Schlögel, Karl - En el espacio leemos el tiempo
April 26, 2017 | Author: Marcos Iniesta | Category: N/A
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Introducción
La historia no se desenvuelve sólo en el tiempo, también en el espacio. Ya nuestra lengua no deja duda acerca de que espacio y tiempo se corresponden indisolublemente. Los sucesos en algún sitio. La historia tiene . Hablamos de . Nombres de capitales pueden convertirse en rúbrica de épocas e imperios enteros. Hablamos de y de , de esfuerzos o relaciones en un y también de y , de como de . El espacio resuena en las metáforas del con su , su y su . Aun en la abstracción de un metalenguaje nos vemos remitidos a o a la histórica y social de las ideas. Esos enunciados son tan elementales y parecen entenderse por sí solos hasta tal punto que rápidamente se desechan juzgándolos o ni siquiera se los encuentra merecedores de comentario alguno. Pero a veces lo nuevo comienza por una conversación acerca de algo que por mucho tiempo se ha venido entendiendo obvio, o aun por el mero recuerdo de algo caído en el olvido: en el presente caso, lo espacial de toda historia humana. Al escribir historia se sigue habitualmente el orden del tiempo; el patrón fundamental de la historiografía es la crónica, la secuencia temporal de acontecimientos. Ese predominio de lo temporal en la narración histórica como en el pensamiento filosófico ha adquirido poco menos que un derecho consuetudinario que se acepta tácitamente sin preguntar más, como ya señalaran Reinhart Koselleck y Otto Friedrich Bollnow. La carencia de dimensión espacial no llama ya la atención. Pero luego hay momentos históricos en que se diría que una venda cae de los ojos. De golpe se hace claro que no abarcan la entera dimensión de la existencia humana, que Fernand Braudel tenía razón cuando titulaba al espacio : la historia humana como lucha contra el horror 13
vacui, esfuerzo incesantemente encaminado a domeñar el espacio, dominarlo, y finalmente apropiárselo. El presente libro pretende averiguar qué ocurre cuando se piensa y describe también en términos espaciales y locales procesos históricos. Hacerlo así es tomar en serio la unidad de acción, tiempo y lugar, y pretende llegar a hacerse una idea de aquello que los estadounidenses llaman con tino y concisión incon1parables Spacing History. En lo que sigue, el mundo que nos encontremos se leerá a modo de libro de historia grande y singular en que el ser humano ha inscrito sus jeroglíficos. Pero si ya Hans Blumenberg era cauto sobremanera al utilizar la metáfora , y señalaba que no se trataba de leerlo a modo de libro, ello vale aún más para el presente ensayo: no es tanto leer textos cuanto salir al mundo y moverse en él en la forma paradigmática y primaria de explorar y descubrir. De ahí que esa frase de Friedrich Ratzel, , parezca el lema más preciso que quepa pensar para las incursiones e intentos de descifrar e interpretar la historia del mundo emprendidos en el presente libro. En calidad de historiador que por lo demás trabaja en temas de historia de la Europa oriental, rusa para ser más preciso, quizás deba su autor indicar razones por las que se ocupa así de cuestiones de historiografía más generales, teóricas y metodológicas. Es el caso que una forma expositiva que gire en tomo al lugar histórico ha resultado ser la más adecuada para figurarme y hacerme presente la historia. Así fue en mis estudios sobre Moscú, la modernidad en Petersburgo o el Berlín ruso de entreguerras, así como en numerosos ensayos sobre ciudades de la Europa central y oriental. El lugar siempre se acreditó el más adecuado escenario y marco de referencia para hacerse presente una época en toda su complejidad. El lugar mismo ya parecía salir fiador de la complejidad. Tenía derecho de veto frente a esa parcelación y segmentación del objeto favorecida por la división en disciplinas y por la del trabajo de investigación. El lugar mantenía en pie al contexto, y directamente exigía reproducir en lo intelectual esa yuxtaposición y sincronía de asincrónicos. Referir al lugar conllevaba siempre el callado alegato en pro de una histoire totale, al menos a título de ideal e imagen de la meta, aunque seguramente en la realización no se lograra. De ahí se desprendían también registros y modos narrativos de exposición: responsables en conjunto de la unidad temática, o tópica precisamente, de esa , de la copresencia de los actores. Eso conllevaba grandes dificultades, había que descubrir otras 14
