Sexo Con Alma y Cuerpo - Monseñor José Ignacio Munilla

May 10, 2017 | Author: Libros Catolicos | Category: N/A
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Descripción: Sexo Con Alma y Cuerpo - Monseñor José Ignacio Munilla...

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Mons. José Ignacio Munilla Begoña Ruiz Pereda SEXO CON ALMA Y CUERPO

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Seguramente abres este libro con la sana intención de encontrar respuesta a cantidad de preguntas que te inquietan, preguntas que tú tienes y que quizá muchos de los jóvenes con los que tratas habitualmente ni se plantean, porque supuestamente son cuestiones resueltas, cosas obvias para un joven del siglo XXI.

Tú tienes la suerte o “la desgracia” de haber crecido o descubierto un ambiente cristiano en el que has conocido que esa Iglesia ridiculizada en los medios de comunicación es un lugar abierto, en el que se dan amistades sanas, vive gente normal, corriente, divertida, con virtudes y defectos como todos.

Gente de hoy, sin antenas verdes ni alas blancas, que viste, habla, se comporta y siente normal y que sin embargo sigue creyendo en todo ese tipo de cosas consideradas habitualmente como propias de tiempos remotos.

La cuestión es que tienes preguntas y te planteas: ¿es posible esperar hasta el matrimonio para tener una relación sexual? ¿Hoy se puede defender algo así? ¿Se puede proponer y vivir algo tan extraño, tan difícil de realizar? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué la Iglesia es tan tozuda? ¿No se dan cuenta los curas y el Papa de que se han quedado solos? ¿De que el mundo, la tele, los intelectuales, Hollywood y hasta mi bisabuela se ríe de ellos y no les hace ni caso?

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INTRODUCCIÓN ¿Quiénes escribimos este libro? Este libro está escrito “a cuatro manos”, si bien es verdad que las manos de Begoña Ruiz —una seglar consagrada, especializada en la educación afectivo-sexual— han aportado mucho más que las mías. Ya antes de ser obispo había tenido la oportunidad de colaborar con Begoña en diversos proyectos pastorales con jóvenes; y gracias a aquella experiencia y a otras similares, fui constatando las ventajas de trabajar en equipo en la tarea de la evangelización. Esta conveniencia se hace más patente, si cabe, a la hora de abordar el tema de la afectividad y la sexualidad. Es obvio que existen muchas razones que hacen adecuado que el mensaje moral de la Iglesia se presente integrado en la perspectiva antropológica y psicológica, bajo la inspiración de la Revelación cristiana. En el momento presente, de una forma especial, no basta con hacer un juicio moral de la vivencia de la sexualidad de los jóvenes, sino que es clave mostrar las heridas generadas por las malas experiencias, así como el atractivo de la propuesta cristiana. En este trabajo en tándem hemos intentado plasmar una experiencia práctica de la vocación de todo educador cristiano. En efecto, se trata de utilizar las dos “orejas” que Dios nos ha dado: una para ponerla sobre el costado de Cristo, y la otra para captar la realidad en la que viven los jóvenes. Todos los educadores cristianos debemos cultivar esa doble comunicación: escuchar a Dios y a los jóvenes. Pero también es verdad que hemos de complementar nuestros carismas, según los cuales unos tenemos más afinado el oído en una dirección, y otros en otra. En definitiva, se trata de un libro escrito “a cuatro manos”, aunque finalmente yo firmo el prólogo y el epílogo; mientras que Begoña Ruiz firma el resto de los capítulos. Cada uno de nosotros es responsable de su escrito, si bien es cierto que nuestra reflexión ha sido conjugada.

Una realidad que necesita ser iluminada Recuerdo que un sábado por la mañana estaba desayunando al tiempo que leía el periódico, y me llamó la atención el titular elegido como portada: “Casi 60.000 jóvenes vascos practican sexo sin protección” (Diario Vasco, 24.05.14). Si bien es cierto que la noticia subrayaba la preocupación por que un tanto por ciento considerable de jóvenes entre los 15 y 29 años —según la encuesta de la que se daba noticia— reconocían haber mantenido relaciones sexuales sin protección, lo que a mí me 4

llamó la atención fue la expresión utilizada para referirse a las relaciones sexuales: “practican sexo”. ¿El sexo es algo que “se practica”? Con el paso del tiempo nos hemos ido acostumbrando a un lenguaje, que, por muy repetido y asumido, no deja de tener unas implicaciones éticas muy fuertes. Cuando menos, habrá que reconocer que la expresión referida nos resulta a algunos un tanto llamativa, puesto que los que ya tenemos calva, nos habíamos habituado a utilizar el verbo “practicar” en contextos bien distintos: “Jaime practica el inglés”, “Antonio practica el tenis y la esgrima”, etc. Ahora bien, ¿estamos ante un cambio meramente nominal, o, por el contrario, es un cambio conceptual, que implica una transformación antropológica y ética? ¿El sexo es simplemente algo que “se practica” o es otra cosa? Creo que la respuesta a este dilema es muy clara: por la vía de los hechos consumados, la cultura del “rollo” ha reducido el sexo a una mera “práctica”. Sin lugar a dudas, los términos que utilizamos no son inocuos ni inocentes, sino que son reflejo de nuestros valores, más o menos explícitos o implícitos. En efecto, no es lo mismo describir la relación sexual con la expresión “abrazo conyugal” o “acto conyugal”, que hacerlo con la expresión “hacer el amor” o “practicar sexo”. Sin duda alguna, de las tres expresiones yo me quedo con la primera: el amor no se “hace”, ni el sexo es una mera “práctica”. Los cristianos entendemos que la donación sexual es la culminación de la expresión del amor entre el hombre y la mujer, capaz de transmitir el don de la vida. También me parece muy significativo que el término “noviazgo” haya llegado a resultar cursi y anticuado en los parámetros de la cultura “progre”. No es nada habitual encontrar a un joven que te presente a su “novia”, o a una chica que te presente a su “novio”; y cuando esto ocurre, generalmente compruebas que estos jóvenes están insertados en algún grupo de experiencia cristiana, o que pertenecen a familias de hondas raíces cristianas. Lo más frecuente es que, hoy en día, con el vocablo “pareja” uno se refiera indistintamente al novio o a la novia, ya conviva con él o no; e incluso, al esposo o a la esposa. Parece como si los términos “novio/a”, “esposo/a”, “marido” o “mujer”, hubiesen quedado laminados. La razón de ser de estas páginas que tienes entre tus manos es la de ayudarte a acercarte a la realidad, superando los condicionamientos culturales del momento. Estos condicionamientos a los que me refiero llegan a impedir que percibamos la profunda crisis en la identidad y en la vivencia de la sexualidad en la que nos encontramos hoy. Es lo que le ocurre a quien ha nacido y vivido a cuatro mil metros de altura: se ha acostumbrado a esa presión atmosférica. Pero aunque él no lo perciba subjetivamente, la presión atmosférica en la que vive afecta objetivamente a su organismo y a su salud. Evidentemente, la ideología de género está ejerciendo una gran influencia en esta crisis. Se trata de una realidad que necesita ser iluminada.

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¿Una cuestión religiosa o simplemente natural? A mi juicio, esta pregunta puede ser respondida desde dos ángulos de vista complementarios: Por una parte, la perspectiva de la sexualidad que propone un obispo, como es mi caso, no es específica de un credo religioso, sino que es básicamente natural. Dicho de otro modo, los cursos de educación afectivo-sexual que suelen ser impartidos en una parroquia o en un colegio católico sirven igualmente para los creyentes de otras religiones, e incluso, en buena parte, para los no creyentes. Si la Iglesia en el momento presente está intentando hacer un esfuerzo extra en sus centros de orientación familiar, colegios, asociaciones juveniles, etc., para educar a los jóvenes en la visión de la afectividad y la sexualidad, no es tanto porque se trate de un cometido específico de la Iglesia, como por salir a dar respuesta a una de las carencias más graves de nuestra sociedad. En efecto, la gran mayoría de los cursos de educación afectivo-sexual que se imparten en la red de enseñanza pública (a veces incluso en la privada), son abiertamente antinaturales, por haber asumido la ideología de género. Su meta se reduce al llamado “sexo seguro”, es decir, a la enseñanza de la “práctica” del sexo, sin riesgo aparente de embarazos ni de enfermedades de transmisión sexual. En realidad, no ofrecen una educación sexual, sino una mera enseñanza de la práctica genital. Es como si nos diesen un cursillo de cómo conducir un coche, sin enseñarnos las nociones del Código de Circulación, y sin que supiésemos a dónde poder dirigirnos con él. Desde el segundo ángulo de vista, la educación en la sexualidad también tiene una implicación religiosa. No en vano, la Revelación cristiana nos ayuda en gran medida a encontrar el sentido de nuestra existencia en todas sus dimensiones. Y no hace falta decir que, una de esas dimensiones es, evidentemente, la sexualidad. La Revelación cristiana nos dice que Dios es Amor, que hemos sido creados por el Amor y para el amor. Conviene precisar que no me estoy refiriendo a un concepto de amor romántico, que se mueve en el nivel del sentimentalismo, sino a un concepto de amor que se identifica con la verdad. Dios es Amor/Verdad, y nos ha creado para el amor/verdad. Esa es nuestra vocación. La venida al mundo de cada uno de nosotros no es fruto del azar o de la mera casualidad, sino que todos y cada uno hemos sido queridos por Dios de forma personal e intransferible, y llamados a la existencia de un modo único. Existo porque he sido querido por Dios. Por ello, no es casualidad que, conforme al plan originario de Dios, la manera en la que Él ha querido que vengamos al mundo sea como fruto de la expresión del amor de

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un hombre y de una mujer. Existimos porque Dios nos ha querido; de modo que nuestra familia está llamada a ser una expresión de ese amor infinito de Dios, a su imagen y semejanza. Se ha dicho que la mayor pobreza de nuestros días es la carencia de sentido. La propuesta cristiana está llena de sentido, ciertamente. Siguiendo el ejemplo que he utilizado anteriormente, en la enseñanza que la Iglesia realiza sobre la afectividad y la sexualidad no se te mostrará únicamente cómo funciona el coche, sino especialmente por qué rutas debes conducir en el camino de la vida, para llegar a la meta del Amor y la Verdad, para la que has sido creado.

Desde el observatorio del acompañamiento espiritual Soy consciente de que hay quienes afirman que un sacerdote o una persona consagrada no pueden hablar de temas de sexualidad, por la sencilla razón de que no tienen experiencia personal. Y sin embargo, constato que el acompañamiento espiritual a tantísimos jóvenes en el ejercicio de nuestra propia vocación nos permite adentrarnos de una forma muy singular en la verdad de sus vidas. Y para no quedarnos en afirmaciones abstractas, voy a describir a continuación algunos de los retos más frecuentes en materia de afectividad y sexualidad de los que he sido testigo en el ejercicio del ministerio sacerdotal: 1.- Por lo que respecta a la adolescencia, en nuestros días el primer reto del acompañante espiritual es ayudar a suscitar un espíritu crítico frente a la visión despersonalizada de la sexualidad imperante. Se trata de llegar a distinguir entre lo “normal” y lo “corriente”, sin confundir ambos conceptos. En efecto, la gran tentación de un adolescente es la de formar su visión de la sexualidad tomando como punto de referencia lo “corriente” (el proceder mayoritario de quienes le rodean), hasta el punto de llegar a pensar que es lo “normal” (actitud correcta, conforme a la norma ética). En este primer reto, nos jugamos la lucha por el propio desarrollo y madurez: conducirse en la vida, o ser arrastrado (¡he ahí el dilema!). En este campo, los riesgos a los que hay que hacer frente son muchos. El hecho de que el recurso a la pornografía sea tan accesible con las nuevas tecnologías hace que se distorsione de forma muy notable la visión real de la sexualidad en la mente de un adolescente. No pocas veces, la educación del adolescente en una equilibrada visión de la sexualidad pasa por la educación en el uso adecuado de Internet. Por otra parte, la llamada cultura del “rollo”, es decir, las relaciones fugaces de fin de semana, puede llegar

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a distorsionar de forma muy grave la sensibilidad de un adolescente. El acompañamiento espiritual en esta fase adolescente ha de ser capaz de abrir al joven a otros ambientes sanos alternativos. 2.- Aunque no se aborde en el presente libro, otro gran reto estriba en el acompañamiento espiritual de los adolescentes, de los jóvenes y de los adultos que experimentan una atracción hacia el mismo sexo (AMS). No es nada sencillo realizar este acompañamiento con libertad de espíritu, por la presión implacable que ejerce en nuestra cultura el “pensamiento único”. Los lobbies gays levantan su dedo acusatorio a quien tenga la osadía de desmarcarse de la ideología de género. Sin embargo, la experiencia confirma que los jóvenes y adultos con AMS necesitan la sanación de las heridas afectivas provenientes de la infancia y la adolescencia. Una vez más, es importante compaginar la ayuda espiritual con el acompañamiento de especialistas en esta materia. 3.- Con frecuencia he escuchado, en mi vida de sacerdote, críticas hacia la Iglesia, dirigidas por quienes viven abiertamente su noviazgo sin planteamiento alguno de castidad, manteniendo relaciones sexuales como si estuviesen casados. A su juicio, la Iglesia debería cambiar su postura anquilosada, asumiendo lo que se presenta como la práctica generalizada de los jóvenes. Pues bien, paradójicamente, la ruptura frecuente de las relaciones de noviazgo suele ser una oportunidad de gracia para entender las razones últimas de la castidad. En efecto, cuando, por ejemplo, un joven ve rota su relación con una chica con la que había compartido toda su intimidad, está en una situación idónea para entender hasta qué punto era importante haberse reservado en la entrega sexual para la que hubiera de ser la mujer de su vida, es decir, para su mujer. Con frecuencia he sido testigo y he procurado acompañar el dolor de jóvenes que viven el drama de la ruptura de su noviazgo como si de un mini-divorcio se tratase. Una de las razones principales de este hecho es el no haber planteado adecuadamente las relaciones en el noviazgo. Si en la etapa de noviazgo se vive, de hecho, como si la pareja fuese ya un matrimonio, es previsible que se deriven de ahí muchos sufrimientos. El noviazgo es una etapa para discernir, mientras que el matrimonio es la etapa de la entrega plena. Cuando en el noviazgo tiene lugar la plena entrega sexual, como si del matrimonio se tratase, paradójicamente ocurre que en el matrimonio se pretende discernir a destiempo la idoneidad del cónyuge. Me permito subrayar esta diferencia sustancial: el noviazgo es tiempo de discernimiento, mientras que el matrimonio es tiempo de entrega.

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4.- Otra experiencia resultado del acompañamiento espiritual es la siguiente: cuando un joven o una joven ha sufrido una profunda decepción por parte de su pareja, puede ocurrir que salga de esa mala experiencia aleccionado/a y fortalecido/a, con las ideas mucho más claras para el futuro. Pero también ocurre, no pocas veces, que estas heridas provocan una incapacidad para descubrir la vocación personal al amor, y para caminar con seguridad hacia ella. Por eso, es especialmente importante el acompañamiento personal en esos momentos de crisis. Con frecuencia ocurre que quien ha sido herido y ha resultado decepcionado por su pareja, termina por hacerse a sí mismo la siguiente ecuación: “He sido un pardillo permitiendo que jueguen conmigo, pero esto no va a volver a ocurrirme. Esto me ha pasado por ir de bueno, por ser tonto. A partir de ahora nadie me va a tocar mis sentimientos más profundos. Me limitaré a divertirme, siendo yo quien lleve las riendas, para que nadie me haga daño”. 5.- También es frecuente constatar el sufrimiento que se genera en los noviazgos indebidamente alargados, que ni terminan de romperse, ni tampoco desembocan en el matrimonio en un tiempo prudencial. Si bien es cierto que el motivo de esa indecisión puede ser la duda en el discernimiento, con mucha frecuencia ocurre que estas parejas viven ya en abierta convivencia, por lo que fácilmente tienden a prolongar su situación de indefinición. Décadas atrás, solía argüirse que era conveniente convivir antes de casarse, para poder dar el paso al matrimonio con mayor seguridad. Posteriormente hemos podido constatar que el índice de rupturas matrimoniales es superior en quienes han convivido previamente; a lo que hay que añadir el alto número de convivencias prematrimoniales que terminan en la ruptura sin llegar a la boda (y que por la forma de relación establecida, resultan ser un mini-divorcio). 6.- Un capítulo aparte merece el hecho de que en un planteamiento de noviazgo “enquistado” o “eterno”, lo más frecuente es que la paternidad/maternidad sea pospuesta sine die, a la espera de una situación de mayor estabilidad para la pareja. La experiencia nos dice que la exclusión voluntaria de la maternidad/paternidad puede ser una de las causas de la no maduración del amor de una pareja. En definitiva, la falta de educación en la virtud de la castidad, así como la no distinción de la naturaleza del noviazgo y del matrimonio, son motivo de muchísimos sufrimientos. ¡Qué importante y cuán necesario es educar a las nuevas generaciones de

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jóvenes en el amor humano!: en la enseñanza de la naturaleza de la afectividad y de la sexualidad, en el aprendizaje para discernir en el noviazgo y en el ideal indisoluble del amor matrimonial.

La audacia de proponer la virtud de la castidad Recuerdo haber enviado el siguiente mensaje a Twitter y a Facebook: “La virtud de la castidad es imprescindible para alcanzar la felicidad”. Acompañaba al mensaje una viñeta de Mafalda, en la que, con su acostumbrada libertad, nos decía lo siguiente: “Prefiero causar molestias, diciendo la verdad, que causar admiración contando mentiras”. Las reacciones al mensaje fueron muy variadas, ciertamente. Pero pienso que obtuve lo que buscaba: crear conciencia de que la virtud de la castidad es desconocida y suscitar el deseo de informarse (¡y ojalá, de formarse!). Lo primero que comprobé al leer algunos de los comentarios que se vertían en las redes sociales es que con frecuencia se confunde la virtud de la castidad con el celibato (al que en la vida religiosa se le llama “voto de castidad”, y tal vez de ahí nazca la confusión). La virtud de la castidad consiste en la vivencia de la sexualidad conforme a la vocación o estado de vida al que cada uno hemos sido llamados: célibe, casado, novio, soltero, viudo... Es decir, la virtud de la castidad es común a todos, y de ahí el texto del mensaje en cuestión: “La virtud de la castidad es imprescindible para alcanzar la felicidad”. En el epílogo de este libro espero poder expresar con precisión lo que la Iglesia entiende por “virtud de la castidad” (me parece raro y algo atrevido decir lo que la Iglesia “entiende” por “virtud de la castidad”. ¿No sería mejor “lo que los católicos entendemos por virtud de la castidad”…?) El problema está en que el mensaje de Mafalda aplicado a la virtud de la castidad supone implícitamente que la predicación de dicha virtud resulta actualmente antipática. En efecto, el término “castidad” es percibido como antitético de “libertad sexual”. Por esto nos hemos decidido a escribir este libro. Nuestro objetivo no es solo afirmar la virtud de la castidad, sino mostrarla como amiga, humanizadora, libertadora… En definitiva, atrayente. Soy consciente de que alguien podría decirme que estamos llamados a aceptar las verdades porque son verdaderas, y no tanto porque nos resulten agradables (¡creo que esa era precisamente la tesis de Mafalda!); pero la Iglesia es madre, y no se limita a proclamar los principios, sino a convencernos de que son buenos y alcanzables. De hecho, Santo Tomás de Aquino decía que la virtud no está consolidada mientras no nos resulte atrayente. Pues bien, esta será la perspectiva desde la que Begoña Ruiz desarrollará los próximos capítulos. Su objetivo es ayudarnos a entender que la verdad moral que custodia la virtud de la castidad, es buena para nosotros; más aún, no solo es buena, sino

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que es bella y atrayente. Lo cual no quiere decir que esa belleza, ese bien y esa verdad no sean exigentes. No hay nada valioso en esta vida que no requiera nuestra entrega sacrificada. Solo con lucha interior somos capaces de alcanzar la verdad, el bien y la belleza. + José Ignacio Munilla Aguirre Obispo de San Sebastián

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CAPÍTULO 1

PONGAMOS LOS FUNDAMENTOS De qué va este libro Seguramente abres este libro con la sana intención de encontrar respuesta a cantidad de preguntas que te inquietan, preguntas que tú tienes y que quizá muchos de los jóvenes con los que tratas habitualmente ni se plantean, porque supuestamente son cuestiones resueltas, cosas obvias para un joven del siglo XXI. Sin embargo, tú tienes la suerte o “la desgracia” de haber crecido o descubierto un ambiente cristiano en el que has conocido que esa Iglesia ridiculizada en los medios de comunicación es un lugar abierto, en el que se dan amistades sanas, vive gente normal, corriente, divertida, con virtudes y defectos como todos. Gente de hoy, sin antenas verdes ni alas blancas, que viste, habla, se comporta y siente normal y que sin embargo sigue creyendo en todo ese tipo de cosas consideradas habitualmente como propias de tiempos remotos. La cuestión es que tienes preguntas y te planteas: ¿es posible esperar hasta el matrimonio para tener una relación sexual? ¿Hoy se puede defender algo así? ¿Se puede proponer y vivir algo tan extraño, tan difícil de realizar? ¿Qué sentido tiene? ¿Por qué la Iglesia es tan tozuda? ¿No se dan cuenta los curas y el Papa de que se han quedado solos? ¿De que el mundo, la tele, los intelectuales, Hollywood y hasta mi bisabuela, que es vieja como Matusalén, se ríe de ellos y no les hace ni caso? Sí, puede que te hagas estas preguntas, pero te inquieta también el hecho de que tus padres han vivido esto —más o menos—, y el caso es que te lo proponen también a ti, o que tu cura te lo cuenta, o que tienes unos amigos que viven su noviazgo y afirman que quieren reservar las relaciones sexuales para el matrimonio y entonces tú, que ni se te había ocurrido plantearte este tema, o que pensabas que estaba más que hablado y contestado, o que te reías de la sola posibilidad, tienes la pregunta, la inquietud y el desconcierto. Vale. En este libro queremos contestar a la siguiente pregunta: ¿Por qué la relación sexual es el gesto propio reservado al matrimonio? También queremos responder a muchas otras que aparecerán en el camino, pero todo girará en torno a la misma 12

cuestión. Queremos contestar de tal manera que entiendas y que no te aburras demasiado, pero aún así vas a tener que hacer el esfuerzo de pensar, lo cual no es nada malo. Por lo tanto esperamos que disfrutes, aprendas y, sobre todo, descubras la maravilla enorme que es tu vida, la vocación a la que Dios te ha llamado y la belleza de la sexualidad, que tiene mucho que ver con el valor infinito que tienes y el amor de Dios, que está en el origen de tu ser y también en tu destino. Vienes de Dios. Estás en este mundo porque, antes de que tu padre o tu madre se conocieran y se gustaran, mucho antes, Dios pensó en ti, se enamoró de ti, deseó que existieras y decidió darte el ser y la vida. La vida que te ha dado —tus padres le ayudaron— es la antesala de un encuentro, el encuentro entre Él y tú. Estás hecho para entrar en su intimidad, para conocerle y amarle. Tú ahora igual no lo sabes, pero tu cuerpo y tu alma anhelan conocerle, participar de su intimidad, ver su rostro, experimentar su amor y su presencia. Y es que no podía ser de otro modo, porque Él te ha regalado la vida para amarte y para que le correspondas, te lo ha dado todo para recibir y responder a su amor. Te decimos esto desde el principio, porque la sexualidad tiene absolutamente todo que ver con este hecho. Tu origen está en Dios y Dios es tu destino. Y esto no es ni una amenaza, ni una imposición, ni un aburrimiento, ni una “neura” nuestra, ni una ideología. Esto es, sencillamente, la verdad de tu vida; una verdad que, si llegas a descubrir y experimentar, se convertirá en bendición, sentido profundo e inmensa alegría de vivir.

¿Qué es para ti la sexualidad? Es muy fácil hacer una caricatura y reírse de las cosas complejas e importantes de la vida. No es tan sencillo explicarlas, pero contando con tu interés y tu paciencia, empezaremos poniendo los fundamentos de lo que es la sexualidad. Vamos a servirnos de una definición de diccionario, completa, que recoja bien todos los aspectos. Pero, antes de darte la definición y explicarte sus implicaciones, queremos que tú lo pienses. Déjanos hacerte primero unas cuantas preguntas y por favor, párate — aunque sea un minuto— en cada una de ellas y pon palabras a lo que estés pensando: 1. ¿Qué es para ti la sexualidad? 2. ¿Cuándo empieza y cuándo termina? 3. ¿Dónde tiene el hombre la sexualidad y dónde la mujer? 4. ¿Qué significados encierra? O dicho lo mismo, pero de otra manera para que nos entendamos: ¿para qué sirve la sexualidad?

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Por favor, dedícale un momento. ¿Ya? La clave de todas las preguntas está en la primera. Dependiendo de lo que entiendas por sexualidad, así habrás contestado a las siguientes. Si por sexualidad entiendes hacer o pensar “cosas”, cosas básicamente genitales, entonces la sexualidad empieza cuando comienzas a sentir curiosidad por estos temas, a hacerte preguntas, a tener determinados deseos e imaginaciones, o a pensar que seguramente los llevarás a la práctica. Cuando la gente piensa que la sexualidad es “interesarse o hacer cosas”, normalmente contesta que comienza en la pubertad y que, o bien termina cuando uno ya es un poco mayor —porque algunos suponen que cuando se alcanza cierta edad “ya no se tienen ganas”—, o bien que no termina nunca, porque hay quien planea “pensar y hacer cosas” hasta 15 minutos después de muerto. Para los que piensan de este modo, la sexualidad estará fundamentalmente en los genitales, diferentes en cada caso, dependiendo de si hablamos del hombre o de la mujer. Si tu respuesta tiene algo que ver con lo anterior, entonces ¡enhorabuena! Porque te ofrecemos ahora mismo la oportunidad de aprender algo muy importante: la sexualidad no es, ni primero, ni principalmente, “hacer o pensar en cosas genitales”. Si te vas a Google y pones “sexualidad”, lo primero que aparece es la definición de Wikipedia: “La sexualidad es el conjunto de condiciones anatómicas, fisiológicas y psicológico-afectivas que caracterizan el sexo de cada individuo”. Ese “sexo de cada individuo” —preferimos decir persona—, a la postre es femenino o masculino. Anatómicamente, hombres y mujeres presentamos una diversa condición; es obvio y visible que los hombres tienen testículos, pene y que, al llegar la pubertad y debido a un proceso de hormonación propio, les cambia la voz, les sale el bigote y la nuez, etc. Es también obvio y visible que las mujeres tienen vulva, labios mayores y menores, clítoris… y que, en la pubertad, fruto de un proceso de hormonación diferenciado, su cuerpo se redondea, aparece el desarrollo mamario, etc. No es obvio, a simple vista, que hombres y mujeres son diferentes fisiológicamente, pero si tuviéramos la posibilidad de hacer una ecografía para mirar a la mujer por dentro, veríamos que tiene vagina, endometrio, trompas, ovarios… El hombre, sin embargo tiene toda una serie de órganos propios y diferentes: conducto deferente, vesícula seminal, próstata… Somos distintos a simple vista —anatómicamente— y por dentro —fisiológicamente—. Un hombre no va tener que ir al ginecólogo, ni una mujer al urólogo (por motivos del aparato reproductor). ¿Somos distintos psicológicamente? Si hablamos de psicología entramos en un terreno no tan objetivo y obvio como lo anatómico y lo fisiológico. Es preciso comprender qué es la psicología y para ello volvemos a consultar la Wikipedia: La psicología (lit. «estudio o tratado del alma», del griego clásico ψυχή (psykhé):

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psique, alma, actividad mental y λογία (logía): tratado o estudio) es la ciencia que trata de la conducta y de los procesos mentales de los individuos. Fíjate en lo siguiente: es la ciencia que trata de la conducta o procesos mentales de los individuos. Claro, uno actúa como consecuencia de una serie de procesos mentales: sientes, deseas, decides, recuerdas… Es decir, haces experiencia de la realidad, te ocurren cosas, conoces, descubres, te dicen, te piden, cuestionas, respondes a todo ello, vives y te vas formando una idea de lo que es la vida y de quien eres tú.

¿Hay una psicología masculina y otra femenina? Es verdad que en la conformación de la psicología van a entrar en juego muchos factores. La cultura, el ambiente en el que uno se desenvuelve y vive, será muy importante a la hora de que la persona tome conciencia de sí misma y se descubra. Ahora bien: el hecho de ser mujer, ¿condiciona la manera de sentir, de vivir, de estar en el mundo? El hecho biológico de ser varón, ¿condiciona su psicología? La respuesta es que sí. El cuerpo sexuado condiciona la psicología. No solo la sexualidad, cualquier proceso que vivimos en el cuerpo, condiciona nuestra psicología. Es distinta la psicología de un niño, la de un joven, la de un adulto o un anciano. ¡¡Normal!! Es que no viven lo mismo. Una persona, por el hecho de ser mujer, va a ser cíclica, y tendrá unos procesos hormonales concretos en relación a su fertilidad. Hay mujeres que se enteran poco de estos cambios, pero otras los sienten mucho, de tal manera que afectan incluso a su estado de humor: pueden estar más sensibles o susceptibles, a algunas les da por la actividad o por la limpieza, se sienten más o menos vitales… Cuando las mujeres alcanzan la menopausia, de nuevo viven alteraciones hormonales, y se preparan, sabiendo que esos cambios fisiológicos condicionarán también su vivencia psicológica, porque es imposible sufrir cambios en el cuerpo sin que afecten a la persona en su totalidad. Lo mismo ocurre con los hombres. Vamos a poner un ejemplo fácil de entender: cuando un varón experimenta una fuerte atracción por una mujer, va a sentirlo en su cuerpo de manera concreta, mediante la erección. Este hecho que vive en su cuerpo, ¿afecta su vivencia psicológica de lo que es el amor? Pensamos que sí. La mujer podrá estudiarlo, escuchar a un varón referirse a ello, pero no lo va a experimentar en su cuerpo, no lo va a conocer en primera persona. En la pubertad, el cuerpo cambia. A la vez, se producen cambios a nivel psicológico: el niño comienza a experimentar sentimientos y deseos nuevos. Este cambio psicológico

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comienza con un cambio físico. La adolescencia —cambios psicológicos— comienza con la pubertad —cambios físicos—. Lo que vivimos en el cuerpo afecta a la persona, a su psicología. Entonces, ¿cómo no va a afectar psicológicamente una diferencia corporal tan notable como es el hecho de ser hombre o mujer? Incluso en el desarrollo intrauterino, la diferente hormonación —masculina o femenina—, influye en la configuración del cerebro. Por lo tanto, tenemos otro punto absolutamente objetivo para comprender que psicológicamente somos diferentes: el cerebro, que es la base de nuestros procesos mentales, está conformado en femenino o en masculino desde antes de empezar a tomar conciencia de lo que ocurre a nuestro alrededor.

¿Cuándo empezamos a tener sexualidad? Hemos dicho que la sexualidad es “ese conjunto de características anatómicas, fisiológicas y psicológicas que hacen que seamos hombre o mujer”. Por tanto, la sexualidad no es “hacer cosas y pensar en cosas genitales”, sino que consiste en ser hombre o mujer. Teniendo en cuenta todo lo que hemos explicado acerca de la definición sobre qué es la sexualidad, nos vamos a plantear ahora cuándo empieza. Seguro que no estás pensando que en la pubertad. Entonces, ¿empieza cuando nacemos? Tampoco, ¿verdad? Antes de nacer ya nos diferenciamos. La pregunta que más se le hace a una mujer embarazada es: ¿qué va a ser, niño o niña? Y en el seno materno, ¿cuándo nos diferenciamos? ¿A partir del cuarto mes, en el que la ecografía permite distinguir claramente los genitales? No. Mucho antes. En el momento de la concepción, existimos ya como XX o XY. Desde el primer instante de nuestra vida existimos como hombres o como mujeres —a nivel cromosomático, por supuesto—. Vamos a tener que vivir un desarrollo psicosexual muy complejo y precioso, pero lo cierto es que el dato sexual está desde el principio y configura todo el desarrollo posterior. Nunca hemos existido de manera independiente o autónoma respecto de este dato fundamental: ser biológicamente hombre o mujer.

¿Cuándo termina la sexualidad? Si se trata de ser hombre o mujer, la sexualidad no termina nunca. Como no se trata de “hacer cosas o pensar en cosas”, como es un dato primordial que configura el cuerpo y la psicología, aunque un varón se viera imposibilitado para

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tener relaciones sexuales tras sufrir un accidente, seguiría teniendo sexualidad. Si alguien no puede o decide no tener relaciones sexuales por múltiples razones — enfermedad, no encontrar a la persona adecuada, abrazar una vocación célibe—, no por ello deja de tener sexualidad esa persona: por el hecho de no mantener relaciones sexuales, no deja de ser sexuada. Ahora bien, con la muerte tampoco termina la sexualidad. Quizá estás pensando: “Vale, mientras nuestro cuerpo existe, hay diferencias. Pero cuando desaparecemos del todo, ¡adiós, sexualidad!”.

¿Qué le pasa a la sexualidad tras la muerte? Nos alegra poder contarte que la aniquilación total de nuestro ser no va a ocurrir jamás: nunca dejaremos de existir. Se nos ha dado la vida y es para toda la eternidad. Pero, ¿estamos seguros? ¿Nadie ha vuelto del otro mundo para contárnoslo? En esto consiste nuestra fe: Cristo ha vuelto de la muerte y nos lo ha contado. Y lo que dijo fue lo siguiente: “Traed algo de comer… Palpadme y ved que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. Cristo, cuando resucita, lo hace con su cuerpo, el mismo con el que sus amigos lo vieron sufrir y morir. La muerte no tiene la última palabra. El que cree en Jesús resucitará con Él y como Él. Lo sabemos porque Él lo ha prometido y no engaña. Jesús es varón. De la Virgen María sabemos que está gozando anticipadamente de aquello que nosotros confiamos alcanzar: está disfrutando de Dios en cuerpo y alma. María es mujer. Entonces, ¿cuándo termina la sexualidad? Nunca, porque el cuerpo resucita y resucita sexuado. Hay un pasaje del Evangelio en el que unos saduceos que no creían en la resurrección del cuerpo le presentan un caso a Jesús: le plantean qué ocurriría si una mujer se casara con un hombre que fallece sin tener hijos. Como en la época y cultura de Jesús tener hijos era una cuestión muy importante, existía una ley según la cual los hermanos varones del hombre fallecido tenían la responsabilidad moral de casarse con la viuda para dar hijos al hermano muerto. Era algo así como un deber de caridad. El caso es que la mujer se iba casando, uno tras otro, con los seis hermanos del primero y todos iban muriendo, sin darle hijos. La pregunta de los saduceos era la siguiente: ¿Cómo lo van a arreglar en la otra vida? ¿La mujer va a ser compartida por los siete hermanos o pertenecerá a alguno de ellos en concreto? La pregunta va con un poco de sorna, es fácil sentirla de fondo al leer el texto evangélico.

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Y Jesús les responde que no tienen ni idea, porque no entienden el sentido de las Escrituras ni el poder de Dios. ¿Qué clase de poder tendría Dios si los que han vivido antes que nosotros estuvieran muertos y rematados? Si Dios no puede garantizar la vida, ni es Dios, ni sirve para nada. Jesús no acepta la tesis de los saduceos, esa que niega la resurrección de la carne. Lo que sí matiza es que “cuando resuciten de entre los muertos ni ellas tomarán marido, ni ellos mujer, sino que serán como ángeles en los cielos”. Es decir, la forma concreta y peculiar de expresar el amor conyugal no tendrá lugar en el cielo, pero el hecho de que no haya genitalidad no significa que vayamos a vivir una existencia angélica privada de corporalidad. En resumen, la sexualidad no termina nunca. Tanto la feminidad como la masculinidad son características que no vamos a perder en la vida eterna. No es ciencia ficción. Lo sabemos porque quienes están resucitados son un varón —Jesús— y una mujer —María—.

