Searle, John. - Intencionalidad

April 24, 2017 | Author: Daniel Cuan C | Category: N/A
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Descripción: INTENCIONALIDAD UN ENSAYO EN LA FILOSOFÍA DE LA MENTE Traducción de ENRIQUE UJALD&O...

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Intencionalidad Un ensayo en la filosofía de la mente

John R. Searle

temos

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INTENCIONALIDAD

JOHN R. SEARLE

INTENCIONALIDAD U N ENSAYO EN LA FILOSOFÍA DE LA MENTE Traducción de ENRIQUE UJALDÓN BENÍTEZ revisada por LUIS ML. VALDÉS VILLANUEVA

tecnos

K,

Título original: Intentionality. An Essay in the Philosophy ofM ind

Diseño de cubierta: Rafael Celda y Joaquín Gallego Impresión de cubierta: Gráficas Molina

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© The Syndicate of the Press of the University of Cambridge, England, 1983 © EDITORIAL TECNOS, S.A., 1992 Telémaco, 43 - 28027, Madrid ISBN: 84-309-2252-0 Depósito Legal: M-39860-1992 Printed in Spain. Impreso en España por Grafiris, c/ Codorniz, s/n. Fuenlabradra (Madrid)

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sin egoísmo

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A Dagmar

[7]

INDICE A gradecimientos .....................................................................................................

Pág.

I ntroducción ...........................................

11 13

1.

La

naturaleza de los estados Intencionales .................................................

2.

L a Intencionalidad

de la percepción .................................................................

51

3.

Intención

acción .....................................................................................................

91

4.

C ausación Intencional ...........................................................................................

123

5.

E l T rasfo nd o

..............................................................................................................

150

6.

S ignificado ...................................................................................................................

168

7.

I nformes

187

y

intensionales de estados I ntencionales y actos de habla .....

8.

¿E stán

9.

N o m b r e s p r o p io s e In t e n c io n a l id a d

10.

los significados en la cabeza ?

.............................................................

203

..................................................................

236

el cer e b r o ............................................................

266

.................................................................................................................... .....................................................................................................

277 281

E pílogo : Intencionalidad

Í n d ic e t e m á t i c o

17

y

Ín d ic e d e a u t o r e s

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AGRADECIMIENTOS Estoy en deuda con un gran número de personas e instituciones por su ayuda para la confección de este libro. Quiero en primer lugar agradecer a la John Simón Guggenheim Memorial Foundation, al Humanities Institute de la Universidad de California, a la Est Founda­ tion, al Research Committe of University of California Academic Se­ ñóte y a la A. P. Sloan Foundation por la ayuda financiera en diversos momentos de la preparación de este y otros trabajos relacionados con él. Todo este material ha sido presentado en conferencias y cursos uni­ versitarios en Berkeley y otras universidades y estoy agradecido a mis estudiantes de Berkeley, Boulder y Campiñas por sus reacciones. Debo especial agradecimiento a Ami Kronfeld, David Reier, Jim Stone, Vanessa Whang, Steven White y Steve Yablo. Varios colegas y amigos leyeron partes del manuscrito e hicieron útiles comentarios: especialmente estoy agradecido a Ned Block, Sylvain Bromberger, Tayler Burge, Alan Code, Donald Davidson, Dagfinn Fpllesdall, Da­ vid Kaplan, Benjamín Libet, George Myro, Thomas Nagel, William Reinhardt y Hans Sluga. En lo que atañe a los comentarios que afec­ tan al contenido del texto, mis mayores deudas son con Hubert Dreyfus y especialmente con Christine Skarda. Por encima de todo, mi agradecimiento a mi mujer, Dagmar Searle, por su constante ayuda y consejo.

[i i]

INTRODUCCIÓN El principal propósito de este libro es desarrollar una teoría de la Intencionalidad. Dudo en llamarla una teoría general porque un gran número de temas, por ejemplo, las emociones, se dejan sin discutir, pero sí creo que la aproximación aquí presentada será útil para expli­ car los fenómenos Intencionales en general. Este libro es el tercero de una serie de estudios interrelacionados sobre la mente y el lenguaje. Uno de sus objetivos es proporcionar una base para mis dos libros anteriores, Speech Acts (Cambridge University Press, 1969) y Expression and Meaning (Cambridge University Press, 1979), así como para futuras investigaciones sobre estos temas. Un supuesto básico que subyace a mi enfoque de los problemas del lenguaje es que la filosofía del lenguaje es una rama de la filosofía de la mente. La capacidad de los actos de habla para representar objetos y estados de cosas del mundo es una extensión de las capacidades bio­ lógicamente más fundamentales de la mente (o cerebro) para relacio­ nar el organismo con el mundo por medio de estados mentales tales como la creencia o el deseo, y especialmente a través de la acción y de la percepción. Dado que los actos de habla son un tipo de acción hu­ mana y dado que la capacidad del habla para representar objetos y es­ tados de cosas es parte de una capacidad más general de la mente para relacionar el organismo con el mundo, cualquier estudio completo del habla y el lenguaje requiere dar cuenta de cómo la mente/cerebro rela­ ciona el organismo con la realidad. Dado que las oraciones —los sonidos que surgen de la boca o las marcas que se hacen sobre el papel— son consideradas, en un sentido, objetos del mundo lo mismo que otros objetos cualesquiera, su capaci­ dad para representar no es intrínseca, sino que se deriva de la Inten­ cionalidad de la mente. Por otro lado, la Intencionalidad de los estados mentales no se deriva de algunas formas previas de Intencionalidad, sino que es intrínseca a los estados mismos. Un agente usa una ora­ ción para hacer un enunciado o una pregunta, pero no usa de ese modo sus creencias y deseos, sencillamente los tiene. Una oración es un objeto sintáctico sobre el que se imponen capacidades representacionales: las creencias y los deseos y otros estados Intencionales no son, como tales, objetos sintácticos (aunque pueden ser y normal­ mente son expresados en oraciones), y sus capacidades representacio[13]

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INTENCIONALIDAD

nales no son impuestas, sino que son intrínsecas. Todo esto es consis­ tente con el hecho de que el lenguaje es esencialmente un fenómeno social y de que las formas de Intencionalidad subyacentes al lenguaje son formas sociales. Este estudio comenzó como una investigación de esa parte del problema del significado que tiene que ver con cómo la gente impone Intencionalidad sobre entidades que no son intrínsecamente Intencio­ nales, con cómo se consigue que meros objetos sean capaces de repre­ sentar. Originariamente planeé incluir un capítulo sobre esta cuestión en Expression and Meaning, pero, mientras lo hacía, se convirtió en un libro por sí mismo. Al intentar analizar la Intencionalidad de los estados mentales (Capítulo 1) me di cuenta de que tenía que investigar la Intencionalidad de la percepción (Capítulo 2) y de la acción (Capí­ tulo 3). Pero no hay comprensión de la percepción ni de la acción sin una comprensión de la causación Intencional (Capítulo 4), y varias in­ vestigaciones me llevaron a la conclusión de que la Intencionalidad en todas sus formas funciona sólo respecto de un trasfondo de capacida­ des mentales no representacionales (Capítulo 5). Sólo conseguí mi propósito original de explicar las relaciones entre la Intencionalidad de lo mental y la Intencionalidad de lo lingüístico en el Capítulo 6. Pero eso aún me dejó con muchos problemas: El Capítulo 7 trata de las relaciones entre la Intencionalidad-con-c y la Intensionalidad-con-s; los Capítulos 8 y 9 se sirven de la teoría desarrollada en capítulos an­ teriores para criticar varias ideas sobre la referencia y el significado bastante influyentes en la actualidad y presentar una explicación In­ tencional de las expresiones indéxicas, términos para géneros natura­ les, la distinción de rede dicto y los nombres propios. Finalmente el Capítulo 10 presenta una solución (más exactamente, una disolución) del llamado problema «mente-cuerpo» o «mente-cerebro». Al insistir en que la gente tiene estados mentales que son intrínse­ camente Intencionales, me distancio de muchas, quizás de la mayoría, de las ideas actualmente influyentes en la filosofía de la mente. Creo que la gente tiene realmente estados mentales, algunos de ellos cons­ cientes y algunos inconscientes, y que, al menos en lo que se refiere a los conscientes, tienen en buena medida las propiedades mentales que parecen tener. Rechazo cualquier forma de conductismo o funciona­ lismo, incluyendo el funcionalismo de máquina de Turing que acaba por negar las propiedades específicamente mentales de los fenómenos mentales. No critico estas ideas en este libro porque las he discutido ampliamente en otros lugares'. Creo que las diversas formas de con1 «Minds, brains and programs», Behavioral and Brain Sciences, vol. 3 (1980), pp. 417-424; «Intrinsic Intentionality», Behavioral and Brains Sciences, en el mismo

INTRODUCCIÓN

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ductismo y funcionalismo no fueron nunca motivadas por una investi­ gación independiente de los hechos, sino por el temor de que, a menos que se encontrara algún modo de eliminar los fenómenos mentales in­ genuamente entendidos, nos quedaríamos con el dualismo y con un problema mente-cuerpo aparentemente insoluble. En mi opinión, los fenómenos mentales tienen una base biológica: están causados por las operaciones del cerebro al mismo tiempo que realizados en su estruc­ tura. Según esto, la consciencia y la Intencionalidad son tan parte de la biología humana como la digestión o la circulación de la sangre. Es un hecho objetivo sobre el mundo que éste contiene ciertos sistemas, a saber, cerebros, con estados mentales subjetivos, y es un hecho físico sobre tales sistemas que estos tienen rasgos mentales. La solución co­ rrecta al «problema mente-cuerpo» reside no en negar la realidad de los fenómenos mentales, sino en apreciar adecuadamente su natura­ leza biológica. Diré más sobre esto en el Capítulo 10. Parte de lo divertido que resulta escribir sobre actos de habla se debe a que no hay una fuerte tradición filosófica que condicione la in­ vestigación. Excepto unos pocos casos que gozan de cierto favor, como las promesas y los enunciados, la mayoría de los tipos de actos de habla fueron ignorados por los grandes filósofos del pasado; y se puede in­ vestigar, por ejemplo, el dar las gracias, el disculparse y el rogar sin mi­ rar por encima de uno mismo para ver lo que Aristóteles, Kant o Mili tenían que decir sobre el particular. Pero en cuanto llegamos a la Inten­ cionalidad la situación es bastante diferente. Movimientos filosóficos enteros se han construido alrededor de teorías de la Intencionalidad. ¿Qué se puede hacer frente a todo este distinguido pasado? Mi postura ha sido simplemente ignorarlo, en parte por ignorancia de la mayoría de los escritos tradicionales sobre la Intencionalidad, y en parte por la con­ vicción de que mi única esperanza de resolver los problemas que me condujeron a este estudio reside sobre todo en seguir empedernida­ mente mis propias investigaciones. Merece la pena llamar la atención sobre esto porque varias personas que leyeron el manuscrito manifesta­ ron que encontraban interesantes acuerdos y desacuerdos con sus auto­ res favoritos. Quizás están en lo cierto en su comprensión de la relación entre este libro y la tradición Intencionalista, pero, con la excepción de mis respuestas explícitas y mis deudas obvias a Frege y Wittgenstein, no ha sido mi propósito en este libro responder a esa tradición. En lo que se refiere a cuestiones de estilo y exposición, intento se­ guir una máxima simple: Si no puedes decirlo con claridad, ni tú volumen, pp. 450-456; «Analytic philosophy and mental phenomena», Midwest Studies in Philosophy, vol 5 (1980), pp. 405-423; «The myth o f Computer», New York Review ofBooks (1982), vol. XXIX, n." 7, pp. 3-6.

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INTENCIONALIDAD

mismo lo entiendes. Pero cualquiera que intente escribir con claridad corre el riesgo de ser ‘comprendido’ demasiado rápidamente, y la forma más rápida de tal comprensión es encasillar al autor con mu­ chos otros autores con los que el lector está ya familiarizado. Algunas de las ideas de este libro han aparecido en versiones pre­ liminares de artículos míos. Dado que varios críticos de Speech Acts se quejaron de que algunas de las ideas habían ya aparecido en artícu­ los, creo necesaria unas palabras de explicación en este sentido. En­ cuentro muy útil el usar ideas, a modo de ensayo, de forma preliminar tanto por mor de su formulación como para provocar comentarios y críticas. Tales artículos son como los bocetos preliminares de un ar­ tista para un lienzo más amplio. Pueden valer por sí mismos, pero también funcionan como estudios para el cuadro mayor. Lo difícil surge no sólo al intentar lograr que cada parte sea correcta, sino tam­ bién al hacer que todas las partes sean coherentes con la concepción general. Persiste un fastidioso problema del que el libro no se ocupa direc­ tamente, pero que era una de mis principales razones para querer es­ cribirlo. La conducta humana ordinaria se ha manifestado particular­ mente recalcitrante a la explicación por medio de los métodos de las ciencias naturales. ¿Por qué? ¿Por qué los métodos de las ciencias na­ turales no dan resultado comparables a los de la física y la química cuando se aplican al estudio de la conducta humana individual y co­ lectiva? Existen muchos intentos de responder a esta cuestión en la fi­ losofía contemporánea; ninguno de ellos es, a mi parecer, completa­ mente satisfactorio. Creo que la dirección hacia la respuesta correcta se encuentra en comprender el papel de la Intencionalidad en la es­ tructura de la acción; no sólo en la descripción de la acción, sino tam­ bién en la estructura misma de la conducta humana. Espero discutir la explicación de la conducta humana con mayor amplitud en un estudio posterior. Este libro sólo da algunas de las herramientas para tal dis­ cusión.

1.

I.

LA NATURALEZA DE LOS ESTADOS INTENCIONALES

INTENCIONALIDAD COMO DIRECCION ALIDAD

Como formulación preliminar podríamos decir: la Intencionalidad es aquella propiedad de muchos estados y eventos mentales en virtud de la cual éstos se dirigen a, o son sobre o de, objetos y estados de co­ sas del mundo. Si, por ejemplo, tengo una creencia, debe ser una creencia de que tal y tal es el caso; si tengo un temor debe ser de algo o de que algo ocurrirá; si tengo un deseo, debe ser un deseo de hacer algo, o de que algo suceda o sea el caso; si tengo una intención, debe ser una intención de hacer algo. Y así con muchos otros casos. Sigo una larga tradición filosófica al llamar a este rasgo de direccionalidad o de ser sobre «Intencionalidad», pero en muchos aspectos el término es engañoso y la tradición un poco confusa, por tanto desde el mismo principio quiero aclarar cómo intento usar el término y distanciarme así de ciertos rasgos de la tradición. Primero, de acuerdo con mi concepción considero que sólo algu­ nos estados y eventos mentales, no todos, tienen Intencionalidad. Las creencias, temores, esperanzas y deseos son Intencionales; pero hay formas de nerviosismo, de dicha y ansiedad no dirigida que no son In­ tencionales. Una clave de esta distinción la proporciona las constric­ ciones sobre cómo se informa de estos estados. Si te digo que tengo una creencia o un deseo, siempre tendrá sentido que preguntes «¿Qué es exactamente lo que crees?» o «¿Qué es lo que deseas?» y no valdrá el que yo diga «Oh, sólo tengo una creencia o un deseo sin creer o de­ sear nada». Mis creencias y deseos deben ser siempre sobre algo. Pero mi nerviosismo y mi ansiedad no dirigida no tienen, en ese sentido, por qué ser sobre nada. Tales estados están característicamente acom­ pañados por creencias y deseos, pero los estados no dirigidos no son lo mismo que las creencias y deseos. A mi juicio, si un estado E es Intencional, entonces debe haber una respuesta a preguntas como ¿Sobre qué es El, ¿De qué es El, ¿De qué es E eso? Algunos tipos de estados mentales tienen instancias que son Intencionales y otras que no lo son. Por ejemplo, así como hay formas de felicidad, depresión y ansiedad donde uno simplemente está feliz, deprimido o ansioso sin estar dichoso, deprimido o ansioso so­ [17]

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bre nada, del mismo modo hay formas de estos estados donde uno está feliz porque tal y tal cosa ha ocurrido, o deprimido y ansioso ante la perspectiva de que tal y tal cosa ocurra. La ansiedad, la depresión y la felicidad no dirigidas no son Intencionales, los casos dirigidos son In­ tencionales. Segundo, la Intencionalidad no es lo mismo que la consciencia. Muchos estados conscientes no son Intencionales, por ejemplo, un re­ pentino sentimiento de felicidad, y muchos estados Intencionales no son conscientes, por ejemplo, tengo muchas creencias sobre las que no estoy pensando en este momento y sobre las que puede que no haya pensado nunca. Por ejemplo, creo que mi abuelo paterno pasó toda su vida en la parte continental de los Estados Unidos pero hasta este momento nunca he formulado o considerado conscientemente esta creencia. Tales creencias inconscientes no tienen por qué ser, por cierto, instancias de ningún tipo de represión, freudiana o de otra clase; sólo son creencias que uno tiene y sobre las que no piensa nor­ malmente. En defensa de la idea de que hay una identidad entre cons­ ciencia e Intencionalidad se dice a veces que toda consciencia es consciencia de, que siempre que uno es consciente, siempre hay algo de lo que uno es consciente. Pero esta consideración de la consciencia borra una distinción crucial: cuando tengo una experiencia consciente de an­ siedad hay ciertamente algo de lo que mi experiencia es experiencia, a saber, de la ansiedad, pero este sentido de «de» es bastante diferente del «de» de Intencionalidad que aparece, por ejemplo, en el enunciado de que tengo un miedo consciente de las serpientes; en efecto, en el caso de la ansiedad, la experiencia de ansiedad y la ansiedad son lo mismo; pero el miedo respecto de las serpientes no es lo mismo que las serpientes. Es característico de los estados Intencionales, como yo uso la noción, el que haya una distinción entre el estado y aquello a lo que se dirige o sobre lo que es el estado (aunque esto no excluye la posibilidad de formas autorreferenciales de Intencionalidad, como ve­ remos en los Capítulos 2 y 3). Considero que el «de» en la expresión «la experiencia de ansiedad» no puede ser el «de» de Intencionalidad porque la experiencia y la ansiedad son idénticas. Diré más cosas so­ bre la formas conscientes de Intencionalidad más adelante; mi propó­ sito ahora es aclarar que, como yo uso el término, la clase de los esta­ dos conscientes y la clase de los estados mentales Intencionales se solapan pero no son la misma, ni una está incluida en la otra. Tercero, tener intención de y las intenciones son sólo una forma de Intencionalidad entre otras, no tienen un status especial. Hay un cierto equívoco bastante obvio respecto de la «Intencionalidad» e «inten­ ción» que sugiere que las intenciones, en el sentido ordinario, tienen algún papel especial en la teoría de la Intencionalidad; pero de acuerdo con mi explicación, la intención de hacer algo es sólo una

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forma de Intencionalidad junto con la creencia, la esperanza, el temor, el deseo y muchas otras; no intento sugerir, por ejemplo, que porque las creencias sean Intencionales, contengan de algún modo la noción de intención o intentar algo, o que alguien que tenga una creencia deba por eso tener la intención de hacer algo en relación a ella.A fin de mantener esta distinción completamente clara escribiré con mayús­ cula el sentido técnico de «Intencional» e «Intencionalidad». La Inten­ cionalidad es direccionalidad; tener la intención de hacer algo es sólo una clase de Intencionalidad entre otras. Relacionado con el equívoco existente entre «intencional» e «In­ tencional» hay otras confusiones muy comunes. Algunos autores des­ criben las creencias, los temores, las esperanzas y los deseos como «actos mentales», pero esto es, en el mejor de los casos, falso y en el peor desesperadamente confuso. Beber cerveza y escribir libros pue­ den describirse como actos o acciones o incluso actividades, y sumar mentalmente o formarse imágenes mentales del Golden Gate son actos mentales; pero creer, esperar, temer y desear no son ni actos ni ac­ tos mentales en absoluto. Los actos son cosas que uno hace, pero no hay ninguna respuesta a la pregunta «¿Qué estás haciendo ahora?» que rece «Estoy creyendo que va a llover» o «Formándome la espe­ ranza de que los impuestos bajarán» o «Temiendo una caída en los ti­ pos de interés» o «Deseando ir al cine». Consideraremos que los esta­ dos y eventos Intencionales son precisamente eso: estados y eventos; no son actos mentales, aunque en el Capítulo 3 diré algo sobre los que se llaman propiamente actos mentales. Es igualmente confuso pensar en, por ejemplo, las creencias y los deseos como si de alguna manera tuviesen la intención de algo. Las creencias y los deseos son estados Intencionales, pero no tienen la in­ tención de nada. De acuerdo con mi explicación «Intencionalidad» e «Intencional» aparecerán tanto en la forma nominal como en la adje­ tiva, y hablaré de ciertos estados y eventos mentales como algo que tiene Intencionalidad o que es Intencional, pero no hay sentido alguno que esté ligado a algún verbo que les corresponda. He aquí un puñado de ejemplos de estados que pueden ser estados Intencionales: creencia, temor, esperanza, deseo, amor, odio, aversión, gusto, disgusto, duda, preguntarse si, alegría, felicidad, depresión, an­ siedad, orgullo, remordimiento, pesar, pena, culpa, regocijo, irritación, confusión, aceptación, perdón, hostilidad, afecto, expectación, enfado, admiración, desprecio, respeto, indignación, intención, anhelar, que­ rer, imaginar, fantasía, vergüenza, codicia, asco, animosidad, terror, placer, aborrecimiento, aspiración, diversión y frustración. Es característico de los miembros de este grupo que o están esen­ cialmente dirigidos como en el caso del amor, odio, creencia y deseo, o al menos puedan estar dirigidos como en el caso de la depresión y la

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felicidad. Este conjunto plantea un gran número de cuestiones. Por ejemplo, cómo podemos clasificar sus miembros y cuáles son las rela­ ciones entre ellos. Pero la cuestión sobre la que quiero concentrarme ahora es ésta: ¿cuál es exactamente la relación entre los estados Inten­ cionales y los objetos y estados de cosas sobre los que de algún modo son o hacia los que están dirigidos? ¿A qué clase de relación se llama, en definitiva, Intencionalidad? ¿Y cómo podemos explicar la Intencio­ nalidad sin usar metáforas como «dirigida»? Obsérvese que la Intencionalidad no puede ser una relación ordi­ naria como sentarse encima de algo o golpearlo con el puño, porque para un gran número de estados Intencionales yo puedo estar en el es­ tado Intencional sin que existan ni siquiera el objeto o estados de co­ sas hacia «el que está dirigido» el estado Intencional. Puedo desear que esté lloviendo incluso si no está lloviendo y puedo creer que el rey de Francia es calvo incluso si no existe el rey de Francia. II.

LA INTENCIONALIDAD COMO REPRESENTACIÓN: EL MODELO DEL ACTO DE HABLA

En esta sección quiero explorar algunas de las conexiones entre los estados Intencionales y los actos de habla a fin de responder a la pregunta «¿Cuál es la relación entre el estado Intencional y el objeto o estado de cosas hacia el que, en algún sentido, está dirigido?». Antici­ pando un poco, la respuesta que voy a proponer a esa pregunta es bastante simple: los estados Intencionales representan objetos y esta­ dos de cosas en el mismo sentido de «representar» en el que los actos de habla representan objetos y estados de cosas (aun cuando, como veremos en el Capítulo 6, los actos de habla tienen una forma deri­ vada de Intencionalidad y así representan de una manera distinta de la de los estados Intencionales, los cuales tienen una forma intrínseca de Intencionalidad). Tenemos ya intuiciones bastante claras sobre cómo los enunciados representan sus condiciones de verdad, sobre cómo las promesas representan sus condiciones de cumplimiento, sobre cómo las órdenes representan las condiciones de su obediencia, y sobre cómo en la emisión de una expresión referencial el hablante se refiere a un objeto; ciertamente, tenemos una teoría bastante buena sobre es­ tos diversos tipos de actos de habla; y yo voy a explotar este conoci­ miento previo para intentar explicar cómo y en qué sentido los esta­ dos Intencionales son también representaciones. Hay un posible malentendido que necesito bloquear al principio de la investigación. Al explicar la Intencionalidad en términos de len­ guaje no quiero decir que la Intencionalidad sea esencial y necesaria­ mente lingüística. Por el contrario, me parece obvio que los niños y

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muchos animales que no tienen en un sentido ordinario un lenguaje o no realizan actos de habla tienen, sin embargo, estados Intencionales. Sólo alguien aferrado a una teoría filosófica negaría que se pueda de­ cir literalmente de los bebés que quieren leche y de los perros que quieren que los saquen o que creen que su amo está en la puerta. Hay, dicho sea de paso, dos razones por las que encontramos que es irresis­ tible atribuir Intencionalidad a los animales aun cuando no tengan un lenguaje. Primero, podemos ver que la base causal de la Intencionali­ dad del animal es muy parecida a la nuestra, por ejemplo, éstos son los ojos del perro, ésta es su piel, ésas sus orejas, etc. Segundo, no po­ demos entender su conducta de otro modo. En mi esfuerzo para expli­ car la Intencionalidad en términos de lenguaje estoy usando nuestro conocimiento previo del lenguaje como un recurso heurístico con pro­ pósitos explicativos. Una vez que haya intentado aclarar la naturaleza de la Intencionalidad argumentaré (Capítulo 6) que la relación de de­ pendencia lógica es precisamente la inversa. El lenguaje se deriva de la Intencionalidad y no al contrario. La dirección de la pedagogía es explicar la Intencionalidad en términos de lenguaje; la dirección del análisis lógico es explicar el lenguaje en términos de Intencionalidad. Existen, al menos, los siguientes cuatro puntos de similitud y co­ nexión entre los estados Intencionales y los actos de habla. 1. La distinción entre contenido proposicional y fuerza ilocucio naria, una distinción ya conocida en la teoría de los actos de habla, afecta a los estados Intencionales. Así como puedo ordenarte que abandones la habitación, predecir que abandonarás la habitación y su­ gerir que abandones la habitación, del mismo modo puedo creer que abandonarás la habitación, temer que abandones la habitación, querer que abandones la habitación y esperar que abandonarás la habitación. En la primera clase de casos, los casos de actos de habla, hay una dis­ tinción obvia entre el contenido proposicional que tú abandonarás la habitación y la fuerza ilocucionaria con la que el contenido proposi­ cional se presenta en el acto de habla. Pero igualmente, en la segunda clase de casos, los estados Intencionales, hay una distinción entre el contenido representativo que abandonarás la habitación, y el modo psicológico, ya sea creencia, temor, esperanza o cualquier otro, en el que se tiene ese contenido representativo. Es habitual en la teoría de los actos de habla presentar esta distinción de la forma «F (p)», donde la «F» marca la fuerza ilocucionaria y «p» el contenido proposicional. En la teoría de los estados Intencionales necesitaremos, de igual modo, distinguir entre el contenido representativo y la manera o modo psicológico en que se tiene ese contenido representativo. Simbolizare­ mos esto como «E (r)», donde la «E» marca el modo psicológico y «r» el contenido representativo.

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Quizás sería mejor limitar el término «contenido preposicional» a aquellos estados que se realizan lingüísticamente, y usar los términos «contenido representativo» o «contenido Intencional» como térmi­ nos más generales para incluir tanto los estados Intencionales realizados lingüísticamente como aquellos que no se realizan en el lenguaje. Pero como también necesitamos distinguir entre aquellos estados como la creencia cuyo contenido debe ser siempre expresable como una propo­ sición completa y aquellos como el amor y el odio cuyo contenido no tiene porqué ser una proposición completa, continuaré usando también la noción de contenido preposicional para los estados Intencionales a fin de señalar aquellos estados que toman proposiciones completas como contenidos, tanto si el estado se realiza lingüísticamente como si no. Usaré las notaciones de la teoría de los actos de habla representando entre paréntesis el contenido de un estado Intencional, y la forma o modo en la que el agente tiene ese contenido, fuera del mismo. Así, por ejemplo, si un hombre ama a Sally y cree que está lloviendo, sus dos es­ tados Intencionales son representables como Amar (Sally), Creer (está lloviendo). La mayoría de los análisis de este libro serán sobre estados que tienen un contenido preposicional completo, las llamadas actitudes preposicionales. Pero es importante hacer hincapié en que no todos los estados Intencionales tienen una proposición completa como con­ tenido Intencional, aunque por definición todos los estados Intencio­ nales tienen, al menos, algún contenido representativo, sea o no una proposición completa; de hecho, esta condición es más fuerte para los estados Intencionales que para los actos de habla, dado que algunos (muy pocos) actos de habla expresivos no tienen contenido alguno, por ejemplo, «¡Ay!», «Hola», «Adiós».

2. La distinción entre diferentes direcciones de ajuste, también familiar a partir de la teoría de los actos de habla ', afectará también a los estados Intencionales. Los miembros de la clase aseverativa de los actos de habla —enunciados, descripciones, aseveraciones, etc.— se supone que deben, de algún modo, encajar con un mundo que existe ' Para una discusión más extensa de la noción de «dirección de ajuste», ver J. R. Searle, «A taxonomy o f illocucionary acts», en Expression and Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 1979, pp. 1-27. [Hay traducción española de Luis MI. Valdés Villanueva, «Una taxonomía de los actos ilocucionarios», en Luis MI. Valdés (ed.), La búsqueda del significado, Tecnos/Universidad de Murcia, Madrid, 1991, pp. 449-476. (N. del T.)]

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independientemente; y en la medida en que lo hacen o no decimos que son verdaderos o falsos. Pero los miembros de la clase directiva de los actos de habla —órdenes, mandatos, ruegos, etc.— y los miembros de la clase conmisiva —promesas, juramentos, compromisos, etc.— no se supone que deban encajar con una realidad que existe independien­ temente, sino que más bien se supone que deben producir cambios en el mundo de manera que el mundo encaje con el contenido proposicional del acto de habla; y, en la medida en que lo hacen o no, no deci­ mos que son verdaderos o falsos sino cosas tales como que son obede­ cidos o desobedecidos, satisfechos, cumplidos, mantenidos o rotos. Señalo esta distinción diciendo que la clase aseverativa tiene la direc­ ción de ajuste palabra-a-mundo y las clases conmisiva y directiva tie­ nen la dirección de ajuste mundo-a-palabra. Si el enunciado no es ver­ dadero, es el enunciado el que falla, no el mundo; si la orden es desobedecida o la promesa rota no es la orden o la promesa lo que fa­ lla, sino el mundo en la persona del que desobedece la orden o rompe la promesa. Intuitivamente podríamos decir que la idea de dirección de ajuste es la de responsabilidad de ajustar. Si el enunciado es falso, la culpa es del enunciado (dirección de ajuste palabra-a-mundo). Si la promesa se rompe, la culpa es del que promete (dirección de ajuste mundo-a-palabra). Hay también casos nulos en los que no hay direc­ ción de ajuste. Si yo me disculpo por insultarte o te felicito por ganar el premio, entonces aunque yo realmente presupongo la verdad de la proposición expresada —que te insulté, que ganaste el premio—, el objeto del acto de habla no es aseverar estas proposiciones, ni ordenar que los actos que nombran se lleven a cabo; más bien, el objeto es ex­ presar mi pena o mi alegría sobre el estado de cosas especificado en el contenido proposicional cuya verdad presupongo2. Muchas distincio­ nes como éstas afectan a los estados Intencionales. Si mis creencias se vuelven incorrectas, son mis creencias y no el mundo lo que falla, como lo muestra el hecho de que yo puedo corregir la situación sim­ plemente cambiando mis creencias. Es responsabilidad de la creencia, por así decirlo, encajar con el mundo, y donde el encaje falla rectifico la situación cambiando la creencia. Pero si no logro llevar a cabo mis intenciones o si mis deseos son insatisfechos yo no puedo en este caso 2 Dado que el ajuste es una relación simétrica, puede parecer un problema el que haya diferentes direcciones de ajuste si a se ajusta a b, b se ajusta a a. Quizás pueda aliviar este problema el considerar un caso no lingüístico y que no plantea controver­ sias: Si Cenicienta entra en una zapatería a comprar un par de zapatos nuevos, ella considera la talla de su pie como dada y busca zapatos que se ajusten a ella (dirección de ajuste zapato-a-pie) pero cuando el príncipe busca a la propietaria del zapato él toma el zapato como dado y busca un pie que se ajuste al zapato (dirección de ajuste pie-a-zapato).

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corregir la situación simplemente cambiando la intención o el deseo. En estos casos es, por así decirlo, fallo del mundo si éste falla en enca­ jar con la intención o el deseo y yo no puedo arreglar las cosas di­ ciendo que fue una intención o un deseo equivocado del modo en que puedo arreglar las cosas diciendo que fue una creencia equivocada. Las creencias, como los enunciados, pueden ser verdaderas o falsas, y podríamos decir que tienen una dirección de ajuste «mente-a-mundo». Los deseos y las intenciones, por otro lado, no pueden ser verdaderos o falsos, sino que pueden ser cumplidos, satisfechos o llevados a cabo, y podríamos decir que tienen la dirección de ajuste «mundo-a-mente». Además hay también estados Intencionales que tienen la dirección de ajuste nula. Si yo siento haberte insultado o me alegro de que ganaras el premio, entonces, aunque mi pesar contiene una creencia de que te insulté y un deseo de no haberte insultado y mi alegría tiene una cre­ encia de que tú ganaste el premio y un deseo de que ganaras el pre­ mio, mi pesar y mi alegría no pueden ser verdaderos o falsos del modo en que pueden serlo mis creencias, ni ser satisfechos del modo en que pueden serlo mis deseos. Mi pesar y mi alegría pueden ser apropiados o inapropiados dependiendo de si está o no realmente sa­ tisfecha la dirección de ajuste mente-a-mundo de la creencia, pero mi pesar y mi alegría no tienen en ese caso ninguna dirección de ajuste. Diré más cosas sobre estos estados Intencionales complejos más ade­ lante.3 3. Una tercera conexión entre los estados Intencionales y los ac­ tos de habla es que en la realización de cada acto ilocucionario con un contenido proposicional expresamos un cierto estado Intencional con ese contenido proposicional, y ese estado Intencional es la condición de sinceridad de ese tipo de acto de habla. Así, por ejemplo, si yo hago el enunciado de que p, expreso una creencia de que p. Si pro­ meto hacer A, expreso la intención de hacer A. Si te doy una orden de hacer A, expreso el anhelo o deseo de que hagas A. Si me disculpo por hacer algo, expreso pesar por hacer tal cosa. Si te felicito por algo, ex­ preso alegría o satisfacción sobre ese algo. Todas estas conexiones en­ tre los actos ilocucionarios y las condiciones de sinceridad Intencional expresadas de los actos de habla son intemas; esto es, el estado Inten­ cional expresado no es sólo un acompañamiento de la realización del acto de habla. La realización del acto de habla es necesariamente una expresión del correspondiente estado Intencional, como se muestra por medio de una generalización de la paradoja de Moore. No se puede decir «Está nevando pero no creo que está nevando», «Te or­ deno que dejes de fumar pero no quiero que dejes de fumar», «Me disculpo por insultarte, pero no siento haberte insultado», «Felicida­ des por ganar el premio, pero no me alegro de que lo ganaras», etc.

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Todo esto suena extraño por la misma razón. La realización del acto de habla es eo ipso una expresión del correspondiente estado Intencio­ nal; y, por consiguiente, es lógicamente extraño aunque no autocontradictorio realizar el acto de habla y negar la presencia del correspon­ diente estado Intencional3. Ahora bien, decir que el estado Intencional que establece la condi­ ción de sinceridad se expresa en la realización del acto de habla no es decir que se tenga que tener siempre el estado Intencional que se ex­ presa. Siempre es posible mentir o en cualquier caso realizar un acto de habla insincero. Pero una mentira u otro acto de habla insincero consiste en realizar un acto de habla y con ello expresar un estado In­ tencional donde no se tiene el estado Intencional que se expresa. Ob­ sérvese que el paralelismo entre los actos ilocucionarios y sus condi­ ciones de sinceridad Intencional expresadas es notablemente cercano: en general, la dirección de ajuste del acto ilocucionario y la de la con­ dición de sinceridad es la misma, y en aquellos casos donde el acto ilocucionario no tiene dirección de ajuste la verdad del contenido pre­ posicional se presupone y el correspondiente estado Intencional con­ tiene una creencia. Por ejemplo, si me disculpo por pisar a tu gato, ex­ preso un cierto remordimiento por haberlo pisado. Ni la disculpa ni el remordimiento tienen una dirección de ajuste, pero la disculpa presu­ pone la verdad de la proposición de que pisé a tu gato, y el remordi­ miento contiene una creencia de que pisé a tu gato. 4. La noción de condiciones de satisfacción se aplica general­ mente tanto a los actos de habla como a los estados Intencionales en los casos donde hay una dirección de ajuste. Decimos, por ejemplo, que un enunciado es verdadero o falso, que una orden es obedecida o desobedecida, que una promesa se mantiene o se rompe. En cada uno de estos casos, hablamos del éxito o fracaso del acto ilocucionario para encajar con la realidad en la dirección de ajuste particular dada por el objeto ilocucionario. Para tener una expresión, podríamos lla­ mar a todas estas condiciones «condiciones de satisfacción» o «condi­ ciones de éxito». Así, diremos que un enunciado es satisfecho si y sólo si es verdadero, una orden es satisfecha si y sólo si es obedecida, una promesa es satisfecha si y sólo si se mantiene, etc. Ahora bien, esta noción de satisfacción se aplica claramente también a los estados3 3 Las excepciones que se pueden aducir a este principio son casos donde alguien se disocia de su mismo acto de habla, como en, por ejemplo, «Es mi deber informarte que p, pero realmente no creo que p» o «Te ordeno atacar estas fortificaciones, pero re­ almente no quiero que lo hagas». En tales casos es como si se estuviese formulando un acto de habla en nombre de algún otro. El hablante emite la oración pero se disocia de los compromisos que conlleva la emisión.

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Intencionales. Mi creencia se satisfará si y sólo si las cosas son como yo creo que son, mis deseos se satisfarán si y sólo si se cumplen, mis intenciones se satisfarán si y sólo si se llevan a cabo. Esto es, la no­ ción de satisfacción parece ser intuitivamente natural tanto respecto de los actos de habla como respecto de los estados Intencionales y se aplica de manera completamente general, dondequiera que haya una dirección de ajuste4. Lo que es de crucial importancia ver aquí es que para cada acto que tiene una dirección de ajuste el acto de habla se satisfará si y sólo si el estado psicológico expresado se satisface, y las condiciones de satisfacción del acto de habla y el estado psicológico expresado son idénticas. De este modo, por ejemplo, mi enunciado será verdadero si y sólo si la creencia expresada es correcta, mi orden se satisfará si y sólo si el anhelo o deseo expresado se satisface, y mi promesa se cumplirá si y sólo si mi intención expresada se lleva a cabo. Además, obsérvese que así como las condiciones de satisfacción son intemas al acto de habla, las condiciones de satisfacción del estado Intencional también son intemas al estado intencional. Parte de lo que hace que mi enunciado de que la nieve es blanca sea el enunciado que es, es que tiene esas condiciones de verdad y no otras. De manera similar, parte de lo que hace que mi deseo de que estuviera lloviendo sea el deseo que es, es que ciertas cosas lo satisfarán y otras ciertas cosas no. Estas cuatro conexiones entre los estados Intencionales y los actos de habla sugieren de modo natural una cierta visión de la Intencionali­ dad: cada estado Intencional consta de un contenido representativo, en un cierto modo psicológico. Los estados Intencionales representan ob­ jetos y estados de cosas en el mismo sentido en que los actos de habla representan objetos y estados de cosas (aunque, insisto, lo hacen en sentidos distintos y de una manera diferente). Así, como mi enunciado de que está lloviendo es una representación de un cierto estado de co­ sas, mi creencia de que está lloviendo es también una representación del mismo estado de cosas. Así como mi orden a Sam para que aban­ done la habitación es sobre Sam y representa una cierta acción de su parte, así también mi deseo de que Sam abandone la habitación es so­ bre Sam y representa una cierta acción por su parte. La noción de re­ presentación es convenientemente vaga. Aplicada al lenguaje pode­ mos usarla generalmente para cubrir no sólo la referencia sino la predicación y, generalmente, las condiciones de verdad y las condicio­ nes de satisfacción. Explotando esta vaguedad podemos decir que los estados Intencionales con un contenido proposicional y una dirección 4 Hay algunos problemas interesantes como dudar que p o preguntarse si p. ¿Dire­ mos que mi duda que p es satisfecha si p l ¿O si no p l ¿O qué?

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de ajuste, representan sus diversas condiciones de satisfacción en el mismo sentido en que los actos de habla con un contenido preposicio­ nal y una dirección de ajuste representan las suyas. Si nos vamos a permitir usar nociones como «representación» y «condiciones de satisfacción», éstas van a requerir alguna aclaración adicional. No hay probablemente un término del que más se abuse en la historia de la filosofía que el de «representación», y mi uso de este término difiere tanto de su uso en la filosofía tradicional como de su uso en la psicología cognitiva contemporánea y en la inteligencia arti­ ficial. Cuando digo, por ejemplo, que una creencia es una representa­ ción, definitivamente no estoy diciendo que una creencia sea un gé­ nero de figura, ni estoy respaldando la explicación del significado del Tractatus, ni estoy diciendo que una creencia re-presenta algo que ha sido presentado antes, ni estoy diciendo que una creencia tenga un significado, ni estoy diciendo que es un género de cosa cuyas condi­ ciones de satisfacción se extraen al examinarla. El sentido de «repre­ sentación» en cuestión pretende ser enteramente agotado por la analo­ gía con los actos de habla: el sentido de «representar» en el que una creencia representa sus condiciones de satisfacción es el mismo sen­ tido en el que un enunciado representa sus condiciones de satisfac­ ción. Decir que una creencia es una representación es simplemente de­ cir que tiene un contenido proposicional y un modo psicológico, que su contenido proposicional determina un conjunto de condiciones de satisfacción bajo ciertos aspectos, que su modo psicológico determina una dirección de ajuste de su contenido proposicional, en el sentido en que todas estas nociones —contenido proposicional, dirección de ajuste, etc.— son explicadas por la teoría de los actos de habla. De he­ cho, por lo que se refiere a todo lo dicho hasta ahora, podríamos en principio prescindir completamente de los términos «representación» y «representar», en favor de estas otras nociones, dado que no hay nada ontológico en mi uso de «representación». Es sólo una abrevia­ tura para esta constelación de nociones lógicas tomada en préstamo de la teoría de los actos de habla. (Más adelante examinaré algunas dife­ rencias entre los estados Intencionales y los actos de habla.) Además de esto, mi uso de la noción de representación difiere de su uso en la inteligencia artificial contemporánea y en la psicología cogni­ tiva. Para mí una representación es definida por su contenido y su modo, no por su estructura formal. De hecho, nunca he visto ningún sentido claro al punto de vista de que cada representación mental debe tener una estructura formal en el sentido, por ejemplo, en el que las ora­ ciones tienen una estructura formal sintáctica. Dejando de lado algunas complicaciones (concernientes a la Red y al Trasfondo) que surgirán más tarde, en esta fase preliminar de la investigación las relaciones for­ males entre esas diversas nociones pueden ser establecidas como sigue:

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Cada estado intencional consta de un contenido Intencional en un modo psicológico. Cuando ese contenido es una proposición completa y hay una dirección de ajuste, el contenido Intencional determina las condi­ ciones de satisfacción. Las condiciones de satisfacción son aquellas condiciones que, en tanto que determinadas por el contenido Intencio­ nal, deben darse si el estado se satisface. Por esa razón la especificación del contenido es ya una especificación de las condiciones de satisfac­ ción. De este modo, si tengo una creencia de que está lloviendo, el con­ tenido de mi creencia es que está lloviendo. Y las condiciones de satis­ facción son que esté lloviendo —y no, por ejemplo, que el suelo esté mojado o que el agua esté cayendo del cielo—. Dado que toda represen­ tación —sea hecha por la mente, por el lenguaje, por imágenes o cual­ quier otra cosa— está siempre bajo ciertos aspectos y no otros, las con­ diciones de satisfacción están representadas bajo ciertos aspectos. La expresión «condiciones de satisfacción» tiene la usual ambi­ güedad proceso-producto como ocurre entre el requisito y la cosa re­ querida. Así, por ejemplo, si creo que está lloviendo entonces las con­ diciones de satisfacción de mi creencia son que sea el caso de que está lloviendo (requisito). Eso es lo que mi creencia requiere para que sea una creencia verdadera. Y si mi creencia es realmente una creencia verdadera, entonces habrá una cierta condición en el mundo, a saber, la condición de que está lloviendo (cosa requerida), que es la condición de satisfacción de mi creencia, esto es: la condición del mundo que realmente satisface mi creencia. Creo que esta ambigüedad es bastante inofensiva; de hecho es útil en el supuesto de que sea consciente de ella desde el comienzo. Sin embargo, en algunos de los comentarios a mis anteriores trabajos sobre la Intencionalidad ha conducido a malen­ tendidos5; así que en contextos donde los dos sentidos podrían condu­ cir a malentendidos, señalaré los dos sentidos explícitamente. Dejando a un lado las diversas matizaciones podríamos resumir esta breve explicación preliminar de la Intencionalidad diciendo que la clave para entender la representación son las condiciones de satis­ facción. Todo estado Intencional con una dirección de ajuste es una representación de sus condiciones de satisfacción. III.

ALGUNAS APLICACIONES Y EXTENSIONES DE LA TEORÍA

Tan pronto como se enuncian estas ideas se agolpan un gran nú­ mero de cuestiones: ¿Qué diremos sobre aquellos estados Intenciona­ 5

En, por ejemplo, J. M. Mohanty, «Intentionality and noema», Journal of Philo-

sophy, vol. 78, n.° 11 (noviembre 1981), p. 714.

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les que no tienen una dirección de ajuste? ¿Son también representacio­ nes? Y, si es así, ¿cuáles son sus condiciones de satisfacción? ¿Y qué diremos de la fantasía y la imaginación? ¿Qué representan? ¿Y qué di­ remos del status ontológico de todo este material?; si estos estados In­ tencionales son misteriosas entidades mentales, ¿no hemos entonces llenado el mundo de «estados de cosas» a fin de satisfacer estas enti­ dades mentales? ¿Y qué diremos de la Intensionalidad-con-s? ¿Cómo encaja aquí? ¿Y sobre la noción tradicional de un «objeto Intencional» con su, se alega, «inexistencia intencional» (Brentano)? Además, hay algunas otras objeciones escépticas. Ciertamente, se podría objetar que cada representación requiere algún acto Intencional por parte de un agente que hace la representación. Representar requiere un repre­ sentador y un acto Intencional de representación y por lo tanto la re­ presentación requiere Intencionalidad y no puede ser usada para expli­ carla. Y mucho más preocupante, ¿no han mostrado los diversos argumentos sobre la teoría causal de la referencia que estas entidades mentales «en la cabeza» son insuficientes para mostrar cómo el len­ guaje y la mente se refieren a las cosas del mundo? Bien, no se pueden responder todas estas cuestiones de una vez, y en esta sección me limitaré a responder unas cuentas de tal modo que extienda y aplique el enunciado preliminar de la teoría. Mi propósito es doble. Quiero mostrar cómo esta aproximación a la Intencionalidad responde a ciertas dificultades filosóficas tradicionales y al hacerlo quiero extender y desarrollar la teoría. 1. Una ventaja de esta aproximación, y no, por cierto, pequeña, es que nos capacita para distinguir entre las propiedades lógicas de los estados Intencionales y sus status ontológicos: de hecho, de acuerdo con esta explicación, la cuestión respecto de la naturaleza lógica de la Intencionalidad no es, en absoluto, un problema ontológico. ¿Qué es realmente, por ejemplo, una creencia? Las respuestas tradicionales a esto suponen que la cuestión pregunta sobre la categoría ontológica dentro de la cual encaja la creencia, pero lo importante por lo que se refiere a la Intencionalidad de la creencia no es su categoría ontoló­ gica, sino sus propiedades lógicas. Algunas de las respuestas tradicio­ nales preferidas son que una creencia es una modificación de un ego cartesiano, ideas humeanas que flotan en la mente, disposiciones cau­ sales a comportarse de cierta manera o un estado funcional de un sis­ tema. Se me ocurre pensar que todas estas respuestas son falsas, pero para los propósitos presentes lo importante es observar que son res­ puestas a diferentes preguntas. Si la cuestión «¿qué es una creencia realmente?» se entiende como: ¿Qué es una creencia qua creencia?, entonces la respuesta tiene que darse, al menos en parte, en términos de las propiedades lógicas de la creencia: Una creencia es un conte-

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nido proposicional en un cierto modo psicológico, su modo determina una dirección de ajuste mente-a-mundo, y su contenido proposicional determina un conjunto de condiciones de satisfacción. Los estados In­ tencionales tienen que ser caracterizados en términos Intencionales si no queremos perder de vista su Intencionalidad intrínseca. Pero si la cuestión es «¿cuál es el modo de existencia de la creencia y otros es­ tados Intencionales?» entonces, dado todo lo que sabemos normal­ mente sobre cómo funciona el mundo, la respuesta es: Los estados In­ tencionales son tanto causados por, como realizados en, la estructura del cerebro. Y lo más importante al contestar a esta segunda cuestión es ver tanto el hecho de que los estados Intencionales están en relacio­ nes causales con los neurofisiológicos (así como, por su puesto, en re­ laciones causales con otros estados Intencionales) como el hecho de que los estados Intencionales están realizados en la neurofisiología del cerebro. Los dualistas, que perciben correctamente el papel causal de lo mental, piensan que por esa misma razón deben postular una cate­ goría ontológica aparte. Muchos fisicalistas, que perciben correcta­ mente que todo lo que tenemos en la parte superior de nuestra cala­ vera es un cerebro, piensan que por esa razón deben negar la eficacia causal de los aspectos mentales del cerebro o incluso la existencia de tales aspectos irreductibles. Creo que ambas ideas son erróneas. Am­ bas intentan resolver el problema mente cuerpo, cuando la aproxima­ ción correcta es ver que no hay tal problema. El «problema mentecuerpo» no es más real que el «problema estómago-digestión». (Más sobre esto en el Capítulo 10.) En este nivel la cuestión de cómo los estados Intencionales se rea­ lizan en la ontología del mundo no es, para nosotros, una cuestión más relevante que la de responder a cuestiones análogas sobre cómo se realiza un cierto acto lingüístico. Un acto lingüístico puede realizarse al hablar o al escribir, en francés o en alemán, en un teletipo o en un altavoz, en la pantalla de un cine o en un periódico. Pero tales formas de realización no afectan a sus propiedades lógicas. Pensaríamos, jus­ tificadamente, de alguien que estuviera obsesionado con la cuestión de si los actos de habla son idénticos a los fenómenos físicos tales como ondas sonoras que había perdido la clave de la cuestión. Las formas de realización de un estado Intencional son tan irrelevantes para sus propiedades lógicas como las formas en que se realiza un acto de habla lo son para sus propiedades lógicas. Las propiedades ló­ gicas de los estados Intencionales surgen del hecho de que son repre­ sentaciones, y la cuestión es que pueden, como las entidades lingüísti­ cas, tener propiedades lógicas de un modo en el que las piedras y árboles no pueden tenerlas (aunque los enunciados sobre las piedras y árboles pueden tener propiedades lógicas) porque los estados Intencio­

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nales, como las entidades lingüísticas y a diferencia de los árboles y piedras, son representaciones. El famoso problema de Wittgenstein sobre la intención —cuando levanto mi brazo, ¿qué es lo que queda si substraigo el hecho de que mi brazo se levanta? 6— se resiste a ser resuelto sólo si insistimos en una respuesta ontológica. Dada la aproximación no ontológica a la In­ tencionalidad que se sugiere aquí, la respuesta es bastante simple. Lo que queda es un contenido Intencional —que mi brazo se levanta como resultado de esta intención en la acción (ver Capítulo 3)— en un cierto modo psicológico —el modo Intencional—. En la medida en que nos encontramos insatisfechos con esta respuesta creo que nuestra insatisfacción revela que tenemos un modelo erróneo de la Intenciona­ lidad; estamos todavía buscando una cosa que corresponda a la pala­ bra «intención». Pero la única cosa que podría corresponderle es una intención, y para saber lo que es una intención o lo qué es cualquier otro estado Intencional con una dirección de ajuste, no necesitamos saber cuál es su categoría ontológica última, sino más bien necesita­ mos saber: Primero, cuáles son sus condiciones de satisfacción; se­ gundo, bajo qué aspecto(s) están esas condiciones representadas por el contenido Intencional; y tercero, cuál es el modo psicológico —creen­ cia, deseo, intención, etc.— del estado en cuestión. Saber lo segundo es ya saber lo primero, dado que las condiciones de satisfacción están siempre representadas bajo ciertos aspectos; y el conocimiento de lo tercero es suficiente para damos el conocimiento de la dirección de ajuste entre el contenido representativo y las condiciones de satis­ facción. 2. Una segunda ventaja de este enfoque es que nos da una res­ puesta muy simple a los problemas ontológicos tradicionales sobre el status de los objetos Intencionales: un objeto Intencional es sólo un objeto como cualquier otro; no tiene en absoluto un status ontológico especial. Llamar a algo un objeto Intencional es sólo decir que es aquello sobre lo que es algún estado Intencional. Así, por ejemplo, si Bill admira al presidente Cárter, entonces el objeto Intencional de su admiración es el presidente Cárter, el hombre real y no alguna entidad fantasmal intermedia entre Bill y el hombre. Tanto en el caso de los actos de habla como en el caso de los estados Intencionales, si no hay ningún objeto que satisfaga el contenido proposicional o representa­ tivo, entonces, el acto de habla y el estado Intencional no pueden sa­ 6 Philosophical Investigations, Basil Blackwell, Oxford, 1953, parte I, para. 621 [Hay traducción española de Carlos Ulises Moulines y Alfonso García Suárez, Investi­ gaciones filosóficas, Grijalbo, Barcelona, 1988. (TV. del T.)\

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tisfacerse. En tales casos, así como no hay «objeto al que se hace refe­ rencia» del acto de habla, tampoco hay «objeto Intencional» del estado Intencional: si nada satisface la porción referencial del conte­ nido representativo, entonces, el estado Intencional no tiene un objeto Intencional. De este modo, por ejemplo, el enunciado de que el rey de Francia es calvo no puede ser verdadero porque no hay nin­ gún rey de Francia, y de manera similar la creencia de que el rey de Francia es calvo no puede ser verdadera porque no hay ningún rey de Francia. La orden al rey de Francia de que sea calvo y el deseo de que el rey de Francia sea calvo fallan necesariamente en los dos ca­ sos, por lo que respecta a la satisfacción, y ambos por la misma razón: no hay ningún rey de Francia. En tales casos no hay ningún «objeto Intencional» del estado Intencional y ningún «objeto al que se hace re­ ferencia» del enunciado. El hecho de que nuestros enunciados puedan no ser verdaderos a causa de la falta de la referencia ya no nos inclina a suponer que debamos establecer una entidad meinongiana para que tales enunciados sean sobre ella. Nos damos cuenta de que tienen un contenido proposicional no satisfecho por nada y en ese sentido no son «sobre» nada. Pero exactamente en el mismo sentido estoy sugi­ riendo que el hecho de que nuestros estados Intencionales puedan no ser satisfechos porque no haya ningún objeto al que se hace referen­ cia por medio de su contenido no debería confundimos hasta el punto de sentimos inclinados a establecer una entidad meinongiana interme­ dia o un objeto Intencional para que sean sobre ellos. Un estado Inten­ cional tiene un contenido representativo, pero no es sobre ni está diri­ gido a su contenido representativo. Parte de la dificultad se deriva de «sobre», el cual tiene una lectura tanto extensional como Intensionalcon-s. En un sentido (el Intensional-con-s) el enunciado o creencia de que el rey de Francia es calvo es sobre el rey de Francia pero no se si­ gue, en ese sentido, que haya algún objeto sobre el cual sean. En otro sentido (el extensional) no hay ningún objeto sobre el cual sean por­ que no hay ningún rey de Francia. En mi investigación es crucial dis­ tinguir entre el contenido de una creencia (esto es: una proposición) y los objetos de una creencia (esto es: los objetos ordinarios). Desde luego, algunos de nuestros estados Intencionales son ejerci­ cios de nuestra fantasía e imaginación, pero análogamente algunos de nuestros actos de habla son ficticios. Y así como la posibilidad de un discurso de ficción, producto él mismo de la fantasía y de la imagina­ ción, no nos fuerza a establecer una clase de objetos «a los que se hace referencia» o «se describen» diferente de los objetos ordinarios, sino que se supone que nos basta con los objetos de todo discurso, del mismo modo estoy sugiriendo que la posibilidad de formas imaginati­ vas y fantásticas de Intencionalidad no nos fuerza a creer en la exis­ tencia de una clase de «objetos Intencionales», diferentes de los obje­

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tos ordinarios, sino que se supone que no basta con los objetos de to­ dos nuestros estados Intencionales. No estoy diciendo que no existan problemas acerca de la fantasía y de la imaginación; lo que estoy ar­ gumentando es, más bien, que los problemas forman un todo con los problemas del análisis del discurso de ficción. En el discurso de ficción tenemos una serie de actos de habla fin­ gidos (por así decirlo, simulados), normalmente aseveraciones fingi­ das, y el hecho de que el acto de habla sea sólo fingido rompe los compromisos palabra-a-mundo de la aseveración normal. El hablante no está comprometido con la verdad de sus aseveraciones de ficción, en el sentido en que lo está con la verdad de sus aseveraciones norma­ les. Del mismo modo en la imaginación el agente tiene una serie de representaciones, pero la dirección de ajuste mente-a-mundo se rompe por el hecho de que los contenidos representativos no son contenidos de creencia, sino que simplemente se contemplan. Las fantasías y las imaginaciones tienen contenidos y, así, parece como si tuvieran condi­ ciones de satisfacción en el mismo sentido en que una aseveración fin­ gida (esto es: de ficción) tiene un contenido y por lo tanto parece como si tuviese condiciones de verdad, pero en ambos casos los com­ promisos con las condiciones de satisfacción se suspenden delibera­ damente. No es un fallo de una aseveración de ficción el que no sea verdadera y no es fallo de un estado de la imaginación el que no le corresponda nada en el mundo7. 3. Si estoy en lo cierto al pensar que los estados Intencionales consisten en contenidos representativos en los diversos modos psico­ lógicos entonces, es al menos engañoso, si no es pura y simplemente un error, decir que una creencia, por ejemplo, es una relación diádica entre el que cree y una proposición. Un error análogo sería decir que un enunciado es una relación de dos términos entre un hablante y una proposición. Se debería más bien decir que una proposición no es el objeto de un enunciado o creencia, sino más bien su contenido. El contenido del enunciado o creencia de que De Gaulle era francés es la proposición de que De Gaulle era francés. Pero esa proposición no es sobre lo que es o hacia lo que está dirigido el enunciado o creencia. No, el enunciado o la creencia es sobre De Gaulle y lo representa como siendo francés, y es sobre De Gaulle y lo representa como fran­ cés porque tiene un contenido proposicional y el modo de representa­ ción —ilocucionario o psicológico— que tiene. Así como «John gol­ pea a Bill» describe una relación entre John y Bill tal que el golpear 7 Para una discusión más extensa del problema de la ficción, ver «The logical sta­ tus o f fictional discourse», en Searle, Expression and Meaning, pp. 58-75.

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de John se dirige hacia Bill, «John cree que p» no describe una rela­ ción entre John y p tal que el creer que John se dirige hacia p. Sería más preciso decir, en el caso de los enunciados, que el enunciado es idéntico a la proposición, si se entiende como enunciada; en el caso de la creencia, la creencia es idéntica a la proposición si se entiende como creída. Se adscribe ciertamente una relación cuando se adscribe un estado Intencional a una persona pero no es una relación entre una persona y una proposición, sino más bien una relación de representa­ ción entre el estado Intencional y la cosa representada por él; sólo hay que recordar, como sucede con las representaciones en general, que es posible que se dé el estado Intencional sin que se dé en realidad nada que lo satisfaga. La confusa idea de que los enunciados de actitu­ des preposicionales describen una relación entre un agente y una pro­ posición no es una manera inofensiva de hablar; es más bien el pri­ mer paso hacia una serie de confusiones que llevan a la idea de que hay una distinción básica entre los estados Intencionales de re y de dicto. Discutiré esta idea en el Capítulo 8 8. 4. Un estado Intencional sólo determina sus condiciones de sa­ tisfacción —y solamente así es el estado que es— dada su posición en una Red de otros estados Intencionales y respecto de un Trasfondo de prácticas y supuestos preintencionales que ni son ellos mismos estados Intencionales ni son parte de las condiciones de satisfacción de los es­ tados Intencionales. Para ver esto consideremos el siguiente ejemplo. Supongamos que hubo un momento particular en el que Jimmy Cárter, primero, se formó el deseo de presentarse como candidato a la presi­ dencia de los Estados Unidos, y supongamos, además, que este estado Intencional se realizó de acuerdo con las teorías de la ontología de lo mental preferidas por todo el mundo: él se dijo: «Quiero ser candidato a la presidencia de los Estados Unidos»; tuvo cierta configuración neuronal en una cierta parte de su cerebro que produjo su deseo, lo pensó sin palabras e, impávido, tomó la resolución siguiente: «Quiero hacerlo», etc. Ahora supongamos además que exactamente esas reali­ zaciones de ese mismo estado mental, idénticas a las del caso anterior por lo que respecta a su tipo, ocurren en la mente y el cerebro de un hombre del Pleistoceno que vive en una sociedad de cazadores-reco­ lectores de hace miles de años. Este hombre tuvo una configuración neuronal idéntica a la que corresponde al deseo de Cárter, se encontró emitiendo la secuencia fonética: «Quiero ser candidato a la presiden8 De hecho, la terminología russelliana de «actitudes preposicionales» es una fuente de confusiones puesto que implica que, por ejemplo, una creencia es una actitud hacia o sobre una proposición.

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cia de los Estados Unidos», etc. Todo igual; sin embargo, por muy idénticas que sean respecto a su tipo las dos realizaciones, el estado mental del hombre del Pleistoceno no podría haber sido el deseo de ser candidato a la presidencia de los Estados Unidos. ¿Por qué no? Bien, para entendemos, las circunstancias no eran apropiadas. ¿Y qué significa eso? Para responder a esta pregunta, examinemos breve­ mente qué tiene que ser el caso a fin de que el estado de Cárter pu­ diera haber tenido las condiciones de satisfacción que tuvo. Para tener el deseo de ser candidato a la presidencia, ese deseo tiene que estar inmerso en una completa Red de otros estados Intencionales. Es tenta­ dor pero erróneo pensar que éstos pueden describirse exhaustivamente como consecuencias lógicas del primer deseo —proposiciones que tienen que satisfacerse para que sea satisfecha la original—. Algunos de los estados Intencionales de la Red están lógicamente relacionados de ese modo, pero no todos ellos. Para que su deseo sea un deseo de ser candidato a la presidencia, debe tener una serie de creencias como la siguiente: la creencia de que Estados Unidos es una República, que tiene un sistema de gobierno presidencial, que tiene elecciones perió­ dicas, que éstas incluyen principalmente una disputa de los candidatos de los dos partidos principales, los republicanos y los demócratas, que estos candidatos son propuestos como tales en convenciones, y así in­ definidamente (pero no infinitamente). Además estos estados Inten­ cionales sólo tienen sus condiciones de satisfacción, y el conjunto de la Red Intencional sólo funciona respecto de un Trasfondo de lo que llamaré, en ausencia de un término mejor, capacidades mentales no-representacionales. Cualquier forma semejante de Intencionalidad presupone ciertas formas funcionales de hacer cosas y ciertas clases de saber-cómo funcionan las cosas. Realmente estoy haciendo aquí dos afirmaciones que necesitan ser distinguidas. Estoy afirmando, primero, que los estados Intencionales son en general parte de una Red de estados Intencionales y sólo tienen sus condiciones de satisfacción en relación a su posición en la Red. Distintas versiones de esta idea, generalmente llamada «holismo», son bastante comunes en la filosofía contemporánea; de hecho, un cierto grado de holismo es una ortodoxia filosófica bastante corriente. Pero también estoy haciendo una segunda afirmación mucho más contro­ vertida: Además de la Red de representaciones, hay también un Tras­ fondo de capacidades mentales no-representacionales; y, en general, las representaciones sólo funcionan, sólo tienen las condiciones de satisfacción que tienen, respecto de este Trasfondo no representacional. Las implicaciones de esta segunda afirmación están lejos de al­ canzarse, pero tanto la discusión sobre ello como el examen de sus consecuencias debe esperar hasta el Capítulo 5. Una inmediata conse­ cuencia de ambas tesis es que los estados Intencionales no se indivi­

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INTENCIONALIDAD

dualizan de un modo completamente definido. ¿Cuántas creencias tengo yo exactamente? No hay respuesta definida a esa cuestión. Otra consecuencia es que las condiciones de satisfacción de los estados In­ tencionales no se determinan independientemente, sino que dependen de otros estados de la Red y sobre el Trasfondo. 5. Este análisis nos capacita para proponer una solución a un problema tradicional en la filosofía de la mente; el problema se puede poner en la forma de una objeción a mi análisis: «No podemos expli­ car la Intencionalidad en términos de representación porque para que haya una representación debe haber algún agente que use alguna enti­ dad —una figura o una oración o algún otro objeto— como una repre­ sentación. De este modo, si una creencia es una representación debe ser porque algún agente usa la creencia como una representación. Pero esto no nos ofrece, en absoluto, ninguna explicación de la creen­ cia porque no se nos dice lo que el agente hace para usar su creencia como una representación, y lo que es más, la teoría requiere un miste­ rioso homúnculo con su propia Intencionalidad para que pueda usar las creencias como representaciones; y si seguimos con esto hacia de­ lante, se requerirá una regresión al infinito de homúnculos, donde cada homúnculo tiene que tener estados Intencionales adicionales a fin de usar los estados Intencionales originales como representaciones o, incluso, para hacer cualquier cosa.» Dennett, que piensa que esto es un problema genuino, lo llama «el problema de Hume» y cree que la solución es ¡postular ejércitos de homúnculos progresivamente más estúpidos!9. Yo no creo que esto sea un problema genuino y la explica­ ción que he presentado hasta ahora nos capacita para ver el camino hacia su disolución. En mi explicación, el contenido Intencional, que determina las condiciones de satisfacción, es intemo al estado Inten­ cional: no hay manera de que el agente pueda tener una creencia o un deseo sin que éstos tengan sus condiciones de satisfacción. Por ejem­ plo, parte de lo que es tener la creencia consciente de que está llo­ viendo, es ser consciente de que la creencia es satisfecha si está llo­ viendo e insatisfecha si no lo está. Pero que la creencia tenga esas condiciones de satisfacción no es algo impuesto sobre la creencia por ser usada en un sentido más que en otro, porque la creencia no es en absoluto usada en ese sentido. Una creencia es intrínsecamente una representación en este sentido: consiste simplemente en un contenido Intencional y un modo psicológico. El contenido determina sus condi­ ciones de satisfacción y el modo determina que esas condiciones de 9 D. D ennett, Brainstorm s, Bradford B ooks, M ontgom ery, Verm ont, 1978, pp. 122-125.

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satisfacción se representan con una cierta dirección de ajuste. No se requiere una Intencionalidad exterior a fin de convertirse en una repre­ sentación. Así como tampoco se requiere alguna entidad no Intencio­ nal, algún objeto formal o sintáctico asociado con la creencia que el agente use para producir la creencia. En pocas palabras, la premisa falsa del argumento es la que dice que para que haya una representa­ ción debe haber algún agente que use alguna entidad como una repre­ sentación. Esto es cierto en el caso de figuras y oraciones, esto es: en los casos de intencionalidad derivada, pero no en el caso de los esta­ dos Intencionales. Podíamos querer restringir el término «representa­ ción» a casos tales como figuras y oraciones donde podemos hacer una distinción entre la entidad y su contenido representativo; pero ésta no es una distinción que podamos hacer para creencias y deseos, qua creencias y deseos, porque el contenido representativo de la creencia o el deseo no es, en ese sentido, separable de la creencia o el deseo. De­ cir que el agente es consciente de las condiciones de satisfacción de sus deseos y creencias conscientes, no es decir que tiene que tener es­ tados Intencionales de segundo orden sobre sus estados de creencia y deseo de primer orden. Si así fuera, tendríamos una regresión al infi­ nito. Más bien, la consciencia de las condiciones de satisfacción es parte de la creencia o deseo consciente porque el contenido Intencio­ nal es interno a los estados en cuestión. 6. Esta explicación de la Intencionalidad sugiere una muy sim­ ple explicación de la relación entre la Intencionalidad-con-c y la Intensionalidad-con-s. La Intensionalidad-con-s es una propiedad de una cierta clase de oraciones, enunciados y otras entidades lingüísticas. Se dice que una oración es Intensional-con-s si no satisface ciertas prue­ bas de extensionalidad, pruebas tales como sustituibilidad de los idén­ ticos y la generalización existencial. De una oración tal como «John cree que el rey Arturo mató a Sir Lancelot» se dice usualmente que es Intensional-con-s porque tienen al menos una interpretación que puede ser usada para hacer un enunciado que no permite generaliza­ ción existencial sobre las expresiones referenciales que siguen a «cree», y no permite sustituibilidad de expresiones con la misma refe­ rencia, salva veritate. Tradicionalmente los embrollos que causan ta­ les oraciones tienen que ver con cómo puede ser el caso de que su uso para hacer un enunciado no permita las operaciones lógicas estándar si, como parece ser el caso, las palabras contenidas en las oraciones tienen los significados que normalmente tienen y si las propiedades lógicas de una oración son función de su significado, y su significado es a su vez función del significado de sus palabras componentes. La respuesta sugerida por el análisis precedente, una respuesta que desa­ rrollaré en el Capítulo 7, es simplemente que dado que la oración

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INTENCIONALIDAD

«John cree que el rey Arturo mató a Sir Lancelot» es usada para hacer un enunciado sobre un estado Intencional, a saber: la creencia de John, y dado que un estado Intencional es una representación, enton­ ces, el enunciado es una representación de una representación; y, por lo tanto, las condiciones de verdad del enunciado dependerán de los rasgos de las representaciones al ser representadas, en este caso los rasgos de la creencia de John y no de los rasgos de los objetos o estados de cosas representados por la creencia de John. Esto es, dado que el enunciado es una representación de una representación, sus condiciones de verdad no incluyen, en general, las condiciones de verdad de la representación que se representa. La creencia de John sólo puede ser verdad si hubiera una persona que fuera el rey Arturo y una persona que fuera Sir Lancelot, y si el primero mató al segundo; pero mi enunciado de que John cree que el rey Arturo mató a Sir Lan­ celot tiene una interpretación que puede ser verdad si ninguna de estas condiciones de verdad se dan. Su verdad requiere sólo que John tenga una creencia y que las palabras siguientes a «cree» en la oración, ex­ presen con precisión el contenido representativo de su creencia. En ese sentido, mi enunciado sobre su creencia no es tanto una represen­ tación de una representación, como una presentación de una represen­ tación, dado que al enunciar su creencia yo presento su contenido sin comprometerme con sus condiciones de verdad. Una de las más ubicuas confusiones de la filosofía contemporánea es la creencia errónea de que hay alguna conexión cercana, quizás in­ cluso identidad, entre Intensionalidad-con-s e Intencionalidad-con-c. Nada más lejos de la verdad. No son ni siquiera remotamente simila­ res. La Intencionalidad-con-c es esa propiedad de la mente (cerebro) por la cual es capaz de representar otras cosas; la Intensionalidad-con-s es el fallo de ciertas oraciones, enunciados, etc., en satisfacer ciertas pruebas lógicas de extensionalidad. La única conexión entre ellas es que algunas oraciones sobre la Intencionalidad-con-c son intensionales-con-s, por las razones que acabo de dar. La creencia de que hay algo inherentemente Intensional-con-s en la Intencionalidad-con-c deriva de un error aparentemente endémico en los métodos de la filosofía lingüística —confusión de rasgos de in­ formes con rasgos de las cosas sobre las que se informa—. Los infor­ mes sobre estados Intencionales-con-c son característicamente in­ formes sobre estados intensionales-con-s. Pero no se sigue de esto, ni es en general el caso, que los estados Intencionales-con-c sean ellos mismos intensionales-con-s. El informe de que John cree que el rey Arturo mató a Sir Lancelot es ciertamente un informe intensional-con-s, pero la creencia de John no es en sí misma intensional. Es completa­ mente extensional: es verdad si y sólo si hay un único x tal que x = rey Arturo, y hay un único y tal que y = Sir Lancelot, y x mató a y. Esto es

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tan extensional como puede serlo cualquier cosa. Se dice con frecuen­ cia, por razones que son completamente confusas, que todas las enti­ dades Intencionales tales como proposiciones y estados mentales son de algún modo intensionales-con-s. Pero esto es simplemente un error que se deriva de confundir propiedades de informes con propiedades de las cosas sobre las que se informa. Algunos estados Intencionales son, ciertamente, intensionales-con-s, como mostrarán las dos próxi­ mas secciones, pero no hay nada inherentemente Intensional-con-s en la Intencionalidad-con-c. La creencia de John es extensional, aunque mi enunciado sobre su creencia sea intensional. Pero ¿qué sucede con las condiciones de satisfacción? ¿Son intensionales o extensionales? Esta cuestión contiene una gran dosis de confusión filosófica. Si pensamos en las condiciones de satisfacción como los rasgos del mundo que satisfacen o satisfarían un estado In­ tencional, entonces, es estrictamente un sinsentido preguntar si son intensionales o extensionales. Si tengo una creencia verdadera de que está lloviendo, entonces ciertos rasgos del mundo hacen mi creencia verdadera, pero no tiene sentido preguntar sobre esos rasgos si son intensionales o extensionales. Lo que se está intentando preguntar es: ¿Son las especificaciones de las condiciones de satisfacción de los estados Intencionales intensionales o extensionales? Y la respuesta a esa cuestión depende de cómo se especifiquen. Las condiciones de satisfacción de la creencia de John de que César cruzó el Rubicón son 1.

César cruzó el Rubicón,

y 1 por sí misma es extensional. Pero 1 no especifica las condiciones como condiciones de satisfacción. Así, se diferencia de 2. Las condiciones de satisfacción de la creencia de John son que César cruzara el Rubicón. 2, a diferencia de 1, es intensional y la diferencia es que 1 enuncia las condiciones de satisfacción, mientras que 2 enuncia que ellas son con­ diciones. 1 es una representación simpliciter; 2 es una representación de una representación. 7. Introdujimos en principio la noción de Intencionalidad-con-c de tal modo que se aplicara a los estados mentales y la noción de Intensionalidad-con-s de tal modo que se aplicara a oraciones y otras en­ tidades lingüísticas. Pero ahora es fácil ver, dada nuestra caracteriza­ ción de la Intencionalidad-con-c, cómo extender cada noción para cubrir tanto las entidades mentales como las lingüísticas.

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INTENCIONALIDAD

(a) La Intensionalidad-con-s de enunciados acerca de estados Intencionales-con-c deriva del hecho de que tales enunciados son repre­ sentaciones de representaciones. Pero, dado que los estados Intencionales-con-c son representaciones, no hay nada que impida que haya estados Intencionales-con-c que sean también representaciones de re­ presentaciones, y así tales estados compartirían el carácter de Intensionalidad-con-s que poseen las oraciones y enunciados correspondien­ tes. Por ejemplo, así como mi enunciado de que John cree que el rey Arturo mató a Sir Lancelot es Intensional-con-s porque el enunciado es una representación de la creencia de John, así mi creencia de que John cree que el rey Arturo mató a Sir Lancelot es un estado mental Intensional-con-s porque es un estado Intencional que es una repre­ sentación de la creencia de John, y así sus condiciones de satisfacción dependen de los rasgos de la representación que se representa y no de las cosas representadas por la representación original. Pero, desde luego, del hecho de que mi creencia sobre la creencia de John es Intensional-con-s no se sigue que la creencia de John sea Intensionalcon-s. Para decirlo una vez más, su creencia es extensional; mi creen­ cia sobre su creencia es intensional. (b) Hasta ahora he intentado explicar la Intencionalidad de los estados mentales apelando a nuestra comprensión de los actos de ha­ bla. Pero, por supuesto, el rasgo de los actos de habla al que he estado apelando es precisamente sus propiedades representativas, esto es, su Intencionalidad-con-c. Así la noción de Intencionalidad-con-c, se aplica igualmente a los estados mentales y a las entidades lingüísticas tales como actos de habla y oraciones, por no mencionar mapas, dia­ gramas, listas de la lavandería, cuadros y otras muchas cosas. Y es por esta razón por lo que la explicación de la Intencionalidad ofrecida en este capítulo no es un análisis lógico en el sentido de dar condiciones necesarias y suficientes en términos de nociones más sim­ ples. Si intentásemos tratar la explicación como un análisis, sería de­ sesperadamente circular, dado que el rasgo de los actos de habla que he estado usando para explicar la Intencionalidad de ciertos estados mentales es precisamente la Intencionalidad de los actos de habla. En mi opinión, no es posible dar un análisis lógico de la Intencionalidad de lo mental en términos de nociones más simples, ya que la Intencio­ nalidad es, por así decirlo, una propiedad primaria de la mente, no un rasgo lógicamente complejo construido por combinación de elementos más simples. No hay un punto de vista neutral desde el cual podamos examinar las relaciones entre los estados Intencionales y el mundo y, a continuación, describirlos en términos no-Intencionales. Cualquier ex­ plicación de la Intencionalidad tiene lugar, por tanto, en el círculo de los conceptos Intencionales. Mi estrategia ha sido usar nuestra com­

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prensión de cómo funcionan los actos de habla para explicar cómo funciona la Intencionalidad de lo mental, pero esto plantea nuestra próxima cuestión: ¿Cuál es la relación entre la Intencionalidad de lo mental y la Intencionalidad de lo lingüístico? IV.

SIGNIFICADO

Hay una obvia disparidad entre los estados Intencionales y los ac­ tos de habla, que viene sugerida por la misma terminología que hemos estado empleando. Los estados mentales son estados, y los actos de habla son actos, esto es: realizaciones Intencionales. Y esta diferencia tiene una consecuencia importante para el modo en el que un acto de habla se relaciona con su materialización física. La realización efec­ tiva en la que el acto de habla se lleva a cabo, implicará la producción (o uso o representación) de alguna entidad física, tales como los soni­ dos hechos con la boca o las marcas en el papel. Las creencias, temo­ res, esperanzas y deseos, por otro lado, son intrínsecamente Intencio­ nales. Caracterizarlos como creencias, temores, esperanzas y deseos es atribuirles ya Intencionalidad. Pero los actos de habla tienen un ni­ vel de materialización física, qua actos de habla, que no es intrínseca­ mente Intencional. No hay nada intrínsecamente Intencional en los productos del acto de emisión, esto es: los ruidos que salen de mi boca o las marcas que hago sobre el papel. Ahora bien, el problema del significado en su forma más general es el problema de cómo pasa­ mos de la física a la semántica; es decir, ¿cómo pasamos, por ejemplo, de los sonidos que salen de mi boca al acto ilocucionario? Y el exa­ men desarrollado en este capítulo nos da, yo creo, un nuevo modo de ver esa cuestión. Desde el punto de vista de esta discusión, el pro­ blema del significado puede plantearse como sigue: ¿Cómo impone la mente Intencionalidad sobre entidades que no son intrínsecamente In­ tencionales, sobre entidades tales como sonidos y marcas que son, en­ tendidas en un sentido, simples fenómenos físicos del mundo como otros cualesquiera? Una emisión puede tener Intencionalidad, co­ mo una creencia tiene Intencionalidad, pero, mientras que la Intencio­ nalidad de la creencia es intrínseca, la Intencionalidad de la emisión es derivada. La cuestión es entonces: ¿Cómo se deriva su Intenciona­ lidad? Hay un doble nivel de Intencionalidad en la realización de un acto de habla. Hay, en primer lugar, el estado Intencional expresado y en segundo lugar está la intención, en el sentido ordinario y no en el téc­ nico de la palabra, con la que la emisión se hace. Ahora bien, es este segundo estado Intencional, que es la intención con la cual el acto de habla se ejecuta, el que da la Intencionalidad a los fenómenos físicos.

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Pero ¿cómo funciona? El desarrollo de una respuesta a esta cuestión tiene que esperar hasta el Capítulo 6, pero a grandes rasgos la res­ puesta es ésta: la mente impone Intencionalidad sobre entidades que no son intrínsecamente Intencionales confiriendo intencionalmente las condiciones de satisfacción del estado psicológico expresado a la en­ tidad física externa. El doble nivel de Intencionalidad del acto de ha­ bla puede ser descrito diciendo que al emitir Intencionalmente algo con un determinado conjunto de condiciones de satisfacción, aquellas que son especificadas por la condición esencial para ese acto de hala, yo he convertido a la expresión en Intencional, y así he expresado ne­ cesariamente el correspondiente estado psicológico. Yo no podría ha­ cer un enunciado sin expresar una creencia o hacer una promesa sin expresar una intención, porque la condición esencial del acto de habla tiene como condiciones de satisfacción las mismas condiciones de sa­ tisfacción que el estado Intencional expresado. Así, impongo Intencio­ nalidad a mis emisiones confiriéndoles intencionalmente ciertas con­ diciones de satisfacción que son las condiciones de satisfacción de ciertos estados psicológicos. Esto también explica la conexión interna entre la condición esencial y la condición de sinceridad del acto de ha­ bla. La clave del significado es simplemente que puede ser parte de las condiciones de satisfacción (en el sentido de ser un requisito) de mi intención que sus condiciones de satisfacción (en el sentido de las cosas requeridas) deberían ellas mismas tener condiciones de satisfac­ ción. Éste es el doble nivel. «Significado» es una noción que literalmente se aplica a nociones y actos de habla, pero no se aplica en este sentido a estados Intencio­ nales. Tiene bastante sentido preguntar, por ejemplo, lo que significa una oración o emisión, pero no lo tiene, en ese sentido, preguntar lo que significa una creencia o un deseo. Pero ¿por qué no, dado que tanto la entidad lingüística como el estado Intencional son Intenciona­ les? El significado existe sólo donde hay una distinción entre el conte­ nido Intencional y la forma de su exteriorización, y preguntar por el significado es preguntar por un contenido Intencional unido a la forma de su exteriorización. De este modo, tiene sentido preguntar el signifi­ cado de la oración «Es regnet» y tiene sentido preguntar el significado del enunciado de John, esto es: preguntar lo que quiso decir; pero no tiene sentido preguntar por el significado de la creencia de que está lloviendo o el significado del enunciado de que está lloviendo; en el primer caso porque no hay separación entre la creencia y el contenido Intencional, y en el segundo porque la separación ha sido ya salvada cuando especificamos el contenido del enunciado. Como es normal, las rasgos sintácticos y semánticos de los verbos correspondientes nos dan unas útiles muestras de lo que ocurre. Si yo digo algo de la forma «John cree que p», esa oración puede valer por

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sí sola. Pero, si digo «John quiere decir que p», esa oración parece re­ querir o al menos invita a que se acabe de la forma: «al emitir tal y tal» o «al decir tal y tal John quiere decir que p». John no podría que­ rer decir que p a menos que estuviera diciendo o haciendo algo por medio de lo cual él quisiera decir que p, mientras que John puede sim­ plemente creer que p sin hacer nada. Quiere decir que p no es un es­ tado Intencional que pueda valer por sí solo en el sentido en que lo es el creer que p. Para querer decir que p, debe haber alguna acción pú­ blica. En lo que se refiere a «John enunció que p» la acción pública es explícita. Enunciar es un acto a diferencia de creer y querer decir, que no son actos. Enunciar es un acto ilocucionario que, en otro nivel de descripción, es un acto de emisión. Es la realización del acto de emi­ sión con un determinado conjunto de intenciones lo que convierte al acto de emisión en un acto ilocucionario y así impone Intencionalidad a la emisión. Diré más cosas sobre esto en el Capítulo 6. V.

