Ser Madre, Saberse Madre, Sentirse Madre

March 24, 2023 | Author: Anonymous | Category: N/A
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© Pepa Horno Goicoechea, 2011 © EDITORIAL DESCLÉE DE BROUWER, S.A., 2011 Henao, 6 - 48009 BILBAO www.edesclee.com [email protected]

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sólo  puede ser realizada realizada con la autorización autorización de sus s us titulares, titulares, salvo excepción excepc ión prevista prevista por la ley. ley. nec esita fotocopiar fot ocopiar o Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.cedro.org www.cedro.org –), si necesita escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN:: 978-84-330-3576 ISBN 978-84- 330-3576-9 -9 Realización ePub: Produccioneditorial.com

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 A mi hijo José, lo más bonito boni to que me ha pasado en la vida. vi da. Y a quienes formáis parte de nuestra “familia de dos y muchos más”.

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Prólogo  por Rosa Regás Regás

Ya va quedando lejos aquella última generación educada en una idea de la maternidad que, ensalzada a los niveles más sacrosantos de la vida humana, suponía la total sumisión a la naturaleza, sacrificio, deber, resignación. Una supuesta vocación de la mujer que no contaba ni con su voluntad ni sus apetencias y mucho menos con la capacidad de gozar del hecho de ser madre si no estaba regido por los designios de la moral al uso ni quedaba sometida al cumplimiento del deber y la ciega obediencia, no solo al marido y a la cerrada sociedad de aquellos tiempos sino a las reglas establecidas y rigurosamente impuestas por la religión. La mujer de hoy, en nuestras latitudes, a no ser que siga empeñada en no quitarse la venda de los ojos que le impide ver el camino de libertad que se ha abierto ante ella, vive en un mundo en el que la familia ya no es unidimensional sino que cuenta con la voluntad, el bienestar, la libertad de la mujer que contempla como resultado infinitas formas de familia, todas ellas igualmente satisfactorias si les presta la atención debida y si son fruto de la propia elección. Contamos con familias monoparentales, familias con dos padres o dos madres, familias de padre y madre y aún de dos o tres padres y madres según sean los divorcios y las separaciones se hayan Y muchas más.que Y en lo que nos habían augurado, yque todavía nosvivido. auguran, no parece loscontra hijos de sean desgraciados por no haberse ceñido sus padres al modelo tradicional. Cuando yo era pequeña, un hijo o hija de padres separados, de los que había muy pocos, eran menospreciados y marginados, aunque en los colegios religiosos se rezaba para que volvieran al recto camino que tanto se había alejado del camino del mal por el que transitaban sus padres.

Ser madre, saberse madre, sentirse madre , el bellísimo libro de Pepa Horno Goicoechea, es la historia de una maternidad elegida y responsable que recorre todo un largo viaje que va desde la decisión que hay que tomar para serlo sin renunciar a la forma de vida que se ha elegido, en qué forma se inserta esa decisión en la

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sociedad y la familia en la que vive, cómo adecuar las propias apetencias a las nuevas obligaciones, cómo descubrir los secretos y los goces de un embarazo, sea o no biológico, esa espera que sirve para ir tomando conciencia de la nueva vida que nos espera, hasta los contactos con el hijo, las preguntas a las que la madre habrá de hacer frente, las angustias de las enfermedades, y el goce infinito de saber que gracias a la propia voluntad y la propia libertad vamos transformando y  profundizando  profundi zando en e n nuestra propia propia personali personalidad sin sin haber renunciado renunciado por oblig obligación ación a ninguno de nuestros objetivos. Son formas de sentir la maternidad que no nos han sido transmitidas por nuestra madre ni por nuestra familia, nuevas formas que se han abierto camino en una sociedad que no las conocía y en cierta medida tampoco aceptaba. De ahí que la nueva madre soltera, la de un hijo adoptado, en definitiva la que no sigue el modelo establecido, tiene que echar mano de la imaginación y la fantasía para crear un modelo que le convenga según sea su propia vida y sus propias circunstancias. No tiene experiencia en este tipo de familia y por tanto no le queda más remedio que inventarse una según sus convicciones y sentimientos. El libro de Pepa, además de hacernos recorrer con ella este camino de la sensibilidad y de los cambios que en ella se producen, nos muestra cómo la elección de la maternidad sin sometimiento ninguno a la moral de nuestros abuelos, es el verdadero compromiso al que puede y debe acceder el ciudadano y la ciudadana,  porque no sol soloo habrá que descubri descubrirr por sí misma misma los infi nfini nitos tos secretos que esconde la maternidad y la relación con el hijo, sino que ella misma se dará cuenta de que  precisamente  preci samente por ell ella, por esa maternid maternidad, ad, seremos mejores personas, la forma mágica que puede convertir este mundo en un lugar un poco más vivible de lo que es. Ser madre, así entendida, ha dejado de ser un sistema de reproducción que nos ataba, lo quisiéramos o no, a un inacabable rosario de obligaciones, y una forma de superar nuestras limitaciones, de descubrir los secretos de nuestra forma y capacidades de ver, de imaginar, de amar, de conocer cuanto de intercambio hay en la entrega, y de entrar definitivamente en el camino de la libertad. La verdadera libertad, la de luchar por ser quienes queremos ser, compartir la vida con quien queremos compartirla y crear un vínculo de profundo amor con un ser nacido de nuestra propia elección, creado y amado por el efecto de nuestra conciencia y de nuestra voluntad. Sólo por esto ya somos mejores nosotros y, en buena parte, el

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mundo que nos toca vivir. Transmitir esos descubrimientos y esas vivencias es colaborar de la mejor manera posible al desarrollo de las facultades que tenemos a nuestro alcance para mejorar el bien de todos, es pasar de lo particular a lo general, del egoísmo a la generosidad. Así es este libro que tengo el honor de prologar: la lucha por un mundo mejor a  parti  partir conoci conocimien miento to de lo para que nos ejempl o defini defi niti tivo voladeconciencia, compromiso compromiselo socialr del y familiar, utilizando ello ocurre. valoresUn tanejemplo positivos como  pensamiento,  pensami ento, el sentimiento, sentimiento, el amor, todos al servicio servicio de llaa libertad. libertad.

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Introducción Siempre he sentido que son los vínculos afectivos verticales los que nos anclan a la vida: padres e hijos. Y no hablo de biología, sino de amor. De aquellas personas que eligen ser nuestros padres y aquellos a quienes elegimos como hijos o hijas. Son los que configuran nuestra alma y nuestra identidad. Los demás son compañeros de camino, camin o, esenciales, esenciales, pero compañeros de viaje. viaje. Siempre tuve clara la influencia de mi madre y mi padre en la configuración de mi alma, pero la crianza de mi hijo estos tres años ha hecho de mí una nueva  persona, que a ratos aún me cuesta reconocer rec onocer al mirarme mirarme en el espejo. Y en este camino, en esta revolución interior de la mano de mi hijo, ahora que llevamos ya un tiempo abrazados, quiero parar y escribir mi historia como madre. Sé que tres años no son casi nada, sé que este libro reflejará apenas los primeros aprendizajes que la maternidad me ha ofrecido hasta ahora sobre el mundo, la vida y sobre mi propia alma, aprendizajes que no han hecho sino empezar. Seguro que dentro de unos años podré añadir tantos folios o más a los ya escritos. Pero para mí este tiempo ha sido un viaje tan asombroso que necesito compartirlo. Porque hay muchas cosas que me hubiera gustado que alguien me contara,  primero,  pri mero, sobre lo que sig signifi nifica ca ser madre y luego, uego, sobre ser madre adoptiva. adoptiva. Cosas que no se dicen, que casi siempre se deja que aprendas por la radicalidad misma de la vivencia. Estas cosas no cambiarían casi ninguna de mis decisiones de estos tres años, algunas como cuento en el libro sí, pero creo que me hubieran hecho vivirlas de otra forma. Y si las hubiera sabido, se hubieran reducido probablemente algunos costes emocionales que viví de frustración, impotencia o culpa. En mi caso, yo soy, además de madre, una profesional de este ámbito, una  psicól  psi cólog ogaa especi especiali alista sta en afectivi afectividad dad y protección protección infantil nfantil, acostumbrada a trabajar  con familias y apoyar el desarrollo afectivo de los niños. Por eso creo que mi testimonio en este libro no es sólo como madre ni sólo como profesional. Estas  págiinas pretenden ser mi voz, una úni  pág única ca voz, porque ya no puedo separar la madre y la profesional. Ni puedo ni quiero. La voz de la profesional que hay en mí, que ya no puede olvidarse de lo que aprendió como madre y la de la madre cuya vivencia

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se ha nutrido de mis conocimientos como profesional. Esos mismos conocimientos que he tenido que poner a prueba, matizar o afianzar a través de los ojos de mi hijo. Por eso cuando me propusieron escribir mi historia –porque este libro quiere ser  mi historia como madre, no la de mi hijo– pensé que, si era capaz de narrarla, de dar voz a esos “silencios de vivencia”, quizá haya alguien al otro lado de estas  págiinas a quien le ayude.  pág Lo he dividido en tres capítulos que corresponden a los tres momentos de mi vivencia de estos años. El primer capítulo, ser madre, que abarca el tiempo desde el momento en que decidí ser madre y todo el proceso que tuvo lugar hasta que mi hijo llegó a casa. El segundo, saberse madre, el relato de los primeros meses junto a mi hijo, y el último, sentirse madre, en el que he intentado reflejar ese cambio de identidad que ha producido en mí la maternidad. Un cambio muy fuerte que transformó mi manera de verme como madre y como persona. En el fondo, quizá el motivo final que me llevó a escribir este libro. Al final de cada capítulo va un resumen de los aprendizajes que hice como madre, algunas de esas cosas que me hubiera gustado saber antes de la llegada de José. Esos aprendizajes enlazan también con la colección donde va publicado este libro, “Aprender a ser”, y con el sentido final de escribirlo: poder compartir con los demás lo que he podido aprender, por si a alguien le da luz. Cuenta además con el  privi  pri villeg egiio de un pról prólog ogoo firmado firmado por Rosa Regás, Regás, a quien quien ag agradezco radezco su generosidad enerosidad y su apoyo. Este libro se nutre también de varios escritos que escribí a mi hijo mientras esperaba su llegada así como a mis amigos y a mi familia durante el proceso. Fue uno de estos textos en concreto el origen de este libro, del que recupero el título y la estructura. Así que con ese texto justamente comienzo este libro: “Ser madre, Saberse madre, Sentirse madre” (27 octubre 2009)

 Hay muchas cosas que no se cuentan sobre sobre la maternidad. Llegues como llegues a ella. Aspectos que forman parte del relato intuido, transmitido  por generaciones, desde el que vamos construyendo nuestra identidad. identi dad.  Algo así como un alma común, que sólo llegas a atisbar en momentos de luz, de apertura y de entrega.  Nadie me dijo que llevaba tiempo saberse madre, madre, llevaba tiempo, horas,

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minutos, tardes de parque, lavadoras, purés y peluches llegar a saberse madre. Ni que ese tiempo adquiría otra dimensión, en la que esa ilusión que tenías antes de marcar el paso de tu vida y que es efímera, porque tampoco es real pero funciona, se desvanece y entras en un tiempo que no es el tuyo, porque el tuyo murió y el nuestro aún no ha llegado. Ni que habría momentos en que deseabas parar el tiempo, y otros que pasara tan deprisa que no pudieras ni vivirlo. Tantas cosas…  Pero, sobr  Pero, sobree todo, no sabía que llegaría un momento donde las fr fronteras onteras de mi ser no estarían en mi piel sino en la suya, en el que miraría mi vida a través de sus ojos, y la vería cargada de otros colores, de otros brillos y otras penumbras. No sabía que yo también nacería de nuevo”.  José, cuando cr crezcas ezcas y leas estas páginas espero espero que puedas encontrar en ellas una mínima parte de la inmensa gratitud y amor que siento hacia ti.

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1. Ser madre o la historia de un porqué

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1. La historia de un porqué 1.1. Decidir ser madre…

Siempre quise ser madre. Probablemente porque el referente más importante de amor en el que crecí, humano e imperfecto, pero palpable y envolvente, fue el de mi madre. Ella me enseñó a amar, y algo dentro de mí sentía que todo ese amor no  podía quedarse en mí. Además Además intuía que había una parte mía que sólo sólo llegaría a conocer como madre, justo la que intento reflejar en el tercer capítulo de este libro. Con el paso de los años he aprendido que la intuición es el lenguaje del alma y hay que seguirla seguirla fielmente. Sabía, por tanto, que sería madre, lo que no sabía era cómo ni cuándo ni con quién. El momento llegó de un modo natural, fui culminando etapas de mi desarrollo: salí de casa de mis padres, estudié una carrera, trabajé, viajé, disfruté  plenamente una vida  plenamente vida personal. personal. Viajar era una obsesi obsesión ón para mí desde niña, niña, sentía la necesidad de conocer el mundo, y me alegro de haberlo hecho antes de ser madre  para no poder sentir en ningún ningún momento la tentación del reproche por lo no hecho o no vivido. Al mismo tiempo, también por mi historia personal de hija de padres mayores, decidí que yo no sería madre tardía, que si llegaba a una edad y no había sido madre ya no lo sería. Determinadas ausencias de mi infancia pesaron más en esta decisión de lo que puedo expresar. Unos padres demasiado cansados para hacer  cosas que el resto de los padres de mis amigos hacían con ellos: excursiones, juegos, salidas, decoraciones en navidad… Un sinfín de pequeños detalles y rutinas que configuran una parte esencial de la infancia y que yo no tuve. La vida es muy larga y aún soy joven, no sé si mantendré esta perspectiva a lo largo de los años, pero sé que influyó en mi decisión y en el momento que la tomé. Tenía treinta y dos años, había pedido una excedencia de tres meses en el trabajo porque había estado viajando sin parar durante cuatro años por todo el mundo. Estos viajes fueron uno de los mayores privilegios que he tenido en mi vida,  pero me habían llevado al agotamient agotamiento, o, a una sensación sensación de necesitar necesitar parar, de ser  incapaz de poder elaborar más información, más estímulos, más lugares, personas, experiencias o sensaciones. Así que paré, aunque un parar muy peculiar, porque empleé la mitad de mi excedencia en viajar a Argentina y Perú con amigos.

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 Recuerdo el momento exacto en  Recuerdo e n que decidí tenerte. Estaba en medio medi o de una carretera de la Patagonia argentina, parado el coche, con Ana y con  Pablo, escuchando el viento, vi ento, mirando mi rando una inmensidad i nmensidad donde el comienzo comi enzo y el final de cada cosa se confunden. Un lugar donde me sentí pequeña en medio de una inmensa belleza. Entonces me dije: es el momento, voy a ser  madre, y no dentro de dos o cinco o diez años, voy a serlo ahora. Supe que tenía todo lo que necesitaba para criarte, que se resume en dos palabras: amor y estabilidad. Amor a raudales en forma de personas que han  formado nuestra “familia “famili a de dos y muchos más” y sin los que no hubiera  podido criarte, cariño. Y estabilidad. estabili dad. Estabilidad Estabili dad afectiva, personal, económica y relacional. Tenía hasta nuestra casa, una casa preciosa que acababa de comprar, con una luz inmensa y dando a un parque en un barrio que parecía (y es) un lugar casi perfecto para educarte. Lo más importante de las decisiones que tomamos en la vida para mí es que sean conscientes y elegidas. Comprendí también que optar por ser madre iba a cambiar, más que cualquier otra cosa, mi propia vida. Si quería tener un hijo tendría que crear primero una vida donde cupiera un niño. Una cosa era que yo me sintiera  preparada personalmente, pero otra era la vida vida que había llevado en los últi últimos años que, entre los viajes laborales y el cuidado de mis padres enfermos, había sido una vida en la que no cabía un niño. Así que se imponía un cambio.

1.2. ...Ser madre en solitario…

Hay algunas sensaciones, certezas las llamo yo, que no puedo explicar, pero que todo mi ser sabe que son ciertas. Yo sentía que nunca podría tener una pareja con alguien que no quisiera tener hijos, biológicos y/o adoptivos y del mismo modo sentía que mi propia maternidad no venía condicionada a tener pareja o no. Cuando pienso en la decisión que tomé, en por qué decidí ser madre sola y en todo lo que he vivido después, me reafirmo más que nunca en que no es bueno criar  un hijo en soledad, ni para la madre o padre, ni para el hijo. Pero que esta soledad no la marca tener o no tener pareja, sino tener o no una red de amor y apoyo. de mi misconcepto reflexiones másfamilias. profundas de mi precisamente, ha sidoUna sobre de las La fruto vivencia ha maternidad, hecho que algunas creencias

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mantenidas profesionalmente adquieran matices, fuerza y a veces incluso contundencia. Y una de esas creencias es que todos los seres humanos necesitamos una familia, una familia que nos dé la seguridad para llegar a ser autónomos y felices. Pero la familia no viene definida ni por la biología ni por una estructura determinada. No importa cómo esté constituida esa familia, sino que sea capaz de vincularse a ese niño, de protegerlo, enseñarle a amar y a ser amado, integrarlo en el entorno en el que vive, ayudarle a comprender lo diferente como parte de sí mismo, a vivir su espiritualidad y a gestar un sentido crítico y ético propios que le guíen por  la vida. Yo no creo, ahora menos que nunca, que se pueda criar bien a un niño en soledad, pero también creo con la misma fuerza que los lazos del amor son mucho más fuertes que los de la biología. Ahora no sólo lo sé de cabeza, sino de tripas y corazón. Por eso no importa a quién elijamos como familia, sino que elijamos y seamos elegidos, saber que pertenecemos a algo que va más allá de nosotros mismos y da sentido a nuestra vida. Si eso se logra en la pareja, como en la mayoría de los casos se hace, fantástico, si es en la comunidad como se hace en muchas culturas, estupendo, si se logra de otro modo, también. Pero creo que merece la pena antes de tener un hijo pararse a pensar si realmente tenemos una familia que ofrecerle, más allá de nosotros mismos. Estoy convencida de que el valor de las familias como contenedoras y configuradoras del alma humana, como las anclas a la vida verticales de las que hablaba en la introducción, debe ser valorado por la sociedad como el legado precioso de nuestra especie que es, y no limitarlo o encorsetarlo a un modelo determinado de vivir esa familia. En lo que a mí me toca, en aquellos momentos, fui lo suficientemente ingenua como para creer que con mi estabilidad individual valía. Ahora, tres años después, sé claramente que sin las personas que me han acompañado, confortado, ayudado y guiado, desde mi familia, los educadores del centro donde recogí a mi hijo o mis amigos, hubiera sido imposible criar a mi hijo.

 En nuestr nuestroo caso, además, mis amigos y mi familia famili a han sido parte de tu llegada y crianza desde el principio: tu tía Tere, viviendo en la puerta de al lado, tu tía Ana, tu tío Andrés, tu tía Leti, tu prima Julia y tu primo  David desde Zaragoza y en los viajes y fines fi nes de semana compartidos, tu tía  Maribel y tu primo Mario, tu madrina madri na Lola y su familia, fami lia, tu padrino padri no Javier Javi er,, mis amigos que te han cuidado en mis viajes de trabajo, mis gripes o mis

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cenas, las familias cuyos niños son ya tus amigos y compañeros de juego, nuestros hogares zaragozanos a los que tanto te gusta ir… tantos y tantos. La crianza de mi hijo me ha hecho comprender desde las tripas algo que sabía desde la teoría: que la maternidad o la paternidad en solitario puede ser uno de los factores de riesgo para maltrato, porque te deja sin recursos, a la intemperie, sin guía para afrontar algunas de las vivencias que implica tener un hijo. Pero cuando hablan en los modelos teóricos de “paternidad en solitario” no están hablando de la  pareja. Yo Yo no la tenía ni la la tengo ahora y no me he sentido sola sola en el proceso.

Y hablo de mil pequeños detalles: cuando te ponías enfermo y yo estaba de viaje, cuando estaba tan cansada que ni siquiera era capaz de razonar, o no lograba explicarte algo o no sabía cómo cocinar el puré que necesité aprender de la noche a la mañana cuando llegaste a casa. Para mí éste ha  sido uno de los aprendizajes aprendizajes más importantes en estos años: para poder  darte querida. la seguridad que merecías, yo necesité el apoyo y el sostén de mi  gente queri da. Pero en esos momentos, cuando lo decidí, no sabía nada salvo la teoría de purés ni de noches de insomnio, ni de fiebres de cuarenta y uno a las doce de la noche,  por eso creía que tan sólo sólo con mi estabil estabilidad personal y afectiva afectiva podría criar criar a un niño.

1.3. ...Ser madre adoptiva…

Ésta es una de las preguntas que durante el tiempo que esperaba a mi hijo más gente me hizo: ¿Por qué adoptar, por qué no inseminarme? Sin embargo fue el elemento de la decisión que más claro estuvo para mí desde antes incluso de decidirlo. Si algún día tenía un hijo sola, lo adoptaría. Quería ser madre y no necesitaba parir para serlo. Por mi experiencia personal, sabía que la familia la crea el amor, que hay personas que no son tu familia biológica y que son tan familia tuya como tu propia familia. Es el amor –las noches sin dormir, las caricias, las risas, el miedo, los cuentos o los enfados…– los que nos hacen padres y nos hacen hijos.

 Nunca me he sentido menos madre madre tuya porque porque tengas unos padres padres

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biológicos y una historia previa a que fuéramos familia tú y yo. No me  siento amenazada por esa historia, hi storia, forma parte de ti. ti . Sin esa seguridad seguri dad no hubiera podido adoptarte. Yo adopté a mi hijo porque quería ser madre, y ser madre no tiene tanto que ver  con la biología, aunque ésta la favorezca. Esta vivencia venía reforzada por mi experiencia profesional, que en esto me ayudó mucho. Trabajaba en el mundo de lo social y tenía metidos en mi alma demasiados rostros de niños que necesitaban una familia y no la tenían como para no tener clara esa parte de la opción. Había demasiados niños necesitados de amor como para traer a un niño a este mundo sólo  por el hecho de vivi vivirr la materni maternidad dad biol biológ ógiica, el embarazo y demás. Era un criteri criterioo mío, que no puedo generalizar, porque cada uno siente y decide algo tan importante desde donde quiere, pero en mi caso no me pareció motivo suficiente el querer ser  madre para concebir concebir una vida. vida. En cualquier caso, es una decisión a la que creo que hay que dedicar el tiempo suficiente, no dar por hecho ninguna de las opciones y entender además que elegir la maternidad adoptiva no significa renunciar, descartar o negar la biológica. Sigue siendo parte de mi proyecto vital el deseo de encontrar una pareja que decida compartir nuestras vidas, y con la que darle hermanos a José. Y para hacerlo, si llega el momento, contemplo tanto la maternidad adoptiva como la biológica. Pero en su momento, cuando tuve que decidir y lo hice sola, opté por una maternidad adoptiva. En el futuro ya se verá.

1.4. ...Y por el programa de adopciones especiales…

Adoptar en solitario ya fue una decisión fuerte para mi entorno, pero más impactante para ellos fue hacerlo por el Programa de Acogimientos y Adopciones Especiales que existía en la Comunidad Autónoma en la que vivo. Este Programa está destinado a niños a los que su historia o sus características les llevaban a un proceso de adopción especialmente delicado. Niños con discapacidad, con enfermedades, grupos de hermanos, niños mayores o con historias de maltrato. Una gran diversidad de experiencias vitales de sufrimiento, que muchos niñostambién que sontraen, adoptados a través sedeignoran. programas adopción internacional pero a menudo En eldecaso de estenacional programao

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eran niños que sabía de antemano que requerían una atención especial. especial. Yo conocía la organización que llevaba este programa, había trabajado con ellos, conocía a las familias y quería hacerlo con ellos. Sabiendo que esos niños están ahí, y que hay muy poca gente que los acepte, no podía hacerlo de otro modo. No logré explicarle a mi gente de otra forma mi decisión, como no puedo explicarla ahora. En el escrito que me pidieron como parte del proceso de adopción para explicar   por qué quería adoptar lo terminé con unas palabras que ahora, al releerl releerlas, as, para mí están cargadas de mucho más significado. Dije lo siguiente:

“Sólo quiero dar lo que tengo y darlo como madre. Sé que esta decisión cambiará mi vida por completo y que esa persona, niño o niña, aportará cosas a mi vida que ahora no puedo ni imaginar. Sólo espero estar a su altura” (Abril 2007).