¿Nuestro cuerpo será igual en la otra vida? Antes de continuar con la explicación, queremos detenernos un momento a reflexionar en la importancia de lo que acabamos de afirmar: nuestro cuerpo participará también en la gloria del cielo. No podemos decir mucho más que esto, porque entonces caeríamos en el peligro de hacer cábalas para las que no tenemos datos. Sí que sabemos, sin embargo, que Jesús, una vez resucitado, no se veía limitado por cuestiones espaciotemporales: aparecía en mitad de una habitación cuyas puertas y ventanas habían sido cuidadosamente cerradas, aparecía y desaparecía de la vista de sus discípulos, podía estar en varios sitios a la vez… Resucitó en su cuerpo, sí. Es el mismo con el que había vivido su vida mortal, sí. Pero tenía algo que lo hacía diferente. Es bonito saber que en las experiencias que vivimos en nuestro cuerpo, que a menudo prueba la enfermedad, el dolor y la muerte, está ya actuando la vida que no acaba, la vida que no conoce el sufrimiento, ni el límite de espacio y de tiempo, la vida misma de Dios. No me sorprendería nada que en este mismo momento estuvieras pensando: “Pero qué cosas más raras me están contando”. Entiendo que no es un tema frecuente, y que como casi nunca hemos pensado en ello, la primera vez resulta chocante. En el siglo II también recibían extrañados este tipo de noticias y argumentaban lo que, sin duda, a ti mismo se te puede estar ocurriendo: ¡cómo va a ser posible que resuciten los cuerpos al final de la historia! Imaginemos a un hombre que muere en un naufragio y que es devorado por peces, que a su vez son pescados y comidos. Supongamos que al que se ha

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comido estos peces, a su vez lo devora un león: ¿qué puede quedar del cuerpo del primer desgraciado que sufrió el naufragio? La respuesta que dieron los primeros cristianos nos sirve también ahora: ¿de verdad te preocupa cómo va a hacer Dios para resucitar a ese hombre? ¿Acaso puedes explicar cómo ha hecho Dios este universo en el que vives, que contemplas cada día, que puedes ver, tocar, sentir, escuchar, disfrutar en este momento? Partiendo del milagro continuo del que son testigos nuestros sentidos, y que sin embargo no somos capaces de explicar, ¿es tan extraño e inquietante no poder explicar como va Dios a darnos el ser a partir del cuerpo que ha muerto? En última instancia, ¿por qué sabemos que vamos a resucitar? De nuevo, la respuesta es sencilla: lo que a Cristo ocurrió, eso mismo es lo que confiamos vivir nosotros. Nos fiamos de su palabra y de su poder. Te diremos algo más: hoy se asegura que todas las células de nuestro cuerpo se regeneran aproximadamente cada 7 años. Si esto verdaderamente es así, pensemos en un hombre adulto de 37 años: ¿qué queda en él del niño de 7 años, del adolescente de 14 o del joven de 21? Nada material subsiste. Y sin embargo, él sabe que es él mismo. ¿Cómo es posible? Porque hay un cambio y una continuidad en nuestra existencia. Coge la foto de tu abuela cuando tenía tu edad y mírala ahora. ¿Es la misma? Me dirás que sí y me dirás que no. Estaremos de acuerdo. Así es la vida. Y así seguirá siendo. La misma vida, pero distinta. Lo bueno es que la vida resucitada será a la inversa de lo que le ha ocurrido a tu abuela, porque si no me equivoco, ella estaba mejor cuando tenía tu edad, ¿verdad? El cuerpo con el que resucitaremos será el mismo, pero glorioso: no sabrá ya nada de enfermedad, dolor, vejez o muerte. Saquemos una conclusión: el cuerpo está hecho para la gloria, es decir, participará también, junto con el alma, de Aquel que es nuestro destino, Dios mismo. Por ello, el cuerpo es valioso. Es importante. Es tu persona.

¿Dónde tenemos la sexualidad hombres y mujeres? Si dijiste en el pene o testículos para los varones y en la vulva para las mujeres, no te equivocaste. Solo que la respuesta se quedó corta. El órgano fundamental que rige los procesos sexuales se encuentra en el cerebro y se llama sistema hipotálamo-hipófisis. Es el cerebro el que controla los niveles de hormonas en sangre, el que manda trabajar a ovarios o testículos para que produzcan todo aquello que el organismo necesita. De acuerdo, la sexualidad está en el aparato reproductor y en el cerebro. Respuesta correcta, pero de nuevo parcial. ¿Por qué se puede determinar la identidad sexual de un agresor desconocido que ha dejado células o pelos en su forcejeo con la víctima? ¿Por qué analizando esos pelos o células podemos saber el sexo del dueño de ambos? Por el

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ADN: el ADN está en todas nuestras células. Y en el ADN está escrito el sello de nuestra identidad: XX o XY. Desde la punta del cabello hasta la punta del dedo gordo del pie izquierdo o derecho, elige, da igual. Todas, múltiples, microscópicas, en el bazo, la sangre, el hígado, en el ojo, la lengua, el fémur o la laringe. Todas las células están selladas, clasificadas, identificadas: XX, XX, XX, o XY, XY, XY… Así pues, podemos decir que la sexualidad está en los genitales, el cerebro y en todo el cuerpo: absolutamente todo el cuerpo es sexuado. Pero ¿somos solo cuerpo?

Somos cuerpo y alma Recordemos la tercera dimensión de la sexualidad, la psicológica, y miremos de nuevo la definición de Wikipedia acerca de lo que es la psicología: La psicología (lit. «estudio o tratado del alma», del griego clásico ψυχή (psykhé): psique, alma, actividad mental y λογία (logía): tratado o estudio) es la ciencia que trata de la conducta y de los procesos mentales de los individuos. Ahora te pido que te detengas en el significado que la palabra tiene para los griegos. Literalmente significa “estudio o tratado del alma”. Quizá hoy en día la palabra alma se identifica con la creencia religiosa, pero tenemos que decirte que no es así. En la existencia del alma han creído filosofías y credos antes y después del cristianismo. Que hay algo en la persona que pervive cuando el cuerpo muere es intuido de manera universal por el hombre. “Alma” pone nombre a la parte espiritual del ser humano. “Espiritual” significa invisible, contrapuesto a lo material, que es cuantificable. Que tenemos alma es un hecho de experiencia, no hace falta tener fe para creer que en la persona hay una dimensión espiritual, invisible pero real, que no puedes tocar como puedes tocar el cuerpo, pero que es igual de real, palpable a su manera, tan cotidiana y habitual como tus manos o pies. De nuevo tenemos que hacerte una pregunta —ya te advertimos que había que pensar—. Piensa en actos que realizan las personas a diario. Actos que, si bien necesitan del cuerpo, requieren de un principio de operaciones espiritual. Entre esos actos, están: 1. Pensamientos. Se cuenta que uno de los primeros astronautas rusos que se dieron un paseo por el espacio, al volver comentó jocoso que había buscado a Dios en el cielo, pero que no lo había encontrado. Y un cirujano famoso le contestó que él se había pasado la vida abriendo cerebros y que nunca había encontrado un pensamiento. ¿Qué te parece? Sabemos que el pensamiento tiene su base material en el cerebro, pero manipular esa base material no te da la capacidad de producir un pensamiento. El

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discurso racional indica que hay en nosotros un principio de operaciones espiritual que nos permite realizar ese acto eminentemente espiritual (invisible) que es pensar. 2. Emociones y sentimientos. Las emociones y sentimientos se diferencian un poco. Ambas son respuestas afectivas a lo que nos sucede. De las emociones se dice que son directas y espontáneas respecto a algo que pasa. Resulta que has aprobado un examen, y conocer esa noticia inmediatamente te alegra y alivia. A esa respuesta directa, inmediata y pegada al acontecimiento ocurrido le llamamos emoción. Los sentimientos también forman parte de nuestra vida afectiva, pero no tienen el componente de la inmediatez. Conllevarían un cierto poso, una cierta actitud y una toma de decisiones, que son los que a la larga provocan un determinado tono afectivo. Veámoslo con un ejemplo: mi novio me ha dejado después de seis meses de relación y resulta que me estaba engañando desde hace cuatro. Imagínate, cuando me entere de todo, me supondrá una carga de emociones —recuerda que la respuesta emocional es directa—: indignación, incredulidad, dolor, frustración, decepción, sufrimiento. Todas las emociones que se te ocurra imaginar. Ahora bien, a raíz de esta experiencia vital saco conclusiones y tomo decisiones. Supongamos que la conclusión que saco es que antes de comprometerme con alguien me lo voy a pensar mejor, que por el momento quiero dejarme querer por la familia, los amigos y llenar mi vida de cosas y actividades interesantes. Asimismo, pienso que, no porque esta persona me haya defraudado, todas lo van a hacer: decido seguir creyendo que las personas honestas existen. Y tomo la decisión de ser más prudente en el futuro, de esperar a conocer antes de comprometerme. Como consecuencia de esta vivencia, mi tono vital y sentimental pueden verse reforzados, porque con el paso del tiempo, siento la satisfacción de haber superado una situación difícil, sé que puedo apoyarme y confiar en mi familia y amigos, me hago más observadora y menos impulsiva… Pero si, como consecuencia del mismo hecho, sacara una conclusión diferente: “No existe el amor para siempre, nadie me va a querer y todos los hombres son iguales”; y decidiera no volver a confiar en nadie —o si acaso, jugar con los demás, puesto que a los demás les gusta jugar conmigo: “Ahora quien se va a reír voy a ser yo”—, sobra decir que, con el paso del tiempo, esta manera de leer lo ocurrido, estas conclusiones y decisiones tendrían una consecuencia muy clara a nivel de sentimientos. Viviría pensando que la vida no tiene mucho sentido, que de la gente no te puedes fiar, que no hay nada que dure para siempre. Sentimientos que no se corresponderían con lo que en ese instante me sucediera, pero que son consecuencia de conclusiones, actitudes y decisiones con las que se afrontaron los hechos pasados. Nos parecía importante explicarte la diferencia entre emociones y sentimientos, pero la cuestión que nos interesa ahora es comprender por qué son espirituales. Son

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espirituales porque implican siempre una comprensión racional de la realidad. Si he aprobado un examen, significa que junio no me lo paso estudiando. Normal que me alegre, ¿no? No sé si a día de hoy has tenido la siguiente experiencia: tener un dolor emocional tan fuerte que parezca que te va a estallar el corazón. Sufrir tanto que en un momento dado piensas: ¡que me da algo! Si no te ha pasado, pregunta un poco, porque seguro que alguien cercano te dice: “Sí, yo he vivido eso”. Si a esta persona se le acerca un cardiólogo en ese momento y examina con pruebas diversas el funcionamiento de su corazón, probablemente le va a decir: “Usted está estupendamente sano. No se preocupe, que no le pasa nada”. Y sin embargo, se le podría responder: “Pues a mí el corazón me duele, y además mucho”. Este caso nos sirve para entender que cuando el cuerpo está sano pero duele, lo que en realidad duele es el alma. Por otro lado, hay dolores físicos que son somatización. Una úlcera de estómago puede tener su origen, no en lo orgánico, sino en lo espiritual. ¿Usted está atravesando desde hace tiempo por una circunstancia estresante? ¿Sí? Bueno, pues su úlcera le viene de ahí. Tú hoy estás triste, pero sales a la calle, te tomas unas cuantas copas, empiezas a decir tonterías. La gente a tu alrededor se parte de risa y te dice que eres genial, que qué divertido. Y tú por dentro estás fatal, pero no se lo quieres decir a ellos, que esperan que sigas siendo el tipo gracioso con el que se divierten un montón. Y resulta que eres capaz de hacerlo. Puedes ocultar tu sentimiento. ¿Por qué consigues hacerlo, si lo llevas contigo puesto, si lo llevas más puesto que el jersey o el reloj? Porque no se ve de la misma manera. Es tuyo, es real, está ahí, lo llevas puesto, pero es espiritual. 3. Deseos. Estás deseando a todas horas y en todo momento: que se acaben los exámenes, que llegue la primavera o el verano, que el Madrid gane la undécima, que te puedas comprar un iPhone, que tal chica te haga caso, que tu madre te deje un poco más tranquilo, que llegue tal campamento, que se acabe la clase, que para comer haya espaguetis… Deseos, deseos, deseos. Son sobre cosas muy concretas, y muy reales, pero la capacidad de desear es espiritual. En la raíz de nuestros deseos hay numerosos instintos: el de conservación, el sexual, el relacional… Lo que caracteriza la manera en que vivimos los deseos y cómo respondemos a ellos es el sentido. Tenemos una necesidad absoluta de vivir todos estos deseos con un sentido. El sentido es la plenitud: “Esto que deseo me aporta algo, me da algo que me favorece, me plenifica, me da un plus”. De hecho, por eso deseo. Los animales tienen instintos a los que dan respuesta con un protocolo marcado por su naturaleza. Los hombres tenemos instintos, tendencias naturales a los que damos respuesta de maneras muy diferentes. La diferencia a la hora de responder viene de la percepción del sentido que los distintos objetos que

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apetecemos tienen para nosotros. 4. Memoria. ¡Qué importante es la memoria! Y qué espiritual. La capacidad de recordar lo sucedido. ¡Es impresionante! ¿En qué lugar del cerebro se almacenan los recuerdos? Hay un punto concreto que, si sufre un accidente, ¡adiós, memoria! Ponte a recordar con tus hermanos o compañeros de clase cómo vivieron determinado acontecimiento o circunstancia que quizá os marcó a todos. Te asombraría descubrir que el mismo acontecimiento ha tenido una repercusión completamente diferente en cada persona que lo vivió. Tus recuerdos llevan la impronta de lo que sucedió, sin duda, pero también llevan tu impronta personal, única e intransferible. Hecha de pensamientos, deseos, sentimientos, emociones y decisiones. 5. Voluntad. Es la dimensión más importante de todas, la que más dice de ti mismo. Es difícil valorar. Lo que no es difícil es explicar lo que es, porque lo estás haciendo a todas horas, casi tanto como desear. Decides llamar a un amigo, no responder a una llamada, hacer un esfuerzo y concentrarte para leer este libro, dejarlo por imposible o simplemente para mañana. Decides tomarte en serio la vida, decides no pensar y vivir lo que se presente, decides buscar a ver si tiene sentido, decides dejarte llevar y priorizar lo que te apetece, prescindiendo de complicaciones. Decides. ¿En qué lugar del cerebro o del corazón tomas las decisiones? ¿Puedes tocar, medir, pesar, evaluar la salud del órgano que te permite decidir, ejercitar tu capacidad de libertad? No, porque es espiritual. Rebobinando un poco lo que venimos hablando, podemos concluir que la sexualidad está en toda la persona y que la persona es cuerpo y alma. Decir “cuerpo” es decir mucho: genitales, cerebro, cada una de las células que lo compone... Así, con una sola palabra, ahorramos. Y decir “alma” es decir mucho: es la facultad espiritual (invisible) que me permite pensar, emocionarme, sentir, desear, recordar y decidir. Pero lo que sería genial es que, a partir de ahora, cuando digamos cuerpo te venga a la memoria toda la riqueza de lo que es el cuerpo. Y cuando digamos alma no te quedes desconcertado, preguntándote qué es exactamente. El alma es tan real, cotidiana, entrañable, cercana, conocida y necesaria como el cuerpo. Es el principio que, junto con tu cuerpo, te permite pensar, sentir, emocionarte, decidir, desear y hacer memoria. La sexualidad está en todo el cuerpo y en toda el alma. La sexualidad está en la persona.

Formas de decir “te quiero” sexuadas, pero no genitales

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Cuando decimos de alguien que “ha tenido relaciones sexuales”, queremos decir que ha tenido relaciones sexuales de carácter genital. Ya que, en realidad, “relaciones sexuadas” son todas aquellas en las que interviene la sexualidad. Quizá nos expliquemos mejor con una pregunta: dime maneras de decir “te quiero” que, no siendo genitales, sí que necesiten de la sexualidad para poder expresarse. Seguro que en poco tiempo me dices bastantes, porque hay muchas: miradas, caricias, sonrisas, detalles, palabras, abrazos…. Todas ellas son sexuadas, pero no genitales. Expresar genitalmente el amor es algo esencial de una forma particular de amistad personal: el matrimonio. Sin embargo, expresar sexuadamente el amor es algo esencial en todo tipo de relación humana: entre una madre y su hija, entre unos amigos, entre los hermanos… Las expresiones de amor necesitan del cuerpo para comunicar el afecto.

¿Para qué sirve la sexualidad? La hemos definido como un dato que configura toda nuestra persona desde el comienzo de nuestra existencia y que nunca desaparecerá. Quizá por ello piensas que la sexualidad es simplemente… ¡nosotros mismos! Aquello que nos permite identificarnos y relacionarnos. Cierto. La sexualidad comenzó a desarrollarse en nosotros desde el principio, igual que el sistema inmunológico, el nervioso o el digestivo. Nos ha construido. Sirve, por tanto, para ser lo que somos, y nos permite comunicarnos con los demás. Identificarse, relacionarse y comunicarse son aspectos de una misma finalidad que podríamos resumir con una palabra que, aunque mal usada y desgastada, nunca va a dejar de ser verdadera y hermosa: la sexualidad sirve para amar. Si no fuésemos amados ni pudiéramos amar, estaríamos muertos o desearíamos estarlo. Imagínate un joven que vuelve a casa del instituto a la hora de comer y espera encontrar a su madre en la cocina, como cada día, terminando de hacer la comida. Pero ese día es diferente, no la encuentra en casa y tampoco ha dejado ninguna nota, ni le ha enviado un Whatsapp, explicándole donde está. Ni rastro de ella. Aprovechando que no hay pan, baja a la tienda donde lo compra todos los días para preguntarle a Miguel si sabe algo de su madre, si la ha visto en algún momento de la mañana. Este le mira desconcertado y le dice: “Disculpa, ¿te conozco? Ahora mismo no caigo en quién eres, ni quién es tu madre”. Asustado, el chaval vuelve a casa, coge el teléfono y llama a su tío para preguntarle si sabe algo, y la contestación de su tío al teléfono le deja petrificado: tampoco él sabe quién es. ¿Te imaginas algo así? A estas alturas, el chico tendría ya un ataque de pánico. Imagina que te ocurriese a ti. ¿Cómo reaccionarías? ¿Qué crees que sentirías? El

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supuesto es bastante extraño, pero nos sirve para reflexionar acerca de lo vital que es para las personas el sentirse reconocidas y amadas por aquellos que les rodean. Una mujer que acompañaba a su padre mientras luchaba contra el cáncer que le ocasionó la muerte, contaba la siguiente anécdota: siendo ella muy pequeña, su padre se enfadó mucho y la mandó a su habitación a dormir, sin cenar. Recuerda cómo lloraba desconsolada tumbada en la cama y, no pudiendo soportar lo mal que se encontraba, se atrevió a desobedecer a su padre, salió de la habitación, lo fue a buscar al salón, se subió a sus rodillas y lo abrazó. Si el motivo de su dolor hubiera sido la rabia de quedarse sin cenar, sin duda su reacción hubiera sido diferente, pues tenía un hermano un año mayor con el que hubiera podido, fácilmente, introducir de contrabando unas magdalenas en la habitación. El problema no era quedarse sin comer esa noche: la niña lloraba porque sentía el dolor de la separación. Entendía que la riña había introducido una distancia entre su padre y ella. Sentir esa distancia era lo que la hacía llorar, lo que no podía sufrir. Por eso, su reacción fue correr, buscar a su padre enfadado y hacer desaparecer la distancia con un atrevido y confiado abrazo. ¡Cuántas veces sufrimos la distancia de las personas a las que amamos! Y puede que estén muy cerca, viviendo con nosotros, compartiendo aula, café o momentos de diversión. Hay quien ha dejado de hablarse con un hermano por una herencia que no llega a 6.000 € y te dice: “Lo que menos me importa es el dinero: si me lo hubiera pedido porque lo necesitaba, se lo habría dado. Lo que me importa es que se lo ha querido llevar sin preguntar, sin pedir permiso y sin dar las gracias”. Lo que se resiente es la confianza: cuando no se puede confiar en alguien, puede estar cerca y a la vez lejos. Es posible sentir la soledad, incluso en compañía. Las relaciones humanas nos dan vida: si no nos amasen, si no pudiéramos amar, nos sentiríamos muertos o desearíamos estarlo. Otra finalidad de la sexualidad es la procreación. Es increíble que del abrazo más íntimo que se puede vivir en el cuerpo, el abrazo conyugal, un hombre y una mujer puedan empezar siendo dos y terminar siendo tres. Las dos finalidades —expresar amor y transmitir la vida— en el fondo son la misma: la sexualidad sirve para dar y recibir vida, vida del alma y vida del cuerpo. La vida del hombre funciona en estéreo: las dos dimensiones —biológica y espiritual, alma y cuerpo— las encontramos por doquier.

¿Qué ocurre con el placer? Ante la pregunta “¿Para qué sirve la sexualidad?” puede que se te haya ocurrido

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responder: “Para disfrutar, para el placer”. De hecho, esta finalidad se nos vende continuamente a través de las series de televisión, películas, revistas, tertulias, folletos miles y variados…Vamos a resumirte de forma completa a qué se reduce el mensaje que recibimos por todos lados. La sexualidad sirve para disfrutar y pasarlo bien. Pero… ¡Ten mucho cuidado! Protégete. Sexo con seso. Anticonceptivos y sexualidad. ¡Protégete! ¡Ten cuidado! Eso sí: disfruta, disfruta, disfruta… Como los jóvenes no son tontos, captan la contradicción del mensaje y por mucha información que reciban, resuelven la incongruencia haciendo caso solamente a una de las partes del mensaje, la que mola: disfruta, disfruta, disfruta. Si uno lo piensa, se dará cuenta de que es difícil disfrutar con tanto miedo, con coraza, pensado continuamente en la protección. Más que nada porque una relación sexual es un momento de encuentro, de intimidad, roce, cercanía y ¡claro! Vivirlo con tanta barrera es un rollo. En este momento del discurso hemos de pararnos un momento para ponernos solemnes. Si esto fuera una película, notarías inmediatamente el cambio de registro a través de la música. La música indicaría algo así como: ¡Atención! ¡Importante! ¡Algo fundamental va a suceder ahora mismo! Ponte una música de suspense, porque queremos explicar algo fundamental: lo que ocurre con el placer. El placer no es una finalidad de la sexualidad. Y no lo decimos porque seamos unos ingenuos y no sepamos que el deporte nacional es el “lío”, es decir, separar amor de sexualidad e ir en busca de sensaciones. Sí, claro que uno puede salir una noche o todas las noches en busca de marcha, fiesta, y diversión, y tener relaciones sexuales carentes de amor. Por lo tanto, sí se puede vivir la sexualidad con una finalidad muy clara: pasarlo bien. Esto lo sabemos. Sin embargo, repetimos, el placer no es una finalidad de la sexualidad. ¿Qué es entonces el placer en la sexualidad, si no es un fin?

El placer es el lenguaje del cuerpo El placer es bueno, se lo ha inventado Dios y Él solito decidió ponerlo en la sexualidad. Además no se arrepiente. No es como el cocinero que echó demasiada sal en la sopa y ahora lamenta que le ha quedado demasiado sabrosa. Dios ha puesto el placer en la sexualidad y no dice: “¡Qué lástima, lo bien que lo están pasando!”.

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El placer es la manera en la que el cuerpo vive la realidad y la relata. Si es la hora de comer, tengo hambre y me encuentro en el plato la comida que más me gusta, puedo decir —y literalmente es verdad—: “¡Se me hace la boca agua!” Es un placer. Alimentarse es una necesidad, como todo lo humano, muy vinculada a las relaciones sociales. Cuando uno come solo, nota que le falta algo. Para que el placer sea completo, mientras que se disfruta de una buena comida, lo mejor es tener buena compañía. Ahora vamos a ponernos en una situación diametralmente opuesta: ¿alguna vez te han invitado a comer en casa de unos conocidos, te han puesto un plato que no te gusta o te has encontrado los cubiertos no muy limpios? Y no has podido decir: “Yo esto no me lo como”. ¿Lo has experimentado? Placer, repulsión: el cuerpo habla. La manera en la que relata lo que le parece que está pasando son las sensaciones: si saludo a alguien a quien veo por primera vez, le daré la mano, dos besos, será un contacto formal, impersonal. El cuerpo no va a temblar, ni se va a conmover. Pero si aparece un amigo al que quiero de verdad, serán dos besos distintos, un abrazo en el que hay una verdadera conmoción. El placer es maravilloso, porque es la manera en la que el cuerpo nos narra que algo bueno está pasando. Imaginemos un chico y una chica, ambos de 18 años, que se conocen en Granadilla, donde hay un estupendo complejo para que los jóvenes realicen distintas actividades, en lo que se llama “campo de trabajo”. Supongamos que él es de Cáceres y ella de Plasencia (80 kms entre medias) y se conocen allí. Comienza a ocurrir entre ellos eso que llamamos atracción. Ya sabes: hay miradas, en cuanto se ven se gustan, buscan la proximidad, se encuentran. Es el juego del acercamiento, y sabiendo que solo tienen una semana por delante, no se hacen los remolones, sino que responden rápido, lo cual se concreta en que van a pasar todo el tiempo que puedan juntos. Tienen una tarde libre y la pasan hablando. Todos los amigos, por supuesto, se han dado cuenta de lo que ha sucedido. Sin embargo, te diré algo: estos dos que no paran de hablar, reír, contarse cosas, gastarse bromas, disfrutar haciendo tareas juntos… no se han besado, ni enrollado, ni liado. Quizá protestes y digas: “Es imposible, a partir de la primera tarde ya deberían de haberlo hecho, como mucho pueden esperar al segundo día o al tercero, pero esperar más… No me lo creo”. No pasa nada porque no te lo creas, porque la historia es nuestra, inventada. Estos dos no se han liado. Lo sabemos de buena fuente. El último día es muy duro. Cuando se tienen que despedir, el corazón está literalmente desconsolado. Pasarse el número de teléfono y saber que el otro estará disponible en Whatsapp consuela, hasta cierto punto. Es lo que hay. Cada uno vuelve a su ciudad. Sigue la vida… Van a intentar verse siempre que puedan, que serán dos veces al mes en fines de semana. Harán planes con otros amigos para salir a cenar, ir al cine, de excursión… Pasan cuatro meses. ¿Qué? Ya, ¿no? ¡Que no, que no! Estos dos todavía no se han

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liado. Sigue creciendo la amistad, se siguen conociendo, y sí, es verdad que ya se hace difícil seguir así. Por eso, es él el que da el paso. Podría haber sido ella, pero es demasiado tímida. Es él el que da el paso de explicar lo que siente por ella; le dice que ha estado esperando, pero que ya no puede seguir esperando más. Necesita decirle lo que siente: si ha tardado tanto es porque él ha tenido una relación anterior y lo pasó muy mal. Se dijo a sí mismo que la siguiente vez esperaría a estar seguro. Por eso ha querido conocerla y saber con seguridad lo él que sentía. Entonces, ella le dice que ya le vale, que es muy lento pensándose las cosas, que se siente muy feliz y que también le quiere. Y bueno, ahora sí: se besan y se abrazan. Pero permítenos decirte que esto no es un lío, ni un rollo ni nada por el estilo. Este es el gesto propio de dos que se están diciendo: “Te quiero, te prefiero”. ¿Sienten placer? Todo parece indicar que sí, que mucho. ¿Y con este placer qué pasa? Pues pasa que es estupendo y que así lo ha pensado Dios. Te dijimos que no buscases el placer como un fin. ¿Cuál es su lugar entonces? El placer no lo buscas. Lo que buscas es madurar y expresar un afecto verdadero. Cuando lo consigues, sientes gozo en el alma y en el corazón; el cuerpo se conmueve, tiembla, se excita, disfruta. El placer es la manera en la que el cuerpo nos narra que algo que está pasando es hermoso. Te encuentras con este placer cuando lo que buscas es ser honesto y decir la verdad; cuando honestamente, verdaderamente, puedes decirla. Estamos hechos en estéreo: alma y cuerpo, espíritu y materia. Estos dos se están diciendo: “Te quiero, te prefiero”. Esta palabra de amor es algo pensado, meditado, sentido muy adentro. Es un deseo de “conocerte mejor, saber quién eres”, “que este afecto crezca, que no decaiga”. Es la voluntad de elegirte para iniciar una relación en la que podamos saber si estamos hechos el uno para el otro. Es, por tanto, una elección. “Te quiero, te prefiero”: pensamientos, sentimientos, deseos, voluntad = gozo del alma “Te quiero, te prefiero”: expresado en el abrazo y en el beso = placer del cuerpo.

“Yo no soy un trozo de carne” ¿Qué ocurre si desgajamos ambos aspectos, el corporal del espiritual, y decidimos divertirnos buscando sensaciones y viviendo gestos de intimidad que no significan nada?

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Responder a esta pregunta es muy importante. En el segundo capítulo lo haremos llegando hasta el fondo de la cuestión, porque además, nos permitirá entender qué les está pasando hoy a millones de jóvenes que en España se relacionan desde “el lío”, a partir de edades muy tempranas. No salen de él si no es para vivir alguna relación más estable, que en muchas ocasiones termina con la infidelidad de uno de los dos. ¡Claro! Cuando ambos vienen de la cultura del rollo, no es fácil pasar a vivir algo más profundo y maduro. Vamos a hablar de la educación en la infidelidad que genera el lío convertido en modo de diversión habitual. Antes, daremos una pincelada de lo que significa olvidarse del amor y vivir la sexualidad centrados en la búsqueda de placer, convertido en fin y sentido de lo que se hace. Utilizaremos una frase que escuchamos a una joven que se distanciaba precisamente de este tipo de relaciones. Ella decía: “Yo no soy un trozo de carne”. Es una buena frase, porque divertirse en clave de “lío” es como “ir a buscar cacho”. ¿Cacho de qué? ¿De chorizo? ¿De morcilla? ¿De butifarra? Persona igual a… “cacho de carne”. Esta es la consecuencia de convertir el placer en el sentido último de la sexualidad. ¡Atención! No estamos diciendo que la persona pierda su valor. Viva como viva y se relacione como se relacione, jamás pierde el valor o la dignidad, pero sí puede perder la conciencia de ser amable y digna de ser amada. Y cuando esto sucede, es muy doloroso. No es algo que vaya a pasar de buenas a primeras, ni siquiera ocurre siempre, pero muy probablemente ocurrirá. ¿Por qué? Porque cuando desgajamos amor y sexualidad, esta última se convierte en una sustancia con poder adictivo, como ocurre con el alcohol, determinados fármacos o el juego. Date cuenta que hemos puesto ejemplos de cosas buenas, que se convierten en problemas cuando no sabemos usarlos convenientemente. Lo que caracteriza la adicción es que la persona se convierte en marioneta de su necesidad. Despersonaliza, priva de libertad y cada vez más, en caso de que no se trabaje en sentido contrario, la fuerza de la adicción se torna más exigente, demanda más dosis para proporcionar un placer cada vez menor. Un joven contaba su historia: había empezado a acostarse con su novia a los dieciséis años. Unos meses después, consiguió un trabajo relacionado con el mundo de la noche. Ese mundo está lleno de “posibilidades”, así que empezó a serle infiel a su novia y así estuvo durante varios años, hasta que se encontró con Cristo. Primero dejó de serle infiel a su novia y después dejó de tener relaciones sexuales con ella. Lo que después de cinco años seguía recordando, es que había llegado a acostarse con alguna chica sin sentir placer en absoluto. Su pregunta era: “Si no llego a parar, si no me encuentro con Cristo y cambio de vida, ¿qué hubiera necesitado hacer para conseguir excitarme? ¡Si llegué a un punto tal de insensibilidad...!

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La ley implacable de la adicción consiste en que, cuanto más se acostumbra uno a determinados estímulos, más insensible se vuelve a ellos y por eso necesita más dosis de sustancia, sea cual sea, para obtener una capacidad cada vez más pobre y mermada de disfrute.

Jamón de Jabugo o jamón de paleta cocida. Se llama jamón, pero no es lo mismo Es muy distinto el placer que se obtiene de una relación sexual sin amor del de otra relación en la que amor es lo que se quiere comunicar. Es verdad: si dos consienten libre y voluntariamente, pueden pasar un buen rato y divertirse. Es verdad que, en parte, el placer viene de lo que tocas y del hecho mismo de tocar. De acuerdo. Pero de ninguna manera es lo mismo el placer cuando hay amor que cuando no lo hay. En primer lugar, conviene recordar que el cuerpo está hecho para sentir y siente siempre, a no ser que sufra algún tipo de trastorno. El cuerpo, si lo tocas, siente. Tanto es así que la víctima de un abuso puede responder sintiendo excitación, ante un gesto en ningún caso querido. ¿Cómo es posible? Porque el gesto ha sido íntimo y porque la persona está hecha para sentir en su cuerpo. De hecho, esta es una de las razones por las que una víctima de abuso sexual puede —erróneamente— creer que ella, de algún modo, provocó que el abuso se diese. Sin darse permiso, se puede sentir. Imagina si la persona se da permiso: con mucha más razón puede llegar a sentir. Sin embargo, no es lo mismo con amor que sin amor. Piensa en una chica de quince años que, en la hora del recreo, se ha recostado plácidamente en el tronco de un árbol, mientras que con los ojos cerrados toma el sol del mediodía. Sus amigas han ido a comprar un tentempié y ella ha preferido esperarlas. Supongamos que alguien se sienta a su lado, de forma tan próxima que roza brazo con brazo. Al abrir los ojos, ella contempla alucinada al chico de 2º de Bachillerato por el que lleva suspirando los ocho meses que llevan de curso. ¿Cuál es su reacción? Estupor, incredulidad, emoción, nervios… ¿Querrá que el chaval se sienta incómodo y se vaya? ¿Se sentirá molesta por el atrevimiento de él al sentarse tan cerca? ¿Sonreirá o pondrá cara de perro? ¿Buscará tema de conversación? ¿Responderá al chico en caso de que él trate de animar la charla? Lo más seguro es que sí, que dará lo mejor de sí misma para aprovechar esta situación tan estupenda como inesperada. Y si sufre un desmayo, tratará de perder la conciencia cayéndose del lado en el que él se ha ido a sentar. ¿Siente placer cuando nota su proximidad y le roza el brazo? Sí, siente placer. Todas las mariposas revolotean por doquier y está encantada. Vamos a imaginar a la misma chica, en el mismo lugar, a la misma hora, de la misma

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manera. Alguien se le acerca y le roza el brazo. Lo que pasa es que, cuando abre los ojos, no es el adorable chico de 2º de Bachillerato, sino uno de sus compañeros de curso, especialmente cargante y vacilón. ¿Cuál es su reacción? Estupor, incredulidad, indignación, nervios… “Tío, vete, que te dé el aire. ¿No hay suficiente espacio en el patio para que vengas a amargarme el recreo?” Ni mariposas revoloteando, ni desmayo, ni conversación, ni nada de nada. “¡Desaparece! ¡Y déjame vivir!” El gesto era el mismo: proximidad física, sentarse al lado, roce de brazo con brazo. ¿Se siente lo mismo? No, no se siente lo mismo. El placer viene de tocar y de cómo se toca. De acuerdo, pero hasta cierto punto. Porque el placer viene también de “quién me dice, qué me dice”. En el ejemplo anterior, no es igual el mismo gesto en el chico que gusta, que en el chico que “carga”. No es lo mismo “quien me dice” y tampoco da igual “qué me dice”. Porque en un caso, si el de 2º ha venido a buscarme, es porque yo, como mínimo, no le disgusto. Descubrir la reciprocidad de aquel por quien siento atracción forma parte del placer que se siente. El otro está buscando, ¿quién sabe? ¿Molestar, llamar la atención, conquistar? En cualquier caso, a esta chica no parece importarle lo que este acercamiento signifique. Cuando un joven se olvida de que el fin de la sexualidad es expresar la verdad del corazón; cuando decide dejarse llevar por el ambiente que le rodea y comienza a vivir gestos de intimidad sin ninguna vinculación a un afecto verdadero, se condena a sí mismo a un placer decadente, deslucido y triste, que necesita de continuo nuevos estímulos para poder seguir sintiéndose vivo. Lo llamamos jamón, pero puede ser de Jabugo o puede ser cocido de cinco euros el kilo. No es lo mismo el “pata negra” que la paleta cocida, ¿verdad? Pues los dos se llaman jamón. Exactamente lo mismo ocurre con el placer: lo más sublime o lo más triste.