fuentes y hacer accesibles desde nuevos costados algunas ya conocidas; pero también franqueaba formas expositivas totalmente nuevas. Escribir historia top·o gráficamente centrada se deriva primariamente del objeto, no del propósito de dotar a una historia de una pizca de colorido o sabor local. Pero no se escribe un libro por evitar malentendidos, ni tampoco para entenderse uno. Se trata en primer término de probar posibilidades historiográficas, de pasar revista de medios expositivos buscando aquellos que permitan escribir historia a la altura de la época, es decir, del siglo XX con todos sus horrores, discontinuidades, rupturas y cataclismos. Este libro consta de historias, exploraciones y reflexiones, pero aun así no es una recopilación. Todas giran en torno a una idea: ¿qué pasa si se piensa conjuntamente historia y lugar? Todas responden a la cuestión que atraviesa el libro como hilo conductor: ¿qué ganamos en percepción y perspicacia histórica si nos tomamos en serio por fin (de nuevo) espacios y lugares? Si las introducciones son como itinerarios, descripciones de ruta por tanto, ¿adónde lleva el viaje de este libro? Son unos cincuenta estudios, que se podría llamar paradas, incursiones, tentativas, ejercicios. Tienen algo de entradas de marinos que tantean salientes, islas, cabos. Aun la marcha de la exposición en lo formal tiene que ver con la clave en que interpreta el movimiento. Semeja antes tantear y rondar que caminar resuelto de A a B. Se funda en la inteligencia, ya vieja, de que a menudo se entera uno mejor dando un rodeo que yendo por lo derecho. Aunque desde luego, ni que decir tiene, hay un rumbo escondido que se expresa en los cuatro epígrafes principales, a manera casi de jornadas. El retomo del espacio. Pese a tanto hablar de y tanto presumir el , vivimos de lleno en una historia en marcha, acaso una que rompe a diluviar sobre nosotros, y en medio de un derrumbamiento de ese espacio a cuya estabilidad, y acaso aun , tanto nos habíamos acostumbrado durante medio siglo de Guerra Fría. Ese espacio, el conflicto Este-Oeste, ya no existe. Algo ha tocado a su fin. De nuevo nos vemos practicando , como se llamara en su día a la Geografía [Erdkunde], aunque no en su rancio significado por cuanto ya no existe tampoco esa antigua Geografía antaño competente en lo tocante a la . La sentencia de Schille.r, , vuelve por sus fueros, entra un buen chorro de materialismo en discursos tanto tiempo 15
dando vueltas a simulacros y virtualidades. Ante nuestros ojos surge un espacio nuevo, un orden nuevo del mundo, mientras conceptos y lenguaje en que captarlo siguen sin preparar. Es época propicia para recobrar una tradición teórica extinta en Alemania, contaminada por el discurso nazi. no es idéntico con el discurso nazi sobre , , y demás. Hay una genealogía del pensamiento espacial más vieja que un nazismo con el que nada tiene que ver. Viene señalada por los nombres de Alexander von Humboldt, Carl Ritter, Friedrich Ratzel y Walter Benjamin, que rara vez, desde luego, se nombran juntos de un tirón. Es la situación histórica posterior a 1989 y al 11 de septiembre de 2001 la que se ha ocupado de que se vean más nítidos y se piensen de modo nuevo los aspectos espaciales de lo político. Quien así lo quiera, puede llamar a eso spatial tum; pero hay algo más importante que trabajar en una historia aparte, otra más, la del espacio: renovar la manera de contar historia. Enriquecida con la percepción de espacio y tiempo, la narración histórica dejará atrás las estrecheces culturalistas d e todo tipo para poner rumbo a una historia de la civilización y reanudar, despachado hace ya mucho el antiguo determinismo geográfico, un pensamiento vuelto a entornos y contextos espaciales complejos de lo político. Es más: ya hace mucho se atisba que espacialidad y espacialización de la historia humana se convertirán en el quid de la reorganización y nueva configuración de antiguas disciplinas desde la Geografía a la Semiótica, de la Historia al Arte, de la Literatura a la Política. Las fuentes del spatial tum manan en abundancia y la corriente que nutren es poderosa, más poderosa que diques y barreras entre disciplinas. Leer mapas. No es éste un capítulo sobre historia de la cartografía, sino