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2. Crear un espacio de vida 2.1. Cambiar mi vida

Cuando volví de aquel viaje con la decisión tomada, mi entorno me miró con escepticismo. Me conocían y sabían que hablaba en serio, pero también es cierto que en la vida que llevaba no cabía un niño, porque no tenía tiempo para él. Además lo planteé como un proyecto, así que pensaron que iba para largo. La verdad es que algunas de las caras fueron un poema. Era algo así como “las cosas de Pepa”. Volví a mi casa y a mi m i trabajo. En reali rea lidad dad uno unoss meses antes me m e había comprado una casa y cuando la compré ya pensé, entre otras cosas, en que fuera una casa donde cupiera un niño. Era luminosa, tenía un parque delante al que daba toda la casa, dos habitaciones… Cuando entré por primera vez pensé: “Éste es un lugar donde un niño puede ser feliz”. Cambié mi horario de trabajo, pasé a trabajar de ocho a tres, empecé a viajar  mucho menos, a pasar tiempo sola en casa, a comer en casa, a dormir siesta. Si tuviera que elegir un acierto del modo en que llevé el proceso, elegiría ese tiempo. Un tiempo para mí, un tiempo para descansar, para asentar interiormente lo que estaba por venir, un tiempo para que mi entorno lo integrara y decidiera si quería o no participar de mi proyecto vital.

 Antes de presentar presentar los papeles de la adopción siquiera, siqui era, quería saber que era de llevar en la que como merecías. Quería estarcapaz convencida de una que vida ese cambio de cupieras vida no me pasaba una factura  personal que te fuera a repro reprochar char o echar en cara, que iba a ser capaz de disfrutarlo como merecíamos los dos.

2.2. La columna del cuarto de José 

Al cabo de unos meses de vivir la casa, tuve claro dónde debía ir la habitación del niño e hice la obra. Sabía que en el programa era uno de los requisitos, tener una habitación para el niño, y quería dejar la obra hecha antes de presentar los papeles.

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El diseño de la habitación, la compra de los muebles, cada detalle era un paso más hacia la llegada de un hijo del que aún lo ignoraba todo. En la habitación había una columna que forré de una pizarra para que el niño pudiera pintar, pero que para empezar fue llenándose de mensajes que toda mi gente le iba escribiendo a ese hijo o hija que estaba por llegar.

 Escribi mos en la columna de tu habitación  Escribimos habitaci ón mensajes de amor que aún no he borrado, esperando a que crezcas y puedas leerlos y decidas por ti mismo si quieres conservarlos tal cual o prefieres borrarlos. La primera que escribí fui yo. Te decía: “Te estaba esperando desde siempre, te quiero,  Mamá”. Detrás de mí, escribier escribi eron on tus tíos, tu madrina, tu padrino, tus  primos… la gente que te amaba y ya te esperaba junto a mí. Esa columna y ese cuarto durante los meses que me tocó esperar fueron un lugar de cobijo. A veces me metía en la habitación, me tumbaba en la cama e imaginaba lo que él vería al despertarse. Fue muy importante para mí visualizar de algún modo la implicación de mi entorno afectivo en la creación de nuestro hogar. Hacer sentir partícipes a mi gente amada de la llegada de mi hijo fue parte del amor  que fui tejiendo para él aquellos meses. En total pasó algo más de un año (de diciembre de 2005 a abril de 2007) desde que tomé la decisión hasta que presenté los papeles para la adopción. En ese tiempo, curiosamente, hasta que no empecé la obra de la habitación, mi entorno no se convenció de que aquello iba en serio. Para mí también fue el primer elemento  palpabl  pal pablee de aquel proceso.

 Recuerdo el día que llegué a casa del trabajo y los obreros  Recuerdo obreros habían hecho ya el tabique de tu habitación. Recuerdo que me quede parada en la entrada y  pensé “¡ya estás aquí!”. Y en los días siguientes sigui entes observaba siempre los rostros de tus tíos, de mis amigos, de nuestra gente cuando entraba en la casa y veía tu habitación. Pero no sólo fue hacer la habitación sino comprar unos muebles básicos (cama, armario y mesa) o las sábanas de la cama, o comprar su colcha en mi último viaje internacional antes de su llegada que fue a Guatemala, y pensar: va a dormir debajo de estos colores, de esta luz. Eran infinidad de pequeños detalles: acondicionar la casa, subir de altura un montón de cosas, hacer sitio, tirar mil cosas (¡menuda

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limpieza hice!), crear espacios para que se pudieran llenar de la nueva vida, tapar los enchufes y cosas así.

2.3. Nuestra familia de dos y muchos más

Pero junto con el espacio físico, para mí fue esencial crear un espacio emocional. Dicho de otro modo, que ese espacio físico estuviera lleno de amor, como la columna de su habitación. Generar una red de amor que le esperara y le recibiera, que participara del proceso. Darles la oportunidad de hacerlo a todas las  personas que amaba. Para ello fui narrando mi propio proceso, parte públicamente compartido, parte en privado en cartas a mi hijo, de las que he intercalado algunos extractos en este libro. Pero cada paso que daba lo narraba y lo compartía, haciendo partícipe a mi entorno de la llegada de mi hijo. De otro modo podía quedar como una entelequia  porque no había cambio cambioss físicos físicos a los los que agarrarse, como pasa en el embarazo, que es visible.

 Pero ese espacio de amor no sólo era para ti, cariño, sino para mí misma.  Pero  Era mi forma de cobijarme a mí también como madre, de no sentirme sola mientras te esperaba. Necesitaba sentir, como así ocurrió después, que el  amor que has traído a mi vida iba a llegar a todos los que amaba, y el de la gente que amaba te iba a entrar por los poros de tu piel. Cierto es que cada persona de mi entorno de amor luego decidió. Decidió hasta dónde participaba, y en eso, como en todo, hubo sorpresas, gente que se implicó mucho más de lo imaginado y también ausencias dolorosas. Pero darles la opción de formar parte de nuestra familia para mí era ya parte de mi maternidad. Recuerdo algunas reacciones especialmente significativas. La incredulidad, por  ejemplo, incluso cuando ya había comenzado el proceso, había hecho la obra en casa, personas que seguían proyectando planes en el futuro, o planteándome la  posibi  posi billidad de irme a vivi vivirr al ex extranjero tranjero sola, sola, como si negar negar la ex exiistencia stencia de ese  proyecto impidi mpidiera era o retrasara un cambio cambio inevitabl nevitable. e. O el extremo extremo contrario, contrario, gente que se volcó en elegir los muebles de la habitación o la ropa conmigo, con la que iba a un concierto y me miraban y me decían eso de “éste es el último que hacemos sin

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el niño”. Personas que cuando llegó José pusieron un gran énfasis en establecer una relación con él diferente a la mía, que se incorporaron a sus rutinas, generando sus  propios  propi os guiños. uiños. P ersonas que se alejaron porque nuestra histori historiaa les resonaba demasiado hondo: mujeres y hombres de mi entorno a las que mi maternidad les recordaba que no eran madres o padres por opción. En definitiva, me di cuenta de que mi entorno también elegía a José, elegía quererle e incorporarle a su vida, o alejarse de nosotros, y esa elección no tenía que ver con mi hijo, como no tenía que ver conmigo, sino con su propia historia personal. Hubo una cuestión a la que dediqué mucho tiempo y que generó conversaciones muy curiosas con mi entorno: elegir los padrinos de mi hijo y hacer testamento. Soy hija de padres mayores, ya fallecidos, sabía lo que era que tus padres enfermaran y murieran demasiado pronto. Una de mis mayores preocupaciones a la hora de ser  madre soltera, la única en realidad que me echaba para atrás en algunos momentos, era plantearme que me pudiera pasar algo y mi hijo o hija se quedaran solos, o tuvieran que pasar por un dolor así sin hermanos en los que apoyarse u otras figuras relevantes. Lo curioso del tema es que cuando lo planteé en mi entorno hubo mucha gente que no lo entendió, padres que ni siquiera se habían planteado ese tema y que consideraban mi postura exagerada. Y una vez más te das cuenta de cómo nuestras experiencias vitales configuran nuestra percepción y nuestra actitud ante la vida. Lo habitual, lo común es que tus padres fallezcan cuando tú ya tienes hijos, que te acompañen en el proceso de crianza. Lo habitual es la crianza en pareja. Lo habitual es tener varios hijos. Empleo la palabra “habitual” a propósito porque es una cuestión estadística que además ahora empieza a cambiar de tal forma que ni siquiera sé si en unos años lo habitual será la crianza en pareja o será ser hijo de  padres divorci divorciados, ados, por ejempl ejemplo. o. P ero de momento sig sigue siendo siendo lo habitual habitual.. Mis Mis amigos, que eran padres en su mayoría, conservaban los abuelos de ambas partes y muchos de ellos ni se habían parado a pensar con quién se quedarían sus hijos si a ellos les pasaba algo. Es difícil que les pase a ambos, y si eso llegara a pasar, unos  padres u otros responderían del cuidado cuidado de sus hijos. hijos. Me sorprendió descubrir que casi ninguno de los padres de mi entorno había hecho testamento ni dejado por escrito su voluntad al respecto, ni siquiera hablado de ello entre ellos ni con sus familias. Era como si hablar de la misma posibilidad de su muerte los asustara, cuando a mí me asustaba que algo tan importante nunca

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hubiera formado parte de las conversaciones de las parejas que amaba antes de que llegaran sus hijos. Vivimos dando por hecho la continuidad de nuestras vidas, cuando una y otra vez la vida nos recuerda que eso es justamente lo que no está en nuestras manos garantizar.

 Hacer testamento y nombrar tutores tutores legales para mí fue una forma de  protegerte,  pr otegerte, parte de mis obligaciones obligaci ones inherentes a ser tu madre. madre. Es mi  forma de protegerte protegerte de mi ausencia, una forma de ampararte más allá de mi muerte. Si hay suerte, nunca pasará de ser un papel hasta que yo sea una viejecita y tú un hombre adulto con tu propia familia, pero desde el día que firmé ese testamento, desde el día que tus padrinos dijeron que sí, me quedé tranquila sabiendo que no estaba sola en tu crianza, que nuestra  familiaa era, como mucho después dirías tú “una familia  famili famili a de dos y muchos más”. De entre todos los elementos de la creación de esa red de amor, el proceso de elegir padrinos para mi hijo o hija en esas condiciones fue uno de los más  profundos.

 Necesitaba elegir a alguien que me conociera, que pudiera si llegara el  caso explicarte cómo era tu madre, y por qué elegí tenerte. Necesitaba alguien que compartiera mínimamente mis valores de vida y fuera a criarte más o menos en un esquema parecido al que yo deseaba para ti, y necesitaba alguien, sobre todo y ante todo, que quisiera quererte, que optara por ti, que estuviera dispuesto o dispuesta a ser tu padre o madre en caso de que llegara a faltarte yo. Y los encontré. La elección no fue fácil, y el proceso conllevó un nivel de reflexión en mí y en mi entorno que no siempre fue comprendida, pero al final en ambos casos, el  padrino  padri no y la madrina, madrina, supuso un acto de generosidad enerosidad y amor hacia hacia mí y hacia hacia el niño que estaba por venir como no lo he recibido jamás. Como les dije “ser   padrinos  padri nos de mi hi hijo jo es el mayor regalo regalo que puedo haceros, pero que lo aceptéis es el mayor regalo que podéis hacerme a mí”. Hoy en día, mi hijo tiene a sus tíos y tiene a sus padrinos, y todos forman parte de su familia.

 Durante todo este tiempo pr previo evio al “embarazo”, mi vida se transformó

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irremediablemente. A menudo pensaba en las cosas que estaba viviendo y que dejaría de vivir cuando tú llegaras, o al revés, cómo me las arreglaría  para seguir segui r haciendo haci endo cosas que no quería olvidar olvi dar,, o los lugares del mundo que quería mostrarte… Era como si poco a poco la vida se tiñera de otro color, tu color, cariño. Sin embargo, nunca, ni en mis mejores  pensamientos, pude imaginar imagi nar un cambio de vi vida da tan potente, nunca imaginé lo bonita que puede llegar a ser la vida cuando la miro a través de tus ojos, hijo mío. “Quiero escribir y contarte todos los detalles de mi espera, de este tiempo en el que ya formas parte de mi vida y aún no te conozco, de este tiempo que llevo preparándome para recibirte, un tiempo lleno de gozo y de vértigo, de miedos a veces (¿te gustaré?, ¿lo sabré hacer como madre?, ¿serás feliz conmigo?, ¿sabré cuidar de ti?). Pero sobre todo de fe y esperanza en ti” (12 de abril de 2007).

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3. Mi “embarazo” 3.1. Presentar los papeles o sentirse embarazada

Y es que para mí a partir del 24 de abril de 2007 que presenté los papeles  yo estaba embarazada de ti. Me impresionó ver lo paralelo que era mi proceso de maternidad adoptiva al de un par de amigas que estaban embarazadas por entonces. Tomábamos café juntas y nuestras vivencias eran muy parecidas. Las mismas emociones, las mismas dudas, los mismos miedos… Hablábamos de las habitaciones que estábamos preparando, de qué sillita era mejor, de la baja de maternidad, de la búsqueda ya en el embarazo de escuela infantil, del miedo a equivocarnos, de cómo serían sus caritas, de si sabríamos hacerlo… Sólo que en mi caso no tenía fecha de parto ni tampoco dato alguno del niño o niña que iba a nacer. Había una sensación que para mí lo impregnaba todo. La certeza de que en algún lugar había un niño o una niña que ya era mi hijo, al que no conocía pero al que ya sentía como parte de mí. Al faltarme las sensaciones físicas del embarazo era un proceso emocional mas etéreo, de hecho a menudo me encontraba divertida acariciándome la tripa como si él o ella estuvieran dentro de mí. Fantaseaba sobre si sería niño o niña, grande o pequeño. Pero aquí el proceso de la adopción marcó sus  propios  propi os ritmos. El primer trimestre del embarazo lo llaman el del “feto creído”. Ese momento en que la mujer sabe que está embarazada, como yo lo supe. Fui a la charla informativa, busqué los papeles, los presenté, escribí una carta justificando por qué quería adoptar. Recuerdo que cuando me dieron el listado de los documentos a  presentar,, nos dijeron  presentar dijeron que tardaríamos en torno a un mes, y sin sin embargo embargo una serie serie de confabulaciones divinas hizo que los reuniera justo en una semana y pudiera  presentar los papeles el día anterior a mi cumpl cumpleaños. eaños. Cumplía Cumplía treinta y cuatro años y cuando salí de la oficina de la Comunidad Autónoma sentí que me había hecho a mí misma el mayor regalo de mi vida. La vida es así de curiosa, yo presenté los  papeles  papel es el día anterior anterior a mi cumpleaños y mi hijo llegó a nuestra casa el día de su  primer  pri mer cumpleaños. Porque en el fondo creo que hay algo de eso en ser madre: es una decisión

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egoísta. Una es madre o uno es padre porque quiere serlo, no por el niño. Recuerdo que me preguntaron en las entrevistas de idoneidad por qué quería ser madre y lo hablamos en el curso de formación: nosotros no estábamos allí por el bien de los niños sino porque deseábamos ser padres o madres, necesitábamos serlo y entregar  el amor que sentíamos dentro, sentir que pertenecemos a una familia, a algo que va más allá de nosotros mismos y de nuestras soledades, algo que da sentido a parte de nuestras vidas. Por eso tenemos hijos, biológicamente o adoptándolos, no porque sea bueno para ellos nacer o llegar a nuestras vidas. Pero la trampa de la vida es que la decisión más egoísta que puedes tomar  requiere luego de nosotros la mayor de las generosidades de la que somos capaces durante toda nuestra vida. No hay ninguna relación que exija más generosidad que la parentofilial, donde entregamos todo nuestro ser. Ése es el trato, y es un trato del que no fui consciente aún. En ese momento sólo sabía que quería ser madre. Y di el  paso.

3.2. La idoneidad y el curso de formación, pasos en una maternidad que se hace tangible

El segundo trimestre del embarazo dicen que es el del “feto sentido”. Ese momento en que el feto empieza a hacerse sentir, a moverse, a crecer la tripa, la mujer no puede ya ocultar su embarazo y llega un momento que el embarazo se convierte en el centro de su vida. Todo parece girar en torno a él.

 Ése fue mi tiempo desde mayo hasta después del verano. ve rano. Primero, la carta c arta de aceptación, luego el proceso de idoneidad y el curso de formación, más tarde las vacaciones, las últimas vacaciones en soledad… Mis días, mis  pensamientos, mis conversaciones… Todo estaba iimpr mpregnado egnado de ti. ti . El proceso de adopción en general me gustó. Estuve conforme con el modo en que se realizaba aunque era muy curioso cómo todo el tiempo los profesionales  ponían un gran énfasi énfasiss en todos los aspectos negati negativos. vos. Algunos gunos lo reconocían explícitamente, otros no, pero era como si quisieran filtrar a las familias haciéndonos ver todo lo negativo que íbamos a tener que afrontar. Desde la primera charla informativa hasta el curso de formación, pasando por las entrevistas individuales.

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Para mí hubo varias cosas esenciales en este proceso. Por ejemplo, saber que no iba a elegir yo sino que la adjudicación entre cada familia y cada niño la realizaban los profesionales, profesionales en los que yo confiaba. Después de haber trabajado con estos niños, y tener muchos rostros en mi mente, me sentía incapaz de decir  éste sí o éste no. ¿Cómo decir que no a un niño? En ese sentido el planteamiento del proceso me pareció muy bueno. La idea es que tú haces un ofrecimiento, un ofrecimiento que vas concretando a través del proceso. Al comienzo de ese proceso, yo no puse ningún tipo de límite a mi ofrecimiento, me daba igual que fuera niño o niña, su raza o país de origen, su edad, su historia previa… Sólo puse dos condiciones. La primera venía derivada de mi condición de madre soltera. No podía hacerme cargo de ningún niño o niña que requiriera atención 24 horas, con algún tipo de enfermedad que requiriera ese tipo de cuidados porque yo trabajaba. El niño debía tener un grado de autonomía mínimo. Y la segunda, desde el principio dije que necesitaba poder hablar con mi hijo. Yo había trabajado con algunos trastornos, como determinadas parálisis cerebrales o autismos, y no me sentía capaz de criar a un hijo así a priori. Pero no puse más límites: ni de edad, ni de sexo, ni de raza por  supuesto, pero tampoco a otro tipo de discapacidades, enfermedades, o historias  previas  previ as del niño. niño. P ero a través del proceso, me oblig obligaban aban a afrontar y plantearme plantearme  posibi  posi billidades que yo ni siqui siquiera era había imag imagiinado. Recuerdo un par que me resultaron especialmente significativas. La primera fue cuando me preguntaron si estaría dispuesta a adoptar un niño con enanismo. Me quedé muy parada, era algo que yo ni había pensado, una posibilidad de tantas que me plantearon esos meses donde oí hablar de síndromes que yo desconocía por  completo. Recuerdo que contesté que era una pregunta muy inteligente, porque si tenía problemas en adoptar un niño con enanismo, mejor me retiraba del Programa de Acogimientos y Adopciones Especiales, porque el enanismo no tiene que conllevar problemas de desarrollo graves. Es un problema de ajuste social, y si me importaba más lo que la sociedad pensaba de mi hijo, no debía estar en ese  programa.  prog rama. Pero Pe ro fue una pregunta pregunta que me removió mucho, y me hizo hizo preguntarme preguntarme sobre muchas situaciones que iba a afrontar. La otra fue cuando me plantearon si estaría dispuesta a adoptar a un niño que tuviera otros hermanos pero por circunstancias hubiera que separarlos, si estaría dispuesta a mantener relación con la familia que se llevara a los otros hermanos

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como una especie de proyecto común de familia. Ahí dije que sí claramente, pero  pensé al alggo que hasta entonces no había hecho explí explíci cito: to: con mi hijo hijo o mi hija hija  podían entrar otros adul a dultos tos en mi vida tambi también. én. Para responder claramente a esa pregunta para mí fue esencial recordar algo que tuve claro desde el principio y es que mi idea era compartir mi vida con mi hijo o hija, y compartirla era no sólo integrarle a él o ella en la mía sino también integrar su mundo y su vida en la mía, no borrarla ni empezar de nuevo. Pero como bien descubrí una vez que mi hijo llegó a casa, esta creencia dista mucho de ser común, no sólo en mi entorno, sino incluso entre los padres adoptantes. Por supuesto la sensación de sentirme evaluada constantemente, como de pasar  un examen, no fue agradable. Cuando tuve que escribir la historia de mi vida, o ser  entrevistada durante horas, o responder preguntas íntimas, no es algo que me hiciera sentir bien pero siempre lo encontré lógico. Recuerdo que me preguntaron mucho sobre por qué había elegido ser madre adoptiva y no biológica, por ejemplo, o sobre las personas que me acompañaban en mi proyecto de maternidad, o sobre mi propia historia familiar. Tenía lógica. Lo único que no entendí del proceso fue que fuera común para acogimientos y adopciones, en realidad para acogimientos permanentes y acogimientos  preadoptivos.  preadopti vos. Porque lo que yo llamo P rograma rograma de Acogi cogimientos mientos y Adopciones dopciones Especiales empezaba por un acogimiento preadoptivo. Y esta diferencia, si no se tienen algunas cosas claras o no te lo explican bien, podía significar un mundo. Brevemente explicado, existen tres tipos de acogimientos. El acogimiento simple es la figura que permite que niños que durante un tiempo breve, que puede ser  desde seis meses hasta dos años, no pueden estar con su familia biológica (porque los padres están en la cárcel, o en un tratamiento de desintoxicación, etc.) puedan estar con una familia, en vez de en un centro, pero siempre sabiendo que el objetivo es su retorno a su familia tan pronto sea posible. Cuando este retorno se vuelve improbable, surge la figura del acogimiento  permanente, donde no se rompe el contacto ni la relación relación con la famili familia biol biológ ógiica. Este contacto se mantiene a través de las visitas, pero el niño permanece viviendo con la familia acogedora hasta su mayoría de edad. Entonces decide por sí mismo lo que quiere hacer. Y el tercer tipo, el acogimiento preadoptivo. Surge como opción cuando no se

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localiza a la familia biológica o ésta ha renunciado expresamente al niño y no tiene contacto ninguno con él o ella. De este modo en el plazo que establece el  procedimi  procedi miento ento judici judicial, al, el niño acaba siendo siendo adoptado y desde el principi principioo ése es el objetivo. Este tipo de acogimiento fue al que yo me ofrecí. Suponía menos opciones en principio y prolongaba el plazo pero era el que yo quería. Las tres formas de acogimiento suponen planteamientos muy diferentes de familia y de vida respecto al niño o niña que llegan. El simple implica una  provisi  provi sional onaliidad clara y el enfoque de que es una medida medida que se toma para evitar evitar que ese niño esté en un centro y hacerle feliz mientras esté en casa. El acogimiento  permanente es la apuesta más difíci difícill puesto que supone formar una famili familiaa con ese niño pero manteniendo los vínculos con la familia biológica, asumiendo desde el  princi  pri ncipi pioo esa convivenci convivenciaa y la posibi posibillidad, improbabl mprobablee pero real, del regreso. regreso. El acogimiento preadoptivo es un planteamiento de carácter definitivo como proyecto, teniendo claro que hasta que la adopción no sea definitiva, legalmente esa familia no  puede asumir la la patria potestad del ni niño, ño, ni su tutela. Pero en las tres figuras hay algo importante a comprender: la tutela de ese niño o niña, la responsabilidad última sobre las decisiones importantes la conserva el Servicio de Protección de Menores, es decir, la institución encargada de velar por el  bienestar  bi enestar de los los niños, no la famili familia, ni la la biol biológ ógiica a quien quien se ha retirado la tutela ni la acogedora a quien se cede sólo la guarda del niño, no su tutela. Sólo cuando la adopción es finalizada y legalizada, la tutela pasa, junto con la patria potestad a la familia adoptiva, y la familia biológica pierde completamente su derecho a reclamar  al niño. En mi caso, hijoadopción estuvo en preadoptivo durante año mientras el proceso legal mi de la se acogimiento culminaba. Eso marcó parte de laun cotidianidad de nuestro primer año porque, por ejemplo, cada vez que viajábamos tenía que pedir  un permiso especial a Protección de Menores, o para el empadronamiento o gestiones de otro tipo. Pero sobre todo implicaba aceptar de partida que, aunque la  posibi  posi billidad fuera remota, durante ese tiempo tiempo ex exiistía la posibi posibili lidad dad de que la famili familia  biol  bi ológ ógica ica lo lo reclamara. Yo nunca tuve problemas con el proceso legal y con asumir el riesgo de la temporalidad inicial, ni con las condiciones del niño o niña que llegara a mi vida,  pero priopci ncipi pio queelyo quería ser su vo. madre,  por lodesde que el miprinci opción óno dije desde princi priquería ncipi pioo adoptar fue por un unniño, acogi acogque imiento miento preadoptivo. preadopti En

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realidad ése era mi mayor límite. Reducía las posibilidades y aumentaba los tiempos,  pero no me importaba esperar. esperar. Quería formar una famil familia con el niño niño o niña niña que llegara. Pero durante el curso de formación, por ejemplo, que es común para todos los acogimientos, gran parte del tiempo se va en hablar de las visitas, cómo y por qué se realizan, cuál es su objetivo, porque lógicamente es lo que más ansiedad genera a las familias que entran en el Programa de Acogimientos Permanentes, pero no respondía a mi realidad, y desde ahí a veces me sentí lejos de lo que se contaba. Durante el tiempo que estuve en el proceso, en el curso de formación y en un  par de encuentros previos previos con las famili familias, conocí gente extraordi extraordinaria, naria, gente cuyas c uyas opciones de vida eran de una coherencia y amor abrumadores y gente como yo, cuyas dudas y miedos estaban presentes, pero que seguíamos adelante con ellos. Había familias homoparentales, heteroparentales, madres y padres solteros… Había de todo y era un gusto encontrarse con ellos. Y, sobre todo, recuerdo a la pareja que vino al curso a contarnos su historia.  Nunca sabrán el bien bien que me hizo hizo escucharles. escucharles. Eran una pareja, el ella la con discapacidad visual, que tenían dos niños de siete y nueve años en acogimiento  permanente desde hacía dos años. Nos describieron describieron cosas de la vida diaria diaria donde se manifestaba la historia de maltrato y abuso previa de los niños y cómo había cambiado su vida. Me llegaron muy dentro y me hicieron mucho bien, porque me hicieron plantearme dificultades del día a día en las que yo hasta entonces por  desconocimiento ni había pensado. Desde que mi hijo llegó yo he hecho lo mismo, cada vez que me lo han pedido, he dado mi testimonio para dar publicidad al Programa de Acogimientos y Adopciones Especiales, para que la gente sepa que existe, que hay niños en España esperando una familia, que tienen historias más o menos complicadas detrás, del mismo modo que las tienen los niños que llegan a España por procesos de adopciones internacionales. Porque desde mi experiencia no es que la gente no quiera realizar una adopción o acogimiento de este tipo, es que mucha gente no sabe siquiera que este programa existe.