Lo más sublime o lo más triste Aquí nos encontramos con la ambivalencia de la sexualidad. Puede ser lo más sublime, pero también lo más triste. ¿De qué depende? Hay una escena en una película de Almodóvar bastante elocuente para explicar cómo la sexualidad puede ser algo triste e incluso repulsivo. En “Volver”—como casi siempre, en las películas de Almodóvar la figura del varón no sale muy bien parada—, sale un hombre que se podría definir con tres palabras: cerveza, fútbol y sexo. De hecho, va a tratar de abusar de su hija adoptiva, porque la joven desde un punto biológico es hija de su mujer. Gran parte de la trama de la película consiste en que a este hombre se lo van a cargar y quieren deshacerse del cadáver. Y como las películas conducen nuestros

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sentimientos de manera admirable para que podamos aceptar lo inaceptable, la secuencia anterior al asesinato nos describe cuán repulsivo es, de tal manera que al verlo morir no nos duela demasiado y lo veamos comprensible. La escena consiste en que el matrimonio está en la cama y él le pide a ella tener relaciones sexuales. La mujer dice “no”. Entonces, la cámara se queda fija en la reacción suya mientras que siente, asqueada, que él se está masturbando a su lado, en la misma cama. La secuencia no es explícita, pero el rostro de ella lo dice todo. Si esta mujer hubiera accedido a tener relaciones con su marido, ¿se habría sentido amada? Este hombre, tal y como nos lo describe la película, ¿tiene capacidad para expresar amor en una relación sexual? No, ¿verdad? Bueno, pues en esto consiste la ambigüedad de la sexualidad, cuando se pone al servicio de una pulsión que impide amar con el cuerpo. De suyo la sexualidad es una poderosa energía que se despierta sobre todo en la pubertad. Es bueno tener apetito sexual, ya que es signo de un organismo sano, que se desarrolla adecuadamente. La inclinación sexual es natural y noble. Existe, aparece, está ahí. Tiene un sentido. Capacita a las personas para vivir el amor conyugal y transmitir la vida. El amor conyugal es aquel que necesita la genitalidad, como elemento esencial y propio para poder realizarse. Se expresa cuando, al entregar el cuerpo, se entrega la vida, el ser. La entrega del cuerpo permite y realiza la entrega de la persona. Se vive una unión en el cuerpo que expresa la unión de los corazones, de las vidas. He aquí la grandeza de la sexualidad. La entrega genital es el cauce que permite entregar lo más íntimo, lo más propio. Permite la entrega personal. En esto consiste su excelencia. El problema aparece cuando la persona no es dueña de su apetito sexual y, en vez de ponerlo al servicio de un amor verdadero, se ve impulsada por una fuerza que le lleva incluso a no respetar a aquellos con quienes comparte la vida. Es cuando la sexualidad se despersonaliza y se convierte en una triste realidad.

¿Reprimir los impulsos es “ser reprimido”? Conviene responder primero a dos preguntas: Si es bueno y normal sentir deseo sexual, ¿por qué no dejarse llevar por el impulso? ¿Por qué no darse ese gusto? ¿No va contra la naturaleza misma el reprimir ese deseo tan normal, que brota en la adolescencia? Hay que aclarar que no podemos sorprendernos, escandalizarnos o culparnos por tener deseo sexual. Ahora bien, reconocer los impulsos no significa querer dejarse llevar por ellos.

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Si un joven entra en una tienda de ropa porque tiene una celebración familiar, puede sentir la atracción de la ropa que ve. Si lleva 400 euros y es lo que tiene para gastar, quizá se sepa afortunado por tener ese dinero, o también puede reconocer que podría gastarse, no 400, sino 4.000 euros y sin hacer esfuerzo. En este caso, se trataría de un impulso: el joven siente el impulso de hacerse con una cantidad de ropa que es estupenda, preciosa, que le sienta genial. No tiene mal gusto. La tienda en cuestión tiene buenas marcas, con buen diseño y estilo. No hay sorpresa ni culpabilidad si dice: ¡Me gastaría 4.000 euros en un momento! Otra cosa distinta es hacerlo: pasar de la expresión de un deseo al acto real y llegar a gastarse el dinero que no se tiene, en una ropa que, por bonita que sea, no se necesita. Sentir un impulso no significa querer hacer algo. Alguien que por impulso compulsivo no puede dejar de comprar, tiene un grave problema. Si una chica entra en una tienda y dice: “Jo, ¡qué ropa, me encanta!”; y después de recrearse la vista, elige aquello que necesita, vuelve a casa contenta por lo que se ha comprado y feliz de no tener un impulso que la arrastre a hacer lo que no le conviene, esta chica no es una reprimida. Podríamos recriminarle: “¡Reprimida, por no comprarte todo lo que te gusta!” Sí, reprimida porque has refrenado tu deseo. Si hubieras dejado libre el deseo, te habría llevado a coger muchas más blusas, americanas o pantalones… Reprimida por inhibir tu impulso. Todos sabemos que esto no es verdad. Uno se siente reprimido cuando le dice que “no” al impulso sin un buen motivo. Sin que haya inteligencia. Reprimido es el que mueve su voluntad y dice: ¡”Stop! ¡No puedes!”, pero sin saber por qué. El reprimido siente, desea, ansía, pero continuamente inhibe todo ello por miedo, por culpa, sin ningún buen motivo para mover su voluntad y hacer ese esfuerzo gigante que supone paralizar sus deseos, no dejarlos expresarse. La gente que se dice ¡no! a sí misma por voluntarismo —detrás lo que hay es miedo, idealizaciones y culpa— suele ser poco libre y poco feliz. Otro ejemplo. Supongamos un chico que sale por las noches y le gusta beber, pero ha notado que su ingesta nocturna de alcohol va aumentando de forma considerable, de tal manera que ha perdido el control de sí mismo y ha llegado a hacer alguna tontería que jamás hubiera hecho de haber estado sobrio. Ahora se plantea seriamente poner un límite muy claro al número de bebidas alcohólicas que va a tomar al salir con los amigos. Y lo hace. Sale varias noches y se planta. En la medida en que lo va consiguiendo, se va sintiendo libre y feliz. Alguien podría llamarle reprimido: “Eres un reprimido porque no bebes lo que te gustaría beber”. Y es verdad que apetecer, le apetecería beber más. El cuerpo se lo pide, sin duda. Pero tiene una razón muy fuerte que le impulsa a no hacerlo. Ha decidido que no quiere necesitar de ninguna sustancia para divertirse; que no quiere dejar de ser él y llegar a hacer cosas por las que, en un estado de lucidez normal, se va a

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sentir avergonzado. Tiene el impulso de seguir bebiendo y eso no es extraño. No hay lugar para la sorpresa o la culpa. Es un impulso al que está haciendo la contra, no se está dejando llevar y esto supone siempre lucha, no es inmediato. Pero, a pesar de todo, no se siente reprimido. Más bien al contrario: se siente orgulloso y feliz. ¿Por qué? Porque la razón que tiene para decir “no” al impulso le convence plenamente y es muy motivadora. Las personas tenemos impulsos, pero nos movemos por el sentido, por la razón: la razón de lo que hacemos es fundamental para nuestro vivir humano. El mismo chaval puede ver a una chica muy mona y vestida de forma provocativa. Puede ser que un impulso se le haga consciente al pensar: “¡Le metería mano!” No es extraño que se le haya ocurrido tal idea o que surja ese deseo. Pero este joven tiene claro que ni se puede escandalizar por el deseo que ha sentido, ni va a dejarse dominar por él. Sentir un impulso no es lo mismo que querer hacer algo. La chica es hermosa; él demuestra estar bien hecho cuando siente la atracción que ella despierta. Atracción que puede sentir a nivel fisiológico, o psicológico, o en ambos sentidos. La cuestión es que este chico sabe que lo físico, precisamente porque despierta mucha atracción, puede reducir la relación a eso solamente. Y ha decidido que en las mujeres va a apreciarlo todo: no solo su encanto corporal, sino también su valor personal; ya sabes, pensamientos, sentimientos, deseos, voluntad… Su valor infinito, por ser imagen y semejanza de Dios. Entiende que su impulso sexual está bien puesto, pero también ordenado a la expresión de un amor capaz de entregar la vida al expresar la unión genital. Y que ese momento llegará cuando tenga la capacidad de elegir y decidirse por alguien. Uno no ama y se entrega a un par de orejas, ni tampoco a un par de piernas bonitas, ni pechos, ni curvas. Uno está hecho para elegir y amar a una mujer entera. Es este poderoso motivo el que hace que cuando siente el impulso “¡le metería mano!” no se sienta reprimido al decir “¡no!”: “No quiero mirarla así”, “quiero mirarla bien, entera”, “apreciar no solo el atractivo físico, sino descubrir a la persona”. Cuando uno educa la mirada y el corazón, con el paso del tiempo descubre con enorme alegría que la idea primera, esa que se centra de modo total o predominante en la atracción física, va dejando lugar a otro tipo de mirada más plena. Y esto desde la vivencia más natural y espontánea. Así pues, la sexualidad puede ser lo más triste cuando se desgajan amor y genitalidad; cuando uno se introduce en un torbellino de búsqueda de sensaciones, donde el valor personal se va olvidando; cuando la intimidad no expresa nada real, y consigue únicamente el apaciguamiento de una necesidad cada vez más implacable y exigente. La sexualidad puede ser lo más sublime, cuando la persona es libre para dar un sentido verdadero de amor a la expresión de su entrega corporal.

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Las feromonas no nos determinan: actuamos movidos por razones Nos movemos por la razón. Somos insaciables buscadores de la verdad, del sentido profundo que tienen las cosas. Por eso, no podemos estar de acuerdo con esas personas que al mirar el mundo adolescente dicen: “¡Genial, es muy hermoso el discurso ese acerca del amor y la sexualidad!” Es verdad que es bonito, pero no es práctico, ni realista, ni adaptado a nuestros tiempos. Aquello pudo servir para los jóvenes de hace unas cuantas décadas, no para los de hoy. Los jóvenes de hoy están “hiper-erotizados” por el ambiente, el cine, la tele, las revistas, la educación, las expectativas sociales… “Entre esto y que al llegar a cierta edad el deseo surge, no hay nada que hacer”, “por mucho que tú les cuentes otra historia muy linda e ideal, ellos van a hacer lo que van a hacer. Por lo tanto, los adultos no podemos ser ingenuos, hay que hacer una educación preventiva, informarles sobre ITS (Infecciones de transmisión sexual) y poner al alcance de su mano y de su bolsillo los anticonceptivos más adecuados a su situación”. No es verdad que los jóvenes vayan a tener relaciones sexuales, sea cual sea la educación que reciban, porque están determinados por su impulso sexual. Eso es completamente falso. Los jóvenes y los adultos nos movemos con inteligencia, dependiendo de cómo entendamos la realidad. En este caso, la realidad de la sexualidad. Tanto jóvenes como adultos escuchamos demasiado lo que dice la calle, el ambiente, la sociedad y el pensamiento “políticamente correcto”. Aunque creamos que somos originales y creativos, generalmente repetimos e incorporamos en nuestro pequeño mundo lo que el mundo exterior nos indica como adecuado. La sociedad educa la vivencia de la sexualidad. El hombre busca sentido, razón, inteligencia. Y la sociedad sirve en bandeja su inteligencia, su sentido, su razón. El joven no está predeterminado por sus hormonas, ni por su deseo sexual. Está enormemente condicionado por la expectativa que recibe del ambiente; es extremadamente sensible a esas pretensiones que pululan, por así decir, cual partículas en el aire que respira. Si no te lo crees, te ponemos un ejemplo: mira lo que ha sucedido con el tabaco. Nos ha cambiado la mentalidad a todos en menos de dos décadas. Veinte años no es nada, ¿verdad? Pues la mentalidad de la gente respecto al hecho de fumar y sus consecuencias sociales ha dado un giro de 180 grados. Un amigo cuya hija tiene ahora 20 años cuenta lo que sigue: estaba él nervioso, como solo lo está un padre primerizo. Acompañaba a su mujer como podía, tratando de aportar serenidad cuando tenía más bien poca. Eran los momentos previos al parto, esperando si el grado de dilatación era suficiente o no. Entra la matrona para revisar a la paciente.

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Antes de explorarla saca la cajetilla de tabaco, de la cajetilla un cigarro, lo enciende, se lo lleva a la boca y con el cigarro en la boca explora a la mujer. Después de analizarla durante unos segundos, mientras expulsa la bocanada de humo como puede, con el cigarro en la boca, sin poder llevárselo a las manos, comenta: “Esta mujer está lista para dar a luz, ¡al paritorio, por favor!”. Sería genial buscar hoy a esta mujer y preguntarle qué opina de la última ley antitabaco. Seguramente —dependiendo de si ella ha dejado de fumar o no— dirá que está de acuerdo, por supuesto, en que no se fume en los lugares públicos, pero que no poder fumar en una cafetería o restaurante, sobre todo, cuando se han tenido que reformar para crear un ambiente específico para fumadores, eso ya es pasarse. Quizá se quejará de algunos aspectos de la ley, pero seguro que no pretende poder fumar en un hospital, ni siquiera en el pasillo. Y sin embargo, si la ley no hubiera cambiado, probablemente hoy, años después, seguiría encendiendo su cigarrillo habitual, a la hora de siempre, en su lugar de trabajo. La ley ha cambiado hasta la mentalidad de los propios fumadores. Hay algunos que se han acostumbrado tanto a la nueva situación social que comprenden que el hecho de fumar perjudica a los demás. Por eso, incluso en su propia casa se van a la cocina o al balcón. Entienden que el humo molesta y que no tienen por qué causar inconvenientes a los demás. Hace menos de 20 años, se podía fumar en las habitaciones de los hospitales, en las aulas de los institutos, en las guarderías…¿Quién defiende hoy esto? La gente ha cambiado su forma de pensar gracias a leyes que han propiciado nuevos comportamientos y costumbres. Estos han generado una nueva conciencia. No nos movemos por instinto; nos movemos por inteligencia. Incluso cuando la inteligencia es opaca, nos movemos de acuerdo a las razones que tenemos para obrar de esta manera y no de aquella otra. Puede que la razón esté muy equivocada, que la razón “no tenga razón”, pero nos movemos de acuerdo al sentido que conferimos a la realidad. Los comportamientos de los jóvenes respecto a la sexualidad no son debidos a las hormonas, sino a la educación recibida a través del ambiente. El sentido de la sexualidad hoy viene dado por el ambiente social. Cuando un joven decide tener relaciones sexuales tempranas, lo va a hacer porque siente el deseo, sí, pero también porque tiene curiosidad; porque sus amigos empiezan a hablar de ello y no se quiere quedar atrás; porque desde su tierna infancia ha percibido a través de los medios de comunicación que es eso lo que tiene que hacer para ser adulto y para disfrutar de la vida… Porque desde instancias educativas, le repiten que es muy sano y estupendo. En definitiva, que es lo que tiene que hacer. Porque en casa, en la parroquia, en el colegio, etc, nadie le ha hablado de su belleza, de su valor, de su sentido. O si lo han hecho, ha sido una propuesta tímida y timorata.

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Quienes creemos que la sexualidad y el amor van unidos, los que creemos que la entrega genital es propia de un amor maduro, comprometido y responsable, ¿dónde estamos? ¿Qué decimos? Si el pensamiento es único, la libertad se empobrece. Si los jóvenes solo reciben una manera de entender la vida y la sexualidad, se quedan sin muchas opciones, a merced de lo que demanda el ambiente.

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CAPÍTULO 2

EL LÍO DE LA INFIDELIDAD Todo arte necesita entrenamiento Se dice de Filípides que fue el primero en correr un maratón. Aunque el dato es controvertido, nos interesa la historia: el ejército griego vence al enemigo persa, mucho más poderoso, en el lugar llamado Maratón. Filípides se apresura a dar la noticia a los atenienses y después de los 37 kilómetros que separan ambas localidades, consigue exclamar el grito de victoria: “¡Alegraos, vencemos!” Al decir esto muere, exhalando su último suspiro junto con la noticia y el saludo. No estaría muy bien entrenado este buen Filípides, porque hoy corren un maratón más largo, de poco más de cuarenta y dos kilómetros, gente que no es profesional. Sí que es verdad que hace falta una buena preparación, si no lo mismo fallece uno antes de dar el grito de victoria… Sesiones intensivas de trabajo en el ordenador no adiestran la musculatura para asumir ese esfuerzo intenso que requiere una carrera de larga duración. Sí facilitan, desgraciadamente, un aumento notable de masa amorfa, ese flotador sebáceo que circunda la cintura y amenaza con hacer estallar los botones de las camisas… Cualquier reto en la vida requiere una preparación específica. Amar es un reto. Todos tenemos cualidades innatas para amar, como las tenemos para el deporte, el inglés, la música, las matemáticas o la filosofía. No tenemos los dones en la misma cantidad, pero capacidad —ya sea poca, regular, mediana, buena, o excepcional—, todos tenemos: tenemos una capacidad innata para amar. Con simple facilidad para aprender un idioma, no lo aprendes. El niño tiene una facilidad inmensa para aprender idiomas, por difíciles que sean, pero necesita escucharlos horas y más horas; empezará a hablar después de mucho tiempo de haberse dedicado a escuchar, y luego lo hablará mal. Por fin se le empezará a entender, hasta que hable claro, conjugando frases difíciles y diciendo, incluso, palabras rebuscadas, que hacen mucha gracia cuando brotan de un pequeño que no levanta un palmo del suelo. Con cualidades y facilidades no vamos a ninguna parte. Hay que trabajar, hay que 38

educar ese don, ese talento natural. Lo mismo ocurre con la capacidad de amar y de ser amado. Es don y tarea. Nadie aprende a amar si no lo trabaja. Nos ocurren cosas: un amigo te hace caso, otro deja de hablarte; la pandilla con la que sales habitualmente se ha dividido; ha habido problemas entre dos y tú has tenido que elegir y no querías; Fulanita ha hecho un comentario de ti que te ha sentado mal y resulta que tu mejor amiga opina que algo de razón lleva; en clase hay un chaval nuevo al que nadie hace demasiado caso, aunque parece simpático y tú te preguntas si no estaría mal acercarte un poco, pero tienes miedo de cómo le sentará a… y sigue y sigue y sigue. En la vida suceden cosas, pero de lo que sucede en la vida no aprendemos a no ser que nos paremos a pensar. Nadie nace enseñado. A amar y dejarse amar se aprende. Y la vida sola no enseña: tienes que querer aprender tú. Este libro pretende hablar del amor conyugal. La educación hoy, más que capacitar a los jóvenes para el matrimonio, los incapacita. Impide que crezca y madure una capacidad natural que todos tenemos: la de ser fieles cuando decimos “te quiero”. Si uno no se acostumbra desde pequeño a ser fiel, luego no lo puede improvisar. Una chica justificaba la infidelidad repetida a su novio, al que decía querer, de la siguiente manera: “El día de mañana yo quiero tener una familia, marido, hijos…; ya sabes, lo normal. Eso es lo que quiero para cuando tenga los treinta y algo, porque, claro, ahora soy joven y tengo que vivir la vida. Hoy quiero disfrutar. No se pueden perder las oportunidades. El día que pase por la ‘piedra’ —el altar—, ese día seré fiel. Será el momento de sentar la cabeza y tener familia, pero antes… Solo se vive una vez”. Es verdad que uno puede siempre “caerse del caballo”. Con esta expresión nos referimos a alguien que va a buena velocidad en una dirección o sentido y que bruscamente se tropieza con algo, que le hace darse de bruces con el suelo y decidir cambiar de rumbo y orientación. Esta posibilidad existe. Pero es obvio que la mentalidad arriba descrita es un engaño. La fidelidad no se improvisa, hay que educarla.

El rollo de la infidelidad ¿Qué es el “lío” o “rollo”? Cuéntamelo tú, que seguro que has oído o visto algo sobre el asunto. Hemos preguntado a cientos de jóvenes y la conclusión que sacamos es que es una especie de deporte nacional. Algo así como la manera habitual de salir, relacionarse y divertirse de la gente. Y decimos gente, porque esto ya no se limita a determinadas edades. Es posible escuchar a algún joven quejarse porque después de la separación de sus padres ha llegado a encontrarse a su madre ligando en los mismos locales que frecuenta él…

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1. ¿Qué es el lío? Es el contacto íntimo con alguien con quien no se tiene un compromiso formal. 2. ¿A qué edades comienza? A partir de los trece años se da con frecuencia. Los que van rápido han empezado antes. Con catorce, el porcentaje es abrumador y con quince, el que decide no liarse tiene que pasar por el apuro de sentirse distinto, raro. 3. ¿Tiene algo que ver con el hecho de beber alcohol? Aquí las respuestas se dividen, pero la mayoría afirma que sí, bastante. Hay quien no necesita beber para buscarlo, pero la mayor parte reconocen necesitar cogerse “un puntillo” para salir de la timidez, vergüenza y pedir algo así a alguien con quien no se tiene confianza. Además, si la respuesta es “no”, desinhibirse, soltar una fresca y seguir disfrutando de la noche es más fácil con alcohol en vena. 4. ¿Cuándo ese contacto íntimo pasa a convertirse en relaciones sexuales completas? Responden: “Depende”. Depende, porque no existe una edad preestablecida. La horquilla va desde los 16 hasta los 18 años. Hay excepciones, por supuesto. Hay jóvenes que las tienen antes y otros que decidirán esperar mucho más allá de los dieciocho. Pero estamos hablando de lo frecuente. 5. ¿Qué es lo bueno del “lío”? Unanimidad: “A veces te lo pasas bien y no te compromete”. 6. ¿Y lo malo? También hay respuesta unánime: “Que, a veces, te quedas pillado”. ¿Te quedas pillado? Sí, empiezas a sentir algo más, pero sabes que no significa nada. No hay compromiso. Cuando te enamoras de aquel con quien tienes lío y la otra parte no siente lo mismo, entonces estás “colgao”. Ya no es tan divertido, de hecho, lo empiezas a pasar fatal. Decíamos que se comienza a beber alcohol a la vez que a buscar “lío”. La cantidad de alcohol necesaria para cogerse el puntillo ha ido haciéndose cada vez mayor, porque con dieciséis años no se bebe lo mismo que con trece. El cuerpo se acostumbra y necesita más. “Lío” e ingesta de alcohol aumentan en paralelo. Cuando llega la edad en la que muchos jóvenes se inician en las relaciones sexuales completas va a ser, justamente, el momento en que las cantidades de alcohol que manejan son grandes. Muchos tendrán relaciones sexuales bajo los efectos del alcohol. El alcohol funciona también como una especie de anestesia. Adormece el pudor.

¿Qué es el pudor? El pudor nace de la conciencia que tienes de tu valor y te defiende de posibles amenazas. Defiende tu intimidad, que es tanto física como espiritual. Puedes sentir el

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impulso de ocultar tu cuerpo ante una mirada invasiva, o esconder el alma si la amenaza son las preguntas insistentes de alguien que quiere saber detalles de tu vida por simple cotilleo o curiosidad. Si alguien se acerca mucho para hablarte, te molesta porque ha traspasado el límite de tu espacio vital. ¿Conoces a alguien que no se da cuenta de estos detalles y cuya proximidad te resulta molesta? Un desconocido se aproxima a ti, sin aparente razón: te pones en guardia. Si es un amigo quien lo hace, no te defiendes, te dejas hacer, a ver qué quiere, por dónde sale ahora… Si hay cariño y confianza, la proximidad física no molesta. De lo contrario, incomoda. Por eso en el “lío” es tan importante el alcohol. Cuando uno bebe, hace cosas que si estuviera en su sano juicio, jamás se atrevería a hacer; una de ellas es dejar entrar en la intimidad corporal a alguien que no es íntimo, ni cercano, ni querido. Es violento. Es ejercer violencia contra uno mismo obligarse a tener intimidad física con quien no se da una correspondiente intimidad espiritual. A uno lo anestesian para operarlo; de lo contrario, sería difícil aguantar el dolor. Sin perder temporalmente la conciencia del valor sería violento vivir el “lío”. Por eso, una experiencia frecuente en institutos y campus universitarios es que dos que han vivido el fin de semana la mayor intimidad que se puede vivir en el cuerpo, no quieren cruzarse por el pasillo del centro en el que estudian para no tener que saludarse. El lunes por la mañana uno está sobrio y ha recuperado la conciencia; por eso vuelve a sentir pudor. De tanto anestesiarlo, el pudor puede llegar a perderse. No te angusties: también se adquiere. El exceso de vergüenza es pudibundez y su carencia es impudicia. Aquí de lo que se trata es de tener un pudor sano. ¿Sabes por qué? Porque la conciencia de tu valor te permitirá vivir relaciones con una distancia justa. La distancia justa permite relaciones sanas. La confianza tiene que ir creciendo en la medida que crece el conocimiento del amigo. No puedes meter a alguien hasta la cocina si previamente no sabes quién es, cómo piensa y de qué manera te va a tratar. “Meter hasta la cocina” es contarle tu vida en sus detalles más personales, por ejemplo, “meter hasta la cocina” es compartir la intimidad corporal. Creo que es fácil entender todos estos razonamientos e incluso convenir que no son del todo ilógicos. Sin embargo, arrastra mucho esto del “lío”. Es algo así como la comida basura: uno reconoce que no es buena para la salud, pero está rica, es barata y casi siempre apetece. El juego del lío es lo mismo: tiene algo que conecta con ese “don Juan” que todos llevamos dentro. “Don Juan” llamamos al seductor, al “me gusta gustar”, que se fijen en mí, no pasar desapercibido, que me hagan caso, colgarme una medallita en la solapa, marcar con una muesca más mi revólver, tachar de la lista un nombre o incluir en mi colección un nuevo cromo.

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“Me gusta gustar” Imaginemos a una chica de dieciséis años que sale con sus amigos y resulta que le dicen por varios canales distintos que le gusta a un chico que dice estar “loquito por ella”. A ella el chico no le atrae nada, pero le encanta gustar. Le sube mucho la autoestima saber que Fulanito bebe los vientos por ella. Por supuesto, no le interesa darle la impresión de que está interesada por él, pero tampoco quiere ahuyentarle. No está nada mal tener un admirador. ¿Qué va a hacer? Darle una de cal y otra de arena: la de cal, para que no deje de estar pendiente de ella, y la de arena, para que no se lo crea demasiado. Dicho así suena muy cruel. Pero si uno no piensa, si no se hace consciente de por qué actúa y reacciona de una determinada manera y no de otra, es posible estar actuando así y no darse cuenta. Puede darse otra circunstancia diferente: el chico le gusta muchísimo. Hace varias semanas que se ha fijado en él y cada vez le gusta más. ¿Qué deseo inmediato surge en esta chica? “Quiero interesarle, gustarle, que se fije en mí”. Y ahí comienza el juego de seducción y conquista. Imaginemos que el chico es tímido y no resulta fácil derribar su resistencia. Un mes y medio se pasa esta chica intentándolo todo para poder al fin conquistarle. Entre medias ha estado obsesionada con él, sin poder quitárselo de la cabeza, soñando antes de dormirse con diferentes maneras de aproximación, conversaciones, situaciones… Todo ello vivido con enorme intensidad. ¿Te ha ocurrido alguna vez estar durante semanas con una especie de obsesión así, que de la noche a la mañana desaparece? Desaparece y la persona que ha generado tanto revuelo incluso puede resultar cargante, poco atractiva o molesta. ¿Por qué? Porque se trataba de conseguir el cromo y desde el momento en que ya se tiene, se ambiciona otro distinto. Pero no somos cromos, sino personas… Es curioso. Al hablar con los jóvenes, preguntas: ¿este tipo de situación ocurre? Te dicen: “Sí”. ¿Os parece bien que os hagan algo así? “No”. ¿Y hacerlo vosotros? Silencio. Tímida respuesta, nada clara por otro lado. Vamos a seguir con el ejemplo anterior fijándonos ahora en el chico objeto de la conquista. Dijimos que era tímido y por eso no había resultado sencillo conseguirlo, pero que al fin había caído. ¿Cómo se queda él viendo que, justo ahora que comienza a sentir algo por ella, ella pasa y parece haberse convertido en otra chica distinta? ¿Defraudado, desencantado, herido? Sí, y también enfadado, triste e inseguro. Inseguro porque… ¿todas las chicas son iguales, que te dicen una cosa y luego es otra?; inseguro, porque no sabe si va a encontrar alguien de quien poderse fiar; inseguro, porque duda de que exista el amor verdadero y teme que todo se reduzca a lío, rollo y falsedad; inseguro, porque siempre va a haber un chico más alto, más rubio o más moreno y con mejor fachada que

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él. Esta chica ha confundido estar enamorada con “me gusta gustar”. Es verdad que durante una buena temporada —mes y medio a los dieciséis años es mucho tiempo—, no ha podido quitarse al chico de la cabeza y ha confundido esa obsesión con sentir amor. Ha dicho cosas muy comprometidas, porque cuando uno sale, sobre todo si está con el puntillo, es capaz de decir cosas bonitas, fruto de la emoción del momento. Ella no sabía lo que iba a pasar después, no tenía ni idea de que el chico iba a dejar de gustarle de la noche a la mañana. No pretendía mentirle, pero todo lo que le ha dicho ha resultado no ser verdad. Cuidado, ¡que no te hagan esto! ¡Cuida de no hacerlo tú! ¿Y cómo se evita? Yendo despacio; cultivando la amistad; esforzándote por conocerte por dentro y por conocer a los amigos con los que te relacionas; prefiriendo callar a hablar movido por una emoción que puede ser pasajera; “dando tiempo al tiempo”; en definitiva, sabiendo que la intimidad del cuerpo es como la intimidad del corazón: lugar reservado para los cercanos. Lo más valioso que tienes, no lo compartes con un extraño.

¿Cuándo hay que perder la virginidad? Hablando de intimidad, una pregunta típica, que siempre aparece en la conversación con jóvenes en edades de la ESO, es: “¿Cuándo hay que perder la virginidad?”. La pregunta es buenísima y curiosa su formulación: ¿perder la virginidad? ¿Es que la virginidad hay que perderla? Uno se esfuerza por perder las cosas que no valora. Tu móvil te da problemas, se le agota la batería en un momento, no tiene memoria, acaba con tu paciencia; le has pedido a tus padres, por favor, que te ayuden a conseguir otro, pero no hay manera; no son capaces de ver la urgencia y te dicen que sí, que aprovechando que dentro de siete meses es tu cumpleaños, te regalarán un modelo mejor. Te desesperas. ¡Siete meses! Siete meses con la castaña actual… No sabes si lo podrás soportar y se te ocurre algún plan en el que la pérdida del móvil ocurre de manera imprevista y casual… Ensayas varias veces la manera de dar la noticia en casa, para que suene lo más convincente posible… Quieres perder algo que no valoras, un lastre, un problema, un recuerdo. Lo que sea, pero todo negativo. No sueñas perder algo positivo. ¿Has pensado alguna vez qué vas a hacer con el dinero de tu primer sueldo? Vamos a imaginar que lo recibes en un sobre, porque por transferencia no es tan entrañable y además, tampoco nos serviría el ejemplo. Lo tienes en un sobre, te lo acaban de dar y tú estás feliz. Puestos a soñar, total, nadie nos lo impide, vamos a poner una buena cantidad para que tu felicidad sea completa. Recibes

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1.500 €. Tu primer sueldo. Y sales de la oficina feliz, pensando el regalo que vas a hacer o que te vas a hacer para celebrarlo. Quizá has estado pensando en comprarte un Mac. Lo que tú quieras. Ya te digo que soñar es gratis… Te encuentras unos amigos camino de tu casa y como te sientes espléndido, les invitas a tomar algo. Pagas tú, faltaría más. Te entretienes un rato antes de llegar a casa y cuando llegas, anuncias a los tuyos lo que traes. Cuando buscas el sobre, ¡no está! Desconcierto, turbación, pánico… No lo encuentras. Desandas el camino, buscas en el bar donde te has detenido. Tentado estás de mirar bajo las alcantarillas… ¿Cuándo hay que perder el primer sueldo? ¿Perderlo? ¿Perder 1.500 €? ¿Por qué? ¡Qué pregunta tan rara! No quieres perder dinero. Quieres emplearlo bien; si te compras un ordenador y al segundo día te da problemas, te lamentas, porque has invertido en él algo valioso. No quieres perder, quieres invertir bien el dinero que tienes. ¿Qué es la virginidad para querer perderla? La virginidad eres tú, que te entregas cuando entregas tu intimidad corporal. La gente se hace regalos para demostrarse el cariño. No es lo mismo que te invite un compañero de clase, a ti y a todos los de tu curso, a que te invite tu mejor amigo. Normalmente, cuando los niños son pequeños, las madres entran en las tiendas típicas de “busque usted lo que quiera que lo va a encontrar barato” y tienen pensado un presupuesto. “Me voy a gastar unos diez euros”. Lo que sea, pero poco. La cuestión es tener un detalle y basta. O se juntan unas cuantas para reunir dinero y entre todas comprar algo que merezca la pena. Hay un presupuesto. Si no, la vida social en la que nos hemos metido se hace imposible. Cuanto más amigo sea el amigo, más importante va a ser la inversión. Los novios, por ejemplo, no van a una tienda de “cómpreme barato” a no ser que quieran poner fin a la relación y no sepan cómo. ¿Te imaginas a uno regalándole a su novia un estuche precioso en el que hay un sacapuntas? O es una broma y luego va el regalo en serio o si no, ¿se está riendo de ella? Los novios se hacen un regalo después de un año saliendo juntos. Imagínate el regalo de ese aniversario: ¿un reloj? ¿una pulsera? ¿una cadena? ¿unos pendientes? No sé, algo fino y con cierto valor económico. ¿Cuándo se regalan los novios la alianza? La alianza no es un regalo de aniversario; es un regalo de compromiso. Imaginemos que el chico le regaló a ella un reloj cuando no llevaban demasiado tiempo saliendo y se gastó 500 euros (es el del sobre de los 1.500 euros, que al final los encontró). “¡Pedazo de regalo!” Pasan los años, la relación va creciendo y llega un momento en que él decide hacerle otro regalo distinto, esta vez una alianza. Le ha costado 350 euros. ¿Qué vale más, el reloj de 500 euros o la alianza de 350 euros? La alianza vale más, aunque cuesta menos: vale por lo que significa. Y ¿qué significa? Significa la virginidad. “Para decirte lo que te quiero no puedo regalarte cosas, necesito entregarme yo. Este

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anillo simboliza el don de mí mismo que quiero realizar. Quiero entregarme a ti”. La alianza cuesta 350 euros, pero ¿cuánto vale? Vale lo que vale la virginidad. ¿Cuánto vale la virginidad? Vale lo que vales tú. Y tú, ¿cuanto vales? Venga, dame un precio. No ha pasado tanto tiempo desde que se abolió la esclavitud. Hoy en día, sigue existiendo de diferentes maneras. Antiguamente, cuando la gente iba al mercado, podía comprar lechugas, cebollas, una vaca o una persona. Las personas estaban expuestas, se las podía observar, tocar, abrir la boca y mirar la dentadura, porque de ahí luego se derivaban muchos problemas. Con mala dentadura, mal negocio. Luego, la discusión y el regate. ¿Cuánto vales? Ponte un precio, por favor. Me encanta que no lo hagas y que tengas claro que tú no puedes reducir tu valor a una cifra económica. Imposible. Vales eso y más. De acuerdo. Eso es lo que vale tu virginidad. ¿Cuándo hay que perder la virginidad? La virginidad no hay que perderla, se entrega a la persona adecuada en el momento oportuno. Cuando se regala a la persona adecuada en el momento oportuno, no se pierde la virginidad, se entrega, que es distinto y entonces, se realiza su valor. La virginidad es para la entrega. Nadie tiene vocación de “momia de Tutankamon” o ha nacido para ser conservado en formol. Todos nacemos para ser amados y amar. Conviene precisar que las personas célibes no son momias vivientes. La entrega corporal es la expresión concreta de un amor específico: el amor conyugal. No todo el mundo tiene la llamada a entregarse así para cumplir la vocación al amor que todos llevamos escrita como necesidad vital.

¿Por qué la primera vez es especial? En cierta ocasión, una chica formulaba por escrito la siguiente pregunta: “¿Por qué es más importante el momento de perder la virginidad que los demás? Creo que todos merecen el mismo valor. El culto a la virginidad es solo algo bonito porque es la primera vez, pero nada más, ¿no? ”¡Qué pregunta tan buena! Porque expresa algo, que quizá sin saber ponerlo en palabras, muchos nos hemos preguntado. ¿Por qué ese culto a la primera vez? De acuerdo, sí, tener una relación sexual es algo importante, la primera vez que haces algo importante deja un recuerdo especial en la memoria. Es normal que se quede más grabado la primera vez de algo: coger el coche solo, salir al extranjero, dar una charla en público, el primer beso… Lo que sea. ¿Es solo eso al hablar de la virginidad? Después de escuchar muchos testimonios de distintas personas, de diferentes edades, condición, pensamiento… hemos podido intuir el valor añadido de la primera vez. ¿Cuál es?

