Sergio Algora, La Mente Puesta Al Sol (Por Jesús Jiménez Domínguez)
July 24, 2022 | Author: Anonymous | Category: N/A
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SERGIO ALGORA: LA MENTE PUESTA AL SOL Jesús Jiménez Domínguez He escrito todo lo que no he visto. Pero he vivido lo que he escrito y las palabras renacen con otras vidas. SERGIO ALGORA
Sergio Algora (1969-2008) fue un poeta (porque poesía es cuanto hallamos en sus poemas, en sus relatos y en sus canciones) heterodoxo y libre, un verdadero detective detect ive salvaje salvaje al que que el ofic oficia ialis lismo mo no nota tari rial al de la lass le letr tras as ar arag agon ones esas as no pu pudo do domesticar o encasillar y, a veces, entender. Desde siempre, se desentendió de las camarillas literarias de la ciudad y rara vez se dejó ver en las tertulias y menos aún en los círculos institucionales. Fue, a fin de cuentas, y en palabras del poeta, crítico y amigo Fernando Andú, un escritor “muy poco literario, felizmente”. “Para mí escribir poesía es una forma de videncia casi opuesta a la literatura y por supuesto contraria a la profesión de escritor”, aseguró nuestro autor en una entrevista1, intentando zanjar el tema. “Yo quiero llegar al poema sin necesidad de escribir, pues ese hecho me acerca un poco a la literatura literatura y yo quiero es estar tar lejos”. A sabiendas de que la literatura estaba en todas partes menos en la literatura (más en la vida, en las plazas y en los bares que en los libros, en las aulas y en las cátedras universitarias), Sergio fue un lector que se hizo a sí mismo (a los quince años se intoxicó para siempre con Las flores flores del mal ) y que, paralelamente, hizo también al escritor. Sus primeros escritos aparecieron en fanzines musicales y en otras revistas de dudoso contenido lírico: siendo todavía un adolescente de catorce años, vio editado su primer texto (una prosa poética, “El arte de amar”) amar”) en la revista pornográfica Lib. En él, los muebles y demás enseres cotidianos de una casa copulaban entre sí en una suerte de kamasutra de los objetos: así, por ejemplo, el grifo de una bañera se dilataba y alargaba hasta hacer el amor con el desagüe, desprendiendo de su frotación un cálido óxido. Posteriormente, llegarían los primeros reconocimientos locales: en 1986, a la edad de diec di ecis isie iete te años años,, ga gana na un accé accési sitt de dell Prem Premio io de Poes Poesía ía Ci Ciud udad ad de Za Zara rago goza za,, imponiéndose a finalistas de la talla de, a la postre, dos premios Loewe (Juan Pablo 2
Zapater,Quienes de Poesía Joven ena1990; y Vicente en 2001) . asistimos la difusión de Gallego, sus primeros poemas (en el instituto de bachillerato, donde ambos coincidimos, colaboraba activamente en la revista Papeles3) empezamos a entrever dos máximas que seguiría a rajatabla toda su vida: arroja por la borda cuanto rebase el límite de tu imaginación y hazlo a tu manera, sin importarte nadie ni nada. Sergio, en efecto, fue un náufrago que achicaba sin cesar la barca rebosante de su creatividad. Había una suerte de urgencia inaplazable en “deshacerse” de poemas, cuentos y canciones, como si todos ellos le quitaran tiempo para lo 1
http://www.revistateina.es/teina/web/teina_1/literatura/tintalabios/tinta http://www.revistateina.es/teina/web/teina_1/literatura/tintalabios/tintalabios_sergio_entrev.html labios_sergio_entrev.html Ambos, junto a accésits y otros finalistas, aparecen seleccionados en el volumen Poemas de Zaragoza 1986 , VV. AA., (Excmo. Ayuntamiento de Zaragoza, Zaragoza, 1986). 3 Los poemas publicados allí tenían notables influencias de Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), el libro más cinematográfico de Rafael Alberti. Si Alberti introducía actores del cine cómico en sus versos, Sergio hacía lo propio con sus héroes musicales del momento. Sus poemas llevaban
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títulos tanque largos y significativos como “Los Mestizos intentan explicar adudan un simpatizante Joyteléfono Division lo difícil es dormir con luna llena” o “13.000 hombres en camiseta entre llamardepor o acostarse al atardecer”.