CREENCIA Y DESEO

Muchos filósofos piensan que creencia y deseo son de algún modo los estados Intencionales básicos, y en esta sección quiero explorar al­ gunas de las razones a favor y en contra de afirmar su primacía. Los tomaré muy ampliamente para agrupar, en el caso de la creencia: sen­ tir certeza, tener un presentimiento, suponer y muchos otros grados de convicción; y, en el caso del deseo: querer, anhelar, codiciar y ansiar, y otros muchos grados de deseo. Obsérvese desde el principio que in­ cluso en estas listas hay diferencias aparte de los meros grados de intensidad. Tiene sentido decir de algo que creo que he hecho. Me gustaría no haberlo hecho pero es mal español decir Quiero/deseo no haberlo hecho. Así, entendiendo «deseo» ampliamente necesitaremos considerar ca­ sos de «deseo» dirigidos a estados de cosas que se sabe o se cree que han tenido lugar en el pasado, como cuando a mí me gustaría no haber hecho algo o me alegro de haber hecho otra cosa. Admitiendo estas desviaciones del español ordinario, demos un nombre a dos amplias categorías a las que rotularemos como «Cre» y «Des», y veamos hasta qué punto son básicas. Veamos lo lejos que podemos llegar con estas categorías que corresponden aproximadamente a partes de las grandes categorías tradicionales de Cognición y Volición. ¿Podemos reducir

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INTENCIONALIDAD

otras formas de Intencionalidad a Cre y Desl Si así fuera, podríamos no sólo simplificar el análisis sino también eliminar todas las formas de Intencionalidad que no tienen dirección de ajuste, ya que se reduci­ rían a las dos direcciones de ajuste de Cre y Des, y podríamos incluso eliminar casos tales como el amor y el odio que no tienen una proposi­ ción completa como contenido Intencional, demostrando que se redu­ cen a complejos de Cre y Des. Para comprobar esta hipótesis, necesitamos primero establecer qué casos de Des, esto es: desear, querer, anhelar, etc., tienen proposicio­ nes completas como contenidos Intencionales. Ese rasgo se nos oculta por el hecho de que en la estructura superficial del español tenemos oraciones tales como «Quiero tu casa» que parecen ser análogas a «Me gusta tu casa». Pero un simple argumento sintáctico mostrará que la estructura superficial es engañosa y que querer es ciertamente una actitud proposicional. Considérese la oración 1 want your house next summer. Quiero tu casa el próximo verano. ¿Qué modifica «el próximo verano»? No puede ser «quiero» porque la frase no significa I next—summer— want your house, Yo el próximo —verano— quiero tu casa, dado que es perfectamente consistente decir / now want your house next summer though by next sum­ mer I won’t want your house. Yo ahora quiero tu casa para el próximo verano aunque el próximo verano no querré tu casa. Lo que la oración debe significar es I want (I have your house next summer), Yo quiero (Yo tengo tu casa el próximo verano), y podemos decir que la frase adverbial modifica el verbo «tener» de la estructura profunda o, si somos reacios a postular tales estructuras sintácticas profundas, podemos simplemente decir que el conteni­ do semántico «Yo quiero tu casa» es: yo quiero que yo tenga tu casa. Ya que cualquier ocurrencia de una oración de la forma «O {qufeere X» puede llevar tales modificadores, podemos concluir que todos los ca­

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sos de Des son actitudes preposicionales, esto es: todos ellos tienen proposiciones completas como contenidos Intencionales. Ahora volvamos a nuestra cuestión, ¿podemos reducir todos (al­ gunos, muchos) los estados Intencionales a Cre y Des? Si nos permi­ timos un aparato de constantes lógicas, operadores modales, indicado­ res temporales y contenidos proposicionales implicados, podemos avanzar mucho en el camino de realizar muchas reducciones, quizás podamos ir tan lejos como necesitamos ir para la mayoría de los pro­ pósitos analíticos, pero no creo que podamos recorrer todo el camino excepto en muy pocos casos. Consideremos el temor. Un hombre que teme que p debe creer que es posible que p y debe querer que se dé el caso de no p; de este modo: Temo (p) —» Cre (0 p) A Des (—ip). Pero ¿son equivalentes? ¿Es lo siguiente una verdad necesaria? Cre (0 p) A Des (—ip) Cre (p) A Des

( —1p).

El arrepentimiento establece una restricción adicional respecto del la­ mento ya que el contenido proposicional debe referirse a cosas que tengan que ver con la persona que se arrepiente. Yo puedo arrepentirme, por ejemplo de no haber sido capaz de ir a tu fiesta pero no puedo arrepentirme de que llueva, incluso aunque pueda lamentar que llueva. Me arrepiento (p) —>Cre (p) A Cre (p está relacionado conmigo) A Des ( —1p). El remordimiento añade un elemento de responsabilidad: Tengo remordimiento (p) —> Cre (p) A Des (Yo soy responsable de p).

( —1p)

y Cre

La culpa es como el remordimiento, sólo que es dirigida posiblemente a algún otro, así, Culpar a Y de que (p) —» Cre (p) A Des responsable de p).

( - 1 p)

A Cre (X es

En este análisis el remordimiento incluye necesariamente el culparse a uno mismo. El agrado, la esperanza, el orgullo y la vergüenza son también bastante simples: Me agrada que (p) —> Cre (p) A Des (p). La esperanza requiere incertidumbre sobre si el estado esperado se ob­ tiene realmente. De este modo, Espero (p) —>—1Cre (p) A Cre (—1p) A Cre (0 p) A Des (p).

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Estar orgulloso y sentir vergüenza requieren alguna conexión con el agente, aunque no necesita ser tan fuerte como la responsabilidad puesto que uno puede estar orgulloso o sentirse avergonzado por el ta­ maño de su nariz o por uno de sus antepasados. Además, el sentir ver­ güenza incluye, ceteris paribus, un deseo de ocultar, el estar orgulloso un deseo de hacer saber. De este modo, Estar orgulloso (p) —» Cre (p) A Des (p) A Cre (p está re­ lacionado conmigo) A Des (otros sepan que p). Sentir vergüenza (p) —> Cre (p) A Des (—ip) A Cre (p está relacionada conmigo) A Des (p está oculto por los demás). Es también fácil ver cómo estos análisis consideran la estructura for­ mal de estados Intencionales de segundo (tercero, enésimo) orden. Uno puede sentir vergüenza de sus propios deseos; se puede desear avergonzarse; uno puede sentirse avergonzado de su deseo de sentirse avergonzado, etc. Esta lista puede obviamente continuarse y la dejo como un fácil ejercicio para que el lector la continúe con estados de su elección. El método es muy simple. Tómese un tipo específico de estado Intencio­ nal con un contenido Intencional específico. Entonces pregúntese a uno mismo qué se debería creer y desear a fin de tener ese estado In­ tencional con ese contenido. Ciertamente esta corta lista sugiere algu­ nas generalizaciones significativas acerca de la primacía de Cre y Des. En primer lugar, todos estos estados afectivos son explicados con más precisión como formas de deseo, dada una creencia. Esto es, parece un error pensar en la estructura formal del orgullo, la esperanza, la ver­ güenza, el remordimiento, etc., como una simple conjunción de creen­ cia y deseo. Más bien, todos los casos que hemos considerado (ex­ cepto las expectativas) así como el disgusto, la alegría, el pánico, etc., parecen ser formas más o menos fuertes de un deseo negativo y posi­ tivo dada, o presuponiendo, una creencia. De este modo, si estoy con­ tento de haber ganado la carrera, tengo una caso de Fuerte Des (Yo gané la carrera). dada Cre (Yo gané la carrera). Si desaparece la creencia, desaparece la alegría y lo que queda es sim­ plemente la frustración, esto es: un deseo de que gane la carrera im­ puesto sobre una creencia frustrada. Además, aparte de la relación ló­ gica de presuposición, que se deja fuera al tratar los estados como

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conjunciones de Cre y Des, existen también relaciones causales inter­ nas que el análisis conjuntivo ignora. Por ejemplo, a veces uno se siente avergonzado porque cree que ha hecho algo mal, aunque la cre­ encia es también una presuposición lógica en el sentido de que no se podría tener ese sentimiento sin esa creencia. Y esto lleva a una ter­ cera razón por la que no podemos tratar estos estados simplemente como conjunciones de Cre y Des. En muchos de estos casos hay senti­ mientos conscientes que no se capturan en un análisis del estado en Cre y Des, que no necesitan ser conscientes en absoluto. De este modo, si tengo pánico, alegría, disgusto o terror, debe haber algún es­ tado consciente en el que yo esté además de tener ciertas creencias y deseos. Y en la medida en que algunos de nuestros ejemplos no re­ quieren que yo esté en un estado consciente, estamos inclinados a pensar que el análisis en Cre y Des está próximo a ser exhaustivo. De este modo, si me arrepiento de haber hecho algo, mi arrepentimiento puede simplemente consistir en mi creencia de que hice algo y mi de­ seo de no haberlo hecho. Cuando digo que hay un estado consciente no quiero decir que haya siempre una «pura y simple sensación» su­ mada a la creencia y el deseo, que podríamos simplemente descompo­ ner y analizar por sí sola. A veces la hay, como en aquellos casos de terror donde se siente una fuerte sensación en la boca del estómago. La sensación puede continuar durante un tiempo incluso después de que el temor haya pasado. Pero el estado consciente no tiene por qué ser una sensación corporal; y en muchos casos, la codicia y el disgusto por ejemplo, el deseo será una parte del estado consciente por lo que no hay forma de descomponer el estado consciente dejando solamente la Intencionalidad de creencia y deseo, esto es, los estados conscientes que son parte de la codicia y el disgusto son deseos conscientes. Quizás el caso más difícil de todos es la intención. Si yo tengo la intención de hacer A, debo creer que me es posible hacer A y debo, en algún sentido, querer hacer A. Pero sólo obtenemos un análisis de la intención a partir de lo siguiente. Tener intención (Yo hago A) —» Cre (0 Yo hago A) y Des (Yo hago A). El elemento adicional se deriva del papel causal especial de las in­ tenciones al producir nuestro comportamiento y no estaremos en posi­ ción de analizar esto hasta los Capítulos 3 y 4. Pero ¿qué sucede con aquellos estados que aparentemente no re­ quieren proposiciones completas como contenidos, tales como el amor, el odio y la admiración? Ciertamente estos casos incluyen con­ juntos de creencias y deseos, como lo muestra lo absurdo de imaginar a un hombre que está locamente enamorado pero que no tiene creen-

LA NATURALEZA DE LOS ESTADOS INTENCIONALES

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cias o deseos respecto a todo lo que tenga que ver con la persona amada, ni siquiera una creencia de que tal persona existe. Un hombre enamorado debe creer que la persona que ama existe (o ha existido o existirá) y que tiene ciertas características, y debe tener un conjunto de deseos respecto de lo amado, pero no hay forma de detallar el con­ junto de creencias y deseos como parte de la definición de «amor». Los aspectos bajo los cuales alguien es amado pueden ser diferentes clases de características y notoriamente los amantes tienen conjuntos de deseos muy distintos en relación a lo amado. La admiración es me­ nos complicada y, de algún modo, podemos conseguir con ella más que con el amor y el odio. Si Jones admira a Cárter, entonces debe creer que existe tal persona y que tiene ciertos rasgos que Jones se ale­ gra de que los tenga y que Jones los encuentra buenos. Pero en cual­ quier caso real de admiración es poco probable que sea ésta toda la historia. Cualquiera que admire a Cárter podría también desear que más gente, quizás él mismo incluido, fuera como Cárter, que Cárter continúe teniendo los rasgos que él admira, etc. El cuadro que está ahora empezando a surgir de esta discusión es éste. Nuestra explicación original de la Intencionalidad en términos de representación y condiciones de satisfacción no es tan restringida como podría parecer superficialmente. Muchos casos que aparente­ mente no tienen una dirección de ajuste y por tanto no tienen aparen­ temente condiciones de satisfacción, contienen creencias y deseos que tienen direcciones de ajuste y condiciones de satisfacción. La alegría y la pena, por ejemplo, son sentimientos que no se reducen a Cre y Des, pero en lo que se refiere a su Intencionalidad, no tienen ninguna Inten­ cionalidad además de Cre y Des; en cada caso, su Intencionalidad es una forma de deseo dadas ciertas creencias. En el caso de la alegría, uno cree que su deseo es satisfecho; en el caso de la pena, uno cree que no. E incluso los casos no proposicionales son sentimientos, cons­ cientes o inconscientes, cuya Intencionalidad es en parte explicable en términos de Cre y Des. Los sentimientos especiales de amor y odio no son ciertamente equivalentes a Cre y Des, pero al menos una parte im­ portante de la Intencionalidad del amor y del odio es explicable en tér­ minos de Cre y Des. La hipótesis que, en pocas palabras, mantiene nuestro breve análi­ sis no es que todas o incluso muchas formas de Intencionalidad se re­ duzcan a Cre y Des —esto es completamente falso—, sino más bien que todos los estados Intencionales, incluso aquellos que no tienen una proposición completa como contenido, contienen sin embargo una Cre o un Des o ambos, y que en muchos casos la Intencionalidad del estado se explica por la Cre o el Des. Si esa hipótesis es cierta, enton­ ces el análisis de la Intencionalidad en términos de representación de condiciones de satisfacción bajo ciertos aspectos y con una cierta di­

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INTENCIONALIDAD

rección de ajuste es muy general en su aplicación y no está limitado simplemente a los casos generales. En la medida en que el lector en­ cuentre esta hipótesis plausible, encontrará plausible que este libro ofrezca los comienzos de una teoría general de la Intencionalidad; en la medida en que no la encuentre plausible el análisis será simple­ mente una teoría especial que trata el gran número de casos centrales. Además de las razones para rechazar el análisis conjuntivo, las mayores limitaciones para explicar la Intencionalidad en términos de Cres y Des me parece que son, primero, que el análisis no es lo sufi­ cientemente detallado como para distinguir entre estados Intenciona­ les que son significativamente diferentes. Por ejemplo, estar molesto de que p, estar triste de que p y sentir que p, son todos casos de Cree (p) A Des (p) pero no son, evidentemente, los mismos estados. Además de esto, con algunos estados no se puede ir muy lejos con esta clase de análisis. Por ejemplo, si me divierte que los demócratas hayan perdido las elec­ ciones debo Cre que han perdido las elecciones, pero ¿qué más? No tengo que tener ningún Des de ninguna clase y no tengo siquiera que Cre que la situación es au fond divertida, aunque a mí personalmente me divierta. Sin embargo, creo que el poder y el alcance de una aproximación a la Intencionalidad en términos de condiciones de satisfacción será más evidente cuando volvamos en los dos próximos capítulos a las que yo considero las formas biológicamente primarias de Intencionali­ dad, la percepción y la acción. Sus contenidos Intencionales difieren de las creencias y deseos en un aspecto crucial: tienen causación In­ tencional en sus condiciones de satisfacción y esto tendrá consecuen­ cias que no podemos establecer claramente aún. Las creencias y los deseos no son formas primarias, sino más bien son formas descolori­ das de experiencias más primordiales al percibir y al actuar. La inten­ ción, por ejemplo, no es una forma elevada de deseo; sería más exacto pensar el deseo como una forma desteñida de intención, intención con la causación Intencional empalidecida.

2.

L A IN T E N C IO N A L ID A D D E L A P E R C E P C IÓ N

I

Tradicionalmente el «problema de la percepción» ha sido el pro­ blema de cómo nuestras experiencias perceptivas internas se relacio­ nan con el mundo externo. Creo que deberíamos ser muy suspicaces frente a este modo de formular el problema, puesto que la metáfora espacial de lo intemo y lo extemo, o interior y exterior, resiste cual­ quier interpretación clara. Si mi cuerpo, junto con todas sus partes in­ ternas, es parte del mundo externo, como seguramente lo es, entonces ¿dónde se supone que está el mundo interno? ¿En qué espacio es lo interno relativo al mundo externo? ¿Exactamente en qué sentido están mis experiencias perceptivas ‘aquí dentro’ y el mundo ‘allí fuera’? No obstante, estas metáforas son persistentes y quizás incluso inevitables y, por esa razón, revelan ciertos presupuestos subyacentes que tendre­ mos que explorar. Mi propósito en este capítulo no es, excepto incidentalmente, dis­ cutir el problema tradicional de la percepción, sino más bien estable­ cer una explicación de las experiencias perceptivas dentro del con­ texto de la teoría de la Intencionalidad que fue diseñada en el capítulo anterior. Como la mayoría de los filósofos que tratan de la percepción, daré ejemplos que conciernen principalmente a la visión, aunque la explicación, si es correcta, debería ser general en su aplicación. Cuando estoy detenido y miro un coche, digamos un ranchera amarillo, a plena luz del día y sin impedimentos visuales, veo el co­ che. ¿Cómo funciona la visión? Bien, hay una larga historia en óptica y en neurofisiología sobre como funciona, pero no es eso a lo que me refiero. Me refiero a cómo funciona en realidad conceptualmente; ¿cuáles son los elementos que van a integrar las condiciones de ver­ dad de las oraciones de la forma « jc ve y» donde jc es un perceptor, hu­ mano o animal, e y es, por ejemplo, un objeto material? Cuando veo un coche, o cualquier otra cosa, tengo una cierta clase de experiencia visual. En la percepción visual del coche no veo la experiencia visual, veo el coche; pero al ver el coche tengo una experiencia visual, y la experiencia visual es una experiencia de el coche, en un sentido de «de» que tendremos que explicar. Es importante enfatizar que aunque la percepción visual siempre tiene como componente una experiencia [51]

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visual, no es la experiencia visual la que es vista, en cualquier sentido literal de «ver», porque si cierro mis ojos la experiencia visual cesa, pero el coche, la cosa que veo, no cesa. Además, en general no tiene sentido adscribir a la experiencia visual las propiedades de la cosa de la que es experiencia visual, la cosa que veo. Por ejemplo, si el coche es amarillo y tiene cierta forma característica de un ranchera, enton­ ces aunque mi experiencia visual sea la de un objeto amarillo en la forma de un ranchera no tiene sentido decir que mi experiencia visual misma es amarilla o que tiene la forma de un ranchera. Color y forma son propiedades accesibles a la visión, pero aunque mi experiencia vi­ sual es un componente de cualquier percepción visual, la experiencia visual no es ella misma un objeto visual, no es vista ella misma. Si pretendemos negar este punto nos colocamos en la absurda situación de identificar dos cosas con forma de rancheras amarillos en la situa­ ción perceptiva, el ranchera amarillo y la experiencia visual. Al introducir la noción de una experiencia visual estoy distin­ guiendo entre experiencia y percepción de una manera que se clarifi­ cará en la siguiente discusión. La noción de percepción implica la no­ ción de éxito de un modo que la noción de experiencia no lo hace. La experiencia tiene que determinar qué cuenta como éxito pero uno puede tener una experiencia sin éxito, esto es: sin percepción. Pero a este respecto el epistemólogo clásico seguramente querrá objetar lo que sigue: supongamos que no hay ningún coche allí, su­ pongamos que todo es una alucinación; ¿qué ves entonces? Y la res­ puesta es que si no hay ningún coche allí entonces, en lo que al coche se refiere, no veo nada. Puede parecerme exactamente como si estu­ viese viendo un coche pero si no hay ningún coche no veo nada. Puedo ver un fondo de ramas o un garaje o una calle, pero si estoy su­ friendo una alucinación de un coche entonces no veo un coche, o una experiencia visual, o un dato sensorial, o una impresión, o cualquier otra cosa, aunque realmente sí que tengo la experiencia visual y la ex­ periencia visual puede ser indistinguible de la experiencia visual que habría tendido si de hecho hubiese visto un coche. Varios filósofos han negado la existencia de experiencias visuales. Creo que estos rechazos se basan en una compresión inadecuada de las cuestiones implicadas. Discutiré esta cuestión más tarde. Pero en este momento, dando por sentado que hay experiencias visuales, quiero argumentar a favor de un punto que ha sido a menudo igno­ rado en las discusiones de filosofía de la percepción, a saber: que las experiencias visuales (y otros géneros de percepción) tienen Intencio­ nalidad. La experiencia visual está tanto dirigida hacia o es de obje­ tos y estados de cosas en el mundo como cualquiera de los estados In­ tencionales paradigmáticos que discutimos en el capítulo anterior, tales como la creencia, el miedo o el deseo. Y el argumento a favor de

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esta conclusión es simplemente que la experiencia visual tiene condi­ ciones de satisfacción en exactamente el mismo sentido que las creen­ cias y los deseos tienen condiciones de satisfacción. No puedo separar más esta experiencia visual del hecho de que es una experiencia de un ranchera amarillo de lo que puedo separar esta creencia del hecho de que es una creencia de que está lloviendo; el «de» de «experien­ cia de» es, en resumen, el «de» de Intencionalidad1. En ambos casos, creencia y experiencia visual, podríamos estar equivocados sobre qué estados de cosas existen realmente en el mundo. Quizás estoy su­ friendo una alucinación y quizás no esté lloviendo realmente. Pero obsérvese que en cada caso lo que cuenta como un error, sea una alu­ cinación o una creencia falsa, está ya determinado por el estado o por el evento Intencional en cuestión. En el caso de la creencia, aunque esté de hecho equivocado, yo sé lo que debe ser el caso para no estar equivocado y decir eso es simplemente decir que el contenido Inten­ cional de la creencia determina sus condiciones de satisfacción, deter­ mina bajo qué condiciones la creencia es verdadera o falsa. Pues bien, exactamente de modo análogo quiero decir que en el caso de la expe­ riencia visual, aunque esté sufriendo una alucinación, yo sé lo que debe ser el caso para que la experiencia no sea una alucinación y de­ cir eso es simplemente decir que el contenido Intencional de la expe­ riencia visual determina sus condiciones de satisfacción; determina lo que debe ser el caso para que la experiencia no sea una alucinación en exactamente el mismo sentido en que el contenido de la creencia de­ termina sus condiciones de satisfacción. Supóngase que nos pregunta­ mos, «¿de qué modo es relevante la presencia o ausencia de lluvia con respecto a mi creencia de qué está lloviendo, puesto que, después de todo, la creencia es simplemente un estado mental?». Ahora bien, análogamente, podemos preguntar «¿de qué modo es relevante la pre­ sencia o ausencia de un ranchera amarillo puesto que, después de todo, la experiencia visual es simplemente un evento mental?». Y la respuesta en ambos casos es que las dos formas de fenómenos menta­ les, creencia y experiencia visual, son intrínsecamente Intencionales. Interno a cualquier fenómeno existe un contenido Intencional que de­ termina sus condiciones de satisfacción. El argumento de que las ex­ periencias visuales son intrínsecamente Intencionales es, en suma, que tienen condiciones de satisfacción que son determinadas por los contenidos de la experiencia en exactamente el mismo sentido que1 1 Como observamos en el Capítulo 2, el lenguaje ordinario es engañoso a este res­ pecto, porque hablamos de una experiencia de dolor y de una experiencia de rojez, pero en el primer caso la experiencia solamente es el dolor y el «de» no es el «de» de Intencionalidad, y en el segundo caso la experiencia no es ella misma roja, y el «de» es Intencional.

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otros estados Intencionales tienen condiciones de satisfacción que son determinadas por el contenido de los estados. Ahora bien, al trazar una analogía entre experiencia visual y creencia no pretendo sugerir que sean semejantes en todos sus aspectos. Más tarde mencionaré va­ rias diferencias cruciales. Si aplicamos el aparato conceptual desarrollado en el capítulo an­ terior podemos establecer varias similitudes importantes entre la In­ tencionalidad de la percepción visual y, por ejemplo, la creencia. 1. El contenido de la experiencia visual, como el contenido de la creencia, es siempre equivalente a una proposición completa. La expe­ riencia visual no es nunca simplemente de un objeto, sino más bien debe siempre ser de que tal y tal es el caso. Siempre que, por ejemplo, mi experiencia visual es de un ranchera debe ser también una expe­ riencia, parte de cuyo contenido es, por ejemplo, que hay un ranchera frente a mí. Cuando digo que el contenido de la experiencia visual es equivalente a una proposición completa no quiero decir que sea lin­ güístico, sino más bien que el contenido requiere la existencia de un estado de cosas completo si ha de ser satisfecho. No se refiere simple­ mente a un objeto. El correlato lingüístico de este hecho es que la es­ pecificación verbal de las condiciones de satisfacción de la experien­ cia visual toma la forma de la expresión verbal de una proposición completa y no simplemente de una expresión nominal, pero esto no implica que la experiencia visual sea en sí misma verbal. Desde el punto de vista de la Intencionalidad, todo ver es ver que: siempre que sea verdad decir que x ve y debe ser verdad que jc ve que tal y tal es el caso. De este modo en nuestro ejemplo anterior el contenido de la per­ cepción visual no se explicita en la forma: Tengo una experiencia visual de un ranchera amarillo2, sin embargo, un primer paso al explicitar el contenido sería, por ejemplo, Tengo una experiencia visual (de que hay un ranchera amarillo allí).

2 Obsérvese que, de nuevo, cuando estamos simplemente especificando el conte­ nido Intencional no podemos usar expresiones como «veo» o «percibo» puesto que im­ plican éxito, implican que las condiciones de satisfacción son de hecho satisfechas. Decir que tengo una experiencia visual de que hay un ranchera amarillo allí es simple­ mente especificar el contenido Intencional. Decir que veo o percibo que hay un ran­ chera amarillo allí implica que el contenido es satisfecho.

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El hecho de que las experiencias visuales tengan contenidos Intencio­ nales preposicionales es una consecuencia inmediata (y trivial) del he­ cho de que tengan condiciones de satisfacción, porque las condiciones de satisfacción son siempre que tal y tal es el caso. Hay un argumento sintáctico adicional a favor de la misma conclusión. Del mismo modo que los verbos de deseo tienen modifi­ cadores temporales que requieren que postulemos una proposición completa como el contenido del deseo, así el verbo «ver» toma modi­ ficadores espaciales que bajo interpretaciones naturales requieren que postulemos una proposición completa como el contenido de la expe­ riencia visual. Cuando digo, por ejemplo, «veo un ranchera frente a mí», normalmente no quiero decir que veo un ranchera que también está casualmente frente a mí sino más bien esto: veo que hay un ran­ chera frente a mí. Un indicio adicional de que la forma «veo que» ex­ presa el contenido Intencional de la experiencia visual es que esta forma es Intensional-con-s con respecto a la posibilidad de sustitución puesto que los enunciados en tercera persona de la forma «x ve y» son (en general) extensionales. Cuando al hacer un informe en tercera per­ sona usamos la forma «ve que» estamos obligados a informar del con­ tenido de la percepción, cómo le parecía al perceptor, de una forma en la que no estamos obligados de la misma manera al usar una expre­ sión nominal simple como objeto directo de «ver». De este modo, por ejemplo, Jones vio que el presidente del banco estaba delante del banco, juntamente con los enunciados de identidad El presidente del banco es el hombre más alto de la ciudad

y El banco es el edificio más bajo de la ciudad, no entraña: Jones vio que el hombre más alto de la ciudad estaba pa­ rado frente al edificio más bajo de la ciudad. Pero Jones vio al presidente del banco

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juntamente con el enunciado de identidad sí que entraña: Jones vio al hombre más alto de la ciudad. La explicación más obvia de esta distinción es que la forma «veo que» me informa del contenido Intencional de la percepción. Cuando en los informes de tercera persona decimos que un sujeto vio que p, estamos obligados a informar del contenido Intencional de la percepción vi­ sual, pero la forma «veo x» informa sólo del objeto Intencional y no compromete al informante con el contenido, con el aspecto bajo el cual el objeto Intencional se percibió. Exactamente la misma cuestión —el hecho de que el contenido In­ tencional de la percepción visual es un contenido proposicional com­ pleto— se ilustra también por la distinción siguiente: Jones vio un ranchera amarillo, pero no sabía que era un ranchera amarillo, es perfectamente consistente; pero Jones vio que había un ranchera amarillo frente a él pero no sabía que había un ranchera amarillo frente a él. es extraño y quizás incluso autocontradictorio. La forma «veo x» no obliga al informante a informar de cómo le parecía al agente, pero la forma «veo que» sí lo hace, y un informe de cómo le parecía al agente es, en general, una especificación del contenido Intencional. 2. La percepción visual, como la creencia, y a diferencia del de­ seo y la intención, siempre tiene la dirección de ajuste mente-amundo. Si las condiciones de satisfacción no se cumplen de hecho, como en el caso de la alucinación, error, ilusión, etc., es la experiencia visual y no el mundo la que está equivocada. En tales casos decimos que «nuestros sentidos nos engañan» y si bien no describimos nues­ tras experiencias visuales como verdaderas o falsas (porque estas palabras son más apropiadas cuando se aplican a ciertas clases de re­ presentaciones, y las experiencias visuales son más que simples repre­ sentaciones, un punto éste al que volveré en seguida) ciertamente nos sentimos inclinados a describir el fracaso en alcanzar el ajuste en tér­ minos tales como «engaño», «despiste», «distorsión», «ilusión», y «error», y diversos filósofos han introducido la palabra «verídico» para describir el éxito al lograr el ajuste. 3. Las experiencias visuales, como las creencias y los deseos, se identifican y se describen característicamente en términos de su conte­

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nido Intencional. No hay ningún modo de dar una descripción com­ pleta de mi creencia sin decir que es una creencia de que y similar­ mente no hay modo de describir mi experiencia visual sin decir que es una experiencia de. El error filosófico característico en el caso de la experiencia visual ha sido suponer que los predicados que especifican las condiciones de satisfacción de la experiencia visual son literal­ mente verdaderos de la experiencia misma. Pero, repitiendo el punto mencionado anteriormente, es un error categorial suponer que cuando veo un ranchera amarillo la experiencia visual misma es también amarilla y de la forma de un ranchera. Del mismo modo que cuando creo que está lloviendo no tengo literalmente una creencia húmeda, así también cuando veo algo amarillo no tengo literalmente una expe­ riencia visual amarilla. Se podría decir también que mi experiencia vi­ sual es de seis cilindros o de cien kilómetros cada diez litros lo mismo que es amarilla o que tiene la forma de un ranchera. Estamos tentados a cometer el error de adscribir los últimos predicados (más bien que los primeros) a la experiencia visual, porque el contenido Intencional especificado por «amarillo» y «tiene forma de un ranchera» tiene ma­ yor inmediatez respecto de las experiencias visuales que la que tienen los otros predicados por razones que mencionaremos en la siguiente sección. Hay muchas cosas que se pueden decir sobre los estados y eventos Intencionales que no son especificaciones de sus contenidos Intencio­ nales y donde los predicados son literalmente verdaderos de los esta­ dos y eventos. Se puede decir de una experiencia visual que tiene una cierta duración temporal o que es agradable o desagradable, pero estas propiedades de la experiencia no deben ser confundidas con su conte­ nido Intencional, aun cuando en ocasiones esas mismas expresiones podrían especificar también rasgos de su contenido Intencional. Es un poco difícil saber cómo se podría argumentar a favor de la existencia de experiencias perceptivas a alguien que negase su exis­ tencia. Sería como argumentar a favor de la existencia del dolor: si su existencia no es ya obvia, ningún argumento filosófico nos podría convencer. Pero creo que por medio de un argumento indirecto se po­ dría mostrar que las razones que han dado los filósofos para negar la existencia de experiencias visuales pueden responderse. La primera fuente de recelo a la hora de hablar de experiencias perceptivas es el miedo a que, al reconocer tales entidades, estemos admitiendo datos sensoriales o cosas semejantes, esto es, estemos admitiendo entidades que de alguna manera se hallan ante nosotros y el mundo real. He in­ tentado mostrar que una descripción correcta de la Intencionalidad de la experiencia visual no tiene estas consecuencias. La experiencia vi­ sual no es el objeto de la percepción visual, y los rasgos que especifi­ can el contenido Intencional no son literalmente, en general, rasgos de

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la experiencia. Una segunda fuente de recelo a la hora de conceder que hay experiencias visuales (en, p. ej., Merleau-Ponty3) es el hecho de que cualquier intento de concentrar nuestra atención en la experien­ cia inevitablemente altera su carácter. Cuando se avanza a través de los situaciones cotidianas de la vida raramente se concentra la aten­ ción en el curso de las experiencias visuales, sino más bien sobre las cosas de las que son experiencias. Esto nos incita a pensar que, cuando realmente dirigimos nuestra atención hacia la experiencia, es­ tamos trayendo a la existencia algunas cosas que antes no estaban en ella, que las experiencias visuales sólo existen como resultado de adoptar la «actitud analítica» como cuando se hace filosofía, neurofisiología o pintura impresionista. Pero esto me parece que describe mal la situación. Sí que se altera realmente el carácter de una experiencia visual (aunque no, en general, el contenido) dirigiendo la atención so­ bre ella, pero no se sigue de este hecho que la experiencia visual no estuviese allí desde el principio. El hecho de que se traslade la aten­ ción de las condiciones de satisfacción de la experiencia visual a la experiencia misma no muestra que la experiencia no existiese ya pre­ viamente al traslado de la atención. Hasta ahora he argumentado en este capítulo a favor de las si­ guientes tesis principales. Hay experiencias perceptivas, tienen Inten­ cionalidad; su contenido Intencional tiene forma proposicional, tienen la dirección de ajuste mente-a-mundo y las propiedades que se especi­ fican por su contenido Intencional no son literalmente, en general, propiedades de las experiencias perceptivas. II Hasta aquí he subrayado las analogías entre las experiencias vi­ suales y las otras formas de Intencionalidad tales como la creencia, y en esta sección quiero señalar varias diferencias. Ante todo, dije en el Capítulo 1 que podríamos justificadamente llamar «representaciones» a estados Intencionales tales como las creencias y los deseos con tal de que reconozcamos que no hay una ontología especial que la noción de representación conlleve y que ésta es sólo una abreviatura para una constelación de nociones independientemente motivadas tales como condiciones de satisfacción, contenido Intencional, dirección de ajuste, etc. Pero en lo que se refiere a las experiencias perceptivas vi­ suales y de otros tipos necesitamos decir mucho más para caracterizar su Intencionalidad. Ellas sí que tienen realmente todos los rasgos en 3 M. Merleau-Ponty, The Phenomenology o f Perception, Routledge and Kegan Paul, Londres, 1962.

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términos de los cuales definimos las representaciones pero tienen tam­ bién otros rasgos intrínsecos que podrían hacer desorientador este tér­ mino. Estados tales como las creencias y los deseos no necesitan ser estados conscientes. Una persona puede tener una creencia o deseo aun cuando no esté pensando sobre ello y puede decir con verdad que tiene tales estados aún cuando duerme. Pero la visión y otras clases de experiencias perceptivas son eventos mentales conscientes. La Inten­ cionalidad de una representación es independiente de si se realiza conscientemente o no, pero en general la Intencionalidad de una expe­ riencia perceptiva se realiza en propiedades fenoménicas bastante es­ pecíficas de eventos mentales conscientes. Por esta razón la afirma­ ción de que hay experiencias visuales va más allá de la afirmación de que la percepción tiene Intencionalidad, puesto que es una afirmación ontológica sobre cómo se realiza la Intencionalidad; ésta se realiza, en general, en hechos mentales conscientes. No sólo es la experiencia visual un evento mental consciente sino que está relacionada con sus condiciones de satisfacción de modos que son absolutamente diferentes de la creencias y los deseos. Si, por ejemplo, veo un ranchera amarillo frente a mí, la experiencia que tengo es directamente del objeto. No «representa» solamente al ob­ jeto; proporciona el acceso directo a él. La experiencia tiene una espe­ cie de claridad, inmediatez e involutariedad, que no es compartida por la creencia que podría tener sobre el objeto en su ausencia. Por consi­ guiente no parece natural describir las experiencias visuales como re­ presentaciones; ciertamente si hablamos de ese modo casi vamos de cabeza a la teoría representativa de la percepción. Más bien, a causa de los rasgos especiales de las experiencias perceptivas, propongo lla­ marlas «presentaciones». Diré que la experiencia visual no representa solamente el estado de cosas percibido, más bien, cuando es satisfecha nos da acceso directo a él, y en ese sentido es una presentación de ese estado de cosas. Estrictamente hablando, puesto que nuestra explica­ ción de las representaciones era ontológicamente neutral, y puesto que las presentaciones tienen todas las condiciones definidas que estable­ cemos para las representaciones (tienen contenido Intencional, condi­ ciones de satisfacción, dirección de ajuste, objetos Intencionales, etc.), las presentaciones son una subclase especial de las representaciones. Sin embargo, como son una subclase especial, que incluye hechos mentales conscientes, opondré algunas veces «presentación» a «repre­ sentación» sin negar por ello que las presentaciones sean representa­ ciones, como se podría oponer «humano» a «animal» sin por ello ne­ gar que los humanos sean animales. Además, cuando el contexto lo autorice, usaré «estado Internacional» de modo que incluya a la vez estados y eventos.

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INTENCIONALIDAD

La pretensión de que la Intencionalidad de la visión se realiza ca­ racterísticamente en las experiencias visuales que son eventos menta­ les conscientes es una afirmación ontológica y empírica genuina, y a este respecto constrasta con la afirmación de que las creencias y los deseos contienen proposiciones como contenidos Intencionales. La afirmación de que hay proposiciones en el sentido previamente ex­ puesto no es una afirmación empírica y ontológica aunque con fre­ cuencia se suponga erróneamente que es así tanto por sus defensores como por sus detractores. Esto es, la afirmación de que hay proposi­ ciones u otros contenidos representativos no añade nada a la afirma­ ción de que hay ciertos rasgos comunes en las creencias, esperanzas, temores, deseos, preguntas, aseveraciones, órdenes, promesas, etc. Pero la afirmación de que hay realmente experiencias visuales sí añade algo a la afirmación de que hay percepciones visuales, puesto que nos dice cómo el contenido de esas percepciones se realiza en nuestra vida consciente. Quien afirmase que hubo una clase de seres capaces de percibir ópticamente, esto es, capaces de percepción visual pero que no tuvieron experiencias visuales, estaría haciendo una afir­ mación empírica genuina. Pero si alguien afirmase que hubo una clase de seres que literalmente tenían esperanzas, temores y creencias y que formulaban enunciados, aseveraciones y órdenes, todos con sus dife­ rentes rasgos lógicos, pero sin contenidos preposicionales, entonces tal persona no sabe de qué está hablando o bien simplemente está rehusando a adoptar cierto modo de notación, porque la pretensión de que haya contenidos preposicionales no es de ningún modo una pre­ tensión empírica adicional. Es más bien la adopción de un cierto dis­ positivo notacional para representar rasgos lógicos comunes de espe­ ranzas, temores, creencias, enunciados, etc. Algún trabajo empírico reciente confirma esta crucial distinción entre el status ontológico de la experiencia visual como un evento mental consciente y el del contenido proposicional. Weiskrantz, Warrington y sus colegas4 han estudiado cómo ciertos tipos de lesiones cerebrales producen lo que ellos llaman «vista ciega». El paciente puede dar respuestas correctas a cuestiones a cerca de objetos y he­ chos visuales que se presentan, pero afirma que no tiene ninguna con­ ciencia visual de esos objetos y eventos. Desde nuestro punto de vista el interés de tales casos deriva del hecho de que los estímulos ópticos a los que el paciente está sujeto producen aparentemente una forma de Intencionalidad. De otro modo el paciente no sería capaz de comuni­ car los hechos visuales en cuestión. Pero el contenido Intencional pro­ 4 L. Weiskrantz et al., «Visual capacity in the hemianopic field following a restricted occipital ablation», Brain, vol. 97 (1974), pp. 709-728.

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ducido por sus estimulaciones ópticas no se realiza del modo que se realizan nuestros contenidos presentacionales. Para que nosotros vea­ mos un objeto hemos de tener experiencias visuales de una cierta clase. Pero, suponiendo que la explicación de Weiskrantz sea correcta, el paciente puede en algún sentido «ver» un objeto aunque no tenga las experiencias visuales relevantes. Él simplemente informa de un «sentimiento» de que algo está allí o hace una «conjetura» de que está allí. Quienes dudan de la existencia de experiencias visuales, por cierto, podrían querer preguntarse qué es lo que nosotros tenemos y de lo que tales pacientes parecen carecer. Otra distinción entre la Intencionalidad de la percepción y la In­ tencionalidad de la creencia es que es parte de las condiciones de sa­ tisfacción (en el sentido de requisito) de la experiencia visual que la experiencia visual deba ser ella misma causada por el resto de las con­ diciones de satisfacción (en el sentido de las cosas requeridas) de esa experiencia visual. Así, por ejemplo, si veo el ranchera amarillo, tengo una cierta experiencia visual. Pero el contenido Intencional de la experiencia visual que requiere que haya un ranchera amarillo frente a mí para que sea satisfecha, también requiere que el hecho de que haya un ranchera amarillo frente a mí deba ser causa de esa misma experiencia visual. Entonces, el contenido Intencional de la ex­ periencia visual requiere como parte de las condiciones de satisfac­ ción que la experiencia visual sea causada por el resto de sus con­ diciones de satisfacción, esto es, por el estado de cosas percibido. El contenido de la experiencia visual es, por consiguiente, autorreferencial en un sentido que espero ser capaz de precisar suficientemente. El contenido Intencional de la experiencia visual se especifica totalmente estableciendo las condiciones de satisfacción de la experiencia visual, pero ese enunciado se refiere esencialmente a la experiencia visual misma en las condiciones de satisfacción. Porque lo que el contenido Intencional requiere no es simplemente que haya un estado de cosas en el mundo, sino más bien que el estado de cosas en el mundo deba causar la misma experiencia visual que es la materialización o realiza­ ción del contenido Intencional. Y el argumento a favor de esto va más allá de la prueba familiar de la «teoría causal de la percepción»5; el ar­ gumento usual es que a menos que la presencia y rasgos del objeto causen la experiencia del agente, éste no ve el objeto. Pero es esencial a mi explicación mostrar cómo estos hechos entran dentro del conte­ nido Intencional. El contenido Intencional de la experiencia visual, por consiguiente, tiene que ser explicitado de la siguiente forma: 5 Ver H. P. Grice, «The causal theory of perception», Proceedings ofthe Aristote-

lian Society, supl. vol. 35 (1961), pp. 121-152.

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INTENCIONALIDAD

Tengo una experiencia visual (que hay un ranchera ama­ rillo allí y que hay un ranchera amarillo allí está causando esta experiencia visual). Esto puede parecer confuso, pero creo que está en el camino co­ rrecto. El contenido Intencional de la experiencia visual determina bajo qué condiciones se satisface o no, qué debe ser el caso para que sea, como se dice, «verídica». Bien, ¿qué debe ser el caso en la escena del ranchera para que sea una experiencia verídica? Al menos todo esto: el mundo debe ser como visualmente me parece que es y por consiguiente su ser de esa manera debe ser lo que me cause el tener la experiencia visual que constituye el que me parezca que es de esa ma­ nera. Y es esta combinación lo que estoy intentando capturar en la re­ presentación del contenido Intencional. La representación verbal que acabo de dar del contenido Intencio­ nal visual no es en ningún sentido una traducción. Es más bien una especificación verbal de lo que el contenido Intencional requiere si ha de ser satisfecho. El sentido entonces en el que el contenido Intencio­ nal de la visión es autorreferencial no consiste en que contenga una re­ presentación verbal u otra representación de sí mismo: ¡ciertamente no realiza ningún acto de habla de referencia a sí mismo! Más bien, el sentido en que la experiencia visual es autorreferencial es simple­ mente que figura en sus propias condiciones de satisfacción. La expe­ riencia visual en sí misma no dice esto pero lo muestra; lo he dicho en mi representación verbal del contenido Intencional de la experiencia visual. Por consiguiente, cuando digo que la experiencia visual es cau­ salmente autorreferencial no quiero decir que la relación causal se vea, mucho menos que la experiencia visual se vea. Más bien, lo que se ve son objetos y estados de cosas, y parte de las condiciones de sa­ tisfacción de la experiencia visual de verlos es que la experiencia en sí misma debe ser causada por lo que se ve. De acuerdo con esta explicación la percepción es una transacción Intencional y causal entre la mente y el mundo. La dirección de ajuste es mente-a-mundo. La dirección de causación es mundo-a-mente; y no son independientes porque el ajuste sólo es alcanzado si es causado por el otro término en la relación de ajuste, esto es: por el estado de cosas percibido. Podemos decir también o que es parte del contenido de la experiencia visual que si ha de ser satisfecha debe ser causada por su objeto Intencional; o, más extensamente pero también con ma­ yor exactitud, es parte del contenido de la experiencia visual, que si ha de ser satisfecha debe ser causada por el estado de cosas de que su ob­ jeto Intencional existe y tiene esos rasgos que se presentan en la expe­ riencia visual. Y es en este sentido en el que el contenido Intencional de la experiencia perceptiva es causalmente autorreferencial.

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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La introducción de la noción de autorreferencialidad causal de ciertas clases de Intencionalidad —una autorreferencialidad que se muestra pero no se dice— es una adición crucial al aparato conceptual de este libro. La observación simple, y creo que obvia, de que las ex­ periencias perceptivas son causalmente autorreferenciales es el primer paso en una serie de argumentos que usaremos al atacar varios proble­ mas filosóficos bastante manoseados sobre la naturaleza de la acción humana, la explicación de la conducta, la naturaleza de la causación, el análisis de las expresiones indéxicas, por mencionar sólo algunos. Una consecuencia inmediata puede mencionarse ahora: es bastante fá­ cil ver como las experiencias visuales de idéntico tipo pueden tener diferentes condiciones de satisfacción y por consiguiente diferentes contenidos Intencionales. Dos experiencias idénticas ‘fenomenológicamente’ pueden tener diferentes contenidos porque cualquier expe­ riencia es autorreferencial. Así, por ejemplo, supóngase que dos ge­ melos idénticos tienen experiencias visuales de idéntico tipo mientras miran dos rancheras diferentes pero de idéntico tipo al mismo tiempo en condiciones lumínicas y contextos circundantes de idéntico tipo. No obstante, las condiciones de satisfacción pueden ser diferentes. El primer gemelo necesita un ranchera que cause su experiencia visual y el segundo un ranchera que cause su experiencia visual numérica­ mente diferente. La misma fenomenología; diferentes contenidos y por tanto diferentes condiciones de satisfacción. Aunque creo que la caracterización de la autorreferencialidad cau­ sal es correcta de hecho nos deja con algunas cuestiones difíciles que aún no estamos en posición de contestar. ¿Cuál es el sentido de «causa» en las formulaciones anteriores? ¿Y no tiene esta explicación la consecuencia escéptica de que nunca podemos estar seguros de que nuestras experiencias visuales son satisfechas puesto que no hay nin­ guna posición neutral desde la cual podamos observar la relación cau­ sal para ver que la experiencia es realmente satisfecha? En todo caso, todo lo que podemos tener son algunas experiencias de la misma clase. Discutiré ambas cuestiones más tarde, la primera en el Capítulo 4 y la segunda al final de este capítulo. Sin embargo, hay otra distinción entre la forma de Intencionalidad ejemplificada por la percepción visual y otras formas de Intencionali­ dad tales como las creencias y los deseos que tiene que ver con el ca­ rácter del aspecto o el punto de vista bajo el cual un objeto es visto o percibido de cualquier otro modo. Cuando tengo una representación de un objeto Intencional en una creencia o en un deseo, éste siempre se representará bajo un aspecto u otro, pero en la creencia y en el de­ seo el aspecto no está constreñido de la forma en que el aspecto de la percepción visual es fijado por todos los rasgos físicos de la situación. Por ejemplo, puedo representar un cierto planeta famoso bajo su as­

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INTENCIONALIDAD

pecto de «estrella de la mañana» o bajo el de «estrella de la tarde». Pero debido a que la Intencionalidad de la percepción visual se realiza de una forma totalmente específica, el aspecto bajo el cual percibimos los objetos de nuestras percepciones desempeña un tipo de papel dife­ rente al que desempeña en otros estados Intencionales. En la percep­ ción visual el aspecto bajo el cual se percibe un objeto es fijado por el punto de vista, y por los otros rasgos físicos de la situación perceptiva, en la que el objeto se percibe. Por ejemplo, dada una cierta posición, no puedo evitar ver el lado izquierdo de un ranchera. Para ver el co­ che bajo algún otro aspecto tendría que alterar los rasgos físicos de la situación perceptiva, por ejemplo, andando alrededor del coche o mo­ viéndolo. Además, en los casos no-perceptivos, aunque el objeto Intencional siempre se representa por medio de un aspecto u otro, es sin embargo el objeto mismo el que es representado y no exactamente un aspecto. Ésa, incidentalmente, es la razón de que no haya nada en mi explica­ ción ontológicamente sospechoso respecto de los objetos Intenciona­ les. El aspecto bajo el cual un objeto se representa no es algo que se halle entre nosotros y el objeto. Pero en al menos algunos casos de percepción visual la situación no parece ser en absoluto tan simple. Consideremos, por ejemplo, el ejemplo familiar de Wittgenstein del pato/conejo6.

En este caso estamos inclinados a decir que en un sentido el objeto Intencional es el mismo tanto en nuestra percepción del pato como en nuestra percepción del conejo. Esto es, aunque tenemos dos experien­ cias visuales con dos contenidos presentacionales distintos sólo hay una figura ante nosotros en esta página. Pero en otro sentido queremos decir que el objeto Intencional de la experiencia visual es diferente en 6 L. Wittgenstein, Philosophical Investigations, Basil Blackwell, Oxford, 1953, Parte II, sección 10.

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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los dos casos. Lo que se ve en un caso es un dibujo de un pato y en el otro caso un dibujo de un conejo. Ahora bien, Wittgenstein hace frente, o más bien no logra hacer frente, a esta dificultad diciendo simple­ mente que éstos son diferentes usos del verbo «ver». Pero esto no pa­ rece ser muy útil para clarificar la conexión de aspectos con objetos In­ tencionales. Creo que la solución a nuestro rompecabezas es resaltar que del mismo modo que podemos ver literalmente objetos, aunque cada vez que vemos un objeto lo vemos siempre bajo un aspecto, así también podemos ver literalmente aspectos de objetos. Literalmente veo el aspecto de pato y literalmente veo el aspecto de conejo del di­ bujo que está ante mí. Ahora bien, de acuerdo con mi explicación eso nos comprometerá con la idea de que vemos esos aspectos bajo aspec­ tos. Pero ¿por qué debería preocupamos eso? Realmente, si estamos dispuestos a aceptar esta idea entonces el paralelismo con otros estados Intencionales queda preservado. Como ya hemos visto cuando John ama a Sally o cree alguna cosa sobre Bill, John ama a Sally siempre bajo algún aspecto, y cree alguna cosa sobre Bill bajo algún aspecto. Aunque aquello a lo que se dirige el amor de John o aquello sobre lo que es su creencia no sea un aspecto. Pero, además, no hay nada que le impida amar un aspecto de Sally o creer alguna cosa sobre un aspecto de Bill. Esto es, no hay nada que impida a un aspecto ser un objeto In­ tencional de una creencia o de otra actitud psicológica como el amor. Y similarmente no hay nada que impida a un aspecto ser el objeto Inten­ cional de la percepción visual. Tan pronto como reconocemos que un aspecto puede ser un objeto Intencional aunque toda Intencionalidad incluyendo la Intencionalidad de la percepción sea bajo un aspecto, po­ demos ver cómo el aspecto es esencial para el fenómeno Intencional y sin embargo no es en sí mismo el objeto Intencional. Un modo de resumir la explicación precedente de la Intencionali­ dad de la percepción es presentar una tabla comparando los rasgos formales de las distintas clases de Intencionalidad que se han discu­ tido. A la creencia, el deseo y la percepción visual añadiré el recuerdo de hechos en el pasado propio, puesto que éste comparte algunos ras­ gos con la percepción visual (como la visión, es causalmente autorreferencial) y algunos con la creencia (como la creencia, es una repre­ sentación más bien que una presentación). Los verbos «ver» y «recordar», a diferencia de los verbos «desear» y «creer», implican no sólo la presencia de un contenido Intencional sino también que el con­ tenido Intencional sea satisfecho. Si realmente veo algún estado de co­ sas entonces debe haber más que mi experiencia visual; el estado de cosas el cual es la condición de satisfacción de la experiencia visual debe existir y debe causar la experiencia visual. Y si realmente re­ cuerdo algún hecho entonces el hecho debe haber ocurrido y su ocu­ rrencia debe causar mi recuerdo de él.

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INTENCIONALIDAD

Una comparación de algunos rasgos formales de la Intencionalidad de ver, creer, desear y recordar Ver

Creer

Desear

Recordar

Naturaleza del componente Intencional

experiencia visual

creencia

deseo

memoria

Presentación o representación

presentación

representación

representación

representación

Causalmente autorreferencial



no

no



Dirección de ajuste

mente-a-mundo mente-a-mundo mundo-a-mente mente-a-mundo

Dirección de mundo-a-mente causación en tanto que determinada por el contenido Intencional

ninguna

ninguna

mundo-a-mente

III En mi esfuerzo por dar una explicación de la Intencionalidad de la percepción visual estoy preocupado por no hacer que parezca mucho más simple de lo que realmente es. En esta sección quiero llamar la atención hacia algunos de los problemas, aunque los casos que men­ ciono aquí son sólo unos pocos entre algunos rompecabezas en la fisolofía de la percepción. Estamos tentados a pensar, a lo Hume, que las percepciones nos vienen puras e inmaculadas por medio del lenguaje, y a continuación adscribimos etiquetas por medio de definiciones ostensivas a los re­ sultados de nuestros encuentros perceptivos. Pero esta idea es falsa por muchas razones. Primero, existe la consideración familiar de que la percepción es una función de expectativas, y las expectativas de los seres humanos se realizan, al menos normalmente, al modo lingüís­ tico. De este modo el lenguaje en sí mismo influye en el encuentro perceptivo. Hace más de un cuarto de siglo Postman y Bruner7realiza­ ron algunos experimentos que mostraban que el umbral de reconoci­ miento de rasgos variaba mucho dependiendo de si el rasgo particular se esperaba o no en esa situación. Si el sujeto espera que el próximo 7 L. Postman, L. Bruner y R. Walk, «The perception o f error», British Journal of

Psichology, vol. 42 (1951), pp. 1-10.

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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color que va a ver es rojo, lo reconocerá mucho más rápidamente que si no tiene tal expectativa. Pero en segundo lugar y más importante desde nuestro punto de vista, muchas de nuestras experiencias visuales no son ni siquiera po­ sibles sin el dominio de ciertas destrezas de Trasfondo y entre ellas es­ tán de forma prominente las destrezas lingüísticas. Consideremos el dibujo siguiente:

Esto puede verse como la palabra «TOOT», como una mesa con dos grandes balones debajo, como el número 1001 con una línea por encima, como un puente con dos grandes tuberías que lo atraviesan por debajo, como los ojos de un hombre que lleva un sombrero con una cinta que le cuelga a ambos lados y así sucesivamente. En cual­ quier caso, tenemos una experiencia diferente aunque los estímulos vi­ suales puramente físicos, las líneas sobre el papel que está frente a no­ sotros y la luz que se refleja desde ellas, son constantes. Pero estas experiencias y sus diferencias son dependientes de nuestro dominio de una serie de destrezas culturales impregnadas lingüísticamente. No es un defecto del aparato óptico de mi perro, por ejemplo, lo que le im­ pide ver este dibujo como la palabra «TOOT». En tal caso se quiere decir que un cierto dominio conceptual es una precondición para tener experiencias visuales; y tales casos sugieren que la Intencionalidad de la percepción visual está totalmente enlazada, en todo tipo de compli­ cadas maneras, con otras formas de Intencionalidad tales como la cre­ encia y la expectativa, y también con nuestros sistemas de representa­ ción, siendo el más notable de entre ellos el lenguaje. Tanto la Red de los estados Intencionales como el Trasfondo de capacidades mentales no-representacionales influyen en la percepción. Pero, si la Red y el Trasfondo influyen en la percepción, ¿cómo pueden determinarse las condiciones de satisfacción por la experiencia visual? Hay al menos tres clases de casos que tendremos que discutir. Primero, hay casos donde la Red de la creencia y el Trasfondo afectan realmente al contenido de la experiencia visual. Consideremos, por ejemplo, la diferencia entre mirar la parte delantera de una casa donde se la toma como si estuviésemos percibiendo la parte delantera de la totalidad de una casa y mirar la parte delantera de una casa donde uno la toma como si fuese una mera fachada, por ejemplo, como parte de un decorado cinematográfico. Si se cree que se ve una casa completa, la parte delantera de la casa realmente parece diferente de lo que pa­ rece si se cree que se ve una fachada falsa de una casa, aun cuando los

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INTENCIONALIDAD

estímulos ópticos puedan ser idénticos en los dos casos. Y esta dife­ rencia en el carácter real de las experiencias visuales se refleja en las diferencias entre los dos grupos de condiciones de satisfacción. Es parte del contenido de mi experiencia visual que cuando miro una casa completa espero que el resto de la casa está ahí si, por ejemplo, entro en la casa o doy una vuelta a su alrededor. En estas clases de ca­ sos el carácter de la experiencia visual y sus condiciones de satisfac­ ción se verán afectadas por el contenido de las creencias que se tengan sobre la situación perceptiva. No estoy yendo más allá del contenido de mi experiencia visual cuando digo «veo una casa» en lugar de «veo la fachada de una casa», porque, aunque los estímulos ópticos puedan ser los mismos, las condiciones de satisfacción en el primer caso son que debería haber una casa completa allí. No infiero desde la fachada de la casa la presencia de la casa, simplemente veo una casa. Allí donde el contenido de las creencias es de hecho inconsistente con el contenido de la experiencia visual surge una segunda clase de casos. Un buen ejemplo es la aparición de la luna sobre el horizonte. Cuando se ve la luna sobre el horizonte parece mucho más grande que cuando está directamente sobre nuestra cabeza. Sin embargo aun­ que las experiencias visuales son diferentes en los dos casos no hay ningún cambio en el contenido de nuestras creencias. No creo que la luna crezca sobre el horizonte o se encoja sobre la cabeza. Pues bien, en nuestra primera clase de ejemplos vimos que no había ninguna manera por la que pudiéramos separar el contenido de la experiencia visual de las creencias que se tienen sobre él. La casa realmente pa­ rece diferente dependiendo de qué clases de creencias tenemos sobre ella. Pero en la segunda clase de casos queremos decir que la expe­ riencia visual del tamaño de la luna cambia definitivamente con la posición de la luna y sin embargo nuestras creencias permanecen constantes. ¿Qué diríamos sobre las condiciones de satisfacción de las experiencias visuales? Dado el carácter holista de la Red de nues­ tros estados Intencionales estamos inclinados a decir que las condi­ ciones de satisfacción de las experiencias visuales permanecen igua­ les. Y puesto que no estamos en absoluto realmente inclinados a creer que la luna ha cambiado de tamaño, suponemos que las dos ex­ periencias visuales tienen las mismas condiciones de satisfacción. Sin embargo, creo que en realidad esa no es la forma correcta de descri­ bir la situación. Más bien me parece que allí donde el contenido In­ tencional de nuestra experiencia visual entra en conflicto con nues­ tras creencias, y allí donde las creencias anulan la experiencia visual, tenemos no obstante el contenido Intencional original de la experien­ cia visual. La experiencias visuales de hecho tienen como parte de sus respectivos contenidos Intencionales que la luna es más pequeña sobre la cabeza que sobre el horizonte, y el argumento a favor de esto

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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es que si imaginamos que las experiencias visuales permanecen tal y como están ahora, estando ausentes las creencias, simplemente no te­ niendo creencias relevantes, entonces realmente estaríamos inclina­ dos a creer que la luna ha cambiado de tamaño. Sólo porque creemos independientemente que la luna permanece constante en su tamaño, sólo por eso admitimos que la Intencionalidad de la creencia anula la Intencionalidad de nuestra experiencia visual. En estos casos creemos que nuestros ojos nos engañan. Un ejemplo similar son las líneas de Müller-Lyer:

>

<



donde el contenido Intencional de la experiencia visual está en con­ flicto con y es anulado por el contenido Intencional de nuestras creen­ cias. Estos casos están en agudo contraste con el fenómeno de la cons­ tancia del color percibido bajo diferentes condiciones de luminosidad. En el caso de la constancia del color, el color parece el mismo tanto en la luz como en la sombra aunque la luz reflejada es absolutamente di­ ferente; y de este modo el contenido de la creencia y el contenido de la experiencia perceptiva son consistentes, a diferencia de los casos anteriores. Hay una tercera clase de casos en los que las experiencias visuales difieren pero las condiciones de satisfacción son las mismas. Nuestro ejemplo «TOOT» es de este tipo. Otro ejemplo de esto sería la visión de un triángulo primero con un punto como vértice y después con otro punto como vértice. En estos dos últimos ejemplos no estamos de nin­ gún modo inclinados a pensar que hay algo diferente en el mundo real que corresponde a las diferencias en las experiencias. Tenemos por consiguiente una variedad de modos en los que la Red y el Trasfondo de la Intencionalidad están relacionados con el ca­ rácter de la experiencia visual y el carácter de la experiencia visual está relacionado con sus condiciones de safisfacción.1 1. El ejemplo de la casa: Diferentes creencias causan diferentes experiencias visuales con diferentes condiciones de satisfacción, aún dados los mismo estímulos ópticos. 2. El ejemplo de la luna: las mismas creencias coexisten con di­ ferentes experiencias visuales con diferentes condiciones de satisfac­ ción aunque el contenido de las experiencias es inconsistente con el contenido de las creencias y resulta anulado por las creencias. 3. Los ejemplos del triángulo y de «TOOT»: las mismas creen­ cias más diferentes experiencias visuales producen las mismas con­ diciones de satisfacción de las experiencias visuales.

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INTENCIONALIDAD

Uno siente que debería haber una explicación teórica sistemática de las relaciones entre estos parámetros diversos, pero no sé cuál es. IV La explicación de la percepción visual a favor de la cual he estado argumentando hasta ahora es, creo, una versión del realismo ‘ingenuo’ (directo, el sentido común) y puede ser representado en forma de dia­ grama como sigue: Experiencia visual Perceptor

9

Objeto percibido (objeto que causa la experiencia visual) F ig u r a 1

Esta percepción visual incluye al menos tres elementos: el perceptor, la experiencia visual y el objeto (más estrictamente, el estado de co­ sas) percibido. El hecho de que una flecha represente la percepción vi­ sual intenta indicar que la experiencia visual tiene contenido Intencio­ nal, se dirige al objeto Intencional, cuya existencia es parte de sus condiciones de satisfacción (naturalmente no se propone sugerir que la experiencia visual existe en el espacio físico entre el perceptor y el objeto). En el caso de la alucinación visual el perceptor tiene la misma ex­ periencia visual sin que ningún objeto Intencional esté presente. Este caso puede ser representado en forma de diagrama como en la figura 2.

Experiencia visual Perceptor F ig u r a 2

No es mi propósito en este capítulo entrar en las disputas tradicio­ nales concernientes a la filosofía de la percepción; sin embargo, la te­ sis que estoy defendiendo concerniente a la Intencionalidad de la ex­ periencia visual quizás se clarificará si nos dedicamos un momento a

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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contrastar esta visión realista ingenua con sus grandes rivales históri­ cos, la teoría representativa y el fenomenalismo. Ambas teorías difie­ ren del realismo ingenuo en que las dos consideran la experiencia vi­ sual como siendo ella misma el objeto de la percepción visual y así la despojan de su Intencionalidad. Según ellas lo que es visto es siempre, estrictamente hablando, una experiencia visual (en diferentes termino­ logías la experiencia visual se ha denominado «sensum» o «dato sen­ sorial», o «impresión»). Se enfrentan pues a una pregunta que no se suscita en el caso del realista ingenuo: ¿Cuál es la relación entre los datos sensoriales que realmente vemos y el objeto material que apa­ rentemente no vemos? Esta cuestión no surge en el caso del realista ingenuo porque en su explicación nosotros no vemos en absoluto da­ tos sensoriales. Vemos objetos materiales y otros objetos y estados de cosas del mundo, al menos durante la mayor parte del tiempo; y en los casos de alucinación no vemos nada, aunque tengamos verdadera­ mente experiencias visuales en ambos casos. Tanto los fenomenalistas como los teóricos de la representación intentan llevar la línea que re­ presenta la experiencia visual en la figura 1 fuera del eje horizontal y dentro del vertical de manera que el vehículo del contenido Intencio­ nal de nuestra percepción visual, la experiencia visual, se convierta ella misma en el objeto de la percepción visual. Los numerosos argu­ mentos que se han presentado a favor de esta maniobra, notablemente los argumentos derivados de la ilusión o el argumento derivado de la ciencia, han sido desde mi punto de vista claramente refutados por otros filósofos8, y no repetiremos los argumentos aquí. La cuestión para los propósitos del presente argumento es simplemente que una vez que se ha llevado la línea de la experiencia visual fuera del eje ho­ rizontal y dentro del eje vertical de tal manera que la experiencia vi­ sual se convierte en el objeto de la percepción, entonces uno se en­ frenta con la elección de cómo se va a describir la relación entre el dato sensorial, que de acuerdo con esta teoría se percibe realmente, y el objeto material que aparentemente no se percibe. Las dos solucio­ nes favoritas al problema son que la experiencia visual o el dato sen­ sorial es en algún sentido una copia o representación del objeto mate­ rial (esta es la teoría representativa) o que el objeto de alguna manera es justamente una colección de datos sensoriales (y esto, en sus dife­ rentes versiones, es el fenomenalismo), cada una de estas teorías puede ser representada en forma de diagrama como en las figuras 3 y 4. 8 Ver, p. ej., J. L. Austin, Sense and Sensibilia, Oxford University Press, Oxford, 1962, para una discusión del argumento de la ilusión. [Hay traducción española de A l­ fonso García Suárez y Luis MI. Valdés Villanueva, Sentido y percepción, Tecnos, Ma­ drid, 1981. (N .del T.)]

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INTENCIONALIDAD Sem ejanza

Dato sensorial

_____ Objeto

Perceptor

F i g u r a 3.

La teoría representativa

Dato sensorial Perceptor F ig u r a

4.

Fenomenalismo

Aunque ignoremos las diferentes objeciones que se han hecho a la idea de que todo lo que se percibe son datos sensoriales, me parece, sin embargo, que hay otras objeciones decisivas contra cualquiera de estas teorías. La principal dificultad de una teoría representativa de la per­ cepción es que la noción de similitud entre las cosas que percibimos, los datos sensoriales, y la cosa que los datos sensoriales representan, el objeto material, tiene que ser ininteligible puesto que el objeto final es por definición inaccesible a los sentidos. Es absolutamente invisible e imperceptible de cualquier otra manera. Como Berkeley indicó, no tiene sentido decir que la forma y el color que vemos se asemejan a la forma y el color de un objeto que es absolutamente invisible o inacce­ sible de cualquier otro modo a cualquiera de nuestros sentidos. Ade­ más, de acuerdo con esta explicación no puede adscribirse ningún sen­ tido literal a la afirmación de que los objetos tienen cualidades sensibles tales como forma, tamaño, color, peso, o cualesquiera otras cualidades sensorialmente accesibles, sean ‘primarias’ o ‘secundarias’. En resumen, la teoría representativa es incapaz de proporcionar sentido a la noción de similitud y, por consiguiente, no puede proporcionar ningún sentido de la noción de representación, puesto que la forma de la representación en cuestión requiere similitud. La objeción decisiva al punto de vista fenomenalista es simple­ mente que se reduce al solipsismo. Los objetos materiales pública­ mente accesibles de acuerdo con el punto de vista del fenomenalista se convierten en datos sensoriales, pero los datos sensoriales son siempre privados. De este modo los objetos que veo son, en un impor­ tante sentido, mis objetos puesto que se reducen a los datos sensoria­

LA INTENCIONALIDAD DE LA PERCEPCIÓN

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les y los únicos datos sensoriales a los cuales tengo acceso son mis da­ tos sensoriales. El mundo que percibo no es accesible a cualquier otro puesto que consiste enteramente en mis datos sensoriales privados, y verdaderamente la hipótesis de que otras personas podrían ver los mis­ mos objetos que yo veo se convierte en ininteligible, puesto que todo lo que veo son mis datos sensoriales y todo lo que ellos podrían ver sería sus datos sensoriales. Pero además la hipótesis de que incluso existen otras personas y perciben datos sensoriales en el sentido en el cual yo existo y percibo datos sensoriales llega a ser en el mejor de los casos obscuro y en el peor ininteligible puesto que mis percepciones de otras personas son siempre mis percepciones de mis datos sensoria­ les, esto es: mis percepciones de rasgos de mí mismo. Una vez que se considera el contenido de la percepción como el objeto de la percepción, algo parecido a las teorías precedentes parece inevitable. Y realmente el error de los teóricos de los datos sensoriales me parece análogo al error de considerar el contenido proposicional de la creencia como el objeto de la creencia. La creencia no es más sobre o está más dirigida hacia su contenido proposicional que la percepción visual es sobre o está dirigida hacia su componente empírico. Sin em­ bargo, me parece que muchos ‘realistas ingenuos’ al rechazar la hipóte­ sis del dato sensorial han fracasado en el reconocimiento del papel de las experiencias y de la Intencionalidad de las experiencias en la situa­ ción perceptiva. Al rechazar la idea de que lo que vemos son experien­ cias visuales en favor de la idea de que lo que vemos son característica­ mente, por ejemplo, objetos materiales en nuestro entorno, muchos filósofos, v. gr., Austin9, han rechazado la idea de que tenemos expe­ riencias visuales en absoluto. Quiero argumentar que los teóricos tradi­ cionales de los datos sensoriales estaban en lo cierto al reconocer que tenemos experiencias visuales y de otras clases, pero situaban mal la Intencionalidad de la percepción al suponer que las experiencias eran los objetos de la percepción, y los realistas ingenuos estaban en lo cierto al reconocer que los objetos materiales y los eventos son caracte­ rísticamente los objetos de la percepción, pero muchos de ellos no comprendieron que el objeto material sólo puede ser el objeto de la percepción visual porque la percepción tiene un contenido Intencional y el vehículo del contenido Intencional es una experiencia visual. V Estamos ahora en posición de volver a nuestra pregunta original: ¿cuáles son las condiciones de verdad de una oración de la forma 9 Op. cit.

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INTENCIONALIDAD

X ve un ranchera amarillo? Pero desde el punto de vista de la teoría de la Intencionalidad esta pre­ gunta está mal formulada porque el contenido Intencional de la visión es proposicional: la forma correcta es, por ejemplo, X ve que hay un ranchera amarillo en frente de X. Las condiciones de verdad son: 1. X tiene una experiencia visual que tiene: a) ciertas condiciones de satisfacción, b) ciertas propiedades fenoménicas. 2.

Las condiciones de satisfacción son: que hay un ran­ chera amarillo frente a X y el hecho de que hay un ranchera amarillo frente a X está causando la expe­ riencia visual.

3.

Las propiedades fenoménicas son tales que determi­ nan que las condiciones de satisfacción sean como las descritas en 2. Esto es, esas condiciones de satis­ facción son determinadas por la experiencia.

4.

La forma de la relación causal en las condiciones de satisfacción es una causación Intencional continua y regular. (Esta condición se requiere para bloquear ciertas clases de contraejemplos que incluyen «cadenas cau­ sales desviadas», donde las condiciones de satisfac­ ción sí que causan la experiencia visual, aunque la experiencia no sea satisfecha. Examinaremos estos casos y exploraremos la naturaleza de la causación Intencional en el Capítulo 4).

5.

Las condiciones de satisfacción son de hecho satisfe­ chas. Esto es, hay en efecto un ranchera amarillo causando (de la forma descrita en 4) la experiencia visual (descrita en 3) la cual tiene el contenido Inten­ cional (descrito en 2).

Por esta razón hay, además del perceptor, dos componentes respecto de la percepción visual, la experiencia visual y la escena percibida, y la relación entre ellos es Intencional y causal.

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VI Hemos logrado ahora nuestro objetivo original de asimilar una ex­ plicación de la percepción a nuestra teoría de la Intencionalidad. Sin embargo, inmediatamente surge un problema al que no nos hemos en­ frentado aún: hemos discutido el caso en que una persona ve que un ranchera amarillo está frente a ella, pero qué vamos decir del caso en el que ve que un ranchera amarillo particular, previamente identifi­ cado, está frente a ella. Cuando, por ejemplo, veo mi propio ranchera, las condiciones de satisfacción no requieren meramente que haya cualquier ranchera que satisfaga mi contenido Intencional, sino más bien que sea exactamente el mío propio. Ahora bien, la cuestión es: ¿cómo se introduce esta particularidad en el contenido Intencional de la percepción? Llamemos a esto «el problema de la particularidad»10. Para ver que realmente es un problema para la teoría de la Inten­ cionalidad, imaginemos una variante de la fantasía de la Tierra Ge­ mela de Putnam" de la manera siguiente. Supongamos que en una ga­ laxia distante se encuentra nuestra Tierra Gemela, de tipo idéntico a nuestra Tierra hasta la última micropartícula. Supongamos que en nuestra Tierra Bill Jones ve a su mujer, Sally, saliendo de su ran­ chera amarillo y en la Tierra Gemela, el Jones gemelo ve a la Sally gemela saliendo de su ranchera gemelo. Pues bien, ¿qué hay en el contenido de la experiencia visual de Jones que hace de la presencia de Sally más bien que la Sally gemela, parte de las condiciones de sa­ tisfacción de su experiencia visual, y qué hace de la presencia de la Sally gemela parte de las condiciones de satisfacción de la experiencia del Jones gemelo? Por hipótesis ambas experiencias son cualitativa­ mente idénticas, no obstante es parte de la condiciones de satisfacción de la experiencia de cada sujeto que no esté viendo simplemente cual­ quier mujer con tales y tales características visuales, sino que esté viendo exactamente su propia mujer, Sally o la Sally gemela, depen­ diendo del caso. Hemos visto ya (p.62) cómo experiencias visuales cualitativamente idénticas pueden tener diferentes condiciones de sa­ tisfacción en general, pero ¿cómo experiencias visuales cualitativa­ mente idénticas pueden tener diferentes condiciones de satisfacción particulares? El asunto central de la fantasía de Putnam no es epistémico. No estamos preguntando cómo puede Jones determinar que se 10 Estoy en deuda con Christine Skarda en la discusión de este tópico. " H. Putnam, «The meaning of meaning», en Mind, Language, and Reality, Collected Papers, vol. 2, Cambridge University Press, 1975, pp. 215-271. [Hay traduc­ ción española de Juan José Acero, «El significado de “significado”», en Luis MI. Valdés Villanueva (ed.), La búsqueda del significado, Tecnos, Madrid, 1991, pp. 131-194

(N. del T.)]

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trata realmente de su mujer, y no de alguien idéntico en apariencia con su mujer. La cuestión que estamos planteando es más bien ésta: ¿qué es lo que hay en la experiencia visual de Jones precisamente aquí, en nuestra Tierra, que hace que sea el caso de que sólo pueda ser satisfe­ cha por una mujer particular previamente identificada y no por alguna otra mujer que resulte ser de idéntico tipo que esa mujer, ya pueda Jo­ nes determinar la diferencia o no? Además, el objeto de la fantasía de Putman no es sugerir que pudiera haber realmente una Tierra Gemela, sino que su objeto es recordamos que en nuestra propia Tierra tene­ mos contenidos Intencionales con condiciones de satisfacción particu­ lares y no generales. La cuestión, repitámoslo, es: ¿cómo se introduce la particularidad en el contenido Intencional? El problema de la particularidad aflora en diferentes lugares en la filosofía de la mente y en la filosofía del lenguaje. Y está de moda en la actualidad una solución que es de hecho inadecuada. De acuerdo con esta ‘solución’ la diferencia entre Jones y el Jones gemelo es simplemente que en el caso de Jones su experiencia está causada re­ almente por Sally y en el caso del Jones gemelo su experiencia está causada por la Sally gemela. Si la experiencia visual de Jones es de hecho causada por Sally, entonces está viendo a Sally, y no la estaría viendo si ella no causara su experiencia visual. Sin embargo, esta su­ puesta solución no logra responder a la pregunta por lo que respecta a cómo se introduce este hecho en el contenido Intencional. Sin duda Jones está viendo sólo a Sally si Sally causa su experiencia visual y es parte de su contenido Intencional que debe ser causado por Sally si ha de ser satisfecho, pero ¿qué hay exactamente en su experiencia vi­ sual que exige que sea Sally y no a alguien de idéntico tipo a Sally? La solución viene dada por el punto de vista de una tercera persona. Es una solución del problema de cómo nosotros los observadores po­ demos determinar lo que alguien está viendo de hecho. Sin embargo, el problema tal como lo he expuesto es un problema intemo a la pri­ mera persona. ¿Qué hay en esta experiencia que requiere que sea sa­ tisfecha por la presencia de Sally y no por cualquier otra mujer con tales y tales características de idéntico tipo a las de Sally? El pro­ blema toma la misma forma tanto en la teoría de la referencia como en la teoría de la percepción y la teoría causal de la referencia es una respuesta tan inadecuada en un caso como la teoría causal de la per­ cepción lo es en el otro. El problema toma la forma: «¿Qué hay en la Intencionalidad de Jones que hace que sea el caso que cuando el dice ‘Sally’ quiere decir Sally y no la Sally gemela?». La respuesta causal de tercera persona dice que él se refiere a Sally más bien que a la Sally gemela porque es la primera y no la última la que se halla en cierta relación causal con su emisión. Pero esta respuesta simple­ mente evita la cuestión en tomo a su Intencionalidad. Habrá cierta­

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mente casos donde se refiere a Sally sin saberlo, y casos donde ve a Sally sin saberlo, casos donde las descripciones de tercera persona verdaderas no encajan con su Intencionalidad. Pero tales casos de­ penden siempre de que haya Intencionalidad de primera persona que señale las condiciones internas de satisfacción, y ninguna respuesta causal a nuestra cuestión puede ser ni remotamente adecuada hasta que explique cómo la causación es parte de la Intencionalidad de forma que determine que un objeto particular es parte de las condi­ ciones de satisfacción. La pregunta, en resumen, no es «¿Bajo qué condiciones ve de hecho a Sally tanto si lo sabe como si no?», sino «¿Bajo qué condiciones el se considera a sí mismo que está viendo que Sally está frente a él?». Y del mismo modo la pregunta respecto de la referencia no es «¿Bajo qué condiciones se refiere a Sally tanto si lo sabe como si no?», sino más bien «¿Bajo qué condiciones quiere referirse a Sally mediante ‘Sally’?». Creo que una razón, quizás inconsciente, según la cual los teóricos causales no dan ninguna respuesta a la pregunta en torno a la Intencio­ nalidad y responden a una cuestión diferente es que no esperan encon­ trar una solución Intencional de primera persona al problema de la particularidad. Si se piensa en el contenido Intencional teniendo pre­ sente sólo el modelo de la concepción de Frege del Sinn, entonces pa­ rece como si cualquier número de objetos posibles pudiera satisfacer cualquier Sinn y nada en el contenido Intencional pudiera determinar que sólo podría ser satisfecho por un objeto particular. Gareth Evans12 imagina un caso donde un hombre conoce a dos gemelas idénticas y está enamorado de una de ellas. Sin embargo, dice Evans, no hay nada en la mente del hombre que dirija su amor hacia una y no hacia la otra. Cita con aprobación la afirmación, atribuida a Wittgenstein, de que si Dios mirara en el interior del hombre no podría determinar qué gemela tenía en mente. Puesto que no hay ninguna respuesta a la cues­ tión, «¿Qué hay en el hombre que hace el caso que tenga en mente a una y no a otra?», la solución debe venir de la tercera persona o de un punto de vista externo. Como Putnam dice, el mundo se encarga de ello. Pero esta solución no puede funcionar. Cualquier teoría de la In­ tencionalidad tiene que explicar el hecho de que a menudo se tienen contenidos Intencionales dirigidos hacia objetos particulares. Lo que se requiere es una caracterización del contenido Intencional que mues­ tre cómo puede ser satisfecho por un objeto y sólo por un objeto pre­ viamente identificado. 12 «The causal theory o f ñames», Proceedings of the Aristotelian Society, supl. vol. 47, pp. 187-208; reimpreso en S. P. Schwartz (ed.), Naming, Necessity and Natu­ ral Kinds, Comell University Press, Ithaca/Londres, 1977, pp. 192-215.

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Considerados históricamente creo que los dos errores que han im­ pedido que los filósofos encontrasen la solución a este problema son, primero la suposición de que cualquier contenido Intencional es una unidad aislada que determina sus condiciones de satisfacción inde­ pendiente de las demás e independientemente de cualquier capacidad no presentacional; y segundo, la presuposición de que la causación es siempre una relación no-Intencional, esto es, que es siempre una rela­ ción natural entre objetos y hechos del mundo. El problema es insolu­ ble dadas estas dos suposiciones. Los teóricos causales ven correcta­ mente que el problem a no puede resolverse sin la noción de causación, pero no obstante mantienen estas dos suposiciones. Hacen las suposiciones atomísticas usuales en tomo a la Intencionalidad y a continuación adoptan el punto de vista de la tercera persona para dar algún asidero a su concepción humeana de la causalidad. Por otro lado, fenomenólogos tales como Husserl han visto la conexión de ex­ periencias y la importancia de una explicación en primera persona pero no han logrado ver la relevancia de la causalidad, porque su con­ cepción del carácter abstracto de los contenidos Intencionales les ha llevado a asumir tácitamente que la causación es siempre una relación natural no Intencional. ¿Cuál es entonces la solución al problema de la particularidad? Para reunir los instrumentos necesarios para responder a esta cuestión necesitamos recordar lo siguiente: primero, la Red y el Trasfondo afectan a las condiciones de satisfacción del estado Intencional; se­ gundo, la causación Intencional es siempre intema a las condiciones de satisfacción de los estados Intencionales; y tercero, los agentes es­ tán en relaciones indéxicas con sus propios estados Intencionales, sus propias Redes, y sus propios Trasfondos. Red y Trasfondo: De acuerdo con la concepción de la Intencionali­ dad y de la causación Intencional que se avanza en este libro, los con­ tenidos Intencionales no determinan sus condiciones de satisfacción aisladamente. Más bien los contenidos Intencionales en general y las experiencias en particular están relacionadas internamente de una ma­ nera holista con otros contenidos Intencionales (la Red) y con las ca­ pacidades no representacionales (el Trasfondo). Están relacionadas in­ ternamente en el sentido de que no podrían tener las condiciones de satisfacción que tienen excepto en relación con el resto de la Red y del Trasfondo. Esta concepción holista incluye la negación de las suposi­ ciones atomistas mencionadas anteriormente. Causación Intencional: Ya hemos sugerido que la causación figura característicamente al determinar las condiciones de satisfacción de los estados Intencionales cuando es causación Intencional, esto es, cuando la relación causal ocurre como parte del contenido Intencional. Cuando enlazamos este punto con la Red y el Trasfondo podemos ver

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que para que sea parte de las condiciones de satisfacción del estado Intencional de Jones debe ser causado por Sally más bien que por la Sally gemela, Jones debe tener alguna identificación anterior de Sally como Sally; y su experiencia presente debe referirse a esa identifica­ ción anterior en la determinación de las condiciones causales de satis­ facción. Indexicalidad: Desde el punto de vista de Jones, cualquiera de sus experiencias no es simplemente una experiencia que acontezca a al­ guien; es más bien su experiencia. La Red de estados Intencionales de la que él es consciente es su Red y las capacidades de Trasfondo de las que él hace uso tiene que ver con su Trasfondo. Por mucho que la experiencia de Jones sea cualitativamente similar a la de su Jones ge­ melo y por mucho que su Red total de estados Intencionales sea de idéntico tipo a los de su gemelo, desde el punto de vista de Jones no hay ninguna duda de que éstas son sus experiencias, sus creencias, sus recuerdos, sus inclinaciones; en resumen, su Red y su Trasfondo. Necesitamos seguidamente enunciar explícitamente cómo estos rasgos del sistema de la Intencionalidad se combinan para resolver el problema de la particularidad. El problema está en mostrar cómo el Trasfondo y la Red alcanzan el interior del contenido Intencional para determinar que las condiciones causales de satisfacción sean particula­ res más bien que generales. A fin de simplificar la exposición conside­ raremos dos casos, primero uno en el que ignoraremos el Trasfondo y nos concentraremos en la operación de la Red y después otro en el que consideraremos la operación del Trasfondo. Supongamos que el conocimiento global que Jones tiene de Sally viene del hecho de que ha tenido una secuencia de experiencias, a, y, z,..., visuales y de cualquier otro tipo, de Sally en el pasado. Estas experiencias son experiencias pasadas pero todavía tiene recuerdos presentes de ellas, a, b, c,... La secuencia de recuerdos, a, b, c,..., está relacionada internamente con la secuencia de experiencias, jc, y, z,... Si, por ejemplo, a es un recuerdo de x, entonces parte de las condicio­ nes de satisfacción de a es que debe haber sido causado por x, del mismo modo que es parte de las condiciones de satisfacción de jc que si es una percepción de Sally debe haber sido causada por Sally. Por la transitividad de la causación Intencional es, por consiguiente, parte de las condiciones de satisfacción del recuerdo que debe haber sido cau­ sado por Sally. Además las secuencias deben estar internamente rela­ cionadas como secuencias porque en tanto que cada una de estas ex­ periencias perceptivas es de la misma mujer y cada uno de los recuerdos es un recuerdo de una experiencia de la misma mujer, en­ tonces las condiciones de satisfacción de algunos miembros de la se­ cuencia harán referencia a otros miembros de la secuencia. Las condi­ ciones de satisfacción de cada experiencia y de cada recuerdo después

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del encuentro inicial con Sally no son que la experiencia debiera ser satisfecha por una mujer que en términos generales satisficiera la des­ cripción de Sally sino que debiera ser causada por la misma mujer que causó las otras experiencias y recuerdos de Jones. Ésta es una de las claves para comprender como la Intencionalidad puede dirigirse hacia objetos particulares: puede ser interna a una representación que hace referencia a otras representaciones en la Red. Estamos suponiendo que Jones tiene una experiencia cuya forma es 1.