una serie de estudios y ejercicios en torno a qué logran los mapas, y qué no, en tanto formas de representar espacio. Aquí los mapas figuran otra , en mapas. Para los historiadores son de ordinario meros recursos auxiliares, mientras en verdad son mucho más: imágenes, réplicas, proyecciones de mundo para las que rige todo cuanto de ordinario rige para textos históricos: los criterios de la crítica de fuentes e ideologías. Los mapas son réplicas de poder, e instrumentos de poder. Cada época tiene su propia imagen de que es un mapa, su propia retórica cartográfica, su propia narrativa cartográfica. No hay nada que no quepa reproducir y replicar cartográficamente: guerra, ase16
dio,, huida, rutas de peregrinación, dominios imperiales, ámbito de vigencia de valores culturales ... Pero la mayor ventaja de la representación cartográfica, replicar yuxtaposición y simultaneidad, también es patentemente su limitación: los mapas no dejan de ser estáticos, a lo sumo pueden insinuar movimiento. Los mapas no sólo replican, construyen y proyectan espacios, y así hacen de espacios territorios por vez primera. Aquí se repasan fugazmente algunos ejemplos: la medición de Francia por Cassini en tiempos de la Ilustración, la medición de la India británica, la construcción territorial de Estados Unidos o la formación del Estado nacional moderno. Otros estudios sobre espionaje y cartografía, arte cartográfico y cartografia en el arte, paisajes imaginarios o uso estratégico de mapas por los poderosos muestran cuán entretejidos están con las imágenes cartográficas todos los aspectos de la vida.
Traba.jo visual. No padecemos de falta de imágenes, sino de una inundación de imágenes. El ojo tiene antes que pertrecharse, disponerse, ponerse en situación de poder aún discernir y leer. Así es que no se trata de un alegato en pro del uso de los sentidos, sino de la cuestión de cómo se los puede agudizar para la percepción histórica. Se podría hacer una carrera de Historia que fuera a trechos adiestramiento de sentidos y trainingde la vista: con ciudades y paisajes por documentos. Saber cómo hacer ver no es cuestión de un par de trucos literarios o teóricos, presupone para empezar el esfuerzo de mirar. Todo recibe entonces otro aspecto y empieza a hablamos: aceras, paisajes, relieve, planos de ciudad, perfiles de edificios. Todo cuanto en otro caso se usa sólo como recurso auxiliar, guías de itinerarios, listines telefónicos y directorios, ganan una fuerza expresiva totalmente nueva tan pronto se los trata y se les interroga como a documentos sui generis. Nos abren espacios de ciudades arruinadas y despliegan ante nosotros movimientos grandes y complejos que hace ya mucho se paró o se pararon: coreografías del trato humano, guiones de socialización humana. Asombrados tomamos conocimiento de que hay relación entre triángulos geodésicos y huellas dactilares, entre medición de la superficie terrestre y medición del cuerpo, aspectos por igual de una empresa de dominio y apropiación. En tres estudios posteriores -construcción de Centroeuropa en el Baedeker, poesía del highway estadounidense y el mito del espacio ruso- se pretende señalar hasta dónde puede llegarse con estudios fenomenológicos de ese género, y qué· no pueden dar. 17