verdaderamente importante: vivir y amar. Así, en un corto periodo de catorce años, dio a la prensa cinco libros de poesía ( Envolver en humo4, Paulus e Irene5, Otro Rey, la misma Reina6, Cielo ha muerto7 y Los versos dictados8), dos libros de relatos ( A los hombres de buena voluntad 9 y No tengo el placer 10), una obra dramática ( La lengua del bosque11) y una docena larga de discos repartidos entre sus grupos El Niño Gusano, Muy Poca Gente, La Costa Brava y Cangrejus (éste publicado póstumamente). póstumamente). Durante todos estos años, la reputación de Sergio Algora como letrista de culto dentro del pop independiente no ha hecho sino agrandarse hasta desbordar nuestras fronteras y cruzar el Atlántico (uno recuerda especialmente el sentido obituario que Página 12, el diario bonaerense bonaerense,, le dedicó aquel fatídico verano de 2008). Sin embargo, injustamente, el reconocimiento de su poesía fuera de Aragón no ha seguido un camino paralelo. Acaso porque el mundo literario español es menos receptivo que el musical a las innovaciones, a las rarezas y a quienes, como él, nadaron contracorriente sin preocuparse de guardar guardar la ropa. Tal vez porque la obra poética de Algora, tan hermética en ocasiones, exige tanta libertad del lector como el autor se exigió al escribirla. O quiz quizás ás porq porque ue,, si simp mple le y llan llanam amen ente te,, la prec precar aria ia di dist strib ribuc ució iónn de al algu guno noss de su suss poemarios dificultó el conocimiento y disfrute de su poesía, asunto éste que la reciente recopilación de su poesía reunida (Celebrad los días, Chamán Ediciones, 2017) ha venido felizmente a remediar. r emediar. Si en sus canciones Sergio se nos mostraba reconciliado con la vida, lúdico, hedonista y cálido (“Ninguno de nosotros estamos hechos con frío” 12), en sus poemas a menudo se nos aparece atravesando invierno, largo ysudesapacible, de marcados tintes Envolver en existencialistas. En efecto, entre losun versos que abren primer poemario humo (“El invierno sigue hambriento ahí fuera / agitando un ramo de bellísimas esquelas”) y los que –como en un círculo– cierran Invierno, su último libro póstumo (“Soy el pelotón perdido que pasa el tiempo / ahorcando muñecos, andando por las ramas, / pasando a cuchillo a los muertos, / rompiendo piedras con los huesos, / esperando el fin del invierno”), hallamos una voz urgente y explosiva al principio, más introspectiva y resignada al final; pero siempre, más allá de los tonos, entrevemos los mismos temas, aquellos que más le obsesionaron: el amor violento y pasional, los fantasmas del cuerpo y de la identidad y la consideración, siempre tan presente, de la muerte. Si en sus primeros poemarios Envolver en humo y Paulus e Irene hallamos un trazo expresionista, idóneo para explorar los abismos de la conciencia desde bases antropológicas y psicológicas (tras un infructuoso año en la Facultad de Historia, Sergio se había matriculado en Psicología por la UNED), en Cielo ha muerto y en Los versos dictados reconocemos una voz más templada y madura que deja transparentar aspectos más íntimos de su propia biografía, sin renunciar por ello a esa esencia superior, que para él era el misterio: “Pienso, como los alquimistas, que no existe materia corporal que esté apartada de la esencia superior , que para mí es el misterio. Siempre que se escribe poesía se intenta nombrar el misterio”13. Como Rimbaud, que tampoco cumplió 4
Lola Editorial, Zaragoza, 1994. Olifante, Zaragoza, 1998. 6 Devenir, Madrid, 2003. 7 Diputación Provincial de Zaragoza, Zaragoza, 2005. 8 Aqua, Zaragoza, 2005. 9 Xordica, Zaragoza, 2006 (2ª edición, 2009). 10 Xordica, Zaragoza, 2009. 11 Chorrito de Plata, Zaragoza, 2005. 5
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“Pon “Pon tu1996). mente mente al sol”, sol”, tema inclui incluido do en El efecto Lupa, El Niño Gusano (Grabaciones en el Mar, Zaragoza, 13 http://www.revistateina.es/teina/web/teina_1/literatura/tintalabios http://www.revistateina.es/teina/web/teina_1/literatura/tintalabios/tintalabios_sergio_entrev.html /tintalabios_sergio_entrev.html
