Savitri Devi - Pablo de Tarso, o Cristianismo y Judería

April 25, 2018 | Author: Arthur Liedmann | Category: Paul The Apostle, Gospels, Jews, Jesus, Mary, Mother Of Jesus
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Pablo de Tarso, o Cristianismo y Judería Por Savitri Devi Traducido por Martín Genève

Si hay un solo hecho que impacta a cualquiera que estudie con seriedad la historia del cristianismo es la ausencia casi completa de los documentos sobre la persona cuyo nombre va unido a esta gran religión internacional – Jesucristo. Sabemos de él únicamente lo que nos narran los evangelios del Nuevo Testamento, esto es, prácticamente nada; porque estos libros, aunque prolijos en su descripción de hechos milagrosos relacionados con él, no nos entregan ninguna información sobre su persona y, en particular, sobre sus orígenes. ¡Oh, tenemos, en uno de los cuatro evangelios canónicos, una larga genealogía que remonta su ascendencia desde José, el marido de la madre de Jesús, hasta Adán! Pero, siempre me he preguntado qué interés podría tener esto para nosotros, dado que hemos hablado expresamente en otro parte que José no tenía nada que ver con el nacimiento del niño. Uno de los muchos evangelios apócrifos –rechazados por la Iglesia- atribuye la paternidad de Jesús a un soldado romano, distinguido por su valentía y por ello apodado “El Pantera”. Este evangelio es citado por Heckel en uno de sus estudios sobre el cristianismo primitivo. Sin embargo, aceptar tal evidencia no resolvería enteramente la cuestión más importante de los orígenes de Cristo, porque no se nos dice nada acerca de quien fue María, su madre. Uno de los evangelios canónicos nos dice que ella era la hija de Joaquín y Ana; aunque Ana había pasado ya la edad de la maternidad; en otras palabras, ella también debió haber nacido milagrosamente, o quizá, simplemente, pudo haber sido una niña adoptada por Ana y Joaquín en su vejez, lo cual apenas aclara el asunto. Pero hay algo algo mucho más desconcertante. Los anales de un importante monasterio de la secta de los esenios, localizados a solo unos treinta kilómetros de Jerusalén, han sido recientemente descubiertos. Estos Anales tratan de un período que se extiende desde el comienzo del siglo I a.C. hasta la segunda mitad del primer siglo después de él, y se refieren, setenta años antes de su nacimiento, a un gran iniciado o Maestro espiritual –un “Maestro de la Justicia” cuyo eventual regreso era esperado.

De la extraordinaria carrera de Jesús, de sus innumerables curaciones milagrosas, de sus enseñanzas durante tres completos años en medio de la gente de Palestina, de su entrada triunfal a Jerusalén, descrita tan brillantemente en los evangelios canónicos, de su juicio y crucifixión (acompañado, según estos evangelios, por acontecimientos tan sorprendentes como un terremoto, el oscurecimiento del cielo por tres horas, y la rasgadura del velo del Templo en dos) – de todo esto, no se habla ni una sola palabra en los manuscritos de estos ascetas, hombres eminentemente religiosos que habrían, seguramente, tenido interés en tales cuestiones.  Al parecer, de acuerdo a los Manuscritos del Mar Muerto –recomiendo a cualquiera que esté interesado el estudio de John Allegro en inglés- este Jesús no causó ninguna impresión en las mentes religiosas de su tiempo, tan ávidas de sabiduría y  tan bien informados como parecen haber sido los ascetas del monasterio en cuestión; o bien, mucho más simple, puede haber sido que él jamás haya existido. Esta conclusión, tan perturbadora como se nos aparece, debe ser puesta ante el público general y, en particular, ante el público cristiano, a la luz de los recientes descubrimientos. Con respecto a la Iglesia cristiana, sin embargo, y al cristianismo como un fenómeno histórico, y al papel que ha jugado en Occidente y en el mundo, la cuestión tiene una importancia mucho menor de lo que podría parecer a primera  vista. Porque, incluso, si Jesús hubiera realmente vivido y predicado, él no fue, en realidad, el verdadero fundador del cristianismo tal como se presenta en el mundo. Si realmente vivió, Jesús fue un hombre "por encima del tiempo" cuyo reino - como él mismo dijo a Pilatos, de acuerdo con los evangelios - "no era de este mundo"; un hombre que en cada actividad y en cada enseñanza tuvo por objetivo revelar, a aquellos a quienes este mundo no podría satisfacer, un camino espiritual con el que podrían escapar de él y encontrar, en su paraíso interno, este "reino de Dios" que está en nosotros, Dios "en espíritu y verdad", lo cual buscaban sin saberlo. Si realmente vivió Jesús nunca soñó con fundar una organización temporal - y  mucho menos una organización política y financiera - como aquello en que se convirtió tan rápidamente la Iglesia cristiana. La política no le interesaba. Y fue un enemigo tan decidido de cualquier interferencia del dinero en asuntos espirituales que algunos cristianos, con razón o sin ella, han visto en su odio a la riqueza un argumento probado, en contra de la enseñanza de todas las Iglesias Cristianas (excepto, por supuesto, aquellos que como los monofisitas, que niegan su naturaleza humana absolutamente, niegan también que Jesús era de sangre judía). El verdadero fundador del cristianismo histórico, del cristianismo tal como lo conocemos en la práctica, tal como ha jugado y sigue jugando un papel en la historia de Occidente y del mundo, no era Jesús, del cual no sabemos nada, ni su discípulo Pedro, del cual sabemos que fue un galileo y un simple pescador por  vocación, sino Pablo de Tarso, quien era un judío de sangre, de formación y de temperamento, y, lo que es más, quien era un letrado, un Judío culto, un