Exp. vis. (Sally está allí y su presencia y rasgos están causando esta experiencia visual).

como distinta de 2.

Exp. vis. (una mujer con rasgos idénticos a los de Sally está allí y su presencia y rasgos están causando esta experiencia visual).

La relación de la Red con el presente contenido Intencional desde el punto de vista de Jones es 3.

He tenido en el pasado un conjunto de experiencias x, y, z, ... causadas por la presencia y rasgos de una mujer a la que ha conocido como Sally y tengo en el presente un conjunto de recuerdos de estas experien­ cias a, b,c,... los cuales son tales que mi presente ex­ periencia visual es: Exp. vis. (una mujer con rasgos idénticos a los de Sally está ante mí y su presencia y rasgos están cau­ sando esta experiencia visual y esa mujer es idéntica a la mujer cuya presencia y rasgos causaron x, y, z,... que a su vez causaron a, b, c,...)

Sin embargo, desde el punto de vista de Jones —y el suyo es el único punto de vista que im porta en esta discusión— el contenido de 3 está incluido en el contenido de 1. En este ejemplo, todo lo que Jones tiene de Sally por la vía de la Intencionalidad es una experiencia presente enlazada a un conjunto de recuerdos presentes de experien­ cias pasadas. Pero eso es todo lo que necesita para garantizar que las condiciones de satisfacción requieren a Sally y no a alguien de tipo idéntico a Sally. Para ver la interrelación de los miembros de la Red pregúntese ¿qué es lo que falla desde el punto de vista de Jones si Sally y la Sally

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gemela se intercambian? Dicho simplemente, lo que falla es que la mujer que está viendo no es idéntica a Sally. Pero desde el punto de vista de Jones eso consiste simplemente en el hecho de que ella no lo­ gra satisfacer la última cláusula principal en la especificación del con­ tenido Intencional de 3. Supongamos que el intercambio ha tenido lu­ gar al nacer, veinte años antes de que Jones nunca hubiese visto u oído hablar de Sally; en este caso el contenido Intencional de Jones se sa­ tisface. Desde el punto de vista de la Intencionalidad de algún otro Jo­ nes podría no estar viendo a la Sally real, pero desde el punto de vista de Jones está viendo exactamente a la persona que supone estar viendo, esto es: su contenido Intencional determina estas condiciones de satisfacción y, de hecho, se satisface. Además, el hecho de que el Jones gemelo esté teniendo simultánea­ mente una experiencia de idéntico tipo que la de Jones no es obstáculo para que la experiencia de Jones esté dirigida hacia Sally y no hacia la Sally gemela, porque los elementos de su Red están idéxicamente rela­ cionados con él —son sus experiencias y sus recuerdos—. Desde luego no estamos diciendo que Jones ha de ser capaz de descifrar todo esto por sí mismo. Su manera de describir la situación preteóricamente podría ser: «Estoy viendo ahora la mujer que he co­ nocido siempre como Sally». Lo que estamos intentando explicar es que tanto Jones como el Jones gemelo podrían, simultáneamente, emi­ tir la misma oración, teniendo ambos experiencias cualitativamente idénticas, y sin embargo referirse a algo diferente en cada caso —cada uno está teniendo una experiencia que, aunque «cualitativamente idéntica» con la otra, tiene no obstante un contenido diferente y dife­ rentes condiciones de satisfacción— . (Más adelante veremos cómo este aparato es importante para una crítica de la teoría causal de los nombres.) Seguidamente consideraremos un caso de operación del Trasfondo en la determinación de casos particulares de reconocimiento percep­ tivo. La capacidad de reconocer personas, objetos, etc., no requiere normalmente la comparación del objeto con representaciones preexis­ tentes, ya sean imágenes, creencias u otras clases de ‘representaciones mentales’. Simplemente se reconocen personas y cosas. Ahora bien, supongamos que Bill Jones reconoce a un hombre que ha visto en la calle como Bemard Baxter. No necesita tener ningún recuerdo cons­ ciente o inconsciente de cuándo o cómo conoció a Baxter, y no nece­ sita tener ninguna representación de Baxter con la cual comparar el hombre que es el objeto de su presente atención visual. Simplemente ve a Baxter y sabe: ése es Baxter. Aquí el Trasfondo funciona como una capacidad mental no-representacional: tiene la habilidad de reco­ nocer a Baxter, pero esa habilidad en sí misma no necesita contener o consistir en representaciones.

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Puesto que Jones reconoce a Baxter y el Jones gemelo reconoce al Baxter gemelo, y ambos tienen experiencias cualitativamente idénti­ cas, ¿qué hay en una experiencia que requiere a Baxter y en la otra que requiere al Baxter gemelo como condiciones de satisfacción? En este caso intuitivamente sentimos, como hicimos en el caso de las Sallys gemelas, que Jones reconoce a un hombre como su Baxter y el Jones gemelo reconoce a otro hombre como su Baxter. Pero ¿cómo descifrar esa intuición en un caso donde no hay representaciones ante­ riores a las que el contenido Intencional pueda hacer referencia? Cada uno tiene una experiencia cuyo contenido es 1.

Exp. vis. (un hombre a quien reconozco como Bax­ ter está ante mí y su presencia y rasgos están cau­ sando esta experiencia visual).

como distinta de 2.

Exp. vis. (un hombre con lo que reconozco como rasgos idénticos a los de Baxter está ante mí y su presencia y rasgos están causando esta experiencia visual).

Desde el punto de vista de Jones el contenido de 1 es el mismo que: 3.

Tengo la capacidad de reconocer un cierto hombre m como Baxter que es tal que: Exp. vis. (un hombre con lo que reconozco como rasgos idénticos a los de Baxter está ante mí y su presencia y rasgos están causando esta experiencia visual y ese hombre es idéntico a m).

Tanto Jones como el Jones gemelo tienen experiencias visuales cuali­ tativamente idénticas. La diferencia entre los dos casos es que la ex­ periencia de Jones hace referencia a sus propias capacidades de Tras­ fondo y las del Jones gemelo a sus propias capacidades de Trasfondo. Del mismo modo que la indexicalidad de la Red soluciona el pro­ blema de la Sally gemela, así también la indexicalidad del Trasfondo soluciona el problema del Baxter gemelo. Normalmente, la capacidad de reconocer será causada por el objeto del reconocimiento, pero no necesariamente. Es fácil imaginar casos donde uno podría aprender a reconocer un objeto sin que la capacidad de uno esté causada por el objeto. A fin de simplificar, he considerado la operación de la Red y del Trasfondo separadamente, pero, naturalmente, en la vida real operan

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juntas y, claro está, no hay ninguna línea de separación definida entre las dos. Hasta ahora el esfuerzo ha consistido en explicar cómo personas diferentes con experiencias visuales de idéntico tipo pueden tener di­ ferentes condiciones de satisfacción, e incluso cómo esas condiciones de satisfacción pueden ser particulares más bien que generales. Pero hay una cuestión paralela y no contestada por el momento en tomo a cómo diferentes personas con diferentes experiencias pueden tener las mismas condiciones de satisfacción. Podríamos formular la pregunta en la forma de una objeción: «La explicación completa conduce a un tipo de solipsismo. Si la identidad como instancia de cada experiencia visual figura en sus condiciones de satisfacción, entonces sería impo­ sible para personas diferentes tener alguna vez experiencias con las mismas condiciones de satisfacción, sin embargo tal cosa debe ser po­ sible puesto que vemos las mismas cosas que otras personas, y lo que es más, nos tomamos a nosotros mismos como viendo las mismas co­ sas. Date cuenta de que en tu explicación el requisito de la publicidad no está garantizado por el mero hecho de que el mismo estado de co­ sas causa tanto tu experiencia visual como la mía, puesto que la cues­ tión es: ¿cómo puede ese hecho ser parte de la experiencia visual?» Generalmente hay de hecho un elemento de perspectiva que es ineliminable en la visión y en la percepción. Percibo el mundo desde la localización de mi cuerpo en el espacio y en el tiempo y tú desde la tuya. Pero no hay nada misterioso o metafísico en esto. Es simple­ mente una consecuencia del hecho de que mi cerebro y el resto de mi aparato perceptivo están localizados en mi cuerpo, y tu cerebro y tu aparato perceptivo están localizados en el tuyo. Pero esto no nos im­ pide que compartamos la visión y otras clases de experiencias. Supon­ gamos, por ejemplo, que tú y yo estamos mirando ambos hacia el mismo objeto, v. gr., un cuadro, y discutiendo sobre él. Ahora bien, desde mi punto de vista no estoy simplemente viendo un cuadro, sino que más bien lo estoy viendo como parte de nuestro verlo. Y el as­ pecto compartido de la experiencia incluye algo más que el simple he­ cho de que yo crea que tú y yo estamos viendo la misma cosa; pero el ver mismo debe referirse a esa creencia, dado que si la creencia es falsa entonces algo en el contenido de mi experiencia es insatisfecho: no estoy viendo lo que suponía que estaba viendo. Hay una gran variedad de tipos diferentes de experiencias compar­ tidas, y no estoy seguro cómo, o incluso de si, las diversas compleji­ dades pueden representarse en la notación que hemos estado usando hasta aquí. Una clase muy simple de caso sería aquel en el que el con­ tenido de mi experiencia visual hace referencia al contenido de una creencia sobre lo que tú estás viendo. Un ejemplo, enunciado en espa­ ñol ordinario, sería el caso en el que «creo que hay un cuadro particu­

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lar que tú estás viendo y yo lo estoy viendo también». Aquí el «lo» dentro de la esfera de acción del «ver» está dentro del alcance del cuantificador que a su vez está dentro del alcance del «creo», aunque el «ver» no está dentro del alcance del «creo». La oración no dice que yo creo que lo veo, dice que yo lo veo. Usando corchetes para el al­ cance de los verbos Intencionales y paréntesis para los cuantificadores y permitiendo que se entrecrucen obtenemos: Cre [(E!x) (usted está viendo a] A Exp. vis. [cpjc y el hecho de que cpjc está causando esta exp. vis]). El hecho de que tú y yo estemos teniendo una experiencia visual compartida del objeto no requiere que lo veamos bajo el mismo as­ pecto. De este modo, en la formulación anterior yo lo veo bajo el as­ pecto X causó la E. V. Sé que veo X sobre la base de la E.V. —» Sé que X causó la E.V. Sé que X causó la E.V. —» Inferencia causal válida de X desde la E.V. Inferencia causal válida —> comprobación de la infe­ rencia, pero —iverificación de la inferencia, .*. —iinfe­ rencia causal válida. —.Sé que X causó la E.V. .'. -.Sé que veo X, sobre la base de la E.V.

Los pasos en los que este argumento hacen agua son 2 y 3. Yo no in­ fiero (distingo o averiguo) que el coche está causando mi expericiencia visual. Simplemente veo el coche. Del hecho de que la experiencia

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visual deba ser causada por el coche para que yo lo vea (paso 1) no se sigue que la experiencia visual sea la ‘base’ o evidencia de mi conoci­ miento de que veo el coche (paso 2), ni se sigue que haya alguna ex­ periencia visual implicada (paso 3) desde la experiencia visual como efecto al objeto material como causa. No infiero más que el coche es la causa de mi experiencia visual que infiero que es amarillo. Cuando veo el coche puedo ver que es amarillo y cuando veo el coche tengo una experiencia, parte de cuyo contenido es que es causada por el co­ che. El conocimiento de que el coche causó mi experiencia visual se deriva del conocimiento de que veo el coche, y no al contrario. Puesto que no infiero que hay un coche allí sino que simplemente lo veo, y puesto que no infiero que el coche causó mi experiencia visual, sino que más bien es parte del contenido de la experiencia que es causada por el coche, no es correcto decir que la experiencia visual es la ‘base’ en el sentido de evidencia o fundamento para saber que hay un coche allí. La base más bien es que veo el coche, y mi ver el coche no tiene ninguna base anterior en ese sentido. Simplemente lo veo. Uno de los componentes del evento de ver el coche es la experiencia visual, pero no se hace una inferencia causal de la existencia del coche desde la experiencia visual. En mi explicación del carácter causal autorreferencial del conte­ nido Intencional de la percepción, la causación Intencional trans­ ciende a la distinción entre el contenido Intencional y el mundo natu­ ral que contiene los objetos y estados de cosas que satisfacen ese contenido Intencional, porque el contenido Intencional a la vez repre­ senta y es un término de la relación causal y no obstante la causación es parte del mundo natural. La distinción entre la causación y las otras condiciones de satisfacción es ésta: si tengo una experiencia visual de un objeto amarillo y esa experiencia es satisfecha, entonces aunque esa experiencia no es literalmente amarilla es literalmente causada. Además es experimentada como causada ya sea satisfecha o no; pero no es experimentada como amarilla, más bien es experimentada como de algo amarillo. La objeción escéptica sólo sería válida si no pudiera experimentar directamente el impacto causal de los objetos sobre mí, en mis percep­ ciones de ellos, sino que tuviese que averiguar la presencia del objeto, como causa, por algún proceso ulterior de inferencia y validación de la inferencia. De acuerdo con mi explicación la experiencia visual no representa la relación causal como algo que existe independiente­ mente de la experiencia, sino que más bien parte de la experiencia es la experiencia de ser causada. Ahora el lector podría percibir justifica­ damente que esta noción de causación no se acomoda muy bien con su teoría humeana de la causación y en eso lleva mucha razón, la teo­ ría humeana es precisamente la que se está desafiando. De cualquier

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modo, debo al lector una explicación de mi noción de causación, una noción que creo que es de hecho la que todos tenemos, y tal explica­ ción aparecerá en el Capítulo 4. Lo que creo que es enteramente correcto en la objeción escéptica es que una vez que tratamos a la experiencia como evidencia desde la base de la cual inferimos la existencia del objeto, entonces el escepti­ cismo se convierte en ineludible. La inferencia carecería de justifica­ ción alguna. Y es en este punto en el que la metáfora de lo interno y lo extemo nos coloca una trampa, porque nos inclina a pensar que esta­ mos tratando con dos fenómenos separados, una experiencia ‘interna’ sobre la cual podemos tener una clase de certeza cartesiana, y una ‘ex­ terna’ para la cual lo intemo debe proporcionar la base, evidencia o fundamento. Lo que he estado proponiendo en este capítulo es una te­ oría no inferencial, esto es, la versión de un realista ingenuo de la teo­ ría causal de la percepción según la cual no estamos tratando con dos cosas, una de las cuales es evidencia para la otra, sino más bien que percibimos sólo una cosa y al hacerlo así tenemos una experiencia perceptiva. Desde luego que decir que parte de la experiencia es la experien­ cia de ser causada no es decir que la experiencia es de algún modo autovalidadora. Como señala el escéptico clásico, podría estar teniendo exactamente esta experiencia, aunque podría no ser causada por su ob­ jeto Intencional, podría ser, como ellos dicen, una alucinación. Y de este modo el escéptico clásico argüiría que estamos en la situación fa­ miliar de que, sea cual sea el fundamento que tengamos para el cono­ cimiento, es consistente suponer que el fundamento podría existir y aún así la proposición que afirmábamos conocer podría ser falsa. Del enunciado de que la experiencia ocurre no se sigue que el objeto exista. Pero, de nuevo, este argumento es una fusión de dos tesis abso­ lutamente distintas. (1)

Podría estar teniendo una experiencia ‘cualitativa­ mente diferente’ de ésta y, sin embargo, podría no haber un coche allí. (2) Para saber en esta situación perceptiva que hay un coche allí tengo que inferir su existencia por medio de una inferencia causal desde esta experiencia.1 (1) es absolutamente verdadero y es realmente una consecuencia tri­ vial de mi explicación de la Intencionalidad. El estado Intencional de­ termina qué cuenta como sus condiciones de satisfacción pero es posi­ ble que el estado sea insatisfecho. Pero (2) no se sigue de (1) y he intentado argumentar que (2) es falso.

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Hay, sin embargo, una consecuencia ulterior del análisis que re­ quiere una mención especial: aquellos conceptos que delimitan los rasgos reales del mundo son conceptos causales. Rojo, por ejemplo, es ese rasgo del mundo que hace que las cosas parezcan (y de otro modo, pasen las pruebas de ser), sistemáticamente y bajo condiciones apro­ piadas, rojas. Y similarmente con las así llamadas cualidades prima­ rias. Las cosas cuadradas son aquellas que son capaces de causar cier­ tas clases de efectos sobre nuestros sentidos y sobre nuestro aparato de medición. Y este rasgo causal es también característico de aquellas propiedades del mundo que no son inmediatamente accesibles a los sentidos, tales como los ultravioletas e infrarrojos, porque a menos que fueran capaces de tener algunos efectos —por ejemplo, sobre nuestro aparato de medición o sobre otras cosas las cuales a su vez afectasen a nuestro aparato de medición que a su vez afectase a nues­ tros sentidos— podríamos no tener ningún conocimiento de su exis­ tencia. Ahora bien, esto implica que nuestros conceptos empíricos para describir rasgos del mundo se aplican con relación a nuestra ca­ pacidad de recibir inputs causales desde esos mismos rasgos; y esto a su vez parece conducir a una forma de escepticismo: no podemos sa­ ber cómo es realmente el mundo porque sólo podemos saber cómo es con relación a nuestra propia constitución empírica y en las formas en las que tiene un impacto causal sobre nuestra constitución. Pero de lo dicho no se sigue este escepticismo; lo que se sigue más bien es que podemos saber cómo es el mundo, pero nuestra misma noción de cómo es éste es relativa a nuestra constitución y a nuestras transaccio­ nes causales con él. Esta forma de escepticismo es quizás más bien parecida a la del escepticismo de Kant sobre la posibilidad de conocimiento de las co­ sas en sí, en tanto que opuesto a la mera apariencia de las cosas en sí. Creo que la respuesta a ambas es trasladar el eje de la cuestión al punto donde uno puede ver que la misma noción de cómo son las co­ sas en sí es relativa a nuestra capacidad de recibir inputs causales de un mundo que en general existe independientemente de cómo lo re­ presentamos y que, con todo, este relativismo causal es consistente con el más ingenuo de los realismo ingenuos. Mi intención en esta sección no ha sido responder al escepticismo en general sino más bien responder a aquellas versiones que están dirigidas específicamente a las teorías causales de la percepción.V I VIII Nuestra explicación de la percepción visual, sin embargo, parece conducir a un resultado paradójico. Si las condiciones de satisfacción

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de la experiencia visual que uno tiene cuando ve un edificio como una casa entera son distintas de aquellas que uno tiene cuando lo ve mera­ mente como la fachada de una casa y si estas diferentes condiciones de satisfacción están determinadas por diferentes experiencias visua­ les, entonces comienza a parecer que casi cualquier cualidad puede ser la condición de satisfacción de una experiencia visual. Porque no sólo decimos «Parece un casa» como distinto de «Parece la fachada de una casa», sino que también decimos cosas tales como «Parece borracho» y «Ella parece inteligente» y en cada caso la oración es usada de forma absolutamente literal. Pero ¿cómo es posible que la experiencia puramente visual pueda contener como condiciones de satisfacción rasgos tales como ser inteligente o estar borracho? O para plantear el problema de forma más general: si la Intencionalidad de la experien­ cia visual tiene los rasgos que he afirmado, esto es, si implica una pre­ sentación causalmente autorreferencial, entonces, esos mismos rasgos parecerían poner restricciones muy estrictas en lo que puede figurar como las condiciones de satisfacción de experiencias visuales. Porque esto parece tener la consecuencia de que sólo esos objetos y estados de cosas capaces de causar ciertas clases de experiencias visuales pue­ den ser parte de las condiciones de satisfacción de experiencias visua­ les. Pero según mi propia explicación los objetos, estados de cosas y rasgos en cuestión deben incluir, no sólo rasgos tales como ser rojo o ser cuadrado, sino también ser una casa, estar borracho y ser inteli­ gente. Y es difícil ver cómo es siquiera posible que esos rasgos figu­ ren causalmente en la producción de experiencias visuales. Si la inteli­ gencia tiene que ser la condición de satisfacción de la experiencia visual, entonces en mi explicación la inteligencia debe ser capaz de causar experiencias visuales. Sin embargo, en cualquier sentido ordi­ nario no es ciertamente capaz de causar experiencias visuales de ese modo, y no obstante sí que decimos cosas tales como «Ella parece in­ teligente» y decimos éstas tan literalmente como «Eso parece rojo». Creo que la salida de este rompecabezas es distinguir entre esas propiedades donde averiguamos la presencia de la propiedad sola­ mente o de modo primario a través de la visión y aquéllas donde exi­ gimos algunas pruebas ulteriores. Verdaderamente decimos de forma literal «Ella parece inteligente» y «Parece borracho» pero no averi­ guamos que ella sea realmente inteligente o que él realmente esté bo­ rracho mediante la mera mirada. Tenemos que efectuar otras clases de pruebas. La relación entre «Ella parece inteligente» y «Ella es inteli­ gente» es bastante diferente de la relación entre «Eso parece rojo» y «Eso es rojo». Porque en el caso de rojo se informa de las condiciones visuales de satisfacción en ambas emisiones, pero en el caso de la in­ teligencia las condiciones de satisfacción ya no son puramente visua­ les. O para exponer la cuestión de otro modo: es posible que alguien

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INTENCIONALIDAD

parezca inteligente a cualquier observador normal en condiciones nor­ males y no obstante no ser inteligente de un modo en el que no es po­ sible para algo parecer rojo a observadores normales en condiciones normales y no ser rojo. Parecer inteligente es independiente de ser in­ teligente en un modo en que parecer rojo no es independiente de ser rojo. De este modo puede ser que las condiciones de satisfacción de una experiencia visual sean que alguien sea inteligente, pero no se sigue de esto que la inteligencia tenga que ser capaz de causar ciertas clases de experiencias visuales; más bien, en tal caso los rasgos visuales en cuestión son esa concatenación de rasgos que constituyen el parecer inteligente, y parecer inteligente es verdaderamente el nombre de un posible rasgo visual. De manera más general, la forma de la oración «x parece cp» informa de la presencia de un rasgo puramente visual en la medida en que «x es realmente cp» puede establecerse por inspec­ ción visual. En la medida en que «x es realmente cp» no puede estable­ cerse por inspección visual entonces en esa misma medida no es real­ mente el nombre de un rasgo visual. Y verdaderamente la oración de la forma «x parece cp» puede ella misma manifestar un rasgo pura­ mente visual independientemente de cp.

3.

INTENCIÓN Y ACCIÓN I

En el curso de nuestra discusión de la Intencionalidad de los es­ tados mentales tales como la creencia y el deseo y de los eventos men­ tales tales como las experiencias visuales, hemos desarrollado un aparato conceptual bastante extenso para analizar los problemas de la Intencionalidad, un aparato que incluye las nociones de contenido In­ tencional, modo psicológico, condiciones de satisfacción, dirección de ajuste, autorreferencialidad causal, dirección de causación, Red, Tras­ fondo y la distinción entre presentación y otras clases de representa­ ciones. La explicación de la Intencionalidad en términos de estas no­ ciones no intenta ser reductiva, puesto que cada una es una noción Intencional. No estamos intentando mostrar que la Intencionalidad es realmente alguna otra cosa, sino más bien explicarla en términos de una familia de nociones cada una de las cuales es explicada indepen­ dientemente, normalmente por medio de ejemplos. Repitámoslo: no hay un punto de vista no intencional desde el cual podamos examinar las relaciones entre estados Intencionales y sus condiciones de satis­ facción. Cualquier análisis debe producirse dentro del círculo de con­ ceptos Intencionales. El objetivo de este capítulo es explorar las relaciones entre inten­ ciones y acciones, usando este aparato. A primera vista las intenciones y las acciones parecen ajustarse muy elegantemente en el sistema. Es­ tamos inclinados a decir: precisamente del mismo modo como mi cre­ encia se satisface si y sólo si el estado de cosas representado por el contenido de la creencia realmente se da, y mi deseo se satisface si y sólo si el estado de cosas representado por el contenido del deseo llega a suceder; así, mi intención se satisface si y sólo si la acción re­ presentada por el contenido de la intención se realiza realmente. Si creo que votaré a Jones, mi creencia será verdadera si y sólo si voto a Jones, si deseo votar a Jones mi deseo será satisfecho si y sólo si voto a Jones, y si tengo la intención de votar a Jones mi intención se lle­ vará a cabo si y sólo si voto a Jones. Junto a estos paralelismos «se­ mánticos», hay también paralelismo sintácticos en las oraciones que informan estados Intencionales. Prescindiendo de los problemas del [91]

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INTENCIONALIDAD

tiempo verbal, la «estructura profunda» de las tres oraciones que ma­ nifiestan mi creencia, deseo e intención es, respectivamente, Creo + Yo voto a Jones Quiero + Yo voto a Jones Tengo la intención de + Yo voto a Jones. Deberíamos estar profundamente impresionados por el aparente estricto ajuste entre la sintaxis y la semántica: cada oración representa un estado Intencional; cada estado representa sus condiciones de satis­ facción y estas condiciones son representadas por la oración «Yo voto a Jones», la cual es exactamente la oración subordinada en las oracio­ nes que representan los estados Intencionales. Las dos últimas ora­ ciones, pero no la primera, permiten una supresión del SN «Yo» y la inserción del infinitivo en la estructura superficial, de este modo te­ nemos: Quiero votar a Jones Tengo la intención de votar a Jones. Además, el modo en el que la intención y la acción se ajustan en esta explicación general de la Intencionalidad nos capacita para ofrecer un enunciado simple (pero provisional) de las relaciones entre inten­ ciones y acciones intencionales: una acción intencional es simple­ mente la condición de satisfacción de una intención. Desde esta perspectiva cualquier cosa que pueda ser la satisfacción de una in­ tención puede ser una acción intencional. De este modo, por ejem­ plo, derramar la cerveza que uno está tomando no es normalmente la condición de satisfacción de una intención, porque la gente no de­ rrama normalmente su cerveza intencionalmente; pero tal cosa puede ser una acción intencional, porque puede ser la condición de satisfacción de una intención. Tal y como está establecida, esta explicación no puede funcionar completamente, porque parece admitir demasiado. Por ejemplo, si tengo la intención de pesar 160 libras por Navidad y tengo éxito, no se dirá por ello que realicé la acción intencional de pesar 160 libras por Navidad ni se dirá que pesar 160 libras por Navidad pueda ser una ac­ ción intencional. Lo que se quiere decir más bien es que si tengo éxito en mi intención de pesar 160 libras por Navidad, debo haber realizado ciertas acciones por medio de las cuales llegue a pesar 160 libras; y eso necesita una explicación adicional. Además la explicación no dice nada sobre las intenciones generales. Pero, peor todavía, esta explica­ ción parece tener muy poco poder explicativo: lo que queremos saber es: ¿Qué es una intención? ¿Qué es una acción? ¿Y cuál es el carácter

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de la relación entre ellas que se describe diciendo que una es la condi­ ción de satisfacción de la otra? No obstante, creo que esta explicación provisional está en el camino correcto y volveré a ella más tarde. Una de sus ventajas, dicho sea de paso, es que enlaza con nuestra intuición de que hay una estrecha conexión entre acciones intenciona­ les y lo que se puede decir a la gente que haga. Puesto que, cuando se dan órdenes, se ordena a la gente realizar acciones intencionales, se puede solamente ordenar a la gente hacer cosas que pueden hacer in­ tencionalmente, y de hecho no tiene un sentido claro decir «Te ordeno realizar A inintencionalmente». (Como opuesto a, digamos, «Te or­ deno ponerte en una situación donde tú estés probablemente reali­ zando A inintencionalmente».) Un buen test aproximativo para ver si un verbo o una frase verbal denota o no un tipo de acción es compro­ bar si puede ocurrir o no en el imperativo. «Anda», «corre» y «come» son formas de imperativo, pero «cree», «ten la intención» y «quiere»* no son nombres de acciones y así no tienen una forma natural en modo imperativo. El test es solamente aproximativo porque algunas frases verbales en imperativo indican la manera en la que las acciones tienen que realizarse, en vez de nombrar acciones, por ejemplo, «¡Sé honesto!», «¡Sé amable!». II Hasta aquí parece que nos estamos moviendo con bastante facili­ dad en nuestros esfuerzos por asimilar la acción y la intención a una teoría de la Intencionalidad. Sin embargo, nuestros problemas comien­ zan ahora. Hay varias asimetrías entre la relación de la intención con la acción por un lado y la relación entre los otros estados Intencionales y sus condiciones de satisfacción por el otro, asimetrías que una teoría de la intención y de la acción debería ser capaz de explicar. Primero, debería sorprendemos como algo extraño el que tenga­ mos un nombre especial tal como «acción» y «acto» para las condi­ ciones de satisfacción de las intenciones. No tenemos, por ejemplo, nombres especiales para las condiciones de satisfacción de las creen­ cias y los deseos. Además, la conexión entre lo que es nombrado y el estado Intencional que satisface es mucho más íntima en el caso de las intenciones que en esos otros casos como las creencias y los deseos. Vimos que mi creencia se satisfaría si y sólo si el estado de cosas que creo que se da realmente se da y mi deseo será satisfecho si y sólo si el estado de cosas que deseo que se dé se da y, similarmente, mi intenbelieve», «intend» y «want». (TV. del T.)

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ción de hacer un acción será satisfecha si y sólo si la acción que tengo la intención de realizar realmente es realizada. Pero obsérvese que, mientras que hay muchos estados de cosas que no se cree que se dan o que se desean que se den, no hay acciones sin intenciones. Incluso donde hay una acción inintencional tal como la de Edipo cuando se casa con su madre, eso sucede solamente porque hay un evento idén­ tico que es una acción que él realiza intencionalmente, a saber, casarse con Yocasta. Hay muchos estados de cosas sin las creencias que les corresponden y muchos estados de cosas sin deseos que les correspon­ dan, pero no hay en general acciones sin intenciones que les corres­ pondan1. ¿Por qué debe haber esta asimetría? Segundo, incluso aunque ocurra un evento representado en el conte­ nido de mi intención, ello no es necesariamente la satisfacción de mi in­ tención. Como muchos filósofos han observado, tiene que producirse «del modo correcto» y esto de nuevo no tiene un análogo en las creen­ cias y los deseos. De este modo, si creo que está lloviendo y está llo­ viendo, mi creencia es verdadera sin importar cómo se da el estar llo­ viendo. Y si mi deseo es ser rico y llego a ser rico, ese deseo es satisfecho sin importar cómo llegué a ser rico. Pero una variante de un ejemplo de Chisholm12 muestra que esta condición no vale para las ac­ ciones. Supongamos que Bill tiene la intención de matar a su tío, enton­ ces podría suceder que él mate a su tío y, sin embargo, no se den las condiciones de satisfacción de su intención. Pueden no darse incluso en algunos casos donde su intención de matar a su tío realmente causó que él matara a su tío. Supongamos que él está conduciendo y pensando cómo va a matar a su tío, y supongamos que su intención de matar a su tío le pone tan nervioso y excitado que accidentalmente atropella y mata a un peatón que resulta ser su tío. Ahora bien, en este caso es verdadero decir que él mató a su tío y es verdadero decir que su intención de matar a su tío fue (parte de) la causa de que matara a su tío, pero no es verdad decir que llevó a cabo su intención de matar a su tío o que su intención se satisfizo; porque no mató a su tío intencionalmente. Hay varios ejemplos sorprendentes en la literatura. Considérese el siguiente de Davidson3que él dice que ilustra las fuentes de su 1 De acuerdo con mi explicación cosas tales como roncar, estornudar, dormir, y muchos movimientos reflejos no son acciones. Si estoy o no en lo correcto sobre el uso ordinario es menos importante que si puedo dar una explicación de la intención y de la acción que muestre que tales casos son fundamentalmente diferentes de aquellos que cuento como acciones. 2 R. M. Chisholm, «Freedom and action», en L. Lehrer (ed.), Freedom and Determinism, Random House, Nueva York, 1966, p. 37. 3 D. Davidson, «Freedom to act», en T. Honderich (ed.), Essays on Freedom of Action, Routledge & Kegan Paul, Londres/Henley/Boston, 1973, pp. 153-154.

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pérdida de esperanza de explicar sencillamente... el modo en el que las actitudes deben causar la acción si es que van a ra­ cionalizar la acción... Un alpinista podría querer librarse del peso y el peligro de mantener a otro hombre en una cuerda, y podría saber que soltando la cuerda que tiene agarrada podría librarse del peso y del peligro. Esta creencia y deseo podría ponerlo tan nervioso que causase que soltara la cuerda que tiene agarrada, y no obstante podría ser el caso que nunca elija soltar la cuerda, ni hacerlo intencionalmente. Y, se podría añadir, que él podría incluso formar la intención de soltar la cuerda que tiene agarrada y su intención podría ponerle tan ner­ vioso que la soltase inintencionalmente. En tal caso, él tiene la inten­ ción de soltar la cuerda, realmente suelta la cuerda, y su intención causa que suelte la cuerda, pero no suelta la cuerda intencionalmente ni lleva a cabo su intención de soltar la cuerda. ¿Por qué no? Otro ejemplo (igualmente homicida) procede de Dan Bennett4. Un hombre intenta matar a alguien disparándole. Supongamos que no le da, pero el disparo provoca la estampida de una piara de jabalíes que pisotean hasta morir a la persona que teníamos la intención de matar. En este caso la intención del hombre tenía la muerte de la víctima como parte de las condiciones de satisfacción y la víctima muere como resultado de ello, pero a pesar de todo estamos poco dispuestos a decir que fue un asesinato intencional. III En esta sección y en la siguiente, quiero desarrollar una explica­ ción de las relaciones entre intención y acción que mostrará cómo en­ cajan las relaciones en la teoría general de la Intencionalidad bosque­ jada en los Capítulos 1 y 2 y cómo, no obstante, da cuenta de los rasgos paradójicos de la relación entre acción e intención discutidos en la sección previa. Por mor de la simplicidad comenzaré con accio­ nes muy simples tales como levantar un brazo. Más tarde consideraré casos más complejos. Primero necesitamos distinguir aquellas intenciones que son for­ madas con anterioridad a las acciones de aquellas que no lo son. Los casos que hemos considerado hasta ahora son casos donde el agente tiene la intención de realizar la acción antes de la realización de la ac­ 4 Citado por D. Davidson en Honderich (ed.), op. cit., pp. 152-153.

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ción misma, donde, por ejemplo, sabe qué va a hacer porque ya tiene una intención de hacer eso. Pero no todas las intenciones son así: su­ pongamos que se me pregunta: «Cuando súbitamente golpeaste a ese hombre, ¿te habías formado ya la intención de golpearle?». Mi res­ puesta podría ser: «No, simplemente le golpeé». Pero incluso en tal caso le golpeé intencionalmente y mi acción se llevó a cabo con la in­ tención de golpearle. Quiero decir sobre tal caso que la intención es­ taba en la acción pero que no había intención previa. La forma lin­ güística característica de expresión de una intención previa es «Yo haré A» o «Voy a hacer A». La forma característica de la expresión de una intención en la acción es «Estoy haciendo A». Diremos de una in­ tención previa que el agente actúa de acuerdo con su intención, o que lleva a cabo su intención, o que intenta llevarla a cabo; pero en gene­ ral no podemos decir tales cosas de las intenciones en la acción, por­ que la intención en la acción es precisamente el contenido Intencional de la acción; la acción y la intención son inseparables en modos que intentaré explicar brevemente. Hay al menos dos modos de establecer más claramente la distin­ ción entre una intención en la acción y una intención previa. El pri­ mero, como nuestro ejemplo previo sugiere, es observar que muchas de las acciones que se realizan, se realizan bastante espontáneamente, sin formar, consciente o inconscientemente, ninguna intención previa de hacer esas cosas. Por ejemplo, supongamos que estoy sentado en una silla reflexionando sobre un problema filosófico, y de repente me levanto y comienzo a pasearme con aspecto preocupado por la habita­ ción. Mi levantarme y pasear con aspecto preocupado son claramente acciones intencionales, pero para hacerlas no necesito formar una in­ tención para hacerlas antes de hacerlas. Yo no he tenido, en ningún sentido, que tener un plan para levantarme y pasear preocupada­ mente. Como muchas de las cosas que se hacen, yo solamente hago estas acciones; solamente actuó. Un segundo modo para ver la misma distintición es observar que incluso en los casos donde tengo una in­ tención previa de hacer alguna acción habrá normalmente un conjunto completo de acciones subsidiarias las cuales no se representan en la intención previa pero que, sin embargo, se realizan intencionalmente. Por ejemplo, supongamos que tengo la intención previa de ir condu­ ciendo mi coche hacia mi despacho, y supongamos que estoy llevando a cabo esta intención previa y cambio de la segunda velocidad a la ter­ cera velocidad. Ahora bien, no he formado ninguna intención previa para cambiar de la segunda a la tercera. Cuando formé mi intención de ir conduciendo mi coche hacia el despacho nunca la formulé en un pensamiento. No obstante, mi intención de cambiar de velocidad era intencional. En tal caso tuve una intención en la acción de cambiar las velocidades pero no intención previa de hacerlo así.

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Todas las acciones intencionales tienen intenciones en la acción pero no todas las acciones intencionales tienen intenciones previas. Puedo hacer algo intencionalmente sin haber formado una intención previa de hacerlo, y puedo tener una intención previa de hacer algo y no obstante no actuar de acuerdo con esa intención. A pesar de todo, en casos donde el agente está actuando de acuerdo con su intención previa debe haber una estrecha conexión entre la intención previa y la intención en la acción, y también tendremos que explicar esta co­ nexión. Tanto las intenciones previas como las intenciones en la acción son causalmente autorreferenciales en el mismo sentido que las expe­ riencias perceptivas y los recuerdos son causalmente autorreferencia­ les. Esto es, como las experiencias perceptivas y los recuerdos, sus condiciones de satisfacción requieren que los estados Intencionales mismos estén en ciertas relaciones causales con el resto de sus condi­ ciones de satisfacción. Exploraremos este rasgo en detalle más tarde pero puede ser ilustrado considerando la autorreferencialidad causal de las intenciones previas. Supongamos que intento levantar mi brazo. El contenido de mi intención no puede ser que mi brazo suba, porque mi brazo puede subir sin que levante mi brazo. Ni puede ser simple­ mente que mi intención cause que mi brazo suba, porque vimos en nuestra discusión de los ejemplos de Chisholm, Davidson y Bennett que una intención previa puede causar un estado de cosas represen­ tado por la intención sin ser ese estado de cosas la acción que satisfa­ ría la intención. Ni, de un modo muy extraño, puede ser (que realizo la acción de levantar el brazo) porque podría realizar la acción de levantar mi brazo de modos que no tienen nada que ver con esta intención previa. Podría olvidar todo so­ bre esta intención y más tarde levantar mi brazo por alguna otra razón independiente. El contenido Intencional de mi intención debe ser al menos (que realizo la acción de levantar mi brazo por medio de lle­ var a cabo esta intención). Pero ¿qué significa «llevar a cabo» en esta formulación? Al menos esto: Si estoy llevando a cabo esa intención entonces la intención debe desempeñar un papel causal en la acción, y el argumento a favor de esto es simplemente que si rompemos la conexión causal entre la in­ tención y la acción ya no tendremos un caso de llevar a cabo la inten­ ción. Supongamos que olvido todo sobre la intención previa de levan­ tar mi brazo de tal modo que no desempeña ningún papel causal,

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consciente o inconsciente, en la acción ulterior; en tal caso la acción no es un caso de llevar a cabo esa intención. A pesar de todo, esta for­ mulación hace surgir un montón de cuestiones que tendremos que res­ ponder más tarde. ¿Qué significa «acción» y cuál es exactamente el papel de la autorreferencia causal? Mientras tanto, este carácter autorreferencial causal de las inten­ ciones parecerá menos misterioso si lo comparamos con un fenómeno similar en el reino de los actos de habla (e incidentalmente es siempre una buena idea cuando uno está enfrascado en la teoría de la Intencio­ nalidad volver a los actos de habla, porque los fenómenos de los actos de habla son mucho más accesibles). Supongamos que te ordeno abandonar la habitación. Y supongamos que respondes diciendo «Voy a abandonar la habitación, pero no porque tú me lo ordenes, estaba a punto de abandonar la habitación en cualquier caso. Pero no abando­ naría la habitación porque tú me lo ordenases». Si tú abandonas en­ tonces la habitación, ¿has obedecido mi orden? Bien, ciertamente no desobedeciste la orden, pero hay un sentido en el que no la obedeciste tampoco, porque la orden no funcionó como una razón para lo que hi­ ciste. Por ejemplo, sobre la base de una serie de tales casos no te des­ cribiríamos como una persona «obediente». Pero lo que esto ilustra es que el contenido de mi orden no es simplemente que abandones la ha­ bitación, sino que abandones la habitación obedeciendo esta orden, esto es, la forma lógica de la orden no es simplemente Le ordeno (que abandone la habitación) sino más bien es causalmente autorreferencial en la forma Le ordeno (que abandone la habitación obedeciendo esta orden)5. Hasta ahora en esta sección he argumentado que necesitamos una distinción entre intenciones previas e intenciones en la acción, y he afirmado, aunque no de una manera totalmente justificada, que ambas son causalmente autorreferenciales en el mismo sentido que las expe­ riencias visuales y los recuerdos. Ahora quiero extender la analogía entre percepción y acción explorando esas experiencias que son carac­ terísticas de las acciones. Recordemos primero los rasgos relevantes 5

La autorreferencia no conduce a un regreso al infinito. Cuando le ordeno hacer

A, de hecho estoy creando una razón para que usted haga A tal que la orden será obe­ decida si y sólo si hace A por esa razón, esto es: porque le he ordenado hacerlo; pero no creo una razón adicional para que eso sea una razón, ni le doy una orden de se­ gundo nivel para que obedezca mi orden de primer nivel.

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de las percepciones. Cuando ves la mesa en frente de ti hay dos ele­ mentos en la situación perceptiva: la experiencia visual y la mesa, pero los dos no son independientes porque la experiencia visual tiene la presencia y rasgos de la mesa como condición de satisfacción. Ahora bien, ¿qué sucede en el caso de acciones simples tales como le­ vantar tu brazo? ¿Qué sucede cuando realizas la acción intencional de levantar el brazo? Del mismo modo que hay experiencias característi­ cas de ver la mesa, así argumentaré que hay experiencias caracterís­ ticas de levantar el brazo. Levantar el brazo, como ver la mesa, consta característicamente de dos componentes: la experiencia de levantar el brazo y el movimiento físico del brazo, pero los dos no son indepen­ dientes, porque así como la experiencia visual de la mesa tiene Inten­ cionalidad, así la experiencia de levantar el brazo tiene Intencionali­ dad; tiene condiciones de satisfacción. Si tengo exactamente esta experiencia pero mi brazo no se levanta, estaría en la situación aná­ loga a la situación donde tenía exactamente esta experiencia pero no había mesa en frente de mí. Tendría una experiencia con una Intencio­ nalidad cuyo contenido no se satisfacía. Podemos llevar más lejos el paralelismo entre acción y percepción considerando la cuestión de Wittgenstein: Si levanto mi brazo, ¿qué queda si prescindo del hecho de que mi brazo subió?6. La cuestión me parece exactamente análoga a ésta: Si veo la mesa, ¿qué queda si pres­ cindo de la mesa? Y en cada caso la respuesta es que queda una cierta forma de Intencionalidad presentacional; lo que queda en el caso de la percepción visual es una experiencia visual: lo que es omitido en el caso de la acción es una experiencia de actuar. Cuando levanto mi brazo tengo una cierta experiencia y, como mi experiencia visual de la mesa, esta experiencia de levantar el brazo tiene un contenido Inten­ cional. Sin tengo esta experiencia y mi brazo no sube, ese contenido no se satisface. Además, incluso si mi brazo sube, pero sube sin esta experiencia, yo no he levantado mi brazo, simplemente ha subido. Esto es, así como el caso de ver la mesa incluye dos componentes re­ lacionados, un componente Intencional (la experiencia visual) y las condiciones de satisfacción de ese componente (la presencia y rasgos de la mesa); así, el acto de levantar mi brazo incluye dos componen­ tes, un componente Intencional (la experiencia de actuar) y las condi­ ciones de satisfacción de ese componente (el movimiento de mi brazo). En lo que se refiere a la Intencionalidad, las diferencias entre la experiencia visual y la experiencia de actuar están en la dirección de ajuste y en la dirección de causación: la experiencia visual esta­ blece la dirección de ajuste mente-a-mundo con la mesa. Si la mesa no 6 Ver Capítulo 1, p 31.

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está ahí, decimos que estaba equivocado, o que tenía una alucinación, o algo por el estilo. Y la dirección de causación va del objeto a la ex­ periencia visual. Si el componente Intencional se satisface debe ser causado por la presencia y rasgos del objeto. Pero en el caso de la ex­ periencia de actuar, el componente Intencional tiene la dirección de ajuste mundo-a-mente. Si tengo esta experiencia pero el evento no ocurre decimos cosas tales como que no logré levantar mi brazo, y que intenté levantar mi brazo pero sin éxito. Y la dirección de causa­ ción va de la experiencia de actuar al evento. Cuando el contenido In­ tencional se satisface, esto es, cuando realmente tengo éxito al levan­ tar mi brazo, la experiencia de actuar causa que suba el brazo. Si esto no causó que subiese el brazo, sino que lo causó cualquier otra cosa, no levanté mi brazo: simplemente subió por alguna otra razón. Y pre­ cisamente así como la experiencia visual no es una representación de sus condiciones de satisfacción sino una presentación de esas condi­ ciones, del mismo modo, mantengo que la experiencia de actuar es una presentación de sus condiciones de satisfacción. De acuerdo con esta explicación, la acción, como la percepción, es una transacción causal e Intencional entre la mente y el mundo. Ahora bien, así como no tenemos un nombre para lo que nos da el contenido Intencional de nuestra experiencia visual sino que tenemos que idear un término artificial, «la experiencia visual», del mismo modo, no hay ningún término para lo que nos da el contenido Inten­ cional de nuestra acción intencional sino que tenemos que idear un término artificial, «la experiencia de actuar». Pero el término nos con­ fundiría si diera la impresión de que tales cosas eran experiencias pa­ sivas o sensaciones que simplemente nos afectan, o que eran como lo que algunos filósofos han llamado voliciones o actos de voluntad o al­ guna cosa de esta clase. No son actos en absoluto, porque nosotros no realizamos nuestra experiencia de actuar en mayor medida que vemos nuestras experiencias visuales7. Tampoco estoy pretendiendo afirmar que haya algún sentimiento especial que pertenezca a todas las accio­ nes intencionales. El modo más simple de argumentar a favor de la presencia de la experiencia de actuar como uno de los componentes de tales acciones 7 Me parece que la teoría de la acción de Prichard comete el mismo error que las teorías de la percepción de los datos sensoriales. Reconoce la existencia de la expe­ riencia de actuar, pero quiere hacer de la experiencia el objeto Intencional en el mismo sentido en el que los teóricos de los datos sensoriales quieren hacer de la experiencia visual el objeto de la percepción visual [H. A. Prichard, «Acting, willing, desiring», en A. R. White (ed.), The Philosophy ofAction, Oxford University Press, Oxford, 1968, pp. 56-69. [Hay traducción española: La filosofía de la acción, FCE, Madrid, 1976

(N. del T.)]

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simples como levantar el propio brazo es mostrar como cada compo­ nente puede ser extraído del otro. Considérese en primer lugar el fa­ moso caso descrito por William James8en el cual se le ordena a un pa­ ciente con un brazo anestesiado que lo levante. Los ojos del paciente están cerrados y desconoce que su brazo está sujeto para prevenir el movimiento. Cuando abre sus ojos se sorprende al encontrar que no había levantado su brazo; esto es, se sorprende al descubrir que no hubo ningún movimiento del brazo. En tal caso tiene la experiencia de actuar y esa experiencia tiene sencillamente Intencionalidad; pode­ mos decir del paciente que su experiencia es la de intentar pero no lo­ grar levantar su brazo. Y las condiciones de satisfacción se determi­ nan por la experiencia; sabe lo que está intentando hacer y se sorprende al descubrir que no ha tenido éxito. Tal caso es análogo al caso de alucinación en la percepción porque el componente Intencio­ nal ocurre en ausencia de las condiciones de satisfacción. Ahora con­ sidérense los casos de Penfield donde tenemos los movimientos cor­ porales pero no los componentes Intencionales. Cuando causaba que un paciente consciente moviese su mano aplicando un electrodo al córtex motor de un hemisfe­ rio le solía preguntar sobre ello. Invariablemente su respuesta era: «Yo no hice eso. Usted lo hizo». Cuando causaba que emitiese algunos sonidos, decía, «Yo no hice ese sonido. Us­ ted lo sacó de mí»9. En tal caso tenemos un movimiento corporal pero no acción; de he­ cho, tenemos un movimiento corporal que puede ser exactamente el mismo que el movimiento corporal en una acción intencional, pero el paciente está seguramente en lo correcto al negar que realizó acción alguna. Si los movimientos corporales son los mismos en los dos ca­ sos, ¿qué se pierde en el caso en que la mano se mueve pero no hay acción? ¿Y cómo sabe el paciente con tal seguridad que en un caso está moviendo su mano y en el otro caso no está haciendo nada? Como respuesta a estas cuestiones estoy sugiriendo primero que hay una diferencia fenoménica obvia entre el caso en que uno mueve su propia mano y el caso en que uno observa que se mueve independien­ temente de las propias intenciones, los dos casos se sienten de forma distinta por el paciente; y segundo, que esta diferencia fenoménica 8 The Principies of Psychology, vol. 2, Dover Publications, Nueva York, 1950, pp. 489 ss. 9 Wilder Penfield, The Mystery ofthe Mind, Princeton University Press, Princeton, 1975, p. 76.

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lleva consigo una diferencia lógica en el sentido de que la experiencia de mover la propia mano tiene ciertas condiciones de satisfacción. Conceptos tales como «intentar», «tener éxito» y «no lograr» se le aplican de modos que no se aplican a las experiencias que el paciente tiene cuando simplemente observa que su mano se mueve. Ahora bien, a esta experiencia con sus propiedades lógicas y fenoménicas es a lo que estoy llamando la experiencia de actuar. Y no estoy preten­ diendo afirmar que haya una experiencia característica común a cada acción intencional, sino más bien que para cada acción intencional consciente hay la experiencia de realizar esa acción, y esa experiencia tiene un contenido Intencional. Un último argumento a favor de la misma conclusión: deberíamos sentimos impresionados por las impli­ caciones del hecho de que en cualquier momento en la vida consciente de un hombre él sabe sin observación la respuesta a la cuestión «¿Qué está usted haciendo ahora?». Muchos filósofos han observado este he­ cho pero ninguno, que yo sepa, ha explorado sus implicaciones para la Intencionalidad. Incluso en un caso en el que un hombre está equivo­ cado sobre cuáles son los resultados de sus esfuerzos, él sin embargo sabe que está intentando hacerlo. Ahora bien, el conocimiento de lo que uno está haciendo en este sentido, en el sentido de que tal conoci­ miento no garantiza que uno sepa que está teniendo éxito, no depende de ninguna observación que se haga sobre uno mismo, deriva caracte­ rísticamente del hecho de que una experiencia consciente de actuar in­ cluye una consciencia de las condiciones de satisfacción de esa expe­ riencia. Y, de nuevo, el paralelismo con la percepción se mantiene. Así como en cualquier momento de la vida consciente de un hombre él sabe la respuesta a la cuestión «¿Qué ves ahora?», del mismo modo él sabe la respuesta a la cuestión «¿Qué estás haciendo ahora?». En ambos casos el conocimiento en cuestión es simplemente conoci­ miento de las condiciones de satisfacción de una cierta clase de pre­ sentación. El paralelismo entre la Intencionalidad de la percepción visual y la Intencionalidad de la acción intencional puede explicitarse mediante la tabla que aquí se acompaña.

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Intención y acción percepción visual

acción intencional

Componente intencional

experiencia visual

experiencia de actuar

Condiciones de satisfacción del componente Intencional

que haya objetos, estados de cosas, etc., que tengan ciertos rasgos y ciertas relaciones causales con la experiencia visual

que haya ciertos movimientos corporales, estados, etc., del agente, y que éstos tengan ciertas relaciones causales con la experiencia de actuar

Dirección de ajuste

mente-a-mundo

mundo-a-mente

Dirección de causación

mundo-a-mente (esto es: la presencia de rasgos dei objeto causa la experiencia)

mundo-a-mente (esto es: la experiencia causa los movimientos)

Rasgos correspondientes del mundo

objetos y estados de cosas

movimientos y estados del agente

IV Hasta aquí hemos hecho tres afirmaciones: primero, que hay una distinción entre intenciones previas e intenciones en la acción; se­ gundo, que ambas son causalmente autorreferenciales; y tercero, que la acción, por ejemplo, de levantar el propio brazo, contiene dos com­ ponentes, la experiencia de actuar (la cual tiene una forma de Inten­ cionalidad que es tanto presentacional como causal), y el evento con­ sistente en que el propio brazo suba. En lo que sigue quiero poner estas conclusiones dentro de una explicación general de las intencio­ nes previas, intenciones en la acción y acciones. El contenido Intencional de la intención en la acción y la expe­ riencia de actuar son idénticos. De hecho, por lo que respecta a la In­ tencionalidad, la experiencia de actuar es precisamente la intención en la acción. ¿Por qué necesitamos ambas nociones? Porque la experien­ cia de actuar es una experiencia consciente con un contenido Intencio­ nal, y la intención en la acción es precisamente el componente Inten­ cional, independientemente de si está contenido en alguna experiencia consciente de actuar. Algunas veces se realizan acciones intencionales sin ninguna experiencia consciente de hacerlo así; en tal caso la inten­ ción en la acción existe sin ninguna experiencia de actuar. La única di­ ferencia, entonces, entre ellas es que la experiencia podría tener cier-

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INTENCIONALIDAD

tas propiedades fenoménicas que no son esenciales para la intención. En exactamente el mismo sentido, la experiencia visual tiene la misma Intencionalidad que su contenido presentacional pero la experiencia tiene ciertas propiedades fenoménicas que no son esenciales a esa In­ tencionalidad (como muestran los experimentos de Weiskrantz men­ cionados en el Capítulo 2). Nuestro problema ahora es poner al descubierto las relaciones en­ tre los siguientes cuatro elementos: la intención previa, la intención en la acción, el movimiento corporal y la acción. El método es tomar un ejemplo simple y hacer totalmente explícitos los contenidos Intencio­ nales de las dos intenciones. Ahora bien, ¿por qué es ése el método? Porque nuestro objetivo es explicar las relaciones entre intenciones y acciones; y puesto que una acción es, en algún sentido al menos, la condición de satisfacción de la intención de realizarla, cualquier tenta­ tiva de clarificar estas relaciones debe hacer completamente explícito cómo el contenido Intencional de la intención representa (o presenta) la acción (o el movimiento) como sus condiciones de satisfacción. Y este método difiere algo de los métodos estándar de la filosofía de la acción porque no retrocedemos un largo trecho desde la acción y ve­ mos qué descripciones pueden hacerse de ella, hemos de estar muy es­ trechamente cercanos a ella y ver lo que están describiendo realmente estas descripciones. El otro método produce, dicho sea de paso, resul­ tados tan verdaderos como superficiales como, por ejemplo, que una acción «puede ser intencional bajo una descripción, pero no intencio­ nal bajo otra» —se podría también decir que una bomba de incendios puede ser roja bajo una descripción pero no roja bajo otra—. Lo que se quiere saber es: ¿Qué hechos exactamente están describiendo estas diferentes descripciones? ¿Qué hecho sobre la acción la hace «inten­ cional bajo una descripción» y qué hecho sobre ella la hace «no inten­ cional bajo otra»? Supongamos que recientemente tuve una intención previa de le­ vantar mi brazo y supongamos que, actuando de acuerdo con esa in­ tención, ahora levanto mi brazo. ¿Cómo funciona esto? El contenido representativo de la intención previa puede ser expresado como sigue: (Realizo la acción de levantar mi brazo por medio de lle­ var a cabo esta intención). La intención previa de este modo hace referencia a toda la acción como una unidad, no solamente al movimiento, y es causalmente autorreferencial. Pero la acción como hemos visto contiene dos compo­ nentes, la experiencia de actuar y el movimiento, donde el contenido Intencional de la experiencia de actuar y la intención en la acción son idénticas. El siguiente paso es entonces especificar el contenido Inten­

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cional de la intención en la acción y mostrar la relación de su conte­ nido Intencional con el de la intención previa. Recuérdese que el mé­ todo de identificar un contenido Intencional con una dirección de ajuste es siempre preguntarse qué debe ser el caso para que el conte­ nido Intencional sea satisfecho: uno identifica la Intencionalidad por sus condiciones de satisfacción. Usando este test el contenido presentacional de la intención en la acción es (Mi brazo sube como resultado de esta intención en la acción). Ahora, a primera vista, los contenidos de la intención previa y la in­ tención en la acción parecen bastante diferentes porque, aunque am­ bos son causalmente autorreferenciales, la intención previa repre­ senta la acción completa así como el resto de sus condiciones de satisfacción, pero la intención en la acción presenta, pero no repre­ senta, el movimiento físico y no la acción en conjunto como el resto de sus condiciones de satisfacción. En el primer caso la acción com­ pleta es el «objeto Intencional»; en el segundo caso el movimiento es el «objeto Intencional». La intención en la acción, como la inten­ ción previa, es autorreferencial en el sentido de que su contenido In­ tencional determina que es satisfecho sólo si el evento que es su condición de satisfacción es causado por él. Otra diferencia es que en cualquier situación de la vida real la intención en la acción estará mucho más determinada que la intención previa, no sólo incluirá que mi brazo suba, sino que suba de un cierto modo y a una cierta velo­ cidad, etc.10 10 La indeterminación relativa de las intenciones previas es más obvia en el caso de acciones complejas. En el ejemplo anterior de llevar a cabo mi intención de ir con­ duciendo mi coche hacia mi despacho, habrá un gran número de actos subsidiarios que no se representan por la intención previa pero que se presentan por las intenciones en la acción: Intencionalmente conecto el motor, cambio las velocidades, adelanto a fur­ gonetas lentas, me paro en los semáforos, giro para evitar ciclistas, cambio de carril y así sucesivamente con docenas de actos subsidiarios que se realizan intencionalmente pero que no necesitan haber sido representados por mi intención previa. Esta diferencia también ha sido una fuente de confusión en filosofía. Varios filósofos han observado que no todo lo que hago intencionalmente es algo de lo que tenga una intención de ha­ cer. Por ejemplo, los movimientos particulares de mi mano cuando me cepillo los dien­ tes se realizan intencionalmente, incluso aunque no tenga intención de hacerlos. Pero esta idea es un error que se deriva del no lograr ver la diferencia entre intenciones pre­ vias e intenciones en la acción. Podría no haber tenido intención previa de hacer preci­ samente estos movimientos con la mano pero tenía una intención en la acción de ha­ cerlos. G. H. von Wright, Explanation and understanding, Comell University Press, Ithaca, N. Y., 1971, pp. 89-90. [Hay traducción española de Luis Vega Reñón, Expli­ cación y comprensión, Alianza, Madrid, 1979. (TV. del T.)]

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INTENCIONALIDAD

Bien, si el contenido de la intención previa y la intención en la ac­ ción son tan diferentes, ¿cómo van siempre —por así decirlo— jun­ tos? De hecho la relación es bastante simple, como podemos ver de­ sempaquetando el contenido de la intención previa y haciendo explícita la naturaleza de la autorreferencia causal de la intención pre­ via. Puesto que el conjunto de la acción es representada como una uni­ dad por la intención previa y puesto que la acción consiste en dos componentes, la experiencia de actuar y el movimiento físico, para ha­ cer totalmente explícito el contenido de la intención previa podemos representar cada componente separadamente. Además, puesto que tanto la autorreferencia de la intención previa como la autorreferencia de la intención en la acción son causales", la intención previa causa la intención en la acción la cual causa el movimiento. Por transitividad de la causación Intencional podemos decir que la intención previa causa tanto la intención en la acción como el movimiento y, puesto que esta combinación es simplemente la acción, podemos decir que la intención previa causa la acción. La figura que emerge es ésta: acción causa causa intención previa-------- ► intención en la a c c ió n -------- ► movimiento corporal

Esto también nos capacita para ver que hay de erróneo en los contra­ ejemplos del estilo de Chisholm que presenté antes. Por ejemplo, Bill tenía la intención previa de matar a su tío y su intención causó que ma­ tara a su tío pero su intención previa no causó una intención en la ac­ ción que presentase el asesinato de su tío como objeto Intencional, so­ lamente presentó su conducir su coche o algo así. (Volveremos sobre esto más adelante.) Puesto que, como hemos visto, la forma de autorre­ ferencia de la intención previa es causal y puesto que la representación de la acción puede ser dividida en dos componentes, el contenido Inténcional de la intención previa puede ser ahora expresado como sigue: (Esta intención previa causa una intención en la acción la cual es una presentación de que mi brazo suba, y que causa que mi brazo suba.)1 11 Es quizá mejor hacer hincapié en que esta idea no im plica determinismo. Cuando se actúa de acuerdo con los propios deseos o se lleva a cabo su propia inten­ ción previa, el deseo y la intención funcionan causalmente, pero no es necesariamente el caso de que no se pudiese haber hecho de otro modo, que simplemente uno no tiene otra opción.

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Y de este modo la intención previa causa la intención en la acción. Por la transitividad de la causación Intencional, la intención previa re­ presenta y causa la acción entera, pero la intención en la acción pre­ senta y causa solamente el movimiento corporal. Creo que estos aspectos pueden ser clarificados llevando nuestra analogía con la percepción un poco más lejos. Dicho de manera apro­ ximada, la intención previa de levantar mi brazo es a la acción de le­ vantar mi brazo como el recuerdo de ver una flor es a ver una flor; o más bien las relaciones formales entre la memoria, la experiencia vi­ sual de la flor y la flor son la imagen especular de las relaciones for­ males entre la intención previa, la intención en la acción y el movi­ miento corporal. El ver consta de dos componentes, la experiencia visual y la flor, donde la presencia de (y los rasgos de) la flor causa la experiencia visual y la experiencia visual tiene la presencia y rasgos de la flor como el resto de sus condiciones de satisfacción. El conte­ nido de la experiencia visual es que hay un flor ahí y es autorreferencial en el sentido que, a menos que el hecho de que haya una flor ahí cause esta experiencia, las condiciones de satisfacción no se dan, esto es: no veo realmente que haya una flor ahí, ni veo la flor. El recuerdo de ver la flor representa tanto la experiencia visual como la flor y es autorreferencial en el sentido de que, a menos que el recuerdo fuese causado por la experiencia visual, que a su vez fue causada por la pre­ sencia de (y rasgos de) la flor, yo no recuerdo realmente haber visto la flor. Ahora bien, de modo similar la acción consta de dos componen­ tes, la experiencia de actuar y el movimiento, donde la experiencia de actuar causa el movimiento y tiene al movimiento (junto con sus ras­ gos) como el resto de sus condiciones de satisfacción. El contenido de la experiencia de actuar es que hay un movimiento de mi brazo y es autorreferencial en el sentido de que, a menos que el movimiento sea causado por esta experiencia, no se dan las condiciones de satisfac­ ción, esto es: no levanto realmente mi brazo. La intención previa de levantar mi brazo representa tanto la experiencia de actuar como el movimiento, y es autorreferencial en el sentido de que, a menos que esta intención cause la experiencia de actuar que, a su vez, causa el movimiento, no llevo a cabo realmente mi intención previa. Estas re­ laciones pueden explicitarse ampliando nuestra tabla (p.109). (Las ta­ blas son habitualmente aburridas, pero puesto que ésta contiene un re­ sumen de gran parte de la teoría de la Intencionalidad, pido al lector que la examine cuidadosamente.) Un puñado de cosas respecto de esta tabla merecen especial men­ ción. Primero, ni la memoria ni la intención previa son esenciales para la percepción visual o para la acción intencional respectivamente. Puedo ver un montón de cosas que no recuerdo haber visto y puedo realizar un montón de acciones intencionales sin ninguna intención

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previa de realizar esas acciones. Segundo, la asimetría de la dirección de ajuste y la dirección de causación es demasiado pulcra para ser ac­ cidental. Dicho de un modo simple, la explicación intuitiva es ésta: Cuando intento hacer que el mundo sea como tengo la intención de que sea, tengo éxito si el mundo llega a ser del modo en el que yo tengo la intención de que sea (dirección de causación mundo-a-mente) sólo si hago que sea de ese modo (dirección de ajuste mente-a-mundo). Análogamente, veo el mundo del modo en que realmente es (dirección de ajuste mente-a-mundo) sólo si el modo en que el mundo es me hace verlo de ese modo (dirección de causación mundo-a-mente). Ter­ cero, por mor de la simplicidad he excluido de la tabla el hecho de que las condiciones de satisfacción de los componentes Intencionales con­ tendrán diferentes detalles sobre a qué se parece la flor y cómo se rea­ liza el levantamiento del brazo. No he intentado incluirlo todo. Cuarto, la estructura formal del cuadro no quiere sugerir que la per­ cepción y la acción funcionen independientemente una de la otra. Para la mayoría de las acciones complejas, tales como conducir un coche o comer el almuerzo, tengo que ser capaz de percibir que lo estoy ha­ ciendo para hacerlo; y similarmente hay un elemento intencional en la mayoría de las percepciones complejas, como cuando estoy mirando una pintura o sintiendo la textura de una alfombra. Quinto, dada la transitividad de la causación, me he permitido oscilar entre decir que el recuerdo de ver la flor es causado por el evento de ver la flor y decir que el recuerdo de ver la flor es causado por la experiencia visual que cuando es satisfecha es a su vez causada por la presencia de la flor. De modo similar oscilo entre decir que la intención previa causa la acción y que la intención previa causa la intención en acción que causa el movimiento. Puesto que en cada caso el evento complejo contiene un componente el cual es tanto Intencional como causal y puesto que en cada caso el componente Intencional está en ciertas relaciones causa­ les con otro estado Intencional que representa el evento complejo completo, no me parece importante cuál sea, de entre los dos modos de hablar, el que efectivamente adoptemos.

Una comparación de las formas de Intencionalidad incluidas en ver una flor y recordar una flor por una parte, e intentar (en tanto que intención previa) levantar el propio brazo y levantar el propio brazo por otro recuerdo

acción intencional

intención previa

Informe

Veo la flor

Recuerdo ver la flor

Estoy levantando el brazo

Tengo la intención de levantar mi brazo

Naturaleza del componente Intencional

experiencia visual

recuerdo

intención en la acción (=experiencia de actuar)

intención previa

Presentación o representación

presentación

representación

presentación

representación

Condiciones de satisfacción del componente Intencional

que exista un estado de cosas de que la flor está

que exista un evento de ver la flor que conste de dos componentes, el estado de cosas de que la flor está presente y la experiencia visual, y que el evento cause este recuerdo

que exista un evento de que mi brazo se levante y que esta intención en la acción causa ese evento

que exista una acción de levantar mi brazo que conste de dos componentes, el evento de que el brazo se levante y la intención en la acción, y esta intención previa cause la acción

presente y que este estado de cosas cause esta

experiencia visual

Dirección de ajuste

mente-a-mundo

mente-a-menudo

mundo-a-mente

mundo-a-mente

Dirección de causación

mundo-a-mente

mundo-a-mente

mente-a-mundo

mente-a-mundo

Naturaleza de la autorreferencia del componente Intencional

como parte de las condiciones de satisfacción de la experiencia visual, debe ser causada por el resto de sus propias condiciones de satisfacción

como parte de las condiciones de satisfacción del recuerdo, debe ser causado por el resto de sus propias condiciones de satisfacción

como parte de las condiciones de satisfacción de la intención en acción debe causar el resto de sus propias condiciones de satisfacción

como parte de las condiciones de satisfacción de la intención previa debe causar el resto de sus propias condiciones de satisfacción

Objetos y eventos correspondientes en el mundo (objetos Intencionales)

flor

flor evento de ver la flor

movimiento del brazo

movimiento del brazo acción de levantar el brazo

INTENCIÓN Y ACCIÓN

percepción visual

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INTENCIONALIDAD

V Hemos estado hablando hasta aquí principalmente sobre casos muy simples tales como levantar el propio brazo y ahora bosquejare­ mos muy brevemente cómo esta teoría podría extenderse para dar cuenta de intenciones complejas y de las relaciones entre intenciones complejas, el efecto acordeón12y las acciones básicas13. Considérese a Gavrilo Princip y su asesinato del Archiduque Fran­ cisco Femando en Sarajevo. De Princip decimos que: apretó el gatillo disparó la pistola hirió al Archiduque mató al Archiduque asestó un golpe a Austria vengó a Serbia. Además, cada miembro de esta lista está sistemáticamente relacionado con aquellos que le preceden y le suceden: Princip, por ejemplo, dis­ paró el arma teniendo como medio para ello el apretar el gatillo e hirió al Archiduque teniendo como medio para ello el disparar el arma. Al­ gunas de estas relaciones, pero no todas, son causales. Apretar el gati­ llo causa el disparar la pistola; pero matar al Archiduque no causa el que se aseste un golpe a Austria, en esas circunstancias se está asen­ tando simplemente un golpe a Austria. Los miembros de la lista, junto con las relaciones causales (y de otras clases) entre ellos constituyen las condiciones de satisfacción de una intención en la acción compleja singular por parte de Princip. La prueba de esto es que la especifica­ ción de cualquiera o de todos ellos podría haber contado como una res­ puesta verdadera a la cuestión «¿Qué está usted haciendo?», donde esa cuestión pregunta «¿Qué acción intencional está usted realizando o in­ tentando realizar?». Y el test que muestra que son parte del contenido de la intención en la acción, repitámoslo, es: «¿Qué cuenta como tener éxito o fallar?», esto es: ¿cuáles son las condiciones de satisfacción del contenido Intencional? Hubo toda clase de cosas que ocurrieron en ese momento, muchas de ellas conocidas por Princip, que no eran parte de las condiciones de satisfacción ni eran parte de la intención compleja. Las intenciones complejas son aquellas donde las condiciones de satis­ facción incluyen no sólo un movimiento corporal a, sino algunos com­ 12 El término «efecto acordeón» se debe a J. Feinberg, Doing and Deserving, Princeton University Press, Princeton, 1970, p. 34. 13 El término «acción básica» se debe a A. Danto, «Basic actions», en White (ed.), op. cit., pp. 43-58.

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ponentes añadidos de la acción b ,c ,d , ..., que intentamos realizar a tra­ vés de (o por medio de, o en, o por, etc.) la realización de a, b, c,..., y la representación tanto de a, b, c,... como las relaciones entre ellos están incluidos en el contenido de la intención compleja. Es un hecho nota­ ble y poco observado de la evolución humana y animal que tenemos la capacidad de hacer movimientos corporales intencionales tales que las condiciones de satisfacción de nuestra intenciones van más allá de los movimientos corporales. Princip movió sólo su dedo pero su Intencio­ nalidad abarcó al Imperio Austro-Húngaro. Esta capacidad de tener condiciones de satisfacción adicionales más allá de nuestros movi­ mientos corporales es una de las claves para comprender el significado y la causación como veremos en capítulos posteriores. Nuestra habilidad para ampliar descripciones verdaderas de accio­ nes en los modos ejemplificados por esta lista es llamada algunas ve­ ces el efecto acordeón. Comenzando por la mitad podemos extender el acordeón hacia arriba o hacia abajo por los primeros o últimos miem­ bros de la secuencia de intenciones. Pero obsérvese que no podemos continuar indefinidamente. Por lo que concierne a la historia causal hay montones de cosas que sucedieron más arriba de la cima, más abajo del fondo y fuera de los contornos, que no son parte del acor­ deón de la acción intencional. De este modo podríamos acrecentar la lista como sigue: El produjo excitaciones neuronales en su cerebro contrajo ciertos músculos de su brazo y mano. apretó el gatillo disparó la pistola hirió al Archiduque mató al Archiduque asestó un golpe a Austria vengó a Serbia arruinó las vacaciones de verano de Lord Grey convenció al emperador Francisco José de que Dios estaba castigando a la familia enfadó a Guillermo II comenzó la Primera Guerra Mundial

movió un montón de moléculas de aire

Pero ninguna de estas cosas arriba, abajo o a un lado son acciones in­ tencionales de Princip, y estoy inclinado a decir que ninguna de ellas es una acción suya en absoluto. Son solamente ocurrencias inintencio­ nadas que sucedieron como resultado de su acción. En lo que se re­

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fiere a las acciones intencionales, los límites del acordeón son los lí­ mites de la intención compleja; y de hecho tenemos el efecto acordeón para las acciones intencionales, porque tenemos intenciones complejas de la clase que he descrito. Pero la intención compleja no fija comple­ tamente los límites de la acción, dado que existe la posibilidad de ac­ ciones inintencionales. Si hiciésemos uso del concepto de acción básica, podríamos decir que el miembro que está más arriba en cualquier acordeón de este tipo es una acción básica, y podríamos de hecho definir una acción básica tipo como sigue: A es una acción básica tipo para un agente S si y solo si S es capaz de realizar actos del tipo A y S puede tener la intención de llevar a cabo un acto del tipo A sin tener la intención de llevar a cabo cualquier otra acción por medio de la cual él tiene la intención de hacer A. Obsérvese que esta definición haría que una acción básica fuese sólo relativa a un agente y a sus destrezas; lo que es básico para un agente podría no ser básico para otro. Pero eso podría ser un modo útil de des­ cribir los hechos. Para un buen esquiador, hacer un giro a la izquierda puede ser una acción básica. Solamente tiene la intención de hacerlo y lo hace. Para que un principiante haga un giro a la izquierda, debe in­ clinar su peso sobre el esquí que va hacia abajo torciéndolo hacia la pendiente, después refrenar el esquí que mira hacia arriba y, a conti­ nuación, cambiar el peso del esquí izquierdo al derecho, etc., todo lo cual son emisiones del contenido de sus intenciones en la acción. Para dos agentes los movimientos físicos podrían ser indistinguibles incluso aunque se estuvieran realizando una —para él— acción básica y el otro estuviera realizando la mismas acciones teniendo como medio la reali­ zación de una acción básica. Además, esta definición tendría la conse­ cuencia de que para cualquier agente no podría haber una clara línea divisoria entre sus acciones básicas y no básicas. Pero de nuevo, eso podría ser el modo correcto de describir los hechos.V I VI En esta sección quiero atar unos pocos cabos sueltos antes de con­ tinuar mostrando cómo esta explicación soluciona las paradojas de la sección II. Acciones inintencionales. ¿Qué quiere decir la gente cuando dice que una acción puede ser «intencional bajo una descripción pero no in­ tencional bajo otra»? ¿Y qué es una acción inintencional? Una acción intencional consta de dos componentes, un componente Intencional y un evento que es su objeto Intencional; la intención en la acción es el componente Intencional y presenta el objeto Intencional como sus con­ diciones de satisfacción. Pero el evento complejo que constituye la ac-

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ción también tendrá toda clase de otros rasgos no presentados por el contenido Intencional de la intención en la acción. Edipo tuvo la inten­ ción de casarse con Yocasta pero cuando se casó con Yocasta se estaba casando con su madre. «Casarse con su madre» no era parte del conte­ nido Intencional de la intención en la acción, pero sucedió en cualquier caso. La acción era intencional bajo la descripción «casarse con Yo­ casta», no era intencional bajo la descripción «casarse con su madre». Pero todo lo que eso significa es que la acción total tenía elementos que eran parte de las condiciones de satisfacción de la intención en la acción y otros elementos que no lo eran. Es desorientador enunciar es­ tos hechos sobre acciones en términos de descripciones de acciones porque sugiere que lo que importa no es la acción sino el modo en que describimos la acción, mientras que, de acuerdo con mi explicación, lo que importa son los hechos que las descripciones describen. Esta dis­ tinción será más clara si consideramos las acciones intencionales reali­ zadas por animales, y no es más problemático, dicho sea de paso, ads­ cribir acciones intencionales a animales que adscribirles percepciones visuales. Supongamos que mi perro está corriendo por el jardín persi­ guiendo un balón; está realizando una acción intencional de perseguir el balón y la acción inintencional de arrancar las lobelias, pero esto no tiene nada que ver con las descripciones de nadie. El perro ciertamente no puede describirse a sí mismo, y los hechos permanecerían iguales si algún ser humano pudiese alguna vez describirlos o no. El sentido en el que uno y el mismo evento o secuencia de eventos puede ser tanto una acción intencional y una acción inintencional no tiene conexión intrín­ seca con la representación lingüística, sino más bien con la presenta­ ción Intencional. Algunos aspectos del evento pueden ser condiciones de satisfacción del contenido Intencional, algunos otros aspectos pue­ den no serlo; y bajo el primer conjunto de aspectos la acción es inten­ cional, bajo el segundo conjunto, no; aun cuando no se necesita que haya nada lingüístico por lo que respecta al modo en que un contenido Intencional presenta sus condiciones de satisfacción. ¿Cómo distinguiremos entre aquellos aspectos del evento com­ plejo bajo los cuales una acción es inintencional y aquellos aspectos que están tan lejos de la intención que bajo ellos no es ni siquiera una acción? Cuando Edipo se casó con su madre movió un montón de mo­ léculas, causó algunos cambios neurofisiológicos en su cerebro y al­ teró su relación espacial con el Polo Norte. Todas estas son cosas que hizo inintencionalmente y ninguna de ellas es una acción suya. No obstante, me siento inclinado a decir que casarse con su madre, aun­ que era algo hecho inintencionalmente, era no obstante una acción, una acción inintencional. ¿Cuál es la diferencia? No conozco un crite­ rio claro para distinguir entre aquellos aspectos de las acciones inten­ cionales bajo las cuales son acciones inintencionales y aquellos aspee-

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tos de las acciones intencionales bajo las cuales el evento no es una acción en absoluto. Un posible criterio, más o menos aproximativo, sugerido por Dascal y Gruengrard14, es que contemos una acción como inintencional bajo aquellos aspectos que, aunque no se tengan inten­ ciones con respecto a ellos, estén, por así decir, dentro del campo de posibilidades de las acciones intencionales del agente en tanto que visto desde nuestro punto de vista. De este modo, casarse con su ma­ dre está en el campo de posibilidad de ser una acción intencional de Edipo, pero mover moléculas no lo está. Actos mentales y abstenerse de hacer algo. Hasta ahora he discu­ tido sólo casos donde la acción incluye un movimiento corporal, pero creo que es fácil extender la explicación a acciones donde no hay mo­ vimiento corporal o donde sólo se realiza un acto mental. Si, por ejemplo, se me dice que permanezca como estoy y obedezco, el conte­ nido relevante de mi intención en la acción será (que esta intención en la acción causa que sea el caso de que no haya movimiento corporal). De este modo la ausencia de movimiento corporal puede ser tanto una parte de las condiciones de satisfacción de una intención en la acción causalmente autorreferencial como un movimiento corporal. Conside­ raciones similares se aplican a las acciones negativas. Si se me dice que deje de hacer ruido o que me abstenga de insultar a Smith y obe­ dezco, la intención en la acción debe causar la ausencia de un fenó­ meno si va a ser satisfecha. Los actos mentales son formalmente isomórficos con los casos de actos físicos que hemos considerado. La única diferencia es que en el lugar de un movimiento corporal como condición de satisfacción tene­ mos un evento puramente mental. Si, por ejemplo, se me pide que forme una imagen mental de la torre Eiffel y obedezco, la porción re­ levante de la intención en la acción será (que esta intención en la acción cause que yo tenga una imagen mental de la torre Eiffel). Intenciones y conocimiento previo. Una confusión común es su­ poner que si alguien sabe que algo será consecuencia de su acción entonces debe tener la intención de esa consecuencia. Pero es fácil 14 M. Dascal y O. Gruengard, «Unintentional action and non-action», Manuscrito, vol. 4, n.° 1 (abril 1981), pp. 103-113.