los cuarenta, Sergio quiso ser poeta (y, por tanto, Vidente) aun a sabiendas de que a lo desconocidoo sólo se llega mediante el desarreglo de todos los sentidos. desconocid Pero en su poesía no solamente hallamos los ecos franceses de los visionarios Rimbaud, Artaud o Bataille, sino también resonancias de Celan, Ashbery, el primer Leopoldo María Panero o incluso Carlos Edmundo de Ory, del que aseguró haber adaptado al inglés algunos de sus versos para escribir “Genius” 14, canción incluida en Palencia epé y, curiosamente, el único tema de El Niño Gusano (si exceptuamos el maquetero “Mouthless shadow”) no cantado en castellano. Invierno cierra, pues, un círculo: el de su poesía reunida. No completa, porque en el cajón del olvido quedaron varios manuscritos que él rehusó publicar y, en consecu cons ecuenci encia, a, perm permanec anecen en inéditos: inéditos: Diario de Víctor Rébola (un largo poema épico plagado de violencia violencia carnal, he hechiceros, chiceros, ensoñaciones ensoñaciones lisé lisérgicas rgicas y carroña humana sobre un paisaje que parece directamente trasplantado de las pinturas de Pieter Brueghel), Borrador para un atlas fantasma (un des descen censo, so, co como mo en Envolver en humo, a los instintos insti ntos más primario primarioss del ser humano) humano) y XXX (una (una treintena de poemas aforísticos y cortos cor tos,, alg alguno uno de ellos ellos apr aprove ovecha chado do para para for formar mar parte parte de dell delira delirante nte repert repertori orioo de Cangrejus). Huelga decir que las muestras de poesía algoriana no se reducen sólo a todos estos poemarios, inéditos o no, que he citado. Una personalísima corriente lírica (los malabarismos inverosímiles con las palabras, la afinada imaginería visual y conceptual, los aforismos impregnados de misterio) cruza el resto de una obra que incluye –claro está está–– los los text te“con xtos os poesía de su sussdecanc cabaja ncio ione nes, s, que que elHay pr prop opio io ellas, Se Serg rgio io defi nióó co como mo un ju jugu guet etes es construidos intensidad”. en en de lasfini canciones, juego perpetuo frente al hastío programático de la vida, una invitación a la máscara y al disfraz, disfra z, a proye proyectar ctar una risa seria frente al espejo. “Yo no sé contar lo que pasa en la realidad”, cantaba nuestro poeta en “Pon tu mente al sol”; pero, por el contrario, parecía ser un avieso explorador del mundo del subconsciente y de los instintos primarios que anteceden tanto al dolor y como al placer. Además, para deleite del oyente o de lector, sabía envolverlo todo en un halo de misterio nada pretencioso, que él mismo se encargaba luego de desbaratar al instante con un sentido de humor tan particular como inteligente. En la obra teatral La lengua del bosque , que el autor soñaba con estrenar algún día sobre el escenario de un colegio lleno de niños boquiabiertos, las influencias de siempre habían sido complementadas por otras no menos presentes en su imaginario personal: Alfred Jarry, Eugène Ionesco o Lewis Carroll. En esta pequeña muestra de literatura del nonsense y del absurdo, Algora añade nuevas criaturas al “zoo ilógico” de El Ni Niño ño Gusa Gusano no (El (El Ho Homb mbre re Av Aves estr truz uz,, Ve Venc ncej ejoo Hume Humean ante te co conn Rued Ruedas as,, Sr Sr.. Mueblebar…) para pergeñar un mundo donde el orden queda desarmado y cualquier rastroo de silogism rastr silogismoo subv subvertid ertido. o. Sergio Algora es, qué duda cabe ya a estas estas alturas, alturas, un disidente del aburrimiento, un torpedero que acaba con los tópicos y las frases hechas y un conversador brillante que sabía elevar la anécdota más trivial a la categoría moral de Literatura. A nadie nadie extrañó que sus siguientes pasos en la creación escrita fueran los de un narrador capaz de mezclar sus dos mundos: aquel desaforado que desbordaba los 14
El último verso de “Genius” (“frozen flow the rivers in my brain”) remite al final del poema de Ory “Arrojadme un ataúd negro”, incluido en La flauta prohibida (Zero, Madrid, 1979): “Los ríos corrientes de mi cerebro se han congelado”. No es la única vez que El Niño Gusano toma prestados versos ajenos para sus canciones: Detrás de “Y lo que digo cinco veces es verdad” ( El Efecto Lupa, 1996) está está The hunting of the Snark
(1876), de(Zona Lewisde Carroll. recordemosdeque últimadegrabación del grupo fue la canción “La pobre niña” Obras,Finalmente, 1999), una adaptación unlapoema Abrojos (1887), de Rubén Darío.