"ciudadano de Roma", de la misma manera que hoy en día muchos intelectuales  judíos son ciudadanos franceses, alemanes, rusos o americanos. El Cristianismo histórico - que no es en absoluto una obra "por encima del tiempo", pero sí y verdaderamente una obra "en el Tiempo" - fue el trabajo de Saulo llamado Pablo, es decir, la obra de un Judío, al igual que lo sería el marxismo dos mil años después.  Así es, pues, examinemos la carrera de Pablo de Tarso. Saulo, llamado Pablo, era Judío y, adicionalmente, un Judío ortodoxo y culto, imbuido de la conciencia de su raza y del papel que el "pueblo elegido", de acuerdo con la promesa de Jehová, debe jugar en el mundo. Había sido discípulo de Gamaliel, uno de los teólogos judíos más famoso de su tiempo, de confesión fariseo, precisamente la escuela que, según los evangelios, el profeta Jesús, a quien la Iglesia cristiana más tarde elevará al rango de Dios , combatió más violentamente a causa de su orgullo, su hipocresía, su práctica de sutilezas teológicas y por poner la letra de la ley judía por encima de su espíritu - por encima de, al menos, lo que él creía que era su espíritu; sobre estos puntos podemos suponer que Saulo fue un fariseo típico.  Además - y esto es crucial - Saulo era un judío culto y consciente nacido y criado fuera de Palestina, en una de aquellas ciudades romanas del Asia Menor que fue conquistada por el helenismo, pero conservando todas sus características esenciales: Tarso, donde el griego era la lingua franca de todo el mundo, donde el latín era cada vez más familiar, y donde uno podía reunirse con representantes de los diversos pueblos del Cercano Oriente. En otras palabras, él formaba parte ya de un "ghetto" Judío, teniendo, además de un conocimiento profundo de la tradición israelita, una comprensión del mundo de los gentiles - de los no-Judíos - que más tarde sería de gran valor para él. Sin duda, él pensaba, como todo buen Judío, que el goy existe sólo para ser dominado y explotado por el "pueblo elegido"; pero él entendió el mundo de los no-judíos de un modo infinitamente mejor que la mayoría de los Judíos de Palestina, comprendió mejor el ambiente social que haría nacer a todos los más tempranos creyentes en la nueva secta religiosa que él mismo estaba destinado a transformar al cristianismo, tal como lo conocemos hoy en día. Sabemos por los "Hechos de los Apóstoles" que Saulo fue inicialmente un feroz perseguidor de la nueva secta. Después de todo, ¿no despreciaban sus adherentes la ley judía, en un sentido estricto de la palabra? ¿No había sido el hombre que ellos reconocían como su líder, y del cual decían que se había levantado de entre los muertos, este Jesús, a quien el mismo Saulo no había visto nunca, no había sido – digo- un ejemplo de la no-observancia del sábado, de la negligencia de los días de ayuno, y de otros transgresiones altamente censurables de las normas de vida de las que un Judío no debe apartarse? Se llegó a decir incluso, lo que nada bueno presagiaba, que un misterio rodeaba su nacimiento, que tal vez él no era del todo de origen judío - ¿quién sabe? ¿Cómo no perseguir tal secta, si usted es un ortodoxo Judío, discípulo del gran Gamaliel? Fue necesario alejar del escándalo a los