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Volvemos a los ejemplos, porque si no, no lo sabemos explicar. Seguramente no sabes de costura. Tranquilo. Nosotros tampoco. Pero al menos, te habrás fijado cómo lo hace alguien que sí sabe. Bueno, si es que no, pregunta y que te lo cuenten. Cuando uno quiere meter el dobladillo en un pantalón, primero hace un ligero pespunte. Es decir, unas puntadas amplias; no se puede considerar cosido. Si se dejase así, enseguida se deshilacharía todo. El pespunte va a ser como un trazo que sirva para que luego la máquina de coser pase por encima, dejando bien sellado el asunto. Solo entonces el dobladillo queda sujeto y oculto. En el primer capítulo nos hemos detenido ampliamente para explicar que somos cuerpo y alma, y que ambas dimensiones de nuestro ser están profundamente unidas. Tenemos alma y cuerpo unidos algo así como en un amplio pespunte. Las hiladas están puestas, el trazo marcado. Ahora es fácil pasar la máquina de coser y con puntadas fuertes y numerosas, terminar de coser lo que está hilvanado. Dios nos ha hecho muy bien. Da gusto entender esa armonía hermosa y sorprendente entre nuestra dimensión corporal y espiritual. Pero, ¿por qué estamos a medio hacer? La vida es don y tarea. El don es todo eso que hemos recibido, que podemos entender y descubrir en nosotros como rastro inequívoco de un Dios que es bueno y nos bendice. Es signo de su amor y confianza en nosotros el que nos haya dado inteligencia para entender sus trazos, corazón para aceptar su plan de amor y voluntad para decidir vivir por esos trazos marcados. Nuestra voluntad, decisiones y biografía es la máquina de coser, que deja profundamente sellado todo eso que por naturaleza está dispuesto en nosotros. ¿Por qué es más importante la primera vez? Porque en el cuerpo uno entrega el ser entero. Y lo que das, ya no lo tienes. Al menos, no de la misma manera. Lo que das, no lo tienes, a no ser que hagas un trabajo para recuperarlo. ¿Ejemplo? Una chica reflexiva y madura cuenta su experiencia. Ella pensaba tener relaciones sexuales cuando sintiera algo fuerte, cuando estuviera enamorada. Esto le sucedió con dieciocho años y decidió que se acostaría con su novio. En la relación había falta de sintonía; ella había concedido un valor a la relación y no veía en el chico la misma implicación. La situación se prolongó durante un tiempo, pero al final ella rompió, a pesar de quererle mucho. Cuenta que, después de acabar con la relación, estuvo año y medio sin salir de casa por depresión. Lo que ella no sabía es la gravedad del dolor por el que ha tenido que pasar. No sabe que al enamorarse, al entregar su cuerpo, ha entregado su persona a alguien que no estaba capacitado para recibir ese regalo. Un regalo que no es apreciado es un regalo despreciado. En este caso, el regalo era ella: ella fue quien sufrió el menosprecio. Tuvo el coraje de darse cuenta y decidió romper. No todas las personas que se ven en una situación semejante tienen la fuerza para hacerlo y para atravesar una depresión de año y

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medio, sin volver de manera intermitente pero continua a la relación insana, de la que se quiere salir. Esta chica ha afrontado el trauma de una “separación pseudomatrimonial”. No llega a matrimonio, porque a ambos les faltaba la conciencia de lo que estaban viviendo, y la decisión de vivirlo, pero en realidad, estar enamorados y vivir este gesto tiene una fuerza semejante a lo que es el matrimonio natural.

¿La virginidad se recupera? ¿Podría esta chica hacer “borrón y cuenta nueva?” Otra pregunta de excepcional importancia que nunca falta en las conversaciones sobre el tema…Queremos que la respuesta sea clara: sí, se puede recuperar la virginidad. Pero para comprender bien lo que se recupera y el camino que hay que hacer, primero hemos de entender lo que pasa. Hemos afirmado que la primera vez van unidos cuerpo y alma. Si uno se equivoca y se entrega a la persona equivocada, en un momento poco oportuno, puede sentir fácilmente dolor: el dolor de haber entregado lo más valioso de forma indebida. En el instante en que uno se da cuenta de ello, es un momento transcendental de la vida. ¿Por qué? Distingamos dos conceptos. Por un lado, la integridad física y por otro, el sentido moral de la virginidad. La integridad física sería la de la primera vez que se entrega el cuerpo completo, y como hemos indicado, el cuerpo conlleva la dimensión espiritual, porque así venimos “hechos de fábrica”. Por otro lado, está el sentido moral de la virginidad. Con ello nos queremos referir a la conciencia de darse uno mismo, de dar el alma cuando se entrega el cuerpo. Un joven puede no tener ni idea del valor de esa primera vez; sin embargo, siente todo su dolor cuando lo ha vivido de manera equivocada. Es un momento muy importante, porque existen dos posibilidades: 1. Aprender del error y rectificar. 2. Vivir desde la herida y perder, no ya la virginidad como integridad física, sino decidir perder el sentido moral de la virginidad. Pongámonos en la primera opción. Un chico ha vivido sus primeras relaciones sexuales, movido por un fuerte enamoramiento. La relación no es buena: la chica no le quiere, le ha conquistado, ha sumado un triunfo más y le ha dejado por otro. Este chico experimenta en carne viva todo el dolor de sentirse rechazado, utilizado, no querido. Comprende que al entregarse entero le ha dado todo a cambio de nada, porque él no ambicionaba tener una relación sexual, sino quererla a ella y saberse querido.

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Ambicionaba intimidad, una relación con sentido y con futuro: poder sentirse unidos, compañeros de camino, capaces de construir la vida juntos…En medio de esta situación, busca ayuda. Necesita poder hablar, desahogarse, entender lo que ha ocurrido. Encuentra esa ayuda y poco a poco va reconociendo que tiene motivos para sentir el dolor que experimenta. Es a sí mismo lo que ha puesto en juego en esa relación; y al ponerse en juego, al arriesgarse, le han herido. Ha sido golpeado en lo más profundo. Si ahora sufre y llora es porque está bien hecho: tiene razones para llorar. Poder llorar lo que es triste es síntoma de un corazón sano. Si lo que nos ocurre es lamentable y no nos lamentamos, algo va mal. Al igual que es una suerte poder reír si la realidad es gozosa, es también un lujo darse permiso para llorar, cuando la situación lo requiere. Poder llorar y poder arrepentirse es sano; quedarse en las lágrimas o vivir desde las heridas, no lo es. Si uno llora, saca conclusiones y aprende, ¡enhorabuena! Para eso está la vida: para aprender. ¿Al aterrizar en el planeta Tierra firmaste algún contrato según el cual te comprometías a no equivocarte nunca, bajo ningún concepto? ¿Hay algún documento escrito en el cual se afirma que no tienes derecho a decir “perdón”, a decir “lo siento” y a aprender? Este chico ha buscado ayuda, se ha concedido permiso para sentir y para llorar, ha aprendido que la entrega de la intimidad corporal tiene un valor que no conocía en ese momento y ha decidido que la próxima vez que viva este gesto, va a ser con la seguridad —seguridad moral, en cuestión de relaciones personales no existe la seguridad matemática— de que hay un amor maduro y comprometido, no solo por su parte, sino por ambas. Se va a asegurar de que ella esté diciendo lo mismo al mismo tiempo. A consecuencia de esta experiencia, resulta que el chico ha descubierto y decidido vivir el sentido moral de la virginidad. Lo ha aprendido a raíz de un error: la pérdida de la integridad corporal. Perdió la virginidad —la integridad física— y comprendió su valor y su sentido: ganó la virginidad en sentido moral.

Perder el sentido moral de la virginidad: entregar el cuerpo y esconder el alma La segunda opción era la opuesta: decidir vivir desde la herida. Nos encontramos el siguiente argumento repetido en boca de quinceañeros y treintañeros, pasando por los de veinte, por supuesto. Es impresionante la inconsistencia e inmadurez que supone una conclusión como la que sigue a continuación: “Me han hecho daño, han jugado conmigo, me he entregado y me han usado como a un pañuelo. A partir de ahora, yo también voy a usarles, yo también voy a jugar y me voy a reír”. ¿Qué implica este planteamiento? Decidir tener relaciones sexuales, pero entregando

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solo el cuerpo. Es la decisión de esconder el alma: “He sufrido una vez, pero no habrá una segunda. Nadie me va a hacer sufrir de nuevo”. Es la decisión de no poner en juego el corazón. Sin embargo, se banaliza completamente la entrega de la intimidad corporal, porque, una vez que se ha perdido la virginidad, “qué más da una que ochenta”. En el fondo es una decisión que nace del dolor y de la desesperanza: uno desespera de que el amor sea posible, de que alguien llegue a ver la grandeza y el valor personal. Como todo esto genera dudas y frustración, sería algo así como una “reacción ibuprofeno”. ¿Sabes lo que es la “reacción ibuprofeno”? Tengo una infección que me provoca una serie de síntomas: fiebre, dolor de cabeza y malestar general. Estoy hecho polvo, pero decido no ir al médico ni poner remedio a la enfermedad que me provoca todos estos síntomas. Me voy a automedicar: tomaré antiinflamatorio, que es un aliviador de síntomas. Me baja la fiebre, no siento el dolor de cabeza y voy tirando. No me siento del todo mal porque estoy atiborrado a medicamentos que hacen desaparecer los síntomas, pero que no curan la infección que es la causa de todos mis males. Uno siente dolor por lo que ha vivido, porque se ha entregado verdaderamente a la persona equivocada en el momento inoportuno. En vez de llorar, aprender y perdonarse, decide vivir desde la herida. Esto origina más herida y más dolor, que hay que aliviar y contrarrestar con más antiinflamatorio. El “antiinflamatorio” son esas relaciones personales en las que hay mucho sexo y poca intimidad. No se piensa en el futuro. “¿Para qué?” No hay demasiada esperanza, pero hoy sobrevivimos, vamos tirando. Eso es todo, amigos, porque “no seamos ingenuos, el amor para toda la vida no existe, eso es un cuento chino, lo único a lo que podemos aspirar es al cariño, al respeto, a hacernos compañía mientras dure el amor, a tratar de no tirarnos los trastos a la cabeza y ser civilizados cuando el amor se acabe”. En este caso, se perdió la integridad física ––virginidad entendida como “primera vez”— y también el sentido moral de la virginidad. Porque se ha decidido separar alma y cuerpo. Se ha decidido vivir entregando el cuerpo y escondiendo el alma. Y eso tiene un precio. Me lo explicaba una mujer con el ejemplo de su propia vida. Ella había vivido relaciones íntimas privadas de amor durante los años de su juventud, hasta que conoció al que hoy es su marido. Hasta tal punto que en una ocasión el hombre con el que había compartido la noche, al despertar, le preguntó su nombre. ¡Había vivido la mayor intimidad con un hombre que ni siquiera sabía su nombre! Conoce la Iglesia, a través del chico con el que se casa: se convierte y cambia de vida. No tuvieron relaciones sexuales en el noviazgo y, en el momento en el que me cuenta su experiencia, lleva cinco años casada y tienen dos hijos. Estaba asistiendo a un curso en el que se explicaban cosas como las que estamos desarrollando en este libro. Se estaba dando cuenta de que “en estos años que llevo casada, sigo esperando que una mañana mi marido desaparezca. Es

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que el gesto es el mismo… El gesto a través del cual dos pueden estar jugando o entregándolo todo, es el mismo. He vivido tanto tiempo la genitalidad como un juego que me cuesta creer que pueda ser verdad, que al vivir una relación sexual, mi marido se esté entregando de veras a mí”. Meses después, me decía: “A medida en que te hablaba me daba cuenta de la inseguridad con la que he vivido todos estos años”. Es solo un ejemplo, pero tiene sentido. Tiene sentido que si uno se esconde, se protege y no se fía, primero tiene que ser consciente de lo que le está pasando, para poder sanar y decidir vivir de otra manera.

¿Cómo se recupera la virginidad? Se puede recuperar la virginidad; también en el caso de que se haya perdido, no solo la “integridad física”, sino su sentido moral, fruto de decisiones personales y actos repetidos. Ahora bien, es bueno ser conscientes de la magnitud de la pérdida; darse permiso para sentir; comprenderse; experimentar el perdón de Dios y perdonarse uno mismo con esa misericordia recibida… Tener paciencia y aprender a esperar… Cuando todos los factores anteriores se han dado, el tiempo cura las heridas y regala esperanza. Sí, la virginidad sí se recupera.

Perdidos en el bosque y de fiesta con el enemigo ¿Conoces la historia de Hansel y Gretel? La pérfida madrastra no les quería y deseaba deshacerse de ellos, haciendo que se perdieran en el bosque, sin posibilidad de regresar a casa. Hansel, que intuía esas malas intenciones, desbarató sus planes cogiendo guijarros que iba desparramando por el camino, como mojones que les sirvieran de guía para la vuelta. Pero en una ocasión en que no dispuso de tiempo para llenarse los bolsillos a base de piedras, tuvo que conformarse con migajas de pan. Esa vez el plan no funcionó; los pájaros se comieron las migas y por la noche, a la caída del sol, Hansel y Gretel se encontraron solos y perdidos, en medio del bosque, sin saber el modo de regresar al hogar. Esta parte del cuento nos recuerda a otra parábola, esta vez contada por Santa Teresa, la gran mística española, en su libro “Las Moradas”: en él trata de explicar los diferentes niveles de vida espiritual, en la medida en que la persona se va aproximando a la unión con Dios, que vive dentro de ella. Santa Teresa se imagina a la persona como un castillo con diferentes estancias, unas más externas que otras; en la habitación más interior y preciosa reside el Dueño y Señor del Castillo: allí es donde Dios mora. Hay que

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tener en cuenta que Dios nos ha creado y es Él quien nos comunica el ser y la vida en este momento y en cualquier otro. En Él somos, vivimos y existimos. El castillo representa el alma y el señor del castillo es Dios, cuya estancia es la más profunda y escondida. La cuestión reside en que el alma tiene que encontrarse con Dios. Tú podrías pensar: “No será trabajo difícil. Si Dios está en el alma, el alma encontrará fácilmente a Dios”. No es tan sencillo como eso; la situación inicial es un tanto calamitosa: las potencias del alma —inteligencia, memoria, deseos, sentimientos, emociones, voluntad, etc, de las que hemos hablado en el capítulo anterior—, están todas ellas fuera del castillo, banqueteando, de fiesta o haciendo alianza con los enemigos del castillo. Por así decirlo, el alma está desparramada, fuera de sí misma, haciéndose la guerra, porque es aliada de los enemigos de sí misma, quienes traman hacerse con la fortaleza y destruirla. El desarrollo del libro describe la lucha indecible de las potencias por deshacerse de sus enemigos, entrar de una vez por todas en el castillo e ir accediendo, una tras otra, a esas habitaciones, cada vez más interiores, hasta poder encontrarse con aquel que es su Amor, su Dueño y Señor: la unión del alma con Dios. Hemos visto a Hansel y Gretel perdidos en el bosque, sin migas de pan que les indiquen cómo volver a su cabaña; Santa Teresa nos ha explicado que el alma puede estar también fuera de su hogar, perdida en las inmediaciones, haciendo los honores a quienes le hacen la guerra. ¿Por qué acudimos a estos ejemplos? Para tratar de presentarte de forma visual una realidad que ocurre con frecuencia: no somos dueños de nosotros mismos. No tenemos ni idea de lo que queremos; estamos desorientados, perdidos, sin brújula, sin sentido. ¿Crees que te conoces a ti mismo? ¿Cuándo es la última vez que te ha sorprendido una reacción tuya? En la medida en que vamos viviendo, las distintas circunstancias que nos ocurren propician el que salga a la luz aquello que estaba escondido. Y, en muchas ocasiones, los primeros sorprendidos ante nuestra respuesta a lo que sucede somos nosotros mismos. Quizá no exista tarea más apasionante en la vida que entrar en ese castillo que es imagen de nosotros mismos y hacernos dueños de la fortaleza, entrando hasta el fondo, llegando hasta el Origen.

La mala educación Hemos empezado el capítulo hablando de la preparación específica que requiere el amor conyugal y cómo el hecho de separar la sexualidad del amor que le da sentido hace que las personas terminen viviendo gestos que son pura apariencia: sin querer entregar el corazón para no sufrir. Este es el fruto amargo de una educación para la infidelidad. Se empieza jugando y terminamos rotos, desgarrados, solos y perdidos.

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¿Existe algo más doloroso que sufrir una infidelidad? Pensamos que sí, que hay algo más doloroso: ser uno mismo infiel, no poder fiarte de ti mismo. Desde hace un tiempo oímos hablar de rupturas matrimoniales en donde la causa no es un problema grave; simplemente, uno de los dos se planta un buen día, diciendo: “Ya no siento lo mismo por ti”, “ya no estoy enamorado”. Ante situaciones como esta, que cada vez son más frecuentes, no es posible dejar de hacerse esta pregunta: “¿Cómo es posible que algo así suceda?” Hoy en día, las personas se casan a edades más que respetables; normalmente han elegido libremente a la persona con la que deciden comprometer su vida y ha habido un periodo de relación previa prolongado, cuando no convivencia. Libres, adultos y con posibilidad de conocerse mutuamente; y de repente, un día, uno de los dos descubre que “ya no te quiero, ya no siento lo mismo”. ¿Cómo es posible? Seguramente, la respuesta no es sencilla ni única, pero aquí nos interesa destacar algo: la mala educación. Se nos educa para desarrollar habilidades técnicas que nos capaciten para desempeñar trabajos varios; se nos educa para asumir responsabilidades en el ámbito laboral; se nos prepara para responder a los retos del mundo profesional, porque parece que el sentido de la vida nos lo jugamos en la medida en que somos capaces de adquirir éxito económico, prestigio, estatus… ¿Y qué pasa con la capacidad de amar y de ser amados, con la capacidad de construir relaciones maduras, fuertes, estables y duraderas? Si no puedes confiar en ti, ni en él o en ella, ¿es posible ser feliz por dinero, prestigio o por el poder que alcances? Confiar en ti. ¿Cuál es el camino de vuelta a casa? ¿Cómo puedo hacerme, poco a poco, dueño de mí mismo? En el capítulo anterior analizábamos el sorprendente cambio que ha experimentado la sociedad española con respecto al tabaco. Ahora podemos contarte también el cambio igualmente impresionante que se ha vivido en relación a la sexualidad. Aunque las raíces del cambio provienen de más antiguo, sus consecuencias se han dejado sentir con total virulencia en las últimas décadas. Hace veinte años –lo cual no es mucho—, si le hubiéramos preguntado a los jóvenes —fíjate que no decimos a las viejas de más de ochenta, sino a los jóvenes— si es bueno vivir relaciones sexuales sin amor, nos hubieran contestado en un porcentaje altísimo que no. Hace veinte años no se concebían las relaciones sexuales sino como expresión de amor. Lo que por entonces ya se criticaba con fiereza era la pretensión de que la genitalidad tuviera que quedar reservada para el matrimonio. ¡Esperar a casarse! ¡Tantos años como algunos tienen que esperar por distintos motivos! ¿Por qué? Y el grito de guerra para encender el fuego de la indignación era: “si se quieren”, “si se quieren, ¡cómo van a tener que esperar para casarse!” Pero si les hubiéramos hablado del “sexo-amigo” o “folla-amigo” no lo hubieran podido concebir como algo ni siquiera deseable: estaba

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clarísimo que solo un amor intenso y enamorado podía autentificar la entrega de la intimidad física. ¿Por qué este cambio tan profundo y veloz? Primero se separó la genitalidad del matrimonio: ¿cómo una cosa tan íntima como el amor de un hombre y una mujer iba a estar encerrado en los grises y estrechos márgenes de un contrato? El matrimonio es un contrato y el amor, mucho más. No, eso no parecía tener sentido. El uso masivo de los anticonceptivos ayudó enormemente: el intento de privar de consecuencias al coito siempre ha existido, pero la eficacia real de estos métodos es cosa reciente. Lo cierto es que este hecho novedoso ha permitido un cambio drástico en la mentalidad de las personas a la hora de vivir una relación íntima, porque si en el pasado significaba la probabilidad altísima de concebir una nueva vida, resultaba muy difícil banalizar el acto. Si eres consciente de que a través de este gesto concreto hay numerosas posibilidades de que un ser humano entre en la existencia, es difícil frivolizar la relación sexual, entenderla como una manera simpática y divertida de pasar el rato. Si sabes y no olvidas que “la persona con la que estoy viviendo esto me puede estar convirtiendo en padre o madre” va a ser improbable que te tomes el momento como un instante fútil e intrascendente. Hoy, sin embargo, la mentalidad ha cambiado, a fuerza de eslogan repetido: “Protégete y disfruta”. A base de repetir que basta con protegerse para vivir relaciones sexuales seguras, se ha generado un falso concepto de seguridad. ¿Seguros de qué? Lo que es seguro es que pasa algo. No existen las relaciones sexuales seguras: protección no es igual a seguridad. Los más de 100.000 abortos que cada año se realizan en España así lo atestiguan. Aunque no hubiera ITS o embarazo, ¿qué pasa con el corazón? ¿Quién lo protege? La cuestión es que la mentalidad ha cambiado y hoy lo que se piensa es que una relación sexual no cambia nada: “La vida sigue y aquí no ha pasado nada”. Si el gesto no tiene trascendencia, especial significado o valor, no es necesaria la madurez o discernimiento correspondiente para valorar si el momento de vivirlo ha llegado. La vía quedó libre y despejada para pasar de aquí al “sexo-amigo”. Hemos caminado rápido y en descenso, como en una pista de esquí, sin darnos cuenta de que separar la sexualidad, esto es, los gestos del cuerpo, del afecto que se va “cocinando” en el corazón nos priva de muchas cosas, pero en primer lugar, de nosotros mismos. La persona que se introduce en esta espiral y vive así tiene difícil llegar a reconocer la verdad de lo que siente, desea y quiere.

Castidad: el arte de conocerse, hacerse dueño de uno mismo y vivir en la verdad

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No es evidente, sencillo, obvio ni fácil reconocer el propio corazón. ¿Cómo decirle a alguien “te quiero”, si no sabes lo que quieres? Si tu corazón es un tíovivo, una montaña rusa de sentimientos contrapuestos; si las emociones cambian como cambia el viento, que va a rachas y a momentos… ¿Hay brújula? ¿Hay orientación? ¿Hay guijarros que nos ayuden a volver a casa, a ser dueños de nosotros mismos? ¿O estamos irremediablemente solos y perdidos, desgarrados por dentro, el alma por un lado y el cuerpo por otro, viviendo cada cual su vida por caminos separados? Sí. Hay brújula, no estamos irremediablemente obligados a perder la orientación del camino. La brújula se llama castidad, es decir, llamados a vivir en verdad. Esta palabra quizá no te suene o te suene mal. Castidad. ¿Qué es? Sencillo: la vivencia integrada de la sexualidad. La virtud de la castidad es la brújula que nos permitirá encontrarnos y ser dueños de nosotros mismos. Antaño se entendía como la negación de las relaciones sexuales. Castidad era sinónimo de abstenerse. En realidad, la castidad es la vivencia ordenada de la sexualidad, que depende del estado de vida. Si una persona está casada, no tiene ningún sentido flirtear con un soltero. Sin embargo, ese juego de acercamiento e interés no explícito es un tanteo previo a la declaración formal, que puede ser perfectamente vivido por dos personas que disponen libremente de sí mismas. La castidad no puede ser definida como abstenerse de las relaciones sexuales por el simple motivo de que los casados han de tenerlas, cuidarlas, valorarlas, implicarse con cariño porque sean verdaderamente una celebración gozosa del amor que se han prometido. La virtud de la castidad es sobre todo un “sí”, un “sí” gigante y confiado en la capacidad de amar y de ser amados que cada persona lleva dentro como don y como tarea; es un “sí” rotundo a la capacidad de vivir en la verdad, de ser transparentes y honestos; es la decisión de no decir con los gestos del cuerpo otra cosa que no sea la verdad que se va madurando en el corazón, sabiendo que el corazón es un lugar a veces intrincado y misterioso, incluso para nosotros mismos. Por lo tanto, la decisión consiste en tener paciencia: primero clarificamos el corazón, luego expresamos con palabras y gestos la verdad y solo la verdad de lo que sabemos de nosotros mismos… La verdad del corazón no se identifica con el sentimiento que tengo en este momento. ¿Recuerdas cuando hablamos del “don juan” que todos llevamos dentro? Pusimos un par de ejemplos, aunque puede haber muchos más. Era una chica que se sentía enamorada, que dijo cosas muy comprometidas y luego resultó ser todo mentira, porque en realidad solo pretendía conquistar al chico; cuando lo consiguió, dejó de estar interesada. ¡Y ni siquiera ella sabía, al pronunciar las palabras, que no eran verdad! No lo sabía, porque no se había preocupado de preguntarle a su corazón, de llegar a saber que

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en realidad no le importaba el chico, sino únicamente conquistarle… La virtud de la castidad nos permite poner en sintonía el ritmo del cuerpo y el ritmo del alma. El ritmo del cuerpo es apresurado, sobre todo cuando las emociones avivan el fuego del deseo; uno arde y parece natural dejarse llevar por el momento. El alma, sin embargo, va más despacio: el alma va cocinando sus verdades a “fuego lento”. Pensamientos, deseos, sentimientos, emociones, decisiones, memoria… es mucha tela. Uno necesita tiempo para poder aclararse. En estas cosas es necesario cultivar la paciencia, cosa que contraría la urgencia habitual de la pasión, pero la decisión está tomada. Antes de expresar el afecto con palabras o gestos, hemos decidido madurarlo. Queremos ser verdaderos, para poder amar, y porque queremos experimentar la maravillosa sensación de ser dueños de nosotros mismos. No se trata de lucir bíceps, ni de alimentar el orgullo. Se trata de poder vivir la vocación al amor.

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CAPÍTULO 3

EL MATRIMONIO: ¿VOLUNTAD, SENTIMIENTO U OTRA COSA? Serafín y Emilia, Peter y María Serafín volvió al pueblo después de pasarse 5 años trabajando en las minas de Lena, en Asturias. Se trataba de pagar la carrera eclesiástica de su hermano pequeño, el cual había mostrado aptitudes tanto para los estudios, como para la devoción. Una vez conseguido el objetivo volvió a casa para ayudar a la familia en la faena del campo y con los animales. A poco de llegar, su padre, Dioscorides, le propuso buscar esposa: “Serafín, ya tienes una edad más que respetable, superas los treinta; es hora de pensar en formar un hogar y tener hijos”. La propuesta era a todas luces razonable, pero el hombre no tenía especial facilidad para socializar con el sexo femenino. Su padre, conocedor de esta circunstancia, se puso inmediatamente mano a la obra. Hombre práctico y de recursos, le comentó el asunto a su amigo Saturnino, que podía ser de ayuda. Y efectivamente, lo fue: días después de escuchar la inquietud de Dioscorides, se presentó en su casa con una posible solución. “Mira” —le dijo—, “he estado pensando en lo que me comentaste el otro día y después de hacer un repaso por las mozas del pueblo, se me ha ocurrido que no creo que haya una mejor que la mi Emilia”. “La mi Emilia” no era otra que su hija, que aunque no llegaba a la veintena, era una mujer decidida y capaz, espabilada en cuestiones de regateo para vender una oveja o una vaca, con salero si se trataba de manejar la hoz en el campo y más que resuelta para solventar los asuntos del hogar. ¿Por qué no ella? Es verdad que había diferencia de edad y que a Emilia le gustaba la fiesta y el baile, mientras que Serafín era de carácter introvertido y muy religioso. Pero lo de casarse era una cuestión… ¿cómo decir? Era como montar una empresa, una sociedad conyugal en la que el objetivo primordial consistía en traer hijos al mundo para enseñarles el camino del cielo, a través de una vida de trabajo honrado y cabal. Se trataba, también, de considerar los escasos bienes materiales que ambos aportarían al matrimonio, determinar que los dos salían ganando al unir sus vidas a través del sí quiero 56

ante el altar… En tiempos en los que el hambre era una posibilidad más que probable y temible, los elementos de juicio que decantaban una decisión no eran tanto de naturaleza emotiva como gastronómica y nutricional. Eran otros tiempos, sin duda. La cuestión es que tanto Serafín como Emilia, al ser preguntados, dieron su consentimiento. Apenas habían cruzado cuatro palabras antes de ese momento, pero a la vista no se disgustaban y lo que sabían el uno del otro —más que nada, la historia familiar y el patrimonio— resultaba de interés suficiente como para tomar la decisión. Accedieron y la boda tuvo lugar un buen día, de un buen año de la década de los veinte. Los cinco hijos de la pareja testifican que sus padres dieron muestras, a lo largo de sus 47 años de matrimonio, de quererse y respetarse, en lo bueno y en lo malo, ya que de todo hubo en aquel tiempo, hasta que la muerte puso fin a ese compromiso adquirido delante de Dios. ¿Más ejemplos? “Modesto funcionario del Estado, soltero, católico, de 43 años, con derecho a pensión, quiere contraer matrimonio con una muchacha católica, que sepa cocinar y a ser posible coser, con patrimonio”, rezaba el anuncio del pretendiente, publicado el 7 de marzo de 1920. El padre de Ratzinger (Benedicto XVI), por entonces gendarme, no tuvo suerte en el primer intento y cuatro meses después probó de nuevo, especificando ahora que era un “funcionario medio”. Entonces respondió María Peintner, cocinera. El matrimonio se celebró en 1920. Tuvieron tres hijos: María, Georg y Joseph. No pienses que si te contamos estos ejemplos es porque tenemos la intención de hacer apología del matrimonio de conveniencia. No es nuestro propósito. ¿Por qué lo hacemos entonces? Porque es bueno conocer cómo vivieron nuestros mayores y sano acercarse a ellos, tratando de comprenderles, para aprender tanto de lo que nos parezca imperfecto y mejorable, como de lo que pueda resultar más sabio e inteligente que lo que hoy día somos capaces de diseñar. Lo cierto es que de vidas como estas, que son paradigma de miles de historias similares de aquel entonces, aprendemos varias cosas interesantes. Una de ellas es que la esencia del matrimonio consistía en el consentimiento de la voluntad. La gente sabía perfectamente lo que era el matrimonio, una palabra dada a otra persona para formar una sociedad de vida muy especial en la que la ayuda mutua, la procreación y crianza de los hijos eran sus propósitos naturales. La apuesta era para toda la vida, y se tenía perfecta conciencia de que no solo se unían dos personas, sino dos familias. Por lo tanto, no era tanto una cuestión individual, o personal, sino familiar y social. Había demasiado en juego. Conocimiento y libertad: saber lo que el matrimonio es y consentir en ello. Por tanto, contrato válido. Serafín y Emilia dijeron que sí: matrimonio válido. El señor Peter y la señora María dijeron que sí: matrimonio válido. Nos diréis que, de esta forma, ¿cuántas personas desgraciadas habrá habido a lo largo de la historia? Encontrarse casados sin apenas conocerse para mantener el patrimonio familiar… No parecen, desde luego, las

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condiciones más favorables para el surgimiento y permanencia del amor. Y sin embargo, comentábamos hace no muchas páginas que hoy la gente se casa adulta, libremente y después de un tiempo respetable de discernimiento, y las cosas no parecen irnos mejor. Queda, además, una pregunta planteada en el aire: ¿y tantos casos en los que, después de casarse así, llegaron a quererse y respetarse verdaderamente? Hoy la gente se casa porque se ha enamorado. Estamos seguros de que, antiguamente, muchos llegaron a vivir amándose porque se habían casado.

Hollywood y el amor romántico No cabe duda de que la distancia cultural que nos separa de esta concepción es abismal. No han pasado tantos años, pero el abismo es infinito. Podríamos hablar de los factores que han propiciado el cambio, pero vamos a mencionar de pasada uno importante: la revolución sexual, que nos ha impactado en olas sucesivas a lo largo del siglo XX. Y nos vamos a detener en un aspecto de esta revolución en la que queremos adentrarnos: el sentimentalismo o romanticismo. Con el cine, llegó Hollywood y con él las películas mudas, en blanco y negro; luego, el sonido y el color. Al principio, después y siempre, el sentido del amor como sentimiento. Desde el principio ha sido lo mismo, aunque la censura no dejó expresarlo de la misma manera. ¿Sabías que los besos tenían límite de tiempo? Pero siempre hubo formas de burlar la ley. Hay un beso famoso de Ingrid Bergman y Cary Grant que conseguía regatear los límites impuestos a través de una conversación de teléfono. Dejaban de besarse porque él tenía que responder a la conversación, pero seguían a continuación con un beso que desafiaba, burlón, las prohibiciones del momento. Estas leyes desaparecieron y lo que se daba por supuesto se hizo explícito. Llegaron las escenas de desnudo y contenido sexual explícito, al principio rodeadas de escándalo y polémica. Hoy todo ello no es sino más de lo mismo, cuota programada, algo dado por supuesto. Las escenas de cama proporcionan a la película más posibilidades de éxito comercial, pero no dejan de ser pura rutina previsible. La esencia siempre fue la misma: “¿qué es el amor?” Sentimiento, pasión, erotismo, feromonas, deseo irrefrenable…. Podríamos poner miles de ejemplos de cómo el mensaje transmitido de manera machacona por la industria del cine es este, pero vamos a quedarnos con un simple botón de muestra. Se trata de una película lenta, algo aburrida, protagonizada por Robert de Niro y Meryl Streep en 1985. Es la historia de un hombre y una mujer bien situados profesional y afectivamente en sus respectivos matrimonios, que de manera imprevista comienzan a sentir una atracción cada vez más poderosa. El drama estriba en que ambos

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luchan contra la atracción que sienten para salvar sus relaciones previas. De hecho, a pesar de la tentación y de un intento de huida, no se van juntos. La relación se rompe. Vuelven a encontrarse fortuitamente al cabo de los años y descubren que, a pesar del sacrificio, cada uno de ellos fracasó en su matrimonio y a la vez perdieron la oportunidad que les presentaba ese amor espontáneo que había surgido entre ambos. La tesis de la película es que no tiene sentido contrariar la fuerza del sentimiento por conveniencias sociales. Porque entonces, todos pierden: si lo que se lucha por mantener es solo compromiso, voluntad, resulta algo tan absurdo y vacío que no da felicidad ni vida a nadie. Es inútil llevarle la contraria a la pasión, porque la verdad del amor es la intensidad del sentimiento. Si el sentimiento se ha acabado, solo queda la conveniencia social. Decidir permanecer juntos por el qué dirán es falso, farisaico e hipócrita. Aquí tenemos a los dos protagonistas de nuestro capítulo. Acabamos de presentaros a nuestras estrellas invitadas de hoy: voluntad y sentimiento.

¿Qué es el amor: decisión o sentimiento? El amor, ¿es la decisión consciente y libre de amar y respetar a alguien o ese sentimiento que alguien te despierta y que arranca de ti, de forma natural y espontánea, el deseo de amarle, de entregarle lo mejor que eres y que tienes? Forma parte del amor tanto la decisión consciente y libre, como ese deseo natural y apasionado de entregarse uno mismo de manera verdadera. Voluntad y sentimiento nos ayudan a amar y son claves siempre y cuando no cometamos el error del que habla Chesterton en una de sus mejores obras, titulada “Ortodoxia”: “Las virtudes también andan desencadenadas; y las virtudes se extienden más desenfrenadas y causan perjuicios más terribles. El mundo moderno está lleno de viejas virtudes cristianas que se volvieron locas. Enloquecieron las virtudes, porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias”. Siguiendo su idea, queremos mostrar de qué manera voluntad y sentimiento son elementos importantes y positivos del amor conyugal, pero con la condición de que se entienda bien el lugar que ocupan, porque si pretenden ser su clave o eje de comprensión se desordenan, trastornan, y convierten en algo equivocado y deforme. ¿Quién duda de que la oreja es un elemento práctico y positivo del organismo? Sin embargo, no sirve para comer. No respiras por los ojos, ni ves con la boca, ni comes con las orejas, ni escuchas por la nariz… El sentimiento o la voluntad no sirven como clave del amor conyugal, por la misma razón por la que no haces palanca con un churro, si lo que necesitas es un punto de apoyo para mover cien kilos. Y el problema no lo tiene el churro, deliciosamente blando

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y crujiente, listo para ser devorado recién salido de la freidora. El problema lo tienes tú si pretendes servirte de él para otra cosa distinta de su finalidad propia. Quedamos entonces de acuerdo en que el sentimiento y la voluntad son importantes, pero lo imprescindible es conocer su lugar en el amor conyugal y respetarlo. Igualmente necesario resulta saber cuál es la clave del amor del que estamos hablando.