3.3. La espera de después

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Y luego está el último trimestre, en el que dicen que es el “feto vivido”, cuando la espera al parto lo define todo, cuando la impaciencia y el miedo parecen apoderarse por momentos de una, cuando le pones rostro. Se sabe si es niño o niña, y sientes su comportamiento en la tripa.

 En mi caso cada nuevo dato que recibía eci bía del pr proceso oceso aumentaba mis expectativas, mi ansiedad y mi impaciencia. Cada paso en el proceso era un paso hacia ti. Sabía que estabas por ahí, en algún centro, sabía que ya existías, esa personita que era mi hijo, y ni tú ni yo lo sabíamos aún,  porque  por que no nos conocíamos. Son pequeños detalles, pero son detalles a los que una se aferra. Por eso es tan importante en este momento del proceso la información que los profesionales nos dan a las familias, porque nos agarramos a cualquier detalle. En una entrevista me comentaron que había varios bebés en lista de espera y yo, que había pensado y me había ofrecido para niños más mayores que suelen tener más problemas para ser  adoptados, empecé a pensar que quizá era un bebé, y lloré en brazos de un amigo  por la posibi posibillidad de compartir compartir la vida vida de mi hijo hijo o hija hija desde tan pronto. O en la visita a domicilio, cuando me preguntaron qué planes de verano tenía, y yo, que había planificado mi verano pensando en un tiempo más largo, me pregunté si el  proceso iba a ser tan breve que pudiera tener que volver volver de vacaciones. Pero todo es incertidumbre, intentaba comportarme racionalmente y dar margen y tiempo a los procesos, pero mi vida parecía una cuenta atrás. Sólo que, como decía antes, y ésta es la gran diferencia con un embarazo, aquí no tienes fecha de  parto. Y me vi forzada a afrontar un proceso sin sin tiempos, tiempos, un proceso en el que ya me sentía madre pero aun no sabía ni cuándo podría serlo de verdad. Mi proceso fue muy corto, fueron nueve meses, pero pienso en las personas que están años esperando, el proceso de adaptación a la incertidumbre, el duelo constante, el hogar preparado para recibir a ese niño o niña y vacío durante tanto tiempo, obligándoles a dar una continuidad a su vida como si no hubiera cambiado cuando todo su ser ya se ha transformado. La agonía que eso puede suponer no  puedo ni imagi imaginarl narla. a. Para mí los meses desde verano a noviembre fueron los únicos duros de todo el  proceso. Vivía, pero con c on la permanente perm anente sensación de que una parte de mi vida vida y mi ser estaban paradas, a la espera, como en una parada de autobús una noche de

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lluvia esperando un autobús que nunca llega, viendo pasar otros que nunca son el mío, pero pasan, los veía, los vivía y los dejaba ir y algo de mi esperanza se iba con ellos. Y cuando llegó el mío, mi autobús, me pilló de improviso, porque ya casi me había acostumbrado a esperar.

 Recuerdo un día muy especial de aquel tiempo esperándote. Uno de los  Recuerdo muchos momentos que hubo. Tu tía Maribel, tu primo Mario y yo  grabamos un video hablándote, aunque aún lo desconocíamos todo de ti. Un video hablándote de cómo imaginábamos que serías, si niño o niña, mayor o pequeño, de lo que sentíamos, de lo que tu primo te iba a enseñar  (tocar el piano, músicas, los tacos, a vestirte)… Oír a tu primo con doce años hablarte fue emocionante. Me di cuenta de que ya estabas allí, de que  ya formabas parte de nuestras vidas. vi das. La espera había transformado no sólo mi vida, sino la de nuestra gente amada, la de nuestra familia. Y luego está lo que la vida te da mientras esperas. Mientras esperas, en esa espera que ya se ha convertido en parte de ti, tu vida puede cambiar por completo. En aquellos meses de espera conocí a una persona de la que me enamoré. Y de repente me encontré pensando que ahora que ya era madre (porque yo ya era madre, así de diáfana es la vivencia) veía a esa persona no sólo como alguien que  podía entrar en mi vida sino en la de mi hijo o hija. hija. Eso me hizo hizo ver la relación relación de otro modo, porque aquel hombre ya tenía hijos de una pareja previa y no quería ser   padre de nuevo. P or mucho que nos quisi quisiéramos, éramos, él no quería ser parte de la vida vida de mi hijo y eso hacía la relación imposible. Ser madre para mí iba ya entonces por  delante de otros afectos, y sobre eso he aprendido mucho más aún desde que tengo a mi hijo. De estar sola, quizá mi comportamiento hubiera sido otro, pero yo ya era madre, y aquella vivencia me hizo darme cuenta de hasta qué punto aquello era cierto. Imagino lo que debe ser si el proceso dura dos o tres años, en los que la vida  puede cambiar completamente. Mantenerse fiel fiel a una maternidad maternidad que ya existe existe pero aún no ha llegado durante tanto tiempo es algo extraordinario para mí. Ese amor es un amor radical.

3.4. La llamada o romper aguas

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Y por fin llega el momento de “darte a luz”. Rompí aguas donde y cuando menos lo esperaba. Fue en Lisboa justo después –¡menos mal que fue después!– de dar una conferencia a parlamentarios europeos, mientras comía. Recordaré toda mi vida ese momento. Y esa frase que fue mi  primera noticia notici a de ti. ‘Te ‘Te llamamos porque tenemos un niño…’ y sentí que el mundo bajo pies, fueras mi cuerpo no pude decir más se queabría “sí, sí, sí”,mis porque comoempezó fueras aibatemblar a deciry que sí. Y  ese momento en el que empiezan a hablarte de un niño que supe de antemano que eras tú, que eras mi hijo. Dijeron: “Es un niño, un bebé de casi un año…”. Al colgar el teléfono empecé a llorar imparable. Había quedado con la técnica del programa cuatro días después, porque había que gestionar las cosas con el centro donde mi hijo vivía para organizar nuestro encuentro, lo que se llama la “fase de adaptación” del niño y la familia. No podía parar, me escondí en un rincón caminando y llorando sin parar. Estaba en una situación laboral, intentaba conservar  la calma pero no podía. Menos mal que las personas con las que compartía mesa nos conocíamos y nos teníamos mucho cariño y pudieron entender perfectamente mi situación. Menos mal que ya había dado la conferencia porque no podía articular   palabra.  pal abra. Y menos mal que esa tarde había llegado mi amiga, amiga, que se convirti convirtióó en la madrina de mi hijo. Menos mal. Cuando pude recuperar algo mi ser, llamé a mi familia, a mis amigos, chillé, grité, reí, lloré, disfruté de aquellos días con la plena consciencia de vivir un momento único que recordaría siempre, hablé horas sin término con mi amiga, y estuve tiempos callada por la emoción. Y le compré unos calcetines, le iban a ir  grandes, pero daba igual. Era madre.

 Ese día te parí, aunque te conocí diez días después. Era tu madre. madre. Madr Madree ante el mundo, no sólo ya por dentro. Por dentro hacía mucho que ya era tu madre.

Apree nd Apr ndizaj izajee s para co com mpartir  Ser madre madre

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 Elegirlos  Elegir los Una de las cosas más importantes que podemos ofrecer a nuestros hijos es haberlos elegido. Darles la certeza de que los quisimos, los buscamos y los elegimos, y si llegan imprevistos, elegirlos desde el primer momento de su existencia.  Amor y biología  No es la bi biol ologí ogíaa sino sino el am amor or el que nos conv conviierte en m madres adres o padres. Son las noch noches es sin dormir, los pañales, los purés y las rabietas… las horas infinitas acompañando su vida.

Consciencia y coherencia Una vez que los hemos elegido, la tarea de una vida es criarlos con consciencia y coherencia. Vivir la maternidad con la consciencia puesta en cada pequeño detalle del día a día. Y lograr que esos detalles sean coherentes con tu propia vida, con tus actos y tus sentimientos, porque son esos detalles los que les educan y les hablan de nuestro corazón y nuestros valores.  Egoísmo y generosidad  generosidad  Elegimos tener a nuestros hijos por egoísmo, porque queremos ser madres o padres, porque queremos vivir esa experiencia, no por ellos. Pero la vida es así de misteriosa, y es justo ese acto egoísta el que nos exige luego la mayor generosidad posible como personas. En la maternidad y  paterniidad el  patern elegi egidas das y consci conscien entes tes se da un ni nivvel de ren renuunci nciaa al que no se lleg egaa por ning ningúún otro camino en la vida, pero también un nivel de ganancia que nada ni nadie pueden igualar.

 La red red de amor y apoyo  No se puede cri criar ar a un niñ niño bien sin sin uuna na red de amor y apoy apoyo, o, ni en llaa mat matern erniidad biol biológi ógica ca ni en la adoptiva. No hablamos de tener o no pareja, sino de tener una red de personas implicadas en la crianza de nuestros hijos, comprometidas con ellos y con nosotros como familia. Las personas que compongan esa red, sea una pareja, la familia, los amigos, es ya una opción indivi ndividual, dual, pero la crian c rianza za en so solleda edadd ppuede uede hacer ddaño año a nuestros nuestros hijos. hijos.  El amor, amor, el valor y la al alegría egría Mis tres valores de vida para nuestros hijos: • El amor que presida el día a día de nuestro hogar, que lo sientan en su piel, que no necesiten  preguunt  preg ntarl arlo, o, que tten engan gan la certe certeza za de nuestr nuestroo am amor or por el elllos. • El valor suficiente para vencer nuestros miedos. Tener miedo es parte innata a la maternidad y la

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 paternidad, parte m  paterni miism smaa del vivir, pero deci decidi dirr la la cri crianz anzaa de nu nuestr estros os hi hijos jos y nuestra nuestra pr propi opiaa vi vida da desde ese miedo es un error. • La alegría como opción. Ver siempre el vaso medio lleno, hacer que el placer forme parte de nuestro día a día, como la risa y el disfrute en las pequeñas cosas. Dejar fuera la resignación y el cinismo y aprender a descubrir el mundo con la inocencia de sus ojos.  Ser madre madre adoptiva adoptiva

 Hacer visible visible llaa maternidad  Es muy fácil sentirse solo en la maternidad y paternidad adoptivas, porque no se ven y tienen otros tiempos o incluso porque cuestionan algunas vivencias de personas cercanas. Es importante hacerla visible de diferentes modos, para hacer partícipe a nuestro entorno de nuestra maternidad desde su mismo comienzo. Sentirse madre o padre desde que optamos por serlo y poder   posici  posi cion onarn arnos os ante ante el mundo undo com comoo tal tales, es, para ser ac acom ompaña pañados dos en el proceso.  La espera como parte de ti t i y el duelo de llaa incertidumbr incertidumbree Losfecha tiempos la mucho espera más pueden hacer daño,una noespera sólo porque sean largos sinoacabará porqueque no tienen de fin.y Es difícil afrontar que no sabemos cuándo un tiempo delimitado desde el principio. Y a ese tiempo se le añade el no saber datos, la historia, los orígenes de nuestros hijos que genera unos miedos añadidos a los de cualquier maternidad. Y es importa portante nte vi vivi virr eell duel dueloo que pprovoca rovoca esa incerti ncertidum dumbre, bre, permi permititirnos rnos eell derecho a dolernos ppor  or  tantas preguntas sin respuesta, sobre todo por aquellas respuestas que nunca llegarán, ni siquiera con la llegada de nuestros hijos.

Ser madre y no conocer a tu hijo El momento del encuentro de unos padres adoptivos con sus hijos ha de ser cuidado en extremo porque el vértigo de saber que es nuestro hijo pero no conocer nada de él o de ella genera mucha angustia. Los niños y niñas adoptados llegan con una historia detrás, con unas vivencias y un bagaje que los padres adoptivos vamos conociendo y comprendiendo poco a  poco. Es iim mportan portante te no cul culparse parse ni rec recri rim minarse narse por el ch choque oque entre entre la certez certezaa de nuestro nuestro am amor  or   por ese ni niño y el verl verlee en cierto cierto sen senti tido do al mism smoo tiem tiempo po com comoo uunn ex extrañ traño. o.  Explic  Ex plicarles arles quiénes quiénes somos Las madres y padres adoptivos hemos de explicar a sus hijos quiénes somos, de dónde venimos, por qué los hemos elegido… muchas cosas que en la maternidad y paternidad  biol  biológi ógicas cas se dan de form ormaa natu atural ral porque los padres si siem empre pre estu estuvvieron presentes, presentes, desde el  primer dí  prim díaa de la vida vida del hi hijo. jo. En llaa matern aterniidad y patern paterniidad adopti adoptivas vas es ne necesari cesarioo no ten tener  er 

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miedo a nuestras propias tripas ni a las preguntas que lleguen de nuestros hijos. Y afrontarlas desde la certeza de que lo que nos une como familia es el amor, y ése se da desde el primer día.

“Me gusta mucho mi hijo”  Nuestros hi hijos jos soncomo person personas as dif diferen erentes tes aamamos nosotrossiempre, y pu pueden eden gguustarn starnos os más menos megustan, nos,, tanto tantmás o si son Nuest hijos ros biológicos adoptivos. Los pero cuanto más onos fácil nos resulta generar una relación con ellos. Y es importante poder aceptar esa diferencia. No es lo mismo quererse que llevarse bien. Las relaciones de complicidad, de confianza, de apertura se crean y se ganan y no se pueden dar por hechas. En la paternidad adoptiva la diferencia de orígenes puede hacer esas diferencias más obvias, menos sutiles y obligarnos a afrontarlas desde el comienzo.

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2. Saberse madre o el vértigo de la realidad

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1. El vértigo de la realid realidad ad  Recuerdo el día que me enseñar  Recuerdo enseñaron on tu foto. Tu cara, pequeño, sentado en una silla. Supe tu nombre: te llamabas José. Me volvieron a contar tu historia. Me volvieron a preguntar si estaba segura, si quería seguir  adelante. Y yo, que había pasado aquellos días preparando mi alma para ese momento dije “sí, sí”. Pregunté algunos datos sobre ti, pero sólo por   saber,, y mi alma seguía diciendo  saber dici endo “sí, sí”. Y entonces, días después, el  lunes siguiente, me llevaron a conocerte al centro donde vivías.  Imposible olvidarlo. El momento en que la directora del centro centro y la  psicóloga y la estimuladora y la trabajadora social, soci al, con quienes me había reunido para que me contaran todo lo posible sobre ti pero apenas les había escuchado, con el alma en vilo por conocerte. Me llevaron a una  sala, abrieron la puerta y me dijeron “Ése es José”. Estabas jugando con unos juguetes en una esquina, me miraste extrañado y luego me sonreíste y me tendiste un juguete. Y nos dejaron solos en la sala, y yo sentí un vértigo que me contrajo el estómago y pensé “¡Dios mío, es mi hijo!, ¡Este bebé es mi hijo y no le conozco!”. La semana que pasé en el centro, lo que se llama la “fase de adaptación”, fue uno de los momentos más fuertes de mi vida. Me acosté todas las noches llorando. ¡Estaba tan asustada! Porque ya no era una idea, era un bebé, una personita que dependía de mí, del que tenía que hacerme cargo, del que en cada detalle, minuto y día que era pasaba iba adquiriendo nuevas y todo setenía me hacía grande, y todo un mundo, y me sentí tan responsabilidades pequeña y sin embargo que darle mi fuerza, aparentar estar tranquila, serena, contenta, hacerle reír, jugar, pasear, cantar… Esos días de adaptación fueron vertiginosos. Intentan hacerla breve porque los tiempos para los bebés son muy rápidos y es verdad que José se adaptó a mí con una rapidez pasmosa pero mi alma seguía otros tiempos y no podía apenas asimilar  todas las cosas que pasaban y lo rápido que pasaban. Una semana era tiempo para él pero no para mí. Yo aún temblaba. El planteamiento de la fase de adaptación fue el siguiente: el primer día estuve en el centro con él pero no le di de comer, el segundo día hice todo con él en el

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centro, el miércoles pasé la mañana en el centro y le saqué por la tarde de paseo fuera del centro, el jueves me lo traje todo el día a casa y lo devolví a dormir y el viernes, cosas maravillosas de la vida, el día de su primer cumpleaños, celebré con él la fiesta por su primer cumpleaños y de despedida de sus amiguitos en el centro y nos vinimos a casa. Tengo muchísimas cosas grabadas en el alma de esa semana. Pero sobre todo recuerdo los rostros de aquellos niños que se quedaron en el centro cuando mi hijo y yo nos fuimos a casa. Conservo grabadas las caras sobre todo de los dos niños que compartían educador de referencia (cada educador cuidaba de tres niños) con José. Uno de ellos, que estaba en el centro porque su padre venía a verle cada dos o tres meses, así que no podían darlo en adopción pero el resto del tiempo estaba en el centro. Y el otro, al que habían abandonado porque tenía una lesión de médula. Ellos, como otras decenas de niños, se quedaron allí. Y estuvieron los educadores de José. Nunca se imaginarán lo que me ayudaron. La de la mañana era una mujer mayor, una madre de las firmes y tiernas al mismo tiempo, que me enseñó cómo hacer un puré, cómo organizarme con la comida (el  primer  pri mer puré que le hice al pobre José quedó un pastiche auténtico), las pautas de su rutina diaria, lo que le gustaba comer, cómo solía dormirse, las cosas con las que  jugaba…  jug aba… Yo no paraba de preguntarl preguntarlee cosas y cuando me m e discul disculpaba, paba, el ellla me decía “al contrario, ojalá todos los padres nos preguntaran estas cosas, porque no  preguntan  preg untan y luego luego no saben cómo resolverl resolverlo”. o”. Me convenció convenció de que mantuviera mantuviera las rutinas en las que José había crecido hasta entonces y eso fue una gran ayuda para mí, sobre todo en las pautas del sueño. Mantuve en lo que él había crecido, incluso cuando él, al sentirse ya en casa, quiso romperlas.

Y tu educador de por las tardes, con quien tenías una conexión especial. Un chico joven que cuando llegué la segunda tarde y estaba lloviendo  fuerte y le dije “No sé si sacar a José de paseo, aprovechando aprovechando que hay  porches  por ches por alrededor o quedarnos dentro, no vaya a ser que se enfríe, pero me da penita tenerle encerrado toda la tarde” y me contestó “tú verás, a  partir de ahora las decisiones decisi ones son tuyas” y ante mi cara de vértigo vérti go me dijo di jo “pero, que yo sepa, ningún niño se constipa por un poco de lluvia”. Así  que tú y yo nos fuimos a pasear por los porches, a nombrar las flores y a cantar.

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Aquellos dos educadores fueron mi ancla de seguridad en un momento de vértigo. Y visto con perspectiva pienso, si eso lo sentí yo que se supone que soy una  persona preparada, con formación y demás, ¿qué no sentirán otras personas? Recuerdo que un día tomando café mientras José dormía coincidí a la hora de la comida con varias de las educadoras. Me hablaron de su trabajo y del coste emocional que suponía separarse de los niños mezclado con la alegría por saber que  justo eso les daba una oportunidad de ser feli felices y de desarrollo desarrollo pleno. Hablaban de la generosidad de los padres biológicos que entregaban a sus hijos renunciando a su tutela y dándoles la oportunidad de ser adoptados y de lo difícil que era trabajar con los niños que estaban en el centro simplemente porque sus padres o abuelos venían a verles una vez cada meses y no podían ser dados en adopción y tampoco había familias que los acogieran. En aquel centro hicieron un trabajo increíble con mi hijo y le dieron una oportunidad de vida. Por eso les guardaré siempre gratitud. De hecho, las fotos del centro y de la fiesta de su primer cumpleaños forman parte de nuestros álbumes familiares. Ese primer día cuando salí del centro y me fui a casa, me quedé sentada en el coche, pendiente de llamar a todo mi mundo que esperaba llamada, pero tan asustada, sintiéndome tan a la intemperie, y al mismo tiempo tan abrumada por lo fácil que había sido, lo tierno, divertido y amoroso que era José, por cómo había aceptado mi presencia tan fácilmente.