límites de su imaginación y aquel otro de la realidad más palpable, próxima y cotidiana. Así dio a la ed edito itoria riall Xor Xordic dicaa dos volú volúmen menes es de relato relatos, s, A los hombres de buena voluntad y No tengo te ngo el placer , que muestran su variedad de registros como escritor de fábulas urbanas y una habilidad natural para ensamblar a Boris Vian15 con George Saunders, a Quim Monzó con David Foster Wallace. Pero Sergio Algora, que nada temía más en este mundo que esa muerte en vida que es el aburrimiento, siempre estaba ideando nuevas formas de evasión, individuales o colectivas. Digo colectivas no solamente porque andaba reclutando amigos para formar lo mismo barras de bar que bandas de pop (y ahora era el turno de La Costa Brava, un grup grupoo que que era era tamb tambié iénn una una filo filoso sofía fía de vi vida da he hedo doni nist staa to toca cada da po porr ci cier erta ta vi visi sión ón melancólica de Fran Fernández), sino porque uno de sus proyectos literarios (uno de tantos) tanto s) era alargar alargar el argu argument mentoo de “Cas “Casaa partida en dos”, cuento inclui incluido do en A los hombres de buena voluntad , hasta convertirlo en una novela escrita a cuatro manos: las suyas y, permítaseme la intromisión en esta historia, las mías. En el relato, el joven protagonista vuelve a la casa que comparte con sus padres y descubre que estos (que ahora viven encorvados, de rodillas o arrastrándose) han bajado los techos para permitir que un extraño –mitad ángel, mitad humano- habite arriba, justo en una habitación sobre la suya. Prolongar aquella historia suponía un juego más de la marca Algora: hacerme un hueco en esa casa de techos altos que, para él, era la literatura. Éste era el plan de trabajo: él escribía unas páginas de relato y yo las continuaba, ajustándome a su mundo particular e intentando intentando un estilo, está está,, inimitable. El resultado inmediato, diato, sin embargo, entusiasmaba entusiasma baimitar a Sergio: por la claro singularidad de la propuesta y por inme la posibilidad de “confundir” y sorprender al lector con una novela partida en dos. Los borradores fueron compartidos con algunos amigos y ninguno sospechó del truco: no se notaban las costuras del monstruo entre su parte de narración y la mía. Así que continuamos en ello durante varias semanas hasta que el primer entusiasmo se fue enfriando, más por mi parte (lo reconozco) que por la suya. Un día le conté un hecho hecho cierto de mi vida laboral: un paciente psiquiátrico de mi lugar de trabajo me llamaba siempre, ignoro por qué, por el nombre de Javier Marín. Sergio (en cuyo DNI figuraba Sergio Javier Algora Marín) comprendió enseguida lo que quería decirle: yo sentía que estaba intentando ser su doble literario, su segundo de a bordo, escribiendo una novela y unas formas que no eran la mías; así que la colaboración terminó diluyéndose amistosamente, con gran dosis de comprensión por su parte, en agua de borrajas. Y de todas formas, acaso fuera mejor así: a mi modo ver, el relato, tal y como se publicó en el volumen de Xordica, resulta concluyente y perfecto. No todos los proyectos colectivos que Sergio Algora emprendió, claro está, fracasaron. Ni mucho menos. Recientemente, Pregunta Ediciones editó Marcianos, una atractiva simbiosis entre su escritura singular y las ilustraciones de Óscar Sanmartín, creador de las míticas portadas en los discos de El Niño Gusano. El resultado es un librito rebosante de imaginación, humor e ingenio perpetrado por dos de los creadores más reseñables que ha dado esta tierra en los últimos treinta años, dos extraterrestres con un mundo propio. Un personaje extraterrestre aparece también en el último proyecto de Algora, una novela sin título conocido o definitivo, cuya finalización quedó truncada por su repentino fallecimiento en julio de 2008. En estas páginas inéditas, un ser del espacio 15
Las influencias de Boris Vian en Sergio Algora son innegables, hasta el punto de que muchas colaboraciones de éste en revistas y fanzines fueron firmadas con el seudónimo de Amadís Dudú, otoño en Pekín (1947). Las analogías entre Vian y Algora son literarias personaje borisviano de Elteatro, (ambos escribieron poesía, relatos y canciones), pero también biográficas (los dos sufrieron sendos infartos de miocardio; los dos murieron, finalmente, a la misma edad, 39 años).