Europa diáfana. La última sección recopila estudios referentes a Europa. Estamos solamente en los comienzos de tin modo de escribir historia que deja atrás el marco de la historiografía del Estado nacional y concibe Europa como un todo. Europa vuelve a ser medida, retrospectivamente y en lo presente. La europeización del horizonte histórico es mucho más dificultosa de lo que permiten conjeturar retóricas baratas que tienen a Europa por lugar común. Hay que empaparse de Europa entera, no sólo de aquellas partes de que vienen siendo hechura hasta hoy disciplinas y campos profesionales. Y ahí no se trata ya de conocer, sino de familiarizarse con formas, estilos y usos transnacionales y cómo se han modelado en concreto en cada caso. Europa es más que la suma de historias y culturas nacionales. Europa es ante todo escenario de una cantidad inabarcable de historias entrelazadas; hacerlas transparentes y diáfanas exigirá el esfuerzo de más de una generación de historiadores. Europa diáfana contiene un par de historias y excursos que insinúan de qué se trata: de una historia de condensación y difusión cultural (el caso Diaghilev), del trazado que diera a Europa el huracán de violencia que descargó en la topografía y los mundos de los campos de concentración desde Dachau a Workuta, o en los torrentes de fugitivos y desarraigados; de los cementerios europeos a fuer de imagen insuperablemente exacta del vivir y morir en Europa. Europa no es sólo una idea, una recopilación de valores, sino un lugar. Y los nombres del horror de la historia europea no son metáforas, sino nombres de lugares en que Europa se vino abajo o se irguió de nuevo, según.,,, El capítulo fmal sobre Herodoto en Moscú y Walter Benjaminen Los Angeles es una fantasía con miras sistemáticas. ¿Qué se pondrían a hacer los maestros de una percepción histórica de tantas y tan grandes dimensiones, de una exposición histórica de tal riqueza y complejidad como la suya, puestos en los lugares históricos del siglo XX o del XXI? ¿Qué podría aprenderse de ellos, pero también de literatura, arte y cinematografía, de cara a encontrar un lenguaje a la altura de la época? Quizás cupiera hallar respuestas a la pregunta de cómo escribir uno grandes narraciones tras el fin de la gran narrativa. El libro no ofrece ninguna teoría compacta, ni instrucciones de uso para el estudio de la historia, y tampoco lo pretende. No se trata de un compendio abreviado de historia de la cartografía ni de una introducción a Semiótica o Geografía de la cultura, sino de búsquedas y ejercicios, por ver hasta dónde lleva confiar de nuevo en los sentidos propios y agudizar'
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los sistemáticamente. No es meta de esta exposición ser exhaustiva, y a más de uno decepcionará que no aparezcan ni Carl Schmitt ni Georg Simmel, como tampoco Aby Warburg ni Ernst Cassirer. Tampoco está su meta en proclamar un nuevo paradigma. A veces menos es más. En este caso se trata lisa y llanamente de aumentar la atención, de la experiencia de que tin mundo visto espacialmente es más rico, complejo, multidimensional. Una vez probada ya no hay vuelta. Fue una experiencia afortunada toparse en el curso de estas investigaciones con avezados compañeros de viaje, movidos o moviéndose por perspectivas y conclusiones pasmosamente similares e idénticas en parte. La lectura de contemporáneos, lo mismo se trate de David Harvey, Edward Soja, Derek Gregory, Paul Carter, Matthew H. Edney o Allan Pred, fue la mejor prueba de que nos hallamos hace mucho en pleno spatial tum. Algo de esos afortunados encuentros se le ofrece al lector mediante citas por extenso y la configuración del texto, que no ve en montaje o collage defecto sino cantera: donde seguir uno por su cuenta sus propias excavaciones. Berlín, mayo de 2003 Karl Schlogel
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. Desvanecimiento del espacio
La tesis de que el espacio se esté desvaneciendo se funda ante todo en la revolución de las técnicas info1·1náticas durante los dos o tres decenios últimos. Incomparablemente más potentes que cualquiera de los medios precedentes -vapores, telégrafo, teléfono, radio o televisión-, nuevas tecnologías como Internet, correo electrónico, fax o teléfono móvil no cooperan a una mera contracción del espacio, así afirma esa argumentación, 9 sino más propiamente a que se esté consumiendo hasta desvanecerse • Se ha desarrollado toda una literatura en tomo a esos tópicos, el o la de que habla Paul Virilio:
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