El amor es respuesta a tu valor, a su valor La clave del amor conyugal es lo que tú vales. Y cuando decimos “tú vales”, te invitamos a conjugar el verbo con cada una de las personas: yo valgo, él vale, nosotros, vosotros, ellos… La clave del amor conyugal es la verdad: la verdad del valor que tú atesoras. Si eres único e irrepetible es porque eres amado desde el principio de tu existencia por Aquel que te la ha dado y te mantiene en ella. Dios te ha pensado, querido y creado por amor; el amor que está en el origen de tu vida y en cada latido que te permite seguir respirando. Esa es la gracia única e irrepetible que tienes. Imagina a un novio con un precioso ramo de rosas rojas, deseoso de entregárselo a su novia, pues nos encontramos en el día de San Valentín. El chico está que se sale, es puro sentimiento y poesía y se empeña en expresar con palabras lo mucho que ella significa para él… Le dice: “Mi amor, eres lo mejor que me ha pasado en la vida, no puedo concebir mi vida sin ti, me haces sentir lo que nadie… Te quiero, te quiero como nunca antes y deseo que esto sea para siempre, que nada nos separe, poder amarte siempre, no importa lo que ocurra, lo que pase… (él sigue absolutamente volcado en el sentido de sus palabras, pero ocurre que, aunque hablaba embalado por la fuerza de la pasión, a medida que avanza su explicación, cae en la cuenta de lo que está diciendo y poco a poco, comienza a dudar)… ¡Hombre! No importa lo que ocurra. Sí, te amaré siempre, pase lo que pase… Bueno, claro, eso sí, si no cambias, porque hay gente que cambia. No, mi amor, pero yo sé que tú no vas a cambiar. Mi vida, eres adorable: esos ojos negros, esa cintura ceñida… Cariño, supongo que no cogerás demasiado peso con el paso de los años, ¿verdad? Te cuidarás, ¿no? Mi amor, te amaré siempre, porque eres preciosa y te amo y no vas a cambiar…” Ella ha sentido toda la emoción que la sinceridad del tono y las palabras transmitían, pero cada vez que recuerda cómo ha terminado su discurso le recorre una cierta inquietud, que va haciéndose cada vez más acuciante, así que después de un día con ese runrún dentro necesita preguntarle qué quería decir exactamente con ese “yo te amaré siempre porque tú eres preciosa y te amo y no vas a cambiar…”. En esta ocasión, le encuentra menos apasionado y más racional y termina reconociendo sus temores. En

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realidad, sabe que hoy la quiere y que le hace sentir muchísimo, como nunca antes, pero no tiene ni idea acerca de cuánto le van a durar sus sentimientos —y menos si ocurre algo grave, que a ella le haga cambiar y resultar menos atractiva de lo que ahora es—. Después de escuchar esto, ella vuelve a casa con mirada ausente. Al llegar observa el ramo precioso de rosas rojas que colocó cuidadosamente en un rincón del salón mientras piensa: “¡Qué belleza! Significan: ‘¡mi amor, te amaré siempre, hasta que deje de amarte!’”. No me digas que no dan ganas de decir: “¡Cómete las flores, cariño!”. “Te amaré siempre: en la salud y en la enfermedad, en la adversidad y en la prosperidad, hasta que la muerte nos separe”. ¿A quién no le encantaría ser amado así? Pero, ¿quién es el listo, el fuerte capaz de expresar un amor así? Si somos sinceros con nosotros mismos, reconoceremos en el corazón el deseo de ser amados con un amor poderoso y verdadero, capaz de desafiar el tiempo y las circunstancias de la vida. Si seguimos siendo sinceros con nosotros mismos, dudaremos de nuestra capacidad para expresar un amor así. Lo que anhelamos recibir, nos descubrimos incapaces de prometerlo. ¿Cuál es la clave del amor conyugal? La verdad. ¿Y cuál es la verdad a este respecto? Que tú necesitas ser amado con un amor libre, gratuito, total, definitivo y exclusivo. Y que tú lo vales, porque eres digno de ser amado así. No te olvides de conjugar el verbo. Tú lo vales, es cierto. Él o ella también. Por eso, si alguien te dice: “Te amaré siempre, a no ser que te pongas gorda o se te caiga el pelo”, te dan ganas de hacerle comer el ramo de rosas. Necesitamos ahondar en el significado de la verdad del amor conyugal, ese “tú lo vales”. Lo vamos a hacer analizando cómo la persona necesita saberse amada con un amor único y exclusivo. Aunque este amor es necesario siempre, nos fijaremos en dos momentos especiales. Cuando el niño nace y cuando uno se enamora.

¿Por qué todo el mundo se quiere enamorar? Los padres —a no ser que sufran alguna herida profunda que se lo impida— están programados para, al contemplar a su bebe, verlo único, irrepetible y precioso. Puede ser que los vecinos, al conocer a la criatura, estén pensando: “Qué feo es el pobre, ha salido con la nariz de su madre, ¡lástima!” Si tienen un poco de tacto no van a expresar en voz alta sus pensamientos, sino que dirán para salir del paso: “¡Qué rico! ¡Qué gracioso! ¡Qué chiquitín!” Pero no vacilarán en exclamar: “¡Qué precioso! ¡Qué monada! ¡Es muy guapo!” si realmente lo es. A los padres, aunque sepan que su hijo no es guapo, les va a parecer precioso y se lo

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van a decir sin mentir. Todo lo contrario: siendo absolutamente fieles a la verdad. El niño aprenderá que es amable —digno de ser amado— a fuerza de recibir miradas de cariño, palabras de amor, sonrisas repetidas día tras día… Es en esa experiencia primera, realizada antes de tener conciencia, donde aprende su valor: soy único e irrepetible, soy gracioso, soy guapo. ¿Y qué pasa con los niños a los que no se les trata así, ni se les dice o demuestra el amor? Son igualmente amables, pero les costará más llegar a saberlo. Otro factor a tener en cuenta son los “receptores del amor” que todos tenemos. De la misma manera que hay quien no asimila bien el hierro y anda siempre tomando ampollas con el dichoso mineral, hay quien no asimila bien el cariño que le dan y por tanto, anda anémico en lo que a conciencia de amabilidad se refiere. Mientras que otros, a poquito que reciben, generan una corriente de afecto que les hace enriquecerse rápidamente. Únicos e irrepetibles. Así somos y así necesitamos sabernos amados. Algo parecido vuelve a ocurrir cuando nos enamoramos. ¿Te has planteado alguna vez por qué casi todo el mundo suspira por vivir esa experiencia tan especial, la del enamoramiento? A quien se enamora de verdad le ocurre algo semejante a los padres que miran fascinados a su hijo recién nacido. Son capaces de verlo en su unicidad irrepetible. ¡Es impresionante! Trataremos de explicarlo, ¡cómo no! Con un ejemplo verdadero y real como la vida misma. Eran dos amigas de quince años. Las chicas cuando son muy amigas, “amigas del alma”, suelen estar pegajosamente juntas: siempre buscándose, con la necesidad de contárselo todo al instante; muy celosas de su lugar privilegiado de “mejor amiga” de la otra; nada favorables a compartir y repartir amistad con el entorno. En fin, esta simbiosis poco sana se suele romper cuando una de las dos se enamora. Es justo lo que ocurrió: una se enamoró y la otra empezó a sufrir con mosqueo y resignación el cambio notable del que estaba siendo testigo. Aún siendo ambas de carácter huraño y poco dado a los aspavientos emocionales, la una observaba cómo la otra no podía evitar hablar de su chico y si lo dejaba en algún momento, era por un residuo de vergüenza ajena que todavía conservaba. Pero era obvio que, muchas veces, sacaba otros temas de conversación o escuchaba con mirada ausente, no pudiendo evitar volver a lo suyo. “¡Realmente le ha dado muy fuerte!”. El culmen de la historia ocurre la tarde en que, por fin, se conocen el amado de ella y la amiga desplazada, que sentía curiosidad por descubrir la causa de semejante cambio. Curiosidad, interés e intriga que cedieron paso a la consternación, desconcierto y pasmo al verlo… ¿Por qué? El chico no era rematadamente feo, ni siquiera feo del montón. Incluso podía reconocer que tenía su encanto, pero visto con la frialdad de una amiga dolida aún por el golpe de saberse segundo plato… ¡el chico no daba ni para medio suspiro! Aquella noche, al volver a casa, después de conocer al novio de su amiga, reflexionaba: “¡Ahora entiendo eso que se dice acerca de que el amor es ciego, lo

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entiendo perfectamente!”. Pasaron los años. Estos dos enamorados se casaron y, con el paso del tiempo, no han dejado de quererse, porque el matrimonio es una especie de capital inicial que, si se invierte bien, da lugar a una enorme fuente de riqueza. Lo cierto es que son de esa clase de parejas que da gusto ver, porque se quieren bien y no necesitan decirlo: basta con ver cómo se tratan. La amiga enfadada empezó a dudar acerca de quién estaba ciega, quién no era capaz de ver. Últimamente está cada vez más convencida de que la ciega era ella y no su amiga enamorada. Y esto porque sospecha que el enamoramiento, cuando es una experiencia profunda —no lo confundamos con el encaprichamiento o el juego de seducción y conquista —es luz, es don que permite descubrir al otro como alguien único e irrepetible. Pregúntale a un enamorado por qué ama tanto a esa persona. Y seguro que te dará razones, porque el amor es inteligente y muy capaz de poner nombre a sus razones. Ahora bien, siempre se podría argumentar que no es suficiente: por más cualidades físicas, psicológicas o espirituales que nos dé, siempre podemos contrarrestar presentándole otras personas con esas mismas cualidades en mayor cantidad. Una persona enamorada es capaz de dar “razones” porque no ha perdido la cabeza. Lo que no es capaz de explicar es “La Razón”, esa determinante, que hace que todas las demás sumen un montante que va más allá de lo que se puede explicar con palabras. Miras a un chico o a una chica y no estás enamorado. Captas lo que captas. Lo miras enamorado o enamorada y entonces captas lo mismo que antes y algo más, que es de tal clase o naturaleza que no lo puedes expresar con palabras. Una persona enamorada, al mirar a su amado ve a alguien tan hermoso, tan único e irrepetible, que de pronto se le dibuja en el rostro, en la mirada y hasta parece inscrito en la frente: “Eres lo mejor que me ha pasado”, “gracias por existir y aparecer en mi vida”, “por favor no desaparezcas, sé real”, “me has cambiado la vida”, “no sabía que vivía en blanco y negro”, “antes de conocerte el mundo me parecía hermoso, pero ahora sin ti, estaría vacío”. ¿Qué es todo esto? ¿Una perturbación momentánea de la capacidad de percepción? ¿Un trastorno transitorio y reversible? ¿Una ceguera para la que, gracias a Dios, hay cura? ¿Alucinación? ¿Fantasía? ¿Idealización? ¡Claro que hay parte de idealización! No puede dejar de haberla desde el mismo momento en que el atractivo tan fuerte lo despierta alguien a quien no se conoce lo suficiente. Cierto, pero no…Cuando la experiencia del enamoramiento es verdadera, resulta ser luz e inteligencia para reconocer en lo concreto la verdad más íntima que cada persona encierra. Se podría decir: “Me he enamorado de ti porque puedo intuir eso que te hace ser único e irrepetible. Por eso no me asusta conocer a otro más alto, más listo, más bueno o más guapo que tú. Me he fijado en ti a través de unas cualidades que me llamaron la atención, pero lo que me ha dejado pegada a ti es descubrir aquello que te

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hace ser quien eres, y que sé que no voy a encontrar en nadie más, porque tú eres único. El molde era de diseño y se rompió al hacerte a ti”. Ahora podemos entender mejor por qué todo el mundo se quiere enamorar. La conciencia del valor que tenemos nos llega a través de relaciones de amor en las que vamos descubriendo quiénes somos. Aunque lo intuimos, todos luchamos y bregamos con diferentes dudas, complejos, temores acerca de si somos dignos de ser queridos a no… El que alguien vea y confirme nuestra amabilidad, sobre todo si es aquel por quien se siente lo mismo, es una fuente de certeza y valor incalculable.

Nadie se da el amor a sí mismo Es curioso que estemos necesitados de un amor tan fuerte, tan rotundo, tan absoluto, que necesitemos esa exclusividad para afianzar la certeza de nuestra amabilidad. Es que Dios nos ha hecho así, nos ama así y estamos hechos para Él. ¿Qué tiene que ver Dios con el enamoramiento y el amor? Para explicarlo necesitamos hablarte de Cupido. Es precioso considerar por qué en el amor las cosas comienzan con la atracción, no solo física sino también psicológica, propia de quien se siente enamorado. Primero es Cupido quien elige su presa, apunta, dispara y hace blanco. La persona se sabe a los comienzos sujeto pasivo. ¿Qué significa esto? Significa que recibes un impacto que te viene de fuera. Es el flechazo, es decir, alguien te cautiva, te encanta. Te gusta mucho, muchísimo, cómo es por dentro y por fuera —al menos, lo que eres capaz de percibir en un trato primero—. Son conversaciones, actividades compartidas, afinidades que van estrechando lazos… El enamoramiento es la parte involuntaria del amor y no se puede programar. ¿Cómo decir cuándo va a suceder y de quién? No es posible. Hay un punto de misterio que le da un áurea especial. Nadie se da el amor a sí mismo. Todo el mundo sabe cómo ganó el título que cuelga orgulloso en la más vistosa de las paredes de la casa. Si tienes uno, le puedes contar a la gente lo que te ha costado. Puedes relatar las horas de clase, las de estudio, los trabajos, los exámenes… todo lo que has luchado para conseguir ese título. No es un misterio: es el fruto de tu trabajo, de tu constancia y de tu capacidad. Sin embargo, no puedes explicar de la misma manera por qué te enamoraste de otra persona y por qué esa persona te correspondió de la misma manera. Sabes que es una luz, una mirada, una capacidad de ver algo que hizo que esa persona se situara en el corazón en una zona indivisible… Indivisible, porque la persona amada ocupa ese lugar del corazón que no se comparte con nadie. ¿Amigos? ¡Ojalá tuviéramos más! Por supuesto que no compartimos con cada uno el

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mismo nivel de confianza y confidencia, pero está claro que los amigos no son amores excluyentes o exclusivos. Ahora bien, es propio del amor enamorado un punto de celos que no son para nada patológicos. Es solo que los enamorados ocupan un lugar particular del corazón que no se comparte con nadie más. Si dudas porque crees estar enamorado de dos personas a la vez, puedes quedarte tranquilo: no estás enamorado de ninguna. ¡Solo te gustan mucho! La persona enamorada no duda. A lo largo de un recorrido vital puede ocurrir varias veces, pero estar enamorado a la vez de dos es imposible. Lo ocurrido es un misterio. Sabes cómo has conquistado y mantenido un trabajo a lo largo de los años: honestidad, profesionalidad y eficacia. ¿Por qué pudiste verla a ella de esa manera y ella pudo verte a ti bajo esa misma luz? El Amor es antes que tú y que ella. Y precisamente porque es antes, cuando ocurre, cuando pasa, uno tiene la sensación de descubrir algo que ya existía, que ya estaba antes de que tú lo vieses. Estaba ahí, puesto a propósito para que tú al pasar pudieras encontrarlo.

El Amor es antes que tú y que ella La verdad del Amor es que Él nos amó primero. Nos hemos preguntado al principio: ¿qué es el amor? ¿La decisión de amarse y respetarse o el sentimiento espontáneo lleno de deseos de entrega? ¿Voluntad o sentimiento? El Amor es Dios que nos amó primero y por eso nos regaló la vida: Él quiere estar presente en esa vida, haciéndonos capaces de amar con su mismo corazón. Es Él quien al amarnos, nos constituye en el valor único e irrepetible que tenemos. Por eso, los padres —que representan como nadie el amor de Dios— tienen una especie de programación —si no sufren alguna herida profunda— que les permite mirar a sus hijos con una inteligencia mayor, capaz de captar este punto único de amabilidad. Por eso mismo todos anhelamos que alguien nos mire con ojos de enamorado, como diciéndonos “eres lo mejor que me ha pasado”. De alguna manera todos llevamos grabado en el cuerpo y en el alma ese Amor primero que está en nuestro origen y que es nuestro destino. ¿Qué crees? ¿Que tu novio no va a poder encontrar a alguien más alta, guapa, lista o exitosa que tú? Si él está contigo porque eres lo mejor a lo que ha podido aspirar por el momento, no dudes de que en cuanto pueda mejorar su situación tendrá los ojos puestos en lo que le ofrezca el mercado. O te ven a ti, o ven en ti eso que te hace ser quien eres y que nadie ha podido ser y nunca será. O te quieren por ser tú, o eres mercancía renovable y desechable. Por cierto, ¿tú como miras? Cuando piensas en una persona con la que compartir tu

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vida, ¿ves gangas, oportunidades, chollos, rollos, curvas o tabletas? ¿O personas con valor y dignidad?

El amor verdadero es gratuito: ni se compra ni se vende El amor enamorado es gratuito, porque no se basa en cualidades ni currículums: es un amor que descansa en el corazón mismo de la persona amada, reconocida como amable, única e irrepetible. ¿Te has sentido amado por lo que eres? Sin necesidad de ganarte el cariño ni la aprobación; sin la obligación de hacer esto o aquello. Amado sin otra condición que la de aceptar el cariño recibido… Si has saboreado este amor gratuito que estamos describiendo, queremos que sepas que has experimentado el amor eterno e infinito de Dios Padre, cuya bondad es origen de todo lo que existe. Lo más curioso es que hay personas que dicen no creer en Dios y que sin embargo, han experimentado su amor, en alguna de las relaciones humanas de las que hemos hablado. Y por otro lado, también existen personas religiosas que no tienen experiencia de este amor y que para ellas la vida es simplemente una historia de puños, objetivos, metas y conquistas. Tan acostumbradas están a ganarse la vida en todo, que quieren incluso ganarse el cielo. Pero resulta que lo más importante de la vida no lo conquistas, lo recibes. Un amigo, un padre, un esposo… no se ganan. Lo mejor para conseguirlos es enseñar al corazón a ser humilde, a abrir las manos y decir “por favor” y “gracias”. Curioso ¿no? Se puede experimentar la proximidad de Dios sin saberlo y se puede ser religioso sin haber estado jamás en casa, aunque uno piense que nunca la ha abandonado, como le ocurrió al hermano mayor de la parábola del hijo pródigo. Conclusión: en el amor conyugal, la voluntad y el sentimiento son muy importantes, pero no son la piedra angular en la que todo el edificio se sostiene. La piedra angular es Cristo. Y Cristo es hijo amado de forma gratuita, desde toda la eternidad. Tú eres imagen y semejanza de Cristo y formas parte de Él; de ahí que seas amable y necesites ver confirmado tu valor en las relaciones que más queridas te son. ¿Te parece complicado? Nosotros tampoco entendemos estas cosas; las sabemos porque Él se ha hecho hombre para contárnoslas. Fiados en su Palabra, las escuchamos; y al escucharlas y comprendernos desde esta clave, descubrimos que nos “calzan” bien, que nos ensanchan el corazón y que entendemos mucho mejor quiénes somos y lo que nos pasa. Nuestro valor es infinito y solo nos sacia un amor indisoluble, porque somos imagen y semejanza de Dios. Por este motivo, el amor conyugal es para siempre. Ni la voluntad ni el sentimiento pueden ser la clave para sostener el “sí, quiero” que se da en el

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matrimonio.

La voluntad puesta en su sitio La capacidad de decidirse por alguien es la esencia del amor. Si las personas se ven incapaces para decidirse de verdad por alguien —debido a una educación que lastra en vez de ayudar a crecer—, habrá que reconocer que tenemos un problema social grave. Lo que parece también claro es que la voluntad no se alimenta a sí misma. ¿Cómo explicarnos? Vamos a imaginarnos a la voluntad como un individuo de cómic flacucho, sin bíceps; queremos fortalecerle y le mandamos a hacer deporte, al gimnasio a hacer pesas, tablas de ejercicios… pero no le damos de comer… ¡Nos lo cargamos en cuatro días! Fortalecer la voluntad con ejercicios de ascética está muy bien, siempre y cuando antes la hayamos alimentado convenientemente. El alimento es el sentido, la realidad, la verdad. Decir “te amo hoy y te amaré mañana y siempre, hasta que la muerte nos separe” es mucho decir, porque uno con sus solas fuerzas no puede cumplirlo. La persona tiene que tener su capacidad de decisión crecida y sana, sin duda, pero esto solo no basta. Ahora bien, lo que da a su voluntad unas condiciones de salud y brío suficientes es tener el convencimiento de que lo que está haciendo tiene sentido; es lo mejor que puede hacer en la vida, por difícil que resulte; quiere muy libre y muy conscientemente hacer algo que le supera, en la certeza de que abre su horizonte y vida a una posibilidad más humana, para la cual está hecha. Uno se lanza, no porque pueda hacerlo solo, con sus solas fuerzas, sino porque merece la pena y responde perfectamente al mayor deseo que tiene en el corazón: amar y ser amado. Cuando uno capta una verdad potente que llena de sentido la existencia, su voluntad es fuerte. Victor Frankl lo certificó en sus años pasados en un campo de concentración nazi; decía que cuando hay un para qué, hay un cómo. Las personas que tenían un amor fuerte, que confiaban recuperar tras su encierro, tenían mayor capacidad de resistencia para afrontar la dureza de su vida oprimida. Quienes no tenían un horizonte de amor personal sucumbían más fácilmente. Si uno aguanta haciendo algo que contradice sus deseos inmediatos, convencido de que no tiene razones para hacerlo —solo miedo y culpabilidad—, termina desfondado, enfadado con la vida y sintiéndose un reprimido. La fuerza de voluntad invertida y el tiempo aguantado en esa situación, se convertirán, una vez quemada la capacidad de resistencia, en mayor frustración y enfado. De ahí que el ejercicio más importante de la vida para ser fieles en las cuestiones del amor es hacer memoria continua de “La Razón”

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que nos ha unido a otra persona.

El sentimiento puesto en su sitio El sentimiento es, al igual que la voluntad, una respuesta a la realidad. En este caso, la realidad es una persona y lo que se ha captado de ella es su valor infinito; por eso tiene sentido que el sentimiento provocado sea fuerte y profundo. Ahora bien, la vida tiene una dinámica que tiende a amortiguar el sentimiento y a ponerlo a prueba. Un hombre, padre de gemelos, explicaba que sus hijos no habían parado de llorar durante los seis primeros meses de vida. Si, en algún momento, uno callaba, el otro se activaba contagiando al primero. No había forma de callarles. Había acumulado horas y horas acunándoles, en un intento imposible de atemperar su llanto. A tanto llegó el cansancio que un día se sorprendió a sí mismo comparando precios en el supermercado mientras acunaba el carro de la compra. Ese día, según sus propias palabras: “Me arrepentí de estar casado y de estar vivo”. Lo decía serio, aunque de broma. Serio, porque al acordarse de aquella época no le entraban ganas de bromear, pero no estaba renegando ni de la vida ni del matrimonio. Lo que hay que tener muy presente es que la vida —y más la vida de casados, si hay niños pequeños— genera mucho cansancio. Cuando uno no duerme bien durante una temporada larga, no está como para recitar poesía, hacer mística o ver cosas de esas que hemos dicho que son inefables, únicas e irrepetibles y que, sin embargo, siguen siendo verdad y estando presentes en el día a día. A veces, el que no está presente ni capaz de captarlas es uno mismo. Una mujer miraba al más pequeño de sus cuatro hijos al ser preguntada cuándo era la última vez que había dormido de un tirón. Dirigiéndose a su marido, calculaba: “Los dieciocho meses que tiene Francisco Javier” ¿no?”. Desde que el primer hijo aparece hasta que el último deja de ser pequeño pueden transcurrir bastantes años en los cuales abunda el estrés, las conversaciones organizativas y la vida centrada en responder al reto del momento. ¿Sabías que hacer las tareas, la cena, los baños, la operación pijama y el aterrizaje en la cama puede ser todo un reto? Sí, el reto del momento. Hay padres que quieren tener hijos —lo más sano del mundo es sentir este deseo—, pero sueñan con ello de una manera irreal, pues en su imaginación son capaces de hacerlo sin renunciar a ninguna de las lecturas que disfrutaban de solteros, ni los viajes, ni las cenas, ni los partidos… Siempre es necesario hacer un ajuste entre la familia soñada y la familia tal cual es. Hay quien se queda en este trámite y no encuentra la clave para disfrutar de verdad lo entrañable del momento. Una joven madre de tres pequeños explicaba cómo ella había llegado a disfrutar al caer en la cuenta de que

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esos años de niños pequeños, pañales, lloros, sofás rotos, juguetes desparramados, marcas de dedos en la pared, etc, encerraban un privilegio y un tesoro con fecha de caducidad. Ella se había decidido a disfrutar del momento, dejando otros proyectos para el futuro. La vida familiar real es lo suficientemente prosaica, exigente y conflictiva como para ocultar por momentos o durante largas temporadas la vivacidad del sentimiento que la persona amada despertó. ¿Qué hacer? ¿Desesperar? ¿Resignarse? ¿Mirar a otro lado, por si contemplando otro rostro renace aquella sensación tan hermosa? Lo primero de todo es saber: saber que la verdad del amor no es la intensidad del sentimiento. El sentimiento es respuesta y su intensidad no solo depende de la persona que lo hizo brotar, sino de aquella que lo experimentó. La capacidad de percepción no se mantiene uniforme con el correr de los años: no podemos hacer depender la entrega que prometemos de lo que seamos capaces de percibir. La realidad existe, independientemente de que nosotros la percibamos o no. Un paisaje puede ser precioso, que si hoy estoy anegado en lágrimas, soy incapaz de disfrutarlo. Sin embargo, el paisaje está ahí, esperando, y cuando deje de llorar quizá pueda volver a verlo y a gozar. “Si siento por ti, te querré”… ¿Qué pasará si no sientes? Si haces depender el amor y la entrega de lo que sientes, estás fundamentando tu palabra en un “churro”, porque los sentimientos son volubles cuando se saben la clave decisiva del comportamiento. Por favor, deténte en la última parte de la frase anterior: (…) “volubles cuando se saben la clave decisiva del comportamiento”. Los sentimientos son déspotas caprichosos cuando se saben la clave del comportamiento; somos volubles y vivimos de manera frágil e imprevisible —incapaces de construir una historia con sentido— si actuamos movidos solo por el sentimiento. Lo bueno del sentimiento es que nos pone en contacto con la realidad, pero el problema es que a veces puede también alejarnos de ella. En la medida en que la subjetividad se oscurece por cansancio, enfado, falta de comunicación o por consideraciones erróneas, puede poner a la persona en una situación de lejanía respecto de todo aquello que es de más valor en su vida.

La fe es memoria de la verdad experimentada Cuando el sentimiento no funciona, entonces funciona la fe. La fe es permanecer en la palabra dada, haciendo memoria del Bien que se ha experimentado y la Verdad que se ha conocido. Uno permanece confiando en que aquel a quien se ha entregado es un valor real que merece la ofrenda. Se permanece sabiendo que, como la apuesta es ganadora, el sentimiento volverá a brotar purificado y más profundo, una vez que la dificultad

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afrontada haya dado paso a una nueva etapa en la relación. Entre las personas habrá momentos en los que prevalezca el sentimiento y otros en los que prevalezca la fe. Ahora bien, antes de dar una palabra que comprometa la existencia, es necesario tener certeza. En las relaciones personales no hablamos nunca de certeza matemática; a este nivel lo que existe es la certeza moral. Hay quien podría lamentarse diciendo: “qué lástima no tener una certeza absoluta de que la persona que me dice ‘te quiero’ me quiere realmente”. Bueno, depende de cómo lo mires, porque nosotros pensamos más bien que es una suerte. Cada persona humana es un misterio incluso para sí misma. De hecho, la aventura apasionante de la vida es que nos ponemos en juego en cada decisión, en cada palabra que comprometemos y en cada acto. En todo ello se va desvelando, poco a poco, quiénes somos y quiénes deseamos llegar a ser. En el amor hay una dimensión grande de confianza y de riesgo. Hay riesgo, porque te arriesgas tú y te confías a otro que a su vez dice entregarse a ti. Tanto tú como el otro vais a caminar, a crecer y a cambiar… ¡Por supuesto que todo esto tiene su cuota de imprevisibilidad y misterio! Si no confías, no podrán hacerte daño, cierto, pero tampoco te vamos a felicitar, porque si no confías, nunca jamás te podrán querer. Te pondrás a tal distancia que será imposible. Es más doloroso no dejarse querer que ponerse en situación de ser engañado de nuevo. Te animamos a confiar guiado por la única certeza que se puede tener: la certeza moral. Dijimos que el amor no es ciego; por lo tanto, vamos a utilizar los ojos. Los tendremos muy abiertos y buscaremos las pistas que nos ayuden a identificar donde está el amor verdadero, ese en el que se puede apoyar el peso de la existencia, confiando en no ser defraudados.

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CAPÍTULO 4

SENCILLOS COMO PALOMAS, ASTUTOS COMO SERPIENTES Conquistas de la sociedad posmoderna Hace no tanto recibía un correo de una amiga. Como nos parece de interés, lo ponemos tal cual: Hola: Voy a darte otro susto (¡a ver si lo convierto en un deporte!). Hoy he escuchado una tertulia de expertos: una catedrática de sociología, un psicólogo, un abogado matrimonialista… Hablaban de la sociedad hoy. Pues bien, te mando sus argumentos, que también son tesis doctorales, libros publicados, clases magistrales… etc. - La sociedad está en constante evolución. - Evolucionar es conseguir conquistas por y para la humanidad, conquistas que vetan unos pocos a unos muchos. - Una de las grandes conquistas del siglo XX fue la liberación de la mujer y su lucha por la igualdad, el voto, el trabajo… La muestra de que es así, es que hay países en los que todavía no se ha logrado por cuestiones culturales o religiosas; es decir, unos pocos vetando a unos muchos. - Otra conquista ha consistido en desmantelar el mito de que la familia y el matrimonio eran las bases de la sociedad. Es mentira, porque queda demostrado que hay muchos tipos de familia y que la familia “tradicional” tiende a desaparecer. - ¿Por qué desaparecerá? Porque se ha demostrado que el matrimonio jamás es para toda la vida. - El matrimonio para siempre es un bulo histórico para cuidar tierras, reinados e intereses, una necesidad inexistente hoy en día, que por lo tanto permite deshacer el 71

bulo y que el ser humano tienda a lo que le es propio y natural: relaciones intensas con un final en el tiempo (además, la esperanza de vida ha crecido). - Esta liberación llevará a exterminar una plaga de nuestro tiempo: vivir las separaciones con trauma y con dolor. Es como no entender que tras la vida está la muerte. Si se normalizan las separaciones, ni niños ni mayores padecerán, porque al fin y al cabo están viviendo un proceso normal. - Finalmente han preconizado la paulatina adaptación de las leyes a la verdad humana (la expuesta), facilitando los divorcios exprés, apellidos familiares a la carta, agilidad en la legalización de los bancos de embriones, y un sistema educativo que expulse definitivamente la culpa y la falsa moral, para dar paso a la libertad del ser humano y a su capacidad de elección. Bien, créeme, no te tengo manía, al contrario, pero creo que es una información que debes tener. Está dada por expertos respetados académica y socialmente, y es la corriente más aplaudida, aquí, en Catalunya. Reza por nosotros. Lo vamos a hacer. Lo de rezar, por supuesto. Pero aparte de rezar, vamos a detenernos un momento. No podemos estar respirando continuamente ideas como estas sin pararnos a pensar qué es lo erróneo de este discurso. Esta amiga ha hecho un resumen fabuloso de lo que da de sí el pensamiento políticamente correcto actual. Porque puede revestirse de “palabros” académicos, dar vueltas sobre los mismos temas hasta el infinito, otorgarse autoridad con cátedras, publicaciones y reconocimientos, pero visto de cerca da para poco más que la hojita resumen que esta amiga recogía en su mail. ¿Se ha demostrado que el matrimonio jamás es para toda la vida? ¡Eso sí que es noticia! Mira, mientras haya un solo matrimonio en el planeta Tierra que siga adelante, amándose libremente, en lo bueno y en lo malo hasta que la muerte los separe, el matrimonio existe y es para siempre. Hay muchas parejas celebrando bodas de plata, oro y diamante. Pero es cierto que cada vez más los matrimonios duran menos, aunque, curiosamente, la gente insiste en casarse por lo civil, lo religioso o dándolo por hecho. No conocemos las intenciones de los contrayentes de todos estos enlaces, aunque sospechamos que su deseo más íntimo no es tirarse los trastos a la cabeza, odiarse en lo más profundo, hacerse el mayor daño posible, rasgarse el corazón y romperse la vida. Cuando dos se van a vivir juntos, si lo hacen libremente, lo hacen porque quieren. ¿Es mucho sospechar que deciden irse a vivir juntos porque se quieren? Si después dejan de vivir juntos es que ya no se quieren tanto como cuando se fueron a vivir juntos. Igual es mucho suponer que la diferencia entre quererse mucho y no soportarse es un trago amargo que hay que pasar.

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En esta vida existe el fracaso, la pérdida, el dolor… Son cosas difíciles de afrontar. Quizá por ello se construyen teorías fantásticas: para no tener que llamarlo por su nombre. Fíjate, si nos cargamos el deseo del corazón por encontrar alguien que nos quiera bien y para siempre, alguien a quien poder amar de la misma manera; si eliminamos este deseo y lo sustituimos por la ideología de que el amor no existe, de que únicamente existe el respeto, el cariño, la convivencia, todo ello con principio y fin natural, entonces parecería que la ruptura es normal, que no hay fracaso y tampoco razón para sufrir ni para llorar. Nuestro pensamiento es diferente. Pensamos que es un lujo poder llorar y llamar a las cosas por su nombre. Es un privilegio, una suerte, no tener tabúes, ni miedos ante la vida que te impidan reconocer los fracasos. De hecho los fracasos forman parte de la vida y permiten los mejores aprendizajes si uno está dispuesto, con humildad y tesón, a empezar de nuevo, después de sacar conclusiones, reconocer fallos y decir: “Perdono y pido perdón”.

¡No reprimas los deseos profundos del corazón! No es verdad que el amor, de forma natural, tenga un principio y un fin. Si le preguntas a alguien de verdad enamorado —no encaprichado—, si quiere que el amor que siente sea para siempre, te va a decir que sí, que lo desea profundamente. Conocemos muchas personas valientes y honestas, que incluso después de vivir el dolor de la ruptura en su propio matrimonio, tratan de infundir a sus hijos la convicción de que ellos no están abocados a repetir la misma historia. El deseo de permanencia en las relaciones no es cuestión ideológica. Es de diseño. Diseño del corazón: es el corazón quien habla. Al vivir la experiencia del amor descubres ese deseo. Lo novedoso de los argumentos expuestos en el correo electrónico del comienzo estriba en que son posturas teóricas, desde la sociología, el derecho o la psicología. Pretenden fundamentar en la antropología la deriva de quien convierte sus heridas en pulmones a través de los cuales respira desencanto y frustración. Nuestro mundo posmoderno, incapaz de ordenar un solo deseo o impulso inmediato, reprime, amordaza y ahoga los deseos más profundos del corazón. Si un chico decide mirar de manera casta a una mujer, yendo más allá de sus encantos físicos, el mundo lo llama “reprimido” y “absurdo”. Dirá: “No te reprimas, si sientes un impulso déjate llevar por él”. Al mundo no se le ocurre ningún buen motivo por el cual un joven pueda decidirse a mirar y relacionarse con el otro sexo de una forma que vaya más allá del impulso erótico. ¿Es reprimido aquel que ordena sus impulsos porque decide vivir las inclinaciones

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naturales, ordenándolas conforme a lo que les da sentido? El mundo promueve la “rienda suelta” de los deseos inmediatos: alcohol, sexo, diversión, desfase… ¿Y qué ocurre con los deseos profundos? Cuando uno se enamora tiene deseos: “que esto sea verdad”, “que no pase nunca”, “que la vida que me das permanezca”, “¡no me faltes, por favor!”. La Iglesia ha puesto nombre a los deseos del corazón: deseo de infinitud, de eternidad, de totalidad, de exclusividad, de indisolubilidad. No inventa nada; solo pone nombre. El deseo es del corazón, del corazón de la persona que se enamora. La Iglesia solo dice que es verdad, que el corazón no se equivoca. Y que si el enamoramiento es deseo, contiene la verdad del amor en forma de semilla. Invita a vivir a la persona desde su libertad y empeño personal para convertir la semilla en árbol y en fruto. Para que la semilla termine en fruto hace falta tiempo y trabajo. El amor no solo es enamoramiento. El amor es cuestión de libertad, de decisión, de responsabilidad, de paciencia, de tiempo, tesón, fidelidad, fe y permanencia. La Iglesia se ha quedado sola diciendo que la experiencia del enamoramiento es verdad. El mundo te dice que es verdad mientras sientes: cuando dejes de sentir, enamórate de otra persona. La Iglesia te dice que no abandones la semilla, por el hecho de que todos esos deseos estén como sepultados bajo tierra. Te dirá que si el grano de trigo cae en la tierra y muere, no da fruto, pero si muere… es fecundo. El mundo no cree en el amor. Su única solución es que seas un escéptico incluso antes de haber hecho experiencia de decepción. Para evitarte los daños colaterales del fracaso, se han inventado la teoría de que solo el fracaso existe, que es lo normal y que no sufras por ello. Que te quedes con lo que siempre hubo, porque nunca hubo nada más que eso: sexo, si acaso respeto y diversión.

