charcot demostró que sometiendo a la influencia hipnótica a personas normales les hacía exhibir los mismos síntomas somáticos de sus pacientes histéricos (temblores, parálisis, sensaciones corporales de picor, calor o frío etc.),
al introducirle la idea de estos síntomas, o la
orden de experimentarlos, por medio de las técnicas de hipnotismo. Con lo que Freud llegó a la convicción, ya prenunciada
por
el
caso
de
Ana
O., de
que
efectivamente existen síntomas físicos que no se deben
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a lesiones orgánicas o a otras causas físico-orgánicas, sino a actividades de la mente. Como nota al margen, tengo que añadir que, hasta entonces, la histeria había sido considerada como una enfermedad exclusivamente de mujeres. De ahí su nombre que deriva etimológicamente del griego “hysterós”, útero. Históricamente fue interpretada como posesión diabólica, o como patología simulada, o incluso como enfermedad orgánica, debida a que el útero se desviaba hacia los riñones, para lo que no encontraban más solución que la ablación del clítoris. Cuando de regreso en Viena, Freud tuvo una conferencia en el Colegio de Médicos exponiendo sus experiencias con Charcot, advirtió una acogida fría, incluso hostil. Al aludir a la patología histérica como común a mujeres y a hombres, tal como les había demostrado Charcot, su profesor el Dr. Meynert, en cuyo departamento de neurofisiología había trabajado y al que había admirado por su aspiración a hacer una psicología científica, le increpó desde su asiento, calificando sus teorías de charlatanería y preguntó irónicamente si es que ya los hombres tenían útero
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para enfermar de histeria...Desde ese momento Freud perdió el aprecio y el respeto por su antiguo profesor, y quizás no volvió a recuperarlos hasta el día en que Meynert, en su lecho de muerte, en 1982, pidió que Freud le visitara y, como si tuviera un peso de conciencia del que necesitaba descargarse, le confesó: “Sepa usted, señor Freud, que yo fui siempre uno de los más patentes casos de histeria masculina”.
2º
DESCUBRIMIENTO
de
Freud,
el
del
Inconsciente, como dimensión profunda del psiquismo, que en algún momento denominó como “los continentes sumergidos de la mente” Charcot realizaba ante los ojos atónitos de sus alumnos experiencias de esta índole: Presentaba, p. e., a una persona que sufría parálisis histérica de un brazo. Se comprobaba que le era imposible moverlo. Lo sometía delante de todos los espectadores a sueño hipnótico, le daba la orden de que moviera el brazo y el paciente lo movía sin dificultad. Después, vuelto al estado de vigilia normal, no recordaba nada y volvía a serle imposible mover el brazo paralítico.
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Experiencias de esta clase se completaron después con otras realizadas en Nancy, adónde Freud viajó en 1889 con el fin de seguir profundizando en las técnicas de hipnotismo y completar sus conocimientos con la metodología seguida por el entonces también famoso Dr. Hipólito Berhein. Éste le sugería (por poner otro ejemplo) a un hombre sometido a sueño hipnótico: “Tal día por la tarde, irá usted al teatro y en medio de la función abrirá el paraguas”. El día señalado, ese hombre manifestaba su intención de acudir al teatro, cogía el paraguas, aunque no estuviera lloviendo, y en medio de la función abría el paraguas, ocasionando un alboroto entre los espectadores. Al preguntarle por qué lo había hecho, no sabía justificar una respuesta. La conclusión de Freud, tras de muchas reflexiones derivadas de estas experiencias, es que existe un sector del espíritu humano (o de la psique, o de la mente), al que no tiene acceso la consciencia, donde se guardan las razones ocultas de nuestro comportamiento y los motivos ignorados de nuestras acciones y reacciones. Solamente allí se podría descubrir el motivo por el que aquella persona se
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castigaba a no mover el brazo, y la orden de ir al teatro a la que el otro individuo no sabía resistirse. Y
es
a
eso
a
lo
que
denominó
EL
INCONSCIENTE: Un sector del psiquismo o de la mente
(o
realidad
psíquica,
o función psíquica)
por
conjunto
de
constituido
un
representaciones
mentales reprimidas, fuera del campo de la consciencia, que
tienen
una
comportamiento,
gran
como
influencia
determinante
en
nuestro
esencial
de
nuestra vida psíquica. Freud lo metaforizó con la imagen clásica de Iceberg, con una pequeña parte visible
sobre
la
superficie
y
con
dimensiones
insospechada bajo las aguas. Otros lo han comparado con las alforjas del caminante, con uno de sus bolsones por delante, a la vista de los ojos, y otra invisible a las espaldas.
Tengo que aclarar que el concepto de lo inconsciente
era
conocido
previamente
a
los
descubrimientos de Freud, que la filosofía se había ocupado repetidas veces de este problema, como ya concretaremos más adelante, y que en 1869 Hartmann
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había publicado un libro de gran difusión titulado Filosofía de lo inconsciente. La aportación original de Freud fue sustantivar lo inconsciente, hacerlo sustantivo,
no sólo adjetivo,
hacer de esto un saber, el saber de lo insabido o desconocido del propio sujeto, hacerlo objeto de investigación con métodos especialmente diseñados para este fin, conocerlo como determinante subrepticio de
comportamientos
humanos
y
como
espacio
terapéutico desde el que reequilibrar los desajustes del psiquismo y sanar las patologías de la mente.
LA REVOUCIÓN CULTURAL DE SIGMUND FREUD
Obviamente, este descubrimiento de Freud vino a suponer una auténtica revolución cultural con respecto al conocimiento de la persona humana, y una inversión de perspectivas en todas las disciplinas que se ocupan de algún modo de su interpretación, comprensión, educación o expresión: la Pedagogía, la Filosofía, el Derecho, la Medicina, la Moral, la Historia,
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el Arte....En el estudio y la comprensión de las realizaciones
humanas
y
de
sus
intenciones
y
motivaciones profundas, el Inconsciente pasa al primer plano de interés, más aún que el Consciente. El “no puedo comprender por qué obré de esa manera” o el “no era yo mismo cuando hice eso”, empezaba a vislumbrar sus claves. En
sus
Conferencias
de
introducción
al
Psicoanálisis, pronunciadas por Freud entre 1915-1918, en la sede del Colegio de Médicos de Viena, hace la conocida consideración de las tres humillaciones narcisísticas que había padecido sucesivamente la Humanidad: la infligida por Copérnico cuando dictaminó que la tierra no es el centro del universo, sino una simple motita de polvo cósmico dentro de la galáctica polvareda estelar; la que infligió Darwin al incluir a la humanidad en el reino animal, y considerar al hombre, “mono desnudo” (Desmond Morris), como eslabón en la cadena filogenética desde primates ancestros; y la tercera humillación, herida narcisista al orgullo humano, al demostrar al mundo que el Yo personal no es el cibernetes, dueño total de sus propios actos y de su
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propio destino, sino que en gran medida es siervo y esclavo de extrañas fuerzas de la mente, inconscientes e incontrolables. Esto
supuso
una
revolución
cultural
tan
importante como lo fue, quizás, en la técnica, la invención de la rueda o la de la máquina de vapor. El autor del libro Psicoanálisis: una profesión imposible (es autora, Janet Malcolm)
llega a utilizar el símil del
terrorista que en el sótano de su casa prepara un artefacto para volar la cervecería del barrio y, sin darse cuenta, termina inventando la bomba de hidrógeno que hace volar medio mundo. Hasta entonces las filosofías clásicas pensaban que sólo había dos estados de consciencia posibles: el de inconsciencia, o inconsciente, cuando la persona está dormida, o desvanecida o drogada o en coma, y el de consciencia, o consciente, cuando la persona está despierta, en plena posesión de su inteligencia y de su razón, y es dueño y responsable total de sus actos y de sus pensamientos. Desde esta convicción se había entendido y fundamentado la filosofía, la pedagogía, la moral,
la
religión,
la
historia,
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el
derecho,
la
psicología....Hasta que Freud pone de manifiesto la influencia de mecanismos inconscientes, de razones y anhelos ocultos, subterráneos, que impulsan nuestros actos y determinan nuestros comportamientos. Y crea una ciencia para desvelar el Inconsciente y curar a las personas a través del Inconsciente. Esta Ciencia es El Psicoanálisis. La
originalidad
del
Psicoanálisis,
escribió
Rappaport en 1967, no consiste en explorar un objeto empírico nuevo, distinto al enfoque de la psicología científica, sino en elaborar una teoría más completa y más radical de la conducta, tomando en consideración sus determinantes últimos, pulsionales e inconscientes. Y más recientemente, en 1978, J.L. Tizón define que el Psicoanálisis, en tanto que psicología dinámica y profunda, añade al objeto general de la ciencia psicológica
una
dimensión
inédita,
absolutamente
original, que es la del inconsciente dinámico. Por lo que su objeto definitivo, su objetivo singular de tratamiento e investigación se puede definir como la conducta significante inconscientemente sobredeterminada.
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Para completar el tema de la Revolución Cultural incitada por Freud voy a aducir varios testimonios de diversos autores. El primer texto es de Peter Gay, de su libro
Freud,
una
vida
de
nuestro
tiempo.:
“La
observación de que el Psicoanálisis había ‘hecho furor’, convirtiéndose en una especie de moda entre quienes no lo conocían, estaba bastante justificada. El médico sueco Paul Bjerre afirmó en 1925 que el ‘freudismo’ estaba agitando los sentimientos como si se tratara de ‘una nueva religión’ y no de una nueva área de investigación. Especialmente en los Estados Unidos, la literatura psicoanalítica ha adquirido dimensiones de avalancha. Analizarse está de moda”. Un año más tarde, el eminente y prolífico psicólogo norteamericano William McDougall reafirmó la evaluación de Bjerre: “Además de los seguidores profesionales, todo un ejército de legos, educadores, artistas y diletantes han quedado fascinados por las especulaciones freudianas y las han convertido en una desorbitada moda popular, de modo que algunos de los términos técnicos
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empleados por Freud se han incorporado al idioma popular, tanto en los Estados Unidos como en Inglaterra”. En otra parte afirma que el escritor Elías Canetti había escrito, por 1920, que “la interpretación de los ‘lapsus’ se había convertido en una especie de juego social” Aunque por otra parte afirma que las principales autoridades de la Universidad todavía “lo rechazan con arrogancia”.
Y
añade
que
esta
oposición
llegó,
clamorosa, hasta el área de la política. Por ejemplo, en Francia, el mismo día en que apareció la versión francesa de Psicopatología de la vida cotidiana, en 1922, apareció publicado un artículo en el que se le pedía al gobierno “que proteja a los niños del Psicoanálisis”. Esta
reacción
la
explica
y
la
interpreta
sosegadamente el psicoanalista francés S. Nacht: “Freud
apareció
en
una
época
impregnada
de
moralismo, confiada en una escala de valores que creía sólidamente establecida. Súbitamente aquel joven y desconocido médico judío despertó de su sueño al mundo, lo obligó a poner todo en cuestión. ‘Analice
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despiadadamente sus sentimientos, escribió Freud a un amigo, y verá qué pocas cosas seguras hay en usted’. Pero ver qué pocas cosas seguras hay en sí mismo es precisamente lo que el hombre se niega a hacer, porque lo siente como una herida y una humillación. Así pues, era inevitable que, desde el comienzo, Freud se viera rechazado por su época, que quiso verlo a través de los rasgos inmorales y salvajes de las fuerzas instintivas, cuyo auténtico rostro desvelaba”. Estas observaciones y conclusiones quedan bien explicitadas y resumidas en un texto de Georg Markus, en su biografía de Freud El misterio del alma: “Con el Psicoanálisis de Freud no sólo se abría un nuevo campo a la psiquiatría, sino que se revolucionaba toda la medicina. Más aún: los esfuerzos para sondear el alma humana llevaron a nuevas formas de ver la religión y la cultura, la educación y la vida familiar, la sexualidad, la filosofía, el Estado. Las ideas de un científico rara vez ha influido en su generación y en las siguientes tanto como Freud cuando describe la anatomía del alma.”