exterior, conocedor del misterio de la inmortalidad, decide adquirir apariencia humana y vivir en carne propia los asedios sufridos por la ciudad de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia por parte de los ejércitos de ocupación de Napoleón Bonaparte. En enero de 2008, coincidiendo con el segundo centenario de los históricos acontecimientos, nuestro autor intenta ponerse en contacto con la Asociación Cultural “Los sitios de Zaragoza” para documentarse y resolver algunas dudas. En abril del mismo año, apenas tres meses antes de su fallecimiento, Sergio me envía, como solía hacer con muchos de sus escritos, setenta y tres páginas mecanografiadas con las escaramuzas militares y las andanzas rocambolescas de unos personajes sumamente excéntricos, algo así como Los desastres de la guerra de Goya contados por Boris Vian. La novela comienza con estos párrafos, que leídos ahora con el recuerdo del fallecimiento del autor en julio de 2008, no pueden sino provocar un escalofrío o dos: “Lo primero que tengo que deciros, para que no os llevéis a engaños, es que os puedo hacer alucinar, que sé todo el futuro de este planeta y que soy inmortal. Dentro de unos días cambiaré mi nombre y mis apellidos por otros y me iré de aquí. Estoy en Zaragoza. Es el invierno del año 2008 y hace casi dos siglos que soy el último superviviente de los que aquí vivieron entonces.”
Hay en la novela, como no podía ser de otra forma, imaginación a raudales, situaciones absurdas, viajes en el tiempo y anacronismos iluminados por una deliciosa chispa chi spa pop pop,, com comoo cua cuando ndo nuest nuestro ro pro protag tagoni onista sta extrat extraterr erres estre tre de decid cidee ve vesti stirr como como uniforme de guerra una réplica de las casacas psicodélicas que los Beatles lucen en la portada de Sargent Peppers Lonely Hearts Club Band y y que una modistilla de Zaragoza, llamada María Isabel, ha confeccionado siguiendo los patrones sesenteros de un sastre de Nashville: “Mi traje es el amarillo, el que llevaba John Lennon. Elijo el de Lennon porque el rosa de Paul es demasiado radical en la Zaragoza de 1808. Pero mi preferido es el rosa chicle lisérgico de Paul”. Como colofón a este artículo, que en ningún momento ha pretendido ser ni un texto académico ni una hagiografía, Turia ofrece, con el amable beneplácito de la familia Algora, y coincidiendo que este año se cumple el 50º aniversario del nacimiento de nuestro querido poeta y amigo, uno de los capítulos de esta novela chisporroteante, inacabada e inédita. Sergio Algora se fue en el verano de 2008, en pleno brindis colectivo, cuando Zaragoza era una fiesta (la de la Expo). O casi, porque en realidad la fiesta era él.