Date el lujo de reconocer los fracasos y descubrir la misericordia Fracaso. Tremenda palabra. Sin embargo, forma parte de la vida. Nadie nace enseñado. A amar y ser amado se aprende. ¿Es posible aprender sin equivocarse, fallar, fracasar? Recuerda. Si empiezas a aprender un idioma, ¿cómo dominarlo sin pasar el trago de hablarlo mal? Si quieres tocar un instrumento… horas sin fin de sonidos infrahumanos. Si quieres presentarte a “Master Chef” habrás de arriesgarte a echar a perder más de un plato. ¿Y si quieres amar? ¿Lo conseguiremos con la teoría alucinante de “el sufrir se va a acabar” porque “¿quien dijo que el amor es para siempre?” Si quieres amar tendrás que aprender, como ocurre con todo lo demás. Por medio de la experiencia, a base de errores y aciertos. Si

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tienes la capacidad de ponerte delante de lo ocurrido sabiendo reconocer lo que hubo de bueno y de malo, no existe ningún mal que cien años dure. Lo único irremediable es no tener capacidad de aprender, de perdonar, de ponerte delante de lo sucedido. ¿Sabes lo más duro que hay en la vida? Vivir con alguien que no se equivoca nunca. Porque es alguien que sí se equivoca, pero que no lo puede reconocer: está continuamente negando evidencias y justificando posturas. Quien así se comporta suele atacar a aquellos con los que convive, porque ya es sabido que “no hay mejor defensa que un buen ataque”. Niega, justifica y ataca. Es duro vivir con alguien así. Sobre todo si eres tú esa persona. ¿Y cómo es posible empeñarse en estas actitudes? Cuando no existe el perdón; cuando reconocer el mal realizado es sinónimo de sentencia condenatoria; cuando no hay posibilidad de redención, de llorar la culpa, de sentirse nuevos, perdonados, con la oportunidad de empezar de nuevo… Cuando no se ha tenido experiencia de misericordia. La misericordia significa que la persona es más grande que su pecado, mayor que el límite que hoy le impide amar más y mejor. No hay mejor descripción de la misericordia que la parábola del hijo pródigo (Lucas, 15). Por si no recuerdas exactamente los detalles te la contamos, pero si tienes la oportunidad de buscarla en la Biblia o a través de Google estaría genial que la leyeras también. Un hijo le pide a su padre la parte de la herencia que le corresponde y se va de casa a un país lejano, donde derrocha despreocupadamente el dinero recibido. El padre simboliza a Dios y el hijo que se va de casa, a cada hombre y mujer que deciden vivir su vida sin tomar en cuenta a Aquel que se la regaló. Tras dilapidar su fortuna, el hijo se encuentra cuidando cerdos y con hambre. Se acuerda de que incluso los jornaleros en casa de su padre viven mejor. Reconociendo que por lo que ha hecho ha perdido el derecho a ser hijo, prepara un discurso con el que pretende conmover a su padre, para que, al menos, le dé la posibilidad de ganarse el pan trabajando como cualquier otro de sus empleados. Llega a la hacienda familiar y se encuentra con una sorpresa enorme: su padre le está esperando. Y al distinguirlo a lo lejos, corre a su encuentro. No le recrimina, no le echa nada en cara, no pregunta, no indaga, no investiga; no pronuncia un sermón cargado de moralina; no violenta; no humilla... Corre hacia él y lo abraza. El hijo quiere soltar lo que ha venido repasando por el camino: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”; pero el padre no le deja, no deja decir a su hijo “no merezco ser hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros”. Porque su hijo es hijo a pesar de lo que ha hecho. Se ha ido de casa, ha derrochado bienes que no eran suyos, se ha equivocado y vuelve por hambre, no por amor, cubierto de sudor y polvo del camino. El padre lo abraza, le cubre de besos; manda ponerle las sandalias, la túnica y el anillo —símbolos de su linaje—; organiza una fiesta y manda

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matar el novillo cebado. Lo mejor de la casa para él, para el hijo que volvía a casa dispuesto a ser jornalero… ¿Qué es la misericordia? La misericordia es que tú eres hijo. Puedes fracasar, equivocarte y perderlo todo. No dejas de ser hijo, porque eso no depende de lo que haces, sino del amor con el que tu Padre te ama. Eres más de lo que hoy sabes hacer. ¡Enhorabuena! Puedes llorar, reconocer tu límite, tu pecado y no desesperar. No estás obligado a canonizar tus fallos, a negarlos ni a justificarlos. No necesitas estudiar cinco años en la universidad ni hacer un posgrado; dar clases, escribir libros y tratar de convencerte a ti y al mundo de que el fracaso es liberación; la desesperanza, madurez y la tristeza, cuestión de realismo. ¡Enhorabuena! Puedes llorar tus pecados y nacer de nuevo por la fuerza de un amor que es más grande que tu conciencia; que en lugar de juzgarte y condenarte, ha dado su vida por ti. ¡Enhorabuena!

Desde el amor a la verdad: ni tememos el error, ni nos abonamos al desastre Esto no significa que queramos abonarnos al desastre así como por afición. Significa que no vivimos desde el miedo a equivocarnos, sino con la esperanza de que nuestro deseo de amar y de ser amados está escrito por Dios en el corazón. Ninguno de nuestros errores o pecados pueden impedirnos hacerlo realidad, si hoy nos abrimos a su misericordia. Piensa por un momento la cantidad de decisiones importantes que tomamos a edades tempranas, cuando por falta de madurez y experiencia resulta más fácil equivocarse. La vida está planeada para que a uno lo tutelen justo en los años en los que es más inocente e inexperto, pero enseguida queremos hacer nuestros planes y ser autónomos. ¿Se puede aprender sin vivir? ¿Quién puede vivir sin tener nada que lamentar? Quizá, si tuviéramos la posibilidad de dos intentos, podríamos exigirnos vidas

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perfectas. La primera serviría para coger experiencia, apuntar detalles, tomar nota de todas las consecuencias. Después con otra vida limpia, recién lavada y planchada, habría que acertar siempre. Ante una duda iríamos a nuestro cuaderno de notas para saber la solución correcta de los interrogantes más difíciles. Pero las cosas no son así: solo se vive una vez. Y en esa única vez hay que aprender. No puede ser trágico el error, la equivocación ni el fracaso. Hay errores pequeños y grandes; los hay incluso graves y dramáticos. Todos tienen perdón y el encuentro entre la misericordia y la pobreza de nuestra vida pueden ser fuente de una alegría que ni imaginas: la misma que descubrió aquel hijo que se supo amado cuando solo buscaba pan y trabajo. El único pecado que tiene consecuencias irreversibles es no ponerte delante de la vida, desde el perdón, para reconocer en verdad lo sucedido, aunque tú quedes fatal y tengas que agachar la cabeza y aprender. El único error trágico es endurecerte en la negación y justificación de ti mismo, decidir vivir desde la mentira, la desesperanza o el rencor: decidir respirar desde las heridas y seguir haciendo daño, a ti mismo y a los que te rodean. No vivimos desde el miedo al error. Tampoco nos queremos equivocar. Esto es, sencillos como palomas.

Enamoramiento, no encaprichamiento, idealización o enganche Vamos a lo de astutos como serpientes. De lo que se trata ahora es de acertar con la persona adecuada. Intentaremos dar pistas que nos ayuden a distinguir el amor verdadero con futuro, de la idealización irreal que construye sus castillos en el aire. ¿Recuerdas que ya distinguimos el enamoramiento del encaprichamiento? Aquel “me gusta gustar”. Pusimos el ejemplo de la chica que va a por el chico que la atrae y no para hasta conseguirlo. Justo cuando consigue vencer su resistencia se siente agobiada por la preferencia que él comienza a mostrar hacia ella. Esta chica jamás estuvo enamorada, solo encaprichada, pero durante el proceso de seducción y conquista no dejó de pensar y sentir por él. Era todo humo y se esfumó en cuanto consiguió su objetivo. Se puso la condecoración: “Otro chico que sucumbió a mis encantos y a partir de ahora, a por otra cosa, mariposa”. En el camino ha dicho cosas muy bonitas e insinceras, tales como “me gustas”, “me haces sentir esto y aquello”, e incluso “te quiero”. Y las ha dicho sin demasiada conciencia de que no eran verdad. Le resultaba fácil justificarse, porque en aquel momento las sentía todas y como, sorprendentemente, hoy sentir y verdad se identifican, las ha dicho sin culpabilidad ni remordimiento. Entendemos lo que es el encaprichamiento, y que no tiene nada que ver con esa

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experiencia de amor profundo que hemos tratado de describir en el capítulo anterior. Vamos ahora a explicar lo que es la idealización. Idealizar es un fenómeno que ocurre no solo a los que se enamoran: se puede idealizar a los padres, a un amigo, a un profesor, a un monitor, a un catequista… Hay quien tiene tendencia a idealizar y quien no, pero le puede pasar a cualquiera. ¿Por qué? Porque es lo que sucede cuando alguien a quien apenas conoces te resulta muy atrayente. Es cuando admiras de forma superlativa a quien apenas has tratado. Aunque, fíjate lo que decimos, ¡se puede idealizar a los padres! De hecho, cuando somos pequeños, seguro que nos pasa. Al crecer ocurre como cuando visitas el aula que ocupaste con tres años: ¡no te imaginabas que fuera tan pequeña! Te sorprenden los pupitres, las sillas minúsculas, todo hecho a medida de un niño pequeño... ¿Ha encogido la clase? No, has crecido tú. Eso sucede también con los padres: cuando creces los empiezas a ver de otra forma; ya no miras hacia arriba estirando el cuello; ahora quizá lo estiras hacia abajo. Cambió la perspectiva, cambió la relación y si cuando mirabas hacia arriba veías a un señor alto y poderoso, ahora ves a otro que te resulta pequeño. Pero tu padre no cambió tanto: el que cambió mucho fuiste tú. Se puede idealizar a los padres, amigos, profesores… Y al novio o a la novia. Cupido ha disparado, y estás impactado por la flecha incendiaria. Ves a alguien que te resulta enormemente atractivo. Imagínatelo: su físico, agudeza, simpatía, detalles, ojos, conversación, sensibilidad… Ufff, te gusta muchísimo. Pero aún no le conoces y tampoco has tenido la oportunidad de saber cómo reacciona ante diferentes circunstancias, cuáles son las vivencias que le han marcado, qué diferencia hay entre lo que desea conseguir en la vida y lo que está dispuesto a sacrificar para ello, qué piensa de los temas fundamentales, hasta qué punto te puede llegar a querer y a apostar por ti… ¡No sabes nada, pero te gusta muchísimo! No dejas de pensar. Construyes situaciones que solo existen en tu imaginación. Esa persona habla, actúa y piensa de acuerdo a lo que tú te estás inventando. Eso es idealizar: cuando la atracción es mucha y el conocimiento poco. Es normal que ocurra y no hay que sorprenderse. Una chica se puede quedar literalmente “pegada” ante un escaparate con ropa de moda, por poner un ejemplo. Y es capaz de sentir todo el poder de atracción que algún vestido despierta desde su percha, que parece estar gritándole: “ven a por mí, que soy tuyo”. Al igual que el vestido pueden atraer los móviles, las motos, los libros… La cuestión es que si las cosas pueden atraer, mucho más las personas. No es extraño que la atracción ocurra. Pero hay que tener la cabeza fría y despejada para distinguir el amor de la idealización. No puede haber amor si no hay conocimiento. Entre la atracción poderosa y el amor inteligente existe un camino de conocimiento que marca la diferencia. La atracción se puede expresar así: “Me gustas”, “me haces sentir”,

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“estoy muy a gusto contigo”, “quiero conocerte más”, “quiero que esto que siento por ti no se me pase”, “me encantaría que fuera verdad”, “me atraes un montón”…

Que la idealización no te haga decir “te quiero” Lo malo es cuando la mera atracción hace decir “te quiero” o “te amo”. El sentimiento no basta para poder decirlo. ¿Por qué no basta con sentir para decir “te quiero” o “te amo”? Porque además de sentir hace falta conocer a la persona. “Te quiero, te amo” suponen la aceptación del otro tal y como es. Implican un cierto compromiso. Vamos a distinguir el “te quiero” de los novios y el de los casados. El primero es un compromiso de preferencia y elección suficiente para adentrarse en esa intimidad que ayuda a saber si se quiere dar el paso siguiente, el de la entrega total y definitiva que caracteriza al matrimonio. Los novios pueden decir en verdad “te quiero, te amo”, pero para que sean palabras con peso, es necesario que haya un cierto grado de conocimiento mutuo. Eso no quiere decir que se tengan que ir a vivir juntos. Hoy día existe la convicción de que para conocerse es necesario convivir. En el próximo capítulo hablaremos más detenidamente sobre eso. Aquí queremos distinguir entre el enamoramiento y el amor como para decir “te quiero”, que implica no solo sentimiento, sino un cierto grado de conocimiento, aceptación y compromiso. Hoy los jóvenes distinguen entre las expresiones “te quiero” y “te amo”, la primera más superficial y la otra con más fuerte contenido. En realidad, atendiendo a la literalidad de lo que significan, es lo mismo, pero como el “te quiero” se ha banalizado tanto, se ha hecho necesaria otra expresión más rotunda para indicar mayor profundidad.

¿Cómo no caer en la idealización? Cuando hay mucha atracción y poco conocimiento es posible la idealización. Para superarla de modo adecuado, tiene que darse la posibilidad de hacer relaciones de amistad en las cuales, sin necesidad de comprometer ni el cuerpo ni el alma, pueda haber un acercamiento y conocimiento mutuo en el que madurar el afecto. Hoy las relaciones en general están muy erotizadas. Esto significa que, en muchas ocasiones, no hay espacio para la amistad, pues cuando surge la atracción se pasa directamente a la relación íntima (aunque no se llegue a lo genital). Enseguida se viven expresiones físicas que significan más: significan preferencia, intimidad y compromiso. El lenguaje de la sexualidad es una manera de hablar, igual que el lenguaje verbal. Tu

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puedes decir “te quiero, te prefiero” con palabras o con un beso. Hay besos de amigos y hay besos que implican preferencia, elección y un grado mayor de compromiso. ¿Por qué se dice esto tantas veces sin tiempo para “cocinar” el afecto? ¿Sin saber hasta qué punto es estable lo que se siente? ¿Por qué no darse espacio, sin prisas, para conocerse bien, antes de expresar con palabras o gestos un afecto más íntimo?

¿Cuándo empezar a salir con alguien? El amor conyugal, ese que disciernen los novios, tiene vocación de totalidad e infinitud. Los novios, al empezar a salir, no saben si van a terminar diciéndose “contigo pan y cebolla” y “en lo bueno y en lo malo, hasta que la muerte nos separe”. Precisamente de eso se trata, de discernir ese amor. Uno no empieza a salir… … por pasar el rato o por aburrimiento. … porque me asusta la soledad. … porque todos mis amigos tienen ya pareja, no voy a ser el único “pringao”. … para coger experiencia. La única razón para empezar a salir es que te has enamorado y piensas honestamente que existe la posibilidad en el futuro, una vez madurada tanto la relación como las personas, de poder entregaros mutuamente. Son dos aspectos a madurar: la relación y las personas. Es diferente empezar una relación con 15 años que con 35. En el primer caso es necesario responder a muchas preguntas: ¿qué quiero de la vida? ¿Dónde me veo en el futuro? ¿Haciendo qué? ¿Qué pido en una relación y qué ofrezco? Con una determinada edad se supone que hay más cosas claras y que están ya descubiertas; el tiempo requerido es menor, porque solo es preciso madurar la relación. Tiempo. Hace falta tiempo para conocerse, hablar de lo que es importante y de lo que llena la vida. Porque la vida de cada uno de los que están empezando a intimar estará llena de algo, ¿verdad? Compartir los ideales, metas, sueños, ambiciones, aquello que da sentido a la existencia… es importante. A partir de aquí es donde se sabe si hay fundamento común para construir un futuro juntos.

Lo que hay que mirar muy bien mirado

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Son dos las preguntas que, como dos caras de una misma moneda, no pueden dejar de ser formuladas cuando la pareja se comienza a conocer, al prolongarse la relación en el tiempo e incluso cuando ambos piensan en la posibilidad de un compromiso inminente: 1. ¿Le quiero? 2. ¿Me quiere? Uno no se compromete en una relación que va más allá de la amistad, si no es para considerar la posibilidad de entrega propia del matrimonio. Aunque tenga 15 años. Por supuesto que a esa edad no se considera la posibilidad de casarse de manera inminente, pero si se empieza a salir es porque no se va a ligar con otras personas. Se está con el otro para conocerle y aunque esté lejano en el tiempo, se tiene el matrimonio como posibilidad de futuro. ¿Cómo sé si la quiero y si ella me quiere a mí? Hay pistas. Generalmente en casa, los que nos conocen, los amigos, y hasta en el instituto o trabajo se pueden dar cuenta. ¿Cuenta de qué? De que estamos mejor, más tranquilos, más contentos, más ilusionados, más positivos. Cuando el amor es verdadero saca lo mejor de ti. La confusión, si hubiera, no duraría mucho. Porque los amores que no lo son pueden ilusionar al principio, pero pronto revelan su naturaleza. Si yo le quiero, lo noto porque me preocupa su bien en lo concreto. Si él me quiere a mí puedo percibirlo, porque se preocupa de lo que es mejor para mí, incluso si, de alguna manera, él sale perdiendo. Vamos a imaginar nuestra vida como una habitación ordenada, amplia y bien dispuesta, en la que todas tus cosas ocupan su lugar y tú tienes un lugar para cada cosa: la cama, las estanterías, la mesita de noche... En tu vida tienes aficiones, estudios o trabajo, amigos, familia… y cada cosa ocupa su lugar. Te enamoras. Vamos a imaginar ese gran amor como un lienzo precioso de buenas dimensiones que quiere entrar en tu habitación. Como hay amplitud suficiente, sobra espacio para la pintura. Al principio todo se desordena un poco, se descoloca, porque la habitación se había ordenado sin contar con el cuadro de grandes dimensiones y ahora hay que rediseñarla contando con que él está presente y además no en cualquier lugar, sino en uno preeminente. Mientras quitamos cosas para colocar la nueva y volvemos a ordenarlo todo, puede darse un cierto desorden. Sin embargo, una vez recolocado todo, queda ordenada, mejor y más hermosa que nunca. Es lo que ocurre cuando, quien entra en nuestra vida, nos quiere bien. Saca lo mejor, potencia nuestras virtudes. Nos hace un bien inmenso. En casa, la familia lo nota; desde que el chico sale con Fulanita está más comunicativo, más tranquilo y centrado. En clase, ella, que iba renqueante en los estudios, empieza a mejorar porque él es un buen estudiante y la está ayudando. Al principio los amigos pueden enfadarse, porque suelen ser celosos y tienden a decir: “¡Qué pasa, desde que sales con esa chica ya no te vemos

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el pelo!” y esto les molesta. Pero con el tiempo se demuestra que ella no le separa de sus amigos porque un amor, si es del bueno, mejora, une y amplía el horizonte vital de aquellos que lo disfrutan. En caso contrario, en el caso de que uno se haya enamorado mal, de la persona inadecuada, lo puede llegar a saber, precisamente, por esto mismo, por cómo sienta la llegada de esta persona a la propia vida. Siguiendo con el ejemplo de la habitación, imaginemos ahora que lo que entra es algo grande y pesado de tales dimensiones que rompe la armonía que había, de tal manera que todo va a quedar reducido, sin espacio. Concretando. Imaginemos una chica que se queja a su chico y le dice: “Apenas nos vemos entre semana y yo necesito verte. Me gustaría que dejaras el grupo de música en el que tocas los martes y los jueves para así poder vernos más a menudo”. Si el chico está muy enamorado puede engañarse a sí mismo pensando: “Es porque me quiere por lo que me pide que deje el grupo, aunque sabe que esto es importante para mí. Necesita estar conmigo, porque me quiere”. Este planteamiento es una justificación que impide reconocer la realidad. Ella es incapaz de ver lo que es mejor para su chico porque solo se fija en lo que ella prefiere y necesita. Hay personas que no saben amar: lo que hacen cuando pretenden estar enamoradas es poseer, agarrar y no soltar. Hay quien ama como se ama a un pájaro que encierras una la jaula: le das de comer, le limpias la jaula, le dices “cuchi, cuchi”, pero lo tienes encerrado. No le das libertad. Es mi loro, mi mascota, mi, mi, mi… Cuando esto ocurre en una relación todo el mundo lo nota. Los padres o adultos que viven con el joven que está siendo “amado” así, ¿por qué lo notan? Porque ven cómo va languideciendo por momentos; se le escapa la alegría, deja de ser él. Lo notan los amigos. Se notará allí donde tenga que desempeñar una labor o una responsabilidad, de la clase que sea.

¿Por qué, a veces, no se distingue el amor del abuso? Hay personas que “aman” —lo de amar es un decir, porque en realidad es lo contrario— poseyendo y hay personas que “se dejan amar” así. Y resulta un misterio el que no puedan llegar a ver, en medio de su situación, que no es amor lo que reciben, sino un juego de dominio y a veces hasta de explotación. ¿Por qué lo permiten? Pensamos que la respuesta tiene que ver con la poca conciencia que tienen de su valor. Una autoestima baja puede hacer que el nivel de aceptación a la hora de soportar tales abusos sea mayor de lo recomendable. Es a lo que nos referimos cuando hablamos de enganche psicológico. ¿En qué se parece al enamoramiento? En que es un vínculo afectivo fuerte, recurrente y difícil de dejar atrás. ¿En qué se diferencia? En que quienes

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viven este vínculo no mejoran, ni son más felices, pero a la vez temen perder la relación y harán cualquier cosa por mantenerla. Lo que está en el centro es el sentimiento de dependencia y el miedo al rechazo, al olvido o la indiferencia. En nuestra experiencia profesional tratando con jóvenes somos testigos de que incluso es posible aceptar una situación de abuso; en la mayor parte de las ocasiones, ni siquiera detectada por la persona que la padece. Suele darse más en las chicas. ¿Cómo es que no lo saben detectar? Porque, como han aceptado la relación libremente, creen que todo lo que viene después es también libremente consentido. Requisito imprescindible para plantearse relaciones de pareja sanas es quererse a uno mismo y tener claro que la aceptación de ti mismo es antes e independiente de que la otra parte te corresponda. Si vas a la relación con angustia y necesidad de ser correspondido, de alguna manera lanzas este mensaje: “Si no me quieres, me hundo, me vengo abajo, no valgo nada”. No puedes hacer depender tu valor de la respuesta que recibas. Tu valor no es como los de la Bolsa, que suben y bajan. Cuando se hacen estas ecuaciones falsas todo empieza mal. “Si el chico del que me he enamorado no me corresponde, entonces no valgo nada” ¿Dónde está escrito? En el corazón de quien no se valora en absoluto. Vivir así la relación supone estar a merced del otro de una manera que puede resultar peligrosa. Además, pongámonos un momento en la piel de quien recibe estos mensajes: “Si no me quieres, ¡horror! No lo podré soportar”. Es una presión indebida para la otra parte, porque en el noviazgo, la posibilidad de retirada es una opción que ambos han de tener en cuenta y ofrecerse mutuamente como requisito de la libertad. Dicho de otro modo: “Si no das libertad para decir ‘adiós’ tampoco la das para decir ‘me quedo’”. Si estás presionando con tu temor, con chantaje afectivo, ¿cómo saber que el otro permanece por verdadero interés y no por miedo a sentirse responsable de una desgracia? Si la persona de la que me he enamorado no me corresponde, ¡lo siento por él o ella! Se lo pierde, porque yo lo valgo. Esto no se duda ni se cuestiona. ¿Qué hacer para pensar así y afianzar la conciencia de la propia amabilidad? Dejamos la pregunta en el aire. Es bueno que busques la respuesta y no pares hasta encontrarla. Si necesitas ayuda terapéutica, pídela. Y que te quede claro que el amor infinito que necesitas para sustentar tu autoestima se encuentra fomentando la relación de amor con Aquel que te ama sin límites.

Proteínas, vitaminas y minerales de los “noes” que te comes y digieres Somos de la opinión de que cuando uno se enamora no tiene que “tirar la toalla” antes de tiempo. Es decir, si estás enamorado y ella no acaba de dar señales de sentir lo

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mismo por ti, no estás haciendo algo indigno al llegar a hacer explícito lo que sientes. Si la respuesta es negativa lo verdaderamente importante es el modo en que gestionas ese “no” recibido. Hay quien, al no asumir la no correspondencia, puede quedar bloqueado durante años en una relación que se convierte en pura ficción. Es el caso de los amigos que comparten importantes niveles de complicidad y confidencias: hay señales que parecen indicar interés por ambas partes, pero cuando uno de los dos convierte en explícito el lenguaje no verbal, la otra parte se bate en retirada y niega que haya algo más que amistad. Quien se ha declarado tiene ante sí un trago amargo que pasar y en algunas ocasiones ocurre que no se digiere de la manera más adecuada. ¿Por qué? Porque como en el lenguaje no verbal sigue habiendo señales de cierta preferencia y cariño, la persona rechazada se agarra a ellas para seguir esperando, soñando e ilusionándose con una correspondencia que, si bien no se da hoy, quizá pueda darse mañana. En la vida no solo nos alimentamos de los “síes” que recibimos; los “noes” tienen gran valor en calorías, proteínas y vitaminas. Recibir, aceptar y digerir un “no” puede ser fuente de salud para la persona. La autoestima puede verse reforzada y también la seguridad en uno mismo. Cuando una relación se rompe o no llega a establecerse, una de las partes sufre más que la otra. El que está enamorado no puede seguir manteniendo la amistad sino a coste de su propia autoestima e incapacitándose para poder enamorarse de nuevo. Dijimos que hay una zona del corazón que es indivisible y que solo ocupa una persona. Si alguien está enamorado y no es correspondido, tiene ante de sí la tarea de “echar” de esa parte del corazón a la persona que lo ocupa. Echar en sentido figurado, sin rencor ni ira. ¿Es posible olvidar? El tiempo sin más no cura. Es necesario tomar la determinación de recuperar la libertad del corazón. Y esto se hace con medidas concretas, tales como romper fotos o hacer clic en “delete” cuando el ordenador pregunta: “¿quieres borrar este archivo?” Es necesario poner toda la distancia física y emocional que se pueda: desconexión de Facebook, Instagram, Twitter, etc… No acudir a citas de las que se pueda prescindir y que supongan ver al otro; no caer en ninguna de las ingenuidades que comete quien dice: “Ya que no puedo ser ‘algo más’, tampoco quiero renunciar a su amistad, porque esta persona me aporta mucho”. Es mentira. Para quien tiene ocupada la parte indivisible del corazón, el otro jamás resulta ser un amigo: nunca hay esa libertad propia de la amistad. Hay un deseo y esperanza de correspondencia que no se puede detener a voluntad. Decidir seguir viendo a la otra persona es una tortura para la propia autoestima; es la incapacidad para renunciar a las propias idealizaciones y planes proyectados; es no asumir que la vida no la diseñas tú y que lo mejor que te puede ocurrir no está en tus planes y ni te lo imaginas. La clave es esta: “Si continuamente estás ideando excusas para veros… no debes

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verla”. Si honesta y sinceramente no moverías un solo dedo por provocar un encuentro y te da totalmente lo mismo verla que no, ¡enhorabuena, ya eres libre! Vuelves a tener esa parte indivisible del corazón dispuesta para otra persona. Ya puedes decir “estuve enamorado, pero ahora no lo estoy”. Ahora sí que sería posible la amistad, aunque siempre con restricciones, porque alguien que ocupó un lugar tan central en el corazón, ha dejado en él una especie de rastro o sendero que hace que no sea del todo indiferente o extraño nunca más. Hay que poner distancia física y emocional para olvidar, y entonces sí, el tiempo va curando. Además, es importante rodearse de personas que nos quieren bien y nos recuerden el valor que tenemos para ellas. Cuando se sufre de desamor no es bueno quedarse en casa y menos encerrarse en el cuarto para poner baladas tristes y dejarse llevar por la melancolía. Todo lo contrario, en la medida en que se pueda hay que salir, escuchar, llenarse la cabeza y el corazón de la vida de la gente que nos importa, conocer amigos, relacionarse, centrarse en aquellas actividades que nos ayudan y hacen mejores. El apoyo de la familia es fundamental. Si tenemos la oportunidad de hacer un viaje, cambiar de ambiente, de alguna forma airear la cabeza y el corazón… todo ello será positivo.

¿El amor lo puede todo? Otra de las ideas falsas que están detrás de errores importantes es: “El amor lo puede todo”. Y mira que en este libro nos empleamos a fondo por defender y demostrar que, ciertamente, el amor es posible. Pero no de cualquier manera. El amor conyugal es un amor de ida y vuelta. Si solo ama una parte de la pareja, no hablamos de amor conyugal. Si uno ama y el otro no, ese amor es ya un fracaso y se romperá más pronto que tarde; si resulta que no se rompe jamás, serán dos personas viviendo juntas que no han experimentado el amor conyugal nunca. Este amor, o es de ida y vuelta, o no es amor. Para hacer obras de caridad puedes entrar en Cáritas o en cualquier ONG. Si quieres vivir un amor altruista y generoso, solo “de ida”, perfecto, hay maneras de hacerlo. Pero no confundas estas inquietudes nobles con el amor conyugal. Cuando dos personas se conocen y empiezan a intimar, a veces una de ellas, por no haber tenido más oportunidades, está encerrada en un nivel de vida inferior y el amor del otro le permite crecer, salir de su situación de límite y mejorar. Ahora bien, en el momento en que se está valorando dar el paso a un amor comprometido, los dos han de ser libres y capaces de entregar su vida en una palabra de amor definitiva. El amor del uno por el otro no sirve como consentimiento de ambos. Cada uno tiene

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que dar su consentimiento invidualmente, para que sea una relación fuerte y capaz de afrontar todos los retos que se presentan a lo largo de la vida. Una mujer enamorada de un chico metido en drogas se engañaba a sí misma diciéndose que el amor puede con todo y que conseguiría sacarle de esa situación. Pasó el tiempo y, aunque el chico no había dejado de tomar sustancias, se casó con él. Fue en el embarazo del segundo de sus hijos cuando comprendió que, si no se separaba, no solo él iba a acabar con su vida sino también con la de ella y la de sus hijos. El compromiso que sella el matrimonio es el que se dan dos personas con capacidad de amar libre, consciente, definitiva, total y fielmente. Una parte de la pareja no puede amar por sí misma y por el otro; cada cual tiene que poner lo suyo. Hay quien puede y no quiere y hay quien quiere y no puede. Puede ocurrir que los problemas que uno arrastra le impidan ejercer esa capacidad que de primeras se presupone a todo el mundo. El chico de la historia que hemos mencionado quizá quería amar a la chica, pero en la medida en que siguió presa de su adicción era incapaz de quererla realmente; ni siquiera se quería a sí mismo lo suficiente.

¿Qué tal estás? Queremos saber qué tal estas contigo, cómo encaras la vida, si te sientes amado, y si entiendes que hay un propósito detrás del hecho incuestionable de que estás vivo. Nos interesa que te cuestiones, porque conocemos mucha gente que vive este tema, el de encontrar alguien con quien compartir la vida, con mucha angustia, miedo e incertidumbre. Es normal sentir deseo e inquietud. Señal de estar bien hecho. Otra cosa distinta es la angustia, el vértigo, el miedo atroz. O absolutizar ese deseo y convertirlo en condición para que la vida tenga sentido: “Si no encuentro a alguien, me caso y tengo hijos, ¿qué sentido tiene mi existencia?”; “si no tengo vocación de monja o consagrada, si tengo vocación de casada y eso no depende solo de mí, porque hay otra parte que tiene que responder”; “qué miedo y qué frustración si el propósito de mi existencia no se cumple porque otro falta”. Hay mucha gente que vive con estas ideas en la cabeza y con mucha presión y temor en el corazón y no existen soluciones mágicas para exorcizar el miedo. No es magia, cierto, pero hay algo que tiene que ir entrando dentro: lo que hace sufrir es absolutizar una idea: “si no me caso mi vida estará truncada y no estaré viviendo ninguna vocación”. La angustia viene porque uno pone una condición para hacer posible la felicidad. Esa condición brota de la propia subjetividad, y por tanto no es verdad. Ningún argumento que desarrollemos aquí va a poder quitar el miedo. Lo único que lo hará posible será

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vivir una experiencia. La experiencia de la gratuidad.

Experiencia de gratuidad La vida no la ganamos con algo que sucede o que nosotros conseguimos realizar. La vida presupone un Amor que está en el origen de nuestra existencia y en nuestro destino. La decisión que podemos tomar es no identificar nuestra felicidad o salvación con algo que “tiene que suceder”, sino decidir vivir el día a día en la conciencia de que es el tesoro que tenemos, en el que se nos va dando Aquel para quien estamos hechos. Es la decisión de vivir abiertos a lo que puede suceder en la vida real, atentos a ella, disfrutando y recibiendo todo lo que en ella se nos ofrece. Platón, en su libro “El banquete”, quiso explicar el misterio del amor a través de una parábola. Cuenta que, al principio, el hombre era un ser perfecto, esférico, lo tenía todo en sí mismo. Una divinidad celosa de tanta dicha lo maldijo separándolo: desde entonces, una parte busca a la otra para unirse a ella y volver así a experimentar ese sentimiento de plenitud del que disfrutaba. Para Platón, la diversidad de sexos y el amor erótico —como sentimiento de límite y necesidad— viene a ser una especie de maldición que hace vulnerable a quien lo padece. Sin embargo, en el relato bíblico la diversidad sexual no es un castigo divino y tampoco viene después del pecado, cuando los sabios planes de Dios se ven trastornados por el mal uso de la libertad del hombre. No. El “no es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda adecuada” es el reconocimiento de una carencia que no tiene que ver con el pecado o con la malicia de un dios celoso. Todo lo contrario: es la estructura más profunda de nuestro ser criaturas. Que no nos hemos dado la vida es un hecho. El amor es vida y por eso estamos perdidos si no somos amados y amamos. Nuestro límite, necesidad, carencia, añoranza y deseo es la condición imprescindible para disponernos a recibir un don que se nos quiere dar. En la vida está el don. ¡No diseñes tú la forma en que lo tienes que recibir! “Quiero que sea en forma de marido; si no viene en forma de marido, me niego a vivir la vida y a ser feliz”. No. Te encierras en ti misma y así te pierdes. Porque la vida no la tienes, la recibes. Para ser feliz lo único que puedes hacer es abrir los puños, extender las manos, relajarte y abrirte al don de una vida que tú no inventas, ni decides. Está bien que tengas deseos e inquietudes, pero no los conviertas en absolutos ni condiciones sin las cuales te niegas a jugar la partida. Jugamos bien la partida si partimos de un hecho: “Existo, luego soy amado”.

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Solo a partir de la determinada determinación de creer en el Amor con el que somos amados, podemos ser libres para amar. No condiciones a Dios. Di “adiós” a tus ideas y planes. Di ¡sí a la vida! tal y como es. En la vida está el Don. Su gratuidad solo precisa de nuestra pobreza. Entrégate de verdad a Él.

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CAPÍTULO 5

CASARSE, UN ACTO DE LIBERTAD Y CONFIANZA “Yo te recibo a ti y me entrego a ti” Llegamos al capítulo final. Al comienzo te anunciábamos que nuestro propósito era responder a la pregunta: “¿tiene sentido esperar a casarse para vivir una relación sexual?” En la medida en la que el libro se alargaba, quizá te hayas preguntado “¿para qué tantas explicaciones?” Sin embargo, todo lo dicho nos parecía necesario para abordar la cuestión que motivó el discurso. La fórmula del compromiso matrimonial dice así: “Yo, (nombre del novio/a) te recibo a ti, (nombre del otro/a) y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. No me digas que no son palabras hermosas de decir y recibir… si se dicen y reciben de verdad. Lo más bonito que hay en la vida es que alguien te quiera con un amor de preferencia y elección y se comprometa contigo en las duras y en las maduras, con valentía, decisión, y para siempre. Por el contrario, escuchar esto siendo mentira es doloroso; mentir al expresar el amor es una pena muy grande. Claro, que uno se entera de que no era verdad tiempo después de haberlo escuchado… Más pena es no poder decirlas, por la simple razón de que nadie da lo que no tiene. Si no eres dueño de ti mismo, de tus sentimientos, acciones y decisiones, no te puedes entregar. “Yo me entrego”. Eso es lo que se dice en una relación sexual. Expresar el gesto físico sin poder vivir su significado es tremendamente empobrecedor, porque somos alma y cuerpo y estamos hechos para vivir la realidad en el estéreo de esta doble dimensión. Un coito, relación sexual o abrazo conyugal es una expresión de una clase de amor muy concreto y específico: “Yo te recibo a ti y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”. Se puede decir con palabras, como ocurre en la ceremonia del 89

matrimonio, en una iglesia delante del sacerdote, testigos, familia y demás amigos. Pero también se dice en la intimidad, con otro lenguaje, el lenguaje sexual, el lenguaje del cuerpo.