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ver por qué, de acuerdo con mi explicación, esto es falso. Se puede saber que algo ocurrirá como resultado de la propia acción incluso aunque su ocurrencia no sea parte de las condiciones de satisfacción de la intención. Si, por ejemplo, un dentista sabe que una consecuen­ cia de perforar el diente de un paciente será el dolor, no se sigue que intente producir esa consecuencia, y esto se muestra por el hecho de que si el dolor no tiene lugar no necesita decir «He fallado», sino más bien «Estaba equivocado». En mi jerga, esto equivale a decir que las condiciones de satisfacción de su creencia, no las de su intención, no se satisficieron. Un error relacionado es suponer que hay alguna es­ trecha conexión, quizás incluso identidad, entre intención y responsa­ bilidad. Pero mantenemos que la gente es responsable de muchas co­ sas que no intentan y no mantenemos que sean responsables de muchas cosas que intentan. Un ejemplo del primer tipo es el del con­ ductor que imprudentemente atropella a un niño. El no intenta atropellar al niño pero se le considera responsable. Y un ejemplo de lo úl­ timo es el hombre al que se le fuerza con un arma a firmar un contrato. Tuvo la intención de firmar el contrato pero no es conside­ rado responsable. La reducción de las intenciones a creencias y deseos. ¿Podemos reducir intenciones previas a creencias y deseos? Lo dudo, y la razón tiene que ver con la autorreferencialidad causal especial de las inten­ ciones. Pero es instructivo ver cuán lejos podemos llegar. Si tengo una intención previa de realizar una acción A, debo creer que es posible hacer A y debo tener un deseo de hacer A. El deseo de hacer A puede ser un deseo ‘secundario’ y no ‘primario’, como por ejemplo si quiero hacer A como medio para un fin y no ‘por sí mismo’. Obsérvese ade­ más que no tengo que creer que realmente tendré éxito al hacer A, pero debo creer al menos que es posible que tenga éxito. Esta última condición explica, dicho sea de paso, por qué un hombre puede tener consistentemente deseos que sabe que son inconsistentes, pero no puede consistentemente tener intenciones que sabe que son inconsis­ tentes. Incluso aunque yo sé que qs imposible estar en dos lugares a la vez, podría querer estar en Sacramento el miércoles todo el día y que­ rer estar en Berkeley el miércoles todo el día. Pero no puedo intentar consistentemente tener la intención de estar en Berkeley el miércoles todo el día y tener la intención de estar en Sacramento el miérco­ les todo el día. Puesto que las intenciones, como los deseos, se cierran bajo la conjunción, las dos intenciones implicarían una intención que sé que es imposible de cumplir. Hasta aquí, entonces, tenemos Tener int (yo haré A) —» Cre (0 yo haré A) A Des (yo haré A)

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A esto necesitamos añadir el rasgo autorrefencial de que deseo que el estado en cuestión cause sus propias condiciones de satisfacción y de que creo que el estado funcionará causalmente para producir sus propias condiciones de satisfacción. Como observé antes, no necesi­ to creer que mi intención tendrá éxito, sino sólo que el éxito es posi­ ble. De este modo el estado como un todo tiene las siguientes implica­ ciones: Tener int (yo haré A) —» Hay algún estado intencional tal que x contiene Cre (0 yo haré A) A Des (yo haré A) A Cre (x funcionará causalmente para la producción de: yo haré A) A Des (x causará: yo haré A) Ahora bien, ¿todo esto se suma a una intención? Creo que no. Para construir un contraejemplo necesitaríamos sólo construir un caso donde alguien satisfaga todas estas condiciones pero no obstante no haya formado realmente una intención de hacer A. De hecho, lo que el análisis de este capítulo y del Capítulo 2 sugiere es que es un error pensar en una creencia y un deseo como las formas primarias de cognición y volición, que es una equivocación porque ambas carecen de la autorreferencialidad causal interna que conecta la cognición y la volición con sus condiciones de satisfacción. Biológicamente ha­ blando, las formas primarias de Intencionalidad son percepción y ac­ ción, porque por medio de su mismo contenido involucran al orga­ nismo en relaciones causales directas con el entorno del que depende su supervivencia. La creencia y el deseo es lo que permanece si se substrae la autorreferencialidad causal de los contenidos Intenciona­ les de los estados Intencionales representacionales cognitivos y voli­ tivos. Ahora bien, una vez que se substraen esos rasgos los estados resultantes son mucho más flexibles. La creencia, a diferencia de los recuerdos, puede ser sobre cualquier cosa y no solamente sobre lo que podría haberla causado; el deseo, a diferencia de las intenciones, puede ser sobre cualquier cosa, y no solamente sobre lo que esto puede causar. ¿Por qué están mis intenciones restringidas a contenidos preposi­ cionales que hacen referencia a mis acciones posteriores?; ¿por qué no puedo, por ejemplo, tener la intención de que llueva? La respuesta a esta cuestión se sigue inmediatamente de nuestra explicación: porque debido a la autorreferencialidad causal de las intenciones yo puedo so­ lamente tener la intención de lo que mi intención puede causar. Si pu­ diese causar la lluvia como una acción básica, como puedo, por ejem-

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pío, causar que mi brazo suba, entonces podría decir, por ejemplo, «Tengo la intención de que llueva» como ahora decimos «Tengo la in­ tención de levantar mi brazo», y podría decir «yo lloví» como ahora digo «yo levanté mi brazo». Intenciones y explicaciones de la acción. Si las intenciones causan realmente acciones del modo descrito, entonces por qué no podemos explicar normalmente una acción enunciando su intención. Si se me pregunta «¿Por qué él levantó el brazo?» suena extraño decir «Porque él tenía la intención de levantar su brazo». La razón suena extraña porque al identificar la acción como «levantar su brazo» la hemos identificado ya en términos de la intención en la acción. Hemos reve­ lado ya un conocimiento implícito de que la causa de que el brazo suba era el componente Intencional de la acción de levantarlo. Pero obsérvese que no suena en absoluto extraño especificar la intención en la acción como la causa del movimiento: ¿Por qué subió su brazo? El lo levantó. Tampoco suena extraño dar alguna intención adicional como la causa de la acción. ¿Por qué levantó su brazo? Estaba votando/despidiéndose/alcanzando un libro/haciendo ejercicio/intentando tocar el techo. Esto es a lo que las personas llegan cuando dicen que podemos frecuentemente explicar una acción al redescribirla. Pero si la redescribimos verdaderamente debe haber algunos hechos que estamos redescribiendo que quedaron fuera de nuestra primera descripción y estos hechos son que la acción tiene un componente In­ tencional que quedó fuera de la primera descripción y que causa el otro componente, por ejemplo, la intención previa de votar levantando su brazo causa su intención en la acción de levantar su brazo que causa que su brazo suba. Recuérdese que, de acuerdo con esta explica­ ción, todas las acciones constan de un componente Intencional y de un componente que es un objeto Intencional ‘físico’ (o de otra clase). Siempre podemos explicar este componente no-Intencional por el componente Intencional, y el componente Intencional puede ser tan complejo como se quiera. ¿Por qué está ese hombre moviéndose de ese modo? Está afilando un hacha. Pero decir que está afilando un ha­ cha es decir que su acción tiene al menos dos componentes, una inten­ ción en la acción de afilar un hacha y la serie de movimientos que la intención causa. Pero no podemos responder a la cuestión «¿Por qué está afilando un hacha?» al identificar esa intención, porque ya hemos identificado la intención de afilar el hacha cuando hicimos la pre­ gunta. Pero podemos decir, por ejemplo, «Se está preparando para cortar un árbol». La discusión posterior de la explicación de la conducta es quizás un tópico para otro libro, pero en mi explicación está ya implícita la siguiente restricción en la explicación de la conducta: En la explica­ ción de acciones Intencionales, el contenido proposicional de la expli-

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cación debe ser idéntico a un contenido proposicional de un estado In­ tencional que funcione causalmente, vía causación Intencional, en la producción de la conducta. Estos estados que funcionan causalmente pueden ser intenciones o pueden ser estados antecedentes, tales como deseos, creencias, miedos, esperanzas, etc., que causan intenciones por medio del razonamiento práctico. Pero, en cualquier caso, si la ex­ plicación realmente explica, el contenido proposicional de la explica­ ción debe ser idéntico al contenido proposicional del estado Intencio­ nal que funciona vía la causación Intencional. ¿Qué está usted haciendo ahora? El contenido de la intención en la acción hace referencia a sí mismo. Esto es así porque tiene perfecta­ mente sentido decir, en respuesta a la pregunta «¿Qué está usted ha­ ciendo ahora?», «Estoy levantando mi brazo», y no «Estoy causando que mi brazo suba», incluso aunque la última expresión articule el componente no autorreferencial de la intención en la acción. Pero la acción completa es una intención en la acción más un movimiento corporal que es causado por la intención en la acción y que es el resto de las condiciones de satisfacción de esa intención en la acción. Y así el hablante enuncia el contenido de la intención con bastante precisión cuando dice «Estoy levantando mi brazo»; o si quiere fijar el conte­ nido Intencional de su satisfacción puede decir «Estoy intentando le­ vantar mi brazo».V I VII En esta sección intentaré mostrar cómo esta teoría de la acción ex­ plica las paradojas de la sección II. Primero, la razón de que haya una más íntima conexión entre ac­ ciones e intenciones de la que hay entre, digamos, creencias y estados de cosas es que las acciones contienen intenciones en la acción como uno de sus componentes. Una acción es una entidad compuesta de la cual un componente es una intención en la acción. Si la entidad com­ puesta también contiene elementos que constituyen las condiciones de satisfacción del componente Intencional en el modo descrito anterior­ mente, el agente tiene éxito en la realización de una acción intencio­ nal. Si no, lo intenta pero falla. De este modo, tomando nuestro exce­ sivamente usado ejemplo: la acción de levantar mi brazo consta de dos componentes, la intención en la acción y el movimiento del brazo. Si se prescinde del primero no se tiene una acción sino sólo un movi­ miento, si se prescinde del segundo no se tiene éxito, sino que tene­ mos sólo un esfuerzo fallido. No hay acciones, ni siquiera acciones inintencionales, sin intenciones, porque cada acción tiene una inten­ ción en la acción como uno de sus componentes.

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El sentido en el que podemos decir que un acción intencional es causada por una intención o simplemente que es la condición de satis­ facción de una intención puede precisarse más ahora. Parte de las con­ diciones de satisfacción de una intención previa es realmente la reali­ zación de una acción, pero no todas las acciones se realizan como resultado de intenciones previas. Como hemos visto, puede haber ac­ ciones sin intenciones previas correspondientes, por ejemplo, cuando solamente tiro y golpeo a alguien sin ninguna intención previa de gol­ pearle. Pero no puede haber ninguna acción, ni siquiera acciones inin­ tencionales, sin intenciones en la acción. De este modo las acciones necesariamente contienen intenciones en la acción, pero no son nece­ sariamente causadas por intenciones previas. Pero el contenido Inten­ cional de la intención en la acción no es que debería causar la acción, sino más bien que debería causar el movimiento (o estado) del agente que es su condición de satisfacción, y los dos juntos, intención en la acción y movimiento, constituyen la acción. Así no era totalmente co­ rrecto decir que una acción intencional solamente es la condición de satisfacción de una intención; era un error por dos razones: las accio­ nes no requieren intenciones previas y aunque requieren intenciones en la acción, la condición de satisfacción de la intención en la acción no es la acción, sino más bien el movimiento o estado del agente como causado por la intención en la acción. Una acción, repitámoslo, es cualquier estado o evento compuesto que contiene la ocurrencia de una intención en la acción. Si esa intención en la acción causa el resto de sus condiciones de satisfacción, el evento o estado es una acción intencional realizada con éxito, si no, no tiene éxito. Una acción inin­ tencional es una acción intencional, tenga éxito o no, que tiene aspec­ tos que no se intentaban, esto es: no se presentaban como condiciones de satisfacción de la intención en la acción. Sin embargo, montones de cosas que hago inintencionalmente, por ejemplo, estornudar, no son acciones en absoluto, porque aunque son cosas que yo causo, no con­ tienen intenciones en la acción. Segundo, ahora tenemos una explicación muy simple de los con­ traejemplos del estilo de Chisholm a la idea de que las acciones que son causadas por intenciones son acciones intencionales. En el ejem­ plo del tío, la intención previa causó el asesinato del tío pero el asesi­ nato del tío era inintencional. ¿Por qué? En nuestro análisis vimos que hay tres estados: la intención previa, la intención en la acción y el mo­ vimiento físico. La intención previa causa el movimiento mediante la causación de la intención en la acción, que causa y presenta al movi­ miento como su condición de satisfacción. Pero en el ejemplo del tío este estadio medio se omitió. No teníamos la muerte del tío como la condición de satisfacción de ninguna intención en la acción y esta es la razón por la que fue asesinado inintencionalmente.

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El ejemplo de Davidson es formalmente como el de Chisholm: la razón de que el soltar el alpinista la cuerda que tenía agarrada sea inintencional en el caso descrito es que él no tenía ninguna intención en la acción de soltar la cuerda. No hay un momento en el cual pu­ diera decir «Ahora estoy soltando mi cuerda», como medio de articu­ lar el contenido de su intención en la acción, esto es: como un medio de hacer explícitas las condiciones de satisfacción de su intención, in­ cluso aunque él precisamente pudiera decir eso como un modo de des­ cribir lo que estaba sucediéndole. Incluso si sobre la base de su creen­ cia y deseo se formó un deseo secundario de soltar la cuerda y este deseo causó que soltara la cuerda, esto no es, no obstante, una acción intencional si no tiene una intención en la acción de soltar la cuerda. En una acción intencional, por otro lado, el modo estándar en que ten­ dríamos la secuencia de los estados Intencionales sería como sigue: Quiero (desembarazarme de peso y peligro) Creo (el mejor modo de desembarazarme de peso y peli­ gro es soltar la cuerda que tengo agarrada) Y esta razón práctica conduce a un deseo secundario: Quiero (soltar la cuerda). Y esto conduce, con o sin una intención previa, a una intención en la acción; el alpinista se dice «¡Ahora!». Y el contenido de su intención en la acción es Ahora estoy soltando la cuerda. Esto es, Esta intención en la acción causa que mi mano suelte la cuerda que tengo agarrada. La estructura total es tanto Intencional como causal; la secuencia de estados Intencionales causa el movimiento corporal. El ejemplo de Bennett es genuinamente diferente de los otros dos porque el presunto asesino tiene realmente una intención en la acción de matar a la víc­ tima y realmente causa la muerte de la víctima. ¿Por qué entonces so­ mos tan remisos a decir que la intención se satisfizo? Creo que la ra­ zón es obvia: suponemos que el asesino tenía una intención compleja incluyendo una serie específica de relaciones como medios. Intentó matar a la víctima utilizando como medio el dispararle con una pis­ tola, etc., y estas condiciones no fueron satisfechas. En vez de ello la

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víctima resultó muerta como consecuencia de una estampida ininten­ cionada de jabalíes. Algunas personas han pensado que el problema en todos estos ca­ sos tiene que ver con la singularidad de las secuencias causales, pero la singularidad de las secuencias causales solamente importa si es parte del contenido Intencional de la intención en la acción que no de­ bería ser singular. Para ver esto podemos variar el ejemplo anterior como sigue: El ayudante del asesino, que conocía de antemano la existencia de los jabalíes, dice al asesino «Dispara tu pistola en esa di­ rección y lo matarás». El asesino sigue las instrucciones obteniendo como resultado final la muerte de la víctima; y en este caso el asesi­ nato es intencional, aun cuando no tenemos la misma secuencia ex­ traña causalmente que en el ejemplo original de Bennett. ¿Podríamos encontrar contraejemplos similares donde se encuen­ tre alguna cosa entre la intención en la acción y el evento de modo que, aunque pudiésemos decir que la intención en la acción causó el evento físico, la acción no fuese intencional? Una clase de contrae­ jemplos potenciales son casos donde alguna otra intención en la ac­ ción interviene ocasionando el evento. De este modo, supongamos que sin yo saberlo mi brazo está construido de modo que siempre que intento levantarlo, algún otro causa que suba: en ese caso la acción no es mía, incluso aunque tenga la intención en la acción de levantar mi brazo y en algún sentido esa intención cause que mi brazo suba. (El lector reconocerá esto esencialmente como la solución ocasionalista al problema mente-cuerpo. Dios hace todas nuestras acciones por nosotros.) Pero esta clase de contraejemplos potenciales se elimina simple­ mente interpretando la relación de la intención en la acción con sus condiciones de satisfacción como algo que imposibilita la interven­ ción de otros agentes u otros estados Intencionales. Y que esto es el modo correcto de interpretar las intenciones en la acción viene indi­ cado, al menos, por el hecho de que, cuando mis intenciones en la ac­ ción hacen referencia explícita a las intenciones de otros agentes, en­ tonces, de manera general, las acciones se convierten en las acciones de esos agentes. De este modo, supongamos que sé cómo está cons­ truido mi brazo y quiero levantarlo. Mi intención en la acción es en­ tonces conseguir que el otro lo levante, no levantarlo. Mi acción es conseguir que lo levante, su acción es levantarlo. Pero mientras que la Intencionalidad no intervenga y mientras que su funcionamiento sea regular y fidedigno, no importa cuán extraño pueda ser el aparato físico. Incluso si sin yo saberlo mi brazo está construido como un conjunto de cables eléctricos que van a través de Moscú y vuelven vía San Diego y cuando intento levantar mi brazo se activa el conjunto del aparato de modo que mi brazo sube, a pesar de

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todo, levanto mi brazo. Y de hecho para algunos tipos de acción com­ pleja permitimos incluso que se pueda realizar una acción haciendo que otros la realicen. Decimos, por ejemplo, «Luis XIV construyó Versalles», incluso aunque la construcción real no fuese llevada a cabo por él. Los contraejemplos que hasta aquí hemos discutido son entonces fácilmente explicables por una teoría de la Intencionalidad de la inten­ ción y de la acción, y especialmente por una explicación de las inten­ ciones en la acción. Sin embargo, esta explicación es, con todo, in­ completa porque hay una clase posible de contraejemplos que no he discutido todavía, casos donde la intención previa causa alguna otra cosa que causa la intención en la acción. Supongamos, por ejemplo, que la intención de Bill de matar a su tío causa que tenga un dolor de estómago y su dolor de estómago le enfada tanto que olvida todo so­ bre su intención original pero en su rabia mata al primer hombre que ve al que reconoce como su tío. La eliminación de estos contraejem­ plos sobre la Intencionalidad de las experiencias perceptivas, tendrá que esperar hasta que podamos dar una explicación de la causación Intencional en el Capítulo 4.

4.

CAUSACIÓN INTENCIONAL I

En la filosofía de la mente hay una poco confortable relación entre Intencionalidad y causalidad. La causalidad se considera generalmente como una relación natural entre eventos del mundo; la Intencionalidad se considera de modos diferentes, pero no generalmente como un fe­ nómeno natural, como formando parte del orden natural del mismo modo que cualquier otro fenómeno biológico. La Intencionalidad se considera frecuentemente como algo trascendental, algo que está por encima o más allá, pero que no es parte del mundo natural. Pero ¿cuál es entonces la relación entre Intencionalidad y causalidad? ¿Pueden los estados Intencionales actuar causalmente? ¿Y que los causa a ellos? Tengo varios objetivos en este capítulo pero uno prioritario es dar un paso hacia la Intencionalización de la causalidad y, por consi­ guiente, hacia la naturalización de la Intencionalidad. Comenzaré esta empresa examinando algunas de las raíces de la ideología moderna de la causación. En el supertrabajado ejemplo filosófico (y la recurrencia a estos mismos ejemplos en filosofía debería levantar nuestras sospechas) la bola de billar A recorre su inevitable camino a través de la mesa fo­ rrada de verde, donde golpea a la bola de billar B; en ese punto B co­ mienza a moverse y A deja de hacerlo. Esta pequeña escena, rehecha una y otra vez, es el paradigma de la causalidad: el evento consistente en que A golpeó a B causó el evento de que B se mueva. Y, de acuerdo con la perspectiva tradicional, cuando presenciamos esta escena no vemos realmente, u observamos de cualquier otra manera, ninguna co­ nexión causal entre el primer evento y el segundo. Lo que observamos realmente es que a un evento le sigue otro evento. Podemos, sin em­ bargo, observar la repetición de pares similares de eventos y esta repe­ tición constante nos da derecho a decir que los dos miembros de los pares están relacionados causalmente incluso aunque no podamos ob­ servar ninguna relación causal. Hay una teoría metafísica profundamente incrustada en esta breve explicación y, aun cuando las teorías de la causación varían mucho de un filósofo al siguiente, ciertas propiedades formales son tan amplia­ mente aceptadas como rasgos de las relaciones causales que puede de­ [123]

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cirse que constituyen el núcleo de la teoría; vale la pena enunciar se­ paradamente sus principios más importantes. 1. El nexo causal no es, él mismo, observable. Se pueden obser­ var las regularidades causales; esto es, se pueden observar ciertas cla­ ses de secuencias regulares de eventos en los que eventos de un cierto tipo son seguidos por eventos de otro tipo; pero además de las regula­ ridades no se puede observar una relación de causación entre eventos. Del modo en que puedo ver literalmente que el gato está sobre la al­ fombra, o que un evento sigue a otro evento, no puedo ver literal­ mente que un evento cause otro evento. En el ejemplo de la bola de billar veo eventos que de hecho están relacionados causalmente, pero no veo ninguna relación causal además de la regularidad. 2. Siempre que haya un par de eventos relacionados como causa y efecto, ese par debe instanciar alguna regularidad universal. Para cada caso individual donde un evento causa otro evento debe haber al­ guna descripción del primer evento y alguna descripción del segundo evento tal que haya una ley causal que correlacione eventos que se ajusten a la primera descripción con aquellos que se ajusten a la se­ gunda. La idea de que cada relación causal particular instancia alguna re­ gularidad universal es, creo, el corazón de la teoría de la causación como regularidad de la época moderna. Al enunciarla, es importante distinguir entre sus versiones metafísicas y lingüísticas. En la versión metafísica cada relación causal particular es de hecho una instancia de una regularidad universal. En la versión lingüística es parte del con­ cepto de causación que cada enunciado causal singular supone que hay una ley causal1que correlaciona eventos de los dos tipos bajo una descripción de algún tipo. La afirmación lingüística es más fuerte que la afirmación metafísica en el sentido de que entraña la afirmación metafísica pero no es entrañada por ella. Las versiones contemporáneas de la tesis de la regularidad no enuncian que un enunciado causal singular entrañe ninguna ley parti­ cular, sino simplemente que hay una ley. Y, por supuesto, la ley no ne­ cesita enunciarse en los mismos términos en los que se ha formulado el enunciado singular. De este modo, por ejemplo, el enunciado «Lo que Sally hizo causó el fenómeno que John vio» podría ser verdadero in-1 1 En algunas versiones también se ha afirmado que si se sabe que A causó B se debe saber que hay una ley. De este modo Davidson escribe: «En cualquier caso, para saber que un enunciado causal singular es verdadero, no es necesario conocer la ver­ dad de una ley; sólo es necesario saber que hay alguna ley que cubre los eventos que tenemos entre manos» (subrayado mío). «Actions, reasons and causes», reimpreso en A. R. White, The philosophy of Action, Oxford University Press, Oxford, 1968, p. 94.

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cluso aunque no haya ley causal que relacione lo que Sally hace y lo que John ve bajo estas descripciones. De este modo, supongamos que Sally encendió la cocina y puso encima la tetera llena de agua y John vio el agua hirviendo. El enunciado causal original puede ser verda­ dero y puede distanciar una ley o leyes causales, incluso aunque la ley sea establecida en términos de energía cinética de moléculas de agua en la atmósfera y no en términos de lo que Sally hace o John ve2. Además, en algunas versiones de esta teoría de la regularidad de la causación se requieren las leyes causales para justificar las afirmacio­ nes contrafácticas que normalmente consideramos que están asociadas con los enunciados causales. La afirmación de que en una instancia particular, si la causa no hubiese ocurrido, el efecto no habría ocu­ rrido, siendo todo lo demás igual, tiene que estar justificada por una correlación universal entre eventos del primer tipo con eventos del se­ gundo tipo bajo algún tipo de descripción. 3. Las regularidades causales son distintas de las regularidades lógicas. Hay muchas regularidades que no son ni siquiera candidatas posibles a regularidades causales porque los fenómenos en cuestión están lógicamente relacionados. De este modo, por ejemplo, ser un triángulo está siempre asociado con tener tres lados, pero el que algo sea un triángulo nunca podría causar que ese algo tenga tres lados puesto que la correlación lo es por necesidad lógica. Los aspectos ba­ jos los cuales un evento causa otro evento deben ser aspectos lógica­ mente independientes. De nuevo, esta tesis metafísica tiene un corre­ lato lingüístico en el modo formal. La ley causal debe establecer regularidades bajo descripciones lógicamente independientes, y por consiguiente debe establecer una verdad contingente3. Esta explicación de la causación está sujeta a numerosas objecio­ nes, algunas de ellas notorias. He aquí algunas de ellas. Primero, la explicación choca frontalmente con nuestra convicción de sentido co­ mún de que percibimos relaciones causales en todo momento. En rea­ lidad la experiencia de percibir un evento que sigue a otro evento es totalmente diferente de la experiencia de percibir el segundo evento como causado por el primero, y las investigaciones de Michotte4 y Piaget5 parece que apoyarían nuestra perspectiva del sentido común. 2 Cf. Davidson, op. cit. 3 Al objetar esta idea Davidson afirma que el que los eventos estén lógicamente relacionados o no sólo depende de cómo sean descritos (Davidson, op. cit.). Más tarde argumentaré que ambas ideas son defectuosas. 4 A. Michotte, La Perception de la causalité, Publications Universitaires de Louvain, Lovaina, 1954. 5 J. Piaget, Understanding Causality, W. W. Norton & Co., Nueva York, 1974.

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Segundo, es difícil ver cómo esta explicación puede distinguir regula­ ridades causales de otras clases de regularidades contingentes. ¿Por qué, tomando un ejemplo famoso, no decimos que la noche causa al día? Tercero, es difícil hacer cuadrar esta explicación con el hecho aparente de que al realizar acciones humanas parecemos ser conscien­ tes de afectar causalmente el medio que nos rodea. Algunos filósofos se han impresionado tanto por las peculiaridades de la acción humana que han postulado un género especial de causación que acompaña a los agentes. Para ellos hay realmente dos géneros diferentes de causa­ ción, uno para agentes y otro para el resto del universo; de este modo distinguen entre causación «agente» y causación «evento» o causa­ ción «inmanente» y «transeúnte»6. Cuarto, esta explicación es ambi­ gua sobre lo que tiene que ser la cuestión crucial: ¿Hay realmente cau­ sas ahí fuera en el mundo o no? Seguramente uno querría decir que del mismo modo que las instancias de eventos pueden relacionarse realmente entre sí en el espacio y en el tiempo del mismo modo pue­ den relacionarse como causa y efecto además de relacionarse por la co-ocurrencia regular de otras instancias de los tipos que ejemplifican. Pero es difícil ver cómo podría haber tales relaciones además de las regularidades que se dan de acuerdo con la teoría tradicional. Hume, quien más o menos inventó esta teoría, tuvo la consistencia de ver que se podría no aceptar esto y seguir siendo realista por lo que a la causa­ ción respecta. No hay ninguna otra cosa en la causación en el mundo real además de la prioridad, contigüidad y conjunción constante; lo demás es sólo una ilusión en la mente. Kant pensó que la cuestión ni siquiera tenía sentido, puesto que los principios causales forman cate­ gorías necesarias del entendimiento, sin las cuales la experiencia y el conocimiento del mundo serían del todo imposibles. Muchos filósofos han pensado que podría obtenerse la noción de causación observando las acciones humanas, pero incluso para ellos hay todavía un pro­ blema serio respecto de cómo podemos a continuación generalizar esa noción a cosas que no son acciones humanas y cómo podemos conce­ bir la causación como una relación real en el mundo independiente de nuestras acciones. Von Wright, por ejemplo, que piensa que obtene­ mos la idea de necesidad causal «de las observaciones que hacemos cuando interferimos y nos abstenemos de interferir en la naturaleza» trata este problema como sigue: Se podría decir que tanto en la perspectiva de Hume como en la perspectiva adoptada aquí, la necesidad causal no 6

Ver R. M. Chisholm, «Freedom and action», en K. Lehrer (ed.), Freedom and

Determinism, Random House, Nueva York, 1966, pp. 11-44.

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se encuentra «en la naturaleza». En la naturaleza hay sola­ mente secuencias regulares7. Von Wright continúa afirmando que esto no convierte nuestro modo de hablar sobre la causación en algo puramente «subjetivo» porque hay realmente ciertos rasgos de la naturaleza que se corresponden con nuestro modo de hablar sobre causas, a saber, la recurrencia regular de instanciaciones discretas de estados de cosas genéricas, pero la expli­ cación de von Wright, como la de Hume, termina negando la perspec­ tiva del sentido común de que las relaciones causales están realmente «ahí fuera», en la naturaleza, como algo adicional a las regularidades. Quinto, esta explicación no logra distinguir entre causar (causing), donde, por ejemplo, algún evento causa otro evento o cam­ bio, y otra clase de relaciones causales, las cuales pueden existir entre estados de cosas permanentes y rasgos de objetos. La bola de billar A que golpea la bola B y que causa entonces que ésta se mueva es una instancia de un causar. Pero no todas las relaciones causales son ins­ tancias de un causar. Por ejemplo, si las bolas de billar permanecen sin movimiento sobre la mesa hay, sin embargo, fuerzas causales que están actuando sobre ellas todo el tiempo, por ejemplo, la gravedad. Todos los enunciados que tratan del causar son enunciados de relacio­ nes causales, pero no todos los enunciados de relaciones causales son enunciados que tratan del causar. «El evento x causó el evento y» es una forma característica de un enunciado que trata de un causar, pero no es, en modo alguno, la única forma de enunciado de una relación causal. «La bola de billar está gravitacionalmente atraída hacia el cen­ tro de la tierra» establece una relación causal, pero no es una relación entre eventos y el enunciado no describe un causar. Creo que el con­ fundir relaciones causales con el causar es la razón por la que los que se adhieren a la perspectiva estándar se inclinan a tratar las relaciones causales como si éstas sólo se diesen entre eventos, pero las relacio­ nes causales existen entre cosas que no son eventos, por ejemplo, bo­ las de billar y planetas. Además, aunque es común distinguir entre aquellos enunciados de la forma «x causó y» que constituyen explicaciones causales y aque­ llos que no, no ha sido —por lo que sé— adecuadamente subrayado que el poder explicativo de un enunciado de la forma x causó y de­ pende de hasta qué punto las especificaciones de x e y se describen bajo aspectos causalmente relevantes. En nuestro ejemplo anterior lo que Sally hizo causó el fenómeno que vio John, pero el ser hecho por 7 G. H. von Wright, Causality and Determinism, Columbia University Press, Nueva York/Londres, 1974, pp. 53 ss.

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Sally y el ser visto por John no son aspectos bajo los cuales los dos eventos estén causalmente relacionados. Algunos aspectos causales relevantes en este caso son el que el agua se calentó y el que hervía. Tiene poco poder explicativo el decir que lo que Sally hizo causó el fenómeno que John vio porque el ser hecho por Sally no es un aspecto causal que sea responsable de la explicación del evento, y el ser visto por John no es un aspecto del evento bajo el que se explican los as­ pectos causales del evento que lo causó. Desde el artículo de Fpllesdal8 sobre el tema, se ha aceptado am­ pliamente que ciertas formas de enunciados causales son intensionales. Por ejemplo, mientras que enunciados de la forma «x causó y» son extensionales, los de la forma «x explica causalmente y» son intensionales. Creo que la explicación para este hecho lingüístico es que sólo ciertos rasgos de eventos tienen aspectos causalmente relevantes; y por consiguiente, puesto que los enunciados pretenden tener poder explicativo, la verdad no se preserva bajo la sustitución por otras ex­ presiones las cuales no especifican j c e j bajo aspectos causalmente re­ levantes. Por ejemplo, si el que Jones coma pescado envenenado ex­ plica causalmente su muerte y el evento de que Jones coma pescado envenenado es idéntico con el evento de que coma trucha arco iris con salsa beamesa por primera vez en su vida, no se sigue que el que coma trucha arco iris con salsa beamesa por primera vez en su vida explique causalmente su muerte. La noción de un aspecto causalmente relevante y su relación con la explicación causal son cruciales para la argumentación del resto de este capítulo. II Ahora quiero llamar la atención sobre el hecho de que hay ciertas clases muy ordinarias de explicaciones causales que tienen que ver con estados mentales humanos, experiencias y acciones que no se adecúan muy confortablemente a la explicación ortodoxa de la causación. Por ejemplo, supongamos que tengo sed y tomo un trago de agua. Si al­ guien me pregunta por qué tomé un trago de agua, sé la respuesta sin ninguna observación adicional: Tenía sed. Además, en esta clase de casos parece que sé la verdad del contrafáctico sin ninguna observa­ ción adicional o sin apelar a leyes generales. Sé que, si no hubiese es­ tado convenientemente sediento, entonces no habría tenido que tomar ese mismo trago de agua. Ahora bien, cuando afirmo conocer la ver­ 8 D. F0llesdal, «Quantification into causal contexts», en L. Linsky (ed.), Reference

and Modality, Oxford University Press, Oxford, 1971, pp. 53-62.

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dad de una explicación causal y un contrafáctico causal de esta clase, ¿es porque sé que hay una ley universal que correlaciona «eventos» del primer tipo, mi tener sed, con eventos del segundo tipo, mi beber, bajo una descripción de algún tipo? Y, cuando dije que mi tener sed causó que bebiese agua, ¿era esto parte de lo que quise decir con que hay una ley universal? ¿Estoy comprometido con la existencia de una ley en virtud del significado mismo de las palabras que emití? Parte de mi dificultad para ofrecer respuestas afirmativas a estas preguntas es que tengo mucha más confianza en la verdad de mi enunciado causal original y en el contrafáctico causal correspondiente de la que tengo en la existencia de ninguna regularidad universal que cubriese el caso. Me parece totalmente improbable que haya leyes puramente psicológi­ cas que sean relevantes: supongamos que todos los factores psicoló­ gicos se repitiesen exactamente (signifique esto lo que signifique); su­ pongamos que tengo el mismo grado de sed, el agua tiene el mismo grado de disponibilidad conocida, etc. ¿Me compromete mi pretensión original con la idea de que en una situación exactamente similar me comportaría similarmente? Lo dudo. La segunda vez podría o no po­ dría tomar un trago de agua. Depende de mí. Quizás haya leyes físicas en el nivel neurofisiológico o incluso en el molecular que describieran el caso, pero, a decir verdad, no sé a ciencia cierta que haya tales le­ yes, mucho menos qué pudieran ser, y al hacer mi afirmación causal original no me comprometo con la idea de que haya tales leyes. Como hijo de la era moderna, creo que hay toda clase de leyes físicas, cono­ cidas y desconocidas, pero esto no es lo que quiero decir o parte de lo que quiero decir cuando digo que tomé un trago de agua porque tenía sed. Bien, ¿qué quise decir? Consideremos algunos ejemplos. En el caso de las percepciones y de las acciones hay dos clases de relaciones causales entre estados In­ tencionales y sus objetos Intencionales. En el caso de la percepción, mi experiencia visual está típicamente causada por un encuentro con algún objeto del mundo, y, por ejemplo, si alguien me pregunta «¿qué le causó el que tuviese la experiencia visual de la flor?», la respuesta natural seguramente sería «Vi la flor». Y en el caso de la acción mi es­ tado Intencional causa algún movimiento de mi cuerpo. Así que, por ejemplo, si se me pregunta «¿Qué causó el que su brazo subiese?», la respuesta natural sería «Lo levanté». Y obsérvese que estas explica­ ciones causales, más bien ordinarias, parecen compartir los rasgos desconcertantes del ejemplo de beber el agua, si intentamos asimilar­ los a la teoría oficial. Sé sin observaciones adicionales la respuesta a las preguntas «¿Qué causó que su brazo se moviese y qué causó que tuviese una experiencia visual de la flor?», y sé sin observación adi­ cional la verdad de los contrafácticos correspondientes, y además la verdad del enunciado causal y los contrafácticos no parecen depender

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de que haya leyes universales que los cubran. Y aunque de hecho creo que hay probablemente algunas leyes universales de la percepción y la acción intencional, no es en absoluto obvio que al hacer estas afirma­ ciones causales singulares esté comprometido con la existencia de ta­ les leyes universales, y esto es parte del significado de las afirmacio­ nes mismas de que hay tales leyes. Un caso ligeramente más complejo podría ser de la siguiente clase. Estoy paseando cuando de repente un hombre que viene de frente tropieza conmigo empujándome a la cuneta. Ahora bien, de­ jando de lado alucinaciones y cosas semejantes, sé sin ninguna obser­ vación adicional la respuesta a la cuestión «¿Qué causó el que cayeses a la cuneta?». El hombre chocó contra mí y me empujó a la cuneta. En este caso lo que se quiere decir es: «Sé todo esto porque me sentí em­ pujado a la cuneta, y vi hacerlo al hombre». Estos cuatro casos involucran Intencionalidad en una forma u otra, y todas las explicaciones en cuestión parecen desviarse de la teoría es­ tándar acerca de cómo se supone que debe ser la explicación causal. Llamaremos a estos casos, y a otros como ellos, casos de causación Intencional, y exploraremos cómo difiere, exactamente, la forma de la explicación en la causación Intencional de la prescrita por la teoría es­ tándar de la causación como regularidad. Primero, en cada caso sé tanto la respuesta a la pregunta causal como la verdad del contrafáctico correspondiente sin ninguna obser­ vación adicional distinta de la experiencia del evento en cuestión. Cuando digo que sé la respuesta a la pregunta causal sin observacio­ nes adicionales, no quiero decir que tales afirmaciones de conoci­ miento sean incorregibles. Podría estar teniendo una alucinación cuando digo que esta experiencia visual fue causada por ver una flor, pero la justificación para la afirmación original no depende de obser­ vaciones adicionales. Segundo, estas afirmaciones causales no me comprometen con la existencia de ninguna ley causal relevante. Podría creer adicional­ mente, y como asunto de hecho realmente lo hago, que probablemente hay leyes causales que se corresponden con estos cuatro tipos de eventos pero eso no es lo que quiero decir en cada caso cuando ofre­ cía la respuesta a la pregunta causal. La afirmación de que hay leyes causales que corresponden a esos eventos no es una consecuencia ló­ gica de estos enunciados causales singulares. Y el argumento a favor de esta independencia es que es lógicamente consistente insistir en la verdad de estas explicaciones causales y no obstante negar una creen­ cia en leyes causales que les correspondan. Sé, por ejemplo, qué me hizo tomar el trago de agua: tenía sed; pero, cuando digo eso, no estoy comprometido con la existencia de ninguna ley causal, incluso si de hecho creo que hay tales leyes. Además, en cada caso mi conoci­

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miento de la verdad de los contrafácticos no se deriva de mi conoci­ miento de ninguna ley correspondiente o incluso del conocimiento de que haya tales leyes. Si se piensa sobre ello por un momento, parece que la perspectiva tradicional, al menos en su versión lingüística, hace una afirmación extraordinariamente fuerte y carente de apoyo, a saber, que cualquier enunciado tal como: Mi sed causó que bebiese entraña un enunciado de la forma: Hay alguna ley L tal que hay alguna descripción 9 de mi sed y alguna descripción w de mi beber, y L asevera una co­ rrelación universal de eventos de tipo cp y eventos de tipo w. Esto ciertamente no es intuitivamente plausible de modo que ¿cuál se supone que el argumento a su favor? El único argumento que he visto siempre es el argumento humeano de que puesto que no hay nada en la causación excepto la regularidad, entonces para cada enunciado causal verdadero debe haber una regularidad. Si negamos el realismo cau­ sal entonces no hay nada sobre lo que sea un enunciado causal ex­ cepto regularidades. Pero si somos realistas causales, si creemos como yo lo hago que «causa» nombra una relación real en el mundo real, entonces el enunciado de que esa relación existe en un caso particular no entraña por sí mismo una correlación universal de casos similares. Tercero, en cada caso parece haber una conexión lógica o intema entre causa y efecto. Y no quiero sólo decir que haya una relación ló­ gica entre la descripción de la causa y la descripción del efecto, aun­ que esto era también verdadero en nuestros ejemplos; sino más bien que la causa, ella misma completamente independiente de cualquier descripción, está lógicamente relacionada con el efecto, él mismo completamente independiente de cualquier descripción. ¿Cómo es tal cosa posible? En cada caso la causa era o una presentación o represen­ tación del efecto o el efecto era una presentación o representación de la causa. Recorramos los ejemplos: la sed, independientemente de cómo se describa, contiene un deseo de beber, y ese deseo tiene como condiciones de satisfacción, el que uno beba; una intención en la ac­ ción de levantar el propio brazo, independientemente de cómo se des­ criba, tiene como parte de sus condiciones de satisfacción, que el brazo suba; una experiencia visual de una flor, independientemente de cómo se describa, tiene como condiciones de satisfacción que haya una flor ahí; experiencias táctiles y visuales de ser empujado por un hombre, independientemente de cómo se describan, tienen como

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parte de sus condiciones de satisfacción, el que uno sea empujado por un hombre. La razón de que haya una relación lógica o intema en nuestros ejemplos entre la descripción de la causa y la descripción del efecto es que en cada caso hay una relación lógica o intema entre la causa y el efecto mismos, puesto que en cada caso hay un contenido Intencional que está causalmente relacionado con sus condiciones de satisfacción. La especificación de la causa y del efecto bajo estos as­ pectos causalmente relevantes involucran Intencionalidad y las condi­ ciones de satisfacción de esa Intencionalidad nos darán descripciones lógicamente relacionadas de causa y efecto precisamente porque la causa y el efecto mismo están lógicamente relacionados; no lógica­ mente relacionados por entrañamiento, sino más bien por contenido Intencional y condiciones de satisfacción. Creo que revela una confu­ sión fundamental el suponer que los eventos sólo pueden estar lógica­ mente relacionados bajo una descripción, pues los eventos mismos pueden tener contenidos intencionales que los relacionen lógicamente independientemente de cómo se describan. ¿Cuál es la noción de causación de acuerdo con la cual estas for­ mas más bien ordinarias de explicación son siquiera posibles? Puesto que estas formas no parecen cumplir los requisitos huméanos estándar de lo que se supone que parece una explicación causal, debemos res­ ponder a la cuestión de cómo tales formas de explicación son siquiera posibles. La estructura formal del fenómeno de la causación Intencio­ nal para los casos simples de percepción y acción es como sigue. En cada caso hay un estado o evento Intencional autorreferencial, y la forma de la autorreferencia (en el caso de la acción) consiste en que es parte del contenido del estado o evento intencional que sus condicio­ nes de satisfacción (en el sentido de requisito) requieran que él cause el resto de sus condiciones de satisfacción (en el sentido de la cosa re­ querida) o (en el caso de la percepción) que el resto de sus condicio­ nes de satisfacción causen el estado o evento mismo. Si levanto mi brazo, entonces mi intención en la acción tiene como sus condiciones de satisfacción que esa misma intención debe causar que mi brazo suba; y si veo que hay una flor ahí, entonces el hecho de que haya una flor ahí debe causar la misma experiencia visual cuyas condiciones de satisfacción son que haya una flor ahí. En cada caso, causa y efecto están relacionadas como presentación Intencional y condiciones de sa­ tisfacción. Dirección de ajuste y dirección de causación son asimétri­ cas. Donde la dirección de causación es mundo-a-mente, como en el caso de la percepción, la dirección de ajuste es mente-a-mundo; y donde la dirección de causación es mente-a-mundo, como en el caso de la acción, la dirección de ajuste es mundo-a-mente. Como vimos en el Capítulo 3, se aplican observaciones análogas a los casos representacionales de la autorreferencia causal en intenciones previas y recuer­

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dos de eventos. Sin embargo, no todos los casos de causación Inten­ cional involucran contenidos Intencionales autorreferenciales: por ejemplo, un deseo de realizar una acción puede causar una acción in­ cluso aunque no sea parte del contenido intencional del deseo el que causase la acción. Pero en todo caso de causación Intencional, al me­ nos un término es un estado o evento Intencional y ese estado o evento o bien causa o bien es causado por sus condiciones de satis­ facción. Con mayor precisión, si jc causa y, entonces x e y están en una re­ lación de causación Intencional si y sólo si 1. 2. 3.

o (a) x es un estado o evento Intencional e y es (o es parte de) las condiciones de satisfacción de jc o (b) y es un estado o evento Intencional y jc es (o es parte de) las condiciones de satisfacción de y si (a), el contenido Intencional de jc es un aspecto causalmente relevante bajo el cual causa y si (b), el contenido Intencional de y es un aspecto causalmente relevante bajo el cual es causado por jc.

Debido al funcionamiento del contenido Intencional como un aspecto causalmente relevante, los enunciados de causación Intencional serán, en general, intensionales. La definición anterior aún nos deja con la noción de causa como un concepto inexplicado. ¿Qué se supone que significa «causa» cuando digo que en la causación Intencional un estado Intencional causa sus condiciones de satisfacción o que las condiciones de satis­ facción causan el estado? La noción básica de causación, la noción que ocurre en enunciados en los que se habla de causar y de la cual dependen todos los diferentes usos de «causa», es la noción de hacer que algo suceda: en el sentido más primitivo, cuando C causa E, C hace que E suceda. Ahora bien, la peculiaridad de la causación Inten­ cional es que nosotros experimentamos directamente esta relación en muchos casos donde hacemos que algo suceda o que alguna otra cosa hace que algo nos suceda. Cuando, por ejemplo, levanto mi brazo, parte del contenido de mi experiencia es que esta experiencia es la que hace que mi brazo suba, y cuando veo una flor, parte del contenido de la experiencia es que esta experiencia es causada por el hecho de que hay una flor ahí. En tales casos experimentamos directamente la rela­ ción causal, la relación de una cosa que hace que alguna otra suceda. No necesito una ley que los englobe para decirme que cuando levanto mi brazo causo que mi brazo suba, porque cuando levanté mi brazo experimenté directamente el causar: No observo dos eventos, la expe­ riencia de actuar y el movimiento del brazo, sino que más bien parte

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del contenido Intencional de la experiencia de actuar era que esa misma experiencia estaba haciendo que mi brazo subiese. Del mismo modo en que puedo experimentar directamente un objeto rojo vién­ dolo, así también puedo experimentar directamente la relación de una cosa que hace que otra cosa suceda o haciendo que alguna cosa su­ ceda como en el caso de la acción o haciendo que alguna cosa haga que algo me suceda a mí como en el caso de la percepción. Podríamos establecer la diferencia entre la teoría estándar y la que yo estoy proponiendo diciendo que, de acuerdo con la teoría estándar, nunca se tiene una experiencia de causación y que de acuerdo con­ migo, no es sólo el caso que frecuentemente se tenga una experiencia de causación, sino que de hecho cada experiencia de percibir o actuar es justamente una experiencia de causación. Ahora bien, este enun­ ciado será desorientador si sugiriera que la causación es el objeto In­ tencional de estas experiencias, más bien la idea subyacente detrás de este modo de expresar la cuestión es que siempre que percibimos el mundo o actuamos sobre el mundo tenemos estados Intencionales autorreferenciales de la clase que he descrito y la relación de causación es parte del contenido, no el objeto, de estas experiencias. Si la rela­ ción de causación es una relación de hacer que algo suceda, entonces es una relación que todos experimentamos siempre que percibimos o actuamos, esto es: más o menos todas las veces9. Desde mi punto de vista los huméanos estarían mirando hacia el lugar equivocado. Buscarían la causación (fuerza, poder, eficacia, etc.) como el objeto de la experiencia perceptiva y no lograrían encontrarla. Lo que estoy sugiriendo es que ella estaba allí desde el principio como parte del contenido tanto de las experiencias perceptivas como de las experiencias de actuar. Cuando veo un objeto rojo o levanto mi brazo no veo causación alguna ni levanto causación alguna, sólo veo la flor y levanto mi brazo. Ni la flor ni el movimiento son parte del conte­ nido de la experiencia, más bien cada uno es un objeto de la experien­ 9 Muchos filósofos están dispuestos a estar de acuerdo conmigo en que la causa­ ción es parte de la experiencia de actuar o de las percepciones corporales táctiles, pero no conceden que podría mantenerse lo mismo para la visión. No creen que la causa­ ción sea parte de las experiencias visuales. Quizás el siguiente experimento mental ayudará a eliminar alguna de estas dudas. Supongamos que tenemos la capacidad de formar imágenes visuales tan vividas como nuestras experiencias visuales presentes. Ahora imaginemos la diferencia entre formar una imagen del frente de la propia casa como una acción voluntaria, y ver realmente el frente de la casa. En cada caso el con­ tenido puramente visual es igualmente vivido, así que ¿qué explicaría la diferencia? Las imágenes formadas voluntariamente se experimentarían como causadas por noso­ tros, la experiencia visual de la casa se experimentaría como causada por algo indepen­ diente de nosotros. La diferencia en los dos casos es una diferencia en el contenido causal de las dos experiencias.

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cia relevante. Pero en cada caso la causación es parte del contenido de la experiencia de ese objeto. Creo que este punto de vista será más claro si la comparamos con el de diversos filósofos, desde Reid hasta von Wright, de que la no­ ción de causación se deriva de las observaciones que hacemos de nosotros mismos cuando realizamos acciones intencionales. Mi punto de vista difiere de esto en, al menos, tres consideraciones. Primero, no es en la observación de las acciones en la que llegamos a ser cons­ cientes de la causación, es en la realización de las acciones; pues parte del contenido Intencional de la experiencia de actuar cuando re­ alizo acciones Intencionales es que esta experiencia causa el movi­ miento corporal. Obsérvese que no estoy argumentando aquí mera­ mente que el concepto de causación entra en la descripción de la acción, sino más bien que la experiencia de causación es parte de los fenómenos efectivos de la acción. En estos casos no hay ningún pro­ blema respecto de cómo vamos de la experiencia a la causación, la experiencia es por sí misma la causante; donde tiene éxito, causa aquello a lo que se dirige. Y esto no es decir que la experiencia es in­ falible; yo podría tener la experiencia, pensar que ella era la que causó que mi brazo subiese y, con todo, estar equivocado —un punto al que volveré en breve— . Segundo, de acuerdo con mi explicación, somos tan directamente conscientes de la causación en la percepción como lo somos en la ac­ ción. No hay nada privilegiado en la acción, por lo que respecta a la experiencia de la causación. En la acción nuestras experiencias causan movimientos corporales y otros eventos físicos; en la percepción, los eventos y estados físicos causan nuestras experiencias. Pero en cada caso somos directamente conscientes del nexo causal porque en cada caso parte del contenido de la experiencia es que es la experiencia de algo que causa o que es causado. La cuestión de Hume era cómo puede el contenido de nuestras ex­ periencias decimos que hay una relación causa y efecto ahí fuera, y la respuesta era: no puede. Pero si parte de una experiencia es que ella misma causa algo o que es causada por algo entonces no puede haber cuestión alguna respecto de cómo una experiencia puede damos una conciencia de causación puesto que tal conciencia es ya parte de la ex­ periencia. El nexo causal es intemo a la experiencia y no su objeto. Tercero, mi visión difiere de las visiones de Reid y von Wright en que ellos no nos dicen exactamente cómo la observación de la acción nos proporciona conocimiento de la causación, y de hecho es difícil ver cómo podría, pues si las acciones en cuestión son eventos, y si consigo el conocimiento de causación observando estos eventos, en­ tonces parece que todos los argumentos huméanos contra la posibili­ dad de una experiencia de conexión necesaria se reforzarían, pues

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todo lo que podría observar serían dos eventos: mi acción y cuales­ quiera eventos fueran anteriores o posteriores a ella. De acuerdo con mi explicación, no se observa una «conexión necesaria» entre eventos, sino, más bien, el asunto es que un evento, por ejemplo, mi experien­ cia de actuar, es una presentación Intencional causal de otro evento, por ejemplo, el movimiento de mi brazo, y los dos juntos completan el evento compuesto, mi levantar el brazo. De acuerdo con al menos una interpretación de los principios de la teoría tradicional con la que comencé este capítulo he desafiado los tres principios. Pues, en el caso de la causación Intencional: 1. Tanto en la percepción como en la acción se experimenta la relación causal. No se infiere de la regularidad. 2. No es el caso que cada enunciado causal singular entrañe que hay una ley causal universal que le corresponda. Por ejemplo, el enun­ ciado de que mi sed causó que bebiese no entraña que haya una ley universal que correlacione eventos de los tipos relevantes bajo una descripción u otra. Además, uno conoce frecuentemente que un enun­ ciado causal singular es verdadero sin saber que haya ninguna ley que le corresponda; y, finalmente, uno conoce frecuentemente la verdad del contrafáctico correspondiente sin basarse en el conocimiento que se tenga de ninguna ley semejante. 3. Hay una relación lógica de cierta clase (mucho más débil que la relación de entrañamiento entre enunciados) entre causa y efecto en los casos de causación Intencional porque, por ejemplo, en el caso de intención previa e intención en la acción la causa contiene una repre­ sentación o presentación del efecto en sus condiciones de satisfacción y en la percepción y el recuerdo el efecto contiene una representa­ ción o presentación de la causa en sus condiciones de satisfacción. En cada caso de causación Intencional, allí donde el contenido Intencio­ nal es satisfecho, hay una relación intema entre causa y efecto bajo as­ pectos causalmente relevantes. Y, repitámoslo, no estoy diciendo sim­ plemente que la descripción de la causa esté internamente relacionada con la descripción del efecto, sino más bien que las causas y los efec­ tos mismos están internamente relacionados de ese modo, puesto que la una es una presentación o representación del otro.

III Incluso suponiendo que hasta aquí estoy en lo correcto, hay varias preguntas y objeciones serias respecto de lo anterior. Primero, ¿cómo podemos estar justificados, de acuerdo con mi explicación, al suponer

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que otras entidades distintas de nuestras experiencias puedan ser cau­ sas y efectos? Segundo, ¿no tiene mi explicación el resultado absurdo de que la experiencia de causación del agente es de un modo u otro autoverificante? Tercero, ¿qué papel desempeña la regularidad en mi explicación? Después de todo, en algún sentido que no he explicado hasta ahora, parece que la regularidad debe ser una parte esencial de nuestra noción de causación. Desarrollaré ahora las dos primeras obje­ ciones e intentaré responderlas; discutiré la tercera objeción en la sec­ ción siguiente. Primera objeción: Demos por sentado, por mor del argumento, que podemos llegar a ser conscientes de relaciones causales como parte de los contenidos de nuestras experiencias; sin embargo esto solo nos daría conocimiento de relaciones causales donde uno de los términos es una experiencia, pero la mayoría de los casos interesantes de causación son casos donde ningún término es una experiencia. ¿Y cómo deja lugar mi explicación para la mera posibilidad de conoci­ miento de esa clase de relación o incluso de su existencia? ¿Cómo, por ejemplo, es posible de acuerdo con mi explicación, saber que el evento consistente en que la bola de billar A golpee a la bola de billar B causó el evento de que la bola de billar B se moviese; y, de hecho, cómo, de acuerdo con mi explicación, es posible que haya alguna otra cosa en esta relación que la recurrencia regular de instancias pareci­ das? Para decirlo de una vez, ¿no he dejado a pesar de todo a la causa­ ción como una propiedad de sentimientos de la mente y no como un rasgo del mundo real fuera de la mente? Esto parece ser una objeción poderosa y la explicación debe ahora extenderse para hacerle frente. Pero primero una aclaración. En lo que sigue hablaré frecuentemente en términos ontogenéticos, pero lo que sigue no se propone como una hipótesis empírica sobre cómo se adquieren los conceptos causales. Creo que probablemente se adquie­ ren de este modo, pero es perfectamente consistente con mi explica­ ción suponer que no es así y, de hecho, por todo lo que sé podrían ser ideas innatas. La cuestión no es cómo llegamos a la creencia de que la causa es una relación real en el mundo real, sino cómo podemos estar justificados al mantener esa creencia, cómo en tanto que empiristas podemos creer racionalmente que la causación es un rasgo del mundo real que se suma a la recurrencia regular. Hemos visto que podemos estar racionalmente justificados al creer que, como agentes, actuamos causalmente y como perceptores se actúa sobre nosotros causalmente; pero ahora la cuestión es: ¿cómo podemos estar justificados al supo­ ner que algo desprovisto de Intencionalidad puede estar en las mismas relaciones que están nuestros estados y eventos Intencionales? Una de las tesis que los experimentos de Piaget parecen apoyar es que el niño adquiere un conocimiento de la relación por-medio-de (lo

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que Piaget llama «transitividad»)10 muy pronto. Incluso los niños pe­ queños descubren que por medio de la acción de empujar con sus ma­ nos un objeto suspendido pueden mover el objeto hacia atrás y hacia adelante. Ahora bien, ¿qué es exactamente lo que tal niño ha descu­ bierto desde el punto de vista de la Intencionalidad? Tomemos un caso ligeramente más complejo. Supongamos que un niño algo más mayor descubre, como muchos hacen, que golpear un jarrón con una piedra puede hacerlo pedazos. El niño ha descubierto que esta inten­ ción en la acción produce este movimiento de la mano y brazo, que produce este movimiento de la piedra que produce que el jarrón se rompa. Y aquí las regularidades entran en escena, pues sobre la base de ocasiones repetidas el niño puede descubrir que por medio de este movimiento puede mover la piedra, y por medio del movimiento de la piedra puede romper el jarrón. Y cada uno de estos pasos diferentes en la relación por-medio-de llega a ser parte de las condiciones de sa­ tisfacción de la intención en la acción. La intención es romper el ja­ rrón por medio del hacer estas otras cosas. Pero hemos visto ya que la causación es parte del contenido de la intención en la acción, pues si la intención en la acción no causa el resto de las condiciones de satis­ facción, la intención no se satisface. La causalidad de la intención en la acción puede llevarse a cabo hasta el paso final, la rotura del jarrón, porque va a través de cada paso de la relación por-medio-de que inter­ viene. Cada paso es un paso causal, y la transitividad de la relación por-medio-de capacita a la intención en la acción para abarcarlos a to­ dos. Es parte del contenido de la intención en la acción del niño que esta intención cause este movimiento del brazo, pero también que este movimiento de la piedra cause esta rotura del jarrón, porque eso es lo que el niño está intentando hacer: causar la rotura del jarrón golpeán­ dolo con la piedra. La intención del niño no es precisamente mover su brazo y entonces mirar y ver lo que sucede; ese es un tipo de caso completamente distinto. Que el movimiento de la piedra causa la ro­ tura del jarrón es entonces parte de la experiencia del niño cuando lo rompe, porque la causalidad de la intención en la acción se extiende a cada paso de la relación por-medio-de. Es frecuente decir que la cau­ salidad está estrechamente conectada con la noción de manipulación; y esto es correcto, pero la manipulación está necesitada de análisis. Manipular cosas es precisamente explotar la relación por-medio-de. Uno de los puntos en los que se reúnen la explicación de la cau­ sación por medio de la regularidad y la explicación Intencional de la causación es en la manipulación. Es un hecho sobre el mundo que contiene regularidades causales que se pueden descubrir. La regulari­ En Understanding Causality.

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dad de estas relaciones causales nos capacita para descubrirlas, por medio del ensayo y error el niño descubre cómo funciona con las pie­ dras y los jarrones; pero que sean manipulables nos capacita para descubrir que son causales, pues lo que el niño descubre en sus ensa­ yos y errores con piedras y jarrones es un modo de hacer que las co­ sas sucedan. Una vez que un niño ha adquirido la capacidad de incluir la rela­ ción causal por-medio-de como parte del contenido de su intención en la acción ha adquirido la capacidad de descubrir, y no meramente pro­ yectar, las relaciones causales en un mundo natural que es amplia­ mente independiente de él mismo; de hecho ya ha descubierto instan­ cias de la relación causal en el mundo. ¿Qué ha descubierto el niño exactamente cuando ha descubierto que puede, por ejemplo, romper un jarrón golpeándolo con un objeto duro? Bien, parte de lo que ha descubierto es que un objeto duro golpeando un jarrón causará que se rompa, pero esa relación sigue siendo la misma si el jarrón se golpea o no con el objeto duro o, por ejemplo, el objeto duro cae sobre el ja­ rrón. Allí donde tenemos una secuencia de relaciones por-medio-de causales cuyo término inicial es una experiencia de actuar, el conte­ nido Intencional puede incluir cada uno de los pasos diferentes, la in­ tención puede ser, por ejemplo, romper el jarrón por medio de la ac­ ción de golpearlo con un objeto duro, por medio de la acción de mover el objeto duro, por medio de la acción de mover la mano man­ teniendo agarrado el objeto duro. Pero los pasos más allá del movi­ miento de la mano son todos ellos pasos causales, y la misma causa­ ción que es parte del contenido de la experiencia en la manipulación puede observarse en casos donde no hay manipulación. La relación que el agente observa cuando ve la piedra rompiendo el jarrón al caer sobre él —en la medida en que la causación esté involucrada— es la misma relación que él experimenta cuando rompe el jarrón con la pie­ dra. En los casos donde se observa la causación de eventos indepen­ dientemente de su voluntad, no experimenta el nexo causal del mismo modo que experimenta el nexo causal en la experiencia de ac­ tuar o percibir, y en ese aspecto los huméanos están en lo correcto al afirmar que la causación entre eventos independientes de nosotros no es observable del modo en que los eventos mismos son observables. Pero el agente observa los eventos en tanto que relacionados causal­ mente, y no solamente en tanto que una secuencia de eventos, y está justificado o puede estar justificado al adscribir causalidad a tal se­ cuencia de eventos, pues lo que adscribe en el caso de observación es algo que ha experimentado en el caso de manipulación. El problema de cómo puede haber causas en el mundo indepen­ dientes de nuestras experiencias es un problema con la misma forma que el problema de cómo puede haber objetos cuadrados en el mundo

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independientes de que los miremos, y el problema de cómo podemos ver eventos en tanto que causalmente relacionados es un problema con la misma forma que el problema de cómo podemos ver una casa como una casa en su conjunto y no solamente como una fachada, aun cuando sólo sea visible para nosotros un lado de la casa. No digo que no haya problema alguno en estos fenómenos —la existencia de ras­ gos del mundo cuando no se observan y la capacidad de ver cosas como algo que se suma a lo que se presenta ópticamente—, sino que lo que digo es que el realismo respecto de la causación, la perspectiva de que las causas son relaciones reales en el mundo real, no plantea ningún problema especial. No hay ningún problema escéptico especial respecto de la existencia de relaciones causales que no se experimen­ tan, más allá del problema general de la existencia de rasgos del mundo en momentos en que no son observados. Segunda objeción: Ni la experiencia de actuar ni la experiencia de percibir pueden contener la experiencia de causación porque, por ejemplo, es siempre posible que algún otro pueda realmente estar cau­ sando el movimiento corporal que pensamos que está causando la ex­ periencia. Es siempre posible que pueda pensar que estoy levantando mi brazo cuando de hecho alguna otra causa lo levanta. Así no hay nada en la experiencia de actuar que realmente garantice que es cau­ salmente efectiva. La respuesta a esto es que es verdadero pero irrele­ vante. Obtengo una experiencia directa de causación del hecho de que parte del contenido Intencional de mi experiencia de percibir es cau­ sado por el objeto percibido, esto es: se satisface sólo si es causada por la presencia y rasgos del objeto. Ahora bien, lo que cuenta como las condiciones de satisfacción de mi evento Intencional se determina de hecho por el evento Intencional, pero que el evento Intencional mismo sea de hecho satisfecho no es parte del contenido. Las accio­ nes y las percepciones, de acuerdo con mi explicación, son transaccio­ nes causales e Intencionales entre la mente y el mundo, pero el que las transacciones estén teniendo realmente lugar no depende de la mente. Y este hecho es una consecuencia del hecho de que no hay nada sub­ jetivo en la causación. Está realmente ahí. La objeción de que podría tener la experiencia y que no obstante la relación no fuese de hecho causal tiene exactamente la misma forma que la objeción a la idea de que obtengo la idea de rojo de ver cosas rojas y que puedo, en cual­ quier caso de ver una cosa roja, estar teniendo una alucinación: verda­ dero pero irrelevante. El que un objeto rojo me cause el tener una ex­ periencia visual es parte de las condiciones de satisfacción de la experiencia, y eso es suficiente para proporcionarme una experiencia de algo rojo. Si en algún caso dado hay realmente un objeto rojo o no en frente mío es un problema aparte, que es independiente de la cues­ tión de cómo es posible para mí adquirir el concepto de rojo sobre la

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base de mis experiencias. Un argumento exactamente análogo es que obtengo la idea de causación de experimentar la causación como parte de mi experiencia de actuar o percibir. Pero si mi experiencia en al­ gún caso me engaña o no, si no estoy realmente en la relación causal con el objeto Intencional del contenido Intencional de mi experiencia, es simplemente irrelevante. Sin embargo, aunque esta objeción no es válida, señala una asime­ tría crucial entre la causación y otros contenidos perceptivos. La rojez no es un rasgo de mi experiencia visual sino parte de las condiciones de satisfacción; la experiencia es de algo rojo, pero no es ella misma una experiencia roja. Pero la causación es parte del contenido de mi experiencia. La experiencia es satisfecha sólo si ella misma causa (en el caso de la acción) el resto de sus condiciones de satisfacción o es causada por (en el caso de la percepción) el resto de sus condiciones de satisfacción. La experiencia de algo rojo, cuando es satisfecha, no es literalmente roja, pero es literalmente causada. Y el aspecto para­ dójico de la asimetría es este: de acuerdo con mi explicación el con­ cepto de realidad es un concepto causal. Parte de nuestra noción del modo en que el mundo realmente es, es que su ser de ese modo nos causa que lo percibamos como siendo de ese modo. Las causas son parte de la realidad y, no obstante, el concepto de realidad es él mismo un concepto causal. Hay una variante de esta objeción que puede enunciarse como si­ gue. Si la experiencia es algo parecido a lo que la tradición empirista o la intelectualista nos dice que es, entonces es difícil ver cómo las experiencias podrían tener los rasgos que estoy afirmando que tienen. Si la experiencia es una secuencia de impresiones «todas sobre el mismo patrón» como Hume dice, entonces parece que nadie podría experimentar una impresión como causal como parte del contenido de la impresión. Pero si Kant y los intelectualistas están en lo cierto al pensar que las experiencias llegan ya a nosotros en tanto que cau­ sales, es sólo porque tenemos ya el concepto de causación como un concepto a priori. Será obvio para el lector que ha seguido el argu­ mento hasta aquí que estoy rechazando ambas explicaciones de la ex­ periencia. Ambas explicaciones fracasan a la hora de describir la In­ tencionalidad de nuestras experiencias de actuar y percibir. Ambas fracasan al dar cuenta del hecho de que las condiciones de satisfac­ ción se determinan por la experiencia y de que parte de las condicio­ nes es que la experiencia lo es o bien de hacer que su objeto Intencio­ nal suceda o bien de que su objeto Intencional haga que suceda. Por esta razón podemos experimentar la causación, pero no tenemos que tener un concepto a priori de causa para hacerlo, del mismo modo que no tenemos que tener un concepto a priori de rojo para experi­ mentar la rojez.

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IV Ahora tenemos al menos dos elementos en nuestra explicación de la causalidad: la experiencia primitiva de causación en la percepción y en la acción y la existencia de regularidades en el mundo, algunas de las cuales son causales, otras no. Podemos extender la experiencia pri­ mitiva de causación más allá de los límites de nuestros cuerpos descu­ briendo regularidades causales manipulables en el mundo. Lo que descubrimos cuando descubrimos tal regularidad manipulable es lo que experimentamos en la experiencia primitiva de causalidad, la rela­ ción de un evento haciendo que otro evento suceda. Es una conse­ cuencia de esta explicación el que un ser incapaz de acción o percep­ ción no podría tener nuestra experiencia de causalidad. Pero el problema que aún nos queda, nuestra tercera objeción, es ésta: ¿Cuál es exactamente la relación entre la experiencia primitiva de causación y las regularidades del mundo? El enunciado de que una cosa causó otra cosa, esto es: hizo que sucediese, y el enunciado de que se ha experimentado que tales hechos suceden en la acción y en la percepción, no implican por sí mismos la existencia de ninguna regu­ laridad. Un mundo en el que alguien hace que algo suceda pero donde la secuencia de eventos no instancia ninguna relación co-ocurrente ge­ neral es un mundo lógicamente posible. No obstante, al mismo tiempo sentimos que debe haber alguna conexión importante entre la existen­ cia de regularidades y nuestra experiencia de la causación. ¿Cuál es? Es tentador suponer que además de la experiencia real de causas y efectos mantenemos una hipótesis de regularidad general en el mundo. Y en esta línea estamos inclinados a pensar que esta hipótesis resulta desafiada por aquellas partes de la física que niegan el determinismo general. De acuerdo con esta idea matenemos una teoría de que las relaciones causales instancian leyes generales, y esta teoría es pre­ sumiblemente una teoría empírica como cualquier otra. Esta concepción tiene una larga historia en filosofía y subyace a algunas tentativas, por ejemplo, la de Mili, de establecer un principio general de regularidad que «justificaría la inducción». Me parece que esto describe mal el modo en que la suposición de regularidad desem­ peña un papel en nuestro uso del vocabulario causal y en nuestras acti­ vidades de acción y percepción. Considérese el siguiente ejemplo. Su­ pongamos que cuando levanto mi brazo descubro sorprendido que la ventana del otro lado de la habitación sube. Y supongamos que cuando bajo mi brazo la ventana baja. En tal caso me preguntaría si mi levantar y bajar mi brazo está haciendo que la ventana suba y baje. Para averiguar esto lo intentaría de nuevo. Supongamos que funciona una segunda vez. Mi contenido Intencional se verá alterado en oca­ siones posteriores. A partir de ahora no estoy solamente levantando

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mi brazo; sino que estoy intentando levantar y bajar la ventana al le­ vantar y bajar mi brazo. Ahora, parte del contenido Intencional de la intención en la acción es una relación causal entre el movimiento del brazo y el movimiento de la ventana. Pero del único modo en que puedo determinar si el contenido Intencional se satisface realmente, esto es, el único modo en que puedo determinar si el movimiento de mi brazo realmente tiene o no un efecto sobre la ventana, es por medio del ensayo y el error. Pero el ensayo y el error sólo tienen interés res­ pecto de la suposición de un trasfondo de regularidades generales. No mantengo una hipótesis de que el mundo es tal que las relaciones cau­ sales manifiesten regularidades causales, sino más bien que una condi­ ción de la posibilidad de mi aplicar la noción de hacer que algo suceda es mi capacidad para hacer alguna distinción entre casos donde algo realmente hace que algo suceda y casos donde sólo parecía hacer que algo suceda; y una condición de la posibilidad de esa distinción es al menos la presunción de algún grado de regularidad. Al investigar la distinción entre casos reales y aparentes de relaciones causales, como en cualquier investigación, adopto una cierta postura. El tener esa pos­ tura no consistirá solamente en un conjunto de creencias: la postura es en parte un asunto de capacidades de Trasfondo. Al investigar cómo funciona realmente el mundo con causas y efectos la presunción de regularidades es parte del Trasfondo. Surge una cuestión similar si examinamos casos donde parece ha­ ber un elemento fortuito. Cuando intento encestar desde la línea de ti­ ros libres algunas veces tengo éxito, otras no, incluso aunque lo in­ tente tan duramente como pueda y haga lo mismo cada vez. Ahora para tales casos es más que una hipótesis el que diferentes efectos pro­ cedan de diferentes causas, pues si fuera meramente una hipótesis en­ tonces la evidencia sugeriría que es falsa. Hasta donde puedo averi­ guar, hago la misma cosa pero con diferentes resultados en diferentes ocasiones. La presunción de regularidad subyace o fundamenta mi tentativa de hacer canasta y no es una hipótesis invocada para explicar el éxito o fracaso de esa tentativa. Simplemente no puedo aplicar la idea de hacer que algo suceda —como opuesta a su parecer mera­ mente ser el caso de que hago que algo suceda— sin que mis capaci­ dades de Trasfondo manifiesten una presunción de al menos algún grado de regularidad. Obsérvese que en el ejemplo presente si la pe­ lota se moviese completamente al azar entonces habría perdido literal­ mente el control sobre ella y no diría que mi intención en la acción ha­ bía causado que se introdujese en la canasta incluso si tenía la intención de hacer que se introdujese en la canasta y se introdujo en la canasta. Para ver estas cuestiones un poco más claramente necesitamos distinguir entre la creencia en leyes causales particulares y la suposi­

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ción de que hay algún grado general de regularidad causal en el mundo. Tenemos muchas creencias sobre regularidades causales parti­ culares, por ejemplo, sobre las propiedades líquidas del agua, la con­ ducta de los coches y de las máquinas de escribir y la tendencia de los esquís a cambiar de dirección cuando giramos. Pero no tengo o nece­ sito tener una hipótesis general de regularidad además de la creencia en regularidades específicas. Similarmente, la tribu que almacena co­ mida para el invierno no tiene que tener una teoría de la inducción, pero necesita ciertas concepciones generales de las condiciones de ali­ mentación y alguna idea del ciclo de las estaciones. La respuesta, entonces, que estoy proponiendo a la pregunta «¿Cuál es la relación entre la experiencia primitiva de causación en la acción y en la percepción y la existencia de regularidades en el mundo?» es ésta: Ni los enunciados que afirman la existencia de la experiencia de causación ni la existencia de instancias de causación implican que haya leyes causales generales. A pesar de todo, las leyes causales existen y una condición de la posibilidad de aplicar la no­ ción de causación en casos específicos es una suposición general de regularidad en el mundo. A menos que suponga algún nivel de regu­ laridad —no necesita ser regularidad universal— no puedo comenzar a hacer la distinción entre su parecer ser el caso que mis experiencias están en relaciones causales como parte de sus condiciones de satis­ facción y su realmente ser el caso de que están en tales relaciones. So­ lamente puedo aplicar la noción de que algo haga que otra cosa su­ ceda, como opuesta a que parezca ser el caso que haga que suceda, respecto de una presunción de regularidades causales, pues sólo puedo valorar el caso individual por el error o el éxito de las regularidades. Después de tres siglos de fracasos al intentar analizar el concepto de causación en términos de regularidades, deberíamos ser capaces de decir por qué fracasaron tales tentativas. La respuesta breve es que la noción de hacer que algo suceda es diferente de la noción de regulari­ dad, así cualquier tentativa de analizar la primera en términos de la se­ gunda está condenada al fracaso. E incluso si estamos de acuerdo en que la regularidad es necesaria para la aplicabilidad del concepto de causación, con todo las únicas regularidades que importan son regula­ ridades causales, y cualquier tentativa de analizar la causación en tér­ minos de regularidades previamente identificadas como causales está condenada a la circularidad. Un resultado ulterior de nuestra discusión de la relación entre cau­ sación Intencional y regularidad es éste: no hay dos géneros de causa­ ción, causación regular y causación Intencional. Hay solamente un gé­ nero de causación y ese es la causación eficiente; la causación es un asunto de que algunas cosas hagan que otras cosas sucedan. Sin em­ bargo, en una subclase especial de causación eficiente, las relaciones

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causales involucran estados Intencionales, y estos casos de causación Intencionales son especiales en varios aspectos: podemos ser directa­ mente conscientes del nexo causal en algunos de estos casos, hay una conexión «lógica» entre causa y efecto, y estos casos son las formas primitivas de causación en la medida en que nuestras experiencias es­ tán involucradas. Los enunciados causales singulares no entrañan que haya un regularidad causal universal de la que ellos sean instancias, pero el concepto de causación eficiente, ya sea Intencional o no, sólo tiene aplicabilidad en un universo donde se supone algún alto grado de regularidad causal. V Nuestra discusión de la causación Intencional ha preparado ahora el camino para nuestro examen de las llamadas cadenas causales des­ viadas en la acción y en la percepción, un examen que comenzó pero no se completó en el Capítulo 3. No importa cuánto ajustemos las constricciones entre los diferentes estados del análisis Intencional de la percepción y la acción; parece a pesar de todo que todavía seremos capaces de producir contraejemplos que involucren «cadenas causales desviadas». En cada uno de estos casos, los requisitos formales de autorreferencia causal Intencional parecen satisfacerse, y no obstante no diríamos, al menos estamos poco dispuestos a decir, que el estado In­ tencional se satisface. En el caso de la percepción, hay ejemplos donde, aunque la experiencia visual es causada por el objeto, a pesar de ello el agente no «ve» literalmente el objeto; y en el caso de la ac­ ción, aunque hay casos donde la intención previa causa la intención en la acción y casos donde la intención en la acción causa el movimiento, no diríamos que la intención previa se llevó a cabo o que la acción fue intencional. Consideraremos algunos ejemplos de cada uno de estos casos. Ejemplo 1." Supongamos que un hombre es incapaz de levantar su brazo porque le han sido cortados los nervios. Lo intenta como puede, es incapaz de alzar el brazo. Sigue intentándolo e intentándolo sin éxito; sin embargo, en una ocasión lo intenta con tanto ardor que su esfuerzo le hace caer sobre una varilla que activa un imán que hay en el techo que atrae el metal del reloj de su muñeca que levanta su brazo. Ahora bien, en tal caso su intención en la acción causó que su brazo subiese, pero él no lo causó «en el modo correcto». En tal caso Debo este ejemplo a Steve White.

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estamos poco dispuestos a decir que levantó su brazo intencional­ mente o incluso que levantó su brazo. Ejemplo 2. Bill tiene la intención de matar a su tío. La intención previa le pone tan trastornado que le da un dolor de estómago y olvida todo lo que había pensado sobre la intención, pero el dolor de estó­ mago le pone furioso y a causa de su furia, mata al primer hombre que ve, que da la casualidad que es, y a quien él reconoce como, su tío. En este caso, la intención previa causó la intención en la acción te­ niendo como medio el causar el dolor de estómago que causó la furia y la intención en la acción causó sus propias condiciones de satisfac­ ción. A pesar de ello, aunque era un asesinato intencional, no se trata de un caso de llevar a cabo la intención previa. Ejemplo 3. Supongamos que un hombre mira una mesa, y su­ pongamos que desconoce que no ve realmente la mesa. Pero suponga­ mos que la mesa despide un cierto olor, y este olor le causa el tener una alucinación visual que es cualitativamente indistinguible de la ex­ periencia visual que habría tenido si hubiese visto realmente la mesa. En tal caso, la mesa causa la experiencia visual, y las condiciones de satisfacción presentadas en la experiencia visual son de hecho sa­ tisfechas, a saber: hay realmente una mesa ahí, pero al mismo tiempo el hombre no ve la mesa. Todos estos ejemplos, como otros ejemplos que hemos visto de causación desviada, exhiben ciertos rasgos comunes: o involucran al­ gún fallo del contenido Intencional por lo que respecta al aspecto cau­ sal, o involucran algunas pérdidas de regularidad planificable en las relaciones causales de los estados Intencionales. El modo de eliminar estos ejemplos es ver que la causación Intencional debe funcionar bajo aspectos Intencionales, y para hacerlo así debe haber regularidades planificables. Considérese el ejemplo 1. Supongamos que el hombre sabe lo del imán y sabe que puede levantar su brazo simplemente ac­ tivando el imán al pulsar un botón. Si hizo esto de modo regular y sa­ bía lo que iba a suceder, no tendríamos duda en decir que levantó su brazo intencionalmente, aunque esto pudiese no ser una acción básica. Su intención en la acción sería mover la varilla y esto sería parte de la relación por-medio-de que tenía intención de realizar y que dio como resultado la subida del brazo. Además, supongamos en otra variación sobre este ejemplo que nosotros le instalamos a este hombre unos ca­ bles de tal manera que desconoce que cuando intenta levantar su brazo activa unos imanes que están sobre su cabeza y su brazo sube. En tal caso diríamos simplemente que levantó su brazo, aunque la forma de la secuencia causal es bastante diferente del caso estándar. De hecho, en este caso levantar su brazo sería una acción básica. El rasgo del caso original que nos causa problemas en su carácter accidental e inadvertido: cuando su brazo sube las cosas no están sucediendo de

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acuerdo con el plan. En el ejemplo, es solamente accidental que el brazo del hombre subiese en esa ocasión particular. Pero, si tenemos alguna forma de eficacia Intencional consistente, entonces no duda­ mos en decir que el estado Intencional se satisfizo. Consideremos ahora el ejemplo 2. Era esencial para ese ejemplo que el hombre olvidase completamente su intención original. Era su furia y no su intención previa lo que causó que matase a su tío. Si no tuviésemos el rasgo de que la intención habían sido olvidada, sino que él aún recordase la intención y actuase de acuerdo con ella, incluso si actuase de acuerdo con ella solamente porque estaba tan furioso, sería todavía un caso de llevar a cabo esa intención. Lo que está ausente en este ejemplo es la operación causal del estado Intencional bajo su as­ pecto intencional. La intención previa no funciona causalmente hasta el punto de la producción de la intención en la acción, y en conse­ cuencia, cuando el agente actúa, no actúa como medio de llevar a cabo su intención previa. Una condición necesaria para satisfacer el contenido Intencional de una intención previa es que el contenido In­ tencional debe funcionar causalmente como el aspecto causal en la producción de sus condiciones de satisfacción y en este caso ese rasgo se había perdido. El contenido Intencional original produjo sólo un dolor de estómago. Ahora consideremos el ejemplo 3. Como el ejemplo 1 es un caso de un accidente más que de algo planificable, secuencia causal regu­ lar, y ésta es la razón por la que no es un caso realmente de ver la mesa. Esto se clarifica si alteramos el ejemplo para que manifieste una regularidad planificable. Supongamos que la «alucinación» que el hombre tiene de la mesa no es un evento ocasional, sino supongamos que puede obtener consistentemente el mismo tipo de experiencias vi­ suales de mesas, sillas, montañas, arcos iris, etc., a partir de las termi­ naciones de sus nervios olfativos que nosotros obtenemos de nuestros aparatos visuales. Entonces en tales casos simplemente diríamos que el hombre vio todo lo que vio pero no lo vio del modo normal. El pro­ blema en el ejemplo original, dicho brevemente, es la carencia de con­ sistencia planificable. Podemos enunciar ahora las condiciones necesarias para rectificar la explicación así como eliminar todas las cadenas causales desviadas que hemos considerado. Una primera condición es que haya eficacia continua del contenido Intencional bajo sus aspectos Intencionales. Esto elimina todos los casos de Intencionalidad interviniente o inter­ mitente. Una segunda condición es que haya al menos algún grado ra­ zonable de consistencia o regularidad planificable. Cuando uso expre­ siones como «consistencia» y «regularidad» no me refiero a ellas en ningún sentido estadístico. Por ejemplo, en los ejemplos ordinarios no desviados, no siempre tenemos consistencia estadística. Cuando in­

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tentó lanzar tiros libres desde la línea de tiros libres sólo ocasional­ mente tengo éxito. Pero la cuestión es que, cuando tengo éxito, las co­ sas suceden de acuerdo a un plan. Si la pelota fuese llevada por un golpe ocasional de viento, no planificado y no previsto, no atribuiría­ mos mi éxito a mis intenciones. Ahora bien, tanto en el ejemplo 1 como en el 3, tal como han sido enunciados originalmente, cuando las cosas no van de acuerdo con un plan, en ambos casos es a causa de algún rasgo accidental o inadver­ tido que está fuera de la Red y del Trasfondo de expectativas del agente. Tan pronto como revisamos estos rasgos de tal modo que el rasgo extraño esté bajo control hasta el punto de que pueda llegar a ser parte del plan, esto es: pueda llegar a ser representado por nuestra Red de cómo funcionan las cosas cuando percibimos o actuamos, los casos dejan de ser contraejemplos. Esto sugiere lo que creo que es de hecho el caso: no hay tal cosa que sea per se una cadena causal desviada. Un cadena causal es únicamente desviada de manera relativa a nuestras expectativas y relativamente a nuestra Red y Trasfondo de Intenciona­ lidad general. Aunque estas dos condiciones —que la causación Intencional debe estar bajo aspectos Intencionales y que debe manifestar regulari­ dades planificables— son suficientes para eliminar los contraejemplos que hemos considerado, aún no estoy enteramente satisfecho. Las condiciones todavía están establecidas vagamente y mi instinto me lleva a pensar que todavía podemos ser capaces de urdir otra clase de contraejemplos. Algunas cosas pueden estar escapándosenos. Pero creo que podemos apreciar la fuerza de la respuesta que he ofrecido hasta aquí si planteamos la pregunta de Peacocke12: ¿Por qué nos im­ porta cómo funciona la cadena causal? Si conseguimos la clase co­ rrecta de movimiento corporal o la clase correcta de la experiencia vi­ sual, ¿por qué preocuparnos de si fue causada o no «del modo correcto»? Estoy sugiriendo que los comienzos de una respuesta a esa cuestión tienen que estar en la línea de lo que sigue. Nuestros modos más fundamentales de enfrentamos con el mundo se producen a través de la acción y la percepción, y estos modos involucran esencialmente causación Intencional. Ahora bien, cuando ello llega a formar concep­ tos para describir estas relaciones Intencionales básicas, conceptos ta­ les como ver un objeto, o llevar a cabo una intención, o intentar y te­ ner éxito, exigimos para la aplicación del concepto más que el que solamente haya un emparejamiento correcto entre el contenido Inten­ cional y el estado de hechos que causa o que lo causa. Establecemos el

12 C. Peacocke, «Deviant causal chains», Midwest Studies in Philosophy, vol. 4 (1979), pp. 123-155.

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requisito ulterior que los filósofos han expresado diciendo que el em­ parejamiento debe producirse «del modo correcto». Pero ¿por qué es­ tablecemos este requisito y qué es exactamente? Establecemos el re­ quisito porque queremos que nuestros conceptos expresen las condiciones de que la Intencionalidad en la acción y en la percepción deben realmente funcionar; de este modo insistimos en que la Inten­ cionalidad no debe ser epifenoménica. E insistimos en que la Inten­ cionalidad debe funcionar con bastante regularidad y consistencia para ajustarse a la totalidad de nuestros planes y expectativas. He expre­ sado estas dos condiciones como un modo de explicar el significado de «del modo correcto» diciendo que el contenido Intencional debe ser un aspecto causalmente relevante y debe ejemplificar una regulari­ dad planificable.

5.

EL TRASFONDO*

Los estados Intencionales con una dirección de ajuste tienen con­ tenidos que determinan sus condiciones de satisfacción, esto es, que les permiten acoplarse. Sin embargo, estos estados Intencionales no funcionan de forma independiente o atómica, sino que cada uno de ellos tiene su contenido y determina sus condiciones de satisfacción únicamente con relación a muchos otros estados Intencionales*1. Ya vi­ mos esto en el caso del hombre que se forma la intención de presen­ tarse como candidato a las elecciones para Presidente de los Estados Unidos. Lo normal en este caso es que él cree, por ejemplo, que Esta­ dos Unidos es una república, que se celebran elecciones periódicas, que en ellas los candidatos de los dos partidos mayoritarios luchan por la presidencia, y así sucesivamente. Normalmente deseará recibir la nominación de su partido, que se trabaje por su candidatura, que los electores le voten, y así sucesivamente. Quizá ninguna de estas cosas sea esencial en la intención de este hombre y, desde luego, el enun­ ciado de que ese hombre tiene la intención de presentarse como candi­ dato a la presidencia de los Estados Unidos no entraña la existencia de ninguna de ellas. No obstante, sin alguna Red de estados Intencionales de este tipo la persona en cuestión no podría haberse formado lo que nosotros llamaríamos «la intención de presentarse como candidato a la presidencia de los Estados Unidos». Podríamos decir que su intención «se refiere» a esos otros estados Intencionales en el sentido de que so­ lamente puede tener las condiciones de satisfacción que tiene, esto es: solamente puede ser la intención que es, porque está localizada en una red que incluye otras creencias y deseos. Hay que tener en cuenta, además, que en cualquier situación de la vida real, las creencias y de­ seos sólo son una parte de un complejo todavía mayor que incluye otros estados psicológicos; habrá intenciones subsidiarias al igual que esperanzas y temores, ansiedades y anticipación, sentimientos de frus­ tración y satisfacción. En resumen, he estado llamando a toda esta red holista, simplemente, la «Red». * Capítulo traducido por M. Ángeles Alonso Miravete. 1 Estoy discutiendo estados Intencionales humanos tales com o percepciones, creencias, deseos e intenciones. Quizá haya estados Intencionales biológicamente más primitivos que no requieran una Red o, quizá, ni siquiera un Trasfondo.