observadores de la Ley. Saulo, quien ya había mostrado una prueba de su celo al estar presente en la lapidación de Esteban, uno de los primeros predicadores de esta peligrosa secta, siguió defendiendo la ley judía y la tradición contra aquellos a quienes él consideraba como herejes; hasta que se dio cuenta, finalmente, que había algo mejor - mucho mejor – que podía hacer con esta secta, precisamente desde el punto de vista judío. De esto fue de lo que se dio cuenta en el camino a Damasco. La historia, tal como la cuenta la Iglesia Cristiana, nos haría creer que fue allí que él experimentó de repente una visión de Jesús – a quién, repito, jamás había visto en persona – y que escuchó la voz de este último diciéndole: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?" ciertamente una voz que él no pudo resistir. Él estaba, además, supuestamente cegado por una luz deslumbrante y tirado en el suelo. Llevado a Damasco - de acuerdo a lo que se relata en los Hechos - se encontró con uno de los fieles de la secta que él había venido a combatir, un hombre que, después de devolverle la vista, lo bautizó y lo recibió en la comunidad cristiana. Resulta superficial decir que esta narración milagrosa sólo puede ser aceptada, tal como está, por aquellos que comparten la fe cristiana. Como todos los relatos de este tipo, ésta no tiene valor histórico. Cualquier persona que, sin ideas preconcebidas, busca una explicación plausible -convincente, natural- de cómo ocurrieron realmente estos acontecimientos, no puede estar satisfecha con esta  versión de los hechos. Y la explicación, para ser plausible, debe tener en cuenta no sólo la transformación de Saulo en Pablo –esto es, de feroz defensor del judaísmo a fundador de la Iglesia cristiana tal como la conocemos-, sino también la naturaleza, el contenido y la orientación de su actividad después de su conversión, de la lógica interna de su carrera; en otras palabras, del vínculo psicológico, más o menos consciente, entre su pasado anti-cristiano y su gran empresa cristiana. Toda conversión implica un vínculo entre el pasado del converso y el resto de su vida, una razón profunda, es decir, una aspiración permanente en el converso cuyo acto de conversión satisface; una voluntad, una dirección permanente de la vida y de la acción, de los cuales el acto de conversión es la expresión y el instrumento.  Ahora, dado todo lo que sabemos de él y, especialmente, lo que sabemos sobre el resto de su carrera, sólo hay una profunda y fundamental voluntad, inseparable de la personalidad de Pablo de Tarso en todas las etapas de su vida, que puede proporcionarnos una explicación de su conversión damascena, y esta es la del deseo de servir al viejo ideal judío de dominación espiritual, complemento el mismo y culminación suprema del ideal de dominación económica. Saulo, un Judío ortodoxo, racialmente consciente, quién ha luchado en contra de la nueva secta, en el supuesto de que representaban un peligro para la ortodoxia  judía, pudo renunciar a su ortodoxia y convertirse, precisamente, en el alma y los  brazos de tan peligrosa secta sólo después de haber caído en la cuenta de que, revisada por él, transformada y adaptada a las exigencias del amplio mundo de los goyim – los “gentiles” de los evangelios - e interpretada, si fuera necesario, a fin de dar, como lo diría Nietzsche más tarde, “un nuevo significado a los antiguos

misterios”, podría llegar a ser, durante los siglos venideros y quizás, incluso, a perpetuidad, el más poderoso instrumento de dominación espiritual de Israel, el medio por el que llevaría a cabo, con toda seguridad y con carácter definitivo, la auto-proferida “misión” del pueblo judío de reinar sobre los demás pueblos y  subyugarlos moralmente, al tiempo que les explotaban económicamente.  Y cuánto más completa fuera la subyugación moral, no hace falta decirlo, más prosperaría la explotación económica. Únicamente este premio podía valer el penoso esfuerzo de repudiar la rigidez de la antigua y venerable ley. O, para hablar en un lenguaje más mundano, su súbita conversión en el camino de Damasco sólo puede ser explicada si se admite que él debía haber tenido una repentina mirada a las posibilidades que le ofrecía el cristianismo naciente para el beneficio y los influencia moral de su pueblo, y que él habría pensado - en un golpe de genio, hay  que decirlo – “Yo fui miope al perseguir esta secta, en vez de haber hecho uso de ella, sin importar el costo! Fui un estúpido al atenerme a las formas – a los meros detalles - en lugar de ver la cuestión esencial: los intereses del pueblo de Israel, del pueblo elegido, de nuestro pueblo, de nosotros, los Judíos!” Toda la posterior carrera de Pablo es una ilustración – una prueba, en la medida en que uno pueda pensar que se puedan “probar” hechos de esta naturaleza - de esta  brillante inversión, de la victoria de un inteligente Judío, un hombre práctico, un diplomático (y cualquiera que diga "diplomático" en relación con cuestiones religiosas realmente dice “engañador”) sobre los judíos ortodoxos, cultos, preocupados, sobre todo, de los problemas de la pureza ritual. Después de su conversión Pablo, de hecho, se entregó al "espíritu" y fue donde el "Espíritu" le sugirió que fuera (o mejor dicho, le ordenaba que fuera), y hablaba las palabras que el "Espíritu" inspiraba en él. Ahora, ¿Adónde "ordenó" el Espíritu Santo que se fuera? ¿Hacia Palestina, entre los Judíos que todavía compartían los "errores" que acababan de abjurar en público y parecían ser los primeros en tener derecho a la nueva revelación? ¡No! ¡Bajo ninguna circunstancia! Fue, en cambio, a Macedonia, a Grecia y entre los griegos de Asia Menor, entre los Gálatas, y, más tarde, entre los romanos - a los países arios, o, por lo menos a los países no-judíos - que se fue a predicar el neófito dogma teológico del pecado original y de la salvación eterna a través del Jesús crucificado, y el dogma de la igualdad moral de todos los hombres  y todos los pueblos. Fue en Atenas, finalmente, que proclamó que Dios creó "todas las naciones, todos los pueblos de una y la misma sangre "(Hechos 17:26). En esta negación de las diferencias naturales entre las razas, los Judíos mismos no tenían, por cierto, ningún interés. Pero fue desde su punto de vista muy útil predicarlo e imponerlo a los gentiles, a fin de destruir sus valores nacionales, los cuales habían constituido, hasta entonces, toda su fortaleza (o más bien simplemente para acelerar su destrucción, ya que, desde el siglo IV a.C., que habían entrado en franco declive bajo la influencia de los Judíos "helenizados" de  Alejandría). Sin duda, Pablo predicó en las sinagogas, es decir, predicó también a otros Judíos, a los que presentó la nueva doctrina como el resultado de las profecías y expectativas mesiánicas; sin duda, él dijo a los hijos de su pueblo, además de a los "temerosos del Señor" - a los mitad-Judíos, como Timoteo, y los