Tenías una cosa muy propia de los niños que están en centros, y es que habías a ganarte a la gente quebesabas, te hicieran De hecho todo elaprendido mundo hablaba maravillas depara ti. Me mecaso. sonreías, eras bueno, obediente. Pasaron casi siete meses antes de que te enfadaras por   primera vez conmigo, conmi go, y el día que pasó yo lloré de felicidad. felici dad. Me di cuenta de que si habías tenido fuerzas para enfadarte conmigo era porque empezabas a sentirte seguro de mí. Pero al principio con tu forma de ser lo hiciste hici ste todo muy muy fácil.  Recuerdo aquel miércoles que te saqué por primera  Recuerdo pri mera vez del centr c entro, o, llovía a cántaros, y tú, que raramente salías del centro salvo para la rehabilitación  por las mañanas, nunca por las tardes tardes y menos lloviendo y oscuro oscuro como si  fuera de noche, me mirabas aterrorizado aterrorizado desde la sillita silli ta en el coche en el 

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asiento de al lado, oyendo los truenos y la lluvia y sin saber dónde íbamos.  Fuimos a un centro centro comercial, comercial, porque porque era el único sitio siti o suficientemente sufici entemente cercano al centro para ir con esa lluvia y el poco tiempo que teníamos, apenas una hora. Paseamos en la silla, te compré unos zapatos y volvimos al centro.  Pero en el coche yo no podía pensar más que si me pasaba algo contigo  Pero conti go en el coche, me moría. Utilicé entonces un disco de canciones de niños, y me inventé una coreografía de manos para cada canción que aún ahora la hacemos y te iba haciendo los gestos con una mano mientras conducía, y cantándote para que escucharas mi voz. No abriste la boca en todo el  tiempo, de miedo que tenías, pero tampoco dejaste de mirarme. Y desde el primer momento se instauró una tarea en mi vida: la de explicarle a José quién era yo. Porque crear un vínculo con él era mi primer objetivo, por  supuesto, y eso es algo que la propia relación, tiempo, caricias, y cuidados iba creando, pero también había que explicarle quién era, por qué yo, por qué se iba conmigo a casa.

 Había en la pared pared pintados unos animales que te encantaban, y en  particular,, unas vacas, y ahí encontré una forma de explicarte quién era  particular  yo. Había una vaca grande y una chiquita chiqui ta y te dije “ésta soy yo, la vaca mamá y éste eres tú, la vaquita chiquitita”. Así que todos los días al llegar   y al despedirnos, y cuando salíamos de paseo, pasábamos por la pared pared y los dos dábamos besos a aquellas vacas, y las acariciábamos y luego nos los dábamos el uno al otro. Fue mi forma de explicarte quién era yo y tú comprendiste. A veces creo que damos por sobreentendidas demasiadas cosas, entre otras el significado de ser padre o madre, pero en la maternidad adoptiva es cierto que, incluso siendo muy pequeños, tenemos que explicar nuestra presencia, darle un significado, construir una historia propia con nuestros hijos, algo que en la maternidad biológica viene dado, porque estuviste allí desde el principio. En ese sentido, creo que la maternidad adoptiva se parece a la paternidad biológica. Somos una presencia que aparece y hemos de crear una relación de una forma mucho más sutil de lo que ha de hacer la madre biológica. Aunque una madre biológica, como todas las madres tiene también que crear esa relación, creo que a nivel inconsciente,

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corporal y de sensaciones tiene ya un largo camino andado en esa relación antes de que el niño nazca siquiera.

 Para mí fue uno de los componentes más fuertes de aquellos primer pri meros os días, cariño: sentime tu madre y al mismo tiempo una extraña para ti, sentirte mi hijo hi jo y un extraño al mismo tiempo. Y al final, después de una semana, me encontré con mi hijo en casa. No le conocía, pero era mi hijo. Él no me conocía, pero era su madre. Y empecé a llenar  de vida nuestra casa, un espacio que le estaba esperando hacía ya meses.

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2. Hacer visible nuestra familia Tener un hijo es también un acontecimiento social, no sólo cambió mi vida para dentro, cambió también mi entorno y la manera en que era mirada por ese entorno. Vivo en un barrio maravilloso para criar a un niño, donde, para ser una gran ciudad, existe un cierto grado de control social y de comunidad. En mi barrio la gente me conoció pronto porque había salido en la televisión algunas veces y para mis vecinos, obviamente, no iba a pasar desapercibida la llegada de José. Así que decidí que no sólo era importante integrar a mi mundo afectivo al proyecto de crianza de José, sino también a nuestro barrio, a la comunidad donde íbamos a vivir. Mientras esperaba a José, sobre todo cuando hice la obra en casa, ya comenté mi proyecto de maternidad a algunos vecinos, a los porteros de mi casa y a los dueños de las tiendas donde suelo comprar, así que cuando José llegó dediqué los  primeros  pri meros días a mostrarle mostrarle nuestro barrio, el que iba a ser su hogar. hogar.

Te presenté al portero y su mujer, al panadero y su mujer, al pescadero,  frutero,  fruter o, carnicero y a la de la farmacia, entre entre otros. otros. Tú los mirabas aún callado desde la silla, pero empleabas tu arma infalible de la sonrisa para metértelos a todos en el bolsillo. Así que ahora caminar contigo por el  barrio es divertido, todo el mundo te conoce y te saluda y tú devuelves los “buenos días” o los besos o los abrazos a quien quieres. Desde el primer momento todo el barrio supo que había adoptado a José. Primero, porque siempre concebí que ese dato era algo valioso y bonito de nuestra historia que merecía ser compartido, no algo de lo que avergonzarse. Y después,  porque, igual que hice hice con la columna columna de la habitació habitaciónn de José, hacerlo daba la oportunidad a la gente de mi barrio de decidir en qué medida querían implicarse en la crianza de José.

Visitas los cangrejos de la pescadería, te comes los caramelos de casa de los porteros, entras a ver los pájaros de la mercería y chocas los cinco al  barrendero, entre otros. Cualquier cosa es posible contigo por la calle menos pasar desapercibidos. En cuanto a mi familia y amigos, en aquellos primeros días cometí el error de no

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respetar nuestro propio ritmo, el de José y el mío, sino el de mi entorno, que anhelaba conocerle y venir a vernos. Yo necesitaba también presentarle, y compartir  esas primeras horas, así que mis hermanos vinieron de Zaragoza con sus hijos a  pasar el primer primer fin de semana de José en casa. Fue demasiado, demasiado, demasiada demasiada gente, gente,  presión,  presi ón, caras nuevas y obli obligacion aciones. es. P ero no para José, sino sino para mí. No fui capaz de atender de a mi mismo a José. Lo recuerdo como uno de los momentos mifamilia vida enalque me hetiempo sentidoque más sobrepasada. Durante mucho tiempo no pude quitarme de encima esa sensación de disociación: la necesidad, por un lado, de compartir la llegada de José con mi gente, y la necesidad, por otro, de soledad con mi hijo. Creo que saber conjugar ambas cosas, sobre todo en los primeros tiempos, es un elemento esencial de la integración y un elemento de salud mental para una como madre. Vinieron sus primos, sus tíos y sus padrinos. El resto fue viniendo más adelante y poco a poco, pero José se pasó los primeros meses de nuestra vida en familia conociendo gente nueva casi a diario, ymeeso es algo ahora lamento, aunque él pareció integrarlo bien. Probablemente afectó másque a mí. Recuerdo una conversación que tuve muy a menudo aquellas primeras semanas, todo el primer año, incluso lo sigo diciendo ahora a veces. Sería algo así:  —Me gusta gusta mucho mi hijo. hijo.  —Pues cl claro, aro, ¿cómo no te va a gustar? –me contestan ex extrañados. trañados.  —No lo entiendes, entiendes, es que podía no haberme gustado, lo hubiera hubiera querido querido igual, ual,  pero podía haber sido sido un niño niño más má s retraído, difíci difícill, con el que me hubiera hubiera resultado resultado más difícil conectar, ¡pero no! ¡Me es tan fácil, me gusta, le entiendo tan bien! Creo que es algo que también pasa en la maternidad y paternidad biológicas. Creo que hay hijos con los que tenemos más afinidad que otros, con los que nos llevamos mejor que con otros, sin que eso signifique que les queramos más o menos. Pero es que en mi caso, José ya era una personita con historia y  personaliidad propi  personal propias as cuando le conocí. Y podíamos no habernos gustado. P odía haber sucedido que su temperamento y el mío hubieran sido tan diferentes que nos hubiera costado encajar, entendernos, acompasar nuestros ritmos. No sucedió, y no dejo de dar gracias a mis ángeles y a mi hijo por ello. Porque hizo todo muy fácil, como si fluyera sin esfuerzo, como si nos conociéramos de siglos atrás. Ahora ya no lo noto tanto, porque después de todo este tiempo, José cada día se

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 parece más a mí y yo a él, él, nos hemos acostumbrado el uno a la otra, a caminar de la mano, a conocer cada pequeño detalle del otro, por lo que ya es lógico que nos  parezcamos y nos entendamos. Pero Pe ro en esas primeras primeras semanas, en esos primeros primeros momentos en los que José además ni siquiera hablaba, para mí fue fundamental sentir que le entendía de piel, además de quererle con las entrañas. Crear una vida común era una tarea que iba a construirse a base de segundos, minutos, horas, días, meses… Yo entonces aún creía que los tiempos del alma son los mismos que los del exterior, incluso que los de nuestra mente. Pero estaba equivocada, y aquella forma mía de forzar la máquina obligándome a llegar a todo aumentó mucho mi ansiedad en aquellos primeros momentos. Tomé la baja de maternidad y mes y medio de vacaciones, así que pudimos estar casi seis meses juntos, de los cuales el último mes, José ya empezó a ir a la escuela infantil tres horas por la mañana. Sabía que la vuelta al cole podía ser dura  para él é l con su edad y su historia historia previa, quise quise hacerlo gradual y funcionó muy bien. bien. Al principio me sentía algo rara pensando que renunciaba a unas horas diarias de estar con él en mi baja que no iban a volver, pero entendí que la necesidad de incorporarse gradualmente a la escuela infantil de José era mayor y hacerlo despacio, la mejor de las opciones.

Cuando llegó tu primer día de cole, el momento de dejarte en la escuela entendí que para mí también era mejor así, me sentía mucho mejor  dejándote menos horas, y me sirvió para prepararme para la separación  posterior.. El primer día te quedaste feliz, fue después, el segundo y el   posterior tercero cuando no te hizo gracia, pero nunca llegaste a dar problemas. El  año siguiente te tuve que cambiar de escuela infantil de nuevo, pero para entonces ya te sentías seguro, te encantó el cole nuevo con el patio y la rampa y no tuviste ningún problema para integrarte. De hecho me encanta lo feliz que vas cada día. Más tarde, cuando me reincorporé a trabajar, José se quedaba de siete y media a cuatro o cinco en la escuela infantil. Ésa sí fue una prueba. Después de tanto tiempo, tantos días juntos, tanto tiempo paladeado y centrada en él, volver a la rutina laboral, a ocupar mi mente en cosas que me importan muy poco desde la llegada de José, sentirme lejana del trabajo que hasta entonces había sido una piedra angular en mi vida, y entender que me encantaba trabajar, que amaba mi trabajo

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 pero que ya nada ni nadie nadie podía ser más importante que mi hijo, hijo, estar con él y cuidarle. Comprender todo eso cambió mi perspectiva de vida y no fui consciente de ello hasta que no volví al trabajo. De todas formas, nosotros aún podíamos sentirnos afortunados, porque podía recogerle cada día y pasar las tardes juntos. Aquellos primeros meses de baja fueron un privilegio y también una prueba. Privilegio por vivir un tiempo que no vuelve, por construir un vínculo, por verle crecer al detalle y reconquistar la vida. Una prueba por esa sensación brusca de vértigo, de ver mi vida patas arriba, de sentir que la persona que era y la vida que llevaba ya no iban a volver, y por dudar en lo más íntimo de mi ser de si sería capaz de llevar esa vida el resto de mi vida.

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3. A solas con la logística Para mí la maternidad es amor y logística. Porque he perdido mi capacidad de improvisar, de decidir sólo por mí, y en el momento. No es verdad, al menos no en mi caso, que la llegada de mi hijo me haya impedido hacer nada. Sigo haciendo todo lo que hacía antes, pero ahora todo requiere una planificación: viajo, salgo, me muevo, veo a mis amigos… pero todo planificado, todo conlleva una logística importante que ahora es menor pero los primeros meses era omnipresente: el cochecito, la cuna, los pañales, las toallitas, el cambiador, la silla del coche, los recambios varios… Esa logística se plasmaba en la maleta. Siempre fui de viajar con  poco equi equipaje, paje, el mínimo mínimo imprescindi mprescindibl ble, e, y en una semana, mi maleta se había duplicado o triplicado. En aquellos primeros tiempos, este tema se tragó una gran parte de mí. La Pepa mamá estaba tan angustiada por llegar a hacerse con toda la logística de la maternidad que no era capaz de disfrutarla, al menos no tanto como querría. Mi cabeza estaba llena de comidas, horarios, pañales, recambios… A duras penas recordaba lo que quería comer, vestir o hacer yo. Mi día a día se iba en mi hijo, había pasado a ser segunda en mi propia vida. Desde entonces cuando pongo el despertador por las noches, lo pongo pensando en sus tiempos, a los que luego añado los míos para poder llegar a tiempo de lo que él necesita. Mis días y mis rutinas están condicionadas a las suyas. Soy la segunda en mi propia vida. Con el tiempo ocurre un proceso mágico, por un lado le vas conociendo y te va conociendo, vas pillando sus gustos, sus detalles, sus maneras y él las tuyas y, por  otro lado, a base de repetir, te haces experta en exprimir el tiempo y en miles de  pequeños detalles detalles más. P ero al pri princi ncipi pioo sientes sientes que algo algo de ti ha desaparecido desaparecido sin sin más, de la noche a la mañana bajo montañas de pañales y ropa para lavar. Hay mil anécdotas para explicar esto pero hay dos que para mí fueron especialmente significativas.

 La primera fue con tu silla de paseo. Tar ardé dé días en aprender aprender a abrir y cerrar bien tu silla, ¡me sentía tan tonta y tan torpe! Además para llegar al  coche teníamos que salir de casa, bajar el ascensor, salir a la calle, andar  un tramo, entrar en el garaje, bajar un piso de escaleras con la silla, coger  un ascensor y bajar cuatro plantas más hasta el coche. Una de las cosas

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que ocurrían los primeros días es que me olvidaba constantemente cosas, me pasaba el día haciendo listas de cosas para no olvidar nada, y siempre olvidaba algo. Aquel día nos íbamos de viaje y bajaba contigo en la silla, con la maleta de los dos, y cuando llegué a la puerta del ascensor del   garaje me di cuenta de que me había dejado las llaves del coche en casa.  Directamente me puse en aquellas escaleras, parar . Túy me mirabas mudo, y ayollorar no podía dejar de llorar. sin Me poder sentíaparar. inútil  pequeña, e incapaz i ncapaz de poder con tanta responsabilidad. responsabili dad. Al cabo de un rato me di cuenta de que o me levantaba o nos quedábamos allí. Me levanté,  subí las escaleras empujando tu silla contigo dentro, dentro, salí del garaje, me acerqué a la panadería y le pedí a la panadera si podía quedarse contigo dos minutos mientras subía a por las llaves. Supongo que le debí dar tanta  pena al verme la cara que te cuidó hasta mi vuelta, dos minutos después, corriendo.  La segunda fue un día en el parque. parque. Dormías muy bie bienn por la noche pero la  siesta te costaba más, sobre sobre todo al principio princi pio que todo te daba miedo, mi edo, y el  mejor remedio para que durmieras era sacarte a pasear. Así que al   principio  princi pio todos los días a las dos o dos y media de la tarde tarde salíamos al   parque  par que frente frente a casa y allí pasábamos horas, entre entre el par de horas que dormías en tu silla, luego otra hora jugando y merendando hasta volver a casa. El parque frente a nuestra casa ha sido el mayor regalo que mi barrio ha podido ofrecerme como madre, eso y la gente. A ti, cariño, te apasiona el campo, el verde y el parque y para mí era un bálsamo poder  bajar directamente a él. Pero recuerdo ese día sola en el parque al sol  mientras dormías y pensé: “¿Y esto es todo? ¿A esto se va a reducir mi vida en adelante? ¿A este parque?”. Y empecé a llorar silenciosamente. La soledad de la maternidad en solitario es a veces doble soledad, pero creo que hay un nivel de soledad que es común a cualquier padre o madre. Esta sensación de que tu vida tal y como era ya no volverá, de haber dejado de ser tú para ser los  pañales,  pañal es, las comidas comidas y los llantos llantos es difíci difícill de describi describirr, pero muy cl clara ara como vivencia. En mi caso, efectivamente, ser madre soltera agudizaba esa sensación de no saber muy bien quién era ni cómo iba a ser mi vida en adelante. Y a esa soledad se añade la falta de seguimiento y apoyo profesional. Porque si no tengo ninguna queja del proceso de formación y de evaluación en la adopción de

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José, sí la tengo del proceso de acompañamiento y apoyo postadoptivo. José y yo recibimos dos visitas en el año siguiente a llegar a casa José, en la que se rellenó un cuestionario en apenas una hora con nosotros; la segunda visita, de hecho, no fue siquiera en el periodo de acogimiento sino cuando ya se había oficializado la adopción. El primer mes sí recibí dos o tres llamadas de seguimiento del equipo, y es cierto quepero una vez al año ofrecen la posibilidad los encuentros de familias acogedoras, no hay un teseguimiento y un apoyodeprofesional suficiente a los  procesos de acogimient acogimientoo y adopción. Me doy cuenta de que yo, que supuestamente soy una persona con formación y recursos y que además mi hijo José fue un niño fácil en todo desde el primer  momento, sin embargo vivimos momentos muy duros en el proceso. No puedo ni imaginar lo que deben haber vivido otras familias. Creo que los programas de acompañamiento postadoptivo deberían contemplarse como parte del mismo  proceso de adopción, como lo es el e l proceso de idoneidad idoneidad de las famili familias. Y me temo  por conozco enAutónoma mi ámbito ámbitoen profesional que ésa es una cuenta pendiente, pendiente, y no sóloloenque la Comunidad la que vivo. Pero es que lo mismo ocurre en la maternidad y paternidad biológicas. Existen cursos de preparación al parto, pero no unos programas de apoyo sociosanitario en los primeros años de vida, que podrían ser una herramienta de prevención primaria realmente eficaz y de apoyo a las madres y padres que vivimos desde la inseguridad la crianza de nuestros hijos.

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4. El valor de las rutinas Hace ya años que me convertí en una defensora de las rutinas, pero ser madre lo ha agudizado aún más. Las rutinas son como un molde sobre el que podemos crecer, unas paredes que reconocemos como hogar, unos acontecimientos que  podemos predecir, predecir, unos rostros que podemos imagin maginar ar con los ojos cerrados incluso… Todo eso constituye el entramado de nuestra alma. Luego como adulto las rompemos, nos separamos de ellas para luego crear las nuestras propias, eligiendo como propias algunas de las que nos ofrecieron y desechando otras. Y eso sólo  puedes hacerlo si no has convertido convertido esas rutinas en obli obliggació ación. n. Uno de los equilibrios más difíciles de conseguir para mí fue crear antes rutinas en una vida que era todo menos rutinaria, y al mismo tiempo, no sentirme presa de esas rutinas, ni tampoco incapaz de romperlas. Lograr equilibrios. Saber que si mi hijo comía a su hora, comía fenomenal; pero es como un reloj, si se pasa la hora, esa misma comida puede eternizarse. Al mismo tiempo no estar mirando el reloj constantemente, ni condicionar mis decisiones a si han pasado o no diez minutos de la hora a la que suele comer. Poder elegir entre el reloj y el corazón de mi hijo y el mío propio en cada ocasión.

 Desde el primer momento yo te hablaba constantemente, te i ba contando cosas, respondiendo y poniendo nombre a todo lo que me señalabas, esto  fue una constante que mantuve mucho tiempo. Y lo hice especialmente  porque  por que los primeros meses te asustaban muchas cosas. Sobre Sobre todo los ruidos inesperados te daban pánico, por tu historia previa y el entorno donde habías vivido hasta entonces, silencioso y aislado. Yo me pasaba la vida poniendo nombres a los ruidos y a las cosas, nombrando el mundo  para ti. Con la mala fortuna de que tu primer año en casa hubo obras en nuestro edificio y en el de enfrente, así que fuimos a ver a los obreros varias veces, igual que subimos a conocer a los niños que vivían arriba y cuyos ruidos escuchabas sin poder situar de dónde venían. Cuando ponías nombre y rostro al ruido, cuando podías comprenderlo, dejabas de temerlo.  Los ruidos rui dos y que te diera el sol en e n la cara era lo único que te hacía saltar  casi automáticamente. Y siguiendo con los ruidos, me impresionó lo rápidamente que percibí a José, las

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 primeras noches me daba miedo  primeras miedo dormirme y no oírle oírle si me llamaba, pero al cabo de un par de semanas era capaz de escuchar el más mínimo ruido que hacía en la cuna, no sólo su llanto. Es parte de la creación del vínculo, ese aprender a reconocer su llanto, su voz, sus movimientos, sus juegos… ese poder verlo sin verlo, conocerlo tanto que sabía qué está haciendo en ese momento aunque no estuviera delante, o sabía qué hora era por cómo estaba mi hijo, no porque mirara el reloj. Ser consciente de que José percibía el mundo a través de mí, me convenció más si cabe sobre la necesidad de las rutinas. Daban forma al mundo para José, le ayudaban a ordenarlo, le encauzaban, le hacían su entorno comprensible y fácil de absorber. Le permitían encontrar su sitio en ese mundo: en nuestra casa, en nuestro  barrio,  barri o, en los los tiempos tiempos compartidos... compartidos... P or eso generé una vida vida tejida tejida de pequeñas rutinas que dieran significado a su entorno, aunque luego las rompiéramos mil veces, pero que él tuviera un ritmo y unos lugares en los que reconocerse. No es sólo construir un espacio como había hecho, sino unos tiempos y unos ritmos. De entre todas esas rutinas, las había que estructuraban nuestro día a día, pero las había también que otorgaban significados especiales a nuestra relación. Son lo que yo llamo rutinas de amor. Algunos ejemplos son:

4.1. Las frases mágicas al acostarse

Desde el primer día que José llegó a casa hemos seguido una rutina para dormir. Al principio era una rutina muy física: decíamos buenas noches a los objetos de la habitación, a los muñecos, a las fotos de nuestra familia y a las gentes que salen en ellas, a las que les poníamos nombres y les dábamos besos, a un cuadro que le había regalado su madrina, tocábamos un colgador que yo había comprado hacía tiempo y tintineaba, y lo tumbaba en la cuna. Pero a esa rutina física le añadí unas frases que llevo repitiéndole todas las noches desde que somos familia, son nuestras “frases mágicas”. La primera tiene que ver con mi madre, con su abuela, con establecer la unión con nuestros ángeles, la segunda es la expresión de lo que nos queremos y la última es para recordarle que, como digo en la dedicatoria, él es lo mejor que me ha pasado en la vida. Las frases mágicas son el último punto de la rutina de la dosis de besos, consistente en  jugar  jug ar con los peluches peluches de la cama, contar histori historias as y acariciarnos acariciarnos y besarnos (¡cuántos tipos de besos existen, a cuál más bonito!) antes de dormir. Es un

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momento mágico. José ha ido incorporando estas frases, y ahora me las dice él, cuando nos acostamos o cuando nos separamos en el cole. Para mí es importante que el día de José empiece y acabe con la certeza del amor que nos une. Creo que eso configura su mundo, igual que el mío, y le brinda una seguridad que necesita para crecer y ser  feliz. 4.2. Bailando por las noches

Y además de la seguridad, de la incondicionalidad del amor, la otra cosa que quiero que forme parte de la rutina diaria de José es la risa, la alegría. Creo que la alegría es una opción de vida que construye y alimenta el alma y va a tener que tirar  de ella muchas veces en su vida. Quiero que mi hijo sea capaz de ver el lado bueno, el vaso medio lleno, de buscar la alegría incluso cuando no parezca haber razones objetivas para ella, de elegirla. No creo en la felicidad permanente, pero sí creo en la alegría como opción, en buscarla, mimarla y alimentarla. Así que José y yo reímos, nos hacemos cosquillas y bailamos todas las noches antes del baño, la cena e ir a dormir. Ponemos música alto y cantamos y bailamos  juntos, a no ser que hayamos salido salido por ahí, claro, y llegu lleguemos emos justos para dormir. dormir.