¿Qué significa objetivamente una relación sexual? Sabemos que dos pueden vivir este gesto y no estar diciéndose nada; puede ser un mero intercambio comercial, si se cobra y se paga por él. Sin embargo, independientemente de la intención de quienes lo realizan, el gesto tiene un significado objetivo. Imaginemos que vas a dar dos besos de pura educación, los típicos que sirven para decir: “Hola, encantado de saludarte”. Y en ese momento, la persona que te están presentando te coge con firmeza y decisión y te planta un beso en la boca de tres segundos. Tú te quedas bloqueado por la sorpresa y confusión y la otra persona, sin darle ninguna importancia, te dice: “Hola, encantada de saludarte”. ¿Te imaginas? Un beso en la boca no sirve para que dos desconocidos se presenten. Cada gesto tiene su significado objetivo independiente de la intención subjetiva y personal. Para decirse: “Encantado de conocerle” en España son dos besos en la mejilla, en América uno, en Francia tres, en Rusia cuatro… lo que quieras, pero no un beso en la boca. Cada gesto del cuerpo, cada expresión de la sexualidad tiene un significado. Es verdad que el lenguaje del cuerpo, a diferencia del verbal, es menos concreto y más rico en matices y puede ser ambiguo, pero aún así hay muchos significados obvios para la mayor parte de la gente. Si vemos que un chico y una chica, que hasta la fecha eran amigos, comienzan a ir agarrados de la mano, todo el mundo se plantea que han pasado de la amistad a otro tipo de relación: han empezado a salir juntos. Se puede vivir una relación sexual por diversión o por aburrimiento, algo en lo que entretenerse esta noche; por dependencia, si uno es esclavo del sexo; por obligación, si a alguien se le fuerza a prostituirse; por engaño, si a través del cariño se seduce a un menor… Todo esto lo sabemos y puede distraernos a la hora de reconocer la belleza, valor y significado exclusivo que tiene esta manera especial de decirse un “te quiero” de características únicas. Vamos a fijarnos en lo que el gesto significa, independientemente de la conciencia que tengan aquellos que lo están viviendo. En un coito se da todo el cuerpo. Eso es indicativo de totalidad. ¿Conoces la expresión “te di la mano, no te cojas el brazo”? Expresa abuso de confianza. Es como decir: “Te ofrecí cuatro y tú has tomado ocho; no te pases, por favor”.

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Si dos no solo se dan la mano o el brazo, sino que a nivel corporal se dan todo el cuerpo, ¿qué puede significar?; si además ya sabemos que venimos “cosidos” de fábrica y es imposible separar cuerpo y alma, y que tocar el cuerpo es tocar la persona en su totalidad; si se entrega la intimidad corporal de manera plena, ¿qué pensar de la dimensión espiritual? Al entregar el cuerpo, se entrega la persona: dar todo el cuerpo afecta al alma de manera íntegra. El gesto significa totalidad. No hay totalidad sin exclusividad definitiva en el tiempo. Si digo: “me entrego a ti, pero también a mi amante los fines de semana”, habría que discutir qué clase de entrega es esa. No sería total, porque lo que se entrega de forma absoluta, no se reparte. Si digo: “me entrego a ti, pero a modo de prueba por un tiempo, a ver qué pasa” suena a arrendamiento con posibilidad de compra. Si no hay decisión clara de exclusividad y permanencia en el tiempo no hay entrega total, aunque el gesto lo esté diciendo. Ahí habría contradicción entre lo expresado corporalmente y la verdad de lo que se está viviendo. Una condición indispensable de la entrega es que haya libertad. Si piensas que lo bonito del amor es que es un deseo irrefrenable que te arrastra y es más fuerte que tu voluntad, de tal manera que sin poderlo evitar te encuentras como “atrapado” en los brazos de la pasión… ¡es que escuchas demasiadas baladas románticas! Esas que siempre dicen lo mismo: “¡qué verdadero es este amor que me arrastra a ti sin poderlo evitar!”. No es verdad. Si tan atraído estoy que no lo puedo evitar, sencillamente no me entrego. Si es una pasión que anula mi inteligencia y libertad, no soy yo quien se entrega. La totalidad expresada en el gesto sería producto de una carga importante de feromonas —cuestión química quizá, pero no cuestión personal, consciente y libre y por tanto humana—. ¡Claro que tiene que haber pasión, ternura y cariño! ¡Por supuesto! No somos robots y tenemos emociones, pero el afecto es integrado por la inteligencia y la voluntad. Las cuestiones de conveniencia son importantes cuando hablamos de amor. Puedes sentir muchísimo por una persona que no te conviene porque no te quiere bien; porque te está engañando; porque ya está comprometida; porque está tan atada a su madre que ya se casó con ella; porque sus intereses en la vida en cuestiones esenciales son incompatibles con los tuyos; porque su carácter te anula… ¿Y qué? Como la pasión te arrastra… ¿Te vas a entregar, aunque sepas que la otra parte no va a recibir el regalo que eres tú, ni va a tratarte bien? ¡Venga ya! Tú eres más que pasión desenfrenada. Y ahora nos falta hablar de otra característica, que es la fecundidad. En el primer capítulo veíamos que la sexualidad sirve tanto para transmitir la vida física como para expresar amor. Estas dos finalidades se definen con una sola palabra: fecundidad. Una relación sexual vivida de verdad, en cuerpo y alma, es siempre fecunda. A veces ocurre

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(en días de máxima fertilidad podría pasar en poquito tiempo) que una nueva persona entra en la existencia, alguien que jamás saldrá de ella. En otras ocasiones no se concibe la vida física, pero siempre hay una comunión de amor que da vida. Por eso hemos elegido la palabra “fecundidad” en lugar de procreación. “Procreación” indica la capacidad de concebir la vida biológica; sin embargo, hay matrimonios que no pueden tener hijos, pero eso no significa que su amor no sea fecundo. Es fecundo porque da vida: en primer lugar a quienes lo viven, y en segundo lugar, al mundo. El amor nos viene de fuera, de Alguien que nos lo comunica. Porque el amor es Alguien, sabemos que no surgió de los amantes, ni en ellos se agota, sino que les lleva, por su misma dinámica, más allá de sí mismos. La realidad incuestionable del hijo vale más que mil palabras para entender de qué manera el amor es desbordante. Pero incluso, cuando por dificultades varias, no es posible concebir, el amor busca y encuentra la manera de dar vida allí donde está y se le permite ser él mismo. De la misma forma que el agua estancada se pudre, pues necesita correr para purificarse, la dinámica del amor es comunicativa: el bien tiende a difundirse con obras concretas en favor de los demás. Por eso, la fecundidad se puede expresar en modo de adopción. ¡Cuidado! Porque la adopción es una verdadera maternidad y paternidad, no el premio de consolación para quien no puede tener hijos; es una respuesta a una verdadera vocación a dar vida. Existen parejas que tienen hijos y adoptan y otras que no los pueden tener y entienden que no deben adoptar, y encuentran la manera de hacer que su amor mutuo dé vida a su entorno a través del compromiso social, político, asistencial o familiar. ¡Hay muchas maneras de dar vida! El amor conyugal es una forma singular de amistad personal. Expresa la decisión de entrega libre, total, definitiva, exclusiva y fecunda. Esto es lo que significa un coito. Y ¿sabes lo que pide la Iglesia? Que quien lo diga, lo diga en verdad.

¿Por qué nunca separar amor y sexualidad? Recuerdo el comentario de una chica —muy espiritual a su manera— que decía: “Yo, para acostarme con un chico, necesito tres cafés”. Así indicaba que era suficiente congeniar, reírse, intimar un poco… Con esta forma de pensar se pasa enseguida a necesitar dos cafés —por aquello de abreviar—, luego uno… y finalmente se mantiene primero la relación sexual para después, si acaso, tomar café. Quien vive así lo justifica diciendo: “El sexo es sexo: divertido, placentero, apetece… y no hace daño. Si además surge la chispa del amor, mejor que mejor. Todos estamos abiertos al amor, es genial que ocurra, pero mientras tanto, no dejemos pasar las

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oportunidades de disfrutar y acumular experiencias”. Recordemos los argumentos esgrimidos tratando de explicar por qué esta forma de pensar y vivir tiene consecuencias letales. En primer lugar, porque no es verdad que se pueda vivir una relación íntima sin repercusión en la persona. Es imposible entregar el cuerpo y no implicarse uno mismo. Es posible tener relaciones sexuales con alguien por quien no se siente nada, de acuerdo, pero esta forma de vivir toca a la persona de una manera muy profunda. ¿Por qué? Porque el cuerpo es el cauce a través del cual la persona se dice a sí misma. Si el cauce, esto es, la entrega genital, se expresa por diversión o placer, entonces no significa nada. La persona puede pensar: “No importa, el día que quiera expresar amor, lo expresaré sin problemas; mientras tanto me divierto”. Esto no es verdad. Si en tu modo de vivir separas el alma, esto es, los sentimientos, deseos, libertad, memoria y pensamientos del cauce a través del que se expresan, es decir, el cuerpo, la persona queda dividida y desgajada. No es fácil conocerse a uno mismo, no es sencillo saber qué queremos, y hasta qué punto amamos a quien decimos amar. Madurar los afectos no es cuestión de un momento. La condición indispensable para todo ello es decidir ser verdaderos, madurar primero el afecto del corazón y expresarlo después con expresiones físicas adecuadas y acordes. Si no se hace así, quien se pierde es la persona y su capacidad de vivir relaciones con futuro. Esta consecuencia sería interna; la persona queda lejos de sí misma, con dificultad para interpretarse, para escucharse, para entenderse. ¿Cómo decírtelo más claro? Piensa que quien te toca el cuerpo en su intimidad, está tocándote el alma también en lo más profundo y que es muy difícil que, al permitirle un acceso tan recóndito, no haya algo dentro de ti que responda. Si un inexperto toca el piano, lo toca, sí, pero lo desafina; luego se aleja del instrumento, pero el desafine está ahí y quien lo va a escuchar de continuo es uno mismo (por cierto, las personas pueden volver a afinarse, aunque cuesta más que entonar un instrumento musical). Como esta idea es importante, insistimos con otro ejemplo. Piensa en un libro escrito para comunicar un significado concreto. El significado del libro es el alma; las letras empleadas para expresarlo, el cuerpo. No puedes cambiar el significado del libro sin cambiar las palabras, y es imposible cambiar las palabras sin que varíe el significado de lo que estás escribiendo. Si te acostumbras a decir palabras que no significan nada, te estás cargando el soporte con el que escribes tu historia. Otra consecuencia importante de separar cuerpo y alma es el miedo. Lo que decíamos de quien se queda “colgado” en este tipo de relaciones en las que hay intimidad física, pero no amor. Quien se enamora y no recibe correspondencia al mismo nivel, conoce lo que es sufrir. El temor que queda después a volver a pasar por lo mismo, hará

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que a muchos, en futuras relaciones, les cueste poder abandonarse y confiar. Seguramente seguirán viviendo relaciones íntimas, pero tenderán a esconderse, con dificultad para crear un espacio de intimidad verdadera. Resulta curioso que quien se acostumbra a vivir así, siente bloqueo cuando en la relación percibe un grado de compromiso mayor. Hay personas que han convertido el amor en un juego de seducción y conquista y, cuando entienden que la pareja se dirige hacia una mayor profundidad, quedan incapacitadas para responder a este nivel. Su lugar de seguridad son las relaciones superficiales. La tarea maravillosa de construir la intimidad les asusta y bloquea. No son ganas de meter miedo, pero tampoco vamos a ser ingenuos: desgajar sexualidad y amor es dejar la puerta abierta a una genitalidad despersonalizada, en la que lo que se busca es la mera gratificación. En la medida en la que reducimos sexualidad a genitalidad, aumentan enormemente las posibilidades de que la persona termine siendo marioneta de su pulsión, a merced de sus impulsos, esclava de la adicción. Quizá sea bueno hacerse preguntas acerca de por qué la industria pornográfica mueve cantidades ingentes de dinero. ¿Sabías que es más poderosa que la del fútbol? ¿Y qué decir del turismo sexual? ¿Qué se hace para evitarlo? Es sabido que se alimenta de miles de menores obligados a prostituirse. En esto nadie queda a salvo, ni los países receptores, ni los que proveen millones de clientes anuales. ¿Qué está pasando? ¿Por qué no se aborda en ámbitos internacionales? Si se afrontaran estos problemas con honestidad y realismo, seguro que llegaríamos a la conclusión de que una educación afectivo-sexual en la que amor y genitalidad vayan unidos sería altamente recomendable en todos los países del mundo.

¿Por qué la relación sexual es el gesto propio del matrimonio? Supongamos ahora una pareja en la que hay un amor fuerte. Son novios de cierta edad, en torno a los veinte años y llevan dos saliendo. Está claro que se quieren, pero por el momento no pueden hacer planes de boda, porque están estudiando y es inviable económicamente. Todo parece apuntar a que esta situación se va a prolongar durante algunos años. En un caso así, ¿por qué la Iglesia insiste en que deben esperar? ¿Por qué hay que esperar a casarse para tener relaciones sexuales si dos se quieren? La Iglesia no da recetas acerca de la edad idónea de los contrayentes, ni cuál ha de ser su situación financiera y laboral; tampoco indica que para casarse sea necesario tener piso en propiedad, o haber accedido ya a una hipoteca; ni especifica que hayan de ser universitarios, ni de grado medio, ni siquiera pide el graduado escolar. Lo decimos porque la situación arriba descrita —que tantas veces sale a colación en las preguntas— puede despistarnos de lo fundamental. La Iglesia lo que pide es que sepan lo que es el

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matrimonio, y hayan madurado un amor libre, total, fiel, definitivo y fecundo. Esto es lo importante, pero no vamos a dejar de responder a la cuestión planteada. Vayamos por partes. La Iglesia actualmente y en España pide una edad mínima, que son 16 años en caso de los varones y 14 en el de las mujeres. La edad mental es aquella en la que se considera que hay discreción de juicio, es decir, 7 años —se piden 7 años de edad mental, porque se considera que, al haber consciencia hay libertad, se pueden asumir los actos con responsabilidad—. Casarse es una capacidad natural de la persona. No hacen falta másters, segundos idiomas, hacer el pino o saber dar el triple salto mortal. Casarse ha sido y debería siempre ser un asunto natural, comprensible, no demasiado complejo, que incluso una persona con alguna ligera deficiencia psíquica podría llegar a asumir. ¿Por qué todo esto no parece tan obvio y manifiesto? Es porque, aun siendo una capacidad natural, también se educa. Hoy, la sociedad, por razones diversas, maleduca de tal manera que impide la comprensión de la entrega y la fidelidad, requisitos básicos en los que se alimenta el compromiso matrimonial. Estos dos enamorados que llevan un tiempo saliendo, que están estudiando y que se preguntan por qué no pueden tener relaciones sexuales, deberían estar preocupados de otra cosa: de saber si quieren entregarse la vida en una palabra de amor que comprometa toda su existencia. Deben preocuparse de madurar sus personas y de madurar su relación. ¿Nos queremos como para decirnos “contigo en todo y para siempre”? Lo normal es que los novios se quieran mucho y bien; lo que pasa es que todavía no saben exactamente si se quieren dar un sí para toda la vida. Están pensándose la entrega definitiva. Todavía no han dado el paso. Imaginemos una voz en off —podría ser la voz de la conciencia— que se acerca al novio y le pregunta: “Fulanito, ¿tú estás enamorado de Menganita? Él contesta muy convencido: “Sí, sí estoy enamorado, nunca he sentido lo que ahora”. “Oye” —prosigue la voz— “¿la quieres?” Él responde con entusiasmo: “¡Pues claro! Creo que lo he demostrado. He hecho cosas por ella que, si no la quisiera, estaría muy lejos de hacer”. “Vale” —la voz sigue preguntando—“¿te acostarías con ella?” “¡Hombre! Ya que lo mencionas, me encantaría. Vamos, que se me ha ocurrido muchas veces y sí, claro”. Entonces, la voz exclama solemne y amenazadora: “Ya, pues la verás…. pero no la catarás… Y si lo haces… pecado mortal”. Y uno siente dentro: “¡Ya está, con la Iglesia hemos topado! Como siempre, poniendo trabas en la vida de la gente. Lo bueno, o es pecado, o engorda. El caso es no tener una alegría completa”. Pecado mortal. ¿Son ganas de molestar, de hacer la vida más complicada? ¿Por qué si dos se aman sinceramente es pecado vivir una relación sexual? La respuesta es simple y esperamos, que no por ello, pase desapercibida: porque no sería verdad. Puede que lo

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sea más adelante, pero ahora son novios y todavía están discerniendo en su afecto mutuo la posibilidad de entregarse el uno al otro. Si por motivos diversos aún no han madurado un amor de entrega, que no lo expresen. Ni con palabras, ni con gestos. Alguno pensará que no es justo, puesto que en este caso hay amor. Le diremos que una cosa es el amor que se tienen los novios y otro el de los esposos. Estamos de acuerdo en que ambos son fuertes, intensos y sinceros, pero la diferencia es que el primero es un amor que se pregunta acerca del compromiso y el otro es un amor comprometido. Lo que se expresa en una relación sexual es el amor maduro que dice: “Yo ‘X’ te recibo a ti ‘Y’, y me entrego a ti, y prometo serte fiel en la prosperidad y la adversidad, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe”. Hace falta que sea verdad para poder decirlo.

Enamorados y no sentir el deseo de intimidad, ¿es posible? No es pecado sentir el deseo de vivir la unión física con alguien a quien se ama como novio o novia. El que aparezca el deseo, el que uno lo sienta de manera intensa, no es pecado. Más bien podríamos decir que sería anormal no sentirlo, puesto que si hay enamoramiento, la pareja se va conociendo y van creciendo en el amor y lo lógico es que surja el deseo de expresarlo físicamente. Es preciso entonces recordar aquello de que “sentir un deseo —aquí hablamos de mucho más que un impulso— no significa querer hacer algo”. Si reconocemos que el deseo de intimidad física en este caso es natural, ¿no sería ir contra la naturaleza reprimirlo? Quien esté viviendo algo así va a sentir una lucha interior. Si se reprime y dice “no” por miedo o culpabilidad, sin entender las razones y aquello mejor que está eligiendo, es posible que a la larga se sienta quemado por dentro y enfadado con la Iglesia y el mundo. Es por amor por lo que se siente el deseo de intimidad física y es por más amor todavía por lo que los novios dicen “no” a ese deseo. Se están negando a vivir una relación sexual porque reconocen que no se corresponde con la palabra que, honestamente, en ese momento se pueden dar. Al no tener relaciones sexuales se están queriendo con una verdad y profundidad mayor. Es importante que no sea el miedo o la culpabilidad el motor principal de la renuncia, sino la elección de amarse en verdad, queriéndose de tal manera, que deciden decirse solo aquello que hoy, con franqueza, pueden decirse. ¿Y entonces tendrán que esperar años? No sabemos. Quizá sí, los suficientes para madurar el amor conyugal. Lo cierto es que no tienen por qué asumir los presupuestos

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vigentes en la sociedad actual: no tienen por qué disponer de un dineral para hacer un “macro-banquete”; no necesitan tener trabajo los dos o que el trabajo que tengan sea fijo, porque cuando uno se casa no se incapacita para aprobar oposiciones, terminar una carrera o buscar empleo… La idea de que para casarse hace falta tener la vida bien organizada y resuelta no está escrita en ninguna parte. Conocemos parejas que se han casado jóvenes, después de madurar adecuadamente su amor, que han causado mucho revuelo en sus familias porque, o bien no había trabajo estable, o bien alguno no había terminado la carrera o aprobado la oposición.

¿Por qué no es bueno irse a vivir juntos? Lo normal ha sido siempre que los dos que se casan consigan metas y logros a lo largo de su vida en común. En muchos de estos casos, curiosamente, el escándalo habría sido menor si, en vez de hablar de boda, hubieran hablado de irse a vivir juntos. Es sorprendente la manera en que hoy se aprueba esta idea. Forma parte, incluso, del pensamiento más tradicional y conservador, como si hubiera sido así desde siempre: “Sí, hijo, vete a vivir con ella primero, que la gente no se conoce bien hasta que no conviven”. Parece prudente, tiene su lógica, pero algo falla en este planteamiento. De hecho, las encuestas lo dicen fríamente: la convivencia previa al matrimonio no garantiza una unión más sólida. ¿Por qué? ¿Qué es lo que no funciona? Lo que no funciona es poner las personas a prueba. ¿Sabes que los pilotos que se están preparando para volar hacen pruebas primero en un simulador? Sin embargo, 100 horas de vuelo en simulador no sirven lo que una hora de vuelo real. Aprendes lo que no está escrito cuando sabes que si te equivocas te rompes la crisma y todo lo demás. No sirve simular el matrimonio para ir acumulando certezas de cara a tomar una decisión. Si no hay una apuesta clara de ambos, no se dan las bases para que crezca la confianza, la intimidad y el amor. Los matrimonios que llevan muchos años casados han visto crecer su unión y amor mutuo al superar las dificultades. La persona, al saberse amada gratuita y fielmente, va dejándose descubrir, se quita corazas que a menudo ha ido colocando sobre sí como defensa. Somos muy frágiles, nos cuesta abandonarnos, sabemos que si nos apoyamos y aquello en lo que confiamos no nos sostiene, el golpe será terrible. ¿Cómo vamos a creer en el otro, si él y yo sabemos que está ahí “a modo de prueba” con derecho a huida, las naves dispuestas para la fuga en caso de tormenta? Irse a vivir juntos es casarse: estar casados, sin querer casarse. Es curioso, porque muchas parejas se van a vivir juntos y no dan a su unión ninguna forma jurídica, ni por lo civil ni por lo religioso, pensando que en caso de ruptura todo va a ser más fácil.

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Puede que haya menos jaleo a la hora de hacer papeles, aunque ahora con la comodidad del divorcio exprés, ni en eso hay diferencia. Pero la experiencia demuestra que nada puede ahorrarnos el dolor de un fracaso. De hecho, hay más violencia vinculada a las parejas de hecho que a los matrimonios formales. Por otro lado, dime tú qué lógica hay en el siguiente planteamiento: “Para ver si me puedo fiar de esta persona, me voy a ir a vivir con ella, y si la convivencia nos va bien, nos casamos”. Esto que parece tan inteligente, en realidad, es como decir “para ver si me puedo fiar de esta persona, me voy a casar con ella —pero no del todo, a medias—, para ver si luego me caso del todo”. Cuando dos se quieren mucho y comparten lecho, mesa y techo… ¿eso qué es? Es una especie de matrimonio natural mal trabado. ¿Por qué? Porque es estar casados de hecho, sin estar casados de ninguna forma. Si novios son los que se quieren mucho, pero no han decidido entregarse, estaremos de acuerdo en que es crucial que, mientras se lo piensan, su situación les garantice tomar su resolución en libertad. Si están viviendo juntos, ¿pueden decidir con un mínimo de libertad? A nivel vivencial están casados, a nivel de madurez del corazón están deliberando, no han decidido nada. ¿Es que esto puede ayudarles a ver mejor? Para ver algo necesitas una distancia justa. Desde la implicación afectiva tan fuerte que se da en la convivencia común, no se dan las condiciones idóneas para decidir con libertad. Ahora bien, esto no significa que el experimento, por temerario que sea, a veces, no salga bien. Es que en ocasiones, suena la flauta. Lo normal es que salga fatal. Se van a vivir juntos novios recientes, incluso con 18 años, recién comenzada la universidad. Otras veces, son dos que han empezado a trabajar, ganan su dinerillo y quieren independizarse, por lo que unen sus precarios capitales para alquilar un piso. Cuando se aborda la vida de casados sin que haya madurez suficiente, ni a nivel personal, ni a nivel de relación, la experiencia es un fracaso enorme que pone en riesgo relaciones que, de otro modo, hubieran tenido un futuro más prometedor. Con frecuencia oyes hablar de casos en los que, tras la convivencia prematura, se rompe la relación; en otros casos, perdura debilitada. Y de todo ello, ¿qué se saca en claro? Miedo al matrimonio. Al hacer experiencia de algo bueno, sin la suficiente preparación, la consecuencia es que se alimentan prejuicios. Imaginemos un joven que prepara con ilusión un viaje al extranjero, en el que va a estar durante un par de meses viviendo con una familia nativa, con el propósito de mejorar el idioma. El procedimiento para elegir familia no ha sido muy afortunado y este joven se encuentra viviendo con gente rara y hostil, pensando que le quedan 60 días por delante. Seguro que al volver a España viene diciendo: “¡Nunca más!” Y le cogerá un miedo y prevención excesivos a salir al extranjero. Para entendernos, el problema no estaría en el matrimonio en sí, sino en la mala experiencia que se ha hecho de él. Decíamos que a veces suena la flauta. Sí, desgraciadamente, son los casos más raros,

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pero también se dan. Se van a vivir dos, movidos por estos pensamientos de falsa prudencia; se quieren mucho y, como en realidad lo que están haciendo es comprometerse, y “pseudo-casarse”, están encantados de haberlo hecho y deciden formalizar su situación un tiempo después de vivir así. Creo que estamos dando razones para entender que este paso es precipitado, no conforme a la verdad del momento e imprudente, pero nos alegramos de corazón de que haya casos en los cuales por, gracia de Dios, las cosas salgan mejor de lo que cabía esperar.

La “distancia justa” del noviazgo Es importante que haya una distancia justa que permita decidir con libertad si se da el siguiente paso, el de la entrega. Aun en el caso de no vivir juntos, hay que tener en cuenta los factores que disminuyen esa sana distancia. ¿Cuáles son? Hay varios. Uno de ellos es entrar en la familia ajena: cuando en la familia política al novio lo tratan ya como yerno y cuñado y viceversa. Hay que pensar bien cómo ir dando estos pasos porque comprometen. Hay personas que se enamoran más de la familia del pretendiente que del pretendiente mismo… Empezar a pagar un piso en común es decisión a valorar con calma, porque también estrecha lazos. Y las relaciones íntimas, aunque ambos vivan cada uno en su casa, son altamente comprometedoras. Para los novios hay un antes y un después de una relación sexual. La intensidad del afecto hace que el gesto una, entrelace, ate. La relación sexual está hecha para sellar la entrega; no es extraño que genere vínculos. Son muchos los noviazgos donde las cosas no van bien. No se quiere dar el siguiente paso, y tampoco hay claridad suficiente para romper. Se entra en un punto muerto que puede durar años, en el que no se va ni para delante ni para atrás. Esa relación no tiene futuro; solo desgasta. Lo que se ha unido es muy fuerte: cuestiones familiares, económicas y la intimidad del cuerpo. En caso de que se rompa, se sentirá un mini divorcio. ¿Por qué? Por que era mucho lo que se había unido. Resumiendo: al coito o abrazo conyugal puedes llamarlo matrimonio si quieres. ¿Por qué no vivirlo antes del matrimonio? Porque, si todavía no tienes claro casarte, no te cases con los gestos que te atan, vinculan y comprometen. Otra pregunta de gran calado, ¿qué gestos son propios del noviazgo? Más arriba explicábamos que al amar a tu novio o a tu novia es normal tener el deseo de vivir una relación sexual, y que ese deseo no es pecado. Aquí tenemos que matizar un poco: una cosa es sentir el deseo y otra consentir en él. El acto interior de consentimiento habría que confesarlo. Todo acto externo comienza con un consentimiento interior; si el acto exterior es malo, el consentimiento previo también lo es. Es en lo profundo del corazón

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donde comienza la acción; ahora bien, esto no nos debe llevar a demonizar la mecánica básica que se expresa en nuestra naturaleza de cuerpo y alma. Es decir, que tener deseo sexual es normal y que este se despierte ante la persona amada, pues también… Y como estamos heridos por ese desequilibrio interior que se llama concupiscencia, la vida es una batalla dolorosa y hermosa a partes iguales, ocasión de mérito y victoria. El sexto mandamiento pide no cometer actos impuros y el noveno no consentir ese mismo tipo de pensamientos y deseos. Una vez que sabes que las relaciones sexuales no son el gesto en el que los novios se expresan con verdad el amor, por un lado es importante no escandalizarse ni culpabilizarse porque haya momentos en el que el deseo aparece y por otro, no consentir en él. Es bueno que los novios hablen de cómo quieren vivir su noviazgo, de los gestos que les van a permitir expresar el amor de manera adecuada. El coito no comienza ni termina con la penetración. Hay un cierto umbral del placer que, cuando se traspasa, pone en marcha un estímulo reflejo que no se detiene ya, sino a costa de generar gran malestar físico y psíquico. Lo inteligente será no cruzar ese umbral. Los novios tienen que hablar y ayudarse a vivir la castidad. Puede haber un gesto anodino para uno de ellos, que únicamente signifique cariño y que para el otro, sin embargo, supone una gran fuente de excitación. La mujer, por su fisiología, tiende a ser más lenta en la respuesta corporal, con capacidad de vivir gestos íntimos sin que ellos supongan una gran excitación; el varón, por el contrario, es más rápido a este nivel. Estas son cosas con las que hay que contar y que es preciso poder expresar en la medida en que se vaya creando confianza. Y es muy importante ser realistas. En cierta ocasión, un chico expresaba su desconcierto al hablar de una pareja de amigos suyos: “Fulanito me dice que él y su novia pueden estar tranquilamente en la habitación de ella, solos, charlando durante horas, sentados en la cama y que no se les ocurre hacer nada”. El chico reconocía apesadumbrado: “Pues yo no sería capaz de encontrarme en esa misma situación y no sentir deseos de acostarme con mi novia”. Sin querer juzgar más allá, nos permitimos cuestionar la veracidad de la vivencia de la primera pareja, a la vez que nos parece positiva la honestidad de quien reconoce qué situaciones son favorables y cuáles no para vivir la castidad en el noviazgo.

Aprender el “lenguaje de la ternura” Es el lenguaje en el que los novios expresan el afecto. Más que amigos, pero menos que comprometidos para siempre. Es justo que se muestren su afecto con gestos adecuados. ¿Cuáles son? Todos aquellos que expresan ternura, cariño, intimidad y que no ponen en marcha el gesto propio de la entrega física total.

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Aprender el lenguaje de la ternura es un reto y a la vez un aprendizaje de cara al matrimonio, ya que la vida de casados viene a ser una carrera de larga duración y en ella habrá que afrontar momentos diversos en los que no siempre va a ser posible la expresión genital del amor: después de un parto; cuando uno de los dos tiene que viajar por cuestiones de trabajo; cuando se quiere distanciar de manera temporal o definitiva la llegada de un hijo, sirviéndose del conocimiento de la fertilidad; por enfermedades diversas… Son numerosos los momentos en los que el matrimonio tendrá que abstenerse de la relación genital. ¿Significa que no pueden manifestarse el amor? Hay quien reconoce humildemente —y esto habla a su favor— que si empieza con besos y abrazos enseguida se excita de tal manera que se siente fatal si no culmina con la relación genital. Hay quien dice preferir la vía “del todo o nada”. Es decir, para los momentos en los que no se puede llegar hasta el final, mejor que corra el aire: “nos damos un paseo, vamos al cine o a cenar, pero nada de gestos físicos de cariño.” Es bueno reconocer los límites de forma objetiva, pero no es ideal conformarse a ellos pensando que es algo que no puede cambiar. Sobre todo, reconociendo la riqueza enorme que supondría una libertad suficiente para expresarse el cariño con gestos y palabras, sin llegar de inmediato a un grado de excitación tal que ponga en marcha ese mecanismo automático del que hemos hablado. El joven que más se esfuerza por vivir la castidad es más sensible y si está muy enamorado, una simple caricia puede propiciar una reacción corporal desproporcionada (no sería eyaculación precoz) con la consiguiente confusión e inquietud moral. El joven muy enamorado que en los comienzos da un abrazo o beso perfectamente adecuado a su novia, ve que esto le ha provocado una eyaculación que ni esperaba ni quería. Le conviene saber que existen acciones de doble efecto. Una acción buena —un gesto de cariño adecuado y verdadero— da lugar a dos efectos, uno bueno y querido, que es expresar el amor limpiamente, y otro no deseado, ya que ha provocado una reacción física involuntaria. ¿Qué hacer? Seguir creciendo en libertad. Ser honesto en los gestos y buscar la acción y el fin buenos. Por lo demás, tener paciencia, porque es cuestión de tiempo, lucha, oración y experiencia el ir, poco a poco, haciéndose dueño de sí mismo.

Ya hay fecha de boda… entonces, ¿por qué no? Otra pregunta que casi seguro te habrá surgido mientras lees: ¿y si son dos que ya tienen determinado casarse? Hay quien lo decide con muchos meses de antelación por cuestiones de iglesia, restaurante y demás arreglos. En este caso, se cumpliría el requisito del que estamos hablando: hay un amor maduro dispuesto a comprometerse de manera definitiva. ¿Por qué esperar a la ceremonia? ¿Qué es lo que cambia para que un día antes

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no se pueda y al siguiente sí? Es una gran pregunta y si hemos llegado hasta aquí en la comprensión y aceptación de todo lo demás, podemos sentirnos satisfechos. ¡Buen trabajo! ¿Por qué esperar a la boda? Tiene sentido esperar a la celebración sacramental porque cuando se casan dos, hay un tercero que también se compromete: Cristo. Él es el Esposo, alfa y omega, principio y fin, origen y destino. Él, que amó primero, es quien ha puesto en el corazón de los esposos el amor que se prometen y el único que lo puede llevar a cumplimiento. Decíamos en el tercer capítulo que nos es dado desear recibir un amor que no somos capaces de prometer. La fórmula del compromiso es muy exigente: recibir y entregarse, en lo bueno y en lo malo, hasta el final. ¿Quién es el listo, el fuerte, el inconsciente que se atreve a asegurar un amor así fiado en sus propias fuerzas? Manuel y Amparo llevaban siete años casados cuando él tuvo un accidente. Al salir del trabajo, cuando cogió el coche para volver a casa, una furgoneta se le echó encima, con la mala suerte de que el impacto dio de lleno en el asiento del volante, donde iba Manuel conduciendo. El pronóstico que le dan a Amparo es descorazonador: Manuel está en coma, será difícil que salga de esa situación y si sale, dado que el golpe mayor ha sido en la cabeza, hay muchas posibilidades de que se quede en estado vegetal. Descorazonador para cualquiera, pero no para Amparo, que por carácter, convicción y porque está muy enamorada de su marido, no es presa fácil del desánimo. Se propone hacerlo todo para ayudarle a volver a la vida. Las horas que tiene permitidas las pasará con él en la UVI. Deja a los niños bien cuidados en casa de los amigos, que desde el primer momento han estado cerca, disponibles para ayudar. Cuando está con Manuel no para de hablar: le cuenta el día a día, cómo están los niños, le estimula poniéndole su colonia, gafas... Lo intenta todo, pero él no responde, hasta que se le ocurre grabar a los niños. Hace una grabación muy emotiva donde expresan con espontaneidad lo que sienten: “¡Papá, vuelve pronto! Te queremos… Te echamos de menos… ¡Ponte bueno!” En ese momento, el monitor al que Manuel está conectado presenta signos de que el mensaje llega a su receptor; algo dentro de él se conmueve y queda reflejado en la pantalla. Primera señal de esperanza. Amparo sabe ahora que Manuel la escucha. Retoma fuerzas y sigue en su empeño. A veces le parece que Manuel mueve la mano y que la presiona cuando ella se la sostiene. Pero los médicos no la creen. Ellos llevan días estimulándole incluso con dolor en zonas donde la respuesta es refleja y hasta la fecha nunca ha respondido. Un día, aprovechando la visita periódica del médico, Amparo le pide a Manuel: “Por favor, Manuel, mueve un poquito la mano, que los doctores piensan que me lo invento yo. De tanto pasar tiempo contigo y de las ganas de que mejores, creen que me autosugestiono. Anda, mueve la mano; un dedo, algo, que el doctor lo

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vea”. Y Manuel, dócil y disciplinado, obedece, para sorpresa del médico, que registra en su informe: “No responde a ningún estímulo, ni siquiera doloroso. Únicamente a su mujer”. Hay que tomar nota, porque este fue un hito en su recuperación. Después de un mes subió a planta y en el siguiente pronunció su primer susurro. Fue cuando ella le estaba limpiando, hizo un mal movimiento y se disculpó: “Perdona, Manuel, que te he hecho daño”. Él dijo: “Sí” de manera apenas perceptible, pero aquello fue una fiesta. Tras dos meses en el hospital llegó el momento de trasladarlo a un centro de daño cerebral. Según dijeron todos los que trabajan con este tipo de enfermos, su recuperación al cabo de unos meses fue asombrosa, increíble. Otros, con menos daño, avanzaban más lentos, al no tener un estímulo tan incondicional y enérgico como el suyo. Casi un año después, Manuel volvía a casa. Fiesta, alegría, regocijo… También preocupación y desconcierto, para qué engañarnos. Manuel no se había quedado en silla de ruedas. Sin embargo, con menos de cuarenta años tenía ya la incapacidad, porque no podía asumir su trabajo de antaño, pero podía freír un filete, poner un enchufe, manejar el ordenador, llevar a los niños al cole, hacer la compra… ¿El problema mayor? Que Manuel no se parecía ya demasiado al Manuel que sufrió el accidente. Sus amigos, su familia, sus hijos, su mujer ¿alguien reconocía a Manuel en Manuel? Me temo que no. Era una persona distinta. Sin necesidad de entrar en más descripciones de la situación y después de un tiempo prudencial, se hacía necesario preguntar a Amparo qué tal llevaba la situación. Siempre franca y realista no nos quería engañar. No es fácil asumir que tu marido no va a volver a ser la persona de la que te enamoraste. Y que además, a consecuencia del accidente, tiene unas dificultades de carácter añadidas. La vida sigue: el trabajo, los niños, y en medio del quehacer diario, aquel en quien descansaba el corazón es ahora motivo de inquietud. Amparo nos ha explicado lo que es el matrimonio de una manera magistral. Fue cuando le hicimos la pregunta que más deseo teníamos de formular: “¿Por qué no ‘rehaces tu vida‘? ¿Por qué no dejas a Manuel? Eres joven, la vida es dura y necesitas alguien que te comprenda, que te apoye, que te sostenga en el día a día, para afrontar los mil y un retos que se nos presentan sin avisar”. Nos explicó que el día en que se casó con Manuel estaba extrañamente lúcida — quizá fue una especie de gracia especial, en vista a lo que más adelante se le iba a pedir — y cuando pronunció las famosas palabras del consentimiento matrimonial sabía lo que estaba diciendo y quería decirlo de corazón. Ahora reflexiona así: “Si yo he querido a mis hijos cuando estaba embarazada y sin saber si iban a ser altos o bajos, feos o guapos, listos o tontos; si los he querido porque eran míos —aunque en realidad los hijos no son nunca tuyos, porque ellos están llamados a irse de casa y hacer su vida—, mucho más

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mío es Manuel. Cuando yo me casé con él, lo que nos dijimos fue: ‘Tu vida es mi vida‘. ¿Puedo decir: ‘Lo siento mucho por tu accidente, pero no puedo con tanto peso y aunque estás aquí, de alguna manera me has dejado sola, así que necesito buscar a alguien que de verdad sea un compañero, una ayuda real’. No, yo no puedo decirle eso a Manuel, porque en realidad no es algo que le ha pasado a él solo y a mí no. No, no es verdad. Sería injusto decir: ‘Lo siento por tu accidente, Manuel, pero yo necesito rehacer mi vida’, porque su accidente es mi accidente; su enfermedad, la mía”. ¿Qué os parece? ¿No es hermoso pensar que cuando dos están viviendo esa entrega que convierte sus cuerpos en una sola carne se están diciendo “Tu vida es mi vida. Tu enfermedad, tu salud, pobreza o riqueza no es solo tuya, sino mía también?” Junto con la belleza nos encontramos de nuevo ante la dificultad. ¿Es posible vivir así? ¿Decirse esto en verdad?