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EL TRASFONDO

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Nosotros comprendemos perfectamente en qué consiste que un hombre intente llegar a ser Presidente, pero, sin embargo, no tenemos en absoluto una idea clara de en qué consistiría que alguien intentase llegar a ser una taza de café o una montaña, y ello se debe a que —en­ tre otras razones— no sabemos cómo lograr que tal intención encajase en la Red. Pero supongamos ahora, tomando en serio la hipótesis de la Red, que comenzamos a intentar seguir la pista de los distintos hilos que conectan un estado Intencional a otro; supongamos que intenta­ mos deshacemos de esos «y así sucesivamente» del párrafo anterior mediante la explicación realmente detallada de cada uno de los esta­ dos Intencionales de la Red. Pronto nos daríamos cuenta de que esta tarea es imposible, y ello por varias razones. En primer lugar, porque una gran parte, quizá la mayor, de la Red está sumergida en el incons­ ciente y nosotros no sabemos del todo cómo sacarla a flote. En se­ gundo lugar, porque los estados de la Red no se individualizan; no sa­ bemos, por ejemplo, cómo contar creencias. Pero, en tercer lugar, si realmente intentásemos llevar a cabo la tarea propuesta en seguida nos encontraríamos a nosotros mismos formulando una serie de proposi­ ciones que parecerían sospechosas si las añadiésemos a nuestra lista de creencias de la Red; «sospechosas» porque son, en algún sentido, demasiado fundamentales para ser calificadas como creencias, e in­ cluso como creencias inconscientes. Consideremos las siguientes pro­ posiciones: las elecciones tienen lugar en la superficie de la tierra o cerca de ella; las cosas sobre las que la gente camina generalmente son sólidas; la gente solamente vota cuando está despierta; los objetos ofrecen resistencia al tacto y a la presión. Como contenidos de creen­ cias, estas proposiciones no encajan fácilmente con creencias tales como que los Estados Unidos tienen elecciones presidenciales cada cuatro años o como que los estados más grandes tienen más votos electorales que los estados más pequeños. En efecto, alguien podría creer inconscientemente (y en este caso esto significa solamente que esta persona nunca reflexiona sobre su creencia) que los estados más grandes tienen más votos electorales que los más pequeños, pero, en ese sentido, no parece correcto decir que yo ahora mismo también creo que la mesa sobre la que estoy trabajando ofrecerá resistencia al tacto. Ciertamente me sorprendería que eso no fuera así, y eso sugiere al menos que hay algo parecido a las condiciones de satisfacción. Además, es cierto que alguien podría tener la creencia de que las me­ sas ofrecen resistencia al tacto, pero a lo largo de este capítulo demos­ traré que esa no es la forma correcta de describir, por ejemplo, la pos­ tura que adopto ahora frente a esta mesa y otros objetos sólidos. Para mí, la dureza de las mesas se manifiesta en el hecho de que sé cómo sentarme a la mesa, puedo escribir sobre ella, pongo montones de li­ bros encima, la uso como banco de trabajo, etc. Y mientras que hago

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todas esas cosas, no pienso además inconscientemente: «Ofrece resis­ tencia al tacto». Creo que cualquiera que intente seriamente seguir los hilos de la Red, alcanzará a la larga un lecho de capacidades mentales que en sí mismas no consisten en estados Intencionales (representacionales) pero que, sin embargo, establecen las precondiciones para el funciona­ miento de los mismos. El Trasfondo es «preintencional» en el sentido de que, si bien no es una forma o formas de Intencionalidad, sí que es, sin embargo, una precondición o grupo de precondiciones de la Inten­ cionalidad. No sé cómo demostrar concluyentemente esta hipótesis, aunque en este capítulo la examinaré e intentaré presentar algunos ar­ gumentos en su favor. I.

¿QUÉ SE QUIERE DECIR EXACTAMENTE CON «EL TRASFONDO»?

El Trasfondo es un conjunto de capacidades mentales no represen­ tacionales que permite que tengan lugar todas las representaciones. Los estados Intencionales tienen únicamente las condiciones de satis­ facción que tienen, y, por tanto, solamente son los estados que son, en contraste con un Trasfondo de capacidades que son ellas mismas esta­ dos Intencionales. Para que yo pueda tener ahora los estados Intencio­ nales que tengo, debo tener ciertos tipos de saber-cómo: debo saber cómo son las cosas y debo saber cómo hacer cosas, pero los tipos de «saber-cómo» en cuestión no son, en estos casos, formas de «saber que». Para ilustrar este punto consideremos otro ejemplo. Reflexione­ mos sobre qué es necesario, esto es, qué debe ser el caso, para que yo pueda ahora formarme la intención de ir al frigorífico y coger una bo­ tella de cerveza fría para bebérmela. Los recursos biológicos y cultu­ rales de los que debo servirme para llevar a cabo esta tarea, e incluso para formarme la intención de hacerla, son (desde cierto punto de vista) verdaderamente confusos. Pero sin estos recursos no podría for­ marme intención alguna: de ponerme de pie, de andar, de abrir y ce­ rrar puertas, de manejar botellas, vasos, frigoríficos, de abrir una bote­ lla, de servirme de ella y de beber. La activación de estas capacidades incluirá, en general, presentaciones y representaciones, por ejemplo, para abrir la puerta tengo que verla, pero la capacidad de reconocer la puerta y la capacidad de abrirla no son en sí mismas representaciones. Se trata de capacidades no presentacionales que constituyen el Tras­ fondo. Un análisis geográfico del Trasfondo, por pequeño que sea, inclui­ ría al menos lo siguiente: tenemos que distinguir, por una parte, lo que

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llamaríamos el «Trasfondo profundo», que incluiría al menos todas aquellas capacidades de Trasfondo que son comunes a todos los seres humanos normales en virtud de su naturaleza biológica —capacidades tales como andar, correr, captar, percibir, reconocer, y la postura prein­ tencional que toma en cuenta la solidez de las cosas, y la existencia in­ dependiente de los objetos y de otra gente— y, por otra parte, aquellas que podríamos denominar el «Trasfondo local» o «las costumbres cul­ turales locales», que incluirían cosas tales como abrir puertas, beber cerveza de las botellas, y la postura preintencional que tenemos frente a cosas como coches, frigoríficos, dinero y cócteles. Ahora bien, tanto en el Trasfondo profundo como en el local, tene­ mos que distinguir aquellos aspectos que tienen que ver con «cómo son las cosas» de aquellos otros que tienen que ver con «cómo hacer cosas», aunque es importante señalar que no hay una línea divisoria tajante entre «cómo son las cosas para mí» y «cómo hago cosas». Es, por ejemplo, parte de mi postura preintencional frente al mundo el que reconozca grados de la dureza de las cosas como parte de «cómo son las cosas» y que tenga un conjunto de destrezas físicas como parte de «cómo hacer cosas». Pero no puedo activar mi destreza preintencional de, digamos, pelar naranjas independientemente de mi postura prein­ tencional frente a la dureza de las cosas. Puedo, por ejemplo, intentar pelar una naranja, pero no puedo, en ese sentido, intentar pelar una roca o un coche, y esto no es así porque yo tenga una creencia incons­ ciente que me diga «puedes pelar una naranja pero no puedes pelar una roca o un coche», sino más bien porque la postura preintencional que poseo frente a las naranjas (cómo son las cosas) permite una gama de posibilidades (cómo hacer cosas) completamente diferente de la que tomo frente a las rocas o los coches. II.

¿CUÁLES SON LOS ARGUMENTOS EN FAVOR DE LA HIPÓTESIS DEL TRASFONDO?

Admitimos que la «hipótesis del Trasfondo» afirma que los esta­ dos intencionales tienen como substrato capacidades preintencionales no representacionales tal y como he esbozado antes. ¿Cómo se podría mostrar que tal afirmación es cierta? ¿Y en qué sentido tal afirmación supondría una diferencia empírica? Sé de algunos argumentos no de­ mostrativos que confirmarían la existencia del Trasfondo. Quizá la mejor forma de argumentar en favor de la hipótesis del Trasfondo sea explicar al lector cómo yo mismo llegué a convencerme de ella. Este convencimiento fue el resultado de una serie de investigaciones más o menos independientes, cuyo efecto acumulativo fue producir una cre­ encia en la hipótesis del Trasfondo.

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i)

La comprensión del significado literal

La comprensión del significado literal de oraciones, desde las más simples, tales como «El gato está sobre la alfombra», hasta las más complejas de las ciencias físicas, requiere un Trasfondo preintencio­ nal. Por ejemplo, la oración «El gato está sobre la alfombra» única­ mente determina un conjunto definido de condiciones de verdad en contraste con un Trasfondo de suposiciones preintencionales que no son parte del significado literal de la oración. Esto se muestra por el hecho de que, si alteramos el Trasfondo preintencional, la misma ora­ ción con el mismo significado literal determinará diferentes condicio­ nes de verdad, diferentes condiciones de satisfacción, incluso en el caso de que haya cambios en el significado literal de la oración. Esto tiene como consecuencia que la noción del significado literal de una oración no es una noción libre de contexto; solamente tiene aplicación en relación a un conjunto de supuestos y prácticas del Trasfondo preintencional2. Quizá el mejor modo de argumentar este punto sea mostrar cómo, dados diferentes Trasfondos, el mismo significado literal determinará diferentes condiciones de verdad y cómo, oraciones que son semánti­ camente impecables desde el punto de vista clásico, dados algunos Trasfondos, resultan ser simplemente incomprensibles y determinan un conjunto bastante confuso de condiciones de verdad. Considere­ mos la ocurrencia del verbo «abrir» en las cinco oraciones castellanas siguientes, cada una de las cuales es una instancia de sustitución de la oración abierta «X abrió Y»: Tom abrió la puerta Sally abrió sus ojos Los carpinteros abrieron el muro Sam abrió su libro por la página 37 El cirujano abrió la herida. Me parece claro que la palabra «abrir» tiene el mismo significado lite­ ral en estas cinco ocurrencias. Cualquiera que rechazase esto en se­ guida se vería forzado a sostener el criterio de que la palabra «abrir» es indefinida o incluso quizá infinitamente ambigua, ya que podemos continuar esos ejemplos; y la ambigüedad indefinida parece una conse­ cuencia absurda. Además, estos ejemplos contrastan con otras ocurren2 Para discusión detallada de ejemplos, ver «Literal Meaning», en J. R. Searle, Ex-

pression and Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 1979.

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cías de «abrir» en las que es, al menos, discutible si la palabra tiene un sentido o significado diferente. Consideremos los siguientes ejemplos: El moderador abrió la discusión La artillería abrió fuego Bill abrió un restaurante. Ahora bien, lo que quiero destacar es el punto siguiente: aunque el contenido semántico al que contribuye la palabra «abrir» es el mismo en todos los miembros del primer grupo, la forma en que se entiende el contenido semántico es totalmente distinta en cada caso. En cada caso las condiciones de verdad señaladas por la palabra «abrir» son diferentes, incluso en el supuesto de que el contenido semántico sea el mismo. Aquello en lo que consiste abrir una herida es totalmente dis­ tinto de aquello en lo que consiste abrir un libro, y entender literal­ mente estas oraciones requiere entender de forma diferente cada una de ellas, incluso en el supuesto de que «abrir» tenga el mismo signifi­ cado literal en cada caso. Se puede ver que las interpretaciones son di­ ferentes si imaginamos cómo llevar a cabo las instrucciones literales que contienen la palabra «abrir». Supongamos que en respuesta a la orden «abre la puerta» empiezo a hacer incisiones en ella con un es­ calpelo de cirujano; ¿he abierto la puerta, esto es, he «obedecido» lite­ ralmente la orden «abre la puerta»? Creo que no. La emisión literal de la oración «abre la puerta» requiere para su comprensión algo más que el contenido semántico de las expresiones que la componen y que las reglas para su combinación en oraciones. Además, la interpretación «correcta» no es algo a lo que obligue el contenido semántico de las expresiones que sustituimos por «X» e «F», puesto que sería fácil ima­ ginar usos del Trasfondo en los que esas palabras conservaran sus mismos significados y, sin embargo, nosotros entendiésemos las ora­ ciones de forma totalmente distinta: si los párpados se desarrollasen en el interior de las puertas, en bisagras de latón con grados candados de hierro, entenderíamos la frase «Sally abrió sus ojos» de un modo bastante distinto del que solemos entenderla. He intentado mostrar hasta ahora que en la comprensión hay algo más que la captación de los significados ya que, por decirlo toscamente, lo que uno entiende va más allá del significado. Otra forma de llegar a la misma idea consiste en mostrar que es posible captar todos los com­ ponentes significativos y, aun así, no entender la oración. Considere­ mos las tres oraciones siguientes que también contiene el verbo «abrir»: Bill abrió la montaña Sally abrió la hierba Sam abrió el sol.

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En ninguna de estas oraciones hay incorrecciones gramaticales. Todas son oraciones perfectamente correctas y entendemos con facilidad cada una de las palabras que las componen. Sin embargo, no tenemos del todo una idea clara de cómo interpretarlas. Sabemos, por ejemplo, lo que significa «abrir» y sabemos lo que significa «montaña», pero no sabemos lo que quiera decir «abrir la montaña». Si alguien me or­ dena que abra la montaña, no tengo la menor idea de lo que se supone que tengo que hacer. Podría, desde luego, inventarme una interpreta­ ción para cada una de las oraciones, pero, al hacer eso, tendría que ha­ cer una contribución a la comprensión que va más allá de la contribu­ ción que hace el significado literal. Tenemos que explicar entonces dos conjuntos de hechos: primero, que entendemos el mismo significado literal de modo diferente en cada instancia del primer grupo de ejemplos y, segundo, que en el grupo siguiente no entendemos del todo las oraciones ni siquiera en el caso de que no tengamos dificultad en captar los significados literales de sus componentes. Creo que la explicación, si bien es simple y obvia, tiene trascen­ dentales consecuencias para la teoría clásica del significado y la com­ prensión. Cada una de las oraciones del primer grupo se entiende den­ tro de una Red de estados Intencionales y junto a un Trasfondo de capacidades y prácticas sociales. Sabemos cómo abrir puertas, libros, ojos, heridas y muros; y las diferencias en la Red y en el Trasfondo de prácticas producen diferentes formas de entender el mismo verbo. Además, simplemente no disponemos de prácticas comunes para abrir montañas, hierba o soles. Sería fácil inventar un Trasfondo, esto es: imaginar una práctica, que diera un sentido claro a la idea de abrir montañas, hierba y soles, pero ahora no tenemos tal Trasfondo común. En cuanto a la relación entre el Trasfondo y el significado literal quiero considerar dos nuevas cuestiones que están relacionadas. En primer lugar, aún en el caso de que las partes relevantes del Trasfondo no sean ya parte del contenido semántico, ¿por qué no se las puede hacer por fiat parte del contenido semántico? Y, en segundo lugar, si el Trasfondo es una precondición de representación ya sea lingüística o de cualquier otra forma de representación, ¿por qué el Trasfondo mismo no puede consistir también en estados Intencionales como las creencias inconscientes? Para responder a lo primero: si intentamos explicar detenidamente las partes relevantes del Trasfondo como un grupo de oraciones que ex­ presan contenidos semánticos adicionales, simplemente eso exigirá tam­ bién Trasfondos adicionales para su comprensión. Supongamos, por ejemplo, que anotamos todos aquellos hechos relacionados con puertas y con la acción de abrir que creemos que fijará el significado correcto de «Abre la puerta». Esos hechos estarán enunciados en un grupo de oracio­

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nes, cada una con su propio contenido semántico. Pues bien, ahora esas mismas oraciones tienen que entenderse y esa comprensión exije aún más Trasfondo. Si intentamos explicar detalladamente el Trasfondo como parte del contenido semántico, nunca sabríamos cuando parar ya que cada contenido semántico que produzcamos requerirá inmediatamente más Trasfondo para su comprensión. En cuanto a la segunda cuestión planteada tenemos lo siguiente: si la representación presupone un Tras­ fondo, entonces el Trasfondo mismo no puede consistir en representacio­ nes sin que caigamos en un regreso al infinito. Sabemos que tal regreso al infinito es empíricamente imposible por cuanto que las capacidades inte­ lectuales humanas son finitas. La secuencia de pasos cognitivos en el en­ tendimiento lingüístico llega a un fin. Según la concepción presentada aquí, no se llega a un final con la captación del contenido semántico ais­ lado, ni siquiera aunque añadamos un conjunto de creencias presupuestas a este contenido semántico, sino que más bien el contenido semántico so­ lamente funciona en contraste con un Trasfondo que consiste en el sabercómo cultural y biológico, y es este Trasfondo de saber-cómo el que nos capacita para entender los significados literales. ii) La comprensión de la metáfora Resulta tentador pensar que debe haber algún conjunto definido de reglas o principios que capacite a los usuarios de una lengua a produ­ cir y entender expresiones metafóricas y que esas reglas y principios deben tener algo así como un carácter algorítmico, de modo que con la aplicación estricta de las reglas se obtuviese la interpretación co­ rrecta de cualquier metáfora. Sin embargo, tan pronto como uno in­ tenta establecer esos principios de interpretación se descubren algunos hechos interesantes. Las reglas que razonablemente se pueden aducir no son en absoluto algorítmicas. Por otro lado, podemos descubrir principios que capacitan a los usuarios de una lengua para averiguar que cuando un hablante dice metafóricamente que X es Y lo que quiere decir es que X es como Y con respecto a ciertos rasgos R. Pero tales reglas no funcionan de modo mecánico: no hay ningún algoritmo para descubrir cuando una emisión es metafórica, y tampoco hay algoritmo para calcular los valores de R, ni siquiera después de que el oyente haya averiguado que la emisión se quiere decir metafóricamente. Ade­ más, y quizás esto tenga más interés para nuestro estudio, hay muchas metáforas cuya interpretación no descansa en ninguna percepción de similitud literal entre la extensión del término Y el referente del tér­ mino X. Consideremos, por ejemplo, el uso de metáforas del gusto para expresar características de personalidad, o las me-táforas de temperatura con las que expresamos estados emocionales.

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Así, por ejemplo, hablamos de una «persona dulce», un «temperamento agpo» y una «personalidad amarga». También hablamos de una'«cálida bienvenida», una «recepción fría», una «amistad tibia», una «discusión acalorada», una «aventura amorosa ardiente» y de la «frigidez sexual». Pero ni en el caso de las metáforas del gusto ni en el de las de la tem­ peratura hay entre la extensión del término Y la referencia del térmi­ no X, ninguna similitud literal que sea suficiente para justificar el sig­ nificado de la emisión metafórica. Por ejemplo, el significado de la emisión metafórica que expresamos cuando decimos «una tibia recep­ ción» no se basa en ninguna semejanza literal entre las cosas tibias y el carácter de la recepción así descrita. Hay incluso principios de se­ mejanza en base a los cuales funcionan ciertas metáforas; pero lo esencial de estos ejemplos es que hay también ciertas metáforas, e in­ cluso clases enteras de metáforas, que funcionan sin que haya princi­ pios de semejanza subyacentes. Parece ser un hecho concerniente a nuestras capacidades mentales que somos capaces de interpretar cier­ tos tipos de metáforas sin la aplicación de ninguna otra «regla» o «principio» subyacente que no sea simplemente la pura habilidad para hacer ciertas asociaciones. El mejor modo que conozco para describir esas habilidades es decir que se trata de capacidades mentales no representacionales. Ambas cosas, esto es: el carácter no algorítmico de las reglas y el hecho de que algunas de las asociaciones no están determinadas del todo por reglas, sugieren que hay involucradas aquí capacidades no representacionales, pero esa afirmación llevaría a conclusiones erró­ neas si se considera que implica que un conjunto completo y algorít­ mico de reglas para la metáfora indica que no hay tal Trasfondo; pero, como veremos, incluso para la aplicación de tales reglas se requeriría un Trasfondo. Y

Y

x *

X

Y

X

Y

Y

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X

c? y

x

iii) Destrezas físicas Consideremos que se parece a aprender a esquiar. Al esquiador principiante se le dan una serie de instrucciones verbales que se supone que va a poner en práctica: «inclinarse», «flexionar los tobillos», «mantener el peso sobre el esquí al ir cuesta abajo», etc. Cada una de ellas es una representación explícita, y, si el esquiador intenta aprender en serio, cada una funcionará causalmente como parte del contenido Intencional que determina la conducta. Cuando, al bajar, el esquiador intenta mantener el peso sobre el esquí, lo que está haciendo es cumplir las instrucciones que se le dieron para mantener el peso sobre el esquí cuando se está bajando. Aquí tenemos un caso muy común de causa­

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ción intelectual: las instrucciones tienen una dirección de ajuste mundo-a-palabra y una dirección de causación palabra-a-mundo. Es­ quiar es una de esas destrezas que se aprende con la ayuda de represen­ taciones explícitas. Pero, poco después, el esquiador avanza en su aprendizaje; ya no necesita recordarse a sí mismo las instrucciones, sino que simplemente sale y esquía. Desde el punto de vista cognitivo tradicional lo que ocurre es que las instrucciones se han internalizado y ahora funcionan inconscientemente, aunque todavía son representacio­ nes. Incluso de acuerdo con algunos autores, como por ejemplo Polanyi3, es esencial para su funcionamiento que estos contenidos Inten­ cionales funcionen inconscientemente, ya que si se reflexiona sobre ellos o se intenta hacerlos conscientes, entonces se convierten en un obstáculo que impide que el esquiador siga bajando durante más tiempo. Igual que el ciempiés del proverbio reflexiona sobre cuál es la próxima pata que se supone que debe mover y termina quedándose pa­ rado, si el esquiador intenta recordar las normas que le dio el instructor terminará quedándose paralizado, o tendrá problemas a cada momento; lo mejor es dejar que las normas actúen inconscientemente. Me parece poco convincente esta explicación sobre lo que ocurre cuando el esquiador se supera y quiero proponer una hipótesis alterna­ tiva. No se trata de que cuando el esquiador se supera internaliza me­ jor las reglas, sino, más bien, lo que ocurre es que las reglas llegan a ser irrelevantes de manera progresiva. Las reglas no llegan a «formar parte de» los contenidos Intencionales inconscientes, sino que las ex­ periencias repetidas crean capacidades físicas, presumiblemente reali­ zadas a través de conductos neurológicos, que hace que las reglas sean simplemente irrelevantes. «La práctica hace la perfección», pero no porque la práctica nos lleve a memorizar perfectamente las reglas, sino porque la práctica repetida hace posible que el cuerpo tome el control y que las reglas se retiren hacia el Trasfondo. Podemos dar cuenta de lo dicho hasta ahora con un aparato expli­ cativo más económico si no tenemos que suponer que cada destreza física tiene por debajo un gran número de representaciones mentales inconscientes, sino que, más bien, la práctica repetida y el entrena­ miento en diferentes situaciones hacen que, a la larga, sea innecesario el funcionamiento causal de la representación en el ejercicio de las destreza. El esquiador avanzado no sigue mejor las reglas, sino que se trata más bien de que, en conjunto, esquía de otro modo. Sus movi­ mientos son fluidos y armoniosos, mientras que el principiante, con­ centrándose en las reglas consciente o inconscientemente, hace movi­ 3 M. Polanyi, Personal Knowledge: Toward a Post-Critical Philosophy, University o f Chicago Press, Chicago, 1958.

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mientos a sacudidas, bruscos e ineptos. El esquiador experto es flexi­ ble y responde de forma distinta ante las diferentes condiciones que presentan el terreno y la nieve; el principiante es inflexible y cuando aparecen situaciones diferentes e inesperadas tiende simplemente a ca­ erse. Un esquiador en una competición de descenso avanza muy rápi­ damente durante el recorrido alcanzando una velocidad de alrededor de sesenta millas a la hora, y esto sobre un terreno abrupto y desigual. Su cuerpo hace miles de ajustes muy rápidos según las variaciones del terreno. Veamos ahora qué es lo más convincente: cuando su cuerpo hace esos ajustes, ¿es solamente porque está haciendo con rapidez una serie de cálculos inconscientes aplicando reglas inconscientes?, ¿o se trata más bien de que el cuerpo del esquiador está tan entrenado que hace frente a esas variaciones del terreno automáticamente? Desde mi punto de vista, el cuerpo toma el control y la Intencionalidad del es­ quiador se concentra en ganar la carrera. Con esto no quiero negar que el ejercicio de las destrezas incluya formas de Intencionalidad, ni tam­ poco quiero negar que una parte de la Intencionalidad sea incons­ ciente. Ninguno de estos tres conjuntos de consideraciones es en modo al­ guno decisivo y es cierto que todavía no se ha presentado ningún ar­ gumento formal que demuestre la hipótesis del Trasfondo. Sin em­ bargo, empieza a surgir una cierta visión de conjunto: tenemos estados Intencionales algunos de los cuales son conscientes y muchos son inconscientes; ellos forman una Red compleja. La Red, poco a poco, se transforma en un Trasfondo de capacidades (que incluyen di­ versas destrezas, capacidades, suposiciones y presuposiciones prein­ tencionales, posturas y actitudes no representacionales). El Trasfondo no está en la «periferia» de la Intencionalidad, sino que «impregna» toda la Red de estados Intencionales; como ocurre que los estados no funcionarían sin el Trasfondo, entonces esos estados tampoco podrían determinar condiciones de satisfacción. Sin el Trasfondo no habría ni percepción, ni acción, ni memoria, esto es: no habría tales estados In­ tencionales. Pues bien, tomando esta idea como hipótesis de trabajo, las pruebas en favor del Trasfondo se acumulan por todas partes hacia donde uno mire. Por ejemplo, las reglas para realizar actos de habla o para interpretar actos de habla indirectos tienen una aplicación que de­ pende tanto del Trasfondo como las «reglas» de la metáfora. En última instancia estas consideraciones sugieren un plausible ar­ gumento más tradicional en favor del Trasfondo (aunque debo confe­ sar que, a mi modo de ver, las «consideraciones» son más convincen­ tes que el «argumento»): Supongamos que lo contrario de la hipótesis del Trasfondo fuese cierto, esto es, supongamos que toda la vida men­ tal Intencional y todas las capacidades cognitivas se pueden reducir por entero a representaciones: creencias, deseos, reglas internalizadas,

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conocimiento de que tal o cual cosa es el caso, etc. Cada una de estas representaciones se podría expresar como con un contenido semántico explícito (si bien, desde luego, muchas de ellas son inconscientes y, por tanto, no son asequibles a la introspección del agente), y los procesos mentales consistirían en pasar de uno de los contenidos semánticos a otro. Pero esta idea presenta ciertas dificultades. Los contenidos se­ mánticos que nos proporciona esta concepción no se aplican por sí mismos. Una vez que se dan los contenidos semánticos, todavía tene­ mos que saber qué hacer con ellos, cómo aplicarlos, y ese conoci­ miento no puede consistir en contenidos semánticos adicionales sin un regreso al infinito. Supongamos, por ejemplo, que mi capacidad de ca­ minar realmente consistiese en haber internalizado un conjunto de re­ glas para caminar. ¿Cómo podrían ser tales reglas? Pues bien, para em­ pezar, supongamos que proponemos lo siguiente como una regla para caminar. «Primero, mueve el pie izquierdo hacia adelante, después el pie derecho, después el izquierdo, y sigue adelante». Pero, como ya he­ mos visto, cualquier contenido semántico del tipo que hemos expre­ sado está sujeto a diversas interpretaciones. ¿Qué se entiende exacta­ mente por «pie», por «movimiento», por «adelante», qué se entiende por «seguir así»? Suponiendo distintos Trasfondos podríamos interpre­ tar esta regla de un número indefinido de formas aunque, tal como son las cosas, todos sepamos la interpretación «correcta». Ahora bien, ese conocimiento no puede ser representado como un contenido semántico adicional porque entonces surgiría de nuevo el mismo problema: nece­ sitaríamos otra regla para interpretar correctamente la regla de interpre­ tación de la regla para caminar. La salida de esta paradoja consiste en damos cuenta de que no necesitamos en primer lugar regla alguna para caminar; simplemente caminamos4. Y en los casos en los que de hecho actuamos de acuerdo con una regla, en los que seguimos una regla como en las reglas de actos de habla, actuamos sólo de acuerdo con la regla, para interpretar la regla no necesitamos ninguna otra regla nueva. En efecto, hay algunas representaciones que funcionan causal­ mente en la puesta en marcha de nuestra conducta, pero al final de la secuencia de representaciones alcanzamos un lecho de capacidades. Como Wittgenstein sugiere, simplemente actuamos. Supon que anotas en un enorme rollo de papel todas las cosas que crees. Supon que incluyes todas aquellas creencias que son, en efecto, axiomas que te permiten creer nuevas creencias y que apuntas también cualquier «principio de inferencia» que puedas necesitar para derivar 4 Cf. L. W ittgen stein , P hilosophical Investigations, B asil B lack w ell, O x­ ford, 1953, para. 198-202. [Hay versión española de Alfonso García Suárez y Ulises M oulines, Investigaciones filosóficas, UNAM /Grijalbo, M éxico/Barcelona, 1988.

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nuevas creencias de tus creencias iniciales. De este modo, no tendrías que escribir que «7 + 1 = 8» y «8 + 1 = 9»; un enunciado de los princi­ pios de aritmética al modo de Peano daría cuenta de la infinita capaci­ dad generativa de tus creencias aritméticas. Supon ahora que anotas así cada una de tus creencias. Pues bien, si en esta lista todo lo que tene­ mos es la expresión verbal del contenido de tus creencias, entonces, hasta aquí, no hay en absoluto Intencionalidad alguna. Pero esto no se debe a que lo que has escrito sean marcas «sin vida», sin significado, sino que, incluso aunque las interpretásemos como expresando entida­ des semánticas fregeanas, esto es: como contenidos proposicionales, resulta que las proposiciones no pueden aplicarse por sí mismas. Ade­ más necesitas saber qué hacer con los elementos semánticos antes de que puedan funcionar; tienes que poder explicar los contenidos semán­ ticos para que determinen las condiciones de satisfacción. Pues bien, es esta capacidad de aplicar o interpretar los contenidos Intencionales de la que digo que es una función característica del Trasfondo. III.

¿EN QUÉ SENTIDO ES MENTAL EL TRASFONDO?

Se puede sostener, y yo lo he visto hacer, que lo que yo he estado llamando Trasfondo es algo realmente social, un producto de interac­ ción social, o que es ante todo biológico, o, incluso, que consiste en objetos reales del mundo tales como sillas y mesas, martillos y clavos —lo que en términos heideggerianos podemos llamar «la totalidad referencial del equipo disponible»— . Quiero decir que, si bien en todas estas concepciones hay algo de verdad, esto, sin embargo, no resta va­ lor al sentido crucial según el cual el Trasfondo consiste en fenómenos mentales. Cada uno de nosotros es un ser biológico y social situado en un mundo en el que hay otros seres biológicos y sociales, rodeado de ar­ tefactos y de objetos naturales. Ahora bien, lo que he estado llamando Trasfondo incluso se deriva de la completa mezcla de relaciones que cada ser biológico-social tiene con el mundo que le rodea. Sin mi constitución biológica, y sin el conjunto de relaciones sociales en las que estoy incorporado, no podría tener el Trasfondo que tengo. Pero de todas estas relaciones, biológicas, sociales, físicas, de todo entorno, lo único que es relevante en lo que se refiere a la producción del Tras­ fondo, es aquello que tiene efectos sobre mí, más específicamente efectos sobre mi capacidad mental. El mundo sólo es relevante para mi Trasfondo debido a mi interacción con el mundo. Podemos apelar a la conocida fábula del «cerebro-en-la-cubeta» para ilustrar esto. Aun en el caso de que yo sea un cerebro en una cubeta, esto es, aun en el caso de que todas mis percepciones y acciones en el mundo sean alu-

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cinaciones, y las condiciones de satisfacción de todos mis estados In­ tencionales que se refieren a cosas externas no se satisfagan de hecho; aun así, yo tengo el contenido Intencional que tengo, de modo que ne­ cesariamente tengo exactamente el mismo Trasfondo que tendría si no fuese un cerebro en una cubeta y tuviese ese contenido Intencional particular. Que yo tengo cierto conjunto de estados Intencionales y que tenga un Trasfondo no requiere lógicamente que, en realidad, yo tenga ciertas relaciones con el mundo que me rodea, ni siquiera en el caso de que yo pudiese empíricamente tener el Trasfondo que tengo sin una historia biológica específica y sin un conjunto específico de relaciones sociales con otra gente y de relaciones físicas con objetos naturales y artefactos. Por tanto, el Trasfondo no es un conjunto de co­ sas ni un conjunto de misteriosas relaciones entre nosotros mismos y las cosas, sino que, más bien, es simplemente un conjunto de destre­ zas, posturas, suposiciones y presuposiciones preintencionales, usos y hábitos. Y todo esto, al menos hasta donde sabemos, se realiza en los cuerpos y cerebros humanos. No hay nada en absoluto que sea «tras­ cendental» o «metafísico» en lo que al Trasfondo se refiere, tal y como yo estoy usando el término. IV.

¿CUÁL ES EL MEJOR MODO DE ESTUDIAR EL TRASFONDO?

Me parece que lo más útil es estudiar el Trasfondo en los casos de fracaso, es decir, en aquellos casos en los que los estados Intenciona­ les no logran que sus condiciones de satisfacción se cumplan debido a algún fallo en el conjunto de condiciones del Trasfondo preintencional respecto de la Intencionalidad. Consideremos dos tipos de ejemplos. Supongamos que voy para mi despacho y de repente descubro una in­ mensa grieta al otro lado de la puerta. Mis esfuerzos para entrar en el despacho ciertamente se verían frustrados y esto es un fallo a la hora de lograr que se cumplan las condiciones de satisfacción de mi estado Intencional. Pero la razón del fallo tiene que ver con un fracaso en las presuposiciones de mi Trasfondo. No se trata de que yo siempre haya creído —consciente o inconscientemente— que no habría grietas al otro lado de la puerta, ni tampoco que yo creyera que mi suelo era «normal», sino que lo que ocurre es que el conjunto de hábitos, prácti­ cas y suposiciones preintencionales que yo hago respecto de mi des­ pacho cuando me propongo intencionalmente entrar en él han fallado en este caso, y, por esta razón, mi intención se ha frustrado. Un se­ gundo tipo de casos se refiere al ejercicio de destrezas físicas. Supon­ gamos que al intentar nadar me doy cuenta repentinamente de que soy incapaz de hacerlo. Habiendo podido nadar siempre desde mi niñez

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ahora me doy cuenta, de repente, de que soy incapaz de dar una sola brazada. En este caso se podría decir que han sido frustrados estados Intencionales. En primer lugar, mi intención de nadar se ha frustrado y, en segundo lugar, mi creencia de que puedo nadar es falsa. Sin em­ bargo, la capacidad real de nadar no es ni una intención ni una creen­ cia. La capacidad real de nadar, mi aptitud para realizar ciertos movi­ mientos físicos, aquí, en este caso, simplemente me ha fallado. Se podría decir que en el primer caso hay un fallo en «cómo son las co­ sas», mientras que en el segundo caso el fallo está en «cómo hacer las cosas». En ambos casos hay un fracaso que se manifiesta en el hecho de que no se consiguen alcanzar las condiciones de satisfacción de al­ gún estado Intencional; pero la razón del fallo en cada caso no es un fallo adicional de la Intencionalidad, sino que se trata más bien de un fracaso en el funcionamiento de las capacidades preintencionales que subyacen a los estados Intencionales en cuestión. V.

¿POR QUÉ RAZÓN TENEMOS TANTAS DIFICULTADES PARA DESCRIBIR EL TRASFONDO E INCLUSO PARA OBTENER UNA TEMINOLOGÍA NEUTRA QUE NOS SIRVA PARA DESCUBRIRLO? ¿Y POR QUÉ, VERDADERAMENTE, NUESTRA TERMINOLOGÍA SIEMPRE PARECE «REPRESENTACIONAL»?

El lector ya habrá notado que hay una dificultad real para encon­ trar términos del lenguaje ordinario que describan el Trasfondo: habla­ mos vagamente de «prácticas», «capacidades» y «posturas», o ha­ blamos de modo sugestivo pero engañoso de «suposiciones» y «presu­ posiciones». Estos últimos términos tienen que ser literalmente co­ rrectos ya que ellos mismos implican el aparato de representación con sus contenidos preposicionales, relaciones lógicas, valores de verdad, direcciones de ajuste, etc.; y ésa es la razón por la que yo suelo poner delante de los términos «suposición» y «presuposición» el término aparentemente contradictorio «preintencional», ya que el sentido de «suposición» y «presuposición» en cuestión no es representacional. Mis expresiones favoritas son «capacidades» y «prácticas», ya que és­ tas pueden tener éxito o fallar, pero únicamente en su ejercicio; y pue­ den tener éxito o fallar sin ser ellas mismas representaciones. Sin em­ bargo, incluso ellas son inadecuadas ya que fracasan a la hora de transmitir la implicación apropiada de que los fenómenos son explíci­ tamente mentales. El hecho de que no tengamos un vocabulario natu­ ral para discutir los fenómenos en cuestión y el hecho de que tende­ mos a volver a caer en un vocabulario Intencionalista debería despertar nuestro interés. ¿Por qué esto es así?

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La función esencial de la mente es, en nuestro peculiar sentido de la palabra, representar; y, como era de esperar, lenguajes tales como el inglés nos suministran un vocabulario bastante rico para describir es­ tas representaciones, un vocabulario de memoria e intención, creencia y deseo, percepción y acción. Pero, al igual que el lenguaje no está bien diseñado para hablar sobre sí mismo, tampoco la mente está bien diseñada para reflexionar sobre sí misma: nos sentimos más conforta­ bles con los estados intencionales de primer orden y más confortables con un vocabulario de primer orden para estos estados, por ejemplo creemos que ha dejado de llover, deseamos tomar una cerveza fría y lamentamos que los tipos de interés hayan descendido. Cuando llega el momento de hacer investigaciones de segundo orden sobre nuestros estados de primer orden, no tenemos a mano ningún otro vocabulario que no sea el de primer orden. Nuestras investigaciones de segundo orden sobre los fenómenos de primer orden se sirven con bastante na­ turalidad del vocabulario de primer orden por lo que se nos puede de­ cir que, con bastante naturalidad, reflexionamos sobre la reflexión o tenemos creencias acerca del creer o incluso presuponemos presupo­ niendo. Pero, cuando se procede a examinar las condiciones de posibi­ lidad del funcionamiento de la mente, simplemente disponemos de un vocabulario muy escaso si exceptuamos el vocabulario de los estados Intencionales de primer orden. Se trata simplemente de que no hay un vocabulario de primer orden para el Trasfondo porque éste no tiene Intencionalidad. Como precondición de la Intencionalidad, el Tras­ fondo es tan invisible para la Intencionalidad como el ojo que ve es invisible para sí mismo. Además, como el único vocabulario de que disponemos es el de los estados mentales de primer orden, cuando reflexionamos sobre el Trasfondo, sentimos la tentación de representar sus elementos to­ mando como modelo otros fenómenos mentales y tendemos a pensar que nuestras representaciones lo son de otras representaciones. ¿Qué otra cosa podría ser? Cuando estoy comiendo en un restaurante me quedo sorprendido al levantar mi jarra de cerveza y notar que casi no pesa. Al examinarla me doy cuenta de que la gruesa jarra no es de cristal, sino de plástico. Diríamos con naturalidad que yo creía que la jarra era de cristal y que esperaba que fuese pesada. Pero eso es inco­ rrecto. En el sentido en el que realmente creo que los tipos de interés bajarán sin pensar explícitamente sobre ellos y en el sentido en que re­ almente espero que cese la ola de calor, no tenía expectativas y creen­ cias de ese tipo sobre la jarra: simplemente actué. El uso ordinario nos invita, y podemos y lo hacemos, a tratar los elementos del Trasfondo como si fuesen representaciones, pero no se sigue, ni es el caso, que, cuando estos elementos están funcionando, funcionen como represen­

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taciones. El precio que pagamos por ir deliberadamente en contra del lenguaje ordinario es la metáfora y el franco neologismo. VI.

¿CÓMO TRABAJA EL TRASFONDO?

El Trasfondo proporciona un conjunto de condiciones capacitadoras que hacen posible que funcionen formas particulares de Intencio­ nalidad. Así como la Constitución de los Estados Unidos capacita a ciertos candidatos para formarse la intención de llegar a ser Presi­ dente, y así como las reglas de un juego capacitan para que se realicen ciertos movimientos en el juego, así también el Trasfondo nos capa­ cita para tener formas particulares de Intencionalidad. Estas analogías, sin embargo, comienzan a cojear cuando pensamos que las reglas del juego y la Constitución son conjuntos de representaciones, específica­ mente son conjuntos de reglas constitutivas. El Trasfondo, repitá­ moslo, no es un conjunto de representaciones pero, como la estructura de un juego o de la Constitución, proporciona, a pesar de todo, un conjunto de condiciones capacitadoras. El Trasfondo funciona causal­ mente, pero la causación en cuestión no es decisiva. En términos tra­ dicionales, el Trasfondo proporciona las condiciones necesarias, pero no suficientes, para comprender, creer, desear, intentar, etc., y en ese sentido es capacitador y no decisivo. Nada me fuerza a la correcta comprensión del contenido semántico de «Abre la puerta», pero sin el Trasfondo la comprensión que tengo no sería posible, y toda compren­ sión requiere un Trasfondo u otro. Por consiguiente, sería incorrecto pensar que el Trasfondo forma un puente entre el contenido Intencio­ nal y la determinación de las condiciones de satisfacción, como si el contenido Intencional mismo no pudiera llegar a las condiciones de satisfacción. Sería incluso más incorrecto pensar que el Trasfondo es un conjunto de funciones que toma contenidos Intencionales como ar­ gumentos y determina las condiciones de satisfacción como valores. Ambas concepciones interpretan el Trasfondo como contenido Inten­ cional adicional que se fija en el contenido Intencional primario. En la concepción que estoy presentando, el Trasfondo es más bien un con­ junto de prácticas, destrezas, hábitos y actitudes que capacita a conte­ nidos Intencionales para trabajar de las diversas formas que lo hacen, y es en ese sentido en el que el Trasfondo funciona causalmente para proporcionar un conjunto de condiciones capacitadoras para las opera­ ciones de los estados Intencionales. Surgen muchos problemas filosóficos de una comprensión inade­ cuada de la naturaleza y operaciones del Trasfondo. Sólo mencionaré un foco de tales problemas: como observé anteriormene, siempre es po­ sible tomar un elemento del Trasfondo y tratarlo como una representa­

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ción, pero del hecho de que es posible tratar a un elemento del Tras­ fondo como una representación, no se sigue que, cuando está funcio­ nando, esté funcionando como una representación. Una buena ilustra­ ción de esto es la continua y recurrente disputa sobre algo llamado «realismo». El realismo, afirmo, no es una hipótesis, creencia o tesis filosófica; el realismo es parte del Trasfondo en el siguiente sentido: Mi compromiso con el «realismo» se exhibe en el hecho de que vivo del modo en que lo hago, conduzco mi coche, bebo mi cerveza, es­ cribo mis artículos, doy mis clases, y esquío mis montañas. Ahora bien, además de todas estas actividades, cada una de ellas una mani­ festación de mi Intencionalidad, no hay una «hipótesis» adicional de que el mundo real existe. Mi compromiso con la existencia del mundo real se manifiesta cuando quiera que hago cualquier cosa. Es un error tratar ese compromiso como si fuese una hipótesis, como si, además de esquiar, beber, comer, etc., mantuviese una creencia —hay un mundo real independiente de mis representaciones de él—. Una vez que mal-interpretamos de este modo el funcionamiento del Trasfondo, esto es, una vez que tratamos a lo que es preintencional como si fuese un tipo de Intencionalidad, inmediatamente se convierte en problemá­ tico. Parece que nunca podría mostrar o demostrar eso, puesto que cualquier mostración o demostración presupone el Trasfondo, y el Trasfondo es la encamación de mi compromiso con el realismo. La mayor parte de las discusiones contemporáneas sobre el realismo son estrictamente sinsentidos, porque el mismo planteamiento de la cues­ tión, o de hecho de cualquier cuestión en absoluto, presupone el rea­ lismo preintencional del Trasfondo. «¿Hay un mundo real indepen­ diente de mi representación de él?» no puede ser una cuestión totalmente significativa porque el mismo tener representaciones sólo puede existir contra un Trasfondo que da a las representaciones el ca­ rácter de «representar algo». Esto no es decir que el realismo sea una hipótesis verdadera; más bien es decir que no es una hipótesis en ab­ soluto, sino la precondición para tener hipótesis.

6. I.

SIGNIFICADO

SIGNIFICADO E INTENCIONALIDAD

El enfoque de la Intencionalidad que se ha adoptado en este libro es resueltamente naturalista; creo que los estados Intencionales, proce­ sos y eventos son parte de nuestra historia biológica del modo en que la digestión, el crecimiento y la secreción de bilis son parte de nuestra historia biológica. Desde un punto de vista evolutivo, así como hay un orden de prioridad en el desarrollo de otros procesos biológicos, así también hay un orden de prioridad en el desarrollo de los fenómenos Intencionales. En este desarrollo, el lenguaje y el significado, al me­ nos en el sentido en el que los humanos tienen lenguaje y significado, aparecen muy tarde. Muchas otras especies distintas de la humana tie­ nen percepción sensorial y acción Intencional, y diversas especies, ciertamente los primates, tienen creencias, deseos e intenciones, pero muy pocas especies, quizás sólo los humanos, tienen la peculiar, aun­ que también biológicamente basada, forma de Intencionalidad que asociamos con el lenguaje y el significado. La Intencionalidad difiere de otras clases de fenómenos biológicos en que tiene una estructura lógica, y así como hay prioridades evoluti­ vas, así también hay prioridades lógicas. Una consecuencia natural del enfoque biológico defendido en este libro es considerar al significado, en el sentido en el que los hablantes quieren decir algo por medio de sus emisiones, como un desarrollo especial de formas más primitivas de Intencionalidad. Así interpretado, el significado de los hablantes sería enteramente definible en términos de formas más primitivas de Intencionalidad. Y la definición no es trivial en este sentido: defini­ mos el significado del hablante en términos de formas de Intencionali­ dad que no son intrínsecamente lingüísticas. Si, por ejemplo, podemos definir el significado en términos de intenciones habremos definido una noción lingüística en términos de una noción no lingüística aun cuando muchas, quizás la mayoría, de las intenciones humanas se rea­ lizan de hecho lingüísticamente. De acuerdo con este enfoque, la filosofía del lenguaje es una rama de la filosofía de la mente. En su forma más general equivale a la idea de que ciertas nociones semánticas fundamentales tales como el signi­ ficado son analizables en términos de nociones psicológicas más fun­ [168]

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damentales incluso tales como la creencia, el deseo y la intención. Ta­ les ideas son bastantes comunes en filosofía, pero hay un considerable desacuerdo entre los que se adhieren a la idea de que el lenguaje de­ pende de la mente sobre cómo debería ser el análisis de las nociones semánticas. Una de las versiones más influyentes de esta idea (que de­ riva de Grice)1es que el querer decir algo para un hablante por medio de una emisión consiste en tener un cierto conjunto de intenciones di­ rigidas hacia un auditorio real o posible: el querer decir algo para un hablante mediante una emisión consiste en proferir esa emisión con la intención de producir ciertos efectos sobre su auditorio. Característi­ camente, los que se adhieren a esta idea han considerado como primi­ tivas las nociones de intención y acción, así como otras nociones men­ tales tales como la creencia y el deseo. En este capítulo quiero resumir la discusión del análisis del sig­ nificado en términos de las intenciones del hablante. El enfoque que adoptaré difiere del de la tradición, incluido mi propio trabajo ante­ rior, en dos aspectos importantes. Primero, usaré la explicación de las acciones y de los estados Intencionales proporcionada en los ca­ pítulos previos para fundamentar las nociones de significado y actos de habla en una teoría de la mente y de la acción más general. El significado es un género de Intencionalidad; ¿qué lo distingue de los otros géneros? Los actos de habla son géneros de actos: ¿Qué los distingue de los otros géneros? Segundo, rechazaré la idea de que las intenciones que importan para el significado son las intenciones de producir efectos sobre auditorios. La cuestión primaria que plantearé es simplemente ésta: ¿Cuáles son los rasgos de las intenciones del hablante en las emisiones significativas que hacen que sea el caso que el hablante quiera decir algo por medio de su emisión? Cuan­ do un hablante hace una emisión produce algún evento físico; dicho lisa y llanamente: ¿Qué añade su intención a ese evento físico que hace de ese evento físico un caso en el que el hablante quiere decir algo mediante él? ¿Cómo, por así decir, pasamos de la física a la se­ mántica? Esta cuestión, «¿Cuáles son las características de las intenciones de los hablantes que las hacen conferir significado?», tiene que distin­ guirse de algunas otras cuestiones de la filosofía del lenguaje que son aquí, según creo, totalmente irrelevantes. Por ejemplo, el problema de cómo los hablantes son capaces de producir y comprender un número potencialmente infinito de oraciones es un problema importante, pero no tiene especial conexión con el problema del significado. El pro-* ' H. P. Grice, «Meaning», The Philosophical Review, vol. 66 (1957), n.° 3, pp. 377-388. [Versión castellana en Cuadernos Crítica, UNAM, México, Í977. (N. del T.)]

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blema del significado, al menos en la forma en que lo estoy plante­ ando, seguiría siendo exactamente el mismo para un hablante de un lenguaje que permitiese sólo un número finito de oraciones. Otra cuestión relacionada es: ¿Qué conocimiento debe tener un hablante para decir que conoce un lenguaje, tal como el francés o el castellano? Esto es también una cuestión interesante pero no tiene es­ pecial conexión con el problema del significado, al menos tal como yo interpreto este problema. El problema del significado surgiría incluso en el caso de personas que se estuviesen comunicando entre sí sin usar un lenguaje común. Me sucede algunas veces en un país extranjero, por ejemplo, que intento comunicar con personas que no comparten conmigo un lenguaje común. En tal situación el problema del signifi­ cado surge de una forma sangrante, y mi pregunta es: ¿Qué hay en mis intenciones en tal situación que las hace específicamente intenciones de significado? En tal situación quiero decir algo mediante mis gestos, mientras que en otra situación, haciendo exactamente los mismos ges­ tos, podría no querer decir nada. ¿Cómo funciona esto en los casos significativos? En nuestra discusión de la estructura de la acción en el Capítulo 3 analizamos acciones simples, tales como levantar el propio brazo, en sus componentes relacionados: una acción intencional realizada con éxito consiste en una intención-en-la-acción y un movimiento corpo­ ral. La intención-en-la-acción causa y a la vez presenta el movi­ miento corporal. El movimiento corporal, en tanto que causado por ella, es su condición de satisfacción. En una secuencia que involucre una intención previa y una acción que consiste en llevar a cabo esa intención, la intención previa representa toda la acción, causa la intención-en-la-acción que a su vez causa el movimiento corporal y por la transitividad de la causación podemos decir que la intención previa causa toda la acción. Sin embargo, en la vida real muy pocas intenciones y acciones son tan simples. Un tipo de intenciones complejas involucran una relación causal del tipo por-medio-de. De este modo, por ejemplo, como vimos en el Capítulo 3, sección V, un hombre podría tener la intención de apretar el gatillo de una pistola para disparar la pistola para matar a su enemigo. Cada paso en la secuencia —apretar el gatillo, disparar el arma, matar a su enemigo— es un paso causal y la intención-en-laacción abarca los tres. El asesino tiene la intención de matar a su ene­ migo por medio de la acción de disparar la pistola y tiene la intención de disparar la pistola por medio de la acción de apretar el gatillo. Pero no todas las intenciones complejas son causales de este modo. Si se ordenase a un hombre levantar su brazo podría levantar el brazo con la intención de obedecer la orden. De este modo, él tiene una intención compleja: la intención de levantar su brazo para obedecer la orden.

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Pero la relación entre levantar su brazo y obedecer la orden no es una relación causal en el modo en que apretar el gatillo y disparar la pis­ tola es una relación causal. En tal caso hay condiciones de satisfacción relacionadas con el movimiento corporal que no se tiene la intención de que sean causadas por o causen el movimiento corporal: él tiene la intención de levantar su brazo para obedecer la orden, pero no tiene la intención de que el que su brazo suba cause algún fenómeno adicional al de obedecer la orden. En ese contexto, levantar su brazo es justa­ mente obedecer la orden y se intenta que sea así. Tales condiciones de satisfacción adicionales no causales son también características de in­ tenciones de significado, como veremos en breve. Para clarificar las intenciones de significado, debemos compren­ der estas distintas nociones: la distinción entre intenciones previas e intenciones en la acción; el carácter causal y autorreferencial de am­ bas, y la presencia tanto de condiciones causales como no causales en intenciones complejas, ya sean intenciones previas o intenciones en la acción. II.

LA ESTRUCTURA DE LAS INTENCIONES DE SIGNIFICAR

Con este aparato en la mano volveremos a la cuestión principal de este capítulo, ¿cuál es la estructura de las intenciones de significar? El problema es: ¿cuáles son las condiciones de satisfacción de las inten­ ciones en la acción de las emisiones que les proporcionan propiedades semánticas? Hago un ruido que recorre mi boca o hago algunas mar­ cas sobre papel. ¿Cuál es la naturaleza de la intención en la acción compleja que hace de la producción de esas marcas o sonidos algo más que solamente la producción de marcas o sonidos? La respuesta breve es que intento que su producción sea la realización de un acto de habla. La respuesta más larga consiste en caracterizar la estructura de esa intención. Antes de atacar de frente esa cuestión, quiero mencionar algunos otros rasgos peculiares que necesitamos explicar. Quiero especificar algunas condiciones adicionales de adecuación del análisis. Dije anteriormente que hay un doble nivel de Intencionalidad en la realización de actos ilocucionarios, un nivel del estado Intencional expresado en la realización del acto y un nivel de la intención al rea­ lizar el acto. Cuando, por ejemplo, hago el enunciado de que está lloviendo, expreso tanto la creencia de que está lloviendo como rea­ lizo un acto intencional de enunciar que está lloviendo. Además, las condiciones de satisfacción del estado mental expresado en la reali­ zación del acto de habla son idénticas a las condiciones de satisfac­

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ción del acto de habla mismo. Un enunciado será verdadero si y sólo si la creencia expresada es verdadera, una orden se obedecerá si y sólo si el deseo expresado se cumple, una promesa se guardará si y sólo si la intención expresada se lleva a cabo. Estos paralelismos no son accidentales y cualquier teoría del significado tiene que ex­ plicarlos. Pero, al mismo tiempo, tenemos que conservar en mente la distinción entre hacer un enunciado y hacer un enunciado verdadero, entre dar una orden y dar una orden que se obedece, entre hacer una promesa y hacer una promesa que se guarda. En cada caso la inten­ ción de significar es sólo una intención de realizar la primera mitad —hacer un enunciado, dar una orden, hacer una promesa— y no obstante en algún sentido, esa intención tiene ya alguna ‘relación’ interna con la segunda mitad, puesto que la intención de hacer un enunciado particular tiene que determinar qué cuenta como la ver­ dad del enunciado, la intención de dar una orden tiene que determi­ nar qué cuenta como obedecer la orden, etc. El hecho de que las condiciones de satisfacción del estado Intencional expresado y las condiciones de satisfacción del acto de habla sean idénticas sugiere que la clave al problema del significado es ver que en la realización del acto de habla la mente impone intencionalmente las mismas con­ diciones de satisfacción sobre la expresión física del estado mental expresado, que el estado mental tiene en sí mismo. La mente impone la Intencionalidad sobre la producción de sonidos, marcas, etc., al imponer las condiciones de satisfacción de los estados mentales so­ bre la producción de los fenómenos físicos. Las que siguen son al menos condiciones de adecuación en nues­ tro análisis.1 1. Hay un doble nivel de Intencionalidad en la realización del acto de habla, un nivel del estado psicológico expresado en la realiza­ ción del acto y un nivel de la intención con la que el acto se realiza que hace que sea el acto que es. Llamaremos a esto respectivamente la «condición de sinceridad» y la «intención de significar». En su forma más general, nuestro objetivo es caracterizar la intención de significar, y una condición de adecuación de esta caracterización es que debería explicar este doble nivel de Intencionalidad. 2. Las condiciones de satisfacción del acto de habla y las condi­ ciones de satisfacción de la condición de sinceridad son idénticas. Ahora bien, nuestra explicación de la intención de significar debe mostrar cómo sucede esto aun cuando las condiciones de satisfacción de la intención de significar sean diferentes tanto de las condiciones de satisfacción del acto de habla como de las condiciones de sinceri­ dad. La intención de hacer un enunciado, por ejemplo, es diferente de la intención de hacer un enunciado verdadero, y no obstante la inten-

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ción de hacer un enunciado debe siempre comprometer al hablante a hacer un enunciado verdadero y a expresar la creencia en la verdad del enunciado que está haciendo. Dicho brevemente, nuestra segunda con­ dición de adecuación es que nuestra explicación de la intención de significar debe explicar cómo sucede que, aunque las condiciones de satisfacción de la intención de significar no son las mismas que las condiciones de satisfacción del acto de habla o del estado psicológico expresado, a pesar de todo el contenido de la intención de significar debe determinar tanto que el acto de habla como que las condiciones de sinceridad tengan las condiciones de satisfacción que tienen y que tengan idénticas condiciones de satisfacción. ¿Por qué sucede, por ejemplo, que mi intención de enunciar que está lloviendo, que puede ser satisfecha incluso si no está lloviendo, determina, a pesar de todo, que mi acto de habla será satisfecho si y sólo si está lloviendo y será una expresión de una creencia que será satisfecha si y sólo si está llo­ viendo? 3. Necesitamos tener una distinción clara entre representación y comunicación. Característicamente un hombre que hace un enunciado tiene tanto la intención de representar algún hecho o estado de hechos como la de comunicar esta representación a sus oyentes. Pero su in­ tención de representar no es la misma que su intención de comunicar. Comunicar es un asunto de producir ciertos efectos en los propios oyentes, pero se puede tener la intención de representar algo sin preo­ cuparse en absoluto de los efectos sobre los propios oyentes. Se puede hacer un enunciado sin tener la intención de producir convicción o creencia alguna en los propios oyentes o sin tener la intención de con­ seguir de ellos que crean que el hablante cree lo que dice o sin ni si­ quiera tener la intención efectiva alguna de conseguir que lo compren­ dan. Hay, por consiguiente, dos aspectos de las intenciones de significar, la intención de representar y la intención de comunicar. La discusión tradicional de estos problemas, incluido mi propio trabajo, adolece del error de no distinguir entre ellas y la suposición de que la explicación total del significado puede darse en términos de intencio­ nes comunicativas. De acuerdo con la explicación presente, la repre­ sentación es previa a la comunicación y las intenciones de representar son previas a las intenciones de comunicar. Parte de lo que se comu­ nica es el contenido de las propias representaciones, pero se puede te­ ner la intención de representar algo sin tener la intención de comuni­ carlo. Y para actos de habla con un contenido proposicional y dirección de ajuste la inversa no es el caso. Se puede tener la intención de representar sin tener la intención de comunicar, pero no se puede tener la intención de comunicar sin tener la intención de representar. No puedo, por ejemplo, tener la intención de informarle de que está

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lloviendo sin tener la intención de que mi emisión represente, verda­ dera o falsamente, el estado de cosas del tiempo2. 4. He argumentado en otro lugar3 que hay cinco y sólo cinco ca­ tegorías básicas de actos ilocucionarios: aseverativos, donde decimos a nuestros oyentes (verdadera o falsamente) cómo son las cosas; direc­ tivos, donde intentamos conseguir que hagan cosas; conmisivos, donde nos comprometemos nosotros mismos a hacer cosas; declara­ ciones, donde producimos cambios en el mundo con nuestras emisio­ nes; y expresivos, donde expresamos nuestros sentimientos y actitu­ des. Ahora bien, mantengo que estos cinco tipos de objetos ilocucionarios son, por así decir, ‘empíricos’. Los actos de habla que se realizan y que nos encontramos exhiben solamente estos cinco ti­ pos. Pero, si éstos son realmente los cinco tipos básicos, debe haber alguna razón más profunda para ello. Si el modo en que el lenguaje re­ presenta el mundo es una extensión y realización del modo en que la mente representa el mundo, entonces estos cinco tipos de actos deben derivarse de algunos rasgos más fundamentales de la mente. La Intencionalidad de la mente no sólo crea la posibilidad del sig­ nificado, sino que limita su forma. ¿Por qué sucede que, por ejemplo, hacemos emisiones realizativas para disculpamos, enunciar, ordenar, agradecer, felicitar —donde todos estos casos son tales que podemos realizar un acto diciendo que estamos realizándolo, esto es: represen­ tándonos como realizándolo— pero no tenemos ni podríamos tener un realizativo para, por ejemplo, freír un huevo? Si se dice «Pido per­ dón» se puede en virtud de ello estar pidiendo disculpas, pero si se dice «Frío un huevo» no se fríe por ello huevo alguno. Quizás Dios pueda freír un huevo emitiendo simplemente una oración realizativa como ésta, pero nosotros no podemos. ¿Por qué no? Otro objetivo, en­ tonces, del análisis del significado es mostrar cómo las posibilidades y limitaciones del significado derivan de la Intencionalidad de la mente. Necesitamos un ejemplo con el que trabajar, de modo que tome­ mos un caso en el que un hombre realiza un acto de habla realizando algunas acción básicas simples tal como levantar su brazo. Suponga­ mos que usted y yo estamos de acuerdo de antemano en que si yo le­ 2 Para una discusión adicional de esta cuestión, ver J. R. Searle, «Meaning, communication and representation», en Grandy (ed.), Intentions, Categories and Ends, Philosophical Grounds of Rationality, Clarendon Press, Oxford, 1986. 3 Ver «A taxonomy o f illocucionary acts», en Expression and Meaning, Cam­ bridge University Press, Cambridge, 1979, pp. 1-29. [Hay traducción española de Luis MI. Valdés Villanueva, «Una taxonomía de íos actos ilocucionarios», en La búsqueda del significado, Luis MI. Valdés (ed.), Tecnos/Universidad de Murcia, Madrid, 1991, pp. 449-476. (N. del T.)]

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vanto mi brazo ese acto cuenta como una señal de que tal y tal es el caso. Supongamos, en un contexto militar, que le señalo a usted una colina mientras que yo estoy en otra de la que el enemigo se ha reti­ rado, y por un acuerdo previo señalo esto levantando mi brazo. ¿Cómo funciona esto? La intención en la acción compleja tiene el si­ guiente contenido, por lo que concierne a la representación: (Mi brazo sube como un resultado de esta intención en la acción y que mi brazo suba tiene como condiciones de satis­ facción con la dirección de ajuste mente(o emisión)-a-mundo que el enemigo está retirándose.) Esto suena algo extraño, pero creo que está sobre la pista correcta. El problema del significado es: ¿cómo la mente impone Intencionali­ dad sobre entidades que no son intrínsecamente Intencionales? ¿Cómo es posible que meras cosas puedan representar? Y la respuesta que es­ toy proponiendo es que el acto de emisión se realiza con la intención de que la emisión misma tenga condiciones de satisfacción. Las con­ diciones de satisfacción de la creencia de que el enemigo se está reti­ rando se transfieren a la emisión por medio de un acto Intencional. La razón, entonces, de que la realización del acto de habla, esto es, en este caso el levantamiento del brazo, cuente como una expresión de la creencia de que el enemigo se está retirando es que se realiza con la intención de que sus condiciones de satisfacción sean precisamente las de la creencia. De hecho lo que la hace una acción significativa en el sentido lingüístico de una acción significativa es que tiene esas condi­ ciones de satisfacción impuestas intencionalmente sobre ella. El ele­ mento clave en el análisis de las intenciones de significar es simple­ mente éste: Para la mayoría de tipos de actos de habla, las intenciones de significar son al menos en parte intenciones de representar, y una intención de representar es una intención de que los eventos físicos que constituyen parte de las condiciones de satisfacción (en el sentido de cosas requeridas) de la intención tengan ellos mismos condiciones de satisfacción (en el sentido de requisitos). En nuestro ejemplo, las condiciones de satisfacción de mi intención son que mi brazo subiese, y el que suba tiene condiciones de satisfacción, en este caso condicio­ nes de verdad. El primer conjunto de condiciones de satisfacción está relacionado causalmente con la intención: la intención tiene que cau­ sar que mi brazo suba. En este caso aseverativo el segundo conjunto de condiciones de satisfacción —que el enemigo se ha retirado— no está causalmente relacionado con la intención. Se tiene la intención de que la emisión tenga la dirección de ajuste mente (o emisión)-amundo.

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Ahora, si hasta aquí estoy en la pista correcta, el paso de la inten­ ción de representar a la intención de comunicar es bastante simple. La intención de comunicar consiste simplemente en la intención de que el oyente reconozca que el acto se realizaba con la intención de repre­ sentar. De este modo, mi intención cuando le hago señales levantando mi mano es conseguir que usted reconozca que le estoy señalando que el enemigo se ha retirado. Y en la jerga usada hasta ahora eso equivale a lo siguiente: (Esta intención en la acción causa que mi brazo suba, y el que mi brazo suba tiene como condiciones de satisfacción con la dirección de ajuste mente(o emisión)-a-mundo que el enemigo se esté retirando, y mi auditorio reconoce tanto que mi brazo está subiendo como que su subir tiene esas condi­ ciones de satisfacción.) Obsérvese que esta explicación establece una clara separación entre esa parte del significado que tiene que ver con la representación que, como dije, creo que es el núcleo del significado, y aquella parte que tiene que ver con la comunicación. Segundo, no tiene el defecto de confundir la intención de hacer un enunciado con la intención de ha­ cer un enunciado verdadero, o la intención de hacer un enunciado con la intención de producir efectos tales como creencias o convicciones en nuestro auditorio. Característicamente, cuando hacemos un enun­ ciado tenemos la intención de hacer un enunciado verdadero y tene­ mos la intención de producir ciertas creencias en nuestro auditorio, pero la intención de hacer un enunciado es, a pesar de todo, diferente de la intención de producir la convicción o la intención de decir la verdad. Cualquier explicación del lenguaje debe tener en cuenta que es posible mentir, y que es posible realizar un enunciado mintiendo. Y cualquier explicación del lenguaje debe tener en cuenta el hecho de que se puede tener completo éxito al hacer un enunciado, mientras se fracasa al hacer un enunciado verdadero. Además, cualquier explica­ ción del lenguaje debe tener en cuenta el hecho de que una persona puede hacer un enunciado y serle totalmente indiferente si su auditorio le cree o no o incluso si su auditorio le comprende o no. La presente explicación tiene en cuenta estas condiciones porque, de acuerdo con este enfoque, la esencia de hacer el enunciado consiste en representar algo como siendo el caso, no en comunicar las propias representacio­ nes a nuestros oyentes. Se puede representar algo como siendo el caso incluso cuando se cree que no es el caso (una mentira); incluso cuando se cree que es el caso, pero no lo es (un error); e incluso si no se está interesado en convencer a nadie de que es el caso o en hacer que reco­ nozca que se está representando como siendo el caso. La intención de

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representar es independiente de la intención de comunicar y la inten­ ción de representar es cuestión de imponer las condiciones de satisfac­ ción de un estado Intencional. Otro modo de aproximarse al mismo punto es preguntar cuál es la diferencia entre decir algo y querer decirlo y decirlo sin querer de­ cirlo. Wittgenstein frecuentemente nos plantea esta clase de cuestiones para recordamos que «significado» no es el nombre de un proceso in­ trospectivo; a pesar de ello hay una diferencia entre decir algo y que­ rer decirlo y decir algo sin querer decirlo. ¿Cuál es exactamente? Al menos esta: Cuando digo algo y lo quiero decir, mi emisión tiene con­ diciones de satisfacción en un modo tal que no tiene tales condiciones si lo digo sin querer decirlo. Si digo «Es regnet» para hacer prácticas de pronunciación alemana, entonces el hecho de que el sol brille cuando emito esta oración es irrelevante. Pero si digo «Es regnet» y quiero decirlo, entonces el hecho de que el sol brille es relevante, y es relevante porque decir algo y querer decirlo es cuestión de decirlo con las condiciones de satisfacción intencionalmente impuestas sobre la emisión. Creo que profundizaremos en nuestra comprensión de estos asun­ tos si mostramos cómo se aplican a otras clases de actos de habla. Cuando pasamos a los directivos y conmisivos encontramos que, a di­ ferencia de los enunciados, tienen dirección de ajuste mundo-a-pala­ bra y su análisis tiene complicaciones anteriores por el hecho de que tienen una forma adicional de autorreferencia causal. En el caso de una orden, ésta se obedece sólo si el acto que al oyente se le ordena realizar se lleva a cabo para obedecer la orden; y en el caso de una promesa, la promesa se guarda sólo si la acción prometida se hace para cumplir la promesa. Esto puede ilustrarse con la clase de ejemplo que consideramos en el Capítulo 3 (derivado de Wittgenstein). Supon­ gamos que usted me ordena abandonar la habitación. Yo podría decir «Bien, en cualquier caso voy a abandonar la habitación, pero no lo hago porque usted me lo ordene». ¿He obedecido la orden si a renglón seguido abandono la habitación? Ciertamente no la he desobedecido; pero no podríamos decir tampoco que la haya obedecido con sentido pleno. Por ejemplo, sobre la base de una serie de ejemplos semejantes, no describiríamos a nuestro oyente como una persona «obediente». Observaciones análogas se aplican a prometer. Tales ejemplos están diseñados para mostrar que, en la presente discusión, además del ca­ rácter autorreferencial de todas las intenciones, la intención de hacer una promesa o una orden debe imponer una condición de satisfacción autorreferencial adicional sobre la emisión. Las promesas y las órde­ nes son autorreferenciales porque sus condiciones de satisfacción ha­ cen referencia a las promesas y a las órdenes mismas. En sentido

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pleno uno sólo guarda la promesa u obedece una orden si hace lo que hace para guardar la promesa u obedecer la orden. Otro modo de ver este mismo rasgo es observar que tanto prome­ sas como órdenes crean razones para las condiciones de satisfacción de un modo que es totalmente diferente al de los enunciados. De este modo, hacer un enunciado no crea evidencia por sí mismo para la ver­ dad del enunciado. Pero hacer una promesa crea una razón para hacer lo prometido, y pedir a alguien que haga algo crea la razón para ha­ cerlo. ¿Cuál es, entonces, la estructura de la intención de significar al dar la orden? Supongamos que en nuestra situación anterior levanto mi brazo haciéndole señales de que se tiene que retirar, esto es, para orde­ narle que se retire. Si tengo la intención de levantar el brazo como un directivo entonces tengo la intención de al menos esto: [Mi brazo sube como un resultado de esta intención en la acción, y que mi brazo suba tiene como condiciones de satis­ facción, con la dirección de ajuste mundo-a-mente (o emi­ sión), que se retire y que se retire porque el que mi brazo suba tiene esas condiciones de satisfacción.] Lo que ordeno es su obediencia, pero para obedecer mi orden tiene que hacer la cosa que le ordeno hacer, y mi orden tiene que ser una razón para hacerlo. Mi orden se obedece sólo si el acto se lleva a cabo como medio de obedecer la orden. La intención de comunicar es simplemente la intención de que esta intención de representar se reconozca por el oyente. Esto es, todo lo que la intención de comunicar añade a lo que se ha enunciado hasta aquí es: (El auditorio reconoce que mi brazo sube y que su subir tiene condiciones de satisfacción.) La estructura formal de la intención al hacer un conmisivo es bas­ tante similar; la principal diferencia consiste en que el hablante es el sujeto de las condiciones de satisfacción de un conmisivo y el oyente es el sujeto del directivo. De este modo, tomando un ejemplo similar, supongamos que le­ vantando mi brazo le hago una señal de mi compromiso de avanzar sobre el enemigo. La intención de representar tiene las siguientes con­ diciones de satisfacción: [Mi brazo sube como resultado de esta intención en la acción, y el que mi brazo suba tiene como condiciones de sa-

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tisfacción con la dirección de ajuste mundo-a-mente (o emi­ sión) que avance sobre el enemigo y lo hago así, al menos en parte, porque el que mi brazo suba tiene esas condiciones de satisfacción.] Lo que prometo es el cumplimiento de mi promesa, pero para cumplir mi promesa tengo que hacer lo prometido y el que yo haya prometido hacerlo tiene que funcionar como una razón para hacerlo. Y de nuevo, todo lo que la intención de comunicar añade es (El auditorio reconoce que mi brazo sube y que el que suba tiene estas condiciones de satisfacción.) Las declaraciones, como por ejemplo una declaración de guerra, declarar a una pareja marido y mujer, levantar la sesión, o dimitir, tie­ nen dos rasgos especiales no comunes a otros tipos de actos de habla. Primero, puesto que el objeto ilocucionario de la declaración es pro­ ducir algún nuevo estado de cosas solamente en virtud de la emisión, las declaraciones tienen ambas direcciones de ajuste. Se produce que p al representar esto como siendo el caso de que p. De este modo, «Yo os declaro marido y mujer», hace que seáis marido y mujer (dirección de ajuste mundo-a-palabra) por medio de representarlo como siendo el caso de que sois marido y mujer (dirección de ajuste palabra-amundo). Para que esto funcione el acto de habla debe realizarse dentro de alguna institución extralingüística donde el hablante esté conve­ nientemente autorizado para producir hechos institucionales nuevos en virtud únicamente de la realización apropiada de actos de habla. Con la excepción de las declaraciones sobrenaturales, todas las decla­ raciones producen hechos institucionales, hechos que sólo existen dentro de sistemas de reglas constitutivas y que son, por consiguiente, hechos en virtud del acuerdo humano. Supongamos, entonces, que tenemos alguna institución extralin­ güística tal que, por la autoridad que me confiere la institución, puedo realizar una declaración levantando mi brazo. Supongamos, por ejem­ plo, que alzando mi brazo puedo levantar la sesión. Entonces, dada esa autoridad institucional, la estructura de la intención en la acción es: (Esta intención en la acción causa que mi brazo suba y el que mi brazo suba tiene como condiciones de satisfacción con la dirección de ajuste mundo-a-mente que la sesión se le­ vante, y que tal estado de cosas sea causado por el hecho de que mi brazo suba tiene como condiciones de satisfacción con la dirección de ajuste mente-a-mundo que la sesión se le­ vante.)

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Esto es un tanto aparatoso pero la idea subyacente es muy simple: En general, podemos averiguar el contenido de una intención pregun­ tando «¿Qué está intentando hacer el agente?». Bien, «¿Qué está in­ tentando hacer cuando hace una declaración?». Está intentando cau­ sar algo que sea el caso representándolo como siendo el caso. Con mayor precisión, está intentando causar un cambio en el mundo de modo que un contenido proposicional logre la dirección de ajuste mundo-a-mente, representando al mundo como habiendo sido cam­ biado de ese modo, esto es, expresando el mismo contenido proposi­ cional con la dirección de ajuste mente-a-mundo. La persona en cues­ tión no realiza dos actos de habla con dos direcciones de ajuste independientes, sino uno con doble dirección de ajuste, puesto que si tiene éxito habrá cambiado el mundo al representarlo como si hubiese cambiado de ese modo; así satisface ambas direcciones de ajuste con un sólo acto de habla. Este análisis tiene la consecuencia de que una declaración expresa tanto una creencia como un deseo. Una persona que sinceramente de­ clara que se levanta la sesión debe querer levantar la sesión y debe creer que la sesión se levanta en virtud de ello. Como en otras clases de actos de habla la intención de comunicar es simplemente: (El auditorio reconoce que mi brazo sube y el que mi brazo suba tiene estas condiciones de satisfacción.) En el análisis de aseverativos, directivos, conmisivos y declaracio­ nes he usado la noción de dirección de ajuste como un primitivo no analizado. Creo que esto es justificable porque la noción de dirección de ajuste no es reductible a ninguna otra. A pesar de ello, las diferen­ tes direcciones de ajuste tienen diferentes consecuencias respecto de la causación. En el caso de los aseverativos (exceptuando los casos de autorreferencia), se supone que los aseverativos encajan con una reali­ dad que existe independientemente, así un aseverativo no se satisfaría si causase el estado de cosas que representa. Pero en el caso de los di­ rectivos, conmisivos y declaraciones, la emisión, si es satisfecha, fun­ cionará causalmente de varios modos en la producción del estado de cosas que representa. Esta asimetría es una consecuencia de la dife­ rencia en la dirección de ajuste. En una versión anterior de este análi­ sis4 usé estas diferencias causales en vez de tratar la dirección de ajuste como un rasgo primitivo del analysans. El objeto ilocucionario de los expresivos tales como pedir perdón, agradecer y felicitar, es simplemente expresar un estado Intencional, 4 «Meaning, communication and representation», en Grandy, op. cit.

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la condición de sinceridad del acto de habla, sobre algún estado de co­ sas que se presupone que se da. Cuando, por ejemplo, le pido perdón por pisarle, expreso mi pesar por haberle pisado. Ahora bien, vimos en el Capítulo 1 que mi pesar contiene la creencia de que le pisé, de que soy responsable de pisarle, y el deseo de no haberle pisado. Pero el objeto del acto de habla no es expresar mis creencias y deseos, es expresar mi pesar, presuponiendo la verdad de mis creencias. Aunque las creencias tienen condiciones de satisfacción con una dirección de ajuste (condiciones de verdad) y el deseo tiene condiciones de satis­ facción con una dirección de ajuste (condiciones de cumplimiento), el acto de habla, por lo que respecta a su objeto ilocucionario, no tiene dirección de ajuste. Ni estoy intentando afirmar que se le ha pisado, ni estoy intentando pisarle. Aunque las presuposiciones tienen condicio­ nes de verdad, el acto de habla como tal no tiene dirección de ajuste ni condiciones de satisfacción adicionales que se le impongan. Pero, ahora, ¿cómo analizaremos la presuposición? Hay un gran número de tratamientos de la presuposición en la literatura filosófica y lingüística y no estoy realmente satisfecho con ninguno de los que he visto. Qui­ zás la presuposición es sólo un primitivo psicológico y no puede ser analizada ni como una condición de felicidad para la realización de los actos de habla, ni como un género de relación lógica similar pero idéntica al entrañamiento. En cualquier caso, para el propósito de esta discusión, la trataré simplemente como una noción primitiva. Puesto que no hay, en general, dirección de ajuste en los expresi­ vos, no hay otras condiciones de satisfacción que el que la emisión sea una expresión del estado psicológico relevante. Si intento que mi emisión sea una expresión de tal y tal estado, entonces será una ex­ presión de ese estado aunque, desde luego, podría no tener éxito al comunicar esa expresión, esto es, mi oyente podría reconocer mis in­ tenciones o no. Supongamos que el hablante y el oyente están de acuerdo en una convención tal que cuando el hablante levanta su brazo eso cuenta como un expresivo, por ejemplo, como alguna disculpa por algún es­ tado de cosas p. Entonces las condiciones de satisfacción de la inten­ ción de significar son simple y tautológicamente: (Esta intención en la acción causa que mi brazo suba y el que mi brazo suba es una expresión de pesar, presuponiendo que p .) La intención de comunicar, de nuevo, es simplemente que esta inten­ ción de significar sería reconocida por el oyente de acuerdo con el modelo de nuestros casos anteriores, excepto que en este caso no hay intención de representar, y por lo tanto no es cuestión de que el oyente

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reconozca condiciones de satisfacción adicionales impuestas sobre la emisión. Podemos ahora anunciar, brevemente, cómo esta explicación satis­ face nuestras cuatro condiciones de adecuación. 1 y 2. En cada uno de los primeros cuatro tipos de casos, donde tenemos una distinción entre la condición de sinceridad del acto de habla y la intención con la cual el acto se realiza, la caracterización de la intención de significar es tal que determina que la emisión misma tendrá condiciones de satisfacción. Pero en cada caso las condiciones de satisfacción de la emisión impuestas por la intención de significar son idénticas a las condiciones de satisfacción de las condiciones de sinceridad expresadas. En el caso de los aseverativos, por ejemplo, un hombre realiza un acto intencional de emisión y tiene también la in­ tención de que esa emisión tenga ciertas condiciones de satisfacción. Pero esas condiciones de satisfacción son idénticas a las condiciones de satisfacción de la creencia correspondiente. De este modo, ha reali­ zado una acción que le compromete con tener una cierta creencia. No hay modo de que pueda producir esa emisión con esas condiciones de satisfacción sin expresar una creencia porque el compromiso de la emisión es exactamente el mismo que el compromiso de una expre­ sión de creencia. Observaciones similares se aplican a directivos, conmisivos y declaraciones. En el caso de los expresivos, su intención de significar es simplemente expresar el estado Intencional, así que no existe el problema de explicar cómo su emisión es una expresión de sus condiciones de sinceridad. En cada uno de los cinco casos la in­ tención de significar difiere de la condición de sinceridad (así el doble nivel de Intencionalidad), no obstante, allí donde hay una dirección de ajuste, la intención de significar determina las condiciones de satisfac­ ción del acto de habla y que esas condiciones de satisfacción son idén­ ticas a las condiciones de satisfacción de las condiciones de since­ ridad. 3. En cada caso hemos apartado explícitamente la intención de significar primaria de la intención de comunicar. 4. Puesto que el significado lingüístico es una forma de Intencio­ nalidad derivada, sus posibilidades y limitaciones son establecidas por las posibilidades y limitaciones de la Intencionalidad. La función prin­ cipal que el lenguaje obtiene de la Intencionalidad es, obviamente, su capacidad de representar. Entidades que no son intrínsecamente Inten­ cionales pueden convertirse en Intencionales decretando, por así decir, intencionalmente que son así. Pero las limitaciones del lenguaje son precisamente las limitaciones que vienen de la Intencionalidad. Wittgenstein frecuentemente habla como si se pudiese inventar un nuevo juego de lenguaje a voluntad pero, si realmente se intenta, uno se en­

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contrará con que sus nuevos juegos de lenguaje son expresiones de formas de Intencionalidad preexistentes. Y la taxonomía es fundamen­ talmente una reflexión de los diferentes modos en que las representa­ ciones pueden tener direcciones de ajuste. La dirección de ajuste mente-a-mundo corresponde a los aseverativos, y puesto que esta di­ rección de ajuste es, de modo prominente, evaluable como verdadera o falsa, un carácter definitorio de los aseverativos consiste en que ad­ miten valores de verdad. La dirección de ajuste mundo-a-palabra le corresponde a los directivos y conmisivos. La división de emisiones que tienen esta dirección de ajuste en dos categorías de actos de habla viene motivada por la preeminencia del hablante y oyente como dramatis personae en la realización de los actos de habla. En los conmisi­ vos el hablante es el responsable de lograr el ajuste; en los directivos el responsable es el hablante. Ambos involucran también causación Intencional; esto es, es parte de las condiciones de satisfacción de con­ misivos y directivos que deberían funcionar causalmente produciendo el resto de sus propias condiciones de satisfacción. Su Intencionalidad derivada es similar en estructura a ciertas formas de Intencionali­ dad intrínseca en que comparten los rasgos de autorreferencia causal. Además, así como hay estados Intencionales sin dirección de ajuste, así también hay actos de habla no representacionales, la categoría de los expresivos. De hecho, la forma más simple de acto de habla es aquella cuyo objeto ilocucionario es simplemente expresar un estado Intencional. Hay algunos expresivos que son expresiones de estados con una dirección de ajuste, por ejemplo, expresiones de deseo como en «Ojalá viniese John», pero incluso en estos casos el objeto ilocu­ cionario del acto de habla no es lograr el ajuste, más bien el objeto es sólo expresar el estado. Los casos más difíciles son las declaraciones. ¿Por qué no puedo hacer una declaración, «Por la presente frío un huevo», y en virtud de ello se fríe un huevo? Porque aquí se han excedido las capacidades de representación. Un ser sobrenatural podría hacer esto porque tal ser podría producir inintencionalmente estados de cosas en virtud sola­ mente de representarlos como habiendo sido producidos. Nosotros no podemos hacerlo. Pero tenemos una forma de palabra mágica más hu­ milde, aunque con todo parecida a la divina: podemos acordar de ante­ mano que ciertas clases de actos de habla pueden producir estados de cosas al representárnoslos como habiéndose producido. Tales actos de habla tienen ambas direcciones de ajuste, pero no separada e indepen­ dientemente. No podemos freír huevos de este modo, pero podemos levantar sesiones, dimitir, declarar a la gente marido y mujer y decla­ rar la guerra.