4.3. El corcho de fotos

Tenemos el amor y la alegría que nos unen, pero quise incorporar a nuestra gente amada a nuestra rutina. Y para eso está nuestro corcho de fotos, que vamos construyendo cada año con las fotos de los viajes que hacemos, los dibujos de José, la carta de los reyes magos o lo que toque cada vez. Comemos y cenamos delante de él y vamos hablando de las gentes que están, y contando las historias que hemos vivido con ellos. A veces José se sube a una silla y mira largo rato las fotos y les da  besos, o les sonríe, o cuenta algo algo de lo que vivi vivimos, mos, y cuando conoce a al algu guiien que le gusta, enseguida quiere incorporar una foto de esa persona al corcho. Esta costumbre yo la creé a raíz de mis años en la residencia de estudiantes. Recuerdo el primer día que llegué de mi casa y entré en la habitación de la residencia y vi un somier, un armario, una mesa y un corcho y la sentí muy ajena.

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Hasta que unas horas después, la cama tenía mi edredón, el armario mi ropa, la mesa mis cosas y el corcho las fotos de mi familia y mis amigos. Aquel espacio había pasado a ser mi espacio. Lo mismo hice en mi casa después, las fotos de la gente que amo forman parte de mi espacio vital, lo llenan con su presencia, sobre todo cuando parte de esa gente ha muerto o viven en otra ciudad o en otro país. Y aunque el ordenador, hago por unaqué selección, imprimo yYlas  para verlas verllas as fotos cada estén día y en sonreírles sonreírl es y recordar soy tanlas afortunada. ésapongo es la misma sensación que quise transmitir y dar a mi hijo: la certeza de ser amado.

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5. El lenguaje de los sentimientos 5.1. Poner palabras a los sentimientos

Cuando yo era pequeña y volvía del colegio, mi madre se sentaba conmigo durante la merienda y me hacía relatarle todo mi día: las clases que había tenido, a lo que había jugado con mis amigas, qué me habían dicho y cómo me había sentido… había días que no tenía ganas de hablar y lo vivía con una cierta obligación. Sin embargo, aquella costumbre de relatar mi alma me ha proporcionado herramientas para comprender y abarcar mi propia vida, para nombrar mis sentimientos y así poder comprenderlos, además de para poder compartirlos con otras personas.

 Desde el principio, princi pio, comunicarme contigo era uno de mis mi s mayores anhelos.  De hecho, los primeros meses recuerdo ecuerdo haber pensado varias veces las  ganas que tenía de que comenzaras a hablar para que me pudieras decir lo que te pasaba, o pudiera entender lo que te preocupaba o alegraba.  Escucharte llorar y no saber por qué, o ver que me señalabas algo y no entendía qué me hacía sentir impotente. Cuando empezaste a hablar y a  poder expresarte expresarte con claridad, me sentí mucho más capaz de responderte, de comunicarme contigo y de estar a tu lado. Pero había un matiz más. El padrino de José me recordó lo importante que era nombrar las emociones, y aprender el lenguaje de los sentimientos. No es lo mismo estar triste que estar enfadado, sentir rabia a sentir dolor o sentir miedo. No es lo mismo desear algo que anhelarlo, o desafiar a alguien que desearle. Son matices que se esconden tras las vivencias, que les dan significados diferentes y configuran universos que a menudo apenas se rozan.

5.2. Conversaci Conversaciones ones de alma

Enseñar a José ese lenguaje de los sentimientos me ha llevado a tener  conversaciones con él de un calado y una profundidad que asombran para su edad. Hablar sobre la muerte, su adopción, sobre las cosas que nos ponen tristes o las que nos ponen nerviosos, o como no siempre que quieres, eres querido… Mil pequeñas

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cosas que le dan posibilidad de comprender el mundo de los afectos, y herramientas  para desenvolverse en él. Y no sólo son nuestras conversaciones, son las que el mundo te hace llegar.

Un día en casa de Jacobo e Inés te enamoraste de su silla de muñecas, así  que me pediste que te comprara una, y tus tíos te la regalaron para tu  segundo cumpleaños. Bajabas a la calle a pasear tus animales en tu silla todo orgulloso, y un día, una mujer mayor me paró y me dijo:  —¿Qué está usted haciendo? haci endo?  —¿A qué se refiere? –le dije. di je.  —Al niño, ni ño, ¿cómo le deja llevar la sillita? si llita? Lo está amariconando. amari conando.  —¿Sabe qué? –le contesté– que no le voy a contestar a eso. Buenos días. Y nos marchamos al parque tú, tus animales en tu silla y yo, cariño, que casi no podía dar crédito a lo que había pasado. Pero no fue la única vez que tuve reacciones encontradas con este tema. Yo a José cuando le veo conquistar a la gente, ganársela, a veces le digo. “No sé si te van a gustar las mujeres o los hombres, pero sea quien sea, creo que vas a tener mucho éxito”. Un día un vecino me escuchó decirlo en el ascensor, y me increpó diciendo que cómo podía decirle algo así. “¿Acaso no es verdad?” le contesté simplemente. Pero no sólo es la homosexualidad, ni siquiera la sexualidad la que provoca esas reacciones, hay otros temas. Está la muerte. Cuando planteo la posibilidad de que José con tres años pueda ir a un entierro, o hablamos de los abuelos, nuestros ángeles y de su muerte y de cómo los echo de menos, o hablamos de los monstruos y el miedo, y lo importante que es sentirlo, reconocerlo y afrontarlo. O las religiones. Siempre entramos en las iglesias y estamos largo rato porque a José le gustan, aunque yo no sea religiosa, y mucha gente no lo entiende. Le conté la historia de Jesús, María y José y ahora cuando pasa por una iglesia siempre me dice: “Vamos a entrar a ver a María” y entramos, incluso un día prefirió ir a misa con su abuela a quedarse jugando en el jardín y a mí me pareció estupendo. Del mismo modo que le enseñé una mezquita y le expliqué lo que era, y también le gustó. Son conversaciones y acciones que siento que cuestionan a muchas personas. Con las emociones, como con la sexualidad, la religión o la muerte es como si hubiera territorios innombrables, cosas que no podemos decir ni nombrar.

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Tengo la sensación de que no cultivamos el lenguaje emocional, no tejemos los hilos del alma de nuestros hijos con emociones sino con hechos o razonamientos y de este modo cuando a los niños y a los adultos nos llega una emoción fuerte no sabemos manejarla sin sentirnos abrumados. Ni podemos a veces compartirla,  porque no sabemos cómo nombrarla.

Quiero enseñarte a mirar asombrado la vida, a elegir la alegría y a arriesgarte a querer siempre, aunque te hagan daño. No quiero que crezcas en una burbuja donde todo está bien, en un mundo ideal. Quiero que  puedas manejar el dolor y el miedo y la duda cuando te lleguen, que no necesites negarlos. Quiero que sepas vivir los matices en las discusiones, que sepas que hay mucha gente que piensa diferente a nosotros y cuya  forma de ver la vida es tan válida como la nuestra. Quiero Qui ero que conozcas la incertidumbre o la impotencia. Quiero que veas los colores del arco iris que llenan la vida, no un mundo de blancos y negros y buenos y malos, quiero que sepas que a veces la vida hace daño y aún así te sientas seguro  para afrontarla. afrontarla. Es el único mundo que conozco y puedo ofrecerte. ofrecerte. Yo no tengo respuestas para todas tus preguntas, amor, pero me gustaría educarte  para que pudieras poner en palabras esas pr preguntas, eguntas, sobre sobre todo las que importan: las preguntas del corazón.

5.3. Celebrar 

Uno deenlospalabras elementos para míhace del esos lenguaje de los sentimientos es que “ponerlos o clave en gestos” sentimientos reales, palpables, sentidos. No son ideas o creencias, sino vivencias, vivencias que entran por la piel, le entran a José, a mí y a todos los que nos rodean. Por eso, por ejemplo, el primer  día que escuché a José decirme “mamá” algo se conmovió en mis entrañas, porque  plasmaba  pl asmaba en pal palabras abras alg algo que era ya una realidad, realidad, pero nombrarla nombrarla la hacía  palpabl  pal pable. e. Y en ese sentido sentido los rriitual tuales, es, que tienen tienen que ver con las rutinas rutinas de las que he hablado, y con el valor de la celebración como norma que he establecido en nuestra vida. Hubo dos celebraciones o bautizo” rituales importantes con del la llegada José: la que llamamos “la ceremonia del no y la celebración segundodecumpleaños de

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José. La primera la hicimos en Navidad, apenas un par de meses después de que llegara José, nos reunimos con sus tíos, sus primos, sus abuelos y sus padrinos. Hablo de ese núcleo familiar más primario, constituido desde la elección de amor, no desde la biología.

Se trataba de darte la bienvenida a nuestra familia, de mostrarte la familia que yo había elegido para ti, de plasmar en una ceremonia el compromiso que todos nosotros habíamos asumido hacia ti. El padrino leyó unos textos, él y la madrina encendieron unas velas, la abuela leyó otro texto y yo dije algunas palabras de gratitud que ya ni recuerdo. Todos te dijimos algo, mientras tú gateabas por el suelo del jardín de la abuela en busca de flores  y de hormigas. hormi gas. Al final, bebimos juntos un chocolate caliente. cali ente. Las personas que estaban allí no tienen contacto entre sí en algunos casos salvo a través de mí y ahora de José, pero de una forma extraña pero real formamos su familia. Y además se trataba de dar la dimensión espiritual a la llegada de José, de  plasmar  pl asmar de alguna alguna manera la trascendencia trascendencia de su lleg llegada ada a nuestras vidas, vidas, la  bendició  bendi ciónn que supone, el regalo, regalo, la fe en la vida vida que nos regala regala y le regalamos regalamos.. Dimensiones para mí que van más allá de cualquier religión y en las que yo deseo criar cri ar a José. Y luego estuvo la segunda celebración de su llegada, una vez que José ya se sentía seguro y parte de nuestro entorno. Poder celebrarlo con todos los que formaban nuestra red de amor y no habían podido estar en esa primera celebración. Lo hicimos en el segundo cumpleaños de José. Y fue justo la ceremonia de  bienvenida  bienveni da que realmente hubiera hubiera querido querido hacer desde el princi principi pioo para José. Nos fuimos más de cincuenta personas al zoo a pasar el día. Estábamos casi todos allí, esa red de amor que componía entonces nuestra familia junto a José y a mí. Recuerdo la mirada de José cuando llegó a la puerta del zoo y los vio a todos juntos. Estaba acostumbrado a verles pero por separado, y se sintió abrumado. Al cabo de un rato reaccionó y disfrutó muchísimo, pero en aquella primera mirada yo me sentí muy identificada.

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6. Algunas normas que elegí  Hubo algunas reglas que han sido muy útiles para mí a la hora de crear nuestra familia. Algunas pueden parecer tontas, en algunos casos muy concretas, pero para mí han sido importantes. Y ahora me resulta curioso cuando las pienso y las enumero. No sé si son las correctas, son tan sólo las mías y a José y a mí nos han ayudado a crecer como familia. Muchas han ido cambiando con el tiempo (algunas no), conforme él ha ido creciendo y tiene nuevas necesidades, pero quiero incluir  aquí las que más recuerdo. Lo importante para mí son los valores que quise trasmitir a José y que definieron estas normas cuando las elegí y el ser capaz de modularlas, cambiarlas o afianzarlas no sólo en función de mí sino también de cómo las ha ido percibiendo él.

6.1. Los afectos

 Para mí desde el principio princi pio fue casi una obsesión que no te cupiera duda alguna de mi amor por ti. Y eso a veces cuando me ha tocado ponerte límites me ha resultado complicado. Siento no haber sabido criarte sin castigarte (esos días sin chuche, sin peli, sin cuento…). Sé que hay gente que ha conseguido educar sin castigar, yo no. Lo que sí sé es que cuando lo he hecho, nunca he puesto en duda el cariño que nos une ni a ti como  persona. Intento siempre darte varias opciones y cuento hasta tr tres. es. Casi nunca llegamos al tres. También soy una pesada y te digo muchas veces al día que te quiero, que estoy orgullosa de ti, que me gusta vivir contigo y que me haces muy feliz.  Además, claro, claro, de besarte, acariciarte acarici arte o hacerte cosquillas varias veces al  día,, mínimo al menos al salir del baño, al acostarte, en el cuento, en la dosis de besos y al levantarte, cuando te acaricio para despertarte. Algunas de las reglas en las que plasmé este contenido que me vienen ahora a la mente son las siguientes: • No nos separamos nunca enfadados, ni por la noche ni en el cole. • Están prohibidas frases suyas o mías como “pues ya no te quiero” o “eres malo” que cambiamos por otras como, por ejemplo, “pues ahora ya no quiero jugar 

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contigo” o yo por “lo que has hecho me ha dolido”. • No puede mentir con la pupa, el pis, el pegar y el cariño, es decir, no puede decir  que algo le duele si no le duele, que tiene ganas de hacer pis cuando no las tiene sino que quiere levantarse de la cama, que le han pegado cuando no ha ocurrido y que no quiere a quien sí quiere o que quiere a quien en realidad no quiere, pero  pretende obtener algo algo de esa persona. • El “por favor”, el “gracias”, el “hola” o “buenos días” son norma obligada, y  palabras  pal abras mágicas. mágicas. Los besos a los demás, sin sin embargo, embargo, son voluntari voluntarios os (aunque sugeridos, lo confieso).

6.2. El espacio compartido y los tiempos diferenciados

 Nuestra casa es de los dos, no es ya mía, pero tampoco es sólo sólo suya. Desde el  princi  pri ncipi pioo quise quise que entendiera entendiera que dentro de un espacio espacio común había cosas, espacios y tiempos de cada uno. Me parecía especialmente importante en una familia de dos, en donde corríamos el riesgo fácilmente de ir siempre juntos a todas  partes y compartir compartir tanto las cosas en casa que luego uego ya no supiéramos supiéramos establecer  establecer  límites que favorecieran el desarrollo individual de cada uno, el de mi hijo y el mío  propio.  propi o. Las relaciones, por ejemplo, son de cada uno. Cuando alguien que queremos viene a casa a vernos, José siempre tiene espacios propios con esa persona, en los que yo estoy al margen. Leo, trabajo en mi cuarto, pero es su tiempo, en el que él es protagonista. Y luego hay otros tiempos que son míos con esa persona, para hablar y ponernos al día.

 Recibes a la gente en la puerta, como yo hacía cuando era pequeña en casa de los abuelos y nos damos lo que tú llamas “los abrazos de todos”, y las cenas y comidas siempre son compartidas pero luego hay tiempos  separados para cada uno. Cuando estamos solos es e s lo mismo, hay tie tiempos mpos  para jugar juntos y tiempos para estar juntos haciendo cosas separadas cada uno. Los espacios también están diferenciados en casa. Mi cuarto es de mamá y mis cosas no las coge, las pide. Su cuarto, igualmente, es de José y el salón y la cocina son de los dos. Los juguetes, por ejemplo, se pueden expandir lo que se quiera pero

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se recogen siempre, y los recoge él, no mamá, cada noche antes del baño, cueste el tiempo que cueste (que al principio fue muuuucho).

6.3. Estar fuera de casa

Cuando fui madre, la gente me decía, “ya verás, dejarás de hacer un montón de cosas”. No ha sido así. José entra y sale conmigo cada día y tiene una capacidad de adaptación increíble. Cada tarde hacemos cosas, o vienen amigos o vamos a casas de amigos, viajamos muy a menudo y nuestra vida es todo menos aburrida. Pero también en esas salidas hay algunas pautas, sobre todo para los viajes. A la calle en general o de viaje con nosotros van siempre sólo dos juguetes, uno por cada mano de José y él es el responsable de traerlos de vuelta. Él elige cuáles, no hay límite en eso, salvo los que tiene en su cama para dormir con ellos, que, para que no se vanéldeencama en cama. Elegí que fueran dos juguetes losensucien, que puedesólo llevar la mano y aprender a responsabilizarse de susporque cosas,son de cuidarlas, de que no se pierdan, no aprender a que se las llevo yo. Pero, sobre todo, son dos porque quiero que cuando vayamos al parque juegue con las cosas maravillosas que el parque le ofrece y no tiene en casa: los árboles, las hormigas, los columpios o las flores, cosas cuyo valor de gozo y disfrute quiero enseñarle. Además están las reglas sobre la seguridad: • En la calle y en el parque camina solo, sin cogerle de la mano, con la condición de que nunca cruce la calle sin la mano del adulto con el que vaya. • No se puede alejar a un sitio donde yo no le veo. • Todo lo que quiera intentar en el parque, subirse a los columpios y demás, lo intenta, y siempre que se pueda, él solo. No le prohíbo nada en principio. • En el coche conduzco, no miro hacia atrás, ni puedo jugar ni atender cosas que se caen. Además, y algo que ha sido muy importante para mí, José sabe de antemano si va a ser un viaje corto, medio largo y largo, sabe la diferencia (le doy ejemplos de distancias que ya ha hecho: “Este viaje es como a la casa de la tía Maribel”, o “Este viaje es como cuando vamos a Zaragoza”) y puede hacerse una idea de lo que le espera. Y los viajes largos siempre los hago en sus horarios de dormir.

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6.4. Los refuerzos varios

El juego de refuerzos y premios es donde más rápido aprendió José a cogerme la medida. Por lo general, José puede decidir por sí mismo. Por ejemplo, le apunté a clases de baile para niños porque le encanta la música, pero al cabo de un mes de ir  a las clases empezó a decir que no quería ir, y cuando siguió insistiéndome dos o tres semanas, decidí que no volvía. Cuando elegimos las toallas para el baño, él opina sobre el color, o cuando llegamos a un bar donde no hay patatas fritas que a él le encantan, buscamos otro sitio en donde ambos podamos disfrutar de lo que nos gusta. Él siempre tiene su margen de decisión en nuestras vidas, y quiero que lo ejercite, ejerci te, desde las pequeñas cosas hasta las más importantes. Pero de todos los refuerzos hay dos que son especialmente significativos para él: las “chuches” y las pelis. Sobre eso establecí que: • Sólo compramos una “chuche” al día y no siempre. Él puede elegir cuál, pero nunca más de una. • Cada día José puede ver una peli después de cenar si se ha portado bien, y los días de fiesta otra al levantarse. El resto del día la tele no la encendemos ni él ni yo. Reconozco que a veces es difícil mantener este tema cuando algunos niños tienen de todo, se les compra de todo, o cuando no logras que la familia apoye la norma que has establecido. En el parque algunas veces he pasado por la situación violenta de decir que no a chucherías que le habían comprado a diario como parte de un grupo. Saber dónde está el límite entre mantener tu norma y no destacar  como rara en el grupo de amiguitos de tu hijo es complicado. Y sé con seguridad que ese balance va a ser una constante en nuestras vidas, el balance entre la propia coherencia con mis valores, aquellos en los que quiero educar a mi hijo (ni mejores ni peores, tan sólo los míos) y su integración social. De hecho, cuando elegí la escuela infantil para José, uno de mis criterios fundamentales fue que estuviera cerca de casa, que José pudiera mantener la relación con sus amigos del cole fuera del cole, que estuviera en un lugar que correspondiera a la realidad de nuestra vida: realidad económica, social y afectiva, donde sus espacios de pertenencia tengan algo que ver entre sí. Es un criterio que  para mí prevalece sobre otros muchos a la hora de el eleg egir ir..

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6.5. Horarios y comidas

Los horarios fueron un tema desde el principio, porque José es como un reloj, llega un momento que se le acaban las fuerzas y es importante no llegar a ese punto salvo a la hora de dormir. Así que no hay problema en trasnochar, o en cambiar  horarios, salvo con las comidas, porque a mí no me merece la pena la diferencia enorme que existe entre José comiendo a su hora y José comiendo cansado. Tampoco jugamos mientras comemos. Y ambos comemos lo que hay en la mesa, nos guste o no nos guste. En lo demás, si un día no hay baño, no hay, si un día se queda dormido vestido,  pues estupendo, si un día no comemos o no cenamos, no pasa nada, prefiero prefiero no intentar darle la comida fuera de hora. Al principio para mí el tema de la comida fue un problema, porque José estaba muy bajito de desarrollo y estaba preocupada con eso, él lo pilló enseguida y las mayores discusiones que hemos tenido han sido con la comida. Cuando fui capaz de ver que estaba jugando no sólo con ese miedo mío sino además con mi propia historia personal que me hacía afrontar la comida como un momento especialmente difícil, logré reconducirlo, pero ése fue uno de mis talones de Aquiles como madre. Pensando en esas situaciones de la comida, por ejemplo, me doy cuenta de que he obligado a José a comer rápido, a comer todo, a comer lo que no quería sin ser  siempre necesario, a no poner las manos en el cristal junto al que comemos, no  porque haya nada de malo sino para no limpi mpiarl arloo mil mil veces después, a no derramar  líquidos… mil pequeñas cosas que tenían más que ver conmigo que con él.

6.6. Nuestros enfados

José se parece cada vez más a mí. Es igual de asertivo y obstinado que yo, por  lo que podemos discutir cuando queremos fácilmente. Y en estos enfados, las reglas también fueron claras desde el principio: 1. No pegamos, ni gritamos, ni empujamos, ni quitamos las cosas al otro ni nos reímos de otras persona. Cualqui Cualquiera era de esas conductas conll conllevan conversación y a veces sanción posterior. Enseñar el respeto a otras personas a José ha sido para mí un componente imprescindible de su educación. No me importa que se enfade,  pero sí que falt faltee al respeto o agreda a otras personas, eso es algo algo que corrijo corrijo

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inmediato. Entre otras cosas, porque quiero que aprenda a exigir para sí mismo ese mismo respeto que da a los demás. 2. Si José se enfada, le ignoro (siempre que logre mantener la tranquilidad, claro). Si José se para en medio de la calle, le digo “así no, José” y sigo caminando. Si aún así no viene, me paro a una distancia y espero. No grito, no digo nada, y espero y casi nunca tengo que esperar mucho. Tengo comprobado que el ser capaz de ignorar las conductas retadoras de José tiene que ver directamente con mi cansancio de ese día. Si estoy bien, aguanto y no me doy por aludida, si estoy cansada, me tomo como algo personal el comportamiento de José. Y una de mis  penas es que al revés no funciona, funciona, cuando me enfado, José no me ignora y siempre lo vive como algo personal que tiene que ver con él y eso lo hace sufrir. 3. Después de enfadarse, gritar u otras cosas varias, ambos nos pedimos perdón. La mejor forma de enseñar a pedir perdón a José es pidiéndoselo yo, la mejor forma de enseñarle a perdonar es perdonándole yo. Nuestros enfados nunca se acaban hasta que no pedimos perdón, cada uno por lo que le toca. El perdón cura, y hacer las paces es fantástico también con José. Mucha gente cree que pedir   perdón a sus hijos hijos es una manera de perder autoridad autoridad sobre el elllos, yo sé que cada vez que lo hago gano autoridad sobre José, porque me reconozco débil, falible, limitada y capaz de reconocer mis errores, por lo que mis aciertos y mi palabra quedan mucho más legitimadas. 4. Tanto José como yo lloramos delante del otro cuando lo necesitamos. La expresión del dolor forma parte de la resolución de nuestros problemas y enfados, por   pequeños que sean. Mi hijo me ha visto visto llorar y sabe lo que eso sig signifi nifica, ca, y cada vez que llora, que es muy pocas veces, siempre le abrazo, estemos donde estemos y vayamos donde vayamos. Él sabe que el llanto tiene consuelo, el dolor tiene consuelo, y yo recibo también el suyo que ha aprendido a dar recibiéndolo. Eso sí, si el llanto es falso, de mentira, una estrategia para conseguir algo, lo que hago es imitarle, hacer que lloro como llora él, él me dice “mamá, tú no llores” y yo le digo “si tú lloras, yo también puedo hacerlo”. Le da tanta rabia que deja de hacerlo. Es mi manera de enseñarle que los sentimientos que se muestran han de ser auténticos para ser respetados.

6.7. Celebrar las conquistas de josé 

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Los primeros días en casa no hacíamos otra cosa que pasear por el parque, José gateaba ya sin parar. Íbamos al parque, cogíamos hojas y montábamos en los columpios. Yo era tan consciente de la necesidad de José de estimulación que eliminé enseguida la silla de paseo, le dejaba subir a todos los columpios y me mordía la lengua para no decir “¡cuidado!” ante mil pequeñas cosas que hacía. Esa era también mi norma: morderme la lengua y arriesgarme.