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El siguiente texto, de Stefan Zweig, es un testimonio de adhesión y casi devoción. Le escribe así en carta de 1929: “La revolución que usted ha provocado en la estructura psicológica y filosófica, y en toda la estructura moral de nuestro mundo, excede en mucho
la
parte
puramente
terapéutica
de
sus
descubrimientos. Pues hoy en día, todas las personas que no saben nada de usted, todo ser humano de 1930, incluso quien nunca haya oído la palabra ‘psicoanalista’, ya está indirectamente influido por su transformación de las almas”. Precisamente el mismo S. Zweig, junto con otros escritores, artistas e intelectuales como Thomas Mann, Romain Rolland, Jules Romains, H.G. Wells , Virginia Woolf , Salvador Dalí, Hermann Broch, Knut Hamsun, Hermann Hesse, André Gide, Aldous Huxley, James Joyce, Pablo Picasso, Paul Klée, André Maurois, Thorton Wilder, y varios más, publicaron un manifiesto, en 1936, con ocasión del octogésimo aniversario de Freud, que le fue presentado por Thomas Mann en su casa de Viena, ya casi a punto de exiliarse en Londres. Por su extraordinaria importancia valorativa de la
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persona y la obra de Freud, lo voy a reproducir íntegramente:
“Que
el
octogésimo
aniversario de Freud sea una venturosa oportunidad para expresarle, al iniciador de un nuevo y más profundo conocimiento de la humanidad, nuestras congratulaciones y nuestra veneración. Este intrépido descubridor, importante en cada esfera de su trabajo, como médico y psicólogo, como filósofo y artista, ha sido, durante dos generaciones, un guía a través de regiones de la mente humana hasta entonces
inexploradas.
Espíritu
completamente
independiente, un ‘hombre y caballero de osado mirar’, como Nietzsche dice de Schopenhauer, un pensador e investigador, que supo resistir solo y, sin embargo, atraer a muchos. Avanzó por su camino y llegó a verdades que parecieron peligrosas porque ponían al descubierto lo que el miedo había escondido, e iluminó lugares oscuros. Expuso nuevos y diversos problemas y cambió normas antiguas. Su búsqueda y sus hallazgos ampliaron enormemente el alcance de la exploración intelectual, e incluso hizo que sus opositores se convirtieran en deudores suyos por el
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ímpetu del pensar creador que les transmitió. Aunque los años futuros puedan superar o modificar este o aquel resultado de su investigación, las preguntas que Sigmund Freud hizo a la humanidad nunca podrán volver a silenciarse, ni sus hallazgos ser negados u oscurecidos por mucho tiempo. Los conceptos que él ha encontrado, las palabras que ha escogido para ellos, se han convertido ya en integrantes, evidentes por sí mismas, de todo idioma vivo. En todos los campos de las ciencias del hombre, en el estudio de la literatura y el arte, la historia de las religiones y la prehistoria, la mitología, el folkclore y la pedagogía, e incluso en la poesía misma, podemos discernir la impronta profunda de su influencia, y si alguna vez la raza humana alcanzó un logro imperecedero, este es -estamos seguros- su descubrimiento de la CIENCIA DE LA MENTE. Nosotros ya no podemos seguir enfrentando nuestra tarea intelectual sin los audaces conceptos que constituyeron esa obra de toda la vida de Freud. Por eso nos alegramos de saber que este gran e infatigable estudioso está entre nosotros, y de verlo trabajar con
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vigor incansable. Que este hombre al que honramos, y al que le ofrecemos nuestra gratitud, viva entre nosotros durante muchos años más”.
Desde estos extraordinarios reconocimientos y elogios, especialmente valiosos y significativos por la talla intelectual, científica y cultural, de las personas que los respaldan, no es de extrañar la comparación que hizo en su tiempo Jung con los “pseudocientíficos” que se negaban a estudiar a Freud: son, escribió, “como aquellos hombres de ciencia que se negaron a mirar por el telescopio de Galileo”.
Y, para terminar este capítulo, no quiero dejar de citar el testimonio de la concesión del Premio “Goethe”, en julio de 1930, donde la obra de Freud se define como “fruto del método estricto de las ciencias de la naturaleza (...) y de la osadía de los creadores literarios”. Y también se dice en el texto de concesión de
ese
importante
galardón
literario
que
“el
Psicoanálisis no solo enriqueció a la ciencia médica sino también al mundo mental del artista, el sacerdote,
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el historiador, el educador” (...) al descubrir “las fuerzas formativo-creadoras adormecidas en el inconsciente”.
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CAPÍTULO II La personalidad de Sigmund Freud Determinantes biográficos y socioculturales de las teorías psicoanalíticas.
Pretendo
en
este
capítulo
iniciar
el
acompañamiento intelectual, paso a paso durante todo su recorrido vital, de una personalidad tan singular, tan apasionante, tan importante y tan sugestiva como la de Sigmund Freud. Y lo iniciaré citando a Nietszche, el cual, refiriéndose a las grandes filosofías, las definió como “autobiografías involuntarias e inconscientes”. Voy a intentar ir trazando un paralelismo entre la biografía de Freud y la diacronía de su pensamiento. Partiré de la ubicación socio-histórica: una puesta en escena del personaje en su tiempo, en su lugar de nacimiento y de vida, en las circunstancias
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históricas y socioculturales en las que se desarrolló. Indagar en su biografía para atisbar los fundamentos diacrónicos de su pensamiento, en ese proceso evolutivo y progresivo, impulsado por un deseo motriz, hacia el descubrimiento espeleológico de las cavernas profundas de la mente, con lo que revolucionó las concepciones vigentes sobre el ente humano, y sobre el sentido existencial de su ser y de su actuar. En resumen, trataré de estudiar los fundamentos personales y culturales de las teorías de Freud, de acuerdo con el pensamiento de San Agustín de que no hay que buscar fuera de uno mismo, porque en nuestro interior es donde se encuentra la verdad. Pretendo coger, junto con el lector, “el paso” vital de Freud en su caminar por la historia, a ver si con su paso acompasamos el nuestro, le damos un nuevo ritmo vivencial, y con su historia (que es siempre magistra vitae) iluminamos nuestra historia, la propia de cada uno. Y quizás descubramos, al hilo de la evolución de Freud, cómo nuestros deseos, nuestras actitudes y nuestro propio pensamiento están, de algún modo,
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determinados también y condicionados por nuestra historia personal y cursan a través de los mismos raíles de nuestra singular biografía. Citaré a su biógrafo Ernest Jones, afirmando con él que el Psicoanálisis, tal como cualquier otra rama de la ciencia, sólo puede ser entendido si se le encara en su proceso histórico, “cuya evolución estuvo ligada, de una manera muy peculiar e íntima a la de su creador”.
UBICACIÓN SOCIO-HISTÓRICA
Comenzaré diciendo que nace el día 6 de mayo de 1856, en un pueblecito de Moravia (que después pasó a pertenecer a Checoslovaquia, pero que en aquellas fechas formaba parte del entonces Imperio Austro Húngaro). El pueblo se llamaba Freiberg, y después se llamó Pribor. Sus padres le ponen de nombre Sigismund. Uno de sus biógrafos, Clark (Freud, el hombre y su causa.
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Planeta) lanza la sugerencia de que la raíz alemana de la palabra que forma este nombre es “Sieg”, la misma que interviene en los términos que significan triunfo, victoria, deseo culminado. Que de alguna manera el nombre quede integrado en la imagen que conforma el Ideal del Yo, parece estar bastante comprobado por la historia y por la psicología. Otro hecho evidente es que el YO va tomando consciencia paulatina de su identidad con referencia a su nombre, y que también el nombre traduce
mensajes
y
mandatos
relacionados
con
expectativas parentales, a través del Super-YO. Está claro que el biógrafo de Freud nos quiere sugerir que ya su nombre empezaba a marcar un destino de triunfo... Que la persona está moldeada, como amasada, por sus circunstancias es el aforismo de Ortega y Gasset,
“yo
soy
yo
y
mis
abundantísimamente repetido. nacimiento
de
Freud
se
circunstancias”,
Pues bien, en el
dieron
una
serie
de
circunstancias que, sin ninguna duda, iban a ser determinantes de sus deseos vitales y moldeadores de
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su pensamiento, de su orientación vital, y de su actitud fundamental frente a la existencia. Una de las circunstancias determinantes fue, sin duda, el hecho de que sus padres fueran judíos. Nació en el seno de un grupo minoritario y hasta cierto punto marginal, suscitador de hostilidades y recelos. Este hecho tiene que marcar necesariamente, y de modos muy diversos, los deseos profundos y la visión de la vida, y de sí mismo, de un niño que se abre, como una flor, a la existencia. De la influencia concreta en Freud y de su dinamismo contrareactivo hablaré más adelante. Otra
circunstancia,
moldeadora
de
su
yo
personal tuvo que ser necesariamente el triángulo familiar en el que se inscribe su nacimiento. Su padre, Jacob, casado por segunda nupcias (o por tercera, como creen pensable algunos biógrafos) con su madre, Amalia Nathanshon, veintiún años menor que él. Jacob tenía 42 años y Amalia 21. Se daba el caso de que un hijo del primer matrimonio de su padre, de Jacob, era de la misma edad que su madre.
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Esta circunstancia, la de nacer integrado en una situación triangular que le hace cercano en edad a la madre y lejano al padre, pudo haber sensibilizado su percepción y orientado su pensamiento, desde su propia
experiencia,
a
es
situación
endopsíquica
universal que él bautizó con el nombre de Complejo de Edipo. Voy a consignar un dato en relación a los sentimientos que le suscitaban su padre y su madre. El dato es aparentemente simple, pero, como todas las experiencias de esa edad, es de las que van marcando los posicionamientos de una persona en la existencia: A la edad de dos años todavía mojaba la cama. Siempre tuvo el recuerdo de que una noche se había orinado en el dormitorio de sus padres, estando en la cama con ellos.
Mas
tarde
Freud
explicaría
las
razones
psicológicas de la enuresis: simbólicamente es una señal de ambición y de posesión, como el animal que riega el terreno para exclusivizarlo en señal de dominio y de posesión de un derecho. Aprovecharé para añadir, como
entre paréntesis,
que
hay cuatro móviles
fundamentales en la actuación de un niño, como cuatro
44
objetivos encubiertos en sus comportamientos, incluso en este de orinarse en la cama de sus padres: el primero puede ser manifestar debilidad, “qué chiquito soy”, que concita lógicamente la respuesta protectora. El segundo, dar muestra de poder, como si quisiera decir: “hago lo que me viene en ganas”. El tercer móvil puede ser la revancha, “os vais a enterar”. Y el último, la búsqueda de atención. Y aclararé después, que estos móviles del comportamiento infantil, que cada niño
especializa
a
su modo, y que todos los
conservamos en el niño que llevamos dentro, están en la base de futuros trastornos patológicos: la debilidad que evoluciona en depresión, la necesidad de mostrar poder que lleva a la paranoia, la actitud de revancha que revienta en la psicopatía, y la búsqueda de atención exacerbada en la histeria. Este ha sido el paréntesis. Sobre el hecho anecdótico diré que, después de muchos años, Freud siguió recordando y subrayando que fue su padre, y no su madre, quien le regañó y humilló. Incluso que llegó a decirle “que nunca llegaría a ser nada”. El recuerdo de
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este episodio persiguió al joven Freud durante años: “Fue un duro golpe a mi ambición”, tanto que, como en el síndrome postraumático, siguió reactualizándolo en los sueños (flashback). Y siempre que le venía al pensamiento, reaccionaba, como en un ritual obsesivo, realizando un recuento rápido de sus méritos, como para afirmarse triunfalmente frente a su padre por todo lo que había conseguido. Lo importante de este hecho es que pone de relieve la autoridad del Padre, quien representa la coacción, la restricción, la amenaza, el Principio de la Realidad. Y en frente, la madre, representando la indulgencia, la acogida, la comprensión, el amparo, el Principio del Placer. El Tánatos y el Eros. Y quiero aquí recordar un axioma psicoanalítico: La condición fundamental del equilibrio psíquico y del crecimiento
madurativo
personal
consiste
en
compaginar dentro de uno mismo, del propio sistema psicobiológico, el Principio del Placer y el Principio de la Realidad. Es decir: asimilar e integrar armónicamente, dentro del propio YO, la experiencia padre-madre. O,
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dicho de otro modo: resolver y superar el Complejo de Edipo. Así se puede comprender lo que dijo R. Kipling en Something about myself: “Dadme los seis primeros años de la vida de un niño y ya os podéis quedar con el resto”.