Capítulo IV LA REVISTA Sergio Algora Leo vuelve desde la orilla del río a las tiendas de campaña y forma, tiritando y golpeándose con las manos en los brazos para entrar en calor, con el resto de los soldados una zona árida y repelada detrás de Ha sobrevivido al paso por franceses Alagón, alenprimer sitio, toma del Convento de las Santiendas. José incluida, y sólo le queda un profundo corte ya cicatrizado sobre la frente como recuerdo. Lleva vivo desde que inició la campaña en Alemania, como la mayoría de sus compañeros de armas. Es tan continuo el fuego de la artillería sobre la ciudad, que el aire helado arde fecundando los huevos de los insectos. De esas duras y blancas uvas enanas salen moscas verdes que brillan como joyas. Las moscas, tras romper con sus patitas y antenas las cáscaras de sus huevos, salen a visitar a diario cada herida y las infectan para que que se sien sienta tann vi vivo voss los los ho homb mbre ress qu quee habi habita tann es esee in infi fier erno no.. Las Las mosc moscas as vu vuel elan an pesadamente pesadamen te porque, en el calor del sol de un invierno enfermo, se han empachado empachado de sangre y sus patas están rojas y duras como cabezas de pedernal. El sol matinal molesta porque despierta los olores que almacena la ropa. Llevan nueve días sitiando por segunda vez la ciudad y nadie ha cambiado ni lavado desde entonc ent onces es los uni unifor formes mes.. Cad Cadaa so solda ldado do tra transp nsport ortaa su suss propio propioss charco charcoss vitale vitales, s, sus sus rozaduras, heridas y amputaciones y esa es su verdadera seña de identidad. De noche, el frío parece que ha hecho desaparecer esos repugnantes aromas y por unas horas la oscuridad, hecha témpano, limpia a la tropa. La noche también tiende una áspera manta sobre los miembros ausentes, para que los heridos puedan dormir sin tener pesadillas. Sin las piernas uno vuelve a Francia. Sin oreja izquierda, sin nariz, sin dedos, se sigue en el sitio. Leo no ha perdido la esperanza y todas las mañanas escruta el cielo esperando ver alguna señal de su estrella. Por las mañanas se ven sólo aquellas estrellas que están habitadas y él entorna los ojos, como si fuera a afinar la puntería, para intentar distinguir su casa. Un alférez pasa revista y a ninguno de sus superiores le parece extraño que falten siete soldados. Del recuento nocturno al de la mañana faltan siete: ¿Cómo se explica eso?, pregunta alférezestos alférez Vian.últimos, aquella semana han desertado o desaparecido ochenta Sinel contar hombres. La mayoría ya será estiércol para el campo. Cada hombre es un estuche de abono, dice a menudo el mariscal Moncey. Que cualquier animal sea más compasivo que vosotros, dice también ese día a la tropa. El capitán Arispe se pega con un ungüento blanco su rojo bigote postizo y, con las axilas de su traje militar de gala oliendo a encurtidos y salazones, sale de la tienda. El traje de campaña no lo usa porque la sangre que lo empapó hace dos días se ha coagulado y ha quedado tieso y ahora lo usan como centinela perpetuo frente al campamento.. Piensa que un día podrá introducir los cinco dedos de su mano derecha en campamento los agujeros negruzcos de su hombro y tirar de las venas cercanas a su corazón como si fueran cuerdas de arpa, antes de sacar con su propia mano el plomo que allí se hundió. Su traje de campaña, campaña, crucificado crucificado sobre dos palos palos,, aguanta un mosquetón. mosquetón. De vez en cuando, el traje recibe una descarga de los sitiados y ahí sigue, impertérrito. Los sitiados piensan que es el fantasma de un centine centinela. la.