Y es que, cariño, tenías un ansia de vivir difícil de explicar, era como si hubieras estado tanto tiempo parado que cada cosa que lograbas hacer te aplaudías a ti mismo, además de aplaudirte yo, y cuando no lograbas hacer algo, te enfadabas contigo mismo y lo intentabas y lo intentabas hasta conseguirlo. ¡Eras tan pequeño y ya celebrabas tus conquistas! Porque ese componente de celebración formó parte de nuestras vidas desde el  princi  pri ncipi pio, o, fue otra de mis normas elegi elegidas. das. Celebrar cada paso a la salud, salud, a la normalidad, a su asertividad y confianza en sus propias capacidades y al sentimiento de familia. Celebrar todos esos pasos fue parte de mis elecciones como madre. Convertir cada pequeño paso en una celebración sigue siendo una de mis normas clave. Mirando hacia atrás me pregunto cuántas normas las he establecido más por mí que por él. Pero, aunque es importante ser consciente de que lo he hecho por mí, no por él, también ha sido importante darme el permiso para aceptar e imponer  normas porque las necesitaba, porque me ayudaban a manejar las situaciones y a evitar frustración y nervios. Que yo esté bien también era garantía de bienestar para José y enmarcar algunas situaciones formaba parte de mi bienestar. Simplemente creo que es importante hacer esa reflexión para poder optar libremente, y no excusarse en que lo hacemos por el bien de nuestros hijos. Y además, casi siempre encuentras un término medio con él, hay muchas reglas que aunque empiezan definidas por ti, en la interacción con él las vas modulando. Él también va estableciendo sus ritmos, sus reglas y modulando las tuyas, y creo que es importante que así sea. Frases como “¿trato hecho?” o “¿de acuerdo?” forman  parte ya de nuestro vocabulario. vocabulario.

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7. Los lunes de canguro Una de las primeras costumbres que establecí y que a mucha gente le sorprendió fueron los “lunes de canguro”. Los lunes, la canguro recoge a José y está con él mientras hace las cosas de casa. De ese modo yo tengo una tarde libre para mí misma, desde que acabo el trabajo hasta la noche. Durante la baja de maternidad cubrí mis salidas con amigos, pero en cuanto me reincorporé a trabajar, lo establecí como rutina de nuestra vida, porque me di cuenta de que era una inversión en cuidado y protección no sólo para mí, sino también para José. Llegó un momento en que entre él y mi trabajo no tenía ni un momento para mí misma, para sentirme  persona. P oder conjug conjugar ar el “yo” en vez del “nosotros” al menos unas horas de nuevo, caminar por la calle sin ir pendiente de José, poder hacer lo que me apetece, que a menudo consiste en darme el placer de sentarme en una terraza con una amiga o sola con un libro y tomarme un café. No se trata de hacer grandes cosas, sino de sentir que tengo un tiempo para mí, que sigue existiendo “Pepa” además de la “Pepa mamá”. Es mi espacio de autocuidado. Cuando me toca viajar por trabajo, lo anulo, para no estar dos tardes fuera en una misma semana, pero si no viajo, esa tarde noche es mi espacio de crecimiento personal individual, de alimento del alma. Cuando lo establecí, mucha gente me miró sorprendida. Muchos decían que era un acierto pero la gente no lo hace, y creo que es esencial mantener un espacio  propioo diferenciad  propi diferenciadoo del de tus hijos hijos o tu pareja, para sentirte sentirte persona indivi ndividual dual antes que pareja o madre. Yo comprendí que así, cuidándome, sería mejor madre, tendría más que ofrecerle y más descanso para hacerlo. Y José sabe que los lunes está con la canguro, a la que adora, es parte de su vida. Recuerdo además el primer día que dejé a José un día entero por placer, no a causa del trabajo. Fue para ir a una boda de unos amigos, en la que coincidimos con varias parejas de amigos que dejaban también por primera vez a sus hijos un día. Y una de ellas llamaba constantemente y no se sentía bien y me preguntó si yo me sentía mal por haber dejado a José. Y yo le dije algo así como: “¿Sentirme mal  porque José se lo está pasando genial genial con otra persona que no sea yo? Está con su madrina, a la que adora y está gozándolo, ¿por qué he de sufrir entonces? Yo sufro cuando José está enfermo o le pasa algo, no porque esté feliz”. Creo que hoy en día hay un problema en muchas familias donde se confunde la simbiosis y la sobreprotección con el cuidado y el amor. En mi caso mantener mi espacio como

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 persona me hace mejor madre.

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8. La primera fiebre de cuarenta y uno Soy una madre afortunada, José ha tenido tos, mocos y fiebre casi todo el tiempo del primer año juntos sobre todo y parte del segundo, pero sólo un par de veces ha estado malo de verdad, y nada serio.

 La primera fue cuando me llamaron llamaron del colegio porque porque te habías caído al   suelo y te habías mordido la lengua. Cuando aparecí allí y te encontré con un trozo de lengua colgando en brazos de tu profe, algo se estremeció dentro de mí. Tuvimos que ir a urgencias y me obligaron a quedarme fuera mientras decidían si te cosían la lengua o no. Ese rato me sentí  infinitamente pequeña e impotente, pero tuve la suerte de estar  acompañada por el padrino. Sin embargo, aunque lo pasé mal, como te veía jugar con el padrino y parecías estar bien, no me sentí muy mal, es más, pensé en cuántos hospitales nos quedaban por vivir. Pero la segunda vez sí hubo un antes y un después de la vivencia. Fue la  primera  pri mera noche que José se puso a deli delirar con cuarenta y uno de fi fiebre ebre y me encontré sola con él en casa. Es el momento, con diferencia, en que más factura me ha pasado la maternidad en solitario. No sólo por la sensación de pensar “si tengo que ir al hospital ¿cómo lo hago? No puedo montarlo solo en el coche detrás estando así, pero tampoco un taxi a estas horas ¿dónde lo encuentro?”. Sobre todo fue el peso de tener que decidir sola algo así, de saber que si te equivocas es sólo tu responsabilidad y el daño es apenas asumible. Tengo la fortuna de que una de las “abuelas” de José es pediatra, la llamé. Me dijo que no fuera al hospital de momento y me dio las indicaciones de cómo actuar. Me dijo: “si en una hora no le ha bajado la fiebre, ve a urgencias”.

 Así que hice lo que ella me había dicho: te bañé en agua fría mientras chillabas sin parar, te envolví en toallas mojadas, te puse el supositorio y la medicina y esperé mientras delirabas y me mirabas con los ojos vacíos. Cuando la fiebre empezó a bajarte y comenzaste a llorar, a pedir agua y a quejarte, sentí que me volvía la respiración. Pero mientras tanto… el peso de decidir, y de decidir sola, a las doce de la noche en casa, la impotencia de no poder aliviar tu sufrimiento y la seguridad de los dolores que están

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 por venir veni r y que habré de afrontar sola me dejó helada. De hecho no dormí,  pasé toda la noche viéndote vié ndote dormir, dormir, abrazada a ti. Esa noche fui plenamente consciente, visceralmente consciente de que si algo le  pasa a José, parte de mí, por no decir decir la total totaliidad, se iría con él. Y ffui ui consciente con todono mime serhadetocado la soledad que nada implica mi opción degrave la maternidad en solitario. eso que afrontar especialmente ni difícil hasta ahora. Y

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9. “Mamá, ¿y mi papá?”: explicarle nuestra historia Es una de esas preguntas que como profesional me hacen a menudo: “¿y cuándo contarle a tu hijo que es adoptado?”. Creo que la respuesta es tan fácil que la gente no se la acaba de creer. Mi respuesta es “cuando pregunte”. En mi caso, José tenía dos años y medio, llegué un día a casa de trabajar y José estaba viendo su peli de después de cenar con una de sus tías y la canguro.

 Después de abrazarme me pr preguntaste eguntaste a bocajarro casi en la puerta:  —Mamá, ¿y mi papá?  —Tuu papá ¿qué? –te dije, porque  —T porque no te había entendido.  —Que ¿dónde está mi papá? –dijiste, –diji ste, mientras las caras de tía Ter eree y  Norma se quedaban expectantes.  —Tú no tienes papá, cariño, no todas las famili familias as están formadas por   papá, mamá e hijo. Mira X, ¿qué tiene?  —Dos mamás.  —¿Y E y Z?  —Una mamá.  —Y J y K,¿ qué son?  —Dos papás.  —¿Ves? No en todas las familias  —¿Ves? famili as hay papá y mamá, nosotros nosotros somos una  familiaa de dos, tú y yo.  famili  —No, mamá –dijiste, –di jiste, dejándonos mudas a las tres– somos una “familia “fami lia de dos y muchos más” porque están tía Tere y Norma y Ana… Desde entonces somos “una familia de dos y muchos más”. Más adelante me tocará explicarle lo de los padres de tripa y los padres de corazón, contarle que por  supuesto que tiene padre, y cuál es su historia, explicarle mi profundo agradecimiento a sus padres biológicos por haberle tenido y acompañarle en la  búsqueda de sus orígenes orígenes cuando llegue el momento. Y espero saber hacer todo eso. Pero en ese momento, con dos años y medio era lo que necesitaba saber, y la explicación le valió. Cuando necesite saber más, sé que volverá a preguntarme y daremos el siguiente paso.

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En el colegio, cuando llegó el día del padre este año, fue José quien se acercó a su profe cuando les propuso hacer un regalo para los papás y le dijo “M, yo no tengo papá, ¿entonces qué hago?”. Y cuando su profe le propuso que me hiciera el regalo a mí, le encantó la idea y así lo hizo. Que José tenga el tema tan integrado como para hablar de ello directamente y sin dolor para mí es parte de su crecimiento emocional. Sólo espero ser capaz en el futuro de afrontar y saber responderle a cada nueva pregunta, a cada nuevo cuestionamiento que seguro le va a traer su propia historia, y ser capaz de darle un referente de amor y seguridad desde el que buscar  sus propias respuestas. Ahora lo tiene, espero seguir sabiendo dárselo en el futuro. Pero en ese momento, el de la primera conversación, una vez más lo que contó fue la actitud de tranquilidad, de normalidad con la que logras transmitir la idea. Se trata de contestar cuando preguntan porque ellos preguntan cuando están  preparados para escuchar la respuesta y hacerlo hacerlo con la tranquili tranquilidad que te da tener   paz y consciencia consciencia sobre las decisiones decisiones tomadas.

Otro día veíamos la película de Bambi y cuando su mamá muere, Bambi se va con el ciervo grande de la manada, que lo adopta. A partir de ahí te expliqué lo que era adoptar, buscar una familia para quien no la tiene,  porque  por que lo más i mportante es querer querer y que te quieran. Lo entendiste a la  primera y desde entonces adoptar es parte de tus juegos, vas formando  familias  famili as y parejas parejas con sus animales y cuando se te queda uno suelto, le dices “no te quedes triste, que te voy a buscar una mamá que te adopte”. Y   juntas a una hipopótamo con un canguro. canguro. Así lo hici hicimos mos la primera vez que te lo expliqué, un día que me dijiste que tu canguro estaba triste  porque  por que se había quedado sin mamá. Le buscamos una mamá hipopótamo que también estaba sola. Mis experiencias más fuertes sobre la concepción de la adopción han venido de gente de fuera. Recuerdo tres anécdotas que me resultaron muy significativas. La  primera  pri mera tuvo lugar lugar cuando estuve gesti gestionando onando los papel papeles es de José en el regi registro civil civil. Me explicaron que había dos posibilidades, o dejaba la partida de nacimiento del niño como estaba y añadía mis datos como madre adoptiva o la sustituía por otra donde sólo saldría yo y con un número de referencia para que José pueda solicitar la original ya que de adulto. tuvemis duda, ni aante ni antey entonces nadie tengo nada que ocultar, así opté porNo añadir datos la yaJosé existente la funcionaria

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me dijo: “¿Te puedo decir algo? No sabes lo bien que sienta encontrarse algún caso como el tuyo de vez en cuando”. “¿Y por qué?” –le pregunté–. “Porque no sabes las cosas que los padres adoptivos nos llegan a pedir con tal de ocultar el origen de sus hijos”. Y yo me pregunto: ¿Qué hay que esconder? Mi hijo tuvo a sus padres  biol  bi ológ ógico icoss a los que nunca les ag agradeceré radeceré suficient suficientee que lo tuvieran tuvieran y que por eso llegara a ser mi hijo y cuando sea mayor y quiera saber de ellos será mejor cuanto más fácil tenga el acceso a sus datos. Recuerdo también una conversación con la sobrina de la madrina de mi hijo. Cuando supo que en el cole sabían que había adoptado a José, me dijo:  —¿Y por qué se lo has dicho? ¡Pobre José!  —¿Pobre José? ¿Qué te han contado sobre lo que es una adopción? adopción? –le –le contesté–. Ser adoptado no es más que una persona a la que han querido dos veces, una para traerla al mundo y otra para adoptarla. No es nada vergonzoso ni que haya que ocultar sino al revés, algo por lo que sentirse afortunado.  —Nunca lo había visto visto así –contestó. Y la última anécdota me sucedió cuando José llevaba unos meses en casa. Me  pidi  pi dieron eron desde la organi organizació zaciónn con la que gesti gestioné oné la adopción adopción de José una entrevista para dar publicidad al programa de acogimientos, y dije que sí, porque  por experienci experienciaa sé que la gente no conoce sufi sufici ciente ente la exi existenci stenciaa de esta posibil posibilidad. Así que vino una periodista a casa, y en un momento me preguntó:  —¿Cómo se llama llama tu hijo?  —José.  —¿Y por qué le pusiste pusiste José?  —Porque se llama llama José.  —Sí –insisti –insistió– ó– pero ¿Por ¿P or qué José?  —Porque se llama llama José –le volví a deci decir–. r–. Mi hijo tenía un año cuando le conocí y tenía su nombre y su historia y no se me hubiera ocurrido nunca cambiarle el nombre, es parte de sí mismo. Ella me reconoció que nunca lo había visto así. Estas tres vivencias son ejemplos de cómo la sociedad sigue percibiendo la adopción, de la forma en la que muchos padres se plantean la adopción y cómo

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trasmitimos esa idea a los propios niños. La adopción supuestamente es algo integrado y aceptado en nuestra sociedad pero yo sospecho que queda aún un largo trecho para dejar de considerar a un niño adoptado como diferente de un hijo  biol  bi ológ ógico ico,, y esas diferencias diferencias se marcan en cosas muy sutil sutiles, a veces poco obvias, obvias, como querer borrar su historia, ocultarla o cambiar su nombre.

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10. Ser perfecta, hacer de madre Y cuando miro hacia atrás y pienso en aquellos primeros meses, y releo las cosas que escribí, pienso a menudo en lo obsesionada que estaba con hacerlo bien. Tenía que ser una buena madre para ti, la mejor de las madres posibles. No sólo porque ser tu madre había sido una opción buscada y elegida, sino por lo que la gente esperaba de mí, por mi trabajo con otros niños, y por mi propia autoexigencia. Y ahora he comprendido que cuanto más perfecta intentaba ser, menos madre tuya era. “Hacía de” tu madre, pero no “era” tu madre.  No lo era porque estaba ag agotada. otada. Ese cansancio cansancio de al alma ma que se me metió metió cuando las lavadoras, los paseos, los horarios y las toses eran mi primer y último  pensamiento  pensami ento del día. La simpl simplee logísti ogística ca del día a día se apoderaba de mí. Ese cansancio que me llegaba cuando a pesar intentarque hacerlo todo bien, algo sale mal, o simplemente no tan bien como habíade decidido “debía” salir. El deber por  encima de mi propia humanidad. Ese cansancio que me llegaba cuando me encontraba gritando a José, perdiendo los nervios, obligándole a hacer cosas innecesarias y me veía en sus ojos con los que me miraba triste y me sentía mala persona, una persona capaz de hacer llorar a su hijo o de provocar esa mirada en sus ojos. Y ese cansancio no se va aunque, como en mi caso, los demás te digan una y otra vez que lo estás haciendo bien. Eres demasiado dura contigo misma, y te exiges algo imposible: hacerlo bien siempre. No me servía porque yo no me permitía ser  humana, no me permitía fallar, no me permitía ser yo. Por eso creo que no “era” su madre, porque no era yo sino la mujer y la madre que había decidido de antemano que “debía ser” y que, en parte, la sociedad esperaba que fuera. Y cuanto más alto es el nivel de esa imagen de madre, más larga y profunda es la caída. Y me avergonzaba, y no me atrevía a contarle a nadie que tenía miedo a fallar, miedo de no ser suficientemente buena para mi hijo, que estaba triste o que me sentía débil y pequeña. Todo eso no cabe en la maternidad, ni cabía entonces en mis conversaciones, porque eso también formaba parte de la “madre que debía ser”: no mostrar el lado menos bonito de mi vivencia como madre.

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Mientras tanto el vínculo con José era cada vez más fuerte, y él crecía imparable y se sentía feliz y seguro, porque todos estos sentimientos casi nunca los mostraba delante de él. Así que José era feliz, y aparentemente mi esfuerzo funcionaba, salvo  por mi cansancio y mi agotami agotamiento, ento, por las lágri lágrimas mas en la cama o por la soledad a la que yo misma me había forzado no compartiendo con mi gente amada mis miedos, mi angustia y mi dolor y todo eso iba calando en mi fortaleza. Y un buen día me di cuenta de que estaba agotada, de que acontecimientos que en otros momentos podía vivir con relativa tranquilidad, ahora me superaban y ahí me pregunté qué había  pasado.

 El paso de los días, ese verte feliz y contento, era la mejor prueba de que las cosas funcionaban más allá de mis propios miedos, y de mi cansancio.  Eras mi ancla de seguridad. Eres Eres y sigues siendo cada día más un niño que se ríe por todo, seguro, tranquilo, sociable y asertivo. Capaz de decir  “no” claramente cuando quiere, de enfadarse cuando lo necesita y capaz de una ternura que conquista. Me pides ayuda si te hace falta y buscas mi consuelo cuando lo necesitas. Y sin embargo, sólo ahora me he perdonado y vivo mi maternidad como la relación más bonita de mi vida. Una relación de dos personas humanas que tienen fallos, días buenos y días malos. Dos personas que no necesitan hacerlo todo bien, sólo poder ser ellas mismas y sentirse aceptadas como tales. Buscan tener la certeza del amor de la otra persona. Ahora que he vivido todo eso es cuando me “siento” madre. Pero he necesitado meses para llegar a serlo. En estos primeros meses mi estar junto a José fue desde el “hacer”, y ahora es desde el “ser”, me doy cuenta de que incluso en la narración de los capítulos de este libro se trasmite esta diferencia.

Apree nd Apr ndizaj izajee s para co com mpartir  Sabersee madre  Sabers madre

 La certeza de nuestro amor   Nuestros  Nuest ros hi hijos jos han de vi vivvir en llaa certez certezaa de nuestr nuestroo amor amor.. Q Quue no les que quepa pa dduuda alg algun unaa de que les queremos cada día. No se trata de que sepan de cabeza que les queremos, sino que lo sientan en su piel porque lo expresemos cada día con nuestras palabras, nuestras acciones,

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nuestros límites o nuestras caricias. Generando rutinas de amor, en las que expresemos cada día ese amor lograremos que vivan desde el principio esa certeza. Además, el amor que sentimos por  ellos y su dignidad como persona son dos cosas que nunca debemos cuestionar, ni siquiera cuando nos enfadamos o nos sentimos heridos por ellos.  Fortaleza y debilidad  debilidad  Por muy conscientes que sean nuestras opciones, hay cosas de la maternidad y paternidad  para las las qu quee nnoo estam estamos os preparados, por m much uchaa teorí teoríaa y cu cursos rsos qu quee ha hayam yamos os hech hecho. o. Pasan cosas que simplemente nos desarman y nos dejan débiles y vulnerables. Pero es justo en la debilidad donde está la fuerza y en la fuerza la debilidad. Si no existe una, la otra no es real.

Gozo y vértigo: v értigo: apr aprender ender a manej manejar ar nuestros miedos La consciencia en la opción conlleva también la responsabilidad sobre la misma. La maternidad y la paternidad conscientes implican el mayor gozo y el mayor vértigo unidos. Aprender a manejar los propios miedos y que no condicionen en exceso (hacerlo lo van a hacer) la vida de nuestros hijos es una tarea que dura una vida. Hay algunos miedos presentes siempre: a que sufra y no poder evitarlo, a que le hagan daño, a hacérselo nosotros, a fallarle o a no gustarle, a no poder soportar lo que vemos de nosotros en ellos, lo que ellos nos obligan a ver de nosotros mismos etc. El miedo siempre está y el vértigo a veces anuda el estómago, lo importante es no definir la crianza desde esos miedos.  Amor y logística La maternidad y la paternidad son fundamentalmente amor y logística. Y es importante que la logística no nos pueda. Por eso, entre otras cosas, es fundamental la red de amor y apoyo,  porquee sol  porqu solos os no llllegam egamos. os. Al menos enos no llllegam egamos os bi bien en.. Con llaa m matern aterniidad y patern paterniidad perdem perdemos os mucha capacidad de improvisación, de espontaneidad, pero es importante no caer presos de los horarios, los tiempos y los miedos. Siendo padres, planificar es imprescindible, pero el amor y el alma tienen tiempos propios que no coinciden con el reloj. Y esos tiempos han de tener cabida en nuestro día a día, aunque cambien los horarios planificados, porque son los que configuran el alma de nuestros hijos.

 Espacios y tiempos diferenciados diferenciados Crecer necesita espacios y tiempos propios, diferentes a los de los padres. El mejor ejemplo de ese aprendizaje somos nosotros. Las relaciones simbióticas dañan a los niños porque les impiden ser autónomos y a los padres o madres porque los anula.

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Ser segundo en tu propia vida es parte de la maternidad, pero no desaparecer en la vida de tus hijos. Si no conservamos una identidad individual, más allá de la pareja, más allá de ser  madres o padres, acabaremos destruyendo parte de nuestro ser y haciéndoles pagar el precio de ese dolor a nuestros hijos.  Las preguntas preguntas del corazón y el llenguaje enguaje de los sentimientos Si compartimos nuestras vidas con nuestros hijos, les abrimos nuestro corazón sabremos cuándo y cómo explicarles las cosas. Porque ellos preguntarán sin miedo y cada respuesta llegará en el momento en que ellos necesiten hacer las preguntas. Ser su madre o su padre también implica hablar de la muerte, la sexualidad o la violencia con ellos, vivirlas y sentirlas cuando nos toquen de cerca y ayudarles a diferenciar sus propios sentimientos, a reconocerlos y aceptarlos,  para que no les les desborden ni los ocul oculten ten nnii se si sien entan tan cu cullpabl pables es de lo que sie sient nten en.. De ese modo  podrán narrar narrar sus sus sen senti tim mient entos, os, comparti compartirl rlos os y así acercarse a los dem demás ás abrién abriéndol doles es su propio propio corazón.

 Las normas normas elegidas

Las normas que imponemos a nuestros hijos son uno de nuestros primeros mensajes de coherencia personal hacia ellos. Han de ser normas en las que creamos y que nosotros cumplamos y vivamos en nuestra vida, normas elegidas con nuestros hijos y mantenidas en el tiempo, independientemente de lo que el entorno piense sobre ellas.  El deber y la culpa: el peligro de querer querer ser perf perfecta ecta

Uno de los aprendizajes que más cuestan es comprender nuestras limitaciones, aceptar  nuestros errores y perdonarnos por ellos. Comprender que sí o sí, en algún momento vamos a dañar a nuestros hijos y poder vivir con ello. Es imposible hacerlo bien todos los días, lo importante es intentarlo y reconocer esos errores cuando llegan. No culparse por ellos, sino hacerse responsable de ellos, intentar mejorar cada día, aprender aquello que nuestros hijos nos  brinndan llaa oportu  bri oportuni nidad dad de apren aprender der.. Y val valorar orar qu que, e, aun aunque que con consi sigguiéram uiéramos os ser perf perfectos, ectos, ttam ambi bién én haríamos daño a nuestros hijos porque les daríamos un referente de perfección imposible de alcanzar alcanz ar para ell ellos. os.