DE PADRES JUDÍOS
Quiero incidir sobre la especial circunstancia de la aparición de Freud en el escenario de la vida, que es la de haber nacido de padres judíos. Y hay un hecho especialmente
significativo,
que
voy
a
relatar
enseguida, respecto a su toma de consciencia de pertenecer a un grupo socialmente marginado y rechazado, que fue tan determinante de sus deseos vitales y de su actitud posterior frente al mundo. Voy a decir, entre paréntesis que este hecho lo relata
él
mismo
a
su
amigo
Wilhelm
Fliess,
otorrinolaringólogo berlinés, también judío, con el que
47
mantuvo periódicamente unos encuentros que él llamaba “Congresos”, y una extensa correspondencia que ha sido valiosísima para conocer el nacimiento y la evolución del Psicoanálisis, y para comprender
el
pensamiento de Freud. El biógrafo Clarck califica esa amistad
de
“extraña
y
aún
no
suficientemente
explicada”. Y afirma que ejerció sobre Freud “un influjo casi embrujador”. Sigo con el paréntesis: Había asistido Fliess a las clases que Freud daba en la Universidad como Dozent. Se conocieron, pues, en 1887 y rompieron definitivamente la amistad en 1906. En el verano de 1890, le había escrito en unos términos, que son reveladores del Sí mismo del espejo desde el que Freud valoraba su relación con Fliess, y la influencia que éste ejercía sobre él: “Cuando te hablé y vi que me dabas importancia, empecé a pensar que yo era alguien, y la imagen de energía confiada que me ofreciste no ha dejado de surtir efecto”. El hecho es que Freud llegó a establecer con Fliess
una
extraña
relación
48
de
admiración
y
dependencia (en la que el propio Freud llegó a reconocer un cierto componente homosexual) y una ambivalencia afectiva como la que se da en la relación del hijo con el padre. Esta relación terminó por un conflicto originado por unas ideas que Fliess le transmitió acerca de la bisexualidad masculina. Estas ideas aparecieron publicadas en un libro, Sexo y carácter, y que, según la sospecha de Fliess, le había llegado al autor, Otto Weininger, por una indiscreción de Freud. Cierro aquí el paréntesis sobre Fliess, que considero interesante para comprender algunos rasgos de la personalidad de Freud, y paso a relatar el hecho que tan profundamente marcó a Freud en la relación ambivalente con su padre, y como sujeto perteneciente a una identidad racial (si-mismo del grupo) despreciada: “Yo tendría diez o doce años cuando mi padre empezó a llevarme con él en sus paseos”. Un día le contó a su hijo la siguiente historia: “Cuando yo era joven un día salí a caminar por la calle del lugar donde naciste, elegantemente vestido, con un sombrero de piel nuevo.
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En dirección opuesta venía un cristiano, que me empujó, me derribó el sombrero, que cayó en el barro de la calle, y me gritó: Perro judío, fuera de mi camino”. El niño Freud, sobrecogido, le preguntó a su padre: “¿Y tu qué hiciste? Él le respondió con toda naturalidad: “Bajé de la acera, recogí el sombrero y seguí mi camino...”
Esta imagen de su padre, el más
poderoso, el más sabio, el más rico de los hombres, a sus ojos de niño, envilecido cobardemente, le aguijoneó durante mucho tiempo y le hizo desarrollar fantasías de venganza. Es otro componente motivacional que dirigió y orientó el impulso y el deseo de autorrealización de Freud: el de la revancha, tanto que llegó a identificarse con el espléndido caudillo, Aníbal, también semita, que había jurado vengar a Cartago, por más poderoso que fueran los romanos. Este
sentimiento
lo
fue
elaborando
y
reconvirtiendo en otro factor motivacional, el del deseo y la necesidad compensatoria de reconocimiento y grandeza, como sublimación del móvil más pulsional y patógeno de venganza. “A veces me he sentido como si
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hubiera heredado toda la pasión de mis antepasados cuando defendían el Templo de Jerusalén”.
51
EL COMPLEJO DE PADRE
Este ambicioso deseo, de origen motivacional reivindicativo y compensatorio, se convirtió en la línea directriz (es un concepto de la Psicología Individual de Adler) de su carácter. Pero dejó alojadas dentro de su psiquismo resonancias conflictivas, perturbadoras y culpabilizantes. Me explico, ya que
se trata de un
fenómeno clínico que he podido observar y tratar repetidas veces. Es el hecho de personas que son incapaces de aceptar su propio triunfo (por ejemplo, dejan una carrera brillante cuando sólo les queda una asignatura,
pierden
inexplicablemente
en
una
competición cuando prácticamente habían llegado al final, son abandonados por su pareja en días cercanos a la boda ...) Freud lo tenía también tan observado -y hasta autodiagnosticado- que escribió un pequeño ensayo, en 1916, titulado Los que fracasan al triunfar, dentro de un texto más amplio: Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica.
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A
propósito
de
esto,
voy
a
contar
una
interesante anécdota de Freud. Cuando estuvo en Atenas, que por cierto varios años más tarde recordó que las columnas de ámbar de la Acrópolis era una de las cosas más hermosas que había contemplado en su vida...Bueno, pues cuando estuvo en Atenas recogió sus impresiones del viaje en un ensayo titulado Trastornos de la memoria en la Acrópolis, y en él escribió: “Es inevitable que la satisfacción de haber llegado tan lejos lleve aparejado un sentimiento de culpa”. De alguna manera lo resiente como algo injusto, prohibido desde tiempos inmemoriales, desde el mito de Lucifer a quien arrastró el deseo de ser más grande que Dios... Como si el deseo de llegar más lejos que su propio padre, cuyo recuerdo se mezcla, culpabilizado, con sentimientos de crítica y desvalorización desatados en las experiencias de su infancia, le pudiera llevar también a sentirse más grande que él. Advertiré que, en algunas personas, estos sentimientos pueden llegar a cristalizar en lo que Freud denominó Complejo de Padre (1910, Congreso de
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Nurenberg, El porvenir de la terapia psicoanalítica) que consiste
en
una
mezcla
endovivenciada,
hipersensibilizada de miedo, hostilidad, desconfianza y culpabilidad, unidos a los sentimientos contrapuestos de amor, respeto y admiración. Y señalaré que esta tensión conflictual de sentimientos contrapuestos pueda ser una de las bases etiológicas de la neurosis obsesiva. Me explico: el conflicto de atracción y rechazo simultáneo, deseo de posesión y de evitación
del
mismo objeto, puede dar lugar a una parálisis del pensamiento y a una reacción automática de insistencia obsesiva para superarlo.
MUERTE DEL PADRE Y TEORÍA DE LA SEDUCCIÓN
El biógrafo P. Gay
señala que la muerte del
padre constituyó una profunda experiencia personal, de la que Freud extrajo consecuencias universales. Desde el punto de vista personal, Freud la califica como “El acontecimiento más importante y la pérdida más decisiva en la vida de un hombre”. Y es a partir de ese
54
acontecimiento cuando empieza su autoanálisis para su propia reconstrucción psicológica. En carta a Fliess del 2 de noviembre de 1896, le confiesa: “Por alguno de los oscuros caminos, por detrás de la consciencia oficial, la muerte del viejo me ha
conmovido mucho.
Lo
quería
muchísimo, lo
comprendía muy bien, y él era muy importante en mi vida, con su mezcla peculiar de sabiduría profunda y de fantasía infantil. Ya había gozado mucho de la vida cuando murió, pero en esta ocasión sin duda se ha despertado en lo interior de mí mismo todo lo más primitivo”. El biógrafo y médico de Freud, Shur, quiere vislumbrar en esta carta el primer determinante de su autoanálisis: un autoescrutinio impulsado por lo que él denominó “la culpa del superviviente”.
Y el propio
Freud consideró que su obra La interpretación de los sueños se produjo como una reacción a la muerte de su padre.
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Por otra parte, a nivel de su pensamiento, este acontecimiento ejerció la influencia determinante del abandono de la primera teoría de la neurosis -la seducción infantil por obra de sus progenitores- sobre la que había fundamentado hasta entonces todo su sistema. Pero de nuevo se activa, con esta ocasión, una de las características funcionales de la personalidad de Freud: la capacidad de levantarse sobre las ruinas de un fracaso y hacer sobrevolar su deseo hacia un nivel más alto de reconstrucción. A partir de ese punto, reelaboró toda su teoría sobre un nuevo basamento: Complejo de Edipo. Voy a pormenorizarlo: Al comienzo de sus teorías estableció que la histeria se produce por un trauma infantil: la seducción o violación del niño por parte de uno de sus progenitores. Y deduce, en consecuencia,
que
haber
experimentado
placer
culpabilizante era el origen de las neurosis obsesivas. Sus pacientes le narraban que habían sido violados en su temprana infancia. Y, en estado de
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hipnosis,
reproducían,
con
intensidad
emocional
dramática, la escena de su seducción sexual. Freud lo creyó, lo determinó como objetivo de sus pesquisas, y lo constituyó como uno de los puntos fundamentales de sus teorías. El
episodio
de
Katherina,
una
campesina
“encantadora” de dieciocho años que le había servido en un albergue de las montañas austriacas, por una neurosis de angustia con histeria, fue para él una fehaciente confirmación. Diré como nota al margen que en la primera información de este episodio (que Freud hace en carta a Fliess de 1893) relata que Katherina había sufrido intentos de violación de parte “de un tío suyo”. Pero tres décadas más tarde, añadió una nota al pie de página en Escritos sobre la histeria, confesando que no fue su tío sino su propio padre quien intentó violarla. Poco a poco fue sometiendo la teoría a una duda metódica cartesiana, extrañado de que fueran tan abundantes estas confesiones, y que una perversión tan grave pudiera estar tan generalizada. Y, por otra
57
parte, influyó sin duda la necesidad de liberar el recuerdo de su padre de esa sombría y repugnante sospecha. Y de ahí fue afianzando a la conclusión de que, más que un hecho universal, se trataba de una fantasía, que como todas las fantasías, encerraba, de modo más o menos encubierto, un deseo. Y esta fantasía del niño era rememorada después por el adulto como si hubiese sido real. Quizás en el inconsciente infantil se alberga el deseo de seducir a alguno de sus progenitores, que no es capaz de expresarlo más que disimulándolo mediante el mecanismo de proyección: Para defenderse de la culpa de tal sentimiento, proyecta la iniciativa en el progenitor. Así construyó el puente ideológico por donde fue atravesando, desde la teoría de la seducción, a la teoría del Complejo de Edipo. Quiero mencionar una aportación interesante. Jeffrey M. Masson, psicoanalista, director del Archivo de Freud, en sustitución de Kurt Eissler, apoyándose en el razonamiento, que también nosotros hacemos como
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fundamento de esta lección, de que las experiencias tempranas tienen una gran influencia en la elaboración del pensamiento posterior, señala la importantísima influencia que tuvo en el pensamiento de Freud la lectura, en español, cuando era muchacho, del Diálogo de los perros de Cervantes, donde Berganza imagina que su madre era bruja. (Sobre este interés de Freud por la obra de Cervantes, quizás comentaré algo más adelante). Y piensa Masson que esto influyó también en el abandono de la idea de la seducción, al concluir, con Cervantes, en que las fantasías pueden vivirse, vivenciarse, tan intensamente que lleguen a traspasar el umbral que las separa de la realidad objetiva. Yo lo explicaría así: La consciencia resuelve las dudas entre lo real y lo ficticio con un recurso muy simple e inmediato: constatándolo perceptivamente frente a la realidad. Cotejando la idea (eidos, idolo, imagen de lo real) con la realidad objetiva. El Inconsciente no tiene acceso directo a la realidad física constatable. “Su realidad” es la huella de su fantasía re-presentada, que se llama Fantasma. Esta imagen, o
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fantasma, es tan consistente y tan fuerte que produce efectos más enérgicos incluso, y más intensos que si fuese real. Por ejemplo: la alucinación es más poderosa que la percepción real; una obsesión es más intensa e irreprimible que una acción justificada (la obsesión de lavarse las manos para liberarse del sentimiento de culpabilidad es más fuerte e irreprimible que la acción de lavarse para limpiar la suciedad...)
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CAPÍTULO III LA FORJA DE UN CARÁCTER
Sigo en mi intento de ir arando este campo de la
ubicación
socio-histórica
de
Freud:
un
tema
biográfico con el que pretendo seguir el paso de del niño Sigmund Freud en su proceso evolutivo, desde su nacimiento, y señalar las pistas y las huellas -como las piedrecitas que Pulgarcito fue poniendo en su caminode los hechos y circunstancias que fueron moldeando su pensamiento, amasando su carácter y determinando sus actitudes vitales, así como su orientación y deseo fundamental en la existencia. Y acordándonos del aforismo de Ortega y Gasset, yo y mi circunstancia, hemos aislados varias circunstancias especialmente significativas.
He
estado
elucubrando
sobre
la
circunstancia-Padre. Ahora vamos a detenernos en la circunstancia-Madre.