“Tu vida es mi vida” Hay una desproporción clara entre lo que el corazón desea y aquello que es capaz de realizar. ¿Por qué esta desproporción o paradoja? ¿Estamos mal hechos? Benedicto XVI, en su primera encíclica, escribía que el amor es como una profecía —profeta es el que anuncia cosas por venir—; es el presagio de una especie de primavera, cuando salen las flores que anuncian el fruto que ha de llegar. El amor está lleno de esperanza, de deseos, de proyectos, de ilusiones que anhelan convertirse en realidad. Cuando dos se enamoran pasan de vivir “en blanco y negro” a vivir “en colores”, porque el amor que experimentan es una especie de pieza clave del puzle con el cual todo adquiere hermosura y sentido. Y quien ha despertado tanta esperanza y anhelo, resulta que es limitado. Manuel, Amparo, Luis, Verónica, Paco, Elena… Pon tu nombre y el de quien quieras. Los deseos que se despiertan cuando el amor conyugal llama a la puerta son ilimitados y aquel que los ha despertado tiene un límite bien determinado. Aparece el desencanto, la duda, el reproche… ¿Te suena el libro titulado “Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus”? Lo curioso del argumento, aparte de poner de relieve las diferencias entre hombres y mujeres, es que escenifica la relación de pareja como una especie de sistema de puntos, por el cual cada una de las partes mide su entrega. Tratamos de medir el cariño y contabilizamos “Lo que hago yo por ti y lo que haces tú por mí”. ¿Cómo vamos? ¿Empate? ¿Ganas tú? ¿Pierdo yo? Por cierto, ¿quién gana mejor: el que da más o el que más recibe? La cuestión es que, cuando uno va al matrimonio esperando que el otro colme todas sus expectativas y pretendiendo responder a las que tiene su pareja, camina directo hacia

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la decepción y desencanto, porque nadie limitado puede satisfacer deseos sin límite. ¿Estamos mal hechos? No. Estamos hechos de tal manera que lo natural es trascender: reconocer que el origen y meta de nuestra vida y de nuestro amor está más allá de nosotros mismos. El amor conyugal, cualquier clase de amor, es signo del Amor más grande, del cual todos procedemos y hacia el que caminamos, atraídos por esas realidades que son signo de Su presencia. La paradoja es un bien; la permite Dios porque, a través de ella, nos da la oportunidad de caer en crisis, de sentir inquietud, insatisfacción, nostalgia, necesidad de algo más, de Alguien más. Necesidad de Él, de su amor y su gracia. Dos tienen puesta la fecha de la boda, dentro de unos meses, ya está decidido. ¿Por qué no se pueden acostar juntos? Porque son conscientes de que el amor que se prometen está más allá de sus posibilidades; se lo prometen fiados de Aquel que dio la vida por sus amigos. Injertados en el amor de Cristo, confían poder ser fieles a la palabra dada. Casarse por la Iglesia es ser conscientes tanto de nuestro deseo como de nuestro límite, sabiendo que el amor no lo hemos inventado nosotros, sino que lo hemos recibido de Dios y es Él quien tiene la iniciativa de bendecir a los esposos para hacerles capaces de vivir un amor que a la vez que les supera, es la medida de su propio corazón. Estamos hechos para Dios. La iniciativa la tiene Él. Los que deciden casarse responden, interpretan y leen en el afecto que ha surgido entre ellos, Su voluntad y Su bendición. Si alguien decidiera casarse porque quiere tener hijos y no va a esperar más; por temor a quedarse soltero; porque se ha enamorado y aunque no le conviene se ve impelido por un impulso que es demasiado fuerte, etc… si uno se casa mal y va al sacramento a arrancarle la bendición a Dios por la fuerza de los hechos consumados, es importante saber que el sacramento no funciona de forma mágica. No es un hechizo o encantamiento. No hay superpoderes al firmar la hojita en el altar. El sacramento es el cauce de la gracia por la que Cristo se comunica a los hombres, pero es una semilla que necesita tierra buena para fructificar. Casarse por la Iglesia no garantiza nada, a no ser que tanto la gracia de Cristo como el deseo de hacer su voluntad estén en el centro de quienes se prometen un amor hasta la muerte. Cuando dos se casan en Cristo de verdad, con el corazón entregado para hacer de Cristo el centro de sus vidas, de modo que sea Él quien fortalezca y lleve a plenitud ese “Sí, quiero” dicho ante el altar, entonces sí. Entonces es posible. Existe el amor de verdad y para siempre.

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Es Cristo quien vive en el amor de los esposos. Por eso, los enamorados se entregan en Él y en Él se casan. Por eso, antes NO. En Él, SÍ.

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CAPÍTULO 6

UN PAR DE APUNTES Masturbación Vamos a abordar dos cuestiones que tienen relación entre sí: masturbación y pornografía. ¿Qué valoración moral podemos hacer de ambas? Respecto a la masturbación, hemos vivido la ley del péndulo en poco tiempo: de considerarlo un acto egoísta —emitiendo sin más un juicio, sin explicar por qué efectivamente lo es— a verlo como el modo de asentar la autoestima. Merece la pena dedicarle un tiempo y pararse a reflexionar sobre ello. ¿Qué es? La estimulación genital cuyo fin consiste en buscar una sensación placentera. El placer no es el fin de la sexualidad. Buscas ser verdadero y honesto al expresar un afecto real y madurado. Cuando lo expresas adecuadamente, te encuentras con el placer y el gozo de estar viviendo algo que está “muy bien” y que te da vida. La masturbación consiste en “arrancarle” al cuerpo un orgasmo. El orgasmo es el culmen físico de un gesto muy concreto: el amor conyugal. El abrazo conyugal es el encuentro de un hombre y una mujer que se entregan a sí mismos cuando se unen en una sola carne. ¿Recuerdas que Dios se inventó el placer? Pues Dios, que es bueno y todo lo ha hecho muy bien, ha debido pensar que entregar la vida al entregar el cuerpo es algo tan hermoso que se merece un gozo y placer muy especial. La masturbación es una especie de violencia sobre el cuerpo, porque pretende arrancarle el placer, sin vivir a cambio la verdad del amor que le da sentido. Imaginemos a alguien a quien le encanta la tarta “tres chocolates”. Sus amigos lo saben, va a llegar su cumpleaños y deciden regalársela entre cuatro. Son los cuatro mejores amigos del cumpleañero; le apetece pasar la tarde con ellos y por la noche saldrán los cinco con el resto de la pandilla. Los amigos le regalan la tarta; él la recibe por la mañana y está esperando a la tarde, que es cuando se van a ver y a dar buena cuenta de ella. Pero cada uno de sus amigos se disculpa con un motivo diferente y al final ninguno de ellos acude a casa del anfitrión. Este chico se encuentra frente a su querida tarta de chocolate “tres 107

sabores” y ahora sabe que puede comérsela entera él solo, no tendrá que repartirla. Sí, tiene la tarta, pero puede que no tenga apetito, que la tarta le ponga de mal humor porque le recuerde que no tiene amigos… ¿Por qué la masturbación no sacia, no satisface? ¿Por qué desgasta, desfonda y deja triste? Porque arranca al cuerpo placer, pero no existe verdad que le dé sentido. Si se le preguntara al corazón qué opina de lo vivido, se escucharía su grito: “Tristeza y vacío”. ¿Por qué merece la pena luchar por no masturbarse? Porque hacerlo introduce un patrón de comportamiento, una vivencia repetida que se convierte en el modo habitual en el que uno entiende la sexualidad. Es una vivencia mecanizada, automática, rápida y despersonalizada. Convierte el cuerpo en algo que manipular para obtener una satisfacción inmediata. Recuerda lo que hemos dicho de la sexualidad privada de amor: como funciona igual que cualquier sustancia que provoca placer, es cada vez más exigente. Pide más y da menos. En cierta ocasión, un chico de 15 años se expresaba de la siguiente manera: “Me ocurre que estoy bien, contento, con muchas cosas que hacer, cosas que me ilusionan, amigos, estudio, deporte y ni siquiera pienso o se me ocurre la idea (idea de masturbarse). Sin embargo, a veces me pasa que en cuanto he tenido la idea, no soy capaz de parar el pensamiento. Es como si una chispa se convirtiera en incendio de manera inmediata”. La imagen es difícilmente mejorable: una chispa provoca un incendio y uno siente que no ha tenido tiempo ni posibilidad de coger la manguera y sofocar las primeras llamas. El deseo se siente con tal viveza e intensidad que la libertad parece estar privada de campo de acción. La secuencia sería la siguiente: chispa, incendio. Idea, acto. Entre medias, nada. El Catecismo reconoce la dificultad que se puede vivir en un determinado momento y por eso dice: “Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral.” Si un joven experimenta justamente esto que acabamos de describir no tiene que fustigarse, enfadarse ni deprimirse. Lo importante es saber y creer que estamos hechos para ser señores de nosotros mismos, para ser dueños de nuestros actos. Y que esta conquista, la más importante de cuantas podamos aspirar en la vida, la conquista de nuestro propio ser, comienza por la posibilidad de vivir la potencia sexual dándole un sentido de amor verdadero. No serás libre si la fuerza de la sexualidad te vence de continuo y es vivida como la necesidad de aquietar una pulsión cada vez más dominante. ¿Qué hacer entonces cuando te vence? Es importante tener misericordia con uno

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mismo, sentido del humor y paciencia. Vital disponer de alguien con más experiencia y sabiduría con quien hablar. Fundamental tener la vida llena de actividades, retos, amistades, expectativas y vida interior. Tener un ideal alto y posible: el amor como meta. La sexualidad se ordena en gran medida cuando llenamos la vida de sentido y de alternativas que nos hacen descubrir el gran valor que poseemos. Es conveniente indicar que, en ocasiones, cuando la compulsión es muy fuerte y se ha luchado prolongadamente y sin ahorrar fuerzas por ordenarla, sin conseguirlo, hay que preguntarse si el origen no vendrá de alguna herida emocional. Pensemos en un niño que ha visto a sus padres agredirse verbalmente en numerosas ocasiones, con una fuerte carga de violencia. Este niño de 2 o 3 años siente una enorme angustia que le resulta imposible expresar, pues sus padres son su vida y eso es precisamente lo que se tambalea. A la vez, está en un momento de conocimiento de su esquema corporal, y descubre que siente cierto alivio cuando se estimula los genitales. Es posible que la conducta se fije de modo permanente: tensión, liberación de la tensión. La estimulación genital se convierte en el remedio al sufrimiento generado por esa situación familiar a la que se ve expuesto. Más adelante, la fijación continúa, se afianza y profundiza, incluso cuando se ha olvidado la situación que le dio origen. Hay desórdenes de tipo sexual que no se van a curar si no se descubre la herida emocional que de alguna manera están enmascarando. Si se identifica la herida y el hecho real que la originó; si la persona se da permiso a sentir lo que tenga que sentir, para comprender qué ocurrió; si perdona a quien se tenga que perdonar, la compulsión irá remitiendo poco a poco y la ascesis habitual que permite vivir la sexualidad de modo integrado terminará por dar sus frutos.

Pornografía Está unida a la masturbación. Normalmente ha estado dirigida al público masculino, pero ahora que las mujeres, a consecuencia de la “revolución sexual”, reproducen modelos de comportamiento masculino, también entran en este desorden con cierta frecuencia. Sin embargo, dado que la fisiología masculina y femenina son distintas, la respuesta sexual humana es diferente. Mientras que en la mujer predomina el sentido del tacto y la palabra a la hora de entrar en el deseo y excitación, en el varón lo visual va a ser determinante. Por eso este problema sigue siendo predominantemente masculino. ¿Qué decir de la pornografía? Primeramente, que el cuerpo femenino es bello, y que un varón sienta atracción ante el cuerpo femenino no es nada malo. El mal consiste en reducir todo su valor a uno sola cosa: el ser objeto de atracción sexual. Si un joven se encontrase ante la disyuntiva de dar al “clic” del ratón ante una página

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erótica y finalmente cede para descubrir, una vez dentro, que las imágenes desnudas, en actitud provocativa no son de mujeres anónimas, a quienes pagan bien por presentarse así, sino que descubre a una mujer a la que de verdad quiere: su madre, su hermana, una amiga, prima…, saldría de la página rápidamente, muy turbado. ¿Por qué? Porque no pensaba tener un encuentro persona a persona. ¿Qué quería? Provocar en su cuerpo una determinada reacción mecánica: deseo, excitación, etc. Fíjate hasta qué punto la sexualidad expresa “relación con”, “salir de uno”, que incluso en la búsqueda solitaria del placer, se da la relación, aunque sea a través de la imaginación. ¿Por qué se rechaza la figura de una mujer querida y conocida? Es interesante este detalle, porque normalmente cuando lo que estamos viviendo es hermoso y constructivo solemos pensar: “Qué lástima que Fulanito o Menganita no estén aquí, disfrutarían mucho”. Cuando se busca la figura anónima de alguien desconocido e inconscientemente se rechaza la imagen de la persona amada es porque lo que se vive no está siendo considerado como algo demasiado hermoso como para compartirlo. Todos somos responsables de cómo vestimos o de si decidimos hacernos fotos desnudos; también somos responsables de qué miramos y de cómo miramos. De acuerdo, los modelos que aparecen en las fotografías han consentido ser fotografiados así. No somos quién para juzgar a las personas. Sí los actos. Se han equivocado y mucho al consentirlo, pero puede que lo que les haya conducido a vender su intimidad corporal hayan sido situaciones que jamás llegaremos a conocer y valorar. No nos preocupemos de ese espacio de la realidad que no afecta a nuestra libertad y del que no somos responsables. Siempre somos responsables de qué miramos y cómo miramos. La pornografía no solo daña a quienes se ofrecen para ser fotografiados: daña a quienes lo contemplan. ¿Qué efectos negativos tiene la pornografía? De nuevo nos encontramos con un efecto largamente descrito: disociación entre sexualidad y amor, entre la verdad del afecto y la respuesta del cuerpo. Y la disociación genera vivencia despersonalizada de la sexualidad. El chico o la chica que se acostumbran a mirar así a las personas, se irán acostumbrando a mirar para desnudar, reduciendo su capacidad de ver más allá de este nivel. Al principio uno piensa que puede mirar con diferentes ojos. “Me entretengo mirando a estas mujeres para pasar un buen rato, pero luego seré capaz de relacionarme con las chicas y mirar no solo eso: me fijaré sobre todo en cómo son”. Uno, en el fondo, quiere encontrar una compañera para la vida, una mujer a quien amar y en quien poder confiar. ¿Mirar cómo son? La pornografía tiene un ritmo, una cadencia, una lógica, una consecuencia: mirar para desnudar, generando además una expectativa de belleza irreal. La belleza física de la pornografía no se encuentra más que allí; es un mundo virtual, irreal, soñado. Este desnivel entre ficción y realidad genera también su punto de estrés.

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¿Por qué es tan sencillo hoy engancharse a la pornografía y convertirla en hábito? Es fácil responder que hace unos años uno tenía que pagar por encontrarla y hoy casi necesitas pagar algún tipo de filtro informático para que no te asalte cuando estás buscando información en internet. Literalmente, es un mundo que nos asedia. Luego está la configuración fisiológica, sobre todo la del varón, que va a sentir que las imágenes consiguen impactar su cuerpo y su psicología. También cuenta la curiosidad, el morbo, el tener de qué hablar… Por último, señalamos una posible razón que no es tan sencilla de descubrir: la timidez, los complejos, el miedo a la vida real y a la gente real, la inseguridad de salir de uno mismo, el vacío interior, la tristeza… En esos casos, la pornografía puede ser el refugio fácil para desconectar de una realidad que nos resulta agresiva y exigente. Amigos reales, relaciones reales donde pedir ayuda, compartir confidencias, metas, ilusiones, lugares, actividades donde uno se entrega y madura, aprender a perdonar y a pedir perdón. Buscar el sentido de la vida. ¿Qué sentido tiene la vida? Si uno tiene una respuesta vital, sentida y fuerte, ya tiene la mitad del camino hecho para convertir la sexualidad en una potencia humana positiva al servicio del verdadero amor.

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A MODO DE EPÍLOGO

LA PALABRA DE LA IGLESIA El Catecismo de la Iglesia Católica y la virtud de la castidad En el prólogo de este libro intenté subrayar la necesidad de conjugar la proclamación del mensaje de la verdad moral con la exposición de su bondad y de su belleza. En los capítulos precedentes, Begoña Ruiz ha compartido su experiencia con nosotros, como especialista en educación afectivo-sexual, y pienso que ha sabido mostrarnos los beneficios de la vivencia de la sexualidad integrada en la vocación al Amor que hemos recibido de Dios. En esta parte final me dispongo a exponer, a modo de vademécum, algunas de las afirmaciones principales que el Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) hace sobre la verdad moral custodiada por la virtud de la castidad; o cuando menos, aquellas que están más ligadas a los temas tratados en este libro. En honor al título elegido —“Sexo con alma y cuerpo”—, es importante que nos familiaricemos con los términos y las expresiones que el Magisterio de la Iglesia utiliza para definir la verdad moral de la virtud de la castidad. De esta forma podremos conjugar los tres trascendentales: verum-bonumpulchrum (verdadero-bueno-bello). - “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual”. (CIC 2337) - “La persona casta no tolera ni la doble vida ni el doble lenguaje”. (CIC 2338) - “La castidad implica un aprendizaje del dominio de sí, que es una pedagogía de la libertad humana. La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado”. (CIC 2339) - “El que quiere permanecer fiel (…) debe poner los medios para ello: el conocimiento de sí, la práctica de una ascesis adaptada a las situaciones encontradas, la 112

obediencia a los mandatos divinos, la práctica de las virtudes morales y la fidelidad a la oración”. (CIC 2340) - “La virtud de la castidad forma parte de la virtud de la templanza, que tiende a impregnar de racionalidad las pasiones”. (CIC 2341) - “El dominio de sí es un obra que dura toda la vida”. (CIC 2342) - “La castidad es también un don de Dios, una gracia, un fruto del trabajo espiritual”. (CIC 2345) - “La castidad aparece como una escuela de donación de la persona. El dominio de sí está ordenado al don de sí mismo”. (CIC 2346) - “La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida (…) Las personas casadas con llamadas a vivir la castidad conyugal; las demás practican la castidad en la continencia”. (CIC 2349) - “Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza del recibirse el uno y el otro de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio las manifestaciones de ternura específicas del amor conyugal. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad”. (CIC 2350) - “El placer sexual es moralmente desordenado cuando es buscado por sí mismo, separado de las finalidades de procreación y de unión”. (CIC 2351) - “La masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado (…) El goce sexual es buscado aquí al margen de la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero (…) Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia y otros factores psíquicos o sociales que reducen, o incluso anulan la culpabilidad moral”. (CIC 2352) - “La fornicación es la unión carnal entre un hombre y una mujer fuera del matrimonio. Es gravemente contraria a la dignidad de las personas y de la sexualidad

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humana, naturalmente ordenada al bien de los esposos, así como a la generación y educación de los hijos”. (CIC 2353) - “La pornografía ofende la castidad porque desnaturaliza la finalidad del acto sexual. Atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para el otro un objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita (…) Las autoridades civiles deben impedir la producción y la distribución de material pornográfico”. (CIC 2354) - “La prostitución atenta contra la dignidad de la persona que se prostituye, puesto que queda reducida al placer venéreo que se saca de ella (…) Habitualmente afecta a las mujeres, pero también a los hombres, los niños y los adolescentes (en estos dos últimos casos el pecado entraña también un escándalo). Es siempre gravemente pecaminoso dedicarse a la prostitución, pero la miseria, el chantaje, y la presión social pueden atenuar la imputabilidad de la falta”. (CIC 2355) - “Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravaciones graves, la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso”. (CIC 2357) - “Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. No eligen su condición homosexual; esta constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianos, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”. (CIC 2358)

¿Mera utopía o un ideal para este mundo? Una de las objeciones más frecuentes que se escucha contra la moral católica en materia de la virtud de la castidad, suele formularse, más o menos, en los siguientes términos: “La Iglesia no pone los pies en la tierra”, “su predicación es tan angelical como irreal”, “el mensaje hay que adaptarlo a la realidad en la que vivimos”, “no se pueden poner puertas al campo”, etc.

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En mi opinión, una de las estrategias del pansexualismo y de la ideología de género es la de hacernos creer que la castidad no es posible entre los jóvenes; ni como ideal, ni como realidad. Se viene a decir: “Tal vez puedan quedar por ahí algunos reprimidos y acomplejados, pero son el hazmerreír de los jóvenes de hoy”… ¿Es esto cierto? Pienso que es falso, y más aún, pienso que se ha prefabricado una imagen sobre la sexualidad en la juventud, con el intento de acomplejar a quienes no se suben al carro… Por citar un ejemplo, es habitual que los medios de comunicación se refieran a la “edad media de inicio de las relaciones sexuales” en términos equívocos. Recientemente, hemos escuchado la afirmación de que la edad media de inicio de las relaciones sexuales en España es de poco más de 15 años. Partiendo de este dato, la opinión pública concluye que la mayoría de los jóvenes que superan esa edad ya mantienen abiertamente relaciones sexuales. Sin embargo, se trata de un dato confuso, que provoca una interpretación equivocada. En realidad, “la edad media de inicio de las relaciones sexuales” solamente es calculada entre jóvenes que ya han tenido relaciones sexuales; por lo tanto, no tiene en cuenta a los demás (a los que viven en castidad). Por ello, estamos ante un dato muy desorientador y manipulador, que distorsiona el conocimiento de la realidad. Exponemos a continuación datos que podrían ser verdaderamente orientativos:

Al observar estos datos, la conclusión es clara: más allá de las metodologías equívocas para cuantificar la edad de inicio de las relaciones sexuales, el porcentaje de jóvenes de 16 años que mantienen relaciones sexuales es claramente minoritario. Pero, más aún, ¿acaso alguno piensa que el conjunto de los adolescentes que mantienen relaciones sexuales han tomado esa opción de forma libre y voluntaria? ¿Se sienten felices y satisfechos por ello? ¿Qué influjo ha podido tener el alcohol en su iniciación en el sexo? Y me atrevo a formular la siguiente pregunta: ¿Cuántos de ellos 115

responderían que no se arrepienten de haberse iniciado en las relaciones sexuales en la adolescencia, si se les hiciese esa pregunta a los cuarenta años? Es decir, no es verdad que la virtud de la castidad haya desaparecido entre los jóvenes; ni como realidad, ni mucho menos como ideal. Recuerdo que al regreso de las JMJ (Jornadas Mundiales de la Juventud) en sus diversas ediciones, o tras la celebración de campamentos de verano o peregrinaciones a santuarios marianos… he escuchado de labios de algunos jóvenes, en el contexto del acompañamiento espiritual, expresiones del siguiente tenor: “Estoy sorprendido de mí mismo, de cómo hemos convivido estos días, sin que se me hayan pasado por la cabeza pensamientos o deseos impuros”; “Nunca había estado tanto tiempo con unas chicas tan majas, y me quedo alucinado de lo limpio que ha sido todo”… Sí, no lo dudemos, este tipo de cosas las llegan a expresar los jóvenes contemporáneos, si se les ayuda a descubrirlas. Y para ello, es totalmente necesario ayudarles a realizar un juicio crítico sobre la manipulación pansexualista en la que estamos inmersos. Pero quiero decir algo más a este respecto…

La adicción al placer, instrumento para la manipulación Los dictadores de la Roma Imperial utilizaron el “pan y circo” como instrumento de manipulación de las masas. Nosotros no estamos tan lejos. Sencillamente, hemos actualizado el “pan y circo” por el “sexo y fútbol”. Pero el principio sigue siendo el mismo, o muy parecido. Afortunadamente, existen signos de resistencia a la manipulación, como las manifestaciones populares en Río de Janeiro durante los mundiales de fútbol, en el verano de 2014. Supongo que a muchos de aquellos manifestantes les gustaría el fútbol, pero no estaban dispuestos a dejarse manipular por ese “gusto”. De la misma forma en que el sexo es atractivo, pero no por ello debemos dejar de estar alerta para no ser manipulados por la seducción del placer sexual. Tal vez alguno piense que esta alerta que estoy lanzado es un tanto “conspiranoica”… ¡Veámoslo! Tal vez no hayas oído hablar de Ernest Dichter, psicólogo austríaco y uno de los mayores magos de la publicidad, allá por los años 50. Ocurrió que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la población europea y norteamericana había llegado a adquirir un hábito austero de vida. Aquella confrontación bélica había generado un estilo de vida en el que se consumía lo necesario, sin excesos y sin derroches. Frente a esto, los dirigentes de la economía occidental aspiraban a aumentar exponencialmente el consumo, con el objeto de disparar el crecimiento económico. Pues bien, Ernest Dichter fue una de las claves para la introducción de los hábitos consumistas… Dichter partió de la constatación de que cuanto más se apartaba la gente de sus

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convicciones religiosas, mayor era el deseo de comodidad, lujo y prestigio. Esto permitía disparar el consumo. Había constatado que el ciudadano “puritano” tiende a adquirir solo lo necesario; por el contrario, el “liberado” compra todo lo que le produce placer. Así las cosas, la publicidad se empeñó en la batalla de hacer desaparecer el “sentido espiritual” y el “pudor personal”, para que el consumismo pudiese lograr todo su efecto. El erotismo es utilizado como un persuasor oculto en la carrera consumista. El poder inmenso de los medios de comunicación hace el resto. La erotización de la publicidad persigue eliminar el pudor de la persona, que es una especie de mecanismo de protección que todos tenemos, con la finalidad última de que se dispare el consumismo. Más aún, es interesante conocer que los términos “lujo” y “lujuria” tienen la misma raíz etimológica: “luxus”, es decir, “torcedura”. En efecto, tanto el lujo (materialismo consumista) como la lujuria (pansexualismo), son una “torcedura”, una “desviación” del recto camino que conduce a la felicidad del ser humano. En nuestros días, la ideología de género y la revolución sexual son una forma clara de manipulación y de sometimiento al servicio del poder. Más aún, algunos que se consideran muy idealistas en lo referente a muchas reivindicaciones sociales (denuncia de la corrupción, solidaridad internacional, etc) se encuentran sometidos al pansexualismo y a la ideología de género, manipulados por la adicción al placer sexual (combinado con la adicción a diversas drogas). Por ello, la verdadera liberación pasa por reaccionar ante la adicción al sexo y a las drogas como instrumentos que limitan la libertad. Como digo, algunos “revolucionarios” no han llegado a percatarse de esto, por lo que su mensaje es más político-teórico que existencial-práctico. Me estoy acordando de unas declaraciones de Pablo Iglesias, líder de Podemos, en las que afirmaba: «Decían los estudiantes del 68: “hagamos el amor y no la guerra”. Para mi generación, eso de “hacer el amor” es una cursilada. Mi generación prefiere “follar”. Y más nos valdría aprender a “hacer la guerra”, para que no nos sigan follando». Se equivocaba Pablo Iglesias en su análisis, porque eso que él dice que su generación prefiere —“follar”— forma parte de la estrategia del poder para seguir “sometiéndonos”. Y es que la táctica de manipulación más sibilina es la que llega a servirse de la apetencia humana. En definitiva, la dictadura más consolidada es aquella en la que los esclavos sienten placer en serlo. Como afirmaba en el prólogo del libro: la virtud de la castidad es fundamental para alcanzar la libertad y la felicidad. Cuando el ser humano exclama: “Yo hago lo que me da la gana”, en realidad, manifiesta que se ha convertido en esclavo de sus “ganas”. La diferencia entre la sexualidad madura y la inmadura es que en la primera la razón gobierna la voluntad, la voluntad gobierna los afectos, y los afectos gobiernan los instintos. Por el contrario, en el caso de la sexualidad inmadura ocurre justamente lo contrario: los instintos gobiernan los afectos, los afectos gobiernan la voluntad, y la

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voluntad gobierna la razón.

El corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara “El corazón no es de quien lo rompe, sino de quien lo repara. Por ello, nuestro corazón es del Corazón de Cristo”. Recuerdo haber concluido con esta expresión la ponencia que pronuncié en el Primer Congreso de Pastoral Juvenil celebrado en la Catedral de Valencia, en noviembre de 2012, cuyo título fue: “La evangelización de los jóvenes ante la emergencia afectiva”. En efecto, la proclamación del Evangelio a las nuevas generaciones de jóvenes —en realidad, cada vez hay menos diferencias entre las diversas generaciones—, se encuentra ante unos destinatarios del mensaje con profundas heridas afectivas. En este contexto, podemos afirmar que la buena nueva del Evangelio es más actual que nunca, ya que las carencias afectivas de nuestra generación hacen más necesario, si cabe, el anuncio del amor incondicional de Dios a todos y a cada uno de nosotros. La vida tiene sentido, puesto que somos amados por Dios con un amor explícito y personal. Ahora bien, las propias heridas afectivas dificultan la aceptación de este anuncio del amor de Dios. De forma especial, la desconfianza corroe nuestro interior. Tenemos el peligro de proyectar en Dios nuestro propio estado interior… Cuando hemos perdido la confianza en nosotros mismos, en el prójimo y en la sociedad, llegamos a desconfiar de Dios. De aquí la importancia de proclamar el evangelio de la misericordia, que está íntimamente ligado al evangelio de la esperanza. Me explico: la fe en Jesucristo supone la fe en que Dios nos ama tal y como somos; al mismo tiempo que supone la fe en que Dios puede y quiere sanarnos y santificarnos. En realidad, ser creyente no es creer simplemente en la existencia de Dios, sino en que Él puede y quiere hacernos santos; es decir, la auténtica fe es la que llega a confesar nuestro convencimiento de que “quien comenzó en nosotros la obra buena, Él mismo la llevará a término”. Dios nos quiere como somos, al mismo tiempo que nos “sueña” distintos… Y no olvidemos que los sueños de Dios son más reales que nuestra propia miseria. Insisto y subrayo que la confianza en la misericordia está íntimamente ligada a la virtud de la esperanza. Confiar en la misericordia de Dios es esperar que Dios nos santifique, y no meramente esperar que nos cubra con su manto, “tapando” nuestro pecado. La misericordia de Dios Padre tiene infinita paciencia con nosotros, los pecadores, hasta el punto de llegar a reconstruirnos, haciendo de nosotros hombres y mujeres nuevos, a imagen de su Hijo, Jesucristo. Por ello, es muy importante que nadie caiga en la tentación de pensar que lo que ha

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leído en este libro llega tarde para él, por considerar que su vida ya no tiene forma de enderezarse. A Dios no le asustan nuestras debilidades, ni nuestras pobrezas y esclavitudes…. En realidad, lo único necesario es la humildad y la apertura a la acción de la gracia: ser humildes, y dejarnos “querer” y “cuidar” por quien desea sanarnos y santificarnos. Nuestro desorden interior no es un obstáculo insalvable, sino más bien el punto de partida para consolidar la madurez, de la mano de la virtud de la castidad. La clave está en convencernos de que el Amor de Dios funda el amor humano. El cristianismo no es otra cosa que la escuela del amor: el amor divino educador del amor humano. Quisiera terminar recordando la experiencia que San Juan Pablo II compartía en uno de sus libros-entrevista: “Siendo aún un joven sacerdote aprendí a amar el amor humano”. Aquel joven sacerdote, llamado Karol Wojtyla, conoció el corazón del hombre y de la mujer desde el Corazón de Cristo… + José Ignacio Munilla Aguirre Obispo de San Sebastián

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AGRADECIMIENTOS Este libro no hubiera sido posible sin lo aprendido de Nieves González Rico, directora de la Fundación Desarrollo y Persona. Sería “un no parar” tratar de enumerar las citas que de forma directa o indirecta se deben a ella. Señalamos únicamente las fuentes más importantes. N. González Rico, T. Martín Navarro y otros. “Aprendamos a Amar”. Proyecto de educación afectivo sexual para jóvenes de 11 a 14 años. Ediciones Encuentro, Madrid 2007. N. González Rico, T. Martín Navarro y otros. “Aprendamos a Amar”. Proyecto de educación afectivo sexual para jóvenes de 15 a 18 años. Editorial CEPE, Madrid 2010.

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Este libro se terminó de escribir el 2 de abril de 2015, X aniversario del fallecimiento de San Juan Pablo II

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MONS. JOSÉ IGNACIO MUNILLA Actual obispo de San Sebastián y anteriormente obispo de Palencia. Antes de ser nombrado obispo, fue párroco de Zumárraga (Guipúzcoa) durante veinte años. Conocido por sus artículos en prensa, así como por su participación en Radio María, donde durante varios años explicó el Catecismo de la Iglesia Católica, así como el Youcat. Actualmente realiza en esta radio el programa “Sexto Continente”, colaborando también en COPE. Su 122

presencia en las redes sociales es también notoria: en Twitter con la cuenta @obispomunilla, y en su muro de Facebook. Sus conferencias y otras intervenciones pueden escucharse en su canal de Ivoox así como en Youtube. Publica todos sus artículos en su propia página WEB (enticonfio.org). Desde los primeros pasos de su ministerio ha mantenido una relación muy habitual con el mundo joven y su problemática. Primero con Mons. Francisco Cerro y posteriormente junto con Mons. Xavier Novell, obispo de Solsona, fue el obispo Responsable de la Pastoral Juvenil de la Conferencia Episcopal Española. Actualmente forma parte de la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal, además de ser presidente de la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Europea.

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BEGOÑA RUIZ PEREDA Seglar consagrada de la Fraternidad Seglar en el Corazón de Cristo. Trabaja desde hace 14 años en la Fundación Desarrollo y Persona, donde es responsable de la formación de monitores del proyecto educativo “Aprendamos a Amar”.

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Index SEXO CON ALMA Y CUERPO INTRODUCCIÓN 1. PONGAMOS LOS FUNDAMENTOS 2. EL LIO DE LA INFIDELIDAD 3. EL MATRIMONIO: ¿VOLUNTAD, SENTIMIENTO U OTRA COSA? 4. SENCILLOS COMO PALOMAS, ASTUTOS COMO SERPIENTES 5. CASARSE, UN ACTO DE LIBERTAD Y CONFIANZA 6. UN PAR DE APUNTES A MODO DE EPÍLOGO AGRADECIMIENTOS AUTOR

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