El general Bedel se atusa su real mostacho demediado. En un ataque cuerpo a cuerpo perdió medio de un tirón. Ahora el bigote lo tiene descompensado. Parece un famélico pájaro dibujado por un niño. Durante un tiempo guardó la mano amputada del que le arrancó el pelo del labio. Hasta que vea sus huesos. Luego la tiro, dijo al agresor. Y lo dejó con vida. Quería ver correr un manco hecho con sus manos. El sol camina penosamente sobre el campamento con sus zapatos nuevos que le aprietan en los talones y le abren llagas. Los pies sueñan con bajar al río antes de pudrirse en esos ataúdes de cuero con vistas. La formación de revista es irregular y tiembla de mal soñar y de hambre mañanera. Pero aun así, ni se inmuta ante la detonación. Caen gotas de sangre sobre la pechera del traje de Leo, como si hubiese estallado una sandía amiga y cercana. Pero nada más que eso: carne conocida. Alguien le ha volado el cráneo a su compañero de formación. Nadie se mueve. Los francotiradores tardan tiempo en volver a cargar para disparar otra vez; y normalmente no se molestan en hacerlo para evitar ser localizados y perseguidos. Un disparo y un muerto está bien para los sitiados. El sol sigue pasando revista. Si se le mira fijamente, los ojos se enrojecen, pues se reflejan en ellos la sangre de las rozaduras que causa el poco uso que ha hecho de sus zapatos recién estrenados. Los franceses no sabían nada de lo presumido y vanidoso que era el sol español hast ha staa qu quee lleg llentre egar aron on. . soldados. Su Suss piel pieles esInsolaciones es está tá me meno nos s ac acos ostu tumb mbra rada dass se y había so sonn fr frec ecue uent ntes es la las insolaciones los invernales. Nunca oído hablar des tal cosa en un lugar sin nieve. La insolación es la fiebre que contagia la tierra. La de la carne deja indiferente a la tierra a no ser que consiga un cadáver. Entonces la horadan, la agujerean y la remueven para echar el cuerpo allí. Y en lo profundo de la tierra todo vuelve al núcleo, todo se hace uno. Algunos de los habitantes de la ciudad sitiada se burlan de ellos subiéndose a las murallas de Zaragoza y quedándose tumbados al sol durante horas, conscientes de que no los pueden alcanzar con los mosquetones y de que en el momento del combate lucirán un envidiable bronceado. Mientras toman el sol, cantan barbaridades sobre una virgen, comenta el traductor entre la tropa. Recibir un tiro o una descarga de plomo es lo mínimo mínimo que te puede pasar pasar en los ataques a la ciudad. Leo nunca ha recibido en su cuerpo el impacto de una bala, ni le ha reventado la carne el hierro caliente de la metralla arrebujada de mala manera en un arcabuz. Tampoco ha estado muerto. Eso sí, le han clavado puñales, bayonetas y lanzas más de veinte veces. Algunas de las heridas se las hizo él mismo. Recibir un tiro es lo mejor que te puede pasar cuando entras en combate, dice Leo al novato Yann. Por eso cuando el general Arispe, con su descomuna descomunall y rojo bigote postizo trasta tra stabil billan lando do sob sobre re su lab labio io sup superi erior, or, arenga arenga a la tropa tropa con aire aire intimi intimidat datori orioo y amenazador, Leo siente un miedo desganado, natural y rutinario que ya no pone su cuerpo en posición de alerta. Un miedo que produce sueño y hace delirar como la fiebre que tiene tienenn los ca cabal ballos los her herido idoss que pa parec recen en po posar sar descu descuida idada damen mente te pa para ra pintor pintores es invisibles, recostados como rameras deformes en la parte trasera del campamento. Los caballos heridos le cuentan a Leo cosas que escuchan de noche a los animales mudos de la ciudad. En cada nueva misión, y piensa que va a ser en esa, Leo espera caer herido. Que te hieran es doloroso. siempre queYann. me quieren matar voy a ser herido porque yo no puedo morir, dice Leo Y a un inc incrédulo rédulo
Bueno, realmente me he hecho soldado para ver si puedo morir. Seguro que puedes morir, no digas estupideces, le dice Yann. No lo sé. He intentado intentado matarme muchas muchas veces. veces. ¿Te has intentado suicidar? Varias veces. Me clavé un cuchillo en el corazón antes de alistarme. No te creo. Bromeas, Bromeas, dice Yann. Yann. Leo, deprisa, sin hacer alardes, muy serio, se clava la bayoneta en el corazón y la retuerce como si intentara sacar el corcho de una botella de buen vino. La saca a los pocos segundos y sólo queda un agujero en su guerrera. Yann está lívido, le arranca el fusil ensangrentado y le grita. ¡Es un truco! Luego te haré más trucos, idiota. Haré desaparecer la ciudad que sitiamos. Ahora corre.
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