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III.

INTENCIONALIDAD

LA INTENCIONALIDAD Y LA INSTITUCIÓN DEL LENGUAJE

Hasta aquí he descrito la estructura de las intenciones de significar para personas que ya tienen un lenguaje, e intenté aislar el carácter es­ pecífico de la intención de significar imaginando que el acto de habla total se había realizado al hacer alguna ‘emisión’ simple tal como le­ vantar el propio brazo. Nuestra cuestión era: ¿qué añade la intención al evento físico que lo hace un caso de querer decir algo en virtud de la producción Intencional del evento físico? Dada la existencia del lenguaje como institución, ¿cuál es la estructura de las intenciones de significar individuales? Pero eso aún deja sin respuesta la cuestión de la relación de la ins­ titución con la Intencionalidad. Dando por sentado que estas institu­ ciones son conjuntos de reglas constitutivas, ¿cómo se relacionan con formas prelingüísticas de Intencionalidad? Supongamos que hubiese una clase de seres que fuesen capaces de tener estados Intencionales como creencias, deseos e intenciones pero que no tuviesen un lenguaje, ¿qué más necesitarían para ser capaces de realizar actos lingüísticos? Óbsérvese que no hay nada fantástico en la suposición de seres en un estado tal, pues por lo que sabemos la especie humana estuvo alguna vez en ese estado. Obsérvese que tam­ bién la cuestión es conceptual y no histórica o genética. No estoy pre­ guntando qué se necesitaría añadir a sus cerebros o cómo evolucionó el lenguaje de hecho en la historia de la raza humana. Cuando hemos adscrito a nuestros seres la capacidad de tener esta­ dos Intencionales, les hemos ya adscrito la capacidad de relacionar sus estados Intencionales con objetos y estados de cosas del mundo. La razón para esto es que un ser capaz de tener estados Intencionales debe ser capaz de conciencia de las condiciones bajo las que son satis­ fechos sus estados Intencionales. Por ejemplo, un ser capaz de tener deseos debe ser capaz de conciencia de la satisfacción o frustración de sus deseos, y un ser capaz de intenciones debe ser capaz de reconocer el cumplimiento o frustración de sus intenciones. Y esto puede gene­ ralizarse: Para cualquier estado Intencional con una dirección de ajuste, un ser que tiene ese estado debe ser capaz de distinguir la satis­ facción de la frustración de ese estado. Esto se sigue del hecho de que un estado Intencional es una representación de las condiciones de su satisfacción. Esto no quiere decir que tales seres siempre o incluso la mayor parte de las veces estén en lo correcto, que no cometan errores; más bien, quiere decir que deben tener la capacidad para reconocer qué sería estar en lo correcto. Volvamos ahora a nuestra cuestión: ¿Qué más deberían tener tales seres para tener un lenguaje? La cuestión necesita restringirse más,

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porque hay toda clase de rasgos de lenguajes efectivos que son irrele­ vantes para nuestra discusión presente. Presumiblemente, tales seres necesitarían un aparato recursivo capaz de generar un número infinito de oraciones, necesitarían cuantificadores, conectivas lógicas, opera­ dores modales y deónticos, tiempos, palabras para colores, etc. La cuestión que estoy planteando es mucho más restringida. ¿Qué necesi­ tarían para pasar de tener estados Intencionales a realizar actos ilocucionarios? La primera cosa que nuestros seres necesitarían para realizar actos ilocucionarios sería algún medio de extemalizar, de hacer pública­ mente reconocible a otros las expresiones de sus estados Intenciona­ les. Un ser que pueda hacer eso a propósito, esto es, un ser que no sólo exprese sus estados Intencionales sino que realice actos con el propósito de permitir a otros conocer sus estados Intencionales, tiene ya una forma primitiva de acto de habla. Pero no tiene aún nada tan rico como nuestros enunciados, megos o promesas. Una persona que hace un enunciado hace más que dar a conocer que cree algo, un hom­ bre que hace un mego hace más que dar a conocer que quiere algo, un hombre que hace una promesa hace más que dar a conocer que tiene la intención de hacer algo. Pero, de nuevo, ¿qué más? Cada una de las categorías de actos de habla, incluso la categoría expresiva, sirve para propósitos sociales que van más allá de la mera expresión de la condi­ ción de sinceridad. Por ejemplo, el propósito extralingüístico primario de los directivos es conseguir que la gente haga cosas; un propósito extralingüístico primario de los aseverativos es transmitir informa­ ción; un propósito primario de los conmisivos es crear expectativas estables respecto de la conducta de las personas. Tales hechos, creo, proporcionarán un indicio de las relaciones que se dan entre los tipos de actos de habla y los tipos correspondien­ tes de estados Intencionales. Como formulación preliminar se podría decir que nuestros seres serían capaces de hacer una forma primitiva de aseveración cuando pudiesen realizar acciones que fuesen expre­ siones de creencia con el propósito de dar información; los directivos (en esta forma primitiva) serían expresiones de deseo con el propósito de conseguir que la gente haga cosas; los conmisivos (de nuevo, en su forma primitiva) serían expresiones de intención con el propósito de crear expectativas estables en otros sobre el curso futuro de la propia conducta del hablante. El próximo paso sería introducir procedimientos convencionales para hacer cada una de estas cosas. Sin embargo, no hay modo alguno en que estos propósitos extralingüísticos puedan realizarse por un pro­ cedimiento convencional. Todos tienen que ver con los efectos perlocucionarios que nuestras acciones tienen sobre nuestro auditorio, y no hay modo de que un procedimiento convencional pueda garantizar

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INTENCIONALIDAD

que se logren tales efectos. Los efectos perlocucionarios de nuestras emisiones no pueden ser incluidos en las convenciones para el uso del dispositivo que se ha emitido, porque un efecto que se logra por con­ vención no puede incluir las respuestas subsiguientes y la conducta de nuestro auditorio. Lo que los procedimientos convencionales pueden captar es, por así decir, el análogo ilocucionario de estos diferentes objetivos perlocucionarios. De este modo, por ejemplo, cualquier dis­ positivo convencional para indicar que la emisión tiene la fuerza de un enunciado (p. ej., el modo indicativo) será aquel que por convención comprometa al hablante con la existencia del estado de cosas especifi­ cado en el contenido proposicional. Su emisión, por consiguiente, pro­ porciona una razón para que el oyente crea esa proposición y expresa una creencia por parte del hablante en esa proposición. Cualquier me­ canismo convencional para indicar que la emisión tiene la fuerza de un directivo (p. ej., el modo imperativo) será aquella que por conven­ ción cuente como un intento por parte del hablante de conseguir que el oyente lleve a cabo el acto especificado en el contenido proposicio­ nal. Su emisión, por consiguiente, proporciona una razón para que el oyente lleve a cabo el acto y expresa un deseo por parte del hablante de que el oyente lleve a cabo el acto. Cualquier dispositivo convencio­ nal para indicar que la emisión ha de tener la fuerza de un conmisivo cuenta como la asunción por parte del hablante de llevar a cabo el acto especificado en el contenido proposicional. Su emisión, por consi­ guiente, crea una razón para que el hablante lleve a cabo el acto, crea una razón para que el oyente espere que lleve a cabo el acto, y expresa la intención del hablante de llevar a cabo ese acto. Así pues, los pasos necesarios para poder ir de la posesión de los estados Intencionales a la realización de actos ilocucionarios conven­ cionalmente llevados a cabo son: primero la expresión deliberada de estados Intencionales con el propósito de hacer saber a otros que uno los tiene; segundo, la realización de estos actos para el logro de los objetivos extralingüísticos para los que sirven los actos ilocucionarios de manera estándar; y tercero, la introducción de procedimientos con­ vencionales que convencionalicen los objetos ilocucionarios que co­ rresponden a los diferentes objetivos perlocucionarios.

7.

INFORMES INTENSIONALES DE LOS ESTADOS INTENCIONALES Y LA TEORÍA DE LOS ACTOS DE HABLA

En el Capítulo 1 hice una distinción entre Intencionalidad-con-c e intensionalidad-con-s. Aunque la Intencionalidad es un rasgo tanto de los actos de habla como de los estados mentales y la intensionalidad es un rasgo de algunos estados mentales y algunos actos de habla, hay una clara distinción entre las dos. He argumentado además que es un error confundir los rasgos de los informes sobre los estados Intencio­ nales con los rasgos de los estados Intencionales en sí mismos; y en particular es un error suponer que porque los informes de los estados Intencionales sean intensionales-con-s, los estados Intencionales en sí mismos hayan de ser también intensionales-con-s. Esta confusión es parte de otra más extendida y fundamental, a saber: la creencia de que podemos analizar el carácter de la Intencionalidad analizando única­ mente las peculiaridades lógicas de los informes sobre estados inten­ cionales. Por el contrario, creo que tal creencia hace ver una confusión fundamental si intentamos clarificar la Intencionalidad mediante el análisis de la intensionalidad. Para este propósito es importante tener presente que hay al menos tres conjuntos diferentes de cuestiones so­ bre los estados Intencionales y sobre cómo se informa sobre ellos en las emisiones de oraciones intensionales: primero ¿cuáles son los ras­ gos de los estados Intencionales? (los Capítulos 1-3 estuvieron dedica­ dos a discutir ese asunto); segundo, ¿cómo se presentan esos rasgos en el habla ordinaria? (este capítulo se ocupa, en su mayor parte, de esta cuestión); y tercero, ¿cómo podemos representar del modo mejor posi­ ble estos rasgos en un sistema formalizado, tal como el cálculo de pre­ dicados? (Si podemos dar respuesta clara a las dos primeras pregun­ tas, la tercera resultará considerablemente más fácil.) Este capítulo trata fundamentalmente de la intensionalidad, y por eso sólo lo hará incidentalmente de la Intencionalidad. Trata sobre el status de las palabras que siguen a «que» en contextos tales como «dijo que», «cree que», «teme que», etc.; sobre las palabras que si­ guen a «si» en «quiere saber si», «pregunta si», etc., sobre el status de las palabras que siguen al verbo en «quiere» (wants to), «intenta» (mtends to), «promete» (promisses to), etc. En la discusión subsiguiente es importante tener presente la distinción entre oraciones (que son [187]

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INTENCIONALIDAD

construcciones sintácticas a las que va unido normalmente un signifi­ cado literal) y emisiones de esas oraciones (que son actos de habla de un cierto tipo mínimo, esto es, actos de emisión), y emisiones de ora­ ciones serias y literales (que son, cuando tienen éxito, actos de habla de un género mucho más rico, a saber: actos ilocucionarios cuya fuerza ilocucionaria y contenido proposicional es un asunto del signi­ ficado literal de la oración emitida). Todo acto ilocucionario es un acto de emisión, pero no a la inversa. Además a cada uno de los tres términos de estas distinciones se aplica la distinción usual tipo-ins­ tancia. Veamos cuál es exactamente el status de las palabras que siguen a «que» en el informe: 1.

El sheriff cree que Mr. Howard es un hombre ho­ nesto

y qué comparación se establece con el status de las palabras del enun­ ciado. 2.

Mr. Howard es un hombre honesto.

Alguien puede preguntarse qué problema hay aquí. ¿No es obvio que las palabras que siguen a «que» en 1 significan lo mismo que en 2? La razón que existe para afirmar que hay un problema especial en estos casos es que, por un lado, nos vemos inclinados a decir que las pala­ bras de la oración subordinada de 1 deben tener y ser usadas con el mismo significado que ordinariamente tienen, y que es con el que se usan en 2 (¿cómo, si no, es posible entender 1?); pero, por otro lado, nos vemos inclinados también a afirmar que en ambos casos no pue­ den ser usadas con sus significados ordinarios, porque las propiedades lógicas de las palabras que siguen a «que» en 1 parecen ser bastante diferentes a las de las palabras de 2. De acuerdo con nuestros dos cri­ terios, 2 es extensional, y 1 es intensional. La generalización existencial es una inferencia válida en 2 (si 2 es verdad, entonces (3x) (x es un hombre honesto); y la sustitución de otras expresiones que hagan referencia al mismo objeto, preservarán los valores de verdad en 2 (p. ej., si Mr. Howard es un hombre honesto y Mr. Howard es Jesse James entonces Jesse James es un hombre honesto). Ninguna de estas condiciones vale, en general, para las oraciones de la forma 1. Además, en una emisión seria y literal de 2, se asevera la proposición de que Mr. Howard es un hombre honesto, mientras en una emisión seria y literal de 1, tal proposición no se asevera. Para enunciar el pro­ blema brevemente: si el significado del todo es función del signifi­ cado de las partes, y si las partes relevantes en 1 y 2 tienen el mismo

INFORMES INTENSIONALES DE LOS ESTADOS INTENCIONALES

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significado, y si las propiedades lógicas de una emisión seria y literal son determinadas por el significado de la oración emitida, ¿cómo puede darse el caso de que 1 y 2 tengan propiedades lógicas dife­ rentes? Éste es un modelo típico de los problemas filosóficos: por un lado, poderosas intuiciones lingüísticas nos inclinan a una cierta visión de sentido común: en este caso que hay sinonimia perfecta entre las par­ tes relevantes de 1 y 2; pero, de otro lado, otros argumentos poderosos nos llevan a ponemos en contra de ese sentido común. Creo que la aplicación de la teoría de los actos de habla nos capacitará para satis­ facer nuestras intuiciones lingüísticas, y también dará cuenta de las di­ ferentes propiedades lógicas de 1 y 2. Aun pudiendo caer en repeticiones, haré explícito qué es lo que considero que son las distintas condiciones de adecuación para cual­ quier explicación de los informes intensionales de los estados Inten­ cionales. Para los propósitos de la presente discusión ignoraré los pro­ blemas que plantea la intensionalidad en los contextos modales, porque despiertan ciertas fuentes de problemas que van más allá del alcance de este libro. A. El análisis debería ser consistente con el hecho de que los significados de las palabras compartidas en parejas como 1 y 2, son los mismos, y con el hecho de que en proferencias literales y serias de cada una de ellas se usan con esos mismos significados. B. Debería dar cuenta del hecho de que en 1, la oración subordi­ nada no tiene las propiedades lógicas que tiene en 2, a saber, que 2 es extensional y 1 es intensional. C. Debería ser consistente con el hecho de que es parte de los significados de 1 y 2 que, mientras que en una emisión seria y literal de 1 la proposición de que «Mr. Howard es un hombre honesto» no es aseverada, en 2 sí lo es. (De acuerdo con una interpretación natural, Frege1y sus seguido­ res rechazan la condición A mientras que aceptan B y C; Davidson*2 y ' G. Frege, «On sense and reference», en Geach y Black (eds.), Translations from the Philosophical Writings of Gottlob Frege, Basil Blackwell, Oxford, 1952, pp. 5678). [Versión española de Ulises Moulines, en Estudios sobre semántica, Ariel, Barce­ lona, 1976, pp. 49-85. (TV. del T.)] 2 D. Davidson, «On saying that», en Davidson y Harman (eds.), The Logic of Grammar, Dickinson, Encino and Belícourt, California, 1975, pp. 143-152. [Versión española en De la verdad y de la interpretación, Gedisa, Barcelona, 1990, pp. 108-122 (TV. del T.)]

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sus seguidores aceptan A y rechazan B y C. Yo quiero argumentar que se pueden aceptar las tres a la vez.) D. El análisis daría cuenta de otros tipos de oraciones que contu­ vieran cláusulas «que», incluyendo aquellas en las que algunas o todas las propiedades lógicas se preservan, como es el caso de 3. 4.

Es un hecho que Mr. Howard es un hombre honesto (3 admite tanto la generalización existencial como la sustitución) El sheriff sabe que Mr. Howard es un hombre ho­ nesto (4 entraña la existencia de Mr. Howard, pero no permite la sustitución).

E. El análisis debería aplicarse a otros tipos de informes de esta­ dos intencionales, y de actos de habla que no emplearan cláusulas «que» que llevan incorporada una oración, sino que usarán infinitivos, interrogativos, pronombres, subjuntivo, cambios de tiempo, etc. Ade­ más, el análisis operaría no sólo para el inglés, sino para cualquier len­ gua que contuviera informes de estados Intencionales y actos de ha­ bla*. Algunos ejemplos son: 5.

Bill wants Mr. Howard to be an honest man [Bill quiere que Mr. Howard sea un hombre honesto] 6. Bill told Sally to malee Mr. Howard to be an honest man [Bill le dijo a Sally que hiciese de Mr. Howard un hombre honesto] 7. Sally fears that Mr. Howard is an honest man [Sally teme que Mr. Howard sea un hombre honesto] 8. Mr. Howard said he would become an honest man [Mr. Howard dijo que se volvería un hombre ho­ nesto] (donde «would» en inglés está en subjuntivo). A modo de paso hacia el análisis del discurso indirecto, comence­ mos por considerar un ejemplo más simple de informe. 9.

El sheriff emitió las palabras «Mr. Howard es un hombre honesto».

* En castellano los yerbos mencionados por el autor si requieren, en su mayor parte, una cláusula-que. Ésa es la razón por la que estos ejemplos se dejan en inglés. Pero el castellano, a diferencia del inglés, sí suele exigir en la subordinante en tiempo distinto al indicativo. (N. del T.)]

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¿Cuál es el status de las palabras entrecomilladas en 9? He argumen­ tado extensamente en otro lugar* contra la (¡aún!) visión ortodoxa de que las comillas enmarcando una palabra o grupo de palabras sirve para convertirla en una expresión totalmente nueva, concretamente el nombre propio de la palabra o palabras entrecomilladas. A mi modo de ver, las palabras que están en 9 entre comillas son exactamente las mismas palabras que ocurren en 2. Si tuviera alguna duda sobre ello, sobraría una simple mirada para asegurarme. Para la visión tradicio­ nal, de cualquier modo, las palabras de 2 no ocurren dentro de lo en­ trecomillado en 9 porque la expresión total, incluyendo las comillas, es un nuevo nombre propio, el nombre propio de la oración que ocurre en 2. De acuerdo con esta idea, ninguna palabra en absoluto ocu­ rre dentro del entrecomillado de 9. Para el ojo ingenuo, no entrenado en las sutilezas de los textos de la lógica elemental, hay varias pala­ bras que de hecho aparecen entrecomilladas en 9, por ejemplo: «Mr.», «Howard», «es», y así sucesivamente; pero de acuerdo con esa visión ortodoxa esto es un accidente ortográfico, como, por ejemplo, «con» en «conocimiento». Así la totalidad es un nombre propio, que no tiene palabras componentes y no tiene estructura interna. Francamente, encuentro absurda esta concepción. Es difícil de imaginar cualquier cadena de razonamientos que pudiera conven­ cerme de que las palabras incluidas entre las comillas en 9 no son las mismas palabras que aparecen después del numeral «2» en 2, o de que en 9 hay nombres propios distintos al nombre «Howard». Pero, para que esto no parezca un empecinamiento a lo Moore, por lo que siem­ pre me ha sido posible tomar en consideración este punto de vista es el principio de que, si queremos hablar sobre algo, nunca podemos po­ ner la cosa misma dentro de la oración, sino que debemos poner su nombre, o alguna otra expresión que se refiera a ella, dentro de la ora­ ción. Pero me parece que este principio es obviamente falso. Si, por ejemplo, se te pregunta qué sonido era el producido por el pájaro que viste ayer, puedes decir «El pájaro hizo este sonido...», donde el espa­ cio en blanco está libre para poner el sonido y no el nombre del so­ nido. En tal caso parte de la proposición expresada por el hablante y entendida por el oyente es una instancia del sonido mismo. Por su­ puesto, podemos usar palabras para referimos a otras palabras. Podría­ mos decir «Juan emitió las tres últimas palabras de la séptima línea de la página 11 del libro» y aquí usamos una descripción definida para referimos a las palabras; pero cuando estamos hablando sobre pala­ bras, raramente es necesario usar nombres o descripciones definidas, 3 Vid. Speech Acts, Cap. IV [Versión española de Luis MI. Valdés Villanueva, Cátedra, Madrid, 1980 (N. del T.)\

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porque podemos siempre producir las palabras mismas. Las únicas ex­ cepciones que conozco a este principio son casos en los que es obs­ ceno o sacrilego o tabú de cualquier otro tipo el decir la palabra misma, por ejemplo: «donde la espalda pierde su casto nombre». En tales casos necesitamos un nombre para ellas. Pero ordinariamente no lo necesitamos, simplemente repetimos la palabra. Hay un argumento adicional en contra del punto de vista de que cuando ponemos expresiones entre comillas creamos un nombre nuevo. A menudo la posición sintáctica del pasaje señalado no permi­ tirá la inserción de un nombre o de otra frase nominal. Así notemos la diferencia entre «Gerald dijo: Consideré el presentarme como candi­ dato a la presidencia» y «Gerald dijo que había ‘considerado presen­ tarse a candidato a la presidencia’». En la segunda forma, si observa­ mos el entrecomillado como formando un nuevo nombre, una nueva frase nominal, la oración resultaría no gramatical, puesto que el con­ texto «Gerald dijo que había» no permite una frase nominal después de «había». La visión ortodoxa convierte el original en una oración con la forma gramatical de, por ejemplo, «Gerald dijo que él había Henry», que no es gramatical. Para volver al asunto del que nos estamos ocupando, ¿cuál es el status de las palabras entrecomilladas en 9 y cuál es su relación con las palabras de 2? La relación de las palabras citadas en 9 con las palabras de 2 es de identidad: las mismas palabras ocurren en los dos casos. Pero, entonces, ¿cuál es la diferencia de status? En la emisión seria y literal de 2 el hablante hace un enunciado con tales palabras. Pero, en una emisión como 9, tales palabras son presentadas indéxicamente y se habla sobre ellas; no se usan para hacer un enunciado o para realizar cualquier acto de habla distinto de un acto de emisión. En 2 las pala­ bras relevantes se usan para realizar un acto de emisión, un acto prepo­ sicional y un acto ilocucionario. En una emisión de 9, la persona que informa repite el mismo acto de emisión, pero no repite el mismo acto proposicional o el mismo acto ilocucionario. Creo que esto nos propor­ cionará un claro para el análisis del discurso indirecto en general, ya que ello sugiere que la pregunta apropiada es: ¿cuáles de los actos ori­ ginales del hablante son repetidos por la persona que informa y de cuá­ les se informa meramente? Consideremos los variados grados de com­ promiso de la persona que informa en la siguiente secuencia: 10.

El sheriff emitió las palabras «Mr. Howard es un hombre honesto». 11. El sheriff dijo que Mr. Howard es un hombre ho­ nesto. 12. El sheriff dijo: «Mr. Howard es un hombre ho­ nesto».

INFORMES INTENSIONALES DE LOS ESTADOS INTENCIONALES

13.

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El sheriff dijo entonces, y yo lo digo ahora, que Mr. Howard es un hombre honesto.

Para poder contar con algunos términos adecuados, llamaré a los informes del tipo 10, informes de palabra; a los del tipo 11, informes de contenido, y a los del tipo de 12, informes palabra por palabra. Asi­ mismo llamaré informador a la persona que emite una oración de los tipos 10-13, y hablante a la persona de la que se está informando. Ahora bien, ¿cuáles de los actos originales del hablante está com­ prometido a repetir el informador que hace una emisión seria y literal de cada una de las oraciones? Pienso que las respuestas son clara­ mente obvias, así que simplemente las enunciaré grosso modo, y des­ pués desarrollaré mi argumento respecto de ellas. En 10, el informador se compromete a repetir el acto de emisión del hablante, pero no su acto proposicional o su acto ilocucionario. En 11, el informador se compromete a repetir el acto proposicio­ nal del hablante, pero no su acto de emisión o su acto ilocucionario. En 12, el informador está comprometido a repetir el acto de emi­ sión del hablante y su acto proposicional, pero no su acto ilocucio­ nario. En 13, el informador se compromete a repetir el acto proposicio­ nal del hablante así como su acto ilocucionario, pero no necesaria­ mente su acto de emisión. Podemos incluso elaborar casos donde el informador repite los tres, a saber: los actos de emisión, proposicional e ilocucionario. 14.

Como John dijo: «Mr. Howard es un hombre ho­ nesto».

Y algunas veces, cuando al traducir de una lengua a otra rebajamos las exigencias en el informe verbal donde el informador debe repetir las mismas palabras que el hablante, exigimos solamente que repita el acto proposicional del hablante y un acto de emisión que tenga el mismo significado tanto en el lenguaje al que se traduce como en el original. Así decimos: 15.

Proust dijo «durante un largo tiempo solía acos­ tarme temprano».

Mientras lo que él dijo fue: 16. Longtemps je me suis couché de bonne heure.

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El cuadro que surge de esta postura es que, así como en el informe verbal el informador repite el mismo acto de emisión que el hablante pero no necesariamente el mismo acto ilocucionario ni el mismo acto proposicional que el hablante, así en el contenido del informe él repite el mismo acto proposicional, pero no necesariamente el mismo acto de emisión o el mismo acto ilocucionario que el hablante. Para clarifi­ car esta idea completamente recordemos la estructura ilocucionaria de 2, para que podamos compararla con la estructura ilocucionaria de su informe en 11. Es importante comprender la estructura ilocucionaria de lo que se está informando para comprender el informe; y creo real­ mente que la razón por la que muchos filósofos tienen tantas dificulta­ des a la hora de dar cuenta del estilo indirecto consiste en que no tie­ nen para empezar una explicación coherente del habla lo mismo que la razón de que tantos filósofos tengan tantas dificultades a la hora de dar cuenta de los informes de los estados Intencionales se debe a que, para empezar, no tienen una explicación coherente de los estados In­ tencionales. En la emisión seria y literal de 2, para realizar un acto ilo­ cucionario, se presenta un contenido proposicional con una cierta fuerza ilocucionaria. Usando el signo de aseveración de Frege, pode­ mos representar tales hechos de la siguiente manera: 2’. —» (Mr. Howard es un hombre honesto.) Ahora, según mi idea, en, por ejemplo, 11, el informador repite el contenido proposicional, pero no repite la fuerza ilocucionaria que afecta al contenido proposicional; solamente informa de esa fuerza ilocucionaria. No presenta la proposición con la misma fuerza ilocu­ cionaria que el hablante original, y así no hace la misma aseveración que el hablante original. La estructura de su informe puede ser mos­ trada por la siguiente variación de 11; 11’. El sherijf aseveró esta proposición: Mr. Howard es un hombre honesto. Aquí el resto de la oración deja claro que la proposición original se re­ pite, y, por lo tanto, se presenta demostrativamente; pero la fuerza ori­ ginal no es repetida, solamente se informa de ella. La proposición original se presenta demostrativamente, del modo en el que se puede presentar demostrativamente cualquier otra cosa en el contexto de la emisión. Puesto que Frege contó con los elementos necesarios para la cons­ trucción de esta explicación, en particular una teoría rudimentaria de la distinción entre contenido proposicional y fuerza ilocucionaria, y puesto que el análisis es fregeano en su espíritu, puede parecer proble­

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mático el que él nunca considerara tal explicación. Pero la razón por la que Frege no habría aceptado el análisis que yo estoy proponiendo es que él aceptó el principio subyacente a la teoría del uso y la men­ ción, que hemos rechazado ya por varias razones: él pensó que el único modo en el que se podía hablar sobre algo era nombrándolo o haciendo referencia a ello de cualquier otro modo. Frege supuso que, si el informador habla de algún modo sobre la proposición del ha­ blante, entonces lo que ocurre en la emisión del informador tiene que ser el nombrar la proposición, y no una expresión de la proposición misma. Verdaderamente, la tesis de Frege sobre el discurso indirecto es precisamente que las expresiones en cuestión se refieren a su sen­ tido habitual, y la totalidad de la cláusula subordinada se refiere a una proposición: es el nombre propio de una proposición. Pero, una vez que hemos visto la falsedad de la explicación tradicional de la com­ pletamente válida distinción entre uso y mención de las expresiones, estamos en posición de ver la falsedad de la extensión del mismo prin­ cipio hacia el discurso indirecto. La mención de una proposición no nos exige nombrarla o referimos a ella de otro modo; podemos sim­ plemente presentar la proposición misma. Cuando informamos del ha­ bla de alguna otra persona no necesitamos de nombres para sus propo­ siciones en mayor medida que necesitamos nombres para sus palabras; simplemente repetimos su expresión de esas proposiciones en el informe del contenido, del mismo modo que repetimos sus pala­ bras en el informe verbal. Por supuesto que podríamos nombrar o re­ ferimos de otro modo a las proposiciones: cuando, por ejemplo, deci­ mos «Mr. Howard aseveró la hipótesis copemicana», la expresión «hipótesis copemicana» funciona para referirse a una proposición, no para expresarla. Pero, haciendo excepción de algunas proposiciones famosas tales como la hipótesis copemicana, las proposiciones no tie­ nen ni necesitan nombres. Esta explicación de los informes de los actos de habla puede fácil­ mente extenderse a los informes de los estados Intencionales; y ello no es sorprendente, dado el estrecho paralelismo que hay entre actos de habla y estados Intencionales que exploramos en el Capítulo 1. En los informes de contenido de los actos de habla con la forma de 11, el informador repite la proposición expresada por el hablante; en los in­ formes de contenido de creencias de la forma 1, el informador expresa la proposición que es el contenido representativo de la creencia de la persona que cree, pero no necesita repetir ninguna expresión de creen­ cia, pues podría darse el caso de que la persona que cree nunca hu­ biera expresado su creencia: el informador expresa la proposición que la persona que cree cree, pero al hacerlo no necesita repetir nada de lo que tal persona ha hecho. (A menudo en la vida real rebajamos la exi­ gencia de que el contenido expresado sea exactamente el mismo que

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el contenido creído. Decimos, por ejemplo, «El perro cree que su amo está en la puerta», sin por ello atribuir al perro la posesión del con­ cepto de propiedad.) Y así como el informe de contenido de la for­ ma 11 presenta la proposición sin su fuerza ilocucionaria de asevera­ ción, sino con un informe de esa fuerza ilocucionaria, del mismo modo el informe del contenido de la creencia de la forma 1 presenta la proposición sin su modo Intencional de creencia; más bien con un in­ forme de ese modo. Debido a que la existencia de estados Intenciona­ les no requiere en absoluto habla alguna, hay pocos informes palabra por palabra de estados Intencionales. Estrictamente hablando, un in­ forme palabra por palabra sólo puede ser un informe de un acto de ha­ bla (puede ser un acto de habla interno) y, en consecuencia, el informe palabra por palabra de un estado Intencional sólo puede serlo de un estado Intencional expresado en un acto de habla. Esta explicación quizá aparezca más clara si la contrasto con la de Davidson. De acuerdo con Davidson, el informador que dice: 17.

Gallileo said that the Earth moves [Galileo dijo que la Tierra se mueve].

dice algo equivalente a 18(a). 18(b).

The Earth moves [La Tierra se mueve]. Gallileo said that [(Galileo dijo esto].

18(a) es completamente extensional y, puesto que, de acuerdo con Da­ vidson, su ocurrencia en 17 es equivalente a su ocurrencia en 18, la cláusula subordinada de 17 es igualmente extensional. La razón para un cambio en el valor de verdad de 17 bajo sustitución no tiene nada que ver con ninguna intensionalidad de la cláusula subordinada, sino que deriva del hecho de que la referencia del demostrativo «esto» {«that») puede cambiar si no substituyen expresiones correferenciales en el original. De acuerdo con el punto de vista de Davidson, si emito 17, esto nos hace a mí y a Galileo idemdicentes {samesayers). A mi modo de ver, no somos idemdicentes, puesto que, en una emisión exacta y literal de 17, yo no digo que la Tierra se mueve, sino que sólo digo que Galileo lo dijo. No somos idemdicentes, sino que estamos expresando la misma propiedad. Por otro lado, una emisión seria y literal de 18 sí que nos hace idemdicentes tanto a Galileo como a mí, porque en tal emisión de 18 yo asevero que la Tierra se mueve. En 18(a) la fuerza asertiva es parte del significado literal, pero esa fuerza asertiva es desplazada por la subordinación en 17, y ésta es la razón de que 18(a) sea extensional, aunque la cláusula subordinada de 17 sea intensional.

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Encuentro bastante obvia intuitivamente la explicación presentada en este capítulo, y de hecho, una vez que se elimina el error sobre el uso y la mención, realmente no veo objeción posible a ella. Aun así, hasta aquí sólo la he presentado, sin argumentar en su favor: ¿Cómo se podría hacer para argumentar de modo que pudiese convencer in­ cluso hasta a un escéptico? Quizá el mejor modo de hacer frente a este desafío es mostrar como la teoría desarrollada puede satisfacer todos nuestros criterios de adecuación, desde A a E, en un modo que nos proporcione una explicación unificada de las cláusulas «que», ya sean intensionales o extensionales, así como una explicación unificada de los informes de estados Intencionales y actos de habla, ya sea en cláu­ sulas «que» o en otras formas. El primer paso para enfrentamos con este desafío es mostrar cómo podemos resolver la paradoja derivada de las condiciones A, B y C que, en primer lugar, hicieron surgir el problema: ¿cómo es posible que (A) tenga sus significados ordinarios y, con todo, (B) las propiedades lógicas de una emisión seria y literal de 1 y 11? Además, (C) si las palabras con­ servan sus significados ordinarios, ¿por qué no se asevera en una emi­ sión de 1 y 11 la proposición aseverada en una emisión seria literal de 2? Creo que la respuesta a la última cuestión proporciona una respuesta a la primera. De acuerdo con mi explicación, aunque las palabras en la ora­ ción conserven sus mismos significados, esos significados de 1, 2 y 11 determinan el contenido proposicional pero no la fuerza ilocucionaria. En 2 los significados de las palabras no conllevan fuerza ilocucionaria alguna y la fuerza ilocucionaria del original se elimina por su inclusión en 1 y 11 como cláusula subordinada. La fuerza ilocucionaria de una emisión literal y seria de 2 está determinada por el orden de las palabras, modo del verbo, límites de la oración y contomo de entonación. Ahora bien, estrictamente hablando, la totalidad de la oración 2 no se repite en 1 y 11, puesto que ha perdido sus límites oracionales. En 1 y 11, la se­ cuencia de palabras «Mr. Howard es un hombre honesto» no es por sí misma una oración, aunque en esos contextos es suficiente para expresar un contenido proposicional. El inglés moderno es en parte desorientador en estos casos, puesto que permite conservar el mismo modo del verbo en el informe que en el original4; pero aun así en inglés moderno la sepa­ ración de contenido proposicional y fuerza ilocucionaria es claramente visible en los informes sobre oraciones imperativas e interrogativas, donde la estructura del informe no nos permite conservar el modo origi­ nal del verbo en dicho informe. Así supongamos que el sheriff pregunta 4 Incluso el ingés moderno exige frecuentemente un cambio de tiempo en el estilo indirecto. Nixon said «I am noí a crook» [Nixon dijo: «No soy un tramposo»]. Pero el informe del contenido correcto es Nixon said he was not a crook [Nixon dijo que él no era un tramposo].

198

INTENCIONALIDAD

19. 20.

Is Mr. Howard an honest man? [¿Es Mr. Howard un hombre honesto?] The sheriff asked whether Mr. Howard was an ho­ nest man. [El sheriff preguntó si Mr. Howard era un hombre honesto].

Aquí es claro que de la fuerza ilocucionaria que ocurre como parte del significado literal en 19, se informa en 20, pero no ocurre en 20. El verbo «preguntar» informa explícitamente de la fuerza ilocucionaria; y la oración que expresa la proposición original se presenta con un or­ den de palabras diferente, un cambio del modo originalmente interro­ gativo en el verbo, un cambio de tiempo (opcional), y una inclusión dentro del alcance del pronombre interrogativo «si». Yo pienso que lo que sucede en la estructura superficial de esas formas es bastante re­ velador de lo que está sucediendo en la estructura lógica. La fuerza in­ terrogativa de 19 se elimina en 20, porque, aunque tanto en 19 como en 20 ocurre la misma proposición, en 20 ésta se presenta no como una pregunta, sino como parte del informe de una pregunta. Conside­ raciones similares pueden ser aplicadas a los informes de actos de ha­ bla directivos. Así de 21, dicha por el sheriff 21.

Mr. Howard, ¡sé un hombre honesto!

se informa por: 22.

El sheriff ordenó a Mr. Howard ser un hombre ho­ nesto.

En esta pareja de oraciones, el modo imperativo de 21 se cambia en 22, reemplazado por el infinitivo y se informa de él mediante el verbo «ordenó». Lo que vemos en cada una de esas parejas 19/20 y 21/22 es que el informador repite el contenido preposicional, pero informa de la fuerza ilocucionaria. En estos casos, hay una variedad de mecanismos sintácti­ cos para señalar al oyente que la proposición tiene en el informe un sta­ tus ilocucionario diferente de aquel que tenía en su ocurrencia original. En resumen, nuestra respuesta a la pregunta sobre la condición C es que las palabras y otros elementos repetidos en los informes de contenido, tales como 1 y 11, mantienen sus significaciones origina­ les, pero esos significados determinan el contenido preposicional y no la fuerza ilocucionaria. La fuerza ilocucionaria del original no se re­ pite aunque se informa de ella; y el inglés y otras lenguas tienen una gran variedad de mecanismos para señalar al oyente que la fuerza ori­ ginal no afecta a la proposición que se da en el informe.

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Ahora bien, puesto que la fuerza ilocucionaria aseverativa se des­ plaza del contenido proposicional en 1 y 11, y puesto que es el com­ promiso incluido al aseverar la proposición, y no sólo la proposición como tal, la que compromete al hablante con sus condiciones de ver­ dad, el informador puede expresar la misma proposición con las mis­ mas palabras que el hablante, pero no queda comprometido con las condiciones de verdad de esa proposición. Y esta es la razón por la que la expresión de la proposición es intensional, mientras que la del hablante es extensional. Para mostrar cómo esta explicación resuelve la aparente paradoja que resulta de mantener tanto la condición A como la condición B, consideremos sucesivamente la generalización existencial y la sustitución. Si las palabras relevantes tienen el mismo significado en 2 y 11, y la proposición de 2 se repite en 11, ¿por qué resulta la generalización exis­ tencial válida para 2 pero no para 11? El hablante que hace una emisión literal y seria de 2 no sólo expresa el contenido proposicional, sino que también, de hecho, lo asevera. Esa aseveración le compromete con las condiciones de verdad de la proposición, y tales condiciones incluyen la existencia de un objeto al que presumiblemente se refiere la emisión de la expresión referencial. Si 2 es verdad, entonces debe existir tal objeto, y esta es la razón por la que la generalización existencial es una forma válida de inferencia. Pero el informador que realiza una emisión seria y literal de 11 está obligado sólo a expresar la misma proposición que el hablante original de 2, no está obligado a aseverarla. Las condiciones de verdad con las que está comprometido incluyen la condición de que el informe tiene que contener una expresión de la misma proposición que la proposición expresada por el hablante original, desde el momento en que no está comprometiendo con sus condiciones de verdad, 11 puede ser verdad aún si no hay un objeto que corresponda a la expresión refe­ rencial; y esta es la razón por la que la generalización existencial no es una forma de inferencia válida para 11. ¿Por qué falla la sustitución para 11 y no para 2, siendo la propo­ sición la misma en ambos casos? Porque la forma de 11 obliga al in­ formador a repetir la misma proposición que el hablante: dicho es­ trictamente, la expresión «el dijo que» en 11 obliga al informador a repetir la misma proposición que fue expresada originalmente por el hablante, por esto cualquier sustitución que altere la proposición puede alterar el valor de verdad del informe. Como Frege sabía, en general, las sustituciones que preservan no sólo la misma referencia sino también el mismo sentido, preservarán los valores de verdad aún en contextos intensionales: en la medida en que el contenido proposi­ cional se preserva en la substitución, el valor de verdad permanece constante. Pero donde dos términos se usan ordinariamente para refe­ rirse al mismo objeto, y el sentido de ambos es diferente, la sustitu­

200

INTENCIONALIDAD

ción de un término por otro puede alterar el contenido de la proposi­ ción y, así, puede alterar el valor veritativo del informe. El valor de verdad de 2, por otra parte, no depende de cómo se identifica el ob­ jeto; otras identificaciones preservarán también el valor de verdad. Frecuentemente nos encontramos con informes de contenido par­ ciales, donde el informador no se compromete a sí mismo con la tota­ lidad de la proposición original. Así decimos cosas de la forma: 23. No quiero decirte exactamente lo que él dijo, pero el sheriff dijo que Mr. Howard era un cierto tipo de hombre. Aquí la forma del informe deja claro que el informador no está obli­ gado a repetir la totalidad del original. El análisis que estoy ofreciendo aquí es solamente una expansión de los puntos expuestos en el Capítulo 1. En los informes de los esta­ dos Intencionales lo que uno hace es representar una representación. Ahora bien, desde el momento en que el informe es el soporte de la representación y no lo que es representado por ella, los compromisos de la representación que hace de soporte pueden estar ausentes del in­ forme; de aquí que los compromisos ontológicos del primero puedan estar ausentes del segundo. Y puesto que el informe procede repi­ tiendo el contenido preposicional de la representación original, cual­ quier sustitución que altere ese contenido preposicional, puede alterar el valor de verdad del informe, ya que lo que entonces se presentaría en el informe sería una representación diferente. Condición D: Dadas nuestras respuestas a las preguntas concer­ nientes a las condiciones A, B y C, ¿cómo podemos presentar una ex­ plicación unificada de las cláusulas «que», etc.? Esto es, si las cláusu­ las «que» subordinadas son en general presentaciones demostrativas de contenidos preposicionales, entonces ¿cómo podemos dar cuenta del hecho de que algunas son intensionales y otras son extensionales? El que las proposiciones subordinadas sean intensionales o exten­ sionales es por entero un asunto del contenido semántico del resto de la oración. Así las diferencias entre oraciones de las formas 1.

El sheriff cree que Mr. Howard es un hombre ho­ nesto.

3.

Es un hecho que Mr. Howard es un hombre honesto.

y son por completo una cuestión de la diferencia de significado que existe entre «El sheriff cree que» y «Es un hecho que». Ambas orado­

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nes son usadas literalmente para hacer aseveraciones; pero, mientras que «Es un hecho que» compromete al hablante con la aseveración de la proposición subordinada, «El sheriff cree que» no lo hace. La dife­ rencia de status de la proposición expresada en ambos casos es única­ mente un asunto del resto de la oración, y no nos requiere postular dos géneros diferentes de cláusulas ‘que’. Además la evidencia de que el status de la ocurrencia de la cláusula subordinada es el mismo, es que las dos oraciones permiten reducciones de la conjunción, del tipo «Es un hecho que y Juan cree que Mr. Howard es un hombre honesto». Un caso intermedio es el proporcionado por 4. «Sabe que», al igual que «prueba que» y «cree que», es realmente un verbo Intencio­ nal, pero además de señalar la Intencionalidad del estado o acto de la persona de la que se está informando, ellos son verbos de «logro» (success). Para esos contextos, inferir la existencia de los objetos a los que presumiblemente se hace referencia en la cláusula subordinada, es una forma válida de inferencia; y enunciados de la forma «X sabe que p», «X cree que p», «X prueba que p», entrañan por igual p. Para estos contextos, de cualquier modo, la sustitución no preserva la verdad, porque la identidad del contenido que es conocido, probado o visto, es al menos en parte una cuestión del aspecto bajo el cual los referentes son conocidos, probados o vistos. Responder a la pregunta que plantea la condición E es realmente una tarea más de lingüistas que de filósofos del lenguaje: ¿Cómo cua­ dra esta explicación en la variedad de mecanismos del inglés y de otras lenguas para indicar la intensionalidad? He considerado ya algunos de los modos en los que el inglés informa de los actos de habla indicati­ vos, imperativos o interrogativos, y en cada caso hemos visto aunque de modo más patente para el caso de informes, de interrogaciones o imperativos, una separación entre la fuerza ilocucionaria de que se in­ forma y el contenido proposicional que se repite. Para extender —y así comprobar— la explicación de este capítulo, alguien podría querer sa­ ber cómo se indican la fuerza ilocucionaria y el contenido proposicio­ nal en una amplia variedad de lenguas, y cómo se representa la distin­ ción entre contenido proposicional y fuerza ilocucionaria en los informes de emisiones en esas lenguas. Una forma sintáctica especial­ mente interesante que existe en inglés y en otras lenguas, es la que en francés se llama «estilo indirecto libre». Consideremos Ella (Luisa) no podía soportar el pensar en su elevada, espiritual hermana, degradada en un cuerpo como éste. Mary estaba equivocada, equivocada, equivocada: no era superior, ella estaba resquebrajada, incompleta. (D. H. Lawrence, Daughters ofthe Vicar)

202

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La segunda oración es un informe de un estado Intencional; el autor no está contando que Mary estaba equivocada, equivocada, equi­ vocada, sino que Luisa pensaba que Mary estaba equivocada, equivo­ cada, equivocada. La complejidad del ejemplo deriva de tres rasgos: primero, aunque la oración es un informe de un estado Intencional, está en solitario, y no subordinada (de aquí que se diga «libre» en es­ tilo indirecto libre); en segundo lugar, tiene algunos rasgos propios del discurso directo —estamos dispuestos a pensar que «equivocada, equivocada, equivocada», como lo que Luisa está pensando para sí misma en esas palabras—; pero en tercer lugar, también tiene algunos rasgos del discurso indirecto como el cambio de tiempo —estamos dispuestos a pensar en Luisa como diciéndose a sí misma «Mary está equivocada, equivocada, equivocada» pero de esto se informa como «Mary estaba equivocada, equivocada, equivocada»—. Este capítulo se ha interesado principalmente en los informes intensionales de estados Intencionales y actos de habla, los llamados informes de dicto. Pero ¿qué sucede con aquellos informes donde la ocurrencia de alguna de las expresiones del informe es extensional, los llamados informes de reí «Bush cree que Reagan es Presidente» es de dicto e intensional. Puede ser verdad aun si sucediese que Reagan jamás hubiera existido. Pero ¿qué sucede con Reagan is belived by Bush to be President [Reagan es creído por Bush ser presidente] o Reagan es tal que Bush le cree ser Presidente? Tales informes son de re, y en ellos, la ocurrencia de «Reagan» es extensional. El error endémico en la historia de la filosofía lingüística ha sido inferir del hecho de que el informe de dicto es intensional que en virtud de esto los estados de los que se informa deben ser intensionales. He afirmado en el Capítulo 1 que tal visión supone una confu­ sión de grandes proporciones, y en este capítulo he intentado analizar oraciones usadas para hacer informes de dicto. La confusión paralela en el caso de los informes de re ha sido inferir del hecho de que hay dos géneros de informes, de re y de dicto, y de que hay por lo tanto dos géneros de estado de los que se informa, que los estados mismos son o de re o de dicto. Pero del hecho de que haya dos géneros diferentes de informes no se sigue simplemente, ni siquiera es el caso, que haya dos géneros diferentes de estados. Sobre esto y sobre confusiones relacio­ nadas con ello, volveremos en el siguiente capítulo.

8.

¿ESTÁN LOS SIGNIFICADOS EN LA CABEZA?

La cuestión fundamental de la filosofía del lenguaje siempre ha sido: ¿cómo se relaciona el lenguaje con la realidad? La respuesta que propuse a esta cuestión en Actos de habla era que el lenguaje se relaciona con la realidad en virtud del hecho de que los hablantes se relacionan con ella en la realización de actos lingüísticos. La cuestión original queda entonces reducida a analizar la naturaleza y las condi­ ciones de posibilidad de estos actos. En este libro he intentado ade­ más fundamentar ese análisis en la Intencionalidad de la mente: la pregunta «¿Cómo se relaciona el lenguaje con la realidad?» es sólo un caso especial de la pregunta «¿Cómo se relaciona la mente con la realidad?» y, así como la pregunta sobre el lenguaje se reducía a una pregunta sobre los diversos tipos de actos de habla, también la pre­ gunta acerca de la mente se reduce a una pregunta sobre las diversas formas de Intencionalidad, siendo las capacidades representacionales de los actos de habla simplemente un caso especial de Intencionali­ dad derivada. De acuerdo con una interpretación de Frege, mi enfoque general de la Intencionalidad se basa en revisar y extender la concepción de Frege del «Sinn» a la Intencionalidad en general, incluyendo la per­ cepción y otras formas de autorreferencia; y mi enfoque del pro­ blema especial de la referencia es en algunos aspectos fregeano en espíritu, aunque, por supuesto, no en detalle. Específicamente, es po­ sible dintinguir al menos dos hilos independientes en la explicación de Frege de las relaciones entre expresiones y objetos. Primero, en su explicación del Sinn y Bedeutung de los Eigennamen; una expresión se refiere a un objeto porque el objeto se ajusta a o satisface el Sinn asociado con la expresión. Segundo, en su lucha contra el psicologismo, Frege sintió la necesidad de postular la existencia de un «ter­ cer reino» de entidades abstractas: sentidos, proposiciones, etc. La comunicación en la emisión de una expresión sólo es posible porque tanto el hablante como el oyente pueden captar el sentido abstracto común asociado a la expresión. Mi propia explicación es fregeana al aceptar el primero de esos hilos, pero rechazo el segundo. La refe­ rencia lingüística es un caso especial de referencia Intencional, y la referencia Intencional se lleva a cabo siempre por medio de la rela­ ción de ajuste o satisfacción. Pero no es necesario postular ningún [203]

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reino metafísico especial para explicar la comunicación y la Inten­ cionalidad compartida. Si usted piensa en la Estrella de la tarde bajo el modo de presentación «Estrella de la tarde», y yo pienso en el mismo planeta bajo el mismo modo de presentación, el sentido en que tenemos una entidad abstracta en común es el sentido completa­ mente trivial en el que, si doy un paseo por las colinas de Berkeley y usted da exactamente el mismo paseo, compartimos una entidad abs­ tracta, el mismo paseo. La posibilidad de compartir contenidos Inten­ cionales no requiere ningún pesado aparato metafísico más que la posibilidad de compartir paseos. Tanto la explicación fregeana del significado como la presente son intemalistas en el sentido de que es en virtud de algún estado mental en la cabeza del hablante y del oyente —el estado mental de captar una entidad abstracta o simplemente de tener un cierto conte­ nido Intencional— por lo que el hablante y oyente pueden compren­ der referencias lingüísticas. En el momento en que escribo esto, las teorías más influyentes de la referencia y del significado rechazan el análisis fregeano o intemalista. Hay diferentes razones por las que la posición antiintemalista se ha puesto de moda, y hay un considera­ ble desacuerdo entre los antiintemalistas sobre cuál sea un análisis correcto de la referencia y el significado. En este capítulo y en el próximo consideraré y responderé a algunos, al menos, de los ata­ ques más influyentes contra la tradición intemalista, fregeana o Intencionalista. Estos capítulos, por consiguiente, son más argumenta­ tivos que los que los preceden; mi propósito no es sólo presentar una explicación Intencionalista de la referencia, sino hacerlo para res­ ponder a lo que yo creo que es una familia de doctrinas erróneas de la filosofía contemporánea. He aquí, sin orden especial alguno, va­ rias de las tesis más influyentes que se presentan contra la perspec­ tiva intemalista.12 1. Se supone que existe una distinción fundamental entre creen­ cias de re y de dicto y otras clases de actitudes preposicionales. Las creencias de re son relaciones entre agentes y objetos, no pueden ser individualizadas solamente en términos de sus contenidos mentales (de dicto), porque el objeto mismo (res) tiene que ser parte del princi­ pio de individualización de la creencia. 2. Se supone que existe una distinción fundamental entre el uso «referencial» y el «atributivo» de las descripciones definidas. Sólo en el caso de los usos atributivos de descripciones definidas un hablante «se refiere» a un objeto en virtud del hecho de que su contenido Inten­ cional establece condiciones que el objeto satisface, pero éstos no son casos genuinos de referencia en absoluto; en el uso referencial de las

¿ESTÁN LOS SIGNIFICADOS EN LA CABEZA?

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descripciones definidas el hablante no necesita usar una expresión que el objeto referido satisfaga1. 3. Se supone que las expresiones indéxicas, por ejemplo, «yo», «tú», «esto», «eso», «aquí», «ahora», son imposibles de explicar para una teoría intemalista, puesto que su emisión carece de un «sentido fregeano completo». 4. Se supone que los exponentes de la llamada teoría causal de los nombres y de la teoría causal de la referencia han refutado algo lla­ mado la «teoría descriptivista» de los nombres y de la referencia, y por ello han refutado cualquier explicación intemalista o fregeana, y han mostrado que la referencia se logra en virtud de algunas relaciones causales externas. 5. Se supone que la teoría causal de la referencia es aplicable a una extensa clase de términos generales, los términos para órganos na­ turales y quizás otros; y se supone que para estos términos son argu­ mentos decisivos el mostrar que conocer su significado no puede con­ sistir en estar en un estado psicológico de ninguna clase, sino que debe involucrar algunas relaciones causales con el mundo más direc­ tas. Se supone que se ha mostrado que «los significados no están en la cabeza». Creo que todas estas ideas son falsas. Además, comparten un pa­ recido de familia; sugieren una imagen de la referencia y del signifi­ cado en la cual el contenido Intencional intemo del hablante es insu­ ficiente para determinar a qué se está refiriendo, ya sea en sus pensamientos o en sus emisiones. Comparten la idea de que para ex­ plicar las relaciones entre las palabras y el mundo necesitamos intro­ ducir (¿para algún caso?, ¿para todos?) relaciones causales, externa­ mente contextualizadas, no-conceptuales, entre la emisión de las expresiones y los rasgos del mundo sobre los que la emisión trata. Si estas ideas son correctas, entonces la explicación que yo he dado de la Intencionalidad tiene que ser errónea. Llegados a este punto, no veo otra alternativa que montar una serie de argumentos filosóficos pieza a pieza. La justificación para emprender una tarea semejante respecto de ideas que de cualquier modo creo que son falsas tiene que ver con la magnitud de los problemas aquí involucrados. Si so­ mos incapaces de explicar la relación de referencia en términos de contenidos Intencionales internos, bien en términos de los contenidos del hablante individual bien en términos de los contenidos de la co­ 1 No discutiré esta idea más en este libro puesto que he tratado de refutarla en otro lugar; ver «Referential and attributive», en J. R. Searle, Expression and Meaning , Cambridge University Press, Cambridge, 1979, pp. 137-161.

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munidad lingüística de la que forma parte, entonces toda la tradición filosófica desde Frege, tanto la rama analítica como la fenomenológica, es errónea y necesitamos comenzar de nuevo con alguna expli­ cación causal externa de la referencia en particular y la relación de las palabras con el mundo en general. I.

SIGNIFICADOS EN LA CABEZA

Comenzaré considerando el argumento de Hilary Putnam de que «los significados no están en la cabeza»2. Creo que en el sentido rele­ vante, los significados están precisamente en la cabeza —no hay otro lugar donde puedan estar— y que los argumentos de Putnam yerran al mostrar lo contrario. Putnam considera dos puntos de vista: 1. Conocer el significado de una palabra o expresión consiste en estar en cierto estado psicológico. 2. El significado (intensión) determina la extensión. Interpretados apropiadamente estos dos puntos de vista implican un tercero: 3.

Los estados psicológicos determinan la extensión.

Putnam intenta mostrar que no podemos mantener a la vez (1) y (2) y que (3) es falso. Propone rechazar (1) y (3) y aceptar una ver­ sión revisada de (2). En la discusión que sigue es importante señalar que nada depende aquí de aceptar la distinción tradicional analíticosintético; para los propósitos de esta discusión tanto Putnam como yo aceptamos el holismo y nada en nuestra disputa tiene que ver con ese tema. La estrategia de Putnam es intentar construir casos intuitivamente plausibles donde el mismo estado psicológico determinará extensiones diferentes. Si estados psicológicos de idéntico tipo pueden determinar extensiones diferentes, entonces en la determinación de la extensión debe de haber algo más que estados psicológicos, y la idea tradicional es, por consiguiente, falsa. Putnam ofrece dos argumentos indepen­ dientes para mostrar cómo el mismo estado psicológico puede deter­ 2 H. Putnam, «The meaning o f meaning», en Philosophical Rapers, vol. 2, Mind, Language and Reality, Cambridge University Press, Cambridge, 1975, pp. 215-271. [Hay traducción española de Juan José Acero, «El significado de “significado”, en Luis MI. Valdés (ed.), op. cit., pp. 131-194. (N. del T.)\

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207

minar extensiones diferentes. Él habla algunas veces como si fuesen parte del mismo argumento pero, de hecho, son absolutamente inde­ pendientes y creo que sólo el segundo es realmente serio. Por consi­ guiente, trataré más bien brevemente el primero. El primer argumento tiene que ver con lo que él llama el principio de «la división del trabajo lingüístico», esto es: el principio de que en cualquier comunidad lingüística algunas personas son más expertas al aplicar ciertos términos que otras. Por ejemplo, en nuestra comunidad algunas personas saben más sobre árboles que otras y así pueden decir qué árboles son, por ejemplo, hayas y cuáles olmos. Otros, tales como yo mismo, no saben mucho sobre la diferencia entre hayas y olmos, y en la medida en que hay para mí algún concepto aparejado con las pa­ labras «haya» y «olmo», ambos son el mismo concepto. En ambos ca­ sos tengo el concepto de un árbol grande, de hoja caduca que crece en la parte Este de los Estados Unidos. Por consiguiente, de acuerdo con Putnam, en mi idiolecto el concepto o la «intensión» es la misma, pero la extensión es claramente diferente. «Haya» denota las hayas y «olmo» denota los olmos: un mismo estado psicológico, diferentes ex­ tensiones. Realmente no creo que ningún defensor de la perspectiva tradi­ cional se preocupase por este argumento. La tesis de que el signifi­ cado determina la referencia difícilmente puede refutarse conside­ rando casos de hablantes que ni siquiera conocen el significado o lo conocen sólo de modo imperfecto. O para establecer la misma idea de manera diferente, las nociones de intensión y extensión no se de­ finen con relación a ideolectos. Tal como se conciben tradicional­ mente, una intensión o un Sinn fregeano es una entidad abstracta que puede ser más o menos imperfectamente captada por hablantes indi­ viduales. Pero no muestra que la intensión no determine la extensión el mostrar que algún hablante podría no haber captado la intensión o haberla captado sólo de modo imperfecto; un hablante tal tampoco tiene una extensión relevante. La noción de «extensión de mi ideolecto» no tiene aplicación para casos donde uno no sabe el signifi­ cado de la palabra. Para defender su posición, Putnam tendría que argumentar que la colectividad de los estados Intencionales de los hablantes, incluyendo a todos los expertos ideales, no determina las extensiones correctas. Pero, si el argumento se basa en ignorancia lingüística o fáctica, la misma doctrina de la división lingüística del trabajo parecería refutar el argumento desde el comienzo, porque la doctrina dice que donde un hablante es ignorante puede apelar a expertos: qué es y qué no es un olmo lo deciden los expertos. Esto es, donde la intensión de él es ina­ decuada deja que la intensión de ellos determine la extensión. Ade­

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más, si suponemos que Putnam sabe que este argumento es válido, obtenemos algo muy similar a una inconsistencia como la que sigue: 1.

Mi (el de Putnam) concepto de «olmo» = mi con­ cepto de «haya»

2.

La extensión de «olmo» en mi idiolecto es ^ la ex­ tensión de «haya» en mi idiolecto.

pero

¿Cómo sé que 2 es verdadero? Obviamente porque 3.

Sé que las hayas no son olmos y que los olmos no son hayas.

¿Y cómo sé eso? Lo sé porque sé que olmos y hayas son dos especies diferentes de árboles. A pesar de que mi captación de los conceptos relevantes es imperfecta, al menos tengo bastante conocimiento con­ ceptual para saber que las dos son especies distintas. Pero por esta misma razón, 4.

La número 3 establece conocimiento conceptual.

Si tal conocimiento no es conceptual, nada lo es. Por consiguiente, 5.

Contrariamente a 1, mi concepto de «olmo» ^ mi concepto de «haya».

En su segundo argumento, más importante e influyente, Putnam intenta mostrar que incluso la colectividad de los estados Intenciona­ les de los hablantes podría ser insuficiente para determinar la exten­ sión, puesto que podría haber dos comunidades con el mismo con­ junto de intensiones colectivas pero con diferentes extensiones. Imaginemos que en una galaxia distante hubiese un planeta muy simi­ lar al nuestro con gente como nosotros hablando un lenguaje indistin­ guible del español. Imaginemos, sin embargo, que en esta Tierra ge­ mela la m ateria que ellos llaman «agua» es perceptivam ente indistinguible de lo que nosotros llamamos «agua», pero de hecho tiene una composición química diferente. Lo que se llama «agua» en la Tierra gemela es un complicado compuesto químico, cuya fórmula abreviaremos como «XYZ». De acuerdo con las intuiciones de Put­ nam, la expresión «agua» en la Tierra en 1750 antes de que se supiese algo sobre la composición química del agua se refería a H2Q; y

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«agua» en la Tierra gemela en 1750 se refería a XYZ. De este modo aunque la gente tanto en la Tierra como en la Tierra Gemela estuviese en el mismo estado psicológico con relación a la palabra «agua», ten­ drían diferentes extensiones y por consiguiente Putnam concluye que los estados psicológicos no determinan la extensión. La mayoría de la gente que ha criticado el argumento de Putman ha desafiado sus intuiciones sobre lo que deberíamos decir del ejem­ plo de la Tierra Gemela. Mi propia estrategia será aceptar sus intuicio­ nes completamente para el propósito de esta discusión y, a continua­ ción, argüiré que no logran mostrar que los significados no están en la cabeza. Pero quiero detenerme por un momento y considerar lo que los teóricos tradicionales dirían sobre el ejemplo tal como se ha pre­ sentado hasta aquí. Creo que dirían algo parecido a esto: Hasta 1750 «agua» quiere decir lo mismo tanto en la Tierra como en la Tierra Ge­ mela y tenían la misma extensión. Después de que se descubriese que tenían dos composiciones químicas diferentes, una para la Tierra y otra para la Tierra Gemela, tendríamos que elegir. Podríamos definir «agua» como H20 , que es lo que realmente hemos hecho; o podríamos decir que hay dos clases de agua, y que el agua de la Tierra Gemela está compuesta de diferente forma al agua de la Tierra. Hay, de hecho, algún apoyo para estas intuiciones. Supongamos, por ejemplo, que hu­ biese habido un gran número de contactos recíprocos entre la Tierra y la Tierra Gemela, de modo que fuese probable que los hablantes de ambos sitios se hubiesen encontrado. Entonces parece probable que interpretásemos agua como ahora interpretamos jade. Del mismo modo que hay dos géneros de jade, nefrita y jadeíta, así (en el ejemplo de Putnam) habría dos géneros de agua, HzO y XYZ. Además, parece que pagamos un alto precio por aceptar sus intuiciones. Un número muy grande de cosas tienen agua como uno de sus componentes esen­ ciales, así si la materia en la Tierra Gemela no es agua entonces presu­ miblemente su barro no es barro, su cerveza no es cerveza, su nieve no es nieve, su helado no es helado, etc. Si lo tomamos realmente en serio, de hecho, parece como si su química fuese radicalmente dife­ rente. En nuestra Tierra, si usamos coches producimos H20 , CO y C 0 2 somo resultado de la combustión de hidrocarburos, ¿qué se supone que emiten los coches de la Tierra Gemela? Creo que un defensor de la perspectiva tradicional podría también señalar que es extraño que Putnam suponga que «H2Ó» es algo fijo y que «agua» es un término problemático. Podríamos imaginar igualmente casos donde H20 es li­ geramente diferente en la Tierra Gemela de lo que lo es en la Tierra. Sin embargo, no quiero proseguir estas intuiciones alternativas a las de Putnam; más bien quiero aceptar sus intuiciones por mor del argu­ mento y continuar con su explicación positiva de cómo se determina la extensión.

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Según la teoría de Putnam, la extensión de un término general como «agua», y de hecho, de acuerdo con su teoría, la extensión de cualquier término general se determina indéxicamente como sigue. Identificamos un tipo de sustancia como agua por medio de rasgos su­ perficiales. Estos rasgos consisten en cosas como que el agua es un lí­ quido claro, insípido, incoloro, etc. Lo crucial es que la extensión de la palabra «agua» se determina entonces como cualquier cosa que es idéntica en estructura con esta materia, cualquiera que sea esa estruc­ tura. De este modo, en su explicación la razón de que «agua» en la Tierra Gemela tenga una extensión diferente de «agua» en la Tierra es que la materia identificada indéxicamente tiene en la Tierra Gemela una estructura diferente de la que tiene en la Tierra, y «agua» se de­ fine simplemente como cualquier cosa que mantiene la relación «misma L» con esta materia. Ahora bien, desde el punto de vista de un teórico tradicional, ¿qué consigue exactamente este argumento? Incluso suponiendo que Put­ nam está en lo correcto en cuanto a sus intuiciones, todo lo que ha he­ cho es sustituir un contenido Intencional por otro. Putnam ha susti­ tuido el contenido Intencional tradicional del racimo-de-conceptos por un contenido intencional indéxico. En cada caso es un significado en la cabeza lo que determina la extensión. De hecho, la sugerencia de Putnam es más bien un enfoque tradicional de los términos para géne­ ros naturales: una palabra se define ostensivamente como cualquier cosa que mantiene la relación correcta con la denotación de la osten­ sión original. «Agua» ha sido definida simplemente como cualquier cosa idéntica en estructura a esta materia cualquiera que esta estruc­ tura sea. Y esto es simplemente un caso entre otros en los que las in­ tensiones, que están en la cabeza, determinan las extensiones. De acuerdo con la perspectiva lockeana tradicional, el agua se de­ fine (esencia nominal) por una lista contrastable de conceptos: líquida, incolora, insípida, etc. En la propuesta de Putnam, el agua se define (esencia real) indéxicamente identificando algo que satisface la esen­ cia nominal y declarando a continuación que el agua tiene que ser de­ finida como todo lo que tenga la misma esencia real que la materia así identificada. Esto puede ser una mejora con respecto a Locke pero ciertamente no muestra que los significados no estén en la cabeza. Creo que Putnam no consideraría esto como una respuesta ade­ cuada, puesto que el tono del conjunto de sus escritos sobre este tema sugiere que no considera que esté proponiendo una variación de la perspectiva tradicional de que los significados están en la cabeza sino que está rechazando la tradición en su conjunto. El interés de esta dis­ cusión para el trabajo presente sólo comienza a aclararse cuando exa­ minamos las suposiciones subyacentes sobre la Intencionalidad que le llevan a suponer que la explicación alternativa del significado que

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propone es de algún modo fundamentalmente inconsistente con la idea de que los significados están en la cabeza. Intentaremos enunciar su posición de manera un poco más precisa. Podemos distinguir tres tesis: 1) El racimo de conceptos asociados no determina la extensión. 2) La definición indéxica determina la extensión. 3) Lo que está en la cabeza no determina la extensión. Ahora bien, 3) no se sigue de 1) y 2). Para suponer que se sigue debemos suponer que la definición indéxica no está en la cabeza. Putnam usa 1) y 2) para argumentar a favor de 3) y por ello supone que la definición indéxica no está en la cabeza. Ahora bien, ¿por qué cree eso? ¿Por qué cree que en el caso de estas definiciones indéxicas lo que está en la cabeza no determina la extensión? Creo que hay dos ra­ zones por las que él hace este movimiento falaz. Primero, supone que puesto que no conocemos la microestructura y, puesto que es la microestructura la que determina la extensión, lo que está en la cabeza es in­ suficiente para determinar la extensión. Pero eso, creo, es simplemente un error; y podemos ilustrar el modo en que es un error considerando el ejemplo siguiente. La expre­ sión «El asesino de Brown» tiene una intensión que determina como su extensión al asesino de Brown3. La intensión «El asesino de Brown» fija la extensión aun cuando es un hecho sobre el mundo quién asesinó a Brown. Para alguien que no sepa quién asesinó a Brown la extensión de la expresión «El asesino de Brown» es, con todo, el asesino de Brown aun cuando no sepa quién es. Ahora bien, análogamente, el contenido Intencional «idéntico en estructura con esta materia (indéxicamente identificada)» es un contenido Intencio­ nal que determinaría una extensión, incluso si no sabemos cuál es esa estructura. La teoría de que la intensión determina la extensión es la teoría de que las intensiones establecen ciertas condiciones que cual­ quier cosa tiene que reunir para ser parte de la extensión de la inten­ sión relevante. Pero esa condición es satisfecha por el ejemplo de Putnam: la definición indéxica de agua tiene un contenido Intencional, esto es, establece ciertas condiciones que cualquier muestra potencial tiene que reunir si es parte de la extensión de «agua», en exactamente el mismo sentido que la expresión «El asesino de Brown» establece 3 Estrictamente hablando determina la clase unitaria cuyo único miembro es el asesino de Brown, pero para los propósitos de este argumento podemos ignorar esta distinción.

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ciertas condiciones que cualquier candidato potencial tiene que reunir si él o ella va a ser la extensión de «El asesino de Brown». Pero en ambos casos es un asunto de hechos sobre el mundo si existe o no al­ guna entidad que satisfaga el contenido Intencional. Es, por consi­ guiente, un error suponer que porque definimos «agua» en términos de una microestructura desconocida, esa intensión no determina la ex­ tensión. Pero hay una segunda y más profunda razón por la que Putnam su­ pone que su análisis muestra que los significados no están en la ca­ beza. Putnam hace ciertas suposiciones sobre la naturaleza de los con­ tenidos Intencionales, sobre la naturaleza de las expresiones indéxicas y, especialmente, sobre el modo en que los contenidos Intencionales se relacionan con expresiones indéxicas, que debemos explorar ahora. Las suposiciones aparecen cuando dice: Nadie ha sugerido jamás, a propósito de estas palabras (indéxicas), la teoría tradicional de que «la intensión deter­ mina la extensión». Volviendo a nuestro ejemplo de la Tierra Gemela: si tengo un Doppelgánger en la Tierra Gemela, cuando pienso «yo existo», él piensa «yo existo». Pero en su pensamiento verbalizado la extensión del término «yo» es él mismo (o su clase unitaria, para ser más exactos), mientras que la extensión de «yo» en mi pensamiento verbalizado soy yo (o mi clase unitaria, siendo más exactos). Así pues, la misma palabra, «yo», tiene dos extensiones en dos diferentes idiolectos; pero no se sigue de eso que el concepto que tengo de mí mismo sea de algún modo diferente del concepto que mi Doppelgánger tenga de sí mismo4. Este pasaje clarifica que Putnam da por supuesto tanto que la perspec­ tiva tradicional de que lo que está en la cabeza determina la extensión no puede ser aplicada a expresiones indéxicas como el que si dos ha­ blantes, yo y mi «Doppelgánger», tenemos unos estados mentales de idéntico tipo nuestros estados tienen que tener las mismas condiciones de satisfacción. Creo que ambas suposiciones son falsas. Quiero argu­ mentar, primero, que si por «intensión» queremos decir contenido In­ tencional entonces la intensión de una emisión de una expresión indéxica determina precisamente la extensión; y, segundo, que en los casos perceptivos dos personas pueden estar en idéntico tipo de estados mentales, de hecho podemos incluso suponer que un hombre y su Doppelgánger pueden ser de tipos idénticos hasta la última micropar4 Op. cit., p. 234.

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tícula, y sus contenidos Intencionales pueden ser, con todo, diferentes; pueden tener diferentes condiciones de satisfacción. Tanto la Intencio­ nalidad perceptiva como la indexicalidad son casos de contenido In­ tencional o semántico autorreferencial. Exploraremos la autorreferencialidad de proposiciones indéxicas más tarde en este capítulo. Para los propósitos presentes es suficiente recordar la autorreferencialidad causal de la experiencia perceptiva que exploramos en los capítulos 2 y 4 y mostrar de qué modo es relevante para el argumento de la Tierra Gemela. Supongamos que Jones en la Tierra identifica indéxicamente y bautiza algo como «agua» en 1750 y Jones gemelo en la Tierra Ge­ mela también identifica indéxicamente y bautiza algo como «agua». Supongamos también que tienen contenidos mentales de idéntico tipo y experiencias visuales y de otras clases de idéntico tipo cuando lle­ van a cabo la identificación indéxica. Ahora bien, puesto que dan las mismas definiciones de idéntico tipo, a saber: «agua» se define como cualquier cosa que es idéntica en estructura con esta materia, y puesto que están teniendo experiencias de idéntico tipo, Putnam supone que no podemos explicar cómo «agua» tiene una extensión diferente en la Tierra de la extensión que tiene en la Tierra Gemela en términos de sus contenidos mentales. Si sus experiencias son las mismas, ¿cómo pueden ser diferentes sus contenidos mentales? De acuerdo con la ex­ plicación de la Intencionalidad presentada en este libro la respuesta a este problema es simple. Aunque puedan tener experiencias visuales de idéntico tipo en la situación donde «agua» se identifica para cada uno de ellos indéxicamente, ambos no pueden tener, sin embargo, .contenidos Intencionales de idéntico tipo. Por el contrario, sus conte­ nidos Intencionales pueden ser diferentes porque cada contenido In­ tencional es causalmente autorreferencial en el sentido que expliqué anteriormente. Las definiciones indéxicas dadas por Jones en la Tierra de «agua» pueden ser analizadas como sigue: «agua» se define indéxi­ camente como todo lo que es idéntico en estructura a la materia que causa esta experiencia visual, cualquiera que sea su estructura. Y el análisis para Jones gemelo en la Tierra Gemela es: «agua» se define indéxicamente como todo lo que es idéntico en estructura a la materia que causa esta experiencia visual, cualquiera que sea su estructura. De este modo, tenemos en cada caso experiencias de idéntico tipo, pero de hecho en cada caso queremos decir algo diferente. Esto es, en cada caso las condiciones de satisfacción establecidas por el contenido mental (en la cabeza) son diferentes a causa de la autorreferencialidad de las experiencias perceptivas. Esta explicación no tiene la consecuencia de que hablantes dife­ rentes en la Tierra quieran decir algo diferente con «agua». La mayo­ ría de las personas no van por ahí bautizando géneros naturales; sólo

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tienen la intención de usar las palabras para querer decir y referirse a todo lo que la comunidad en general, incluyendo los expertos, se re­ fiere y quiere decir por medio del uso de las palabras. E incluso aún cuando hubiese tales bautismos públicos, éstos normalmente inclui­ rían por el lado de los participantes el compartir experiencias visuales y de otros tipos de la clase que discutimos en el Capítulo 2. Pero la explicación tiene la consecuencia de que, al hacer definiciones indéxicas, diferentes hablantes pueden querer decir algo diferente porque sus contenidos Intencionales son autorreferenciales respecto de las instan­ cias de las experiencias Intencionales. Concluyo, entonces, que in­ cluso si aceptamos todas sus intuiciones —lo que muchos de nosotros no haríamos— los argumentos de Putnam no muestran que los signifi­ cados no están en la cabeza. Muy al contrario, lo que él ha hecho es ofrecemos una explicación Intencionalista alternativa, basada en pre­ sentaciones indéxicas, de los significados de ciertas clases de términos generales. II.

¿HAY CREENCIAS IRREDUCIBLEMENTE DE RET

Nunca he visto un enunciado claro y preciso de lo que se supone que es exactamente la distinción de dicto / de re aplicada a actitudes preposicionales. Quizás hay tantas versiones de ello como autores que escriben sobre el tema y ciertamente las nociones han ido más allá de los significados literales latinos «de palabras» y «de cosas». Suponga­ mos que alguien cree, como yo lo hago, que todos los estados Inten­ cionales están constituidos enteramente por su contenido Intencional y su modo psicológico, ambos en la cabeza. De acuerdo con tal explica­ ción todas las creencias son de dicto. Se individualizan completa­ mente por medio de su contenido Intencional y su modo psicológico. Algunas creencias, sin embargo, son también realmente sobre objetos reales en el mundo real. Se puede decir que tales creencias son creen­ cias de re, en el sentido que refieren a objetos reales. Las creencias de re serían entonces una subclase de las creencias de dicto, del mismo modo que las creencias verdaderas son una subclase de las creencias de dicto, y el término «creencias de dicto» sería redundante puesto que sólo significa creencia. En tal perspectiva, la creencia de que Santa Claus viene en Noche­ buena y la creencia de que De Gaulle fue Presidente de Francia son5 5 Como otros autores que escriben sobre este tema usaré la creencia com o un ejemplo para toda la clase de actitudes proposicionales.

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ambas de dicto, y la segunda es también de re puesto que es sobre ob­ jetos reales, De Gaulle y Francia. No discutiré esta explicación de la distinción de re / de dicto. Pero varias explicaciones que se encuentran en la literatura filosófica desde el artículo original de Quine6 avanzan una tesis mucho más fuerte: La idea intuitiva es que además de la clase de creencias de dicto que se individualizan completamente por medio de su contenido y de su modo, por lo que está en la cabeza, hay una clase de creencias para las cuales lo que está en la cabeza es insuficiente para individualizar las creencias porque tales creencias involucran relaciones entre creyentes y objetos como parte de la identidad de la creencia. Tales creencias no son una subclase de las creencias de dicto, sino que son irreductible­ mente de re. Un cerebro en una cubeta podría mantener creencias pu­ ramente de dicto', son independientes de cómo sea el mundo. Pero las creencias de re, en esta perspectiva, son relaciones entre creyentes y objetos; para ellos, si el mundo fuese diferente en ciertos modos, las creencias mismas serían diferentes incluso si lo que está en la cabeza permaneciese inalterado. Por lo que yo sé, hay tres conjuntos de consideraciones que incli­ nan a la gente a aceptar la idea de que hay creencias irreductible­ mente de re. Primero, parece haber una clase de creencias que son irreductiblemente sobre objetos, esto es, creencias que relacionan al creyente con un objeto y no solamente con una proposición y en ese sentido son más bien de re que de dicto. Por ejemplo, supongamos que George Bush cree que Ronald Reagan es Presidente de los Esta­ dos Unidos. Ahora bien, esto es claramente un hecho sobre Bush, pero bajo las circunstancias presentes ¿no es igualmente un hecho so­ bre Reagan? ¿No es precisamente un hecho evidente sobre Reagan que Bush cree que él es Presidente? Además no hay modo de dar cuenta de este hecho simplemente en términos de hechos sobre Bush, incluyendo hechos que le relacionan a él con proposiciones. El hecho en cuestión se enuncia por una proposición de la forma Sobre Reagan, Bush cree que es Presidente de los Esta­ dos Unidos o, más pretenciosamente, Reagan es tal que Bush cree de él que es Presidente de los Estados Unidos 6 W. V. Quine, «Quantifiers and propositional attitudes» en Ways of Paradox, Random House, Nueva York, 1966, pp. 183-194.

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Tales proposiciones, que describen creencias de re, permiten la cuantificación dentro de «contextos de creencias»; esto es, cada una de ellas permite una inferencia a (3x) (Bush cree (y es Presidente de los Estados Unidos) de x) De acuerdo con la opinión recibida, tanto nuestra teoría lógica como nuestra teoría de la mente nos imponen tal análisis. Segundo, hay claramente una distinción entre actitudes preposi­ cionales que están dirigidas hacia objetos particulares y aquellas que no lo están. En el ejemplo de Quine, necesitamos hacer una distinción entre el deseo que un hombre podría tener de un balandro donde cual­ quier viejo balandro le valdría, y el deseo que un hombre podría tener y que se dirige hacia un balandro en particular, el balandro Nellie amarrado en el Suasalito Yacht Harbor. En el primero, o deseo de dicto, el hombre busca —como Quine dice— un mero «alivio de balandreidad», en el segundo o deseo de re el deseo del hombre le rela­ ciona con un objeto particular. La diferencia según Quine es expre­ sada por las dos oraciones siguientes7: de dicto: Deseo que (3x) (x es un balandro A Yo tengo x) de re: (3x (x es un balandro A Yo deseo tener x). Tercero, y creo que más importante, se supone que hay una clase de creencias que contienen un elemento «contextual», «no concep­ tual», y por esa razón no están sujetas a una explicación intemalista o de dicto. Como Tyler Burge escribe8, «Una creencia de re es una cre­ encia cuya adscripción correcta coloca a un creyente en una relación contextual no conceptual apropiada con objetos sobre los que la cre­ encia es... Lo crucial es que la relación no es meramente la de concep­ tos que son conceptos del objeto, conceptos que lo denotan o se le aplican» (las primeras cursivas son mías). Según Burge, tales creen­ cias no pueden ser caracterizadas completa o exhaustivamente en tér­ minos de sus contenidos Intencionales porque, como él señala, hay elementos contextúales, no conceptuales, que son cruciales para iden­ tificar la creencia. Creo que estas tres razones pueden ser respondidas más bien rápi­ damente, y que las tres encaman varias nociones confusas de Intencio7 Ver Quine, op. cit., p. 184. 8 T. Burge, «B elief de re», Journal of Philosophy, vol. 74, n.° 6 (junio 1977), pp. 338-362.