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3. Sentirse madre o los tiempos del alma

Cuando escribo este libro han pasado casi tres años desde que mi hijo me convirtió en madre. Y sin embargo, he descubierto que sólo hace unos meses me “siento” su madre y comprendo lo que eso significa en mi vida. Comienzo este tercer y último capítulo de este libro con un texto que escribí en octubre de 2009 y que describe la esencia de mi paso de “saberme” madre a “sentirme” “senti rme” madre:

“El primer año con José estaba tan ocupada en cuidarle, en hacerlo bien, en ser una buena madre, o mejor dicho, lo que yo había decidido que era  ser una buena madr madre, e, que me olvidé de vivir vi vir simplemente, de ser su madre.  No le dejé entrar dentro dentro de mí, a mi alma, hasta me enfadé con él por  obligarme a cambiar mi vida, a cuestionarme como persona, a ver mi imperfección, mi limitación, mi fragilidad y mi impotencia. Después, cuando las cosas se tranquilizaron, la logística ya no se me apoderaba y,  sobree todo, cuando José pasó a ser José, y le conocí hasta el detalle, sus  sobr  guiños, su risa, sus gustos… todo, me relajé y el segundo año ha sido mucho más plácido, pero sólo ahora me sé y me siento su madre… el  cambio de alma que supone ser madre…”. Ser madre no ha sido un elemento más de mi vida, no es un “Soy psicóloga, vivo en Madrid y tengo un hijo”. Ser madre me hizo entrar en otra vida, que ya no es mía. Una vida en la donde que casi todasun lasamor frasesincondicional, las pronuncioelendeprimera persona dellaplural, un “nosotros” conocí José hacia mí.

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Contrariamente a lo que mucha gente cree que el amor más incondicional es el nuestro como madres hacia ellos, yo siento que el primer amor incondicional es el que mi hijo me tiene. Él me acepta como soy, me quiere con todo su ser, me  perdona los errores y al día sigui siguiente, ente, al minuto si sigguiente, uiente, los ha olvi olvidado. dado. Sentirme madre no es una cosa más que he hecho en la vida, es cambiar de vida, es cerrar el capítulo que fue mi vida mientras fui yo sola, para empezar el capítulo del resto de mi vida, donde soy ya un plural, esté o no conmigo José, esté o no presente. Te conjugas inexorablemente en plural.

Sentirme madre me da la fuerza para ser mejor persona, para sanar, para  seguir cuando siento que ya no puedo más. Y esa fuerza no la obtengo de mí sino de ti, de tu amor, y ése es un alimento que me acompaña cada  segundo de mi vida. Hablo por supuesto de una maternidad consciente, de una maternidad elegida en la que hice un esfuerzo consciente por amar y ser amada, elegí amar y ser amada. Se puede pasar por la vida como madre sin llegar a “sentirlo” nunca, sin llegar a comprender el verdadero significado de ese amor. Aunque sobre este tema se ha escrito mucho, yo no creo que las mujeres tengamos ningún instinto especial, ni que todas las mujeres por el hecho de serlo sepamos sentir la maternidad con consciencia. Creo que las mujeres y los hombres pueden elegir no vivir su maternidad o paternidad, no sentirla e incluso no cuidar a sus hijos, permaneciendo afectivamente lejos de ellos. La biología, una vez más, no garantiza nada. Lo facilita, pero no lo garantiza. Son la consciencia y el amor que esa consciencia  brinda,  bri nda, los que permiten este cambio de vida.

 Durante todo mi primer año siendo tu madre, madre, estaba tan ocupada en “hacer de tu madre”, en cuidarte, alimentarte, lavarte, jugar contigo o reñirte, que no viví mi maternidad. No logré simplemente relacionarme contigo y disfrutarte, dejar que entraras dentro de mí, no sentí tu presencia dentro de mí. Esa presencia con la que has cambiado mi modo de mirar la vida y sobre todo mi modo de mirarme a mí misma. Porque los niños son el mejor y el peor de los espejos, sacan lo mejor y lo peor  de nosotros y hay que estar dispuesto a mirar ese espejo y aceptar lo que vemos. Estamos muy acostumbrados a pensar que nuestros hijos se miran en nosotros,

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aunque no estoy muy segura de que sepamos lo importante que es nuestro papel en ese sentido. Ellos construyen un relato de vida basado en lo que nosotros les contamos sobre ellos mismos. Somos como un espejo en el que se miran, y lo que saben de ellos es lo que ven en ese espejo. De este modo, vamos configurando su forma de mirar el mundo y dejando huella en su relato interior sobre quiénes son y lo que pueden esperar del mundo. Pero no nos paramos a pensar que en nuestro caso pasa lo mismo. Nuestro relato de vida desde que somos padres se construye con lo que ellos nos muestran de nosotros mismos, con ese espejo en el que nos obligan a mirarnos. Creer que somos nosotros los que encauzamos su crecimiento, en vez de entender que ser  madre o padre no es sino cambiar tu vida para caminar de la mano de esa personita  pequeña e indefensa. Esas personas, nuestros hijos, que guardan guardan dentro de sí todos los tesoros de nuestro interior, tesoros que a menudo ni siquiera conocíamos. Y también nuestras vergüenzas, esas que hemos pasado una vida negando o despreciando y que, junto a nuestros hijos, vuelven como fantasmas potentes y ya innegables.

Yo aprendí a ver la vida a través de tus ojos, José, incluida a mí misma. La ciudad es diferente para mí ahora porque está plagada de hormigas, del   sonido del vi viento, ento, del humo de las chimeneas chime neas de las casas, de cada avión, cada tren, cada helicóptero… pero yo también soy diferente. Soy tu madre. Tu madre capaz de una ternura infinita como nunca imaginé que fuera capaz de dar a otra persona, tu madre que se multiplica hasta el  agotamiento, que calcula logísticas y encuentra soluciones debajo de las  piedras, tu madre madre que baila por las noches y cuenta cuentos que no sabía que fuera capaz de inventar, tu madre que te dibuja mi corazón en la espalda todas las mañanas para que lo lleves contigo todo el día… soy esa mujer que se mira al espejo y no se reconoce. Contigo he aprendido que hay tiempos que sí hacen falta[1] falta[1]:: el tiempo de las caricias, el tiempo de los silencios, el tiempo para conmoverse, el  tiempo del miedo, el tiempo del vértigo, el tiempo del dolor, el tiempo de la espera. Ya lo decía la abuela Asun, que era una mujer sabia. Decía que “existir” en alemán se dice “dasein” o sea “estar ahí”. Para existir en la vida de otra persona hay que estar junto a ella, y para estar hace falta

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acompasarse a su ritmo. Existe un tiempo de las caricias, ahora lo sé, y quieroo vivi quier vivirr contigo en él. Y es justo entonces cuando di el salto. Justo entonces, al mirarme por primera vez en el espejo y verme distinta, ver esas cosas que ni siquiera sabía de mi misma, cuando di ese salto esa de “saber” a “sentirme” madre.que Esa yo, certeza de la irreversibilidad, vivenciaquedesoy un madre, amor que es más fuerte y que construye puertos a los que volver en medio de las tormentas.

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1. Querer ser mejor persona Mi hijo ha hecho que quiera ser mejor persona, que quiera sanar heridas que llevaba muy dentro y con las que me había acostumbrado a vivir. La resignación es una palabra que no cabe en mi vocabulario de madre. No puedo resignarme ante su dolor, ni ante mis errores.

Cuando me levanto por las mañanas y te escucho llamándome, pienso en la  fortuna y la caricia carici a diarias diari as en las que vivo viv o contigo y el agradecimiento agradecimi ento hacia ti me invade. Soy más consciente que nunca si cabe de cómo ésta es otra vida. Mi vida siendo tu madre es otra vida. Creo que el primer aprendizaje que necesité para dar ese paso fue aprender a  perdonarme a mí misma. misma. Al principi principio, o, estaba tan obsesionada obsesionada con hacerlo bien que no me perdonaba los fallos. Era ycomo si mi hubiera obligado a mirar espejo donde se veía la mejor la peor de hijo mis me caras, de mis rostros, como un si hubiera sacado lo mejor y lo peor de mí. Y al principio cada vez que me equivocaba, porque me enfadaba de más, porque gritaba, porque no había sabido interpretar las necesidades de José, porque había sido impaciente… cada vez que ocurría todo eso, y sobre todo, cada vez que sentía que podía haber hecho daño a José, me sentía mala persona, la peor de las personas. Sin embargo es imposible no equivocarse, los fallos llegan siempre, seguro, y por muy mal que me acostara, por  mucho que me atormentara, al día siguiente tenía que levantarme y volver a ser  madre.

 Me di cuenta de que si no lograba perdonarme perdonarme los error errores es que cometía contigo, al día siguiente las cosas irían peor, porque tu sonrisa y el amor  con el que me recibías me hacía sentir más culpable aún. Pensaba: “mi hijo es mejor persona que yo”. Y de hecho creo que lo eres, porque eres más limpio de corazón y más generoso. En eso los niños siempre nos lleváis ventaja a los mayores. Además, la madrina de José me hizo darme cuenta de algo importante: si no me enfadaba nunca, ni lloraba nunca, ni mostraba mi debilidad, corría el riesgo de dar a José un referente de modelo aparentemente perfecto, sin debilidades, que es el que luego él iba a tratar de imitar, y eso podía hacerle sufrir mucho. Si era capaz de

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mostrarle mi debilidad, también me mostraba humana, vulnerable y capaz de vivir a la intemperie, de perdonarme y volverme a levantar. De ahí también mi norma de llorar delante de José cuando lo necesito. Mucha gente cree que el perdón es un elemento importante de las relaciones entre padres e hijos para resolver los problemas que van surgiendo. Desde luego lo es, pero creo que hay un perdón previo: el que los padres debemos darnos a nosotros mismos. Esa mirada compasiva, tierna y profunda desde la que también  podamos mirar a nuestros hijos.

 Al fin compr comprendí endí que si no era capaz de sentir algo de compasión por mí, no podría sortear la culpa para llegar al amor que siento por ti y para mirarme a ese espejo que son tus ojos. Y en ese sentido creo que es importante señalar que perdonarme no significa excusarme ni justificarme, sino aceptarme como soy, con mi limitada humanidad. He hecho cosas a mi hijo que no son excusables. Cada vez que le he gritado para lograr algo, aunque tuviera razón en lo que pedía, por ejemplo. Nada justifica mi grito, es tan sólo que no he sido capaz de resolver mejor la situación. Espero aprender a hacerlo la siguiente vez que afronte una situación similar. Creo que las relaciones humanas son muy complejas y creo que incluso en el mejor de los amores, a veces he hecho daño y he de poder compadecerme de mis limitaciones  para segui seguirr si sinti ntiéndome éndome dig digna de amar, no sólo sólo de ser amada. Esto que he visto visto mucho en las familias con las que trabajo, personas sufriendo y convencidas de ser  malos padres, lo he vivido también en mi propia carne. Y es fundamental poner ese daño encima de la mesa porque la rabia se va casi siempre, el enfado se pasa, pero el daño hecho, si no lo curamos, queda y hiere. Reconstruir el vínculo en una relación tan importante como la que tengo con mi hijo  para mí ha si sido do una constante necesidad necesidad en este tiempo, tiempo, cada vez que era consciente de haberme equivocado. Pero nunca hasta ahora supe hasta qué punto el  perdón empieza por mí misma. Pero: ¿cómo reconstruir la relación con José cuando le hice daño? Pasando tiempo juntos, dejándole expresar lo que siente por lo que he hecho, pidiéndole  perdón explíci explícitamente tamente y demostrándole con mis hechos que lo siento siento y que pretendo que no vuelva a ocurrir. Y no olvidando que hay que querer perdonar pero también hay que querer que te perdonen y ambas cosas requieren esfuerzo. Y que la opción

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de perdonarme una vez que he hecho determinadas cosas ya no es mía, es de José. Hay veces que cuando le pido perdón a José, me perdona enseguida y hay otras veces que tarda algo más, aunque yo siempre pienso que ojala tuviera yo su generosidad, porque nunca tarda más de cinco minutos. Asumir que la gente tiene derecho a perdonar y a no perdonar empieza asumiendo que mi hijo pueda no  perdonarme al alggún día. Del mi mismo smo modo perdonar no sig signifi nifica ca olvi olvidar dar,, José puede recordar las cosas buenas y las cosas no tan buenas que le he hecho.

 No espero espero que olvides mis err error ores, es, sino que los perdones, perdones, porque porque así  aprenderás tanto de ellos como de mis aciertos. Algunas cosas que José me ha enseñado sobre perdonar y ser perdonada son: • Perdonar y pedir perdón son formas de manifestar mi amor. • Perdonar es también una forma de reconocer mi necesidad del otro. • Pedir perdón es una forma de mostrarme humana y vulnerable y como tal, real. Y hacerlo sin agresividad ninguna. • Pedirle perdón y perdonarle es una forma de ganar autoridad sobre José. Ser capaz de reconocer mis errores, disculparme e intentar cambiar me convierte en el tipo de referente de vida que yo quiero para José, y él así lo recibe. • Pedirle perdón y perdonarle es la única forma coherente que conozco de enseñarle a  pedirr perdón.  pedi

Cuando dejé que entraras en mi alma, José, que me conocieras con todas mis debilidades y con todas mis fortalezas, fue cuando pude perdonarme, cuando empecé a darme cuenta de que no se trataba de “ser perfecta” sino de caminar juntos, de que no tuvieras nunca la mínima duda de mi amor   por ti. ti . El resto lo hemos ido construyendo juntos.

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2. Honrar lo que fui Una parte esencial de ese mirarse en el espejo fue mi pasado, mi propia vida. Mi hijo me hizo ver no sólo lo que soy sino lo que quería haber sido, lo que pude haber  sido, y lo que soy capaz de ser. Me dio una fuerza añadida, un empuje para ser la  persona que qui quiero ero ser, pero también también me permiti permitió mirar a mi pasado, a mi famili familia, mi universo. Es esta frase típica de: “No entenderás a tus padres hasta que seas  padre”. Por eso es importante honrar nuestra propia vida y la de nuestros padres. Reconocerse en esos vínculos verticales de los que hablaba al comienzo del libro, los padres y los hijos, esos que nos configuran, nos crean como personas, nos hacen ser quienes somos. Esas personas que, cuando las perdemos, da igual lo mayores que seamos, sentimos un vacío que es irremplazable. Los demás vínculos son compañeros de camino, más o menos cercanos, pero los padres y los hijos nos anclan a la vida. Y por eso en mi hijo reencuentro a mis padres, me vuelvo a ver junto a ellos. Honrarles fue parte de “sentirme” madre, comprender su amor, su dolor, su esfuerzo, pero no desde el deber o la razón o la moral, sino desde mis tripas. Comprender su agotamiento desde el mío, su rabia desde la mía, su amor desde el que yo siento. Honrar quien fui y honrar quien soy pasa por honrar a mis padres y a mi hijo. Honrar no significa idealizar ni reverenciar ni adoptar esa actitud de “Los tiempos fueron mejores”. Significa saber mirar, saber reconocer, dedicarles tiempo, ypasados agradecer lo recibido.  Nunca miré miré a mis mis padres con tanta compasi compasión ón como ahora. Y no hablo hablo de la compasión en el mal sentido de la palabra, sino en el bueno. La compasión de quien siente lo que siente el otro, de quien lo comprende con todas sus aristas, sutilezas, y matices que tiene. Como decían los personajes de la película Canción de cuna: “saber mirar es saber amar” y como madre, mi mirada hacia mis padres es diferente. Este tiempo he pensando a menudo en juicios que hice cuando era joven sobre lo que deberían haber o no haber hecho mis padres. En ese tiempo en que veía la vida diáfana, sin aristas, sin dudas. Luego la vida pone las cosas en su sitio, y

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algunas de esas certezas, unas poquitas, se vuelven si cabe más diáfanas, pero el resto de la vida se vuelve compleja, sutil, difícil, cruel y hermosa al mismo tiempo. Y se me hace muy difícil enjuiciar nada ni a nadie, y muy fácil comprender cómo las personas pueden llegar a hacer algunas cosas.

 Recuerdo a tu abuela, que siempre se quedaba despierta hasta muy tarde,  Recuerdo tarde, y luego le costaba mucho levantarse, y yo siempre le decía “Pero mamá, ¿por qué te quedas despierta hasta tan tarde?”. Y ella me decía que era el único momento del  día en que la casa era para ella, en que podía descansar de verdad. Ahora cuando te acuesto y me quedo despierta, aunque esté muy cansada, siempre apuro esas dos o tres horas para disfrutar mi tiempo, nuestra casa y esa tranquilidad que da el escucharte dormir, igual que hacía ella. Son pequeñas cosas, o grandes cosas, pero son cosas que comprendí al vivirlas, que comprendí sin palabras, que me digo a mí misma “Ahora lo entiendo”. Y mis  padres no cambi cambian, an, son los mismos mismos que fueron, es mi forma de mirarlos mirarlos la que cambia, y ese nuevo mirar me lo ha dado mi hijo.

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3. Sentir de otra forma Trabajo desde hace doce años como psicóloga especializada en temas del desarrollo afectivo de los niños y de prevención de la violencia contra ellos. Durante estos años, especialmente cuando he estado trabajando para la sensibilización contra el castigo físico y psicológico a los niños, siempre había una pregunta que se repetía una y otra vez: “¿Pero tú eres madre?”. Cuando contestaba “No”, podía ver las caras y los gestos de la gente, ese mensaje de “entonces no sabes lo que dices, no sabes de lo que hablas, es fácil hablar desde fuera”. Lo podía sentir, además de escucharloo reiteradamente. escucharl reiteradamente. Ahora soy madre. Y ahora la pregunta ha cambiado, y además tiene un cierto tono de reto. Es algo así como “Y ahora que eres madre, ¿qué? ¿Sigues pensando lo mismo?”. Y la mejor respuesta que he logrado encontrar es que no me he tenido que desdecir de nada de lo que dije. De hecho, algunas de las posturas las podría defender ahora incluso con mayor convencimiento fruto de la vivencia. Pero lo que ha cambiado es mi forma de decir las cosas. Porque es otra forma de sentir. Es como cuando pierdes alguien que amas, hay un dolor que cuando lo has vivido no te lo tienen que explicar, lo conoces, es algo tan íntimo que resulta casi imposible explicarlo.

 La vi vivencia vencia de ser tu madre madre me ha cambiado mi percepci percepción, ón, mis  sensaciones y mis mi s actos. No se trata tanto de que diga di ga cosas distintas, disti ntas, sino si no de que las digo de otra forma, porque siento de otra forma. Puedo ayudar   siendo madr madree y no siéndolo, pero pero la vive vivencia ncia de ser tu madr madree me ha hecho hablar y sentir una compasión que antes no conocía. Y eso ha cambiado mi vida. Hace poco escribí un texto sobre esto a mis amigos, lo llamé precisamente “Otra forma de sentir”: sentir”:

“… Esta noche quiero compartir dos ejemplos de una conferencia que di en Ibiza el otro día y que fue para mí significativa en muchos sentidos. El   primero fue cuando una periodista periodi sta me pr preguntó: eguntó: ‘Y si tuvieras que dar un consejo a los padres, ¿cuál sería?’. Es una pregunta que me han hecho muchas veces y he contestado cosas muy diferentes, pero esta vez dije algo

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que hasta ahora no había sentido tan claro. Dije: ‘Que aprendan a  perdonarse  per donarse a sí mismos’. Porque Porque siendo padre padre o madre madre te vas a equivocar   sí o sí, y es importante poder levantarse de nuevo, y poder mirarse al  espejo y perdonarse para seguir siendo madre o padre, sólo que algo más humilde y algo más sabio. En mi trabajo veo padres abrumados,  sobrepasados,  sobr epasados, que a veces se sienten si enten solos, que no saben cómo manejar las  situaci ones. Lo que veo en mi trabajo no es tan difer  situaciones. di ferente ente de lo que he visto vi sto en mi espejo varias noches. Y la segunda cosa que quiero compartir fue cómo estructuré la conferencia, que era sobre el tema de castigo físico. La llamé ‘Los aprendizajes que valen una vida’ y eran tres: aprender a amar y a ser  amado, aprender a educar a alguien a quien amamos, y aprender a vivir  desde la piel. Es otro modo de decir: amor, autoridad y coherencia. Aún no  sé muy bien cuánto del mensaje cambia, ni de mi trabajo, pero pero sé que es diferente. Y es mi forma de decirlo como madre”.

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4. Resituarme en mi entorno Y miré de nuevo también mi entorno. Mucha gente dice que uno pierde contacto con sus amigos y con su gente cuando es madre o padre. Una vez más, creo que es una cuestión de elección. De elección y a veces mucho agotamiento. Es cierto que el tiempo ya no lleva mi ritmo, sino el suyo, y eso imprime unos ritmos distintos, unas limitaciones que antes no tenía, pero creo que el cambio hacia nuestra gente querida es más sutil pero más profundo también.  Nosotros sali salimos, viajamos, viajamos, pasamos tardes con los amigos. amigos. En mis tardes de canguro salgo sola y recupero, como contaba en el capítulo anterior, mi espacio de  privaci  pri vacidad, dad, salg salgo a bail bailar o a cenar o ese tipo tipo de cosas que José todavía es pequeño  para hacer o que sencil sencillamente quiero quiero hacer sin sin él. ¡Qué importante fue para mí darme permiso para esta formulación! Para reconocer que no quiero hacer todo con mi hijo, que no quiero estar todo el día con mi hijo ni pegada a él, que los espacios  propios  propi os me son tan necesarios necesarios como los espacios espacios con mi pareja o los espacios espacios con él él..

 Pero lo que sí ha cambiado son mis relaciones. Es como si las vi  Pero viera era a través de tus ojos. Ahora me resulta imposible tener una relación profunda con alguien que no te quiera (de hecho, me resulta casi imposible pensar  que alguien pueda no quererte). Por eso nunca me dio miedo el tema de la  pareja  par eja al ser madre, madre, porque porque no quiero en mi vida nadie que no te quiera, que no entienda que compartir la vida contigo es un regalo. Pero eso supone una criba clara en mi vida, porque no a todo el mundo le gustan los niños, ni todo el mundo quiere a mi hijo. Y ese cambio sí que es  profundo. Me fui dando cuenta de que cada vez me apetece estar más con la gente a la que mi hijo quiere, porque se siente querido por ellos. No se trata de que tengan niños o no, no es que empezara a salir con familias que tienen niños. La criba es  pasar nuestro tiempo tiempo con la gente que nos quiere, quiere, no que me quiere quiere a mí. Y ésa es una gran criba. Cuando la hice consciente, me di cuenta de que ahora hay un filtro en mi corazón del que no puedo ni quiero ya deshacerme. Y este proceso puede ser muy duroo porque, aunque no más ha sido mi caso, puede afectar directamente a nuestra familia, a nuestros amigos cercanos. Personas que al verles comportarse mal o indiferentes con nuestros hijos nos muestran una

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cara de ellos que de ningún otro modo hubiéramos conocido y que nos hace imposible la intimidad, al menos en mi caso. Y ése es el verdadero cambio con la gente que quiero. Hay gente sin hijos a la que sigo viendo más si cabe que nunca porque nos adoran y la idea de pasar un tiempo con José les parece fantástica. Independientemente de que también haya tiempo para estar y hablar sin él, porque combinar ambos espacios es imprescindible  para mantener una relación relación siendo madre. No hay cosa más pesada que dos madres  juntas que no paramos de hablar hablar de nuestros hijos, y somos incapaces de hablar hablar de otra cosa. Mantener un espacio para encontrarte con el otro como yo, como Pepa, no como madre, es esencial. Pero lo curioso del tema es que para llegar a ese espacio algo en mis tripas deja muy claro que tiene que venir precedido del amor a José, del juego con él, de su aceptación. Y da igual que sea una pareja, una amiga o mi familia. Mi hijo es parte de mi alma y quien no lo integre como tal, marca una distancia de la que es muy difícil volver. Y luego él establece también sus propios afectos, que son diferentes a los míos, y que he de integrar en mi vida. Y ése es el otro gran cambio con tu gente querida. Incorporé a sus amigos, y a los padres de sus amigos, no sólo a los míos, y de entre tu gente, él hace su propia selección y puede establecer una conexión muy fuerte con alguien con quien yo no tenía tanta intimidad. Pero acabas teniéndola, porque ver cómo trata a mi hijo esa persona me desarma. Y sé que si él lo o la quiere es  porque hay algo algo limpi limpioo y bueno en esa persona.