61
EL HIJO PREDILECTO
Cuando ya era viejo y famoso, le descubrieron una placa conmemorativa en Freiberg, su pueblo natal, que hoy se llama Pribor. Él no pudo asistir, por estar ya impedido y enfermo, pero delegó en su hija Anna, quien leyó una carta escrita por él expresamente para el acto: “Todavía pervive en mi memoria ese niño feliz, hijo predilecto de una madre joven, que en ese lugar, entre esos montes y esos valles, recibió las primeras impresiones indelebles de su existencia”. Dicen los biógrafos que nació con abundante cabello rizado y negro, y que su madre le llamaba “mi negrito”. Y él, ya adulto, con más de sesenta años de vida, reflexiona: “El hombre que haya sido el indiscutible hijo preferido de su madre, mantiene ante la vida la actitud de un conquistador, o aquella confianza en el triunfo que, con tanta frecuencia, le ha llevado al triunfo total” (Poesía y Verdad: Un recuerdo infantil de Goethe, 1917). Un texto anterior de Freud, en el que se refleja
62
esta
imagen
autovalorativa,
consecuencia
de
la
confianza en sí derivada, como él sugiere, de la experiencia maternal, se recoge en carta a Fliess de 1900: “Por temperamento soy un conquistador, un aventurero, si quieres traducir esta palabra con toda la curiosidad, la osadía y la tenacidad de esta tipo de hombres”. De esto se deduce otro principio psicoanalítico que hoy ya nadie pone en duda: que la relación materno-filial es una de las claves más fundamentales del desarrollo psicofísico de la persona. La base de la autoconfianza y del deseo humano se hecha en los primeros
años
de
la
vida,
desde
las primeras
experiencias relacionales con la propia madre.
Todo
deseo es una movilización de energías hacia un bien previsto, cuya consecución supone el reestablecimiento del Yo-ideal. Digo reestablecimiento porque ese Yo ideal ya se había establecido en la relación con el primer objeto del deseo, la Madre, espejo primordial de reconocimiento del Yo.
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Freud siempre aludirá a ese primer gran amor insustituible. Sin duda, no existe una experiencia más importante, ni deseo más fruitivo, ni más gratificante en la vida de una persona. Es, como alguna vez he escrito, el verdadero Paraíso terrenal del que habla la Biblia, con
todos
los
frutos del Edén al
alcance
del
deseo...Pero del que muy pronto se sentirá arrojado, por una ley inexorable de la vida, como lo describió un poeta amigo mío: “Estaba escrito que el amor tuviera / como fruto primero el desengaño. / Ay, corazón, ¿regresarán los años...?”
Y, sin duda, regresa esa
experiencia y de algún modo se reproduce en la relación sexual. Cuando dos personas, en el ámbito sagrado de la intimidad corporal, dos seres, únicos y solos en la existencia, encuentran uno en el otro la respuesta a todos sus deseos. Es el gran valor humano de la sexualidad: su capacidad de construir la intimidad desde la reproducción de la primaria experiencia de placer existencial. Freud llega a pensar que en el fondo de todo enamoramiento
hay
un
64
deseo
inconsciente
de
recuperar aquella primera experiencia, aquel primer amor que nada ni nadie podrá sustituir. Y por eso el enamoramiento es considerado clínicamente como una psicosis transitoria, porque quien lo experimenta se sale de la realidad, haciendo a otra persona ilusoriamente (como aquella primera) a la medida de su deseo.
FREUD Y SUS HERMANOS
Freud experimentó ese primer desengaño del amor,
cuando
después
de
él
fueron
naciendo
sucesivamente cinco hermanas y dos hermanos. Generalizando sobre los celos infantiles, Freud escribe: “El niño le envidia al indeseado intruso y rival no solo que mame, sino todas las demás pruebas del cuidado maternal. Se siente destronado, despojado, perjudicado en sus derechos. Destina un odio celoso al hermanito y un gran resentimiento contra la madre desleal”. Y es que solo diecisiete meses después de su nacimiento, nació su hermano Julius “a cuya llegada dice su biógrafo P. Gay- había reaccionado con furia y
65
con perversos deseos de muerte”. Cuando a los ocho meses
murió
produjeron
Julius,
dentro
autorreproches,
del
niño
debido
a
Freud sus
se
malos
sentimientos, que según él mismo confiesa, constituyó una tendencia, la de culpabilizarse y autorreprocharse, que le duró toda la vida. “Pocas veces tenemos una percepción correcta de la fuerza de esos impulsos celosos, de la tenacidad con que persisten, o de la magnitud de su influencia en el desarrollo posterior”. Cuando siendo ya octogenario le propusieron a Freud la creación de una segunda revista de Psicoanálisis, él se opuso terminantemente, con un argumento que, sin darse cuenta, traicionaba sus propios sentimientos atávicos: que la revista hermana “se bebería toda la leche de la primera”. De hecho fue un novio celoso, exclusivista -así se
describe
él
mismo-
e
incapaz
de
tolerar
competidores. Cuando supo que Marta se había relacionado
con
amigos
artistas,
le
escribió
consternado, porque frente a los artistas él se sentía en inferioridad de condiciones.
66
Como ya he dicho, toda la vida le duró una tendencia
sensibilizada
a
culpabilizarse
y
autorreprocharse, y él mismo reconoció que esta tendencia
tenía
como
base
la
experiencia
del
nacimiento y la muerte de su hermano Julius. En relación a esto, quiero contar un episodio interesante. Fue en 1909, cuando le invitaron a Estados Unidos, a Massachusset a dar unas conferencias a la Universidad de Clark. Le acompañaron Ferenczi y Jung. En ese viaje por barco tuvo Freud la satisfacción de encontrar a un grumete que estaba leyendo La patología de la vida cotidiana, con lo que veía confirmada su intención de hacer llegar el Psicoanálisis a
un
público
más
amplio,
no
necesariamente
especializado. Sigo con la historia: Antes de embarcar, el día 20 de agosto, están los tres viajeros almorzando juntos, en Bremen. Jung se extiende en una larga disertación, brillante como es característico en él, sobre unos enterramientos prehistóricos que se está excavando al norte de Alemania. En un momento de la charla Freud
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se desvanece y cae al suelo. Después va a explicar que se había sentido profundamente afectado al interpretar que bajo las palabras de Jung se albergaba un inconsciente deseo de muerte, dirigido contra él, y la intención de suplantarlo...Teniendo en cuenta que Jung era considerado su posible sustituto, su delfín, su seguidor
(con
la
ventaja
para
el
Psicoanálisis,
acariciada por el mismo Freud, de poder
salir del
círculo cerrado de los judíos), ¿no pudo ser ese deseo de muerte una proyección de su propio deseo, revivenciándolo, con culpabilidad y autorreproches, junto con el que tuvo hacia su hermano Julius? Puede parecer alambicado, pero es quizás lo único que explica esa tremenda reacción emocional que le lleva a caer al suelo desmayado. Y quizás, también, necesitó llamar la atención, para no ser desplazado, de un modo más espectacular de como lo estaba consiguiendo Jung con su interesante y culta perorata. Es curioso constatar que hasta las personas que consideramos más importantes, incluso maduras, albergan en su interior un niño, el niño que una vez fueron, con deseos y
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necesidades vitales insatisfechos y con conflictos no resueltos. Y aquí podemos incluir otro de los axiomas del Psicoanálisis: Que la rivalidad y los celos sacan a la luz un conflicto infantil no resuelto, como es inconsciente
de
ser
objeto
de
deseo
predilección
y
exclusividad. Cuando nació otra de sus hermanas, Anna, él soñó que su madre estaba extremadamente delgada. Después
interpretó
representaba
su
que deseo
esta de
imagen que
no
maternal estuviera
embarazada (estar delgada es lo contrario a la grossese), como expresión simbólica de su necesidad de exclusividad.
EL TABÚ DEL SEXO
Freud ha insistido, en varias ocasiones, sobre el trastorno psicológico que puede padecer un niño al presenciar lo que denomina escena primaria: la relación
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sexual entre sus padres. Tal impacto psicológico tiene un
doble determinante: que lo interpreta como una
agresión violenta, un abuso sádico contra su madre. Y que tiene como consecuencia el nacimiento de un rival, “una amenaza para sus intereses egoístas”. Además de las connotaciones emocionales atávicas que comporta el tabú del sexo. A este respecto es importante el caso de El hombre de los lobos. Es un caso complejo, muy importante para la sistematización conceptual del Psicoanálisis, que yo voy a simplificar para ajustarlo exclusivamente a lo que venimos diciendo sobre la escena primaria.
Se trata de un joven ruso, de padre
muy adinerado (aunque al final él terminó casi en la miseria), que se pone en tratamiento con Freud y presenta un síntoma singular de fobia a los lobos. Durante el tratamiento, evoca una escena en la que él, de niño, irrumpe en la habitación de sus padres una mañana, y contempla, a través de la ventana abierta de la habitación, un paisaje nevado y unos lobos junto a la ventana. El niño huye despavorido y, desde entonces,
70
la
imagen
de
los
lobos
le
angustia
y
obsesiona...Aunque, por lo que se descubre en el tratamiento, esta imagen de los lobos encubre y desplaza
lo
que
verdaderamente
le
angustia
y
obsesiona: haber contemplado la relación sexual de sus progenitores.
LA FURIA DE MOISÉS
Siguiendo el hilo de la relación de Freud con su madre, en su infancia, y del deseo imperioso de exclusivizar su amor y su atención, quiero recalcar e insistir en otro de los rasgos de su carácter: la reacción de cólera que siempre le provocaba la competición y la rivalidad, por la que se fue deshaciendo, durante toda su vida, de sus “competidores” como pudieron ser el mismo Jung, Adler, Rank...Y, por qué no, también anteriormente de Breuer y de Fliess. Esto lleva a pensar que la interpretación que él hizo de Miguel Ángel de algún modo fue una interpretación de sí mismo, de su constante lucha por el control de los impulsos de cólera y odio que sentía hacia sus enemigos, incluso hacia sus
71
propios
partidarios
cuando
los
consideraba
competidores desleales. El Moisés de Miguel Ángel le había fascinado desde su primera visita a Roma en 1901, aunque su ensayo sobre El Moisés de Miguel Ángel no lo redactó hasta 1913, precisamente antes de empezar su Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico que, según sus biógrafos, envolvía en papel de plata una bomba de furor lanzada contra sus “desleales” Jung y Adler. Vamos por partes. Ir a Roma le supuso la satisfacción de deseos ocultos, largamente acariciados. Se comparaba en sus fantasías con Aníbal, semita como él, que conquistó Roma. Ernest Jones afirma que para Freud Roma era el símbolo de deseos atávicos condensados. En 1913 pasó en Roma tres semanas del mes de septiembre. Permaneció ante la estatua de Moisés varias horas durante todos los días. Se preguntaba: ¿Reproduce su postura la acción de sentarse o la de
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ponerse de pie? ¿Qué pretendió expresar Miguel Ángel con esa extraña postura inacabada? Y Freud concluye que expresa el control de la cólera de Moisés, de la furia contra su pueblo, sentándose después de haber estado dispuesto a romper las tablas traídas del Sinaí, al encontrar a los desleales israelitas adorando al Becerro de oro. Es decir, se decide por la interpretación de que la estatua de Miguel Ángel no expresa el comienzo de una acción violenta, sino los restos de un movimiento de control, de freno de la furia interior que todavía le asoma por los ojos. El biógrafo P. Gay pone una nota al relato de este episodio, asimilando la furia de Moisés a la propia furia caracterológica de Freud: “Como veremos más adelante,
esta
furia
tenía
también
dimensiones
inconscientes: lo más probable es que se basara en su decepción por verse cada vez más desplazado de su privilegiada posición como hijo único de la madre, a medida
que
Amalia
Freud
le
primogénito un hermano tras otro”.
73
presentaba
a
su
Voy a dejar ya el tema de la relación de Freud con su madre, pero quiero aportar un último testimonio de lo que ella le significó hasta el final: “Jamás observé en ella acción alguna encaminada a satisfacer un capricho particular a costa de la felicidad de sus hijos”. Y en 1929, a los setenta y seis años, todavía en vida de su madre, escribe: “La pérdida de la madre debe de ser algo muy extraño, imposible de comparar con otras pérdidas, y debe de despertar emociones difíciles de comprender. Mi madre vive aún, lo que me cierra el camino hacia mi ansiado descanso, hacia la nada eterna. Yo no podría perdonarme morir antes que ella”. Un año después, en septiembre de 1930, moría la madre de Freud, Amalia Nathanson, objeto indiscutible de su primer deseo.