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nalidad. Comienzo con el tercer conjunto de razones, pues una discu­ sión de ellas prepara el cambio para la discusión de las dos primeras; y limitaré mis observaciones a Burge porque proporciona el enun­ ciado más fuerte de la tesis de re que conozco. Hay un contraste implícito en la explicación de Burge entre lo conceptual y lo contextual. Una creencia totalmente conceptual es de dicto y completamente analizable en términos generales. Una creencia contextual se individualiza en parte por relaciones entre el creyente y los objetos en el mundo y es, por consiguiente, de re. Su estrategia es argumentar por medio de ejemplos que hay creencias que no son com­ pletamente conceptuales pero que son contextúales. Estoy de acuerdo en que hay creencias que no son completamente conceptuales en el sentido en que no consisten en descripciones verbales en términos ge­ nerales pero eso no muestra que sean contextúales o de re en su sen­ tido. Además de las dos opciones de «conceptual» o «contextual» hay una tercera posibilidad, hay formas de Intencionalidad que no son ge­ nerales sino particulares y no obstante están completamente en la ca­ beza, son completamente internas. La Intencionalidad puede contener elementos autorreferenciales tanto del género causal que considera­ mos en nuestra discusión de la percepción, memoria, intención y ac­ ción, como del género indéxico al que aludí brevemente en la discu­ sión con Putnam y sobre el que hablaré más tarde en este capítulo. Una comprensión adecuada de la autorreferencialidad de ciertas for­ mas de Intencionalidad es, creo, suficiente para explicar todos los ejemplos de Burge de presuntas creencias de re, puesto que puede mostrarse que en todo los casos el contenido Intencional explica com­ pletamente el contenido de la creencia. Y esto es solamente otro modo de decir que, en el sentido relevante, la creencia es de dicto. Su primer ejemplo es el de un hombre al que vemos venir desde lejos con una niebla densa. De este ejemplo dice: «Podemos plausible­ mente decir que se cree de él que viste una gorra roja, pero no vemos al hombre lo bastante bien para describirle o imaginarle de tal modo, para individualizarlo completamente. Por supuesto que podríamos in­ dividualizarlo ostensivamente con la ayuda de las descripciones que podemos aplicar pero no hay razón para creer que siempre podemos describir o conceptualizar las entidades o las posiciones espacio-tem­ porales en las que confiamos en nuestra demostración.» Encuentro este pasaje muy revelador, puesto que no dice nada en absoluto sobre el contenido Intencional de la experiencia visual misma que en este caso es parte del contenido de la creencia. Una vez que se comprende que la experiencia visual tiene un contenido prepo­ sicional autorreferencial no necesitamos preocupamos de «describir» o «conceptualizar» ninguna cosa en palabras para individualizar al hombre: el contenido Intencional de la experiencia visual ya lo ha he­

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cho. De acuerdo con mi explicación, el contenido Intencional {de dicto) de la experiencia visual individualiza al hombre, y ese conte­ nido es parte del contenido {de dicto) de la creencia. El contenido In­ tencional de dicto relevante de la creencia puede ser expresado como sigue: (Hay un hombre allí causando esta experiencia visual y ese hombre viste una gorra roja.) En tal caso los elementos «contextúales» están, de hecho, presen­ tes, pero están completamente internalizados en el sentido de que son parte del contenido Intencional. Obsérvese que esta creencia de dicto es totalmente suficiente para individualizar cualquier presunta creen­ cia análoga de re pero al mismo tiempo es consistente con la hipótesis de que no hay ningún hombre en absoluto. Una creencia como ésta podría ser mantenida por un cerebro en una cubeta. Podría objetarse que este análisis tiene la consecuencia de que es en principio imposi­ ble para dos personas diferentes tener la misma creencia perceptiva. Pero no se sigue esa consecuencia, pues el mismo hombre puede ser parte de las condiciones de satisfacción de dos creencias perceptivas diferentes; y puede ser incluso parte del contenido de dos creencias perceptivas el que tengan exactamente al mismo hombre como parte de sus condiciones de satisfacción. De este modo, en el caso de expe­ riencias visuales compartidas, podría creer no sólo que estoy viendo un hombre y que usted está viendo un hombre sino también que am­ bos estamos viendo el mismo hombre. En tal caso, las condiciones de satisfacción requerirán no sólo que haya un hombre que cause mi ex­ periencia visual, sino que el mismo hombre esté también causando su experiencia visual. Obviamente nuestras creencias serán diferentes en el sentido trivial de que cualquier contenido perceptivo autorreferencial hace referencia a una instancia particular y no a instancias cualita­ tivamente similares, pero ése es un resultado que nosotros queremos de todos modos, puesto que, cuando usted y yo compartimos una ex­ periencia visual, lo que compartimos es un conjunto común de condi­ ciones de satisfacción y no la misma instancia de experiencias visua­ les. Su experiencia será numéricamente diferente de la mía incluso aunque puedan ser cualitativamente similares. La siguiente clase de casos considerada por Burge son indéxicos. Su ejemplo es el de un hombre que cree del momento presente que está en el siglo xx. Pero esto está sujeto a un análisis Intencionalista formalmente similar al que dimos en el caso perceptivo. El método aquí, como antes, es siempre preguntar qué debe ser el caso para que el contenido Intencional se satisfaga. En el caso de la percepción vi­ sual, la experiencia visual misma debe figurar causalmente en las con-

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diciones de satisfacción. En el caso de los indéxicos, hay una autorreferencialidad análoga aunque esta vez no es causal. Las condiciones de satisfacción de «Este momento está en el siglo xx», son que el mo­ mento de esta emisión esté en el siglo xx. Así como el caso perceptivo es autorreferencial con relación a la experiencia, así también el caso indéxico es autorreferencial con relación a la emisión. Me apresuro a añadir que este enunciado de las condiciones de satisfacción no se in­ tenta que sea una traducción de la oración original: Yo no estoy di­ ciendo que «este momento» signifique justamente «el momento de esta emisión». Más bien, lo que estoy argumentando es que el opera­ dor indéxico de la oración indica, aunque no representa o describe, la forma de la autorreferencialidad. La autorreferencialidad de las expre­ siones indéxicas es en ese sentido mostrada pero no dicha, así como la autorreferencialidad de la experiencia visual es ‘mostrada’ pero no ‘vista’. En el caso del enunciado de las condiciones de satisfacción, describo o represento o digo lo que estaba indicado o mostrado en el original. Concluyo, entonces, que no hay nada irreductiblemente de re en las creencias perceptivas o indéxicas. Están sujetas a un análisis Intencionalista o de dicto y el error de suponer que tiene que haber conjuntos de creencias perceptivas o indéxicas irreductiblemente de re parece descansar en la suposición de que todos los análisis Intencionalistas de dicto deben ser formulados usando palabras puramente generales. Una vez que se explican las formas de indexicalidad y de experiencia per­ ceptiva autorreferenciales es fácil ver que hay formas de Intencionali­ dad donde los contenidos Intencionales son suficientes para determinar el conjunto completo de condiciones de satisfacción pero no lo hacen estableciendo condiciones puramente generales, sino más bien indi­ cando las relaciones en las que el resto de las condiciones de satisfac­ ción deben estar con el estado Intencional o el evento mismo. El diagnóstico, entonces, del error cometido por los teóricos de re que confían en creencias perceptivas e indéxicas es el siguiente: ven correctamente que hay una clase de creencias que no pueden ser expli­ cadas en términos puramente generales. También ven que estas creen­ cias dependen de rasgos contextúales y entonces suponen errónea­ mente que estos rasgos contextúales no pueden ser ellos mismos representados completamente como parte del contenido Intencional. Una vez que han contrastado lo conceptual (en términos generales) con lo contextual (que involucra el mundo real) ignoran a continua­ ción la posibilidad de una explicación completamente intemalista de creencias no conceptuales. Estoy argumentando a favor de formas de Intencionalidad que no son conceptuales pero tampoco de re. Parte de la dificultad que hay aquí, estoy convencido, proviene de esta terminología arcaica que parece que nos fuerza a elegir entre la idea

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de que todas las creencias están en palabras {dicta) y la de que algunas involucran cosas {res). Podemos sortearla si distinguimos entre varias cuestiones diferentes. La cuestión «¿Son todas las creencias de dicto?» tiende a oscilar al menos entre cuatro interpretaciones diferentes. 1. ¿Son expresables todas las creencias usando términos pura­ mente generales? 2. ¿Se nos ocurren todas nuestras creencias en palabras que son suficientes para agotar su contenido? 3. ¿Consisten todas nuestras creencias en un contenido entera­ mente Intencional? 4. ¿Relacionan algunas creencias al creyente directamente con un objeto sin la mediación de un contenido Intencional que es sufi­ ciente para individualizar al objeto? ¿Son tales que un cambio en el mundo significaría necesariamente un cambio en la creencia incluso si lo que está en la cabeza permanece constante? La respuesta a las dos primeras cuestiones es no: la primera, porque muchas de nuestras creencias contienen esencialmente términos singu­ lares, como veremos en nuestra discusión de los indéxicos; y la se­ gunda, porque muchas creencias contienen, por ejemplo, un contenido perceptivo, como vimos en el caso en el que consideramos que una creencia contiene una experiencia visual como parte de su contenido. Pero una respuesta negativa a las dos primeras cuestiones no implica una respuesta negativa a la tercera: una creencia puede ser exhaustiva­ mente caracterizada por su contenido Intencional, y en ese sentido ser una creencia de dicto, incluso aunque no sea caracterizable en términos generales y contenga formas no verbales de Intencionalidad. Si por de dicto queremos decir verbal, en palabras, entonces no todas las creen­ cias son de dicto, pero no se sigue de eso que haya creencias irreducti­ blemente de re, porque una respuesta negativa a las dos primeras cues­ tiones no entraña una respuesta afirmativa a la cuarta. Si la respuesta a 3 es sí, esto es, si, como creo, todas las creencias consisten enteramente en su contenido Intencional, entonces es consistente afirmar que la res­ puesta a 1, 2 y 4 es no. En un sentido de dicto, hay algunas creencias que no son de dicto (en palabras), pero eso no muestra que haya alguna creencia irreductiblemente de re, porque en otro sentido de de dicto (contenido Intencional) todas las creencias son de dicto (lo cual ilustra, entre otras cosas, que esta terminología es confusa). Usando estos resultados podemos ahora volver sobre los otros dos argumentos a favor de la creencia en actitudes irreductiblemente de re. El primer argumento dice correctamente que es un hecho sobre Ronald Reagan que Bush le cree Presidente. Pero ¿en qué consiste este hecho? De acuerdo con mi explicación consiste simplemente en el he-

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cho de que Bush cree la proposición de dicto de que Ronald Reagan es Presidente de los Estados Unidos, y que Ronald Reagan satisface el contenido Intencional asociado con el uso del nombre «Ronald Rea­ gan» por Bush. Parte de este contenido es perceptivo, parte indéxico, mucho de él causal; pero todo él es de dicto en el sentido de que con­ siste enteramente en un contenido Intencional. Bush podría haber te­ nido exactamente la misma creencia si Ronald Reagan nunca hubiese existido y todo ello, percepciones y todo, hubiesen sido una completa alucinación. En tal caso Bush habría tenido un montón de contenidos Intencionales perceptivos, indéxicos y causales que no son satisfechos por nada. Creo que el argumento de Quine descansa sobre el hecho de con­ fundir la distinción entre actitudes preposicionales particulares y ge­ nerales con una distinción entre actitudes preposicionales de re y de dicto. Realmente hay una distinción entre aquellos estados Intenciona­ les que hacen referencia a un objeto particular y aquellos que no lo ha­ cen. Pero en todos y cada uno de los casos el estado es de dicto. Desde esta perspectiva, la oración que Quine ofrece para expresar la actitud de re no puede ser correcta, porque la oración que expresa el deseo de un balandro particular es incompleta: no hay modo en que un agente pueda tener un deseo de un objeto particular sin representarse ese ob­ jeto de algún modo, y la formalización de Quine no nos dice cómo se representa el objeto. Tal y como está formulado el ejemplo, el agente podría tener una creencia en la existencia de un balandro particular y un deseo de tener ese mismo balandro. El único modo de expresar la relación entre la creencia en la existencia de un balandro particular y el deseo de tenerlo en la notación cuantificacional es permitir que el alcance del cuantificador se entrecruce con el alcance de los operado­ res Intencionales. Que éste es el modo correcto de representar los he­ chos viene sugerido, al menos, por el hecho de que así expresaríamos el estado mental de la persona en cuestión en el lenguaje ordinario. Supongamos que el hombre que quiere un balandro particular da ex­ presión a su estado mental completo incluyendo su representación del balandro. Podría decir: Hay un balandro muy bonito en el puerto deportivo y es­ toy seguro de que deseo tenerlo. Los estados mentales que ha expresado aquí son, primero, una creen­ cia en la existencia de un balandro particular y, seguidamente, un de­ seo de tener ese balandro. En español, Creo que existe ese balandro tan bonito que está en el puerto deportivo y deseo tenerlo.

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Obsérvese que en esta formulación el alcance del cuantificador en el contenido de la creencia se extiende al contenido del deseo aun cuando el deseo no esté dentro del alcance de la creencia. De este modo, usando corchetes para el alcance de los verbos Intencionales y paréntesis para el cuantificador y F para el contenido Intencional que identifica el balandro en cuestión, tenemos Cre[(3x) ((balandro x A Fx) y (Y" y) (balandro y A Fy —> y = x)] A Des [Tengo x]) Esta forma de dicto representa completamente el contenido del deseo dirigido hacia un objeto particular. Hasta ahora hemos considerado y rechazado algunos argumentos a favor de la creencia en actitudes preposicionales de re. Quiero con­ cluir con un diagnóstico wittgensteniano de lo que creo que es el mo­ tivo más profundo, pero no enunciado, de la creencia en actitudes irre­ ductiblemente de re. La creencia en dos géneros fundamentalmente diferentes de actitudes preposicionales, de re y de dicto, se deriva de la posibilidad que nuestro lenguaje nos proporciona de dar dos géne­ ros diferentes de emisión de actitudes preposicionales, emisión de re y emisión de dicto. Supongamos, por ejemplo, que Ralph cree que el hombre con el sombrero marrón es un espía9. Ahora bien, de la creen­ cia de Ralph uno puede decir o que «Del hombre del sombrero ma­ rrón, Ralph cree que es un espía» o «Ralph cree que el hombre del sombrero marrón es un espía». La primera información nos compro­ mete, a los informadores, con la existencia del hombre del sombrero marrón. La segunda información nos compromete sólo con la infor­ mación del contenido de la creencia de Ralph. Ahora bien, puesto que las oraciones sobre creencias pueden diferir de este modo, y de hecho pueden tener diferentes condiciones de verdad, estamos inclinados a pensar que debe haber una diferencia en los fenómenos de los que se informa. Pero obsérvese que la distinción que puede hacerse entre el emisión de re de la creencia de Ralph y el emisión de dicto no es una distinción que Ralph puede hacer. Supongamos que Ralph dice «Del hombre del sombrero marrón, creo que es un espía», o dice «Creo que el hombre del sombrero marrón es un espía». Desde el punto de vista de Ralph esto equivale exactamente a la misma creencia. Imagine la locura de la siguiente conversación: Quine: Del hombre del sombrero marrón, Ralph, ¿usted cree que es un espía? 9 El ejemplo es, por supuesto, de Quine, «Quantifiers and propositional attitudes».

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Ralph: No, Quine, usted me ha preguntado si mantengo una creencia de re, pero no es el caso que del hombre del sombrero marrón yo crea que es un espía. Más bien, creo la creencia de dicto, creo que el hombre del sombrero marrón es un espía. Del mismo modo que la creencia de que estados Intencionalescon-c son intrínsecamente de alguna manera entidades intensionales-con-s está fundada en la confusión entre propiedades lógicas de la emisión de estados Intencionales y propiedades lógicas de los es­ tados Intencionales mismos, así también la creencia de que hay dos géneros diferentes de estados Intencionales, de re y de dicto, está fundada en la confusión entre dos géneros diferentes de emisión de estados Intencionales, emisión de re y de dicto, con rasgos lógicos de los estados Intencionales mismos. Concluyo, entonces, que hay una distinción de re/de dicto genuina, pero se trata sólo una distin­ ción entre géneros de emisiones. Si se supone que las actitudes pre­ posicionales de re son aquellas en las cuales el contenido Intencio­ nal es insuficiente para individualizar el estado mental, entonces no hay cosas tales como las actitudes preposicionales de re; aunque hay emisión de re de actitudes preposicionales en el sentido de que hay emisiones que comprometen al informador con la existencia de objetos sobre los que son las actitudes proposicionales.I. III.

EXPRESIONES INDÉXICAS

Tanto en nuestra discusión del ataque de Putnam al internalismo en semántica como en nuestra discusión de la presunta exis­ tencia de creencias irreductiblemente de re, hemos sugerido una explicación de las expresiones indéxicas y ahora es el momento de hacer esa explicación completamente explícita. Hay al menos una gran diferencia entre el problema de las actitu­ des de re y el problema de los indéxicos: no existen cosas tales como actitudes proposicionales irreductiblemente de re, pero hay realmente expresiones indéxicas y proposiciones indéxicas. La estrategia por consiguiente en esta sección diferirá de la estrategia de las secciones previas. Primero, necesitamos desarrollar una teoría de los indéxicos; segundo, hacerlo de tal modo que muestre cómo se ajusta a la explica­ ción general de la Intencionalidad desarrollada en este libro; y, ter­ cero, al hacerlo así, responder a esas explicaciones de los indéxicos que pretenden que es imposible asimilar los indéxicos a una explica­ ción del lenguaje intemalista o fregeana. Comienzo con alguno de los argumentos de la oposición.

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INTENCIONALIDAD

Varios autores, notablemente Perry10*y Kaplan11, mantienen que hay contenidos de pensamiento que son esencialmente indéxicos. Consideremos, por ejemplo, la creencia que yo podría tener si llego a creer que inadvertidamente estoy ensuciando el supermercado al de­ rramar azúcar fuera de mi carro. Si llego a creer que estoy ensucián­ dolo, el contenido de mi estado Intencional parece contener un ele­ mento esencial indéxico; y esto se muestra por el hecho de que ninguna paráfrasis de mi creencia en términos no indéxicos captará exactamente la creencia que tengo cuando creo que estoy ensuciando algo. Si intento especificar la creencia usando coordenadas espaciales y temporales, no seré capaz de especificar el contenido de mi creen­ cia. Por ejemplo, mi posesión de la creencia que la persona p está en­ suciando algo en la localización / y en el momento t no explicaría cómo cambia mi conducta cuando descubro que soy yo el que lo está ensuciando, puesto que podría tener la creencia de que alguna persona que satisface ciertas coordenadas espacio-temporales es la que está ensuciando sin darme cuenta que soy yo. Observaciones análogas se aplican a descripciones definidas y a nombres propios: la creencia de que estoy ensuciando el supermercado no es la misma creencia que la creencia de que el único filósofo no barbudo en el Co Op de Berkeley está ensuciando el supermercado o la creencia que JS está ensuciando, porque podría tener estas últimas creencias sin saber que yo soy el único filósofo no-barbudo en el Co Op de Berkeley o que yo soy JS. El contenido de mi creencia parece, entonces, ser esencialmente indé­ xico. Como estoy seguro de que tanto Perry como Kaplan son conscien­ tes, no hay nada hasta ahora que sea antifregeano o antiintemalista en esa idea. De hecho, parece un ejemplo paradigmático de la distinción de Frege entre sentido y referencia. Así como la proposición de que la Estrella de la tarde brilla cerca del horizonte difiere de la proposición de que la Estrella de la mañana brilla cerca del horizonte, así también la proposición de que estoy ensuciando algo es diferente de la proposi­ ción de que JS está ensuciando algo. Hasta ahora, todo muy fregeano. El rasgo antifregeano viene después. De acuerdo con Perry12y Ka­ plan13 no hay manera de que un fregeano pueda dar cuenta de tales contenidos Intencionales esencialmente indéxicos, porque en tales ca­ sos no hay «sentido fregeano completo» que sea suficiente por él 10 J. Perry, «The problem o f the essential indexical», NOUS, vol. 13, n.° 1 (marzo 1979), pp. 3-21. " D. Kaplan, «Demostratives», copia, UCLA, 1977. 12 J. Perry, «Frage on demostratives», The Philosophical Review, vol. 86, n.° 4 (oc­ tubre 1977), pp. 474-497. 13 Op. cit.

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mismo para determinar las condiciones de satisfacción. Para ilustrar y mantener esta pretensión Perry introduce la siguiente clase de ejem­ plo. Supongamos que David Hume cree «Yo soy David Hume». Su­ pongamos también que Heimson cree «Yo soy David Hume», y sólo para hacer más fuerte el argumento supongamos que Heimson es el Doppelgánger de David Hume en la Tierra Gemela y que tiene idén­ tico tipo de estados mentales que David Hume, y de hecho podemos suponer que es de idéntico tipo que el de Hume hasta en la última micropartícula. Ahora la oración que tanto Hume como Heimson emiten (o piensan), «Yo soy David Hume», tiene el mismo sentido fregeano en ambas ocasiones y Heimson y Hume están en un tipo idéntico de estado mental. Pero las proposiciones expresadas tienen que ser dife­ rentes porque tienen diferentes valores de verdad. La de Hume es ver­ dadera, la de Heimson es falsa. Hay un sentido fregeano de la oración «Yo soy David Hume», pero no es suficiente para determinar qué pro­ posición es la que se expresa. Kaplan y Perry concluyen de tales ejem­ plos que la explicación fregeana del sentido y la referencia y la expli­ cación fregeana de las proposiciones tiene que ser inadecuada para explicar los indéxicos. Puesto que lo que es expresado en tales emisio­ nes es esencialmente indéxico y puesto que no hay un sentido frege­ ano completo, necesitamos otra teoría de las proposiciones al menos para tales casos. En este punto adoptan lo que creo que es un recurso desesperado, la teoría de la «referencia directa» y de las «proposiciones singula­ res». Según ellos, en tales casos la proposición no es el contenido In­ tencional de la mente del hablante sino que más bien la proposición debe contener los objetos reales a los que se refiere. La proposición de Hume contiene a Hume, al hombre real y no alguna representación de él, y la proposición de Heimson contiene a Heimson, al hombre real y no alguna representación de él. Las expresiones que (como los nom­ bres propios lógicos de Russell) introducen los objetos mismos en las proposiciones se dice que son «directamente referenciales» y las pro­ posiciones en cuestión se dice (de manera desorientadora) que son «proposiciones singulares». Soy francamente incapaz de comprender el sentido de la teoría de la referencia directa y de las proposiciones singulares, pero para los propósitos de este argumento no atacaré su intelegibilidad sino su ne­ cesidad para dar cuenta de los datos: Creo que los argumentos a favor de ella son inadecuados y descansan en una mala concepción de la na­ turaleza de la Intencionalidad y de la naturaleza del funcionamiento de los indéxicos.

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i)

INTENCIONALIDAD

¿Cómo funcionan las expresiones indéxicas?

Necesitamos desarrollar una explicación de las expresiones indé­ xicas que muestre cómo la emisión de una expresión indéxica puede tener un «sentido fregeano completo»14; esto es, necesitamos mostrar cómo un hablante puede expresar, al emitir una expresión indéxica, un contenido Intencional que sea suficiente para identificar el objeto al que se está refiriendo en virtud del hecho de que el objeto satisface o se ajusta a ese contenido Intencional. En lo que sigue limitaré la discusión a expresiones indéxicas referenciales tales como «yo», «tú», «esto», «eso», «aquí», «ahora», «él», «ella», etc. Pero vale la pena señalar que el fenómeno de la indexicalidad —el fenómeno de que las condiciones de satisfacción sean deter­ minadas en virtud de las relaciones que las cosas tienen con la realiza­ ción del contenido Intencional mismo— es bastante general y se extiende más allá de las expresiones referenciales y de hecho incluso más allá de casos de expresiones indéxicas. Varias formas de indexicalidad son parte del Trasfondo no representacional. Por ejemplo, ahora creo que Benjamin Franklin fue el inventor de las bifocales. Suponga­ mos que se descubre que ochenta mil millones de años antes del des­ cubrimiento de Benjamin Franklin, en una galaxia distante, poblada por organismos parecidos a los humanos, algún humanoide hubiera in­ ventado el equivalente funcional de las bifocales. ¿Consideraría que mi idea de que Benjamin Franklin inventó las bifocales era falsa? Creo que no. Cuando digo que Benjamin Franklin inventó las bifoca­ les hay un indéxico oculto en el Trasfondo: el funcionamiento del Trasfondo en tales casos asigna una interpretación indéxica a la ora­ ción. Con relación a nuestra Tierra y nuestra historia, Benjamin Fran­ klin inventó las bifocales es, por consiguiente, como la mayoría de las oraciones, indéxica; incluso aunque no haya expresiones indéxicas (distintas del tiempo del verbo) que estén contenidas en la oración usada para hacer el enunciado. Comenzaremos preguntando: ¿Qué tienen en común las expresio­ nes referenciales indéxicas que las hace indéxicas? ¿Cuál es la esencia de la indexicalidad? El rasgo definitorio de las expresiones referencia­ les indéxicas es simplemente éste: Al emitir expresiones referenciales indéxicas, los hablantes hacen referencia teniendo como medio el in­ dicar ciertas relaciones con la emisión de la expresión misma. «Yo» 14 Aunque recuérdese que la explicación no es fregeana porque postule un tercer reino de entidades abstractas. Los contenidos Intencionales ordinarios pueden hacer esa labor. Cuando digo «sentido fregeano completo» no quiero decir que implique que tales sentidos son entidades abstractas, sino más bien que son suficientes para propor­ cionar «modos de presentación» adecuados.

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hace referencia a la persona que emite la expresión, «tú» hace referen­ cia a la persona destinataria de la emisión de la expresión, «aquí» se refiere al lugar de la emisión de la expresión, «ahora» se refiere al mo­ mento de la emisión de la expresión, y así sucesivamente. Obsérvese que en cada caso el hablante se referirá a una entidad particular por­ que su emisión expresa el contenido Intencional que indica las relacio­ nes que el objeto al que él se está refiriendo tiene con la emisión misma. La emisión de expresiones indéxicas, por consiguiente, tiene una forma de autorreferencialidad que es similar a la autorreferencialidad de ciertos estados y eventos Intencionales, y necesitaremos explo­ rarla con mayor detalle. Pero en este momento sólo necesitamos ob­ servar que este rasgo autorreferencial es suficiente para explicar cómo la emisión de una expresión indéxica puede tener un sentido fregeano completo. El problema para una explicación fregeana (intemalista o Intencionalista) de la referencia es mostrar en cada caso cómo la refe­ rencia tiene éxito en virtud del hecho de que la emisión establece las condiciones de satisfacción y se hace referencia a un objeto en virtud del hecho de que reúne esas condiciones. Se hace referencia a un ob­ jeto en virtud de que satisface un contenido Intencional, normalmente expresado por un hablante en la emisión de una expresión. Esta es la idea básica de la noción de Frege del «Sinn» de los «Eigennamen». Sus ejemplos favoritos son casos tales como «la Estrella de la ma­ ñana», donde el significado léxico de la expresión es supuestamente suficiente para determinar a qué objeto se está refiriendo. Lo que es especial en las expresiones indéxicas es que el significado léxico de la expresión no determina por sí solo a qué objeto puede hacerse referen­ cia mediante su uso; más bien el significado léxico da una regla para determinar la referencia relativa a cada emisión de la expresión. De este modo la misma expresión no ambigua usada con el mismo signi­ ficado léxico puede ser usada para referirse a diferentes objetos por­ que el significado léxico determina las condiciones establecidas por la emisión de la expresión, a saber, el sentido completo expresado por el hablante en su emisión es siempre autorreferencial en relación con la emisión misma. De este modo, por ejemplo, «yo» tiene el mismo sig­ nificado léxico cuando lo emite usted o yo, pero la referencia en cada caso es diferente porque el sentido expresado por mi emisión es auto­ rreferencial con relación a esa misma emisión y el sentido expresado por su emisión es autorreferencial con relación a su emisión: en cual­ quier emisión «yo» se refiere a la persona que emite esa palabra. Hay, entonces, tres componentes del sentido fregeano expresado por un hablante en la emisión de expresiones indéxicas: el rasgo auto­ rreferencial que es el rasgo definitorio o esencial de la indexicalidad; el resto del significado léxico, que puede ser expresado en términos generales; y para muchas emisiones indéxicas, el que el hablante y el

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INTENCIONALIDAD

oyente se den cuenta de los rasgos relevantes del contexto real de la emisión, como en, por ejemplo, los demostrativos perceptivos, por ejemplo, «ese hombre allí». Necesitamos explorar cada uno de estos rasgos por tumo. Autorreferencialidad: ¿Cómo funciona? Recordemos que para las experiencias visuales la especificación de las condiciones de satisfac­ ción hace referencia a la experiencia visual misma. Si veo mi mano en frente de mi cara entonces las condiciones de satisfacción son Exp Vis (hay una mano ahí y el hecho de que haya una mano ahí está causando esta Exp Vis). La forma de las condiciones de satisfacción de proposiciones indéxicas es análogamente autorreferencial; aunque existe una diferen­ cia: que la autorreferencialidad de los casos indéxicos no es causal. El sentido en el que los casos indéxicos son autorreferenciales, como el caso de la autorreferencia Intencional, no implica que el hablante al hacer la emisión realice un acto de habla de hacer referencia a la emi­ sión, ni que la emisión se represente explícitamente en ella misma. Más bien, la especificación de las condiciones de satisfacción, por ejemplo, las condiciones de verdad, requieren que se haga referencia a la emisión misma. Considere cualquier emisión de la oración «Yo tengo hambre ahora». Esa emisión será la formulación de un enunciado verdadero si y sólo si la persona que emite la oración tiene hambre en el momento de la emisión de la oración. Las condiciones de satisfacción pueden ser por consiguiente representadas como sigue: (la persona que hace esta emisión, «yo», tiene hambre en el momento de esta emisión, «ahora»). Este análisis no implica que «yo» sea sinónimo de «la persona que hace esta emisión», ni es «ahora» sinónimo de «el momento de esta emisión». Podrían no ser sinónimos porque la autorreferencialidad de la emisión original se muestra pero no se enuncia, y en el enunciado de las condiciones de verdad lo hemos enunciado y no mostrado. Así como no vemos la experiencia visual incluso aunque la experiencia visual sea parte de sus propias condiciones de satisfacción, y es en ese sentido autorreferencial, así tampoco nos referimos a (en el sentido del acto de habla) la emisión de la expresión indéxica, incluso aunque la emisión sea parte de sus propias condiciones de verdad y en ese sentido sea autorreferencial. La autorreferencialidad de la experiencia visual es mostrada pero no vista; la autorreferencialidad de la emisión indéxica es mostrada pero no enunciada. Si queremos introducir un si-

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nónimo que muestre la indexicalidad podríamos introducir un disposi­ tivo arbitrario, tal como el asterisco (*) para indicar la indexicalidad, esto es: para expresar el hecho sin enunciar de que la expresión estaba siendo usada para hacer referencia teniendo como medio la indicación de las relaciones en las cuales se encontraba el objeto al que se hace referencia con la emisión de la expresión misma. Tal forma de expre­ sión daría lugar a una notación canónica para aislar la autorreferencialidad de expresiones indéxicas: yo tú aquí ahora

= = = =

*la persona que emite *la persona a la que va dirigida *coespacial *cotemporal

y así sucesivamente. Todas estas equivalencias nos proporcionan una exposición de los significados de las expresiones, y consecuentemente una exposición de los significados de las oraciones que contienen es­ tas expresiones. De este modo, por ejemplo, el significado de la ora­ ción «Yo tengo hambre» es dado por *la persona que emite tiene hambre en *cotemporal. Contenido descriptivo no indéxico. Profundizaremos nuestra com­ prensión de los rasgos autorreferenciales de las expresiones indéxicas si vemos cómo se fija sobre el resto del significado léxico, el conte­ nido descriptivo no indéxico, de la expresión. Dije que todas las ex­ presiones referenciales indéxicas hacen referencia mediante la indica­ ción de las relaciones en las que se encuentra el objeto al que se hace referencia con la emisión de la expresión. Esto naturalmente plantea la pregunta siguiente: ¿cuántos géneros de relaciones se indican de esta manera? En español [inglés en el original] y en otras lenguas que co­ nozco hay ciertamente cuatro, y posiblemente cinco, relaciones indi­ cadas por el significado literal de las expresiones indéxicas. Esas cua­ tro son:1 1)

tiempo: ejemplo de tales expresiones son «ahora», «ayer», «mañana» y «más tarde»; 2 ) lugar: por ejemplo, «aquí» y «allí»; 3) direccionalidad de la emisión: «tú» se refiere a la per­ sona a la que se dirige la emisión, «yo» refiere a la persona que la emite; 4) relaciones discursivas: pronombres anafóricos y expre­ siones tales como «el anterior» y «el posterior» se refie-

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ren a algo en virtud de su relación con el resto del discurso en el que la emisión indéxica aparece. Obsérvese que en cada uno de estos ejemplos el significado léxico descriptivo no indéxico contiene dos elementos: un sentido que ex­ presa la forma determinada particular de la relación determinable indi­ cada, y un sentido que expresa la clase de entidad a la que hace refe­ rencia. De este modo, «ayer» expresa la indicación de tiempo determinada «un día antes», y el tipo de entidad referido es un día. De este modo el conjunto completo de condiciones de satisfacción expre­ sadas por «ayer» son: el día que es un día antes del día de esta emi­ sión. No todas las expresiones indéxicas tienen un significado léxico que sea completo de este modo, por ejemplo, los demostrativos «este» y «ese» usualmente requieren una expresión adicional («este hombre» y «ese árbol»), así como el darse cuenta del contexto para expresar un sentido fregeano completo en una emisión dada. Volveremos sobre esto más adelante. Estas cuatro relaciones son ciertamente formas de relaciones indé­ xicas expresadas en el significado literal de expresiones indéxicas es­ pañolas. Se ha ido argumentando que hay otra relación que se indica por palabras tales como «objetivo» y «real»; la idea es que la palabra «objetivo» expresa su sentido indexicamente refiriéndose al mundo en el cual se emite; y de este modo entre mundos posibles el mundo efec­ tivo se selecciona indéxicamente. Creo que esta pretensión es comple­ tamente falsa, sin embargo, puesto que involucra problemas modales que van más allá del alcance de este libro, no lo discutiré aquí con más profundidad15. Aunque haya sólo cuatro (o pueden mantenerse cinco) formas de relaciones indéxicas indicadas en el significado léxico de expresiones en lenguajes efectivos tales como el español, no hay límite en princi­ pio para introducir nuevas formas de indexicalidad. Podríamos, por ejemplo, tener una expresión que cuando se emitiese con un cierto tono podría indicar sonidos de un tono más alto o más bajo o del mismo tono. Esto es, podríamos imaginar una clase de expresiones in­ déxicas que se usase para hacer referencia a cualidades tonales indi­ cando las relaciones en las que están las cualidades tonales con la cua­ lidad tonal de la emisión de modo análogo a como «hoy», «ayer» y «mañana» se refieren a los días indicando las relaciones en las que es­ tán con el día de la emisión de la expresión misma. 15 Para una crítica de este punto de vista, ver P. van Inwagen, «Indexicality and actuality», The Philosophical Review, vol. 89, n.° 3 (julio 1980), pp. 403-426.

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Conciencia del contexto de emisión. Frecuentemente la emisión lite­ ral de una expresión indéxica no conllevará por sí misma un sentido fregeano completo, sino que el sentido fregeano completo vendrá propor­ cionado por el contenido Intencional de la emisión indéxica junto con el contenido Intencional de la conciencia que el hablante y el oyente tienen del contexto de la emisión. Se ve esto más claramente en el caso de la emisión de los demostrativos «este» y «ese». Supongamos que al ver a un hombre comportarse extrañamente en una fiesta, yo digo «Ese hom­ bre está borracho». Ahora bien, en este caso el contenido descriptivo de «hombre» junto con la expresión indéxica no proporciona el sentido fre­ geano completo porque la emisión sólo es significativa y comprendida en el contexto de una percepción visual que la acompañe del hombre al que se menta, y la proposición expresada tiene que contener el conte­ nido Intencional de la experiencia perceptiva que acompañaba a la emi­ sión. La argumentación a favor de esto es simplemente que alguien que no tiene las experiencias perceptivas relevantes, por ejemplo, porque está oyéndome por teléfono o es ciego o me oye desde la habitación de al lado, no puede captar totalmente la proposición que expreso; sin la experiencia perceptiva, literalmente no comprende la proposición com­ pleta incluso aunque comprenda todas las palabras emitidas. En tales casos un análisis completo de la proposición que hace el sentido fregeano completo totalmente explícito tendría que incluir tanto el contenido Intencional de la emisión como el contenido Inten­ cional de la experiencia visual, y tendría que mostrar cómo el último está anidado en el primero. He aquí cómo funciona. La expresión in­ déxica hace referencia indicando las relaciones en las que el objeto está con la emisión de la expresión misma. En este caso, entonces, hay alguna relación R tal que las condiciones de verdad de la emisión son expresables como El hombre que se encuentra en la relación R con esta emisión está borracho. Y, en el caso descrito, R es perceptiva y temporal; el hombre al que se refiere es el hombre que estamos viendo en el momento de esta emi­ sión. Pero si estamos viendo a alguien en el momento de esta emisión cada uno de nosotros también tiene una experiencia visual con su pro­ pio contenido proposicional de tiempo presente: Exp Vis (hay un hombre ahí y el hecho de que haya un hombre ahí está causando esta experiencia visual). Ahora bien, ese contenido Intencional se conecta simplemente con el contenido Intencional del resto de la emisión para damos el sentido

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fregeano completo que identifica al hombre singularizadoramente en virtud tanto de la autorreferencialidad de la emisión como de la autorreferencialidad de la experiencia visual. Las condiciones de satisfac­ ción completas de la proposición en conjunto (con las partes autorreferenciales en cursivas) son expresables como sigue: ((hay un hombre, x, ahí, y el hecho de que x esté ahí está cau­ sando esta exp vis) y x es el hombre del que se tiene una ex­ periencia visual en el momento de esta emisión y x está bo­ rracho). Esto puede parecer algo extraño, pero creo que el lector que esté pre­ parado para reconocer la Intencionalidad de la experiencia visual, su papel en la Intencionalidad de la proposición expresada por la emi­ sión, la autorreferencialidad de la experiencia visual, y la autorrefe­ rencialidad de la emisión indéxica, verá que algo parecido a esta for­ mulación tiene que ser correcto. Se tiene la intención de captar tanto el contenido perceptivo como el indéxico de la proposición y la rela­ ción entre ellos. En el caso del uso perceptivo de los demostrativos, tanto el sentido de la expresión indéxica como el contenido Intencio­ nal contenido en la experiencia perceptiva que acompaña la emisión contribuyen al contenido proposicional expresado en la emisión. Ob­ sérvese que en estos casos tenemos un sentido fregeano completo su­ ficiente para identificar el objeto. Obsérvese, además, que no existe el problema de la Tierra Gemela para estos casos. Yo, en esta Tierra, y mi Doppelgánger, en la Tierra Gemela, expresaremos diferentes sentidos fregeanos en nuestro uso del demostrativo «ese hombre», in­ cluso aunque nuestras emisiones y nuestra experiencia sean cualitati­ vamente de idéntico tipo. Su percepción y su emisión son ambas tan autorreferenciales como lo son las mías. Resumiremos ahora la explicación. Necesitamos distinguir entre una expresión indéxica con su significado literal, la emisión literal de una expresión indéxica, y el sentido expresado por un hablante en la emisión literal de la expresión. Análogamente, necesitamos distin­ guir la oración indéxica (esto es: cualquier oración que contenga una expresión o morfema indéxicos, tal como el tiempo de un verbo) con su significado literal, la emisión literal de una oración indéxica, y la proposición expresada por el hablante en la emisión literal de una ora­ ción indéxica. El significado de la expresión indéxica no es suficiente por sí mismo para proporcionar el sentido fregeano completo, puesto que la misma expresión con el mismo significado puede usarse para hacer referencia a objetos diferentes, por ejemplo, personas diferentes se refieren a sí mismas emitiendo «yo». Pero el significado indéxico literal es tal que determina que cuando un hablante hace una emisión

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de esa expresión el sentido que expresa será relativo a esa emisión. Así el sentido de la expresión puede llegar a ser un sentido fregeano completo relativo a una emisión porque el sentido léxico determina que cualquier emisión es autorreferencial respecto de esa misma emi­ sión. Y esto explica cómo dos hablantes diferentes pueden emitir la misma oración con el mismo significado, por ejemplo, «Yo tengo hambre», y expresar con todo diferentes proposiciones fregeanas: cada proposición expresada es ella misma autorreferencial con rela­ ción a la emisión en la que es expresada. Es el sentido fregeano com­ pleto expresado lo que determina la referencia y es el sentido fregeano y no la referencia lo que es un constituyente de la proposición. No se puede subrayar con fuerza suficiente que no hay nada reduccionista o eliminativo en esta explicación de la indexicalidad. No estoy inten­ tando mostrar que la indexicalidad sea realmente alguna otra cosa, sino que más bien estoy intentando mostrar qué es y cómo funciona en emisiones para expresar contenidos Intencionales. ii)

¿Cómo responde esta explicación de la objeción a una explicación internalista de las expresiones indéxicas?

En el curso del desarrollo de una explicación independientemente motivada de las expresiones indéxicas hemos respondido, de pasada, a las objeciones de Perry y Kaplan de que una explicación del tipo de la de Frege de las expresiones indéxicas no puede proporcionar un sen­ tido fregeano completo. Hume y Heimson emiten la misma oración con el mismo significado literal pero cada emisión expresa un conte­ nido Intencional diferente; y cada uno, por consiguiente, tiene un sen­ tido fregeano completo diferente, porque cada proposición expresada es autorreferencial respecto de la emisión que expresa la proposición. En todo caso hemos mostrado cómo la autorreferencialidad de la emi­ sión indéxica, en tanto que determinada por la regla del uso de la ex­ presión indéxica, establece las condiciones que un objeto tiene que sa­ tisfacer para ser el referente de esa emisión. Perry argumenta correctamente que hay esencialmente contenidos de pensamiento indéxicos (proposiciones, en mi sentido), pero argumenta, desde mi perspectiva incorrectamente, que no hay sentido fregeano completo para contenidos de pensamiento esencialmente indéxicos. Y desde esas dos premisas concluye que las proposiciones expresadas en tales casos sólo pueden ser explicadas por una teoría de la referencia di­ recta. Acepto la primera de las premisas pero rechazo la segunda y su conclusión. Las expresiones indéxicas no son contraejemplos a la pre­ tensión de la teoría de la Intencionalidad de que a los objetos se hace referencia por medio de emisiones sólo en virtud del sentido de la

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emisión, sólo en virtud del hecho de que la emisión establece condi­ ciones de satisfacción que los objetos a los que se hace referencia tie­ nen que satisfacer. Dos observaciones para concluir: Primero, he dicho de mi explica­ ción de las expresiones indéxicas que es «fregeana» en espíritu, pero es bastante diferente de las pocas observaciones que de hecho Frege hizo sobre las expresiones indéxicas. Lo poco que Frege dijo parece a la vez erróneo e inconsistente con su explicación general del sentido y la referencia. Sobre «yo» dice que puesto que cada uno de nosotros es consciente de él mismo de un modo especial, privado, «yo» tiene tanto un sentido público como privado. Sobre «ayer» y «hoy» dice que si queremos expresar hoy la misma proposición que era expresada ayer por una emisión que contiene «hoy» debemos usar la palabra «ayer»16, de este modo parece adoptar una explicación de re de tales proposiciones indéxicas. ¿Qué se puede hacer con estas observacio­ nes? La idea de que hay sentidos incomunicables de expresiones es profundamente antifregeana, puesto que la noción de sentido fue in­ troducida, en parte, para proporcionar un contenido públicamente captable para ser compartido por el hablante y por el oyente. Y el ejemplo de «ayer» y «hoy» parece un ejemplo clásico de la clase de casos donde sentidos diferentes pueden determinar la misma referencia. Así como «la Estrella de la tarde» y «la Estrella de la mañana» pueden te­ ner la misma referencia con diferentes sentidos porque el referente se presenta en cada caso con un «modo de presentanción» diferente; así, «hoy» dicho ayer y «ayer» dicho hoy tienen diferentes sentidos y por lo tanto son partes de la expresión de diferentes proposiciones fregeanas, incluso aunque ambas sean usadas para referir al mismo día. Creo que Frege no logró ver que era posible dar una explicación fregeana de las expresiones indéxicas porque no logró ver su carácter autorreferencial, y este fracaso es parte de un fracaso mayor debido a que no captó la naturaleza de la Intencionalidad. Segundo, discusiones como ésta pueden tender a degenerar en un género de vago escolasticismo que oculta los supuestos ‘metafísicos’ básicos que están en disputa y, en la medida en que sea posible, creo que deberíamos sacar estos supuestos a la superficie. Mi supuesto bá­ sico es simplemente éste: las relaciones causales y otras clases de rela­ ciones naturales con el mundo real sólo son relevantes para el len­ guaje y para otras clases de Intencionalidad en tanto que causan impacto sobre el cerebro (y sobre el resto del sistema nervioso cen­ 16

G. Frege, «The thought: a logical inquiry», reimpreso en P. F. Strawson (ed.),

Philosophical Logic, Oxford University Press, Oxford, 1967, pp. 17-38. [Hay traduc­ ción española de Luis MI. Valdés, en G. Frege, Investigaciones lógicas, Tecnos, Ma­ drid, 1984, pp. 49-85. (TV. del T.)]

¿ESTÁN LOS SIGNIFICADOS EN LA CABEZA?

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tral), y los únicos impactos que importan son aquellos que producen Intencionalidad, incluyendo la Red y el Trasfondo. Sin duda, alguna forma de intemalismo tiene que ser correcta porque no hay ninguna otra cosa que pueda hacer su labor. El cerebro es todo lo que tenemos para propósitos como el de representamos el mundo a nosotros mis­ mos y todo lo que podemos usar debe estar dentro del cerebro. Cada una de nuestras creencias tiene que ser posible para un ser que sea un cerebro en una cubeta porque cada uno de nosotros es precisamente un cerebro en una cubeta; la cubeta es un cráneo y los ‘mensajes’ que entran vienen por medio de impactos en nuestro sistema nervioso. La necesidad de este intemalismo se enmascara en muchas de estas dis­ cusiones por la adopción del punto de vista de una tercera persona. Adoptando la perspectiva de Dios pensamos que podemos ver lo que son las creencias reales de Ralph incluso si él no puede. Pero lo que olvidamos cuando intentamos interpretar una creencia que no está enteramente en la cabeza de Ralph es que sólo la hemos interpretado en nuestra cabeza. O, para expresar la misma idea de otro modo, in­ cluso si hubiese un conjunto de conceptos semánticos externos ten­ drían que ser parásitos respecto de y enteramente reductibles a un con­ junto de conceptos internos. Entonces, paradójicamente, el punto de vista desde el cual de­ fiendo la explicación ‘fregeana’ de la referencia es tal que Frege lo ha­ bría encontrado completamente extraño a sus planteamientos, un gé­ nero de naturalismo biológico. La Intencionalidad es un fenómeno biológico y es parte del mundo natural como cualquier otro fenómeno biológico.

9. I.

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LA NATURALEZA DEL PROBLEMA

El problema de los nombres propios debería ser fácil, y a un cierto nivel creo que lo es: necesitamos hacer referencias repetidas al mismo objeto, incluso cuando el objeto no está presente, y por ello damos al objeto un nombre. Desde ese momento este nombre se usa para ha­ cer referencia a ese objeto. Sin embargo, surgen algunos problemas cuando reflexionamos sobre las siguientes consideraciones: los obje­ tos no nos son dados antes que nuestro sistema de representación; lo que cuenta como un objeto o el mismo objeto es una función de cómo dividamos el mundo. El mundo no nos viene ya dividido en objetos; tenemos que dividirlo; y el cómo lo dividimos depende de nuestro sis­ tema de representación; en este sentido depende de nosotros, aunque el sistema esté biológica, cultural y lingüísticamente formado. Ade­ más, para que alguien pueda nombrar un cierto objeto o saber que un nombre es el nombre de ese objeto, tiene que tener alguna otra repre­ sentación de ese objeto independientemente del mero tener el nombre. Para el propósito de este estudio necesitamos explicar cómo el uso de los nombres propios encaja en nuestra explicación general de la In­ tencionalidad. Tanto las descripciones definidas como las expresiones indéxicas sirven para expresar al menos un cierto trozo de contenido Intencional. La expresión puede no ser suficiente por sí misma para identificar el objeto al que se refiere, pero en los casos donde la refe­ rencia tiene éxito se dispone de otro contenido Intencional suficiente para que el hablante fije la referencia. Esta tesis vale incluso para los usos «referenciales» de las descripciones definidas donde el contenido Intencional que se expresa de hecho en la emisión podría no ser ni si­ quiera verdad del objeto al que se hace referencia1. Pero ¿qué sucede con los nombres propios? Obviamente carecen de un contenido Inten­ cional explícito, pero ¿sirven para enfocar la Intencionalidad del ha­ blante y del oyente de algún modo?; ¿o se refieren simplemente a ob­ jetos sin ninguna intervención del contenido Intencional? De acuerdo* ' Ver J. R. Searle, «Referential and attributive», en Expression and Meaning, Cambridge University Press, Cambridge, 1979, pp. 137-161.

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con mi explicación la respuesta es obvia. Puesto que la referencia lin­ güística depende siempre de o es una forma de referencia mental y puesto que la referencia mental es siempre tal en virtud del contenido Intencional incluyendo el Trasfondo y la Red2, los nombres propios tienen que depender de algún modo del contenido Intencional y es el momento de hacer ese modo —o esos modos— completamente explí­ citos. Se suele formular el problema de los nombres propios de la forma siguiente: «¿Tienen sentido los nombres propios?», y en la filosofía contemporánea se supone que hay dos respuestas rivales sobre esa cuestión: una respuesta afirmativa ofrecida por la teoría «descriptivista», según la cual un nombre hace referencia por estar asociado con una descripción o quizás con un racimo de descripciones, y una res­ puesta negativa ofrecida por la teoría «causal» según la cual un nom­ bre hace referencia a causa de una «cadena causal» que conecta la emisión del nombre con el portador del nombre o al menos con la ce­ remonia de nombrar en la cual el portador del nombre lo adquiere. Creo que ninguno de los dos lados estaría satisfecho con estas etique­ tas. La teoría causal se describiría mejor como la teoría de la cadena causal externa de la comunicación3, y la teoría descriptivista se descri­ biría mejor como la teoría Intencionalista o intemalista por las razones que surgirán en esta discusión. Etiquetas aparte, es importante tener claro desde el comienzo cuál es exactamente el problema en litigio entre estas dos teorías. Casi sin excepción, las explicaciones que he visto de la teoría descriptivista son más o menos vulgares distorsiones de ella, y quiero hacer explíci­ tas cuatro de las malas concepciones más comunes de los problemas para desecharlas de modo que podamos dedicamos a investigar los au­ ténticos problemas. Primero, el problema no es definitivamente si los nombres propios deben ser exhaustivamente analizados en términos completamente ge­ nerales. No sé de ningún teórico descriptivista que haya mantenido esa perspectiva jamás, aunque Frege algunas veces hable como si pu­ diese simpatizar con ella. En cualquier caso nunca ha sido mi perspec­ tiva, ni creo que haya sido la perspectiva de Strawson o Russell. Segundo, en lo que a mí respecta realmente el problema no es, en absoluto, sobre analizar nombres propios en palabras. En mis prime­ 2 En lo que sigue en este capítulo usaré «contenido Intencional» ampliamente para incluir elementos relevantes de la Red y del Trasfondo. 3 K. Donnellan reconoce lo inapropiado de la etiqueta para sus ideas. Cf. «Speaking o f nothing», The Philosophical Review, vol. 83 (enero 1974), pp. 3-32; reimpreso en S. P. Schwartz (ed.), Naming, Neccessity and Natural Kinds, Comell University Press, Ithaca/Londres, 1977, pp. 216-244.

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ros escritos sobre este tema4 señalé que en algunos casos la única «descripción identificadora» que un hablante podría tener asociada con el nombre es simplemente la capacidad de reconocer el objeto. Tercero, algunos autores5 piensan que los descriptivistas mantie­ nen que los nombres propios están asociados con un ‘dossier’ en la mente del hablante y que el problema es entre esta concepción del dossier y la concepción del uso de un nombre propio como algo aná­ logo a señalar. Pero esto es, de nuevo, una mala concepción del descriptivismo. De acuerdo con la explicación descriptivista, señalar es precisamente un ejemplo que encaja en su tesis, puesto que el señalar tiene éxito sólo en virtud de las intenciones del que señala. Cuatro, Kripke afirma que según el análisis descriptivista «algún hombre da efectivamente un nombre al penetrar en la privacidad de su propio espacio y diciendo que el referente va a ser la única cosa que tiene ciertas propiedades identificadoras»6*.Pero ésta no es una idea a la que ningún descriptivista que conozco se haya adherido jamás y no es sorprendente que Kripke no ofrezca la fuente de esta extraña idea. Pero, si estas cuatro explicaciones representan de mala manera el descriptivismo y los problemas entre las teorías causal y descripti­ vista, ¿cuáles son exactamente esos puntos de vista y qué problemas se plantean entre ellos? El problema es simplemente éste: ¿Hacen re­ ferencia los nombres propios estableciendo condiciones de satisfac­ ción internas de un modo que sea consistente con la explicación gene­ ral de la Intencionalidad que he estado proporcionando, o hacen referencia los nombres propios en virtud de alguna relación causal ex­ terna! Intentaremos plantear este problema con un poco más de preci­ sión. El descriptivista está comprometido con la idea de que para ex­ plicar cómo un nom bre propio hace referencia a un objeto necesitamos mostrar cómo el objeto satisface o se ajusta al contenido Intencional «descriptivo» que se asocia con el nombre en las mentes de los hablantes; parte de esta Intencionalidad será normalmente ex­ presada o al menos será expresable en palabras. El teórico causal está comprometido con la idea que ningún análisis Intencional podrá hacer nunca esa labor y que para explicar la relación de referencia con éxito entre la emisión de un nombre y el objeto al que se refiere necesita­ 4 En, por ejemplo, Speech Acts, Cambridge University Press, Cambridge, 1969, p. 90. [Hay traducción española de Luis MI. Valdés Villanueva, Actos de habla, 3.9 ed., Tecnos, Madrid, 1990. (TV. del T.)] 5 El término, creo, fue usado por vez primera por H. P. Grice en «Vacuous ña­ mes», en Davidson y Hintikka (eds.), Words and Objections, Reidel, Dordrecht, 1969, p p .118-145. 6 S. Kripke, «Naming and necessity», en G. Harman y D. Davidson (eds.), Semantics of Natural Language, Reidel, Dordrecht, 1972, p. 300.

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mos mostrar alguna clase de conexión causal externa entre la emisión del nombre y el objeto. Ambas teorías intentan responder a la cuestión «¿Cómo tiene el hablante éxito al referirse a un objeto cuando emite un nombre?». La respuesta ofrecida por el descriptivista es que el ha­ blante se refiere al objeto porque y sólo porque el objeto satisface al contenido Intencional asociado con el nombre. El teórico causal res­ ponde que el hablante se refiere a un objeto porque y sólo porque hay una cadena causal de comunicación que conecta la emisión del ha­ blante con el objeto o al menos con el bautismo del objeto —una puntualización importante que trataremos más tarde—. II.

LA TEORÍA CAUSAL

Hay diferentes versiones de la teoría causal y no intentaré discutir­ las todas. Las más influyentes han sido las de Kripke y Donnellan, y reduciré la mayor parte de mi discusión a sus puntos de vista. No son idénticas, pero llamaré la atención sobre las diferencias entre ellas sólo cuando sea necesario para evitar la confusión. Comenzaré con la versión de Kripke. Un enunciado más o menos aproximado de la teoría po­ dría ser el siguiente. Tiene lugar un bautismo inicial. Aquí el objeto puede ser nombrado por ostensión, o la referencia del nombre puede fijarse por una descripción. Cuando el nombre «pasa de eslabón a eslabón», el receptor del nombre debe, creo, tener la intención de usarlo cuando lo oye con la misma referencia que la persona a quien se lo oyó7. Hay varias cosas que observar en este pasaje. Primero, la explicación de la introducción del nombre en el bautismo es enteramente descrip­ tivista. El bautismo nos da un contenido Intencional en forma verbal, una descripción definida (Kripke da un ejemplo de la introducción del nombre «Neptuno» cuando era un planeta aún no percibido como tal), o da el contenido Intencional de una percepción cuando se nombra un objeto ostensivamente. En el caso perceptivo, hay de hecho una cone­ xión causal, pero como se trata de causación Intencional, interna al contenido perceptivo, son inútiles los esfuerzos del teórico causal para dar una explicación causal extema de la relación del nombre con el objeto. Desde luego, en tales casos habrá también una explicación causal extema en términos del impacto del objeto sobre el sistema 7 Kripke, op. cit., p. 302.

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nervioso, pero los fenómenos causales externos no darán por sí mis­ mos una definición ostensiva del nombre. Para conseguir la definición ostensiva el perceptor tiene que percibir el objeto y eso incluye algo más que impactos físicos del objeto sobre su sistema nervioso. Así pues, constituye un rasgo extraño de la versión de Kripke de la teoría causal el que la cadena causal extema no alcance realmente al objeto, sólo alcanza al bautismo del objeto, a la ceremonia de introducción del nombre, y desde ese momento en adelante lo que fija la referencia es un contenido Intencional que puede también tener o no una cone­ xión causal extema con el objeto. Muchos filósofos, quizás la mayo­ ría, piensan que la teoría causal de los nombres afirma que existe una conexión causal entre el uso referencial de los nombres y el objeto que nombran, pero al menos en el caso de Kripke eso no es realmente ver­ dad. Una cuestión interesante y a la que volveremos más tarde. A algunos autores, por ejemplo, Devitt8, les disgusta este aspecto de la explicación de Kripke y quieren reservar la noción de nombres genuinamente «designacionales» para aquellos que están causalmente conectados con el objeto mismo. Pero esto parece bastante arbitrario. No hay nada que nos impida introducir un nombre mediante descrip­ ción y usarlo para hacer referencia, incluso como un «designador rí­ gido»; y, en cualquier caso, hay montones de nombres propios de enti­ dades abstractas, por ejemplo, los numerales son nombres de números, y las entidades abstractas son incapaces de iniciar cadenas causales físicas. Un segundo rasgo que debe observarse en la explicación de Kripke es que la cadena no es, por así decir, pura. Además de la cau­ sación y del bautismo, se permite que se introduzca sigilosamente un elemento Intencionalista adicional: cada hablante debe tener la inten­ ción de referirse al mismo objeto que la persona de quien ha apren­ dido el nombre. Así esto nos da algún contenido Intencional asociado con cada uso del nombre «N» en la cadena causal, a saber: «N es el objeto al que hizo referencia la persona de quien obtuve el nombre». Ahora bien, éste es un requisito extraño por la siguiente razón: si todo el mundo en la cadena realmente tiene esta intención restringida, y si el contenido Intencional fuese efectivamente satisfecho, esto es: si cada hablante realmente tuviese éxito al referirse al mismo objeto, en­ tonces se seguiría trivialmente que la referencia volvería directamente al objetivo del bautismo inicial y el hablar sobre causación sería re­ dundante. Pero ésa no es presumiblemente la idea de Kripke, puesto que no tendría poder explicativo y sería de hecho circular. Explicaría 8 M. Devitt, Designation, University o f Chicago Press, Chicago, 1981, esp. capí­ tulo 2, pp. 25-64.

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con éxito la referencia en virtud de una cadena de referencias con éxito. La idea de Kripke es claramente ésta: Se da cuenta de cómo se satisface el contenido Intencional, esto es, de cómo tiene éxito la refe­ rencia, en términos de causación externa más la intención de que de­ bería tener éxito. Así Kripke establece tres condiciones para responder a cómo cada instancia de emisión refiere al objetivo inicial: bautismo inicial, cadena causal, contenido Intencional restringido. Y la explica­ ción es aún externa en este sentido: aunque cada eslabón en la cadena de comunicación es percibido tanto por el hablante como por el oyente, «lo que es relevante no es cómo el hablante piense que logra la referencia sino la cadena de comunicación efectiva»9. Antes de criticar la explicación de Kripke volvamos a la de Donnellan. La principal idea es que cuando un hablante usa un nom­ bre teniendo la intención de referirse a un individuo y predi­ car algo de él, la referencia con éxito ocurrirá cuando haya un individuo que entre en la explicación históricamente co­ rrecta de quien [ric] es aquello de lo que el hablante tenía la intención de predicar algo. Ese individuo será entonces el re­ ferente y el enunciado que se hace será verdadero o falso de­ pendiendo de si eso tiene o no la propiedad designada por el predicado10. El pasaje tiene dos elementos clave: a) «explicación históricamente correcta de»; b) «de quien es aquello de lo que el hablante tiene la intención de predicar algo». Para ayudamos a entender a) Donnellan introduce la idea de un «observador omnisciente de la historia». El observador omnisciente verá a quién o a qué nos referimos incluso si no podemos dar ningún contenido Intencional que encaje con quién o con aquello a lo que nos referimos. Pero, entonces, ¿en qué consiste nuestra satisfacción de b)l ¿Qué hecho sobre nosotros hace que sea el caso que cuando decimos, por ejemplo, «Sócrates es chato», era Só­ crates de quien «teníamos la intención de predicar algo»? Evidente­ mente, según la explicación de Donnellan , ningún hecho sobre noso­ tros —excepto la cadena causal que conecta nuestra emisión con Sócrates— . Pero, entonces, ¿cuál es la naturaleza de esta cadena?; ¿qué busca el observador omnisciente y por qué? Rorty nos asegura que la teoría causal necesita sólo «causación física ordinaria», como el choque de objetos contra objetos. Creo que el observador de Donne9 Kripke, op. cit., p. 300. 10 Donnellan, op. cit., p. 229.

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lian va a tener que buscar la causación Intencional y el contenido In­ tencional. Volveré sobre esta cuestión más adelante. Kripke insiste, y considero que Donnellan estaría de acuerdo, en que la teoría causal no tiene la intención de ser una teoría completa, sino más bien como un «cuadro» de cómo funcionan los nombres propios. A pesar de todo, queremos saber si es un cuadro exacto y un modo de proceder es intentar obtener contraejemplos, ejemplos de nombres que no funcionan de acuerdo con ese cuadro. ¿Nos da la ca­ dena causal (o el cuadro) tal como ha sido establecido, por ejemplo, por Kripke, las condiciones suficientes de referencia con éxito al usar nombres propios? La respuesta, creo, es claramente no. Hay numero­ sos contraejemplos en la literatura, pero quizás el más gráfico es el de Gareth Evans11. «Madagascar» era originalmente el nombre de una parte de Africa. Marco Polo, aunque presumiblemente satisfacía la condición de Kripke de tener la intención de usar el nombre con la misma referencia que «el hombre de quien lo oyó», se refería, a pesar de todo, a una isla frente a la costa de Africa, y esa isla es ahora a lo que nosotros mentamos con el nombre «Madagascar». Así, el uso del nombre «Madagascar» satisface una condición causal que lo conecta con el continente africano, pero eso no es suficiente para hacerlo ca­ paz de referirse al continente africano. La cuestión a la que nosotros necesitamos volver es cómo y por qué se refiere a Madagascar en vez de al continente africano, dado que la cadena causal apunta al continente. Si el cuadro de la cadena causal kripkeana no nos da una condición suficiente, ¿nos da al menos una condición necesaria? Aquí de nuevo la respuesta me parece que es claramente no. En general es una buena idea usar ejemplos que han sido presentados en contra de uno como ejemplos que realmente funcionan a favor de uno mismo; así pues, consideremos el siguiente ejemplo de Kaplan*12. Él escribe que la teoría de la descripción no puede ser correcta porque, por ejemplo, el Concise Biographical Dictionary (Concise Publications, Walla Walla, Was­ hington) dice que «Ramsés VIII» es «Uno de un cierto número de anti­ guos faraones sobre los que nada se sabe». Pero seguramente podemos referimos a él incluso aunque no satisfagamos la teoría de la descrip­ ción para el uso de su nombre. Realmente lo que el ejemplo muestra es que se conocen una gran cantidad de cosas de Ramsés VIII, y de hecho él es más bien un caso ideal para la versión más ingenua de la teoría de " G. Evans, «The causal theory o f ñames», Proceedings o f the Aristotelian Society, supl. vol. 47, pp. 187-208; reimpreso en Schwartz (ed.), op. cit., pp. 192-215. 12 D. Kaplan, «Bob and Carol and Ted and Alice», en K. J. Hintikka et. al. (eds.), Approaches to Natural Languages, Reidel, Dordrecht/Boston, 1973, pp. 490-518.

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la descripción puesto que parece que tenemos una descripción identificadora perfecta. Ramsés VIII es el faraón llamado «Ramsés» que go­ bernó Egipto después de un faraón llamado «Ramsés VII»13. Esto es, imagino, como supongo que es el caso, que tenemos al menos algún conocimiento de la historia del antiguo Egipto, incluyendo el conoci­ miento de que los faraones con el mismo nombre se numeran de modo secuencial. Supongamos, por mor del argumento que sabemos un poco sobre Ramsés VII y sobre Ramsés IX. Podríamos entonces usar, sin ninguna duda, el nombre «Ramsés VIII» para hacer referencia al Ram­ sés que vino entre Ramsés VII y Ramsés IX, incluso aunque las dife­ rentes cadenas causales que se extienden desde nosotros hasta el anti­ guo Egipto hayan perdido a Ramsés VIII. Lo que tenemos en este caso es un ejemplo de la Red en funcionamiento; en este caso, esto es parte de la Red que contiene conocimiento sobre el pasado. En general se puede decir que toda la Red de la Intencionalidad se clava causalmente al mundo real, vía la causación Intencional, en va­ rios puntos, pero sería un serio error suponer que la Red debe estar cla­ vada, mediante un género cualquiera de causación, a cada punto singu­ lar al que se haga referencia usando un nombre propio14. Creo que la razón por la cual los teóricos causales cometen este error es que abu­ san de la analogía entre referencia y percepción, una analogía que Donnellan formula explícitamente15. La percepción se clava al mundo de este modo en cada punto, porque cada experiencia perceptiva tiene la autorreferencialidad causal de contenido Intencional que hemos dis­ cutido anteriormente. Pero los nombres propios no llevan consigo ese género de causación, ni siquiera de causación Intencional. Es posible satisfacer las condiciones para usar con éxito un nombre propio in­ cluso aunque no haya conexión causal, ya sea Intencional o extema, entre la emisión del nombre y el objeto al que se hace referencia. De hecho, esto será el caso en cualquier sistema de nombres donde se pueda identificar al portador del nombre desde la posición del nombre en el sistema. Puedo, por ejemplo, referirme a la calle M en Washington simplemente porque sé que hay en esa ciudad una secuencia alfabéti­ ca de nombres de calles, «A», «B», «C», etc. No necesito tener cone­ xión causal alguna con la calle M para hacer eso16. Y la cuestión es in­ cluso más clara si consideramos nombres de entidades abstractas: si cuento hasta 387, el numeral nombra al número sin ninguna cadena 13 Por las razones que en breve investigaremos esta descripción es parásita res­ pecto de otros hablantes, pero a pesar de todo es suficiente para identificar sobre quién estamos hablando. 14 Estoy en deuda con Jim Stone por la discusión de este punto. 15 En Schwartz (ed.), op. cit., p. 232. 16 Evans, op. cit., da varios ejemplos de esta clase.

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causal que me conecte con alguna pretendida ceremonia bautismal de ese número. Hay muchísimos contraejemplos reconocidos como tales a la pre­ tensión de que la teoría causal nos da o las condiciones necesarias o las suficientes para que el uso de un nombre propio se refiera a su portador. ¿Por qué los autores de estas teorías no se impresionan por estos ejemplos? Hay, dicho sea de paso, una extraña asimetría en el papel de los contraejemplos en estas discusiones: los presuntos con­ traejemplos a la teoría descriptivista son generalmente considerados como desastrosos para la teoría; contraejemplos a la teoría causal son aceptados alegremente como si no tuviesen importancia. La razón por la que los teóricos causales no están impresionados, sospecho, es que sienten que, como dice Kripke explícitamente, la teoría causal ofrece un cuadro más adecuado de cómo funcionan los nombres incluso si no pueden dar una explicación para cada caso. Después de todo, los contraejemplos pueden ser sólo casos extraños y marginales y lo que realmente queremos saber es qué es central y esencial en el funciona­ miento de la institución de los nombres propios. Además, los contrae­ jemplos no son realmente muy importantes para nosotros teóri­ camente a menos que sean respaldados por alguna teoría independien­ temente motivada, alguna explicación de por qué son contraejemplos. Simpatizo con ambos impulsos y creo que deberíamos buscar el ca­ rácter esencial de la institución y no estar demasiado impresionados por extraños ejemplos, y creo que los contraejemplos son sólo intere­ santes si son respaldados por una teoría que los explique. De hecho, me gustaría ver tratados con la misma actitud los contraejemplos tanto de la teoría causal como de la descriptivista. La dificultad es que los contraejemplos que he presentado parecen levantar serias dificul­ tades para la teoría (o cuadro) causal y están respaldados por una teo­ ría de la Intencionalidad. En el caso de Madagascar la Intencionalidad que va ligada al nombre traslada la referencia del término de la ca­ dena causal al objeto que satisface el contenido Intencional asociado, y en el caso en el que se colocan nombres en sistemas de nombres la posición de un nombre como elemento en la Red da suficiente Inten­ cionalidad para asegurar la referencia para el nombre sin ninguna ca­ dena causal. Volvamos entonces a la cuestión más importante: ¿Da la teoría o cuadro causal el carácter esencial de la institución de los nombres pro­ pios? Creo que la respuesta es claramente no. Para ver esto, imagine­ mos una comunidad primitiva de cazadores-recolectores con un len­ guaje que contiene nombres propios. (Y no es del todo implausible imaginar un lenguaje usado por una comunidad primitiva; hasta donde sabemos, fue en tales comunidades donde las lenguas humanas evolu­ cionaron en primer lugar.) Imaginemos que todo el mundo en la tribu

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conoce a todo el mundo y que los miembros recién nacidos de la tri­ bu son bautizados en ceremonias a las que asiste toda la tribu. Imagi­ nemos, además, que cuando los niños crecen aprenden los nombres de las personas así como los nombres locales de montañas, lagos, calles, casas, etc., por ostensión. Supongamos también que hay un tabú es­ tricto en esta tribu para hablar de la muerte, así que ningún nombre de nadie es mencionado después de muerto. Ahora bien, el objeto de esta fantasía es simplemente éste: tal como la he descrito, esta tribu tiene una institución de los nombres propios usada para hacer referencia en exactamente el mismo sentido que nuestros nombres se usan para ha­ cer referencia, pero n o h a y u n s o l o u s o s i n g u l a r d e u n n o m b r e e n la tr ib u q u e s a t i s f a g a la c a d e n a c a u s a l d e la t e o r í a d e la c o m u n ic a c ió n .

Tal como lo he descrito no hay una cadena singular de comunicación de la clase que apoyan Kripke, Donnellan y otros. Todos y cada uno de los usos de los nombres en esta tribu, tal como la he descrito, satis­ facen la afirmación descriptivista de que hay un contenido Intencional que asocia el nombre con el objeto. En este caso suponemos que a las personas se les enseñan los nombres por ostensión y que aprenden a reconocer a los miembros de su tribu, a las montañas, a las casas, etc. La enseñanza establece un contenido Intencional que el objeto satisface17. Me parece que el teórico causal podría dar la siguiente réplica: El espíritu de la teoría causal se conserva en este ejemplo, porque aunque no hay cadena causal de c o m u n ic a c ió n hay a pesar de todo una cone­ xión c a u s a l entre la adquisición del nombre y el objeto nombrado por­ que el objeto se presenta ostensivamente. La respuesta a esto tiene dos pasos. Primero, el género de conexión causal que enseña el uso del nombre es pura y simplemente causación Intencional; no es externalista en absoluto. Esto es, el género de conexión causal que se esta­ blece en estos casos es una conexión causal descriptivista. Cuando digo «Baxter», estoy mentando al hombre que soy capaz de r e c o n o c e r c o m o Baxter o al hombre que me fue p r e s e n t a d o c o m o Baster, o al hombre a quien v i bautizado como Baster, y en cada uno de estos ca­ sos el elemento causal implicado por el término en cursivas es causa­ ción Intencional. En todos y cada uno de los casos la condición causal es parte del contenido Intencional asociado con el nombre. Y obsér­ vese que lo que cuenta no es el hecho de que yo dé una descripción v e r b a l , sino de que hay un contenido Intencional. Si la teoría causal ha de ser una alternativa a la teoría descripti­ vista, la causación en cuestión no debe ser descriptivista, no debe ser 17

Por supuesto que esto no constituye una definición por las razones que di en

«Proper ñames», Mind, vol. 67 (1958), pp. 166-173.

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intema, en caso contrario la teoría causal sería sólo una variante de la teoría descriptivista. Equivale sólo a la afirmación de que el descriptivismo incluye algunos elementos, por ejemplo, perceptivos, en el con­ tenido Intencional asociado con el uso del nombre. Pero, en segundo lugar, no necesitamos tampoco suponer que todos los nombres de la comunidad son introducidos por ostensión. Como Kripke concede, puede haber nombres en la comunidad que sean introducidos pura­ mente por descripción. Supongamos que los astrónomos y metereólogos de la comunidad son capaces de predecir tormentas y eventos as­ tronómicos del futuro y que ligan nombres propios con estos eventos y fenómenos futuros. Estos nombres se enseñan a todos los miembros de la comunidad puramente por descripción y no hay ninguna posibilidad de que los eventos causen los nombres porque los eventos están en el futuro. Ahora bien, me parece que estamos ante una comunidad que satisface todas las condiciones esenciales para tener nombres propios y tener la institución de los nombres propios que funcionen para hacer referencia del modo en que nuestros nombres propios funcionan para hacer referencia, pero no hay un solo uso singular de un nombre pro­ pio que satisfaga la historia, cuadro, o teoría de los teóricos causales. Si describimos tan fácilmente un ejemplo de una comunidad com­ pleta que satisface las condiciones para usar nombres propios pero no satisface las condiciones establecidas por la teoría causal, ¿cómo va­ mos a dar cuenta del hecho de que la teoría haya parecido tan plausi­ ble a tantos filósofos? ¿Qué vamos a hacer de toda esta disputa? Ob­ sérvese que ni en Donnellan ni en Kripke se presentaba la teoría causal como el resultado de alguna explicación independientemente motivada del uso de los nombres, más bien se presentaba como una alternativa brevemente bosquejada a la teoría descriptivista. El princi­ pal ánimo de ambos argumentos consistía en intentar refutar al descriptivismo, y si queremos entender lo que sucede en esta disputa de­ bemos volver ahora a esta teoría. III.

LA EXPLICACIÓN DESCRIPTIVISTA DE LOS NOMBRES PROPIOS

Las teorías descriptivistas no se comprenden a menos que se com­ prendan los puntos de vista a los que originalmente se oponen. En el momento en que escribí «Proper ñames»18en 1955 había tres perspec­ tivas estándar sobre los nombres en la literatura filosófica: La perspec­ tiva de Mili de que los nombres no tienen connotación en absoluto Op. cit.

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sino simplemente denotación, la perspectiva de Frege de que el signi­ ficado de un nombre es dado por una descripción definida simple aso­ ciada con él, y la que podría ser llamada la perspectiva estándar de los libros de texto de lógica de que el significado de un nombre «N» es simplemente «ser llamado N». Ahora la primera y la tercera de estas perspectivas parecen ser obviamente inadecuadas. Si el problema de una teoría de los nombres propios es responder a la cuestión «¿En vir­ tud de qué el hablante tiene éxito al referirse a un objeto particular al emitir un nombre?», entonces la explicación de Mili equivale simple­ mente a negarse a responder cuestión; simplemente dice que el nom­ bre se refiere al objeto, y eso es todo. Pero la tercera respuesta es tam­ bién defectuosa. Como escribí en Actos de habla, la descripción, «El hombre llamado X» no satisfará, o de to­ dos modos no satisfará por ella misma, el principio de identi­ ficación. Pues si se me pregunta «¿A quién te refieres me­ diante XI» y yo respondo «Al hombre llamado X», incluso si es verdad que existe uno y sólo un hombre llamado X, estoy diciendo simplemente que él es el hombre al que otras perso­ nas se refieren mediante el nombre «X». Pero si se refieren a él mediante el nombre «X», entonces esas personas deben es­ tar dispuestas a sustituir X por una descripción identificadora y, si a su vez, lo sustituyen por «el hombre llamado X», la cuestión se transporta solamente a un estadio superior y no puede continuar indefinidamente sin circularidad o regreso al infinito. Mi referencia a un individuo debe ser parásita res­ pecto de alguna otra. Pero esta parasitariedad no puede pro­ seguir de manera indefinida si no hay en absoluto referencia alguna. Por esta razón, no constituye en absoluto respuesta al­ guna a la presunta de cuál es el sentido de un nombre propio «X» —si es que tiene alguno— decir que su sentido o parte de su sentido es «ser llamado X». Se podría decir también que parte del significado de «caballo» es «ser llamado caba­ llo». Realmente resulta muy sorprendente cómo se comete a menudo este error19. Quizás es igualmente sorprendente el que Kripke señale esto mismo20, incluso usando el mismo ejemplo de «caballo» como si fuera una objeción o dificultad para la teoría de la descripción, cuando de 19 Op. cit., pp. 170-171. [Traducción de Luis MI. Valdés, op. cit., pp. 174. (TV. del T.)¡ 20 Kripke, op. cit., pp. 283-284.

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hecho era una de las tesis fundamentales de la teoría, al menos en sus formulaciones recientes. Obsérvese, sin embargo, que el pasaje ante­ rior no implica que uno no se pueda referir a un objeto con un nombre «jV», cuando la única descripción identificadora que se tiene del ob­ jeto es «ser llamado W’», más bien dice que ésta por sí misma no puede ser una explicación completa de cómo hacen referencia los nombres propios, pues tales descripciones identificadoras dependen de que haya algunas otras descripciones identificadoras de una clase completamente diferente. La intención polémica del pasaje anterior era atacar la perspectiva de los textos de lógica estándar, no por dar una explicación falsa de cómo se consigue la referencia sino por dar una explicación que es incompleta y carece de poder explicativo. Frecuentemente, de hecho, se hace lo que yo llamo referencias parási­ tas usando un nombre propio: frecuentemente la única descripción identificadora que se asocia con un hombre «N» es simplemente el «objeto llamado N en mi comunidad o por mis interlocutores». En tal caso, mi uso del nombre es parásito respecto del uso del nombre por otros hablantes en el sentido en que mi referencia, usando un nombre al cual sólo puedo unir el contenido Intencional «ser llamado N», tiene éxito sólo si hay ahora o ha habido otras personas que usen o hayan usado el nombre «N» y liguen con él un contenido semántico o Inten­ cional de una clase completamente diferente. (Y, recuérdese, «descrip­ ción identificadora» no implica «en palabras», simplemente quiere de­ cir: contenido Intencional, que incluye Red y Trasfondo, que es suficiente para identificar el objeto, y ese contenido puede estar en pa­ labras o no.) De este modo, por ejemplo, si todo lo que sé sobre Plotino es que he oído a otras personas hablar sobre alguien que usa el nombre «Plotino», puedo no obstante referirme a Plotino usando «Plotino», pero mi capacidad de hacer eso es parásita respecto de la de otros hablantes. La explicación de Frege es, entonces, la más prometedora, y era esa explicación la que yo pretendía desarrollar. Su principal mérito es que Frege ve que en el caso de los hombres propios, como con cual­ quier término capaz de hacer referencia, debe de haber algún conte­ nido Intencional en virtud del cual hace referencia. Sus principales de­ méritos son que parece haber pensado que el contenido semántico estaba siempre en palabras, específicamente descripciones definidas, y que la descripción daba una definición o un sentido del nombre. Una virtud adicional de la explicación fregeana, y de la explicación que he intentado desarrollar, es que nos capacitan para responder a ciertas cuestiones desconcertantes concernientes a la ocurrencia de nombres propios en enunciados de identidad, en enunciados existenciales, y en enunciados intensionales-con-s sobre estados Intencionales y, hasta

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donde puedo ver, ningún teórico causal ha dado hasta la fecha una res­ puesta satisfactoria a estas cuestiones. Ahora, a la luz de este breve bosquejo de las motivaciones que existen para la teoría descriptivista, miremos hacia la teoría causal. Desde el punto de vista de la teoría descriptivista, a lo que equivale el análisis causal es a lo siguiente: la «cadena causal de comunicación» es simplemente una caracterización de los casos parásitos vistos desde un punto de vista externo. Intentemos aclarar esto. Kripke dice que en cada eslabón de la cadena de comunicación el hablante debe tener la intención, «cuando emito W’ quiero referirme al mismo ob­ jeto que la persona de quien obtuve el nombre W’». El descriptivista dice que una clase de descripción identificadora que se puede ligar con a un nombre «N» es «la persona a la que otros hacen referencia en mi comunidad lingüística como W’». Ambas partes están de acuerdo en que esto no es suficiente por sí mismo: Kripke insiste en que la ca­ dena debe terminar en un bautismo inicial; el descriptivista admite una variedad de modos en los que puede terminar, de los que el bau­ tismo inicial es sólo uno de ellos. ¿Dónde está la diferencia? Por lo que respecta a la discusión entre descriptivismo y teoría causal no hay diferencia: La teoría de Kripke es solamente una variación del des­ criptivismo. Pero ¿qué pasa con la cadena causal? ¿No exige la teoría causal una cadena causal externa que garantiza la referencia con éxito? La cadena causal externa no desempeña ningún papel explica­ tivo ni en la explicación de Kripke ni en la de Donnellan, como expli­ caré dentro de poco. La única cadena que importa es la transferencia de un de contenido Intencional de un uso de una expresión al si­ guiente, en cada caso la referencia está asegurada en virtud del conte­ nido Intencional descriptivista que está en la mente del hablante que usa la expresión. Esto se aclarará cuando volvamos a los presuntos contraejemplos, pero se puede ver ya en la caracterización de Kripke: Supongamos que hay un baustismo inicial de una montaña con el nombre «N» y, a continuación, una cadena con diez eslabones, cada uno de ellos de una persona que emite «N» teniendo la intención de usarlo para hacer referencia a cualquier cosa que la persona de quien lo obtuvo solía hacerla. Suponiendo que no hay Intencionalidad que intervenga, ni otras creencias, etc., sobre N, esto por sí mismo es sufi­ ciente para garantizar que cada persona se refiere al objetivo inicial del bautismo solamente en virtud del hecho de que hay uno y sólo un objeto que satisface o que encaja con su contenido Intencional. Des­ pués del hablante que hizo el bautismo inicial, los contenidos Inten­ cionales subsiguientes son parásitos de los anteriores para lograr la re­ ferencia. Desde luego que habrá una caracterización causal externa de la cadena, y un observador omnisciente podría observar al Sr. Uno ha­ blando a la Sra. Dos y así sucesivamente hasta el Sr. Diez, y aquél po­

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dría describir una secuencia de eventos sin mencionar Intencionalidad alguna, sin mención alguna del contenido descriptivo. Pero la secuen­ cia de rasgos caracterizados por el observador externo no es lo que asegura la referencia. La referencia, para Kripke, se asegura entera­ mente por el contenido descriptivo. El modo para probar qué rasgo está haciendo la labor, si el conte­ nido descriptivo o la cadena causal, es variar uno de ellos mientras mantenemos el otro constante y ver qué sucede. Supongamos que la Srta. Siete decide usar el nombre no para hacer referencia a la misma cosa que la persona de quien lo obtuvo, sino para referirse a su pe­ queño caniche. Externamente descrita, la cadena de comunicación puede ser exactamente la misma: el nombre «N» va de Uno a Diez, pero el cambio en el contenido Intencional quiere decir que Siete, Ocho, Nueve y Diez están refiriéndose a un caniche y no a una mon­ taña, solamente porque el caniche y no la montaña es lo que satisface su descripción identificadora (esto es muy parecido al ejemplo de Madagascar). O, al contrario, imaginemos que la cadena es de contenido descriptivo constante, cada eslabón es parásito del anterior hasta el bautismo inicial, pero variemos la historia causal externa del modo que se quiera; esto no afectará, con todo, a la referencia. Ahora bien, ¿qué es lo que está haciendo la labor: la Intencionalidad o «la causa­ ción física ordinaria»? En respuesta a la sugerencia de que el descriptivista puede acomo­ dar fácilmente su explicación, Kripke, Donnellan y Devitt insisten en que según la perspectiva descriptivista el hablante tendría que recor­ dar de quién obtuvo el nombre. Pero esto me parece lisa y llanamente falso. Puedo (y de hecho hago), por ejemplo, referencias parásitas usando el nombre «Plotino» del modo considerado anteriormente sin recordar de quién obtuve el nombre. Yo solamente tengo la intención de referirme a la misma persona que la persona (quienquiera que pueda ser) de quien obtuve el nombre, de acuerdo con la versión de Kripke del descriptivismo. Pero ¿por qué importa eso? ¿Qué cambia si la cadena se describe por medio del contenido Intencional o de la causación física externa? Porque el problema, repitámoslo, es si la referencia tiene éxito en vir­ tud del hecho de que el objeto al que se hace referencia se ajusta a o satisface alguna descripción asociada o si la referencia se logra en vir­ tud de algunos hechos sobre el mundo absolutamente independientes de cómo esos hechos se representan en la mente: alguna condición que la emisión de la expresión reúne que es independiente de los con­ tenidos de cualquier descripción asociada. Kripke y Donnellan afir­ man que están argumentando contra la concepción de la referencia por medio de un contenido Intencional asociado y en favor de condiciones causales externas. Yo estoy argumentando que en la medida en que su

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explicación funciona, funciona porque es descriptivista; la cadena causal externa no juega papel explicativo alguno. Y no estoy diciendo que su explicación pueda ser introducida por la fuerza en un molde descriptivista, sino que cuando analizamos pormenorizadamente la ex­ plicación real que de hecho ellos ofrecen se trata de una descripción aparentemente descriptivista. No deberíamos sorprendemos de que tengan tan poco que decir sobre la causación. No juega ningún papel en sus explicaciones. Para ver esto algo más profundamente volvamos a Donnellan. Supongamos que alguien dice «Sócrates era chato», y preguntamos a quién se está refiriendo. La idea central es que esto exige una explicación histórica; no buscamos un in­ dividuo que pudiera ajustarse mejor a las descripciones del individuo al que él mismo considera que se está refiriendo..., sino más bien un individuo históricamente relacionado con su uso del nombre «Sócrates» en esta ocasión. Podría ser que un observador omnisciente de la historia viese un individuo relacionado con un autor de diálogos, que uno de los perso­ najes centrales de estos diálogos estuviera modelado sobre ese individuo, que estos diálogos hayan sido transmitidos de uno a otro y que el hablante haya leído su traducción; el que el hablante predique ahora chatez de algo es explicado por el hecho de haber leído estas traducciones... «¿Qué individuo, si es que lo hay, describiría el hablante de ese modo, incluso quizás erróneamente?» (las cursivas son mías)21. Este pasaje me parece que da una explicación muy razonable; la cuestión que nos deja es: ¿Qué se supone que busca el observador om­ nisciente y por qué? ¿Qué consideraciones hace para decidir «qué in­ dividuo, si es que lo hay, describiría el hablante de ese modo»? Puesto que hay un número indefinido de «relaciones históricas» debe haber algún principio para seleccionar aquellas que son relevantes. ¿Cuál? Creo que la respuesta está implícita en este pasaje. Hemos de tomar dos conjuntos de contenidos Intencionales como decisivos. Primero, el autor de los diálogos modeló uno de los personajes centrales sobre un individuo real, esto es, el autor tenía una representación del indivi­ duo en cuestión e intentaba que el nombre «Sócrates» se refiriese a él en los diálogos. Segundo, el hablante, habiendo leído los diálogos, in­ tentaba que su uso de «Sócrates» se refiriese a la misma persona a la que se refería el autor de los diálogos. El hablante selecciona a su vez Donnellan, op. cit., pp. 229-230.