 De entre mis mi s amigos, ami gos, los hay que han acabado siendo si endo tus amigos también, incluso parte de nuestra “familia de dos y muchos más”, y los hay que  siguen siendo mis amigos pero que no logran establecer un vínculo especialmente fuerte contigo. Porque una cosa es amarte y otra cosa es lograr crear una relación contigo. Eso ya es un tema de dos, y hay que aceptar la criba que tú también estableces. Cariño, mi universo ya no es mío, es nuestro. La gente que amo, las amamos, el ocio ya no es sólo mío, sino también el tuyo, mi familia ya no es sólo mía, sino que son tus tíos y tus primos tanto como mis hermanos y mis sobrinos. Mi vida ya no es mía, es un mundo de dos, y esa otra  personita, tú, cariño, tienes derecho derecho a incluir inclui r tus pr propias opias reglas en ese

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mundo de afectos.

[1]. Es importante para mí recordar en este punto esta cita que me ha guiado en este tiempo:”Hay ”Hay un tiempo  para todo y un tiempo para cada cosa bajo el sol: Un tiempo para nacer y un tiempo para morir, morir, un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar, un tiempo para herir y un tiempo para curar, un tiempo  para llorar y un tiempo ti empo para reír reír.....” .” Eclesiastés 3, 1-8. 1- 8.

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Epílogo: reverenciar la vida

Corazón, sé que nuestro camino no ha hecho más que empezar. Este libro es apenas el primer renglón de nuestra historia. Sé que dentro de unos años, releeré este libro contigo y habrá mil cosas que quiera añadir, incluso cambiar, sé que me queda un mundo por descubrir sobre todo en lo que toca a mi alma, y sé que sólo puedo hacerlo de tu mano. Por eso quiero acabar este libro honrando el mayor de mis regalos: el tiempo que he vivido contigo y el que me queda por vivir junto a ti, con el privilegio de verte crecer. Mi hijo me ha enseñado a reverenciar la vida. No se trata de creer en un dios u otro, ni siquiera de si creo o no, se trata de haber llegado a esa vivencia de la trascendencia que me permite reverenciar la vida, que me permite tratarla, mirarla,  paladearlaa con toda la deli  paladearl delicadeza, ternura, tacto que requiere requiere y hacerlo de un modo  profundo. Se trata de reconocer en las otras personas toda la belleza y el valor que tienen, no por lo que hagan o digan, sino por el simple hecho de existir. Todos estamos conectados y formamos parte de un algo único que va más allá de nosotros pero a lo cual cada uno aportamos un valor único. Algo que no se disuelve en nadie más, que nadie más puede sustituir. Lo que damos nos vuelve, y todo lo que no damos, se pierde. Lo que entregamos queda más allá de nuestra propia piel. Durante toda mi vida he tenido un respeto profundo a la vida, pero lo hacía desde el miedo, el miedo a lo cruel que puede llegar a ser, a las zarpadas que sabe dar. Y ese miedo produce rabia e impotencia que acumulas dentro y aprendes a

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controlar.

 Pero ahora veo la vida como te veo cuando duermes, algo tan frágil y tan  Pero bello que tiene valor por sí mismo, y que podré vivir sólo si soy capaz de acompasar mi respiración a la tuya, tocar tu piel con mi piel, acurrucarme  para que mi cuerpo se acople a tu cuerpecito. Cuando estoy ahí, tumbada a tu lado, respirando los dos al mismo tiempo, casi dormida, es cuando  soy consciente consci ente plenamente de la vida. vi da.  José, tú me has confrontado con mi cuerpo y mi memoria, con la forma en que quiero vivir y que me está llevando a vivir desde mi piel. Los pequeños dolores no honrados, dolores a los que nunca di el tiempo ni las caricias  suficientes  sufici entes para ser curados y que ahora, cuando tú los tocas como mi hijo, me haces mirarme al espejo de mi debilidad, mi miedo, mi alegría y mi amor, entre otros, reverenciando ahora sí, por fin, mi vida. También esto lo he recibido de ti. Quiero acabar estas páginas con dos textos. El primero lo escribí la navidad  pasada y dice así:  El amor am or vence

 Déjame que te cuente lo que cabe en ese “nosotros” “nosotros” que va más allá de la  suma de un “tú” y un “yo”: Cabe y persiste la confabulación divina. Cabe el amor de los abuelos, nuestros ángeles, ese amor imperfecto pero  palpable y envolvente en el que aprendí a amar y te amo. Caben mi necesidad de ser madre y la tuya de ser hijo, los caminos que nos llevaron a abrazarnos, tejidos de ausencias, dolores,  generosidad  gener osidad y vértigo, vérti go, y una última últi ma opción opci ón radical: radi cal: elegirnos. elegi rnos. Cabe esa red de amor que sostiene nuestra familia de dos y muchos más,  sin la que yo no podría criarte, cri arte, ni tú crecer. crecer. Caben los miedos que se fueron y las preguntas que están por llegar. Caben mis tripas, ésas desde las que te pido perdón,  porque al mirarme en el espejo de tus ojos, necesito ser mejor persona  porque

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cada día. Caben las hojas de los árboles, la nieve en nuestro parque, los caramelos del barrio y los globos con nombres de tus amigos de clase. Caben tu risa, tus cosquillas y tu baile, que me bendicen a diario.  No sabía que este “nosotros” “nosotr os” fuera a cr crear ear un nuevo yo, per peroo es que, si lo eliges, el amor siempre vence, hijo mío.  Pepa, Navidad Navi dad 2009 El segundo, es el relato a mis amigos de algo que sucedió hace unos días y que para mí fue un momento que guardo en el alma y refleja lo que he tratado de contar en este libro:

“Ayer cuando acostaba a José, bastante acelerado por la hora y la visita de amigos, recitamos nuestras frases mágicas de cada noche y la última que le digo siempre es: ‘¿Quién es lo mejor que le ha pasado en la vida a mamá?’. Desde la primera vez que se lo dije hace ya casi dos años, él me dijo ‘tú’ y entonces yo le digo ‘No, tú’ y le hago cosquillas. Le doy nuestros besos de chocolate, de moflete, de esquimal y de mariposa y me voy. Pues ayer, cuando me estaba yendo, me susurró: “Mamá, ¿Sabes una cosa?’. ‘Dime’ –le contesté mientras me acercaba–. ‘¿Sabes qué es lo mejor que le ha pasado en la vida a José?’ y le dije ‘No’ y me dijo ‘Tú, mamá’. Y yo, con la emoción en la garganta, susurré ‘¿Sabes José? Es lo más bonito que me han dicho en la vida’. Os la cuento tal cual porque es una de esas conversaciones que valen una vida, al menos mi vida”.

Aprendizajes a compartir  Sentirse madre madre

Ser otra persona La llegada de nuestros hijos en una maternidad o paternidad consciente, no es un paso más en nuestra vida. Cambia nuestras vidas de una forma tan radical que somos otras personas, comenzamos otra vida en la que ya nunca volvemos a estar solos y en la que la responsabilidad y el amor permanecen más allá de lo imaginable. No hay vuelta atrás porque somos personas

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diferentes.  Nos hacen madres  Nuestros hi  Nuestros hijos jos nnos os hacen padres y m madres, adres, nos cam cambi bian an nnue uestra stra ident identiidad. Y Yaa no sól sóloo som somos os nosotros, somos "los padres de...". Y el mayor amor no es el que damos, sino el que recibimos de nu nuestros estros hi hijos. jos. No hay nadi nadiee qque ue quiera más in incondici condicional onalm mente que nuestros nuestros hijos hijos a noso nosotros. tros.  Nos aceptan con nu nuestra estrass limitaci taciones ones,, incong ncongru ruenc enciias y fal falllos, nos buscan buscan,, nos neces necesiitan y nos eligen. La maternidad y la paternidad es un regalo que nos hacen nuestros hijos, no al contrario.

 Existir  Ex istir es estar ahí  Si no estamos presentes en la vida de nuestros hijos no existimos para ellos. Porque el amor  es el que nos hace madres y padres, y el amor necesita tiempo para crecer y cultivarse. Estar ahí cada día, cada fiebre, cada risa, cada logro… estar ahí como parte de la certeza del amor en el que han de crecer sin casi enterarse.  Impotencia y fragilidad  fragilidad  Proteger a nuestros hijos de cualquier daño es uno de los mayores deseos de cualquier madre o padre. Pero hemos de convivir con la certeza de que eso es imposible y eso nos hace conscientes de nuestra impotencia y nuestra fragilidad como nunca lo fuimos antes. Ser madre o ser padre te obliga a vivir a la intemperie, por muchas corazas, precauciones y burbujas que queramos construir a nuestro alrededor. Porque nosotros caminamos con ellos, pero no por ellos, y ni podemos evitarles el daño a ellos ni el dolor que ese daño nos causa a nosotros. Querer Quer er ser m mejor ejor persona Si somos madres o padres con consciencia, nuestros hijos hacen que queramos ser mejor   personas.  person as. No hay mayor ayor m moti otivac vaciión qu quee su am amor or.. Por ell ellos os cam cambi biam amos os nu nuestro estro ser ser,, y hacem hacemos os y decimos cosas de las que nunca nos hubiéramos sentido capaces antes.

Tiempos del alma Los tiempos del alma no son los del reloj, y el alma de nuestros hijos necesita de esos tiempos tanto más si cabe que la nuestra. Tiempos del alma como el tiempo para las caricias, el tiempo para los silencios, el tiempo para conmoverse, el tiempo para reír y para llorar, el tiempo  para vi vivi virr el m miiedo, el ti tiem empo po del vér vérti tigo, go, el ti tiem empo po para el dol dolor or inevi evitabl tablee o los tiem tiempos pos para esperar y desear.

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 Perdonarnos  Per donarnos a nosotros mis mismos mos Caer y levantarse. De nuevo, caer y otra vez levantarse. Eso es también amar a nuestros hijos. Asumir nuestra debilidad, nuestra impotencia y poder mirarnos al espejo con ella. Perdonarnos por el daño que hacemos a nuestros hijos, no en el sentido de excusarnos, sino de aceptarnos como personas capaces de amar y de hacer daño, todo junto, todo en una misma moneda. nos culpamos y nos despreciamos, nos alejamos de nuestros hijos, les abandonamos dentro deSinuestro propio dolor.

 Afectos  Afect os difer diferentes entes Igual que nuestros hijos nos cambian como personas, también cambian nuestra forma de relacionarnos con nuestros seres queridos. Aprendemos a aceptar a nuestras familias y nuestros amigos como son, y a agradecerles el amor recibido, porque sin ese amor no podríamos criar a nuestros hijos ni sabríamos amarles. Sólo ama quien ha sido amado y nuestros hijos nos hacen más conscientes que nunca del amor recibido.  Reverenciar  Rever enciar llaa vida El misterio de la maternidad y paternidad, ese proceso que saca lo mejor y lo peor de nosotros mismos, que nos transforma, que nos empuja y nos da paz al mismo tiempo nos lleva al silencio, a la compasión y al escalofrío todo en uno. La belleza, la fragilidad y la crueldad entrelazadas en la vida nunca se perciben tan bien como siendo madre o padre. Nunca eres más consciente de lo efímero de la vida y lo rápido que pasa el tiempo, sobre todo si no has sabido llenarlo de vida.

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La víctima no es culpable Olga Pepa Castanyer Horno Antonio Escudero Inés Monjas ISBN: 978-84-330-2333-9

En la Sociedad actual existe el maltrato. Parece increíble dado el nivel de desarrollo que hemos alcanzado, pero la prensa y los estudios sociológicos nos arrojan a la cara cifras espeluznantes sobre el maltrato, que echan por tierra la imagen dulcifi dul cificada cada y armóni armónica ca que pretendemos tener de nosotros y de nuestro entorno. Y donde hay maltrato hay víctimas. Víctimas que no siempre son comprendidas y apoyadas y que soportan la carga adicional de que se les culpe y demonice por ello, cuando lo único que han hecho es cruzarse en su camino con una persona maltratadora que ha desplegado todas sus estrategias hasta conseguir anular y hundir  a su víctima. El objetivo de este libro es abordar las estrategias comunes a tres formas de maltrato: el maltrato entre iguales, la violencia de género y el maltrato a los niños y niñas. Para ello, tres personas expertas en cada uno de los temas aportan su experiencia y valoración. La lectura de sus textos nos dará las claves esenciales para la comprensión del fenómeno de la violencia.

La decisión correcta El aprendizaje de valores morales en la toma de decisiones Marta López Jurado

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ISBN: 978-84-330-2440-4

En nuestra sociedad globalizada y tecnológica, guiada por factores de eficacia y eficiencia, en la que a menudo nos vemos obligados a tomar decisiones rápidas, complejas y, quizás, sin demasiadas contemplaciones éticas, un libro así estaba resultando imprescindible. imprescindible. Por fin lo tenemos entre las manos, y hay que decir que está a la altura de las más exigentes demandas tanto en cuanto a calidad y rigor teórico, como a utilidad y aplicación práctica. La autora explica el papel de la racionalidad, de la voluntad y del corazón en el desarrollo de la virtud moral. Diferenciar entre decisión correcta y decisión acertada abre una puerta a muchas  personas. Igualmente Igualmente el ser capaces ca paces de descubrir descubrir qué tipos tipos de motivos motivos pesan m más ás en la toma de decisiones o qué motivación es la que domina finalmente, nos coloca en una mejor situación para decidir desde la libertad, generando relaciones cooperativas. Esperamos que sea una herramienta útil a los profesores, para que afinen su mirada de la realidad y puedan así liderar a sus alumnos en el camino de la vida. Y lo mismo servirá a las madres y padres de familia, que tantas veces se encuentran maniatados ante niños y jóvenes que no han sido entrenados para pensar y decidir  teniendo en cuenta todas las variables relevantes. Un libro, en cualquier caso, útil,  benefici  benefi cioso oso y necesario necesario para todos aquell aquellos que quieran quieran segui seguirr creciendo y  perfeccionándose  perfeccion ándose en sus valores valores humanos y éti éticos. cos.

Programa Taldeka Para la convivencia escolar Luis de la Herrán Gascón ISBN: 978-84-330-2441-1

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Este programa de convivencia escolar pretende ser un material de referencia flexible y adaptable a la realidad de cada centro educativo. El Taldeka (agrupados) de Luis de la Herrán Gascón, es un programa integrador e integral. Las familias, el  profesorado y el personal no docente son parte indispensabl ndispensablee para propici propiciar ar una convivencia escolar en armonía. El diálogo, la efectiva, lasonparticipación democrática, el aprendizaje experiencial y lacomunicación inteligencia emocional los valores que soportan las actividades y experiencias que proponemos. Desde las herramientas que nos ofrece la gestión alternativa de conflictos, como la mediación, el world café o los diálogos apreciativos, se presentan actividades creativas de prevención e intervención en conflictos, algunas tan arriesgadas como efectivas. Los cuestionarios Taldeka de evaluación nos ayudarán a conocer, antes y después de la puesta en marcha de las actividades, la opinión de los protagonistas sobre la situación actual de cada centro. El profesorado encontrará en este libro ideas sugerentes, el alumnado actividades que mejorarán sus lazos de unión, las familias  propuestas innovadoras; y el personal no docente y de servicio servicios, s, su voz y su voto en la convivencia escolar hasta ahora negada.

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Aprender a ser  Directora de la colección: Pepa Castro

La formación formación del profesorado en educación educación en valores. valore s. Propuesta y materiales, ateriales , por Mª Rosa Buxarrais Buxarrais Educación Edu cación en valores para una una sociedad soci edad abierta abi erta y plural: Aproximación Aproximación conceptual, por Montserrat Payá Sánchez Programas Program as de educación intercultu intercultural, ral, por Mª Auxiliadora Auxiliadora Sales Cig Ciges es y Rafaela Raf aela García López Jugando con videojuegos: Educación y entretenimiento, por Begoña Gros (Coord.) Educar para el futuro: Temas Transversales del currículum, por José Palos Rodríguez Individuo, Individuo, cultura cultura y crisis, cri sis, por Héctor Salinas Sal inas Ciudadanía sin fronteras, por Santiago Sánchez Torrado El contrato moral moral del profesorado. Condiciones para una nueva nueva escuela, por  Miquel Martínez Crecimiento Crecim iento moral moral y filoso filosofía fía para niños, por Félix García Moriyón Moriyón (Ed.) Educación Edu cación en derechos dere chos hum humanos: Hacia una perspectiva global, por José Tuvilla Rayo Educación para la construcción personal. Un enfoque de autorregulación en la formación de profesores y alumnos, por Jesús de la Fuente Diálogos sobre educación moral, moral, por John J ohn Wilson ils on y Barbara Cowell Modelos y medios de comunicación de masas. Propuestas educativas en educación en valores, por Agust Agustíí Corominas Corominas i Casals Educación infant Educación infantil il y valores, por Ester Casals y Otília Otília Defis (Coord.) ( Coord.) El educador como gestor de conflictos, por Marta Burguet Arfelis

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Educando en valores a través de “ciencia, tecnología Educando tecnología y socie sociedad”, dad”, por  Roberto Méndez Stingl y Àlbar Álvarez Revilla La escuela de la ciu ci udadanía. Educación, ética ética y política, polí tica, por Fernando Fernando Bárcena, Fernando Gil y Gonzalo Jover  El diálogo. Procedimiento para la educación en valores, por Ginés Navarro Inteligencia moral, por Vicent Gozálvez Historia de la educación en valores. Volumen I, por Conrad Vilanou, Eulàlia Collelldem Collell demont ont (Coords.) La herencia de Aristóteles y Kant en la educación moral, por Ana María Salmerón Castro La educación cívico-social cívico- social en el segundo segundo ciclo de la edu ed ucación infant infantil. il. (Anális (An álisis is comparado comparado de las l as propuestas p ropuestas administrativas administrativas y formación formación del  profesorado), por Fernando Fernando Gil Cantero Cantero Aprender a ser personas y a convivir: un programa programa para secundaria secundaria,, por Mª Victoria Trianes Torres y Carmen Fernández-Figarés Morales Educación integral. Una educación holística para el siglo xxi. Tomo I, por  Rafael Yus Ramos Racismoo en tiempos Racism tiempos de globalización: lobal ización: una una propuest pr opuestaa desde des de la l a educación moral, por Enric Prats Pra ts Historia de la educación en valores. Volumen II, por Conrad Vilanou, Eulàli Eu làliaa Collelldemon Colle lldemontt (Coords.) Educar Edu car en e n la sociedad socie dad de la l a información, información, por Manuel Manuel Area Moreira (Coord.) Educarci Edu carción ón para la l a tolerancia. Programa Programa de prevención de conductas conductas agresivas y violentas violentas en el aula, por Ángel Ángel Latorre Latorre Latorre y Encarnación Muñoz Grau El niño y sus valores. valor es. Algu Algunas nas orientaciones orientaciones para pa ra padres, pad res, maestros y educadores, por Carme Travé i Ferrer  El libro de las virtudes de siempre. Ética para profesores, por Ramiro Marques ConPil Constru struir valores. valores . Currí Currículu culum m con aprendizaje aprendizaje cooperativo, por Mª Pilar arirVlos inuesa

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Formación ética básica para docentes de secundaria. Propuestas didácticas,  por Gustavo Gustavo Schujm Schujman an La educación intercultural ante los retos del siglo xxi, por Marta Sabariego Puig La mediación: un reto para el futuro. Actualización y prospectiva, por Juan José Sarrado Soldevila Soldevi la y Marta Marta Ferrer Fer rer Ventura entura La convivencia en los centros de secun sec undaria daria.. Estrategias Estrategias para p ara abordar abo rdar el el conflicto, por Miquel Martínez Martín y Amèlia Tey Teijón (Coords.) Mi querida educación en valores. valores . Cartas entre docentes docentes e investig investigadores, adores,  por Francisco Esteban Bara Bara (Coord.) Cómo orientar hacia la construcción del proyecto profesional. Autonomía individual, sistema de valores e identidad laboral de los jóvenes, por  María Luisa Rodríguez Moreno Jóvenes entre culturas. la identidad en contextos multiculturales, por La Mª.construcción Inés Massot de Lafon Estrategias para filosofar en el aula. Relatos breves para la reflexión, por  Isabel Agüera Espejo-Saavedra La dimensión moral en la educación, por Larry P. Nucci Excelentes profesionales y comprometidos ciudadanos. Un cambio de mirada desde la universidad, por Francisco Esteban Bara La familia, un valor cultural. Tradiciones y educación en valores democráticos, dem ocráticos, por María Marí a del Pilar Zeledón Ruiz Ruiz y María María Rosa Bux Buxarrai arraiss Estrada (Coords.) Cultura de paz. Fundamentos y claves educativas, por José Tuvilla Rayo Pantallas, juegos y educación. La alfabetización digital en la escuela, por  Begoña Beg oña Gros (Coord.) Conflictos, tutoría y construcción democrática de las normas, por Mª Luz Lorenzo Mensajes Men sajes a padres. padre s. Los hijos hijos como como valor, valo r, por Isabel Agüera Educar Edu car con “co-razón”, “co-razón”, por José María Toro Toro ¡Quiero chuches! Los 9 hábitos que causan la obesidad infantil, por Isaac Amigo y

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José Errasti Convivir en Paz: La metodología apreciativa. Aproximación a una herramienta erramienta para la transformación transformación creativa de llaa convivencia en Centros Cen tros Educativos, por Salvador Sa lvador Auberbi Auberbi La educación ética en la familia, por Rafaela García López, Cruz Pérez Pérez y Juan Escámez Sánchez El poder de las palabras. palabr as. El uso de la PNL para mejorar la l a comu comunicación, nicación, el aprendizaje y la conducta, por Terry Mahony Camino hacia la madurez personal, por Mª Ángeles Almacellas Enseñar En señar competen competencias cias sobre la religión. r eligión. Hacía un currí currículo culo de Reli Religión gión por  competencias, por Rafael Artacho López La educación de calle. Trabajo socioeducativo en medio abierto, por Jesús D. Fernández Solís y Andrés G. Castillo Sanz El valor val or pedag peda gógico del hum humor en la educación social, por Jesús D. Fernández Fernán dez Solís y Juan Juan García Cerrada Programaa Taldeka Program Taldeka para la conviven c onvivencia cia escolar, escola r, por Luis Luis de la l a Herrán Gascón La decisión correcta. El aprendizaje de valores morales en la toma de decisiones, decisi ones, por Marta López-Ju López-Jurado rado Puig Enseñar a los hijos a convivir. Guía práctica para dinamizar escuelas de  padres y abuelos, abuelos, por Manuel Manuel Segura Segura y Juani Juani Mesa Mesa Ser madre, saberse madre, sent s entirse irse madre, por Pepa Horno Goicoechea

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Índice Créditos Dedicatoria PRÓLOGO por Rosa Regás INTRODUCCIÓN 1. SER MADRE O LA HISTORIA DE UN PORQUÉ 1. La historia de un porqué 2. Crear un espacio de vida 3. Mi “embarazo”

2. SA SABERSE MADRE O EL VÉRTIGO DE LA REALIDAD

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1. El vértigo de la realidad 2. Hacer visible nuestra familia

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3. A solas con la logística 4. El valor de las rutinas 5. El lenguaje de los sentimientos 6. Algunas normas que elegí 7. Los lunes de canguro 8. La primera fiebre de cuarenta y uno 9. “Mamá, ¿y mi papá?”: explicarle nuestra historia 10. Ser perfecta, hacer de madre

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3. SENTIRSE MADRE O LOS TIEMPOS DEL ALMA 1. Querer ser mejor persona 2. Honrar lo que fui 3. Sentir de otra forma 4. Resituarme en mi entorno

EPÍLOGO: Reverenciar la vida Otros libros Aprender a ser. Directora de la colección: Pepa Castro

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