LA MOTIVACIÓN DE LOGRO
Voy
a
continuar
recogiendo
la
idea,
ya
enunciada por mí, de que estos condicionamientos van incidiendo en la configuración de un dinamismo de
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personalidad, una fuerza motriz caracterológica, que impulsó enérgicamente su deseo y fue determinante en la orientación de su vida y en la consecución de sus objetivos. Es lo que hoy se enunciaría diciendo que sus deseos estaban impulsados por una muy poderosa motivación de Logro. Sus deseos, amasados desde las primeras
experiencias de su infancia, con ambición,
necesidad
de
reivindicación,
confianza
en
si,
rivalidad...están presentes en todos los momentos de su vida, generando, a través del mecanismo de sublimación,
una
potencia
vital
caracterológica
destinada al logro definitivo de su causa y de su persona. Hay otro episodio, que él recuerda con precisión después de los años, que reforzó la convicción de los padres de que albergaban a un genio, y quizás también la propia orientación de sus energía vitales para lograrlo. Cuando tenía once o doce años, estaba un día con sus padres sentados en uno de los restaurantes del parque de Viena, conocido por el Prater. Había por allí un vagabundo que pasaba por las mesas improvisando unos versos sobre cualquier tema oportuno, a cambio
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de algunas monedas. “Me mandaron llamar al poeta recuerda Freud- y él se mostró agradecido para con el mensajero. Después de pedir el tema, dejó caer unos cuantos versos sobre mí y declaró probable que yo algún día llegase a ser ministro”. Retrospectivamente Freud atribuyó a la impresión de este hecho su primer deseo de estudiar Derecho. Y soñó alguna vez que estaba sentado en un sillón de ministro. Más tarde se decidió por la medicina al escuchar una conferencia a propósito del libro Sobre la Naturaleza atribuido a Goethe. Desde pequeño había sido aficionado a la literatura clásica y en algún momento de su vida afirmó que
haber
estudiado
Latín
y
Griego
le
había
proporcionado la comprensión de una civilización extinguida, y que había supuesto para él “una ayuda insuperable en mi lucha por la vida”. Como nota al pie de página diré también que había leído el Quijote, se había aficionado por estudiar español, creó con sus amigos una “Academia de Español” y se escribían cartas firmándose con los
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nombres, Cipión y Berganza,
de El dialogo de los
perros, de Cervantes. No quiero dejar de consignar a este respecto la digna carta que le escribió en castellano, el 7 de mayo de 1923, a Luis LópezBallesteros, primer traductor de su obra en castellano, y primera traducción que se había hecho de su obra en el mundo. Le dice: “Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer al inmortal en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora, ya en edad avanzada (67 años), comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo.” La carta continúa con un párrafo más, pero yo vuelvo a mi discurso. Cuando leyó Edipo Rey de Sófocles (ya he dicho que en su examen de “Matura” le pusieron la traducción de treinta y tres versos de esta obra), se le quedó grabada una frase: “Este es el que
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descifró el enigma de la Esfinge y por eso ha llegado a ser el hombre más poderoso”. Al cumplir los cincuenta años, en 1906, sus seguidores y discípulos le ofrecieron un medallón, en una
de
cuyas
caras
se
representaba
a
Edipo
descifrando el enigma, y en la otra su efigie, la de Freud, con la leyenda grabada en griego “Este es el que descifró el enigma de la esfinge...” Se quedó tan impresionado
y
silencioso
que
los
discípulos,
expectantes, llegaron a creer que estaba molesto. Jones escribe que “se puso pálido y agitado”. Entonces él les contó que, siendo joven estudiante de Medicina, le gustaba pasear por los patios de la Universidad de Viena donde estaban los bustos de los profesores ilustres, cada uno con su inscripción, y que él recordaba haber recreado en su fantasía con el deseo de que alguna vez estuviera allí su propia escultura con esa inscripción del Edipo de Sófocles, precisamente la que sus discípulos habían elegido para el medallón. Y fue después de su muerte, en febrero de 1955, cuando se celebró en la Universidad de Viena
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una ceremonia, en la que se descubrió un busto de Freud, donación de su biógrafo y discípulo Ernest Jones, con esa misma inscripción. Me viene a la cabeza otra fantasía, o sueño de grandeza, análogo a éste, narrado por Freud en carta a Fliess de 1900. En las afueras de Viena había un gran chalet con el nombre de Bellevue, que la familia solía arrendar
para
precisamente
sus
vacaciones
allí donde
estivales.
por primera
vez
Fue Freud
interpretó un sueño completo, con todos sus símbolos, condensaciones, desplazamientos y entresijos. Y en la carta que he citado, le revelaba a Fliess su oculto deseo, no sin un deje de humor y de ironía, de que alguna vez se colocara en aquel lugar una placa de mármol en la que pudiera leerse: “Aquí se le reveló al Dr. Sigmund Freud el secreto de los sueños, el día 24 de julio de 1895”. De todas estas anécdotas biográficas resulta inequívoco e indudable su deseo directriz de éxito, su motivación para el éxito y su confianza en el éxito. Se podría resumir su biografía como una vida orientada por
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su deseo hacia el éxito personal. A su novia Marta le había llegado a decir: “Nada impedirá mi éxito final, mientras nos conservemos bien y yo sepa que tu estás a mi lado y que me quieres”. Y después, en tiempos de su correspondencia con Fliess, se había atrevido a confesarle: “Creo que tengo el talento necesario para llegar a figurar entre los 10.000 que más valen”. El tiempo le ha dado la razón crecida. Y en los catálogos que se vienen publicando periódicamente, en inglés, de las 1.000 personas más influyentes de la Humanidad, de los que ya se han hecho dos versiones, una encabezada por Jesús y otra por Mahoma, en ambos, entre las mil personas, se cuenta con Freud. Y como creo que ya he dicho, también entre las listas que se han elaborado con ocasión del nuevo milenio, de las 100 personas más influyentes en el milenio anterior, en todas aparece, como no podría ser de otro modo, el nombre de Freud. Pero tengo que hacer notar que no era una autoestima
orgullosa
y
petulante,
sino
que
esa
confianza y esa fuerte motivación de éxito, contrastaba
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con sentimientos de inseguridad, zozobra y consciencia de su propia limitación. Pensaba de sí que tenía una inteligencia insuficientemente dotada, y en carta a alguien le dijo que él nunca tendría que temer que Dios le pidiera cuentas, que era él quien tendría que pedirles cuentas a Dios por no haberlo dotado de mayor inteligencia . Se autocriticaba de tener modales poco sociables, de tener poca aptitud para la práctica de la medicina,
y aseguraba
tener la impresión de ser
desestimado por los demás al primer golpe de vista. Estando en París, fue invitado a una de las fiestas sociales que organizaba su maestro Charcot. Le escribió acomplejado a su novia que había en la fiesta muchachas de quince a dieciocho años, “algunas muy bonitas”. Y añade descorazonado: “Yo desentonaba allí como la peste”. Su propósito final es el típico de paciente con fobia social: “no asistir a reuniones donde haya más de dos personas”.
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EL EPISODIO DE LA COCAÍNA
Y estas experiencias me dan pie para contar el episodio de la Cocaína. Es tan interesante este episodio en la vida de Freud, que hay quienes han llegado
a
pensar
que
Freud
fue
cocainómano.
¿Realmente lo fue? Yo estoy convencido de que no. Veréis. Al principio de su vida profesional, una vez terminada la carrera de Medicina (en la que empleó más años por dedicar mucho tiempo a la investigación, a la filosofía y a otros intereses culturales y artísticos), Freud
experimentó
una
amarga
experiencia
de
pobreza: no llegar a tener ropa que ponerse, ni dinero para comer en varios días. No encontraba trabajo suficientemente remunerado. Incluso para visitar a un profesor tuvo que pedirle prestado los pantalones a un compañero. En carta posterior a su amigo el Dr. Fliess, recordando ese trance de su vida, le confesaba: “Un recuerdo de mi adolescencia es que los caballos de la pampa que han sido cazados a lazo conservan durante toda la vida un ligero nerviosismo reflejado en el cuello.
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Yo en una ocasión conocí la miseria y sigo temiéndola continuamente”. Anoto al margen, a propósito de tener que pedir prestados los pantalones, la importancia que para él tenía la apariencia, como afianzamiento del propio yo. La
apariencia
para
él
está
relacionada
con
la
autoestima y el respeto hacia uno mismo. En una ocasión en que estaba enfermo, tras una de las operaciones quirúrgicas a las que tuvo que someterse, viéndose en el espejo, despeinado, con la barba descuidada, se causó tan mala impresión de sí mismo que “renuncié al lujo de volver a estar enfermo”. Aclaro que llegó a sufrir treinta y tres operaciones por el cáncer de mandíbula, pero a partir de entonces, nunca ofreció la apariencia ni la actitud de estar enfermo. En esas circunstancias de necesidad y de búsqueda, le escribió un día a Marta, su novia: “Juego ahora con un proyecto y una esperanza de lo que ya te contaré. Quizás también sea un fracaso. Se trata de un experimento terapéutico. He estado leyendo sobre la cocaína...”.
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Y lo que había leído era el informe acerca de un experimento practicado durante unas maniobras del ejército alemán. Un tal doctor Theodor Aschenbrant había suministrado a las tropas, cuando estaban exhaustos por penalidades y enfermedades, unos gramos de cocaína Después de tomarla aseguraba el artículo que se manifestaban eufóricos y dispuestos a participar activamente en maniobras y marchas. Freud, deseoso de encontrar recursos para dar salida a sus necesidades, a sus deseos y a sus ambiciones, no dudó en experimentarlo por sí mismo, aunque sin duda con la precaución y la medida de un científico médico. Y comprobó que la cocaína, ingerida precautoriamente en dosis mínimas, aumentaba la sensación de energía vital y le estimulaba la fantasía de triunfo. Dice uno de sus biógrafos que Freud comenzó a ingerir la droga como estimulante para controlar su estado de ánimo intermitentemente deprimido, para mejorar su sensación general de bienestar, para favorecer la relajación en encuentros sociales tensos y, simplemente, para sentirse mejor como hombre. En una reunión en casa de su maestro el Dr. Charcot, en el
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boulevard de St. Germain de París, la puso a prueba, para estar a tono. La carta que esa noche le escribió a su
novia
rezumaba
euforia
y
autocomplacencia
narcisística. Se describe vestido elegantemente de frac, “fumé como una chimenea y terminé convirtiéndome en el centro de la reunión”.
Esa
misma
euforia,
acrecentada, se refleja en carta posterior, ya próximo su regreso a Viena: “¡Ay de ti, princesa, cuando yo llegue! Te besaré hasta que te desvanezcas y te alimentaré hasta que engordes. Y si te atreves, veremos quién es más fuerte: una dulce chiquilla que no come lo necesario, o un hombretón fogoso que lleva cocaína en el cuerpo. En mi última depresión seria la tomé de nuevo, y una pequeña dosis me elevó a las alturas de un modo prodigioso. Ahora me atareo en buscar bibliografía para un himno de alabanza a esta sustancia mágica”. Efectivamente, escribió un artículo titulado Sobre la coca, y terminó experimentando el amargo fracaso, como ya le había anunciado a su novia (“quizás también sea un fracaso”...) por un doble conducto:
85
Había
compartido
con
unos
amigos,
dos
doctores oftalmólogos, su descubrimiento y les había sugerido la idea, sobre la que él estaba investigando, de la posible propiedad anestésica de la cocaína. Pero resulta que, durante los días que transcurrieron en un viaje que hizo para visitar a su novia Marta, en Alemania, estos colegas le “robaron” la idea y se anticiparon en escribir un artículo sugiriendo el empleo anestésico de la cocaína en la cirugía ocular. La rabia y la decepción de Freud fue inmensa, y es curioso que de algún modo la metabolizó culpando a su novia Marta por
haberle
hecho
“ir
tan
lejos
a
visitarla”,
y
superándolo, sublimándolo, con actitud generosa hacia ella: “Pero no le guardo rencor”, confiesa en su Autobiografía. El otro conducto de fracaso le vino a través de su amigo Fleischl, compañero médico interno, con él, en los departamentos de la Universidad, persona brillante y encantadora, pero adicto a la morfina. Freud lo admiraba y llegó a describir su personalidad como “un éxito de la creación”. En carta a Marta emplea, al
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hablarle de él, términos como “elegancia”, “brillantez”, “inteligencia”, “belleza”. Freud puso una gran ilusión en liberarlo de su adición a la morfina, aplicándole dosis de cocaína, y efectivamente lo logró: dejó de ser morfinómano. Pero se hizo adicto a la coca y murió, finalmente, como consecuencia de sus adiciones. Con anterioridad a su muerte, Freud, previendo el desenlace de su proceso degenerativo,
le había
escrito a Marta un bellísimo párrafo, canto fúnebre anticipado, colmado de pasión vital y sensibilidad estética y culta: “Lo admiro y lo amo con pasión intelectual, y su desaparición me afectará como hubiera afectado a un griego de la antigüedad la desaparición de un templo sagrado”. Durante mucho tiempo, como expresa él mismo en el caso de la inyección de Irma, relatado en su obra La interpretación de los sueños, la imagen de una jeringuilla, recurrente en algunos de sus sueños, como “contenido manifiesto”, le reportaba el “contenido latente” emocional de la culpabilidad y el fracaso.