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un montón de descripciones adicionales de los diálogos y éstas po­ drían ser verdaderas o no del hombre a quien se está refiriendo. Ahora bien, si preguntamos a esa persona «¿A quién te refieres me­ diante ‘Sócrates’?», podría damos alguna de estas descripciones y, como Donnellan señala, estas descripciones podrían no ser verdaderas del hombre al que el autor de los diálogos se refiere como «Sócrates», sino verdaderas de algún otro, por ejemplo el autor mismo. Suponga­ mos que esa persona dice «mediante ‘Sócrates’ me refiero al hombre que inventó el método del diálogo», y supongamos que el autor de los diálogos lo inventó él mismo y modestamente se lo atribuye a Sócrates. Ahora bien, si entonces decimos «A pesar de todo él se estaba real­ mente refiriendo a la persona a la que se refiere el autor como ‘Sócra­ tes’ y no a la persona que de hecho inventó el método del diálogo», es­ tamos comprometidos con la idea de que el contenido Intencional del hablante «Me estoy refiriendo a la misma persona a la que se refiere el autor de los diálogos» prima sobre su contenido «Me estoy refiriendo al inventor del método del diálogo». Cuando nos dio la última res­ puesta, nos la dio bajo el supuesto de que una y la misma persona satis­ facía ambas descripciones. Si van separadamente, esto es, si cada con­ tenido Intencional es satisfecho por una persona diferente, depende del hablante cuál tiene preferencia. El hablante expresó un fragmento de su Red de contenidos Intencionales. Si ese fragmento no se ajusta al ob­ jeto que satisface el resto de la Red, el observador omnisciente supon­ drá, muy razonablemente, que el resto de la Red le precede. Él se está refiriendo al Sócrates histórico incluso si dio de él una descripción falsa, pero esa suposición es una suposición sobre cómo el contenido Intencional de la persona determina la referencia. De este modo tanto según la explicación de Kripke como según la de Donnellan las condi­ ciones de referencia con éxito son descriptivistas hasta el fondo. IV.

DIFERENCIAS ENTRE LAS DOS EXPLICACIONES

Aunque tanto las teorías «descriptivistas» como las «causales» son en el fondo descriptivistas, hay no obstante varias diferencias impor­ tantes entre ellas. 1. De acuerdo con la teoría causal la transferencia de la Intencio­ nalidad en la cadena de comunicación es realmente la esencia de la institución de los nombres propios. De acuerdo con la descriptivista es sólo un rasgo casual. No es la característica esencial o definitoria de la institución en absoluto. Y el propósito de la parábola de la comunidad de cazadores-recolectores era establecer precisamente esta cuestión: la tribu tiene la institución de los nombres propios para hacer referencia,

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pero no hay cadenas de comunicación, ni referencias parásitas. Otro modo de establecer lo mismo consiste en ver que, aunque la referencia parásita es siempre posible para los nombres propios, esta clase de pa­ rasitismo es también posible para cualquier palabra que exprese un contenido Intencional, incluyendo aquí términos generales. Considé­ rese, por ejemplo, las palabras «estructuralismo» y «estructuralista». Durante mucho tiempo tuve sólo las más confusas ideas sobre lo que estas palabras significaban. Sabía que el estructuralismo era algún gé­ nero de teoría muy de moda, pero ese era el límite de mi conoci­ miento. No obstante, dada mi Red y mi Trasfondo, podía usar la pala­ bra «estructuralismo» de un modo parásito; podía, por ejemplo, preguntar «¿Hay todavía muchos estructuralistas en Francia?», o «¿Es Pierre estructuralista?». Y obsérvese que este parasitismo no está res­ tringido a términos para géneros naturales de la clase sobre la que Putnam habla. No era un caso de identificar de pasada estructuralistas os­ tensivamente por medio de su apariencia exterior y esperar que un día la investigación científica revelase su verdadera naturaleza. Por lo que toca a esta diferencia entre la teoría descriptivista y la causal, el argu­ mento parecería favorecer la afirmación descriptivista de que las cade­ nas de comunicación no son rasgos esenciales de la institución de los nombres propios, aunque ambos estarían de acuerdo en que de hecho comúnmente aparecen. 2. El descriptivista encuentra muy implausible suponer que en las cadenas de comunicación, cuando aparecen, la única Intencionali­ dad que asegura la referencia es que cada hablante tiene la intención de referirse al mismo objeto que el hablante anterior. En la vida real se transfiere un montón de información en la cadena de comunicación y alguna información de este tipo será relevante para asegurar la refe­ rencia. Por ejemplo, el tipo de cosa nombrada por el nombre —si es una montaña o un hombre o un caniche o lo que sea— se asocia gene­ ralmente con el nombre incluso en los casos parásitos; y si el hablante está insensatamente equivocado sobre esto no estamos inclinados a decir que él ha tenido realmente éxito al hacer referencia. Suponga­ mos, por ejemplo, que él oye una discusión sobre la filosofía de las matemáticas de Sócrates y confundidamente supone que «Sócrates» es el nombre de un extraño número. Supongamos que dice «Creo que Sócrates no es primo sino que es divisible por 17». Esa persona satis­ face la versión de Kripke de la teoría causal, pero no tiene éxito al re­ ferirse a Sócrates. Además, allí donde el objetivo inicial del bautismo no es idéntico con el objeto que satisface el contenido no parásito aso­ ciado, no siempre interpretamos la referencia como señalando hacia el objetivo inicial. En el caso de Madagascar, suponemos que cada ha­ blante tuvo la intención de referirse al mismo objeto que el hablante

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previo, pero Marco Polo introdujo algún contenido Intencional nuevo que tomó la precedencia en la cadena de comunicación. Identificó una isla y no una porción del continente africano. Una consecuencia no sólo poco interesante sino también absurda de la perspectiva de Kripke consiste en que no establece restricciones en absoluto sobre aquello a lo que el nombre podría llegar a referirse. De este modo, por ejemplo, podría suceder que por «Aristóteles» me esté refiriendo a un taburete del bar Pizza Place de Joe en Hoboken, 1957, si a eso es a lo que me lleva la cadena causal. Quiero decir: por «Aristóte­ les» no podría estar refiriéndome a un taburete, porque eso no es lo que quiero decir mediante «Aristóteles». Y las observaciones de Kripke so­ bre el esencialismo no son suficientes para bloquear este resultado pues son todas necesidades de re que se ligan a los objetos mismos pero no se ligan a ningún contenido Intencional restrictivo del uso del nombre. De este modo, incluso si es una necesidad metafísica de re que el hom­ bre real tiene una cierta madre y un cierto padre, eso no nos dice nada sobre cómo el nombre se refiere a ese hombre y no a un taburete.

3. En general el descriptivista está inclinado a preferir el conte­ nido Intencional de primer orden y a ver lo casos parásitos como me­ nos importantes; el teórico causal subraya la descripción parásita identificadora. El germen de verdad que hay en la teoría causal me parece que es éste: Para los nombres de objetos respecto de los que no cono­ cemos directamente el objeto tenderemos frecuentemente a preferir el contenido Intencional parásito. Por ejemplo, en el caso de nombres de figuras históricas remotas, por ejemplo, Napoleón o Sócrates, o gente famosa, por ejemplo, Nixon, dado un conflicto entre el contenido In­ tencional de primer orden y el parásito usualmente preferiremos el se­ gundo. ¿Por qué? Porque la cadena de Intencionalidad parásita nos de­ volverá al objetivo original del bautismo y esto es lo que estamos normalmente inclinados a pensar, aunque no siempre, que es lo que importa. En este aspecto, los nombres propios difieren de los términos generales. Puesto que la razón por la que tenemos nombres propios es precisamente para referimos a objetos, no para describirlos, frecuente­ mente no nos importa de hecho demasiado qué contenido descriptivo se usa para identificar el objeto siempre que identifique el objeto co­ rrecto, donde el «objeto correcto» es precisamente aquel al que otras personas se refieren al usar el nombre. V.

PRESUNTOS CONTRAEJEMPLOS AL DESCRIPTIVISMO

Con esta discusión en mente volvamos a los contraejemplos. Los contraejemplos que he visto a la teoría descriptivista fallan en general

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porque los autores parecen mirar únicamente lo que el agente podría decir y no el contenido Intencional total que tiene en su cabeza, y también porque descuidan el papel de la Red y del Trasfondo. Cada contraejemplo está diseñado para mostrar que el hablante se referirá a un objeto en la emisión de un nombre incluso aunque la descripción definida asociada no sea satisfecha por ese objeto o sea satisfecha por algún otro o por nada. Mostraré que en cada caso la referencia se logra sólo porque el objeto satisface el contenido Intencional en la mente del hablante. Ejemplo 1: El caso GódelISchmidt (Kripke) Lo único que Jones sabe o cree sobre Kurt Gódel es que es el au­ tor de la famosa prueba de la incompletud. Pero supongamos, de he­ cho, que la prueba fue escrita por otro hombre, Schmidt. Ahora bien, cuando preguntamos a Jones por una descripción identificadora de «Gódel» dice «el autor de la prueba de la incompletud de la aritmé­ tica». Pero de hecho cuando Jones usa «Gódel» se está refiriendo a Gódel y no al hombre que satisface su descripción. Es obvio a partir de lo que he dicho que la explicación correcta de este caso es que Jones tiene bastante más contenido Intencional que la descripción que da. En último término tiene «el hombre llamado ‘Gódel’ en mi comunidad lingüística o al menos por aquellos de quien ob­ tuve el nombre». La razón por la que no da esto como una respuesta cuando es preguntado por una descripción identificadora es que su­ pone que se requiere algo más que esto. Toda esta Intencionalidad es ya poseída por quienquiera que le pregunte por la descripción identifi­ cadora. Es característico de estas discusiones que los autores muy rara­ mente nos den oraciones en las cuales debemos imaginar la ocurrencia del nombre, pero si consideramos oraciones reales, este ejemplo po­ dría ir en otra dirección. Supongamos que Jones dice «En la línea 17 de esta prueba, Gódel hace lo que me parece ser una inferencia falaz», y supongamos que le preguntamos a quién se refiere mediante «Gó­ del». El responde «me quiero referir al autor del famoso teorema de incompletud» y nosotros, entonces, decimos «Bien, de hecho, Gódel no demostró ese teorema; tal teorema fue originalmente demostrado por Schmidt». Ahora bien, ¿qué dice Jones? Me parece que bien po­ dría decir que mediante «Gódel» él quería referirse precisamente al autor de la prueba de incompletud independientemente de cómo se llamaba de hecho. Kripke admite que podría haber tales casos. Inclu­ yen lo que he llamado usos de aspecto secundario de los nombres pro-

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pios22. Pero Jones no necesita decir eso. Podría decir «Me estaba refi­ riendo al hombre que he oído llamar ‘Kurt Gódel’, independiente­ mente de si demostró o no la incompletud de la aritmética». Por otro lado supongamos que Jones dice «Kurt Gódel vivió en Princeton». En este caso, me parece mucho más probable que si encuentra que Gódel no satisface la descripción definida no parásita que él liga con el nom­ bre simplemente retrocedería al contenido Intencional parásito que liga con el nombre. Pero en cualquier caso es el contenido Intencional del hablante lo que determina la referencia. No es suficiente mirar pre­ cisamente a lo que el hablante dice en respuesta a una cuestión parti­ cular; se tiene que mirar su contenido Intencional total, así como sus capacidades de Trasfondo asociadas con el nombre y a lo que él diría si fuese informado de que diferentes partes de ese contenido se satis­ facían por diferentes objetos. No me parece que haya nada en este ejemplo que necesite preocupar al descriptivista. Ejemplo 2: Tales el cavador de pozos (Donnellan)23 Supongamos que todo lo que un cierto hablante sabe o piensa que sabe sobre Tales es que es el filósofo griego que dijo que todo es agua. Pero supongamos que nunca hubo un filósofo griego que dijese tal cosa. Supongamos que Aristóteles y Herodoto estuviesen refiriéndose a un cavador de pozos que dijo «Desearía que todo fuese agua y así no tendría que cavar estos malditos pozos». En tal caso, según Donne­ llan, cuando el hablante usa el nombre «Tales» se está refiriendo a ese cavador de pozos. Además, supongamos que hubo un ermitaño que nunca tuvo tratos con nadie, que realmente mantenía que todo era agua. No obstante, cuando decimos «Tales» sencillamente no nos es­ tamos refiriendo a ese ermitaño. Hay realmente dos aspectos en este argumento: uno sobre el ermi­ taño, el otro sobre el cavador de pozos. Superficialmente, el caso del cavador de pozos es formalmente similar al caso de Gódel/Schmidt. El hablante siempre tiene listo su contenido Intencional parásito para re­ gresar a él si su descripción asociada es satisfecha por algún objeto que no encaja con el resto de su contenido Intencional. Sin embargo, este caso también plantea el problema diferente de cómo la Red de las cre­ encias del hablante establecerá algunas restricciones adicionales res­ pecto de la cadena de la Intencionalidad parásita. Supongamos que He­ rodoto había oído a una rana en el fondo de un pozo cuyo croar sonaba 22

«Referential and attributive», en Expression and Meaning, p. 148. (Proper ñames and identifying descriptions», Synthese, vol. 21 (1970), pp. 335-358.

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de modo parecido a como en griego se dice «todo es agua»; suponga­ mos además que esta rana era una mascota llamada «Tales», y que este incidente es el origen de la idea de que alguien mantuvo que todo es agua. Cuando uso el nombre «Tales», considerando que estoy refirién­ dome a un filósofo griego, ¿estoy refiriéndome a esa rana? Creo que no. Algunas dudas similares podrían plantearse respecto del cavador de pozos; puedo pensar en oraciones donde estaría inclinado a decir que estaba refiriéndome al cavador de pozos y en otras oraciones en las cuales estaría inclinado a decir que no lograba referirme a alguien por­ que no había tal persona como Tales el filósofo. Pero en los casos en los que estoy refiriéndome a un cavador de pozos lo hago así porque el cavador de pozos satisface bastantes elementos de mi contenido des­ criptivo; en particular, satisface el contenido, «La persona a la que se hace referencia como ‘Tales’ por las personas de las que he obtenido este uso del nombre», esto es, satisface el contenido Intencional pará­ sito de la clase mencionada anteriormente. En el caso del ermitaño, la razón por la que no sentimos inclinación en absoluto a decir que nos estamos refiriendo a él con el nombre de «Tales» es que no satisface la condición de encajar en la Red de Intencionalidad relevante. Cuando decimos «Tales es el filósofo griego que mantuvo que todo es agua», no nos referimos a cualquiera que sostuviese que todo es agua, nos re­ ferimos a esa persona que fue conocida por los otros filósofos griegos por defender que todo es agua, al que se hacía referencia en su tiempo o posteriormente por alguna variante o predecesora griega de la expre­ sión que ahora pronunciamos como «Tales», cuyos trabajos e ideas han llegado hasta nosotros postumamente a través de los escritos de otros autores, y así sucesivamente. Ahora bien, repitámoslo, en todos los ca­ sos habrá una explicación causal extema de cómo obtenemos esa infor­ mación, pero lo que asegura la referencia no es la cadena causal ex­ tema, sino la secuencia de transferencias de contenidos Intencionales. La razón por la que no estamos tentados a admitir que se considere al ermitaño como Tales es que simplemente no encaja en la Red y el Trasfondo. Este ejemplo es de algún modo análogo al ejemplo del humanoide que inventó los bifocales ochenta mil millones de años antes que Benjamín Franklin viviera. Cuando dije que Franklin inventó los bifocales, quería decir: relativo a nuestra Red y Trasfondo. Ejemplo 3: Las dos manchas (Donnellan j24 Supongamos que un hombre ve dos manchas de idéntico color en una pantalla, una encima de la otra. Supongamos que llama a la de en­ 24 «Proper ñames and identifying descriptions», op. cit., pp. 347 ss.

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cima «A» y a la de debajo «B». La única descripción identificadora que puede dar de A es «la de encima». Pero supongamos que, sin que él lo sepa, le hemos dado lentes invertidas así que la que él piensa que está encima está realmente abajo y viceversa. En tal caso la descrip­ ción identificadora que puede dar es realmente falsa del objeto al que hace referencia, no obstante su referencia a A es a pesar de todo satis­ fecha. Trataré este ejemplo de manera más bien rápida. A es la que real­ mente ve justo allí. Es la que causa esta experiencia visual. No se po­ dría pedir una ‘descripción identificadora’ mejor que ésa. Expresiones como «la de encima» son estrictamente para consumo público, y aun­ que se puedan imaginar casos en los que precederían a la presentación Intencional, en la mayoría de los casos el contenido presentacional es primario. En resumen, su contenido Intencional o en percepción o en memoria es suficiente para seleccionar A. Pero supongamos que ol­ vida que la vio. Supongamos que incluso olvida que pensó que estaba encima. Solamente recuerda que el nombre nombraba una mancha. ¿No puede, no obstante, usar el nombre para referirse a la mancha? Claro que sí. No hay razón por la que un contenido Intencional pará­ sito no pueda depender de los propios contenidos Intencionales pre­ vios. Ahora bien, A es sólo identificada como «la que yo era previa­ mente capaz de identificar como A», un caso límite, quizás, pero a pesar de todo posible. Ejemplo 4: La Tierra gemela (Putnam et al.)25 La explicación correcta de cómo un nombre nos asegura la refe­ rencia aquí en la Tierra no puede ser que lo hace por medio de un con­ tenido descriptivo asociado, porque si hubiese una Tierra Gemela nuestros nombres se referirían, a pesar de todo, a objetos en nuestra Tierra y no a objetos en la Tierra Gemela, aun cuando cualquier des­ cripción de un objeto en la Tierra se ajustaría igualmente bien a su Doppelgánger en la Tierra Gemela. Para explicar cómo la referencia tiene éxito en la Tierra de un modo no ambiguo tenemos que recono­ cer el papel de los eslabones causales externos entre emisiones y ob­ jetos. He respondido ya a esta clase de objeción en el Capítulo 2 sobre la percepción y en el Capítulo 8 sobre las expresiones indéxicas. Para el 25 H. Putnam, «The meaning o f meaning», en Philosophical Papers, vol. 2, Mind, Language and Reality, Cambridge University Press, Cambridge, 1975, pp. 215-271. [Traducción española citada más arriba (N. del T.)]

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caso de los nombres propios es suficiente decir que la autorreferencialidad causal de todas las formas perceptivas de Intencionalidad, la autorreferencialidad de las formas de Intencionalidad indéxica, y en ge­ neral el modo en que están indéxicamente relacionadas con nuestros propios contenidos Intencionales, incluyendo la Red y el Trasfondo, es suficiente para bloquear cualesquiera posibles ambigüedades del tipo de la Tierra Gemela. Podemos ver esto incluso en los casos pará­ sitos. Cuando, por ejemplo, digo que la única descripción asociada con «Plotino» es «ser llamado Plotino», no quiero decir exactamente cualquier objeto alguna vez llamado «Plotino» por alguien. Quiero de­ cir, más bien, ínter alia, la persona de la que he oído y leído que se hace referencia a ella como Plotino. El hecho de que un Doppelganger en la Tierra Gemela podría también ser llamado «Plotino» es tan irre­ levante como el hecho de que alguien podría haber (y sin duda alguien ha) llamado a su perro «Plotino», o el hecho de que muchas otras per­ sonas se han llamado «Plotino». VI.

ARGUMENTOS MODALES

Este libro es sobre Intencionalidad y no sobre modalidad y por consiguiente he evitado los problemas modales hasta este momento. Sin embargo, algunos filósofos piensan que los argumentos modales de Kripke son decisivos contra cualquier versión del descriptivismo, así que por consiguiente haré al menos una breve digresión para con­ siderarlos. Frege ha argumentado que las descripciones definidas que un ha­ blante asocia con un nombre propio proporcionaban el «sentido», en su significado técnico de esa palabra, del nombre propio para ese ha­ blante. He argumentado contra Frege que la descripción definida aso­ ciada no podría proporcionar un sentido o definición del nombre pro­ pio porque eso tendría como consecuencia que, por ejemplo, fuese una necesidad analítica que Aristóteles fuese el más famoso maestro de Alejandro, si un hablante asoció la descripción definida, «el más famoso maestro de Alejandro Magno», como el sentido del nombre propio «Aristóteles». He argumentado que el racimo de contenidos In­ tencionales asociados que los hablantes asocian con un nombre propio se relaciona con el nombre por una relación mucho más débil que la definición, y que este enfoque preservaría las virtudes de la explica­ ción de Frege a la vez que evitaría sus consecuencias absurdas. Kripke comienza su crítica de mi explicación distinguiendo el descriptivismo interpretado como una teoría de la referencia del descriptivismo inter­ pretado como una teoría del significado, y afirmando que si el descrip­ tivismo se interpreta únicamente como una teoría de la referencia, una

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teoría de cómo se asegura la referencia con los nombres propios, en­ tonces es incapaz de proporcionar una solución fregeana a los proble­ mas sobre nombres propios en enunciados de identidad, enunciados existenciales, y enunciados sobre actitudes proposicionales. No dice nada en apoyo de esta última afirmación, y en cualquier caso me pa­ rece sencillamente falsa. Intentaré mostrar que los nombres propios no tienen definiciones en el sentido usual pero que la referencia se ase­ gura por medio de un contenido Intencional asociado. De este modo, en términos de Kripke, estoy proporcionando una teoría de la referen­ cia pero no una teoría del significado. Sin embargo, la distinción no es tan aguda como sugiere, por la siguiente razón: el contenido Intencio­ nal asociado con un nombre propio puede figurar como parte del con­ tenido proposicional de un enunciado hecho por un hablante que usa ese nombre, incluso aunque el contenido Intencional asociado del ha­ blante no sea parte de la definición del nombre. Y ésta es la razón por la que se puede proporcionar una teoría descriptivista de cómo asegu­ ran la referencia los nombres propios (y, por lo tanto, de ahí dar una teoría de la referencia y no a una teoría del significado para los nom­ bres propios) mientras se muestra al mismo tiempo que los métodos por los cuales los nombres propios aseguran la referencia explican cómo el significado de emisiones hechas al usar esos nombres contie­ nen contenido descriptivo (y, por lo tanto, dar una explicación de los nombres que tiene consecuencias para los significados de las proposi­ ciones que contienen esos nombres). Por ejemplo, en la explicación descriptivista un hablante puede creer que Héspero brilla cerca del ho­ rizonte a la vez que no cree que Fósforo brilla cerca del horizonte, in­ cluso aunque Héspero y Fósforo sean idénticos. Un hablante puede creer consistentemente esto si asocia contenidos Intencionales inde­ pendientes con cada nombre, aun cuando en ninguno de los dos casos el contenido Intencional proporcione una definición del nombre. La así llamada teoría del racimo es capaz de dar cuenta de tales proble­ mas mientras al mismo tiempo avanza la teoría como explicación de cómo se asegura la referencia y no como explicación del significado en el sentido fregeano estricto. De hecho la explicación que estoy proporcionando sugiere el ca­ mino para una solución al «problema sobre la creencia» de Kripke26. He aquí el problema: Supongamos un hablante bilingüe, que no sabe que «London» y «Londres» nombran la misma ciudad, sinceramente afirma en inglés «London is pretty» e incluso también sinceramen­ te afirma en español «Londres no es bonita». ¿Cree o no cree él que 26 S. Kripke, «A puzzle about belief», en A. Margalit (ed.), Meaning and Use, Reidel, Dordrecht, Í976, pp. 239-283.

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Londres es bonita? El primer paso para solucionar el problema es ob­ servar que porque el hablante asocie diferentes contenidos Intenciona­ les con «London» y «Londres» la contribución que cada palabra hace a la proposición en la cabeza de esa persona es diferente y por consi­ guiente cree las dos proposiciones las cuales, aunque no puedan ser ambas verdaderas (porque se refieren al mismo objeto y le atribuyen propiedades inconsistentes), no son contradictorias. El caso es aná­ logo al ejemplo de Héspero-Fósforo27. El principal argumento modal usado contra mi explicación es el argumento del designador rígido. En sus versiones más crudas el argu­ mento es el siguiente: 1) Los nombres propios son designadores rígidos. 2) Las descripciones definidas no son designadores rígidos; y, por paridad de razonamiento, los contenidos Intencio­ nales no son designadores rígidos. por consiguiente, 3)

Los nombres propios no son equivalentes en significado o sentido o funcionamiento a descripciones definidas o contenidos Intencionales de clase alguna.

Incluso si concedemos la primera premisa por mor de la discusión, me parece que el argumento falla por dos razones. Primero, algunas des­ cripciones definidas son de hecho designadores rígidos. De hecho, cualquier descripción definida que expresa condiciones de identidad para los objetos, esto es, cualquier descripción que especifica rasgos que determinan la identidad del objeto será un designador rígido. 27 Kripke considera el enfoque que sugiero pero lo rechaza sobre lo que yo creo que son fundamentos inadecuados. Piensa que el mismo problema podría surgir si el hablante asociase las mismas «propiedades identificadoras» con cada nombre sin saber que eran las mismas. El hablante piensa, por ejemplo, en español «Londres está en In­ glaterra» y en inglés «London is in England», sin saber que Inglaterra es England. Pero si miramos una vez más al contenido Intencional total que suponemos que está en la cabeza de la persona para imaginarle diciendo «London is pretty» y simultáneamente «Londres no es bonita», debemos suponer que tiene diferentes contenidos Internacio­ nales asociados con «Londres» y «London». Al final debemos suponer que piensa que hay dos ciudades diferentes y que, por ello mismo, tiene toda clase de ramificaciones en su Red: p. ej., piensa que «es idéntico a Londres» es falso de la ciudad a la que se refiere como «London», mientras que es verdadero de la ciudad a la que se refiere como «Londres»; piensa que Londres y London tienen diferentes localizaciones en la superficie de la Tierra, diferentes habitantes, etc. La moraleja como de costumbre es: para resolver el problema no mires solamente a las oraciones que él emite, sino mira al contenido Internacional total que está en la cabeza de la persona.

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Cualquier descripción que expresa propiedades necesarias y suficien­ tes para, por ejemplo, ser idéntico con Aristóteles, será un designador rígido. De hecho, éste era el rasgo que estaba intentando captar en mi primera discusión de los nombres propios cuando decía que la cues­ tión de la regla para usar un nombre debe estar conectada con la cues­ tión de la identidad del objeto28. Pero segundo, y más importante para esta discusión, cualquier descripción definida en absoluto puede ser tratada totalmente como un designador rígido poniéndole un índice que lo vincule al mundo real. Puedo, simplemente por fíat, decidir usar la expresión «El inventor de los bifocales» de tal modo que re­ fiera a la persona que, en efecto, inventó los bifocales y de tal modo que continúe refiriéndose a la misma persona en cualquier mundo po­ sible, incluso en un mundo posible en el que no inventó los bifocales29. Un uso tal de la descripción definida siempre tendrá al­ cance largo o carecerá, en algún sentido, de alcance en el modo que es característico de los nombres propios. Puesto que cualquier descrip­ ción definida puede convertirse en un designador rígido, no muestra que el funcionamiento de los nombres propios difiera del funciona­ miento de las descripciones definidas el mostrar que los nombres pro­ pios son siempre (o casi siempre) designadores rígidos y las descrip­ ciones definidas no son en general designadores rígidos. VIL

¿CÓMO FUNCIONAN LOS NOMBRES PROPIOS?

Dije al comienzo que la respuesta a esta cuestión debía ser bas­ tante fácil, y creo que lo es a condición de que conservemos in mente ciertos principios. Los hechos que buscamos explicar son: Los nom­ bres propios se usan para hacer referencia a objetos. En general, la contribución que un nombre hace a las condiciones de verdad de los enunciados es simplemente que es usado para referirse a un objeto. Pero hay algunos enunciados donde la contribución del nombre no es, o no es solamente, que se use para hacer referencia a un objeto: en enunciados de identidad, en enunciados existenciales y en enunciados sobre estados Intencionales. Además, un nombre es usado para hacer referencia al mismo objeto en diferentes mundos posibles donde tenga propiedades diferentes de aquellas que tiene en el mundo real. 28 En Mind (1958), op. cit. 29 K. Kaplan hace algo similar con su noción de «Dthat» [«Dthat», en P. Colé (ed.) Syntax and Semantics, vol. 9, Nueva York, 1978] y también A. Plantinga con su no­ ción de un «Alpha transform» [en «The Boethian compromise», American Philosophical Quaterly, vol. 15, n.° 2 (abril 1978), pp. 129-138].

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Los principios que necesitamos conservar in mente cuando expli­ camos estos hechos son: 1. Para que un nombre llegue alguna vez a ser usado para hacer referencia a un objeto debe haber en primer lugar alguna representación independiente del objeto. Esto puede hacerse por vía de percepción, memoria, descripción definida, etc., pero debe haber bastante contenido Intencional para identificar a qué objeto está unido el nombre. 2. Una vez que la conexión entre el nombre y el objeto haya sido establecida, los hablantes que han dominado la práctica de Trasfondo de usar nombres pueden hacer uso del hecho de que la conexión entre el nombre y el objeto ha sido establecida, sin saber nada más sobre el objeto. Siempre que no tengan ningún contenido Intencional desmesu­ radamente inconsistente con los hechos sobre el objeto, su único con­ tenido Intencional podría ser que estén usando el nombre para refe­ rirse a aquello a lo que otros se refieren al usarlo, pero tales casos son parásitos respecto de las formas no-parásitas de identificación del ob­ jeto. 3. Toda referencia lo es en virtud del contenido Intencional (am­ pliamente interpretado), ya sea hecha la referencia por medio de nom­ bres, descripciones, expresiones indéxicas, etiquetas, rótulos, figuras, o por cualquier otro medio. Se hace referencia al objeto sólo si éste se ajusta a o satisface alguna condición o conjunto de condiciones expre­ sadas por o asociadas con el dispositivo que se usa para referirse a él. En el caso límite estas condiciones podrían ser simples capacidades de Trasfondo para el reconocimiento como, por ejemplo, en el caso que consideramos en el Capítulo 2 donde el único contenido Intencional que una persona había asociado con el nombre era simplemente su ca­ pacidad para reconocer al portador, o podrían ser contenidos Intencio­ nales parásitos de la clase descrita en el principio 2. Los principios 1 y 2 son simplemente aplicaciones de 3. 4. Lo que cuenta como un objeto y por tanto como un posible objetivo para ser nombrado y hacer referencia a él se determina siem­ pre de forma relativa a un sistema de representación. Dado que tene­ mos un sistema bastante rico para individualizar objetos (p. ej., bas­ tante rico para contar un caballo, un segundo caballo, un tercer caballo...), e identificar y reidentificar objetos (p. ej., bastante rico para determinar qué debe ser el caso si eso tiene que ser el mismo ca­ ballo que uno que vimos ayer), podemos entonces unir nombres a ob­ jetos de tal modo que preservemos la unión de los mismos nombres con los mismos objetos, incluso en situaciones contrafácticas donde el contenido Intencional asociado con el nombre no es ya satisfecho por el objeto. Los principios 1, 2 y 3 sólo tienen aplicación en un sistema representacional que satisface el principio 4.

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Creo que estos principios explican los hechos mencionados más arriba. El propósito total para el que tenemos la institución de los nombres propios es capacitamos para hacer referencia a objetos, pero, puesto que habrá algún contenido Intencional asociado con el nombre, este contenido Intencional puede figurar como parte del contenido proposicional de un enunciado hecho al usar un nombre en enuncia­ dos de identidad, en enunciados existenciales y en enunciados sobre estados Intencionales, incluso aunque la función primaria y normal no es expresar un contenido Intencional sino precisamente hacer referen­ cia a objetos, e incluso aunque el contenido Intencional asociado no sea parte de la definición del nombre. Y la explicación del hecho de que los nombres puedan ser introducidos por y usados con un conte­ nido Intencional que no es un designador rígido, y no obstante el nom­ bre puede ser usado como un designador rígido, es simplemente que tenemos una noción de la identidad de un objeto que es separable de esos contenidos Intencionales particulares que se usan para identificar el objeto. De este modo, por ejemplo, tenemos una noción del mismo hombre que es independiente de descripciones tales como el autor de la Odisea. Podemos entonces usar el nombre «Homero» para referir­ nos al hombre que era el autor real de la Odisea incluso en mundos posibles donde Homero no escribió la Odisea. Parte de la apariencia de que hay algo especialmente problemático en estas explicaciones más bien simples es que hay una familia de di­ ferentes clases de casos en los cuales estos principios operan. Primero, los casos centrales. El uso más importante y amplio de los nombres que hacemos cada uno de nosotros es para personas, lugares, etc., con los que estamos en contacto personal diario, o al menos frecuente. Bautismo aparte, uno aprende originalmente estos nombres de otra persona, pero, una vez aprendidos, el nombre se asocia con una colec­ ción tan rica de contenidos Intencionales en la Red que ya no se de­ pende de otras personas para determinar a qué objeto uno se está refi­ riendo. Piénsese, por ejemplo, en los nombres de los amigos cercanos y de los miembros de la familia, de la ciudad donde se vive o de las calles de su barrio. Aquí no hay nada que sea parecido a una cadena de comunicación. Ejemplos de tales nombres serían para mí «Berkeley, California» o «Alan Code». Segundo, hay nombres que tienen usos prominentes, y tales usos no están basados en el conocimiento directo del objeto. El contenido Intencional asociado con estos nombres se deriva en su mayor parte de otras personas, pero es lo bastante rico para ser considerado como conocimiento sobre el objeto. Ejemplo para mí de tales nombres se­ rían «Japón» o «Charles de Gaulle». En tales casos, el contenido In­ tencional es lo bastante rico así para establecer restricciones muy fuer­ tes sobre la clase de cosas a las que se podría hacer referencia

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mediante mis usos de los nombres. Por ejemplo, independientemente de la cadena de comunicación, ¿no podría suceder que mediante «Charles de Gaulle» me estuviera refiriendo a un tapiz florentino, o por «Japón» me estuviera refiriendo a una mariposa? Tercero, hay usos de nombres donde uno depende casi totalmente del anterior uso que otras personas han hecho del mismo para asegurar la referencia. Son estos casos los que he descrito como parásitos, pues en estos casos el hablante no tiene suficiente contenido Intencional que pueda considerarse como conocimiento sobre el objeto. Al objeto no se puede ni siquiera hacer referencia, generalmente hablando, me­ diante el nombre que el hablante ha adquirido como nombre para el objeto. Para mí tal nombre sería «Plotino». Incluso en esos casos el contenido Intencional limitado coloca algunas restricciones sobre el tipo de objeto nombrado. En mi uso, Plotino no podría haber sucedido que fuese un número primo.

10. EPÍLOGO: INTENCIONALIDAD Y EL CEREBRO A lo largo de este libro he evitado discutir las cuestiones que más destacan en las discusiones contemporáneas de la filosofía de la mente. No he dicho nada que se aproxime al conductismo, funciona­ lismo, fisicalismo, dualismo, o cualquiera de las tentativas para resol­ ver el problema «mente-cuerpo» o «mente-cerebro». Sin embargo, hay en mi análisis una visión implícita de la relación de los fenóme­ nos mentales con el cerebro y quiero finalizar haciéndola explícita. Mi propio enfoque de los hechos y estados mentales ha sido total­ mente realista en el sentido en que pienso que hay realmente cosas ta­ les como fenómenos mentales intrínsecos que no pueden reducirse a alguna otra cosa o eliminarse por medio de algún tipo de redefinición. Hay realmente dolores, cosquillas y picores, creencias, miedos, espe­ ranzas, deseos, experiencias perceptivas, experiencias del actuar, pen­ samientos, sentimientos, y todo lo demás. Ahora bien, se podría pen­ sar que tal afirmación es tan obviamente verdadera que casi no vale la pena formularla, pero lo sorprendente es que se niega de modo ruti­ nario, aunque usualmente de una forma disfrazada, por muchos, qui­ zás por la mayoría, de los pensadores de vanguardia que escriben so­ bre estos temas. He visto que se afirma que los estados mentales pueden ser completamente definidos en términos de sus relaciones causales, o que los dolores no son nada, sino estados de tabla de má­ quina de ciertos géneros de sistemas de ordenadores, o que las atribu­ ciones correctas de Intencionalidad eran simplemente un asunto de éxito predictivo que se logra al adoptar un cierto tipo de «actitud in­ tencional» hacia los sistemas. No creo que ninguna de esas ideas esté ni siquiera cercana a la verdad y he argumentado por extenso contra ellas en otros lugares'. Este no es el lugar para repetir esas críticas, pero quiero llamar la atención sobre algunos rasgos peculiares de esas ideas que deberían despertar nuestras sospechas filosóficas. Primero, nadie ha llegado nunca a estas ideas por medio de un concienzudo 1 «Minds, brains and programs», Behavioral and Brain Science, vol. 3 (1980), pp. 417-424; «Intrinsic Intentionality», Beharioral and Brain Science, en el mismo volu­ men, pp. 450-456; «Analytic philosophy and mental phenomena», Midwest Studies in Philosophy, vol. 5 (1980), pp. 405-423.

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examen de los fenómenos en cuestión. Nadie ha considerado nunca su terrible dolor propio o su más profunda preocupación y concluido que sólo eran máquinas de Turing o que podrían ser enteramente definidos en términos de sus causas y efectos o que atribuir tales estados a ellos mismos era sólo un asunto consistente en adoptar una cierta actitud hacia ellos mismos. En segundo lugar, nadie pensaría en tratar otros fenómenos biológicos de este modo. Si se estuviese haciendo un estu­ dio de las manos o de los riñones o del corazón, se supondría simple­ mente la existencia de las entidades en cuestión, y entonces se prose­ guiría con el estudio de su estructura y función. Nadie pensaría en decir, por ejemplo, «Tener una mano es sólo estar dispuesto a ciertas clases de conducta tal como agarrar» (conductismo manual), o «Las manos pueden ser completamente definidas en términos de sus causas y efectos» (funcionalismo manual), o «El que un sistema tenga una mano es sólo estar en un cierto estado computacional con la clase co­ rrecta de inputs y outputs» (funcionalismo de máquinas de Turing ma­ nual), o «Decir que un sistema tiene manos es sólo adoptar una cierta actitud hacia él» (la actitud manual). ¿Cómo, entonces, vamos a explicar el hecho de que los filósofos hayan dicho cosas tan aparentemente extrañas sobre lo mental? Una respuesta adecuada a esa cuestión seguiría las huellas de la historia de la filosofía de la mente desde Descartes. La respuesta breve es que cada una de estas ideas no estaba diseñada tanto para ajustarse a los hechos como para evitar el dualismo y proporcionar una solución al problema «mente-cuerpo» aparentemente insoluble. Mi breve diag­ nóstico de la persistente tendencia antimentalista en la filosofía analí­ tica reciente es que está ampliamente basada en la asunción tácita de que, a menos que haya algún modo de eliminar los fenómenos menta­ les, ingenuamente interpretados, nos quedaremos con una clase de en­ tidades que están fuera del reino de la ciencia seria y con el problema imposible de relacionar estas entidades con el mundo real de los obje­ tos físicos. Nos quedaremos, en resumen, con toda la incoherencia del dualismo cartesiano. ¿Hay otro enfoque que no nos comprometa con la idea de que hay alguna clase de entidad mental situada fuera del mundo físico y al mismo tiempo, sin embargo, no niegue la existencia real y la eficacia causal de los aspectos específicamente mentales de los fenómenos mentales? Creo que la hay. Para ver que la hay tenemos que desemba­ razamos de varias de nuestras imágenes a priori sobre cómo tienen que estar relacionados los fenómenos mentales con los fenómenos fí­ sicos para describir cómo, hasta donde sabemos, están realmente rela­ cionados. Y, como es usual en filosofía, nuestro problema es el de deshacemos de un conjunto de modelos o paradigmas inadecuados de la relación en cuestión y sustituirlos por paradigmas y modelos más

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adecuados. Como primer paso para hacer esto, quiero intentar enun­ ciar tan fuertemente como pueda lo que se supone que son algunas de las dificultades tradicionales para una visión como la mía. Según mi análisis, los estados mentales son tan reales como cua­ lesquiera otros fenómenos biológicos, tan reales como la lactancia, la fotosíntesis, la mitosis o la digestión. Como estos otros fenómenos, los estados mentales son causados por fenómenos biológicos y a su vez causan otros fenómenos biológicos. Si se quiere una etiqueta se puede llamar a esta idea «naturalismo biológico». Pero ¿cómo haría frente tal naturalismo biológico al famoso problema «mente-cuerpo»? Bien, no hay sólo un problema mente-cuerpo sino varios —uno es so­ bre las otras mentes, otro sobre el libre albedrío, etc.—, pero el que ha parecido más problemático concierne a la posibilidad de relaciones causales entre los fenómenos mentales y los físicos. Desde el punto de vista de alguien que toma este problema seriamente la objeción a mi análisis podría enunciarse como sigue: «Usted dice, por ejemplo, que una intención en la acción causa un movimiento corporal pero, si lo primero es mental y lo segundo físico, ¿cómo podría ser posible que hubiera alguna relación causal entre ellos? ¿Se supone que debemos pensar que los eventos mentales hacen fuerza respecto de los axones y las dentritas o que algo parecido serpentea dentro de la pared de la cé­ lula y ataca su núcleo? El dilema al que usted se enfrenta es simple­ mente éste: Si los aspectos específicamente mentales de los estados y eventos mentales funcionan causalmente como usted pretende, enton­ ces la relación causal es totalmente misteriosa y oculta; si, por otro lado, usted emplea la noción familiar de causación de acuerdo con la cual los aspectos de los eventos que son causalmente relevantes son aquellos descritos por leyes causales y de acuerdo con lo cual todas las leyes causales son leyes físicas, entonces no puede haber ninguna eficacia causal en los aspectos mentales de los estados mentales. Como mucho habría una clase de eventos físicos que satisfaría algu­ nas descripciones mentales, pero esas descripciones no son las des­ cripciones bajo las cuales los eventos distancian leyes causales, y por consiguiente no seleccionan aspectos causales de los eventos. O usted mantiene algún tipo de dualismo y una explicación ininteligible de la causación o mantiene una explicación inteligible de la causación y abandona la idea de la eficacia causal de lo mental en favor de alguna versión de la tesis de la identidad de lo mental con un epifenomenalismo acompañante de los aspectos mentales de los eventos psicofísicos.» La imagen que he estado sugiriendo, y la imagen que creo que eventualmente llevará a la resolución del dilema, es una imagen de acuerdo con la cual los estados mentales son a la vez causados por las operaciones del cerebro y realizados en la estructura del cerebro (y el

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resto del sistema nervioso central). Una vez que se comprende la posi­ bilidad de situar los fenómenos mentales y físicos en estas relaciones hemos eliminado al menos uno de los obstáculos mayores para ver cómo los estados mentales que son causados por estados cerebrales pueden también causar nuevos estados cerebrales y estados mentales. Una de las suposiciones compartidas por muchos dualistas y fisicalistas tradicionales es que para garantizar la realidad y la eficacia causal de lo mental tenemos que negar cualquier relación de identidad entre los fenómenos mentales y el cerebro; y, al contrario, si aseveramos una relación de identidad tenemos que negar cualquier relación causal entre los fenómenos mentales y físicos. En la comparación de J. J. C. Smart, si el ladrón es idéntico a Bill Sikes, entonces el ladrón no puede estar causalmente correlacionado con Bill Sikes2 (pero obsér­ vese: la tendencia del ladrón a delinquir puede correlacionarse causal­ mente con la educación de Bill Sikes). Como primer paso para desha­ cemos del dilema tenemos que mostrar cómo los fenómenos mentales pueden satisfacer ambas condiciones. Para desmitologizar un poco todo el problema mente-cuerpo quiero comenzar considerando algunos ejemplos completamente tri­ viales y familiares de estas mismas clases de relaciones. Los ejemplos se eligen deliberadamente por su banalidad. Considérese la relación de las propiedades líquidas del agua con la conducta de las moléculas individuales. Ahora bien, nosotros no podemos decir tanto que las propiedades líquidas del agua son causadas por la conducta de las moléculas como que son realizadas en el grupo de moléculas. Consi­ deremos a su vez cada relación: Causada por: la relación entre la con­ ducta molecular y los rasgos físicos superficiales del agua es clara­ mente causal. Si, por ejemplo, alteramos la conducta molecular causamos que los rasgos superficiales cambien; obtenemos hielo o va­ por dependiendo de si el movimiento molecular es suficientemente más lento o suficientemente más rápido. Además, los rasgos superfi­ ciales del agua funcionan por sí mismos causalmente. En su estado lí­ quido el agua está húmeda, fluye, podemos bebería, podemos lavamos con ella, etc. Realizado en: la liquidez de un cubo de agua no es algún jugo adicional segregado por las moléculas de H20 . Cuando describi­ mos la sustancia como líquida estamos justamente describiendo esas mismas moléculas en un nivel de descripción más alto que el de la molécula individual. La liquidez, aunque no sea epifenoménica, se re­ aliza en la estructura molecular de la sustancia en cuestión. Así, si se 2 «No se puede correlacionar algo consigo mismo. Se correlacionan huellas con ladrones, pero no Bill Sikes el ladrón con Bill Sikes el ladrón», J. J. C. Smart, «Sensations and brain processes», en Chappell (ed.), The Philosophy o f Mind, Prentice-Hall, Englewood Cliffs, N. J., 1962, p. 161.

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pregunta «¿Cómo puede haber una relación causal entre la conducta molecular y la liquidez si la misma sustancia es, a la vez, líquida y un grupo de moléculas?», la respuesta es que puede haber relaciones cau­ sales entre fenómenos en diferentes niveles con la misma sustancia subyacente. De hecho, tal combinación de relaciones es muy común en la naturaleza: la solidez de la mesa sobre la que estoy trabajando y la elasticidad y el pinchazo de los neumáticos de mi coche son ambos ejemplos de las propiedades causales que son ellas mismas causadas por y realizadas en la microestructura subyacente. Para generalizar esta idea, podríamos decir que dos fenómenos pueden relacionarse tanto por causación como por realización dado que son así en diferen­ tes niveles de descripción. Aplique ahora las lecciones de estos ejemplos simples al problema mente-cuerpo. Considérese, para comenzar, la explicación contempo­ ránea estándar de la neurofisiología de la percepción visual. De acuerdo que la explicación es en el presente incompleta y que nuestra teoría presente podría probarse que es errónea en toda una clase de modos fundamentales. Pero las dificultades de dar una explicación co­ rrecta son las increíbles dificultades empíricas y conceptuales para comprender el modo de operar de un sistema tan complicado como el cerebro humano (o el de los mamíferos); no hay, en suma, un obstá­ culo metafísico adicional para que tal explicación sea correcta, o al menos así lo argumentaré. La historia comienza con el asalto de los fotones a las células fotorreceptoras de la retina, los familiares basto­ nes y conos. Estas señales se procesan a través de al menos cinco ti­ pos de células en la retina —células fotorreceptoras, horizontales, bi­ polares, amacrinas y ganglionares—. Pasan a través del nervio óptico al núcleo genicular lateral, y de allí las señales son transmitidas al córtex estriado y posteriormente se difunden a través de las células extraordi­ nariamente especializadas del resto del córtex visual, las células sim­ ples, las células complejas, las células hipercomplejas de al menos las tres zonas, 17 (la estriada), 18 (el área visual II), y 19 (el área vi­ sual III). Obsérvese que esta historia es una explicación causal, nos dice cómo es causada la experiencia visual por medio de la excitación de un vasto número de neuronas en literalmente millones de sinapsis. Pero ¿dónde está, entonces, la experiencia visual en esta explicación? Es justo ahí en el cerebro donde estos procesos han estado suce­ diendo. Esto es, la experiencia visual es causada por el funciona­ miento del cerebro en respuesta a la estimulación óptica externa del sistema visual, pero es también realizada en la estructura del cerebro. Una historia similar en su forma, aunque bastante diferente en su con­ tenido, puede contarse sobre la sed. Las secreciones del riñón causan la síntesis de la angiotensina, y parece probable que esta sustancia a su

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vez actúa sobre las neuronas del hipotálamo para causar la sed. Hay incluso un cierto cúmulo de evidencia de que al menos algunas clases de sed están localizadas en el hipotálamo. En tal explicación la sed está causada por eventos neuronales en el hipotálamo y realizados en el hipotálamo. No importa para nuestros propósitos si esta explicación es realmente la explicación correcta de la sed, la cuestión es que es una explicación posible. Los problemas empíricos y conceptuales de describir las relacio­ nes entre fenómenos mentales y el cerebro son increíblemente com­ plejos y el progreso, a pesar de la mucha cháchara optimista, ha sido angustiosamente lento. Pero la naturaleza lógica de los géneros de re­ laciones entre la mente y el cerebro no me parece en ese sentido en absoluto misterioso o incomprensible. Tanto las experiencias visuales como las sensaciones de sed, como la liquidez del agua, son rasgos genuinos del mundo que no necesitan ser justificados o redefinidos o calificados como ilusorios. Y de nuevo, como en el caso de la liqui­ dez, se ligan a ambos eslabones de las cadenas causales. Son causados tanto por los microfenómenos subyacentes como a su vez causan fe­ nómenos posteriores. Así como la liquidez de un cubo de agua está causalmente explicada por la conducta de las micropartículas pero a pesar de todo es capaz de funcionar causalmente, así la sed y las expe­ riencias visuales son causadas por series de eventos en el micronivel y son, sin embargo, capaces de funcionar causalmente. Leibniz considera la posibilidad de una explicación como ésta y la rechaza sobre los siguientes fundamentos: «Y si se imagina que existe una Máquina, cuya estruc­ tura haga pensar, sentir, tener percepción, se la podrá conce­ bir agrandada, conservando las mismas proporciones, de tal manera que se pueda entrar en ella como si fuera un molino. Supuesto esto, no se hallarán, visitándola por dentro, más que piezas que se impulsan las unas a las otras, y nunca nada con qué explicar una percepción. Por tanto, es en la substan­ cia simple, y no la compuesta o en la máquina, donde es ne­ cesario buscarla»3. Un paralelo exacto al argumento de Leibniz sería que la conducta de las moléculas de H20 nunca puedan explicar la liquidez del agua, por­ que si entramos en el sistema de moléculas como en un molino sólo 3 G. W. Leibniz, Monadología, parágrafo 17. [La traducción ha sido tomada de la edición castellana a cargo de Manuel Fuentes Benot, Aguilar, Buenos Aires, 1957. (TV.

del T.)]

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encontraríamos, al visitarlo «piezas que se impulsan las unas a las otras, y nunca nada con qué explicar» la liquidez. Pero en ambos ca­ sos estaríamos mirando un sistema en el nivel equivocado. La liquidez del agua no se encuentra en el nivel de la molécula individual, ni se encuentran la percepción visual y la sed en el nivel de la neurona o de la sinapsis individual. Si se conociesen los principios por los cuales funciona el sistema de moléculas H20 , se podría inferir que estaba en un estado líquido observando el movimiento de las moléculas pero, de modo similar, si se conociesen los principios según los cuales fun­ ciona el cerebro se podría inferir en qué consiste un estado de sed o te­ ner una experiencia visual. Pero este modelo de «causado por» y «realizado en» sólo plantea la siguiente cuestión: ¿Cómo puede funcionar la Intencionalidad cau­ salmente? Demos por sentado que los estados Intencionales puedan ellos mismos ser causados y realizados en la estructura del cerebro: ¿Cómo puede la Intencionalidad misma tener alguna eficacia causal? Cuando levanto mi brazo mi intención en la acción causa que mi brazo suba. Éste es un caso de un evento mental que causa un hecho físico. Pero, se podría preguntar, ¿cómo puede ocurrir tal cosa? El le­ vantar mi brazo está enteramente causado por una serie de excitacio­ nes neuronales. No sabemos dónde se originan en el cerebro estas ex­ citaciones, pero van a algún punto a través del córtex motor y controlan una serie de músculos del brazo que se contraen cuando las neuronas apropiadas se excitan. Ahora bien, ¿qué tiene que ver cual­ quier evento mental con todo esto? Como sucedía con nuestras cues­ tiones previas, quiero responder a esto apelando a diferentes niveles de descripción de una sustancia, donde los fenómenos en cada uno de los diferentes niveles funcionan causalmente; y como sucedía con nuestra cuestión previa quiero dejar claras las relaciones involucradas considerando ejemplos completamente banales y no problemáticos. Considérese la explosión que ocurre en un cilindro de un motor de combustión interna de cuatro ciclos. La explosión es causada por el disparo de la chispa de la bujía incluso aunque el disparo y la explo­ sión estén causadas por y realizadas en fenómenos en un micronivel tal que, en su nivel de descripción, términos tales como «disparo» y «explosión» son completamente inapropiados. Análogamente quiero decir que la intención en la acción causa el movimiento corporal aun cuando tanto la intención en la acción como el movimiento corporal están causados por y realizados en una microestructura en cuyo nivel términos tales como «intención en la acción» y «movimiento corpo­ ral» son inapropiados. Describamos el caso un poco más cuidadosa­ mente —y de nuevo no es el caso particular o sus detalles lo impor­ tante, sino el tipo de relaciones que se ejemplifican—. El aspecto del disparo de la chispa de la bujía que es causalmente relevante es el au­

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mentó de la temperatura en el cilindro entre los electrodos hasta el punto en que se logra el encendido de la mezcla de aire y combustible. Es este aumento de la temperatura lo que causa la explosión. Pero el aumento de la temperatura es él mismo causado por y realizado en el movimiento de las partículas individuales entre los electrodos de la bujía. Además la explosión es causada por y realizada en la oxidación de moléculas individuales de hidrocarburo. Mediante un diagrama esto se parece a: U

elevación de la temperatura 7

causa causa y realiza

explosión en el cilindro causa y realiza

causa movimientos de electrones-------------------------------► oxidación de individuales entre moléculas electrodos individuales de hidrocarburos

Los fenómenos en /, y t2 respectivamente son los mismos fenómenos descritos en diferentes niveles de descripción. Por esa razón podría­ mos dibujar también flechas en diagonal mostrando que el movi­ miento de los electrones causa la explosión y el aumento de la tempe­ ratura causa la oxidación de las moléculas de hidrocarburo. Aunque sabemos poco sobre cómo se origina la acción intencional en el cerebro4, sabemos que los mecanismos neuronales estimulan mo­ vimientos musculares. Específicamente estimulan a los iones de calcio para que entren en el citoplasma de la fibra muscular y esto desenca­ dena una serie de eventos que acaban en el movimiento de los puentes cruzados de miosina. Estos puentes cruzados conectan filamentos de miosina con filamentos de actina. Alternativamente, se ligan a co­ rrientes de actina, ejercen presión, se separan, se doblan hacia atrás, se reacoplan y ejercen más presión5. Esto contrae el músculo. En el micronivel entonces tenemos una secuencia de neuronas excitadas que causan una serie de cambios fisiológicos. En el micronivel la inten­ ción en la acción es causada por y realizada en el proceso neuronal y el movimiento corporal es causado por y realizado en los procesos fi­ 4 Pero ver L. Deecke, P. Scheid y H. H. Komhuber «Distribution o f readiness potential, pre-motion positivity and motor potential o f the human cerebral cortex preceding voluntary finger movements», Experimental Brain Research, vol. 7 (1969), pp. 158-168. 5 Neil R. Carlson, Physiology of Behavior, Alien and Bacon, Inc., Boston, 1977, pp. 256 ss.

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INTENCIONALIDAD

siológicos resultantes. El diagrama es formalmente similar al dia­ grama de una combustión intema por ignición: ti

intención en la acción

A causa y realiza

-----)► movimientos corporales

Í

causa y realiza

causa excitación de neuronas --------------------------------- ► individuales cambios fisiológicos

Obsérvese que según este modelo, como sucedía con nuestro anterior modelo, podemos también dibujar flechas en diagonal que en este caso mostrarían que la intención en la acción causa cambios fisiológi­ cos y que la excitación neuronal causa movimientos corporales. Ob­ sérvese también que, según tal modelo, los fenómenos mentales no son más epifenómenos que el aumento de la temperatura de un dis­ paro de la chispa de la bujía. Desde luego, las analogías que he estado usando, como la mayoría de las analogías, son imperfectas. Específicamente, podría objetarse que la explicación de la liquidez, solidez, etc., encaja en una concep­ ción espacio-temporal bien establecida de cómo funciona el mundo de un modo que ninguna explicación de los estados y eventos mentales podría encajar; que al hacer la analogía pretendo afirmar que los esta­ dos mentales tienen un rasgo del que de hecho carecen, a saber, locali­ zaciones especiales bien definidas. Pero ¿es ésta una objeción real­ mente tan devastadora? Creo que descansa sobre nuestra ignorancia actual de cómo funciona el cerebro. Supongamos que tuviésemos una ciencia perfecta del cerebro de modo que supiésemos con detalle cómo las funciones del cerebro producen estados y eventos mentales. Si tuviésemos un conocimiento perfecto de cómo el cerebro produce, por ejemplo, sed o experiencia visual, no dudaríamos en asignar a es­ tas experiencias localizaciones en el cerebro, si la evidencia garantiza tales asignaciones. Y suponiendo que haya algunos estados y eventos mentales para los cuales no haya evidencia de localización precisa, sino más bien evidencia de que fuesen rasgos globales del cerebro o de algún área mayor tal como el córtex, estos serían aún tratados como rasgos globales de una entidad espacial, a saber: el cerebro o de algún área del cerebro tal como el córtex. Volvamos ahora a nuestro ‘dilema’. El primer cuerno afirma que si pensamos en la relación entre lo mental y lo físico como causal nos quedamos con una noción de causación misteriosa. He argumentado

EPÍLOGO: INTENCIONALIDAD Y EL CEREBRO

275

que esto no es así. Sólo lo parece si pensamos que lo mental y lo fí­ sico nombran dos categorías ontológicas, dos clases de cosas mutua­ mente excluyentes, cosas mentales y cosas físicas, como si vivieran en dos mundos, un mundo mental y un mundo físico. Pero si pensamos en nosotros mismos como viviendo en un mundo que contiene cosas mentales en el sentido en que contiene cosas líquidas y cosas sólidas, entonces no hay obstáculos metafísicos para una explicación causal de tales cosas. Mis creencias, mis deseos, mi sed y mis experiencias vi­ suales son realmente rasgos causales de mi cerebro, tanto como la so­ lidez de la mesa en la que trabajo y la licuidad del agua que bebo son rasgos causales de mesas y agua. El segundo cuerno del dilema articula la opinión ampliamente mantenida de que una explicación causal ideal del mundo siempre debe hacer referencia a (estrictas) leyes causales y esas leyes siempre deben ser establecidas en términos físicos. Hay muchos argumentos diferentes a favor de tales posiciones y no he comenzado tan siquiera a responderlos pero he intentado proporcionar algunas razones para pensar que las conclusiones son falsas: nuestra explicación de la cau­ sación Intencional proporciona tanto los comienzos de un marco teo­ rético como muchos ejemplos en donde los estados Intencionales fun­ cionan causalmente como estados Intencionales. Y mientras que no haya leyes ‘estrictas’, hay montones de regularidades causales en la operación de la causación Intencional, por ejemplo, las intenciones previas causan acciones, la sed causa el beber, las experiencias visua­ les causan creencias. Permanece abierta la cuestión empírica de cómo estos estados de nivel superior son realizados en y causados por las operaciones del cerebro, y es también una cuestión abierta cuáles de las realizaciones son «tipo-tipo» y cuáles son «instancia-instancia». Los argumentos a priori que he visto contra la posibilidad de realiza­ ciones tipo, más que de instancia, tienden a descuidar una cuestión crucial: lo que cuenta como un tipo es siempre relativo a una descrip­ ción. El hecho de que no podamos obtener realizaciones tipo-tipo enunciadas, por ejemplo, en términos químicos, no implica que no po­ damos tener realizaciones tipo-tipo en absoluto. Si siempre insistimos en realizaciones en términos químicos entonces la reducción de la ley Boyle-Charles a las leyes estadísticas mecánicas —uno de los mayo­ res éxitos de todos los tiempos de las reducciones tipo— fracasaría porque la reducción no menciona ninguna composición específica­ mente química de los gases. Cualquier viejo gas lo hará. Por lo que sa­ bemos, el tipo de realizaciones que los estados Intencionales tienen en el cerebro pueden ser descritos en un nivel funcional de nivel superior al de la bioquímica específica de las neuronas involucradas. Mi propia suposición especulativa, y en el estado actual de nuestro conocimiento de neurofisiolofía sólo puede ser una especulación, es que si llegamos

276

INTENCIONALIDAD

a comprender el modo de operar del cerebro para producir Intenciona­ lidad, es probable que sea de acuerdo con principios bastante diferen­ tes de los que ahora empleamos, tan diferentes como lo son los princi­ pios de la mecánica cuántica de los principios de la mecánica newtoniana; pero cualesquiera principios, para dar una explicación adecuada del cerebro, tendrán que reconocer la realidad de, y explicar las capacidades causales de, la Intencionalidad del cerebro.

ÍNDICE TEMÁTICO abstenerse: 114 s. acción (acto): 107, 118, 129 acción básica: 110, 112 acción intencional: 92, 95 ss., 111, 113, 117 carácter presentacional de: 100-102 como causada por la intención: 118 ss. com o condiciones de satisfacción de la intención: 118 ss. acción inintencional: 112-114, 118 ss. actos mentales: 114 como condiciones de satisfacción: 93, 9 4 ,1 0 4 ,1 0 7 , 119 como entidad compuesta: 118 explicaciones de la: 117 explicación Intencional de: Capítulo 3 (pássim), e Intencionalidad interviniente: 121 actitudes preposicionales: 22, 33, 34, 214,

221,222 actos de habla: e Intencionalidad: 20-28. Capítulo 6: 168, 172, 174, 185, 187, 196 (pás­ sim), no representacionales: 183 rasgo autorreferencial de: 98, 177 ilocucionarios: 174, 185, 186, 188 ss., 192 ss. Capítulo 6 (pássim), alucinaciones: 52 ss., 87, 130, 140, 146 y dirección de ajuste: 56 autorreferencialidad: ver condiciones de satisfacción, expresiones indéxicas, In­ tencionalidad, intenciones, percepción.

de intenciones: 97, 98n. y experiencias visuales de idéntico tipo: 60 como internamente relacionada con el efecto: 132, 136 conceptos causales: 88 necesidad causal: 126 regu larid ad es ca u sa les: 124, 129, 142 ss., 147 s u p o s ic io n e s de T ra sfo n d o de: 124 ss., 148 vs. regularidades contingentes: 126 vs. regularidades lógicas: 125 relaciones causales: Capítulo 4 (pás­ sim): 124, 266, 268, 269-270 vi. causar: 127 r e la c io n e s c a u sa le s p ercib id as: 124 ss., 135-136, 140 teorías causales: de la percepción: 76 ss. empiristas: 141 ss. Intelectualistas: 141 ss. realistas: 130, 140 ver también significado, nombres propios y referencia causación: Capítulo 4 (pássim): 145 causación agente v í . evento: 126 causación eficiente: 144 causación Intencional: 50, 74, 78, 79, 86, 106, Capítulo 4 (pássim), form as derivadas de: C apítulo 6 (pássim): 180, ver también signi­ ficado

transitividad de: 79,106,107,108

cadenas causales desviadas: 74, 145-149 cartesianismo: 30, 87, 267 causa: 133 aspectos causalmente relevantes: 127, 146,147 autorreferencia causal: 63, 89, 132, 177

como experimentada: 134, 135, 139 ss. explicación Intencional de la: Capítu­ lo 4 (pássim): 133 ss., 138, 142 explicación tradicional de la: 128 ss., 134

[277]

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teoría de la regularidad de la: 125, 130, 138 causalidad: Capítulo 4 (pássim): 123 cerebro: 30, 34, 113, 163, 235. Capítulo 10 (pássim), 266, 274, 276 cognición (Cre): como categoría básica: 43 comunicación: Capítulo 6 (pássim): 172, 173, 176, 184, ver también intenciones conciencia: de condiciones de satisfacción: 36 ss. e Intencionalidad: 18, 48 condiciones de satisfacción (éxito): 25 ss., 27,49, 54, 70, 133, 172, 263 ambigüedad fundamental: 28 de experiencias perceptivas: Capítu­ lo 2 (pássim): 88-90, 232 general v.v. particular: 75-84 de intenciones:92-95 e intensionalidad:38 ss. como interna: 26 no causales: 171,213, 218, 228 y la Red: 35, 82 condiciones de sinceridad: 24 ss., 42, 179 contenido Intencional: 22, 28, 36, 50, 105, 168, 210, 211, 218, 238, 242, 2 4 4 ,2 4 8 ,2 4 9 ,2 5 5 ,2 5 6 , 2 61,264 como proposición: 33 como representación: 31 contenido proposicional: 21, 22, 53, 188, 194, 197, 198,199 creencias de dicto: Capítulo 8 (pássim), 204,214-233 creen cias de re: Capítulo 8 (pássim ), 204, 214-233 definiciones ostensivas: 218 descripciones definidas:248, 255 uso atributivo de: 204 ss. uso referencial de: 204 ss. destrezas físicas: explicación cognitivista de: 159 explicación Intencional de: 159 s. dirección de ajuste: 20 ss., 49, 56, 99, 108 ss., 132, 179, 180, 181, 184 mente-a-mundo: 24, 99, 179, 183 mundo-a-mente: 24, 100, 179, 183 mundo-a-palabra: 23, 177, 179, 183

palabra-a-mundo: 23, 179 dirección de causación: 62, 100, 108, 132 discurso de ficción: 32 dualismo: 15, 266, 267 efecto acordeón: 110, 112 efectos perlocucionarios: 169, 185 estados Intencionales: Capítulo 1 (pás­ sim): 19, 20, 177, 182, 183, 185, 186 187, 194, 224 vx. actos m entales: 18, C ap ítu lo 3 (pássim). como condiciones de sinceridad: 2 4,42 como representaciones: 20, 28 informes de: 195 ss., 208, 209 propiedades lógicas: 30, 31 status ontológico de: 29 ss. ‘estilo indirecto libre’: 201 ss. experiencia del actuar: 99 s., 102 s., 134, 135, 140 contenido Intencional: 103 como consciente: 102 dirección de ajuste: 100 dirección de causación: 100 propiedades fenoménicas de: 102, 104 experiencia visual: 51 ss., 98 ss., 103, 107 s„ 133 s„ 140, 217 s„ 228, 231 s„ 258, 270 s. contenido Intencional de: 56 s., 60, 62, 70, 73 dirección de ajuste de: 56, 62, 99 exp erien cias v isu a les com partidas: 83 s. ra sg o s no in te n c io n a le s (fe n o m é ­ nicos): 56, 74 Red: 67 ss., 78, 80 Trasfondo: 67 ss., 78, 81 ss. vista ciega: 60 explicación: de primera persona: 78, 104 de tercera persona: 76 s. explicaciones causales: 128, 130-133 y contrafácticas, 128 ss. expresiones indéxicas: 205, 210, 211, 212, 213, 219, 226-233 y autorreferencialidad; 227, 228, 229

ÍNDICE TEMÁTICO contenido descrip tivo no indéxico: 229 ss. explicación fregeana de: 227 ss., 233 explicación no fregeana de: 224 ss., 233 y sentido fregeano completo: 226, 227, 230 ss. extensión: 206, 210 y argumentos de la Tierra Gemela: 208 y división del trabajo lingüístico: 207 extensionalidad: 37, 38, 189, 199, 200 test para: 188, 199-200 fenomenalismo: 71 s., 268 fenomenología: 78 fisicalismo: 226 fuerza ilocucionaria: 21, 187, 194 ss. funcionalismo: 15, 226 hipótesis de los datos sensoriales: 73 holismo: 35, 68, 78, 206 indexicalidad: de la percepción: 78, 79 y Red: 79 y Trasfondo: 82 ss., 226 inferencia causal: 85 ss. informes: 38. Capítulo 6 (pássim), de contenido: 193 de estados perceptivos: 56 intensionales: Capítulo 7 (pássim), 187, 192 condiciones de adecuación de: 189 de palabra: 193 palabra por palabra: 193 intención en la acción: Capítulo 3 (pás­ sim), 95, 118, 132, 138, 146, 170, 177 autorreferencialidad causal: 106 causada por intenciones previas: 107, 108 causa movimientos corporales: 107 como componente Intencional de la: contenido Intencional de: 104, 119 experiencia del actuar: 103 Intencionalidad: 17, 38, 40, 49, 109, 123, 130, 160, 168, 174, 182, 187, 203, 210, 235,244, 276 de la acción intencional: 103 y el cerebro: 30, Capítulo 10 (pássim) derivada: 21,41 s., 172 183

279

de la experiencia visual: 103 formas autorreferenciales de: 217, 218, 259 interviniente: 121 intrínseca, 20, 36 s., 41, 175, 183 y el lenguaje: 20-28, Capítulo 6 y 7 (pássim), parásita: 254 intenciones: Capítulo 3 (pássim), 19, 41, 48, 50 ,1 8 4 autorreferencialidad causal: 97 s,. 98 n. contenido de: 94, 99, 139 complejas: 110 ss., 170 de comunicar: Capítulo 6 (pássim ), 173, 176, 178, 179, 181 y conocimiento previo, 114 previas: Capítulo 3 (pássim), 96, 146, 147,170 causas de acción: 106 ss. autorrefencialidad causal de: 106 contenido Intencional de: 104, 106, 147 objeto Intencional: 105 rela ció n con la in te n c ió n en la acción: 106 relativa indeterminación de: 105 reducción de Cre y Des: 115 s. de significar (representación): Capítu­ lo 6 (pássim): 170,171-183 intensionalidad: 29 ss. de actos mentales: 40 de enunciados causales: 128 relación con la Intencionalidad: 38, Capítulo 7 (pássim): 85, 199, 200,

201 lenguaje: Capítulo 6 (pássim): 184-186 instituciones extralingüísticas: 179 y reglas constitutivas: 179 leyes causales: Capítulo 4 (pássim): 123, 128 ss., 130, 132, 136, 143, 268 versión lingüística; 125-130 versión metafísica: 123 metáfora: 157-158 modo psicológico: 21 movimientos (físicos) corporales: Capítu­ lo 3 (pássim): 118, 140, 170 como condiciones de satisfacción: 99, 100

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INTENCIONALIDAD

nombres propios: Capítulo 9 (pássim), y bautismo original: 239 s., 249 y definiciones ostensivas: 240, 245 como designadores rígidos: 261 nombres lógicamente propios: 225 teoría causal de: 205, 237, 239-246, 252, 253, 254 teoría descriptiva de: 237, 245, 2462 52,252, 253, 259 usos parásitos de: 249 ss., 254, 263 objeto Intencional: de intención en la acción: 105 de intenciones previas: 105 y entidades ficticias: 32, 33 problemas ontológicos: 32 visual: 52, 61, 70 s., 99 particularidad, problema de la: para la percepción: 75-84 percepción: Capítulo 2 (pássim), aspecto: 63-64 autorreferencialidad de: 62 ss., 243 y causación: 60 ss., 76 ss., 130 y conciencia: 59, 60-61 contenido como proposición comple­ ta: 54, 74 datos sensoriales: 57, 71-3 expectativa: 66, 68 como intencional: 53 ss. como noción de éxito: 52, 54 n. reconocimiento perceptivo: 81 status ontológico: 60 presentaciones: 38, 59, 99, 135 presuposiciones lógicas: 49 problema mente-cuerpo: 15, 121, Capítu­ lo 10 (pássim): 266, 269, 270 proposiciones singulares: 225 realismo: argumentos escépticos contra: 84 ss. como hipótesis: 166 como teoría perceptiva: 70-73, 87 recuerdos: 107, 109, 160 autorreferencialidad de: 109 Red: 34 s„ 68 s„ 78-84, 148, 150, 151, 156, 235, 237, 243, 244, 248, 252, 256, 259, 261 n., 262

referencia: explicación fregeana de: 227 teoría de la referencia directa: 225 teorías causales de: 205 representaciones: 20, 27 s., 37, 59, 152, 159, 165, 183,203 contenido representativo: 21, 22, 26, 31 s„ 3 7,263 interpretación cognitivista de: 27, 36 lingüísticas: 38, 173, Capítulo 6 (pás sim): 199 significado: 41-43, Capítulos 6 y 8 (pás­ sim), 168 y causación: 111, 180 explicación causal externa: Capítulo 8 (pássim), explicación internalista: Capítulo 8 (pássim), 204, 207, 227 del hablante: 168 intenciones de significar: 168, 169, 171-183 literal: 154-157, 188, 232 explicación clásica de: 154, 156 Teoría representativa de la percepción: 71 s. Trasfondo: 27, 34, 35, 67-84, 143 ss., 148, Capítulo 5 (pássim ): 152, 153, 162, 163, 2 26, 235, 237, 252, 256, 2 5 7 ,2 5 9 ,2 6 3 y condiciones de verdad de las ora­ ciones: 155 y destrezas: 153, 158 ss., 162, 163 funcionamiento de: 159 local: 153 como mental: 162 como mundo: 153, 163 s. profundo: 153 y reglas: 157 s., 160 s. volición (Des) como categoría básica 43, 47, 49, 99100,115-116:

INDICE DE AUTORES Austin, J. L.: 71n., 73

Kripke, S.: 239 ss., 244, 245, 246, 247, 247n., 249, 250, 252, 253, 255, 259, 260, 26 ln.

Bennett, D.: 95, 121 Berkeley, G.: 72 Brentano, F.: 29 Bruner, J.: 66 Burge, T.: 216, 216n., 217 ss.

Leibniz, G. W.: 271, 271 n. Locke, J.: 210

Carlson, N. R.: 273n. Chisholm, R. M.: 94, 94n. Danto, A.: llOn. Dascal, M.: 114, 114n. Davidson, D.: 94, 94n„ 120, 124n„ 187, 187n„ 196 Deecke, L.: 273n. Dennett, D.: 36, 36n. Devitt, M.: 240, 240n„ 250 Donnellan, K.: 239, 241 ss., 243, 245, 246, 249, 250, 251, 251n„ 252, 256, 257 Evans, G.: 77, 242, 242n„ 243n. Feinberg, J.: 1 lOn. F0llesdall, D.: 128, 128n. Frege, G.: 77, 189, 194 ss., 199, 203 ss., 227, 234, 234n„ 237, 247, 248 Grice, H. P.: 61n„ 169, 169n. Gruengard, O.: 114, 114n. Hume, D.: 66, 79, 86, 126, 141 «el problema de Hume»: teoría humeana de la causación: 126, 131, 134 ss. Husserl, E.: 78 James, W.: 101 Kant, I.: 88, 126, 141 Kaplan, D.: 224, 224n„ 235, 242, 242n. Komhuber, H. H.: 273n.

Meinong, A.: 32 Merleau-Ponty, M.: 58 Michotte, A.: 125, 125n. Mili, J. S.: 142, 246 Mohanty, J. M.: 28n. Moore, G. E.: 24, 191 Peacocke, C.: 148, 148n. Penfield, W.: 101 Perry, J.: 224, 224n„ 233 Piaget, J.: 125, 125n. Plantinga, A.: 262n. Polanyi, M.: 159, 159n. Postman, L.: 66 Prichard, H. A.: lOOn. Putnam, H.: 75, 77, 206, 206n„ 206-214, 253, 258, 258n. Q uine, W. V.: 2 15, 21 5 n ., 216, 221, 222n. Reid, T.: 135 Rorty, R.: 241 Russell, B.: 34n., 225 Scheid, P.: 273n. Skarda, C.:75n. Smart, J. J. C.: 269, 269n. Stone, J.: 243n. Van Inwagen, P.: 230n. Von Wright, G. H.: 105n„ 126, 135 Walk, R.: 66 Warrington, E.: 60 Weiskrantz: 60 White, S.: 145n. W ittgenstein, L.: 31, 64, 77, 99, 161, 161n„ 177, 182

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Colección Clásicos del Pensamiento TÍTULOS PUBLICADOS 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. 21. 22.

John Locke: Carta sobre la tolerancia. Edición a cargo de Pedro Bravo Gala. Abü Nasr al Fárábí: La Ciudad Ideal. Presentación de Miguel Cruz Hernández. Traducción de Manuel Alonso Alonso. Montesquieu: Del Espíritu de las Leyes. Introducción de Enrique Tierno Galván. Traducción de Mercedes Blázquez y Pedro de Vega. Pasquale Stanislao Mancini: Sobre la Nacionalidad. Edición de Antonio E. Pérez Luño. Traducción de Manuel Carrera Díaz. Jean-Jacques Rousseau: Discurso sobre la Economía política. Traducción y estu­ dio preliminar de José E. Candela. Rudolf Hilferding: El Capital financiero. Presentación de Julio Segura. Traduc­ ción de Vicente Romano. Immanuel Kant: La paz perpetua. Presentación de Antonio Truyol y Serra. Tra­ ducción de Joaquín Abellán (2.- ed.). John Stuart Mili: Del Gobierno representativo. Presentación de Dalmacio Negro. Traducción de Marta C. C. de Iturbe. Max Weber: El problema de la irracionalidad en las ciencias sociales. Estudio preliminar de José María García Blanco. Traducción de Lioba Simón y José Ma­ ría García Blanco. Baruch Spinoza: Tratado teológico-político. Tratado político. Estudio preliminar y traducción de Enrique Tierno Galván. Jean Bodin: Los seis libros de la República. Estudio preliminar y traducción de Pedro Bravo Gala. Edmund Husserl: Meditaciones cartesianas. Estudio preliminar y traducción de Mario A. Presas. Montesquieu: Cartas persas. Estudio preliminar de Josep M. Colomer. Traduc­ ción de José Marchena. Averroes: Exposición de la «República» de Platón. Estudio preliminar y traduc­ ción de Miguel Cruz Hernández (27 ed.). Francisco de Quevedo: Defensa de Epicuro contra la común opinión. Edición de Eduardo Acosta Méndez. Denis Diderot y Jean le Rond d’Alembert: Artículos políticos de la «Enciclope­ dia». Estudio preliminar y traducción de Ramón Soriano y Antonio Porras. Martín Lutero: Escritos políticos. Estudio preliminar y traducción de Joaquín Abellán. Joseph A. Schumpeter: Imperialismo. Clases sociales. Estudio preliminar de Fa­ bián Estapé. Introducción de Bert Hoselitz. Traducción de Vicente Girbáu. Etienne de la Boétie: Discurso de la servidumbre voluntaria o el Contra uno. Es­ tudio preliminar y traducción de José María Hemández-Rubio. Marco Tulio Cicerón: Sobre la República. Sobre las leyes. Estudio preliminar y traducción de José Guillén. Johann Gottlieb Fichte: Reivindicación de la libertad de pensamiento y otros es­ critos políticos. Estudio preliminar y traducción de Faustino Oncina. Lucio Anneo Séneca: Diálogos. Estudio preliminar, traducción y notas de Car­ men Codoñer.

71. 72. 73. 74. 75. 76. 77. 78. 79. 80. 81. 82. 83. 84. 85. 86. 87. 88. 89. 90. 91. 92. 93.

Georg Wilhelm Friedrich Hegel: Diferencias entre los sistemas de filosofía de Fichte y Schelling. Estudio preliminar, traducción y notas de M.a del Carmen Pa­ redes Martín. Eduard Bemstein: Socialismo democrático. Estudio preliminar, traducción y no­ tas de Joaquín Abellán. Voltaire: Filosofía de la Historia. Estudio preliminar, traducción y notas de Mar­ tín Caparros. Immanuel Kant: Antropología práctica. Edición preparada por Roberto Rodrí­ guez Aramayo. Karl Mannheim: El problema de una sociología del saber. Estudio preliminar y traducción de Jesús Carlos Gómez Muñoz. Friedrich Daniel Emst Schleiermacher: Sobre la religión. Estudio preliminar y traducción de Arsenio Guinzo Fernández. Pedro Abelardo: Conócete a ti mismo. Estudio preliminar, traducción y notas de Pedro R. Santidrián. Cari Schmitt: Sobre el parlamentarismo. Estudio preliminar de Manuel Aragón. Traducción de Thies Nelsson y Rosa Grueso. Gottfried Wilhelm Leibniz: Escritos en torno a la libertad, el azar y el destino. Selección, estudio preliminar y notas de Concha Roldán Panadero. Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo y Concha Roldán Panadero. Gottfried Wilhelm Leibniz: Los elementos del Derecho natural. Estudio prelimi­ nar, traducción y notas de Tomás Guillén Vera. Nicolás Maquiavelo: Escritos políticos breves. Estudio preliminar, traducción y notas de María Teresa Navarro Salazar. Johann Gottlieb Fichte: El Estado comercial cerrado. Estudio preliminar, traduc­ ción y notas de Jaime Franco Barrio. Epicuro: Obras. Estudio preliminar, traducción y notas de Montserrat Jufresa. Johann Christoph Friedrich Schiller: Escritos sobre estética. Edición y estudio preliminar de Juan Manuel Navarro Cordón. Traducción de Manuel García Morente, María José Callejo Herranz y Jesús González Fisac. Gottfried Wilhelm Leibniz: Escritos de dinámica. Estudio preliminar y notas de Juan Arana Cañedo-Argüelles. Traducción de Juan Arana Cañedo-Argüelles y Marcelino Rodríguez Donís. Anne-Robert-Jacques Turgot: Discursos sobre el progreso humano. Estudio pre­ liminar, traducción y notas de Gon?al Mayos Solsona. Immanuel Kant: Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza. Estudio preliminar y traducción de José Aleu Benítez. Francis Hutcheson: Una investigación sobre el origen de nuestra idea de belleza. Estudio preliminar, traducción y notas de Jorge V. Arregui. Bartolomé de las Casas: Brevísima relación de la destruición de las Indias. Edi­ ción de Isacio Pérez Fernández. Guillermo de Ockham: Sobre el gobierno tiránico del papa. Estudio preliminar, traducción y notas de Pedro Rodríguez Santidrián. Thomas Hobbes: Diálogo entre un filósofo y un jurista, y escritos autobiográfi­ cos. Estudio preliminar, traducción y notas de Miguel Angel Rodilla. David Hume: Historia natural de la religión. Estudio preliminar, traducción y notas de Carlos Mellizo. Dante Alighieri: Monarquía. Estudio preliminar, traducción y notas de Laureano Robles y Luis Frayle.

NOTA FINAL

Le

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que

este

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gratuitamente para uso exclusivamente educacional bajo condición de ser destruido una vez leído. Si ees así, Ieid°. destrúyalo en forma inmediata. Súmese como voluntario o donante, do nte, p para promover el crecimiento y la difusión de la Biblioteca y

a ?

jin egoísmo

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Speech Acts [Actos de habla] y Expression and Meaning desarrollan una aproximación al estudio del lenguaje muy original e influyente. Pero tras ambos trabajos se encuentra el supuesto de que la filosofía del lenguaje es, al final, una rama de la filosofía de la mente. Los actos de habla son for­ mas de acción humana y representan un ejemplo de la capacidad de la men­ te para relacionar el organismo humano con el mundo. El presente libro trata de estas capacidades fundamentalmente biológicas y, aunque el terce­ ro en la secuencia, en realidad proporciona los fundamentos filosóficos pa­ ra los otros dos. La Intencionalidad es considerada el fenómeno mental cru­ cial, y su análisis involucra discusiones de gran alcance sobre la percepción, la acción, la causación, el significado y la referencia. John Searle, que tiene puntos de vista originales y estimulantes en todas estas áreas, finaliza con una solución al problema «mente-cuerpo». El libro está destinado a filósofos y al creciente número de lingüistas, científicos cognitivos y psicólogos interesados en la relación del lenguaje con la mente humana.

Filosofía y Ensayo IS B N 8 4 - 3 0 9 - 2 2 5 2 - 0

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