 barrios judíos que abundaban en los puertos marítimos del Mar Egeo (como en Roma) - que Cristo crucificado y resucitado, a quien anunciaba, no era otro que el Mesías prometido. Él dio un nuevo significado a estas profecías judías del mismo modo que dio un nuevo significado a los misterios inmemoriales de Grecia, Egipto, Siria y Asia Menor: un significado que atribuye al pueblo judío un papel único, un lugar único y una singular importancia en la religión de los no Judíos. Para él se trataba únicamente de los medios para garantizar a su pueblo la dominación espiritual en el futuro. Su genio -no religioso, sino político- consistió en haber entendido esto a cabalidad. Pero no es solamente en el ámbito de la doctrina que se puede demostrar tal desconcertante flexibilidad: "un griego con los griegos, y un Judío con los Judíos", como él mismo dice. Él tenía un agudo sentido de las necesidades prácticas, así como de las cuestiones imposibles. Él mismo fue, aunque en un principio como ortodoxo, el primero en oponerse a cualquier imposición de la ley judía sobre los cristianos conversos de raza no-judía. Insistió –en contra de Pedro y del grupo menos conciliador de los primeros cristianos en Jerusalén - que un cristiano de origen no judío no tenía necesidad de la circuncisión, ni de las normas dietéticas  judías. En sus cartas le escribe a sus nuevos fieles - mitad-Judíos, mitad griegos, romanos de origen dudoso, de todos los puertos levantinos del Mediterráneo: a todos los sin raza, a todos aquellos a los que se encuentra en proceso de dar forma a un vínculo entre su pueblo y sus tradiciones inmutables, y el vasto mundo a ser conquistado - que no existe, para ellos, distinción alguna entre lo que es "limpio" y  lo que es "impuro" que no les permita comer lo que quieran ("todo lo que se vende en el mercado"). Sabía que, sin estas concesiones, el cristianismo no podía aspirar a conquistar Occidente, ni podía Israel aspirar a conquistar el mundo, a través de los conversos occidentales. Pedro, que no se hallaba en absoluto en un "ghetto" Judío y que seguía siendo, por esto, un ignorante de las condiciones del mundo no-judío, no podía ver las cosas desde la misma perspectiva - todavía no, en cualquier caso. Es por ello que debemos ver en Pablo el verdadero fundador del cristianismo histórico: el hombre que formó, desde la enseñanza puramente espiritual del profeta Jesús, la base de una organización militante "en el Tiempo", cuyo objetivo era, en la conciencia profunda del Apóstol, nada menos que la dominación de su propio pueblo en un mundo moralmente castrado y físicamente bastardizado, un mundo en el que el amor mal entendido de un "hombre" conduce directamente a la mezcla indiscriminada de razas y la supresión de todo orgullo nacional - en una palabra, la degeneración humana. Es hora de que las naciones no judías finalmente abran los ojos a esta realidad de dos mil años, que capten toda su actualidad conmovedora, y  que reaccionan en consecuencia. Escrita en Méadi (cerca de El Cairo) el 18 de junio de 1957.

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