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A partir de entonces, no volvió a probar la cocaína de por vida, ni siquiera a mencionarla en sus escritos. Incluso a la hora de la muerte y en medio de los intensos dolores de su cáncer nunca aceptó de su médico ninguna sustancia que alterase su estado normal de consciencia.
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CAPÍTULO IV DOS MUJERES EN LA VIDA DE FREUD
MARTA BERNAYS: NOVIAZGO Y MATRIMONIO
Ya que he hecho algunas referencias a la relación de Freud con Marta, su novia, quiero también proponer algunas reflexiones sobre esa circunstancia de su vida
que fue para él Marta, enmarcada en la
circunstancia del noviazgo y del matrimonio. Marta Bernays era cinco años menor que él. Se casaron en 1886 y tuvieron seis hijos. Para Freud, representó siempre algo de muy gran importancia emocional, aunque ella no compartiera, ni llegara a comprender sus estudios de la mente. Sobre lo que significaba para él dejó muchos testimonios escritos en sus cartas. Ahora elijo éste: “Antes de tenerte a ti,
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ignoraba la alegría de vivir, y ahora que me perteneces, la única condición que le pongo a la vida es que me permita hacerte mía del todo...Me cautivaste desde nuestro primer encuentro, viniste a mi con entera confianza y fortaleciste mi propio valor y energías.” En otra ocasión le escribió: “Desde que te he ganado, mi persona ha adquirido mayor importancia, incluso para mí mismo”. Es lo que hoy llamaríamos acrecentamiento de la autoestima por el si-mismo del espejo. En este caso, el espejo en el que se contemplaba, en sustitución del espejo maternal de su infancia, era su novia Marta. Él afirma en algún sitio que son pocas las situaciones de la vida que, como la del noviazgo, pongan tan en evidencia la armonía o disarmonía de las funciones psíquicas. Y, sin duda, en él esta situación despertó todas las pasiones de su temperamento. Fue un novio celoso (especialmente un primo de ella lo hizo arder en celos). Pero transcendió sus turbulencias temperamentales con el amor y el esfuerzo constante de superación.
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Elijo una, entre sus muchas confesiones de amor, cuando su horizonte profesional era todavía brumoso, incierto e inquietante: “No me importaría estar en Australia o en París, o donde sea, con tal de que, cuando me despierte, tu estés allí para darme un beso”. Le escribió novecientas cartas que componen, y están editadas, un bellísimo epistolario de amor, de gran altura literaria. Y durante mucho tiempo, le envió cada día una rosa roja. Se lamentaba de todos los besos que no podía darle por estar tan lejos. Y hasta justificaba por la ausencia de ella su adición a los cigarros puros: “Fumar es indispensable si uno no tiene a quien besar”. Cuando, durante su estancia en París, subió a una de las torres de Nôtre Dâme, lo aprovechó para expresarle por carta sus anhelos y sus fantasías con respecto a ella: “Se asciende a través de trescientos escalones. Está muy oscuro y solitario...Si hubieras estado conmigo, en cada escalón te hubiera dado un
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beso, hasta que hubieras llegado arriba sofocada y sin aliento”. Los biógrafos coinciden en la apreciación de que Freud llevó adelante el “cortejo” prematrimonial del modo que estaba bien visto en su clase y cultura. Que besos y abrazos fue lo más que la pareja se permitía. Que durante el compromiso, la virginidad de la joven permaneció intacta. Que también él debió de haberse abstenido de relaciones sexuales durante ese tiempo (porque no hay pruebas firmes en sentido contrario). Y, sin duda, aquellos interminables cuatro años de espera dejaron su huella y su sello en la formación de la teoría de Freud sobre la etiología sexual de las dolencias psíquicas. Cuando en su libro El malestar de la cultura teorizó sobre las consecuencias de la represión sexual en la vida moderna, de algún modo estaba escribiendo sobre su propia experiencia. Él que era impaciente por temperamento, a los veintiséis años destinaba a un único objeto libidinal todas sus emociones, tanto su cólera como su amor, esa gran carga pulsional, Eros y
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Tánatos, en su mayor parte sofocada y reprimida, aunque psicoanalíticamente sublimada. Por lo que se conoce, Marta no fue una mujer que resaltara físicamente por su belleza, sin embargo él profundiza en ella y descubre
“hasta qué punto la
magia de tu ser se expresa en tu semblante y en tu cuerpo “. En otro momento le dice: “Cuando la tersura y la frescura de la juventud desaparecen, sólo es dado encontrar belleza allí donde la bondad y la comprensión transfiguran los rasgos: En eso tu sobresales”. Al contraer matrimonio, su objetivo axiológico para la realización del Ideal de su YO, lo resume en una de sus cartas: “Hacer de nuestro hogar un lugar donde los valores humanos sean respetados”. Y así lo confirma su hijo Jean Martín: “Nunca se nos ordenaba que hiciéramos esto o que no hiciéramos aquello; nunca se nos dijo que no hiciéramos preguntas. Nuestros padres siempre respondían a las preguntas sensatas o nos daban explicaciones. Nos trataban como a individuos, como a personas con derecho propio”. Se trataba sencillamente, diré yo, de la
93
aplicación de la teoría educacional psicoanalítica a la formación de la función adaptativa y autorreguladora del Yo personal, dentro del medio familiar. Después de la muerte de Freud, Marta resumió su vida con él con estas palabras de respuesta a una carta de condolencia: “Un débil consuelo es el que en los cincuenta y tres años de nuestro matrimonio no haya habido entre nosotros ni una sola palabra airada, y que yo siempre haya tratado, en la medida de lo posible, de apartar de su camino la ‘misère’ de la vida de todos los días”. Y en otra de sus cartas confesó que, ya para el resto de sus días, sólo le quedaba procurar adaptarse a vivir sin la presencia de tanta bondad y de tanta sabiduría.
ANNA FREUD
El profundo significado y la influencia que Anna Freud ejerció en la vida de su padre lo tengo ampliamente expuesto y desarrollado en mi libro Anna,
94
mi amiga. De allí extraigo y reproduzco las siguientes reflexiones. Anna Freud fue la menor de los seis hijos de Freud, su Antígona , como él mismo se complació en llamarle; la que como
la Antígona de Edipo en
Colonna, guió los pasos de su anciano Edipo, cuando la vejez, el exilio y los estragos de su enfermedad; la que hizo del Psicoanálisis no solo una profesión sino toda una forma de vida (y de lealtad a su padre) hasta los límites de sus 87 años que vivió; la que protegió al Psicoanálisis
de las permanentemente acechadoras
desviaciones, pero
abierta a las esperanzadoras
renovaciones que ella misma propició con su libro El Yo y los Mecanismos de Defensa, abriendo con él el camino a la corriente de la Psicología del Yo; la que orientó decididamente
los fundamentos, las pautas y
las técnicas renovadoras del Psicoanálisis
de niños
desde los comienzos más precoces de su actividad profesional... Freud llegó a escribir con esperanzada, incluso ilusionada resignación, parodiando un verso de Goethe, que “al final todos dependemos de criaturas que
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nosotros mismos hemos creado” Y añadió ufano, completando la expresión de Mefistófeles: “de todos modos, fue muy inteligente haberla creado a ella”. Y su biógrafo Peter Gay, cita entre muchos textos éste tomado de una carta a su hija en 1922, cuando ella se encontraba en Hamburgo: “se te echa mucho de menos, la casa está muy solitaria sin ti, y en ninguna parte nada puede reemplazarte por completo”. O este otro de una carta a Ferenczi fechada semanas antes: “nuestra casa está ahora desolada”. Anna “se convirtió sin titubeos en secretaria, confidente, representante, colega y enfermera de su padre herido. Se convirtió en lo más precioso de la vida de él, su aliado contra la muerte”. En la celebración de su octogésimo aniversario, recibió Freud entre otros muchos regalos llegados de todas las partes del mundo, un memorial de felicitación, al que ya he hecho referencia en las primeras lecciones, escrito por Stefan Zweig y Thomas Mann y firmado por 191 artistas, científicos y escritores. En su carta de agradecimiento dirigida a Stefan Zweig Freud afirmó: “Aunque en mi casa he sido excepcionalmente
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feliz, con mujer e hijos y especialmente con una hija que satisface en rara medida todo lo que puede pedirle un padre, no puedo reconciliarme con la desdicha y el desamparo de ser viejo, y espero la transición al no-ser con una especie de anhelo”. Tal vez su inconsciente estuviera asociando con una frase expresada por él 27 años antes, al salir de un desvanecimiento entre Jung y Ferenczi: “Qué dulce debe de ser morir”, o con aquella “silenciosa diosa de la muerte”, evocada en 1913, en su trabajo El tema de la elección del cofrecillo, que, a imagen de la primera madre original, lo acogerá en su regazo. Todo esto es muy consecuente con su concepto de Tánatos. A partir de la muerte de su padre, Anna dedicará exhaustivamente
su
vida y
todo
su
potencial
intelectual, y su actividad profesional y el peso de su nombre, de su convicción, y de su prestigio profesional (no olviden que incluso llegó a estar propuesta al Premio
Nóbel)
a
los
niños
desprotegidos
y
traumatizados como consecuencia de la segunda guerra mundial, creando casas de acogida, primero en Inglaterra, después en los EEUU, casas de acogida que
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restituyeran la protección y la seguridad en la existencia a aquellos niños de la guerra, diré, utilizando la metáfora lacaniana, los niños del espejo roto, los despojados de esa experiencia primordial del espejo materno que los adhiere a la vida y la salvaguarda, protege y alienta. Esta experiencia es la que Anna pretende restituir, o reparar a través del Psicoanálisis infantil, o por lo menos contrapesar su carencia de madre, desde el espejo de su entrega incondicional, de su dedicación y de su convicción irrefutable. Como otra nota al margen,
recordaré que
Marilyn Monroe, hija de hospicios y de orfanatos, prototipo proverbial del sex symbol, durante los meses de rodaje de unas de sus películas en Londres, fue a buscar en el diván de Anna Freud, en Maresfield Garden 20, la restitución de una imagen especular, que quizás por lo tardío de su recurso o por lo escaso de las sesiones, no pudo ser suficientemente restituida, o al menos, recompensada, pero que ella valoró tanto que dejó parte de su herencia para reforzar y sostener la obra de Anna Freud en favor de esos niños, como ella misma, los del espejo maternal roto.
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Comentario [FJH1]:
Ernest Jones, en carta a Freud del 27 de junio de 1914, le dijo “Está tremendamente atada a usted, y este es uno de estos casos raros en los que el i
padre real corresponde a la ‘imago’ del padre.” En ese mismo año 1914 Freud le había confesado a Ferenczi que su “hijita” Anna
(aunque ya entonces tenía 19
años) le hacía pensar en Cordelia, la hija menor del rey Lear. Y desde ahí elabora una conmovedora meditación sobre el papel de la mujer en la vida y en la muerte del hombre. Es su trabajo “El tema de la elección del cofrecillo”, publicada ese mismo año, de donde data también una
fotografía de padre e hija en las
Dolamitas, cogidos del brazo, vestidos ambos con trajes alpinos, en una encantadora imagen de sugerente y recíproca complacencia. De ese mismo periodo de tiempo, existe una carta de Anna a su padre, en la que le informa de un sueño típico de megalomanía narcisista infantil e identificación con el Yo ideal: “Recientemente he soñado que tu eras un rey y yo una princesa, y que cierta gente quería separarnos con intrigas políticas”. En cartas escritas (1946-48) a otra de
sus especiales
confidentes
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y amigas, María
Bonaparte, manifestándole su material onírico de esa época, asocia con un sueño tenido con la imagen de su padre, el recuerdo de un poema de Albrecht Schaeffer titulado Tú, fuerte y querido caminante: “Yo di contigo cada paso del camino/ no alcanzaste victoria que yo no alcanzara / no hubo pesadumbre que yo no sufriera a tu lado, / mi tenaz y adorable caminante”. Ya casi en la última década de su vida, pensando en la posible cercanía de su muerte, Freud se preguntaba pesarosamente, en carta a su sobrino Samuel
qué
sería
de su hija Anna, su siempre
pequeña Annerl, su “diablillo negro”, como a ella, siendo ya adolescente, le gustaba que la llamase, una vez que la muerte los hubiera fatalmente separado: “¿Quién puede decir si sus intereses actuales la harán feliz en sus años venideros, cuando tenga que enfrentar la vida sin su padre?” Otro testimonio: en el mismo año en que Anna publicó El yo y los mecanismos de defensa y Freud cumplía los 80 años, en una carta dirigida a
Lou
Andreas
más
Salomé
dice
estas
palabras:
“Lo
placentero que me queda en la vida se llama Anna. Es
100
notable
la influencia, la
autoridad, que ella ha
conquistado entre la tropa de psicoanalistas, mucho de los cuales son por desgracia de un tejido humano poco modificado por el análisis. Es sorprendente también la precisión, la claridad y la seguridad con que ella domina su materia, verdaderamente en total independencia de mí, o a lo más catalíticamente dirigida. Usted se alegrará
leyendo su próxima
obra. Naturalmente
abundan las preocupaciones: ella se complica la vida como si nada, ¿qué va a ser de ella cuando me haya perdido?
En los confines últimos de la vida de Anna, después de que durante más de cuarenta años la imagen de su padre desaparecido hubiese sido para ella como una sombra protectora, y el propulsor interiorizado, el inspirador, el animador y el objetivo ideal de su afirmación existencial, en este tramo último y final de su vida, en el aledaño inmediato de su muerte, su principal biógrafa Elisabeth Young-Bruehl pone con estas palabras el punto final al proceso descriptivo de la historia de Anna: “Tan grande fue el
101
sufrimiento de sus últimos días que ni siquiera sus fantasías le sirvieron de ayuda. Durante su largo internamiento en el hospital, a menudo Manna (su enfermera) la sacó a pasear en un sillón de ruedas hasta un pequeño lago donde podían arrojarles migas de pan a los patos y ver a los niños que jugaban con sus barquitos. (…) Cuando estaban organizando uno de esos paseos para el día siguiente, y pese a lo mucho que le costaba hablar,
Anna le pidió a Manna
Friedmann que al regresar al hospital parara en Maresfield Garden 20 (allí es donde se instaló su padre a su salida de Viena , y donde él murió una año más tarde el 23 de septiembre de 1939, y allí, donde ahora está instalado el Museo de Freud, impresionante por su sencillez y por la fuerza evocadora e irradiadora que desprende, es donde Anna le sobrevivió hasta la madrugada del 9 de octubre de 1982, que es el momento en que estamos ahora) Anna le pidió a Manna Friedmann que al regresar al hospital parara en Maresfield Garden 20. Allí Manna encontró, en el armario de Anna,
el viejo abrigo del profesor que
sistemáticamente había sido limpiado y acondicionado
102
año tras año desde fines de la guerra. Después, prosiguieron rumbo hacia el parque. Anna, que ya se había encogido y tenía apenas el tamaño de una colegiala, iba envuelta en el grueso gabán de su padre”.
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104
CAPÍTULO V EXPERIENCIAS PSICOTRAUMÁTICAS INFANTILES
Ahora me queda por tratar la cuarta, según mi propia lectura, de esas circunstancias que rodearon la vida de Freud desde su nacimiento y que, sin duda, contribuyeron
al
moldeamiento
de
su
carácter,
determinaron sus actitudes fundamentales ante la vida, y orientaron su deseo y su pensamiento hacia la construcción de este sistema mental, teórico y de aplicación terapéutica, que ha entrado en la escena de nuestra civilización con el nombre de Psicoanálisis. Para desarrollar esta cuarta circunstancia de la puesta en escena socio-histórica del niño Sigismund (después lo cambió por Sigmund), partiré de otro axioma psicoanalítico, ya aludido aquí por mi: el que sostiene que en los tres primeros años de la vida de un niño se echan los cimientos de su personalidad futura, y
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se van organizando las pautas fundamentales del funcionamiento
psíquico
y
del
comportamiento
personal. Es decir: que lo que vamos a ser “cuando sea mayor”, cómo se va a configurar nuestra personalidad, de algún modo va a quedar diseñado en los tres primeros años de nuestra vida.
Aquí se puede
comprender lo que ya he citado de R. Kipling de su libro Something about myself: “Dadme los seis primeros años de la vida de un niño y ya os podéis quedar con el resto”.
AGORAFOBIA INFANTIL
Precisamente a los tres años de la vida de Freud, salieron, toda la familia, del pueblo natal y de la casa de su infancia, lugar mágico de las referencias primarias y de las seguridades originales de cualquier persona. El padre de Freud, Jacob, comerciante en lanas, tuvo reveses económicos por lo que fueron recorriendo varias ciudades hasta llegar a establecerse en Viena.
106
Hasta entonces, como ya he referido, habían vivido en Freiberg (después se llamó Pribor) en una casa de una sola habitación (de nueve metros por nueve, asegura su biógrafo Clark), por encima del taller de un herrero. Esta circunstancia, la del lugar protector e íntimo donde habían vivido, y su salida de éste a los tres años de edad, se puede relacionar con un rasgo del carácter y de la patología de Freud: su agorafobia, por una parte, y su fobia a los trenes, por otra. Siendo ya de edad avanzada, al atravesar una calle con un amigo, tuvo un titubeo, sintió un mareo pasajero y le comentó al amigo: “Todavía persiste en mi un resto de la agorafobia de mi infancia”. El síndrome agorafóbico, de gran importancia clínica por el crecido número de personas que lo padecen, se manifiesta, como es sabido, por un acceso de angustia al estar en espacios abiertos, entre la gente anónima. Este sería, aplicándole las pautas de la interpretación onírica, lo que se denomina el contenido manifiesto de la Agorafobia. El contenido latente, lo que
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de verdad en el fondo de sí mismo atormenta a la persona que la padece es el miedo a abandonar el cobijo materno, el lugar del amparo original, y tener que enfrentar al “Padre”: a los retos, las normas, las exigencias y las amenazas sociales y morales. En el fondo,
el
conflicto
edípico
todavía
latente,
no
suficientemente resuelto. La angustia
agorafóbica entraña la necesidad
de dependencia, por las seguridades que comporta; el horror a ser abandonado por la madre, a consecuencia de
pequeños (o grandes) traumas padecidos en el
débil tejido del psiquismo infantil. Y a veces también tras la agorafobia se descubre el temor al descontrol de los propios impulsos agresivos y sexuales, dirigidos por
esa
otra
fuerza
contrapuesta,
del
instinto
exploratorio, presente también en el niño, desde el arquetipo del Héroe que impulsa a abandonar las seguridades y afrontar los miedos y los retos de la existencia. Es la prevalencia autorregulada de ese instinto exploratorio lo que contribuye a romper los vínculos primarios, y a hacer de la persona una entidad
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independiente y autónoma. He hecho ya referencia a la importancia que en este proceso tienen los llamados por Winnicott objetos transicionales (chupete, succión del pulgar...), ya que permiten una transición sin traumas desde la seguridad del pecho materno a la angustiosa independencia (el miedo a la libertad de Erich Fromm). Freud los denomina objetos anaclíticos, por el apoyo emocional sustitutorio que reportan. El niño chupa el pecho de la madre, a impulsos del instinto de conservación, para alimentarse. Pero con la succión experimenta un placer y una sensación de seguridad, fuera ya de la original función autoconservadora, que pueden
ser
sustitutorios,
proyectados que
le
sobre
permiten
otros ir
objetos
alejándose
paulatinamente de la madre. Y quiero aquí sugerir una referencia al hábito tan arraigado de fumar que Freud conservó durante toda su vida, y que algunos lo han interpretado como fijación ora anaclítica. Él mismo da pie a esta interpretación cuando, al tener que renunciar totalmente al tabaco por causa de su cáncer de mandíbula, escribió estas palabras: “He renunciado completamente a fumar, después de que me sirviera
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exactamente durante cincuenta años como protección y arma en el combate con la vida”.
FOBIA A LOS TRENES
Junto a esa agorafobia infantil, experimentó también, como la otra cara de la moneda, lo que Freud mismo se autodiagnóstico como Fobia a los trenes. La etiología de esta fobia parece estar en la convergencia de dos experiencias psicotraunáticas que se concentran y revivencian en relación a la imagen del tren. El tren representó para él, por lo pronto, la separación del hogar familiar, por lo que pasó a ser símbolo del rompimiento con las seguridades primarias, además de una profunda frustración afectiva. Cuando en 1929 escribe El malestar de la cultura, se pregunta con amargura: “¿Para qué sirven los trenes sino para separar de nosotros a nuestros hijos?”. La otra experiencia fue que, en aquel viaje vio por primera vez a su madre desnuda. Dentro del
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ambiente puritano de la época victoriana en la que a él le tocó vivir, esta visión debió de serle tan impactante que, cuando muchos años después, siendo ya adulto y médico, se lo confiesa por carta a su amigo Fliess, con quien va compartiendo todos los descubrimientos de su autoanálisis, no se atreve a pronunciar en su idioma la palabra “desnuda”, referida a su madre, y acude al latín: “matrem nudam”. Quizás hoy cueste trabajo comprender hasta qué grado de pudor y consternación podía llevar, dentro de una mentalidad social puritana, la contemplación del desnudo, sobre todo el de la madre, involucrado culturalmente con el tabú del incesto, que una persona tan intelectualmente libre como Freud, tenga que reprimirse para verbalizarlo. Cuando en otro momento, rememorando las sensaciones residuales del viaje, confiesa que “las lámparas de gas de la estación le hacía pensar en las almas de los condenados”, nos hace pensar que su experiencia le había dejado un fuerte sentimiento de culpabilidad.
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Sin duda, esta sensibilidad agorafóbica residual, junto con la fobia a los trenes, incidió en la obra de Freud a modo de necesidad de elaborar una estructura mental consistente y cerrada para dar cobijo a sus ideas. Es el reflejo, a nivel de organización intelectual, de una sobreestimulación anímica perturbadora. Una agorafobia desplazada y proyectada al mundo de las ideas, exigiéndole la cobertura mental del orden, el sistema y la organización intelectual cerrada, que tanto le hacía sufrir, durante el proceso de elaboración de sus obras, hasta conseguir atar todos los cabos y dejar concluso su pensamiento sobre cada tema. Dentro del mundo del Psicoanálisis, existen profesionales que no aceptan, o no ven con buenos ojos, una exposición clara, simplificada y ordenada de los conceptos de Freud. Al parecer, mientras de un modo más farragoso y oscuro se presenten, más calidad le conceden, más garantía de la profundidad de pensamiento, y más orgullosos se sienten ellos de ser detentores y representantes de una sabiduría casi mítica. Nada más ajenos al pensamiento y a la intención del mismo Freud. Uno de sus más insistentes
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cuidados al elaborar sus escritos era precisamente el de la claridad y el orden sistematizado de sus ideas, tanto que cuando no creía haberlos conseguido se sentía atormentado y decepcionado de sí mismo, además de agorafóbicamente desamparado. Esta claridad y simplicidad expositiva fue también una de las cualidades más valoradas en los escritos y discursos de su hija Anna. Hay a este respecto una anécdota curiosa de la actividad profesional de Freud, cuando, en 1905 (tenía Freud cincuenta años) el joven poeta Bruno Goetz acudió a su consulta y le dejó algunos de sus poemas. Freud adoptó con él, por su situación de precariedad económica y menesterosidad vital, una actitud paternal, incluso le dio de comer y le proporcionó algún dinero. Y con respecto a sus poemas, le aconsejó que no intentara ocultar su propia sensación de insignificancia tras el muro de la oscuridad. Que procurara expresarse de modo más claro y se sentiría más seguro de sí mismo. (Estoy citando de memoria).
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EN VIENA: CALLE BERGASSE, 19
Después de la salida, a los tres años, de su pueblo natal, de su primer viaje en tren, y del recorrido que hicieron por varias ciudades, se establecen definitivamente en Viena, donde Freud vivirá durante los siguientes setenta y tantos años. De los cuales, los últimos cuarenta y tantos los vivió, después de casarse y de establecerse como médico, en la misma casa, número
19
de
la
calle
Bergasse,
actualmente
convertida en Casa Museo de Sigmund Freud. Sobre esta casa, escribió su amigo el novelista Stephan Zweig: “La severa puerta de una casa de alquiler, en Viena, encierra, desde hace medio siglo, la vida privada de Sigmund Freud. Llega uno a sentir la tentación de pensar que este hombre no ha tenido existencia alguna, tal es el grado de modestia con que transcurre la suya personal. Setenta años en la misma ciudad, más de cuarenta en la misma casa: siempre en la misma sala, la lectura en la misma silla, los trabajos literarios en la misma mesa siempre...”
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Lo que fue en aquel lugar su vida de cada día, lo describe uno de sus biógrafos, refiriéndose, como muestra, a la década entre 1905 y 1915: inundado de trabajo clínico (casi diez sesiones diarias, de una hora), historiales,
tareas
editoriales,
además
de
las
agotadores exigencias de la política psicoanalítica. Publicó artículos sobre literatura, derecho, religión, educación, artes plásticas, ética, lingüística, folkclore, cuentos de hadas, mitología, arqueología, sobre la guerra y sobre la psicología de los niños en edad escolar. Lo que no impedía que puntualmente, a la una de cada día, se presentara para participar en la comida principal de la familia, que jugara semanalmente su partida de taroc los sábados por la tarde, que visitara sin falta a su madre los domingos por la mañana, que diera su paseo vespertino, que atendiera a sus visitantes, nacionales y extranjeros, y que alguna vez asistiera a una ópera de Mozart....
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GENIO Y FIGURA
Quizás pueda ser éste el momento oportuno de presentar un retrato de tan singular, sencillo e importantísimo personaje. Escojo, entre lo mucho que de él se ha escrito,
la semblanza que hace de su
persona su seguidor, amigo y biógrafo Ernest Jones: “A la edad de 52 años, Freud mostraba apenas un ligero comienzo de
encanecimiento. Tenía una cabeza
extraordinariamente bien cuidada y espesa cabellera oscura, un hermoso bigote y una espesa barba terminada
en
punta.
De
estatura
tenía
aproximadamente un metro setenta. Su figura era ligeramente redondeada, si bien la medida de su cinturón no excedía probablemente de la de su pecho, pero ostentaba los indicios de una profesión sedentaria. Tenía una actitud vivaz y quizá algo inquieta y ansiosa, con una mirada rápida y penetrante. Se le apreciaba cierto aspecto sutilmente femenino, que fue lo que quizás le llevó a una actitud de ayuda o incluso de protección, en lugar de la severidad paternal más
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característica de muchos analistas. Hablaba con una pronunciación absolutamente clara, rasgo éste que un extranjero apreciaba con gratitud, en un tono de voz amistoso, más agradable cuando se mantenía bajo que en las ocasiones en que lo elevaba...” A esta descripción, quiero añadir algunos comentarios de otro de sus mejores biógrafos, Peter Gay, quien dice que, a pesar de su mediana estatura, se destacaba de entre la multitud por la autoridad de su presencia, por su aspecto cuidado y por sus ojos observadores. Los ojos de Freud merecieron muchos comentarios, por ejemplo de Frittz Wittels, quien los describió como “castaños y brillantes”, con una “expresión inquisitiva”; o de Max Graf, musicólogo vienés, vinculado al círculo de Freud por su interés en la psicología del acto creador (y padre del protagonista del famoso “Caso de Juanito”), quien dijo que los ojos de Freud eran “hermosos y serios”
y que “parecían
mirar desde las profundidades”. Y la psicoanalista Joan Rivière, que lo conoció después de la Primera Guerra Mundial, observó que Freud estaba dotado de un
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“humor encantador” y que su formidable presencia estaba marcada por “el empuje hacia delante de su cabeza y por la crítica mirada exploradora de sus ojos profundamente penetrantes”. Otro testimonio que no quiero eludir es el de su amigo el novelista Stefan Zweig, consignado en su libro Un mundo de ayer: “Cuando busco un símbolo para el concepto de coraje moral –el único heroísmo de la tierra que no reclama vidas ajenas-, veo siempre ante mi el bello, claro y humano rostro de Freud, con sus oscuros ojos de mirada sincera y serena”. Hacia fines de enero de 1939, el mismo año de su muerte, le visitaron en su domicilio de Londres, en Maresfield Garden 20, los literatos ingleses, fundadores del famoso grupo de Bloomsbury, Leonardo y Virginia Wolf. Leonardo, que durante toda su vida había tratado a personalidades de la cultura y de las artes, y no se dejaba impresionar fácilmente, quedó sorprendido, hasta la admiración, de aquel anciano de 82 años. Dejó escrito en su autobiografía que “Freud no solamente era un genio, sino que también, a diferencia de muchos
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genios, era un hombre extraordinariamente sutil”. En otro lugar confiesa que casi todos los hombres famosos que había conocido aburren o defraudan, o ambas cosas a la vez. Pero que con Freud le ocurría lo contrario: “tenía un aura, no de fama, sino de grandeza”. Añade que era extraordinariamente cortés y formal “al modo antiguo”, y pone por ejemplo que le regaló una flor de su jardín a Virginia. “Tenía algo de volcán
sólo a medias extinguido, algo sombrío,
reprimido reservado. Y termina: “Me dio una impresión que no me han producido más que muy pocas personas de las que conocí en mi vida, una impresión de gran caballerosidad, pero, por detrás de ella, de muy gran fuerza”. Y a todo esto le añade el biógrafo Peter Gay que el Freud que se deleita ante un paisaje de montaña, una seta suculenta, o un paisaje urbano que no había visto antes, es tan real y auténtico como el Freud “Newton de la mente, el viajero solitario de los extraños mares del pensamiento”...O “como el Fundador que
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prohíbe y mira desde arriba al hereje, con ojos amenazadores”. También aquel mismo año lo visitó Salvador Dalí, introducido y acompañado por Stefan Zweig, quien lo consideraba “el pintor de más talento de la nueva generación, que admiraba enormemente a Freud”. Y desde su mirada extravagante y surrealista (también simbolista), Dalí dijo de Freud que “que tenía cabeza de caracol”. Le dibujó un retrato en el que, al parecer, ya se preanunciaba y se intuía su final cercano. Por esta
razón
no
se
lo
quisieron
enseñar,
pero
actualmente se conserva en la misma casa de Maresfield Garden, 20, convertida en Museo de Freud (y de Anna).
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CAPÍTULO VI ENFERMEDAD, DESTIERRO Y MUERTE
No puedo dejar terminadas mis elucidaciones sobre las “circunstancias” socio-históricas y personales que moldearon la personalidad de Freud, sin decir que este hombre estaba enfermo de cáncer de mandíbula. Y, aunque él se había propuesto no estar enfermo nunca, tuvo que soportar 33 operaciones y ajustarse una prótesis que le dañaba enormemente y le desfiguraba
el
rostro
y
el
habla.
Pero,
sorprendentemente, producía más en los momentos de las mayores crisis. Un rasgo muy significativo de su tesón, de su tenacidad y de su capacidad de superación personal en el afrontamiento a los retos de la vida. Su obra El malestar de la cultura la escribió a los 73 años. Moisés y el monoteísmo la escribió en 1938, un año antes de morir, como un intento final de
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desculpabilizar
al
pueblo
judío
de
su
perenne
sentimiento de culpabilidad por haber -según su tesis“asesinado” a Moisés, aduciendo que Moisés era egipcio y les había impuesto una religión monoteísta que no era la de ellos. Cuando la muerte le sobrevino, este hombre estoico e incansable estaba escribiendo una síntesis de todo su sistema de pensamiento, Esquemas del Psicoanálisis. Su obra fue para él, sin duda, más importante que su propia vida, y el objetivo formal de la realización de sus deseos... Y quiero referir a este propósito que en 1925, cuando él ya pensaba en su muerte, comentando dolorosamente en carta a Ernest Jones la muerte de su seguidor y amigo Karl Abraham, a quien le aplicó los verso de Horacio “Intiger vitae scelerisque parus” y que era Presidente de la Sociedad Psicoanalítica, reacciona emocionalmente y confiesa con firmeza: “Como ser humano nadie puede reemplazar esta pérdida. Pero en lo que se refiere al Psicoanálisis, no podemos permitir la posibilidad de que nadie sea irreemplazable. Yo me
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moriré pronto, y espero que los demás tarden mucho en seguirme, pero nuestra obra, comparada con la cual todos somos insignificantes, debe continuar”.
EXILIO EN LONDRES
Cuando la ocupación de Austria por las tropas alemanas,
no
le
quedaba
más salida
para
su
supervivencia, que el exilio. Él se resistió todo lo que pudo, con el argumento de que el capitán es el último en abandonar el barco, y con la excusa de que, ya a su edad y con su alto grado de decepción por la vida, igual le daba que la muerte, deseada, le llegara de manos de los nazis o en cualquier otro lugar. Al saber que sus libros fueron quemados en una hoguera, junto con las obras de Einstein, Thomas Mann, Stefan Zweig, por estudiantes pertenecientes a la Cruz Gamada, comentó con amarga ironía: “Por lo menos, ardo en buena compañía. Y en algo hemos
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progresado: en la Edad Media me habrían quemado a mí”. Finalmente se dejó convencer por su médico, el Dr, Shur, por su amigo y discípulo Ernest Jones, que tenía preparado todo para recibirlo y alojarlo en Londres, y por la Princesa y discípula María Bonaparte que había desplegado todas sus influencias en mover los resortes diplomáticos necesarios para su exilio. Lo que verdaderamente le convenció fue que era lo único que podía hacer para salvar la vida de su esposa Marta, de su hija Anna, que ya había sido arrestada durante un día, angustiosísimo para todos, en los calabozos de la Gestapo, para su cuñada Minna, que había vivido siempre con ellos, y para su fiel sirvienta doméstica Paula Ficht. Cuatro de sus cinco hermanas terminarían su vida asesinadas en el Campo de Concentración de Auschwitz. Inmediatamente después de llegar a Londres, después de haber roto por segunda vez en su vida los vínculos habituales con su ciudad y con su casa, le escribió a Max Eitingon: “El sentimiento de triunfo por la
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liberación está muy intensamente mezclado con la aflicción, pues uno llega a amar hasta la prisión de la cual ha sido liberado”. Junto al sentimiento de lealtad para con su patria y para con lo que había sido toda su vida, quizás puedan también vislumbrase en estas palabras un rasgo residual de su agorafobia original.
LA MUERTE DE SIGMUND FREUD
Murió en su casa de Maresfield Garden 20 (que yo he tenido el privilegio de visitar), de Londres, después de que el Dr. Shur le administrara una inyección, solicitada por él. Comenta Stefan Zweig en su libro El mundo de ayer.: “Cada vez se hacía más cruel la lucha de la voluntad más fuerte, del espíritu más agudo de nuestro tiempo, contra el ocaso. Sólo cuando él mismo, para quien la claridad había sido la virtud suprema del pensamiento, vio claro que no volvería escribir ni a trabajar, como un héroe romano dio permiso al médico para que pusiera fin al dolor. Era el final grandioso para una vida grandiosa, una muerte
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memorable incluso en medio de las hecatombes de aquella época asesina”. En el Epistolario de Sigmund Freud, recopilado por su hijo Ernst, se reproduce su última carta, escrita tres días antes de su muerte al poeta alemán Albrecht Schaefer: “¡Con qué alegría he recibido su inesperada carta! Cuántas veces he pensado en mi poeta durante estos
tiempos,
vacíos
en
tantos
aspectos,
preguntándome a qué rincón de este desbarajustado mundo, le habrían arrastrado los acontecimientos de su patria”. Y después de varios párrafos, termina: “No todo lo que pueda decirle de mí coincidiría con sus deseos. Pero tengo más de 83 años, debería haber muerto ya...y sólo me queda seguir el consejo de su poema: ‘Espera, espera’...”. En el Epistolario donde se recoge esta carta, se incluye, después de “Espera, espera...”, una nota escrita a mano por su hijo: “Durante la noche del 22 al 23 de septiembre, a las tres de la madrugada, tres días después de haber escrito esta carta, falleció Freud”.
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Y aquí quiero terminar este breve ensayo biográfico entre sincrónico y diacrónico, añadiendo solamente las hermosas y significativas palabras que su amigo Stephan Zweig leyó, a modo de Oración Fúnebre, el día de su entierro en el pequeño cementerio de Hamsptead de Londres, que él mismo rememora en El mundo de ayer con esta emotiva frase: “Cuando sus amigos sepultamos su ataúd en tierra inglesa, sabíamos que entregábamos lo mejor de nuestra patria”... Y de la Oración Fúnebre a la que me he referido he entresacado estas emocionantes palabras:
“CADA UNO DE NOSOTROS, LOS HIJOS DEL SIGLO XX, TENDRÍA UNA FORMA DE PENSAR Y DE ENTENDER DISTINTA SI ÉL NO HUBIERA EXISTIDO. CADA UNO DE NOSOTROS PENSARÍA, JUZGARÍA, SENTIRÍA CON MÁS ESTRECHEZ, SI ÉL
NO
HUBIERA
PENSADO
ANTES
QUE
NOSOSTROS, SI NO NOS HUBIERA EMPUJADO 127
HACIA NUESTRO INTERIOR... Y SIEMPRE QUE INTENTEMOS
ADENTRARNOS
EN
EL
LABERINTO DEL CORAZÓN HUMANO, SU LUZ ESPIRITUAL ALUMBRARÁ NUESTRO CAMINO. TODO CUANTO SIGMUND FREUD CREÓ, EXPLORÓ
Y
PREINTERPRETÓ,
COMO
DESCUBRIDOR Y GUÍA, NOS ACOMPAÑARÁ SIEMPRE EN NUESTRO CAMINAR POR LA VIDA...”
Este fue el Deseo que guió, desde su infancia, toda la Vida de Sigmund Freud. Y esta es la Biografía de su Deseo.
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